San Juan de La Cruz. La Biografía - José Vicente Rodríguez

February 4, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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San Juan de La Cruz. La Biografía - José Vicente Rodríguez...

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San Juan de la Cruz La biografía

José Vicente Rodríguez

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Versión electrónica SAN PABLO 2012 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723 E-mail: [email protected] [email protected] ISBN: 9788428542777 Realizado por Editorial San Pablo España Departamento Página Web

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A Federico Ruiz Salvador, carmelita, amigo, sanjuanista incomparable.

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Siglas

ABCT Archivum Bibliographicum Carmeli Teresiani, Roma. ACDS Archivo carmelitas descalzos de Segovia. ACTA CAP. GEN. Acta Capitulorum Generalium Ordinis fratrum B.V. de Monte Carmelo, 2 vols.: Romae 1912-1934, vol. I, 1318-1593. Ed. Gabriel Wessels, O. Carm., con notas de B. Zimmerman, OCD. AHN Archivo histórico nacional Madrid. ALONSO ALONSO DE LA MADRE DE DIOS, Vida, virtudes y milagros del santo padre fray Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1989. AS Archivo Silveriano, Burgos. ASV Archivo Secreto Vaticano. BARUZI JEAN BARUZI, San Juan de la Cruz y el problema de la experiencia mística, Valladolid 1991. BMC Biblioteca Mística Carmelitana, Burgos. Varios volúmenes. Al tener que citar tantas veces esta colección, suprimo en el texto del libro la sigla BMC y me conformo con indicar el número del volumen y la página correspondiente. En las notas sí aparecerá a veces BMC. BNM Biblioteca Nacional, Madrid. BRUNO BRUNO DE JÉSUS MARIE, Saint Jean de la Croix, Plon, París 1929. c. Capítulo. Constitutiones Fortunatus a Jesu-Beda a SSS. Trinitate; Constitutiones Carmelitarum Discalceatorum, 1567-1600, Roma 1968. CRISÓGONO CRISÓGONO DE JESÚS, Vida de San Juan de la Cruz, BAC, Madrid 199112. Cta. Carta: Santa Teresa, Cartas, ed. preparada por Tomás Álvarez, Burgos 19974. Igualmente refiriéndome a San Juan de la Cruz: Obras completas, ed. preparada por José Vicente Rodríguez y Federico Ruiz, Madrid 20086. D. SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor. DÍAZ GONZÁLEZ, MIGUEL ÁNGEL DÍAZ GONZÁLEZ, Actas de los Capítulos Actas provinciales OCD: Provincia de San Ángelo de Andalucía la Alta (1615-1756), IHT, Roma 2010. Muy útil por la precisión de las fichas detalladas que 5

hace de no pocos de los carmelitas contemporáneos de Juan de la Cruz: datos personales, cargos ocupados, etc. doc. Documento. F SANTA T ERESA , Libro de las Fundaciones. G P ABLO GARRIDO, Francisco de Yepes, Escritos espirituales, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990. IHT Institutum Historicum Teresianum, Roma. Introducción a la lectura AA.VV., Introducción a la lectura de san Juan de la Cruz, Salamanca 1991. JERÓNIMO JERÓNIMO DE SAN JOSÉ, Historia del venerable padre fray Juan de la Cruz, Salamanca 1993. La recepción AA.VV., La recepción de los místicos: Teresa de Jesús y de los místicos Juan de la Cruz, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1997. LBS Libro de Becerro, carmelitas descalzos de Segovia: A-I-I. lib. Libro. LPB Libro de Profesiones de Beas. LPP Libro de Profesiones de Pastrana I. Carmelitas Descalzos de Toledo. LSS Libro del Santo. Archivo convento de Segovia: E-I-2. MARTÍNEZ EMILIO J. MARTÍNEZ GONZÁLEZ, Tras las huellas de Juan de la Cruz. Nueva biografía, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2006. MENESES ALONSO DE MENESES, Repertorio de caminos, ordenado por Alonso de Meneses, correo. Añadido el camino de Madrid a Roma, Alcalá de Henares, 1567. MH ANDRÉS DE LA ENCARNACIÓN, Memorias historiales, 3 vols., Salamanca 1993. MHCT Monumenta Historica Carmeli Teresiani. Documenta primigenia. I. 1560-1577; II. 1578-1581; III. 1582-1589; IV. 1590-1600. Roma. Teresianum 19731985. ms. Manuscrito. O FÉLIX G. OLMEDO, S.I., Juan Bonifacio (1538-1606) y la cultura literaria del Siglo de Oro, Santander 1938. OC SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas. PACHO EULOGIO P ACHO (dir.), Diccionario de san Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 2000. De muchos de los personajes y lugares de los que hablamos a lo largo de la biografía se da noticia sucinta o más amplia, según los casos. Otra edición en formato grande: Burgos 2009. El diccionario, obra en colaboración, tiene la ventaja de que en él escribimos 6

muchos, bajo un único director. Peregrinación JERÓNIMO GRACIÁN DE LA MADRE DE DIOS, Peregrinade Anastasio ción de Anastasio, ed. de Juan Luis Astigarraga, Roma 2001. QUIROGA JOSÉ DE JESÚS MARÍA (QUIROGA ), Historia de la vida y virtudes del venerable padre Fr. Juan de la Cruz, primer religioso de la Reformación de los descalzos de N. Sra. del Carmen, 1628. Reforma FRANCISCO DE SANTA MARÍA , Reforma de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la Primitiva observancia: t. I, 1644; t. II, 1655-1720, 2ª. ed., de la que me sirvo; t. 3. Regesta Regesta Johannis-Baptistae Rubei (Rossi) Ravennatis, Magistri Generalis Ordinis Beatae Mariae de Monte Carmeli (1563-1578), una cum documentis institutionem Carmelitarum Discalceatorum illustrantibus, ex archivis romanis aliisque eruta nunc primum in lucem edita, Roma 1936. Obra preparada por Zimmerman, Benito María de la Cruz, OCD, gran investigador inglés. ROS CARLOS ROS, Juan de la Cruz, celestial y divino, San Pablo, Madrid 2011. SEBASTIÁN SEBASTIÁN DE LA CONCEPCIÓN, OCD, Itinerario de algunos caminos más usados en toda nuestra España, sacados del que escribió Alonso de Meneses, correo, ACDS, ms. F-I-35. SILVERIO, HCD SILVERIO DE SANTA T ERESA , Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América, Burgos 1935-1952. 15 vols. TyV EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS-OTGER STEGGINK, Tiempo y vida de san Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1992. VELASCO BALBINO VELASCO, San Juan de la Cruz. A las raíces del hombre y del carmelita, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2009. VELASCO, Vida JOSÉ DE VELASCO, Vida, virtudes y muerte del venerable varón Francisco de Yepes, Salamanca 1992. VILLUGA P ERO JUAN VILLUGA , Repertorio de todos los caminos de España: hasta agora nunca visto, en el qual hallarán cualquier viaje que quieran andar; muy provechoso para todos los caminantes, Medina del Campo 1546.

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Otros libros

Obras de san Juan de la Cruz CA Cántico espiritual, primera redacción. CB Cántico espiritual, segunda redacción. Ll Llama de amor viva, primera redacción. LlB Llama de amor viva, segunda redacción. D Dichos de luz y amor. N Noche oscura. S Subida del Monte Carmelo. En estas dos obras el número que antecede a N o S indica el libro, el siguiente el capítulo y el tercero, el párrafo. Me sirvo de Obras completas, Editorial de Espiritualidad, ed. de José Vicente Rodríguez y Federico Ruiz Salvador, Madrid 20086. Obras de Santa Teresa Me sirvo de Obras completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 20005. Anotaciones especiales ASTIGARRAGA L.-BORREL A.-MARTÍN DE LUCAS F. J., Concordancias de los escritos de san Juan de la Cruz, Teresianum, Roma 1990. Obra preparada por tres carmelitas descalzos. DÍAZ GONZÁLEZ M. A., Palabras vivas de san Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 1997. Libro precioso y documentado. DONÁZAR ZAMORA A., Principio y fin de una reforma. Una revolución religiosa en tiempos de Felipe II. La Reforma del Carmen y sus hombres, Bogotá 1968; Fray Juan de la Cruz. El hombre de las ínsulas extrañas, Monte Carmelo, Burgos 1985. Advertencia: que cite aquí estos libros de Donázar no quiere decir que esté de acuerdo con cuanto piensa y dice. De hecho, a una crítica que hice a este segundo libro en Revista de Espiritualidad 45 (1986) 161-165, me contestó en Vida Espiritual, Colombia (1987) 57-68. Admirables, sin duda, su tesón y su gran estilo literario. FERNÁNDEZ DE MENDIOLA D. A., El Carmelo teresiano en la historia, Primera parte (1515-1582), IHT, Studia 9, Roma 2008. Quiero recomendar también esta obra en curso. Dado que no es un libro monográfico sobre Juan de la Cruz, hay que ir buscando los lugares en que habla del mismo: pp. 49-61, 131-139, 177-178, 258260, 290-309, 320, 325-339, 361-363, 428-434, 467-475, 489-500, 537-542, 597, 626-630. En la segunda parte (1582-1597) Roma 2008, de modo parecido: pp. 2435, 63-69, 78-85, 106, 114, 134-135, 148-150, 183-191, 198-200, 255-257, 258259, 310- 313, 336-337, 346-354, 384-418, 451-452. Obra meritoria por lo que supone compulsar una multitud enorme de documentos. No coincidimos, 8

legítimamente, en varias apreciaciones y en diversos temas. Acaba de sacar el volumen tercero, Roma 2011. Vuelve sobre el tema ya apuntado en la primera parte acerca de los procesos de beatificación y canonización de san Juan de la Cruz, biografías: 302-309, 323-334. Y más adelante: 389-401. MOREL G., Le sens de l’existence selon S. Jean de la Croix I, Problematique, 255 pp.; t. II: Logique, 349 pp., Aubier, París 1960; t. III: Symbolique, Aubier, París 1961, 193 pp. Quiero señalar esta obra poderosa. En la Bibliografía sistemática de Manuel Diego se recogen (p. 243) cantidad de recensiones a esta obra. También tuve que ocuparme de ella en Ephemerides Carmeliticae 12 (1961) bajo el título Sanjuanística, 197-214, 490-493. En el primer tomo ofrece una semblanza sanjuanística orientada a una mejor comprensión de los escritos. El segundo tomo es de difícil lectura; para mí, el tercero es el mejor. P ADRE HIPÓLITO DE LA SAGRADA FAMILIA , La «elección machucada» de santa Teresa, Ephemerides Carmeliticae 20 (1969) 168-193. Digno de mención aquí el padre Hipólito de la Sagrada Familia (Larracoechea), no sólo por esta colaboración sino por otros trabajos. Investigador incansable, fue desempolvando tantos documentos que luego pasarían a formar parte de MHCT, de los que los siguientes nos hemos podido servir. Conviví seis años con él y recuerdo su entusiasmo en el trabajo archivístico en que andaba metido y cuyos resultados publicaría poco después. Sus artículos pueden verse señalados en la Bibliografía sistemática de Manuel Diego: nn. 932, 1173, 1195-1196, 1268, 1456, 1485, 1488. No siempre acierta Hipólito en unas cuantas de sus afirmaciones tan decididas, como señalaremos en su momento. RUIZ SALVADOR F. (dir.), con un buen equipo de estudiosos, Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990. Vida, palabra, ambiente de san Juan de la Cruz; Introducción a san Juan de la Cruz. El escritor, los escritos, el sistema, BAC, Madrid 1968. Obra traducida al italiano y al polaco. SÁNCHEZ M. D., San Juan de la Cruz. Bibliografía sistemática, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2000. Obra utilísima, bien compuesta y única en su género.

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Prólogo

acaso hay algún lector atento (de acuerdo con el lenguaje ritual de los prólogos P orde siantaño) que no esté informado todavía, me permito decirle desde estas primeras líneas que tanto el libro que tiene entre sus manos como el autor que lo ha escrito son plenamente fiables. Y lo digo porque no siempre se ofrecen productos que merecen la pena cuando se trata de san Juan de la Cruz, que no está al alcance de todos ni en su vida, ni en lo que dice, ni en cómo lo dice en sus escritos, y que ha sido presa bastante fácil de advenedizos. Con José Vicente Rodríguez sucede todo lo contrario. Ha dedicado su juventud, su madurez, prácticamente toda su vida y su rara capacidad de trabajo a investigar y a comunicar la vida y los escritos singulares, la una y los otros, de san Juan de la Cruz. Hasta tal extremo que, entre los iniciados, cuando hay que acercarse al hombre, al místico, al poeta, al comentador de las canciones (también al santo, no faltaría más), es imprescindible el recurso a los trabajos de José Vicente Rodríguez. Da la sensación de que se ha producido cierta identificación con san Juan de la Cruz. No me refiero a parecidos físicos, que, dadas las noticias de que disponemos, no existen entre ambos; ni a los espirituales, que no son mensurables pero que pueden haber sido alentados por convivencias locales, por los espacios compartidos. Y no sé muy bien si será serio el relacionarlo, pero el seminario carmelitano de José Vicente transcurrió en Medina del Campo. En él, entonces, los formadores hablaban a los aspirantes mucho de san Juan de la Cruz, cercano, ya que Medina había sido la villa de la niñez, adolescencia y primera juventud de Juan de Yepes, huérfano de padre e hijo de una madre pobre de solemnidad y con derecho, por lo mismo, a estudiar en la especie de reformatorio y seminario de los doctrinos y, después, también como pobre, en el colegio que acababan de fundar los de la Compañía de Jesús (todavía no se los conocía como jesuitas). Allí estaba el pozo del milagro inevitable del agua y la capilla donde cantó su primera misa (tampoco importa demasiado que esto no coincida exactamente con la realidad, y para más y mejor información remito al lugar correspondiente del libro, que trata de todo ello con detenimiento). Las coincidencias espaciales continuaron con el noviciado de José Vicente Rodríguez. Lo hizo en Segovia, el lugar sanjuanista privilegiado, o, mejor dicho, el lugar donde descansa y se venera el cuerpo santo de Juan de la Cruz. Y ya se sabe lo que ocurría con los cuerpos santos en el Barroco, como deja muy claro este libro cuando narra, con viveza y lujo de detalles, la aventura –quijotesca se podrá llamar más tarde– del traslado del cuerpo de fray Juan de la Cruz de Úbeda a Segovia. El autor profesó en el cuarto centenario del nacimiento de Juan de Yepes y en el convento en el que tanto trabajó fray Juan en los últimos años de su vida. Más aún: si no estoy mal informado, este libro comenzó a prepararse en Segovia, con un archivo que se salvó de la desamortización y con cosas tan buenas sobre san Juan de la Cruz como se aduce en estas páginas. Y el 10

libro se ha cerrado, por fin, en Toledo, la ciudad del convento en el que san Juan estuvo encarcelado (en el capítulo correspondiente podrán hacerse idea clara de lo que eran aquellas cárceles conventuales del siglo XVI) y la ciudad en que actualmente reside el autor. Más que a la espacial, nada deleznable, me refiero a la otra convivencia, a la de la actividad investigadora, escritora y hablada del autor de este libro, indisolublemente unida durante tantos años a su «biografiado». No quiero, ni puedo, decir con ello que José Vicente Rodríguez se haya limitado a escribir sobre san Juan de la Cruz, puesto que eso de quedarse en un terreno acotado no va con su carácter ni con su dedicación intelectual, incontenible, fecundísima y poliédrica. Un recuerdo somero a su producción manifiesta el alma de humanista de quien ha escrito preferentemente biografías (o hagiografías, que lo mismo da, ya que no vamos a entrar aquí en discusiones más propias de otros foros) de misioneros como el padre Juan Vicente de Jesús María (allá por 1952, después en 1995); de las mártires de Guadalajara (por los años 80); de santa Teresa de Lisieux (1997); de la farmacéutica madrileña y mártir Elvira Moragas (1998); de los mártires de Toledo, de la monja sencilla Cristina de los Reyes (2005). O ha ofrecido, por aludir a temas no directamente relacionados con el Carmelo teresiano, libros también sobre Manuel Lozano «Lolo» (2010) o sobre Unamuno (2005) y su sensibilidad religiosa, con posiciones, bien fundadas, que han desconcertado a algunos y que manifiestan la libertad intelectual del autor. En la «biografía» que sigue podrá constatarse la aparición de referencias unamunianas a san Juan de la Cruz. Como puede fácilmente sospecharse, otra de las constantes en su trabajo ha sido santa Teresa, algunas de cuyas obras ha editado críticamente. Renuncio a seguir con el currículo literario de José Vicente Rodríguez, entre otros motivos porque no terminaría de enumerar trabajos suyos, que siempre dan más de lo que prometen en sus títulos, ya que la generosidad escritora del autor es proverbial entre quienes lo conocen bien. Y porque ahora lo que conviene es decir a los lectores que en esta frondosa producción la constante ha sido la referencia a san Juan de la Cruz, objeto de su enseñanza y de su palabra en su quehacer de formador, de conferenciante, de profesor, de dirección espiritual, de charlas constantes a destinatarios, a destinatarias, de toda condición. Por supuesto, san Juan de la Cruz ha sido el predilecto en su investigación certera, que no cesa. Quiero decir que este libro tiene por autor a una de las autoridades más reconocidas en temas «sanjuanistas». Decía que José Vicente Rodríguez, por lo que se refiere a san Juan de la Cruz, no es un advenedizo. Era jovencísimo, tenía unos veintiún años de edad y rara formación, cuando en 1947 publicaba un artículo (amplio por supuesto, muy documentado y en la todavía niña Revista de Espiritualidad) sobre uno de los humanistas más célebres, respetado hasta por el propio Lutero: Bautista Mantuano, el «Virgilio cristiano», en el quinientos aniversario de su nacimiento. El instinto le hizo percibir similitudes, y no sólo de lenguaje, entre él y san Juan de la Cruz. A la misma conclusión llegaba en el trabajo sorprendente, en latín ciceroniano, que publicaba al año siguiente en Roma, el 11

Libamentum aestetico-marianum ex B. Baptistae Mantuani operibus. La intuición se convertiría en certidumbre, confirmada por otros historiadores de la literatura, del Colegio jesuita de Medina y de aquella etapa de la vida de Juan de Yepes. ¿A qué viene todo esto? A que desde sus primeros escritos el autor de esta «biografía» se encontró con san Juan de la Cruz, ya en aquel colegio, y, para los estudiantes, se imprimió el poema más célebre del Mantuano. Entre los estudiantes se encontraba Juan de Yepes, que con toda seguridad tuvo que leer, posiblemente recitar y por supuesto conocer, la obra significativa del carmelita italiano. Remito al capítulo correspondiente, lleno de interés, de la educación del «biografiado». A partir de entonces, y hasta ahora mismo, san Juan de la Cruz ha sido el objetivo de sus preocupaciones y ocupaciones intelectuales, hasta tal extremo, que dudo haya algún tema sanjuanista en el que no sea preciso recurrir a José Vicente Rodríguez. No es posible, como ya he dicho, desmenuzar su bibliografía a este respecto. Eso sí: no se anda con remilgos, y lo mismo ofrece libros de investigación, manuales más académicos para estudiantes de espiritualidad, escritos en obras colectivas, para congresos, que otros más accesibles, populares o antologías (la última, prácticamente de ayer, es una especie de año cristiano conducido en cada uno de sus días por textos selectos de san Juan de la Cruz). Pues bien: me atrevo a decir que tan importante como lo anteriormente insinuado, que quiere dar a conocer la persona de Juan de Yepes, de fray Juan de la Cruz, es la otra tarea de ayudar a comprender sus palabras, sus escritos, la fuente más cristalina para penetrar en la personalidad de quien tanta importancia daba a la palabra, a la Palabra. Y he aquí el otro empeño nada secundario de la actividad del autor de estas páginas. En 1957 aparecían las Obras completas en la Editorial de Espiritualidad. Su editor era el P. José Vicente de la Eucaristía, que llevaba tiempo entregado a la difícil tarea de aprestar los escritos del místico, mucho más complejos que los de santa Teresa, entre otros motivos porque apenas si se conserva algún autógrafo (como el de los Dichos de luz y amor, también editado por José Vicente Rodríguez en una deliciosa impresión facsímil). Desde aquella lejana aparición se han sucedido las ediciones, más cuidada cada una de ellas, hasta la última, la sexta por ahora. Tienen, además, una peculiaridad estas Obras: a partir de la segunda edición, el texto se acompaña con introducciones y notas doctrinales del otro eximio especialista, Federico Ruiz Salvador. Por este motivo, por estar editando constantemente los libros separados, por tratar de él por activa y por pasiva, y todo ello desde hace más de medio siglo, podemos explicarnos la familiaridad de José Vicente Rodríguez con la persona, con la vida y con el hacer de san Juan de la Cruz. Se lo sabe muy bien, y no me costaría creer que se lo sabe de memoria. Es abrumador el bagaje del autor, que, además de conocer prácticamente cuanto se ha escrito sobre san Juan de la Cruz, ha empleado mucho tiempo, muchos esfuerzos, ha buceado en fuentes documentales, en archivos, en investigaciones tozudas en busca de claridades. Y, ciertamente, sus hallazgos afortunados han sido interesantes a más no poder. Podrán apreciarse, por ejemplo, cuando habla de la madre pobre de Juan de Yepes, ejerciendo de ama de cría de otras criaturas en Fontiveros, o amadrinando niños 12

pobres o expósitos en Medina, o cuando aclara con sus investigaciones los fondos oscuros de alguna alumbrada vulgar. Hay, no obstante, un documento que se resiste a este buscador tesonero, y me extraña, porque no hay presa que persiga y que no cace en libros o archivos. Es el que se refiere al memorial que fray Juan de la Cruz presentó en la Inquisición de Valladolid con motivo de la monja «posesa», tema que ha estudiado con frecuencia y al que dedica el capítulo, tan serio y tan divertido, «A brazo partido con el diablo en Ávila». A pesar de sus indagaciones incesantes, acá y acullá, todavía no ha dado con ese memorial que sería revelador de tantas cosas. Si existe, y no se quemó en el incendio de 1809 que arrasó todo el archivo del distrito inquisitorial de Valladolid, lo encontrará, no hay duda. Para ir acabando, el título de «Biografía» no es tan inocente como puede parecer a primera vista. Es una crítica inteligente a quienes, al acercarse a la historia de la santidad, no admiten el recurso a elementos ni a factores extrahistóricos. Cuando se trata de santos hagiografiados en el Barroco, como lo fue Juan de la Cruz, un criterio de discernimiento puede ser el tratamiento metodológico que se hace de las fuentes a las que más se acude, los procesos de beatificación. Estas cuestiones se aclaran en el capítulo introductorio de este libro, que está muy por encima de estas posibles sutilezas sin mayor importancia. Lo realmente interesante es el inmenso contenido de estas páginas, el estilo directo, ameno y personal en que están escritas, el fondo tan firme de documentación que las sustenta, la imagen cercana que logran del «biografiado». Todo lo antedicho, solamente un poco de tanto como me gustaría decir, creo que basta para justificar la finalidad de este prólogo, que no es otra que la de animar a la lectura de un libro excepcional en el que se encontrará, expresado con dignidad, todo lo que se sabía y, gracias a él, muchas cosas nuevas y muy bien dichas de la vida de san Juan de la Cruz. T EÓFANES EGIDO Catedrático emérito de Historia de la Universidad de Valladolid

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Presentación

Silueta de Juan de la Cruz «Carmelita de sandalias y escaso de figura», la biografía de san Juan de la Cruz se va tejiendo y entretejiendo con la de otras personas que se relacionan con él, unas con amor y cariño; otras, acaso, con inconfesables animosidades. A fe que este fray Juan no es un personaje anodino, sino alguien extraordinariamente dotado que ha vivido sus jornadas con intensidad, con una fortaleza enorme ante las dificultades, con una dulzura y alegría singulares. Se trata de una personalidad variopinta y polivalente. En su existencia hallamos escenas llenas de ternura, momentos trágicos, también situaciones cómicas. Es un hombre que lo mismo hace de hortelano, que de peón de albañil. Compone los mejores versos de la poesía lírica española, lo mismo que hace un diseño de Cristo en la Cruz, o va cantando y llenando el aire de coplas por los caminos, o gime como una paloma en la cárcel, de la que se fuga arriesgándolo todo. Alguien que se entusiasma viendo cómo juguetean los pececillos en el agua, lo mismo que calma a un perrazo que enseña los dientes como si fuera el lobo feroz, o acoge en el halda de su hábito pardo a una liebrecilla escapada de un incendio. Lo mismo se extasía hablando con santa Teresa del misterio de la Santísima Trinidad que se las ve y se las desea rechazando las insinuaciones de una doncella de Ávila que se le mete en casa y le tienta sin ambages. Lo mismo hace de cocinero y se desgasta las uñas fregando ollas y sartenes, que prepara un caldillo o una pechuga de pollo para un enfermo inapetente, o también cuenta un par de chistes a sus enfermos del «catarro universal», y les anima a que se rían y hace que les traigan música para que levanten cabeza. A quien quiere saber de su cárcel le asegura que de allí salió renacido y a quien le vuelve a preguntar le explica: así como el niño pasa nueve meses en el seno de su madre, así yo pasé nueve meses en la cárcel. Barre la iglesia y pone flores a su Señor sacramentado o echa un piropo a nuestra Señora, o en la procesión de las Candelas quita el Niño a la Virgen y sigue con él en brazos como si fuera el viejo Simeón, «el buen viejo», que dice él. Lo mismo funge de exorcista, que, como si fuera un pitagórico, escucha la música de los astros o dialoga con la fuente cristalina de la finca conventual. Lo mismo pone en paz a dos matones que se están tirando buenas cuchilladas, que hace entrar en razón a una prostituta y desvergonzada que cambia de vida como una Magdalena. Lo mismo labra imagencitas y cristos de madera con la punta agudísima de una lanceta, que construye el acueducto para llevar las aguas del Generalife hasta su convento de los Mártires en Granada. Lo mismo emplea horas y horas 14

charlando con un grupo de jóvenes o con los canónigos de la diócesis de Segovia, o enseñando a leer, escribir y rezar a los chiquillos del barrio Ajates en Ávila. Con la misma solicitud sacerdotal atiende a la «muy noble y devota señora» Ana de Peñalosa que a la mujercita pobre del barrio, o se interesa por la viejecita más pobre a quien daban de comer en la portería del convento de Granada, que ha desaparecido unos días y envía un par de religiosos a ver qué le pasa. Al atender a estas personas más indigentes está recordando, con seguridad, a su madre Catalina Álvarez, una de las perfectas viudas que vivía las bienaventuranzas desde su pobreza y sencillez evangélicas en Medina del Campo. Practica el ajedrez «a lo divino» en su magisterio y va moviendo sobre el tablero: lo más fácil, lo más dificultoso; lo más sabroso, lo más desabrido; el bien, el mal; la virtud, el pecado; el descanso, lo trabajoso; lo más, lo menos; lo más alto y precioso, lo más bajo y despreciado; la vida y la muerte; el todo y la nada; y da jaque mate a la muerte, a la nada, al pecado, al mal, con la figura luminosa de Cristo Jesús, que es el Todo del Padre celestial regalado a la humanidad. Es el hombre de los silencios contemplativos más profundos y el relator incansable de los secretos de la vida divina, en la que se abisma a través de la experiencia suprema que se le regala y que la va deletreando y confrontando con la palabra de Dios. Así era este carismático fray Juan, a quien nos queda preguntarle: «¿Cuánto queda, cuánto queda de la noche?» (Is 21,11). Centinela: alerta, ¿qué nos dices de la noche? Ni leyenda blanca, ni leyenda negra Durante su vida se daba el caso de personas que habían oído sólo hablar de él a medias y se habían formado un juicio equivocado; cuando después le trataban y veían de cerca cómo era, se le aficionaban de tal manera que algunos pidieron a los superiores que les destinaran al convento donde él estuviese. Uno de los que más le trató, Jerónimo de la Cruz, lo decía así: «Tenía nombre de riguroso, como era tan santo, y temían algunos religiosos de vivir en su compañía. Pero gobernaba con tanta prudencia y amor, que los que le experimentaban, se trocaban de manera que decían: “A Turquía iré yo en compañía de este santo, por gozar de su conversación y trato”. A mí me lo dijeron algunos religiosos, arrepentidos de no haber gozado antes del bien que era vivir con el siervo de Dios» (25, 122). Ahora mismo puede darse que quienes comienzan a oír hablar de él le cojan miedo también, y se dejen llevar por algo así como la leyenda negra sanjuanista, como si Juan de la Cruz fuera uno de esos «santos crudos» o medio erizo que, enrollado en forma de bola, te pincha con sus agudas púas. También hay peligro de la leyenda blanca, que se empeña en enaltecerlo excesivamente, situándole en alguna burbuja o habitáculo hermético y aislado de este mundo y de sus quebrantos. Lo que el gran sanjuanista Federico Ruiz Salvador escribía acerca de la doctrina del santo se puede aplicar aquí refiriéndolo a su biografía: «“El mito” san Juan de la Cruz tiende a desaparecer. Lo han fabricado mancomunadamente entre admiradores y opositores. Unos y otros le habían 15

alejado de nuestro vivir. Ahora Juan de la Cruz se dispone a andar a pie, buscando la verdad con nosotros, compañero de caminos. Esta nueva figura tiene mayor sustancia, perfil y colorido que la del mito» [1]. Tres biografías de la primera mitad del siglo XX En los Apéndices finales de la obra se pueden ver las biografías de Juan de la Cruz, que van desde el siglo XVII hasta nuestros días. A los grandes biógrafos de la primera mitad del siglo XX, Bruno, Silverio, Crisógono, les tocó pelear con los fantasmas creados en torno a Juan de la Cruz. Bruno perdía la paciencia «cuando comprobaba que para muchos el Juan de la Cruz que conocían venía a ser el hombre de los ojos secos, impermeable ante la desgracia ajena, atrincherado en su abismo interior, apostado en la encrucijada y que va metiendo miedo a la gente» [2]. Silverio insiste en que a Juan de la Cruz se le tenía «por hombre insoportable, para quien la bondad, la afabilidad, la dulzura, la gratitud, la clemencia, la tolerancia, la alegría, la risa, toda brillante pléyade de las virtudes blandas, encanto de la vida y sangre del corazón, están como proscritas y desterradas del coto de santidad que él cultivó y enseña en sus escritos. Tan metido en la médula de los huesos llevan muchas personas piadosas este juicio agresivo contra san Juan de la Cruz, que ni siquiera admiten beligerancia en su discusión y examen» [3]. Crisógono lamenta como una desgracia que por alguna doctrina del santo mal entendida, se haya «creado en torno a su figura una leyenda de insensibilidad y tortura» [4]. Por otra parte, José María Javierre habla de la «manía de pintarlo en cromos charolados, el cuello devotamente torcido, la mirada sublime hacia las nubes; un tipo embelesado, puro caramelo» [5]. Bruno, Silverio, Crisógono, los tres se afanaron en documentarse lo mejor posible y pudieron darnos, quien más quien menos, un fray Juan de la Cruz dulce, afable, alegre, que así había sido. Quien lea alguna de estas biografías, especialmente la del malogrado padre Crisógono († 1945), perderá el miedo a Juan de la Cruz y terminará por afiliarse a la lista de sus admiradores y adeptos. El rayo luminoso válido Historiador tan notable como el padre Ricardo García-Villoslada, refiriéndose a los millares de plumas que han intentado poner ante los ojos de sus lectores el perfil histórico de san Ignacio, asegura que cada uno de ellos «lo ha delineado a su manera y con diverso colorido, no porque Ignacio sea una rara especie de camaleón, que cambia de color según el ambiente, sino porque cada biógrafo proyecta sobre su figura diverso rayo luminoso, más claro o más oscuro, verde, azul o rojo, según sus personales preferencias o según la mentalidad, estilo y la moda de la época en que se escribe» [6]. 16

Personalmente confío que esta biografía, que nunca pensé escribir con tanta amplitud, sirva también para recrear la persona de este frailecito, tal como yo lo veo. Quiero decir que espero acertar, en lo posible, con el rayo luminoso que pretendo proyectar sobre su figura para verle tal como fue y presentarle así. No niego que fuera un poco escurridizo, es decir, muy recatado en lo que se refería a su persona, a sus sentimientos más íntimos, a los favores que recibía de lo alto, pero he procurado, con la ayuda de los mejores testigos, sorprenderle debidamente para que se nos manifieste como era. Esta presentación se abre con un entrecomillado: «Carmelita de sandalias y escaso de figura». Lo de «escaso de figura» está aludiendo a la pequeña estatura de este gigante de las letras y de la santidad. Es un calificativo que dio a Juan de la Cruz el gran escritor Torrente Ballester[7]. El diverso rayo luminoso que se ha ido proyectando sobre su figura «chiquita» ha ido revelando los puntos de vista que han llamado la atención de los testigos presenciales, como se ve por la siguiente ronda. Alguien que le conoció muy de cerca declara: «Tenía un gran ser, dado de Dios, que manifestaba morar Su Majestad en él. Que con ser pequeño de cuerpo y muy despreciado y remendado el hábito [...] y una postura alegre y humilde, sin quererlo él ni pretenderlo, se hacía respetar de todos con el ser, que digo, y gravedad que Dios le dotó» (26, 305). «Ni parecía que vivía en la región del tiempo, sino que se había trasladado a la eternidad» (25, 146). Esto último hay que matizarlo debidamente, pues fray Juan vivía la eternidad dentro del tiempo y no era ningún extraterrestre. Y otra testigo de primera línea, María de la Cruz (Machuca), declara: «... Con ser de mediana estatura y antes más de pequeña que alto, con todo eso tenía grande ser y lo mostraba, con una gravedad santa y humilde, que se hacía respetar y venerar de todos» (25, 497). Ya se está aquí jugando con aquello de chico y grande, de que gustaba tanto la madre Teresa, que era más alta que Juan de la Cruz, como podemos ver por el hábito que usaba, uno de los cuales se conserva en las descalzas de Toledo. Para situar mejor al personaje, se pueden escuchar todavía algunas otras voces de quienes le conocieron muy de cerca y así nos vamos familiarizando con él, y haciéndonos a su tipo. Uno de esos testigos describe así a aquel que parecía tan poquita cosa: «Aunque parecía encogido, era hombre de valor y pecho, pero no temeroso, porfiado, ni arrimado a su propio parecer y juicio; antes amigo de mirar bien las cosas, deliberando con madurez y consejo y dando a cada cosa su razón y punto con toda lisura y llaneza, sin afeites ni artificio» (24, 338). Inocencio de San Andrés, que es uno de los testigos más seguros en cuanto declara, dice que el padre fray Juan de la Cruz «era un hombre que en negocios graves y dificultosos no se inquietaba ni ahogaba, antes conoció en él este testigo un gran corazón y ánimo varonil para vencer cualquier dificultad, y así en el gobierno de sus religiosos, ni en cosas de sus condiciones, ni en cosas de seglares, ni aun cuando se dijo en la Religión que los padres Calzados Carmelitas tenían ya casi negociado que los Descalzos carmelitas se calzasen, ninguna cosa de todas estas le hizo hacer mudanza en lo exterior, 17

y su ordinario modo, antes cuando algún religioso en alguna dificultad de estas u otras le decía algo que le pudiera turbar, antes le animaba al tal religioso, y le alentaba» (27, 460; 14, 63). Pequeño, valiente, decidido, fuerte, como lo veían estos testigos y otro que describe así la pobreza y las riquezas de fray Juan: «Era pobre en vestido, celda y cama. Porque sólo tenía dos tablas y dos frezadas blancas; y en la celda no tenía ostentación de libros, más que la Biblia y una cruz y su Breviario» (25, 77). De su coherencia, fortaleza espiritual, constancia y entereza en las decisiones que tomaba aquel hombre «tan chico», después de mucha oración y reflexión, habla la siguiente anécdota. El padre Ambrosio Mariano le decía por donaire a Juan de la Cruz, poniéndole la mano en la calva: «Padre fray Juan, esta tu calabaza, ¿cuándo se ha de madurar?». Y respondiole el santo no a la gracia sino a lo que significaba en ella diciendo: «Madurará cuando Dios la madure y no antes, aunque esté verde hasta la muerte» [8]. Y podemos escuchar todavía lo que dejó dicho de Juan de la Cruz Francisco del Espíritu Santo, nacido alrededor de 1570 en Tudela de Duero (Valladolid). Tomó el hábito en Valladolid en 1591, y profesó allí al año siguiente. Murió a los 87 años en Valladolid, el 16 de mayo de 1657. Se hizo famoso por haber sido en años el más viejo de los carmelitas, el decano de la Orden. En una carta, refiriéndose a su antigüedad en la Orden, dice: «Y alcancé vivo acá a nuestro santo y venerable padre fray Juan de la Cruz más de seis meses y medio, que es lo que hay de Pascua del Espíritu Santo, en que recibí el santo hábito, año de mil y quinientos noventa y uno, hasta mediado diciembre, en el cual tiempo le llevó Dios a su gloria, que son sesenta y cinco años y más, hasta llegar sin merecerlo a ser decano, no sólo de esta Provincia sino de toda la religión, que hoy día no hay vivo ninguno que haya alcanzado tanto tiempo a nuestro santo y primer Padre» [9]. Hagiografías y biografía Alguien, hablando de la Biblia, dejó dicho que «el testigo ya reconstruye los hechos; el historiador que viene después, reconstruye el testimonio del testigo». En esta biografía, entretejida de testimonios de testigos, algunos de fama y categoría universal, como santa Teresa, he procurado escrupulosamente construir mi relato con la mayor fidelidad posible. Para presentar al auténtico fray Juan de la Cruz no tenemos que andar inventando cosas. Tenemos sí que lamentar no pocas lagunas en datos, que nos gustaría conocer exactamente, pero, al mismo tiempo, disponemos de una mies tan abundante sobre algunos períodos de su vida que es más que suficiente materia para modelar su figura, sin el recurso fácil de fantasear sobre lo que pudo ser o no ser. Cierto que en casos se puede trabajar legítimamente con hipótesis de trabajo que nos ayuden en la labor y, cuando se muestren inútiles, dejarlas a un lado y confesar nuestra ignorancia o desconocimiento del caso. Y pienso que también forma parte de la historia reconocer que ignoramos no pocas cosas de la persona y, por lo mismo, no podemos pronunciarnos 18

alegremente sobre este o el otro episodio. Al no vivir Juan de la Cruz su vida en solitario, ni ser un ahistórico, hay que referirse necesariamente a otras personas, a algunas tan eximias como la ya mencionada Teresa de Jesús, que nos contará tantas cosas sobre él. Uno de los antiguos biógrafos del siglo XVII alega aquellas palabras de la madre Teresa a Felipe II cuando, refiriéndose a Juan de la Cruz encarcelado, escribe al rey: que todos le tienen por un santo «y en mi opinión lo es y ha sido toda su vida» [10]. Y ese cronista-historiador añade: «La santa encerró en estas dos palabras todo lo que de él pretendemos decir en esta historia» [11]. Nosotros no nos vamos a referir sólo al fray Juan «santo», sino al fray Juan integral, de carne, no mucha, y hueso, con sus aciertos y equivocaciones, y lo que pudieron ser, y fueron también, sus defectos. ¿Qué santo, antiguo o moderno, no ha tenido defectos? ¿No escribió acaso el propio santo, curándose en salud?: «Nunca tomes por ejemplo al hombre en lo que hubieres de hacer, por santo que sea, porque te pondrá el demonio delante sus imperfecciones, sino imita a Cristo, que es sumamente perfecto y sumamente santo, y nunca errarás» (D, 156). A propósito de cómo creía fray Juan que tendría que escribirse la historia, el padre Alonso, «el asturicense» (1567-1636)[12], recoge lo siguiente: «Pidiéronle al varón del Señor aquí en Alcalá ciertas personas devotas escribiese las vidas de los santos niños mártires Justo y Pastor, patronos de aquella villa. Él se excusó de ello, y dando después la razón de haberse excusado, dijo no lo hacer según se le pedía, por parecerle que, poniéndose a escribirlas, había de hacer un libro de oración lo que pedía ser libro de historia» [13]. Y fue el propio Juan de la Cruz quien se lo contó a María de la Encarnación, priora de las Descalzas de Segovia (14, 217). Actualmente, ya no tenemos que escribir con la premura de los primeros historiadores, preocupados por modelar a su biografiado como un candidato seguro a los altares, pues ya está beatificado y canonizado y nombrado Doctor de la Iglesia universal. Ni tampoco nos interesa el tipo de santidad barroca tan imperante en otros tiempos y que él, personalmente, no vivió, aunque tantos así lo creyeran y se la atribuyeran. Ni tenemos que andar manejando visiones o revelaciones de otras personas para configurarle debidamente. El biógrafo Alonso († 1636), al que llamamos «el asturicense» por ser nacido en Astorga, dejó en su biografía, publicada sólo en 1989, una base muy buena para el otro biógrafo Jerónimo de San José (Ezquerra). Un buen día otro Alonso de la Madre de Dios, natural de Burgillos, que había sido novicio de san Juan de la Cruz y muy cercano a él, escribió una carta a Jerónimo, avisándole de que a él, que también había escrito sus cosillas del santo, no le confundiera con su homónimo, «el asturicense», y le da estas señas para que identifique sus escritos: «Y conócense los míos en el poco caso que hago de muchas cosas que dicen muchos, y si son mujeres, aunque sean monjas, menos, y si tocan en revelaciones, mucho menos. Suplico a vuestra reverencia se sirva de que para la historia se aproveche vuestra reverencia poco de revelaciones. Que la Iglesia no tiene ahora necesidad de ellas, sino de virtudes macizas, como las de nuestro padre fray Juan de la Cruz, que el tiempo de sus persecuciones y 19

trabajos no se quejó de nadie... Estas son las verdades que ha de contener la historia, y no revelaciones de mujeres, que todos sus ensueños los reducen a revelaciones, y sin ellas les parece no hay virtud, y así es menester mirar eso con mucho cuidado» [14]. Creo que de esto, por inclinación de mi estrella, estoy bien curado y no necesito tanto esos consejos. Lo que sí tenemos que manejar son esas virtudes macizas y macizadas de fray Juan. Históricamente sabemos que había una mentalidad barroca, que dominaba en todos los ámbitos de la vida y del arte; era una moda, un estilo y un modo de ser. Y en el campo de las biografías sanjuanistas del siglo XVII prevalece ese estilo casi necesariamente. Hay que reconocer que las biografías antiguas del santo se llaman justamente hagiografías, no sólo porque tratan de la figura, de la persona de un santo que es su objeto, sino por responder a un modelo particular de santidad barroca, quiero decir, un modo de configurar y de entender la santidad de las personas. «Y es que el fabricar la vida de un santo, en mayor medida si se trataba de un santo en vías y deseos de beatificación o canonización canónica, no era un quehacer crítico, racional, como pudiera entenderse después. Debía atenerse, ante todo, a construir un “ejemplo” conforme al modelo ideal: la verdad que se buscaba no se cifraba, no se podía cifrar, tanto en la histórica del rigor crítico cuanto en la pedagógica y ejemplarizante de sus mentalidades entusiasmadas por lo clamoroso, lo llamativo, lo espectacular y extraordinario» [15]. Aparte de la exactitud de este enfoque, será bueno recordar que es un buen modelo de escrito hagiográfico el libro de fray José de Velasco, Vida, virtudes y muerte del venerable varón Francisco de Yepes[16], 1616. En el libro segundo (cc.1-7) habla de Juan de la Cruz, poniendo «las cosas más notables que de este santo padre se saben». En la nueva edición hecha en Salamanca en 1992 la profesora Ana Díaz Medina describe con mucha precisión y claridad lo que significa escrito hagiográfico, como muy distinto a biografía histórica: «... Nos encontramos, dice ella, ante un estudio hagiográfico, no ante una biografía. Con todo lo que esta afirmación supone. Esto es, un escrito que debe responder al modelo de santidad barroca, y que sólo en la forma seguirá los métodos históricos, puesto que el hagiógrafo debe cumplir una misión que no compete al historiador: demostrar las virtudes heroicas del personaje que estudia. [...] Por esto, inconscientemente, el rigor científico y la verdad histórica quedan subordinados a otro objetivo: mostrar un modelo de santidad, describiendo una vida ejemplar, sin la más mínima fisura, que sirviera de ejemplo de comportamiento a los lectores y, lo que podía ser aún más importante, que criara el clima adecuado para un proceso de beatificación. Para lograrlo el hagiógrafo ilumina determinados aspectos de la vida del personaje, dejando otros en la sombra, consciente o inconscientemente, induciendo además al lector a dar una interpretación sobrenatural de cuestiones que, muchas veces, estaban simplemente en la órbita de los acontecimientos cotidianos» [17]. Hace ya unos cuantos años, a propósito de todos estos temas o realidades, se encendió una discusión acerca de hagiografías y biografía histórica sanjuanista (y teresiana). Y en las Actas del Congreso Internacional tenido en Ávila en septiembre de 20

1991 hay todo un volumen, el II, dedicado a la cosa histórica, y en él un título, Hagiografías y biografías de san Juan de la Cruz, de Eulogio Pacho[18]. Ya el solo título está indicando que se va a exponer la polémica indicada. Arranca con un par de preguntas: «¿Responde a la realidad histórica la figura circulante de Juan de Yepes? ¿Salva la identidad personal de ese hombre realizado hace cuatro siglos? El interrogante... interpela únicamente sobre esa figura que emerge de la producción biográfica y se proyecta en la opinión pública a través del sector cultural capaz de formarse ideas propias. Las respuestas son dispares. En las posturas extremas llegan incluso al antagonismo. Para algunos, la figura biografiada de Juan de Yepes está sustancialmente lograda y reproduce con fidelidad el original. Para otros persiste una deformación manifiesta. Se ofrece un “santo”, no el hombre de carne y hueso que fue Juan de Yepes. Entre ambas fronteras existen posiciones matizadas que reclaman clarificaciones y nuevos enfoques. En sustancia: aclarar y completar aspectos necesitados de ulterior investigación o revisiones más o menos profundas de lo ya conseguido». Hace el autor una exposición de las diversas posturas ante la historiografía sanjuanista, es decir, ante las antiguas biografías barrocas, y también frente a las biografías modernas que algunos califican también de barrocas. Y escribe: «Sin duda alguna, Teófanes Egido es quien con mayor intensidad y ahínco ha reaccionado contra la historiografía sanjuanista, tanto antigua como moderna. Ha expuesto de mil formas y maneras –acaso con excesiva reiteración– su tesis. Gracias a la profusión de publicaciones sobre el argumento es bien conocida... Se sintetiza así: no existe la auténtica biografía sanjuanista; hasta el presente no se ha superado la fase o el nivel de la hagiografía, que nada tiene que ver con la historia estricta y rigurosa; la llamada parcela biográfica continua aferrada a los modos típicos de la hagiografía barroca ofreciendo una figura distorsionada de la realidad: ha mantenido y mantiene la figura de un ser idealizado envuelto en lo portentoso y milagroso. Para ello se han tergiversado y manipulado hechos y documentos o se ha concedido valor histórico a fuentes contaminadas, en especial los procesos de beatificación. Biógrafos antiguos y modernos se han empeñado en hacer un “santo”, al margen del hombre o de la realidad histórica. No existe, pues, biografía rigurosa, por lo mismo, tampoco retrato auténtico de fray Juan. Tal es el diagnóstico puro y duro. El panorama no es precisamente consolador» [19]. Una cosa parece cierta, según Eulogio Pacho (y estoy de acuerdo con él o él conmigo, ya que me hace el honor de citarme y retener que mi postura moderada es la correcta): «No cabe la confrontación excluyente entre hagiografía y biografía», y «no es posible rechazar la existencia de hechos y personas, aunque estén consignados en fuentes “hagiográficas”, o porque estén consignadas en esas fuentes hagiográficas». Habla también de la hermenéutica a emplear o de la criteriología o tratamiento de las fuentes históricas. «Una biografía seria y rigurosa de fray Juan pide aquilatar, comprobar y cribar y conjugar infinidad de datos esparcidos por documentación dispersa y heterogénea». Y termina repitiendo las preguntas iniciales: «¿Tenemos un retrato verídico y fidedigno de Juan de Yepes? ¿Existe alguna biografía válida?». Y se contesta: «No me creo con autoridad para responder. Me contentaré con opinar sobre las historias futuras. 21

No parece posible recomponer el retrato cabal fuera del marco histórico real en que vivió. Quedan detalles por perfilar en el mismo, pero la aproximación va por buen camino [...]. Completar la dimensión humana de su personalidad contribuirá a perfilar mejor la semblanza de Juan de Yepes. No supone desde luego borrar su perfil espiritual o religioso». Antes de despedir este tema, y, volviendo a referirme a las vidas antiguas catalogadas de «hagiografías», quiero subrayar que la Historia del venerable padre fray Juan de la Cruz de Jerónimo de San José (Ezquerra) es un libro que tiene muchísimo de la más verdadera historia que imaginarse pueda. En la Introducción a la nueva edición de esta obra señalaba yo las fuentes explícitas de que se servía, el trabajo personal meticuloso de investigador con que procedía en la confección del libro, sus criterios, etc. No se puede negar que siga en parte con los clichés antiguos, pero es asimismo evidente que está propiciando con su personaje el nacimiento de una nueva biografía con nuevos caminos, averiguaciones críticas exhaustivas sobre datos y personas, etc. No pocos de los materiales históricos de que hoy disponemos los debemos a su diligencia, y a requerir una y otra vez noticias de quienes habían convivido con Juan de la Cruz[20]. Puntualizando Personalmente, no comprendo por qué hay personas a las que parece que les estorba la santidad del biografiado, como si las buenas acciones o la conducta heroica en la virtud no fueran cosas historiables. ¿Es que los testigos han inventado de sana planta la santidad real y objetiva con que vivió fray Juan, y de la que tenían constancia y evidencia? Antes de haber ningún tribunal que entendiese en sus procesos de beatificación y canonización, ¿no había dicho ya santa Teresa, el 4 de diciembre de 1577, al mismísimo Felipe II acerca del padre fray Juan de la Cruz «que le tienen por un santo, y en mi opinión lo es y ha sido toda su vida»?[21]. Los mismos que no reconocen mayor valor a las declaraciones de los procesos aceptan, por otra parte, como válidas no pocas cosas. Y más de una vez estaremos diciendo todos lo mismo, lo que pasa es que no medimos o llevamos las cosas por el mismo rasero en cuestión de discernimiento del valor de las declaraciones de los testigos de los procesos. Lo que, desde luego, no se puede hacer es negar todo valor histórico o ir erosionando, ya de entrada, esas fuentes en las que hablan testigos muy fidedignos, seguros y muy bien informados de lo que dicen, de lo que cuentan y de lo que, a veces, detallan al máximo. Y con toda razón se ha escrito, y no puede ser de otra manera, que en la masa monumental de los procesos, inédita en gran parte, «hay cómo no material abundante aprovechable siempre que se aplique un tratamiento metodológico adecuado» [22]. Publicada ya enteramente esa gran masa de los procesos, mi preocupación, después de leer y releer todo pacientemente, ha sido hacer tesoro de ese «tan abundante material aprovechable», y servirme de él para historiar la vida de fray Juan de la Cruz. Tengo 22

conciencia muy clara de lo que se han llamado «las mentiras de los procesos», pero también la tengo de las verdades indiscutibles que en ellos se contienen. En definitiva, de lo que se trata es de aplicar con todo rigor los criterios de discernimiento a las fuentes, que se hallan en grandísima parte en los procesos de beatificación y canonización. Y de acuerdo que hay que revisar las biografías o hagiografías antiguas y modernas y hay que aplicar las mejores normas de la crítica a las declaraciones de los procesos[23], como a cualquier otro documento extraprocesal. La discusión mencionada sobre biografía y hagiografía ha servido para ser todos más críticos con las fuentes; ser más críticos no tiene que significar negar estas fuentes o poner en duda sistemáticamente su veracidad, sin fundamento. *** Repasando escritos anteriores veo que en mi estudio Historiografía sanjuanista[24] doy ya algunas buenas pistas o señalo lo que llamo caminos a seguir y propongo seis puntos. Igualmente, en mi trabajo P. Crisógono de Jesús y su Vida de san Juan de la Cruz, ABCT (1995) 30 indico de dónde han de venir las mejoras para la narración biográfica. En otro estudio, El avance de la biografía sanjuanista durante el siglo XX[25], he hecho ver cómo y cuánto se ha ido adelantando en este campo en criterios, en documentación histórica, etc. He vuelto, ocasionalmente, sobre esta misma materia otras veces, la última en 2009 en un congreso en Roma sobre historiografía del Carmelo teresiano. Fuentes para la biografía de san Juan de la Cruz No dudo en pronunciarme sobre cómo catalogaría y ordenaría yo los materiales para escribir una buena biografía de Juan de la Cruz[26]. Mi respuesta es muy simple, y señalaría por este orden las fuentes: 1) Noticias autobiográficas. 2) Declaraciones y juicios de santa Teresa sobre Juan de la Cruz. 3) Actas de gobierno y primeras declaraciones de los testigos en BMC 26, y algunos otros documentos de ese género. 4) Procesos de beatificación y canonización del santo. 5) Otras fuentes. 1) Noticias autobiográficas En el Epistolario Juan de la Cruz no escribió su autobiografía, pero sí dejó no pocas noticias bien precisas acerca de su vida en su epistolario que, «reducido en número, es uno de los mejores caminos, si no el mejor, para conocer de cerca los quilates humanos y divinos de Juan de 23

la Cruz» [27]. Se puede comenzar por la carta de junio de 1586 a Ana de San Alberto[28]; carta de tono triunfalista y llena de noticias autobiográficas e históricas: – La fundación de los descalzos de Córdoba. – El traslado de las monjas de Sevilla a casa nueva. – El pleito con los padres jesuitas de las carmelitas descalzas de Caravaca. – La actividad febril del santo como vicario provincial de Andalucía, etc. Además de esta carta, en estado fragmentario, que se sale de lo corriente, en las demás piezas del epistolario se pueden señalar otras de tipo autobiográfico-informativo; y todas en absoluto concurren a acercarnos a la persona de fray Juan de la Cruz. La 1ª. Su destierro en tierras de Andalucía, como él dice, y su alusión a la cárcel de Toledo. La 2ª. A una hija espiritual en la que le da noticias de su estancia en Granada, de su priorato en aquella casa. Las no pocas relativas a los últimos meses de su vida, a la persecución por parte de Diego Evangelista, a quien no nombra en persona, pero en esas misivas hay ecos y resonancias inequívocas de lo que estaba sucediendo y de cómo lo sobrellevaba con toda elegancia y virtud. Cf cartas 25-26 («donde no hay amor, ponga amor y sacará amor») 27, 30, 32-33. Las cartas 10 y 18 sobre los negocios de la Orden, a los padres Ambrosio Mariano y al padre Doria, vicario general. Las dos cartas (7 y 8) a las monjas de Beas son pura intercomunicación y manifestación de sus sentimientos y planes espirituales. La serie de cartas a las fundadoras de Córdoba: 15, 16, 17, 21, 22... no sólo contienen consejos espirituales sino noticias históricas. Histórica asimismo la 14 a Ana de los Ángeles, priora de Cuerva, la que era priora de Toledo que acogió a fray Juan cuando se fugó de la cárcel. La carta (9) a Leonor Bautista es de lo más fino para levantar el ánimo de la destinataria, con la que se duele de sus tribulaciones y le enseña a superarlas. Escribe también (12) a una doncella de tierras de Ávila que terminará por ser monja y le da una preciosa catequesis sobre tres puntos principales de su vida espiritual. Siempre con mano de maestro. Las cartas a doña Juana de Pedraza (11, 19) juntan a la noticia personal y a la confianza el ejercicio del magisterio espiritual más exquisito. Las escritas a doña Ana de Peñalosa: 28, 31, están llenas de noticias personales: llegada del santo a La Peñuela en agosto de 1591, y su viaje a Úbeda para curarse. Y comoquiera que la carta por definición sea una comunicación entre personas ausentes, nos encontramos siempre con un Juan de la Cruz que con su gran empatía acude a sus destinatarias con algún consejo saludable (cartas 3-4, 6, 24, 29). Todas estas cartas con nombres y apellidos de los destinatarios nos acercan a esas personas con más conocimiento de causa que las que tenemos dirigidas a personas, 24

cuyos nombres nos son desconocidos, como la 23, llena de preciosa doctrina; en ella, decía Andrés de la Encarnación, enseña el santo «una acendrada desnudez de los dones de Dios» [29]. Otro ejemplo de anónimo la 20, modelo de comprensión y de remedios espiritualmente eficaces para combatir los escrúpulos. Igualmente no conocemos al religioso a quien dirigió la 13, que viene a ser un tratadito de alta espiritualidad. Repasando las que llamamos cartas perdidas[30], conocemos bastantes cosas y bien importantes: acerca de su proyectado viaje a México que, al fin, no llegó a darse, noticias sobre el caso del padre Jerónimo Gracián, etc. Véanse cartas perdidas nn. 19, 24, 27, etc. Tenía razón Jerónimo de San José cuando en su Historia del venerable padre fr. Juan de la Cruz[31]..., hablando del Epistolario sanjuanista, escribía: «Declárase en ellas más la calidad, espíritu y talento del que escribe, y en aquella facilidad y llaneza familiar se representa muy al descuidado lo que apenas con mucho cuidado se puede significar de un interior. Por esto siempre que encuentro carta de nuestro venerable Padre, hago reparo en ella, y me parece es un pedazo de su ánimo historiado por él mismo; y así juzgo obligación el engerirla en su historia». No lamentaremos nunca bastante la destrucción de muchas de sus cartas en los últimos meses de su vida, a causa de la persecución emprendida contra él por parte de Diego Evangelista. Valga por todas la declaración de Agustina de San José, carmelita descalza de Granada: «Hiciéronme a mí guardiana de muchas cartas que tenían las monjas como epístolas de san Pablo, y cuadernos espirituales altísimos, una talega llena; y como eran los preceptos tantos, me mandaron lo quemara todo, porque no fuera a manos de este visitador, y retratos del santo los abollaron y deshicieron» [32]. El citado Jerónimo de San José escribe desconsolado: «Esta tragedia de las cartas fue una muy grande pérdida para la religión y aprovechamiento de las almas y una de las mayores granjerías que el demonio sacó de esta tormenta» [33]. Esto por lo que se refiere al Epistolario sanjuanista, fuente muy válida para la biografía del santo. El hecho de que en este epistolario tan reducido contemos ya con un caudal tan notable de noticias hace que nos sumemos espontáneamente al desconsuelo del antiguo biógrafo.



En los demás libros

En sus obras espirituales y llenas de grandes experiencias místicas se pueden rastrear también no pocas alusiones y noticias personales. Al no ser un personaje ahistórico[34] encontramos en sus escritos alusiones claras a hechos históricos de sus días, tales como el descubrimiento de América (CB, 14-15, 8); su confesión expresa de copernicanismo a favor del movimiento de la Tierra, cuando aún se discutían las tesis de Copérnico y su sistema heliocéntrico (LlB, 4, 4)[35]. La ruptura de la cristiandad por el protestantismo y la dura crítica a algunas de sus doctrinas (3S, 5, 2). Un tremendo alegato, en aquel ambiente de reforma de toda la Iglesia, contra los obispos remisos en predicar la palabra de Dios (2S, 7, 12). En la Llama alude con gran ironía al 25

fenómeno del Alumbradismo (Ll, 3, 43). Pero a fray Juan se le encuentra más metido en los problemas de orden espiritual o religioso y ahí es donde mejor se le encuadra, pues es ahí donde se movía como pez en el agua. En este universo le vemos denunciando el espíritu milagrero y visionario de tantas personas (3S, 31, 3.8-9). Aludiendo, sin más, a su tiempo, no a tiempos pasados, dirá: «Y espántome yo mucho de lo que pasa en estos tiempos y es que cualquiera alma de por ahí con cuatro maravedís de consideración, si siente algunas locuciones de estas en algún recogimiento, luego lo bautizan todo por de Dios, y suponen que es así, diciendo: “Díjome Dios”, “respondiome Dios”; y no será así, sino que... ellos las más veces se lo dicen» (2S, 29, 4). Poco antes ha dado otro testimonio personal diciendo: «Yo conocí una persona que, teniendo estas locuciones sucesivas, entre algunas harto verdaderas y sustanciales que formaba del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, había algunas que eran harto herejías» (2S, 29, 4). Su denuncia más descarnada y fuerte se centra en la gran carencia de guías idóneos en los caminos del espíritu que descubría en sus días y el excesivo número de inexpertos y presuntuosos, con el gran daño que se seguía para la Iglesia (Subida, prólogo; LlB, 3, 30-62). En este su universo mental y espiritual se puede configurar un mapa bastante preciso de temas que vienen a ser al mismo tiempo, en varios casos, las denuncias proféticas bien pensadas de un místico[36]: un mundo variopinto de aquel momento el que diseña en tema de religiosidad popular, religiosidad que valora, pero que quiere verla libre y purificada de tantas adherencias y resonancias extrañas (3S, cc. 35-44). Podríamos aumentar este tipo de datos, pero ya son suficientes para darnos cuenta de cuál era el mundo más propio de Juan de la Cruz, y en el que se movía con gran conocimiento de causa. Aparte de lo que haya de autobiográfico en todas estas cosas, hay puntos en los que se pronuncia abiertamente, como en Llama B 1, 15-16, cuando habla de la generosidad divina que se comunica amplísimamente a las almas, y allí le vemos imponiendo su parecer y diciendo a quienes dudan, a quienes niegan ese proceder de Dios: «A todos estos yo respondo...». Naturalmente, no es sólo en esta ocasión en que emplea el pronombre personal «yo», pero esta vez lo hace con toda solemnidad para hacer saber lo que piensa y lo que defiende, y así nos queda constancia histórica de su postura, y de su pensamiento en el caso.



¿Se podrá escribir la autobiografía de Juan de la Cruz?

Entre los jesuitas se estima mucho la que llaman Autobiografía de san Ignacio de Loyola. Y, como es sabido, no es una autobiografía escrita por él, como lo es el Libro de la vida de santa Teresa, escrito por ella misma. El origen de la autobiografía ignaciana data del 4 de agosto de 1553, en conversación con el padre Luis González de Cámara. Y fue escribiendo lo que el santo fundador le decía; tuvo varias interrupciones la toma de notas hasta que se dio fin a la escritura el mes de diciembre de 1555. He leído con toda atención todas las declaraciones de los testigos que conocieron y 26

trataron a Juan de la Cruz y, ponderada seriamente la veracidad de aquellas en las que se dice: «Me lo contó», «me dijo», «lo oí de su boca», y otras expresiones similares, me pregunto: ¿no sería el caso de atreverse a escribir esa autobiografía de fray Juan de la Cruz? Entiendo que es difícil, pero no imposible. Yo la tengo ya bastante enhebrada y recogidos ya más de 300 testimonios y espero que sea útil y provechosa si un día se cree oportuno publicarla. Y aquí, como es natural, me sirvo de ellos en gran medida. 2) Testimonios de santa Teresa Los escritos de santa Teresa acerca de fray Juan de la Cruz son una fuente fidedigna y más abundante de lo que se podría pensar. Ella, como buena lapidaria, es decir, como experta en piedras preciosas, supo valorar los quilates de su «senequita». Perderá los estribos por su padre Jerónimo Gracián, todo lo que queramos, pero ni de él ni de ningún otro dirá tantas y tales alabanzas como las que dijo sobre san Juan de la Cruz. Que no pensase en él y que más bien le excluyese, para primer provincial de su nuevo Carmelo, no importa. Ella tenía sus preferencias legítimas y con esta exclusión daba además a fray Juan una de sus más grandes alegrías, aunque acaso se equivocaba la Madre, pues fray Juan fue un excelente vicario provincial en Andalucía, demostrando que no sólo sabía gobernar uno u otro convento, sino una provincia entera. En la biografía damos, pues, toda la cabida que se merecen a los testimonios de la santa, pues entre los testimonios extraprocesales, por la categoría de la persona y por la inmediatez de juicios que emite la autora, tiene un valor especial el gran acervo de noticias que suministra[37]. Quiero recordar aquí dos relatos de la beata Ana de San Bartolomé, uno de finales de 1597 y otro concluido en agosto de 1598. Esas páginas, sobre todo lo que se refiere a la cárcel de fray Juan, tienen como fuente principal las noticias que le comunicaba santa Teresa misma, en compañía de la cual se encontraba Ana al tiempo de esos acontecimientos. Noticias carcelarias, conocidas de primera mano por la comunidad de las descalzas de Toledo y transmitidas a la madre fundadora[38]. 3) Actas de gobierno y declaraciones primeras de los testigos Aparte toda la documentación más oficial, con la oficialidad que les da la naturaleza de procesos canónicos, hay otros muchos testimonios de particulares, en cartas a historiadores o biógrafos que hablan del santo y nos dan noticias de él, hacen acaso su semblanza espiritual, etc. Una parte mínima de esta documentación la publicó ya el padre Silverio en los apéndices a algunos de los tomos de su gran edición: t. 10, 319ss.; t.13, 345-426. Todo esto se completa ventajosamente con el 26 de BMC titulado San Juan de la Cruz. Actas de gobierno y declaraciones primeras de los testigos, Monte Carmelo, Burgos 2000 (ed. de Antonio Fortes). Actas (1564-1591); Declaraciones primeras sobre el santo (1592-1618). Más de una vez me ha tocado oír que la Orden se ocupó demasiado tarde de Juan de la Cruz. Ese es uno de los tópicos que circulan sin mayor fundamento[39]. Juan de la Cruz muere a mediados de diciembre de 1591. Ya en 1592, con permiso del vicario general de 27

la Orden, se trata de trasladar sus restos a Segovia. No estando en condiciones entonces, el traslado se efectúa al año siguiente, 1593. La devoción y el entusiasmo con que se le recibe en Segovia, no sólo por parte del pueblo sino de los religiosos, y la veneración con que se le sigue recordando en Úbeda, es un signo manifiesto de la memoria de fray Juan en la Orden. Ya se le tiene por hombre de Dios, y por santo. La lectura de toda la documentación anterior a los procesos canónicos hace ver que, antes de comenzar oficialmente esos procesos canónicos, ya la Orden se había preocupado, muy mucho, de fray Juan de la Cruz. Podemos señalar los momentos más principales: Ya en 1597 hay una serie de declaraciones acerca de la vida, virtudes y milagros de fray Juan de la Cruz (26, 274-276). Otra de Tomás de la Cruz, del 1 de noviembre en Zaragoza (26, 272-274). En 1598 hacen declaraciones acerca de él, de sus virtudes, de su vida, algunos de los que más y mejor le habían conocido, como Alonso de la Madre de Dios (Ardilla Andrada), Juan Evangelista, confidente, amigo del alma y confesor, Agustín de San José (26, 284-291). A estos hay que sumar la serie de personas de Úbeda que declaran ante el provincial y su secretario el 6 de abril de ese mismo año (26, 276-283). Ni hay tampoco que despreciar, sino aprovechar críticamente, las Relaciones de Francisco de Yepes sobre su santo hermano. Se trata de dos relaciones; la primera se encuentra en la BNM, ms. 12738, 611-618. La segunda se encuentra en la misma BNM, ms. 8568, 369-391. La última edición de estas dos relaciones en BMC 26, 258-265 y 292-303. Igualmente en P. M. GARRIDO, Santa Teresa, san Juan de la Cruz y los carmelitas españoles, Fundación Universitaria Española, Madrid 1982, 374-390, y en Francisco de Yepes. Escritos espirituales, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 63101. Aquí y ahora nos servimos de esta última edición en la que Garrido ha revisado el texto más cuidadosamente. Crítico tan fino y exigente como Jean Baruzi se sirve de estos textos de Francisco de Yepes, asegurando que «el testimonio de Francisco de Yepes puede considerarse válido siempre que no concierna a hechos que requieran de una agudeza crítica» [40]. A estas dos relaciones hay que añadir, con la misma categoría, lo que Tomás Pérez de Molina recogió de boca del mismo Francisco de Yepes. La primera parte de esa declaración está llena de noticias biográficas: BMC, 22, 117-120. En 1603 los superiores generales del Carmen descalzo cursaron una orden a los padres provinciales para que hiciesen informaciones acerca «de las virtudes y santidad de religiosos y religiosas» de la Orden (13, 354). El principal religioso difunto en el que se fijan los declarantes es fray Juan de la Cruz. Y así se conservan algunas declaraciones de 1603: 13, 354-356: Diego de la Concepción; 357-359: Lucas de San José. En 1613 el P. general de la Orden, José de Jesús María (MARTÍNEZ, 1613-1619), comunicaba a los padres provinciales de España, Portugal e Indias (léase México) que fueran recogiendo noticias sobre: vida, virtudes, milagros del padre fray Juan de la Cruz. El 14 de marzo de 1614 enviaba una carta formal a los mismos sobre las indicadas informaciones (10, 313-314), y juntamente manda una instrucción sobre el modo de hacer las informaciones (10, 315-318). La Orden preparó también un largo interrogatorio de 44 preguntas, que viene a ser 28

una especie de biografía sanjuanista, al menos un buen esquema (22, 394-413). Se conservan algunas de las declaraciones hechas en esta oportunidad y en respuesta al mandato del P. General que transmitían los padres provinciales a sus religiosos y religiosas. Varias de esas declaraciones pueden verse, además de en el vol. 26 de BMC, ya citado, en el 13, 368-423. Véanse especialmente: Pablo de Santa María, 375-376; Juan Evangelista: 385-392; Diego de la Encarnación: 415-416; Bernardo de los Reyes: 420; Martín de la Asunción: 421-423. Si se exigían entonces cinco años desde la muerte del que se quería llevar a los altares para poder iniciar su proceso, no parece mucho olvido que se hayan empezado oficialmente los procesos ordinarios en 1614, pues a esta fecha oficial preceden años de preparación, como se ve por la documentación anterior, pues «las preparatorias calas en profundidad ya datan del año 1600, apenas 9 años después de su muerte (23, 7), apenas 4 años después de la fecha preceptiva del posible comienzo». 4) Procesos de beatificación y canonización Procesos canónicos: el llamado proceso informativo en orden a la beatificación del santo tiene lugar en muchas localidades de varias diócesis: 1. Medina del Campo, 1614-1615: ASV, ms. 2838: Caravaca, 1615; Baeza, 16171618; Beas, 1618: estos tres se encuentran en BNM, ms. 12.738, a partir de la página 97 hasta la 472. Ávila, 1616; Segovia, 1617-1618. Estos dos en BNM, ms. 19.407, del folio 1 al 196. En BMC 22: Medina del Campo, Segovia, Ávila, Málaga, Vélez-Málaga, Baeza, Caravaca, Beas. 2. Jaén, 1616-1618; Úbeda, 1617-1618; Alcaudete, 1618: los tres en ASV, ms. 2862; aquí también el de Baeza, ya señalado más arriba en BNM. Málaga, 1617-1618; VélezMálaga, 1618: ambos en AS de Burgos, sig. 7-E[41]. En Apéndices: Coímbra, 1603: BNM, ms. 12738, fol. 623-637, proceso in specie de Medina, de Cazorla, ordinario de Lisboa, se publican en BMC 25, 663-675. El interrogatorio de la Orden consta de 30 preguntas[42]. El interrogatorio de 44 preguntas arriba mencionado no se usó en los procesos ordinarios, sino otro más breve de 36 preguntas[43]. En BMC 23: Jaén, Úbeda, Alcaudete. El proceso apostólico, es decir, con la autoridad de la Sede Apostólica, se hizo durante los años 1627-1628. Y se hicieron de nuevo procesos en diversos sitios donde había vivido el santo. 3. Medina del Campo, junio de 1627 a noviembre del mismo año: en ASV, Congregación de Ritos, ms. 2840. Segovia, septiembre de 1627-abril de 1628: en ASV, Congregación de Ritos, ms. 2865[44]; Jaén: agosto-septiembre de 1627: en Archivo de la catedral de Jaén; Úbeda: noviembre de 1627 a abril de 1628; una parte en ArchivoMuseo Carmelitas Descalzos-Úbeda; Baeza: septiembre de 1627 a enero de 1628: estos tres en ASV, Congregación de Ritos, ms. 2867. Granada: septiembre de 1627 a octubre del mismo año: en ASV, Congregación de Ritos, ms. 2864; Málaga: septiembre de 1627, 29

26 de enero de 1628; en AS Burgos, signatura E-7[45]. En BMC, 24: Medina del Campo, Segovia, Baeza, Granada, Málaga. En BMC, 25: Jaén, Úbeda. Y en Apéndice: Ordinario de Coímbra, 1603; in specie de Medina, 1615; in specie de Cazorla, 1616; Ordinario de Lisboa. El valor de las informaciones de los procesos lo reconocían perfectamente los antiguos biógrafos y así Alonso escribía a Jerónimo de San José: «El ver las informaciones nuevas de nuestro santo Padre es siempre necesario en mi concepto; será pobre la vida que se sacare de sólo lo que yo he visto, respective de la que se hará vistas las nuevas informaciones, el espacio pide cosas, y entre ellas esta» [46]. Ya el padre Silverio de Santa Teresa publicó en Biblioteca Mística Carmelitana 14, Burgos 1931, una selección de los procesos sanjuanistas. María Dolores Verdejo López, en su libro Proceso apostólico de Jaén. Beatificación y canonización de san Juan de la Cruz (Informaciones de 1617), Archivo histórico diocesano de Jaén 1984, 128 pp., publicaba paleográficamente 12 declaraciones del proceso de Jaén. En los volúmenes 22-25 de la mencionada BMC se publican, como acabamos de señalar, los procesos de beatificación y canonización, en edición preparada por A. Fortes y F. J. Cuevas. El trabajo de Fortes y Cuevas es de agradecer al máximo, pues se trata de algo de suma importancia. Antes había que andar citando, a veces, este manuscrito o el otro, al que no tenía acceso la mayoría de los lectores; ahora, sirviéndonos de estos tomos de la BMC, se pone al alcance de cualquier lector el texto que él puede fácilmente repasar, y verificar, por su cuenta, además de la declaración que se le ofrece, otras correspondientes. Todas estas fuentes se enriquecen con el volumen 26 de la misma BMC, como queda dicho. Las fuentes más abundantes para la reconstrucción histórica de la figura de fray Juan son, sin duda, sus procesos canónicos de beatificación y canonización. Acertar a discernir la verdad histórica que a través de esas declaraciones se nos ofrece ha sido siempre una de mis preocupaciones. Lo que no puedo admitir es la afirmación de un historiador, buen amigo mío, que escribe, a modo de síntesis: «Milagros, visiones, endemoniados, hechizos, revelaciones, reliquias, apariciones, penitencias extremadas..., es lo que aporta el material informativo de los procesos» [47]. ¿Sólo esto? No exageremos, por favor, ni tergiversemos las cosas ni hagamos creer al pueblo y a no pocos estudiosos que los procesos no contienen nada seguro y son deleznables[48]. Naturalmente que no todas las declaraciones de los testigos tienen el mismo peso o valor; por ello, se impone, sin falta, un discernimiento claro y sin prejuicios. Ahora ya no hacen al caso las declaraciones sobre milagros, curaciones, etc. En ese discernimiento crítico entra saber distinguir aquellas respuestas que se dejan llevar simplemente por la pregunta recibida, de aquellas otras que se ven llenas de contenido y que aportan la experiencia personal del declarante y enriquecen el acervo de las noticias más auténticas sobre la vida y obra de Juan de la Cruz. Hay que advertir lo siguiente: las preguntas no son arbitrarias o apriorísticas y han sido elaboradas por quienes tenían conocimiento del 30

personaje y habían tratado con gente que le había conocido para ser lo más exactos en todo. Esto vale más particularmente para los procesos ordinarios y, muy en particular, si tenemos en cuenta que alguien como Alonso de la Madre de Dios, «el asturicense», fue postulador de la causa en los procesos informativos, 1614-1618, en la diócesis de Jaén y de Segovia. Alonso pasó mucho tiempo en Andalucía, residiendo año y medio en el convento de Úbeda por la devoción que tenía al santo, buscando y rebuscando noticias acerca de él (24, 313); por eso desde su trato con testigos de la vida de fray Juan pudo formular las preguntas correspondientes, sin apriorismos. En fin, los interrogatorios recogen ya la realidad conocida y contrastada y la reproponen a los declarantes para que informen y aporten cuanto puedan acerca de lo que saben, de lo que han visto, de lo que han vivido. Y de esas declaraciones va surgiendo la semblanza de fray Juan bastante matizada. Gabriel Beltrán (1928-1998) escribió un artículo muy bueno: San Juan de la Cruz: Procesos de beatificación, carmelitas descalzos testigos oculares[49], donde recoge los nombres de tales testigos, indica el tiempo de su convivencia con el santo, aporta pequeños datos biográficos sobre cada uno de ellos. Importante este trabajo para poder calibrar el valor de los testimonios de cada uno de los declarantes. El artículo lo había entregado a la revista, y el autor murió el 21 de abril de ese mismo año, 1998. Podía haber escrito este mismo investigador otro artículo parecido acerca de las carmelitas descalzas que declaran también, como testigos oculares, en los procesos del santo. Si repasamos atentamente las declaraciones de los testigos más cercanos vemos que sus testimonios no son fantasías o invenciones, sino datos fehacientes históricos sobre cosas vistas y comprobadas por ellos. Puede ser que se equivoquen, por no recordar bien, en cuestión de cronología, pero saben muy bien lo que dicen al enjuiciar la personalidad de fray Juan en los casos concretos de que hablan[50]. 5) Otras fuentes Son también abundantes y algunas de toda solvencia, como por ejemplo, las matrículas de sus estudios en la Universidad de Salamanca, como veremos más adelante. Interesa también, y, además, como extraprocesal, aunque hecha en los años del proceso apostólico, la Información sobre el bautismo de Juan de Yepes (san Juan de la Cruz) en Fontiveros[51]. Documentación de primer orden: MHCT: Monumenta historica Carmeli Teresiani. Documenta primigenia: I (1560); II (1578-1581); III (1582-1589); IV (1590-1600), Teresianum, Roma 1973-1985. MH: Memorias historiales de Andrés de la Encarnación, ed. de María Jesús Mancho (dirección y coordinación), 3 vols., Salamanca 1993. Muy válida, como hemos dicho, la serie de documentos y declaraciones anteriores a los procesos canónicos. Válida igualmente otra documentación posterior al tiempo de los procesos, como, por ejemplo, tres cartas de Juan Evangelista escritas a Jerónimo de San José: una del 1 de enero de 1630 (10, 340-342); otra del 18 de febrero de ese mismo año (10, 343-345) y la tercera del 12 de marzo (10, 346). O también la carta de Magdalena 31

del Espíritu Santo a Jerónimo de San José del 24 de abril de 1630 (10, 319-321); y la extensa Relación sobre Juan de la Cruz de la misma testigo con otra carta al mismo Jerónimo del 1 de agosto de 1630 (10, 323-339). No se pueden olvidar, sino mencionar y elogiar, las numerosas aportaciones de Gabriel Beltrán († 1998) investigador muy experto y con fortuna en cosas de archivos, notarios, etc., y que fue publicando ese tipo de fuentes relativas a Juan de la Cruz. Se trata, en casos, de documentación que sirve para ilustrar mejor hechos conocidos y en otras ocasiones se trata de datos desconocidos que aportan nuevas noticias. Aquí y ahora bastará enumerar algunos de esos trabajos: San Juan de la Cruz: documentos inéditos en torno a su vida, Monte Carmelo 99 (1991) 319-333. San Juan de la Cruz con la comunidad de Granada y Diego Evangelista visitador de Andalucía, Monte Carmelo 98 (1990) 493-501. San Juan de la Cruz prior de Granada según el libro de protocolo de la comunidad, San Juan de la Cruz 8 (1992) 211-217. Además de la trascripción del protocolo trae abundantes notas críticas. San Juan de la Cruz: documentos de Granada, Monte Carmelo 100 (1992) 363-374. Juzga Gabriel que «estos documentos, dentro de su modestia, nos permiten señalar algunas aportaciones a la vida de san Juan de la Cruz» (372). El convento de los Mártires de Granada en tiempo de san Juan de la Cruz. Documentos inéditos de 1591, Monte Carmelo 100 (1992) 21-48. Se publican las Actas oficiales de la visita pastoral girada al convento de los Mártires de Granada el 9 de diciembre de 1591(cinco días antes de la muerte de fray Juan de la Cruz), por don Juan Alonso de Moscoso, obispo de Guadix-Baza. Lo más interesante de toda esta documentación es la segunda parte, en la que se va dando la descripción de la iglesia y convento, señalando lo que había cuando se hicieron cargo los frailes descalzos de la ermita de los Mártires, en 1573, y lo que han ido añadiendo y edificando a lo largo de estos años en iglesia y casa. No pocas cosas de las que se van indicando son del tiempo de Juan de la Cruz (1582-1588). San Juan de la Cruz. Licencia del Definitorio de la Orden para el convento de la Mancha Real (1586) y otros datos de 1591, Monte Carmelo 101 (1993) 49-54. San Juan de la Cruz en Almodóvar del Campo por comisión del Definitorio provincial de la Orden (1586), Monte Carmelo 100 (1992) 229-239. Este viaje de fray Juan a Almodóvar nos era completamente desconocido. Se reunió el santo con la comunidad, en capítulo conventual, el 11 de septiembre de 1586. En la p. 238, nota 13, da también Gabriel la noticia de los votos que sacó Juan de la Cruz para segundo definidor en el Capítulo de Lisboa de mayo de 1585: 17 votos de 28 votantes;

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Gracián sacó, como primer definidor, 20 de 28 votantes. Son pequeños detalles que ilustran tantas cosas a veces. Un condiscípulo de Gracián: Juan de Jesús Roca en el libro de Protocolo del Colegio de Baeza (1582-1585), Monte Carmelo 91 (1983) 451-480. «Protocolo» es lo mismo que en otras partes se dice becerro, mayor o verde (en Aragón cabreo). Libro registro-catálogo de documentos y acontecimientos importantes del convento. Aquí se trata del Colegio de descalzos de Baeza. Lleva esta portada (fol. 3r) Protocolo/ y memorial/ De la Fundaci/on, Haçienda, obligaciones, pro/fessiones, y de otras cosas/pertenecientes a este/colegio./ Dividido en cin/co Libros de que se da noticia en /La plana siguiente reno/vado de el antiguo y /añadido/por/ El Pe. F. Franº. de Sta. Ma./siendo rector/Anno De M DC XIII. 229 folios. Archivo Histórico Provincial, Jaén. Ms. 4.510. Para la historia de Juan de la Cruz interesan los cinco libros del protocolo, muy en especial el primero: de la fundación y rectores de este colegio; el segundo: de la hacienda y bienes raíces de este colegio. En este apartado hay que anotar la importancia que tiene todo lo concerniente al «Cortijo y hacienda de sancta Anna»: las cláusulas el acuerdo con la donante doña Elvira Muñoz, la obligación por parte de los religiosos de residir cuatro en la hacienda para administrarla «y acudir al ministerio spiritual de aquellos pueblos». San Juan de la Cruz en Baeza: textos y notas del Libro de protocolo del Colegio de San Basilio, San Juan de la Cruz 10 (1994) 33-247. San Juan de la Cruz en Córdoba: fundación y primeras comunidades (1586-1591), Monte Carmelo 101 (1993) 271-287. Publica Gabriel la Escritura de donación y concordia hecha por la Cofradía de nuestra Señora de La Encarnación y de los santos Roque y Julián a los carmelitas descalzos en la persona de fray Juan de la Cruz, vicario provincial. San Juan de la Cruz y San José, Estudios Josefinos 46 (1992) 15-25, especialmente pp. 20-25, donde muestra cómo el primer título y advocación del Colegio de Baeza no fue San Basilio sino «Nuestra Señora del Monte Carmelo y San José». La Comunidad de Úbeda en torno a san Juan de la Cruz (1590-1593), Monte Carmelo 95 (1987) 551-558. Tiene el interés propio de haber reconstruido con la ayuda de varios documentos de notarios y otras fuentes los religiosos que formaban la comunidad de Úbeda en esos años. San Juan de la Cruz: Un documento firmado en Segovia, Monte Carmelo 101 (1993) 563-569. San Juan de la Cruz: otros documentos segovianos, Monte Carmelo 103 (1995) 101110. San Juan de la Cruz, definidor y consiliario general en Segovia (1588-1591), Monte 33

Carmelo 104 (1996) 425-465. San Juan de la Cruz y las Carmelitas descalzas de Málaga, San Juan de la Cruz 18 (1996) 255-261. San Juan de la Cruz: Medina, Salamanca y Ávila. Aportaciones notariales, Monte Carmelo 104 (1996) 237-271. La Peñuela: Documentos fundacionales (1573-1575), San Juan de la Cruz 17 (1996) 95-111. San Juan de la Cruz: Capítulos provinciales del Carmen en Castilla (1564-1579), Monte Carmelo 105 (1997) 499-514. Testamento de fray Gregorio de San Ángelo, OCD, San Juan de la Cruz 12 (1993) 279291. Nota de defunción de san Juan de la Cruz en un libro antiguo de Tortosa, Almanaque Carmelitano-Teresiano (1958) 101. Transcripción de la nota biográfica de fray Juan de la Cruz que abre el libro de difuntos de los Carmelitas descalzos de Tortosa, redactada en 1593. Aportaciones a la vida de san Juan de la Cruz, San Juan de la Cruz (Úbeda) (1984) 119-122. Todavía a lo largo de la biografía se citan algunos otros trabajos de Gabriel Beltrán[52]. ¿Claves de lectura? No creo necesario dar claves de lectura, propiamente dichas, para quien se quiera servir de las páginas de esta biografía. Aunque así sea, sí quiero recordar algunas cosas. Primero: huyendo de todo barroquismo y espectacularidad en la presentación del biografiado, le he ido situando en la cotidianidad de su vida, acumulando detalles y escenas de las más corrientes, a veces chocantes, en las que se vio envuelto. Por eso, como puede verificar el lector, me he propuesto incorporar en la biografía la mayor parte de noticias, por pequeñas que sean, de las que me conste su autenticidad y veracidad. Juan de la Cruz es grande, especialmente por las mil cosas pequeñas que jalonaron su existencia. A alguien o a lectores con prisas acaso les puede parecer excesivo el espacio que doy en el c. 24 a sus actividades de vicario provincial o el espacio que concedo a sus intervenciones cuando pertenece al gobierno de la Consulta, c. 32. Con esta abundancia de actividades ante los ojos, se combate por lo menos la idea que tiene cierta gente de que Juan de la Cruz estaba todo, todito el día, traspuesto y sin enterarse de las cosas de este mundo. Desde su mente equilibrada se decía: «¿Qué aprovecha dar tú a Dios una cosa si él te pide otra?» [53]. Segundo: no pocas de las declaraciones aducidas de los testigos, bien contrastadas, además de la noticia histórica que nos entregan están, literariamente hablando, llenas de un frescor narrativo tan exquisito que nos hacen revivir al máximo y muy de cerca tantas 34

escenas de la vida de Juan de la Cruz. De aquí su doble valor histórico y literario. Al encontrarme con las declaraciones de los mejores y más auténticos testigos, para no desperdiciar nada de tanta riqueza testimonial, he llevado adelante la narración histórica entrevistándolos uno por uno. Podría este estilo llamarse «mesa redonda». No sé si este tipo de relato histórico es muy ortodoxo, lo que sí sé es que así se recogen en su mayor frescura los testimonios más veraces y auténticos y al biografiado se le siente más vivo y metido entre los suyos. Los capítulos 16, 19 y 21 son los que mejor responden a este tipo de presentación, y así vamos escribiendo la biografía entre todos, como si fuéramos sus contemporáneos. Tercero: finalmente, y acaso esto sí servirá de criterio de lectura, he de advertir que los testigos hablan de la intervención divina en la vida del santo con demasiada frecuencia, dejando a un lado ciertas capacidades naturales del biografiado. Cuando se les pregunta, por ejemplo, por el don de profecía y discreción, suelen abundar en algunas exageraciones. No es que no tuviera ese don, pero tengo para mí que muchas de las cosas que anunciaba fray Juan, de las que adivinaba y descubría en la conciencia de sus dirigidas o en el gobierno de sus frailes, se debían a sus dotes naturales de entendimiento, de observación, de discreción. Es él mismo quien explica algunos de estos extremos enseñando que «el entendimiento, con la lumbre natural, estando algo libre de la operación de los sentidos, sin otra alguna ayuda sobrenatural, puede eso y mucho más» (2S, 29, 8). Con esto viene a decir que aún no sabemos, prácticamente, lo que puede la mente humana. Y él mismo se debía extrañar de sus aciertos. Por otra parte, no se puede dudar de que fray Juan gozaba altamente del don de la telepatía, y que solía tener una gran clarividencia; de modo que para explicar diversos acontecimientos en su vida no hay que recurrir a intervenciones divinas de tipo sobrenatural. Cuarto: esto sobre lo que voy alertando no anula la realidad de los hechos narrados y atribuidos a ese origen sobrenatural; son hechos acaecidos de verdad aunque se les señale casi sistemáticamente ese otro origen. Otro ejemplo: no pocos de los testigos insisten en que fray Juan estaba tan metido en Dios, tan embarcado en el misterio, y en los vuelos de la contemplación, que le costaba muchísimo atender a los asuntos de este mundo. También en este punto no hay que exagerar, sino que hay que tener en cuenta la calidad de alma de este hombre y de su psicología de artista, de altísimo poeta, y cuando creían que daba con los nudillos contra las paredes para volver desde las experiencias divinas que estaba padeciendo a la realidad pura y dura de la vida, podemos también pensar que acaso en más de una ocasión estaba sufriendo un asalto de las musas. Quinto: hay otros casos que se pueden historiar y explicar sin recurrir para nada a visión o revelación ninguna, y acaso sin recurrir a clarividencias o telepatías, sino simplemente a la picardía innata del fontivereño y a su sagacidad, gran talento y dotes de observación. Sexto: como ya he insinuado, no he tenido tampoco que vérmelas con milagros para contar su vida; en esto sí que sigo sus criterios bien claros: «No es de condición de Dios que se hagan milagros, que, como dicen, cuando los hace, a más no poder los hace» (3S, 31, 9). Esto no quiere decir que Juan de la Cruz no admitiera los milagros; sí, pero con 35

esa tasa que recuerda. Respeto, naturalmente, lo que él opinaba recordando algunas de las peripecias vividas en Fontiveros, en Medina, en Toledo, en Córdoba, en algunos de sus viajes fluviales, etc., de las que salió indemne, gracias, según él, a la protección de aquella Señora tan hermosa, «porque le había favorecido la Virgen de la capa blanca». Séptimo: más arriba he tratado de explicar el tema del «pretendido retraso» en la memoria de Juan de la Cruz por parte de la Orden. Hay otros tópicos que habría que desmontar. Por ejemplo, el que circula entre muchos acerca de la cárcel de Toledo, creyendo y afirmando algunos que «no nos ha ofrecido detalles de la trágica experiencia el propio protagonista, de quien sabemos, por otra parte, que rehuía hablar de sí mismo, y que en concreto no le gustaba hablar de detalles de su prisión. Tampoco los hallamos en escritos de otras personas, incluidos algunos protagonistas descalzos, que nos han dejado escritos de estos años» [54]. Decir que fray Juan no hablaba de su cárcel es de lo más inexacto. No hay más que convocar aquí a Juan Evangelista (23, 47), Jerónimo de la Cruz (23, 64), Diego de la Concepción (23, 70), Agustín de San José (23, 84), Martín de la Asunción (23, 370; 14, 95-96), Luis de San Ángel (23, 493), Antonio del Espíritu Santo (23, 501), Alonso de la Madre de Dios, de Linares (22, 335), Inocencio de San Andrés (14, 66, 26, 390-393), Juan de Santa Ana (26, 400-401). De entre las carmelitas descalzas se pueden señalar entre las que le oyeron hablar de su cárcel a un buen número de ellas: Francisca de Jesús (22, 143), Lucía de San Alberto (22, 309), el grupo de monjas descalzas de Toledo, entre ellas Leonor de Jesús (14, 158159), Francisca de San Eliseo (14, 163-164), Francisca de la Madre de Dios (173-174). De Caravaca, Florencia de los Ángeles (14, 191), Inés de San Alberto (14, 212), María del Sacramento (14, 207), Ana de San Alberto (14, 200-201), María de la Encarnación, de Segovia (14, 220-221). No sólo estas personas sino otras muchas le oyeron contar los lances de su cárcel, y, con las noticias y detalles que dan se pueden escribir unas buenas páginas autobiográficas, al estilo de lo propuesto anteriormente cuando nos hemos preguntado: ¿se podrá escribir la autobiografía de san Juan de la Cruz? Excursos A lo largo del libro aparece a veces lo que llamo excurso, o lo que se suele llamar digresión. Para mí esos apartes tienen su valor, pero, con esto estoy indicando al lector que puede, si quiere, dejarlo a un lado, sin que se pierda el hilo de la narración. También se enriquece la obra con algunos apéndices, puestos al final del libro. Apunte sobre cronología y geografía sanjuanistas Además de conocer las fuentes documentales o de información y aplicar correctamente esos criterios de discernimiento que hemos señalado, hay que atender a lo que tradicionalmente se llaman los ojos de la historia: la cronología y la geografía. Y así 36

tendremos encuadrado en el tiempo y en el espacio a nuestro personaje.



Cronología

La experiencia enseña la utilidad de tener a mano una cronología, aunque sea mínima, del personaje. Cronología mínima puede verse en la Vida de Crisógono, 12ª ed., pp. XXII-XXIV; cronología intermedia o un poco más amplia puede verse en mi primera ed. de OC del santo, Madrid 1957, pp. VII-XIX, y también un poco más amplia y revisada en Documentos. Juan de la Cruz. IV centenario (Diario de Ávila) bajo el título: Tres apellidos para un hombre, 2-6. Cronología amplísima la escrita por Eulogio Pacho y publicada en Introducción a la lectura de san Juan de la Cruz, pp. 45-58, y republicada en sus Estudios sanjuanistas I, Burgos 1997, 11-25. Antonio Fortes ha escrito sobre Cronología larga y corta de san Juan de la Cruz (22, 414-427). Con el beneplácito fraterno de Eulogio Pacho adjunto en esta biografía la cronología preparada por él, enriquecida con lo que llama marco religioso. Aunque no coincidamos siempre en algunas fechas o viajes, esto no importa, sino que hace ver que se puede pensar diversamente. Puesta esta cronología como Anexo, servirá al lector para repasar los trabajos y los días de fray Juan y acompañarle por la Península ibérica, de la que no salió.



Geografía

Juan de la Cruz tuvo poca geografía: vivió sólo en España y algunos días en Portugal. El punto más alto que tocó en el mapa de la Península ibérica fue Valladolid, adonde acompañó a santa Teresa en 1568 y adonde volvió en 1574 a declarar ante el tribunal de la Inquisición sobre su intervención en el caso de la posesa de Ávila, María de Olivares Guillamas; y una última vez llegó a la ciudad castellana en 1587 en el Capítulo de la nueva provincia de descalzos. El punto sur más extremo en que estuvo varias veces fue la ciudad de Málaga; en el oeste, la ciudad de Lisboa en 1585. La villa murciana de Caravaca es el punto extremo al este, donde estuvo no pocas veces. Dentro de esa geografía tan reducida recorrió unos 27.000 kilómetros, caminando más que nada a pie o a lomos de un humilde borriquillo. A todo este tema viajero dedicamos el capítulo 23 de la presente biografía. División del libro Teniendo en cuenta los tres apellidos sucesivos pegados al uno e idéntico nombre, divido la biografía en tres partes: – Primera parte: Juan de Yepes Álvarez (1542-1563). – Segunda parte: Juan de Santo Matía (1563-1568). – Tercera parte: Juan de la Cruz (1568-1591). 37

Al final de cada una de estas partes doy sendas evaluaciones. Razón del título Y vengamos al título. Todo autor, al menos yo, suele librar sus batallas hasta que da con el título exacto del libro que trae entre manos. Una vez que he llegado a un acuerdo conmigo mismo, me parece lo mejor el título que he adoptado: San Juan de la Cruz: la biografía, sin adjetivos, sin atributos, como podían ser: nueva, completa, etc. No faltan novedades en ella, pero de ninguna manera puede ser definitiva. Y cuando se escriba la mejor biografía posible, la más ideal, la «históricamente impecable», también estará siempre sujeta a revisión y mejoramiento. Acaso me avendría a llamarla crítica, por cuanto está escrita con acribia, es decir, exactitud, minuciosidad y tratando de ser ecuánime en la valoración de los testimonios aducidos y en los juicios emitidos. Puede ser que no lo haya conseguido siempre, pero la voluntad ha sido esa. En la pelea conmigo mismo acerca del título he terminado por suprimir el calificativo, que había puesto en un principio: «Teonauta insigne». A Juan de la Cruz ya en vida le llamaron mil cosas: «Serafín encarnado», «hacha encendida que da luz y calienta», «grano de oro sin mezcla de tierra», «divino sireno que con sus cantos adormecía las cosas del mundo, levantándolas a Dios» (24, 282). Y otras lindezas con las que se pueden fabricar las letanías. Este es el principal atributo con que me gusta designar a Juan de la Cruz, con este término, «teonauta insigne»; aunque el sustantivo no aparezca todavía en el Diccionario de la Lengua, estoy aludiendo a los vuelos y navegaciones altas de fray Juan. Como gran experto en batir alas y «puesto en el sentir de Dios» [55], descubría siempre más infinitudes divinas, cuanto más volaba, tripulando la nave de sus versos y de su experiencia altísima y llevando hasta la frontera el poder de su simbología soberana. Extraordinario el lenguaje de nuestro teonauta, cuando habla de la porfía del Espíritu Santo con el alma para lograr «que llegue el tiempo en que salga de la esfera del aire de esta vida de carne y pueda entrar en el centro del espíritu de la vida perfecta en Cristo» [56], saliendo ya, en el último y definitivo lanzamiento, de la atracción universal ejercida sobre él en este mundo. El amor con que vuela le hace semejante al fuego «que siempre sube hacia arriba, con apetito de engolfarse en el centro de su esfera» [57]. Carácter de la obra El protagonista de esta biografía no es sino Juan de la Cruz: «Una de las seis u ocho personalidades más gigantescas y también enigmáticas del Occidente, y un cristiano de un radicalismo que pone un poco carne de gallina, pero cuya voz no se puede dejar de escuchar, y tanto como poeta como en cuanto místico, cada día resulta más nuevo y sorprendente y moderno» [58]. Esta biografía de personaje tan eximio la considero sólo como «dibujo biográfico», y ya mi biografiado dejó dicho que «el dibujo no es perfecta pintura» [59]. Así lo creo, porque para hacer una perfecta pintura tendría que tener más 38

vagar, como dicen en mi tierra, y mejor preparación y también menos años, y algo así como un equipo. Pobre y todo se la ofrezco a Juan de la Cruz, que sonreirá con más de un episodio que ya se le había olvidado. Agradecimientos Agradezco a cuantos me han ayudado de varias maneras con su generosidad, especialmente a mis dos últimas comunidades de Segovia y Toledo. A Pacífico García Rodríguez agradezco la rapidez y exactitud con que ha atendido mis peticiones de textos y libros. A quienes quiero manifestar mi agradecimiento más caluroso es a los dos grandes historiadores Teófanes y Luis Enrique, por haber aceptado uno prologar esta biografía y otro epilogarla. Nuestra amistad sanjuanista se lo merecía. He de agradecer igualmente a Ricardo Plaza (Tito) su labor en la confección del Album fotográfico que adorna el libro. Y agradezco el trabajo y la gentileza del equipo de la editorial San Pablo. Gracias. Y pagando mi tributo de amistad y admiración dedico la obra a Federico Ruiz Salvador, bajo cuyas órdenes trabajé en la confección de Dios habla en la noche en 1990. Y... a volar Y, sin más, echo a volar estos papeles, cual «dibujo biográfico» escrito con esmero, esperando que encuentre aires propicios en sus vuelos por el mundo de la historia y de las letras, y que ayude a configurar debidamente a Juan de la Cruz, «tan chico y tan grande». Y, si no es demasiado pretender, quiero esperar que quien examine pacientemente y sin precipitaciones la obra entera pueda decir: «San Juan de la Cruz ya es un santo con biografía». JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ Segovia y Toledo, 2011-2012

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Primera parte JUAN DE YEPES ÁLVAREZ (1542-1563)

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Capítulo 1 Raíces y primeras secuencias

Genealogía y descendencia Ambos, Gonzalo y Catalina, padres de nuestro protagonista Juan de Yepes Álvarez, eran oriundos de tierras toledanas; de ahí el apellido de él: de Yepes. Se han rastreado los orígenes paternos de fray Juan. Tenemos un documento discutido y discutible con el título de Genealogía y descendencia de nuestro santo padre fray Juan de la Cruz[60]. Su elaboración fue de la siguiente manera: en 1628 el general de la Orden fray Juan del Espíritu Santo, «deseando saber de raíz y de sus principios la descendencia de nuestro venerable y santo padre», se trasladó a la villa de Yepes en Toledo con su secretario. Sabiendo que de allí traía su apellido el santo Juan de Yepes, se entrevistó con el señor doctor García del Castillo, clérigo presbítero y protonotario apostólico de Su Santidad, y comisario del Santo Oficio de la Inquisición de Toledo. Dicho clérigo, natural de la villa de Yepes y pariente cercano del santo, se había molestado en averiguar los antecedentes de su santo pariente y los suyos propios. El principio de su linaje, según los datos que poseía, ascendía al noble hidalgo Francisco García de Yepes, hombre de armas del rey don Juan II en 1448[61]. El doctor Castillo había formado un árbol genealógico en toda regla. Atendiendo a la línea recta de consanguinidad hasta llegar a la persona de Juan de Yepes, resultaba lo siguiente: «El dicho Francisco García de Yepes, hombre de armas del rey don Juan el II, tuvo un hijo llamado Pedro García de Yepes; este Pedro García de Yepes, entre otros hijos, tuvo uno llamado Gonzalo de Yepes el primero, y este tuvo otro hijo llamado también Gonzalo de Yepes el segundo; y este segundo Gonzalo de Yepes tuvo entre otros hijos otro llamado también Gonzalo de Yepes el tercero», que fue el padre de Juan de Yepes, el futuro san Juan de la Cruz. Los datos consignados en el árbol genealógico se tomaban de una declaración jurada y hecha ante notario público en El Viso el 1 de septiembre de 1624 por el licenciado Diego de Yepes, presbítero, primo carnal de san Juan de la Cruz. Tenemos, pues, tres Gonzalos en la familia de Juan de Yepes: su padre, su abuelo y su bisabuelo. Y el último ascendiente paterno que conocemos, padre del tatarabuelo Pedro, se llamaba Francisco García de Yepes, hombre de armas o, en otras palabras, soldado de Juan II. A esto, prácticamente, se reducen las noticias que tenemos de los ascendientes de Juan de Yepes por parte de su padre. Entre los antiguos biógrafos, Jerónimo y Alonso se sirvieron de los datos de esta genealogía sin 41

nombrarla[62]; Efrén-O. Steggink, Silverio, Bruno, se sirven también de este documento[63]; Crisógono lo cita sólo de pasada[64]. Para algunos historiadores todo esto no son más que fabulaciones e invenciones[65]; yo, dudando mucho de las primeras y más lejanas noticias que se nos dan, me inclinaría a aceptar la validez sustancial del documento, viendo que noticias consignadas en el árbol genealógico del licenciado Diego de Yepes se demuestra por otros estudios que son auténticas, y que no se trata de personajes ficticios o inventados. Y además, el padre general lo que hace es copiar lo que ya tenían averiguado, por separado, el Dr. García del Castillo y el licenciado Diego de Yepes, que no necesariamente han preparado el árbol genealógico pensando en la beatificación de Juan de la Cruz. Habrá que esperar al descubrimiento de nuevos documentos para tener más luz sobre el asunto. El padre Velasco, el biógrafo de Francisco, insistirá en el proceso ordinario de Medina: «... Y el dicho Gonzalo de Yepes, padre del dicho siervo de Dios fray Juan de la Cruz, era de gente muy bien nacida y nobles de linaje de los Yepes, conocidos en la dicha ciudad, lo cual sabe porque tenía un hermano arcediano de Torrijos, dignidad de la santa Iglesia de Toledo, y eran abastados de bienes de fortuna y ricos» (22, 44)[66]. José de Jesús María (Quiroga), que había sido racionero de la catedral primada desde 1592, bajo su tío el cardenal Gaspar de Quiroga, ya habla de que Gonzalo de Yepes era «hombre bien nacido y tenía parientes prebendados en la santa Iglesia de Toledo y un tío inquisidor de la misma ciudad [...]. Y hoy viven todavía primos suyos naturales de la misma villa» de Yepes[67]. Como quien extiende una breve memoria familiar, declara Francisco de Yepes: «Jhs. los padres del padre fr. Joan de la Cruz fueron naturales de Toledo. El padre era noble[68]; llamábase Gonzalo de Yepes. Su madre se llamaba Catalina Álvarez. Fuimos tres hermanos; el menor fue el padre fr. Joan. Viniéronse sus padres a vivir a Fontiveros, donde se casó con la dicha Catalina Álvarez pobremente» (G, 63-64) [69] . Catalina, huérfana, vive en Fontiveros en la casa de una noble viuda toledana, en cuyo telar de sedas y buratos trabaja. Además del telar, la viuda tiene una posada. Gonzalo de Yepes se crió y vivió en la casa de uno de los familiares prebendados de la Catedral de Toledo[70]. Cuando cae por Fontiveros, se aposenta en la casa de la mencionada viuda, de paso para las ferias y mercados de Medina del Campo, adonde acude «ocupado en ser agente de dos tíos suyos que allí (Toledo) vivían y tenían trato de sedas por grueso» [71]. Gonzalo y Catalina. Noviazgo y casamiento Gonzalo se enamora de Catalina[72], que tiene fama, y a la vista estaba, de ser hermosa y cuya «mesura, honestidad, retiro, apacibilidad con las de su calidad, en que era envidiada y amada de ellas, su término noble mostraba ser bien nacida», como la define Alonso en el proceso de Segovia (24, 266). Gonzalo, fuertemente enamorado, se quiere casar con ella. La viuda, experta en la vida, desaconseja el casamiento, pues conoce bien a los 42

parientes de Gonzalo y los proyectos matrimoniales que tienen para él. Gonzalo se casa, sin más, con Catalina «pobremente», como nos acaba de decir Francisco, su hijo. Un rico que se casa pobremente, «por amor», y así se queda, porque le desheredan, en la calle, con la pobreza de su mujer[73]. Noble sí, y pobre también por cuanto «la nobleza es compatible con la pobreza», pero venido a menos, a ser un pobre tejedorcito, a raíz de su casamiento[74]. Alonso lo dice así: «Ninguna razón le apartó de su intento, y así se hizo el casamiento. Por lo cual ofendidos los tíos del sobrino en quien ellos pensaban hacer mucho, le olvidaron no queriendo ver ni ayudar» [75]. La negra honra ¿A qué se debe este cambio? El caso es que «no llevaron bien los parientes de él este casamiento, por ser desigual en linaje y hacienda». Otro tipo de escarceos mentales buscando razones en la condición «especial» de Catalina, en alguna «mácula» en su estirpe, no son por ahora sino hipótesis, y mientras no tengamos una documentación segura, lo mejor es confesar que no sabemos nada sobre ese particular[76]. ¡Como si la obsesión imperante por la negra honra, por los puntos de honra, por aquella carcoma, aquel «tóxico que mata», como dice santa Teresa[77], no fuera más que suficiente para dar ese paso y sonrojarse de matrimonio socialmente tan desigual! Tiene su gracia que a veces se exhiba como razón válida el peso de las mentalidades imperantes y en este caso no se dé por buena la tiranía de la honra intocable por ese tipo de desigualdades. «La honra horizontal, considerada como estimación social, siempre constituyó una pesadilla en España, inclusive antes de que llegase a ser una nación» [78]. Desheredado, no le queda a Gonzalo otro recurso que el trabajo en el telar de Catalina. Aunque «sabía bien escribir y con este ejercicio procuraba ganar algo en la villa, pero como en ella hubiese pocas ocasiones para esta ocupación, hubo de acomodarse a la que sabía y ejercitaba su mujer [...], y así aprendió a tejer sedas y buratos» [79], «y con el arrimo y favor de la viuda que los tenía consigo pasaron marido y mujer hasta que ella murió» [80]. Así tendrán que afrontar la vida y sacar adelante su hogar, formado por amor, y no por interés. Tuvieron tres hijos: el primero, Francisco, llega en 1530. El segundo, Luis, cuya fecha de nacimiento y muerte ignoramos; sabemos que murió de muy pequeño. El tercero, Juan. Excurso: ¿De estirpe judía? Para algunos investigadores parece como punto del mayor interés averiguar los orígenes de la familia de los Yepes, y aclarar si eran de estirpe judía. En esta lid ha irrumpido ahora la californiana Elizabeth Christina Wilhelmsen en su libro San Juan de la Cruz y su identidad histórica: los «telos» del león yepesino, Fundación Universitaria Española, Madrid 2010; 20122. Tengo que agradecer a la autora que me invitara a participar 43

activamente en la presentación de su libro en la Universidad Católica de Ávila el 29 de marzo de 2011, aunque luego no pude asistir por enfermedad. Pero sí he asistido aquí en Toledo a la presentación de la segunda edición «corregida y ampliada», que ha tenido lugar el día 30 de mayo 2012, con la presencia del Sr. arzobispo don Braulio Rodríguez Plaza. Y allí dije lo que pensaba. Es de admirar el ímpetu con que escribe la autora, su amor a Juan de la Cruz, su erudición en el caso, sus razonamientos, aunque sus esfuerzos no se vean coronados por el éxito definitivo. Hay que seguir investigando. Pero quien más se ha afanado en esta cuestión es José C. Gómez Menor. En su último libro, Raíces históricas de san Juan de la Cruz, Ediciones Trébedes, Toledo 2011, vuelve sobre el tema. José Jiménez Lozano, en el prólogo puesto a este libro, habla de cómo el autor desde 1970 ha estado «como cercando y estrechando su investigación documental en torno a san Juan de la Cruz con diversos trabajos publicados en revistas académicas, y este libro es la última cuenta y razón de este cerco [...] al enigma de los Yepes y los Álvarez, ascendientes de Juan de la Cruz». Gómez Menor, apoyándose en un estudio de los profesores Francisco Cantera Burgos y Pilar León[81], encuentra que los que «figuran, en la nómina de habilitados de la villa de Torrijos, Gonzalo de Yepes y Elvira González, su mujer, son los abuelos paternos de Juan de Yepes». Y este documento inquisitorial, según Gómez Menor, «hace probabilísimo el parentesco del santo con Gonzalo y Elvira, y viene a corroborar la condición judeoconversa de la familia Yepes en la rama de Torrijos» (79-80). Parece que el autor se queda en «probabilísimo parentesco», pero en carta que me escribe desde Toledo el 27 de marzo de 2011, me dice: «A mí no me queda la menor duda de que los habilitados por la Inquisición[82] en 1495, Gonzalo de Yepes y Elvira González (hijos o nietos de condenados por el delito de judaizar), o al menos él, Gonzalo de Yepes, es el padre de Gonzalo de Yepes, padre de san Juan de la Cruz, y es de la familia de Juan González de Yepes, cuyos restos fueron quemados post mortem. El que Juan de Yepes sea de esta familia plenamente judeoconversa tiene idéntica importancia de la que podemos atribuir al linaje judeoconverso de santa Teresa». Y en la Semana Sanjuanista de Úbeda de 2011 ha defendido esto mismo abiertamente en su conferencia El linaje judeoconverso de san Juan de la Cruz, del 7 de noviembre. Personalmente no acabo de convencerme del todo, aunque me parece muy probable. Es cierto que, en aquella sociedad en que había tanta presencia judía, es más difícil probar que no fuera de estirpe judía, que probar que lo fuera. Lo que me llama la atención poderosamente es que, si Juan de la Cruz tenía noticia de esos sus orígenes, se despachara tan fuertemente en su Cántico espiritual al comentar su verso ¡Oh ninfas de Judea!, diciendo: «Judea llama a la parte inferior del alma, que es la sensitiva. Y llámala Judea porque es flaca y carnal y de suyo ciega, como lo es la gente judaica» (CB, 18, 4). Confío en que Gómez Menor, infatigable en sus trabajos, siga con su «cerco», como le dice José Jiménez Lozano, y nos pueda dar un documento más apodíctico. Tener sangre judía no era ningún desdoro, por supuesto. Y, como es sabido, Ignacio de Loyola hubiera deseado ser judío. Ribadaneira transmite la siguiente anécdota: «Un día que estábamos comiendo delante de muchos, a cierto propósito, hablando de sí, dijo 44

que tuviera por gracia especial de Nuestro Señor venir de linaje de judíos; y añadió la causa, diciendo: ¡Cómo, poder ser el hombre pariente de Cristo Nuestro Señor, secundum carnem, y de Nuestra Señora la gloriosa Virgen María! Las cuales palabras dijo con tal semblante y con tanto sentimiento, que se le saltaron las lágrimas, y fue cosa que se notó mucho» [83]. *** Apoyándose en los escritos de Gómez Menor ya hay quien habla tranquilamente de san Juan de la Cruz «con sangre morisca materna y judía paterna», y enumerando personalidades con ascendencia judía que dejaron impronta en España, pone a Juan de la Cruz[84]; y Ángel Alcalá hace a «san Juan de la Cruz de ascendencia conversa además de morisca por parte de madre» [85]. Otros parientes Hay otras líneas que seguir en torno a parientes de Juan de la Cruz. Se habla de un carmelita descalzo, llamado en la Orden Anastasio de la Madre de Dios, cuyo nombre de pila era Alonso de Mesa Ortiz de Madrid. Nació en Toledo. Es el 153 que profesó en los descalzos de Pastrana el 23 de marzo de 1587[86]; pasó a México y allí murió hacia 1620. Otra parienta del santo, la hermana de Anastasio, llamada Clara de Bautismo. Clara de Jesús en el convento de las descalzas carmelitas de Toledo y más tarde Cristina de la Cruz. Nació también en Toledo[87]. Otro señalado como «Luis de la Fuente Yepes, vecino de Toledo, pariente de nuestro santo padre fray Juan de la Cruz» aparece dando, como limosna y por devoción a su santo pariente, al convento de Segovia, 50 cántaras de vino en 1630: otras 50 en 1631, en 1632 y 100 en 1633, y vuelve a las 50 en 1634[88]. Finalmente, en los procesos de beatificación y canonización de la beata Ana de San Bartolomé, en el proceso de Malinas, un tal Juan Gómez Cano, personaje ilustre en las armas y en la política, en declaración hecha en Amberes en 1639, respondiendo a la pregunta 12 asegura que lo que está diciendo lo sabe «por haberlo entendido del alférez Juan Bautista Gutiérrez que tiene noventa años y es primo hermano del venerable padre fray Juan de la Cruz» [89]. Ya tenemos aquí este baile de apellidos: de Mesa Ortiz de Madrid, de la Fuente, Gutiérrez, y algún otro como Maldonado, para ver si nos ayudan en este tipo de investigaciones históricas. Quede aquí apenas señalada esta parcela de la biografía sanjuanista. Su Fontiveros del alma Al tema del origen familiar o ascendientes, sucede el del lugar y fecha del nacimiento de Juan de Yepes. Sobre el lugar de su nacimiento no hay duda ninguna: Fontiveros (Ávila). 45

¿Qué población podía tener Fontiveros en aquellos años, a mediados del siglo XVI? Quien ha estudiado lo mejor posible el tema viene a concluir que «cualquier cifra superior a los 2.000 habitantes parece excesiva» [90]. La estampa cristiana de ese núcleo rural ha sido ya bien diseñada por ese mismo investigador[91]. A estas investigaciones más modernas hay que añadir lo que escribía con regusto en 1641 Jerónimo de San José, historiador y editor de las Obras de Juan de la Cruz, y clásico, y más cercano a los hechos: «Hay en Castilla la Vieja una villa, cuyo nombre es Hontiveros, o como antiguamente decían nuestros mayores, Fontiveros: población un tiempo de más de mil vecinos, hoy de solos trescientos, tanto puede y asuela el curso de la edad. Está fundada entre Arévalo, Ávila, Medina del Campo y Salamanca, en una grande llanura, fresca y amena, arroyada por todas partes con muchos manantiales que la fertilizan y hermosean, criando en ella variedad y abundancia de todo género de frutos, hortaliza y regalo, que suele dar la tierra, o libre o solicitada de la industria» [92]. Y añade las alabanzas de los naturales de Fontiveros en una página que merece ser transcrita por entero: «Más cierta y digna excelencia que la antigüedad de esta villa es la que le viene de sus hijos, en los cuales se reconoce una como nativa limpieza de sangre y bondad de costumbres, pues, ultra de que muchas ilustres familias conservan allí su antiguo y noble solar no se halla que algún hijo de Hontiveros haya sido jamás penitenciado por el Santo Oficio, ni muerto por delitos afrentosamente, que es una prerrogativa no pequeña. Por donde tienen seguro el decoro de su linaje los que para colegios, hábitos militares, estados y puestos honrosos, que piden sangre limpia y noble, prueban su descendencia de esta villa, como lo hacen muchas personas y casas ilustres, que de partes muy remotas van a legitimar en ella su nobleza y calificar sus apellidos. A esto se añade el copioso número de varones insignes, que ha producido este pequeño lugar en todos estados, entre los cuales algunos han sido obispos, prebendados y religiosos, otros, colegiales mayores, catedráticos y consejeros, y otros, finalmente, gobernadores, capitanes y ministros, que por varios caminos merecieron puestos muy grandes, de todos los cuales se pudiera hacer una muy larga y digna historia» [93]. Fecha de nacimiento y bautismo Francisco de Yepes dice escuetamente: «Nació el dicho padre en Fontiveros, donde murió su padre» (G, 64). Seguros del lugar o patria de Juan de Yepes, se ha ido llegando a la conclusión de que nació en 1542. Una cosa es llegar a la conclusión y otra es tener pruebas documentales, las que se buscaban en el Libro de bautizados de Fontiveros. Estas no existen ahora mismo, aunque testigo tan fidedigno como Jerónimo de la Cruz afirma con todo aplomo que cuando murió en Úbeda en 1591 tenía 49 años; luego había nacido en 1542 (25, 139-140)[94]. Alonso de la Madre de Dios, su biógrafo, y Postulador de su causa, anduvo ya preocupado por averiguar la fecha de su nacimiento. Habla de ello en la declaración que hace en el proceso apostólico de Segovia el 22 de diciembre de 1627. Y cuenta que deseando «saber cuándo nació hizo diligencia en la dicha villa de 46

Hontiveros, y faltando la memoria en las personas que habló, acudió a buscar el Libro del bautismo en la iglesia de aquella villa; y no estando el cura en ella, otro presbítero que acompañaba a este testigo le dijo que pensaba que no se hallaría razón del dicho libro porque “en años pasados se había abrasado toda la iglesia y cuanto había en ella, y que creía se había abrasado el libro donde se escribían los bautizados”» (14, 362; 24, 267). No encuentra el documento que buscaba, como no lo hemos encontrado los que hemos vuelto a buscarlo, y es que a lo mejor andamos buscando lo que nunca existió, por cuanto no es seguro que en aquellos años cuarenta del XVI ya hubieran comenzado a consignar en los libros parroquiales de Fontiveros los datos y fechas correspondientes de los bautizados[95]. Alonso, que se vio así defraudado, cuanto al año del nacimiento «tiene por más cierto nació por el año de mil y quinientos y cuarenta y dos, lo cual colige del año en que cantó misa, que fue el de mil y quinientos y sesenta y siete, y del año de su muerte, que fue el de mil y quinientos y noventa y uno en que se dice tenía cuarenta y nueve años de edad» (14, 362; 24, 267). Más adelante, cuando habla del día de la muerte, no dice nada de los años que tenía al morir. En el primer capítulo de la biografía, hablando de la patria y padres del bienaventurado padre fray Juan de la Cruz, escribe: «Cuyo nacimiento se dice haber sido fin del año de mil y quinientos y cuarenta y dos», y luego al hablar de la muerte dice que murió «siendo de edad de cuarenta y nueve años» [96]. Lo que no podemos saber por el Libro de bautizados, se podría averiguar por otro camino, como ya lo indicaban no pocos de los testigos en los procesos. Sirva el siguiente apunte. Jerónimo de Olmos, prior del convento de Santa Ana de Medina, precisa en el proceso ordinario que «siendo yo definidor y faltando para saber la edad de algún religioso que se quería ordenar y no pareciendo libro de bautismo, por otro caso, como el dicho, se le ha hecho hacer información del bautismo y tiempo en que le recibieron, para cumplir con lo que manda el santo concilio; y lo mismo se haría con el dicho venerable padre para ordenarse, por ser así costumbre en la Orden» (24, 144). En este mismo sentido se pronuncian otros cuantos, apelándose a las normas canónicas, «constitución», «estatuto» de la Orden y de la iglesia[97]; y uno de estos declarantes se refiere también a la confirmación diciendo: «... Y porque fue sacerdote y en España no se da en ninguna manera orden alguno, sin que primero conste de fe de bautismo y confirmación» (24, 97). Si un día aparecieran estos informes podríamos saber, de una vez, ya de fijo cuándo nació Juan de Yepes. La investigación está abierta. Es agradable ver cómo se siguen interesando por el año del nacimiento de Juan de Yepes tantos investigadores. Valiosas las aportaciones de Guillermo Sena Medina, que también opta por el año 1542. Y aduce testimonio de Ximena Jurado, que dice con toda seguridad acerca de fray Juan de la Cruz: «Natural de la villa de Ontiveros en Castilla, en la cual nació año de 1542, hijo de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, su legítima mujer, naturales de Toledo [...], pasó de esta vida mortal... a 14 de diciembre de este año de 1591, siendo de edad de 49 años» [98]. A cuantos se han lanzado alegremente a defender y propalar que Juan de Yepes nació en 1540 (Efrén-Steggink, José María Javierre, Pablo M. Garrido, etc.), fundándose en el testimonio del padre Velasco en la Vida de Francisco 47

de Yepes, donde dice: «Nació en Ontiveros el año de 1540» [99], hay que recordarles que el mismo padre Velasco, años más tarde, en el proceso apostólico de Medina, declara que Juan nació en 1542, «siendo cierto y sin duda lo que este artículo refiere», es decir, que nació en Fontiveros en 1542 (24, 62-63). Ya Alonso, que conocía el libro de Velasco, dejó a un lado esa afirmación y siguió optando por 1542. Lo mismo que había querido la Orden averiguar los datos referentes a los orígenes familiares, quiso también en 1627, días 22 y 23 de julio[100], hacer un informe para saber qué había pasado con los libros de bautizados de Fontiveros, donde tendría que constar el día del nacimiento y bautismo de Juan de Yepes. El informe se hizo en orden a la beatificación del siervo de Dios fray Juan de la Cruz, y se hizo en Fontiveros mismo interrogando a varios testigos, que están de acuerdo en el dato sustancial de que hubo en Fontiveros el 2 de julio de 1546 un incendio tan pavoroso en la iglesia que no quedó en ella «ornamento, ni libro, ni cosa alguna». Y por eso la carencia del testimonio escrito por haber perecido los libros parroquiales en el incendio. Todos los declarantes dan por cierto y notorio el hecho de que, sea Francisco, sea Juan, nacieron en Fontiveros, e invocan también el testimonio de familiares suyos, quién el de su madre, quién el de su padre, quién el de personas mucho más viejas, quién el de su tío, «que era hombre de mucha noticia y de más de setenta años». Se invoca el propio conocimiento y la voz de la tradición. Estas averiguaciones tienen de bueno que, a través de ellas, se llega a otra serie de noticias auténticas, las cuales son: – La familia de Gonzalo y Catalina con sus hijos vivía en la calle de Cantiveros. – Varios de los testigos coinciden, ya casi por rutina mental y por inercia, en que «los dichos dos hermanos (Francisco y Juan) y sus padres y demás ascendientes fueron gente muy temerosa de Dios y buenos cristianos y limpios de toda-raza», («limpios de toda mancha y raza»). – El padre, Gonzalo, era tejedor de algodón. – Francisco de Yepes era tejedor de buratos. – De Catalina Álvarez se magnifica que es «tan virtuosa». Juan Criado, que también declara en este informe, dirá en otro informe sobre Hontiveros: «En esta villa tan insigne (Fontiveros) nació el santo Francisco de Yepes, en la calle antigua de ella que llaman de Cantiveros, donde nacieron todos mis ascendientes de parte de mi madre, trataron y comunicaron con sus padres» [101]. Cumpleaños y onomástico Nacido en 1542, se seguirá discutiendo si fue en junio o en diciembre. La inscripción tardía puesta en la iglesia parroquial en la capilla del bautisterio recoge de algún modo la tradición a favor del 24 de junio: 48

«En esta pila se bautizó el místico doctor san Juan de la Cruz, primer carmelita descalzo, lustre y honra de esta nobilísima villa de Fontiveros por haber sido natural de ella. Nació el año de 1542, el 24 de junio. Murió el de 1591 a 14 de diciembre. Hízose siendo cura párroco el Ldo. Joseph Velado año de 1689».

San Juan Bautista era muy festejado en Fontiveros. Que Juan de Yepes llevase ese nombre en honor del Bautista es seguro, por algo que dice el famoso Julián de Ávila, compañero de tantos viajes de santa Teresa y capellán de su primer monasterio de san José de Ávila. Escribiendo sobre la actividad ministerial de los dos primeros de Duruelo, dice como al desgaire y como quien habla de algo de sobra conocido: «Bien podemos decir que imitaban grandemente a los santos de su nombre, fray Antonio a san Antonio y fray Juan a san Juan Bautista, porque entrambos provocaban a la gente a hacer penitencia con sus sermones y vida» [102]. La afirmación acerca del nombre es concluyente, pero puede llevar ese nombre sin haber nacido necesariamente en junio, y justamente el día 24. La sombra de la cruz El telar de los Yepes-Álvarez en Fontiveros funciona normalmente hasta que Gonzalo cae enfermo. Como los males no vienen nunca solos, al desamor y el desprecio de los suyos se añade ahora la enfermedad grave del padre. Dos años de larga enfermedad y trabajos que terminan con su vida. No sabemos tampoco con exactitud el año de su muerte, pero debió de suceder poco después de nacer Juan, habiendo enfermado, acaso, ya tiempo antes del nacimiento de su benjamín. En la enfermedad del padre se gastó la familia los pocos ahorros con que contaba. Parece un destino fatal: huérfano, desde pequeño, el padre; huérfana también, desde muy niña, la madre. Al poco de nacer el último retoño, murió Gonzalo y por este tiempo debió de morir también el segundo de los hijos, Luis. Y se quedó la viuda con los otros dos huérfanos. En la iglesia parroquial se enseña la tumba del padre y del hijito, bastante atrás y lejos del presbiterio, siendo ya esta lejanía del altar mayor una señal de la pobreza de la familia[103]. Francisco, el hijo mayor, expresa la nueva situación, diciendo que «la madre, después de viuda, pasó muchos trabajos» (G, 64). El biógrafo Alonso, «el asturicense», recuerda que Gonzalo «tenía en Toledo otros parientes ricos, aunque él, aborrecido de ellos, vino a ser pobre; pero la paciencia en los trabajos que vinieron sobre él de pobreza y enfermedades y la tolerancia con que se refiere los llevó, dicen era hombre generoso y virtuoso, y como tal murió recibiendo los sacramentos de la Iglesia» (14, 361; 24, 266). Catalina, ama de leche El dato de haber sido Catalina la nodriza de una hermana de María Velázquez de Mirueña entraba también en la necesidad de ganar algo para los hijos. La testigo dijo «que conoció a su madre del padre fray Juan de la Cruz y de Francisco de Yepes, a la 49

cual llamaban la de Yepes, y crió de leche a una hermana de esta testigo y por esto y haber visto a los dos hermanos siendo niños muchas veces los conoció y sabe fueron naturales de esta villa, legítimos de legítimo matrimonio. Porque aunque no conoció a su padre del dicho padre fray Juan de la Cruz, oyó decir que era vecino de esta dicha villa y tejedor de algodón, y esta testigo oyó decir a su padre muchas veces que quería dar cuatro reales más a la de Yepes cada mes porque la criase su hija por ser tan virtuosa que a otra mujer menos» [104]. La escena de su madre dando el pecho a la niña debió de impresionar a Juanito, que se servirá años más tarde varias veces de un texto tan expresivo del Cantar de los Cantares (8,1) como este: «¿Quién te me diese, hermano mío, que mamases los pechos de mi madre, de manera que te hallase yo solo afuera y te besase, y ya no me despreciase nadie?». «Años estériles» La historia ha calificado aquellos años de la infancia de Juanito como «los años estériles». Tan estériles que «no se hallaba pan por ningún dinero, ni qué comer. Y cuando podían haber algún pan de cebada lo tenían a buena dicha» [105]. Era tal la hambruna y carestía que en 1546 el visitador general de la diócesis de Ávila, el licenciado Juan García de Villagar, al visitar la parroquia y el pueblo de Fontiveros, no dudó en dejar esta ordenación extrema: «Otrosí, porque la necesidad de los pobres es muy grande y en tal tiempo es lícito vender plata e joyas que la iglesia tenga para socorrer a los pobres y porque los hospitales de este villa tienen pan y dineros, dio licencia para que los alcaldes y regidores e diputados desta villa puedan repartir todo lo que los dichos hospitales tienen a pobres y mando en virtud de santa obediencia e so pena de excomunión al arcipreste de Ávila o a otro cualquiera lo pase en quenta y no lo contradiga y ansímismo la limosna de arca de Santa María por esta vez» [106]. José Jiménez Lozano, en su delicioso libro El mudejarillo[107], ha escenificado, casi dramatizado, la escena del Visitador que había entrado con los nobles e hidalgos en la sacristía. Mientras la demás gente se ha quedado esperando en el templo, «y en silencio también continuaban allí, en la iglesia, los hombres enlutados, las mujeres enlutadas, sentadas sobre sus piernas, con niños en los brazos o a su alrededor, dormidos o lloriqueando. Oían como un rosario la plática de la sacristía, y era el secretario de su señoría que iba leyendo y enunciando y, a cada enunciación, decía el enviado con voz imperativa: —¡Que se venda! —¡Véndase igualmente! —¡Que se empeñe! —¡Que se venda!». Y sigue imaginando: «Cinco monedas de plata pequeñas correspondieron a Catalina, la de Yepes, para el invierno, porque eran cuatro bocas que mantener y ella apenas si tenía ya leche...». El hecho es que no sabemos lo que le pudo tocar a la pobre Catalina y 50

a sus hijos de estos repartos. La peregrinación del hambre a tierras toledanas Ya hace años que se me ocurrió este título[108]; y ahora veo que expresa adecuadamente lo que quiero decir. Hambre que hace peregrinar, hambre que hace mendigar, y hambre que se resiste. Catalina tuvo que afanarse grandemente para sacar adelante aquella su pequeña familia. La situación familiar no se remediaba en lo económico. «Algunas personas, movidas a piedad de sus infortunios y trabajos, la aconsejaron que se fuese con sus niños al reino de Toledo, donde estaban los tíos de ellos que eran ricos y la podían favorecer» [109]. Catalina, a pesar del repudio de los parientes toledanos de Gonzalo, se atreve a ir a verlos y se presenta con los dos hijos que le quedan. Allá va Catalina con el peso de sus preocupaciones, desplazándose desde Fontiveros hacia Collado de Contreras, Crespos, San Pedro del Arroyo, Puente, Ávila. Desde Ávila para Torrijos los repertorios de camino señalan 18 leguas: Barraco, Puente del Congosto, El Tiemblo, Venta de los toros de Guisando, Cadalso, Paredes, Escalona Maqueda, Torrijos[110]. La primera estación de aquella «peregrinación del hambre» fue Torrijos. Pienso que tuvo que ir mendigando por el camino, pordioseando, es decir, pidiendo un mendrugo «por Dios» para sus niños y para ella. ¡Cuántas páginas de historia que nos tiemblan en las manos! El arcediano de Torrijos Diego de Yepes era hermano del difunto Gonzalo. Al encontrarse frente por frente con Catalina y con sus dos sobrinos no acertó estar a la altura de las circunstancias. Catalina le pidió «que los favoreciese y que recibiese en su casa a uno de ellos. No halló en él la acogida que era razón, ni tampoco quiso recibir ninguno de los niños, diciendo que eran pequeños [...] y despidiose la desconsolada madre con sus niños» [111]. Otra caminata de seis leguas hasta Gálvez; el médico del pueblo Juan de Yepes es otro de los hermanos del difunto Gonzalo: «Recibe cariñosamente a Catalina y a sus hijos. La pobre viuda siente un respiro. Una temporada pasan aquí, reponiéndose, regalados por el médico, que, además, se compromete a quedarse con el mayor de los sobrinos para prepararle un porvenir» [112]. Allí se queda Francisco. Y Catalina con su Juanito regresa a Fontiveros y vuelve a reabrir su telar. Ha pasado un año y Catalina no tiene noticias de su hijo Francisco. Con ese sexto sentido que tienen las madres adivina que las cosas no marchan bien y emprende otro viaje a Gálvez. Al encontrarse a solas con Francisco, el pobre hijo le cuenta sus tribulaciones: el médico quiere que el sobrino se comience a ejercitar en las primeras letras; pero se lo estorba la mujer Inés Fernández, que «sin saberlo el tío, no le dejaba ir a la escuela ni le mostraba aquel amor que su tío quería; antes le ejercitaba en oficios humildes y bajos de dentro de casa, y se mostraba áspera y le trataba muy mal, poniendo en él las manos, y en el comer y vestir mostrándose escasa con él; de lo cual se le siguió andar muy afligido y lleno de desconsuelos todo el tiempo que allí estuvo» [113]. 51

Enterado puntualmente, aunque tarde, el médico de lo que está pasando, promete a Catalina que todo va a cambiar; pero ella prefiere traerse a Francisco a Fontiveros. De todas estas andanzas por tierras toledanas tenemos noticia por el padre Velasco, el biógrafo de Francisco. Extraña, se dice, que sólo él hable de esta peregrinación. Creo que uno de los testigos en el proceso ordinario de Medina, Tomás Pérez de Molina, amanuense de Francisco de Yepes, alude a estos desplazamientos de Catalina con sus hijos cuando declara, agavillando las noticias de este periodo: «Y habiendo muerto el dicho Gonzalo de Yepes, por quedar con mucha necesidad la dicha Catalina Álvarez y quedar viuda y ser [pequeños] los dichos sus hijos y llegar a tanta pobreza que algunas veces comían pan de cebada, le fue forzoso salir de la villa de Hontiveros. Y últimamente habiendo andado en diversas partes con ellos, se vino a vivir a esta dicha villa de Medina del Campo» (22, 117). Un nuevo documento Volviendo sobre las fechas de estos viajes toledanos, contamos ahora con un nuevo documento: carta de dote y arras que ha descubierto el conocido José Carlos GómezMenor Fuentes, y que me ha comunicado generosamente. Con esta nueva documentación sabemos algo más del matrimonio de Gálvez. Extiende la carta de dote y arras Rodrigo Hernández, padre de la novia, vecino de Ajofrín, para que su hija Ynés se pueda casar con el licenciado Juan de Yepes, «médico vezino de la çibdad de Toledo abitante en la villa de Galves, hijo legítimo de Francisco de Yepes, difunto, que haya gloria». La dote no es mala: 270.000 maravedíes; más otros 45.000 en el ajuar y preseas de casa, etc. El documento, redactado por el escribano Juan Sánchez de Canales en Toledo el 19 de marzo del año 1544, nos ayuda a calcular mejor la fecha de la llegada de Catalina Álvarez con sus hijos a Gálvez, pues la boda del médico de Gálvez no se había celebrado antes del 19 de marzo de 1544, y puede que se retrasara más tiempo. Creemos que el viaje de Catalina no se realizaría sino en 1546, más o menos, cuando Juanito tiene ya cuatro o cinco años. Gómez Menor me hace notar, al entregarme el documento, que al dar las señas de identidad del médico que se va a casar se dice que es hijo legítimo de Francisco de Yepes, ya difunto. Parece casi imposible que este dato no sea verdadero. En todo caso, no coincide con lo escrito en la Genealogía mencionada de 1628, que dice literalmente que el licenciado Diego de Yepes, presbítero, declaró que Gonzalo de Yepes, padre de fray Juan de la Cruz, «había sido hijo de otro Gonzalo de Yepes, cuyo hijo también fue el doctor Juan de Yepes, médico, padre del dicho licenciado Diego de Yepes declarante». El matrimonio de Gálvez, al que se dirigió Catalina y con quien dejó aquel tiempo a Francisco, tuvo más tarde ese otro hijo, el licenciado Diego de Yepes, que aparece en la Genealogía aportando los datos más seguros y que era primo carnal de Juan de Yepes. Terminada su estancia en Gálvez, regresa Catalina con sus dos hijos a Fontiveros. En la escuela del pueblo en la que aprende, Francisco no aprovecha nada. Hay que enseñarle un oficio y este no puede ser otro que «el de tejer, en que ella se ejercitaba, con el cual 52

pasó todo lo más de su vida, hasta que por ser viejo lo dejó» [114]. Al agua Desde las primeras biografías de fray Juan se viene hablando de la laguna de Fontiveros en que cayó el chiquillo. Testigos bien calificados en los procesos del santo declaran sobre el particular. Uno de ellos, Luis de San Ángel, recogió de boca del propio fray Juan el relato de lo que le había pasado: «Que, siendo niño, jugando con otros niños junto a una laguna muy cenagosa junto a la villa de Medina del Campo o de Hontiveros, aunque más cierto está que era en Medina del Campo, cayó en ella. Y entrándose hasta el pescuezo en el cieno y légamo de la dicha laguna y no pudiendo salir y estando muy a peligro de ahogarse, dijo se le apareció una señora muy hermosa y resplandeciente en el aire, que entendió ser la Reina de los Ángeles, María nuestra Señora, y le pidió y dijo con mucho amor: “Niño, dame la mano y te sacaré”. Y decía que viendo a una señora tan hermosa y resplandeciente y unas manos tan bellas y tan lindas y teniendo las suyas enlodadas y llenas de cieno, no se atrevía a darle su mano por no ensuciar aquella mano de aquella Señora; la cual le decía sonriéndose con palabras amorosas: “Niño, da acá la mano y te sacaré”; y que más escondía sus manos debajo de sus brazos, por no ensuciarla. Y que en esta ocasión acertó a pasar por allí un labrador, que venía del campo con una aguijada en la mano. Y los otros niños con quienes estaba jugando le dijeron: “Tío, saque a aquel niño que se está ahogando en aquel cenagal”. Y que el dicho labrador acudió a él y le tendió la aguijada que llevaba en su mano y le dijo: “Niño, ásete de ahí”; y que alargó la mano y se asió de la dicha aguijada y lo sacó. Y que no vio más en la dicha ocasión a la dicha Señora que se le había aparecido» (24, 374-375). Aunque dude el relator entre Medina y Fontiveros, hay otros declarantes que sitúan el caso exactamente en Fontiveros. La fuente de la noticia la señala el declarante escrupulosamente diciendo: «Lo cual este testigo le oyó decir muchas veces al dicho Siervo de Dios; y lo repetía con mucha gracia, riéndose y haciendo burla de su simplicidad, pues quería más morir en aquella ocasión que untarle las manos a aquella Señora. Y que esto le había sucedido siendo de edad de cuatro o cinco años, poco más o menos» (24, 375). El recuerdo de esta aventura infantil no lo olvidó nunca y en cierta ocasión se le reactivó la vivencia de tal manera que se lo notó su compañero de viaje, pues «llegando un día a atravesar un paso hacia una laguna sucia, notó en el aspecto del santo un movimiento como de Dios, extraordinario y que se fue alrededor de ella. Y pasado adelante le preguntó fray Martín qué se le había acordado, porque el rostro decía en él novedad. El Santo le contó se le había entonces acordado que en su niñez, estando él con otros niños a la orilla de otra balsa como aquella, tirando varillas a lo hondo y cogiéndolas cuando salían, una vez extendiendo mucho el cuerpo para coger una, cayó en la balsa y se fue a lo hondo; y volviendo arriba, vio a la Madre de Dios sobre el agua que le pedía la mano. Y él, como se veía tan sucio de cieno y a ella tan hermosa, no se la daba; entreteniéndole así la Virgen, hasta que a las voces de los muchachos llegó un 53

hombre y extendió una aguijada que traía en la mano y le había dicho se asiese a ella; con que le trajo a la orilla y él salió de allí» [115]. Bien seguro que a la salida del agua del rapaz allí está Catalina y acaso tuvo que echarle alguna regañina. En la villa de Arévalo La peregrinación del hambre no ha terminado y «se fueron –Catalina, Francisco y Juan– a la villa de Arévalo, donde se acomodaron con un mercader del mismo oficio» [116]; así se explica José de Velasco, que a continuación habla de una especie de conversión de Francisco, que abandona sus juergas de mozo con los amigos y se recoge a una vida de piedad. Catalina, viendo lo que le convenía al muchacho, le aconseja que se case y así lo hace con Ana Izquierda, natural de Muriel[117]. El muchachito Juan, mentalmente muy despierto, va asimilando todo lo que ve y se emociona cuando contempla cómo su hermano trae algún pobre a casa y aprende a cuidar de ellos con todo cariño y esmero. Tengo para mí que desde Arévalo volvieron otra vez a Fontiveros[118], y no tardando mucho, emprendieron otro éxodo hacia Medina del Campo, de la que Gonzalo había hablado tanto y con tanto elogio a su Catalina del alma. Francisco de Yepes dice tranquilamente: «Y por pasarlo mal en Fontiveros, se vino a vivir con sus hijos a Medina del Campo» (G, 64). Los sobrinos carnales de Juan de Yepes Aunque sea anticipando fechas y datos, hay que recordar que el matrimonio Francisco de Yepes y Ana Izquierda tuvo ocho hijos; siete de ellos se le murieron todos niños. Aquella sucesión de muertes, y especialmente la de una de las niñas llamada Ana, que falleció a sus cinco añitos, fue muy sentida y llorada por los padres[119]. Catalina Álvarez, la abuela, lo tuvo que sentir también muchísimo. ¿Y qué pudo suponer la muerte de sus sobrinillos para Juan de Yepes? Son esas realidades humanas que ningún historiador ha registrado, pero que sucedieron, sin falta, en la vida del pequeño de los Yepes. La única hija que les sobrevivió se llamaba Bernarda y fue religiosa bernarda cisterciense en el monasterio de Sancti Spiritus de Olmedo. En la Orden se llamó Bernarda de la Cruz, el mismo apellido de su tío fray Juan[120]. Francisco de Yepes visitaba con frecuencia este monasterio donde estaba su hija[121]; y en su testamento se ocupa de ella y quiere que sus testamentarios averigüen «si Bernarda de la Cruz, mi hija, monja profesa en el monasterio de San Bernardo de la villa de Olmedo, hizo renunciación de las herencias que le podían tocar». Y pagadas todas las deudas, de lo que quedare «dejo e instituyo por universal heredera a la dicha Bernarda de la Cruz, monja en el dicho monasterio, excepto si tuviere hecha renunciación de mi herencia. Que en tal caso sólo mando a la susodicha para sus necesidades cien reales» (26, 383-384). 54

No tenemos noticia del posible trato de fray Juan con esta su sobrina monja Bernarda en Olmedo, ni yo encontré nada especial en mis investigaciones de hace años, ni últimamente Balbino Velasco[122]. Otra noticia. Hablando el biógrafo de la obediencia grande que tuvo Francisco a sus mayores, escribe: «A su madre tuvo toda su vida tanta obediencia que, fuera de que no salía un punto de su voluntad, siempre que se levantaba de la mesa (en dando gracias) se arrodillaba delante de ella y le pedía la mano y se la besaba; y hasta que le echaba la bendición, no se levantaba. Esta obediencia y respeto guardó con ella hasta que murió» [123]. Estos gestos de respeto hacia su madre creo que serían los mismos que usaría Juan de Yepes; se trataba de una costumbre familiar que, de un modo parigual, nos ha tocado practicar a muchos hasta el siglo XX en la vieja Castilla.

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Capítulo 2 En Medina del Campo. Doctrino, enfermero, estudiante

¡Ay telar de Fontiveros...! Partir es un poco morir y, para esta familia de Catalina, Francisco y Ana, y Juanito, abandonar Fontiveros para siempre fue como arrancarse del terreno vital. A Catalina se le queda el corazón en Fontiveros; allí en la iglesia parroquial quedan los restos de su marido y de su hijito Luis. Allí queda el pobre telar abandonado: «¡Ay telar de Fontiveros, ay hogar del hermanito, posado entre cielo y nava donde no canta ni un hilo de agua, tan sólo la alondra sobre la mies en estío! [...] ¡Ay telar de Fontiveros, que tejió sueño infinito!».

Como cantó don Miguel de Unamuno en 1928, el 18 de septiembre[124]. En Medina del Campo La elección hecha esta vez va a ser la justa y la villa escogida: Medina del Campo, muy acertada. Guiándonos por el Repertorio de todos los caminos de España, de Villuga, publicado precisamente en Medina en 1546, apreciamos «la situación de Medina en el centro de un polígono perfectamente comunicado, cuyos vértices corresponden a los grandes focos agrícolas e industriales de Palencia, Zamora, Salamanca, Ávila y Segovia, auténtico centro vital, tanto desde el punto de vista demográfico como económico, de la España de comienzos del siglo XVI» [125]. «La de Yepes» A Catalina Álvarez, viuda de Gonzalo, se la conocía ya corrientemente en Fontiveros como «la de Yepes», por referencia a su difunto marido Gonzalo de Yepes. Igualmente, 56

en «un padrón de vecinos pecheros de Fontiveros del año 1548, confeccionado por los oficiales del concejo, se encuentra inscrita “la de Yépez”, fórmula que se debe traducir por la viuda de Yepes, pues era la que se empleaba habitualmente para designar a las mujeres cabezas de casa que habían perdido a sus maridos». De modo parecido en el proceso ordinario de beatificación de Medina del Campo, una de las testigos dice que «el dicho fray Juan de la Cruz y otro hermano suyo, llamado Francisco de Yepes, fueron hijos de una mujer muy cristiana, cuyo nombre no sabe, que llamaban la de Yepes» (22, 92). A «la de Yepes» «se atribuye la cuota más baja –un maravedí– en 1548 y una de las más bajas –1 mrs.– en 1550, cantidades que revelan todo su significado al considerar que las asignaciones más altas en uno y otro padrón ascendían a 230 y 1.030 mrs. respectivamente». Las noticias que arroja el estudio de los padrones, sobre todo de los de 1551 a 1555[126], lo mismo a Alberto Marcos[127], profesor de Historia de la Universidad de Valladolid, que a Balbino Velasco[128], que los han estudiado particularmente, les plantean problemas de cronología, como si Catalina estuviera todavía en Fontiveros cuando ya se la sitúa en Medina. Alberto Marcos se inclina en un momento dado y como a lo más probable por la inercia de los empadronadores que año tras año repiten los mismos nombres sin parar mientes en las altas y –sobre todo– las bajas producidas desde el padrón anterior; pero él mismo apunta varias razones que se avienen mal con esta idea. Balbino Velasco rechaza la inercia y razona su opinión válidamente, de modo que, entre otras cosas, según él, habría que pensar «que la familia Yepes permaneció durante estos años en Fontiveros al menos hasta el 13 de agosto de 1555». Alberto Marcos escribe con toda verdad: «Juan de Yepes es, pues, hijo de viuda, pero de una viuda pobre, como tantas otras, y esta condición de la madre determinará su adscripción desde niño al mundo de la pobreza» [129]. El recuerdo de la bondad y cariño de su madre aparecerá en la pluma de Juan en el libro primero de la Noche oscura (c. l, 2). Quiere explicar cómo Dios va criando y regalando al alma en espíritu y no encuentra comparación mejor que decir que el Señor se porta «al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le cría, y en sus brazos le trae y le regala». A todo esto, la fecha más segura de la llegada de Catalina, Francisco con su mujer Ana Izquierda y Juan de Yepes a Medina del Campo, ¿habrá sido en agosto de 1555?[130], o anteriormente, en 1551, como afirman José de Velasco[131], o en 1550, como quiere Alonso[132]. Crisógono[133], Efrén-O. Steggink[134]; Eulogio Pacho[135], Silverio[136]; Carlos Ros[137] y otros optan por 1551[138]. No me convence la fecha de 1555, que me parece demasiado tardía, pero habrá que seguir investigando. Acaso pueda valer la siguiente propuesta dentro de esa discusión. Acabo de leer en un documento toledano acerca del médico de Gálvez donde se dice de él: «Vecino de la ciudad de Toledo, habitante en la villa de Gálvez». ¿No se podría afirmar lo mismo: Catalina vecina de Fontiveros, habitante en Medina del Campo? ¿Esto resolvería las dificultades cronológicas en 57

cuestión, ofreciéndonos como válida esa lectura vecina-habitante? Llegados a Medina, había que situarse rápidamente. La casita donde habitó la familia estaba en la misma calle, hoy Marqués de la Ensenada (anteriormente de Santiago), en la que está el convento de La Magdalena y el de las carmelitas descalzas fundado por santa Teresa. La casita de Catalina, venida a propiedad de doña María de Torres Inestrosa, fue cedida por esta a los Carmelitas descalzos para que sobre aquel solar fundasen su convento en 1644; la bienhechora manifiesta que es su voluntad que «el dicho convento de padres carmelitas descalzos de la dicha villa de Medina del Campo se funde y edifique en el mismo sitio y casa donde vivió mi santo padre fray Juan de la Cruz cuando era seglar, por cuanto su devoción es la que me mueve a hacer la manda» [139]. Juanito en los doctrinos La institución de los doctrinos funcionaba al menos en Sevilla, Valladolid, Palencia, Salamanca, Toledo, Guadalajara, Medina del Campo. Catalina, precisamente por ser tan pobre, pudo meter a su hijito en el centro medinense del Colegio de los doctrinos; pobre y huérfano eran los avales para su ingreso. La Enseñanza de la Doctrina cristiana, vulgarmente «los doctrinos», eran colegios que funcionaban en régimen de internado, con disciplina monástica, horarios fijos. Allí se enseñaba fundamentalmente la doctrina cristiana (de ahí su nombre), a leer, escribir, contar, el modo de ayudar a misa. También debían prepararse para el trabajo: en una provisión real de 1553 se establecía que estos «muchachos se ocupen en algunos buenos exercicios de manos el tiempo que les sobrare», para cuando llegue el tiempo «de poner con amos a los dichos muchachos o en oficios o como más a los dichos muchachos y a la república convenga» [140]. Con buena razón Carlos Ros, con unas ordenanzas o constituciones del Colegio de los doctrinos de la ciudad de Sevilla, cree que no diferiría mucho del régimen interior del Colegio de Medina. Había un administrador presbítero que regía la casa, y un maestro de escuela para la enseñanza. Y se prescribía: «El administrador no dejará que duerman dos muchachos juntos, como sean grandes, sino cada uno de por sí en su colchón, sábana, manta y estera de enea». Se quería en Sevilla que tuvieran unas ropas para los entierros y otras para dentro de casa, «para que así los llamen a entierros con más voluntad» [141]. Francisco viene a ser con sus declaraciones como la memoria viva de la familia; y nos va informando: «Juan, siendo niño, era muy hábil y aprendía bien, y así le pusieron para que aprendiese en los Niños de la Doctrina en Medina del Campo, y en poco tiempo se dio tan buena maña que aprendió mucho. Y pedía para los Niños de la Doctrina» (G, 75). Dirá también de su madre, que para tener algún alivio, «probó a poner a su hijo menor a oficio, y probando el de carpintero, sastre, entallador y pintor, a ninguno de ellos asentó, aunque era muy amigo de trabajar con el trabajo de su madre» (G, 64). De todos modos, estas experiencias le serán útiles y más tarde harán acto de presencia en sus escritos no pocos detalles relativos a estos oficios. Aquí tenemos diseñado el pequeño mundo de Juan: los doctrinos y el taller de varios menestrales. Su rendimiento es 58

desigual. Bueno para las letras, medianillo para los oficios manuales. Lo que no acabo de ver es si el oficio de pintor se refiere a pintar puertas, ventanas, paredes, en fin, de brocha gorda, o a quien ejercita el arte de la pintura. En este tiempo en Medina estaba al frente de la institución don Rodrigo de Dueñas y Hormaza, judío converso y millonario como cambista, que, además, en 1550 «fundó un convento de monjas con la advocación de la Magdalena[142] para recoger mujeres perdidas, que en aquel tiempo fue harto necesario; porque a la abundancia de las ferias y de las riquezas que había, acudían gran numero de damas a esta villa; y al presente, visto que había para monjas, sus prelados han permitido que reciban hijas de gente honrada con dotes; son de la Orden de San Agustín, y dioles renta, en muy buenos juros, mil ducados» [143]. Así lo cuenta un historiador de Medina que conoció de niño a Juan de Yepes. En el documento fundacional del convento de la Magdalena ya decía Rodrigo de Dueñas: «Por cuanto nosotros, con la ayuda de nuestro Señor Jesucristo, hemos procurado que los niños de la Santa Doctrina se perpetúen en esta villa y de día en día vayan en aumento, y para ello pretendemos hacerles casa donde puedan estar, a los cuales mandaremos ciertos maravedís de renta, con ciertas condiciones y gravámenes» [144]. Los doctrinos, como contraprestación por la enseñanza gratuita que recibían, tenían algunas obligaciones particulares, o «gravámenes», como hacer de monaguillos en alguna iglesia. Es el caso de Juan de Yepes en la iglesia de la Magdalena fundada por don Rodrigo de Dueñas. «A los dichos niños les gravamos que hayan de servir en el dicho monasterio y casa, y es justo que se ayuden unos a otros, pues todo es servicio de Nuestro Señor Jesucristo. Y para esto han de estar en cada un día en el dicho monasterio e iglesia cuatro niños, para servir a las misas y limpiar y barrer y hacer otras cosas que le hubieren sido mandadas por la priora y por el prelado que gobernaren la dicha casa y monasterio, y por los capellanes y sacristanes. En invierno han de estar desde las siete horas de la mañana hasta las once de medio día, y en verano desde las seis hasta las diez. Si después de mediodía fueren menester para servir y fuesen llamados, vengan para servir la dicha casa» [145]. De aquí lo que recuerda Francisco de Yepes a propósito de su hermanillo acólito en la Magdalena: «Le enviaban al monasterio de la penitencia para que sirviese la iglesia y ayudase a misa» (G, 64), y «las monjas le tenían mucho amor por ser muy agudo y hábil» (G, 75). Como se ve no era sólo ayudar a misa, sino atender a otros cuantos menesteres. El servicio era totalmente gratuito, no teniendo las monjas obligación de pagar nada a los niños «porque con esta carga y no de otra manera les hacemos la dicha manda». No hay que entusiasmarse, como hace algún historiador, describiendo la iglesia amplia y esbelta, las pinturas y otras preciosidades que vinieron después; entonces estaban muy al principio. Por ejemplo: la parte del presbiterio y la cabeza del ábside se vinieron a terminar en 1558, y el retablo del Calvario de Esteban Jordán es del año 1570, y así otras piezas[146]. Otra de las incumbencias de los niños era la asistencia en grupo a los entierros. ¡Cuantos más niños en el cortejo fúnebre, mucho mejor! Otro quehacer de Juan de Yepes, ya recordado por su hermano, consiste en ir 59

pordioseando por la ciudad para el colegio; esta encomienda no sé si se casa bien con alguna de las órdenes reales en las que se mandaba «que los niños no anden mendigando lo que han de comer porque se les quite esta mala costumbre». Puede ser que esta orden se refiera sólo al tema de la comida y no a otras partidas para las cuales se pueda ir pordioseando por ciudad tan cosmopolita como era Medina en aquel entonces. Otra vez al agua Estando todavía en el Colegio de los doctrinos, anda jugando con otros niños y, como lo cuenta un testigo, que convivió con fray Juan varios años, «oyó decir muchas veces al santo padre fray Juan de la Cruz que siendo niño había caído en un pozo y que estuvo en él muy gran rato; que cuando lo sacaron, entendiendo que estaba muerto, lo hallaron vivo y que dijo que una Señora le había sustentado dentro en el dicho pozo. Y salió sin lesión alguna» (23, 498). Este es el relato más escueto. Otros, como Juan Evangelista, tan cercano a él, añaden haberle oído más detalles de «cómo había caído en el pozo de la villa de Medina del Campo, siendo niño, y se había hundido hasta el suelo y esto por tres veces y por tres de ellas se había quedado sobre una tabla que andaba sobre el agua. Y no le dijo a este testigo le hubiese ayudado la Madre de Dios ni tuviese otro favor del cielo, porque estas mercedes las guardaba él para sí sin dar cuenta de ellas, como este testigo lo experimentó en el tiempo que le trató; pero en el modo con que lo decía y en el caso que sucedió, se echaba de ver que traía consigo algo de favor y merced de Dios, por ser cosa que parecía más que natural» (23, 38). De este modo de contar sus cosas, tratando de ocultar o disimular lo que pudiera redundar en alabanza suya o que pudiese oler a milagro, habla otra vez el mismo testigo (24, 524), y no sólo él, sino otros muy cercanos, como Diego de la Concepción, dicen esto mismo (23, 67). Cuando le sacan de la laguna o charca de Fontiveros y del pozo de Medina del Campo, el muchacho, dada su edad, habla de intervención divina del modo más llano, e inocente, dando una explicación de lo sucedido cuando le acosan con preguntas. Cuando ya de adulto habla de las mismas cosas, las cuenta con la reserva indicada. No obstante a veces, en este mismo caso del pozo, dice abiertamente que se trataba de un milagro no haberse ahogado (24, 551). Esta caída fue muy sonada y comentada en Medina del Campo. Cae en la laguna de Fontiveros, ahora casi se ahoga en Medina; no parece que este Juan de Yepes fuera un pasmao, sino que debía de ser bastante inquieto y trasto. Juan Gómez de Espinosa, que frecuenta el Hospital de la Concepción, refiere que «conoció muy bien [...] un muchacho que estaba con él y servía en el dicho hospital y era del Colegio de los Niños de la Doctrina de esta villa» (22, 109). Volviendo un día a comer a su casa se encontró con que en el vecindario no se hablaba más que del niño de la Doctrina que había caído en el pozo del hospital y que, creyendo todos que estaría ya ahogado, le habían sacado vivo sin lesión ni daño alguno (ib). El testigo vio después no pocas veces al niño «del milagro» y reconoció que aquel Juan de Yepes que trabajaba en el hospital era «el que había sido libre del pozo». De modo parecido declara Elvira de Quevedo, empleada del hospital (22, 167). 60

Un compañero de comunidad en varios sitios, Inocencio de San Andrés, ya adorna la cosa y busca responsable de aquella caída diciendo: «Andando con otros niños jugando alrededor del brocal de un pozo, arrimándose al brocal, que era bajo, otro muchacho mayor que él, llegando a quererle hacer mal, le hizo caer en el pozo, el cual tenía harta agua, y así como cayó se hundió hasta el suelo. Y se le apareció nuestra Señora y le asió de la mano y lo subió a la superficie o alto del agua; y estuvo en ella como si estuviera sobre alguna tabla; y pasó alguna distancia de tiempo. Y dando voces los niños y muchachos que le habían visto caer, que había caído un niño y se ahogaba, acudió gente a remediarle. Y asomándose al brocal, diciendo que “ya estará ahogado”, respondió: “No estoy ahogado, que la Virgen me ha guardado; échenme una soga, que yo me ataré y me sacarán”. Y echándole una soga, se ató con ella por debajo de los brazos y le sacaron sin lesión ni daño alguno muy contento. Todo esto me contó el mismo Padre» (26, 389). A cuidar enfermos en el hospital de las bubas Una vez más aparece otro caballero providencial del que habla Francisco de Yepes, don Alonso Álvarez de Toledo, «el cual había dejado el mundo y recogídose a un hospital a servir a los pobres. Estando allí le dio este caballero cargo de que pidiese para los pobres» (G, 64, 76). Según creo el joven Juan de Yepes, admirando la obra de asistencia a los enfermos en aquel hospital, se presentó voluntariamente al director. «Se entró de su voluntad en el hospital general de esta villa [...] donde le conocí», dice uno de los testigos (24, 94). Y otro ratifica que se pasó al dicho hospital por decisión propia: «Y esta es la verdad por lo haber así visto por mis ojos» (24, 86). El trabajo en aquel hospital era delicado por la clase de enfermos a que había que atender, tantos de ellos enfermos de bubas o tumores, sifilíticos. Conocido por el hospital de la Concepción o de las bubas, era uno de los catorce de la villa. Hospital de «las bubas», por la enfermedad a que se refería: «Buba, tumor blando comúnmente doloroso y con pus que se presenta de ordinario en la región inguinal como consecuencia del mal venéreo y también a veces en las axilas y en el cuello». Se trata de la sífilis. Se llamaba también el Hospital de la Concepción, porque lo tenía a su cargo la cofradía de la Concepción[147]. Ante aquella enfermedad tan terrible, su estructura, diagnóstico, características, al pobre enfermero se le encogía el alma. Iba sabiendo lo necesario, lo sustancial, y el trato con los pacientes era la mejor escuela para él. En sus años de escritor sabrá referirse muy bien a la «llaga afistulada» [148], como fruto de aquella su experiencia sanitaria en Medina del Campo. Nacido pobre, y sabiendo por experiencia personal lo que significa pasar necesidad, parece que no le cuesta a Juan andar pidiendo para los pobres y enfermos del hospital como antes ha hecho para los niños de la Doctrina. El hospital de las bubas y del Amparo cubrían la mayor parte de sus gastos con las limosnas de los particulares, y «cada sábado hacían demanda de limosnas por la villa 61

particularmente entre feriantes» [149]. Este andar pordioseando por aquellas calles donde hay tantos tratantes y mercaderes y otros sujetos no era nada agradable, estando expuestos a desplantes, insultos y desprecios de la gente, y algún que otro capón o tirón de orejas. Con buena idea alguien, recordando que Francisco recoge a un pobre enfermo en la calle, le carga sobre sus espaldas y le lleva al hospital, comenta: «Quizá es al de la Concepción, donde presta servicio su hermano Juan». ¿No es el hospital de los pobres? «En este caso, el enfermo pasa de las manos de Francisco a las de Juan, manos acariciadoras de menesterosos, como si los dos hermanos, huérfanos y pobres desde niños, saboreadores de tanta hambre, lágrimas y desamparos, rezumasen para los demás el cariño y las atenciones que los hombres les han negado a ellos desde la infancia» [150]. Al Colegio de los jesuitas[151] No sólo el señor del hospital sino todo el personal del mismo se encariña con el muchacho, tan correcto y tan delicado. Y el director termina por darle licencia para que vaya «a oír lecciones de Gramática en el Colegio de la Compañía de Jesús» (G, 64-65). Enfermero y «pordiosero» colector de limosnas para el hospital, no le queda mucho tiempo para estudiar: un rato por la mañana y otro por la tarde; pero, como matiza su hermano: «Tenía tanto cuidado que en breve tiempo supo mucho en la Compañía de Jesús» (G, 76), saliendo muy buen latino y retórico. Sacará tiempo para el estudio quitándoselo del sueño: «Y contaban en el hospital que, andándole a buscar de noche, no le podían hallar, y al cabo venían a verle entre las tenadas de los manojos estudiando» (G, 65). No sólo el personal del hospital, sino también «contaba la madre que, andándole a buscar a la medianoche, le hallaban estudiando entre los manojos» (G, 76). Juan López Osorio, que le conoció muy de cerca estos años de doctrino y de enfermero, da este resumen: «Y en él [en el hospital], con mucha caridad, humildad y paciencia acudía a los pobres. Y el demás tiempo que le sobraba de sus acostumbradas ocupaciones de piedad, ocupaba en aprender Gramática en la Compañía de Jesús de esta villa, que es muy cerca del dicho hospital» (24, 86). Los jesuitas llegaron a Medina por primera vez en 1550 en misión de apostolado: predicación, confesiones, etc. En 1551 llegaron ya tres de ellos para permanecer de asiento en la villa. Se hospedaron en el Colegio de la Doctrina. Y ya en ese mismo año comenzaron a leer Curso de Artes, es decir, de Filosofía. En 1552 Rodrigo de Dueñas, el célebre financiero medinense y fundador del Colegio de los doctrinos y del monasterio de santa María Magdalena de las Arrepentidas, «donó a la Compañía una huerta con sus casas y palomar, viña y frutales, todo cercado extramuros junto a la puerta de Santiago, que fue de Alonso Díez de la Reguera, por lo que se la denominaba “la huerta de la Reguera”». Aquí se hizo el colegio al que asistió el niño Juan de Yepes. La primera piedra del colegio la puso san Francisco de Borja en 1553. El verdadero fundador del colegio fue otro rico mercader, Pedro Quadrado. San Ignacio había escrito a Felipe II en 62

1556: «Todo el bien de la cristiandad y de todo el mundo depende de la buena educación de la juventud». En 1552, cuando abrieron la casa, ya había en ella 22 jesuitas entre padres y hermanos. En 1553 eran 23. El número de alumnos externos era bastante alto: la asistencia era completamente gratuita. En 1560 eran 160; muchos más en 1561. Los años más ciertos de la asistencia de Juan de Yepes, como estudiante externo en el Colegio de la Compañía, son los que van desde 1559 a 1563. Y justamente en esos años, en un censo de 1561 en Medina del Campo se sitúa a Catalina en el «arrabal» de Barrionuevo y los empadronadores escriben simplemente: «Catalina, viuda pobre». ¡Tan pobre debió de parecerles que ni se molestaron (en una sociedad como aquella tan imbuida de preocupaciones linajudas) en nombrarla por su apellido!» [152]. En un estudio muy bueno, obra conjunta sobre El sistema educativo de la Compañía de Jesús, puede verse un capítulo titulado Reglas de los alumnos externos de la Compañía[153]. Aunque son normas redactadas y publicadas en 1599, recogen las experiencias y estilo de la enseñanza en sus colegios desde hacía ya muchos años, ya que «antes se habían establecido muchos bocetos y estudios previos, publicados, experimentados y corregidos por mociones» [154]. A propósito de esto, santa Teresa, cuando escribe a su hermano don Lorenzo, le dice: «Olvidóseme de escribir en estotras cartas el buen aparejo que hay en Ávila para criar esos niños. Tienen los de la Compañía un colegio, adonde los enseñan gramática y los confiesan de ocho a ocho días, y hacen tan virtuosos que es para alabar a nuestro Señor» [155]. Esta era la tónica de aquellos colegios de la Compañía, y en particular del de Medina donde se educó Juan de Yepes. Las normas a que me estoy refiriendo son 15 en total. Que yo sepa no han tenido acto de presencia en biografías del santo; por eso me permito transcribirlas literalmente y esto nos servirá para conocer el ambiente concreto en que tuvo que moverse Juan de Yepes en esos años. Reglas de los alumnos externos de la Compañía[156] –

Estudio y piedad: 1 . Entiendan los que frecuentan los centros docentes de la Compañía de Jesús en busca del saber, que, con la ayuda de Dios y en la medida de nuestras fuerzas, nos ocuparemos de su formación en piedad y demás virtudes, no menos que en las artes liberales.

– Clases: 2. Cada uno frecuentará la clase que le fuere asignada por el prefecto, después de un examen preliminar. – Actos religiosos: 3. Se confesarán todos por lo menos una vez al mes, y asistirán con corrección todos los días al sacrificio de la misa y al sermón los días de fiesta. – Doctrina cristiana: 4. Asistan todos cada semana a la explicación del catecismo, y 63

aprendan su compendio, según determinaren los profesores. – Armas: 5. Ninguno de nuestros alumnos entre en el colegio con armas, dagas, cuchillos o instrumentos semejantes que estuvieren prohibidos por razón del lugar o circunstancias. –

Conducta: 6. Absténganse por completo de juramentos, ultrajes, injurias, difamaciones, mentiras, asimismo de juegos prohibidos, como también de lugares peligrosos o prohibidos por el prefecto. En suma, de todo lo que vaya en contra de las buenas costumbres.

– Corrector: 7. Sepan que, si no son útiles las órdenes o avisos concernientes a la disciplina y estudio de las artes, los profesores se valdrán del corrector para castigarlos. Y los que recusen el castigo, o no den esperanza de enmienda, o fueren molestos a los demás o perniciosos con su ejemplo, serán expulsados de nuestras clases. –

Obediencia: 8. Obedezcan todos a sus respectivos profesores, y observen puntualísimamente tanto en las clases como en casa el plan de estudio prescrito por ellos.

– Diligencia: 9. Aplíquense con seriedad y constancia a sus estudios, sean asiduos en llegar a tiempo a clase, y diligentes en oír y preparar las prelecciones, y en practicar los demás ejercicios. Y si algo no entienden con claridad o tienen dudas, consulten al profesor. – Orden: 10. En las clases no anden de acá para allá, sino que cada uno en su banco y asiento atienda a sí y a sus cosas compuesto y en silencio, ni salga de la clase sin permiso del profesor. No marquen ni hagan señales en bancos, tribunas, sillas, paredes, puertas, ventanas o en cualquier otra cosa, pintando, escribiendo, grabando o de cualquier otro modo. – Amistades: 11. Eviten las amistades malas o aun sospechosas, y traten sólo con aquellos que les pueden ayudar, con su ejemplo y amistad, en el estudio de las letras y de las virtudes. – Lecturas: 12. Absténganse en absoluto de leer libros perniciosos e inútiles. – Espectáculos: 13. No asistan a espectáculos públicos, comedias, juegos; ni a las ejecuciones de reos, a no ser eventualmente a las de los herejes; ni interpreten papel alguno en los teatros de los externos, sin obtener antes permiso de sus profesores o del prefecto del colegio. – Piedad: 14. Esfuércense en conservar su alma sincera y pura, y en guardar con suma diligencias los mandamientos divinos. Encomiéndense de corazón y con mucha frecuencia a Dios, a la Santísima Virgen Madre de Dios y a todos los demás santos; imploren asiduamente la ayuda de los ángeles, y especialmente la del ángel de la 64

guarda. Pórtense con corrección siempre y en todas partes, pero sobre todo en el templo y en la clase. –

Ejemplo de vida: 15. Por fin, condúzcanse en todo su proceder de modo que fácilmente pueda comprender cualquiera que no están menos interesados en las virtudes e integridad de vida, que en la ciencia y en las letras.

Dentro de la pedagogía de la Compañía se fue, sin duda, troquelando la personalidad de Juan de Yepes a lo largo de estos años. Aparte de estas normas hay en la Ratio muchos puntos de la enseñanza de la gramática, retórica, reglas del profesor de humanidades, etc., que vienen a ilustrarnos cómo pudo estudiar esas materias o asignaturas. Juan Bonifacio, el preceptor principal En 1560 (cuando ya era alumno Juan de Yepes) el número de jesuitas era de trece. «En 1561 el número total era de 16: cinco sacerdotes y once hermanos, entre escolares y coadjutores. De aquí se deduce que Juan de Yepes tuvo como profesores a jóvenes jesuitas escolares pero que llegaban a la Compañía equipados con frescos títulos universitarios obtenidos en las Universidades de Salamanca o Alcalá». Entre los profesores de latinidad de Juan de Yepes se encontraban Miguel Ángel de Anda y Gaspar de Astete. El primero, vallisoletano, maestro de latinidad de Juan de Yepes en 1559-1560. Pasó enseguida a Roma, habiendo estado el pobrecillo «consumido de enfermedades y trabajos» en Medina. El segundo, «flaco de fuerzas y de corta vista desde joven», era natural de Salamanca y fue profesor de latín en el segundo curso de Juan de Yepes. Se trata del autor del hasta nosotros famoso Catecismo de la Doctrina cristiana. Además, pudo conocer al otro célebre catequista y autor de otro catecismo Jerónimo de Ripalda. Pero como gran educador en el Colegio descuella el salmantino Juan Bonifacio Martínez Benítez, natural de San Martín del Castañar, diócesis de Ciudad Rodrigo. Francisco de Yepes, hablando de su hermano Juan, escribe: «Fue su preceptor el padre Bonifacio, que hoy vive» (G, 65)[157]. Advertimos que Juan Bonifacio, una vez que se ordenó de sacerdote, fue confesor de Francisco[158]. Bien joven, cuando empieza a enseñar en Medina; cuenta él mismo: «Yo comencé a esparcirla [la simiente] muy de mañana; cuando estaba aún en la flor de la edad, pues comencé a enseñar cuando yo era uno de ellos; ya ha pasado gran parte del día; pronto vendrá la noche; pero no pienso dejar aún el trabajo» (O, 153-154). Habiendo nacido en 1538, tenía sólo cuatro años más que Juan de Yepes. ¡Vocación carismática la de este hombre! Se encontraba en Medina desde 1557. Investigadores de la Compañía de Jesús han podido aquilatar que después de «tres años de Gramática se podía pasar al cuarto año de Retórica o bien, en ciertos casos, se introducía un cuarto año llamado de Humanidades en el que los alumnos aprendían a escribir con corrección 65

en latín, a hacer versos latinos» y traducciones de Cicerón, Virgilio, César, Ovidio, etc. En clase de retórica se leía la de Cicerón, libros de Quintiliano y discursos de Cicerón[159]. Consideramos a Juan Bonifacio no sólo como profesor de Gramática y de latín durante cuarenta años, sino también como humanista integral y como formador de la persona del niño encomendado a sus cuidados. Conociendo sus ideas pedagógicas, sus libros y sus cartas, podríamos ir configurando al alumno Juan de Yepes modelado por la mano de tan insigne maestro. Basta seguir la marcha de su libro Christiani pueri institutio, la educación del niño cristiano, en el que nos desvela los criterios y los pasos que va dando y los puntos capitales a que se atiene en su labor formadora, de «juntar las letras con la virtud y la virtud con las letras», que era el principal intento de la Compañía. La idea y la ilusión de Bonifacio era ir formando «desde el principio, y como si dijéramos desde la cuna, un niño cristiano» (O, 99); y lo primero que procura es que el niño se aficione «a la religión y sea vergonzoso y honesto, con lo cual será buen cristiano, respetará a los demás y conservará puro el candor de su alma» (O, 100). En otro de sus libros, titulado De sapiente fructuoso, dice algo parecido, recordando que «importa mucho a los principios, para que los niños se aficionen a la virtud, que vaya delante el maestro con el ejemplo, que sea él como quiere que sean ellos» (O, 164). Subrayará también muy fuerte: «Nuestra enseñanza debe comenzar por el culto de Dios, al cual hemos de procurar que amen y teman, que sirvan y reverencien nuestros alumnos» (O, 168). Punto capital en su mente es el que llama «el método de rigor», seguido hasta entonces en la enseñanza y que él quiere desterrar por completo. Aquel sistema tan pernicioso «nacía –según él– de un desconocimiento absoluto de los niños. No se les miraba como seres racionales ni se tenía en cuenta para nada su debilidad, su delicadeza, sus encantos, su dignidad natural y sobrenatural» (O, 100). Y contra tales ideas y prejuicios equivocados acerca de los niños, emprende Bonifacio la defensa de los mismos. La denuncia que hace del método del rigor nos recuerda aquel dicho de Juan de la Cruz: «Porque, ¿quién jamás ha visto que las virtudes y cosas de Dios se persuadan a palos y con bronquedad» [160]. Otro error que ataca es el siguiente: «Mucho se equivocan los que creen que los niños no hacen ni pueden hacer nada bueno. En aquellos pequeños cuerpos se encierran a veces almas grandes, capaces de los mayores sacrificios y de las más bellas acciones» (O, 100). Como prueba aporta ejemplos del Antiguo Testamento y de la historia de la Iglesia; y añade: «Se dirá que algunos de los hechos referidos son milagrosos. Conforme –dice Bonifacio–. Luego la niñez es digna de que Dios haga por ella verdaderos milagros. Luego no se deben tratar con el desprecio y menos aún con la crueldad con que algunos los tratan» (O, 100). ¿No estará aludiendo aquí Bonifacio al episodio de Juan de Yepes librado del pozo del hospital? El caso era tan divulgado en la villa que no lo podían ignorar los profesores del colegio. Bonifacio se entusiasma y enternece como una madre a continuación: «Los niños son las flores de la humanidad; lo más puro y delicado de ella. ¿Quién no se conmueve a la 66

vista de un niño? Miradlo con atención. ¿No os dice nada la pureza de sus ojos, la dulzura de su voz, lo apacible de su semblante? ¿Hay algo más hermoso en la naturaleza que esa frente serena y esas mejillas arreboladas por el pudor? Esa linda cabecita, esos rubios cabellos, esos ojos grandes y hermosos, ¿son acaso los de un criminal? Y advertid que esa hermosura exterior no es más que un débil reflejo de la hermosura de su alma» (O, 100-102). Pondera después algunas cualidades de los niños: la fortaleza, la religiosidad, la prudencia, la perspicacia. Y lanza esta pregunta: «Y, ¿qué diremos de la religiosidad de los niños, del respeto con que miran todo lo que se refiere al culto divino? Ellos solos (vergüenza da decirlo) saben ayudar a misa, y se prestan a ayudar a ella con gusto y devoción; saben al dedillo la doctrina cristiana, y la repiten y la cantan por las calles. Yo creo que si se conserva en el mundo la piedad, se debe en gran parte a los niños» (O, 103). Ni que fuera este párrafo en la pluma de Bonifacio una fotografía de Juan de Yepes, acólito en la Magdalena, tal es el parecido con los datos históricos sobre el particular. Acerca del rosario, misa, etc., lo que llamaríamos campo devocional, se expresa así: «Deseo que los jovencitos lleven colgado de la cinta el rosario y que no se les pase día ninguno sin que lo recen, o recen en su lugar el Oficio de Nuestra Señora. Cada niño debe tener su devocionario en romance, para leer en él durante la misa, que, según la costumbre de nuestros colegios, han de oír todos devotamente todos los días» (O, 169). ¿Estaba ya en uso esto del devocionario en el Colegio de Medina cuando allí cursaba Juan de Yepes? También rompe una lanza hablando de la confesión y de cómo hay que instruir bien a los niños sobre el particular: «En esto de la confesión –dice– no debe haber nada forzado, nada desapacible ni violento, todo ha de ser libre y voluntario, todo maduro y en sazón». Y enseña que para esto ayuda mucho el ejercicio de la presencia de Dios, «considerando que Dios está presente en todas partes y no se le ocultan ni los pensamientos más recónditos» (O, 168-169). Escribiendo a un maestro sobre la formación moral y religiosa de los alumnos le dice: «Si no se lo ruegan ellos (los alumnos) muy de veras, no les hable de la vocación religiosa; pero si se lo ruegan y le consultan sobre este particular, dígales sinceramente lo que hay en pocas palabras» (O, 179). Así conocemos el parecer de Juan Bonifacio que, aunque expresada años más tarde, podemos pensar que ya opinaba de esa manera cuando estaba de enseñante en el Colegio de Medina, del que salieron tantas vocaciones de dominicos, franciscanos, carmelitas, etc. Estos son algunos de los grandes elementos que concurrían en la configuración cristiana, moral y religiosa de alumno ya mayorcito, como era Juan de Yepes. Toda esta labor del colegio caía sobre la buena tierra de aquella alma cultivada en familia tan honrada y cristiana como la de Catalina Álvarez. Una de las monjas descalzas de Medina del Campo, Francisca de Jesús, cuenta que, hablando ella un día con Catalina, que entraba en el convento para enseñarle a tejer, le dijo que «el padre fray Juan, su hijo, desde chiquito había sido muy virtuoso» (22, 141). 67

Criterios pedagógicos y prácticas Vamos a referirnos ahora más directamente a los estudios de Juan de Yepes y a los criterios pedagógicos de Juan Bonifacio para la formación cultural del niño cristiano que tenía en su mente y tantos años entre sus manos. En todas las clases a que nos hemos referido anteriormente «había tres horas por las mañanas y otras tres por la tarde durante las cuales se darían las lecciones, repeticiones, exámenes, preguntas, corrección de ejercicios y algunas veces concertaciones, pero sólo en las tres clases superiores. En las tres primeras clases de Gramática aprendían los alumnos de memoria algunos trozos de Cicerón o de Virgilio. Era lo que se llamaba «el pensum» [161]. Los métodos pedagógicos de Juan Bonifacio descollaban por innovadores y eficaces; y funcionaban, podemos decir, con esta triple formulación[162]: «Tratar con amor a los discípulos». «No basta saber hacer». Es preciso «hacer hacer».

Pedagogía activa y dinámica, discusión oral, lanzándose preguntas unos estudiantes a otros para estimularse en el estudio. Escuchando algunas de las declaraciones de Bonifacio nos situamos debidamente, imaginándonos a Juan de Yepes en aquel grupo de alumnos de varias tendencias, como las que refleja Bonifacio en el siguiente pronunciamiento: «Explicamos todavía los preceptos de la antigua Gramática por condescender con algunos que me lo pidieron, que parece del número de aquellos que, después de descubiertos los cereales, siguen manteniéndose de bellotas. Por eso vive todavía Vives entre nosotros, por eso tengo ya que explicar, a veces, diariamente, los cinco escritores difíciles, por dar gusto a los que buscan más el saber que el saber hablar bien. Por lo mismo me presto sin dificultad a leer a Valerio Máximo, a Suetonio, a Alciato; declaro algunos pasajes del Breviario y algunos himnos eclesiásticos, el Catecismo, las Cartas de San Jerónimo y el concilio tridentino. A mis discípulos ordinarios les leo Cicerón, Virgilio y algunas veces las tragedias de Séneca, Horacio y Marcial expurgados; César, Salustio, Livio, Curcio para que tengan modelos de todo, de oraciones, de poesía y de historia. De este modo logramos tener contentos a todos, a los partidarios de la vieja Gramática, y damos materia abundante a los que aprenden la nueva. [...] Procurarnos acomodarnos al tiempo y hacemos de la necesidad virtud porque vemos que no se puede quitar de repente la antigua Gramática» (O, 54-55).

Así habla Bonifacio de lo que venía a ser el grupo de la «Vieja Gramática», enfrentado con el de la «Nueva Gramática», la del padre Manuel Álvarez, más exacta y elegante que las otras. Años más tarde recuerda que para ejercitar la memoria de los alumnos se estilaban varias prácticas: – Aprender a la letra trozos latinos, principalmente de Cicerón. – Recitar en público o declamar lo que ellos mismos han escrito. – Aprender muchas palabras distintas «como nombres de aves, de hierbas, de peces de colores, de milicia, de náutica, etc., para que vayan adquiriendo riqueza de lenguaje» (O, 139). 68

No sé hasta qué punto y desde cuándo le llegaría a Juan de Yepes lo siguiente: «Aquí ejercitamos a los niños en hablar latín aun de repente y sin preparación. Para esto les explicamos las leyes de la invención y hacemos que todos los días se ejerciten en hablar y componer en latín» (O, 138). Otro de los elementos de la pedagogía del colegio consistía en hacer «representaciones teatrales» con textos compuestos por los propios alumnos. El mismo padre Bonifacio, que era un gran dramaturgo, como demuestran sus escritos en el gran códice de Villagarcía, nos hace saber: «Como dejase ordenado el padre provincial que hubiese vacaciones todos los caniculares, ordenáronse unas conclusiones para el día que fenecían las lecciones, a las cuales se hallaron muchas personas de calidad como el fundador, el P. Prior de la iglesia mayor y mercaderes muy ricos, hombres también de letras [...]. Los estudiantes, después de ser fenecidos los argumentos que ellos y los de fuera propusieron, representaron la historia de Absalón contra su padre David, compuesta por ellos mismos en verso, y tuvimos mucho que hacer en persuadir a los oyentes que era de estudiantes aquella». Ya en el primer año de colegio de Juan de Yepes, «a la tarde –19 de octubre de 1559–, se hizo una comedia muy bien y graciosamente, con lo cual creció y crece siempre el número de los estudiantes más que suele». En la misma fiesta de San Lucas del año 1560 los estudiantes recitaron poemas y discusiones e intervinieron cerca de 20 alumnos en lengua castellana, esta vez. A estos años de colegio debe no poco Juan de Yepes, en lo humano, en lo espiritual y en el ámbito del saber, en su amor a la poesía, al buen estilo, acaso también a la pintura. Parece una evocación de aquellos años de escolar este juicio suyo: «La intención del Apóstol y la mía aquí no es condenar el buen estilo y retórica y buen término, porque antes hace mucho al caso al predicador, como también a todos los negocios; pues el buen término y estilo aun las cosas caídas y estragadas levanta y reedifica, así como el mal término a las buenas estraga y pierde» (3S, 45, 5). Entre las cartas de Juan Bonifacio se encuentran una serie de ellas que forman un tratado de predicación en las que trata de la prudencia del predicador, los sermones útiles, lo que debe ser un sermón de verdad, materia y forma de los mismos, la necesidad de agradar, la declamación, la santidad del predicador, los sermones que llama espectaculares o de aparato, etc. Temas todos estos que habría integrado Juan de la Cruz al final de la Subida del Monte Carmelo, 3, 44, al meterse a hablar de los bienes provocativos, es decir, los predicadores. Metidos a rastrear huellas literarias de aquellos años de colegio, nos encontramos con una cita de Ovidio de Remedia amoris, I, 91-92[163]. Bautista Mantuano, estudiado en el Colegio de la Compañía Una vez más quiero presentar aquí algo muy importante, y es lo siguiente. En 1561, en Medina del Campo y para aquel colegio de humanidades de los jesuitas se imprimió: Baptistae Mantuani carmelitae, Theologi poetae clarissimi, Parthenice mariana recenter excusa, in Methymnensium scholasticorum gratiam: collegio Societatis Jesu bonas litteras addiscentium, Methymnae Campi, Excudebat Franciscus 69

a Cantu, Typographus. ANNO MDLXI. Se trata de una de las principales obras de este beato carmelita Bautista Mantuano, que participó en el V concilio de Letrán y fue general de la Orden del Carmen de 1513 a 1516, año de su muerte. La obra Parthenice Mariana, con sus 2.866 hexámetros, la mandaron imprimir los jesuitas en Medina en 1561 para que la estudiasen sus alumnos. Entre ellos está Juan de Yepes. En mis estudios anteriores, desde aquel simple decir «que tantos parecidos guarda con Mantuano» [164], hasta asegurar que el humanista describe las virtudes teologales del mismo modo como lo hará después san Juan de la Cruz al comentar la palabra «disfrazada» [165], estaba adelantando mi opinión de que a este monstruo de fecundidad en versos latinos lo pudo conocer y manejar Juan de Yepes en sus años medinenses. Aquella mi afirmación juvenil «de que el capítulo 21 del libro segundo de la Noche oscura era coincidente con versos del Mantuano, la acabo de contrastar ahora (decía en 1993) y, francamente, corre un buen parecido, con las diferencias típicas a que nos tiene acostumbrados Juan de la Cruz, cuando recrea elementos anteriores y los perfecciona y funde o refunde con su genio» [166]. Me reconfirmo en la posibilidad, más aún, probabilidad y aún más, seguridad de este conocimiento por parte de Juan de Yepes al menos de esa obra poética del Mantuano. Me alegra ver que alguien tan enterado como Cristóbal Cuevas admite la presencia y el estudio de esta obra en el Colegio de los jesuitas[167]; también lo admite autor tan erudito como Balbino Velasco, que se pregunta: «¿Conoció la Parthenice Mariana Juan de Yepes? Debió de conocerla» [168]. Advierto que, además de esa coincidencia en lo que se refiere a las virtudes teologales, hay más lugares pariguales. Las ilusiones del profesor Bonifacio vivía constantemente con la ilusión de sacar discípulos aventajados, y uno de ellos fue para él Juan de Yepes; y esto pudo comprobarlo años más tarde cuando ya se encuentre, durante varios años, con aquel Juan de Yepes en Ávila, convertido en Juan de la Cruz. Este fue uno de esos discípulos que, en opinión de aquel su preceptor, son «tan buenos que sus maestros se consuelan al verlos sobremanera y se animan como san Pablo, ut propter electos omnia sustineant ac perferant, pues la vida de algunos de estos es norma de sabiduría y probidad, ejemplo de honestidad, indicio de pureza, anuncio de santidad y espejo en que se mira la buena educación; son como campos fértiles que producen con el cultivo de la Compañía frutos abundantes que nos hacen esperar para adelante cosechas mucho mayores, y las mismas contradicciones que hemos padecido a los principios nos lo hacen esperar así, pues sabido es que la abundancia de nieves es abundancia de bienes» (O, 55). Tenemos en Juan de Yepes un ejemplo magnífico de lo que es un joven que, al mismo tiempo que se dedica a su trabajo profesional de enfermería, sigue sus estudios. Trabaja y estudia, ambas cosas con buena entrega. En una de las cartas de Bonifacio de años más tarde dice a un amigo, gran retórico: «Los alumnos que tengo ahora no son como los que tenía en el tiempo a que te 70

refieres». Y añade este suspiro: «¡Cuánto los echo de menos!» (O, 139). ¿Entraba en esa lista de añorados Juan de Yepes? El que hemos señalado como el que mejor ha escrito hasta ahora acerca del Colegio de los jesuitas de Medina del Campo dice, sintetizando: «Este fue el centro docente en que Juan de Yepes recibió su primera formación humanística. Allí aprendió los latines, educó su libertad con la seria disciplina colegial, asimiló el equilibrio, la serenidad, la belleza formal de la poesía virgiliana, hizo suyas las máximas de la moral cristiana que profesores y educadores pregonaban cada día; el innato estro poético de Juan de Yepes vibró al unísono con la armonía de los versos de Boscán y Garcilaso» [169]. De las aulas a los conventos Del Colegio de los jesuitas salieron para hacerse religiosos en 1563 ocho alumnos: uno de estos era Juan de Yepes. A él y a sus compañeros se refiere el Informe del colegio, dado en carta del padre Olea, fechada en Medina en 1563: «Ocho han ya entrado en religión; cuatro en Santo Domingo, tres en el Carmen y uno en San Francisco; de los cuales están sus superiores tan satisfechos, que uno de ellos, viéndoles tan bien instruidos, así en letras como en virtud, dijo a sus frailes: “Padres, dejemos de leer teología y predicar y démonos a leer gramática, porque pienso haremos más provecho por esta vía, que es tomar la instrucción de las almas de fundamento, como hacen los padres de la Compañía”. Y el maestro de novicios dijo a uno de los nuestros que le preguntó por ellos que estaban tan bien impuestos en las cosas de virtud, que no tenía que hacer con ellos más que procurar que no perdiesen lo que traían» [170]. Vida ejemplar de Catalina, Francisco y Ana Izquierda Juan de Yepes va a emprender su camino en el Carmelo y en Medina, de donde saldrá. Queda su familia, entregada a hacer el bien desde su pobreza. En la partida del bautizo de María, de la parroquia de San Martín, del 23 de diciembre de 1565, figura como madrina Catalina Álvarez (fol. 84r). Y en la misma parroquia aparece otra vez Catalina Álvarez como madrina en un bautizo del mes de marzo de 1567 (fol. 90v). De estas dos bautizadas se conocía la paternidad, pero adelanto aquí otras dos partidas de bautismo en las que interviene, en 1577, toda la familia Yepes, en el caso de dos criaturas «de padres no conocidos». Parroquia de Santiago: fol. 128v: «En catorce de abril de 1577 años, bapticé a Magdalena hija de padres no conocidos. Fue su padrino Cristóbal Sánchez Rejón (?), platero, y madrina, Ana Izquierda, mujer de Francisco de Yepes y por verdad lo firme de mi nombre. Vicente Lobato». Y en la misma fecha: «Hoy dicho día del mes y año bapticé a María, hija de padres no conocidos. Fue su padrino Francisco de Yepes, buratero, y madrina Catalina Álvarez. Y por verdad lo firmé. Vicente Lovato»[171]. 71

Como se ve ese día se presentaron Catalina, Ana Izquierda y Francisco en la parroquia de Santiago con las dos niñas de padres no conocidos, abandonadas quizá a la puerta de la iglesia. Contraído ese parentesco espiritual, no sé cómo lo vivirían. Para los expósitos había centros de recogida y de atención en la misma villa de Medina. Evaluación y resumen del primer periodo (1542-1563)[172] Dejando por ahora a un lado lo que pueda haber influido en Juan de Yepes su tierra castellana, lo que sin duda lo ha marcado fuertemente y ha ido configurando su personalidad han sido sus experiencias infantiles y juveniles: – Orfandad prematura. – Pobreza familiar, que obliga a diversos desplazamientos en busca de una solución familiar. – Sus primeros estudios y oficios en Medina del Campo, trabajando y estudiando al mismo tiempo sucesivamente en los doctrinos y en los jesuitas. – Su alternar en aquel mundo de feriantes, pícaros y enredadores, teniendo también que andar por calles y plazas pordioseando para el Colegio de los doctrinos, primero, y después para los enfermos del Hospital de las bubas. – Su experiencia de enfermero al contacto con las peores enfermedades del tiempo, cual era la sífilis, en aquel hospital de las bubas. – Su saber por experiencia lo que es la pobreza, lo que son las privaciones, le fue configurando en su opción por la pobreza y por la austeridad y por saber contentarse con bien poco, con lo imprescindible. – En el seno de una familia tan pobre aprendió igualmente lo que significa ocuparse y preocuparse por los pobres, por los más pobres que lo que era su familia. – Hay en sus obras (3S, 25, 4) unas líneas que saben a experiencia personal padecida. Dice así hablando de quienes se complacen indebidamente en las cosas del sentido: «De gozarse en olores suaves le nace asco de los pobres, que es contra la doctrina de Cristo». –

El haberse criado con tan poco regalo y en tanta pobreza fue haciendo espontáneamente de él un amador de la cruz, conforme a su observación: 1N 7, 4.

Experiencias vitales tan profundas habidas en la infancia y juventud fueron configurando la personalidad de Juan de Yepes, que, añadidas a lo que todavía le falta por pasar y experimentar, harán de él una personalidad singular. Este tipo de experiencias le van, además, curtiendo y preparando para los grandes sufrimientos que le esperan, para vivir circunstancias bien cruciales (cárcel, última persecución, etc.), en las que los 72

grandes resortes y posibilidades de su persona se pondrán a prueba y, afortunadamente, funcionarán al máximo.

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Segunda parte JUAN DE SANTO MATÍA (1563-1568)

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Capítulo 3 Opción por el Carmelo

En Santa Ana de Medina Termina sus estudios en el Colegio de la Compañía a sus 21 años. En estos últimos años ha ido meditando y reflexionando sobre el rumbo que ha de dar a su vida; es la hora del discernimiento y de la decisión. Su hermano Francisco tiene también su noticia que darnos. Don Alonso Álvarez de Toledo, valorando las cualidades del muchacho, una vez que acabó sus estudios en la Compañía le rogaba que cantase allí misa y se quedase por capellán del hospital (G, 65); «para que fuese capellán de los pobres y los confesase, pero él no quiso aquello, porque se quería apartar más» (G, 76). Con esta solución que se le ofrecía al alcance de la mano podría socorrer a su familia con las ganancias de su oficio. Pero, no... Francisco de Medina Perú, presbítero, que era hijo de quien era mayordomo del Colegio de los doctrinos, que sustentaba y administraba los dichos niños, sabe por lo que le contaba su padre que Juan de Yepes, «ya muchacho, codiciado de todos, amado y querido de muchas religiones, por su virtud y muestras que daba de santidad, quiso ser religioso» (24, 80-81). A pesar, pues, de ser tan codiciado y estimado por varios conventos, como pudieron ser en la villa los benedictinos de San Bartolomé, los dominicos de San Andrés, los franciscanos de Santa Clara, los trinitarios calzados de la Concepción, los premostratenses de San Saturnino, dejando otras propuestas, optó por entrar en la Orden del Carmen y así lo hizo en el convento de santa Ana de Medina del Campo. Su hermano dice gráficamente: «Él se acogió a lo más seguro y, determinando entrar en religión, puso los ojos en la del Carmen, y así se fue muy secretamente al convento de Santa Ana del Carmen de esta (Medina), donde pidió el hábito, y el prior y frailes se le dieron al punto con mucho contento» (G, 65). Jerónimo de la Cruz, novicio de fray Juan y que intimó mucho con él, le oyó contar «que el día que habían de darle el hábito, teniendo ya licencia del provincial, con la buena gana que tenía de ser religioso de la dicha Orden, él mismo se fue con el hábito de seglar en casa de un barbero, para que le hiciese la corona», o el cerquillo (25, 114). Y otro novicio del santo, Alonso de la Madre de Dios (Ardilla Andrada) refiere haber oído decir también al propio fray Juan «que desde casa de sus padres se fue a casa del 75

barbero a que le abriera la corona; y abierta, se fue al convento a recibir el hábito» (26, 325). Que Juan de Yepes optase por el Carmelo en lugar de otras Órdenes religiosas o del sacerdocio diocesano sigue siendo para algunos historiadores un misterio. Alguien, Baruzi, se detiene en lo que Juan de Yepes no quiso ser: «Es imposible analizar psicológicamente una decisión que no comenta ningún texto. Pero un factor negativo nos marca el camino. Vemos lo que Juan de la Cruz no quiere ser. Declina la vía prudente que muchos de su entorno le alientan sin duda a que siga» [173]. En el interrogatorio que se hace a los testigos en el proceso ordinario, en la pregunta 4 se les decía: «Si saben que el dicho padre, por la devoción grande que tenía con nuestra Señora, se entró en la Religión del Carmen, dedicada a ella, en el convento de santa Ana de la misma villa de Medina del Campo». De entre los testigos, algunos no contestan a la pregunta, otros afirman simplemente la devoción de fray Juan a la Virgen María y dan algunos detalles particulares sobre esto. Quien con más seguridad responde a la motivación vocacional por la que se le pregunta es Florencia de los Ángeles en el proceso ordinario de Caravaca: «A la cuarta pregunta dijo: que lo que de ella sabe es que al mismo padre fray Juan de la Cruz le oyó decir estando en esta villa cómo por la gran devoción que tenía con Nuestra Señora había entrado en el convento de Santa Ana de la villa de Medina del Campo, donde había tomado el hábito y le oyó decir muchas cosas que le habían sucedido en el año de su noviciado, y esto responde a esta pregunta» (14, 187). Lo más seguro es que escogiera el Carmelo por su devoción a la Virgen María, como él mismo contó a esta testigo. Otros vienen a decir prácticamente lo mismo, como Juan López Osorio, que lo conoció muy de cerca (y que según parece estuvo con él en los doctrinos de Medina y acaso también en el hospital) y que escribió la Historia de Medina: «Después que en el dicho hospital general se vio algo crecido y aprendió los principios de sus estudios, con la devoción tan grande que tenía de la Virgen nuestra Señora, tomó el hábito de carmelita de la Observancia en el monasterio de nuestra Señora del Carmen, advocación de santa Ana, de esta villa, donde le vi» (24, 86). Otro testigo, Pedro Fernández Bustillo, que le conoció también siendo estudiante, declara: «... Se salió del dicho hospital donde estaba y se fue al convento de Santa Ana, de la Orden de nuestra Señora del Carmen en esta villa y tomó el hábito del Paño. Y allí le vi y hablé con él; que con mucha humildad y oficios trabajosos, se ejercitaba con mucha devoción, ayudaba a las misas con deleite y gozo, obligándose a ello» (24, 94). Y Antonio del Espíritu Santo, que convivió varios años con fray Juan, declara: «Este testigo sabe que el dicho santo padre fray Juan de la Cruz, por la devoción que tenía con Nuestra Señora del Carmen, tomó el hábito en el convento de Santa Ana de la dicha villa de Medina del Campo» (23, 498). Como esta decisión de Juan de Yepes sigue intrigando, según parece, todavía en nuestros días Fernández Martín, jesuita, se pregunta: «¿Por qué Juan de Yepes no ingresó en la Compañía de Jesús?», y sigue diciendo: «Su vinculación afectiva con sus maestros jesuitas hubo de ser grande sobre todo con Juan Bonifacio; su aprovechamiento en los estudios fue considerable; su edad entre los veinte y los veintiún 76

años ofrecía una madurez psicológica necesaria para tomar una resolución de tal trascendencia; apreciable a sus maestros y al tipo de educación que se le daba; estaba contento con los jesuitas. ¿Por qué no ingresó en la Compañía de Jesús con la que convivía como alumno durante cuatro años?». Y se contesta: «Carecemos de documentación para formular una explicación plenamente satisfactoria». Refiere a continuación una sugerencia de un autor moderno, cuyo nombre no cita, pero que ha pensado que los jesuitas no le quisieron recibir por aquello de la «no limpieza de sangre» [174]. Esto no tiene fundamento ninguno. Pues para decir que no le quisieron recibir, antes hay que saber que él pidiera su ingreso. Dejemos a Juan de Yepes con su opción personal por las razones que le llevaron al Carmelo. Diego Rengifo La fundación del convento carmelita de Medina del Campo se debió más que a nadie al P. Diego Rengifo, carmelita calzado[175]. Gran personaje que había sido confesor del emperador Carlos V. Y fundó el convento-colegio en 1556. Ante escribano de número de la ciudad de Toledo de 26 de julio de 1560, «hizo gracia y donación al monasterio de Santa Ana, que había fundado en el sitio que se le hizo merced por su Majestad, de todos los ornamentos de plata y otras cosas que al presente tenía», casas, huertas y tierras, palomar, viñas, cantidades de dinero, etc. En fin, legó al Colegio de santa Ana todos sus bienes, que eran inmensos. Habiendo vivido la mayor parte de sus días en Medina, echó de ver que había falta de letras en la villa y «siempre tuve –dice– deseos de tener con qué poder servir a Dios nuestro Señor, fundando algún colegio en el que se leyesen o enseñasen: Gramática, artes y Teología». Y después de hablar del lector de Gramática, establece que «el dicho monasterio sea obligado a tener siempre un lector de Artes con el salario que yo el dicho fray Diego le señalare, el cual lea siempre el curso de Artes en el dicho monasterio así a los frailes de él como a todos los de la villa y su comarca y otras partes que lo quisieren oír, sin llevar salario alguno más de lo señalado por la cátedra, sólo lo que le quisieren dar por vía de limosna los discípulos, el cual lector quiero que sea siempre religioso de la Orden del Carmen y en defecto de no le poder haber suficiente, que sea seglar, el cual dicho salario se pague de lo que rindieren y rentaren los dichos bienes de que así hago esta donación» [176]. Así lo expresaba en la entrega de bienes que hizo en 1560. La ratificó en 1563. En este convento de santa Ana se hizo carmelita Juan de Yepes, quien tomó entonces el nombre de fray Juan de Santo Matía. Alguien llegó a pensar que Rengifo había sido maestro de novicios de fray Juan; lo cual no fue así, habiendo él muerto entre abril-mayo de 1563. Lo que sí parece cierto es que antes de entrar se confesaba o dirigía con él, y este trato espiritual con tan eminente personaje pudo influir en su opción por el Carmelo, aparte del factor mariano ya señalado y otras razones que no conocemos.

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El noviciado El prior o rector del convento se llamaba Ildefonso Ruiz; el nombre del maestro nos es desconocido; tuvo de connovicios a otros dos que ingresaron con él y que eran compañeros en el Colegio de los jesuitas: Rodrigo Nieto y Pedro de Orozco. Aunque nos sea bastante desconocida la clase de formación que pudiese recibir en el noviciado, lo que sí estudiaban, sin duda, los novicios era la Regla carmelitana y las Constituciones antiguas[177]. Refiriéndonos primeramente a las Constituciones vigentes (1525), nos encontramos con que el texto constitucional se abre bajo el título clásico de la llamada «Rubrica prima»: «¿Cómo contestar a los que preguntan cuándo y de qué manera nació nuestra Orden y cómo nos llamamos Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo?». La respuesta que se daba era la siguiente: «Decimos, en testimonio de la verdad, que desde el tiempo de Elías y su discípulo Eliseo, que habitaron piadosamente en el Monte Carmelo, situado no lejos de Acón, numerosos santos Padres, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, gustaron vivir en la soledad de esta misma montaña, para contemplar las cosas celestiales. Allí, cerca de la fuente de Elías, perseveraron en una penitencia continua gloriosa y religiosamente». Y más adelante: «Construyeron un oratorio en honor de la Madre del Salvador. Y por este motivo tomaron el nombre de Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». Con esta voz de la tradición y alentados por los ejemplos de Elías y Eliseo y ungidos por la presencia de la Virgen María se animaban los novicios en el camino del Carmelo que habían emprendido. Cuando años más tarde los descalzos se den las primeras Constituciones en 1581, el primer capítulo de las mismas se abrirá con una pregunta semejante: «De qué manera se ha de responder a los que preguntaren cuándo y cómo tuvo principio nuestra religión, y por qué nos llamamos frailes de la Virgen María del Monte Carmelo» [178]. La respuesta era también casi literalmente la misma. Con estas señas de identidad aprendidas en su noviciado, fue nutriéndose fray Juan de Santo Matía. El fundamento de las Constituciones era la Regla de la Orden, dada a los carmelitas que vivían en el Monte Carmelo, junto a la fuente de Elías. San Alberto, patriarca de Jerusalén, les entregó la Regla entre los años 1206-1214. Para un alma tan porosa como la de Juan de Santo Matía, le resultaba fácil asimilar los preceptos de este documento primordial. La perspectiva inicial de vivir en obsequio de Jesucristo, sirviéndole lealmente con un corazón puro y buena conciencia, le resultaba luminosa de verdad. La vida de oración personal y la meditación de la ley del Señor día y noche, añadida a la oración litúrgica de la comunidad, le llenaba el alma. Para un joven nacido y crecido en la pobreza, los preceptos que se refieren a la propiedad y renuncia de los bienes le debieron de parecer lo más conveniente y fácil. Para quien había pasado tantas hambres y privaciones, las prescripciones acerca del ayuno y la abstinencia no le asustaban lo más mínimo. El capítulo de las armas para el combate espiritual se le grabó en la mente de un modo especial, y lo encontraremos planteado y reflejado en sus escritos acerca de las virtudes teologales como armas y vestiduras para el combate y el triunfo[179]. 78

Los consejos sobre la ley del trabajo y la laboriosidad se le anidaron bien en la mente, cuando le vemos después a lo largo de su vida portándose como un campeón en el trabajo manual, comunitario y, en su caso, también en el trabajo mental de la escritura de sus libros. En una de sus cartas le veremos, ya el último año de su vida, citando aquel precepto de Isaías: «En silencio y esperanza será nuestra fortaleza» (30, 15), texto alegado en la Regla valorando el silencio y blindando, como quien dice, la práctica del mismo en la comunidad carmelitana. Esta lectura nuestra del alma de Juan de Santo Matía al encontrarse con la Regla del Carmelo, aunque parezca un tanto personal, se queda seguramente corta. Podemos pensar también con buen fundamento sobre la posibilidad de que leyera o le comentaran el libro De Institutione primorum monachorum (De la Institución de los primeros monjes) ya en el noviciado. En ese libro tan original –y prohijado nada menos que al patriarca de Jerusalén Juan XLIV de principios del siglo V–, obra de Felipe Ribot, que lo escribió en la última mitad del siglo XIV, ahí podía leer fray Juan de Santo Matía cosas muy claras sobre el ideal de la vida religiosa en la que estaba entrando. Al no tener el novicio elementos de crítica textual y otras posibilidades de descubrir la atribución de la obra a un autor imposible, todo lo que le pudieron decir los formadores, prior, maestro de novicios, gozaba de aquella venerable autoridad que se le atribuía. Y su mente joven y despierta hacía tesoro de doctrinas que más tarde podemos rastrear en sus escritos. Abriendo ante los ojos del novicio el panorama espiritual de su vida, allí podía leer lo que damos ahora en una traducción nuestra[180]: «Como es sabido esta vida tiene un doble fin; uno que adquirimos con nuestro trabajo y ejercicios virtuosos, con la ayuda de la divina gracia. Este consiste en ofrecer a Dios un corazón santo y puro –purificado– de toda mancha actual de pecado. Alcanzamos este fin cuando somos perfectos y escondidos en Charith, esto es, en aquella caridad de la que dice el Sabio que la caridad cubre todos los pecados (Prov 10,12). A cuyo fin, queriendo Dios que llegase Elías, le dijo: “Escóndete en el torrente Charith”» [181]. El otro fin de esta vida se nos confiere por puro don de Dios, es decir, no sólo después de la muerte, sino también en esta vida mortal, se nos da a gustar de algún modo en el corazón y a experimentar en la mente la virtud de la presencia divina y la dulzura de la gloria celestial. Y esto de beber del torrente de las delicias, este fin se lo prometió el Señor a Elías diciéndole: «Y allí beberás del torrente». Por estos dos fines, el monje ha de abrazar la vida eremítica, diciendo el salmista: «En tierra deserta seca y sin camino parecí delante de ti, para ver tu virtud y tu gloria» (Sal 62,3)[182]. Ampliadas aún más estas afirmaciones, se vuelve al lector con gran cariño para decirle: «Tú, hijo mío, si quieres ser perfecto y llegar al fin de la vida monástica eremítica, y allí beber del torrente, sal de aquí, es decir, de las cosas caducas del mundo, abandonando de corazón y de obra todas las posesiones terrenas y riquezas por mí, porque el camino más fácil a seguir para tender a la perfección profética y llegar al reino de los cielos es ese, gustando de antemano la 79

dulzura de mi suavidad que supera cien veces todo lo terreno y poseer al fin la vida eterna» [183]. Amigos de estudios y de trabajo que le visitan durante el año de noviciado nos dan un perfil muy positivo del novicio. Uno de ellos, Juan López Osorio, cuenta que le fue a ver en Santa Ana «y hablé con él; que con mucha humildad y oficios trabajosos, se ejercitaba con mucha devoción, ayudaba a las misas con deleite y gozo, obligándose a ello» (24, 86). Otro que también se entrevista con él le recuerda como lleno de amor y caridad. Un tercero dirá que todos le querían y amaban. Profesión religiosa en el Carmelo Terminado el tiempo del noviciado, emitió la profesión religiosa en manos del superior de la casa Ildefonso Ruiz. Parece un sino insuperable en la vida de fray Juan: no conocemos ni el mes ni el día de su nacimiento, ni el mes ni el día de su entrada en el Carmelo, ni el día de su profesión, y más adelante el día de su ordenación sacerdotal, como nos son también desconocidas otras fechas que nos gustaría saber. Lo más seguro es que la profesión tuviera lugar en el verano de 1564, ya cuando había sido elegido general de la Orden el padre Juan Bautista Rossi, Rubeo. El padre Alonso, al que llamamos «el asturicense», en su declaración en el proceso apostólico de Segovia transcribe, aunque incompleta, la fórmula de la profesión de fray Juan (14, 385; 24, 271). Lo hace otra vez en Vida[184], también de un modo incompleto. En otra de sus obras, inédita[185], nos da ya el siguiente texto: «Ego frater Ioannes de Sancto Mathia, filius Gundisalvi de Yepes et Catherinae Álvarez, incolarum oppidi de Medina del Campo, promitto obedientiam, paupertatem et castitatem Deo et Beatae Mariae de Monte Carmelo, et Reverendo Patri fratri Ioanni Baptistae Rubeo, de Rávena, Priori generali, Ordinis Carmelitarum usque ad mortem, testibus Alfonso Álvarez de Toledo, provinciali fratre Ángelo de Salazar, et fratre Ildefonso Ruiz Rectore. Frater Ioannnes a Sancto Mathia. Frater Ildefonsus Ruiz Rector».

Las tres veces advierte que en el texto de la profesión no se señala ni el año ni el día, aunque está seguro de que fue hacia el mes de agosto de 1564. Advierte también Alonso que la profesión estaba escrita de puño y letra del profeso y que era la sexta en el orden del libro. Que Alfonso Álvarez de Toledo sea uno de los testigos no nos tiene que extrañar, sabiendo que se trata de quien tuvo a Juan de Yepes como enfermero en el hospital de las bubas; aunque le había hecho la propuesta de ordenarse y de quedarse como capellán del hospital, aquí le tenemos como testigo y apadrinando a su pupilo. Un prior del convento de Santa Ana, Jerónimo de Olmos, certifica: «He visto y tengo en mi poder su profesión, firmada de su nombre y letra, que dice. “Fray Juan de santo Matía”. Y a la margen dice: “Cuando se descalzó este padre, se llamó fray Juan de la Cruz; y el tiempo que vivió en nuestra Orden fue muy devoto del Santísimo Sacramento y de las santas imágenes y tuvo siempre deseo de padecer por 80

Nuestro Señor”» (24, 144). Ahora surge una pregunta: ¿cómo se hizo, cuál fue el ritual de esa profesión? Esta pregunta la motiva un trabajo de investigación hecho por Gabriel Beltrán, en el que publica el texto notarial de la profesión de Francisco de Santa María, hecha en Ávila en 1579, 15 años después de la profesión de Juan de Santo Matía[186]. Después del buen análisis que hace del asunto se inclina Gabriel a pensar que así debió ser la profesión de Juan de Santo Matía. Creo que tiene razón investigador tan serio. Conviene, pues, detenernos y hacer una presentación de aquella ceremonia. El acta notarial comienza con la invocación de la Santísima Trinidad. Se da a continuación la fecha del acto: 15 de febrero de 1579, domingo, a las seis de la tarde. Se nombran los frailes presentes, 13 conventuales del convento del Carmen. Ya congregados en la sala del capítulo, el padre Luis de San Pedro, suprior de la casa, «puesto su hábito y capa de la Orden y una estola», se apresta para dar la profesión a Francisco de Medina. Se presenta este «desnudo del hábito, cinta, escapulario y capa, y con su túnica puesta». Le acompaña como padrino fray Domingo Martínez. El profesando se arrodilla ante el suprior y deposita «allí delante de sí su hábito, cinta, escapulario y capa». Sigue ahora un interrogatorio de nueve preguntas que le hace el suprior: 1ª: ¿Qué es lo que pide? R: La misericordia de Dios, la pobreza de la Orden y la compañía de los religiosos de la Orden y del convento. 2ª: ¿Es usted sospechoso en nuestra muy santa fe católica? R: No, sino que como muy fiel cristiano la creo y confieso. 3ª: ¿Ha sido fraile de otra Orden, o ha sido echado de ella? R: Ni una cosa ni otra. 4ª: ¿Es hijo legítimo de los dichos sus padres? R: Dijo que sí, porque por tal opinión se tenía y era habido y tenido. 5ª: ¿Ha dado palabra de casamiento? R: Dijo que no. 6ª: ¿Debe algunas, o alguna, deudas? R: Dijo que no. 7ª: ¿Está enfermo, o tiene alguna enfermedad contagiosa y secreta? R: Dijo y respondió que no. 8ª: ¿Entiende prevalecer [perseverar] en la Orden? R: Dijo y respondió que sí. 9ª: ¿Qué le ha movido a venir a nuestra Orden? R: Dijo y respondió que no más de servir a Dios y a Nuestra Señora del Monte Carmelo. Terminado el interrogatorio, puso Francisco sus manos en las manos del padre suprior y teniéndolas así pronunció la fórmula de la profesión. Y se transcribe el texto. Enseguida repitió una segunda vez la misma profesión, algo más breve que la vez anterior. El suprior le amonestó y apercibió a que mirase y entendiese bien a lo que se sujetaba 81

y obligaba. Hasta ahora tiene plena libertad para irse de la Orden adonde quiera y «si su voluntad le pedía de se ir, de la dicha Orden, lo podía muy bien hacer». Al momento le vuelve a decir: «Y si otra vez que era la tercera, volvía a profesar [...] que en ninguna manera tenía libertad para salir de la dicha Orden y profesión, y que dijese y eligiese su voluntad cuán era». Entonces Francisco de Santa María respondió profesando por tercera vez. Hecho esto y teniendo las manos dadas al padre suprior que le asistía «dijo que prometía, y prometió, los tres votos de obediencia, castidad y pobreza en la mejor forma y con la más substancia y solemnidad que se requiere para quedar sujeto y gravado hasta la muerte, para lo así cumplir, como lo tenía votado y prometido». Todavía el suprior le aconseja y amonesta para que piense bien lo que prometía con los tres votos que ya se tornaban estables y le hizo presente a qué penas se podía ver expuesto de no cumplirlos. Francisco de Santa María responde que ha entendido perfectamente lo que ha hecho y sus obligaciones acerca de los tres votos. Entonces el ya profeso se postró en el suelo. El oficiante le dijo las bendiciones y oraciones que se usan en la Orden en este caso. Terminadas las bendiciones y oraciones «fue levantado el dicho profesante, y el dicho padrino y algunos de los dichos frailes que allí estaban le vistieron y pusieron el hábito, cinta y escapulario y capa». Y de nuevo Francisco se postró rostro en tierra, y la comunidad le cantó el himno Veni creator[187]. Dichas otras oraciones rituales, se levantó Francisco de Santa María «y besó la mano a los dichos padres, prior y suprior y a los demás padres y sacerdotes; y a los otros hermanos religiosos que allí estaban abrazó con mucho amor y humildad». Se señalan a continuación en el Acta los testigos. Firmaron el prior, el suprior y el profeso. Y concluye: «Pasó ante Antonio de Cianca». De modo parecido pudo ser la profesión de fray Juan de Santo Matía, con la novedad de pronunciar la fórmula tres veces, con todo el rito que la acompañaba. ¿Qué no daríamos por haberle escuchado en ese interrogatorio tan abundante al que se les sometía? El interrogatorio a que fue sometido este Francisco de Santa María no era nada raro, pues ya en las Constituciones de Soreth, editadas en 1499 y después en 1524, se habla de doce preguntas a hacer al novicio en la toma de hábito y lo mismo en la profesión[188]. Por estar en el Libro de Profesiones de Santa Ana la del padre Juan de Santo Matía, uno de los priores, Antonio de Sagramena, lo dice él mismo, procuró poner el libro «con mucho aseo, encuadernándole con su cuero negro dorado todo, con el escudo y armas de la dicha Orden, etc., etc.» (22, 40-41). El libro, por desgracia nuestra, ha desaparecido. Ha pasado fray Juan, desde su primera llegada a Medina, unos cuantos años; ha ido creciendo en edad, en conocimientos, ha ido madurando su personalidad; ha hecho su opción vocacional por el Carmelo. En todas partes: en los doctrinos, en el hospital, en el Colegio de los jesuitas, en el Carmen ha llamado la atención por su comportamiento correcto e irreprochable. ¿Estudió Artes-Filosofía en Medina? 82

Hablando todavía de la estancia de fray Juan en Medina nos sale al paso la noticia de que estudió Artes o Filosofía en la villa, como dice Alonso en el proceso apostólico de Segovia (14, 363)[189]. La cuestión no es fácil de resolver y los pareceres de los estudiosos son contradictorios. Silverio de Santa Teresa[190], José de Jesús Crucificado[191] lo niegan en absoluto. Efrén de la Madre de Dios lo defiende con ardor[192], en una primera etapa, pero luego más adelante ya no está convencido y termina diciendo: «La cronología no nos permite consentir otros estudios, fuera de los dichos, realizados en la Compañía, de Gramática y de Retórica» [193]. Crisógono, al estar ya en marcha las clases de Artes en el convento de Santa Ana, se pregunta si no habrá asistido a ellas, acaso en 1563, Juan de Yepes, y por lo mismo acepta tal posibilidad[194]. También Luis Enrique recuerda y presenta la discusión y, sin querer entrar en la polémica, considera «que estos posibles cursos de Medina[195] se descubren precarios e incipientes, inscritos, además, en la densa etapa del noviciado; y, si acaso, pudieron servir de aproximación y rudimentos» [196]. Esta postura me parece la más ecuánime; y añádase a esto que ni a fray Juan ni a Orozco y Nieto, carmelitas como él, se les convalidaron en Salamanca tales estudios, «sino que se matricularon en primero de Artes y realizaron los tres años preceptivos. Estudiaran o no Artes en Medina, las estudiaron en Salamanca sin ninguna mitigación» [197]. Es seguro que aun antes de hacerse descalzo, ya Juan de Santo Matía, «después de profeso, con licencia de sus prelados, vivía según la Regla primitiva de la Orden, llamada de San Alberto, no comiendo carne, ayunando desde la Cruz de septiembre hasta la Resurrección y según las demás cosas de ella» (14, 365)[198]. Inocencio de San Andrés declara también con conocimiento de causa «que mucho tiempo del que vivió con los Calzados, antes que comenzara nuestra Reformación, guardó nuestra Regla primitiva en lo que es la oración, en el rigor y trato de su persona, con muchas abstinencias, silencios y grandes disciplinas y muchas vigilias y larga oración, retirándose cuanto le era lícito de todos los demás y guardando mucho recogimiento» (27, 448; 26, 389).

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Capítulo 4 Ciudadano y universitario en Salamanca

En el Colegio de San Andrés Los tres frecuentaron juntos el Colegio de los jesuitas en Medina; los tres entraron juntos en los carmelitas de Santa Ana; los tres hicieron la profesión religiosa el mismo día, y los tres son destinados por los superiores a estudiar en la universidad de Salamanca, residiendo en el Colegio de San Andrés[199]. Se llamaban Rodrigo Nieto, natural de Medina del Campo, Pedro de Orozco, natural de Medina del Campo, y Juan de Santo Matía. Los autores de los Repertorios de caminos Villuga, Meneses y Sebastián apuntaban: De Medina del Campo a Salamanca hay 14 leguas, y van dando nombres y distancias: La Golosa, Las Ventas del Campo, el Carpio, Fresno de los ajos, Mollorido, el Pedroso, Pitiegua, Ventas de Velasco, Moriscos, Salamanca[200]. Este camino de ida y vuelta lo ha recorrido fray Juan durante estos años de estudiante universitario. Ya en el Capítulo General de la Orden, celebrado en Venecia, siendo general Nicolás Audet, se emanó la orden siguiente acerca del colegio salmantino: «Ordenamos que el convento de San Andrés de la ciudad de Salamanca o Universidad de Salamanca sea no sólo Monasterio, sino Colegio General para todas las provincias de España; que se observen allí todos los decretos dados anteriormente por los vicarios generales, y que el prior de aquel convento reciba a todos los estudiantes de las otras provincias, con las debidas dimisorias de sus respectivos superiores. Por cada uno percibirá diez escudos anuales» [201]. Y como si esto no fuera bastante se aconsejaba: «Así el prior como los conventuales de Salamanca traten a los estudiantes honesta y copiosamente, so pena arbitraria a imponer al provincial y al prior de dicho convento» [202]. A los pocos años de esta ordenanza ya comenzaron a matricularse en la Universidad salmantina 12 carmelitas entre artistas y teólogos; y así se fue haciendo los años sucesivos. La Orden no perdía de vista este colegio y así, en 1564, en el capítulo presidido por el P. Juan Bautista Rossi, Rubeo, se determinó que se ampliase el edificio para que pudiera recibir más estudiantes; al mismo tiempo se recordaba que fuesen bien alimentados, y que no se rechazase a ningún estudiante de las provincias de España y 84

Portugal, sino que sean recibidos con toda benignidad. Para Rubeo los estudiantes eran «las entrañas de nuestra Orden» [203] y de ahí su interés por ellos y por su mejor formación. «Morá en los arrabales» El catedrático de la Universidad de Salamanca, Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezares, que ha estudiado mejor que nadie los años universitarios de fray Juan, ha querido también hablar del vecino de Salamanca que fue Juan de Santo Matía entre el otoño de 1564 y el otoño de 1568[204]. Y para ello se fija en «el aspecto eminente de aquella Salamanca que hacia los sesenta del quinientos englobaba más de 4.734 vecinos, sin contar estudiantes. Una ciudad, pues, de algo menos de 19.000 habitantes, un 10 por ciento dedicados a la agricultura, un 52 por ciento a las manufacturas y artesanías, y un 38 por ciento a los servicios. Ciudad destacada por su industria textil del cuero y del calzado, con 55 tejedores, 132 sastres, 85 curtidores, 137 zapateros, según el censo de 1561. Destacadísimo foco universitario, con unos 6.000 estudiantes anuales, a cuyo calor y juventud medraban los 11 impresores, 20 libreros, 18 mesoneros y 12 bodegoneros, por los mismos años. Ciudad ilustre, de 29 parroquias, no menos de 127 hidalgos y parecido número de escuderos» [205]. Como buen conocedor de la historia, se refiere a los arrabales del Tormes, extramuros de la ciudad, y nos da una descripción realista, hasta pintoresca, del mundillo en el que le va a tocar vivir a nuestro joven universitario. Además del bullicio habitual de caballerías, arrieros y trajinantes, «en el arrabal se localizaban vecindades molestas: tenerías y curtidurías de pieles; algunos de los mataderos de reses vacunas y carneros; un mercadillo de ganado en las explanadas terrosas cercanas a la iglesia de Santiago; mesones de mala vida y castas de mala sangre; un edificio de disección de cadáveres y, para rematar, un hospital de infecciosos y sifilíticos. Se trataba, pues, de un ámbito urbano degradado que, a trechos, podía servir de vertedero de inmundicias y animales muertos, con basureros anárquicos, y que se apiñaba en barriadas de casas de uno o dos pisos, con edificaciones de mampostería y piedra, corrales, huertas y patios interiores. Todo ello entre callejuelas sin empedrar, oscilan entre el lodazal y la polvareda, según las estaciones, y en las que se daba alegre suelta a ganados diversos, particularmente de cerda» [206]. ¿A esto se reducía la marginalidad del barrio? «Existía un arroyo o esgueva que discurría por lo que sería actualmente la Gran Vía y que, paralelamente a las tapias de San Esteban, atravesaba por delante del Carmen de San Andrés hasta desembocar en el Tormes algunos metros más adelante». Y añade humorísticamente el autor: «Y no se trataba de una “cristalina fuente” en la que Juan pudiese soñar “semblantes plateados”, sino de un verdadero albañal o cloaca de aguas negras, que recogía a su paso todo tipo de inmundicias del vecindario; a trechos estancado y pantanoso; a trechos taponado de malezas y brozas; siempre maloliente y, en ocasiones, peligroso, pues, una vez 85

atravesada la puerta de San Pablo, el arroyo podía desbocarse con las lluvias y crecidas, al carecer de un cauce claro» [207]. Camino de ida y vuelta En este entorno se encontraba el colegio de San Andrés donde residía fray Juan como vecino de Salamanca; de aquí salía para ir a las clases de la Universidad y a este reducto volvía una y otra vez[208]. Conforme a lo que se había pedido y ordenado en el Capítulo General de 1564, se debió de ampliar el edificio, pero, según se vio años más tarde, se utilizaron materiales defectuosos, si atendemos a lo que cuenta un testigo de vista, anónimo, en 1626: «Este testigo, en el tiempo de la inundación y crecida del río Tormes, que fue el año 1626, y que antes de ella vivió a la puerta del río, frente a la iglesia de San Millán de esta ciudad; y por vivir tan cerca del dicho convento de Nuestra Señora del Carmen, se iba y confesaba y a oír misa, de ordinario. Y vio la iglesia de dicho convento, la cual era de tapias de tierra, y con la dicha crecida que llegó a ella se cayó un pedazo de dicha iglesia; y porque no se acabase de caer la apoyaron con algunos postes para aprovechar la teja y madera de ella, porque si no se hiciera, se perdiera todo, porque como eran de tierra las otras partes quedaron mojadas y blandas con que no era posible quedar en pie. Y por esta causa dieron orden a los religiosos de sacar los santos, y algunas cofradías que en dicho convento estaban se salieron de él y las mandaron a otros conventos [...]. Y por estar dicha iglesia antigua y malparada y con grande riesgo, no se podían celebrar los divinos oficios ni sacrificios de misas; y así fue necesario hacerla y edificarla de nuevo como hoy está, por haberse caído dicha iglesia antigua, como he referido» [209]. Aunque este testigo se refiera sólo a la iglesia, el convento fue igualmente víctima de la riada del Tormes. En el Capítulo General de 1564 se recuerdan algunas normas para los estudiantes de San Andrés de Salamanca. Sólo saldrán de casa para ir a las clases. Y vayan de dos en dos, modesta y religiosamente, con su capa blanca. Si alguno hiciere lo contrario, se le meta en la cárcel por ocho días después de la primera vez; en la segunda vez, se le darán tres disciplinas y ayunará un día a pan y agua; después de la tercera vez se le expulsará del colegio[210]. Cursos universitarios Pero volvamos a nuestro-estudiante Juan de Santo Matía. Estuvo en la Universidad de Salamanca estudiando Artes o Filosofía, como hacen ver sus matrículas universitarias, los cursos: 1564-1565; 1565-1566; 1566-1567; y Teología el curso de 1567-1568[211]; este último después de haberse entrevistado con santa Teresa en Medina del Campo en el verano-otoño de 1567. Se había ordenado sacerdote en 1567. 86

Hay que agradecer al catedrático de la Universidad de Salamanca que hemos citado más arriba que, además de presentarnos al ciudadano o vecino de Salamanca Juan de Santo Matía, se haya empleado como nadie en estudiar La formación universitaria de san Juan de la Cruz, que este es el título de su estudio más amplio[212]. En el estudio de estos años sigue como esquema uniforme: Régimen docente; Cátedras y maestros; los profesores de Fr. Juan; programas oficiales; materias impartidas; compañeros y condiscípulos. Trato de resumir las noticias más seguras. Artes o filosofía La Facultad de Artes comprendía materias de Lógica, de Filosofía Natural y Moral. No es fácil saber a punto fijo quiénes fueron los profesores de fray Juan en estos años. Sólo de algunos sí se sabe con certeza. Daban las clases los llamados regentes de cursatorias o profesores temporales adjuntos. «El complemento de calidad lo ponían las lecciones magistrales de los catedráticos propietarios o vitalicios; además de que la asistencia a estas clases era lo que permitía al alumno el trámite posterior de aprobar y “ganar”». El primer curso (1564-1565) en la cursatoria de Súmulas [Sumario de los principios fundamentales de la Lógica] fue alumno de Pedro García Galarza. El dato es seguro y se enriquece con la noticia de que en la visita a cátedra del 20 de diciembre de 1564 uno de los declarantes como alumno ordinario fuera Fr. Juan de Santo Matía, juntamente con un trinitario. Con juramento dijeron: «Visita del curso de Artes de Súmulas del doctor Pero García, colegial. En Salamanca a veynte días del mes de diciembre e del dicho anno [1564] los dichos señores vicerréctor e visitador estando leyendo el dicho doctor Pero García su curso de Artes e con gran copia de oyentes se lo vysitaron, e recibieron juramento de fray Baltasar de Angulo, natural de Toledo, de la horden de la Santísima Trinidad e de fray Juan de Santo Mathía de la horden de Nuestra Sra. del Carmen, oyentes ordinarios del dicho curso, los quales juraron en forma devida de derecho de dezir verdad, e aviendo jurado ambos a dos contestes dixeron quel sobredicho comencó a leer por el San Lucas desde el principio de los Términos por el maestro Soto, e agora va de oratione, leyendo arreo sin aver fecho salto alguno, no ditando ny dando teórica ni tratado, e repara de dos y media asta las tres, e de tres a quatro lehe, e questa es la verdad para el juramento que an fecho, etc.» [213]. A un gran profesor emérito de la Universidad de Valladolid he oído decir que este texto que acabamos de transcribir es muy importante por ser la primera página de fray Juan. Fue también su profesor Hernando Rueda. Y, sin duda, el catedrático de propiedad Martín de Peralta. En el segundo curso (1565-1566) en Lógica tuvo, casi seguro, como profesores a Hernando Rueda y Gaspar de Torres. El 31 de agosto de 1566, en el registro de votaciones de cátedras, vota Fr. Juan por el catedrático de Artes Dr. Macías Rodríguez. En el tercer curso (1566-1567) Fil. Natural (¿prof. Hernando de Rueda y Miguel Francés?), Fil. Moral (¿prof. Diego Bravo?) y Metafísica de Aristóteles. 87

Horarios fuertes y cargados, aunque se observasen con algún que otro recorte, como lo de empezar la primera clase no a las 7,30 sino a las 8, etc. Tanta ocupación en la Universidad hacía prácticamente imposible lo que algunos han imaginado que serían también clases regulares en el Colegio de la Orden, en el Colegio de San Andrés. Podrían tener y tendrían acaso alguna conferencia o exposición suelta o eventual, pero no cursos formales. Y que fray Juan asistiera a las clases permanentemente lo hacen ver las intervenciones en votaciones de cátedras, que hemos señalado en el segundo y tercer curso de Artes y en el único de Teología. Lo mismo demuestra su intervención en la visita de cátedras del primer curso. Cursados los tres años de Artes, podía fray Juan «ya graduarse de bachiller artista en aquel verano de 1567. Lamentablemente, no se conservan en el Archivo universitario los libros de registro de bachilleramientos de estos años», al interrumpirse los Registros de cursos de bachilleramiento de Teología, Artes y Medicina en 1562 y no reaparecen hasta 1582. Luis Enrique, que se pregunta por el «posible bachillerato» de fray Juan, y ante esta falta de registros concluye que «poco podemos afirmar al respecto» [214]. Además, parece que los escolares religiosos podían, nada más acabado el tercer año de Artes, comenzar a oír la Teología, porque se les reconocían los grados otorgados en la Orden, «tras de un examen privado». Este examen «resultaba preceptivo antes de pasar a Teología», según disposiciones del Capítulo General de 1548. Se trataba de un acto académico ante graduados, en el que el pretendiente defendía una tesis y contrarrestaba los argumentos en contrario[215]. Luis Enrique piensa que es «probable que fr. Juan de Santo Matía pasase por esta costumbre; incluso, quizás, antes de ordenarse de presbítero» [216]. No sabemos el día exacto de la ordenación. ¿Sería en las témporas de Pentecostés o de septiembre, día 19, de aquel 1567? Lo que sí es seguro es que se ordenó antes de comenzar los estudios de Teología, cosa que no era tan rara en la época. Teología Habido el primer encuentro providencial con santa Teresa en Medina del Campo, del que hablaremos enseguida, vuelve Fr. Juan a Salamanca y aparece matriculado como presbítero y teólogo e interviene en un par de votaciones de cátedras en enero a favor del maestro Pedro González, catedrático de Artes y de Diego Muñoz, también profesor de Artes. No es fácil aquí saber los cursos que siguió; «no obstante, y dadas las obligadas probanzas de curso en cátedras de propiedad, resulta muy verosímil que asistiera a Prima o Vísperas de Teología y a Biblia latina». Posiblemente asistió también a las lecciones de la de santo Tomás. Profesores probables: Mancio de Corpus Christi, O.P., Juan Gallo, O.P., Fray Luis de León y Juan de Guevara, agustinos. Juan de la Cruz estudió oficialmente sólo un curso universitario de Teología, cuando el tiempo habitual eran cuatro cursos, como hicieron otros condiscípulos suyos de la Orden en la misma Universidad[217]. 88

Otras pistas culturales El mismo catedrático, en alguna otra publicación, habla de cartapacios, apuntes, copias y escritos circulantes: una probabilidad múltiple. Esa probabilidad se refiere a que, aparte del libro impreso, las clases y profesores universitarios, pudo Fr. Juan beneficiarse para su formación de manuscritos circulantes, copias, traslados y anotaciones de las clases de los profesores, tal y como lo estaban en los ambientes de la época. Es una nueva perspectiva que se abre para conocer mejor el mundo de la formación cultural de fray Juan. Queda todavía, pues, mucho por hacer en este sentido. Atención a enfermos en el hospital de Santa María la Blanca Muy interesante el dato debido también a Luis Enrique, de que los religiosos del Colegio de San Andrés atendían pastoralmente a los enfermos del hospital de Santa María la Blanca, aquejados principalmente del llamado mal gálico o sífilis[218]. Algo así como había hecho ya en Medina en el Hospital de las bubas le tocará hacer en Salamanca. Vida conventual No abundan las declaraciones especiales sobre fray Juan de Santo Matía en estos años. Tenemos la de uno de sus condiscípulos. Preguntado el padre carmelita calzado Alonso de Villalba acerca de lo que pueda decir de fray Juan de la Cruz, escribe sus recuerdos como sigue: «Del cual sé decir que, con ser tan mozo como era, vivía religiosísimamente con grande recogimiento y observancia; y hacía dura y áspera penitencia así en ayunos como en disciplinas y cilicios. De los cuales yo vi y tuve en mis manos unos como zaragüelles, hechos de esparto, atados al modo de las redes que se ponen en gallineros, y lo mismo un jubón. Que todo esto traía a raíz de la carne. Y vi disciplinas bien ásperas y usadas y gastadas, llenas de sangre. Y vi en su celda, cuando se fue a mudar nuestro hábito al descalzo, una cama en que dormía, a manera de un cuezo, sin colchón, largo, que tenía en hueco una madera por cabecera. Esta era la vida que entre nosotros hacía el padre fray Juan de la Cruz. Y siempre oí decir que la llevaba adelante en aumento. Y así, viéndole y hablándole después algunas veces, conocí en él gran religión y vida inculpable y penitente. Esto es lo que se me puede acordar de aquel tiempo. Del Carmen de Segovia, a 12 de enero de 1606. Fray Alonso de Villalba» (26, 379). Este mismo condiscípulo contó al padre Alonso, el Asturicense, que, estando fray Juan en Salamanca, antes de ordenarse de sacerdote, era tal su modestia que con sola su presencia «los religiosos sus compañeros corregían y templaban sus demasías». Si acertaba a pasar por ejemplo donde estuvieran faltando al silencio, se retiraban a sus celdas; y otras veces solían decir: «Vámonos de aquí no venga aquel diablo» (14, 366). Igualmente certificaba que, «aunque con su aventajado ingenio cuidaba de sus 89

estudios, en ninguna manera aflojaba en la observancia de su profesión, ni en las cosas que él tenía de supererogación, cuales eran largas horas de oración mental, grandes penitencias, retirarse a tratar sólo con Dios, en que empleaba así el tiempo que no era de estudios, como el que lo era, no perdiendo su advertencia amorosa a Dios en su celda; y a una ventanilla que salía al Santísimo Sacramento gastaba el tiempo, sin tener otros divertimentos; que traía un jubón y paños menores de cilicio, labrados como red de cuerdas de esparto cuajadas de nudos; que dormía en una artesa vieja sobre unas pajas; que con esto y largas vigilias, disciplinas y ayunos maceraba allí el santo mozo sus carnes» (14, 366; 24, 272). No era nada impertinente fray Juan en señalar o corregir las faltas de los demás; únicamente en un caso rompió su silencio. Un religioso de más años y cargos que él comete una falta grave y fray Juan es testigo involuntario. Entonces, «estando los dos solos le había dicho tales palabras y sentencias del cielo, que ni sabía si con ellas le amonestaba y corregía o reprendía; que sólo sabía le había impreso en el alma un grande aborrecimiento a su culpa y una facilidad grande para huir la tal ocasión, como la huyó» [219]. María de Jesús declaraba en Lerma en 1614 acerca de este mismo caso, como habiéndolo oído a Ana de Jesús (Lobera). La celda de Juan de Santo Matía tenía una ventanilla que daba a la iglesia. Por allí el estudiante tuvo indicios de que un religioso grave «trataba de hacer una ofensa grave a nuestro Señor». Fray Juan, con ser «muy mozo y el otro religioso de edad y que tenía oficio de confianza en el convento», se fue a él «y le reprendió con imperio y le dijo que luego allí delante de él quitase la ocasión, sino que lo iría a decir al prior; y así se hizo que luego el otro la quitó» (13, 410)[220]. Así lo contaba el interesado y responsable y añadía: «Y que, si no era esta vez, jamás le había visto hablar para corregir a otro, aunque lo hacía Dios muchas veces por medio de su silencio y modestia» [221]. En los libros de gasto y recibo del convento de Santa Ana de Medina del Campo había una partida que decía «cómo en primero de octubre de mil y quinientos y sesenta y seis compró aqueste convento paño para un hábito y escapulario, que costó cincuenta y dos reales, para enviar al hermano fray Juan de Santo Matía, hijo de aquel convento, que estaba en los estudios en Salamanca» [222].

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Capítulo 5 El padre general del Carmen en España

Recorrido de visitas En 1564 hubo Capítulo General de la Orden del Carmen en Roma y el 20 de mayo fue elegido general el P. Juan Bautista Rubeo de Rávena (Rossi). El 8 de mayo de 1565, el papa Pío IV nombra al P. Rubeo comisario apostólico para toda la Orden, para que, revestido de los más amplios poderes, pueda llevar a término la reforma decretada por el concilio tridentino. El 13 de mayo de 1566 llegaba a España para emprender la Visita[223]. El 10 de junio llegaba a Madrid. Para la ejecución del documento del papa que lo nombraba comisario apostólico tenía que contar con el placet regio, ya que el rey tenía para sus reinos este privilegio. Felipe II lo recibió y «me escuchó humanísimamente», escribió el mismo padre general, en carta al cardenal Carlos Borromeo. A últimos de junio comenzó la visita por los conventos de la provincia de Andalucía: Jaén, Granada, Antequera, etc. Después de Andalucía visita Portugal, y e1 4 de febrero de 1567 llega a Salamanca. Hace la visita al Colegio de San Andrés. Este curso hay sólo cuatro teólogos y siete artistas. Entre estos últimos estudiantes de Filosofía, se encuentra estudiando su último año de Artes Juan de Santo Matía. No se conservan los apuntes del P. General que recogía lo que le iban diciendo los religiosos; es una lástima, pues nos gustaría saber lo que pudo decirle fray Juan de Santo Matía de la situación de la comunidad, de religiosos particulares, y lo que pudieron decir de él los demás. Y nos quedamos también sin saber si fray Juan le ha manifestado la idea que le anda rondando la cabeza: de pasarse a la Cartuja. Alonso piensa que Rubeo no se había olvidado de Juan de Santo Matía, «a quien había visto y comunicado en su convento de Salamanca, y por el nombre de su santidad conservaba memoria de él» [224]. Nada extraño, pues más de uno le habrá hablado de la fama de santo que ya tenía el joven estudiante; y esto se graba en la memoria. La estancia del padre general en Salamanca ha sido de siete días. De esta visita del padre Rubeo se hacen eco los libros de claustros de la Universidad salmantina[225], cuando al mes siguiente los carmelitas solicitan ayuda, entre otros motivos 91

«por haber recibido visita del generalísimo de toda su Orden y religiosos que con él venían». Se concedieron doce ducados, haciendo constar expresamente que era de justicia hacerlo, «por ser colegio de este dicho Estudio y los religiosos de él oyentes ordinarios». En 1568 se concedieron de nuevo dos limosnas de 100 reales, una «para ayudar a hacer alzar ciertas paredes que se les han caído y les pueden entrar por ellas y entran puercos y otros ganados». Se tuvieron en cuenta también sus actividades apostólicas y atención a los estudiantes enfermos en el hospital de Santa María la Blanca, como dejamos dicho en el capítulo anterior. Continuando el padre general su tarea, después de la visita en Piedrahíta, llega a Ávila el 16 de febrero y comienza la visita del macromonasterio de la Encarnación. Visita esta hecha a ciencia y conciencia, como hacen ver los apuntes de los escrutinios que va sacando el visitador. A los seis meses de la visita, describe Rubeo sus intervenciones con estas palabras que transcribimos en su original: «Con zelo de padre hemos pretendido proveer y remediar a todo lo que pertenecía a la reforma y vida regular de nuestro monasterio de la Encarnación de Ávila. Y hémonos detenido en ordenar algunas cosas de complemiento por la gran pobreza y estremada necesidad del dicho monasterio, teniendo confianza que le fuese dado algún socorro y no hoviessen a perecier de el hambre; y entre las otras cosas havíamos prohibido que no tomasen más monjas, que el número dellas es demasiado, no se óbviese a deshacer el monasterio, y cierto, tal era nuestra deliberación» [226]. Ya desde aquí, aunque un poco lejos, se puede intuir el tipo de comunidad que se van a encontrar santa Teresa y san Juan de la Cruz. Terminada la visita a la Encarnación, Rubeo tiene que acercarse a la corte por causa de algunas negociaciones. Hecho esto continúa la visita: en San Pablo de la Moraleja, en el convento de la Madre de Dios de Fontiveros; y de aquí se encamina a Ávila, adonde llega el 11 de abril. Ya al día siguiente abre el Capítulo Provincial que va a presidir él personalmente. Fray Juan viaja a Ávila con sus compañeros Además de los veinte vocales vienen a Ávila «también graduados y estudiantes de Salamanca para lucirse en las disputaciones públicas, que también aquí constituyen el aparato exterior de la reunión» [227]. El viaje de Salamanca a Ávila con 17 leguas iba por Aldealuenga, Huerta, El Ventoso, Araujo, Peñaranda, Cantaracillo Salvadios, Narros del Castillo, San Tomé de Zabarcos, Sancho Izquierdo, Villaflor, Merlín Ávila[228]. En el Capítulo fue elegido provincial Alonso González, habiendo tenido también 5 votos el presentado Antonio de Heredia. Juan de Santo Matía pudo conocer en esos días a unos cuantos frailes de la provincia que se volverán a cruzar con él en los días aciagos de los 75-78. Terminada la elección del provincial fueron en procesión a la catedral, donde los recibió el obispo don Álvaro de Mendoza. Volvieron al convento del Carmen cantando la letanía para implorar el agua que tanta falta hacía. Y de allí a dos días llovió. Aunque Juan de Santo Matía haya estado en Ávila durante el Capítulo, no aparece su 92

nombre entre los actuantes en las conclusiones públicas, como lo estuvo uno de sus compañeros de estudios, el bachiller Juan de Heredía, zaragozano[229]. En el Capítulo se ocuparon también de los estudiantes de Salamanca; se dieron algunas normas casi idénticas a las del Capítulo General de 1564; y los estudiantes deben estar imbuidos de buenas costumbres; de no ser así sean separados inmediatamente de los estudios. Los priores escuchen a los hermanos con paciencia, no los insulten, no les amenacen ni los deshonren[230]. La madre Teresa ante el padre general Santa Teresa, con su gran maestría de cronista, dejó escrito: «Siempre nuestros generales residen en Roma, y jamás ninguno vino a España, y así parecía cosa imposible venir ahora. Mas, como para lo que Nuestro Señor quiere, no hay cosa que lo sea, ordenó su Majestad que lo que nunca había sido, fuese ahora» [231]. ¿Cuál fue su reacción ante la noticia de la llegada del padre general a España, a Ávila? «Yo, cuando lo supe, paréceme que me pesó», porque el convento de San José que había fundado no estaba bajo la jurisdicción de la Orden. Y «temí dos cosas: la una, que se había de enojar conmigo [...]; la otra, si me había de mandar tornar al monasterio de la Encarnación». Pronto se deshicieron aquellos sus temores, pues «mejor lo hizo Nuestro Señor que yo pensaba; porque el general es tan siervo de Dios y tan discreto y letrado, que miró ser buena la obra, y por lo demás ningún desabriendo me mostró» [232]. Llegado Rubeo a Ávila, la madre Teresa procuró que fuese a San José. En una de las visitas o encuentros del padre general y del obispo de la diócesis, don Álvaro de Mendoza, como cuenta Julián de Ávila, «dijo al general que tenía un monasterio con trece monjas, que estaba debajo de su obediencia, y guardaban grandísima perfección, y que eran carmelitas que profesaban la primitiva regla, sin relajación, de los padres antiguos del Carmelo. El general mostró gran gana de verlas, y el obispo le trajo a San José y le metió en el monasterio» [233]. La santa, que deseaba y al mismo tiempo temía la visita, es la que está más empeñada en que se verificase, no visita canónica, ya que están bajo la jurisdicción del obispo, sino visita que hoy llamaríamos paterna o fraterna. La madre dio cuenta al padre general «con toda verdad y llaneza» de la situación; él la comprendió y consoló, asegurándole que no la mandaría volver a la Encarnación. Además le dio amplias patentes para que hiciese más monasterios. El padre Báñez cuenta que él mismo había oído de boca del padre Rubeo que había dicho a la madre Teresa «que hiciese tantos monasterios cuantos pelos tenía en la cabeza» (18, 8). La vuelta del padre general a Roma la sintió mucho la madre, pues «habíale cobrado gran amor, y parecíame quedar con gran desamparo» [234]. Y le seguía dando vueltas en la mente y en el corazón el no haber podido conseguir de él permiso para fundar algunos monasterios de frailes descalzos. El obispo y otras personas se lo habían pedido, movidos sin duda por la madre, pero, aunque él lo quisiera hacer, «por no alterar la provincia, lo

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dejó por entonces» [235]. La santa no dice que ella personalmente le pidiera en esta ocasión la fundación de los frailes; pero seguro que lo hizo, si creemos la declaración de Ángel de Salazar, que asegura que presentó a Rubeo ya las Constituciones de las monjas y los frailes que había preparado[236]. Velasco, no sabemos con qué fundamento, afirma que «se trató en el Capítulo de Ávila, por orden de nuestra madre santa Teresa de Jesús, que hubiese casas de recoletos religiosos; que, por estar allí nuestro padre generalísimo, parecía cosa honrosa para la religión y fácil de negociar. Hubo diversos pareceres sobre el negocio, y así, por entonces, se quedó sin determinar» [237]. La patente del general Juan Bautista de Rossi (Rubeo) para los frailes Teresa sigue con su pensamiento y su ilusión de que haya frailes descalzos; sigue encomendando el asunto en sus oraciones y «escribí a nuestro padre general una carta, suplicándole lo mejor que yo supe, dando las causas por donde sería gran servicio de Dios, y los inconvenientes que podía haber no eran bastantes para dejar tan buena obra, y poniéndole delante el servicio que haría a Nuestra Señora, de quien era muy devoto. Ella debía ser la que lo negoció; porque esta carta llegó a su poder estando en Valencia, y desde allí me envió licencia para que se fundasen dos monasterios, como quien deseaba la mayor religión de la Orden» [238]. Puestos de acuerdo los dos provinciales, el actual y el anterior, por la intermediación del obispo de Ávila, todo quedó listo para emprender esta nueva obra. La fecha del permiso del general o de la patente para la fundación de los frailes es del 10 de agosto de 1567. Pienso que el padre general escribió una carta personal a la madre, contestando a la suya, y enviándole la licencia para que se fundasen los dos monasterios. No quiere decir necesariamente que le enviase la patente de la fundación, al menos el original, si son válidas las noticias que da el padre Juan Bautista Figueredo (26, 461-464), carmelita calzado, en carta al biógrafo José de Jesús María (Quiroga). Según las noticias que da, en 1567 se encontraba el padre Antonio de Jesús (Heredia) haciendo la visita canónica por mandato del provincial a los calzados de Toledo. Estando en esta visita vino un despacho de Roma «encaminado al padre maestro fray Mariano de León, procurador general de estas provincias de España». Esta vía era la normal y corriente para estos envíos: por medio del procurador general. El despacho de Roma, según Figueredo, «era una licencia que el dicho padre presentado fray Antonio de Heredia había enviado a pedir al reverendísimo padre general, el maestro fray Juan Bautista Rubeo, para fundar uno o dos conventos de religiosos recoletos de la misma orden, donde se guardase la Regla primitiva y que estuviesen sujetos al provincial de Castilla». De la patente o licencia de Roma llegada a Toledo, el mismo Juan Bautista Figueredo sacó un traslado que quedó en manos del mencionado procurador general; «y yo le saqué por mandado suyo». El original debió de llevarlo consigo a Medina el padre Antonio y entonces vería la madre la patente que le había anunciado Rubeo en su carta privada. Consolada con las licencias, a la madre empezó a preocuparle la búsqueda de frailes 94

que quisieran secundar la idea. No tenía ni frailes, ni casa donde comenzar. Describe su situación con estas pinceladas: «Vela aquí una pobre monja descalza, sin ayuda de ninguna parte, sino del Señor, cargada de patentes y buenos deseos, y sin ninguna posibilidad para ponerlo por obra. El ánimo no desfallecía ni la esperanza, que, pues el Señor había dado lo uno, daría lo otro. Ya todo me parecía muy posible, y así lo comencé a poner por obra» [239]. Y allá va llena de osadía a por la fundación de los frailes descalzos. Sale de Ávila para la fundación de su segundo monasterio en Medina del Campo. La casa se inaugura el 15 de agosto. Teresa, en busca de los futuros carmelitas En el mismo capítulo tercero en que cuenta la fundación de Medina, dice cómo «estando aquí yo, todavía tenía cuidado de los monasterios de los frailes». No teniendo todavía ninguno apalabrado, comenzó a tratarlo «muy en secreto» con Antonio de Heredia, prior de Medina[240]. La noticia le alegró mucho y prometió a la madre «que sería el primero». Ante este ofrecimiento, ¿cómo reacciona ella? «Yo lo tuve por cosa de burla y así se lo dije; porque, aunque siempre fue buen fraile y recogido y muy estudioso y amigo de su celda, que era letrado, para principio semejante no me pareció sería, ni tendría espíritu, ni llevaría adelante el rigor que era menester, por ser delicado y no mostrado a ello» [241]. Además de este perfil que da la madre de Antonio hay que escuchar la semblanza que hace de él Julián de Ávila: «Era un hombre docto y buen predicador, pero no le faltaba un pero o a lo menos en lo exterior de acá fuera, que lo de allá dentro sólo Dios es juez. Era tan pulido en su modo de hábito y curiosidad de celda y adorno de ella, que parecía uno de los que autorizaban la Religión, más con autoridad de mundo y estima, que con menosprecio y bajeza. Pero tenía otro pero mejor, que no sé qué era, pues, en diciéndole la Madre de lo que quería intentar, le salió tan bien a ello, que alabó a Dios de verle tan determinado para aprehender aquella empresa» [242]. Así eran los peros de Antonio de Heredia. Así, después de escuchar sus más abundantes explicaciones y decirle que se quería ir a la Cartuja, acordó con la Madre que se fuese ejercitando en las cosas que había de prometer. Y así se fue preparando y los muchos trabajos y pruebas que cayeron sobre él aquel año hacían pensar que Su Majestad le iba disponiendo para la nueva obra.

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Capítulo 6 Encuentro de alto nivel en Medina del Campo

Fray Juan se ordenó de Misa en 1567 en Salamanca. Tampoco aquí conocemos la patente de su ordenación, como no tenemos tampoco las de las ordenaciones anteriores de subdiácono y diácono. Acaso se ordenó en las témporas de septiembre, el viernes, día 19. Enseguida, sin más, salió para Medina para cantar allí su Primera Misa. Santa Teresa está ya en Medina desde el 14 de agosto a las 12 de la noche. Al día siguiente inaugura su segundo monasterio de descalzas. Y cuenta ella: «Poco después, acertó a venir allí un padre de poca edad, que estaba estudiando en Salamanca» [243]. Con esta entradilla está preparando la madre la narración de su entrevista con aquel misacantano, del que otro compañero, Pedro de Orozco, le dijo «grandes cosas de la vida que este padre hacía. Llámase fray Juan de la Cruz». Teresa y Juan al habla Teresa de Jesús y fray Juan se van a ver por primera vez. Se trata de un encuentro providencial e histórico de gran trascendencia en la vida de ambos personajes y para el bien del mundo y de la Iglesia. Este es un encuentro superior al de san Francisco con santa Clara. Fray Juan de Santo Matía, que daba la impresión de que había entrado en el Carmelo con tanta determinación, anda en crisis vocacional y está dispuesto a marcharse a los cartujos. Pero hay que dejar a Teresa que nos lo cuente tal como ella lo experimentó: «Yo alabé a Nuestro Señor, y hablándole, contentome mucho, y supe de él cómo se quería también ir a los cartujos. Yo le dije lo que pretendía y le rogué mucho esperarse hasta que el Señor nos diese monasterio, y el gran bien que sería, si había de mejorase, ser en su misma Orden, y cuánto más serviría al Señor. Él me dio la palabra de hacerlo, con que no se tardase mucho. Cuando yo vi ya que tenía dos frailes para comenzar, pareciome estaba hecho el negocio, aunque todavía no estaba tan satisfecha del prior, y así aguardaba algún tiempo, y por tener adonde comenzar» [244]. En todo este relato el dato claro es que aquí se da un enderezamiento de rumbo vocacional definitivo en la persona de fray Juan. El encuentro con la madre Teresa le 96

quita la idea del cambio y le afianza en la vocación carmelitana en la que, corregida y perfeccionada la trayectoria, perseverará hasta el final, dando origen a la nueva forma de vida carmelitana proyectada por la madre fundadora. Al quitarle la idea de pasarse a la Cartuja, se repite de algún modo el caso de santa Clara y san Francisco, cuando esta hace saber al poverello que es voluntad de Dios sobre él que no se dedique sólo a la oración y contemplación, sino también a la predicación, «porque no te ha elegido para ti solo, sino también para la salvación de los demás» [245]. Sospecho con bastante fundamento que fray Juan después llegó a entender que aquella idea de pasarse a la Cartuja había sido más que nada una tentación; me guío en esto al ver cómo años más tarde, cuando alguno de sus súbditos ha querido irse a la Cartuja, se lo ha desaconsejado seriamente y alguno que no le hizo caso terminó después malamente, como él se lo había pronosticado. Dicho esto, hay que admirar, sin duda, la capacidad de persuasión de la madre Teresa, que ha sabido cambiar la mente y la determinación de fray Juan y arrastrarlo a querer formar parte de su proyecto. La diferencia de edad entre los dos era notable, nada menos que 27 años. Hay también que subrayar la libertad de ánimo de fray Juan que, aunque consiente con la propuesta de la fundadora, le pone como condición «que no se tardase mucho». Refiriéndose a esta conclusión del encuentro entre estos dos gigantes del espíritu, Francisco de Yepes dice: «Y como vio abría Dios puerta por estotra vía para perfeccionarse de más, sin salir de su Orden, luego aceptó el ser de los que diesen principio» (G, 67). «Fraile y medio» La madre Teresa saltaba de contento después de esta entrevista en la que había conquistado la voluntad de aquel frailecillo y, entrando toda alborozada en la recreación, se cuenta que dijo a sus monjas: «Sepan, hijas, que tengo ya fraile y medio para dar principio a esta nueva reformación y estoy muy contenta» (22, 156). Desde entonces han corrido ríos de tinta tratando de averiguar qué querría decir con eso de «fraile y medio», quién era el fraile y quién el medio. Parece ser que las monjas le preguntaron allí mismo cuál era el sentido de aquella «festiva proposición», y ella les explicó que el fraile completo era fray Juan, por ser a medida de su corazón, como se dijo de David, hallado según el corazón de Dios. El medio fraile, según esto, sería el padre Antonio, que no le pareció tan cabal para comenzar la renovación del Carmen (22, 156). Otros piensan, y así opina el P. Jerónimo Gracián, que la santa, «porque el P. Fr. Juan de la Cruz es pequeño de cuerpo, solía decir con mucha gracia: “¡Bendito sea Dios, que ya tengo para la fundación de mis descalzos fraile y medio!”» [246]. Lo más seguro es que la santa llevase en aquel dicho el doble sentido, por lo cual quiso decir con su fina ironía una cosa y otra[247]. Jerónimo Gracián, hablando de estos dos primeros frailes, subraya fuertemente que la 97

madre Teresa de Jesús es «con razón llamada fundadora de frailes y monjas [...] y así, alcanzó del general fray Juan Bautista de Rávena patente para fundar dos conventos de ellos, y persuadió a dos padres calzados de los más santos y espirituales que había, llamados fray Antonio de Jesús Heredia, que entró en la religión de poca edad y toda la vida guardó la sinceridad y bondad religiosa, y fray Juan de la Cruz, cuya perfección y espíritu fue tan grande como se ve por un Breve del papa Clemente VIII para trasladar su cuerpo desde Granada (léase Úbeda) a Segovia –que es casi beatificación– que se descalzasen» [248]. Pasos sucesivos Encontrados ya los dos primeros para comenzar esa nueva vida en el Carmelo, la madre comunicó estos nombres al provincial Ángel de Salazar. Es él quien cuenta que el padre general le encargó «que escogiese los frailes que le pareciesen que serían más a propósito para hacer la dicha fundación de descalzos, hombres de espíritu y perfección, y este testigo se los nombró» (19, 2-3). Nombró al padre Antonio y al padre Juan de la Cruz. Se los nombró, ¿a quién, al padre general? Y continúa diciendo: «Y entre ellos (entre los nombrados por él) algunos fueron los que le pidió y señaló la dicha madre Teresa, y de estos tuvieron principio todos los descalzos carmelitas en España» (19, 3). Llegados al acuerdo inicial dicho, fray Juan vuelve a Salamanca y en el curso 15671568 estudia su primer año de Teología; en la matrícula figura como «presbítero y teólogo». Entretanto Teresa no ha parado: Alcalá de Henares, Toledo, Malagón, otra vez en Toledo, Ávila, y pasa por Duruelo y llega a Medina del Campo el primer día de julio de 1568. Procedente de Salamanca, donde ha terminado el curso universitario, llega a Medina fray Juan de Santo Matía. Santa Teresa asegura que ya estaba entonces satisfecha de los dos padres que comenzarían la nueva vida del Carmelo. El padre Antonio había llevado con mucha perfección todo lo que le había ido sucediendo de pruebas y cruces a lo largo del año. Y «del padre fray Juan de la Cruz ninguna prueba había menester, porque, aunque estaba entre los del paño (los calzados), siempre había hecho vida de mucha perfección y religión» [249]. Lo principal para llevar adelante su obra eran los sujetos con que comenzarla. Lo demás también iría llegando; y así fue. Viaje teresiano de inspección a Duruelo Un tal don Rafael, con el que nunca ha tratado ella[250], enterado de lo que pretendía la monja «vínome a ofrecer que me daría una casa que tenía en un lugarcillo de hartos pocos vecinos, que me parece no serían veinte, que no me acuerdo ahora, que la tenía allí para un rentero que recogía el pan de renta que tenía allí» [251]. La madre, con su gran 98

olfato, añade: «Yo, aunque vi cuál debía ser, alabé a Nuestro Señor y agradecíselo mucho» [252]. Recibidas por don Rafael las indicaciones del camino para encontrar el lugar le dijo que iría a verlo «y así lo hice, que partí de Ávila por junio con una compañera y con el padre Julián de Dávila, que era el sacerdote que he dicho que me ayudaba en estos caminos, capellán de San José de Ávila» [253]. ¡Madre mía, qué viaje! Madrugamos mucho, y «como no sabíamos el camino, errámosle. Y como el lugar es poco nombrado, no se hallaba relación de él. Así anduvimos aquel día con harto trabajo, porque hacía muy recio sol. Cuando pensábamos estábamos cerca, había otro tanto que andar. Siempre se me acuerda del cansancio y desvarío que traíamos en aquel camino. Así llegamos poco antes de la noche» [254]. Y aquí se ve lo del gran olfato de la madre que, ahora ante la realidad más real, antes sospechada, escribe: «Como entramos en la casa, estaba de tal suerte, que no nos atrevimos a quedar allí aquella noche, por causa de la demasiada poca limpieza que tenía, y mucha gente del agosto» [255]. Podríamos pensar que, al llegar ya atardecido, dejarían la inspección para la mañana siguiente; pero no; enseguida hizo algo así como el plano del local: «Tenía un portal razonable y una cámara doblada con su desván y una cocinilla. Este edificio todo tenía nuestro monasterio» [256]. Y enseguida la tracista: «Yo consideré que en el portal se podía hacer iglesia, y en el desván coro (que venía bien), y dormir en la cámara». Teresa piensa y planea así, pero, ¿qué pensaba la compañera que iba con ella? Y, ¿qué pensaría el cura Julián de Ávila? Ella misma nos lo descubre: «Mi compañera, aunque era harto mejor que yo, y muy amiga de penitencia, no podía sufrir que yo pensase hacer allí monasterio, y así me dijo: “Cierto, madre, que no haya espíritu, por bueno que sea, que lo pueda sufrir; vos no tratéis de esto”. El padre que iba conmigo, aunque le pareció lo que a mi compañera, como le dije mis intentos, no me contradijo» [257]. Después de un día de tanto desvarío de caminos y de este encuentro con aquel local «fuímonos a tener la noche en la iglesia, que para el cansancio grande que llevábamos no quisiéramos tenerla en vela» [258]. Julián de Ávila dice con su chispa acostumbrada: «Y yo la llevé al dicho lugar de Duruelo, y vimos la casa, que más era pajar que casa para morar; porque estaba de suerte, que aun una noche que hubimos de estar allí, nos hubimos de ir a recoger a la iglesia y nos echamos a dormir por aquellos poyos, y a otro día se trabajó en limpiar la casa que lo había bien menester» (18, 229). Recuperados del cansancio y dando otro vistazo a la casa que le regalaba don Rafael y que Teresa ya ha transformado en su mente, parten al día siguiente para Medina. Nada más llegar, ya se pone al habla con el padre Antonio, le cuenta lo que pasaba y le pregunta si tendrá ánimos para estar allí algún tiempo; que luego irían cambiando las cosas. Le argumenta diciendo que si el provincial presente y el pasado ven que se quieren instalar «en casa muy medrada» no les iban a dar el consentimiento requerido. En aquel lugarcillo podían entrar sin hacer ruido ninguno. No se hizo esperar la respuesta del padre Antonio: «A él le había puesto Dios más ánimo que a mí, y así dijo que no sólo allí, mas que estaría en una pocilga». Y, ¿qué diría fray Juan? Pues «fray Juan de la Cruz estaba en lo mismo» [259]. ¡Qué par de dos!, como decimos nosotros. Dados estos pasos había 99

que seguir adelante. Otros flecos Ahora tocaba alcanzar la licencia de los dos provinciales dichos, «porque con esa condición había dado la licencia nuestro padre general». Con la ayuda del Señor y de algunas influencias humanas se llegó enseguida al consentimiento de los dos provinciales. La madre se iba ocupando de todo: de hacerse con el permiso del padre general, de alcanzar el consentimiento de los dos provinciales, de buscar y calibrar la capacidad de los frailes de llevar a cabo la idea de un Carmelo renovado, de visitar el lugarejo donde pudieran comenzar, de hacer el plano del conventito, etc., etc. Aparte de todo este despliegue de actuaciones hay que pensar, y esto es tan femenino, en el traje, en el hábito de sus frailes. ¿Cómo vestir al frailecillo que la providencia le ha deparado y que ella ha sabido identificar? No parece que le guste a la madre el color negro del hábito de los del paño, ni sus amplitudes y vuelos. Escoge el color marrón, como ha hecho ya para sus monjas descalzas, y nada de hopalandas; habrá que recortar la capucha, el vuelo de la capa... Pensado el modelo, las monjas que estaban allí en Medina nos cuentan con fruición cómo se cortó y cómo se hizo el hábito. Especialmente una de ellas, Catalina de Jesús, nos da los detalles precisos: «La santa madre hizo hacer y cortar los hábitos primeros que se vistió, hábitos de sayal y jerga; y se cosieron en este convento por las religiosas que en él estaban, que son ya difuntas. Y acabados de hacer, en esta misma reja del locutorio donde digo y depongo este dicho, que es desde la fundación de este convento, la santa madre de parte de dentro del locutorio y el venerable padre de parte de afuera, se vistió el hábito de sayal y jerga; y descalzos los pies, fue el primero que dio principio a la Descalcez» (24, 115). Ver aquella figura menudita de fraile vestido de descalzo fue para la madre fundadora una de las grandes satisfacciones de su vida. A continuación también el padre Antonio de Heredia probó el nuevo hábito preparado para él; esta prueba de los hábitos tuvo que ser algún día antes del 9 de agosto. Teresa y Juan, juntos a Valladolid El camino iba de Medina del Campo por Rodilana, La Ventosa, Valdestillas, Puente de Duero, Valladolid[260]. La madre partió el 9 de agosto para la fundación de Valladolid, acompañada de fray Juan, del que anteriormente había dicho que no necesitaba pruebas. Así y todo, para estar absolutamente segura de que era apto para la obra que andaba formando, «le llevó consigo y le enseñó e instruyó como si fuera su novicio y ella su maestra» (22, 101). Al padre Antonio, que necesitaba más preparación, le dejó en Medina para que fuese allegando cosas para la futura casa. Mientras van por el camino, la madre fundadora se acordó de que en el carro traen sayal blanco y pardo para hacer el hábito a una doncella 100

que venía para tomar el hábito en Valladolid. La madre comentó con la priora que si la muchacha no lo tomase a mal, de aquella tela harían un hábito para el padre fray Juan. A la priora le pareció muy bien, pero la santa quiso hablar directamente con la postulante; le dijo lo que pensaba y «ella respondió que se holgaría mucho se hiciese así, y que sabía ella que un hermano suyo, avisándole ella, gustaría de enviarle sayal para dos hábitos». Este segundo hábito se le hizo allí en Valladolid «con no poco consuelo de las que le cosieron y de nuestra santa madre Teresa, que también las ayudó» [261]. Así andaba la sastrería de Teresa de Ahumada, tan solícita por todo lo que se refiriese a su frailecillo. Llegaron a Valladolid el 10 de agosto, día de San Lorenzo; estaba muy cansada, y al día siguiente, a pesar de su cansancio, fue a misa a la iglesia de los carmelitas calzados. Pero enseguida le dieron licencia para que les dijeran misa donde iba a estar la iglesia del monasterio. Allí estaban Julián de Ávila y fray Juan. La fundadora anota con toda precisión: «Pues, llegado el día de Nuestra Señora de la Asunción, que es a quince de agosto, año de 1568, se tomó la posesión de este monasterio» [262]. Segundo noviciado de fray Juan Fray Juan había ido a informarse de la manera de proceder en estos monasterios. Del adoctrinamiento a que sometió a su novicio es ella la que lo cuenta: «Y como estuvimos algunos días con oficiales para recoger la casa, sin clausura, había lugar para informar al padre fray Juan de la Cruz de toda nuestra manera de proceder, para que llevase bien entendidas todas las cosas, así de mortificación como del estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas; que todo es con tanta moderación, que sólo sirve de entender allí las faltas de las hermanas y tomar un poco de alivio para llevar el rigor de la Regla» [263]. Aquí tenemos a fray Juan dócil como un novicio de la madre Teresa; para esta madre maestra, «él era tan bueno, que, al menos yo, podía más deprender de él que él de mí: mas esto no era lo que yo hacía, sino el estilo del proceder de las hermanas» [264]. Alguien muy experto en carmelitanismo ha comentado: «Es interesante este párrafo entero para ver con toda claridad el papel de santa Teresa y de san Juan de la Cruz en la reforma carmelitana de la primera Orden. El receptor y transmisor del espíritu teresiano fue san Juan de la Cruz, pese al enfado y esfuerzos posteriores del P. Heredia por arrogarse este título» [265]. Todo este tiempo fray Juan hace de confesor y director espiritual de la comunidad. De la estancia de fray Juan en Valladolid conocemos algunas florecillas. Sucede que un día la monja que hace de sacristana se olvida de poner los corporales para la misa. Se acerca sigilosa a fray Juan y le dice: «Padre, hágame vuestra Reverencia caridad de llevar estos corporales, que se me han olvidado, y no lo vea la madre fundadora». Él le respondió: «Vaya y lleve los corporales en la mano y pase delante de la madre fundadora; y si le pregunta qué lleva, diga los corporales». La que lo cuenta, María de San Alberto, certifica: «Y esto sabe de la misma boca de la religiosa por quien pasó» (26, 472). Estando todavía la santa en Valladolid, se presentó por allí el padre Antonio y cuenta 101

la madre que «ya tenía algo allegado de lo que era menester; ayudábamosle lo que podíamos, aunque era poco. Vino allí a Valladolid a hablarme con gran contento y díjome lo que tenía allegado, que era harto poco. Sólo de relojes iba proveído, que llevaba cinco, que me cayó en harta gracia. Díjome, que para tener las horas concertadas, que no quería ir desapercibido; creo aún no tenía en qué dormir» [266]. Magníficos estos datos simpáticos que hacían reír a la madre y la distraían de tantas otras preocupaciones. Fray Juan de Santo Matía a Duruelo Una vez que ya tenía la madre las dos voluntades de los provinciales y el ánimo de Antonio de Heredia y de Juan de Santo Matía, acordaron que el padre Juan «fuese a la casa, y lo acomodase de manera, que comoquiera pudiesen entrar en ella (que toda mi prisa era hasta que comenzasen, porque tenía gran temor no nos viniese algún estorbo), y así se hizo» [267]. Fray Juan es el encargado de ir a Duruelo y entender en la acomodación de la casa. Teresa le da unas estampas de papel y un Cristo que trajo una novicia y agradeciéndolo mucho dijo «que ya tenía con qué adornar el coro y las ermitas que se habían de hacer» (26, 471). Antes de que parta la madre le entrega una carta que él dará en mano al destinatario en Ávila, don Francisco de Salcedo. Carta de recomendación[268]. Entiendo que el portador no sabía las cosas que se escribían sobre él en aquella misiva, pues entonces sí que habría tenido que escucharle la madre. Esta carta viene a ser un complemento al relato con que en el Libro de las Fundaciones recuerda este noviciado teresiano de fray Juan en Valladolid. Presentando en ella a fray Juan pide al caballero santo que le favorezca en esta empresa, «que, aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios»; y aunque lleva poco tiempo en la Orden «parece le tiene el Señor de su mano, que, aunque hemos tenido aquí algunas ocasiones en negocios (y yo que soy la misma ocasión, que me he enojado con él a ratos), jamás le hemos visto una imperfección». Nos gustaría conocer más al detalle qué cuestiones eran esas en las que disentían, pero no nos lo quiso decir la madre. Siendo verdad que ya en 1567, o antes, tenía ella preparadas las Constituciones para los frailes, podemos pensar que pudieron discutir ese mismo texto. Acaso ella le iba indicando cómo tenían que hacer las cosas los frailes y él con la libertad que tenía le habrá dicho: «Muy bien, madre; usted sabe de monjas y yo de frailes; así que esto tiene que ser como yo digo...». Los juicios de valor que emite en esta misma carta acerca de fray Juan son muy valiosos. Como quien no lo quiere, insinúa que siente que se vaya de su vera, porque «cierto él nos ha de hacer acá falta, porque es cuerdo y propio para nuestro modo, y así creo le ha llamado Nuestro Señor para esto». Y por si este elogio fuera pequeño apela a la estima que se tiene de él: «No hay fraile que no diga bien de él, porque ha sido su vida de gran penitencia». Y da fe de sus disposiciones interiores: «Ánimo lleva; mas, como es 102

solo, ha menester lo que nuestro Señor le da para que lo tome tan a pechos». Después de detenerse en otros puntos y firmar la carta, pone la siguiente posdata: «Torno a pedir en limosna a vuestra merced me hable a este padre, y aconseje lo que le pareciere para su modo de vivir. Mucho me ha animado el espíritu que el Señor le ha dado y la virtud entre hartas ocasiones, para pensar llevamos buen principio. Tiene harta oración y buen entendimiento; llévele el Señor adelante». Partió fray Juan camino de Duruelo; se detuvo en Medina, seguramente, donde en el convento de las descalzas se habían provisto de «jergones, y otras cosas necesarias para el convento primero de descalzos» (22, 88). El camino de Valladolid a Medina era de ocho leguas: La Puente de Duero, Valdestillas, La Ventosa, Rodilana, Medina del Campo[269]. Ya anteriormente en Medina le había dado algunos dineros y en el Libro de cuentas, en el folio 3, se dice que además de los hábitos que se les hicieron, de la casa «les dio las alhajas que pudo, así para la iglesia como para la casa, y los dineros de los alimentos de la primera monja que entró en ella, que vive hoy, de quien más particularmente nos hemos ayudado para hacer esta relación como testigo de vista». Me resulta difícil saber a qué alhajas se pueden referir: algún cáliz, alguna patena o algo así. Poco o nada especial sabemos del encuentro de fray Juan con el caballero santo, Francisco de Salcedo; ayudas que pudo ofrecerle, consejos que acaso pudo darle, conforme a las indicaciones de la santa. Resumen y evaluación del segundo periodo (1564-1568)[270] Importante en este segundo período la formación carmelitana de fray Juan en el noviciado (aunque sepamos tan pocas cosas), después de haber optado tan libremente por el Carmelo; importantes sus años de estudios universitarios, dentro de los cuales se replantea su discernimiento vocacional más profundo, de modo que está decidido a hacerse cartujo. Pero el factor de mayor interés es el encuentro con la santa en 1567. La fuerza persuasiva de esta mujer tuvo que ser enorme en este caso. Ella cuenta que fray Juan le dio la palabra de seguir sus indicaciones y no abandonar la Orden, etc., pero condicionadamente: «Él me dio la palabra de hacerlo, con que no se tardase mucho» (F, 3,17), y también es de notar lo que podemos llamar «su segundo noviciado» o «novicio de santa Teresa», donde se echa de ver cómo la santa, que ha recibido el carisma de la renovación de la Orden, lo comparte o se lo transmite a fray Juan, que así llega a ser, de hecho, el receptor de ese mismo carisma y comenzará a encarnarlo en Duruelo, desde donde se difundirá e irá configurando mejor, aunque no sin luchas y dificultades.

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Tercera parte JUAN DE LA CRUZ (1568-1591)

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Capítulo 7 Duruelo y Mancera

A preparar la casita en Duruelo Fray Juan partió de Ávila camino de Duruelo, probablemente a últimos de septiembre o primeros de octubre de 1568. Este camino no aparece ni en Villuga ni en Meneses, sí en Sebastián, al tratarse de un camino tan propio del Carmelo. El camino va por Merlín, Santo Tomé de Zabarcos, El Parral, Herreros, Duruelo[271]. Va con fray Juan un albañil aspirante al hábito y que quiere ser lego de la Orden. Entran en la casa que se cedió a la madre Teresa y, hecha una rápida inspección al lugar, se dan al descanso. Jerónimo de San José, editor de los libros del santo y biógrafo suyo, buen conocedor del lugar, nos sitúa en el mapa diciendo: «Está el sitio de este lugar entre Ávila y Salamanca, a media legua de la villa de Mancera, en un valle cerca de un río pequeño, llamado Rioalmar, y no lejos de un monte, en partes mal poblado de encinas. Por la desdicha y mudanza de los tiempos, vino a despoblarse este en Duruelo. Era un tiempo de más de doscientos vecinos, ya cuando se fundó allí nuestro primer convento de muy pocos, hoy (mediados del siglo XVI) de ninguno porque totalmente está desierto y con muy pocos vestigios de su antigua población» [272]. La santa, que había estado allí, dirá que se trataba de «un lugarcillo de hartos pocos vecinos, que me parece no serían veinte» [273]. Al día siguiente de la llegada ya tocaba trabajar a destajo, sin descanso y aprisa. Años más tarde contará fray Juan a los frailes de Andalucía, y lo recoge Jerónimo de la Cruz, que en aquel día primero «trabajaron con oficio de peón y albañil hasta casi la noche en ayunas, y con gran contento, y a esta hora envió al hombre a pedir algo por amor de Dios, y trujo unos pedazos de pan, que comieron con alegría» (23, 55). «Y me acuerdo –dirá el mismo testigo– oírle decir al siervo de Dios, cuando nos contaba esto: “Yo os prometo que nos supieron esos mendrugos de pan, como si comiéramos faisanes”» (25, 116). Creo que hablaba de memoria, o ateniéndose al dicho, porque no sé que alguna vez haya probado esa carne tan exquisita. En hábito de descalzo Hablando con algunos de los pocos labriegos que aparecían por allí se entera de que aquellas gentes han oído decir que van a venir a fundar allí un convento unos frailes 105

descalzos, de muy estrecha vida. Fray Juan capta la onda y cree mejor dejar ya el hábito negro, el hábito fino de calzado y se viste el hábito de descalzo que trae consigo (23, 78). Quiroga[274], Jerónimo[275] y Alonso[276] hablan de haberse vestido fray Juan el hábito de descalzo, sin esperar a que llegase el padre Antonio. Quiroga lo despacha en dos líneas; los otros dos recrean la escena diciendo Alonso que «en llegando, antes de ser conocido, recogido en oración, hablando con Cristo y su Santísima Madre, como si de manos de ambos le recibiera, quitado el hábito delgado de calzado, se puso el grosero de sayal, con los pies descalzos por el suelo. Y así con grande desnudez ofreció a los ojos del mundo la figura del primer descalzo carmelita». Jerónimo adorna aún más la escena, como si después de decir Misa se lo hubiese puesto con las bendiciones y ritual propio de la toma de hábito de los novicios. Lo que dice a continuación acerca del tipo de hábito y capa es más conforme a la realidad: «Era todo el hábito de una jerga o sayal muy grosero y del color natural de la misma lana; el hábito pardo, angosto y corto hasta el tobillo; la capa blanca sin pliegues, algo cerrada por la abertura de arriba y corta hasta la rodilla, y en esa conformidad capilla parda y blanca correspondientes al hábito y a la capa; el escapulario corto un palmo más que el hábito; mangas angostas, correa de cuero ancha y basta; túnica interior de lana grosera y todo ello muy estrecho y reformado. Descalzose de pie y pierna, sin admitir sandalias, suelas o choclos ni otro algún reparo en los pies, y así desnudamente vestido y recoleto, presentó a los ojos del mundo la figura del primer descalzo carmelita». Siguen las obras de acomodación de la alquería y es la santa la que da cuenta de la marcha de los trabajos: «Tardose poco en aderezar la casa, porque no había dinero, aunque quisieran hacer mucho» [277]. Se pasó aviso al padre provincial y a la madre Teresa: la casa está lista. ¿Cuándo será la inauguración oficial? Habrá que esperar acaso algo más de un mes. Entretanto el padre fray Juan, a sus anchas, disfrutaba de aquella soledad, era todo oración y contemplación. Francisco de Yepes refiere en las dos de sus relaciones las salidas de fray Juan por las aldeas de a la redonda a predicar y «cuando llegaba temprano, gastaba el tiempo que había hasta ser hora de misa en oír confesiones» (G, 67). Era justamente Francisco quien le acompañaba, en aquellas salidas apostólicas, pues entonces no había fraile que lo hiciese. Y lo cuenta con esta vivacidad: «El padre fray Juan se iba a predicar por los lugares muy de mañana y su hermano; y muchos labradores le venían a buscar para que los confesase. Una noche antes que fuese a predicar llamó a su hermano y le dijo que tomase un poco de pan y queso y que, en acabando de predicar, se saliese luego. Porque si aguardaba le darían muy bien de comer y le harían mucha honra; que en el camino estaba una fuentecita y que allí se sentarían a comer y beber un poco de agua. Y esotro día en acabando de predicar se salió muy aprisa y su hermano con él y muy aprisa llegaron a la fuente. Y estando allí llegó un hombre diciendo que estaba aguardando el cura para comer. Y él le dijo que perdonase; que en aquella fuentecita comerían y beberían. Y por más que le importunó, nunca quiso ir allá, sino que cuando mucho, si quería enviar un bocado para él y para su hermano, lo recibiría. Y así se volvió; y de allí a un rato trajo un poco de comer. Y comieron y bebieron y luego se fueron al monasterio 106

huyendo toda la honra» (G, 77-78; 67-68). Hacia la inauguración deseada El P. Antonio «renunció a su priorato con harta voluntad, y prometió la primera Regla, que, aunque le decían lo probase primero, no quiso. Íbase a su casita con el mayor contento del mundo. Ya fray Juan estaba allí» [278]. Además del padre Antonio, cuya renuncia ha sido aceptada, al padre provincial Alonso González acompañaban en su viaje a Duruelo otros dos frailes, uno sacerdote, llamado Lucas de Celis, aunque por falta de salud no pensaba cambiar hábito; el otro era diácono, llamado fray José, que sí venía con idea de incorporarse a aquella nueva vida carmelitana. Cuando ya se acercaban y avistaron el lugarcillo, el padre provincial, al que la madre califica de santo viejo y harto buena cosa, «cuando vio al santo padre fray Juan vestido de un hábito estrecho y corto, el sayal áspero, con su capa de la misma materia, que apenas le pasaba de las rodillas, el escapulario corto, las capillas y mangas del hábito estrechas, rosario y correa pobres, y el pañuelo de narices de lana, y descalzos los pies por el suelo, sin alpargatas, con una cruz de palo pequeña en el pecho, que se le descubría un poco al lado izquierdo por debajo del escapulario; cuando así le vio, representándosele los antiguos ermitaños del Monte Carmelo, vertiendo lágrimas de devoción, se alegró mucho» [279]. Damos paso a esta descripción del biógrafo padre Alonso que así se recrea en reconstruir la escena. Y también él mismo nos informa del contraste del provincial que se alegra inmensamente y del padre Antonio, a quien cayó muy mal encontrarse con fray Juan ya vestido con el nuevo hábito; se entristeció por ver no le había esperado para hacerle compañía en el descalzarse, queja que muchas veces en el discurso de su vida expuso al santo varón; el cual, por lo dicho, siempre procuraba, tomándolo en gracia, distraer las pláticas en que se trataba o sentía se iba a tratar de este principio de nuestra Reforma, porque veneraba mucho sus canas del padre fray Antonio» [280]. Hasta el propio padre Antonio contaba cómo al llegar a Duruelo se encontró con fray Juan ya con el nuevo hábito y le preguntó que cómo no había esperado a vestir el hábito hasta que él viniera, «y fray Juan le había respondido que como había fama en aquella tierra que venía allí a fundar convento de descalzos, que por eso había mudado el hábito y puéstosele de descalzo» (23, 78). Si tuvo este brote de «celillos», que no se le quitaron en toda la vida, habrá que armonizar esta noticia con lo que cuenta la santa: «Dicho me ha el padre fray Antonio, que cuando llegó a vista del lugarcillo, le dio un gozo interior muy grande, y le pareció que había ya acabado con el mundo, en dejarlo todo y en meterse en aquella soledad; adonde, al uno y al otro no se les hizo mala la casa, sino que les parecía que estaban en grandes deleites» [281]. Francisco de Yepes dice: «Se fueron a un lugarcito muy pequeño, cerca de Mancera. E hicieron unas cabañitas para la oración y comían de limosna que les daban y no 107

comían carne» (G, 76-77). Si nos fijamos en el dato de haberse vestido el hábito de descalzo tan tempranamente al llegar a Duruelo, cerca de dos meses antes de la inauguración oficial, es claro que el primer descalzo era Juan de la Cruz. Y de ahí el sentimiento del padre Antonio, inclinado a figurar, mientras fray Juan no se daba ningún tono. Comienzo oficial: 28 de noviembre de 1568 A santa Teresa le dan vuelta las fechas: «Primero o segundo domingo de Adviento de este año de 1568 (que no me acuerdo cuál de estos domingos fue), se dijo la primera misa en aquel portalito de Belén, que no me parece era mejor» [282]. El comienzo oficial tuvo lugar, efectivamente, el 28 de noviembre, primer domingo de Adviento de 1568, diciendo la primera misa conventual el padre provincial. Antonio de Jesús, Juan de la Cruz y José de Cristo, así bautizados como primeros carmelitas descalzos, se llegaron al altar y prometieron vivir en adelante según la Regla primitiva del Carmelo, no mitigada, de san Alberto de Jerusalén, corregida o confirmada por Inocencio IV. Se levantó el Acta siguiente: «IHS. En el año del Señor de 1568, en 28 días del mes de noviembre, se fundó en el lugar de Duruelo este monasterio de Nuestra Señora del Monte Carmelo. En el cual dicho monasterio se comenzó a vivir y guardar la primera Regla con su rigor, según que nos la dejaron nuestros primeros padres, con el favor y guía del Espíritu Santo, siendo provincial de esta provincia el muy reverendo padre fray Alonso González. Comenzaron a vivir el rigor de Regla con la divina gracia, los hermanos fray Antonio de Jesús y fray Juan de la Cruz y fray Josef de Cristo. Dionos la casa y sitio el ilustre señor don Rafael Mexía Velásquez, señor del dicho pueblo. Dio el consentimiento para fundar la sobredicha casa y monasterio el ilustrísimo señor don Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila» [283]. Repasando la patente del padre general[284] Más de una vez han tenido que repasar los primeros de Duruelo la patente del padre general de la Orden con que autorizaba la fundación de aquella casa y el comienzo de aquella nueva singladura en la historia del Carmelo. Se trata de un documento de primer orden que merece la pena examinar cuidadosamente. Comienza el padre general, «humilde siervo de todos los frailes y monjas de la sagrada religión de nuestra Señora del Carmen, Madre de Dios, deseando a quien lea estas patentes las dulces inspiraciones del Espíritu Santo». Dice con verdad que el celo por la honra de Dios y el bien de los religiosos y religiosas de la Orden «continuamente le come». Y siempre se siente espoleado por la solicitud espiritual y le da lástima no ver tantos frutos en la viña del Carmelo, plantada y regada con las lágrimas y con el agua y la sangre del costado de Cristo. 108

Ante este panorama, hace una proclama ardiente y despliega una especie de programa de vida espiritual y de tonos místicos: «Querríamos que todos y todas de esta Orden fuesen espejos, lámparas, hachas encendidas y estrellas resplandecientes para alumbrar y ser guía de todos los que andan por este mundo. Y también con oraciones hablasen con Dios, con meditaciones hiciesen unión con Él, y el espíritu estando con carne viviese en cielo, y se sirviese a este cuerpo por necesidad y no por más; y se le diese tantas fuerzas, que hiciese muchedumbre de obras no fingidas, no de hipocresía, no para acrecentamiento de ropa y comodidades, sino en espíritu y verdad, con prudencia de serpientes y simplicidad de palumbas (palomas), apartados de todas las cosas que pueden distraer las almas de la sencillez y pureza del ardiente amor del alto Dios; olvidándose de sí mismo con muchos arrobamientos que no se saben decir ni escribir porque no pasan por camino ordinario: mas algunas veces atraviesan, otras veces rodean, otras veces se recogen en un puntillo; otras veces vuelan, suben y abajan, y dejan trastornados los sentidos más sabios que se puedan hallar en esta vida, dejando lágrimas en los ojos, en el corazón, y rocío muy suave y de gran provecho». Seguro que la madre Teresa se habrá fijado muy mucho en este último párrafo en el que se habla de fenómenos místicos. ¿No le dio ella al padre Rubeo en su visita a San José de Ávila cuenta de su alma y de toda su vida, recibiendo gran consuelo de él?[285]. Movido por estos deseos, se siente obligado a responder a las peticiones que le han llegado para que permita «que se puedan hacer y tomar algunas casas de religiosos frailes de nuestra Orden, y en ellas se ejerciten en decir misas, rezar y cantar los oficios divinos, dar obra en horas convenientes a las oraciones, meditaciones y otros ejercicios espirituales, en manera que se llamen y sean casas y monasterios de los Carmelitas contemplativos; y también que ayuden a los prójimos quien se le ofreciere, viviendo según las Constituciones antiguas y que nos ordenáremos, debajo de la obediencia del reverendo provincial que es y será en todos los tiempos venideros». El nombre de los futuros frailes es el de carmelitas contemplativos, aunque no prevaleció esta denominación, sino la de carmelitas descalzos. Aquí quedan bien claros los dos aspectos de la vida de estos carmelitas contemplativos: oración, contemplación, vida litúrgica y acción apostólica. Movido, pues, de santo celo y con la autoridad de su oficio de general de la Orden, «damos facultad y poder a los reverendos maestros frailes Alonso González, provincial nuestro en Castilla, y Ángel de Salazar, prior del nuestro convento de Ávila, que puedan recibir dos casas con iglesias en nombre de nuestra Orden, de nuestra profesión, de nuestra obediencia y de nuestro hábito, en la forma que será extendida y declarada en nuestras actas. Y en dichas casas pongan prior y frailes que querrán vivir en toda reformación y andar más adelante en la perfección de la vida regular con toda humildad; y tales religiosos vivan perpetuamente juntos en la obediencia de la provincia de Castilla». En consonancia con la letra y el espíritu de la patente del padre general comenzaron a entregarse a la oración y contemplación y al posible apostolado en la zona; y así iban haciendo vida su acta de nacimiento.

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Excurso: fragmento de la patente olvidado En el texto de la patente de Rubeo publicado por Reforma[286] faltaba un largo texto que hay que conocer directamente y cuya falta de la patente publicada no se descubrió hasta 1917[287]. El texto omitido es el siguiente en su letra original: «... Con toda humildad, y tales religiosos vivan perpetuamente junctos en la obediencia de la provincia de Castilla, y si en algún tiempo algún fraile con pretexto de vivir en mayor perfección querrá appartarse de la provincia con favor de senores y con breves y otras concesiones de Roma, los pronunciamos y declaramos hombres movidos y tentados de mal espíritu, auctores de sediçiones, de rixas, de contiendas, ambiciones con engano y perdición de sus almas, y nos como padre espiritual desta orden (aunque indigno) dexamos los presentes y sucesores en espíritu de contradicción, de disgustos, de escándalo con poco consuelo como perturbadores de paz, prevaricadores de su obediencia y de sus promisiones hasta que se vuelvan a penitençia y sus almas se salven en el día del Señor, y entretanto aprendan quánto mal ess diffamar y poner división en la orden con apartarse de sus hermanos y de la obediencia, y así queremos por que no entendemos dar principio a discordias infernales». Alguien piensa que aquí estaba la raíz y comienzo de las contiendas que surgieron entre unos y otros en la Orden.

Me parece que Rubeo se extralimita diciendo que no se pueden apartar de la provincia de Castilla, es decir, que no puedan fundar fuera de este territorio, ni «con Breves y otras concesiones de Roma», y por lo mismo los condena duramente, como se ve por lo que sigue. Volveremos a tocar este punto delicado más adelante en el capítulo 12, cuando desde el Capítulo y Definitorio de Piacenza se condene a los descalzos como contumaces, rebeldes, desobedientes, cuando lo que han hecho es obedecer a quienes tenían precisamente autoridad superior, llegada de Roma. Constituciones de Rubeo En la patente fundacional de los descalzos se dice que han de vivir «según las Constituciones antiguas y que nos ordenáremos, debajo de la obediencia del reverendo provincial que es y será en todos los tiempos venideros» [288]. Como tales del padre general se conocen y publican Constituciones para los religiosos de la Orden de nuestra Señora del Monte Carmelo de la Primera Regla sin relajación dada por el reverendísimo padre fray Juan Bautista Rubeo, general de la dicha Orden[289]. Quien confronte este texto con las Constituciones dadas por la santa a sus monjas se da cuenta rápidamente de que se trata de acomodar esas Constituciones de las monjas a la vida de los frailes[290]. Hay pasos y pasos literalmente iguales. Y detalles delatores de esa maniobra de trasplante al ver que un par de veces, en el original conservado en Roma, se escribe primero a la madre, las sanas, enfermas, y luego se masculiniza: al padre, los sanos, los enfermos. Este texto publicado como del padre Rubeo es el que la santa presentó al padre general en su visita a Ávila en abril de 1567. Ángel de Salazar declara en el proceso de la santa de Valladolid: «Este testigo vio y aprobó los Capítulos y Regla de los dichos monasterios de descalzos, así de monjas como de frailes, que la dicha madre Teresa presentó ante el general de la dicha Orden del Carmen, que era entonces el maestro fray 110

Juan Bautista Rubeo, el cual general asimismo vio y aprobó la dicha Regla» (19, 2). Lo que aquí llama Capítulos no son otra cosa que las Constituciones. Con esta declaración ante la vista, vemos lo adelantada que andaba ya la santa en su petición de que hubiera frailes descalzos. No quisiéramos alargarnos indebidamente, pero conviene dar al menos un buen resumen. La importancia del texto es máxima al proceder, en definitiva, de la pluma de Teresa de Jesús, y nos hace ver en buena parte lo que quería de sus frailes y cómo les organizaba y planeaba la vida, lo mismo que les había hecho los planos del conventito e iglesia a base de la alquería de Duruelo. El texto contiene ocho apartados, aunque haya otros temas bajo la mayor parte de los epígrafes que se señalan, campeando el bello desorden lo mismo que en las Constituciones teresianas para las monjas. 1. De la orden que se ha de tener en las cosas. El rezo de Maitines, a media noche, y a continuación una hora de oración mental, y ya se recogerán a descansar. En verano se levanten a las cinco, en invierno a las seis, y a continuación estén en oración hasta el comienzo de la hora siguiente. A continuación el rezo Prima y Tercia. Horario de la misa en verano e invierno, y la hora de decir Sexta y Nona. Estos son los puntos principales. También se les dice cómo la misa mayor ha de ser «en tono alto, la cual oficiarán todos los religiosos». Las Horas canónicas serán rezadas «salvo los domingos y fiestas. Las voces sean iguales». Y se les aconseja: «Procuren no faltar ninguno del coro por liviana causa». 2. De la comunión. Los sacerdotes se confesarán al menos tres veces a la semana. Poco antes de comer se tañerá al examen de conciencia, y propongan enmendarse de la mayor falta cometida aquel día «y digan un Pater Noster para que Dios les dé gracia para ello». Las Vísperas a las dos, en Cuaresma a las once. Después una hora de lección de libros santos. Esta hora se podrá tener de oración «según la devoción de cada uno». Completas en verano a las seis y en invierno a las cinco. Se insiste en el silencio llamado de Regla que en todo el año comenzará a las ocho y durará hasta dicha Prima el día siguiente. No se entre en la celda de otro en ningún tiempo. El prior puede dar licencia para que uno hable con otro «para avivar el amor que tienen al Señor, o para consolarse si tienen alguna necesidad o tentación». Terminadas las Completas, esperen de rodillas y uno de los hermanos «lea luego a alta voz que todos lo entiendan el paso que se ha de meditar y considerar en la hora de la oración mental. Acabado de leer se tenga una hora de oración». Al prior se aconseja que tenga cuenta con que haya buenos libros, en especial los Cartujanos, Contemptus Mundi [291], Oratorio de Religiosos, fray Pedro de Alcántara, fray Luis de Granada. Y se da la razón siguiente: «Porque es en parte tan necesario este mantenimiento para el alma como el comer para el cuerpo». Manda el retiro de celda cuando no se estuviere en algún acto de comunidad o en 111

desempeño de algún oficio. El tratamiento que se ha de tener entre los religiosos sea de Vuestra Reverencia, si fuere sacerdote o de Vuestra caridad si no lo fuere. «Ninguno llame a otro de Vos». Y esta preciosidad de consejo: «Téngase mucha crianza unos con otros». Crianza: urbanidad, atención, cortesía. Aquí se ve la mano de la santa. Este consejito no lo pone en las Constituciones para sus monjas, ni tampoco el siguiente: «A ninguno se llame maestro, aunque lo sea ni presentado. Los apellidos de la casta se quiten y se pongan sobrenombres de los santos a quien tuvieren más devoción» [292]. 3. De lo temporal. Se viva de limosna siempre, sin renta ninguna. Trabajen, a imitación de san Pablo, para sustentarse y se evite, en cuanto sea posible, la demanda, que el Señor les proveerá de lo necesario. Y este consejo apremiante al prior: «Tenga grandísimo cuidado el padre prior de que se enseñen oficios y ejercicios honestos y buenos para que los religiosos se ocupen y no estén ociosos un punto y no los halle el demonio desapercibidos, y ganen de comer unos para los otros». Viene a continuación en este texto para los frailes un número que no se halla en el de las monjas: «Y lo que trabajaren truéquenlo por pescado, o sardinas o otras cosas que les sea lícito comer, y tomen lo que les dieren sin recatear con sus prójimos». En la pobreza se aprieta firmemente: «En ninguna manera posean los religiosos cosa en particular, ni se les consienta para el comer, ni para el vestir, ni tengan arca, ni arquilla ni cajón ni alacenas, si no fueren los que tuvieren oficio de comunidad, sino que todo sea común». 4. De los ayunos y no comer carne. Recuerdan los preceptos de la Regla carmelitana sobre el particular de ayunos y abstinencia de carnes. A continuación se presenta la materia y forma del hábito: «El vestido sea de jerga o sayal negro sin tintura, y échese el menos sayal que ser pudiere para hábito. La manga angosta, no más en la boca que al principio; no más largo de detrás que de delante y sin pliegue, y que llegue hasta los pies. Y el escapulario de lo mismo, cuatro dedos más alto que el hábito. La capa de la misma jerga blanca, un poco más corta que el escapulario y que lleve la menos jerga que ser pueda, atento a lo necesario. Las túnicas de raíz de la carne sean de estameña; sus vestidos sean de sayal vil». Anden descalzos, salvo en tierras frías que podrán calzar sandalias o choclos de madera. Mírese siempre a la necesidad. También se ocupan de las camas que han de ser «con solos jergones de paja, sin ningún colchón. Las sábanas de estameña». 5. De la clausura. Dentro del rigor que se perfila en este tema al preceptuar: «A nadie se hable», se exceptúa: padre, hermano, madre o persona que edifique con sus palabras «y no por razón de recreación humana y traten negocios del alma». Se manda que estén en su recogimiento sin salir de casa, salvo el predicador que podrá salir a predicar a los pueblos y el confesor «a confesar o consolar a algún enfermo». «Estos procuren de sacar alguna ganancia espiritual con quien trataren y que 112

la lleven de ellos los seglares sin que se pierda tiempo. Ningún religioso descubra lo que pasa en el monasterio a ningún seglar». 6. De recibir novicios. «Mírese mucho que los que se hubieren de recibir que sean personas de oración y que pretendan toda perfección y menosprecio del mundo, porque si no vienen desasidos de él, podrán mal sufrir lo que aquí se lleva; y vale más mirarse antes que no echarlos después; y que tengan salud y entendimiento para ayudar en lo que se encomendare». Se les recibirá «tomando los votos secretos de los religiosos». Cada día después de colación o cenar, el portero diga en público las limosnas recibidas aquel día, dé los nombres de las personas que las han hecho «para que rueguen al Señor por la tal persona en la oración». Todos los días después de comer y de cenar «un Responso por sus difuntos». Se señale cada semana un religioso que se llame celador que tenga el cargo y cuidado de mirar las faltas que viere en los hermanos y cada día, después de haber dicho la limosna de aquel día diga: benedicite, «y comience a decir las faltas que ha visto en todos, comenzando del superior al inferior». El religioso «se postre en tierra y oiga las faltas que ha hecho y no se excuse ni hable palabra, si no fuese en cosa muy grave y con licencia, y diga: yo me enmendaré». 7. De los oficios humildes. El primer precepto es el siguiente: «La tabla del barrer se comience desde el padre prior, para que en todo dé buen ejemplo y él sea el primero en los oficios humildes». Roperos y provisores provean a todos con caridad. «No se haga más con el padre prior y antiguos que con los demás, como lo manda la Regla, sino atentos a la necesidad y edad y más a la necesidad que a la edad, porque algunas veces habrá más edad y menos necesidad». Se tenga muy en cuenta este principio general, tan conveniente. Ningún hermano hable si se da mucho o poco de comer, bien o mal guisado: «Tenga el prior cuenta y el provisor de que esté bien aderezado, de manera que puedan pasar con aquello que allí se les da, pues no poseen otra cosa». 8. De los enfermos. Es el apartado más largo, aunque sólo se habla de los enfermos en los cuatro primeros números, que son de la más pura letra teresiana. – «Los enfermos sean curados con todo amor y caridad y regalo conforme a nuestra pobreza; y alabe al Señor cuando le proveyere; y cuando le faltare tenga paciencia; y no se desconsuelen por no tener lo que los ricos para el tiempo de la mayor necesidad». – «En esto ponga cuidado el padre prior que antes falte lo necesario a los sanos que a los enfermos. Sean visitados de los religiosos. Póngase enfermero que tenga piedad y habilidad». 113

– «Entonces muestren los enfermos la perfección que han granjeado en tiempo de salud, teniendo paciencia y dando la menor importunidad que pudieren. Esté siempre obediente al enfermero, y salgan ambos a dos con ganancia». – «Tengan buenas camas con colchón y sábanas de lienzo y provéanlos de camisas de lienzo, y salgan fuera a recrearse y coman carne y tengan todo el regalo que ser pudiere». Otros puntos: – Advertencias para los viajes. No se lleven dineros para el camino; se pida limosna. «Ni vaya a caballo, salvo si no fuere enfermo que podrá ir a caballo en algún jumento o mulo, mas no en mula, que es contra la Regla» [293]. – Acerca del horario de las comidas se dice: «En la hora del comer no puede haber concierto, porque es conforme a como lo da el Señor. Cuando lo hubiere, será la comida en el invierno a las once, y en verano a las diez». – Antes de comer con el permiso del superior «si el Señor diere espíritu a algún hermano», haga alguna mortificación, pero «sea con brevedad porque no se impida la lección». – Salidos de la comida y de la colación el prior podrá dispensar «que todos juntos puedan hablar de aquello que más gusto les diere, como no sean cosas fuera del trato que ha de tener el buen religioso. Procuren no ser enojosos unos a otros. No haya amistades particulares, sino todos se amen en general, como lo manda Cristo a sus apóstoles». – «Ninguno reprenda a otro las faltas que le viere hacer, si no fueren graves. A solas le avise con caridad y si no se enmendare de tres veces, dígalo al padre prior. [...] No se disculpen en nada, si no fuere de cosas graves que halarán gran provecho». – En lo que se refiere al castigo de las culpas y faltas se trata de las penas «que están señaladas en nuestras santas Constituciones[294], puede dispensar el padre prior conforme a lo que fuere justo, con discreción y caridad, y que no obligue a guardarlo a pecado, sino a pena corporal». – Acerca de los edificios conventuales tenemos el siguiente número: «La casa jamás se labre, si no fuere la iglesia, ni haya cosa curiosa: la madera sea tosca; póngase como sale del pinar. La casa pequeña y las piezas bajas, cosa que cumpla a la necesidad y no superflua. Fuerte lo más que pudieren. La cerca alta; el campo que pudieren para hacer ermitas, para que se puedan apartar a oración, conforme a lo que hacían nuestros padres santos».

El texto se cierra así: «Lo que cada uno es obligado a hacer en su oficio, señalado está en nuestras santas Constituciones, a las cuales nos remitimos. Esto sobre dicho pertenece al repartimiento del tiempo. Dadas por nuestro reverendísimo padre fray Juan Bautista 114

Rubeo, general de toda la Orden de Nuestra Señora del Carmen». Después de recorrer estos textos, preparados por Teresa de Jesús, queda uno más que nunca con la impresión de la maternidad de la madre Teresa, fundadora de sus frailes, como lo era de sus monjas. Y a través de estas páginas se percibe la configuración inicial que quería dar al nuevo Carmelo. Cuando tuvo a Juan de Santo Matía como su dócil novicio en Valladolid, no me cabe la menor duda de que además de la patente del padre Rubeo estuvieron repasando este «repartimiento del tiempo», y que lo discutieron debidamente. Visita de la madre Teresa Santa Teresa no estuvo presente en 1568 en la inauguración del conventito de Duruelo, de aquel su «portalito de Belén». Estaba, eso sí, deseando acercarse por allí. Y le cuadró, lo hizo cuadrar ella, cuando fue desde Ávila a la fundación de Toledo, acompañándola dos de las monjas más queridas suyas, Isabel de San Pablo e Isabel de Santo Domingo, a las que califica de «harto siervas de Dios». Visita de gran categoría esta. Esto fue en la Cuaresma de 1569, a finales de febrero. La narración de la visita que hace ella misma pudiera figurar como un reportaje modélico. Desde luego que el periodismo se enriquecería con estas páginas[295]. Viene a ser como una entrevista de la madre fundadora con aquellos primitivos, con Antonio de Jesús, y con fray Juan, a quien había conquistado tan personalmente para su causa. Llegan muy de mañana las tres monjas. Vienen desde Ávila y van a Toledo. Este viaje ya ha sido muy bueno, y agradable y para ella muy alegre con aquellas dos hermanas. Y mucho mejor que aquel otro que hizo cuando vino con una compañera y Julián de Ávila, a ver la casita que se les daba para hacer en ella el convento. El padre Antonio estaba «barriendo la puerta de la iglesia, con un rostro de alegría que tiene siempre». Al verle escoba en mano a la madre Teresa no se le ocurre otra cosa que preguntarle: «¿Qué es esto mi padre? ¿Qué se ha hecho de la honra?». Y Antonio responde rápido: «Yo maldigo el tiempo que la tuve». Acto seguido aparece fray Juan. Sin duda que también para él tuvo la madre su saludo y su pregunta, pero no ha dejado constancia de ello. Acaso le recuerda que fue ella la que le sugirió su apellido de descalzo: de la Cruz. Les invita a entrar en la iglesita y hacen juntos, frailes y monjas, un ratito de oración. La santa no ha hecho más que fijarse y grabar en su alma lo que está viendo; y lo cuenta así para que quede para la historia: «Como entré en la iglesia, quedeme espantada de ver el espíritu que el Señor había puesto allí», y añade: «Y no era yo sola, que dos mercaderes que habían venido de Medina hasta allí conmigo, que eran mis amigos, no hacían otra cosa sino llorar. ¡Tenía tantas cruces, tantas calaveras!». De todo aquello, ¿qué es lo que más le impresionó, o, como decimos ahora, más le impactó? «Nunca se me olvida una cruz pequeña de palo que tenía para el agua bendita, que 115

tenía en ella pegada una imagen de papel con un Cristo, que parecía ponía más devoción que si fuera de cosa muy bien labrada». Y sigue contando: «El coro era el desván, que por mitad estaba alta, que podían decir las horas; mas habíanse de abajar mucho para entrar y para oír misa. Tenían a los dos rincones hacia la iglesia, dos ermitillas, adonde no podían estar sino echados o sentados, llenas de heno (porque el lugar era muy frío, y el tejado casi les daba sobre las cabezas) con dos ventanillas hacia el altar y dos piedras por cabeceras, y allí sus cruces y calaveras». Y «supe que después que acababan Maitines, hasta Prima no se tornaban a ir, sino allí se quedaban en oración, que la tenían tan grande, que les acaecía ir con harta nieve los hábitos cuando iban a Prima, y no lo haber sentido. Decían sus Horas con otro padre de los del paño, que se fue con ellos a estar, aunque no mudó hábito porque era muy enfermo, y otro fraile mancebo, que no era ordenado, que también estaba allí». Tanta oración, tanto coro y, ¿qué más hacían aquellos benditos? Pues los padres Antonio y Juan «iban a predicar a muchos lugares que están por allá comarcanos sin ninguna doctrina, que por esto también me holgué se hiciese allí la casa; que me dijeron que ni había cerca monasterio ni de dónde la tener, que era gran lástima. En tan poco tiempo era tanto el crédito que tenían, que a mí me hizo grandísimo consuelo cuando lo supe. Iban, como digo, a predicar legua y media, dos leguas, descalzos (que entonces no traían alpargatas, que después se las mandaron poner), y con harta nieve y frío; y después que habían predicado y confesado, se tornaban bien tarde a comer a casa. Con el contento, todo se les hacía poco». Todo esto que pondera tanto la madre lo hacían en conformidad con lo que se les decía en la carta o patente del padre general acerca de sus obligaciones eclesiales de atender sacramental, sacerdotal y espiritualmente a la gente. Aparte de estas actividades tan importantes ¿cómo les iba en la cosa material? «De esto de comer tenían muy bastante, porque de los lugares comarcanos les proveían más de lo que había menester». Julián de Ávila, testigo de vista, da fe de esto mismo diciendo: «Era maravilla de ver cómo venían las labradoras con sus cestillas de pan y bastimento cuanto habían menester» [296]. Y, hablando todavía de Duruelo, comenta: «Se veía el provecho que se hacía en el lugar, y alrededor de él de los lugares comarcanos, en confesiones e devoción que la gente tomaba en ver la vida que allí hacían». La madre estaba que no cabía de gozo en sí ante lo que estaba presenciando. Cierto; «pues como yo vi aquella casita, que poco antes no se podía estar en ella, con un espíritu que a cada parte, me parece, que miraba, hallaba con qué me edificar, y entendía de la manera que vivían, y con la mortificación y oración y el buen ejemplo que daban (porque allí me vino a ver un caballero y su mujer, que yo conocía, que estaba en un lugar muy cerca, y no me acababan de decir de su santidad y el gran bien que hacían en aquellos pueblos), no me hartaba de dar gracias a Nuestro Señor, con un gozo interior grandísimo, por parecerme que veía comenzado un principio para gran aprovechamiento de nuestra Orden y servicio de Nuestro Señor. Plega a Su Majestad que lleve adelante como ahora van, que mi pensamiento será bien verdadero». 116

Las otras dos monjas no hacían más que alabar y bendecir al Señor y alegrarse. Y «los mercaderes que habían ido conmigo me decían que por todo el mundo no quisieran haber dejado de venir allí. ¡Qué cosa es la virtud, que más les agradó aquella pobreza que todas las riquezas que ellos tenían, y les hartó y consoló su alma!». Todo es alabar y alabar a sus frailes. ¿No tuvo nada que reprocharles, nada que advertirles? Nos lo cuenta ella así: «Después que tratamos aquellos padres y yo algunas cosas, en especial, como soy flaca y ruin, les rogué mucho no fuesen en las cosas de penitencia con tanto rigor, que le llevaban muy grande; y como me había costado tanto de deseo y oración que me diese el Señor quien lo comenzase, y veían tan buen principio. Temía no buscase el demonio cómo los acabar antes que se efectuase lo que yo esperaba. Como imperfecta y de poca fe, no miraba que era obra de Dios, y Su Majestad la había de llevar adelante». Y, ¿cómo acogieron sus advertencias aquellos benditos? Muy claro: «Ellos, como tenían estas cosas que a mí me faltaban, hicieron poco caso de mis palabras para dejar sus obras». Todo sumado, ¿cómo salió de aquella visita? «Me fui con harto grandísimo consuelo, aunque no daba a Dios las alabanzas que merecía tan gran merced. Plega a Su Majestad, por su bondad, sea yo digna de servir en algo lo muy mucho que le debo, amén; que bien entendía era esta muy mayor merced que la que me hacía en fundar casas de monjas». Teresa, como acabamos de oírle, rogó a sus frailes «mucho» moderasen sus penitencias. ¿Penitencias en la comida, penitencias en la falta de sueño, en disciplinas, cilicios? No ha precisado mayormente las cosas. Con toda seguridad les diría que no anduviesen totalmente descalzos; en una zona tan fría como la de Duruelo y alrededores, andar así era un exceso. Había que llevar por lo menos alpargatas. Ya cuando describe su visita en Las Fundaciones habían cambiado este rigor. Cuál era su punto de vista de siempre acerca de este punto lo deja claramente dicho en carta del 12 de diciembre de 1576 a Ambrosio Mariano: «Lo que dice el padre fray Juan de Jesús (Roca) de andar descalzos, de que lo quiero yo, me cae en gracia, porque soy la que siempre lo defendí al padre fray Antonio», es decir, siempre me opuse. En las Constituciones del padre Gracián ya se prescribe: «Los pies del todo descalzos, o con alpargatas abiertas de cáñamo o esparto» [297]. Y en estas Constituciones para sus frailes, que hemos analizado, ya se dice que en tierras frías «podrán calzar sandalias o choclos de madre». La santa no sólo dejó escrita su visita a Duruelo, sino que contaba alegremente a sus monjas todo lo visto e inspeccionado allí, como dice una de ellas: «Lo cual sabe de la boca de la dicha santa madre y porque era plática común entre las primeras religiosas ancianas de este dicho convento» de Medina (22, 102). De lo que pasaron aquellos primeros en Duruelo no sabemos ni la mitad de la mitad. Y tenemos que agradecer especialmente a la madre Teresa que nos haya informado de todo lo que supo acerca de aquella su primera casa de descalzos. ¿Pacto de silencio? Según parece, Antonio y Juan habían hecho una especie de pacto de silencio sobre el 117

particular; aunque no lo debieron observar con el rigor con que lo habían prometido, sobre todo Antonio, que contó también unas cuantas cosas. Así se desprende de la declaración de Agustín de San José, mencionada más arriba acerca del malhumor del padre Antonio al encontrarse con fray Juan ya con el hábito de descalzo (23, 78). También le contó el padre Antonio cómo iban a predicar fuera de casa con nieves, a pie, y descalzos y se volvían a los conventos sin comer allá. Igualmente le contó una de las muchas florecillas de aquellos meses. Debió ser aquel primer invierno de 1568 o primeros meses de 1569. Va el padre Antonio a salir a predicar. Ha caído una nevada solemne. Fray Juan hace que traigan un borriquillo, un burro-taxi. Prepara unas alforjas con heno. Fray Juan, como si fuera el escudero, le ayuda a subir al pequeño rucio, le mete los pies en las alforjas y se los recubre con heno, para que no sienta tanto frío. Y «para mayor seguridad, le sujeta el sayal con un alfiler gordo. Fray Juan se descuida y el alfiler entra a la vez por el hábito y por la pierna». Antonio chilla, se queja y el escudero le dice tan serio y con gracia: «Calle, padre, que así irá más bien prendido». La broma no acaba aquí. A la noche, terminada la cenilla, el padre Antonio pregunta como otros días: «Diga padre fray Juan las culpas advertidas hoy». El interrogado se levanta, hace una pequeña reverencia y dice: «Vuestra Reverencia, padre Antonio, se quejó esta mañana cuando yo le hincaba el alfiler en la pierna» [298]. Igualmente le contó Antonio a Agustín de San José la penitencia y el desabrigo con que vivían, diciéndole «que eran las celdas tan bajas, que no cabían en pie en ellas y tenían una teja por ventana y por allí se les colaba la nieve y se les nevaba la celda; y muchas veces se hallaban cubiertos de nieve cuando se levantaban a la mañana. Tenían muy largas horas de oración, sus disciplinas, silencio, y otros rigores eran grandes, no comiendo lo más del tiempo sino hierbas y pan. Su pobreza era grande. Con este modo de vida entablaron los principios de esta Reformación y de aquí, como de su fuente y principio, se derivó a otros monasterios. Lo cual sabe del dicho padre fray Antonio, persona que pasó por ello» (23, 79). Igualmente Juan Evangelista está bien enterado del comienzo en Duruelo, «lo cual sabe este testigo por habérselo oído decir así al dicho padre fray Juan de la Cruz...» (23, 39). Otras visitas A la alegría por la visita de la madre fundadora vino a añadirse al poco tiempo la del padre provincial Alonso González. Debió ser en la primavera de 1569. El provincial hace lo que llamaríamos los nombramientos de rigor: nombra prior de la casa al padre Antonio, y al padre Juan de la Cruz, subprior y maestro de novicios. Pronto aparecen los dos primeros novicios, que van a ser modelados por las manos de fray Juan de la Cruz. Julián de Ávila, que había estado con la madre en aquel primer viaje de inspección a Duruelo, visitaba el lugar, ya inaugurado el convento, y habla en la Vida de santa

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Teresa[299], con todo elogio, del «maestro fray Juan de la Cruz: es en extremo muy humilde y amigo de mortificaciones y pobreza, y deseoso de la salvación de las almas. Y esto ha mostrado grandemente en todo aquello que le han puesto. Si de sus virtudes hubiera yo de hablar aquí, tuviera mucho que decir». Contando otra de sus visitas, dice en el proceso teresiano de Ávila: «Convidaba tanto a devoción esta primera casita con los demás frailes que comenzaron a tomar el hábito, que a mí y a un clérigo muy religioso, que se llamaba Gonzalo de Aranda, nos dio devoción de ir desde Ávila a pie en romería allá, y nos estuvimos no sé qué días, que parecía estábamos en el paraíso» (18, 229). A tener en cuenta también la presencia de toda la familia de fray Juan, como dice su hermano Francisco: «Después fue allí un hermano suyo con su mujer y su madre, para servir los frailes y traer lo que fuera menester; su mujer para lavar los paños, la madre para guisar la comida» (G, 77). ¿Cómo guisaría Catalina Álvarez para aquellos penitentes? De seguro que no tenía que inventar muchos platos para aquellos penitentes, medio vegetarianos. Escribe el padre general Otra noticia de interés la encontramos en una carta escrita por el general de la Orden, padre Rubeo, a la priora de Medina Inés de Jesús, el 8 de enero de 1569. Después de explayarse en alabanzas a la madre Teresa y decir: «Ella hace más provecho a la Orden que todos los frailes carmelitas de España; Dios le dé largos años de vida» y de calificarla de «piedra muy de ser preciada por ser preciosa y amica de Dios», añade: «Deseo entender que estén acabados los dos monasterios de Carmelitas Contemplativos, para servir las sus casas y de nuestras monjas en el espíritu» [300]. ¿Hicieron profesión en la descalcez Antonio y Juan? Esta duda o pregunta trataron de solucionarla ya los antiguos. Algunos decían que el padre «Antonio no la quiso hacer, pasado el año, diciendo que no era necesario». Fray Juan la habría hecho, «no se sabe cuándo ni en cuyas manos; sería en las del padre provincial fray Alonso González o en las del padre Antonio, prior, cumplido el año en Duruelo» [301]. Jerónimo de San José, que copió el Libro de la fundación de Duruelo[302], convencido de que el santo sí hizo nueva profesión, se pregunta por qué no se escribió en el Libro. Da algunas razones de conveniencia, como que no se hizo para que no echase de ver la diversidad entre fray Juan y Antonio, y así se dejaron entrambos espacios en blanco. Pero señala que más adelante había medio renglón borrado, o atravesado por una línea en que estaba escrito: «Yo, fray Juan de la Cruz, natural de Medina del Campo, hijo de». Curiosamente, aunque Jerónimo explique así las cosas, Luis de San Ángel, que había recibido el hábito de manos de fray Juan en Granada, estando de estudiante en Salamanca se acercó por Duruelo-Mancera un verano y pudo manejar el Libro de 119

Profesiones de Mancera y de Duruelo y «vio este testigo en el dicho convento cómo la primera profesión de él era la del santo padre fray Juan de la Cruz. La cual vio que estaba escrita de su propia letra, por haberla visto muchas veces y conocerla» (23, 477; 24, 377), y la transcribe, además así: «Yo, fray Juan de la Cruz, hago profesión y prometo obediencia, castidad y pobreza a Dios nuestro Señor y a la Virgen María Nuestra Señora y al reverendo padre fray Juan Bautista, general de la dicha Orden, según la Regla primitiva, esto es, sin mitigación, hasta la muerte» (23, 478). Y en confirmación de lo que dice acerca de que fray Juan fue «el primero que vistió jerga, antes que viniese allí el padre fray Antonio de Jesús y los demás que después se descalzaron», añade lo que a pocos meses de aquella su visita a Duruelo-Mancera le pasó en Madrid delante de prelados de la Religión y de la comunidad. Comenzó a contar lo que había visto en los Libros oficiales dichos y que, según aquello, Juan de la Cruz «era el primero que empezó la dicha Reforma y descalcez, le dijo a este testigo el santo padre fray Juan de la Cruz, sonriéndose: “Calle, hijo, no diga eso”. Y le parece que lo dijo porque no lo oyese el padre fray Antonio de Jesús, que también estaba presente» (23, 477-478). Alonso admite que la primera profesión que se hizo en la descalcez es la de fray Juan de la Cruz «y así es la primera que se ve en el Libro de profesiones de Duruelo» [303]. El mencionado testigo Luis de San Ángel certifica también que leyó en el mismo Libro y «en un escrito que estaba en la pared a la subida principal del convento cómo se puso el Santísimo Sacramento en la dicha casilla y nuevo monasterio de Duruelo primer domingo de Adviento, que cayó día de san Andrés, en el año de mil y quinientos y sesenta y ocho; y cómo de allí a dos años se trasladó a la villa de Mancera, que es donde estaba el convento donde él vio y leyó el Libro que referido tiene» (23, 478). A Mancera de Abajo Ya en su visita a Duruelo cuenta la santa que «venían allí a confesar algunos caballeros que estaban en aquellos lugares, adonde les ofrecían ya mejores casas y sitios» [304]. Uno de esos caballeros se llamaba don Luis, señor de las cinco villas: Salmoral, Naharros, San Miguel, Montalvo y Gallegos[305]. La reportera Teresa de Jesús es la que da las noticias más claras y seguras. Hablando de don Luis cuenta: «Este caballero había hecho una iglesia para una imagen de Nuestra Señora, cierto bien digna de poner en veneración. Su padre la envió desde Flandes a su abuela o madre (que no me acuerdo cuál) con un mercader. Él se aficionó tanto a ella, que la tuvo muchos años, y después, a la hora de la muerte, mandó se la llevasen. Es un retablo grande, que yo no he visto en mi vida (y otras muchas personas dicen lo mismo) cosa mejor». Hasta aquí la santa, que ahora hace ya intervenir al padre Antonio de Jesús, quien «como fue a aquel lugar a petición de este caballero, y vio la imagen, aficionose tanto a ella, y con mucha razón, que aceptó de pasar allí el monasterio. Llámase este lugar Mancera [...]. Labroles este caballero un monasterio conforme a su profesión, pequeño, y dio ornamentos; hízolo muy bien» [306]. El provincial dispuso que aquel traslado fuera hecho con gran solemnidad y quiso que 120

vinieran algunos otros religiosos de Salamanca, de San Pablo de los Perdones (de la Moraleja), etc. Con ellos «se unen clérigos y caballeros». El cortejo parte de Duruelo procesionalmente. Allá va fray Juan con sus dos novicios. En Mancera espera el cura y la gente que los acompaña desde la entrada en el pueblo a la iglesia. Preside la misa solemne el provincial y predica el padre Antonio, que tiene fama de gran predicador. Era el 11 de junio de 1570. Ya la santa habla de la falta de agua del convento y que de ninguna manera parecía la podrían tener; pero el padre Antonio resultó ser un gran zahorí. Como siempre, la madre fundadora es la que nos informa. Aquello se tuvo por cosa de milagro: «Estando un día después de cenar el padre fray Antonio, que era prior, en la claustra con sus frailes, hablando en la necesidad de agua que tenían, levantose el prior y tomó un bordón que traía en las manos e hizo en una parte de él la señal de la cruz, [...] señaló con el palo y dijo: “Ahora, cavad aquí”» [307]. Y continúa el relato: «A muy poco que cavaron, salió tanta agua, que, aun para limpiarle, es dificultoso de agotar; y agua de beber muy bueno, que toda la obra han gastado de allí. Y nunca, como digo, se agota. Después que cercaron una huerta, han procurado tener agua en ella y hecho noria y gastado harto». Adornando un poco el relato el antiguo cronista de la historia de la casa dice: «Que fue tan grande el raudal de agua, que por todo el claustro se derramó que temiendo no hiciese daño a los flacos cimientos, dijo a voces el padre fray Antonio: “¡Señor, agua os pedimos, pero no tanta!”» [308]. Primeras profesiones Ya en Mancera llega el día de la profesión de los dos primeros novicios, el 8 de octubre. Uno, corista, se llamaba Juan Bautista, natural de Ávila; hizo su profesión «en manos del padre fray Juan de la Cruz, suprior de esta casa, siendo prior el muy reverendo padre fray Antonio de Jesús», en ocho días del mes de octubre de 1570[309]. Hace mención honorífica de él el autor de la Reforma diciendo que «después de ocho años de observancia de aquel primitivo rigor, dejó a la tierra lo que de ella tomó en la Roda, y restituyó al cielo lo que era suyo» [310]. Murió en 1577 en el convento del Socorro de la Roda[311]. El mismo día y en las manos también de fray Juan profesó el hermano lego Pedro de los Ángeles, nacido en Lanzaita (Ávila) en 1549, tomando el hábito a principios de septiembre de 1569 en Duruelo[312]. A este Pedro, hijo de Francisco García y de Isabel Pérez, le pasó lo siguiente con Juan de la Cruz. El muchacho se presentó en Mancera, pidiendo el hábito. Fray Juan le dijo que fuese al convento de San Pablo de la Moraleja y se presentase al provincial. Fue allá con un montón de cartas de recomendación, pidiéndole permiso para que le diese el hábito fray Juan en Mancera. El provincial le despidió sin darle el permiso que solicitaba. Volvió desconsolado a Mancera. Juan de la Cruz le mandó que fuese otra vez «sin carta de recomendación alguna, sólo fiado en Nuestro Señor». Así lo hizo y nada más

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llegar el provincial le concedió con mucho gusto la licencia que pedía[313]. En la Reforma se dedican varios capítulos a la biografía de este primer hermano lego del Carmen descalzo. Un gran espíritu, con una buena gama de fenómenos extraordinarios, que le sumían en la más humilde humildad[314]. El autor de Reforma, Francisco de Santa María, dice igualmente de él: «Tratele mucho en Salamanca y conocí en él gran fervor en la oración, gran rigor en la penitencia, extremado silencio y tal compostura que la imprimía aun a los seglares. Fue varón de mucho seso y consejo, y oíanle mejor los prelados que a muchos sacerdotes. Ilustrole Dios con don de profecía, y habiendo sabido mucho antes su muerte, la tuvo muy feliz en Valladolid año 1613» [315]. Recibe estas dos primeras profesiones fray Juan de la Cruz, maestro de novicios, por estar ausente el padre Antonio que ha ido a Madrid a prestar obediencia en nombre de esta nueva comunidad al dominico Pedro Fernández, recién nombrado por el papa Pío V comisario apostólico para los descalzos de Castilla. Años más tarde, escribiendo a una priora y concediéndole licencia para la profesión de cuatro novicias, le dirá fray Juan: «Mire que sean buenas para Dios». Así fue con estos sus dos primeros novicios, Juan Bautista y Pedro de los Ángeles, que fueron buenos para Dios y buenos para los demás hermanos en sus comunidades respectivas. Más arriba, hablando santa Teresa de su visita a Duruelo, deja constancia de que sus primeros frailes «de comer tenían muy bastante, porque de los lugares comarcanos les proveían más de lo que había menester». Esto mismo se seguía dando en Mancera. Y no es una simple suposición nuestra. Contamos con el testimonio precioso y circunstanciado de Elvira de San Ángelo, descalza de Medina, que habla de Duruelo y del traslado a Mancera, «donde guardaron la misma vida primitiva». Y amplía: «Y en toda aquella tierra daban y dieron gran ejemplo y fueron tenidos por grandes siervos de Dios. Lo cual sabe, por haber vivido esta testigo, siendo seglar, junto a la dicha villa de Mancera, donde era común la opinión del ejemplo y virtud de los dichos religiosos entre todos los de aquella tierra que esta testigo trataba. Y por tenerlos esta que declara en opinión de santos, algunos días les enviaba de su comida, dejándolo de comer, porque la parecía que aunque les enviara otras cosas, no les hacía tanta limosna como dejándolo de comer por enviárselo. Y esto es lo que sabe y responde» (22, 74). A esta declaración tan personal se puede añadir esta otra narración literariamente un tanto adornada pero que refleja de cerca la realidad: «Acudíanles los vecinos de Mancera, y los circunvecinos, cada uno con lo que podía; este daba un poco de queso, o leche, aquel un pedazo de pan, o una medida de vino. Como eran muchos los pocos, algunas veces había abundancia, otras probaba el Señor la fe de sus siervos. Cuando no había que comer recogía el cocinero todos los mendrugos de pan duro, y mohoso, que había sobrado en la despensa de otros días, y, echados en agua caliente, los cocía hasta que se ablandasen. De esta gacheta (=engrudo), sin más aceite, sin más especias, que la buena hambre, daba una escudilla a los religiosos, y una cuchara de palo, porque no había cómo hacerla de pan [...]. El principal regalo de las fiestas eran unas coles cocidas, y por postre unas bellotas, que un caballero de Ávila,

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llamado Alonso de Hiera, les daba» [316]. Visitas a Medina Juan de la Cruz volvió por Medina del Campo más de las veces de que tenemos documentación explícita. Lo podemos saber por declaraciones de las religiosas. En Medina, «siendo profesa me confesé con el dicho venerable padre muchas veces», dice una de ellas (24, 115), le hablé «algunas veces de las que vino», dice otra (22, 87); y una tercera asegura que le habló y comunicó diversas veces cuando vino a este convento (22, 99). Y así alguna otra. Una de esas veces debió ser en 1570. Estando santa Teresa en Medina, vino también allí fray Juan de la Cruz desde Mancera. La madre le pidió que diera una plática a la comunidad. Se reunieron en el coro y fray Juan a la reja de la iglesia. Terminada la charla, comenzaron los dos santos a dialogar sobre temas de vida espiritual. «Tocose acaso una palabra de alabanza. Ella, en oyéndole, se postró poniendo la boca y el rostro en el suelo». Era una de aquellas costumbres santas que regían en los monasterios: cuando a alguien le alababan o corregían se postraba por tierra y esperaba que le dijeran que se levantase. La madre hizo lo propio. Las monjas, viendo a la santa por tierra, pedían a fray Juan que la mandase levantar; él, irónico, dijo: «Déjenla estar con la tierra y polvo, que ahí es su gusto estar» [317]. Al fin, le dijo que se levantase, y ella obedió, habiéndolo llevado todo «con mucho contento y con una boca de risa», como dice una testigo, María de San Francisco, que lo cuenta (22, 104). Ejemplo público de humildad Posiblemente en aquella especie de noviciado a que la santa sometió a fray Juan de la Cruz en Valladolid, hablaron de las mortificaciones ordinarias que usaban las monjas: pedir bofetones después de sentarse a la mesa, ponerse en cruz, besar los pies, comer en tierra, etc. Y así las comenzaron a ejercitar en Duruelo. Por otra parte había otra serie de mortificaciones que llamaban «extraordinarias». Sea Quiroga, sea Alonso, sea Jerónimo de San José, retienen como primera mortificación extraordinaria la que hizo Juan de la Cruz en Duruelo o Mancera. ¿Qué le había pasado? Volvió un día de fuera de alguna tarea de apostolado. Estaba cansado y, sin pensarlo dos veces, hizo su colación antes de la comunidad. Después la conciencia empezó a acusarle de haber dado mal ejemplo anticipándose en su refección. Quiso enmendar aquella transgresión y se presentó en figura penitente en el refectorio, se propinó una rigurosa disciplina en las espaldas, y pidió perdón del mal ejemplo dado[318]. ¿Qué se hizo de Duruelo? No vamos a entonar aquí ninguna elegía. El hecho es que los frailes no olvidaron nunca 123

aquel su primer origen, «aquel portalito de Belén, que no me parece era mejor», como dejó dicho la madre fundadora. Hasta se cuestionó si el traslado a Mancera había sido acertado o no. Duruelo quedó como un punto nostálgico al que había que volver. «De Mancera iban algunas veces los padres a este lugar, lleno de gratísimos recuerdos, rezaban en lo que quedaba de iglesia y se volvían a su retiro manceriano, tristes por esa fuerte impresión de melancolía que producen las ruinas venerables» [319]. Una de esas vueltas o peregrinaciones más famosas fue la del 28 de noviembre de 1585[320]. La romería se hizo a petición de todos los padres y hermanos del convento de Mancera, procesión «lo más solemne que fue posible al portalejo de Duruelo, como a otro de Belén, dando gracias al Niño Jesús que así quiso asemejar a su nacimiento propio el de nuestra provincia de pobres descalzos» [321]. Se encaminaron allá completamente descalzos. Misa cantada por el padre prior Nicolás de San Cirilo. La misa escogida fue la que se cantaba la mañana de Navidad con su introito: La luz resplandecerá hoy sobre nosotros, con su epístola: Apareció la benignidad y humanidad de nuestro Salvador, con el evangelio de los pastores que se dicen: vayamos a Belén. Así quisieron recordar que Duruelo era su Belén carmelitano. Predicó el sermón el padre fray Vicente de Cristo comentando el Génesis 40, v. 13: Te restablecerá en tu primer puesto. Estando ya desierto y abandonado el lugar, el padre Antonio de Jesús (Heredia) que comenzó allí con Juan de la Cruz la renovación del Carmelo, quiso perpetuar en aquel puesto una memoria. Trató de reparar la iglesita primitiva y hacer una ermita. Hizo pintar «un cuadro grande de Nuestra Señora del Carmen [...] y debajo de su manto a nuestra madre santa Teresa y a los primeros religiosos y religiosas de la Reforma; y en un rótulo que puso abajo decía el año, mes y día de aquella fundación, y la traslación de allí a Mancera». La muerte impidió al viejo ejecutar su designio. Y quedó el sitio como antes estaba, desierto[322]. Al abandonar Duruelo, la propiedad volvió a su primer dueño. En 1612 el provincial de Castilla la Vieja y el prior de Ávila lo compraron todo al hijo de don Rafael. En señal de la nueva propiedad, sobre un montón de piedras, donde había estado la iglesia se puso una gran cruz «tosca, de dos ramas de árboles, sin labrar», esperando mejores tiempos para restaurarlo[323]. Uno de los que más deseaba que se pudiese fundar allí otro convento era el general de la Orden en España, Juan del Espíritu Santo. En una de sus visitas a aquellas ruinas, se fijó en un nicho, que debió de servir para alguna imagen, y encontró allí pegado un papel donde estaban escritas estas tres quintillas: «De aquí el Carmelo confiesa salió su primera luz: aquí comenzó su empresa, después de santa Teresa, el gran fray Juan de la Cruz. Aquí fue el primer convento, donde floreció aquel día,

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la familia de su aumento, principio de su contento, y solar de su alegría. Sacras y amadas paredes, tesoro de las mercedes, que Dios hizo a vuestro Altar, él volverá a edificar, y a poner aquí sus sedes [324].

Más adelante se construyó una ermita y en 1637 otro convento, con más soledad que en 1568. El historiador general de la Orden escribía en 1642 cómo «vienen los pueblos circunvecinos en un día de Letanías con sus procesiones a hacer oración a la santa ermita con tan gran concierto y consuelo como los religiosos pueden desear» [325]. Lugar de peregrinación y romería a esta «soledad sonora». El convento del siglo XVII se perdió en la exclaustración de 1835, quedando abandonado al año siguiente de 1836. Desde 1947 hay nueva presencia carmelitana con el monasterio de carmelitas descalzas construido por santa Maravillas de Jesús. Aparte del convento se ha construido una capillita pequeña, conmemorativa del primitivo convento. Y se ha ido recuperando parte del último convento y destinándolo a casa de retiro[326]. Cuando la peregrinación famosa a Duruelo, en 1585, andaba fray Juan de la Cruz por Andalucía. Aunque era un hombre tan desapegado de todo, tendría también él sus nostalgias, aunque las disimulaba.

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Capítulo 8 Pastrana. Juan de la Cruz, maestro de novicios

Presencia carmelitana Santa Teresa titula el capítulo 17 del Libro de las Fundaciones: «Que trata de la fundación de los monasterios de Pastrana, así de frailes como de monjas. Fue el mismo año de 1570, digo 1569». Adorable este modo de equivocarse y de corregir el error sin tachaduras. Quiere la madre descansar unos días del trajín y dificultades en que se ha visto envuelta en la fundación del monasterio de Toledo, pero «no merecí mucho este consuelo», porque enseguida le llega un aviso apremiante de la princesa de Éboli, y más que aviso ya enviaba por ella para que fuese a Pastrana a fundar un monasterio. Se defendió como pudo y entonces le llega una de aquellas comunicaciones divinas para que «no dejase de ir, que a más iba que a aquella fundación, y que llevase la Regla y Constituciones» [327]. Mujer prudente, consulta el caso con su confesor, sin decirle para nada que había recibido aquel comunicado divino. El confesor, «mirándolo todo, le pareció fuese, y con esto me determiné a ir» [328]. Sale de Toledo y va, con las monjas que lleva para la nueva fundación, a hospedarse en Madrid, en las franciscanas descalzas, donde se encuentra una vez más con «doña Leonor Mascareñas, aya que fue del rey, muy sierva de Nuestro Señor». Dos candidatos más a la Orden Doña Leonor se alegra de verla y le comunica que «estaba allí un ermitaño que me deseaba mucho conocer, y que le parecía que la vida que hacían él y sus compañeros conformaba mucho con nuestra Regla. Yo, como tenía solos dos frailes, vínome al pensamiento que si pudiese que este lo fuese, que sería gran cosa; y así la supliqué procurase que nos hablásemos. Él posaba en un aposento que esta señora le tenía dado, con otro hermano mancebo, llamado fray Juan de la Miseria, gran siervo de Dios y muy simple en las cosas del mundo. Pues, comunicándonos entrambos, me vino a decir que 126

quería ir a Roma» [329]. A continuación cuenta la madre el caso del que será Mariano de San Benito, entonces Mariano de Azzaro[330]. Hablando con él le mostró la Regla primitiva del Carmelo «y le dije que sin tanto trabajo podía guardar todo aquello» que buscaba en la vida eremítica. Pidió Mariano una noche de tregua para pensar. Enseguida se determinó a entrar en la Orden. Anteriormente ha dicho de él que era «enemigo de tratar con mujeres» y ahora él mismo se encontraba como espantado «de verse mudado tan presto, en especial por una mujer (que aun ahora algunas veces me lo dice), como si fuera eso la causa, sino el Señor que puede mudar los corazones» [331]. Curiosamente hay un paralelismo entre estos dos: Juan de la Miseria y Mariano, con Antonio Heredia y Juan de Santo Matía. Estos querían irse a la Cartuja y la madre los capta para el Carmelo; los otros dos quieren ir a Roma por motivos de su vida eremítica; y también a estos los conquista Teresa para el Carmelo. Segundo convento de descalzos Mariano le hace saber que Ruy Gómez le ha dado en Pastrana una ermita y un buen sitio y que él, visto lo visto, quería hacerla no para ermitaños sino de nuestra Orden y que quería tomar allí el hábito. La madre piensa inmediatamente que de las dos licencias que le ha dado el padre general sólo ha usado una para Duruelo. Ahora es el caso de servirse de la segunda. Rápidamente alcanza de los provinciales, el actual y el pasado, el consentimiento requerido y hasta hace intervenir al obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, para que diesen el permiso. En sus dificultades con la princesa, cada vez más caprichosa, Teresa «tenía más deseo de que se hiciese el monasterio de frailes que el de las monjas, por entender lo mucho que importaba» [332]. Llegan Mariano y su compañero Juan de la Miseria y se determina que la ermitaconvento será para los frailes descalzos. Rápidamente llama la madre al padre Antonio que está en Mancera, para que venga a fundar esta otra casa. Y, como siempre, sin descuidar nada, «yo –dice– les aderecé hábitos y capas, y hacía todo lo que podía para que ellos tomasen luego el hábito» [333]. El convento de Pastrana se inauguró el 13 de julio[334]. Aquellos dos aspirantes tan originales recibieron el hábito de manos del padre Baltasar de Jesús, «para legos entrambos, que tampoco el padre Mariano quiso ser de misa, sino entrar para ser el menor de todos, ni yo lo pude acabar con él. Después, por mandado de nuestro reverendísimo padre general, se ordenó de misa» [335]. Juan de la Cruz, maestro de novicios: ¿en qué fechas? Comienzan a entrar novicios y dentro de la evolución histórica del Carmelo, Pastrana será noviciado principalísimo[336]. La madre fundadora se da perfecta cuenta y, según parece, fue ella la que sugirió que, 127

volviendo el padre Antonio a Mancera, viniese a Pastrana Juan de la Cruz. Quiroga da como cierta la intervención de la santa en este traslado[337]. Las fechas del viaje de fray Juan a Pastrana no son tan claras; pero el hecho es segurísimo. Uno de los novicios, Ángel de San Gabriel, que fue a pedir el hábito en Pastrana en 1569, declara: fue «mi maestro de novicios fray Juan de la Cruz» [338]. Profesó el 13 de mayo de 1571[339]. El viaje y la estancia de Juan de la Cruz en Pastrana, teniendo en cuenta este dato, tuvieron que ser entre mayo de 1570 y mayo de 1571. Acaso entre junio y septiembre de 1570. En julio de 1570 andaba por Pastrana santa Teresa, que fue a la profesión de Ambrosio Mariano y de Juan de la Miseria y es en estos días cuando se da el caso de la madre tratando de ayudar espiritualmente al novicio Agustín de los Reyes, como él mismo cuenta de un modo bien detallado (19, 175-176). Lo que le cuenta el novicio de sus oscuridades interiores, tentaciones, aflicciones, etc., más podría ser una consulta espiritual a fray Juan de la Cruz, experto en «noches oscuras». Si aceptamos estas fechas, tendríamos que habría estado fray Juan el 10 de julio de 1570 a la profesión de Ambrosio Mariano[340], y de Juan de la Miseria[341], lo mismo que estuvo la madre Teresa. Andrés de la Encarnación, en sus Memorias historiales, dejó escrito: «En las profesiones de los dos primeros novicios es casi cierto firmó la santa, porque se ven allí cortados dos pedazos de papel adonde correspondían dos firmas, y pegadas otras de sujetos que no estaban aún en la Reforma, que se tomaron de instrumento muy diverso» [342]. Hace ya más de cincuenta años escribía yo acerca de esas firmas y sospechaba que las que faltaban allí eran la de fray Juan de la Cruz y la de su compañero fray Pedro de los Ángeles[343]. A favor de esta fecha tenemos «otro argumento sacado también del mencionado Libro de Profesiones: en el acta de profesión de fray Bartolomé de San Alberto, del 20 de agosto de 1570, hay muestras inequívocas de que se ha arrancado otro papel con firmas» [344]. ¿No estarían ahí al menos la firma de fray Juan y acaso también la de su compañero fray Pedro de los Ángeles? Los cazadores de firmas buscaban las de personajes insignes y santos como Juan de la Cruz, y tenemos ejemplos abundantes de cómo y cuántas firmas de él fueron recortadas de otros libros oficiales. Si no se admite esta fecha, que nos sigue pareciendo la más probable, habría que pensar en un viaje de mediados de octubre a mediados o últimos de noviembre de 1570. Su compañero de viaje, de todos modos, fue Pedro de los Ángeles, novicio-profeso en Mancera. A este acompañante de fray Juan alcanzó a conocerle el primer biógrafo José de Jesús María (Quiroga), comunicando con él algunas veces y le «ponderaba mucho cuánto le había edificado el venerable padre en todo este camino con sus pláticas de Dios y con sus virtudes». Y le contó más: «Iban a pie, y en los lugares pedían limosna, y de lo que les daban socorrían a los pobres que hallaban por el camino, tomando de ello escasamente lo que habían menester para el sustento precisamente necesario. Posaba siempre en algunas casas pobres; por no hacer noche en casas grandes y donde había 128

criados y mujeres, y algunas veces, desechando casas bien acomodadas, le era forzoso dormir en algún pajar o corral, no todas veces muy limpio por no haber en las casas pobres otro albergue» [345]. En Pastrana se encuentra con unos 15 religiosos entre profesos y novicios. Se conoce el nombre de más de 10 de los novicios. Baste recordar aquí a Ambrosio de San Benito, Juan de la Miseria, Agustín de los Reyes y Ángel de San Gabriel. Se va a detener poco hasta organizar aquel plantel. Jerónimo de San José va nombrando uno por uno aquellos novicios y profesos «para que se conserve –dice– la memoria de aquellas primeras plantas que después ilustraron a nuestra religión, como para que en ellas se vea la excelencia de quien también las encaminó y se conozca el árbol por el fruto, el padre por los hijos y por los discípulos el maestro» [346]. Nuevo documento del padre Rubeo Por estas fechas que andamos manejando aparece una patente del general de la Orden Juan Bautista de Rossi (Rubeo) muy importante. Lleva la fecha el 8 de agosto de 1570, firmada en Roma. Traduciendo algunos párrafos, tenemos que el padre general comienza afirmando que con toda su alma se está esforzando para que reine la paz, la tranquilidad y la unanimidad entre los religiosos de la Orden; pues donde reinan las disensiones y otras cosas parecidas no reina el espíritu de la Iglesia de Dios. Enterado de que existen cosas que podrán engendrar contiendas y riñas, para quitar del medio todos estos obstáculos «con la autoridad de nuestro oficio de general establecemos y ordenamos que, por ninguna causa y en ninguna ocasión puedan ser recibidos por nuestros regulares carmelitas contemplativos o los llamados popularmente descalzos que profesan la Regla primitiva bajo nuestra obediencia, los hermanos de nuestra Orden de las provincias de España y Portugal, sin nuestra licencia dada por escrito. Y sobre todo prohibimos que sean recibidos aquellos religiosos de la provincia Bética que han sido penitenciados por nosotros como rebeldes a nuestra obediencia y contumaces como el hermano y maestro Ambrosio de Castro, que ha sido prior de Valladolid, los hermanos Gaspar Nieto, Melchor Nieto, Juan de Mora y sus cómplices, no sea que todo el rebaño de los contemplativos vaya a ser corrompido por ellos, pues siempre han andado metidos en riñas y disensiones». Y si se hubiere admitido alguno de esos sujetos mencionados, inmediatamente, recibidas estas letras, sean expulsados[347]. No hay que extrañarse que prohibiera recibir a los sujetos mencionados y así estigmatizados[348]. Labor de Juan de la Cruz en Pastrana No tenemos documentación solvente acerca de la organización que pudo llevar a cabo fray Juan con aquel plantel. Ni nos consta el magisterio que llegaría a desarrollar en tiempo tan limitado. No tenía todavía las Constituciones de 1581, en las que hay dos capítulos explícitamente dedicados a la recepción de los novicios y a la instrucción y 129

profesión de los mismos[349]. Tenía las Constituciones antiguas de la Orden, las Constituciones que me gusta llamar de santa Teresa y del general de la Orden, como hemos visto en el capítulo anterior, aunque lo que se dice ahí de los novicios se refiere al hecho inicial de cómo tienen que ser para poder recibirlos, sin descender a la formación que hay que darles. En este caso viene directamente fray Juan de Duruelo-Mancera, donde ha estado ejerciendo de maestro. Desde esa experiencia personal y directa va a actuar con conocimiento de causa. Viendo la advertencia que hizo años más tarde al maestro de novicios de los Remedios de Sevilla, siendo vicario provincial de Andalucía, podemos pensar que obraría en consecuencia con aquellos sus criterios[350]. Según esto, no les habrá tenido todo el día encerrados en la celda, haciendo que se ejercitasen en el trabajo manual y corporal. Pudo también tener en cuenta aquel otro consejo suyo de que «ningún sacerdote ni no sacerdote se entremeta en tratar con los novicios», y que «no anden pasando por muchas manos y que otros anden traqueando a los novicios» [351]. Además habrá tratado de instruirles teóricamente, pero no contentándose con pláticas generales; les habrá enseñado a practicar la meditación provechosamente, como principiantes que eran. Finalmente, quiero pensar que todo lo que Juan de la Cruz pudo hacer allí lo hizo conforme al consejo que él mismo daría en 1589 al extender la licencia para recibir cuatro novicias en el convento de las descalzas de Cuerva: «Mire que sean buenas para Dios»[352]. En la Instrucción de novicios, escrita en 1590 y publicada en 1591[353], con la aprobación de los miembros de la Consulta, entre ellos de fray Juan de la Cruz, se dice que «es conforme a la que hasta aquí se ha tenido en nuestros noviciados». A querer configurar el primitivo noviciado de Pastrana en el que interviene Juan de la Cruz con lo que se dice en la Instrucción, nos podríamos aproximar bastante a la realidad, pero con el riesgo de no llegar o de pasarnos. Desde luego los novicios quedan bien encuadrados en la Instrucción al enseñarles lo que tienen que hacer al principio del año y en el discurso de él; lo que tienen que hacer al principio de cada mes, lo que han de hacer cada semana y lo que ordinariamente han de hacer cada día. Las catequesis que se les da acerca de las virtudes: mortificación, recogimiento, silencio, oración, penitencia, humildad, castidad, pobreza, obediencia, perfectísima obediencia, que es resignación, bien asimiladas, eran indicadas, sin duda, para formar un buen religioso. Desde el principio aprendían la Regla carmelitana de memoria y se la explicaba el maestro. La obediencia era la nota distintiva. La puntualidad era otra de las características más notables. Se les instruía debidamente en todo lo que se refería al rezo litúrgico. Nuevo maestro Después de la tarea de fray Juan en aquellos inicios, quedó de maestro provisional 130

Gabriel de la Asunción, que había profesado el veinte de agosto[354] y que había sido preparado para el oficio. La elección fue de lo mejor que se podía hacer. Encontramos su firma en la profesión de Alberto de San Francisco[355]. Una vez que fray Juan ha hecho su labor, regresa a su convento de Mancera, y ya en la segunda parte de noviembre está de vuelta[356]. Le ha acompañado a la vuelta el mismo Pedro de los Ángeles que fue con él a la ida a Pastrana. Historiador tan meticuloso como el padre Alonso no habla para nada de este primer viaje de fray Juan a Pastrana. Excurso: Costumbres santas Otra fuente posible para acertar con el tipo de noviciado pastranense de aquel entonces pueden ser las costumbres santas, a las que se daba tanta importancia. Tenemos la suerte de que haya llegado a nosotros Recopilación de las santas, buenas y loables costumbres de este santo noviciado de San Pedro de Pastrana[357]. La redacción es posterior, hecha por un novicio a comienzos del siglo XVII, pero refleja, sin duda, usos y costumbres de los primeros tiempos. Las costumbres están agrupadas por costumbres de obediencia, de pobreza, de humildad, de penitencia, de santo silencio, como hermano y compañero de la oración, de modestia, del lenguaje de las señas. No podemos detenernos en todas estas costumbres; las que sí encontró muy bien observadas son las que se referían a la devoción al Santísimo Sacramento. Dicha devoción la manifestaban en las expresiones exteriores de la misma, en horas de oración en la capilla, genuflexiones y demás ceremonias del culto divino, la preparación espiritual muy cuidada para los días de comunión, el respeto por las cosas sagradas, como misales, cálices, corporales, etc. Hay un epígrafe en el que se recogen Costumbres de las celdas del oratorio, buen vecino y cédula del Santísimo Sacramento. Se trataba de unas celdas que daban al oratorio y que se echaban a suertes para ver a quiénes les tocaba ocuparlas. No duraban más de 15 días, para dejar lugar a otros. Los habitantes de dichas celdas tenían que asistir «en el oratorio delante del Santísimo Sacramento y de la Virgen todo el día»; para que pudiesen hacer esto se les dispensaba de otros oficios aquellos 15 días. Debían ayunar «las vísperas de la comunión por honra del Santísimo Sacramento, y el sábado por amor de la Virgen». Debían hacer también algunas penitencias especiales durante aquellos 15 días. La cédula del Santísimo Sacramento había de estar en una de estas celdas y a quien le tocaba tenía todavía más obligaciones, como tener al día siete horas de oración mental. Finalmente, aquel a quien cabía la celda del buen vecino, es decir, de Jesús Sacramentado, tenía obligación de tener barrida y limpia la pieza que cae sobre el coro y Santísimo Sacramento, y de hincar las rodillas hacia el Santísimo Sacramento cada vez que saliese o entrase a su celda, con grande amor y reverencia. Tenía que hacer ayunos especiales, una disciplina extraordinaria, y velar una hora más de lo que vela la comunidad. Esto tenía su premio: «Se le concedía que fuese acólito de jure así para las cantadas como para las rezadas, y que en acabada la plática pudiese tomar su 131

capa e ir a ayudar cuantas misas su dichosa suerte le cupiese toda la mañana, mas a la tarde había de estar en la celda de rodillas hacia el Santísimo Sacramento a todo lo que no pudiese estar sentado, todo lo cual y cada cosa duraba solamente los 15 días y podía dejarse de hacer con orden de la obediencia». Una de las cosas que Juan de la Cruz encontró vigente en Pastrana era, sin duda, la oración perpetua delante del sagrario, por un acuerdo del príncipe de Éboli y la comunidad de Pastrana. Desde entonces no faltaba nunca en el coro un religioso durante el día y dos durante la noche. Al principio hacían la vela los padres conventuales; más tarde se convino que pudieran velar los novicios desde una tribuna que daba al Santísimo. La noticia de esta vela llegó a los oídos de Felipe II, a quien agradó la cosa. El príncipe Ruy Gómez de Silva dotó la fundación con «doscientas fanegas de trigo y ciento cincuenta ducados de renta en cada año». Estas cantidades sólo se pagaron hasta el 1646; y entonces cesó la vela aquella ante el Santísimo[358]. La mejor instrucción de Juan de la Cruz como maestro para aquellos novicios fue, sin duda, el gran ejemplo de su vida.

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CAPÍTULO 9 Nuevos lances y encomiendas en Alcalá y Pastrana

Visita memorable a Mancera Otra de esas visitas que se agradecen en el alma llega a Mancera, la de tres carmelitas descalzas que vienen de Ávila camino de Salamanca: Juana de Jesús, María de San Francisco y Ana de Jesús (Lobera). Esta última no ha profesado todavía. Y es ella la que nos habla de aquel encuentro: «En Mancera –dice–, que está en el camino, estuvimos las que veníamos en el convento de los frailes descalzos, y nos mostraron y dijeron lo que nuestra madre Teresa de Jesús y su compañera Antonia del Espíritu Santo les habían trazado y enseñado a componer en la fundación de aquel convento, en el cual estaban entonces los primeros descalzos que había habido, que era por prior el padre fray Antonio de Jesús, y por suprior el padre fray Juan de la Cruz, los cuales habían recibido todo el orden y modo de proceder que tenían de nuestra santa Madre, y ella nos contaba con gran gusto las menudencias que ellos le preguntaban y del arte que cinco años poco más o menos, después que hizo la primera casa de monjas se los había Dios traído estos padres, y ellos en particular me dijeron a mí misma muchas cosas de lo que en esto pasaban» (18, 464; 29, 97-98)[359]. En Alba de Tormes Biógrafo tan documentado como el padre Alonso cuenta que cuando la santa tenía que ir a la fundación de Alba de Tormes, torció o enderezó su camino para pasar por Mancera y encontrarse otra vez con sus frailes. Allí estaba Juan de la Cruz y ella le pidió que la acompañase hasta Alba[360]. Así fue y los días que estuvo allí ayudó «al edificio material del convento, andando con los oficiales y peones componiendo la casa y por sus manos con una espuerta sacando tierra y cantos y otras brozas de las casas que se deshacían y acomodaban para el nuevo monasterio» [361]. Estos detalles los ha recibido el biógrafo de algunas de las monjas que estuvieron en la fundación, y le recordaban por su ejemplo y modestia. Agradecidas por el trabajo manual del santo, lo estaban más todavía «por el

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pasto espiritual que en este tiempo dio y enseñó a sus almas» [362]. Después de contar las varias peripecias de la fundación del convento de Alba de Tormes, cierra la madre el relato diciendo: «Púsose el Santísimo Sacramento, e hízose la fundación día de la conversión de san Pablo, año de 1571, para gloria y honor de Dios, adonde, a mi parecer, es Su Majestad muy servido. Plega a Él lo lleve siempre adelante» [363]. Allí estuvo ese 25 de enero fray Juan de la Cruz; no lo nombra la madre, pero consta históricamente que intervino. Fray Juan, dejando Alba de Tormes, volvió a su convento de Mancera. A Alcalá de Henares. Rector del Colegio Estando todavía en Pastrana la madre Teresa, ya se habló con ella de fundar un colegio en Alcalá de Henares. Agotadas ya las licencias para la fundación de los dos primeros conventos de descalzos, hubo que pedir nueva licencia para este de Alcalá, y la concedió el padre general. Y así se fundó el 1 de noviembre de 1570[364]. Jerónimo Gracián, con su querencia a Alcalá, en cuya Universidad había cursado estudios, sintetiza: «Desde el convento de Pastrana fueron algunos padres a fundar el Colegio de San Cirilo de Alcalá, y este fue el principal plantel de toda la Orden, porque allí acudían los estudiantes de aquella insigne Universidad, y trataban de tomar el hábito, y desde allí los enviaban a Pastrana. Y los que en aquellos principios entraron, por vía de este Colegio, fueron los que después dieron más luz en la Religión» [365]. Ya hay en estas fechas de 1571 profesos de Pastrana siguiendo estudios universitarios en la Universidad alcalaína. Hay que buscar un rector competente para ese Colegio, que va a ser importante para la Orden. Los religiosos de la comunidad alcalaína pidieron al comisario apostólico Pedro Fernández que «les enviase un prelado que plantase allí letras y virtudes». El comisario llama a consulta a Antonio de Jesús (Heredia) para que venga a Madrid, al convento dominico de Nuestra Señora de Atocha. Antonio, acompañado por Gabriel Bautista, hijo de un médico del emperador Carlos V, llega rápidamente a Madrid. Dialogan acerca de quién será el más indicado para la rectoría de Alcalá; Antonio manifiesta que el mejor será Juan de la Cruz. La propuesta le parece excelente al comisario y enseguida extiende la patente, que le llevan en mano Antonio y Gabriel Bautista, según la relación de este último (26, 43-44). En la patente se le pide al nombrado que tome posesión del cargo cuanto antes[366]. Esto en el mes de abril de 1571. Fray Juan se despide de Mancera y sale para su nuevo destino acompañado otra vez de fray Pedro de los Ángeles; en este caso no tenemos la relación del viaje, como cuando fueron a Pastrana[367]. Sabemos pocas cosas de fray Juan como rector del Colegio de San Cirilo de Alcalá. Los estudiantes van a las clases en la Universidad. Los historiadores o cronistas se deshacen en loas acerca del comportamiento de los jóvenes religiosos. «Dicen testigos de vista de aquel tiempo que era un maravilloso espectáculo verlos entrar en escuelas; porque sus ojos iban tan clavados en tierra, que sólo descubrían de ella lo que había de

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ocupar el paso para que estaba el pie ya levantado» [368]. Y conforme a los gustos del tiempo exaltan su vida penitente, las victorias del sueño, la mortificación de la vista, el silencio, el cuidado grande con la presencia de Dios, etc., etc. El aprovechamiento en los estudios y en la virtud va parejo, y vino a acuñarse entonces el dicho: «Religioso y estudiante, religioso delante». Esto significa que, si el santo rector da en la formación de sus escolares la primera importancia a la parte espiritual, no rebaja el valor que tiene la parte científica. El comisario apostólico Pedro Fernández fue a visitar el Colegio y al despedirse, después de unos días, les vino a decir en términos recios que «no aflojasen por los estudios en el rigor de la vida y buen ejemplo» [369]. Y del rector se escribe: «Testigos deponen que, cuando le veían por las calles o en el convento, alegraba el alma al mirar un tal ejemplo de modestia, mortificación penitencia y santidad, junto con una apacibilidad que enamoraba» [370]. Aparte de estas ponderaciones sobre la austeridad de fray Juan, Pedro de la Purificación declara: «Al principio, cuando yo fui a Pastrana a tomar el hábito, [en enero de 1572] era él rector de nuestro Colegio de Alcalá. Estaba tenido en aquellas escuelas, y por los vecinos de la calle en opinión de muy santo varón por su mansedumbre y quietud» (26, 308). No sólo atiende fray Juan a los estudiantes de la Orden que tiene en casa, sino que trata con otros universitarios que vienen a consultar con él. Uno de estos fue Inocencio de San Andrés, que acaricia así sus recuerdos: «En la villa de Alcalá de Henares, este testigo conoció al dicho santo padre fray Juan de la Cruz, rector del Colegio del Carmen de aquella villa, con el cual este testigo comunicó los deseos que tenía de ser religioso del Carmen, y con su orden y parecer fue a Pastrana, donde tomó el hábito. Y en el dicho Colegio de Alcalá este testigo se confesó con el dicho santo padre, y a otros religiosos de su Colegio los vio y trató, y en su aspecto y traje eran grandísimamente ejemplares y muy recogidos y modestos, y así causaban grande edificación» (14, 60). Cuando fray Juan está en Alcalá está todavía de estudiante de la Universidad Jerónimo Gracián, peleando, como él dice, «casi año y medio con la vocación» [371]. Y, estando todavía en Alcalá, como hemos recordado ya en la Presentación, algunas personas devotas le pidieron que escribiese la vida de los santos niños mártires Justo y Pastor, patronos de la ciudad. Fray Juan se excusó. Alguien le preguntó el porqué de aquella recusación y explicó, con buen criterio, que no lo quería hacer por parecerle «que poniéndose a escribirlas había de hacer libro de devoción lo que pedía ser libro de historia». Otra vez moderador en Pastrana Habiendo todavía tan poco número de religiosos, a veces hay que andar haciendo cambios que dejan en el aire el lugar que ocupaba el escogido para la emergencia que se presenta. Algo así sucede ahora. Le toca ir al noviciado de Pastrana a deshacer entuertos, a enderezar la nave. Se rumorea que allí hay un mundo extraño y enrarecido. Campa por 135

sus anchas un maestro de novicios desequilibrado que, naturalmente, no es el indicado para ese puesto. ¿Qué tipo era el maestro? El maestro de novicios se llamaba Gabriel Hernández Cabeza, en la Orden Ángel de San Gabriel. Nacido en Ciempozuelos, vistió el hábito en Pastrana y, como él mismo dice, y ya lo hemos recordado antes: «Fue mi maestro de novicios fray Juan de la Cruz». Fue el décimo profeso de Pastrana[372]. Era un melancólico perdido. Santa Teresa, hablando de las melancólicas, dice que hay que tener el máximo cuidado para que no se tomen en la Orden. Pero reconoce, si es no es, que alguna o algunas se le han colado y son la cruz, la pasión y muerte de las comunidades. Este Gabriel, ¿se le coló a fray Juan de la Cruz, tan gran discernidor de espíritus? Alguien que le conocía bien y que convivió con el santo declarará: «Apacible, alegre y enemigo de ver a sus súbditos melancólicos; [...] ni tampoco jamás le vio melancólico o con rostro torcido para consigo o para con sus súbditos» (14, 283). La animadversión hacia esta clase de sujetos, ¿le creció, por ventura, al ver lo que vio en este caso? Cómo se llegó a nombrarle maestro de novicios lo cuenta él mismo: «Canté la misa el día de Todos los Santos y luego fui a oír Metafísica a Alcalá de Henares, y había de quedar allí por prelado, para que el padre fray Juan de la Cruz, que lo era, fuese a ser maestro de novicios a Pastrana. Y estando yo en Alcalá, me apretó mucho escrúpulo de ser tan presto prelado en Alcalá, donde no hacía dos años había salido a ser religioso. Comuniqué por cartas este escrúpulo con la santa madre Teresa de Jesús y con el padre visitador de toda la Orden, y parecioles a ambos, que me conocían bien, que yo tornase a Pastrana por maestro de novicios, porque el que lo era [Pedro de los Apóstoles] había de ir por fundador al convento de la santa ermitaña [la Roda][373] y se quedase por prelado de Alcalá el prelado que lo era, fray Juan de la Cruz» [374]. Como se ve, también la madre Teresa tuvo que ver lo suyo en esta designación del maestro; y no sé qué pensar de lo que él dice que la santa le conocía bien. En carta a José de Jesús María (Quiroga) da el mismo Ángel de San Gabriel más detalles. Cuenta cómo los primeros de Alcalá fueron fray Francisco Esmenda (o Espinet) «y un padre aragonés, gran santo y prelado, que vino volando desde Aragón a la Reforma así como supo, dejando allá mucha honra y dignidad y esperanza de mayores. Era viejo; y diose a tanta penitencia, que murió en pocos meses, con sentimiento de toda su Orden y de nosotros y de toda la Universidad, porque ya habían percibido de él el olor de Cristo». Por muerte de este venerable, sigue diciendo «se dieron prisa a ordenarme, para que yo fuese el primer prelado que le sucediese». Se ordenó de sacerdote, como ha dicho más arriba, el día de Todos los Santos, 1 de noviembre de 1571; y rápidamente pasó a estudiar Metafísica a Alcalá. Le entraron escrúpulos de tener que ocupar tan pronto el rectorado del Colegio de Alcalá «y yo persuadí al padre visitador me pusiese por maestro de novicios y trajese por rector al padre fray Juan de la Cruz, que lo era en 136

Pastrana, con sola esta razón: que por haber salido yo un año antes de Alcalá seglar, parecería mal ir allá por prelado; que si era fuerza haberlo de ser, era menos daño ser maestro de novicios, teniendo por prior al padre fray Baltasar» [375]. En este relato autobiográfico lo que, a mi entender, quiere decir es que fray Juan estaba de maestro de novicios en Pastrana cuando él fue a estudiar metafísica en Alcalá y a ocuparse del rectorado de aquel colegio. No sabemos el tiempo que Gabriel estuvo de rector. En fuerza de sus escrúpulos y preocupaciones se hizo el cambio. Ángel, como maestro de novicios, firma en el primer Libro de profesiones con el nombre de «fray Ángelo de sancto Gabrielo, magister novitiorum» 17 veces[376] desde el 11 de abril de 1572 al 25 de marzo de 1573. Para poder organizar el calendario del tiempo en que Juan de la Cruz fue a remediar aquellos desbarajustes vocacionales hay que tener en cuenta estos meses en que Gabriel era el maestro, no simplemente desde que firma profesiones, sino meses antes. Pedro de los Apóstoles, ya hemos visto que firma por última vez en enero. Ángel de San Gabriel puede estar ya en Pastrana esos días y comenzar su tarea con aquellos «pujos de santidad» que quiere imponer. Y la venida de fray Juan puede darse en esos primeros meses. Llega como visitador más que otra cosa y en este supuesto no hace falta tanto tiempo como nos empeñamos en buscarle. Desde mediados de enero en adelante. Febrero, marzo, abril, algo de mayo... En un par de meses se puede hacer una gran visita canónica, aunque los resultados serán menguados. El simple dato de tantos meses del magisterio de Ángel nos hace ver el desastre prolongado de aquella formación, mejor, deformación. La profesión siguiente a su última firma es la del padre Jerónimo Gracián[377], hecha el 25 de abril de 1573; aquí ya no firma como maestro sino que en el texto de la profesión se escribe: «Provincial el Rdo. Pe. frm. Ángelo de Salazar y fr. Ángelo de san Gabriel, presidente». Puesto este hombre al frente del noviciado, hace de aquel grupo una farándula, por no decir una tragicomedia espiritual. «Decidido a llevar a sus novicios a los mayores heroísmos de virtud, todo le parece poco. Las extraordinarias penitencias de los padres del yermo son emuladas y superadas con exceso [...]. A veces, despojados del hábito y vestidos de harapos, los hace salir al monte, cortar leña, traerla en haces sobre los hombros y llegarse hasta la villa para venderlos en la plaza pública. Pero no vale entregarlo al primer postor; deben pedir sumas elevadas, para que la venta sea más difícil y el novicio aguante así impertinencias y malas caras de los compradores. También los envía a enseñar la doctrina a las plazas, a acompañar entierros, a pedir limosna de puerta en puerta, hasta a solicitar de los vecinos de Pastrana que vayan al convento a forzar a los superiores para que les otorguen la profesión. En suma, los novicios no paran en el convento» [378]. Y los novicios, ¿cómo reaccionan ante aquel mundo de despropósitos? Hay quien lo lleva con paciencia y obediencia. Otros, como el ya profeso Mariano de San Ambrosio, se ríe de algunas de las cosas que se les imponen. A quien por la calle, al verlo cargado de leña, le preguntó por qué andaba así, contestó rápido: «Porque nos caliente dos veces» [379]. 137

Ante esta situación tan dislocada, vista y ponderada «por el comisario apostólico, el maestro fray Pedro Fernández, y pareciéndole ser excesos lo que allí se hacía [...], pareciole que, para moderarlos sazonadamente y darle su punto era muy a propósito nuestro padre fray Juan [...], y así se lo encargó, dándole comisión para que en todo el convento, pues el prior estaba ausente, pudiese quitar lo que pareciese no convenir y asentar lo que fuese más religioso» [380]. Y entonces es cuando va Juan de la Cruz a Pastrana como moderador de aquel sarampión de «santidad». Tercia la madre Teresa. Carta del padre Báñez El disgusto por todo aquello se masca en el aire. El maestro, al ver las normas humanitarias que va dando Juan de la Cruz, y como defendiéndose de las acusaciones que se levantaban contra él y de su modo de formar a los novicios, escribe a la madre Teresa lamentándose de todo aquello. La madre envía la carta al padre Báñez y este le hace llegar una respuesta maravillosa. Es una pieza extraordinaria; se ponen los puntos sobre las íes y se desmantelan las ideas y prácticas extravagantes con que está destruyendo el noviciado y poniendo en contingencia de malograrse aquellas vocaciones. El texto entero de la carta es el siguiente[381]: «Jesús sea con vuestra merced. Quisiera hallarme desocupado para muy despacio responder lo que siento acerca de la carta del padre maestro de novicios de Pastrana. Pero, en fin, su buen celo y deseo merece que no me excuse del todo, aunque sea con alguna falta de mi oficio y obediencia en que estoy ocupado. Bien sabe vuestra merced que, aunque yo soy ruin, me huelgo de que los otros sean buenos y perfectos, y que para ayudar a los que siguen perfección con mis palabras y defender sus ejercicios no suelo ser corto, que he padecido algunas murmuraciones por favorecer lo que lleva espíritu de virtud y no estoy arrepentido sino de no haber sufrido más y de no haber purificado mi intención en semejantes negocios, porque sospecho he seguido mi inclinación e ingenio, más que el celo prudente del espíritu de Dios; que este nuestro natural es muy inclinado al propio amor y parecer, aun en las cosas de virtud, y después de comenzada la buena obra por Dios, acontece proseguirla por nos y por llevar adelante lo que nuestro parecer trazó al principio, aunque con buen celo. No tengo yo por menor, sino por mayor, la ignorancia de los que con celo de virtud pecan, que la que tienen otros por pasión y ruines obras claras; porque si aquellos caen, son menos corregibles, porque han asentado en su corazón que quien los contradice, persigue la virtud o tiene poca experiencia de las cosas de espíritu, o envidia o semejantes faltas, para no recibir corrección de nadie. Y lo peor es que se fingen que son perseguidos por la virtud, y no entienden que no, sino por su ignorancia; y paréceles que ya son algo, pues son perseguidos por la virtud; y secretamente se cría en el centro del corazón un ídolo de su propia estima, que aunque a ratos parece se humillan en sus pensamientos y palabras, pero, bien mirado, son humillaciones hechas no ante la majestad de Dios, con sumo temor de ofenderle, sino ante el secreto y disimulado ídolo de su propia estima. Vístese el amor propio de vestido virtuoso, y luego quiere ser adorado de sí mismo y de todo el mundo. Y si alguno no adora a su estatua, luego le juzgan por ser perseguidor de la virtud, de manera que hace regla de virtud sus trazas y obras. Este padre maestro de novicios me parece hombre de buen celo y de buenos deseos, y pues quiere luz, no es razón negársela. Désela Jesucristo y enséñele la suma de la perfección: “Discite a me quia mitis sum et humilis corde”. Un corazón manso y humilde está tan colgado de la misericordia de Dios, conociendo el abismo de su propia miseria, que le parece le sobra el aire que respira y la tierra que pisa, para lo que él

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merece: y está temblando de la justicia de Dios, sospechando siempre que hay en sí faltas por donde le ofende. Mucho valen para ganar esta humildad los ejercicios y mortificaciones exteriores; mas han de ser con prudencia de Dios, y esta consiste en la obediencia de lo que está escrito, como el Salvador se humilló y caminó obedeciendo a lo escrito. No es mortificación prudente que el fraile que ha profesado tanto recogimiento, como el de la primera Regla, salga a peregrinar sin otra necesidad. Mucho menos vestirse en figura de pobre dejando el hábito y andar a buscar amo; y si esto hacen los profesos, están descomulgados por dejar el hábito en público. Ni es manera de criar novicios en mortificaciones de libertad, pues la profesión ha de ser de recogimiento. Querer imitar en esto a los padres teatinos es hacer otra religión que no es del Carmen. Ellos no tienen hábito señalado; su profesión no es de recogimiento ni silencio ni ayunos ni coro perpetuo. Han de andar familiares entre el pueblo enseñando la doctrina cristiana: no es mucho se ejerciten en eso poco. El fraile y monje no tiene necesidad de buscar ejercicios ajenos; siga su profesión y calle, que sin que el mundo vea sus mortificaciones será santo. Muy presto me parecen esos celos de edificar al prójimo. Lo que dicen de san Francisco que le tenían por loco y se desnudó y vistió como pobrísimo, yo lo adoro, porque fue de ímpetu de Espíritu Santo; y querer imitar esos hechos raros, sin aquel ímpetu, es cosa de farsa. San Francisco no tenía entonces hábito ni Orden ni profesión; al contrario, hizo lo que en él era prudencia. Si dice ese padre que siente que hay espíritu para hacer esos ejercicios, querría yo lo experimentasen en otros ejercicios más canonizados. Ayunen como los santos, velen como ellos; no podrán y tienen razón, porque no tienen tanto espíritu como tuvieron. Pues crean cierto, que cuando el alma ha de salir a ejercicios de tanto extremo con espíritu de Dios, que primero han de tener experiencia de sí en los ejercicios de ayuno, vigilia y oración. Cáeme en gracia que, habiendo de comer a las once, dice ese padre que comen un bocado a las nueve, porque es tarde la comida. Aquí querría yo el espíritu. Los santos en yermo, una vez al día, y muy tarde, comían, y muy poco. San Bernardo, con recogimiento y con hojas de hayas criaba sus novicios, y con mucha oración. “En silencio y esperanza será nuestra fortaleza”, dice Dios por un profeta. No me contenta lo que dice ese padre que le tomará melancolía si le niegan lo que quiere. Muy resuelto está para ser, como dice, tan nuevo y sin experiencia. Si busca mortificación, esta lo es de veras: creer que se engaña. Vuestra merced le consuele y aconseje haga su obediencia y calle, que treinta años y más calló el Señor y dos predicó. No deje vuestra merced de enviarle esta carta y rogarle agradezca mi deseo de servir a su buen celo. Nuestro Señor nos dé a todos luz de su gracia y guarde a vuestra merced en ella. De San Esteban de Salamanca, a 23 de abril de 1572. Siervo de vuestra merced en Cristo. FRAY DOMINGO BÁÑEZ».

Reflexión pedagógica Por esta respuesta luminosa de Báñez nos vamos enterando mejor de las ideas del maestro y de su pedagogía desastrada. Pienso que Ángel de San Gabriel, con su tozudez y melancolías, siguió manifestando su rechazo a las prácticas de moderación y sensatez que vino a poner fray Juan de la Cruz. Ángel estaba tontamente ofuscado por las palabras que le hizo llegar la Cardona cuando iba a comenzar su oficio de maestro de novicios: «Hijo, ensancha el corazón, que aunque eres mozo, Dios que te ha dado el oficio de viejo, te dará el talento para ejercitarlo» [382]. Se empeñó en montar toda aquella 139

serie de disparates, «por sacar verdadera a la boca de aquella santa», Catalina de Cardona. Verdad es que él mismo llegó a reconocer que «algunas veces, y las más, no era sino natural brío el rigor y celo con que gobernaba el noviciado y convento, teniendo por Constituciones los escalones de san Juan Clímaco, haciendo cuanto podía por hacer subir por ellos a mis novicios, quedándome yo detrás de todos. ¡Bendito seas, oh Dios, que me sufrías para ejercitar con paciencia aquellas tiernas plantas!» [383]. No tenemos ningún documento original escrito de las normas que pudo dictar fray Juan, aunque estimamos que serían más o menos las que biógrafos como Quiroga y Alonso van tejiendo con buen criterio y que rimarían perfectamente con las de Báñez: cercenar las salidas excesivas a la calle, moderar las penitencias, dejarse de extravagancias y ser personas normales, etc. Como botón de muestra de lo que fray Juan pudo enseñar se podría citar lo que él dejó escrito más tarde acerca de la gula espiritual frente a las penitencias desorbitadas que para Juan de la Cruz no eran más que «penitencia de bestias» [384]. La madre Teresa, que había tenido su buena parte en el nombramiento de aquel maestro extravagante, recoge también en el Libro de las Fundaciones el revuelo de Pastrana. Hablando de su padre Gracián, escribe: «Estuvo el año de probación con la humildad que uno de los más pequeños novicios. En especial se probó su virtud en un tiempo, que, faltando de allí el prior, quedó por mayor un fraile harto mozo y sin letras y de poquísimo talento ni prudencia para gobernar; experiencia no la tenía, porque hacía poco que había entrado» [385]. Y perfilando aún más la manera irracional de llevar el noviciado, escribe: «Era cosa excesiva de la manera que los llevaba y las mortificaciones que les hacía hacer; que cada vez me espanto cómo lo podían sufrir, en especial semejantes personas, que era menester el espíritu que les daba Dios para sufrirlo». En definitiva, dirá: «Y hase bien visto después que tenía mucha melancolía, y en ninguna parte, aun por súbdito, hay trabajo con él, ¡cuánto más para gobernar!, porque le sujeta mucho el humor (que él buen religioso es), y Dios permite algunas veces que se haga este yerro de poner personas semejantes para perfeccionar la virtud de la obediencia en los que ama» [386]. Con esta frase final está reconociendo su error en el nombramiento de aquel maestro de novicios. Más de uno de los novicios, ante aquel desorden, pensó abandonar la Orden. «Fue tan terrible –escribe Gracián– esta tormenta por entonces, que estuve muy a punto de dejar el hábito y no profesar por ella, y porque me figuré había de venir tiempo en que me viese con hábito de calzado» [387]. Esta puntualización doble de la santa y de Gracián mismo hacen pensar que la intervención de Juan de la Cruz en Pastrana produjo a la larga bien pocos frutos. Aunque Gracián mismo dejó escrito que al entrar en Pastrana «luego a los principios se halló con alguna admiración y grandísima alegría y paz, como tendría quien huyendo de leones y tígueres hubiese saltado un foso muy hondo, que, aunque queda quebrantado del salto, se halla contento del suceso; y como halló en la religión lo que su espíritu deseaba, que era oración, caridad y llaneza, sinceridad y humildad a que naturalmente es 140

inclinado, enfadándole artificios humanos, puntos de malicias y reglas de exterioridades solas sin espíritu, como hay en algunas otras partes, que le daban gran disgusto» [388]. Gracián tomó el hábito el 25 de abril de 1572 y se encuentra, de entrada, con este ambiente que aquí describe que, aunque pueda parecer un poco romántico en la pluma del recién llegado, pudiera ser fruto, aunque no tan duradero, de la intervención de Juan de la Cruz. ¿Estaba todavía Juan de la Cruz en Pastrana cuando Gracián toma el hábito? Podía estar, aunque Gracián no diga nada, pues en otros casos bien manifiestos en los que debía citar el nombre de Juan de la Cruz no lo hace, como, por ejemplo, cuando habla de la fundación de Baeza[389]. Vuelve Gracián a hacer otro elogio encendido de la vida del noviciado de Pastrana donde los novicios viven con gran fervor, «siguiendo a porfía la penitencia, oración y mortificación con un espíritu y deseo de conversión de gentilidad y de padecer martirio, que los corazones les saltaban en el cuerpo por verse ya en la obra» [390]. La enmienda de la situación y la respuesta juiciosa a las normas de prudencia y sensatez comenzaron a fallar, y aparte estos elogios acerca de la normalidad, Gracián sigue hablando de esas extravagancias, vistas y padecidas, tal como la que cuenta acerca de la azotaina propinada a un novicio «y estarle azotando las espaldas desnudas hasta que encendiese fuego en leña mojada con la oración sola, sin poner lumbre, como hizo nuestro padre Elías, diciendo que en esto se había de conocer la perfección; con otras cosas a este tono con que la santa rusticidad suele destruir el espíritu y crédito de la religión» [391]. Su testimonio certifica que no se habían remediado aquellos excesos. Que la cosa no se remedió eficazmente nos lo hacen ver, pues, estos testimonios de la madre y de Gracián. Lo propio y eficaz hubiera sido deponer al maestro. Pero por el momento, no se hizo. Fray Juan pudo dar su informe, pero no le tocaba a él sino al Comisario apostólico intervenir resolutivamente en el caso[392]. Y no sé si por ventura la madre fundadora, que pedía tantas cosas, no pidió al comisario apostólico que nombrara otro maestro. O, puesto a criticar a distancia, que se hubiera quedado de maestro de novicios fray Juan de la Cruz. El caso es que Ángel de San Gabriel dejó sólo el noviciado en la última quincena de abril de 1573. Es claro, repito, que si no se cambia el maestro ya pueden venir a Pastrana los Juanes o Teresas que queramos; la cosa no se remediaba, ni se remedió tampoco a pesar de carta tan extraordinaria como la del padre Báñez. Carta que coincide con la entrada de Gracián en el noviciado y que está diciéndonos desde cuando existía el problema que, además, siguió campando a sus anchas. ¿Cómo iba a entender el carisma Teresiano este Gabriel, que no dudará en escribir: «Aunque me voy tras la corriente común, diciendo que la madre Teresa de Jesús es la fundadora de las monjas y frailes descalzos, llévame tras sí la madre Cardona. Los frailes descalzos más tienen, y mejor les está imitar a la ermitaña Cardona que a la monja Teresa. Es fuerza decirlo para que se vea que no es menos fundadora de los frailes descalzos la madre Cardona que la madre Teresa, antes más; porque del convento de Pastrana, que fundaron el padre Mariano y fray Juan de la Miseria, se ha multiplicado la 141

Orden más que de la casa de Mancera, que fundaron los dos frailes calzados, que redujo a descalzos la madre Teresa. Y aquella casa de Mancera ya acabó y la Orden la dejó» [393]. Pues anda que esta otra declaración de su tozudez habla también muy claro. Se trata de una carta de 1608 al padre Quiroga, donde le dice: «Gracián dijo que yo era loco, porque proseguía lo que me enseñaron mis padres y los santos. Siempre tuve aquel mandato por traza del diablo por ahogar el espíritu de Dios» [394]. ¿Está aludiendo a Juan de la Cruz? Le viene a uno a las mentes ante esta visita de fray Juan al noviciado de Pastrana aquello que la madre decía en carta de octubre de 1578 a Gracián: «... Y, en fin, veo que esto de estas visitas no dura más que cuchara de pan» [395].

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Capítulo 10 En Ávila de los Caballeros (1572-1577)

Desembarco en Ávila Poco tiempo en un sitio; poco tiempo en otro y con encomiendas muy serias que cumplir: este parece el sino de Juan de la Cruz; y él se aviene a lo que la obediencia le ordenare. De Alcalá a Pastrana, de Pastrana vuelve a Alcalá; y bien pronto le va a llegar otro requerimiento, otro nombramiento. Menos mal que esta vez va a estar cinco años seguidos de asiento en Ávila. Ya hace años escribí: «Ávila significa en la vida de san Juan de la Cruz el encuentro con la madre Teresa, que le recordará aquellos otros encuentros tenidos en Medina del Campo en 1567-1568, la prolongación de los mismos en el verano de 1568 en Valladolid y otras entrevistas más breves o esporádicas también en Medina, en Duruelo o en Alba de Tormes». Aunque con la misma distancia natural de años del uno a la otra –los que van de 1515 a 1542–, ambos tienen más edad y también más experiencia. El reencuentro será, pues, por lo mismo, más enriquecedor por ambas partes. Significa también Ávila para Juan de la Cruz la entrada en ámbitos distintos y en quehaceres de dirección espiritual que, aunque no sean totalmente nuevos para él, sí lo vienen a ser por la calidad, variedad y número de las personas religiosas y seglares a que tiene que atender en estos años. Serán también unos años de fuertes experiencias «de hombres y demonios». Y de Ávila lo arrancarán para llevarlo preso a la cárcel conventual del Carmen de Toledo[396]. «Ávila: la oscura silueta de la espadaña del convento del Carmen se recorta sobre el fuego y el oro del atardecer. Ávila es el encuentro profundo y prolongado de dos almas sublimes, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, en una hora intensa de sus vidas» [397]. En esta especie de anticipo queda ya bien situado fray Juan de la Cruz en la ciudad de las murallas. La venida de fray Juan a Ávila la fraguó la madre Teresa; también en este caso anduvo de por medio ella. Desde primeros de octubre de 1571 está de priora en La Encarnación. Nombrada a dedo por el padre provincial, Ángel de Salazar, como él dice (19, 3) (otros señalan por el comisario apostólico Pedro Fernández), ha entrado en el 143

oficio en medio de una rebelión conventual de aquel largo centenar de monjas, gritando y protestando. Entre tanto alboroto, el provincial preguntó: «En fin, ¿no quieren vuestras mercedes a la madre Teresa de Jesús?». Se levantó toda solemne «doña Catalina de Castro y Pinel, y dijo: “La queremos y la amamos. Te Deum laudamus”. Y la siguieron las más», aunque todavía gritaban algunas chillonas. Fue cesando el griterío. Al día siguiente tomaba posesión del priorato y se presentaba oficialmente. Con un golpe de mano extraordinario «sentó en la silla prioral donde se había de sentar a presidir en el capítulo una muy hermosa imagen de bulto (de nuestra Señora de la Clemencia) y ella sentose a sus pies» [398]. Así se presentaba ella como vicaria de la Señora que iba a ser la priora celestial de la casa, en cuyas manos puso las llaves del convento. Y, ¡manos a la obra! Con su prudencia y sensatez va transformando la casa. Y se alegra del cambio que se va operando: «Es para alabar a Nuestro Señor la mudanza que en ellas ha hecho. Las más reacias están ahora más contentas y mejor conmigo. Esta Cuaresma no se visita mujer ni hombre, aunque sean padres, que es harto nuevo para esta casa. Por todo pasan con gran paz. Verdaderamente hay aquí grandes siervas de Dios, y casi todas se van mejorando. Mi priora hace estas maravillas» [399]. Confesor y mentor espiritual en La Encarnación Buena la marcha del convento y ya se han ido introduciendo mejoras espirituales y materiales. Pero está necesitando de alguien, especialmente dotado, que lleve la parte espiritual. Y Teresa piensa una vez más en su padre fray Juan de la Cruz. Pero, ¿no sabe el papel tan importante que está desempeñando como rector del Colegio de Alcalá? ¿Cuál es el baremo que usa esta mujer para evaluar circunstancias y cualidades de las personas y ver dónde hacen más falta para el bien común? Llama a su fiel Julián de Ávila y le encomienda que se llegue a Salamanca y pida al comisario apostólico Pedro Fernández que envíe a fray Juan de la Cruz a Ávila, como confesor y vicario de la Encarnación. El comisario ve difícil el asunto. Julián le presenta las razones, que le ha dado la madre, y que aconsejan que conceda la petición que se le hace. Al fin, ponderadas también las posibles dificultades por parte de las monjas y por parte de los calzados, que se van a ver desplazados, dio la licencia que se le pedía. Vuelve Julián con el permiso solicitado y la madre rápidamente se lo hace saber a la comunidad: «Tráigoles un padre que es santo por confesor», como recuerda una de las presentes (14, 301). Una vez más nos quedamos a oscuras acerca de cuándo pudo llegar a Ávila fray Juan. ¿En mayo, o más tarde? Todo ello, desde luego, en 1572. Me inclino por el mes de mayo, cada vez con más seguridad. El 12 de junio de 1572 murió en La Encarnación la sobrina de la santa Leonor de Cepeda. Alonso asegura que fray Juan, asistiendo a su muerte, «al tiempo que ella expiró vio subir su alma al cielo» [400]. También santa Teresa, presente, ve lo mismo. Si esta fecha y esta asistencia de fray Juan es aceptable, bien pudo estar ya en Ávila desde mayo. Al principio de su llegada habita en el convento de los calzados con otros 144

frailes descalzos que ha puesto allí el comisario apostólico, como ha hecho también en Toledo, con intención manifiesta de ir así por ese camino reformando el convento. De momento no es el único confesor, sino que siguen bajando al monasterio también los calzados como hasta ahora. De aquí la escena siguiente: se acerca una monja al confesonario y pregunta: «¿Es calzado o descalzo?». Rápidamente fray Juan tira de su hábito y como puede cubre los pies y dice: «Calzado estoy, hija» [401]. Cuando se va quedando fray Juan prácticamente solo con su compañero descalzo en la asistencia al monasterio, Teresa les prepara una casita pegada al monasterio, para que vivan allí. El edificio se llama La Torrecilla. Los descalzos comenzaron a vivir allí, a más tardar, en la primera mitad de 1574 o un poco antes[402]. Secuencia de algunos acontecimientos La peor tentación de su vida Viviendo ya en la Torrecilla se sitúa el momento espiritual más difícil en toda la vida de fray Juan. Hay que oírselo contar al padre Juan Evangelista, su confesor y amigo del alma: «Contome una vez que una doncella le anduvo solicitando y persiguiendo algún tiempo, que estaba él por confesor de las monjas de Ávila, y viendo que no había orden con él, se le entró una noche por un corral que alindaba con el suyo de la casa donde estaba y se fue donde él estaba, convidándole e instándole con su persona. Y ayudole nuestro Señor de suerte que la echó de casa, quedando con victoria» (13, 389). No se trataba de una tentación suelta, sino de una larga cadena de tentaciones y provocaciones hasta llegar al asalto con nocturnidad. Y añade el confidente: «Y me decía muchas veces que jamás se había visto en ocasión más urgente. Porque era ella moza y de buen parecer y otras buenas cualidades que circunstancian la ocasión» (13, 389). En otra relación en que dice prácticamente lo mismo da a entender que no la «echó de casa», sin más, sino que «supo decirle tales cosas que la redujo a conocimiento de su culpa y del mal que hacía; y volviendo por do había entrado, se fue a su casa». Y concluye el confesor: «Esto supo este testigo de boca del mismo santo, porque trataba con él con mucha llaneza» (13, 391). En este lance podemos ver la humanidad del santo que lo pasa mal, y la santidad del hombre fiel a sus compromisos que, sin armar una escandalera en el barrio ni tener que echar mano de un tizón encendido, como Tomás de Aquino en ocasión parecida, es capaz de convencer a la muchacha que trata de hacerle caer en la red de sus encantos. La convence, la vuelve al buen sentido y hace que mire por su honra también, la honra que tanto pesaba en aquel siglo. Ella era de familia bien, según parece; y eso mismo podía ser algo que circunstanciaba más la tentación. Molido a palos De los asaltos de aquella sirena avilesa salió airoso, pero no de la lluvia de palos que le 145

propinó un caballero iracundo. Una de las monjas coquetea con un caballero de la ciudad que no hace más que visitarla. La religiosa comienza a confesarse con fray Juan y este, con dulzura y energía a la vez, la va librando de aquella atadura. Y decide no volver a recibirlo nunca. Este, furioso, jura vengarse; y una noche, ya oscurecido, cuando el confesor sale de la iglesia y se va hacia su casita se abalanza sobre él y lo muele a palos, y allí queda maltrecho (13, 399). Le viene a uno la sospecha de si este caballero no es el mismo que tenía allí «una conversación muy escandalosa con que andaba muy ciego y apasionado», que vino a visitar a la madre Teresa y «descomidiósele con muchas palabras». Cuando terminó de hablar, la santa, «con un brío, señorío y gravedad, como si él fuera un pícaro y ella fuera una reina, le dio una tal mano amenazándole que si asomaba los umbrales de La Encarnación había de hacer con el rey le cortasen la cabeza y diciéndole palabras tan graves que no vio la hora que irse de allí temblando como un azogado» [403]. Al examinar los restos de fray Juan en 1992, los doctores especialistas que han intervenido en el tratamiento conservativo realizado sobre su cuerpo han descubierto que «sobre el frontal izquierdo a 4,6 cm de la arcada orbitaria, se notan las consecuencias de una lesión traumática, en forma de incisión con margen discretamente neto que va de arriba abajo y de atrás hacia delante, de la largura de 1,4 cm. La lesión presenta márgenes remodelados, lisos y discretamente regulares, signo de curación en vida» [404]. ¿Le habrá producido esta lesión traumática aquella agresión brutal del caballero enfurecido? Corriendo los años cuenta este su caso a una comunidad de carmelitas descalzas, y les dice fray Juan, sonriente, que «se le habían hecho dulces los palos como a san Esteban las pedradas» [405], y a otro testigo le confesó «que jamás le había sido cosa de tanto consuelo como padecer aquello por amor de Dios» (13, 399). «Diablo y sacabuche del cielo» Caso simpático y agradable frente a los dos anteriores es el de una joven de Ávila a la que llamaban Roberto el diablo, por las diabluras que hacía, lo trasta y enredadora que era. De buen aspecto, guapilla ella, cantaba muy bien y la gente se hacía lenguas de sus travesuras. La llamaban también sacabuche del cielo. Eso de «sacabuche» lo explica muy bien Sebastián de Covarrubias, condiscípulo de fray Juan en Salamanca, en su Tesoro de la lengua española: «Sacabuche: instrumento de metal, que se alarga y se encoge en sí mismo; táñese como los demás instrumentos de chirimías, cornetas y flautas. Díxose así, porque cualquiera que no estuviese advertido le parecería, cuando se alarga, sacarle del buche». Las amigas le dicen que por qué no se va a confesar con aquel frailecillo que confiesa en La Encarnación. Ella lo descarta, le parece tan serio que le tiene miedo. Insisten las compañeras. Al fin, un buen día que se ha levantado con el pie derecho, se decide y se acerca al confesonario del fraile. Lo primero que tiene que decirle es que viene muerta de miedo, casi a la fuerza. Eso de acercarse a un santo es terrible. Fray Juan sonríe, la 146

anima y le dice: «Yo no soy ningún santo; pero cuanto más santo sea el confesor, más suave es y menos se escandaliza de las faltas ajenas, porque conoce mejor la condición humana». Pierde el miedo y se confiesa normalmente. Se acerca luego por el monasterio de La Encarnación y dice a una de las monjas que no le puso ninguna penitencia, y que le dijo: «El miedo que traía le sirve ya de penitencia» (14, 302). Así se confesó aquel diablo de muchacha; no es tan mala, pues se confiesa. Y seguirá confesándose con fray Juan ya sin miedo ninguno y hablará de la apacibilidad del santico que la llevaba a la virtud[406]. Otro caso muy diverso Alonso refiere que se dirigía con fray Juan una muchacha muy virtuosa «y tan honesta que aun de pensamiento deshonesto era guardada de Dios». Enfermó y los últimos días de su vida fue acometida por tal cúmulo de pensamientos torpes que la tenían como ahogada y asfixiada. Acudió Juan de la Cruz a su cabecera; él la tranquilizó y le hizo ver «cómo en cuanto había padecido no había ofendido a Dios». Se aquietó la enferma y acompañándola fray Juan en aquel trance «dio en paz su alma al Creador» [407]. Acción benéfico-espiritual en el monasterio El trabajo mayor y principal para el que ha sido llamado a Ávila es el de la atención espiritual a las monjas de aquel megamonasterio: más de 150, a veces, rayando en las 200 el número de religiosas. La actuación de fray Juan obedece al estilo de Dios que él quiere imitar y del que escribirá años más tarde: orden, suavidad, acomodarse a cada persona (2 S, 17,2). Parece que hasta su madre Catalina Álvarez se siente contenta con las noticias que le llegan y pondera años más tarde que a su hijo, «por su mucha virtud, siendo muy mozo le habían llevado por confesor y vicario de las monjas de La Encarnación de la ciudad de Ávila» (22, 141). Entre sus métodos pedagógicos que seguirá usando años más tarde en otros sitios, se señala su costumbre de llenar unos papelitos o billetes con sentencias, máximas, o exhortaciones, algo así como lo que más adelante llamará dichos de luz y amor y discreción[408]. Otra de las monjas que tiene mucha comunicación con el santo confesor dice de él que tenía «gracia en consolar los que le trataban, así con sus palabras como con sus billetes, de quien esta testigo recibió algunos y lo mismo algunos papeles de cosas santas, que esta testigo estimara harto tenerlas ahora» (14, 302). Siempre lo mismo: nos arrepentimos y lamentamos ya tarde. Con su vida santa y con su arte de persuadir y convencer todas le van siguiendo. Ante este fenómeno, alguien le pregunta un día: «¿Qué hace a estas monjas que luego las hace hacer lo que quiere?». Respuesta: «Hácelo Dios todo y para eso ordena que quieran bien» (14, 301). La beata Ana de San Bartolomé, que vive en el monasterio de San José, habla de los 147

frutos espirituales de la asistencia y dirección de Juan de la Cruz en La Encarnación. Lo dice de un modo precioso en su estilo. Cuenta ella que cuando la madre Teresa fue de priora de La Encarnación, «el remedio más eficaz que halló fue llevar dos religiosos descalzos: el uno fue el santo fray Juan de la Cruz». Viendo la santa cómo cambiaban las religiosas y se iban dando a la oración, decía: «A mí me atribuyen la conversión y remedio de esta casa; yo puedo decir que fue fray Juan de la Cruz y su compañero». Recoge también Ana el dicho que andaba por la ciudad: «Podemos decir a las monjas de La Encarnación: “Dinos con quién paces y diremos lo que haces. Dinos tu maestro y sabremos tu ciencia”». Y sigue refiriendo: «Ya no es La Encarnación la que solía, ya no hay entretenimientos mundanos, ya comen pasto divino; no buscan libertades, ni salen a la puerta sino a beber el agua viva del espíritu de fray Juan de la Cruz, que, en gustando este, lo demás se conoce ser falso y engañoso» [409]. Jerónimo Gracián habla también de cómo la santa consiguió del visitador apostólico para confesores de La Encarnación a los padres fray Juan de la Cruz y fray Germán, carmelitas descalzos, y del gran fruto que hicieron con las confesiones «y con la mucha doctrina de espíritu y virtudes de que dieron luz y cerrarse la puerta a otros confesores, se acabó de defender esta fortaleza, siguiéndose de esta reformación los bienes que se saben» [410]. Hay más testimonios, y muy verídicos, de su comportamiento en relación con las monjas del monasterio de La Encarnación. Hay que escuchar la declaración de una testigo tan principal como Ana María Gutiérrez: «Aquí en este monasterio vio esta testigo cómo el santo con esta discreción y gracia que Dios le comunicaba acababa con las religiosas de este convento, que eran muchas en aquel tiempo, dejasen niñerías y cosas del mundo y abrazasen la perfección y oración; y ellas, dejándolo todo, se rendían y lo hacían» (14, 301). Pedagogía llena de blandura, suavidad y amor eran sus armas. Abundando un poco más en su testimonio añade que fue mucho lo que fray Juan hizo en el monasterio «con su doctrina y vida ejemplar, y que el fruto y provecho que aquí hizo con sus confesiones y pláticas espirituales y trato de oración se ha echado bien de ver por el gran recogimiento y virtud que aún hasta ahora persevera con provecho de muchas almas santas que aquí ha habido y hay de singulares virtudes y santidad» (14, 301). No sólo por testimonios ajenos quedamos enterados de cómo se fue recuperando espiritualmente el monasterio, sino que es la propia santa la que ha hecho venir a fray Juan la que va evaluando su quehacer positivamente. Y lo hace en sus cartas a diversas personas. A su hermana Juana en posdata a la carta del 27 de septiembre de 1572 dice: «Gran provecho hace este descalzo que confiesa aquí; es fray Juan de la Cruz» [411]. Y en 1576: «Está La Encarnación que es para alabar a Dios» [412]. Más tarde, escribiendo a Felipe II para protestar contra el encarcelamiento de fray Juan, precisa: «Para algún remedio puse allí en una casa un fraile descalzo, tan gran siervo de nuestro Señor, que las tiene bien edificadas (a las monjas de La Encarnación) con otro compañero, y espantada está la ciudad del grandísimo provecho que allí ha hecho, y así le tienen por un santo, y en mi opinión lo es y ha sido toda su vida» [413]. 148

Más noticias especiales Fray Juan, tan acostumbrado a andar descalzo, al entrar un día en el convento se da cuenta de que una monja está barriendo descalza. Enterado exactamente de que andaba así por pobreza y por no tener qué calzarse ni de qué comprarlo, busca dineros de limosna en la ciudad y se los entrega para que se compre calzado (14, 302). Hay una monja muy grave. Se llama doña María de Yera. Ha caído en una especie de coma profundo. Avisan urgentemente al santo; entra con su compañero en la clausura. La conocida Ana María Gutiérrez se adelanta y le dice, sin más: «Padre, ¿cómo ha sido esto? Buena cuenta ha dado de su hija, pues se le ha muerto sin confesar ni sacramentos». El pobre fray Juan se va al coro y se pone, arrodillado, en oración. Al poco suben algunas diciendo que la difunta ha vuelto en sí. Fray Juan llega ante la enferma y dice, sonriente, a Ana María: «Hija, ¿está contenta?» (14, 304). Confiesa a la que ha vuelto en sí del coma, nada de resurrección, y la prepara para bien morir. Revelando secretos personales Bajo este epígrafe me quiero referir a la ya más de una vez mencionada Ana María, una de las cinco hijas de Nicolás Gutiérrez, monjas en La Encarnación. Como ya hemos indicado, tenía una confianza especial con fray Juan y ella, con su buen arte, se aprovechaba para sacarle algunas noticias que de otro modo no habría revelado nunca a nadie. Un buen día está esperando para confesarse con fray Juan; mientras le llega la vez se abisma en oración. Y, como dice, «le manifestó Nuestro Señor la gran santidad del santo padre fray Juan, y reveló que cuando dijo la primera misa le había restituido la inocencia y puesto en el estado de un niño inocente de dos años, sin doblez ni malicia, confirmándole en gracia como a los apóstoles para que no pecase ni le ofendiese jamás gravemente» (14, 299-300). Pasa después al confesonario y, con su arte femenina, le aborda pidiéndole «le dijese una cosa que le quería preguntar y que no se la había de ocultar». Fray Juan se lo promete. Entonces ella le preguntó «qué era lo que había suplicado a Nuestro Señor en la primera misa, y el santo le dijo suplicar a Nuestro Señor le concediese que no cometiese pecado mortal alguno con que le ofendiese, y que le hiciese padecer en esta vida la penitencia de todos los pecados que, como hombre flaco pudiera cometer, si Su Divina Majestad no le tuviera de su mano». Todavía quiere saber algo más y le pregunta: «Si creía habérselo Dios concedido, como se lo había suplicado». Fray Juan le dice: «Lo creía como creía que era cristiano y tenía por cierto se lo había Dios de cumplir». Ana María se queda ya sin preguntas y es el confesor quien dice, con una cierta ironía: «¿No tiene vuestra Reverencia más que saber?». Nada más, por ahora. «El Cristo de san Juan de la Cruz»[414]

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Con este título no me refiero ahora directamente a la obra de arte de Dalí que lleva ese nombre, sino al diseño del Cristo muerto en la cruz que hizo fray Juan. Es la misma Ana María la que puede dar las noticias más seguras sobre el particular. La biografía del diseño viene a ser la siguiente: un día entre 1574 y 1577 está fray Juan en La Encarnación orando en una tribuna del monasterio que da al templo. Le llega una visión del Señor tal como había quedado en la cruz cuando expiró. Toma una pluma y lo pinta en un papel, en una cuartilla, como lo había visto. Entrega el escorzo a Ana María «por el bien que a su alma se le podía seguir, y le dijo lo que le había pasado». Años más tarde esta entrega el original sanjuanista al padre fray Juan de San José, maestro de novicios de los calzados en San Andrés de Salamanca. Este llama «estampa» el diseño y cuenta cómo «la tuvo mucho tiempo y la estimaba y tenía por reliquia, ya que, de sólo mirarla, se enternecía y compadecía de Cristo. Pero volviósela a pedir la dicha madre Ana María y se la hubo de dar» (26, 492). Vuelve Ana María de Salamanca con el precioso tesoro y, cuando está para morir, entrega el original a la monja María Pinel, que lo coloca en un relicario. Cuando María Pinel muere en 1641, el diseño se coloca en otro relicario que dura hasta 1969. En 1968 se procede a la restauración del dibujo en el Instituto Central de Conservación y Restauración de Obras de Arte, Arqueología y Etnología de Madrid. El diseño se puede visitar en La Encarnación de Ávila, donde se conserva en un nuevo relicario, obra de un joyero madrileño en 1969. Cualquiera de nosotros puede ahora mismo examinar el diseño y describirlo a su modo. Alguien como el maestro de novicios, que lo tuvo tanto tiempo consigo, lo miró y lo remiró y nos daba ya sus impresiones personales. Le llamaba la atención que la obrilla, «con no ser más que pintada con pluma y tinta en bosquejo, movía a quien la miraba a gran compasión y ternura; y se echaba de ver en ella cuán terribles fueron los dolores que Cristo Señor Nuestro pasó en aquel lugar» (26, 492). Puesto a describir como él lo veía, dice a continuación: «Estaba cargado todo el cuerpo sobre las cabezas de los clavos, desarrimadas las manos de la cruz, como que quería dar consigo en tierra». Ya los antiguos biógrafos hablan con admiración de ese diseño y van a verlo. Especialmente Jerónimo de San José, alma de artista, quiso examinarlo muy de cerca y con conocimiento del arte y dice que para ello «me hube primero de hacer capaz de lo muy primoroso de aquella arte» [415]. Mandó, además, sacar algunas reproducciones «y habemos visto errar y en las copias que han sacado del original teniéndole presente». A él se debe el grabado de Panneels, que inserta en su historia de fray Juan. Los biógrafos posteriores han seguido ocupándose del pequeño diseño: Bruno, Crisógono, etc. Este último nos transmite las dimensiones exactas del diseño: «El largo de la cruz es de cinco centímetros y siete milímetros; sus brazos tienen cuatro centímetros y siete milímetros, con un grueso en ambos de tres milímetros. El Cristo aparece de lado y más bajo que el observador. De aquí su perspectiva especial, que le hace medir desde los pies al extremo del brazo izquierdo, en línea recta, dos centímetros, mientras al izquierdo hay seis. De la mano derecha del Señor se desprenden cuatro gotas perfectamente visibles. Tiene el cabello tendido sobre la espalda, desnuda y desgarrada; la cintura 150

estrechísima, como vista de lado, y las piernas encogidas por el peso del cuerpo, que no pueden sostener» [416]. El interés por esta pieza minúscula creció enormemente en el siglo XX, interesándose por él críticos y artistas. Es de justicia nombrar aquí al biógrafo carmelita descalzo Bruno de Jesús María, quien presentó su biografía en 1945 y 1950 respectivamente a dos grandes pintores españoles: el muralista José María Sert y Salvador Dalí. Para José María Sert, fray Juan dibuja su Cristo en posición horizontal. Para otros hay datos objetivos que desautorizan esa afirmación y demuestran que lo pintó en posición vertical. El Cristo de San Juan de la Cruz es el nombre que da Salvador Dalí a su famoso cuadro, conservado desde 1962 en la Glasgow Art Gallery. En una nota autógrafa de Dalí reconoce que su comunión espiritual con el padre Bruno y con José María Sert «fue el origen de mi Cristo de san Juan de la Cruz». Teresa y Juan de la Cruz La madre Teresa pidió y consiguió que viniese Juan de la Cruz como confesor de las monjas de La Encarnación. El 13 de febrero de 1573 escribe: «Con el padre Lárez me confieso» [417]. Este seguir confesándose con el jesuita rector del Colegio de San Gil de la Compañía y no con el padre Juan de la Cruz pudiera ser una prueba de la libertad interior de la madre. Aparte de este dato, la comunicación espiritual entre los dos era muy profunda y permanente. Es bien conocida la escena de ambos hablando en uno de los locutorios conventuales del misterio de la Santísima Trinidad. A fray Juan le viene un ímpetu fuerte, se pone en pie y Teresa le dice si ha sido aquello un arrebato de oración. «Creo que sí», responde fray Juan. En ese momento preciso aparece Beatriz de Cepeda, que viene a dar un recado a la madre y me los encuentra medio traspuestos y navegando en el misterio[418]. Otro momento no tan aparatoso se da ya el 18 de noviembre de 1573. Está fray Juan diciendo la misa. Ha oído decir a la madre que le gusta mucho comulgar con formas grandes. Y al ponerse delante de ella con el copón en la mano, se detiene ostensiblemente, y parte la forma. Teresa sabe de sobra que no es falta de formas y que no hay por qué partirla, sino que la quiere mortificar. En este punto interviene el Señor, que dice a la comulgante: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de Mí; dándome a entender que no importaba»[419]. Tiene lugar el matrimonio espiritual entre el Señor y Teresa, que anduvo todo el día «muy embebida». Pienso que luego contaría lo que le había pasado al padre fray Juan, tan experto en estas realidades superiores. A fundar a Segovia La primera salida de fray Juan fue en marzo de 1574, acompañando a la madre Teresa a la fundación del monasterio de descalzas en la ciudad de Segovia[420]. El camino señalado 151

por Villuga y Meneses tenía diez leguas: Vicolozano, Mediana, Aldeavieja, Villacastín, San Pedro, Palacio, Segovia[421]. Pusieron el Santísimo el día de San José. La misa de la inauguración la dijo Julián de Ávila. Una segunda misa la celebró fray Juan. La santa tenía permiso para la fundación, pero sólo de viva voz, de palabra del obispo. Estaba la cosa muy tranquila cuando pasa por delante del recién inaugurado conventito el canónigo Juan de Orozco y Covarrubias, que al ver aquello pregunta qué ha pasado. Se le dice que es un nuevo monasterio de los de la madre Teresa. La noticia le alegra y pregunta si puede celebrar misa; naturalmente, le dicen, y comienza la celebración. Anda el canónigo en su misa cuando comienzan a oírse unos gritos a la puerta, unas voces desmesuradas que no pronostican nada bueno. Se trata del provisor de la diócesis Hernando Martínez de Hiniesta, que viene a pedir cuentas de lo allí hecho. La fundadora había creído que no le haría falta la licencia escrita «y engañeme, que como vino a noticia del provisor que estaba hecho el monasterio, vino luego muy enojado, y no consintió decir más misa, y quería llevar preso a quien la había dicho que era un fraile descalzo que iba con el padre Julián de Ávila» [422]. La escena es entre seria y cómica; el recién llegado arremete primero contra el canónigo que está diciendo su misa. Y luego contra el padre fray Juan de la Cruz. Pero lo mejor es escuchar el episodio tal como lo cuenta Julián de Ávila. Dice con su gran chispa: «Y fue así, que, en llegando que llegamos aquella noche (18 de marzo), se aderezó en el portal de una casa que estaba alquilada para ello un altar muy bien adornado, y se entapizaron muy bien las paredes, y se puso la campana en una ventana de la casa, y al amanecer dije misa y puse el Santísimo Sacramento» (18, 214-215). El provisor de la diócesis se entera de la inauguración «y parte de su casa con la mayor furia que se puede decir, y entró en la iglesia, y estaba cuando entró diciendo un canónigo misa, que le dio devoción de decirla como vio tan bien puesto el altar y tan devoto, que cierto lo estaba, y díjole el provisor con voz alta y furiosa: “Eso estuviera mejor por hacer”. Harto le debió turbar al canónigo esta palabra; pero él acabó su misa lo mejor que pudo» (18, 215). El provisor siguió inquiriendo quién había puesto allí el Santísimo Sacramento. Julián, ante aquella furia, se quitó de en medio: «Tuve por bien recogerme de suerte que no me viese y ampareme de una escalera que había quedado en el portal, y topose con fray Juan de la Cruz, e díjole: “¿Quién ha puesto esto aquí, Padre?”. No me acuerdo bien lo que respondió; pero el provisor dijo: “¡Quitarlo luego todo! Cierto que estoy por enviaros a la cárcel”». La santa sigue contando cómo fueron superándose todas las dificultades y al final estampa: «Fue Nuestro Señor servido que se acabó todo tan bien, que no quedó ninguna contienda, y desde a dos o tres días me fui a La Encarnación» [423]. No quiere decir que volvió a esos pocos días de la inauguración del convento sino a los pocos días de haber resuelto aquella contienda, que duró más de la cuenta. Con lo fácil que era haber preguntado al obispo que andaba por Madrid si le había dado el permiso de palabra, como ella decía, y se acabó. Todavía andaba la madre por Segovia todos esos meses, llegando a Ávila el 1 de octubre, para cerrar su priorato en La Encarnación. Hecho lo cual fue elegida la sucesora y la madre se quedó en San José. Fray Juan había vuelto 152

mucho antes a Ávila y seguía ocupando su cargo de confesor y de vicario, «a petición del mismo convento» [424].

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Capítulo 11 A brazo partido con el diablo en Ávila

María de Olivares Guillamas, monja posesa Ahora le espera la batalla más espantosa con las fuerzas del mal, con el maligno, no con un solo diablo sino con legiones de demonios. Me ha tocado escribir varias veces sobre este asunto[425]. No se trata de un solo caso, pero el más famoso es el siguiente. La protagonista es una monja agustina, llamada María de Olivares, natural de Ávila. Emitió sus votos religiosos en el convento de nuestra Señora de Gracia en 1563[426]. Un buen día comienza a citar y comentar pasos de la Biblia con una brillantez increíble. Las compañeras se admiran y corre su fama de boca en boca. Y comienza la romería de gente que quiere ver aquel portento. Se dice que «habla todas las lenguas, y que conoce todas las ciencias», sin haber estudiado. Los superiores responsables entienden que hay que examinar el caso y averiguar de qué clase de espíritu se trata. Llegan teólogos insignes, tan nombrados en Salamanca como los dominicos Bartolomé de Medina, Mancio de Corpus Christi, los agustinos Juan de Guevara y fray Luis de León. Y no sé si algún dominico o jesuita de Ávila. Parece que van dando por bueno aquel espíritu de la monja que habla de todo lo divino con ellos con un desparpajo increíble; y piensan que se trata de ciencia infusa, de ese conocimiento carismático que Dios infunde a los humildes y sencillos. El exorcista Juan de la Cruz y su ingrata y larga labor Los superiores no acaban de ver claro y piensan en convocar al padre fray Juan de la Cruz, que se va haciendo famoso en la ciudad. No importa que sea tan jovencito, pues no tiene más que treinta y dos años. La priora del convento de la monja prodigiosa debe hablar con la madre Teresa para que consiga que fray Juan acepte venir a examinar aquel caso tan llamativo. Al fin acepta, pero antes de intervenir saca permiso de la Inquisición del distrito. Con esta licencia en la mano se llega al convento de Santa María de Gracia. Le acompaña ya en este primer momento otro carmelita descalzo. Sabemos los nombres de algunos de los que residen en Ávila. Está por allí el padre general de los agustinos que 154

se ha interesado porque fray Juan se encargue de examinar a la religiosa en cuestión. Pedro de la Purificación[427], uno de los primeros que acompañarán a fray Juan en estos meses de exorcismos que seguirán, cuenta al detalle en el proceso de Coímbra, de 1603: «Pasando por la dicha ciudad el provincial y general de la Orden de la misma religiosa, pidieron al dicho padre fray Juan de la Cruz que la tratase y comunicase para ver si concordaba su parecer con los demás hombres doctos que la habían visto» (25, 666). Entra fray Juan en el locutorio; por el otro lado de la reja aparece la monja. Durante una hora habla, pregunta, inquiere el fraile. La monja no abre la boca; ni una palabra la que no dejaba de hablar con otros que han venido a verla. Las preguntas de fray Juan deben ser atinadísimas para provocar ese silencio diabólico. Al salir fuera de la entrevista, dice: «No se engañen vuestras paternidades, que no es espíritu de Dios el que tiene esta religiosa sino espíritu del diablo que la tiene engañada. Señores, esta monja está endemoniada». Y prosigue el mismo testigo: «Y a ruego de los mencionados padres comenzó a catequizar y conjurarla en presencia de este testigo muchas veces» (25, 666). El padre general que le ha rogado que tome a su cargo el exorcizar a la religiosa concede a Juan de la Cruz para ello «todas las autorizaciones: puede entrar y salir, hacer y deshacer con plena libertad en aquella casa». Comienzan los exorcismos. Uno de los compañeros que va con fray Juan nos hace saber que algunas veces conjuraba a la posesa después de la misa que les decía allí, y otras veces lo hacía con su capa blanca y estola antes de celebrar. Iba una o dos veces por semana. Como resultado claro de los primeros conjuros viene a saber por confesión de la propia posesa que se había entregado al demonio un año después de estar en el convento, siendo aún jovencísima. Y lo hizo no de palabra sino por escrito, consignándolo en una cédula, escrita con su sangre. «Hízolo así la pobrecilla, ayudándole, como si fuera un practicante de ahora o un barbero o sangrador de aquellos tiempos, el demonio a picarse con tal destreza en una de las arterias (cuya sangre purísima mana del corazón) que sin recibir daño pudo sacar la que era menester para escribir la cédula». Así describe la faena uno de los biógrafos antiguos, como si hubiera estado él allí presente. Esta entrega escrita y la cédula que lo confirma están ahí como un obstáculo insalvable hasta los conjuros finales, como veremos más adelante. En un nuevo conjuro fray Juan aprieta al demonio que hablaba a que diga cuántos se han apoderado de la posesa y quién es el principal de toda la chusma. La respuesta es todo un lujo. El que manda en aquella criatura es nada menos que Lucifer, que tiene desplazados y acuartelados en aquel cuerpo tres legiones de demonios. Legión aquí está significando número indeterminado y copioso de demonios. Como oído al mismo Juan de la Cruz hay quien declara que les dijo que la posesa «por todas las coyunturas de su cuerpo tenía escritos los nombres de los demonios que la poseían». Difícil entender esta escritura, algo así como un tatuaje demoníaco. En otro de los exorcismos, la posesa grita como una loca, parece que va a agredir al exorcista; su compañero quiere marcharse, lleno de miedo. Fray Juan, tranquilo, le dice: 155

«No tema, padre, que es sacerdote». La monja se envalentona y vocea a fray Juan: «¿A mí, a mí, frailecillo? ¿No tengo yo siervos?». Está claro que es el diablo quien habla por boca de ella. El exorcista le pone una cruz encima; ella arroja la cruz con furia contra el suelo. Fray Juan la conmina: «Recoja la cruz y bésela». Y logra que obedezca, pero babeando y rechinando los dientes como un perro sarnoso. Y llega otro día un examen de latín. Le dice fray Juan: tradúzcame estas palabras del evangelio de san Juan: Verbum caro factum est et habitavit in nobis. Y traduce ella rápidamente: «El Hijo de Dios se hizo hombre y vivió con vosotros». «¡Mientes! – replica el exorcista–, las palabras no dicen “con vosotros”, sino “con nosotros”». «Es como digo –replica ella–, porque no se hizo hombre para vivir con nosotros, sino para vivir con vosotros». Años más tarde recordará fray Juan con pena que la posesa lloraba porque había quien amase a Dios. Y esto sí que es diabólico. La lucha contra los poderes del maligno es larga y con muchos ardides por parte del enemigo. Hasta se le ocurre a alguno de aquella tropa tratar de engañar a la monja. Y llegan al convento dos tipos, con su hábito carmelitano, que se anuncian como fray Juan y su compañero, que vienen a continuar su labor. Uno de ellos entra en el confesonario y habla con ella largo tiempo. Cuando sale la posesa de aquella pseudoconfesión está alborotada de mala manera. La priora le pregunta: «¿Qué te pasa, hija?». «Nada, nada, sólo que el padre me ha dicho lo contrario que otras veces». La priora pasa un aviso al fraile al convento de La Encarnación. Enterado, se prepara fray Juan y dice a su compañero, en este caso Francisco de los Apóstoles: «Vamos a las monjas». Al verlos llegar se descubre el engaño diabólico de quienes, maliciosos y embusteros demonios, han tomado la figura de los dos frailes. En esta ocasión acompañaba al exorcista el padre Pedro de la Purificación que, años más tarde, en 1603, residente en el convento de Figueiro dos Vinhos, hace una declaración ante el obispo de Coímbra de todos estos engaños diabólicos y de otros trances en la vida de fray Juan (25, 664-669)[428]. Y otro conjuro más contra aquellos maliciosos demonios, que no se dan por vencidos y que fingen todavía otros engaños. La nueva artimaña consistió en escribir a la posesa una carta llena de consejos espirituales, a través de los cuales la empujaba a un sentido de frustración y desesperación insalvables. ¿Cómo no se iba a alterar viendo que aquella carta era de letra del padre fray Juan con su firma autógrafa y todo? Así supo aprovecharse de la ausencia de fray Juan, que estaba fuera de Ávila algunos días. Vuelve fray Juan y la monja le enseña la carta. No podía creer a sus ojos; ella insistía: «Aquí tengo la carta y es su misma letra y firma, que bien cotejada la tengo con la que me dejó cuando se fue»; él se la pidió «y tomándola en las manos, antes que la leyera, dice jurara aquella era su letra y firma» (26, 405)[429]. Otro de los que acompañan a veces al santo, Francisco de los Apóstoles[430], en estas tareas declara: «Me dijo tres o cuatro veces [...] que los demonios le quitaban algunas noches la ropa de la tarima, estando ya acostado, y que lo dejaban en túnica interior, y 156

que algunas veces hacía harto frío y tanto que se helaba el pobre, y le maltrataban y atormentaban mucho» (26, 439). Y detalla más acerca de estas trastadas diabólicas: «Y una de estas veces lo hallé en un huerto pequeño, que tenía junto a su celda [...], muy blanquecino y descolorido. Y preguntándole que qué tenía, que estaba tan maltratado, y díjome que le habían tratado los demonios tan mal que se espantaba cómo había quedado con vida» (26, 439). Ya lleva más de medio año en esta tarea tan ingrata y difícil. Es urgente encontrar la cédula firmada por la posesa con su sangre en la que se entregaba en cuerpo y alma al demonio. Finalmente, uno de los días logra fray Juan que el demonio la devuelva. Mientras celebra la misa, aparece la cédula. Fray Juan la coge y la quema. Pedro de la Purificación, que está con él ese día, lo narra así: «Y el dicho padre fray Juan de la Cruz hizo traer al demonio este escrito y que se le diese en su propia mano y se le dio, y el dicho padre le tomó y le quemó». Se han publicado algunas de estas cédulas; la de María Olivares la quemó fray Juan. Me hubiera gustado conocer el texto exacto para compararlo con unas cuantas líneas de la fórmula de la profesión religiosa de la monja, en concreto con estas en las que se dice, como se lee en el documento autógrafo de la profesa: «Yo, María de Olivares... DIGO que, siendo ya cumplido el año de mi probación...; que es mi libre y deliberada voluntad de hacer profesión y prometo [...] hasta la muerte. En fe de lo cual firmé de mi nombre y suplico al padre vicario que presente esta suscrita y acepte esta profesión y la firme de su nombre, y a la señora priora con algunas de estas señoras religiosas también la firmen de sus nombres». Cuando hace y firma su profesión y habla de su «libre y deliberada voluntad» lleva ya bastantes años entregada, como una profesa y posesa con pacto voluntario, rubricado con su sangre, al demonio. Quemada la cédula, se va operando el prodigio de la liberación: la posesa respira como quien acaba de romper unas cadenas que la tuvieran aprisionada, como alguien que despierta de un sueño molesto y torturador. Pero todavía hay que seguir peleando. Fray Juan ha seguido haciendo oración, sacrificios y penitencias. Entiende que el maligno está furioso como nunca. Sale de La Encarnación con su compañero y le dice: «Démonos prisa que hay necesidad». Y así era. El demonio había echado mano a la posesa, arrebatándola de entre las monjas con una fuerza superior y estaba para arrojarla por la baranda de un corredor alto del convento. La priora y otras monjas tiraban también de la posesa y no la podían detener. La priora entonces gritó: «En virtud de mi Señor Jesucristo y por el poder que tiene sobre vosotros el padre fray Juan de la Cruz os mando, demonios, dejéis a esta criatura de Dios». Y la dejaron, pero aparecía toda maltratada, medio quemada, chamuscada, hecha una pena. En este momento llega fray Juan; lleno de compasión recomienza los exorcismos; este va a ser el último. La batalla final fue tremenda. Después de grandes debates aquella multitud de demonios «salieron bramando y diciendo que desde Basilio hasta entonces ninguno les había hecho semejante fuerza. Quedó la monja como muerta. Volvió en sí. Estúvose un poco sentada en el suelo, descansando de la fatiga pasada. Levantose sana». 157

El exorcista, la comunidad de agustinas, la propia posesa y fray Juan alababan al Señor por aquella liberación. Esto que ha pasado en Ávila durante unos ocho meses en 1574 en la vida de fray Juan «es una verdadera novela, algo que hoy calificaríamos de ciencia-ficción o que veríamos en la película El exorcista... Con esto no quiero decir que el caso no sea histórico o que sus incidencias no sean verdaderas, teniendo como tenemos declaraciones de testigos de vista que asistieron con fray Juan al desarrollo de los hechos». Memorial a la Inquisición La tarea de Juan de la Cruz no había terminado. Habiendo intervenido en este caso con permiso de la Inquisición, tuvo que dar cuenta a la misma de todo lo sucedido. Y así redactó un Memorial, dando su juicio personal. El Memorial se alegaba en el «proceso criminal contra doña María de Olivares», a la que en documentación posterior inquisitorial, se la llama «la rea». El 20 de octubre de 1574, Gabriel Pinelo, provincial de los agustinos, entregaba el dossier completo de la encausada en la Inquisición de Valladolid. En el dossier iba el memorial del carmelita, «del padre fray Juan de la Cruz, carmelita descalzo». Desde Valladolid se remitió el proceso a la suprema de Madrid, y esta en carta del 23 de octubre de 1574 hacía saber a Valladolid que «luego que se reciba esta, hagáis parecer en ese Santo Oficio a fray Juan de la Cruz, carmelita descalzo, y le examinéis del memorial que envió o dio en esa Inquisición» [431]. Obedeciendo órdenes, allá se presentó fray Juan. También fue llevada a Valladolid María de Olivares, atendiendo a las disposiciones de la suprema, que precisaba: «... Y asimismo con mucho recato, secreto y regalo y de manera que no parezca viene presa haráis señores traer ahí a la dicha doña María de Olivares, monja, y recluirla heis en esa villa en un monasterio de monjas cual os parezca más a propósito». Provisionalmente se la puso «en el monasterio de la Madre de Dios». Allí se presentó un oficial de la Inquisición vallisoletana y trató de hacer lo que se le ordenada: «... Y la examinará particularmente conforme a los memoriales y papeles que os envío y trajeron suyos y lo que resultare de su examen y del dicho fray Juan de la Cruz con todos los demás papeles y cartas veréis con el ordinario y consultores, para acordar el orden que se debe tener en proceder en la causa de la susodicha». Después de esto, María de Olivares ingresó en las cárceles de la Inquisición de Valladolid y enseguida cayó enferma. La suprema accedió a la petición que se le hacía, tras el examen médico que se le realizó, y mandó que la llevasen «a un monasterio de su Orden adonde se cure, que sea dentro de Valladolid». En agosto de 1575 se retorna todo el papeleo de Madrid a Valladolid «para que examinéis a esta rea muy en particular sobre la apostasía, conforme a la instrucción, porque parece que cerca de esto no lo está». Llena de trabajos y achaques murió María de Olivares en Valladolid a últimos de 1575 o primeros días de 1576 y fue enterrada en la iglesia del Salvador de Valladolid.

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¿Será posesa una descalza de Medina? Bien cierto era que el nombre de fray Juan como exorcista circulaba de boca en boca por la ciudad. Hasta la madre Teresa se hace eco del caso de la posesa María de Olivares y escribe a la priora de Medina: «Mi hija: mucho me pesa de la enfermedad que tiene la hermana Isabel. Ahí les envío al santo fray Juan de la Cruz, que le ha hecho Dios merced de darle gracia para echar los demonios de las personas que los tienen. Ahora acaba de sacar aquí en Ávila de una persona tres legiones de demonios. Temen en él tanta gracia acompañada de tanta humildad» [432]. Llega a Medina; ve a la monja Isabel de San Jerónimo, le lee los evangelios y concluye: «Esta hermana no tiene demonio, sino falta de juicio y una grandísima locura»; así se lo oye decir María de San Francisco, que subraya: «Y así fue como el Siervo de Dios lo dijo. Y esto vio esta testigo por sus ojos» (22, 103). Esta vez se vio con su madre Catalina Álvarez y con su hermano Francisco y demás familia. La madre Teresa respira al saber que no hay posesión diabólica, pero le duele la otra parte del diagnóstico: «Falta de juicio». Fue compañera de la santa en varias fundaciones y más adelante irá con María de San José a fundar en Lisboa. Ante la labilidad mental y emocional de esta criatura, la santa aconseja al padre Gracián en 1576 «que será menester hacerla comer carne algunos días, y quitarla la oración, y mandarla vuestra paternidad que no trate sino con él, o que me escriba, que tiene flaca imaginación y lo que medita le parece que ve y oye; bien que alguna vez será verdad y lo ha sido, que es muy buena alma» [433]. Ecos del caso de la posesa de Ávila El caso fue tan sonado en la ciudad de Ávila y en otras partes que bastantes años más tarde no se había olvidado. El padre José de Jesús María, general de los descalzos, que en marzo de 1614 enviaba una carta a los provinciales de la Orden de España para que hicieran informaciones acerca de la vida de Juan de la Cruz (10, 313-314; 26, 397), quiso que para la historia de Juan de la Cruz se averiguase este caso de la posesa en su monasterio de Gracia de Ávila. Las monjas agustinas le rogaron, por medio de Alonso de la Madre de Dios, «que por no les dar pena no se hiciese información de ello». Y fueron escuchadas (24, 290). Alonso, además de darnos esta noticia, manifiesta que conocía bien el caso, referido entre otros por Pedro de la Purificación, y añade esta otra noticia. Conoce el mismo caso por declaración del padre Gabriel Bautista[434], compañero del santo entonces en Ávila, cuando iba a conjurar a la posesa; «y por estar este padre impedido, por ser ya de días, para escribirle, pidió a este testigo lo escribiese para deponerlo. Que él se lo dictaría. Y halló este testigo que lo que él le decía en Sevilla venía con lo que el padre fray Pedro de la Purificación depuso en Lisboa» (24, 290). Otros casos en Ávila 159

Un día, no sabemos de qué año, le llaman desde un monasterio la víspera de la Santísima Trinidad. Llega allá con su compañero a la una de la tarde. Comienza los exorcismos y andaba en ellos cuando llega la hora de las Vísperas. Va fray Juan, con su compañero y con la endemoniada, al coro con toda la comunidad. Las Vísperas son solemnísimas. Al canto del primer Gloria Patri, al demonio, siempre enredador, no se le ocurre otra cosa que arrebatar a la monja «y sacándola de su asiento, la levantó en alto, la cabeza hacia abajo y los pies arriba, pero cubierta con sus hábitos como si estuviese en pie, y así la detenía en el aire» [435]. ¡Postura incómoda, pero con toda modestia! ¡Qué delicadeza de demonio! El coro se detiene ante aquel espectáculo. Fray Juan se encara con el maligno y dice «en voz alta y con imperio: en virtud de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuya fiesta estamos celebrando, te mando, ¡oh maligno espíritu!, vuelvas esta monja a su lugar y la dejes quieta». Palabra eficaz la suya. Continuadas y acabadas en paz las vísperas, vuelve a conjurarla y queda libre. Conocemos un caso más todavía en Ávila, menos sonado que los dos anteriores. Un día le traen una muchacha de una aldea vecina, para que la conjure. Accede fray Juan, le aplica los exorcismos y queda libre. Ana María Gutiérrez, testigo de vista, cuenta: «Y se acuerda esta testigo que cuando la trajeron era domingo y que estando esperando al santo padre fray Juan en la portería de la parte de dentro, rezando dos monjas Prima, llegaron a rezar el Quicumque vult[436]. Y en yéndolo rezando, como lo oyó el demonio, se encomenzó mucho a inquietar y a decir no podía o no había de oír aquello, y a esta mujer endemoniada curó el santo padre fray Juan, y lo mismo oyó decir hizo a otros endemoniados» (14, 300-301). Pedro de la Purificación, otro de los acompañantes de fray Juan en algunas de estas intervenciones, resumiendo el poder que tenía el santo, dice: «Tuvo particular don de Dios en expeler demonios y conocer espíritus, si eran de Dios o del demonio. Y así hizo gran servicio de nuestro Señor en la ciudad de Ávila en muchos monasterios de monjas donde se padece mucho de melancólicas y endemoniadas, y así curó muchas y otras seglares con gran reputación de su nombre y del de la Orden» [437].

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Capítulo 12 Gozos y sufrimientos entremezclados

No todo van a ser peleas con el diablo. Hay cosas mucho más placenteras en estos años en que se encuentran en Ávila los dos reformadores Teresa y Juan de la Cruz, aunque pronto llegará un aluvión de tribulaciones. El desafío [438] Durante el priorato de la santa en La Encarnación le llega desde Pastrana un desafío espiritual. Ese desafío o reto «a lo divino» a la práctica de las virtudes viene de Pastrana, donde hay frailes y monjas de la descalcez. La madre disfruta leyéndolo y comienza la respuesta diciendo que «habiendo visto el Cartel, pareció que no llegarían nuestras fuerzas a poder entrar en campo con tan valerosos y esforzados caballeros». Después de otras cláusulas va transcribiendo el texto del desafío que manda cada una. Dos ejemplos: «La madre supriora dice que pidan al Señor los dichos le quite su propia voluntad, y les dará lo que hubiere merecido en dos años; llámase Isabel de la Cruz». Otra muestra: «La hermana María Gutiérrez dice que dará a cualquiera de los dichos parte de todo lo que mereciere delante del Señor, a quien le pidiere amor de Dios perfecto y que persevere». En el número 25 aparece «un venturero», que creemos era fray Juan de la Cruz. Este venturero «dice que, si el maestre de campo le alcanzare del Señor la gracia que ha menester para que perfectamente le sirva en todo lo que la obediencia le mandare, dice le dará todo el mérito que este año ganare sirviéndole en ella». Siguen otras dos monjas con su desafío y la última, la 28, «Teresa de Jesús, dice que da a cualquier caballero de la Virgen que hiciere un acto solo cada día muy determinado a sufrir toda su vida un prelado muy necio y vicioso y comedor y mal acondicionado, el día que le hiciere, le da la mitad de lo que mereciere aquel día, así en la comunión como en hartos dolores que trae; en fin, en todo, que será harto poco, ha de considerar la humildad con que estuvo el Señor delante de los jueces y cómo fue obediente hasta la muerte de cruz. Esto es por mes y medio el contrato». Hay que advertir la coincidencia de los dos santos que desafían a la práctica de la obediencia; el perfil del superior que hace la madre y al que habrá que obedecer con igual espíritu, es de los de no te menees. 161

Vivo sin vivir en mí[439] Ante esta letrilla Teresa y Juan, en una especie de rivalidad poético-espiritual, componen cada uno su poema, su glosa, que el santo titula: Coplas del alma que pena por ver a Dios. ¿Cuál de los dos es mejor? No me atrevo a pronunciarme; sólo quiero advertir cómo Juan de la Cruz habla de la presencia eucarística, que la santa no nombra. Así pena Juan de la Cruz: «Cuando me pienso aliviar de verte en el Sacramento, háceme más sentimiento el no te poder gozar; todo es para más penar, por no verte como quiero, y muero porque no muero».

Búscate en mí. Vejamen[440] Aquí pone la santa a trabajar a Francisco de Salcedo, a Julián de Ávila, al padre fray Juan de la Cruz y a su hermano Lorenzo de Cepeda. La madre oye en la oración: «Búscate en mí». Le preguntó antes que a nadie a su hermano qué podrían significar aquellas palabras. Lorenzo recurrió a los otros tres y armaron aquel pequeño cenáculo. Cada uno escribió su parecer; los leyeron delante del obispo don Álvaro de Mendoza. Y este mandó que las respuestas se enviasen a la madre que se encontraba en Toledo. Ella tendría que dar su juicio. Y así lo hizo en el tono festivo propio del Vejamen. Esto debió de ser a finales de 1576 o primeros de 1577. La madre envió todo el material a la priora de Sevilla el 1-2 de marzo de 1577, y le contaba cómo había sido la cosa: «Ahí van esas respuestas, que envié a mi hermano a preguntar esa pregunta, y concertaron responder en San José y que allá lo juzgasen las monjas los que ahí van; y el obispo hallose presente y mandó que me lo enviasen que lo juzgase yo, cuando aun para leerlo no estaba la negra cabeza. Muéstrelo al padre prior y a Nicolao; mas hales de decir lo que pasa, y que no lean la sentencia hasta que vean las respuestas; y si pudiere, tórnelo a enviar para que gustara nuestro padre (que así hicieron en Ávila para que se lo enviase), aunque no sea este camino del arriero» [441]. El tono humorístico y «vejatorio» con que enjuicia cada una de las respuestas de los cuatro amigos hay que saberlo leer al revés para percibir los valores espirituales que contiene. Ahora nos interesa el juicio sobre Juan de la Cruz: «Harto buena doctrina dice su respuesta para quien quisiere hacer los Ejercicios que hacen en la Compañía de Jesús, mas no para nuestro propósito. ¡Caro costaría si no pudiésemos buscar a Dios sino cuando estuviésemos muertos al mundo! No lo estaba la Magdalena, ni la samaritana (Jn 4,7-42), ni la cananea (Mt 15,21.28), cuando le hallaron. También trata mucho de hacerse una misma cosa con Dios en unión; y cuando esto viene a ser, y Dios hace esta 162

merced al alma, no dirá que le busque, pues ya le ha hallado. Dios me libre de gente tan espiritual que todo lo quieren hacer contemplación perfecta, dé do diere. Con todo, los agradecemos el habernos tan bien dado a entender lo que no preguntamos. Por eso es bien hablar siempre de Dios, que de donde menos pensamos nos viene el provecho». En el enjuiciamiento sobre lo escrito por Julián de Ávila, se refiere también a fray Juan diciendo: «Mas yo le perdono sus yerros, porque no fue tan largo como mi padre fray Juan de la Cruz». Es una verdadera lástima que el escrito de fray Juan no haya llegado hasta nosotros. Con tanto trajín: de Ávila a Toledo, de Toledo a Sevilla, y vuelta posiblemente de allí. ¿Adónde habrá ido a parar aquel dossier y aquel escrito de fray Juan ya tan amplio y serio? No parece que tuvo la santa demasiada prisa por recluirse en el convento a elegir, pues tardó más de medio año en hacerlo. Sigue en Sevilla hasta junio de 1576: pasa luego a Malagón[442]; y, finalmente, en julio se recluye en Toledo, de donde no saldrá hasta julio de 1577. Maestro en el barrio Fray Juan no es sólo confesor y vicario en La Encarnación, exorcista, director espiritual de tanta gente en la ciudad, sino que ejerce con su compañero hasta de maestro del barrio Ajates. El gran sanjuanista Federico Ruiz ha escrito muy bien: «La Torrecilla no es sólo un centro de alta espiritualidad. Es también una escuela de barrio, ocasionalmente. Por allí andan los muchachitos del barrio Ajates, que entran y salen de la casita, para hacer algún recado, y recibir instrucción y regalillos» [443]. Uno de estos niños se llama Antonio Martín de Palacios, que años más tarde nos recrea con esta información deliciosa: «Me acuerdo muy bien que vivieron y moraron en las dichas casillas, que están junto al dicho monasterio de monjas de La Encarnación, dos frailes descalzos de la Orden de carmelitas; que uno se llamaba el padre fray Germán y el otro el padre fray Juan de la Cruz. Y el dicho padre fray Germán era muy bermejo, de buena estatura y una señal de herida encima de la sien. Y el padre fray Juan de la Cruz era pequeño y barbinegro. Y los conocí estar en las dichas casillas hará más de treinta y cinco años; porque yo, siendo muchacho, hablaba con ellos y me enseñaban a leer en cartillas y la doctrina cristiana y a rezar, porque vivía mi madre en una casa más arriba de donde vivían los dichos padres» [444]. Había que ver a este chiquillo del que María Bonilla, vecina del barrio, dice que «le traían hecho un frailecito», con su hábito y capa, un juguetito. Maestro, catequista, pequeño con los pequeños, ¿qué diría la madre Teresa? Alegrarse como ella sabía y alabar a Dios por el bien que hacían sus frailes en aquel barrio de su ciudad. «Desobedientes, rebeldes y... contumaces»

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Al lado de estas alegrías van llegando grandes tribulaciones. El padre Rubeo, general de la Orden, convoca capítulo general en Piacenza (Italia), en mayo y junio de 1575. Por un Breve de Gregorio XIII se hace saber que se deroga el nombramiento de los comisarios apostólicos de fuera de la Orden para los descalzos[445]. El capítulo general nombra a Jerónimo Tostado visitador de los carmelitas en España. Y en el mismo Capítulo se toman una serie de medidas frente a, por no decir en contra de, los descalzos. El tono es duro y sostenido, como se ve por las siguientes cláusulas, que traducimos del original latino: «Y porque algunos desobedientes, rebeldes y contumaces, que se llaman vulgarmente descalzos, contra las patentes y estatutos del prior general han habitado y habitan fuera de la provincia de Castilla la Vieja, es decir, en Granada, Sevilla y La Peñuela, y no han querido humildemente, aduciendo engaños y cavilaciones y tergiversaciones, aceptar los mandatos y cartas del mismo superior general, les será significado a los mismos carmelitas descalzos, bajo penas y censuras apostólicas, invocando también, si fuere necesario, el brazo secular, que en el término de tres días salgan absolutamente de esos lugares» [446]. Aquí, es cierto, sólo se habla de esos tres conventos; pero el aire que soplaba era en contra de todos los descalzos. La supresión de los comisarios apostólicos existentes lo daba a entender suficientemente, sobre todo si se tiene en cuenta la actuación futura del visitador nombrado, el Tostado, del que escribe la santa: «No deben levantar nada de cómo venía contra los descalzos y contra mí, que buena muestra dio de ello» [447]. En el Capítulo no hubo ningún descalzo, ni siquiera estuvo el provincial de Castilla Ángel de Salazar. El Capítulo terminó el 6 de junio, y sólo cuando ya estaba reunido el Definitorio, llegó a Piacenza Martín García, definidor de la provincia de Castilla, que presentó las cartas en nombre de la provincia y cartas del padre provincial. Los definidores leyeron y examinaron atentamente dichas cartas con sus peticiones y propósitos. Acerca de los padres contemplativos o de la primera Regla «determinaron que con sus conventos no puedan hacer de ninguna manera provincia o congregación separada, y que nunca se eximan de la obediencia». Aunque digan que si los descalzos se «comportan modesta y tranquilamente, se tendrá cuenta de ellos», se van dando después normas y disposiciones, algunas bastantes nimias. El régimen de la provincia se encomienda al padre Ángel de Salazar. Gran pulso de la madre Teresa En la medida en que iban llegando las noticias del Capítulo y Definitorio, traídas desde Italia por quienes habían estado allí, o por otros caminos, iba creciendo la alarma entre los descalzos. Ya el 18 de junio escribe la santa al padre general, como si estuviera todavía en Piacenza. Ya ha tenido noticia de lo determinado en el Capítulo. Le habla de las fundaciones de Caravaca y de Beas, de Gracián y Mariano, y le dice con toda libertad: «Vuestra señoría no ve allá lo que acá pasa; yo lo veo y lo llevo todo». Y pasando al punctum dolens de los conventos, levantados en Andalucía sin el permiso del 164

general, le recuerda que «los monasterios están hechos por el visitador, y a ellos mandado con grandes preceptos no salir de allí, y el nuncio dado patentes de reformador a Gracián y que tenga cuenta con las casas de descalzos [...]. Cómo es ahora de deshacer, no entiendo» [448]. Si en esta carta de junio de 1575 habla claro, nada digamos en otra que, sin parpadear, escribe en enero-febrero de 1576 al mismo Rubeo. Allí le dice: «Yo supe la Acta que viene del Capítulo General para que yo no salga de una casa» [449]. Y dos años más tarde vuelve a recordar que «están estos padres (los calzados) muy disgustados conmigo, y han informado a nuestro padre general de manera que juntó un Capítulo General que se hizo (en 1575) y ordenaron y mandó nuestro padre general que ninguna descalza pudiese salir de su casa, en especial yo, que escogiese la que quisiese, so pena de excomunión» [450]. No parece que tuvo la santa demasiada prisa por recluirse en el convento a elegir, pues tardó más de medio año en hacerlo. Sigue en Sevilla hasta junio de 1576: pasa luego a Malagón[451]; y, finalmente, en julio se recluye en Toledo, de donde no saldrá hasta julio de 1577. Volviendo a la Orden que le había llegado dirá en Fundaciones: «Tráenme un mandamiento dado en Definitorio, no sólo para que no fundase más, sino para que por ninguna vía saliese de la casa que eligiese para estar, que es como manera de cárcel» [452]. Teresa, siempre sagaz, antes y después desde su «cárcel» sigue la evolución de los hechos de la descalcez en frailes y monjas y capta perfectamente la actitud del visitador Tostado. Algunos de los calzados, en el nuevo clima de hostilidades contra los descalzos y contra la madre fundadora, comienzan a tomarse la justicia por su mano, como el padre Valdemoro, prior de Ávila, que con gran alboroto y escándalo del pueblo arrancó con furia a Juan de la Cruz y a su compañero fray Francisco de los Apóstoles y los llevó presos al convento de Medina del Campo. En este caso intervino el nuncio Ormaneto y volvieron los presos pronto a su puesto. La santa dice al padre general cómo habían sido las cosas de parte de Valdemoro y termina anunciándole: «Ya se tornaron los descalzos y –según me han escrito– ha mandado el nuncio no las confiesen otros ningunos de los del Carmen» [453]. Gracián toca a rebato Para aclarar las cosas y protegerse, el padre Jerónimo Gracián convoca una reunión de descalzos para septiembre de 1576, en el convento de Almodóvar del Campo. Parece un golpe de mano, pues nada menos que en la convocatoria que hace anuncia que se va a erigir provincia aparte. Se lanza a ello convencido de que tiene poderes para hacerlo, al haber sido nombrado por el nuncio Ormaneto comisario y reformador de la Orden de los carmelitas en la provincia Bética y de los descalzos de Castilla. Ese título, a efectos prácticos, equivale al de los comisarios abolidos[454]. Convoca, pues, a los priores y socios de los nueve conventos, para que se junten a Capítulo Provincial el 26 de agosto de 1576 165

en Almodóvar. Y detalla así el objeto de la reunión: «Y en dicho capítulo se elijan definidores y provincial a quien estén sujetos todos los conventos de frailes y monjas descalzos, así de Castilla como de Andalucía, y si en algún otro reino se fundare otra casa de los dichos descalzos, haciéndolas todas, como desde ahora las hacemos, una provincia y congregación en la cual estén inclusas e incorporadas en uno todas las dichas casas de descalzos y descalzas que hasta ahora son fundadas y las que de aquí en adelante se fundaren. Y tengan todas un mismo gobierno, constituciones y manera de vivir, sujetas todas a una obediencia, pues es necesario para hacer que todos los descalzos vivan uniformemente que es lo principal que el reverendísimo nuncio nos manda en su comisión». Fray Juan de la Cruz asiste como socio del prior de Mancera, de donde era capitular, cuando estaba en Ávila. El 11 de septiembre de 1575 está en Mancera votando para la elección del prior Juan de Jesús Roca[455]. Preside Gracián. Y estando ya reunidos el 1 de septiembre vuelve Gracián a defender la necesidad de la provincia aparte de los mitigados y calzados[456]. A continuación les manifiesta el cambio siguiente: «Y ahora –dice– que estáis todos presentes en el capítulo, he acordado que la elección de provincial que os mandé hacer en la vocatoria cuando dividí la dicha provincia se dilate para otro tiempo, por cuanto habiendo yo de visitar, por la facultad que tengo de comisario y visitador apostólico, no conviene durante el tiempo de mi visita que haya otra cabeza ni provincial elegido que mande y gobierne, porque sería causa de alguna inquietud en la dicha congregación y provincia». Dicho esto, deja mandado al primer definidor, Antonio de Jesús, que convoque él la provincia, llamando a capítulo cuando termine la comisión de Gracián, o le sea revocada, o por ausencia o muerte del nuncio, y entonces harán la elección de provincial. En el discurrir del capítulo, se habla de abusos advertidos y Juan de la Cruz, según parece, pide que haya más recogimiento. El texto relativo a la mendicidad por pueblos y eras fue, según creo, de particular gusto para el santo, que siempre se empeñó en que se cumpliese lo mejor posible esa prohibición que decía: «Y para mayor recogimiento, que no pueda haber entre vosotros quien ande por las calles pidiendo con bacinetas, ni con alforjas por las eras, ni de otra cualquier manera que sea ocasión de distracción o vaguear; sino lo que os dieren en vuestras casas tomad con alegría y procurad con el trabajo de vuestras manos ayudaros para vuestra comida» [457]. También acuerdan que Juan de la Cruz renuncie a su cargo de confesor y vicario de La Encarnación. Algún historiador sugiere: «Quizá lo ha propuesto el propio fray Juan de la Cruz en vista de la actitud violenta en que estos (los calzados) se han colocado» [458]. Vuelto a Ávila, una vez más le confirma el nuncio en el mismo oficio. Y allí seguirá. Santa Teresa estaba al tanto de esta reunión de los descalzos, como se lo dice a María de San José: «Infórmese bien y envíe a pedir licencia a nuestro padre cuando esté del todo enterada, que en Almodóvar estará ahora, como allá sabrá se hace capítulo de descalzos, que es harto bien» [459]. Intermedio: achaques de cronología 166

Solemos hablar de cinco años que pasan juntos Teresa y Juan de la Cruz en Ávila. Pero ateniéndonos a la cronología conviene precisar: la santa terminó su priorato en La Encarnación en octubre de 1574 y se retiró entonces a su convento de San José el 6 de octubre. Pasa prácticamente todo el año 1575 fuera de Ávila, empleada en las fundaciones de Beas, Sevilla. Sale de Sevilla el 3 de junio de 1576. En 1576, se recluye en el monasterio de Toledo y allí permanecerá hasta julio del año siguiente. Lleva ya al menos dos años y medio sin verse con fray Juan de la Cruz, que sigue de confesor y vicario en La Encarnación. El 27 de julio sale de Toledo y se presenta en Ávila[460]. Viene a poner su primer conventito de San José bajo la jurisdicción de la Orden, que había fundado bajo la jurisdicción del obispo de Ávila don Álvaro de Mendoza[461]. En junio de 1577 «diose el obispado de Palencia al obispo de Ávila» [462]. Teresa, advertida por el Señor de que conviene que el primer convento de San José pase a la obediencia a la Orden, consultó la cosa con su confesor, que era Alonso Velásquez, más tarde obispo de Osma, y este «hízome ir a Ávila a tratar en ello». Don Álvaro, de entrada, se mostraba reacio al cambio. La madre le expone sus razones y el obispo se va convenciendo y él mismo al final le ofrece motivos más fuertes para lo que le pedía y accede, y, «aunque algunos clérigos le iban a decir no convenía, no aprovechó». Había que contar con los votos de las monjas. A algunas aquello les parecía «muy grave». Escuchadas las razones de la madre, se pusieron todas de acuerdo con la propuesta. Hay toda una documentación acerca del paso del monasterio a la jurisdicción de la Orden, con una instrucción muy detallada acerca de los pasos que había que dar en el asunto, que se debe a la pluma del padre Jerónimo Gracián[463]. No sólo se pidió el voto de las monjas residentes en San José sino a las que, conventuales del primer monasterio, estaban fuera en otros conventos. Y así María Bautista y María de la Cruz dieron en Valladolid su voto favorable ante notario[464]. La petición formal ante el obispo la hace doña Guiomar de Ulloa, el 27 de julio[465]. Al día siguiente se presenta el consentimiento escrito de las monjas del monasterio, siendo testigos Julián de Ávila y Francisco Alonso[466]. Finalmente el 2 de agosto don Álvaro, firmando de su nombre el documento oficial, hace el traspaso de jurisdicción a la Orden ante notario y con testigos, entre ellos Lorenzo de Cepeda, hermano de la madre Teresa[467]. Recibe la obediencia a la Orden Juan Gutiérrez de la Magdalena («el Madaleno», que dirá santa Teresa), provincial de Castilla de calzados y descalzos. Alonso añade: «A todo esto asistió nuestro padre fray Juan, vicario del convento de La Encarnación, el cual, como comunicaba mucho a las descalzas de San José y en cinco años que residía allí por lo presente veía lo que sería en adelante, faltándoles descalzos, era, había mucho tiempo, del parecer de la santa» [468]. La madre se queda ya en Ávila, por la designación de la conventualidad que le ha dado el padre Gracián, comisario apostólico, en San José[469]. Fray Juan sigue en La Encarnación y pronto va a llegar el escándalo. La «elección machucada» 167

Lo que acabo de llamar el escándalo tiene que ver con esta elección. Bajo este título se esconde algo muy importante en la vida de fray Juan y de Teresa de Jesús. En 1574 terminó la madre Teresa su priorato de La Encarnación. La que la siguió en el oficio terminaba, a su vez, en el cargo en 1577. Y aquí fue ella. Llega a Ávila, por orden del Tostado, el provincial y su socio. El 7 de octubre era el día señalado para la elección de la nueva priora. Presidirá las elecciones el provincial. Nadie como las propias monjas puede contar lo que sucedió: «Vino el padre fray Juan Gutiérrez de la Magdalena, provincial a esta casa, diciendo que era enviado por el vicario general fray Jerónimo Tostado, que quedaba en la corte de su majestad, y no mostró ninguna comisión del dicho vicario, sino solamente la patente original que el mismo vicario traía de Roma para sus visitas, persuadiéndonos a le obedecer y diciendo le había obedecido toda la provincia y él en nombre de ella; y otro día comenzó con visitar» [470]. Y continúan diciendo: «Venido el día de la elección, que fue a 7 de octubre de 1577, mandó salir fuera a nuestros confesores descalzos, que ordinariamente se suelen hallar presentes en tales actos en esta casa, y quedándose él solo con su compañero, al convento que estaba ya ayuntado leyó una carta del dicho vicario general de ciertas exhortaciones; y tras esto leyó otra del mismo, poniendo muchas excomuniones a cualquiera que votase por monja fuera de casa» [471]. El vicario en esta última cláusula se refería particularmente a la madre Teresa; así lo entendieron de sobra las presentes, aunque no hubiese citado su nombre. Ya se ve que la primera providencia que toma es echar fuera a fray Juan de la Cruz y a su compañero; no quiere testigos molestos. El relato de las monjas prosigue: «Acabadas de leer las excomuniones, ninguna respondió palabra, y habiendo ofrecido todas sus votos por orden, al tiempo de regularlos, el segundo leyose de la madre Teresa de Jesús; y entonces comenzaron el padre provincial y su compañero a echar terribles maldiciones sobre cuyo era aquel voto, diciendo a gran furia que no era digna el alma de cuya era de ser socia de aquella cuyo era el primero. Tanto que estábamos admiradas de ver tales géneros de maldiciones nunca oídas. Y a todos los votos que iban saliendo de la madre Teresa de Jesús, íbase martillando con una llave grande y maldiciendo a cuyos eran. Y acabados de leer los votos, los quemaron con grande ira» [472]. Las votantes eran 98; la madre Teresa obtuvo 54 votos; la oponente 39. Las que habían votado por la madre Teresa obraron así habiendo sabido de personas «de gravedad y conciencia» que podrían votarla sin que por eso las alcanzasen censuras o excomuniones[473]. Hay que hacer otra votación, dice el provincial. Las votantes por la madre Teresa contestan: ha habido elección canónica, no hay por qué repetirla. Entonces volvieron a maldecir y descomulgar de nuevo con grande enojo. Ellas pidieron que las dejasen informar al vicario general. Al día siguiente, 8 de octubre, el provincial las reunía para hacer otra elección. Contestaron que querían esperar la respuesta del vicario. Entonces «las echó con nuevas maldiciones y excomuniones y las hizo salir de allí [...]; y saliéndose todas juntas (las 54) se fueron al coro alto, delante de un crucifijo afligidas, y mandó luego las fuesen a echar de allí. Y las echaron y cerraron con llave el dicho coro. 168

Y él se quedó recogiendo los demás votos en el coro bajo. Y envió por la confirmación «de la elegida por aquella minoría doña Juana del Águila». Respondió el vicario desde Madrid no haciendo ningún caso de las informaciones «y poniendo muchas culpas y faltas a la madre Teresa de Jesús y afirmándose en lo que tenía dicho» [474]. La santa estaba bien enterada de todo desde su conventito de San José y hablará de la «elección machucada», aunque cree que sólo machucaba el provincial con la mano sobre las papeletas que llevaban su nombre[475], cuando machucaba, de hecho, con una llave grande que producía más estruendo, y las maldiciones eran más ruidosas. Desahogándose la santa con María de San José, priora de Sevilla, le explica lo sucedido y la informa acerca del proceder del provincial: «Y dejolas descomulgadas ha hoy quince días y sin oír misa ni entrar en el coro, aun cuando no se dice el oficio divino, y que no las hable nadie, ni los confesores ni sus mismos padres» [476]. Confirmada así esa nueva priora, continúa diciendo: «Las demás están fuertes y dicen que no la quieren obedecer sino por vicaria. Los letrados dicen que no están excomulgadas y que los frailes van contra el concilio en hacer la priora que han hecho con menos votos. Ellas han enviado al Tostado a decirle cómo me quieren por priora. Él dice que no, que si yo quiero irme allá a recoger, mas que por priora no lo pueden llevar a paciencia. No sé en qué parará» [477]. Secuelas perniciosas. Recursos varios Pues, ¿en qué parará? Las que habían votado por la madre Teresa nombran el 3 de noviembre un procurador para su defensa; el documento ante notario es muy claro y rotundo[478]. Solicitan asimismo la intercesión de la duquesa de Alba, a la que escriben, para que las absuelvan de las censuras que les han impuesto por haber dado el voto a la madre Teresa. En la carta le cuentan su situación penosa debida a haber elegido a la madre Teresa «con 15 votos de ventaja, y por esto nos tienen descomulgadas y sin voces y lugares y quitadas las libranzas, y tornaron de nuevo a echar a los descalzos, llevándolos a su monasterio donde los tienen presos, por un testimonio que levantan a uno: que ha dos años que soborna los votos para la madre» [479]. Esta prisión de los descalzos, Juan de la Cruz y su compañero, no es tan conocida, ni tampoco la razón del soborno que aducen contra uno de ellos. Aquella situación tan irregular en el monasterio se va prolongando y todavía el 10 de noviembre no estaban absueltas de aquellas excomuniones. La madre entiende que si «ha de durar mucho, es recia cosa estarse así» y añade más abajo: «Que no se sufre estar así mucho ni aun nada ya, que es gran inquietud y no puede dejar de haber ofensas de Dios» [480]. Y sigue afanándose ella desde su convento para que se llegue a una solución como sea y hasta desea que obedezcan a la nueva priora. El 16 de noviembre la madre encomienda la causa de las monjas de La Encarnación a Rodrigo de Aranda ante el consejo real y pide que venga alguien a absolverlas, sea el 169

Tostado, o el provincial. Ella, desde fuera, quiere acelerar las cosas, pues si continuamos así «será una casa en confusión, como hoy me escribe en ese billete fray Juan» [481]. Así pensaba Juan de la Cruz a un mes largo de la elección machucada. Entre los letrados que defendían a las «excomulgadas» se encontraban Bartolomé de Medina, catedrático de prima de la universidad de Salamanca, el doctor Rueda, canónigo de la catedral de Ávila, buen canonista, que había sido profesor de fray Juan de la Cruz en Salamanca, más tarde obispo de Canarias, Bartolomé Muñoz, prior de Santo Tomás de Ávila. ¿Qué pensaba fray Juan de todo este caso? Sin duda, lo que estos grandes letrados a que se refiere la madre y a los que habían consultado las monjas que le habían dado el voto. El 5 de diciembre el provincial fray Juan Gutiérrez de la Magdalena da poder a Alonso Hernández, fraile de los calzados de Toledo, para que en su nombre se persone en el pleito con las monjas «rebeldes» de La Encarnación. Por este documento vemos cómo contaba lo sucedido el provincial. Autoriza a su apoderado «para pleitear y defender una causa que han puesto ciertas monjas de La Encarnación de la ciudad de Ávila y Teresa de Jesús, que es de nuestra Orden, contra mí el dicho provincial, sobre una elección de priora de aquel monasterio. Sobre que entraron todas en esta elección, y habiéndoles yo mandado que noventa y nueve vocales que están dentro del dicho monasterio eligiese una de ellas para prelada, y que no eligiese de fuera del monasterio, conforme al santo concilio tridentino y a ciertas constituciones y capítulos de nuestra Orden, so pena de descomunión mayor en la cual luego incurriesen haciendo lo contrario, ciertas monjas de ellas, por particular soborno y afán, eligieron a la dicha Teresa de Jesús, que estaba fuera en otro monasterio, contra este mandato. Por lo cual yo di a estas descomulgadas y por ninguna su elección y las eché fuera de su Capítulo como a gente inhabilitada para votar, y con las otras que quedaron hice mi elección de priora y de otras oficialas. Y ahora las descomulgadas me han puesto demanda acerca de ello en el consejo real de Su Majestad» [482]. ¿Qué pensar de todo aquello? A distancia de siglos de todo aquel barullo uno puede preguntarse: ¿por qué esta animadversión y ceguera en excluir a la madre Teresa de Jesús? No hay razones jurídicas que lo justifiquen. Como se ve, el provincial da por supuesto que el pleito contra él lo han puesto ese grupo de monjas y «Teresa de Jesús». Acaso las que aciertan en señalar la causa de lo sucedido son las que votaron a la madre cuando dicen en la relación del caso: «Siempre se entendió que por pasión y odio no quieren que esa santa venga a esta casa, porque siempre se ha visto tenerle con ella» [483]. ¿No estaban ya contra ella acaso por haber traído como confesores al monasterio a los descalzos, y muy en particular a Juan de la Cruz? En este río revuelto, dice la madre: «Ya tornan allá [a La Encarnación] los frailes» [484], es decir, los calzados, a quienes el nuncio Ormaneto se lo tenía prohibido. Y en La Encarnación seguía el pobre fray Juan entre dos fuegos, convencido como 170

estaba de que aquellas benditas que habían votado por la madre Teresa no estaban excomulgadas. Estando ya fray Juan en la cárcel de Toledo, como veremos enseguida, vuelve a hablar la madre de este asunto en carta del 16 de enero de 1578, calificando de «extraño el rigor del padre Tostado con ellas», teniéndolas más de cincuenta días sin oír misa, ni ver a nadie de fuera, y machacándolas con la cantinela de que estaban excomulgadas, etc[485]. ¿Podían o no podían elegir las monjas a la madre Teresa, que no estaba entonces en el convento de La Encarnación? Ya lo discutieron en aquellos días, y santa Teresa escribe: «Los letrados dicen que no están descomulgadas y que los frailes van contra el concilio en hacer la priora que han hecho con menos votos» [486]. A distancia de siglos un gran canonista de la Orden en el siglo XX, Hipólito de la Sagrada Familia (Larracoechea) ha examinado todo el asunto y viene a concluir que «carece de toda base jurídica el pretendido derecho de las monjas de La Encarnación a elegir a la madre Teresa de Jesús» [487]. Según él, los votos dados a la madre Teresa eran nulos y se debían descontar del cómputo de los votos válidos. En nuestro caso, la señora competidora salió electa canónicamente en el primer escrutinio con 39 votos, de los 44 válidos. La madre Teresa no salió electa, a pesar de sus 54 votos, porque no era elegible. Tampoco salió legítimamente «postulada», sea porque las votantes «no la postularon», sea porque no tuvo los 66 votos necesarios para la postulación[488]. Grandes letrados del momento, como queda dicho, opinaban que podía ser elegida. En toda esta contienda hay que tener en cuenta algo ignorado u olvidado por Hipólito; de modo que «la solución incuestionable de nuestro canonista tiene un fallo grave» [489]: el desconocimiento de uno de los estatutos del comisario apostólico, Pedro Fernández, en el que se decía: «Pueden ser electos, así en los monasterios de frailes como de monjas, no sólo los moradores del dicho convento; pero de toda la provincia» [490]. Y seguían en vigor los estatutos de los comisarios y visitadores apostólicos anteriores, aprobados en agosto de 1576 con autoridad apostólica[491]. Como nuestro canonista está tan seguro de su tesis, por otra parte equivocada, no es extraño que argumente acerca de la posible conducta de fray Juan de la Cruz diciendo que «como no era canonista» pudo seguir la opinión de los letrados que defendían la legitimidad de las que habían votado por la madre Teresa[492]. ¿Es que hace falta ser canonista de profesión para saber discernir perfectamente las cosas? También se extraña de que Ángel de Salazar, superior especialmente encargado por el padre general del monasterio de La Encarnación y Juan de la Cruz, confesor y vicario de la comunidad, «no hayan aconsejado a tiempo y juiciosamente a estas pobres monjas alocadas» [493]. Este caso de la «elección machucada» con todas sus complicaciones nos sitúa ya en lo que se ha llamado «conflicto de jurisdicción» entre la potestad ordinaria de la Orden y la potestad delegada o subdelegada de la Santa Sede. El Tostado llegó a decir: «Que no había otra jurisdicción sobre los carmelitas de España sino la suya, y que el padre Gracián no la tenía ni la podía tener, por cuanto estaba descomulgado él y todos los descalzos por el general de la Orden» [494]. Con este criterio frente a alguien que era 171

entonces comisario y reformador de la Orden por nombramiento del nuncio apostólico y frente a los descalzos ya se intuye hasta dónde se puede llegar.

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Capítulo 13 Juan de la Cruz, encarcelado

Malos aires para fray Juan Aunque la «elección machucada» con todas sus secuelas no sea causa principal para el encarcelamiento de los confesores de La Encarnación, pienso que sí que pudo influir también lo suyo. Aunque «ignoramos el delito concreto que cargaron a fray Juan de la Cruz para darle el tratamiento señalado en las Constituciones de la Orden contra los reos del delito de rebelión, pero las mayores probabilidades están por la opinión que le juzga cómplice de la rebelión de las monjas de La Encarnación de Ávila cuando en octubre procedieron a la elección de santa Teresa de Jesús para priora suya contra la indicación y mandato del provincial que presidía la elección» [495]. Lo que se llamaría decreto de prisión de Juan de la Cruz no se conoce. Alguien piensa que si no fue un puro «secuestro de persona» y una pura arbitrariedad frailuna, tuvo que haber actas de su proceso por «delito de rebelión», tuvo que haber un decreto dado contra él, como conclusión de un proceso jurídico, formulado en función de las Constituciones de la Orden y decretos del Capítulo de 1575[496]. Este mismo investigador señala que le pudieron inculpar por el apoyo que daba a la erección de la provincia descalza, a pesar de los mandatos del Capítulo de Piacenza; también por el apoyo que daba a las monjas de La Encarnación que dieron el voto a la madre Teresa. No me extrañaría nada que encarcelasen también a Juan de la Cruz y a Germán de San Matías por vivir fuera del convento en la casita de la Torrecilla, aunque eran conventuales de Mancera. Los mandatos del Capítulo de Piacenza eran bien claros contra las casas fundadas fuera de la provincia de Castilla, tales como Granada, Sevilla, La Peñuela. Pero en las normas del definitorio general contra los descalzos se añade que «si hubieran recibido algunos conventos en Castilla contra las patentes e instituciones del reverendísimo padre general, se les excluya y arroje fuera» [497]. Y si el Tostado y otros contrarios echaban manos al Breve de Gregorio XIII Cum ad cunctorum, lo tenían todavía mucho más fácil, pues ahí se les decía que no dejasen de echar fuera y de deponer «a quienes hayan aceptado, erigido y hayan habitado y ahora mismo habiten o en conventos o en lugares en cualquier sitio (conventus et loca quovis in loco)» y los consideren díscolos u escandalosos, contradictores, molestadores y rebeldes[498]. José de Velasco, para citar a un carmelita calzado, explica que «le llevaron preso a 173

Toledo por orden de los padres de la Observancia, porque pretendían que él y todos los demás descalzos siguiesen su religión antigua de la Observancia, como se ordenó en Roma por letras particulares para ello» (24, 66). Creo que se está refiriendo a lo acordado en el Capítulo y definitorio de Piacenza, del que hemos hablado en el capítulo anterior. Con la muerte del nuncio Ormaneto el 18 de junio de 1577 las cosas habían ido tomando un cariz difícil y desagradable para los descalzos y descalzas. Le sucede otro nuncio, Felipe Sega, del que la madre Teresa no se retrae en decir con su gran libertad: «Murió un nuncio santo, que favorecía mucho la virtud, y así estimaba los descalzos. Vino otro, que parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer. Era algo deudo del papa, y debe ser siervo de Dios, sino que comenzó a tomar muy a pechos a favorecer a los calzados» [499]. Ella, que prodiga el apelativo de siervo de Dios a tantos personajes, aquí dice sólo: «Y debe ser siervo de Dios». Con el enredo de la madeja de la elección machucada en Ávila, no hacía falta ser muy profeta para entender que cualquier día los descalzos serían arrancados de sus cargos en La Encarnación. La gran confidente de fray Juan, Ana María Gutiérrez, asegura que el santo le dijo haberle revelado el Señor «cómo en breve tiempo le habían de prender y venir sobre él grandes trabajos, y al decírselo a ella le pidió que la encomendase a Dios, que le había de venir un grande trabajo» (14, 300). El padre Velasco en la Vida de Francisco de Yepes recoge esta misma noticia del conocimiento anticipado de los trabajos, persecuciones y cárcel de fray Juan, que habría dicho a su confidente: «¡Ay, hija, y qué de trabajos me han de venir!»[500]. El remedio que se quiso aplicar fue peor que la enfermedad. A primeros de diciembre falta de su convento de Toledo el prior fray Hernando Maldonado. Se encuentra en Ávila para absolver a las «monjas rebeldes» que habían dado su voto a la madre Teresa de las censuras lanzadas contra ellas. No aceptan el modo como las quieren absolver. La santa se lo cuenta así a Felipe II: «Y ahora un fraile que vino a absolver a las monjas las ha hecho tantas molestias y tan sin orden y justicia, que están bien afligidas y no libres de las penas que antes tenían según me han dicho» [501]. Ya de paso, según parece, Maldonado, nombrado además «custodio de la provincia», anduvo tentando el ánimo de fray Juan «procurando se volviese a la Observancia, y se dejase de aquellas novedades tan escandalosas para la Orden» [502]. Viendo que fray Juan no se doblegaba, se determinó a prenderle con su compañero. Sabidas estas intenciones en la ciudad, sucedió lo que el mismo Juan de la Cruz contó años más tarde, estando ya en Andalucía: que los calzados habían tentado «con mano armada muchas veces prenderlos». No pudieron hacerlo porque algunos caballeros que les querían mucho los defendieron con gente que muchas noches los velaban. Así lo declara Inocencio de San Andrés (26, 390). Habrá que esperar con astucia y disimulo a que vaya a menos la vigilancia y las defensas. Y así, finalmente, lo consiguieron. Juan de la Cruz, apresado 174

Debió ser en la noche del 2 al 3 de diciembre de 1577. Llegan padres calzados, capitaneados por el mencionado Hernando Maldonado, y acompañados por gente del pueblo y gente armada irrumpen en la casita de la Torrecilla en que se encuentra fray Juan y Germán de San Matías[503] y los maniatan. «Y el abigarrado grupo de padres del Paño, seglares y gente armada sube con los descalzos en la oscuridad de la noche decembrina por la brusca pendiente norte de las murallas, entra en la ciudad por la puerta del Carmen y penetra en el convento de la Observancia» [504]. Ana María, la confidente de fray Juan de la Cruz, dice de él que «como un cordero se dejó prender, aunque cuando le echaron mano fue asiéndole por los cabezones» (14, 304). Ya en el convento del Carmen, al día siguiente, a fray Juan le permiten que oiga misa en el convento. Está inquieto y preocupado, y, aprovechando la ocasión, sale a la calle, corre que te corre cuesta abajo hacia su casita de La Encarnación. En cuanto se dan cuenta sus captores van en su persecución. Él mismo contó a las monjas de Beas aquella corrida, «y volviose a paso largo a su casa, que por presto que salió y buscó compañero el contrario, cogió ventaja el santo. Con gran gracia y contento nos lo contaba, que iban tras él por las calles, como eran religiosos no corrían, sino decíanle algunos oprobios de que llegaban» (26, 305). Fray Juan llega antes, se encierra en la casa y comienza a destruir papeles comprometedores de asuntos de la descalcez. Los perseguidores aporrean la puerta y él responde: «Ya voy; luego, luego» (26, 337). Hay quien tiene por «inverosímil» este destrozo de papeles. Pero, según la declarante, se trataba «de unos papeles de mucha importancia, en que nuestra santa madre y los padres fray Jerónimo Gracián y Mariano y el mismo santo trataban los negocios de la Reforma y renovación de lo descalzo» (26, 337), acaso ya de la separación de la provincia. También la madre Teresa en carta a Felipe II le dice: «Tomárosles en lo que tenían los papeles» [505]. Arreglado el asunto de los papeles, abre la puerta y otra vez al convento en lo alto de la ciudad. La madre Teresa, ante ese atropello, entra enseguida en acción y no descansará hasta que vea a su fray Juan libre de sus opresores. El 4 de diciembre de aquel infausto 1577 se presentó ante Vicente de Hernanclares, escribano público, Pedro Orejón, clérigo vecino de Ávila. Manifiesta que «tiene necesidad de hablar al padre fray Juan de la Cruz y al padre fray Germán su compañero [...] por no los hallar en la casa donde residen junto al monasterio de La Encarnación y tener noticia de que estaban en el monasterio de Nuestra Señora del Carmen» [506]. El escribano estaba en el monasterio del Carmen y presentándose ante él el mencionado testigo «pidió a un fraile que abrió la puerta [...] dijese y le declarase si los dichos frailes fray Juan de la Cruz y su compañero estaban en el dicho monasterio, porque los quería hablar». ¿Qué respondió el interrogado? «Dijo que hoy les había visto entrar en el dicho monasterio a cierto negocio, que tenían que hacer; que ya no estaban allí» [507]. El escribano levanta acta, siendo testigos Luis de San Pedro, y Juan Bautista Niegro, vecino de Ávila. Esta búsqueda de los dos descalzos habrá sido promovida 175

seguramente o por las monjas de La Encarnación o por la madre Teresa de Jesús, o por ambas de común acuerdo. La madre Teresa entra en acción Ese mismo día 4 escribe la madre Teresa al rey Felipe II, pidiendo justicia, poniéndole puntualmente al tanto de lo que está sucediendo y de lo que acaba de pasar ahora mismo. Le habla del intento fallido de llevarla a ella de priora de La Encarnación. Anteriormente, le dice, «puse allí en una casa un fraile descalzo, tan gran siervo de nuestro Señor, que las tiene bien edificadas (a las monjas de La Encarnación), con otro compañero y espantada está la ciudad del grandísimo provecho que allí ha hecho, y así le tienen por un santo, y en mi opinión lo es y ha sido toda su vida» [508]. Debió pensar la madre que ponderando ante el rey la santidad del preso podría moverle más rápidamente a intervenir. Creo que hubiera sido más eficaz ante el rey decirle que el encarcelado era el iniciador de la nueva reforma de los descalzos, por la que Su Majestad estaba tan interesado[509]. Llegando a lo del prendimiento, que recuerda lo de Getsemaní, hace saber a Su Majestad, sin morderse la lengua, que un fraile, Maldonado, les ha quitado «los confesores (que dicen le han hecho vicario provincial, debe ser porque tiene más partes para hacer mártires que otros) y tiénelos presos en su monasterio, y descerrajaron las celdas. Y tomáronles en lo que tenían los papeles» [510]. Hecha mención del escándalo que se ha dado en la ciudad le confiesa: «A mí me tiene muy lastimada verlos en sus manos, que ha días que lo desean, y tuviera por mejor que estuvieran entre moros, porque quizá tuvieran más piedad. Y este fraile tan siervo de Dios está tan flaco de lo mucho que ha padecido, que temo su vida». Y presiona al monarca: «Por amor de Nuestro Señor suplico a vuestra majestad mande que con brevedad le rescaten, y que se dé orden como no padezcan tanto con “los del paño” estos pobres descalzos todos, que ellos no hacen sino callar y padecer y ganan mucho, mas dase escándalo en los pueblos» [511]. Y no deja de insistir: «Cada día lo harán peor si Vuestra Majestad no manda poner remedio; no sé en qué se ha de parar, porque ningún otro tenemos en la tierra» [512]. Ante esta misiva y otros comunicados indirectos no vemos que el rey moviese un dedo. Da la impresión de que una mano negra y fatal lo desbarataba todo. Esta especie de pasividad y desinterés por parte del rey (conforme a la documentación que tenemos) me resulta más llamativa cuando leemos en el proceso ordinario de Medina del Campo la declaración de María de San Francisco que, cuando estaba en San José de Ávila, «oyó leer algunas cartas que Su Majestad el dicho rey escribió a la dicha santa madre Teresa, en que le daba muchas esperanzas que se había de hacer lo que ella deseaba para tanta honra y gloria de Dios» (22, 104-105). Esto acaecía en San José de Ávila, donde la declarante estaba cuando prendieron al santo y a su compañero. Por el contenido de esas cartas, tal como la declarante lo sintetiza, no parece que en ellas tocase el rey el tema del encarcelamiento de fray Juan. Si Felipe II escribía esas cartas a la madre, ¿por qué ante la que le escribió el 4 de diciembre de 1577, interesándole por el preso, no le hizo caso? 176

Y no parece que le contestase ni que las respuestas se hayan perdido, como pudiéramos pensar, ante la insistencia de la madre a unos y a otros de que hablasen con el rey acerca de su fray Juan encarcelado. Y nos seguimos preguntando: ¿cómo no interviene Felipe II cuando por otra parte ordenó que el nuncio mandase absolver a las monjas de La Encarnación? O, ¿podemos pensar mal y creer que, aunque el rey haya mandado al nuevo nuncio que intervenga y dé órdenes de que se suelte a los presos, estén donde estén, este se ha hecho el sueco? De un personaje como este no me extrañaría nada. Ya se despachó contra la santa, llamándola «fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz» [513]. Sega no terminó de entender la autenticidad del carisma de esta mujer, si es que comenzó, y favorecía al Tostado, como recuerda ella sin paliativos. Por lo mismo podemos hasta pensar que Sega creía que fray Juan y fray Germán estaban presos justamente. No me extrañaría nada que creyese hasta eso; bien claro dice la madre: «Está ahora todo nuestro bien o mal, después de Dios, en manos del nuncio, y por nuestros pecados hanle informado de manera los del paño y él dádoles tanto crédito, que no sé en qué se ha de parar. De mí le dicen que soy una vagamunda e inquieta, y que los monasterios que he hecho ha sido sin licencia del papa ni del general. Mire vuestra merced qué mayor perdición ni mala cristiandad podía ser» [514]. Los calzados le informarían, sin falta, de que fray Juan estaba preso con todas las de la ley y entonces, ¿cómo Felipe Sega se iba a interesar por aquel prisionero? Dejando ya de meternos con el nuncio filocalzado y que levanta tantas sospechas por su conducta imprudente y no bien informado, vemos que Teresa lleva muy bien la cuenta de los acontecimientos. Escribe a María de San José: «Encomiende a Dios a estos santos presos, que ha ya ocho días mañana que están presos. Dicen las monjas que son unos santos y que, en cuantos años que ha que están allí, que nunca los han visto cosa que no sea de unos apóstoles» [515]. «Hace hoy 16 días que están nuestros dos frailes presos; no sabemos si los han suelto, aunque tenemos confianza en Dios que lo ha de remediar» [516]. Pero preso, ¿dónde? Al padre Germán se lo llevó el padre Valdemoro a la cárcel del convento de San Pablo de la Moraleja. La cárcel en la que parará fray Juan es una larga pesadilla para la madre. Una cosa sabe cierta: que se lo llevó el padre Maldonado, el prior de Toledo, para presentárselo al Tostado. Al mismo tiempo que da esta noticia a su María de San José, priora de Sevilla, le hace saber que «el día que los prendieron dicen que los azotaron dos veces y que les hacen todo el mal tratamiento que pueden» [517]. En el documento en que el doctor Gascón Rodrigo de Angustina pide, ya el 7 de diciembre de 1577, al «muy poderoso Señor» don Antonio Mauricio de Pazos y Figueroa protección para las monjas de La Encarnación y para los confesores del monasterio se declara que el provincial Juan Gutiérrez de la Magdalena «ha procedido y procede contra las dichas monjas de La Encarnación, y contra fray Juan de la Cruz y fray Germán su compañero, sus confesores y vicarios, a los cuales tiene presos y 177

enviado a partes secretas a donde no se sabe nada de ellos» [518]. Y pide a su Alteza que el Tostado y Gutiérrez de la Magdalena «den cuenta de los dichos fray Juan y fray Germán su compañero, religiosos de la dicha Orden, para que estén en el dicho convento de La Encarnación, como antes estaban, pues no han hecho ni cometido delito, por el que deban ser oprimidos ni molestados; y así mismo les vuelvan y restituyan los libros y escrituras y papeles y otras cosas que les tomaron» [519]. Como primera providencia, a fray Juan de la Cruz le quitaron enseguida el hábito pardo de descalzo y le vistieron el negro de calzado. Para el viaje le ponen en un buen macho y le llevan a Toledo. «¡Un buen macho!», habrá pensado fray Juan, mucho lujo para mí, que me conformo con un borriquillo cualquiera. El mulero que acompaña a los frailes ve con cuánto desprecio tratan al preso, y deduce «que lo traían preso por pasión que con él tenían». Hacen noche en un mesón; y el mozo y el mesonero proponen a fray Juan librarle; le ayudarán a fugarse. No acepta (26, 390). Después de muchos rodeos por el camino para que se desoriente y no sepa adónde lo llevan, llegaron a Toledo. Y un carmelita toledano, Juan Bautista Figueredo, declara que «determinaron de llevarlo a Toledo sin que él supiese adónde iba, y a la entrada de Toledo le taparon los ojos con un pañuelo» [520]. Así escribirá él dentro de unos años: «Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes». La distancia de Ávila a Toledo era de veintiún leguas: El Herradón, San Bartolomé, La Venta de la Palomera, Cebreros, La Venta de los Toros de Guisando, Cadahalso, Paredes, Escalona, Noves, Huecas, La Venta de Guadarrama, Toledo[521]. No creo que el preso pudiese fijarse mucho en el camino, aunque parece que le vendaron los ojos ya al final del recorrido. En la cárcel conventual de Toledo Llegado a su destino, acudieron muchos de los religiosos a verle «y cada uno le decía lo que le parecía, conforme a lo que en su pecho tenían» (26, 390)[522]. Comparece ya como un desobediente, rebelde y contumaz. Le recuerdan, sin duda, lo establecido en el Capítulo de Piacenza acerca de los descalzos, desobedientes, rebeldes y contumaces[523]. «Jurídicamente la sentencia de fray Hernando Maldonado, delegado del Tostado, contra fray Juan de la Cruz es nula, ya que este no está autorizado para ejercer sus facultades apostólicas de vicario general, desde que el consejo real ha anulado tales facultades por sentencia del 5 de noviembre de 1577» [524]. Desde el primer momento se puede comprobar que fray Juan no dará un paso atrás; sabe administrar perfectamente su fortaleza, su sagacidad, su silencio, de modo que terminarán por llamarle «lima sorda», que así se dice la que está embotada con plomo y hace poco o ningún ruido cuando lima (14, 200). Personas fidedignas referían que cuando fray Juan estaba preso en Toledo, el nombre que le tenía puesto los padres calzados era «lima sorda»; y cuando le veían, decían unos 178

a otros: guardaos de «lima sorda». Y esto era por el modo peregrino que tenía en callar y sufrir con paciencia lo que le hacían padecer. Y quien recoge esta noticia añade: «Esto lo colige esta testigo de la palabra “lima sorda”, que, a su ver, no podía ser otra cosa sino verle invencible en padecer, sufrir y callar» (25, 501). El encarcelado sabe que cuanto se le imputa no tiene fundamento; él estaba en la casita de la Torrecilla cumpliendo con su oficio de confesor y vicario de La Encarnación, no por propio gusto, sino por obediencia a un superior a los prelados de la Orden, cual era el nuncio Ormaneto, el visitador apostólico y el visitador Jerónimo Gracián[525]. Bien consciente, pues, de su situación personal, él mismo contaba que todo aquello le había sucedido «porque no había obedecido a los mandatos de los calzados que habían salido en un Capítulo (Piacenza, 1575) porque eran contrarios a la Orden de los descalzos y de los mandatos que tenía del señor nuncio y del visitador apostólico fray Pedro Fernández» (14, 200). El mismo convencimiento nutre la madre Teresa acerca de la injusticia del prendimiento de los dos confesores, ya que, «puestos allí por el visitador apostólico dominico y por el nuncio pasado y estando sujetos al visitador Gracián, es un desatino que ha espantado» [526]. Segunda cárcel estrecha y oscura En la cárcel conventual de Toledo, en la que fue puesto al principio, estuvo dos meses. Cuando llegó allá la noticia de que el otro encarcelado Germán de San Matías se había fugado de su prisión, le cambiaron a otra cárcel más segura y protegida. Era como un «hueco en una pared, poco más o menos como una sepultura, pero mucho más alto, sin luz»; sólo tenía un agujero del ancho de tres dedos que daba bien poca luz (26, 390). El primer biógrafo, José de Jesús María (Quiroga) dice que puede describir cárcel tan estrecha «por haberla visto no sin harta veneración por lo que sabía que había sucedido en ella» y la traza así: «Era esta cárcel una celdilla puesta al lado de una sala; tenía de ancho seis pies y hasta diez de largo, sin otra luz ni respiradero sino un agujero en lo alto de hasta tres dedos de ancho, que daba tan poca luz que para rezar en su breviario o leer en un libro de devoción que tenía, se subía sobre un banquillo para poder alcanzar a ver, y aun esto había de ser cuando el sol daba en el corredor que estaba delante de la sala hacia donde este agujero caía. Porque como se había hecho esta celda para retrete de esta sala en que poner un servicio cuando aposentaba en ella algún prelado grave, no le habían dado más luz. A la puerta de esta celda pusieron un candado para que nadie pudiese verle ni visitarle si no fuese el carcelero» [527]. Biógrafo y postulador de la Causa de fray Juan, Alonso de la Madre de Dios, el que llamamos «el asturicense», hace prácticamente la misma descripción (24, 300) y de modo parecido lo cuenta en la Vida, haciéndonos saber que la sala antistante «hoy es librería del convento» [528]. Por lo que se refiere a la situación de la pieza, «la carcelilla está en la frontera del monasterio que mira a la plaza de Zocodover, y la ventana en la galería de la parte contraria, que cae al río Tajo» [529]. 179

La carcelilla, en cuanto tal, no había cambiado para nada en el siglo XVIII, como cuenta fray José Maestro, carmelita calzado, predicando en las solemnes fiestas que se hicieron en Madrid con ocasión de la canonización del santo: «Metieron a nuestro santo padre en mi convento de Toledo en una cárcel tan estrecha que yo (y no soy muy gordo) apenas en ella me puedo rebullir diciendo misa, que la suelo decir allí con gran consuelo algunas veces. No hay más luz, en cerrando la puerta, que la que puede entrar por un resquicio, que tiene junto al techo, que será como de tres dedos de ancho, y aun eso cae a parte bien oscura, con que la tal cárcel, por lo que toca a luz viene a ser como un oscuro calabozo. Allí encerraron a nuestro glorioso santo, y le tuvieron guardadito nueve meses, sin que pudiese tratar (salvo el carcelero) con otra persona alguna de este mundo. Algunos días le hacían comer en el refectorio sobre el mismo suelo, en presencia de la comunidad, pero lo que se le daba, era sólo pan y para beber la cristalina agua del dorado Tajo; pero los demás días que comía en su prisión le regalaba porque le subía el carcelero unos mendrugos, y alguna sardinilla, o cosa semejante, discurro no sería mucho» [530]. Vida del encarcelado ¿Cuál era la vida de fray Juan en tantos meses como dura su cautiverio? ¿Cómo era su hábitat? Cama: Unas tablas con unas mantas, con dos manticas viejas. No disfrutó ni un solo día de una cama estera en que pudiera dormir. Libros: El libro de rezo, el Breviario y acaso otro libro espiritual, que pudo ser La imitación de Cristo. No consta que tuviese la Biblia; por el Breviario se acercaba a la palabra de Dios: Salmos, fragmentos de epístolas y de evangelios. Ropero: En todo este tiempo no le dieron ropa para que se cambiase, excepto una túnica o camisa ya al final del cautiverio. Con esta carencia tan enorme «le daban mucho tormento los piojos» (13, 401), habiendo «cargado tanta máquina de piojos, que le daban muy gran tormento» (14, 200). Comida: Pan, agua, sardinas, no siempre una entera sino sólo media. Algunos días le llevaba el carcelero algo de las sobras de la comunidad. Ayuno a pan y agua, lunes, miércoles y viernes en el refectorio de la comunidad, de rodillas, en el suelo. Es para reírse conocer el extraordinario menú de la comunidad en el día de la fiesta del Carmen, que llamaban la fiesta del hábito. No sé si ese día le llegaría algo de más entidad alimenticia. Alguien dice: «Y la cama y comida era como de delincuente que con la falta de sustento le ayudan a que se muera presto» [531]. Disciplinas: El carcelero segundo que tuvo declara cómo ya en la última parte del encarcelamiento «le bajaban al refectorio, estando allí los frailes, tres o cuatro veces, para que recibiera allí disciplina» (14, 290)[532]. Reprensiones: Aunque los frailes iban viendo cuán sólido e inquebrantable era el preso y que no iba a cambiar, se le daban reprensiones y, en público, en la comunidad se 180

le echaba en cara haber dado en el disparate de descalzarse, y que traía la Orden revuelta. Y le tocaba oír: «Mas, ¿quién sino un frailecillo como él es el que nos pone en tantos alborotos?» (14, 173). A veces las reprensiones eran tan fuertes y despiadadas que los religiosos más jóvenes lloraban de compasión y se decían: «Este es santo, digan lo que quieran» (14, 173). Lavado de cerebro: No sé si es exactamente esto, pero tiene algo que ver con no pocas de las situaciones en que se vio metido y agredido fray Juan, para ver si cambiaba la manera de pensar. Por la parte de fuera de su carcelilla hablan con toda intención para que lo oiga el preso y comentan que los descalzos se van terminando, durarán ya muy poco. Ya libre de la cárcel confesará que lo que más le afligía y preocupaba era oír a sus detentores que la Reforma de la Orden tenía los días contados. También le toca oír: «¿Qué aguardamos de este hombre? Empocémosle, que nadie sabrá de él» (26, 390). Lo que se cuenta de cómo querían hacerle abdicar de sus principios y de su descalcez, y se empeñaban en conquistarle con ofrecimientos de buena biblioteca, buena celda, un priorato y hasta una cruz de oro, raya en la indignidad de los oferentes. Fray Juan habla poco, pero en este caso responde categórico: «El que busca a Cristo desnudo no ha menester joyas de oro» (13, 399). De lo que más le afligía: aparte todo lo que fabulan estos frailes con toda la mala idea, en medio de las aflicciones interiores y noches oscuras en que estaba sumido tantos momentos, dirá él mismo en confianza a Ana de San Alberto: «A ratos me desconsolaba pensar qué dirán de mí, que me he ido volviendo las espaldas a lo comenzado y sentía la pena de la Santa Madre» (13, 401). Teresa sigue matándose por fray Juan Y la pena más grande de la fundadora desde el principio era no saber dónde se encontraba el secuestrado. Y padecía sintiendo lo mal que lo estaría pasando el encarcelado. Todo esto la desazonaba cien por cien. Además de su actividad de búsqueda, de su carteo, exhortaba a la oración, y particularmente lo hizo con la comunidad de Beas, a la que pide oraciones y sugiere algunas prácticas supererogatorias[533]. Ya hemos documentado su preocupación inicial con su carta al rey Felipe II, sólo dos días después del prendimiento. Igualmente cómo se lo notificaba a su hermana Juana y lo que le decía a María de San José en Sevilla, el 16 y el 19 de diciembre. Y comparte la pena de las monjas de La Encarnación «porque están muy apretadas con tantos trabajos, y más con haberles quitado a estos santos confesores y tenerlos así apremiados. Por caridad, que los encomienden a Dios a todos, que es gran lástima lo que padecen» [534]. Sufriendo así el pobre preso, seguía ella con su búsqueda y escribe a don Teutonio de Braganza, obispo de Évora: «Por mandato del padre Tostado, ha más de un mes que prendieron los dos descalzos que las confesaban, “los del paño”, con ser grandes religiosos y tener edificado a todo el lugar cinco años que ha que están allí, que es lo que 181

ha sustentado la casa en lo que la dejé. Al menos el uno que llaman fray Juan de la Cruz, todos le tienen por santo, y todas, y creo que no se lo levantan; en mi opinión es una gran pieza [...]. Mi pena es que los llevaron y no sabemos adónde. Mas témese que los tienen apretados, y temo algún desmán» [535]. Sigue al oscuro del lugar donde los puedan tener. En marzo de 1578 refiere la noticia que le llega de que «el Tostado tiene ya poderes para calzados y descalzos, y que al padre fray Juan de la Cruz que ya lo ha enviado a Roma. Dios le saque de su poder, por quien Él es» [536]. Lo del envío del preso a Roma no era sino un globo sonda para despistar. En abril, tratando ya de la necesidad de conseguir provincia aparte de los calzados, señala cómo se podría llegar hasta el rey para conseguirlo y, como quien se sirve de uno de sus buenos peones, escribe: «Y el padre Mariano, pues habla con él, se lo podía dar a entender y suplicárselo y traerle a la memoria lo que ha que está preso aquel santico de fray Juan; que con la rabia que tienen de la visita andan haciendo desatinos; lo que no podrían si tuviesen cabeza. En fin, el rey a todos oye; no sé por qué ha de dejar de decírselo y pedírselo, el padre Mariano» [537]. Ante estas presiones de la madre para que otros hablen al rey, se me ocurre que era ella la que tenía que haber pedido audiencia y explicar a Su Majestad todo lo que estaba pasando. Creo que esto mismo pensaba ella cuando vemos lo que dice a continuación de esas líneas apremiantes. «Mas, ¡qué parlar hago y qué de boberías escribo a vuestra paternidad (Gracián), todo me lo sufre. Yo le digo que me estoy deshaciendo por no tener libertad para poder yo hacer lo que digo que hagan» [538]. En posdata a esa carta, nueva mención del cautivo: «Doña Guiomar se está aquí y mejor, con harto deseo de ver a vuestra paternidad. Llora a su fray Juan de la Cruz y todas las monjas. Cosa recia ha sido esta. La Encarnación comienza a ir como suele». Cambio de carcelero En mayo de 1578 hay cambio de carcelero. El que era hasta ahora se ausentó y fue nombrado otro llamado Juan de Santa María, que ha venido del convento de Valladolid[539]. Con un gesto de gran humanidad evita un viernes al preso la comparecencia en el refectorio para la disciplina y reprimendas consiguientes. Fray Juan le dice: «Hermano, ¿por qué me ha privado de este merecimiento?» [540]. Y a este se añade otro gesto bien importante. Desde que ha entrado en la prisión no se ha podido fray Juan mudar de ropa interior. Su nuevo custodio le trae una túnica limpia y se puede cambiar (13, 363). Fray Juan va cogiendo confianza con él y un día le pide que le haga «la caridad de un poco de papel y tinta, porque quería hacer algunas cosas de devoción para entretenerse. Y se lo trajo» (26, 391). Antes de tener los elementos necesarios para escribir «se entretenía con sus canciones y las guardaba en la memoria para escribirlas», como dirá él mismo (13, 401).

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Nace la poesía más pura en una cárcel Pablo de Tarso, en la segunda prisión romana aludiendo a sus cadenas, dice a Timoteo: «¡Pero la palabra de Dios no está encadenada!» (2Tim 2,9). Tampoco la palabra poética de Juan de la Cruz estaba encadenada y así, conforme a la declaración de la copista de Beas, Magdalena del Espíritu Santo, en aquella soledad tan sola pasó de la memoria al papel las siguientes piezas: «Sacó el santo padre, cuando salió de la cárcel, un cuaderno que estando en ella había escrito de unos Romances sobre el evangelio In principio erat Verbum, y unas coplas que dicen: Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche, y las canciones o liras que dicen: Adónde te escondiste, hasta la que dice: Oh ninfas de Judea» (10, 325)[541]. Completando esta declaración tenemos la de Ana de San Alberto, que recoge de la boca el santo: «Allí hice [...] la otra canción que comienza: “Por cima de las corrientes en Babilonia hallaba”» (13, 401). Conociendo su espíritu litúrgico podemos aventurar en qué tiempo iría componiendo una y otra canción y archivándolas en su memoria. En aquel Adviento de 1577 pudo componer el romance de 310 versos, que viene a ser como la historia de la salvación. Yo lo llamaría meditatio pauperis in solitudine (meditación del pobre en la soledad). Arranca de lo más alto y profundo de la Trinidad, del ser del Verbo, y de la comunicación de las tres Personas de la Trinidad, de la creación, del anuncio de la futura encarnación del Verbo-Esposo que en todo semejante se haría a los hombres: «Y se vendría con ellos, y con ellos moraría; y que Dios sería hombre, y que el hombre Dios sería, y trataría con ellos, comería y bebería; y que con ellos contino él mismo se quedaría, hasta que se consumase este siglo que corría, cuando se gozaran juntos en eterna melodía».

Meditado así el proyecto divino, acaso en los más sentidos versos de todo el Romance acumula lo que llama oraciones, suspiros, agonía, lágrimas y gemidos de patriarcas y profetas que, alegres por la esperanza, sobrellevan ejemplarmente los trabajos de la vida. Las secuencias oracionales que forja hablan de la empatía de Juan de la Cruz con patriarcas y profetas, y especialmente con el profeta Isaías. Y canta fray Juan: «Unos decían: ¡Oh, si fuese en mi tiempo el alegría! Otros: acaba, Señor, al que has de enviar, envía! Otros: ¡Oh, si ya rompieses esos cielos, y vería con mis ojos que bajases, y mi llanto cesaría!

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¡Regad, nubes de lo alto, que la tierra lo pedía, y ábrase ya la tierra, que espinas nos producía, y produzca aquella flor con que ella florecería! Otros decían: ¡Oh, dichoso el que en tal tiempo sería, que merezca ver a Dios con los ojos que tenía, y tratarle con sus manos y andar en su compañía, y gozar de los misterios que entonces ordenaría».

A este diluvio de oraciones sigue otro gran diálogo del Padre con el Hijo en el que ya se habla de la inminente Encarnación. Sigue el envío del arcángel de la Anunciación «a una doncella, que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía». La última sección del Romance canta el Nacimiento del Hijo de Dios, «al cual la graciosa Madre en un pesebre ponía». Los últimos versos son un homenaje a la Madre como contemplativa insuperable: «Y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía; el llanto de el hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual de el uno y de el otro tan ajeno ser solía».

Con esta degustación del misterio trinitario y natalicio llenaba sus horas y mitigaba sus sufrimientos. Otra composición alentadora es la titulada por él Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe. De corte autobiográfico insoslayable. Hay que transcribir y leer todo entero el cantar: ¡Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche! 1. Aquella eterna fonte está escondida, que bien sé yo dó tiene su manida, aunque es de noche. 2. En esta noche oscura de la vida, que bien sé yo por fe la fonte [frida], aunque es de noche. 3. Su origen no lo sé, pues no lo tiene, más sé que todo origen della viene, aunque es de noche. 4. Sé que no puede ser cosa tan bella, y que cielos y tierra beben della, aunque es de noche. 5. Bien sé que suelo en ella no se halla,

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y que ninguno puede vadealla, aunque es de noche. 6. Su claridad nunca es escurecida, y sé que toda luz de ella es venida, aunque es de noche. 7. Sé ser tan caudalosos sus corrientes, que infiernos, cielos riegan y las gentes, aunque es de noche. 8. El corriente que nace de esta fuente bien sé que es tan capaz y omnipotente, aunque es de noche. 9. El corriente que de estas dos procede sé que ninguna de ellas le precede, aunque es de noche. 10. Bien sé que tres en sola una agua viva residen, y una de otra se deriva, aunque es de noche. 11. Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche. 12. Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan, aunque a escuras, porque es de noche. 13. Aquesta viva fuente que deseo en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche.

Autobiográficos más que nada estos versos en las tres últimas estrofas, en las que canta la sed de Eucaristía que le quemaba. Dirá sus misas de deseo sin pan ni vino, sin altar, sin corporales, sin velas, sin incienso, sin misal, sin gente... La misa de su poesía, en la que ha escanciado su alma, transida de hambre y sed de Eucaristía. Autobiográficos el Romance trinitario natalicio, el poema de la fonte y autobiográfico cien por cien el otro Romance sobre el Salmo «Super flumina Babilonis» (Salmo 136 Vulgata; 137 texto hebreo). El autor del Salmo se encuentra en Babilonia, desterrado de Sión. Nuestro preso se identifica con él. Como maestro de trascendencia y de trasposición sabe sobrevolar las situaciones concretas, penosas, como la de la cárcel en que está metido. Y le pasa que «moríame por morirme», como dice en el verso 35, y aspirando a la visión de Dios, comprueba que la vida de acá abajo le está privando de la vista del Señor. Se admira de que sus captores no se den cuenta de que el gozo los tiene engañados. Ante sus requerimientos él se niega a cantar en tierra ajena; se le ha quedado la alegría en Sión. No puede tener fiesta; sería una traición clamorosa a Sión. El final del romance suena muy fuerte. Frente a Sión, que representa a la descalcez, de la que ha sido arrancado a viva fuerza, se sitúa la hija de Babilonia, mísera y desventurada. Ante el salmo que termina, «¡Dichoso el que agarre y estrelle tus hijos contra la peña!», nuestro desterrado hace un quiebro magnífico salmodiando que el Señor «juntará sus pequeños / 185

y a mí, porque en ti lloraba / a la piedra, que era Cristo, / por el cual yo te dejaba». Resuenan aquí, en mi opinión, las motivaciones vocacionales de fray Juan, que ha dado inicio a la nueva familia carmelitana y ha dejado el antiguo Carmelo. Y todo ello «por Cristo». El comienzo del Cántico alumbrado en la cárcel suena también a desolación y a búsqueda; en la Fonte suspira por la Eucaristía; aquí clama en la primera estrofa por la vida eterna: «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste habiéndome herido; salí tras ti clamando y eras ido»[542].

Y si llegó a escribir las ocho canciones del poema de la Noche en la cárcel, tendríamos la narración anticipada de la fuga de la cárcel con no pocos de los detalles que se dieron en su evasión: sale en noche oscura, sale sin ser notado, es decir, detenido por quienes dormían a la puerta de su cárcel, estando ya su casa sosegada. Es fray Juan en persona quien comentando los últimos versos de la primera canción nos pone la clave autobiográfica en las manos: «Toma por metáfora el mísero estado del cautiverio, del cual el que se libra tiene por dichosa ventura, sin que se lo impida alguno de los prisioneros» [543]. A través de la letra de sus poemas compuestos y transcritos en la cárcel toledana hemos podido captar, al menos atisbar, las vivencias impresionantes de nuestro prisionero. Arrecia la lucha contra los descalzos La lucha contra los descalzos va a aumentar por culpa del nuncio, que el 23 de julio publica un breve infame[544]. La madre Teresa ya se entera de la existencia del breve la primera semana de agosto y escribe a Gracián, que, según le dicen «está muy copioso y que renuncia (anula, deroga) lo que ha hecho el nuncio pasado [...] y que manda que no tengan a vuestra paternidad por prelado y que no obedezca sino al nuncio y no a otra persona» [545]. Están tan contentos los calzados que quieren notificar y airear el Breve en todos los conventos de monjas y frailes. En Ávila, donde se encuentra la madre, no han notificado nada, ni en Mancera tampoco. Está escribiendo esta carta del 9 de agosto cuando llega a la puerta un carmelita calzado con un notario para la dicha notificación. La madre no puede contenerse y escribe: «Dios me lo perdone, que aún no puedo creer que el nuncio mandó tal cosa, digo aquel estilo» [546]. Se refiere a las falsedades consignadas en ese documento contra el padre Gracián. Y esto sí que le duele, sabiendo que Gracián no había usado casi durante un año sus facultades de visitador hasta que el propio Sega manifestó que no le había quitado esos poderes. ¡Y ahora sale con esa falsedad y en un documento público! Basta de lamentos. Al día siguiente irá Julián de Ávila a Madrid «a 186

conocer por prelado al nuncio y hacernos mucho con él, para suplicarle no nos dé a los calzados» [547]. Recogiendo el sentimiento de las monjas de San José, añade la Madre: «Estas hermanas han sentido más el breve que todo por lo que dicen de vuestra paternidad, y se le encomiendan» [548]. Como no se había procedido conforme a las normas vigentes en la publicación del breve, el rey «dio orden a todas las autoridades para que fuese retirado el documento de Sega». Con esta provisión del consejo real del 9 de agosto, contraria al breve de Sega, la santa se siente más tranquila. Gracián podrá así continuar la visita. Los calzados no se dan por enterados y el Tostado sigue en su afán de atacar y destruir a los pobres descalzos. Leído ese breve ahora a distancia de siglos, admira el conjunto de inexactitudes y falsedades que contiene y la frescura con que se invalidan todas las disposiciones del nuncio anterior. Mientras allá fuera se van sucediendo todos estos acontecimientos, fray Juan está sufriendo allá dentro lo indecible. Casi seguro que también le llega la noticia de ese nuevo breve del nuncio, pues lo cacarearán a la puerta de su carcelilla sus émulos para que se entere y piense mejor lo que le conviene. Teresa se entera, ya tarde, de dónde está preso fray Juan Teresa continúa en su afán por enterarse dónde estará encarcelado fray Juan, y escribe a la priora de Toledo, Ana de los Ángeles, diciéndole que le llega noticia de que puede estar allí y le ruega que procure averiguarlo en firme, que haga las diligencias posibles, y que la avise (14, 163). La priora trató de averiguarlo «por medio de un padre calzado que era confesor de sus descalzas y por medio de otro padre del mismo convento que pedía de ordinario la limosna y por otros caminos, mas por todas partes halló cerrada la puerta para saberlo, aunque quedó con sospechas que estaba en Toledo» [549]. Sigue insistiendo y, según dice una de las monjas de Toledo, la priora «vino a saber cómo era verdad que estaba preso el dicho fray Juan», allí en Toledo (14, 157-158). Aunque la priora le haya confirmado que fray Juan estaba preso, sin falta, allí en Toledo, esta noticia debió llegarle a la madre el día 20, pues vemos que el día 19 no lo sabe todavía, y ya lo sabe al día siguiente, como se ve por su correspondencia. No deja de ser simpática la observación de la beata Ana de San Bartolomé que, cómo no, se lo dijo: «Nuestro Señor, que en cosas más fáciles la descubría, y en esta en nueve meses no supo dónde estaba el buen padre fray Juan de la Cruz que ella tanto quería» [550]. ¿En qué pensáis ahora? El 14 de agosto, la víspera de la Asunción visita al preso el prior del convento, padre Maldonado. Fray Juan, de rodillas y de espaldas a la portezuela, está sumido en oración. «¿Por qué no os levantáis viniendo yo a veros?», le dice el prior. Fray Juan responde sumisamente que no puede levantarse tan de prisa y pensaba que era el carcelero. El prior sigue preguntándole: «Pues, ¿en qué pensáis ahora?». Y fray Juan: «En que 187

mañana es día de Nuestra Señora y gustará mucho decir misa». Y el prior: «No en mis días», y sale bufando. Así se lo contó el santo a Martín de la Asunción (14, 96). El prior se debió escandalizar de que un condenado por desobediente y rebelde y excomulgado quisiera, sin más, decir misa. Fray Juan queda desconsolado y cada vez se da mejor cuenta de «que querían acabar con él de aquella manera, pues viéndole morir, ningún regalo le hacían, ni muestras de compadecerse de él». Las monjas de Toledo pronto le oirán decir que «se sentía tan descaecido que se iba muriendo». Todavía el 14 de agosto escribe Teresa a Gracián y le insta: «Y a vueltas, no olvide si se puede hacer algo de fray Juan de la Cruz» [551]. Y cinco días más tarde manifiesta de nuevo su interés por el encarcelado y dice al mismo Gracián: «Yo le digo que tengo por cierto que, si alguna persona grave pidiese a fray Juan al nuncio, que luego le mandaría ir a sus casas, con decirle que se informe de lo que es ese padre y cuán sin justicia le tienen» [552]. Y lanza esta exclamación: «No sé qué ventura es que nunca hay quien se acuerde de este santo». Y añade todavía solícita por su fray Juan: «A la princesa de Éboli que lo dijese Mariano, lo haría». Cuando trata de movilizar toda esta gente a favor de fray Juan de la Cruz, ya es tarde y él ha volado ya de la cárcel. Las comunicaciones no eran tan veloces e instantáneas como ahora. Jerónimo de San José dice sintetizando lo que fue aquella cárcel: «Una prisión al inocente, mucha materia le da de merecer. Lleva consigo este trabajo la calumnia, el testimonio, la infamia, el oprobio, la incomodidad, la apretura, el desconsuelo, el temor, el riesgo de la vida y cuanto mal –que son innumerables– se encierra en esta triste voz: prisión»[553]. Noches oscuras y claridades Hay para escribir una novela sobre la cárcel de Juan de la Cruz. Pero lo importante no es novelar sino historiar en firme todas esas incidencias y sobre todo acertar a describir los altibajos anímicos del preso en aquellos meses, la alternancia de luces y sombras, de noches oscuras y jornadas luminosas en que le tocó vivir. Acerca de estas vivencias contamos con algunos datos autobiográficos aportados por fray Juan. María de Jesús Godínez de Sandoval, con quien fray Juan trataba con suma confianza, hablando de la cárcel toledana, contaba: «Yo le pregunté que si tenía consuelos de Dios allí. Dijo que raras veces –y creo me dijo que nunca– [...] que todo padecía alma y cuerpo, con grande afrenta y oprobios que de los suyos recibía, sin queja ni murmuración de ellos, sino como un ángel» (26, 305-306). Ana de San Alberto refiere: «Yo le pregunté algunas cosas de las que allí (en la cárcel) le había dado Nuestro Señor: Y me dijo: “Dios me quiso probar, mas su misericordia no me desamparó. Allí hice aquellas canciones que comienzan: Adónde te escondiste... y que con estas canciones se entretenía y las guardaba en la memoria para escribirlas, y que nuestro Señor hartas veces le visitaba y consolaba y animaba y disponía para otros 188

trabajos que había de padecer, y le daba esperanzas del aumento de la Religión, y que ya iba viendo lo que nuestro Señor le había prometido. Díjome: “Hija Ana (de San Alberto), una sola merced de las que Dios allí me hizo, no se puede pagar con muchos años de carcelilla. ¡Ojalá que ahora me encerraran donde no tratara sino a solas con Dios”» (13, 401). El simple hecho de que en 1581 llamara fray Juan a su cárcel la ballena de Jonás ya testimonia bastante de sus tribulaciones carcelarias[554]. Y aún más nos dice, si la tomamos como página autobiográfica que es, la siguiente del libro de la Noche, cuando describe cómo afecta la acción divina al alma, «absorbiéndola en una profunda y honda tiniebla, que el alma se siente estar deshaciendo y derritiendo en la haz y vista de sus miserias con muerte de espíritu cruel; así como si, tragada de una bestia, en su vientre tenebroso se sintiese estar digiriéndose, padeciendo estas angustias como Jonás en el vientre de aquella marina bestia (Jonás 2,1)» [555]. La conjunción de expresiones como «honda tiniebla», «estar deshaciéndose», «estar digiriéndose» ya describen lo que pudieron ser tantas de aquellas horribles jornadas toledanas, con fríos y calores y con toda clase de descomodidades. El mencionado Jerónimo de San José, que dedica una decena de capítulos a la cárcel de Toledo, trata de escandallar el alma de fray Juan en profundidad, deteniéndose en las aflicciones y desconsuelos interiores que tuvo que padecer el encarcelado, en la sabiduría del cielo que se le infundía, etc[556]. Sería necesario que algún maestro en psicología profunda y experto en vida espiritual al mismo tiempo se empeñase en darnos la semblanza interior de este encarcelado tan especial. Como alternativa a las oscuridades interiores cuenta Martín de la Asunción, como oído al propio santo, que «una noche en la dicha prisión le trajeron lumbre del cielo, lo cual le duró toda la noche y que la noche le pareció muy corta, con que estuvo muy consolado; y la noche siguiente, estando triste y afligido, le tornaron a traer la propia luz, sin saber de dónde venía, viniendo un fraile a deshora, aquella noche vio cómo el santo tenía luz y fue al prelado y le dijo cómo el dicho santo tenía luz en la cárcel; y vino el prelado con otros religiosos, y abriendo la puerta de la cárcel, vio cómo estaba clara como de día, y preguntándole que quién le había dado luz, habiendo el mandato que no se la diesen, se apagó la lumbre que traía el dicho prelado y la claridad que había en la dicha cárcel se acabó y salió diciendo el prelado: “O este hombre es santo, o es encantador”» (14, 93; 23, 370).

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Capítulo 14 La fuga de la cárcel

Preparando la fuga Le llega la hora de hacer una opción arriesgada y de poner en marcha la ilusión de cualquier preso de escaparse de la cárcel. También él va ahora a imaginar su evasión y sueña con ello. Va a ser un salto de muerte. Activa este mecanismo y empieza a organizarse. Los declarantes hablan de cómo el encarcelado, «después de haber encomendado esto a nuestro Señor por algunos días, sintió en su alma un impulso grande que se fuese, que nuestro Señor le ayudaría» (26, 391). Otro dirá: «Encomendábase a nuestro Señor y a su santísima Madre y que le enseñasen lo que haría» (26, 401). Y no falta quien, como Martín de la Asunción, asegura que fray Juan le contó que la noche siguiente a aquella negativa del prior cuando le manifestó que le gustaría decir misa, «se le apareció nuestra Señora con mucho resplandor y claridad, y le dijo: “Hijo, ten paciencia, que presto se acabarán estos trabajos y saldrás de la prisión y dirás misa y te consolarás”» (14, 96; 23, 370)[557]. El caso es que el preso, ante hemorragias intestinales o cámaras que le dan y que con el poco regalo que tenía le pusieron en lo último, cree obligación de conciencia lanzarse a salvar su vida, entendiendo «querían acabar con él, pues, viéndole morir, ningún regalo le hacían ni muestras de compadecerse de él» (26, 387)[558]. Con la confianza que ha ido cogiendo con el nuevo carcelero, le pide que le deje la puerta abierta y que él mismo llevará a verter «a las necesarias el servicio que le ponía para sus necesidades». Accede el carcelero y mientras la comunidad está en la siesta le deja la puerta abierta. Y detalla el carcelero: «Este testigo, vista su gran paciencia, compadecido algunas veces, en acabando de comer le abría la puerta de la cárcel para que se saliese a tomar aire de una sala en lo alto, que estaba delante de la puerta de la carcelilla, y le dejaba allí cerrando la sala por de fuera. Esto era algunas veces en cuanto los religiosos se recogían a mediodía» (14, 290). El preso no pierde el tiempo; además de oxigenarse se fija bien en cómo es el cierre de la cárcel: un candado y sus tornillos. Cuando ya la siesta de los frailes va a llegar a su fin, «volvía este testigo y abría la sala y decíale se recogiese; y el bienaventurado padre lo hacía luego, poniendo las manos y 190

agradeciéndole la caridad que le hacía» (ib). Al día siguiente disfruta de la misma caridad y libertad y comienza a aflojar los tornillos del candado tanto cuanto le parecía necesario, de modo que en su momento haciendo desde dentro «alguna fuerza en la puerta, saliesen los tornillos con el candado». Otra petición al carcelero: le pide unas tijeras, aguja e hilo, para remendar un poco el hábito (26, 391). Con el hilo que le sobra se las ingenia para medir la altura a que se encuentra del suelo. Ata a un extremo una piedrecilla y lo lanza por una de las ventanas. Hecha la medición, se mete en la cárcel «y a la hora que le pareció más segura tomó dos mantas que tenía viejas y midiolas de esquina a esquina, y vino a faltarle para llegar al suelo cosa de dos estados, que con el del cuerpo y tendidos los brazos podía echarse sin peligro» (ib). La «inocencia» del carcelero El carcelero da la impresión de una cierta complicidad o de ser un inocentón máxime cuando él mismo nos cuenta lo siguiente: «Uno de los postreros días que estuvo en la cárcel llamando el santo padre fray Juan a este testigo, le dijo le perdonase, y que en agradecimiento de los trabajos que él a este testigo había dado, recibiese aquella cruz y Cristo que le ofrecía, que se la había dado una persona tal, que además de deberse estimar por lo que era, merecía estima por haber sido de la tal persona. Era la cruz de una madera exquisita y relevados en ella los instrumentos de la Pasión de Cristo Nuestro Salvador y clavados en ella un Cristo crucificado de bronce, la cual este santo traía colgado debajo del escapulario, al lado del corazón, y este testigo recibió este don de este santo, y aún le tiene y conserva» (14, 290-291). ¿No habrá recibido fray Juan esta cruz de manos de la madre Teresa, o a qué otra persona se puede referir?[559]. Y, ¿cómo Juan de Santa María no sospechó ante este gesto que se trataba de algo así como de una despedida y que tenía que vigilarle más no se le fuera a escapar? ¿No se daba cuenta de que los tornillos del candado andaban un poco flojos y que podían haber sido manipulados? «Salí sin ser notado» Cuando Juan de la Cruz escriba este verso está, irremediablemente, pensando en cómo se fugó de su cárcel sin ser detenido, pasando entre las camas de sus detentores, profundamente dormidos en aquella noche toledana. En fin, el recluso, después de haber preparado la fuga al milímetro, se encomienda al Señor y a Santa María, y adelante. Huirá durante la noche, una noche de luna muy clara. Dio la casualidad de que aquella noche había llegado el provincial y otros dos maestros por sus compañeros. Les prepararon las camas en la sala antistante a la carcelilla. Se acostaron ya a media noche. Cuando el preso supone que ya están dormidos, empuja la puerta por dentro y tornillos y candado caen haciendo un gran ruido. Se despiertan los de la sala y dicen: «Deo gratias, 191

¿quién es?» (26, 392). Fray Juan ni respira. Cuando ya más tarde los oye roncar a dúo o a trío «recoge las tiras de las mantas y el garabato del candil, sale de la cárcel, pasa sigilosamente por entre las camas de los frailes, que duermen; sale de la sala al corredor y va derecho a la ventana de arco que da al Tajo» [560]. Esa ventana, como la describe el carcelero, era la de un mirador que «no tenía reja ni hierro en que se pudiese hacer fuerza para descolgarse. Porque no era más que una paredilla de media asta de ladrillo, que tenía de ancho medio ladrillo, y por remate un madero del mismo ancho para que se pudiesen recostar y arrimar sobre él y no se ensuciar los hábitos, y este madero no tenía cosa que le pudiese tener fuerte de los lados» (14, 291). Parece una fotografía esta descripción tan detallada; pues al propio carcelero le tocó a la mañana siguiente identificar y reconstruir el cómo y por dónde se le había fugado el recluso: «Pues tomando el siervo de Dios un mango de un candil, metiole entre este madero y el ladrillo y, haciendo pedazos unas manticas viejas que tenía, ató él un pedazo al mango del candil, y los otros unos a otros, y al cabo una tuniquilla vieja o pedazo de ella; y aun todo no llegaba al suelo con estado y medio, y todo esto venía a dar en una parte, por la parte a donde caía, tan peligrosa, que a no caer derecho, o resbalar, caía a un despeñadero, que con la obra nueva todo estaba alterado» (14, 291). La descripción es insustituible; y, sin duda, por allí se había descolgado como pudieron constatar el carcelero y los demás frailes del convento, cuando vieron que faltaba de la cárcel. Antes de aventurarse se quitó el hábito y lo echó abajo y santiguándose comenzó a descolgarse, asiéndose con las manos y con entrambas rodillas por las mantas abajo. Había hecho muy bien los cálculos de la altura y así se dejó caer con los brazos en alto como quien alarga de ese modo su estatura. Por fortuna no se ha despeñado. A la luz de la luna se pone el hábito «y sigue por lo alto de la muralla hacia la izquierda, hasta dar en un corralillo sin salida. Cuatro muros le cercan difíciles de escalar; a su derecha, formando ángulo, las murallas de la ciudad sobre los riscos del Tajo; a la izquierda, el muro del convento del Carmen; de frente, el del monasterio de las monjas de la Concepción. El fugitivo da vueltas buscando, a la luz de la luna, una salida, y llega a reconocer el lugar; está en el corral de las monjas de que le ha hablado alguna vez el carcelero» [561]. Así reconstruye muy claramente el biógrafo Crisógono de Jesús aquella situación angustiosa, sirviéndose particularmente de los testimonios más fidedignos de Juan de Santa Ana (26, 400-402) y de Inocencio de San Andrés (26, 391-393). El propio Juan de la Cruz contará dentro de unas horas a las descalzas de Toledo cómo había sido la cosa. Una de ellas, la hoy beata María de Jesús (Rivas) dice: «Dio en unos corrales muy hondos y pedregosos que había allí de un monasterio de monjas, y decía el santo que fue tribulación tan grande cuando se vio allí» (26, 453). Y la misma religiosa cuenta que «al verse así sin salida nos dijo que estaba con grande tribulación y temores si las monjas le habían de hallar allí de noche, y si los frailes del Carmen le veían, que fuera grande mal para él», «temió le cogieran los padres y le matarían. Así lo decía él». La angustia le creció tanto que «quiso dar voces a los mismos frailes pidiendo misericordia y que le volviesen a la prisión», dice una de las novicias descalzas de Toledo (13, 371). 192

Dios aprieta, pero no ahoga. Así sucedió aquí. Después de esos momentos tan críticos y angustiosos, así como pudo, comenzó a arrimarse a una esquina del corral y asiéndose por unos agujeros, o mechinales que tenía, ya, casi sin pensar cómo, se vio encima. Da unos pasos y llega a un derrumbadero de la muralla y por él se dejó caer y sin daño ninguno se encontró en la calle. Como ánima en pena por las calles de la ciudad Gente de una tabernilla que le ve a aquellas horas por la calle, le dice: «Padre, véngase acá, porque aquí se podrá estar hasta mañana, que, como es tarde, no le abrirán» (26, 392-393). Agradece la invitación, pero no se quiere detener. Y a aquel hombrecillo con un hábito tan pobre, sin capilla y roto, que no parece ni fraile, al pasar por la plaza «donde las vendedoras estaban con sus luces le baldonaron con malas palabras hasta que le perdieron de vista», y comenta Ana de San Bartolomé: «Y no es de maravillar, porque a tal hora ver un fraile por la plaza solo y aguijando y desarrapado y sin capilla, que no la llevaba, ocasión era de pensar cualquier cosa» [562]. ¡Qué noche, Dios mío, más toledana y todavía no ha terminado! Sigue caminando en busca del convento de sus hermanas las carmelitas descalzas. Al momento ve abierta una puerta «y el señor de la casa en el zaguán con una espada desnuda en la mano y un criado que le alumbraba con un hacha encendida». No se asustó, sino que se acercó al caballero, que parecía don Quijote velando las armas, y le dijo: «Suplico a vuestra merced se sirva de hacerme caridad que esta noche me quede en este zaguán en este poyo, porque en mi convento no me abrirán por ser tarde; que luego por la mañana me iré» (26, 393). En hora buena puede quedarse. Y cerraron la puerta de fuera y la de la escalera. Allí quedó el fugitivo soñando sus maitines, pues el Breviario se había quedado en la cárcel. Amanecía. Golpea la puerta de la escalera; un criado le abre la puerta de la calle y sale rápido. Al primero que encuentra pregunta por el convento de las carmelitas descalzas de la madre Teresa. Le encaminan y llega al convento, que se encuentra en la que hoy es calle Núñez de Arce. «Fray Juan de la Cruz soy» La puerta exterior está todavía cerrada. Llama y la mujer que servía de demandadera le abre. Llama al torno; la tornera pregunta: «Ave María purísima, ¿quién es? ¿Qué desea?». Y él responde con un hilo de voz: «Hija, fray Juan soy, que me he salido esta noche de la cárcel. Dígaselo a la madre priora» (14, 158). La priora, advertida, corre al torno. Fray Juan le pide que le protejan, que le amparen, que le escondan, pero deprisa, «porque, si le topaban los frailes del Carmen –decía él–, que le harían migajas». La priora encuentra la solución rápidamente: en el convento hay una monja enferma, que pide confesión: se llamaba Ana de la Madre de Dios[563]. Se abre la puerta de la 193

clausura, con la intervención de la priora y de las clavarias (las de las llaves) o terceras y entra el recién llegado a confesar y atender espiritualmente a la enferma. Es un cuadro lastimero, tal como lo refieren las presentes cuando le ven. Una dice: «Venía sin capa blanca y el demás del vestido muy maltratado, y el rostro tan desfigurado y flaco y descolorido, que mirarle daba compasión» (14, 163). Otra: «Venía tan flaco y descaecido que apenas parecía poderse poner en pie, sin capa blanca y el demás hábito tan mal tratado. Que apenas parecía religioso» (14, 158). Una más: «Casi no le conocían ni podía echar el habla, que parece iba a expirar». Isabel de Jesús, novicia, nos dice: «Vino al amanecer a nuestro convento de descalzas de Toledo, tan acabada la virtud (vigor) y fuerzas naturales, así de la turbación, como del mal y trabajos de la prisión, que casi no podía hablar a la portera; a la cual dijo con mucha humildad que le favoreciesen a prisa, porque entendía venían en su seguimiento» (13, 371). Constanza, otra novicia, explica: «Vile tan desfigurado, que parecía estaba más para la otra vida que para esta». ¡Buen modelo para el Greco! Y la misma novicia, impresionada por aquella visión, añade: «Hizo muy grande compasión a todas de verle venía con una sotanilla negra muy vieja y tan acabado que no se atrevieron a darle nada de comer, sino unas peras asadas con canela» (13, 363). De la comida de la cárcel les dijo que «era tan limitada, que parecía se la daban para acabar más presto la vida, y que sentía en sí que se desustanciaba» (13, 365). Al verle así se dijeron: «Hay que darle algo de comer, hay que regalarle». Pero, sólo por el momento, le dieron las mencionadas peras asadas con canela, pensando que era lo que más le convenía y lo que podría aguantar su estómago. Teresa de la Concepción, hermana de velo blanco, que era entonces la enfermera, fue la que le preparó y le dio las peritas con canela (13, 364). Peras con canela El gran escritor y amigo José Luis Martín Descalzo, en uno de sus artículos, cuenta esta escena en un soneto que titula justamente: Peras con canela[564]: «Mientras el cielo está de centinela, al fraile con el cuerpo malherido las monjas conmovidas le han servido unas peras cocidas con canela. Lee el fraile al amparo de una vela unas pocas canciones que ha podido rescatar de la cárcel, donde ha sido huésped, cautivo, pájaro y gacela. Son canciones de amor sobre el Amado que huyó como una cierva en la espesura dejando a quien le busca des-almado. Y las monjas ardiendo de alegría,

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escuchan a este fraile desmedrado, mientras la fruta se le queda fría».

¿Y el hábito? Lo de la «sotanilla negra» de que se habla pienso que eran los restos del hábito de calzado, que entonces era de color negro, y que le habían vestido como a la fuerza, al despojarle del hábito marrón de los descalzos. Mientras se le arreglan, se viste la sotanilla vieja del capellán que tienen por allí. En busca del fugado Ya la priora, muy prudente, ha hecho un cambio en la portería; en lugar de la que está, Leonor de Jesús, inocentona y sin mayor experiencia, pone a Isabel de San Jerónimo, con buenas dotes de diplomática. Allá en el convento del Carmen quedan, como testimonios de la fuga, los colgajos de las mantas pendientes de la ventana por donde se ha lanzado. Alonso, dramatizando un poco la cosa, presenta a algunos de los padres calzados que por la mañana, para tomar un poco el fresco al salir el sol, se llegaron al miradorcillo para gozar de la marea del río y «como vieron el cabo del candil y las tiras de las mantas pendientes de él, sospecharon lo que era». Preguntaron al carcelero por el preso; respondió que estaba en la cárcel. Pero «mira al miradorcillo». Y él: «No, en la cárcel está. Yo le cerré anoche con candado y nuestros dos padres durmieron esta noche delante de su puerta y estase el tal que no está para huir». No obstante, dicho esto, acudió veloz a la cárcel y halló a los dos padres durmiendo todavía en la sala «y la cárcel abierta sin preso» [565]. Informado el prior, Fernando Maldonado, envió religiosos en su busca. Dos llegaron al convento de las descalzas. Preguntan: ¿No ha venido por aquí un padre de la Orden llamado Juan de la Cruz? La monja, más lista que ellos, «les respondió con muy buen término, sin decir mentira, deslumbrándolos, de que por maravilla veían a ningún religioso» (13, 364). Le piden las llaves de la iglesia y del locutorio «y habiéndolo mirado todo, se fueron sin hallar a nadie». Otra de las monjas dice: «Vinieron en su búsqueda frailes y alguaciles y cercaron la casa», todo aquel día (13, 367). Además de buscar al evadido por el convento de las descalzas rastrean otros caminos hacia Ávila, Medina del Campo, etc. Todo inútil. Pero, «¡qué lejos estarán de pensar los frailes del Carmen que el descalzo fugitivo está tan cerca!» [566]. En las cerca de tres horas que pasa dentro del convento ha hecho ya tantas cosas: ha tomado sus peritas con canela tan ricas, ha confesado a la enferma, ha contado bastante largamente los percances de su fuga, el deambular por la ciudad buscando el convento, las penalidades de tantos meses de reclusión, etc. Sus hermanas, que le han adecentado y arreglado el hábito, le han enterado de la marcha de la descalcez, y han hablado de la madre Teresa, por la que él ha preguntado con veneración filial. Y le han informado de que ella ha estado todo este tiempo buscándole, como una madre, y removiendo cielo y tierra para encontrarlo. 195

Revoloteo de versos en la iglesia Ya cerca de mediodía se ha cerrado la puerta de la iglesia; y sacan a fray Juan por una puerta pequeña por la que salen las monjas a barrer el templo y adornar los altares. Menos mal que existía entonces esa puerta interior, de modo que pudo pasar así de un escondite a otro, sin salir al exterior con el peligro de ser apresado de nuevo por los que patrullaban por los alrededores. Esa puerta, en fuerza de un motu proprio de Gregorio XIII, De sacris virginibus, del 30 de diciembre de 1572, hubo que cerrarla en los monasterios; y luego quedó como prescripción en las Constituciones de las monjas de 1581 la prohibición de tenerla[567]. Conociendo a fray Juan y su espíritu eucarístico y que no había vuelto a poner un pie en la iglesia durante los nueve meses de su cautiverio, nos podemos imaginar lo que para él supuso aquel acercamiento al altar. Ya en la iglesia, en la que pasará toda la tarde, se acerca fray Juan a la reja del coro bajo. Las monjas por dentro, emocionadas, le van a escuchar, como en primicia, parte de los versos que ha compuesto en la cárcel. Una de las oyentes recuerda: «El santo estaba con nosotras por la reja de la iglesia hablando cosas muy altas de Nuestro Señor y de una obra que había hecho, en la prisión, de la Santísima Trinidad, que era un gozo del cielo oírle» (13, 364). Otra declara que «dijo unos romances que traía de cabeza y una religiosa los iba escribiendo. Son tres, y todos de la Santísima Trinidad. Esto pasó estando yo novicia en Toledo», dice Isabel de Jesús (13, 371-372). No sabemos si además de ese gran Romance que se sabía de memoria, les habrá recitado algunas canciones del Cántico espiritual. Acaso también les ha recitado el romance autobiográfico sobre el salmo «super flumina Babilonis», en el que, desde la paráfrasis bíblica, cuenta los azares de su destierro carcelario. Protegido en el hospital de Santa Cruz La priora de las descalzas, cuando ya se va poniendo el sol, se pone en comunicación con don Pedro González de Mendoza, canónigo de la santa Iglesia Catedral de Toledo. Llega don Pedro al convento. La madre le expone puntualmente el caso y él se muestra dispuesto a hacerse cargo de fray Juan y a tenerlo consigo en su casa, es decir, en el hospital de Santa Cruz, donde él vive. Fray Juan se dispone a partir, dejando en el aire de la iglesia flotando aquellos sus versos. Las monjas le ven partir; no va lejos, el Hospital de Santa Cruz está muy cerca; y una de ellas cuenta cómo el caritativo canónigo se lo lleva en su carroza «vestido con un hábito de sacerdote de clérigo encima del suyo, porque no fuese conocido de nadie, porque no le volviesen a prender; y estuvo en su casa con grande secreto y hasta tanto que se sintió para poderse poner en camino» (14, 159). Lo que hoy es Museo era entonces el Hospital de Santa Cruz, «el hospital del Cardenal», en referencia al fundador Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal[568]. 196

En este hospital «se crían en él y se dan a criar los niños expósitos, que llaman de la Piedra (esta es una piedra que hay en la santa Iglesia de Toledo donde encubiertamente se ponen los niños desamparados)» [569]. No sé qué recuerdos infantiles habrán aflorado en la mente de Juan de la Cruz ahora al encontrarse con las amas de pecho dándoselo a los pequeños[570]. Nuestra ignorancia a lo que pudo ser aquel tiempo en que trató allí de recuperarse bajo la atención de Pedro González de Mendoza, administrador del hospital, es prácticamente casi absoluta, ni nos consta que Juan de la Cruz hablase de tal estancia con alguno de sus frailes. No se nos prohíbe imaginar que en ese tiempo, aunque no tengamos pruebas documentales, fray Juan visitaría más de una vez el convento de las carmelitas descalzas. Un propio a la madre Teresa La noticia de la liberación, tan deseada, se la envían con un propio a la madre las descalzas de Toledo, como dice la beata María de Jesús (Rivas): «Nuestra Santa Madre se alegró mucho de saber estas nuevas que le enviamos, porque nunca habíamos sabido, ni la santa, adónde estaba, desde que le prendieron los calzados, y estaba muy apenada» (26, 453). En carta del 21 de agosto a Gracián le pone la madre al corriente de los sufrimientos de fray Juan en su prisión: «Yo le digo que traigo delante lo que han hecho con fray Juan de la Cruz, que no sé cómo sufre Dios cosas semejantes, que aun vuestra paternidad no lo sabe todo. Todos nueve meses estuvo en una carcelilla que no cabía bien, con cuan chico es, y en todos ellos no se mudó la túnica, con haber estado a la muerte –tres días antes que saliese le dio el suprior una camisa suya– y unas disciplinas muy recias, y sin verle nadie. Tengo una envidia grandísima. ¡A usadas que halló nuestro Señor caudal para tal martirio! Y que es bien que se sepa, para que se guarden más de esta gente. Dios los perdone, amén... Información se había de hacer para mostrar al nuncio de lo que esos han hecho con ese santo de fray Juan, sin culpa, que es cosa lastimosa. Dígase a fray Germán, que él lo hará, que está en esto muy bravo...» [571]. Todavía en agosto vuelve Teresa a acordarse de lo que ha padecido fray Juan en la cárcel. Ha recibido una carta de Gracián «llena de cerro y melancolía». Al contestarle le envía un escrito suyo para el nuncio y le suplica que ponga las señas, no sea que ella se equivoque y hasta le dice: «Una de esas señoras le pondrá, la que más parezca a mi letra». Se trata de las parientas don Diego de Peralta donde estaba hospedado Gracián. Trata luego de confortarlo y lograr que no esté «bobo con tantos escrúpulos», y trata de quitárselos con sus consejos. Y ante este estado de melancolía que tiene su padre Gracián le dice: «Si con tan buena vida tiene ese cerro, ¿qué hubiera hecho con la que ha tenido fray Juan?» [572]. Aquí «cerro» significa melancolía y, ni hacerlo adrede, Gracián escribe en broma y con gran humor las Constituciones del Cerro «para todos los melancólicos, tristes» [573].

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Noticia en la corte En el ámbito de la corte sí se llegó a tener noticia del caso de fray Juan prisionero, aunque, como hemos dicho, no se conoce intervención ninguna eficaz a favor de aquel pobre encarcelado. Se conoce una carta del secretario Mateo Vázquez al secretario Zayas sobre «lo del carmelita de Toledo»; allí le dice: «Me enterneció de manera que se me saltaron las lágrimas de los ojos, leyendo los papeles de V. M. Me duele más por lo que toca al ejemplo público, ver lo que pasa y se deja de pasar en este mundo malo. Ando tan afligido que no tengo corazón para pasar de aquí; no porque me falte ánimo, sino de coraje, que haya nadie en el mundo osado de pensar tan gran maldad y atrocidad contra quien desde que nació no supo ni quiso ofender a persona del mundo, sino hacer a todos el bien y servicio que ha podido». Con razón piensan los biógrafos Efrén y Otger que publican el texto que ese carmelita de Toledo no podía ser sino fray Juan y que la madre Teresa sabía que los informes a favor de fray Juan eran conocidos en las altas esferas: «Allá anda en consejo también esta queja. Dios lo remedie», escribía ella[574]. Y... ¿el carcelero? ¿Qué sucede el mismo día de la fuga del preso en el convento del Carmen de Toledo? Lo primero, verificado el hecho de la fuga, pedir cuentas al carcelero por su negligencia en la custodia del encarcelado. Le privan de voz activa y pasiva y le ponen en el último lugar de aquella comunidad tan numerosa. Acepta tranquilo estas penas canónicas, pero en su interior se alegra de la evasión de fray Juan de la Cruz. Lo dice él mismo: «Y aunque a este testigo le privaron de voz y lugar por algunos días, él y otros frailes particulares se holgaron se hubiese ido, porque tenían compasión de le ver padecer, llevándolo todo con tanta virtud» (14, 292). En esta su declaración del 23 de junio de 1616, además de lo que ya dice en este fragmento de la virtud del santo, hace otras cuantas afirmaciones subrayando su paciencia, su no quejarse de nadie, o llorar su suerte, etc., todo un himno de primera mano a la grandeza de ánimo del preso. A los pocos días de la fuga de fray Juan cayó por Toledo Gabriel de San José, carmelita calzado, que se acercó a saludar a las descalzas y ellas le contaron todo lo sucedido (24, 75). Se vio también con Juan de Santa María, el carcelero, y refiere que le dijo «que estaba admirado cómo el dicho Siervo de Dios había salido por parte tan peligrosa, estando como estaba en aquella ocasión tan enfermo y pasado, con el mal comer y disciplinas que le habían dado; y que si no era milagrosamente ayudado de la mano de Dios y de su Santísima Madre, de quien fue tan devoto, no había podido ser de otra manera» (24, 75). Excurso Dejamos ahora descansando a fray Juan y hacemos un nuevo excursus o digresión, o, 198

como diría la madre Teresa, «diversión». Habrá que responder a algunas preguntas: ¿cómo fue posible aquel atropello cometido contra un inocente como Juan de la Cruz? Simplificando al máximo yo contestaría: las dificultades inherentes a la reforma de la Orden, los llamados conflictos de jurisdicción[575], mil pequeñeces humanas, la aplicación indebida de algunos decretos del Capítulo General de la Orden, etc., dieron con fray Juan de la Cruz en la cárcel conventual del Carmen de Toledo. El conflicto de jurisdicción ha sido ya estudiado ampliamente y habría que señalar las intervenciones de las diversas jerarquías: la potestad ordinaria de los superiores de la Orden, y otra delegada o subdelegada de la Santa Sede a los nuncios, y comisarios apostólicos, estando particularmente sujetos a estas últimas los descalzos. No es el caso de entrar a discutir con quienes se empeñan en rebajar el tono de aquella cárcel. Basta leer el testimonio del segundo carcelero para darse cuenta de lo que fueron aquellos nueve meses de encerramiento. Otra pregunta que ya hace años me hice y que ahora quiero reproponer: ¿Padeció san Juan de la Cruz el «síndrome de Estocolmo»?[576]. Si lo padeció, ¿el síndrome en él fue el triunfo de mil tentaciones? El segundo carcelero certifica que al padre fray Juan de la Cruz «nunca le vi ni oí quejarse de nadie ni culpar a los que así le ejercitaban». Y la reclusión había durado nueve meses: diciembre de 1577-agosto de 1578. Ya el mismo día de la fuga, al relatar, casi sin fuerzas físicas, su confinamiento a las descalzas de Toledo, excusaba fuertemente a quienes le habían tenido encarcelado. Esta actitud de disculpa o exculpación raya casi casi en alabanza, diciendo que creían que acertaban. Nunca toleró que se hablase mal de ellos. A la cárcel llamaba con cierta nostalgia «mi carcelilla», y en cierta ocasión llegó a exclamar: «¡Ojalá que ahora me encerraran donde no tratara sino a solas con Dios!» (13, 401). ¿Cómo podemos contestar a lo del «síndrome de Estocolmo» en la vida de fray Juan? Hagiógrafos tradicionales responderán acaso: «No hay nada de eso». Disculpar a quienes le tuvieron preso es la expresión más pura de su santidad. Excusa y perdona como Cristo. Otros, más liberales, contestaremos: «Síndrome de Estocolmo, sin falta; después de tantos meses es casi imposible no tenerlo». En mi opinión pueden ir entremezcladas las dos cosas: santidad y síndrome. ¿No da acaso Juan de la Cruz las más cuidadosas señales para distinguir o no confundir el tránsito oracional contemplativo del alma con la melancolía u otros humores y pamemas que pueden presentar una sintomatología muy parecida? ¿Y no admite, de hecho, que puedan andar mezcladas unas con otras, y todas servir de ayuda al alma que las sepa integrar debidamente? El paso del tiempo fue moderando el «síndrome» y dejando lugar al afianzamiento más neto de la santidad en este hombre, que al final de sus días, al olfateo y al filo de otra persecución más irracional, dejará escrito: «No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios; y adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...» [577]. Y Ana de San Bartolomé, hablando precisamente de la cárcel de fray Juan, dice: «Cuando Dios quiere hacer santos, de los propios hermanos o de los hijos con los padres hace verdugos para

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que lo sean. Y en estos tiempos ha usado de estos medios, como es manifiesto» [578]. ¿Un viaje a Medina del Campo? Fray Juan descansa, se va reponiendo a lo largo de mes y medio, más o menos, hasta que ya se encuentra con ánimo y fuerzas para viajar. Anda en discusión si en este tiempo hizo un viaje a Medina del Campo, pues con tanta seguridad hablan de ello algunas monjas del monasterio medinense. Hace ya un montón de años, yo me hacía la siguiente pregunta: «¿Hizo san Juan de la Cruz un viaje a Medina del Campo apenas salido de la cárcel de Toledo antes de ir a Almodóvar del Campo?» [579]. El padre Bruno, después de algunas declaraciones de monjas de Medina, se muestra partidario de tal viaje[580]. Crisógono transcribe los testimonios de las mencionadas monjas, los examina y concluye: «Pensamos que fray Juan no llegó a Medina recién salido de la cárcel de Toledo» [581]. A esta conclusión oponía yo entonces una serie de siete reparos razonados, para decir: «Personalmente ni afirmamos ni negamos dicho viaje del santo a Medina; con todo nos inclinamos más a la parte afirmativa» [582]. Actualmente, analizados una vez más los testimonios respectivos, creo que hizo tal viaje. Así lo cuenta Elvira de San Ángelo: «Y saliendo de la prisión muy maltratado, afligido y desfigurado, se fue al convento de las descalzas carmelitas de la dicha ciudad de Toledo, las cuales se movieron a compasión y lástima de verle tal. Y después de algunos días vino el dicho siervo de Dios a este dicho convento de descalzas de la dicha Orden de Medina a buscar al padre provincial. Y llegó tan flaco y desfigurado, que se echaban de ver los malos tratamientos de la dicha cárcel. Y él y otro compañero suyo, llamado fray Germán, estuvieron en este dicho convento como escondidos, para que no le volviesen a prender» (22, 80). De modo parecido, aunque más breve, declara Francisca de Jesús (22, 140). Y María Evangelista dirá que fray Juan salió de la cárcel «tan flaco y maltratado que no se podía tener en pie. Y esta testigo le vio después que salió de dicha prisión, que vino a este dicho convento (de Medina), estando en él la dicha santa madre Teresa y el padre provincial» (22, 159). En el Repertorio de todos los caminos de España de Villuga[583] se señala: de Toledo a Medina del Campo, 34 leguas: Lázaro Buey, La Puente de Guadarrama, Villamiel, Huecas, Noves, Sant Silvestre, Guismonde, Escalona, Paredes, Cadalso, La Venta de los Toros de Guisando, La Venta la Tablada, Cebreros, La Palomera, La Venta de San Bartolomé, La Venta de Moja Pan, Mediana, Sant Vicente, Sancto Domingo, La Venta, Pajares, Arévalo, Ataquines, Sant Vicente, Valverde, Medina del Campo». Terminada esta visita, otra vez a su refugio, de Medina a Toledo[584]. La «capítula» de Almodóvar El convento de los descalzos de Almodóvar del Campo (Ciudad Real) se fundó en marzo 200

de 1575[585]. Pedro Fernández, el comisario de los descalzos de Castilla, no veía bien que se hiciesen en el momento más conventos en Castilla. Antonio recurrió al padre general que, habida cuenta de las razones que aducía, le dio el permiso. Esta casa tuvo como algo novedoso el abrir un colegio de Gramática para los muchachos del pueblo. El preceptor fue el padre Antonio de Jesús, portugués, a quien el padre Gracián había dado el hábito en Sevilla. El mismo Gracián explica: «Este convento se fundó tomando los frailes el cargo de leer Gramática a los estudiantes del pueblo; y con el sueldo que solían dar a un preceptor y algunas limosnas se sustentaba muy bien [...]. Y si algún fraile –que eran pocos– estaba falto de Gramática, le enviábamos a estudiar a este convento» [586]. Cuando murió el mencionado padre Antonio, que daba clase a tantos muchachos del pueblo y de los contornos y de otras provincias, la Orden alzó la mano de aquella obra, alegando un montón de inconvenientes caseros: quietud del convento, silencio, paz, etc. En esta casa se hicieron reuniones muy importantes de la descalcez y el Capítulo Provincial de 1583. Y aquí Antonio de Jesús (Heredia) convoca esta nueva reunión para el 9 de octubre. Asiste también fray Juan, que llega acompañado por criados de don Pedro González de Mendoza. La madre Teresa se entera de ese viaje y se lamenta ante el padre Gracián: «Harta pena me ha dado la vida que ha pasado fray Juan, y que le dejasen estando tan malo ir luego por ahí. Plega a Dios que no se nos muera. Procure vuestra paternidad que le regalen en Almodóvar y no pase de allí, por hacerme a mí merced. Y no se descuide de avisarlo. Mire no se olvide. Yo le digo que quedan pocos a vuestra paternidad como él, si se muere» [587]. Así muestra una vez más la madre fundadora su aprecio por fray Juan; si él desaparece quedan pocos, no queda nadie como él. En Almodóvar se le asigna un enfermero que se ocupe de él, en la persona de fray Pedro de Jesús, para quien fue una dicha y un privilegio ocuparse de un enfermo así (26, 339-340). En la reunión eligen un provincial, al padre Antonio de Jesús. Aprueban que sean enviados dos a Roma para que pidan la separación tan deseada en provincia aparte de los descalzos; irán el padre Nicolás Doria y Pedro de los Ángeles, superior del convento del Calvario. En este caso es fray Juan quien pide que el acta de este nombramiento y envío lo firmen todos los presentes. Finalmente, nombran a Juan de la Cruz superior del convento del Calvario, en sustitución de Pedro de los Ángeles, que irá a Roma. En opinión del padre Alonso, los capitulares se habrían decidido por este nombramiento pareciéndoles «conveniente que nuestro santo padre fray Juan de la Cruz por entonces se quitase de los ojos de los padres calzados, y así dispusieron que se retirase al monasterio del Calvario, bien escondido en Sierra Morena y gobernase aquel monasterio, de donde le hicieron vicario» [588]. Lo de «vicario» significa sencillamente prior o superior, no que tiene las veces o autoridad de otro. No han terminado todavía el capitulillo cuando se presenta en Almodóvar el padre Juan de Jesús (Roca), hombre de cánones. Cree con certeza y seguridad que la reunión es ilegal: «Se trata de un ejercicio de jurisdicción –elección de provincial, nombramiento 201

de superiores locales, como el del Calvario, designación de procuradores para Roma–, y los descalzos carecen en absoluto de ella. Son, pues, ilícitas e inválidas las resoluciones tomadas» [589]. Al pobre Roca le retienen en Almodóvar «en una celda, donde estuvo preso un mes», no sea que vaya a Madrid y le cuente al nuncio todo lo sucedido en la reunión[590]. Ante las noticias que le llegan, la santa se asusta. Ya el padre Antonio ha convocado la reunión contra la voluntad de la madre. Ahora ella trata de frenar lo del envío a Roma; no deben enviar a nadie en esta coyuntura. En Roma correrán mucho peligro, habiendo muerto el padre general; si llegan allá los ha de coger como fugitivos, si es que no los hacen presos los frailes de aquí antes que salgan. Y añade con toda razón: «Cuando acá con todo el favor no pudimos remediar a fray Juan, ¿qué será allá?» [591], es decir, ¿quién les va amparar y proteger? Por eso se apresura a enviar un mensajero a Almodóvar para que les disuada de ese envío. Creía todavía la madre que no habían hecho provincial, pero se equivocaba y si se entera de que el elegido es el padre Antonio le da algo. A pesar de todo, el envío a Roma se hizo y allá fueron Pedro de los Ángeles y Juan de Santiago, y Nicolás Doria se queda en Madrid por orden del nuncio. Parece que al despedirse Pedro de los Ángeles del Capítulo, fray Juan le dijo, proféticamente: «Iréis a Italia descalzo y volveréis calzado». El padre Antonio, pensando congraciarse con el nuncio, organiza una visita a su excelencia con la mayor parte de los asistentes en Almodóvar, para comunicarle lo ocurrido. No estará el padre fray Juan de la Cruz, que se queda en Almodóvar. Apenas los ve el nuncio se descompone y lanza insultos a los frailes, a la madre Teresa, «inquieta y vagabunda», etc., y les hace saber que todo lo allí acordado es nulo, «pone a los descalzos bajo la total jurisdicción de los calzados, y decreta la prisión de los principales sujetos de la Reforma que tiene a mano». Además excomulga a cuantos han participado en aquel Capítulo de Almodóvar, en aquella Junta, «a la cual, por haber sido breve y no muchos los capitulares, llamaron por irrisión los padres calzados “capítula”» [592]. Y, ¿qué pasa esta vez con esa excomunión de fray Juan? En el decreto con que el nuncio somete a los descalzos al gobierno de los provinciales de los calzados da por inválido todo lo hecho por los descalzos en Almodóvar, no sólo ahora en 1578, sino la reunión anterior convocada y presidida por Gracián en 1576[593]. *** Un hermano donado, Francisco de los Apóstoles, que estuvo con fray Juan en Ávila, y volvió a encontrarse con él en Almodóvar del Campo, certifica que allí le tenían «por un apóstol. Y tanto que siendo yo portero, viniendo el prior de esta villa, que era Cruzado de Calatrava, a comunicar con él muchas veces, una de ellas me dijo: este fraile me ha de remediar mi alma» (26, 439). No acierto a situar esta noticia, en la que se afirma que estuvo allí bastante tiempo. Decir que esto sucedía después del Capítulo allí celebrado, antes de partir para Andalucía, no me encaja. Y acaso habrá que examinar más exhaustivamente el tiempo de su estancia en Toledo después de fugarse. Pudiera acaso situar esta noticia más adelante, en 1583, cuando el Capítulo Provincial 202

intermedio en la misma villa de Almodóvar, que se detuviera allí el santo más tiempo. A ilustrar o a complicar más la cosa a última hora encuentro una declaración de Alonso de la Madre de Dios, de Linares, donde dice: «Y le enviaron a la villa de Almodóvar del Campo en compañía de un caballero, donde estuvo enfermo mucho tiempo de una enfermedad grave, del mal tratamiento que le habían hecho en la cárcel» (22, 336). Y todavía conocemos otro texto de Ferdinando de Santa María, hermano del «asturicense», que dice haber vivido con Juan de la Cruz en Baeza y Almodóvar[594].

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CAPÍTULO 15 Camino de Andalucía

Destino: el convento del Calvario Elegido superior del convento del Calvario, tiene que emprender ya el viaje para Andalucía. Este nombramiento es acaso el único de aquel capitulillo de Almodóvar que permanece en pie. Guillermo Sena Medina[595], y con él Carlos María López Fe[596], han estudiado particularmente este recorrido de fray Juan y trazan, a mi entender, con toda seguridad, el camino que recorrió Juan de la Cruz desde Almodóvar a La Peñuela. La distancia era de 13 leguas, 108 km, que suponía dos jornadas de viaje. Y el recorrido: Almodóvar, Puertollano, Mestanza, San Lorenzo, Huerta de Carvajal, Buena Vista, y los lugares sanjuanistas de La Carolina, el puente de los Cinco Ojos, y la llamada Fuente de la Gallega, para llegar en el último repecho salvado, hasta la puerta de la primitiva ermita que forma parte de la actual. Posiblemente hicieron noche, como piensa Sena, «en San Lorenzo, tras haber recorrido las siete leguas que hay desde Almodóvar. Es decir, caminan 39 kilómetros –si tomamos la medida exacta de la legua en 5.572 m–» [597]. Acompañaban a fray Juan los criados de don Pedro González de Mendoza; la segunda parada, breve, fue en el convento solitario de La Peñuela, que lo habían abandonado los descalzos en 1576, por un año, pero al que han vuelto al año siguiente[598]. Fray Juan se despide del padre Francisco de la Concepción, prior de aquella casa, que ha venido con él. Y sigue la marcha hacia su destino final. Ha ido pasando por Vilches, la Venta de los Arquillos, Navas de San Juan, Santisteban del Puerto, Castellar y Sorihuela del Guadalimar. Y a través del viejo puente, por el que pasó santa Teresa hace tres años, llega a Beas. Se detiene para visitar el convento de las descalzas, fundado en 1575 por la madre Teresa[599]. Estaciona en Beas de Segura Es priora de la comunidad Ana de Jesús (Lobera) (1545-1621)[600]. La imagen del recién llegado que retienen las monjas en su memoria y en su retina y que luego refieren se parece bastante a la que tuvieron sus hermanas de Toledo al verlo llegar de la cárcel. Ha mejorado un poco, pero «venía como un muerto, no más del pellejo sobre los huesos, y 204

tan enajenado de sí y tan acabado, que casi no podía hablar», dice una (14, 169). «Estaba flaquísimo y denegrido», dice otra; «flaco y cansado», añade una tercera (10, 323). Coplillas como saetas Después de los saludos y de intercambiar algunas noticias, la priora dice a Lucía de San José, buena cantora, que entone algunas coplillas. La copla escogida decía en su primera estrofa: «Quien no sabe de penas en este valle de dolores, no sabe de cosas buenas, ni ha gustado de amores, pues penas es el traje de amadores».

El estado emocional de fray Juan se encuentra tan vulnerable que se dispara ante aquellos acentos; y no lo puede aguantar por la conmoción. Francisca de la Madre de Dios, una de las presentes, retrata así de bien la escena: «Como el santo fray Juan de la Cruz oyó cantar la dicha letra, se enterneció y traspasó de dolor, porque no sabía él de muchas penas para saber de muchas buenas; y fue tanto el dolor que le dio, que le comenzaron los ojos a destilar muchas lágrimas y a correr por el rostro hilo a hilo, y con la una mano se asió de la reja y con la otra hizo señal a esta testigo y las demás religiosas que callasen y cesase el canto; y luego se asió fuertemente con ambas manos de la dicha reja y se quedó elevado y asido por una hora». Pasado aquel tiempo, «dijo que le había dado mucho Nuestro Señor a entender el mucho bien que hay en padecer por Dios, y que se afligía de ver qué pocas penas le daba a él para que supiera de buenas [...], y se admiraron de ver un hombre tan acabado de las penas que había padecido, y que sentía tanto el no haber padecido aún más penas por el que tanto padeció por nosotros» (14, 169). La letra de las coplas que hicieron llorar a fray Juan era de un hermano carmelita llamado Pedro de San Ángelo[601]. Un contemporáneo de fray Pedro cuenta de él: «Siempre andaba cantando salmos, y algunas veces se encendía mucho con un cantar que él compuso, el cual tenía muchas coplas muy altas y divinas, que de ellas no me acuerdo más de una palabra que decía: no sabe de amores, quien no sabe de dolores»[602]. Con este fray Pedro, tan espiritual y original, convivirá fray Juan de la Cruz en el convento del Calvario algo más de medio año. Mi «muy hija la madre Teresa» Juan de la Cruz se detiene unos cuantos días en Beas. Con tan pocas fuerzas no tiene que extrañar que estuviese «con encogimiento y tan pocas palabras que admiraba», que llamaba la atención. A veces, en el curso de la conversación salía el nombre de la madre 205

Teresa de Jesús y entonces él sentenciaba que era «muy su hija». A la priora no le convencía aquel lenguaje y decía: «Muy bueno parece el padre fray Juan, mas muy mozo para llamar hija a nuestra madre fundadora». Con el que será pronto confesor de la comunidad parece que en esta primera visita sólo se confesaron un par de ellas. La primera que se acercó al confesonario fue Magdalena del Espíritu Santo. Los frutos de aquella confesión los repasa ella con alegría: «Me llenó el interior de una grande luz, que causaba quietud y paz y particular amor al padecer por Dios, con deseos de adquirir las virtudes que más le agradan» (10, 323-337). Alguna otra también hizo experiencia de esa influencia de la persona de fray Juan en sus personas. Así lo cuenta María Godínez Sandoval, fundadora de Beas, en carta al biógrafo José María Quiroga: «En viéndole, me llenó el alma, que estaba en aquel tiempo algunos años había padeciendo grandes trabajos de espíritu, dados de Dios, y sin alivio, porque no los entendían los confesores. Con la satisfacción que me hizo mi padre fray Juan de la Cruz, luego me confesé con Su Reverencia y declaré mi alma. Al punto la entendió y me aseguró el camino y dio ánimo para padecer lo que quedaba. Y por su padecer me regía hasta que murió. Aunque estuviese ausente, escribía mi necesidad apurada, luego se me quitaba todo. Y me decía: “Mi hija María”, con que yo me favorecía con tal padre y confío me lo es en el cielo» (26, 305). En el convento del Calvario Se despide de Beas y continúa su camino hacia la última meta: el convento del Calvario, en el término de Villanueva del Arzobispo, a unos 15 km de Beas, entre las sierras de Segura y Cazorla. Algún biógrafo cree que al llegar a Beas había despedido a los criados de don Pedro de Mendoza que le habían acompañado hasta allí. Pero, según parece, debieron de ser los mismos criados los que le acercaron hasta el convento del Calvario. Al regreso a Toledo de esos criados, todos volvían haciéndose lenguas de la santidad de fray Juan. Y «no acababan de decirlo»; y alguno, llevándose la mano a la nariz, decía «que no sabía él quién era aquel clérigo que olía a santo» (14, 158; 164). Los frailes de aquella comunidad solitaria eran entonces entre treinta y cuarenta[603]. El nuevo prior llega con la encomienda capitular de mitigar aquella vida de tanto rigor, de tantas penitencias. Más de una vez se le había pedido esto al prior anterior, pero sin resultados. Una de las cosas bien importantes que introdujo el nuevo fue dar una celda a cada uno, conforme a la Regla del Carmelo. Y, ¿cómo era la celda de fray Juan? Lo sabemos por declaraciones de algunos seglares que le visitaban con frecuencia. En aquella celda, dice uno de ellos, Cristóbal de la Higuera, «no vio más de una humilde cama, que era una tarima de madera, un coto (medio palmo) levantada del suelo, donde no había más de una frezada. [...] Y muchas noches arrimaba la dicha frezada o cobertor y dormía en la tabla o tarima desnuda. Y en la dicha celda no le conoció ni vio este testigo más de una cruz, una imagen de nuestra Señora la Virgen María y uno o dos libros, una calavera y su 206

disciplina, que por ella se echaba de ver estar bien usada» (25, 198). ¿Cómo vivían aquellos solitarios? Y, ¿cómo era la vida y la comida de aquellos penitentes? Por fortuna contamos con las declaraciones de testigos fidedignos. Luis de San Jerónimo, novicio y profeso del convento, da bastante bien el perfil de la vida de la comunidad (24, 402), donde había: Ocho meses de ayuno de la Orden. Tres disciplinas cada semana. Dos horas de oración cada día de comunidad y otros ejercicios penales. La abstinencia era tan grande con solas hierbas, que comían los religiosos con algunas frutas, sin mezcla de pescado alguno; y cuando alguno había, era un pescado que se nombra bacalao. Y el silencio que en este convento había era tan grande, que se hablaban por señas, si no era a la hora de recreación y quiete, donde había licencia para hablar todos. Pero siempre era lo que se trataba y hablaba ejemplos y cosas de edificación y de la obediencia a los superiores, que era puntualísima y sin réplica. Juntamente se hacían otros muchos ejercicios de mortificaciones, todos ordenados por la doctrina y enseñanza del Siervo de Dios, que fue el primero que acudía a ellos, enseñándolos a los demás sus religiosos.

La declaración de fray Brocardo de San Pedro acerca de la comida me hace pensar en El Buscón de Quevedo; si no, leamos: «En cuatro meses o cinco no se probó pescado en la comunidad. La comida era unas migas y una escudilla de caldo de hierbas silvestres. La traza que tenían para coger las hierbas era darlas a los jumentos, y si ellos las comían, las tenían por buenas, diciendo que lo que no mataba a los jumentos, no mataba a los hombres». Este testimonio nos sirve para entender la originalidad de aquellos solitarios. Cuando aquellas hierbas amargas estaban «a medio cocer las echaban en una tabla y las exprimían, y después de exprimidas las volvían a echar a la olla». Y aquí llega el anticipo de El Buscón: «En la olla de hierbas se echaban por regalo dos cucharadas de garbanzos y otras dos de aceite, de manera que tres celemines de garbanzos se tenían por cuenta que habían de durar un año a una comunidad que allí había entonces de veinticinco o treinta frailes. Y así venían a ser tan pocos los garbanzos que cabían a cada uno las veces que se echaban, que el que hallaba dos garbanzos en su escudilla le parecía mucho» (26, 364). Había días que no se encontraba ningún garbanzo flotante, o ningún «garbanzo huérfano» al que perseguir, y no tenían nada que comer. En una ocasión entran en el refectorio. No se ve pan por ninguna parte y fray Juan dice: «¿Dónde está el pan, por qué no lo ponen?». Se le contesta: «Porque no lo hay». De todos modos aparece por allí un mendruguillo, que se había salvado de ser engullido. Puesto encima de la mesa como un símbolo, el prior le echa la bendición. Y añade una exhortación a la conformidad con la situación, a que le ofrezcan todo al Señor y a imitar la pobreza de Cristo a quien todos 207

quieren seguir. Se levanta la mesa y cada uno a su rincón. Un par de horas después llega una carta al convento. El portero, el mencionado fray Brocardo, se la lleva al prior. La empieza a leer y comienza a llorar. El portero se da cuenta y le pregunta si se trata de alguna desgracia: «Lloro, hermano, que nos tiene el Señor por tan ruines, que no podemos llevar mucho las abstinencia de este día, pues ya nos envía la comida» (26, 364-365). No tardando mucho llega desde Úbeda el bastimento de pan, harina, pescado y huevos y otras cosas. Fernando, un hijo del donante, que se hará más tarde carmelita descalzo, lo cuenta así: «Vio que su padre de este testigo, Andrés Ortega Cabrio, en aquella ocasión, sin saber esta necesidad, les envió de limosna desde estotra ciudad de Úbeda muchas cosas de comer, de que tenían mucha necesidad los religiosos» (25, 247). No muchos días después sube al convento a consultar con fray Juan un caballero llamado Cristóbal de la Higuera. El prior manda que le den de cenar. Y mientras cena, el que le está sirviendo le dice: «Coma vuestra merced, que aun esto es del sustento milagroso de nuestro padre fray Juan de la Cruz» (25, 194; 23, 193). Que frailes tan hambrientos califiquen de «milagro» aquel bastimento de tantas cosas buenas no me extraña. Para Juan de la Cruz era providencia del Señor y obra de misericordia de aquellas almas caritativas en esta y en otras circunstancias parecidas. El mencionado Fernando Ortega, hijo del donante del «milagro», llega al Calvario, acompañado de su ayo, y pide el hábito de la Orden a fray Juan. Este accede a dárselo, pero le pone la condición de que tiene que ser para lego. El ayo se lleva las manos a la cabeza y le dice que así no lo acepte. Pero Fernando acepta lo que se le propone. Era una prueba a la que el santo quería someterle. Vista su humildad y su disposición, le viste el hábito de corista[604]. Y comienzan unos y otros a sugerirle un apellido religioso: de San José, de San Pedro, etc. Fray Juan remata. «No se llame así, sino Fernando de la Madre de Dios, porque la Virgen Santísima se huelga mucho la llamen Madre de Dios; y así se llamó este testigo fray Fernando de la Madre de Dios, por habérselo puesto el santo fray Juan de la Cruz, y por ser tan excelentísimo nombre» (14, 321). Estamos ante alguien que va a ser un gran religioso. Este mismo Fernando dejó una relación de lo que se acordaba de la vida que le había tocado vivir en los años 1579, 1580, 1581 en el Calvario[605]. Le tocó estar con fray Juan cosa de medio año y comenta que «había entre los religiosos grande amor y caridad, tanto que los unos a los otros se ayudaban a llevar los trabajos y los sentían como propios». Pondera también la gran pobreza con que se vivía y por lo que se refiere a la alimentación, detalla que «pasábanse tres y cuatro meses y más sin comer pescado alguno sino sólo hierbas y frutas y otras cosas semejantes y por gran regalo daban en lugar de pescado algunas veces unos panecillos mal hechos de garbanzos y harina». Y añade esta noticia casera: «Amasábase entonces en el convento y los religiosos que no estaban ocupados por la obediencia, como jumentos humildes iban por la leña, trayéndola a cuestas». Los elogios a la vida de obediencia, hacia el culto del silencio, hacia la vida de oración, etc., no podían tampoco faltar. 208

Magisterio espiritual de Juan de la Cruz Por lo que se refiere al gobierno de su comunidad, fray Juan la va instruyendo con su magisterio espiritual, educándola en la oración, en la presencia de Dios, en las prácticas recomendadas por la Regla carmelitana. Pedro de San Hilarión, testigo de vista, declara acerca de este magisterio de fray Juan: el santo llegó el tercer año de la fundación de esta casa «y como salió de la cárcel tan lleno de espíritu y encendido en Dios, con sus pláticas y vida singular dio grandes resplandores de santidad e hizo conocidísimo efecto en todos aquellos siervos de Dios, enseñando y dando reglas del espíritu de Dios muy levantado y acendrado. Y con esto fue estimado y venerado de todos por varón santísimo y de singular y levantado espíritu» (26, 396). De modo parecido se explica el mencionado Luis de San Jerónimo, alabando el tipo de magisterio de fray Juan sobre las virtudes teologales, las exhortaciones a los religiosos al martirio, «proponiéndoles que hiciesen cuenta que entraban infieles por la ciudad y convento y que ellos salían muy fervorosos a convertirlos, o que iban a sus tierras a predicarles, con ánimo de padecer cualquier tormento por defender la fe de Jesucristo» (24, 402). Y testimonia acerca de lo que llama «gracia del cielo para explicar a lo espiritual y místico pasos dificultosos de la Sagrada Escritura dejando admirados a los religiosos, oyéndoselo declarar con sentidos tan fáciles y provechosos, con que los aficionaba al amor divino, que era el fin principal de todas sus pláticas; las cuales en todo tiempo eran espirituales, sin cansarse ni cansar a los que las oían» (24, 404). Un retraído en el convento Alguien pudiera creer que estos elogios son excesivamente laudatorios. Pero sabemos de esta solicitud magisterial también por un camino indirecto, es decir, por el testimonio de un seglar. Se trata de un personaje singular, un caballero nacido en tierras de Salamanca, natural del lugar del Campo. Se llamaba Francisco Enríquez de Paz. Había ayudado a la santa en sus fundaciones al principio y, según parece, fue «uno de los que ayudó al santo a preparar la fundación de Duruelo por encargo de santa Teresa, lo que le valió la gratitud de la santa y de sus hijos» [606]. Cuando se le llamó a declarar el 15 de junio de 1616, era vecino del lugar de Espinosa en Ávila. La declaración es muy larga (22, 277-284). Y explica su caso: por «cierto negocio grave que le sucedió» tuvo que retraerse en el convento, es decir, refugiarse allí, acogerse al amparo del monasterio. Se trataba del delito del «incendio de un convento de monjas que se le impuso». Tengo para mí que a petición de la santa le acogió allí Juan de la Cruz. Como a los retraídos no les podían, conforme a las constituciones antiguas, tener más de tres días, «se estuvo con título de estudiante de Gramática que se leía en aquel convento». Siendo persona principal y calificada comía en el refectorio de la comunidad en la mesa traviesa junto a fray Juan, a su mano derecha. Y acudía a otros actos de comunidad, como la recreación, los rezos, la oración, etc., menos al llamado capítulo de culpas. 209

Aparte del ejemplo de vida de fray Juan, y de sus grandes virtudes, le ha llamado la atención poderosamente la frecuencia y la calidad del magisterio de viva voz que ejercitaba fray Juan en la comunidad. Lo tiene muy bien anotado en su memoria, de modo que este testimonio es excepcional en este punto y en este monasterio. Con la doctrina y raro ejemplo de virtudes del santo, nos dice, «se vivía con gran paz, silencio, perfección de vida, recogimiento y oración y unión, para las cosas del mayor servicio y agrado de Dios». Vio muchas veces que en las pláticas que en el refectorio y capítulo hacía les exhortaba a que esperasen mucho en Dios, y «sus palabras no eran de otra cosa de ni de día ni de noche, ni en la ordinaria recreación que la Religión tiene, sino decir de cosas espirituales y de devoción». Nos da también la siguiente semblanza, a modo de fotografía: «Y este testigo lo vio muchas veces puesto de rodillas en oración, que parecía estaba insensible, transportado y como en éxtasis; y no sólo cuando estaba de rodillas, pero aun andando por la calle quien mirase con atención, juzgaría andaba siempre en oración y trato con Dios». Se fija asimismo en cómo tocaba el tema del sufrimiento, exhortando a todos a padecer por Dios «y sus pláticas ordinarias eran de esta materia». Teniendo tan serios y graves problemas en aquel tiempo el refugiado confiesa que «sólo las palabras y pláticas del venerable padre fray Juan le consolaban a tener paciencia y animaban en ellos»; si no hubiera sido por los consejos del santo y por el ejemplo de la vida que veía en él, le habría sido imposible soportar sufrimientos tan atroces. Las instrucciones del padre fray Juan le llevaban tanto a mejorar que «si entonces pudiera ser religioso, lo fuera». Le vino tanto provecho a este refugiado de su trato con aquel frailecillo «que parecía no tenía ya carne el rostro, sino el pellejo pegado a los huesos», que cambió de vida. Y desde entonces, hace ahora cuando declara 36-37 años, no deja ciertas prácticas de devoción, se hizo cofrade del Carmen y trae su escapulario, practica los ayunos y abstinencias lo mismo él que su mujer doña Gaspara de Avellaneda. «Todo lo cual le vino a él y a su casa, después de Dios, por la comunicación y trato que tuvo con el dicho venerable padre fray Juan de la Cruz». Aunque Francisco Enríquez de Paz diga que según las constituciones no le podían tener allí más de tres días, no encuentro tal prohibición ni en las constituciones del padre Rubeo, ni en las de Gracián, aunque sí aparece ya después en las de 1581 de Alcalá: «Ítem, no se reciban en los conventos retraídos; y si por algún caso se hubiese de recibir alguno, señale el prior lugar apartado de los demás hermanos, donde ni los frailes vayan a parlar ni a comer y beber con ellos, so pena de cárcel. Y no los detenga en el convento más de tres días, sino que luego los eche, so la misma pena» [607]. ¡Ay de fray Juan de la Cruz que hace todo lo contrario, dándole de comer con todos, llevándole a la recreación, etc.! Por algo se inventó, ¿acaso por sugerencia de la madre Teresa?, calificar, algo así como matricular al refugiado de estudiante de Gramática. Advierto que en el texto latino de las constituciones de Alcalá lo que en castellano se dice «retraídos» se habla de «malefactoribus et sceleratis», malhechores y criminales. Nuevos detalles y matices 210

Por lo que se refiere a la alimentación de aquella comunidad, pienso que hablan demasiado de penurias, de falta de medios, y por otra parte nos cuentan que tenían «una huerta muy grande, de muchos frutales con una higuera de donde muchos años se cogían treinta cahíces y más de higos». Que trabajasen lo solitarios en el campo también es un dato histórico: «Los ratos que quedaban libres de los ejercicios espirituales se gastaban en labrar la tierra para el majuelo o en segar el pan a su tiempo y en las demás labores del campo así sacerdotes como hermanos legos» (26, 365). Acaso lo que faltaba era organización en el trabajo y saber sacar partido de aquel campo, pues daría hasta para vender hortalizas, frutas, etc. A Juan de la Cruz le gustaba el aire libre y, estando en el Calvario, como superior, dirá uno de los más íntimos suyos, Juan de Santa Ana: «Nos sacaba muchas veces al campo y allí nos decía que con aquellas hierbecitas, y como ellas, alabásemos a nuestro Criador, Y, cantando salmos, se apartaba de nosotros con un rostro encendido que parecía le salía fuego de él» (26, 402). Algún biógrafo, contando con datos como este, y sabiendo lo que hará años más tarde, reconstruye el estilo de oración que enseñaba fray Juan a los suyos en aquella soledad. Le gusta «sacar a sus religiosos a pleno campo. Unas veces es para hacer la oración de comunidad entre las peñas y el boscaje. En vez de leer un punto de meditación en el libro, fray Juan, sentado entre ellos en el monte, les habla de las maravillas de la creación, que tan espléndidas tienen ante los ojos; de la hermosura de la naturaleza. Del reflejo de la divina hermosura que se descubre en aquellas flores, en las aguas cristalinas que pasan rozándoles los pies descalzos, en las avecillas que quizá cantan en la copa del árbol próximo, en la luz del sol, aquí tan luminosa... Y luego los manda separarse a meditar, diseminados por el monte, ocultos entre el arbolado, al pie de una fuente o sentados sobre un risco» [608]. ¡Magnífica estampa, con sus tonos poéticos, muy en consonancia con la sensibilidad cósmica de fray Juan! Además de salir al campo a hacer su oración y a trabajar la tierra, hay días en que, dejando esas encomiendas, salen al aire libre simplemente para pasear y recrearse. Había algunos amigos de fuera seglares que eran «tan de casa» que muchas veces se quedaban a comer con la comunidad. Y estos mismos amigos participaban con los frailes en aquellas recreaciones campestres. Cristóbal de la Higuera y Juan Cuéllar, que así se llamaban, amigos y devotos de la casa, traían «algunas cosas de regalo para refrescar y merendar con los religiosos». Pero fray Juan, que se alegraba de que los demás disfrutasen de aquella merienda, «se excusaba de comerlo y no lo quería gustar, aunque este testigo se lo rogaba». Si algún superior a él aparecía por allí y le rogaba, entonces sí tomaba su merienda (25, 197). Uno de estos amigos nos cuenta que «le vio más de dos meses estar en la oficina del fregado limpiando los platos, con unos lebrillos que para el dicho efecto tenían; y maravillándose este testigo de lo dicho y consultándolo con otros religiosos, espantándose de la humildad y virtud del siervo de Dios, le decían que siempre era el primero que acudía a estos ministerios y ejercicios» (25, 198). Esta extrañeza, maravilla y espanto, en aquel momento creo obedecía a la idea que se tenía de los prelados empaquetados y tiesos; y no se les alcanzaba que un prior pudiera ser de lo más 211

sencillo y metido en esos menesteres. A estos amigos más nombrados hay que añadir el nombre de otro de Úbeda, llamado Diego Navarro, platero. Contaba él que cuando salía de hablar con fray Juan, «con estar afligido por andar ausente por cierta mocedad, que salía tan consolado y contento que se olvidaba de sus trabajos» (25, 196). Y Cristóbal de la Higuera se refiere a su caso propio: «Salía con buenos propósitos cuando se apartaba de recibir sus consejos y conversación, que por muchos días estaba muy recogido, considerando las razones y documentos, que el siervo de Dios le había dado, los cuales le consolaban a este testigo en tanto grado, que les parecía hablar el Espíritu Santo» (25, 195-196). Se da el caso de que estos amigos y algún otro estén hablando con Juan de la Cruz cuando a este le sobreviene algo así como un éxtasis, un ensimismamiento, y no puede seguir atendiéndoles. Ellos entonces y otras personas que presencian aquel fenómeno se quitan reverentes el sombrero y se alejan. Días después pregunta uno de ellos a los religiosos en qué había parado aquella manera de quedarse fray Juan elevado y le responden: «Ha habido grandes cosas» (25, 195). Atención espiritual a las descalzas de Beas Poco a poco, a raíz de su llegada al Calvario, se fue recuperando fray Juan y pronto se sintió animoso para volver a Beas a atender a aquella comunidad carmelitana. Con ocasión de la primera visita, la priora, madre Ana de Jesús, un poco despistada escribió a la madre Teresa quejándose de que estaban sin director de almas con quien hablar. La santa se enardece al recibir la queja y contesta: «En gracia me ha caído, hija, cuán sin razón de queja, pues tiene allá a mi padre fray Juan de la Cruz, que es un hombre celestial y divino. Pues yo le digo a mi hija que, después que se fue allá, no he hallado en toda Castilla otro como él ni que tanto fervore en el camino del cielo. No creerá la soledad que me causa su falta. Miren que es un gran tesoro el que tienen allá en este santo, y todas las de esa casa traten y comuniquen con él sus almas y verán qué aprovechadas están, y se hallarán muy adelante en todo lo que es espíritu y perfección; porque le ha dado nuestro Señor para esto particular gracia» [609]. Aquí está la madre volcando la experiencia de su trato espiritual con fray Juan, sobre todo a lo largo de los años pasados juntos en Ávila. Un testimonio de incomparable valor. Y todavía añade: «Certifícolas que estimara yo tener por acá a mi padre fray Juan de la Cruz, que de veras lo es de mi alma, y uno de los que más provecho le hacía el comunicarle. Háganlo ellas, mis hijas, con toda llaneza, que aseguro la pueden tener como conmigo misma y que les será de grande satisfacción, que es muy espiritual y de grandes experiencias y letras. Por acá le echan mucho de menos las que estaban hechas a su doctrina. Den gracias a Dios que ha ordenado le tengan ahí tan cerca. Ya le escribo les acuda, y sé de su gran caridad que lo hará en cualquiera necesidad que se ofrezca» [610]. ¡Menuda carta de presentación la que hace la madre de este de quien dice que de 212

veras es padre de su alma! Por estas mismas fechas, fines de octubre de 1578, escribe refiriéndose a los calzados y a sus amenazas: «Sepa que dicen que me han de llevar a otro monasterio. Si fuese de los suyos, ¡cuán peor vida me darían que a fray Juan de la Cruz! Yo pensé si me enviaban hoy alguna descomunión, que traía con el otro papel uno pequeño. No merezco tanto como fray Juan, para padecer tanto» [611]. No puede quitar de la memoria el caso de Juan de la Cruz, y así se refiere a él cuando menos se piensa. Recibida la carta de la madre a Ana de Jesús, comenzó Juan de la Cruz ministerio de confesiones y dirección espiritual, acaso ya a mediados de noviembre. Ya la madre Ana está bien apercibida de los valores que encierra el nuevo confesor. Fray Juan emprende el camino muy de mañana, «remontando la sierra que circunda el convento por un sendero que discurre entre los montes Corencia y Mojón Alto. Cerca de 400 metros tiene que subir [...]. Luego baja hasta Beas» [612], y en un altozano, según la tradición, se detiene un poco a descansar, donde ahora surge «La Cruz de los Trabajos». Así, regularmente, todos los sábados a confesar a las monjas. Una de ellas, Francisca de la Madre de Dios, nos informa de que «el mismo día que venía y el domingo siguiente confesaba y daba los sacramentos a las religiosas, y los lunes siguientes se iba a pie, como había venido» (14, 167). Santa Teresa se ha enterado por carta de la priora que las monjas «solos los pecados tratan con uno y se confiesan todas y en media hora» [613]. Con esto quiere decirse que no había ni por asomo dirección espiritual. En este campo se va a dar ahora el gran cambio. El amplio y cuidado magisterio de fray Juan irá beneficiando a la comunidad y levantando y sosteniendo siempre su nivel espiritual, como se promete la madre fundadora. La pedagogía que ya había empleado en Ávila entre las monjas de La Encarnación y que le había dado tan buenos resultados, la sigue aplicando aquí desde el primer día. Atiende a todas por igual, «siendo universal para todas y no particular para nadie». No se mostrará, pues, más favorable a una que a otra. Y traía a todas a la perfección, sin acepción de personas. Con toda naturalidad las va instruyendo en las vías del espíritu. Son las mismas monjas, las beneficiarias, las que dan su testimonio. Destacan la gracia con que hablaba, «que no cansaba», aunque tratase muchas veces de lo mismo. Tal era el interés que suscitaba que las hermanas dejaban cualquier otra cosa que les gustase por correr a oírle (14, 176). «Todas estaban muy atentas y oyéndole quedaban los corazones encendidos en amor de Dios». Y con el estilo de aquel entonces dirán «que parecía hablaba algún serafín cuando le oían». A veces en sus instrucciones les leía en los evangelios y en otros libros y les ofrecía sus comentarios; «nos declaraba la letra y el espíritu de ellas» (26, 347), de aquellas páginas. Flor de diálogos A fray Juan le encanta el diálogo; a veces pregunta él, a veces le preguntan las oyentes; este estilo genera cercanía y confianza especial. 213

Publicadas ya algunas de las florecillas sanjuanistas relativas a esta comunidad, no se puede olvidar aquí la siguiente. En este convento de carmelitas descalzas de Beas de Segura vivía una monja muy inocente que se llamaba Catalina de la Cruz. Era la cocinera del convento por los años 1579-1580. En el huerto conventual había un estanque y en las cercanías del mismo había muchas ranas. De cuando en cuando la cocinera salía de su cocina a la huerta para coger un repollo, una hoja de laurel, un poco de perejil, unas humildes acelgas. Tenía que pasar junto a la balsa. Las ranas que estaban tomando el sol y divirtiéndose, apenas oían los pasos menuditos de Catalina, daban un salto y, ¡zas!, se zambullían. La pobre monja se desconsolaba y trataba de replicar a las ranas que no quería hacerles ningún daño. Un día Catalina va y le pregunta a fray Juan: —¡Padre!, ¿por qué cuando yo salgo a la huerta y me sienten las ranas escapan enseguida y se ocultan en el fondo del estanque? —Pues, ¡hija!, porque ese es el lugar y centro donde tienen seguridad. —¡Ah!, claro; pero yo no quiero hacerles ningún daño. Y el confesor añade: —Así, así ha de hacer, hermana Catalina: huir de las criaturas que la puedan perjudicar, y zambullirse en su hondo y centro que es Dios, escondiéndose, refugiándose en Él. Corriendo el tiempo, cuando fray Juan escribe a las monjas de Beas, no se olvida de poner algo para Catalina, como aquella vez que decía: «Y a nuestra hermana Catalina, que se esconda y vaya a lo hondo» [614]. Otra vez, iniciando él el diálogo, pregunta a Francisca de la Madre de Dios. Nos lo va a contar la misma monja descalza: «Preguntole un día a esta testigo en qué traía la oración, le dijo que “en mirar la hermosura de Dios; y holgarse de que la tuviese”» (14, 170). La respuesta de la monja abarca dos aspectos: mirar, considerar, contemplar la hermosura de Dios; y holgarse, alegrarse, regocijarse de que la tenga. La respuesta toca vivamente la tecla de la inspiración sanjuanista «y el santo se alegró tanto de esto, que por algunos días decía cosas muy levantadas, que admiraban, de la hermosura de Dios; y así llevado de este amor, hizo unas cinco canciones a este tiempo sobre esto, que comienzan: Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura» (ib). Pienso que también pudo componer entonces la canción 11, que habla igualmente del la hermosura divina y en la que pide «y máteme tu vista y hermosura». Merece la pena traer aquí un párrafo de la canción 36, la que cita la monja; ahí repite 25 veces la palabra hermosura: «Y vámonos a ver en tu hermosura. Que quiere decir: hagamos de manera que por medio de este ejercicio de amor ya dicho lleguemos hasta vernos en tu hermosura en la vida eterna; esto es, que de tal manera esté yo transformada en tu hermosura, que, siendo semejante en hermosura, nos veamos entrambos en tu hermosura, teniendo ya tu misma hermosura; de manera que, mirando el uno al otro, vea cada uno en el otro su hermosura, siendo la una y la del otro tu hermosura sola, absorta yo en tu hermosura; y así te veré yo a ti en tu hermosura, y tú a mí en tu hermosura, y yo me veré en ti en tu hermosura, y tú te verás en mí en tu hermosura; y así, parezca yo tú en

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tu hermosura, y parezcas tú yo en tu hermosura, y mi hermosura sea tu hermosura y tu hermosura mi hermosura; y así, seré yo tú en tu hermosura, y serás tú yo en tu hermosura, porque tu misma hermosura será mi hermosura; y así, nos veremos el uno al otro en tu hermosura» (CB 36, 5).

Así, en este cenáculo carmelitano brilla la luz del maestro; no le importa que sean poquitas las que le escuchan; no puede ni sospechar que llegarán siglos en los que le escucharán y admirarán pléyades de lectores. Copia que te copia y, ¿qué más? Hay alguna, Catalina de San Alberto, que hace todo lo posible por apuntar lo que el santo platicaba y hablaba y con aquellos apuntes llegó a «hacer un libro que tendría dos dedos de alto, el cual le servía de maestro para la oración y trato espiritual de su alma» (14, 118). ¡Lástima grande que no haya llegado hasta nosotros ese tesoro! Y otra, Magdalena del Espíritu Santo, dice de sí misma: «Yo procuraba apuntar algunas cosas para recrearme en leerlas, cuando, por estar ausente, no se le podía tratar» (10, 326). En este caso ha llegado a nosotros una parte de aquellos apuntes, que pueden verse en las Obras del santo[615]. A siglos de distancia, algunos de los comportamientos de fray Juan con sus dirigidas, sea Teresa de Jesús, sea Ana de Jesús y otras, dan la impresión de ser exagerados y excesivos, por las renuncias que exige. Por ejemplo: sucedió que un día que las monjas hablaban de las próximas fiestas en las que les tocaba comulgar, una de ellas dice señalando una fecha: «Ese día está cierta la comunión; en esotros será menester pedir licencia». Llega aquella fecha y la aludida se acerca al comulgatorio. Fray Juan se queda quieto. Da de comulgar a las siguientes; vuelve otra vez Catalina de San Alberto, que así se llamaba, y nada; una tercera vez y tampoco; total, que se queda sin comunión la que la tenía segura. Cuando se le pregunta por qué ha hecho eso responde: «Porque entienda que no es lo que imaginaba, por eso lo hice» (10, 326). A Ana de Jesús, la priora, también la mortificó no dándole la comunión. Cuando después de aquella prueba volvió a recibir al Señor le pareció que el corazón se le salía de su lugar por la alegría. Lo comenta ella con fray Juan y él le dijo: «No se espante, hija, de eso. ¿Sabe cómo hizo su espíritu? Así como los pajarillos en amaneciendo parece que se quieren deshacer en alabanzas al Señor, así hizo su corazón de placer de recibirle» [616]. Aparte de los apuntes aludidos que van tomando unas y otras para «recrearse» con aquella lectura en ausencia del maestro, es el mismo maestro el que comienza a añadir a su magisterio de viva voz un magisterio escrito. Se trata de algo que ya hacía en La Encarnación de Ávila. Escribe billetes con pensamientos y sentencias, máximas que reparte, según lo que ve que más conviene a cada una. Han llegado a nosotros unos cuantos de esos pensamientos[617]. No sólo les entrega esas sentencias, sino que un día trae el diseño de un monte, uno para cada una. Se trata del Monte Carmelo, de donde viene el nombre de la Orden[618]. 215

La copista embelesada y un caso espeluznante Magdalena del Espíritu Santo cuenta que fray Juan de la Cruz les dejó en Beas un cuaderno que había escrito en la cárcel de Toledo y a ella le mandaron que lo trasladase o copiase algunas veces. Da razón del contenido: «Unos romances sobre el evangelio In principio erat Verbum, y unas coplas que dicen: ¡Que bien sé yo la fonte...!, y las canciones o liras que dicen: ¿Adónde te escondiste...?, hasta la que dice: ¡Oh ninfas de Judea!» (10, 325). Conforme al orden del Cántico A, escribió 31 canciones en la cárcel. La copista está encantada transcribiendo aquellos textos tan divinos y es una delicia escucharla: «Causándome admiración la viveza de las palabras y su hermosura y sutileza, le pregunté un día si le daba Dios aquellas palabras que tanto comprendían y adornaban, y me respondió: “Hija, unas veces me las daba Dios y otras las buscaba yo”» (10, 325). La misma copista, en una larga relación sobre la vida del santo, cuenta un caso espeluznante en el que le toca intervenir a fray Juan (10, 336-337). Al servicio del monasterio de Beas tenían un mozo que les ayudaba en los recados y otras encomiendas. Este hizo un viaje a Granada. Con un grupo de amigos y conocidos de Beas que andaban por allí, salió a pasear una noche por la ciudad. Comenzaron a ver una luz «que se cubría y descubría alta del suelo». Se fueron acercando y se encontraron «con una mujer desnuda, y con una linterna en las manos, subida en una escalera que estaba quitando los dientes a un ahorcado». El mozo, como más valiente del grupo, obliga a la mujer a que baje de la escalera; la cubrieron con una capa y ella les rogó que no la delatasen. Prometido. Días después se la encontraron en Beas con grande acompañamiento y galas. Hizo señas al mozo y le amenazó diciendo que se las tenía que pagar. La virago de la escalera y otras cuantas prójimas fueron a por él «al aposento donde dormía y sacáronle de la cama y le subían hasta las vigas del techo y le dejaban caer una y muchas veces, dejándole molido el cuerpo». El pobrecillo, una vez que ellas se fueron a la calle, se vistió como pudo y salió de la posada. Pero allí estaban, «y en saliendo le volvieron las mismas brujas a coger y traerle como pelota, moliéndole los huesos y entrañas, sin dejarle hasta que llegaron cerca del convento, donde, como pudo, se entró en el compás de él». Amanecía y ellas se fueron, diciendo no tenían licencia de entrar allí. Allí se quedó él esperando; cuando abrieron el torno pidió que le dejasen entrar. Como insistía una y otra vez, le abrieron; a los pocos pasos se cayó como muerto. Acudió la priora y otras monjas y en ese momento preciso llegaba fray Juan que venía de camino. Se entera de lo que pasa y él, con su acostumbrada mansedumbre y caridad, dijo: «Yo voy a la portería, y llamole por su nombre: venga, hermano». El malherido llegó con grande dificultad a la puerta; viéndole «como un muerto desenterrado, le tomó de la mano y le dijo se confesase, y el mozo le obedeció; y poniéndole las manos en la cabeza, le dijo un evangelio, y en el mismo punto quedó bueno y sano». Fray Juan le instruyó para que diese cuenta de lo que le había pasado a un comisario de la Inquisición. 216

Visita fraterna Uno de los días que estaba en Beas llegaron por allí los priores de Granada y La Peñuela. Tienen reunión con fray Juan en el locutorio de las monjas. Han estado los tres juntos en Almodóvar en aquel capítulo desastroso, que los calzados por irrisión llamaban la capítula. Los dos manifiestan abiertamente a fray Juan que están arrepentidos de haber firmado aquella acta del envío de dos religiosos a Roma. Fray Juan les dice: «Padres míos, Dios se lo hizo firmar. Como a san Pedro que echase la red en el mar; y así ha de ser ahora, que han de traer muy buenos recaudos y se ha de hacer gran fruto con ellos» (14, 168). Hortelano, albañil, sacristán En sus visitas a Beas no todo eran confesiones y pláticas, sino también «tenía grande cuidado con huir la ociosidad, y en teniendo algún rato desocupado escribía, o pedía la llave de la huerta e iba a limpiarla de las malas hierbas o cosas semejantes. Y algunas veces se ocupó en hacer algunos tabiques y suelos en nuestro convento. Y si tenía compañero, le entraba para que le ayudase, y si no, pedía le diesen recaudo algunas de las hermanas. También gustaba de aderezar los altares y lo hacía con grande aseo y silencio y limpieza» (10, 325; 26, 346-347). Correspondencia epistolar Ausente fray Juan, se hace presente por medio de la correspondencia epistolar. Fueron no pocas las cartas escritas a las monjas, aunque sólo se nos conservan dos de fechas posteriores. Una de las religiosas, Francisca de San Eliseo, puntualiza acerca del efecto espiritual de las cartas que escribía y recibían y cuenta que «en tal estimación las tuvo esta testigo y oyó decir a las demás monjas que lo oían y leían las dichas cartas; y luego que esta testigo y las demás monjas sabían que habían venido cartas, pedían a la madre priora se las leyese, porque con ellas se alentaban en el servicio de Nuestro Señor y las tenían por cartas y palabras de santo, según la eficacia de sus razones; y quedaban todas las religiosas unas con otras tan hermanadas y con tanto amor, que todo ello parecía ser un cielo, trayendo siempre sus palabras las dichas monjas entre sí, comunicándolas para más fervorizarse en el amor de Dios Nuestro Señor, sin que esta testigo haya visto el mismo valor y santidad en otra ninguna persona» (14, 162-163). Con posesas y mujerzuelas No en Beas sino en el Calvario le sucede lo siguiente: han venido a pedir a fray Juan que vaya a conjurar a una posesa en Iznatoraf. Le acompañan dos religiosos de la comunidad y los que han venido a por él. Se van acercando y en cuanto el poseso divisa a Juan de la 217

Cruz comienza a gritar: «Ya tenemos otro Basilio en la tierra que nos persiga» (14, 26). Practicado el conjuro pertinente, el endemoniado queda libre. En otra ocasión, yendo con fray Brocardo a un pueblo, sale al paso al santo una mujerzuela que «con mucha desenvoltura y poca vergüenza le convidó con posada y que gustaría de tenerlo consigo una noche». El tentado la sacude de sí y le dice entre otras cosas: «A un demonio del infierno admitiría antes que a ella», y sigue su camino (14, 69). El retraído, Francisco Enríquez de Paz habla de que, mientras estaba él en el convento, venían personas eclesiásticas y seglares de la villa de Beas, Caravaca y otras partes a verle y comunicarle «por la noticia y grande estima que tenían de él». Y a todos atendía con mansedumbre y apacibilidad singulares, lo mismo que hacía con sus frailes (22, 282). En el encuentro con esta descarada, sin perder sus modales corrientes, tuvo que actuar con energía y resolución. ¡Fuera!

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Capítulo 16 En Baeza, todo para todos

Fundador en Baeza Poco tiempo se detiene fray Juan en el convento del Calvario. No llega ni a un año. Ahora se va a embarcar en una tarea que será de lo más agradable a la madre Teresa. Ella es partidaria de que funden sus hijos en ciudades de rango universitario. Ya tienen casa en Alcalá, y ahora van a fundar en Baeza, ciudad universitaria de Andalucía[619]. Años antes, en 1573, cuando Gracián y Mariano se lanzaron a la conquista de Andalucía para extender la Orden mayormente «pasando por Baeza, trataron de fundar allí convento, dejando por amigos y aficionados a la Orden a muchos principales de ellos, principalmente al doctor Delgado, obispo que era de Jaén; y porque no tenían las licencias del visitador Vargas que buscaban, no se quisieron detener en Baeza» [620]. Ahora el fundador va a ser fray Juan de la Cruz, universitario en Salamanca y rector ya del Colegio de los descalzos de Alcalá. Los descalzos disfrutan de muy buena fama en todos estos ambientes y por lo que se oye de ellos la gente les da el título de «los santos descalzos de La Peñuela o Calvario», y se hablaba de ellos en pláticas y en sermones (26, 395). También, sabiendo hasta qué extremos cultivaban el silencio, los llamaban «la Orden de los mudos» [621]. Varios doctores de la Universidad de Baeza están pidiendo fundación de los descalzos en la ciudad. Uno de los días que se encuentra fray Juan en Beas revela a las monjas que el Señor le manda que vaya a fundar un colegio de la Orden en la ciudad de Baeza. Las monjas le piden que no vaya, que van a sentir mucho su soledad y además no tendrá dineros suficientes para llevarla a cabo. Fray Juan, decidido, contesta: «No puedo dejar de ir, que, pues Dios me lo manda, él me dará el cómo y lo que hubiere menester; y allí se morirán unas personas y mandarán para hacer el Colegio muy buenas mandas» (14, 172). Y así sucederá. Aunque cree como nadie en la providencia divina, sabe que hay que ayudarla y así se entrega en cuerpo y alma a conseguir los permisos necesarios para la fundación. No le fue nada difícil conseguir el permiso del vicario general, padre Salazar[622], que dio la licencia con mucho gusto. Otro día fue a Jaén a hablar con el obispo don Diego Deza. Le concedió el permiso también muy complacido. Recomiendan la fundación personas poderosas, eclesiásticas y seglares, animadas por la priora de Beas, Ana de Jesús, que se lo pide por carta. 219

Busca y encuentra las casas adaptadas dentro de las murallas, cerca de la Puerta de Úbeda. Se las vendió don Juan de Escos, y fray Juan, como refieren las hijas del vendedor, pagó lo que se concertó por ellas, 1.800 ducados, sin que en esto hubiese pleito ni diferencia alguna; «porque todo lo tratado lo cumplió, puntualísimamente» (24, 442). Rodrigo del Moral, jurado de la ciudad, prestó a fray Juan 400 ducados para ayudar a comprar las casas, como él mismo declara (22, 353-354). Y él mismo manifiesta acerca de fray Juan, a quien visitaba muchas veces en el convento, «que apenas le vio en la plaza ni en la ciudad y si algunas veces salía, era al hospital» (22, 354). Las casas vendidas eran, para ser más precisos, de Juan de Escos y del licenciado Andrés de Escos, cura de San Pablo. La casa tiene capacidad suficiente para capilla y habitaciones para celdas y otras dependencias conventuales[623]. Las monjas de Beas ayudan cuanto pueden con ornamentos para el culto y otras cosas necesarias. Una de ellas recuerda el aspecto humilde y alegre con que el santo recibía lo que se le entregaba, «y aunque con pocas palabras, les agradecía mucho y daba muestras de que las estimaba» (10, 328). Los fundadores serán los padres Juan de la Cruz, Juan de Santa Ana[624], Inocencio de San Andrés[625] y fray Pedro de San Hilarión, que aún no es sacerdote. Vienen del convento del Calvario a pie con sus báculos. Todo lo que se trajo del Calvario con mesa y aderezos para el altar, «todo venía en una jumenta» (14, 60), como cuenta uno de ellos, «y aunque era vigilia de la Santísima Trinidad, y anduvieron más de seis leguas a pie, guardaron su ayuno» (ib). Llegan a Baeza de noche, y como sucedía en las fundaciones teresianas, van componiendo en silencio la iglesia, preparan el altar, cuelgan una campanilla de una ventana, sin que nadie se diera cuenta «hasta que por la mañana tocaron a misa». Al oír aquel repique acuden los vecinos ante aquella novedad, entre otros la quinceañera Juana de Arjona. Pillan todavía a fray Juan, que está derribando un tabique en la sala donde se dirá la primera misa y se pondrá el Santísimo. Los que han acudido le ayudan a terminar la faena y a limpiar la sala, y fray Juan dice la misa inaugural. Es el 14 de junio de 1579, gran solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, y gran alegría por la inauguración de la nueva casa. En el libro de Protocolo del Colegio se deja constancia de esta manera[626]: «Para gloria y honra de nuestro Señor y de la Virgen santísima, su madre, siendo sumo pontífice Gregorio XIII, y rey de España don Felipe segundo, y obispo de Jaén don Diego Deza, se fundó este colegio de carmelitas descalzos de la primitiva observancia año de 1579. Y se dijo la primera misa día de la Santísima Trinidad, habiendo precedido licencia del Ordinario, que se dio el 2 de junio del dicho año, y está originalmente guardada en el archivo o arca de tres llaves, en el número 1º de las escrituras, al fin de la venta de las casas de Juan Escos» [627]. Además de los cuatro que figuran como fundadores, están presentes otros dos padres, Francisco de la Concepción y Juan de Jesús, el santo. Este se queda como miembro de la 220

nueva comunidad. A ellos se añadirá pronto Gaspar de San Pedro. La gente que había acudido a aquella inesperada primera misa, viendo la pobreza con que habían comenzado, traían «muchas cosas, así de comidas como de ropa para dormir; y nada quiso recibir, sino que éramos pobres y que la pobreza era nuestra suma riqueza» (26, 402). Ya el mismo día de la inauguración vinieron a la casa algunos doctores de la universidad. Se dan cuenta de que a aquellos benditos les faltan tantas cosas necesarias. Por la noche llegan unos mozos con colchones para los frailes. Los envía el padre Núñez Marcelo. Inocencio de San Andrés, que acude a la llamada, se lo comunica a fray Juan y este le dice que lo agradezca pero que no reciba nada, y así «se pasaron y acomodaron con la pobreza que tenían» (14, 60-61). Sin colchones y con colchones no habrían dormido mucho aquella segunda noche, como no habían dormido la anterior por andar acomodando la casa. ¿Duendes en casa? Y penurias y otros datos En esta segunda noche comienzan a oírse ruidos, platos que se rompen, jarras que estrumpen. Entre las celdillas de Juan de Santa Ana y la de Juan de la Cruz hay otra vacía. De allí vienen los ruidos y el estrépito. El santo sale de su habitación, candil en mano, llama al compañero y le pregunta si tiene miedo: «Mucho, padre, mucho», le responde. Venga conmigo, le dice, y lo lleva a su celda y trata de tranquilizarlo. «Son duendes inofensivos, no tema», le dice. Y quedan a oscuras y en silencio. Pronto asisten a otra sesión de jarras y tazas que se hacen añicos. A la mañana siguiente no hay nada, ni rastro de vajilla rota; nada de nada (26, 344, 404). «Quizá no las hay, ni jarras ni tazas en el convento sin quebrar siquiera». El duende sigue molestando y a fray Juan de la Cruz «otra noche se le arrodeó a los pies, saliendo de la celda, que por poco no se hizo mucho mal» (26, 344). Había fama de que había tales duendes allí antes de que llegasen los frailes. A la semana desaparecieron para siempre. Juan de Santa Ana, uno de los fundadores, aparte del ruido de calderas y sartenes y cristales, recuerda así las penurias de aquellos primeros días: «Y así padecíamos harta necesidad, así de comida como de ropa, que en muchos días dormimos en el suelo sin más cama ni ropa que la que traíamos vestidos y las capas servían de mantas. Y con esto estábamos contentos y alegrísimos, con las amonestaciones y pláticas que nos hacía, que eran tan gustosas, que parece nos sustentaba más el cuerpo y el alma que otros manjares regalados» (26, 402). Uno de los bienhechores del convento, llamado Juan García, explica muy bien cómo y por qué los frailes padecieron el primer año «muy grande necesidad así de comida, como de cama y vestido». Él lo achaca a que ni Juan de la Cruz ni sus frailes salían a darse a conocer en la ciudad, ni daban a entender las penurias que padecían. Este buen Juan García se dio cuenta de la situación y «les compró cien reales de sayal para que se vistiesen, y dio cuenta a la ciudad de lo que padecían en el Colegio. Con lo cual se comenzó la ciudad a mover a socorrerles y hacerles algunas limosnas. Y como fueron 221

conociendo más la virtud y recogimiento de los religiosos, les fueron acudiendo más» (26, 349). Los vendedores de las casas habían dejado aquellas dos salas para el convento; la familia se retiró a lo restante del edificio mientras buscaban dónde irse a vivir. Una de las hijas, María de Escos, entonces muchachita, cuenta graciosamente ella misma que «andaba mirando por las resquebrajaduras de las puertas cómo comían y asistían los dichos religiosos. Y vio que el dicho Siervo de Dios comía de ordinario en el suelo pan y algunas legumbres y los demás religiosos comían en un banco a modo de mesa; y el dicho Siervo de Dios nunca le vio comer con ellos en la mesa, sino en el suelo, como tiene dicho. Y asimismo andaba con un hábito basto de jerga y los pies con unas sandalias y muy curtidos del frío y del sol. Y a todos los que le veían, les daba mucho ejemplo» (24, 445). Magdalena del Espíritu Santo, la copista de los poemas de fray Juan, cuenta que el santo llevaba consigo «una alegría del cielo, porque iba a trabajar en hacer aquel nuevo servicio a la divina Majestad» (10, 328). Esta alegría del fundador fue creciendo cuando el conventito fue ampliándose y contando con posibilidades de recibir novicios. La historia de este Colegio de Baeza va a ser de lo más gloriosa. Movimiento vocacional Baeza fue una bendición para la descalcez y la descalcez lo fue, a su vez, para Baeza. Siendo ciudad universitaria, al fundar en ella se iban cumpliendo los deseos de la madre Teresa. Gracián, haciéndose eco, sin duda, de la mente de la santa, dirá que «para el aumento de una Orden no hay mejor camino que plantar seminarios en las Universidades de estudiantes, porque allí toman el hábito los buenos sujetos, como experimenté en los conventos de Alcalá, Baeza, Sevilla y Granada, donde también hay estudios» [628]. «Se movieron gran número de estudiantes estos primeros años y se recibieron muchos novicios», recuerda uno de los fundadores del convento, Pedro de San Hilarión (26, 395). Este Pedro, juntamente con fray Gerardo, fueron los dos primeros que comenzaron a frecuentar las escuelas universitarias «con grande edificación». En carta a Jerónimo de San José (Ezquerra), editor y biógrafo del santo, uno de estos novicios le comunicaba: «Fray Alonso de la Madre de Dios (Palomino), que hoy está en Vélez, que fue el primer hábito; y yo (Jerónimo de la Cruz) el segundo; y el tercero el padre fray Juan de San Pablo, natural de Castellar, que había acabado de oír leyes en Salamanca y después estudió la teología en la Religión» [629]. Cada novicio es irrepetible, trae su historia, sus aventuras y problemas. Y todavía antes que ninguno de los mencionados llega desde Sevilla el que se llamará Francisco del Espíritu Santo para tomar el hábito allí en Baeza o en La Peñuela. «Por la necesidad que tenía el dicho padre y otros tres o cuatro compañeros que con él estaban, estuve con ellos [...] por espacio de seis meses, poco más o menos» (26, 414). Tomará 222

el hábito en La Peñuela, como diremos más adelante. Uno de los elogios que hace de fray Juan se centra en la caridad tan fina que tenía para con todos, «especialmente con los enfermos y viejos». Y cuenta que entre los padres primeros que tuvo, «había uno harto viejo y otro enfermo; y le vi algunas veces aderezarles por sus manos la comida y cama con grandísima caridad; y conmigo hizo hartos actos de ella entonces unos días que anduve no bueno» (26, 415). Alonso Palomino [630] El primero de los otros tres nombrados, Alonso Palomino, estuvo en compañía de fray Juan «por espacio de tres años continuos en nuestro colegio de Baeza y convento de Granada», «y los dos primeros años viví en su compañía y le traté muy especialmente» (22, 333; 26, 460). En sus declaraciones procesales[631] da no pocas noticias de la vida y virtudes del santo. Por lo que se refiere a su persona en el año de noviciado, está convencido de que fray Juan tenía el don de conocer el interior de las personas. Y cuenta a este propósito: «A mí me sucedió que, encontrándome un día que iba pensando en cosas impertinentes, me reprendió, diciéndome que “me guardase de no pensar otra vez en lo que iba pensando”» (26, 460; 22, 334); y «una vez le dio remedio, sin comunicarle, a una tentación secreta que tenía» (22, 334; 26, 460). Jerónimo de la Cruz[632] El segundo de los mencionados fue Jerónimo de la Cruz, hijo de Antonio de Córdoba y María Vázquez. Nació en Jaén, en 1557, hizo su profesión en Baeza el 2 de abril de 1581, como consta en el protocolo del convento. Es, en mi opinión, de todos los antiguos, quien ha dado más páginas acerca de san Juan de la Cruz, además de declarar en el proceso ordinario y también en el apostólico de Jaén. «Digo que en la fundación del Colegio de Baeza recibí el hábito y profesión de su mano» (26, 441). Obedeciendo al provincial fray Gabriel de Cristo, para que quien supiera algo de la vida del santo que lo comunicase, hizo una larga declaración en 1614. Y cuenta con una gran frescura de estilo muchas cosas. Siendo novicio, cada tres noches tenía que ir a dar cuenta de su vida religiosa al santo. Sentía una dificultad muy grande, y no acertaba a manifestarse. Le indicaba él que dijera alguna palabra y por aquello poco que decía ya fray Juan le entendía, como si le viera el interior y le aconsejaba perfectamente. Algunas veces le hablaba distinguiendo: o es esto, o esto otro lo que le pasa y daba en el punto exacto y le encaminaba con mucha luz (26, 442-443; 23,57-58). Anda fray Jerónimo medio enamorado de la vida de los Padres del desierto, está enfrascado en lecturas de esas y está decidido a dejar su noviciado carmelitano por ese otro género de vida. Pero le surge una duda: ¿cómo va a poder cumplir con el precepto de oír misa allá en la soledad de los montes? (26, 445). Batallando con estos pensamientos, un día entró corriendo en la recreación el padre 223

fray Juan de la Cruz y dijo: «¿Quién pregunta alguna pregunta?», y sin dar tiempo a que nadie interviniera, dijo: «Pues que nadie pregunta, yo pregunto». Y comenzó a hablar de los santos del yermo que podían tratar con Dios sin estorbos de nadie, y siguió exaltando aquel género de vida. Jerónimo se frotaba las manos por lo que estaba oyendo, pero, de repente, dijo fray Juan: Ese modo de vida «ya no se puede, después de los mandatos de la Iglesia, que obligan a oír misa». Con estas últimas palabras se le vino abajo aquella tentación, se quietó y sosegó totalmente (26, 446; 23, 57). Otra de las veces que cuenta este su caso, como ha estado hablando de un novicio, sin darle nombre, los del tribunal del proceso apostólico de Jaén le preguntan si conoció y trató a aquel novicio y si permaneció en la Orden y profesó y cómo supo este caso, entonces contesta Jerónimo enardecido: «Digo que yo fui el novicio a quien pasó lo que tengo dicho; y con esto respondo a lo demás. Y con nadie había comunicado cosa de este pensamiento» (25, 138). Cuando empieza a ejemplificar, como él dice, lo va haciendo «con algunas niñerías particulares», y «menudencias», y no va a entrar en el tema de los milagros atribuidos a fray Juan; eso ya lo harán otros mejor. Una de esas menudencias es la siguiente: siendo todavía novicio ya le llevó varias veces el santo con él a algunos de sus viajes. Y una vez, saliendo los dos por la puerta de una casa que habían comprado las monjas de Beas para hacer la iglesia, la estaban destejando o descubriendo los obreros y le cayó de razonable altura una teja en la cabeza, y se hizo muchos pedazos. Iba fray Juan delante y dijo Jerónimo: «¡Oh, Padre Nuestro, que me ha descalabrado!». Fray Juan creyó que había dado en una peña que estaba a la puerta. Pero al oírle gritar se volvió «a mí aprisa, me refregó su mano por la cabeza diciendo: “Ea, que no será nada”. Y así fue, que no sintió después ningún dolor especial» (26, 443; 25, 134). ¡Buena cabeza! Los del tribunal son muy críticos y exigentes y, como fray Jerónimo ha hablado de un compañero de fray Juan, le preguntan quién era el tal compañero, cómo se llamaba, y si él lo conoce, si todavía vive y en qué convento, y responde: «Digo que yo era el compañero». Las pesquisas no han terminado y le preguntan si al tiempo que la teja le dio sobre la cabeza «llevaba puestas las dos capillas de la Religión y si del golpe le salió alguna sangre o se levantó algún tumor en la cabeza». Sí, llevaba las dos capuchas, no corrió nada de sangre, nada de tumor, sólo el dolor del golpetazo y desatiento, «y ese se me quitó pasando las manos el Siervo de Dios por la cabeza» (25, 134). Se ve que no era para tanto. A esta menudencia añade otra: en un viaje que hacían los dos a pie al convento del Calvario, el santo le iba preguntando si sería capaz de vivir un mes seguido en aquella soledad; en ese momento ven que bajan dos perrazos de ganado, un par de mastines, con aires amenazadores y parecía que con la furia y rabia que traían, «nos habían de despedazar». Sin cesar el paso que llevaban siguen adelante y le dice: «No tenga miedo». Cuando los mastines están para darles un bocado, fray Juan alarga la mano y se la pone sobre la cabeza, restregándoles el hocico, les da un golpecito diciendo, primero a uno y luego a otro: «Anda, vuélvete». Menean la cola y se vuelven aprisa (26, 443; 25, 135; 23, 58). 224

Todavía otro caso, más lamentable. Van de Baeza a Beas. Fray Juan lleva a una taleguilla de cartas de la santa. «Yo no le conocí otra cosa fuera del breviario, rosario y disciplina». Se detiene y pregunta a su acompañante: «¿Para qué se ha de embarazar un religioso con cosas no necesarias y que puede excusar? ¿Para qué ando yo cargado de esto? Desocupémonos para Dios de estas cartas». Jerónimo no sabe de qué se trata y le dice: «Como pareciere a vuestra reverencia». Y dijo: «Pues traiga una luz, con que se hizo el sacrificio, y se quemaron las cartas». Y añade con pena fray Jerónimo: «Y yo hago el sacrificio cada vez que me acuerdo de no haberle dicho que me las diera a mí, que por ventura fue el motivo de lo que me dijo: ¡Sea Dios glorificado!» (26, 443-444). No se le olvida a Jerónimo poner en su punto la vida de oración de su padre maestro, sus virtudes acendradas y otras peculiaridades. Una de las veces que estuvieron varios días en Beas, salieron una tarde al campo. «Y estando en él díjome: “Apártese a alabar a Nuestro Señor”, después de haber hablado de Su Majestad como solía. Y esto hacía siempre que salía al campo, sacaba los religiosos a recrear, buscaba lugar apartado donde, retirado, pudiese tener oración y alabar a Dios; que lo hacía con instancia, mirando el agua, si había arroyo o río, o mirando las yerbas» (26, 443). Se ponía en oración y se le veía muy atento «mirando los ríos o fuentes o cielos o hierbas, en que decía ver un no sé qué de Dios» (23, 47). Y del agua, de la hermana agua mirándola, como si fuera san Francisco, «solía decir que esta criatura daba mucha noticia de su criador» (25, 136). Al lado de esa placidez espiritual en que le gustaba vivir, se le presentaban algunos casos más complicados, en los que se ponía a prueba la sagacidad y diplomacia de fray Juan. En una de las fiestas del Santísimo que hizo en Baeza, cuando entraban mujeres en los claustros, estaban unos caballeros sentados en un banco, y no hacían más que darles conversación. Enterado fray Juan de lo que sucedía, «salió con mucho comedimiento, les pidió perdón, diciendo que, por ser necesario aquel banco, venían por él; y era por estorbar lo que pasaba. Todos se levantaron». Pero uno de ellos, más empeñado que nadie en aquella cháchara, lo tomó por agravio. Y cuando después encontraba al hermano donado del Colegio le decía muchas injurias contra fray Juan, murmuraba de él y le amenazaba. El donado se lo contaba después al santo y se lo repetía tal como lo había oído. Y fray Juan, «oyéndolo, se alegraba y sonreía, como si fuera cosa de honor y gusto» (26, 444; 25, 131). Total, que le tocaba oír al dulce santo, a través del inocente donado, los tacos que soltaba aquel caballero, que le llamaban «acedo»; por algo sería. Hablando todavía de los viajes de fray Juan subraya que «como otros para entretenerse suelen cantar romances y burlas, usaba el Siervo de Dios decir a medio tono el capítulo diez y siete del evangelio de san Juan con mucha devoción, causándola al compañero que le oía. De lo cual soy buen testigo en los caminos que le acompañé» (25, 130). Viendo el estilo de la recreación conventual con que el rector va llevando la batuta con tanto espíritu, anota que «de cualquier cosa tomaba ocasión para decir de Dios». Y añade: «Y tengo yo en mí, y solía decir, que nos servía más la hora de recreación que la de oración; tanto era el fuego y luz espiritual con que el alma salía de ella, por el 225

provecho de lo que sacaba el alma de lo que el santo trataba, sin que se hiciese pesado, por la sal con que lo decía. Y así se sentía mucho cuando por alguna ocupación faltaba de ella o hacía ausencia del convento. Y así era deseado y alegraba su presencia» (26, 443). ¡Elogio magnífico este hecho por un andaluz que enaltece la sal con que hablaba nuestro fontivereño! Pondera mucho también la honradez del santo cuando, muy al principio de la fundación, tenían tantas necesidades. Llega una persona con trescientos ducados de limosna para trescientas misas, pero como condición ponía que se tenían que decir inmediatamente, aunque hubiera que desplazar otras ya apalabradas. Y no falta alguien de la comunidad que le dice, al ver la repulsa de fray Juan: «¿No ve Vuestra Reverencia la necesidad en que estamos? Y, ¿por qué las vuelve?». Responde: «A mi cargo está tratar de la verdad y no engañar a nadie, y al de Dios darnos lo necesario; no tenga miedo nos falte Nuestro Señor». Es injusto no decir primero las ya recibidas y comprometidas. Si no es así, esperando la vez, no las recibiremos. Y el oferente se marchó con sus trescientos ducados a otra parte (25, 122-123). No olvida hacer mención de la mucha caridad que tenía con los enfermos y cuenta cómo tuvo que ausentarse unos días de Baeza. Cuando volvió se encontró con que el que se había quedado de superior en su ausencia había llevado al hospital general de la ciudad a un hermano donado que se había puesto enfermo. Fray Juan le da una buena reprensión «que por qué había de faltar caridad para servir y curar un hermano en su enfermedad, que había servido en salud. Y mandole luego traer y le curó con mucho regalo, como lo pudiera hacer con cualquier prelado por grave que fuera» (26, 449; 25, 121-122). Con esto quiso que quedara muy claro que, no por tratarse de un «donado», había que ocuparse menos de él que del fraile más importante de la Orden. Juan de la Cruz deseaba ardientemente ser mártir, y muchas veces que estaba inflamado en estos deseos cuenta Jerónimo: «Le oí decir: ¡Ah, padres!, más envidio las penas y martirios que padecieron los santos mártires, que los premios de gloria que hoy tienen, por haberlos padecido» (25, 117). Juan de San Pablo El tercer novicio se llamaba Juan de San Pablo, hijo de Juan Rodríguez y Francisca de Torres, naturales de Castellar. Profesó en el Colegio de San Basilio de Baeza el 2 de febrero de 1582, como consta en el protocolo del convento. Llega a Baeza habiendo cursado sus estudios de Derecho en Salamanca, y viene a tratar un negocio con Juan de la Cruz. Le hospeda en el convento «y le detuvo en él, al principio harto contra su voluntad y poco a poco le fue aficionando a la Religión hasta que vino a pedir el hábito». Le admite y toma el hábito de sus manos. Y le va a probar con muchas cataduras en su noviciado. Tanta cosa espiritual, tanta instrucción, tanto libro del género, le aburren un poco. Va a hablar con el maestro de novicios y le pide libros de su especialidad, de cánones para ir repasando alguna cosa. El maestro lo consulta con el rector, y Juan de la Cruz le dice: 226

—Tráigame una cartilla. Traída la cartilla, es decir, «la hoja donde están escritas las letras del abecé, por donde empiezan a leer los niños», y en la que vienen las oraciones del cristiano, señala con el dedo y dice: «Dele esta cartilla y un puntero y en este capítulo del Paternoster, sin pasar a otra cosa, todos los días hasta que yo ordene otra cosa. Obedece el jurista y así, durante mucho tiempo, «postrado en el suelo, teniendo su puntero y cartilla en la mano como un niño, leía, estudiaba y meditaba despacio lo que cuando niño deprendía a pasar de prisa». Su compañero de celda Jerónimo de la Cruz no puede olvidar cómo «eran tantas las lágrimas que por muchos días Dios le dio en este ejercicio, que le caían de ambos ojos en el suelo hilo a hilo, con tanta abundancia, que tenía admirado a este testigo» (23, 63). El remedio fue eficaz. Uno de los que lo cuentan hace una evaluación de aquella medida pedagógico-espiritual: «No fue en vano este estudio de muchos días, porque con él, deshaciendo Dios su rueda de pavón, le dio tanta suavidad de sí, que le mudó en otro» [633]. Además de mandarle a la escuela de párvulos, «le puso en la cocina buena parte del año de noviciado, ejercitándole en varias mortificaciones». El mismo Juan de San Pablo llegó a ser un gran religioso y será en su día provincial de Castilla la Vieja, aunque esto último no es ninguna virtud, y él mismo contaba con agradecimiento y alegría aquel episodio de su vida (22, 75). Sebastián de San Hilarión y otros[634] Otro que tomó el hábito también de la mano de Juan de la Cruz fue Sebastián de San Hilarión, hijo de Alonso Cano y de Isabel Cobo, que profesó en 1581. Vino a la Orden siendo estudiante de Filosofía en Baeza. «Digo que tomé el hábito siendo rector de Baeza el siervo de Dios fray Juan de la Cruz» (25, 72). Teniendo poca salud, fray Juan le llevó por un tiempo a Granada y allí se le quitaron las cuartanas que padecía. Más adelante le mandará el santo llamar para comunicarle proféticamente algunos secretos, poco antes de morir (25, 74-75, 80-81). Luis de San Ángel trató, siendo estudiante y seglar, muchas veces con fray Juan de la Cruz, y anduvo discerniendo su vocación carmelitana con él. Le «pidió en Baeza el hábito muchas veces. Y no se lo quiso dar, diciendo no era tiempo». Le daría el hábito y la profesión más adelante en Granada, cuando vio y le dijo que ya era tiempo (23, 476; 24, 373-374). José de la Madre de Dios estaba estudiando en la Universidad de Baeza. Y vio una o dos veces que fray Juan andaba por los claustros del convento como elevado, «dando con los artejos de las manos en las paredes, aunque por entonces, por ser muchacho este testigo, no pudo hacer ponderación de aquello». Preguntó a otro religioso por qué fray Juan hacía aquello, y le contestó «que aquel pasear y dar aquellos golpes era para divertirse un poco de la grandeza de los fervores interiores de su alma, ganados en la contemplación» (24, 491-492). Por consejo de fray Juan tomó el hábito en el convento del Calvario en 1581 el 11 de junio (24, 490-491). 227

Vocación más sonada la de Luis de San Pablo, lego de profesión. Nacido en Baeza de los caballeros Zambranas. Tuvo un lance con otro caballero y se desafiaron a reñir. Pasaban juntos por la puerta de la iglesia de los descalzos, camino del lugar del desafío, cuando la comunidad estaba tomando la disciplina. Ambos a dos recapacitaron ante lo que estaban oyendo, se pidieron perdón y se reconciliaron. Al día siguiente vino corriendo al Colegio y pidió el hábito de lego, aunque tenía preparación suficiente para ser corista. Fray Juan le propuso dos cosas: no había de ser sino del coro; que no entendiese que había de vivir en su patria. Luis aceptó lo segundo; pero acerca de lo primero suplicó con todas las veras de su alma que no le cargase con la responsabilidad del corista. Fray Juan le dio una carta para que le diesen el hábito en el Calvario. Perseveró en la Orden y murió a más de ochenta años[635]. Uno de los frailes del Colegio dice de fray Juan: «Y en toda la ciudad de Baeza le tenían en grande veneración, especialmente gente de entendimiento y la que trataba de oración», y nombra a Núñez Marcelo, discípulo de Juan de Ávila y otros condiscípulos suyos. Y añade: «El hermano Francisco Hernández, que después se llamó en la Orden fray Francisco Indigno, a quien toda la ciudad tenía por santo» (26, 414). Discípulo este también de san Juan de Ávila, catequista suyo, enamorado del Santísimo Sacramento, figura carismática. Trataba con Juan de la Cruz que, según creo, ya le había admitido en comunidad. Tomó el hábito en Baeza de manos del padre Jerónimo Gracián, siendo rector fray Juan de la Cruz. La ceremonia de la toma de hábito revistió una solemnidad inusitada, asistiendo doctores y catedráticos de la Universidad, canónigos, caballeros, señoras «y tanta multitud de la demás gente, que no cabía ni en las calles circunvecinas». El padre Gracián lo llevó a Sevilla al noviciado del convento de Los Remedios, donde profesó, como hermano lego, en 1583 en manos del padre Antonio de Jesús (Heredia)[636]. Nada más profesar formó parte de la expedición de los misioneros que fueron enviados al Congo, y más tarde figuraba entre los que acompañarían al padre Jerónimo Gracián a México[637]. A su vuelta de la misión del Congo recorrió varias comunidades en España y se encontraba en Úbeda, a la muerte de Juan de la Cruz, como veremos. De esta escuela de Juan de la Cruz salieron todos estos buenos religiosos y otros. Algunos van dando su testimonio acerca del santo con gran abundancia de detalles, y todos reconociendo la santidad y valores de su maestro en la formación religiosa recibida. Lances pedagógicos Buen conocedor de la condición y psicología de las personas, sabía Juan de la Cruz que para la formación de sus religiosos jóvenes no le bastaba exhortarles de palabra a ser virtuosos y cumplidores. No les bastaba ver en él tan buenos ejemplos. Sabía que a gente joven había que ayudarles por medio de cosas sensibles, que tocasen la fantasía y quedasen bien archivadas en la memoria. De aquí que entre sus métodos de formación se sirviese de la representación y plasticidad. Había que modelarlos por ese camino. Como 228

poeta volvió poemas profanos «a lo divino», como educador volvía también «a lo divino» algunos usos o costumbres de aquella sociedad, por ejemplo: armar a uno caballero. Se ponía en medio a un novicio o estudiante y fray Juan iniciaba: —Hermanos, vamos a armar caballero a fray X; vaya cada uno diciendo el arma que crea más le conviene. Y uno decía: la espada; otro, el escudo; otro, la celada; otro, el yelmo. Fray Juan iba explicando la significación de cada cosa: la espada de la palabra de Dios; el escudo de la fe; la celada o el yelmo de la esperanza. Y quedaban así instruidos acerca de lo que en la Regla del Carmelo se llamaba armas para el combate espiritual. Además de armar a uno caballero había que vestirlo de virtudes, para que así revestido pueda comparecer ante Cristo el Señor. Jerónimo de San José refiere así este entretenimiento pedagógicoespiritual, esta «vuelta a lo divino» de tantas cosas: «Tocábanse en esta ocasión en ambos juegos los puntos más principales de la vida espiritual. Y tomando el venerable padre la mano sobre cada arma (escudo, celada, espada), vestido o joya que se daba al que querían armar o adornar, decía maravillosas ponderaciones, encajando entre aquel ejercicio de honesta y devota recreación la doctrina de más veras y de más sólido espíritu y perfección» [638]. También le gustaba evocar y representar de algún modo el martirio. Juan de Santa Eufemia vio «que juntaba muchas veces a sus frailes y él con ellos, se hacían unos mártires, y otros verdugos para atormentarlos, y otro era juez; y quien cabía ser mártires padecían azotes y otros tormentos, con tanto gusto como si realmente se vieran padecer por Dios Nuestro Señor», y puntualiza el buen hermanito: «Y el dicho santo padre daba ser a todo con sus dulces palabras, y los religiosos se afervoraban para padecer y llevar trabajos» (14, 26). Los personajes de estas «santas representaciones», y «estratagemas de martirios» aquí en Baeza o más tarde en Granada y en otras partes confiesan que salían de las recreaciones así pasadas con fray Juan, que era el alma de todo, con más fervor y ánimo que de la oración (14, 88). Y Jerónimo de la Cruz da sobre esto su juicio personal: «En las recreaciones de cualquiera cosa tomaba ocasión para decir de Dios; y tengo yo en mí, y solía decir que nos servía más la hora de recreación que la de oración» (26, 443). Esto que aquí presentamos tan brevemente ocupaba, a veces, un largo tiempo, por los comentarios que iba haciendo el rector a propósito de cada arma o de cada pieza del vestido. Doctor en Teología por Baeza Como no se trataba sólo de la dimensión espiritual de la vida, experto como es Juan de la Cruz más que nada en materias de espíritu y en Teología mística, no lo es menos en la Teología escolástica y en la Moral, y organiza en el colegio lo que se llama conclusiones o tesis, que preside y dirige él mismo. Al tener tanto confesonario introdujo en el colegio la lección de Moral, que después se mandó por constitución, obligando a que cada confesor sustentase un día la tesis o caso de moral. Y «mandaba asistir a ellas a todos los 229

coristas hasta los novicios. Y en los argumentos daba distinciones y respuestas tales, que los más entendidos decían no lo podía hacer sin ilustración particular de Dios y juntamente decían podía presidir en Alcalá y Salamanca y causar admiración» (26, 447). Así lo refiere Jerónimo de la Cruz, testigo de vista. Profesores de la Universidad de Baeza habían pedido la fundación de los descalzos en la ciudad; y venían continuamente al convento a tratar con el santo, como hemos visto. Asisten también algunos a estas lecciones de Teología moral y se quedan admirados de la versatilidad de su mente y de la agudeza del ingenio de Juan de la Cruz. No fue profesor de la Universidad; pero su nombre resonaba en las aulas y contamos con este documento del siglo XVIII, en el que se gradúa de doctor a Juan de la Cruz, recién canonizado. Excurso: Universidad de Baeza Esta Universidad determinó en claustro pleno graduar por doctor de su claustro al glorioso padre san Juan de la Cruz, con toda la solemnidad debida a punto tan serio. Comunicó su acuerdo con su ilustrísimo prelado D. Rodrigo Marín Rubio, quien la aprobó y aplaudió; y asimismo encargó no hubiese omisión en los medios que pudieren conducir a este grado: y que para esto se sacase bula de Roma, pidiendo primero el beneplácito a la Religión. Así lo practicó el claustro, haciendo a los prelados relación de todo, en carta firmada de todos sus doctores y secretario, que conserva la Religión en su archivo, y es su data de 3 de enero de 1730. Dicen en ella, entre otras cosas: «De los escritos profundísimos del señor san Juan de la Cruz, ya se sabe lo que todos dicen; aunque ninguno ha dicho lo que basta de ellos» [639]. Su calendario litúrgico Más abajo nos encontraremos con una devota de fray Juan que nos contará que el santo acomodaba su rostro, su continente, con las celebraciones que corrían. Venía a ser algo así como el hombre del tiempo litúrgico. En tiempo de Navidad rebosaba de ternura y alegría. Quedaron bien presentes en la memoria de los religiosos algunas de las fiestas navideñas celebradas con fray Juan de la Cruz. Juan de Santa Eufemia, cocinero en Baeza, nos cuenta: «Celebraba las fiestas de nuestro Señor y del Santísimo Sacramento con gran devoción y con cosas santas de propósito, con que entretenía y enternecía a sus frailes, como fue que una noche del santo nacimiento, estando por rector del Colegio de esta ciudad, el dicho santo padre fray Juan hizo que dos religiosos de él, sin mudar de hábitos, representasen uno a nuestra Señora y otro al señor San José, y que anduviesen por un claustro pequeño que había en el dicho convento buscando posada; y sobre lo que les respondían y decían los dos que representaban María y José, sacaba el dicho padre pensamientos divinos que les decía de grande consuelo a los religiosos; y de esta manera celebraba las fiestas, porque así lo vio este testigo, y que el pueblo quedaba edificado y 230

devoto en las dichas fiestas cuando se celebraban en la iglesia» (14, 25). Pues algunas misas de Juan de la Cruz resultaban un poco movidas, como aquella de los años 1580, más o menos, «en que habiendo consumido se quedó absorto con el cáliz en las manos, estando tan enajenado que no se acordaba de acabar la misa», y se iba para la sacristía. La que llamaban la madre Peñuela dijo: «Llamen los ángeles que acaben esta misa». Pudo acabar la misa con la ayuda de otro padre «que le fue mostrando a decir todo lo que le faltaba por decir de la misa» (14, 15-16). Acción apostólica de fray Juan en Baeza La presencia carmelitana en Baeza fue muy fructífera. El convento-colegio de los descalzos tuvo como titular primero Colegio de Nuestra Señora del Carmen y San José y más adelante, desde marzo de 1581, Colegio de San Basilio. Otro doctor de la Iglesia; el Alcalá se llamaba de San Cirilo. Gracián, que conocía muy bien la zona, puntualiza que el equipo de fundadores «halló la tierra bien dispuesta con un Colegio que allí fundó el padre Maestro Ávila de clérigos muy santos, que salían a predicar y confesar por aquellos pueblos con vida apostólica, y leían, enseñando a los estudiantes seglares con la ciencia, la oración y mortificación como si fueran religiosos. Hay en esta ciudad grande espíritu, así en hombres como mujeres; y tanto concurso en la frecuencia de los sacramentos en todas las iglesias parroquiales, como suele haber en monasterios donde esto se ejercita con mucha perfección» [640]. Uno de los monasterios donde se atendía con toda solicitud en el confesonario era el colegio de descalzos. Inocencio de San Andrés, uno de los fundadores del convento, da un testimonio magnífico y de primera mano sobre esto. Hay que leerlo por entero: «Sabe este testigo que tenía el dicho santo padre grande celo del aprovechamiento de las almas, y así muy de ordinario acudía al confesonario a confesar y tratar muchas personas, en las cuales hizo mucho provecho y mucha mudanza de vida. Y de esto era todo su trato con los seglares de que se aprovechasen sus almas y se ejercitasen en la virtud, y nunca trataba de otra cosa ni de otros negocios, ni daba lugar a ello, y esto con todo género de personas; y así acudían muchas personas a él a ser enseñadas por el mucho lenguaje que de Dios tenía, así hombres doctos como gente ordinaria. El mismo cuidado tenía de que acudiesen a la predicación y confesión los padres que para esto estaban dedicados, porque daba demostración de holgarse con el consuelo y aprovechamiento de las almas. Y dijo asimismo este testigo, que, habiendo vivido muchos años con el dicho santo padre en el Colegio de Baeza, nunca se han continuado tanto las confesiones como en el tiempo que él estuvo en el dicho colegio, aunque se confiesa de ordinario mucha gente; pero el tiempo que él estuvo en el dicho Colegio de Baeza por prelado, todos los días, así por la mañana como por la tarde, asistían los confesores en los confesonarios, y no podían acabar de confesar toda la gente que acudía, aunque al presente no se confiesa por las tardes, porque lo ha dispuesto la Religión así» (14, 64).

Estamos ante una declaración directa de amplio espectro acerca de la intensidad apostólica de aquella comunidad primera. Así se funcionaba durante el rectorado de fray Juan. Para poder atender al máximo a la gente había cambiado los horarios, haciendo las dos horas de oración pronto por la mañana, atendiendo luego al pueblo y lo mismo toda la tarde. Más adelante, cuando soplaron otros aires, se cambió.

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Oráculo de los doctos Entre los «hombres doctos» que acudían muy de ordinario a tratar y consultar con Juan de la Cruz nos encontramos prácticamente con los mismos que estaban pidiendo la fundación, con los que acudieron el primer día. Los nombres que más recuerdan los testigos son los doctores Ojeda, Diego Pérez, Carlebal, Becerra, el maestro Sepúlveda. Todos estos discípulos de san Juan de Ávila, del Maestro Ávila, tienen ahora por oráculo a Juan de la Cruz y «gastaban con él muchas horas en muchos días». Se hacen lenguas de su sabiduría y se les oye decir. «¡Qué hombre tan profundo este!» (14, 62). Uno de los doctores que llevaba la cátedra de Positivo (de Derecho), que viene con frecuencia a consultarle sobre textos más oscuros de la Biblia, le escucha, apunta sus explicaciones y sale diciendo que «le parecía eran explicaciones nuevas, enseñadas del Espíritu Santo» las que le daba Juan de la Cruz (26, 395). Así lo declara Pedro de San Hilarión, testigo de vista. Otro de los que frecuentan el convento, el doctor Becerra, tiene fama de gran predicador, predicador de campanillas. Por su púlpito le llamaban «el divino», y fue Juan de la Cruz quien «de predicador vano le hizo predicador apostólico de Cristo», como él mismo confesará en los funerales del santo (26, 410). Amistad con el artista Juan Vera Amistad grande entre fray Juan y el artista Juan Vera, nacido en Úbeda y residente entonces en Baeza. Fue llamado para que decorase la capilla del convento y el propio convento. Se presenta así: «Conocí al santo padre fray Juan de la Cruz, al cual traté y comuniqué por tiempo de tres o cuatro años que estuvo en Baeza, y le hice algunas obras de escultura y pintura en el dicho convento. Y asistía conmigo el dicho santo padre muchos ratos mientras las hacía. Y comí con él hartas veces en el refectorio del dicho convento» (14, 31). La asistencia del santo mientras el artista trabaja es la de un entendido en la materia. En 1614 se hacía gran fiesta en los descalzos de Úbeda el día de San Miguel. Allí estaba Juan Vera soltando algunos cohetes. Uno que tenía en la mano reventó «y encendido y desmandado le dio a este testigo un gran golpe en el ojo derecho, tan grande que le desatinó, de suerte que quedó ciego del ojo, que no veía cosa alguna». Recordando su amistad con fray Juan le suplicó que le curase y, aplicándose una reliquia que le dejaron en el convento, se recuperó. Su oración había sido encomendarse al santo «diciéndole se acordase de mí, pues habíamos sido acá en el mundo tan amigos» (14, 32). No podemos precisar cuáles fueron las obras de pintura y escultura que realizó a petición del santo[641]. Juan de la Cruz y el médico Huarte de San Juan Aparte de este trato amistoso de fray Juan con Juan Vera, pudo también conocer Juan de 232

la Cruz al famoso médico Huarte de San Juan, al morar en Baeza simultáneamente uno y otro, y en una ciudad pequeña se conoce todo el mundo[642]. Y sin duda el famoso libro Examen de ingenios para las ciencias[643] de Huarte contiene no pocos puntos de convergencia con los escritos de fray Juan[644]. Hay no poca concordancia en muchas cosas entre ambos ingenios y merece la pena analizar la problemática religiosa del Examen y confrontarla con las enseñanzas místicas de Juan de la Cruz. Hasta se ha podido preguntar si fray Juan no habrá acudido a Huarte como médico cuando en 1580 tuvo prácticamente todos sus frailes con gripe, con el llamado «catarro universal» [645]. ¿Engañado por la ilusa Juana de Calancha (Ana de la Trinidad)? A Juan de la Cruz le tocó vivir en el clima de exaltación religiosa en que se vivía en Baeza, llamada «matriz de alumbrados». Y «porque entre el buen trigo se halla el gorgojo y entre el oro la escoria, también había en esta ciudad algunas ilusiones y espíritus engañosos» [646]. Jerónimo Gracián, de quien son estas afirmaciones, trae como ejemplo el caso de Juana Calancha, de la que dice que «a la verdad nunca me entró en el corazón aquella mujer», pero que dio «la licencia para que se le diese el hábito de monja lega en el monasterio de Beas» [647]. Afirma que «porque haya experiencia para adelante y se vaya con recato de creer a todos espíritus, quiero contar un caso que allí acaeció con una beata que confesándose con el padre rector de aquel colegio diole a entender que tenía tantas revelaciones y mercedes del Señor y pintole un espíritu tan alto, que aficionándosele para hacer algún gran bien a la Orden, alcanzó que la recibiesen en el monasterio de las descalzas de Beas sin dote alguno para monja lega» [648]. Así presenta a la protagonista Gracián, señalando que el engañado había sido Juan de la Cruz. Juan de Santa Ana, en la Relación conservada en la BNM, es quien más ampliamente, y mejor informado, explica el caso. Según él, el obispo de Jaén «don Francisco Sarmiento había pedido recibiésemos para monja lega en aquel convento de Beas una beata de Baeza que se confesaba con él los veranos que se venía a Baeza y la tenía por muy santa, porque le decía algunos casos sucedidos así en Roma como en Madrid y otras partes y de negocios suyos que habían sucedido poco antes o que el mismo día que ella se lo contaba y como después hallaba que había dicho verdad en todo le pareció que sabía aquellas cosas por ser muy santa y habiéndole ella pedido licencia para que la recibiesen allí en Beas, y así la recibieron» [649]. El autor de la Reforma habla también de este caso y coincide en señalar a don Francisco Sarmiento, obispo de Jaén, como principal engañado por la muchacha, y da un juicio muy negativo en este punto del prelado, «cuya demasiada piedad, y credulidad de apariencias añubló sus muchas letras, en este caso y otros semejantes, de que tuvimos larga noticia» [650]. Además de presionar para que la admitiesen en Beas, el propio obispo «se obligó al dote, y lo demás necesario 233

para la entrada». La novicia comienza a arrobarse o a fingir arrobamientos en el convento. La priora le dice: «Hermana, aquí no hemos menester sus arrobamientos sino que friegue bien los platos». Ella, las más de las veces, recusaba ir a los trabajos de la casa, «pidiendo permiso, como decía, para irse con su buen Jesús». La priora, Ana de Jesús, no obstante, seguía creyendo que se trataba de una verdadera santa y que el obispo había hecho ese gran favor a la comunidad enviándoles allí esa joya, y le concedía lo que pedía. Catalina de Jesús, la fundadora de Beas, persona eminente en santidad y buen juicio, «decíale algunas veces a la madre priora lo poco que le edificaba aquella hermana y su santidad, pues tan ordinariamente se excusaba de las cosas que la obediencia le mandaba con título de oración y su vida con su buen Jesús». La priora le reprendía su «incredulidad, diciendo que no le había de engañar al obispo, siendo tan santo». Acabó su priorato Ana de Jesús y fue elegida Catalina; esta, sin más contemplaciones, mandó a la hermana «ayudase a las demás hermanas legas en sus oficios... y que no se mostrase particular en nada», etc. En estas un buen día a media noche la venerable Catalina de Jesús oye una voz que le dice: «Vela, que hay bien que velar». Se acerca a la ventana de la celda de la novicia y oye «unas voces confusas», «como de moros o gentes de otros países». Con su lamparilla se dirige a la celda de la novicia y la encuentra descubierta «con una postura muy deshonesta». Catalina le pregunta qué es aquello; ella responde que «era su buen Jesús, que muy de ordinario dormía con ella y que como esposa suya la trataba, y se le aparecía como un mancebo hermosísimo y tenía parte con ella y lo demás que los esposos tienen con sus esposas», etc. Catalina le replica: «¡Oh, hermana, que es el demonio que la tiene engañada y no le deja confesar la verdad a los confesores!». Ella entonces le cuenta un pecado de lo más abominable de torpeza y lascivia[651]. La priora escribió enseguida a los familiares para que viniesen a buscarla. Recibe entonces la priora una carta de Juan de la Cruz, prior de los Mártires de Granada, en la que le «ordenaba echase aquella novicia, porque tenía aviso del cielo de quién era, y del daño que en aquella casa podía hacer» [652]. Llega a Beas el vicario provincial Diego de la Trinidad, llamado por la madre priora, «y luego –dice Juan de Santa Ana– llegamos al convento el padre fray Juan de la Cruz y yo y fuimos todos al locutorio y la madre priora hizo venir a esta hermana allí y que ella misma delante de todos contase el caso todo de la manera que había pasado y ella lo contó [...]; luego mandó el vicario provincial la echasen fuera del convento, como lo hicieron y ella se volvió a Baeza» [653]. Queriendo aclarar lo más posible este caso, en mis investigaciones sobre la documentación de la Inquisición en Murcia, que está en el AHN de Madrid, me he encontrado con unas páginas que tratan del caso[654]. Lo primero, no se la llama nunca Juana de Calancha sino Ana de la Trinidad[655], pero toda la historia que allí se cuenta es la de esa misma persona. Se la procesa bajo ese nombre religioso, que era el que había adoptado en el convento. Algunos datos nuevos pueden ser: al entrar en el convento tenía 18 años; entró en el 234

convento como sargenta, es decir, religiosa lega. La descripción que sigue acerca de su conducta en el monasterio y de su vida infame coincide con la ya descrita, acaso aquí referidos con más crudeza los accesos carnales, etc. Confiesa que cuando aquel que ella decía hermoso galán le pidió que se juntara con él, que le había adorado e hincado de rodillas ante él. No queriendo ya más adelante seguir prestando aquella adoración, traía consigo una cruz y reliquias para defenderse. Aunque llegó a convencerse de que todo aquello era inmoral, no lo confesaba y comulgaba cada día «para que con esto la tuviesen por santa, y para que con esto la metiesen en el dicho monasterio, porque era pobre». Crisógono, en su Vida de san Juan de la Cruz[656], habla de este caso, como si el santo tuviera que ver con esta beata. Creo que se le ha ido la mano un poco más de la cuenta, como se le fue ya en su día al padre Jerónimo Gracián, como si fray Juan fuera el director espiritual de esta ilusa, cuando consta, como hemos dicho, que quien insistió para que fuese admitida en el monasterio fue el obispo de Jaén[657], y que quien la admitió fue Gracián. Acaso fray Juan no la confesó ni una sola vez. Sólo se acercó allí para echarla del monasterio. De todos modos, haya tenido que ver algo, o apenas nada, o nada en absoluto Juan de la Cruz en este caso de la Calancha, Eliseo de los Mártires cuenta lo que le oyó al santo: «Tratando de los confesores de mujeres, como experimentado, decía que fuesen algo secos con ellas, porque blanduras con mujeres no sirven más que de trocar la afición y salir desaprovechadas. Y que a él le castigó Dios por esto con ocultarle un gravísimo pecado de una mujer, la cual le había traído engañado mucho tiempo, y no fió de él el remedio por serle blando; aunque, trazándolo así el Señor, lo descubrió por otro camino en nuestra misma religión, de que yo tengo harta noticia» [658]. ¿Quién era esta mujer? Delatado a la Inquisición En 1585 escribía el inquisidor Juan López de Montoya al consejo de la santa y general Inquisición: «En Úbeda y Baeza, que está una legua la una de la otra, es donde la Inquisición ha tenido más negocios en años pasados y ha hecho mayores castigos. Y, por estas causas, se ha procurado siempre que allí sea más respetada y temida» [659]. Acaso sea este el momento más oportuno para decir algo de fray Juan de la Cruz como denunciado a la Inquisición. Quien más ha tratado de esto es el historiador de la Inquisición Juan Antonio Llorente, que dejó escrito: «San Juan de la Cruz [...] nació en Fontiveros, diócesis de Ávila, en el año 1542, y fue procesado en las Inquisiciones de Sevilla, Toledo y Valladolid, donde se reunió todo lo actuado... Su delación fue de iluso y sospechoso de la herejía de los alumbrados. [...] No habiendo prueba de hechos sospechosos en la primera delación, esperaban los inquisidores en cada suceso mortificante de san Juan de la Cruz que produciría más testigos. Como allí se daba este nombre a los delatores, a causa de no calificar como denunciante sino al fiscal, hubo con efecto muchos, pero al ver que san Juan salía inocente cada vez que se le perseguía, 235

contuvo a los inquisidores, y suspendieron su expediente» [660]. Mientras no aparezca el expediente inquisitorial de Juan de la Cruz estamos en punto muerto, sin saber nada más en concreto. Por mi parte pienso que si le delataron estando en Baeza no tendría que extrañarnos, cuando sabemos que trataba tanto con Bernardino Carleval, procesado por la Inquisición como cabeza visible de la secta de alumbrados. Trataba asimismo con otros procesados, como Diego Pérez[661]. Y lo que es más significativo, se abre proceso a Francisco Hernández, rector del Colegio de niños de Úbeda. En una de las relaciones contra él se le identifica así: «Francisco Hernández, lego en hábito de clérigo, rector del colegio de niños de Úbeda, que escribió cartas a mujeres diciendo que si sus padres no les diesen aquellas horas que querían para la oración, no les habían de obedecer en aquello; y que predica, siendo lego, en las plazas e iglesias, fuera del púlpito; y habla de la oración mental; y ha dicho que ve a Jesucristo como niño y como juez; y acudían de noche a su posada mujeres y entraban donde él estaba una a una –no se sabe lo que trataban–; y otras cosas de que se dio más larga cuenta a Vuestra Señoría por carta el 13 de diciembre del año pasado. Enviose esta información al tribunal; y este Francisco Hernández es de los alumbrados y se gobierna por el doctor Bernardino Carleval» [662]. Este procesado es Francisco Indigno, del que hablamos más arriba que tomó el hábito de descalzo en Baeza durante el rectorado de Juan de la Cruz. Maestro espiritual En Baeza ejerció el apostolado de las confesiones y de la dirección espiritual con toda entrega y esmero. Fray Martín, sacristán del convento, lo tiene muy observado y ve que «cualquiera persona de cualquier estado o condición que fuese, rico o pobre, luego que le pedía le confesase, lo hacía con muy grande amor y caridad» (14, 91). Una de sus devotas, María de Paz, que dice de sí misma que es «de un natural vivo y notar mucho las cosas», observaba que el rostro de fray Juan «se acomodaba con las fiestas, persuadiéndose esta testigo a que según eran las fiestas y tiempo, así traía el afecto en Dios: si tiempo de Pasión de Jesucristo Nuestro Señor, se le echaba de ver el sentimiento que de esto traía; si de Navidad, mostraba como ternura, y así en las demás fiestas» (14, 45). Venía a comunicar las cosas de su alma los domingos, martes y viernes, y la confesaba. Al principio de su trato con él, andaba, a veces, dando vueltas en la cabeza a ver si le convenía confesarse con aquel hombre que parecía no ser letrado; si la entendería o no. Así las cosas, la primera vez que fue después a confesarse, oye que le dice: «¡Hija, letrado soy, por mis pecados!». Haciendo como que no entiende le pregunta por qué dice eso, sin que ella haya abierto la boca. Y él: «Hija, habeislo menester, y por eso lo digo» (14, 46). Cuenta todavía más cosas de las que le pasaron con él y afirma que tenía don de profecía, como ella había podido constatar, viendo cómo le adivinaba los pensamientos. Un día, disimuladamente, llegó a pedir un confesor como que era para una mujer que 236

estaba allí y no para ella; el sacristán va a dar el recado y fray Juan, raudo, se adelanta y le dice: «Decidle a aquella mujer que no tiene necesidad de confesar, que se vaya a su casa». Y otra vez, al contrario, está ella revuelta con una gran tentación; sale fray Juan, se sienta en el confesonario y hace que la llamen, y la confiesa inmediatamente antes que a ninguna de las otras que estaban esperando en la fila. Había adivinado lo que le estaba pasando, le resolvió «la batalla que estaba dentro de ella, y la dejó muy quieta y consolada» (14, 46). Cuenta todavía esta hija espiritual de fray Juan que de lo que él le decía conoció que amaba mucho los trabajos «y así le decía que no nos habíamos de dejar señorear de los trabajos sino antes andar nosotros sobre los trabajos, como el corcho sobre el agua; y así le vio esta testigo tenía deseos de padecer y le decía a esta testigo quería bien a las personas que veía padecer trabajos con paciencia» (14, 46). Enfermo ya fray Juan en Úbeda fue allá María de Paz para verle y tomar su bendición, pero no pudo ser. El padre Gracián ya daba noticia de otras dos mujeres muy ejemplares que él había visto en Baeza. Una se llamaba Teresa de Ibros, y otra llamada María Flores[663]. Otra María Vilches, más conocida como la madre Peñuela, lo mismo que a la otra llamaban la madre Teresa. Personas de oración y de fenómenos extraordinarios en sus vidas. Ambas a dos se confesaban con el padre Juan de la Cruz. A la Peñuela la atormentaba mucho el demonio, inmovilizándola y echándola al suelo la ponía tan pesada «que entre muchas gentes no la podían levantar, y le parece a este testigo, dice otra devota, que dos yuntas de bueyes no la pudieran arrancar» (24, 459-460). Avisaban a fray Juan, se llegaba él a la puerta de la iglesia y sólo con su presencia se levantaba. Tenía él bien conocidas las astucias del enemigo. Teresa de Ibros, esta otra penitente, era como más normal, aunque también con sus arrobamientos y visiones: mujer rústica de un pastor y de una vida de oración muy grande, es la que socorrió a la comunidad cuando el catarro universal, enviando treinta pollos para los enfermos, colchones, sábanas, almohadas, etc. Hay también que citar a Juana de Arjona, la que el día de la fundación encontró al santo derribando un tabique y luego le ayudó a limpiar la capilla, y desde ese día comenzó a comunicarse con él y tomarle por confesor. Ver como veía que acudían a hablar con el santo muchas personas doctas, eclesiásticas y seglares, le hacía entender que era persona de mucha santidad y de otros grandes valores personales. Nos da el nombre de un canónigo llamado Gonzalo Ramírez que iba a ver al santo y lo mismo otros priores de la ciudad. Así ampliamos el número de sus fieles. Como exhortación particular de fray Juan dice que animaba a todos «a sufrir trabajos por Dios. Y esto decía con rostro muy alegre, exhortando a todos y cualesquier personas que hablaba, para que se encomendasen mucho a Nuestro Señor y tuviesen gran confianza en su Majestad, que los había de librar en todos sus trabajos» (24, 459-461). Otra alma de excepción fue la llamada Bernardina de Jesús. Hizo confesión general con el santo y retiene ese hecho como una gran misericordia del Señor, por el provecho espiritual que le vino. Una noche le entró una pena grande, viendo que no sentía dolor de sus pecados y quería llorar y no podía ni eso. Al día siguiente fue a confesarse y, de 237

entrada, fray Juan le dice: «Hija, no le dé pena si no tiene dolor de pecados, sino estese delante de Nuestro Señor con paz y sosiego y dele lo que Su Majestad quisiere». Así lo declara la misma interesada que dice haberse quedado «admirada de ver que me decía lo que me pasaba en mi corazón sin decirle yo nada [...]; esto me hacía vivir con tanto cuidado, que no osaba hablar una palabra ociosa, porque me parecía que todo lo sabía» (26, 424). Con el carisma de leer en las conciencias que Dios le había dado, la socorrió y tranquilizó. Solícito por el bien de los estudiantes y novicios, por los de fuera de casa, y por cualquiera que acudiese a él, no olvidaba tampoco, naturalmente, a ninguno de los padres de la comunidad que pudiera necesitarlo. Juan de Santa Ana, que vino con él como fundador, como hemos visto, no sólo tuvo aquella segunda noche miedo de los duendes, sino que, meses más tarde, estuvo muchos días aquejado por «una brava tentación de predestinación». Así la califica él. Y asegura que fray Juan le curó. Pero, ¿cómo? «Cuando más descuidado estaba, me decía: “Pues, ¿qué piensa?; si Dios le tiene para el infierno, sepa que ha de ir allá; no tiene que dudar”». Y andaba angustiadísimo. Juan de la Cruz le reprendía algunas veces, diciendo que «todo mi mal era amor propio, que amase a Dios sin interés ni de cielo, ni miedo del infierno, que con esto, aunque me enviase al infierno, allí estaría el cielo». Todavía le dio otras reprensiones rigurosas y, cuenta el tentado, «en breve tiempo se me quitó la tentación, sin quedarme rastro de ella, que yo quedé espantado con la serenidad y paz que quedó mi alma» (26, 402-203). Martín de la Asunción, testigo de excepción[664] En la Presentación de esta biografía declaro que, en algunos capítulos especialmente, me sirvo de las declaraciones de los testigos más principales para escribir entre todos el relato correspondiente. Testigo de excepción hay que considerar a Martín de la Asunción (Sacedo), al que encontramos por todas partes en un convento o en otro, por los caminos, por doquier, con su padre Juan de la Cruz, como si fuese su escudero. Voy a recoger aquí y ahora, aparte de lo que se diga en cualquier otro capítulo, algunas de sus afirmaciones. Martín nos informa de que nunca jamás, «en el tiempo que le conoció y trató, le oyó decir mal de comida ninguna que se le diese, sino siempre recibía lo que se le daba con grande modestia y ejemplo de los demás compañeros» (23, 367), y decía muchas veces que no era necesario buscarle regalos a la bestia del cuerpo, que él lo sabía buscar; y muchas veces caminando con el dicho santo, si este testigo, por verle con mucha flaqueza y algunas indisposiciones, procuraba buscarle algunas cosas trasordinarias, le reprendía mucho, y no las quería recibir; aquel día comía menos o nonada» (14, 92-93). No quejarse de la comida es un ejercicio de virtud que parece pequeño pero que en la vida comunitaria es de gran importancia. Otra cosa que nos cuenta: Juan de la Cruz tomaba muchas disciplinas además de las comunes, «de manera que muchas veces le obligó a este testigo, oyéndolo, a entrarle luz en las partes donde estaba, porque cesase; de que el dicho santo se enfadaba muchas veces y le decía este testigo que no le persiguiese, que le dejase. Y esto vio este testigo 238

muchas veces» (23, 367). Hablando todavía más del espíritu de penitencia de su padre fray Juan nos le pinta: «Le vio muchas veces ir por tiempo de Cuaresma desde La Peñuela a la villa de Linares, que hay distancia de tres leguas, a predicar; y solía, acabado el predicar, volverse a La Peñuela sin comer. Y otras veces que se sentía fatigado, encomendaba a este testigo llevase pan; y solía parar en algún arroyo, donde se refrescaba y comía pan y agua, y algunas veces algunos berros y otras yerbas. Y muchas veces juzgaba mucho regalo estas cosas» (23, 367-368; 14, 93). No hay remedio; ya hacía esto mismo en Duruelo. Habla también de la puntualidad a los actos de comunidad: «Y cuando oía tañer la campanilla que llamaba a la comunidad, decía que era la voz de Dios y que no se podía dejar de acudir; y dejar otras cosas aunque fuesen muy forzosas. Todo lo cual vio este testigo ser y pasar muchas veces» (23, 369; 14, 94). Fray Martín tuvo tantas veces que ir a dar algún recado a fray Juan y con frecuencia le pasaba que, diciéndole las cosas, «no le respondía a una o dos veces que se las repetía; y este testigo le solía preguntar si estaba sordo; y el dicho santo le solía decir: ¡calla!, que no estoy sordo, sino en otras cosas que no entiendes» (14, 88). Además de escudero le hacía fray Martín de acólito muchas veces y «echaba de ver que en el memento de la misa solía como arrobarse, encogiendo los hombros y demudando mucho el rostro, y a este testigo le parecía que estaba mucho más largo en la estatura del cuerpo que solía» (14, 88). Un día está diciendo misa fray Juan. Se armó un gran alboroto en la iglesia; una beata había entrado en trance, fingiendo que se arrobaba. El santo se detuvo un momento, intuyó lo que pasaba y llamó a Martín, que le estaba ayudando en el altar, y le dijo: «Tome ese vaso de las comuniones y eche el agua de él en el rostro de esa mujer». Allá va Martín y al querer echarle el agua le arrojó también el vaso, quedándose con el asa en la mano. Cuando la beata vio que el vaso le venía a la cara se olvidó de su arrobamiento, extendió la mano, y por si acaso, desvió el recipiente[665]. Santo remedio, no volvió a aparecer por la iglesia de los descalzos. La humildad y pobreza del santo la descubría Martín viéndole «yo algunas veces ir a la ropería siendo prelado y tomar la ropa más rota que había en la ropería, y decirme a mí que le diese la suya a quien se la quitaba la vieja; y era tan humilde, que cuando estaban en el refectorio, siendo prelado, se levantaba e iba al púlpito y leía con mucha humildad, y siempre pedía oración por los que le perseguían; y decía que no lo hacía sino porque no hiciesen ofensas a Dios, que todo lo que dijesen cabía en él; y esto se lo oí decir hartas veces» (13, 422-423; 14, 92). Subrayando otra vez la humildad del santo nos cuenta que tenía «tan grande conocimiento de su miseria que siempre se andaba abatiendo y despreciando y este testigo a veces le decía: “Mire su Reverencia que es prelado y que es menester que su reverencia estimarse y no humillarse tanto a los súbditos”; y muchas veces le pesaba que le honrasen, que estimasen y que le tuviesen en opinión de santo» (14, 92). Refiriéndose no sólo a la virtud sino al voto de pobreza, traza un cuadro muy completo de cómo lo vivía hasta tal extremo «que en las celdas donde vivía no tenía más 239

de una cruz y una cama de sarmientos, y siempre procuraba que en las celdas que le diesen, fuesen más desechadas y estrechas de los conventos, y siempre usaba de un hábito grueso, y decía que lo traía para que conociesen que era tan malo; nunca traía calcetas, aunque caminase; procuraba siempre excusar las cosas curiosas aunque fuesen de devoción, porque decía que impedían la devoción traerlas» (14, 94). El mismo sacristán y portero del convento habla de un caballero de vida muy desarreglada, «que era muy travieso y desgarrado» y pariente suyo. Un buen día se llega al convento y pide a fray Martín que le busque un confesor que sea pacífico. Martín habla con fray Juan que acude y le confiesa. Aquella confesión le cambió la vida y fue a continuación uno de los asiduos frecuentadores del convento, comunicando las cosas de su alma con el rector y participando en ejercicios de oración y de piedad organizados en la casa. Pidió permiso a fray Juan para dejar las armas, para dejar la espada, siendo caballero de capa y espada. El santo le disuadió exhortándole a que trajese las armas y tratase de oración, «que era lo que le había de aprovechar al alma y el dicho caballero entonces vivió ejemplarmente y con recogimiento» (14, 91; 23, 366). Apostolado en Beas y en el Calvario Enfrascado en tantas atenciones espirituales y materiales propias del Colegio, no se olvidaba de sus monjas de Beas. Y las atiende continuando entre ellas el mismo magisterio de confesiones e instrucciones que había comenzado cuando las visitaba desde el Calvario. Una de las monjas nos explica: «Desde Baeza venía a este convento a confesar a las religiosas como de antes, de quince a quince días, como podía, o de mes a mes. Y como venía de más lejos, se estaba en esta villa más tiempo confesando y predicando» (14, 167). Siendo rector de Baeza y vicerrector Gaspar de San Pedro, envió a este varias veces a predicar en Úbeda. Gaspar era un gran predicador. Una de las veces, después de haber predicado preciosamente, le invitaron a que volviese a predicar en una gran solemnidad y él aceptó tranquilamente. No se le ocurrió decir que volvería si el rector le daba permiso. «Y fray Juan no le dejó ir y aunque en Úbeda le aguardaban y tañeron a su sermón, no fue allá en esta ocasión». Al poco tiempo, en un viaje a las descalzas de Beas le llevó fray Juan de compañero. Gaspar cuenta a las monjas lo que le ha pasado con gran sentimiento y fray Juan interviene diciendo: «Mejor es que no predique quien predica con propia voluntad, que más provecho le hará la mortificación aunque lo sienta, y cuando el padre u otro les tratare de semejantes cosas, díganles de la suerte que se usa por acá el mortificarlas, para que unos a otros nos facilitemos el trato de verdadera mortificación que entre nosotros ha de haber» (10, 328). ¡Qué fino que hila este fray Juan de la Cruz! De cuando en cuando hacía también un viaje y una visita a los frailes del Calvario. Uno de los testigos, Luis de San Jerónimo, certifica que «con su presencia, ejemplo y pláticas espirituales reforzaba a los dichos religiosos y los dejaba alentados para con mayor devoción acudir al servicio de Dios» (24, 402). 240

«Cortijo de Santa Ana» Cuando fray Juan anunciaba por primera vez que tenía que ir a fundar en Baeza, y las monjas de Beas trataban de disuadirle, una de las razones que les daba, mirando las cosas desde la dimensión económica, era: «Allí se morirán unas personas y mandarán para hacer el dicho colegio muy buenas cosas». Como dando cumplimiento a este anuncio, Elvira Muñoz, viuda, mujer que fue de Gonzalo Román, dejó al Colegio la hacienda y cortijo que llaman de Santa Ana. El Colegio, en la persona de fray Juan, la aceptó «obligándose a fundar un convento en la dicha hacienda y cortijo que hay junto a la villa del Castellar en el condado de Santisteban del Puerto, con título de Santa Ana». Aceptar esta condición fue, sin duda, un poco precipitado, pues bien pronto la dicha Elvira Muñoz, considerando que «la hacienda que dejaba no era suficiente para convento entero y que tenía pobre comarca para sustentarse, a instancias del Colegio, limitó la condición y obligación de fundar; contentándose con que residiesen, en la dicha hacienda, cuatro religiosos para administrarla, y acudir al ministerio espiritual de aquellos pueblos». Así se hace el informe correspondiente en el protocolo del convento[666]. Otras cláusulas de la escritura de aceptación del cortijo no interesan por el momento. A lo largo de los años en siglos pasados se había ido perdiendo la localización de esta granja de Santa Ana; en 1936 la comunidad de descalzos de Úbeda logró localizarla. Pero otra vez en años sucesivos parece que se extravió; finalmente, Girolamo Salvatico y Juan Bosco San Román, dos de los del equipo que preparamos el gran libro Dios habla en la noche, estuvieron allí en 1986, lo fotografiaron, nos trazan un mapita con los caminos para llegar hasta allí. Saliendo de Sorihuela de Gudalimar, en dirección sudoeste, a 4 km se encuentra el «Cortijo de Santa Ana». Sobre el promontorio que corona la finca, destaca una cruz metálica apoyada en un monolito con la inscripción: «Mil gracias derramando»[667]. Había que dar estas noticias de la finca que fray Juan aceptó; a ella destinó a Juan de Jesús, «el santo», y a Juan de Santa Ana para que tomasen la posesión, con dos hermanos legos. Juan de Jesús, «el santo», volvió a los ocho días a Baeza. No se trata de nueva fundación sino de algo así como una filial de Baeza, de modo que el superior de las dos casas es Juan de la Cruz. Una de las estampas más bellas de Juan de la Cruz es la que presenta Juan de Santa Ana: «El padre fray Juan de la Cruz, como era rector iba muy de ordinario allá, porque no estaba de Baeza más que cinco o seis leguas. Estábase –en la finca– algunas veces una semana; salíase por aquellos campos cantando salmos y en especial a las noches; llevábame algunas veces consigo y luego trataba de la hermosura del cielo y luz de tantas estrellas. Y me decía que, con ser tantas, diferían en especie unas de otras, como el caballo del león, y otras cosas de la armonía de los cielos y música que hacen grandísima con sus movimientos; y luego iba subiendo, hasta llegar al cielo de los bienaventurados. De allí decía lindezas de su hermosura y, ¡qué sería la del que a ellos se la dio! Con esta plática se quedaba callando por gran rato. Yo, entendiendo se dormía, por ser gran rato de la noche, le decía: ¡Padre, vámonos, que se duerme y es ya muy noche y le hará mal el sereno! Respondíame: “Ea, vámonos, que yo sé que tiene buena gana de dormir también Vuestra Reverencia”» (26, 406-407).

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Hasta pitagórico andaba Juan de la Cruz, escuchando la armonía de los astros y su musicalidad. Cuando ya estaba para irse a Baeza, miraba lo que había en la casa, se fijaba en los dineros y arramblaba con ellos y con lo demás que le parecía poca pobreza. «Yo lo sentía y decía para qué lo tenía y las trazas que iba dando, para que no faltase algo en aquella soledad. Y respondía: “Frailes descalzos no han de ser frailes de trazas: sino frailes de espera en Dios”» (26, 406). Uno de los hermanos que estaban en la granja para cultivar parte del terreno, llamado fray Juan de Santa Eufemia, se vio «notablemente afligido» [668]. Llegó a Baeza la noticia de aquella su noche oscura y Juan de la Cruz «le escribió una carta con palabras y razones acerca del padecer por Dios Nuestro Señor y el llevar los trabajos, que en leyéndola sintió este testigo tanto calor en su alma del fuego de espíritu que tenían las palabras del dicho santo padre, con que quedó muy consolado y animado a padecer aquel trabajo y otros muchos que se ofreciesen por Dios Nuestro Señor» (14, 26). Mano santa y palabras medicinales las de esta carta; que, por desgracia, no ha llegado a nosotros, teniendo que conformarnos con el resumen que hace el destinatario. A finales del año de 1579 la priora de Caravaca, Ana de San Alberto (1545-1624)[669], escribe a santa Teresa hablándole de una monja de su comunidad aquejada de una grande tribulación. La santa le responde comunicándole su parecer sobre el caso, y añade: «Hija mía, yo procuraré que el padre fray Juan de la Cruz vaya por allá. Haga cuenta que soy yo. Trátenle con llaneza sus almas, consuélense con él que es alma a quien Dios comunica su espíritu» [670]. Cumpliendo los deseos de la madre fundadora, se traslada fray Juan a Caravaca, resolvió el caso de la afligida en los pocos días que estuvo allí, y contó a la comunidad los trabajos de su cárcel toledana. Debió ser en esta misma ocasión, o poco más adelante cuando, por delegación del padre Gracián, presidió el 28 de junio de 1581 las elecciones de las descalzas de Caravaca[671]. La cosa es que fray Juan dice a la madre Ana: «“Madre Priora, ¿por qué no trata de que haya aquí un convento de frailes?”. Sonriose este testigo pareciéndole que era imposible por la poca comodidad que había. Díjole: “Anímese y trate de ello, que es voluntad de Dios, y se ha de servir mucho con él; mire que sin falta saldrá con ello. Procure que no falte en el coro conmemoración de Nuestra Señora cada día, no espere que haya mucho de lo temporal, que Dios lo irá dando”; y así sucedió como él lo dijo» (13, 397). Al fin se fundó en 1586 cuando Juan de la Cruz era vicario provincial y pertenecía Caravaca entonces a su jurisdicción. Otro pequeño viaje hizo a La Peñuela. El prior y los frailes de aquel convento le piden que vaya a dar el hábito a un novicio, fray Francisco del Espíritu Santo, que él conoce y que ha tenido un tiempo en Baeza (26, 416). Accede gustoso a la petición que se le hace de ir a dar el hábito a Francisco y es una alegría para todos los religiosos tenerle con ellos unos cuantos días. Da el hábito al novicio, pero esa misma tarde estando en la huerta con la comunidad se fija en la mala cara del novicio, que se siente destemplado y dice que no profesará de esta vez. Cae muy enfermo, pide licencia para ir a curarse fuera. Repuesto, vuelve a ser de nuevo novicio, le aprueban por unanimidad y profesa (26, 416).

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Con los enfermos de su comunidad Merece capítulo aparte el mundo de los enfermos en la comunidad de Baeza. En fray Juan vive siempre muy despierto el enfermero que fue de joven en Medina del Campo. Ahora que como superior tiene esa obligación sagrada de atender a sus enfermos, va a desarrollar todo su afecto y atenciones maternales. Caso memorable el de fray Gerardo, estudiante, que murió en plena juventud. Podemos aportar aquí algunas nuevas noticias acerca de este estudiante que no veo hayan sido publicadas hasta ahora. Le dieron el hábito a este fray Gerardo, hijo del señor de Garisiezos, en los Santos Mártires de Granada. En cuanto profesó, procuró su padre que le diesen estudio y lo enviaron al colegio de Alcalá de Henares. Desde Pastrana le fue acompañando otro estudiante llamado Simón Stock. Este contaba después no pocas cosas de aquel viaje y de la persona de Gerardo, «de su bondad y simplicidad y que era muy sencillo por extremo». Entre otras cosas refería que iba Gerardo en un buen caballo que le había dado su padre «y viendo en un montecillo un quejigo con agallones le preguntó qué fruta era aquella, él le respondió que manzanas de aquella tierra, pidió que le cogiese media docena para remojar la boca, dióselas y comenzó a comer de ellas diciendo, poco jugo tienen, hermano, y me ponen la boca áspera». Era muy buen estudiante y de muy buen entendimiento, y estuvo estudiando en Alcalá, hasta que se tornó el colegio de Baeza. Su padre procuró entonces traerle más cerca. Juan de Santa Ana, que es quien proporciona estas noticias, añade: «Y de camino estuvo en casa de su padre algunos días que, según él después me dijo, fueron de cárcel harto rigurosa para él. Vino a Baeza y entrando me abrazó porque era yo portero y dijo: “¡Bendito sea Dios que me ha traído a morir entre mis hermanos!”». También habla de él Jerónimo de la Cruz, como testigo presencial cuando ya Gerardo se encontraba en Baeza, y hace este elogio: «Este santo religioso fue el primero que murió en el Colegio, de quien dijo nuestro santo padre muchas virtudes y que había llegado a oración de quietud. Murió de un tabardillo fuerte y perdió el juicio; que velábamosle por horas; una de las que a mí me cupo se quiso salir de la cama porque decía estaba allí una desposada y no le convenía a él estar allí y haciendo mucha fuerza para salir de ella o no queriendo comer, etc., en diciéndole que la obediencia lo mandaba o se quietaba o hacía lo que le decían» [672]. Una de las noches que le toca velarlo, Inocencio de San Andrés, después de luchar contra el sueño, se queda dormido a eso de las tres de la mañana. El enfermo se levanta, se viste el hábito y se pone de rodillas. Aparece fray Juan que viene a ver cómo sigue y se encuentra con aquella escena, y roncando al que tenía que estar en vela. El mismo Inocencio cuenta lo que había pasado y nos hace saber que el santo «le dio una reprensión con mucho rigor, aunque con grande mansedumbre y con palabras que le causaron harta confusión» (14, 62-63). El médico había recetado «le echasen una medicina y yéndosela a echar yo que era enfermero me dijo no tenía que echársela, porque no era de ningún efecto», dice Juan de Santa Ana. Interviene Juan de la Cruz, mandando se la deje echar y le pregunta que por qué no la quiere aceptar, el enfermo le da sus explicaciones. Juan de la Cruz le confesó 243

generalmente y le dio todos los auxilios espirituales, «y con esto se quedó muerto». Su muerte fue al poco tiempo de llegar a Baeza. Murió de tabardillo, o tabardete, es decir, de tifus[673]. Este fue el primero que murió en el colegio y de sus virtudes hizo Juan de la Cruz grandes elogios. Para Juan de la Cruz Gerardo era santo y entendía «de su conciencia e inocencia que era la mayor que en su vida había conocido» [674]. En 1580 se desencadenó la pandemia que llamaron «el catarro universal». Estando fray Juan en Beas se declara la peste en su colegio de Baeza. Le llega la noticia e inmediatamente se partió para Baeza. Cuando llega se encuentra a todos los religiosos: 18, en cama, sin que hubiera ninguno en pie que pudiese acudir a nada. Los relatos de algunos de ellos son de antología. Juan de Santa Ana, uno de los fundadores, cuenta su caso: «Cuando volvió nos halló a todos en la cama enfermos, sin haber quedado alguno en pie que pudiese acudir a los demás. Él llegó a tal tiempo, que es cierto si no viniera entonces muriéramos algunos. De mí digo lo tengo por muy cierto muriera, porque ya estaba sin poder comer bocado. Llegó él muy afligido» (26, 403). Hay que obrar con rapidez, se dijo fray Juan, y ¿qué se le ocurre? Manda traer a toda prisa «un cuarto de carne y lo hizo aderezar, y él mismo iba a llevarlo y hacernos comer, aunque sin gana, poniéndonos delante el mérito de la obediencia; y fue con tanto cuidado y caridad que en pocos días estábamos todos buenos» (ib). En este trance tan delicado la cosa se complica, porque llegan otros nueve enfermos del convento del Calvario. Cuando los ve llegar el procurador de la casa se asusta y dice al rector que hay que salir a buscar entre los bienhechores la ayuda necesaria para el caso. Fray Juan le dice, frenándolo: «Dios proveerá». Y la providencia en este caso les llega «con más de veinticuatro o veinticinco colchones y cantidad de almohadas y sábanas y algunas camisas». Todo este envío que nadie ha pedido lo recibe fray Martín, entonces enfermero. También es testigo de que Teresa de Ibros, penitenta del santo, a la que llamaban «la madre Teresa», trae treinta pollos y otros muchos regalos para los enfermos. Fray Juan, viendo tanta generosidad, dijo. «¿Veis como es bueno confiar siempre en Nuestro Señor?» (14, 86; 23, 360). Aparte de los buenos consejos espirituales que da a sanos y a enfermos, en el caso de estos últimos, además de ir él mismo a darles de comer, «les decía cuentos para alegrarlos, y decía que aquellos, aunque eran del mundo, no eran ociosos, sino de provecho, pues alegraban y aliviaban al enfermo; y así nos avisaba lo podíamos hacer sin escrúpulo, siendo como eran cuentos muy honestos y dichos muy agudos, porque no nos escandalizásemos él decía aquellos cuentos de los sucesos en el mundo» (26, 403). A base de testimonios directos de enfermos, como este, atendidos por él, nos encontraríamos con lo que yo llamaría las terapias de la risa y de la música que le gustaba aplicar a sus pacientes. La geloterapia y la meloterapia. Así era este dulce santo, no arrebatado en éxtasis, sino contando chistes como ejercicio de caridad y exquisitez fraterna. A los chistes añadía el uso de la música, y todo ello como ejercicio exquisito de caridad fraterna: 244

«Tenía mucha caridad con los enfermos principalmente y procuraba curarlos y regalarlos con mucho cuidado sin reparar en costa y se iba él mismo a entretenerlos y se hacía con ellos, si era menester, como criatura por aliviarlos, y él, que era tan remirado en las cosas de la religión, gustaba de que se les diesen músicas a los enfermos, si era tal que podía alentarlos y que de lo necesario y regalo nada les faltase. Si los veía desganados de comer, les traía a la memoria cuantos géneros de guisados sabía y de cosas comestibles por incitarles el apetito, y si apuntaban a señalar algo a que se inclinasen, aunque fuese dudando si lo comerían, se lo procuraba y hacía haber; y este cuidado igualmente le ponía con el corista, lego o donado» (26, 448). Reinando aquella pandemia del «catarro universal» en la ciudad, el sacristán del convento Martín de la Asunción, tan unido a fray Juan, cuenta: «Habiendo en casa de mis padres dieciséis enfermos, los once oleados y los demás muy malos, fuimos los dos a la casa de mis padres, y el padre fray Juan de la Cruz les fue visitando a todos, y viéndome a mí que estaba con pena me dijo: “No tenga pena, que de todos los dieciséis que están en cama no ha de morir ninguno de esta enfermedad, porque así me lo han dicho”; e importunándole yo que quién se lo había dicho, me respondió que quien lo podía hacer, y así fue que no murió ninguno de ellos en aquellos seis años» (13, 421-422).

Muere en Medina Catalina Álvarez en 1580 Mientras anda tan solícito en Baeza en la atención a sus frailes enfermos, allá en Medina del Campo, muere en 1580 su madre Catalina Álvarez, víctima de ese mismo «catarro universal». Santa Teresa había encomendado a sus monjas de Medina que tuviesen cuidado de ella. En el Libro de Gasto y Recibo de la comunidad se puede leer: «Hoy, sábado, de gasto en miel, y aceite, y arroz, y güebos, y unos zapatos pa Catalina, diecisiete reales y doce maravedís» (agosto de 1571, con la firma de santa Teresa). «Día 22. Pa Catalina, de unos zapatos, miércoles, se gastó tres reales y doce maravedís» (febrero de 1570). «Pa Catalina. Y más en unos zapatos cuatro reales» (diciembre de 1570). «Recibió con mucha devoción los Santos Sacramentos y, teniendo a su hijo Francisco a su lado, que la cerró los ojos, se fue a recibir el premio». A Catalina Álvarez las que la conocieron más de cerca años y años fueron las descalzas de Medina del Campo. Una de ellas dice: «Era muy buena cristiana y muy modesta, que parecía en su recogimiento y composición que tenía trato con Dios» (22, 155). Otra declara: «Sabe que era muy buena cristiana, devota y caritativa, porque siendo ella muy pobre, recibió un niño de la puerta de la iglesia y le crió, hasta que se le murió, como si fuera su hijo» (22, 100)[675]. En enero de 1679 se trasladaron los restos «de la venerable señora Catalina Álvarez, madre de nuestro santo padre san Juan de la Cruz» que estaban en la iglesia vieja al claustro del convento de las descalzas de Medina en su caja de plomo, «la cual se puso en el coro sobre una mesa adornada y acompañada de luces. Cantose una misa» y un responso y puestos los restos en su lugar en el claustro debajo de la losa, «se cantó un Tedeum con sus oraciones en hacimiento de gracias con que se remató esta función». En 1900 se hizo el entarimado del claustro y los restos se colocaron en la pared, en un arco del mismo claustro, y se trasladó asimismo la lápida de piedra con esta inscripción: «Aquí yace la venerable señora Catalina Álvarez, madre de nuestro padre san Juan de la Cruz» [676]. 245

La «venganza» de un santo No se puede olvidar lo que le acaece a Juan de la Cruz, cuando el padre Diego de Cárdenas, provincial de los carmelitas calzados de Andalucía, se presenta en Baeza para hacer la visita canónica al Colegio. Venía no solo sino con otros religiosos. Traía un breve vejatorio para los descalzos, como era el del nuncio Sega[677]. Antes de comenzar la visita, aparece la justicia ordinaria eclesiástica y encarcela al provincial y a sus compañeros. Fray Juan de la Cruz se presenta ante el juez eclesiástico que los tenía presos y le ruega que «los soltase, como lo hizo. Y fuera ya de la prisión los llevó a su Colegio y regaló mucho y con mucha paz los despachó» (24, 386-387; 26, 59-60). El comportamiento de fray Juan es de lo más digno y noble, consiguiendo que los suelten, y dándoles un pequeño «banquete». ¡Así se vengan los santos! Había olvidado Cárdenas que ya carecía de toda jurisdicción sobre los descalzos, habiendo el mismo nuncio Sega revocado su decreto de 1578 en que había sometido a los descalzos a los provinciales de los calzados, y entre ellos, nombraba explícitamente a Diego de Cárdenas[678].

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Capítulo 17 La independencia de los descalzos Proclama teresiana En el Libro de las Fundaciones escribe la santa con solemnidad: «Estando en Palencia, fue Dios servido que se hizo el apartamiento de los descalzos y calzados, haciendo provincia por sí, que era todo lo que deseábamos para nuestra paz y sosiego. Trájose, por petición de nuestro católico rey don Felipe, de Roma un breve muy copioso para esto» [679]. Este que llama apartamiento, que se llamará provincia aparte, lo califica allí mismo la madre de «cosa tan importante a la honra y gloria de su gloriosa madre, pues es de su orden, como señora y patrona que es nuestra». No hace falta que contemos aquí todos los pasos que hubo que dar para llegar a esa meta tan deseada. Desgajarse del tronco del antiguo Carmelo para convertirse en árbol frondoso no era nada fácil. Y hubo que pasar pruebas muy duras para llegar a esa frondosidad. En el mismo breve de Gregorio XIII se habla de la bendición del Señor sobre los descalzos que «de tal manera ha crecido el número de los religiosos que profesan y guardan la dicha regla primitiva, que al presente hay 22 monasterios de los dichos frailes y monjas, en los cuales se hallan al presente 300 frailes y 200 monjas que en los sobredichos reinos de España sirven con devoción al Altísimo» [680]. Hay una documentación histórica abundantísima, con propuestas a favor y en contra de la constitución de la nueva provincia separada, con intervenciones de unos y otros, con marcha atrás del nuncio Sega, etc[681]. Juan de la Cruz deseaba tan ardientemente como la madre Teresa que se resolviese la cosa de esa manera. Y si alguien tenía motivos personales para buscar la separación creo que era él, con lo que le había tocado pasar en su cárcel. Ejecución del breve pontificio La santa llama el breve de Gregorio XIII Pia consideratione[682] «muy copioso», y de hecho lo es. Traducido del latín lo publicarán los descalzos al frente de sus constituciones. Roma se rindió a la petición de Felipe II, a quien no hacen más que citar en el documento. El breve, con fecha del 22 de junio de 1580, había llegado al Rey sólo en agosto[683]. Juan de las Cuevas, prior de los dominicos de San Ginés de Talavera, era la tercera persona a la que se encomienda la ejecución del breve[684]. 247

Y se le insta: «Y según hemos entendido, es muy necesario que lo más presto que ser pueda se celebre el dicho Capítulo Provincial, y se trate y delibere del estado de toda la Orden, casas y monasterios de los frailes descalzos de la dicha provincia, y se proceda en el negocio de la elección del provincial, y de los demás oficiales». El primer designado había sido el obispo de Sevilla, Cristóbal de Rojas y Sandoval. Muere antes de poder hacerlo. El segundo a quien se encomienda la cosa es el padre Pedro Fernández, que ha sido comisario apostólico[685]. Santa Teresa, que está en todo, escribiendo el 20 de octubre a la priora de Sevilla le dice: «Haga que encomienden todas a Dios al padre fray Pedro Fernández, que está muy al cabo; mire que se lo debemos mucho y ahora nos hace gran falta» [686]. Y el 8 de noviembre escribe a Gracián, diciéndole que por correo recibido de Salamanca: «Hase sabido por cosa cierta que, aunque no es muerto, que ninguna esperanza hay de la vida del padre fray Pedro Fernández» [687]. Y todavía el día 20 del mismo mes, otra vez a Gracián: «El padre fray Pedro Fernández no es muerto; estase muy malo» [688]. El encargado de comunicar al dominico su nombramiento es Gracián[689], que se acerca a Salamanca y que se lo encuentra agonizante, y fallece el 22 de noviembre de 1580. Felipe II, que interviene en todos estos asuntos, pide al papa que envíen dos breves. Uno para el dominico Alberto de Aguayo, prior de San Pablo de Córdoba, y otro para fray Juan de las Cuevas, prior de San Ginés de la villa de Talavera. Si uno de los dos viniere a faltar por enfermo o impedido «pueda celebrar el otro el Capítulo, y que no pare el negocio como ahora ha parado» [690]. Finalmente se hace cargo el mencionado Juan de las Cuevas. Le toca también a Gracián en este caso llevar la comisión al designado; pero antes tuvo que ir a ver al rey, a quien se habían mandado las Letras de Su Santidad. En conversación familiar con Gracián le dijo Su Majestad: «El gasto del Capítulo ordenaré corra por mi cuenta» [691]. Hecho esto, cuenta que se fue «en tiempo muy lluvioso hasta Talavera donde era prior fray Juan. Comuniqué con él todos los negocios y por el secreto y que ningún fraile, ni dominico ni de otra Orden, entendiese lo que era, aunque me quisiera él hospedar en su convento, pareció más acordado que estuviese en un mesón donde, trabajando de día y de noche, se escribieron todas las vocatorias y cartas para todos los conventos al modo que las ordené –que en negocio tan grave no se trabaja poco– con el secreto y diligencia que tanto importaba» [692]. Celebración del Capítulo de Alcalá: 1581 El comisario, Juan de las Cuevas, con buen criterio asocia al padre Jerónimo Gracián a sus trabajos de preparación para el Capítulo, mandándole que se traslade del convento de los Remedios de Sevilla, donde era prior, que «vaya al colegio de Alcalá de Henares donde se ha de celebrar el dicho Capítulo Provincial y asista desde luego en él para ciertos negocios convenientes al dicho capítulo que tenemos comunicados; y lleve consigo al padre fray Bartolomé de Jesús para que escriba cosas necesarias al dicho 248

Capítulo. Y les mando desde luego vayan a él porque así conviene y es necesario» [693]. El propio rey Felipe II en carta del 24 de enero de 1581, enviada por mano de Gracián, a Juan de las Cuevas le había aconsejado esto mismo: «Y porque podáis llevar más particular noticia de lo que ha pasado en este negocio, será bien que os informéis del maestro fray Jerónimo Gracián, religioso de la dicha Orden, que esta lleva. Porque lo tiene entendido desde su fundación, y es tan docto y tan celoso del bien de ella, que le podéis dar entero crédito y aprovecharos de sus advertimientos en lo que se hubiere de hacer, así ahora como adelante» (6, 335). La fecha establecida para el comienzo del Capítulo será el 3 de marzo de 1581 en Alcalá de Henares. La madre Teresa se movió como nadie en la propaganda para la elección del provincial, armando por su cuenta ya una terna, su terna, como ella lo veía y dándole las razones oportunas al comisario apostólico y a otras personas. Para provincial a elegir propone, en febrero, al padre Jerónimo Gracián como el primero; segundo, el padre Nicolás Doria, y añade: «También metí allá al padre fray Juan de Jesús (Roca), porque no pareciese me resumía en dos solos, aunque le dije la verdad (al comisario) que no tenía este don de gobierno, como a mi parecer no lo tiene» [694]. Lo que no quiere de ninguna manera es que salga elegido Antonio de Jesús. Para ello se ha inventado una razón: que no sea provincial ninguno que haya sido calzado. Con esta propuesta queda fuera también fray Juan de la Cruz. En otra carta a Gracián del 17 de febrero excluye del modo más tajante también a Juan de la Cruz del provincialato, sin nombrarlo: «Y a la verdad no sé con qué conciencia se puede dar voto de los que ahí están, sino a entrambos a dos»: Gracián y Doria[695]. Evidentemente, no era un impedimento el hecho de haber sido calzado sino de ser como era el padre Antonio. Quien estaba empeñado en la candidatura de Antonio de Jesús Heredia era más que nadie Ambrosio Mariano; había hecho propaganda y se lo había escrito a la santa y la santa se lo cuenta a Gracián[696]. Calendario del Capítulo 3 de marzo, viernes: Se celebró, pues, el Capítulo comenzando el 3 de marzo, como estaba señalado. Días antes del comienzo llegó ya al colegio de Alcalá el comisario Juan de las Cuevas. Junto con él, Gracián, Doria, Ambrosio Mariano, Roca, y Elías de San Martín, rector del Colegio, departieron acerca de las cosas convenientes que habría que tratar en el Capítulo. El comisario, en carta del 17 de enero de 1581 a Felipe II, le dice que se va a reunir en Alcalá con tres o cuatro priores de las casas más cercanas de los descalzos y comunicar con ellos el negocio del futuro Capítulo[697]. Invitado, sin duda, también a esta reunión Antonio de Jesús, prior de Mancera, el cual «a petición muy empeñada de la duquesa de Alba, a quien no se le pudo negar, porque alegó achaques para detenerle», y no pudo asistir. El que no estuvo fue Juan de la Cruz, rector de Baeza, «por estar distante» y no haber sido invitado precisamente por la lejanía[698]. 249

Llegados los capitulares, se examinaron, a la noche, las patentes y cartas de los priores y socios respectivos. Y ante notario público, presentes los vocales y todos los demás religiosos del Colegio de Alcalá, que entre todos llegaban casi a sesenta, y testigos de fuera de la Orden, el padre Juan de las Cuevas, comisario apostólico, el viernes, tres de marzo, «por virtud de la dicha comisión de Su Santidad dijo que usando de la autoridad apostólica a él dada [...] desmiembra y aparta la provincia de los padres carmelitas de la primitiva observancia, que se llaman descalzos, en estos reinos de España, así de frailes como de monjas, de todas las otras provincias de los padres de Nuestra Señora del Carmen, que se llaman mitigados; y funda y erige esta dicha provincia, en la cual se elija un provincial de los mismos padres descalzos de la primitiva observancia, el cual canónicamente elegido rija y gobierne la dicha provincia» [699]. 4 de marzo, sábado: Según la relación hecha por Gracián, el sábado 4 de marzo celebró la misa solemne cantada del Espíritu Santo el comisario Juan de las Cuevas, ayudado como ministros por Ambrosio Mariano y Blas de San Gregorio. «Acabada la misa, recitó el hermano fray Diego Evangelista una oración del padre Mariano, en latín, para la entrada del Capítulo, que fue muy acepta en toda la Universidad» [700]. Acabado el discurso altisonante, fueron elegidos los cuatro definidores o consejeros, como a las nueve y media. Depositadas las papeletas de los votantes, salieron fuera todos menos los escrutadores, y terminado el recuento volvieron a entrar y se les comunicó el resultado de las votaciones: Nicolás de Jesús María (Doria), Antonio de Jesús (Heredia), Juan de la Cruz, Gabriel de la Asunción. Y Ambrosio Mariano fue elegido secretario del Capítulo[701]. Terminada esta elección, congregados todos ese mismo sábado, a las 11 de la mañana, preguntó a todos el padre Comisario «si querían entonces elección de provincial en aquella hora y en aquel lugar; y todos a una voz, nemine discrepante, respondieron que sí querían y que así se lo pedían, que en aquel lugar y en aquella hora se hiciese elección de provincial» [702]. Absueltos los vocales por el comisario de cualquier excomunión por la bula apostólica ad effectum, procedieron a la elección del provincial, por votos secretos; depositaron las papeletas. Para el recuento de los votos, saliendo fuera de la sala los demás, quedaron sólo en ella el comisario Juan de las Cuevas, su compañero el dominico fray Juan de Morales, Antonio de Jesús y Ambrosio Mariano, secretario del Capítulo. Hecho el escrutinio correspondiente, se integraron en la sala todos los demás, y se les comunicó el resultado. Los votos se repartieron así: 1 voto: Gabriel de la Asunción. 1 voto: Nicolás de Jesús María (Doria). 7 votos: Antonio de Jesús (Heredia). 11 votos: Jerónimo Gracián de la Madre de Dios[703]. Quedó elegido Gracián, habiendo tenido un voto más que la mitad y dos votos más que todos los otros juntamente[704]. Antonio de Jesús tuvo nada menos que 7 votos; la 250

madre, temiendo y aceptando, si acaso, que saliese elegido Antonio, al que llama «Macario», escribe: «Si Dios lo hiciere después de tanta oración, eso será lo mejor; juicios suyos son» [705]. Acepta el elegido, el comisario aprueba la elección canónica hecha y manda que vayan en procesión a la iglesia del Colegio cantando el Te Deum. Ordena el comisario que el elegido se siente en una silla delante del altar mayor de la iglesia. «Y allí todos los capitulares, sin faltar nadie, fueron a darle obediencia y reconocerle por su provincial canónicamente electo y aprobado» [706]. 5 de marzo, domingo: Hoy hubo procesión de lo más solemne por las calles de la ciudad hasta la iglesia mayor, con asistencia de la Universidad, religiosos de todas las Órdenes, autoridades civiles, racioneros de la iglesia, etc. Salió a recibir la procesión el cabildo de la iglesia. Era muy dificultoso andar por el templo según la mucha gente que había. Cantose la misa muy solemne en la que predicó el provincial, diciéndola el padre Antonio de Jesús[707]. Volvió la procesión al colegio. Comieron con los religiosos en el refectorio conventual el marqués de Mondéjar y su hermano don Enrique. Como entonces se estilaba, «en acabando de comer, como a la una y media», comenzaron las conclusiones de Teología, presididas por el comisario apostólico, en las que actuaron frailes de la Orden, en concreto el colegial padre Juan de la Madre de Dios, arguyendo los catedráticos de Sagrada Escritura, de prima de santo Tomás, de Escoto, de teología de vísperas, de Durando y varios doctores: de san Agustín, de san Bernardo, de la Compañía de Jesús y otros. Todo resultó muy bien. 6 de marzo, lunes y días sucesivos: Al margen de todos estos actos públicos, que revestían una gran solemnidad académica y que daban a conocer a la Orden, ya el lunes, día 6, se entregaron los capitulares a su trabajo más propio. Antes de nada, se acordó agradecer al rey lo mucho que se le debía en todo este negocio de la separación de la provincia, y se aprobó una ordenación muy abundante con misas y oraciones a decir por su Majestad[708]. Lunes, martes, miércoles, jueves, se hicieron constituciones para frailes y monjas; se aceptaron algunas fundaciones de conventos de religiosos en Valladolid, Salamanca, Lisboa y otras, y se aprobó que los padres pasasen al Congo a la conversión de la gentilidad[709]. Puestos a escudriñar podríamos rastrear la mano de fray Juan, que fue definidor en el Capítulo, en algunas ordenaciones capitulares, tales como no salir «a pedir limosna en el agosto por las eras, ni en el pueblo por las calles» [710], también lo que se refiere a la tabla de oficios: «Fregar y barrer y los otros más bajos, échense igualmente a todos, sin excepción de provincial, prior ni otra persona» [711]; lo mismo referente al trabajo manual en el que han de ocuparse «también los del coro, estando desocupados, para ayuda del sustento y conservación de la salud con el ejercicio». El día 6 se envía una carta al rey, comunicándole la elección del nuevo provincial. Hacen también mención de la generosidad del monarca, que por medio del abad de la villa va «socorriendo nuestra pobreza con la largueza de su liberalidad», de modo que no nos falte nada. Y se despiden como «siervos indignos y perpetuos capellanes que sus reales pies y manos besan: fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, fray Nicolás de 251

Jesús María, fray Antonio de Jesús, fray Juan de la +, fray Gabriel de la Asunción, fray Mariano de Sto. Benedicto, pro secretario» [712]. Ese mismo día enviaba también carta el comisario Juan de las Cuevas a Felipe II, dándole más noticias del desarrollo del Capítulo, de la elección del nuevo provincial, «la persona benemérita», del trabajo en que se están afanando, etc. 10 de marzo, viernes: Este día se hizo capítulo de difuntos; tuvo lugar una vigilia, cantó el provincial Misa de Réquiem y se hizo mención de todos los difuntos y difuntas de la Orden y de los bienhechores de ella. 11 de marzo, sábado: Se celebró en la Universidad y en los Dominicos la fiesta de Santo Tomás de Aquino; el Capítulo siguió con su trabajo sobre las constituciones y el definitorio fue recibiendo las peticiones de cada convento, proveyendo lo que convenía. Aquí andaba fray Juan en esta labor. 12 de marzo, domingo: Por la tarde hubo conclusiones de Filosofía o Artes. Presidió el padre provincial, intervino el colegial padre fray Juan Bautista, arguyendo el abad mayor, el comisario apostólico «y el muy ilustre señor don Íñigo de Mendoza, hijo del marqués de Mondéjar, catedrático de prima de cánones» y otros catedráticos y doctores. Y anota Gracián en su relación: «En este mismo día se fue al cielo un religioso de la misma Orden y colegial del mismo Colegio, como un santo, para llevar las nuevas del Capítulo a los difuntos religiosos que allá están, y fue el primero que en este colegio ha fallecido desde su fundación» [713]. 13 de marzo, lunes: Por la mañana se hizo Capítulo. Fray Tomás de Aquino, estudiante, recitó la oración que Elías de San Martín había compuesto «para llorar en ella la relajación de la Regla y animar a la perfección. Y se publicaron las actas capitulares, firmándolas los presidentes y definidores». Este mismo día por la tarde siguieron los trabajos y se hizo la aprobación y promulgación de las constituciones de los frailes[714] y de las monjas El prólogo de las constituciones para las monjas lo escriben el comisario apostólico, Juan de las Cuevas, el nuevo provincial Jerónimo Gracián y los cuatro definidores elegidos en el mismo Capítulo: Nicolás Doria, Antonio de Jesús, Juan de la Cruz y Gabriel de la Asunción. Exhortan a las religiosas a la observancia de la Regla carmelitana «y para mayor sosiego y quietud de vuestras conciencias, declaramos que ni los mandatos que están en la Regla, ni de estas constituciones, ni las de vuestros prelados superiores nunca os obligan a culpa, aunque haya algunos capítulos en que tratando de penas diga culpa leve, o culpa grave o más grave, o gravísima, si no son en cuatro casos» (6, 422-423). 14 de marzo, martes: Creo que hubo vacación. 15 de marzo, miércoles: Predicó el provincial en la iglesia mayor de san Justo. En el sermón de facta sunt encenia, a propósito de la renovación del templo, se dieron gracias a la villa y a la iglesia, por lo que favorecieron y autorizaron al Capítulo[715]. 16 de marzo, jueves: Este día «por la mañana, después de haberse firmado todo lo que quedaba hecho, se congregó a Capítulo, y el padre comisario despidió el Capítulo, y se despidió con mucho amor de todos los religiosos, abrazándolos a todos, y ellos 252

quedaron con harta soledad de su ausencia» [716]. El mismo día llegó el abad mayor, en nombre del rey, que había anunciado que correría con todos los gastos del Capítulo[717], para hacer la cuenta de la costa del capítulo, la cual hizo Su Majestad. Llegó en todo casi a cien mil maravedís[718]. Más adelante, cuando fue Ambrosio Mariano a ver al rey en Tomar (Portugal) y le puso al corriente de la celebración del Capítulo de Alcalá, y agradeció a Su Majestad, comentó el rey con los que le asistían que había sido muy parco el gasto que habían hecho los frailes[719]. Vuelta a Baeza Terminado el Capítulo el día 16, Juan de la Cruz vuelve a su convento de Baeza, con su socio Inocencio de San Andrés. El 2 de abril recibe la profesión de uno de sus más queridos frailes: Jerónimo de la Cruz, que había recibido el hábito el año antes de mano del mismo santo; es la segunda profesión emitida en el colegio de Baeza, como ya hemos dicho, siendo la primera la de Alonso de la Madre de Dios (Palomino), recibida también por fray Juan. Quiero pensar que a su llegada se dio lo que cuenta Jerónimo de la Cruz: «Cuando faltaba con algunas ocupaciones [...] o hacía ausencia del convento y lugar, los religiosos conventuales lo sentíamos y nos entristecíamos y deseábamos su vuelta con grande extremo» (25, 120). En las constituciones que se aprobaron por unanimidad y se promulgaron en este primer Capítulo, allí está la firma de fray Juan de la Cruz, como tercer definidor. En el capítulo V de la segunda parte de las constituciones se habla del oficio de prior. Y lo primero que se le dice es lo siguiente: «Los priores de los conventos están obligados a amonestar y corregir sus súbditos, y hacer leer cada viernes la Regla: y declararla. O hacerla declarar a otros. Y si en un viernes no se acabare lo que quedó se diga en otro: y de las constituciones haga leer a hora de comer un capítulo. Y sobre todo procure que todos las guarden» [720]. Con este nuevo mandato seguirá haciendo lo que ya hacía gobernando su comunidad. Primer viaje a Caravaca. Delegación del provincial Ya en junio se tiene que poner en camino a Caravaca[721]. Ana de San Alberto, vicaria de las descalzas de Caravaca, comunica al provincial que van a tener elecciones en junio. Gracián, impedido por otros quehaceres, no puede ir a presidir y delega sus poderes en Juan de la Cruz, que se pone en camino con Gaspar de San Pedro. El 28 de junio preside las elecciones con su socio. Las votantes son 13; un voto es para la madre Teresa de Jesús, otro para María de Jesús y los once restantes para Ana de San Alberto, que queda elegida priora. A continuación hacen las demás elecciones: de la supriora y clavarias. Fray Juan redacta el acta muy completa, que firma, como hacen su socio y todas las monjas en Caravaca a 28 de junio de 1581, y la envía al provincial, pidiéndole que a la 253

canónicamente elegida «quiera dársela y confirmársela en madre espiritual y guía de sus almas» (26, 69-70). Preciosa esta calificación de lo que tiene que ser la madre priora. Siguieron las restantes elecciones de subpriora y clavarias, y fray Juan con su socio emprendió la vuelta a Baeza. Acaso en este viaje le sucedió lo que contaba Gaspar de San Pedro[722], «hombre muy docto, de grande ingenio y predicador», «que caminando con el santo padre fray Juan de la Cruz para Caravaca toda una noche, le fue el santo padre fray Juan diciendo cosas de la fe; y eran tan altas y levantadas, que le había dejado admirado la alteza de su fe y la claridad y luz que nuestro Señor en esto le había comunicado. Y este camino de caminar en fe enseñaba y por este mostraba caminaba a Dios» (23, 79).

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Capítulo 18 «Desterrado y solo por acá»

Una carta doliente Podríamos pensar que ya fray Juan se encontrará bien aclimatado en Andalucía después de llevar en esa tierra casi dos años. Pero nos equivocaríamos. Es él mismo y la santa los que nos convencerán de lo contrario. A Juan de la Cruz, evadido de la cárcel en agosto de 1578 y destinado en el otoño de ese mismo año a Andalucía, le va a costar bastante aclimatarse y acomodarse al modo de ser de los andaluces. La madre Teresa, que sigue siendo la que sugiere tantas cosas no sólo acerca de su monjas sino de sus frailes, y que sigue velando por su fray Juan, llega a prometerle que, en cuanto tengan provincia aparte los descalzos, pedirá al provincial que lo traiga a Castilla. Y lo cumple. También el santo madruga recordándole la promesa que le ha hecho. La provincia aparte queda instituida en marzo de 1581; a finales de ese mismo mes, el día 24, ya escribe la madre al nuevo provincial, Gracián: «Olvidábaseme de suplicar a vuestra reverencia una cosa en hornazo; plega a Dios la haga. Sepa que consolando yo a fray Juan de la Cruz de la pena que tenía de verse en Andalucía (que no puede sufrir aquella gente) antes de ahora, le dije que, como Dios nos diese provincia, procuraría se viniese por acá. Ahora pídeme la palabra[723]; tiene miedo que le han de elegir en Baeza. Escríbeme que suplica a vuestra paternidad no le confirme. Si es cosas que se puede hacer, razón es de consolarle, que harto está de padecer» [724]. Se ve que fray Juan le insiste de nuevo a la madre para que vea de conseguir su traslado. El texto de la carta a Catalina de Jesús suena a desconsuelo no pequeño: ballena, desamparo, vómito, tinieblas, destierro. Pero conviene leer por entero el texto de la primera carta escrita por él en Baeza el 6 de julio de 1581 para conocer por él mismo sus nostalgias y el tono psicológico bajo en que se encontraba: «Jesús sea en su alma, mi hija Catalina. Aunque no sé dónde está, la quiero escribir estos renglones, confiando se los enviará nuestra madre, si no anda con ella; y, si es así que no anda, consuélese conmigo, que más desterrado estoy yo y solo por acá; que, después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto, nunca más merecí verla ni a los santos de por allá. Dios lo hizo bien; pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas. ¡Plega a Dios no andemos en ellas! ¡Oh, qué de cosas la quisiera decir!; mas escribo muy a oscuras, no pensando la ha de recibir; por eso,

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ceso sin acabar. Encomiéndeme a Dios. Y no la quiero decir de por acá más porque no tenga pena. De Baeza y julio 6 de 1581. Su siervo en Cristo, FRAY J UAN DE LA + Sobrescrito: Es para la hermana Catalina de Jesús, carmelita descalza, donde estuviere».

Esa «nuestra madre» a que alude es santa Teresa, que entonces se encontraba en Soria. Con la carta hoy perdida para la santa, iba esta otra para Catalina. La madre está muy al corriente de las «nostalgias» de fray Juan y, en parte, se las ha estado aumentando con sus maniobras ante el provincial. No hace mucho me atreví a decir lo que ahora repito sobre este carteo y manejo de los dos santos: «Ambos santos se muestran aquí demasiado humanos, y el provincial, con buen criterio, no le hizo caso ni a la una ni al otro. Pasados estos lances y momentos bajos, Juan de la Cruz vivirá alegre y contento en Andalucía, querido y admirado por todos, con alguna rarísima excepción». El 18 de julio de ese mismo año de 1581 el provincial Jerónimo Gracián cometía sus veces al padre fray Juan de la Cruz para que él a su vez dé licencia a las monjas de Beas para que puedan otorgar escrituras en torno a varios conciertos económicos «y para hacer y tratar y concertar y cobrar y vender y ceder y traspasar, y hacer todo [...] lo que se hubiere de hacer; y otorgar las escrituras que para ello fueren necesarias, con las obligaciones y diligencias» (26, 71-72). Anda de por medio la hacienda de la herencia pingüe de Leonor Bautista, monja de Beas. Interviniendo en nombre del provincial da la licencia al monasterio de Beas para esa serie de contratos y el 5 de agosto de 1581 otorga la carta correspondiente ante el escribano público y varios testigos (26, 73-74). Fundación de las descalzas de Granada En las constituciones de Alcalá, 1581, se ordena que cuando esté el provincial en Andalucía deje nombrado un vicario suyo para Castilla; y cuando esté en Castilla lo nombre para Andalucía[725]. Cumpliendo esta norma el 10 de abril de 1581 en una patente firmada en Alcalá de Henares, el provincial instituye por vicario provincial de Andalucía al padre Diego de la Trinidad, «dándole mis veces y plena autoridad para todo lo que en la dicha provincia yo podía hacer» [726]. La fundación de uno de sus conventos en Granada era una vieja aspiración de la madre Teresa. Habla de ella varias veces en sus cartas. Ya en noviembre de 1576 manifiesta que no le pesaría que se hiciese, aunque no fuese ella a fundar[727]. En octubre de 1581 vuelve a hablar de ello[728]; y en noviembre de ese mismo año escribe a María de San José, priora de Sevilla: «Para la fundación de Granada he dicho le saquen de ahí dos monjas y fío de ella que no dará lo peor, y así se lo pido por caridad, que ya ve cuánto importa que sean de mucha perfección y habilidad» [729]. Ana de Jesús (Lobera) es quien, por mandato del padre Gracián, provincial, escribió 256

en 1586 la relación de la fundación de Granada[730], y por ella nos es dado conocer los pasos que se fueron dando hasta llegar a la fundación. Diego de la Trinidad, vicario provincial, se entrevista en Beas con la madre Ana de Jesús, que acaba de ser priora en aquella casa en junio de 1581 y le propone que vayan a fundar a Granada, «porque muchas personas graves y doncellas principales y ricas se lo pedían, ofreciéndole grandes limosnas» (29, 70). Ana le dice que todo aquello en esas personas no serán sino palabras de cumplimiento. No obstante encomienda la cosa en su oración personal y comunitaria y pedía a las hermanas que nos diese luz de si convenía o no. La luz del Señor les llegó bien clara, pues «ninguna comodidad ni favor humano había entonces; mas que como se habían fundado otras casas en confianza de su divina providencia, se fundase esta; que Él la tomaría muy a su cargo, y se serviría mucho en ella». Esta resolución le vino acabando de comulgar. Y entonces dijo a la hermana Beatriz de San Miguel que había comulgado con ella: «Dios quiere que se haga esta casa de Granada; por eso llámeme al padre fray Juan de la Cruz, para decirle como a confesor, lo que su Majestad me ha dado a entender». Llega fray Juan y en diciéndoselo en confesión «le pareció diésemos cuenta al padre visitador que estaba allí, para que luego se escribiese a Vuestra Paternidad (J. Gracián), para que con su licencia se efectuase». Aquel mismo día escribieron al padre Gracián y a la madre Teresa, pidiendo cuatro monjas de Castilla para la fundación, y rogando que viniese la madre Teresa a hacer la fundación (29, 70). Así las cosas, ilusionados con la venida de la madre Fundadora, y «con gran contento de los padres y de todo el convento, que supo que se concertaba la fundación», interviene el vicario provincial mandando a fray Juan de la Cruz a Ávila: «Mando, debajo de precepto, al reverendo padre fray Juan de la Cruz, rector del colegio de San Basilio de Baeza, vaya a Ávila, y traiga a nuestra muy reverenda y muy religiosa madre Teresa de Jesús, fundadora de las madres descalzas, priora de San José de Ávila, a la fundación de Granada; con el regalo y cuidado que a su persona y edad conviene, con las demás monjas que fueren necesarias para la dicha fundación. Es su data lunes, trece de noviembre de mil y quinientos y ochenta y uno» (26, 75). Rápidamente sale fray Juan desde Beas a Ávila acompañado por el padre Pedro de la Purificación. Llegados a Ávila enviaron un mensajero a Salamanca, donde se encontraba el P. Gracián, que concedió que se hiciera la fundación, remitiendo a la santa que ella diese las monjas que le pareciese[731]. Última entrevista entre Juan y Teresa. La despedida La entrevista de fray Juan con la Madre tuvo lugar el día 28 de noviembre por la tarde. Este será el último encuentro entre los dos, tan deseado por ambos. ¡Lástima que esta vez no se haya extendido la madre Teresa en contárnoslo, como hizo en aquel primer encuentro que tuvieron en Medina en 1567! Tengo para mí que se refirieron a la ilusión que tenían los dos de que fray Juan se viniese a Castilla. Lo que sí es seguro es que la 257

madre le dijo que, sintiéndolo mucho, no podía ir a Granada por estar ya comprometida para la fundación de Burgos, para la que saldrá de Ávila el 2 de enero de 1582. ¡Con la ilusión que traía fray Juan y los preparativos y cabalgaduras para que la madre fuese de lo más cómoda hasta Granada! Pero, no pudo ser. El compañero del santo, Pedro de la Purificación, que al año siguiente irá con la santa a la fundación de Burgos, contará años más tarde una conversación tenida con la madre en la fundación burgalesa, en la que hablaron de la entrevista tenida en Ávila con fray Juan. La madre tenía grandes impulsos de venir a fundar a Burgos y, por otra parte, sabía que la fundación de Granada había de ser de mucho provecho. «Púseme en oración –le dijo– por largo espacio, y supliqué a Su Majestad me declarase lo que más fuese de su servicio. Apareciome el Señor en visión imaginaria, con certeza más que si le viera con los ojos corporales, y díjome estas palabras: “Acude, hija Teresa, a entrambas fundaciones. Envía a Granada a quien vaya en tu nombre, que allí fácilmente se fundará, y tú pártete luego a Burgos, adonde tendrás contradicción de quien no gustare hacértela y tendrás muchos trabajos”» (6, 382). En una de las cartas escrita el 28, día de la entrevista, dice que está alegre esa tarde con un padre de la Orden: Juan de la Cruz. Así creo que hay que entender el texto teresiano. Alguien muy experto, como Tomás Álvarez, cree que el sentido de las palabras de la madre es ambiguo, y piensa que más que decir que estaba alegre quiere decir que estaba cansada. Aunque parezca una nimiedad conviene leer el texto en su integridad. Esa mañana del 28 habían tenido en San José la profesión de Ana de los Ángeles. Ha predicado don Pedro Castro y Nero, futuro obispo de Lugo y Segovia. Por la tarde le escribe la madre agradeciéndole el sermón, que tanto le habían solicitado. Y le pregunta: «Hágame saber si fue cansado y cómo está, y no por letra; porque con todo que me alegro en ver la de vuestra merced, no querría cansarle sino lo menos que pudiese, que no dejará de ser harto. Yo lo estoy esta tarde con un padre de la Orden, aunque me ha quitado enviar mensajero a la marquesa, que va por Escalona» [732]. En el texto, como se ve, se habla de alegrarse y de estar cansada. La expresión: «Yo lo estoy esta tarde con un padre de la Orden» no puede significar: yo estoy cansada con un padre de la Orden; si fuera así la frase habría que completarla con un «porque» me ha quitado. Al decir «aunque», con esta adversativa se refiere a que está alegre, a pesar de que no pudo enviar un mensajero a la marquesa de Villena[733]. La propia santa cuenta, en carta a Gracián, lo que anduvo haciendo el dulce santo antes de volver a Andalucía: «Harto quisiera fray Juan de la Cruz enviar a vuestra reverencia algún dinero y harto contaba si podía sacar de lo que traía para el camino, mas no pudo. Creo lo procurará enviar a vuestra reverencia» [734]. ¡El pobre fray Juan contando sus dineros, haciendo cálculos, para ayudar en algo a los gastos del provincial y de la provincia! El 29 de noviembre emprendió el regreso hacia Andalucía. Partieron Juan de la Cruz y Pedro de la Purificación con las monjas de Ávila señaladas por la santa para la fundación granadina; María de Cristo, que había sido priora en San José cinco años, y Antonia del Espíritu Santo, una de las cuatro primeras descalzas. En Malagón recogieron a Beatriz de Jesús, sobrina de la santa, y siguieron su camino. Llegaron a Beas el día de la Inmaculada. Ana de Jesús sintió mucho que no viniera la madre Teresa 258

con ellas, aunque lo sabía de sobra y de antemano, pues «había mucho que me escribía Su Reverencia que esto de Granada no había de venir a ello cuando se hiciese, porque creía que quería Dios que lo hiciese yo» (29, 72). Tuvo que contentarse con una carta que le traían en mano, en la que le decía «que por sólo mi contento quisiera poder venir, mas que nuestro gran Dios mandaba otra cosa, que ella quedaba muy cierta se había de hacer todo muy bien en Granada, y me había de ayudar Su Majestad mucho» (29, 72). Fray Juan se volvió a su convento de Baeza, donde pasó las Navidades, en espera de acompañar a las monjas a Granada. El vicario provincial, Diego de la Trinidad, mientras fue fray Juan a Castilla por las monjas, dice Ana, «se vino a Granada a negociar las comodidades, que de esperanza tenía por ciertas, para escribir que, cuando las tuviese en obra, viniésemos» (29, 72). Después de muchos dares y tomares y de oír los arrebatos del arzobispo contra la fundación que se le proponía, logró alquilar una casa, como le aconsejaba Ana, que se reía de todas aquellas «muchas comodidades» que se le ofrecían. Juan de la Cruz y las monjas reunidas en Beas para la fundación estaban para partir en cuanto el vicario provincial avisase. El 13 de enero llegó por fin «el mensajero que traía el despacho para que nos partiésemos». Enseguida «comenzó a hacer tan terrible tempestad, que parecía se hundía todo el mundo, con agua y piedra; y a mí me dio tan gran mal que parecía me moría». Tan mal se sentía que no pudo ni oír misa, aunque el coro estaba bien cerca de su celda. De Beas a Granada. Contratiempos A pesar de todas estas complicaciones, salieron de Beas Juan de la Cruz y Pedro de los Ángeles con Ana de Jesús y otras seis monjas, el lunes día 15 de enero a las tres de la mañana. Llegaron a Deifontes el 17 por la noche. Juan de la Cruz y Pedro de los Ángeles junto con Ana de Jesús reflexionan sobre «qué medio tendríamos para que el arzobispo diese licencia, y no estuviese tan recio en admitirnos». Esa misma noche oyeron «un trueno terribilísimo: cayó con él un rayo en Granada, en la propia casa del arzobispo, cerca de donde dormía. Quemole parte de su librería, y mató algunas bestias, y al mismo atemorizó tanto que de tal turbación cayó malo. Esto dicen le ablandó, que no se acordaban en tal tiempo haber visto caer rayo en Granada» (29, 74). Ese mismo día, el que había alquilado la casa al padre vicario se volvió atrás «diciendo que no sabía era para monasterio cuando la dio; mas que ahora que lo sabía, que no saldría de ella él, ni mucha gente que estaba en ella, y así lo hizo». Ante esta situación, y estando para llegar las religiosas, don Luis de Mercado, oidor de la Audiencia de Granada, sugirió a su hermana doña Ana de Peñalosa que sería bien acoger en su casa a las fundadoras, «dándoles un pedazo en que estén de por sí, hasta que hallen un rincón en qué meterse». Doña Ana accede gustosa «y con grande priesa comenzó a aderezar su casa y a componer todo lo necesario para la iglesia y nuestro acomodamiento, que nos lo hizo harto bueno, aunque con estrechura, por la poca casa que había» (29, 74-75). 259

La comitiva llegó a Granada el 20 de enero, día de san Fabián y Sebastián, «a las tres de la mañana, que por el secreto convino venir a esa hora». Allí estaba a la puerta de la calle doña Ana de Peñalosa, que «nos recibió con mucha devoción y lágrimas. Nosotras las derramamos cantando un Laudate Dominum, con harta alegría de ver la iglesia y postura que tenía en el portal» (29, 75). Ana de Jesús, siempre precavida y juiciosa, pidió que se cerrase «y a los padres que estaban allí con el padre vicario, que no tratasen de tocar campana, ni decir misa en público ni en secreto, hasta que tuviésemos el beneplácito del arzobispo, que esperaba en Dios lo daría luego». Envió un recaudo al arzobispo anunciándoles su llegada «y suplicándole nos viniese a dar su bendición, y a poner el Santísimo Sacramento, porque aunque era fiesta, no oiríamos misa, hasta que lo ordenase Su Señoría». Este gesto produjo su efecto, pues el prelado respondió con mucho amor: «Fuésemos bien venidas, que él se holgaba mucho de ello, y quisiera poderse levantar para venir a decir la primera misa; mas que por estar malo, enviaba su provisor que la dijese, y hiciese todo lo que yo quisiese» (29, 75). A las siete de la mañana de aquel mismo día, llegó el provisor, don Antonio Barba, cantó la primera misa con toda solemnidad, acompañándole en el altar como diácono fray Juan de la Cruz y subdiácono Pedro de los Ángeles. Ese mismo día fueron a ver al arzobispo don Luis de Mercado y el licenciado Laguna para darle las gracias y «halláronle echando chispas porque habíamos venido. Dijéronle que, si tanto le pesaba a Su Señoría, ¿para qué había dado licencia?, que ya estaba hecho el monasterio. Respondió: «No pude hacer menos, que harto forcé mi condición, porque no puedo ver monjas. Mas no las pienso dar nada, que aún a las que tengo a mi cargo no puedo sustentar» (29, 75). Entregadas a su vida carmelitana en la casa de doña Ana, reciben una carta de la madre Teresa escrita el 30 de mayo de 1582 en Burgos. Es la llamada «carta terrible» [735]. En ella la madre arremete contra Ana de Jesús con una dureza extraña, tachándola de no haberla informado como debía ni a ella ni al provincial; y de haber cometido otras equivocaciones, etc. Le echa en cara que se hayan metido en casa de doña Ana de Peñalosa, siendo tantas. Y escribe a doña Ana para «agradecer el bien que nos ha hecho. No perderá con nuestro Señor, que es lo que hace al caso». En la posdata de la carta a Ana de Jesús hace mención de fray Juan diciendo que lea la carta, «que no tengo cabeza para escribir más». A los siete meses del comienzo de la fundación «alquilaron una casa junto al Pilar del Toro, de don Alonso de Granada y Alarcón», en la calle Elvira. Como hemos ido viendo, Juan de la Cruz ha tenido buena arte y parte en esta fundación de carmelitas descalzas de Granada, que será una de las más queridas por él y a la que mayormente va a atender. Aunque doña Ana «nos hacía limosna, era con mucha limitación [...] y muchos días no nos pudiéramos sustentar con lo que esta señora nos daba, si de los Mártires no nos ayudaran nuestros padres descalzos con algún pan y pescado; aunque también ellos tenían poco, por ser año de tanta hambre y esterilidad, que se padecía en el Andalucía grandísima» (29, 76). Así le tocó a Juan de la Cruz, nuevo prior de los Mártires, socorrer a sus hermanas no sólo en lo espiritual sino también en lo material. 260

CAPÍTULO 19 En los Mártires de Granada (1582-1588)

Desplegando el mapa Al iniciar la narración de la estancia de Juan de la Cruz en Ávila, en el capítulo 10 dábamos como una visión previa, un anticipo, de todo lo que iban a ser aquellos años para él. De modo parecido queremos ahora desplegar el mapa y el lector quede apercibido de lo que van a ser esos años de fray Juan en Granada. Llega a últimos de enero de 1582. En Baeza lloran su marcha definitiva. En los quehaceres más propios en que ha estado empleado en años pasados: gobierno de comunidades, modelación de nuevos religiosos, atención a enfermos, dirección de almas consagradas de la Orden, y atención a gente de fuera, va a alcanzar ahora la excelencia. Sus dotes de gobierno van a resplandecer también en un ámbito más amplio como vicario provincial de Andalucía (1585-1587). «La vena de maestro, poeta y escritor, que ha tenido ya manifestaciones valiosas en etapas anteriores, alcanza en Granada su máxima expansión y sus frutos de mejor calidad. Granada es el escritorio de san Juan de la Cruz. Aquí redacta sus cuatro grandes obras en prosa, algunos poemas, cartas y otros documentos. Se siente pletórico e inspirado. Granada es para el escritor lo que fue Toledo para el poeta» [736]. Su vida, síntesis de acción y contemplación, raya cada vez más alto. Y queda como algo emblemático su equilibrio entre estas dos tendencias unificadas en su persona. La llana o el azadón y la pluma se hermanan en su mano. Primer priorato en Granada Juan de la Cruz no ha venido a Granada solamente a acompañar a las descalzas que llegan a fundar un palomarcito teresiano. Viene a quedarse también en la ciudad, de la que dice en una de sus primeras cartas que «es tierra harto acomodada para servir a Dios». El priorato de los Mártires estaba vacante por haber sido trasladado a Salamanca el prior Agustín de los Reyes, de quien Juan de la Cruz alababa la prudencia religiosa, diciendo que la tenía con excelencia[737]. El provincial lo había destinado a la ciudad 261

universitaria para hacerse cargo del rectorado del nuevo colegio inaugurado allí el 1 de junio de 1581. Lleva apenas dos meses en Granada cuando escribe a una de sus dirigidas, que se lamenta de que haya salido de Baeza, y le dice: «Como Dios manda de otra manera que pensamos, habrémonos de conformar con su voluntad; ya me han hecho prior en esta casa de Granada. [...] Su Majestad lo hace todo por mejor [...]. Mire que no deje sus confesiones, y a sus hermanas diga lo mismo, y me encomienden todas a Dios, que yo nunca me tengo de olvidar» [738]. ¿Le habían elegido prior los conventuales de Granada el año anterior, o le han elegido ahora entre enero y marzo estando ya en Granada, pues no volvió a Baeza? En el oficio de rector de Baeza terminó fray Juan el 14 de junio de 1581, habiendo pasado dos años desde que lo comenzó, pues entonces no duraban los prioratos más que dos años. Habiendo, pues, dejado de ser superior o rector en Baeza le pudieron elegir los conventuales de Granada tranquilamente, si es que no le habían elegido ya anteriormente antes de terminar su oficio en Baeza[739]. En marzo la santa decía al provincial que fray Juan «tiene miedo que le han de elegir otra vez en Baeza. Escríbeme que suplica a vuestra paternidad no le confirme» [740]. No tuvo que confirmarle de Baeza, sino de Granada, como dejamos dicho. El propio Juan Evangelista en carta al historiador Jerónimo de San José, que le preguntaba sobre el particular, le decía: «En lo que toca a nuestro santo padre, es sin duda que era prior de esta casa cuando trajo las monjas, porque, como dije en la pasada (10, 344), yo tomé el hábito aquí teniendo nuestro santo padre año y medio de prior, y las monjas vinieron aquí un año y veintitrés días antes que yo tomara el hábito, de manera que había más de cinco meses que era prior. Esto lo tengo por sin duda, y por tal lo puede Vuestra Reverencia tener» (10, 346). Y el historiador le hizo caso escribiendo: «Celebrado el Capítulo (Alcalá 1581) y vuelto el venerable padre a su colegio de Baeza, le eligió el convento de Granada por prelado suyo, y así se hubo de ir luego a cuidar de él» [741]. De todos modos, esa norma de ser elegidos los priores por los conventos ya se cambió en 1583, vistos los inconvenientes que traía consigo[742]. El elegido, en cualquier caso, tenía que ser confirmado por el provincial, en este caso Gracián, que andaba visitando los conventos de Andalucía[743]. Los descalzos en Granada. Peripecias Los carmelitas descalzos fundan en Granada en 1573[744]. El nombre oficial del convento, cerca de la Alhambra, es los Santos Mártires, o simplemente: los Mártires. Con esto se está aludiendo, en principio, a una capilla o ermita edificada en 1492 por Isabel la Católica para recordar la memoria de los cristianos allí martirizados. Se construyó también una casa para el capellán. En 1526 Carlos V, visitando Granada, anexiona la ermita a la Capilla Real. El conde de Tendilla, don Luis Hurtado de Mendoza, alcalde de la Alhambra y capitán general de los reinos de Granada, ofrece la ermita a los descalzos. 262

Y allí se instala con sus compañeros Baltasar de Jesús, prior de Pastrana, autorizado por el visitador apostólico, Francisco de Vargas[745]. Llegar hasta este punto no había sido fácil, pues el capellán que entonces cuidaba de la ermita no quería perder el beneficio anejo. El conde fue obviando las dificultades y el 19 de mayo de 1573 se hizo una escritura entre la capilla real y los religiosos, escritura llena de desventajas, de «ligaduras» para los religiosos[746]. Los frailes, sin licencia de los capellanes, no habían de ser más de tres conventuales; «habían de ceder todo derecho, presente y futuro, como meros guardas de lo que se les entregaba»; los capellanes podían visitar todo el convento y bienes de él, y minorar el número de frailes, para que no excediese de tres. «Sujeción rigurosísima y por tanto sujeta a muchas mudanzas y ocasionada a grandes debates», como dice el cronista[747]. A todo se sujetaron esperando tiempos mejores, saliendo el conde fiador de ellos. «Al principio comenzó el convento en la calle de los Gomeles[748], en una casa que había sido de los calzados y como el arzobispo se disgustase, trasladose a la ermita de los Santos Mártires donde ahora está. [...] Pretendieron trasladar el convento de Granada desde los Mártires (porque era sitio seco) al Albaizín, en unas casas principales que se llamaban el Albarçana, que había sido de unos moriscos llamados los Barrios, mas después pareció que estaba bien en los Mártires, y alcanzose del rey agua de la Alhambra, y se comenzó a labrar». Así habla Gracián de la fundación y primeros pasos del convento en su Libro de las fundaciones[749]. A la llegada de los descalzos, «el campo de los Mártires está seco y descarnado. Ni agua suficiente para beber hay en este “corral de cautivos”, como le llaman los moros. En cambio las vistas son espléndidas. Por levante a sus espaldas, el albo e ingente macizo de Sierra Nevada con sus dos mil metros de altura; al sur, la vega granadina, regada por el Genil y enmarcada entre sierras y colinas, con una amplitud de siete leguas; al noroeste, el palacio de la Alhambra, con sus muros dorados y sus jardines orientales; más arriba, el bello Generalife; al poniente, primero, a sus pies, la ciudad: palacios, torres, calles estrechas, balcones llenos de macetas; y más allá, la lejanía de la vega, salpicada de caseríos, perdiéndose en las sierras de Loja» [750]. La capilla tenía como su fiesta la de San Pedro «ad vincula», 2 de agosto. No hay perspectivas de apostolado ni se entrevén otras posibilidades de prosperar. Cunde el desánimo. Llegan a Granada el padre Ambrosio Mariano y Jerónimo Gracián, que van de paso para Sevilla; reflexionan entre todos sobre las duras condiciones de la fundación, y se deciden a dejarla, sin dar parte al conde. «Ya tenían resuelta la salida, y hechos los fardillos de su pobreza», cuando, providencialmente, se presenta el conde de Tendilla, les afea el paso que iban a dar, les anima a continuar, y les promete la ayuda necesaria[751]. Y se ocupará de que tengan agua de la Alhambra para la casa y para la huerta. Deshacen los fardos y se quedan; con nuevos ánimos ensanchan la casa, cultivan la huerta y lo van transformando todo. Por lo que se refiere al agua el conde cumple su palabra y ya el 4 de agosto de 1573 dispone que «Juan de Orea, nuestro mayor de las obras de esta Alhambra, y Pedro Peraleda, administrador de la acequia de ella, vayan y señalen la 263

parte y lugar donde han de tomarla, y que aquí se haga un arca para que la dicha agua vaya encaminada al dicho convento» [752]. Más adelante el presidente de la chancillería ordena que se les corte el agua y se destruyan las cañerías. El conde aconseja que recurran al rey y uno de los frailes, Gabriel de la Concepción, habla directamente con el monarca y este con cédula real les concede cuanto piden el 27 de diciembre. La autorización regia merece leerse por entero: Cédula Real del agua: «Por cuanto habemos sido informados por el vicario y frailes descalzos de la Orden del Carmen de la ciudad de Granada, han labrado casa en la ermita que dicen de los Mártires, aneja a la capilla real de la dicha ciudad de Granada que fundaron los católicos reyes don Fernando y doña Isabel mis bisabuelos, y señores que estén el gloria: de que Nos somos patrón, por ser sitio a propósito para la devoción y aprovechamiento común y suyo, fuera de la dicha ciudad y cerca del Alambra y Generalife, que son casas reales nuestras: y que el principal caudal suyo es tener huerta, así para su recreación, como para el sustento ordinario, y que para esto no tenían agua, y que el conde de Tenilla les dio cuatro reales de ella del acequia que va de la dicha Generalife al Alhambra, y que por habérseles puesto impedimento en llevarla por no tener licencia nuestra, ha dejado de encañar la dicha agua, y pasan mucha necesidad, y que convendría hacerles merced y limosna de alguna cantidad. Y porque por ser el dicho monasterio nuevo, y la devoción que yo tengo a la dicha Orden y para que puedan los religiosos que residen y residieren en la dicha casa vivir con menos trabajo y descomodidad, he tenido por bien de hacerles merced y limosna, como por la presente se la hago, de dos reales de agua de la dicha acequia que va del dicho Generalife al Alhambra, que es de la que el dicho conde de Tendilla se la había señalado, para que gocen de ella todo el tiempo que fuere nuestra voluntad. Y mandamos al dicho conde o a la persona, o personas a cuyo cargo está la administración de la dicha acequia, que les dé y haga dar cantidad de los dos dichos reales de agua para que la tomen de la parte que sea más conveniente, y a propósito para llevarse al dicho Convento de los Mártires para el efecto sobredicho. Fecha en Guadalupe a veintisiete de diciembre de 1576 años. Yo el rey. Por mandato de su Majestad. Juan Vázquez»[753].

En un estanque que han construido recogen el agua que en 1576 se les ha concedido. Desde que llegaron los descalzos a Granada no paraban de hacer obras en aquel teso; particularmente cuando fue prior Agustín de los Reyes. Como las dificultades con los capellanes de la capilla real seguían siempre en pie, la comunidad, siendo ya prior Juan de la Cruz, eleva una petición a Felipe II, en la que se le informa de cómo los carmelitas tomaron posesión de la ermita de los Santos Mártires, aneja a la dicha capilla hace ya cerca de diez años, con la licencia del ordinario, y con voluntad de los capellanes de la real capilla. Y poseyéndola con ese título edificaron parte de la iglesia, casa y monasterio. Esperan que la casa «en pocos años será convento muy principal y do Nuestro Señor se servirá y se rogará continuamente a Dios por la vida y prosperidad de Vuestra Majestad». Después de esta presentación llega la petición: «Y para que esto vaya en crecimiento y los frailes estén seguros que en ello no habrá mudanza, suplican a Vuestra Majestad sea servido de mandar aprobar el consentimiento dado por la dicha capilla real y capellanes y hacerles merced del dicho sitio, con cinco o seis hanegadas de tierra en el circuito de la dicha ermita, que es campo de muy poca o ninguna utilidad; y donde antes 264

de la población del dicho convento se deservía a Nuestro Señor y ahora es frecuentado con muchas oraciones y devociones. Y para que con más facilidad les conceda, se encargarán de decir la misa cada semana que los dichos capellanes decían, sin que por ello se les dé limosna ninguna» [754]. Obras en marcha Como va a andar siempre en obras, desde el primer día hasta el último, fray Juan piensa en su hermano Francisco, experto en albañilería, y le hace venir desde Medina del Campo, para darle algún trabajo. Para los gastos del viaje le ayudaron los frailes del Carmen de Medina[755]; y entre ida y vuelta se estuvo algunos meses. Jerónimo de San José, con su gran estilo, describe así la llegada de Francisco al convento de los Mártires: «En viéndolo entrar en el convento con su capa raída y deslucido traje, y que trataba más de ser virtuoso que bien aliñado, se alegró tanto de verle así pobre y despreciado, como otro se alegrara de ver un hermano con ostentación de galas. Esta alegría que con la venida de su hermano mostraba, le nacía de la ocasión que se le ofrecía para hacer con él muchos actos de humildad» [756]. Uno de estos actos, repetidos más de una vez, consistía en presentar a Francisco al natural y decir a cualquiera noble o caballero que le visitaba: «Conozca vuestra merced a mi hermano, que es la prenda del mundo que más estimo. Aquí trabaja en la huerta y en la obra y gana su jornal como los demás peones, porque no tiene otra hacienda sino su trabajo» [757]. Metido en la obra, estaba el mismo Juan de la Cruz un día haciendo adobes, cuando vino a verle un prelado religioso, el guardián de San Francisco. Le recibe así como estaba a pie de obra, sin sonrojarse por ello (23, 83). Un altisonante prelado que le encontró otro día de igual traza, en la huerta, le espetó: «Vuestra Paternidad, a quien no vemos por la ciudad y siempre está en este recogimiento o en esta huerta, nos denota que debe ser hijo de algún labrador». Fray Juan responde: «No soy tanto como eso, que hijo soy de un pobre tejedor». A través de esta respuesta «le enseñó Dios el camino del cielo, que es la humildad, y así comenzó a frecuentar y comunicar al dicho padre fray Juan y tratar de su salvación de veras» (14, 384). Sobre ese diálogo conviene advertir que «labrador» no equivalía sólo a un tipo de trabajo agrícola, a un oficio; la expresión era el reflejo de una condición social exenta de tacha, de sospecha y una garantía de limpieza de sangre. Todo lo contrario que «pobre tejedor», personificación de la vileza social, incompatible con la honra[758]. Alonso, que cuenta con regusto la contestación del humilde Juan de la Cruz a aquel «alto» prelado, empalma aquí un párrafo muy decidor: «No se preció el santo de cuando su padre, estando en casa de sus tíos, hombres poderosos, vivía mancebo y rico en juntar y despachar sedas, que en este trato le ocupaban sus tíos; sino en el último trance en que vino a vivir el virtuoso padre, que fue cuando, aborrecido de ellos por el casamiento pobre, vino a tejer sedas y buratos; cosa en que él de antes ocupaba a muchos. Y así dijo ser hijo de un tejedor» (24, 295). Juan de la Cruz era un hombre hábil en muchos campos. Su acción espiritual de 265

dirección de almas, el manejo de su pluma, su estro poético no le anulaban en otros campos, como el de las obras materiales poniendo suelos, haciendo tabiques, etc. En él se hermanaban la llana y la pluma; lo mismo pulía un verso que daba de llana por encima del yeso o la argamasa. Desde que llega a los Mártires se replantea más a fondo el tema de la conducción del agua. La comunidad va aumentando; reflexionando sobre lo que conviene hacer, ve que «los canales construidos para atravesar la vaguada que separa la Alhambra del convento» no son lo más apto para la conducción del agua que les ha concedido Felipe II. Opta, sin más, por construir «un acueducto que salve el desnivel y lleve al agua directamente y sin desperdicio hasta el estanque de la huerta y hasta la casa misma» [759]. En su estructura actual, que parece no haber sido modificada, el acueducto tiene una longitud de 73,50 metros; con una altura máxima de 5,30, y mínima de 2,30. La anchura de muro es de 0,64. La longitud está distribuida en 12 arcos con abertura de 4,50 metros cada uno; sostenidos y separados por once soportes de dos longitudes diferentes, alternándose; seis de 3,15 metros, y otros cinco de 0,95» [760]. Además de esta obra de ingeniería, acometió fray Juan la construcción de habitaciones, de celdas, de alguna sala, y del claustro que solían llamar «claustro cuadrado». Un granadino que conoció esto muy de cerca antes de ser fraile y que después será el cronista oficial de la Orden y prior de los Santos Mártires, Francisco de Santa María (Pulgar), dejará escrito acerca de los trabajos y obras que emprendió fray Juan en los Mártires, señalando dos de las principales: «Dos obras suyas quedan en el convento de las más importantes. La primera, la cañería, o acueducto por donde el agua descarga en el estanque grande. Venía antes por atenores con gran violencia y gasto, porque hallando en su corriente una cañada que pasar, le era necesario pasar y subir. Para remediar lo uno y lo otro, encaminó por encima de unos arcos de buena obra el agua, que desde entonces corre con facilidad y poco gasto. Hizo esta obra en el primer priorato: en el tercero la segunda, que es el claustro mejor que hoy se conoce en España en los conventos de nuestra descalcez. Porque de tal manera juntó con la firmeza, haciéndolo de piedra, la gala del arquitectura, la hermosura de las luces, con la decencia, devoción y templanza, que se lleva los ojos de las primeras, segundas y últimas vistas, pareciendo siempre nuevo. Y él fue el primero que por mayor recogimiento excusó los corredores o claustros altos, de adonde se tomó el modelo para las demás casas de la Orden» [761]. No contento con esta descripción detallada de la obra material concluida por Juan de la Cruz vuelve el mismo autor a hacer su valoración, diciendo: «A esta casa de Granada, no sólo le fue provechoso en lo espiritual, sino en lo temporal, más que a otra alguna. Antes de su primer priorato, se hallaba muy corta en el edificio, y muy desacomodada. En los tres prioratos la acomodó de suerte que fue la primera que en la Religión se vio bien dispuesta, y el ejemplar de donde se tomó traza para los demás. Hízole un cuarto, aunque descalzo, muy bueno, pegado a la iglesia antigua [...]. El claustro principal, que en la materia y forma excede a todos los de la descalcez en España, es obra suya. El acueducto sobre arcos, obra de no poca costa, a su diligencia se debe, como también el estanque grande donde desagua, con que se riegan la huerta alta y baja, la viña, y olivar 266

que dentro tiene. Por lo cual se parecía aquella casa de más hija suya, que otra alguna, en lo espiritual y temporal, como dicho es, por más amada, por más habitada; y dice que si no goza de sus huesos, es tesorera de su espíritu» [762]. La construcción espiritual. Galería de testigos Hemos adelantado aquí noticias acerca de las obras materiales emprendidas por Juan de la Cruz, en concreto por la ilación con el tema de la conducción del agua, que traía de cabeza a los pobres frailes, y con todo lo que dependía de esto. Para Juan de la Cruz no eran tan importantes las obras materiales, aunque se tratase de construir un templo, como la formación de los «templos vivos», que así llamaba a sus religiosos. Biógrafos anteriores, especialmente Crisógono[763], se han afanado por poner en claro nombres y datos de los religiosos que se encuentran en estos años en Granada con Juan de la Cruz. Es un número bastante elevado. Los hay ya conocidos anteriormente, como Inocencio de San Andrés, con el que ha convivido ya en el Calvario y en Baeza; Jerónimo de la Cruz, Sebastián de San Hilario, ambos en Baeza. Luis de San Jerónimo, conocido en el Calvario, Luis de San Ángel, etc., y luego vienen otros que van llegando como novicios o simples conventuales destinados a la comunidad. Hacemos una selección de nombres que nos vayan informando auténticamente acerca de la vida y quehaceres de fray Juan. Jerónimo de la Cruz Jerónimo de la Cruz, refiriéndose a estas fechas granadinas, ofrece noticias de importancia. Una de ellas es la siguiente. Cae el vicario provincial, Diego de la Trinidad, por Granada y comienza a presionar y marear a fray Juan, diciéndole que como superior tenía que visitar a las autoridades de la ciudad, principalmente al presidente y oidores de la Audiencia. Y esto lo decía, echándole en cara que «si no visitaba la gente grave de la ciudad, no podía sustentar su convento» (25, 128). A obedecer tocan. Fray Juan llama a Jerónimo de la Cruz y le dice: «Tome vuestra reverencia la capa que dicen que es fuerza que visitemos». Bajan a la ciudad, y, ¿qué tal se desenvuelve fray Juan? Su compañero informa al detalle: «Fuimos a casa de algunos oidores y presidente, a quien dio las Buenas Pascuas, cumpliendo con ellos religiosamente, que parece le daba Dios gracia y sal para todo. Y disculpándose con el presidente de no hacerle visita a menudo, dijo que no era por falta de memoria en cumplir la obligación de encomendarle a Nuestro Señor, sino por cumplir con la obligación de recogimiento religioso. Respondió el presidente, agradeciendo aquel cuidado, y dijo más: “Para con nosotros cumplido tienen Vuestras Paternidades cumpliendo, como cumplen, con Nuestro Señor y sus obligaciones; de más de las muchas ocupaciones que por acá tenemos, pues apenas tenemos tiempo para descansar”. Dando a entender que no se caía en falta por no visitarles». 267

Moraleja: la saca inmediatamente el santo, pues «saliendo, me dijo: “Declarado nos ha Nuestro Señor que no nos quiere para cumplir con hombres en el mundo, pues hay tantos que cuidan de esto, sino para con Su Majestad a solas”. Y nos volvimos derechos al convento. Y no me acuerdo le vi hacer otra visita de cumplimiento» (26, 444-445; 23, 60-61; 25, 128). Ve Jerónimo que fray Juan tiene el mismo esmero que en el Calvario o en Baeza ahora en Granada con los enfermos. Y nos informa sobre el particular. Tienen en casa un hermano lego enfermísimo. Ya está desahuciado. Pero, doctor, ¿no hay ninguna medicina eficaz?, pregunta el santo. «Para curarle, no; únicamente la hay para sosegarle o aliviarle un poco», responde el médico. Y se trata de una bebida que sería muy cara, costaría sesenta reales o seis ducados. Fray Juan le dice que sin más la recete. Trajeron la medicina y reviviendo sus tiempos de enfermero «él mismo se la dio, y asistió a muchos de los medicamentos que le hacían y le acompañaba para alentarle» (26, 448; 23, 62; 25, 121). Asistía con todo cariño a uno que había perdido las ganas de comer. Y le empezó a hablar de muchos manjares, para ver si optaba por alguno. Siguió hablándole y le preguntó si comería un pastel. Medio asintió el enfermo y fray Juan mandó enseguida hacerlo y que lo trajesen. Pero, apenas lo vio el enfermo, dijo que no podía comérselo. ¿Qué más se puede hacer? Entonces le dice: «“Pues, hijo, yo quiero disponerle la comida y dársela de mi mano; y yo le haré una salsilla con que le sepa bien”. Mandó asar un pecho de un ave; y traído, tomó un poco de sal y la echó en un plato, deshaciéndola con un poco de agua; y dijo: “Esto le ha de saber muy bien y con esto ha de comer”. Y pasó así, que lo comió y dijo le había sabido, como había dicho su prelado que lo había hecho y dádoselo de su mano, con que abrió la gana de comer. A esto me hallé presente y pasó en el convento de Granada», dice Jerónimo de la Cruz (25, 121; 26, 448; 23, 62). Lo «celebran con mucha risa». Como en otros sitios también aquí en Granada le pasan cosas que invitan al regocijo. La siguiente aventura la medio escenifica Jerónimo para contárnosla (26, 447). No lleva todavía fray Juan un año en la ciudad cuando bajando de los Mártires le sale al paso una mujer, jovencita, con un chiquillo en brazos. Le aborda diciéndole que pues él es el padre de la criatura, que ayude a criarlo, que apoquine dineritos. Fray Juan quiere librarse de ella; pero ella presiona. Entonces él, ocurrente, pregunta: «¿Quién es la madre del niño?». Le responde: «Una doncella hija de muy nobles padres». Y, «¿de dónde ha venido a Granada?». Le contesta que es de Granada y nunca ha estado fuera. Pregunta fray Juan todavía: «¿Qué edad tiene la criatura?». «Un año, poco más o menos», responde la muchacha. Y fray Juan, sonriente: «Pues entonces, hijo es este de gran milagro, pues no ha tanto que yo vine a esta tierra, ni en toda mi vida había estado en ella en muchas leguas a la redonda». No le enfadan situaciones como esta; llega al convento de las descalzas, y les cuenta el percance y todas, priora y hermanas, lo «celebran con mucha risa» (26, 447; 23, 63). No es para menos. Otro caso muy distinto: Tuvo un día fray Juan que reprender a un religioso anciano que había sido calzado. Lo estaba haciendo con mucha moderación. El reprendido se 268

encolerizó y a voces «comenzó a decir palabras de reprensión al santo; este calla y se postra, poniendo la boca en el suelo, y quitada la capilla, descubierta la cabeza». Cuando se le pasó la furia al viejo, fray Juan alza la cabeza, se levanta, le besa el escapulario y dice: «Sea por amor de Dios la santa corrección». Acto seguido, ya sin hablar palabra se marchó fuera. Y dice Jerónimo: «A esto me hallé presente en el dicho convento de Granada y me causó harta confusión y me dio muy grande ejemplo» (25, 129; 26, 445; 23, 59-60). Cuenta también el caso de un caballero de los más principales de Granada que habiendo tenido diferencias con su mujer, se presentó en el convento una noche y pidió a fray Juan que le diese el hábito, afirmando que no había de salir de allí, sin recibirle, «tan aseverantemente como si se lo hubieran de dar». Fray Juan, con prudencia, le dio sus buenos consejos y lo tranquilizó y «se volvió quieto a su casa». «Esto –dice Jerónimo–, pasó en mi presencia, siendo yo conventual del dicho convento» (25, 122). Baltasar de Jesús (Ramírez Cazorla)[764] Lo primero que nos dice es el tiempo que conoció y trató al santo en Granada: más de año y medio. De sí mismo cuenta que había pedido a los superiores una cosa que le daba mucho gusto y la había alcanzado. Pero fray Juan le dijo: «¡Ay, padre fray Baltasar! Acuérdese que se ha de arrepentir más de dos veces». Lo cual sucedió a este testigo y vio ser verdad lo que el santo le había dicho» (25, 354). El capricho de Baltasar debió ser ir «a la jornada de Inglaterra», cuando Felipe II envió la Armada Invencible, y el santo «le dijo cierta cosa que le había de suceder, así en los sucesos y viajes de ella». Con esta experiencia tan personal asegura que el santo tenía, sin falta, don de profecía (23, 344). El cronista de Portugal, Belchior de Santa Ana, dedica un capítulo entero a hablar de los ocho religiosos nuestros que fueron en la Armada Invencible, habiendo recibido dos de ellos el martirio en Escocia[765]. Uno de los religiosos que estuvo en la Armada de Inglaterra, como él dice, fue Lucas de San José, que estará después con el santo en Segovia y otro Ángel de San Pablo, predicador (14, 283). Y Baltasar, olvidando un poco sus quebrantos en la Invencible, da este testimonio precioso acerca de Juan de la Cruz: «Sus pláticas eran siempre de Dios. Con tal discreción y sal hablaba de Dios, que no cansaba ni hartaba el oírle, antes deseaban los religiosos verse juntos con él en comunidad por sólo oírle y tratar y hablar de Dios; porque en sus palabras se echaba muy bien de ver salir de un pecho y alma llena de Dios» (23, 344). También como otros declarantes vio que «algunas veces sacaba a sus súbditos al campo y les dejaba entretenerse, apartándose él a alguna soledad solo y allí se estaba en oración toda la tarde [...]; siempre se andaba en oración» (23, 344). Jorge de San José[766] Era de las montañas de León, de un lugar que se llamaba Barrillos de Boñar. Conoció y 269

trató por algún tiempo al santo. Lo conoció en Granada y dice que aquel tiempo fue el siglo dorado de aquel convento. El prior se juntaba con los religiosos «y con apacibilidad y humanidad les decía: “Vengan acá, hijos, vistamos a uno de virtudes”». Preguntaba a todos cómo se vestiría aquel religioso de virtudes; iban por su orden diciendo todos la virtud que les parecía a cada uno más a propósito. «Y cuando cada religioso acababa de decir la virtud y lo que así se le ofrecía, el dicho padre fray Juan de la Cruz lo espiritualizaba y levantaba de punto cuánto la tal virtud hacía a un religioso agradable a Dios y virtuoso» (23, 52). Como nunca faltan algunos celosos del bien de la religión, cuenta Jorge cómo un buen día se presentó ante fray Juan uno de estos, y comenzó a calentarle los cascos «diciéndole que le parecía que comían muchos carne, sin necesidad. El santo le quietó, diciéndole que ellos decían tenían necesidad y se lo habían significado; y que así que era justo que él les acudiese y creyese». Así le tapó la boca, y añade el declarante: «Y era el santo hombre que alcanzaba bien a quién tenía necesidad o no y que no se le diera si no viera tenía necesidad» (23, 52-53). Como ejemplo de la serenidad de fray Juan y de que no perdía los nervios, refiere lo que le pasó a él, a Jorge, siendo novicio y cocinero. Tenía guisada una olla de arroz. Cuando ya estaba la comunidad a la puerta del refectorio, fue a retirar la olla de la lumbre, «se le abrió de alto a bajo y se derramó el arroz». En ese momento en que él estaba preocupado y afligido entró el santo en la cocina. Viendo aquel desavío, «con palabras suaves, viéndole así y lo que había sucedido, le dijo: “Hijo, no se le dé nada, reparta lo demás que hay que comer, que no quiere nuestro Señor que comamos hoy arroz”» (23, 53). Martín de San José Trató y comunicó muchos años con el santo y con mucha confianza. Y una de las cosas que dice, en 1614, de fray Juan es: «A quien comúnmente llamamos el santo». Le dio el hábito en Granada y «desde entonces –dice– traigo puesta la correa que él me puso con su mano, estimándola por esto más que si fuera de oro» (13, 377). Y cuenta que cuando «salía de casa, aunque no fuese más de a la ciudad por dos o tres horas, era tanta la alegría que los religiosos tenían de verle volver, que a gran priesa íbamos todos los que le veíamos a tomar su bendición y besarle la mano o escapulario, como si fuéramos a ganar un gran jubileo» (13, 378; 14, 13). Poco antes ha dicho que «su humildad y caridad con los religiosos era tan grande, que a todos los tenía tan rendidos, que cada uno le amaba más que si fuera padre carnal» (13, 378; 14, 13). Comenta cómo enseñaba a los religiosos a amar a Dios con toda pureza y desnudez y sin respeto alguno, lo que hoy llamaríamos gratuidad plena. Y pone como ejemplo para él definitivo: «Entre los demás escritos que él escribió, hizo un papel que él llamó Monte de Perfección, por el cual enseñaba que para subir a la perfección ni se habían de querer bienes del suelo, ni del cielo, sino sólo no querer ni buscar nada sino buscar y querer en todo la gloria y honra de Dios nuestro Señor, con cosas particulares a este propósito, el 270

cual Monte de Perfección se lo declaró a este testigo dicho santo padre, siendo su prelado en el dicho convento de Granada» (14, 14). Nos da un juicio de valor de la misión de fray Juan en la Orden: «Le comunicó Nuestro Señor como a quien había de ser padre de tantos hijos espirituales como ha tenido, tiene y tendrá la dicha Religión» (14, 15). Diego de la Concepción[767] Era natural de Caravaca. Trató al santo desde 1583 a 1591. Le oyó contar a fray Juan la fundación de Duruelo; y refería «cómo había puesto algunas cruces; y que llegando algunos labradores y viendo las cruces, quedaron como espantados y decían: “¿Quién ha puesto aquí estas cruces o para qué eran?”» (23, 67). Subraya cuánto resplandecían en fray Juan las tres virtudes teologales. Al detenerse en la virtud de la esperanza y en la confianza en Dios la encuentra en el dato de que teniendo tantos religiosos en el convento de Granada, aun en medio de tantas necesidades y penurias, exhortaba a todos a confiar en Dios, seguro de que Dios proveería. En confirmación de esto, confiesa que siendo él procurador del convento, le tenía mandado fray Juan «no buscase cosa aprestada sin su licencia». Y un día ya cerca la hora de la comida se encontraba con que no había nada que comer. Y se dispuso a salir a la ciudad a buscar algo. Pide permiso a fray Juan y este no se lo da, diciéndole que esperase un poco, que Dios proveería. Dejó pasar un rato y volvió con la misma requisitoria. Viendo la instancia y prisa que tenía le dijo que saliese fuera de casa, que Dios me acudiría. Se echó a la calle, y de camino, antes de llegar a la ciudad con su compañero, «encontraron una mujer que traía unos dineros al convento; y conociéndole como procurador se los dio, diciéndole: “Perdóneme, Padre, que desde ayer había de haber traído estos dineros y no he podido traerlos hasta hoy”. Con esta ayuda providencial se adquirió lo necesario para comer aquel día» (23, 68-69). Sabe del alma santa y pura de fray Juan «por haberle confesado muchas veces en mucho tiempo». Ha podido ver cómo y cuánto procuraba con obras y con palabras llevar al Señor las almas de los seglares y religiosos. Y recuerda cómo «en orden a esto hacía a los frailes de ordinario a la noche, después de colación o cena, unas pláticas celestiales, con que les alentaba a nuestro Señor». Eran las buenas noches de Juan de la Cruz. Como prelado y maestro sabía ayudar bien a cada uno en lo que había menester. Una vez en Granada reprendió a un hermano por una falta que había cometido, y le dijo: «Váyase a la celda». Se fue y allí se estuvo. Pasó aquella noche y al día siguiente, todos juntos en el refectorio, «comenzó a ponderar mucho la falta de caridad de todo aquel convento, pues no había habido fraile que le hubiese pedido sacase al hermano de la celda, levantando de punto este acto de caridad que hemos de tener unos con otros» (23, 69). De la acción pedagógico-espiritual hacia sus religiosos da estos detalles: «Acostumbraba el santo el llamar los religiosos por su orden a la noche, unos una noche otros otra, pasándolos así todos de continuo y pedirles cuenta de cómo les iba en la 271

oración. Y así los enseñaba en ella cómo se habían de haber así con nuestro Señor como con sus tentaciones; en que mostraba el cuidado que le daba el aprovechamiento de todos» (23, 70). Alonso de la Madre de Dios[768] Este es el primer novicio de Granada, como nos dice otro de ellos, Juan Evangelista, que fue el segundo (10, 345). Al margen del acta de su profesión se escribe: «Hijo de Juan de Ardilla y de Leonor Álvarez de Andrada, vecinos de la villa de Burguillos en la Extremadura», sobrino del arzobispo de Granada. Profesó en 1583, el 13 de noviembre[769]. Es una delicia escucharle en su aventura vocacional. Sabe contar las cosas con mucha chispa, y su relato autobiográfico es encantador, una verdadera aventura vocacional. La cuenta en una carta al historiador Jerónimo de San José[770]. Comienza diciéndole que fray Juan «me quitó una tentación que algunas veces me picaba de irme a la Cartuja». Al contar su recepción al hábito dice que no podrá menos de ser largo para que Jerónimo vea y note en muchas partes de su relato la eficacia y grandeza e imperio y poderío «del espíritu y palabras de nuestro santo padre que a un hombre tan indómito y tan incapaz como yo de ser gobernado y más no siendo su súbdito, sino estando en mi libertad de seglar me trajese tan al retortero arrastrando y como a un caballo tapados los ojos en una atahona habiendo yo hecho actos contrarios de irme a lejanas tierras y no volver al convento». Después de esta confesión tan paladina, prosigue: «Es pues el caso que siendo yo seglar trataba y tenía devoción a tres conventos de Granada más que a otros: al nuestro, a la Cartuja y a los franciscanos descalzos. Y porque me pareció, ya que me determiné a ser fraile, ser más a propósito la Cartuja para dejar de una vez el mundo, pedilo; examináronme y enviaron por licencia al Paular para dármele, a quien estaba sujeta la casa de Granada y no hacía nada sin su licencia, que les costó tres meses de tiempo y muchos dineros en traerla. Avisáronme luego fuera cuando quisiera a recibir el hábito, para lo cual me fui a despedir del padre fray Pedro de los Ángeles y de otros padres a los Santos Mártires, porque a nuestro santo padre no lo conocía, que hacía poco que había venido. Y diciéndoles cómo me iba a la Cartuja, mostraron que se holgaban que me fuera a religión tan santa y de tanta soledad y retiro, y añadieron que por qué no había pedido el hábito allá (en los Mártires) y ser fraile descalzo carmelita, pues les quería tanto y ellos me tenían voluntad. Y yo riendo respondí que, si sus reverencias gustaban, lo sería. Pidiome el padre fray Pedro la mano; dísela, todo burlando y en risa, sin intento de mudar el propósito de irme a la Cartuja, porque les había hecho gastar mucho tiempo y dineros en enviar por la licencia por hacerme bien. Y mientras un padre me entretenía, fue otro, a lo que pareció, a decir a nuestro padre (fray Juan de la Cruz) cómo estaba yo allí y pedía el hábito de nuestra Orden. Nuestro padre bajó luego, y después de habernos saludado, lo primero que me dijo, sin más ambages ni rodeos: “Ya le habrán dicho los padres a vuestra merced, supuesto que pretende nuestro hábito, la grande aspereza de 272

esta religión, su pobreza, desnudez, mucha mortificación, resignación y negación de todo lo criado”. A lo cual, con ser yo no poco bachiller, no respondí estábamos perdiendo el tiempo, ni que estaba ya recibido en la Cartuja y venía a despedirme de sus reverencias para luego irme a tomar el hábito, sino atado de pies y manos y las potencias y sentidos con la presencia de nuestro santo padre, dije: “Padre nuestro, esto vengo yo a buscar; que si otra cosa pretendiera, grande es el mundo y muchas religiones hay en él más desahogadas adonde me pudiera ir”. Despedíme, porque era cerca de la noche, y ido a casa, ni cené, ni dormí, ni me desnudé, sino en calzas y jubón me arrojé sobre el paño de la cama que había echado en el suelo. Estuve toda la noche lamentando mi poca honra y menos palabra, y que no había de ir a ninguno de los dos conventos, pues a entrambos les había burlado, sino tomar cabalgaduras el día siguiente y irme al cabo del mundo adonde no fuera conocido de nadie. En estos pesados pensamientos pasé una pesada noche. Y apenas amaneció, cuando llamaron dos frailes a la puerta, que, sin duda, salieron con estrellas de su convento de los Santos Mártires. Yo me asombré de su venida tan a deshora, y, preguntados qué mandaban sus reverencias, respondieron que les prestara unos dineros. Dije: “¿Cuánto?”. Respondieron: “No; sino véngase vuestra merced con nosotros, y pagará lo que compráremos”. Fui, y habiendo comprado sayal blanco y pardo, estameña y lienzo, correa, sandalias, breviario y horas del rezado carmelitano, y cargado un mozo, díjome el padre fray Pedro de los Ángeles: “Esto para vuestra merced; vamos al convento”. Dije: “Vamos”, con la misma ligatura que había respondido a nuestro Padre. Entraron luego en capítulo para recibir. Y a lo que pareció, se resolvieron de no darme el hábito sin licencia y beneplácito del arzobispo, que era mi tío, y que yo mismo se la fuera a pedir, porque no entendiese que los frailes me engañaban. No se puede decir lo que yo sentí aquesto: un hombre colérico y que me habían descuadernado de la cartuja. Pero el imperio del espíritu y palabras de nuestro santo padre fray Juan de la Cruz hacía esta fuerza en un corazón tan de piedra como el mío. Fui a pedir la licencia al arzobispo, y diómela con dificultad, después de haberme examinado si podía llevar el trabajo de la Orden. Volví al convento y diéronme el hábito. Lo cual sabido por los padres de la Cartuja, envió el prior con el procurador un fraile grave que me hablase, y no quiso nuestro santo padre darles licencia. Lo que hay aquí de consideración es que no dificultaba mucho nuestro santo padre que hablasen a los novicios aun sus propios deudos, como de ahí a pocos días se la dio a mi padre, que vino de cincuenta leguas con intento de sacarme de la religión, y lo dijo claro, y lo hospedó nuestro santo padre en el convento tres o cuatro días y lo dejó a solas conmigo muchas horas. En fin, se fueron los padres de la cartuja sin hablarme, y enviaron a nuestro santo padre una carga de aceite de limosna y no sé qué otras cosas, y nos libraron cuarenta cargas de leña de un pino muy grande que habían cortado para viga de molino de aceite, y, según decían, había valido al convento muy buenos dineros. Esto ganó nuestro padre por no darles licencia; no sé lo que hicieran si se la diera. Y como yo estaba tan embarcado en la Cartuja, en todo el año de noviciado tuve muchas tentaciones de volver allí, y estas... nuestro padre me quitaba, aun sin 273

comunicarlas con su reverencia». Además de lo que dice en esta larga carta al historiador tiene otras cuantas declaraciones; en una de ellas nos hace saber que «aunque fuera en los ratos que tenemos en las Pascuas de recreación, ordenaba que dijésemos coplillas para afervorizarnos en el amor de nuestro Señor, en lo cual él nos ayudaba e inflamaba diciendo su copla» (26, 521). Aparte de la ronda de coplas con que se entonaban espiritualmente, intervenía fray Juan otras veces «explicando lugares de la Sagrada Escritura, que tenía don de Dios para entenderla y declararla», y una vez le «oí decir, con el amor que tenía a los prójimos, que nos habíamos de ir por los lugares a confesar y predicar y ganar almas a Nuestro Señor. Y en las exhortaciones que nos hacía en el refectorio o capítulo nos declaraba las tentaciones y daba remedio para ellas sin habérselas comunicado y nos ponía ánimo y deseo de padecer» (26, 521, 425). Fray Juan de la Cruz había ido formando con todo cuidado a este gran religioso y una vez ordenado sacerdote le nombró maestro de novicios en Granada. Y al lado de fray Juan enfermo en Úbeda allí estará este nuestro Alonso. Agustín de San José[771] Conoció al santo de 1584 hasta su muerte. Recuerda cuán honrador era el santo de las cosas de Dios y cómo festejaba las fiestas del Santísimo, Navidad y otras con gran devoción. Y en cuatro palabras pinta la fiesta de Navidad: «Esta vio la celebraba con mucha devoción muy al vivo, poniendo sobre un altar un portal tosco de unos maderos y tomizas y allí ponía al santo Niño y su santa Madre; y era cosa admirable ver la devoción que esto causaba» (23, 79-80). Fray Juan, dice, «viviendo este testigo con él en Granada en dos veces que fue allí prior, no quiso ni permitió que se saliese a los pueblos a pedir limosna ni aun a la ciudad; y tanto, que sabe que aun no quería se pidiese prestado» (ib, 80). Confiando siempre en Dios, que no le faltaría en socorrerle, cuenta cómo se llegó al convento un caballero, preguntó por el prior, que era fray Juan, le preguntó qué necesidades había en la casa «porque toda aquella noche antes no había podido dormir y parece le daban en su interior que cómo estaba él sosegado, estando los frailes de los Mártires con necesidad; y así le dio una buena limosna». Con esta ayuda comenzó la obra del acueducto tan necesario (ib, 80). Fray Juan «tenía en su celda unas letras que decían: «Quid mihi est in coelo et a te quid volui super terram» (Salmo 73,25), en que parece explicaban el grande amor que a Dios tenía, pues fuera de Su Majestad les parecía a los que le trataban que no quería ni cielo ni tierra, sino que en todo buscaba a Dios; y esto enseñaba (23, 81). Hablando de la estima que se tenía de fray Juan recoge la afirmación del «arzobispo de Granada, don Juan Méndez, que decía de él que pareciendo pequeño, como lo era, de cuerpo, era una cosa grande en virtud» (23, 86). Luis de San Ángel[772] 274

Había tratado con fray Juan siendo estudiante seglar en Baeza. Le pidió muchas veces el hábito; no se lo quiso dar entonces diciéndole que no era tiempo. Se volvieron a encontrar en Granada. Pidió el hábito de nuevo y entonces le dijo que sí era tiempo y se le dio en 1583, profesando también al año siguiente en las manos de fray Juan. Hizo confesión general antes de profesar y se llenó de escrúpulos; se lo hizo saber al santo y este «le respondió tan claro al alma que jamás después le dio y volvió escrúpulo alguno de los que le había comunicado, sino que siempre vivió con serenidad de lo que así le comunicó» (23, 483). Recuerda que su primer penitente fue Juan de la Cruz y «fue tal su confesión y dejó a este testigo tan edificado y confuso que ha dicho muchas veces después acá que el primero que confesó fue un santo; porque de tal fue su confesión, como de un alma purísima. Y desde entonces este testigo se ha tenido por dichoso de haber hecho un tal principio en un ministerio tan alto» (23, 483). Este Luis de San Ángel es uno de los que más oyó a fray Juan contar las peripecias de su cárcel toledana y «lo contaba con mucha alegría, riéndose». Contando todo el suceso de su prisión «no sólo no se indignaba ni hablaba palabra menos compuesta contra los que le habían preso y tratado tan mal, mas antes mostraba holgarse de haber padecido aquello y nos consolaba y alegraba, contándonos como cosas de gusto y recreación» (23, 493). En las constituciones de Alcalá de 1581 se ordenaba «que en todo tiempo cada día después de maitines, todos tengan una hora de oración mental; y después de completas, en tiempo de invierno se tenga otra hora; y en tiempo de verano será esta hora por la mañana. Tendrase la oración en el coro, donde estando juntos los hermanos se comience con la antífona: Veni, Sancte Spiritus y la oración Deus, qui corda fidelium. Y luego haya lección de algún libro devoto que pueda ser materia de meditación. Y acabada, todos quedarán orando hasta que se acabe la hora. Luego se diga esta antífona: Sub tuum praesidium y el que preside la oración Protege y así se acabe la oración mental» [773]. Esto era lo preceptuado con todo detalle. Luis de San Ángel es testigo privilegiado de cómo entendía Juan de la Cruz todas estas normas para sí y para sus frailes: «Y así a la oración de prima noche, que el dicho siervo de Dios introdujo en su Religión, se salía a la huerta y hacía que los religiosos hiciesen lo mismo, entre los árboles y soledad grande que había en su convento de Granada, donde asistían con mucha devoción y quietud. Y en la oración de por la mañana les hacía salir a un huertecico, que estaba más dentro en la clausura. Y este testigo le veía así en esta ocasión como en otras, porque madrugaba el Siervo de Dios más que los otros sus religiosos, metido en un rincón de una escalera, que era como cuevezuela, de donde se descubría mucha parte del cielo y campo, en contemplación y oración. Y solía decir el dicho Siervo de Dios que no sentía fuera de Dios ningún consuelo» (24, 383)[774].

Sabe que Juan de la Cruz padeció no sólo trabajos exteriores sino también muchos y grandes interiores, como se puede ver en sus libros y en el «Monte que escribió de Perfección eso nos dice y declara: cómo no hemos de buscar consuelo en nada, sino desnudez, más nada y más desnudez, para alcanzar el todo» (23, 484). Habla de cómo atendía a toda clase de personas, «a las necesidades espirituales de los pobres y los ricos. Y hacía que sus religiosos con sus confesiones y sermones hiciesen lo 275

mismo» (23, 485). Y advierte muy certeramente cómo «no sólo acudía a los de fuera sino que era grande el cuidado con que acudía al aprovechamiento de sus súbditos, religiosos y religiosas, gastando con ellos mucha parte del día y de la noche, comunicándoles y oyéndoles su oración y modo de caminar por la oración a Dios, enseñándoles con grande acierto por donde entrarían y aprovecharían más en la oración. Y era en esto muy acertado por la discreción de espíritus que nuestro Señor le había comunicado. Y tenía para esto grande espera y paciencia, como lo vio este testigo en muchas ocasiones con personas muy pesadas y escrupulosas, sin se alterar ni tomar pena, antes con mansedumbre les oía y enseñaba» (23, 485). Cuenta cómo en las comunicaciones particulares que cada religioso tenía con él insistía en la fe y desnudez y desasimiento de las criaturas. Y «que en la oración no tuviésemos el espíritu tasado y determinado a subir por un camino a Dios, sino que nos dejásemos en sus manos, según el espíritu con que Su Majestad nos visitase; y que con las sequedades nos holgásemos mucho, no queriendo más que el gusto de Dios» (23, 480). «Y tenía esa misma gracia para consolar afligidos y desconsolados, como este testigo lo vio y experimentó en el convento de Granada, en aquel noviciado que allí hubo. Que con haber ánimos afligidos y tentados, con sólo comunicarlo, los dejaba llanos y consolados». Y a él personalmente también le calmaba y quitaba escrúpulos y ahora con sólo acordarse de «sus palabras tan santas y de consuelo, en muchas ocasiones se le ha quitado algunas aflicciones y recibido nuevo ánimo para la virtud» (23, 485-486). «Fue un gran prelado». Se preocupaba no sólo de las necesidades espirituales de sus súbditos, sino también de las necesidades temporales, y cuenta cómo «hallándose este testigo en Granada, siendo colegial de Baeza y el santo padre segunda vez prior de Granada, viendo tenía necesidad de una túnica exterior, se la mandó dar nueva. Y agradeciéndosela este testigo, le fue a la mano; y lo mismo hizo en otra ocasión, agradeciéndole en haberle admitido a la profesión; dando a entender que esas eran obras debidas de justicia y que así no era necesario agradecérselas» (23, 486). Juan de la Cruz amaba mucho a los humildes. «Sentábase en el suelo con los demás religiosos, con la misma igualdad que si fuera uno de ellos, acariciando siempre y llegando más a sí a los que le parecía que eran más humildes, por lo menos en su estado y vocación, como eran hermanos donados, legos y novicios. Acudía a barrer y fregar u otros oficios humildes, aunque andaba con achaques de enfermedad, sin tener excepciones en nada. Su vestir, su celda, su aspereza y todo cuanto en él se veía, todo predicaba humildad» (23, 487). Como enfermo no era nada pesado para los enfermeros y era un hombre que «se contentaba con cualquiera cosa. Y cuando estaba sano o por mejor decir menos enfermo, veía y trataba como los religiosos más reformados y penitentes, aunque viniese de camino» (23, 488). Su amor a la pobreza era grande, y aduce el caso de que, siendo vicario provincial, dejó dos novicios en el convento de Córdoba, mandando a los otros a Sevilla y los dos que dejó allí «eran los más pobres, porque los conocía muy bien y no tenían con qué 276

ayudar al tal convento. Lo cual entendió este testigo venía de que, como amaba la pobreza, había querido quedasen aquellos dos y no otros; no obstante que el prelado que el dicho santo había puesto en aquella fundación le pidió, según el mismo santo dijo, que este testigo se lo oyó decir, le pidió dejase los dos más ricos, para que así ayudasen a aquella fundación» (23, 491). Sólo le faltaba a este testigo tener su cámara fotográfica para hacernos ver la celda de Juan de la Cruz, estando de prior en Granada. Siempre escogía la celda más estrecha que hubiera en los conventos. Y nos la describe así: «Vivía y tenía su habitación en una celdilla oscura, terriza, debajo de una escalera por donde se subía al noviciado; que era tal, que antes había sido habitación de un ermitaño, no siendo el dicho sitio convento pocos años antes; y la dicha celda estaba muy desacomodada. Y habiendo otras muy buenas en el dicho convento y siendo el dicho Siervo de Dios prior, pudiendo tomar la mejor, escogió la que tiene dicho, que era la más mala y ruin del convento. Y en ella no tenía otra cosa más que una cruz y una imagen de la Virgen nuestra Señora y su Breviario y la Sagrada Biblia. Y no tenía otro ornato, por vacar más a la oración» (24, 389-390). Todo allí era pobre: «No tenía cosas a que pudiese estar asido. Y esto mismo procuraba en sus religiosos, aunque fuesen cosas de devoción, como fuesen de curiosidad, enseñándoles a tener libre el espíritu, que no le apacentasen en estas niñerías» (23, 491; 24, 390). Enseñándoles a librarse de cualquier asimiento o apego por pequeño que fuese, ponía este ejemplo: «Al águila real lo mismo le era estar atada y liada con una cerda que con una cuerda recia, mientras no la quebraba y volaba» (24, 390)[775]. ¿Cómo era Juan de la Cruz en las recreaciones conventuales que tenía con los religiosos? «Era muy agradable, especialmente las Pascuas de Navidad y Reyes; donde les mandaba a los novicios que así, de repente hiciesen alguna representación del misterio; donde si decían alguna simplicidad, sacaba conceptos del cielo. Haciéndose todo con tanta religión, que jamás se acuerda este testigo que hubiese descompostura alguna ni que un religioso se disgustase con otro» (23, 492). «Sacaba muchas veces a los religiosos al campo, porque era muy amigo de la soledad y se holgaba se holgasen los religiosos y tomasen aquel alivio. Y estando él a la mira de todos, sacaba de cuando en cuando sus bocaditos espirituales, sin que jamás se descompusiese uno con otro, porque le tenían grande respeto y reverencia, como a un santo, porque veían en él una grande modestia y composición con que los componía, como persona que estaba siempre en oración» (23, 492). «No era malicioso, mas antes tenía una sinceridad, acompañada con una discreción del cielo» (23, 493). Finalmente, este Luis de San Ángel sitúa a Juan de la Cruz de la siguiente manera: «En el tiempo que este testigo lo vio, trató y comunicó, le vio continuamente estar siempre en vigilia, estudiando en las divinas Letras y Sagrada Escritura, y a su tiempo en la predicación de la Palabra divina, sin que por ello se viese ni entendiese mostrase flaqueza que le obligase para pedir alguna refección, como se suele acudir con ella a otros predicadores» (24, 391).

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Agustín de la Concepción[776] Vio, asistió a la fundación del Colegio de Baeza. Y al cabo de año y medio tomó allí el hábito. Le enviaron a La Peñuela, y de allí a Granada, donde cumplió su noviciado y profesó en manos de Juan de la Cruz. Por su poca salud casi estuvieron para despedirle a los diez meses de su noviciado. Andaba preocupadísimo por esta posibilidad de tener que dejar la Orden y, dice, que Juan de la Cruz entendió su pensamiento y pena y le dijo que no se afligiese, que él le enviaría con el hábito, a casa de un su hermano «y que sólo lo hacía para ver si se mejoraba este testigo de tan larga enfermedad. Y por no replicar más a su superior, sino ser obediente, respondió que iría a hacer su voluntad». Fue, pues, a casa de su hermano y estuvo allí unos cuantos días. Aunque su hermano le trataba muy bien, «estaba deseosísimo de volverse al convento y Religión, porque estaba fuera de su natural y de la vocación que Dios le había dado». Se lo hizo saber a su hermano. El tiempo que estuvo fuera «no se le quitaron las ciciones tercianas que llevaba y había tenido más de cuatro o cinco meses». Vuelto a su convento de Granada le recibió Juan de la Cruz «con mucha afabilidad, como la mostraba a todos, y le dijo que viniese muy enhorabuena y le preguntó cómo le iba de sus tercianas». Agustín responde que se había mejorado, pero no lo estaba; respondió así para que le diesen la profesión. Pasan unos cuantos días; y en la fiesta de los Santos Reyes, de repente, aquella misma noche, estando junta la comunidad, dijo fray Juan: «Profesemos al hermano fray Agustín». Y así lo hizo. Terminada la profesión fray Juan se acercó a él y le dio un gran abrazo y le dijo que desde entonces tenía que estar bueno. Agustín se fundió en aquel abrazo y le agradeció la merced que le había hecho (24, 414). A este mismo testigo debemos noticias muy detalladas acerca del comportamiento de fray Juan. Importa subrayar el modo que tenía en sus encuentros personales con cada uno de los religiosos. «Solía el santo durante las horas de la oración de la mañana o de la tarde llamar uno o dos religiosos por su turno; y a solas, sin que los demás religiosos lo oyesen, preguntaba al tal religioso llamado cómo oraba y si tenía algunas tentaciones y el modo de avenirse en la defensa de ellas y en la oración, con otras preguntas enderezadas a toda perfección» (24, 415). La experiencia les decía que con aquellas entrevistas aumentaban el ánimo para seguir adelante. Nos cuenta también los actos de templanza que veía hacer a fray Juan en el comer y el beber. «De ordinario comía pan y agua en el refectorio y algunas veces algunas hierbas guisadas; y esto solía comerlo una y dos y tres veces cada semana, postrándose en el suelo». Aunque anduviese falto de salud guardaba los ocho meses de ayuno de la Orden. «Y no comía carne, sino unos huevos o pasas. Y sentía mucho cuando el médico le ordenaba que comiese carne y lo excusaba cuanto podía». Comiendo tan poco terminaba pronto, y solía hacer varias mortificaciones, como «ir besando los pies a todos los religiosos que estaban en el refectorio; y otras veces se ponía en forma de cruz, levantados los brazos, estando en este acto gran rato; y otras veces se solía quitar la capilla y se ponía a la puerta del refectorio, para que como fuesen saliendo los religiosos, 278

cada uno le fuese dando en su rostro un bofetón; y al que lo dejaba de hacer le decía con humildad que por qué no hacía lo que le había mandado la obediencia». Y más todavía que aquellas mortificaciones especiales se esmeraba en hacer muchos actos de humildad: barrer, fregar y hacer los oficios de humildad así en la comunidad como en la enfermería. Y esto lo hacía de ordinario (24, 416). Juan Evangelista[777] Uno de los principales que más intimó con el santo, habiendo sido su confesor y confidente. Hijo de Lope de Molina y Ana López. Novicio del santo en Granada, del que recibió el hábito y profesó el 1584 el día de Año Nuevo. Había conocido al santo tres años antes de venir a la Orden (26, 87-88). Trató con él por espacio de ocho años. Su testimonio es de los principales, si no el más principal de todos los procesos, y además por sus cartas e informaciones extraprocesales se nos muestra como alguien plenamente identificado con Juan de la Cruz. Tenía el santo, dice, un arte especial para levantar los corazones de los religiosos con quienes estaba hablando, diciendo: «Ea, hijos, a vida eterna» (23, 40).Y les decía también: «Después que un religioso se pone en nada, nada le falta» (23, 41). Este Juan Evangelista era el de las grandes peleas con el santo por la cosa económica. Lo cuenta él con todo detalle. Un día no había en el convento para comer sino unas hierbas. Como procurador o ecónomo que era va a pedir permiso a Juan de la Cruz para ir a buscar de comer. Respuesta: «Válgame Dios, hijo, un día que nos falta, ¿no tendremos paciencia y más si nos quiere Dios probar la virtud que tenemos? Ande, déjelo y váyase a su celda y encomiéndelo a nuestro Señor». Se fue a la celda; a cabo de un rato volvió a ver al prior, a decirle que había enfermos en la casa y que no le gustaría que faltase nada para ellos y para los demás. La misma respuesta y con algo más de reprensión. Otra vez a su celda, algo confuso. Vuelve a donde el prior. Viendo que ya se llega la hora de comer vuelve a la celda de Juan de la Cruz y le suelta: «Padre, esto es tentar a Dios, que quiere hagamos lo que es de nuestra parte; deme Vuestra Reverencia licencia para buscar lo necesario». El prior se sonríe y le dice: «Vaya y verá cuán presto le confunde Dios en esa poca fe que ha tenido». Salió del convento y se detuvo un momentín haciendo oración tomando la bendición del Santísimo a la puerta de la iglesia. Entonces llega el relator Bravo, de la Audiencia, y le pregunta dónde va: «A buscar de comer para los religiosos». Aguarde que le voy a dar una limosna que envían los señores de la Audiencia; y diole a este testigo doce piezas de oro, que no se acuerda si eran doblones o escudos. Entonces se fue a comprar lo necesario y volvió a casa con harta confusión y vergüenza. «¡Cuánta más gloria suya le hubiera sido estarse en su celda, que allí él hubiera Dios enviado lo necesario, que no haber hecho tanta diligencia; aprenda, hijo, a confiar en Dios!», le dice Juan de la Cruz[778]. Subían un día juntos Juan Evangelista y Juan de la Cruz por la calle de los Gomeles. Se les acercó un hombre principal y hablando de las necesidades del convento, el encontradizo les dijo que 279

visitasen a los señores de la Audiencia y le socorrerían con limosnas. Juan de la Cruz respondió: «Si esas limosnas han de ser porque yo los visito, no es razón tengan tan bajo fin y motivo; y si por Dios, Él les moverá los corazones para que las hagan» (23, 42; 26, 290). Admiraba al santo por el cumplimiento de los tres votos religiosos, especialmente por el de pobreza, y certifica «que siendo como era docto y letrado, no le conoció al dicho Siervo de Dios en su celda sino fue el Breviario, Biblia, San Agustín, Contra Gentes y un Flos Sanctorum y una cruz, con lo que se contentaba, y un banquillo y una mesa; procurando que siempre fuera la celda y cama la más humilde que había en casa» (24, 530). Juan de la Cruz es quien preferentemente atiende a la comunidad de las descalzas. A veces, no obstante, envía a algún otro que le sustituya. Y en una de estas ocasiones sucede lo siguiente. Van de camino los suplentes y se les hace «el encontradizo un hombre venerable y grave, en traje de escudero» y les pregunta: «¿De dónde vienen, padres?». Responden: «De decir misa de las monjas». Y él: «Pues díganme qué es la causa que a todos los conventos de monjas le pongan por advocación San José». Responden: «Porque nuestra madre santa Teresa había tenido muy gran devoción con él y le había ayudado y favorecido en las fundaciones y todos los trabajos que había tenido; en agradecimiento de esto puso en su vida “San José” a los conventos que fundó y dejó mandado se dijesen así los demás». Respondió el hombre: «Padres, mírenme a la cara y tengan gran devoción con este santo, que no le pedirán cosa que no la alcancen». Acabado de decir esto, desapareció instantáneamente y no le vieron más. Llegados a casa se lo contaron a fray Juan y él les dijo: «Ese era san José; y no se les apareció por ellos sino por mí, porque no tenía la devoción con el santo que debía y porque la tuviese» (24, 532-533). Y remata: «Y esto lo sabe porque lo vio». Otra serie de perlas Naturalmente que las declaraciones de estos testigos tan principales ilustran preciosamente la vida de fray Juan, aportando cada uno lo más personal de su trato con él. Otros testigos sin tanto nombre merecen también que se les escuche, y entre los testimonios de unos y otros se va componiendo una gran sinfonía. Por ejemplo: hablando del convento de Granada no falta quien da testimonio de que «en una ocasión, estando unos religiosos enfermos y faltando con qué acudirles a su regalo, mandó que se empeñase un cáliz para podérseles buscar y dar lo necesario a los dichos religiosos enfermos, como se hizo. Y este testigo sabe todo lo susodicho por haberlo visto y sido enfermero en el dicho convento» (24, 561-562). Este mismo testigo cuenta lo que le tocó presenciar a veces. Juan de la Cruz era muy justo en la distribución de los manjares, y «muchas veces no habiendo más que un racimo de uvas o un panecillo blanco, se lo mandaba dividir por tan iguales partes, que algunas veces les tocó a tres uvas y una rebanadita de pan. Y en las recreaciones cuando se dividía alguna fruta o regalo, daba su parte a los novicios con mucho gusto suyo y consuelo de ellos» (24, 280

562). Refiriéndose al don de profecía de fray Juan, lo descubría mayormente en conocer las enfermedades ocultas de los religiosos. Y trata de probarlo del modo más chusco. Muchas veces decía al enfermero que echara tanta carne en la olla; sin haberla pedido los enfermos ni ordenándolo el médico. Yendo los religiosos al refectorio común, después de sentarse, llamaba fray Juan al que servía en la mesa y le decía: «Diga al padre Fulano, y a otros que nombraba, que se entraran a comer carne» [779]. Algunos replicaban que no tenían necesidad, fray Juan respondía que sabía que sí. Igualmente la mandaba dejar de comer carne, sin que nadie le dijese cuando cesaba la necesidad, pero él lo sabía muy bien (24, 564-565). Tratando de la conservación de las cosas de la religión, aunque fuesen menudas decía «que si un hombre rico fuese perdiendo cada día alguna cosa de su hacienda, aunque fuese de las de poco valor, que se iría poco a poco haciendo pobre. Y que lo mismo sucedía en las cosas espirituales de la Religión, que si se van dejando algunas, por parecerles pequeñas y de poca importancia, que presto vendrá la Religión a perder su perfección» (26, 373). Estratagemas del prior: «Cuando salía de la celda, y por donde iba, iba siempre tosiendo. Y me decía lo hacía de propósito, para que si algunos religiosos estaban parlando o haciendo otras cosas, para que antes que los viese, se apartasen; porque aquello bastaba para que entendiesen hacían mal y se apartaban y confundían y enmendaban. Decía también que “regum est dissimulare et pauca castigare” (es propio de los reyes disimular y castigar pocas cosas), que no todas las cosas se han de reprender ni tampoco disimular. Que cuando el religioso entiende que el prelado le ha visto en la falta que tuvo, no se le ha de disimular, por pequeña que sea, con reprensión conveniente en tiempo y con amor y prudencia. Mas si entendió que el prelado no le vio, aunque lo viese y entendiese, se diese por desentendido y lo disimulase» (26, 403-404). Noticias de otro género: está fray Juan con sus religiosos en la huerta conventual de Granada y anda entretenido en juntar un montón de arenillas y piedrecillas. Luego lo va dividiendo en varias partes o porciones. Apartó una muy pequeña y la estaba mirando ensimismado. Al darse cuenta de que los demás están queriendo saber qué anda haciendo, se vuelve a ellos y les dice: «Llamome la atención el ver que en todas estas partes del mundo no es conocido nuestro Señor, verdadero Dios y Señor de toda aquella multitud y que en sola esta pequeña lo es, y que aun de esta nos diga Su Majestad Pauci vero electi, pocos los escogidos» [780]. Un día pregunta fray Juan a un padre cómo es que siendo ya tan tarde no ha dicho todavía misa. El otro responde que por no estar preparado. Y fray Juan: «¡Cómo! ¿Y un fraile descalzo no ha de andar siempre preparado y atento a Dios?» (23, 80). Están un día en la recreación y uno de los padres comienza a decir que el hábito no hace al monje, que el hábito áspero no hace santo al carmelita y que él ha visto una túnica de Cristo Jesús que era muy delgada. Fray Juan, que estaba un poco apartado del grupo y el otro no le había visto, interviene y le va a la mano «y le dijo que Cristo nuestro redentor no hubo menester vestidura áspera, dado que fuese como él decía 281

delgada, porque Su Majestad no tenía pasiones ni otra cosa que mortificar; mas que él y los demás hombres pecadores habían menester hacer penitencia y traer pobre vestido y áspero». Y allí mismo le hizo quitarse la capilla que traía más fina sin permiso de nadie, y le advirtió sobre los malos ejemplos que estaba dando y la doctrina perniciosa que difundía (23, 489). Picaresca vocacional En cuestión de pretendientes a la vida religiosa, lo mismo ahora que entonces, hay que estar alerta. En la vida de fray Juan hay varios casos de auténtica picaresca pseudovocacional. Martín de San José, de quien acabamos de hablar, ponderando la discreción de espíritus de Juan de la Cruz, dice que esto se veía no sólo en la lectura que hacía del interior de las almas sino en otras muchas ocasiones. Y explica: «Venían a pedir algunos el hábito de nuestra Religión, y pareciendo a los demás concurrían en ellos todas las partes necesarias, él los despedía sin proponerlos, conociendo que no convenían, y, al contrario, aprobaba los que a otros no cuadraban tanto» (13, 377). Siendo vicario provincial de Andalucía siguió viviendo en los Santos Mártires de Granada, y desde allí se movía por el territorio de la provincia. Un buen día se presentó en el convento un individuo y pedía ser admitido en la Orden. El prior y algunos religiosos, encandilados con los buenos modales, por la labia del pretendiente y que, al parecer, tenía habilidad y era buen estudiante, le querían dar el hábito, y se lo comunicaron al santo; el cual dijo no convenía dárselo. El prior y el maestro de novicios le preguntan por qué piensa así. Él insiste: «No se lo deis. Si se lo dais, no tardando mucho veréis la razón y os tendréis que arrepentir». Los otros no le hicieron caso. Le dieron el hábito, y ¿qué pasó a los pocos días? Nada, que «vino al dicho convento su mujer del dicho fraile y dos hijos, dando voces que le diesen a su marido, porque el susodicho era casado; y así le quitaron el hábito y lo despidieron, y se fue con su mujer» (24, 363; 14, 89). Otro caso más pintoresco sucedió también en la misma comunidad. Fray Juan, por razón de su oficio de vicario provincial, se tenía que ausentar para atender a otras comunidades. Una de las veces, cuando vuelve a Granada se encuentra con que el prior y comunidad han recibido por frailes a dos, que «el uno era de misa y el otro de evangelio», es decir, uno era presbítero y el otro diácono. Los frailes, tan contentos, contándole al santo cómo las nuevas adquisiciones, los nuevos fichajes eran cosa buena, de lo más honrado. El santo subió al noviciado y les habló y estuvo con ellos un rato. Cuando bajó dijo al prior y a otros religiosos: «El que tiene el bigote blanco os va a dar un mal rato y se irá a su casa». Y quien lo vio dice: «Y era así, que el dicho fraile de evangelio tenía el uno de los bigotes blancos y de allí a algunos días se fingió que tenía apoplejía y alborotó el convento y llamaron al médico, y después de haberle visitado dijo que hicieran unas ligaduras en los muslos y brazos y se las hicieron y otros remedios; y después el dicho médico y los demás echaron de ver que era fingido y que lo hacía por tener ocasión de salirse de la dicha religión, y así le quitaron el hábito y lo despidieron, y esto vio este testigo –concluye fray Martín– porque se halló presente» (24, 363-364; 14, 282

89-90). Y todavía en cuestión de vocaciones sucedió que le propusieron un pretendiente al hábito, habló con él varias veces y «dijo que no le recibiesen, porque le olía mal la boca. El cual olor procedía de tener las entrañas dañadas, y que de ordinario los tales son mal inclinados, crueles, mentirosos, medrosos, murmuradores, etc., y que es regla de filosofía que las costumbres del alma siguen el temple y complexión del cuerpo» [781]. Un enfermo melindroso Tenía en casa un enfermo, sí, pero un poco melindroso. Y era un ordenado de cura. Estaba encamado y esta era su ficha. Una mañana le llevó «el enfermero unas guindas y un torreznillo que almorzase y un poco de vino, por si quisiese beber. No quiso el achacoso tomar nada de ello, aunque el enfermero se lo rogó. Había el santo mandado al enfermero que comiese de carne por no andar bueno, que en las mañanas almorzase. El cual, como vio que el achacoso no quería comer lo que le traía y que así le sobrara, bajándose a refectorio, almorzolo él». Acostumbraba fray Juan pasar en cuanto podía a visitar los enfermos y ver cómo seguía cada uno. Entró a ver a este achacoso y le preguntó si había ya almorzado. El otro, «embotijado», dice el declarante, respondió que no. Fray Juan llama al enfermero, y le dice por qué a esa hora todavía no le había servido algo de comer. Quiere saber la causa y el enfermero responde que ya se lo había traído y que no había querido tomarlo. El achacoso levantó la voz y dijo: no haber tomado lo que le traía esperando a que se lo rogase mucho. Y el enfermero rápido apostilló: «Pues, cierto padre nuestro, yo me lo almorcé sin que me lo rogase nadie». Cayole al santo en gracia, y «le dijo lo hiciese siempre así; que con tal medicina sanarían los tales enfermos; y fue así, que en adelante, sin melindres ni esperar a ruegos, el tal achacoso tomaba lo que le ofrecían» [782]. La muerte de fray Alberto de la Virgen Alberto, lo mismo que Pedro de San Ángelo, el autor de las copillas que hicieron llorar a fray Juan en Beas y otros, era uno de los once ermitaños originales fundadores de la casa de La Peñuela. Luego fueron conventuales, como los demás, de ese o de otros conventos. Fray Alberto de la Virgen se resistió a que le pasaran a la clase de los coristas; y los superiores le concedieron su deseo[783]. Estuvo en Toledo un tiempo y más tarde en el convento de los Mártires de Granada. Tenía fama de santo, modelo de humildad y caridad. Juan de la Cruz extrañamente (contra su costumbre habitual) le encargó un año que saliese a pedir limosna de las vendimias. Del trabajo y solicitud que en la demanda puso y de los soles que pasó por la comarca se enfermó. Anduvo algunos días con hemorragias; volvió al convento siguiendo con aquel flujo de sangre; seguía la vida comunitaria tan alegre. La fiebre se apoderó de él, y pusiéronle en cura; siguió empeorando, recibió los sacramentos, dando gracias al Señor «por haberle hecho hijo de 283

la Iglesia, y de la Religión y de su Santísima Madre». Dirigió a los religiosos unas exhortaciones maravillosas rogándoles que mirasen mucho por el tesoro que Dios había encerrado en el vaso de barro de cada uno. Pidió que le pusiesen una cama ancha de dos colchones en el suelo y allí se puso con los brazos extendidos en forma de cruz. Dialogando con unos y otros se iba despidiendo amablemente de todos. A un momento dado dijo en alta voz: «¡Ay que lo vi, ay que lo vi, ay que lo vi!». Juan de la Cruz le preguntó a toda prisa: «¿Qué vio, hermano Alberto?». Respondió: «Al Amor, al Amor» y se quedó como traspuesto un buen rato. Vuelto en sí lleno de júbilo pidió a los presentes que le ayudasen a cantar las últimas palabras del Avemaría: «Ruega por nosotros pecadores aquí y en la hora de nuestra muerte». Terminado el canto, se fue a ver para siempre al Amor[784]. Noticia luctuosa El corista sacerdote llamado Pedro de la Cruz, fraile de la Orden de nuestra Señora del Monte Carmelo según la Regla mitigada, hizo de nuevo profesión según la Regla primitiva, es decir, sin mitigación en Pastrana, el 6 de junio de 1571, siendo la suya la 13 de ese noviciado. Cuando en el texto de la profesión se van a poner los datos de la filiación, como se hacía con todos, se inicia «hijo de...» y no se dice más. El texto no lo firma el profeso sino sólo Pedro de los Apóstoles. Y a pie de página se lee: «El contenido en esta profesión que aquí está señalado era padre de los calzados y estando en el Convento de los Mártires de Granada encima de una pared cayose y le mató». R.I.P.[785].

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CAPÍTULO 20 1583: Capítulo en Almodóvar del Campo

Aventuras frailunas en el camino Fray Juan asistió, como hemos visto, al primer Capítulo Provincial de los descalzos en Alcalá de Henares en 1581. En 1583 se tiene el segundo Capítulo en Almodóvar. En el camino de los capitulares a Almodóvar suceden algunas cosas un poco chuscas que ahora nos hacen reír, pero que entonces estaban cargadas de significado, y que llevaban su carga de reprensión agresiva, convertidas en pullas hirientes. Nicolás Doria iba como socio de Pastrana. Salió de su convento «con un jumentillo para llevar la capa y descansar a ratos, sin otro adorno que una albarda vieja encima» [786]. Entró en una posada de Toledo; al rato llegó el provincial con su secretario Gregorio de San Ángelo, «ambos bien acomodados en mulas con sillas, frenos y lo demás necesario». Doria, entre irónico y punzante, dijo al provincial: «Ayer, padre nuestro, nos hizo Vuestra Reverencia ley que no anduviésemos en sillas; pues, ¿cómo tan presto la quebrantan Vuestra Reverencia y su compañero?» [787]. Abandonada la venta, van llegando a Malagón y se detienen en la descalzas que han preparado para los que vayan llegando una comida bien apetitosa «de pollos, perdices y cosas semejantes». Y, ¿qué pasó entonces? «Sentados en la mesa, de tal manera se encendió en celo aquel gran descalzo, fray Nicolás, viendo lo que nunca pensó ver, que cogiendo de las piernas un pavo y levantándolo en el aire dijo como otro Matatías: “Nosotros, padres míos, ¿vamos a Capítulo a reformar la Orden con estas comidas? Coma el que quisiere carne, que a mí unos huevos me bastan, si los hubiere”» [788]. El Capítulo Comenzó el 1 de mayo[789]. Preside el provincial Jerónimo Gracián de la Madre de Dios. Fray Juan asiste como prior de los Mártires de Granada, con su socio. En este Capítulo intermedio no hay elección de provincial; sí la habrá de definidores, pues este es un cargo 285

intracapitular que se hace cada vez para el tiempo del Capítulo correspondiente. Fray Juan no podrá ser elegido para este cargo por haberlo sido ya en el Capítulo anterior. Uno de los puntos a discutir es el de la elección de los priores. Según las Constituciones aprobadas en Alcalá los tenían que elegir las casas, no el Capítulo Provincial, y además los podían elegir los de otro convento para el suyo. La experiencia, no muy larga por cierto, ya había hecho ver los inconvenientes que surgían y que aconsejaban cambiar la norma. Y así se hizo: serían elegidos en el Capítulo Provincial, como el provincial y los definidores; y así pasó a las constituciones[790]. En un momento dado de este planteamiento se levantó el padre Juan de la Cruz y, enardecido, esgrime las razones poderosas que encuentra para defender la no reelección de los superiores. Uno de los asistentes, Alonso de San Alberto, no ha podido olvidar cómo el santo defendió «que no hubiese reelecciones en la Orden, sino que los prelados que acababan de serlo, inmediatamente quedasen sin oficio alguno de prelacía». Y añade que «esforzó lo que decía con tanta energía y viveza de razones y ponderaciones, que hizo gran admiración a todos los que nos hallamos presentes» [791]. En realidad se aceptó lo que Juan de la Cruz quería y así lo refleja el texto aprobado: «Todos los priores de nuestra provincia, terminados sus oficios, no puedan ser elegidos otra vez priores de ningún convento, sino después de pasados dos años completos; y en estos dos años queremos que sean súbditos» [792]. Así la norma, pero se matizó la cosa ordenando que la prescripción no entrase en vigor sino dentro de seis años por la falta actual de religiosos que sean aptos para gobernar los conventos «por la multiplicación de los mismos conventos que Dios nos está concediendo» [793]. En este mismo Capítulo fueron reelegidos todos los priores, y Juan de la Cruz, de los Mártires de Granada, otra vez. Las misiones Viviendo aún la madre Teresa, había salido desde Lisboa para Angola –el entonces llamado Congo– la primera expedición misionera de los descalzos. La nave San Antón en que iban se hundió, embestida por una nao de las Indias, y se ahogaron todos. El provincial reproponía el envío de otra expedición. No había que echarse atrás por el fracaso anterior. Se discutió. Juan de la Cruz, según parece, manifestó que las misiones pertenecían al espíritu de la Orden, pero que acaso no era el mejor momento por haber aún pocos religiosos en la nueva familia carmelitana. Fray Juan habría dicho algo así: «Niña es aún nuestra Reforma, ayer nació, aún anda en mantillas, y en ajenos brazos, ¿cómo ha de engendrar hijos a la Iglesia, perfeccionarlos, o llevarlos sobre sus hombros? Dejémosla crecer, eche hondas raíces, trate de perfeccionarse así primero, que después se podrá aventurar (si conviniere) a convertir el mundo» [794]. Naturalmente que esto suena a discurso literario inventado, a lo Tito Livio. Total: que nos quedamos sin saber, de hecho, las palabras de fray Juan, aunque pudo ser que advirtiera que había que fijarse en el pequeño número de religiosos que había. Jerónimo de San José, de quien tomamos las 286

palabras citadas como del santo, monta un teatrillo cuando acto seguido dice que fray Juan «dijo estas últimas razones con tanto fervor, que, llevado de él, salió de su asiento dos, o tres pasos sin advertirlo, hasta que el padre provincial a quien modestamente haría la plática, le mandó se volviese a sentar». La propuesta del provincial fue aprobada y los misioneros se hicieron a la mar ese mismo año 1583[795]. ¿Fundamos fuera de España? Parece que había algunos tan creídos que sólo los de aquí podrían ser carmelitas descalzos de los buenos. Este tema no era exactamente el mismo que el de las misiones. Ahora se trata si se debe fundar fuera del territorio ibérico. El padre Nicolás Doria, italiano, que está en el Capítulo, ha estado en Italia y se ha entrevistado con el padre general de la Orden, le ha entregado el texto de las constituciones de los descalzos y puede informar debidamente. También está el otro italiano, Ambrosio Mariano. Se discute la propuesta presentada por el provincial: fundar fuera de los dominios de Felipe II, en concreto ahora ya en Italia, ¿Génova, Roma? Prevalece la propuesta del provincial y se autoriza al padre Nicolás Doria para que vaya a su tierra para fundar conventos de la descalcez[796]. Gracián reconocerá más tarde: «Gran obra fue, a mi parecer, dilatar la Orden, enviando frailes a Italia, Indias y Congo en Etiopía» [797]. Determinaciones litúrgicas y espirituales Como determinación litúrgica principal, entre otras pocas, se estableció que como «tanto la santísima Virgen como san José eran patronos de la nueva provincia, ordenaron se celebrase en la dominica segunda de julio fiesta solemne con sermón en honor de Nuestra Señora, y lo mismo se haga en la fiesta de san José» [798]. En lo que llamaríamos determinaciones espirituales hay que poner y alabar la que se aprobó: que los priores han de favorecer la formación espiritual de los religiosos; y para que puedan hacer esto y renovar su espíritu y elevarlo mayormente al culto de Dios, mandamos que en todos los conventos se concedan a quienes lo piden determinados días en los que, retirados en alguna celda, a modo de ejercicio espiritual puedan vacar a Dios y a sí mismos sin ocuparse en otros menesteres[799]. Explicando Juan de la Cruz (CB 7, 6) esto de vacar, o vagar a Dios, dirá que eso lo hacen los hombres «amándole y deseándole en la tierra». Para aumentar ese amor y deseo aprobaron esta determinación importante aquellos capitulares. Corrección de las culpas En las constituciones había una prescripción sobre la corrección de las faltas de los priores, del provincial, de todos los capitulares. En esta ronda salió también fray Juan a 287

decir sus culpas. Inocencio de San Andrés, que estaba presente en la asamblea, y que habla de ello, no nos dice, ¡qué lástima!, cuáles eran las culpas de que se acusó ante la asamblea capitular. Una de las que no se acusó seguramente es la que le recordó y de la que le reprendió el provincial: que visitaba poco la gente seglar y le habla de la conveniencia de hacerlo para conseguir mayores limosnas para el convento. Juan escucha con humildad y en silencio la corrección, luego pide permiso para hablar y se explica: «Padre nuestro, si el tiempo que yo he de gastar en visitar estas personas y persuadirlas a que me hagan alguna limosna lo ocupo yo en nuestra celda en pedir a Nuestro Señor mueva a esas almas a que hagan por él lo que habían de hacer por mi persuasión, y Su Majestad con esto me provee mi convento de lo necesario, ¿para qué he de visitar, si no es en alguna necesidad u obra de caridad?» (14, 65). El provincial no le discute aquellas afirmaciones tan sinceras y todos, en definitiva, le dan la razón. Al hablar las constituciones de las culpas del provincial prescriben que «si le hallaren parcial, o que ha gastado demasiado en la provincia, u otros defectos muy graves y probados depónganle en el Capítulo intermedio, si estuviere presente; y si ausente, no le sentencien hasta que sea oído. No le hagan culpa los definidores en el Capítulo, sin haberle oído, o que sea suficientemente probado» [800]. Al comentar Gracián en su Historia de las Fundaciones[801] lo que pasó en ese momento, inicia así: «Acabada esta Cuaresma, se hizo en Almodóvar Capítulo intermedio de su provincialato. Y en él experimentó que si había tenido contradicciones de los padres calzados, tenía también que temerlas de los mismos descalzos». Y hace la siguiente denuncia: «Porque poniéndole por advertencia que el predicar muy a menudo le estorbaba algún tiempo que pudiera ocupar en negocios del gobierno, lo cual se pudiera remediar fácilmente con avisarle que no lo hiciese, lo quisieron remediar los padres definidores pronunciando contra él una sentencia con Christi nomine invocato, como si fuera sentencia de Inquisición, en la cual le privaban del púlpito si no en ciertos días». ¿Cuál fue su reacción? Es él mismo quien lo dice: «El padre se agravió de aquel modo de proceder, y dijo que privar del púlpito nunca se hacía sino por predicarse mala doctrina, y los émulos que publicasen aquella sentencia no dirían la causa por que se daba, y así quedaría infamada su doctrina y persona; que más valía dejase el oficio que no gobernarles estando infamado; y así quiso renunciar el provincialato». Ante esta fuerte reacción, «se revocó la sentencia, e hízose ley que no pudiesen en Capítulo intermedio castigar al provincial con otra pena que de privación de oficio, si lo mereciere». En la Apología que presentó en el Capítulo de Lisboa habla de igual manera[802]. Con la nueva ley a que alude se llegó a una especie de tregua en la guerra que ya se había iniciado. Recordando Gracián un par de veces aquel episodio no nombra para nada a Doria, como si hubiera sido él el que le hubiera acusado de aquellas «culpas». Historiadores antiguos, como Francisco de Santa María, Jerónimo de San José, se empeñan en enaltecer a Doria por aquella intervención; eran ya los rugidos del «león del Carmelo», defendiendo la observancia. Sus acusaciones, si de verdad fue él el que empezó a sacarle las culpas a Gracián, se sustanciaban en que se entregaba con exceso al púlpito, a la 288

predicación, y faltaba a la observancia regular. La «observancia regular» parecía a algunos una diosa o la panacea universal. Desde la base de esas acusaciones, lanzadas por el definitorio formado por Juan de Jesús, Ambrosio Mariano, Agustín de los Reyes, Ambrosio de San Pedro, acaso por Doria y algún otro, surge la movida para privarle del oficio. Y parece que el definitorio estaba dispuesto a dar ese paso, aunque se volvió atrás. Algún historiador sugiere a modo de pregunta: «¿No sería él –Juan de la Cruz– el que aconsejase la no deposición?», y se responde: «No nos consta, pero esa será su actitud, cuando el problema ahora suscitado llegue al momento decisivo en el proceso de expulsión del padre Gracián» [803]. Terminado el Capítulo vuelve fray Juan a los Mártires, a sus ocupaciones conventuales. En Almodóvar le ha corregido el provincial, como hemos visto; el santo ha dado sus explicaciones. En el Capítulo no figuraba el padre Diego de la Trinidad, el vicario provincial que le envió a Ávila a por la madre Teresa, pero le acusaba de lo mismo que el padre provincial.

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CAPÍTULO 21 Guía de almas en Granada y fuera

Nueva galería de testigos Sea en su relación con las carmelitas descalzas de Granada, sea en su trato con los religiosos de su comunidad, tenemos en fray Juan de la Cruz un modelo de excelencia religiosa y espiritual de primer orden. Ya hemos repasado una galería de religiosos testigos de primer orden en el Capítulo 19. Del mundo de las carmelitas descalzas al biógrafo se le presenta una mies de noticias y confesiones autobiográficas a través de las cuales se va perfilando esa figura imponente de Juan de la Cruz que dejaba huella muy profunda en las personas con que trataba. Para recoger esos testimonios, plenamente auténticos, frente a las religiosas y armonizarlos, bueno será montar una mesa redonda en torno a fray Juan guía de almas en estos años granadinos y escuchar las voces de quienes, tan cercanas a él, nos le retratan tal como le vieron. Tendrán que hablar a ratos en primera persona. Ana de Jesús (Lobera) La primera va a ser Ana de Jesús (Lobera), que en su adolescencia coincidió con Juan de Yepes en Medina del Campo, que volvió a verle en Mancera, que le ha conocido tanto en Beas, como confesor y director espiritual de aquella comunidad, y que viajó con él a Granada, donde siguió siendo padre y confesor de la comunidad. Si tuviese que hablar de la parte espiritual del santo, de sus virtudes heroicas, de su vida de oración, sería interminable. Ella dejó declarado lo que le pasó en Granada «el año de la muerte de la santa (1582) o el siguiente, no me acuerdo bien, hubo la peste en Sevilla y comenzó a herir algunas personas en Granada; y en nuestro convento de los descalzos, en una semana cayeron muertos dos frailes nuestros a deshora, decían que heridos de la peste. Y en esta misma semana, estando el prior del convento diciendo misa en el nuestro, se sintió herido con tan gran dolor y calentura que le dio luego, que no pudo salir de la iglesia y fue forzoso junto al altar ponerle un colchón en que se echase, y 290

en él, en peso, le llevaron casi muerto al aposento de nuestros donados, que estaba en la portería. En viniendo los médicos le mandaron cerrar tanto, que, viniendo personas graves aquel día a visitarme, no consentíamos entrasen, y todos estábamos rogando a Dios fuese servido de atajarlo, porque no inficionase el convento ni tocase a nadie. Y para esto nos ayudamos de una reliquia de la santa madre, que le enviamos se pusiese en la herida, con que luego mejoró, de arte que lo pudieron llevar a su convento y estuvo bueno y vivió más de seis o siete años después, que era el padre fray Juan de la Cruz» (18, 481-482; 29, 121-122)[804]. Cuando al llegar a Granada tuvieron que hospedarse en casa de doña Ana de Peñalosa, la señora les hacía limosna, pero con mucha limitación y la gente, viendo la cantidad de pobres que acudían allí, no pensaban que las monjas pasarían ninguna necesidad y así no las socorrían. Y dice Ana: «Y pasámosla de manera que muchos días no nos pudiéramos sustentar con lo que esta señora nos daba, si de los Mártires no nos ayudaran nuestros padres descalzos, con algún pan y pescado. Aunque también ellos tenían poco, por ser año de tanta hambre y esterilidad, que se padecía en el Andalucía grandísima» (29, 76). Recuerdo también que una vez, estando él presente, yo comencé a alabarle delante de algunas personas de categoría, y empecé a decir que había sido prior o suprior de cierto convento y él, «trajo a consecuencia con mayor sal, que allí mismo había sido cocinero. Como huyendo de la vanagloria y humillándose» (26, 446-447). Beatriz de San Miguel Siendo priora llegó fray Juan al locutorio. Acababa de despedirse un caballero que se llamaba don Rodrigo. Comenzaron a platicar de algún tema espiritual, y ella, derivando la conversación iniciada, dijo: «Díjome don Rodrigo». El santo hizo como que no oía y siguió con el tema espiritual comenzado. Yo volvía a reincidir, casi sin darme cuenta, y dije: «También me dijo don Rodrigo...». Él seguía con su sagacidad acostumbrada, llevando la conversación a su terreno. Y yo, vuelta a lo mismo: «También me dijo esto don Rodrigo...». Fray Juan, y a la tercera va la vencida, sonriéndose sí, pero medio fulminándome con la mirada, dijo: «¡Ay, madre priora, y qué llena trae la cabeza de don Rodrigo». Este percance se lo conté después a la comunidad para ejemplo y entre nosotras quedó como en proverbio a la que hablaba del mundo cortarle la plática con decirle: «Ay, hermana, qué lleno tiene el corazón de don Rodrigo» (25, 489). Agustina de San José Da testimonios autobiográficos muy relacionados con fray Juan de la Cruz: «Cuando entré en el convento, mis deudos me sacaron con provisión real. Y estaba yo muy temerosa y con gran pena si me habían de convencer a dejar de ser monja. Y el santo me habló dos palabras muy de prisa y me dijo: “Hija, no tenga pena, que yo sé que ha de 291

estar muy fuerte y salir victoriosa; no lleve esos temores que tiene en su corazón”. Admireme de esto, por no haberle dicho yo nada de esto, sino que antes disimulaba estos temores, porque no entendieran de mí que no gustaba de ser monja. Y el santo, con su luz que tenía, lo echó de ver» (26, 423; 24, 449). Pudo volver al convento después de un tiempo. Y, cuando le llegó el tiempo de profesar, tuvo unas batallas interiores tremendas. Todo esto hasta que el santo bajó de los Mártires y dijo a las monjas que no hiciesen caso de todas aquellas dificultades, «que quería Su Majestad que profesase yo» (14, 41; 26, 423). Confiesa Agustina no haber sabido aprovecharse bien de los consejos de fray Juan «y siempre se ha quedado mala monja», y tuvo la fortuna de recibir sentencias del santo «y al presente (en 1617) siente harta soledad en verse sin ellas, porque en cuanto las guardó las miraba, veía y estimaba como cartas de san Pablo y le ayudaban mucho en casos que se ofrecían» (14, 41). María de la Cruz (Machuca)[805] Su declaración en el proceso apostólico de Úbeda, donde se encontraba entonces de priora en 1628, es larguísima y es una fuente de noticias de todo género, de lo más auténtico y veraz. Declara también en los procesos ordinarios: (23, 260-268). María, nacida en Granada el 8 de septiembre de 1563, se apellidaba en la Orden como fray Juan. Refiere que el santo le dio el hábito, el velo y la profesión. Acerca de la identidad de apellidos, la primera vez que fueron al locutorio después de su toma de hábito, las hermanas dijeron a fray Juan: «Quiérala Vuestra Reverencia mucho, que se llama de la Cruz». Y él contestó: «Quererla he yo mucho si ella fuere amiga de la cruz» (23, 264). A él le debía que la admitieran en la Orden. La cosa fue así. Sentía muchos deseos de ser carmelita. Un día fui con mi prima, que también se llamaba María, a confesarme con el padre fray Juan, que estaba ya preparándose para la misa. Me confesó, y me animó en aquellos mis deseos de vida religiosa. Después de la misa, me llevó al locutorio y me presentó a las monjas. Todo iba bien hasta que salió el tema de la dote, que yo no podía aportar. La priora entonces dijo que así no era posible admitirme. Entonces el santo dijo con fuerza: «Madre, ¿y estos deseos que tiene esta alma hanse de perder?». Todas entonces respondieron: «Que venga cuando a Vuestra Reverencia le parezca» (23, 265). Juan de la Cruz tenía mucha devoción al misterio de la Santísima Trinidad y al del Hijo de Dios humanado. Le vi decir muchas veces misa de la Santísima Trinidad y un día le dije: «Padre, ¿cómo dice tantas veces de la Santísima Trinidad?». Y me respondió con gracia: «Téngole por el mayor santo del cielo» (23, 261; 25, 483). Y hablaba «altísimamente del Dios humanado, porque a la persona del Verbo divino hecho hombre tenía particular afecto de amor, y hablaba de este Señor admirablemente y con gran ternura. Su nombrarle era “el Hijo de Dios”; y esto con una suavidad y claridad que suspendía los corazones y los hacía olvidar de las cosas terrenas» (25, 488). Fray Juan veía con pena a las monjas por lo que tardaba un permiso desde Madrid 292

para poder comprar una casa para convento. Entonces les dijo: «¡Hijas! ¿Tiénelas Dios aparejada aquella casa eterna y habíales de dejar de dar esta?», como notándonos de poca confianza en Dios (23, 261; 25, 486). Cuenta también: «Y se acuerda que en una fiesta de Navidad, mostrándole un Niño Jesús dormido sobre una calavera, muy lindo, viéndolo, dijo: “Señor, si amores me han de matar, ahora tienen lugar” (23, 262; 25, 487). Teníamos también otro Niño Jesús hermosísimo. Además de esta hermosura “tenía los dedicos de la mano derecha con que da la bendición de manera que parece pide algo. Y siempre que el santo lo veía, decía que con aquel dedico estaba pidiendo el corazón y decía: “Dame, alma, el corazón”» (25, 487). En Granada un día las monjas quieren felicitar el Año Nuevo a Juan de la Cruz, «darle los buenos años», como dicen. Llegó esta testigo y otra antes que las demás y la compañera dijo: «“Muchos días de Año Nuevo vea Vuestra Reverencia, padre nuestro”. A lo cual respondió él con un afecto grande en Dios y deseo de verse desatado de esta cárcel: “¡Ay! hija, no me desee esto, por amor de Dios», que parecía que por aquel deseo se le había de alargar la vida y carecer de lo que tanto amaba, que era Dios”» (25, 490). La testigo gozaba de una memoria prodigiosa y recuerda puntualmente varias de las enseñanzas oídas a Juan de la Cruz. De la pobreza «decía que el verdadero pobre había de serlo, no sólo en el no poseer nada de las cosas de esta vida, sino que había de serlo de pensamientos, afectos, deseos y voluntad; porque, “del cielo ni de la tierra, ni de lo alto ni bajo, había de poseer ni querer nada, sino estar en una desnudez de todas las cosas y crucificado con Cristo en la Cruz y vestido de aquella pobreza que el Señor tuvo en la cruz”» (25, 496). Otra enseñanza sumamente práctica era «que cada día, cuando despertasen las religiosas por la mañana, luego hiciesen propósito de comenzar de nuevo a servir y trabajar por amor de Dios y servirle en algo, porque hasta entonces no habían comenzado. Y así lo habían de entender: que nada se había hecho hasta aquel punto en servicio de Dios; y que así, pues les había dado aquel día, le diesen gracias y comenzasen de nuevo a servirle, porque hasta entonces no era todo nada. Y le parece a esta testigo les dijo el santo que lo hacía él así; que con el gran deseo que tenía del aprovechamiento de las religiosas, siempre les daba modos con que más fuese amado Nuestro Señor» (25, 498). Y una más: «Trataba con grande cuidado las almas y enseñábalas a que todo el trato de las religiosas fuese en amor; y era tanto el cuidado que ponía en esto, que en cualquiera cosa que hacían, aunque fuese cosa de acudir al cuerpo, como comer, beber, dormir o cosa semejante, quería que se hiciese con deseos vivos y amor de Dios y por Él. Y así algunas veces decían las religiosas: padre nuestro, deme vuestra reverencia licencia para beber. Respondía: “Beba con deseos de beber a Dios”. Y cree que esta licencia se pedía al santo, por oír esta respuesta de amor» (25, 487). Como quien lo presenció cuenta el caso entre simpático y curioso de dos monjas que, estando trabajando en el locutorio en la devanadera, se medio desafiaron a ver cuál de las dos acababa antes su labor. A la que le faltaba más ya casi se daba por vencida. «Y 293

entonces le dijo el santo fray Juan de la Cruz: “No tenga pena, hija, que ella acabará primero”. Y así fue» (25, 506)[806]. Y sabemos los nombres de las dos: María de San Juan y María Evangelista; ganó la apuesta esta última. Acerca de la caridad de Juan de la Cruz para con los enfermos, además de que sabe que cuidaba con toda solicitud a los religiosos enfermos de sus conventos, lo sabe María por su propio caso. Estando ella «enferma, de la pobre comida que le daban en el convento de Granada, partía y enviaba de ella» fray Juan para el monasterio de las descalzas. Y la enferma «lo estimaba y tenía como por reliquia y cosa venida del cielo» (25, 491). Estando una vez fray Juan en el convento de las monjas de Granada la víspera de Navidad, la priora Beatriz de San Miguel le preguntó si aquel día «se dirían las Completas más temprano que a las ocho, por ser aquella noche toda de regocijo y no obligar en ella, por su solemnidad, tanto el silencio». Fray Juan, sonriendo, contestó «que, así como así, habían de hablar por ser el tiempo que era y se habían de regocijar, que fuesen las Completas temprano o tarde; y así, que las dijesen a su propia hora y no antes, y así se dijeron» (25, 494). Fray Juan, comenta la testigo, guardaba la pobreza toda su vida, así en el vestido como en el sustento. El hábito era siempre «muy áspero, tosco y mortificado»; la comida pobre y poca, «no nada regalada sino muy eremítica». Tiene constancia de esto por las veces que le dio de comer en el convento de Granada. El convento de los frailes estaba lejos y fray Juan tenía tan acabadas las fuerzas que se le permitía «no subir a los Mártires, sino que el día que bajaba al convento de las religiosas, se quedase hasta la noche en él» (25, 495-496). Y cuando andaba malo lo que tomaba era «un poquito de carnero» (25, 492; 23, 265). Amigo de la pobreza, limpieza y ornamentación necesaria, no le gustaba la «suntuosidad» que quitaba la atención de la gente del misterio litúrgico que se celebraba. Y así cuenta la misma testigo que un año en que las carmelitas descalzas prepararon «el monumento lo más rico y bien aderezado que se había podido», no apareció por allí para nada fray Juan hasta que ya había acabado todo. Y le oyó decir que no había venido «por ser el monumento tan suntuoso, que, porque olía a no tanta pobreza, se había estado en su convento y no venido al de esta testigo» (25, 496). Un día predicó en las descalzas un religioso pariente de una de las monjas. Juan de la Cruz, vicario provincial, estaba aquel día allí. Más tarde, terminado el sermón, el fraile quiso subir al locutorio, ocupado por Juan de la Cruz. Al punto fray Juan lo dejó libre con grande humildad y afabilidad. Cuando después el predicador y otros familiares de la monja se enteraron de que se trataba del vicario provincial se admiraban y espantaban de que «tuviese tan poco aparato y fuese tan humilde que se había descendido del locutorio con tanta afabilidad para que ellos subiesen» (25, 496-497). Refiriéndose a cómo fray Juan elevaba los corazones de las oyentes a veces sin hablar palabra, cuenta que solía detenerse en la charla y llamar a una o a otra diciendo: «Hija fulana»; la señalada respondía. Él, sin hablar palabra, levantaba los ojos al cielo y con 294

aquel gesto parecía que tomaba los corazones y los levantaba de la tierra «y subían derechos a Dios vivo, en fe y verdad». A ella misma la llamó muchas veces de esa manera fray Juan. Cuando fray Juan alzaba los ojos de aquella manera quería decir a la nombrada que levantase el corazón a Dios (25, 483). La testigo cuenta no sólo cosas de sí misma y de su convento sino de otras personas en relación con Juan de la Cruz. Habla de un religioso carmelita que le contó que en tiempo de la mocedad padeció terribilísimos escrúpulos y tormentos interiores. No podía sosegar ni de día ni de noche. Algún confesor le dejó de rodillas y se fue sin darle la absolución, porque no tenía qué Juan de la Cruz, con todos aquellos escrúpulos le manda decir misa. Obedecía, y mientras le duraban en el estómago las especies sacramentales desde que comulgaba hasta entonces, tenía gran paz. Luego le volvía la guerra, pero fue curándose por la fe y obediencia que tenía al santo, y se tenía la impresión de que la gran fe de Juan de la Cruz redundaba en aquel religioso como en otras personas (25, 483-485) [807] . La misa de fray Juan era siempre con gran espíritu y reverencia. Y nos cuenta Machuca cómo les daba la comunión: «Cubría con la hijuela todas las formas, y luego una a una las iba sacando de allí para dar la comunión. Y este modo era muy de amor, prudencia y reverencia, porque no sucediese alguna cosa de menos reverencia con el aire, que era forzoso haber en la ventanica y comulgatorio» (25, 488). Cuenta también la testigo lo que más arriba ha dicho Ana de Jesús de la enfermedad que le dio al santo en la iglesia de las descalzas de Granada: «Diole el mal y sintiese con una landre; y fue de suerte que no pudo el santo volver a su convento». Y matiza delicadamente: «Con ser tan amigo de padecer y sufrir por amor de Dios, en esta ocasión él pidió y rogó a Nuestro Señor le quitase aquel mal, no por no padecerlo, sino por su gran pureza y honestidad» (25, 510). Claramente la landre o tumefacción, del tamaño de una bellota, estaba en la ingle. Y no hace falta decir que la declarante oye también decir a fray Juan: «¡Oh esperanza de cielo...!» (25, 485); «Alto de aquí, alto de aquí a vida eterna» (25, 486, 490; 23, 262). Y pondera muy mucho el manejo de fray Juan de la Biblia y sus exégesis (25, 481482, 503). Habrá pocas entre sus contemporáneas que conociesen como la Machuca los escritos de fray Juan y que aleguen pasos de ellos con tanta exactitud (25, 483-484, 486, 489, 500, 503-504). En Granada había monjas que, suspirando por la vida eterna, manifestaban sus anhelos diciendo el verso sanjuanista: «¡Oh Sión!, en quien amaba» (25, 504)[808]. Finalmente, una vez le oyó: «Yo no tengo con quién comunicar mi espíritu». Y esto lo dijo porque, como todas las monjas comunicaban con el santo fray Juan de la Cruz, tomaban alivio y regalo espiritual en ello; mas el bendito padre no quería tenerle en aquello ni en nada, sino abrazarse con la santa pobreza» (25, 496; 23, 263-264). Isabel de la Encarnación[809]

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Era hermana de la mencionada Agustina de San José. Y dice con firmeza: «Que yo soy testigo de que en la fundación de Granada, en sus principios, padecieran las religiosas muchas necesidades, si el Siervo de Dios no nos acudiera con muchas limosnas de las que personas piadosas le daban [...]. Porque tres o cuatro de las primeras religiosas a quien se dio el hábito, entramos con algún disgusto de nuestros padres y así no nos quisieron acudir con lo necesario; imaginando por este camino reducirnos a que nos volviésemos a nuestras casas. Y así el convento padecía en aquel tiempo mucha necesidad, socorrida a las veces con la particular caridad con que el Siervo de Dios fray Juan de la Cruz acudía a aquella nueva fundación» (25, 162). Y todavía en este orden de cosas me acuerdo de que nos «enviaba a las religiosas algunas veces algunas cosas para comer la comunidad, como es pescado y legumbres y cosas así, porque padecían necesidad». Y solían decir las monjas: «Dios se lo pague a nuestro padre, que como es santo, Dios se lo envía para su convento y para el nuestro» (23, 128). Puedo contar también algo de lo que pasó en el convento con una monja en la que había entrado el demonio. Y llevaba ya ocho o nueve meses molestándola. El santo, compadecido de la religiosa, vino a conjurar al demonio diez o doce veces hasta que se libró del todo. En viéndole daba voces diciendo: «Maldito seas, ¿qué me quieres, que así me atormentas?; que eres el mayor enemigo que tengo: Séneca, Senequilla» y otros muchos oprobios a este modo. Y acabó la religiosa santamente al cabo de catorce años que fray Juan la curó y libró del poder del demonio (25, 164). Lo de llamarle Séneca se debe a la santa madre Teresa que le llamaba así, por lo sentencioso que era. Lo de Senequilla en la boca del demonio suena ya a desprecio. De las que iban entrando en el convento podría también referir muchas cosas. Bastará contar lo siguiente. Doña María de Herrera, natural de la ciudad de Granada, estaba para casarse con un tío suyo muy rico. Tenían ya la dispensación. La señora cambió de idea queriendo ser religiosa en nuestro convento. Una mañana, sin decir nada a su madre en casa, se vino a pedir el hábito. Estaba tratando de ello con la priora por la reja de la iglesia, cuando entró el santo con su compañero. Nos avisaron poco después de que venía un hermano de la señora todo alborotado «por saber quería ser monja». El santo «nos obligó a cerrar la puerta de la iglesia y casa, por las muchas voces que daba para que le diesen a su hermana. La cual, sintiendo esto, daba más prisa para que le diesen el hábito» (25, 164). El padre Juan dijo la misa y, habiendo confesado antes a la señora, le dio la comunión. Dadas gracias le dijo: «Véngase su merced, señora doña María, que aguarda la comunidad para recibir a vuestra merced». Pero no se podía mover ni dar un paso. Volvió el santo a darle prisa, pues la comunidad esperaba. Viendo lo que pasaba, el padre se recogió un momento en oración y le dijo: «Deme vuestra merced la mano, señora doña María, y vamos, que aguardan las religiosas». Y al punto ya sin aquella dificultad pudo caminar a donde la aguardaban las monjas y le dieron el hábito. Perseveró y fue muy buena monja y llegó a ser priora del monasterio. «Este suceso se lo oí contar muchas veces a esta señora y el Siervo de Dios nos lo contó algunas» (25, 164). 296

Un día, confesándome con el santo de que era incrédula frente a las llagas de nuestro Señor impresas en manos, pies y costado de la monja de Portugal que tenía tanta fama, él me dijo: «No tiene que tener escrúpulo ni darle cuidado eso, porque aquello es falso y fingidas las llagas; Nuestro Señor descubrirá presto la verdad» (25, 170). Nos decía muy de ordinario que «a quien más servía y amaba a nuestro Señor, a esa quería más, dando a entender cuán desnudo estaba de afectos y pasiones del mundo» (25, 163). También muy de ordinario nos decía «que se había de huir de las honras del mundo como del demonio, porque todas estaban llenas de veneno» (25, 165). Fray Juan a veces se trasponía, y a ella le pasó tener que estar esperando a ver si se reponía «y luego me dijo, cuando volvió en sí: “¡Oh, hija, qué nos tiene Dios guardado en la gloria!” y otras palabras de devoción» (25, 168). «Asimismo muchas veces, como tan aficionado a este ejercicio santo, me daba preceptos para poder saber tener oración, acomodándose con el talento y natural que en mí conocía. Y así me decía que me recogiese de las cosas exteriores y me pusiese en la presencia de Dios, poniéndome muy delante sus atributos: su inmensidad, su verdad, su misericordia, su justicia» (25, 168). Cuando comenzaba a poner en práctica todo lo que el santo me recomendaba «comencé a sentir ciertos ruidos, como de ratones y ratas grandes, que chillaban y hacían ruido como con cascabeles y campanillas, inquietándome y distrayéndome de la oración». Vino el santo por el convento y «me preguntó cómo me iba». Se lo conté «y el Siervo de Dios me consoló y dijo: “Quiétese, que eso es el demonio, que la quiere inquietar y quitarla de ese divino ejercicio”» (25, 169). «Y yo me acuerdo que, estando yo en el convento de Granada con unas tercianas muy peligrosas y angustiosas, habiendo los médicos dicho que estaba peligrosa y mandado sacramentarme, vino el Siervo de Dios a confesarme; y yo lo hice como para morirme. Y el Siervo de Dios dijo, poniéndome las manos encima de la cabeza, “no será menester recibir el Viático, que presto está buena”. Y así fue» (25, 172). María de la Madre de Dios Había recibido el hábito en Granada de manos de Juan de la Cruz. Y todavía al declarar en el proceso ordinario de Baeza en 1617, recordaba el sermón que el santo había echado aquel día y le parecía que fray Juan había visto con espíritu profético lo que le iba a pasar en su vida, «porque puntualmente en aquella plática le anunció lo que ha pasado por ella en muchas cosas» (14, 35). Cuenta también ella lo de la devanadera y el desafío de las dos monjas a ver quién acababa primero su trabajo y detalla dónde había tenido lugar aquella escena: llegó por allí fray Juan que acaso «por ser lejos su convento se había quedado allí en un aposento de la portería». Acudieron todas a saludarle y escucharle y llevaron sus labores de mano para no estar ociosas y allí fue la contienda. No puede menos de hablar del magisterio de Juan de la Cruz y subraya que «lo que de ordinario enseñaba a las monjas era que procurasen poner su confianza y estudio en Dios, en procurar en todo su gusto, y no en las cosas del mundo; y este testigo le solía 297

decir: “¡Oh, hija, mire, hase de considerar como que no hay más que ella y Dios en el mundo, y de esta manera ha de trabajar y haberse en sus negocios”» (14, 36). Detalla también la pedagogía del santo que «tenía grande espera con las demás, no se mostrando cansado por el deseo que mostraba de su bien; y así vio esta testigo que las almas que trataba se aprovechaban mucho [...]. Sus palabras tenían particular sustancia; pegaban amor e inclinación de la virtud y agradar a Dios y daban aliento». A continuación habla de las cartas de Juan de la Cruz, de las que dice que tenían la misma eficacia que sus palabras habladas «por bullir en sus razones no sé qué de nuestro Señor que alentaba y hacía operación en el alma; y así le sucedió a esta testigo con sus cartas, estando ausente de la ciudad de Granada el dicho santo padre, que sentía el mismo efecto que con sus palabras; y algunas veces sintiéndose desalentada y que no se podía recoger en la oración, tomaba una carta suya este testigo y la leía y con sólo esto se hallaba otra de la que antes para la oración» (14, 36). Cuenta el caso de Mariana de Jesús que, viéndose muy apretada de una tentación que la tenía muy afligida, fue a confesarse con fray Juan y, «acabando la confesión, le mandó que renovase los tres votos como los había hecho en su profesión y que lo había hecho así en manos del dicho santo padre y que después jamás le volvió ni dio pena la tal tentación» (ib, 36-37). Terminamos, sin concluirla, esta ronda de testigos del convento de las descalzas de Granada[810]. Maestro espiritual de personas de la calle y de dos beaterios En el coro de sus dirigidas en Granada, además de religiosas, hay dos seglares bien famosas: doña Ana de Peñalosa[811] y Juana de Pedraza. El devoto femíneo sexo, como se decía en la liturgia mariana. A la primera, a la que llama «muy noble y devota señora», la vio por primera vez al llegar aquella noche a Granada con las descalzas y tener que alojarlas en su casa. Comenzó a confesarse con él y perseverará hasta el fin en su comunicación verbal o epistolar con el santo. A ella dedica las cuatro canciones de la Llama y su comentario. La correspondencia epistolar entre los dos fue bastante frecuente. Quizá están todavía las monjas en casa de doña Ana, cuando va una de ellas a dar un recado a fray Juan y se encuentra con doña Ana de rodillas, llora que te llora, y él mirando al cielo y diciendo con energía: «¡Nada, nada! Hasta dar un pellejo y otro por Dios». Y «en un rato que estuve –dice la testigo–, no le oí otra cosa» [812]. Es la terapia de las nadas sanjuanistas que hay que saber traducir al todo y por el Todo. Doña Ana murió en 1608. No declaró en los procesos del santo; de haber podido hacerlo, nos habría podido decir tantas cosas. La otra gran dirigida, Juana de Pedraza[813], sí declarará en los procesos y es ella misma la que nos da noticias de su director espiritual. Declarando en septiembre de 1627 se presenta así: «Esta testigo habrá más de cuarenta años que conoció al Siervo de Dios 298

fray Juan de la Cruz en el convento de los Santos Mártires, extramuros de esta ciudad, que es de la dicha Religión de carmelitas descalzos; y le trató y comunicó, a lo que se quiere acordar, en veces siete años, poco más o menos; en los cuales y en el dicho tiempo que estuvo en el dicho convento fue confesor de esta testigo» (24, 500). Admira la fuerza del decir de fray Juan que casi forzaba a levantar los corazones al Señor, diciendo: «¡Ea, hijos, encaminémonos y enderecémonos a la vida eterna!» (24, 499). No es la única que recoge esta exhortación, pues la recuerdan otros cuantos testigos. Como recuerdo muy grabado en su mente el de aquel día que estaba confesándose con él, y se acercó el administrador de la casa, pidiéndole dineros para traer algún sustento a los frailes. Fray Juan le contestó: «Aguarde, que tiempo hay». Volvió otra vez con la misma demanda y le volvió a decir «que no era tarde, que aguardase y lo despidió». Viendo ella que ya era tarde y casi llegada la hora de comer, andaba cavilando y fray Juan le dijo: «No le he dicho que vaya a comprar nada, porque no hay dineros, ahora nos traerán». Terminó su confesión y yendo camino de su casa se encontró con una mujer que «llevaba cuatro ducados de limosna en dineros» para el convento (24, 499-500). Un día le preguntó Juana sobre la cárcel que había padecido en Toledo y su contestación fue: «Que como había estado en el vientre de su madre nueve meses, había pasado otros nueve meses en dicha prisión» (24, 500). Subraya Juana lo que llama el don de profecía y discreción, muy presentes en la vida de su padre espiritual. Confirma su afirmación con datos de su experiencia personal, a distancia, como veremos más adelante en el Capítulo 36. Emocionándose con la caridad tan grande que tenía su confesor con toda la gente, lo explica así: «Procuraba resucitar [a los prójimos que lo necesitasen] de los vicios y llegarles a la perfección y salvación de sus almas, esforzando a cada uno, en la necesidad que tenía y le proponía; que como era persona de tanta virtud, acudían a él muchas personas de esta ciudad que seguían su doctrina y procuraban, por su santidad, hablarle y comunicarle. Y esta testigo, en sus aflicciones que tuvo, así en la confesión como fuera de ella, la consoló y confortó y con su ayuda y buena doctrina estaba muy consolada» (24, 500). Esta buena doctrina no sólo la conocía por el trato directo con fray Juan, sino por los libros que escribió, algunos de los cuales «leyó esta testigo, de la oración y ejercicio de virtudes, que estaban llenos de prudencia celestial; y su doctrina fue maravillosa y de mucho provecho para la salvación de las almas» (ib). Viendo la santidad de fray Juan, le tenía ella «grande devoción, tanto que alcanzó a tener un retrato suyo, que se hizo en tiempo de su vida: y le ha tenido y tiene guardado en una lámina pequeña, el cual enseñó a los dichos reverendos jueces» (24, 501). Más adelante volveremos sobre las muchas cartas del santo a esta su dirigida, aunque sólo han llegado a nosotros dos. En una de ellas la llama «hija mía en el Señor». Al lado de estas dos más conocidas: Ana y Juana, atiende con igual solicitud apostólica a otras personas menos nombradas. Uno de los testigos cualificados certifica que «lo vio en la ciudad de Granada acudir a confesar de ordinario a una mulata, que se llamaba 299

Potenciana, y a otra que entiende se llamaba Isabel de Jesús y a otras personas pobres, en las cuales no había cosa de mundo ni respeto de intereses; les acudía con tal celo, que no hacía distinción de esta pobre gente a las graves que acudían a confesarse con él» (23, 345). Atendía también a dos beaterios carmelitas, uno, el de las potencianas y otro, el de las melchoras[814]. Había en Granada dos fundaciones de beatas del Monte Carmelo, cerca del convento de los Mártires. Una de estas se llamaba la casa de las potencianas, por la madre Potenciana de Jesús, su fundadora. La vida espiritual corría bajo la dirección de fray Juan de la Cruz. Los ejercicios de estas vírgenes carmelitas sin clausura eran «vivir de su trabajo y descansar en la oración, con horas señaladas para todo». Otro grupo llamado de las melchoras, cuyas fundadoras habían sido Beatriz de la Encarnación y Melchora de los Reyes, estaba un poco más apartado de los Mártires, pero en el mismo monte y se llamaba también San José del Monte. La vinculación al Carmelo y en concreto a la persona de Juan de la Cruz se originó de la siguiente manera. En el Beaterio de Santa María Egipciaca de la ciudad era rectora María de la Concepción, portuguesa de nacimiento. Su confesor determinó que pasase a la casa de las potencianas. Pero muerto don Luis Rayal, el confesor, «manifestole Su Majestad era de su agrado tomase por segundo director» al padre Juan de la Cruz, prior entonces del convento de los Mártires. Aceptó fray Juan y ella le consultó, «después de haberle manifestado toda su vida si sería del agrado de Dios se retirase cual otra Rosalía, a una cueva en los desiertos, entonces incultos del monte». Juan de la Cruz aprobó su espíritu y ella escogió una cueva cerca del convento de los Mártires. Así vivió bajo la guía espiritual del santo hasta que este a mediados de 1588 salió para Segovia[815]. En situaciones penosas Al lado de estos casos le va a tocar vérselas con situaciones penosas de verdad. Leonor Vela, una confesada del santo por espacio de cinco o seis años, cuenta cómo un día que estaba fray Juan en el locutorio de las monjas, de repente interrumpió la conversación y salió corriendo a la calle: «Entró en una casa y mirando que estaba una mujer con mucha disimulación detrás de una puerta, le preguntó qué hacía; y ella le descubrió su mal propósito y le dijo que se iba a ahorcar y le mostró la soga que llevaba para esto. Y el santo le dijo tan eficaces razones que la apartó de este mal propósito y la dejó consolada y se volvió al locutorio donde estaba» [816]. Y continuó la plática tan tranquilo y dueño de sí. Situación bien penosa la de la riada de gente que subía al convento de los Mártires en 1584, año de gran carestía. Quien era entonces portero del convento habla de la preocupación de fray Juan por aliviar a la gente. Este, Fernando Bravo, antes de nada repite lo que otros muchos testigos, haberle oído muchas veces la jaculatoria. «¡Oh esperanza del cielo! ¡Que tanto adquieres y alcanzas cuanto esperas!», cuenta también las peleas de Juan Evangelista con el santo para que le dejase salir a buscar de comer; y 300

esto, una, otra, y otra vez, seguidas. Ya, cansado de la pertinacia del administrador, le decía: «Vaya, que yo confío en Dios que le ha avergonzar en su poca fe». Toma su capa para salir con su compañero y a los diez pasos se encontró con el licenciado Hernando Díaz Bravo, padre del declarante. Le pregunta: padre Juan Evangelista, ¿dónde va? «Voy a buscar qué coman los religiosos, porque no tienen qué». Y le dijo: «Ve aquí diez escudos de oro, que envían los alcaldes de la corte a este convento». Así el administrador quedó enseñado y confundido (24, 560). Todavía cuenta Fernando Bravo: otra vez, terminada la cena se acercó el administrador y dijo a fray Juan: «Padre, no hay qué comer mañana». Y le respondió: «El que nos ha dado de comer hoy, nos lo dará para mañana, no acusemos la rebeldía tan presto». Y al día siguiente «una persona principal de la ciudad envió una muy grande limosna de comida, con que hubo bastantemente aquel día» (ib). Al aire de estos acaecidos en los que magnifica la esperanza de fray Juan y su confianza en la providencia, presenta el declarante la actitud del santo en aquel año tan calamitoso de hambre. Fray Juan aconsejaba ordinariamente a este su portero, Fernando Bravo, «tuviese caridad con los pobres que llegaban a la puerta, sin permitir que ninguno se volviese sin limosna; y que no habiendo qué darles, lo avisase que él lo buscaría» (24, 561). Y pinta a continuación un caso verdaderamente delicioso: «Y continuando una vieja muy necesitada, entre otros pobres, a venir por aquel poco sustento que se le daba a la puerta, si tal vez dejaba de venir, enviaba dos religiosos con mucho cuidado a ver qué causa había para no venir; y tal vez le tocó a este testigo ir a saberlo» (ib). Luis de San Ángel habla de su noviciado en Granada, que fue precisamente en 1584, «el año más estéril y necesitado que se recuerda haber habido en España y por oídas de los viejos, que decían no se acordaban de haber visto otro semejante». Y explica el testigo cómo no se podían aprovisionar sino de lo que podía hacer un donado «tan viejo que no podía andar sino en un jumento y sólo salía los miércoles y los sábados a pedir limosna de pan y traía tan poca que esa y mucho más se daba cada día en la portería a los pobres». Luis de San Ángel era el refitolero y vio que aquellas tan exiguas provisiones parece que crecían y se alimentaban no sólo los treinta frailes del convento, los huéspedes que caían por la casa «y otras personas necesitadas que acudían por allí». Y redondeando su declaración acerca de cómo habían podido pasar aquel año tan necesitado de pan, subraya que «no se pedía limosna de pan ni de trigo por las eras, ni de mosto por la ciudad al tempo de sus cosechas, ni se hacía más diligencia que la que tiene dicho hacía el donado viejo» (24, 381-382). Y recordando tantas penurias dice que «vio que el año de 1584, que fue un año muy estéril, era mucha la limosna que el santo mandaba a la portería a los pobres y otras personas vergonzantes, no le faltando al santo qué les mandar dar; antes le proveía Dios para su casa y para ellos tanto, que le sobró trigo. Y todo esto atribuía a la grande confianza que tenía en Dios. Y lo mismo sabe que en aquel año labró mucho en aquel convento de la ciudad de Granada, donde el santo padre fray Juan de la Cruz era prior» 301

(23, 480). Todo esto nacía de la grandísima confianza que Juan de la Cruz tenía en Dios, del que andaba siempre pendiente «y vio que por esta esperanza que así tenía en Dios, no se pedía limosna los veranos ni el tiempo de las cosechas por los pueblos ni por las eras, sino sólo lo que los miércoles y los sábados llegaban los donados, que suelen por las puertas pedir el pan» (23, 480). Continúa su ministerio en Beas Padre y guía de las descalzas de Granada, no se olvida para nada de las de Beas, y se acerca a aquel monasterio con relativa frecuencia. Una de las monjas de este monasterio que nos suministra más noticias es Francisca de la Madre de Dios. Conoció al santo desde que pasó por Beas la primera vez. Y cuenta que «estando una vez esperando para confesarme, desde la reja del coro me di cuenta de que estaba postrado delante del Santísimo mucho rato. Le estuve observando, y cuando se levantó estaba muy alegre, y le pregunté en el confesonario: de qué se había alegrado tanto, y le respondió: “¿No lo he de estar, habiendo yo adorado y visto a mi Señor?”. Y puestas las manos juntas, decía: “¡Oh, qué buen Dios tenemos!”» (14, 168). Recuerda también una serie de consejos que le oyeron. Entre otros los siguientes: «Por donde fuésemos hiciésemos el bien a todos, porque pareciésemos hijos de Dios. Y que jamás hiciésemos agravio a nadie, ni con obras ni con palabras agraviásemos a nuestros prójimos; y que tuviésemos por claro y cierto que cada vez que nos descuidásemos de esto, nos hacíamos más mal a nosotros que a nuestros prójimos» (14, 172). Un día otra monja soltó una palabra de desdén y de enfado a «una persona que había hecho un disfavor al convento». Fray Juan le fue a la mano, diciendo que por eso mismo «le habíamos de hacer más favor, y que le pesaba mucho que no imitásemos a nuestro buen Jesús, que puesto en la cruz rogaba por los que le perseguían» (14, 172). También una vez le rogó y preguntó que le hablase de su cárcel en Toledo. Y él le fue explicando largamente todo estando con él a solas «y se le rasaron sus ojos de lágrimas, y con mucho sentimiento dijo: “¡Qué de mercedes me habéis hecho, Dios mío, y qué mal os las agradezco, y qué poco os amo, queriéndome Vos tanto!”. Y se quedó un poco suspenso» (14, 174). Una de las veces que fue allá en la Cuaresma a confesar a las religiosas y a predicarles, estándoles predicando en el locutorio, por dos veces se quedó como arrobado y elevado. Vuelto en sí, trató de disimular, bromeando: «¿Han visto qué sueño me ha dado?» (14, 170). La misma testigo Francisca de la Madre de Dios, que le ha visto extasiarse, se encarga de decirnos que fray Juan decía muchas veces que a las que más quería era a las de Beas, por eso desde Baeza venía muy menudo a atenderlas, «y de que estuvo en Granada hacía lo mismo». ¿Le invitaban o se autoinvitaba? «Nos avisaba desde Granada que tenía un buen suprior; que pidiésemos licencia y, luego que le enviábamos la licencia 302

del padre provincial, venía y se estaba con nosotras un mes y más y nos consolaba y animaba para todo lo bueno con un espíritu tan grande que parecía que abrasaba el alma y corazón en amor de Dios» [817]. Curiosamente en el Capítulo intermedio de Almodóvar hay una ordenación que dice: «Ítem, ordenamos que nuestros religiosos que confiesan nuestras monjas no puedan ir a confesarlas sino dos veces cada semana, si no fuere en caso de enfermedad o grave necesidad» [818]. Y, ¿ese mes largo en Beas, siendo prior de Granada? ¿Qué más hacía fray Juan en esas largas estancias? La priora, Catalina de Jesús, renunciaba su oficio de priora en fray Juan y no era esto pura fórmula sino que «íbamos a pedirle licencia para todo lo que habíamos de hacer y a darle cuenta de nuestras tentaciones y la oración que teníamos». El provecho espiritual estaba asegurado, pues «como era tan santo, de cada palabra que le decíamos parecía que le abríamos una puerta para que nosotras gozáramos los grandes tesoros y riquezas que Dios había puesto en su alma y corazón» [819]. Ana de la Madre de Dios, una de las monjas que había conocido a fray Juan en Beas de once años y que luego fue novicia y profesa allí cuenta que, hablando fray Juan de la obediencia, le oyó «decir una vez que a los jumentos les ponían unas orejeras, para que no volviesen la cabeza a un lado ni a otro, y que así habían de ser las religiosas, obedientes y perfectas, que habían de caminar sin volver la cabeza a parte ninguna, con su propio parecer y juicio, ni detenerse en ninguna cosa de la tierra, habían de caminar derechamente a Dios en el cumplimiento de las obligaciones de su estado» (25, 517). Aunque esto no resulte tan poético, de modo parecido, estando en Granada, oyeron decir a fray Juan que el religioso y religiosa habían de andar «interiormente con un bozal, como suelen andar los jumentos, porque no piquen ni coman aquí y allí en lo vedado. Que si así anduviesen los religiosos, no pudieran picar ni comer con el mal apetito ni aquí ni allí en cosa vedada y serían perfectos» (23, 270-271). Fundador de las descalzas en Málaga La fundación de los descalzos en Málaga tuvo lugar en 1584, el 27 de junio, por interés del provincial padre Gracián, como él mismo cuenta[820]. Contenta la gente, especialmente los pescadores de la zona de los Percheles, interviene también doña Ana Pacheco, señora principal, y pide al padre Gracián que traiga carmelitas descalzas a la ciudad, ofrece limosnas y el favor del obispo, don Francisco Pacheco, pariente suyo. El obispo firmó la licencia el 6 de diciembre de 1584. Y la fundación quedó ya concertada y «de ahí a poco se hizo» [821]. El provincial, Gracián, encargó a Juan de la Cruz, su vicario provincial, que llevase a cabo la fundación, ya aprobada. Fray Juan entró en acción, alquiló una casa en la parroquia de los Santos Mártires, escogió las monjas: tres del convento de Granada y dos de Beas. En febrero de 1585 las acompaña desde Granada y en el camino la cabalgadura en la que iba María de Cristo «se espantó y desaforadamente corrió y anduvo alrededor» y arrojó a la madre con gran ímpetu cayendo sobre una peña. Allí estaba sin sentido y 303

derramando sangre de una gran herida en la cabeza. Acudieran todos creyendo que se había matado. Fray Juan se acercó, le limpió la sangre de la herida, recuperó el sentido y pudieron continuar la marcha (10, 329). La fundación se hizo el 17 de febrero de 1585. El acta fundacional es como sigue: «Jesús María. A honra y gloria de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, y de la gloriosa Virgen Santa María de Monte Carmelo. Fundose este monasterio del señor San José de mil y quinientos y ochenta y cinco años. Fundose con el favor de la señora doña Ana Pacheco y del señor Pedro Verdugo, su marido, proveedor de las galeras de Su Majestad. Alquiláronse para el efecto las casas de doña Constanza de Ávila. Vinieron a la fundación las monjas siguientes: primeramente la madre María de Cristo, natural de la ciudad de Ávila, hija de Francisco de Ávila y de doña María del Águila, su mujer, la cual en el siglo se llamaba doña María de Ávila; y la madre María de Jesús por subpriora, natural de la villa de Beas, hija de Sancho Rodríguez de Sandoval Negrete y de doña Catalina Godínez, su mujer, la cual se llamaba en el siglo doña María de Sandoval. Trajeron consigo la hermana Lucía de San José y a la hermana Catalina Evangelista y a la hermana Catalina de Jesús, todas monjas profesas de coro. Fundose en pobreza, sin ningún arrimo temporal. Sea Dios servido de conservarle en ella hasta la consumación del siglo, para que goce en las riquezas eternas para siempre con Dios. Amén. FRAY J UAN DE LA CRUZ, vicario provincial. FRAY DIEGO DE LA CONCEPCIÓN, socio» (26, 135-136)[822].

El acta es modélica; no sobra nada, a los efectos de tener noticia detallada de lo sucedido; lo único que falta es el mes y el día de la inauguración: 17 de febrero[823]. Dentro de unos meses volverá por aquí fray Juan a raíz de la trágica muerte de una de las fundadoras, Catalina Evangelista, como relataremos en el Capítulo 22. Y desde Málaga escribirá el 18 de noviembre de 1586 una de sus cartas a las monjas de Beas.

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Capítulo 22 Capítulo Provincial en Lisboa-Pastrana, 1585

A Lisboa A partir del Capítulo de Almodóvar se acrecientan las habladurías y críticas al provincial, que vienen a coincidir sustancialmente con las culpas que le sacaron en ese Capítulo intermedio, pero añadidas y aumentadas, como sucede siempre. Al final del cuatrienio se tiene Capítulo Provincial ordinario en el mes de mayo de 1585 en Lisboa. Repasar simplemente el nombre de los lugares de este largo viaje de 720 km, de Granada a Lisboa, resultaría delicioso, si no pensáramos lo cansado que tuvo que ser. Sale de Granada en dirección a Sevilla: 256 km: Santa Fe, Venta nueva, Venta del gato, Ventas de Çacin, Loxa, Venta de Riofrío, Venta de la portuguesa, Archidona, Venta del Carrascal, Venta Torre Molina, Venta de Carapal, Venta del Río de las Yeguas, Ventas Pedreras, Venta agua dulce, Venta de Albarica, Osuna, Venta Villa Gordo, Venta de Hernán González, Mairena, Venta de Lorca, Ventas Talleras, Torre Blanca: Sevilla. Y la segunda parte: de Sevilla a Lisboa: Castilleja de la cuesta, Ventas de Ginés, Aspartines, Sanlúcar de Alpechín (Sanlúcar la Mayor), Venta de Huuar, Castillejo, Mançanilla, Villalba, Villarrasa, La Palma, Niebla, Trigueros, Beas, Portazguillo, Alquería, Paymogo, Cerpa, Cuba, Hotaran, Caçardosal, Palma, Palmella, Cuba, Almada, Lisboa. Trabajos del Capítulo El 10 de mayo ha llegado ya a Lisboa. El 11 se procedió a la elección de los definidores, que fueron elegidos por este orden: 1. Jerónimo de la Madre de Dios (Gracián). 2. Juan de la Cruz; 3. Antonio de Jesús; 4. Gregorio Nacianceno. Por renuncia del padre Antonio fue elegido después Juan Bautista el «rondeño». Gracián presentó ante los capitulares su Informe acerca de la marcha de la provincia y se descolgó ante ellos con una Apología y defensa contra las calumnias que se han dicho contra fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios en los cuatro años de su provincialato, y lo que en este tiempo se ha aumentado la provincia[824]. Sea lo que 305

fuere, después de hablar en la primera parte de las nuevas fundaciones de conventos de frailes y monjas, en la segunda recoge los cargos o acusaciones que se le hacían y va respondiendo a cada uno de ellos: – «Blandura de gobierno. – Entrega al apostolado y a estudios con detrimento de sus obligaciones de superior y de gobierno. – Haber metido en la Orden a algunos de sus hermanos y parientes. – Ser parcial y aceptador de personas favoreciendo a unos, aunque sean indignos, y persiguiendo a otros que son los más dignos. – No tomar parecer ni consejo de nadie. – Finalmente –dice–, la calumnia que más daño ha hecho y más ha perturbado ha sido decir en común: “Monjas, monjas, monjas, mucho trato y mucha amistad con monjas”, etc., sin declararse más» [825]. La tercera parte de la Apología es un alegato tremendo en el que da un repaso a la conducta de algunos frailes, con nombres y apellidos. Recordó también el conato de deponerlo del provincialato que hubo en el Capítulo intermedio de Almodóvar[826]. Desde luego que si se atrevió a leer todo lo que tenía escrito en la Apología, era un valiente, y no tendría que maravillarse que desde entonces arreciasen más las acusaciones contra él, de parte de gente resentida. Como siempre en estos casos, esas acusaciones, calumniosas totalmente muchísimas de ellas, iban dando cuerpo a otras y otras imparables. Por qué se atrevía a tanto el bueno de Gracián trata de justificarlo él mismo: «Si a alguno le pareciere que es imperfección o querer volver por mí o loarme o no tanta mortificación y humildad como profesa este hábito, advierta que cuando las cosas son públicas y la persona es pública, está obligado so pena de pecado mortal a volver por su honor y declarar las verdades, porque ya la honra no es suya sino de toda la comunidad, ni la afrenta es su daño sino de todos; y dar estas razones antes de este tiempo no era conveniente, mas ahora que se acaba mi oficio es necesario» [827]. Creo que a Juan de la Cruz, por su estructura mental y toque de alma, no le debió agradar el tono empleado en no pocos de los periodos. Y desde luego la tercera parte de la Apología estaba sobrando en público de aquella manera. La elección del provincial tuvo lugar el día 12. Gracián propuso como único candidato a Nicolás Doria. Según parece, fray Juan le advirtió algo así como: «Vuestra Reverencia hace provincial a quien le dará en qué entender» [828]. Otros religiosos fidedignos, presentes en el Capítulo, contaban la cosa de la siguiente manera: tratando Gracián con Juan de la Cruz, «que quería hacer provincial y sucesor suyo al padre fray Nicolás de Jesús María (Doria): le respondió el dicho siervo de Dios que no lo hiciese, porque si el dicho padre fray Nicolás de Jesús María salía por provincial, había de quitar el hábito de descalzo al dicho padre Gracián» (24, 395). De todos modos en la votación tuvo Doria 26 votos de 306

los 28 votantes[829]. Más no se podía pedir. Fueron designados para ir a buscar al nuevo elegido Nicolás Doria, que se encontraba en Génova, los padres Pedro de la Purificación y Cristóbal de San Alberto. Y entretanto siguieron celebrando el Capítulo. Gracián, como primer definidor, tenía que presidir los trabajos del Capítulo, en ausencia del provincial, Y quiso llevar adelante su propósito fundacional en México, en Nueva España. La providencia quiso que Juan de la Madre de Dios, rector del Colegio de Alcalá, le había escrito una carta, pidiéndole pasar a México por unos negocios de sus parientes. La respuesta de Gracián había sido que para aquel negocio de su familia no le daría el permiso, pero que le enviaría patente para que sacase licencia en el Consejo de Indias pasar a misionar en México con otros cuatro compañeros. Nunca habían querido los del Consejo de Indias dar permiso a la Orden del Carmen para ir a las Indias occidentales. Pero esta vez lo concedieron y dieron «provisión para que pasasen doce, en honra de los doce apóstoles, proveyendo libranzas para que les diesen recaudos, bestiaje y matalotaje que suelen dar a otros religiosos» [830]. En estas circunstancias se acercaba el tiempo de partirse la flota de Nueva España desde Sevilla. Trató Gracián con los demás definidores, entre ellos fray Juan de la Cruz, el asunto, y acordaron responder al Consejo de Indias agradeciéndoles la licencia y provisión que daban. Y el 17 de mayo extendieron la patente[831] para el padre Juan de la Madre de Dios y once compañeros para que puedan pasar a las Indias occidentales, y puedan fundar cualquier convento en aquellas tierras, etc[832]. La patente va firmada por Gracián, primer definidor, Juan de la Cruz, definidor, Gregorio Nacianceno, definidor, Juan Bautista, definidor, Bartolomé de Jesús, secretario. Gracián, repensando lo que habían hecho, dejó escrito: «Y parece misterio haberse dado aquella patente y despachado al padre fray Juan para México, porque si aguardaran al provincial nunca pasaran allá y se dejaran de haber fundado los dos conventos de San Sebastián de México y La Puebla de los Ángeles, y se cayera en falta con el rey y consejo de Indias que con tanta gana deseaban esta jornada» [833]. En las constituciones se mandaba que en el Capítulo, «presidiendo el primer definidor, diga su culpa el provincial» [834].Y en las mismas leyes, hablando del proceder y acabar el Capítulo Provincial, se manda que «antes de notificar las actas haya un sermón en latín llorando las faltas y culpas, y hágase capítulo de las culpas diciendo el provincial y seis o siete de los más antiguos sus culpas» [835]. Comoquiera que Gracián era el provincial cesante y el primer definidor elegido, le tocó a Juan de la Cruz presidir esta sesión, como segundo definidor. No creo que se deba tomar la mencionada Apología como la confesión de las culpas del provincial, aunque él recopilara ante la asamblea las culpas que otros le achacaban. Y en Lisboa «no se ordenó otra cosa alguna, porque luego comenzaron a escrupulizar si era válido lo que se ordenase estando el provincial ausente» [836]. Y así se remitió la prosecución del Capítulo hasta que viniese de Génova el provincial electo.

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La monja de las llagas Como algo muy notable en la vida de Juan de la Cruz en Lisboa, durante los días del Capítulo, hay que comentar la historia de la monja de las llagas, sor María de la Visitación, del convento dominico de la Annunziata. La mayor parte de los frailes descalzos fueron a visitar a la monja prodigio, famosa por sus llagas en pies, manos y costado «con otros embelecos y apariencias de buen espíritu». Nadie pudo convencer a fray Juan para que fuese también él a «aquella romería». Agustín de los Reyes y el prior de los descalzos de Lisboa Gabriel de Cristo van paseando hacia las Atarazanas, junto al mar, y le cuenta Agustín: «Aquí hallé el otro día arrimado a estas paredes al padre fray Juan de la Cruz con una Biblia en la mano, ocupado como solía en contemplación». Agustín le invitó a que fuera con él a visitar a la monja y fray Juan, firme, le contesta: «Vaya de ahí; ¿para qué quiere ir a ver un embuste? Calle, verá como lo descubre el Señor» [837]. Un forofo perdido por la monja es Ambrosio Mariano, «gran predicador de estas llagas», y no lleva en paciencia que fray Juan no quiera ir a la Annunziata. Y ya, impertinente, le dice: «No es de tu espíritu y así no la quieres ver». A lo que el santo replicó: «No he menester verlas, porque la fe que tengo de las llagas de mi Salvador no tiene necesidad para nada de que yo vea llagas en persona alguna» [838]. Juan Evangelista, su confesor y amigo del alma, elogiando la fe tan acendrada de Juan de la Cruz, dice que «habiendo ido todos los gremiales a ver las llagas, jamás se pudo acabar con él que fuese, diciendo que no tenía necesidad de ver aquellas llagas, porque estimaba en más quedarse en fe, de las llagas de Jesucristo que todas las cosas creadas, y que para esto no tenía necesidad de ver en nadie las llagas» (13, 390). Cuando en el viaje de vuelta de Lisboa se percata de que su socio Bartolomé de San Basilio trae pañitos teñidos con sangre de las llagas de la monja, y que trae hasta unas redomitas de agua bendecida por sus manos y otras zarandajas, se lo hace tirar todo, «dándole a entender que aquella santidad era fingida» (14, 422-423). Parecía una locura colectiva. Ambrosio Mariano andaba con «unos pañitos de sangre de las cinco llagas, teñidos en gran veneración», como cuenta Jerónimo Gracián[839]. Según parece, fray Juan no regresa directamente a Granada sino que desde Sevilla se acerca a Málaga. La comunidad que él fundó está traumatizada por la trágica muerte de la hermana Catalina Evangelista que, acometida por un delirio furioso, «frenesí», se arrojó «por una ventana, de que se hizo pedazos, y murió luego; cosa que a toda la Religión afligió, y mucho más a las que más de cerca les tocó». Así lo cuenta Magdalena del Espíritu Santo (10, 330). Fray Juan consoló a la comunidad en aquella desgracia y además, hizo llevar para que las pudiesen ayudar al coro y los demás ejercicios dos religiosas del convento de Caravaca (ib,). Dejando Málaga, partió para Granada. Y enseguida le preguntan por la monja de las llagas y hasta le piden reliquias de ella. «Yo no la vi ni quise ver –responde–, porque me quejara yo mucho de mi fe si entendiera había de crecer un punto con ver cosas semejantes». Martín de San José, que recoge esta contestación a él y a los demás 308

religiosos que le preguntaban con instancia, añade: «Y esta respuesta notó mucho este testigo, por conocer de él la grande humildad [...] y el alto conocimiento, estima y fe que Nuestro Señor le había comunicado» (14, 13). Otro de los que se lo preguntó cuenta que por la respuesta que le dio se alcanzaba que para el santo «era cosa de burlería lo de las llagas de la monja de Portugal» (23, 483). Y un tercero, Tomás de la Cruz, precisa más el lugar y la ocasión, cuando oyó al santo que «estando una vez en recreación delante de la comunidad junto al estanque en la casa de Granada, que él había conocido o sabido que el espíritu de la monja de Portugal no era bueno. Y que por eso, cuando fue a Portugal, no había querido ir a verla; y que mientras vivía no había querido decir nada, mientras no se descubría y tenía buena fama. Y esto dijo cuando ya era público ser ilusión» (26, 273). Cuando se destapó el tremendo embuste que Juan de la Cruz había descubierto sin ir ni siquiera una vez a ver a la protagonista, todos aquellos capitulares debieron comprender la razón que tenía en haberse negado a visitarla. Y recordaban uno u otro que había dicho entonces que «no hacían bien los religiosos que la iban a ver», y «que no oía de buena gana tratar de ella o de sus cosas». Uno se puede preguntar si fue a ver a la monja el padre Jerónimo Gracián. Mi pregunta obedece a las cosas que luego él ha escrito sobre el particular, afirmando que a él se le siguieron algunos trabajos y persecuciones, «porque teniendo sospecha de no ser buen espíritu el de la dicha prioressa, era aborrecido de algunos que después le persiguieron; aunque a la verdad él callaba y mandaba a la priora María de San José que no dijese nada contra la priora de la Anunciada, porque estando como estaban en tierra ajena y tan a los principios de la fundación, no convenía mostrarse contrarios a lo que todos tanto estimaban» [840]. La que estaba convencidísima de que todo aquello era un embuste era María de San José, que había estado hospedada en las dominicas, y un día le había arrancado la toca, «y vio que no tenía cosa alguna en la cabeza», otro día le había visto la llaga del costado «y halló que no tenía abertura alguna, sino que estaba como si fuera sola pintura» [841]. Fernando de la Madre de Dios cuenta que yendo Baltasar de Jesús a Lisboa pocos días después del Capítulo, la priora María de San José le dijo queriendo ir el dicho religioso a ver la dicha monja, «que no fuese a verla, porque el santo padre fray Juan de la Cruz no la había querido ir a ver, por parecerle no ser perfecto ni verdadero espíritu de la dicha monja» (25, 259). Y el mismo Baltasar da fe de ello (25, 354). Cuando Ambrosio Mariano se empeñaba en hacer ver a María de San José «los pañitosreliquias» de la priora de la Annunziata, María le dijo que «no le habían causado devoción sino antes asco y horror; y que si ella tuviera mano, avisara al rey que guardara su reino de Portugal con mayor vigilancia después de aquellas llagas» [842]. Continuación del Capítulo en Pastrana Suspendido el Capítulo de Lisboa hasta la llegada de Italia del provincial, este se embarcó en Génova el 7 de agosto. Llegó a España ya en octubre. Los que le acompañaban desde 309

Italia siguieron con él hasta Pastrana. Y enseguida envió la convocatoria para la continuación del Capítulo en Pastrana el 17 de octubre. ¿Dónde andaba fray Juan de la Cruz? Con toda probabilidad, ha salido con su socio de Granada a últimos de julio o primeros de agosto. Se ha encaminado a Caravaca, con la idea de salir de allí para Madrid y Pastrana. Estando en Caravaca le llega una carta de un religioso de Baeza en que le pide que no vaya a Madrid sin pasarse por Baeza y visitar el colegio, que era muy necesario. Uno que entonces era colegial en Baeza, Luis de San Ángel, vio que había vuelto «rodeando más de treinta leguas de mal camino». Se entrevista con el que le ha llamado y ve que se trata de celo indiscreto en quien encuentra faltas donde no las hay. Le reconviene «con gran serenidad y paciencia, no mostrando inquietud alguna ni quejarse, con ser la ocasión tal, que a otro cualquiera que no fuera tan santo como él descompusiera» (23, 486-487). Y, otra vez a la carretera, camino de Pastrana. En total han tardado su socio y él más de dos meses en el camino al Capítulo con este desvío (24, 406). Fray Juan se confiesa con su compañero Luis de San Jerónimo todo el tiempo que duró este viaje «y le decía este testigo en las dichas confesiones se acusase de algunas mentiras que pudo decir cuando niño, porque no le hallaba materia para poderle absolver; aunque se acusaba largamente de sus imperfecciones, que este testigo no podía juzgar si fuesen pecados veniales» (24, 406407). El Capítulo se abrió el 18 de octubre, día de San Lucas. Los acuerdos que se tomaron en él quedan bien reflejados en las actas. Y hablamos de algunos detalles más importantes en el Capítulo 24[843]. El 27 de octubre Nicolás Doria y los definidores del Capítulo mandan al vicario provincial de Castilla, Gregorio Nacianceno, que se ocupe de que sea trasladado el cuerpo de la madre Teresa de Alba a Ávila. Merece la pena escuchar lo que dicen: «... Para que lleve el cuerpo de nuestra Madre buena Teresa de Jesús, que al presente está depositado en el nuestro monasterio de monjas de Alba, y con la compañía y honra funeral conveniente a tan buena madre, lo lleve al nuestro convento de monjas de Ávila y le ponga en la sepultura que el ilustrísimo y reverendísimo señor obispo de Palencia le tiene aparejado, por ser más decente a la virtud de la dicha madre, y por ser este el primer convento que ella fundó y por ser priora de él al tiempo que murió y al cual iba cuando enfermó, y por lo mucho que a su señoría ilustrísima se debe y por la devoción y deseo grande que tiene de ello, y por otras muchas razones que nos mueven [...]. Fecha en este convento de San Pedro de Pastrana, a veintisiete días del mes de octubre de 1585». Y firman los cinco, en el tercer lugar fray Juan de la Cruz, definidor[844]. Discurso clamoroso del nuevo provincial Nicolás Doria En los fastos de la Orden y sus crónicas resuenan todavía las aceradas palabras del nuevo provincial, Nicolás Doria, que, según parece, ya en la clausura del Capítulo se 310

despachó con un discurso tremebundo, que el historiador da la impresión de regodearse acicalando la sustancia de lo que pudo decir el provincial: «¡Observancia rigurosa, padres míos, que nos vamos perdiendo muy apriesa con la poca que Vuestras Reverencias ven! Ayer competíamos con las Tebaidas y Scitas, y hoy temblamos de su nombre, y es para muchos sueño aquello mismo que poco ha hicieron [...]. ¿Quién ha causado esto sino la pusilanimidad que el hábito de remisión ha infundido? ¿Ayer fuertes, hoy flacos? ¿Ayer constantes, hoy caídos? ¿Ayer bravos, hoy tímidos? ¡Oh miserable estado de nuestra familia! La “caridad carnal”, padres míos, ha introducido entre nosotros este mal, ya casi incurable» [845]. Si habló, de verdad, de esta manera, es claro que sus dardos iban directos contra Gracián que, como apunta acto seguido, debió ser el que «nos había fascinado para apartarnos del verdadero camino que habíamos comenzado». Y sigue arremetiendo: «Padres: yo no cumpliré con mi conciencia si esto no les repitiese muchas veces. Y tengan todos entendido que este ha de ser mi lenguaje, este mi cuidado, esta mi empresa, y confío en Dios que, aun después de muerto, mis huesos, dándose unos con otros en la sepultura, han de clamar: ¡Observancia regular, observancia regular!». Juan de la Cruz, vicario provincial de Andalucía En las actas resuena la voz y la propuesta del nuevo provincial que, ante la difusión y multiplicación de los conventos, expone que habrá que dar al provincial cuatro padres coadjutores, en las personas de los definidores. Y estos serán vicarios provinciales para las casas, colegios y conventos de frailes y monjas en las diversas regiones: en la región de la Bética o Andalucía será el vicario el padre fray Juan de la Cruz. No nos ha llegado la patente para Juan de la Cruz como vicario provincial de Andalucía, pero por la expedida para el padre Gracián como vicario de Portugal conocemos la redacción de las demás. Después del saludo del provincial Nicolás de Jesús María, se dice en el cuerpo de la patente: «Por cuanto por nuestras constituciones se manda que el que fuere definidor y vicario electo en los capítulos le señale el distrito y casas donde ha de ejercitar su oficio, por tanto, por la presente señalo a Vuestra Reverencia por vicario en las casas que son y serán en el Andalucía, así de frailes como de monjas, y le mando que de oficio de vicario provincial use en las dichas casas, conforme a las dichas nuestras leyes. Y a los religiosos y religiosas de ellas mando en virtud de santa obediencia y de Espíritu Santo et sub praecepto como a tal le obedezcan [...]. En nuestro monasterio de Pastrana en veintiséis días de octubre de 1585. Fray Nicolás de Jesús María, provincial» [846]. Ya en los años de provincial del padre Gracián existían los llamados vicarios provinciales, pero eran nombrados personalmente por él, conforme a las necesidades del momento; desde ahora se trata de un cargo de elección capitular. Terminado el Capítulo, fray Juan regresará a Granada, pero antes, como descubrimos hace unos años, extiende una patente para el padre Francisco Crisóstomo. El borrador 311

del texto, de letra del padre Eliseo de los Mártires, dice así: «Fray Juan de la +, vicario provincial del Andalucía de los carmelitas descalzos. Por la presente mando al reverendo padre fray Francisco Crisóstomo, conventual de nuestro convento de Los Mártires de Granada, que, luego que esta le fuere notificada, se parta dentro de tres días al convento de Nuestra Señora del Carmen de la villa de Almodóvar del Campo, donde estará por conventual con voz activa y pasiva. Y porque va a otro distrito, al cual no le puedo enviar, declaro esta es la voluntad de nuestro padre provincial. Y porque en ello merezca, se lo mando en virtud de santa obediencia y de Espíritu Santo y con precepto formal. Y al padre prior [de Granada] mando, debajo del mismo precepto, no le impida su partida. En fe de lo cual di esta, firmada de mi nombre y sellada con el sello de nuestro oficio. Fecho en San Pedro [de Pastrana]» (26, 110-111)[847]. El borrador en sí mismo, como se puede adivinar por las notas que le pusimos en la publicación, es una demostración de sagacidad, de querer atar bien los cabos. La media docena de tachaduras son elocuentes y hacen ver el trabajo mental y redaccional. Por dos veces se da ya por terminada la patente y por dos veces se tacha ese final y se le añaden nuevas cláusulas, endulzando o dorando la píldora: «y porque en ello merezca» o atando también al superior de Granada: «... Y al padre prior mando...» [848]. No sabemos de fijo si este plan de trasladar a Francisco Crisóstomo de Granada a Almodóvar llegó a realizarse. Sospecho que no, aunque tuviera que salir de Granada y pasar a Sevilla, pues allí se encuentra en 1586, y su nombre no aparece en Almodóvar en septiembre de 1586.

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Capítulo 23 Juan de la Cruz, viajero

En la obra conjunta Dios habla en la noche, dedicamos dos capítulos (9-10) a los viajes de Juan de la Cruz y allí decíamos, a modo de introducción a esa faceta tan importante en la vida de nuestro personaje: «Fray Juan de la Cruz, gran amante de su rincón y de la soledad de su convento, se movió y viajó más de lo que nos podríamos imaginar» [849]. Y Girolamo Salvatico, fotógrafo y chófer del equipo del libro, hizo un estudio lo más aproximado posible a la realidad, para concluir que «en definitiva, podemos contar con unos 27.000 km., en total» recorridos por Juan de la Cruz[850]. Aquí y ahora este parece el punto más oportuno para configurar a fray Juan como infatigable en su caminar, antes de historiarle como vicario provincial de Andalucía. Normas para viajes y viajeros En las constituciones de 1581 en Alcalá, aprobadas por Juan de la Cruz, hay una serie de normas relativas a viajes y viajeros. «Queremos y ordenamos que nuestros frailes caminen a pie cuando van a predicar, o a otro negocio, y ni el prior ni el provincial pueda dispensar si no es con enfermedad, o necesidad urgente: la cual dispensación se dé en escrito, y el caminar sea en algún asnillo, y no de otra manera. Pero si fuere camino largo y urgente necesidad, puedan ir en mulos, con albarda y sin silla, y ya que lleven freno no sean las guarniciones de cuero, sino de cáñamo. Y esto entendemos así de los priores como provinciales y visitadores, so pena de grave culpa por diez días, al que otra cosa hiciere, y al prelado que lo consintiere» [851]. Otro punto decía: «Ítem ningún fraile vaya ni le envíen solo» [852]. A esta normativa se acomodó fray Juan en cuanto le fue posible. Uno de sus compañeros de camino lo presenta así: «Caminó a pie mientras tuvo fuerzas, y aun cuando tenía menos, si las jornadas eran cortas; y cuando mucho, llevaba un jumentillo entre él y su compañero. Mas cuando las jornadas eran largas caminaba en un jumento o machuelo pequeño con su albardilla». «Caminaba en bestias humildes y aderezos humildes. Una vez se acuerda este testigo que caminando el santo y él, no llevaban sino un jumentillo entre ambos. Cuando los caminos eran largos, caminaba en un machuelo con su albardilla y de ordinario iba sentado leyendo en la Biblia», dice Jerónimo de la Cruz (23, 59). Y el otro gran compañero de viajes, Martín de la Asunción, puntualiza: 313

«Y por los caminos cuando caminaba, le vio este testigo que iba cantando muchos himnos de Nuestra Señora y salmos de David y versos de los Cantares» (23, 362). Está claro que la Biblia era para fray Juan el mejor compañero de viaje, su viático para el camino. Además de los pasajes bíblicos recordados por fray Martín, le gustaba sobre todo ir recitando o cantando el capítulo 17 del evangelio de san Juan. Diego de la Concepción, que le acompañó en algunos viajes, cuenta que yendo con él, procuraba ir siempre junto a él, porque no cayese de la cabalgadura; porque algunas veces le ha visto caer, y por esta ocasión iba junto a él (14, 197). Viajero apostólico En las constituciones de Alcalá de 1581, que llevan la firma de Juan de la Cruz, se dan algunas normas relativas a los viajes; una se refiere a los que «van camino enviados por la obediencia». Y se les señala el modo de caminar: «Queremos y ordenamos que nuestros frailes caminen a pie cuando van a predicar o a otro negocio, y ni el prior ni el provincial pueda dispensar, si no es con enfermedad o necesidad urgente, la cual dispensación se dé en escrito». A continuación se habla del medio de transporte: «Y el caminar sea en algún asnillo, y no de otra manera; pero si fuere camino largo y urgente necesidad, pueden ir en mulos, con albarda y sin silla, y ya que lleven freno, no sean las guarniciones de cuero sino de cáñamo. Y esto entendemos así de los priores como provinciales y visitadores, so pena de grave culpa por diez días al que otra cosa hiciere y al prelado que lo consintiere». Juan de la Cruz procuraba, en cuanto era posible, atenerse a estas normas. «Cuando caminaba procuraba bestias humildes y de aparejo. Y de ordinario iba sentado, sin estribos» (26, 444). Y, «cuando los caminos eran largos, caminaba en un machuelo con su albardilla y de ordinario iba sentado leyendo en la Biblia» (23, 59). Mientras tuvo fuerzas caminaba a pie y aun después hacía lo mismo si las distancias eran cortas. Uno de sus acompañantes, Gabriel de la Madre de Dios, dirá cómo en cierta ocasión yendo con él, desde el Calvario a Baeza, «llevaban una jumenta. Y le hacía ir a este testigo caballero y él iba a pie a ratos. Y por el camino le fue tratando cosas del cielo y de Nuestro Señor, que este testigo no sintió el dicho camino, sino antes cobró nuevo gozo y alivio» (24, 498). Como provisión o viático no le podía faltar la Biblia en los caminos; acabamos de oír que le gustaba irla leyendo. Lo que le encantaba era ir cantando versículos del capítulo 17 del evangelio de san Juan. Me gusta llamarle viajero «apostólico» por llevar siempre un compañero, conforme a las normas que recordaban aquello de los apóstoles enviados de dos en dos. En los viajes más largos, a veces interminables, ejercitaba bien su capacidad y gusto por el diálogo, dando conversación al que iba con él. Como diálogo delicioso entre fray Juan y Martín de la Asunción, que parece el escudero del santo, tenemos el siguiente, relatado por el propio Martín: «Y particularmente se acuerda este testigo que caminando con el dicho 314

santo desde la ciudad de Jaén a Bujalance, el dicho santo le dijo a este testigo: —Si ahora saliesen a maltratarnos algunos enemigos y nos diesen muchos palos e hiciesen otros malos tratamientos, ¿cómo lo llevaría Su Caridad? Y este testigo le respondió: —Con el favor de Dios nuestro Señor los llevaría en paciencia. Y el dicho santo le replicó con gran fervor: —Y ahora, ¿con esa tibieza lo dice y no con deseo grandísimo de padecer martirio por nuestro Señor Jesucristo? Les habíamos de persuadir que nos diesen más y nos mortificasen por Cristo nuestro redentor (14, 90; 23, 364). Así trataba Juan de la Cruz de recrear la escena de la perfecta alegría entre san Francisco y fray León, «ovejuela de Dios», yendo desde Perugia a Santa María de los Ángeles en Asís. Y el mismo fray Martín nos da la siguiente estampa de su querido fray Juan: «Y por los caminos a los arrieros y gente que se encontraba les daba siempre documentos y modos de vivir en servicio de Dios Nuestro Señor y les daba buenos consejos. Y en las ventas y mesones donde entraba cuando caminaba, si había algunos que juraban o votaban, les reprendía; y se solían componer y enfrenarse con mucha humildad» (23, 362; 14, 88). Otro que viajó también mucho con fray Juan, Jerónimo de la Cruz, nos habla de la conversación que llevaban en uno de los viajes desde Beas al Calvario, y cuando andaban por unas sierras y soledad muy grande, que llamaban el Royo Chillar, fray Juan comenzó a hablarle y como a persuadirle «a que, si sería para estar un mes en aquella soledad y desierto, para darse a Nuestro Señor en oración; y avisándole que había de ser por un mes, sin llevar embarazo de comida y que se habían de sustentar de frutos silvestres. Yendo en esta plática» (25, 135), se la desbarataron un par de perros de ganado que venían hacia ellos. La plática de fray Juan llevaba una intención muy clara, intuyendo el santo que Jerónimo andaba tentado por marcharse a vivir aquel género de vida, como ya queda referido en el Capítulo 16. Sembrando la paz y estimulando al arrepentimiento En tanto caminar le sucedieron no pocas peripecias. Bastará recordar algunos casos. Va fray Juan con fray Martín de Granada para la Manchuela de Jaén. Según se acercan a la Venta de Venalúa se encuentran con dos hombres riñendo uno con otro, tirándose muchas cuchilladas, y el uno de ellos herido en una mano. Fray Juan se acerca a ellos y les dice: «En virtud de Nuestro Señor Jesucristo, os mando que no riñáis más, y el sombrero que llevaba en la mano lo arrojó en medio de los dos». Cesó la pendencia y se quedaron mirando el uno al otro. A fray Martín y a la gente que estaba en la venta les pareció un milagro aquella pacificación, «porque dijeron que los habían puesto en paz otras dos veces y no había aprovechado». Fray Juan baja de la cabalgadura «y los hizo amigos y se besaron hasta los pies el uno al otro» (23, 369; 14, 95). Otro día, caminando entrambos de Córdoba a Bujalance, llegando a las Ventas de 315

Alcolea, salió de la venta una mujer «compuesta y haciendo y diciendo muchas deshonestidades, poniéndose delante de los hombres, induciéndolos y provocándolos a mal». Viendo esto el santo, le dijo que tuviese vergüenza y que pensase en su alma redimida, que se enmendase y recogiese. La interpelada se quedó mirando al fraile, «se cayó en el suelo como amortecida y estuvo gran espacio de tiempo muy desfigurada; y le echaban agua en el rostro y le traían los pulsos algunos de los que estaban presentes». Finalmente, volvió en sí, pidió confesión y dijo que quería ser buena, enmendarse y servir a Dios. Fray Juan estuvo un rato hablando con ella, consolándola y animándola, «y le dio una cédula para que fuese al convento de Córdoba y allí la confesasen, porque echó de ver que tenía necesidad de una confesión larga y despacio». Fue a los descalzos de Córdoba, se confesó y cambió de vida totalmente (23, 365; 14, 91). Auxilios espirituales Le ha tocado poner en paz a dos que se estaban acuchillando, volver al buen camino a una mujer de la vida, ahora le va a tocar dar los últimos auxilios espirituales a un malherido. Debemos la noticia al mencionado Martín de la Asunción, aunque él no fue testigo. Caminando un día con Juan de la Cruz de la villa de la Manchuela a la ciudad de Écija se lo contó el santo. Le pasó en uno de sus viajes de Castilla a Andalucía. Le acompañaba entonces el hermano donado Pedro de Santa María. Llegó a un río que venía crecido. Allí estaban parados cuatro arrieros que no se atrevían a pasar. Fray Juan se echó al río. Río abajo venía un «tamarón» grande (debe ser gran madero) y que entró por entre las patas de la cabalgadura y la volcó y cayó en el agua. Y «le pareció haber visto a Nuestra Señora que le asía de los cabos de la capa y le sacó fuera del agua». Entonces grita al que le acompañaba que no se metiese en el río sino que esperase a que decrecieran las aguas. Dicho esto se fue a toda prisa a una venta que estaba una media legua de allí; y se encuentra con una gran pendencia entre el hijo del ventero y otro hombre; «el hijo del ventero le había dado una grande puñalada al otro, de que estaba a peligro de muerte». Fray Juan se acerca y le confiesa; y con la fuerza que le quedaba daba gritos diciendo que «era religioso profeso de cierta Religión; le reprendió mucho que no diese voces ni difamase su Religión, sino que diese gracias a Nuestro Señor que le había dado lugar de confesar sus pecados». Fray Juan entiende que la prisa enorme que le tomó para que pasase el río con tanto peligro obedecía a que el Señor quería que le confesase y remediase su alma, «porque dentro de dos horas murió» (23, 357-358; 14, 84). Otras peripecias No es sólo Martín de la Asunción quien nos cuenta tantas cosas. Juan Evangelista tiene también su repertorio. Y nos dice: «Una vez se enojó con este testigo; porque, habiendo llegado a una venta, vendíanse allí truchas muy baratas, por no 316

haber quien las comprase y como había mal aliño de otra comida de pescado, este testigo compró dos truchitas, que costaron poco más que costaran sardinas. Y cuando lo supo sintiolo mucho, diciendo que se daba mal ejemplo, pues aquel no era manjar de frailes descalzos» (23, 45-46). Está visto que de vez en cuando también le salía el geniecillo a san Juan, como ahora cuando el otro pobre dice que compró las truchas por baratas y por «su enfermedad» del santo. En otro de los viajes Juan Evangelista se dio cuenta de que Juan de la Cruz llevaba unos calzoncillos de nudos y tomizas (cuerda o soguilla de esparto). Le dijo que cómo traía aquello, estando tan enfermo y que «cómo no hacía conciencia de ello». Respuesta: «Calle, hijo, basta el regalo que traemos de venir a caballo; no ha de ser todo descanso» (23, 45; 26, 287). No le han faltado tampoco tentaciones en sus viajes. En uno de ellos se tuvo que hospedar en una casa particular de un secular. Cuando menos lo piensa, al amparo de la oscuridad de la noche, «una mujer de buena gracia» se le presenta en la habitación, y le solicita con su persona, diciéndole que «no pensase llevarlo por lo santo porque si no satisfacía a sus deseos, se volvería a su aposento y daría voces para infamarlo» [853]. Fray Juan se niega y la rechaza un par de veces; ella sigue amenazándole que si no consiente gritará que la ha querido forzar; y se le va a meter en la cama; él salta del lecho y, vestido como estaba, sin mirarla a la cara, se acurruca en un rincón, se cubre bien con su capa y allí permanece hasta que la tentadora se cansa, y compungida y avergonzada se marcha (26, 328). En ocasiones, mientras caminan, cuenta a su compañero algunas cosas de su vida, como la gran peripecia de la cárcel, o algún episodio de su infancia que le haya venido a la mente al ver un pozo o una laguna o lo que llamaban «una tabla de agua». Se sabía acomodar siempre a la capacidad o condición del acompañante. Con poco o nada para el camino Ser viajero «apostólico» comportaba también llevar lo mínimo o nada para el camino, y marchar siempre colgado de la Providencia. En uno de los viajes, camino de Málaga para Sevilla, viendo que no hay nada que llevarse a la boca en el mesón, cerca de un lugar que se llama Pedrera, dice a fray Martín: «Pasémonos hoy con el amor de Dios, que no nos faltará qué comer». Al poco rato se presenta un caballero que viéndolos les dice: «Hoy no pueden menos de ser mis huéspedes y comer conmigo». Y aceptan tranquilamente la invitación los tres; eran tres, porque estaba también un donado. Y Martín apunta: que les dio muy bien de comer «porque traía muy buena despensa, porque en la venta no había nada, ni pan ni vino ni otra cosa» (14, 85-86; 23, 359). ¿Y el rezo litúrgico y la oración personal? Hasta de esto nos informa Martín de la Asunción como nadie: «Todos los días rezaba el 317

oficio de Nuestra Señora de rodillas, y algunas veces rezaba asimismo de rodillas las Horas Canónicas; y cuando iba de camino, a cualquier venta o mesón que llegaba, rezaba de rodillas las dichas horas» (23, 358; 14, 84-85). Se ve que no le parecían nunca suficientes los salmos que había venido cantando por el camino. Solía interrumpir sus caminatas no sólo en las ventas o mesones sino cuando el cansancio lo pedía y entonces se retemplaba internándose «en algún bosquecillo, en alguna floresta y buscando la corriente de algún riachuelo, dedicándose más libre e intensamente a la oración y contemplación, mirando las flores, el campo, viendo y escuchando el correr del agua. Esto último le encantaba y tonificaba» [854]. Así fue Juan de la Cruz viajando de Andalucía a Castilla, de Castilla a Andalucía, a tierras murcianas, a Portugal... y sembrando el aire de coplas, de oraciones, de silencios, de conversaciones fraternales, y llenando el ambiente de perfumes. Otro de los que viajaron mucho también con él, Jerónimo de la Cruz, informa: «Y por doquiera que iba y con quienquiera que trataba edificaba grandemente, hasta los mesoneros y venteros, aunque sólo parase a dar cebada, solían decir después de ido: “No es posible sino que aquel Padre es santo”, “huele a santo”» (23, 56; 26, 446). Vamos con un par de florecillas. Van de la ciudad de Baeza a la villa de Sabiote fray Juan y su querido fray Jerónimo de la Cruz, que corrieron tantas aventuras juntos. Van a pie y atravesando entre las viñas en tiempos de uvas. Fray Jerónimo, como los apóstoles en los trigales, va a echar mano a un racimo. Fray Juan no se lo permite «porque no tomase de lo ajeno sin licencia de sus dueños» (23, 489-490). Y esta otra que cuenta, entre otros, Martín de San José. El marqués de Santa Cruz el Viejo, Álvaro de Bazán, estaba fabricando un gran palacio en el Viso del Marqués (Ciudad Real). El compañero de viaje de fray Juan le pidió que fuesen a ver la obra, como iban tantas otras personas. El santo le contestó: «Nosotros no andamos por ver, sino por no ver, y no la vieron» (14, 18; 23, 83). Huellas camineras en sus libros Llevaba kilómetros y kilómetros en su organismo maltrecho, y en sus libros encontramos huellas de sus caminos. Considera la vida espiritual como un itinerario, como un camino arduo. Las vías de acceso a lo divino contienen resonancias bien claras de sus experiencias camineras por Castilla y Andalucía. Sabía también mucho de atajos. Los preceptos que va dando para subir al Monte de la Perfección para venir a... se redondean con un aire de itinerancia insoslayable: has de ir por donde no sabes, gustas, posees, eres. En el libro segundo de la Noche oscura, c. 16, n. 8, suena del modo más explícito su experiencia viajera: «Así como el caminante que, para ir a nuevas tierras no sabidas ni experimentadas cuando camina no guiado por lo que él sabía antes, sino en dudas y por el dicho de otros, y claro está que este no podría venir a nuevas tierras, ni saber más de lo que antes sabía, si no fuera por caminos nuevos nunca sabidos, y dejados los que

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sabía» [855].

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Capítulo 24 Vicario provincial de Andalucía

Poderes del vicario En el Capítulo de Pastrana de 1585 ha dejado de ser prior de los Mártires y le toca asumir el oficio de vicario provincial de Andalucía. Como tal, tiene bajo su jurisdicción los conventos de frailes de La Peñuela, El Calvario, Baeza, Granada, la Fuensanta, Daimiel, Los Remedios de Sevilla, Málaga, Guadalcázar y los monasterios de carmelitas descalzas de Beas, Sevilla, Granada, Málaga, Sabiote, Caravaca. Y a estos se irán agregando otros durante su mandato de dos años. En las actas del Capítulo de Pastrana se determinaban las facultades de los vicarios: «A los dichos vicarios y definidores otorgamos y concedemos todo el poder que tiene el reverendo provincial, de visitar, corregir y ordenar cuanto sea bien al régimen de nuestra provincia y transcribir los dichos de todos los religiosos de forma que hagan fe, aunque parecieren cosas de poco momento, y todo se presentará junto con los escrutinios a la consultación de la Dieta» [856]. La que llamaron Dieta en el texto latino, corrientemente el santo la llamará Junta. «El órgano supremo del poder en la provincia será, pues, la Dieta o Junta, compuesta del provincial y de sus cuatro vicarios con perfecta igualdad jurídica. Es la Dieta una persona colegial perfecta» [857]. Esa reunión de los vicarios con el provincial la tendrán una vez al menos al año, o más, si el caso y la necesidad lo requirieren, según lo que le pareciere mejor al provincial. Él los convocará por carta, señalándoles el lugar y el tiempo. Y tratarán los negocios de la provincia; y se corregirán las culpas de los frailes que hayan sido descubiertas en las visitas canónicas o en cualquier otro lugar. A los vicarios se les mandaba que informasen por carta al provincial «de todas y cada una de las casas de su distrito» [858]. Las cuestiones en las que tengan que intervenir por votación se resolverán por mayoría de votos, en el caso por tres. Todos, aun los que puedan haber votado en contra, firmarán los decretos de la Dieta. «Ni el secretario ni ninguno de los vocales ose revelar las discusiones habidas en las sesiones, ni si alguien votó en contra de, bajo la pena de privación de voz y lugar por diez años que se le ha de imponer sin remisión, porque importa mucho a la caridad y paz de la provincia la guarda del secreto en la ocasión» [859]. No tenemos los textos de las informaciones que pudo mandar fray Juan de la Cruz, y esta carencia nos priva de conocer tantas cosas, aunque creo que enviaría bien pocas, dado su espíritu.

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En esta su nueva tarea Ya como visitador le encontramos en Caravaca en febrero de 1586. Ha dicho que va a estar allí ocho días en el convento de las monjas. Pero una mañana le dice a la priora, Ana de San Alberto, que se tiene que marchar a toda prisa al día siguiente. Las hermanas le insisten para que se quede los días que había prometido. No puede menos de marcharse, pues en Beas hay gran necesidad «y aunque más nevase, que nevaba entonces, había de ir». Y dice a la priora viendo lo que le importunaban para que no se fuese: «Verá, hija, si me detengo, cómo vienen por mí». Ese mismo día llegó un mensajero con la noticia de que había muerto la madre priora de Beas, que era la madre Catalina de Jesús. Ya ve, «porque lo sabía, me quería partir» (13, 398). Llegado a Beas, estando con las monjas en la misma celda de la difunta, «les preguntó a qué hora y en qué día había muerto la madre Catalina de Jesús, por quien todas estaban muy penosas y sentidas». Le dijeron el día y la hora y entonces él les manifestó que se le había aparecido a esa hora y en ese día y le había dicho: «¡Padre, ya me voy al cielo!» (23, 257; 25, 519-520). Estando ya muy enferma, la llevaban entre dos religiosas al coro para que pudiese comulgar. Viendo todo este trabajo, una de las últimas veces que visitó fray Juan el monasterio, como vicario provincial, «ordenó que dijesen misa dentro del convento, en el oratorio, y desde allí le llevasen el Santísimo Sacramento a la celda» [860]. Estando para morir pidió a la comunidad que le cantasen la primera estrofa del Cántico espiritual de Juan de la Cruz: «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?».

La muerte tuvo lugar el 23 de febrero de 1586[861]. En el Libro de Profesiones de Beas escribió de su puño y letra Juan de la Cruz: «Murió la madre Catalina de Jesús a veinte y tres de febrero del año de mil y quinientos y ochenta y seis, siendo prelada de este convento» y sigue de otra mano «que ella misma fundó, dando para ello seis mil ducados y las casas que ahora vivimos» (LPB, n. 1, f. 1r). A tope Por él mismo conocemos el ánimo con que lleva adelante las ocupaciones de su cargo. En carta a Ana de San Alberto, priora de Caravaca, de junio de 1586, le da una serie de noticias propias de su oficio, y lo hace con una euforia y optimismo singulares: «Jesús sea en su alma. Al tiempo que me partía de Granada a la fundación de Córdoba, la dejé escrito de priesa; y después acá, estando en Córdoba, recibí las cartas suyas y de esos señores que iban a Madrid, que debieron pensar me cogerían en la Junta. Pues sepa que nunca se ha hecho, por esperar a que se acaben estas visitas y fundaciones; que se da el Señor estos días tanta priesa, que no nos damos vado. Acabose de hacer la de Córdoba de frailes con el mayor aplauso y solemnidad de toda la ciudad que se ha hecho allí con religión ninguna; porque toda la clerecía de Córdoba y cofradías se juntaron, y se trajo el Santísimo Sacramento con gran solemnidad de la Iglesia Mayor; todas las calles muy bien colgadas y la gente como el día del Corpus

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Christi. Esto fue el domingo de la Ascensión, y vino el señor obispo y predicó, alabándonos mucho. Está la casa en el mejor puesto de la ciudad, que es en la collación de la Iglesia Mayor»[862].

La Junta a la que se refiere por tres veces en la carta no es sino la Dieta con el provincial a la que había sido convocado. Fundación de frailes en Córdoba La fundación de Córdoba, de la que habla con tanto contento, la había hecho el 18 de mayo de 1586. Mientras iba haciendo las gestiones oportunas para la fundación se hospedó en casa del deán don Luis Fernández de Córdoba y Mendoza, que morirá como arzobispo de Sevilla después de haber regido otras diócesis. Es él quien declara: «Mientras se trataba de hacer hasta que se concluyó la fundación, tuvo este testigo en su casa y compañía al dicho padre fray Juan de la Cruz; y de la comunicación que con él tuvo, conoció en él muy gran virtud y religión y santidad y mucho espíritu de Nuestro Señor; e hizo concepto de él que era un santo, y como tal le respetó y estimó» (22, 326-327). El 27 de abril, en la carta de concordia y donación de la ermita de San Roque y de San Julián[863], aparece por una parte «el señor fray Juan de la Cruz, vicario provincial de la Orden de Nuestra Señora del Carmen de los descalzos en la provincia de Andalucía, por sí y en nombre de la dicha Orden» y por la otra parte el hermano mayor y prioste, Antonio de Cañete, dos alcaldes, el administrador de la Cofradía de Nuestra Señora de la Encarnación, albacea, don Luis Fernández de Córdoba, deán y otros quince con nombres, apellidos, cargos; y comparecen «por sí y por los ausentes, que después vendrán a ello». Los mencionados cofrades «otorgaron que dan, y darán, a la dicha Orden y convento de Nuestra Señora del Carmen de los descalzos susodichos, y al dicho señor provincial en su nombre, la casa e iglesia de Señor San Roque susodicha y declarada, que es a la colación de Santa María, en la calle del monasterio de Jesús Crucificado [...], para que en ella vivan conventualmente, y con beneplácito del ilustrísimo señor obispo de Córdoba, que para ello ha precedido, para haber y tener la dicha casa e iglesia por propia suya». Era obispo don Antonio de Pazos. Entregaron también la ermita y casas de San Julián con las tierras y cosas anejas. De todo esto hicieron cesión, donación y traspaso al dicho convento. A continuación se señalan las condiciones con que se hace la entrega. Ninguna parece onerosa, siendo la primera que la advocación de la casa sea de los bienaventurados san Roque y san Julián, «sin jamás ponerle otra vocación ni nombre». Otra se refiere a las fiestas especiales de la cofradía que se solemnizarán en la iglesia «asistiendo a la solemnidad y demás oficios de la fiesta el prior, frailes y convento del dicho monasterio». Otra se refiere al hecho de que se había establecido hermandad perpetua entre los frailes y el convento y los cofrades de la mencionada cofradía. Y «el dicho señor provincial, presente estando, por sí y en virtud de las bulas apostólicas concedidas a la dicha Orden, reciben a los cofrades de la dicha cofradía, que son y fueren, por hermanos 322

de la dicha Religión, para que gocen desde luego de todas indulgencias concedidas, o que se concedieren por los santos padres a la dicha Orden y hermanos de ella». Otra de las condiciones suena así: «Ítem, que siendo llamados frailes del dicho convento para ayudar a bien morir a cualquiera de los cofrades de la dicha cofradía, sean obligados a hacerlo». Ambas partes se comprometieron, «cada una por lo que toca», y se obligaron a cumplir todo lo acordado. De este dossier fundacional faltan cuatro folios: 474r-477v, donde estaría la firma de fray Juan de la Cruz. Al día siguiente, 28 de abril, hizo el santo la toma de posesión; en los folios desaparecidos mencionados debía estar lo que se refería a la ermita de San Roque. Al reanudarse el manuscrito en el fol. 478, vemos que fray Juan se presenta ante Miguel Jerónimo, escribano público, para tomar posesión de la ermita de San Julián, aceña y tierras y cosas anejas. El escribano le da poder para tomar la posesión. Y comienza el recorrido, que el escribano describe de la siguiente manera: «Vi como el dicho señor provincial entró corporalmente en la dicha aceña y en la dicha ermita, y anduvo por la casa, de unas partes a otras y de otras a otras, y cortó de las ramas de los árboles, y echó una piedra en el pozo. Y, por no tener puertas al campo, puso piedras en la puerta. E hizo otros actos de posesión. De lo cual dijo que lo había hecho, y hacía, en señal de posesión y por posesión que, del dicho, tomaba y tomó con ánimo y voluntad de lo haber y ganar y tener, y que el convento lo hay y tenga, junto con la propiedad y verdadero señorío de ello». Y pidió que le diera un testimonio escrito de que había tomado la posesión en paz, «sin contradicción ni reclamación de persona alguna que pareciese a se lo reclamar». Firma el escribano público y tres testigos, vecinos de Córdoba. La fundación se hizo en la ermita de San Roque; y se compraron algunas casas adosadas a ella. Durante los necesarios trabajos de acomodación de las casas a convento, los obreros estaban trabajando en tirar una gran pared. La habían ya cavado por los cimientos; y queriendo «derribarla con unas sogas a una parte, la pared cabeceó a la parte donde estaba el venerable padre fray Juan de la Cruz y lo hundió al aposento y derribó. Y acudiendo todos los peones y frailes para sacarle, entendieron que estaba muerto. Y lo hallaron, después de haber quitado mucha piedra y tierra, en un rincón del dicho aposento, riéndose, diciendo que había tenido grandes puntales, que “la de la capa blanca” le había favorecido sin lesión ni otro daño alguno; lo cual este testigo vio». Lo cuenta Martín de la Asunción, que lo vio, «porque se halló presente con otros muchos religiosos y otras personas» (23, 357; 14, 83-84). La inauguración oficial se hizo el 18 de mayo, con toda solemnidad, presente Juan de la Cruz, que lo cuenta, como hemos visto, en su carta de junio de 1586. La casa se convirtió enseguida en casa de formación y noviciado Una de las veces que fue como vicario provincial a visitar la casa juntamente con fray Martín, uno de los religiosos habló en el púlpito del agradecimiento que tenía la comunidad por cualquiera caridad que se les hiciese, «aunque fuera un jarrillo de aceitunas se había de decir en el refectorio para que los encomendasen a Dios». El 323

vicario dio una reprimenda al predicador y manifestó que aquel negocio no era para el púlpito, «sino palabras muy encendidas en Amor de Dios, que esas cosas ellas se vendrían cuando Nuestro Señor las enviase» (14, 86-87; 23, 360-361). Con el inefable fray Martín tiene el santo otro diálogo famoso. Y va a correr su gran aventura. Le manda fray Juan que vaya a llevar siete novicios y un hermano donado a Sevilla. Está ya para partir y no le da nada para los gastos del camino. Martín le dice que así no puede hacer un viaje tan largo. El vicario le responde: «Tenga grande confianza en Dios Nuestro Señor, que su Majestad lo remediará». Y fray Martín: «Si fuera yo solo no pediría nada; pero para nueve personas como vamos a ser...». Por fin, le manda que eche en las alforjas media docena de panes y unas granadas. Salen y llegan al convento de Guadalcázar. El señor del lugar viendo entrar tantos frailes en la casa fue allá y le preguntó adónde caminaban. A Sevilla, le responde. Pues buena bolsa llevará. Sonríe Martín y le dice: no llevo bolsa ni dinero; voy confiado en la divina Providencia. El señor desde su casa le envía dos doblones. Prosiguen su camino y llegan a Écija. Entran en un mesón, y se encuentran con un caballero del hábito de Santiago que les invita y regala. Siguen adelante y llegan al lugar de Fuentes; la señora del lugar le envía un recado para que diga qué religiosos eran aquellos y que la fuese a ver. Se excusa, diciendo que eran novicios y que no podía dejarlos solos, que a la vuelta la vería. La señora le manda cincuenta reales. Al día siguiente salen para Carmona. Entran en el Mesón de los Caballeros y se encuentran con uno «que caminaba con grande aparato de coches». Se alegra mucho de encontrarse con los religiosos, «a los cuales, por ir algo cansados del camino, les regaló y alquiló cabalgaduras en que fuesen a Sevilla, y le dio a este testigo once reales de a ocho». Así llegaron al convento de Sevilla. Fray Martín se volvió a Córdoba, «donde entró –dice él– con trescientos reales y más sobrados, que le habían dado los que tiene dicho y el prior de Sevilla y el rector del Colegio, con los cuales se juntaron más de trescientos reales». Se presenta ante el santo; le cuenta las andanzas del viaje y le dice el dinero que trae sobrado. Déselo al procurador, le dice «y le reprendió a este testigo, diciendo que quisiera que viniera más santo y no con tantos dineros; y que si no hubiera pedido en el camino no trajera dineros». Martín le responde que no había pedido nada y que se lo habían dado de limosna y de su voluntad (23, 361-362; 14, 87-88). No deja de tener su gracia otra de las anécdotas que cuenta el mismo personaje. Ya cerca de la Navidad un bienhechor regaló a la casa de Córdoba unas cajas de conserva. Fray Juan dijo a Martín que las guardase para dar colación a los frailes en las fiestas navideñas. Las llevó y metió en una alacena, que no tenía llave sino un simple cerrojo. Uno de esos días de las Navidades dijo a Martín: «Traiga aquellas cajas para repartir entre los padres». Va y abriendo la alacena, allí no estaban; habían desaparecido. Vuelve y le dice en secreto lo que pasa. El santo se queda un momento quieto y pensativo y a continuación: «Vaya a la celda del padre Fulano; allí en un tejadillo que está fuera de la celda las hallará; tráigalas». Allí estaban y se las trajo. Fray Juan no dice nada en el momento; pero, pasadas las fiestas, llama al que se las había llevado, le reprende lo que había hecho, y este lo niega. Pero padre, le dice: «No lo niegue, que el modo con que se 324

las llevó fue, que en la túnica las echó y las trabó con tres alfileres». El «ladronzuelo» se ve desarmado y confiesa, estupefacto, que así había sido (23, 363; 14, 89). Traslación de las descalzas de Sevilla En la misma carta en que habla tan alegre de la fundación de Córdoba dice: «Ya estoy en Sevilla, en la traslación de nuestras monjas, que han comprado unas casas principalísimas, que, aunque costaron casi catorce mil ducados, valen más de veinte mil» [864]. Acerca de la traslación de este convento hay que advertir que ya el 12 de abril de este año había dado permiso el vicario provincial a Pedro Cerezo Pardo, a la priora Isabel de San Francisco y a las demás religiosas «para que puedan tratar y efectuar la compra de las casas que eran de Pedro de Morga, junto a Santa Cruz [...]. Doy licencia a la dicha madre priora y monjas del dicho convento para que se puedan mudar de la casa y lugar a donde ahora están a la dicha casa cuando y mejor les pareciere» (26, 126-127). La compra se formalizó el 14 de mayo[865]. Lo que se pagó exactamente a Alonso de Paz por las que habían sido morada del banquero Pedro de Morga y las accesorias que salían de las casas principales fueron 12.600 ducados de oro, a pagar en dos plazos, siendo abonado el primero el 23 de agosto de 1586[866], más la obligación de pagar dos de los tres tributos que las gravaban, habiendo Alonso de Paz redimido uno de ellos. Buen ojo económico el de fray Juan en la valoración que él hace por su cuenta, diciendo que valen más de veinte mil. El 16 de mayo de 1586 Pedro Cerezo, en nombre de las monjas, toma posesión del edificio, recorriendo «las salas y patios, abriendo y cerrando las puertas de las salas y aposentos en señal de verdadera posesión» [867]. En esa fecha pasaron a la que siguen ocupando hoy, calle Santa Teresa, barrio de Santa Cruz. Se trasladaron de la calle de la Pajería –actual calle Zaragoza, en cuyo número 69 se muestra hasta nuestros días la «Casa de Santa Teresa»–, donde habían estado diez años, habiendo intervenido en la compra de aquella sede por 6.000 ducados santa Teresa, María de San José, otras cuatro monjas y el padre Jerónimo Gracián en abril de 1576[868]. Del traslado definitivo dice el vicario provincial: «Ya están en ellas, y el día de San Bernabé pone el cardenal el Santísimo Sacramento con mucha solemnidad. Y entiendo dejar aquí otro convento de frailes antes que me vaya, y habrá dos en Sevilla de frailes. Y de aquí a San Juan me parto a Écija, donde con el favor de Dios fundaremos otro, y luego a Málaga, y de allí a la Junta»[869]. Sin «muchas andulencias» Hay que poner atención a lo que todavía dice en la mencionada carta de junio de 1586: «¡Ojalá tuviera yo comisión para esa fundación como la tengo para estas!, que no esperara yo muchas

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andulencias; mas espero en Dios que se hará y en la Junta haré cuanto pudiere. Así lo digo a esos señores a los cuales escribo»[870].

Se refiere aquí a la fundación de los descalzos en Caravaca que, aprobada en la Junta o Dieta del 1 de septiembre, se llevó a cabo en diciembre de ese mismo año, aunque no pudo estar presente fray Juan de la Cruz, aunque luego asistirá al traslado de la comunidad «desde la casita harto pobre que está junto a la ermita de la Concepción» al puesto actual el 18 de marzo de 1587. Otro asunto más espinoso es el que aborda en la mencionada carta: «Pesádome ha que no se hizo luego la escritura con los padres de la Compañía, porque no los tengo yo mirado con los ojos que son gente que guarda la palabra, y así entiendo que no sólo se desviarán en parte, mas, si se difiere, se volverán de obrar en todo, si les parece les está bien. Por eso, mire que la digo que, sin decirles nada a ellos ni a nadie, trate con el señor Gonzalo Muñoz de comprar la otra casa que está de esotra parte y hagan sus escrituras, que ellos, como ven que tienen cogida la cuerda, ensánchanse; y va muy poco que después se sepa que las compramos sólo por eso de redimir nuestra vejación; y así ellos vendrán a buenas sin tanto quebradero de cabezas, y aun les haremos venir a lo que más quisiéremos. Dé cuenta a pocos y hágalo, que no se puede vencer a veces una cautela sin otra».

Esta última medida: no se puede vencer una cautela sin otra, era prudente y sagaz en el caso de que se trataba, cuando andaban por medio intereses creados. El propio Juan de la Cruz más adelante, el 2 de marzo de 1587, tuvo que dar licencia a las descalzas de Caravaca «para que puedan poner demanda ante cualquier tribunales que de derecho puedan, sobre las casas que los padres de la Compañía les han tomado, perteneciendo al sitio de su convento, las cuales eran de Alonso de Robres, vecino de la dicha villa de Caravaca [...]. Y puedan seguir el pleito, según y como de derecho puedan; que para todo ello, y lo a ello concerniente, les doy mi poder cumplido, como de derecho lo puedo dar» (26, 160-161). Este Alonso de Robres era el padre de Isabel de San Pablo, novicia en las descalzas de Caravaca, donde profesará el 27 de diciembre de 1587. Los jesuitas habían fundado su Colegio en Caravaca en 1570 en la Calle Mayor «y junto a él, sin más separación que un callejón y unas casas, hizo santa Teresa la fundación de carmelitas descalzas al comenzar el año de 1576». Estas casas y el huerto habían dejado en herencia a su hija la novicia carmelita sus padres doña Florencia Vázquez de la Flor y don Alonso de Robles. Al ir a tomar posesión de ellas, se les adelantaron los jesuitas, alegando no sé qué derechos. El texto de la carta de Juan de la Cruz es muy duro y hace ver la sagacidad que tiene y el sentido de la justicia con que procede. La cosa no se arregló definitivamente hasta 1595, en que llegaron a un contrato entre los padres de la Compañía y las monjas descalzas. Estas vendieron la casa a los jesuitas «por precio de mil y ciento y sesenta ducados y con carga de un censo que tiene», etc. El rector del Colegio escribía al final del documento: «Acepto el contrato y concierto de paz, y en testimonio de que lo apruebo y de mi parte lo haré bueno, lo firmé de mi nombre, 8 de marzo de 1595: Jerónimo Rodríguez, rector» [871]. Por las noticias que nos da el mismo Juan de la Cruz vemos cómo andaba de ocupado ya en este año de 1586, y cómo andaba de animado para pedir más tajo y más celeridad, 326

queriendo librarse de tantos trámites, andanzas o andulencias, como él dice. Junta de vicarios con el provincial La Junta de vicarios a que alude en la carta comenzará el día 13 de agosto en Madrid y terminó el 4 de setiembre. Fray Juan ha salido, camino de Madrid, en la primera semana de julio, casi seguro el día 5. Viene acompañando a Ana de Jesús y demás monjas que van a fundar en Madrid. Se detuvieron en Malagón para recoger a otras monjas. Marina de San Ángelo contará cómo pudo hablar largo y tendido con fray Juan en esta ocasión. Entró a hablar con él nada más comer y salió anochecido. Fray Juan decía a las que querían también entrar que esperasen «que, supuesto que había de estar con monjas, que más quería estar con aquella que había comenzado» (26, 361). Una norma como esta la impondrá igualmente en otras ocasiones. Salen de Malagón y se acercan a Toledo, donde se detienen allí cosa de un mes. Fray Juan ha caído enfermo. Ya recuperado sigue su camino y llega a Madrid el 14 o 15 de agosto. La Junta ya ha comenzado el día 13, sin la asistencia de Juan de la Cruz. El 14 y 15 no hubo Junta. La hubo ya el 16, 17, 18 «y en todos estos días entró y firmó el santo». La Junta se suspendió hasta el día 29. Volvieron a reunirse los días 29, 30, 31 de agosto; 1, 3 y 4 de septiembre (26, 138-142)[872]. La Dieta o Junta se cerró el 4 de septiembre, «y no se tuvo otra alguna hasta el 7 de abril de 1587 en Valladolid». Entre las cosas que allí se aprueban está la fundación de La Manchuela en Andalucía, «y se comete al padre fray Juan de la Cruz, vicario provincial de Andalucía, que sin renta y conforme a nuestras constituciones, lo reciba y haga sobre ello las escrituras y diligencias necesarias» (26, 140). Determinó la Junta pedir al Sumo Pontífice Sixto V que confirmase la bula de separación de la provincia que había dado en su día Gregorio XIII; estimaban ser muy conveniente esta confirmación como para «añadir fuerza a la fuerza». Otra petición era la de conseguir de la Santa Sede poder tener un procurador en Roma que atendiese los negocios de la descalcez. Ambas cosas las aprobaron los padres. Lo curioso es que antes de tratar este asunto con sus colaboradores ya ha movido todos los hilos el provincial para conseguir ambas cosas y hasta Felipe II ha escrito ya a Sixto V para que conceda benignamente a los descalzos lo que piden[873]. Igualmente el rey manda a su legado ante la Santa Sede, conde de Olivares, que se ocupe eficazmente de este asunto[874]. No contento con esto Nicolás Doria envía al conde de Olivares la carta de recomendación del rey[875]. Y Ambrosio Mariano ha hablado personalmente con el rey de ambos asuntos y así le hace saber al conde de Olivares que esa es la voluntad de Su Majestad. Termina su carta Mariano diciendo: «A mi señora la condesa beso la mano y suplico a Su Excelencia ayuda por su parte, pues la buena madre Teresa se lo encarga del cielo. De Madrid, 20 de julio de 1586» [876]. Estando en la Junta, el 14 de agosto Nicolás Doria y los cuatro definidores, entre ellos Juan de la Cruz, envían carta al general de la Orden, Juan Bautista Caffardo, 327

comunicándole que mandan a Roma su propio procurador en la persona del padre Juan de Jesús (Roca), que explicará de viva voz la necesidad que tiene la provincia de tener su procurador, pues no quieren gravar al procurador general de toda la Orden[877]. Terminada ya la Junta, vuelve Felipe II a dirigirse al papa pidiéndole la confirmación del breve, la mutación del rito de la Orden al rito romano y el derecho de tener procurador propio[878]. Como se ve se añade ya en la petición ese tercer punto, el cambio de rito litúrgico. Al tratar de ello en la Junta, parece que aquí hubo sus divergencias. Nicolás Doria y Gregorio Nacianceno eran partidarios del cambio al rito romano. Los otros tres, Juan de la Cruz, Ambrosio Mariano y Juan Bautista, preferían seguir con el rito jerosolimitano, propio de la Orden del Carmen. Al fin cedieron y aceptaron lo que proponía el provincial. También aquí parece que no podían hacer otra cosa los tres divergentes, pues ya el padre Doria había pedido al papa con fecha del 18 de marzo de 1586, poder, abandonando el rito jerosolimitano, aceptar el rito romano. La petición se pasó a la congregación y esta requirió el parecer del procurador general del Carmen, que fue negativa. La congregación, no estimando válidas las razones de Doria, contestó: «Usen el Breviario de su Orden, recientemente reformado, como todos, no obstante las alegaciones presentadas. [...] La congregación ha resuelto que estos padres usen el Breviario nuevo de la Orden, como hacen los otros padres carmelitas» [879]. En la Junta aprueban también la impresión de las Obras de la santa Madre Teresa el 1 de septiembre (26, 140). El texto del acta decía: «Asimismo se propuso que se impriman los Libros y Obras que nuestra santa madre Teresa de Jesús hizo. Y se comete la ejecución de lo susodicho a nuestro muy reverendo padre provincial» (26, 140). Juan de la Cruz, que firma el acta con los demás, dirá de la publicación de los libros teresianos: «La bienaventurada Teresa de Jesús nuestra madre dejó escritas de estas cosas de espíritu admirablemente: las cuales espero en Dios, saldrán presto impresas a luz» [880]. En la misma Junta «mandose también se quitasen las atahonas de Lisboa, porque eran muy pesados los inconvenientes, y algunos vergonzosos, que se experimentaron» [881]. Mediador de paz en Almodóvar El día 4, en que termina la Junta, se conceden poderes a fray Juan de la Cruz para que vaya a Almodóvar del Campo «y vea y averigüe lo que en este negocio pasa, y lo procure concluir lo mejor que le pareciere» (26, 143-144)[882]. Se trata del pleito que aquella comunidad tiene por una herencia de Ana de Ayora. Con todas estas encomiendas parte fray Juan de Madrid, llega a Illescas, allí dice misa a las monjas que vienen a fundar en Madrid y las va a acompañar hasta el final de su viaje. Para evitar recibimientos ruidosos se detienen en Getafe hasta bien tarde y llegan a la capital el día 7 a las nueve de la noche. A los pocos días sale para Almodóvar y resuelve el caso que se le ha encomendado y, de común acuerdo, los frailes profesos del convento, por evitar entrar en pleito con Juan de Ayora, hermano de la difunta, deciden lo siguiente: «Nos quitamos y apartamos a este 328

dicho convento del derecho y acción que tenemos a la dicha manda y capellanía» (26, 144-146). El acta del Capítulo conventual es del 11 de septiembre. Sigue fray Juan viaje a Andalucía y se acerca pronto a Mancha Real o La Manchuela de Jaén para entender en la fundación del convento que se le ha encomendado (26, 142143). Fundación en La Manchuela La idea y la ocasión de fundar en la villa al este de Jaén –que entonces se llamaba La Manchuela, y después se llamó desde Felipe IV Mancha Real– nació, según parece, de una visita que hizo Jerónimo de la Cruz al lugar. Quedó encantado del pueblo y, viendo la magnífica finca del arcediano Juan de Ocón, pensó que allí estaría bien un convento de descalzos. Por el mayordomo de Ocón se enteró de que este andaba pensando en dar su casa y finca a alguna Orden religiosa, preferentemente a los carmelitas descalzos. Jerónimo se lo comunicó a Juan de la Cruz y a Agustín de los Reyes que se encontraban entonces en Baeza, y estos se acercaron a La Manchuela y hablaron ya con don Juan de Ocón acerca de la posibilidad de la fundación[883]. En el capítulo de Almodóvar de 1583 el provincial Jerónimo Gracián, enumerando «los conventos que se piden», dice: «Ítem, el corregidor Pilula pide un convento cerca de Baeza en un pueblo que se dice La Manchuela: dará huerto y Olivares y tierra que valen mucho» [884]. Llegando ahora Juan de la Cruz, después de la Junta en Madrid, a La Manchuela, trató con el oferente que era arcediano de Úbeda. Había ofrecido «una gran cantidad de hacienda que poseía en la villa» para hacer allí el convento. El santo firma las escrituras de la fundación (26, 147-149). Ante toda aquella hacienda que se le ofrecía, viendo «mucha más cantidad de lo que habían de haber...», se contentó con muy poca cosa, diciendo que «a los frailes descalzos les bastaba con poco» (24, 389) y añadió: «¡Señor, esto nos basta para nuestro sustento; tenga vuestra merced salud, para que nos acuda!». Y comenta quien lo refiere: «Y lo sé, porque se lo oí decir, porque me hallé presente cuando lo dijo» (25, 73, 352). Aquel acto de desprendimiento hizo muy buena impresión al arcediano, a sus familiares y criados y a cuantos vinieron a enterarse. En la escritura fundacional, del 15 de octubre, se dice: «... Yo, el dicho fray Juan de la Cruz, vicario de la dicha Orden en la dicha provincia de Andalucía, en nombre de la dicha Orden y frailes que son, y por tiempo fueren de ella, otorgo que acepto en su favor esta escritura y recibo en la dicha Orden el otorgamiento de ella, y agradezco al dicho señor arcediano la merced que por ella hace a la dicha Orden [...]. Y hago la dicha fundación del dicho monasterio y convento en las dichas casas, que da el dicho señor arcediano, de la vocación de la Limpia Concepción de Nuestra Señora la Virgen María» (26, 147-148). La fundación se hizo el 12 de octubre, habida la licencia del obispo don Francisco Sarmiento. La traslación del Santísimo desde la parroquia revistió gran solemnidad con 329

música, danzas, ramos que la devoción del pueblo aportó con gran alegría. En la misa de inauguración, presidida por el arcediano, fray Juan hizo de diácono, cantando el evangelio, y de subdiácono un sobrino del arcediano, predicando el padre Agustín de los Reyes[885]. Parece que se detuvo aquí el santo hasta primeros de noviembre; y debió ser en estos días cuando le trajeron dos mujeres endemoniadas para que las exorcizase. Las vio y dijo de una que sanaría sin conjurarla dentro de poco tiempo; «y de la otra que por medio de los conjuros, aunque por largo tiempo, había de sanar» (26, 333). Al pedirle que la conjurase él, respondió que no era voluntad de Dios que él la conjurase. Así lo vio y lo certifica un testigo presencial (23, 251). Jerónimo Gracián, hablando de esta fundación, comenta que «era notable cosa y de mucha edificación ver venir muchas de aquellas labradoras a la iglesia a oír cuando los frailes leían los puntos que se meditan en la oración mental en la iglesia, y ya que se hacía de noche oscurecida, darse su disciplina, cantándolas algún fraile el Miserere mei, que este ejercicio también se hacía en Alcalá con los estudiantes» [886]. Fray Juan tenía mucha querencia a este convento y volvió bastantes veces a visitarlo. Quedó famosa la escena del ensayo de martirio que prepararon él y el maestro de novicios, Cristóbal de San Alberto, en la huerta del convento. Hablando los dos se dijeron: «Sería bien para fervorar a los novicios y demás religiosos de la casa que eligiesen un juez y ministros para que se hiciese un martirio» en fray Juan y Cristóbal. Como se pensó se hizo y les sentenciaron «a que fuesen desnudos de medio cuerpo arriba y amarrados a dos naranjos del güerto y les diesen muchos azotes». Para cumplir la condena y el castigo se les amarró y otros los azotaron. Fray Martín, que había ido acompañando al santo, apareció por allí «donde estaban y vio que de las espaldas del dicho santo padre fray Juan salía alguna sangre, y decía que le diesen recio porque tenía gran deseo de padecer martirio por Nuestro Señor, que no sentía más que si le diesen con un poco de algodón; y esto lo decía con un rostro muy alegre y risueño que parecía ser otro. Todo lo susodicho, este testigo se halló presente y lo vio» (14, 90; 23, 364-365). En otra ocasión, yendo fray Juan, Martín y el donado Pedro de Santa María desde Porcuna a la Manchuela, el donado en una cuesta al bajar de Porcuna para el río Salado «corrió y cayó, y de la caída se quebró una pierna». Fray Martín le sujeta la pierna mientras fray Juan «le curó y le puso un paño con un poco de saliva; y le hizo subir en un bagaje y así fue el camino adelante». Llegan a la venta de Los Billares, y fray Juan le dice: «Aguarde, le apearemos, no se lastime». El malherido responde: «Yo no tengo mal ninguno, porque la pierna tengo ya sana», y se arrojó del bagaje al suelo, sin más él solo. El donado y Martín comenzaron a decir que aquello era un milagro; y fray Juan les dice: «¿Qué sabrán ellos de milagros?». Y les ordena que no hablen más del percance (23, 372; 14, 97). Intermedio

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El 1 de noviembre preside Juan de la Cruz la elección de priora de Granada. Ha quedado vacante el cargo por la ida de Ana de Jesús a Madrid. Llegado al convento dice sencillamente a las monjas que elijan a quien les pareciese de más servicio del Señor. Y eligen a María de Cristo, que estaba de priora en Málaga. El santo avisa al provincial de la elección y este la confirma. Fray Juan sale para Málaga para hacer allí elección de nueva priora y traer a María de Cristo. La comunidad de Málaga se opone a que se vaya la elegida. Juan Evangelista, testigo ocular, detalla: «Viniendo este testigo con el Siervo de Dios, con obediencia y mandato del padre provincial, a que llevasen a María de Cristo, religiosa de este convento de Málaga, reelecta por priora del de Granada; en cuyo cumplimiento, hallando algunas dificultades, así en personas devotas de fuera de casa como en las mismas monjas, dijo el Siervo de Dios a este testigo y a las demás religiosas encomendasen las dichas dificultades a Nuestro Señor. Y por ser día de San Martín, de cuyo santo era particularmente devoto, les mandó que comulgasen, y a este testigo también para que encomendasen a Dios el acierto en aquel negocio». Y concluye: «Y habiendo dicho misa el Siervo de Dios por la misma intención, en acabándola, ayudándole a desnudar este testigo, le dijo: “Vaya, hermano, dígales a las madres que se quieten y no tengan pena, que ya no se lleva a Granada a la dicha Madre María de Cristo” [...]. Llegando a Granada el dicho Siervo de Dios y este testigo, recibió carta del dicho vicario general, que le ordenaba no llevase a la dicha religiosa» (24, 532; 13, 386). En el mismo mes de noviembre, vuelta a Málaga para hacer las elecciones normales en las descalzas. Sale elegida priora, naturalmente, María de Cristo el 22 de noviembre de 1586 (26, 153). Y estando sin priora, después de lo sucedido, la comunidad de descalzas de Granada se reúne de nuevo para elección de cargos conventuales el 28 de noviembre. Sale elegida priora Beatriz de San Miguel (26, 155). Una vez elegida María de Cristo priora de Granada, fray Juan volvió a La Manchuela, esperando allí la confirmación del cargo de la elegida. Como al salir para Granada dejó dicho que volvería pronto, así lo hizo. Al llegar al convento se encuentra con que faltan el padre vicario de la casa, Eliseo de los Mártires, y su socio. Se entera de que han ido a Baeza «a vender allí un machuelo que traía el compañero, por tener mal paso y comprar otro». No le gusta a fray Juan la faena, y envía un mozo con una carta en la que les comunica que se vayan inmediatamente para el convento de la Fuensanta. El enviado los encuentra, les entrega la carta y ellos «entregaron al mozo el macho que habían comprado con unas mantas, y se volvieron a cumplir su obediencia a Fuensanta. Después los volvió a sus oficios» [887]. Andaba el vicario en este tiempo delicado de salud, ¿y cuándo no?, y tenía que comer de carne. Enterado uno del lugar, le trajo una perdiz. El enfermero-cocinero, que quería mucho al santo, guisó la perdiz con todo esmero. Poco antes de la comida, andaba por allí juspioneando un gato, y se comió buena parte del ave. Francisco de San Hilarión, el cocinero, se vio en un gran apuro y desconsuelo. Justo entonces aparece por la cocina fray Juan y al encontrarlo tan nervioso le pregunta qué le pasa; le cuenta lo sucedido y él le dice que «no se apure por cosa tan chica y le dejó consolado» [888]. ¡Acaecidos simpáticos que se encuentran floreando las vidas de los santos! 331

Otro de esos acaecidos, que hoy no nos impresionan. Debió ser en las Navidades de 1586. Llegó fray Juan a La Manchuela a visitar el convento. Hay allí ya un buen número de novicios. Y se entera de que en las pascuas de Navidad entró un novicio en el comedor gritando como un pregonero: «“¿Hay quien compre buñuelos?”, llevando en las manos una fuente de ellos, la cual les habían enviado de limosna» [889]. A fray Juan, castellano serio, aquello le parece excesivo y se lo recrimina al prior y al maestro de novicios. Y el inocente novicio creyó que le iba a quitar el hábito. Pero no se llegó a tanto. En la elección del rector de Baeza En 1586 había vacado el oficio de rector de Baeza que era Agustín de los Reyes. Fray Juan se personó en Baeza para la elección del nuevo. Nada más llegar, así como venía de camino y sin hablar a nadie fue al Capítulo y dijo a los vocales que eligiesen al que mejor les pareciese convenir para el servicio de Dios y bien del Colegio. Algunos se llegaron a él para preguntarle: «Padre nuestro, ¿a quién le parece a Vuestra Reverencia que demos el voto?». Respondió: «Hijos míos, voten por quien juzgaren será más digno para prelado de esta casa». Y para evitar sobornos y aceptación de personas les puso precepto para que «no se comunicase a quién pensaban elegir, sino que eligiesen quien Nuestro Señor les enseñase sería más digno, precediendo para esto oración con Dios». Así lo refiere, como testigo presencial, Luis de San Ángel en el proceso ordinario de Alcaudete (23, 487) y en el apostólico de Baeza (24, 385-386). Visita a Los Remedios de Sevilla Al vicario provincial le toca corregir abusos o irregularidades, y también a Juan de la Cruz le tocó hacerlo, de hecho, en varios casos. Sabemos que en el convento de Los Remedios de Sevilla, tiene que ir a la mano a dos predicadores: Francisco Crisóstomo y Diego Evangelista, que pasaban excesivo tiempo fuera del convento, huyendo de la vida comunitaria. No se trata de quitar el uso de la predicación ni mucho menos, sino de evitar abusos con achaque de predicar y así se vaya desvirtuando la predicación evangélica misma. El cronista dice un poco sibilinamente de Diego Evangelista que era aunque «cristiano viejo, santo nuevo, y no del todo confirmado en la santidad». Y de Francisco Crisóstomo dice que será quien con celo amargo amargará los últimos meses de la vida de fray Juan. Ambos a dos tomaron muy a mal la intervención del vicario que, a decir del cronista, «procuró moderarlos en las salidas, en las visitas, en el mucho lienzo, y poco coro, y casi continuo refectorio de carne» [890]. Quedaron malamente resentidos contra el vicario provincial, y sabremos de su mal comportamiento hacia él años más tarde. En ese mismo convento de Los Remedios ya el 29 de mayo de 1586 ha recibido los votos de uno de los novicios, llamado Eliseo de San Acacio (26, 134-135). En otra de 332

sus visitas un poco más largas a Sevilla observa con atención cómo el maestro educa a sus numerosos novicios. Y antes de abandonar la casa viene a decirle: Padre maestro, su magisterio comienza por donde debiera acabar. Estos novicios andan medio enfermos, medio lisiados de males de cabeza y con otros achaques impropios de su edad. ¿Remedios? Instrúyalos, sí, teóricamente, pero no se contente con pláticas generales. Hágales practicar la meditación provechosamente, como principiantes que son. Y no quiera que lleguen a la contemplación antes de entrar por el camino de la oración simple y llana. No los tenga todo el día encerrados y tan recogidos en la celda. Que se ejerciten en el trabajo manual y corporal. Así trató de enmendar la impericia del maestro de novicios[891]. Más y más tajo Los trabajos del vicario son múltiples y sus desplazamientos para llegar a todo son agotadores. Naturalmente que, con tanto trajín, hay de todo. Agavillamos aquí algunos sucesos y actividades. Una de las veces que fue a visitar a sus monjas de Beas, estaba un franciscano predicando acerca de la bula, en la iglesia parroquial. Las monjas vivían pegadas a la parroquia y por medio de una tribuna oían los sermones y oficios que se celebraban en ella. Allí estaban aquel día; entró fray Juan en la iglesia y allí estaba como un fiel más. Cuando menos se lo esperaban ni él ni la gente, al predicador se le calentó la boca y empezó a decir, dirigiéndose a las monjas: «No se ahoguen, señoras, ni tomen pena, que si hoy tienen un prelado necio, otro día tendrán otro que no lo sea» [892]. Las monjas se duelen de aquel exabrupto, mientras fray Juan lo celebra con una sonrisa. Y más tarde lo contará a sus frailes, ponderando la reprimenda que le había dado aquel predicador. En otra ocasión, siendo vicario provincial de Andalucía, le sucedió lo siguiente y, si no me equivoco, se trataba de este mismo convento de Beas. Escribió a la priora que no diese la profesión a una novicia. Pero la priora no quiso hacerle caso ni se convencía de que fuera a suceder lo que el santo le advertía acerca del daño y la inquietud que vendría a la comunidad si aquella persona profesaba. Y «procuró dar prisa y concluir algunas cosas tocantes a la dicha profesión, y profesarla sin aguardar a que el padre viniese». A los dos día llegó «y diciéndole que aquella novicia había profesado, sin segundar palabra, se fue sin hablar a la prelada ni a otra ninguna, y pasó a otros conventos en su visita hasta que forzosas obligaciones le forzaron a volver», y la que lo cuenta, como testigo presencial, añade: «Y antes de algunos años sucedió a aquella religiosa y al convento lo mismo que el padre dijo» (10, 328). Hombre suave fray Juan, pero cuando había que estar firme era inflexible y ya vemos lo que hizo «sin segundar palabra». En calidad de vicario provincial preside la profesión de María de la Cruz (Machuca) y de su prima María de la Asunción el 19 de octubre de 1586 en Granada (26, 150-151). El 21 de ese mismo mes y año da licencia a los descalzos de Córdoba para tomar un censo para la compra de casas, arreglarlas y concertar la ermita de San Roque (26, 151). 333

Firma también una patente sobre un censo «que hizo nuestro convento de Córdoba, a favor del Colegio de Alcalá de 300 ducados a 14 por ciento» [893]. En el Libro de inventarios de las descalzas de Granada se encuentra una nota firmada por fray Juan de la Cruz, donde dice: «Deshízose para la custodia del Santísimo Sacramento y para la cruz de reliquias». Se trataba, sin duda, de un objeto precioso de oro o plata que se deshace para esos fines litúrgicos[894]. En Sabiote y la Fuensanta Doña María de Mendoza, casada con el comendador mayor Francisco de los Cobos, y hermana de don Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila y de Palencia, era la dueña de la villa de Sabiote en la provincia de Jaén. Alcalde de la fortaleza era don Luis Teruel; este movió cielo y tierra para conseguir que se fundara en Sabiote un convento de carmelitas descalzas. Superadas todas las dificultades que se oponían a su idea y a su ilusión, el convento se fundó, con permiso del provincial Jerónimo Gracián, el 18 de mayo de 1585, día de la Ascensión, siendo obispo don Francisco Sarmiento de Mendoza[895]. Vino de priora Catalina de Jesús (Sandoval) de Beas con una novicia sobrina de la mujer del fundador y llegaron también cuatro de las descalzas de Toledo. Total todas, menos la novicia, conocidas de fray Juan de la Cruz; gran alegría volver a encontrarse con las cuatro toledanas y con Catalina de Jesús. Fray Juan no estuvo el día de la fundación. Predicó un descalzo cuyo nombre no sabemos. Y el que sí estuvo presente ese día fue Francisco Indigno, llenando el ambiente de música y alegría del cielo. Cuatro hijas de don Luis de Teruel entraron enseguida en el noviciado. Un año después, siendo ya Juan de la Cruz vicario provincial, y encontrándose en la Mancha Real, don Luis le invitó a que se llegase a Sabiote para dar la profesión a una de sus hijas. Fray Juan le dijo que no le era posible asistir por otras ocupaciones apremiantes en la fecha que le proponía. Si difería la ceremonia para más tarde y podía, iría con gusto. Y así fue. El padre de la profesa no cabía en sí de gozo. Fray Juan intervino en la ceremonia, dio el velo a la hija de don Luis, le bendijo la casa. Todo a pedir de boca. Estaba ya Juan de la Cruz sentado a la mesa con los convidados y uno de ellos, el licenciado Diego de Molina, cuenta lo que sucedió: «Les dieron de comer a los frailes que asistieron en la dicha profesión, y comieron de pescado y trajeron un servicio de arroz. Y el que lo servía por farsa, un truhán que dice Alonso, dijo que venía aderezado con grasa, que cómo lo comían; y luego dijo que bien lo podían comer, que no tenía grasa ni cosa de carne. Y Juan de la Cruz no lo quiso comer ni llegar a él, diciendo que en duda no lo quería comer. Lo cual hizo con mucha modestia». Y concluye el comensal: «Y lo sabe este testigo, porque se halló presente» (23, 287-288). Sin comentarios[896]. En 1583 fundaron los descalzos el convento de la Fuensanta en Villanueva del Arzobispo, cerca del convento del Calvario. La devoción de la villa con los descalzos no sólo del Calvario sino de La Peñuela era muy grande, y así deseaban tenerlos todavía más cerca. Lo trataron con el provincial, Jerónimo Gracián, manifestándole que nadie 334

cuidaría mejor que sus descalzos del culto de la Virgen en el famoso santuario, como capellanes de la Señora. Y les ofrecieron la iglesia, una huerta muy capaz y un pedazo de edificio que allí había, para habitación del clérigo que cuidaba de la ermita[897]; y tomaron la posesión el 3 de mayo de 1583, asistiendo el padre Gabriel de la Asunción. Fueron construyendo su convento y atendiendo al santuario mariano, ante la famosa imagen que se había trasladado a Villanueva desde Iznatoraf. Como vicario provincial visitó este convento Juan de la Cruz varias veces, una de ellas para dar la profesión a Francisco de Jesús María en marzo de 1587 (Ventaja) (26, 111-112). Por este tiempo habían quitado el hábito, de modo irregular, a un novicio, por nombre Francisco; fray Juan de la Cruz, vicario provincial, mandó que le volvieran a dar el hábito en el convento de la Fuensanta (26, 134). También le toca al vicario provincial sacar de Sevilla a fray Juan de San Alberto y mandarlo a la Fuensanta; él lo toma muy a mal y escribe una carta airada al Capítulo de Valladolid[898]. En su ronda de visitas a los conventos de su jurisdicción llegó fray Juan a visitar el de la Fuensanta. El ecónomo, fray Brocardo, le insta para que le libre de aquel cargo. Fray Juan amorosamente le responde: encomendemos a Dios la cosa para que nos haga entender lo que será más de servicio suyo. Al fin de la visita dice a Brocardo: «Quiere Dios, hijo, sea procurador y yo lo quiero, porque a quien amo más deseo el que padezca más» [899]. Corriendo a Madrid Desde Beas parte el vicario para Bujalance para ir tramitando la fundación de un convento de descalzos en esa villa cordobesa[900]. En ese trance le llega la convocatoria del provincial para que acuda a Madrid. Nicolás Doria le pide que se llegue a Madrid, que tienen que tratar asuntos importantes. Son unos días de fríos y nieves. El aviso le llegó a eso de las cinco de la tarde y al amanecer del día siguiente ya se puso en camino. Se le dice que con ese tiempo no debe ponerse en camino; tendrá que esperar algunos días para ver si mejora el tiempo. Responde a los religiosos que tratan de disuadirle que no iba a hacer eso; si hace eso, ya puede él después amonestar a los demás a que acudan rápidamente a lo que ordena la obediencia «faltando él en ella, y así se partió y fue a la villa de Madrid» (23, 368; 14, 94). En la obediencia era fray Juan muy exquisito. Uno de los que más se fijaban en él, Luis de San Ángel, refiere que «le vio muchas veces que sin réplica ponía por obra lo que sus superiores le mandaban, sin examinar más aquello que se le mandaba». Y aduce el siguiente ejemplo: siendo vicario provincial puso un precepto de que no hiciesen escritura sin su licencia. «Y porque un vicario, ofreciéndose una escritura de un poder, que a su parecer no se podía dilatar, con epiqueya lo explicó e hizo la escritura; y en la visita lo afeó muchísimo; porque como él era tan obediente, le oía decir este testigo que otra cualquier cosa disimularía, pero no falta de obediencia. Y este era su común lenguaje, de que fuesen muy obedientes los religiosos» (24, 388). 335

No sabemos nada de los problemas tratados con el provincial en aquella Junta madrileña, ni siquiera sabemos si se trataba de otra Junta con sus definidores, o simplemente quería consultar con fray Juan de la Cruz algo importante. Vuelta a Andalucía Terminado aquel encuentro, vuelve a Andalucía y ya a últimos de febrero preside la elección de priora de Caravaca. Después de haber estado un rato de oración delante del altar mayor pidió los ornamentos para decir misa por el buen suceso de la elección. Dijo la misa del Espíritu Santo. Habiendo dado gracias, se sentó a la reja del coro y les hizo una plática espiritual a las monjas en conformidad con el asunto de que se trataba. Terminada la plática, les dijo que pasasen a la elección. El resultado de la elección le pareció muy bien y les dijo: «Dios se lo pague, hijas, y yo se lo agradezco, que han hecho lo que era voluntad de Dios» (26, 159). El 1 de marzo erigió la fundación de los descalzos en Caravaca poniendo el Santísimo Sacramento, aunque la erección de la comunidad se había hecho antes, el 18 de diciembre (26, 160). El 2 de marzo firma la licencia para que las monjas de Caravaca puedan pleitear contra los jesuitas, como dejamos dicho en el capítulo anterior. El 8 de marzo firma en Baeza una licencia para que el convento de la Fuensanta pueda llegar a pactos con los familiares de Francisco de Jesús María (Ventaja) y Francisco de San José (Sánchez de Guzmán) acerca de los legados hechos al convento cuando ambos profesaron (26, 161162). En Guadalcázar El 24 de marzo de 1584 se tomó la posesión del santuario y se hizo la fundación de los descalzos en Guadalcázar (Córdoba). No hicieron entonces las escrituras correspondientes y a esto acudió Juan de la Cruz, como vicario provincial, en 1586. La escritura original de la fundación de Guadalcázar todavía se conservaba en el siglo XVIII, como dice Andrés de la Encarnación: «Del convento de Guadalcázar avisan hallarse el oficio del cabildo de aquella villa la escritura original de la fundación de aquel convento otorgada y firmada por nuestro santo padre» [901]. Desaparecida por el momento, las noticias más verídicas las conocemos por Francisco de Santa María, que titula el primer capítulo que dedica a esta casa del modo siguiente: «Ocasión milagrosa de la fundación del convento de nuestra Señora de la Caridad en Guadalcázar» [902]. Y queriendo ya entrar en materia dice asertivamente: «En la villa de Guadalcázar, que entre Córdoba y Écija es albergue de los que pasan al reino de Sevilla, había un antiguo hospital, con título de la Caridad, y en él fundada una cofradía del mismo nombre. Suya era una imagen de madera de la Virgen Santísima, con su Niño en brazos, dorada toda [...]. Su tamaño no mayor que de palmo y medio, y en lo demás bien proporcionada» [903]. 336

Durante la Semana Santa y en ocasión de procesiones públicas tenían por costumbre llevar la imagen de la Señora al Hospital para que el pueblo la reverenciase. Junto a esta imagen colocaban un Cristo crucificado como de un palmo de largo. En 1581 se quedaron más del tiempo acostumbrado las imágenes en el hospital, y comenzaron a registrarse varios fenómenos especiales que se catalogaron enseguida de milagrosos. La gente acudía presurosa y descubrían lágrimas en los ojos de la Virgen. Sucedieron también varias curaciones de dos mujeres tullidas de Almodóvar del Río y de un joven del mismo pueblo. Y vieron con asombro cómo el crucifijo «se inclinaba hacia la imagen de su Madre Santísima como en señal de acatamiento». Este gesto se pudo observar hasta ocho veces, y lo pudo ver toda clase de personas. Cada vez se contabilizaban más prodigios, curaciones milagrosas y otros muchos favores[904]. El señor de Guadalcázar don Francisco Fernández de Córdoba, adecentó, con la colaboración generosa de los devotos de las imágenes, la capilla del hospital, y allí se nombró un capellán particular. Comprendió enseguida que había que procurar que hubiera más y más culto y pensó en invitar a los carmelitas descalzos. Al padre Jerónimo Gracián, a quien se recurrió, que era entonces el provincial de los descalzos, le agradó la idea y la petición, sintiéndose muy contento «considerando cuán bien le estaba a la Religión ser capellán de tan gran Señora, Madre nuestra», y concedió el permiso al que se añadió la licencia del obispo de Córdoba don Antonio de Pazos, del 8 de enero de 1585, tomando la posesión de la iglesia y hospital el 24 de marzo, el que sería el primer vicario Francisco de Jesús (Capela) y otros dos religiosos[905]. Las obligaciones contraídas en nombre de la Orden se sustanciaban en «servir en aquella iglesia y hospital a Dios, y a la Virgen Santísima su Madre en todas aquellas funciones que su Regla y constituciones daban lugar, como en los demás conventos de la Orden». Y don Antonio Fernández de Córdoba, a su vez, se obligaba en su nombre y de todos sus familiares «a dar ciertas cantidades de trigo, aceite y dineros» y doña Francisca de Córdoba, mujer de don Antonio, «de su dote y hacienda añadió otras cantidades de trigo, aceite, vino y dineros» [906]. Enferma y escribe la historia de dos imágenes famosas Estando una vez fray Juan en Guadalcázar «le dio un terrible dolor de ijada». Le visitan los médicos y le descubren que además de aquel dolor tiene un pulmón apostemado. Y le dicen que aquello es mortal. A solas el santo con fray Martín de la Asunción le dice: «No es llegada la hora de mi muerte, aunque digan más los médicos; sí padeceré mucho en esta enfermedad, pero no moriré de ella, que no está bien labrada la piedra para edificio tan santo» (23, 368; 14, 93-94). Martín respira y quiere hacerle cumplir lo que han ordenado los médicos. Tiene que untarle los riñones con ciertos aceites que le han mandado los galenos, y le encuentra que lleva una cadena ceñida al cuerpo por la cintura; y le dice que se la quite, pero «que no quería que nadie la viese, y le encomendó el secreto a este testigo». Al quitarle la cadena le salió mucha sangre. Se fue recuperando 337

pronto. Y fray Martín aprovecha la oportunidad para decir que su padre fray Juan «ordinariamente que caminaba, nunca, aunque le ofrecían los huéspedes y arrieros camas y otras ropas en qué se acostar, siempre dormía en el suelo sobre una mantilla, porque era poco lo que dormía, porque siempre estaba en oración» (23, 368; 14, 93-94). Durante el tiempo de su convalecencia «parece escribió el santo aquí en Guadalcázar la historia de nuestra Señora de la Caridad y del santo Cristo de Guadalcázar, con sus milagros». Alonso, que da esta noticia, añade: «Este tratado se perdió, y aunque don Luis de Córdoba, obispo de Málaga, que tenía su entierro en la iglesia de estas santas imágenes, le buscó con cuidado y yo, por pedírmelo él, cuando asistí a las informaciones del Santo hice lo mismo, no pudimos hallar más que la noticia que daban los que sabían que la había escrito» [907]. Uno de los que lo había visto, Agustín de San José, certifica que ese «libro sobre los milagros de las imágenes de Guadalcázar, que, si no se perdiera, fuera de grande provecho, porque trataba cómo podían ser falsos y verdaderos los milagros y del espíritu verdadero o falso». Y para mayor abundancia decía: «Un padre que leyó sus cuadernos, que es el padre Alonso de la Madre de Dios, natural de Linares, me dijo que era admirable cosa» [908]. Como complemento de cuanto vamos diciendo acerca de este escrito de Juan de la Cruz, recordemos que en las carmelitas descalzas del convento de Santa Ana y San José de Córdoba se conserva un cuadernillo de 34 hojas titulado Libro de los milagros que nuestro Señor obró en las sanctas ymágines de la iglesia de nuestra Señora de la Charidad, de Religiosos Carmelitas Descalços en la villa de Guadalcáçar. El gran investigador, académico y profesor Francisco Aguayo Egido ha hecho un estudio sobre el tema y ha publicado el texto en reproducción facsímil, seguida de una transcripción actualizada[909]. Antes de pasar a la publicación del texto hace Aguayo un buen resumen del mismo. Ciertamente el autor es un carmelita descalzo que vivía en Guadalcázar, como se ve por el prólogo y otros lugares, y, por mi cuenta, me atrevo a decir que el cuadernillo está escrito justamente en 1585, o mejor, en los primeros meses de 1586, siendo obispo de Córdoba Antonio Mauricio de Pazos, al que se cita como ocupando la sede de Córdoba[910], pues muere Mauricio de Pazos en 1586, y el siguiente que le sucede el 12 de abril de 1587 fue don Francisco Pacheco y Córdoba. Si el autor de este cuadernillo no es san Juan de la Cruz sino otro descalzo, y san Juan de la Cruz escribió aquel su otro libro sobre el mismo tema en su convalecencia, ¿cómo va a ser que dos frailes escriban acerca de lo mismo al mismo tiempo? Aguayo Egido afirma que se puede pensar que «este cuadernillo del convento de carmelitas descalzas de Santa Ana de Córdoba es una copia de aquel [escrito de Juan de la Cruz], realizada por el mismo copista, que también efectuó con gran fidelidad el traslado del manuscrito del Cántico espiritual de Sanlúcar de Barrameda» [911]. Ciertamente que la crítica interna no favorece especialmente la autoría de Juan de la Cruz sobre este texto publicado. Pero si resultase que es de él, tendríamos un Juan de la Cruz apologista, erudito en lo eclesiástico y en lo profano, tremendo denunciador de la 338

ruptura de la Iglesia y de la expansión del protestantismo. Quede aquí todo esto como hipótesis verosímil, necesitada de una investigación más plena. Carteo con las descalzas de Beas A pesar del gran trajín que se trae y de tantas ocupaciones y viajes, no se olvida nunca de sus descalzas de Beas, y, cuando no puede acercarse por allí en persona, se comunica con ellas por carta. Del gran número de cartas que les escribió se nos conservan sólo dos: en la siguiente les anuncia la revisión de vida que harán cuando vuelva a visitarlas: «Jesús sea en sus almas, hijas. ¿Piensan que, aunque me ven tan mudo, que las pierdo de vista y dejo de andar echando de ver cómo con gran facilidad pueden ser santas, y con mucho deleite y amparo seguro andar en deleite del amado Esposo? Pues yo iré allá y verán cómo no me olvidaba, y veremos las riquezas ganadas en el amor puro y sendas de la vida eterna y los pasos hermosos que dan en Cristo, cuyos deleites y corona son sus esposas: cosa digna de no andar por el suelo rodando, sino de ser tomadas en las manos de los serafines, y con reverencia y aprecio la pongan en la cabeza de su Señor. Cuando el corazón anda en bajezas, por el suelo rueda la corona y cada bajeza le da con el pie; mas cuando el hombre se allega al corazón alto que dice David, entonces es Dios ensalzado (Sal 63,7) con la corona de aquel corazón alto de su esposa, con que le coronan el día de la alegría de su corazón (Cant 3,11), en que tiene sus deleites cuando está con los hijos de los hombres (Prov 8,31). Estas aguas de deleites interiores no nacen en la tierra; hasta el cielo se ha de abrir la boca del deseo, vacía de cualquiera otra llenura, y para que así la boca del apetito, no abreviada ni apretada con ningún bocado de otro gusto, la tenga bien vacía y abierta hacia aquel que dice: Abre y dilata tu boca, y yo te la henchiré (Sal 80,11). De manera que el que busca gusto en alguna cosa ya no se guarda vacío para que Dios le llene de su inefable deleite; y así como va a Dios, así se sale, porque lleva las manos embarazadas y no puede tomar lo que Dios le daba. ¡Dios nos libre de tan malos embarazos, que tan dulces y sabrosas libertades estorban! Sirvan a Dios, mis amadas hijas en Cristo, siguiendo sus pisadas de mortificación en toda paciencia, en todo silencio y en todas ganas de padecer, hechas verdugos de los contentos, mortificándose si por ventura algo ha quedado por morir que estorbe la resurrección interior del espíritu, el cual more en sus almas. Amén. De Málaga y noviembre 18 de 1586. Su siervo, FRAY J UAN DE LA +»[912].

Ordenanzas de la cofradía del Nazareno en Baeza Alonso de la Madre de Dios, «el asturicense», que fue, como hemos dicho, postulador de la Causa de Juan de la Cruz en el proceso ordinario, entre otras cosas nos cuenta cómo «a este tiempo (en que fue vicario provincial), se dio principio en nuestro Colegio de San Basilio de Baeza a la cofradía de los Nazarenos, ordenando y confirmando el siervo del Señor las ordenaciones que en ella hay. Entre otras había: – Que comulgasen los cofrades juntos cada mes. – Que se quitasen y no se permitiesen enemistades entre ellos. 339

– Que ninguno viviese mal. – Que en la procesión todos fuesen con un mismo vestido y calzado, sin exceder uno a otro en una agujeta. – Que las cruces fuesen iguales y de una misma manera» [913]. Todas mis pesquisas por hallar el texto entero no han dado resultado. Estas pocas normas llegadas hasta nosotros son ciertamente dignas de Juan de la Cruz. Dan a las devociones el tono auténtico de la verdadera devoción-entrega a Dios y tratan de evitar tropiezos inútiles, bajo pretexto de distinciones en vestidos, cruces, calzado, etc., entre los componentes de la misma cofradía, que es para hermanar y no para dar ocasión a faltillas de caridad.

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Capítulo 25 Capítulo Provincial de 1587 en Valladolid

Pergeñando el Capítulo En las actas del Capítulo anterior de Pastrana se decía: «Durante quince días antes de la celebración de cualquier Capítulo nuestro provincial el reverendo provincial y los cuatro vicarios o sustitutos se reúnan en el convento en que se vaya a celebrar el Capítulo, y entre ellos se determinen en esa Dieta las causas y negocios de nuestra provincia, de los que hagan relación después en el Capítulo. También en esa Dieta o consultación que se tendrá antes del Capítulo, se corrijan las culpas de los definidores (vicarios), y de los sustitutos, como se hace en otras Dietas» [914]. Llegado Juan de la Cruz a Madrid, ya el día 7 de abril tuvieron una reunión, en la que aceptaron varias fundaciones y la concesión de una tribuna en San José de Ávila a doña Teresa Valderrábano y concedieron la restitución de lugar a Baltasar de Jesús. Y como temas a tratar en el Capítulo propusieron «las elecciones de vicarios provinciales, una serie de decretos de reforma en materia de pobreza, la creación de un colegio interno para toda la provincia descalza, del gobierno de la consulta y de la enseñanza de los niños» [915]. Terminados aquellos encuentros en orden al Capítulo ya inminente, fray Juan partió hacia Valladolid por Fuencarral, El Colmenar, «de allí a Segovia, donde él y otros padres capitulares, por haber llegado maltratados de una tormenta que tuvieron en el puerto, se detuvieron dos o tres días. En esta ocasión a la ida y a la vuelta de Valladolid fue la primera y la última vez en que yo vi a nuestro santo padre y recibí su bendición, y tuve grande favor que a la mañana, antes de partirse, llegando a la puerta del coro mandó me llamasen. Y habiendo yo salido me dijo algunas cosas de nuestro Señor y las obligaciones que yo tenía a ser buen religioso, por haberme Su Majestad traído a tan buena Religión y por tener en ella un hermano de grande caudal y virtud que al presente estaba en Génova, llamado fray Ferdinando de Santa María, a quien él amaba mucho, me obligaba también a ser bueno. Con esto me abrazó y dio su bendición y se partió. Semejante favor deseo vuelva a hacer con este su hijo pródigo en la hora de la muerte» [916]. Así de primorosamente escribe Alonso, el Asturicense, que será su biógrafo y el postulador de su causa. Recuperados del tormentón padecido, se encaminan a Valladolid pasando por Santa María de Nieva, Coca, La Venta de Olmedo, Mojados, 341

Cardiel, Boezillo, Laguna: Valladolid[917]. El Capítulo se celebró del 18 al 25 de abril de 1587. El número de frailes que llegaron a Valladolid fue grande, 46 capitulares, más otros cuantos que intervendrían en las tesis o conclusiones escolásticas que entonces estaban tan en uso en casos como estos. El número subió de ciento, según parece. Este será llamado el Capítulo Grande[918]. Pasando a la elección de los priores, fray Juan, que terminaba de ser vicario provincial de Andalucía, fue elegido una vez más, la tercera, prior de Granada. Jerónimo de la Cruz, su socio del convento de los Mártires, declara: «Me acuerdo que haciéndose un capítulo de toda la Orden y habiéndole elegido por superior, después de hechas todas las elecciones, se hincó de rodillas el siervo de Dios delante de todo el capítulo, confesando incapacidad para el gobierno, pidió con mucha humildad le absolviesen del oficio, que él desde luego lo renunciaba» (25, 129). «Diferencias sobre cosas del gobierno» También en este Capítulo terminaba Jerónimo Gracián su oficio de vicario provincial de Portugal. Hay que escuchar lo que cuenta María de San José: «Siendo vicario provincial el P. Gracián, comenzaron él y nuestro padre provincial a tener entre sí diferencias sobre cosas del gobierno, y fueron tantas y tan pesadas, que ni bastaré a decirlas, ni es mi intento contar los trabajos del P. fray Jerónimo Gracián» [919]. Ella, viendo que estos pleitos se iban encendiendo, escribió al P. Doria que «se aplacase y mirase el daño que podía venir a toda la Religión si entre él y el P. Gracián entraban pasiones, y decíale juntamente cómo muchas quejas que del padre daba eran sin causa, como testigo de vista» [920]. La culpa o al menos la ocasión de que esta contradicción se aumentase la tuvo originariamente la curiosidad de una mujer, precisamente de esta monja tan cualificada como María de San José, que había sido priora de Sevilla, y entonces lo era de Lisboa. ¿Por qué digo esto? Por lo siguiente: después del Capítulo Provincial de 1585 en Lisboa y Pastrana ya con vistas al próximo Capítulo de 1587 en Valladolid, comenzaron a llegar papeles con sugerencias, advertencias, propuestas para que se tratasen en el Capítulo. Las enviaban al padre Ambrosio Mariano, que era prior de Lisboa. Teniendo que ausentarse para Castilla, cuenta María de San José, mandó Ambrosio Mariano «que me trajesen todos sus papeles en una cesta, y que yo se los compusiese y enviase adonde él iba. Entre ellos, a caso, topé un memorial de ciertos religiosos de los que ahora están en el gobierno, donde apuntaban más de treinta cosas que convenía mudar de las constituciones de las monjas, todas para destrucción de ellas, y las que nuestra santa madre más había procurado que se guardasen y quedasen perpetuas» [921]. A continuación, presagiando lo que les pasaría, pensó que sería un desastre quedar en manos de quienes se meterían a cambiar las cosas, dice: «Calidad propia de frailes no vivir sino cuando inventan cosas nuevas». Entonces comenzó a escribir a varias prioras más conocidas suyas para que se moviesen a pedir en el Capítulo que se celebraría «confirmación de 342

nuestras constituciones». Anteriormente, en 1586, la misma María de San José compuso unos versos, unas redondillas jeremiacas en las que anunciaba toda clase de calamidades contra las descalzas si no se lanzaban a defender sus leyes y a protegerse debidamente[922]. Comienzan estas redondillas: «¡Ay, ay, Carmelo dichoso, guarte, que anda la raposa solícita y codiciosa por quitarte tu reposo».

Sigue presagiando males y males sin cuento a la heredad de Teresa y se pregunta: «Pues, ¿qué remedio ha de haber, Carilla, para tal furia? Irnos a la Sacra Curia que nos podrá socorrer».

De este tipo eran sus lamentos en las 37 redondillas, es decir, en 148 versos en 1586. Ahora en 1587 en este asunto no estaban solas María de San José y las que se asociaron a su alarma y petición, sino que el propio P. Gracián se metió por medio y escribió en el mismo sentido una carta a los monasterios para que hiciesen causa común en ese sentido. Les sugiere que envíen al Capítulo una petición firmada de todas las del convento suplicando los puntos siguientes: las constituciones ordenadas con tanta prudencia y espíritu por la madre Teresa no sean alteradas en ninguna manera. No se hagan actas o leyes universales por lo que les parece a algunas en particular. No se use en las visitas de las monjas el modo prescrito para los frailes, que es que los escrutinios de las visitas vayan todos a la Junta. Las culpas de las monjas sean sentenciadas por sólo el provincial. Por lo que en una casa acaeciere no se haga ley para todas[923]. Enviaron muy abundantes peticiones acerca de esto y de varios puntos de la vida de las descalzas, acerca de la recreación también. Llegan a la mesa de los capitulares estas peticiones; las examinan y dan esta respuesta oficial: «Que se les había hecho cosa nueva nuestra petición por estar ellos puestos en conservar nuestras leyes, por el amor y reverencia que a la buena madre Teresa de Jesús tenían, y que no era posible sino que algún fraile nos había inquietado» [924]. La alusión a Gracián era certera. La oposición entre Gracián y Doria había comenzado, o mejor, se iba agudizando e iba precisamente apuntando ya al género de gobierno que quería introducir Doria en la Reforma. De hecho en ese Capítulo intermedio de 1587 Nicolás Doria presentó la iniciativa de introducir un nuevo género de gobierno en la descalcez: la Consulta o el Definitorio perpetuo, argumentando desde lo que había sido la implantación de la Dieta, que, según él, había dado tan buenos resultados. Por lo mismo había que dar ese otro paso[925]. La Consulta «no consistía, como en la Dieta, en la corporación del provincial y de los definidores que, reuniéndose periódicamente, tramitaban los asuntos de la provincia. La Consulta era un organismo colegiado, permanente y abierto, en el que el provincial y los consiliarios con voto deliberativo y en sesiones constantes debían tratar, agenciar y resolver en común todos los asuntos pertenecientes y reservados al cargo del provincial». El mismo Doria lo describía así más tarde en 1590: «El hacer que los definidores que en el Capítulo se 343

eligen, duren de continuo, y asistan con el prelado a los negocios de la Orden que le están reservados y son de su cargo» [926]. Algunos asintieron a la propuesta de Doria; pero al llegar la vez a Gracián, repugnó estas leyes con algunas razones; y así le siguieron los más del Capítulo, por donde no pasaron adelante con estas leyes. «De esto sintieron todos enfadarse el padre provincial fray Nicolás de Jesús María», comenta Gracián[927]. No me extraña que se enfadase, viendo que su propuesta no prosperaba, y justo por la intervención de Gracián. El comentario del bueno de Gracián tiene su miga al enjuiciar la conducta subsiguiente de Doria frente a él. Dice así: «... Y luego le concedió licencia de pasar a Indias que hasta entonces no se la había concedido, y le eligieron por vicario del distrito de México con limitaciones y compañeros no convenientes para la conversión de la gentilidad, de donde muchos entendieron claramente haber tenido por intento desterrarle antes que el celo de las conversiones» [928]. El rechazo del Capítulo a la propuesta del nuevo modo de gobierno no arredró al enfurecido Doria. ¿Qué hizo? Lo veremos más adelante. Otros temas Las actas de este Capítulo se imprimieron, pero actualmente no se conoce ni un solo ejemplar. En 1590 el vicario general y los padres de la Consulta escribieron a todos los conventos de religiosos y religiosas carmelitas, probando ser muy acertado el nuevo gobierno de la Consulta[929]. Enseguida salió Gracián con una respuesta a dicha carta; y por él sabemos que en este Capítulo de Valladolid propuso «el vicario general (que entonces era provincial) que se hiciese una ley de este modo de gobierno, y otra de que esta Orden se encargase de las escuelas de muchachos para enseñarles a leer y escribir. El Capítulo repugnó estas dos leyes que se proponían; de donde nacieron algunas persecuciones de los frailes que las contradijeron, y querer los que eran de esta opinión introducirlas buscando el breve de la congregación de la provincia» [930]. Se habló también de las misiones, como recuerda Tomás de Jesús, gran amante de la expansión misionera: «Finalmente –dice–, en el Capítulo General de Valladolid, presidiendo el padre Nicolás de Jesús María, primer general de esta Reformación, el ardor de las misiones no se apagó. Pues en él se habló de las promover las misiones en China, y se señalaron doce religiosos para llevar a cabo el proyecto, aunque después por ciertos impedimentos que surgieron no se llegó a realizar. Y nadie en absoluto pensó entonces que la obra preclara de las misiones fuese ajena de nuestra profesión» [931]. Se dialogó acerca de la conveniencia de que los formandos de la Orden estudiasen Artes-Filosofía en los colegios de la Orden sin necesidad de que fueran a estudiar fuera, como estaba sucediendo en Baeza y Alcalá. Se acordó que se impartiesen esas clases dentro de la Orden y ya se dio comienzo en la misma comunidad de Valladolid. Y Doria siguió con «sus reformas». Entre ellas las siguientes: «Quitó los jergones de las tarimas, que yo hallé –dice el cronista– en Salamanca cuando tomé el hábito, aunque no en

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Valladolid. El uso de “escarpines” en invierno, dentro y fuera de casa» [932]. También se metió con «el uso de los Cristos que al pecho traían, que se quitaron a los mismos capitulares más de veinte de harto coste, y alguno de marfil y tan precioso que por grande amistad se compró en 500 reales. También y no menos, en las correas pelosas, a título de imitación de Elías; buscábanse de lobo marino y de tigre, con demasiado gasto, y hebilletas de propósito, opuesto todo a la simplicidad y llaneza del pobre [...]. Pero en lo que más vehementes bramidos dio aquel celosísimo león del Carmelo, Nicolás Doria, fue sobre el comer carne por los caminos» [933]. Hablando de «león», sería más correcto decir rugidos. Regreso a Granada Terminado el Capítulo, fray Juan vuelve a su priorato de los Santos Mártires de Granada. En el Libro de Becerro del convento se anota: «El noveno prelado fue la tercera vez nuestro beato fray Juan de la Cruz, electo en el Capítulo que se celebró en Valladolid la domínica Deus qui errantibus, año de 1587, donde había ido por vicario provincial de esta provincia de Andalucía. En este Capítulo se ordenó que los oficios durasen tres años, que antes duraban sólo dos. Estuvo nuestro beato padre esta vez sólo un año en el gobierno de esta casa [...]. En este año labró los lienzos del claustro. [Al irse a Segovia], quedó por vicario suyo el padre Bartolomé de San Basilio, que era suprior» [934]. El modo de gobernar de fray Juan sigue siendo el mismo de antes, de los dos prioratos anteriores. Y sigue acordándose de sus monjas de Beas y, además de comunicarse con ellas en persona, lo sigue haciendo también por carta, como puede verse por la siguiente a toda la comunidad: «Jesús-María sea en sus almas, hijas mías en Cristo. Mucho me consolé con su carta; págueselo nuestro Señor. El no haber escrito no ha sido falta de voluntad, porque de veras deseo su gran bien, sino parecerme que harto está ya escrito para obrar lo que importa; y que lo que falta, si algo falta, no es el escribir o el hablar, que esto antes ordinariamente sobra, sino el callar y obrar. Porque, demás de esto, el hablar distrae, y el callar y obrar recoge y da fuerza al espíritu. Luego que la persona sabe lo que le han dicho para su aprovechamiento, ya no ha menester oír ni hablar más, sino obrarlo de veras con silencio y cuidado, en su humildad y caridad y desprecio de sí; y no andar luego a buscar nuevas cosas, que no sirve sino de satisfacer al apetito en lo de fuera, y aun sin poderle satisfacer, y dejar el espíritu flaco y vacío sin virtud interior. Y de aquí es que ni lo primero ni lo postrero aprovecha, como el que come sobre lo indigesto, que, porque el calor natural se reparte en lo uno y en lo otro, no tiene fuerza para todo convertirlo en sustancia, y engéndrase enfermedad. Mucho es menester, hijas mías, saber hurtar el cuerpo del espíritu al demonio y a nuestra sensualidad, porque si no, sin entendernos, nos hallaremos muy desaprovechados y muy ajenos de las virtudes de Cristo, y después amaneceremos con nuestro trabajo y obra hecho del revés, y pensando que llevamos la lámpara encendida, parecerá muerta; porque los soplos que, a nuestro parecer, dábamos para encenderla, quizá eran más para apagarla. Digo, pues, que para que esto no sea, y para guardar al espíritu, como he dicho, no hay mejor remedio que padecer, hacer y callar, y cerrar los sentidos con uso e inclinación de soledad y olvido de toda

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criatura y de todos los acaecimientos, aunque se hunda el mundo, por bueno ni malo dejando desquietar su corazón con entrañas de amor, para padecer en todas las cosas que se ofrecieren; porque la perfección es de tan alto momento y deleite del espíritu de tan rico precio, que aun con todo esto quiera Dios que baste; porque es imposible ir aprovechando, sino haciendo y padeciendo virtuosamente, todo envuelto en silencio. Esto entiendo hijas, que el alma que presto advierte en hablar y tratar, muy poco advertida está en Dios; porque, cuando lo está, luego con fuerza la tiran de dentro a callar y huir de cualquiera conversación; más quiere Dios que el alma se goce con él que con otra alguna criatura, por más aventajada que sea y por más al caso que le haga. En las oraciones de vuestras caridades me encomiendo; y tengo por cierto que con ser mi caridad tan poca, está tan recogida hacia allá, que no me olvido de a quien tanto debo en el Señor; el cual sea con todos nosotros. Amén. De Granada, 22 de noviembre de 1587. FRAY JUAN DE LA +

La mayor necesidad que tenemos es del callar a este gran Dios con el espíritu y con la lengua, cuyo lenguaje, que él oye, sólo es el callado amor. Sobrescrito: A Ana de Jesús y las demás hermanas carmelitas descalzas del convento de Beas» [935].

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Capítulo 26 Capítulo Provincial de 1588

Nuevo breve pontificio En el Libro de Becerro o Protocolo de Granada, citado en el capítulo anterior, se da la razón de por qué Juan de la Cruz sólo estuvo un año de prior esa tercera vez, «porque fue electo definidor general para asistir con otros al gobierno de la Orden a nuestro padre Nicolás de Jesús María, que de provincial pasó a ser vicario general, en aquel Capítulo» [936]. En el Capítulo anterior en Valladolid Doria se llevó un gran disgusto al no prosperar su propuesta del nuevo tipo de gobierno que él planteaba. Pero no se amilanó y decidió recurrir directamente a la Santa Sede y sacar un breve de Sixto V en un tiempo récord después del Capítulo de Valladolid, celebrado en abril de 1587. De hecho el breve Cum de statu es del 10 de julio de ese mismo año[937]. Llegado el breve a Madrid, en cuya consecución había trabajado en Roma estrenuamente como experto canonista Juan de Jesús (Roca), Nicolás Doria convocó a los vicarios provinciales para presentarles el documento pontificio el 25 de noviembre de 1587. Según parece hubo ya división de opiniones ante el texto y determinaron que se presentase en el Capítulo del año siguiente para que fuera conocido y aceptado por todos o por la mayoría. En esta Junta o Dieta de los vicarios con el provincial trataron también algún otro asunto de tipo litúrgico, de indulgencias concedidas, y del caso del padre Gracián. Hablaron también de las numerosas fundaciones que se pedían. Uno de los asistentes, Agustín de los Reyes, dijo: «Admitamos, padres, las fundaciones que ahora nos dan sin buscarlas, que tiempo vendrá que buscándolas no nos las den» [938]. En el breve se concede que los descalzos puedan elegir un vicario general en el próximo Capítulo Provincial, y que se le den seis consejeros con cuya ayuda gobierne la congregación, etc. El Capítulo comenzó el 19 de junio en Madrid[939]. Arbitrariedad inconfesable. «Sin voz ni voto» Anteriormente a esto pero en orden al futuro Capítulo es donde, en mi opinión, se vio la mala idea de Doria frente a Gracián. ¿Qué había pasado? ¿Por qué digo esto? Como las acusaciones de todo tipo contra Gracián no se daban tregua, el padre Doria encomendó a 347

Agustín de los Reyes que fuera a estar con Gracián, dondequiera que se encontrare, y le tomase una declaración jurada acerca de las acusaciones que se presentaban contra él[940]. Lo buscó, lo encontró y se lo notificó en Úbeda a 10 de noviembre de 1587. Gracián estaba en Andalucía entendiendo en la fundación de Úbeda, que había tenido lugar el 14 de septiembre de ese mismo año 1587. Gracián hace su declaración[941]. Explica qué hay de verdad y qué hay de falso en las acusaciones que se mueven contra él; sin morderse la lengua se queja del modo poco prudente con que el provincial, P. Doria, se está portando en el caso y rehúsa al mismo provincial y a otros a Doria en concreto como testigo y como juez por creerlo apasionado malamente y parcial, y da cuatro largas razones sobre esto[942]. Examinadas todas sus explicaciones, Nicolás Doria y sus consejeros envían a Gracián una especie de sentencia como carta monitoria o monición mandándole que viva conforme a las normas de la Orden en lo que se refiere a comida, vestido, cama «y en estar en casa y en visitar las hermanas con recato; que aunque se tengan sus visitas por buenas, la provincia no quiere se frecuenten tan a menudo sino conforme a ley, porque no se introduzca esto en ella y sea causa de algún inconveniente en los tiempos venideros» [943]. Así pues, se le intimaba que viva recogido en el convento y se entregue a la observancia regular, cosa que antes no ha hecho, y se le pide que viva lo que profesó[944]. Se conservan una buena serie de declaraciones, de cartas de quienes conocían bien a Gracián, que le defienden contra esas acusaciones llamándolas por su nombre, calumnias[945]. ¡Es un dossier impresionante a favor de Gracián! Un paso más: el 15 de marzo de 1588 recibe Gracián en Jaén una carta del P. Ambrosio Mariano, en la que le dice que venga lo antes posible a Madrid, aunque sea sin permiso del padre vicario provincial de Andalucía, Agustín de los Reyes. Deberá estar en Madrid antes del 25 de marzo: «A vuestra reverencia va todo lo del mundo, para honra y quietud, que venga a hacer presencia siquiera por cuatro días; que a la presencia sabrá lo que ahora corre, que no importa poco para vuestra honra y reputación y bien de toda la Orden» [946]. Recibe también carta de su madre doña Juana Dantisco y de otras personas que le dicen que venga a Madrid. Gracián, a pesar de ser a veces tan ingenuo, esta vez no se fía, no sea que esto sea una trampa para después tacharle de inobediente o desobediente. El 1 de abril Doria le da permiso, con muchas limitaciones, para que venga a Madrid y no se quede en la ciudad más de seis días. Da a entender Doria que es Gracián quien «me ha pedido con instancia le dé permiso para venir a este convento de San Hermenegildo» [947]. Llega Gracián a Madrid y, el 2 de mayo de 1588, se presenta al provincial y, lleno de humildad y de ingenuidad también, escribe una declaración humildosa, más que humilde, en la que se arrepiente de sus faltas y posibles errores, reconoce la importancia de la observancia regular para la perfección, y se muestra dispuesto a renunciar a su oficio de vicario provincial de México y hasta renunciaría a su voz activa y pasiva, si la obediencia

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se lo requiere[948]. Esto es del 2 de mayo; hay que advertir que Gracián no redactó personalmente el documento sino que firmó el que se le presentaba de parte del padre Doria. Eso sí, leyó el texto y donde ponía renuncio, tachó esta palabra y escribió: «Renunciaré si la obediencia me lo mandare»[949]. Y ya el 11 de ese mismo mes Doria y sus consejeros dan una sentencia contra él, le privan de voz activa y pasiva, le exoneran del cargo de vicario provincial de México, pero le dicen que vaya como uno más, «reservándole sólo que pueda ir por mayor de los padres que al presente van en esta próxima flota de este año a México, porque sería grande inconveniente en mudar los despachos que sobre ello se han sacado de su Majestad» [950]. Al día siguiente, 12 de mayo, en virtud de Espíritu Santo y santa obediencia, le mandan a él y a los demás religiosos que le han de acompañar a México que se recojan en el Convento de los Remedios de Sevilla y no salgan de allí esperando la embarcación para tierras mexicanas[951]. Total, que se ve muy claro que quieren que se vaya lejos. La estratagema era perfecta; pero, la providencia tenía otras soluciones y otros planes. En este tiempo de preparación para embarcarse, el obispo de Évora don Teutonio de Braganza saca licencia de los superiores, del cardenal Alberto, para que Gracián vaya a su diócesis para ocuparse en instruir a no pocas personas necesitadas en los caminos de la oración y del trato con Dios[952]. El permiso para estar en Évora era muy limitado. Entonces, el 17 de junio de 1588, se mete por medio el nuncio César Speciano y con autoridad apostólica manda a Gracián que desista de su propósito de pasar a las Indias y que permanezca en Évora hasta que otra cosa se decida por los superiores[953]. Esto no hay quien lo entienda, pues el mismo día el mismo nuncio (movido, azuzado, sin duda, por los superiores, es decir, por Doria) le envía otra carta en la que le dice que «de aquí adelante viváis vida regular con la observancia que los demás religiosos de vuestra provincia viven, en vida común y con igualdad con los otros, así en vestido, comida, cama y clausura; ni podáis tratar con personas de fuera ni escribir a nadie sin licencia de vuestros superiores, como vuestras leyes y constituciones lo ordenan» [954]. Esta intervención del nuncio en el sentido indicado es del 17 de junio de 1588, la víspera del comienzo del Capítulo para elegir en él ya un vicario general de la descalcez, conforme al mencionado breve de Sixto V Cum de statu[955]. Que el nuncio se movió a dar esta orden por instigación de los superiores, parece claro cuando más adelante él mismo retira ese decreto del 17 de junio y lo abroga el 30 de junio[956]. El dato enorme es este: privado de voz activa y pasiva, Gracián no podrá asistir al Capítulo. Comienza el Capítulo: 19 de junio. Gran alboroto Los vocales para el Capítulo se reunieron en el convento madrileño de San Hermenegildo, «y estando así juntos y congregados» el padre fray Nicolás de Jesús María explicó brevemente el contenido del breve pontificio, según el cual se les concedía «elegir vicario general de la Orden, y que asimismo pudiesen dividir y hacer diversas 349

provincias de lo que hasta aquí había sido una provincia, llamándola de aquí adelante Capítulo General de la congregación de los descalzos carmelitas, y elegir provinciales para las dichas provincias, que presida cada uno en su provincia, y el dicho padre vicario general presida en toda la dicha congregación» [957]. Terminada así la alocución inicial del presidente del Capítulo, pasó a la sala Juan Gutiérrez, notario apostólico y real, y presentó con una carta del nuncio «el breve auténtico de Sixto V, que todavía estaba en poder del señor nuncio». Hizo «la cabeza del testimonio», escribió los nombres y oficios de los presentes, que aceptaron el breve y el notario se despidió de la asamblea. Nombramiento de definidores y del vicario general Terminada esta presentación, acto seguido se procedió a la elección de los cuatro definidores: fray Juan de la Cruz, primer definidor; fray Agustín de los Reyes, segundo; fray Antonio de Jesús, tercero, fray Elías de San Martín, cuarto. Pasando después a la elección del vicario general, aquí fue ella. El cronista dice: «Antes de pasar a la elección del vicario general hubo cierta conmoción y escarapela entre los gremiales. Levantáronse cinco o seis, queriendo, como dice en una relación el P. F. Gregorio de San Ángelo, que fue secretario de este Capítulo, y continuó en otros el oficio, perturbar la elección del vicario en fray Nicolás, sintiendo mal del nuevo gobierno, por las razones que después veremos. Eran estos padres muy afectos a Gracián. Y sabiendo cuán averso estaba él al breve, procuraron impedirle, metiendo a voces el Capítulo. El padre fray Nicolás, que era presidente, por ser provincial, les habló con tanta entereza, y pareció tan mal el modo, que no sacaron de él sino confusión» [958]. El prior de Daimiel, Juan de San Gabriel, y algunos otros preguntaron muy directamente qué pasaba con el P. Gracián, por qué no estaba allí, pues siendo vicario provincial de México tenía derecho a asistir al Capítulo. Doria se enfureció y para que quedaran las cosas claras «pronunció que Gracián estaba privado de voz y lugar, mandando con gran rigor que ninguno votase por él y haciendo grandes amenazas al que lo hiciese». Hasta parece que a alguno o a algunos de los que protestaban los echó del Capítulo y hasta metió en la cárcel conventual a alguno de ellos[959], y prohibió bajo excomunión a toda la asamblea hablar del asunto hasta después de hechas las elecciones[960]. Calmados un tanto los ánimos, se procedió a la elección y salió elegido el P. Nicolás Doria con sólo 32 votos de 58 votantes. Como se ve no le sobraron muchos votos: 58 votantes; la mitad eran 29 justos; la mitad más uno para poder ser elegido serían 30; y total, sólo sacó 32. Pienso que si hubiera estado Gracián en el Capítulo Doria hubiera sacado muchos menos votos y acaso el vicario general hubiera sido Jerónimo Gracián, como ya pensaron algunos frailes entonces mismo. En este supuesto –que no deja de ser un puro futurible– la orientación de la descalcez habría sido muy otra[961]. Lo cierto es que fue cuestionada hasta la validez de dicha elección. Entre los papeles 350

que conservaba Gracián se encuentra, no se sabe quién es el autor, algo así como un caso de conciencia, los típicos casus conscientiae, acerca de la elección del vicario general. ¿Es válida? Si no lo es, no hay que obedecerle. «Un prelado de cierta religión, llamando a Capítulo para elegir un oficio mayor que el que él tenía, no solamente no llamó a un religioso, que conforme a constituciones debía hallarse en el dicho Capítulo, mas aun hizo trazas por donde no pudiese venir a él. Y llegados los demás capitulares, como entendió que venían determinados de elegir al dicho religioso ausente, al mismo tiempo de la elección pronunció que estaba privado de voz y lugar, mandando con gran rigor que ninguno votase por él y haciendo grandes amenazas al que lo hiciese. Y porque alguno se levantó a preguntar la causa por que estaba aquel privado, le quiso hacer echar en la cárcel; y sin dejar hablar a nadie, privado de voz y lugar le echó del Capítulo. Después averíguase que la privación del ausente era injusta y nula. Pregúntase: si la elección que (supuesta esta injusticia y violencia) se hizo en el mismo que hizo la violencia es válida. Y si el tal queda verdadero prelado, y en conciencia están obligados los súbditos a obedecerle. Y qué estarán obligados a hacer en este caso así el dicho prelado como el religioso excluido injustamente». Dos carmelitas descalzos en julio de 1589 dirigían una carta a la emperatriz doña María de Austria para que ella se la entregase a su hermano el rey Felipe II, en la que hablan de la elección irregular del vicario general. Dicen lo que ya hemos oído a otros, que «a algunos que quisieron pedir razón de ello [de por qué no estaba Gracián en el Capítulo], no los dejaron hablar, y los echaron del Capítulo y aprisionaron y así se hizo la elección sin libertad, porque si la hubiera, lo mejor y más de la Provincia eligieran al dicho maestro Gracián. Por lo cual muchos son de opinión que hubo ambición en esta elección y manifiesta injusticia y muchas nulidades, por donde no valió ni es prelado suyo el que ahora gobierna» [962]. Hasta el nuncio, según cuenta Gracián, hablando con él le preguntó «si quería que entendiese en averiguar lo que había pasado en el Capítulo de Madrid; y primero había dicho a otros que había estado determinado de deshacer la elección de vicario general, pero como los padres por vía de paz revocaron la sentencia[963], se reportó. Y yo –dice Gracián–, cuando le hablé, le rogué que no se hablase más en ello» [964]. Las críticas de tantos, especialmente de los afectos a Gracián, eran muy justas y certeras, delatando que la privación de voz activa y pasiva de Gracián había sido hecha expresamente para que pudiese salir elegido vicario general Doria. Nombramiento de consiliarios y división de la provincia Meses antes del comienzo del Capítulo, el nuncio César Speciano explicaba al padre Doria algunos puntos acaso menos claros del breve pontificio. Entre esos puntos a clarificar estaba el siguiente: en las letras apostólicas se establece que haya definidores y consiliarios; «y como acaso no se puedan encontrar tantos que sean idóneos para esos cargos, decimos y declaramos que quien sea definidor pueda ser elegido también consiliario, pues en las mencionadas letras apostólicas esto no se prohíbe» [965]. 351

Así pues, se eligieron seis consiliarios, siendo el primero Antonio de Jesús, y el tercero Juan de la Cruz, que eran tercero y primer definidor respectivamente. El autor de la Reforma, como queriendo aplicar paños calientes, pondera «el despego y desnudez de nuestro padre fray Nicolás para los negocios de nuestro padre fray Jerónimo Gracián» en la propuesta y elección de los consiliarios nombrados en el Capítulo. El haber querido Doria como primer consultor a Juan de la Cruz es una prueba de esa actitud de Doria, porque «Juan de la Cruz, aunque nunca aprobó sus llanezas (de Gracián), siempre veneró y amó su persona» [966]. El número de provincias en que se dividió la única hasta entonces fue de cinco: – La primera con la advocación de San Elías, Castilla la Vieja. – La segunda del Espíritu Santo, Castilla la Nueva. – La tercera del Ángel de la Guarda, en Andalucía. – La cuarta de San Felipe, Portugal y lugares circunvecinos. – La quinta y última de San José, que es en la Corona de Aragón[967]. A postrarse tocan Alonso nos sitúa ante una norma, siempre difícil de observar, la de no comer carne los religiosos durante los viajes. En tiempo de fray Juan no había precepto sobre este punto de la Regla, «como le hay hoy, de no comer carne». Esto lo dice en 1627. Entonces, «como los religiosos veían no obligaba a pecado mortal, había gran rotura en este artículo aun entre los prelados caminando». En este Capítulo General de 1588, el presidente del Capítulo Nicolás Doria, llorando «la quiebra de este artículo de Regla en los que estaban presentes y eran cabezas, mandó que todos los presentes que hubiesen comido carne en el camino, y así quebrado este artículo de Regla, se postrasen en el suelo; lo cual no hiciesen los que no lo habían comido», y apostilla: «¡Caso triste, que todos se postraron y hallaron culpables, si no fue el santo padre fray Juan y otros dos o tres!» (24, 292). Doria elige a Gracián como su compañero De sorpresa en sorpresa lo que llama la atención, y mucho, es que a uno a quien ha quitado la voz y el voto, Doria, al día siguiente de ser elegido vicario general, le envíe una patente para que venga a Madrid «para que como nuestro compañero ayude a la Religión». ¿No será aquello de que es mejor tener al enemigo cerca que no lejos para poder controlarle más fácilmente? Y le dice, hasta un poco meloso: «Y porque de presto nos veremos, no me alargaré en más, sino que le aguardo para que vea que en lo que al bien de su alma y en todo lo que le cumple según Dios, me tendrá muy aparejado como 352

hermano suyo en todo. Nuestro Señor le dé su santa gracia. De Madrid, veinte de junio, mil y quinientos y ochenta y ocho. Fray Nicolás de Jesús María» [968]. Hasta el nuncio Speciano le escribe el 20 de junio, pero anda un poco despistado, pues le dice que el P. Vicario general, por el bien de la Orden y para acabar con las cosas pasadas, le ha elegido como su compañero dándole voto, y acaso hasta le elegirán consejero. ¡Inocente de nuncio!; los consejeros habían sido ya elegidos antes del vicario general, como se hacía entonces[969]. Ana de Jesús (Lobera), priora de las descalzas de Madrid, celebró esta noticia con alegría. Y así, en una carta del 2 de julio, dice a María de San Jerónimo, priora de San José de Ávila: «Madre mía: ya sabrá Vuestra Reverencia la merced que Dios nos ha hecho en que quedemos todas juntas al gobierno de nuestro padre vicario general, el cual ha escogido por su compañero al padre fray Jerónimo Gracián, que será la segunda persona de nuestro gobierno, que, como han de andar juntos, todo pasará por su mano; y así, ha cesado la ida de Indias, y nuestro padre vicario general le ha enviado a llamar a Évora y pedido venga luego, porque no quiere hacer nada ni dar paso sin él. A todos ha parecido muy bien esto de lo de nuestro gobierno, y tienen por orden del cielo» (29, 152). Gracián se encontraba en Évora cuando Doria lo escogió para su compañero, como decimos; pero siete días después, el 27 de junio, Doria anula la patente de tenerle por compañero, pues Felipe II manda que Gracián siga en Évora para algunos negocios de Su Majestad, y así le manda que se quede tranquilo en Portugal[970]. Como esta carta de Doria le llegó cuando Gracián ya había salido de Évora para Madrid, Doria le hace llegar otra comunicándole que vuelva a Évora, pues Felipe II «insta de nuevo que vuelva allá, [...] que vaya recta vía a Évora y cumpla todo lo susodicho, como Su Majestad lo manda, hasta que sabida la voluntad de Su Majestad otra cosa yo le ordene. Fecha en Madrid a veintiséis de julio de 1588 años» [971]. Excurso obligado Ante los manejos de esta elección del vicario general y de sus resultados no dudo que santa Teresa se habría llevado un gran berrinche. Por eso pongo aquí esta digresión para explicarme. Será algo así como lo que la santa llama «divertirse». Cuando ya andaban pensando en la separación de la provincia de los descalzos, que finalmente se consiguió el 22 de junio de 1580 por el breve Pia Consideratione, meses antes encontramos en las cartas de la santa algo en que no parece hayan reparado demasiado los historiadores: ella sueña no sólo con que Gracián pueda ser el futuro provincial, sino que sea el vicario general: y así, en carta del 11 de enero de 1580, n. 6, le dice al propio Gracián: no está segura si el oficio de provincial es compatible o incompatible con el de vicario general; si es incompatible, la solución sería que Gracián fuera vicario general y en ese caso «habría un bien si se pudiera hacer a Macario [es decir, Antonio de Jesús] (provincial) y así acabaríamos para que muriese en paz –ya que ha dado en eso la melancolía– y cesaría este bandillo y hacíase lo que era razón, ya que estuvo nombrado; porque teniendo 353

superior no podría hacer daño» [972]. En carta parecida a Doria del 13 de enero, n. 9, le dice que si Gracián (el de la Cueva) fuese vicario general, que en ese caso sería bueno para provincial «Antonio de Jesús (ya que se nombró [en el 2º Capítulo de Almodóvar en octubre de 1578, inválidamente], porque teniendo superior, cierto lo haría bien... y acabaríamos con esta tentación, y aun con este bandillo –si le hay– que es mucho más mal que no la falta que en serlo podría haber» [973]. Después de todas estas previsiones, que parece eran sugeridas por Doria, se llegó al Capítulo de separación en 1581 (del que ya hemos hablado) con las elecciones ya conocidas. Si la madre fundadora hubiera podido conocer la elección de vicario general, se hubiera espantado enormemente y se hubiera enterado del tumulto que se armó en la familia descalza ante lo que iba a ser la implantación del nuevo gobierno de la Consulta. El autor de la Reforma Francisco de Santa María recrea ese ambiente alborotado con una cierta maestría. «Túrbase la familia descalza con el nuevo gobierno y divídese en opiniones». Este es el título del c. 9 del libro 8. Y entra enseguida en materia diciendo: «Terrible fue la borrasca, y aun tormenta, que en el mar quieto de la Religión, casi de repente se levantó con el nuevo gobierno. Frailes con frailes, monjas con monjas debatían sobre el caso. En las aulas, en las recreaciones, en las conversaciones particulares, y en las oficinas más humildes se oían las voces, las quejas y los sentimientos. Pareció nuestra descalcez un vulgo alborotado, donde ni la autoridad, ni la maña, ni el buen sentir tenían mano. Sólo la confusión obraba, y tanto con mayor denuedo cuanto cada uno pensaba que hacía mejor la causa de Dios y no la propia... Testigos fuimos de vista de mucho de esto. Porque aunque cuando comenzó tenía yo poco más de un año de profeso, como duró mucho la turbación, pude ver, oír y leer no poco» [974]. Ha sido necesario hablar ya tanto del caso del padre Gracián, para entender un poco mejor lo que va a significar esta realidad tan sangrante en los últimos años de Juan de la Cruz, como iremos viendo, ya que desde ahora fray Juan es el segundo de a bordo en el Carmelo, dentro del gobierno de la Consulta. Y este proceso contra Gracián y el modo de llevarlo adelante fue una gran prueba para la conciencia de Juan de la Cruz, que además ha vivido un tiempo engañado por la astucia de Doria. Comunicación con el general de la Orden Dejando ya la digresión, el 23 de junio de 1588 el recién elegido vicario general envía al general de la Orden en Roma, Juan Bautista Caffardo, un oficio en latín firmado por él y los cuatro definidores, entre ellos Juan de la Cruz, notificándole la elección del vicario y pidiéndole que le confirme en el oficio y que quiera recibir y abrazar todos los descalzos como a hijos obedientísimos suyos[975]. Aparte envía Doria una carta en italiano al mismo padre general, comunicándole su elección y profesándose hijo suyo y pidiéndole sus oraciones, pues ahora las necesita más que nunca[976]. 354

CAPÍTULO 27 Fray Juan de la Cruz en Segovia

Fundación de los descalzos en Segovia (1586) La fundación de los descalzos tuvo lugar en 1586. La fecha exacta del permiso del obispo para la fundación no consta. El de la ciudad se concedió el 26 de abril de 1586, a petición de don Juan de Orozco y Covarrubias, arcediano de Cuéllar, que dio cuenta en el ayuntamiento de que los padres carmelitas gustarían de tener casa en la ciudad. Don Juan argumentaba ante los ediles que se trataba de unos religiosos «de buena vida y religión» y les pide que tengan a bien conceder la licencia que se les pide. Y el ayuntamiento «acordó y tuvo por bien que vengan a esta ciudad atento al beneficio que de ello en la república se recibe». Antonio del Río Aguilar y Gaspar de Aguilar Contreras fueron los encargados de «que hagan casa donde el pueblo pueda gozar de sus sacrificios y hagan en ello la instancia posible, para la cual se les dio comisión en forma» [977]. Se encargó de la fundación al vicario provincial de Castilla Gregorio Nacianceno, que llegó a Segovia acompañado de su socio Pedro de San José y Gaspar de San Pedro. Se hospedaban en la casa de don Juan de Orozco mientras se iban haciendo las gestiones necesarias[978]. Encontrar casa apropiada no era nada fácil. Al fin, después de algunos tanteos, terminaron comprando junto a la ermita de la Fuencisla, el viejo convento fundado, según tradición, por el fundador de los trinitarios san Juan de Mata en 1207. Como húmedo y malsano lo abandonaron en 1566, después de 359 años. Llamábase el convento Santa María de Rocamador. Vinieron después los franciscanos descalzos, que estuvieron aquí sólo desde el 7 de septiembre de 1579 al 24 de julio de 1580; y lo dejaron por la misma razón de la insalubridad. La venta del viejo convento para los carmelitas descalzos la hicieron los trinitarios a su bien conocido bienhechor el licenciado Olías, regidor de la ciudad de Segovia, el 2 de junio de 1586. Ese mismo día el licenciado Olías «dijo que cedía y cedió para agora y para siempre jamás en los muy reverendos señores vicario y convento de nuestra Señora del Carmen de la ciudad de Segovia y para quien su derecho, título y causa tuviere, la dicha casa, huerta y sitio, que a él le vendió el ministro, frailes y convento de la Trinidad» [979]. La compra según lo estipulado fue «por precio y cuantía de cuatrocientos ducados que valen ciento y cincuenta mil maravedís» [980], que pagó doña Ana de Peñalosa, al contado. En el documento oficial de 355

la Compra del sitio que fue de los trinitarios en los tres tratados de la venta se señalan los linderos: «El dicho monasterio tiene una casa, huerta y sitio, que todo está cercado y junto, que es donde solía estar el dicho convento de la Trinidad, que es en el arrabal de la dicha ciudad, junto a la ermita de la Fuencisla de la dicha ciudad, que es camino por donde se sale para ir a Santa María de Nieva y tiene por linderos, por delante, la dicha calle, y por otra parte una calle que sube a la iglesia de la Veracruz y por detrás otra calle que va de la ciudad a Zamarramala y por hacia las peñas una cerca» [981]. La toma de posesión por parte de los compradores tuvo lugar el 3 de junio[982] de 1586 y la colocación del Santísimo el 13 de julio. Aunque Juan de la Cruz no estuviese presente en aquellas fechas, se le considera como fundador moral del convento. De hecho fue él quien aconsejó a su ilustre hija espiritual doña Ana de Mercado y Peñalosa, natural de Segovia y residente en Granada por entonces, que fundase convento de descalzos en Segovia, dando cumplimiento así a los deseos un poco genéricos de hacer una obra pía manifestados por don Juan de Guevara[983], habiendo quedado remitido a sus testamentarios doña Ana y don Luis el cumplimiento de aquella su voluntad. En lugar de un hospital se fundará un convento, por decisión de sus testamentarios[984]. Esta intervención del santo la reconocen los familiares de doña Ana asegurando uno de sus sobrinos, Luis de Mercado y Peñalosa, que «por estima y conocimiento, y con su industria y orden (de fray Juan) fundaron el monasterio de carmelitas descalzos de esta ciudad, de donde son patrones y lo es al presente este testigo» (14, 263). Llega fray Juan a Segovia Juan de la Cruz llegó a Segovia por primera vez acompañando a santa Teresa de Jesús cuando esta vino a fundar su monasterio de descalzas en 1574. Una segunda vez estuvo en Segovia en abril de 1587, cuando, como hemos contado, tuvo que detenerse dos o tres días, a su paso para Valladolid. También se detuvo aquí a su vuelta de la ciudad del Pisuerga. A raíz del Capítulo de 1588 se estableció como sede de la Consulta el convento de Segovia. Esta designación se debió, probablemente, a Juan de la Cruz, que logró persuadir al vicario general para que se estableciese la sede en Segovia, librándose del barullo de la corte y asentándose en esta ciudad tranquila. La Consulta había estado mes y medio, no más, en San Hermenegildo de Madrid. Hecha esta opción, «se vinieron a residir a Segovia el padre vicario general y los seis definidores consultores, y entre ellos el padre fray Juan de la Cruz, que era el primero, el cual entró en Segovia, como consta del Libro de Gasto y Recibo, principios del mes de agosto» [985]. Juan de la Cruz residirá aquí hasta el verano de 1591.Vino a Segovia en calidad de definidor mayor y consiliario del vicario general de la Orden. Al mismo tiempo será Juan de la Cruz superior de la comunidad segoviana. Conviene esclarecer esto último. Jerónimo de San José explica perfectamente el asunto: «A los principios retenía cada uno (de los consejeros de la 356

Consulta) el oficio de prior en que había sido electo junto con el de consiliario, como se hacía en el de definidor. Pero, echando de ver después, que aquel oficio pedía frecuente y casi perpetua asistencia con el vicario general, por no poder él sin su consejo disponer cosa alguna de importancia en la Religión se determinó que renunciasen los priores y se eligiesen otros priores, como se hizo a 4 de marzo del año siguiente de 1589, y así nombró el definitorio y Consulta por prior de Granada en lugar de nuestro venerable padre fray Juan, al padre Nicolás de San Cirilo, que era subprior de Segovia» [986]. Generosidad de doña Ana de Peñalosa Lleva sólo unos meses fray Juan en Segovia cuando doña Ana surte la casa de ornamentos y utensilios para el culto. Se nos conserva un recibo autógrafo y firmado por Juan de la Cruz. Publicamos el documento tal cual y por entero. Dice así: «Memoria de lo que lleua el señor Francisco de Castro pa entregar al pe. Prior y frayles del carmen que mi sa. Doña Ana de Mercado ynvia pa seruicio de su capilla mayor del dcho monasterio q. es lo siguiente. – primeramente una cruz grande de éuano toda guarnecida de reliquias con la mançana y cabo dorado. – yten otra cruz de plata pa que syrua en el altar y en la tuma en los dias que vuiere aniversario. – más dos candeleros de plata pa el altar y acompañar la cruz. – más un incensario de plata y naueta de lo mismo. – y con esto y dos cálices q. mi sa. enbio y vinageras y saluilla sera suficiente seruicio pa de presente. – más un terno de damasco blanco con cenefas de tela de oro en q ua todo cumplido con su frontal y paño de púlpito y paños de facistor con todo lo demás enteramente cumplido. –

y ten otro terno negro conforme el dcho de terciopelo con cenefas de tela de oro y fluecos y guarniciones de oro con sus escudos de armas, más otro terno como los dchos de damasco carmesí y blanco con cenefas de brocatel de ytalia y flocaduras y guarniciones de oro y morado.

– y ten tres bolsas bordadas pa cada uno destos ternos de su color y con sus corporales y palias. – yten pa con cada terno van dos paños pa sobre el cáliz de tafetán y otro delo mismo pa el subdiácono. – Es declaración: con cada terno lleua tres albas tres amytos tres estolas y manipulos y cíngulos. – yten con la cruz grande lleua pie de lo mismo pa de asiento en el altar y la mançana dorada pa con manga. – yten dos pieças de manteles de a seys uaras pa el altar cada una la una alimanisca y la otra real. – yten vn viso pa delante del tabernáculo do esta el santísimo sacramento de tela de oro carmesí bordado de plata y guarnecido de oro. – y ten en el frontal blanco lleua una imagen de ntra. sa. y el niño y san Joseph bordada de matices y seda y oro. – y en un dosel de terciopelo negro con una cruz de parte a parte de tela de oro pardo con quatro escudos pa sobre la tumba en días de pasqua y fiestas solenes y aniversarios y otras de honras. – y en un dosel pa el altar mayor de tafetán tornasol carmesí dorado con sus fluecos de seda de las mismas

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colores. – y ten una imagen de bulto de ntra. sa. con el abito y vestido del carmen. – y ten un niño Jesús y san Joseph de bulto que todas tres imágenes son pa el altar mayor que an de estar a los lados del sacramento y el niño sobre el tabernáculo que dio mi sa. pa el santíssimo sacramento. – y ten un misal de los nuevos de los mejores que ay inpresos».

Así termina el elenco y, a modo de recibo viene el siguiente autógrafo: «Fr. Juº de la Cruz, prior en el convento de Ntra. Señora del Carmen de la ciudad de Segovia digo que recebí de mano del sor. Francisco de Castro los ornamentos y los demás aderezos para la capilla mayor de la señora doña Ana de Peñalosa como se contiene en esta memoria. Y por verdad lo firme a 14 de noviembre de 1588. Fr. Juº de la +»[987].

Y comenta Florencio, el editor, complacido: «Como se ve, por este precioso documento, san Juan de la Cruz recibía con gusto ornamentos de oro y seda, un misal de los mejores impresos por entonces, con otras cosas ricas y preciosas para su iglesia, contra lo que algunos han querido decirnos, desfigurando la simpática figura de nuestro gran reformador, quien, con la santa reformadora, para Dios y para el culto del templo todo les parecía poco» [988]. Hoja de ruta segoviana Las jornadas sanjuanistas segovianas a lo largo de estos años (agosto de 1588-julio de 1591) se caracterizan por un sinfín de actividades, ocupaciones y preocupaciones en las que da la medida de sí mismo, sin perder nada de su singularidad. Su talante es el de siempre y lejos de aminorarse se acentúan y profundizan los rasgos de su semblanza total. Habrá momentos en que va a perder la paciencia y aquel hombre tan suave reacciona duramente, y tendrá que arrepentirse de alguno de sus arrebatos. Por el cariz que van tomando los acontecimientos de la Orden y por lo que le ha tocado ver a fray Juan en el Capítulo de 1588, de aquí en adelante estos años en Segovia van a ser los más comprometidos de su vida. Para él verse como el segundo de a bordo en el nuevo gobierno de la Consulta y tener que intervenir en la maraña de tantos asuntos no va a ser ninguna prebenda. Al que sí parece que le cayó bien su propio nombramiento fue a Antonio de Jesús, que se apresuraba a comunicárselo a las monjas de Salamanca ya el 6 de julio de 1588, aun antes de terminar el Capítulo: «Eligiéronse seis consiliarios: salí yo el primero; y así me cupo en suerte ser protector de ella (de la provincia de San Elías de Castilla la Vieja), así de religiosos como de religiosas, para tener cargo de procurar todo lo que fuere consuelo suyo y para que en todo lo que les tocare acudan a mí, para que lo proponga en la Consulta y se provea como más conviniere, pues el gobierno de todos los monasterios de monjas queda a la Consulta, como nuestro padre vicario general lo escribe a Vuestras Reverencias[989]. Y para que yo tenga más luz, escríbame la madre priora todo lo que le pareciere convenir [...] para que de todo tengamos luz y podamos con ella proponerlo en la Consulta [...] y fíen de mí, que tienen un buen procurador, 358

porque siempre que se trata de nuestras descalzas se me representa nuestra madre que está en el cielo. Estén Vuestras Reverencias consoladas, que en todo se procura su consuelo y que en todo se guardan sus constituciones. Y cierto que he tenido por gran regalo haberme caído por suerte la protección de esta provincia. En Segovia estará la Consulta por ahora; allí me podrán avisar de todo» [990]. Lo que no sabemos exactamente es de qué provincia tenía que ocuparse Juan de la Cruz como «un buen procurador»; le tocaría acaso la de Andalucía, de la que había sido vicario provincial, ¿o la de Castilla la Nueva? Constructor-edificador del nuevo convento «La venida de la Consulta dio al convento de Segovia cierta principalidad en la Orden. Los superiores generales pudieron experimentar por sí mismos los inconvenientes de la situación del convento. Esto los determinó a hacer un convento de nueva planta, libre de las grandes humedades por la filtración de las aguas y la cercanía del río» [991]. Parece que hubo entre los definidores diversos pareceres, acerca del sitio en que se debía construir la nueva casa. Y «prevaleció el parecer del vicario general que se labrase en el mismo sitio donde está hoy» [992]. Los límites del convento primero de 1586 quedan ya señalados anteriormente. Además, poco antes de llegar Juan de la Cruz a Segovia, el convento había comprado a Gil de Marcos y a su mujer Juana de Santiuste, el 17 de junio de 1588, por 90 ducados, «una cerca con sus árboles frutales que tenían junto al dicho monasterio declarada y deslindada» [993]. Los linderos de esta nueva parcela eran «por la una parte la güerta y cerca del dicho monasterio y convento, y por la otra parte las peñas que llaman de la Fuencisla y por detrás el camino que va de la Veracruz a Zamarramala, adonde sale la puerta principal de la dicha cerca y por delante la calle pública real que va de la Puente Castellana a nuestra Señora de la Fuencisla, que va de la cerca de suso deslindada y declarada» [994]. Con todo se vio enseguida la necesidad de ampliar más la posesión y se iniciaron los trámites necesarios para la compra de unos terrenos en la parte norte, cerca de la iglesia de la Veracruz. Aunque se pueda pensar lo contrario, Juan de la Cruz era un buen tratante y así comenzó a dar los pasos correspondientes. Un buen día llega al convento un vecino de Zamarramala, Antón Crespo. Ha oído que los frailes que han llegado hace unos años quieren meter en su posesión un terrenillo suyo. Viene desaforado, llama al superior, aparece Juan de la Cruz; es testigo fray Bernabé de Jesús, carpintero del convento. Antón comienza a reñir con el santo; a fray Juan le basta con cuatro palabras para calmarlo hasta el punto «que no sólo se quietó sino que le ofreció de gracia un pedazo de una heredad, antes que se partiese de él» (14, 296). El 18 de enero de 1589 ese mismo Antón Crespo y otros tres vecinos declaran bajo juramento «que unas peñas que están encima de la Vera Cruz, en la calleja que va a dar a la Peña Grajera, que está junto a la cerca del monasterio de los descalzos carmelitas, 359

que son de la heredad de tierras que tiene a censo del deán y cabildo de la santa iglesia de esta ciudad el dicho Antón Crespo y que las dichas peñas son de ningún fruto ni aprovechamiento de la dicha heredad, las dichas peñas y la cueva que está dentro de ellas, antes dijeron y declararon que son de mucho perjuicio y daño para la heredad de arriba y que conviene y es necesario que se cerquen y cierren y metan con la cerca del dicho monasterio de los dichos padres descalzos carmelitas y que, conforme a esto, aunque se las podrían dar de gracia y sin interese ninguno porque no lo valen y si ellos o cualquier de ellos las tuvieran por suyas las dieran de balde, pero por ser cosa del dicho cabildo declaran que valdrían al más valer veinticuatro reales y no más y dándolos el dicho monasterio al dicho cabildo» [995]. Este terreno con que quería hacerse el convento, dispuesto a ampliar la posesión, pertenecía «a la Heredad, llamada de Montalbán en las escrituras, propio así él como ella del deán y cabildo de la santa iglesia, dado en arrendamiento a Antón Crespo, vecino de Zamarramala. Dividía dicho sitio del que nosotros ya poseíamos de los padres trinitarios, un camino no muy ancho de concejo, el cual de cerca de la iglesia de la Veracruz atravesaba hasta N. Cueva, y de allí a lo bajo de N. Ermita alta, llamado lo tal bajo Puerta de la Peña Grajera. Y pasando arrimado a ella salía por lo alto del Santuario de la Fuencisla hacia el Soto y Zamarramala, por el cual transitaban las gentes y los ganados a la cueva, también sestear y dormir» [996]. Esta descripción, debida a la pluma de Manuel de Santa María, se ve reflejada también en un plano trazado por el padre Alonso, el Asturicense[997]. Y el primero de ellos dice a continuación: «Tres consentimientos prerrequería la compra y posesión de dicho sitio: de los señores deán y cabildo, por razón de la propiedad y dominio directo, de Antón Crespo, como arrendatario, y de la ciudad por la mediación del camino público» [998]. El mismo historiador y archivero, Manuel de Santa María, llama la atención sobre lo siguiente: «Digo, que con haber en este sitio vivido los padres trinitarios más de tres siglos y medio, reducidos a los estrechos límites de casa y huerta [...] no pudieron en orden a su ensanche lo que en tres años solos nuestro glorioso padre san Juan de la Cruz» [999]. Las dificultades que se preveían se fueron superando sin dificultad ninguna. Antón Crespo cedió sus derechos y los de sus hijos y herederos ya el mismo día 18 de enero[1000]. Lo propio hizo el cabildo también en ese mismo día, declarando «que dio y concedió para el monasterio de Nuestra Señora del Carmen que al presente residen y habitan junto a Nuestra Señora de la Fuencisla unas terrezuelas y peñascos que eran del dicho cabildo y confinan con el dicho monasterio por ser más útiles y necesarias para el dicho monasterio que no para la mesa capitular con tanto que el dicho monasterio dé la recompensa que parezca convenir por la enajenación» [1001]. El cabildo dio poder para intervenir en todo lo que se refiera a la venta de los terrenos a don Juan de Orozco y Covarrubias, arcediano de Cuéllar, y a don Antonio de Múxica, canónigo.

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Documentos oficiales. Compra y mediciones En el documento de la venta, llamémosla así, se da la información más puntual de todo. Como el padre Nicolás Doria estaba fuera aparece Juan de la Cruz como presidente de la Consulta a todos los efectos: «Sepan cuantos esta carta y pública escritura vieren, cómo nos, el prior, frailes y convento del monasterio de nuestra Señora del Carmen, extramuros de la ciudad de Segovia, estando como estamos juntos y congregados a campana tañida, como lo tenemos de uso y costumbre de nos juntar para las cosas tocantes al dicho monasterio y especialmente estando juntos el padre fray Juan de la Cruz, definidor mayor y presidente de la Consulta de la congregación de carmelitas descalzos y fray Antonio de Jesús, consiliario mayor, y fray Luis de San Jerónimo, y fray Juan Bautista, fray Gregorio de San Ángelo, consiliarios de la dicha Congregación, conventuales y capitulares del dicho monasterio, por nosotros mismos y por los demás ausentes, por quien prestamos caución de rato en forma para que estarán y pasarán por lo que de yuso aquí será contenido so obligación que para ello hacemos de las rentas y bienes del dicho convento habidos y por haber decimos: Que por cuanto el deán y cabildo de la santa Iglesia Catedral de esta ciudad ha hecho y hace gracia y limosna al dicho monasterio de darle y señalarle las peñas que están encima de la Vera Cruz para que las metamos en nuestra cerca, según y de la manera que lo hicieron señalar y medir el licenciado don Juan de Orozco y Covarrubias, arcediano de Cuéllar, y don Antonio Mójica, canónigo de la dicha santa Iglesia de Segovia, con comisión de los dichos deán y cabildo y la medida y declaración que se hizo de las dichas peñas que se nos dan, pasó ante el presente escribano, que su tenor de ello es el siguiente: “En la ciudad de Segovia, a veinte y un días del mes de enero, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, de mil y quinientos ochenta y nueve, estando en Nuestra Señora del Carmen, extramuros de esta ciudad, el licenciado don Juan de Orozco de Covarrubias, arcediano de Cuéllar, y don Antonio Mójica, canónigo de la santa iglesia Catedral de esta ciudad, por ante mí el presente escribano y testigos de yuso dichos, dijeron que por virtud de la comisión que les fue dada por el deán y cabildo de la dicha santa iglesia para ver e medir las peñas que han pedido los padres carmelitas del dicho monasterio de Nuestra Señora del Carmen de esta Ciudad, ellos habían ido a verlo y hacerlo medir y así fueron por sí y llevaron consigo a Antón Crespo y Juan Crespo su hermano, vecinos de Zamarramala y Pablo Callejo, vecino de Valseca a los cuales mandaron viesen y señalasen por la parte que convenía y era necesario que echasen las señales de las peñas que se habían de dar al dicho monasterio, de manera que no viniese daño ni perjuicio a la heredad que tiene el dicho Antón Crespo, que llaman de Montalbán, para que se cercase por donde fuese necesario y lo metiesen los dichos padres carmelitas con su cerca, los cuales comenzaron a verlo y señalarlo desde la esquina de la cerca del dicho monasterio hacia arriba, derecho a Zamarramala”»[1002].

No deja de ser pintoresco y simpático el trabajo de la medición que fueron realizando los vecinos señalados, acompañados de los dos canónigos. A ratos suena a alguno de los textos bíblicos de Ezequiel (cc. 40-42), cuando aquel hombre misterioso con el cordel de lino y la caña de medir iba anotando codos y palmos, y apuntando dimensiones[1003]. Toda la cuadrilla comenzó recorriendo el camino que iba desde la Veracruz hasta la Peña Grajera. Y desde allí fueron a dar a unas peñas que están más arriba hacia Zamarramala, junto a la senda que viene hacia Segovia. En una peña se encontraron con que estaba hecha una señal de la cruz, puesta allí por el ayuntamiento de la ciudad. Los canónigos mandaron que se hiciera otra cruz. Así lo hizo Pablo Callejo. Siguiendo hacia la cumbre de las dichas peñas llegaron a otra; los canónigos mandan que se haga otra cruz. La hizo Pablo Callejo con un pico; y desde una a otra peña midió Antón Crespo los 361

pasos que había: 43 poco más o menos; este «poco más o menos» obedece a que había mucha nieve y no se podían medir al justo. Llegados hacia la cumbre más alta, la misma operación de señalar otra peña con la cruz, «la cual hizo el dicho Pablo Callejo, con el dicho pico y mandaron al dicho Antón Crespo lo midiese, el cual lo midió de la una peña a la otra y dijo haber veintisiete pasos, poco más o menos». Siguen la marcha y llegan a una «peñuela desmoronada» y la señala Pablo Callejo con la cruz por donde había de ir la pared y Antón Crespo midió los pasos y dijo haber trece pasos, poco más o menos. Desde la peñuela desmoronada siguieron caminando por el cerro y lindación de lo labrado y llegaron a otra peñuela; hicieron la misma operación de señalar con la cruz y medir: 27 pasos poco más o menos. Los canónigos dieron orden a Crespo y Callejo que siguieran adelante y fueron a dar a un arroyo que va de las dichas cumbres, lo atravesaron, fueron a dar a otra peñuela, en ella hicieron otra cruz, «donde dijeron que solía estar puesta una cruz de madera que es encima de la Peña Grajera, enfrente la puerta de güerta del dicho monasterio de Nuestra Señora del Carmen, y el dicho Pablo Callejo hizo la dicha señal en la dicha peñuela y el dicho Antón Crespo midió los pasos que había desde la señal de arriba hasta esta y dijo haber 48 pasos, poco más o menos, y aquí se acabó el largo y medida de las dichas peñas y hasta donde dijeron que habían de cercar los dichos padres carmelitas y no más». Se hicieron algunas otras comprobaciones complementarias y los medidores «lo juraron en forma de derecho por ser así verdad, según dicho es, siendo por testigos los dichos, y lo firmó el dicho Antón Crespo por sí y por el dicho Juan Crespo, porque dijo no saber escribir. Antón Crespo. Soy presente: Alonso de Orozco». Concluidas y repasadas las mediciones de un lado a otro, las tierras y peñas que fueron tasadas y apreciadas en 24 reales, se pasaron al convento. Fray Juan pagó los 24 reales «para la mayordomía de pitanzas de los dichos deán y cabildo, con condición que cada e cuando el dicho monasterio y convento de Nuestra Señora del Carmen se mudase de la parte donde al presente está a otra parte se quedasen y han de quedar las dichas peñas que de presente se nos dan para los dichos deán y cabildo, cuyas son y ellos las pudiesen entonces tornar a tomar y entrarse en ellas, volviendo y tornando al dicho monasterio y convento los dichos 24 reales porque nos los dan y se las dejaremos como al presente están y se nos dan». Aparte de esta gran compra, quiso fray Juan hacerse con otro terrenillo colindante que le vendría muy bien al convento. Se llegó a Zamarramala, a un kilómetro al norte de Segovia, a tratarlo con Antón de la Bermeja, el propietario, y se hizo la compra. Para aquel hombre sencillo, que era hermano terciario del Carmen, la entrada de fray Juan en su casa fue una bendición del Señor. Antón insistió al visitante para que comiese y bebiese algo en su casa. Se contentó con beber un vaso de agua. Aquel vaso se guardó como una reliquia «por veinte años, sin permitir que nadie bebiese por él, publicando haber el santo bebido por él»; al fin el pobre vaso se quebró en manos de un pariente que lo había heredado (14, 383)[1004]. 362

Toma de posesión de los terrenos La compra del terreno al cabildo se hizo con bastante rapidez en el mes de enero. Pero se tardó bastante en la toma de posesión. Personalmente creo que este retraso pudo obedecer, al menos en parte, a un viaje de fray Juan a Granada. En carta fechada en Segovia el 28 de enero de 1589 a doña Juana de Pedraza, residente en Granada, hay una alusión a un viaje en vistas: «Ahora no sé cuándo será mi ida» [1005]. Se trata de un viaje proyectado hasta Granada con motivo de encontrarse allí al final de su priorato en aquella casa. Al faltar el santo todo este tiempo quedó de vicario suyo en los Mártires Bartolomé de San Basilio, que era el suprior de la casa. El siguiente prior fue Nicolás de San Cirilo, electo por abril de 1589. Vuelto de Granada fray Juan, todavía se tardó lo suyo en la toma de posesión oficial de los terrenos comprados y ya pagados. Se efectuó, como digo más adelante, el 4 de junio de 1589. En ese día, ante Juan Pretel, teniente corregidor de la ciudad, y Jerónimo de Mercado, escribano del número de ella y de su tierra por el rey nuestro Señor, se presentó en el campo fray Juan de la Cruz, prior del convento, y pidió en función de todos los papeles que exhibía que: «En nombre del dicho monasterio y convento le dé la posesión real, actual, corporal vel coasi de las peñas y terrezuelas y lo demás en el dicho mandamiento y en las escrituras de que en él se hace mención, de que así mismo hizo demostración y dada le ampare en ella y al dicho su monasterio y convento y pidió justicia. El dicho teniente, habiendo visto los dichos recaudos: en presencia de mí el presente escribano y juntamente conmigo fue a las dichas peñas y terrezuelas contenidas en los dichos recaudos que por el dicho fray Juan de la Cruz le fueron señaladas y tomó por la mano al dicho fray Juan de la Cruz y le metió en ellas y el susodicho entró y anduvo y se paseó por las dichas peñas y terrezuelas y tiró algunas piedras de una parte a otra y arrancó algunas hierbas, e hizo otros actos en señal de posesión y el dicho teniente dijo que por los dichos actos daba y dio la posesión real, actual vel coasi al dicho fray Juan de la Cruz en nombre y como tal prior del dicho monasterio de las dichas peñas y terrezuelas y todo lo comprendido en los dichos recaudos, como a su derecho les convenga. Y el dicho fray Juan de la Cruz dijo que las recibía y de cómo la tomaba y tomó quieta y pacíficamente, sin contradicción de persona alguna, lo pedía y pidió por testimonio y el dicho teniente se lo mandó dar y dijo amparaba y amparó en ella al dicho monasterio y mandó que ninguna persona se la inquiete ni perturbe so pena de forzadores y las demás penas en que incurren los que quebrantan posesiones ajenas dadas por autoridad de justicia»[1006].

Siguen las firmas de rigor: de testigos, teniente, escribano. Manuel de Santa María, hablando con regusto de esta entrega y toma de posesión y de todo el ceremonial empleado, escribe: «Ceremonias son comunes de tales actos, pero no quita el que cause ternura en el presente el pasearse el santo por dichas peñas y terrezuelas, tirar algunas piedras de una parte a otra, y arrancar algunas yerbas, etc.» [1007]. Obreros de primera clase En la construcción de la nueva sede del convento, obreros de primera clase son algunos de sus religiosos. Conocemos los nombres de nueve hermanos, maestros y expertos en cantería, albañilería, carpintería, herrería, etc. No todos los nueve coincidieron 363

exactamente con el tiempo en que estuvo aquí fray Juan, aunque cuatro de ellos sí con toda seguridad: Alonso de Jesús, Juan de la Cruz, Lucas de San José, Bernabé de Jesús. Otros nombres para esta letanía: Luis, Pedro, Antonio, Francisco, Alberto... Es obligatorio escuchar la memoria elogiosa que se hace de ellos en un antiguo manuscrito: «Había en el convento, por industria de los religiosos, maestros de obras que en ella andaban. Cantera...; arena buena, horno donde se hacía cal y ladrillo y herrería para los instrumentos necesarios. Anduvieron en la obra, desde que se comenzó, siete religiosos, maestros admirables y grandes trabajadores, los cuales no tan solamente se contentaban de trazar y aparejar la obra, sino que trabajaban más que dos o tres oficiales cada uno, como lo hizo el hermano Francisco por tiempo de cuatro años en cantería y albañilería, por ser en todo muy diestro y gran trazador hasta perder la salud y las fuerzas del todo en la dicha obra. Y el hermano fray Antonio, maestro de cantería, el cual labró los sepulcros y portadas y todo lo más dificultoso, y en esto estuvo tres años, hasta que se fue. Trabajaron en la misma obra fray Alonso...; el hermano Juan, que era el que sacaba la piedra y aderezaba la herramienta, hasta que de molidos murieron. Como de lo mismo murió fray Juan de San Ángelo siendo allí sobrestante, y el hermano fray Bernabé trabajó siete años de carpintería con los demás legos y donados que faltan, que el que menos estuvo en la obra fue tiempo de dos años»[1008].

Aparte de esta relación, nos encontramos con noticias complementarias, de gran importancia: «El hermano Juan, un donado de casa, anduvo tres años carreteando él mismo madera del monte en un carro de casa, con lo cual y con la limosna que allá nos hacían de la madera, costó tan barata, que cada viga de las que hay en el convento traída y labrada y asentada, costaba seis reales solos, que es de balde. El hermano fray Lucas ha estado bordando y trabajando de sus propias manos en la sacristía ternos, que están con armas de la señora doña Ana, que como lo verá quien los tasare, vale la hechura y manos de ellos más de 1.800 o 2.000 ducados; y aunque la señora doña Ana le ha ayudado con alguna limosna estos diez años para un deudo suyo, no ha llegado todo lo que he ha dado a 100 ducados. El hermano Francisco estuvo aquí sobrestante y maestro de la obra y labraba juntamente con sus manos, que merecía más de un escudo cada día y estuvo mucho tiempo. El hermano fray Bernabé estuvo aquí siete años sin salir de casa, haciendo oficio de carpintero, sin parar un punto en este tiempo. El hermano fray Alonso, el lego, estuvo también aquí mucho tiempo haciendo oficio de cantero y murió en ello. Otro hermano donado murió también en ello; ganaba cada día más de ocho reales a aguzar los picos de toda la obra en una fragua que había en casa, y a derribar piedra de la cantera de casa y después a labrar, y estuvo así muchos años [1009]. [...] El hermano fray Antonio, cantero, que labró la mayor parte de los entierros, estuvo aquí tres casi años. Valía su trabajo casi un ducado. Más un donado cantero trabajó en la obra de cantería más de año y medio; valía su trabajo más de cuatro reales. El hermano fray Gaspar, maestro de cantería, trabajó en casa más de dos años o tres; valía su trabajo un escudo. A un hermano del hermano fray Francisco que se llamaba Alonso Martínez (?), maestro de mampostería, trabajó en la iglesia cerca de dos años sustentándole y dándole cama y posada y ropa limpia y le curaron en una enfermedad muy grave»[1010].

Todavía en el libro de difuntos se hace memoria de un par de estos grandes trabajadores: «El hermano fray Alonso de Jesús, lego, natural de Baeza, labrante de piedra que trabajó mucho en la obra de la iglesia y casa; está enterrado en la vieja (iglesia)» [1011]; y este otro elogio del «hermano fray Juan de la Cruz, donado, natural de Tabanera, cerca de Segovia, fue religioso muy virtuoso y gran trabajador; cuando los oficiales venían por la mañana a la obra de la iglesia y casa tenía las herramientas 364

aderezadas tanto que decía el maestro que cuando los demás venían a trabajar por la mañana tenía ganados nueve o diez reales. Está enterrado en la iglesia vieja». Acaso el más famoso hermano e ilustre arquitecto sea Alberto de la Madre de Dios (1575-1635). Nacido en Santander, llegó a Segovia a los 15 años. Y allí le acogió Juan de la Cruz. Le tocó hacer de cocinero en el convento. Fray Juan y otros religiosos del convento atraparon un buen catarro. Fray Juan mandó a Alberto que «hiciese para los acatarrados un plato de tollo (lijo, lija), pescado poco más regalado que el abadejo, [...] y advirtió a la noche, después de la colación, al tiempo de las culpas, la necesidad que los achacosos habían tenido de él, y que así nadie se escandalizase de aquello, ni juzgase a su hermano» [1012]. Había hecho su profesión en Segovia en 1595; y fue uno de los que tuvieron que hacer segunda profesión en 1600 en Pastrana, obligados por un breve papal del 6 de mayo de 1599[1013]. En Segovia inició el aprendizaje de tracista con buenos maestros de obra y arquitectos, y llegó a ser un arquitecto destacado. Falleció en Pastrana en 1635[1014]. Así trabajaba esta brigada de religiosos junto con los obreros de fuera, ahorrando buenos jornales. Y entre ellos con la fiebre del trabajo andaba fray Juan no como simple espectador, sino como uno más. De cómo se implicaba en la obra tenemos algunas declaraciones que valen por mil comentarios nuestros. Valga la siguiente de Pablo de Santa María, testigo presencial: «Era el padre fray Juan de la Cruz muy afable y alegre para con todos, y para sí austero y penitente; y en lo más riguroso del invierno y con mucha nieve se iba sin reparo en los pies a la cantera donde se sacaba la piedra a ser sobrestante de los peones, y nevando y granizando su cabeza y calva descubierta, parece que pegaba fuego a todos. Y muchos días de estos con ser de edad, comía a la una del día sin haberse desayunado más que con el Santísimo Sacramento, que parecía más de bronce que de carne» (13, 375). Y su confesor y amigo, Juan Evangelista, declara: «Fue amicísimo de soledad en extremo, y todo su gusto era estar en ella, y cuando traía la obra, siempre se andaba entre las piedras. Y diciéndole yo un día: “¡Válame Dios! ¡Todo ha de ser estarse Vuestra Reverencia entre piedras!”, me dijo: “No se espante, hijo, que cuando trato con ellas tengo menos que confesar que cuando trato con los hombres”» (13, 386). Entre piedras, entre cal y adobes, ahí tenemos ayudando a Juan de la Cruz. ¿A qué punto está la obra? El padre Alonso, biógrafo y postulador del santo, puntualiza: «Y así en los tres años que nuestro santo padre vivió aquí, plantó la iglesia y convento en la forma que hoy se ve, dejando cuando se fue de Segovia la obra en partes acabada y en partes demediada, asistiendo él muchas veces por su persona» [1015]. Esta noticia bien precisa que da quien estuvo tan cercano a los hechos nos presenta a un fray Juan afanado en la construcción del convento que iba a sustituir el antiguo y desbaratado en que se había hecho la fundación en 1586. 365

Resumiendo por mi parte diría: los planos hechos en principio, supervisados por fray Juan, comprendían: iglesia actual (sin la parte del crucero y presbiterio actuales), claustro cuadrado, a imitación del que había hecho construir en Granada, aunque más pequeño este y pequeño martillo, al norte. Las obras debieron de comenzar simultáneamente para levantar la iglesia y el convento. Este estaba limitado por la distribución de piezas y dependencias que diera de sí el claustro cuadrado, en principio. Vio adelantadas las paredes del cuerpo de la iglesia, hasta la cornisa. Esto confirmaría la hipótesis de que también estuviese ya bastante levantada la parte del claustro adyacente con las arcadas, por lo menos de los cuatro lados. En el Libro de Becerro, se consigna: «Y así concluido el Capítulo se vino luego a esta ciudad de Segovia y abrió las zanjas del convento en que hoy se vive porque antes estaban desacomodados los religiosos [...]. Y dejó acabado el cuarto (=pabellón) que mira al río, y el que mira al alcázar. Alegrábase mucho de ver crecer un edificio que había de ser seminario de letras y virtud, como después se ha visto por obra. Daba mucha prisa que creciese la obra trabajando él mismo y muchos religiosos y otra mucha gente en ella» [1016]. A pesar de las ganas que tenía de que la obra adelantase, uno de los hermanos que tanto trabajó en la casa, Lucas de San José, declara: «Esmerábase en que tuviesen los religiosos lo necesario y porque en esto no hubiese falta, decía cesase la obra del convento cuando fuese menester para los templos vivos, que así llamaba a los religiosos» (14, 282).

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Capítulo 28 El poder de la palabra. Percances conventuales

Carismático de la palabra No es ninguna novedad afirmar que fray Juan encantaba con su palabra. Estos años finales de su vida en Segovia son una prueba continua de esta capacidad sorprendente y carismática, que ya ha desplegado abundantemente en otras comunidades[1017]. Fue aquí precisamente en Segovia, en el locutorio de las carmelitas descalzas, donde el padre Doria emitió aquel su dicho: «Las palabras tan altas y tan santas del padre fray Juan de la Cruz son como pimienta que excitan y abrasan el afecto de quien las oye al amor de Dios» [1018]. De aquí también el título que le daban en algunas partes de «sireno encantador», porque con lo que decía encandilaba y encantaba a las personas para que se apartasen de lo que no es Dios y se entregasen a Él. Hay material de primerísima mano para hacer algo así como una monografía sobre la palabra de san Juan de la Cruz en Segovia. Para mayor claridad se puede hasta subdividir el tema conforme a las diversas categorías o sujetos a quienes se brindaba esa palabra. En este capítulo nos limitamos a la familia carmelitana: frailes y monjas de los conventos de Segovia. A los religiosos de su convento Lucas de San José (1557-1621)[1019] declara: «Hacía a sus religiosos pláticas admirables, con que les animaba a ser perfectos y veía este testigo cómo muchos de los más doctos y los no tanto las notaban; y acabados los actos de comunidad conferían para su provecho y se admiraba de su santidad, y de cuán altamente sentía de las virtudes» (14, 284). En otra parte declara él mismo lo que vio en fray Juan en los tres años que estuvo con él: «Tenía en particular grande presencia de nuestro Señor que se echaba bien de ver por sus hablas y conversaciones que tenía no solamente a los religiosos, sino también a los seglares con quien hablaba porque luego trataba la plática a tratar de cosas de nuestro Señor, que en esto tenía tan singular gracia, porque hablaba de nuestro Señor lo mejor que he visto hablar a nadie» (13, 357). 367

El mismo declarante recuerda: «De muy buena gana dejaba el trato de gente granada y mayor, por tenerle con los pequeñuelos, con los hermanos, a los cuales trataba con mucha afabilidad, buscando siempre ocasión de decirles de nuestro Señor y de cómo habían de tener oración» (13, 358). Fray Bernabé de Jesús (1566-1623)[1020], otro de los religiosos del convento, cuenta: «... Las pláticas que hacía en los Capítulos o refectorio eran tan espirituales y encendidas que admiraban y hacían gran provecho a los religiosos, y muchos de ellos después las escribían para su aprovechamiento y ejercicios espirituales, y recoger su corazón y tener materia para la oración y vivir perfectamente» (14, 293). Aparte de estas instrucciones a la comunidad, cuenta la atención particular que le prestaba a él personalmente: «Sus pláticas ordinarias eran siempre de Dios, y teniendo este testigo por ejercicio en ocuparse en obras de manos [era carpintero], veía que los más días se iba el santo padre fray Juan donde él estaba, y sentado allí grandes ratos veía este testigo que llegaba encendido en amor de Dios y que sus pláticas al tiempo que allí estaba, todas eran en orden a más amar y servir a Dios» (14, 293). El mismo Bernabé, además de esta presentación del temario general de fray Juan en el banco de su carpintería, nos recuerda algunas sentencias más particularizadas: «Entre otras cosas se acuerda este testigo les encargaba este santo diesen a todos buen ejemplo, que así fuesen por la calle no hablando y que adonde más les conociesen acudiesen menos veces» (14, 296). Otro consejo que le oyó: «Cuando veía el santo algún religioso demasiado de solícito en buscar las cosas temporales oyó este testigo al santo padre fray Juan de la Cruz muchas veces decirles: “Seamos buenos y guardemos recogimiento que no nos faltará nuestro Señor”» (14, 295). Y otro consejo que hoy nos resultará chocante: «Muy recatado en el trato de mujeres, enseñaba a sus frailes que fuesen recatados y que cuando fuesen por la calle fuesen con modestia y tan juntos que nunca diesen lugar que mujer pasase entre ellos» (14, 296). Esto de no dejar lugar para que ninguna fémina pasase en medio obedece al prescripto legal de ir por la calle de dos en dos y sin separarse. Y como abarcándolo todo dice todavía: «Vio que el santo padre fray Juan enseñaba sus religiosos con mucho amor muchas cosas de su mayor aprovechamiento, y que a los que más le trataban veía más aprovechados; y lo mismo notó en personas seculares acudiendo a esto con mucha caridad a todo género de personas, y que este testigo sentía en sí mucho provecho el tiempo que le trató, porque veía tenía gracia de nuestro Señor para tratar almas» (14, 295). Otro testigo que podemos convocar es Inocencio de San Andrés, que vivió con fray Juan no sólo en Segovia sino también, como hemos visto, en otros conventos: El Calvario, Baeza, Granada. Por lo mismo algunas de sus declaraciones no se ceñirán quizá sólo al periodo segoviano: «Fray Juan de la Cruz fue hombre de heroicas virtudes, y le oyó por muchos años en cuantos conventos con él estuvo hablar tan altamente de las virtudes y cosas de Dios, que con haber oído a diversas personas hablar de Dios nuestro Señor y de virtudes, jamás ha encontrado este testigo hombre que a su parecer tan altamente hablase de Dios, ni con tanta claridad y eficacia» (14, 61). Recoge también lo 368

siguiente: «Decía muchas veces en las ocasiones que se ofrecían: “Hijos, ¿qué es ser pobre sino que nos falten algunas cosas? ¿No hicimos voto de pobreza? Pues abracémosle cuando algo nos faltare”» (14, 65). Aparte de lo que dice del hábito áspero, grosero y angosto de fray Juan, nos le pinta como a alguien a quien nunca oyó «hablar palabra con cólera ni desentonada, y vio siempre que con él estuvo que aun en las horas de recreación, no solamente guardaba modestia, pero en todas ellas trataba cosas muy levantadas y espirituales, y con tanto fervor les hablaba que salían los religiosos de ellas con grandes propósitos y determinaciones de procurar las virtudes y la observancia de su religión» (14, 66). Otro comensal en esta mesa redonda es Pablo de Santa María (1567-1631)[1021], quien presentándose dice: «Digo que estuve en su compañía dos años en Segovia acerca de los del Señor 1590, cuando se edificaba el convento nuevo». Y declara entre otras cosas. «Era un varón de un espíritu muy encendido y muy claro entendimiento en lo que toca a la teología mística y materia de oración, de suerte que si no estuviera muy aprovechado en la vida espiritual, tengo por imposible que pudiera hablar tan bien acerca de cualquiera virtud; y tengo por cierto que sabía toda la Biblia, según juzgaba de diferentes lugares de ella en pláticas que hacía en Capítulos y refectorio sin estudiar para ello, sino ir por donde el espíritu le guiaba, diciendo siempre cosas excelentes y de provecho y edificación para las almas por verlas practicadas en el» (13, 375). Podemos cerrar esta ronda con el testimonio de Juan Evangelista, su confesor y amigo, que vivió con él en Granada y aquí en Segovia. Dice refiriéndose a un arco de tiempo que no se ciñe seguramente a sólo el periodo segoviano, pero que lo incluye también: «Su continuo hablar era de Dios, así en recreación como en otros lugares; y tenía tanta gracia en tratar de esto, que en recreación, tratando cosas de Dios nos hacía reír a todos y salíamos con sumo gusto; este le teníamos todos en los Capítulos y en las noches después de cenar, que de ordinario hacía unas pláticas divinas, y nunca dejó de hacer plática a las noches» (13, 386). Percances especiales Al lado de este precioso magisterio a sus religiosos hay que recordar algunos lances especiales de la vida del convento que nos sirven para configurarle con más exactitud. Cuenta fray Bernabé el carpintero que un día ya por la noche iba fray Juan por una parte del convento y se encontró con dos religiosos sacerdotes que estaban faltando al silencio llamado de Regla. Fray Juan los miró y aquella sola mirada les sirvió de llamada de atención y se callaron. Al día siguiente estando en la recreación «juntó a los dos y dijo riéndose al uno: “Dígame al oído de qué trataban anoche cuando los encontré”; y él le dijo tratábamos tal cosa; y, vuelta la cabeza al otro, le preguntó lo mismo, y él respondió tal cosa tratábamos, y ambos no dijeron verdad». La escena nos hace recordar a Daniel interrogando a los dos viejos en el caso de Susana, aunque aquí estamos en otro caso bien distinto. Fray Juan, oídas las dos respuestas, les dijo: «No es así, porque no hablaban sino es esto, y era así, que los dos quedaron admirados como Dios se lo había 369

mostrado, sabiendo ellos que nadie les podía haber oído, con que se confundieron» (14, 294). El mismo testigo nos informa acerca de algo que le pasó a él mismo. Se acercó a él, a Bernabé, otro fraile y estando los dos solos donde nadie les podía oír, el otro comenzó a decirle que «dejasen su Orden y se fuesen a la gran Cartuja, dándole razones de conveniencia y que allá serían unos santos, acabaron la plática». Al rato llama fray Juan a Bernabé y le repite, punto por punto, la plática y todo lo que el otro le había dicho queriendo persuadirle a que abandonasen la Orden. Bernabé trata de negarlo y fray Juan le dice: «Yo sé que es así». Y sigue contando: «Y preguntándole este testigo quién se lo había dicho, añadió el santo padre que Dios; y así este testigo quedó admirado y lo confesó y el santo le dijo era una gran tentación y engaño del demonio y que no le diese lugar ni pensase en tal cosa, que había de parar en mal si tal hacía, y que huyese de aquel religioso; y este testigo, con las palabras que le dijo el santo padre fray Juan, sintió se le había confortado el corazón para no pensar tal cosa y echar de su aquel religioso que después paró en mal» (14, 294). Por el mismo declarante tenemos noticia de otro percance que preocupó grandemente al santo prior. Una noche a deshora salió corriendo de su celda y se acercó a la habitación de Bernabé y le dijo: «Hijo, fray Bernabé, vaya a tal parte (nombrándole la parte y lugar), y quíteme una escalera que han puesto allí, y de lo que digo y viere no me sepa nadie cosa; y fue este testigo y halló puesta una escalera por donde una persona que él conoció quería subir y hacer un pecado grande, el cual pensaba no sabía nadie, mas no era así, porque lo sabía este santo a quien se lo reveló Dios en su celda para que remediase aquel mal» (14, 294-295). No hace falta entrar en más explicaciones de si se lo revelaba el Señor o fray Juan, con sus dotes agudas de telepatía, venía a enterarse de las cosas. ¿Cómo vivía Juan de la Cruz? Nuestro buen carpintero Bernabé cuenta también cómo fray Juan, para atender a las cosas y negocios ordinarios de la vida, tenía que hacerse violencia tantas veces «para no se suspender» y recurría al remedio siguiente: «Cerrando la mano a lo disimulado, cuando paseaba con alguna persona daba golpes con el puño en la pared o en la parte que se hallaba, para con el dolor atender a la plática; y así traía los artejos de las manos descalabrados de este ejercicio, como este testigo lo advirtió algunas veces» (14, 293294). ¿Qué más tiene que decirnos? Hay que escucharle siempre: «Muchas veces le veía este testigo que saliendo de la celda en Segovia se iba a unos riscos y peñascos que tiene la huerta de aquel convento y allí se metía en una cuevecita que allí había del tamaño de un hombre recostado, de donde se ve mucho cielo, río y campos» [1022]. Y sigue y sigue: «Aquí unas veces, otras a la ventana de la celda mirando al cielo, otras ante el Santísimo Sacramento, gastaba largas horas de oración [...] y este testigo le ayudaba casi siempre a misa, en los tres años que vivió en Segovia, la cual decía con gran devoción» (14, 294). Así veía Bernabé a su padre fray Juan tranquilo, sereno en su cuevecita o celebrando la 370

eucaristía; pero también le tocó andar con él comprobando el don que tenía contra las tempestades y truenos, «y esto lo sabe porque en Segovia cuando algunas veces se levantaban truenos o tempestades, decía el santo fray Juan a este testigo: “Hijo, vaya por el agua bendita, y trayéndosela, con hacer el santo la señal de la santa cruz sobre las nubes y comenzar a rezar, veía cesaban los truenos y tempestades y se serenaba todo”» (14, 295). ¿Cómo era la celda de fray Juan en Segovia, qué otras cosas hacía? «Siendo el santo definidor general vivía en una celda muy pequeña junto al coro y tan pequeña que apenas cabía en ella una pequeña tarima sobre la que dormía y una tabla con un gozne que le servía de mesa; su hábito era muy pobre y edificativo, y una capa tan áspera que parecía de pelos de cabras; comía muy poco, y cuando le enviaban de fuera algún regalo no lo comía, mas dábalo a los religiosos que lo comiesen. Era muy observante en la comunidad de su monasterio; en los tres años le parece a este testigo que nunca le vio faltar a media noche a maitines» (14, 296). Pondera Bernabé las virtudes de fray Juan: humildad profundísima, mansedumbre, modestia sin descomponerse por nada. Otro de los religiosos ya mencionados más arriba, Lucas de San José, estuvo con fray Juan en Segovia y le había conocido ya en Lisboa, siendo entonces testigo del comportamiento negativo del santo ante las falsas llagas de la priora de la Annunziata. También este nos acerca la persona de fray Juan dándonos detalles preciosos. Recuerda también él la afición que tenía el santo a meterse en la «cuevecita que tenía en los riscos altos de la huerta»; otras veces iba «a una ermita, entre unos árboles». Y esta otra noticia tan buena: «Era muy amigo del culto divino, y así en las fiestas bajaba a ayudar a componer los altares e iglesia; regocijábase en verlo todo muy adornado y curioso, y agradecíalo mucho a los sacristanes; holgábase de ver regocijar a sus religiosos en las Pascuas haciendo su altar del Nacimiento, o, cuando menos, poniendo por recuerdo en él alguna Virgen con su Santo Niño en los brazos, con que se enternecía y enternecía a sus súbditos. En la fiesta del Santísimo Sacramento era muy creído su amor y devoción, celebrando él en estos días con grande devoción las misas conventuales; y esto y todas las demás cosas que hacía y tomaba entre manos, lo hacía con tanto primor como si sólo aquello hubiera dependido: tanta curiosidad y perfección les daba» (14, 282-283). Se ha fijado también Lucas en lo siguiente: «Notó este testigo que con ser el santo padre apacible, alegre y enemigo de ver a sus súbditos melancólicos, jamás le vio reírse descompuestamente; mas en lugar de la risa, mostraba en el rostro y semblante una alegría apacible; ni tampoco jamás le vio melancólico o con rostro torcido, para consigo o para con sus súbditos, mas siempre conservaba un trato y aspecto suave y santo, y esto sabe este testigo por lo que vio y notó en el santo» (14, 283). A veces tenía que reprender y aclarar ciertos juicios desfavorables de algunos, como en el caso siguiente: «Acudían en Segovia dos religiosos a cierta cosa, que el santo padre bien sabía, a una celda; unos religiosos interpretaron entre sí la tal entrada bien siniestramente; entendió el santo sus pensamientos y sospechas, diciéndoles lo que les convenía; y sabe este testigo, demás que pasó así, que nadie se lo dijo al santo, porque era tal la materia, que nadie se atreviera a se lo decir» (14, 283). Creo que se trataba de 371

alguna cura delicada que tenían que practicar, y a eso entraban aquellos dos en aquella habitación. En la vida de un convento se entrecruzan tantas cosas diferentes, y cuenta todavía fray Lucas que un día mandó el santo al procurador de la casa que no pidiese dineros prestados a una persona, «como solía otras veces, aunque el tal los daba de buena gana, porque conoció la altivez interior que tenía de aquello» (14, 283). Nos hace saber también el comportamiento de fray Juan en el lance que sigue. Había encargado el sermón para un día de fiesta a uno de sus frailes; llegado el día y mucha gente en la iglesia, no aparecía el predicador; fray Juan que celebraba mandó que le llamasen. Avisado, respondió: «Llevado de ruin humor, no podía». El santo, con serenidad, prosiguió y acabó la misa, «sin decir entonces ni una palabra sobre la falta del sermón, ni mostrando pena alguna, ni al predicador ni a otro religioso». Pero, ¿qué más hizo? Aparte de aquel silencio aleccionador, «a lo disimulado fue a la mano al predicador en cierta cosa que él sentía gusto, que era trato de ciertos seglares, con que el predicador se vio humillar y ponderó el yerro pasado» (14, 285). Fray Lucas habla también de la celdilla de fray Juan: «Muy pobre y pequeña, junto al coro, en que tenía una cruz de palo y una estampa» (14, 285). Juan de la Cruz oye que algunos de sus frailes, tres o cuatro, andan hablando de la presencia sobre su celda de «un palomo muy hermoso, más que otros, el cual nunca le han visto bajar a comer, ni oídole arrullar, como suelen otros, ni ídose en compañía de otros» y retienen que eso es indicio de la santidad del prior. Además, cuando el santo se ausentaba juzgaban que Dios les enviaba el palomo para que les hiciese compañía. Vuelto el santo a Segovia, se lo contaron diciéndole que «otro palomo como el que se había visto en Granada cerca de su celda, se veía también acá». Él les respondió, diciendo: «Déjense de esto» (14, 286). Prácticamente con esa misma frase zanjaba las conversaciones cuando comenzaban a recordarle que él había sido el iniciador de la nueva vida carmelitana en Duruelo; no lo llevaba en paciencia: «Déjense de eso», y cortaba por lo sano. Antonio del Espíritu Santo, que vino con fray Juan a Sevilla desde Lisboa, de donde era natural, vivió dos años con el santo en Segovia, y nos cuenta que «confesó generalmente al dicho santo padre, para un jubileo que entonces hubo. Y halló en él tanta pureza de alma, que no sólo quedó edificado, sino admirado por ver en él un alma tan pura, que más parecía celestial que humana, y que jamás había pecado mortalmente en su vida» (23, 500). A las carmelitas descalzas Al inicio de este apartado quiero anteponer la afirmación solemne del biógrafo Alonso de la Madre de Dios: «No ha tenido la Reforma ni tendrá persona que más haya amado y procurado la perfección de sus descalzas» [1023]. El más somero recorrido por las declaraciones de las monjas que en Segovia hablaron, se confesaron, se dirigieron con él confirma abundantemente este juicio de valor. Limitándonos al tema de la palabra a sus 372

descalzas habrá que escuchar a algunas de ellas. María de la Encarnación (Barros)[1024] recuerda cómo fray Juan le hablaba de los conventos primitivos de Duruelo y Mancera y de otras fundaciones de religiosos (14, 216). La vivencia de lo teologal en él era manifiesta «porque cuando hablaba de los misterios de Dios se echaba de ver con cuán grande luz los penetraba su alma y la alteza y estima con que los veneraba y estimaba, y con sus palabras parece fortalecía las almas en las cosas de Dios, y a tener confianza en Dios y en su salvación». Cuando en la conversación surgía alguna cosa de negocios de este suelo con brevedad le decía: «Dejemos estas baratijas y hablemos de Dios, de quien siempre eran sus pláticas, y así juzga esta testigo de él que era muy amador y singular aficionado de Dios, y era tanto este amor que tenía en sí de Dios, que cuando hablaba con esta testigo sentía le pegaba a su alma unos grandes deseos de amar más y más a nuestro Señor, y esto mismo he oído decir a muchas personas, que trataban con el santo, que les pasaba por sus almas» (14, 216). Resumiendo esta declaración: era fray Juan un enamorado fuerte de Dios que enamora a su vez, según la dialéctica sobrenatural del madero transformado en fuego que tiene las propiedades del propio fuego y sus acciones: que está caliente y calienta; está claro y esclarece, etc.[1025]. Otra testigo, Isabel de Jesús, calificando el hablar de fray Juan y su eficacia, declara: «Sus palabras eran siempre buenas y de Dios y sentía esta testigo la movían, aunque ella era descuidada, a más servir a nuestro Señor» (14, 226 y 436). Y precisa aún más: «A las almas que confesaba y trataba procuraba imprimir mucha perfección y con sus palabras movía mucho a caminar a la perfección, y ha oído decir esta testigo que nuestra santa madre Teresa de Jesús decía que para la perfección de sus monasterios quisiera tener en cada convento un hombre cual era el santo padre fray Juan de la Cruz» (14, 226). Uno de los días que tenía que confesarse con él no tenía ninguna gana de decirle algo especial que sólo lo podía saber ella misma. Fray Juan le dijo: «Otra cosa tiene, dígala». Ella responde que no tiene nada más. El confesor replica: «Sí tiene, yo lo sé». Y así viendo que era verdad lo dijo (24, 207; 14, 226). Fray Juan le regaló las 40 canciones de su letra del Cántico espiritual (24, 207). Isabel de Cristo habla de la «logoterapia» sanjuanista y recoge esta noticia más pormenorizada acerca de la cruz y los trabajos: «Entre otras pláticas que esta testigo le oyó fue una, día de la Exaltación de la Santa Cruz, hablando de los trabajos y de la estima que se habían de tener, trató mucho de cuánto se han de agradecer a Dios y del gusto que a Dios se daba en ellos cuando se llevaban por Dios y por su amor, y cuántas gracias le habíamos de dar en que se ofreciesen ocasiones en que padecer y en que nos humillásemos por su imitación» (14, 235 y 447). Descendiendo todavía a un caso más personal que le pasó a ella, cuenta: «Y confesándose una vez esta testigo, entre otras cosas que se confesó [...] se acusaba de que tenía sentimiento de algunas cosas. Le dijo el santo padre: “Hija, trague esos bocados amargos, que cuanto más amargos fueren para ella, son más dulces para Dios”; 373

y le hizo tanto provecho este dicho que para otras muchas ocasiones, como imperfecta, se le acuerda del dicho para aprovecharse de él y vencer el sentimiento y echar de ver la estima que el santo tenía de cosas de mortificación» (14, 235 y 447; 24, 219-220). Y en relación con la humildad del santo cuenta la sacristana del convento de las carmelitas descalzas de Segovia, Isabel de Cristo, lo siguiente: «Llegando el dicho venerable padre fray Juan de la Cruz y otros eclesiásticos a una hora a pedir recado para decir misa, aunque era importunado muchas veces que saliese el primero a decir misa, no quería; sino que saliesen los que venían con él, quedando él a la postre. Y dándole algunas veces los recados muy compuestos y aderezados, los daba a los que venían con él y él tomaba los que estaban fuera» (24, 218; 14, 236 y 446). Isabel de los Ángeles comenta finamente la interacción amor-palabras y consejos asegurando que estas dos últimas cosas «siempre eran de nuestro Señor», para el servicio de Dios, poniendo deseos de más servirle (14, 239). Como algo típico y característico en el don o carisma de que disfrutaba en todo esto aquel hombre, señala: «En breves palabras enseñaba y daba al alma los medios para mayor bien. Teníale Dios dado tanta gracia en sus palabras que animaban a ser perfectas» (14, 240). Brígida de la Asunción[1026], después de ponderar las virtudes de fray Juan, aduce como expresión manifiesta de las mismas el tono, el contenido, la altura y eficacia de sus conversaciones. «Parecía, según el aprecio y claridad con que de ello hablaba, que lo traía delante de los ojos» (14, 243). Aplicando algo más a su persona este magisterio, dice: «Teníale por muy devoto y estimador de las cosas de Dios, y daba a esta testigo una inteligencia y conocimiento de las cosas de Dios tan alta, que con conocerse ella por de poco entendimiento, la admiraba» (14, 243 y 451-452). En torno a la realidad de la esperanza, se explica así: «Y en la esperanza vio esta testigo la tenía grande, y en cosas particulares de apretamientos de espíritu la enseñaba a confiar en nuestro Señor y le daba medios y devociones para ello; y sólo hablarle le parece a esta testigo la hacía provecho para engendrar en el alma de esta testigo esta esperanza» (14, 243 y 452). Que estuviese el padre fray Juan lleno de amor de Dios «un ciego lo echaba de ver oyéndole hablar o mirándole sus acciones» (14, 243). Y, ¿esto por qué?: «Porque sus palabras no eran de otra cosa más que de cómo se amaría más a Dios; y todo su trato era enderezado a esto, y que le tenía Dios dado tanto amor allá dentro y gracia, que en sus palabras pegaba devoción y amor de Dios en esta testigo» (14, 243-244 y 452). Entre sus recuerdos Jerónima de la Cruz dice cómo una vez le oyó al padre fray Juan «unas palabras en que le notó que él cuanto mayores eran los trabajos, más los amaba» (14, 248 y 456). María de la Concepción[1027] cuenta también algunas de sus experiencias y enjuiciando el lenguaje del santo, dice: «En las palabras que hablaba, a cualquiera que fuese, hablaba más a lo interior que a lo que la plática decía, y así sus palabras encendían y alentaban los corazones fríos» (14, 259 y 459). Y en otra parte las califica así: «Sus palabras eran graves y de peso, y siempre olían a Dios, y esto al dicho venerable padre le venía de ser tan puro [...]; su hablar, aunque era de cosas muy altas, era con palabras llanas, 374

mortificadas» (14, 459). Lo que dejaba escrito y explicado en sus libros era lo mismo que iba enseñando a tantas personas que no acertaban a sortear las dificultades propias de la vida espiritual: sequedades, oscuridades, desazones, etc. Ha quedado como ejemplar el caso de un matrimonio de Segovia. La pareja acordó que ella entraría monja en las descalzas de la ciudad y él se haría sacerdote. Obtenidos los permisos necesarios, hicieron así. Ella se llamó en el convento Mariana de la Cruz. Tenía tan gran dificultad en la oración que no lograba recogerse, por más que lo procuraba por todos los medios. Consultó el caso con el padre Juan de la Cruz. Le descubrió su alma y el mundo de dificultades en que se debatía. Fray Juan «la dio modo de oración tal cual vio había menester, con la luz del cielo que tenía para guiar almas. Y unas veces alentándola y otras casi forzándola a la perseverancia de la oración por el modo de ejercicio que la daba, aunque a los principios la dicha religiosa sentía gran dificultad, el dicho Siervo de Dios en breve la adelantó de manera con su enseñanza que vino a ser gran contemplativa [...], muy aventajada en todo género de virtud y particularmente en la oración y trato unitivo con Dios» (22, 7879). Al lado de esta atención tan esmerada a sus descalzas a través de su magisterio oral hay que contar la labor silenciosa en el confesonario. Suele subir a confesarlas cada semana; un día de invierno «sube con su capa, blanca como la nieve, hundiendo sus pies descalzos, que van dejando una huella en la senda borrada» y, sin poderlo evitar, «pisa en un hoyo cubierto de nieve, se hunde hasta las rodillas y queda atollado [...]. Al día siguiente tiene desollados los dedos de los pies». Pablo de Santa María, que cuenta el percance, dice de esto último: «De lo cual soy yo testigo ocular» (13, 375). Tema preferido en las exhortaciones que da a sus penitentas es la cruz de Cristo y el valor del padecer. El día que las confiesa «queda la casa hecha un cielo». La comunidad no puede olvidar lo sucedido una de las veces que entró en el monasterio: se les ha quedado a todas grabado en la retina y en el corazón: «Llegó adonde estaba una imagen de Cristo nuestro Señor que estaba como racimo en el lagar [...]; se encendió tanto en su rostro y acciones que parecía se iba a arrobar según el júbilo y acciones que en su rostro mostró [...] y el mismo día, de allí a poco, llegó el dicho venerable padre a una cruz que estaba en el claustro y se abrazó con ella con grande amor y dijo unas palabras en latín, que por la acción que hizo debían de ser de mucha ponderación» (14, 458). En referencia al comportamiento de fray Juan con sus descalzas de Segovia, quiero anotar aquí lo que cuenta una de las monjas que, ponderando la confianza de fray Juan en la Providencia, declara que «con tanta providencia y abundancia lo proveía nuestro Señor [...] que decían algunos religiosos que valía más lo que sobraba en aquel tiempo que lo que tenían en otros, con muchas ventajas; y no solamente tenía cuidado de su convento, sino que también lo tenía de este de descalzas carmelitas, mandando a su procurador que viniese a este dicho convento y proveyese de leña y aceite y de lo que más fuese menester todo el año» (14, 233). Había en el convento una novicia de trece años, hija de don Juan de Contreras. Cuando salía de confesarse con fray Juan «decía que se iba a llorar sus pecados por 375

espacio de media hora; y andaba muy aprovechada siempre que salía de con él» (24, 217-218; 14, 235). Fray Juan la quería mucho y gozaba viéndola tan sencilla y pura. Un día, bromeando, le preguntó: «Hermana Isabel de Jesús, ¿me quiere?». Y ella: «Yo, padre nuestro, le quiero a Vuestra Reverencia fingidísimamente». Él se ríe con ganas y vuelve a decirle: «De suerte, mi hija, ¿que me quiere fingidísimamente?». Y ella: «Sí, padre nuestro». Y fray Juan remata: «Pues yo la quiero mucho porque es predestinada». Esta Isabelita murió a los ochenta y ocho años de edad y setenta y cinco de vida carmelitana en su convento de Segovia[1028]. Junto a esta criatura tan joven hay una ya entrada en años, Beatriz del Sacramento, que había sido priora en Soria y maestra de novicias en Segovia. Estuvo algunos años tullida en cama y siempre había tenido mucho miedo a la muerte. Juan de la Cruz trató de animarla y le dijo que no tuviese pena «porque moriría sin sentirlo ni echarlo de ver. Y después sucedió así» (14, 239; 24, 206, 220, 225, 230, 239; como se ve por estas citas se trataba de un caso muy conocido y comentado en la comunidad).

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Capítulo 29 Con los eclesiásticos de la ciudad y de la diócesis

Canónigos y curas Aunque ya en Alcalá, Baeza, Granada, ha dedicado su atención ministerial a este sector del pueblo de Dios, es aquí en Segovia donde nos encontramos con un mayor y más selecto número de eclesiásticos como discípulos entusiastas de fray Juan de la Cruz. No sabemos que fray Juan se comunicara por carta con ninguno de estos eclesiásticos, como sabemos de otro de sus conocidos de Granada llamado Clemente Espinosa, canónigo de la catedral de Málaga, que declara que el padre fray Juan de la Cruz «le escribió una carta, desde Ávila a la ciudad de Almería, donde entonces estaba este testigo y era prebendado en la santa iglesia, llena de celestial doctrina y saludables consejos [...]; y no solamente le daba consejos saludables, pero le ofrecía ayudas para la perfección, así como oraciones, como con todo lo demás que él pudiere» (24, 593)[1029]. En Segovia los eclesiásticos no vienen tanto como en Alcalá o Baeza a preguntarle en torno a cuestiones teológicas de dogma o moral o de Biblia, sino a tratar con él cuestiones de espiritualidad; ni siquiera eso, vienen llanamente a tratar con él de su espíritu, vienen a charlar con él, sabiendo a las primeras de cambio que fray Juan, de la cosa más simple o insignificante, vuela rápido al misterio de Dios. Serán instruidos y guiados por él con todo detenimiento y amplitud. Este maestro de espíritu hace ya tiempo que está convencido de poseer el carisma de hablar de Dios, de lo trascendente, de lo eterno, y siente la urgente necesidad de hacerlo. Doble obligación por lo que esto es ya en sí mismo y porque su acendrada conciencia le acusa de que sus obras no responden a sus palabras. No opta por el silencio, sino por multiplicar esas palabras de luz y amor y así busca una especie de compensación superior de modo que por ese camino, así se lo dice a Dios, «tenga mi alma en qué se consolar de que haya sido ocasión que lo que falta en ella halles en otras» [1030]. Testigos en los procesos Primeramente me voy a acercar a aquellos eclesiásticos de la diócesis de Segovia que 377

conocieron y trataron con fray Juan y declaran en sus procesos. Alejo Monago Rodríguez, racionero de la catedral de Segovia, declara ampliamente sobre la humildad del santo, su deseo de padecer trabajos, sus tres peticiones en este orden de cosas y para él mirarle era «verle que era un retrato de mortificación y que no curaba de sí, y que ninguno que le mirase dejaba de inducirle a refrenarse de todos sus apetitos; y que era muy familiar a Dios y verle provocaba a deseos de servir a Dios y despertaban a los que le miraban o trataban a servir a aquel Señor que tan digo es de ser servido de sus criaturas, como Señor universal de ellas». Todo esto lo sabe por lo que vio en él y también por lo que decían otras personas. Todo el tiempo que le conoció, le pareció «ser un espejo y ejemplar de todas las virtudes, porque mostraba ser una persona muy santa y que su trato era continuo con Dios, y su vida sin mácula no teniendo cuidado de sí, porque traía siempre un hábito de sayal viejo y muy remendado y su vista provocaba a deseos de nuestro Señor». Declaró en el proceso ordinario de Segovia (14, 272ss.) y también en el proceso apostólico (24, 244ss). Y nos hace saber diversas cosas, diciéndonos: «Y este testigo en el tiempo que le trató y comunicó, alcanzó a ver algunas de estas cosas», acerca de cómo explicaba la Escritura, cómo se daba a la oración, su vida de esperanza celestial, etc. Igualmente ha tenido experiencia personal de cómo vivía el precepto del amor al prójimo, consolando a los enfermos y afligidos, y vio también cómo y cuán prudente era en el gobierno de su comunidad. Habla también del cuadro que le habló y que está en el convento con mucha veneración. Antonio de Alemán dice «que conoció muy bien al santo padre fray Juan de la Cruz» (14, 276). Vuelve a repetir que «trató, comunicó y conversó al dicho santo padre fray Juan de la Cruz, y por lo mismo echó muy bien de ver que sus palabras, cuando con él trataba, eran siempre guiadas y enderezadas a Dios nuestro Señor y a su divino amor, porque las decía y trataba con mucho amor y caridad, blandura y sosiego»... Y recuerda que el santo «estaba siempre tan elevado en Dios, que para atender a los negocios y cumplimientos del mundo, cerrando la mano, daba con los artejos de los dedos golpes en las paredes y otras partes, para que con el dolor atendiese a lo que le decían y se distrajese de su grande recogimiento» (14, 276). Le consta del amor del santo a los prójimos «por lo que a este testigo decía y aconsejaba» y conoce muy de cerca el cambio que hizo su tía Ángela de Alemán por influjo espiritual del santo padre fray Juan. Vio en él, y lo certifica, la gran modestia «con que componía y edificaba a los que le miraban y trataban». Muerto el santo, el testigo se encomienda a él como a santo «y por su devoción le reza una conmemoración de antífona, versículo y oración que del santo anda impresa» (14, 278). Luis Alonso Maldonado declara que fray Juan era estimado por santo ya cuando vivía y él le conoció y recoge el testimonio del doctor Villegas, diciendo: «Y entre otras personas que tuvieron de él grande estima y veneración, fue uno el doctor Villegas, ya difunto, canónigo penitenciario de la dicha santa iglesia catedral de esta ciudad, varón ilustre en letras y santidad, familiar amigo de este testigo, al cual este testigo le oyó decir grandes cosas de la virtud, santidad y religión y espíritu del dicho venerable padre fray 378

Juan de la Cruz, el cual le trató muchos años y le contó muchas veces singulares cosas de su santidad y virtud; y que todo su trato y conversación de ordinario era de cosas del cielo y de cosas espirituales, y le estimaba como a hombre caído del cielo; y cree y tiene por cierto este testigo que por ser tan grande la estimación que del santo padre fray Juan de la Cruz tenía, y habiéndose ausentado, él fue a visitar el dicho doctor Villegas a Medina del Campo, siendo el dicho doctor hombre viejo y de mucha edad» (14, 270). Alaba a continuación la humildad y modestia que descubrió en él todo el tiempo que le trató. Cuando trasladaron el cuerpo del santo a Segovia estuvo a verlo junto con el doctor Villegas y se hizo con una reliquia del mismo. Antonio del Hierro conoció de vista al santo y le habló algunas veces. No dice cosas particulares de él pero sí recoge que había oído hablar muchas veces de él al doctor Luis Cabeza de Villegas, canónigo penitenciario. Y entre otras cosas oyó al dicho doctor Villegas que estaba siempre el venerable padre tan absorto en el amor de Dios, que para tratar con él, muchas veces era menester hacerle fuerza para que volviese en sí, para poder tratar los negocios con él (22, 249-250). Al doctor Villegas se le nombra, se le recuerda por todas partes; además de los sacerdotes ya referidos hablan de él las carmelitas descalzas de Segovia, y algún seglar, como Miguel de Angulo (14, 265-266); y todos le recuerdan como aficionadísimo al padre fray Juan de la Cruz. María de la Concepción cuenta como referido por Villegas en el locutorio conventual que «cuando el santo fray Juan de la Cruz leía en la Biblia en algunas partes de la Escritura, se suspendía sin poder pasar adelante por causa de los grandes secretos y sentimientos que nuestro Señor le comunicaba; y que algunas veces eran tantas sus lágrimas, que hacía lo mismo de no poder pasar adelante» (14, 256-257 y 461). Más sacerdotes de la diócesis de Segovia Miguel de Valverde, cura de Villacastín, viene a Segovia a consultar a fray Juan y le dijo al padre Alonso que «cuando le había hablado le parecía había conversado con algún cortesano del cielo» (24, 282; 14, 373). Juan de Orozco y Covarrubias, que terminará siendo primero obispo de Agrigento en Sicilia y después en Guadix, conocía al santo desde que vino de Ávila acompañando a la santa madre Teresa a la fundación de las descalzas de Segovia en 1574. Él mismo, años más tarde, siendo obispo de Guadix, escribía en una carta: «Entrando dentro, vi un altar con una Cruz, y sin hacer más averiguación, en adorando la Cruz y hecho oración, envié un paje a preguntar si podría decir misa. Dijéronme que sí y que recibirían merced en ello» (20 de mayo de 1606). En aquella ocasión se topó el santo con el provisor de la catedral Hernando Martínez de Hiniesta, que llegó enfurecido pidiendo cuentas a ver quién había inaugurado aquello sin permiso. Aquí hay que recordar también al canónigo Antonio de Mújica, que interviene también con Covarrubias en las mediciones del terreno a comprar para el nuevo convento. Siendo todavía Juan de Horozco y Covarrubias arcediano de Cuéllar, publicó dos de 379

sus libros: Tratado de la verdadera y falsa profecía[1031] y Emblemas morales[1032]. El trato de Covarrubias con Juan de la Cruz fue muy frecuente y familiar. Bienhechor de las carmelitas descalzas, le notaron unos días las religiosas que «en el altar y locutorio suspiraba mucho, denotando traía alguna pena; y sabida la causa de esto, dijo que había ido, una vez, entre otras, al convento de carmelitas descalzos a tratar y pedir parecer al santo padre fray Juan de la Cruz acerca de si le convenía tomar un obispado, y que el santo padre le respondió que no le tomase, porque no le convenía, que le dejase; y como muriese el santo padre y le diesen el obispado y como se viese confuso, suspiraba temeroso de lo que le había de suceder; y al parecer de esta testigo vio el santo padre los trabajos que le habían de venir de tomar obispado, como después le sucedió, que fueron muy grandes y públicos, con muchas persecuciones; que por eso le había dicho el santo que no le tomase» (14, 258). El caso fue así: «Hiciéronle sus amigos atropellar por estos temores. Tomó el obispado y residiéndole viniéronle tantas persecuciones y peligros que le obligaron a desampararlo y venirse huyendo a España y no volver más a él (en Agrigento, Sicilia), dejándole en Guadix» [1033], donde murió en 1610. Otros nombres: Manuel de Avellaneda no conoció al santo pero en el proceso apostólico de Segovia, 1627, declara haber sido curado por la reliquia del fray Juan (24, 178-181). Pedro Arias Virués, arcediano de Sepúlveda, no conoció tampoco a fray Juan pero declara en el proceso ordinario de Segovia de 1616. Contesta al interrogatorio sirviéndose de la Vida de la Santa de Diego de Yepes, en lo que dice del santo. Habla de las apariciones en la reliquia de Medina, y habla del doctor Villegas (22, 251-257). También suenan otros nombres, por ejemplo el de Godoy, Villarreal, canónigo magistral, etc. Aunque no poseamos declaraciones directas escritas de ellos bien merecen toda nuestra atención los testimonios de quienes recogieron las impresiones personales de algunos de ellos por habérselas oído contar tantas veces a lo largo de muchos años. Recordaban con acrecida nostalgia su trato tan frecuente, tan alto, tan espiritual y provechoso con fray Juan. Un ejemplo. Declara Isabel de Cristo: «Hablando esta testigo algunas veces con don Juan de Orozco y Covarrubias, y con el licenciado Diego Muñoz de Godoy, ambos varones, muy doctos y siervos de Dios, con quienes trataba mucho el venerable padre fray Juan de la Cruz, decían a esta testigo que demás de la reverencia que tenían al dicho venerable padre como a hombre santo y que con sus palabras encendía y alentaba a los que con él comunicaban para más servir a nuestro señor, y hablando esta testigo algunas veces con el doctor Villegas, hombre apostólico confesor de este dicho convento de religiosas por más de veinte años, como el dicho doctor Villegas hubiese comunicado con el venerable padre fray Juan de la Cruz muchas veces cosas de espíritu y aprovechamiento muy notable, y muchas veces iba a comunicar con él a la huerta del dicho convento de los religiosos descalzos, y se sentaban en el suelo entrambos a dos y se les pasaban cuatro o cinco horas sin echar de ver el tiempo según estaban embebidos hablando de nuestro Señor; y así, después que el dicho venerable padre se fue de esta ciudad de Segovia, sentía mucho el dicho doctor Villegas el no tener aquellos ratos, lo cual muchas veces esta testigo lo oyó decir al dicho doctor» (14, 445 y 233-234).

Ya vemos cuál era la cátedra de fray Juan en la huerta conventual: el santo suelo. Allí los veía el joven Miguel de Angulo «estando en el mismo suelo de la huerta del convento hablando de Dios muchas horas y este testigo se entretenía en oírlos» (14, 266). 380

Más adelante, en el Capítulo 35, transcribiré por entero la carta de fray Juan del 21 de septiembre de 1591 a doña Ana de Peñalosa, en la que felicita a su hermano don Luis de Mercado y Peñalosa por su ordenación sacerdotal y, aprovechando la ocasión, escribe: «¡Oh, qué buen estado era ese para dejar ya cuidados y enriquecer apriesa el alma con él!» [1034]. En este simple parrafito centra Juan de la Cruz sus enseñanzas sobre la misión sacerdotal. Si quisiéramos servirnos del oficio que él asigna a las interjecciones, en concreto a «¡oh!», entenderíamos que la partícula da a entender del interior más de lo que se dice por la lengua, por la palabra[1035]. ¿Por qué piensa que el estado sacerdotal es tan excelente, por qué y para qué? «Para dejar ya cuidados». Ese «ya» alude acaso a la edad en que se ordenaba don Luis, una auténtica vocación tardía; pero esto puede ser una simple filigrana. Juan de la Cruz conocía a don Luis desde Granada, y lo había vuelto a encontrar en Segovia; y allí estaba el segundo día de Pascua de Resurrección en la misa solemne, cuando el fraile que tenía que predicar se enfurruñó y no apareció. El caso es que le aconseja que deje cuidados como algo bien propio de la ordenación sacerdotal recibida. Debajo de la expresión, con la que completa su consejo: «Y enriquecer deprisa el alma» con ese nuevo estado, ahí está de cuerpo entero con su doctrina de urgencia, con sus planteamientos de enseñar a llegar «en breve a la divina unión» [1036], «en breve» a aprovechar mucho[1037], «muy en breve» [1038]. La geometría del espíritu, la línea más corta, la más breve es la recta. Lo que aconseja a este sacerdote nativo de Segovia es como la flor y nata de cuanto trataba con el clero de la diócesis, en aquellas largas horas de encuentros espirituales.

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Capítulo 30 Apostolado entre los seglares

Dos jóvenes asiduos Al convento del Carmen llegaban no pocas personas en busca de confesión y dirección espiritual; los varones pasaban al jardín o huerta conventual y allí departían con fray Juan. Hay algunos casos bien ejemplares. Miguel de Angulo, jovenzuelo, nos cuenta él mismo su trato con fray Juan. Andaba con inquietudes vocacionales y queriendo ser religioso carmelita descalzo estuvo algunos días en el convento. Fray Juan no le dejó que lo fuese. Como no le admitía entre los suyos, un buen día se fue a despedir de él y a pedirle la bendición para ingresar en los franciscanos. Fray Juan le dijo que «no se cansase que no sería fraile, y perseverando este testigo en irse a San Francisco, con tener licencia del provincial, no se cuajó ni se hizo, por donde echó de ver este testigo lo que podía con nuestro Señor el santo padre fray Juan de la Cruz» (14, 265). Continuó tratando y confesándose con él y un día cuando abrió la puerta del confesonario que era bajando por la escalera de la iglesia vieja, vio un grandísimo resplandor y le preguntó al santo qué pasaba, qué luz era aquella, que se lo dijese y él le respondió: «¡Calla, bobo, no digas nada!» (14, 265). Otro muchacho joven, Antonio de Alemán, estudiante en el colegio de los jesuitas, dice haber «tratado, comunicado y conversado con el santo padre fray Juan de la Cruz». Y echó muy bien de ver que sus palabras eran siempre guiadas y enderezadas a Dios nuestro Señor y a su divino amor y descubría en ese su lenguaje «mucho amor y caridad, blandura y sosiego». Sabe más cosas acerca de fray Juan de oídas, por lo que le cuenta su tía Ángela de Alemán, su madre y un primo suyo (14, 276-277). Con un grupo juvenil También trató fray Juan con un grupo de jóvenes en el verano de 1590. Uno de ellos, Jerónimo de Alcalá Yáñez y Ribera, luego médico de profesión, es autor de varios libros, entre otros la novela picaresca El donado hablador. A él se debe también el libro 382

Verdades para la vida cristiana, impreso en Valladolid en 1632. Precisamente al frente de esta segunda obra dice: «Y también me precio de haber tenido por maestro todo un verano al santo padre fray Juan de la Cruz, honra de los padres carmelitas, a cuyo convento íbamos a que nos leyese y explicase los himnos algunos condiscípulos míos, que, movidos con su ejemplo, recibieron su hábito, yo, como inútil, hube de seguir otro modo de vida; lo más cierto, por no merecer aquella, tan aventajada en virtudes». No acabamos de saber qué himnos eran estos a que se refiere: los himnos litúrgicos o las poesías del propio Juan de la Cruz. A los estudiantes del colegio de los jesuitas en Medina del Campo ya nos decía su profesor padre Bonifacio: «Declaro algunos pasajes del Breviario y algunos himnos eclesiásticos». ¿Quería hacer algo parecido fray Juan con estos jóvenes en Segovia? ¿O les comentaba alguna de sus poesías? Precioso de todos modos este cenáculo juvenil atendido por Juan de la Cruz. En referencia al libro de Jerónimo de Alcalá (1563-1632) El donado hablador, podría ser que la figura del donado protagonista le hubiera venido a la imaginación al ver algunos de los donados que tenía fray Juan en su convento. Y toda la primera parte en que «Alonso, donado de cierto convento, sale a pasearse con el vicario de su Orden, y le cuenta su vida» da la impresión de referirse a Segovia. Aunque la sitúa en otro lugar, la escena de una comida en un refectorio conventual huele a su conocimiento de los frailes del Carmen de Segovia: «Hallé sentados seis frailes, como que estaban para bendecir el refitorio: estúveles mirando y consideré, el modo de las religiones, su manera de proceder y término, y cómo aun de lo que es sustento ordinario saben sacar mérito y aumento de nuevos bienes, bendiciendo a Dios que tiene cuidado de acordarse de ellos, dándoles con liberal y generosa mano lo que es suficiente para su vida» [1039]. Después de otras cuantas andanzas vuelve el protagonista a Segovia y en plan de descanso, durante dos o tres días, se entretiene «visitando los conventos y casas de devoción que tiene Segovia admirables, así en edificios como en riquezas de religiosos y religiosas, donde se hallan personas de toda virtud, de saber y letras» [1040]. Con toda seguridad entre estas personas de toda virtud, saber y letras está aludiendo a Juan de la Cruz. Jerónimo de Alcalá declara en el proceso apostólico de Segovia acerca de algunos milagros que se atribuyen a Juan de la Cruz y dice que es «muy venerado y tenido por santo en la ciudad de Segovia entre sus ciudadanos, así eclesiásticos prebendados de la santa iglesia catedral y demás clerecía de sus parroquias, que es mucha, religiosos de los conventos, caballeros y demás gente y más en particular de los de partes, virtud y letras que tienen entero conocimiento» (24, 181)[1041]. Doña Ana de Peñalosa y familia La principal seglar y seguidora de Juan de la Cruz podemos encontrarla en doña Ana de Mercado y Peñalosa, que se vino de Granada a su ciudad natal Segovia, y se vino a vivir en las casillas compradas y habilitadas junto al convento, para así estar más cerca de su padre fray Juan de la Cruz y del convento que, como fundadora, ayudaba a construir. 383

No se trataba de la construcción de una casa, como han pensado algunos historiadores, sino de la compra de dos casillas. Gaspar de Herrera, presbítero administrador del Hospital de la Misericordia de la ciudad de Segovia, con licencia del provisor de la ciudad vende «al prior, frailes y convento del monasterio de nuestra Señora del Carmen de los descalzos, extramuros de la dicha ciudad [...] dos casas y una cerca con sus álamos y pozo manantial que el dicho Hospital había y tenía en la dicha ciudad en la collación de Señor Sant Marcos». El precio a pagar por los frailes es «de 180 ducados, que suman y montan 67.500 maravedís», a pagar en tres veces. La carta de venta a favor del convento va con una solemnidad singular por intervenir en la compra todos los miembros de la Consulta y cuatro capitulares del convento de Segovia. Firman todos los componentes de la Consulta, entre ellos Juan de la Cruz. La compra es del 11 de agosto de 1589. Pocos días después pagó la cantidad estipulada doña Ana de Peñalosa. Y poco después de la compra de las dos casillas se hizo una sola en la que pudiese vivir doña Ana por sus días[1042]. No obstante, seguía teniendo su palacio en la ciudad y allá subía también muchas veces Juan de la Cruz. Una de las empleadas de hogar, es decir, criadas, Leonor de Vitoria que vio tantas veces a fray Juan, y se confesaba con él, refiere cómo llegado a la casa fray Juan hablaba con doña Ana y su sobrina Inés de Mercado y Peñalosa, y le vio «delante de todas sus criadas, hablar y tratar cosas espirituales y santas y del cielo, en orden a cómo serían santas, y que sus palabras eran siempre de esto; y que algunas veces tratando de esto, les leía algunas cosas devotas, y otras les dejaba libros donde estaban escritas, para que así tratasen y sirviesen a nuestro Señor». No sé si entre la servidumbre o criadas de doña Ana se encontraba ya la que llama Ana de Jesús, de la que dice en su Testamento «que está ahora en mi servicio», «mi criada» [1043]. Anota Leonor cómo doña Ana invitaba siempre a fray Juan a «que se sentase y no se sentase en el suelo; y el santo no quería, sino siempre buscaba lo más humilde para sentarse» (14, 279). Y añade acerca de la modestia y composición de fray Juan que «con sólo mirarle y oírle componía y parece daba deseos de servir a Nuestro Señor. Sus pláticas eran santas y buenas y nunca ociosas. Todo lo que se veía en él en pláticas y obras era todo santo, y mostraba estar muy lleno de Dios y de virtudes» (14, 280)[1044]. Otro declarante, Lucas de San José, dice que fray Juan enseñaba a doña Ana y a su sobrina doña Inés «el camino de la perfección» y que «cuando salía el santo a hablarles al confesonario era común refrán entre los religiosos: “Ya están juntos san Jerónimo, santa Paula y Eustoquio”» (14, 284). Trató mucho también con Juan de la Cruz Luis de Mercado y Peñalosa, sobrino de doña Ana. Lo que dice de sus virtudes es fruto de su experiencia personal y también de las cosas de que oyó hablar, especialmente de su humildad y modestia, a su mujer doña Inés de Mercado, «la cual comunicó muchos años con el santo padre fray Juan de la Cruz, en compañía de la dicha señora doña Ana de Mercado y Peñalosa, su tía» (14, 263). Cuenta con bastante detalle el traslado de los restos del santo desde Úbeda y de cómo se le veneraba en Segovia.

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Otras familias El matrimonio Jerónimo de Carrión y Francisca de Velasco tenía por aquellos años de la estancia de fray Juan en Segovia dos hijas pequeñas: Bernarda y Jerónima. Ambas más tarde se hicieron monjas dominicas y declaran en el proceso apostólico de Medina del Campo en el locutorio de su monasterio de Santa María la Real de la Orden de Santo Domingo el 28 de septiembre de 1627. Cada una hace su propia declaración, pero van coincidiendo, naturalmente, en lo que dicen. Recuerdan muy bien cómo fray Juan «muy de ordinario entraba y salía en casa de los dichos mis padres y de Jerónimo de Carrión y doña Francisca de Velasco, su mujer, mis tíos». Ellos lo mismo que sus tíos, Hernando y Ángela de Espinosa, tenían gran afecto y devoción al padre Juan de la Cruz, en cuyas visitas todos «hallaban en él el gran consuelo y remedio en sus necesidades, tribulaciones y enfermedades, porque sólo en verle les causaba salud y consuelo». Certifican también que «otras muchas casas y personas principales de la ciudad de Segovia tenían muy particular devoción al padre Juan de la Cruz por su virtud y santidad». Uno de los días que fray Juan estaba en la casa de las declarantes habían sus padres recogido por caridad «en un entresuelo de la casa tres niños, hijos de criados pobres, a quien alimentaban»; estando los muchachos en la cama malos de viruelas y sarampión, doña Francisca de Velasco pidió a fray Juan «que viese a aquellos pobrecitos y les dijese los evangelios, por la grande fe y devoción que tenía con el dicho siervo de Dios, pareciéndola les había de causar la salud». Bajó fray Juan con el ama de casa y detrás las dos chiquillas «a un aposento bajo de la casa donde estaba los niños. Y el dicho venerable padre, viéndolos, dijo. “Esto parece el pesebre de nuestro Señor”; e hincándose de rodillas con grande devoción los santiguó y dijo los evangelios. Y estándolos diciendo, se quedó como arrobado» (24, 139-143 las dos declaraciones). Estas dos declaraciones nos hacen ver a un fray Juan no recluido en su convento sino visitando a gente necesitada de consuelo y que con su presencia y palabras se alientan para seguir caminando en la vida. Tenemos noticia de otra señora que trató mucho con Juan de la Cruz, muy conocida en Segovia por su vida espiritual, a la que llamaban «la Beata»; «fue mujer de muchas virtudes y a quien nuestro Señor favoreció con muchas visiones y oración particular» (24, 240; 14, 260). Atendía también espiritualmente a una mujercita pobre, cuyo nombre o identidad haría falta investigar con más datos históricos. Lo cuenta así María de la Encarnación, priora de las descalzas de Segovia: «A todos atendía con mucha religión, sin acepción de personas, porque aquí sabe esta testigo que trataba de cosas de oración y de su alma con una mujercita pobre; y esto por mucho tiempo y muchas horas, porque conoció ella la mujercita, y lo mismo hacía también con todo género de personas, y se veía bien en él no llevaba otro fin en ello más que hacerlo por dar gusto a Dios, porque muchas veces le veía esta testigo padecer descomodidades de comer tarde y desacomodarse por acudir al trato y consuelo de las almas, haciendo grandes aprovechamientos y mudanzas en muchas, poniendo en ellas trato de oración y más perfección, que de esto tenía su conversación y trato, esto en seglares y religiosas. Y de estos aprovechamientos en 385

virtudes y tratos de oración vio esta testigo muchos» (14, 219). El tono y los términos de esta declaración hacen pensar que fray Juan, cuando subía confesar a las descalzas, atendía también en su iglesia a otras personas, lo mismo que las atendía en su convento. Un caso ruidoso El caso más sonado en toda la ciudad fue el de Ángela de Alemán, del que nos habla uno de sus sobrinos Antonio de Alemán, estudiante en el colegio de la Compañía de Jesús de Segovia. Entre las personas a quienes trajo Juan de la Cruz a servir seriamente al Señor pone el de su tía carnal: «La cual, siendo moza y hermosa, muy dama y amiga de andar con galas, en medio de estas vanidades, llegándose a confesar con este santo, con sus santas pláticas y razones, mortificación y ejemplo, se movió a dejarlo todo e hizo una mudanza tan singular, que admiró a cuantos la conocían, que eran muchos; porque luego, vuelta a casa, se cortó el cabello y se puso una toca gruesa, y, quitadas las galas, se vistió de un sayal grueso, un saco y escapulario pardo, como monja carmelita descalza, y con su zapato tosco y ejercitándose en ayunos de pan y agua muchos días; cilicios que los traía muy ásperos; disciplinas que las tomaba muy largas; y en oración y lección recogimiento y lágrimas, gastó muchos años, llevándola Dios de esta vida en medio de estos ejercicios, andando con deseos de ser monja carmelita descalza» (14, 276-277). Lo que dice de su tía lo sabe «porque lo vio y porque de ordinario acompañaba a la dicha Ángela de Alemán, su tía, a comunicarle y confesarse con este santo» (14, 277). Otra declaración muy detallada acerca de Ángela de Alemán tenemos de María de San José, natural de Cuéllar, carmelita descalza en Segovia, que la conocía muy bien. Cuando llegó a Segovia la noticia de la muerte de fray Juan, la declarante, que entonces no había entrado todavía en el convento, vino con Ángela a las honras fúnebres en el convento de las descalzas «y fueron tantas las lágrimas y sentimiento de la dicha Ángela de Alemán, de la muerte del santo» (14, 282-283). El jesuita Juan Herrera, que fue años más tarde confesor de Ángela, certifica que ella misma le había dicho que la mudanza de su vida había tenido lugar «de la primera vez o veces que trató o se confesó con el venerable padre fray Juan de la Cruz» (14, 269). Otra vez contra el maligno Experto en vérselas con el maligno en Ávila y en tierras de Andalucía, tenemos noticia de un caso que le sucede aquí en Segovia. Un día se llegó al convento un hombre muy afligido, medio desesperado. Fray Juan lo acogió, le preguntó qué le pasaba y él le reveló que se encontraba en esa situación y como desahuciado de la salvación por haberse entregado al diablo con una cédula escrita. Fray Juan le consuela y despierta en él la esperanza de la misericordia divina y con esto le envió consolado. Volvió a los pocos días, medio muerto por el miedo que el demonio le metía enseñándole la cédula de su 386

entrega y de su pertenencia a él sin remedio. Fray Juan le sosiega y se pone en oración pidiendo al Señor que le conceda la libertad de la esclavitud de aquel tirano. Y consigue que el demonio traiga la cédula «y diciéndole al santo mil injurias y con la rabia que tenía contra él se la arrojó». No era la primera vez que comprobaba este modo de librarse del maligno: rompiendo y quemando el documento de esa pertenencia[1045].

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Capítulo 31 Apostolado de la pluma. Cartas segovianas

Apostolado epistolar Durante su estancia en Segovia no escribió Juan de la Cruz ninguna de sus grandes obras: Subida, Noche, Cántico y Llama. A lo sumo pudo dar algún retoque al comentario del Cántico o de la Llama. Pero aquí escribió algo de lo más delicado y personal; buena parte de sus cartas en cuanto a cantidad y de las mejores de todo su epistolario en cuanto a calidad. Incluimos en estas cartas segovianas algunas que, estando aquí de asiento, escribe desde Madrid, por ejemplo, donde se encontraba circunstancialmente en aquel momento. Estas cartas segovianas, ya mensajeras, ya doctrinales, como catalogaban en aquel momento las piezas de los epistolarios, son a cuál más interesantes. En cuanto a destinatarios hay variedad: – 4 a religiosos de la Orden. – 5 a personas seglares. – 6 (o 7) a carmelitas descalzas. En ellas encontramos no pocas noticias históricas y tantos matices que nos ayudan a configurar mejor la semblanza de fray Juan. Cuando hablamos de la palabra de fray Juan, es decir, de su magisterio oral o de viva voz, vemos que los testigos lo valoraban altamente por el modo y el contenido. Ahora, desde sus cartas, es él quien se nos presenta directamente en persona. Los temas doctrinales de estas cartas segovianas y su tratamiento concreto nos muestran un fray Juan de la Cruz en toda su madurez y plenitud magisterial. Un recorrido rápido por este grupo de cartas segovianas nos ayudará en el conocimiento del personaje. A tres padres de la Orden

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Carta a un padre de la Orden, hijo espiritual suyo[1046], 14 de abril de 1589. Este religioso, cuyo nombre desconocemos, le ha escrito pidiéndole que le dé algunos consejos para poder ocupar su voluntad en solo Dios, amándole sobre todas las cosas. En la cartarespuesta asistimos a una concentración doctrinal de cuanto expone fray Juan en sus grandes obras, especialmente en la Subida del Monte Carmelo. Reafirma de un modo luminoso la trascendencia de Dios; exigencias comprometedoras de este hecho frente a la capacidad de la criatura humana, por más y mejor equipada que esté con todo su caudal de potencias, pasiones y apetitos. En esta perspectiva se explica y aplica la distinción entre sentimiento y operación de la voluntad y se da la más grande beligerancia a las virtudes teologales. Si he de decirlo en una palabra: esta carta es algo así como una traducción en prosa de la poesía mística del mismo santo: Por toda la hermosura / nunca yo me perderé / sino por un no sé qué / que se alcanza por ventura. El final de esta cartatratado espiritual es diáfano: «Mucho, pues, le conviene e importa a Vuestra Reverencia, si quiere gozar de grande paz en su alma y llegar a la perfección, entregar toda su voluntad a Dios, para que así se una con Él, y no ocupársela en las cosas viles y bajas de la tierra». Y el deseo de fray Juan con que cierra la misiva es mitad bendición mitad oración: «Su Majestad le haga tan espiritual y santo como yo deseo». Fragmento de carta[1047]: fecha incierta 1589/1590 a otro padre de la Orden que sería Luis de San Ángelo, quien nos da cuenta de la carta suya y de la contestación recibida: «Este testigo le escribió una carta, suplicándole que no usase tanto rigor consigo, como le habían dicho, pues tenía tan pocas fuerzas y salud, encareciéndole la falta que haría a toda la Religión si se nos moría. Respondiole a este testigo una carta, deshaciendo cuanto el santo hacía y diciendo ser todo nada, y amorosamente le reprendió por semejante carta y animó mucho a la penitencia». Le venía a decir, pues: «Si en algún tiempo alguno le persuadiese, sea prelado u otro cualquiera, alguna doctrina de anchura, aunque la confirme con milagros, no la crea, ni abrace, sino más penitencia y más desasimiento de todas las cosas, y no busque a Cristo sin la cruz». Al padre Ambrosio Mariano[1048], 9 de noviembre de 1588. Trata de iluminar determinaciones legales desde su responsabilidad de presidente de la Consulta, en ausencia del vicario general[1049]. A doña Juana de Pedraza A doña Juana de Pedraza, 28 de enero de 1589[1050]. Al principio alude a otras cartas anteriores, que hoy no tenemos. Ahora contesta a la última que ha recibido de ella, «que según se había esperado, fue bien estimada». Todas las tribulaciones y pruebas interiores que padece no son más que «aldabadas y golpes en el alma para más amar, que causan más oración y suspiros espirituales a Dios, para que él cumpla lo que el alma pide para él». Trata de tranquilizarla en sus preocupaciones interiores, aconsejándole obediencia a lo que tiene mandado. Crea que Dios proveerá lo mejor, pues «los que quieren bien a Dios, 389

él se tiene cuidado de sus cosas, sin que ellos se soliciten por ellas». Lo mejor que tiene para estar segura es no tener apego a nada, y dejarse llevar por quien la dirige espiritualmente. No se apegue a nada «que, como no falte oración, Dios tendrá cuidado de su hacienda, pues no es de otro dueño, ni lo ha de ser». Y ahora le hace la siguiente confidencia muy personal: «Esto por mí lo veo, que cuanto las cosas más son mías, más tengo el alma y corazón en ellas, y mi cuidado, porque la cosa amada se hace una cosas con el amante; y así hace Dios con quien le ama. De donde no se puede olvidar aquello sin olvidarse de la propia alma; y aun de la propia se olvida por la amada, porque más vive en la amada que en sí». La confidencia se amplía con este texto oracional: «¡Oh gran Dios de amor, y Señor, y qué de riquezas vuestras ponéis en el que no ama ni gusta sino de Vos, pues a Vos mismo le dais y hacéis una cosa por amor, y en eso le dais a gustar y amar lo que más el alma quiere en Vos y le aprovecha!». No inquietarse por cosillas viene a ser el mensaje sustancial. Es conveniente que «no nos falte cruz, como a nuestro Amado, hasta la muerte de amor», por eso el Señor nos pone a sufrir «en el amor de lo que más queremos, para que mayores sacrificios hagamos y más valgamos». Aunque eso sea así, no hay que inquietarse, pues «todo es breve, que todo es hasta alzar el cuchillo y luego se queda Isaac vivo, con promesa del hijo multiplicado (Gén 22,1-18)». A doña Juana de Pedraza: 12 de octubre de 1589[1051]. Carta modélica en todo: en la confidencia personal, en el gran mensaje doctrinal acerca de la oscuridad y sequedad interior, acerca del realismo cristiano con que hay que enfrentar la vida, y ejemplar sobre todo por la programación teologal de toda la vida y por el sentido de la misma que despliega ante los ojos de su destinataria con un vigor extraordinario. Bien merece una presentación detallada y es como asistir entre bastidores a unas cuantas horas de dirección espiritual. Después del saludo, protesta por si la destinataria piensa, como le ha dado a entender, que la tiene olvidada. No puede ser tal cosa, pues la lleva en el alma: «Harto me hace rabiar pensar si, como lo dice lo cree», es decir, que ella se considera olvidada de fray Juan. De este sentimiento que padece la destinataria, pero que no responde a la realidad en el corazón de su padre espiritual, y del convencimiento que tiene ella de ese olvido, se eleva enseguida el santo al campo espiritual. No le extraña en absoluto que doña Juana crea que él la tiene olvidada, pues también en su noche oscura le parece que le falta Dios, que la tiene abandonada, que se ha olvidado de ella, etc. Trata, pues, de deshacer esta impresión de su dirigida y se esfuerza por tranquilizarla. Todo son sospechas sin fundamento, sin causa. Señales de buena salud espiritual: «Nunca mejor estuvo que ahora». ¿Por qué? Porque nunca estuvo tan humilde, ni tan sujeta, ni teniéndose a sí tan en poco y a todas las cosas del mundo ni se conocía por tan mala ni a Dios por tan bueno, ni servía a Dios tan pura y desinteresadamente, como ahora, ni se va tras las imperfecciones de su voluntad y enterez, como quizás solía. Cinco preguntas: La carta está llena de riquezas que van surgiendo al paso de la reflexión y la pluma del santo, que va engarzando una serie de preguntas. Pregunta básica: ¿Quién no anda en tinieblas? Respuesta: quien no quiere otra cosa 390

sino a Dios, aunque más oscuro y pobre se vea, se sienta y se palpe. Quien no hace su voluntad propia, ni es presuntuosa ni anda a la caza de gustos en Dios y en las criaturas, esté tranquila, no tropezará. Como diagnóstico final de este discernimiento, este bien claro: «Buena va, déjese y huélguese». Y por si no lo ha entendido bien se lo repite con una interrogación apremiante: «¿Quién es ella para tener cuidado de sí? Buena se pararía». Después del diagnóstico con que la asegura espiritualmente, sigue dialogando con ella, y en otras cinco preguntas presenta un cuadro de realismo cristiano de lo más acertado: 1ª: ¿Qué quiere? 2ª: ¿Qué vida o modo de proceder se pinta ella en esta vida? 3ª: ¿Qué piensa que es servir a Dios? Respuesta: Servir a Dios es no hacer males; Guardando (=guardar) sus mandamientos; Andar en sus cosas como pudiéremos, es decir, lo mejor que podamos. Esta es la base segura. 4ª: Ampliadora y clarificadora y especie de razonamiento escalonado: como esto (todo lo anterior) haya: «¿Qué necesidad hay de otras aprehensiones ni otras luces ni jugos de acá o de allá, en que ordinariamente nunca faltan tropiezos y peligros al alma que con sus entenderes y apetitos se engaña y embelesa y sus mismas potencias la hacen errar?». Si lo contenido en la pregunta es así, es grande merced de Dios cuando oscurece nuestras potencias «y empobrece al alma de manera que no pueda errar con ellas». Advertencia: con estos párrafos esclarece magistralmente lo que enseña en la Noche oscura cuando habla de esos momentos o períodos en que Dios parece que bloquea toda la actividad interior de la persona de modo que no pueda equivocarse: 2N 16, 1-2. 5ª: Y «como no se yerre, ¿qué hay que acertar?». Es decir, ¿cuál es el camino y cómo hay que recorrerlo? La contestación se puede distribuir así: Ir por el camino llano de la ley de Dios y de la Iglesia y... Sólo vivir en fe oscura y verdadera, y esperanza cierta y caridad entera. Esperar allá nuestros bienes. Viviendo acá como peregrinos, pobres, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada, esperándolo allá todo.

Acá y allá, allá y acá para tejer la vida entera. La beligerancia que se concede a lo teologal no puede ser mayor. Optimismo: «Alégrese y fíese de Dios; ese fiarse comporta dejarse guiar, llevar por el camino que Dios ha trazado al alma, que es lo mejor para ella, que es el único camino». Esta carta y la anterior hacen ver la confianza reinante entre fray Juan y doña Juana, de la que quiere recibir más cartas, «y si fuesen tan cortitas, sería mejor». A una aspirante al Carmelo A una doncella con vocación de carmelita descalza, febrero de 1589[1052]. Está Juan de la Cruz en Segovia. Anda acaso por la obra de su nuevo convento. Llega un mensajero con una carta de una aspirante a carmelita descalza. Le pregunta por tres 391

puntos. Fray Juan lee atentamente y ve que habría mucho que decir. El mensajero está esperando. No teniendo tiempo para extenderse sobre lo que le pide, le pone otros tres puntos que le podrán aprovechar. Antes de nada le expresa un gran deseo a su favor: «Dele Dios, hija mía, siempre su santa gracia, para que toda en todo se emplee en su santo amor y servicio, como tiene la obligación, pues que sólo para esto la crió y redimió». El primer punto de los prometidos es acerca de los pecados «que Dios tanto aborrece que le obligaron a muerte»: para bien llorarlos y no caer en ellos, «guardar la ley de Dios con grande puntualidad y amor», no excederse en el trato con las gentes, no hablar más de lo necesario en cada cosa. Está aconsejando a quien quiere entrar en el convento. El segundo punto es acerca de la pasión del Señor: le aconseja que no quiera hacer su voluntad en nada, «pues ella fue la causa de su muerte y Pasión». Mortificaciones que vaya a hacer y otras austeridades, «todo sea por consejo de su madre». El tercero y último punto es la gloria. «Para bien pensar en ella y amarla, tenga toda la riqueza del mundo y los deleites de ella por lodo y vanidad y cansancio, como de verdad lo es, y no estime en nada cosa alguna, por grande y preciosa que sea, sino estar bien con Dios, pues todo lo mejor de acá, comparado con aquellos bienes eternos para que somos criados, es feo y amargo». A una desconocida A una dirigida suya: fecha desconocida[1053]. El gran estudioso sanjuanista Andrés de la Encarnación (1716-1795) decía que fray Juan en esta carta enseñaba «una acendrada desnudez de los dones de Dios». Así es en verdad al enseñar a la destinataria que los «tesoros del alma» han de estar «escondidos y en paz, que aun no lo sepamos ni alcancemos de vista por nosotros mismos, porque no hay peor ladrón que el de dentro de casa». Identificado así ese pésimo ladrón, echa algo así como una prez litánica: «¡Dios nos libre de nosotros!», y empalma: «Denos lo que él se agradare y nunca nos lo muestra hasta que él quiera». Todo lo que recibamos es para él, para Dios; «y nosotros, ni verlo de los ojos, ni gozarlo, porque no desfloremos a Dios el gusto que tiene en la humildad y desnudez de nuestro corazón y desprecio de las cosas del siglo por él» [1054]. Lo que se aconseja en esta cartita es no andar regocijándose en contar las propias buenas obras como el avaro sus doblones a la luz de la candileja; dicho en otras palabras, se está exhortando a tener el amor a Dios más gratuito posible. Remedios para una escrupulosa A una carmelita descalza escrupulosa, falta la fecha exacta, antes de Pentecostés[1055]. En la secuencia de la misa de Pentecostés se invoca al Espíritu Santo para que venga en ayuda de los fieles, para que lave lo que está manchado, riegue lo que está seco, sane 392

lo que está herido, enderece lo que está torcido, etc. Juan de la Cruz le va a encargar que cure la conciencia escrupulosa. El caso fue así. Tratando de socorrer y curar a una monja de sus escrúpulos le receta motivos de fe y devoción, la estima y recuerdo de la presencia del Espíritu Santo en el alma. La carta está escrita días antes de Pentecostés y va a estirar la referencia litúrgica todo lo que pueda. Y le va dando una serie de consejos: – «Estos días traiga empleado el interior en deseo de la venida del Espíritu Santo. – Y en la Pascua y después de ella continua presencia suya. – Y tanto sea el cuidado y estima de esto, que no le haga al caso otra cosa ni mire en ella, ahora sea de pena, ahora sea de otras memorias de molestia. – Y todos estos días, aunque haya faltas en casa, pasar por ellas por amor del Espíritu Santo y por lo que se debe a la paz y a la quietud del alma en que él se agrada morar. – Viva en fe y esperanza, aunque sea a oscuras, que en esas tinieblas ampara Dios al alma. – Arroje el cuidado suyo en Dios, que él le tiene; ni la olvidará. – No piense que la deja sola, que sería hacerle agravio. – Lea, ore, alégrese en Dios, su bien y su salud; el cual se lo dé y conserve todo hasta el día de la eternidad. Amén. Amén». – Buscar ánimos, luz y consuelo en Dios puede solucionar tantas cosas. Quinteto a las fundadoras de Córdoba A Leonor de San Gabriel: 8 de julio de 1589[1056]. En 1589 fundaron las descalzas carmelitas en Córdoba. Una de las fundadoras era la destinataria de esta carta, Leonor de San Gabriel, la «mi Gabriela», que decía santa Teresa. Le costó no poco salir de Sevilla para Córdoba. Fray Juan, que lo sabe de sobra, le dice que el Señor lo hizo «para aprovecharla más». Y, como suele hacer siempre, desde esta circunstancia concreta se eleva a un plano superior doctrinal; y con gran finura y diplomacia va ayudándola a superar el disgusto que se ha llevado al tener que salir del convento de Sevilla. A María de Jesús, priora de Córdoba, 18 de julio de 1589[1057]. Se había ocupado fray Juan de la fundación de las descalzas de Córdoba y pensaba que tenía que ser una «fundación principal». Al recibir la relación escrita de cómo se había hecho la inauguración se ha alegrado y consolado. Y subraya que ha sido ordenación de Dios «que hayan entrado en casas tan pobres y con tantos calores [...] porque hagan alguna edificación y den a entender lo que profesan, que es a Cristo desnudamente, para que las que se movieren sepan con qué espíritu han de venir». Así ha de ser el reclamo vocacional. Hay que poner gran atención en la recepción de las novicias que vayan a recibir. En la comunidad tienen que contentarse con solo Dios; si son de veras pobres de 393

espíritu hallarán «en todo anchura de corazón». A estas que eran las primeras piedras de la comunidad aconseja «que miren cuáles deben ser, pues como en más fuertes han de fundarse las otras». Está convencido de que al comienzo de una fundación da Dios un «primero espíritu». Hay que aprovecharse de él «para tomar muy de nuevo el camino de perfección en toda humildad y desasimiento de dentro y de fuera, no con ánimo aniñado, mas con voluntad robusta; sigan la mortificación y penitencia, queriendo que les cueste algo este Cristo, y no siendo como los que buscan su acomodamiento y consuelo, o en Dios o fuera de él; sino el padecer en Dios, y fuera de él por él en silencio y esperanza y amorosa memoria». Así de robusta quiere fray Juan que sea la espiritualidad de las descalzas teresianas. A Magdalena del Espíritu Santo, 18 de julio de 1589[1058]. Esta es otra de las fundadoras de Córdoba. Siguiendo un poco la línea de la carta anterior, les recuerda lo que ya saben por la experiencia fundacional que están pasando. La providencia de Dios es bien necesaria «en estos principios de fundaciones para calores, estrechuras, pobrezas y trabajar en todo, de manera que no se advierta si duele o no duele». Para salir airosas en estos trances aconseja a la destinataria y en su persona a todas las demás: «Mire que en estos principios quiere Dios almas no haraganas ni delicadas, ni menos amigas de sí; y para esto ayuda su Majestad más en estos principios; de manera que, con un poco de diligencia, pueden ir adelante en toda virtud». A continuación se refiere de un modo más personalizado a la destinataria, Magdalena del Espíritu Santo, y le dice con un cierto halago: «Y ha sido grande dicha y signo de Dios dejar otras y traerla a ella; y, aunque más le costara lo que deja, no es nada, que eso presto se había de dejar; así como así; y para tener a Dios en todo, conviene no tener en todo nada; porque el corazón, que es de uno, ¿cómo pude ser del todo de otro?». A María de Jesús, priora de Córdoba, 20 de junio de 1590[1059]. Le recuerda que ha de confiar en la providencia, no afanándose tanto por lo temporal, porque se irá Dios olvidando de ellas «y vendrán a tener mucha necesidad temporal y espiritualmente, porque nuestra solicitud es la que nos necesita». La comunidad «más la ha de gobernar y proveer con virtudes y deseos vivos del cielo que con cuidados y trazas de lo temporal y de tierra; pues nos dice el Señor que ni de comida ni vestido del día de mañana nos acordemos» (Mt 6,25; 31-34). A esta catequesis sobre la administración temporal añade una exhortación de la más alta espiritualidad: «Lo que ha de hacer es procurar traer su alma y las de sus monjas en toda perfección y religión unidas con Dios, olvidadas de toda criatura y respecto de ella, hechas todas en Dios y alegres con solo él, que yo le aseguro todo lo demás». A Leonor de San Gabriel, junio de 1590[1060]. Al final de la carta anterior, antes de enviar saludos a otras monjas de la comunidad, animaba fray Juan a la supriora, Leonor de San Gabriel, «a que lleve su peregrinación y destierro en amor por él». A «la mi Gabriela» le había costado mucho ir a Córdoba y no acababa de pasársele la querencia sevillana. En esta nueva carta tiene el santo que andar consolándola, empeñado en quitarle la idea de que el vicario general, Nicolás Doria, esté enfadado con ella. Ha de desterrar esa pena, que le ha comunicado por carta, pues le puede hacer daño al espíritu 394

y a la salud. No tiene por qué apenarse, pues el padre vicario no tiene nada contra ella. No es más que una tentación del maligno traérselo «a la memoria, para que lo que ha de ocupar en Dios ocupe en eso». Siempre tan cercano y comprensivo, termina: «Tenga ánimo, mi hija, y dese mucho a la oración, olvidando eso y esotro, que, al fin, no tenemos otro bien ni arraigo ni consuelo sino este, que, después que lo habemos dejado todo por Dios, es justo, que no anhelemos arrimo ni consuelo en cosa sino de él, y aun es gran misericordia...». De entre las cartas perdidas Entre las cartas perdidas, tenemos noticia de una escrita a Brígida de la Asunción, carmelita descalza en Segovia. La carta contenía «ciertos documentos necesarios al aprovechamiento de su alma. Tuvo muchos años esta carta y algunos días la leía para despertar su espíritu al amor y servicio de Dios; y estaba ya tan borrada, que con el tiempo la faltaban algunos pedacillos y letras, de suerte que no se podía leer. Preguntándola que si podía leer algo de ella, respondió que todas las razones que eran de fruto para su alma se conservaron enteras, y las que no la importaban tanto se habían gastado y borrado y no se podían leer» [1061]. No sabemos la fecha de esta misiva pero pudo ser escrita desde Madrid, lo mismo que escribió otras, dos a la priora y una a Ana de Jesús del mismo convento de Segovia. Igualmente desde Segovia escribió fray Juan a María del Nacimiento, que fue priora en Madrid, una carta en la que le enseñaba «a buscar el tesoro escondido en el campo. Aunque le pareciese no le hallaba, pues si ella le hallara, ya no fuera escondido, y por el consiguiente no sería tesoro» [1062]. Isabel de la Encarnación certifica que le escribió una carta desde Segovia, «en que me anunció un trabajo muy grande, el cual me sucedió en el tiempo que el santo me señaló» [1063]. «Censura y parecer»[1064] Ponemos aquí este breve escrito. Se trata de un «parecer», «juicio», que dio Juan de la Cruz sobre el espíritu de una carmelita descalza, a petición del padre Nicolás Doria, vicario general. No tenemos mayor noticia histórica. Lo único seguro es que, según parece, no era de la comunidad de Segovia. Para dar su informe se guía Juan de la Cruz por las señales del falso espíritu contrapuesto al verdadero, como se puede apreciar en esta presentación sinóptica: Falso espíritu 1.

Verdadero espíritu

Mucha golosina de 1. Gran desnudez en el propiedad. apetito.

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2. Demasiada seguridad 2. Nunca sin temor para y poco recelo de guardar el alma de mal. errar interiormente. 3.

Gana de persuadir 3. Gana que lo tengan en que crean que lo que poco y se lo desprecien y tiene es mucho y él mismo lo hace. bueno.

4. No aparecen efectos 4. Profundos efectos y de humildad. Este es sentimientos de humildad el principal defecto. que no se pueden disimular. 5.

Estilo lleno de 5. El mismo espíritu enseña afectación y estilo más sencillo. encarecimiento. Y «todo esto que dice dijo ella a Dios y Dios a ella, parece disparate». Y lo es.

Consejo final a quien corresponda: «No le manden ni dejen escribir nada de esto; ni le dé muestra el confesor de oírselo de buena gana; sino para desestimarlo y deshacerlo; [...] pruébenla en el ejercicio de las virtudes a secas [...] y las pruebas han de ser buenas, porque no hay demonio que por su honra no sufra algo». Advertencia final: Aunque mencionemos aquí esa carta a Brígida, dejamos de comentar ahora las cartas 25, 26, 27 a monjas de Segovia, después del Capítulo de 1591, pues se comentan más adelante.

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Capítulo 32 En el gobierno de la Consulta. Luces y sombras

Le van entrando dudas Ante todo cuesta creer que algunas actuaciones del vicario general hayan sido ratificadas por los demás miembros de la Consulta, por más que él lo diga. Me refiero muy en concreto a la carta de Doria a María de San José, priora de las descalzas de Lisboa, en la que asegura que ella «por algunos respetos de servicio de Dios y bien de nuestra Congregación se ha pedido que se le ponga precepto para que no trate con el padre fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, religioso de nuestra Orden, y a nuestra Consulta ha parecido bien y se ha ordenado se le mande lo siguiente: por tanto, mando a la dicha María de San José, que ni por sí ni por interpósita persona no escriba, ni hable, ni trate con el dicho padre fray Jerónimo Gracián, ni reciba sus cartas, ni trate negocios que le toquen; todo lo cual y cada una cosa de ellas le mando que lo guarde y observe en virtud de Espíritu Santo y santa obediencia sub praecepto, y so pena de excomunión latae sententiae y de ser tenida por culpada en ellos» [1065]. ¿De verdad que a la Consulta esto le ha parecido bien y ha mandado que se le envíe semejante precepto? No lo creo, máxime cuando el documento está escrito en Madrid el 15 de agosto de 1588, y Juan de la Cruz estaba ya en Segovia a primeros de agosto. La pobre María de San José escribió de su puño y letra: «A mí se me notificó esta patente, la cual postrada y de corazón obedezco por entender es voluntad de mis prelados, mas no porque yo le haya pedido ni nadie por mí, porque no hallo causa en mi conciencia para pedir se me ponga semejante precepto» [1066]. Juan de la Cruz va tomando buena nota de este modo de proceder, que se va generalizando, y estoy seguro que se iba sintiendo molesto, y, aunque le toque pasar por el yugo de la mayoría en las decisiones del gobierno general de la Consulta, no quiere decir que esté de acuerdo con todo. Adelanto este juicio de valor con el que no quiero defender a Juan de la Cruz indebidamente, sino que estoy atisbando los varios pasos que va dando hasta que llegue a romper con varias de las determinaciones de la Consulta y venga a caer en desgracia de aquellos maquinadores sin escrúpulos, en no pocas cosas. Juan de la Cruz, presidente interino de la Consulta 397

El 10 de septiembre la Consulta determinó que el vicario general comenzase a visitar las provincias de la Orden. Comenzaría por Andalucía. En las Constituciones del Capítulo General de 1590 se prescribe: «Cuando el vicario general está ausente del lugar donde está la Consulta, o porque va al Capítulo General, o por cualquier otra causa, de manera que no puede asistir ni presidir en la dicha Consulta, entonces tenga sus veces y su autoridad en todo el definidor mayor electo en el Capítulo General pasado, y después de él el segundo y así de los demás, por orden; y lo mismo se haga cuando por enfermedad no pudiere asistir» [1067]. Nicolás Doria, vicario general, sale de Segovia el 16 de septiembre para girar la visita en Andalucía[1068]. Todavía en Madrid el día 18, comunica que «dentro de tres días partiré, que ya he dejado en Segovia todo lo que a la Consulta toca acabado y puesto en concierto para que tengan los negocios fácil y buen despacho». Se va pues «a ver las casas de la Andalucía, y de allí, pasado el invierno, me volveré a Segovia, o quizá me llegaré por allá, según que viere convenir» [1069]. Por ausencia del vicario le toca presidir a Juan de la Cruz desde el 16 de septiembre de 1588 hasta el 3 de marzo de 1589, cuando Doria volvió a Segovia. Presidirá las sesiones de la Consulta, como definidor mayor, Juan de la Cruz. No siempre la cosa era tan pacífica como creen algunos bonachones. De hecho, el secretario de la Consulta puntualiza que Juan de la Cruz: «En ocasiones de parecer, tuvo algunos dares y tomares con uno del definitorio, digo con un definidor (porque jamás tuvo encuentro ninguno con nuestro padre fray Nicolás de Jesús María, sino mucha amistad y buen crédito), cuando andaba el ruido e inquietudes del Breve [Salvatoris] de las monjas, las cuales le querían a él por su prelado» (26, 314). No sabemos quién era este definidor; lo de entenderse bien con Nicolás Doria se irá poco a poco erosionando hasta saltar por los aires, como veremos poco más adelante. Estando ya en Segovia el 23 de septiembre de 1588 fray Juan, como «prior del monasterio, frailes y convento de los Santos Mártires de Granada», delega poderes ante escribano público a dos religiosos de la comunidad de Jaén, Gaspar de San Pedro y Lorenzo de Santa María. Cede así los poderes recibidos por él por el rector, frailes y convento del Colegio del Carmen descalzo de Alcalá de Henares (26, 183-184). Y el 23 de enero de 1589, Luis de San Jerónimo, rector de Alcalá, y cuarto consiliario de la Consulta certifica que recibe «de mano del padre fray Juan de la Cruz, prior del monasterio de los Santos Mártires, de la ciudad de Granada», doscientos ducados[1070]. Como se ve, sigue fray Juan siendo todavía prior de los Santos Mártires de Granada, y lo será hasta marzo de 1589, como veremos más adelante. Se ha dicho con toda razón que «dada la enorme burocracia que suponía el centralismo absoluto de la Consulta en cuanto a recepción de novicias, elecciones de prioras y confirmaciones, decretos de fundación, elecciones, permisos de visitas y confesores, etc., las actas firmadas por el santo tuvieron que ser muy numerosísimas, aunque no se conocen todas» (26, 193). Serie de intervenciones 398

1. 29 de septiembre de 1588, autoriza a las carmelitas descalzas de Málaga, por parte de la Consulta, para que ciertas novicias puedan concertar «sobre las dotes» [1071]. 2. Rezo de Completas y horario de la oración (26, 183). Intervino la Consulta y declaró: «Pues, según la Regla, las religiosas han de guardar silencio desde Completas hasta otro día dicha Prima, ordenamos que las Completas se digan en todo tiempo después de cena o colación; porque, dichas Completas, se guarde silencio, como lo manda la Regla y Constitución. Y la hora de oración que se tiene después de las cinco de la tarde se tenga antes de cena o colación, que es el tiempo más acomodado para ella». 3. Para terminar el Capítulo conventual: (26,183). Además del salmo Miserere que ya se rezaba, la Consulta manda rezar otros tres: Deus misereatur nostri..., Ad te levavi oculos meos y De profundis. 4. Documentación del padre Gracián enviada a la Consulta. El 15 de octubre de 1588 se presentó en Segovia Bernardino de Buysán, escribano del rey, «de pedimento del licenciado Olías de la Cruz, vecino y regidor de Segovia, en nombre de fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios». Y estando presentes tres frailes del convento: Juan de la Cruz, Juan Bautista y Gregorio de San Ángelo, el dicho escribano «leí a los dichos tres frailes, que dijeron ser de la Consulta, el memorial y carta atrás contenida en las espaldas de esta hoja de verbo ad verbum y como en ello se declara». Después de leída la carta, «los dichos frailes dijeron que ellos escribirían al dicho padre Gracián lo que acerca del negocio se debiese hacer y conviniese al servicio de Dios y de su Majestad. Y demás de esto, el dicho licenciado Olías les dio un pliego de cartas que en el título de él decía: “Para los padres vicario y consiliarios de la Consulta de los carmelitas descalzos, en Segovia”». El escribano quería llamar testigos para la certificación, los dichos frailes no lo consintieron «porque dijeron que no era necesario con ellos hacerse auto ninguno». El escribano, ante esta negativa, pide que, al menos, le digan sus nombres y ellos «dijeron que no los querían decir» [1072]. En carta del 1 de octubre al vicario general y a sus consejeros expone Gracián cómo el cardenal Alberto le ha enviado a llamar para negocios, según Su Eminencia, de muy gran servicio de Dios. De hecho, el cardenal Alberto de Austria como legado pontificio y con autoridad pontificia le llama para que vaya a Lisboa a entrevistarse con él[1073], otra vez le vuelve a llamar[1074]; otros tres documentos sobre la misma llamada a Lisboa[1075]. Como para ocuparse de esos negocios va a necesitar algunas dispensas de las leyes de la Orden, en esa misma carta al vicario y consejeros manifiesta que «querría que todo procediese con llaneza, claridad y obediencia a Vuestras Reverencias. Mándenme avisar luego lo que tengo que hacer, porque con esto cumpliré con el cardenal o con el rey; y no será razón que en negocios tan graves andemos sin claridad, ni oigan Vuestras Reverencias calumnias de acá acerca de ello, que es mejor se aclare si es bien que se haga o no. Nuestro Señor dé a Vuestras Reverencias aquella gracia y espíritu que deseo. De Lisboa, 1º de octubre de 1588» [1076]. En carta aparte al vicario le suplica: «Me haga la 399

caridad de hacer que me respondan luego, porque andemos con claridad y seguridad, de una manera o de otra» [1077]. Llegado Gracián a Lisboa, el cardenal le emplea en la Visita a los carmelitas calzados de Portugal. El P. Gregorio Nacianceno, provincial de Andalucía, exhorta a Gracián en carta del 29 de octubre de 1588 a que emprenda la visita que se le encomienda sin tardar y le dice en tono muy comprensivo: «Pax Xti, etc., con la de V. R. me he consolado mucho, aunque me da cuidado esa flaqueza de cabeza; por amor del Señor la procure reparar con más sueño y comiendo algunos días carne, y en esto no haya falta» [1078]; otra carta del mismo, del 12 de noviembre, a Gracián sobre el mismo asunto de la visita a los calzados[1079]: animándole también a llevarlo todo con paciencia y buen ánimo. Y en la misma carta le confiesa: «Siento tanto los disgustos de Vuestra Reverencia y las ocasiones que le dan de ellos, que no tengo palabras con qué encarecerlo: sea Dios por todo bendito, que a todos nos quiere Su Majestad de un golpe. Yo no sé dónde va a parar esto sino a probar su paciencia de Vuestra Reverencia y a purificar su alma». Entre los «disgustos» que se traía Gracián, ¿estaría también acaso presente la respuesta que le habrá dado o no le habrá dado la Consulta? Creo que sí. No sé con qué rapidez habrá contestado la Consulta a Gracián; ni tenemos certidumbre directa de que lo haya hecho, es decir, no tenemos las palabras directas de la respuesta. Privados de estos textos oficiales, podemos pensar que sí que le contestaron y hasta percibir el tono de las respuestas. Para esto tenemos que dar por verdaderas las páginas de alguien que, cual si fuera un espía, dice haber interceptado desde una habitación contigua (era la celda del padre Antonio de Jesús) lo que estaban tratando en la Consulta «a grandes voces y con mucho alboroto, del dicho padre Gracián». El espía en cuestión se llama Juan de San Alberto[1080], que recoge por escrito lo que pudo oír a través de la pared[1081]. Habiendo escuchado un rato entendió que los padres de la Consulta «estaban muy sentidos y agraviados del dicho padre (Gracián) a causa de que, aquel día, habían recibido cartas del dicho y, juntamente, una petición. Que según ellos decían contenía lo mismo que las cartas». A continuación refiere lo que pudo entender acerca de la petición de Gracián: «Era que, para guardar papeles que tenía, de que importaba secreto y mucho recato, por ser negocios tocantes al servicio del rey, nuestro señor, y otras cosas graves, mandasen darle licencia y dispensar en un acta o actos para tener llave en su celda, o en una arquilla. Y juntamente se le señalase un compañero que fuese tal que pudiese fiar de él los negocios en que el príncipe, cardenal, y el reverendísimo nuncio le ocupaban. Y sobre esto estaban altercando con grande cólera» [1082]. Recogido el parecer de dos de la Consulta, pasa a transcribir lo que oyó que decía Juan de la Cruz: «Mejor será que se le responda que pida esta dispensación al príncipe, cardenal, vicario general de los Órdenes, y con esto quedaremos bien con su alteza. Y esto no lo firme la Consulta, con achaque de que no está aquí nuestro padre vicario general. Y cuando él use de la tal licencia, si le pareciere a la Consulta, procederá contra él, o se la confirmará, si viere convenir. Y así quedamos siempre nosotros señoreados de este caso y le tenemos tomados los puertos por todas partes. Y hágasele proceso de nuevo de este mal

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modo de pedir. Que esto no es pedir como súbdito, sino mandarnos como superior a nosotros, pidiendo con petición pública y tomando testimonio de la notificación, como quien toma pleito. El cual no puede poner, sin nuestra licencia, a nadie. Pues cuánto menos a nosotros. Y demás de esto, el querernos constreñir y forzar, siendo sus superiores, y que por fuerza o temor suyo dispensemos en el quebrantamiento de nuestras leyes. Y todo esto es bien que se escriba y de ello se le haga cargo, y se procure, por el mejor término que se pueda, mandarle que se venga aquí y sepamos qué negocios son estos que el rey, o el nuncio, le ocupan. Que todo debe ser invención, y tratar de darle libertad, hasta expeliéndole, que debe ser lo que él más desea y anda buscando. Y más vale que se pierda él, que no que, calla callando, nos destruya a nosotros y a toda la Orden, a la cual tiene muy poco amor. Y saldrá con ello, si no le acortamos los pasos».

Y añade el espía: «Esto, con otras muchas cosas que se me han olvidado, que aún esto no sé cómo me he acordado de ello, dijo fray Juan de la Cruz» [1083]. Esta declaración larguísima, en cuya última parte se encuentra lo que se refiere a la Consulta y al «caso Gracián», la cierra el autor diciendo: «De todo lo cual hago juramento solemne a Dios y a esta cruz ser verdad y haber sucedido verdaderamente. A la cual declaración de presente ni me ha movido pasión. Ni temor, ni esperanza de premio, sino sólo deseo de declarar la verdad pura, como lo es todo lo aquí contenido. Y como tal, lo firmo de mi nombre. Fray Juan de san Alberto, y ahora Juan de Ortega y Muñoz» [1084]. Le tocó a Juan de la Cruz andar en este proceso de Gracián y, si damos crédito al que he llamado «espía», ya vuelto el padre vicario general a Segovia, puso «un precepto de obediencia con cargo de excomunión, reservada la absolución de ella para sí solo, a cualquiera que supiese, por oídas o vista o en otra cualquiera manera, quien había sacado un proceso del padre Gracián» [1085]. Sólo faltaba esto: el robo del proceso de Gracián. ¿Y quién habrá sido? Y los sospechosos tuvieron que jurar y juraron que ellos no habían sido. Puestos a investigar hallaron en la celda de fray Blas de San Gregorio «un clavo torcido, del cual colgaba siempre el candil. El cual quisieron hacer que era ganzúa, y que con ella había falsado la llave donde estaban los papeles. Lo cual, de todo en todo, era falso. Porque el clavo era tan grueso, que era imposible entrar por las cerraduras» [1086]. Todavía cuenta Juan de San Alberto un par de cosas más, como en desdoro de fray Juan de la Cruz. Se trata de lo siguiente. Un día, después de cenar, el santo llevó a la recreación comunitaria «a dos frailes calzados que allí estaban por huéspedes, que habían ido de Ávila a ordenarse a Segovia». Fray Juan preguntó a los dichos padres «que qué sentían y les parecía de la visita del padre Gracián y si les pesaba de ello». Los huéspedes contestaron con gran discreción que les parecía muy bien, pero que por tratarse de otro reino, de Portugal, no estaban muy al corriente. Fray Juan comenzó a dar juicios de valor negativos acerca de la visita afirmando que la hemos de contradecir. Gracián se toma «aquel oficio, sin licencia de la Consulta». Aquella misma noche entraron en su Consulta y el espía vuelta a enterarse lo más posible. Juan de la Cruz, como presidente, quiso explicar la conversación habida en la recreación y manifestó: «No piensen que dije acaso lo que dije en recreación, que no fue sino porque entiendan aquellos padres que no le habemos nosotros de defender al padre Gracián sino antes contradecir» [1087]. 401

Esto fue el día de Santa Lucía, 13 de diciembre por la noche. De aquí en adelante ya no pudo husmear nada el espía, por los trabajos y trabajos que se le encomendaron y más que nada, ¡a sacar la piedra de la cantera del convento! Aun respetando el juramento de Juan de San Alberto, y dando por hecho que lo que dice de las palabras de Juan de la Cruz sea cierto en la sustancia, puede uno dudar legítimamente de la literalidad de algunas de las frases, cuando lo que se nos transmite ha sido captado a través de la pared y transcrito, después de su expulsión de la Orden, aunque tuviera los apuntes que sacó en su día. Con esto no estoy defendiendo a ultranza a fray Juan. Admito abiertamente que fray Juan estuvo algún tiempo engañado o no tan bien informado acerca de ciertos puntos, por ejemplo, cuando Gracián pide a la Consulta el esclarecimiento y las dispensas que estaba necesitando en Portugal y recibe una contestación desairada, si es que le contestaron[1088]. Pero cuando Juan de la Cruz se fue enterando bien de las cosas, reaccionó como un león en defensa de Gracián, y de la manera más valiente y decidida, como veremos más adelante. Donázar habla, con razón, de fray Juan como «una víctima de la astucia del padre Doria» [1089], pero que despierta a tiempo de su equivocada opinión respecto a Gracián[1090], y cree que «a finales de 1590 sale por fin de ese limbo en que está sumido. Creemos que es una carta de María de San José, desde Lisboa, la que pone fin a ese estado de inquietud y la que marca un cambio de actitud» [1091]. 5. Licencia para recibir novicias: (13, 303-304; 26, 184-185). Para recibir tres novicias en Barcelona. Inicia: «Jhs María. Fray Juan de la Cruz, definidor mayor de la Congregación de carmelitas descalzos y presidente de la Consulta de la dicha congregación, por ausencia de nuestro muy reverendo padre vicario general, et. [...] por el tenor de la presente doy licencia a la madre priora y religiosas carmelitas descalzas de nuestro convento de la ciudad de Barcelona para que puedan recibir a nuestro hábito y religión tres novicias, guardando en el recibirlas la forma y orden que disponen sus leyes cerca del recibir novicias». Firma fray Juan definidor mayor y el secretario fra. Gregorio de S. Ángelo, octubre de 1588. 6. Confirma elección de priora (26, 187-188; 13, 304)[1092]. Se trata de las descalzas de San José de Valencia. Por ausencia del vicario general confirma la elección en la persona de María de los Mártires, el 4 de noviembre de 1588, «dándole, como por el presente le damos, la cura y administración del dicho convento y de nuestras religiosas en él. Y mando en virtud del Espíritu Santo, santa obediencia y debajo de precepto a todas las religiosas del dicho convento que por tal priora la obedezcan» [1093]. [1094]

7. Carta al padre Mariano . Aunque Mariano era miembro de la Consulta, vivía en Madrid y era prior del convento de San Hermenegildo. Fray Juan le envía la siguiente carta. Segovia, 9 de noviembre de 1588. «Al padre Ambrosio Mariano, carmelita descalzo, prior de Madrid.

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Jesús sea en vuestra reverencia. La necesidad que hay de religiosos, como vuestra reverencia sabe, según la multitud de fundaciones que hay, es muy grande; por eso, es menester que Vuestra Reverencia tenga paciencia en que vaya de ahí el padre fray Miguel a esperar en Pastrana al P. Provincial, porque tiene luego de acabar de fundar aquel convento de Molina. También les pareció a los padres convenir dar luego a vuestra reverencia suprior; y así, le dieron al padre fray Ángel[1095], por entender se conformará bien con su prior, que es lo que más conviene en un convento, y deles Vuestra Reverencia a cada uno sus patentes. Y convendrá que no pierda Vuestra Reverencia cuidado en que ningún sacerdote, ni no sacerdote, se le entremeta en tratar con los novicios; pues, como sabe vuestra reverencia, no hay cosa más perniciosa que pasar por muchas manos y que otros anden traqueando a los novicios; y, pues tiene tantos, es razón ayudar y aliviar al padre fray Ángel, y aun darle autoridad como ahora se le ha dado, de suprior, para que en casa le tengan más respeto. El padre fray Miguel no era ahí mucho menester ahora, y que podrá más servir a la religión en otra parte. Acerca del padre Gracián no se ofrece cosa de nuevo sino que el padre fray Antonio está ya aquí. De Segovia y noviembre 9 de 88. FRAY J UAN DE LA +».

Como vemos, notificándole algunos cambios de religiosos de un convento a otro, le da unos consejos muy pertinentes para la buena educación de los novicios; y ya al final le dice: «Acerca del padre Gracián no se ofrece cosa de nuevo». 8. Carta de Bernabé del Mármol. En diciembre de 1588 Bernabé del Mármol envía una carta a la Consulta[1096], denunciando especialmente el modo incorrecto de proceder del padre Doria en lo que se refiere a Gracián, y cuenta cómo Doria se ha servido subrepticiamente de un decreto del nuncio para atacar a Gracián, y para colmo «va por los conventos cargado de papeles contra el padre Gracián, mostrándolos por reacreditarle y apartar el amor que los religiosos le tienen». No sabemos qué caso pudo hacer la Consulta, con fray Juan a la cabeza, de esta denuncia, en la que además se vuelve a hablar de aquella entrega de cartas de Gracián en el mes de octubre, suplicando a los miembros de la Consulta que no se ande «publicando en Madrid y por otras partes que habían de quitar el hábito al dicho padre. Suplico a Vuestras Reverencias procuren remediar tales dichos, que entre descalzos no suenan bien». 9. Compra de las Peñas Grajeras de Segovia (26, 194-197). Ya hemos hablado de esta compra y posesión en el Capítulo 27. 10. Confirma las elecciones de Alba de Tormes (26, 154, 199). Esto tuvo lugar el 24 de enero de 1589, en que el santo expidió su patente confirmando a las «electas en los varios oficios, mandándoles debajo de obediencia los reciban y ejerciten». Y firma: «Fray Juan de la Cruz, definidor mayor». 11. A las descalzas de Alba (26, 199-200). Como siempre por ausencia del padre vicario general concede, como definidor mayor, al convento de Alba la licencia solicitada para renunciar la herencia de la hermana Juana de San Pedro «en la persona o personas que les pareciere. En este nuestro convento de Segovia, ocho de febrero de 1589 años. Fray Juan de la Cruz, definidor mayor» [1097]. NB. El padre Doria está de vuelta en Segovia en marzo de este año de 1589. Fray 403

Juan en junio-julio de 1589, por nueva ausencia del padre Doria, preside otra vez las sesiones de la Consulta como presidente. 12. A la madre Ana de los Ángeles, carmelita descalza, priora de Cuerva[1098]: «Jesús sea en vuestra reverencia y la haga tan santa y pobre de espíritu como tiene el deseo, y me lo alcance a mí de Su Majestad. Ve ahí la licencia para las cuatro novicias; mire que sean buenas para Dios. Ahora quiero responder a todas sus dudas brevemente, que tengo poco tiempo, habiéndolas tratado primero con estos padres, porque el nuestro no está aquí, que anda por allá. Dios le traiga: 1. Que no hay ya disciplina de varillas aunque se reza de feria, porque aquesto expiró con el rezo carmelitano, que sólo era en ciertos tiempos y tenía pocas ferias. 2. Lo segundo, que no dé en general licencia a todas ni a ninguna para que, en recompensa de eso ni de otra cosa, se discipline tres días en la semana. Sus particularidades, como suele, allá se las verá. Guárdese lo común. 3. Que no se levanten comúnmente más de mañana que manda la constitución, esto es, la comunidad. 4. Que las licencias expiran expirando el prelado; y así, ahora por esta se la envío de nuevo para que pueda entrar en el convento en caso de necesidad confesor, médico, barbero y oficiales. 5. Lo quinto, que pues ahora tiene hartos lugares vacíos, que, cuando fuese necesario lo que dice, se puede tratar la duda de la hermana Aldonza. Encomiéndemela, y a mí a Dios. Y quédese con él, que no me puedo alargar más. De Segovia y junio 7 de 1589»[1099].

Así responde a varias dudas propuestas, además de dar el permiso para recibir cuatro novicias. Gran deseo del santo: «Mire que sean buenas para Dios». 12. Confirmación de las elecciones de Villanueva de la Jara (26, 206-207). Como presidente de la Consulta, habiendo visto con los demás miembros el documento de la elección de la priora en la persona de Elvira de San Ángelo, la confirma «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén» [1100]. De Segovia, 7 de junio de 1589. 13. Licencia a la hermana Petronila de San José de Ávila (26, 209-210). Examinada por los consultores la petición hecha por el convento de San José y por Petronila, novicia, «para que puedan renunciar las legítimas que del padre y madre de la dicha hermana, y otras cualesquier que en cualquiera manera pueden pertenecer a la susodicha y al dicho convento por razón de sus profesión [...], habiéndolo así determinado los padres consiliarios de nuestra Consulta», da la licencia requerida. 30 de junio de 1589 años. 14. Licencia para las descalzas de San José de Zaragoza (26, 210-211). Caso parecido al anterior, aquí en la persona de la novicia Magdalena de Jesús. Da la licencia a priora, Isabel de Santo Domingo, el 5 de julio de 1589: «Con que se le haya de dar, y dé, al dicho convento o a quien su poder hubiere, los mil ducados del dote y los cien ducados de alimentos juntamente con las demás cosas de ajuar, como se contiene en el asiento que sobre lo susodicho se ha hecho» [1101]. 15. A María de Jesús[1102]. A María de Jesús, priora de Córdoba, Segovia, 18 de julio de 1589, las líneas que siguen son de la propia Consulta: «Ahí le envío todas licencias; miren mucho lo que 404

reciben al principio, porque conforme a eso será lo demás». Lo demás ya son perlas espirituales, que Juan de la Cruz tiene siempre a mano. En la posdata envía saludos de los demás de la Consulta: «El padre fray Antonio y los padres se le encomiendan». NB. Vuelve el padre Doria a Segovia, pero se ausenta otra vez pronto. De nuevo le toca presidir el gobierno de la Consulta a Juan de la Cruz: septiembre-diciembre. 16. Carta al vicario general Nicolás Doria[1103]. La siguiente carta al padre Nicolás de Jesús María (Doria), vicario general, es también un documento de la Consulta en el que se presenta lo acordado en sus reuniones, relativo al convento de Génova: «Jesús María sea con Vuestra Reverencia. Harto nos habemos holgado que llegase Vuestra Reverencia bueno y que allá esté todo tan bien y el señor nuncio. Espero en Dios ha de mirar por su familia; acá están los pobres buenos y bien avenidos; procuraré despachar presto como Vuestra Reverencia deja mandado, aunque hasta ahora no han llegado las avenidas. Acerca de recibir en Génova sin saber Gramática, dicen los padres que poco importa no la saber, como ellos entiendan el latín con la suficiencia que manda el concilio, de manera que sepan bien construir; y que si con sólo eso se ordenan allá, que parece los podrán recibir. Pero que si los ordinarios de allá no se contentan con eso, que no parece tienen la bastante suficiencia que manda el concilio; y que sería trabajo haber de traer por acá a ordenar o enseñar. Y, a la verdad, no querrían que pasasen por acá muchos italianos. Las cartas irán al padre fray Nicolás, como Vuestra Reverencia dice, al cual nos guarde nuestro Señor como ve que es menester. De Segovia y septiembre 21 de 89».

17. Elección de las fundadoras de las descalzas de Córdoba. Nombró el santo todas las monjas que habían de ir a fundar en Córdoba[1104], elección atinadísima por la categoría de las elegidas[1105]. Otros acontecimientos El nombramiento oficial de visitador de los calzados dado a Gracián por el cardenal Alberto es del 24 de noviembre de 1589[1106]. Resistida ferozmente la visita por frailes y superiores de los calzados[1107], de quien recurre al prior general de la Orden[1108] y también por algunos descalzos, entre los que no podía faltar Ambrosio Mariano[1109] y resistiéndose también Gracián mismo a emprenderla, la comenzó, finalmente, a mediados de enero de 1589[1110], y no la terminó sino el 14 de mayo de 1591. En todo este tiempo, en los años 1589-1590 hubo una especie de movida entre frailes descalzos y gente de fuera de la Orden para que se pidiera una visita canónica en toda regla a los descalzos, sobre todo una visita a Doria y a sus consejeros, para aclarar este asunto tan molesto y aireado del padre Gracián. Se pide que se instruya proceso contra Doria por las mil irregularidades y arbitrariedades en curso, etc. El 9 de julio de 1589 ya se lo pide Juan Vázquez del Mármol a Felipe II[1111]. Y en ese mismo mes dos carmelitas descalzos entregan un memorial a la emperatriz María de Austria y ella se lo pasó al rey; 405

defienden a Gracián y reprochan a Doria no pocas cosas y piden visita canónica, o al menos que sean jueces acerca de las cosas señaladas y sentencien en ellas u ordenen lo que fuere justo. Indican quiénes, miembros de otras familias religiosas: dominicos, agustinos, franciscanos, jerónimos y dan nombres concretos, podrían encargarse de tal visita y de estos trabajos[1112]. Hasta fray Luis de León lo pide el 18 de julio de 1590 y sugiere un proceso judicial contra Doria y sus sostenedores a fin de vindicar la inocencia de Gracián e instaurar la paz entre descalzos y descalzas[1113]. Entre otras peticiones en este sentido hay una de Juan Vázquez del Mármol al obispo de Évora, juzgando ser necesaria una visita canónica para descubrir el modo indigno de proceder de los superiores, en particular contra Gracián[1114]. Pedro de la Purificación, desde Génova o Roma, envía también a mediados de 1590 un documento larguísimo al conde de Olivares, embajador de Felipe II ante la Santa Sede, en defensa de Gracián y pide también una visita canónica a la congregación por persona competente y añade una relación de los principales cargos que se le pueden hacer al P. Doria[1115]. Un carmelita descalzo, cuyo nombre no sabemos, escribe a Felipe II, a mediados de 1590, pidiéndole que designe visitadores de los descalzos, para que, averiguada la verdad de las cosas, libren a los súbditos de los superiores y restituyan la paz entre todos[1116]. Todavía otra carta de Juan Vázquez del Mármol a Felipe II en ese mismo sentido[1117] es tremenda exposición y alegato. También el padre Gracián se suma a esta petición de visita canónica y en carta a doña María de Velasco y Aragón, condesa de Osorno, pide su intercesión para conseguir el bien de la Orden, y en especial para obtener del rey el nombramiento de visitadores, pero que sean de otras Órdenes[1118]. En febrero de 1590 circula una carta de Juan Vázquez del Mármol escrita el 16 del mes, a los conventos de carmelitas descalzos, doliéndose de las calumnias que se van propalando en la Orden contra el padre Jerónimo Gracián, y en ella expone cómo sucedieron las cosas, basando su narración en documentos auténticos[1119]. Juan de la Cruz despierta y acomete Juan de la Cruz está muy al tanto de todo esto. Y pienso que esta última carta de Vázquez del Mármol y otros papeles parecidos que pudo leer le agrandaron los ojos que ya tenía bien abiertos. Sabiéndose engañado anteriormente, ahora su amigo, confesor y confidente Juan Evangelista nos informa al detalle acerca de la valentía de fray Juan. Dice así: «Como en su tiempo de definidor se trataron los negocios del P. Gracián y el santo repugnó tanto que se ventilasen fuera de la religión, sino que ya que nosotros habíamos levantado la caza que la corriésemos sin dar parte a nadie (que estas son palabras suyas), hizo en razón de esto mucho, y llevando nuestro padre Doria el definitorio a Madrid en orden a esto, hizo lo posible para no ir, y al fin lo alcanzó y se quedó en Segovia, de donde escribió muchas cartas muy apretadas en orden a lo dicho, y alguna de ellas me acuerdo

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que fue tal, que, habiéndomela leído y yo persuadídole mucho a que no la enviase, porque había de ser motivo de pesadumbre, no quiso, diciéndome que aquello era gloria de Dios y que, como definidor, tenía obligación a ello»[1120].

Habla de «muchas cartas muy apretadas»; «apretadas» puede significar de letra muy pequeña, o, como se dice en el diccionario de la lengua: «De letra muy metida», o también apretada en sentido de duras y fuertes. Las dos cosas juntas, mejor. El tono de estas «muchas cartas» creo que era especialmente subido por la cuestión en sí misma, por el método e intenciones con que se procedía y por la necesidad que, en mi opinión, tenía el alma de fray Juan de hacerse perdonar el haber andado algún tiempo un tanto engañado o despistado en este asunto. Juan de la Cruz decía de sí: «Cuando me acuerdo de los disparates que he hecho siendo prelado, me salen los colores al rostro» (14, 284). Posiblemente su actuación en el tiempo en que estuvo engañado acerca del caso Gracián era algo que le sacaba los colores al rostro. Pero se redimió extraordinariamente de este fallo, como acabamos de ver. Y es doblemente válido este cambio absoluto a favor de Gracián, si pensamos que Gracián se portaba hacia Juan de la Cruz de un modo bastante «extraño» y poco generoso, como ya han subrayado algunos historiadores. Presidiendo Nicolás Doria El trabajo de la Consulta, cuando le tocó presidirla a Juan de la Cruz, no se reducía sólo a este caso tan enojoso del padre Gracián, sino que abarcaba otras muchas cosas. Pero hay otra serie de documentos firmados por el vicario general y por sus consejeros, entre ellos Juan de la Cruz, que hay que tener también en cuenta. Querer rastrear en las cartas circulares enviadas a las comunidades de la descalcez lo que puede haber ahí de la mano de Juan de la Cruz es una empresa no sólo muy difícil, sino imposible. De todos modos no se le puede tampoco echar la culpa al encontrarnos con cosas impropias de su persona o doctrina. La norma era para el equipo atenerse a lo que determinase la mayoría; firmaban todos y nadie podía saber la opinión particular de uno o de otro. Vamos con esa tira de documentos: 1. Carta de la Consulta del 5 de marzo de 1589. El 20 de febrero de 1589 escribía una carta de García de Loaysa, capellán y limosnero mayor del rey a la Consulta. Todavía fungía de presidente fray Juan. Se elogiaban las actas del Capítulo de Madrid de 1588 y se pedía que se guardasen con todo rigor. Se magnificaba el voto decisivo de los miembros de la Consulta y que el gobierno de las monjas esté directamente bajo la Consulta. «Que se observen bien las actas que la Consulta ha hecho sobre el trato de los religiosos y confesores con las monjas y sobre las reelecciones de las prioras» [1121]. Se pasó la carta al vicario general y este el 5 de marzo envía una carta firmada por todos los miembros de la Consulta a los frailes y monjas de la Congregación. Se transcribe la carta anterior de Loaysa, y al final se exhorta a religiosos y religiosas «a que 407

se consuelen» con dicha carta y se animen así a la observancia regular como a hacer lo demás en la dicha carta contenido. Y firma todo el equipo desde el convento de Segovia a 5 días de marzo de 1589[1122]. 2. Fundación de un segundo convento de monjas de Ávila (26, 202)[1123]. «La Consulta, el 10 de marzo de 1589, acepta las casas y legado que dan los señores [Luis Guillamas y Juana Cimbrón, su esposa] para la fundación en Ávila de un segundo convento de monjas carmelitas descalzas, que se llamaría “Nuestra Señora de la Presentación”. Lo sobrante de la donación y renta se destine a fundar convento de padres carmelitas descalzos en la misma ciudad de Ávila, con el título de “San Luis”». La escritura va firmada por el vicario general y los consiliarios. 3. Instrumento de fundación de dos conventos en Cazorla (26, 202-203). El 27 de marzo de 1589 firman los miembros de la Consulta, admitiendo la fundación de monjas carmelitas en Cazorla. La fundación no llegó a realizarse[1124]. En la misma fecha otra Escritura admitiendo la fundación de los descalzos también en Cazorla. Se hizo y duró hasta la exclaustración. 4. Compra de las casillas junto al convento de Segovia para doña Ana de Peñalosa, 11 de agosto de 1589. Interviene la Consulta en pleno y firman todos. Ya hemos hablado antes de ello en el Capítulo 30[1125]. 5. Carta a Bautista de la Santísima Trinidad, prior de los descalzos de Lisboa. El vicario general y sus consejeros contestando a una carta del mencionado prior en la que pregunta a la Consulta cómo se tiene que haber o portar con el padre Gracián le responden: «Le trate como huésped, con caridad; y como tal y que no tiene voz activa ni pasiva, no le admita en cosa alguna que toque al convento ni a la Orden. En lo demás, entienden estos padres que el dicho padre Gracián vivirá vida regular en todo e igual con los demás, como nuestras Constituciones mandan, y que no tratará poco ni mucho con las monjas de nuestra Orden. Y si en algo de esto faltare, Vuestra Reverencia con caridad le avise y haga que lo cumpla, y dé noticia a los padres de la Consulta de todo. Y esta orden guardará Vuestra Reverencia con él. El Señor le dé su santa gracia. De Madrid, 13 de noviembre de 1589» [1126]. No estoy seguro de que Juan de la Cruz haya visto esta contestación, firmada en Madrid, aunque se diga al principio que «los padres de la Consulta han visto... y han determinado». 6. Carta de la vida regular[1127]. En el Capítulo General extraordinario de 1590 se ordenó que se hiciese la Instrucción de Novicios. Se encomendó el trabajo a Juan Bautista, provincial de Castilla, a Blas de San Alberto, prior de Medina de Rioseco, y a Juan de Jesús María (Aravalles), suprior del convento de San Hermenegildo de Madrid[1128]. Aunque en el mandato de la Consulta y en la Aprobación se habla de los tres como autores, parece la aprobó el Definitorio y la mandó imprimir, y que se cumpla y ejecute. Este mandato de la Consulta lleva fecha del 11 de enero de 1590. Va firmado por los seis miembros de la Consulta. Esta carta se imprime al final de la Instrucción de Novicios[1129]. Primero había sido 408

enviada como circular a todos los conventos, firmada en Segovia por todos los componentes de la Consulta, 22 de abril de 1589. Y al final se ponía una nota del secretario de la Consulta: «En todos los conventos se lea esta carta en el refitorio de quince en quince días por todo este año». Enseguida salió un juicio acerca de la doctrina defendida por la Consulta en esta carta. Es casi seguro que esta refutación es del padre Gracián, aunque adopte un género literario especial; se presenta así: «Copia de la respuesta de un hombre docto a quien se envió la carta que los carmelitas descalzos imprimieron, año 1589». Está tan enterado de la vida de Gracián que bien parece que el autor es él mismo. Es una buena refutación de algunos de los puntos afirmados por la Consulta[1130]. 7. Otra carta de la Consulta: Madrid, 24 de enero de 1590[1131]. Según parece se ha movido la Consulta a enviar esta circular con la idea de restablecer la paz, turbada por los cambios de las leyes en la Orden. Se van desgranando razones para hacer ver que las nuevas leyes son buenas de verdad, especialmente las que someten los religiosos y religiosas al gobierno de la Consulta, y las que prohíben las reelecciones de las prioras. Esta vez se tiene la impresión de que una parte del texto está redactado por Juan de la Cruz, aunque acaso tenga que decir cosas de las que no está personalmente convencido, pero la tiranía de la mayoría es lo que es. Al final de la carta, se lee de mano del secretario Gregorio de San Ángelo: «Léase esta carta en refectorio, cuando estén a la mesa al mediodía, cada semana una vez enteramente, por tres meses arreo». Enseguida, parece que no podía ser de otra manera, ahí está la Respuesta de Jerónimo Gracián a esta Circular de la Consulta. No le falta razón en unas cuantas cosas al menos[1132]. 8. Carta de la Consulta en pleno[1133]. Comunican a los religiosos y religiosas, el 13 de julio de 1590, el feliz éxito del Capítulo General recién terminado, y se refieren al texto de las Constituciones preparadas en ese Capítulo, que ya se hallan en proceso de impresión. Una vez más, apenas conocido el texto de las Constituciones, Gracián lo somete a examen y señala los males que pueden venir por las nuevas leyes como por los cambios introducidos en las antiguas Constituciones. Y lanza sus «apuntamientos acerca de la leyes que se imprimieron en el Capítulo General de Madrid el año 1590» [1134]. 9. Mandato general de la Consulta[1135]. Se refiere al Ordinario y ceremonial de los religiosos primitivos descalzos de la Orden de la gloriosísima Virgen María del Monte Carmelo», que se había encargado en el Capítulo de 1585 de Pastrana. Preparado por los encargados Gregorio Nacianceno y Luis de San Jerónimo y visto y aprobado por los dos censores nombrados para el caso, la Consulta lo «aprueba y manda que se imprima, y que después de impreso se observe y guarde en toda nuestra Congregación». Firman los seis de la Consulta, en cuarto lugar fray Juan de la Cruz, consiliario, el 20 de agosto de 1590. 409

10. Carta a Luis de San Jerónimo[1136]. Se trata de un documento-carta a Luis de San Jerónimo, que había intervenido en la elaboración del Ordinario y ceremonial, como se ve en el número anterior, y que había echado sobre sus hombros también la preparación del Manual de los divinos oficios[1137]. La carta de la Consulta es de los idus de agosto, es decir, del día 13 de ese mes. Insiste, como es natural, la Consulta en que los provinciales, vicarios, superiores locales hagan que se introduzca el Manual y se observen sus normas debidamente y amenaza severamente a quienes presuman hacer algo en contrario. Anotación obligatoria. A los dos libros anteriores el Ordinario (Madrid, 1590), y el Manuale divinorum officiorum (Madrid, 1591), preparados por Luis de San Jerónimo, habría que añadir el titulado Privilegia / Sacrae Congre- / Gationis Fratrum / Regulam Primitiuam Ordinis B. Mariae de Monte Carmeli / profitentium, qui Discal-/ ceati nuncupantur. (Escudo de la Orden) cum facultate Superiorum. / MADRITI. / Apud Petrum Gomezium Aragonium, Typographum Regium. / M.D. XCI. Preparado por el mismo Luis de San Jerónimo, que en una Epistola al Congregationem presenta una breve historia de la Orden, desde los principios hasta 1591, en que sale el libro. En el fol. 4r, al contar los inicios del Carmen descalzo, afirma que «para llevar a cabo tan preclarísima obra, lo mismo que antiguamente el Señor había escogido a la profetisa Débora y a Barach, para que libraran al pueblo de Israel de la mano del soberbio príncipe Sísara, así ahora ha elegido a una insigne e ilustre mujer, famosa por la santidad de su vida, Teresa de Ahumada, más adelante llamada Teresa de Jesús, y al venerando padre fray Antonio de Heredia, más tarde, de Jesús, que siendo maestro de Letras Sagradas, se distinguía por la doctrina y por la honradez de costumbres. Ambos a dos pueden ser llamados con toda razón guías y precursores, ella de las monjas y él de los frailes». Esta afirmación llama la atención de los lectores, y entre ellos de Tomás Álvarez, que en 1993 hizo una reproducción en facsímil de este libro en los talleres de El Monte Carmelo, Burgos, por cuanto no se hace mención de Juan de la Cruz como iniciador de la nueva familia carmelitana. Ya al famoso Manuel de Santa María, gran estudioso de todas las cosas de la Orden, puso de mal humor esa declaración, y así lo dejó estampado en un ejemplar del libro que se conserva en el archivo de los descalzos de Segovia. Quiero advertir, por mi cuenta, que cuando se preparaba este libro en 1591 estaban en Segovia Antonio de Jesús y Juan de la Cruz. No me extrañaría nada que Juan de la Cruz, conociendo como conocía las apetencias constantes de Antonio de Heredia, de figurar como el primero, haya tenido parte en que no apareciera su nombre sino el del padre Antonio. Para esta sospecha me da pie, además de conocer a los personajes, la declaración de Luis de San Jerónimo en el proceso apostólico de Baeza, donde declara todo lo contrario: que Juan de la Cruz, «vestido de sayal y jerga y descalzos los pies, en realidad de verdad fue el primero que dio principio a la reformación de la dicha Orden en el primer convento que fundó el dicho siervo de Dios en el lugar de Duruelo, del obispado de Ávila, cuya fundación fue el día de San Andrés apóstol, año de mil y quinientos y sesenta y ocho. Y pasados algunos días le siguió y pasó a la descalcez el 410

padre fray Antonio de Jesús, religioso grave y muy docto de la dicha religión» (24, 401). Esto lo declara el 20 de septiembre de 1627, años después de lo que dejó escrito en el libro. Hay que advertir que en el libro no hay ninguna señal de que se publicara por mandato o bajo los auspicios de La Consulta, pero, sin duda, debió de ser así. 11. Carta de la Consulta a la congregación. Dirigida y firmada por el vicario general y los seis definidores consiliarios, va al frente de las Constituciones del Capítulo de 1590[1138]. Fechada el 13 de julio de 1590. Recapitulación El trabajo de Juan de la Cruz, sea como presidente de la Consulta, en ausencia del vicario general, sea como simple miembro, estando el vicario presente, no es nada desdeñable. A esto hay que sumar las demás ocupaciones que tenía en Segovia, como superior de la casa y constructor del nuevo edificio y otras tareas de tono menor, si podemos hablar así, como puede ser dar el hábito, el velo y la profesión a un par de monjas de Segovia: Isabel de los Ángeles (14, 239-242), y Brígida de la Asunción (14, 248-251; 24, 228-232). Da el velo también en agosto de 1590 a Jerónima de Jesús del mismo convento segoviano (14, 243; 24, 223) y a Isabel de la Visitación, en septiembre del mismo año. Le dio el velo pero le oyeron decir: «Dios las perdone, hermanas. ¿Para qué profesaron a esta monja?», mostrando mucha fatiga de verla quedar en la Religión. A los pocos días de profesar, ella mima dijo que estaba descontenta y que había profesado por temor de su padre «y dio en tan grandes melancolías, que se temió habían de llevarla a la Inquisición». Por fortuna fue cambiando y parecía otra, de modo que tuvo una muerte muy edificante (26, 432-433). También tuvo que intervenir Juan de la Cruz cuando la elección de la nueva priora de Segovia, María de la Encarnación, cuando Isabel de Santo Domingo salió de Segovia para Zaragoza (26, 187). El 13 de mayo de 1590 admitía a los hermanos Francisco de Jesús y Juan de la Cruz como hermanos donados, y «en nombre de la Orden acepta la tal donación y los recibe e incorpora en su convento en la Religión» [1139].

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Capítulo 33 Capítulo General de 1590. La bomba del breve Salvatoris et Domini

Se pregunta por Gracián Doria, siempre calculador, adelantó el segundo Capítulo General un año antes del plazo marcado en la ley, y así se celebró en Madrid en junio de 1590 en el convento de San Hermenegildo. Asiste Juan de la Cruz como miembro de la Consulta. Aquí se dio de nuevo algo parecido a lo de 1588; una gran parte de los capitulares hicieron una petición «en que pedían que querían saber por qué causa tenían al padre Graciano sentenciado. A lo cual respondió el vicario general que de muy buena gana lo mostraría. Dícenme que sacaron tanto volumen de papel como tres manos, y que leyeron desde que el santo tomó el hábito hasta el propio día que se acabó de leer, porque cada día dicen que van escribiendo cosas nuevas. Hame dicho que tenía allí el padre Graciano muchos amigos, los cuales han salido todos muy escandalizados de las cosas que allí le impusieron, y que se determinó por votos secretos que se estuviese privado de voz y lugar hasta que hubiese enmienda, o por mejor decir, hasta que él venga pidiendo misericordia. Juntamente salió que para que se quietasen algunos religiosos que andan en la Orden alterados acerca de este negocio, que se escribiese una carta a todas las casas de la Orden diciendo que encomendasen al Señor al padre Graciano, el cual estaba a pique de caer en grandes errores; que pidiesen al Señor que le sacase de ellos» [1140]. Otra revolución en la descalcez. Tareas capitulares En ese mismo mes de junio de 1590 se da otro acontecimiento que convulsiona los ánimos y va a traer tantos alborotos y disgustos: El papa Sixto V emana el breve Salvatoris et Domini, el 5 de junio. Se confirman las constituciones dadas a las carmelitas descalzas por su fundadora, estableciendo, además, que en lo sucesivo ninguna autoridad a excepción de la sede apostólica pueda mudarlas. El gobierno de las monjas queda reservado al vicario general de la Congregación, el cual será ayudado por 412

un comisario especial elegido por el Capítulo, y ocupará el primer lugar después del vicario general[1141]. Se trata del breve agenciado por Ana de Jesús a espaldas del padre vicario general, aportando ellas, las monjas, dineros y medios para que un buen negociador lo alcanzase en Roma. El agente se llamaba D. Bernabé del Mármol, pariente de Gracián. Crisógono resume muy bien la conversación de Ana de Jesús con Doria en el locutorio del monasterio, en la que le enreda y prácticamente le engaña, de tal modo que Doria termina diciendo como un simple: «Madre, si no hubiera nadie que fuese a Roma por ese breve para confirmar sus constituciones, iría yo mismo a pie y descalzo» [1142]. Ni por sueños creyó Doria que se iba a dar ese paso, a sus espaldas; pero más adelante, habiendo olfateado las tramitaciones que se andaban haciendo, adelantó este Capítulo General intermedio, antes de que llegase y se promulgase el breve en cuestión. Es seguro que Doria conocía el texto del breve, o al menos muchas de sus cláusulas, antes del Capítulo, como se ve por una larguísima carta suya a las carmelitas descalzas: «Por cartas de algunas de Vuestras Reverencias he entendido que esperan de Roma un breve con diversos privilegios y como dándome el parabién que yo he ser sólo prelado de ellas durante mi oficio de vicario general» [1143]. En una de las sesiones de ese Capítulo General, desde los datos de que disponían acerca del breve «los padres descalzos, teniendo esta noticia, con voto de todos los capitulares del Capítulo General de su congregación, por dos autos sobre ellos pronunciados, renunciaron en manos de Su Santidad el gobierno de las dichas monjas, por bien de paz y por no tener pleito con ellas y por otras razones que a esto les movieron; y en este estado está el negocio» [1144]. Posteriormente en la carta citada del 21 de agosto de 1590 vuelve Doria sobre esta determinación y sobre esa resolución del Capítulo y amenaza con desentenderse del gobierno de las descalzas si estas no están dispuestas a obedecerle con sencillez de corazón[1145]. A propósito de esta «dejación» de las monjas descalzas por parte de la Orden se habla de una visita hecha por el famoso padre Domingo Báñez al padre Doria[1146]. Trató Báñez de convencer a Doria de que levantar la mano del gobierno de las monjas, de los 30 monasterios existentes, era algo nunca visto en la Iglesia de Dios. Le daba todas las razones posibles e imaginables. Nicolás Doria no se convencía y viendo Báñez lo firme que estaba en su decisión le dijo: «Pues yo recabaré de mi Orden, que reciba las monjas que Vuestra Paternidad desecha». Doria respondió, tomándole la mano: «No suelto esa palabra, porque a ellas, y nosotros nos estará muy bien, que pasen al gobierno de Religión tan grave». Enterado el rey de esta conversación dijo: «¿Quién mete a Báñez en lo que no le pertenece?». Juan de la Cruz es presentado como contrario, en el Capítulo, a esa dejación, «diciendo no ser acertado que por lo que habían hecho pocos monasterios culpasen y diesen de mano a muchos que habían hecho finezas por no salir del gobierno común habiendo llegado los contrarios a persuadírselo». Esta era su opinión, pero prevaleciendo los votos contrarios «hicieron dejación de ellas en manos del papa» [1147]. En este Capítulo de 1590 se revisó también el texto de las Constituciones de los frailes y se promulgaron ese mismo año con nuevos elementos introducidos en ellas. Al frente 413

del texto constitucional viene una carta de la Consulta a los religiosos y religiosas de la Orden. Se extienden en resaltar los aspectos positivos del nuevo gobierno de la Consulta. Y pasando a los textos aprobados se muestra muy satisfecha al ver que «no sólo cada constitución ha tenido los tres cuartos de los votos como la ley manda, pero muy pocas hay que no hayan tenido todos los votos. Y esto es más de notar por votarse cada cosa secretamente con pelota blanca y negra, que es con toda la libertad que puede haber, para que nadie vote sino conforme a como su conciencia le obliga». La carta va firmada en Madrid el 13 de julio de 1590. Firma el vicario general y los consiliarios, entre ellos «fray Juan de la Cruz, definidor consiliario». El caso de Gracián no apareció sólo al principio del Capítulo, cuando algunos preguntaron directamente por él, como acabamos de decir, sino que en alguna de las sesiones se vieron las cartas escritas por Gracián, por algunas monjas y seglares acerca del mismo. Tomada visión por los capitulares de toda esa documentación y de «la inquietud que de lo se ha seguido, y queriendo atajar esto en el dicho Capítulo, se determinó y mandó que ningún religioso ni religiosa, prelado ni prelada, ni súbdito, ni súbdita, por sí ni por interpósita persona, no escribiese al dicho padre Gracián; sino que todas las cartas o papeles que recibieren de él o de otra cualquier persona que trate de los negocios del susodicho padre Gracián, los hayan de enviar y envíen todos a la dicha Consulta, así el prelado a cuya mano vinieren, como el religioso o religiosa a quien fueren enderezados; lo cual mandaron así se cumpliese en virtud del Espíritu Santo y santa obediencia, sub praecepto y debajo de excomunión mayor, latae sententiae»[1148]. Me imagino el tormento interior de fray Juan, que ha roto con Doria en cuanto a no asistir en Madrid a las sesiones en que se trate de Gracián y que ahora en el Capítulo le toca escuchar todo esto, a no ser que lo hayan tratado cuando Juan de la Cruz, dentro aún de los días del Capítulo, ha ido a Cuerva, como explicaremos enseguida. El padre Gracián, a quien fray Juan defiende abiertamente de las acusaciones que se le hacen, sale con un largo alegato, en la segunda mitad de 1590, en el que somete a examen el texto de las constituciones aprobadas, magnificando los males que se pueden seguir a la Orden por esas constituciones de 1590[1149]. De esta manera sigue acumulando material explosivo para su propio daño a manos de sus émulos, y también por este camino perjudica a Juan de la Cruz y a cuantos le defienden. Hasta el mismo Francisco de Santa María en la Reforma recrea claramente los criterios que seguía y aconsejaba Juan de la Cruz en este caso tan vidrioso: «... El venerable Fr. Juan de la Cruz, aunque nunca aprobó sus llanezas [del P. Gracián], siempre veneró y amó su persona, por las grandes prendas que Dios le había dado, y por los incomparables servicios que a la Religión había hecho. Y así siempre en sus negocios fue de parecer que se fuese con templanza, procurando excusar ruidos y escándalos, y que se pasase con los inconvenientes menores, por excusar los mayores, especialmente en tiempo que ya el P. Gracián estaba retirado del gobierno en Lisboa, y privado de voz activa y pasiva, como queda dicho». Y añade a continuación: «Pensamiento verdaderamente santo y prudentísimo, pero no halló el lugar que merecía en los ánimos muy celosos por las razones que la historia adelante dirá» [1150]. Estas últimas palabras contienen una denuncia 414

bastante clara de quienes llevaron adelante el proceso contra Gracián de modo incorrecto, y al frente de todos iba Nicolás Doria. En este segundo Capítulo General, por si faltaba algo, «se trató de quitar las recreaciones; y con ser todos los padres del Capítulo que se quitasen, sólo nuestro padre (Doria) y el santo fray Juan de la Cruz fueron del parecer que no se quitasen» [1151]. Durante esta estancia madrileña va de paso por Madrid un religioso destinado a la provincia de Cataluña. Juan de la Cruz se da cuenta de que lleva una capa muy vieja y se la cambia por la suya más nueva[1152]. Viaje de Juan de la Cruz a Cuerva En carta del 20 de junio, escrita en Madrid, dice en la posdata: «Presto me volveré a Segovia, a lo que creo» [1153]. Antes de volver a Segovia, y, acaso durante los días del Capítulo[1154], tiene que desplazarse hasta el convento de las descalzas de Cuerva. Le acompaña Andrés de Jesús María, prior de Toledo. Y es él quien cuenta al padre Alonso, que recoge el dato, las incidencias del viaje entre Toledo y Cuerva[1155]. Según van llegando a un paraje solo y apacible dice fray Juan al compañero: será bien que nos detengamos un rato a descansar y a hacer un poco de oración. Descabalgan; Andrés se queda al tanto de las cabalgaduras y Juan de la Cruz se interna en la espesura montana y allí se pone en oración. Pasa el tiempo, ya se va a poner el sol; el compañero va en su busca y lo encuentra «en oración, arrebatado y levantado del suelo en el aire casi un estado, de que admirado se estuvo esperando a que cesase del rapto». Y prosiguen tranquilamente su camino. ¿Cuál era el motivo de este viaje a Cuerva? No lo sabemos exactamente. Lo que sí creo es que fray Juan va como comisionado por la Consulta y tenía que resolver algún problema importante. En aquella comunidad estaba doña Aldonza Niño de Guevara, la fundadora[1156], que «en el año de 1585 entró en este convento y vivió en él con hábito hasta la muerte, aunque sin profesar» (26, 207-209), por creerse indigna de emitir la profesión. En la carta escrita por Juan de la Cruz, en nombre de la Consulta, a la priora de Cuerva, Ana de los Ángeles, el 7 de junio de 1589, le decía «que se puede tratar la duda de la hermana Aldonza». No sabemos de fijo si uno de los puntos a tratar ahora en esta visita sea el relativo a la situación canónica de Aldonza, pero pudiera ser: por qué iba a estar así perpetuamente sin profesar, o acaso se trataba también de algún tema económico. Me imagino la alegría de Juan de la Cruz al encontrarse una vez más con Ana de los Ángeles, la priora que le acogió en agosto de 1578 cuando se fugó de la cárcel, y que ahora es priora en Cuerva. Pensar que este viaje hubo de ser para proveer en el convento de Cuerva la adecuada reclusión de María de San José e insistir en que fue «probablemente para convenir la oportunidad de recluir allí a la María de San José» [1157] es una equivocación manifiesta, pues toda esa reclusión en Cuerva tiene lugar, ya por parte de otros superiores y de una nueva persecución en 1603,[1158] muriendo en Cuerva el 19 de 415

octubre de ese mismo año 1603[1159]. Si la visita de fray Juan fue dentro de las jornadas capitulares, volvió, terminada su encomienda a Madrid, donde firma las actas del Capítulo el 13 de julio. Fray Juan vuelve a su convento de Segovia, a sus labores y oficios. Vuelve, sin falta, con no pocos interrogantes en el alma y tratando de apaciguarse ante los problemas de la Orden. Es santo, pero no tonto, y los temas de Gracián, de las monjas y otros descalabros le afectan muy en serio. Diálogo con el Señor de la Cruz a cuestas Acaso es en este tiempo, 1590, cuando se presenta por Segovia el hermano de fray Juan, Francisco de Yepes, llamado por el santo por una Pascua[1160]. Francisco comía y cenaba con los frailes y se sentaba junto a su hermano y tenía una celda para él, y contaba él mismo que «le hacían mucha caridad los frailes por amor de Dios y por su hermano [...] y le regalaban mucho y tenían mucha cuenta con él». Y sigue diciendo: «Y después de haber estado allí dos o tres días, le pedí licencia para venirme. Díjome que me detuviese algunos días más, que no sabía cuándo nos volveríamos a ver. Fue esta la última vez que le vi». Me decía: «No tengáis tanta prisa, que no sabéis cuándo nos veremos». Y yo le respondí: «Pues, hermano, tengo costa de pagar la cabalgadura». Y me dijo: «No tengáis pena, que todo se pagará». Y nos informa como si estuviera hablando con nosotros: «Acabando de cenar una noche tomome por la mano y llevome a la huerta[1161]. Y estando allí solos, me dijo: “Quiero contaros una cosa que me sucedió con Nuestro Señor. Y teníamos un crucifijo en el convento; y estando yo un día delante de él, pareciome estaría más decentemente en la iglesia. Y con deseo de que no sólo los religiosos le reverenciasen, sino también los de fuera, hícelo como me había parecido. Después de tenerle en la iglesia puesto lo más decentemente que yo pude, estando un día en oración delante de él, me dijo: Fray Juan, pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé, por este servicio que me has hecho. Yo le dije: Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por Vos y que sea yo menospreciado y tenido en poco. Esto pedí a Nuestro Señor; y Su Majestad lo ha trocado de suerte, que antes tengo pena de la mucha honra que me hacen tan sin merecerla”». Y remata: «Después de esto Nuestro Señor le dio los trabajos que había pedido» (G, 68-69, 78-79)[1162]. Después de unos días se despidió Francisco y fray Juan «le dio dineros para el camino»; y añade Francisco: «Y bien se echó de ver lo que le dijo, que no sabía cuándo se verían, pues no le vio más en este mundo. Y ya debía él saber cuándo Dios le había de llevar por las palabras que le dijo, que no sabía cuándo se verían» (G, 89). Costumbres santas de los frailes Recordando todavía Francisco lo que había visto en el convento de Segovia, recrea 416

algunas de las costumbres santas de aquellos frailes. Cuando se iban a acostar, uno de ellos andaba tañendo una esquilica y decía: «Hermanos, cuidemos nosotros de Dios, que Dios cuidará de nosotros». Y así pasaba por las celdas diciendo a cada uno esta sentencia. Otra noche les oía: «Hermanos, velemos, porque no nos coja la muerte», e iba de la misma manera por todas las celdas diciendo lo mismo. Otra noche decían: «Hermanos, el yugo de Dios es suave, ¿por qué se nos hace pesado?». Además de este recordatorio nocturno, ha presenciado algunas de las mortificaciones ordinarias o extraordinarias que hacen. Ha visto «a un fraile que se metió debajo de la mesa y comenzó a besar los pies del prior y después los de todos hasta que acabó, y tornó a besar los pies del prior y se salió sin hablar palabra. Vio otra vez a un fraile desnudo desde la cintura arriba, atadas las manos atrás con una soga, y una calavera, y así pasó por delante de todos y luego se fue. Y, cuando comen, tienen allí una calavera y una escudilla de tierra, y así está siempre, que no la quitan» (G, 79-80). A vueltas con el breve La ejecución del breve Salvatoris et Domini, que había dado tanta guerra en los días del Capítulo, venía encomendada in solidum a fray Luis de León y a don Teutonio de Braganza, obispo de Évora[1163]. Mientras, María de San José (Salazar) anda escribiendo a las comunidades, 8 de septiembre de 1590, para que den gracias a Dios por el breve y estimen como se merece el favor que el papa les ha hecho[1164]. Y se reafirma decidida a mantenerse fiel al legado de la santa[1165], con esta carta patética a las prioras de Ávila y Valladolid, no importándole que Doria haya enviado esa larga carta, ya mencionada, a las descalzas manifestando su disgusto por lo sucedido, y enumerando los inconvenientes que se van a seguir de la aplicación del dicho breve y amenazando con desentenderse, definitivamente, del gobierno de las descalzas si estas no están dispuestas a obedecer con sencillez de corazón. «Fuerçan vuestras reverencias –les dice Doria–, los prelados a suplicar deste breve, porque no pare perjuicio a la Orden que los obliga a ello y por el mismo caso los obligan a dar las causas: por qué ha sido pedido este breve por Vuestras Reverencias y por qué la Religión de cuatro Capítulos Generales ha hecho las Constituciones que tiene contrarias a eso, y la experiencia que de todo hay; lo cual sin duda dolerá mucho. Y por no llegar a esto necesitan Vuestras Reverencias a sus prelados, que por bien de paz tratan de perder su derecho y renunciar al gobierno de Vuestras Reverencias y harán lo que pudieren para ello por tirarse afuera de gobierno tan trabajoso y peligroso, y no participar en tantos inconvenientes ni dar cuenta a Dios de haber consentido tan presto estas libertades. Y a la verdad no podían los padres dar en medio más religioso ni de mayor paz que este: que las que no quieren el gobierno de los breves y constituciones de la Orden, se queden sin él, porque no hay peor cosa que andar con la obediencia a medias. Si agrada el gobierno del prelado, es bien dejarse guiar del todo de él; y si no agrada, lo mejor es dejarlo del todo; y andar a medias en esa obediencia es meterse en pleitos y discordias a cada paso y en los demás males susodichos, que 417

inquietan la vida y la afligen, y pone en peligro la conciencia y el alma. Pues lo que en el pueblo se dirá de la causa por que las dejan, a mí pena me da; Vuestras Reverencias a quien toca lo verán» [1166]. Guerras intestinas A esta carta se le opone enseguida como contra-carta otra de don Juan Vázquez del Mármol, toda ella inspirada por el P. Gracián, en la que se rebate todo lo que decía el vicario general[1167]. En todo este asunto Doria responsabiliza con nombres y apellidos a Ana de Jesús y a María de San José y a Gracián[1168]. Y en otro documento muy largo expone los motivos por los que la Consulta se opone al breve y lo recusa, explicando cómo se ha conseguido el breve en cuestión: las dificultades que traerá, los inconvenientes particulares que trae el nombramiento del comisario de las monjas, y otros daños y perjuicios que resultarán de la aplicación del breve y del nombramiento dicho[1169]. Analizando Doria la situación de los conventos de las monjas, unos 30, los cataloga así: «Las monjas entre sí se han dividido en tres partes: unas se han arrimado a las que han sacado el breve; otras, por el contrario, le han renunciado; otras están a la mira a ver en qué para» [1170]. Ha sido ya estudiaba y muy bien documentada la posición de persona tan juiciosa como Ana de San Bartolomé, que era contraria, como la comunidad de San José de Ávila, a las que promovieron y consiguieron el dicho breve. Para ella, este asunto del breve fue un «error» y un escándalo. Está, pues, en este punto a favor del P. Doria. Lo pretendido «era cosa contraria al espíritu de la santa, que había trabajado por dejar sus monjas en la obediencia de los descalzos» [1171]. En el tomo IV de MHCT se publica un buen lote de cartas de los monasterios de descalzas en relación con esta cuestión. Es muy interesante y aleccionadora la lectura de toda esa documentación. Bastará señalar aquí poco más que los nombres. Monasterios contrarios a la obtención del breve Son los favorables a la postura de los superiores de la Orden. Toledo[1172]; Malagón[1173]; Alba de Tormes[1174]; San José de Ávila[1175]. Carta magnífica. Prometen fidelidad y obediencia a los superiores. Dan gracias a Dios «porque no ha permitido que en esta casa hayamos maculado nuestras manos con el lodo que agora se ha descubierto, del cual estábamos ignorantes hasta el presente». Entre las firmantes está la sobrina de la santa: Teresa de Jesús (Ahumada), hija de Lorenzo de Cepeda, nacida en Quito, profesa en Ávila. Granada[1176]; Cuerva[1177]; Pamplona[1178]; Burgos[1179], carta valiente, en la que le dicen a fray Luis de León en sus barbas: «Y plega a Dios que el mundo no se escandalice», viendo que «metemos en el gobierno de nuestra Orden personas de 418

fuera, aunque de tanto valor y prendas como Vuesa Paternidad, en cuya religión y las demás son gobernadas las religiosas por el gobierno de sus prelados; y sería imprudencia mudarse quien está bien». Hay otra carta de Catalina de la Asunción del mismo monasterio de Burgos[1180] al padre Doria y por si sirve para remediar esta situación le envía una carta para Felipe II. Piensa que las que han pedido el breve tendrían buena intención «sino que han sido mal aconsejadas». Y sigue la lista: Vitoria[1181]; Malagón[1182]; Segovia[1183]. Estos son algunos de los conventos que se opusieron a la obtención del breve y a cuantas lo habían pedido. Los que aceptan el breve Frente a estos conventos enumerados están los otros que lo habían pedido y otros que se adhirieron, no son pocos: Palencia[1184], Málaga[1185], Valladolid[1186], Salamanca[1187], Soria[1188], Medina del Campo[1189], Lisboa[1190], Sevilla[1191], Huete[1192], Córdoba[1193], Caravaca[1194], Sabiote[1195], Zaragoza[1196]. Con estas situaciones, a veces tan complicadas, se multiplicaban «los trastornos para la toma de hábito y profesión en muchos conventos». Como ejemplo el caso de Juliana de la Madre de Dios, hermana de Jerónimo Gracián, en la comunidad de las descalzas de Sevilla. El vicario general de los descalzos Nicolás Doria le ha negado la profesión alegando incompatibilidad entre el breve Salvatoris y las constituciones de la Congregación, es decir, de la descalcez erigida en Congregación[1197]. La comunidad recurrió al general de la Orden G. B. Caffardo y este delega en el provincial de los calzados de Andalucía, el 16 de febrero de 1591, para que admita a la profesión a Juliana. Juliana profesó de hecho el 25 de diciembre de 1590[1198], antes de que llegase esta licencia del general. Probablemente Doria había cedido a estas alturas. Pero la negativa suya que provocó el recurso de las descalzas de Sevilla al padre general de la única Orden de entonces obedecía claramente al hecho de que el convento de Sevilla era uno de los que habían aceptado el breve de Sixto V. Situación de Juan de la Cruz Queda claro que si ha habido alguien contrario al breve Salvatoris, ese ha sido el vicario general. Entre los puntos del breve había uno: el del comisario, que le quitaba el sueño a Doria y así vuelve a señalar sus inconvenientes a primeros de 1591[1199]. ¿Qué arte o qué parte tuvo, o pudo tener Juan de la Cruz en todo este asunto? Al apuntar a él como al comisario a elegir, parece que las iras de Doria se desataban en esa dirección, pues podía pensar que andaba metido en la consecución de ese breve. Últimos grandes biógrafos sanjuanistas, Efrén y Otger, titulan el Capítulo 46 de su Tiempo y vida de san Juan de la Cruz: «El recurso de las descalzas 1590» [1200]. Leído y releído ese 419

capítulo cuesta creer que los autores no se hayan dejado llevar por prejuicios o trastrocamientos de nuestros días, al tener ante los ojos la ruptura operada entre las descalzas hace unos años. ¿Qué se busca, qué se pretende haciendo a fray Juan de la Cruz prácticamente responsable, y uno de los responsables más cualificados de la trama previa y de la petición del breve pontificio? Más o menos se le va haciendo responsable al ir narrando gradualmente los hechos con esa perspectiva o intencionalidad. Por ello recuerdan cómo el 15 de agosto de 1588 la Consulta aprobó «que se dé licencia al convento y monjas de Madrid para imprimir sus Constituciones. Pasó». Pasó la petición y fue aprobada. Esto significa para los autores que en el seno de la Consulta tenían las monjas un gran valedor y patrocinador: Juan de la Cruz, que era el oráculo de la Madre Ana de Jesús, priora de Madrid. En los pasos más graves que irá dando Ana, y en ese tan especial de pedir el breve a espaldas de los superiores de la Orden, no lo hizo sin haber consultado «el avatar con los grandes asesores y teólogos de la corte, entre los cuales se incluía el padre Juan de la Cruz, de todos el primero». Así de alegremente se cuentan las cosas y no parece sino que el santo viviese en Madrid, cuando sabemos que estaba ya quietecito en Segovia. Y los autores se atreven a decir que para pedirle como comisario la madre Ana «tuvo que contar con el consentimiento del santo» y añaden: «Es notoria la astucia del padre Juan de la Cruz para estarse tanto tiempo agazapado en el foco de la Consulta, siendo consejero de la madre Ana». Si no hay fundamento histórico claro para demostrarlo, no hay derecho a hacer ciertas interpretaciones. En todo este asunto en que se quiere involucrar al santo sin pruebas de su complicidad, arrojaría bastante luz la declaración de la priora de Segovia, María de la Encarnación, que, angustiada y sin haber podido dormir en toda la noche cuando vinieron de Madrid a pedirle que aceptase el breve, llamó a toda prisa al santo, le expuso su turbación «y cómo pensaba que con esto se había de revolver la Orden», y él «la quietó y dijo que no tuviese pena que todo sería nada» (14, 219). Alonso, muy cercano a la priora, asegura que fray Juan le dijo: «Que ella y su convento se conservasen en su estado, según el modo que la santa madre, su fundadora, y los superiores que gobernaban entonces lo habían plantado» [1201]. El hecho es que María de la Encarnación y su convento de Segovia no aceptaron el breve y, como ella dice en carta del 10 de octubre de 1590: «Yo no sé cómo han podido tanto tan pocas y con qué orden han negociado por todas, sin que nosotras tal negocio queramos» [1202]; y además se refiere a Isabel de Santo Domingo, que desde Zaragoza le ha escrito diciendo «que no sabía cosa del breve ni tiene parte en él». La propia Isabel, escribiendo a fray Luis de León, le dice que con la firma que ella había echado a alguna petición «mi deseo iba encaminado a que esto fuera por mano del prelado que tenemos» [1203]. Tengo evidencia histórica de que Juan de la Cruz no tenía nada que ver con el mencionado breve de Sixto V, y quererle poner una medalla por algo en que no intervino, no deja de ser un despropósito. Como veremos más adelante, hasta el padre Doria que andaba en estas sospechas cambió finalmente de opinión, cuando tuvo evidencia de lo contrario. Alguien tan informado como Jerónimo de la Cruz, refiriéndose a los nuevos trabajos, 420

en el sentido de penalidades y molestias de esta palabra, que fueron cayendo sobre Juan de la Cruz en sus últimos años, lo sustancia de esta manera: «El suceso fue de haber pretendido algunas personas de fuera de la Religión traer breve de Su Santidad, para que el gobierno de las religiosas le tuviese un vicario particular, señalando para esto al venerable padre fray Juan de la Cruz; de lo cual estaba bien ajeno e ignorante y que era muy contra su gusto y parecer, pues para huir la inquietud y gozar de soledad, se había retirado al sobredicho convento (La Peñuela). Pero sospechándose en la Religión que él tenía parte en esta obra, fueron tantos los trabajos y pesadumbres caseras que de aquí se le originaron, que fuera menester mucho para decirlas. Permitiéndolo así Nuestro Señor para mayor corona de su siervo y cumplimiento de sus deseos y peticiones. Pues llegó a tanto que le tocaron en el crédito de su persona y honra; de que se alegraba, por ver menguada la que los hombres le hacían. A todo lo cual era su respuesta, que en satisfacción daba, que por mucho que de él dijesen, quedarían cortos» (25, 132-133). ¿Quién ejecutará el breve? Don Teutonio de Braganza, a quien in solidum con fray Luis de León se cometió la ejecución del breve, como queda dicho, se muestra desesperado por no poder conseguir de Doria que acepte pacíficamente el breve[1204]. Según el breve el vicario general tenía la obligación de convocar Capítulo para que en él se publicasen las constituciones que el papa había confirmado a los conventos de monjas y se hiciesen las demás cosas allí prescritas y concedidas[1205]. Como Doria remoloneaba y no quería convocar de ninguna manera el Capítulo en que tendría que presidir fray Luis de León, ya que don Teutonio por razón de salud ha remitido todo a fray Luis, es este quien, pasado el tiempo de un mes concedido para poder convocarlo, lo convocó él mismo el 2 de octubre de 1590: despachó sus letras convocatorias para los provinciales... mandándoles so las penas y censuras en el dicho breve contenidas, viniesen a esta corte personalmente con sus socios dentro de quince días primeros siguientes de la Notificación a San Hermenegildo de Madrid[1206]. ¿Qué pasó? Se presentaron dos o tres provinciales sólo; no había quorum para el Capítulo, que se iba a celebrar el 25 de noviembre. Entonces se prorrogó la celebración para el 2 de febrero de 1591, cosa que tampoco se hizo. Doria, con sus recursos a Felipe II, lo paraba e impedía todo. Así el 28 de enero de 1591 Doria y sus consejeros, entre los que se halla Juan de la Cruz, instan al rey para que se oponga a la celebración del Capítulo convocado por fray Luis[1207]. Además, a primeros de 1591 Doria recusó a fray Luis como comisario apostólico en este negocio. Aduce 6 causas o razones para tal recusación. Leo sólo un par de ellas: La 2ª: «Porque el dicho fray Luis tiene en el monasterio de Santa Ana de descalzas carmelitas de Madrid, con quien es particularmente el pleito, a una sobrina suya, hija de su hermano, y así hay título de consanguinidad que basta para recusar». La 3ª: «Tiene el dicho P. fray Luis íntima y muy familiar amistad de cuatro años a esta parte con Ana de Jesús, priora que fue del dicho convento de Santa Ana de 421

Madrid, que es una de las que causan este pleito; y es de manera que pocos días faltan que no esté en el dicho monasterio cuatro y cinco horas con ella a solas cerrado en la iglesia o locutorio y teniendo su mula a la puerta» [1208]. Un contrabreve Mientras tanto lo que andaba tramitando Doria era la concesión de otro breve que anulase el anterior sobre el caso de las monjas Salvatoris et Domini, y lo consiguió. El nuevo breve, Quoniam non ignoramus, lleva fecha del 25 de abril de 1591[1209]. El 13 de mayo, el conde duque de Olivares, embajador ante la Santa Sede, comunica a Felipe II la concesión del breve[1210]. Con este nuevo documento se confirma el breve de erección de la congregación, se establecen normas complementarias relativas a la reelección de los provinciales, a la autoridad del definitorio general y del prior local, al gobierno de las descalzas y a la reelección de las prioras. Y responde a cuatro dudas sobre las constituciones de las descalzas y prohíbe el gobierno de las mismas a personas extrañas a la Orden, abrogando el oficio de comisario.

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Capítulo 34 Capítulo General de 1591. Declina su estrella

«Nada, nada, nada» Teniendo ya ese nuevo breve de Gregorio XIV se celebra el Capítulo General en 1591 en Madrid, también en el convento de San Hermenegildo. Comienza el día de Pentecostés, 2 de junio de 1591. Aquí llega de nuevo Juan de la Cruz, acompañado de Juan de Santa Ana. Antes de salir para Madrid, se fue a despedir de las carmelitas descalzas. Las monjas, en el curso de la conversación, le manifiestan sus esperanzas de que le elijan provincial en el Capítulo próximo. Él les contesta: «Sin duda, hijas, no será así, sino muy de otra manera». La priora María de la Encarnación cuenta cómo ella le habló y le dijo: «Padre, quizá saldrá Vuestra Reverencia por provincial de esta provincia»; y el santo padre fray Juan de la Cruz le respondió: «Lo que acerca de esto yo he visto estando en oración es que me echarán a un rincón y sucedió así, quedando sin oficio» (14, 218); «como a un andrajo viejo le echaban en un rincón» (14, 230, 441); «como un trapo arrojado» (14, 248). Trabajos capitulares. Leyes, monjas Al principio del Capítulo fueron elegidos los seis definidores consiliarios que habían de asistir al vicario general en el gobierno de la Consulta. Juan de la Cruz cesó entonces en su oficio. Hubo que volver otra vez al trabajo de revisar las constituciones teniendo en cuenta las normas complementarias relativas a la reelección de los provinciales, a la autoridad del definitorio general y del prior local, al gobierno de las descalzas y a la reelección de las prioras y algún otro punto importante como la abrogación del oficio de comisario para las monjas. Todo ello en fuerza de lo que se determinaba en el breve de Gregorio XIV, en el que se anulaba el de Sixto V. Había tres puntos especialmente delicados en el aire: «Leyes, actitud de las monjas, problema del padre Gracián». Juan de la Cruz tenía las ideas bien claras en los tres casos y habló de cada uno de ellos claramente «de la manera que siempre, no como algunos, que en el cónclave delante de Doria, celebraban sus decretos y fuera los murmuraban; flaqueza que ni aun a los viejos 423

perdonó. Superior a todo esto, el siervo de Dios, no hallando utilidad en tantas mudanzas, hablaba de ellas como experimentado, no condenando las intenciones de los legisladores, sino la multiplicidad de las leyes, juzgando prudentemente que la experiencia enseña el acierto en las establecidas, y la multitud causa confusión, aunque se vean observadas» [1211]. No era partidario, sino enemigo, de multiplicar leyes y más leyes y así lo manifestó. Acerca de los otros dos puntos vuelve a insistir en lo que había manifestado en el Capítulo del año anterior: no hay que abandonar el gobierno de las religiosas ni que todas vayan a pagar lo que hayan hecho algunas pocas. Caso de Gracián En el caso del padre Gracián no tenía mucho que decir después de las cartas «apretadas» que había enviado a la Consulta cuando se reunía en Madrid para dilucidar el asunto. De todos modos, parece que se manifestó abiertamente sobre el particular, teniendo además la encomienda de Roma de interesarse por el caso y de tratar de solucionarlo. De todos era ya conocida, por otra parte, esta actitud de Juan de la Cruz favorable a Gracián. Y por eso, aunque hablase ante los capitulares una vez más del asunto, no descubría nada nuevo. Esto lo hacen ver hasta las opiniones que ya circulaban años atrás cuando, siendo vicario provincial de Andalucía, de camino para la Junta a la que les había convocado Doria el 13 de agosto de 1586, llegó a destiempo por haberse enfermado en Toledo. Gracián, que era vicario provincial en Portugal, no acudió «ni se supo la razón que le movió, aunque se sospechó o malició ser quejas con el provincial y definidores». El santo avisó que le tuviesen por excusado por su enfermedad. Y «como la sospecha no se satisface de la verdad, se alargó a decir [es decir, se corrió] que se detenía por no hallarse en ocasión de desfavorecer a Gracián. Porque el venerable padre de tal manera desistía de algunas acciones suyas, que alababa otras muy grandes, y sentía que buscasen la vida a quien la había dado a tantos» [1212]. Otra prueba tenemos en el tema de que querían procesar a Gracián por el mucho trato que tenía y había tenido con las monjas. En un documento del 27 de noviembre de 1588 se dice: «Muchas de las culpas que imputan a Gracián son de otros. Y en lo que dicen de la frecuencia en los monasterios de monjas, ninguno de los vicarios ha dejado de tener el mismo trato; y en particular un religioso escribió al padre Nicolao que si por aquello había de castigar al padre Gracián, comenzase por él» [1213]. Ese religioso era Juan de la Cruz, que había tratado mucho más que Gracián con las monjas de la Orden; en el mismo documento-memorial más adelante se enumera: «Copia de una carta de fray Juan de la Cruz al provincial (Doria) sin fecha y firmada del mismo» [1214]. Una lástima que se haya perdido esta carta por la que hubiéramos conocido alguna explicación más abundante. No me toca escribir la vida de Gracián; bastará añadir algunas de las últimas noticias acerca de él que pudo conocer Juan de la Cruz, y que le interesaban, sin duda. Terminada la visita a los calzados de Portugal el 14 de mayo, ya el 3 de junio de 1591 424

«el P. Doria, en nombre del definitorio, emite un mandato al P. Jerónimo Gracián para que se presente en Madrid en el plazo de 25 días» (26, 233). Este mandato se expide estando todavía en el Capítulo General de 1591. Gracián llega puntualmente el 28 de junio a la convocatoria que se le ha hecho; él mismo cuenta su llegada, su encuentro con el padre Doria, etc. Habló con Doria en su celda el día 29, que fue domingo, y Gracián le manifestó «que ningún súbdito tendría que con más veras le obedeciese y ningún amigo que más le amase; que le rogaba que cualquier cosa que le diese gusto se lo mandase y dijese de sí a él, sin ninguna tercería de personas que anduviesen por medio, que nunca suelen aprovechar». Y sigue contando: «Esperaba el padre alguna buena respuesta a este primer encuentro, la cual fue con un semblante muy desabrido: “Padre, en ninguna cosa que viere a Su Reverencia me tengo de meter ni hablar, porque le tengo por ánima dejada de Dios y de los más fictos (fingidores) que hay. Y cuando la sentencia, yo quería hacer lo mismo y no me dejaron”. Díjole Gracián que “ningún alma hay tan dejada de Dios que no se pueda volver a Él”. Respondió que aquel era su consuelo, que viviese regularmente, y que si no, que vería lo que pasaba» [1215]. Todo este tiempo estuvo en Madrid con mil trabas para recibir visitas y salir a la calle; hasta para ir a ver a su madre tuvo que ir acompañado de un consejero general. Dejamos aquí a Gracián, a quien meterán en la cárcel conventual durante seis meses y medio ya en 1592. En diciembre del año anterior ha muerto su gran defensor Juan de la Cruz, que, como vimos al hablar del Capítulo de 1585 en Lisboa, anunció proféticamente al propio Gracián que hacía provincial a quien le quitaría el hábito. Y Jerónimo Gracián es expulsado de la Orden. Escuchemos sus palabras dolientes: «Finalmente, quítanme el hábito después de larga prisión. Y sentí mucho que me pusiesen manteo y sotana de muy buen paño, que era de un novicio que había entrado; el cual buen vestido duró hasta llegar a casa de mis padres desde el convento, que luego me le quité y hice hacer un herreruelo largo hasta los pies, con un hábito buriel del paño más basto que se halló, puesto en figura de ermitaño o peregrino. Sólo quien lo padece puede decir lo que sentiría un suceso de estos quien había entrado en la Orden de los descalzos con la vocación que yo entré, y padecido tanto por hacer la provincia, y dado el hábito de la Orden a los mismos que me le quitaron» [1216]. Ante el texto de la sentencia contra Gracián uno se pregunta muchas cosas que Juan de la Cruz ya se había preguntado y en buena parte respondido: ¿Con qué conciencia fue juzgado y condenado Gracián? Los cargos que se le imputan son cosas viejas repetidas una y otra vez contra él, cargos a los que había respondido en conciencia bajo pena de excomunión, cargos que no habían sido probados. En fin, el fallo de este hombre si pensamos en lo que Juan de la Cruz, puesto en trance algo semejante, tenía pensado decir y hacer, estuvo en no aceptar las penitencias que se le habrían impuesto. Juan de la Cruz lo tenía más claro, como se ve por su carta a Juan de Santa Ana: «... Hijo, no le dé pena eso, porque el hábito no me lo pueden quitar sino por incorregible o inobediente, y yo estoy muy aparejado para enmendarme de todo lo que hubiere errado y para obedecer en cualquier penitencia que me dieren» [1217]. Este fue el caso más molesto y difícil en el que tuvo que intervenir Juan de la Cruz como 425

miembro de la Consulta y como simple religioso de la Orden. Una vez que, como dejamos dicho, se enteró de la realidad circundante y envolvente de la persona de Gracián, procedió con total parresía. Felizmente esta gran palabra, parresía, o parresia según el Diccionario de la Academia, se usa ya con frecuencia cuando se quiere decir que alguien habla, se expresa audaz y atrevidamente, diciendo la verdad, evangelizando, o hablando con Dios en la oración cara a cara sin temor ninguno. Es la penúltima palabra del texto griego de los Hechos de los Apóstoles: con toda valentía y libertad, sin estorbo alguno. La parresía con que la persona auténtica habla le nace de su constancia de ánimo y del firme convencimiento y persuasión que tiene de la verdad que defiende. Este es el caso de Juan de la Cruz en el asunto enredoso del proceso contra Gracián. Hay que recordar que Juan de la Cruz formó parte del gobierno de la Consulta desde junio de 1588 hasta junio de 1591. Acerca de todo este asunto del proceso contra Gracián y de la expulsión de la Orden tenemos también un testimonio tremendo de Juan Evangelista. A este gran compañero del santo escribió Jerónimo de San José (Ezquerra) preguntándole que le aclarase detalles acerca de los escritos y de la vida y conducta de fray Juan. Le contestó en varias cartas[1218]. En una de ellas le dice: «Y aunque yo le confesé en Segovia donde le sucedieron hartas cosas, jamás me dijo nada, [de visiones o revelaciones] sino una vez que le cogí infraganti, y fue que, entrando en su celda, le hallé en éxtasi y habiendo vuelto en sí le pregunté qué había tenido; y decía que, estando arrobado, había visto al padre vicario general que era el padre Doria, y a los cinco definidores que se iban entrando en la mar y que les daba muchas voces para que se saliesen, porque se habían de ahogar si pasaban adelante, y en cesando de andar, se habían anegado. Esto fue cuando el negocio del padre Gracián. Mandome apretadamente que no lo dijese en su vida, y por ser en esta materia no lo he dicho en las ocasiones que se han ofrecido; y si lo he dicho alguna vez, que no me acuerdo, no fue diciendo la materia» (10, 342). Otra de las veces que habla de esto añade el declarante: «Yo doy fe que algunas veces le vi aconsejar a aquellos religiosos lo que parecía convenir y nunca le quisieron oír, y dentro de poco vi que había sucedido lo que el santo me dijo» (13, 386). Y todavía en otra le explica: «En lo que toca a las mercedes que nuestro Señor le hacía, ya he dicho a Vuestra Reverencia que era tan secreto y se guardaba tanto, que lo menos era lo que se veía... Una vez, entrando en su celda, le hallé elevado, y hablándole no hizo mudamiento. Dejelo por entonces, y en habiendo ocasión le pregunté qué había sido aquello, (esto pienso que se lo tengo escrito a Vuestra Reverencia otra vez), y negolo deslumbrándome mucho de ello. Al fin, apretándole, me dijo: Mire que le mando que mientras yo viviere, no lo diga a nadie. Representóseme que nuestro P. Vicario general y los definidores se entraban en el mar, y yo les daba voces que no entrasen, que se habían de ahogar. Vídelos que les llegaba el agua a la espinilla y a la rodilla y a la cintura, y siempre les daba voces que no entrasen, y no hubo remedio, sino que pasaron adelante y se ahogaron todos. Esto fue cuando estaba en el negocio el P. Gracián» [1219]. Las últimas cláusulas parecen evocar la visión de Ezequiel: c. 47: la fuente del templo. Tremendos estos testimonios del confesor que se los ha arrancado casi a la fuerza a Juan de la Cruz. Francisco de Santa María alude a esta visión-profecía de Juan de la Cruz en un párrafo 426

tremebundo: «La tormenta que el pasado de ochenta y ocho comenzó en nuestra Reforma con el nuevo gobierno, tales bramidos dio en este de noventa, que en toda España se oyeron y llegaron a Roma. Una ola de ella arrebató al gran F. Juan de la Cruz y lo arrojó a las soledades de La Peñuela. Otra se sorbió al P. F. Jerónimo Gracián y dio con él en los calabozos de Túnez, donde estuvo cautivo. Entre las monjas y frailes causaron tanto encuentro muchas de ellas, que estuvieron a pique de naufragar los unos, o las otras, o todos, rompiendo las cadenas de caridad, en que los dejó presos la santa fundadora. De Madrid sacó otra ola a Ana de Jesús, cuando menos pensaba, y la encerró en el convento de Salamanca. Por haberse llegado a socorrerla el gravísimo y doctísimo padre maestro fray Luis de León, de la Orden de San Agustín, le cogió la resaca y perdió la gracia del rey y tras de ella la vida. María de San José, priora de Lisboa, no inferior a la madre Ana, ni en talento ni en estima de N. S. M. por haber estado en esta tormenta a su lado, la padeció bien grande a su tiempo. El definitorio todo se fue por sus propios pasos a entrar en el abismo, si no de pecados, de confusiones, de varios juicios, de dudas, y de encuentros, como lo había prevenido nuestro venerable padre fray Juan de la Cruz. El padre vicario general, autor principal de la Consulta, antes se vio en la otra vida que pudiese darle el asiento fijo, que pretendió. Un recién santo, llamado fray Diego Evangelista, gran predicador, hijo de Sevilla, y de la casa de los Remedios, que en la sangre ajena había pescado un provincialato, murió antes de gozarle. El padre fray Agustín de los Reyes, santo antiguo que mucho se empeñó por el breve, murió ahogado pasando un arroyo. Y el mismo breve de cuya ejecución se ocasionaron tantas borrascas y tragedias, padeció la suya, porque en la fragua de la experiencia forjó la prudencia otro muy provechoso al gobierno, con que cesaron todos los daños» [1220]. Dos breves a nombre de Juan de la Cruz El papa Gregorio XIV envía el breve Exponi Nobis a favor de Pedro de la Purificación[1221]. Le absuelve de todas las penas y censuras y se le concede que sea revisado su proceso en un nuevo juicio y ante nuevo tribunal. El breve está dirigido a Dilectis filiis Officiali Toletan, et Heliae de Sant Martino et Ioanni de Sta. Cruz, Ordinis Beatae Mariae Carmelitarum, et eorum cuilibet. Este Juan de santa Cruz es sin duda Juan de la Cruz de la Orden de los carmelitas descalzos. Se les encomienda que juzguen el caso de Pedro de la Purificación. Pienso que por la oposición de Doria, la cosa no prosperó, tanto más que uno de los puntos más candentes era la amistad de Pedro con Gracián, y que a su vuelta de Génova le había elegido como secretario suyo para la visita a los calzados de Portugal. En 1593, Clemente VIII con otro breve vuelve sobre la causa de Pedro, revocando, de hecho, el breve de Gregorio XIV. En esta fecha ya había fallecido fray Juan de la Cruz[1222]. Pero lo más importante es que llega otro breve de Roma (¿de marzo?), agenciado 427

según podemos sospechar por Pedro de la Purificación, para que el padre Juan de la Cruz y Nicolás de San Juan Bautista averigüen la causa del P. Gracián y la sentencien (26, 230-232, 406). La declaración de Juan de Santa Ana que le acompañó en este Capítulo de 1591 esclarece bien las cosas y nos hace ver el tono anímico de Juan de la Cruz. Dice así: «Siendo definidor mayor del Capítulo General y prelado del convento de Segovia, que fue cuando se fundaba la provincia de Cataluña y yo era uno de ellos; y llegando a Madrid, donde él estaba entonces, no quiso que pasase adelante, sino que me fuese con él a Segovia, donde estuve con él hasta el Capítulo General que se celebró en Madrid, siendo vicario general el padre fray Nicolás de Jesús María, y él vino al Capítulo y me trajo por su compañero. En este Capítulo le eligieron por visitador de los conventos de Indias. En aquel Capítulo le afligieron mucho, y todo era, como él me dijo (como ambos estábamos en una celda), porque volvía por el padre fray Jerónimo Gracián en las cosas que le habían impuesto, y había venido un breve para que él y el padre fray Nicolás de San Juan averiguasen su causa y la sentenciasen»[1223].

A cualquiera se le ocurre ante esta declaración que «sacar la causa de Gracián de las garras de Doria y de la Consulta, para dársela al pro-vicario general [es decir, a Juan de la Cruz] bajo la autoridad del general de la Orden, era una solución adecuada para Gracián y que no dejaba en entredicho la autoridad del vicario general descalzo, P. Doria» [1224]. Creo que Doria sí estaba enterado del mandato que se daba en el breve nada menos que a su procurador general Nicolás de San Juan Bautista y a su definidor mayor Juan de la Cruz. Como acaba de informarnos Juan de Santa Ana al santo le afligieron en el Capitulo porque defendía a Gracián y por la llegada del breve. ¿Qué pasó, pues, con este breve? ¿Logró Doria anularlo? No lo sabemos. Pero todo es posible, dada su costumbre y capacidad para hacer cosas semejantes. El breve a favor de Pedro de la Purificación lleva la fecha del 21 de marzo de 1591. No conocemos la fecha exacta de este segundo breve para Juan de la Cruz y Nicolás de San Juan Bautista. Pienso que es de 1590 o algo anterior. «Se ofrece a ir a México» Es claro que Juan de la Cruz, por todo lo que iba viendo en el aula capitular, se iba dando perfecta cuenta de que algunos capitulares deseaban perderlo de vista; por eso, cuando se tocó el punto de enviar nuevos religiosos a México, «se ofreció a ir, si se lo mandaban». Fue aceptada su oferta y se le concedió que eligiese once compañeros de la provincia de Andalucía que le acompañasen. Más de uno pensó que aquello significaba querer echarle de España y que él «se había ofrecido a salir de ella, huyendo de los debates presentes». Y Juan de Santa Ana, en la declaración autógrafa, apenas citada, añade: «Así me dijo por librarse de estos ruidos gustaba de ir a Indias; de aquel Capítulo me enviaron por conventual de nuestro convento de los Mártires de Granada, a petición del padre fray Eliseo de los Mártires, que fue electo por prior de él. Pidiome encarecidísimamente (el padre fray Juan de la Cruz) procurase en las casas de Andalucía una docena de religiosos sacerdotes amigos que gustásemos de ir con él; y que tomase las firmas y se las enviase para que él sacase licencia para ello y, según el recado, dispusiese el viaje». 428

El Capítulo expidió esta especie de patente: «En Madrid, a 25 de junio de 1591 años, estando juntos los padres vicario general y definidores, vista la demanda de los padres de la provincia de México de la Nueva España, en que piden que se les envíen una docena de religiosos, y el ofrecimiento que el padre fray Juan de la Cruz ha hecho a todo el Capítulo y que iría de buena gana allá, enviándole, propúsose que se envíen los doce padres a México y se acepte el ofrecimiento del dicho padre fray Juan de la Cruz para esta jornada, y se envíen otros once, que sean tales cuales la provincia de México pide, y vayan de su voluntad. Pasó con todos los votos y lo firmaron» [1225]. Unos días en Madrid Terminado el Capítulo, se quedó en Madrid hasta finales de julio, o al menos hasta bastante entrado el mes. Creo que fue ya terminadas las jornadas capitulares cuando toma por compañero al padre Juan de Jesús María (Aravalles)[1226] y sale a dar un paseo por el campo. Cavilando a ver qué camino tomar le dice el santo: «Vámonos por esto, que no está pisado; que no ha pasado por aquí nadie que haya ofendido a Dios». Al lado de esta escena campestre hay que reseñar otra que indica las sospechas o prevenciones, hasta de tipo moral, que circulaban en torno a él. Ambrosio Mariano era el prior del convento de San Hermenegildo. Juan de la Cruz le dice que quiere ir a ver a doña Ana de Peñalosa y Mariano ordena al padre Cirilo Piñán que le acompañe «y que no le perdiese de vista; y díjome esto sin que el padre fray Juan lo oyese». Llegados a la casa de doña Ana, entra fray Juan con ella al oratorio y Piñán se queda afuera en una sala. Fray Juan le llama y le dice que haga lo que le han mandado y «me hizo sentar en un taburete a la misma puerta del oratorio, de manera que siempre le estuviese viendo. Y esto no sé cómo lo pudo saber, porque ni yo se lo dije, ni el prior me lo mandó delante de él» (26, 467). Otra escena más desagradable todavía le sucede un día durante la recreación en la comunidad de San Hermenegildo. Estaba hablando Juan de la Cruz de algún tema santo, espiritual, sobre el que había caído la conversación. Diego Evangelista, recién elegido definidor general, «tomando la mano, con palabras de desdén mandó al santo que callase, y él, con serenidad celestial, cesó de hablar, y con su superioridad de ánimo, como si no oyese palabras contra sí, no respondió palabra ni mostró desplacerse lo que contra él este prelado ahora comenzó a verter y después prosiguió, como veremos». Así cuenta el percance Alonso en su biografía, poniendo a Diego Evangelista como «mozo y menos mortificado, a quien la envidia traía estomagado acerca de las cosas del varón del Señor» [1227]. ¿Se mueven los encargados de la causa de Gracián? Conocido el encargo de ocuparse del caso de Gracián nos tenemos que preguntar si antes, es decir, ya en 1590, o en 1591, llegó a dar algún paso Juan de la Cruz en la 429

dirección que se le indicaba en el breve expedido a su nombre. Hay una carta de María de San José, priora de Lisboa, firmada por ella y por las demás religiosas de su convento, del 9 de noviembre de 1590[1228]. La carta va dirigida a un padre carmelita descalzo. ¿No será su destinatario fray Juan de la Cruz? Así lo creemos unos cuantos[1229], aunque Domingo A. F. de Mendiola cree que el más probable destinatario de la carta sería Pedro de la Purificación[1230]. Es contestación a una recibida por ella en la que se le pedía que le «hiciera una larga relación de todo lo que ha pasado en estos tempestuosos y miserables tiempos, que con razón los podemos llamar así, pues tan válida es la mentira y tan acoceada la verdad y porque ya es tiempo que ella salga y dé testimonio, sólo con ella daré fuerza a esta relación para que sea creía, aunque hay muchos testigos que la podrán firmar y si fuere necesario y Vuestra Reverencia sí lo quisiere la firmarán». La relación, bastante larga, se centra en el caso del padre Gracián; y, ¿no es de lo más pertinente que se envíen esas noticias y se defienda al padre Gracián ante quien ha sido designado para que averigüe y sentencie aquel caso?[1231]. Por su parte el otro encargado Nicolás de San Juan Bautista, procurador de los descalzos, llegó a tener en la mano una minuta preparada por Juan Vázquez a favor de Gracián para entregársela al rey en la que se contaban abiertamente los atropellos contra Gracián[1232]. El tono del documento es solemne y va al fondo: «Fray Nicolás de San Juan Baptista, procurador general de los carmelitas descalzos. Por lo que toca a mi oficio y bien de la Orden, digo que entendiendo haber alguna discordia entre los prelados que ahora son con el padre Gracián, que antes lo ha sido muchos años, he averiguado que nace de haber tenido el padre Gracián diferente opinión acerca de este nuevo gobierno que se va introduciendo. Por lo cual han pretendido desacreditarle excluyéndole de Capítulo (porque los capitulares, allí se hallara, siguieran su opinión)». ¿Se quedará fray Juan en Segovia? No obstante el documento-patente de la Consulta para que pase a México, el padre Doria, que sabía jugar a dos o tres barajas, una vez que se había convencido de que fray Juan no tenía nada que ver con aquel breve de Sixto V Salvatoris et Domini, trató de convencerle para que se volviese a Segovia y siguiese al frente de las obras del nuevo convento que él había comenzado. Volviendo él allí, pensaba Doria, doña Ana seguiría ayudando más fácilmente. Acepta la sugerencia o invitación, nunca mandato o precepto del vicario general. Y hasta parece que en alguna de las conversaciones entre ellos, fray Juan le «suplicó que no le aguase el gusto que tenía de verse sin oficio, añadiendo: “Grande misericordia me ha hecho Dios de que cuidaré ahora sólo de mi alma”» [1233]. Va, pues, a Segovia, y ni los lloriqueos de las monjas ni de doña Ana le hicieron cambiar de parecer. Y hace saber al vicario que no se quedará allí. Pidió sencillamente al padre Doria: «Sírvase Vuestra Reverencia de darme licencia para irme al convento de La Peñuela en Sierra Morena» [1234], si le parece. Lo cual él le concedió. 430

Ya antes de llegar a Segovia ha tenido que contestar a las quejas y penas de las monjas una vez que se han enterado de lo que ha pasado en el Capítulo y que no le pueden esperar como provincial, como ellas creían. A la priora le escribe desde Madrid el 6 de julio: «... De lo que a mí toca, hija, no le dé pena, que ninguna a mí me da. De lo que la tengo muy grande es de que se eche culpa a quien no la tiene; porque estas cosas no las hacen los hombres, sino Dios que sabe lo que nos conviene y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa, sino que todo lo ordena Dios; y adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...» [1235]. Pocas veces se ha acuñado un consejo tan impresionante como este último; y la propia destinataria comentará: «Las cuales palabras le quedaron a esta testigo esculpidas en el alma hasta hoy» (14, 221). A la madre Ana de Jesús, carmelita descalza, en Segovia, escribe el mismo día que a la anterior: «Jesús sea en su alma. El haberme escrito le agradezco mucho, y me obliga mucho más de lo que yo me estaba. De no haber sucedido las cosas como ella deseaba, antes debe consolarse y dar muchas gracias a Dios, pues, habiendo Su Majestad ordenádolo así, es lo que a todos más nos conviene; sólo resta aplicar a ello la voluntad, para que, así como es verdad, nos lo parezca. Porque las cosas que no dan gusto, por buenas y convenientes que sean, parecen malas y adversas, y esta vese bien que no lo es, ni para mí ni para ninguno: pues que para mí es muy próspera, por cuanto con la libertad y descargo de almas puedo, si quiero, mediante el divino favor, gozar de la paz, de la soledad y del fruto deleitable del olvido de sí y de todas las cosas; y a los demás también les está bien tenerme aparte, pues así estarán libres de las faltas que habían de hacer a cuenta de mi miseria. Lo que la ruego, hija, es que ruegue al Señor que de todas maneras me lleve esta merced adelante, porque todavía temo si me han de hacer ir a Segovia y no dejarme tan libre del todo, aunque yo haré lo que pudiere por librarme también de esto. Mas, si no pudiere ser, tampoco se habrá librado la madre Ana de Jesús de mis manos, como ella piensa, y así no morirá con esa lástima de que se le acabó la ocasión, a su parecer, de ser muy santa. Pero, ahora sea yendo, ahora quedando, doquiera y comoquiera que sea, no la olvidaré ni quitaré de la cuenta que dice, porque de veras deseo su bien para siempre. Ahora, en tanto que Dios nos le da en el cielo, entreténgase ejercitando las virtudes de mortificación y paciencia, deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena. Su Majestad la conserve y aumente en su amor, amén, como a santa amada suya. De Madrid y julio 6 de 1591. FRAY J UAN DE LA +»[1236].

Con estas misivas por delante cuando llegó a Segovia y se presentó por el monasterio de las descalzas la priora cuenta que «le vio con una paz y serenidad como si nada hubiera pasado por él» (14, 221). Pero en una especie de billete que escribe a la misma priora se muestra, a mi entender, bajo de tono e indeciso. Le dice: «Jesús sea en su alma, hija mía en Cristo. Yo le agradezco que me envía a llamar determinada y claramente, porque así no tendrán lugar para hacérmelo dilatar mis perplejidades; y así, hacerlo he cierto mañana, aunque no hiciera tan buen tiempo ni

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yo estuviera tan bueno. Y por eso, no más de que me pesa de las enfermas y me da contento el buen ánimo de vuestra reverencia, a la cual nuestro Señor haga morar en sí, porque no le hagan impresión las boberías que siempre nacen. FRAY J UAN DE LA +»[1237].

En otra declaración dice que «haciéndome ternura y compasión el verle tan flaco y acabado, le dije: “¡Válame Dios, Padre, y cuál viene Vuestra Reverencia!”. Respondiome: “En eso no se hable”; y no despegó su boca ni habló palabra ninguna en lo que le había sucedido, ni consintió se hablase. De esta manera se había en las cosas que tocaban a los prójimos; y así padecía los trabajos que Dios le enviaba, sin admitir humano alivio ni consuelo» (26, 456). Se va llegando a la hora de las despedidas, antes de salir definitivamente de Segovia. Se despide de las carmelitas, también de doña Ana de Peñalosa y Familia. Un testigo que asegura explícitamente «haberse hallado presente» pone esta despedida de fray Juan de doña Ana de Peñalosa cuando fray Juan iba al Capítulo de 1591. Creo que fue al despedirse y salir definitivamente de Segovia, después del Capítulo. Al oír ella de labios de su confesor y padre espiritual que se iba de Segovia, sintiendo ella mucho su ida, le dijo: «Padre nuestro, ahora se nos va y nos deja, ¿quién ha de tratar y enseñar mi alma? ¿Cuándo le hemos de volver a ver?». Y el santo, consolándola, entre otras palabras le dijo: «Calle, hija, que presto enviará ella por mí y me verá, lo cual se cumplió presto» (14, 295). Otros ponen este diálogo al despedirse de los Peñalosa en Madrid. Entiendo que no hay que discutir si fue aquí o allí y, muy posiblemente, pudo ser hasta en los dos sitios, pues no quita que al volver a encontrarse se diera esa escena parecida, pues el anuncio del uno y los lamentos de la otra afloraban sin remedio. Los que supieron entonces de esta respuesta de fray Juan la califican de profética, viendo cómo se desenvolvieron los hechos posteriores a la muerte de fray Juan en Úbeda. Cuando ya se estaba despidiendo de los religiosos de su convento, acertó a estar allí Francisco de Urueña, el barbero del convento. Se acercó reverente al santo para recibir su bendición y le preguntó: ¿cuándo volveremos a vernos? Fray Juan le responde: «Que ya no volverá más y que no se verán si no es en el cielo» [1238]. Alguien se preguntará cómo es que Juan de la Cruz decidió no hacer caso de la sugerencia que le hacía Doria de quedarse en Segovia y seguir adelante con las obras del convento e iglesia que él había comenzado. Sus deseos de soledad eran, sin duda, muy grandes y estos le empujaban hacia convento tan solitario como el de La Peñuela. Pero, sospecho, con fundamento, que uno de los motivos por los que fray Juan no se quiso quedar en Segovia fue porque intuía y preveía lo que luego fue sucediendo de pleitos, encontronazos entre doña Ana de Peñalosa y el convento de Segovia[1239]. El tema de los patronatos y titulares de conventos traía siempre no pocos quebraderos de cabeza, como se puede ver en el Libro de las Fundaciones de santa Teresa. Sin orillar ni desconocer para nada la benemerencia de doña Ana de Peñalosa hacia el convento de Segovia, las cosas se iban embrollando con pleitos acerca del sentido y del alcance del testamento de su marido don Juan de Guevara, pleitos con el hermano de su marido Antonio de Guevara y descendientes, ya en 1592, pleitos con el convento. El pleito más sonado fue 432

el que puso doña Ana ante el nuncio contra el convento sobre las armas y letreros que quería poner en la capilla mayor de la iglesia. Esto ya en 1602. En octubre de ese año se presentó decidida a llevar adelante su pretensión; pero el prior Sebastián de Jesús no se lo permitió diciéndole «que hasta que diesen y entregasen el Juro que [...] le pertenecía con sus réditos corridos y hasta que acabasen de fabricar y labrar lo que faltaba en el dicho convento de que ella decía ser patrona y pagasen todo lo que el dicho convento había gastado en edificar lo que estaba hecho así de sus limosnas como de las manos que de muchos religiosos que continuamente habían trabajado en el dicho convento, desde el principio de él hasta ponerle en la perfección que ahora tiene [...] les dejaría poner todas sus armas y letreros cuantos por ella le conviniesen» [1240]. Anteriormente el mismo prior, viéndose cargado de deudas y censos, reclama a doña Ana que haga los pagos a que está obligada[1241]. Las relaciones no eran buenas y empeoraron cuando el nuncio, ante el pleito que le había presentado doña Ana contra los religiosos del convento, en sentencia de 1603 «mandaba y mandó so pena de excomunión mayor latae sententiae al prior y religiosos de este convento no impidan poner a la dicha doña Ana como patrona y fundadora de él todas las armas y escudos y letreros que quisiese en todos los lugares que bien visto le fuere» [1242]. Termino esta sugerencia con un texto de fray Juan, aunque anterior a sus años segovianos, en el que hace una especie de denuncia fuerte contra quienes se afanan queriendo perpetuar en sus obras y memorias «su nombre, linaje o señorío, hasta poner de esto sus señales, nombres y blasones en los templos, como si ellos se quisiesen poner allí en lugar de imagen, donde todos hincan la rodilla» [1243]. Salida de Segovia Y sale fray Juan de Segovia con su hatillo. Apenas ha desaparecido del convento, acudieron los frailes con el superior a la cabeza a ver si encontraban algo aprovechable en su celdilla. Hallaron que lo que se le había olvidado era un cilicio; «este dividieron algunos entre sí y otros se llevaron otras cosillas, como cualque pluma para escribir que había usado». Uno, fray Lucas, pidió quedarse con una manta «quemada por un lado un pedazo». Comenzó a dormir sobre esa manta bendita y se le fue quitando una grande tribulación y tentación que le aquejaba desde hacía mucho tiempo[1244]. Así funcionaban aquellos hombres. Con algo más de lirismo se ha escrito: «Allí queda el convento, aún no terminado; la huerta, por él ampliada; la estrecha cuevecita en lo alto de las peñas, el cuadro del Cristo que le habló, la celdilla con la tabla empotrada en la pared, el confesonario debajo de la escalera...». Queda, sobre todo, su obra de santidad en aquellos templos vivos de sus religiosos y en tantas almas su magisterio espiritual. El padre Diego de la Resurrección, que le sucede en el priorato tres años después, testifica la estela de virtud que había dejado fray Juan al salir de Segovia, diciendo: «Fui yo al mismo convento por prelado, donde hallé tanto que imitar en lo que con su ejemplo y virtud dejó edificado en virtud y buenas costumbres, no sólo en el convento, sino 433

también en los seglares que le habían tratado» [1245].

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Capítulo 35 En la soledad de La Peñuela

Camino de Andalucía A Juan de la Cruz le costó no poco aclimatarse a tierras de Andalucía cuando llegó allí la primera vez después de su fuga de la cárcel toledana. Ahora vuelve contento a esa tierra y en ella pasará los últimos meses de su vida. Tenía fray Juan una cierta querencia al convento solitario de La Peñuela, que ya había visitado varias veces en su estancia anterior en estas tierras. Ahora va ser conventual del monasterio y, como alguien ha advertido, «en términos legislativos de la Orden, a la hora de su muerte, era jurídicamente miembro de la comunidad de La Peñuela y huésped de Úbeda» [1246]. Trae a cuestas el convencimiento de que Dios le anda ya cumpliendo sus tres peticiones: morir sin tener oficio de prelado; y en lugar donde no le conociesen, y con muchos trabajos. Acerca de esta petición triple hay una gran abundancia de declaraciones[1247]. No sólo lo pedía él personalmente al Señor sino que rogaba a los demás lo pidiesen para él. Y lo manifestaba no sólo ante religiosos y religiosas sino también ante seglares. Por ejemplo, el seglar Cristóbal de la Higuera lo refiere así: «Y le oyó decir este testigo al siervo de Dios muchas veces que deseaba y suplicaba a nuestro Señor tres cosas: una, no morir siendo prelado, para que así pudiese ejercitar la obediencia de verdadero súbdito; la segunda, que muriese en lugar donde no fuese conocido, porque no fuese honrado de los hombres; la tercera, última, que le diese a gustar un raudal de trabajos» (25, 178-179). Por lo que se refiere al mundo de las prelacías, Luis de San Ángel, muy bien enterado de lo que dice, después de formular perfectamente las tres cosas que Juan de la Cruz había pedido al Señor, recuerda cómo y cuánto aborrecía tener que mandar y cuenta cómo estando un carmelita calzado contándoles cómo había entre ellos gran discordia sobre la elección del provincial que estaban haciendo en su Capítulo allí mismo en Granada, el santo «se empezó a santiguar y decir: “¡Válgame Dios, que sobre tal cosa hay discordia y que haya quien desee ser prelado; Dios me libre de semejante pensamiento; y ojalá me dejasen así sin oficio”» (24, 390-391). Allá va pues, camino de su Andalucía sin oficio, y tratando de purificar su memoria de cuanto le había pasado últimamente, y pienso que va rumiando uno de los párrafos que ha escrito con tanta decisión: «Claro está que siempre es vano el conturbarse, pues nunca sirve para provecho alguno. Y así, aunque todo se acabe y se hunda y todas las cosas sucedan al 435

revés, vano es el turbarse, pues, por eso, antes de dañan más que se remedian. Y llevarlo todo con igualdad tranquila y pacífica, no sólo aprovecha al alma para muchos bienes, sino también para que en esas mismas adversidades se acierte mejor a juzgar de ellas y ponerles remedio conveniente» [1248]. Aunque trate de vivir estas sus máximas de estoicismo cristiano y de paz inalterable, una de los testigos de sus tres peticiones cuenta que el mismo fray Juan le dijo a ella: «Que había pedido a Dios nuestro Señor le diese trabajos; y que su divina Majestad le había cargado de manera que, viéndose muy apretado, dijo: “¡Señor, muy apretado veo el natural”» (14, 440; 24, 211); «¡Señor, no lo decía yo por tanto!» (14, 230). En no pocos sitios seguían los frailes y monjas preguntándose cómo había podido ser que en el Capítulo de 1591 le dejasen sin oficio, mientras aquello para Juan de la Cruz, aunque le doliese humanamente lo suyo verse así orillado, era un gran consuelo. No creo exacto decir que Juan de la Cruz va a La Peñuela a cumplir su penitencia o que va penitenciado, como se rumoreaba. Pero siguen las cavilaciones, mientras va ya de camino, desde Segovia a La Peñuela. Se detiene, seguramente en Madrid, se despide del vicario general que le ha concedido que se retire al convento solitario de La Peñuela, aunque tendrá que hablarlo con el provincial de Andalucía, Antonio de Jesús. Se despide también de las descalzas, de doña Ana de Peñalosa, de la familia del padre Gracián[1249]. De Madrid a Toledo y seguido Sale de Madrid: Jetafe, La Manganilla, Illescas, Junquillos, La Venta, Cabañas, Olías, Venta del promutor: Toledo[1250]. Hará un alto en Toledo. El convento de los descalzos que se abrió en Toledo en 1586 llegó a tener hasta siete sedes sucesivas. La primera en el conventico que habían ya abandonado las descalzas y adonde fray Juan, maltrecho, había acudido en busca de refugio al evadirse de la cárcel. Aquí estuvieron los frailes casi un año justo. Y el 17 de mayo de 1587 se trasladaron a la segunda sede, «a las casas que estaban en la misma plazuela que dicen de la Estampa en el mismo Torno de las Carretas, víspera de la fiesta del Espíritu Santo, de donde tomó el convento la advocación que tiene del Espíritu Santo» [1251]. A esta segunda sede llegó fray Juan en 1591 a las cuatro de la mañana; bien seguro que revive aquellas escenas de 1578, pues el convento donde le acogieron está a escasos metros de la nueva sede, a la que acaba de llegar. Saludó a los religiosos de la comunidad. Dijo misa enseguida, la dijo también Elías de San Martín y acto seguido, así lo cuenta bajo precepto y juramento un testigo, Julián de la Visitación: «Se encerraron y se estuvieron hablando y consolando el uno al otro hasta muy de noche, y llegando a llamarlos para que fuesen a comer una y más veces, respondieron ambos que no habían menester comer, que los dejasen, y nuestro venerable padre, partiendo aquella misma noche para El Calvario, dijo públicamente que con la merced que Dios le había hecho aquel día iba muy consolado, y dispuesto a sufrir y padecer cualquier trabajo que se le ofreciese. Y el dicho padre fray Elías quedó también tan consolado, que siempre traía a la memoria el consuelo que había 436

tenido con el santo padre fray Juan de la Cruz» [1252]. No ha trascendido la materia de aquellas entrevistas tan largas. Acaso profetizando fray Juan que Elías de San Martín será elegido primer superior general de la Orden, le haya estado hablando sobre el futuro que le esperaba. Me aventuro a pensar así sabiendo documentalmente la entrevista que tiene poco antes de morir con Sebastián de San Hilarión, y de la que sí conocemos la materia, y en la que se habla del futuro (25, 80-81). En su camino parece seguro que se desvió hasta Malagón y, como cuenta Marina de San Ángelo, fue esta la tercera vez que ella le vio: «Iba un poco apretado, díjele: ¿Hace Su Reverencia todavía lo que Dios le da en la oración?». Comenzó a enternecerse, que se hinchó todo de lágrimas sin poderse defender. Yo le dije: «Padre, lo sequito debe andar por lo alto». Respondió: «Seco ni verde, no digo ya nada, Santángelo, porque no me escuchan». A él se le debían haber ofrecido algunos trabajos; dijo: «No ha hecho nadie pecado venial en cuanto me han hecho padecer, yo me tengo de venir a holgar con estos trabajos y, aunque ella me vea ahora llorar, pídame a Dios la gloria del padecer, que la he menester» (26, 361-362)[1253]. Vuelto desde Malagón al camino de Baeza que llevaba[1254], después de varias jornadas, se plantó en Baeza y desde allí escribió al padre Antonio de Jesús, provincial entonces de Andalucía: «Padre, yo he venido a ser súbdito de Vuestra Reverencia. Vuestra Reverencia vea lo que quiere que haga y adónde tengo de ir». Antonio le respondió que mirase y escogiese la casa de la provincia que más gusto le diese y que se fuese allá. Pero fray Juan le dice: «Padre, yo no vengo a hacer mi voluntad ni a elegir casa. Vuestra Reverencia vea adónde quiere que vaya y allí iré». Y en esta segunda respuesta parece que le significaba que «se hallaba con deseo de soledad y retiro» (26, 459)[1255]. En La Peñuela Así, por deseo de uno y concesión del otro, se retirará a La Peñuela. Al fin veía cumplidas sus esperanzas de retirarse a la soledad en aquel convento solitario, donde esperaba terminar sus días. Nada más llegar escribió a su dirigida Ana de Peñalosa por vía de Baeza contándole el suceso de su viaje. Pero al pasar por La Peñuela dos criados del señor don Francisco se anima a escribir otra carta que le llegará más seguramente. En esta nueva carta[1256] repite noticias relativas a su viaje desde Madrid, ya contadas en carta anterior, hoy perdida. Leer esta carta es un verdadero regalo: «Jesús sea en su alma. Aunque tengo escrito por vía de Baeza del suceso de mi camino[1257], me he holgado que pasen estos dos criados del señor don Francisco por escribir estos renglones, que serán más ciertos. Allí decía cómo me había querido quedar en este desierto de La Peñuela, seis leguas más acá de Baeza, donde habrá nueve días que llegué. Y me hallo muy bien, gloria al Señor, y estoy bueno; que la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo, aunque el alma muy pobre anda. Debe querer el Señor que el alma también tenga su desierto espiritual. Sea muy enhorabuena como él más fuere servido; que ya sabe Su Majestad lo que somos de nuestro. No sé lo que me durará, porque el P. fray Antonio de Jesús, desde

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Baeza, me amenaza diciendo que me dejarán por acá poco. Sea lo que fuere, que, en tanto, bien me hallo sin saber nada, y el ejercicio del desierto es admirable. Esta mañana habemos ya venido de coger nuestros garbanzos, y así, las mañanas. Otro día los trillaremos. Es lindo manosear estas criaturas mudas, mejor que no ser manoseados de las vivas. Dios me lo lleve adelante. Ruégueselo, hija mía. Mas, con darme tanto contento, no dejaré de ir cuando ella quisiere[1258]. Tenga cuidado del alma, y no ande confesando escrúpulos, ni primeros movimientos, ni advertencias de cosas cuando el alma no quiere detenerse en ellas; y mire por la salud corporal, y no falte a la oración cuando se pudiere tener. Ya dije en la otra [aunque primero llegará esta] que por la vía de Baeza me puede escribir, porque hay correo, encaminando las cartas a los padres descalzos de allí; que ya tengo allí avisado me las envíen. Al señor don Luis y a mi hija doña Inés, mis recados. Dela Dios su Espíritu, amén, como yo deseo. De La Peñuela y agosto 19 de 1591. FRAY J UAN DE LA +».

Quedamos informados de que hace nueve días que llegó, es decir, el 10 de agosto. Se encuentra bien y mal: bien en el cuerpo, «aunque el alma muy pobre anda», pues parece voluntad de Dios que «el alma también tenga su desierto espiritual». Con todo, «la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo». Otra noticia: el P. Antonio de Jesús (Heredia), provincial, «desde Baeza me amenaza diciendo que me dejarán poco por acá». Y confiesa: «Bien me hallo sin saber nada, y el ejercicio del desierto es admirable». Preciosa la noticia de su vida campesina que le da a continuación. Eso de «ser manoseados» parece una fina alusión a lo que le ha ido pasando. Contento como está en esa soledad se muestra dispuesto a ir a ver a doña Ana «cuando ella quisiere». Y quien tendrá que ir no tardando mucho a curarse en Úbeda aconseja a doña Ana «que mire por la salud corporal», y claro es, no le interesa menos la salud espiritual y así le recomienda varias cosas, que ella ya le habrá oído varias veces. Advirtamos que no quiere que le falte la comunicación epistolar con su dirigida y le repite que por la vía de Baeza le puede escribir. Y no olvida decir al final: «Al señor don Luis y a mi hija doña Inés, mis recados». Y como broche espiritual: «Dela Dios su Espíritu, amén, como yo deseo». A los pocos días extiende otra cartita a una de las hermanas Soto, Ana o María, que están en Baeza[1259] y, como siempre, su palabra de dirección espiritual no puede faltar. «Dios nos dé recta intención en todas las cosas y no admitir pecado a sabiendas; que, siendo así, aunque la balería sea grande y de muchas maneras, segura irá, y todo se volverá en corona. Y dé mis saludos a su hermana, y a Isabel de Soria[1260] un gran recaudo en el Señor, y que me ha maravillado cómo no está en Jaén, habiendo allá monasterio. El Señor sea en su alma, hija en Cristo. De La Peñuela y agosto 22 de 91. FRAY J UAN DE LA +».

En otras cartas escritas en este tiempo, de cuya existencia tenemos noticia, asegura a sus destinatarios que es tal el consuelo que siente por encontrarse en aquella soledad 438

«que no era para gustarlo a solas sin comunicarlo con los conocidos» [1261]. Juan de Santa Ana fue el encargado por el propio santo de recoger las firmas necesarias de los religiosos que quisieran ir con Juan de la Cruz a México; y cuenta cómo se ocupó del asunto: «Luego que llegué a Granada, y en los conventos por donde pasé de camino, hablé a algunos religiosos y cobré las firmas de ellos y se las envié. No me respondió ninguna cosa por muchos días, aunque le escribí otras cartas. Respondiome a todas, después de muchos días, desde nuestro convento de La Peñuela, agradeciéndome la diligencia que había hecho en lo que me había pedido y que ya se había desconcertado la ida de Indias y se había venido a La Peñuela para embarcarse para otras Indias mejores, y que allí pensaba acabar los pocos días que le quedaban de vida y preparar el matalotaje para la embarcación, y amonestándome hiciese lo propio, diciéndome muchas cosas acerca de esto, y se me quitase la gana que le significaba de la ida a Indias tenía, que las verdaderas Indias eran estotras y tan ricas de tesoros siempre sus pláticas eran a las almas eternos; que me fue una carta de grandísimo consuelo para el alma, que siempre sus pláticas eran a las almas» [1262]. Con la mente puesta ya en ese zarpar para esas «Indias mejores», respondió a algunas cartas de religiosos de la provincia de Granada que había recibido en Madrid, en que se ofrecían de hacerle compañía en la jornada de las Indias. «Díceles cómo ya ven que él no pasa a Indias, y, después de haberles agradecido su determinación y caridad que le hacían, añade haberse venido aquí a La Peñuela a preparar el matalotaje para las Indias del cielo; y que en esto pensaba acabar allí los pocos días que le faltaban de vida» [1263]. Recibe cartas y más cartas de monjas de Granada y son ellas mismas las que califican las respuestas recibidas como tan «eficaces y fervorosas que parecían epístolas de santos», y les bastaba leerlas para tener contemplación; y «todas eran ajustadas a las epístolas de san Pablo y a una doctrina celestial» [1264]. En la soledad en que vivía no olvidaba a la gente de fuera. ¿Cómo pasaba sus jornadas? Ya ha contado algo de su estancia y quehaceres a doña Ana de Peñalosa. Aparte de esas comunicaciones, consta que la noticia de que iría allí el padre fray Juan de la Cruz llenó de alegría a todos los moradores de aquel convento. Casi nada más llegar se entera fray Juan que en el hospital de Baeza está enfermo fray Juan de la Madre de Dios, jefe de las labores del campo en La Peñuela, y ruega al prior que lo traigan a casa que en llegando se pondrá bueno. El enfermo mismo informa: «En llegando a Baeza el que iba por mí, diciéndome que le enviaba el santo padre fray Juan de la Cruz, parece que cobré fuerzas y abrí los ojos, que tenía ya cerrados, y dije: “Vamos muy enhorabuena”. Y así como estaba tan enfermo y flaco, me levanté y partí para La Peñuela. El llegando a ella tomé la bendición del santo padre y él me abrazó; y al mismo punto me hallé tan alentado como si no hubiera estado enfermo, y nunca más me vino frío ni calentura, con tenerla antes cada día. Y sentirme tan bueno y sano que, si me dejaran, me fuera al mismo punto a 439

trabajar al campo. Y por ser la salud tan repentina y haber pasado en un punto de tan enfermo a tan sano, lo tengo por gran milagro» [1265]. Las jornadas de Juan de la Cruz en aquella soledad nos las describen a porfía varios miembros de la comunidad. Uno de ellos nos regala esta página preciosa: «Sabe que el año de 1591, acabando de ser definidor general, se retiró sin oficio al convento de La Peñuela, en Sierra Morena, que es una gran soledad. Y allí, lleno de contento por verse sin oficio y desocupado para más servir a Dios, gastaba santamente el tiempo y se levantaba antes que fuese de día y se iba a la huerta, y entre unos mimbres, junto a una acequia de agua, se ponía en oración, hasta que el calor del sol lo echaba de allí y se venía al convento. Y decía misa con mucha devoción, y acabada la misa, se venía a su celda y se ponía en oración; y en esto gastaba todo el tiempo que quedaba después de las cosas de la comunidad y oficios divinos. Otras veces se salía por aquel desierto y andaba como suspenso en Dios. Y algunos ratos se ocupaba en escribir unos libros espirituales que dejó escritos. Y todos los religiosos de aquella casa estaban muy contentos en tenerle allí como padre a quien tenían por santo» (14, 113; 26, 333). Los elogios que hace de él el prior del convento Diego de la Concepción son también muy buenos y significativos. Entre otros detalles dice: «En lo postrero de su vida que acerté a tenerle en mi convento de La Peñuela, era tan observante en la guarda de los tres votos, constituciones y Regla, y tanto y mucho más súbdito que si fuera un novicio, pidiéndome licencia para cualquiera cosa [...]. El cuidado que tenía de la perfección de su alma era continuo. Y esto sé bien, porque viví con él mucho tiempo. Siendo él prelado fui su confesor mucho tiempo y su compañero en diversos caminos y visitas y últimamente le tuve, aunque indigno, aquí en La Peñuela, por súbdito» [1266]. Y puntualiza que a Juan de la Cruz no se le echaba de ver ningún otro cuidado que el amor del Señor y «le acaecía estando en La Peñuela que, acabando en la mañana de decir misa, le pedía licencia a este testigo para se ir por aquel monte y soledad a vacar a la contemplación». Y añade: «Y tiene por cierto fue el hombre tan contemplativo como lo hubo hasta su tiempo en la Iglesia de Dios, porque su vida de noche y de día siempre era estar orando» (23, 69). Otro de los frailes le miraba y le miraba cuando algunos días, después de decir la misa, «se estaba en oración algún espacio de tiempo» y observa que además de la alegría que tenía siempre en la cara «veía algunas diferencias en el color del rostro del siervo de Dios, diferente de lo ordinario; porque su color era moreno, y entonces cuando lo veía después de haber dado gracias, reconocía tener más claro el rostro que otras veces» (25, 102)[1267]. El mismo testigo cuenta cómo «de ordinario con la comodidad de aquel convento de La Peñuela, se recogía a unas cuevas que había entre unos zarzales dentro de la huerta, para estar con más quietud en oración». Pero no todo había de ser soledad y oración, sino que a veces «en las horas de recreación nos solía llamar a los religiosos, y para que nos entretuviésemos, ponía un papel que servía de blanco, y luego nos hacía tomar a cada uno un tejo, y el Siervo de Dios tomaba el suyo; y desde alguna distancia tirábamos todos al blanco. Y decía en aquellas ocasiones: todos tiramos al blanco de la obediencia y algunos andamos más lejos que otros; apresuremos para llegar todos a él, 440

pues la obediencia es el principal fundamento de la Religión» (25, 102). Aquí tenemos un ejemplo de lo que dice Alonso que el prior de La Peñuela pidió a fray Juan apenas llegado que se encargase de cultivar espiritualmente las almas de los religiosos de aquel convento: «Como solía cultivar las que tenía a su cargo, y ordenó a los religiosos acudiesen a él como al maestro común de la perfección que profesaban» [1268]. Una tormenta y un incendio Un día por la tarde en el mes de agosto se levantó repentinamente una gran tempestad de nublos, truenos y relámpagos. Todos temen por los granos y frutos del campo. Fray Juan les dice: «“No tengan pena”, y salió al claustro y se descubrió la cabeza y levantó los ojos al cielo e hizo cuatro cruces a las cuatro partes del mundo y enseguida se deshizo la tempestad» (14, 112; 26, 334). Pocos días después se desata un fuego pavoroso en un rastrojo; el prior dice que tuvo lugar «pocos días antes que enfermase» (23, 72). Sucedió que fray Cristóbal de Santa María, tomando un tizón encendido de la cocina, echó fuego a los rastrojos que estaban algo apartados del convento, viña y huerta. La cosa iba normal, bien, hasta que se mudó el aire de la parte de mediodía y «venía a dar en el convento, huerto, viña y olivar, que estaba cercado de seto de leña y sarmientos, todo seco» (14, 113; 23, 72). Acudieron todos a poner remedio; allí estaba Juan de la Cruz. A quien sugería que se consumiese el Santísimo, pues no le podía librar de aquel peligro, replicó que no se hablase de «quitar lo que nos ha de guardar y librar de tanto peligro» (14, 96); y aconsejó a los religiosos que fuesen a la iglesia y se pudiesen en oración. Y él «se hincó de rodillas junto al seto de los sarmientos y leña seca. Y allí se estuvo en oración, hasta que llegó el fuego [...] quemando hasta donde estaba de rodillas el Padre». Y luego, dice otro de los testigos, «repentinamente se retiró el fuego hacia atrás». Fray Juan se levantó y fue a visitar un religioso enfermo «y con un rostro alegre y risueño le dijo: “¿Qué le parece, si se hubiese quemado?” (14, 113). El prior mandó a fray Martín que abriese las puertas de la iglesia; así lo hizo y salió corriendo una lebrezuela y se fue hasta donde estaba fray Juan de la Cruz y se le echó en la falda del hábito; y otros religiosos la cogieron, y teniéndola de las orejas, por dos veces se les huyó y se iba adonde estaba el santo y se echaba en su falda» (14, 97)[1269]. Esta parece una de las florecillas de san Francisco. Acto seguido fray Juan intercede ante el prior por el hermano Cristóbal que, fiándose del aire, había prendido aquel fuego y que se vio sorprendido por el cambio. Aconseja, pues, sonriendo, al prior que atienda al hermano y le haga «luego matar un ave, porque tenía acabadas las fuerzas [...], de la gran pena» (23,99). Así se hizo y no se habló más del asunto, ni a fray Juan le gustaba que hablasen de milagro que, sin más, decían obrado por él. La visita de un homónimo 441

Había en la Orden otro padre llamado también Juan de la Cruz; le hicieron prior de Tortosa en Cataluña y el hombre iba con pena a su destino. Enterado de que su homónimo se encuentra en La Peñuela por donde había de pasar se llegó allá para departir con el santo y manifestarle la pena que llevaba a cuestas. Él mismo depone cómo una tarde salía el santo al campo y le llevó en su compañía. Se detuvieron en una arboleda junto a una fuente, «sentados allí los dos comenzaron a hablar de cosas de Dios y en particular de lo que él deseaba saber. Diole cuenta de su jornada y pena con que iba, pidiéndole en ello su consejo. El Siervo del Señor le dijo hiciese lo que lícitamente pudiese por dejar aquel cargo y se recogiese; mas, si con todo eso, le mandaban ir, pusiese la boca en tierra, fiando de Dios que le había de ayudar». El así aconsejado, llegando a Madrid, hizo lo que fray Juan le había dicho, manifestó sus dificultades, los superiores atendieron su propuesta y le libraron de su oficio y le ordenaron que se volviese a su provincia de Andalucía[1270]. Noticias desagradables A La Peñuela llegaban noticias de las insidias y persecución de Diego Evangelista contra Juan de la Cruz; igualmente llegaban noticias de la persecución contra Gracián, que él tanto sentía. Se lo notificaban frailes y monjas de diversos conventos. Él trataba de no perder la paz y de aprovechar la estancia en aquella soledad para adentrarse más en Dios y configurarse más y mejor con Cristo. Escribe a Ana de San Alberto, priora de las descalzas de Caravaca: «... Ya sabe, hija, los trabajos que ahora se padecen. Dios lo permite para prueba de sus escogidos. En silencio y esperanza será nuestra fortaleza (Is 30,15). Dios la guarde y haga santa. Encomiéndeme a Dios» [1271]. A este fragmento antepone la destinataria: «Cuando los trabajos del P. Gracián, ya se sabe que nuestro santo padre fray Juan participaba de ellos, que le cabía buena parte. Escribiome desde La Peñuela una carta breve, en que decía: ...» [1272]. El paso profético alegado lo tenía siempre presente al encontrarlo en la Regla carmelitana. Le dan «unas calenturillas». Plan de viaje Se nos conserva también una carta del 21 de septiembre a doña Ana del Mercado y Peñalosa. La carta está llena de noticias autobiográficas. Hay que leerla por entero: «Jesús sea en su alma, mi hija en Cristo. Yo recibí aquí en La Peñuela el pliego de cartas que me trajo el criado. Tengo en mucho el cuidado. Mañana me voy a Úbeda a curar de unas calenturillas, que, [como ha más de ocho días que me dan cada día y no se me quitan], paréceme habré menester ayuda de medicina; pero con intento de volverme luego aquí, que, cierto, en esta santa soledad me hallo muy bien. Y así de lo que me dice que me guarde de andar con el padre fray Antonio, esté segura que de eso y de todo lo demás que pidiere cuidado me guardaré lo que pudiere. Heme holgado mucho que el señor don Luis sea ya sacerdote del Señor. Ello sea por muchos años, y su

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Majestad le cumpla los deseos de su alma. ¡Oh, qué buen estado era ese para dejar ya cuidados y enriquecer apriesa el alma con él! Dele el parabién de mi parte; que no me atrevo a pedirle que algún día, cuando esté en el Sacrificio, se acuerde de mí; que yo, como el deudor, lo haré siempre; porque, aunque yo sea desacordado, por ser él tan conjunto a su hermana, a quien yo siempre tengo en mi memoria, no me podré dejar de acordar de él. A mi hija doña Inés dé mis muchas saludes en el Señor, y entrambas le rueguen que sea servido de disponerme para llevarme consigo. Ahora no me acuerdo más que escribir, y por amor de la calentura también lo dejo, que bien me quisiera alargar. De La Peñuela y septiembre 21 de 1591. Fray Juan de la +»[1273].

Una vez más vemos cómo a las noticias de tipo personal acerca de la enfermedad que le está aquejando añade su interés por la felicidad de los demás, por ordenación sacerdotal del hermano de doña Ana, del que también ha hablado en la carta del día 19 de agosto. Y pide a la destinataria que ella y su sobrina doña Inés rueguen al Señor «que sea servido de disponerme para llevarme consigo». Ya está captando las señales que le vienen en forma de fiebre persistente desde el acantilado. Uno de los presentes en La Peñuela, Juan de la Madre de Dios, después de decirnos que la cama de fray Juan «era un zarzo de varas, tejidas con unas tomizas», refiere que los postreros días de su estancia «estuvo allí de quince a diez y ocho días con calentura continua, sin manifestarla ni querer comer carne ni otro regalo aquellos días. Y hasta que le dio el mal en la pierna, todo lo disimuló; mas después los padres le cargaron la conciencia y así se dejó llevar a curar a Úbeda» (23, 99). El viaje, anunciado en la carta para el día 22, se aplazó hasta el 28, víspera de San Miguel en la mañana, llegando a Úbeda al atardecer.

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CAPÍTULO 36 Materiales para una semblanza de san Juan de la Cruz.

«Constantes de comportamiento» en su vida Bosquejo de Juan de la Cruz Parece obligado abrir esta galería con el retrato que hizo de Juan de la Cruz Eliseo de los Mártires, primer provincial de los carmelitas descalzos en México: «Conocí al padre fray Juan de la Cruz y le traté y comuniqué muchas y diversas veces. Fue hombre de mediano cuerpo, de rostro grave y venerable, algo moreno y de buena fisonomía; su trato y conversación apacible, muy espiritual y provechoso para los que le oían y comunicaban. Y en esto fue tan singular y proficuo[1274], que los que le trataban, hombres o mujeres, salían espiritualizados, devotos y aficionados a la virtud. Supo y sintió altamente de la oración y trato con Dios, y a todas las dudas que le proponían acerca de estos puntos respondía con alteza de sabiduría, dejando a los que le consultaban muy satisfechos y aprovechados. Fue amigo de recogimiento y de hablar poco; su risa, poca y muy compuesta» [1275]. Algún biógrafo, Crisógono de Jesús, escribe un capítulo con el título Retrato de san Juan de la Cruz[1276].Una buena lectura de dicho capítulo, anotando los rasgos que a cada lector personalmente más le llamen la atención, es de suma utilidad, ya que la semblanza física y sobre todo la espiritual está bien lograda, a base de las declaraciones o testimonios de quienes conocieron de cerca al personaje. La capacidad sintética del biógrafo es notabilísima y su estilo, precioso. Silverio de Santa Teresa extiende hasta cuatro capítulos muy abundantes sobre los amores místicos, virtudes teologales, otras virtudes, carácter de Juan de la Cruz[1277], afanándose por ese camino en configurarnos a fray Juan lo mejor posible. Yo mismo, hace años, al final de un recorrido biográfico, presentaba una traza primera y no definitiva, es decir, un bosquejo, de semblanza y talante de Juan de la Cruz[1278]. Otros antiguos y modernos no han sentido, según parece, esta necesidad de dedicar aparte algunas páginas explícitas y concretas a retratarle de ese modo, contentándose con las noticias que han ido dando a lo largo de la historia del biografiado. Eliseo de los Mártires nos acaba de decir que fray Juan era de «mediano cuerpo». 444

Para santa Teresa era «chico» [1279], es decir, pequeño, bajito; la Madre tenía acaso esa impresión aumentada, si lo comparaba con lo buenos mozos que eran Antonio de Jesús y Gracián. Excurso. Retratos de Juan de la Cruz. ¿Cuál será el auténtico?[1280] Habría que hacer una investigación exhaustiva, en cuanto se pudiese, sobre los retratos de Juan de la Cruz. No faltan noticias, lo que nos falta después es identificar con absoluta certidumbre los retratos señalados por tales. Isabel de la Encarnación, monja profesa de Granada, que estuvo también en Sevilla de priora y que fundó en Baeza, donde fue priora y más adelante lo fue también en Jaén, da este testimonio: «Por esta estima y veneración que yo tenía de él de hombre santo, acabé con un pintor que una vez, sin que el santo lo viese, le retratase, para que quedase retrato de persona tan santa después de muerto. Y el pintor lo hizo y esta testigo le hizo añadir las palabras, que el santo solía traer en la boca de ordinario: Deus, vitam meam anuntiavi tibi, posuisti lachrymas meas in conspectu tuo» (23, 129). De este retrato, según parece, «se sacaron muchos, grandes y pequeños, porque los fieles hallaban en ellos amparo para sus necesidades» [1281]. Hay otro texto no menos explícito de Fernando de la Cruz (Bravo), novicio del santo, carmelita descalzo que más tarde pasó a la Orden de San Agustín, y certifica sobre Juan de la Cruz: «Habiéndole un pintor retratado, a pedimento de algunos religiosos, por tenerle por tan santo, cuando lo supo le pesó grandemente y se enojó mucho con quien lo había hecho retratar, por ser muy humilde» (26, 354). En la declaración que hizo en el proceso apostólico de Málaga: 24, 559-567, no dice nada de este retrato, pero sí habla en carta a José de Jesús María (Quiroga): «Un siervo de Dios, muy devoto y familiar suyo, lo hizo retratar sin que él supiese cosa alguna de esto; porque un día, estando en oración, le estuvo mirando el pintor y así lo retrató después a solas, sin que nadie lo supiese sino el que se lo había mandado. Después el padre fray Juan supo por cosa cierta que estaba retratado y le pesó muy mucho y tuvo de ello grande sentimiento» (13, 419). Una de las veces dice que se le retrató «a pedimento de algunos religiosos», y la otra que lo hizo retratar «un siervo de Dios, muy devoto y familiar suyo». ¿No se estará aludiendo a Francisco de Yepes, hermano de Juan de la Cruz cuando anduvo por Granada? ¿Qué otro familiar tenía? A no ser que demos a la palabra «familiar suyo» el sentido de familiaridad espiritual. O también, ¿no habrá sido un sobrino del santo que estuvo en Granada con su hermano Francisco el que quería tener un retrato de su tío fraile?[1282]. No vamos a entrar en la disquisición de si Fernando habla de dos retratos distintos, pues si fuera así tendríamos ya tres en juego. Crisógono cree que sea Fernando de la Cruz, que Isabel de la Encarnación hablan del mismo único retrato[1283]. ¿Dónde están estos retratos? Con las palabras del salmo que mandó Isabel poner en el retrato hay varios cuadros. Uno de ellos en las descalzas de Úbeda. Silverio de Santa Teresa cree que este «retrato en cuestión acaso sea el único directo que probablemente poseemos del Doctor místico» 445

(14, 463)[1284]. Crisógono opina también que este pudiera ser el retrato hecho pintar por la madre Isabel. Y lo presenta así: «Cuerpo entero y mide 2,06 metros de alto por 1,21 de ancho. Fray Juan está en pie, como elevado del suelo, con las manos juntas ante el pecho. Viste capa blanca y refleja en su rostro ovalado la fisonomía que nos describen los que le conocieron y trataron asiduamente» [1285]. Y poco antes se ha preguntado si será uno que poseen las descalzas de Granada, que describe así: «Fray Juan está de rodillas, con las manos juntas, la cara y los ojos elevados al cielo. Su capa blanca destaca en el fondo montañoso del paisaje, seguramente de las estribaciones de Sierra Nevada. Hay en su rostro, pequeño y ovalado, una singular expresión de dulzura. La nariz es aguileña; las cejas bien formadas en arco; los ojos, profundos; la amplia frente prolongándose en una calva venerable». Aunque está de rodillas, vemos bien que se trata de un cuerpo «de estatura mediana y pequeña» [1286]. Hay otro cuadro en el convento de Carmelitas descalzas de Sanlúcar de Barrameda; «en actitud orante, reproduce el rostro del santo, enflaquecido y ascético, más o menos [...]; su mirada es profunda, pensadora y un tanto extática, y la indumentaria corresponde a maravilla con la usada en los primeros tiempos de la Reforma carmelitana. Las manos están muy bien dibujadas, y, en general, se advierte que el pintor se compenetró con el modelo que debía trasladar al lienzo». Opina Silverio que el cuadro bien pudiera remontarse a la época granadina del santo; no convence esta cronología al ver que en la flámula aparecen las palabras de fray Juan: Domine patri..., posteriores a la estancia de fray Juan en Granada (10, 444-445). Michel Florisoone da un paso más y le parece que Ana de Jesús habrá tenido copia del retrato de Granada y que lo habrá llevado consigo a Francia y después a Flandes. Se funda en un texto de la carta de Ana de Jesús a Juana del Espíritu Santo, supriora en Salamanca, del 13 de diciembre de 1616, donde le dice: «En hallando comodidad enviaremos las imágenes que se han hecho del santo padre fray Juan de la Cruz y la lámina con que se hicieron. Costome todo quinientos reales. Irá para que disponga vuestra reverencia de ello a su gusto: pues fue la que me lo mandó hacer, sea la que lo reparta» (29, 267). Una cosa resulta clara: la figura, el retrato de Juan de la Cruz estaba más difundido en Granada de lo que él pudiera imaginarse. Si se hubiera enterado al detalle, su enfado habría sido desmedido. En la conocida declaración de Agustina de San José al hablar de los desastres que trajo consigo la visita desalmada de Diego Evangelista se afirma que «retratos del santo los abollaron y deshicieron» (26, 422). Y Juana de Pedraza declara en el proceso apostólico de Granada que ella tuvo muy grande devoción a su santo confesor «tanto que alcanzó a tener un retrato suyo, que se hizo en tiempo de su vida. Y le ha tenido y tiene guardado en una lámina pequeña, el cual enseñó a los dichos reverendos jueces» (24, 501). Otra pequeña noticia: una de las religiosas de Granada vino a encontrarse en una gran tribulación interior; se lo comunicó a la superiora y esta le dijo: «Venga acá, que yo le mostraré una cosa y verá cómo se le alivia. Y le enseñó un retrato del dicho siervo de Dios fray Juan de la Cruz, con lo cual ella había quedado consolada y se le había quitado aquella aflicción» (24, 507-508). Con las ambivalencias y opiniones dispares acerca de la identificación de los retratos 446

que carecen de fecha y de firma tiene uno que conformarse, por ahora, con los puros datos históricos que arrojan las declaraciones transcritas. Y por favor... no se repita el error de tomar como efigie del santo carmelita el retrato del franciscano Juan de la Cruz, nacido y muerto en Sevilla (1545-1582). Ese retrato es obra de Francisco Pacheco, suegro y maestro de Velázquez, que lo presenta como n. 27 en su Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones (Sevilla 1599)[1287]. Averiguaciones científicas acerca del físico de Juan de la Cruz En 1992 el equipo médico que se ocupó del tratamiento de conservación de los restos del santo en el sepulcro de Segovia estimó que la estatura de Juan de la Cruz sería aproximadamente de 1,60[1288]. Crisógono había escrito que la estatura de Juan de la Cruz «la podemos fijar casi con exactitud matemática por los restos de su cuerpo incorrupto, que dan poco más de metro y medio» [1289]. Aunque el autor no pudo hacer la comprobación directamente sobre los restos, calculó bien. En Segovia se conserva el tronco y la cabeza; para poder llegar a esa conclusión tuvieron que valerse de la tibia izquierda que se conserva en Úbeda, de la longitud de 33,2 cm[1290]. Un metro sesenta centímetros no era una estatura excesivamente baja; pero daba acaso la impresión de ser más bajo, pues hay que señalar «una leve lordosis lombar» [1291]. En el estudio del equipo médico se pueden ver todas las mediciones antropométricas de los restos: cabeza, clavícula, escápula, vertebras, etc., etc., para darnos a continuación el resultado de tales mediciones[1292]. Entre otros datos resultantes de la conformación de los huesos examinados está el de un buen grado de robustez, como de persona «habituada también a trabajos manuales» [1293]. Por lo que se refiere a la alimentación se ha podido llegar a identificar «una dieta de tipo prevalecientemente cereal-vegetariana» [1294]. Acerca de la estima de la edad biológica, hechos todos los estudios correspondientes, concluyen tratarse de «un individuo de edad comprendida entre los 35 y los 52 años» [1295]. De hecho vivió 49 años. ¿Y cómo era la cabeza de fray Juan? El equipo decidió llevar a cabo la reconstrucción del rostro de Juan de la Cruz con la idea de exponer el cuerpo de forma que fuera visible y «por consiguiente, la máscara resultante habría servido para recubrir el cráneo». Abandonada esta idea, se decidió realizar un busto de tamaño natural[1296] aprovechando la reconstrucción llevada a cabo, es decir, «el calco en yeso del cráneo», la mascarilla o vaciado sobre el rostro. A medida que se iba progresando en este trabajo iban los ejecutores dándose cuenta de las características de aquel rostro y nos cuentan: «Terminada la intervención, muy emocionados, pudimos admirar un semblante que, con una pizca de inmodestia, podemos definir el verdadero rostro del Santo o, si queremos pecar de pesimismo, 447

verdadero al 90%, precisamente por aquellos pocos detalles que ha sido necesario imaginar» [1297]. ¿Cuál era, pues, ese rostro? «La cabeza está caracterizada por cráneo alargado (dolicocráneo) con cara marcadamente alargada (leptoprosopo, ortogonado; frente intermedia, órbitas medias, nariz marcadamente estrecha (leptorino)» [1298]. Otro dato que gustará conocer, referido al aparato de la fonación: «En la laringe son bien visibles las cuerdas vocales» [1299]. Juan de la Cruz, que fue tan reacio a que se le hiciera ningún retrato en vida, ha sido ahora sometido a toda clase de pruebas científicas para ver cómo era. Otros datos referidos a su última enfermedad podrán verse en el capítulo 39. En Apéndice puede verse el texto del examen grafológico de la escritura de San Juan de la Cruz, hecho por Suzanne Bressard, del Instituto Carrel. Ayuda también no poco a conocer a Juan de la Cruz, pues se trata del juicio de una grafóloga extraordinaria[1300]. «Constantes de comportamiento» Con el título que pongo a este capítulo me resulta más fácil y hacedero presentar al lector la semblanza correspondiente. Para conseguir este objetivo, no tengo más que convocar a testigos de excepción y componer el mosaico sanjuanista con las teselas de las declaraciones de quienes le conocieron y observaron detenidamente. Presento aquí estos materiales teniendo en cuenta las «constantes de comportamiento», o constantes vitales en lo humano y en lo espiritual que se dan en la vida de fray Juan. Las encontramos ya en Ávila y más tarde en el Calvario, en Baeza, en Granada, en Segovia, en La Peñuela, en Úbeda... No siempre y en todos los lugares con la misma intensidad y abundancia, pero sí con el mismo registro. Como constantes que le definen de modo singular se pueden señalar: – Su don de profecía y discernimiento de espíritus. – Su sencillez y humildad y llaneza. – No se quejaba ni murmuraba ni se mofaba de nadie. – Su confianza en la providencia. – Su desvivirse por los enfermos. – Su vida de oración y de presencia de Dios. – El ejercicio de las virtudes teologales. – Magisterio oral-entrega apostólica. – Su modo de gobierno, ecuánime y evangélico. Es cierto que al señalar en los procesos canónicos el mundo de las virtudes ha podido 448

influir en los declarantes no poco la serie de preguntas que se les hacían. Pero al margen de la encuesta, no pocos de los testigos dan testimonios totalmente personales y auténticos y llenos de veracidad, como fruto de su larga experiencia. Ejemplo singular de esto el que da en su testimonio Juan de la Madre de Dios, que había conocido al santo durante seis años, habiendo recibido de él la licencia para tomar el hábito. Dice así: «Él era tenido por santo y por un ejemplo de todas las virtudes y como a un espejo y ejemplo de perfección vio este testigo le miraban todos los religiosos. Y notó que todas las virtudes en él no eran virtudes de a tiempos, sino virtudes continuadas por toda la vida: siempre humilde, siempre prudente y lo mismo en todas las demás virtudes; y no como este testigo y otros, que un rato son humildes y de allí a otro rato se dejan llevar de la vanidad, y así en otras virtudes y vicios. Era, sin duda, un varón heroico en todas las virtudes, sin le haber visto cosa en contrario que desdijese de esto, aunque le vio y comunicó muy de ordinario» (23, 464). Advierto que ahora me quiero servir casi exclusivamente de declaraciones más libres de influencias ajenas y de falsillas oficiales, como emitidas anteriormente y/o fuera del tribunal de los procesos. Habla santa Teresa Abre la marcha en la confección de esta semblanza santa Teresa de Jesús, que no estaba sujeta a ningún interrogatorio sino que habló de su fray Juan de la Cruz tal como ella lo veía y lo enjuiciaba. —Hablándole contentome me mucho[1301]. Del padre fray Juan de la Cruz ninguna prueba había menester, porque, aunque estaba entre los del paño calzados, siempre había hecho vida de mucha perfección y religión[1302]. En la fundación de Valladolid, «había lugar para informar al padre fray Juan de la Cruz de toda nuestra manera de proceder; [...] él era tan bueno, que al menos yo podía mucho más aprender de él que él de mí» [1303]. —Aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios; es cuerdo y propio para nuestro modo y así creo le ha llamado nuestro Señor para esto. No hay fraile que no diga bien de él, porque ha sido su vida de gran penitencia [...]. Parece le tiene el Señor de su mano; ánimo lleva. Mucho me ha animado el espíritu que el Señor le ha dado y la virtud entre hartas ocasiones para pensar llevamos buen principio. Tiene harta oración y buen entendimiento[1304]. —Acá ha días que confiesa uno de ellos (Juan de la Cruz) harto santo; ha hecho gran provecho[1305]. Temen en él (los demonios) tanta gracia acompañada de tanta humildad[1306]. Holgádome he que vea que le entiende fray Juan, como tiene experiencia[1307]. Puse allí en una casa un fraile descalzo (Juan de la Cruz en la Encarnación de Ávila), tan gran siervo de nuestro Señor que las tiene bien edificadas, con otro compañero, y espantada esta ciudad del grandísimo provecho que allí ha hecho, y así le tienen por un santo, y en mi

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opinión lo es y ha sido toda su vida[1308]. A fray Juan de la Cruz, todos le tienen por santo, y todas, y creo que no se lo levantan. En mi opinión es una gran pieza[1309]. De fray Juan tengo harta pena no lleven alguna culpa más contra él. Terriblemente trata Dios a sus amigos; a la verdad, no les hace agravio, pues se hubo así con su Hijo[1310]. Aquel santico de fray Juan[1311]. No sé qué ventura es que nunca hay quien se acuerde de este santo[1312]. Información se había de hacer para mostrar al nuncio de lo que esos han hecho con ese santo de fray Juan, sin culpa, que es cosa lastimosa. ¡A usadas que halló nuestro Señor caudal para tal martirio![1313]. Yo le digo que quedan pocos a vuestra Paternidad como él, si se muere[1314]. Que estos dos padres fueron los primeros descalzos y son harto siervos de Dios[1315]. Cuál han tenido a aquel santo de fray Juan de la Cruz nueve meses, que aún no debe saber vuestra merced lo que ha pasado y los testimonios que levantan[1316]. No merezco tanto como fray Juan, para padecer tanto[1317]. —Mi padre fray Juan de la Cruz, que es un hombre celestial y divino [...]. No he hallado en todo Castilla otro como él ni que tanto fervore en el camino del cielo. No creerá la soledad que me causa su falta. Miren que es un gran tesoro el que tienen allá en ese santo [...]. Traten y comuniquen con él sus almas y verán qué aprovechadas están, y se hallarán muy adelante en todo lo que es espíritu y perfección; porque le ha dado nuestro Señor para esto particular gracia[1318]. Estimara yo tener por acá a mi padre fray Juan de la Cruz, que de veras lo es de mi alma, y uno de los que más provecho le hacía el comunicarle. Háganlo ellas, mis hijas, con toda llaneza [...], que les será de grande satisfacción que es muy espiritual y de grandes experiencias y letras[1319]. Tiene espíritu de nuestro Señor[1320]. Todas estas afirmaciones de santa Teresa son tan certeras y lapidarias que algunas han quedado como caracterizadoras del personaje para siempre. Basta recordar aquello de «hombre celestial y divino», por ejemplo. He querido abundar en los textos teresianos para que quien los lea con atención se encuentre ya con una efigie magnífica de aquel para ella gran tesoro, gran pieza, gran entendimiento, muchas letras, mucha experiencia de Dios y de los hombres, etc., que era Juan de la Cruz. A esta serie de pronunciamientos escritos, habría que añadir otros elogios de la santa, de viva voz. Teresa gustaba mucho de que sus monjas se confesasen y dirigiesen espiritualmente con él y su estima de él era tan grande que decía que «era una de las almas más santas y más puras que Dios tenía en su Iglesia y que le había infundido nuestro Señor muy grandes riquezas y sabiduría del cielo» (22, 157)[1321]. De ordinario decía que «era una de las más puras almas del mundo la de fray Juan de la Cruz» (23, 77). Decía también «que después de haberse cansado en comunicar con otras personas, que solía buscarlas doctas y graves, ninguna le satisfacía más que el consejo del siervo de Dios fray Juan de la Cruz» (25, 122). Y se atrevía a decir que fray Juan «había llegado a la perfección más alta que podía llegar un hombre humano mediante su gran virtud y santidad» (24, 135,116). Dijo de él que «era persona de grande oración y trato con nuestro Señor» (24, 210). Contentísima la madre «de tener en su Religión a fray Juan de 450

la Cruz, cuya pureza y santidad alababa mucho y decía cuánto provecho había de hacer en su Orden» (24, 234). Don de profecía y discernimiento de espíritus No se puede legítimamente orillar esta dimensión especial de nuestro biografiado. Y son tales y tantos los testimonios que queda bien asegurada esa cualidad o carisma, de que disfrutaba. Una de sus confesadas informa: «Conocí en este gran varón un espíritu de profecía, porque muchas veces me pasó ir a confesar y a hablarle. Y antes que le preguntara cómo estaba, ni haberle dado noticia de algunas cosas de mi alma, decírmelas él cómo me pasaban; que a mí me causaba admiración grande y consuelo particular y un vivir muy atenta» (26, 311). Otra certifica asimismo: «Tenía espíritu de profecía sabiendo cosas por venir y entendiendo los interiores. A mí me pasó una vez que estaba con una aflicción y aprieto interior, y no lo sabía otro que Dios y yo; y me llamó y me dijo todo como pasaba en mi alma, que me espanté mucho, y de qué procedía [...] y que no tuviese pena, que era regalo de nuestro Señor, que él lo sabía» (26, 421, 423). Y una tercera subraya: «Hartas veces me decía algunas cosas que yo tenía interiores, sin comunicarlas con él; decía el santo que Nuestro Señor se las daba a entender. Y particularmente si algún alma iba afligida a sus pies, la consolaba y allanaba de suerte que se le quitaba cualquier trabajo que sentía. De casos particulares acerca de esto eran sin número» (26, 420). Larga experiencia dice otra declarante que tiene pues en un año que se confesó con él «muchas veces me decía lo que pasaba en mi interior, antes que yo le dijera nada» (26, 418, 420). Ana de San José, carmelita en Segovia, enfermó gravemente. Llamaron a fray Juan a darle los sacramentos. Preguntó a la enferma si tenía alguna cosa que la inquietase o preocupase. «Yo –dice la interesada–, disimulando con él, le decía que no tenía nada, porque no tenía gana de decírselo». Fray Juan insiste para que le diga lo que le pasa, que él sabía que tenía algunas cosas que le daban pena. Ella rehusaba y rehusaba decírselo. Entonces él «díjome que, si le daba licencia, que él me diría todo lo que pasaba por mí. Y así me dijo todo lo que interiormente había tenido y de lo que había caído mala, diciéndome que nuestro Señor se lo había dado a entender entre las piedras de la huerta de su casa, estándome un día encomendando a Dios. Y era lo mismo que por mí había pasado cuanto me dijo, y que no lo sabía sino Dios y yo, porque eran unos aprietos interiores y trabajo muy grande. Y confesándome con él, me consoló; de manera que se me quitó todo cuanto tenía de trabajo y de la enfermedad que padecía estuve luego buena» (26, 432). Consejos saludables y hasta le vuelve la salud corporal, haciendo ver lo que influyen en la salud física los problemas espirituales[1322]. Con los religiosos también le sucedían cosas así. Dice uno de ellos: «Siendo novicio y Su Reverencia prelado, sin declararle mis tentaciones, me las dijo algunas veces y daba remedio para ellas» (26, 425). Su gran amigo y confesor, Juan Evangelista, declara: «Tenía don particular de hablar de espíritu y conocer de ellos. Como lo vio en muchas ocasiones, que sin decirle a

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veces lo que tenía uno y le pasaba en su interior, lo conocía» (26, 288)[1323]. Uno de los religiosos, Juan de la Madre de Dios, tiene por cierto que el Señor manifestaba a fray Juan muchas cosas por venir por lo que le pasó a él, de modo que ha podido ir verificando la verdad de cuanto le dijo le iba a suceder y «espera en Dios se cumplirá otra cosa que de ella falta por cumplir, que será en el fin de su vida, lo cual no declara porque es cosa que le importa» (23, 462). Hay casos en que los declarantes hablan de ilustraciones de Dios, desde las cuales actuaba. En cierta ocasión estaba Antonio del Espíritu Santo tratando con fray Juan un caso especial. Terminada la entrevista, al salir Antonio se topó con «un religioso penoso y turbado», creyendo por algunas palabras que había oído que habían estado hablando de él. Y no era así. Antonio trata de calmarlo, asegurándole que no era lo que pensaba. No se sosiega. Fray Juan, después de un buen rato, se encuentra con Antonio y le dice: «Padre fray Antonio, no le dé a Vuestra Reverencia pena lo que dice el padre». Y esto fue de forma que por ningún camino el dicho fraile le pudo hablar ni habló al dicho santo padre. Después este testigo, para verificar bien el caso, le habló al fraile y le dijo: “¿Por qué le hablaste a nuestro padre?”. Y dijo que tal no había dicho. Y así este testigo entiende que no lo supo por vía ordinaria, sino por inspiración divina» (23, 500). En este orden de cosas hay que subrayar ese mismo espíritu de profecía y discernimiento cuando lo ejercitaba a distancia, contestando a temas o dificultades que se le proponían por carta y que las resolvía antes de recibir la carta en cuestión. Hay ejemplos múltiples, segurísimos y veraces. Juana de Pedraza, dirigida de fray con quien trató media docena de años, hablando de sí misma certifica: «Tuvo el don de profecía y discreción. Lo cual sabe esta testigo porque, estando ausente de esta ciudad, se comunicaba con él por cartas que se escribían el uno al otro. En que aconteció proponerle esta testigo algunas necesidades y antes de remitirle la carta, tener la del dicho Siervo de Dios, en que le aconsejaba lo que había de hacer; que todas estas cosas eran para la seguridad de la conciencia de esta testigo» (24, 501). Ana de San Alberto detalla al máximo su declaración acerca de lo mismo contando cómo una vez escribió fray Juan desde Caravaca unas cartas a doña Ana de Peñalosa, «las cuales vio ella que se las dio que las cerrase, en las cuales le trataba de algunos negocios tocantes a su alma y consolándola». Después de esto llegó un propio de Granada, adonde estaba doña Ana, con unas cartas para fray Juan «y como si antes las hubiera leído, así le escribió en las primeras como respondiendo a todo lo que ella le preguntaba». Y añade: «Porque este testigo da fe que leyó las unas y las otras; y riéndose este testigo de ver que le había respondido antes que recibiese las cartas, le dijo: “¿De qué se ríe, boba? ¿No valía más que escribiese yo aquellas cartas anoche cuando había de dormir, y que ahora nos estemos tratando cosas de Dios?”» (13, 398-399). Juan Evangelista certifica haber hablado con Juana de Pedraza y Ana de San Alberto de lo que les había pasado a ellas en estas anticipaciones de respuestas a sus cartas y añade como dando una explicación: «Era su alma como un templo de Dios, sobrenaturalmente ilustrado, donde se oían oráculos divinos para las almas que él comunicaba» (13, 388); y otra vez que habla de estos dos mismos casos concluye: «Y de esto ha oído mucho este testigo» (23, 44)[1324]. Y hasta el 452

simpático barbero del convento de Segovia, Francisco de Urueña, que dice haber conocido en el convento al padre Antonio de Jesús (Heredia) y al padre Juan de la Cruz «y los trató y comunicó y vio muchas veces y afeitó y sangró», cuenta algunas cosas que a él le pasaron y asegura que aquel hombre le había leído los pensamientos. Los frailes eran muy pobres; y el barberillo no les cobraba. Un día, sin hablarlo con nadie, se dijo que no comería en el convento ni él ni su oficial, «porque con lo que les habían de hacer de gasto se sustentaban dos frailes». Este su pensamiento no lo podía saber nadie. Pero, acabada la rasura, cuando ya iba a marcharse para su casa salió fray Juan «a este testigo y le dijo, hablándole a su pensamiento, que no se fuese a su casa a comer, que aunque había necesidad, no faltaría con que le dar de comer, sino es que el querer ir a comer a su casa fuese porque no le hiciese mal el pescado o por no lo querer comer. Y este testigo quedó espantado en su pensamiento de ver que le hubiese entendido y penetrado su corazón» (22, 191-192). Así cuenta las cosas este hombre sencillo, que todavía habla de otro caso que le pasó. Va de camino al convento para hacer su oficio de barbero y va pensando que tiene necesidad de un jubón y que no puede pasar sin él. Termina su trabajo entre los frailes y de repente salió un religioso, llamado Bartolomé, «y le dio un jubón de Holanda muy bueno». Él rehusaba recibirlo; y el fraile: «Vuestra merced le tome, porque nuestro padre prior fray Juan de la Cruz me manda que se le dé a vuestra merced; y no puede dejar de hacerse». Tuvo que aceptarlo, «quedando maravillado que hubiese el santo padre penetrado su corazón y acudiese a su necesidad tan a tiempo, sin que por camino ninguno del mundo pudiese haber sabido que este testigo tenía tal necesidad» (22, 192). Así era este fray Juan, no perdido en las nubes, sino bien consciente de lo que podía estar necesitando aquel pobre y se adelanta a socorrerle, según aquello de que donde hay amor hay anticipación. Sencillez, humildad y llaneza Quienquiera que se acercase a fray Juan le descubría adornado de estas cualidades y virtudes. Alguien que le conoció muy de cerca, María de Jesús de Córdoba, le describe así: «Tenía una gran sabiduría y prudencia, con extraordinaria mansedumbre y llaneza y recatada afabilidad, con que trataba a todos; y se allanaban sus almas y declaraban sin dificultad sus conciencias, sin ser en su mano, poniéndose en las suyas; sintiendo y viendo en sí notable aprovechamiento de sus almas, con victoria de sus pasiones y tentaciones» (26, 304). Interesa la afirmación del fruto espiritual en las personas, como resultante ya del simple modo de ser y de presentarse de fray Juan. Desde su vivencia de la humildad más acendrada «era muy enemigo de exterioridades y de que le tuviesen por santo, ni gustaba de que otros hiciesen esa demostración» (26, 524). El capataz monedero de la Casa de la Moneda de Segovia, Juan de Viana, le tenía muy observado y, según él, «fray Juan de la Cruz tenía un trato muy afable y humilde y trataba a todas las personas que le hablaban con mucho amor, gracia, caridad y humildad» (22, 188). Y esto se veía en la modestia y compostura que mostraba en su 453

cara y razones y manera de hablar. Otros describen su trato como «muy llano, sin ceremonia superflua ni artificioso melindre» (26, 321). Inocencio de San Andrés subraya lo mismo: «Era su trato muy llano, sin melindre ni género de cumplimiento. Y con todo eso, no trató nadie con él, de cualquiera calidad que fuese, que no se le aficionase mucho por el trato de Dios que siempre tenía» (26, 326). Otro, Juan de Santa Ana, tan identificado con él como el anterior, dirá: «Era mucha su humildad y afabilidad con todos. Y era muy amado de sus súbditos, más que ningún prelado que yo he conocido en treinta y dos años que ha que tengo el hábito» (26, 388). «Nunca hablaba con artificios ni doblez, de que era inimicísimo, porque decía él que los artificios violaban la sinceridad y limpieza de la orden, y eran los que mucho la dañaban, enseñando prudencias humanas, con que las almas enferman», dice el mencionado primer provincial de México[1325]. No se quejaba ni murmuraba ni se mofaba de nadie Su compañero de tantos viajes, Jerónimo de la Cruz, declara: «De tercera persona no sólo no le oí murmurar, pero ni permitía que en su presencia se hablara ni se dijera falta. Y oía con alegría si se le refería algo que contra su persona se hubiese dicho» (26, 444). Hablando humanamente, a fray Juan le dieron motivos más que suficientes para quejarse de quien le perseguía, como en el caso de Diego Evangelista, y alguien que estuvo muy cerca de él en Úbeda en aquellas fechas comenta: «Y dudo si habrá quien diga le oyese querellarse de alguien, porque yo nunca tal le oí, viviendo todo este tiempo con él en un mismo convento y comunicándole muchas veces muy particularmente» (26, 321, 524). Juan Evangelista, amigo y confidente como nadie, da esta visión de conjunto: «Fue pacientísimo en los trabajos, y por grandes que fuesen y por grandes dolores y enfermedades que tuviese, no se le vio jamás quejarse; ni por agravios que le hiciesen no abrió nunca su boca a decir que lo hacían mal con él; ni se quejó jamás de nadie, y en todo el tiempo que le conocí no le oí palabra de murmuración, con haber mil ocasiones para ello; antes de todos decía bien, y en particular de sus prelados, a los cuales estimaba mucho y disculpaba en cuantas ocasiones se ofrecían, de que soy buen testigo» (13, 387). Pedro de Jesús María, que le atendió como hospedero y enfermero en Almodóvar del Campo, después de haberse fugado de la cárcel de Toledo alude a los padecimientos de la cárcel y dice que «aun entonces, en el tiempo que allí estuvo, mostró su virtud, porque nunca le oí quejarse de quien así le había tratado. Y si dijo algo, fue con grande modestia religiosa» (26, 340). «Y nunca jamás le oí quejarse de nadie ni decir mal de los que le habían así tratado; antes volvía por ellos, diciendo lo hacían por entender acertaban» (26, 309). De su actitud frente a las persecuciones uno de los más cercanos a él dice: «No le vi turbado ni le oí quejar de nadie ni excusarse a sí mismo» (26, 522). 454

Bernardo de la Virgen, su enfermero en Úbeda, testigo cualificado del mal comportamiento del prior del convento hacia fray Juan anota: «En todas estas ocasiones de pesadumbre que tuvo el dicho enfermo, que fueron muchas, nunca jamás se le oyó decir una palabra contra el dicho prelado; antes las llevó todas con una paciencia de un santo» (26, 369). Tomás de la Cruz, novicio y amanuense suyo algún tiempo, había notado «que había en él una cosa particular: que jamás, ni en burlas ni en veras, perdió el respeto a ningún religioso poniendo nombre, como fácilmente hacen muchos, que por vía de conversación apodan y dicen faltas naturales» (26, 272). Y añade: «Nunca burlando ni de veras, le oí murmurar de nadie ni en ausencia ni en presencia, aunque fuese cosa pública, de suerte que nunca tocaba en el pelito de la ropa del prójimo ni en la más mínima cosa de que se pudiese sentir, correr o afrentar» (26, 272). Una de las monjas que le conocía muy bien certifica: «Nunca le oí la menor palabra del mundo de murmuración, sino antes, cuando oía alguna, la atribuía a bien y trocaba la plática en diferente; porque ni aun en burla consentía se dijese nada que no fuese muy en honra del prójimo» (26, 423). Para cerrar esta sección será bueno escuchar lo que dijo Gabriel de Cristo, provincial de los descalzos de Andalucía, hablando con las descalzas de Granada, que fue lo siguiente: «Aunque hubiese muchas cosas en él por las cuales pudiese ser tenido por santo, mas que para él la que más le hacía tenerle por santo era no querer oír a persona alguna que le dijese que se hacía mal con él, o que le perseguían, diciéndoles no se dijese tal cosa, porque con él se hacía mejor que él merecía, en que mostraba su gran pecho y tolerancia en los trabajos; y aborrecía mucho que se dijese mal de nadie delante de él» (14, 124; 23, 264; 25, 500-501). No quejarse, ni mofarse, ni murmurar de nadie era un excelente ejercicio de caridad. Confianza en la providencia De esta constante no hay mucho que añadir aquí; bastará repasar lo ya dicho en capítulos anteriores, en el 16 cuando estaba en el Calvario y no había más que un mendruguillo a bendecir, hasta que llegaba la abundancia de la providencia; en el 20, cuando tiene que vérselas con sus ecónomos nerviosos por ir a la calle a buscar que comer. Son ellos, Diego de la Concepción y Juan Evangelista, quienes nos cuentan sus peleas con el prior. En la segunda cautela contra el mundo acerca de los bienes temporales exhorta evangélicamente a no agobiarse ni preocuparse «no de comida, no de vestido, ni de otra cosa criada, ni del día de mañana, empleando ese cuidado en otra cosa más alta, que es buscar el reino de Dios, esto es, en no faltar a Dios; que lo demás, como su Majestad dice, nos será añadido (Mt 6,33), pues no ha de olvidarse de ti el que tiene cuidado de las bestias» [1326]. Desvivirse por los enfermos 455

También en este caso ayudará lo ya dicho en capítulos anteriores: particularmente en el c. 17 cuando en la pandemia del catarro universal del año 1580 tuvo en Baeza encamados a todos los religiosos. Allí se pueden ver sus terapias del chiste y de la música y las atenciones personales que les dispensaba, preparándoles la comida, haciéndoles las camas, etc. En el c. 20 hay algunos otros lances acerca de los enfermos. Curiosas las medidas que recuerda en uno de sus libros: «Bien así como para que sane el enfermo, que en su casa es estimado, le tienen tan adentro guardado, que no le dejan tocar del aire ni aun gozar de la luz, ni que sienta las pisadas, ni aun el rumor de los de casa, y la comida muy delicada y muy por tasa, de sustancia más que de sabor» [1327]. En fin, acudía a los enfermos con mucha caridad y reprendía a los enfermeros cuando no cumplían bien con su oficio, «les reñía mucho cuando sabía que los enfermeros faltaban en algo» (23, 486). Su vida de oración y presencia de Dios Alguien que estuvo con él en Baeza nos le pinta así: «En todo tiempo y lugar era muy dado a la oración. Ni faltaba cosa de un momento en la presencia de Dios. Y tengo para mí por cierto que ni el tiempo que estaba tratando negocios de seglares, ni en conversaciones, ni en recreaciones dejaba la oración». Cuando estaba libre de otras ocupaciones forzosas, rezos, confesonario, etc., se le encontraba recogido en un rinconcillo de la celda, aunque lo más ordinario era «estar en oración en el coro; o, si la iglesia estaba cerrada, en las gradas del altar mayor delante del Santísimo Sacramento de rodillas o postrado» (26, 415-416). La mayor parte de la siesta en el verano y dos o tres horas de la noche en el invierno las pasaba en oración en el coro o en la iglesia. Y, como certificando que así era, dice: «Y esto lo vi muchas veces en aquel tiempo, porque lo miraba y con curiosidad y cuidado a veces» (26, 46). La misma vida de oración le notó en los meses que estuvo en La Peñuela. «Pero donde más de veras conocí la santidad profunda, oración continua y presencia de Dios» del santo fue en Madrid el año 1588, durante aquel primer Capítulo General. «Y en Madrid casi nunca fui a su celda, que, si estaba solo, no lo hallase en oración» (ib). Alonso de la Madre de Dios (Ardilla Andrada), al que conquistó el santo para la Orden, y que trató mucho con él, da este juicio: «Siempre tuve yo al padre fray Juan de la Cruz, y todos le tenían, por hombre de mucha y altísima oración» (26, 524). No era fácil fray Juan en manifestar lo que le pasaba con Dios, pero alguna vez habló de ello, como con Ana de San Alberto, priora de Caravaca, a la que dijo: «Que la ordinaria presencia de Dios nuestro Señor que traía, era traer su alma dentro de la Santísima Trinidad, y que en compañía de aquel misterio de las tres divinas Personas le iba muy bien a su alma» (14, 196; 13, 402); y algunas veces le decía: «Tráeme nuestro Señor de manera que no lo puede sufrir este flaco natural, y así anda el asnillo muy molido» (13, 398, 402). Y también como por gracia decía: «¡Oh, qué gran moledor es Nuestro Señor! ¡Cómo se sabe apoderar de esta bestezuela cuando él es servido!» (13, 400). 456

Uno de los que le atendió en su última enfermedad dejó dicho: «Fue hombre de gran oración y espíritu y sus palabras lo mostraban, que su trato era siempre de Dios» (26, 317). Otro testigo de los últimos días no olvida cómo cerraba los ojos y se ponía en oración (26, 324). No sólo hacía oración, sino que era muy dado a ella (26, 328). Otro recoge la opinión general en que era tenido: «Era hombre de mucha oración y por tal conocido en toda la Religión y también de seglares» (26, 333). El doctor Villegas, canónigo de la catedral de Segovia, refería que siempre que oía hablar a fray Juan de las cosas del Señor descubría en él «un semblante tan del cielo, que no sabe cómo lo llame, sino es “no sé qué” de divinidad participada de la presencia de Dios que tenía en su alma» (26, 457). Domingo Ruzola, superior general de la Orden del Carmen en Italia y legado papal ante las Cortes de Europa, daba este juicio: «Dijo que conoció al padre fray Juan de la Cruz y le tuvo por hombre muy señalado en virtud y por tan dado a la contemplación y oración de las cosas divinas, que no sé si en nuestros tiempos ha habido quien en esto le llevase ventaja» (26, 341). En definitiva, se podría asegurar de Juan de la Cruz lo que se decía de san Francisco de Asís, que vivía «hecho todo él no ya sólo orante, sino oración»[1328]. Su ejercicio de las virtudes teologales En los procesos hay preguntas relativas a las virtudes teologales. En el ordinario, la 11, 12 13, 17 y 18 (22, 21-24) y se arranca con esta afirmación: «Tuvo en grado perfecto las tres virtudes teologales». En el proceso apostólico están las preguntas 7, de la fe; 8, de la esperanza; 9, de la caridad para con Dios; 10, de la caridad acerca del prójimo (24, 4345). Aquí y ahora voy a servirme, como he dicho, de las declaraciones que no están bajo los interrogatorios de los procesos. Hablando en general, los testigos se refieren más que nada a la caridad. Uno de los declarantes manifiesta que Juan de la Cruz tenía «todo el tiempo que le conoció mucha llaneza, humildad, caridad». Y ejercitaba la caridad máxime «con los que le eran contrarios. Tanto que, aún hasta la muerte, o a lo menos enfermando de la enfermedad que murió, y pudiéndose ir a curar a cualquiera convento adonde lo recibieran y curaran con mucha voluntad, se fue a uno adonde por entonces era prelado un grande émulo suyo y adonde padeció grandes necesidades y trabajos. En los cuales excusaba al dicho prelado de culpas y alababa su término, obedeciéndole en todo, sin querer hacer cosa alguna, por mínima que fuese, sin licencia del dicho» (26, 328). Fernando de la Cruz escribía rotundamente: «Tenía grandísima caridad con todos» (26, 354). Otro: «Tenía para con todos grandísima caridad, especialmente con los enfermos y viejos» (26, 415). Otra testigo muy bien enterada no duda en afirmar que «resplandecían en él todas las virtudes; y más la caridad, que la tenía tan grande con todas y más con las almas que veía necesitadas, acudiéndoles con notable cuidado sin hacer diferencia» (26, 421). La misma vuelve sobre ese aspecto de la caridad de fray 457

Juan y nombra a «las almas afligidas, de las cuales le daba Nuestro Señor luz, para que viera lo que por ellas pasaba» (26, 423). Ángel de San Pablo le recuerda más que nada como prelado y en la ejecución de su cargo advirtió «extremada caridad, humildad, rectitud e igualdad con todos, grande menosprecio propio, suma pobreza en lo tocante a su persona y cosas de que usaba, excelente discreción» (26, 436). Como se ve, cada uno de los que afirman su caridad la asocian con otras virtudes o actitudes de la misma. Jerónimo de la Cruz, de quien hemos hablado tantas veces, da este testimonio: «Tenía gran fe con Nuestro Señor y amor caritativo con los prójimos» (26, 441). «Toda su vida fue un milagro, y sus virtudes más para admirar que para saberlas decir» (26, 455). María de la Encarnación, que le trató mucho en Segovia, asienta este primer principio: «Tuvo este santo padre nuestro una profundísima humildad, en que fundó las demás virtudes. [...] Nacíale el amor de los prójimos del ardentísimo que tenía a Dios». Y partiendo de estas bases subraya la caridad que tenía «con el prójimo, volviendo por quien le contradecía y pesándole de que a nadie se echase culpa» (26, 456). Alonso Palomino declara: «Tenía grande fe y grande amor de Dios y del prójimo, y deseos grandes de padecer»; y refiriéndose a los sufrimientos de la cárcel toledana, dice que llevando como llevó aquellas pruebas, con ello «se descubría su grande fe y esperanza» (26, 460). Así nos da una lectura teologal de aquella situación tan lastimosa. Finalmente, Juan Evangelista, discípulo predilecto de Juan de la Cruz, declara en algo así como un borrador de alguna declaración que preparaba para los procesos, pero que no la terminó, habla de la fe y esperanza teologales del santo (13, 390-391). En muchas ocasiones conoció que tenía estas virtudes «en grado muy levantado». Conocía cómo se esmeraba mucho en la virtud de la fe, «así por experiencias que vio en él, como por palabra, porque lo más que enseñaba era el vivir en fe y desarrimo de todo lo criado, de manera que jamás quería admitir experiencias que parece le pudieran ayudar, como se vio en la monja de las llagas de Portugal». La esperanza resplandecía enormemente en su vida; y en ocho o nueve años que vivió con él, «siempre le conoció que vivía en ella, y que esta le sustentaba». De esto tiene muchas pruebas y él, Juan Evangelista, como administrador, era uno de los que peleaba con Juan de la Cruz para solucionar el problema de no tener nada para comer; el santo tan tranquilo y él presionado para que le dejase salir a buscar algo para que la comunidad pudiese alimentarse. Aquel modo de hacer y de comportarse era prueba de su esperanza en la providencia de Dios. En ese borrador no habla Juan Evangelista de la caridad, pero en otro escrito, ajeno a las formalidades de los procesos, dice: «Era caritativo por extremo y muy compasivo. Sentía las necesidades y trabajos de sus prójimos mucho, y procuraba acudir a su remedio cuanto podía» (13, 387). Quien quiera elaborar la biografía teologal de Juan de la Cruz, aparte de estos testimonios aquí acumulados, puede hacerlo con grandísima cosecha de testimonios examinando las respuestas de los testigos a las preguntas más arriba mencionadas de los procesos. Juan de la Cruz, configurando a sus discípulos, los saca del horno como personas 458

teologales. Eso era él mismo y ciertamente esta vida teologal era una de las constantes del comportamiento de este gran maestro. Magisterio oral-entrega apostólica De su magisterio oral espléndido, abundantísimo y carismático se escribe más adelante un capítulo entero. Y ahí se integra la realidad de su entrega apostólica a toda clase de personas, sobresaliendo excelentemente en estas dos actividades. Ahora nos bastará oír lo que dice en 1598 alguien que le conoció cinco o seis años y que le tenía «por padre de espíritu»: «Acudiendo muchos con muchas necesidades espirituales al dicho padre fray Juan, unos pidiéndole remedio para tentaciones y aflicciones espirituales y otros para el aumento de la perfección, les acudía a todos con grandes veras. Y que de ello resultaba salir con mucha paz en su alma y sin las tentaciones que tenían y muy aprovechados en sus deseos» (26, 290). Su modo de gobierno ecuánime y evangélico La serie de «comportamientos» de que acabamos de hablar sirve a no pocos de los testigos para configurarlo, desde esa enorme riqueza espiritual, como «grande prelado» que sabía exhortar, educar, corregir a sus súbditos y dirigirlos de un modo personalizado, acomodándose a cada uno conforme a su idiosincrasia. «Fue un grande prelado» (23, 486) era como la palabra de orden. Cierto que se puede escribir un capítulo aparte sobre su modo de ser prelado. Pero nos bastará añadir aquí unas cuantas precisiones. No hay que olvidar su modo de gobierno y atención al otro, conforme a los tres principios de la pedagogía divina, al estilo de Dios, que le encantaban: orden, suavidad, acomodarse a cada sujeto[1329]. En los capítulos correspondientes donde hemos hablado de fray Juan al frente de las comunidades del Calvario, Baeza, Granada, Segovia ya ha ido apareciendo su modo de gobierno y de formar comunidad[1330]. «Fue enemigo de que los superiores de religiosos, y más reformados, mandasen con imperio; y así repetía que en ninguna cosa muestra uno ser indigno de mandar como mandar con imperio; antes han de procurar que los súbditos nunca salgan de su presencia tristes» [1331]. Enemigo declarado de la tristeza, «cuando veía que algún religioso estaba triste y desconsolado, le llamaba y se iba con él, unas veces a la huerta, otras al campo, y, por grande que fuera la tristeza, venía muy contento y consolado» (24, 497). Y llegó a decir en cierta ocasión que cuando en la Orden viésemos perdida la urbanidad «y que en lugar suyo entrase la agrestidad y ferocidad en los superiores, que es propio vicio de bárbaros, la llorásemos como perdida; porque, ¿quién jamás ha visto que las virtudes y cosas de Dios se persuadan a palos y con bronquedad? Y trajo para esto lo de Ezequiel capítulo 34,14: “Los habéis avasallado con austeridad y poderío”»[1332]. 459

Acerca de la educación de los religiosos a base de rigores «tan irracionales» se pronunció en contra diciendo que, cuando se procede de esa manera, los formandos «vienen a quedar pusilánimes para emprender cosas grandes en virtud como si se hubieran criado entre fieras» [...] y traía lo de san Pablo: «Padres, no exacerbéis a vuestros hijos para que no se tornen pusilánimes» (Col 3,21). E iba más lejos diciendo «que se podía temer ser traza del demonio el criar los religiosos de esta manera; porque, criados con este temor, no tengan los superiores quien los ose avisar ni contradecir cuando erraren. Y si por este camino o por otro llegare la Orden a tal estado que los que por la leyes de caridad y justicia, esto es, los graves de ella, en los capítulos y juntas y otras ocasiones no osaren decir lo que conviene por flaqueza o pusilanimidad o por miedo de enojar al superior, y por esto no salir con oficio, que es manifiesta ambición, tengan la Orden por perdida y del todo relajada» [1333]. Este hecho luctuoso se puede verificar y «se echará de ver claramente cuando en los capítulos nadie replica, sino que todo se concede y pasan por ello, atendiendo a sólo sacar cada uno su bocado; con lo cual gravemente padece el bien común y se cría el vicio de la ambición, que se había de denunciar, sin corrección, por ser vicio pernicioso y opuesto al bien universal» [1334]. Habría que perfilar todavía un tanto su arte de saber corregir las faltas de sus religiosos. Las Constituciones de 1581, al hablar «Del oficio del prior» advierten: «Los priores de los conventos están obligados a amonestar y corregir a sus súbditos» [1335]. Juan de la Cruz no se dispensó de esta doble obligación y sabía corregir debidamente. «Reñía mucho a los enfermeros cuando no ejercitaban bien su oficio» (23, 486). «Cuando reprendía como superior, que lo fue muchas veces, era con dulce severidad, exhortando con amor fraternal, y todo con admirable serenidad y gravedad» [1336]. Y viendo en una ocasión un castigo severo que impuso un superior dijo que los superiores debían leer a menudo las palabras de Isaías (22,1-4) y a san Pablo (2Cor 13,10). Uno de sus súbditos, la última vez que fue prior de Granada, habla de su mansedumbre y de no haberle oído decir ninguna palabra fuera de tono y subraya que no se entrometía en los oficios ni en las oficinas y con todo había tanto orden en la casa estando ausente o estando presente; y recoge este diálogo: «Y hablando él con una persona religiosa de su modo de gobernar, le dijo que en todo el año no tenía nada que hacer en su casa, que sin cuidado suyo había tanta religión y concierto, como pudiera él desear. Y admirada esta persona de ello, me lo preguntó a mí después si era así; a lo cual le respondí lo que yo había notado. Quedando esta persona con más admiración, diciendo que aquello más era de Dios que gracia de hombres» (26, 358). Estando ya de definidor general en Segovia, tuvo que hacer algún viaje a otro convento. Cuando llegó con su compañero de viaje ya era tiempo de silencio riguroso. Al enterarse de su llegada, acudieron algunos a saludarlo y a recibir su bendición; y naturalmente se estableció una conversación fraterna. Al prior de la casa, «aunque mozo e hijo del santo, pero observante», aquello no le pareció nada bien y advirtió a todos: «Aunque el huésped sea tal, no hemos de permitir que se quiebre la Regla». Juan de la 460

Cruz, aunque definidor general y prelado superior, «con los cuales no se entiende tan rigurosamente la ley», no rechistó y se retiró a su celda (14, 420; 24, 339-340)[1337]. A Juan le ha tocado corregir a otros; a él le han corregido en algunos de los Capítulos Provinciales y en otras ocasiones. Ahora le toca la corrección de parte de un superior inferior, que había sido su novicio. Fray Juan obedece y lo elogia después. Declaración brevecita Merece la pena conocer la siguiente declaración. Estilo conciso, con buenos trazos de la semblanza de Juan de la Cruz. Dice así: «En lo que toca a decir lo que siento y sé del padre fray Juan de la Cruz que esté en gloria, es lo siguiente: “El padre fray Juan de la Cruz fue un religioso muy espiritual, muy dado a la oración; siempre le vi tratar de cosas de perfección y de mortificación y resignación. Fue muy caritativo y prudente, siendo prelado fue muy amigo de asistir en el coro y que fuesen despacio: decía misa con mucha devoción; tuvo siempre opinión de varón muy espiritual; hacía pláticas espirituales admirables, y sus pláticas reformaban los monasterios doquiera que estaba. He oído decir que murió como santo y que ha hecho muchos milagros. Fecha en Alcalá, a 30 de octubre de 1614. Fray Eliseo de San Ildefonso»[1338]. ¿Autorretrato? Innumerables y muy ricos los testimonios de los demás acerca de todas esas constantes de comportamiento que descubrían en él. ¿Y qué opinaba fray Juan de sí mismo? ¿Cómo se comportaba? Hombre de categorías espirituales bien asentadas, se exige a sí mismo lo que enseña a otros. «¿Qué aprovecha dar tú a Dios una cosa si Él te pide otra? Considera lo que Dios querrá y hazlo, que por aquí satisfarás mejor tu corazón que con aquello a que tú te inclinas» (D, 72). Es decir, puesto ante uno u otro quehacer, hecho el discernimiento de la voluntad de Dios, seguía lo que en aquel punto se le pedía y dejaba la contemplación por el adobe, la dirección espiritual por la escoba, la poesía por atender con toda detención y paciencia a algún menesteroso del barrio o a alguien que llamaba a la puerta del convento. ¿Cómo andaba de autoestima? Bastará decir que no era ningún falso humilde y así reconoce algunas cosas en las que se cree bien dotado, y sobre las que los demás no hacen más que loarlo. En concreto: en el prólogo de Dichos de luz y amor confiesa dos cosas de sí mismo[1339]. Una que presenta como negativa y otra como positiva. La positiva es que reconoce su capacidad de proclamar, de fabricar dichos de luz y amor que ayuden espiritualmente a la gente. Tiene «la lengua de ellos», de esos dichos. La negativa es que se cree falto de «la obra y virtud de ellos». Ante esta situación nos hace saber que no quiere tener la doble responsabilidad: la de no proferir o callarse tales dichos, y la de su falta de virtudes. Por lo mismo redactará, escribirá esas páginas, y así no cargará con la 461

responsabilidad de callarse lo que Dios le da para bien de los demás. Confesión bien clara esta, con la que nos ayuda a configurarle de arriba abajo. Otra confesión muy personal es la que hace en una carta a doña Juana de Pedraza, su hija espiritual. Le dice hablando de apegos personales: «Esto por mí lo veo, que, cuando las cosas más son mías, más tengo al alma y corazón en ellas y mi cuidado, porque la cosa amada se hace una cosa con el amante» [1340]. Cuando da un vistazo al mundo de la dirección espiritual de las almas y ve lo que pasa por falta de directores, y de directores idóneos y los disparates que se comenten, le da lástima de tanta desgracia y se anima a escribir para ayudar a directores y a dirigidos y dirigidas. Aquí de nuevo se confiesa y nos dice: «Para lo cual me ha movido, no la posibilidad que veo en mí para cosa tan ardua, sino la confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la mucha necesidad que tienen muchas almas» [1341]. Con la conciencia de sus deficiencias escribirá para ayudar a principiantes y aprovechados, pero con la ayuda de Dios dará «doctrina y avisos». Aun ayudado por el favor divino piensa que habrá personas que no se encontrarán a gusto con lo que él va a escribir y esto lo achaca a «mi poco saber y bajo estilo» [1342]. Más arriba hemos recogido algunas de las confesiones más personales de fray Juan a Ana de San Alberto sobre la acción «moledora» del Señor en su vida y sus vivencias trinitarias, y aquí se trata de finos elementos para su autorretrato. Estas declaraciones son muy estimables, sabiendo que era «muy rectado y naturalmente encogido», como puntualiza la declarante (13, 400). Más constantes vitales Hemos hecho una selección de las constantes vitales de Juan de la Cruz. Se pueden añadir otras cuantas, como: La bienaventuranza de su pobreza, esmerándose muy particularmente en la pobreza y confianza en Dios y en el desasimiento que el alma ha de tener de todo lo que no es Dios (26, 363). Sus virtudes morales: magnanimidad, constancia, fortaleza, humildad etc. La fuerza con que el carcelero Juan de Santa María pondera esta serie de virtudes en el preso, tan contrastadas en un cautiverio tan duro, es digna de atención (14, 289-292). Su amor incondicional a la cruz; su apellido le venía como anillo al dedo. «No busque a Cristo sin cruz»[1343] y «el que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo» era su lema, Y así hablaba y manifestaba su amor a los trabajos (D, 101).

Acerca de esto último contamos con una declaración muy interesante, que sirve como clave para interpretar la referencia constante de fray Juan al sufrimiento: «Y en todas las cosas que esta testigo le oyó hablar, nunca refería los (trabajos) que había padecido, sino los deseos que tenía de padecerlos. Con los cuales enseñaba y declaraba a las religiosas el bien que se encierra en el padecer y obrar en desnudez de todo lo criado, que esto era su doctrina ordinaria, como quien tan bien experimentaba el bien que se le sigue a un alma de la práctica de ella. Y el santo la tenía tan grande, que esta testigo le oyó decir muchas 462

veces que «“ni de arriba ni de de abajo, había de buscar un alma consuelo ni alivio, aun del mismo Dios no había de querer nada, sino obrar sin otro fin más que de agradar a Su Majestad, en perpetuo padecer por el amado”. Las cuales eran palabras formales suyas» (25, 518). Queda claro que Juan de la Cruz no hablaba de la cruz como presumiendo de haber sufrido mucho, sino que hablaba manifestando que todos debían aspirar a saber llevar las pruebas, los trabajos, los sacrificios, unidos con Cristo. Concluyendo Ante un fray Juan tan bien configurado por tan gran proliferación de testimonios piensa uno espontáneamente en lo que él mismo dice de «un no sé qué grandeza y dignidad que tienen ciertas personas que causa detenimiento y respeto a los demás». Y esto les viene «por el efecto sobrenatural que se difunde en el sujeto de la próxima y familiar comunicación con Dios» [1344]. De hecho quienes mejor le conocieron y trataron con él hacen sin pretenderlo una especie de comentario a esas palabras suyas. Como más típica y en gran sintonía hasta en la letra con el mencionado texto se puede leer la declaración de María de San Pedro, que dice: «... Esta testigo ha considerado muchas veces que con ser el dicho santo padre fray Juan un hombre no hermoso y pequeño y mortificado, que no tenía las partes que en el mundo llevan los ojos, con todo eso no sé qué traslucía o veía de Dios en él esta testigo, llevándose los ojos tras de sí para mirarle como para oírle; y mirándole parecía se veía en él una majestad más que de hombre de la tierra; por lo cual se persuadió esta testigo era grande su santidad, y moraba Dios en él como en templo santo, y que eso causaba en el mismo humano, y le parecía era una alma de muy altas virtudes» (14, 182-183). Como ya escribí hace años, «la semblanza de Juan de la Cruz requiere no poca finura por parte de quien la quiera confeccionar. En las grandes biografías se pueden encontrar muchos datos para elaborarla. No sólo la semblanza moral, sino también la física. Datos a veces que pueden parecer insignificantes, pero que no carecen nunca de importancia» [1345]. El epistolario de fray Juan, del que nos hemos servido con tanta abundancia a lo largo y ancho de la biografía, ofrece rasgos autobiográficos finísimos y elocuentes para dar forma a su semblanza: sensibilidad, cercanía a las personas, gran empatía con los problemas ajenos, orientación contemplativa permanente, maestro de trascendencia, etc. Ya en vida quienes le conocían engastaban su impresión en alguna frase típica que era como una semblanza condensada o en miniatura. «Sireno encantador», «sireno divino», «jilguero de Dios», «archivo de Dios», «Séneca, senequita». Y acaso el nombre más amplio y expresivo con que se le ha ido llamando desde su muerte a nuestros días sea: Doctor místico, el Doctor místico, con artículo, como el doctor místico por excelencia. Así queda registrado en los anales de la 463

historia eclesiástica. Aparte de todos los rasgos de su vida que nos han ido señalado los testigos y aparte de esa fuente primordial de sus cartas, hay «otros elementos que completaban el retrato de san Juan de la Cruz en el orden intelectual y moral: son sus libros. Aunque fraccionado en ellos, como imagen en espejo dividido, nos dan entre todos una fisonomía completa del autor. Allí está de cuerpo entero. Es inteligencia soberana en la Subida y en la Noche, fantasía oriental en el Cántico, corazón incandescente en la Llama[1346].

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CAPÍTULO 37 El magisterio oral de san Juan de la Cruz Carismático de la palabra hablada Hace ya más de treinta años que, escribiendo un artículo con este mismo título, decía yo: «El magisterio oral sanjuanista ha sido hasta ahora poco estudiado, al menos de un modo orgánico. Es cierto que en las grandes biografías existen muchos datos y noticias. Este aspecto de la vida del santo es utilísimo para entender mejor su magisterio escrito y toda su persona» [1347]. A lo largo de estos años he vuelto sobre el tema y se ha ido demostrando cada vez más claramente la utilidad de conocer y estudiar este tipo de magisterio que en la vida Juan de la Cruz podemos llamar carismático[1348]. Los testigos oculares insisten sobre tres puntos, y generalmente en el mismo contexto hacen ver la figura del auténtico maestro, que: Poseía magníficamente la doctrina. Era extraordinario en el arte de comunicar o transmitir la doctrina poseída. Gozaba de una eficacia singularísima en iluminar la mente y en mover la voluntad y encender el corazón de cuantos le escuchaban[1349].

Posesión de doctrina. Inocencio de San Andrés, hombre doctísimo, y tan cercano a fray Juan declara: «Le oyó por muchos años en cuantos conventos con él estuvo hablar tan altamente de las virtudes y cosas de Dios, que con haber oído a diversas personas hablar de Dios nuestro Señor y de virtudes, jamás ha encontrado este testigo hombre que a su parecer tan altamente hablase de Dios, ni con tanta claridad y eficacia; porque en el oírle hablar mostraba un grandísimo aprecio de las cosas de Dios, y que las penetraba altamente y las obraba; muchas almas tentadas y de grandes dudas interiores, con pocas palabras los satisfacía y quietaba y daba luz en sus dudas» (14, 61). Otro testigo, Juan de la Madre de Dios, dice que «con haber conocido muy grandes varones espirituales, jamás vio ni oyó hombre tan perfecto ni que tan levantadas cosas hablase de Dios [...]. Y era, al juicio de este testigo, uno de los grandes maestros de espíritu que nuestro Señor ha tenido en su Iglesia, porque mostraba haberle nuestro Señor enseñado y comunicado mucho» (14, 105-106). Esta doctrina tan alta y profunda se componía de ciencia y experiencia, entrambas: adquirida e infusa; propia y ajena. Sin 465

olvidar esa otra componente: la santidad del maestro, que se trasfundía en doctrina y estímulo. El arte didáctico aparecerá mejor cuando hablemos de los métodos que seguía en su magisterio. Grande ingenio, desarrollaba en el magisterio oral las mismas cualidades de exposición y claridad que brillan, generalmente, en su magisterio escrito. Era, por cierto, más ameno en sus conversaciones que en sus libros. Encadenaba y encandilaba a los oyentes. De aquí la serie de nombres que le daban: «Jilguero de Dios»; «archivo de Dios»; «sireno encantador» y otras lindezas. En el despliegue enorme de su magisterio oral seguía como paradigma el estilo de Dios en la conducción de las almas: orden suavidad, acomodarse a cada una de las personas[1350]. La eficacia en iluminar y mover fluye de las cualidades anteriores. Sobre este punto poseemos un sinfín de declaraciones muy personales, algunas pintorescas y gráficas[1351]. En definitiva, se haría uno interminable acumulando los testimonios acerca de las enseñanzas o instrucciones de Juan de la Cruz[1352]. El dato era que deseaban los religiosos verse juntos con él en comunidad por sólo oírle y tratar y hablar de Dios, porque en sus palabras se echaba muy bien de ver salir de un pecho y alma llena de Dios (14, 137). Y los oyentes mismos se encargan de decirnos cómo acudían a escucharle, y los efectos saludables que producía aquel magisterio. El cocinero de Baeza comentaba que el padre fray Juan con sus palabras los alentaba a amar y servir a Dios. Y estaban tan aficionados a escucharle «que después que comían los de primera mesa se juntaba con sus frailes el rato que llaman de quiete», y los de segunda mesa, como él y otros, «aunque ayunaban, dejaban de comer por oír aquel rato al dicho santo padre las razones tan vivas que les decía, con que quedaban consoladísimos y con grandes deseos y fervor de amar a Dios nuestro Señor y la virtud de que trataba, y que de cosas menudas sacaba pensamientos muy altos» (14, 25). Hay que advertir que a estas cualidades didácticas o pedagógicas que dicen relación más directa a la enseñanza o magisterio oral y a su misión de educador, hay que añadir las dotes morales del maestro en el ejercicio de esta función: su inmensa paciencia, sencillez, delicadeza, humildad, caridad, su hacerse todo a todos, sus buenos ejemplos, etc. Los juicios de la santa sobre fray Juan dan una etopeya del mismo digna de ser tenida en cuenta en el campo de su magisterio. Discipulado Al querer confeccionar el mapa de los alumnos y lugares donde ejerció su magisterio, hay que primar sus conventos de frailes y monjas del Carmen descalzo. Su magisterio oral entre ellos está íntimamente ligado al oficio de superior, principalmente local. El precepto legal decía: «Los priores de los conventos están obligados a amonestar y corregir a sus súbditos, y hacer leer cada viernes la Regla; y declararla, o hacerla declarar a otros» [1353]. Más adelante, al hablar de sus métodos pedagógicos, se verá cómo cumplía con lo preceptuado y lo rebasaba generosamente. Discípulos de fray Juan fueron prácticamente 466

todos los religiosos que lo conocieron, es decir, todos los «primitivos»; muchos, de hecho, recibieron de sus manos el hábito de la Orden teniéndole como maestro de novicios y formador o maestro de estudiantes; otros fueron súbditos suyos en los varios conventos en que fue superior; y los que no fueron formados por él directamente, ni fueron súbditos suyos, lo veneraron, con rarísimas excepciones, como a verdadero maestro, reconociendo en él un espíritu superior en este campo. En los capítulos correspondientes a los conventos donde fue superior ya se ha ido evidenciando esta realidad formativa. Y hasta en La Peñuela, como acabamos de ver, en Úbeda, como explicaremos enseguida, seguía ejercitando su magisterio espiritual. Religiosas. Alonso de la Madre de Dios dejó escrito: «... A las religiosas de su Orden, dondequiera que se hallaba nuestro santo padre, acudía con grande caridad, y así ellas le tenían por padre y por tal le veneraban. No ha tenido la Reforma ni tendrá persona que más haya amado y procurado la perfección de sus descalzas. Verdad es que había en el santo más razones que en otro alguno para amarlas y acudirlas como las acudía. Lo primero por ser él más padre de esta Reforma que otro alguno y como a tal incumbirle más el cuidar de la perfección de todas las partes de ella. Lo segundo, porque viviendo nuestra madre santa Teresa y conociendo en él tanta santidad y pureza y el don del cielo que tenía de maestro de almas, le suplicó acudiese lo más que pudiese a enseñar sus conventos e hijas, a quien dijo muchas veces le tuviesen por padre, maestro y guía [...]. Lo tercero, porque les acudía con este cuidado y caridad, decía él, era por verlas tan retiradas y solas; porque en los seculares y religiosas de otras Órdenes, como tienen a uso algunos bienes en particular y menos encerramientos, tienen mano en lo que se les ofrece, para llamar a este o a aquel, de lo cual veía él carecían sus descalzas»[1354].

De este texto riquísimo, que recoge el eco y el espíritu de multitud de declaraciones de otros testigos, se deduce: el hecho del magisterio entre las descalzas; la sublimidad del mismo; las razones que le inducían a ejercitarlo con tanta asiduidad y perfección. La discípula más insigne fue, sin duda, la propia santa Teresa. Fue padre espiritual y confesor de los monasterios de Beas de Segura (Jaén), Granada, Caravaca, Segovia. Con estos cuatro tuvo más relación que con otros. Otros nombres: San José de Ávila, Valladolid, Medina del Campo, Sabiote, Toledo, Madrid (Santa Ana), Cuerva, Malagón, Málaga, Sevilla, Lisboa, Villanueva de la Jara, Pastrana, Alba de Tormes, ¿Salamanca? Córdoba sólo por carta. Fuera del ámbito de la Reforma teresiana hay que poner ante todo el monasterio de la Encarnación de Ávila (1572-1577), entonces de carmelitas de la antigua observancia o calzadas. De este monasterio pasaron muchas y muy buenas monjas a la descalcez teresiana, y no pocas habían sido discípulas y dirigidas por Juan de la Cruz[1355]. En los capítulos correspondientes a la estancia de fray Juan en Alcalá, el Calvario, Baeza, aparece otra serie de personas que se beneficiaron de las enseñanzas de este gran maestro. De Baeza se nos dice: «Acudían muchas personas a él a ser enseñadas por el mucho lenguaje y trato que de Dios tenía, así hombres doctos, como gente ordinaria» (14, 64). En Granada se hace todo a todos, ricos y pobres y los atiende con gran celo apostólico. Personas más conocidas y famosos: doña Ana de Peñalosa, Juana de Pedraza, de las que ya hemos hablado. En Segovia nos encontramos de nuevo con doña Ana de Peñalosa, aunque lo más 467

característico de los años segovianos es su amplísimo magisterio ante los canónigos de la catedral y otros sacerdotes de la ciudad y de los pueblos. No hay que olvidar tampoco el tipo de magisterio o apostolado ambulante que ejercita por los caminos y en las ventas o mesones, según la puntualización de fray Martín de la Asunción, compañero de viajes y aventuras y escudero de fray Juan: «... Y por los caminos a los arrieros y gente que encontraba les daba siempre documentos y modos de vivir en servicio de Dios nuestro Señor y les daba buenos consejos; y en las ventas y mesones donde estaba cuando caminaba, si había algunos que juraban o votaban, les reprendía, y se solían componer y enfrenarse con mucha humildad» (14, 88). Algo parecido dice el P. Alonso de la Madre de Dios, asegurando que a los arrieros y a cuantos encontraba les daba «doctrina de cómo en sus oficios agradarían a Dios en ofrecer y hacer aquello que trabajaban en sus oficios por Dios y no sólo por el interés, pues ese así como así se lo habían de dar, y era de maravillar cuán atentamente se lo estaban mirando, asentándoseles lo que les decía» [1356]. Parece un criterio inspirado por el Vaticano II: el de santificarse cada uno en su trabajo y en su oficio (LG, 41). Métodos pedagógicos Elaborado así con amplitud el mapa del magisterio sanjuanista, ahora conviene presentar los métodos pedagógicos de que se servía. Doy por buenos, con alguna corrección y añadidura, los que ya propuse las primeras veces que me ocupé de este punto. 1. Expositivo-bíblico. Conocía la Biblia de un modo muy perfecto, «casi de memoria», dicen los testigos. La Escritura era su libro predilecto. Llevaba la Biblia consigo en sus viajes. Por los caminos iba cantando o recitando, frecuentemente pasos de la Escritura: salmos, versículos del Cantar de los Cantares, el capítulo 17 del evangelio de san Juan, etc. Además de servirse de la Escritura como de libro-base para sí mismo, hacía de ella el fundamento para la instrucción de los demás. Recogemos aquí algunas declaraciones de los testigos más cercanos y entendidos: – «... Era muy amigo de leer en la sagrada Escritura, y así nunca jamás le vi leer otro libro sino la Biblia, la cual sabía casi toda de memoria, y en un san Agustín contra haereses, y en el Flos Sanctorum. Y cuando predicaba alguna vez, que fueron pocas, o hacía pláticas, que era de ordinario, nunca leía otro libro sino la Biblia» (13, 386: declara Juan Evangelista, su compañero, amigo y confesor): «Y en esto de hablar de Dios y exponer lugares de la Escritura asombraba, porque no le pidieran lugar que no lo dijera con muchas explicaciones; y en las recreaciones algunas veces se gastaba la hora, y mucho más, en exponer lugares que le preguntaban. Sería nunca acabar tratar de esto» (10, 341: del mismo Juan Evangelista). – «... Tengo por cierto que sabía toda la Biblia, según juzgaba de diferentes lugares de ella en pláticas que hacía en capítulo y refectorio, sin estudiar para ello, sino ir por donde el espíritu le guiaba, diciendo siempre cosas excelentes y de provecho y edificación para las almas por verlas practicadas en él» (13, 375: Pablo de Santa María, que vivió con fray Juan en Segovia). – «... Tenía don particular del cielo y grande eminencia para declarar cualesquier dificultades que se ofrecían de la sagrada Escritura» (14, 144: Fernando de la Madre de Dios, que vivió con él en varios

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conventos). Este mismo declara sobre el arte de fray Juan en explicar «cualquier salmo o pasos de Semana Santa» (14, 325).

Los testigos recuerdan algunos pasos bíblicos que le oyeron exponer muy particularmente. María de la Cruz (Machuca) habla en el proceso apostólico de Úbeda del amor de Juan de la Cruz a la Eucaristía y dice que a ella sola le declaró un día «un lugar de la Escritura acerca del convite del Santísimo Sacramento» y que lo hizo con un amor y afecto extraordinario a tan augusto misterio. No lo puede olvidar. Entonces los del tribunal le preguntan qué lugar de la Biblia era ese. Contesta: aquel en que la reina Ester pidió al rey Asuero que comiese Naamán en su mesa. Fray Juan «dijo a este testigo que si Naamán se halló tan favorecido por comer a la mesa de aquellos reyes, cuánto más lo podían estar los que llegaban a la mesa del Rey de los reyes, recibiendo el Santísimo Sacramento para vida eterna» (25, 490). En otra ocasión, estando en Granada en el monasterio de las descalzas, se puso a explicar las palabras: fluminis impetus laetificat civitatem Dei (Sal 45,5): el ímpetu del río alegra la ciudad de Dios, e hizo la glosa con tal ardor que se quedó como arrebatado y traspuesto (23, 128). Eliseo de los Mártires recuerda unos cuantos textos bíblicos que le oyó comentar a Juan de la Cruz: Lc 2,49[1357]; Salmo 118,49[1358]; Is 63,3[1359]; 2Cor 12,12[1360]; Ez 34,14[1361]; Col 3,21[1362]; Is 42,1-4[1363]; 2Cor 13,10[1364]. La lectura de estos textos bíblicos traídos en la conversación por Juan de la Cruz, así de bote pronto, muestran el dominio que tenía de la palabra de Dios. 2. Socrático. Es decir, el arte de enseñar sirviéndose del diálogo. Algo así como la mayéutica utilizada por Sócrates. Juan de la Cruz pregunta, el interrogado responde, si puede, o confiesa su ignorancia. Luego el maestro, que por esa vía del coloquio ha activado la participación más personal del educando, comenta y amplía la respuesta recibida. Juan de la Cruz seguía gustoso este método con monjas y frailes. Magdalena del Espíritu Santo declara: «... Para afervorar y enseñar el verdadero espíritu y ejercicio de las virtudes, hacía algunas preguntas a las religiosas; y sobre las respuestas trataba de suerte que se aprovechaba bien el tiempo y quedaban enseñadas, porque sus palabras eran bañadas de luz del cielo» (10, 326). Ejemplos de antología. Se pueden aportar muchos. Como algunos de los más famosos quedaron los que entablaba con el hermano Francisco, religioso en Granada, muy sencillo e inocente. Le solía hacer preguntas espirituales y gustaba mucho de sus respuestas santas y simples. Un buen día le preguntó: «¿Qué cosa será Dios?». Francisco responde: «Dios es lo que Él se quiere». Y comenta el que transmite el diálogo: «Y esta respuesta celebró mucho el santo padre fray Juan de la Cruz y dijo cosas muy altas sobre la tal respuesta. Y esto hacía en otras semejantes tocantes a la fe, como yo lo vi así en esta ocasión, como en otras muchas» (23, 480). Otro día en las descalzas de Beas. Pregunta a la hermana Francisca de la Madre de Dios y lo refiere ella misma: 469

«... Preguntándole un día a esta testigo en qué traía la oración, le dijo que en mirar la hermosura de Dios y holgarse de que la tuviese. Y el santo se alegró tanto de esto, que por algunos días decía cosas muy levantadas, que admiraban, de la hermosura de Dios; y así llevado de este amor, hizo unas cinco canciones (las últimas del Cántico) a este tiempo sobre esto, que comienzan: Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura» (14, 170).

Ya hemos referido el diálogo de fray Juan con fray Martín tratando de revivir el diálogo de san Francisco con fray León, «ovejuela de Dios». Otro ejemplo, también ya referido por el protagonista Jerónimo de la Cruz, es el relativo a sus titubeos vocacionales. A veces se cambian los papeles. No pregunta fray Juan ni a los otros ni se pregunta a sí mismo, sino que es él el interrogado. Esto no influye ni cambia el resultado de este método socrático por el que sentía verdadera pasión[1365]. En cierta ocasión, por ejemplo, preguntado, picaronamente, «cómo se arrobaba uno», respondió: «Que negando su voluntad y haciendo la de Dios, porque éxtasis (= arrobamiento) no es otra cosa que un salir el alma de sí y arrebatarse en Dios, y esto hacía el que obedecía, que es salir de sí y de su propio querer, y aligerado se anegaba en Dios» (13, 248). Para incentivar más y más el diálogo, en las pláticas que hacía a las religiosas, les decía que le dijesen de algún verso o punto de espíritu, de alguna virtud que deseasen saber; «y cuando se lo decían, decía y levantaba sobre ello el dicho santo padre cosas muy santas y espirituales» (14, 40). 3. Representativo o escenificado. Le gustaba, especialmente durante la Nochebuena, hacer alguna representación, aunque fuese elemental, del misterio natalicio. Ya lo hemos referido más arriba (14, 25); igualmente la representación del martirio (14, 26), o el acto de armar a uno caballero o de revestirle de vestiduras espirituales. Jerónimo de la Cruz da sobre esto su juicio personal: «En las recreaciones de cualquiera cosa tomaba ocasión para decir de Dios; y tengo yo en mí, y solía decir que nos servía más la hora de recreación que la de oración, tanto era el fuego y luz espiritual con que el alma salía de ella, por el provecho que sacaba el alma de lo que el Santo trataba, sin que se hiciese pesado, por la sal con que lo decía. Y así se sentía mucho cuando por alguna ocupación faltaba de ella o hacía ausencia del convento. Y así era deseado y alegraba su presencia» (26, 443). 4. Exhortativo o parenético. De este método se servía especialmente como y en cuanto superior local conforme a la mencionada norma de las constituciones. Abarca muchísimo: instrucciones públicas a toda la comunidad; instrucciones privadas a cada uno de los religiosos, según las necesidades; correcciones y castigos; exhortaciones verdaderas y propias; enseñar a levantarse de las cosas pequeñas, sencillas, insignificantes a los grandes valores e ideales de la vida. Gran lector, descifrador de las maravillas de la creación, como se puede ver por sus escritos, especialmente en las canciones cuarta y quinta de su Cántico espiritual, vibraba ante la grandeza del cosmos y hacía escala hasta el Creador y ordenador de todo[1366]. Acerca de las instrucciones a toda la comunidad: en los capítulos conventuales, en el comedor después de la cena o colación, algo así como «las buenas noches»; en las 470

recreaciones, en los paseos fuera de casa por los montes, junto a los ríos, etc., hay que recordar la declaración de Juan Evangelista, que se refiere conjuntamente a buena parte de estas situaciones en la vida comunitaria: «Su continuo hablar era de Dios, así en recreación como en otros lugares; y tenía tanta gracia en tratar de esto que en recreación, tratando cosas de Dios, nos hacía reír a todos y salíamos con sumo gusto. Este le teníamos todos en los Capítulos y en las noches después de cenar, que de ordinario hacía unas pláticas divinas, y nunca dejó de hacer plática a las noches» (13, 386). Como concentrando exhortaciones verdaderas y propias circulaban no pocos «eslóganes» espirituales de fray Juan: – «Por dondequiera que vayan, hagan bien a todos, porque así parezcan ser hijos de Dios. El que falta en esto hace más agravio a sí que a su prójimo». – «No nos hemos de dejar señorear de los trabajos, sino antes andar sobre trabajos como el corcho sobre el agua». De cómo enseñaba a subir a Dios desde las cosas más sencillas, hay abundantes ejemplos y recuerdos. Un día, mientras los frailes se encuentran fuera del convento en una huerta por donde pasaba el Genil o el Darro, fray Juan se apartó de ellos, se fue a la orilla del río y después de un poco comenzó a gritarles, convocándolos: «Vengan acá, hermanos, y verán cómo estos animalitos y criaturas de Dios le están alabando, para que levanten el espíritu; que, pues estos sin entendimiento ni razón, lo hacen, ¡cuánta mayor obligación tenemos de alabarle nosotros!» (24, 415). De cualquier cosa se elevaba personalmente a Dios y así lo enseñaba a sus discípulos y religiosos, en especial cuando los sacaba al campo fuera del recinto conventual, buscando con esto que aprendiesen amor a la soledad y considerasen las maravillas de la naturaleza. «De cada niñería que tomaba entre manos le levantaba tanto espíritu alzándola y encendiéndose en fervor, que daba devoción a los que le oían, y en estas ocasiones, como convidando a Dios, les decía se recogiesen a Su Majestad, acostumbrando a decir: ¡Alto!, ¡a vida eterna!, y se quedaba como suspenso diciendo esto, los ojos levantados al cielo» (14, 40). Lección completa integrada de la palabra y del gesto no menos decidor. Todo un símbolo. De ordinario muchas noches hablaba de Dios después de la colación o cena un rato, con tanto gusto de los religiosos, que ninguno se meneaba; tan atentos y con tanto gusto y aprecio le oían; y durante la hora de recreación «muchas veces de cosas indiferentes y bien menudas, y al parecer bien fuera de propósito, que los religiosos decían, al fin como cosas de recreación, sacaba el varón del Señor cosas altísimas de Dios; que parece era un archivo o alacena de cosas del cielo, donde Dios tenía depositadas tantas cosas de su grandeza, como le oíamos» (23, 481). Como ejemplo de esto mismo podemos recordar lo siguiente, tal como lo refiere quien lo presenció: «Una religiosa no sé a qué propósito, dijo no sé qué refrán de estos que de ordinario se suelen decir. Y como le cayó en gracia a las religiosas que estaban presentes, el padre fray Juan de la Cruz le mandó a la dicha religiosa se lo refiriese delante de todas. Y porque no se divirtiese de la plática espiritual, sacó altísimas cosas de espíritu de él; y 471

mandó a todas se acordasen de los que sabían y se los dijesen para espiritualizarlos» (25, 515). El fruto de todo este magisterio oral y vivo en cuanto superior local lo enfoca muy bien uno de sus súbditos: «... En los cuales (conventos), siendo como fue prelado de ellos..., vio este testigo que con su doctrina y ejemplo, que fue raro y grande, vivió el santo padre con grande perfección de vida, y con la misma perfección grande se vivía en los conventos que tenía y tuvo a su cargo, siendo, como fue, tan amado de sus súbditos como si fuera su padre de cada uno» (14, 12-13). De modo parecido la testigo que habla de lo que llama «refranes» dice: «Los cuales puntos, y otros muchos que decía de ordinario, daban tanto gusto y causaban tanta suavidad y fervor en las almas, que luego los ponían por escrito; y esta testigo tiene un cuadernito de parte de ellos para el aprovechamiento de esta testigo y otras almas. Porque esto y pláticas espirituales que hacía a las religiosas, nunca oyó esta testigo, ni pensó oír a persona que así hablase y tratase de Dios» (25, 515). Sentencial o gnómico. Si por lo del diálogo se asemeja a Sócrates, por lo de las sentencias se le puede llamar otro Séneca, habiendo pasado a significar séneca un hombre lleno de sabiduría. No por nada santa Teresa le llamaba Séneca[1367] y solía repetir: «Todas las cosas que me dicen los letrados hallo juntas en mi senequita». Fray Juan era muy sentencioso y le gustaba proponer o dejar caer simplemente sentencias o expresiones que diesen materia de reflexión y que fuesen de estímulo para obrar el bien y evitar el mal, para correr, para volar por el camino del cielo. Parece que sentencias orales fueron dadas a la imprenta «como registros de breviarios» (14, 371: declara Alonso de la Madre de Dios), aun antes de la impresión de sus libros. Una de esas sentencias suyas personales y que repetía a los demás era: «Las penas de los santos mártires padecidas por ella (por la fe) las envidiaba más que los mismos premios de gloria» (14, 309, 370-371). Otra sentencia famosísima que es, al mismo tiempo, oración jaculatoria: «¡Oh celestial esperanza, que tanto adquieres y alcanzas cuanto esperas!» (25, 485)[1368]: «Frailes descalzos no han de ser frailes de trazas, sino frailes de espera en Dios» (14, 374; 22, 294; 24, 381). 6. Buena prensa. Este método merecería un estudio detallado. Lo señalo queriendo significar cómo fray Juan de la Cruz, para formar e instruir a sus hijos e hijas espirituales, les leía y comentaba buenos libros y se los prestaba para que los leyesen. Leonor de Vitoria, empleada de hogar en Segovia en casa de doña Ana de Peñalosa, recrea el ambiente de fray Juan de la Cruz, sentado en el suelo, enseñando a la noble señora y a su sobrina y a sus criadas «cosas espirituales y santas y del cielo, en orden a cómo serían santas, y que sus pláticas eran siempre de esto, y que algunas veces, tratando de esto, les leía algunas cosas devotas, y otras les dejaba libros donde estaban escritas, para que así tratasen y sirviesen a nuestro Señor» (14, 279). Confesor y formador espiritual de las carmelitas descalzas de Beas, usaba también a veces con ellas de este método. Una de ellas, Magdalena del Espíritu Santo, recuerda 472

«que muchas veces nos leía en los evangelios y en otras cosas santas y nos declaraba la letra y el espíritu de ellas» (26, 347). Anotación final: En algunos de estos métodos va a veces explícito, otras veces implícito, algo muy sanjuanista: «El contacto con la naturaleza, con el monte, con el río, con el viento, con el agua, con las estrellas, con la noche, con la flora, con la fauna...» [1369]. Todos estos elementos eran para él escala para subir al Creador y conservador del universo. Y lo que él vivía en su persona trataba de transmitírselo a sus hermanos. Así enseñaba a subir, por ejemplo, desde el firmamento estrellado que contemplaba al cielo de los bienaventurados. Y todo esto en el corazón de la noche cósmica a la que era aficionadísimo desde siempre. Le podía el embrujo de la noche lo mismo en Castilla que en Andalucía. Capítulos de su magisterio de viva voz ¿Cuál era el tema o el contenido central de sus enseñanzas orales? Los testigos de vista presentan a Juan de la Cruz hablando siempre de Dios, sólo de Dios, a todos de Dios, altísimamente de Dios, fervorosísimamente de Dios. Parecería una fórmula estereotipada sin mayor valor, pero, de hecho, Dios era tan principal en su mente, en su imaginación, en su existencia que venía a ser como el tema único, monotema en su lengua, en su magisterio. Baste una pequeña muestra de declaraciones sobre esta primacía y unicidad: «... No sabía hablar de otra cosa sino de Dios; sus pláticas habían de ser siempre de Dios, de quien decía tan altas y tales cosas, que encendía con ellas al amor de Dios a las personas que trataba; y con ser su trato común siempre de esto, era admirable en todo tiempo y lugar, que no era enfadoso ni pesado» (14, 14: declara Martín de San José). «... Mostraba ser grande el amor que tenía a Dios nuestro Señor según las altezas que de él hablaba, y sus pláticas eran siempre de Dios; con tal discreción y sal hablaba de Dios, que no cansaba ni hartaba el oírle» (14, 137).

Jerónimo de la Cruz se esfuerza por acertar a explicar cómo veía él a su padre Juan de la Cruz, con el que tenía una gran intimidad. Tenía el convencimiento de que fray Juan vivía continuamente la presencia de Dios, «a quien procuraba alabar en todas las cosas, mirando su grandeza y diciendo de ella y de los demás atributos tantas altezas, grandezas y delicadezas, que ponía admiración a quien le oía, por muy letrado que fuese; haciéndole novedad lo que de Dios descubría» (26, 442). Otra testigo certifica que fray Juan «casi de ordinario en todas las comunicaciones y pláticas que tenía con esta testigo y las demás religiosas trataba de las dicha virtudes teologales, y en particular de la fe» (14, 189). Con estos testimonios tan fidedignos se reconfirma lo dicho anteriormente acerca de las cualidades de maestro. Añaden el detalle, una vez más, de que no era pesado, de que no cansaba con su monotema, sino que sabía resultar ameno e interesante. No cansaba ni se cansaba. Sobre este no cansarse de hablar de Dios, de sus atributos, de su misterio, de lo teologal, de lo espiritual, el mencionado Martín de San José hace esta confesión: 473

«... Como todo su trato era de nuestro Señor, así tenía notable gusto de tratar de él, de manera que encareciéndole yo una vez el mucho contento que en oírle tenía y que no querría se cansase, me dijo que aunque días y noches hablase de nuestro Señor no se cansaba ni cansaría, como los que le oyesen no se cansasen» (13, 378).

Todo esto confirma sencillamente lo que el propio santo dice en sus sentencias de luz y amor: «El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa» [1370]. Sintoniza todo ello también con la semblanza que él mismo dará del alma enamorada que anda tan solícita «que en todas las cosas busca al Amado; en todo cuanto piensa, luego piensa en el Amado; en cuanto habla, en todos cuantos negocios se ofrecen luego es hablar y tratar del Amado; cuando come, cuando duerme, cuando vela, cuando hace cualquiera cosa, todo su cuidado es en el Amado» [1371]. Este es el Juan de la Cruz, enamorado de Dios. Este es el rasgo más saliente de su personalidad, tan bien integrada con los valores múltiples que poseía. Una de las declaraciones más ricas de contenido y de detalles acerca de este magisterio oral de Juan de la Cruz es la siguiente de Juan de la Madre de Dios, que primero fue carmelita descalzo y que luego por sus indisposiciones y con las debidas licencias se hizo trinitario. Dice así: «Sus palabras eran todas de Dios sin desperdiciar alguna [...] y de muy gran provecho para las almas. Y como este testigo se halló con él en algunas recreaciones, cuando los religiosos se juntan después de la comida, cena o colación, era cosa del cielo el oírle hablar de Dios y de la virtud que se ofrecía, de las dudas que le preguntaban; y sus pláticas eran estas. Y si otras se tocaban, luego las espiritualizaba, de suerte que a todos los dejaba satisfechos y los tenía como encantados oyéndole palabras de vida. Y este testigo solía decir que les daba dos veces de comer: una la comida material y otra, las palabras de vida que les decía; que la una sustentaba el cuerpo y la otra el alma. Y este testigo, con haber conocido muy grandes varones espirituales, jamás vio ni oyó hombre tan perfecto ni que tan levantadas cosas hablase de Dios, mostrando unas entrañas llenas de amor para con Dios» (23, 461-462). Todo y siempre para todos Juan de la Cruz ejercitaba su magisterio no sólo ante los grupos de sus comunidades, sino también ante tantas personas particulares. De esto último tenemos algún caso muy elocuente. Bartolomé Ortega Cabrio, vecino de Úbeda, declara en el proceso ordinario de su ciudad (23, 175-179) y en el apostólico (25, 184-193), y antes ya en 1598 el 6 de abril había declarado algunas cosas sobre fray Juan; y a un punto dado dice: «Y después de haber dicho esto, este testigo se acordó de que hablaba el dicho padre fray Juan de la Cruz tan levantada y agudamente de cosas de espíritu, que le admiraba y edificaba, de manera que salía de hablar con él estas cosas con nuevos propósitos de servir a Dios» (26, 277). Ambrosio de Villarreal, el médico que curaba a fray Juan en Úbeda, cuenta cómo el pobre enfermo no tenía otro descanso en sus dolores «sino que se asía de un cordel, que 474

estaba colgado de una viga, para poder gozar la plática que tenía con este testigo de las cosas de nuestro Señor, que con él trató muchas y muchas veces» (26, 279). Buen oyente del magisterio de Juan de la Cruz en el convento del Calvario fue el refugiado Francisco Enríquez de Paz, del que ya hemos hablado[1372]. La enseñanza oral fue media vida para Juan de la Cruz; y las horas y horas que dedicó a esta sementera dan buen testimonio de ello. María de Jesús (Sandoval y Godínez) dejó dicho en 1600: «Su gran contemplación y trato con Dios se declaraban por sus obras y palabras, que era un minero en hablar de Dios sin agotarse» (26, 306). No hay que extrañarse de que se emplease tanto y tan a fondo en su magisterio oral, cuando en su magisterio escrito dejó dicho: «Hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van en cada seno hallando nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá» [1373]. Después de cuanto llevamos dicho, no hay mucho que añadir para hacer ver la importancia y el interés de ese magisterio oral. Quienes le escucharon comprendieron bien en sus días esa transcendencia. Y no es una prueba despreciable de esto el que frailes y monjas copiasen, como podían, aquellas instrucciones caídas de sus labios. En Beas, Catalina de san Alberto, como ya hemos dicho, «tenía gran cuenta de escribir cuanto el santo platicaba y hablaba; y de ahí vino a hacer un libro que tendría dos dedos de alto, el cual le servía de maestro para la oración y trato espiritual de su alma» (14, 118). Y Magdalena del Espíritu Santo, la copista de los versos de fray Juan, asegura que «sus palabras eran bañadas de luz del cielo. Yo procuraba apuntar algunas para recrearme en leerlas cuando por estar ausente no se le podía tratar» (10, 326). Refiriéndose al mismo período, fray Bernabé y Lucas ven en Segovia cómo muchos de los religiosos copiaban lo que le oían en aquellas pláticas y conversaciones (14, 293, 284). Para todas esas finalidades educativas y propósitos servía el magisterio oral de Juan de la Cruz y con esta ilusión se sacaban aquellos apuntes. Conclusión La vocación magisterial verdadera y propia de Juan de la Cruz no era la de escribir, sino la de enseñar oralmente. Sentía pasión apostólica por este magisterio para el cual estaba singularmente dotado. Su magisterio era tan universal porque, según repiten una y otra vez los testigos, no se dejaba llevar por acepción o aceptación de personas (14, 17, 36, 41, 90-91, 162: «siendo universal para todos y no particular para nadie», 172, 219, 235, 245, 258-259, 277, 284: «no se pegando jamás a nadie», 301: «sólo por ser almas criadas para el cielo».

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CAPÍTULO 38 Magisterio escrito de san Juan de la Cruz

En el capítulo anterior dejamos dicho que Juan de la Cruz tenía más vocación de hablar que de escribir de cosas espirituales. De hecho le vemos como resistiéndose a escribir. Escribe «a petición» de frailes y monjas del Carmelo la Subida-Noche; «a petición» de Ana de Jesús el Cántico; y «a petición de Ana de Peñalosa» la Llama de amor viva. Lo espontáneo de verdad en él eran los poemas y las cartas y una serie de Dichos de amor y luz y discreción[1374]. Reseña elemental de sus escritos Seguimos el orden de nuestra edición de Obras completas de la Editorial de Espiritualidad, Madrid 2008. 1) Poesías 1. Romance sobre el evangelio «in principio erat Verbum»[1375]. Los 310 versos se reparten en nueve secciones: De la comunicación de las Tres Personas. De la creación. Prosigue: de la creación y promesa del Mesías. De la expectación del Mesías prometido. Diálogo del Padre y del Hijo acerca de la Encarnación de este. La Anunciación. El Nacimiento. Tiempo de composición. En la cárcel de Toledo, pasado al papel, lo más seguro, ya en 1578. 2. Romance sobre el salmo (137) «super flumina Babilonis»[1376]. Compuesto también en la cárcel de Toledo, con un gran trasfondo autobiográfico del encarcelado, como ya hemos dicho más arriba. 3. Cántico espiritual[1377]. En su primera redacción consta de 39 canciones de cinco versos técnicamente llamados «liras». En la segunda redacción tiene 40 canciones. En esta segunda redacción, además de la estrofa 11 descubre tu presencia, hay un orden diverso en la disposición de 18 de ellas: 10 cambian de lugar todas juntas, en bloque; 8 de dos en dos. De las demás, 476

las 10 primeras conservan el mismo lugar en las dos redacciones. Las restantes en el Cántico B aumentan en un número, debido a la introducción de esa nueva canción once, que es exclusiva del CB. Tiempo de composición. No fueron compuestas todas de una vez. Las noticias más seguras, refiriéndonos al orden del Cántico A, son las siguientes. Las 31 primeras las compuso en la cárcel de Toledo; la 32-33-34 en el tiempo en que fue rector de Baeza; la 35-36-37-38-39 mientras era prior de Granada, probablemente el año 1583 después de la Cuaresma. No se puede establecer cuándo compuso la canción 11 del Cántico B; posiblemente cuando compuso las cinco últimas. 4. Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe[1378]. Los primeros versos de los 41 de que consta suenan así: «¡Que bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche!».

Este delicioso poema trinitario eucarístico fue compuesto en la cárcel de Toledo. 5. Noche oscura[1379]. Se titula: Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual. Son 8 canciones de cinco versos cada una; «liras» como las del Cántico. Tiempo de composición: las pudo componer en la cárcel de Toledo o poco algo más tarde. 6. Un pastorcico[1380]. Título verdadero: Canciones a lo divino de Cristo y el alma. Consta de cinco estrofas de cuatro versos endecasílabos. Compuesta en Granada, ciertamente, no después de 1584. 7. Llama de amor viva[1381]. Canciones del alma en la íntima comunicación de unión de amor de Dios. Cuatro estrofas de seis versos el primero de los cuales comienza: ¡Oh llama de amor viva!, dando así nombre a todo el poema. Tiempo y lugar de composición: en Granada en 1584. Dedicada a doña Ana de Peñalosa, hija espiritual del santo. 8. Vivo sin vivir en mí[1382]. 9. Entreme donde no supe[1383]. 10. Tras de un amoroso lance[1384]. 11. Sin arrimo y con arrimo[1385]. 12. Por toda la hermosura[1386]. Los números 8-9 posiblemente fueron compuestos en Ávila: 1572-1577. Los otros ya más tarde en Andalucía. Acerca del número 12 tenemos noticia cierta acerca de su origen. Estando una vez Juan de la Cruz con las monjas de Granada, una de ellas se arrancó a cantar una coplilla que comenzaba: «Por toda la hermosura...». Fray Juan le 477

dijo: «¿Qué es eso que dice? Vuélvalo a decir. La religiosa lo repitió otras veces. Fray Juan lo aprende de memoria y compuso sobre ella «unas coplas muy lindas y llenas de puro amor de Dios» (25, 489-490). Y acerca del número 10 se nos dice que «una vez esta testigo le oyó hablar de aquellas canciones, que tratan de la esperanza, tan altamente y del “amoroso lance” que allí dice se busca, que no sabrá esta testigo encarecer cuánta era la luz y amor que enceraba en sí aquel amoroso pecho, lleno de esperanza, fe y amor» (25,487). 13. Para venir a gustarlo todo[1387]. «Versos que se escriben en la Subida del Monte» y son programa y «doctrina para subir a él» (1S 13, 10). 14. Navideña[1388]. Cuatro versos, sobrevivientes como estribillo de una glosa más larga compuesta por el santo para celebrar en Baeza, Granada, etc., la Nochebuena, procesionando por los claustros del convento, pidiendo posada. 15. Suma de la perfección. Cuarteta adjudicada a Juan de la Cruz por el historiador general de la Orden Manuel de San Jerónimo[1389], publicada por primera vez, que yo sepa, en una edición de Las Cautelas de 1667. 2) Escritos breves en prosa 1. Dichos de luz y amor[1390]. Entre los escritos breves ofrecen las ediciones actuales de Obras completas los Dichos de luz y amor. Este título se toma del prólogo que se antepone al códice autógrafo de Andújar. Lo más completo sería Dichos de luz y amor y discreción. Tiempo de escritura: Como afirmación bastante plausible podemos decir que los Dichos que conservamos en su mayoría pertenecen al periodo andaluz de la vida del santo (1588-1598). La principal colección de Andújar tiene relación especial con las descalzas de Beas de Segura. 2. Cautelas[1391]. «Instrucción y cautelas de que debe usar el que desea ser verdadero religioso y llegar a la perfección. Escritas a instancias de la carmelitas descalzas de Beas en el tiempo que estuvo en el Calvario (1578-1579). Una de ellas declara: «... Cuando se iba les dejaba unas Cautelas de los enemigos del alma» (14, 176). 3. Cuatro avisos a un religioso[1392]. Uno de los frailes le escribió pidiéndole «mucho en pocas palabras». Falto de papel y de tiempo complace a su peticionario enviándole estas paginitas en las que le presenta algunos puntos o avisos que «en suma contienen mucho y que quien perfectamente los guardare alcanzará mucha perfección». Como tiempo de escritura se pueden señalar, con cierta probabilidad, estos primeros años de su estancia en Andalucía; acaso estando ya en Baeza en 1579-1580. 4. Grados de perfección[1393]. Los ponemos detrás de los Cuatro avisos, pues no sin razón se piensa que tendrían el 478

mismo destinatario, acaso uno de los hermanos no coristas del colegio de San Basilio de Baeza que trabajase también en la finca que poseían en el término de Sorihuela de Guadalimar (Jaén). 5. Censura y parecer[1394] que dio san Juan de la Cruz sobre el espíritu y modo de proceder en la oración de una carmelita descalza. Creo que lo escribió en Segovia (15881591), a requerimiento del vicario general de la Orden Nicolás Doria. 6. Ordenanzas para la cofradía de los nazarenos en el colegio de carmelitas descalzos en San Basilio de Baeza. Se nos han conservado puros fragmentos[1395]. 7. El Monte de la Perfección o Monte Carmelo[1396]. Ya en Andalucía, desde los últimos meses de 1578, diseñará la figura de El Monte Carmelo, que será también conocido por El Monte de la Perfección, El Monte, y hasta con el título que pondrá después a su obra Subida del Monte Carmelo. Se sirvió ampliamente en su magisterio espiritual con los frailes y monjas de la Orden de este diseño. Debió diseñar un gran número de ejemplares. Actualmente no tenemos ninguno de puño y letra del autor. El diseño más cercano a un original autógrafo sería el que entregó con esta dedicatoria, al respaldo del original: «Para mi hija Madalena». Perdido el original autógrafo tenemos copia apógrafa hecha el 13 de noviembre de 1759 (Ms. BN-Madrid 6297, fol. 7r). 8. Epistolario[1397]. Muy exiguo (33) piezas, y algunas en estado fragmentario, clasificadas en cartas 1. Oficiales. 2. Comunitarias. 3. Individuales. 4. Personales. Atendiendo a los destinatarios de la correspondencia sanjuanista tenemos estos datos: Escritas a religiosas: 20; a seglares: 8; a religiosos: 5. En nuestra edición OC, 1112-1119 presentamos Cartas perdidas, en referencia a cartas que sabemos que escribió, pero de las que no tenemos los textos directos, aunque sí información circunstanciada de su contenido con noticias útiles para la historia y vida de fray Juan[1398]. 3) Obras mayores 1. Subida del Monte Carmelo[1399]. Es la obra más extensa y sistemática de Juan de la Cruz. Tres libros: 15 capítulos el primero; 32 el segundo y 45 el tercero. En algunos códices aparecen al final otros dos capítulos (ver en OC, 426-429). ¿A quién la dedica? Pueden verse los destinatarios más directos especialmente nombrados en Prólogo, n. 9. Tiempo de composición: compuesta en su mayor parte en Granada. Parece que ya había escrito parte en Baeza o acaso también en el Calvario. Lo más exacto y prudencial parecen estas dos fechas: 1578-1585. La obra ha quedado incompleta. En OC, 425, nota 2 aludimos a lo que, conforme a los planes del autor, se le quedó sin desarrollar y sin escribir. 2. Noche oscura[1400]. Forma un todo con la Subida, aunque redaccionalmente y en los manuscritos se encuentren separadas. En la mente del autor la Noche sería la cuarta parte, el libro cuarto de la Subida. Constituyen un verdadero díptico[1401]. 479

Tiempo y lugar de composición: con toda probabilidad en Granada entre 1582-1585. 3. Cántico espiritual[1402]. Con este título se cita corrientemente, habiendo así bautizado esta obra por el editor y biógrafo Jerónimo de San José (Ezquerra) en 1630. El verdadero título original es: Declaración de las canciones que tratan de ejercicios de amor entre el alma y el Esposo Cristo. En los procesos canónicos se designa con la expresión reducida: Las canciones. Dos redacciones: Cántico A=primera redacción y Cántico B segunda redacción, que se suele citar CB y CA. Tiempo y lugar de composición: en su primera redacción es la primera obra llevada a término entre las obras mayores. Dentro de 1584 llegó a su término. La mayor parte escrito en Granada. La revisión, ampliación del texto, añadidura de la canción 11 Descubre tu presencia, los nuevos comentarios que conforman el Cántico B, estaban terminados en 1586. ¿A quién está dedicado? En las dos redacciones a la madre Ana de Jesús (Lobera), priora de las Descalzas de Granada, como se dice en el título y se comenta en el Prólogo. 4. Llama de amor viva[1403]. Su verdadero título es: Declaración de las canciones que tratan de la muy íntima y calificada unión y transformación del alma en Dios. Dos redacciones: Llama A=primera redacción; Llama B=segunda redacción. Las canciones que comenta en ambas redacciones son las mismas, las cuatro del poema, sin alterar el orden de las mismas. Aquí y allí se añade algún párrafo, alguna línea, se cambian palabras. Tiempo y lugar de composición. Llama A fue escrita en unos quince días en el convento de Granada cuando fray Juan estaba lleno de ocupaciones y preocupaciones de gobierno como vicario provincial de Andalucía (1585-1587). Escrita durante la oración mental. Creo que fue redactada a finales de 1585. Llama B fue retocada, redactada los años siguientes. ¿A quién está dedicada? En la última parte del título ya se dice: «A petición de la señora doña Ana de Peñalosa», hija espiritual de fray Juan en Granada y más tarde en Segovia, y con ella habla en el Prólogo, llamándola «muy noble y devota señora». Para ella había compuesto el poema, para ella los comentarios. Escritos perdidos Además de una gran parte de sus cartas que no han llegado a nosotros hay que señalar el Memorial que envió a la Inquisición de Valladolid acerca de la posesa del convento de Gracia de la ciudad de Ávila, en 1574. Igualmente se ha perdido la contestación que dio por escrito a aquellas palabras que había oído santa Teresa en la oración: Búscate en mí. La madre, conforme al estilo festivo y satírico del llamado Vejamen, ironiza alegremente sobre el escrito de fray Juan. 480

Escritos atribuidos a Juan de la Cruz Es este un campo de estudio que sigue siendo asignatura pendiente entre los estudiosos sanjuanistas. El tema de otras poesías atribuidas al santo lo han estudiado en sus respectivas ediciones Gerardo[1404] y Silverio (13, XCI-XCIV). Acerca de la composición: si de mi baja suerte que Gerardo publica bajo el título Canciones del alma que se duele de que no puede amar a Dios tanto como desea[1405], dice Silverio textualmente: «No nos resolvemos a negársela a san Juan de la Cruz, ni nos podemos persuadir a que sea de su pluma» (13, XCIV). Como aportación positiva, así lo creo, en este tema que está requiriendo un examen exhaustivo en su totalidad, ya hace años que aportaba yo un testimonio poco conocido. Se trata de María de la Cruz (Machuca), que tomó el hábito en las descalzas de Granada en 1583 de manos del santo, a quien ella conocía muy bien como explica en su Autobiografía, que declara en los procesos (14, 121-128). Asegura ella al final de su declaración que todo lo que dice de él «es una migaja respecto de la grande santidad y de las muchas virtudes que vio en el dicho padre fray Juan de la Cruz» (14, 128). Esta María de la Cruz pasó de Granada a Úbeda en 1595 y murió allí en 1638. Entre sus escritos inéditos, además de la Autobiografía, se conservan cuatro volúmenes autógrafos de comentarios a pasos bíblicos. En el volumen primero comentando de la Carta a los romanos, c. 11, v. 33, escribe: «... Y nuestro santo padre fray Juan de la Cruz, en unas canciones que hizo, significando el gran deseo que su corazón tenía, de abrasarse en amor de Dios dice en una: ¡Oh, si mi bajo vuelo tal fuese que mil llamas levantase, siquiera hasta el cielo, y allí las presentase delante de mi Dios y él las mirase!» (fol. 4r).

Esta estrofa, que es la única que cita la Machuca, es la estrofa 9 de la mencionada poesía si de mi baja suerte. Declarando en el proceso apostólico de Úbeda dice también: «Y no menos dan muestra de este mismo amor aquellas doce liras, que compuso en Granada, que comienzan: Si de mi baja suerte las llamas del amor tan fuertes fuesen, que absorbiesen la muerte, y tanto más creciesen, que las aguas del mar también ardiesen», etc. (25, 489).

De estos mis reclamos se ha hecho eco Manuel Morales Borrero en su gran obra sobre la Machuca[1406]. Se tratará a veces de una simple poesía, como en el caso aquí indicado o de otra composición como Nada te turbe, que, atribuida a santa Teresa, hay muchas más 481

razones, y seguras, para asignársela a san Juan de la Cruz. Repito que esta es una asignatura que tenemos todavía pendiente[1407]. Interrelación entre magisterio oral y escrito Identificados los datos sustanciales sobre ambos magisterios sanjuanistas, será útil apuntar la relación que corre entre ambos. El magisterio oral sanjuanista, considerado en su realidad histórico-cronológica, antecede, acompaña y sigue a su magisterio escrito. Entrambos se iluminan y completan mutuamente, y cuanto mejor lleguemos a reconstruir su magisterio oral tanto más y mejor podremos entender sus enseñanzas escritas. Esto es doblemente verdadero en los casos en que las mismas personas que se beneficiaron de sus enseñanzas orales son las destinatarias de alguno de sus escritos. Tal es el caso de Ana de Jesús (Cántico); de Ana de Peñalosa (Llama); frailes y monjas del Carmen descalzo destinatarios de SubidaNoche, Cautelas, etc. El magisterio oral se completa con el escrito. Desde el tiempo en que era confesor en La Encarnación de Ávila (1572-1577) completaba las instrucciones orales con pequeños billetes. Ana María de Jesús se lamentará más adelante de no tener aquellos billetes que recibió de él «y lo mismo algunos papeles de cosas santas que esta testigo estimara harto tenerlas ahora» (14, 302). El mismo método sigue en Beas: «Cuando de este monasterio de Beas se volvía al suyo del Calvario, dejaba a cada religiosa una sentencia de la virtud con que conocía podría aprovecharse más, en que leyéndolas con fervor se excitasen, y estimábanlas tanto, que aun después de pasados muchos años vi las conservaban en cuadernos [1408]. Decíanle estas religiosas cuando se volvía a su convento cuánta falta les había de hacer para enseñarlas; él las respondía: en cuanto no volviere, hagan lo que hace la ovejita: rumiar lo que les he enseñado el tiempo que aquí he estado. Y así lo hacían, meditando lo que le habían oído y leyendo sus sentencias en sus papelicos. Y cuando volvía les tomaba cuenta de su aprovechamiento, ponderándoles los descuidos que en ellas hallaba y poniendo en su punto su solícito cuidado»[1409].

Las cartas a las descalzas de Beas, que ya hemos transcrito en capítulos anteriores, son una prueba más de este saber complementar su magisterio oral con el escrito. Este complemento escrito en el caso de las descalzas de Beas tuvo que ser un verdadero tesoro a juzgar por el par de cartas que se nos conservan, y por las noticias que tenemos de otras que escribió a las mismas. Francisca de la Madre de Dios, la del diálogo sobre la hermosura de Dios, declara: «Escribió algunas cartas a este dicho convento con el sobrescrito para toda la comunidad, y dentro, comenzando por la priora hasta la última, a cada una les iba nombrando por sus lugares, diciéndoles en lo que se habían de ejercitar, cuyas palabras eran tan al vivo, que no parecía sino que veía desde allá las almas y corazones de todas» (14, 171). Ana de Jesús (González) afirma que a ella le escribió tres cartas en particular (14, 176). Ninguna de estas tres cartas ha llegado hasta nosotros, pero sí tenemos una escrita a Leonor Bautista en 1588, cuyo texto entero doy ahora, aunque ya ha sido recordado 482

entre las cartas segovianas en el capítulo 31: «Jesús sea en Vuestra Reverencia. No piense, hija en Cristo, que me he dejado de doler de sus trabajos y de las que son participantes; pero acordándome que, así como Dios la llamó para que hiciese vida apostólica, que es vida de desprecio, la lleva por el camino de ella, me consuelo. En fin, el religioso de tal manera quiere Dios que sea religioso, que haya acabado con todo y que todo se haya acabado para él; porque él mismo es el que quiere ser su riqueza, consuelo y gloria deleitable. Harta merced la ha Dios hecho a vuestra reverencia, porque ahora, bien olvidada de todas las cosas, podrá a sus solas gozar bien de Dios, no se le dando nada que hagan de ella lo que quisieren por amor de Dios, pues que no es suya, sino de Dios. Hágame saber si es cierta su partida a Madrid y si viene la madre priora, y encomiéndeme mucho a mis hijas Magdalena y Ana y a todas, que no me dan lugar para escribirlas. De Granada, a 8 de febrero del 88. FRAY J UAN DE LA +»[1410].

Lo mismo tenemos en su relación con las descalzas de Granada, a las que instruía tan largamente con su magisterio oral. Si no hubieran desaparecido todas aquellas cartas a esa comunidad cuando la malhadada persecución, tendríamos buenos ejemplos. Por las cartas perdidas sabemos que, estando en Granada, «en un exceso de amor grande, de que por muchos días anduvo muy traspasado en Dios, escribió un papel a este convento de sus descalzas, convidándolas a lo escondido y retirado de la soledad, donde comunica Dios su verdadero espíritu y luz» [1411]. El ejemplo citado más arriba sobre el origen de las cinco últimas canciones del Cántico prueba esto mismo. Primero, instrucción oral sobre la hermosura de Dios y luego, poesía y más adelante comentario escrito. La correspondencia epistolar de fray Juan con doña Ana de Peñalosa y a Juana de Pedraza, completan también un magisterio oral muy rico y abundante ante esas mismas personas. El magisterio oral completaba el escrito. Lo completaba y ampliaba. Ejemplo clarísimo: fray Juan distribuyó a monjas y frailes la figura o diseño de El Monte de Perfección y él mismo lo explicaba o comentaba oralmente, como dice uno de los testigos: «... Y así entre los demás escritos que él escribió, hizo un papel que él llamó Monte de Perfección, por el cual enseñaba que para subir a la perfección, ni se habían de querer bienes del suelo, ni del cielo, sino sólo no quería buscar nada sino buscar y querer en todo la gloria y honra de Dios nuestro Señor, con cosas particulares a este propósito, el cual Monte de Perfección se lo declaró a este testigo dicho santo padre, siendo su prelado en el dicho convento de Granada» (14, 14).

Aún más: algo parecido hacía con el libro Subida-Noche: «El libro de la Subida del Monte Carmelo vio que lo declaraba a los religiosos, por ser tan dificultoso de entender» (25, 356). María de la Cruz (Machuca) declara, hablando de los libros, que «al mismo santo fray Juan de la Cruz le oyó decir que los escribía y vio que llevaba los cuadernos, para que los trasladasen las religiosas. Y vio asimismo que las explicaba algunos puntos dificultosos de ellos» (25, 506). Esta interrelación entre ambos tipos de magisterio hacía de Juan de la Cruz un 483

maestro integral e hizo también que el propio santo escribiese (¿y hasta transcribiese?) tantas cosas de las que había enseñado y divulgado antes de viva voz y que se las encontraba recogidas por alguna o alguno de sus seguidores. Ejemplo claro de esto pudiera ser el c. 13 del libro primero de Subida, por lo menos desde el n. 3 al 9.

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CAPÍTULO 39 Úbeda. Última enfermedad. La persecución más infame.

Muerte gloriosa. A cantar maitines en la gloria

A curarse a Úbeda Quienes enfermaban gravemente en La Peñuela los llevaban a curar ordinariamente, cuando era el caso, al Hospital de Baeza. Cuenta el prior: «Como fuese forzoso llevar a curar a nuestro padre fray Juan de la Cruz a otra parte, yo, como prior del convento, trataba que fuese al colegio de Baeza y no al convento de Úbeda, por ser casa más desacomodada que la de Baeza y estar en ella por rector el padre Ángel de la Presentación[1412], gran amigo del santo, y por el contrario el convento de Úbeda era fundación nueva, septiembre de 1587[1413] y así poco acomodada para curar enfermos[1414], y el prior que la gobernaba era desabrido y no muy afecto al santo. Pero él rehusó el ir a Baeza, por ser el rector su amigo y muy conocido allí, como fundador de aquel colegio, y escogió el ir a Úbeda» [1415].También algunas personas de fuera del convento quieren que vaya a Baeza, especialmente doña María de Bazán, hermana del marqués de Santa Cruz, por el conocimiento y estima que tenía del enfermo (14, 108). Si hacemos caso de lo que dice el autor de la Reforma, el provincial, Antonio de Jesús, nada más enterarse de la enfermedad de fray Juan le escribió «que luego se fuese al Colegio de Baeza que había fundado, o a Úbeda, a curar» [1416]. Y así, dejado a su arbitrio el lugar, escogió Úbeda y a otro enfermo, Francisco de San Hilarión, que le insistía que fuese a curarse a Baeza, así lo cuenta el interesado, le dice: «Váyase su caridad a curar a Baeza, que yo me iré a Úbeda, porque en Baeza me conocen allí mucho y en Úbeda no me conoce nadie» (23, 253; 26, 334). Parte, pues, para Úbeda, pero con la idea –«intento» dice él– de volverse a La Peñuela, una vez restablecido de su mal. En tantos casos tenía intuición de lo que iba a suceder a otros y acertaba; en su caso se equivoca y no volverá más a la soledad de 485

La Peñuela. El medio de locomoción para trasladarse a su nuevo destino se lo proporcionó Juan de Cuéllar, conocido de fray Juan desde su estancia en El Calvario, que pone a disposición del enfermo su caballería. Fray Juan de la Madre de Dios llegó desde Úbeda para hacer de vicario de La Peñuela, mientras llegaba el padre prior. Viendo cómo estaba el enfermo le insistió para que fuese a curarse. Juan de la Cruz le responde: «Pues es obediencia, vamos» (14, 108). Y así subió al machuelo[1417] de Cuéllar y partió acompañado de un mozo. Pasan por Vilches, Arquillos, y llegan al puente de Ariza. Se detienen para descansar un poco a la sombra. Por el camino el mozo le ha ido preguntando si quiere tomar algo; finalmente le contesta: «Comería unos espárragos si los hubiera». Acercándose al río Guadalimar, descubre el mozo un manojo de espárragos sobre una piedra cerca del agua. Mira por si aparece alguien que los haya dejado por allí para pagárselos; como no se ve nadie, el enfermo le dice: «Id y tomadlo y mirad lo que vale y ponedlo sobre una piedra junto donde está el manojo de espárragos» (26, 334). Y puso allí cuatro maravedís. Parecía imposible encontrar espárragos a finales de septiembre; pero allí estaban. Se quedan con ellos después de poner encima de la piedra cinco maravedís. Llegan a Úbeda y cuenta, medio en broma, el acontecimiento de los espárragos. Alonso Ardilla, presente en Úbeda, nos dice: «Esto todo oí contar al dicho padre fray Juan por modo de risa cuando llegó al convento de Úbeda. Y soy testigo de que vi los dichos espárragos, los cuales le guisaron aquella noche para cenar» (26, 323). Fue el mismo fray Juan que «dijo se los aderezasen para cenar» (26, 331). Los religiosos le reciben con alegría, en contraste con Francisco Crisóstomo, prior del convento, que no puede disimular su desagrado. Se le califica como «áspero de condición y algo corto» y que no cuidaba al enfermo como era su obligación; y el lego Francisco García dice de él que era «persona aceda y de mal cachío» (23, 187). Asigna al enfermo «la celda más pobre y más estrecha que había en el convento», en la que estuvo y en la que murió «sin tener en ella más que una pobre cama y un Cristo» (25, 253)[1418]. Otro testigo presenta asimismo este contraste entre el prior y la comunidad ubetense, diciendo: «Sabe que fuese cosa de grande consuelo su llegada para los religiosos de Úbeda. Y así le recibieron como a una cosa que mucho amaba, como si llegara el padre de cada uno. Y no sólo fue de consuelo para todos, sino de mucho provecho para la perfección de todo el convento. Porque a esta sazón el prelado de este convento, como hombre de poca experiencia y demasiado de celoso y menos circunspecto, traía el convento y religiosos con menos paz, sin tenerle fundamento para sus quimeras. Y con la llegada del santo padre fray Juan se alentaron mucho a la perfección y se sosegó todo, no obstante que el prior proseguía con su natural inclinación» (23, 91). Descrita así de bien la situación conventual, vemos lo que significa la presencia de un enfermo como Juan de la Cruz. Se agrava el enfermo

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Nada más llegar, aquella primera noche «se le hizo en el empeine del pie derecho una mancha como una hoja de rosa carmesí, encendida y dolorida, y en breve le apostemó el pie y la pierna» (14, 395). Al día siguiente llega el cirujano Ambrosio de Villarreal; le examina y le hace algunas curas. El enfermero, Diego de Jesús, como quien extiende un informe clínico cuenta que «habiendo visto el pie del siervo de Dios, le pareció haber de abrírsele y manifestarle las llagas para ver de hacerle la dicha cura. Y yo me hallé presente y vi que el dicho médico y cirujano la abrió desde el empeine hacia arriba, por la espinilla, más de una cuarta, de modo que quedó descubierta la canilla de la pierna. Y el siervo de Dios dijo al cirujano: “¿Qué ha hecho, Sr. Licenciado?”. Y le respondió: “¿Hele abierto a Vuestra Reverencia el pie y la pierna y me pregunta qué le he hecho?”. Y el siervo de Dios le respondió con muy gran paciencia: “Si es menester cortar más, corte norabuena, y hágase la voluntad de mi Señor Jesucristo, que yo estoy muy dispuesto para lo que Su Majestad mandare”» (25, 101). Un segundo enfermero, también presente, precisa: «Tenía cinco llagas en el empeine del pie donde le dio la erisipela, que estaban entonces en forma de cruz, de las cuales salía mucha materia, y estaban tan afistoladas, que habían mostrado el ser heridas mortales. Y el mismo Padre decía era su mal terrible, que de día y de noche le atormentaba; y era de manera que no pudiéndose mover ni ser señor de rodearse de una parte ni a otra, se le vinieron a afistolar las dos pantorrillas. Junto con este mal, tenía también la cadera afistolada, que el mal le fue cundiendo por todo el cuerpo, que era gran lástima verle» (26, 367)[1419]. El suprior del convento, Fernando de la Madre de Dios, estuvo también presente a esa primera intervención del cirujano y confiesa que le dio «grande temblor y horror de ello» (25, 256). Lucas del Espíritu Santo, enfermero también y amanuense de fray Juan, detalla más la sucesión de los hechos. A los cirujanos y médicos que le han curado algunos días les pareció que era necesario abrirle y viendo el gran dolor que se le iba a causar, el doctor Villarreal le dijo un día: «Padre nuestro, quiero meter la tienta, que me parece que ha de ser necesario abrirle mañana un pedazo del pie y pierna, para poder curar estas llagas». Poco después el cirujano, para que el paciente no estuviera preocupado por la intervención que le ha anunciado para el día siguiente, pasó a la acción y viéndolo un poco descuidado metió «la tienta a un tiempo con las tijeras, manifestó las llagas abriéndole poco menos de una cuarta en el pie y pierna». Y a continuación tiene lugar la pregunta del enfermo con el doctor (25, 154-155). Alonso hace referencia también a esta especie de estratagema del cirujano, que le habría dicho al enfermo que mirase a cierta cosa, a un punto dado. Fray Juan le obedece y entonces Villarreal rápidamente le intervino. El enfermo le dice: «“¡Válgale Dios, y cómo engaña; mejor fuera mirara y el hacerme la llaga y cortarme, para que así ofreciera mejor a Dios” [...], y de allí adelante en los rigurosos botones y llagas que le hicieron con gozo miraba cómo se las hacían» (24, 307). Comportamiento extraño del prior 487

El prior, como quien no quiere enterarse de la gravedad del enfermo, se empeña en que vaya a los actos de comunidad y «porque una vez se excusó de ir al refectorio, le envió a llamar y le reprendió ásperamente» (14, 191-192). Y viendo cómo el enfermero cuida a fray Juan con toda delicadeza no se le ocurre otra cosa que quitarle del oficio con un precepto. Fray Bernardo, el enfermero en cuestión, pierde la paciencia por aquel atropello y manda un propio al padre provincial, Antonio de Jesús (Heredia), que vino enseguida y reprendió al prior «con palabras muy pesadas sobre el caso, estuvo cuatro seis días en el convento regalando al enfermo, y mandó que todos le visitasen y le acudiesen. Y a este testigo –dice el enfermero– le tornó al oficio de enfermero y mandó que acudiesen al enfermo con toda caridad, y que si el prior no diese lo necesario, que buscase dineros, los que fuesen menester, y que le avisase, que él lo pagaría todo» (26, 369). No sólo el provincial se muestra tan solícito en que se atienda lo mejor posible al enfermo, sino que Diego de la Concepción, el prior de La Peñuela, de cuyo convento sigue siendo conventual el enfermo, lo visita con frecuencia y reprocha a Francisco Crisóstomo su mal comportamiento y «me parecía que lo tenía de mala gana, llorando él y gruñendo lo que comía. Y como este testigo vio esto, le dijo un día al dicho prior que no llorase lo que el santo comía ni lo gruñese ni mostrase tal cara de hombre apretado y mal acondicionado, y falto de caridad en tal caso, pues la mujer de don Bartolomé Ortega[1420] le enviaba al santo la comida; y que demás de esto, no gruñese, que este testigo le enviaría que comer» (23, 74). Y no se quedó en aquellos reproches cara a cara sino que, vuelto a su convento de La Peñuela, cumpliendo su palabra, «le envié cuatro fanegas de trigo para su convento y al enfermo seis gallinas» (ib). No puede menos de contarnos lo que era para él aquella actitud del prior: «Y este testigo se ha admirado tuviese un hombre de tantas partes, como el padre prior, tal término y sequedad con el santo, teniéndole, como este testigo sabe, muchas obligaciones. Y así le ha parecido lo permitía nuestro Señor, para mayor mérito y corona del santo, que hallase esto aún en hijo suyo, para materia de su gran paciencia; y así atribuye este término seco del padre prior, que sabe bien nuestro señor condiciones de siervos de Dios sin ofensa suya labrar coronas y dar a merecer a otros» (ib). El enfermo se entera de las lamentelas del prelado y dice todo convencido: «Bendito sea Dios, pues tiempo vendrá que tenga este convento lo que hubiere menester» [1421]. Y así ha sido desde entonces hasta nuestros días. Alguien asegura que Diego Evangelista, el perseguidor de fray Juan de la Cruz, pasó por Úbeda en estos días «para dialogar con su amigo el prior, Francisco Crisóstomo, sin dignarse visitar al enfermo» [1422]. No tengo evidencia de esa visita; hablaremos más adelante de Diego Evangelista; volvamos ahora sobre el comportamiento del prior. Los testigos cuentan ya unas cuantas cosas de esa falta de consideración que denuncian y uno de ellos añade: «Si me hubiera de poner a tratarlo por menudo, sería nunca acabar». La especie de inquina de este sujeto contra fray Juan parece que venía de años atrás, cuando el santo era vicario provincial de Andalucía y tuvo que llamar la atención a Diego Evangelista y a este otro, que eran grandes predicadores, por «algunas demasías» que se tomaban fuera del convento en Cuaresmas y Advientos y les llamó al orden. Entrambos 488

tomaron a mal la advertencia y «después, en el año 1591, ejercitaron harto la paciencia del santo padre» [1423]. Francisco Crisóstomo tenía ojeriza a los que gozaban de «fama de santos»; en este caso fray Juan no sólo tenía fama sino que era santo de verdad. Ya hemos dicho cómo quitó al enfermero de su oficio. Prohibió también entonces a los religiosos que lo visitasen a menudo, para que no se faltase «al recogimiento y al silencio». No hacía más que quejarse de la pobreza del convento, como quien dice: y encima me traen aquí este enfermo. Su falta de delicadeza y de caridad tan patentes se la reprochaban el prior de La Peñuela, como queda dicho, otros religiosos y hasta el médico. Cambio paulatino del prior por arte del enfermo Por fortuna, este fue cambiando, al menos en los últimos días. Hay una noticia interesante que no ha sido casi divulgada. Lo cuenta Bartolomé de San Basilio, que vivía entonces en Úbeda: fray Juan «le reprendía al prior de sus demasías [en el gobierno de la casa y en su relación con los religiosos]; y así le vio al dicho padre prior por cosa de tres veces de rodillas ante el lecho del santo padre fray Juan de la Cruz, derramando lágrimas y al santo que con sus razones, que no entendió del todo, por acertar a entrar cuando ellos estaban solos, se veía que con ellas le iba a la mano y le enseñaba cosas. Mas en cosas que tocaban a sí mismo, jamás el santo se quejó al tal prelado ni a nadie, todo lo callaba» (23, 91). Con los correctivos del enfermo al prior y la resignación del enfermo era claro que con todo aquello «a él le enseñaba a gobernar y a nosotros a obedecer» (13, 395). Parece que le iba haciendo mella aquel adoctrinamiento de fray Juan de manera que el Señor le premió con la conversión o el cambio de actitud del prior; de modo que años más tarde, «hablando él de estos dos meses y medio [...] con no poco dolor decía se espantaba de sí mismo y del desabrimiento y dureza que entonces tuvo para con el bienaventurado padre, que le parecía que le habían entonces mudado en otro hombre y que le maravillaba la paciencia que en sufrirle había tenido, sin haber desplegado vez alguna el Siervo del Señor su boca, a quien él conocía tener obligaciones por muchos títulos; y así juzgaba haber sido obra de Satanás. Lo mismo decían los religiosos que sabían bien lo que él decía y vieron la veneración y estima que de su santidad hizo el mismo en su muerte, cargando por reliquias muchas de sus cosas que llevó consigo» [1424]. No declarará Francisco Crisóstomo en los procesos de fray Juan, pero este su testimonio, recogido por Alonso, biógrafo y postulador de la causa, no carece de valor. ¿Impaciencias del enfermo? En carta al padre José de Jesús María (Quiroga) Bartolomé de San Basilio que, según dice, «en toda su enfermedad no falté de con él», habla de haber visto al enfermo tres veces impaciente, y las enumera así: «La primera diciéndole un religioso que la llaga del 489

empeine era la del clavo (del Señor) le reprendió ásperamente, aunque sin perder su modestia». La segunda estando el padre fray Antonio de Jesús delante, le pedimos nos dijese cómo habían sido sus principios. Respondió no tratásemos de tal cosa... Entonces el provincial quiso decirnos alguna cosa, lo cual él llevó muy a mal. La tercera fue que llegó un día el provincial y le dijo que Nuestro Señor le quería premiar sus trabajos; tampoco esto pudo llevar» (13, 395). Estando ya tan enfermo en Úbeda, la hermana del marqués de Santa Cruz, doña María de Bazán, que residía en Baeza, volvió a manifestar (como ya había hecho estando todavía en La Peñuela) que quería llevarlo a curar y regalar en el convento de Baeza. Alguien se lo dijo al enfermo asegurándole que había ya licencia del padre provincial, Antonio de Jesús, y respondió fray Juan «que bien estaba allí, que no le conocían, porque en Baeza era muy conocido» (23, 89). La persecución más infame contra Juan de la Cruz Mientras está fray Juan que se muere de dolores y del deshacimiento de su organismo, anda por los conventos, especialmente de las religiosas, el definidor general Diego Evangelista[1425], inquiriendo siniestramente sobre la vida de fray Juan[1426]. Ya había comenzado este «proceso difamatorio» estando todavía su perseguido en La Peñuela. Juan de Santa Ana, sabiendo de este empeño en desacreditarle, le escribe alarmado a La Peñuela; y él le contestará más tarde, ya desde Úbeda: «... Hijo, no le dé pena eso, porque el hábito no me lo pueden quitar sino por incorregible o inobediente, y yo estoy muy aparejado para enmendarme de todo lo que hubiere errado y para obedecer en cualquier penitencia que me dieren» [1427]. Pedro de la Purificación, ya en 1601, refiriéndose a esta persecución dice que «le andaban los hombres haciendo informaciones, queriéndole probar había tenido ruines costumbres» (26, 309). Gregorio de San Ángel en 1602 habla de toda esta persecución hecha de propia iniciativa por Diego Evangelista, para concluir: «Y Dios se lo perdone al que hizo la información, que, según se entendió, no procedió conforme a Dios en ella» (26, 314). Diego Evangelista tiene comisión del definitorio general para averiguar algunos extremos en el proceso contra el padre Jerónimo Gracián, y para arreglar algún punto en el convento de Andújar; pero, extralimitándose, comienza a indagar en la vida de Juan de la Cruz. Este inquisidor, «mozo de poca prudencia y colérico» (14, 147), va enredando a las pobres monjas con sus preguntas y amenazas. Se encuentra ya en las descalzas de Granada con esta presentación en el libro de cuentas, «gasto» y «recibo»: Fray Diego Evangelista, definidor de la Congregación de carmelitas descalzos y visitador de las provincias del Ángel y San Felipe en la primera quincena de noviembre[1428]. En el desarrollo de su visita fueron tantas las presiones y miedos que metió a las religiosas que da pena oír la siguiente declaración: «Hiciéronme a mí guardiana de muchas cartas que 490

tenían las monjas, como epístolas de san Pablo y cuadernos espirituales altísimos, una talega llena; y como eran los procesos tantos, me mandaron lo quemara todo, porque no fueran a manos de ese visitador y retratos del santo los abollaron y deshicieron» (26, 422). Alguna se quejará más tarde de que el visitador escribía lo que quería y después, sin leer la declaración a la interesada, se la hacía firmar. Así una de ellas se quedó pasmada cuando años más tarde el provincial Agustín de los Reyes le dijo que cómo se había atrevido a hablar tan mal de fray Juan de la Cruz. Entonces descubrió lo tramposo que había sido el visitador (25, 167; 23, 132-134). Otra María de la Asunción, cuando le tomaba su dicho el visitador no hacía más que decirle: «No vi nada malo, no vi nada malo», y así todas las religiosas de aquel convento fueron admiradas y volvieron por el santo, que tan inocente estaba (25, 500). Todavía en Granada, la famosa María de la Cruz (Machuca), responde a las preguntas que le hace. Poco antes de que saliera Diego de Granada le llamó y le dijo: «Padre nuestro, mire Vuestra Reverencia que tengo grandísimo escrúpulo de lo que dije, porque no hubo mal ninguno; y quien leyere esto, podrá juzgar que le hubo, porque tiene muy mal sonante» (25, 499). María de la Madre de Dios refiere también el estilo de las informaciones y el proceder de aquel prelado mozo. Las monjas estaban atribuladas y admiradas de aquel atropello, y todas siguieron pensando que Juan de la Cruz era «hombre irreprensible e inculpable en su vida y costumbres [...] y todo el convento se quedó con la misma opinión que tenían de la santidad y virtudes del dicho santo». Y estaban convencidas de que todo aquello, «informaciones y tantos preceptos como puso el dicho prelado, que las hacía pidiendo las cartas y retratos que había de este santo, era todo demasía, y así lo descubrió y dio a entender el tiempo» (14, 37). Pasa el visitador a Málaga y allí se comporta con la misma bellaquería. Catalina de Jesús fue una de sus víctimas. Hasta parece que él mismo escenificaba ante la religiosa lo que según él le había pasado con fray Juan. Estando ella en Granada, tenía un mal debajo de una oreja, y presentes las demás de la comunidad yendo por la reja el santo le preguntó cómo estaba de su mal. Ella, oyéndola todas, dijo que aún estaba mala. Diciendo esto se había quitado el parche de la herida y había dicho: «Mire Vuestra Reverencia». Fray Juan, llegándole el dedo al mal, le dijo que aún manaba mucho. Este gesto del santo lo trastrocaba el visitador diciendo que, según lo que le habían dicho a él, «la había besado», y esto para aquel inquisidor era una enormidad (26, 241-242). No hubo tal beso infame sino en la mente de aquel trastornado. Lucía de San José se da cuenta perfecta de que Diego no escribe fielmente lo que ella declara sino que la hace decir todo lo contrario con intenciones perversas. Consultando a su confesor Baltasar de Jesús en Málaga, este le aconsejó que escribiese al vicario general, a Madrid, denunciando el caso. Y así lo hizo, «diciendo la verdad lisa de lo que se le había preguntado y había respondido, y avisándole de lo que había pasado con el dicho visitador» (14, 140-141). Este dato hace ver que el vicario estaba enterado de lo que andaba haciendo su 491

consiliario, enterado de la materia y forma de aquellas investigaciones. Pero no todas las monjas eran tan cuitadas o asustadizas como las quería hacer el visitador. Como ejemplo de libertad y entereza basta recordar el caso de María de San Pablo del convento de Sanlúcar de Alpechín, es decir, Sanlúcar la Mayor, adonde se presentó el informante. Se trata de una religiosa eminente, «señora de grande virtud y talento», que conocía bien a fray Juan de la Cruz. Comienza Diego con sus preguntas insidiosas, de mal gusto y apuntando a temas moralmente escandalosos. Ella se le enfrenta y «le dijo que si estaba fuera de juicio o ciego en hacer tales informaciones y preguntar tales disparates contra un varón tan santo, públicamente conocido por tal en la Religión, por quien Dios en Úbeda estaba haciendo milagros a este mismo tiempo». Ciego y apasionado estaba al hacer aquellas «informaciones contra un inocente en tiempo que, hecho un Job en dolores, llagas y paciencia como él se veía, estaba en una cama acabando su vida» (14, 388-389)[1429]. Al poco rato les llegó la nueva de la muerte de fray Juan. María de San Pablo lo siente en el alma, lamenta la muerte de fray Juan y comienza a dar órdenes para celebrar las exequias, las «obsequias», como decían. Y el infame Diego Evangelista, soltando toda su bilis, dijo: «Si no fuera muerto, le quitaran el hábito y echaran de la Religión» (14, 389)[1430]. Esta respuesta de María de San Pablo fue del agrado de otras que la ponderan y la celebran (25, 499-500). Con los frailes le iba bastante peor. Cuando iniciaba las preguntas y alguno apuntaba fuerte hacia las virtudes y santidad de fray Juan ya no le quería oír y lo excluía (23, 494). Uno de estos se le enfrentó también. Le había convocado y luego no le quería escuchar; este le replicó que ya que le había llamado «había de recibir su dicho; y como eran cosas santas, él no quiso». Otro en Granada, Francisco de Jesús María Jodar, consultor del Santo Oficio y predicador de Felipe III y Felipe IV, contaba su caso: le llamó Diego en Granada, le hizo grandes ofrecimientos y comenzó a preguntar en firme. Como respondiese lo que había, que eran todas cosas buenas de un varón santo, Diego le replicaba que no buscaba aquello; ante esto, cesó de escribir y le mandó fuera. «Y no cumplió después sus ofrecimientos» (24, 305). ¿De alguna prelatura? Y un tercero, Luis de San Ángel, lo cuenta él, no le quería responder si no le mostraba la comisión del padre vicario general para intervenir de aquella manera. No se la enseñó, señal que no la tenía; y Diego se encrespó malamente, acudió al prior del convento y le pidió que como prelado inmediato mandase bajo precepto al rebelde que contestase a las preguntas que le hiciese. Recibido el precepto fue contestando y quedó chafado con sus respuestas elogiosas (23, 494). Baltasar de Jesús, que se encontraba en Málaga, se despachó a gusto con el compañero del visitador diciéndole «que se hacía una cosa mal hecha y un embuste entendido, y otras palabras este propósito, en pretender hacer tal información», por tener bien conocida la santidad e inocencia de Juan de la Cruz (14, 141; 23, 348). Este mismo Baltasar, que aconsejó a una descalza que escribiese al padre vicario general diciéndole las irregularidades que estaba cometiendo Diego, tiene que aconsejar lo mismo a un religioso que ve que el visitador escribe todo lo contrario que se le decía en una pregunta gravísima sobre la pureza virginal de Juan de la Cruz (25, 354). Llegando 492

Diego al convento de la Fuensanta se empeñaba en persuadir nada menos que a Juan Evangelista que le dijese faltas de Juan de la Cruz. Respondió fray Juan Evangelista «que no tenía que decir faltas; que quien él era, no era necesario decirlo en su vida; que en su muerte diría quién él era» (26, 339). Examinando todo este mundo de investigaciones y viendo cómo los interrogados contestan a favor de la santidad de fray Juan se tiene la impresión de que todo aquello que redunda en beneficio de Juan de la Cruz, contra la malevolencia del visitador, equivale a una de las sesiones del proceso de beatificación o canonización que se organizarán años más tarde. ¿Cómo lo lleva el perseguido? El enfermo, que está enterado de la marcha de esta persecución contra su persona, a quien viene a contárselo le para los pies. Y no tolera que se hable mal de su perseguidor. Entra alguien en su habitación medio gritando: «¡Oh Padre, cuánto le persigue a Vuestra Reverencia el padre Diego Evangelista!». Y fray Juan, con el dedo en la boca, le dice: «Más pena y pesadumbre me da a mí esa palabra que esotro» [1431]. Martín de la Asunción, que ha corrido tantas aventuras con fray Juan, va a visitarle en Úbeda. Sale la conversación de las investigaciones que anda haciendo Diego Evangelista y fray Juan le dice que no siente ni le dan pena las informaciones sino las ofensas de Dios Nuestro Señor (23, 371). Asiste Martín a una de las curas que se hacen a fray Juan y queda admirado una vez más de su paciencia. Hace unas cuantas preguntas al médico y el doctor le hace presente la gravedad del mal, los enormes dolores, la paciencia y serenidad del enfermo y le dice: «No es conocida la santidad de este padre; es un santo y como a tal le reverencio yo». Martín se despide de su padre fray Juan para volverse a Baeza y le pide la bendición. El enfermo le da un abrazo y le dice: «Vaya con Dios y encomiéndeme a Su Majestad, que ya no nos veremos los dos más en esta vida» [1432]. Las lágrimas de entrambos testimonian el cariño mutuo. Otro día vienen a visitarle juntos tres o cuatro religiosos de la Orden y le dicen que los superiores deberían obrar con más justificación de lo que procedían «porque en opinión de todos los que bien sentían se le hacía injusticia». Interviene el enfermo y perseguido y les dice: «“Rato ha que hubiera dicho que callaran Vuestras Reverencias y lo he dejado por no desconsolarlos; dejemos a los prelados de la Orden, que ellos piensan que aciertan en lo que hacen”. Y con esto callaron, quedándose todos edificados con su paciencia». Y quien lo refiere añade: «Y que esto sabe y es verdad por haberlo visto» (24, 538). Le llega carta de Juan Evangelista desde Málaga, en la que le informaba de lo que allí había hecho el visitador. Y él le responde: «Estar muy lejos de su alma el recibir pena de cuanto le decían se hacía contra él, antes supiese causarle las tales nuevas mayor amor para con Dios y su prójimo, y así, pone a su propósito aquellas palabras: Filii matris meae pugnaverunt contra me (Cant 1,5); añade le encomiende a Dios, que su fin estaba 493

cerca» [1433]. El propio destinatario, Juan Evangelista, declara: «Le escribió una carta a este testigo, en que le pedía le encomendase a Dios, y en ella entre otras palabras le decía: Filii matris meae pugnaverunt contra me»[1434]. A quienes le escriben insistiendo para que se quejase al vicario general y definitorio de aquellas informaciones y diese razón de sí, «a todos respondía con gran serenidad ser él un gusano, y que así nadie le hacía agravio, y que a lo que su Criador disponía en él, a él tocaba de abrazarlo por su amor y no otra cosa» [1435]. Escribiendo desde Úbeda a una religiosa de Segovia le decía: «Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay, como hace Dios con nosotros, que ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene» [1436]. Interrogantes históricos Aquella información panfletaria viajó a Madrid «cosida en la ropa interior [del padre fray Bernardo de Santa María] para que fuese más segura» (26, 240). Cuando Doria tuvo en sus manos aquel papelorio infame y le dio un vistazo se descolgó con esta frase: «Ni el visitador tenía la misión para meterse en esto ni lo que él aquí pretendió inquirir cabe en el padre fray Juan» [1437]. El comportamiento indebido de Diego Evangelista, en la medida en que se iba conociendo entre los religiosos, levantó no pocas sospechas acerca de la connivencia de este con el padre Nicolás Doria, vicario general. Quiroga y Jerónimo aseguran que aquellas inquisiciones acerca de fray Juan de la Cruz no estaban autorizadas por el vicario. El más explícito en demostrar que el visitador no tenía comisión autorizada es Blas de San Alberto, definidor general desde 1591. «Con toda la certidumbre moral posible», sabe que esa información se hizo «sin comisión y sin orden de superior». En el tiempo en que se hizo la información, es decir, ya en los últimos meses de la vida de fray Juan, «sabe este testigo no se dio la dicha comisión, porque fuera imposible dejar de saberlo, por haber sido electo este testigo en el oficio de definidor general mayor, que el dicho venerable padre tuvo, en el mismo Capítulo General en que acabó de serlo el dicho venerable padre, que se celebró en el mes de junio de 1591 años». Y añade con decisión: «En definitorio jamás se trató ni tomó en la boca cosa de comisión para hacer información contra el dicho venerable padre, ni se vio papel tocante a cosa semejante». Tiene también por cierto que el vicario general no dio tampoco tal comisión, por la gran estima que tenía de la santidad y virtudes de fray Juan. Además si la hubiese dado él, Blas, como definidor general mayor lo hubiera sabido, dada la comunicación que existía entre todos los del equipo de gobierno. Su postura es bien clara y vuelve a decirlo: «No se dio tal comisión, ni en definitorio jamás se trató [...] si la dicha información se hizo fue sin comisión y sin orden de superior, por emulación de aquel particular religioso, que nunca falta quien a los santos la tenga» (26, 516-517)[1438]. 494

Por otro lado Francisco de Santa María asegura que «como consta de la patente, firmada a diez de agosto, del padre vicario general no llevaba orden sino sólo para el primero», es decir, sólo «para hacer ciertas averiguaciones en tres o cuatro conventos de los reinos de Granada y Sevilla» [1439]. En el interrogatorio del proceso ordinario se preguntaba en el n. 26: «Ejemplo de su paciencia. Si saben que resplandeció mucho su paciencia en muchos trabajos y persecuciones que tuvo; y particularmente en una que cierto prelado, sin orden del superior, andaba haciendo informaciones contra él, por lo cual fue después castigado el que la hizo» (23, 30; 22, 27). Recuerdo que el interrogatorio de los procesos ordinarios lo hizo el biógrafo Alonso de la Madre de Dios. Así suena la pregunta, pero Alonso, que como postulador tenía más libertad de opinión que la que pudieran tener Quiroga y Ezquerra, es muy crítico en este caso. Para él hay datos concretos muy reveladores en contra del vicario general porque «que el padre vicario general supiese que el visitador hacía la tal información y no le fuese a la mano (lo cual no pudo ignorar, pues duró mes y medio), el que enviándole la información se ponga a leerla, el que no trató de la corrección del tal visitador en dos años y medio que después de hecha la información y muerto el santo gobernó, le hace sospechoso al padre vicario general sobre haber habido de su parte alguna permisión para la información, después de sabido estaba enfrascado en ella el visitador, no obstante que aquí dice que el visitador no tenía comisión para ella» [1440]. Pienso que todo este enredo se puede esclarecer bastante bien con una declaración que obtuvo Francisco de Santa María, historiador general de la Orden, en Baeza el 12 de abril de 1631, de fray Juan de San José, alias Uceta. Este padre había sido el secretario de Diego Evangelista en aquella visita en las dos provincias de Andalucía. El historiador quería saber si Diego tenía comisión especial para hacer aquella visita a fray Juan de la Cruz. El secretario declara que Nicolás Doria envió a Diego Evangelista «no con intento que hiciese visita contra nadie, sino para que concertase ciertos debates que la ciudad de Andújar traía con nuestro convento, sobre querer entrar en posesión de la iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza». El visitador «por propia autoridad, o por celo, o por curiosidad, comenzó a inquirir en conventos de monjas y frailes lo que había acerca de la observancia. Y que hallando algunas cosas que le parecía necesitaban de remedio, envió a pedir comisión para hacer la visita jurídica. Y se la envió nuestro fray Nicolás y su Definitorio a él y al padre fray Luis de San Jerónimo, provincial de la provincia Baja, in solidum». Poniéndole a Doria delante el señuelo de «la observancia», no debió tener ninguna dificultad en conceder la comisión que se le pedía. «En virtud de esta comisión hizo la inquisición y visita contra aquellos que le pareció tenían necesidad de corrección, y en particular contra nuestro padre fray Juan de la Cruz». Contento el historiador general con esta declaración tan legítima, concluye diciendo que «es cierto lo que algunos dicen que el dicho padre visitador no tuvo especial 495

comisión contra nuestro padre fray Juan de la Cruz; pero no puede serlo afirmar que la hizo por propia autoridad y sin comisión alguna, porque verdaderamente la hizo con comisión general bastante para inquirir en particular de cada caso» (26, 239-240). Aunque demos por buena esta explicación, las preguntas agresivas de los historiadores contra Doria siguen en pie. «¿Qué hace, mientras tanto, el padre Doria, vicario general? ¿Está ignorante, en su convento de Madrid, de lo que pasa en Andalucía?». Ciertamente lo sabe. Y otra carga de más preguntas: «¿Por qué, pues, no se atajan las informaciones? ¿Basta decir después que, “como no se tuvo en nada, se quedó así”, cuando iba en ello nada menos que el honor del padre de la Reforma?» [1441]. Otro historiador se pregunta: «¿Estaba en secreta connivencia el padre visitador con el vicario general?». Trata de explicárselo para ir concluyendo: «Por mucha indulgencia que se tenga con el padre vicario general, no se halla medio convincente para disculpar su lenidad con el famoso fray Diego» [1442]. Se disgustó Doria cuanto queramos con aquella información contra Juan de la Cruz, pero no aplicó el correctivo correspondiente a quien la ha hecho, bajo el pretexto de que los definidores según las Constituciones de 1590 tenían que ser «visitados»=juzgados por el vicario con el nuevo definitorio en el Capítulo siguiente que será en 1594[1443]. Entretanto, en plan de protegerle, le nombra visitador en Italia y ya se le halla a Diego en Génova en noviembre de 1592[1444]. Según parece nada más llegar a Génova ya trata de «sonsacar un particular muy criminoso» contra fray Juan. Allí estaba Ferdinando de Santa María, hermano del biógrafo Alonso, que, conociendo muy bien al padre Juan de la Cruz, dio a Diego una gran corrección, afeándole «acremente» lo que había hecho y «nunca confesó haber procedido sin autoridad» [1445]. A su paso por Génova Doria lleva a Diego consigo para que asista y predique en el Capítulo General de la Orden en Cremona en 1593. Información tardía contra el perseguidor y castigos ridículos Finalmente en el Capítulo general de los Descalzos de 1594, muerto ya el padre Doria, se presentó una información contra Diego por aquella visita contra fray Juan y el 28 de mayo se le penitenció, «pero como el Siervo del Señor había dos años y medio que era muerto, los padres fray Gregorio Nacianceno y otros graves, movidos de compasión, dieron la mano al caído fray Diego e hiciéronle provincial de la provincia de Granada» [1446] con gran escándalo de tantos. En el Libro negro de los Capítulos Generales se dice que se le juzga y penitencia por haber «traspasado los límites de su comisión, porque no la tenía para proceder contra el padre fray Juan de la Cruz, primer descalzo de la Reforma, ni tampoco para indagar contra él cosas tan ajenas a su aventajado espíritu, oración y mortificación y atendiendo también al demasiado rigor con que procedió en el examen de los testigos, y más con algunas religiosas, estando ya dado por nulo todo lo que obró en esta parte, y absolviéndole cuanto a lo demás de su visita. Usando de misericordia y 496

reparando era ya provincial electo de Andalucía, y que no era bien desacreditarlo, le condenaron en que ayunase dos días a pan y agua y a que recibiese dos disciplinas, durando cada una un Salmo de Miserere mei y en que llamándole el definitorio a su presencia le diese una agria reprensión, y se mandó no se tratase más de esta materia» [1447]. El nuevo general, Elías de San Martín, mandó que se le entregase la información hecha por Diego Evangelista y la quemó. Nombrado provincial de Andalucía. Muerte inesperada Después de todas estas andanzas, parte Diego Evangelista hacia Granada para tomar posesión de su oficio de provincial, se detiene en Alcalá la Real y en la noche le dio un mal repentino en casa de un seglar y murió allí mismo. Mucha gente en aquel tipo de muerte tan impensada e improvisa, de la que en las letanías se suplicaba al Señor que librase a sus hijos, vio un castigo de Dios por la persecución infame que había llevado adelante contra Juan de la Cruz. Otros con equilibrios espirituales tratan de salvar lo salvable. Así Alonso de la Madre de Dios (Ardilla) dice que Diego Evangelista «extendió su jurisdicción más de lo que le dieron de comisión y licencia; y entendiendo que hacía un grande servicio a Dios, procedió contra el padre fray Juan de la Cruz. Y sabido por los superiores, atajaron su intento con revocarle las licencias de que había tomado ocasión. La cual también le quitó Nuestro Señor con quitarle la vida; y no en el convento, sino en un lugar yendo caminando. Que parece desgracia no morir entre sus frailes el que no los miraba con ojos de hermano y de quien tanto les debía. Aunque no le pongo culpa, porque como ya he dicho, entendió servía a Nuestro Señor; y porque entiendo lo permitió Nuestro Señor para ejercicio del siervo de Dios fray Juan de la Cruz» (26, 524). Al poco tiempo comenzó a correr la noticia de que la priora de las descalzas de Granada Beatriz de San Miguel había tenido con anterioridad revelación de la muerte de Diego. El provincial que le sucedió en el cargo, Nicolás de San Cirilo, habló con ella y le puso precepto formal para que contara lo que le había pasado. En la respuesta dice Beatriz: «Jesús María me guarden a Vuestra Reverencia, Padre Nuestro. Lo que tuve acerca de la venida aquí [a Granada] del padre fray Diego Evangelista, fue que, viniendo aquí primero a hacer las informaciones de nuestro padre fray Juan de la Cruz y del padre Gracián, me pareció había estado rigurosísimo en ellas. Y después, como supe que le habían hecho provincial de esta provincia, sin hacer yo nada en ello, me dio mucha pena y me fui a Nuestro Señor. Y Su Majestad me la quitó con darme certidumbre interiormente que no llegaría acá. Y después, como dijeron que estaba tan malo ya en la provincia, supe había de morir antes que llegase, por la información que había hecho contra el santo fray Juan de la Cruz» (26, 256). No es un plato de gusto tener que contar estas cosas, pero era necesario dar estas noticias. En la mayoría de las personas que se iban enterando de esta persecución tan sin fundamento no sólo no decrecía la estima por Juan de la Cruz, sino que se aumentaba y el perseguido iba comprobando que el Señor había escuchado sus deseos de cruz y más 497

cruz. Noticia extraña Añado aquí una noticia que me resulta extraña. Lo cuenta Lucas del Espíritu Santo, que hacía unos cuantos meses había profesado en La Peñuela y se encontraba en Úbeda cuando llegó allí enfermo Juan de la Cruz. Lucas era uno de los enfermeros del convento que, como hemos visto, tuvo que atender al santo, en cuya celda tenía asistencia ordinaria[1448]. Cuenta bastantes cosas del ilustre enfermo. Algunas veces le decía: «Déjeme solo». Y no era para reposar, sino para entregarse más plenamente a la contemplación. Conociendo este gusto de fray Juan despedía algunas visitas de él, religiosos y otras personas, que le venían a visitar, diciéndoles que el enfermo reposaba. La noticia que digo que me resulta extraña es la siguiente que da este Lucas. Sabe que Juan de la Cruz ha pedido al Señor grandes trabajos; entre estos hay que contar la enfermedad tan larga y penosa que ha tenido que pasar y, según este testigo aquí hay que poner también lo siguiente, que quiero transcribir por entero: «Algunas personas de la Religión, que no miraban las cosas del Siervo de Dios con buenos ojos y les era muy poco afecto, habían levantado en la Religión algunos rumores contra la honra y religiosos vivir del Siervo de Dios, habiendo acudido a los superiores a delatar de su modo de vivir. De modo que los dichos superiores dieron comisión a algunos religiosos para la averiguación de lo que le oponían. Y las informaciones se hicieron con mucha pasión, apretando sus émulos. De modo que llegando a verse las dichas probanzas, aunque pareció por ellas no se haber probado los cargos que le habían opuesto; con la sobrada Pasión, pidieron se votase si, por lo probado, merecía se le quitase el hábito. Y hubo algunos votos que le condenaron a ello; si bien la más sana parte, conocida la pasión y su inocencia del Siervo de Dios, no dieron lugar a ello. Y el Siervo de Dios en todos estos trances se conservó con una profunda humildad, que parecía que no se trataba contra él nada de lo que tengo dicho» (25, 153-154). No sé si este testigo ha oído campanas y no sabe dónde, es decir, entender mal una cosa o tergiversar una noticia; y cuenta así lo de Diego Evangelista, aunque parece tratarse de otra cosa, al darnos tantos detalles. Volvamos ahora ya al lado del enfermo. Diagnóstico de la última enfermedad. Marañón, doctor Palma Pero, ¿cuál era la última enfermedad de Juan de la Cruz? Efrén y Otger Steggink nos hacen saber: «Hace años pretendimos que el Dr. D. Gregorio Marañón nos hiciese un estudio patográfico de la última enfermedad de san Juan de la Cruz para insertarlo en nuestra historia. D. Gregorio se nos fue sin cumplir este deseo, que él se proponía realizar aclarando minuciosamente los secretos de aquella 498

infección misteriosa, que atribuía a un tétanos, que con la coordenada de su estado anímico se resolvió en efectos sorprendentes de enorme purulencia y de olor prodigioso del pus emanado de las llagas descompuestas» [1449]. Muerto don Gregorio en 1960, a lo largo de tantos años que yo sepa no se ha ocupado ningún especialista en hacer un estudio profundo acerca de esa última enfermedad de Juan de la Cruz. Finalmente el Dr. Fermín Palma Rodríguez publica un estudio que lleva este título: Patografía de san Juan de la Cruz[1450]. Después de una breve introducción acerca del impacto de Juan de la Cruz en el mundo, de una rápida ambientación histórica y de unas claves cronológicas se fija en lo que fue para Juan de la Cruz su encarcelamiento en Toledo, respondiendo a la agresión con un temple imperturbable y nos habla del giennensismo sanjuanista[1451]. Todo esto a modo de entrada para ir ya acercándose al tema preciso. Recuerda todavía el doctor algunos antecedentes patológicos en la vida de Juan de la Cruz. Y hecho esto, ante la salud en quiebra que se le manifiesta en 1591 en La Peñuela, ya en las páginas que siguen califica modestamente su estudio de «aproximación a un diagnóstico». Teniendo en cuenta las calenturillas de que habla el propio paciente que ha más de ocho días que le San cada día opina el Dr. Palma que esa fiebre diaria «probablemente es de aparición vespertina, precedida de escalofríos con las elevaciones propias de una sepsis. El proceso afecta al pie y a la pierna derecha, sufriéndolo desde el catorce de septiembre». El enfermo se encuentra en un estado alarmante y van apareciendo síntomas sistémicos que revelan una situación toxi-infecciosa[1452]. A continuación habla de celulitis, y explica que la «celulitis verdadera es una inflamación de los tejidos blandos con tendencia a la difusión y que interesa al tejido celular subcutáneo e intersticial». Al principio es «una inflamación no supurativa, difusa y profunda, provocada por una infección bacteriana». Así se inició el proceso de san Juan de la Cruz. Aunque desde el comienzo no sea supurativa, «sin embargo, en su evolución puede complicarse para terminar supurando como ocurrió en nuestro paciente», en quien aquella afección grave tuvo una evolución progresiva y muy séptica. Piensa que «la vía de entrada la tiene en el pie derecho, quizá por su trabajo, y tras una erosión o un pequeño traumatismo» [1453]. Piensa también el Dr. Palma que la linfangitis y linfadenitis debió ser muy precoz en Juan de la Cruz, y su situación se iba agravando de un modo alarmante y «si bien en un principio la infección se debió a la acción del estreptococcus hemolyticus, no descarta la acción del staphilococcus aureus, por la rápida supuración que empezó a sufrir, ya que la primera lesión que tenía en el dorso del pie, secuela del foco inicial, se le abrió espontáneamente y drenó «más de un cuartillo de podre» [1454]. Se refiere a la intervención quirúrgica del doctor Villarreal y opina que hizo lo correcto conforme a los preceptos del anatomista Andrés de León, con un libro publicado justamente en 1590 en Baeza. Finalmente quiero subrayar el dato de que a lo largo de la enfermedad de fray Juan va apareciendo otra flora bacteriana; y a favor de que «entre los caracteres más 499

sobresalientes que orientan a favor de un diagnóstico presuntivo de que se pudiera tratar de pseudomonas, está el olor dulce y aromático que se sabe en nuestros días es debido a la producción de 2-aminocetofenona» [1455]. Ante esta afirmación tendríamos que pensar que el buen olor que tenían las vendas manchadas con la podre y la sangre de fray Juan no era ningún milagro, sino un fenómeno natural. Así ve el Dr. Palma la última enfermedad de Juan de la Cruz. Examen científico de los restos de fray Juan En 1992 se abrió el sepulcro del santo en Segovia para hacer un tratamiento conservativo a sus restos. Intervinieron varios doctores: el director del Gabinete Químico de los Museos Vaticanos, un doctor anatónomo-patólogo de la Universidad de Génova, una doctora médico cirujano, y un arquitecto. Personalmente yo esperaba que a través de las relaciones que extendieron de sus trabajos pudiéramos saber algo más acerca de la enfermedad de Juan de la Cruz[1456]. Aunque pocos, pero sí hay algunos datos sobre el particular. En una de las conclusiones se van escalonando algunas afirmaciones: «Por falta de las piernas y de los pies no ha sido posible efectuar completos relieves paleopatológicos encaminados a documentar o aclarar la naturaleza de la enfermedad que lo condujo al exitus». «Los muslos no muestran a simple vista signos de enfermedad, ni se advierten signos de abscesos o procesos purulentos». El único relieve es ofrecido por el hallazgo, a nivel microscópico, de nudos linfáticos latero-cervicales aumentados de volumen. El dato parece confirmar que el deceso se deba atribuir a una grave bacteriemía. En tales condiciones en efecto se pueden observar graves linfoadenomegalías difusas también en sedes lejanas de las áreas de instalación de los gérmenes (como sucede en heridas o úlceras cutáneas causadas por estreptococos) o de focos de supuración después que la infección, por propagación linfangítica o en el tejido laxo subcutáneo, ha alcanzado sedes incluso lejanas con respecto a la lesión. «Siempre a nivel microscópico, no se hallan signos de vasculitis en el material por nosotros examinado ni signos de lesiones referibles a enfermedad arteroesclerótica»[1457].

Aunque no tan directamente referidas a la última enfermedad nos ofrecen otros datos, como el hecho de haber encontrado en los análisis químicos realizados la óleoresina Trementina, que pone algunos interrogantes sobre el motivo de su presencia. ¿Pudiera haber sido prescrita a fray Juan porque padecía afecciones respiratorias?[1458]. Se han encontrado también con que «el primer premolar superior de la derecha resulta fracturado en el contexto de una grave lesión de caries. La lesión parece haber tenido lugar en vida» [1459]. Fama del enfermo en Úbeda y varias secuencias Una de veces que vino a verle el provincial Antonio de Jesús (Heredia), viendo el poco ruido que hacía en la ciudad la enfermedad de fray Juan, dijo en el convento: «Abran 500

esas puertas, padres, para que esta ciudad vea el grande tesoro que aquí tiene y le conozca» (23, 274). Juan de la Cruz vino a Úbeda asegurando que allí no le conocían; pero su fama se extendió enseguida por toda la ciudad en los dos meses y medio en que estuvo en ella; y no creo que saliera ni una sola vez a la calle o a visitar a nadie. Pero se interesó por él un gran número de personas. Sabiendo del tipo de su enfermedad enseguida hubo que aportar vendas y más vendas. Y es tanta la supuración que parece como si las vendas «las hubieran entrado en una fuente de materia», como dice unas de las muchachas que junto con su madre y otra hermana se han querido encargar de lavarlas. Una de estas muchachas, Catalina, anda con deseos de hacerse monja y un día le envió a decir por medio de un intermediario, Pedro de Cazorla, no pudiendo ella entrar en la clausura, «que por qué se descuidaba de pedirle a Nuestro Señor lo que le había suplicado». El enfermo, a través de la misma persona, le respondió: «Que no se descuidaba Nuestro Señor, ni él se había descuidado de pedírselo; que no era mucho aguardar tres años y que dentro de ellos sería religiosa» (23, 270). Lo cual sucedió así, tomando el hábito en las descalzas de Úbeda. Las vendas del padre fray Juan olían muy bien; por eso al ir a lavarlas un día advierten otro olor muy malo. Y dice Catalina: «¡Jesús! Y qué mal olor; o nuestro Padre se quiere morir o yo no sé qué es esto». Se trataba de los paños de otro enfermo mezclados con los de fray Juan. Hay otras personas que se ofrecen a lavar las vendas; al enterarse Juan de la Cruz respondió que lo siguiesen haciendo las dos hermanas y su madre, diciendo: «Aquellas muchachas saben ya mi miseria» (23, 273). Otra vecina, mujer de un alcalde mayor de la ciudad, entregó «dos sábanas para que se las pusiesen en la cama al dicho siervo de Dios en aquella enfermedad». Cuando murió se las devolvieron a la donante «manchadas de las materias, que le habían salido de las llagas» al enfermo. Y ella las guardó como reliquias y las metió en una almohada de terciopelo (24, 465). Cada uno aporta lo que puede para alivio del enfermo. Otra familia se compromete a prepararle la comida; es la de don Bartolomé Ortega Cabrio y doña Clara de Benavides. Un día anda doña Clara visitando los sagrarios y se encuentra con un chiquillo que en una cestilla traía la comida para el enfermo. Desde entonces lo hará ella, reteniendo una gran gracia del Señor poder hacer aquello para el enfermo. Por eso se sintió mucho en la familia cuando por indicación del propio enfermo dejaron de hacerlo «porque le pareció que era mucho el regalo que se le hacía» (23, 181). Estando doña Clara embarazada envió a decir al enfermo por medio del médico Villarreal «que le rogase a Nuestro Señor que le diese buen parto del dicho preñado». Por medio del mismo médico fray Juan le mandó a decir que lo haría «y que no tuviese pena, que tendría buen parto y que lo que pariese había de gozar de Dios. Y sucedió así, que esta testigo tuvo buen parto, que parió una niña y la bautizaron y pusieron por nombre Elena, la cual murió dentro de cinco meses y fue a gozar de Dios» (23, 181). Una tarde han salido los religiosos del convento a acompañar un entierro. Pedro Cazorla, seglar que será fraile con el nombre de Pedro de San José, se ha quedado solo para cuidar la casa; sube a la celda del enfermo y le dice: «Padre, ¿quiere que le traiga unos 501

músicos para que se desenfade y se aliente, y se alegre?». Fray Juan responde: «Si están cerca y en parte donde no sea menester poner mucho trabajo, tráigalos». Todo contento y alegre Cazorla trajo tres de los mejores músicos que había en Úbeda; templaron sus vihuelas, «y en comenzando a cantar, que lo hicieron muy bien, me dijo el Santo: “Hermano, deles colación y agradézcales la caridad que me han hecho y váyanse, que no es razón que los dolores que Dios me da los entretenga con música”» (23, 412; 14, 101). El padre Antonio, su compañero de Duruelo, le visitó otras veces, además de aquella en que vino requerido por el enfermero y puso un poco de orden. El 27 de noviembre, miércoles, llegó acompañado de otro religioso. Saluda al enfermo y le dice: «Padre, mañana hace 24 años [eran 23] que comenzamos la primera fundación». Los presentes le piden que cuente cómo fue aquello. Fray Juan le suplica que no lo haga; ahí se corta la conversación; y le advierte: «Padre, ¿es esa la palabra que nos hemos dado de que en nuestra vida no se había de tratar ni saber nada de eso?». Al poco rato Antonio va diciendo alguna cosa y fray Juan, con fina ironía: «Él se lo irá diciendo poco a poco» (23, 89). ¿Qué día es? Cosa de ocho días antes de su muerte, probablemente desde el 6 de diciembre, preguntaba cada día: ¿Qué día era, qué día es hoy?, y así hasta el viernes siguiente, día 13. El día 7, vigilia de la Inmaculada, le oyen decir: «¡Bendita seáis Vos, Señora, que en vuestro sábado queréis parta de esta vida!». Quieren administrarle el Viático y fray Juan responde: «Ya avisaré yo cuándo es el tiempo de recibirle». Lo pidió el miércoles, día 11, por la tarde y «recibió los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía con grande devoción y con profundísima humildad y amor, y pidió perdón a los que estaban presentes; a lo cual este testigo se halló presente, y porque a la sazón era suprior en el dicho convento», dice Fernando de la Madre de Dios (14, 148-149 y 23, 397). A lo largo de los días le han ido llegando cartas de monjas y frailes que le informan acerca de la campaña de desprestigio con que le anda infamando Diego Evangelista. Fray Juan tiene buen cuidado de que nadie vea esas cartas «por guardar a todos su honor y crédito». Dos días antes de su muerte, día 12, jueves, llama al padre Bartolomé de San Basilio, «y pidiéndole lumbre, rasgó y quemó todas las cartas que tenía en un fardelillo debajo de su cabecera, que eran en cantidad». Y quemó hasta los sobrescritos (23, 94; 13, 395). La enfermedad sigue implacable su curso de destrucción de aquel organismo tan maltrecho. La debilidad del enfermo es extrema. Para que pudiera tener algún alivio «le pusieron una cuerda asida de una viga, que caía encima de su cama; de la cual se así para volverse en la cama y ver curarse las llagas. Que era tanta la flaqueza que tenía, que si no era sido de la dicha cuerda y arrimándose a él algunos religiosos, no podía tenerse» (26, 331). A ratos los dolores son incomportables y entonces se le oye decir: «¡Señor, más paciencia, Señor, y más amor y más dolor!» (23, 328-330); y a su confesor le decía: «Que le tenía Dios puesto en una cruz y crucificado con él» (25, 133). Esto sí que 502

es la historia de una muerte anunciada a la que se va acercando. Uno de los testigos, ponderando lo recatado que era, dice que «habiéndole de rodear en la cama de una parte a otra, si acaso se descomponía la ropa, decía: “Mire, hermano, por amor de Dios, que haga esto con decencia”» (25, 152). Y uno de los enfermeros nos transmite el informe clínico que sigue: «A mí me dijo un día el Siervo de Dios: “Hermano, míreme aquí, que parece que me duele”. Y habiéndole rodeado y visto, le vi que tenía dos llagas en los riñones, que mostraban tener materia y putrefacción. Y así, avisé a los cirujanos la primera vez que vinieron a curarle el pie. Y vistas, fue necesario abrirlas. Y diciéndole los cirujanos que no quisieran darle aquel dolor, dijo: “No importa, si eso conviene”. Y así le abrieron, estando con la misma paciencia y sufrimiento, que cuando le abrieron el pie» (25, 155). Otro día Bartolomé de San Basilio le toma en brazos para ponerle sobre un colchón mientras le hacen la cama. Cuando va a levantarle de nuevo para dejarle acostado, fray Juan le pide que le deje a él que vaya, arrastrándose como pueda, hasta la cama. El enfermero le pregunta después por qué ha hecho eso «“y él le dijo que tenía malas las espaldas y que cuando le había mudado le había lastimado”. Le miran después y hallaron que tenía una grandísima postema, mayor que una mano cerrada, de que al día siguiente le sacaron mucha podre» (23, 93). Viernes, día 13, fiesta de Santa Lucía. ¿Qué hora es? Seguramente este es el día más pleno de fray Juan en su vida. Particularmente este día 13 está flechado todo él por la pregunta ansiosa de fray Juan: ¿Qué hora es? Siempre la misma pregunta, nunca la misma respuesta. No olvida fray Juan lo que decían los antiguos monjes: a una pregunta como esa no se puede nunca responder exactamente, pues cuando llega la respuesta ya no es la hora por la que se preguntaba. Pero seguirá preguntando, como queriendo desligarse de la tiranía de los relojes: ¿Qué hora es? La una de mediodía: «Helo preguntado porque, gloria a mi Dios, tengo de ir esta noche a cantar los maitines al cielo». ¿Qué hora es? Las cinco de la tarde. Suena la campana del convento a la oración y el enfermo dice: «¡Dichoso yo, Señor, que sin merecerlo queréis que vaya yo esta noche a veros al cielo!». Por la tarde pidió la «Extremaunción, que recibió atentísimo, rezando y respondiendo al preste con los demás del convento» (14, 396). Diego de Jesús «vio que recibió los santos sacramentos con devoción y fervor increíble, diciendo a nuestro Señor palabras muy regaladas y de mucha ternura» (22, 300). El mismo declarante es testigo de que el mismo día 13 por la tarde el enfermo «le pidió afectuosamente al padre prior le trajesen el Santísimo Sacramento, para adorarle. Y dijo, estando yo presente, muchas cosas de ternura y devoción al Santísimo Sacramento, de modo que a todos los circunstantes les movió a devoción. Y despidiéndose dijo: “Ya no os tengo de volver a ver con los ojos mortales”» (25, 105). Gesto magnífico esta despedida. En el cielo no volverá a ver a Cristo Jesús bajo las especies sacramentales, porque allí no habrá Eucaristía; ni tendrá tampoco ya él sus ojos 503

mortales, pero antes de desprender el ancla del fondeadero hay que decirse adiós, como buenos amigos. Todo el tiempo de su enfermedad, particularmente en los últimos días, anda fray Juan degustando la palabra bíblica con que está tan connaturalizado. Le viene a los labios espontáneamente y con los mayores dolores solía decir, de rato en rato: «Este es mi descanso por los siglos de los siglos» (Salmo 131,14). Cuando entra el padre Alonso (Ardilla) junto con el médico para comunicarle: «Padre fray Juan, el señor licenciado dice que vuestra reverencia se va acabando; póngase bien con Dios; y otras cosas» (26, 323), respondió con semblante pacífico: «¡Qué alegría por lo que se me ha dicho! ¡Vamos a la casa del Señor!» (Salmo 121,1). Muy cercano a la muerte dice todo alborozado a los religiosos que están allí con él: «¿Quieren que digamos el salmo De profundis, que estoy muy valiente?». Lo dicen alternativamente él y ellos; y añaden a continuación el Miserere y el En ti, Señor, he esperado (23, 187-188). Terminados los salmos, con el cristo en la mano se recuesta y se quedó tan inmóvil que no le oían ni respirar. Se acercó a él uno de los padres y le dijo: «Deo gratias. Él respondió: “Por siempre; sosiéguese, padre, que no duermo”» (14, 399). Una noticia poco conocida, pero que es un excelente testimonio del alma bíblica de fray Juan. Poco más de tres horas antes de su muerte le sobrevinieron unos grandes dolores; entonces se puso a comentar o declarar a los circunstantes «el salmo veintiuno por dos o tres explicaciones, que a todos nos dejó admirados y muy compungidos. El salmo era: Deus, Deus meus, ut quid dereliquisti me? (21, 2). Juntamente nos declaró aquello de Job: “Testa saniem radebat” (Job 8,2); al fin, al santo le limpiaban con una teja, pero a mí con pañitos blandos» (25, 82). En esta ocasión preguntó al padre Sebastián de San Hilario: «¿Qué hora será, padre Sebastián?». Respondí: «Serán poco más de las ocho y media». Y él, levantando los ojos al cielo, dijo: «De aquí a las doce se me acabarán estos trabajos». Y así fue (25, 80). Cuando llega el momento de la recomendación del alma y el prior echa mano del Ritual, el enfermo le dice: «Dígame, padre de los Cantares, que eso no es menester» (13, 426). El prior le obedece, «haciendo intervalos a cada sentencia, porque percibía cómo aquella alma se inflamaba en aquellos retornos amorosos místicos que pasaban entre ella y Dios, porque repitiendo el santo padre algunas de aquellas amorosas sentencias decía: “¡Oh, qué preciosas margaritas!”. Horas antes, oyendo que eran las nueve, besando el crucifijo que tiene consigo, “al que le decía, de rato en rato, palabras muy tiernas y devotas”, dice: “¡Que aún me faltan tres horas!”. ¡Ay de mí cómo se prolonga mi peregrinación!» (119, 5). El provincial, Antonio de Jesús, tratando de infundirle ánimos le dice: «Padre fray Juan, anímese mucho; tenga confianza en Dios y acuérdese de las obras que hicimos y trabajos que padecimos en los principios de esta Religión». Fray Juan, «con una voz clamorosa, y al parecer, algo fatigada, dijo, tapándose con las manos los oídos: “¡No me diga eso, Padre, no me diga eso, Padre; dígame mis pecados!”» (26, 323-324; 13, 381; 23, 93; 25, 104-105). «Yo no he hecho nada, Vuestra Reverencia y otros sí» (23, 275). Algo parecido le pasa con Agustín de San José, que le empieza a decir que llegaba la hora 504

de que el Señor le pagase todo lo que había hecho por él, le replica: «No me diga eso, padre mío, que le certifico que no he hecho obra que no me esté ahora reprendiendo» (23, 85). En otro momento, pocas horas antes de morir, le está hablando el padre Antonio y fray Juan le dice: «Perdóneme, padre, que no le puedo responder, que me estoy consumiendo en dolores» (23, 85). A su fiel enfermero, Diego de Jesús, le dice que está ya de partida para el otro mundo. Diego, enternecido, se pone de rodillas y le pide la bendición; el enfermo rehúsa. Al fin «a mi instancia, besándole la mano, me la dio. Y viéndome con alguna terneza, según el amor que yo le tenía, me dijo: “Hermano fray Diego, ¿siente que yo me muera?”. Yo le dije que sí, pero que me conformaba con la voluntad de Dios y que esa deseaba se hiciese siempre. Agradeciome mucho el verme con esta resignación y díjome que lo continuase en todas mis acciones» (25, 104). Lucas del Espíritu Santo, enfermero también y amanuense de fray Juan, recuerda: «Y a mí en particular, estando a solas, me pidió perdón con mucha humildad del cuidado que me había dado en el discurso de su enfermedad; y yo, enternecido con esto, me puse de rodillas delante de la cama en que estaba, y afectuosamente le pedí me echase su bendición y se acordase de mí cuando estuviese en la presencia de Dios. Y el Siervo de Dios lo rehusaba con grande humildad diciéndome: “Levántese, hermano, con alguna porfía”. Y yo, con la misma, me estuve quedo hasta que me dio su bendición y me dijo que “si yo mereciese algo con la Madre de Dios, se acordaría de mí”» (25, 157). Las entrevistas con el prior, Francisco Crisóstomo, merecen una atención particular, tal como nos las refieren los testigos visuales. Un día el prior se excusa con el enfermo, diciéndole que le perdone «que como la casa era tan pobre no le podía regalar en la enfermedad como el dicho padre prior quisiera». Fray Juan, con palabras suaves y de mucha caridad, le dijo, agradeciéndole todo: «Padre prior, yo estoy muy contento y tengo más de lo que merezco; y no se fatigue ni aflija, que hoy esté esta casa con la necesidad que sabe, sino tenga confianza en Nuestro Señor, que tiempo ha de venir en que esta casa tenga lo que hubiere menester» (23, 412-413; 14, 101; 25, 260). Este mismo día dice a Diego de Jesús que le llame al padre prior. Le llama y viene con el enfermero. Fray Juan le pide perdón «de las faltas que pudiese haber tenido y del cuidado que había dado a los ministros que habían asistido a su enfermedad». Y últimamente le dijo: «Padre nuestro, allí está el hábito de la Virgen, que he traído a uso; yo soy pobre y necesitado y no tengo con qué enterrarme; por amor de Dios suplico a vuestra reverencia que me le dé de limosna». Y el dicho padre prior le echó la bendición y se salió de la celda (25, 104). Con lo que le había dicho «enterneció tanto al prior, que le mudó el mal afecto que hasta entonces le había tenido y salió llorando» (26, 469). El prior pide a fray Juan que le dé su Breviario; el enfermo responde: «Yo no tengo cosa mía que dar a Vuestra Reverencia; todo es suyo, pues es mi prelado» (23, 89). Fernando de la Madre de Dios vio cómo el prior «entre las muchas cosas que guardó por reliquia y mucha estima, fue una correa del santo Padre fray Juan de la Cruz; la cual como preciosa, presentó a doña Clara de Benavides; y asimismo a don Bartolomé de Ortega 505

Cabrio, hermano de este testigo, le dio el Breviario del santo padre» (25, 264)[1460]. ¿Qué hora es? Las ocho, le responde el seglar Pedro de Ortega; y él: «¡Qué temprano es, que aún me falta tanto para estar en esta vida!». En medio de todas sus ansias por zarpar para la otra orilla no se olvida de los problemas de este mundo y de los intereses de la Orden. Buen ejemplo el siguiente: a Sebastián de San Hilario, que estaba enfermo de tabardillo tres celdas más adelante de la de donde estaba fray Juan, le «envió a llamar diciendo: “Antes que me muera, gustaré me traigan al padre fray Sebastián, que lo quiero ver”. Esto debió ser como a las ocho de la noche del día trece. Ayudado por otro acudió a la llamada de fray Juan, con quien estuvo una media hora. Y me dijo, dándome algunos documentos de cómo me había de haber en cierto negocio, que él me trató en aquella ocasión, diciendo: “Vuestra reverencia, padre fray Sebastián, ha de ser prior en esta Orden; advierta esto que le digo, y mire que se lo diga a los superiores que yo se lo dije cercano a la muerte”. [...] Era negocio de importancia para el aumento y buen gobierno de la provincia. Y yo, cumpliendo lo que el Siervo de Dios me dijo, lo dije a los superiores. Y de ello se siguieron los buenos efectos que el Siervo de Dios pretendía» (25, 80-81). Esta conversación recuerda la larguísima tenida en Toledo con Elías de San Martín en su camino hacia La Peñuela. ¿Qué hora es? Las nueve y él: «¡Que aún me quedan tres horas!». ¿Qué hora es? Las diez. ¿A qué tañen?, pregunta fray Juan oyendo el tañido de una campana: «Son las monjas de la Madre de Dios que tocan a maitines». Y dijo: «Y yo también, por la bondad del Señor, los tengo de decir con la Virgen nuestra Señora, al cielo». Y hablando con ella le dijo: «Gracias os doy infinitas, Reina y Señora mía, por este favor que me hacéis en querer salga de esta vida en vuestro día de sábado». Siendo las diez, poco más o menos preguntó a Pedro de San José (Cazorla) por tres o cuatro veces: ¿Qué hora es? Y Cazorla le responde cada vez que le pregunta: las 10, las 10, las 10, las 10 (23, 413). Y poco más o menos a esa hora invita el enfermo a los frailes presentes en su celda a que se retiren un tiempo a descansar. Ya avisará él cuando sea hora, cuando sea la hora. Se encuentra en la celda del enfermo también el seglar Fernando Díaz, padrastro de las muchachas que lavaban las vendas de fray Juan. El enfermo dice al prior: «Padre, avise Vuestra Reverencia a casa del señor Fernando Díaz no le esperen, que se ha de quedar acá esta noche». Un hermano donado se llega a la casa y transmite el recado. Fray Juan llama a Fernando y le dice: «Lléguese acá, ¿cómo está tan apartado de mí?». Le responde: «Padre, como estaba aquí la comunidad y por darle lugar, estaba retirado». Se acerca a la cama del enfermo, se hinca de rodillas, le toma la mano y se la besa. No le gusta a fray Juan que le besen así la mano, creyéndole un santo. Y se afligió y entristeció un poco. Y le dijo: «En verdad, señor Fernando Díaz, que si entendiera me había de costar tan caro el haberos llamado, que no lo había de haber hecho» (25, 371; 23, 212). Anteriormente a esta escena tuvo lugar esta otra. Estaban en la habitación del enfermo los amigos Cristóbal de la Higuera, Diego Navarro, Juan de Cuéllar, fray Antonio de Escobar y un hermano donado que después se hizo fraile dominico, llamado Francisco. 506

Fray Juan dijo a todos ellos: «Váyanse con Dios y recójanse, que es hora de cerrar el convento; que esta noche tengo de ir a decir maitines al cielo». Salieron del convento y Cristóbal de la Higuera cuenta que por lo que había dicho fray Juan de sus maitines no se acostó. Y oyendo tocar a los maitines en el convento y a continuación al escuchar el doblar de las campanas a muerto, entendió el porqué de aquel lenguaje (25, 200). Como el enfermo suele cerrar los ojos y se queda tan quieto a ratos y como traspuesto, hubo un momento en que uno de los asistentes lo vio así y fue a llamar a la comunidad, para la recomendación del alma. Con el ruido que metió el otro, el enfermo abrió los ojos y les dijo: «No es hora; no quisiera que los hubieran inquietado, bien se pueden volver, que tiempo hay» (25, 139). ¿Qué hora es? Las once. Y él: «Ya se nos acerca la hora de los maitines que diremos en el cielo»; y besa los pies al Cristo. ¿Qué hora es? Las once y media. Y él: «Ya se llega mi hora; avisen a los religiosos», que él había mandado a descansar. ¿Qué hora es? Todavía no son las doce. Y él: «A esa hora estaré yo delante de Dios Nuestro Señor diciendo maitines». Al poco rato «tomó un crucifijo que tenía encima de la cama y comenzó a hacer algunos actos interiores, de modo que yo y los demás que asistíamos allí los oíamos. Y estando de este modo nos dijo: “Hermano fray Diego, avise que toquen a maitines que ya es hora”». La muerte del justo Un testigo, Fernando de la Madre de Dios, cuenta: «Dio el reloj las doce de media noche; y en el dicho convento tañeron la campana de maitines, y el dicho santo preguntó: “¿A qué tañen?”, y le dijeron que tañían a Maitines; y replicó el dicho santo diciendo: “¡Gloria a Dios, que al cielo los iré a decir!”; y besando los pies del dicho crucifijo, dijo: In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum, y expiró» (14, 149; 23, 398). Así toda aquella fluencia de textos bíblicos con los que oraba durante su enfermedad se vio coronada cuando muriendo dijo: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu» (Salmo 30,6; Lc 23,46). «Y dio su alma al Creador con grande serenidad y paz a la entrada del sábado, 14 de diciembre del año 1591, a la misma hora y punto que había dicho, sin haber tenido antes ni a la hora que expiró algún accidente de congoja ni paroxismo ni otro desfallecimiento, grande ni pequeño, porque estuvo siempre en un mismo ser antes que muriese, y cuando expiró, quedando su rostro muy sereno y hermoso y alegre, que parecía estaba durmiendo, causando gozo y alegría al acompañarle y estar junto a su santo cuerpo lo que quedaba de la noche hasta que le enterraron» (14, 336; 25, 262263). Bartolomé de San Basilio, otro testigo presencial, añade algunos detalles deliciosos: «En dando el reloj de las doce, tocó en casa la campana a maitines. Y entonces abrió el santo los ojos y nos miró, pasando los ojos por todos, como despidiéndose de sus hijos, y llegado el santo Cristo con las manos a su boca, expiró entrado ya el sábado; quedando muy compuesto y tan hermoso, que se llevaba los ojos de cuantos le veían» (23, 95). 507

Jerónimo de la Cruz, en el proceso apostólico de Jaén, declara: «Y despidiéndose de todos los religiosos y habiendo tomado la bendición del padre provincial, que allí se halló, con un sosiego y paz, como si se acostara a dormir, besando los pies de un crucifijo y diciendo “en tus manos, Señor, encomiendo mi ánima”, la dio a su Criador al punto que dieron las doce horas para los maitines, como él lo había dicho, entrando el sábado catorce de diciembre del año de mil y quinientos y noventa y uno, a los cuarenta y nueve años de edad; la cual gastó la mayor parte en la Religión» (25, 139-140). Muerto a media noche, le amortajaron debidamente (14, 150). Toda la comunidad acudió a la celda del difunto y se le rezó un responso, y fueron besándoles las manos y los pies. La ciudad se iba enterando y ya cerca de la una de la noche «comenzó a venir tanta gente, que no fue posible –con ser hora de silencio y recogimiento– dejar de abrirles las puertas, por la mucha instancia que hacían para entrar». El prior, con un gesto que le honra, mandó que se abriesen las puertas, y fue «entrando mucho número de personas, que llegadas a la celda del siervo de Dios, arrodilladas a sus pies, se los besaban, y muchos procuraban quitar alguna parte de los hábitos, para llevarlos como reliquias» (25, 105). Avanzada la noche, llevaron el cuerpo «y le pusieron sobre una alfombra a los pies de un altar que estaba junto donde caían y colgaban las cuerdas de las campanas» (14, 351), que doblaban a muerto. Al día siguiente vino la comunidad entera de los descalzos de Baeza, y la riada de pueblo seguía invadiendo el convento. Ya en vista del entierro se bajó «el cuerpo a la iglesia y acudió mucha clerecía, y todos los religiosos de esta ciudad (dominicos, franciscanos, mercedarios, trinitarios, mínimos) y muchos eclesiásticos, de toda la caballería y gente noble de esta ciudad y gente común de ella, todos por la fama de su santidad y a venerarle por santo». Los primeros que llegaron fueron los franciscanos, que sacaron el cuerpo del cuarto a la iglesia; y religiosos y seglares iban desfilando para besarle los pies (23, 276). Finalmente, a mediodía se pudieron celebrar las honras fúnebres en las que «predicó el Dr. Francisco Becerra, hombre muy insigne y grave, prior que a la sazón era de la iglesia parroquial de San Isidro de esta ciudad, y dijo muchas alabanzas y grandezas del santo» (14, 151; 23, 400) para terminar diciendo: «No os pido, como se suele, encomendéis a Dios el ánima del difunto, porque nuestro difunto fue santo y está su alma en el cielo». Durante el funeral, donde ardían 16 hachas, regaladas por Juan de Cuéllar y Cristóbal de Soto, «lloraban mucho el padre provincial fray Antonio de Jesús y otros religiosos» (23, 276). La misma testigo vio cómo el padre Antonio, que trataba de «quietar y repostar» a los demás, «iba llorando y derramando lágrimas, como una criatura» (25, 529). Enseguida comenzó el reparto de reliquias del difunto; el mismo Antonio de Jesús (Heredia) hizo partes del escapulario del santo «y lo repartió entre los tres seglares que se hallaron a su muerte; y a otras muchas personas envió a su casa reliquias» (25, 528). El comportamiento de Antonio de Jesús (Heredia) durante todo el tiempo de la 508

enfermedad de Juan de la Cruz fue de lo más ejemplar y con esto lavó los celillos y otros resquemores que pudiera tener contra él ya por el simple hecho de habérsele adelantado en Duruelo a vestir el hábito de descalzo[1461]. Mirada retrospectiva de estos meses de enfermedad Desde la cátedra de su enfermedad fray Juan ha sido ejemplar, no obstante algunas impaciencias en las que ha caído. Enfermo, ha sabido incorporar a su vida humana, cristiana y espiritual el diluvio de adversidades que le han sobrevenido. Y aun en medio de tantos sufrimientos no ha dejado de ejercer aquel su magisterio espiritual que los testigos de esos meses ponderan diciendo que aquel su comportamiento le nacía del amor entrañable que tenía a todos, «y esto se echaba bien de ver en las continuas pláticas que hacía a los que estábamos presentes y asistíamos en su celda; no impidiéndole a estos ejercicios la grave enfermedad que padecía. Y no se descuidaba de los ausentes, pues desde la misma cama escribía, de ordinario por mi mano, a diferentes personas cartas espirituales, advirtiéndoles lo que les convenía para sus aprovechamientos». Y ese mismo amanuense, Lucas del Espíritu Santo, refiere que en aquellas cartas decía «lo mucho que se alegraba de lo que padecía por Nuestro Señor y les animaba, a las personas a quienes escribía, a la perfección y a padecer por Nuestro Señor» (25, 152). Cerramos este capítulo con un fragmento autobiográfico de la Llama, en el cual, como quien describiera anticipadamente su propia muerte, había pintado fray Juan ese último trance en que «vienen en uno a juntarse todas las riquezas del alma y van allí a entrar los ríos del amor del alma en la mar, los cuales están allí ya tan anchos y represados que parecen ya mares; juntándose lo primero y lo postrero de sus tesoros, para acompañar al justo, que va y parte para su reino, oyéndose ya las alabanzas desde los fines de la tierra, que, como dice Isaías (24,16), son gloria del justo» (Ll B 1, 30).

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Capítulo 40 Vuelta a Segovia. Glorificación eclesial Con nocturnidad Cuando en 1591 se despidió fray Juan de doña Ana de Peñalosa, ante los lloros de ella por su alejamiento, este le dijo que no se apurase que ella enviaría por él. Estas palabras se consideraron proféticas. Doña Ana y su hermano don Luis de Mercado alcanzaron del vicario general, padre Nicolás Doria, que pudiesen trasladar el cuerpo de fray Juan, dondequiera que muriese, al convento de Segovia. Enterados del fallecimiento, pidieron al mismo vicario que en virtud de la licencia ya concedida de viva voz diese orden con documento escrito para que les fuera entregado el cuerpo a quienes presenten las letras del superior. Y así lo hizo Doria, extendiendo la «patente con precepto y excomunión para el prior del convento de Úbeda en que le mandaba que, en recibiéndola, desenterrase con gran secreto el cuerpo de fray Juan de la Cruz y le entregase a la persona que la llevaba, de manera que ni en el convento ni en la ciudad se supiese, porque no lo estorbasen» [1462]. A los nueve meses de la muerte, se presentó en Úbeda Juan de Medina, alguacil de corte, con dos acompañantes, con el encargo de trasladar el cuerpo a Segovia. Presentaron la autorización que traían, y «una noche el prior y otros dos religiosos, con los dichos seglares, abrieron el sepulcro con todo secreto para llevarse el cuerpo. Y descubriéndolo vieron que estaba muy fresco, y las llagas de la pierna estaba así mismo frescas. Y acordaron de dejarlo por entonces y le echaron cantidad de cal, para que lo consumiese y enjugase para poder después llevarlo» (14, 152 y 338; 25, 265). Nada menos que dos fanegas de cal viva. Antes de volver a meterlo en el sepulcro, el prior Francisco Crisóstomo le cortó un dedo para llevárselo a doña Ana de Peñalosa. Este primer tentativo de traslado fue en septiembre de 1592. La noticia del tentativo de traslado, del «hurto», se corrió por toda la ciudad. Al año siguiente, la noche del 28 de abril de 1593, bien pertrechados de preceptos y censuras, volvieron los mismos encargados. Apeose Juan de Medina en casa de Bartolomé Sánchez de Mesa, pariente suyo, cordobés[1463]. Luego se acercó al convento, habló con Fernando de la Madre de Dios, vicario, a quien iba dirigido el mandato del vicario general y convinieron acerca de la hora más propicia para desenterrar el cuerpo de fray Juan: dadas las once. El vicario del convento requirió la ayuda de Juan de la Madre de Dios[1464] y del hermano Pedro de San José[1465] y 510

con secreto ayudaron a desenterrar y entregar el santo cuerpo. Esto sucedía entre las once y las doce de la noche: «Se lo entregaron al dicho alguacil, y él lo recibió y acomodó en una sábana y caja que traía. Y lo sacó del convento para lo llevar a la ciudad de Segovia» (14, 109-110). Aunque se había hecho con nocturnidad y tanto sigilo, se vino a enterar buena parte de la comunidad. De sí mismo cuenta Bartolomé de San Basilio cómo se despertó, cómo corrió hacia la iglesia «y halló que lo estaban desenterrando»; el subprior que estaba a la puerta no le dejó pasar (23, 96-97). Diego de Jesús, enfermero, y otros religiosos sintieron también algún rumor en la iglesia, y fueron a ver qué pasaba: «Y habiendo detrás del sagrario del Santísimo Sacramento unas portecicas, que estaban detrás de una celosía, desde ella el padre fray Alonso de la Madre de Dios y yo vimos cuatro o cinco religiosos, y con ellos el padre prior y otros dos hombres legos, que andaban desenterrando el cuerpo del Siervo de Dios» (25, 107). Salvador de Quesada cuenta algo curioso que no he visto en ninguna otra declaración: «La noche que sacaron el cuerpo del dicho santo padre fray Juan de la Cruz del convento del Carmen de esta ciudad, do estaba enterrado, para llevarlo a la ciudad de Segovia, que sería a media noche, poco más o menos, este testigo se asomó a una ventana, porque vivía de frente de la puerta de la iglesia y muy cerca y vio cargar y llevar el dicho santo cuerpo. Y por la mañana entró en el convento y vio removida la sepultura y les preguntó a los frailes que por qué habían sacado el dicho cuerpo de la sepultura. Y los frailes se lo negaron. Y después conocieron que era verdad y que había quedado parte del cuerpo en esta ciudad» (23, 223). Secuencias del viaje. Voces extrañas Las secuencias de aquel viaje con el cuerpo de fray Juan de Úbeda a Segovia las presenta con vivacidad el padre Alonso, el biógrafo, a quien se las contó el propio Juan de Medina. Esta es la fuente primordial de lo sucedido. «Partido de Úbeda Juan de Medina Zeballos con el santo cuerpo, tan disimulado que nadie lo conociese lo que llevaban, dejando, por lo que pudiese suceder, el camino derecho de Madrid, tomó el de Jaén y aprovechándose del silencio de la noche, salió de los términos de Úbeda y Baeza, caminando por los de Jaén con algún temor, no le saliesen a impedir el paso y quitarle el santo cuerpo. Y enderezando, como él mismo me refirió, su camino de Jaén a Montilla, poco antes de Martos, entrado ya el día, sucediole que de un cerro apartado del camino, a mano izquierda, poco antes de emparejar con él, un hombre que de repente vieron en lo alto les comenzó a dar voces y a decir: “¿Para qué lleváis el cuerpo del santo? Dejadlo y volvedlo donde estaba, no lo llevéis”. Y esto en sentencia repetía algunas veces, ya como rogándoles, ya como significándoles la sinrazón que hacían en llevarle. Confesaba Juan de Medina habérseles llenado a él y a sus compañeros los cuerpos y las almas de temor y habérsele a él espeluzado de suerte los cabellos que le levantaban el sombrero que llevaba calado [...]. Y así, no respondiendo palabra alguna al que daba las voces ni aún hablándolas entre sí, turbados, proseguían su camino, rezando a nuestro Señor sus devociones y oyendo la voz del 511

hombre que repetía que bien sabía llevaban el cuerpo del santo padre fray Juan, que lo dejasen y volviesen a su lugar. Ellos, sin hablar, proseguían su camino. Llegaron a Martos y a Montilla y de allí por Córdoba continuaban su camino a Madrid» [1466]. Naturalmente que se habla de este traslado en los procesos. En el ordinario hay una pregunta, la 32, y en el apostólico la 24; los testigos aportan algunos datos nuevos, aunque no añaden nada sustancial al relato de Juan de Medina, transmitido por Alonso; aprovechan, eso sí, la oportunidad para exaltar la santidad del difunto, sus excelsas virtudes y se refieren a la rápida reacción de la ciudad de Úbeda[1467]. Se detienen en Madrid Ya cercanos a Madrid, Juan de Medina pasó un aviso a doña Ana, preguntado adónde tenían que ir. Al convento de las carmelitas descalzas, donde ella estaría esperando, respondió. Y mandó un recado al padre Blas de San Alberto, definidor primero y vicario general, en ausencia del padre Doria que estaba en Italia. Llegados al convento doña Ana y el padre Blas, rogaron a la tornera que avisasen a la priora, Mariana de San Jerónimo; «echó los criados de casa y cerró la puerta de la calle con llave y se entraron en el locutorio». Así lo cuenta Mariana de los Ángeles, allí presente, que sigue diciendo: «De allí a una hora abrieron la puerta y entró una cabalgadura. Y luego se hinchió la portería de allá dentro con una muy grande fragancia de olor; que, aunque era bueno, era tanto, que me obligó a salir de portería, sin saber qué pudiese ser. Mandáronme llamar a la madre Ana de Jesús, que estaba en su celda, y al punto que llegó cerca de la portería dijo: “Este olor del padre fray Juan de la Cruz es”» (26, 440-441). «Dentro ya el cuerpo del santo, todas las monjas le veneraron con devoción. Terminada esta estación, llevaron el cuerpo al oratorio de doña Ana y de su hermano don Luis, que no cabían en sí de alegría. Pareciéndoles al padre vicario general (P. Blas) y al oidor don Luis y a su hermana doña Ana ser mucho el despojo que habían hecho a la ciudad de Úbeda, y al convento de carmelitas donde estaba el santo cuerpo, determinaron volverle alguna parte de él. Y así, cortándole el pie que tuvo tan herido y llagado, engastándolo en una red de hilos de oro con un pasamano de lo mismo, todo enlazado ricamente con aljófar y sedas encarnadas, metiéndole en una arquilla con su llave lo entregaron al santo padre fray Francisco Indigno para que lo llevase al convento de Úbeda, como lo llevó» [1468]. Además del pie le cortó doña Ana un brazo, quedándose con él por entonces, «aunque después a instancia de ciertas personas de Medina del Campo vino a poder de las monjas de allí, llevándole el venerable Francisco de Yepes, hermano del santo padre fray Juan de la Cruz» [1469]. Llegada a Segovia en olor de multitudes Todavía antes de salir para su destino final, que era Segovia, le quitaron el hábito que traía puesto y la correa y le vistieron otro hábito nuevo, y los mismos que lo habían 512

traído desde Úbeda lo llevaron a Segovia, sin un pie y un brazo, cojo y manco. Cuando llegó al convento «era ya tanta la gente que se había juntado que no daban lugar a los que le traían para revolverse [...]; y así acudió con grande alegría gente sin número que ni en la iglesia ni en el convento ni aun en las calles vecinas al convento se podían dar lugar unos a otros» [1470]. Uno de los hermanos legos del convento, Bernabé de Jesús, «para quitarle de la cabalgadura en que venía, él le quitó y tomó en sus brazos y deslió y abrió el baúl en que venía y por su mano le puso en un arca» (14, 297). La gente gritaba y gritaba con fuerza para que les enseñasen las reliquias del varón del Señor y «a instancias de la justicia y de mucha gente noble se sacó el santo cuerpo incorrupto del arca o baúl en que venía y se puso sobre un bufete en medio de la capilla» [1471]. Y como no podía ser menos, «aquí fue visto de todos, llegando a besarle las manos y los pies y a tocarle listones, rosarios, cruces, imágenes y muchas mujeres sus tocas, encomendándose de rodillas todos a él, estando la justicia de guardia, para que nadie, ni de él ni de sus hábitos, cortase alguna cosa. De las flores y otras cosillas no dejaron nada, todo lo llevaron por reliquias. Tornose a meter el santo cuerpo en el arca, con que la gente se recogió. Púsose el arca sobre el bufete y, cerrada con su llave, estúvose allí en medio de la capilla cosa de ocho días, así por razón de esperar orden de los prelados superiores acerca del lugar y modo dónde y cómo se hubiese de poner, como por no poder quitarlo de allí, por muchas personas de obligación que acudían a verle y venerarle» [1472]. Los superiores de Madrid, Blas de San Alberto y su definitorio, «mandaron que se abriese un arco en la pared cerca del altar colateral de nuestra Señora levantado del suelo cosa de dos baras en la capilla y allí se pusiese el arca con el cuerpo del santo y adelante se echase un tabique hasta que el Señor ordenase otra cosa. Y así quedó sin señal de que hubiese allí cosa alguna» [1473]. Como enseguida se comenzaron a propalar sus milagros, el vicario general «mandó quitar el tabique que cerraba el arco y ocultaba el arca en que estaba el venerable cuerpo, y que se pusiese el arca en modo de sepulcro patente y adornada con decencia» (14, 401)[1474]. Algún año más tarde, presente doña Ana de Peñalosa, algunos religiosos y entre ellos Alonso de la Madre de Dios, que ya era prior de la casa desde 1604, viendo que la humedad estaba perjudicando el sepulcro, sacaron el cuerpo del venerable, lo examinaron, «no le volvieron a poner el hábito, sino que le envolvieron en una capa de seda blanca de la imagen de nuestra Señora y se acomodó el arca en el mismo lugar, donde estuvo hasta el año 1606» [1475]. Los religiosos se habían cambiado y vivían ya en el convento nuevo; y celebraban en la iglesia nueva. En la iglesia vieja seguía el santo cuerpo con decencia debajo de un dosel. La comunidad esperaba que la fundadora, doña Ana, le acomodase sepulcro. Y Alonso lo cuenta así: «Habiéndonos desavenido la fundadora y yo, que era prior del convento, sobre el lugar donde se había de colocar y escudos que ella quería poner, ella 513

levantó la mano de ello, y así en la capilla de nuestra Señora, que era del convento, al lado del evangelio hice labrar un nicho de tres varas del suelo y con decente acompañamiento y veneración en 3 de enero del año dicho (1606) se trasladó el santo cuerpo, metido en un arca curiosa de la China, poniendo delante una cortina de raso carmesí con su escudo de la Orden y luego iba fuerte reja. Y alrededor se pintaron algunos ángeles y serafines y en lo bajo un epitafio»: Beato ac vitae sanctitate conspicuo patri fratri Ioanni a Cruce, eremitarum Carmeli Montis collapsae primitivae Regulae primo restauratori dicatum. Obiit anno 1591, die 14 decembris. Celestis doctrinae libris editis, miraculis clarus[1476]. Reacción de Úbeda En Úbeda se había sentido mucho el traslado del cuerpo de fray Juan a Segovia, y cada día crecía el clamor contra aquel despojo. En Cabildo de la ciudad del 9 de febrero de 1596 «se cometió a los señores don Preafán de Ribera y don Pedro Ortega Cabrio, veinticuatros, para que escriban y hagan las diligencias que conviniese sobre la certificación que se tiene de la santidad del padre fray Juan de la Cruz, fraile carmelita descalzo, que murió en el convento de esta dicha Orden de este ciudad, y la manifestación que cada día se tienen de milagros que por sus merecimientos y reliquias nuestro Señor obra y concede» (23, 508-509). Después de esta proclamación de la santidad de fray Juan, se continúa: «Habiéndose tenido noticia de haberse llevado su cuerpo, o la mayor parte de él, a la ciudad de Segovia, a pedimento de personas devotas, adonde se ven algunas maravillas en certificación y prueba de su santidad. En cuya consideración se acordó que los dichos comisarios se informen de lo que sobre esto hay; y, siendo necesario, supliquen a Su Santidad mande despachar su breve, para que el general de esta dicha Orden mande restituir el cuerpo del dicho fray padre Juan de la Cruz a esta ciudad o la parte que de él hubiere lugar. Y para esto y lo demás se les dé comisión y poder cumplida». Llevada la causa a Roma, el papa Clemente VIII, ante las justas peticiones de las autoridades de Úbeda, oída la congregación de los cardenales super negocia episcoporum, expidió el breve, Expositum nobis, el 15 de septiembre de 1596, mandando que fuese restituido el cuerpo a Úbeda al monasterio de donde había sido llevado. En el breve se hace mención elogiosa de Juan de la Cruz, «de feliz memoria, varón religioso, insigne por el ejemplo de sus costumbres y por la santidad de su vida y así tenido y reputado por tal» (26, 253-256). Ejecutores del breve serán el obispo de Jaén Bernardo de Rojas y Sandoval y el tesorero de la colegiata de Úbeda, Lope de Molina. Este último había sido quien había enviado la información sobre el caso a Roma a su hermano Pedro, que residía en la Ciudad Eterna. No deja de ser curioso lo que cuenta don Lope. Cuando su hermano se preparaba para venir a España con el breve, le envió a llamar Su Santidad y le dijo: «Cuando vaya vuestro hermano a Segovia por el cuerpo del beato Juan, diga que va a negocios nuestros y váyase a posar al convento; y después de cena diga al prior del 514

convento que se vaya a la iglesia, que le quiere comunicar el negocio a que va. Y entonces, estando en la iglesia, haga que un notario, que llevará como criado, le notifique nuestras letras y breve y mándele so pena de excomunión, que guarde secreto. Y coja el cuerpo con sus criados, acomodándolo en parte honesta, y sáquelo luego de noche de Segovia sin parar y llévelo a Úbeda». Don Pedro envió el breve y contó después a su hermano cuando vino a Úbeda esta astucia que le había aconsejado el mismísimo Clemente VIII. El cabildo de la ciudad prometió que irían a acompañar a don Lope dos Veinticuatro para la ejecución del breve. Al obispo de Jaén, uno de los ejecutores del breve, le pareció muy difícil la ejecución; lo mismo le pasaba al procurador general de la Orden en Roma y suplicó a Su Santidad que no se ejecutase por los inconvenientes que se iban a presentar. Al fin, el papa contestó que se hiciesen las cosas sin ruido[1477]. En orden a una solución equitativa y razonable, el 23 de abril de 1607 intervino el general de la Orden Francisco de la Madre de Dios, que llegó a un acuerdo con la ciudad de Úbeda, comprometiéndose la Orden a entregar «algunas reliquias insignes, como fueron una pierna de la rodilla para abajo y un brazo del codo a la mano. Cerradas en una arquilla hecha a propósito en Segovia, las reliquias fueron llevadas al Capítulo de Pastrana de 1607 y entregadas a los gremiales andaluces, para que las llevasen a su destino en Úbeda» (23, 198, nota 29 de los editores). Participaba en el Capítulo Alonso de la Madre de Dios (Ardilla) de la provincia de Andalucía, que presentó la petición de que le entregaran el cuerpo de Juan de la Cruz que estaba en Segovia, o parte de él. Y, conforme a lo que él cuenta: «El Capítulo envió dos definidores a Segovia y le cortaron una pierna y un brazo. Trajéronlo y me lo entregaron como a prior del dicho convento de Úbeda. Y lo traje y lo entregué al convento y a la ciudad, estando el corregidor y regidores presentes. Y las recibieron como reliquias de santo [...]; le hizo la ciudad una urna con tres cerraduras; las dos llaves se quedaron en el convento y una llevó la ciudad. Y ella colocó las dichas reliquias al lado derecho del altar mayor en un nicho que se hizo dentro de la pared, puesta una rejuela delante con balaustres dorados y otra llave. Y era venerado de todos» (26, 526). Recibieron así las reliquias con muchas demostraciones de alegría, pero seguían diciendo que tenían derecho a todo el cuerpo y don Lope de Molina aseguraba que con esto «se ha hecho agravio a esta ciudad» de Úbeda (23, 201). No hace falta seguir narrando las vicisitudes de los restos de fray Juan de la Cruz, de sus transportes de acá para allá, de los diversos sepulcros que ha tenido que ocupar en Segovia hasta que ya, finalmente, descansa desde 1927 en el sepulcro-mausoleo, proyecto y realización de Félix Granda. Se inauguró el 11 de octubre de 1927 en las solemnes fiestas con que se celebró el II Centenario de su canonización y su reciente declaración de doctor de la Iglesia universal. Glorificación eclesial[1478]

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Ya tranquilo en Segovia, le han alcanzado las fechas de su beatificación por el papa Clemente X en enero de 1675, de la canonización por el papa Benedicto XIII en diciembre de 1726, y del doctorado de la Iglesia por el papa Pío XI en agosto de 1926. Y en 1982 el 4 de noviembre vino a verle el hoy ya beato Juan Pablo II[1479], que años más tarde, con su breve apostólico Inter praeclaros poetas del 8 de marzo de 1993, le nombró Patrono de los poetas de lengua española[1480]. Anteriormente, el 21 de marzo de 1952, comienzo de la primavera, había sido proclamado patrono de los poetas españoles por ellos mismos, quienes hacían gran fiesta con profusión de poesías en ese día cada año.

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ANEXO Cronología sanjuanista

Para facilitar la visión panorámica y la memorización de fechas y acontecimientos conviene esquematizar la biografía según lugares y sucesos dominantes. De ahí la división en momentos básicos. Bien conocida la historia general y de España correspondiente al Siglo de Oro, no es necesario repetir aquí hechos destacados. Se ha preferido encuadrar la biografía sanjuanista en el marco más concreto y menos conocido de su ambiente religioso: la Orden del Carmen. Para facilitar la secuencia cronológica de la biografía no se ha interferido con la historia carmelitana. Cada época del biografiado se inserta en el cuadro correspondiente que la precede. 1. Familia, infancia y adolescencia: 1542-1562 a) Marco religioso de la Orden del Carmen Primera visita de san Francisco de Borja a Ávila: 1554. Segunda visita del mismo a Ávila, 1557, cuando el santo está ya en Medina del Campo. Rescripto pontificio, 7 de febrero de 1562, para la fundación de San José de Ávila. Visita de san Pedro de Alcántara al obispo de Ávila para persuadir la fundación de San José, agosto 1562. Inauguración del convento de San José de Ávila y toma de hábito de las cuatro primeras novicias: 24 de agosto de 1562. Rescripto de la Sagrada Penitenciaría para vivir en San José sin renta, 5 de diciembre de 1562. Santa Teresa es nombrada priora de San José al cesar Ana de San Juan (Dávila), a primeros de 1563. María de Jesús funda el convento de la Imagen en Alcalá de Henares, 23 de julio de 1563. Patente del padre provincial confirmando el traslado de La Encarnación a San José de las religiosas que habían ingresado, 22 de agosto de 1563. Santa Teresa escribe las Constituciones, aprobadas por Pío IV, 1565. b) Trayectoria vital 517

1542 Nace en Fontiveros (Ávila) en fecha incierta (24 de junio o de diciembre) del matrimonio de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez. Le preceden el hermano mayor, Francisco, y el segundo, Luis, que muere todavía niño. 1545 Muere el padre y la madre se traslada con sus hijos a Torrijos y Gálvez (Toledo) en busca de ayuda. Regresan a Fontiveros menos Francisco, que permanece cerca de un año en Gálvez. 1546 Nuevo desplazamiento a Gálvez en busca de Francisco y permanencia en Fontiveros durante dos o tres años. 1548 Se traslada la familia a Arévalo (Ávila), alojándose en casa de un comerciante y tejedor. Parece que para entonces ya ha muerto Luis. 1549-1550 Contrae matrimonio en Arévalo Francisco con Ana Izquierda. 1551ss. Nuevo traslado con la madre y familia de Francisco a Medina del Campo en busca de medios económicos y formación. Allí permanece Juan de Yepes hasta 1564. Son años de estudio y formación humanística. Ingresa en el Colegio de la doctrina o Doctrinos, donde aprende algunos oficios e inicia la formación cultural, a la vez que pide limosna para el centro. Más tarde, hacia 1552, entra a servir en el Hospital de la Concepción o de las bubas, sirviendo en el mismo y pidiendo limosnas para la institución y enfermos. A la vez que se inicia en los oficios de carpintero, sastre, entallador y pintor, se aplica en los estudios. Años más tarde, hacia 1559, frecuenta el Colegio de los Jesuitas, donde es discípulo del P. Juan Bonifacio y Gaspar Astete. Cursa latín, retórica y humanidades. Acaso también allí o en otros centros algo de Filosofía. 1553-1563 Alterna su vida en familia con las ocupaciones de estudio y servicio indicadas, sin oscilaciones notables. No se conocen datos concretos. 2. Religioso carmelita: 1563-1568 a) Marco religioso Juan Bautista Rubeo es elegido general de la Orden, 21 de mayo de 1564, siendo ya vicario de la misma. Pío IV publica un breve nombrando a Rubeo visitador y comisario para toda la Orden del Carmen, 8 de mayo de 1565. Pío IV confirma el rescripto del 5 de diciembre de 1562 y aprueba las constituciones teresianas, 17 de julio de 1565. Pío V confirma el breve anterior, el 24 de febrero de 1566. El general J. B. Rubeo sale de Roma (14 de abril) y llega de visita a España, el 10 de junio de 1566. Llega el general Rubeo a Ávila y se encuentra por primera vez con la Madre Teresa, el 18 de febrero de 1567. Meses después la autoriza para fundar otros conventos, como 518

el de San José, el 27 de abril, excluyendo Andalucía en otra patente del 16 de mayo. Con fecha del 18 de agosto extiende Rubeo otra patente autorizando la fundación de dos conventos reformados de frailes, con tal que se establezcan fuera de Andalucía. El padre general, Rubeo, nombra al padre Tostado visitador-reformador de la provincia de Cataluña, 28 de agosto de 1567. b) Trayectoria biográfica 1563 Cuando cuenta 21 años ingresa en el convento carmelitano de Santa Ana, en Medina del Campo, adoptando al vestir el hábito el sobrenombre de Juan de Santo Matías. 1564 Profesa en el mismo convento entre mayo y septiembre, sin que esté asegurada la fecha. El 21 de mayo había sido elegido general de la Orden J. Bautista Rubeo. En los últimos meses del año se traslada a Salamanca estableciéndose en el convento-colegio de San Andrés, de la Orden, y frecuentando los estudios en la Universidad. Aparece matriculado como artista-filósofo en 1564-1565, 1565-1566 y 1566-1567. 1567 El 12 de abril es nombrado prefecto de estudiantes en el Colegio de San Andrés, en el Capítulo Provincial celebrado en Ávila. Se ordena de sacerdote en Salamanca a principios del verano, sin que conste la fecha exacta. Vuelve a Medina del Campo para cantar su primera misa durante el verano del mismo año. Durante los meses de agosto-octubre se encuentra por primera vez con santa Teresa en Medina del Campo. En los meses de noviembre-diciembre regresa a Salamanca y se matricula como teólogo en la Universidad. 1568 Prosigue sus estudios de Teología en Salamanca. Terminado el curso académico, regresa a Medina del Campo y comienza a tratar con santa Teresa los asuntos de la reforma. El 9 de agosto sale con la santa para Valladolid, deteniéndose allí cerca de dos meses, preparándose para iniciar el Carmelo teresiano entre los religiosos. A primeros de octubre abandona Valladolid trasladándose a Duruelo (Ávila) a fin de acondicionar la casa para iniciar la nueva vida. Trabaja intensamente en ello durante los meses de octubre y noviembre. De camino, pasa por Ávila, donde se detiene algunos días. 3. Iniciador del Carmelo teresiano: 1568-1578 a) Marco religioso Se inaugura en Duruelo la vida del Carmelo teresiano, el 28 de noviembre de 1568. Con anterioridad el provincial de Castilla dispensa al P. Antonio de Heredia de su priorato de Medina del Campo. El P. Rubeo nombra al padre Alonso González comisario y rector de las monjas Carmelitas, el 16 de abril de 1569. 519

Se funda la segunda casa de Descalzos en Pastrana, el 9-10 de julio de 1569, tomando el hábito Ambrosio Mariano de San Benito y Juan de la Miseria. San Pío V nombra visitadores apostólicos del Carmen a los padres Pedro Fernández y Francisco Vargas, O. P., el 20 de agosto de 1569, por cuatro años. Se traslada la comunidad de Duruelo a Mancera, el 11 de junio de 1570. Un mes más tarde, el 10 de julio, profesan en Pastrana Ambrosio Mariano y Juan de la Miseria. Fundación del de Alcalá de Henares, 1 de noviembre de 1570. El visitador P. Pedro Fernández visita el monasterio de la Encarnación de Ávila y nombra priora del mismo a la madre Teresa, el 27 de junio de 1571. Toma posesión el 24 de octubre. Se funda otro convento de descalzos en Altamira, el 24 de noviembre de 1571. Se abre otra fundación de descalzos en la Roda, a primeros de abril de 1572. Con el anterior significa ampliación de lo concedido en la patente de Rubeo de 1567. Toma el hábito de descalzo en Pastrana fray Jerónimo Gracián, el 25 de marzo 1572, profesando al año siguiente. El visitador F. Vargas entrega a los descalzos el convento de San Juan del Puerto, en contra de las disposiciones del general, hacia finales de octubre de 1572. Con autorización del visitador Vargas, los descalzos fundan varios conventos en Andalucía: Granada (19 de mayo de 1573), La Peñuela (29 de junio de 1573). El visitador Vargas nombra el P. Jerónimo Gracián visitador apostólico de los Carmelitas de Andalucía, el 13 de junio de 1574. El propio P. Gracián devuelve a los calzados San Juan del Puerto, el 1 de octubre de 1574. Licencia del general para la fundación de descalzos de Almodóvar del Campo, el 21 de junio 1574. El general Rubeo obtiene de Gregorio XIII la revocación de las facultades de los visitadores dominicos, el 3 de agosto 1574. La fundación de Almodóvar se realiza el 7 de marzo de 1575. El nuncio Ormaneto nombra in solidum a Gracián y Vargas visitadores para Andalucía y a Fernández para Castilla, el 22 de septiembre de 1574. Se celebra en Piacenza el Capítulo General de la Orden, y se toman medidas contra los descalzos, el 21 de mayo de 1575. Llega a España el P. Tostado con facultades del general para tomar medidas contra los descalzos, en marzo de 1576. En el Capítulo Provincial de La Moraleja se confirman las decisiones de Piacenza, el 12 de mayo. El Tostado es elegido provincial de Cataluña, el 24 de mayo de 1576. Se reúnen en Almodóvar del Campo, convocados por el P. Gracián, los superiores de las fundaciones de descalzos, el 9 de septiembre de 1576. Llega a España el nuevo nuncio Felipe Sega y arrecia la persecución contra los descalzos, el 30 de agosto de 1577. b) Trayectoria biográfica 1568 28 de noviembre: se inaugura en Duruelo (Ávila) el Carmelo teresiano. Celebra la 520

misa solemne el P. Provincial, Alonso González. Inician la nueva vida, renunciando a la Regla mitigada: Antonio Heredia (de Jesús), Juan de Yepes (que asume el sobrenombre de la Cruz) y José de Cristo. 1569 Juan de la Cruz es nombrado suprior y maestro de novicios. Al parecer realiza una visita a Medina del Campo para encontrarse con la madre Teresa. Visita de la madre Teresa a Duruelo durante la Cuaresma. 1570 11 de junio: se traslada la comunidad de Duruelo a Manera de Abajo (Salamanca), continuando fray Juan como suprior y maestro de novicios. 8 de octubre: profesan en Mancera los dos primeros novicios formados por Juan de la Cruz: Juan Bautista (Sánchez) y Pedro de los Ángeles (García). Viaje a Pastrana (Guadalajara) para organizar allí el noviciado. Fechas posibles, mediados de octubre-mediados de noviembre. Noviembre. Primer encuentro con Ana de Jesús, novicia aún, de paso por Mancera, con otras descalzas, para la fundación de Salamanca. 1571 Enero: viaje a Alba de Tormes acompañando a la madre Teresa a la fundación de descalzas, que tiene lugar el día 25. Regreso a Mancera por unos meses. Abril: sale con destino para Alcalá de Henares, como rector del colegio allí fundado a primeros de noviembre de 1570. 1572 Abril-mayo: se desplaza desde Alcalá a Pastrana para poner en orden aquel noviciado, regresando pronto a su residencia de Alcalá. Mayo-junio, sale con destino a Ávila como vicario y confesor de las religiosas de La Encarnación, donde la madre Teresa ha sido nombrada priora. Permanece allí hasta finales de 1577. 1574 Marzo: acompaña a la madre Teresa a la fundación de Segovia, llegando el día 18. Regresa a Ávila al cabo de algunos días. Durante este año, en fechas bastante adelantadas, realiza un viaje a Valladolid con motivo del examen o proceso de la religiosa Agustina María de Olivares, procedente de Ávila. Junio-julio o más tarde: viaja a Medina para examinar el espíritu de Isabel de San Jerónimo, religiosa de aquella comunidad. 1576 Mayo: a primeros de mes es detenido, junto con su compañero, en La Encarnación, por los padres calzados y encarcelado en Medina del Campo. A los pocos días es liberado por orden del nuncio Ormaneto. 1577 Diciembre: la noche del 2/3 es detenido fray Juan con su compañero, Germán de San Matías, por los padres calzados. El compañero es trasladado a La Moraleja; fray Juan a Toledo. Es encerrado en la prisión conventual, durante más de ocho meses. 1578 Permanece en la cárcel y allí compone parte de sus poesías: los «romances», primera parte del Cántico espiritual (hasta la estrofa 31) y la «fonte». Agosto: durante la octava de la Asunción, entre el 16-18, logra evadirse de la prisión. Agosto-septiembre: segunda parte del primero y primera del segundo permanece escondido reponiéndose en casa/hospital de Santa Cruz, obra de D. Pedro González de Mendoza. 521

4. Decenio en Andalucía: 1578-1588 a) Marco religioso El consejo real desliga a los descalzos de la obediencia al nuncio, el 9 de agosto de 1578. Los descalzos, contra el parecer de la madre Teresa, celebran nueva reunión-Capítulo en Almodóvar del Campo, el 9 de octubre de 1578. El nuncio Sega anula las decisiones tomadas en Almodóvar y somete a descalzos y descalzas a la autoridad de los provinciales, el 16 de octubre de 1578. Muere el general J. B. Rubeo, el 4 de noviembre de 1578. Los descalzos son eximidos de la jurisdicción de los provinciales y el nuncio Sega nombra al P. Ángel de Salazar vicario general de los mismos. El P. Ángel de Salazar nombra a Gracián, ya liberado de la prisión, su representante en Andalucía, el 10 de abril de 1580. El papa Gregorio XIII publica un breve de separación entre calzados y descalzos, el 2 de junio de 1580. Se nombra al P. Pedro Fernández ejecutor del mismo, el 15 de agosto. Otro breve posterior nombra a Juan de las Cuevas, dominico, ejecutor del dicho breve, al haber fallecido el P. Fernández el 20 de noviembre de 1580. Se celebra el Capítulo de separación y erección de provincia independiente de descalzos en Alcalá de Henares, el 3 de marzo de 1581, siendo elegido provincial el P. Jerónimo Gracián. Se funda la casa de Lisboa por el P. Ambrosio Mariano, el 14 de octubre de 1581. Sale de Lisboa la primera expedición misionera del Carmelo teresiano, el 5 de abril de 1582, que fracasa por naufragio. Capítulo Provincial de descalzos en Almodóvar del Campo, el 1 de mayo de 1584. Parte de Lisboa hacia el Congo la segunda expedición misionera, que también fracasa, el 10 de abril de 1584. Se abre la fundación de Génova, llevada a cabo por el P. Nicolás Doria, el 10 de diciembre de 1584. Celebración de Capítulo Provincial en Lisboa dividiendo los conventos de descalzos y descalzas en cuatro vicariatos. Es elegido provincial el P. Nicolás Doria, mayo de 1585. Se prosigue el Capítulo en Pastrana a la vuelta del provincial en octubre del mismo año 1585. Salen para México los primeros misioneros descalzos, el 11 de julio de 1585. Se funda el convento de Segovia con la generosa ayuda de doña Ana de Peñalosa, el 3 de mayo de 1586, y el de Toledo, el 16 del mismo mes y año. El papa Sixto V publica un breve conformando la separación de calzados y descalzos y aprobando los acuerdos del definitorio celebrado en Madrid poco antes, el 20 de septiembre de 1586. El mismo papa autoriza con otro breve del 10 de julio de 1587 la creación de los descalzos como congregación y su división en cinco provincias, así como el establecimiento del nuevo gobierno de la «Consulta». Al frente de la nueva congregación estará un vicario general. Se nombra al P. Nicolás Doria. 522

b) Trayectoria biográfica 1578 Finales de septiembre: sale con destino a Andalucía, llegando a primeros de octubre a Almodóvar del Campo, donde están reunidos (en 2º capítulo los descalzos). Octubre-noviembre: tras una breve estancia en Almodóvar, prosigue su viaje deteniéndose en La Peñuela y en Beas, en las descalzas. Noviembre: llega a su destino de El Calvario, en calidad de vicario (por ausencia del prior). Es su primera estancia en Andalucía. 1579 Visita con regularidad, casi semanalmente, a las descalzas de Beas, donde es priora Ana de Jesús. Realiza intensa obra de formación espiritual lo mismo que en su comunidad de El Calvario. Abril-mayo: se ocupa de los preparativos y trámites de la fundación de Baeza, con viajes desde El Calvario. Compone los primeros escritos breves: Cautelas, Avisos, Montecillo y comentarios aislados a las estrofas del Cántico. 13 de junio: sale para la fundación de Baeza, que se inaugura al día siguiente, 14, y en ella se queda como rector, dado que se destina a colegio de estudios. Allí tiene residencia habitual hasta 1582. Escribe durante la estancia en Baeza algunas estrofas del Cántico, probablemente el grupo 32-34. Inicia la redacción de la Subida, y quizás algunas declaraciones de otras estrofas del Cántico. 1580 Viaja por primera vez a Caravaca a instancias de la madre Teresa, que le elogia ante sus hijas. Muere ese año del «catarro universal» su madre Catalina Álvarez, en fecha indeterminada, en Medina del Campo. 1581 Marzo: viaja a Alcalá de Henares para asistir al Capítulo de erección de la provincia descalza. Se celebra entre el 3 y el 16 de ese mes y año y fray Juan es nombrado tercer definidor y luego prior por primera vez de los Mártires de Granada. Regresa a Baeza y sigue al frente de aquella comunidad. Junio: viaja de nuevo a Caravaca y preside el día 28 la elección de priora de aquella comunidad. Los meses siguientes realiza frecuentes viajes por comunidades de Andalucía. Noviembre: se llega hasta Ávila para tratar con la madre Teresa de la fundación de descalzas de Granada. El 28 de ese mes se encuentran por última vez los dos santos. Fray Juan regresa a Baeza, tras visita a Beas, donde refiere el resultado de su viaje. Diciembre: se desplaza con un compañero a Beas, permaneciendo allí hasta mediados del mes siguiente, ultimando los preparativos para la fundación granadina. 1582 Enero: sale para la fundación de Granada, acompañado de Ana de Jesús y sus compañeras, pasando por Úbeda, Baeza, Iznalloz, Daifontes y Albolote. Llegan a Granada el día 19 y el 20 tiene lugar la inauguración de la fundación de descalzas en casa provisional. Entre el 25 y el 30 toma fray Juan posesión del priorato de Los Mártires, para el que 523

había sido elegido por la comunidad entre junio y enero de 1582. Se dedica a sus actividades preferidas: dirección espiritual, trabajo manual y composición de sus escritos. 1583 Mayo: asiste en calidad de superior de Granada al Capítulo celebrado en Almodóvar, a partir del primero de ese mes. Es confirmado en el cargo de prior de Los Mártires. Noviembre: realiza el traslado de las descalzas de Granada a su nueva casa. 1584 Antes de concluir el año termina la escritura del primer Cántico espiritual, mientras prosigue la de la Subida y la Noche. 1585 Febrero: emprende viaje a Málaga para afianzar la fundación de descalzas, que tiene lugar el día 17. Abril-mayo: tiene que viajar hasta Lisboa, donde se celebra Capítulo Provincial a partir del 10-11 de mayo. En él es elegido segundo definidor. Se interrumpe el Capítulo y fray Juan emprende el camino de retorno a Granada. Junio-julio: de vuelta de Lisboa y, desde Sevilla, se desplaza a Málaga para consolar y animar a las descalzas en grande pena. Julio-agosto: tiene que realizar diversos viajes por Andalucía y llega hasta Caravaca. Octubre: de nuevo tiene que viajar a Castilla para asistir a la conclusión del Capítulo de Lisboa, que se celebra en Pastrana a partir del 17 de ese mes. Termina el día 20, pero fray Juan prolonga la estancia hasta finales de mes. Ha sido nombrado vicario provincial de Andalucía, cesando en el priorato de Los Mártires, aunque sigue residiendo allí. De vuelta a Granada pasa por Sevilla visitando las comunidades de descalzos y descalzas. 1586 Enero: preside las elecciones del día 13 en las descalzas de Granada. Febrero: nuevo viaje a Caravaca, asistiendo a la muerte de la antigua priora de Beas, Catalina de Jesús, que ocurre el 24. Mayo: se traslada a Córdoba para la erección de la nueva fundación de descalzos, que tiene lugar el día 18. Junio: a primeros de mes preside la traslación de las descalzas de Sevilla a su nueva casa el día 11. Se desplaza desde allí a Écija para los trámites de una fundación que no prospera por entonces. Tampoco se logra la segunda de descalzos –el Santo Ángel– en la propia ciudad de Sevilla. Julio: nuevo viaje a Málaga en visita pastoral, abriendo el libro protocolo de la comunidad de descalzas el día 1 de ese mes. Agosto: a primeros, emprende viaje a Madrid en compañía de Ana de Jesús y compañeras que van a fundar a Madrid. Pasan por Malagón y Toledo, donde enferma fray Juan y debe detenerse unos días. Por ello llega con retraso a la Junta convocada en Madrid por el provincial que comienza el día 13, prolongándose hasta el 4 de septiembre. Fray Juan asiste a las reuniones desde el día 16 de agosto. Quizá asiste a la inauguración de la fundación madrileña, Santa Ana, de descalzas. Octubre: por encargo del Definitorio realiza la fundación de la Mancha Real o Manchuela (Jaén), firmando el acta fundacional el día 12. 524

Noviembre: firma las escrituras de fundación de Guadalcázar, que funcionaba ya desde marzo del año anterior. Cae enfermo allí y debe permanecer durante los días de convalecencia. Quizás escribe un libro, hoy perdido, sobre los milagros de las imágenes del lugar. Noviembre: de nuevo viaja a Málaga para presidir elecciones, el día 22, ya que pocos días después las preside también en Granada, el día 28. Diciembre: nuevo viaje a Caravaca para presidir la fundación de descalzos, que tiene lugar el día 18. Visita también durante este año o acaso el siguiente la comunidad de descalzas de Sabiote, fundada el 18 de mayo de 1585. 1587 Enero: visita a la comunidad de Beas y tramita la fundación de descalzos de Bujalance, que no cuaja por entonces. Febrero: viaje rápido a Madrid, llamado por el provincial, P. Doria. Marzo: a primeros, viaja otra vez a Caravaca por el pleito de las descalzas con los jesuitas. Firma un documento sobre el asunto el día 2. Se desplaza de allí a Baeza, firmando un documento en favor del convento de La Fuensanta (Jaén). Abril: a primeros de mes se pone en camino otra vez para Castilla para asistir al Capítulo de Valladolid, que comienza el 18 de ese mes y concluye el 25. Cesa en los cargos de definidor y vicario de Andalucía, pero es nombrado por tercera vez prior de Granada. Tanto a la venida como a la ida pasa por Segovia, donde se detiene algunos días. 1588 Junio: de nuevo se halla el día 2 en Málaga firmando unos inventarios de alhajas por encargo del provincial. A mediados de mes sale de nuevo para Madrid para participar en el primer Capítulo General del Carmelo teresiano, que se abre el día 18 y se prolonga hasta el día 11 de julio. En él es elegido primer definidor y tercer consiliario de la Consulta. Durante las ausencias del vicario general, le corresponde a él la presidencia. En su comunidad de los Mártires le suple un vicario. 5. Regreso a Castilla: 1588-1591 a) Marco religioso El P. Jerónimo Gracián es privado de todos sus cargos y destinado a México el 2 de mayo de 1588. No llega a viajar nunca. Se celebra en Madrid el primer Capítulo General de la nueva Congregación, el 19 de junio de 1588. El nuncio en España da «perpetuidad» a las leyes o normas de la Consulta, el 10 de septiembre de 1588. Breve de Sixto V Salvatoris, confirmando las Constituciones de las descalzas, el 5 de junio de 1590; es el centro de la dura polémica subsiguiente. Celebración del Capítulo General especial en Madrid, el 10 de junio de 1590. Breve de Gregorio XIV anulando el breve anterior de Sixto V y dando razón al P. 525

Doria, 25 de abril de 1591. Celebración del Capítulo General en Madrid, el 1 de junio de 1591, en el que fray Juan de la Cruz queda marginado. Tras penoso proceso se firma la sentencia de expulsión del P. Jerónimo Gracián, el 17 de febrero de 1592. b) Trayectoria biográfica 1588 Agosto: la Consulta se traslada a Segovia, el 10, y fray Juan vuelve a Castilla de modo permanente. Se le nombra presidente-prior de la casa, y durante las ausencias del vicario general P. Doria, hace de presidente de la Consulta. Aquí reside hasta que regresa a Andalucía pocos meses antes de morir. 1589 Marzo: renuncia el día 4 al priorato de Granada y pasa a serlo oficial y realmente de Segovia. 1590 Junio: asiste al nuevo Capítulo General extraordinario en Madrid, que se abre el día 10, enfrentándose abiertamente a propuestas del P. Doria. Es reelegido primer definidor o consiliario o consejero. 1591 Junio: a partir del día primero se celebra Capítulo General ordinario en Madrid y allí está fray Juan, cesando en todos sus cargos. Aunque se le ofrece el priorato de Segovia, no acepta, reintegrándose a la comunidad como simple súbdito. Se ofrece luego al P. general para pasar a México, cosa que se le acepta, aunque no puede realizarse. 6. A morir en Andalucía (1591) Julio: pasa por Madrid el día 6, camino de Andalucía, para preparar su viaje a México. Agosto: sale para Andalucía, llegando el día 10 a La Peñuela (Jaén), donde se retira hasta que cae enfermo. Septiembre: a causa de las «calenturillas» pertinaces que se han declarado desde el día 12 tiene que buscar cura y se traslada enfermo a Úbeda. Sale para su último destino el día 28 de septiembre. Diciembre: muere en Úbeda a la media noche entre los días 13-14, a los 49 años de edad. 7. Glorificación En 1593, a los dos años de su muerte, se trasladan los restos mortales a Segovia, donde actualmente reposan. En 1614 comienza el proceso informativo para su beatificación en diversas diócesis españolas, concluyéndose en 1618. En 1618 se publica la primera edición de sus obras en Alcalá de Henares, reproduciéndose al año siguiente, 1619, en Barcelona. No figura en ella el Cántico espiritual. En 1622 se publica por primera vez el Cántico en francés, en París. Se publica la 526

primera edición española del mismo en Bruselas, en 1627. El mismo año aparecen en Roma las obras en italiano, incluyendo el Cántico. En 1627 se abre el proceso apostólico de beatificación y canonización que concluye en 1630. En 1630 se publica la primera edición de las obras en español con la inclusión del Cántico que se coloca, por descuido tipográfico, en cuarto lugar. En 1675 es beatificado por Clemente X, el 27 de enero. En 1726 es canonizado por Benedicto XIII, el 27 de diciembre, un siglo exacto después de la beatificación. En 1926 es proclamado doctor de la Iglesia universal por Pío XI, el 24 de agosto, coincidiendo con el 2º centenario de la canonización. En 1952 es proclamado patrono de los poetas españoles, el 21 de marzo. EULOGIO P ACHO

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APÉNDICES

Apéndice I a) Biografías antiguas de san Juan de la Cruz ALONSO DE LA MADRE DE DIOS (Asturicense): 1568-1635, Vida, virtudes y milagros del santo padre fray Juan de la Cruz, editada por Fortunato Antolín, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1989. Concluida seguramente en 1630, publicada sólo ahora en 1989. FRANCISCO DE SANTA MARÍA (Pulgar) 1567-1649, Reforma de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la primitiva observancia... II, Diego Díaz de la Carrera, Madrid 1655. La vida del santo ocupa los libros VI, VII y parte del VIII. JERÓNIMO DE SAN JOSÉ (EZQUERRA ): 1587-1654, Historia del venerable padre fr. Juan de la Cruz, primer descalzo carmelita, compañero y coadjutor de santa Teresa de Jesús en la fundación de su Reforma, Diego Díaz de la Carrera, Madrid 1641. Edición moderna preparada por José Vicente Rodríguez, 2 vols., Junta de Castilla y León, Salamanca 1993. A lo largo de los siglos fue prevaleciendo la historia de Jerónimo y además su Dibujo del venerable varón fray Juan de la Cruz; este dibujo se imprimía en las ediciones de las Obras, desde 1630, tanto en ediciones españolas como en las traducciones. JOSÉ DE JESÚS MARÍA , O. C. D. (Francisco de Quiroga), Historia de la vida y virtudes del Venerable P. Fr. Juan de la Cruz, primer religioso de la Reformación de los descalzos de N. Señora del Carmen, con declaración de los grados de la vida contemplativa por donde N. S. le levantó a una rara perfección en estado de destierro. Y del singular don que tuvo para enseñar la sabiduría divina, que transforma las almas en Dios..., Bruselas, Juan Meerbeedck, 1628. Edición moderna preparada por Fortunato Antolín, Junta de Castilla y León, Salamanca 1992. VELASCO J. DE, O. Carm. (1564-1651), Vida y virtudes del venerable varón Francisco de Yepes, que murió en Medina del Campo, año de 1607. Contiene muchas cosas notables de la vida y milagros de su santo hermano el P. F. Juan de la Cruz, 528

carmelita descalzo. En particular se trata de las cosas maravillosas, que en una medalla, en que está un poco de carne de su bendito cuerpo, se muestran... Ahora de nuevo corregida y aumentada por el mismo autor. Valladolid, J. Murillo, 1617. Existe edición moderna Ana Díaz Medina. Salamanca, Junta de Castilla y León, 1992. Lo que se refiere a san Juan de la Cruz, como se anuncia en el título, puede verse: 89-111. b) Vidas menores Al lado de estas grandes biografías se fueron publicando otras que llamamos vidas menores en varias lenguas hasta el siglo XX, que pueden verse elencadas por Manuel Diego en su gran obra San Juan de la Cruz. Bibliografía sistemática, nn. 816-922. José de Jesús María, Alonso de la Madre de Dios y Jerónimo de San José, antes de escribir las biografías más amplias, habían probado sus plumas redactando relatos biográficos más breves: ALONSO DE LA MADRE DE DIOS, Suma de la vida y milagros del venerable padre fray Juan de la Cruz. JERÓNIMO DE SAN JOSÉ (Ezquerra), Dibujo del venerable varón Fray Juan de la Cruz. JOSÉ DE JESÚS MARÍA (Quiroga), Relación sumaria de la vida y virtudes del venerable padre fray Juan de la Cruz. Estas tres biografías breves han sido publicadas juntas por F. ANTOLÍN , Primeras biografías y apologías de san Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Salamanca 1991. c) Biografías críticas de la primera mitad del siglo XX Ya en el siglo XX aparecen las que han sido calificadas de biografías críticas. Anteriormente hay que recordar a: BARUZI J., Saint Jean de la Croix et le problème de l’expérience mystique. F. Alcan, París 1924, con segunda edición en 1931 (trad. esp. de Carlos Ortega, San Juan de la Cruz y el problema de la experiencia mística, Valladolid 1991. Traducción de la primera edición francesa. Debieran haber traducido la segunda revisada por el autor). BRUNO DE JESÚS-MARIE, 1892-1962, Saint Jean de la Croix, préface de Jacques Maritain. Plon, París 1929. Tiene otras muchas ediciones y traducciones a multitud de lenguas. CRISÓGONO DE JESÚS SACRAMENTADO, Vida y obras de san Juan de la Cruz. Biografía inédita del santo por r. p. Crisógono de Jesús, O. C. D., premiada por el Ministerio de Educación Nacional con ocasión del IV Centenario del nacimiento del místico doctor, BAC, Madrid 1946. Otras ediciones y traducciones a muchas lenguas. SILVERIO DE SANTA T ERESA , Historia del Carmen descalzo en España, Portugal y América V. San Juan de la Cruz: 1542-1591, Monte Carmelo, Burgos 1936. 529

Los tres escribían bajo la preocupación de reconstruir la figura real y verdadera del santo frente a las deformaciones circulantes en la mente de no pocas personas. d) Otros autores del siglo XX y XXI Todavía en el siglo XX han aparecido otras dos: EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS-STEGGINK O., Tiempo y vida de san Juan de la Cruz, EDICA, Madrid 1992. JAVIERRE J. M., Juan de la Cruz, un caso límite, Sígueme, Salamanca 1991. También contiene la biografía del santo el libro Dios habla en la noche, EDE, Madrid 1990, con 12 capítulos biográficos, 8 redactados por José Vicente Rodríguez y 4 por Federico Ruiz Salvador. Y ya en el siglo XXI han aparecido: MARTÍNEZ E. J., Tras las huellas de Juan de la Cruz. Nueva biografía, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2006. RODRÍGUEZ J. V., Juan de la Cruz, chico y grande, San Pablo, Madrid 2007; 100 fichas sobre san Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 2008: las 41 primeras fichas: 1089. ROS C., Juan de la Cruz, celestial y divino, San Pablo, Madrid 2011, 542pp. Apéndice II – Genealogía y descendencia de nuestro santo padre fray Juan de la Cruz «Fray Juan del Espíritu Santo, general de la Orden de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen. Deseando saber de raíz y de sus principios la descendencia de Ntro. Venerable y Sto. padre fray Juan de la Cruz, y llegando a la insigne y noble villa de Yepes, de donde antes de ahora havía entendido traya sus descendencia, hallé que el Sr. doctor García del Castillo, clérigo presbítero y protonotario apostólico de Su Santidad y comisario del Santo Officio de la Inquisición de Toledo y patrón del Convento de Nras. Religiosas de la dicha Villa y hermano de la Señora Doña Catalina del Castillo, fundadora dél, tenía averiguado dicha descendencia, como natural de la dicha villa y pariente muy cercano de Nro. Santo Padre y de también de la buena memoria del santo obispo de Tarazona d. fray Diego de Yepes, la qual es en la forma siguiente, quela hice trasladar y poner en forma auténtica a nro. Secretario el padre fray Joseph de la Madre de Dios, para que dello aya perpetua memoria y se ponga en las corónicas de la Religión que al presente se están escribiendo. El principio que se halla de su linaje y descendencia es desde el muy noble hidalgo Francisco García de Yepes, hombre de armas del rey don Juan el 2º el año de 1448, el qual consta hauer sido tal hombre de armas por un Papel de qüentas que yo mismo hallé en poder del dicho Sr. doctor García del Castillo, de letra antigua, que era del noble caballero Juan Dávila Gaitán, criado del dicho rey don Juan el 2º y su alcalde en el Castillo de Monreal, que dista de la dicha villa legua y media, y como tal conducía gente para el servicio del rey. Dice el papel desta suerte: Aviniose conmigo Francisco García de Yepes desde el día de Navidad de quarenta y ocho años, y se le ha de dar mil y quinientos maravedis cada año, y él ha de seruir con su caballo y armas y que se los he de pagar en esta guisa. etª.

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Pues de este noble hidalgo Francisco García de Yepes y de su descendencia tiene el dicho Sr. doctor García del Castillo un árbol que yo y el dicho nr. secretario vimos y leymos, del qual, dejando los ramos colaterales que no nos tocan, siguiendo la recta línea de consanguinidad hasta llegar al dicho nuestro santo padre fray Juan de la Cruz, ordené y mandé al dicho nuestro secretario sacar la descendencia siguiente: El dicho Francisco García de Yepes, hombre de armas del rey don Juan el 2º tubo un hijo llamado Pedro García de Yepes; este Pedro García de Yepes, entre otros hijos, tubo uno llamado Gonzalo de Yepes el primero, y este tubo otro hijo llamado también Gonzalo de Yepes el 2º, y este segundo Gonzalo de Yepes tubo entre otros hijos otro llamado también Gonzalo de Yepes el 3º, el qual, casándose en Ontiveros, pueblo del obispado de Ávila, con Catalina Álvarez, una doncella natural de Toledo, tubo tres hijos: al venerable Francisco de Yepes, que se casó con Anna Izquierda, y murió en Medina del Campo, y a Luis de Yepes, que murió de poca edad; y a nuestro santo padre fr. Juan de la Cruz: lo qual, de más de constar así por el dicho árbol del dicho señor doctor García del Castillo, consta ansímismo por el dicho y deposición de un venerable sacerdote llamado el licenciado Diego de Yepes, hombre calificado ansí por su edad y letras como por sus muchas virtudes y loables ejercicios, en que ha gastado lo más y mexor de su vida escribiendo algunas cosas de historia y traducción de Paulo Orosio, y los libros de la Ciudad de Dios de San Agustín en nuestro castellano, y también escribiendo la Historia de la Isla de Malta y orden de San Juan, y Discursos de varia Historia que sacó a luz quedándose lo demás sin estampar por no hauerlo podido acabar a causa de hauer cegado habrá seys años; del qual licenciado Diego de Yepes, teniendo noticia el dicho doctor Castillo de que viuía en Elbiso, villa que dista de la dicha de Yepes siete leguas y está cerca de Illescas, y sabiendo ser primo hermano del dicho Nuestro Santo Padre fr. Juan de la Cruz, y deseando informarse dél, fue a la dicha villa de Elbiso el primero día del mes de septiembre del año de 1624, y haciendo un pedimento ante Diego de Balmaceda, gobernador de la dicha villa, pidió que el dicho licenciado Diego de Yepes ante un escribano de la dicha villa de Elbiso llamado Juan Alonso declarase lo que sabía en lo tocante a la progenie y linaje del dicho Nro. Santo Padre fr. Juan de la Cruz, y auiendo el dicho gobernador proueydo que assí se hiciese, el dicho licenciado Diego de Yepes, debajo de Juramento que hizo in verbo Sacerdotis, dijo y declaró cómo el dicho santo padre fr. Juan de la Cruz y sus hermanos hauían sido hijos del dicho Gonzalo de Yepes el 3º y de la dicha Catalina Álvarez su muger, y que el dicho Gonzalo de Yepes el 3º hauía sido hijo de otro Gonzalo de Yepes (el 2º); cuyo hijo también fue el doctor Juan de Yepes, médico, padre del dicho licenciado Diego de Yepes declarante; y que el dicho Gonzalo de Yepes el 2º hauía sido hijo de otro Gonzalo de Yepes el 1º: y hasta aquí llegó con la dicha genealogía; y que el dicho Gonzalo de Yepes el 1º hauía tenido un hermano llamado el bachiller de Yepes que era inquisidor de Toledo en el tiempo de las Comunidades; el qual dicho Gonzalo de Yepes el 1º, por el árbol del dicho doctor Castillo, parece hauer sido hijo del dicho Pedro García de Yepes arriba refferido, el qual Pedro García de Yepes demás del dicho Gonzalo de Yepes tubo por hijo a un Alonso García de Yepes, y este tubo dos hijos, uno de los quales se llamó Alonso de Yeès el coxo, y este, entre otros hijos, tubo una hija que se llamó Catalina García de Yepes, que fue agüela materna del dicho doctor García del Castillo, y tras la dicha Catalina García de Yepes yubo otro hijo llamado Alonso de Yepes, cuyo hijo fue el Reu.mo Señor don fray Diego de Yepes, obispo de Tarazona. De forma que su Ills.ma e Isabel Mathías de Cahves, madre del dicho doctor García del Castillo, estaban en quarto grado de consanguinidad con el dicho nuestro santo padre fr. Juan de la Cruz. Ansimismo, por árboles de diferentes linajes QUE EL DICHO doctor Castillo tiene en su poder, parece hauer hauido prebendados en la Santa Iglesia de Toledo, algunos naturales de Yepes, en el tiempo que se casó el dicho Gonzalo de Yepes el 3º, en la villa de Ontiveros con la dicha Catalina Álvarez, cuyo hijo fue nuestro santo padre fr. Juan de la Cruz, de los quales uno se llamó el licenciado Francisco Fernández de Yepes y fue canónigo en la dicha santa Iglesia y arcipreste; y otro fue Pedro de Robles, canónigo asimismo en la dicha santa Iglesia; y todos estos fueron parientes entre sí; y demás dellos, el primer capellán mayor que ubo en la Capilla de los Mozárabes era desta mesma parentela, y se llamó Alonso Martínez de Yepes. En la casa de uno de estos prebendados vivía y se criava el dicho Gonzalo de Yepes el 3º, padre de nuestro

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santo padre fray Juan de la Cruz, quando se casó con su madre, como consta de la historia del Santo. Todo lo sobredicho consta de los papeles historiales y del árbol de consanguinidad que el dicho doctor García del Castillo tiene en su poder y nos otros vimos y leymos. En fee de lo qual mandé hacer esta declaración y testimonio que va firmado de nuestro nombre, sellado con el sello de Nuestro Officio, y refrendado por el dicho nuestro secretario. En este nuestro Convento de la Ciudad de Segovia a trece de julio de mil y seyscientos y veynte y ocho años. + Fr. Juan del Espu. Sto. Genªl. L.S. + Fr. Josef de la Mª. De Dios Secretario».

Apéndice III Carta de María de San José (Salazar): 9 de noviembre de 1590. Por la importancia de esta carta, dirigida, como pensamos, a Juan de la Cruz, damos aquí el texto completo: «Jhs María. Muchos de nuestros padres y hermanos me han pedido lo que Vuestra Reverencia ahora por esta suya me pide[1481] y no me ha podido vencer a hacerlo ni parecía hallaba hebra para ponerlo por obra. Creo, cierto, lo uno y lo otro me dio el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, por quien con tanta instancia y con las manos puestas [1482] dice que me pide le haga una larga relación de todo lo que ha pasado en estos tempestuosos y miserables tiempos que con razón los podemos llamar así, pues tan válida es la mentira y tan acoceada la verdad y porque ya es tiempo que ella salga y dé testimonio, sólo con ella daré fuerza a esta relación para que sea creída, aunque hay muchos testigos que la podrán firmar y si fuere necesario y Vuestra Reverencia así lo quisiere la firmarán. Y ahora, poniendo al Señor ante los ojos diré la pura verdad, pidiendo a Su Majestad, pues por servirle ha callado cinco años, hablando ahora por él también le sirva y nadie de esto sea ofendido, aunque de necesidad la verdad ha de ser contra la mentira y quien la dice. Habrá como cinco años que estando aquí por vicario provincial el padre fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios comenzaron él y nuestro padre provincial fray Nicolás de Jesús María a tener entre sí diferencias sobre las cosas del gobierno. Iba esto creciendo de manera que, deseando yo atajarlo, temiendo que se encendiese el fuego que ahora a todos nos abrasa, como nuestro padre provincial había sido mi confesor antes que fuese fraile y después de serlo y me había siempre mostrado buena voluntad y tenía de mí la satisfacción que debía de que le deseaba servir, comencé a escribirle, pidiéndole se aplacase y mirase el daños que podía venir a toda la Religión si entre él y el padre Gracián entraban pasiones y decíale juntamente que muchas quejas que del padre daba eran sin causa, como testigo de vista. Ayudaba a que yo me metiese en esto un religioso grave de nuestra Orden, a quien no me parece es bien nombrar, por lo mal que se puede sentir de sus cartas, con que cada semana me persuadía y pedía por amor de Jesucristo entrase de por medio y los apaciguase, pues era a quien ambos a dos padres más crédito darían. El mismo padre provincial me escribió muchas veces respondiéndome y preguntándome algunas cosas del dicho padre Gracián y aun mandándome le diese razones en ciertas preguntas que en una carta de casi

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dos pliegos me escribió, diciéndome al fin de ella que, si le satisfacía en mi respuesta, mandaba dos meses de misas. Esta carta mostré con otras cuando fuere menester, que así se verá si yo de mi autoridad me metí en estos cuentos. Respondía esta carta, con el comedimiento y salvas que se deben escribir al prelado, la verdad de lo que sabía, abonando y disculpando al padre Gracián, según lo que en conciencia puedo hacer y haré todas las veces que fuere preguntada, porque nunca le he visto cosa que no fuese de santo y así lo puedo decir, porque hay muchos que digan lo mismo sin que le haya oído cuanto ha que le conozco una palabra ociosa y con todos los encarecimientos y juramentos que nos quisieren tomar, confesaremos esta verdad, que es un varón apostólico y dejando esto porque parece superfluo con Vuestra Reverencia que tan bien le conoce diré lo que de la carta que respondí se hizo. Presentose en una Junta que se hizo de los vicarios provinciales, leyéndose sola la parte que trataba de la defensa y abono del padre Gracián. Callose el haber sido preguntada y mandada de mi prelado. Escandalizáronse los padres y ordenaron se me diese una gran penitencia porque escribía en defensa de nadie y al fin se resolvieron que sólo se me diese una reprensión y así se hizo. El padre que he dicho no por eso me dejaba de escribir, antes perseveró en ello por espacio de tres años, sin que se pasase ninguna semana sin que lo dejase de hacer. Yo creo era con buen fin y santo celo, sino que el demonio lo debió de pervertir después. Mas la pura verdad es todo lo que en este caso trataré. En estas cartas trataba diversas cosas de estos mismos negocios y muchos, según después pareció, por cogerme alguna palabra o para tomar ocasión de dar color a lo que pretendían o por enterarse si era verdad sus imaginaciones. A todo respondí siempre con la verdad, sin entender dónde iba a parar la maraña. Entre las cosas que este padre me preguntaba era si me parecía inconveniente venir aquí el padre Gracián, a quien con instancia pedía el marqués de Santa Cruz y el conde Merino Mayor y otros señores castellanos y portugueses, a quien pesaba mucho que el padre pasase a las Indias, que para embarcarse estaba en Sevilla. Y quien más instancia hacía era el arzobispo de Évora. Todo lo cual debían imaginar era negociación mía y por esto el padre se daba tanta prisa a preguntármelo, que he dicho que fue en tres cartas. A las dos primeras no le respondí, aunque no por recelarme hubiese en esto lazo, mas pareciome que ellos se lo verían y que allá se aviniesen. A la tercera respondí de esta manera: “Hame preguntado Vuestra Reverencia en tres cartas si es inconveniente venir aquí el padre Gracián, por ser prelado aquí el padre fray Antonio de Jesús. Digo que no hallo en esto inconveniente, porque el padre fray Antonio de Jesús es un ángel y el padre Gracián religioso obediente y así no sé qué inconveniente puede haber en esto”. No respondí más porque con toda verdad puedo afirmar que, habiendo en estas materias tan libre (estado) como si no hubiera visto ni tratado al padre fray Jerónimo y así se lo he dicho a los padres con juramento por muchas veces, que si fuera en mi mano estorbarle la ida a Indias, confesaba lo hiciera por servir a mi Religión, mas ni desear ni procurar que estuviera aquí, que ni de eso trataba ni me había pasado por el pensamiento y para quedar satisfechos bien hubiera bastado que el mismo arzobispo de Évora juró a uno de los padres por su consagración que jamás yo le había en este caso escrito ni nadie por mí. Al fin sembraron por toda la provincia que yo revolvía este reino con cartas procurando traer a él al padre Gracián y estorbarle la ida a Indias. Lo que en esto pasé con todos sábelo Dios Nuestro Señor y esperaba en Él descubriría la verdad, como la descubrió presto, siendo el mismo príncipe cardenal el que le lanzaba para la Visita de los padres calzados. Mas cuando al demonio se le descubre alguna maraña con que de razón había de quedar confuso, piensa remediarlo con otra: y pesándole a los padres que en esto andaba, que se le estorbase la ida del padre a las Indias, que en ella les parecía aseguraban sus cosas y que con el favor del príncipe y en tal ministerio como le ocupaba se quedaba con crédito y mano en negocios, pusieron cuantas trazas supieron para sacarle de aquí y parecioles que le mejor y que más fuerza haría en los oídos de los príncipes cristianos, como lenguaje tan odiosos, publicaron que había grande amistad y desorden en ella entre el padre y mí y por ventura se aprovecharon de mis propias cartas, con que yo por poner paz le abonaba. Y aunque bien sé que no dije en ellas cosas que no se pudiese escribir, porque la intención y celo de la honra de Dios y bien de mi

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Religión con que las escribí me asegura y aún se ve, pues tanto han andado después acá por cogerme alguna, que sirviera de lo que las otras no servían, como se verá por una entre las muchas que aquel padre me escribió antes que aquí viniese el padre Gracián, que debía de ser cuando el príncipe le pedía. Decía en ella: “Lo primero, madre, guárdeme secreto y fíate de mí en lo que te voy a decir y toma mi consejo, que conviene y procura con el cardenal, que será fácil alcanzarlo de él, que mande vaya allá el padre Gracián”. Y tras esto decía otras palabras, como dando a entender que convenía, para quitar nota de mi honra, el venir acá el padre. Decía más: “Que la respuesta de esta venga por tal vía, porque no vaya a manos del padre provincial”, haciendo ademán que se guardaba de él y quería ser conmigo, prometiendo que haría buen oficio allá, aunque el padre provincial estaba recio. Con todo esto jamás a mi imaginación llegó que había en esto lazo; mas Nuestro señor, que libra a los que con sinceridad y verdad andan, me guardó para que no dijese palabra acerca de esto de que pudiesen tomar ocasión. Y que cierto me espanto, que estando yo tan fuera de que había malicia y fiándome tanto de este padre y deseando se estorbase la ida del padre a las Indias, como todos los religiosos lo deseaban, como no me movieron estas trazas que este padre me aconsejaba, digo a tratar con él de ella, que alcanzarlo del cardenal era desatino y así le dije que a mí no me iba nada en aquello ni sabía qué camino llevaba para pedirle al príncipe. Al fin, padre mío, que por cuantos caminos han podido me han procurado quitar la honra y las cosas que para esto han dicho y escrito a todas partes no son para decir, aunque no lo hacen por mí, sino por quitársela al padre. No se pueden decir las trazas e invenciones que han hecho por sacarme alguna palabra en que confesase que en algo había excedido este padre o lo que hace o dice es dañoso a la Religión. Bien puedo decir con verdad y jurarlo poniendo por testigo al Altísimo Señor, en cuya presencia estoy, que me han atormentado persuadiéndome por más de tres años a veces con amenazas y a veces con promesas. Mas no me mudarán, que con Susana digo: “Más vale caer en las manos de los hombres que dejar la ley de Dios”. De que vieron de que por aquí no hubo remedio, dieron en hacer que me escribiesen religiosos y religiosas nuestras, persuadiéndome que me humillase y siquiera dijese en alguna carta a los prelados que conocía haber excedido o haber tenido algunos descuidos, que ninguna cosa era más propia de descalzos que confesarnos siempre culpados. Yo respondía que por tal me confesaba delante del Señor y delante de mis padres, mas que en negocios que tocasen al padre Gracián, por la misericordia de Dios no le había ofendido ni aun con un breve pensamiento. Acabada esta tormenta que los que me causaban ignoraban lo que en ella se pretendía y ya yo había abierto los ojos, porque como Vuestra Reverencia sabe, cogiendo al padre Gracián en Madrid diciendo que zoclo quería ver el prelado una letra suya en que se humillase y confesase habar tenido algunos descuidos, él con la gana de paz que tanto le prometían y quietud de todos, hizo lo que se le pidió, por la cual cédula como por confesión de culpas le dieron la sentencia que Vuestra Reverencia sabe. Debíales de parecer que cogiéndome a mí otra carta estaba el negocio mejor coloreado y por eso daban tanta prisa y se decía que sólo esperaba de mí mi prelado una carta para aplacarse y recibirme en su gracia. Yo creo que él no tenía en esto mal fin, sino que mal informado debía de entender que convenía para mi salvación. Acabado, como he dicho, esto y viendo que no había remedio, hallose otro con que pareciese que yo misma confesaba cuanto se podía desear y fue ponerme un mandato en esta forma: “Fr. Nicolás de Jesús María, vicario general de la congregación de los carmelitas descalzos, por cuanto por parte de María de San José, que es ahora prelada en el convento de San Alberto de monjas de nuestra congregación de Lisboa, por algunos respetos de servicio de Dios y bien de nuestra congregación se ha pedido que se le ponga precepto para que no trate con el padre fray Jerónimo de la Madre de Dios, religioso de nuestra Orden, y a nuestra Consulta ha parecido bien y se ha ordenado se le mande lo siguiente. Por tanto mando a la dicha María de San José que por sí ni por interpuesta persona no escriba ni hable ni trate con el dicho padre Fr. Jerónimo Gracián ni reciba sus cartas ni trate negocios que le toquen. Todo lo

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cual y cada una cosas de ellas le mande que lo guarde y observe en virtud de Espíritu Santo, obediencia y sub praecepto y so pena de excomunión latae sententiae y de ser tenida por culpada. Y el padre Fr. Gregorio Nacianceno, provincial de la provincia de San Felipe, le notificará este mandato a la dicha María de San José y al pie de esta pondrá la dicha notificación con su firma y sello y me la enviará. Fecha en Madrid a 15 de agosto de 1588. Fr. Nicolás de Jesús María, vicario general”. Quedé fuera de mí cuando tal mandato oí y más la traza y artificio, diciendo que yo lo había pedido, con que yo misma parecía infamarme e infamar al padre y porque no tomase de aquí ocasión la malicia si no lo acaptaba, obedecile y a las espaldas de él puse de mi letra lo que sigue: “A mí se me notificó este mandato, el cual postrada y de corazón obedezco, por entender es voluntad de mis prelados, mas no porque yo lo haya pedido ni nadie por mí, porque no hallo causa en mi conciencia para pedir se me ponga semejante precepto”. Esto, como digo, puse de mi letra y lo firmé de mi nombre. No por haber hecho esta diligencia se ha quietado ni por haberla yo guardado con todo rigor me he librado de mil calumnias y trabajos, antes se han levantado más, porque como los padres quedaron mal contentos de las respuestas y aun se quejaron que los había hecho con ello a todos mentirosos y se puede temer que no se puso por remedio para quitar males, sino por lazo. No le falta al demonio colores en que hacer entender que le he quebrantado, mas no quiero que esto se crea sólo de mi dicho, sino pondré aquí el del padre Fr. Baltasar de Jesús, que es religioso viejo y grave, como Vuestra Reverencia sabe, y el más antiguo y que ha recibido y criado a los más graves de la Religión, el cual es y ha sido aquí siempre nuestro confesor y al tiempo que vino aquí el Dráquez, nos acompañó y jamás se apartó de nosotras, el cual en un papel escrito y firmado de su mano dice así: “Digo yo, Fr. Baltasar de Jesús, carmelita descalzo, que desde que se ofreció la guerra de don Antonio siempre por mandato de la obediencia acompañé a las madres monjas nuestras y por cuanto deben de mover algunos justos respetos a la madre priora me pidió dijese lo que había oído y visto de la conversación que el padre Fr. Jerónimo de la Madre de Dios tenía con ella y con las demás, in verbo sacerdotis juro que nunca le vi cosa que no fuese cosa de muy grande religioso y que ni con la priora ni con otra monja alguna le vi hablar a solas, sino públicamente y esto muy pocas veces y no se detenía espacio de dos o tres paternóster, sino en una palabra les decía el estado de la guerra y que no tuviesen temor”. Y de esto es también buen testigo el compañero que conmigo estuvo, que se llama hermano Fr. Simón. Y por ser esta la verdad, le di esta firmada de mi nombre, porque quien otra cosa dijere no acertará y dará muestra de malas entrañas. Fecha a 18 de agosto de 1589 años. Fr. Baltasar de Jesús”. Esto fue cuando por causa, como he dicho, de los herejes, el príncipe cardenal nos mandó recoger en el Castillo de la ciudad, porque está este convento por donde habían de pasar. Después ded vueltas a nuestra casa, al tiempo que las otras religiosas se volvían a las suyas, quisieron venir a este convento las hijas del conde de Linares que son las que en la Anunciada nos recibieron cuando aquí venimos a fundar y nos hicieron mil bienes, estando aquí ocho días por causa de dicha pesadumbre que tenían, que por ser las que descubrieron las llagas falsas no les han faltado. Fueles necesario que el padre Jerónimo les negociase no sé qué y para esto hicieron grande instancia que viniese a hablarlas, que como sabían que era nuestro prelado y que por mandato del príncipe en el tiempo de la guerra había tomado la obediencia a estos dos conventos, no se pudo excusar ni le pareció era bien dar cuenta de nuestros cuantos y yendo con él un caballero hermano de estas señoras le trujo y les habló con ellas dos veces, que fue necesario, sin hablarle yo, aunque pudiera y que era mi prelado. Mas sabe la divina Majestad que guardé con todo rigor lo que se me mandó, que aun después de haberle dado la obediencia con todas ni le hablé ni le escribí, como he dicho. Nada de esto ha bastado para que los padres cesen; antes de esta venida acá han levantado tal polvareda, que es espanto, sin querer creer a las propias religiosas de esta casa ni al compañero, que les han escrito la verdad con juramento y, lo que más es, que todas habemos pedido hagan información en esta casa de la verdad. Y parece no se debe querer saber y en lo que diré, se verá más claro. Yo no juzgo ni quiero juzgar las intenciones ni infamar a nadie, mas si contando la verdad se descubre la que no lo es, no es mía la culpa, que muchos me han obligado en conciencia a que lo diga. Mas no sólo

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callando me agravio, mas también al prójimo, que queda infamado. Al principio de estas marañas enviaron a visitar esta casa a un padre grave de los que están en la Junta y visitando solas las cosas del padre Gracián, cada una dijo, según lo que en conciencia sabía y llegando a dar su dicho una hermana, que en un papel le traía escrito como las demás, tomolo el dicho padre y borrósela desde arriba abajo y de su propia letra escribió en lo blanco que había: “Esto más es para canonizar al padre Gracián”. Esto se supo porque la dicha hermana, cuando esto vio, le escribió un billete y le dijo con libertad: “Pues eso borra Vuestra Reverencia, aunque me mande un ángel no pondré otra cosa sino la verdad, porque si lo que Vuestra Reverencia manda pusiese, creo que me llevaría el diablo”. Por este papel se sintió el padre y quiso en público satisfacer y por esto se supo lo que con esta hermana y a otras dijo lo mismo, que no venía a canonizar al padre Gracián. Lo que todos sabemos es que nunca esta Visita pareció ni cosa que sea en abono o defensa del padre, sino lo contrario. Quien lo ordena y traza y de dónde sale no lo sé. Sábelo el que nada ignora y es justo y lo ha de juzgar. Todo lo que aquí he dicho es verdad y leyéndolo a las hermanas, les ha parecido que he sido corta y yo lo sé que lo soy para que Vuestra Reverencia se satisfaga, lo quieren todas firmar y yo lo firmo y quedo pidiendo a Nuestro Señor sirva sólo lo que se pretende, que es su gloria y honra. Amén. Fecha a 9 de noviembre de 1590. María de San José, Mariana de los Santos, Isabel de San Jerónimo, Blanca de Jesús, Inés de San Eliseo, Luisa de Jesús, María de Jesús, Antonia de la Cruz, Inés de la Madre de Dios, Francisca de las Llagas, Alberta de la Madre de Dios, Jerónima de Jesús, Beatriz del Espíritu Santo»[1483].

Apéndice IV Examen grafológico de la escritura de san Juan de la Cruz, hecho por Suzanne Bressard, del Instituto Carrel, publicado en francés en París por el biógrafo padre Bruno en L’Espagne mystique, París 1946, 33-55. El texto traducido del francés dice así: «La escritura de san Juan de la Cruz, lenta, precisa, de rica presión y matizada, de formas armoniosamente arqueadas, muestra a una personalidad presente a lo que emprende, atenta a los detalles, pero afincada sobre lo esencial, con una capacidad de amor de amplitud y profundidad conmovedoras. Todas sus facultades, todas sus fuerzas parecen confluir sin premura y sin descuido en un horizonte de plenitud para fundirse en él. Esta escritura demuestra un vivo sentimiento de la excelencia de las cosas sobre los varios planos en los que se manifiesta la vida. La sensibilidad aparece muy impregnable pero muy diferenciada, a la vez humana y desprendida, vibrante, tierna, íntima. Los movimientos de la sensibilidad y del corazón descubren armonías tan acentuadas y tan exuberantes que parece que este hombre ha probado todo y ha percibido todo. Esta apertura total de corazón, que ninguna otra escritura nos ha revelado en tal grado hasta ahora, y los tesoros de dulzura que ella comporta, sintoniza con todos los sentimientos, sin crispación ni amargura. Tal receptividad en un temperamento menos fuerte anularía la voluntad o desviaría el buen juicio. Ahora bien, a través de la escritura de san Juan de la Cruz aparece una gran vigilancia sobre los posibles elementos de degradación y un gran cuidado para ejecutar hasta el menor detalle en su momento, que es una manera de simple buen sentido que 536

sirve para contrapesar las alocadas efusiones del corazón. Para el grafólogo que se guía por el estudio del rasgo gráfico la percepción de este ardor sin agresividad, de estos arrebatos sin avidez, es un motivo de reflexión, porque nunca hubo tantas llamas juntas y nunca menos riesgo de incendios. En esta escritura hay también un sentimiento del desarrollo de la vida, donde se confunden el sentido del presente y del infinito, donde se leen la exactitud en los actos y el despojo en los pensamientos. Estas disposiciones pueden conducir a una perseverancia que alguna vez podría tomarse por obstinación, pero la ausencia de toda rutina que se observa a la vez no es compatible con una tal apreciación. Si san Juan de la Cruz ha podido ser inflexible en algunas decisiones es porque comprendía que se había llegado al límite de actuar con firmeza. Sería vano analizar su inteligencia separándola de sus intuiciones y de sus sentimientos. Es fina y puntualizada, sutil sin ser engreída, ávida de verdad y muy pegada al sentido de lo bello. Muy inspirada y colorista con su nota de armonía, no parece que esté tan abierta si no es para ensanchar el campo de la actividad del sentimiento y no para brillar sola con un fulgor tan fascinante como endeble. Lo que impresiona en esta escritura es la fuerza de un amor no atado que ahí se descubre. Ese talante manso, libre y venturoso, esta autoridad serena de un ser sin ambiciones que vive plenamente, sin impurezas, dan una singular y preciosa imagen de la perfección sin afeites». Finalmente, comparando la escritura de Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús, dice la grafóloga: «Si se compara la escritura de san Juan de la Cruz y la de santa Teresa de Ávila, se reconoce la misma calidad de alma, el mismo modo de ser llevados más allá de los propios límites por una fuerza que los sobrepasa y les llena de firmeza, cada uno en su propio estilo. La escritura de santa Teresa de Ávila es más viril, más y mejor hecha para dictar leyes y principios; la de san Juan de la Cruz, más inspirada, muestra un alma que se expresa en un canto». Apéndice V Texto de la carta apostólica Die vicesima, en la que Pío XI declaraba doctor de la Iglesia universal a san Juan de la Cruz: «Pío Papa XI. Para perpetua memoria. El día 27 de diciembre de 1726, nuestro predecesor el papa Benedicto XIII, de feliz memoria, inscribía en el catálogo de los santos a san Juan de la Cruz, que fue el primer profeso de la Orden de carmelitas descalzos y quien, junto con santa Teresa de Jesús, reformó la Orden del Carmen. Y en la bula de canonización no sólo se probaba abundantemente la admirable vida del santo en el ejercicio de la austeridad y de todas las virtudes, sino también su ciencia en las cosas sagradas; porque, en efecto, la Divina providencia lo había enviado en el siglo XVI, entre los demás varones ilustres, por su doctrina y santidad que en aquel tiempo resplandecieron en la Iglesia católica, a fin de que reparase los daños e injurias que a la Esposa mística de Cristo infirieron los herejes protestantes y refutase particulares errores. Nació en España, en Fontiveros, el día 24 de junio de 1542, ingresó en la Orden del Carmen a los

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veintiún años de edad y estudió Filosofía y Teología en la muy célebre Universidad de Salamanca. En el mismo año en que fue ordenado de sacerdote, o sea, en el de 1567, conoció a santa Teresa, la cual había comenzado ya la más rigurosa observancia de la regla del Carmen entre las monjas y deseaba ardientemente introducir la misma reforma entre los religiosos de la Orden. Adhiriéndose completamente Juan de la Cruz a los deseos de santa Teresa y favoreciendo con gran diligencia aquellos comienzos, vistiose el hábito de los carmelitas reformados e inició la observancia de su Regla. Fue después nombrado maestro de novicios y primer rector del colegio de Alcalá de Henares, y sucesivamente confesor de las monjas carmelitas de la antigua observancia de Ávila, donde lo prendieron violentamente y lo encerraron en la cárcel. Durante los nueve meses que estuvo preso, compuso el Cántico espiritual, donde canta la unión mística del alma fiel con Cristo su esposo y los múltiples y suaves efectos de la oración y el cual comentó después con notas y consideraciones. Libre maravillosamente de la cárcel, en el convento del Calvario y en otros en que por razón de sus oficios habitó, continúa preparando otros varios escritos, en los que, como inspirado del cielo, enseña a las almas el camino de la perfección. Aunque la Subida del Monte Carmelo, Noche oscura, Llama de amor viva y otros opúsculos y cartas suyos tratan de materias difíciles y recónditas, encierran, sin embargo, tan copiosa doctrina y se adaptan tan bien a la inteligencia de los lectores, que con razón pueden ser considerados como el código y la escuela de toda alma fiel deseosa de emprender una vida más perfecta. Por eso con razón en la bula de canonización se afirma que Juan de la Cruz escribió “libros de mística Teología llenos de sabiduría celestial”; y casi todos han suscrito después de este juicio tan autorizado. Porque ha sido tanta la autoridad que en ascética y mística ha ido consiguiendo san Juan de la Cruz después de su muerte, acaecida en 1591, que los escritores de Teología y varones santos han visto sin cesar en él al maestro de santidad y piedad, y han acudido a su doctrina y escritos como a la pura fuente del sentido cristiano y espíritu de la Iglesia, al tratar de cosas espirituales. Nada tiene, pues, de extraño que ya en el año 1891, al celebrarse el tercer Centenario de la muerte de san Juan, algunos cardenales, junto con los obispos de España, pidieran a Nuestro Predecesor León XIII que se dignase declararle doctor de la Iglesia; y esta misma petición han continuado después haciéndola sin cesar a esta Santa Sede, tanto los rectores de las Universidades Católicas, como los prelados de las Órdenes religiosas. Por tanto, habiéndonos humildemente suplicado el actual prepósito general de la Orden de carmelitas descalzos (el cual ha tomado ocasión del próximo segundo Centenario de la canonización del Santo y presentado el voto unánime del Capítulo General de su Orden), que Nos dignásemos declarar a san Juan de la Cruz doctor de la Iglesia, cuya súplica ha sido apoyada por muchos cardenales, arzobispos, obispos, varones eminentes, tanto clérigos como laicos y por los Institutos y Universidades. Nos pareció muy oportuno encomendar asunto tan importante al estudio y aprobación de la Sagrada Congregación de Ritos, la cual, cumpliendo Nuestro mandato, comisionó ex officio a varones idóneos que examinasen la cuestión. Procurados, pues, y obtenidos los votos separados de estos e impresos, tan sólo faltaba rogar a los cardenales de la Sagrada Congregación de Ritos, que si, teniendo en cuenta los tres requisitos que después de nuestro predecesor Benedicto XIV suelen exigirse en el doctor de la Iglesia universal, a saber, insigne santidad, eminente doctrina, y la declaración del romano pontífice, juzgaban se podía proceder a declarar a san Juan de la Cruz doctor de la Iglesia universal; y los eminentísimos cardenales de la Sagrada Congregación de Ritos, después de hecha la relación de la causa por nuestro venerable hermano Antonio Cardenal Vico, obispo de Porto y Santa Rufina, prefecto de dicha congregación, y oído el parecer de nuestro amado hijo Carlos Salotti, promotor general de la fe, en la reunión ordinaria del 27 de julio último, celebrada en el Vaticano, dieron unánimemente su sentencia afirmativa. Por tanto, Nos, concediendo sin dificultad y de buen grado lo que los carmelitas descalzos y demás sufragantes Nos pidieron, con ciencia cierta, madura deliberación y plena potestad apostólica, por las presentes declaramos y constituimos a SAN JUAN DE LA CRUZ, confesor, DOCTOR DE LA IGLESIA

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UNIVERSAL, sin que puedan oponerse las Constituciones y Ordenaciones Apostólicas ni cualquiera otra disposición en contrario. Decretando que las presentes sean siempre firmes, válidas y eficaces, y que produzcan y consigan sus plenos e íntegros efectos; y que así deberá juzgarse y definirse, siendo desde ahora de ningún valor y nulo cuanto por cualquiera y con cualquiera autoridad, a sabiendas o ignorantemente, se pretendiere en contrario. Dado en Roma. En San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el 24 de agosto del año 1926, quinto de Nuestro Pontificado. P. CARDENAL GASPARRI, Secretario de Estado». NB. Consúltese Eulogio Pacho, San Juan de la Cruz, doctor de la Iglesia. Documentación relativa a la declaración oficial, Teresianum, Roma 1991 (MHCT 12).

Apéndice VI Acerca de dos breves de Urbano VIII y la causa de Juan de la Cruz. Transcribo de Libro de las cosas referentes a Ntro. Santo Padre, Archivo conventual OCD de Segovia: E-I-2 (folios 16v-18v): «Traslación que se hizo del cuerpo de nuestro venerable padre fray Juan de la Cruz, primer descalzo de nuestra sagrada Religión de carmelitas descalzos, de la parte eminente y levantada en que estaba en la capilla de nuestra Señora del Carmen de este convento de Segovia al suelo, y entierro que se le hizo debajo de tierra en obediencia de los breves de nuestro santísimo padre Urbano VIII, año de 1647. Año de 1647 en 30 de octubre se publicaron en esta ciudad de Segovia dos breves de nuestro santísimo padre y señor Urbano VIII; el uno que empieza Cum Sanctissimus, despachado y publicado en Roma en 30 de octubre de 1625, en la indicción 8ª de su pontificado, siendo rey de España D. Felipe IV, sede vacante de este obispado por muerte del Ilustrísimo Sr. D. Pedro de Regla, obispo de esta ciudad, y general de nuestra sagrada Religión, nuestro padre fray Juan Bautista; y el otro que empieza Coelestis Jerusalem cives (?), despachado y publicado en la misma ciudad de Roma el año de 1634 a 5 de septiembre, en la indicción... de su pontificado. Por los cuales prohíbe Su Santidad dar culto y veneración pública a los cuerpos, reliquias, imágenes, y medallas de las personas hubieren muerto con opinión de santidad, y que si se lo hubieren dado manda se le quite, mientras que la Santa Sede Apostólica, no permita o mande que se le dé, o vuelva. En obediencia, pues, de dichos breves y ejecución de lo que mandan, como el cuerpo de nuestro venerable padre fray Juan de la Cruz, primer descalzo de nuestra sagrada Reforma de la orden de nuestra Señora del Carmen, por la admirable vida que hizo, por sus excelentes virtudes, por sus divinos escritos, y por los muchos y extraordinarios milagros que en vida, y después de muerto, nuestro Señor ha obrado y obra cada día por su intercesión, y por la grande y general devoción y afecto, que esta ciudad, su provincia y todo el reino le tiene, le hubiesen colocado y subido a un nicho, que en la pared que cae al septentrión de la capilla de nuestra Señora del Carmen de este convento se le hizo el año de 1621, donde metido en una caja forrada y cubierta de terciopelo carmesí, y metida en una urna de madera sobredorada, tenía y se le daba gran culto y veneración pública con muchas lámparas de plata que ardían ante su sepulcro, muchas tablas en que estaban pintados algunos de los milagros que el Señor ha obrado por intercesión de su siervo, muchos cirios grandes y pequeños de cera, con otras presentallas que los fieles devotos del dicho siervo de Dios le ofrecían y últimamente era venerado con muchas y frecuentes rogativas y novenas que los fieles le hacían en su sepulcro, en obediencia, pues, y entero cumplimiento de dichos breves del año de 1647, luego que se tuvo noticia en este convento de la publicación de dichos breves, nuestro reverendo padre fray Juan Bautista, general de nuestra Sagrada Religión, que a la sazón estaba en este convento, mandó que luego sin detención alguna se obedeciesen y ejecutasen dichos breves en cuanto le podían tocar y pertenecer al

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sepulcro de nuestro venerable padre fray Juan de la Cruz. Y que en cumplimiento suyo se bajase el cuerpo del dicho venerable padre del lugar eminente en que estaba colocado y sacándole de la rica y preciosa caja en que estaba metido y está de la urna se metiese en un ataúd y caja pobre y abriendo un sepulcro pobre en el mismo suelo de la capilla allí se metiese y enterrase la dicha caja pobre donde estaba el cuerpo del dicho siervo de Dios, donde quedase enterrado como uno de los demás religiosos, quitando de la dicha capilla todas las lámparas, imágenes, cirios y presentallas, que antes estaban dando culto y veneración al sepulcro del dicho siervo de Dios y padre nuestro fray Juan de la Cruz, y, de hecho, se quitaron y retiraron a un aposento donde quedaron cerradas con su llave. Y asimismo mandó que de las pinturas o medallas del dicho venerable padre se quitasen todos los resplandores, diademas, y señales de veneración o culto que se les podía dar y contravenir en ello a los dichos breves de nuestro santísimo padre Urbano VIII. Todo lo cual se ejecutó y cumplió exacta y enteramente y se puso el dicho cuerpo en el pavimento de la dicha capilla, abriendo debajo de tierra un sepulcro donde cupiese la dicha arca pobre y donde está el cuerpo del dicho siervo de Dios poniendo sobre la dicha arca un retrato al natural del dicho siervo de Dios que cubre la parte de arriba de dicha arca, y cerrado el dicho sepulcro con piedra y cal, se dejó una ventanilla abierta de hasta una tercia más o menos con una reja de hierro por donde se pueda ver dicha caja y sepulcro, todo lo cual dice e indica humildad y pobreza y esto se hizo en obediencia de dichos breves hasta que por la Sagrada Sede Apostólica sea mandado y ordenado otra cosa; de cuya piedad esperamos que en teniendo entera noticia de las virtudes y santidad del dicho siervo de Dios y de los milagros con que Dios lo ha honrado y manifestado cuán rara fue y agradable a sus divinos ojos lo ha de beatificar y canonizar para que conste al mundo cuán maravilloso es Dios en sus siervos. Así se hizo y ejecutó el mismo año de 1647 a 8 de noviembre como lo mandó Su Reverencia y aquí va referido, y de ello damos fe y verdadero testimonio in verbo sacerdotis, como ejecutores, y que pasó por nuestras manos. Fray Martín de San José, secretario de nuestro padre general, fray Pedro de los Santos, lector de Teología, fray Bartolomé de Santa María, predicador, y de este acto traslación entierro y obediencia a dichos breves mandó dicho nuestro padre general que se pusiese una razón y testimonio auténtico en el Libro de las cosas tocantes y pertenecientes al dicho siervo de Dios y venerable padre nuestro fray Juan de la Cruz, que hay en este convento, y así lo hicimos y ejecutamos en 8 de noviembre de 1647. FR . MART ÍN DE SAN J OSÉ, S ecretario FR . PEDRO DE LOS SANTOS , lector de Teología FR . BARTOLOMÉ DE SANTA MARÍA, predicador. Habiéndose dispuesto el no culto del cuerpo de nuestro venerable padre fray Juan de la Cruz en la forma referida y enviado a Roma testimonio auténtico de todo para que se pasase adelante en la causa de su beatificación, le pareció a la congregación de los señores cardenales que aún no estaban del todo ejecutados los breves de Su Santidad. Por razón de una rejilla e imagen de nuestro venerable padre que se dejó encima de su sepulcro, pareciéndoles que esto era un género de culto y veneración pública. Y así ordenaron que todo esto se quitase y se pusiese sola una lápida con este rótulo: Hic iacent ossa V. P. fratris Joannis a Cruce Discalceatorum Carmelitarum Primi Parentis. Obiit die 14 Decembris Anno Domini 1591. A cuya ejecución mandó la sagrada congregación que asistiese el señor obispo de Segovia. Y replicándose por parte de la Religión que el haber dejado aquella rejilla no era por culto del venerable padre sino por satisfacer al pueblo, el cual habiendo visto quitar su cuerpo de la colocación en que estaba y no viéndolo después en tierra juzgaría que había sido estratagema de la Religión para llevarlo a otra parte y que quitándose ahora esta rejilla se confirmarían en esta sospecha, y se podía temer algún alboroto en la ciudad.

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Ocurrió la sagrada congregación a este inconveniente ordenando que juntamente con el señor obispo asistiesen a la ejecución de este orden uno o dos regidores por parte de la ciudad. Y así se ejecutó siendo obispo de esta ciudad el ilustrísimo señor don Francisco de Araujo y prior de esta casa el padre fray Juan Crisóstomo, que fue electo en abril de 1652. Y sería esta acción en junio de 1655, y persevera así el santo cuerpo en esta forma hasta el año de 1670, a 4 de mayo en que se escribe lo dicho. Satisfecha la sagrada congregación de eminentísimos señores cardenales de la puntual ejecución del convento por testimonio del dicho señor obispo pasó adelante la causa de la beatificación del venerable padre, y hoy por los años de 1670 están conclusos los artículos De validitate processus, De moribus et vita, aprobadas las virtudes cardinales y teologales en grado heroico, y la doctrina de sus libros con tan grande estimación que se dice que “continent doctrinam adeo sublimissimam ut quod excelsior vere, nisi in sacris codicibus, reperiri queat”. Hase de advertir una circunstancia particular que sucedió al cuerpo de nuestro venerable padre, y fue que cuando le bajaron de lo alto en la urna adonde estaba, para colocarlo en tierra, estaba tan incorrupto, que los que en vida le conocieron podían conocerle y tan entera esta incorrupción que asiendo con fuerza el cabello del cerquillo que conservaba aún su forma no se desprendía ni un cabello de la cabeza, así lo testifican y testificaron los que se hallaron presentes. Colocado, pues, en dicha forma al lado del evangelio de su capilla en una caja de madera, sin advertir a la mucha humedad del sitio, por participar aguas de peñas que estaban superiores, cuando segunda vez colocaron el santo cuerpo reconocieron que la humedad había ablandado y desecho la carne, queriendo el santo acomodarse más al no culto y acomodarse más a la tierra, pues la Iglesia le mandaba que, dejada la urna alta en que conservaba incorrupción, se enterrase en la tierra, en ella está hoy por los años 1670, en una caja de plomo aguardando la última sesión de su causa que se detuvo por la muerte temprana de la santidad de Clemente IX, que fue el pontífice que más caminó y deseó caminar en su beatificación a que instaba su Nepote por la estimación y afecto que cobró a nuestra Sagrada Religión con su trato cuando estudió en las Universidad de Salamanca».

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Epílogo San Juan de la Cruz, una personalidad compleja y libre

Consideraciones previas Se ha extendido, en las últimas décadas, la opinión de que san Juan de la Cruz ha sido biográficamente deformado, tanto por la exigüidad de los testimonios históricos existentes sobre algunos aspectos de su vida, como por los intereses de la orientación oficial triunfante en el seno de la propia Orden carmelita descalza, escindida desde finales del siglo XVI en facciones: una línea más «humanista» y misionera, y otra de talante «rigorista» y observante[1484]. Incluso podríamos decir que en el Carmelo descalzo masculino se confrontaban tres modelos: Gracián, Doria y san Juan de la Cruz. Gracián quizás respondía a una tipología cercana a la formación y al apostolado de los jesuitas; Doria subrayaba aspectos ascéticos y de retiro; san Juan de la Cruz, la personalidad más compleja (austero, intelectual, contemplativo y artista) quedó al margen o fue simplificado. La fuerte personalidad de santa Teresa podía aunar lo activo y lo contemplativo, pero no resultaba un camino viable para todos: las monjas tendieron a ser contemplativas; los varones de línea Gracián predominantemente activos; y los de la otra línea ascéticocontemplativos. San Juan de la Cruz fue un lírico extraño y delicado, al margen o más allá de casi todo. La tensión del Carmelo descalzo masculino entre lo eremítico de los orígenes y la proyección apostólica como Orden mendicante quizás nunca se ha resuelto del todo[1485]... Por lo demás, en el orbe católico, la acción apostólica fue asumida con mayor empuje por los jesuitas; y el abismamiento contemplativo masculino por las tradicionales órdenes monacales. Del mismo modo, las monjas tuvieron que permanecer contemplativas y recluidas; y cuando se hicieron misioneras, en el siglo XIX, se colorearon de espiritualidad jesuita. Por eso, la personalidad de Juan de la Cruz ha pasado a convertirse en un tema de estudio que posibilita perspectivas de interpretación múltiples: desde quienes le consideran como humanista inquieto, de espiritualidad depurada y ciertos toques erasmistas, hasta los que hacen más hincapié en el contemplativo, recluido y penitente, a 542

pesar de todo. Y es que la propia figura de Juan de la Cruz se presta al desconcierto y a la ambigüedad interpretativa, como si se nos escapara en una continua e incesante fuga: «Ni eso, ni eso, ni esotro» [1486]. Fuga de los jesuitas de Medina del Campo; huida hacia la Cartuja; fuga del poder universitario y el saber institucional de Salamanca; recogimiento purificador en la naturaleza frente a las componendas sociales; fuga de los protagonismos de dirección política y administración institucional de la Orden; fuga final hacia las soledades de La Peñuela, y muerte. En este marco se nos presenta ahora esta nueva biografía de uno de los estudiosos y máximos especialistas en san Juan de la Cruz[1487]. José Vicente Rodríguez posee la «vivencia» de la Orden carmelita y todo el amor por el personaje. Sus abundantes publicaciones sobre el tema no hace falta detallarlas aquí, pero sí subrayar su matizada erudición y su ponderado buen sentido en muchos de los aspectos que desarrolla. No obstante, él mismo limita sus pretensiones, y nos dice expresamente en el capítulo inicial que «esta biografía de personaje tan eximio la considera sólo como dibujo biográfico». Dibujo, es decir, trazos de aproximación. Pero el resultado consigue mucho más que eso, pues se despliega como una síntesis de madurez, tras una larga trayectoria de esfuerzos. Y, al final, con su generosidad habitual, nos ha pedido un Epílogo. Y hemos aceptado por la amistad que nos vincula desde hace varias décadas. Sin embargo, poco podremos añadir a su maestría, si acaso recoger algunas virutas históricas complementarias[1488], y contribuir con algunos sombreados al acierto de su dibujo. Sugerencias para historiadores Juan de Yepes ingresa en 1563 en el convento carmelita de Santa Ana de Medina del Campo, con el nombre de Juan de Santo Matía. Destaquemos, para comenzar, esta importante decisión, que señala hacia una orientación más contemplativa que el activismo apostólico de sus anteriores profesores jesuitas[1489]. Siguen, entre 1564 y 1568, cuatro años de estudios de Filosofía y Teología en la Universidad de Salamanca, la más destacada de la monarquía hispánica en estos siglos, y con una atmósfera intelectual aristotélico-tomista. De mis propias investigaciones puede deducirse con claridad que Juan de la Cruz abandonó la carrera teológica formal, porque la especulación escolástica, y las pretensiones institucionales de promoción y competencia por las cátedras, le ahogaban la experiencia. Aspiraba a algo más que a la conflictiva ingeniería de acceso al poder erudito, y opta por la vivencia con riesgo. Debo añadir que en mi trabajo sobre la formación universitaria de Juan de la Cruz en Salamanca me pronunciaba a favor de algunos profesores probables[1490]. Por ejemplo que Hernando de Rueda, colegial de San Bartolomé, lo hubiera sido en Súmulas, Lógica y Filosofía Moral, entre 1564 y 1567. Nos lo confirma la declaración de fr. Pedro de la Purificación, Évora, diciembre de 1601, quien había tratado con el doctor Rueda, que conocía a fr. Juan de la Cruz de su etapa de calzado[1491]. Pero, para este Epílogo, quiero aportar algunas consideraciones novedosas sobre los 543

estudios de san Juan en la cátedra de Biblia latina de la Universidad de Salamanca. Tengamos en cuenta el interés por la Sagrada Escritura que mantuvo a lo largo de toda su vida[1492]. Y recordemos que resulta muy probable que nuestro carmelita asistiese a las lecciones de dicha cátedra, regentada como sustituto por el maestro Gaspar de Grajar, con unos trescientos oyentes habituales, y que se leía de nueve a diez de la mañana en horario de invierno. En el curso 1567-1568, Grajar explicó los Salmos, del 50 a más allá del 73, entre octubre de 1567 y abril de 1568; y, posteriormente, de mayo a julio, el profeta Miqueas, capítulos primero al sexto, acabando la lectura de Miqueas en agosto. Pues bien, este Gaspar de Grajar, nacido en 1530 en Villalón de Campos (Valladolid), y de familia de cristianos nuevos[1493], siendo profesor en Salamanca, sufrió acusaciones de heterodoxia en 1561 y 1566; aunque su testimonio y el de sus discípulos detuvieron el proceso inquisitorial en esta etapa. Pero se le reabrió en 1572, junto a otros hebraístas salmantinos, y fue conducido a los calabozos de la Inquisición de Valladolid, donde falleció en 1575. Hay que señalar que Grajar se separaba de los comentarios e interpretaciones bíblicas tradicionales, y se implica en una exégesis filológica con recurso a las lenguas originales, hebreo y griego[1494]. Grajar defendía en sus clases la integridad y pureza de la veritas hebraica (el texto hebreo de la Biblia) frente a la Vulgata que, o bien incluía algunos pasajes mal traducidos o que podían traducirse mejor. Y, asimismo, prefería la veritas hebraica a la veritas graeca o Biblia de los LXX[1495]. Todos los filólogos hebraístas coincidían en estas posturas[1496]. Por los apuntes de algunos alumnos en las clases de Gaspar de Grajar[1497] podemos acercarnos a su método de enseñanza; es decir, a lo que fr. Juan de la Cruz pudo escuchar en la cátedra de Biblia latina de Salamanca. Comenzaba Grajar leyendo el versículo bíblico correspondiente por la Vulgata de la Biblia Complutense. Si encuentra diferencias respecto a la veritas hebraica cita el texto hebreo y lo traduce al latín, o bien inserta la interpretación de Vatablo y/o la de Pagnini. También puede comparar la traducción con la versión griega de los LXX. Asimismo, utiliza y se vale de la tradición rabínica. Es decir, intenta la mayor aproximación al texto original, tratando de contrastarlo, depurarlo y fijarlo. Luego pasa a comentar el sentido literal del versículo, con atención a los diversos significados de las palabras hebreas. Y para ello se vale de conocimientos históricos, geográficos, lingüísticos, filosóficos y teológicos. Declara la traducción de san Jerónimo, y señala sus discrepancias en su caso. Finalmente, aplica el sentido del texto bíblico a la práctica cristiana, con amonestaciones a ponerlo por obra. Grajar defiende el sentido literal, histórico o gramatical de la Escritura; pero también el espiritual o místico (sensum mysticum sive spiritualem). No obstante, piensa que el sentido literal era el más apto para replicar a los herejes, y el que debía explicarse en las universidades[1498]. Por lo mismo, aconseja moderación en el uso de la interpretación alegórica (oportet itaque ut allegorias tum sobrie). Y esto porque del exceso de alegorías puede llegarse a debilitar la autoridad y firmeza de la Escritura: «Quienes, en efecto, comprueban que esto se expone según el modo de fábulas poéticas, de forma tan 544

variada y hasta contradictoria, sin raciocinio ni discernimiento, sospechan que no hay nada o muy poco de sólida doctrina en la Escritura y que pueden ser llevados al sentido que más les agrade según el afecto de los que disputan» [1499]. Pues bien, en aquel curso 1567-1568, y con Juan de la Cruz muy probablemente en el aula, Gaspar de Grajar explicó, como hemos dicho, los textos bíblicos del profeta Miqueas, del capítulo primero al sexto entre mayo y julio de 1568, terminando el séptimo para agosto. Curiosamente, en ese capítulo séptimo dice Miqueas: «Apacienta tu pueblo con tu vara, rebaño de tu heredad, que habita él solo en el monte, en medio del Carmelo». Y, en su comentario, Grajar glosa, entre otras cosas, que «con el nombre de Carmelo suele designar la Escritura abundancia y fertilidad» [1500]. Recordemos que, en agosto de 1568, fr. Juan acompaña a Teresa de Jesús en su fundación de Valladolid. No sabemos si pudo escuchar este final de Miqueas antes de trasladarse a su Carmelo particular en la soledad de Duruelo: noviembre de 1568. Y una nota final sobre este asunto. Como hemos podido ver, la tendencia de Gaspar de Grajar era la de hermenéutica bíblica literalista; y, sin embargo, el estilo de san Juan de la Cruz, en los comentarios de sus propias obras, resulta contrario y fundamentalmente alegórico y tendente al sentido espiritual de la Escritura[1501]. De modo que Juan parece más cercano a la exégesis alejandrina que al literalismo del humanismo hebraísta salmantino. ¿Talante poético y espiritual de fr. Juan de la Cruz o reservas frente a las acusaciones de heterodoxia contra Grajar en 1566? Y baste por ahora. Prosiguiendo en el tiempo, creo que la etapa de Ávila, 1572-1578, debiera suscitar más atención por parte de los biógrafos de san Juan de la Cruz. ¿Estudios y lecturas privadas? ¿Relaciones y discrepancias con santa Teresa? ¿Otras relaciones? ¿Primeros escritos, perdidos? ¿Reorientación espiritual? Ávila constituye un largo período, desde mayo de 1572 a diciembre de 1577; un espacio temporal de cinco años y medio, como vicario y confesor de las monjas de La Encarnación. Debe tratarse de un espacio de sedimentación, reflexiones, confrontación y creatividad expresiva. Ofrece la posibilidad de una síntesis dialéctica y de posicionamiento: después de la tesis intelectual y académica (Salamanca, Alcalá), y de la antítesis ascética y rigorista (Duruelo, Pastrana). Una etapa, por otro lado, de confrontación personal con Teresa de Jesús. Monotonía de tiempos muertos, barbechos de posterior fecundidad. Lecturas, escritos, esfuerzos personales de clarificación en la plenitud de la década de sus treinta años. Tiempos de Ávila, encrucijada dialéctica y fecunda, rica seguramente en escritos, en oración, en experiencias poéticas y artísticas, en gracia y desbordamientos. Una etapa difuminada y oscurecida tras la cárcel de Toledo[1502], pero de la que se han conservado algunos de los restos del naufragio[1503]. La noche oscura toledana de 1578 debió servir para recordar, fermentar y transfigurar materiales y experiencias acumuladas en el crisol de Ávila. En concreto, hacia Ávila confluyeron, en este periodo, dos destacados profesores de fr. Juan de la Cruz. El jesuita Juan Bonifacio (1538-1606), que había sido preceptor de 545

latinidad del entonces Juan de Yepes en Medina del Campo, estuvo asimismo como maestro de latinidad en el colegio de san Gil de Ávila entre 1567 y 1576[1504]. Por otra parte, el doctor Hernando de Rueda, que fuera su maestro de Súmulas, Lógica y Filosofía Natural en Salamanca, conseguía canonicato de Biblia en Ávila en 1570, donde fue magistral hasta su nombramiento como obispo en 1580[1505]. La probabilidad de relaciones y encuentros con ellos parece evidente, sobre todo por cuanto diversos testigos declaran que acudía a tratar «de oración y cosas de perfección» con diversas personas[1506]. Esta es la riqueza, en conjunto, de la etapa abulense. Aunque, por ello mismo, cabe señalar que durante este período, «aparcado» como confesor de las monjas de Ávila, Juan quedó un poco al margen de la vanguardia y organización de la Orden masculina y sus avatares. El «paréntesis» de Ávila será un tiempo en cierto modo «perdido» para la promoción política de fray Juan en la nueva Reforma emergente. Esto es cierto, también, en cuanto a las relaciones de Juan de la Cruz con Pastrana, el gran noviciado de los descalzos, mucho más fecundo que Duruelo/Mancera. El convento se había fundado en julio de 1569, y pronto se distinguió por una línea de rigor penitencial, silencio y oración en soledad. En él, los novicios se impregnaban de un talante más monacal que el de otros frailes mendicantes del tiempo[1507]. Los biógrafos fuerzan una cierta vinculación de fray Juan a Pastrana, en forma de visitas para moderar excesos. Pero lo cierto es que Juan no fue formador de descalzos en Pastrana, y desde su etapa de Ávila las circunstancias le orientaron más hacia la dirección espiritual de conventos femeninos. En lo referido a la formación intelectual, muchos de los nuevos profesores del noviciado de Pastrana contaban con estudios teológicos concluidos y oficiales en la Universidad de Alcalá, frente a un Juan de la Cruz que había renunciado a ellos en Salamanca y que, por lo mismo, quizás no se sintió cómodo por mucho tiempo como rector del colegio universitario de Alcalá. Jerónimo Gracián, el que sería primer provincial de la descalcez, superaba con mucho los estudios formales de fray Juan y, hacia 1572, contaba con todos los cursos para la graduación de maestro en Teología. El radicalismo contemplativo de san Juan de la Cruz en los inicios de Duruelo le desplazó, de alguna manera, de una posible carrera política o intelectual en la Orden descalza reformada. Y así, pudiéramos considerar este tiempo de Ávila como un nuevo Duruelo, tras el relativo fracaso de la experiencia inicial; es decir, en Ávila Juan de la Cruz retoma un proyecto de soledad contemplativa y dirección espiritual. Otro punto para desarrollar serían los encuentros y desencuentros con santa Teresa. Parece que hubo divergencias temperamentales y espirituales; a pesar del gran aprecio de fondo el vuelo era diverso[1508]. La diferencia de caracteres se manifiesta en la misma elección del apellido religioso: Teresa «de Jesús», más concreto, más afectivo; Juan «de la Cruz», más abstracto, más ascético y sublimativo. Tampoco el tiempo de convivencia en Ávila fue muy prolongado. Fr. Juan de la Cruz estuvo de confesor en La Encarnación de mayo de 1572 a diciembre de 1577; pero, durante este período de tiempo, santa Teresa tan sólo permaneció en la ciudad unos 546

veintitrés meses, menos de dos años[1509]. El contacto se concentra en la primera época: de mayo a diciembre de 1572; de enero a julio de 1573; de octubre a diciembre de 1574; y de julio a noviembre de 1577. La relación entre san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús registra una cierta inflexión hacia 1575. Juan había estado de confesor de La Encarnación de Ávila desde 1572, como hemos dicho. Sin embargo, en 1575, Teresa se decide a tomar al padre Jerónimo Gracián en lugar de Jesucristo mientras viviere; y a desligarse de anteriores confesores con diferentes pareceres y que no la entendían. ¿Se refería, entre ellos, a Juan de la Cruz?[1510]. En cualquier caso, y en esto se afirman diversos especialistas, Teresa fue hechizada por el padre Jerónimo Gracián como sujeto ideal para la Reforma[1511]. En una carta desde Beas de Segura de mayo del mismo año 1575, dirigida a la madre Inés de Jesús en Medina del Campo, le declara que los días con Gracián han sido los mejores de su vida, y que perfección con tanta suavidad ella no la ha visto[1512]. Un año después, en carta al propio Jerónimo Gracián de septiembre de 1576, le garantiza que ningún confesor ha encontrado como él[1513]. No quiere esto decir que santa Teresa no valorara la dimensión espiritual de fr. Juan. En carta a su hermano don Lorenzo de Cepeda de enero de 1577 le anima a seguir tratando de oración con Juan de la Cruz, pues «tiene experiencia» [1514]. Posiblemente le consideraba demasiado abstracto y desencarnado, un poco áspero y radical frente al «suave» Gracián, como lo hace notar en la burla del «Vejamen» abulense de mediados de enero de 1577[1515]. En carta de finales de octubre de 1578 a las monjas de Beas en Jaén vuelve sobre la dimensión espiritual y letrada de fr. Juan[1516]. Y del mismo modo en otra de mediados de noviembre del mismo año a la madre Ana de Jesús: presenta a fr. Juan de la Cruz como «un hombre celestial y divino», no habiendo encontrado «en toda Castilla» otro como él[1517]. Siempre se acentúa lo espiritual frente a otros valores humanos. El propio Juan no dedicó a santa Teresa ninguna de sus obras, cosa que sí hizo con la madre Ana de Jesús y con doña Ana de Mercado y Peñalosa; mujeres, por otra parte, más cercanas a él generacionalmente[1518]. Entre Teresa y Juan se mantiene una cierta distancia[1519], que el tiempo y la geografía acentúan; hasta el último encuentro, con un ambiguo «cansancio», en noviembre de 1581 en Ávila. También convenía que los biógrafos desarrollasen algo más la encrucijada de Baeza; y José Vicente Rodríguez lo hace en esta obra. Dado que las fundaciones carmelitas en Andalucía iban tomando carácter observante y rigorista, la de Baeza pretendía canalizar vocaciones mejor preparadas y universitarias[1520]. Por tanto, nos encontramos de nuevo a fr. Juan de la Cruz en una encrucijada de «academicismo moderado», de contrapunto letrado y estudioso. Si en Alcalá tuvo que hacer valer este contrapunto frente a la ascética arriscada y meseteña de Pastrana, lo hará ahora en Baeza ante la sensorialidad imaginativa y visionaria de Andalucía. El entorno académico de Baeza y su Universidad le exige a fr. Juan la seriedad escolástica y técnica del libro de la Subida[1521]. Aunque sabemos que la atmósfera del colegio de Baeza estuvo impregnada de retiro y 547

pobreza[1522]. Por otra parte, sus compañeros frailes recuerdan su intensa dedicación a la oración[1523]. La actitud de san Juan de la Cruz en el conflicto final entre Jerónimo Gracián y Nicolás Doria, desde luego, no está clara. En realidad, tal conflicto suponía el desgarro de la Reforma. Si fr. Juan pretendía ser una especie de cartujo-carmelita, ¿podía estar de acuerdo con el activismo de Gracián? ¿No se acercaba, a pesar de todo, más a Doria en cuanto a su proyecto final carmelitano? Aunque hay autores que postulan una independencia que le valdría la marginación final[1524]. Gracián muestra siempre cierta indiferencia respecto a fr. Juan de la Cruz, a pesar de las conminaciones y recomendaciones de santa Teresa. E, incluso, parece sospechar en un determinado momento que fr. Juan se sitúa entre sus contrarios... Para Federico Ruiz, Doria simpatizó con Juan de la Cruz más que el propio Gracián[1525]. Baldomero Jiménez Duque considera a Juan, dentro de la Reforma, como un cartujocarmelita fracasado[1526]. Para este mismo autor, santa Teresa y san Juan no sintonizaban psicológicamente del todo; y, desde luego, para los conflictos y dirección de los descalzos prefiere a Gracián[1527]. Y, añado yo, quizás fr. Juan de la Cruz no tenía cualidades para dicha dirección, ni le interesaba ni tenía relaciones. Procedía de niveles de pobreza y marginación populares, y no de los estratos influyentes y acomodados, como el propio Jerónimo Gracián y, de alguna forma, la misma santa Teresa. En contraste con ellos, Juan no mantiene relaciones ni amistades con «grandezas», nobiliarias o eclesiásticas[1528], quizás con la excepción de doña Ana del Mercado y Peñalosa y de su hermano don Luis, oidor en la Chancillería de Granada. Para diversos aspectos de la biografía de fr. Juan, creo que son particularmente interesantes ciertas declaraciones de los procesos de beatificación y canonización[1529], como los de su compañero en diversos viajes, amigo, secretario y confesor en Granada fr. Juan Evangelista[1530], que le trató personalmente durante más de ocho años. Declaraciones de este tipo resultan muy sugerentes, frescas y convincentes[1531]. En este mismo sentido, contamos con la edición de declaraciones de primeros testigos entre 1597 y 1614/1618, espontáneas y menos sujetas a posteriores estereotipos de los interrogatorios[1532]. El abanico de posibilidades es amplio. Por estas declaraciones iniciales desfilan personajes bastante destacados. Así, el propio Francisco de Yepes, que declara por primera vez sobre su hermano (Salamanca/Medina del Campo, 1597-1598). Fr. Tomás de la Cruz (que declara en Zaragoza, por noviembre de 1597), escribiente de fr. Juan en Granada. Fr. Juan Evangelista (Granada, abril de 1598), compañero del santo casi nueve años. Fr. Agustín de San José (Granada, abril de 1598), que dice haber tratado a fr. Juan de la Cruz seis años. La Madre María de Jesús (Córdoba, agosto de 1610), que trató a fr. Juan en el Carmelo de Beas de Segura. Fr. Pedro de la Purificación (Évora, diciembre de 1601), que convivió con el santo en Ávila por la década de 1570. Fr. Gregorio de San Ángel (Granada, septiembre de 1602), que asimismo convivió con fr. Juan de la Cruz en la Consulta de Segovia, y fue su confesor. Fr. Juan de Santa Ana 548

(Écija, 1603), compañero en El Calvario, Baeza y Segovia. La Madre Magdalena del Espíritu Santo (Córdoba, 1603), monja de Beas de Segura, a la que dedicó el dibujo conservado del Monte de perfección, etc. Estas interesantes semblanzas las venimos utilizando a lo largo de este Epílogo. Por otro lado, como temperamento artístico y emocional, la trayectoria biográfica de fr. Juan de la Cruz no tiene por qué imaginarse como unitaria y sin contradicciones. Hubo un fr. Juan vacilante y ansioso en sus inicios y, al mismo tiempo, con una personalidad no conformista y radical. ¿Cómo fue su evolución entre el rigorismo ascético de Duruelo/ Pastrana y el afirmativo Cántico glosado en la madurez de Andalucía? ¿O acaso fue un místico de varias facetas complementarias? Subida, Cántico, Llama... Una personalidad compleja La vida de fray Juan de la Cruz da la impresión de un hombre continuamente desplazado y marginal[1533]. Una continua peregrinación en soledad: «desterrado y solo», como dirá en carta de 1581 a la madre Catalina de Jesús desde Baeza[1534]. Desplazado desde la pobreza de sus orígenes; desplazado de Salamanca; desplazado de Duruelo; desplazado de Pastrana; desplazado y «aparcado» en Ávila; desplazado a Toledo; desplazado a Andalucía; desplazado hacia conventos de mujeres; desplazado a La Peñuela, sin cargos; desplazado para morir en Úbeda[1535]; desplazado como cadáver hasta Segovia; desplazado y despedazado en reliquias. Desplazado y manipulado por la interpretación rigorista de su persona y mensaje entre los siglos XVII y XX. ¿Desplazado actualmente por el desbordamiento de figuras y referencias «femeninas» en la espiritualidad de la Orden? Juan de la Cruz deja una trayectoria de proyectos, dedicaciones y obras inacabadas, fragmentarias... De un lado a otro, de una cosa a otra, sin sosiego[1536], acuciado por las necesidades y exigencias expansivas de la Orden en marcha. Se encuentra como arrastrado por los acontecimientos externos de la Reforma teresiana encabezada por Jerónimo Gracián, y llevado, según las circunstancias, de aquí para allá. Por el contrario, parece tomar más protagonismo en la etapa de la Consulta de Nicolás Doria, a partir de 1585. Fr. Juan resulta una personalidad de acomodo problemático en la trayectoria institucional del Carmelo teresiano. Está dentro de ella, pero, al tiempo, con protagonismo relativo, un poco al margen, entre monjas[1537] y siempre en un límite de trascendencia. De ahí las dificultades para una biografía «externa», por cuanto en su personalidad la biografía más decisiva es radicalmente «interna». La Orden es el «rumbo externo» de la vida de Juan[1538]; pero sabemos poco de su rumbo interno, íntimo... Quedan sus escritos. No puede haber un acercamiento biográfico a fr. Juan de la Cruz sin una confrontación continuada con sus escritos; es decir, con las huellas de su rumbo interno... Las que nos quedan. Juan de la Cruz no tiene como principal propósito la «construcción» de una Orden, su 549

organización y expansión[1539]. Es un formador, un director espiritual más que un gobernante[1540]. Todo gobierno supone cierta afirmación, cierta violencia y rozamientos, y puede degenerar en confrontaciones por protagonismos o modelos distintos. Juan sólo pretende acercarse (y acercar) a una experiencia, ponerla en práctica, vivirla, y se limita como poeta a transmitir su fascinación. Desde esta prioridad vital se acomoda a los contextos externos. Hay un Juan de la Cruz austero, sobrio, como castellano y pobre[1541]. Pero posee un interior colorista y deslumbrante, al modo del arte mudéjar del tiempo[1542]. El fr. Juan humano es un artista, un poeta (además de un místico), y, por tanto, un hombre contradictorio y sujeto de interpretaciones y fecundidad múltiples. Cada uno le entiende un poco a su medida, a la de sus inquietudes. Podríamos destacar hasta cuatro niveles fundamentales. El Juan observante y ascético, despojado, apellidado «de la Cruz», que renuncia por amor de preferencia[1543]. El intelectual, el dialéctico razonable[1544], formado universitariamente entre la Escolástica y el Humanismo. El contemplativo, con conocimiento espiritual y experiencia abisal[1545]. Y en cuarto lugar el lírico creativo[1546], el poeta enamorado, exclusivista y ávido, que canta su fascinación plástica y depuradamente. Nada más y nada menos. San Juan de la Cruz nos desborda y desborda su biografía. Se nos presenta como una personalidad peculiar e independiente, complementaria en sus contradicciones. Lo abisalcontemplativo en él constituye una intuición nuclear, simbólica y desnuda. No parece tratarse de un activista pastoral ni de un rigorista observante exaltado, pues era mucho más sutil, cultivado, razonable, lírico y complejo que todo eso. Los intérpretes posteriores, al tratar de acomodárselo, únicamente han conseguido simplificar su libertad. Y al fin nos queda en el aire todo el embrujo oriental de un aroma de azahar[1547]. LUIS E. RODRÍGUEZ-SAN P EDRO BEZARES, Catedrático de Historia de la Universidad de Salamanca

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Índice

SAN J UAN DE LA CRUZ Siglas Otros libros Prólogo Presentación Silueta de Juan de la Cruz Ni leyenda blanca, ni leyenda negra Tres biografías de la primera mitad del siglo XX El rayo luminoso válido Hagiografías y biografía Puntualizando Fuentes para la biografía de san Juan de la Cruz ¿Claves de lectura? Excursos Apunte sobre cronología y geografía sanjuanistas División del libro Razón del título Carácter de la obra Agradecimientos Y... a volar Raíces y primeras secuencias Genealogía y descendencia Gonzalo y Catalina. Noviazgo y casamiento La negra honra Excurso: ¿De estirpe judía? Otros parientes Su Fontiveros del alma Fecha de nacimiento y bautismo Cumpleaños y onomástico La sombra de la cruz Catalina, ama de leche «Años estériles» La peregrinación del hambre a tierras toledanas Un nuevo documento Al agua En la villa de Arévalo Los sobrinos carnales de Juan de Yepes En Medina del Campo. Doctrino, enfermero, estudiante

¡Ay telar de Fontiveros...! En Medina del Campo «La de Yepes» Juanito en los doctrinos Otra vez al agua

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A cuidar enfermos en el hospital de las bubas Al Colegio de los jesuitas[151] Reglas de los alumnos externos de la Compañía[156] Juan Bonifacio, el preceptor principal Criterios pedagógicos y prácticas Bautista Mantuano, estudiado en el Colegio de la Compañía Las ilusiones del profesor De las aulas a los conventos Vida ejemplar de Catalina, Francisco y Ana Izquierda Evaluación y resumen del primer periodo (1542-1563)[172] Opción por el Carmelo

En Santa Ana de Medina Diego Rengifo El noviciado Profesión religiosa en el Carmelo ¿Estudió Artes-Filosofía en Medina? Ciudadano y universitario en Salamanca

En el Colegio de San Andrés «Morá en los arrabales» Camino de ida y vuelta Cursos universitarios Otras pistas culturales Atención a enfermos en el hospital de Santa María la Blanca Vida conventual El padre general del Carmen en España

Recorrido de visitas Fray Juan viaja a Ávila con sus compañeros La madre Teresa ante el padre general La patente del general Juan Bautista de Rossi (Rubeo) para los frailes Teresa, en busca de los futuros carmelitas Encuentro de alto nivel en Medina del Campo

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Teresa y Juan al habla «Fraile y medio» Pasos sucesivos Viaje teresiano de inspección a Duruelo Otros flecos Teresa y Juan, juntos a Valladolid Segundo noviciado de fray Juan Fray Juan de Santo Matía a Duruelo Resumen y evaluación del segundo periodo (1564-1568)[270] Duruelo y Mancera A preparar la casita en Duruelo En hábito de descalzo Hacia la inauguración deseada Comienzo oficial: 28 de noviembre de 1568 Repasando la patente del padre general[284] Excurso: fragmento de la patente olvidado Constituciones de Rubeo Visita de la madre Teresa ¿Pacto de silencio? Otras visitas Escribe el padre general ¿Hicieron profesión en la descalcez Antonio y Juan? A Mancera de Abajo Primeras profesiones Visitas a Medina Ejemplo público de humildad ¿Qué se hizo de Duruelo? Pastrana. Juan de la Cruz, maestro de novicios

Presencia carmelitana Dos candidatos más a la Orden Segundo convento de descalzos Juan de la Cruz, maestro de novicios: ¿en qué fechas? Nuevo documento del padre Rubeo Labor de Juan de la Cruz en Pastrana Nuevo maestro Excurso: Costumbres santas Nuevos lances y encomiendas en Alcalá y Pastrana

Visita memorable a Mancera En Alba de Tormes A Alcalá de Henares. Rector del Colegio Otra vez moderador en Pastrana ¿Qué tipo era el maestro? Tercia la madre Teresa. Carta del padre Báñez Reflexión pedagógica

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En Ávila de los Caballeros (1572-1577)

Desembarco en Ávila Confesor y mentor espiritual en La Encarnación Secuencia de algunos acontecimientos Acción benéfico-espiritual en el monasterio Más noticias especiales Revelando secretos personales «El Cristo de san Juan de la Cruz»[414] Teresa y Juan de la Cruz A fundar a Segovia A brazo partido con el diablo en Ávila

María de Olivares Guillamas, monja posesa El exorcista Juan de la Cruz y su ingrata y larga labor Memorial a la Inquisición ¿Será posesa una descalza de Medina? Ecos del caso de la posesa de Ávila Otros casos en Ávila Gozos y sufrimientos entremezclados

El desafío[438] Vivo sin vivir en mí[439] Búscate en mí. Vejamen[440] Maestro en el barrio «Desobedientes, rebeldes y... contumaces» Gran pulso de la madre Teresa Gracián toca a rebato Intermedio: achaques de cronología La «elección machucada» Secuelas perniciosas. Recursos varios ¿Qué pensar de todo aquello? Juan de la Cruz, encarcelado Malos aires para fray Juan Juan de la Cruz, apresado La madre Teresa entra en acción Pero preso, ¿dónde? En la cárcel conventual de Toledo Segunda cárcel estrecha y oscura Vida del encarcelado Teresa sigue matándose por fray Juan Cambio de carcelero

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Nace la poesía más pura en una cárcel Arrecia la lucha contra los descalzos Teresa se entera, ya tarde, de dónde está preso fray Juan ¿En qué pensáis ahora? Noches oscuras y claridades La fuga de la cárcel

Preparando la fuga La «inocencia» del carcelero «Salí sin ser notado» Como ánima en pena por las calles de la ciudad «Fray Juan de la Cruz soy» Peras con canela En busca del fugado Revoloteo de versos en la iglesia Protegido en el hospital de Santa Cruz Un propio a la madre Teresa Noticia en la corte Y... ¿el carcelero? Excurso ¿Un viaje a Medina del Campo? La «capítula» de Almodóvar Camino de Andalucía Destino: el convento del Calvario Estaciona en Beas de Segura Coplillas como saetas Mi «muy hija la madre Teresa» En el convento del Calvario ¿Cómo vivían aquellos solitarios? Magisterio espiritual de Juan de la Cruz Un retraído en el convento Nuevos detalles y matices Atención espiritual a las descalzas de Beas Flor de diálogos Copia que te copia y, ¿qué más? La copista embelesada y un caso espeluznante Visita fraterna Hortelano, albañil, sacristán Correspondencia epistolar Con posesas y mujerzuelas En Baeza, todo para todos Fundador en Baeza ¿Duendes en casa? Y penurias y otros datos Movimiento vocacional Alonso Palomino[630] Jerónimo de la Cruz[632] Juan de San Pablo Sebastián de San Hilarión y otros[634] Lances pedagógicos

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Doctor en Teología por Baeza Excurso: Universidad de Baeza Su calendario litúrgico Acción apostólica de fray Juan en Baeza Oráculo de los doctos Amistad con el artista Juan Vera Juan de la Cruz y el médico Huarte de San Juan ¿Engañado por la ilusa Juana de Calancha (Ana de la Trinidad)? Delatado a la Inquisición Maestro espiritual Martín de la Asunción, testigo de excepción[664] Apostolado en Beas y en el Calvario «Cortijo de Santa Ana» Con los enfermos de su comunidad Muere en Medina Catalina Álvarez en 1580 La «venganza» de un santo La independencia de los descalzos Proclama teresiana Ejecución del breve pontificio Celebración del Capítulo de Alcalá: 1581 Calendario del Capítulo Vuelta a Baeza Primer viaje a Caravaca. Delegación del provincial «Desterrado y solo por acá» Una carta doliente Fundación de las descalzas de Granada Última entrevista entre Juan y Teresa. La despedida De Beas a Granada. Contratiempos En los Mártires de Granada (1582-1588)

Desplegando el mapa Primer priorato en Granada Los descalzos en Granada. Peripecias Obras en marcha La construcción espiritual. Galería de testigos Jerónimo de la Cruz Baltasar de Jesús (Ramírez Cazorla)[764] Jorge de San José[766] Martín de San José Diego de la Concepción[767] Alonso de la Madre de Dios[768] Agustín de San José[771] Luis de San Ángel[772] Agustín de la Concepción[776] Juan Evangelista[777] Otra serie de perlas Picaresca vocacional Un enfermo melindroso La muerte de fray Alberto de la Virgen Noticia luctuosa 1583: Capítulo en Almodóvar del Campo

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Aventuras frailunas en el camino El Capítulo Las misiones ¿Fundamos fuera de España? Determinaciones litúrgicas y espirituales Corrección de las culpas Guía de almas en Granada y fuera

Nueva galería de testigos Ana de Jesús (Lobera) Beatriz de San Miguel Agustina de San José María de la Cruz (Machuca)[805] Isabel de la Encarnación[809] María de la Madre de Dios Maestro espiritual de personas de la calle y de dos beaterios En situaciones penosas Continúa su ministerio en Beas Fundador de las descalzas en Málaga Capítulo Provincial en Lisboa-Pastrana, 1585

A Lisboa Trabajos del Capítulo La monja de las llagas Continuación del Capítulo en Pastrana Discurso clamoroso del nuevo provincial Nicolás Doria Juan de la Cruz, vicario provincial de Andalucía Juan de la Cruz, viajero Normas para viajes y viajeros Viajero apostólico Sembrando la paz y estimulando al arrepentimiento Auxilios espirituales Otras peripecias Con poco o nada para el camino ¿Y el rezo litúrgico y la oración personal? Huellas camineras en sus libros Vicario provincial de Andalucía Poderes del vicario En esta su nueva tarea A tope Fundación de frailes en Córdoba Traslación de las descalzas de Sevilla Sin «muchas andulencias»

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Junta de vicarios con el provincial Mediador de paz en Almodóvar Fundación en La Manchuela Intermedio En la elección del rector de Baeza Visita a Los Remedios de Sevilla Más y más tajo En Sabiote y la Fuensanta Corriendo a Madrid Vuelta a Andalucía En Guadalcázar Enferma y escribe la historia de dos imágenes famosas Carteo con las descalzas de Beas Ordenanzas de la cofradía del Nazareno en Baeza Capítulo Provincial de 1587 en Valladolid

Pergeñando el Capítulo «Diferencias sobre cosas del gobierno» Otros temas Regreso a Granada Capítulo Provincial de 1588 Nuevo breve pontificio Arbitrariedad inconfesable. «Sin voz ni voto» Comienza el Capítulo: 19 de junio. Gran alboroto Nombramiento de definidores y del vicario general Nombramiento de consiliarios y división de la provincia A postrarse tocan Doria elige a Gracián como su compañero Excurso obligado Comunicación con el general de la Orden Fray Juan de la Cruz en Segovia Fundación de los descalzos en Segovia (1586) Llega fray Juan a Segovia Generosidad de doña Ana de Peñalosa Hoja de ruta segoviana Constructor-edificador del nuevo convento Documentos oficiales. Compra y mediciones Toma de posesión de los terrenos Obreros de primera clase ¿A qué punto está la obra? El poder de la palabra. Percances conventuales

Carismático de la palabra A los religiosos de su convento Percances especiales ¿Cómo vivía Juan de la Cruz? A las carmelitas descalzas Con los eclesiásticos de la ciudad y de la diócesis

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Canónigos y curas Testigos en los procesos Más sacerdotes de la diócesis de Segovia Apostolado entre los seglares

Dos jóvenes asiduos Con un grupo juvenil Doña Ana de Peñalosa y familia Otras familias Un caso ruidoso Otra vez contra el maligno Apostolado de la pluma. Cartas segovianas

Apostolado epistolar A tres padres de la Orden A doña Juana de Pedraza A una aspirante al Carmelo A una desconocida Remedios para una escrupulosa Quinteto a las fundadoras de Córdoba De entre las cartas perdidas «Censura y parecer»[1064] En el gobierno de la Consulta. Luces y sombras

Le van entrando dudas Juan de la Cruz, presidente interino de la Consulta Serie de intervenciones Otros acontecimientos Juan de la Cruz despierta y acomete Presidiendo Nicolás Doria Recapitulación Capítulo General de 1590. La bomba del breve Salvatoris et Domini

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Se pregunta por Gracián Otra revolución en la descalcez. Tareas capitulares Viaje de Juan de la Cruz a Cuerva Diálogo con el Señor de la Cruz a cuestas Costumbres santas de los frailes A vueltas con el breve Guerras intestinas Monasterios contrarios a la obtención del breve Los que aceptan el breve Situación de Juan de la Cruz ¿Quién ejecutará el breve? Un contrabreve Capítulo General de 1591. Declina su estrella

«Nada, nada, nada» Trabajos capitulares. Leyes, monjas Caso de Gracián Dos breves a nombre de Juan de la Cruz «Se ofrece a ir a México» Unos días en Madrid ¿Se mueven los encargados de la causa de Gracián? ¿Se quedará fray Juan en Segovia? Salida de Segovia En la soledad de La Peñuela Camino de Andalucía De Madrid a Toledo y seguido En La Peñuela ¿Cómo pasaba sus jornadas? Una tormenta y un incendio La visita de un homónimo Noticias desagradables Le dan «unas calenturillas». Plan de viaje Materiales para una semblanza de san Juan de la Cruz. Bosquejo de Juan de la Cruz Excurso. Retratos de Juan de la Cruz. ¿Cuál será el auténtico?[1280] Averiguaciones científicas acerca del físico de Juan de la Cruz «Constantes de comportamiento» Habla santa Teresa Don de profecía y discernimiento de espíritus Sencillez, humildad y llaneza No se quejaba ni murmuraba ni se mofaba de nadie Confianza en la providencia Desvivirse por los enfermos Su vida de oración y presencia de Dios Su ejercicio de las virtudes teologales Magisterio oral-entrega apostólica Su modo de gobierno ecuánime y evangélico Declaración brevecita ¿Autorretrato?

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Más constantes vitales Concluyendo El magisterio oral de san Juan de la Cruz

Carismático de la palabra hablada Discipulado Métodos pedagógicos Capítulos de su magisterio de viva voz Todo y siempre para todos Conclusión Magisterio escrito de san Juan de la Cruz

Reseña elemental de sus escritos Escritos perdidos Escritos atribuidos a Juan de la Cruz Interrelación entre magisterio oral y escrito Úbeda. Última enfermedad. La persecución más infame. A curarse a Úbeda Se agrava el enfermo Comportamiento extraño del prior Cambio paulatino del prior por arte del enfermo ¿Impaciencias del enfermo? La persecución más infame contra Juan de la Cruz ¿Cómo lo lleva el perseguido? Interrogantes históricos Información tardía contra el perseguidor y castigos ridículos Nombrado provincial de Andalucía. Muerte inesperada Noticia extraña Diagnóstico de la última enfermedad. Marañón, doctor Palma Examen científico de los restos de fray Juan Fama del enfermo en Úbeda y varias secuencias ¿Qué día es? Viernes, día 13, fiesta de Santa Lucía. ¿Qué hora es? La muerte del justo Mirada retrospectiva de estos meses de enfermedad Vuelta a Segovia. Glorificación eclesial Con nocturnidad Secuencias del viaje. Voces extrañas Se detienen en Madrid Llegada a Segovia en olor de multitudes Reacción de Úbeda Glorificación eclesial[1478] Cronología sanjuanista 1. Familia, infancia y adolescencia: 1542-1562 2. Religioso carmelita: 1563-1568 3. Iniciador del Carmelo teresiano: 1568-1578

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4. Decenio en Andalucía: 1578-1588 5. Regreso a Castilla: 1588-1591 6. A morir en Andalucía (1591) 7. Glorificación Apéndices Apéndice I Apéndice II Apéndice III Apéndice IV Apéndice V Apéndice VI San Juan de la Cruz, una personalidad compleja y libre

Consideraciones previas Sugerencias para historiadores Una personalidad compleja

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Juan de la Cruz: realidad y mito, Revista de Espiritualidad 35 (1976) 352. Saint Jean de la Croix, Plon, París 1929, 10, 314, 409. [3] HCD, t. V, Burgos 1936, 383-384. [4] CRISÓGONO, 416. [5] Juan de la Cruz, un caso límite, Sígueme, Salamanca 20067, 12. [6] San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, BAC Mayor, Madrid 1986, 5. [7] En el prólogo que puso a mi libro Florecillas de san Juan de la Cruz. La hondura de lo humano, San Pablo, Madrid 1990, 5. [8] Así lo cuenta José de Jesús María (Quiroga) en su Historia, 252-253, diciendo que refiere las palabras de la declaración jurada de un testigo de vista muy acreditado. Véase también la declaración de Antonio del Espíritu Santo: 23, 500. Algunos atribuyen equivocadamente esta broma al padre Nicolás Doria. La chanza era desde luego mucho más propia del bromista Ambrosio Mariano que del tan serio Doria. [9] Véase M. DEL NIÑO J ESÚS , Relación del decano de la Orden, último contemporáneo de san Juan de la Cruz, ABCT 37 (2000) 607-630. La cita: 615-616. [10] Cta. 218, 3, 576. [11] Reforma 2, c. 1, fol. 1. [12] Sobre él escribe Fortunato Antolín, que es quien más se ha ocupado de este biógrafo, en el Diccionario de PACHO, 77-78. [13] Lib. 1, c. 21, 166. [14] Carta a Jerónimo de San José: BNM, ms.12738, 1445-1446. [15] Teófanes Egido en la Presentación (Claves de lectura) a la Vida virtudes y milagros del santo padre Fray Juan de la Cruz del padre Alonso, 8. [16] Ya el título completo de este libro de J. de Velasco es de un tono barroco subido. Dice así: Vida, virtudes y muerte del venerable varón Francisco de Yepes. Vecino de Medina del Campo, que murió el año 1607. Contiene muchas cosas notables de la vida y milagros del S. P. fr. Juan de la Cruz, carmelita descalzo. En particular se trata de las cosas maravillosas que en una medalla en que está un poco de carne de su bendito cuerpo, se muestran. Dedicado a la purísima y siempre Virgen María madre de Dios del Carmen. Es lectura muy provechosa para todos estados eclesiásticos y seglares por la mucha moralidad que tiene y por las reglas de bien vivir, y avisos para bien morir, que contiene, sacada a luz por el P. fray José de Velasco de la Orden de nuestra Señora del Carmen, de regular observancia de la provincia de Castilla y natural de Ávila. Valladolid, 1616. Citamos por la nueva edición de Ana Díaz Medina. [17] Ib, 20-21. [18] Ávila-Valladolid 1993, II, 119-142. También lo ha publicado en sus Estudios sanjuanistas I, Monte Carmelo, Burgos, 27-52. [19] Nada menos que 16 títulos de Teófanes Egido sobre este tema enumera Manuel Diego Sánchez en su San Juan de la Cruz. Bibliografía sistemática, nn. 762-768. Como más significativos, aparte de los citados en las notas 10, 17, 18, se pueden mencionar: Aproximación a la biografía de san Juan de la Cruz, Revista de Espiritualidad 49 (1990) 355-369; Claves históricas para la comprensión de san Juan de la Cruz, en AA.VV., Introducción a la lectura de San Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid 1991, 59-124; San Juan de la Cruz: de la hagiografía a la historia, en O. ST EGGINK (ed.), San Juan de la Cruz. Espíritu de llama, Institutum Carmelitanum, Roma 1991, 7-22; Nuevas claves de comprensión histórica de san Juan de la Cruz, en AA.VV., La recepción de los místicos. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1997, 293-309; Juan de la Cruz entre la hagiografía y la biografía, XX Siglos, año II, n. 5 (1991) 48-59; Los Yepes, una familia de pobres, en AA.VV., Aspectos históricos de san Juan de la Cruz, Institución Gran Duque de Alba, Ávila 1990, 25-41. [20] J ERÓNIMO. Véanse en la Introducción todas estas particularidades, 43-54. [21] Cta. 218, 3, 576. [22] T. EGIDO, Juan de la Cruz, un santo sin biografía, Ínsula 537 (1991) 3-4. [23] Hago míos en esto los criterios de Teófanes Egido en su artículo El tratamiento historiográfico de santa Teresa, inercias y revisiones, Revista de Espiritualidad 40 (1981) 171-189; criterios aplicables, debidamente, en el caso de san Juan de la Cruz. [24] Historiografía sanjuanista: inercias y revisiones, en AA.VV., Aspectos históricos de san Juan de la Cruz, o.c., 18ss. [25] En AA.VV., La recepción de los místicos. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, o.c., 271-292. [26] Ensayo de historiografía sanjuanista, en Historiografía del Carmelo Teresiano, Roma 2009, 77-86. [2]

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[27]

OC de san Juan de la Cruz, ed. de José Vicente Rodríguez, 1067. OC, Cta. 5, 1079-1080. [29] BNM, ms. 3653, fol. 5r. [30] Véase en OC, la sección que llamo cartas perdidas, donde doy noticias sumarias y algunos detalles más de aquellas cartas perdidas de las que tenemos información más circunstanciada, aunque no tengamos los textos literales: ib, 1112-1119. [31] Ed. moderna, preparada por J. V. Rodríguez, Salamanca 1993, lib. 6, c. 7, 649. [32] BNM, ms. 8568, fol. 445; y BMC 26, 422. [33] Lib. 7, c. 5, 706. [34] Muy bueno el estudio de E. PACHO, Escenario histórico de san Juan de la Cruz. Su entorno religioso cultural, Monte Carmelo 98 (1990) 193-241. Igualmente D. DE PABLO MAROTO, Dimensión «histórica» de la vida y obra de san Juan de la Cruz, Teresianum 41 (1990) 401-437. A tener en cuenta asimismo el magnífico trabajo de T. EGIDO, Contexto histórico de san Juan de la Cruz, en AA.VV., Experiencia y pensamiento en san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 335-377. [35] Puede leerse el librito de J. L. SÁNCHEZ LORA, San Juan de la Cruz en la revolución copernicana, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1992, 142pp. [36] Puede verse el estudio de J. V. RODRÍGUEZ, Lamentos y lástimas de Juan de la Cruz. Identificación temática y pathos personal, en AA.VV., Experiencia y pensamiento en san Juan de la Cruz, o.c., 379-399. [37] Tomás Álvarez ha hecho un trabajo muy bueno y útil que puede verse en AA.VV., Experiencia y pensamiento en san Juan de la Cruz, o.c., con este título: La madre Teresa habla de fray Juan de la Cruz. Repertorio de textos teresianos sobre el santo, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 401-459. Lo ha vuelto a publicar en T. ÁLVAREZ, Estudios Teresianos I, Monte Carmelo 2000, Burgos 1995, 337-404. Reproduce los textos teresianos en su integridad, reconstruye el contexto y los anota debidamente. Estudio muy bueno y útil. [38] Consultar J. URQUIZA, San Juan de la Cruz en los escritos de la beata Ana de San Bartolomé, AA.VV., Actas del Congreso internacional sanjuanista II. Historia, Ávila 1993, 437-455, especialmente 446-448 y el texto del Relato, en apéndice: 453-455. [39] También participa bastante de esa opinión MART ÍNEZ, 8 y 20. [40] En San Juan de la Cruz, 106, nota 16. [41] Todos estos procesos ordinarios están publicados en BMC, vols. 22 y 23. Aconsejo que se lean las introducciones de los editores a ambos tomos, muy precisas. [42] Véase en BMC 25, 44-62 en latín y en castellano. Igualmente en el vol. 24, 38-54. [43] Puede verse en BMC 22, 19-29; y en el vol. 23, 23-32. [44] Publicados en BMC, 24-25; conviene leer las introducciones de los editores. [45] Los procesos apostólicos se publican en BMC, vols. 24-25. [46] Cta. BNM, ms. 12738, 1489. [47] J. L. SÁNCHEZ LORA, El diseño de la santidad. La desfiguración de san Juan de la Cruz, Universidad de Huelva, Huelva 2004, 217. [48] Creo que MART ÍNEZ, 15-18, se deja llevar demasiado por los criterios de Sánchez Lora en este tema, cuando, en contra de esas opiniones, son tan abundantes los testimonios de los testigos personales o de visu, de tal modo que podemos dejar a un lado todo eso de «puntadas oídas no sabe a quién». [49] En Monte Carmelo 106 (1998) 419-452. [50] D. A. FERNÁNDEZ DE MENDIOLA, El Carmelo teresiano en la historia, Institutum Historicum Teresianum Studia 9, Roma 2008, da su juicio sobre los procesos sanjuanistas, 49-54. [51] La publiqué en la revista San Juan de la Cruz, segunda etapa, Año XXI/Nº 35/ 2005[I] 81-109: donde doy el texto del Informe hecho en Fontiveros el 22-23 de julio de 1627. Acompaño el texto con un largo comentario. El documento está lleno de noticias sobre el santo, la familia, sus ocupaciones, etc. Últimamente ha publicado esta misma Información Balbino Velasco en su libro San Juan de la Cruz. A las raíces del hombre y del carmelita, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2009, 332-340. [52] Cf A. Borrel, Gabriel de la Cruz, Beltrán I Larroya (1928-1998). Datos biográficos y bibliografía, ABCT 36 (1999) 391-462. [53] D, 72. [54] D. A. FERNÁNDEZ DE MENDIOLA, o.c., primera parte, 498. [55] OC, LlB, 1, 32. [56] Ib, 3,10. [57] OC, 2N, 20, 6. [58] J. J IMÉNEZ LOZANO, Bloc de notas, Vida Nueva 923, 9-3 (1974) 29. [28]

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OC, CB 12, 6. El documento del 13 de julio de 1628 se encuentra en el Libro de las cosas referentes al santo LSS, ACDS: E-I-2. Publicado en 1891 por León Carbonero y Sol en homenaje a san Juan de la Cruz, Madrid 1891, c. 3, 6163, y otra vez por J. G. MENOR FUENT ES , El linaje familiar de santa Teresa y de san Juan de la Cruz, Toledo 1970, 197-201. La ha publicado también E. C. WILHELMSEN en su libro San Juan de la Cruz y su identidad histórica. Los «telos» del león yepesino, Fundación Universitaria Española, Madrid 20122, 13-16. La publicamos en Apéndice. [61] Dentro del texto mismo se transcribe el siguiente papel: «Avinose conmigo Francisco García de Yepes desde el día de la Navidad, de cuarenta y ocho años, y se le ha de dar mil y quinientos maravedís cada año, y él ha de servir con su caballo y armas y que se los he de pagar en esta guisa, etc». [62] J ERÓNIMO, lib. 1, c. 2, 114-115; ALONSO, lib. 1, c.1, 45. [63] TyV, 38-41; SILVERIO, HCD, V, 3-6; BRUNO, 11. [64] CRISÓGONO, c.1, nota 28. [65] T. EGIDO, Aproximación a la biografía de san Juan de la Cruz, Revista de Espiritualidad, 49 (1990) 335369. [66] De modo parecido habla en la Vida de Francisco de Yepes, lib. 1, c. 1, 73. Además de nombrarse algunos prebendados de la catedral de Toledo en la Genealogía, ALONSO, lib. 1, c. 1, 45 los cita igualmente; y este averiguó por su cuenta el tema añadiendo a los dos canónigos Pedro y Francisco ya citados en la Genealogía el nombre de Sebastián de Soto Yepes. [67] Lib. 1, c. 2, 60. [68] J. C. Gómez Menor, en su artículo Varia lectura juancrucista, Revista de Espiritualidad 54 (1995) 585-588, explica el sentido o el alcance de «noble», único adjetivo que da Francisco de Yepes a su progenitor. [69] VELASCO, Vida, lib. 1, c. 1, 73 habla de «Catalina Álvarez de Ontiveros», como si estos dos fueran sus apellidos. [70] Jerónimo, por su parte, asegura que «muerto el padre de Gonzalo en su patria Yepes, le llevó uno de sus tíos, seglares, a Toledo, donde le criaba ocupado en la administración de su hacienda»: Historia, lib. 1, c. 2, 114115. [71] ALONSO, lib. 1, c. 1, 45. [72] Bajo la voz Álvarez Catalina, escribo sobre ella en PACHO, 82-83. [73] MART ÍNEZ, 33-35, presenta el tema acerca de la imposibilidad del matrimonio por amor en aquella sociedad y se adhiere a esa opinión. [74] José de Jesús María (QUIROGA) habla, equivocadamente, del padre de Gonzalo, como si todavía viviese cuando se casó el hijo con Catalina, y es el padre y los demás parientes que, disgustados por aquel casamiento, no quieren nunca más verle ni socorrerle. Y habla del padre como de quien trataba «en sedas por grueso (trato muy ordinario en aquella ciudad de gente caudalosa y que no se tiene por menoscabo de lo que cada uno es de su cosecha), y queriendo hacer a su hijo heredero de su industria, le enviaba con partidas de seda a Medina del Campo para su granjería y pasaba por Hontiveros»: ib, 60. [75] ALONSO, lib. 1, c. 1, 46. [76] Tremendo a este propósito y descabellado el romance o idilio que montan los autores de TyV sobre la pobre Catalina y Gonzalo de Yepes. Creo haber hecho honradamente la crítica que se merecía todo ese montaje en mi artículo Advertencias a «tiempo y vida de san Juan de la Cruz», Revista de Espiritualidad 51 (1992) 506-508. [77] Camino de perfección (CV) c. 12, 7. [78] F. F. CEA, Los milagros de nuestra Señora de la Fuencisla y el donado hablador de Alcalá Yáñez y Ribera en la evolución del género picaresco, Segovia, 144. El autor a que se refiere este libro, que trató personalmente con san Juan de la Cruz en Segovia, como veremos, dedica al tema de la honra páginas y páginas y en este libro Cea escribe un largo capítulo, el 7, sobre La problemática de la honra en el «El donado hablador»: 131-144. [79] J ERÓNIMO, lib. 1, c. 2, 116. [80] VELASCO, Vida, lib. 1. c. 1, 73. [81] Judaizantes del arzobispado de Toledo, habilitados por la Inquisición en 1495 y 1497, Madrid 1969: «Gonzalo de Yepes, Elvira González su mujer, 7.500 mrs. En las cuentas del fiscal de la Inquisición de Toledo, entre los reconciliados por judaizantes de la villa de Torrijos» en 1497, 127. [82] «Se llamaban habilitados a aquellos hijos y nietos de condenados por la Inquisición, que recuperaban, mediante una fuerte suma de dinero (el 5% de su fortuna estimada) ciertos derechos civiles que perdían los hijos y nietos de condenados por la Inquisición. Al menos Elvira González era hija de condenados, y tal vez tuviera alguna contaminación por su madre el mismo Gonzalo de Yepes el II. Elvira, en mi opinión, era hija de Juan González de Yepes y de su mujer, ambos condenados por la Inquisición hacia 1490» (Así J. C. GÓMEZ MENOR , [60]

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Monte Carmelo 100 [1992] 415, nota 70). [83] R. GARCÍA VILLOSLADA, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, BAC, Madrid 1986, 355-356. [84] J. BELMONT E DÍAZ-P. LESEDUART E GIL, La expulsión de los judíos. Auge y ocaso del judaísmo en Sefarad, Beta III Milenio, Bilbao 2007, 528, 645. [85] Los judeoconversos en la cultura y sociedad españolas, Trotta, Madrid 2011; en otras páginas da por hecho ese origen, pero conversos (55, 320, 529), aunque una vez hablando de san Juan de Dios y de san Juan de la Cruz dice que son judeoconversos «con la máxima probabilidad» (308). [86] LPP, fol. 74r. [87] En mi artículo Lectura varia sanjuanista, Revista de Espiritualidad 52 (1993) 293-295, doy los datos correspondientes a estos dos hermanos Anastasio y Cristina. Y Gómez Menor ha seguido investigando sobre estos parientes en Revista de Espiritualidad 54 (1995) 607-614. [88] ACDS, Libro del Santo, E-I-2, fol. 15v-16r. [89] Procesos de beatificación y canonización de la beata Ana de San Bartolomé. Testimonios selectos (16301640), 33, 546-547. Y esta otra noticia publicada por el padre Bruno en la biografía de Juan de la Cruz (traducción española: Madrid 1943, 427, nota 5): «En los Annales Congregationis Carmelitarum in Belgio se lee en el relato de la fundación del convento de los carmelitas descalzos de Amberes (1618) [...] que fue inhumado en la iglesia de ochenta ocho años y medio: Joannes Baptista Gutiérrez signifer cognatus germanus S.P.N. Joannis a Cruce in habitu nostro...): Brit. Mus. 17988, f. 47 y 48. [90] VELASCO, San Juan de la Cruz, 23. [91] Ib, 31-47. [92] J ERÓNIMO, lib. 1, c. 1, 109-110. [93] Ib, 110-111. [94] Se podría objetar que lo que dice de los 49 años lo había intuido y calculado en la primera pregunta del Interrogatorio al decirle que había nacido en 1542. En la respuesta de Jerónimo a esa primera pregunta no dice absolutamente nada del año del nacimiento, como quien lo da por sabido, pero le viene a la mente al hablar de la muerte y sacar la cuenta. [95] En la misma diócesis de Ávila había ya parroquias que tenían sus Libros de Bautizados, como en San Vicente de Ávila ya en 1507, etc. [96] Lib. 2, c. 31, 566. [97] BMC 24, 97, 105, 114, 121, 127, 150. [98] G. SENA MEDINA, Sobre el año del nacimiento de san Juan de la Cruz en dos autores Giennenses: Ximena Jurado y Muñoz Garnica, San Juan de la Cruz, Segunda etapa 24 (2008) [II] 49-55. El gran escritor Martín Ximena Jurado (1615-1664) es de lo más exacto en las otras fechas de la vida de Juan de la Cruz que maneja. [99] Lib. 2, c. 1, 157. [100] Véase aquí más arriba, en la Presentación, nota 51. [101] Relación manuscrita: BNM, ms. 8568, fol. 573-574. [102] J ULIÁN DE ÁVILA, Vida de santa Teresa de Jesús, Madrid 1881, 265-266. [103] Recomiendo la lectura del artículo: M. DIEGO SÁNCHEZ, Historia del convento de Fontiveros (Ávila), casa natal de san Juan de la Cruz, San Juan de la Cruz 30 (2002) 197-230; en las páginas 214-215 se transcribe el texto en sepulcro de Gonzalo de Yepes en la iglesia parroquial, que dice así: «D.O.M. Jacet hic Venerabilis Gundisalvus de Yepes, Doctoris Mystici Sancti Joannis a Cruce, Carmelicolarum Nudipedum Protoparentis genitor: propagine felix, sed Nato felicior: cui Natale solum, Toletum dedit; Fons-Tiberii Sepulchrum. Laudis satis: cum ex uno filio sapidissimo fructu ubertatem ejus teneamur agnoscere. Congratulentur ergo tanti Parentis sibi Ossa pervestustae Castellae huius inclyti Oppidi retinere Coloni. Vixit. Vixit. Vixit». Véase también SILVERIO, HCD, XI, 344-347. En el epitafio actual se dice: «Aquí yacen los restos de D. Gonzalo de Yepes, padre del místico doctor san Juan de la Cruz y su hermano Luis de Yepes. 1926». [104] Véase la declaración en la Información sobre el bautismo... en la revista San Juan de la Cruz, segunda etapa, año XXI/nº 35/ 2005[I] 88. [105] VELASCO, Vida, lib. 1, c. 1, 74-75. [106] Ávila, archivo diocesano Fontiveros, Libro 55, Fábrica de la Iglesia, fol. 108v. [107] Anthropos, Editorial del hombre, Barcelona 1992, 10-13. [108] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, c. 1, 12-15. [109] VELASCO, Vida, lib. 1, c. 1, 75. [110] MENESES , fol. 5. [111] VELASCO, Vida, lib. 1, c. 1, 75.

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CRISÓGONO, c. 1, 19. VELASCO, Vida, lib. 1, c. 1, 76. [114] Ib, lib. 1, c. 2, 77. [115] Así lo refiere el P. ALONSO: BMC, 14, 363-364. Martín de la Asunción asegura habérselo «oído decir y contar» al santo: BMC 23, 357. [116] VELASCO, Vida, lib. 1, c. 2, 77. [117] Ib, lib. 1, cc. 77-81. Así se apellidaba Ana Izquierda, no Izquierdo, concordando con el género de la persona. [118] En Lectura varia sanjuanista, Revista de Espiritualidad 52 (1993) 286-289, hago presente cuán poco hablan los historiadores antiguos de la estancia en Arévalo. Alguien leyendo esas páginas ha creído que pongo en duda esa estancia de la familia Yepes en Arévalo. No la pongo en duda de ninguna manera; únicamente manifiesto mi sorpresa al ver cómo habla de ello casi únicamente el padre José de Velasco. Y, por mi parte, me atrevo a sugerir que volvieron a Fontiveros y ya desde allí pasaron a Medina del Campo, como dice el mismo Francisco de Yepes. [119] VELASCO, Vida, lib. 1, c. 8, 104-105. [120] Elvira de San Ángelo, descalza en Medina del Campo, muy enterada de todo lo que se refería a esta familia dice que por la devoción que tenían las religiosas del convento de Sancti Spiritus de Olmedo, a su sobrina «la llamaron Bernarda de la Cruz, por la Cruz en sobrenombre del dicho Siervo de Dios, su tío, a quien las dichas religiosas tenían tan grande devoción» (22, 85). [121] Ib, lib. 4, c. 18, 382. [122] VELASCO, San Juan de la Cruz, 94, especialmente nota 60. La Bernarda de que se habla en el Menologium cisterciense de Henríquez, 2 de abril, 105-106, no es esta sobrina de fray Juan sino la priora del monasterio llamada Bernarda de Zaballos (cf VELASCO, Vida, lib. 1, c. 11, 119). [123] VELASCO, Vida, lib. 4, c. 15, 370-371. [124] M. DE UNAMUNO, Obras completas VI, Escelicer, Madrid 1979, y Obras completas V, Madrid 2002, 291. [125] A. MARCOS , Auge y declive de un núcleo mercantil y financiero de Castilla la Vieja. Evolución demográfica de Medina del Campo durante los siglos XVI y XVII, Valladolid 1978, 19. [126] Valladolid, Arch. Real Chancillería, Protocolos y padrones, cc. 57-10 al 57-15. [127] San Juan de la Cruz y su ambiente de pobreza, en AA.VV., Actas del Congreso Internacional sanjuanista (Ávila), II, Historia, Valladolid 1993, 143-184. El tema discutido en 156-159. [128] Aportaciones a la biografía de san Juan de la Cruz, Carmelus 51 (2004) fasc. 2535. El tema discutido en 25-28. [129] San Juan de la Cruz y su ambiente de pobreza, a.c., 155-159. [130] VELASCO, San Juan de la Cruz..., 92-93. [131] VELASCO, Vida, lib. 1, c. 4, 86. [132] Ib, lib. 1, c. 2, 48. [133] Ib, c. 1, 24. [134] TyV, c. 4, 68. [135] Introducción a la lectura, 46. [136] HCD, V, 16. [137] ROS , 32. [138] Los biógrafos antiguos y modernos: Alonso, Jerónimo, Francisco de Santa María, Efrén-O Steggink, Crisógono, recogen como hecho verídico lo siguiente: a la entrada de Medina de la familia, del río Zapardiel o de una laguna salió «un pez de extraordinaria grandeza, como una ballena y más», que amenazaba con tragarse al pequeño Juan. El niño se santiguó y el monstruo desapareció. El testimonio más explícito de este fenómeno es de Juan de San José, O. Carm, maestro de novicios de San Andrés de Salamanca que dice habérselo oído a Francisco de Yepes, hermano de Juan: 26, 491. En sus relaciones biográficas Francisco no dice nada de esto. Lo apunto aquí en nota, sin darle mayor crédito. Quien lo crea o no lo crea puede leer lo que cuenta de sí mismo Jerónimo Gracián de una visión horrenda que él tuvo a los once años, en Astorga: Peregrinación de Anastasio, diálogo segundo, 31. [139] Libro de Becerro: carmelitas descalzos Medina del Campo, citado por: CRISÓGONO, c. 2, nota 5. El Libro ahora no aparece. [140] Véase F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, el artículo de Teófanes Egido, Medina del Campo, tiempo, espacio, hombres, 54-56, una buena información sobre los doctrinos. [141] En ROS , 36-37. Gabriel Mora del Pozo ha publicado El colegio de Doctrinos y la enseñanza de primeras [113]

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letras en Toledo, siglos XVI a XIX, Toledo 1984. Su lectura es muy útil, sobre todo el capítulo 2, para entender mejor este tipo de colegios. [142] J. REVUELTA BLANCO, Relación histórica del convento e iglesia de MM. Agustinas de Medina del Campo, San Lorenzo de El Escorial 1930; F. CAMPO DEL POZO, Centenario de la capellanía de las Madres Agustinas de Medina del Campo, Archivo Agustiniano 74 (2000) 295-366. [143] J. LÓPEZ OSORIO, Principio, grandeza y caída de la noble villa de Medina del Campo, 1616, lib. 3, c. 25. [144] Libro de la fundación del monasterio de santa María Magdalena, de Medina del Campo, ms. n. 8. [145] Ib. [146] La comunidad de la Magdalena conserva como reliquia una campanilla o esquila que habría tocado y repiqueteado Juan de Yepes. [147] Crisógono tomó muy a pecho identificar el hospital en que sirvió Juan de Yepes y lo demuestra perfectamente: Vida, c. 2, 32, y nota 30. Ya anteriormente el padre Conrado de San José en su monografía: El hospital donde sirvió Juan de Yepes, en Medina del Campo ¿El de las bubas o de la Concepción?, Mensajero de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz 8 (1930) 281-289, 313-319, a base de una buena y crítica a historiadores antiguos y modernos, concluía: «Quedemos, pues, de una vez para siempre en que el hospital donde sirvió san Juan de la Cruz y en cuyo pozo hubo de caer, es el insigne hospital de las bubas o de la Concepción, que entonces tenía caracteres de general». [148] OC, CB 7, 4. [149] A. MARCOS , o.c., 198. [150] CRISÓGONO, 39. [151] Lo mejor que se ha escrito hasta ahora en su conjunto acerca de este colegio se debe a L. FERNÁNDEZ MART ÍN, S. J., El Colegio de los jesuitas de Medina del Campo en tiempos de Juan de Yepes, en O. ST EGGINK (ed.), San Juan de la Cruz. Espíritu de llama, Institutum Carmelitanum, Roma 1991, 41-61. También J AVIER BURRIEZA SÁNCHEZ en su obra Valladolid, tierras y caminos de jesuitas. Presencia de la Compañía de Jesús en la provincia de Valladolid, 1545-1767, Valladolid 2007, habla del Colegio de Medina, 125-145. [152] Artículo citado más arriba de Alberto Marcos en el capítulo anterior, 173-174. [153] E. GIL (ed.), El sistema educativo de la Compañía de Jesús, La «Ratio Studiorum», Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1992. [154] J. BURRIEZA SÁNCHEZ, o.c., 93. [155] Cta. 24, 17 de enero de 1570, 8. [156] Ib, 270-273, texto latino y castellano. [157] M. SANTOS PÉREZ, P. Bonifacio. Obras y bibliografía, Perficit. Revista de Estudios humanísticos 26 (2006) 163-166; y en la misma revista T. EGIDO, Juan Bonifacio y Juan de Yepes. Un encuentro afortunado, 143161. [158] VELASCO, Vida, lib. 5, c. 5, 425-426 dice, presentándole como hombre docto que confesó y comunicó con Francisco: «El padre Bonifacio, que escribió algunos libros de mucha erudición, señalado en humildad y pobreza, y que despreció todas las honras y dignidades. El cual escogió ser maestro de la juventud, con lo cual aprovechó mucho a la Iglesia, pues sólo él ha dado a las religiones más de mil doscientos hijos, discípulos suyos, fuera de los que hay en otros estados». [159] L. FERNÁNDEZ MART ÍN, S. J., a.c., 53. [160] OC, Dictámenes de espíritu, n. 15, 1127. [161] L. FERNÁNDEZ MART ÍN, S. J., a.c., 53. [162] Ib, 56-58. [163] 3S, 22, 6. Así es, pero acaso la ha cogido fray Juan del Libro de la Imitación de Cristo, lib. 1, c. 13. [164] J. V. DE LA EUCARIST ÍA (Rodríguez), El mejor humanista cristiano pretridentino, Revista de Espiritualidad 6 (1947) 48-70, la cita en 221, nota 9. [165] J OSEPH VINCENT IUS AB EUCARIST IA, Libamentum aesthetico-marianum ex B. Baptistae Mantuani operibus, Analecta OCD 20 (1948) 204-259; la cita en 221, nota 5. [166] J. V. RODRÍGUEZ, Lectura varia sanjuanista, Revista de Espiritualidad 52 (1993) 310-314, donde hablo de todo este tema. [167] Estudio literario, en la obra en colaboración AA.VV., Introducción a la lectura de san Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid 1991, 125-201; la cita en 145. [168] VELASCO, San Juan de la Cruz, 98-103; y anteriormente en su artículo Aportaciones a la biografía de san Juan de la Cruz, Carmelus 51 (2004) 28-33. [169] L. FERNÁNDEZ MART ÍN, S. J., a.c., 61. [170] Citada por CRISÓGONO, c. 3, nota 13, 43, Roma, AHSJ (Archivo histórico de la Compañía de Jesús). Hisp.

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100. Epistolae Hispaniae, f. 298r. [171] Crisógono recoge algunas partidas más: Vida, 68, notas 63-65. Personalmente he examinado en el Archivo diocesano de Valladolid los libros de las parroquias de San Pedro, San Antolín, San Salvador, San Juan del Azogue... y no aparece nada. Todas las partidas en las que figura apadrinando alguno de la familia de Juan de Yepes son ya muy adelantadas: 1565, 1667, 1677. En F. RUIZ SALVADOR (ed.), o.c., publicamos el facsímil de estas cuatro partidas, arriba mencionadas, 43. [172] Véase en mi libro Juan de la Cruz, chico y grande, San Pablo, Madrid 2007, 96-98. [173] BARUZI, 124. [174] L. FERNÁNDEZ MART ÍN, S. J., El Colegio de los jesuitas de Medina del Campo en tiempos de Juan de Yepes, en O. ST EGGINK (ed.), San Juan de la Cruz. Espíritu de llama, Institutum Carmelitanum, Roma 1991, 6061. [175] Como bibliografía más precisa sobre la fundación del convento de Santa Ana en el que ingresa Juan de Yepes, puede consultarse: VELASCO, San Juan de la Cruz, 152-175; ID, El Colegio de carmelitas de Santa Ana de Medina, en O. ST EGGINK (ed.), o.c., 111-127; ID, De Fontiveros a Salamanca pasando por Medina del Campo, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1991, 57-109; ID, Historia del Carmelo español, Roma 1990, 263-268; P. M. GARRIDO, El convento carmelita de Santa Ana de Medina del Campo. Presencia e irradiación sanjuanista, San Juan de la Cruz 9 (1993/1) 9-26. PACHO, Diccionario, 932-938, con bibliografía. [176] Toledo, Archivo Histórico Provincial de Toledo, protocolos, legajo 1509, f. 727ss., citado por B. Velasco en Historia del Carmelo español I, o.c., 264. [177] Constitutiones Capituli Londinensis anni 1281, Analecta Ordinis Carmelitarum 15 (1950) 203-245; Constitutiones Capituli Burdigalensis anni 1292, ib, 18 (1953) 123-185. Y las Constitutiones ordinatae per R. Magistrum Jo. Soreth, Generalem... emendatae per R. Magistrum Nicolaum Audet, Ordinis Priorem Generalem, et Deffinitores Capituli Generalis celebrati Venetiis anno Domini MDXXIIII, Venetiis 1525. [178] Constituciones, c. 1, 34-36. [179] 2N, c. 21. [180] Acaba de salir una nueva edición FELIPE RIBOT , O. CARM., Libro de la Institución de los primeros monjes, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2012. [181] Lib. 1, c. 2. [182] Ib. [183] Lib. 1, c. 3. [184] Lib. 1, c. 3, 54. [185] En su obra voluminosa e inédita: Fragmenta rerum Ordinis Deiparae Virginia Mariae de Monte Carmelo desumpta ex diversis scriptoribus, in ordine Annalium in tres tomos distributa: BNM, mss. 8500, 8501, 8502; el texto de la profesión en el tomo segundo, ms. 8501, fol. 470v. [186] San Juan de la Cruz: Medina, Salamanca y Ávila. Aportaciones notariales, Monte Carmelo 104 (1996) 237-271; el acta de la profesión indicada: 238-249. [187] Cree Gabriel que el notario se equivoca, pues lo que se cantaba era el Te Deum. [188] Véase VELASCO, San Juan de la Cruz, 179-184, 189-191. [189] Además de declararlo en el proceso apostólico de Segovia, también lo dice en Vida, lib. 1, c. 2, 50, y J ERÓNIMO, lib. 1, c. 6, 137, y Reforma II, lib. 6, c. 2, 3-4, 6. [190] SILVERIO, HCD, V, 26-27. [191] Aspecto cultural de san Juan de la Cruz, Sanjuanística, Roma 1943, 387. [192] En su tesis doctoral San Juan de la Cruz y el misterio de la Santísima Trinidad en la vida espiritual, Zaragoza 1947, 155-159. [193] TyV, 89-90. [194] CRISÓGONO, c. 3, 45-46. [195] De los años 1562-1563, 1563-1564, sugeridos por Pablo Garrido y Balbino Velasco. [196] L. E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO BEZARES , La formación universitaria de Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid 1992, 13-14. [197] Ib, 14. [198] Así lo declara Alonso de la Madre de Dios, que lo había averiguado y oído a padres antiguos de los calzados, en especial a fray Alonso de Villalba, condiscípulo de fray Juan. [199] B. VELASCO BAYÓN, El Colegio mayor universitario de carmelitas de Salamanca, CSIC, Madrid 1978; ID, Fray Juan de Santo Matía en Salamanca, en O. ST EGGINK (ed.), San Juan de la Cruz. Espíritu de llama, Institutum Carmelitanum, Roma 1991, 157-173; PACHO, Voz «Salamanca», 1275-1279. [200] VILLUGA, 14; MENESES , 29-30; SEBAST IÁN, 6v-7r.

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[201]

Acta Cap. Gen. I, Roma 1912, 429. Ib. [203] Constitutionum compendium Venetiis 1568, c. De studiis et studentibus, n. 13. [204] L. E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO, Morá en los arrabales, Revista de Espiritualidad 56 (1997) 621-628. [205] Ib, 622. [206] Ib, 623-624. [207] Ib, 624. [208] Un salmantino de pro, cual fue Juan Bosco San Román, se empeñó en averiguar al milímetro cuál pudo ser el itinerario habitual de fray Juan y compañeros desde su colegio de San Andrés extramuros hacia el cerro de San Isidro en que se asentaba el edificio universitario. Con la ayuda de un experto en historia urbanística de Salamanca trazó dos itinerarios, uno posible, pero menos probable, que desechó pronto y el otro más normal. Entrada en la ciudad por la Puerta de San Polo, un tramo de la calle de San Polo, luego, a la izquierda, cuesta de San Cebrián, hasta la plaza de San Cebrián, calle del Acre (hoy Doyagüe); patio chico de la catedral, calle de Setenil, de Gibraltar (nombre de entonces y de ahora); calle antigua de Santa Catalina (hoy de Tentenecio). Se deja a la derecha la catedral y la nueva en construcción y se sigue por la calle del Padrenuestro o por la calle Nueva, entrada en la calle de San Millán, tramo sur de la actual calle de Libreros. Llegaba así al espacio entre escuelas mayores y menores, que ampliado a comienzos del siglo XVII, constituye el celebérrimo Patio de Escuelas salmantino. Puede verse la explicación y el plano correspondiente en F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 66-67. [209] AHN-Madrid, Clero, Legajo 159. La declaración está hecha el 26 de septiembre de 1663. [210] Acta Cap. Gen. I, 453. [211] Puede verse el artículo de Juan Bosco San Román en F. RUIZ SALVADOR (ed.), o.c., 76-77 sobre las matrículas de Juan de Santo Matía en la Universidad con fotografía de los Libros de matrículas y de las matrículas mismas con señalaciones precisas de todo. [212] L. E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO BEZARES , La formación universitaria de Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid 1992, 141pp. [213] Ib, 26-27; se da el facsímil del texto que se encuentra en el Libro de visitas de cátedras, fol. 81. [214] Ib, 73-74. [215] Acta Cap. Gen. I, 248. [216] L. E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO BEZARES , o.c., l. [217] Sobre el ambiente universitario, número de alumnos, variedad de ellos, picaresca estudiantil, categoría de la universidad salmantina, y otros detalles puede verse en F. RUIZ SALVADOR (ed.), o.c., el c. 3, 61-92. [218] En Vinculación universitaria de los carmelitas salmantinos, 1564-1568, Salmanticensis 38 (1991) 155156. [219] ALONSO, lib. 1, c. 4, 58. [220] Si la declarante debe esta noticia a Ana de Jesús, podemos suponer que esta se lo había oído contar al propio Juan de la Cruz. [221] Ib. [222] ALONSO, Vida. Jerónimo de Olmos, dice: «Vi un libro antiguo de nuestra Orden, adonde se escribía en aquel tiempo el gasto y recibo, donde dice: “Comprose una ropa al cura de tal parte, para hacer hábito a fray Juan de Santo Matía, que está estudiando en Salamanca”, que entonces traíamos hábitos negros» (24, 145). [223] Para todo lo referente a la venida de Rubeo a España, sus visitas, etc., es imprescindible el libro de O. ST EGGINK, O. Carm., La reforma del Carmelo español. La visita del general Rubeo y su encuentro con santa Teresa (1566-1567), Roma 1965. Interesa especialmente el c. 7: la visita de Portugal y de Castilla (271-339) y el c. 8: el padre Rubeo y la madre Teresa de Jesús (341-409). [224] ALONSO, lib. 1, c. 7, 74. [225] Véase L. E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO, Vinculación universitaria de los carmelitas salmantinos: 1564-1568. Nuevas precisiones sobre los estudios de san Juan de la Cruz, Salmanticensis 38 (1991) 159. [226] O. ST EGGINK, O. Carm., o.c., 310. [227] Ib, 331-332. [228] VILLUGA, 30; MENESES , 42. [229] Ib, 332-333. Simpática la descripción que hace en latín el cronista de la brillantez con que actuó el estudiante de modo que los argumentos de los contrarios fueron «latratus plane vanus, futilis ac raucus factus». [230] VELASCO, San Juan de la Cruz, 207-208, 326-331, donde recoge en latín las normas del Capítulo. [231] F, 2, 1. [232] Ib. [202]

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[233]

Vida de santa Teresa de Jesús, Madrid 1881, 238. F, 2, 4. [235] Ib. [236] En el proceso de la santa de Valladolid: 19, 2. [237] VELASCO, Vida, lib. 2, c. 1, 160. No podemos asegurar la validez o no de esa afirmación. O. Steggink parece inclinarse a eso mismo al decir que «el padre Rubeo discutiría la instancia de la madre Teresa de Jesús con el nuevo provincial, fray Alonso González, y el provincial cesante, fray Ángel de Salazar, entonces prior de Ávila, y los demás capitulares»: O. ST EGGINK, O. Carm., o.c., 417. [238] F, 2, 5. [239] Ib, 2, 6. [240] PACHO, 120-122. [241] Ib, 3, 16. [242] Vida de Santa Teresa, parte segunda, c. 8, 257-258. [243] F, 3, 17. [244] Ib. [245] Florecillas de san Francisco y de sus compañeros, c. 16, en SAN FRANCISCO DE ASÍS , Escritos, Biografías, Documentos varios, BAC, Madrid 2006, 826-827. [246] Escolias a la vida de santa Teresa compuesta por el P. Ribera, MHCT, fontes selecti 3, Roma 1982, 388389. [247] Pueden consultarse GERARDO DE SAN J UAN DE LA CRUZ, Obras del místico doctor san Juan de la Cruz I, Toledo 1912, 40-41; SILVERIO, HCD, 3, 115-116 y CRISÓGONO, c. 5, nota 26, 73. [248] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 213. [249] F, 13,1. [250] No sé con qué fundamento, María de San Francisco en el proceso ordinario de Medina dice que este don Rafael «era algo pariente de la dicha santa madre» (22, 101). [251] F, 13, 2. [252] No sé cómo el padre Jerónimo Gracián, que conocía el Libro de las fundaciones de la santa, dice que ella «negoció que una señora viuda de Salamanca les diese en un pueblo pequeño, llamado Duruelo, una casa vieja que servía de pajar, en la cual hicieron una iglesia, coro y alguna oficina como pudieron». Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 213-214. Y en una carta de mediados de 1612 a un amigo le dice que «fundaron los dos padres un convento en un pequeño pueblo cabe Salamanca, que se dice Duruelo, en una casa muy pobre o por mejor decir, en un pajar de un labrador que les dieron de gracia» (ib, 436). [253] Ib. [254] F, 13, 3. [255] Ib. [256] Ib. [257] Ib. [258] Ib. [259] F, 13, 4. [260] VILLUGA, 13; MENESES , 51. [261] ALONSO, lib. 1, c. 8, 79-80. [262] F, 10, 6. [263] F, 13, 5. [264] Ib. [265] Teófanes Egido anotando en OC, c. 13, 5, nota 6. [266] F, 14, 1. [267] Ib. [268] Cta. 13, Valladolid, septiembre, 77-79. [269] VILLUGA, 13; MENESES , 51. [270] Puede verse en mi librito, Juan de la Cruz, chico y grande, San Pablo, Madrid 2007, 98. [271] SEBAST IÁN, fol. 4r. [272] J ERÓNIMO, lib. 2, c. 1, 191. [273] F, 13, 2. [274] QUIROGA, lib. 1, v. 9, 89. [275] J ERÓNIMO, lib. 2, c. 2, 196. Habla igualmente en el ms. 8020 de BNM, en el traslado que hace del Libro de Duruelo, fol. 701. [234]

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[276]

ALONSO, lib. 1, c. 8, 80-81. F, 14, 2. [278] Ib. [279] ALONSO, lib. 1, c. 8, 84-85. [280] Ib. [281] F, 14, 3. [282] F, 14, 6. [283] MHCT, I, 74-75. Se ha perdido el libro original de la fundación; el texto es copia que hizo Jerónimo de San José: BNM, ms. 8020, fol. 90r). [284] El texto de esta patente se puede ver en BMC 5, 336-338 y en MHCT, I, 68-71; en Regesta, 56-58. [285] F, 2, 2. [286] T. I, lib. 2, c. 4, n. 2, 217-218. [287] Documenta ex Regesto Generalis Rubei, ed. de Gabriel Wessels, O. Carm., Analecta Ordinis Carmelitarum 4 (1917-1922) 198. [288] MHCT I, doc. 21, 69. [289] Publicadas por FORT UNATO y BEDA en Constitutiones, 4-14; Regesta, 58-65; SILVERIO, HCD 6, 399-404. [290] T OMÁS DE LA CRUZ-SIMEÓN DE LA SAGRADA FAMILIA en La Reforma Teresiana. Documentario histórico de sus primeros días, Roma 1962, publican en columnas paralelas el texto de ambas constituciones de monjas y frailes: 121-138, de suerte que se ve, sin más, el paralelismo entre ambos textos. [291] Es decir, La Imitación de Cristo. [292] Jerónimo de Olmos, prior del convento de Santa Ana de Medina, declara: «Tengo por cierto fue ordenación de Su Majestad le pusiese la santa madre Teresa de Jesús sobrenombre “de Cruz”, porque acá en nuestra Orden de la Observancia padeció muchos trabajos, prisiones y enfermedades» (24, 144). [293] En la Regla se dice: «Podréis tener asnos o mulos, según lo pidiere vuestra necesidad». Y había bula del papa Gregorio IX del 6 de abril de 1229 a los ermitaños del Monte Carmelo en la que se les imponía estrictamente que sólo podían poseer asnos machos (asinos masculos). Las mulas o borricas estaban prohibidas por eso aquí se dice que ir en mula era contra la Regla. [294] Se refiere a las constituciones generales de toda la Orden, pues entonces los descalzos pertenecían a esa única Orden, y tendrán sólo constituciones aparte en 1581. [295] F, 14, 6-12. Toda la narración se puede seguir fácilmente recorriendo estos números. [296] Vida de santa Teresa, segunda parte, c. 8, 265. [297] Constituciones, OCD, 21. [298] J. V. RODRÍGUEZ, Florecillas de san Juan de La Cruz. La hondura de lo humano, San Pablo, Madrid 19912, 84. El mismo padre Antonio se lo contó a Agustín de San José: 23, 78-79. [299] Segunda parte, c. 8, 259-260. [300] MHCT, II, doc. 23bis, 317-318. [301] J ERÓNIMO, BNM, ms. 8020, fol. 99r. [302] Traslado fielmente sacado del libro original de la fundación de nuestro primer monasterio de descalzos en Duruelo y de las profesiones de religiosos que entonces fueron entrando a la Reforma: BNM, ms. 8020. [303] ALONSO, lib. 1, c. 18, 144. La solución a este problema es que parece ser que había dos libros, uno de Duruelo y otro de Mancera: cf CRISÓGONO, c. 5, 83, nota 71. [304] F, c. 14, 9. [305] En el Libro de Duruelo transcrito por el padre Jerónimo de San José se decía: «Dionos la casa y sitio el muy ilustre señor don Luis de Toledo, señor de este pueblo y de las cinco villas, siendo prior el sobredicho padre fray Antonio de Jesús, en la cual dicha mutación se halló presente el sobredicho padre nuestro provincial y fray Martín García, prior de Salamanca, etc.» (BNM, ms. 8020, fol. 97). [306] F, 14, 9. [307] Ib, 10. [308] Reforma, t. I, lib. 2, c. 41, n. 1, 341-342. [309] MHCT, I, 97-98, donde se puede leer la fórmula de su profesión. [310] Reforma I, lib. 2, c. 29, 7, 336. [311] En la copia que hizo Jerónimo de San José, BNM, ms. 8020, 100r, al margen hay una nota en la que se dice que «antes de este padre profesó en Mancera el hermano fray Miguel de la Columna que el padre fray Antonio de Jesús había llevado seglar por su compañía a la fundación de Pastrana». Aunque profesase en Mancera no resulta que hiciera aquí el noviciado. Tipo desquiciado, presentó a Felipe II un libelo difamatorio contra Gracián sin saber lo que había firmado (MHT, I, doc. 132, 377-380). Más adelante se retractó de lo que [277]

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había hecho MHCT, I, doc. 138, 393-399. De este sujeto habla la santa: Cta. 211, 2, 565, y anteriormente en Cta. 208, 1, 559, a Felipe II. [312] MHCT, I, doc. 30, 99, donde se pone la fórmula de su profesión. [313] J ERÓNIMO, lib. 2, c. 6, 223. [314] Reforma, III, lib. 13, cc. 35-38, 808-826.Véase también SILVERIO, HCD, 8, 620-625. [315] Ib, I, lib. 2, c. 29, 8, 337. [316] Reforma, I, lib. 2, c. 41, 2, 342. [317] ALONSO, lib. 1, c. 19, 148-149. [318] Ib, 148. QUIROGA, lib. 1, c. 6, 116-117; J ERÓNIMO, lib. 2, c. 5, 214-215. [319] SILVERIO, HCD, t. 3, lib. 3, c. 8, 238-239. [320] Reforma, t. 1, lib. 2, c. 40, 338. [321] Véase ms. BNM, 8020, 107v. [322] Así lo cuenta Francisco de Santa María en Reforma, lic. 2, c. 40, 338. El lienzo que había mandado pintar se guardaba en el convento de Mancera y de allí fue a parar al Colegio de Salamanca, donde se conservaba con veneración. [323] Ib. [324] Reforma, t. 1, lib. 2, c. 40, 240. [325] Ib, 341. [326] CARMELITAS DESCALZAS DE DURUELO, El lugarcillo de Duruelo, Institución Gran Duque de Alba, Ávila 1995, 199pp. [327] F, 17, 2-3. [328] Ib, 4. [329] Ib, 5-6. PACHO, 852-853 [330] PACHO, 83-84. [331] Ib, 17, 7-9. [332] Ib, 17, 11-13. [333] Ib, 17, 14. [334] SILVERIO, HCD, III, 307-348; Reforma I, lib. 2, cc. 28-37, 299-330. [335] Ib, 17, 15. [336] Véase J. C. VIZUET E MENDOZA, Una religión áspera en principios de reformación. Los carmelitas descalzos en Castilla 1570-1600, Teresianum 46 (1995) 543-582. SILVERIO, HCD, III, 307-348. [337] QUIROGA, lib. 1, c. 17, 122. [338] BNM, ms. 4213, fol. 91r. Domingo A. Fernández de Mendiola, ignorando este texto de un novicio de Pastrana, no admite para nada la presencia de Juan de la Cruz en Pastrana: El Carmelo teresiano en la historia I, 333-336. Se refiere Mendiola al libro F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990; el capítulo en el que se afirma la presencia de fray Juan en Pastrana va firmado por mí. Ficha de Ángel de S. Gabriel; PACHO, 95-96. Tiene algunas equivocaciones. [339] LPP, fol. 5v. [340] Ib, fol. 1r. [341] Ib, fol. 1v. [342] MH, II, 197. [343] En mi artículo Última edición de la vida y obras de san Juan de la Cruz. Anotaciones y comentarios, Revista de Espiritualidad 15 (1956) 77-78. [344] Ib, 78; LPP, fol. 2v. [345] QUIROGA, lib. 1, c. 17, 122. [346] J ERÓNIMO, lib. 2, c. 6, 224-227. En nuestra edición anotamos debidamente las noticias que ofrece Jerónimo. [347] MHCT, I, doc. 31, 101-102. Este documento en el que Rubeo significa tan fuertemente su deseo de paz y su aversión por las disputas y disensiones nos hace ver el enfado y disgusto que le tomó más adelante contra los descalzos, y hasta con la madre Teresa; todo ello fruto de informaciones falsas y envenenadas de los contrarios de los descalzos. [348] Especialmente a Gaspar y Melchor (dos de los que vulgarmente llamaban «reyes magos», pues además tenían otro hermano Baltasar también carmelita), sabiendo de las andanzas y trapisondas de aquellos intrigantes y rebeldes. Puede verse en Otger, en el c. 5, los epígrafes, 6: Los frailes de Écija, y 7: Los hermanos Nieto (201211). Baltasar Nieto pasó a la descalcez, en la que ocupó varios cargos, aunque fue también en ocasiones bastante problemático: véase ib, 444.

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Constitutiones, Pars I, cc. 14 y 15 (86-94). Hablamos de esta visita más adelante en el Capítulo 24. [351] OC, Cta. 10, de 1588 a Ambrosio Mariano: 1080. [352] OC, Cta. 24, 1093. [353] Nueva edición Instrucción de novicios de los carmelitas descalzos, preparada por el padre Evaristo de la Virgen del Carmen, Toledo 1925. [354] LPP, fol. 2r. [355] LPP, fol. 5r. En Reforma, II, se escribe largamente sobre él: lib. 6, cc. 33-36. Murió en Adamuz, en Sierra Morena, el 9 de octubre de 1584; años más tarde trasladaron los restos a Pastrana y lo enterraron en la ermita antigua de San Pedro, que está en medio de la huerta. [356] Esta vuelta en noviembre responde a la presencia de fray Juan en Mancera cuando pasan por allí las tres monjas que la santa ha mandado venir de Ávila a Salamanca, de la que hablo al comienzo del capítulo siguiente. Efrén-Otger retrasan la vuelta a Mancera «a los primeros días de enero de 1571»: TyV, c. 18, 287. [357] BNM, ms. 81. 49, fol. 61-68v. Publicadas por J. CARLOS VIZUET E MENDOZA en Pastrana en el siglo XVI y los carmelitas descalzos, en S. GIORDANO-C. PAOLOCCI, Nicolo Doria. Itinerari economici, culturali, religiosi nei secoli XVI-XVII tra Spagna, Genova e l’Europa, Teresianum, Roma 1996, I, 117-146. [358] Véase SILVERIO, HCD, III, 328-331. [359] Habla de esta visita el biógrafo de Ana Ángel Manrique La venerable Ana de Jesús, discípula y compañera de la S. M. Teresa de Jesús, etc., Bruselas 1632, lib. II, c. II, 80-84. No está nada clara la fecha del paso de estas tres por Mancera en 1570. En el famoso libro de Cuentas de Medina del Campo hay algo que puede orientar, aunque sea indirectamente. Se trata del viaje de la dos del convento de Medina llamadas en noviembre por la santa a Salamanca: Ana de la Encarnación y María de Cristo. La cuenta dice: «Biernes [sic], de gasto en bino y en el onbre que trujo las mulas de Salamanca dos reales y siete maravedís». Es el viernes de la tercera semana de noviembre. Y en el viernes de la cuarta semana, esta otra nota: «Seis reales de la mula que llebó a la madre supriora». La supriora era Ana de la Encarnación en Medina del Campo. Ni en Salamanca ni en San José de Ávila se encuentran libros de cuentas de ese año, ni en Valladolid, de donde vino a Salamanca otra monja. [360] ALONSO, lib. 1, c. 20, 154. [361] Ib. [362] Ib, 155. [363] F, 20, 14. [364] SILVERIO, HCD, III, 349-370. Reforma, lib. 2, c. 43, 345-351. [365] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 217. [366] ALONSO, lib. 1, c. 20, 155. [367] Quiroga habla de Pedro de los Ángeles como acompañante del santo la primera vez desde Mancera a Pastrana. (Véase el capítulo anterior). Alonso lo señala como compañero en este viaje de Mancera a Alcalá, poniendo aquí todo el relato de aquel viaje anterior. Como Alonso no habla de aquel primer viaje a Pastrana, de aquí que aprovechó el relato de Pedro de los Ángeles y lo aplicó, por su cuenta, a este viaje a Alcalá. [368] ALONSO, lib. 1, c. 20, 157. [369] Ib, 157-158. [370] Ib, 158. [371] Peregrinación de Anastasio, diálogo 1, 7. [372] LPP, I, fol. 5v. [373] La Roda (Albacete); no confundirla con La Roda de Andalucía (Sevilla). La fundación se hizo en 1572 para atender la ermita de Nuestra Señora del Socorro. Más tarde se trasladó a Villanueva de la Jara (F. 28). Alonso cuenta cómo estando la santa madre Teresa en 1580 hablando con los frailes de este convento de la Roda salió la conversación acerca de fray Juan de la Cruz y entonces la madre, mostrándole los religiosos unos papeles que él había escrito, dijo: «Los huesos de aquel cuerpecito han de hacer milagros»: ALONSO, lib. 1, c. 42, 326. [374] BNM, ms. 4213, fol. 56. Pedro de los Apóstoles firma en 14 profesiones, como simple testigo (sólo deja de firmar en la de Alberto de San José en marzo de 1571), desde la primera profesión de Ambrosio Mariano en 1570 hasta la de Juan de San José en enero de 1572. La siguiente profesión del 11 de abril de 1572 ya va firmada por Ángel de San Gabriel, desapareciendo por completo las firmas de Pedro de los Apóstoles. [375] BNM, ms. 12738, fol. 37r. En otra carta al mismo padre Quiroga que le había preguntado por los oficios que había tenido Juan de la Cruz le dice: «Fue maestro de novicios en Duruelo y Pastrana» (26, 355). [376] Ib, fol. 9-15v. [377] Ib, fol. 16r. [378] CRISÓGONO, c. 6, 101. Puede verse el artículo de Efrén de la Madre de Dios La escisión de Pastrana, en [350]

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Congreso Internacional Teresiano de 1982. Universidad de Salamanca, 1983, I, 389-405. [379] Reforma, lib. 2, c. 34, 3, 319. [380] ALONSO, lib. 1, c. 21, 164. [381] MHCT, I, doc. 43, 128-131. [382] BNM, ms. 4213, fol. 56. [383] Ib. [384] OC, 1N 6, 2. [385] F, 29, 9. [386] Ib. [387] Peregrinación de Anastasio, Roma 2001, diálogo primero, 13. [388] MHCT, III, doc. 423, 551. [389] Ib, 596. [390] Ib, 555. [391] Ib. [392] Los autores de TyV afirman que «a consecuencia de aquella “visita” del P. Juan en nombre del comisario, el P. Ángel fue relevado de su cargo, y en su lugar fue nombrado el sensato P. Gabriel de la Asunción, recomendado por el P. Juan de la Cruz»: 306. No aducen ninguna prueba para lanzar esa afirmación. Y no convencen. Ángel de San Gabriel siguió, de hecho, de maestro después de la visita de Juan de la Cruz. Y Gabriel de la Asunción ejerció de maestro un tiempo después de la primera visita de Juan de la Cruz a Pastrana. [393] BNM, ms. 4213, fol. 95v. Mancera se trasladó a Ávila en 1600. [394] BNM, ms. 3537, f. 7; 21 de febrero de 1608 a Quiroga. [395] Cta. 268, 2, 703. [396] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 125. [397] Ib. [398] Véase una descripción detallada del caso en EFRÉN-O. ST EGGINK, Tiempo y vida de santa Teresa, BAC, Madrid 1996, p. II, c. 4, 509-520. [399] Cta. 41, 7 de marzo, 3. [400] ALONSO, lib. 1, c. 23, 179-180. Una monja de Medina, Francisca de Jesús, declara que Catalina Álvarez, la madre de fray Juan, le había contado que entre las mercedes y misericordias hechas por Dios a su hijo cuando estaba de confesor y vicario de La Encarnación estaba la de que «cuando murió una religiosa del dicho convento, vio [...] que su alma de la dicha religiosa subía al cielo» (BMC 22, 141). [401] J. V. RODRÍGUEZ, Florecillas de san Juan de la Cruz. La hondura de lo humano, San Pablo, Madrid 19912, 91. [402] F. ANTOLÍN , Aclaraciones sobre «La Torrecilla» del monasterio de la Encarnación de Ávila, Revista de Espiritualidad 44 (1985) 141-150. [403] MHCT, Fontes selecti, 3. J. GRACIÁN, Escolias a la vida de la madre Teresa compuesta por el P. Ribera, 383-384. [404] N. GABRIELLI, San Juan de la Cruz. Relaciones sobre el tratamiento conservativo sobre su cuerpo, Roma 1993, figura 17, 28. [405] ALONSO, lib. 1, c. 24, 185. [406] Puede leerse este caso más ampliamente en mi libro: J. V. RODRÍGUEZ, o.c., 77-78. [407] ALONSO, lib. 1, c. 26, 198. [408] Ando sospechando, con fundamento, que el Nada te turbe / nada te espante atribuido a santa Teresa es uno de esos billetes de fray Juan. La crítica interna de esa letrilla está a favor de fray Juan totalmente, y la crítica externa a favor de santa Teresa no prueba nada. [409] Ana de San Bartolomé, OC, Roma 1981, 419. [410] MHCT, Fontes selecti 3: Escolias a la vida de santa Teresa compuesta por el P. Ribera, 384. [411] Cta. 45, 4. [412] Cta. 162, 8. [413] Cta. 218, 3. [414] Juan Bosco San Román escribe muy puntualmente en F. RUIZ SALVADOR (ed.), o.c., 146-149 sobre El Cristo dibujado en Ávila por san Juan de la Cruz, señalando el origen, la historia posterior, reinterpretación, restauración. Y el mismo en Temas sanjuanistas, Ávila 1991, 78-80. [415] Habla de esto en su Genio de la historia, tercera parte, c. 1, 355. Igualmente en su Historia, lib. 2, c. 9, 254-255.

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CRISÓGONO, 120, nota 54. Cta. 48, 5. [418] Lo cuenta Beatriz de Jesús, prima hermana de la Santa, en carta del 13 de noviembre de 1607 al padre Quiroga: BN de Madrid, ms. 12738, fol. 985. [419] Lo cuenta la propia santa Teresa, en Cuentas de conciencia, Ávila, 18 de noviembre de 1572. [420] Habla de esta fundación la madre en F, c. 21. [421] VILLUGA, 30; MENESES , 5. [422] F, 21, 5. [423] F, 21, 11. [424] Reforma, I, lib. 4, c. 17, 653. [425] San Juan de la Cruz, exorcista en Ávila (1572-1577), en O. ST EGGINK (ed.), San Juan de la Cruz. Espíritu de llama, Institutum Carmelitanum, Roma 1991, 249-264; ID, Demonios y exorcismos, duendes y otras presencias diabólicas en la vida de san Juan de la Cruz, en AA.VV., Actas del Congreso Internacional Sanjuanista, Ávila 2, 295-346. Ahora me voy a servir especialmente de este estudio; del caso de la posesa del monasterio de Gracia, 308-323. Ficha: PACHO, 1065-1066. [426] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 140, hemos publicado el facsímil de la fórmula de la profesión religiosa de María de Olivares, y su firma autógrafa. [427] PACHO, 1157-1158. [428] Al final de la copia del Cántico espiritual B que se conserva en los descalzos de Segovia se encuentra otro informe del mismo testigo presencial sobre este caso: ACDS, E-I-1, fol. 1-4. [429] Así lo declara Juan de Santa Ana (BNM, ms. 8568, 402-404), que asegura que en la primera noche que pasaron en la fundación de Baeza, se lo contó fray Juan. No pudiendo dormir por los ruidos extraños que se oían en la casa, le estuvo hablando aquella noche de esta posesa de Ávila. [430] PACHO, 655. [431] Pueden verse todos estos datos en AHNM, Inquisición, lib. 578, fol. 228. En otra serie de cartas se habla del mismo proceso, en el mismo libro 578, fol. 230-231; 241-242, etc., lo mismo que en el legajo 3192, nn. 70, 73, 76, 82, 83, 84, etc. [432] Cta. 51; la fecha que se le asigna: Ávila hacia 1573, hay que cambiarla por los últimos meses de 1574. [433] Cta. 136, 9, 374. [434] PACHO, 669. [435] Así lo testimonia Pedro de la Purificación, que le acompañaba en este caso: BN de Madrid, ms. 12738, 578. [436] Se trata de la profesión de fe, en el llamado Símbolo atanasiano, que se decía en la mayor parte de los domingos en la hora litúrgica de Prima. [437] BNM, ms. 2711, fol. 197-199. [438] Véase todo el texto en OC de la santa, 1185-1190. [439] OC, 84-86. [440] OC, 1191-1194. [441] Cta., 188, 11, 518. [442] Gracián le manda el 6 de mayo de 1576 que vaya a Malagón «para acabar de concluir y asentar la fundación y edificio de aquel convento»: MHCT, I, doc. 112, 314-315. [443] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 132. [444] N. GONZÁLEZ, San Juan de la Cruz en Ávila, Caja de Ávila, Ávila 1973, 33-34. [445] MHCT, I, doc. 74, 192-195. [446] Las Actas del Capítulo y del Definitorio relativas a los descalzos pueden verse en MHCT, I, doc. 81, 207, y doc. 82, 210-216. [447] Cta. 120, 2, 318. [448] Cta. 83, 9, 221. [449] Cta. 102, 11, 263. Y años más tarde escribirá todavía: «En el capítulo general mandó el reverendísimo general, so pena de descomunión, que ninguna monja saliese, ni lo consintiesen los prelados, en especial Teresa de Jesús»: Cta. 271, 11, 714. [450] Cta. 226, 13, 597. [451] La patente con que Gracián la manda, el 6 de mayo desde Sevilla, que vaya a Malagón «para acabar de concluir y asentar la fundación y edificio de aquel convento» puede verse en MHCT, I, doc. 112, 314-315. [417]

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F, 27, 19. Cta. 102, 16, 265. [454] El breve del nuncio es del 3 de agosto de 1575: MHCT, I, doc. 84, 221-223. [455] G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz. Documentos inéditos en torno a su vida, Monte Carmelo 99 (1991) 320-322. [456] Así le oímos decir al nuncio que hacer provincia aparte «era el total y único remedio para que esta Orden tuviese la virtud y religión que conviene»: MHCT, I, doc. 118, 329-330. [457] Constitutiones, (Fortunatus-Beda) 18. Se puede ver todo el texto de estas Constituciones, ib, 16-23. [458] CRISÓGONO, 138. [459] Cta. 122, 3, 327. [460] Escribiendo el Tostado a las monjas de la Encarnación les dice hablando de la madre Teresa: «Y no sé con qué conciencia se movió de Toledo sin que yo lo supiese, pues el padre reverendísimo la había mandado que se encerrase en un monasterio y el reverendísimo nuncio me dijo que nunca tal licencia le había dado» (MHCT, I, Doc. 142, 416). [461] Tomás de la Cruz y Simeón de la S. Familia en La Reforma Teresiana, reconstruyen perfectamente el paso del monasterio de S. José a la jurisdicción de la Orden y publican toda la documentación al respecto: Instrucciones previas, voto de las primitivas, residentes en Valladolid, Acta oficial, Historia escrita por santa Teresa: 196-204. [462] F, 32, donde habla del paso del monasterio a la jurisdicción de la Orden. [463] MHCT, I, doc. 129, 365-367. [464] Ib, 268. [465] Ib, 369. [466] Ib, 370-371. [467] Ib, 371-372. [468] ALONSO, lib. 1, c. 30, 226. [469] MHCT, I, doc. 131, 376-377. [470] MHCT, I, doc. 146, 433. [471] Ib, 434. [472] Ib, 435. [473] «Y la madre Teresa tuviera más votos si no fuera por las excomuniones que al principio pronunciaron, porque después han dicho algunas que por las excomuniones dejaron de hacer lo que llevaban pensado»: MHCT, I, 435. [474] Ib, 436. [475] Cta. 211, 3. [476] Ib. [477] Ib, 4. [478] MHCT, I, doc. 145, 426-429. [479] Esta carta, que se conserva en el Archivo de La Encarnación, se puede ver publicada una vez más por N. GONZÁLEZ, en su obra La ciudad de los carmelitas en tiempos de doña Teresa de Ahumada, Diputación de Ávila, Ávila 2011, 329-330. [480] Cta. 215, 2-4. [481] Cta. 215; era el 10 de noviembre de 1577. [482] AHPT, protocolo 1571, fol. 1337v-1339. La cita textual en el fol. 1338. Publica este documento J. CARLOS VIZUET E, La prisión de san Juan de la Cruz. El convento del Carmen de Toledo en 1577 y 1578, en AA.VV., Actas del Congreso Internacional Sanjuanista, Ávila II, 1991, Valladolid 1993, 427-436. La cita: 431-432. [483] MHCT, I, 435. [484] Cta. 215, 2, 571. [485] Cta. 226, 8. [486] Cta. 211, 4. [487] PADRE HIPÓLITO DE LA SAGRADA FAMILIA, La «elección machucada» de santa Teresa, Ephemerides Carmeliticae 20 (1969) 188. [488] Ib, 189. [489] TyV, 399. [490] En el Archivo General O. Carm de Roma se encuentran: Statuta en Constitutiones quas edidit Visitator apostolicus in Provincia Castellae Ordinis Carmelitarum. Anno 1571, fol. 13r. Véase ALONSO, lib. 1, c. 25, 190, la nota 8 del editor Fortunato Antolín. [453]

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[491]

MHCT, I, 323. PADRE HIPÓLITO DE LA SAGRADA FAMILIA, a.c., 190. [493] Ib, 189. [494] Ib, 186. [495] Así opina Hipólito de la Sagrada Familia en Monte Carmelo 77 (1969-I) 12. [496] Antonio Fortes: 26, 54. [497] MHCT, I, doc. 81, 209. [498] Cf Bullarium Carmelitanum, II, 183. [499] F, 28, 3. [500] VELASCO, Vida, lib. 2, c. 2, 165. [501] Cta. 218, 5, del 4 de diciembre. El fraile a que alude era fray Hernando Maldonado, prior de los carmelitas calzados de Toledo. El documento de la recusación de la absolución por parte de las monjas puede verse en MHCT, I, doc. 149, 442-444. [502] Reforma I, lib. 4, c. 27, 653. [503] PACHO, 676. [504] CRISÓGONO, c. 8, 142. [505] Cta. 218, 5, 4 de diciembre de 1577. [506] MHCT, I, doc. 150, 445. [507] Ib. [508] Cta. 218, 3.576. [509] Acerca de Los carmelitas y Felipe II, puede verse J. GARCÍA ORO, en su artículo Observantes, recoletos, descalzos: la monarquía católica y el reformismo religioso del siglo XVI, en AA.VV., Actas del Congreso Internacional sanjuanista II: Historia, 79-86; y con más abundancia escribe O. S T EGGINK , Observancia y descalcez carmelitana: reforma romano-tridentina y «reforma (española) del rey»; un conflicto y su primera víctima, en ID (ed.), San Juan de la Cruz. Espíritu de llama, Institutum Carmelitanum, Roma 1991, 265-292. [510] Ib, 5. 576. [511] Ib, 6-7, 577. [512] Ib, 7, 577. [513] El texto entero de las «lindezas» que el nuncio profirió ante el padre Juan de Jesús (Roca) lo recoge la Reforma, I, lib. 4, c. 30, n. 2, 661: «Fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andado fuera de la clausura, contra el orden del Concilio Tridentino, y prelados, enseñando como maestra, contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen». [514] Cta. 269, 3, 704. [515] Cta. 221, 8, 585. [516] Cta. 222, 2, 587. [517] Cta. 221, 7, 585. [518] MHCT, I, doc. 151, 448. [519] Ib, 450. [520] BNM, ms. 12738, f. 1215. [521] VILLUGA, 30; MENESES , 48. [522] El historiador J. CARLOS VIZUET E MENDOZA, en su trabajo La prisión de san Juan de la Cruz. El convento del Carmen de Toledo en 1577-1578. Actas del Congreso Internacional sanjuanista II. Historia, Ávila 1993, 427436, da nombres de frailes que componían la comunidad toledana en 1577-1578. Serían 42 entonces y el número fue creciendo, de modo que a finales de siglo eran 53. [523] CRISÓGONO, c. 9, 149-150 le presenta como escuchando el texto largo de las Actas. [524] O. ST EGGINK, Fray Juan de la Cruz en prisiones. Bodas místicas en la cárcel, en ID (ed.), San Juan de la Cruz. Espíritu de llama, o.c., 297. [525] Y hay quien piensa que también el nuevo nuncio Sega había mantenido a los confesores de La Encarnación en sus puestos «por mandatos expresos del rey, contra propia inclinación»: Reforma I, lib. 4, c. 27, 653. [526] Cta. 226, 10, 596 a don Teutonio de Braganza. [527] QUIROGA, lib. 2, c. 4, 294. [528] ALONSO, lib. 1, c. 33, 246. [529] QUIROGA, lib. 2. c. 9, 314. [530] ALONSO DE LA MADRE DE DIOS , OCD, La exaltación del amador de la cruz. Descripción histórica de los festivos cultos y obsequiosos aplausos [...] que consagraron las dos augustas ramas del laurel Eliano a la canonización de san Juan de la Cruz..., Madrid 1729. El sermón citado: 440-455; la descripción de la cárcel: 447[492]

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448. [531]

ANA DE SAN BARTOLOMÉ, en OC I, Roma 1981, 62. El santo contó a su confidente Juan Evangista los percances de su cárcel «y cómo los viernes le sacaban al refectorio y le daban a comer pan y agua y una rigurosa disciplina. Y quedáronle tales las espaldas y tan sentidas, que no podía sufrir allí estameña, como este testigo lo experimentó» (23, 47). [533] Cta. 257, 684. Comienza así: «No creerá, hija, la pena que tengo, porque a mi padre fray Juan de la Cruz lo han desaparecido y no hallamos rastro ni luz para saber dónde está; porque estos padres calzados andan con gran diligencia de acabar esta reforma». [534] Ib, 3, 588. [535] Cta. 226, 16 de enero de 1578, 10, 596. [536] Cta. 232, 8-12 de marzo, 3, 620. [537] Cta. 238, 15 de abril, 6, 634. [538] Ib, 7, 634. [539] PACHO, 856. [540] ALONSO, lib. 1, c. 33, 249. [541] Quiere decir que compuso las 31 primeras canciones del Cántico espiritual, según el orden del Cántico A (CA). [542] Recogemos aquí, como noticia especial, lo que cuenta Alonso de la Madre de Dios en carta a Jerónimo de San José, de biógrafo a biógrafo, hablando de la cárcel: «Cuando así se le apretaba el natural, con pequeñas cosas se lo dilataba, fortalecía y llenaba de gozo nuestro Señor como se vio que hallándose así una vez oyó cantar a un muchacho que pasaba por la calle esta letra: muérome de amores, Carillo, ¿qué haré?, que te mueras alahé. Comenzando el beato padre a dar vueltas a su pensamiento que le tenía en aquella cárcel tan rodeado de trabajos, y cerradas las puertas a todo alivio temporal, y como ya a la sombra de la muerte, vio que no otra cosa sino el clamor de Dios, y así barrido el apretamiento, juzgando esto por dicha suya lleno de gozo repetía, que te mueras alahé. Otra vez sintiendo apretársele el natural vuelto a Dios con esto a cantar aquella canción: Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste, entonces llenándose la cárcel de claridad y gloria oyó una voz que le dijo: “Aquí estoy contigo”, la cual voz llenó tanto su alma y la dejó tal que en adelante jamás sintió pena semejante”» (BNM, ms. 21738, fol. 693).Véase también J ERÓNIMO, lib. 3, c. 15, 351, con la nota 5 puesta allí. [543] OC, 1S, 15, 1. Prisionero en sentido activo, es decir, los carceleros o encargados, y guardianes de la prisión, de los que dice a continuación en su metáfora que no pudieron detenerlo «por el vencimiento y adormecimiento de todos ellos». [544] MHCT, II, doc. 159, 20-25. [545] Cta. 254, 5, 676. [546] Ib, 8, 677. [547] Ib, 10, 678. [548] Ib, 13, 679. [549] ALONSO, lib. 1, c. 33, 251-252. [550] OC, I, Roma 1981, 62 en Noticias sobre los comienzos del Carmelo teresiano. [551] Cta. 256, 4, 681. [552] Cta. 258, 6, 687. [553] J ERÓNIMO, lib. 3, c. 3, 287. [554] OC, Cta. 1, 1076. [555] OC, 2N, 6, 1, 500. [556] J ERÓNIMO, lib. 3, cc. 3-12, 287-334. Algo parecido hace ALONSO, lib. 1, c. 34, que titula: «Demás trabajos y consuelos que el santo padre padeció en la cárcel y cómo Cristo Nuestro Señor y su Santísima Madre le mandan que salga de ella» (253-259). [557] Y añade Martín: «Y esto todo el dicho santo se lo contó a este testigo para aficionarlo a la devoción a la Virgen Santa María». [558] Ana de San Bartolomé, recogiendo seguramente ya las noticias llegadas a la madre Teresa, dice patéticamente: «Tuviéronle todos nueve meses en una celdilla muy estrecha, que apenas se podía revolver en ella; y la cama y comida era como de delincuente que con la falta de sustento le ayudan a que se muera presto. Y el no morirse este santo parecía milagro, porque decía después, que había estado muy malo y con tan grande flaqueza, que le parecía estaba su vida en un hilo, porque eso poco que le daban, algunos días no lo podía comer, y era todo un pedazo de pan y una sardina, y algunos días no más de media, para quien se estaba finando y con accidentes de calentura y los calores de Toledo, pasaba dentro de este aposentito, y allí metido un servicio, y de tantos en tantos días se le hacían ir a limpiar; iba un fraile con él, y volvía a encerrarle» (OC, I, 62-63). [532]

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Ya los antiguos Quiroga, Jerónimo, pensaban esto mismo. Escribe Jerónimo: «Se deja entender y así se cree, la había recibido de nuestra santa madre Teresa en el monasterio de La Encarnación donde le prendieron [...]. Conservó este religioso el Cristo y túvole todo el tiempo de su vida con la estima veneración que se debía a tal prenda, la cual vi yo en sus manos en el convento de nuestros padres de la observancia de la ciudad de Ávila y ahora está con la debida estima y veneración en el de Medina del Campo de la misma observancia»: J ERÓNIMO, lib. 3, c. 18, 364. Alonso dice, con menos fundamento, «que el tener relevados esta cruz los instrumentos de la Pasión tengo por cierto era obra hecha por manos del mismo santo, porque en horas de recreación con una punta como de lanceta labraba curiosamente imagencitas»: ALONSO, lib. 1, c. 34, 258-259. [560] CRISÓGONO, c. 9, 165. [561] Ib, 166. [562] OC, I, 63. [563] Ana de la Madre de Dios (Ana de Palma), de la que habla con tanto elogio santa Teresa en F, c. 16, nn. 12. Había profesado en Toledo el 10 de noviembre de 1570 (Libro Profesiones: n. 1, fol. 387). Marchó a la fundación del monasterio de Cuerva y allí murió el 2 de noviembre de 1610 (5, 126). [564] J. L. MART ÍN DESCALZO, Razones, Sígueme, Salamanca 20072, 1083-1087, donde cuenta preciosamente la estancia en la cárcel, la fuga, la llegada al monasterio de las descalzas. El soneto en 1085-1086. [565] ALONSO, lib. 1, c. 35, 266. [566] CRISÓGONO, c. 9, 171. [567] Constitutiones, c. 3, n. 3, fol. 15 de la clausura: «Las religiosas no salgan en ninguna manera a la iglesia». Parece que no le hizo mucha gracia a santa Teresa esa prescripción: «Las puertas de las sacristías que salen a la iglesia se cierran con tabique; no se sale allá jamás, que es descomunión por el “motu proprio”, ni a cerrar la puerta de la calle [...]. El no estar la iglesia muy pulida es el trabajo, mas no puede ser menos» (Cta. 412, 15, 1057: a María de San José, priora de Sevilla, 8 de noviembre de 1581. [568] H. RODRÍGUEZ DE GRACIA, Asistencia social en Toledo, siglos XVI-XVIII, Caja de Ahorros Provincial de Toledo, Toledo 1980: El hospital del cardenal, 141-154. [569] F. DE PISA, Apuntamientos para la II Parte de la «Descripción de la imperial ciudad de Toledo», Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, Toledo 1976, 105. [570] Repasando los Libros de lactancia resulta que entre 1570 y siguientes la media anual se situaba en 407 expósitos, cuando la capital rondaba los 60.00 habitantes, o algo menos. [571] Cta. 260, 1-3, 690. [572] Cta. 261, fin de agosto, 3, 692. [573] J ERÓNIMO GRACIÁN, Constituciones del Cerro (1582), ed. de I. Moriones, Roma 19743. Aconsejo su lectura. [574] TyV, c. 27, 429-430: Arch. Simancas, Estado, leg. 160, n. 230. No tiene fecha. [575] V. DE J ESÚS MARÍA, Un conflicto de jurisdicción, en AA.VV., Sanjuanística, Roma 1943, 413-528. Estudio muy válido. [576] Véase J. V. RODRÍGUEZ, Florecillas de san Juan de la Cruz. La hondura de lo humano, San Pablo, Madrid 19912, 142-145. [577] Cta. 26, a María de la Encarnación, OC, 1106-1107. [578] OC, I, 62. [579] J. V. RODRÍGUEZ, Última edición de la «Vida y obras de S. Juan de la Cruz». Anotaciones y comentarios, Revista de Espiritualidad 15 (1956) 83. [580] BRUNO, 193-194. [581] CRISÓGONO, c.10, nota 24, 178-179. [582] J. V. RODRÍGUEZ, a.c., 84-85; la cita en 86. PACHO, 937 defiende que «carece de consistencia histórica una visita a Medina en 1578, recién salido de la cárcel de Toledo [...]. El examen de los testimonios y la secuencia de los hechos conocidos descartan tal suposición». [583] VILLUGA, 11. [584] Muy bueno el análisis que Antonio Fortes, el editor de los procesos, hace de los testimonios de las monjas de Medina, y las explicaciones que da acerca de este viaje, que él también admite: 22, 422-426. [585] Reforma I, lib. 3, c. 35, 515-517; SILVERIO, HCD, III, 746-749. [586] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 223-224. [587] Cta. 267, 701-702. [588] ALONSO, lib. 1, c. 36, 276. De esta misma idea era ya Pedro de San Hilarión, que convivió con Juan de la Cruz, que dice que vino a la casa del Calvario «por estar retirado y oculto, por haberse escapado en Toledo de la cárcel donde los padres calzados le tuvieron con grande apretura y trabajos. Y fue vicario de la casa» (26, 396).

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Reforma, t. 1, lib. 4, c. 31, 663. Ib, 664. [591] Cta. 272, 4, 717. [592] ALONSO, lib. 1, c. 36, 276. [593] MHCT, II, doc. 165, 33-36: decreto del nuncio Sega. [594] ALONSO, lib. 2, c. 29, 551. [595] G. SENA MEDINA, El verdadero camino que recorrió san Juan de la Cruz, desde Almodóvar del Campo a La Peñuela, San Juan de la Cruz 6 (1990) 79-88. [596] C. M. LÓPEZ FE, Caminos andaluces de san Juan de la Cruz, Editorial Miriam, Sevilla 1991. [597] Lug. cit., 86. [598] Noticias suficientes de la historia de este convento en SILVERIO, HCD, III, 676-688. Reforma, I, dedica en el lib. 3, los cc. 10-18 a la historia de este convento de Jesús María del Monte de la Peñuela: 432-460 y en BNM, ms. 7003, fol. 22-44 se puede ver Del orden y modo como vino a fundarse el monasterio de Jesús María del Monte, por otro nombre La Peñuela desde su primer principio que fue cerca de los años del Señor de 1573, habitada de frailes y antes de ermitaños. [599] Acerca de Beas de Segura: PACHO, 213-217; EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS , Beas y santa Teresa, Madrid 1975; F, c. 22. [600] PACHO, 213-217, con bibliografía. [601] E. PACHO, Autor e historia de unos versos que hicieron transportarse a san Juan de la Cruz, Monte Carmelo 66 (1958) 237-257. Lo ha publicado de nuevo en sus Estudios sanjuanistas I, Burgos 1997, 101-120. [602] BROCARDO DE SAN LORENZO, BN-Madrid, ms. 7.003, f. 40v. [603] Para la historia de este convento del Calvario, del Santo Monte del Calvario puede verse SILVERIO, HCD, IV, 144-152; y en Reforma, I, lib. 3, cc. 52-55, 560-572. [604] ALONSO, lib. 1, c. 39, 296. [605] BNM, ms. 7003, fol. 69. [606] PACHO, 1153-1154. [607] Parte I, c. 9, n. 9. [608] CRISÓGONO, c. 10, 187, inspirándose en ALONSO, lib. 1 , c. 37, 279-280. [609] Cta. 277, 1, 730. [610] Ib, 2, 730-731. [611] Cta. 274, 8, 728. [612] C. M. LÓPEZ FE, o.c., 37-38. [613] Cta. 188, 5, 516. [614] J. V. RODRÍGUEZ, Florecillas de san Juan de la Cruz. La hondura de lo humano, San Pablo, Madrid 19912, 17-20. [615] OC, Escritos breves, 114-115. [616] BN-M, ms. 12738, fol. 42. [617] OC, Escritos breves, 114-115. [618] Véase en OC, 138-147. [619] El historiador Teófanes Egido escribe en F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, unas páginas magníficas sobre Baeza y su ambiente espiritual, y va detallando Baeza, ciudad activa, ambiente intelectual, clima de exaltación religiosa, los alumbrados, diagnósticos de un médico Huarte de San Juan y un místico, Juan de la Cruz: 216-220. [620] MHCT, III, doc. 423, 559. [621] BNM, ms. 7003, fol. 28. [622] Designado por el vicario general de la Orden, Roma, 29 de mayo de 1579, vicario general de los descalzos: MHCT I, doc. 185, 95-96. [623] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche, o.c., damos un plano de la ciudad reproduciendo la zona monumental en la que se encontraba la casa fundacional: 203. [624] Fechas 1550-1618; PACHO, 855. [625] Breve ficha: Andrés Lacarra Cruzate en la Orden Inocencio de San Andrés, nació en Tafalla (Navarra) entre 1553 y 1554. Se matriculó en la Universidad de Alcalá de Henares de Henares, y de allí lo mandó fray Juan al noviciado de Pastrana, donde profesó el 1 de enero de 1573 (LPP I, f. 12r). Convivió en Baeza con el santo hasta que este salió para Granada; y allí estuvo también Inocencio. Volvieron a estar juntos en Segovia, aunque no mucho tiempo. Fue superior o vicario de varias casas con nombre de «hombre de gran paz y de singular mansedumbre». En 1615 aparecía en Roma su obra: «Theología mística y espejo de la vida eterna, por el qual son [590]

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encaminadas las almas que dessean alcançalla. Colegido de la doctrina de los sanctos y maestros de espíritu. En el qual se enseña cómo an de subir a la perfección del Espíritu. Va dividido este breve compendio en tres tratados. En el primero se trata breuemente de la Oración Mental. En el segundo se tratan algunos apuntamientos de la Mortificación. En el tercero, se trata de la mística Teología y Hombre interior y Espiritual. Compuesto por el M. Andrés Lacarra y Cruzate, canónigo regular. En Roma por Iacome Mascardo. M.DC.XV. Extraviado el libro y aparecidos ya algunos pocos ejemplares, Eulogio Pacho ha hecho una nueva edición de la obra en la BMC 27, con una gran introducción. El libro no es original, siendo el autor compilador más que autor. Eulogio detalla los escritos copiados por Inocencio: 45-50, y puede decir que «es un modelo acabado de saqueo literario al estilo de la época»: 24. En el tratado tercero. El hombre interior es donde en Complemento añadido a la primera edición que en la edición de Pacho se publica al final los capítulos 30-35 son plenamente sanjuanistas y en el c. último, el 36, publica «las cautelas que contra los tres enemigos del alma debe usar el que desea llegar a la perfección». Adviértase que esta obra de Inocencio, con todos estos textos sanjuanistas, es anterior a la primera edición de san Juan de la Cruz, en 1618 en Alcalá. Inocencio pidió a Juan de la Cruz que escribiese la Noche oscura, como él mismo certifica (27, 465). PACHO, 799-800. [626] Protocolo y memorial de la fundación, hacienda, obligaciones, profesiones y de otras cosas pertenecientes a este Colegio. Dividido en cinco libros de que se da noticia en la plana siguiente, renovado del antiguo y añadido por el padre fray Francisco de Santa María, siendo rector. Año de M.DC.XIIII. Archivo histórico Provincial de Jaén, ms. 4.510. Fue localizado por Gabriel Beltrán, que hizo una breve presentación del contenido global de esa fuente histórica en Un condiscípulo de Gracián: Juan de Jesús Roca en el libro de Protocolo del Colegio de Baeza (1582-1585), Monte Carmelo 91 (1983) 451-480. Se trata del libro de becerro, mayor o verde, propio de los monasterios, que en Andalucía llamaban, preferentemente, protocolo. [627] Protocolo, f. 1r. Todas estas noticias se deben a G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en Baeza: textos y notas del libro de protocolo del Colegio de San Basilio, San Juan de la Cruz 14 (1994) 233-247. La cita presente en p. 235. [628] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 234. [629] BNM, ms. 12738, 1415. [630] PACHO, 76. DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 29, nota 85. [631] Proceso ordinario de Málaga: 22, 332-336; Proceso apostólico de Málaga: 24, 550-559; y en declaración hecha a petición del padre provincial, en 1614: 26, 459-461. [632] PACHO, 810-811; DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 32, nota 109. [633] ALONSO, lib. 1, c. 42, 321. [634] Años: 1566-1629. PACHO, 1281. [635] Reforma, 5, lib. 20, c. 38, 11, 527. [636] LPS, n. 82. Falta la fecha. Florencio del Niño Jesús escribió una breve monografía: Fray Francisco de Jesús, el Indigno apóstol del Congo, Madrid-Cuenca 1934. Véase también SILVERIO, HCD, VIII, c. 12, 341-364. [637] MHCT, III, doc. 302, 155-156. [638] J ERÓNIMO, lib. 4, c.11, 436. [639] Hizo copia de este documento Manuel de Santa María el 18 de enero de 1789. Puede verse en ACDS, E-I2, fol. 75v. [640] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 229-230. [641] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche, o.c., 210-211, puede verse el articulito Juan de Vera, un amigo artista, de Juan Bosco San Román, sobre este escultor y pintor. [642] Hay que agradecer al padre dominico A. HUERGA T ERUELO que haya sugerido en su obra Los alumbrados de Baeza, CSIC, Madrid 1978, esta posibilidad (126-130). [643] Edición príncipe: Baeza 1575. [644] Pueden verse algunos de esos puntos señalados por Huerga en A. HUERGA T ERUELO, o.c., (128-130). [645] Teófanes Egido, en el artículo citado en la primera nota de este capítulo, ya toca doctamente el posible encuentro de estos dos genios, de la medicina y de la mística, y pone frente por frente dos textos magníficos de ambos autores. [646] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 230. Habla también en Historia de las Fundaciones: MHCT, III, doc. 423, 596-598. [647] Gracián dice que «condescendiendo con ruegos y parecer de otros frailes», había dado la licencia. [648] MHCT, III, doc. 423, 596-597. [649] Relación, BNM, ms. 7003, fol. 139v. [650] Reforma, 2, lib. 7, c. 27, 262. [651] Ib, da más detalles de presencias diabólicas en las cercanías y en la celda de la novicia: 263-264.

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Ib, 264. Relación de Juan de Santa Ana: BNM, ms. 7003, 140v. Y añade: «Diose cuenta a la Inquisición y lleváronla a Córdoba; remitiéronla aquellos señores a la Inquisición de Murcia por ser en Beas adonde se descubrió el caso de aquel distrito». En la Inquisición de Murcia «la sacaron al auto con una candela negra en la mano, habiéndola dado cien azotes por las calles públicas, la mandaron que no tornase otra vez a aquel pecado so pena de ser quemada por relapsa»: Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 231. [654] AHNM, Inquisición, leg. 2022, 16, y legajo 2812. En este último legajo hay una nota marginal en carta de Bernardo de Villegas, Alcalá, 20 de agosto de 1637, donde se dice: «Ítem, remitan un proceso de Ana de la Trinidad, monja novicia en el monasterio de Beas, que ha de estar en la cámara del secreto de aquel santo Oficio». [655] Juan Blázquez Miguel publicó Catálogo de los procesos inquisitoriales del Tribunal del Santo Oficio de Murcia, Murgetana 74 (1987) 9-109, y en la p. 71 aparece Beas 1585, pero con el nombre de Ana de la Trinidad. Esto me hizo pensar que se trataba de la que llamaba Juana la Calancha. Repasados los legajos citados en la nota anterior, encontré que era efectivamente la misma persona, castigada por supersticiosa con 100 azotes. [656] C. 12, 220-222. [657] Como lo cuenta Juan de Santa Ana, y admiten Efrén-Otger, TyV, 529-530, quienes se muestran contrarios a Gracián y a Crisógono: 527-530. [658] SAN J UAN DE LA CRUZ, OC, dictámenes de espíritu, n. 14, 1127. [659] Citado por A. HUERGA T ERUELO, o.c., 3. [660] Historia crítica de la Inquisición en España, Hiperión, Madrid 1981, 86. Con razón Eulogio anota: «Una pena que Llorente no mencione las fuentes de su información. Aceptarle sin más, sin urgencia de alguna verificación, no parece demasiado exigente ni responsable». Y añade: «El caso de fray Juan se incluye en el capítulo (30) dedicado a “las causas de Inquisición promovidas contra varios santos y venerables españoles”: E. PACHO, San Juan de la Cruz, reo y árbitro de la espiritualidad española, en ID, Estudios sanjuanistas I, Burgos 1997, 174-175. Véase también SILVERIO, HCD, 5, 140-143. [661] Véase A. HUERGA T ERUELO, o.c., 55-60, 80-84. [662] Ib, 62. Texto de la carta más larga del 13 de diciembre de 1574: Ib, 61-62. [663] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 230. [664] PACHO, 926. [665] ALONSO, lib. 1, c. 43, 332. [666] Véase G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en Baeza, a.c., 239-240. Allí mismo se puede ver la escritura de aceptación del Cortijo, 15 de enero de 1581, por parte de fray Juan de la Cruz, 241-244. [667] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche, o.c., 209, hay una fotografía solemne de la cruz y otras dos, una del huerto y la fuente que lo riega y otra del panorama que se divisa desde el cortijo de Santa Ana. [668] Fechas: 1547-1631. PACHO, 856. [669] PACHO, 89-90. [670] Cta. 323, 840. [671] Véase el Acta redactada y firmada por fray Juan: 26, 69-70. Dionisio Tomás Sanchís, muy experto y preciso en sus averiguaciones, escribe en Diccionario de Pacho además de la voz «Ana de San Alberto»: 89-90, la voz «Caravaca de la Cruz»: 275-277, y la voz «Francisca de la Madre de Dios» (1549- 1601) 650-651, y explica muy bien las idas y venidas de fray Juan a Caravaca, y sus intervenciones en la villa. [672] BNM, ms. 12738, fol. 1415. [673] J UAN DE SANTA ANA , Relación de algunas cosas notables que sucedieron en los conventos de La Peñuela, Beas, Calvario y otros al principio de nuestra sagrada religión hecha por el padre fray Juan de Santa Ana: BNM, ms. 7003, fol. 127-148r; la cita en 141-142. Afirma que lo que dijere lo vio él por sus ojos. [674] Ib, f. 141v. [675] Otras declaraciones en: 22, 56, 71, 87 etc. [676] Véase CRISÓGONO, c. 11, 212-213. [677] MHCT, II, doc. 165, 33-36. [678] MHCT, II, doc. 165, 33-36. La revocación en MHCT, II, doc. 182, 87-90. No podía Cárdenas alegar ignorancia por cuanto se le había comunicado, el 8 de abril de 1579, por notario público, el nuevo decreto del nuncio. [679] F, c. 29, 30. [680] MHCT, doc. 209, 201. [681] Puede verse en MHCT, II, doc. 187-191, 99-138; doc. 193-194, 140-145; doc. 199-203; 152-181; doc. 207-208, 188-191; doc. 209; el breve de Gregorio XIII, 191-207; doc. 210-215, 208-221; doc. 218-222, 225233; doc. 224-226, 236-239. [653]

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MHCT, II, doc. 209, 191-207, texto en latín y en castellano. MHCT, II, doc. 211, 213-215. [684] MHCT, II, doc. 225, 237-238. [685] MHCT, II, doc. 213, 216-219. [686] Cta. 357, 10, 931-932. [687] Cta. 358, 4, 933. [688] Cta. 359, 3, 936. [689] MHCT, II, doc. 219, 226-227. [690] MHCT, II, doc. 220, 228-229. [691] ALONSO, lib. 2, c. 2, 353. [692] Peregrinación de Anastasio, diálogo III, 46. [693] MHCT, II, doc. 231, 245. [694] Cta. 374, 7-8, 973. [695] Cta. 371, 6, 966. [696] Ib. [697] MHCT, II, doc., 225, 237-238. [698] Reforma, lib. 5, c. 9, n. 1, 751-752. [699] MHCT, II, doc. 236, 252-253. [700] MHCT, II, doc. 244, 281 y MHCT, III, doc. 423, 628-629. [701] MHCT, II, doc. 281. Gracián dice que la elección, comenzada como a las nueve y media, «acabose como a las once, por el embarazo que había en contar los votos». [702] MHCT, II, doc. 238, 263-264: Instrumentum publicum electionis primi provincialis carmelitarum discalceatorum. [703] Ficha de Gracián: «Jerónimo Gracián de la Madre de Dios: Nacido en Valladolid (1545), es hijo de uno de los secretarios regios, Diego Gracián de Alderete, y de doña Juana Dantisco. Tiene varias hermanas carmelitas. Cursa estudios en la Universidad de Alcalá y se ordena de sacerdote en 1570. Dos años después toma el hábito en Pastrana, profesando al año siguiente (1573) y ocupando enseguida puestos de suma responsabilidad en la Reforma: delegado visitador de los descalzos de Andalucía (1573), visitador de los carmelitas calzados andaluces (1574), vicario provincial de los descalzos de Castilla y Andalucía (1575), primer provincial de la Reforma teresiana (1581). Apenas muerta la santa (1582), Gracián comenzará un penoso calvario. Procesado por sus propios sucesores en el gobierno de la Reforma, es expulsado de ella (1592, un año después de la muerte de san Juan de la Cruz); va a Roma a defender su causa, y es apresado por piratas tunecinos (1593). Rescatado en 1595, vuelve a Roma y a España, sin conseguir el reintegro en la familia teresiana. Muere en Bruselas el 21 de septiembre de 1614, tras haber visto beatificada a la madre Teresa (24 de abril de 1613)» (T. ÁLVAREZ, Santa Teresa de Jesús. Cartas, Monte Carmelo, Burgos 1981, 208-209). [704] MHCT, II, doc. 238, 264. [705] Cta. 377, 9, 981. [706] MHCT, II, doc. 238, 264. [707] MHCT, II, doc. 244, 281-282. [708] MHCT, II, doc. 241. [709] MHCT, II, doc. 244, 282-283. [710] Constitutiones, Pars prima, c. 7, 2 [55], 62-64. [711] Cf Constitutiones, Pars prima, c. 21, 1 [123], 112-113. [712] MHCT, II, doc. 239, 265-266. [713] MHCT, II, doc. 244, 283. [714] El nuncio Sega, en carta al secretario de Felipe II Gabriel de Zayas, del 29 de mayo, le dice que ha examinado diligentemente las constituciones de los religiosos aprobadas en el Capítulo y que por su parte las aprobaría todas, menos cinco puntos que señala en folio aparte. En una de las normas que reprueba dice que «se ve demasiado claramente el odio que corre entre los descalzos y los del Paño»: MHCT, II, doc. 248, 287-290. No parece que se le hiciera caso al nuncio, que ya entonces estaba en funciones, pues el 30 de abril había sido nombrado como su sucesor Luis Taverna. A las observaciones del nuncio, que no eran sino inspiradas y acaso hasta literalmente preparadas por los calzados, responde en otro documento, el 13 de junio de 1581, muy sereno y muy firme el que fue comisario Juan de las Cuevas que, además, prepara el texto latino a enviar a Roma, si fuere el caso, para que se aprueben las constituciones de los descalzos: MHCT, II, doc. 251, 296-304. El mismo comisario, el 16 de septiembre, escribe a Gabriel de Zayas, secretario del rey, que ha consultado con Gracián y Doria y que hay que dejar para más adelante, en un tiempo más oportuno, pedir la confirmación de las [683]

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constituciones: MHCT, II, doc. 254, 308-309. [715] MHCT, II, doc. 244, 284. [716] Ib, 283-284. [717] Ib, doc. 232, 245; Ib, doc. 235, 249-250. [718] Ib, doc. 244, 284. [719] ALONSO, lib. 2, c. 2, 357. [720] Constitutiones, Parte 2, c. 1, 1 [144], 132-133. [721] Aparte de las páginas que dedica santa Teresa a la fundación de Caravaca, en F, c. 27, recomiendo el artículo bien documentado de Dionisio Tomás Sanchís, Caravaca de la Cruz en el corazón de Santa Teresa (15751582) en Archivum bibiographicum Carmeli Teresiani 43 (2004) 261-324. [722] Ficha en DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 21, nota 54. [723] No conservamos esa carta de fray Juan, que arrojaría no poca luz sobre su tono anímico. Siempre he sospechado que la que damos por primera carta del santo a Catalina de Jesús es de una fecha anterior; y acaso la carta de fray Juan a la madre Teresa a que alude ella, que era de marzo, comportaría que esta primera carta sea también de aquella misma fecha y no de esta tardía de julio. [724] Cta. 384, 4, 994. [725] Constitutiones, parte 2ª, c. 2, n. 3. [726] La patente del nombramiento la publica G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz. Documentos inéditos en torno a su vida, Monte Carmelo 99 (1991) 330-331. [727] Cta. 150, 3, 406. [728] Cta. 410, 6, 1049. [729] Cta. 418, 2, 1068-1069. [730] Puede verse publicada en BMC, 29, Ana de Jesús, carmelita descalza. Escritos y documentos, edición de A. Fortes y Restituto Palmero, Burgos 1996, 69-79. [731] MHCT, III, doc. 423, 638. [732] Cta. 417, 2, 1067-1068. [733] Querer sacar, como ha hecho algún biógrafo, que ante la negativa de la santa se desilusionó fray Juan de la Cruz de tal manera que no quiso ya saber nada de ella, que quemó sus cartas, etc., etc., es una aberración manifiesta. [734] Cta. 421, 2, 1075. [735] Cta. 451, 451; 1125-1132. Hay que leer por entero toda la carta. Véase la introducción del editor. [736] F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 246. [737] OC, Dictámenes, n. 20: 1127-1128. [738] OC, Cta. 2, 1077. [739] Parte 5ª, c. 12, n. 2: «Pueden los vocales del convento elegir al que quisieren de toda la provincia, con condición de que sea sacerdote, etc. [...] No se puede elegir por prior de un convento el que actualmente es prior de otro convento o rector de otro colegio, si no hubieren pasado dos años desde que comenzó a ser prior o rector, si por alguna justa o razonable causa el provincial no dispensare con él». [740] Cta. 384, 4, 994. [741] J ERÓNIMO, lib. 5, c. 1, [3], 489. [742] Constitutiones Capituli Almodovarensis, c. 1, n. 1. [743] G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz prior de Granada según el libro de protocolo de la comunidad, San Juan de la Cruz 10 (1992) 211-217. [744] SILVERIO, HCD, III, lib. 3, c. 32, 659-678; Reforma I, lib. 3, cc. 2-9, 401-432. [745] MHCT, I, doc. 50, 144-146. [746] Puede verse todo el texto de la Escritura en Reforma, t. I, lib. 3, c. 4, 410-412. [747] Ib, 413. [748] Francisco Vargas, O. P., comisario apostólico en Andalucía, dio el permiso a Baltasar de Jesús para que fundase el convento en esa casa: MHCT, I, doc. 50, 144-145. [749] MHCT, III, doc. 423, 561. [750] CRISÓGONO, c. 14, 247. [751] Reforma, lib. 3, c. 5, 414-415. [752] Ib, c. 5, se puede leer el texto entero del auto del conde de 4 de agosto: 415-416. [753] Reforma, lib. 3, c. 5, 416. [754] El documento original se encuentra en AG/Simancas, Patronato Eclesiástico, leg. 131 fol. Véase en BMC

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26, 78-79. [755] J. LÓPEZ OSORIO, Principio, grandeza y caída de la noble villa de Medina del Campo, Madrid 1903, lib. 3, c. 7, 188. [756] J ERÓNIMO, lib. 5, c. 3, 501. [757] Ib, 502. Igualmente en Quiroga, en quien se inspira J ERÓNIMO, lib. 1, c. 46, 237. [758] T. EGIDO, Contexto histórico de san Juan de la Cruz, en AA.VV., Experiencia y pensamiento en san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 342. [759] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche, o.c., se puede ver fotografiada una arquería del acueducto construido por Juan de la Cruz: 228-229. [760] Véase en ib el artículo de Luis Ojeda (seudónimo de Federico Ruiz) titulado El agua de la Alhambra, 228229. [761] Reforma, I, lib. 3, c. 9, 430. [762] Reforma, II, lib. 7, c. 51, 351. [763] CRISÓGONO, 250-253. [764] PACHO, 207-208. [765] Crónica, lib. 1, c. 48, 248-253. [766] PACHO, 838-839. [767] Ib, 433-434. [768] Ib, 76, ficha brevísima. [769] Véase I. BENGOECHEA, Autógrafos de san Juan de la Cruz (Observaciones y Revelaciones), Monte Carmelo 94 (1986) 453-467, especialmente: 458. DÍAZ GONZÁLEZ, Actas 42, nota 154. Murió en Úbeda en 1647. [770] Lo cuenta en Carta autógrafa a Jerónimo de San José: BNM, ms. 12738, fol. 1451ss. [771] PACHO, 48. [772] Ib, 903-904. [773] Constitutiones, Pars prima, c. 4, 1, [42], 52-53. [774] Hombre tan estricto y exigente como era Pedro de los Ángeles, siendo prior de La Peñuela «mandó, por ser verano y hacer grande calor, que la oración de las 5 de la tarde se tuviese en la huerta, que estaba pegada al convento; luego que se tañía a la oración nos juntábamos en la iglesia y decíamos la antífona veni Sancte Spiritus, etc., con su oración. Y leída la meditación, nos íbamos juntos a la huerta y cada uno se iba a la parte que le parecía dentro de ella» (Así lo cuenta Juan de Santa Ana: BNM, ms. 7003, fol. 127). [775] OC, 1S 11, donde dice: «Porque eso me da que un ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado tan asida se estará como al grueso, en tanto que no le quebrase para volar». [776] PACHO, 46. [777] Ib, 856-857. [778] La escena no se ha olvidado y la cuenta en una declaración de 1598, y la vuelve a contar en el proceso ordinario de Jaén y en el apostólico de Málaga y en otras dos relaciones declaraciones: 26, 288; 23, 42; 24, 526; 13, 386-387, 390-391. [779] Los que comían carne lo hacían en otro pequeño refectorio aparte. [780] ALONSO, lib. 2, c. 6, 389. [781] ELISEO DE LOS MÁRT IRES , Dictámenes: OC, 1128. [782] ALONSO, lib. 2, c. 6, 388-389. [783] De él habla Inocencio de San Andrés, BNM, ms. 7003, f. 179v-180; 27, 446-447. [784] Reforma, I, lib. 3, c. 17, nn. 3-5, 454-456. [785] LPP, f. 7r. [786] Reforma, t. 2, lib. 6, c. 18, 47. [787] Ib. Un juicio de la santa sobre viajar en «buenas mulas» puede verse en su Cta. 161, 6, a Ambrosio Mariano, 434. [788] Reforma, lib .cit., 48. [789] MHCT, III, doc. 265, 21-30. [790] Constituciones Complutenses, Pars V, c.12, n. 2, 234-235. [791] Lo dice en carta al padre Jerónimo de San José (Ezquerra) de julio de 1630: BNM, ms. 2711, fol. 189. Ezquerra, en su Historia del venerable padre, lib. 5, c. 7, 531, aduce el parecer de este Alonso de San Alberto y asegura que se lo oyó referir muchas veces en Madrid, «donde poco antes de morir lo dejó escrito, y firmado de su nombre, debajo de precepto, en una relación que tengo original en mi poder». [792] Véanse Constituciones (Fortunatus-Beda) [3] 300. [793] Ib.

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Cf J ERÓNIMO, lib. 5, c. 7, 528-529. Muy poco generoso anda Ezquerra en este punto, infravalorando aquella empresa misionera. Véanse sobre el particular: J OSÉ DE J ESÚS CRUCIFICADO, Una expedición misionera al Congo a través de Angola, Monte Carmelo 69 (1961) 91-102; ID, Los carmelitas descalzos en el Congo, Monte Carmelo 70 (1962) 155-188; Monte Carmelo 71 (1963) 392-433. HIPÓLITO DE LA SAGRADA FAMILIA, La misión de los carmelitas descalzos en el Congo, Monte Carmelo 75 (1967) 392-404. FLORENCIO DEL NIÑO J ESÚS , La misión del Congo y los carmelitas y la Propaganda Fide 1, Pamplona 1929, 1-81. También interesa MAT ÍAS DEL NIÑO J ESÚS , Bibliografía misional de los carmelitas descalzos españoles (1584-1940), Monte Carmelo 69 (1961) 110-145. [796] Toda la documentación que tiene que ver con la fundación en Génova puede verse en MHCT, III, doc. 266-267, 30-35; 270-274, 42-48. [797] Peregrinación de Anastasio, diálogo tercero, 53. [798] Andrés de la Encarnación dice que las actas originales del Capítulo de Almodóvar están juntas con las del Capítulo de Alcalá y en ellas se encuentra esta prescripción: MH, II, n. 85, 92. [799] Ib. [800] Constitutiones, Pars 5, c. 5, [216] 199-200; 6, 505-506. [801] MHCT, III, doc. 423, 654. [802] MHCT, III, doc. 276, 73. [803] CRISÓGONO, 271. [804] La declaración en el proceso de la santa se encuentra manuscrita en el Archivo de los Carmelitas Descalzos de Salamanca. [805] Se trata de una gran carmelita, sobre la que existe una bibliografía importante: E. PACHO, María de la Cruz (Machuca), discípula aventajada de san Juan de la Cruz, Monte Carmelo 103 (1995) 45-70; publicado también en sus Estudios sanjuanistas I, Monte Carmelo, Burgos 1997, 221-244; M. MORALES BORRERO, El convento de carmelitas descalzas de Úbeda y el Carmelo femenino en Jaén. María de la Cruz OCD. Su vida y su obra, Instituto de Estudios Gienenses 1995, 2 vols.; J. M. MUÑOZ CUENCA, Escritos de una discípula de san Juan de la Cruz. Nota bibliográfica, San Juan de la Cruz 12 (1996) 273-280. G. BELT RÁN, María de la Cruz, Machuca: dos confidentes suyos, Monte Carmelo 103 (1995) 567-578. PACHO, 923-924. [806] El relato es precioso, y lo relaciona la Machuca nada menos que con el don de profecía que tenía fray Juan: «Pues como estuviesen haciendo seda de madejuela, que así se llama, en unas devanaderas, dábanse las religiosas mucha prisa. Y entre ellas había dos, que la una tenía poco en la devanaderuela, que la madeja estaba ya casi medio cogida, y a la otra le quedaba casi toda la madeja por coger. Y dijo la una a la otra: apostemos quién acaba primero. Y apostaron. Y la que le quedaba poco parecía querer acabar primero, por ser menos y darse ambas mucha prisa, y la que le quedaba más, casi se daba ya por vencida. Y entonces le dijo el santo fray Juan de la Cruz: “No tenga pena, hija, que acabará primero”. Y así fue que a la que le quedaba menos, no sólo no acabó primero, sino que se le desencajaron las devanaderas y quedó casi cada cosa de por sí; acabando la otra, que le quedaba más primero, como el santo lo había dicho» (25, 505-506). [807] Los del tribunal del proceso le preguntan cómo se llamaba el escrupuloso y cómo se llamaba el confesor que no le quería absolver, y contesta que uno y otro se llamaban lo mismo: Alonso de la Madre de Dios, el escrupuloso fue tres veces prior del convento de carmelitas descalzos de Úbeda y el que no la quería absolver estaba entonces en 1628 de conventual en Vélez Málaga (25, 485). [808] Tomado del Romance sobre el salmo «super flumina»: OC, 61. [809] PACHO, 802. [810] En el precioso libro de la archivera del monasterio, Ángela del Purísimo Corazón de María, recientemente fallecida, Convento de carmelitas descalzas de San José de Granada, Granada 2005, va repasando la autora la biografía de las religiosas del convento; interesan a nuestro propósito las fundadoras y profesas en los días de fray Juan prior de los Mártires y vicario provincial, con residencia en el mismo convento. [811] PACHO, 1166-1167. [812] BN de Madrid, ms. 12738, fol. 1005. Lo cuenta la misma que lo presenció, Ana de Jesús (González) en BMC, 26, 370. [813] PACHO, 1156-1157. [814] Véase en CRISÓGONO, c.15, la nota puesta por el P. Matías, letra d, p. 290. [815] Todas estas noticias se deben a Eulogio Pacho, que es quien ha estudiado el caso en su artículo Irradiación del sanjuanismo en Granada, Monte Carmelo 104 (1996) 183-201. Publicado asimismo en sus Estudios sanjuanistas I, o.c., 245-264. [816] Lo declara María de la Trinidad: Valladolid, ACD, Libro azul, fol. 208. [817] En carta al historiador Jerónimo de San José: BNM, ms. 12738, 1461. [795]

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MHCT, III, doc. 265, 29. BNM, ms. 12738, 1461. Véase en mi artículo ¿San Juan de la Cruz, talante de diálogo?, Revista de Espiritualidad 35 (1976) 510-511. [820] En Historia de las Fundaciones, c. 16, MHCT, III, doc. 523, 661-664. [821] Ib, 664. [822] El original desapareció en 1936; por fortuna conservamos la reproducción fotográfica publicada por Gerardo de San Juan de la Cruz en Los autógrafos que se conservan del místico doctor san Juan de la Cruz, edición foto-tipográfica, Toledo 1913, 80-81. [823] Véase G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz y las carmelitas descalzas de Málaga, San Juan de la Cruz 18 (1996) 255-261. [824] MHCT, III, doc. 276, 51-90. [825] Ib, 70. [826] Ib, 73. Y la Apología se cierra con una serie de Avisos acerca del gobierno: ib, 78-90. [827] MHCT, III, doc. 276, 52. [828] ALONSO, lib. 2, c. 10, 412. [829] Ligera ficha del P. Doria: nació en Génova el 18 de mayo de 1539, primogénito de once hermanos. En 1570 aparece por España y se establece en Sevilla como financiero. Tras un golpe de gracia, distribuidos en buena parte sus bienes a los pobres, abraza la vida clerical y estudia teología en el colegio de Santo Tomás de Sevilla. Ordenado sacerdote en 1576 y «para rehacerme de mi mala vida pasada», como él mismo confiesa, ingresa en los descalzos de Sevilla, en Los Remedios, y profesa el 25 de marzo de 1578. Enseguida, vicario de Los Remedios. Prior de Pastrana en 1579. Primer definidor de la provincia en 1581. Elegido provincial en mayo de 1585. Vicario general de los descalzos en 1588, desempeña ese cargo hasta el 20 de diciembre de 1593, cuando por breve de Clemente VIII se le da el título de prepósito general y «se le encargaba continuar en su oficio hasta que el próximo Capítulo General ordinario, por Pentecostés de 1594, eligiese el nuevo prepósito» (cf I. MORIONES , El Carmelo teresiano, El Carmen, Vitoria 1978, 139-164). Murió antes del Capítulo General en Alcalá de Henares el 9 de mayo de 1594. Personaje discutido, claro-oscuro, polemizado, responsable máximo de la expulsión del P. Gracián de la Orden. Aconsejo la lectura del artículo, de Silvano Giordano, muy ecuánime, Nicolò Doria: una personalità discussa, en IHT, Studia 7, Roma 1996: Nicolò Doria, 147-178. PACHO, 10121016. [830] MHCT, III, doc. 423, 674. [831] Ib, doc. 277, 90-92. [832] Quien ha tratado mejor históricamente y con gran amplitud todo este tema del envío a México ha sido Dionisio Victoria Moreno en su gran libro Los carmelitas descalzos y la conquista espiritual de México 15851622, Porrúa, México 1983, 3-63. [833] Ib. [834] Parte 5, c. 5, 1, 198-199. [835] Ib, Parte 5, c. 10, 218-221. [836] Ib, 675. [837] ALONSO, 397, cita la declaración de Gabriel de Cristo que es el que lo cuenta. [838] Ib, lib. 2, c. 10, 412-413. [839] MHCT, III, doc. 423, 666. Hay mucha literatura sobre «la monja de las llagas»: A. HUERGA, La vida seudomística y el proceso inquisitorial de sor María de la Visitación («La Monja de Lisboa»), Hispania Sacra 12 (1959) 35-130; ID, El proceso inquisitorial de la «Monja de Lisboa» y fray Luis de Granada, Hispania Sacra 12 (1959) 333-356. LUIS DE GRANADA, Historia de sor María de la Visitación, Estudio preliminar de Álvaro Huerga, Barcelona 1962. [840] MHCT, III, doc. 423, 668-669. [841] Ib, 668 [842] J ERÓNIMO GRACIÁN, Libro de las fundaciones, MHCT, III, doc. 423, 666. [843] Las constituciones y ordenaciones de este capítulo en MHCT, III, doc. 278, 92-102. [844] MHCT, III, doc. 281, 105-106. [845] Reforma, I, lib. 7, c. 1, 170. [846] MHCT, III, doc. 280, 104-105. [847] El documento se halla en las hojas finales del libro Secundus tomus Summae Summamrum beati Antonini Florentinorum Achiepiscopi laudatissimi..., Lugnuni 1521. En la portada del volumen se escribe que el libro era del convento de San Pedro de Pastrana. Lo publiqué en Pequeñeces teresiano-sanjuanistas, Revista de Espiritualidad 38 (1979) 427-430. [819]

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En el artículo citado en la nota anterior. F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, c. 9: Apóstol y viajero, Viajes a Castilla, 253. [850] Ib. En G. SALVAT ICO, c. 10, el inserto Caminante infatigable, 303. El mismo autor ha escrito Sulle orme di S. Giovanni Della Croce, Quaderni di storia del Carmelo Ligure 16, Génova 1988, 144pp. En la 2ª parte (115142) escribe «Cronología cronométrica» del santo. [851] Constitutiones, c. 9, n. 14: BMC 6, 475. [852] Ib, c. 9, n. 15, BMC 6, 475. [853] Reforma, lib. 7, c. 3, n. 3, 178. [854] J. V. RODRÍGUEZ, en F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche, oc., c. 9, 259. [855] En ib, c. 9, 254, 261-277, se da un resumen de todos los caminos que recorrió san Juan de la Cruz, y dentro del c. 10 se puede ver un mapa muy bien elaborado con todos los detalles para su lectura y con la señalación de Viajes de san Juan de la Cruz durante su estancia en Granada: 300-301. A mayor abundancia se pueden ver en la misma obra los mapas de los Viajes de fray Juan entre los años 1542 y 1577: 150-151; el mapa del itinerario del santo a Andalucía: 181. Quiero aconsejar la lectura del libro de C. M. LÓPEZ FE, Caminos andaluces de san Juan de la Cruz, Sevilla 1991. [856] MHCT, III, doc. 278, 94. [857] HIPÓLITO DE LA SAGRADA FAMILIA, La Consulta. Estudio histórico-jurídico, Monte Carmelo 77 (1979) 153189; 341-368. La cita en p. 160. [858] MHCT, III, doc. 278, 95-96. [859] Ib, 96. [860] Reforma, II, lib. 7, c. 32, 5, 280. [861] Se trata de Catalina de Jesús (Sandoval y Godínez), de la que habla santa Teresa en F, c. 22, contando su conversión y cómo fue junto con su hermana María de Godínez la fundadora del monasterio de Beas, que inauguró la santa el 24 de febrero de 1575. Catalina profesó en septiembre de 1576. En 1582 fue elegida priora de la comunidad, y reelegida en 1584. Ya hemos hablado de ella en el c. 16 al historiar el caso de la Calancha. Vivió bajo la dirección espiritual de Juan de la Cruz a partir de 1578. Favorecida con grandes favores del cielo: visiones, revelaciones..., tuvo que escribir una larga relación de su vida por mandato del provincial, Jerónimo Gracián. Juan de la Cruz examinó su espíritu y le mandó que comulgase todos los días. El mismo Juan de la Cruz hizo de copista o amanuense de una parte de la autobiografía de Catalina: E. DE SANTA T ERESA, OCD, Un nuevo autógrafo de san Juan de la Cruz. Carmelo de Begoña-Bilbao, Vitoria 1948. En Reforma se dedican muchas páginas a ilustrar la persona de esta religiosa: t. I, lib. 3, cc. 32-34, 501-515; t. II, lib. 7, cc. 13-33, 222-285; donde hay citas abundantes de la relación de su vida. Véase también MH, III, en índice onomástico Catalina de Jesús. [862] OC, Cta. 5, a Ana de San Alberto, priora de Caravaca, Sevilla, junio de 1586, 1079. [863] El original del documento se encuentra en el Archivo Provincial de Córdoba, oficio 4, número 639. Lo publica G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en Córdoba: fundación y primeras comunidades (1586-1591), Monte Carmelo 101 (1993) 271-287, y se encuentra también en BMC, 26, 128-132. [864] Ib, 1080. [865] La escritura de la compra se encuentra en el AMCD; se publica el texto de la misma entero en M. L. CANO NAVAS , El convento de San José del Carmen de Sevilla. Las Teresas, estudio histórico-artístico, Sevilla 1984, 210-215. [866] Véase el documento: ib, 216. [867] Ib, 216-217. [868] Ib, la escritura de compra: 205-208. [869] Ib. [870] Ib. La carta a que aquí alude no ha llegado hasta nosotros. [871] Ib. Acerca de todo este conflicto con los padres de La Compañía puede verse SILVERIO, BMC, 13, 257258, nota 4 y 345-347. [872] Desaparecido el Libro original del definitorio, conocemos estas fechas y tenemos noticias de lo que trataron en aquella Junta por la diligencia del padre Andrés de la Encarnación en sus MH, I, 317-318, 378-379. Véase BMC 26, 138-142. [873] MHCT, III, doc. 288, 126-127. La carta es del 12 de julio de 1586. [874] Ib, doc. 289, 127-128. Y esta carta es también del 12 de julio. [875] Ib, doc. 290, 129-130, del 20 de julio. [876] Ib, doc. 291, 131-132. [849]

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Ib, doc. 293, 135-136. Ib, doc. 294, 136-137. [879] Ib, doc. 285, 113-118. [880] OC, CB 13,7. [881] Reforma, t. II, lib. 7, c. 46, n. 5, 332. Y añade a continuación el cronista: «Sintiolo mucho el padre Mariano, autor de ellas, porque nadie ve la fealdad de sus hijos; pero hubo de conformarse con los demás». [882] Para todo este pleito véase G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en Almodóvar del Campo por comisión del definitorio provincial de la Orden (1586), Monte Carmelo 100 (1992) 229-239. [883] Reforma, II, lib. 7, c. 48, 337-340. [884] MHCT, III, doc. 276, 55. [885] El escrito de la fundación lo publicó por primera vez MAT ÍAS DEL NIÑO J ESÚS , Un documento inédito de san Juan de la Cruz, Monte Carmelo 47 (1943) 259-263. [886] Peregrinación de Anastasio, diálogo 13, 229. [887] ALONSO, lib. 2, c. 14, 439. [888] Ib, 442. [889] Ib, 440. [890] Reforma, II, lib. 8, c. 47, 361-362. [891] Así lo cuenta QUIROGA, lib. 3, c. 3, 424; y J ERÓNIMO, lib. 5, c. 10, 551-552. [892] ALONSO, lib. 2, c. 15, 445. [893] MH, I, 97: 26, 151-152. [894] En F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, se publica, en facsímil, la nota con la firma autógrafa del santo: 242. [895] Noticias sobre esta fundación en Reforma, lib. 6, c. 47, 153-159; SILVERIO, HCD, V, 465-472. [896] El caso lo cuenta también ALONSO, lib. 2, c. 4, 443. [897] Reforma II, lib. 6, c. 19, 56. [898] G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en una relación de su tiempo (1569-1589), Monte Carmelo 106 (1998) 33-36. Con este Juan de San Alberto nos volveremos a encontrar en el Capítulo 32. [899] ALONSO, lib. 2, c. 11, 422-423. [900] Acerca de la fundación de esta casa véase SILVERIO, HCD, V, 563-564. AA.VV., San Juan en Bujalance. Reseña histórico-documental, IV Centenario de su muerte, Córdoba 1990. [901] MH, I, C, n. 43, 97. [902] Reforma, II, lib. 6, c. 42, 131. [903] Ib. [904] Ib, 133-137. [905] Ib, c. 43, 138-139. [906] Ib, 139. [907] ALONSO, lib. 2, c. 12, 428. Véase E. PACHO, San Juan de la Cruz y sus escritos, Cristiandad, Madrid 1969, 414-416, donde habla rápidamente del caso; y allí dice: «Ignoramos si guarda alguna relación con el escrito sanjuanista el cuaderno proveniente de Guadalcázar y hoy conservado en las descalzas de Córdoba»: 415, nota 5. [908] BNM, Extractos de los procesos de beatificación de san Juan de la Cruz y relaciones sobre su vida: ms. 8568, fol. 17-18. [909] La Virgen de la Caridad y el Cristo de la Salud de Guadalcázar. Orden y milagros según san Juan de la Cruz, Francisco de Santa María y Martín de Roa, Córdoba 2002. El facsímil: 73-145; la transcripción: 149-209. [910] Ib, 104, 176. [911] Ib, 33. Aunque esta afirmación no sea convincente, sí tiene razón al decir que «el contenido de la obra coincide con los comentarios que nos dejaron aquellos frailes que pudieron verla». [912] OC, 1082-1083. [913] ALONSO, lib. 2, c. 12, 428. OC, 137. [914] MHCT, III, doc. 278, 97. [915] F. ANTOLÍN , Noticias sobre el Capítulo OCD de 1587 en Valladolid, Monte Carmelo 96 (1998) 610. [916] ALONSO, lib. 2, c. 15, 447-448. [917] VILLUGA, 25; MENESES , 51; SEBAST IÁN, 5. [918] Alonso acumula razones y razones para explicar por qué se le dio ese título: ALONSO, lib. 2, c. 16, 449. [919] Ramillete de mirra (1595), Escritos espirituales, Roma 1979, 317. [920] Ib. [921] Ib, 314. [878]

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[922]

MHCT, III, doc. 299, 147-150. MHCT, III, doc. 300, 150-153 y Cartas, ed. Astigarraga, Roma 1989, 58-61. [924] Ramillete de mirra, 315-316. [925] ANDRÉS DE LA ENCARNACIÓN, MH, II, R, 271, 236-237. [926] MHCT, IV, doc. 425, 8. [927] MHCT, III, doc. 423, 682. [928] Ib. [929] MHCT, IV, doc. 425, 2-12. [930] Ib, doc. 426, 17. [931] T HOMAS A IESU, Stimulus Missionum, Roma 1610, 185. [932] Reforma, II, lib. 7, c. 1, 346. [933] Ib. [934] Véase en G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz, prior de Granada según el Libro de Protocolo de la Comunidad, San Juan de la Cruz 10 (1992) 215-216. [935] OC, 1083-1085. [936] G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz, prior de Granada según el Libro de Protocolo de la Comunidad, San Juan de la Cruz 10 (1992) 215-216. [937] MHCT, III, doc. 306, 168-178. [938] Reforma, II, lib. 8, c. 2, n. 3, 393-394. SILVERIO, HCD, t. 6, 140-147. [939] Puede verse en Instrumento público del Capítulo en MHCT, III, doc. 340, 294-298. [940] Ib, doc. 312, 192-195. [941] Ib, doc. 321, 223-251. [942] Ib, 243-247. [943] MHCT, III, doc. 322, 253-254. [944] Ib, 252-255. [945] Ib, doc. 309-320, 184-222. [946] Ib, doc. 331, 275-276. [947] Ib, doc. 332, 276-277. [948] Ib, doc. 333, 277-278. [949] I. MORIONES , Teresa de Jesús, maestra de perfección, IHT, studia 13, 139-142. [950] MHCT, III, doc. 334, 279-281. [951] Ib, doc. 335, 281-282. [952] Ib, doc. 337, 290-291. [953] Ib, doc. 338, 292-293. [954] Ib, doc. 339, 293-294. [955] Ib, doc. 306, 168-169. [956] Ib, doc. 346, 305-307. [957] MHCT, III, doc. 340, 296. [958] Reforma, t. II, lib. 8, c. 8, 418-419. [959] MHCT, III, doc. 343, 301-302, nota 1. [960] I. MORIONES , a.c., 144. [961] Además de la privación de voz y voto de Gracián se habían cometido otras irregularidades en la convocatoria y medidas calculadas para que no asistiesen al Capítulo otros cinco. De haber asistido todos estos la votación habría tenido otro resultado. I. MORIONES , a.c., 142-143. [962] Ib, doc. 406, 481-482. [963] Ib, doc. 322, 252-255. [964] J. GRACIÁN, Cartas, a Miguel de Carranza, Lisboa, 15 de abril de 1589, 80. [965] Ib, doc. 328, 269. [966] Reforma, II, lib. 8, c. 8, n. 8, 419. Da un repaso a los otros consiliarios, Antonio, Mariano, Juan Bautista, Luis y dice del último: «El padre fray Bartolomé conocidamente era de Gracián aunque con tan poco ánimo, que no osaba hablar por él» (ib, 419-420). [967] Ib, 296. Véase F. ANTOLÍN , Provincias en que se dividió la Reforma teresiana en el Capítulo de Madrid de 1588, Monte Carmelo 66 (1958) 300-308. [968] MHCT, III, doc. 341, 299. [969] Ib, doc. 342, 300. [970] Ib, doc. 345, 304-305. [923]

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Ib, doc. 354, 321-322. Cta. 324, 6, 842-843. [973] Cta. 325, 9, 848. [974] Reforma, t. II, lib. 8, c. 9, 421. [975] Ib, doc. 343, 301-302. [976] Ib, doc. 344, 303-304. [977] Estos datos se encuentran en el libro de acuerdos del ayuntamiento: véase A. FORT UNATO, Datos históricos..., 160. [978] Ib. [979] ACDS, ms. A-III- 2, 9v. [980] Ib, 7r. [981] Ib, fol. 3 y 6v. [982] Pienso que esta es la fecha más segura, no el 3 de mayo, como propone la Reforma, II, lib. 7, c. 35, n. 4, 290, y siguen Silverio, Crisógono, Efrén y algún otro. En el documento de compra-venta del convento de los trinitarios el licenciado Olías, hecho el traspaso el 2 de junio, dice literalmente «que lo cedió y traspasó y les dio poder para tomar la posesión y mientras no la tomaren se constituyó por su inquilino y precario poseedor» (ACDS, ms. A- III - 2, fol. 10r). Tomar posesión un mes antes de la compra no es de recibo. El 3 de mayo de que se habla también en primeros documentos de los libros oficiales querría decir simplemente que aquel día había comenzado allí la vida carmelitana; pero lo que se llamaba exactamente tomar posesión de una casa, de una finca, era otra cosa bien distinta. [983] Otorgó testamento en Granada el 2 de noviembre de 1579. Se conserva en ACDS, A. III, 3. En el protocolo 251, fol. 736-742v del Archivo Histórico Provincial de Segovia hay copia de las escrituras que hizo Ana de Peñalosa ante Diego Maldonado acerca de la fundación del Carmen de Segovia. [984] Don Juan de Guevara dejaba a su única hija Mariana de Guevara por heredera de todos sus bienes vinculados por título de mayorazgo para ella y sus descendientes. Siendo menor de siete años la hija, si falleciere antes de los doce, que es la edad pupilar, «es mi voluntad –dice el testador– que de todos mis bienes y hacienda se hiciere un patronazgo y vínculo perpetuo en cabeza de don Antonio de Guevara, mi hermano y de sus hijos y herederos. [...] Y es mi voluntad que de este patronazgo se saquen catorce mil ducados, y lo que montare, reducidos a razón de catorce el millar, los cuales se distribuyan y gasten por mi ánima en las cosas que pareciere a la dicha doña Ana, mi mujer y a Antonio de Guevara, mi hermano, y al señor don Luis de Mercado y al Sr. Arévalo de Suazo, y de la mayor parte, y esta dicha distribución y renta ha de ser en la ciudad o lugar donde mi cuerpo hubiere de estar para siempre y se ha de hacer en cada un año de lo que rentaren cada un año los dichos catorce mil ducados empleados en censos o en juros como les pareciere a los dichos mis testamentarios o de ellos a la mayor parte» (ACDS, ms. A-III-3, copia del testamento sin paginar). Aunque así de genérico suene el texto del testamento de su marido, doña Ana en su Testamento y codicilo asegura que «Juan de Guevara, mi señor, en su testamento dejó mandado se tomasen de su hacienda mil ducados de renta de a catorce mil el millar para una obra pía, la que sus testamentarios ordenasen» (ACDS, ms. A-III-3, fol. 18). [985] ALONSO, lib. 2, c. 17, 462. Este libro de cuentas se ha perdido; el siguiente, existente, comienza en 1589. Ambrosio Mariano, que formaba parte del equipo de gobierno, siguió viviendo en Madrid, en San Hermenegildo, de donde era prior. [986] J ERÓNIMO, lib. 6, c. 1, 609-610. Ficha en DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 20, nota 53. [987] Lo publicó F. DEL NIÑO J ESÚS , Un autógrafo de San Juan de la Cruz, Mensajero de Santa Teresa 7 (19291930) 352-355. El original se encontraba en el archivo de don Mariano Galicia, sucesor de doña Ana en el patronato del convento. Hace muchos años Jacinto Pascual y yo visitamos el archivo y ya no nos pudieron dar razón del autógrafo. En ACDS, IX, 47/48 se conserva una fotografía del documento, que mandó sacar el propio padre Florencio. [988] Ib, 354-355. [989] MHCT, III, doc. 349, 314-316. [990] Ib, doc. 350, 316-317. [991] F. ANTOLÍN , San Juan de la Cruz en Segovia. Apuntes históricos, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia, Segovia 1990, 9-10. Aparte de este librito, el mismo Fortunado ha escrito un artículo bien documentado: Datos históricos sobre el convento del Carmen descalzo de Segovia, Monte Carmelo 64 (1956) 154-182. [992] ALONSO, lib. 2, c. 18, 462-463. [993] ACDS, ms. A-III-1, fol. 3ss. y más adelante fol. 1r. [994] Ib, ms. Escritura de la venta que otorgaron Gil de Marcos y su mujer, A-III-1, fol. 4r. [995] ACDS, ms. Compra del sitio de las Peñas: A-III-2, fol. 1. [972]

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[996]

ACDS, LBS, A: I, 1, fol. 15. ACDS, A-III-2. En ese plano, en la parte superior, norte-oeste, escribe Alonso: «Esto vendió Gil de Marcos». ACDS, ms. A-III-2. [998] LBS, fol. 15v. [999] Ib, fol. 15r. [1000] Ib, fol. 1v-2r. [1001] ACDS, A-III, 2, al final en documento de Pedro Núñez, secretario del cabildo, a 18 de marzo de 1589. [1002] ACDS, Compra del sitio de las Peñas: A-III-2, fol. 3-4r. Véase BMC 26, 194ss. [1003] Todo el trabajo de las mediciones puede verse relatado en ACDS, ms. cit., A-III-2, fol. 3-6r. Textos también en BMC 26, 194-197. [1004] ALONSO, lib. 2, c. 18, 468. [1005] OC, Cta. 11, 1088. [1006] ACDS, ms. A-III, 2, al final un folio sin paginar. Texto también en BMC 26, 205-206. [1007] LBS, fol. 15v. [1008] Véase F. ANTOLÍN , Datos históricos, 181. [1009] «Cocíanse en casa muchos hornos de cal con leña que nos daban de limosna y así venían a ser de balde casi todos los materiales: la cal la hacían religiosos en casa con leña de limosna. La arena la estaba en casa; la piedra se sacaba en casa, y sacábala el religioso de casa que he dicho con sus propias manos. La madera nos la daban casi de limosna y la cortaba y traía con manos propias de religiosos, y así nada costaba dinero ni las manos de los religiosos, sino sólo se gastaba dinero con las manos de los seglares» (ACDS, ms. A-III-5, fol. 279). [1010] ACDS, ms. A-III-5, 279-280r. [1011] Libro de Difuntos: ACDS, ms. A-I-3, fol. 1r. [1012] J ERÓNIMO, 624. [1013] LPP, I, fol. 118-119r. Allí firma fray Alberto de la Madre de Dios, lego. [1014] PACHO, 53-54. Véase J. M. MUÑOZ J IMÉNEZ, Fray Alberto de la Madre de Dios, arquitecto (1575-1635), Santander 1990; ID, Diccionario de artífices del Carmelo descalzo. Arquitectos y maestros de obras, Monte Carmelo 100 (1992) 51-78; de Fray Alberto habla, 52-55. En 55, nota 4, más bibliografía sobre Alberto, que debió ser una eminencia como tracista y arquitecto, no sólo en la Orden sino en obras para los jesuitas, alguna catedral, etc. [1015] ALONSO, lib. 2, c. 17, 463. [1016] LBS, fol. 305v, letra del padre Francisco de San Dionisio. [1017] Magnífico el libro de T. POLO, San Juan de la Cruz: la fuerza de un decir y la circulación de la palabra, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993. [1018] BNM, ms. 12738, 711. [1019] PACHO, 902-903. [1020] Ib, 219. [1021] Ib, 115. [1022] La «cuevecita» de que hablan los testigos se incorporó en la que hoy llamamos la ermita grande. Gabriel de San José, carmelita calzado, que había vivido un tiempo en Segovia, y que había visitado y conversado con fray Juan, refiere que más adelante en otras visitas al Carmen descalzo «vi una cuevecita o abertura de peñasco en el monasterio de Segovia, donde me dijeron se recogía a tener oración; y es tan estrecho y pequeño, que por ningún caso podía estar echado ni en pie, sino con grande apretura». [1023] ALONSO, lib. 2, c. 4, 371. [1024] PACHO, 924. [1025] OC, 2N 10, 1. [1026] PACHO, 228. [1027] Ib, 923. [1028] Libro de Becerro de las carmelitas descalzas de Segovia, fol. 31. [1029] La carta debió escribírsela desde Ávila los últimos días de noviembre de 1581 cuando Juan de la Cruz fue a entrevistarse con santa Teresa. [1030] Así lo confiesa en el Prólogo a Dichos de luz y amor: OC, 98-99. [1031] En Segovia, por Juan de la Cuesta, 1588. En el lib. 1, c. 8 habla magníficamente de santa Teresa como santa y fundadora y pondera el acrecentamiento tan grande en poco tiempo en la Orden de los descalzos carmelitas: 24. [1032] En Segovia, impreso por Juan de la Cuesta, año de 1589. La aprobación o censura de esta obra es del padre Nicolás de Jesús María (Doria), provincial, firmada a nueve de marzo de 1588 en San Hermenegildo de [997]

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Madrid. A juicio del censor el libro «contiene con varia y gustosa lección debajo de emblemas y figuras doctrina moral muy provechosa [...], el cual entiendo será de provecho general para todos, hallando los espirituales en que entretenerse y ocuparse bien, y los que fueren amigos de curiosidades hallarán debajo del gusto que tratan en esta lectura el desengaño de muchos errores, y la verdad que en sola la vida virtuosa se halla, y como hoy en día hay mucho de esto en la república, así entiendo será mucho el provecho que hará, y que para todos será útil y provechosa la impresión de este libro». Publicadas las dos obras durante la estancia de Juan de la Cruz en Segovia, hay sendos ejemplares en el convento de Segovia desde aquellos mismos días de la publicación. [1033] ALONSO, 467. [1034] OC, Cta. 31, 1109-1110. [1035] OC, LlB, 1, 2. [1036] OC, Subida, título. [1037] Ib, 1S 13, 4. [1038] Ib, 1S 13, 7. [1039] Véase A. BALBUENA PRAT , La novela picaresca española, Aguilar, Madrid 1943; ahí El donado hablador, Parte 1, c. 10, 1215. Buen escrito sobre Alcalá Yáñez el de F. F. CEA, Los milagros de Ntra. Señora de la Fuencisla y el donado hablador de Alcalá Yáñez y Ribera en la evolución del género picaresco, Segovia 1983. [1040] Ib, parte 2, c. 12, 1278. [1041] El nombre de este mismo doctor aparece en varias de las declaraciones de otros testigos (24, 179, 184, 186). Y en su declaración en el proceso apostólico de Segovia, hablando de la fiebre de uno de sus pacientes, hace una descripción de «la calentura ardentísima (homotena) que guarda un mismo tenor desde el punto que empieza por todos los términos de los días, teniendo siempre un aumento, con rigores y vascas como de calentura pestilencial y mala [...] sin tener hora de sosiego ninguno, privado de sueño y con mortales ansias, al comer», etc. (24, 182) que piensa uno espontáneamente en las fiebres de Juan de la Cruz en La Peñuela y Úbeda. [1042] El documento de compra-venta lo publicó MAT ÍAS DEL NIÑO J ESÚS en ABCT, Roma 1998, n. 35, 519-529. [1043] ACDS, ms. A-III-3, fol. 12v-13, y declara a continuación «que la dicha Ana de Jesús ha sido esclava de doña Inés del Mercado, mi sobrina, la cual me la vendió en precio de 120 ducados, como consta de la carta de venta que se hizo en Madrid y yo le he pagado a la dicha mi sobrina los dichos 120 ducados, como consta de la carta de pago que de la dicha mi sobrina tengo. Digo que mi voluntad es dejar horra y libre a la dicha Ana de Jesús, como en efecto la dejo libre [...]. Y porque siempre la dicha Ana de Jesús ha sido muy amiga de recogimiento y devoción y sé que ha tenido deseo de entrar por freila en algún monasterio de monjas, sería de mucho consuelo para mí si esto antes que otra cosa tuviese efecto y pido al padre que fuere mi confesor cuando yo muriere y a mi sobrina doña Inés de Mercado que lo procuren luego que yo muera» (ib, fol. 13r). Además le «manda 50 ducados para que sean suyos y haga de ellos lo que quisiere» (ib, f. 20r). [1044] La declaración de Leonor es bastante detallada en otros pormenores; habla del Cristo que le habló al santo, del traslado de los restos de fray Juan a Segovia, etc. Cuando llegó el cuerpo del santo a Madrid y doña Ana lo expuso en su oratorio invitó a todos los de la casa a que pasaran a verlo. Leonor contesta a su señora «que no tenía gana de ver muertos, y sola esta testigo lo dejó de ver de todos cuantos había en casa» (14, 280). [1045] ALONSO, lib. 2, c. 19, 475. [1046] OC, Cta. 13, 1090-1093. [1047] OC, Cta. 24, 1104-1105. [1048] OC, Cta. 10, 1086-1087. [1049] Hablamos de esta carta más adelante y la publicamos entera, en el capítulo siguiente, cuando Juan de la Cruz preside las sesiones del gobierno de la Consulta. [1050] OC, Cta. 11, 1088-1089. [1051] OC, Cta. 19, 1099-1100. [1052] OC, Cta. 12, 1089-1090. [1053] OC, Cta. 23, 1104. Aunque no sabemos de fijo nada de la destinataria ni del tiempo en que fue escrita, la «engerimos» aquí como acaso perteneciente a la etapa segoviana. [1054] Aquí la palabra «desprecio», se usa no en el sentido tan peyorativo que tiene la palabra entre mucha gente, sino que significa simplemente desestimar y tener en poco las cosas de este mundo, comparadas con las realidades de la vida divina. [1055] OC, Cta. 20, 1100-1101. [1056] OC, Cta. 15, 1094-1095. [1057] OC, Cta. 16, 1095-1096. [1058] OC, Cta. 17, 1097. [1059] OC, Cta. 21, 1101-1102.

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OC, Cta. 22, 1103-1104. OC, 1115. [1062] BNM, ms. 12738, 1005. OC, 1115. [1063] OC, 1115. [1064] OC, 134-136. [1065] MARÍA DE SAN J OSÉ, Escritos espirituales, Roma 1979, 326-327. [1066] Ib, 327. [1067] Constitutiones, c. 6, n. 2, 316. Antonio Fortes advierte oportunamente que anterior a este prescripto legal del 1590 había un «acta del Capítulo de Madrid de 1588, que no ha llegado como tal hasta nosotros. Estas actas del Capítulo de 1588 en el de 1590 fueron aprobadas como constituciones y editadas» (26, 181). [1068] El autor de la Reforma II, lib. 8, c.11, n. 5 da otras fechas posteriores del comienzo de la Visita, y cuenta una advertencia que habría hecho fray Juan a Doria. Este, pensando en el invierno, en los fríos y otros accidentes del tiempo, «quiso hacer de unos encerados [...] unas como esclavinas para sí y para el compañero, que les defendiesen de las aguas, y nieves sobre las capas y diesen algún abrigo». Fray Juan se llegó a Doria y le dijo «que en su persona y en su dignidad aquel lienzo encerado era causa de relajación en otros». Doria aceptó la advertencia y el cronista comenta edificado: «Y salió a su visita sin capa aguadera, sin alforjas proveídas, sin cuidado de su regalo, dando a todos, y en todas partes, grande ejemplo». [1069] MHCT, III, doc. 363. Carta de Doria a Catalina de Cristo, 338-339. [1070] G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz, definidor y consiliario general en Segovia, Monte Carmelo 104 (1996) 444. [1071] Ib, 442. [1072] Ib, doc. 373, 352-353. A alguien puede extrañar esta negativa de los miembros de la Consulta. Juan Vázquez del Mármol lo aclara en 1590, diciendo: «Esto todo envié yo a Segovia. Y por la experiencia que tengo de que niegan lo que han hecho y lo mudan como se les antoja, avisé que se notificase ante notario que diese fe, aunque el padre Gracián no me escribió más de que lo enviase y procurase respuesta»: MHCT, IV, doc. 430, 28. [1073] MHCT, III, doc. 351, 318. [1074] Ib, doc. 359, 332. [1075] Doc. 364, 365, 366, 340-342. [1076] MHCT, III, doc. 369, 345. [1077] Ib, doc. 368, 343-344. [1078] Ib, doc. 374, 354. [1079] Ib, doc. 376, 357-358. [1080] Noticia sobre el personaje en PACHO, 853-854. [1081] Este documento que se conserva en el AHN, sección Clero, legajo 3.821, apartado VIII, documento 43, lo publicó A. DONÁZAR , Principio y fin de una reforma. Una revolución religiosa en tiempos de Felipe II: la Reforma del Carmen y sus hombres, Bogotá 1968, 379-394. Lo ha vuelto a publicar G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en una relación de su tiempo (1569-1589), Monte Carmelo 106 (1998) 23-60. Nos servimos de esta última publicación. [1082] G. BELT RÁN, a.c. en ib, 47. [1083] Ib, 48. [1084] Ib, 58. [1085] Ib. [1086] Ib, 54-55. [1087] Ib, 51-52. [1088] Digo esto último porque Juan Vázquez del Mármol en su Carta a todos los conventos de carmelitas descalzos de 16 de febrero de 1590, hablando de la petición de Gracián a la Consulta asegura que «nunca le escribieron nada»: MHCT, IV, doc. 430, 28. [1089] A. DONÁZAR , o.c., 107. [1090] Ib, 117. [1091] En su libro A. DONÁZAR , Fray Juan de la Cruz. El hombre de las ínsulas extrañas, Monte Carmelo, Burgos 1985, 253. Hablo de esa carta en el capítulo siguiente. [1092] GERARDO DE SAN J UAN DE LA CRUZ, Los autógrafos que se conservan del místico doctor san Juan de la Cruz, Toledo 1913, 86-87. [1093] Además de la confirmación de esta priora le tocó confirmar las elecciones de Isabel de Santo Domingo de Zaragoza, de Catalina de Cristo de Barcelona, etc. (26, 151). [1094] OC, Cta. 10, 1086. [1061]

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Este padre fray Ángel no es el famoso maestro de novicios de Pastrana. Un buen número de escritores de dentro y de fuera de la Orden siguen erróneamente confundiendo al Ángel de que se habla en esta carta con aquel otro estrafalario. El mencionado en esta carta se llamaba Ángel de la Resurrección, como se evidencia por el Libro de Profesiones de San Hermenegildo de Madrid: BNM, ms. 7404, fol. 6v, firmando en la profesión de Juan de la Asunción. Véase la nota 4 que pongo en OC, 1087, a esta carta. La fundación de descalzos en Madrid es de 1586; el que figura como suprior y maestro al principio era Pedro del Carmelo. Más adelante, aunque no fuera como maestro, aparece Ángel de San Gabriel en dos profesiones en julio de 1594 (fol. 23). [1096] MHCT, III, doc. 382, 387-388. El mismo Bernabé escribe aclarando las cosas a los conventos de los frailes carmelitas descalzos: ib, doc. 383, 389-390. Y el propio nuncio César Speciano sale en defensa de Gracián: ib., doc. 384, 390-391. [1097] Véase G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz. Otros documentos segovianos, Monte Carmelo 103 (1995) 106107. [1098] OC, Cta. 14, 1093-1094. [1099] OC, Cta. 14, 1093-1094. [1100] Este original se conserva actualmente en las carmelitas descalzas de Mancera. [1101] Véase G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz. Otros documentos segovianos, a.c., 107-109. [1102] Ib, Cta. 16, 1095-1096. [1103] OC, Cta. 18, 1097-1098. [1104] Fueron María de Jesús, priora, María de San Pablo, Bernardina de San Francisco, novicia lega, Leonor de San Gabriel, María de la Visitación, Juana de San Gabriel, Magdalena del Espíritu Santo. Véase OC, Cta. 15, notas 1-3. [1105] Véase Magdalena del Espíritu Santo BMC, 10, 330-336, donde hace una amplia presentación de las fundadoras. [1106] MHCT, III, doc. 379, 366-367. [1107] Ib, doc. 394, 422-425. [1108] Ib, doc. 401, 448-452. [1109] Ib, doc. 391, 417-418. [1110] Ib, 690, en Historia de las Fundaciones. [1111] Ib, doc. 405, 478-480. [1112] Ib, doc. 406, 481-482. [1113] MHCT, IV, doc. 446, 153-154. [1114] Ib, doc. 445, 151-152. [1115] Ib, IV, doc. 449, 170-176. [1116] Ib, doc. 447, 155-156. [1117] Ib, doc. 448, 156-169. [1118] Ib, doc. 431, 32-35. Carta desde Lisboa, 30 de marzo de 1590. [1119] Ib, doc. 430, 23-31. [1120] Carta autógrafa de Juan Evangelista a Jerónimo de San José, Granada, 2 de julio de 1630; BNM, ms. 12738, 1427-1428. [1121] El texto entero de la carta en Reforma, II, lib. 8, c. 10, 428-429 y SILVERIO, HCD, 6, 180-181. [1122] MHCT, III; doc. 396, 428-430. [1123] Véase MAT ÍAS DEL NIÑO J ESÚS , Documentación del Carmen descalzo en Archivos de Estado, Monte Carmelo 75 (1967) 412. Y F. ANTOLÍN , Un intento de fundaciones carmelitas en Ávila durante el siglo XVI, ABCT 38 (2001) 549-565. [1124] Ib. [1125] El documento de compra-venta lo publicó MAT ÍAS DEL NIÑO J ESÚS en ABCT 35, Roma 1998, 519-529. [1126] MHCT, III, doc. 411, 496. [1127] Ib, III, doc. 403, 457-466. [1128] Aunque en el mandato de la Consulta y en la Aprobación del libro se habla de los tres autores, parece que los otros dos, viendo la preparación y experiencia de Aravalles, «descargaron en él este cuidado, y así él solo lo hizo, aunque la firmaran los tres». [1129] Primera ed.: Madrid 1591, fol. 83r-91v. [1130] MHCT, III, doc. 404, 467-478. Es más larga la refutación que la carta refutada. Daniel de Pablo Maroto, en su libro Ser y misión del Carmelo teresiano. Historia de una carisma, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2011, 261 afirma que «resulta inexplicable que un documento de este género lo firmase fray Juan de la Cruz». No se olvide lo ya dicho: firmaban todos, aunque no todos estuviesen de acuerdo; era el imperio de la mayoría. Por otra

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parte, no me parece que tenga razón Maroto al decir que esta Carta «no se refiere nunca a las virtudes teologales», cuando se dice, y él lo transcribe, que «el alma de la perfección es la caridad, la principal de tales virtudes». [1131] MHCT, III, doc. 425, 2-12. [1132] Ib, doc. 426, 13-17. [1133] MHCT, IV, doc. 443, 134-137. [1134] Ib, doc. 444, 137-150. [1135] Ib, doc. 455, 194-196. En MHCT, IV, doc. 456, 197-204, se publica la larga carta «proemial» de Luis de San Jerónimo al nuevo Ordinario o Ceremonial, en la que habla del valor de las ceremonias. [1136] MHCT, IV, doc. 557, 488-490. [1137] El libro impreso en 1591 lleva por título Manuale divinorum officiorum iuxta ritum el consuetudinem Fratrum Regulam primitivam Ordinis Beatae Mariae de Monte Carmeli profitentium, qui Excalceati nuncupantur, Matriti, apud Viduam Allphonsi Gomezii, Anno Domini 1591. [1138] Constituciones carmelitarum Discalceatorum 1567-1600, Roma 1968, ed. de Fortunato y Beda, 304-307. [1139] ALONSO, lib. 2, c. 21, 484. [1140] MHCT, IV, doc. 452, carta de Juan de San José a Juan Vázquez del Mármol; 185-189. [1141] Ib, doc. 434, 39-49: se publica el texto en latín y en castellano. [1142] CRISÓGONO, c. 19, 360-362. [1143] MHCT, IV, doc. 457, pp. 205-206: la carta es del 21 de agosto de 1590. [1144] Ib, doc. 532, 392-393. [1145] Ib, doc. 457, 205-214. [1146] Reforma, lib. 8, c. 40, 544. [1147] Así lo cuenta ALONSO, lib. 2, c. 22, 496. [1148] Véase el documento en Expulsión del P. Gracián. Documentos de un Proceso: 1587-1601, MHCT, 21, 332. [1149] MHCT, IV, doc. 444, 137-150. [1150] Reforma, lib. 8, c. 8, n. 8, 419. [1151] Ángel de San Gabriel, BNM, ms. 3537, fol. 201v. En relación con este asunto se cita una carta de Doria a Dorotea de la Cruz, priora de Valladolid, del 7 de enero de 1589, recordando el aire de fiesta y recreación que reinaba entre los novicios en Pascua. Se habían enterado de una gran cantidad de doña María de Mendoza a favor del monasterio de Valladolid. «Como este negocio se vino a concluir en tiempo de Pascua, los novicios de aquí (de Madrid) han puesto demanda de aguinaldo sobre estos dineros (nada menos que 8.000 ducados). Diose defensor al convento, y defendible muy bien; pero al fin salió la sentencia que se les debía pagar cierta fruta; porque es terrible caso ver a veintitantos novicios, como aquí hay, amotinados pidiendo que se les debe una cosa. Diga esto a las hermanas, que no he podido defenderlas más» (Valladolid, carmelitas descalzas: M1, Libro Azul, fol. 145. Citado por Silvano Giordano, en Nicolò Doria, Roma 1996, 170, nota 162). [1152] ALONSO, lib. 2, c. 21, 484. [1153] OC, 1102. [1154] Efrén-O. Steggink creen que se ausentó de Madrid unos días, entre el 4 y el 12 de julio: TyV, 786. [1155] Ib, 484-485; y en el proceso de Segovia: 14, 396. [1156] Véase Reforma, II, lib. 6, c. 48: «Fundación del convento de nuestra Señora de la Encarnación de monjas de Cuerva, y vida de la madre Aldonza de la Madre de Dios, su fundadora»: 159-165 y SILVERIO, HCD, V, 472475; y VALENT ÍN DE LA CRUZ, Vida y mensaje de María de Jesús («letradillo de santa Teresa»), Burgos 1976, 115ss. [1157] Así lo cuentan los autores de TyV, 786, 792. [1158] Quien mejor ha escrito sobre este último viaje de María de San José es D. A. FERNÁNDEZ DE MENDIOLA, El Carmelo teresiano en la historia, Tercera parte, III, Institutum Historicum Teresianum Studia 9, Roma 2008, 121-133. [1159] M. DE LA CRUZ PÉREZ GARCÍA, María de San José, Salazar, la humanista colaboradora de santa Teresa perseguida, Monte Carmelo, Burgos 2009, describe muy bien todos estos últimos años, 211ss. [1160] Al decir «por una Pascua», conforme al modo de hablar corriente, nos quedamos sin saber si se refiere a Pascua de Navidad o de Resurrección. [1161] En la segunda relación precisa: «Y se sentaron en un senderito, y allí le contó muy grandes maravillas» (G, 79). [1162] Este es el testimonio fundamental, declarado por Francisco en las dos Relaciones. En el proceso ordinario hay una pregunta, la 19, sobre esto. La mayoría de los testigos responden saberlo por la tradición. Un par de ellos

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se lo oyeron contar al propio Francisco de Yepes; así Elvira de San Ángelo, monja en Medina (22, 80) y Juan del Espíritu Santo, que viajando desde Málaga hacia su tierra de Guipúzcoa, se detuvo en Medina del Campo para entrevistarse con Francisco de Yepes y entre otras cosas que le contó fue este diálogo con el Cristo (22, 304305). En el proceso apostólico la pregunta es la 18, y contestan estar enterados por la constante tradición o por habérselo oído decir a padres de la Orden que lo sabían bien, como al padre Juan Evangelista, o por las relaciones biográficas ya existentes. Miguel Ángel Díez, a simple título indicativo de la pluralidad de testigos y de expresiones sobre la respuesta de Juan de la Cruz a la pregunta del Señor, recoge (en su libro Palabras vivas de san Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 1997, 176, nota 11) las respuestas de los declarantes. [1163] MHCT, IV, doc. 438, 120-123. [1164] Ib, doc. 476, 267-269. [1165] Ib, doc. 501, 316-318: [1166] Ib, doc. 457, 205-214, 21 de agosto de 1590. [1167] Ib, doc. 458, 214-23, de finales de agosto de 1590. [1168] Ib, doc. 530, pp. 387-389. Fines de 1590-primeros de 1591. [1169] Ib, doc. 532, 391-410. [1170] Ib, 392. [1171] OC, I, 314. J. URKIZA, Ana de San Barlomé, heredera teresiana de la fidelidad en la unidad (esquema de la historia de fidelidad teresiana ayer y hoy), Monte Carmelo 106 (1998) 61-108. [1172] Doc. 460, 233-237. La carta es de la beata María de Jesús (Rivas); una monja que no firma con las demás manda carta por su cuenta, aceptando el breve: doc. 475, 265-267. [1173] Doc. 238, 238-239. [1174] Doc. 462, 240-241. [1175] Doc. 480, 274-277. [1176] Doc. 484, 282-284. [1177] Doc. 495, 301-304. [1178] Doc. 496, 305-307. [1179] Doc. 509, 333-336. [1180] Doc. 508, 331-333. [1181] Doc. 504, 323-325; doc. 510, 336-338. [1182] Doc. 478, 271-273. [1183] Doc. 498, 309-311. [1184] Doc. 464-466, 245-250; doc. 469, 255-257. [1185] Doc. 468, 254-255. [1186] Doc. 467, 251-252; doc. 470, 257-259. [1187] Doc. 471, 259. Hay monjas que no están de acuerdo con el parecer de la comunidad y así lo manifiestan en sentido contrario: doc. 502-503, 318-323. [1188] Doc. 472, 260-262. [1189] Doc. 473, 262-263. [1190] Doc. 477, 269-270. [1191] Doc. 476, 267-269; doc. 505, 326-327. [1192] Doc. 486-487, 287-289. [1193] Doc. 489-491, 290-295. [1194] Doc. 492, 295-297. [1195] Doc. 518, 353-355; doc. 522, 361-362. [1196] Doc. 493, 297-299. Se alegra Isabel de Santo Domingo de que hayan sido confirmadas sus constituciones, aunque su deseo era que esto se hubiera hecho «por mano del prelado que tienen, y que nuestro gobierno les fuera pegando amor y cuidado que se conservaran en lo que la santa madre dejó, porque como están enseñadas a aquella, les parece fuerte otro estilo, aunque sea bueno». [1197] MHCT, IV, doc. 548, [1198] Libro de Profesiones de Sevilla, f. 28. [1199] MHCT, IV, doc. 534, 413. [1200] Véase, 764-801. [1201] ALONSO, lib. 2, c. 22, 495. [1202] MHCT, IV, doc. 498, 309-311. [1203] Ib, doc. 493, 297-299. [1204] Ib, doc. 459, 230-232.

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Ib, doc. 499, 311-313; el texto en el breve Nuper justis, ib, doc. 438, 120-123. Ib, doc. 499, 312-313. [1207] Ib, doc. 545, 454. [1208] Ib, doc. 553, 410-412. [1209] MHCT, IV, doc. 551, 462-467. [1210] Ib, doc. 552, 468-470. [1211] Reforma, t. 2, lib. 8, c. 45, 558. [1212] Ib, lib. 7, c. 46, 331. [1213] MHCT, III, doc. 380, 370-371, 377. [1214] Véase también OC, cartas perdidas n.13, 1093. [1215] Cartas de Gracián, Apéndice 1, 577-579. [1216] Peregrinación de Anastasio, diálogo cuarto, 75-76. Para seguir documentalmente todo el desenvolvimiento de esta desgracia carmelitana, se puede consultar en MHCT 21, el libro Expulsión del padre Gracián. Documentos de un proceso 1587-1601, edición preparada por Juan Luis Astigarraga, Teresianum, Roma 2004, XL, + 712 pp. En XXV-XL se da un sumario de los documentos relativos al P. Jerónimo Gracián editados en MHCT, vols. III y IV. Libro bien hecho y muy útil, aunque no me parece razonable que no haya querido incluir, (en las páginas 461ss.) como documento histórico el testimonio de Gregorio de San Ángelo, secretario de la Consulta. Aunque no guste, conviene publicarlo, como hizo el P. Silverio en HCD, VI, 513-519. Desechado este documento nos quedamos sin saber si Gracián dijo «que no estaba dispuesto a admitir corrección alguna que la Religión le diese», y nos quedamos sin saber el cariz que por este hecho tomó el proceso contra él. [1217] OC, Cta. 32, 1108-1109 y nota. De este parecer es SILVERIO, HCD, 6, 528. [1218] Pueden verse en BMC 10, 340-342; 343-345; 346; y 13, 390-392. [1219] SILVERIO, HCD, 6, 492. [1220] Reforma, lib. 8, c. 35, n. 1, 526, hablando de los lastimosos efectos que se siguieron en estos años del nuevo gobierno de la consulta y de cómo las olas que se habían desencadenado se iban llevando a tanta gente por delante, de una manera o de otra. [1221] Ib, doc. 549, 458-461. [1222] El nuevo texto en A. ROGGERO, Genova e gli inizi della Reforma Teresiana in Italia (1584-1597), Génova 1984, 240-241. En este nuevo breve se transcribe el texto del anterior, y se envía al superior general de los descalzos y a sus seis asistentes. En la última parte añadida se denuncian nuevas transgresiones de Pedro de la Purificación. Yo diría que aquí se ve la mano de Doria, que informa y al que le hacen caso. [1223] Declaración autógrafa de Juan de Santa Ana: BNM, ms. 8568, fol. 404. BMC 26, 406. [1224] A. FORT ES , San Juan de la Cruz. Actas de gobierno y declaraciones primeras de los testigos, Monte Carmelo, Burgos 2000, 26, 231. [1225] MHCT, IV, doc. 553, 470-471. [1226] Aravalles, provincial de Andalucía la Baja, que murió en Aguilar el 18 de abril de 1609. Quien refiere el paseo con el santo es otro Juan de Jesús María en carta del 2 de noviembre de 1614 desde Toledo: BNM, ms. 8568, f. 297. PACHO, 844. DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 33, nota 111. [1227] ALONSO, lib. 2, c. 24, 509-510. [1228] Anselmo Donázar la ha publicado en Principio y fin de una reforma. Una revolución religiosa en tiempos de Felipe II: la Reforma del Carmen y sus hombres, Bogotá 1968, 401-406, y más tarde en libro Fray Juan de la Cruz. El hombre de las ínsulas extrañas, Monte Carmelo, Burgos 1985, vuelve a hablar de ella y da las razones en que se funda para retener que el destinatario era Juan de la Cruz: 311-313. Me parecen razones muy válidas. [1229] Antonio Fortes, editor de los procesos de Juan de la Cruz, dice sumarse gustoso a Donázar y a cuantos creemos que la carta tiene como destinatario a Juan de la Cruz «si tenemos en cuenta que él era presidente de la Consulta muchos meses en 1588 y varios más de 1589, cuando se trataban las cosas de Gracián; y que será pedido, y quizá nombrado, poco después juez pontificio de la causa del padre Gracián» (26, 229, nota 2). También piensa lo mismo MART ÍNEZ, 165. [1230] En D. A. FERNÁNDEZ DE MENDIOLA, El Carmelo teresiano en la historia II, Institutum Historicum Teresianum Studia 9, Roma 2008, 310-313. [1231] Publico el texto entero de esta carta de María de San José en Apéndice II. [1232] MHCT, IV, doc. 448, 157-158, nota 1. AHN, Clero, legajo 3020-I-38. En el registro se escribe: «Para su Majestad. No se dio». [1233] ALONSO, lib. 2, c. 23, 506-507. De un cierto temor de que todavía se tenga que quedar en Segovia habla él mismo en la carta, que reproducimos a continuación a Ana de Jesús. [1234] Ib. [1206]

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OC, Cta. 26, 1106-1107. OC, Cta. 25, 1105-1106. [1237] OC, Cta. 27, 1107. [1238] BNM, ms. 2865, fol. 101v. [1239] En el Archivo del convento de Segovia (A. III, 1-5) hay un montón enorme de papeles con los textos de los pleitos. [1240] ACDS, LBS, A. I, I, fol. 50. [1241] Ib, fol. 49v. [1242] Ib, fol. 51r. [1243] OC, 3S 28, 5. A lo largo de la cornisa de la iglesia actual corren los letreros que hizo poner la fundadora. [1244] ALONSO, lib. 2, c. 23, 502. Esta despedida y rebusca en la celda de fray Juan la pone Alonso, al salir el santo para el Capítulo General de 1591. Cae mejor cuando sale para siempre de Segovia. [1245] BNM, ms. 12738, fol. 890. CRISÓGONO, c. 19, 372. [1246] G. BELT RÁN, La Peñuela: Documentos fundacionales (1573-1575), San Juan de la Cruz 17 (1996) 55111; la cita en 96, nota 5. [1247] Pueden verse entre otras: 25, 77, 153-154, 188-189, 198-199; 23, 45, 83, 366, 394; 26, 285, 288, 291, etc. También es cierto que en el proceso ordinario había una pregunta sobre esto, la 19, y otra en el apostólico, la 16. [1248] OC, 3S 6, 3. [1249] CRISÓGONO, c. 19, 371. [1250] VILLUGA, 21; SEBAST IÁN, 17-18; MENESES , 44-45. [1251] Libro de Becerro de Toledo. [1252] MH I, 292. [1253] En OC publico por entero el texto de esta carta de Marina: 1128-1129. [1254] Efrén-O. Steggink, siguiendo el Itinerario español, o Guía de caminos para ir desde Madrid a todas las ciudades y villas más principales de España, Madrid 17273, 23, recuerdan el trazado desde ese momento por Daimiel, La Venta de Quesada, Manzanares, La Venta de Averturas y Valdepeñas hasta llegar a El Viso, donde se ofrecían caballerías de refresco. La Venta del Marqués era la ultima jornada hasta Baeza: TyV, 813-814. En todo el recorrido que trazan estos autores, desde Madrid, dejan fuera el hecho de que fray Juan vino a Toledo, y esto es incuestionable. [1255] OC, Cartas perdidas: 20-21, 1116. [1256] OC, Cta. 28, 19 de agosto de 1591, La Peñuela, 1107-1108. [1257] La carta a que aquí se alude no se conserva. [1258] Esta disposición de ir a donde se encuentra doña Ana hace suponer que entonces ella, su hermano don Luis y su sobrina Inés, a los que se refiere al final, estaban en Andalucía, seguramente en Granada. [1259] OC, Cta. 29, 1108. [1260] Isabel de Soria y Vera: beata del Carmen, amiga y del cenáculo espiritual-sanjuanista de las hermanas Soto. También con ella tuvo correspondencia epistolar Juan de la Cruz. De él, por ejemplo, recibió una carta el 11 de octubre de 1581. Era «hermana de un tal don Fulano de Soria, obispo de Troya», llamado Melchor de Soria y Vera, que fue auxiliar de Fernando de Rojas y Sandoval, cardenal de Toledo. [1261] OC, Cartas perdidas, 23, 1117. [1262] Declaración autógrafa de Juan de Santa Ana: ms. 8568, fol. 404. OC, Cartas perdidas, 24, 1117-1118. [1263] ALONSO, lib. 2, c. 24, 511. OC, Cartas perdidas, 25, 1118. [1264] OC, Cartas perdidas, 26, 31-33, 1118-1119. [1265] BNM, ms. 8568, f. 130. Y 23, 69 en el proceso de Jaén. [1266] BNM, ms. 2862, fol. 10v. ALONSO, lib. 2, c. 24, 512. [1267] Afirmaciones como esta u otras parecidas acerca de luminosidades o resplandores suelen parecer a veces exageraciones, pero el mismo Juan de la Cruz en CB 17, 7, defiende que hay santas almas en las que «por el efecto sobrenatural que se difunde en el sujeto de la próxima y familiar comunicación con Dios, cual se escribe en el Éxodo de Moisés, que no podían mirar en su rostro (Éx 34,30), por la honra y gloria que le quedaba, por haber tratado cada a cara con Dios». [1268] ALONSO, lib. 2, c. 24, 513. Crisógono habla de las salidas apostólicas que Juan de la Cruz hace desde aquí y ahora a la villa de Linares. Estas idas a Linares, como cuenta Martín de la Asunción, que le acompañaba, tuvieron lugar años anteriores «durante la Cuaresma», tal como lo recogemos en el Capítulo 16. [1269] En la Plaza del pueblo de La Carolina (=La Peñuela) en el monumento a Juan de la Cruz aparece «la lebrezuela» en la falda de su patrón celestial. [1236]

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[1270]

ALONSO, lib. 2, c. 24, 513. OC, Cta. 30, 1109. [1272] BNM, ms. 12738, 1004; 13, 402. [1273] OC, Cta. 31, 1109-1110. [1274] Proficuo: latinismo, equivalente a «provechoso, que aprovecha a los demás». [1275] OC de san Juan de la Cruz: Dictámenes de espíritu recogidos por el padre Eliseo, 1122-1123. DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, ficha de Eliseo: 1550-1620. [1276] Capítulo 21, 407-418. [1277] Capítulos 13, 14, 15 y 16: SILVERIO, HCD, V, 290-410. [1278] En San Juan de la Cruz, profeta enamorado de Dios, Instituto de Espiritualidad a Distancia, Madrid 1987, 47-52. Puede verse también mi trabajo Juan de la Cruz. Su persona y su capacidad de relación, en F. RUIZ SALVADOR , Introducción a san Juan de la Cruz. El escritor, los escritos, el sistema, BAC, Madrid 1968, 31-47. [1279] Cta. 260, 1, 690; Cta. 13, 2, 78. [1280] SILVERIO, BMC, 10, 442-445; 14, 463-464; ID, Rittratti antichi, Vita Carmelitana 4 (1942) 411-417. V. DE SAN J OSÉ-I. ALBERT BERENGUER , Sobre el retrato de san Juan de la Cruz, Revista de Espiritualidad 1 (1941-1942) nn. 4-5, 411-427. [1281] ALONSO, lib. 2, c. 22, 492-493. [1282] Jorge de San José declara que, estando en Granada, conoció a fray Juan y a su hermano Francisco, «de quien oyó decir era un alma muy santa; y conoció también a otro su sobrino»: 23, 51. [1283] CRISÓGONO, c. 15, 282, nota 32. [1284] A este juicio del padre Silverio, Michel Florisoone opone algunos reparos: en su libro Jean de la Croix. Iconographie générale, Desclée de Brouwer, Brujas 1975, 37-40. [1285] CRISÓGONO, c.15, 282, nota 32. [1286] Ib, c. 15, 281-282. [1287] Véase F. RUIZ SALVADOR (ed.), Dios habla en la noche. Vida de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 378. [1288] San Juan de la Cruz. Relaciones sobre el tratamiento de conservación realizado en su cuerpo, Roma 1993, 62 pp. La cita actual: 41, 47. [1289] CRISÓGONO, c. 21, 410. [1290] Ib, 40, 34. [1291] Ib, 32, 47. [1292] Ib, 35-49. [1293] Ib, 47-48. [1294] Ib, 45. [1295] Ib, 41. [1296] En Relaciones sobre el tratamiento, pueden verse en las figuras 30-33 (54-55) cuatro perspectivas de la reconstrucción anatómica del semblante de Juan de la Cruz realizadas sobre su cráneo. Se hicieron varias reproducciones en bronce: una se conserva en el convento de Segovia, en el patio central. [1297] Ib, 52-53. [1298] Ib, 47. [1299] Ib, 29. [1300] Girolamo M. Moretti, franciscano conventual, ha examinado también la escritura de nuestro santo en su libro I Santi dalla scrittura. Esami grafologici, Messaggero, Padua 1952, 230-235. [1301] F, 3, 17. [1302] Ib, 13, 1. [1303] Ib, 13, 5. [1304] Cta. 13, 2, 5, a Francisco de Salcedo, 78-79. [1305] Cta. 48, 2, a Gaspar de Salazar, 144-145. [1306] Cta. 51, a Inés de Jesús, 148. [1307] Cta. 177, 2, a Lorenzo de Cepeda, 475. [1308] Cta. 218, 3, a Felipe II, 576. [1309] Cta. 226, 10, a Teutonio de Braganza, 596. [1310] Cta. 233, 3, a Jerónimo Gracián, 622. [1311] Cta. 238, 6, a Jerónimo Gracián, 634. [1312] Cta. 258, 6, a Jerónimo Gracián, 687. [1313] Cta. 260, 2-3, a Jerónimo Gracián, 690. [1271]

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[1314]

Cta. 267, a Jerónimo Gracián, 701-702. Cta. 271, 8, al general de la Orden, 713. [1316] Cta. 2702, a Roque de Huerta, 708. [1317] Cta. 274, 8, a Roque de Huerta, 728. [1318] 277, 1, a Ana de Jesús, 730. [1319] Ib, 2, 730-731. [1320] Cta. 323, a Ana de San Alberto, a la que dice que las monjas de Caravaca tienen que tratar con llaneza con fray Juan como harían con ella misma: 839-840. [1321] Otros testimonios pariguales pueden verse en: 14, 229-230; 23, 394; 24, 204, 211, 248; 25, 146, 253, 353, 495. [1322] Puede verse también el caso de Bernardina de Jesús (26, 424), recordado más arriba en el Capítulo 17. [1323] Hay otros muchos ejemplos en BMC 26: 424, 432, 442, 457-458, 524, etc. [1324] Hay otros testimonios y ejemplos de lo mismo. Puede verse la declaración de Ana de Jesús (González), hablando de sí misma y de Jerónima del Espíritu Santo y de otras personas, estando fray Juan lejano muchas leguas de ellas: 26, 454-455. [1325] OC de San Juan de la Cruz: Dictámenes de espíritu recogidos por el padre Eliseo, 1123, dictamen segundo. [1326] OC, Cautelas, 122. [1327] OC, 2N 16, 10. [1328] San Francisco de Asís, Escritos, biografías, BAC, Madrid 2006, 304: CELANO, Vida segunda, ca. 61. [1329] OC, 2S, 17, 2-3, 272. [1330] Puede verse J. V. RODRÍGUEZ, Juan de la Cruz y su estilo de hacer comunidad, Confer 31 (1992) 33-62. [1331] Ib, 1123. [1332] OC, Dictámenes, n. 15, 1127. [1333] Ib, dictamen 17, 1127. [1334] Ib, dictamen 19, 1127. [1335] Constitutiones, Parte II, c. 5, n. 1, 132-133. [1336] OC, Eliseo, Dictámenes, 1122-1123. [1337] ALONSO, lib. 2, c. 21, 485. [1338] BNM, ms. 12.738, fol. 853: BMC 13, 393. [1339] OC, 98-99. [1340] OC, Cta. 11, 1088. [1341] OC, Subida del Monte Carmelo, Prólogo, 3, 177. [1342] Ib, n. 8, 179. [1343] OC, Cta. 24, 1104-1105. [1344] OC, CB 17, 7, 669. [1345] J. V. RODRÍGUEZ, San Juan de la Cruz, profeta enamorado de Dios, o.c., 49. [1346] CRISÓGONO, c. 21, 417. [1347] En Revista de Espiritualidad 33 (1974) 109-124. [1348] J. V. RODRÍGUEZ, San Juan de la Cruz, profeta enamorado de Dios, Instituto de Espiritualidad a Distancia, Madrid 1987, 61-77; ID, 100 fichas sobre san Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 2008, 108-114; ID, ¿San Juan de la Cruz, talante de diálogo?, Revista de Espiritualidad 35 (1976) 491-533; ID, La palabra hablada, Teresa de Jesús 34 (1988) 19-26; ID, San Juan de la Cruz. Magisterio oral y escritos breves, Teresianum 40 (1989) 397-433. [1349] En el proceso ordinario, al contestar a la pregunta 11, y en el apostólico al contestar a la pregunta 9. [1350] OC, 2S 17, 2. [1351] Véase, por ejemplo, lo que cuenta Agustina de San José de Granada: 14, 41. [1352] Pueden consultarse de entre las declaraciones anteriores a los procesos canónicos las siguientes en BMC 26: 321, 341, 346, 359, 370, 421, 423-425, 435, 441, etc. [1353] Constituciones del Capítulo de Alcalá 1581, 2ª parte, c. 5. [1354] Lib. 2, c. 4, 371-372. [1355] No sólo atendía en Ávila a las monjas, «sino también a seglares, de “todo género de personas” y a todos atraía a la perfección de vida» (14, 301-302). Entre sus discípulas se encuentra doña Guiomar de Ulloa, de quien dice la santa: «Doña Guiomar... llora a su fray Juan de la Cruz» (Cta. 238, 14, 636). También parece fue discípulo Lorenzo de Cepeda, hermano de la santa, al que escribe ella: «Holgádome he que vea que le entiende fray Juan, como tiene experiencia; y aun Francisco (de Salcedo) tiene algún poco, mas no lo que Dios hace con [1315]

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vuestra merced» (Cta. 177, 2, 475). Así pondera la experiencia espiritual de Juan de la Cruz sobre la del otro amigo que es inferior. [1356] ALONSO, lib. 2, c. 11, 419. [1357] OC, 7, y 10, 1125. [1358] Ib, 6, 1125. [1359] Ib, 11, 1126. [1360] Ib, 13, 1126. [1361] Ib, 14, 1127. [1362] Ib, 16, 1127. [1363] Ib, 24, 1128. [1364] Ib. [1365] Este amor al diálogo puede apreciarse recorriendo al artículo citado más arriba: J. V. RODRÍGUEZ, ¿San Juan de la Cruz, talante de diálogo?, a.c., 491-533. [1366] Magnífica la estampa de Juan de la Cruz considerando el cielo estrellado en aquellas noches pasadas en el Cortijo de Santa Ana, como puede verse anteriormente en el Capítulo 17. [1367] Cta. 92, 4, 243. [1368] Véase la anotación precisa que hace Miguel Ángel Díaz en su libro Palabras vivas de san Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 1997, 86, nota 4: Cf interrogatorios de los procesos: 22, 22; 23, 25 («Oh esperanza del cielo, que tanto alcanzas cuanto esperas»); 24, 43; («¡Oh celestial esperanza, que tanto adquieres y alcanzas cuanto esperas!»). Y las respuestas de los declarantes: 24, 573 («¡Oh celestial esperanza que tanto adquieres y alcanzas cuanto esperas!»). «Y se acuerda esta testigo haber visto las mismas palabras escritas a religiosas de este convento de Granada, animándolas a la perfección de la virtud de la esperanza»; 25, 514 («acerca de esto compuso unos versos en que decía: Porque esperanza de cielo, / tanto alcanza cuanto espera»), etc. [1369] OC, 1120. [1370] OC, D, 96. [1371] OC, 2N 19, 2. [1372] En el Capítulo 16: Juan de la Cruz en el convento del Calvario. [1373] OC, CB, 37, 4; y adviértase que los que andan ahondando y nunca hallan el fin son «los santos doctores y las santas almas», como dice inmediatamente antes de esa afirmación tan decidida. [1374] Como obra general y la más segura sobre el conjunto de las obras de Juan de la Cruz véase E. PACHO, San Juan de la Cruz y sus escritos, Cristiandad, Madrid 1969. [1375] OC, 51-61, [1376] Ib, 61-63. [1377] Ib, 64-77, transcritas frente por frente las canciones de ambas redacciones. [1378] Ib, 78-79. [1379] Ib, 80-81. [1380] Ib, 82-83. [1381] Ib, 83-84. [1382] Ib, 84-86. [1383] Ib, 86-88. [1384] Ib, 88-89. [1385] Ib, 89-90. [1386] Ib, 90-92. [1387] Ib, 92-93. [1388] Ib, 93. Los cuatro versos los cita ALONSO, lib. 2, c. 8, 402. [1389] Reforma, t. 6, lib. 23, c. 33, n. 3. [1390] OC, 98-116. [1391] OC, 121-127. [1392] Ib, 128-131. [1393] Ib, 132-133. [1394] Ib, 134-136. [1395] Ib, 137. Es un puro fragmento conservado por ALONSO, lib. 2, c. 12, 428. [1396] Ib, 138-147. Aquí recojo los datos históricos pertinentes acerca del diseño y del uso que hacía el santo en su magisterio en la familia carmelitana. [1397] Ib, 1076-1111.

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En mi libro Las «cuatro cosas» de fray Juan, Monte Carmelo, Burgos 2007, se puede ver una presentación y comentarios a todo el epistolario sanjuanista. [1399] OC, 174-429. [1400] Ib, 450-560. [1401] En Introducción a la lectura de san Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid 1991, hablo de esta obra con bastante amplitud, 401-442. [1402] Ib, CB, 583-768. CA, 879-999. [1403] Ib, LlB, 786-871. Ll, 1005-1063. [1404] Tomo III, 145-156. [1405] Ib, 193-195. [1406] El convento de carmelitas descalzas de Úbeda y el Carmelo femenino de Jaén. María de la Cruz OCD. Su vida y su obra. Estudio y edición paleográfica, vol. I 637 pp. y vol. II 437 pp., Jaén 1995. En San Juan de la Cruz 18 (1996) 273-280 hizo una presentación bibliográfica muy buena de esta obra José María Muñoz Cuenca. [1407] E. PACHO, o.c., dedica un largo capítulo a Escritos apócrifos: 441-464. [1408] En confirmación de esto Ana de Jesús (González) dice que fray Juan dejaba «algunas sentencias a cada una religiosa, y las que le dejó a esta testigo y las demás que pudo haberlas, tiene juntas y las tiene en mucho para su consuelo» (14, 176). [1409] ALONSO, lib. I, c. 37, 283. [1410] OC, 1085. [1411] ALONSO, lib. 2, c. 4. 370. [1412] Apellidado Cataño y de Rivadeo: DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 22, nota 60. [1413] Gracián, a quien se debe esta fundación, habla de ella en MHCT, III, doc. 423, 684-686. [1414] Bibliografía: Reforma, lib. 7, c. 57, 369-372. SILVERIO, HCD, V, 598-602. PACHO, 1495-1498. [1415] BNM, ms. 2862, fol. 10v. [1416] Reforma, 2, lib. 8, c. 48, 564. [1417] Esta bestezuela la conservaba 25 años más tarde el capitán Morales, como si fuera una reliquia, y daba la impresión de tener unos seis años todavía. [1418] Sus fechas: 1558-1608. DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 24, nota 69. Se apellidaba en religión de la Madre de Dios, sus apellidos seglares eran Díaz y de Morales; connovicio del padre Nicolás Doria en los Remedios de Sevilla donde profesó en 1578. Asistió al Capítulo General de Cremona. En relación con Francisco Crisóstomo se puede ver la siguiente bibliografía: FLORENCIO DEL NIÑO J ESÚS , La muerte que tuvo aquel prior que tanto mortificó a san Juan de la Cruz, Mensajero de Santa Teresa 10 (1935-1936) 330-333; G. BELT RÁN, El último prior de san Juan de la Cruz, San Juan de la Cruz 14 (1998) 107-113; F. ANTOLÍN , Francisco Crisóstomo, prior de Úbeda en 1591. Documentación vaticana sorprendente, San Juan de la Cruz 13 (1997) 137-152; J. V. RODRÍGUEZ, Pequeñeces teresiano-sanjuanistas, Revista de Espiritualidad 38 (1979) 419-430; en 427-430 se publica una patente del santo, apenas nombrado vicario provincial de Andalucía, para trasladar de Granada a Almodóvar del Campo a Francisco Crisóstomo. Noticia también en PACHO, 651-653. [1419] Por tres veces habla este testigo de «llagas afistoladas» en el empeine del pie, en las pantorrillas y en la cadera, es decir, de llagas pasadas a ser fístula: «Llaga angosta, honda y callosa, que no se llega a cerrar y va siempre purgando, la cual suele proceder de contusiones o apostemas» (Diccionario de Autoridades). En CB y CA, 7, 4, habla el santo de lo que es ya tener «llaga afistolada, hecha el alma ya toda afistolada». [1420] Se llamaba Clara Benavides. [1421] BNM, ms. 12738, 1444. [1422] TyV, 849. [1423] ALONSO, lib. 2, c. 10, 416. [1424] Ib, lib. 2, c. 27, 533. [1425] Sus fechas: 1560-1594. Profesó en Sevilla el 21 de enero de 1576, pero tuvo que repetir la profesión al cumplir los 16 años, el 1 de agosto de 1576. Noticias en PACHO, 435-436. [1426] G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en la comunidad de Granada y Diego Evangelista visitador de Andalucía, Monte Carmelo 98 (1990) 493-501. [1427] OC, Cta. 32, 1110-1111. [1428] G. BELT RÁN, a.c., 493-501. [1429] A esta declaración de Alonso en el proceso apostólico de Segovia, hay que añadir lo que cuenta de modo parecido en Vida, lib. 2, c. 29, 547. [1430] Sea aquí en el proceso apostólico de Segovia, sea en Vida, lib. 2, c. 29, 548, afea Alonso al visitador este dicho tan improcedente y bellaco.

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[1431]

BNM, ms. 8568, fol. 136. ALONSO, lib. 2, c. 29, 546-547. [1433] OC, cartas perdidas, n. 29, 1119. [1434] Ib. [1435] ALONSO, lib. 2, c. 29, 545; OC, cartas perdidas, n. 28, 1118. [1436] OC, Cta. 33, 1111. [1437] QUIROGA, lib. 3, c. 21, 490; J ERÓNIMO, lib. 7, c. 6, 709. La narración de Jerónimo depende materialmente de la de Quiroga. [1438] Esta declaración es el borrador que tenía preparado Blas de San Alberto para el proceso «in genere» que se iba a celebrar en Salamanca, pero que luego no tuvo lugar. [1439] Reforma, II, lib. 8, c. 47, 562. [1440] ALONSO, lib. 2, c. 29, 550-551. [1441] CRISÓGONO, c. 19, 379-380. [1442] SILVERIO, HCD, 5, 648-649. [1443] Constitutiones Capituli matritensis 1590, c. 14, n. 1 [70]. [1444] A. ROGGERO, Genova e gli inizi della Riforma Teresiana in Italia, Génova 1984, 169ss. [1445] ALONSO, lib. 2, c. 29, 551. Esto lo sabe Alonso de primera mano por carta de su hermano Ferdinando. Allí al final le decía: «Y maravíllome que contra un varón tan santo con quien yo viví en Baeza y Almodóvar se hiciesen semejantes averiguaciones, cubriéndose con la capa del celo del bien común. Yo le hablé al visitador y le hice la corrección acremente». [1446] ALONSO, lib. 2, c. 29, 553. [1447] MH, I, 168-169. [1448] Apellidado Sebazón y Moreno: DÍAZ GONZÁLEZ, Actas, 85, nota 294. PACHO, 902. [1449] TyV, 833. [1450] Ediciones Monte Casino, Zamora 1989. [1451] Ib, 9-31. [1452] Ib, 39. [1453] Ib, 39-40. [1454] Ib, 41. [1455] Ib, 43-45. [1456] N. GABRIELLI et al., San Juan de la Cruz. Relaciones sobre el tratamiento conservativo sobre su cuerpo, Roma 1993. [1457] Ib, 48-49. [1458] Ib, 24. [1459] Ib, 29. [1460] El origen del título de fray Juan como abogado singular de las que están en partos peligrosos tiene que ver con esta correa que, como reliquia, se la llevaban a las parturientas y tenían buen alumbramiento. Pueden verse varios grabados antiguos con este letrero: «Místico varón, extático, primer carmelita descalzo, terror del infierno y abogado singular de las que están en partos peligrosos»: M. FLORISOONE, Jean de la Croix. Iconographie générale, Desclée de Brouwer, Brujas 1975, nn. 217-221bis, 200-203. Un ejemplar de estos en las carmelitas descalzas de Plasencia (Cáceres). [1461] Efrén-Steggink le reprochan su modo de proceder durante la persecución de Diego Evangelista pensando que aquella su pasividad «le hace vivamente sospechoso de tolerancia frente a su compañero de Duruelo, por mucho que después clamase teatralmente su afecto por el moribundo fray Juan de la Cruz»: TyV, 843. [1462] QUIROGA, lib. 3, c. 31, 526. Tomás Álvarez en su estudio San Juan de la Cruz. De Úbeda a Segovia. Relato del traslado de sus restos mortales en 1593, Monte Carmelo 99 (1991) 273-317, publica este relato tomándolo del ms. 2.843 del Archivo Vaticano. El texto vaticano depende del relato conservado en Segovia, del que omite varias páginas, lo corrige en casos, etc. Aquí me guío por el texto de Segovia, como original. [1463] ALONSO, lib. 3, c. 3, 587-588. [1464] Su intervención la cuenta él mismo y dice cómo «tomó y abrazó y besó como cuerpo de santo al dicho cuerpo [...], y cortándole este testigo de secreto parte de las manos, se lo entregaron al alguacil» (14, 110; 23, 466). [1465] También este contará lo que le tocó hacer a él: desenterrarle (23, 415). [1466] ALONSO, lib. 3, c. 4, 592-593. Vuelto más adelante Juan de Medina a Úbeda contó las peripecias del traslado (23, 404; 25, 266). Bartolomé Sánchez de Mesa declara que a él le había contado Juan de Medina, criado de don Luis de Mercado, cómo había trasladado el cuerpo de fray Juan a Segovia y cómo yendo por Sierra [1432]

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Morena había oído aquellas voces que decían: «¿Adónde llevas el cuerpo del muerto?» (23, 240). Francisco de San Hilarión habla del traslado y refiere las palabras: «¿Dónde lleváis ese difunto, bellacos?; dejad el cuerpo del fraile que lleváis ahí» (23, 255). [1467] Miguel de Cervantes, en el capítulo 19 de la primera parte de El Quijote, como es sabido, trata: «De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos». Con toda razón se piensa que aquí se está refiriendo don Miguel al traslado del cuerpo de fray Juan. [1468] ALONSO, lib. 3, c. 4, 594-595. [1469] Ib, c. 5, 602. [1470] Ib, c. 4, 596. [1471] Ib, lib. 3, c. 4, 596. [1472] Ib, 596-597. [1473] Ib, 597. [1474] Ib. Y Alonso en el proceso apostólico de Segovia dice: «Lo que pasó en Segovia en la llegada del cuerpo, lo oyó este testigo, que vino dentro de tres meses después de esta llegada a ser allí conventual, a los religiosos del dicho monasterio como cosa fresca que había poco que había pasado, y todo lo tiene por muy cierto, por ser todos los que se lo certificaron gente de verdad» (14, 401). [1475] ALONSO, lib. 3, c. 4, 598. [1476] Ib, 598-599. [1477] F. ANTOLÍN , San Juan de la Cruz en Segovia. Apuntes históricos, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia, Segovia 1990, 38-39. [1478] Ib, en 53-55, habla de la beatificación y canonización y otros pormenores. [1479] Cf J. V. RODRÍGUEZ, San Juan de la Cruz visto y evaluado por la Iglesia, Monte Carmelo 118 (2010) 39103. Véase también J UAN PABLO II, San Juan de la Cruz, maestro en la fe, carta apostólica del papa en ocasión del IV Centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990. [1480] Breve apostólico Inter praeclaros poetas: San Juan de la Cruz, «patrono de los poetas de lengua española», Ecclesia 2634 (mayo de 1993) 27; y en Acta Ordinis 38 (1993) 2-13. J. B. SAN ROMÁN, San Juan de la Cruz, patrono de los poetas de lengua española, Revista de Espiritualidad 53 (1994) 349-371. [1481] No tenemos la carta de fray Juan a la que responde María de San José, aunque en la contestación podemos atisbar, sobre todo al principio, frases literales de la misiva recibida. [1482] Con toda razón, Donázar, al dar las razones en que se fundaba para pensar en Juan de la Cruz como destinatario de esta carta, se apoya en esta frase, «puestas las manos», que significa con las manos juntas junto al pecho. Era una actitud habitual en el santo, y aduce algunos testimonios: A. DONÁZAR , Fray Juan de la Cruz. El hombre de las ínsulas extrañas, Monte Carmelo, Burgos 1985, 312-313. [1483] AHNM, legajo 4514, VII, 15. [1484] T. EGIDO, Contexto histórico de san Juan de la Cruz, en AA.VV., Experiencia y pensamiento en san Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1990, 362-367. Del mismo autor, Claves históricas para la comprensión de san Juan de la Cruz, en Introducción a la lectura de san Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid 1991, 59-124. J. V. RODRÍGUEZ, El avance de la biografía sanjuanista durante el siglo XX, en S. ROS (coord.), La recepción de los místicos. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1997, 271-292; T. EGIDO, Nuevas claves de comprensión histórica de san Juan de la Cruz, en S. ROS (coord.), o.c., 293-309. [1485] El Carmelo descalzo masculino español fue ascético, retirado e intelectual durante los siglos XVII y XVIII. Con la Reforma católica del XIX osciló entre lo ascético y lo apostólico/misional. Y, tras el concilio Vaticano II, acaso se contagió de «franciscanismo» fraterno. ¿Y san Juan de la Cruz? Se le interpretó ascéticamente, o tuvo mayor influencia en la rama femenina descalza. En mi opinión, resultan unilaterales y discutibles algunos de los posicionamientos de D. FERNÁNDEZ DE MENDIOLA en su erudita obra El Carmelo teresiano en la Historia, Teresianum, Roma 2008, 2 vols. [1486] Dibujo del Monte de Perfección, dedicado a Magdalena del Espíritu Santo. Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 6296, fol. 7. Cito las Obras de san Juan de la Cruz por la edición de Lucinio Ruano, BAC, Madrid 199113. [1487] J. V. RODRÍGUEZ había publicado recientemente otra aproximación a la figura de san Juan: Cien fichas sobre san Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 2008. [1488] Utilizaré fragmentos de mis publicaciones sobre la figura y la formación cultural de san Juan de la Cruz, añadiendo algunas glosas nuevas. En concreto, recojo materiales de mi artículo: Tras las huellas de san Juan de la Cruz. Los contextos de una biografía, Revista de Espiritualidad, Madrid 2008, 268-269, 481-500. [1489] T. EGIDO, Juan Bonifacio y Juan de Yepes: un encuentro afortunado, Perficit. Revista de Estudios

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Humanísticos XXVI, 2 (Salamanca 2006) 143-161. [1490] L. E. RODRÍGUEZ-SAN PEDRO BEZARES , La formación universitaria de Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid 1992. [1491] Ib, 27, 35, 42 y 58. Declara fr. Pedro de la Purificación sobre Rueda: «Me dijo mil bienes de sus virtudes y que no tuviere por nueva en él aquella mansedumbre y quietud y recogimiento santo, pues lo mismo tenía siendo fraile calzado», en A. FORT ES , Actas de gobierno y declaraciones primeras de los testigos, Monte Carmelo, Burgos 2000, 308. [1492] «Era muy amigo de leer en la Sagrada Escritura, y así nunca jamás le vide leer otro libro sino la Biblia (la cual se sabía casi toda de memoria), y en un san Agustín Contra haereses, y en el Flos Sanctorum»; declaración de fr. Juan Evangelista (1603), en S. DE SANTA T ERESA, Obras de san Juan de la Cruz IV, Monte Carmelo, Burgos 1931, 386. Fr. Pedro de San Hilarión declaraba en 1610: «Y así fundado, como se fundó, este colegio de Baeza, acudían a este colegio estos santos doctores [de la Universidad] a comunicar cosas de espíritu y cosas de Escritura», en A. FORT ES , o.c., 395. Fr. Jerónimo de la Cruz, en 1614: «Cuando caminaba procuraba bestias humildes y de aparejo. Y de ordinario iba sentado, sin estribos, y muchas veces leyendo la Biblia», en A. FORT ES , o.c., 444. [1493] G. DE GRAJAR , Obras completas, edición de Crescencio Miguélez Baños, Junta de Castilla y LeónUniversidad de León, Valladolid-León 2002, 2 vols. [1494] Así ocurre en sus Commentaria in Micheae Prophetae, única de sus obras impresas (Salamanca, Matías Gast, 1570), en el capítulo I y en el capítulo II, por ejemplo. Obras completas, o.c., vol. I, 112 y 169. Este conocimiento del hebreo y del griego bíblico es la nota más característica del Humanismo renacentista español. [1495] Para la «veritas graeca» se utilizaba el texto de la Políglota Complutense. [1496] Son defensores de la «veritas hebraica» autores como Francisco Vatablo, Sanctes Pagnini, Jan van Campen, Fray Luis de León, Martínez Cantalapiedra, Gaspar de Grajar, Alonso de Zamora, Pablo Coronel, Pedro Antonio Beuter, Cipriano de Huerga, Arias Montano. Por su parte, León de Castro, Jansenio, Forero, Lindano preferían la Vulgata y/o la «veritas graeca» de los LXX. [1497] No se conservan los apuntes de clase correspondientes al profeta Miqueas, pero sí otros sobre Oseas, Amós y Jeremías, de los que puede deducirse su método explicativo. Obras completas, o.c., vol. I, CCIX-CCXI. [1498] G. DE GRAJAR , Tractatus de sensibus Sacrae Scripturae, en Obras completas II, o.c., 616-623. [1499] «Nam qui vident ea poeticarum fabularum more, adeo varie exponi atque etiam contrarie sine ratione et delectu, suspicantur nihil, aut modicum in ea esse solidae doctrinae et quam in partem libuerit, pro disputantium affectu posse pertrahi»: G. DE GRAJAR , Tractatus de sensibus Sacrae Scripturae, capítulo undécimo, en o.c., 680683. [1500] «Pasce populum tuum in virga tua, gregem haereditatis tuae, habitantes solos in saltu, in medio Carmeli». «Nomine enim Carmeli, abundantiam et fertilitatem solet Scriptura denotare»: en ib, vol. I, 460-461 y 464-465. [1501] Declaración de fray Alonso [Palomino] de la Madre de Dios en 1614: «Tuvo especial don de declarar la Escritura en sentidos espirituales», en A. FORT ES , o.c., 461. Otro fray Alonso [Ardilla] de la Madre de Dios declara en 1615: «Explicando lugares de la Sagrada Escritura, que tenía don de Dios para entenderla y declararla. Y le vi que para este estudio se retiraba a los rincones y lugares secretos en el convento de Granada», en A. FORT ES , o.c., 521. [1502] Esta crucial etapa de Ávila ha sido constreñida por los biógrafos entre Duruelo (inicio masculino de la Reforma) y el encarcelamiento de Toledo. Algunos ya lo habían señalado: «Al comprobar la fecundidad espiritual y humana de la época andaluza, se busca explicación inmediata y proporcionada en el período anterior. Y se habla de la cárcel toledana. Allí escribe poemas y los vive. Podemos pensar con fundamento que gran parte de los frutos poéticos y doctrinales vienen de antes. Cinco años de retiro, de experiencias personales, de dirección de espíritus privilegiados, deben contarse entre los factores decisivos de su enriquecimiento literario y doctrinal», en F. RUIZ SALVADOR , Introducción a san Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1968, 24. [1503] El dibujo del Cristo crucificado que se guarda en La Encarnación; y quizás los poemas «Vivo sin vivir en mí», y «Entreme donde no supe». [1504] D. PÉREZ DELGADO, Biografía de Juan Bonifacio, S.J., 1538-1606, Perficit XXVI, 1 (Salamanca 2006) 726. [1505] El doctor Hernando de Rueda fue presentado en 1580 para obispo de Canarias, donde murió en 1585. [1506] La atmosfera cultural y religiosa de la Ávila de 1570 nos la describe santa Teresa: «Olvidóseme de escribir en estotras cartas el buen aparejo que hay en Ávila para criar bien esos niños. Tienen los de la Compañía un colegio adonde los enseñan Gramática, y los confiesan de ocho a ocho días, y hacen tan virtuosos que es para alabar al Señor. También leen Filosofía y después Teología en santo Tomás, que no hay para qué salir de allí para virtud y estudios. Y en todo el pueblo hay tanta cristiandad que es para edificarse los que vienen de otras partes:

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mucha oración y confesiones y personas seglares que hacen vida muy de perfección». Carta a don Lorenzo de Cepeda, Toledo, 17 de enero de 1570, apartado 11. [1507] J. C. VIZUET E MENDOZA, Una religión áspera en principios de reformación, Teresianum XLVI (Roma 1995) 543-582. Del mismo autor, Pastrana en el siglo XVI y los carmelitas descalzos, Quaderni Franzoniani IX (Génova 1996) 117-146. [1508] Un hispanista destacado como J. PÉREZ, en su obra Teresa de Ávila y la España de su tiempo, Algaba, Madrid 2007, ve así la relación: «No hay duda de que entre estos dos maestros de la mística española existía un afecto y una admiración mutuas. Sin embargo, se puede percibir que en sus relaciones falta calidez [...]. Es inútil buscar un perfil psicológico de Juan de la Cruz en Teresa; sólo encontramos una admiración, por decirlo de alguna manera, lejana y no exenta de reservas, como se demostró en el torneo poético (“vejamen”): Teresa opina que Juan de la Cruz es demasiado abstracto; entre líneas se puede leer una irritación no del todo fingida; Teresa nunca hubiese hablado así de Pedro de Alcántara o de Báñez. Llamaba a fray Juan “su pequeño Séneca”, y a veces se burlaba cariñosamente de él por su seriedad. ¿Le resultaba demasiado grave? Es evidente que prefería al padre Gracián, no menos sabio, pero más efusivo. Lo cierto es que uno tiene la sensación de estar ante dos temperamentos profundamente distintos»: 172. [1509] De mayo a diciembre de 1572 Teresa de Jesús permanece en Ávila. Entre agosto y diciembre de 1573 Teresa se encuentra en Salamanca. Entre enero y septiembre de 1574 en Salamanca, Alba y Segovia. Entre enero y diciembre de 1575 Teresa se desplaza por Andalucía, Beas de Segura, Córdoba y Sevilla. De enero a diciembre de 1576 la encontramos entre Sevilla y Toledo. De enero a junio de 1577 Teresa de Jesús permanece en Toledo. De julio a noviembre volvemos a reencontrarla en Ávila. [1510] Se refiere a esto en Cuentas de conciencia, Beas 1575. Los especialistas han reconocido en estos confesores a Baltasar Álvarez, S.J. y a Domingo Báñez, O.P., ¿pero cabe excluir al propio Juan de la Cruz? Señala la santa: «Me determiné a hacerlo, entendiendo era voluntad del Señor, y siguir aquel parecer todo lo que viviese; lo que jamás había hecho con nadie, habiendo tratado con hartas personas de grandes letras y santidad y que miraban por mi alma con gran cuidado». Cito siempre por la edición de Obras completas de Efrén de la Madre de Dios y Otger Steggink, BAC, Madrid 19979, normalizando la ortografía. [1511] F. RUIZ SALVADOR , o.c., 62: «No queda la menor duda de que la persona que ha hechizado a la santa como sujeto ideal de la Reforma es el padre Gracián». Y T. Álvarez, en su Diccionario de santa Teresa, Monte Carmelo, Burgos 2002, 43, afirma: «Por fin, los dos casos más destacados de amistad que figuran en el haber de Teresa son, sin duda, los de Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián. Dos grandes amistades espirituales, de signo y nivel netamente diferenciado; más espiritual y profunda, pero con menos vibraciones humanas, su amistad con el primero. Más expresiva, más humana y femenina, su amistad con Jerónimo Gracián». [1512] Carta de Teresa de Jesús a la madre Inés de Jesús en Medina del Campo; Beas, 12 de mayo de 1575: «¡Oh, madre mía, cómo la he deseado conmigo estos días! Sepa que a mi parecer han sido los mejores de mi vida, sin encarecimiento. Ha estado aquí más de veinte días el padre maestro Gracián. Yo le digo que, con cuanto le trato, no he entendido el valor de este hombre. Él es cabal en mis ojos, y para nosotras mejor que lo supiéramos pedir a Dios. Lo que ahora ha de hacer vuestra reverencia y todas es pedir a Su Majestad que nos le dé por perlado. Con esto puedo descansar del gobierno de estas casas, que perfección con tanta suavidad, yo no la he visto. Dios le tenga de su mano y le guarde, que por ninguna cosa quisiera dejar de haberle visto y tratado tanto». [1513] Carta de Teresa de Jesús al padre Jerónimo Gracián en Almodóvar; Toledo, 5 de septiembre de 1576: «Después que vio a Paulo con ninguno tenía alivio ni contento su alma. [...] En estando sin Paulo, ni nada le satisface de lo que hace, ni le parecía que acertaba, ni aunque quería sujetarse a otro no podía». [1514] Carta de Teresa de Jesús a don Lorenzo de Cepeda en Ávila; Toledo, 17 de enero de 1577: «Holgádome he que vea que le entiende fray Juan como tiene expiriencia; y aun Francisco [de Salcedo] tiene algún poco, mas no lo que Dios hace con vuestra merced. Bendito sea por siempre sin fin. Bien está con entrambos ahora». [1515] «Harto buena doctrina dice en su respuesta para quien quisiere hacer los ejercicios que hacen en la Compañía de Jesús; más no para nuestro propósito. Caro costaría si no pudiésemos buscar a Dios sino cuando estuviésemos muertos al mundo. No lo estaba la Madalena, ni la Samaritana, ni la Cananea, cuando le hallaron. También trata mucho de hacerse una mesma cosa con Dios en unión; y cuando esto viene a ser y Dios hace esta merced al alma, no dirá que le busquen, pues ya le ha encontrado. Dios me libre de gente tan espiritual que todo lo quieren hacer contemplación perfecta, dé do diere». [1516] Carta de Teresa de Jesús a las carmelitas de Beas; Ávila, finales de octubre de 1578: «Certifícolas que estimara yo tener por acá a mi padre fray Juan de la Cruz, que de veras lo es de mi alma, y uno de los que más provecho le hacía comunicarle. Háganlo ellas mis hijas con toda llaneza, que aseguro la pueden tener como conmigo mesma y que les será de grande satisfacción, que es muy espiritual y de grandes experiencias y letras».

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Uno de los que más provecho le hacía; no el que más, y muy espiritual, subido y letrado... [1517] Carta de Teresa de Jesús a la madre Ana de Jesús en Beas; Ávila, mediados de noviembre de 1578: «En gracia me ha caído, hija, cuán sin razón se queja, pues tiene allá a mi padre fray Juan de la Cruz, que es un hombre celestial y divino. Pues yo le digo a mi hija que después que se fue allá, no he hallado en toda Castilla otro como él, ni que tanto fervore en el camino del cielo. No creerá la soledad que me causa su falta». [1518] M. P. MANERO SOROLLA, Ana de Jesús y Juan de la Cruz: perfil de una relación a examen, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo 70 (1994) 5-53. Una de las hipótesis de esta autora es que Juan de la Cruz y Ana de Jesús se distanciaron en la última etapa de la vida de este, dada su colaboración con la Consulta de Doria. En dicho período, Ana se habría apoyado en fray Luis de León. La oposición final a Doria por parte de Juan, y su muerte, habría abierto un espacio posterior de reconciliación y de difusión de la espiritualidad de Juan de la Cruz por parte de Ana. Según carta de Beatriz de Jesús de 1607: «Era tan recatado en estas cosas de oración, que si no era con nuestra Santa Madre o con la madre Ana de Jesús, con quien trataba mucho, no las comunicaba», en S. DE SANTA T ERESA, Obras de san Juan de la Cruz IV, o.c., 360. [1519] Un autor carmelita lo expresa así: «Y al final, una pregunta inquietante. El carisma que transmite a sus herederos Juan de la Cruz, ¿es teresiano o, más bien, sanjuanista?». D. DE PABLO MAROTO, Ser y misión del Carmelo teresiano, Espiritualidad, Madrid 2011, 124. [1520] G. BELT RÁN, San Juan de la Cruz en Baeza. Textos y notas del Libro de Protocolo del Colegio de San Basilio, San Juan de la Cruz 10 (1994) 233-247. [1521] Una revisión novedosa de la datación de las obras sanjuanistas en A. FORT ES , Datación de la Noche oscura de san Juan de la Cruz, 1578-1585, San Juan de la Cruz XXIII, nº 40 (Sevilla 2007, II) 7-62; y Datación y fases de redacción de la Subida del Monte Carmelo de san Juan de la Cruz, 1578-1588, Monte Carmelo 114 (Burgos 2006) 381-443 y Monte Carmelo 115 (Burgos 2007) 151-184. [1522] Declara fray Juan de Santa Ana en 1603: «De allí vinimos a fundar nuestro colegio de Baeza, que él lo negoció y alcanzó la licencia y compró las casas en que ahora se vive. Y del Calvario vine yo con él y estuve algunos años; y se padeció harta pobreza en él, porque no quería recibir regalos», en A. FORT ES , Actas de gobierno y declaraciones primeras de los testigos, o.c., 343-344. Y el mismo fray Juan de Santa Ana, posteriormente, en 1614: «Padeciose mucho en la fundación, como no quería recibir cosa de regalo. Todo su fin era penitencia y pobreza y recogimiento. Esta era su amonestación ordinaria», en A. FORT ES , o.c., 403. [1523] Declara fray Francisco del Espíritu Santo en 1614: «El tiempo que estuve en el colegio de Baeza, advertí que todo el tiempo que tenía desocupado de los oficios divinos, del confesonario y otras ocupaciones forzosas, siempre estaba recogido en un rinconcillo de una celda, donde tenía su tarima. Aunque lo más ordinario era estar en oración en el coro; o, si la iglesia estaba cerrada, en las gradas del altar mayor delante del Santísimo Sacramento de rodillas o postrado. Y aquí pasaba ordinariamente lo más de la siesta el verano y dos o tres horas de la noche después de recogidos todos en el invierno. Y esto lo vi muchas veces en aquel tiempo, porque lo miraba y con curiosidad y cuidado a veces», en ib, 415-416. [1524] «Su persona, paternal y sencilla, se había convertido en clave de bóveda del gobierno de la Orden como segundo de abordo, por encima de los bandazos del bando doriano o gracianista. Pero en el Capítulo de 1591 su persona pasó a engrosar la fila de los desbancados y exilados». Cf A. FORT ES , o.c., 14. Al interpretar los orígenes del Carmelo descalzo, escindido en las líneas Gracián/Doria, muchos «teresianistas» no saben qué hacer con san Juan de la Cruz. Intentan vincularlo al partido de santa Teresa/Gracián, a pesar de su colaboración evidente con Doria... Porque la actitud de cartujo/carmelita de san Juan de la Cruz no ajusta en el modelo estricto de «Carmelo teresiano» que postulan: D. DE PABLO MAROTO, Ser y misión del Carmelo teresiano, o.c., 260-261. [1525] F. RUIZ SALVADOR , Introducción a san Juan de la Cruz, o.c., 61: «El padre Nicolás Doria ha sido en esta ocasión más penetrante que Gracián. Aprecia los valores personales y doctrinales de san Juan de la Cruz». Y, en la misma obra, p. 62, nota 30: «El padre Nicolás Doria comprendió a san Juan de la Cruz mejor que el padre Jerónimo Gracián». Federico Ruiz vuelve sobre lo mismo en trabajos posteriores, como El carisma del Carmelo, vivido e interpretado por san Juan de la Cruz, en S. ROS (coord.), La recepción de los místicos. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, o.c., 583: «A juzgar por las apariencias, afectivamente le es más fácil el trato con Doria. Doria confía en fray Juan, le respeta y le aprovecha; luego le margina. Gracián le estima (suponemos), no da signos de confianza, le rehúye y le silencia». También se posicionan en este sentido algunos testigos de las declaraciones y procesos. Fray Gregorio de San Ángel, compañero de fray Juan en la Consulta de Segovia, afirma en Granada, por septiembre de 1602: «Jamás tuvo encuentro ninguno con nuestro padre fray Nicolás de Jesús María, sino mucha amistad y buen crédito», en A. FORT ES , o.c., 314. Para D. DE PABLO MAROTO, Ser y misión del Carmelo teresiano, o.c., 112: «Creo que Gracián no congeniaba mucho con el santo [san Juan de la Cruz]; nunca le tuvo por un personaje interesante, no obstante su cercanía a la madre Teresa, que tanto le estimaba». [1526] B. J IMÉNEZ DUQUE, San Juan de la Cruz. Figura y mensaje, San Pablo, Madrid 2000, 60-61: «Juan es

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distinto, un cartujo carmelita que como tal fracasó». Es decir, una especie de fraile-monje de difícil inserción. También Otger Steggink subraya el carácter eremítico-contemplativo del itinerario personal de Juan de la Cruz: Fray Juan de la Cruz, carmelita contemplativo. Vida y magisterio, en AA.VV., Actas del Congreso Internacional Sanjuanista II. Historia, Junta de Castilla y León, Valladolid 1993, 251-269. [1527] B. J IMÉNEZ DUQUE, o.c., 64-65. [1528] «De muy buena gana dejaba el trato de gente granada y mayor, por tenerlo con los pequeñuelos»: declaración de fray Lucas de san José (1604), en S. DE SANTA T ERESA, Obras de san Juan de la Cruz IV, o.c., 358. «Era un hombre de un trato muy llano, sin ceremonia superflua ni artificioso melindre»; declaración de fr. Alonso [Ardilla] de la Madre de Dios (1603), en A. FORT ES , o.c., 321. [1529] Los Procesos de beatificación y canonización de san Juan de la Cruz, ordinarios y apostólicos (16141628) fueron editados en un primer volumen por Silverio de Santa Teresa, tomo 14 de la Biblioteca Mística Carmelitana (BMC). Se completaron con cuatro volúmenes más, editados por Antonio Fortes y F. J. Cuevas, Monte Carmelo, Burgos 1991-1994, tomos 22, 23, 24 y 25 de la BMC. [1530] Las declaraciones de testigos oculares tan importantes como fray Juan Evangelista pueden encontrarse en el Proceso de la ciudad de Jaén, 1616-1618, en Procesos de beatificación y canonización de san Juan de la Cruz III, Monte Carmelo, Burgos 1992, 37-51, y en otros lugares. [1531] Para autores como J. L. SÁNCHEZ LORA, El diseño de la santidad. La desfiguración de san Juan de la Cruz, Universidad de Huelva, Huelva 2004, 217, los procesos ofrecen informaciones dudosas y manipuladas: «Milagros, visiones, endemoniadas, hechizos, revelaciones, reliquias, apariciones, penitencias extremadas..., es lo que aporta el material informativo de los procesos». Una valoración más positiva se encuentra en G. BELT RÁN, Carmelitas descalzos como testigos oculares en los procesos de san Juan de la Cruz, Monte Carmelo 106 (Burgos 1998) 419-452. [1532] A. FORT ES , San Juan de la Cruz. Actas de gobierno y declaraciones primeras de los testigos, o.c. Aunque se ha convertido en tópico la tardía búsqueda de noticias biográficas con respecto a san Juan de la Cruz, hay que tener en cuenta que ya en 1597 y 1598 se comenzaron a realizar declaraciones en Úbeda y Granada. Es decir, existieron unas Declaraciones primeras, anteriores a los Procesos ordinarios y apostólicos (1614-1628), desarrolladas entre 1597 y 1614/1618, frescas y, mayoritariamente, inéditas; donde cada deponente describía a su manera cuanto recordaba. Declaran las monjas y frailes que le tuvieron por superior y director, algunos laicos, súbditos y discípulos de primera hora. Y, como señala el editor: «Para estos carmelitas de la segunda generación, Juan de la Cruz aún no era el prototipo del carmelita descalzo penitente y contemplativo que luego se impuso (15). Se han señalado tres fases en estas declaraciones. La primera entre 1592/1597 y 1600: testificaciones espontáneas. Segunda fase, de 1600 a 1610: la Orden del Carmen toma la iniciativa de recoger la memoria histórica de sus difuntos, y ya aparece algún cuestionario. Tercera fase, de 1613 a 1618: el general de la Orden convoca a las monjas y frailes para que renueven sus recuerdos sobre fr. Juan de la Cruz, a fin de iniciar los procesos canónicos. [1533] «No sé qué ventura es que nunca hay quien se acuerde de este santo», dirá la madre Teresa de Jesús en Carta a Jerónimo Gracián de 19 de agosto de 1578. Y ello en contraste con la propia Teresa, que siempre estuvo bastante acompañada, por sus amigos, por la pluralidad de sus confesores, e incluso por sus visiones místicas. [1534] Carta a la madre Catalina de Jesús, Baeza; 6 de julio de 1981: «Consuélese conmigo, que más desterrado estoy yo y solo por acá; que después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto nunca más merecí verla [a la madre Teresa], ni a los santos de por allá. Dios lo hizo bien, pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas». No queremos decir con esto que fray Juan no fuera querido y acogido en las comunidades de carmelitas masculinas y femeninas, que lo fue, sobre todo en estas últimas. Sino que gravita sobre él un designio de soledad existencial, una experiencia con relativa comunicación en fraternidades un tanto silvestres en ocasiones, y entre monjas de relativa formación, que, a veces, podían no entender demasiado. El caso de Ana de Jesús fue distinto, por la vibrante sintonía establecida. Un sugestivo trabajo el de A. A. SÁNCHEZ CABEZAS , En torno a la soledad de san Juan de la Cruz, San Juan de la Cruz 34, segunda etapa, año XX, (Sevilla 2004) 271-352. [1535] Esta peregrinación le sitúa en la desapropiación como ascética fundamental, más que en las ásperas penitencias corpóreas que pretendía la corriente rigorista; aunque fue, ciertamente, un fraile penitente y austero. Fray Juan de la Cruz pasaba por las cosas y las dejaba pasar. Es por ello que muchos de los testigos de los Procesos concuerdan en que era «muy desasido de todas las cosas temporales», como declara fray Agustín de San José (1598), En A. FORT ES , o.c., 290. El propio Juan de la Cruz: «Dice David: mil años son como el día de ayer que pasó (Salmo 89,4)», en Llama, 1, 32. Y la declaración de fray Juan Evangelista en 1603: «Decía muchas veces que después que un religioso se pone en nada, nada le falta; que se descuidasen de sí, que Dios acudiría de veras», en S. DE SANTA T ERESA, Obras de san Juan de la Cruz IV, o.c., 386. Y también el mismo fray Juan

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Evangelista en 1615: «Que lo más que enseñaba era el vivir en fe y desarrimo de todo lo criado», en S. DE SANTA T ERESA, o.c., 390. [1536] Con tres oasis: la etapa claustral y estudiosa de Salamanca (cuatro años); la estancia en Ávila como confesor de La Encarnación (cinco años); y la residencia en Granada (seis años), aunque esta con diversas ocupaciones, salpicada de viajes institucionales por Castilla y Andalucía, además de la redacción de sus obras mayores. [1537] «Las monjas, particularmente, dieron en comunicarle a él más que a otro ninguno [...], de aquí nacieron muchas envidias y murmuraban que trataba mucho con monjas»; declaración de fray Gregorio de san Ángel (1602), en A. FORT ES , o.c., 313. Y las monjas, a veces, no le entendían, como declara Magdalena del Espíritu Santo (1603): «Aunque algunas veces decía cosas tan altas que pocos las entendían», en A. FORT ES , o.c., 346. [1538] F. RUIZ SALVADOR , Introducción a san Juan de la Cruz, o.c., 44. Pero ni siquiera la Orden constituye el sustento radical de fray Juan de la Cruz; algo más hondo le sostiene, como afirmará en los Dichos de luz y amor, n. 33: «Múdese todo muy enhorabuena, Señor Dios, por que hagamos asiento en ti». [1539] «Aunque ocupó diversos cargos y oficios, parece que estos no le entusiasmaban. Diversos testigos concuerdan con la declaración de fray Juan Evangelista en 1598: “Le oyó decir este testigo muchas veces al dicho padre fray Juan de la Cruz que lo que más de ordinario pedía a Dios era que muriese sin oficio en la Orden...”, en A. FORT ES , o.c., 288. Juan de la Cruz no tuvo el protagonismo institucional de un Jerónimo Gracián o de un Nicolás Doria; y ni siquiera igualó el de su compañero en Duruelo, Antonio de Jesús, Heredia. En este sentido, nos dirá F. RUIZ SALVADOR en El carisma del Carmelo, vivido e interpretado por san Juan de la Cruz, en S. ROS (coord.), o.c., 582: «El gobierno cumple funciones insustituibles en la vida de cualquier carisma colectivo, y más aún en sus comienzos. El papel de fray Juan a este respecto es constante y limitado, influyente y subordinado, nunca de primerísimo plano. No ha ejercitado la autoridad máxima en el Carmelo reformado de Teresa. Asciende en categoría, pero siempre con un superior por encima: subprior, prior, provincial, definidor general». También D. DE PABLO MAROTO, Ser y misión del Carmelo teresiano, o.c., 102: «[San Juan de la Cruz] no ejerció un papel de liderazgo claro en la marcha de la Reforma teresiana». [1540] «Su gracia y preferencias, sus cualidades y límites, encauzan a fray Juan por el camino de la tarea formativa en la incipiente Reforma [...]. Maestro y formador de los carmelitas descalzos, director espiritual y formador de las carmelitas, es la clave de su ministerio y de su influjo», en F. RUIZ SALVADOR , El carisma del Carmelo, vivido e interpretado por san Juan de la Cruz, en S. ROS (coord.), o.c., 581 y 582. Por contraste, además de vivir su experiencia y escribir sus obras, Teresa de Jesús creó materialmente instituciones de oración. En esta arrojada labor de fundadora no puede compararse, ni de lejos, con Juan de la Cruz. Teresa fundó dieciséis conventos femeninos, teniendo en cuenta que Pastrana se cerró y que en Granada no estuvo presente. Por su parte, Juan de la Cruz fundó conventos masculinos en Duruelo/Mancera (1568), Baeza (1579), Córdoba (1586), Mancha Real en Jaén (1586), Caravaca en Murcia (1586); y refundó en Segovia (1588). También participó activamente en la fundación de los carmelos femeninos de Granada (1582), Málaga (1585) y Madrid (1586). Nótese que la mayor actividad fundacional masculina por parte de fray Juan de la Cruz se realiza a partir de la toma de posesión del nuevo provincial Nicolás Doria en 1585. [1541] Declara fray Jerónimo de la Cruz en 1614: «Era su gobierno regular y suave, sin demasiado cuidado de lo temporal, poniéndole mayor en lo espiritual, de manera que echaba bien de ver cuánto más lo estimaba. Cansaba poco al pueblo con demandas, librando mucho en la providencia divina y contentándose con que hubiese una medianía de lo necesario», en A. FORT ES , o.c., 449. Por su parte, la declaración de Alonso [Ardilla] de la Madre de Dios en 1615 es la siguiente: «Y lo que nos predicaba, enseñaba y exhortaba era esta pobreza y desnudez, no sólo de cosas temporales, sino también de las espirituales», en A. FORT ES , o.c., 523. [1542] Este arte mudéjar de sobrios exteriores y ricos interiores hubiera constituido una manifestación expresiva más adecuada para el Carmelo descalzo que el frío clasicismo escurialense en que cristalizó la arquitectura de muchos de sus conventos desde fines del XVI y a lo largo de todo el XVII. [1543] Las sucesivas declaraciones de los testigos de los Procesos fueron acentuando el «rigor» de su carácter, según las sugerencias de las propias preguntas de los interrogatorios. En su primer testimonio de 1598, fray Juan Evangelista señala su recogimiento y penitencia: «En todas las cosas de la observancia regular era muy puntual. Y así mismo conoció en el dicho padre fray Juan una particular virtud de recogimiento, soledad, oración y penitencia», en A. FORT ES , o.c., 287. Casi veinte años después, en las declaraciones de Jaén de 1616, el mismo fr. Juan Evangelista contestaba así a la octava pregunta del interrogatorio: «En el dicho primer convento de Duruelo comenzó el dicho padre fray Juan de la Cruz a dar principio a la observancia de la Regla primitiva de san Alberto, confirmada por el papa Inocencio IV, en toda perfección y aspereza de vida, silencio, recogimiento, oración y penitencia, siendo ejemplo a todos los que en él vivían. Del cual se derivó después la religión y virtud y rigores a los demás monasterios, así a los que el dicho fray Juan de la Cruz plantó por su persona, como a los que en su

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ejemplo plantaron sus hijos». Y, en la misma fecha, a la décima pregunta: «De Duruelo y Mancera, lugares de Castilla la Vieja, pasaron a fundar otros conventos de Castilla la Vieja y Andalucía; en la cual el dicho padre fray Juan de la Cruz fundó algunos donde plantó la misma virtud, viviéndose en ellos con mucha perfección y rigor de vida», en Procesos de beatificación y canonización III, o.c., 39. Ya aparece de manifiesto la insistencia en el «rigor», entreverándose con la actitud contemplativa. [1544] Declara fray Francisco del Espíritu Santo en 1614: «En diversas ocasiones y tiempos le hablé y traté, conocí que, aunque parecía encogido, era hombre de valor y pecho, pero no temeroso, porfiado ni arrimado a su propio parecer y juicio. Antes amigo de mirar bien las cosas, deliberando con madurez y consejo y dando a cada cosa su sazón y punto», en A. FORT ES , o.c., 415. [1545] «Díjole una vez a esta testigo que de tal manera comunicaba Dios su alma acerca del misterio de la Santísima Trinidad, que si no le acudiese Nuestro Señor con particular auxilio del cielo, sería imposible vivir, y así tenía muy acabado el natural»; declaración de la madre Ana de san Alberto (1603), en S. DE SANTA T ERESA, Obras de san Juan de la Cruz IV, o.c., 398. De su abismamiento en Dios testimonia fr. Bartolomé de san Basilio (1603), que fue testigo de vista de su enfermedad en Úbeda: «Se le oían aquestas palabras Haec requies mea in saeculum saeculi (Harás descansar estas cosas mías por los siglos de los siglos), y aquesto se le oía repetir muchas veces», en S. DE SANTA T ERESA, o.c., 394. [1546] Declaración de Juan de Santa Ana en 1614, sobre las estancias de Juan de la Cruz en el cortijo de Santa Ana, cerca de Baeza: «Salíase por aquellos campos cantando salmos, y especial a las noches, llevábame algunas veces consigo, y luego trataba de la hermosura del cielo y luz de tantas estrellas. Y me decía que, con ser tantas, diferían en especie unas de otras, como el caballo del león, y otras cosas de la armonía de los cielos y música que hacen grandísima con sus movimientos; y luego iba subiendo, hasta llegar al cielo de los bienaventurados», en A. FORT ES , o.c., 406. Poética evocación, que también recoge José Vicente Rodríguez en esta biografía. [1547] Para el traslado de su cuerpo de Úbeda a Segovia se le envolvió en flores y hojas de naranjo. Así lo declara fr. Lucas de san José en 1604: «Era tan grande la devoción de la gente, que no se puede encarecer; cada cual procuraba llevar algo, y el que alcanzaba algunas hojas de naranjo en que venía [a Segovia] el cuerpo envuelto, iba harto contento», en S. DE SANTA T ERESA, Obras de san Juan de la Cruz IV, o.c., 358. El santo cuerpo había sido desenterrado en Úbeda en el abril de azahar y naranjos de 1593.

613

Índice San Juan de la Cruz Siglas Otros libros Prólogo Presentación

2 5 8 10 14

Silueta de Juan de la Cruz Ni leyenda blanca, ni leyenda negra Tres biografías de la primera mitad del siglo XX El rayo luminoso válido Hagiografías y biografía Puntualizando Fuentes para la biografía de san Juan de la Cruz ¿Claves de lectura? Excursos Apunte sobre cronología y geografía sanjuanistas División del libro Razón del título Carácter de la obra Agradecimientos Y... a volar

Raíces y primeras secuencias

14 15 16 16 18 22 23 34 36 36 37 38 38 39 39

41

Genealogía y descendencia Gonzalo y Catalina. Noviazgo y casamiento La negra honra Excurso: ¿De estirpe judía? Otros parientes Su Fontiveros del alma Fecha de nacimiento y bautismo Cumpleaños y onomástico La sombra de la cruz Catalina, ama de leche «Años estériles» 614

41 42 43 43 45 45 46 48 49 49 50

La peregrinación del hambre a tierras toledanas Un nuevo documento Al agua En la villa de Arévalo Los sobrinos carnales de Juan de Yepes

En Medina del Campo. Doctrino, enfermero, estudiante ¡Ay telar de Fontiveros...! En Medina del Campo «La de Yepes» Juanito en los doctrinos Otra vez al agua A cuidar enfermos en el hospital de las bubas Al Colegio de los jesuitas[151] Reglas de los alumnos externos de la Compañía[156] Juan Bonifacio, el preceptor principal Criterios pedagógicos y prácticas Bautista Mantuano, estudiado en el Colegio de la Compañía Las ilusiones del profesor De las aulas a los conventos Vida ejemplar de Catalina, Francisco y Ana Izquierda Evaluación y resumen del primer periodo (1542-1563)[172]

Opción por el Carmelo

51 52 53 54 54

56 56 56 56 58 60 61 62 63 65 68 69 70 71 71 72

75

En Santa Ana de Medina Diego Rengifo El noviciado Profesión religiosa en el Carmelo ¿Estudió Artes-Filosofía en Medina?

75 77 78 80 82

Ciudadano y universitario en Salamanca En el Colegio de San Andrés «Morá en los arrabales» Camino de ida y vuelta Cursos universitarios Otras pistas culturales Atención a enfermos en el hospital de Santa María la Blanca Vida conventual 615

84 84 85 86 86 89 89 89

El padre general del Carmen en España Recorrido de visitas Fray Juan viaja a Ávila con sus compañeros La madre Teresa ante el padre general La patente del general Juan Bautista de Rossi (Rubeo) para los frailes Teresa, en busca de los futuros carmelitas

Encuentro de alto nivel en Medina del Campo Teresa y Juan al habla «Fraile y medio» Pasos sucesivos Viaje teresiano de inspección a Duruelo Otros flecos Teresa y Juan, juntos a Valladolid Segundo noviciado de fray Juan Fray Juan de Santo Matía a Duruelo Resumen y evaluación del segundo periodo (1564-1568)[270]

Duruelo y Mancera

91 91 92 93 94 95

96 96 97 98 98 100 100 101 102 103

105

A preparar la casita en Duruelo En hábito de descalzo Hacia la inauguración deseada Comienzo oficial: 28 de noviembre de 1568 Repasando la patente del padre general[284] Excurso: fragmento de la patente olvidado Constituciones de Rubeo Visita de la madre Teresa ¿Pacto de silencio? Otras visitas Escribe el padre general ¿Hicieron profesión en la descalcez Antonio y Juan? A Mancera de Abajo Primeras profesiones Visitas a Medina Ejemplo público de humildad ¿Qué se hizo de Duruelo?

105 105 107 108 108 110 110 115 117 118 119 119 120 121 123 123 123

Pastrana. Juan de la Cruz, maestro de novicios

126

616

Presencia carmelitana Dos candidatos más a la Orden Segundo convento de descalzos Juan de la Cruz, maestro de novicios: ¿en qué fechas? Nuevo documento del padre Rubeo Labor de Juan de la Cruz en Pastrana Nuevo maestro Excurso: Costumbres santas

Nuevos lances y encomiendas en Alcalá y Pastrana

126 126 127 127 129 129 130 131

133

Visita memorable a Mancera En Alba de Tormes A Alcalá de Henares. Rector del Colegio Otra vez moderador en Pastrana ¿Qué tipo era el maestro? Tercia la madre Teresa. Carta del padre Báñez Reflexión pedagógica

133 133 134 135 136 138 139

En Ávila de los Caballeros (1572-1577)

143

Desembarco en Ávila Confesor y mentor espiritual en La Encarnación Secuencia de algunos acontecimientos Acción benéfico-espiritual en el monasterio Más noticias especiales Revelando secretos personales «El Cristo de san Juan de la Cruz»[414] Teresa y Juan de la Cruz A fundar a Segovia

A brazo partido con el diablo en Ávila María de Olivares Guillamas, monja posesa El exorcista Juan de la Cruz y su ingrata y larga labor Memorial a la Inquisición ¿Será posesa una descalza de Medina? Ecos del caso de la posesa de Ávila Otros casos en Ávila

Gozos y sufrimientos entremezclados El desafío[438]

143 144 145 147 149 149 149 151 151

154 154 154 158 159 159 159

161 161

617

Vivo sin vivir en mí[439] Búscate en mí. Vejamen[440] Maestro en el barrio «Desobedientes, rebeldes y... contumaces» Gran pulso de la madre Teresa Gracián toca a rebato Intermedio: achaques de cronología La «elección machucada» Secuelas perniciosas. Recursos varios ¿Qué pensar de todo aquello?

Juan de la Cruz, encarcelado

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Malos aires para fray Juan Juan de la Cruz, apresado La madre Teresa entra en acción Pero preso, ¿dónde? En la cárcel conventual de Toledo Segunda cárcel estrecha y oscura Vida del encarcelado Teresa sigue matándose por fray Juan Cambio de carcelero Nace la poesía más pura en una cárcel Arrecia la lucha contra los descalzos Teresa se entera, ya tarde, de dónde está preso fray Juan ¿En qué pensáis ahora? Noches oscuras y claridades

La fuga de la cárcel

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Preparando la fuga La «inocencia» del carcelero «Salí sin ser notado» Como ánima en pena por las calles de la ciudad «Fray Juan de la Cruz soy» Peras con canela En busca del fugado Revoloteo de versos en la iglesia Protegido en el hospital de Santa Cruz 618

190 191 191 193 193 194 195 196 196

Un propio a la madre Teresa Noticia en la corte Y... ¿el carcelero? Excurso ¿Un viaje a Medina del Campo? La «capítula» de Almodóvar

197 198 198 198 200 200

Camino de Andalucía

204

Destino: el convento del Calvario Estaciona en Beas de Segura Coplillas como saetas Mi «muy hija la madre Teresa» En el convento del Calvario ¿Cómo vivían aquellos solitarios? Magisterio espiritual de Juan de la Cruz Un retraído en el convento Nuevos detalles y matices Atención espiritual a las descalzas de Beas Flor de diálogos Copia que te copia y, ¿qué más? La copista embelesada y un caso espeluznante Visita fraterna Hortelano, albañil, sacristán Correspondencia epistolar Con posesas y mujerzuelas

En Baeza, todo para todos

204 204 205 205 206 207 209 209 210 212 213 215 216 217 217 217 217

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Fundador en Baeza ¿Duendes en casa? Y penurias y otros datos Movimiento vocacional Alonso Palomino[630] Jerónimo de la Cruz[632] Juan de San Pablo Sebastián de San Hilarión y otros[634] Lances pedagógicos Doctor en Teología por Baeza Excurso: Universidad de Baeza 619

219 221 222 223 223 226 227 228 229 230

Su calendario litúrgico Acción apostólica de fray Juan en Baeza Oráculo de los doctos Amistad con el artista Juan Vera Juan de la Cruz y el médico Huarte de San Juan ¿Engañado por la ilusa Juana de Calancha (Ana de la Trinidad)? Delatado a la Inquisición Maestro espiritual Martín de la Asunción, testigo de excepción[664] Apostolado en Beas y en el Calvario «Cortijo de Santa Ana» Con los enfermos de su comunidad Muere en Medina Catalina Álvarez en 1580 La «venganza» de un santo

La independencia de los descalzos

230 231 232 232 232 233 235 236 238 240 241 243 245 246

247

Proclama teresiana Ejecución del breve pontificio Celebración del Capítulo de Alcalá: 1581 Calendario del Capítulo Vuelta a Baeza Primer viaje a Caravaca. Delegación del provincial

«Desterrado y solo por acá»

247 247 248 249 253 253

255

Una carta doliente Fundación de las descalzas de Granada Última entrevista entre Juan y Teresa. La despedida De Beas a Granada. Contratiempos

255 256 257 259

En los Mártires de Granada (1582-1588)

261

Desplegando el mapa Primer priorato en Granada Los descalzos en Granada. Peripecias Obras en marcha La construcción espiritual. Galería de testigos Jerónimo de la Cruz Baltasar de Jesús (Ramírez Cazorla)[764] Jorge de San José[766]

261 261 262 265 267 267 269 269

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Martín de San José Diego de la Concepción[767] Alonso de la Madre de Dios[768] Agustín de San José[771] Luis de San Ángel[772] Agustín de la Concepción[776] Juan Evangelista[777] Otra serie de perlas Picaresca vocacional Un enfermo melindroso La muerte de fray Alberto de la Virgen Noticia luctuosa

270 271 272 274 274 278 279 280 282 283 283 284

1583: Capítulo en Almodóvar del Campo

285

Aventuras frailunas en el camino El Capítulo Las misiones ¿Fundamos fuera de España? Determinaciones litúrgicas y espirituales Corrección de las culpas

285 285 286 287 287 287

Guía de almas en Granada y fuera

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Nueva galería de testigos Ana de Jesús (Lobera) Beatriz de San Miguel Agustina de San José María de la Cruz (Machuca)[805] Isabel de la Encarnación[809] María de la Madre de Dios Maestro espiritual de personas de la calle y de dos beaterios En situaciones penosas Continúa su ministerio en Beas Fundador de las descalzas en Málaga

Capítulo Provincial en Lisboa-Pastrana, 1585 A Lisboa Trabajos del Capítulo La monja de las llagas

290 290 291 291 292 295 297 298 300 302 303

305 305 305 308

621

Continuación del Capítulo en Pastrana Discurso clamoroso del nuevo provincial Nicolás Doria Juan de la Cruz, vicario provincial de Andalucía

Juan de la Cruz, viajero

309 310 311

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Normas para viajes y viajeros Viajero apostólico Sembrando la paz y estimulando al arrepentimiento Auxilios espirituales Otras peripecias Con poco o nada para el camino ¿Y el rezo litúrgico y la oración personal? Huellas camineras en sus libros

Vicario provincial de Andalucía

313 314 315 316 316 317 317 318

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Poderes del vicario En esta su nueva tarea A tope Fundación de frailes en Córdoba Traslación de las descalzas de Sevilla Sin «muchas andulencias» Junta de vicarios con el provincial Mediador de paz en Almodóvar Fundación en La Manchuela Intermedio En la elección del rector de Baeza Visita a Los Remedios de Sevilla Más y más tajo En Sabiote y la Fuensanta Corriendo a Madrid Vuelta a Andalucía En Guadalcázar Enferma y escribe la historia de dos imágenes famosas Carteo con las descalzas de Beas Ordenanzas de la cofradía del Nazareno en Baeza

Capítulo Provincial de 1587 en Valladolid Pergeñando el Capítulo

320 321 321 322 325 325 327 328 329 330 332 332 333 334 335 336 336 337 339 339

341 341

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«Diferencias sobre cosas del gobierno» Otros temas Regreso a Granada

342 344 345

Capítulo Provincial de 1588

347

Nuevo breve pontificio Arbitrariedad inconfesable. «Sin voz ni voto» Comienza el Capítulo: 19 de junio. Gran alboroto Nombramiento de definidores y del vicario general Nombramiento de consiliarios y división de la provincia A postrarse tocan Doria elige a Gracián como su compañero Excurso obligado Comunicación con el general de la Orden

Fray Juan de la Cruz en Segovia

347 347 349 350 351 352 352 353 354

355

Fundación de los descalzos en Segovia (1586) Llega fray Juan a Segovia Generosidad de doña Ana de Peñalosa Hoja de ruta segoviana Constructor-edificador del nuevo convento Documentos oficiales. Compra y mediciones Toma de posesión de los terrenos Obreros de primera clase ¿A qué punto está la obra?

El poder de la palabra. Percances conventuales Carismático de la palabra A los religiosos de su convento Percances especiales ¿Cómo vivía Juan de la Cruz? A las carmelitas descalzas

355 356 357 358 359 361 363 363 365

367 367 367 369 370 372

Con los eclesiásticos de la ciudad y de la diócesis Canónigos y curas Testigos en los procesos Más sacerdotes de la diócesis de Segovia

Apostolado entre los seglares

377 377 377 379

382 623

Dos jóvenes asiduos Con un grupo juvenil Doña Ana de Peñalosa y familia Otras familias Un caso ruidoso Otra vez contra el maligno

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Apostolado de la pluma. Cartas segovianas Apostolado epistolar A tres padres de la Orden A doña Juana de Pedraza A una aspirante al Carmelo A una desconocida Remedios para una escrupulosa Quinteto a las fundadoras de Córdoba De entre las cartas perdidas «Censura y parecer»[1064]

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En el gobierno de la Consulta. Luces y sombras Le van entrando dudas Juan de la Cruz, presidente interino de la Consulta Serie de intervenciones Otros acontecimientos Juan de la Cruz despierta y acomete Presidiendo Nicolás Doria Recapitulación

Capítulo General de 1590. La bomba del breve Salvatoris et Domini Se pregunta por Gracián Otra revolución en la descalcez. Tareas capitulares Viaje de Juan de la Cruz a Cuerva Diálogo con el Señor de la Cruz a cuestas Costumbres santas de los frailes A vueltas con el breve Guerras intestinas Monasterios contrarios a la obtención del breve Los que aceptan el breve 624

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Situación de Juan de la Cruz ¿Quién ejecutará el breve? Un contrabreve

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Capítulo General de 1591. Declina su estrella

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«Nada, nada, nada» Trabajos capitulares. Leyes, monjas Caso de Gracián Dos breves a nombre de Juan de la Cruz «Se ofrece a ir a México» Unos días en Madrid ¿Se mueven los encargados de la causa de Gracián? ¿Se quedará fray Juan en Segovia? Salida de Segovia

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En la soledad de La Peñuela

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Camino de Andalucía De Madrid a Toledo y seguido En La Peñuela ¿Cómo pasaba sus jornadas? Una tormenta y un incendio La visita de un homónimo Noticias desagradables Le dan «unas calenturillas». Plan de viaje

Materiales para una semblanza de san Juan de la Cruz. Bosquejo de Juan de la Cruz Excurso. Retratos de Juan de la Cruz. ¿Cuál será el auténtico?[1280] Averiguaciones científicas acerca del físico de Juan de la Cruz «Constantes de comportamiento» Habla santa Teresa Don de profecía y discernimiento de espíritus Sencillez, humildad y llaneza No se quejaba ni murmuraba ni se mofaba de nadie Confianza en la providencia Desvivirse por los enfermos Su vida de oración y presencia de Dios Su ejercicio de las virtudes teologales 625

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Magisterio oral-entrega apostólica Su modo de gobierno ecuánime y evangélico Declaración brevecita ¿Autorretrato? Más constantes vitales Concluyendo

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El magisterio oral de san Juan de la Cruz

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Carismático de la palabra hablada Discipulado Métodos pedagógicos Capítulos de su magisterio de viva voz Todo y siempre para todos Conclusión

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Magisterio escrito de san Juan de la Cruz Reseña elemental de sus escritos Escritos perdidos Escritos atribuidos a Juan de la Cruz Interrelación entre magisterio oral y escrito

Úbeda. Última enfermedad. La persecución más infame. A curarse a Úbeda Se agrava el enfermo Comportamiento extraño del prior Cambio paulatino del prior por arte del enfermo ¿Impaciencias del enfermo? La persecución más infame contra Juan de la Cruz ¿Cómo lo lleva el perseguido? Interrogantes históricos Información tardía contra el perseguidor y castigos ridículos Nombrado provincial de Andalucía. Muerte inesperada Noticia extraña Diagnóstico de la última enfermedad. Marañón, doctor Palma Examen científico de los restos de fray Juan Fama del enfermo en Úbeda y varias secuencias ¿Qué día es? Viernes, día 13, fiesta de Santa Lucía. ¿Qué hora es? 626

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La muerte del justo Mirada retrospectiva de estos meses de enfermedad

Vuelta a Segovia. Glorificación eclesial Con nocturnidad Secuencias del viaje. Voces extrañas Se detienen en Madrid Llegada a Segovia en olor de multitudes Reacción de Úbeda Glorificación eclesial[1478]

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Cronología sanjuanista 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

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Familia, infancia y adolescencia: 1542-1562 Religioso carmelita: 1563-1568 Iniciador del Carmelo teresiano: 1568-1578 Decenio en Andalucía: 1578-1588 Regreso a Castilla: 1588-1591 A morir en Andalucía (1591) Glorificación

Apéndices

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Apéndice I Apéndice II Apéndice III Apéndice IV Apéndice V Apéndice VI

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San Juan de la Cruz, una personalidad compleja y libre Consideraciones previas Sugerencias para historiadores Una personalidad compleja

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