Saffron A Kent - The Unrequited
November 9, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Créditos Moderadora Cecilia
Traductoras Alixci Brisamar58 Cjuli2516zc JandraNda Kath Lvic15
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Maria_clio88 Mimi Mona Nayelii Nelly Vanessa Olivera
Correctoras
Revisión
Caronin84
Kath
Karens Pochita
Diseño Cecilia
Índice Parte I
Parte II
Parte III
Uno
Nueve
Catorce
Dos
Diez
Quince
Tres
Once
Dieciséis
Cuatro
Doce
Diecisiete
Cinco
Trece
Dieciocho
Seis
Diecinueve
Siete
Veinte
Ocho
Veintiuno Veintidós
4
Veintitrés Veinticuatro
Parte IV
Parte V
Veinticinco
Treinta
Veintiséis
Treinta y uno
Veintisiete Veintiocho Veintinueve
Sinopsis
L
ayla Robinson no está loca. Está sufriendo por un amor no correspondido. Pero es hora de seguir adelante. No más acoso, no más llamadas obsesivas.
Lo que necesita es una distracción. El chico de ojos azules que parece seguir viendo alrededor del campus podría ser una genial; solo que él es el nuevo profesor de poseía, el profesor casado de poesía. Thomas Abrams es el artista estereotipo, rudo arrogante y melancólico, pero sus miradas furiosas y provocaciones no asustan a Layla. Ella puede ser mala en poseía, pero es buena leyendo entre líneas. Bajo esa fachada irritante, Thomas está solo, y Layla quiere saber por qué. Obsesivamente.
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A veces consigues lo que quieres. A veces terminas en el cuarto de almacenamiento de un bar con tu profesor y lo besas. A veces él te corresponde el beso como si el mundo estuviera acabándose y nunca pudiera besarte de nuevo. Te besa hasta que te olvidas de los años de amor no correspondido; te olvidas de todas las reglas, y te atreves a tomar algo que no es tuyo. ADVERTENCIA: Por favor tenga en cuenta que este libro habla sobre temas sensibles como la infidelidad. Solo para mayores de 18.
Parte I La Estrella
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Uno
M
i corazón no es un órgano.
Es más que eso. Mi corazón es un animal… un camaleón, para ser específicos. Cambia de piel y color, no para mezclarse, sino para ser difícil, irrazonable. Mi corazón tiene muchos rostros. Un corazón inquieto. Un corazón desesperado. Un corazón egoísta. Un corazón solitario. Hoy mi corazón está ansioso, o al menos va a estar ansioso por los próximos cincuenta y siete minutos. Después de eso, ¿quién sabe? Estoy sentada en la prístina oficina de la consejera de la escuela, Kara Montgomery, y mi corazón va a enloquecer. Está revoloteando, saltando de arriba abajo en mi pecho, golpeando contra mis costillas. No quiere estar aquí, porque se ofende de estar viendo a la consejera estudiantil, lo cual es realmente solo un eufemismo para terapeuta.
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No necesitamos un terapeuta. Estamos bien. ¿No es eso lo que la gente loca dice? —Layla —dice la Sra. Montgomery, consejera-con-un-grado-enpsicología/terapeuta—. ¿Cómo estuvieron tus vacaciones? Aparto la mirada de la ventana por la que he estado mirando, renunciando al escenario del exterior nevado para concentrarme en la sonriente mujer detrás del escritorio. —Estuvieron bien. —Bueno, ¿qué hiciste? —Está girando una pluma entre sus dedos, y entonces se desliza de su mano y cae al suelo. Se ríe de sí misma y se inclina para recogerla. Kara no es una típica consejera estudiantil/terapeuta. Para empezar, ella es torpe y siempre parece frenética. No hay nada calmado sobre ella. Su cabello nunca está en su lugar; los mechones están volando por todos lados y siempre está pasando sus dedos por estos para hacerlos comportarse. Sus blusas siempre están arrugadas, lo cual ella esconde debajo de sus chaquetas de pana. Habla rápido, y a veces las cosas que dice no son muy de terapeuta. —¿Entonces? —anima, dándome su completa atención. Quiero decirle que sus lentes están inclinados hacia un lado, pero no lo hago; es menos intimidante de esta forma. Mi corazón no necesita más amenazas que las que su diploma representa.
—Mmmm, di paseos más que nada. —Me muevo en la silla acojinada, metiendo un mechón de mi cabello suelto detrás de mí oreja—. Miré Netflix. Fui al gimnasio. Mentiras. Todas mentiras. Me atiborré con los dulces de Navidad que mi mamá envió, o mejor dicho su asistente envió, porque mi mamá no quería que fuera a casa para las vacaciones. Me senté en el sofá todo el día y miré porno mientras chupaba Twizzlers1 y escuchaba a Lana del Rey en el fondo. Soy adicta a esa mujer. En serio, ella es una diosa. Cada palabra que sale de su boca es oro. Sin embargo, no soy adicta al porno o Twizzlers. Esos son solo para cuando me siento sola… lo cual es la mayoría del tiempo, pero eso es otro punto. —Eso es genial. Me alegra. —Asiente—. ¿Entonces no te sentiste sola sin tus amigos? ¿Estuvo todo bien? Ahora, eso es lo que no entiendo: ¿por qué me está sonriendo? ¿Por qué sus ojos están curiosos? ¿Está tratando de cavar profundo? ¿Está tratando de pescar respuestas?
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Sus preguntas podrían ser una cubierta para otras preguntas pesadas como: ¿Estuviste bien, Layla? ¿Estuviste realmente bien? ¿Hiciste algo loco, como llamarlo en el medio de la noche? Porque has hecho esto antes cuando estabas sola. Así que, ¿lo llamaste, Layla? ¿Lo hiciste? La respuesta para todo esto es un gran y gordo no. No lo llamé. No lo he llamado en meses. Meses. Todo lo que he hecho es mirar su foto en mi teléfono, la foto de la que nadie sabe, porque si mi mamá supiera que todavía estoy añorándolo, me enviaría a un terapeuta real, uno real que preguntaría todo tipo de preguntas en lugar de disfrazarlas con eufemismos. Así que no, no lo llamé. Solo he mirado a esa estúpida foto como una patética persona enferma de amor. Listo, ¿feliz ahora? Me muevo en mi silla y abro la boca para decirle exactamente eso, cuando me doy cuenta que ni siquiera ha hecho la pregunta. Solo estoy pensando que lo hizo. Está todo en mi cabeza. Le digo a mi ansioso corazón que se calme. Relájate, ¿quieres? Estamos todavía a salvo. Exhalo un largo suspiro y respondo. —Sí, estuvo bien. Me mantuve ocupada. —Eso es genial. Es bueno escucharlo. No me gusta cuando los estudiantes tienen que quedarse en vacaciones. Solo me preocupo por ellos. —Se ríe y sus lentes se inclinan incluso más. Esta vez los endereza y
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Caramelos con sabor a fruta.
dobla las manos sobre el escritorio—. ¿Así que has pensado un poco en las electivas que tomarás este semestre? —Seguro. Por supuesto que no. No estoy hecha para la educación. La única razón por la que acordé ir a la universidad fue porque las opciones eran entre la escuela en Connecticut y el centro de rehabilitación para jóvenes en Nueva Jersey, y no pienso poner un pie en el jodido Nueva Jersey o en un centro de rehabilitación. —¿Y bien? —Kara levanta sus cejas rubias preguntando. Me lamo los labios tratando de pensar en algo. —Pienso que voy a quedarme con los cursos regulares. La universidad es difícil como es. No quiero apilar nuevas cosas. Kara sonríe, siempre está sonriendo, y se inclina hacia adelante. —Mira, Layla, me caes bien. De hecho, creo que eres genial. Tienes gran potencial, y para ser honesta, no creo que necesites estas sesiones disfrazadas de terapia conmigo. Me siento erguida en mi asiento.
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—¿En serio? ¿Ya no tengo que venir más? —No, todavía tienes que venir. Me gustaría conservar mi empleo. —No le diré a nadie. Podría ser nuestro secreto —insisto. No me gusta mantener secretos, pero este lo llevaré a la tumba. —Es tentador, pero no. ¿Galleta? —Se ríe, ofreciendo las galletas de chispas de chocolate puestas en su escritorio, poniéndose toda amistosa conmigo otra vez. Cambia su actitud y a veces quiero preguntarle, ¿estás aquí para analizarme o no? No es que haya algo que analizar. Soy una chica simple, en realidad. Odio los inviernos, Connecticut, y la universidad. Amo el color púrpura, Lana del Rey y a él. Eso es todo. Me estiro para tomar una galleta, pero entonces cambio de opinión y tomo tres. Nunca digo no al azúcar. Kara me mira con cuidado y estoy a punto de espetarle algo cuando habla. —Entonces, como estaba diciendo, creo que tienes gran potencial, pero necesitas establecer metas y necesitas trabajar en controlar tus impulsos. —Me da una mirada fija mientras tomo un mordisco de mi galleta—. No tienes ninguno, o al menos, lo que tienes es muy poco. —Mmm. —Me reclino en la silla—. Bueno, ya sé eso. Kara enlaza sus dedos juntos en el escritorio.
—Genial. Así que ya conquistamos el primer paso: aceptación. Ahora necesitamos trabajar en el siguiente paso. —¿Y ese es? —Cómo controlarlo. Levanto mi dedo. —Ya me adelanté con eso. Lo tengo totalmente bajo control. —Kara levanta una escéptica ceja y continúo—: He estado yendo a todas mis clases, incluso quiero caminar alrededor sin rumbo todo el día, y he conseguido “C” en las notas incluso aunque odio la universidad. Sin mencionar, que mataría por una calada o una gota de Grey Goose, pero no he tocado nada de eso. Ni siquiera voy a las fiestas, porque todos saben que las fiestas son solo criaderos de marihuana, alcohol y sexo. Le disparo una sonrisa arrogante y termino mi galleta. No puede ganarme después de eso. He sido buena. Me he partido el trasero para ser buena.
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—Eso es admirable. Aprecio tu fuerza de voluntad, pero eso también es el mínimo. No deberías estar bebiendo ni en fiestas de ninguna forma. —Levanta sus lentes—. La universidad es tu tiempo para aprender, para descubrirte a ti misma, para ver qué tipo de cosas te gustan, y para eso, tenemos electivas. Así que te pregunto otra vez, ¿alguna idea? Suspirando, miro lejos. Estoy de vuelta mirando por la ventana. Los suelos son blancos y los árboles están desnudos. Está todo desolado y triste, como si estuviéramos viviendo en un mundo post apocalíptico donde las cosas como las electivas, son obligatorias. —¿Cuáles son mis opciones? —pregunto. Kara me sonríe, apartando un rizo descarriado que está metiéndose en sus ojos. —Bueno, tenemos un genial programa de escritura. Tal vez deberías probar algo de las clases de escritura. —¿Te refieres, como, a escribir, escribir? —A su asentimiento, niego—. Ni siquiera me gusta leer. —Probablemente deberías leer un libro alguna vez. Quién sabe, podría terminar gustándote. —Sí, no. No lo creo. —Suspiro—. ¿No tienes algo más? No creo que esté hecha para escribir. —De hecho, creo que serías genial para eso. —¿En serio? —bufo—. ¿Qué piensas que debería escribir? Esta vez su sonrisa es tanto dulce como triste.
—Escribe sobre Nueva York. Sé que lo extrañas. O tal vez algo sobre el invierno. —Odio el invierno. —Envuelvo mis brazos alrededor de mi cuerpo y encojo los hombros para acurrucarme en mi abrigo púrpura de piel. Otra cosa que me gusta: la piel. Es suave y abrigadora, y es la única cosa que puede de algún modo mantenerme caliente. —Entonces, ¿por qué sigues mirando a la nieve? —Me encojo de hombros y ella inclina su cabeza en aceptación a mi no respuesta—. ¿Qué tal si intentas escribir algo sobre lo que sentiste cuando Caleb se fue? ¿Sobre la forma en que actuaste? Caleb. Me sobresalté ante la mención de su nombre. No es una sacudida externa, más como un temblor por dentro, como cuando escuchas un repentino ruido fuerte en un apartamento silencioso y sabes que no es nada, pero tu cuerpo se tensa sin embargo.
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No creo que haya escuchado su nombre dicho en voz alta desde que me mudé aquí hace seis meses. Suena tan exótico en la voz de Kara. En mi lengua, su nombre suena fuerte, estridente, mal de alguna manera. No debería estar diciéndolo, pero oye, no tengo control de mis impulsos, así que lo digo de todos modos. La odio por traerlo a colación. Odio que vaya allí en una forma indirecta. —No actué. Sólo… me emborraché… de vez en cuando. —Aclaro mi garganta, empujando la rabia lejos cuando todo lo que quiero hacer es salir huyendo de aquí. —Lo sé, y entonces de vez en cuando, fuiste a robar, irrumpiste en las fiestas de tu madre y te pusiste detrás de un volante. ¿Los terapeutas deberías ser así de críticos? No lo creo. ¿Y por qué estamos hablando de estas cosas así de repente? La mayoría de las veces, nos apegamos a temas neutrales como la escuela y mis profesores, y cuando las cosas se vuelven un poco personal, evado y bromeo. Una vez cuando ella intentó hablar sobre los días previos a la partida de Caleb, levanté mi blusa hasta la mitad de mi torso y le mostré mi recién adquirido aro en el ombligo, y tal vez incluso la línea de mis pechos sin sostén. —No maté a nadie, ¿cierto? —digo, refiriéndome a su comentario anterior sobre beber y conducir—. Además, ellos me quitaron mi licencia, así que las personas de Connecticut están a salvo del terror que soy. ¿Por qué estamos hablando de esto?
—Porque creo que puedes canalizar todas tus emociones en algo bueno, algo constructivo. Tal vez terminará gustándote. Tal vez terminará gustándote la universidad. —Entonces baja su voz—. Layla, sé que odias la universidad. Odias verme cada semana. Odias estar aquí, pero creo que deberías darle una oportunidad. Hacer algo nuevo. Hacer nuevos amigos. Quiero decir que tengo amigos, los tengo, ellos simplemente no son visibles para el ojo desnudo, pero no lo hago porque, ¿cuál es el punto en mentir cuando ella lo sabe de todos modos? —Bien. Kara mira el reloj en la pared a su derecha. —Dime que lo pensarás, de verdad pensarlo. El semestre empieza en un par de días así que tienes una semana para pensar sobre los cursos, ¿está bien? Me levanto de mi asiento y reúno mis cosas para el invierno. —Está bien. —Bien. Me toma un par de minutos alistarme para salir a la nieve. Me pongo mis guantes blancos y tiro del gorro blanco sobre mis orejas.
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El invierno es una perra cruel. Tienes que arroparte o te quemará el viento punzante, y no importa lo mucho que me abrigue, nunca estoy lo suficientemente caliente, ni siquiera en el interior de los edificios con calefacción. Así que, lo tengo todo: sombrero, bufanda, guantes, mallas térmicas, calentadores de piernas, botas de piel. Estoy en la puerta, girando el pestillo, pero algo me detiene. —¿Crees… que él está bien ahí? Quiero decir, ¿crees que me extraña? —No sé porque pregunté. Simplemente salió. —Sí. Creo que él te extraña. Ustedes crecieron juntos, ¿cierto? Estoy segura que extraña a su mejor amiga. ¿Entonces por qué no llama? —Boston es frío —espeto estúpidamente, mi garganta sintiéndose raspada. Un estremecimiento corre por mi cuerpo ante el pensamiento de toda esa nieve ahí. —Pero estoy segura que está bien —me asegura, con una sonrisa. —Sí —susurro. Estoy segura que Harvard está cuidando bien de sus genios. —Sabes, Layla, enamorarse no es malo, erróneo o incluso difícil. En realidad, es algo simple, incluso si no es reciproco. Es dejar de sentir amor lo que es difícil, pero no importa cuánto te convenzas de lo contrario, la reciprocidad es importante. Es lo que mantiene al amor. Sin eso, el amor
muere, y entonces tú decides. ¿Lo entierras, o cargas el cadáver a todas partes? Es una decisión difícil de tomar, pero tienes que hacerlo. Sé lo que está diciendo: sigue adelante, olvídalo, no pienses en él, pero ¿cómo puedes olvidar un amor de trece años? ¿Cómo puedes olvidar las noches sin fin de desear, necesitar, soñar? Te amo. Eso es todo lo que alguna vez quise escuchar. ¿Cómo puedo dejar ir eso? Con un fuerte asentimiento, salgo de su oficina. Afuera del edificio, el aire es frío y seco. Duele respirar. Mi corazón está todavía golpeando con ansiedad residual cuando saco mi teléfono y miro a la última foto que tengo de él. Está sonriendo en ella. Sus verdes, verdes ojos están brillando y sus llenos labios besables están estirados ampliamente. Es jodidamente hermoso. No creo que alguna vez pueda borrarla. No en esta vida. Guardo mi teléfono cuando veo a una pareja. Están dirigiéndose hacia mí por el camino de adoquines, y están abrazándose. La chica está fría, sus mejillas rojas, y el chico está frotando sus manos sobre las suyas, tratando de calentarla. Están sonriendo de forma tonta, recordándome a una sonrisa de hace mucho tiempo.
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Caleb como el portador del anillo y a mí como la chica de las flores. Caleb deteniéndose en su confiado pero infantil caminar y tomando mi mano pequeña en la suya, yo levantando la mirada a él con un ceño. Oh, como lo odié en ese momento. Caleb destellándome su adorable sonrisa y yo regresándola a pesar del ceño fruncido, a pesar de los extraños alrededores, a pesar del hecho que mi mamá estaba casándose con su papá. Odié conseguir un nuevo hermano. Odié mudarnos al otro lado de la ciudad a una casa nueva sin jardín en la azotea. En la bifurcación, la pareja toma un giro a la derecha y yo se supone voy a la izquierda, pero no quiero ir a la izquierda. Quiero ir a donde sea que ellos están yendo. Quiero disfrutar de su felicidad por un rato. Quiero ver la reciprocidad. ¿Así es como el amor correspondido luce? Quiero verlo. Tomo el giro a la derecha y sigo a la pareja.
Está frío, tan jodidamente frío. También oscuro, súper oscuro, y las lámparas victorianas flanqueando la calle no hacen una mierda para iluminar mi camino. Pero nada de eso me impide tomar un ritmo apresurado. Estoy caminando por la Calle Albert, dirigiéndome hacia la Avenida Brighton donde está la entrada al parque de la universidad. Dormir es difícil,
especialmente después que Kara mencionó escribir sobre mi amor no correspondido. Una vez, Caleb Whitmore de seis años le sonrió a Layla Robinson de cinco años. Ella no lo sabía entonces, pero ese fue el día en que se enamoró de él. Al paso de los años, ella trató de conseguir su atención sin éxito. Entonces una noche, en su desesperado, desesperado intento por detener a Caleb de ir a Harvard, ella más o menos, de algún modo… lo violó un poco. Ella no está completamente segura. Caleb se fue a la universidad un mes antes de lo que se suponía y Layla se quedó haciendo berrinche. Fin. Dos años después aquí estoy, recorriendo las calles, sintiéndome avergonzada de mi amor, avergonzada de haberme enamorado de mi hermanastro y después haberlo alejado. Para que conste, Caleb Whitmore ni siquiera es mi hermanastro ya. Mi mamá se divorció de su papá hace unos años, pero creo que algunos estigmas nunca se van, como por ejemplo, no duermes con el ex novio de tu mejor amiga, y no sales con el hermano de tu amigo. Caleb siempre será mi hermanastro porque crecimos juntos.
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Ni siquiera tengo recuerdos del tiempo antes de él. No puedo recordar la casa en la que viví antes de vivir con él, excepto que tenía un jardín en la azotea. No puedo recordar los amigos que tuve antes que él viniera. No puedo ni siquiera recordar a mi propio papá antes que su papá apareciera en la foto. Todo lo que recuerdo es que un día cuando tenía cinco, mamá dijo que nos íbamos, y que iba a tener un hermano. Entonces los días oscuros siguieron donde lloraba porque odiaba la idea de un hermano. Y después un estallido de luz solar: un delgado chico de seis años sosteniendo los anillos en un cojín de terciopelo, de pie junto a mí. Recuerdo pensar que yo era más alta que él en mi vestido con volantes que picaba, y flores en mi mano. Recuerdo pensar que me gustaba su cabello rubio y ojos verdes tan opuestos a mi cabello negro y raros ojos violetas. Juntos, miramos a nuestros padres casarse, y juntos, hicimos una mueca cuando se besaron en los labios. Fue hermoso, con lirios blancos y el olor de pastel por todas partes. Ahora, hago mi camino hacia la soledad. Entro al parque resbalando y tropezando en los transparentes parches de hielo. El viento frío rodea mi cuerpo haciéndome estremecer, pero sigo avanzando, mis pies embotados caminando por la nieve. Busco por un lugar en particular que me gusta frecuentar durante las noches cuando no puedo dormir, lo cual sucede a menudo.
El amor no correspondido y el insomnio han sido mis amigos por mucho tiempo. Incluso podrían ser hermanos; malos e indiferentes con dedos pegajosos. Frustrada, me detengo y resbalo, cayendo contra la rasposa corteza de un árbol. Incluso a través de la gruesa capa de mi abrigo de piel, siento la punzada. —Hijo de puta… —murmuro, frotando el ardor en mi brazo. Mis ojos se llenan de agua por el dolor, ambos físico y emocional. Odio esto. Odio llorar. Limpio mis lágrimas con los dedos congelados y trato de controlar mis respiraciones. »Está bien. Está totalmente bien —susurro para mí misma—. Voy a estar bien. —Mis palabras tropiezan una con otra, pero al menos no estoy llorando ahora. Entonces escucho un sonido. Pisadas en el suelo congelado. Un crujido de madera. El miedo me tiene escondiéndome contra el árbol, pero la curiosidad me hace asomarme. Un hombre alto vestido todo de negro; sudadera negra con capucha y pantalones negros; está sentado en el banco, mi banco, bajo mi árbol con la red de ramas vacías.
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Ese es mi lugar, idiota, quiero decir, pero estoy muda. Aterrada. ¿Quién es? ¿Qué está haciendo aquí a esta hora de la noche? ¡La gente duerme de noche! Sin embargo, soy una excepción; tengo el corazón roto. Él se sienta en el borde, su cabeza inclinada y cubierta por el gorro, mirando al suelo. Lentamente, se desliza hacia atrás, estirándose, e inclina la cabeza hacia arriba. Su gorro cae, revelando una masa de cabello negro iluminado por la luz amarilla de la lámpara. Es largo y ondulado, casi llegando más allá de su nuca y tocando sus hombros. Él mira al cielo y hago lo mismo. Miramos la luna, las gordas nubes. Huelo la nieve en el aire. Decido que el cielo no es lo suficientemente interesante. Así que, lo miro. Está respirando con fuerza, su amplio pecho subiendo y cayendo. Noto una gruesa gota de sudor haciendo su camino por su garganta, sobre el agudo bulto de su manzana de Adán. ¿Quizás ha estado corriendo? Sin bajar la vista, el hombre de negro lleva su mano hacia atrás para sacar algo de su bolsillo, un cigarrillo. Se mueve, bajando su rostro, y veo sus rasgos. Son un sistema de angulosas, agudas y definidas líneas. Sus altos pómulos inclinados en una fuerte y rasposa mandíbula. Hay puntos de sudor en su frente y los limpia con su brazo, estirando la tela de su sudadera sobre pecho agitado.
En cualquier momento, espero que encienda el cigarrillo y tome una calada. Me doy cuenta que estoy muriendo por verlo fumar, por ver los zarcillos de cálido humo flotar lejos en el aire de invierno. Pero… no lo hace. Simplemente lo mira. Metido entre dos de sus dedos, el cigarrillo permanece quieto, un objeto de su examen. Él le frunce el ceño, como si estuviera fascinado. Como si lo odiara. Como si no puede imaginar por qué un palo romo de cáncer está manteniendo su atención. Entonces lo lanza lejos. Lleva la mano atrás de nuevo y saca otro cigarrillo. La misma rutina sigue. Mirando. Frunciendo el ceño. Mi anticipación por ver lo que hace después. Esta vez suspira, su pecho temblando arriba y abajo mientras saca un encendedor de su bolsillo. Lanza el palo a su boca y lo enciende con un movimiento de su dedo. Toma una calada y entonces deja salir el humo. Sus ojos se cierran en el éxtasis de esa primera fumada. Él podría incluso haber gruñido. Yo lo habría hecho.
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Mirarlo luchar contra su impulso de fumar fue agotador. Me siento tanto triste como feliz porque cedió. Me pregunto lo que yo habría hecho en la misma situación. El rostro de Kara viene a mi mente diciendo que necesito trabajar en restringirme a mí misma. Sé que el humo saliendo de su boca es virgen, sin una gota de marihuana ahí, pero lo quiero en mi boca también. Lo quiero mucho. Abruptamente se detiene y se levanta de su asiento, guardando el encendedor. Este chico es alto, tal vez 1.90 o algo. Tengo que estirar mi cuello para mirarlo incluso aunque estoy de pie lejos. Él salta poniéndose en pie, toma una última calada, tira el cigarrillo al suelo, lo aplasta, se pone el gorro y sale trotando. Me despego del árbol, corro al banco y miro en la dirección en que se ha desvanecido; nada sino oscuridad y aire congelado. Podría también haberlo imaginado, como un niño hace con un amigo imaginario para sentirse menos solo. Suspirando, me siento donde él estaba sentado. El lugar está frío como siempre, como si nunca se hubiera sentado ahí. Mi cansancio está tomando su cuota y cierro los ojos. Inhalo el olor del cigarrillo que persiste y tal vez incluso algo chocolatoso. Me acurruco en el banco, mi mejilla presionada en la fría madera. Odio el invierno, pero no puedo dormir en mi cálida cama. Es una de esas ironías de las que las personas se ríen. Quedándome dormida, rezo porque el color de los ojos del extraño no sea verde.
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Dos
V
ivo en una torre.
Es el edificio más alto alrededor del área de la Universidad PenBrook, donde fui desterrada para ir a la escuela. Estoy en el piso superior en un apartamento de dos habitaciones con vista al parque universitario. De hecho, puedo ver todo el campus desde mi balcón: la cima de los árboles, los tejados rojos de casas con habitantes ilegales, los edificios con techos en punta. Me gusta sentarme en el balcón y lanzarle globos de agua a la gente de la calle. Cuando miran indignados hacia arriba, me agacho detrás de la barandilla de piedra, pero en esos cinco segundos, me siento reconocida. Sabían que alguien estaba allí arriba, arrojándoles cosas. Me gusta eso.
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Los pisos inferiores se alquilarán en pocos meses, pero actualmente soy la única persona que vive en este lujoso y exquisito edificio tipo torre. Henry Cox, mi padrastro actual, es el propietario, de ahí el acceso temprano. Mi madre pensó que vivir en un dormitorio me haría más susceptible a las drogas y al alcohol. Como si no pudiera tenerlas aquí si quisiera. Ya que mi corazón está solo hoy, decido ir a la librería y obtener los libros en mi lista de cursos. Bien podría hacerlo ya que las clases comienzan mañana. Me pongo unos pantalones de chándal y una sudadera grande, y me tapo con mi abrigo favorito de piel púrpura, una bufanda y un sombrero. Mi cabello oscuro cae alrededor de mi rostro para una protección adicional contra el frío. Diez minutos después, estoy en la librería del campus, sacando la lista de libros en mi teléfono. Uno por uno, tomo los textos requeridos bajo mi brazo. Estoy triste porque solo tomó unos minutos y ahora tendré que volver a mi torre. Entonces tengo una idea. Camino hacia la sección de literatura de la tienda. Filas y filas de libros con hermosa caligrafía me rodean en estanterías de madera a la altura de los hombros. Hay un olor aquí al que puedo acostumbrarme, cálido y fuerte. El cielo debe oler así. A diferencia de Caleb, no soy una gran lectora. Él es un gran amante de los libros y del arte.
Con Lana canturreando en mis oídos acerca de “Dark Paradise2” paso los dedos por los bordes de los libros, tratando de decidir cuál es la mejor forma de desordenar las cosas. Mi corazón solitario se anima. Da una voltereta en mi pecho, diciéndome cuánto aprecia mis esfuerzos por llenar este enorme agujero. Ni lo menciones. Entonces me pongo a trabajar. Me pongo a intercambiar libros en el estante G con los que están en el F. Me río conmigo misma, carcajeándome mientras imagino que las personas se confunden. Requiere un poco de twerking así que muevo el trasero; solo un poco, si no les importa; con los ritmos sensuales de la canción. Cuando me doy la vuelta, mis movimientos se detienen. El libro en mi mano permanece suspendido en el aire y todos los pensamientos desaparecen de mi cabeza. Él está aquí. Él. El fumador oscuro de anoche.
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Está de pie alto e intimidante con un libro en las manos. Como anoche, está frunciendo el ceño ante el objeto. Tal vez lo molestó de alguna manera, lo ofendió con su existencia. Si no fuera por la ferocidad de su disgusto, nunca lo habría reconocido bajo la luz industrial de la librería. Se ve diferente a la luz. Más real. Más enojado. Más peligroso. Su cabello oscuro brilla, los mechones hechos de seda negra mojada. La noche silenció su belleza, su fluidez. Aunque tenía razón de su rostro. Es una telaraña de planos y valles agudos y ásperos, pero majestuosos y orgullosos. Nada es suave en él excepto sus labios, los cuales actualmente están fruncidos. Me imagino el cigarrillo en su boca llena y regordeta. Entonces, igual que anoche, suspira, y la violencia en su ceño se derrite un poco. Odia el libro, pero lo quiere. Creo que odia lo mucho que lo quiere. Pero, ¿por qué? Si lo quiere tanto, debería tomarlo. Mi corazón olvidó su soledad y ahora está dedicado a este oscuro desconocido. Lo estudio de arriba a abajo. Una chaqueta de cuero cuelga de su antebrazo. Lleva una camisa blanca y unos jeans azules y… ¡Oh Dios mío! Lleva una camisa blanca y jeans azules. Está vestido como mi canción favorita, “Blue Jeans” de Lana Del Rey. 2
Paraíso Oscuro.
Mi corazón comienza a latir más rápido. Más, más rápido. Necesito que mire hacia arriba. Necesito ver sus ojos. Lo aliento a hacer eso, pero no recibe mis vibras. Estoy a punto de acercarme a él cuando una chica salta a la vista. Él mira hacia arriba entonces. De hecho, levanta los ojos, irritado. Son azules; de un azul brillante, de un azul ardiente, como la parte más caliente de una llama, o como el agua que ahoga esa llama. —Mmmm, hola —dice la chica mientras su cola de caballo rubia le roza la espalda. Él no responde, sino que la mira a través de sus pestañas oscuras y gruesas. —Me preguntaba si podrías ayudarme a sacar algunos libros de allí. —Señala el alto estante de madera al otro lado de la habitación que casi toca el techo. Un par de chicas están junto a este. Se ríen entre ellas cuando mira. ¿De verdad? Eso es tan cliché, acercársele a un tipo así en una librería.
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Bueno, ¿quién soy yo para juzgar? He hecho muchas cosas así con Caleb, jugando a la damisela en apuros solo para que venga a salvarme. La chica está esperando que diga algo. Él ha permanecido en silencio durante los últimos segundos, y empiezo a sentir vergüenza por ella. El silencio es la peor respuesta cuando intentas que alguien te note. Entonces rompe su postura tensa y se encoge de hombros. —Me encantaría ayudarte, pero hoy olvidé mi escalera en casa. Su voz, baja y gutural. Es un gruñido, en serio, y me hace temblar. Dice la frase con tal sequedad que incluso estoy confundida. ¿No tienen escalera aquí en la tienda? Pero luego, la completa pero falsa inocencia en su rostro me dice que está haciendo una broma, y a pesar de la piel temblorosa, me río entre dientes. —Tienen una escalera aquí. Mira —dice la chica, señalando la escalera de madera marrón oscuro que está inclinada contra la estantería. Sus amigas todavía miran el intercambio entre ellos. —Ya veo —murmura, rascándose la mandíbula con el pulgar y luego golpeando sus dedos contra sus bíceps. Hay líneas tensas alrededor de sus ojos, apareciendo y desapareciendo. Está tratando de controlarse una vez más. Odió la interrupción y ahora está decidiendo cómo lidiar con eso. Todo es conjetura de mi parte, pero tengo razón. Solo lo sé. —Me da miedo subirme con mis tacones —explica la rubia.
—No deberías estarlo —la anima—. Yo lo hago todo el tiempo. —¿Lo haces todo el tiempo? —Subir las escaleras en mis tacones —dice sin expresión y estudia algo en el suelo, ¿tal vez sus zapatos?—. Ah, puedo ver por qué estás teniendo problemas. Tacones de aguja. No quieres meterte con eso. Artilugios peligrosos. La gente ha perdido la vida. Hay un momento de silencio. Entonces: —Estás bromeando, ¿verdad? —No, nunca bromeo sobre los tacones. —Se frota los labios—. O faldas que hacen que mis pantorrillas se vean más delgadas. Tampoco bromeo sobre eso. —¿Qué? —chilla la chica. Él retrocede, viéndose ofendido. —¿No crees que mis pantorrillas pueden lucir delgadas con una falda? ¿Me estas llamando gordo? —¿Q-qué? No estoy... nunca...
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—Sí, acabo de comerme un pote de helado de chocolate, y sí, me prometí que reduciría el azúcar… —un suspiro agudo y dramático—… pero fui débil ¿Crees que solo porque eres rubia y bonita puedes cuestionar las opciones de vestuario de un hombre? —El azul en sus ojos es divertido, igual que las arrugas alrededor de ellos. Presiono mis labios para evitar que el resoplido salga. —No… ni siquiera sé qué estás diciendo. Acabo de llegar pidiéndote ayuda. —La chica está irritada e indignada. Las arrugas alrededor de sus ojos vuelven a formar líneas tensas. —Déjame contarte un pequeño secreto. —Baja la voz y me encuentro acercándome un poco más—. No soy del tipo que ayuda. —Inclina su cabeza para señalar hacia sus amigas—. Deberías correr y jugar con personas de tu edad y nivel de Coeficiente Intelectual. Luego tira el libro en el estante, mira su reloj y se aleja, dejándonos a ambas aturdidas. La rubia resopla y se dirige hacia sus amigas. Entonces, el fumador de ojos azules es un gran imbécil. Me siento mal por la chica, aunque se me escapa una risa atrapada. Si esa era su muestra de control, no sé qué hará si se desata. Camino hasta donde estaba parado y tomo el libro abandonado. Discurso: Fragmentos de Roland Barthes. Parece bastante inofensivo con una cubierta negra sin pretensiones. Me pregunto por qué estaba enojado con ese libro. Me pregunto cómo iría nuestra conversación si alguna vez
habláramos. Ni siquiera sé qué decirle, excepto: Hola, soy Layla, y me recuerdas una canción. Horas después, estoy de vuelta en casa. Estoy cansada y quiero irme a dormir. Ni siquiera quiero ver porno, lo que haría normalmente mientras mastico mis Twizzlers. No veo porno para venirme, no. Ni siquiera me toco. Lo veo para sentir algo, una sensación de cercanía con alguien, tal vez. Estudio los cuerpos desnudos y retorcidos, el ceño erótico en el rostro de la chica, la mirada concentrada en el chico. Escucho los sonidos que hacen, aunque sean falsos. Trato de entender su dinámica. Me parece surrealista. Trato de compararlo con la única vez que tuve sexo. No fue nada de eso. El tipo no me miró como si se muriera si no se metía dentro de mí, y la chica; yo, quería que saliera tan pronto como entró. Bueno, eso es lo que obtienes cuando fuerzas a alguien a acostarse contigo.
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Primer día del semestre de primavera. Me pregunto por qué lo llaman semestre de primavera; todavía es enero y hace un maldito frío. La nieve se despliega como una pesadilla blanca y el viento la sopla hacia un lado, golpeando nuestros rostros con ráfagas frías. Aun así, hay entusiasmo en el aire. Nuevas clases, nuevos profesores, nuevas historias de amor. La calle afuera de mi torre está inundada de personas que llevan bolsas de libros y usan chaquetas multicolores abultadas. Soy bombardeada con gritos de risa y conversaciones mientras camino por la calle hacia Crème and Beans, mi cafetería favorita. Parece que se ha convertido en la favorita de todos de la noche a la mañana, porque está repleta esta mañana. Espero en una larga fila que se extiende hasta el fondo de la tienda. La fila se mueve lentamente, como melaza, y mientras doy un paso adelante, lo veo. Otra vez. El fumador de ojos azules. Está adelante en el mostrador. Solo puedo ver su perfil, la mandíbula cuadrada y el cabello indomable, mientras sale de la fila, saca su billetera y paga el café. Se va, apretando un cigarrillo entre sus dientes, y lo enciende. Sin dudas esta vez. ¿Ya perdió la batalla? Mis piernas se mueven por propia voluntad y abandono la fila, corriendo tras él. Incluso la explosión del viento frío no es suficiente para disuadirme de perseguir al oscuro desconocido.
Está alejándose con rapidez, dejando un rastro de humo detrás. Está más como dando zancadas que caminando con sus largas piernas, y tengo que caminar rápido para mantener el ritmo. Camina hacia la calle McKinley, donde se encuentra el patio, esquivando la corriente de personas con facilidad. No soy tan elegante. Me golpeo y choco contra los cuerpos. Pero de alguna manera, mantengo la amplia línea de sus hombros a la vista. No es difícil, de verdad. Es más alto que la mayoría de la gente, su espalda es más ancha, y apuesto a que cuando se quita esa chaqueta deportiva negra, esa espalda es una extensión de gruesos cortes y líneas elegantes, muy similar a su rostro. La brisa fría alborota su cabello y dispersa el humo que sale de su cigarrillo. Puedo probarlo en mi boca, probar el humo ceniciento y el alivio lánguido que solo la nicotina puede proporcionar. Este hombre me hace querer comprar un paquete de cigarrillos y fumar todo el día. Me hace tener ganas de sacar mi identificación falsa y obtener licor. Eso me recuerda que ahora soy una buena chica. Entonces, ¿qué diablos estoy haciendo? Tengo clase, y debería estar caminando rápidamente como todos para llegar a estas.
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Pero queremos seguirlo, mi corazón gime. Bien. Solo esta vez. Sigo a mi fumador. Cruzamos el patio y sube los escalones que conducen al puente que se extiende por los dos lados del campus. Casi nunca lo tomo, ya que todas mis clases están en el lado sur, donde vivo, pero iremos al norte, supongo. El otro lado del campus es más tranquilo. Los caminos y bancos de adoquines están casi vacíos. Casi no hay rezagados aquí. Incluso el aire es más nítido, ya que sopla a través de mi cabello suelto y oscila alrededor de mi falda de cuadros rojos. Aquí, los árboles sin hojas son densos a medida que se alinean en el sendero, haciendo que parezca que estamos caminando por bosques. Por fin, se detiene frente a un edificio y me detengo unos metros detrás de él. Las letras doradas en el edificio alto de ladrillo rojo dicen Edificio McArthur, y en el lado en una fuente cursiva más pequeña, dice El Laberinto, lo que sea que eso signifique. Entro al edificio detrás de él y sonidos me bombardean de todos lados. Murmullos, risas, pisadas. Un teléfono suena en alguna parte. Se cierra un cajón. Una puerta se cierra con un golpe. Es un centro de actividad en contraste con el silencio exterior, como si cada alma en este lado del campus residiera dentro de este arcaico edificio.
Los suelos brillan bajo mis pies y las paredes de ladrillo sin pulir dan al espacio una sensación hogareña. Quiero mirar alrededor y ver qué es exactamente este lugar, pero no me atrevo a apartar los ojos de él. Camina por el pasillo y entra en la última habitación. Lo sigo y cuando estoy a punto de entrar a la habitación, sucede. Se da vuelta y me mira. Sus misteriosos ojos azules de otro mundo están sobre mí, y me dejan paralítica. No puedo moverme. No puedo pensar. Su mirada me arrulla en un silencio brumoso. Se inclina contra algo... una mesa. Las ventanas en la pared detrás de él dejan entrar la luz del sol, que se disuelve tan pronto como toca su cuerpo, haciéndolo brillar. Toma un sorbo de su café y me mira por encima del borde de la taza. En algún momento del camino se deshizo de su cigarrillo y, extrañamente, lloro la pérdida. —Hola —digo con voz entrecortada. —¿Vas a tomar asiento? Su voz rica y madura se desliza sobre mi piel, causando un leve escozor, como el de un licor añejo.
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—¿Qué? —pregunto estúpidamente, sin pensar. —Toma asiento —dice de nuevo, suspirando. —Yo no… Se endereza. —Toma. Asiento. —Enuncia cada palabra como si fuera una imbécil— . O sal de mi jodida clase. Clase. Esa palabra atraviesa la burbuja alrededor, haciéndome estremecer. Rompo su mirada y miro. Efectivamente, estamos en una clase con una veintena de personas, y todos me miran. Lo miro, frunciendo el ceño, y estudio sus rasgos. Las facciones maduras y envejecidas. Las líneas alrededor de la boca y los ojos. Su actitud confiada. El hecho que es intimidante cuando quiere serlo. No se parece a un hombre que va a la universidad... porque no lo es. Este fumador de ojos azules es un profesor.
Tres
—E
res... profesor. —Repito mis pensamientos en alto; no sé qué más decir. Una sonrisa tensa, apenas tolerante.
—¿Qué me delató? Un montón de cosas, en realidad. Abro la boca para responder a su pregunta, pero mi corazón susurra: está bromeando, idiota. Alerta de sarcasmo. Correcto. Cierro la boca, pero la vuelvo a abrir. —Y-yo no me di cuenta de eso cuando te seguí hasta aquí. —Me seguiste. —Me está estudiando con astucia. Me pregunto cómo me veré, no como esa rubia, espero. No como nadie más tampoco.
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—No —respondo de inmediato, sin pensarlo. ¿Robaste la ropa interior de Caleb? No, mamá—. Por supuesto que no. Quiero decir, no quise decirlo de esa manera. Es solo que... no me di cuenta que esta era una clase. —Lo es, como puedes ver. —Deja su taza de café, listo para despedirme—. Así que toma asiento o vete. —Claro. —Asiento. Estoy a punto de irme, poniendo todo esto detrás de mí, pero mis piernas se mueven hacia adelante en lugar de hacia atrás, y luego estoy caminando a través de las hileras de sillas rojas de plástico. Un incómodo cosquilleo me aprieta la nuca y sé que me está mirando. Me siento en la parte de atrás, miro hacia él, al profesor, y lo encuentro desabrochándose el abrigo. Se lo quita, revelando una camisa gris almidonada sobre jeans negros. Mientras deja la chaqueta sobre la silla, sus movimientos son diestros y fluidos, como una melodía. Tenía razón… él es como una canción. La comprensión de eso me da calor, y me siento más caliente de lo que alguna vez me he sentido en invierno. Mi piel arde y mi respiración se entrecorta. Es tan extraño. Gotas de sudor caen por mi espalda. Con manos temblorosas, me quito el gorro blanco y sacudo mi desordenado cabello. Los siguientes son mi bufanda abullonada, mis guantes, el abrigo de piel púrpura y, finalmente, el cárdigan negro, dejándome con una blusa blanca de manga larga y una falda a cuadros rojos. Apilo todo en la silla de al lado y tomo una respiración profunda.
Cuando miro hacia arriba, mis ojos chocan con las pequeñas bolas azules de fuego. El profesor me mira con una ceja levantada y las manos en los bolsillos. Por lo que parece, él, junto con todos los demás, me ha estado mirando desde hace un tiempo. —El frío me odia —murmuro y me encojo de hombros, levantándolos. Él niega una vez y dirige su mirada a la clase. Los estudiantes se sientan en los bordes de sus asientos mientras esperan que hable. Me inclino hacia adelante también. ¿Qué clase es esta? —Muy bien… —Se balancea sobre sus talones—. Soy T… —Sabemos quién es —dice una chica desde la primera fila, y toda la clase rompe en murmullos emocionados. Sí, pero yo no. ¿Cuál es su nombre? —Está bien, entonces. —Parece estar un poco sorprendido por su entusiasmo. —Me encantó su última colección —chilla ella—. Quiero decir, a todos nos encantó. Incluso tuvimos una noche de Anestesia después de los finales. Leímos todo. Obtuve la pieza del título. Sin lugar a dudas es el mejor poema del libro.
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¿Esperen? ¿Es poeta? El hombre al lado de ella la interrumpe. —Siento disentir. Creo que me gusta más The Nighttime. Tiene cierto misterio. Comienza en un lugar y luego, boom, el final te vuela la cabeza por completo. —Sí. Ven, esa es la cosa. Creo que está engañando al lector. Odio engañar al lector. Creo que son solo tácticas baratas, ¿sabe? Es por eso que Anestesia es mejor. Es simple, ordinario y tan poderoso. —Sí, es simple, pero Nighttime tiene... estilo. Es dramático. A veces el drama es importante, grandes gestos, ya sabes, ese tipo de cosas. Discuten un poco más. Palabras como sílabas, sílabas acentuadas, fluidez, forma, ritmo, cosas de las que nunca he oído hablar, son dichas. Mientras tanto, el profesor los mira con cierta conmoción. Es cómico, de verdad. Finalmente, la chica se cansa y se dirige a él. —¿Qué piensa, profesor? Él niega como si despertara del sueño. —¿Pensar sobre qué? —Drama o simplicidad, ¿qué cree que sea mejor? —Eso viene del tipo.
El profesor cruza los brazos sobre su pecho y entrecierra los ojos, como si estuviera pensando en la respuesta. Si el incidente de ayer es una indicación, está fingiendo para complacerlos. —Esa es una difícil. Puede que necesite algo un poco más fuerte que café para encontrar una respuesta, y desafortunadamente, está mal visto beber en una clase. Entonces, ¿por qué no comenzamos con algo un poco ordinario? ¿Como sus nombres, tal vez? —Levanta la barbilla hacia la chica de la primera fila—. ¿Quieres comenzar? —Eh, está bien. —La chica no esperaba eso—. Entonces, eh, soy Emma. Emma Walker. Solo así, el centro de atención se aleja de él a medida que la gente comienza a presentarse. Él se ajusta los puños de la camisa, jugueteando con los botones con sus largos y gruesos dedos. Me siento especialmente atraída por ellos. Es escritor. Escribe con esas manos. Son pequeños dioses, ¿verdad? Crean cosas, palabras, poemas. Para alguien como yo, eso es extraordinario.
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No tengo ningún conocimiento de poesía, pero me dan ganas de abrir su libro y leerlo. Ja. Nadie me ha hecho querer hacer algo tan inocente como leer mientras simultáneamente, me hace dar ganas de drogarme y emborracharme. ¿Quién es este hombre? Es como una toxina recubierta de caramelo. Estoy tan absorta en mis meditaciones que casi me pierdo el destello dorado de un anillo en su mano. Por una fracción de segundo, estoy confundida en cuanto a lo que es. Entonces me doy cuenta que es una alianza de bodas. El profesor de ojos azules está casado. Mi corazón se ralentiza durante unos latidos, mareándome y luego vuelve a latir. Tronando, galopando; está ansioso. Casi me quiero frotar la palma de la mano en círculos donde está haciendo un alboroto dentro de mi pecho. Es extraño. ¿Qué me importa si está casado? Mordiéndome el labio, alzo la mirada y encuentro sus ojos en mí. Es una de esas cosas donde accidentalmente encuentras los ojos de alguien. No es deliberado. No es como si me estuviera viendo mirar sus manos. Y, sin embargo, mi piel crepita con la pequeña cantidad de electricidad que queda después que una mirada toca el cuerpo. Me muevo en mi silla, cruzando y descruzando las piernas. En poco tiempo, es mi turno de hablar. —Soy Layla. Layla Robinson.
Su concentración se mantiene en mí un segundo más de lo que lo hizo con otros estudiantes. —¿Por qué quiere tomar Introducción a la poesía, señorita Robinson? Estupendo. Lo primero que me pregunta es de lo único que no tengo ni idea. Tal vez puedo decir que mi terapeuta/consejera me sugirió que intentara algo nuevo y aquí estoy, pero no quiero que sepa que estoy loca. No estamos locas, interviene mi inútil corazón. Me siento derecha y aclaro mi garganta. —Bueno, porque es interesante. Me gusta la poesía. —¿Qué te gusta de ella? Mi respiración burbujea de mi pecho, pero no llega a mi boca. No puedo exhalar una bocanada de aire adecuada mientras contemplo su pregunta. Estoy bajo escrutinio, y lo odio. Siento que todos me juzgan y escrutan. Se siente como en casa, y quiero desaparecer. Pero, como siempre, mantengo mi barbilla alta y mis ojos sin pestañear. La pregunta se agita dentro de mi cerebro y tengo una epifanía. —Las palabras —exclamo.
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—¿Sí? —Levanta una ceja sarcástica. Idiota. —Es como letras sin música —continuo—. Es muy fácil perderse en el ritmo de la música, pero las letras te mantienen anclada. Mantiene la mente activa, ya sabe. Tienes que prestar atención, escucharlo una y otra vez para obtener su significado, leer entre líneas. —Asiento, de acuerdo con mi propio análisis—. Sí. Es por eso que me gusta la poesía. Por las palabras. Me anclan. El silencio es absoluto. Nadie siquiera respira, o tal vez soy solo yo quien no lo hace. Nunca pensé sobre las letras de esa manera, pero tal vez sea verdad. Palabras. Lírica. Poesía. ¿No son todas lo mismo? El profesor tiene la misma expresión en su rostro que cuando miraba el cigarrillo y el libro. Su control hace tic-toc y temo. Estoy... emocionada, la cual es una reacción muy extraña de tener. Luego aparta la mirada. —Discutamos el plan de estudios, ¿de acuerdo? Un suspiro de alivio sale de mí. Este hombre tiene un serio autocontrol, si no se cuentan los cigarrillos. Debería tomar lecciones de él. Debería registrarme para esta clase. Al menos Kara estaría feliz. Se mueve alrededor del escritorio y saca una pila de papeles del cajón. Son copias del plan de estudios. Guarda uno y le entrega el resto a Emma en la primera fila. Durante los siguientes minutos, la habitación se llena de crujir de papeles y roces de lapiceros.
La hoja llega a mí y la veo. Su nombre. En la esquina superior derecha de la página con su número de oficina y horas, y su extensión. Thomas Abrams. Thomas. Profesor Abrams. Me agacho y saco un bolígrafo de mi bolso y subrayo su nombre. Una, dos. Tres veces en tinta púrpura brillante. Luego hago un círculo alrededor. Le digo a mis manos que se detengan, pero no lo hacen. Hunden la punta del bolígrafo, incluso más furiosamente ante mis protestas. Una vez que todos tenemos una copia, el profesor Abrams procede a leer las partes importantes. Esta clase es en parte taller y parte literatura, lo que significa que tendremos que escribir nuestros propios poemas y hacer que sean criticados, junto con la lectura de poemas de algunas personas famosas. Honestamente, no sé los nombres de la mitad de ellos: Dunn, Plath, Byron, Poe, Wilmot.
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La voz del profesor Abrams tiene muy poca inflexión, lo que me hace pensar que no tiene mucho interés en el plan de estudios. En particular, frunce el ceño en ciertos lugares, como cuando el plan de estudios delinea la tarea que debe entregarse y el sistema de calificación. Hay momentos en que Emma trata de entablar una conversación con él, pero la evade sin problemas. Puedo sentir su frustración desde donde estoy sentada en la última fila. O a Thomas Abrams no le importa, o no tiene idea de cómo ser maestro. Supongo que es un poco de ambos. En poco tiempo, la clase termina y tenemos nuestra primera tarea: escribir un ensayo de una o dos páginas sobre nuestros motivos para elegir esta clase y de los autores que nos inspiran. La tarea es suficiente para sacarme corriendo y nunca regresar a este lado del campus. Mientras estoy saliendo, hago una pausa en el umbral y miro hacia atrás. El profesor está jugueteando con los puños de su camisa otra vez, y los rayos del sol se reflejan en su dorada banda de matrimonio. Cuadrando sus hombros, se pone la chaqueta y sacude los brazos. Sigue siendo elegante. Sigue siendo fluido como una canción. Todavía lo suficientemente potente como para hacerme temblar. Antes que pueda verme, me alejo y casi choco con alguien en el pasillo. Es el chico de la primera fila; olvidé su nombre. Tiene el cabello desordenado y gafas de montura negra. Es lindo de una forma nerd con la capucha de su chaqueta torcida alrededor de su cuello. —Hola —saluda como si me conociera.
—¿Hola? —Levanto la cabeza hacia un lado, tratando de recordar si lo conozco. —Eres Layla. Layla Robinson. —Lo soy. —¿Le hice algo? —Soy Dylan Anderson. Tuvimos historia juntos. —¿Sí? —Eh, ajá. ¿Con el profesor Allen? ¿Solía hurgarse la nariz mientras escribía en la pizarra? —Oh sí. Dios mío, ¿cómo lo olvidé? —Me estremezco—. Ugh. Eso fue lo peor. Dylan se ríe. Es una clase de risa tonta e incómoda, y me encanta. Se vuelve hacia la chica que estaba sentada a su lado. —Ella es Emma Walker. —Hola. —Levanto mi mano y la saludo. —Encantada de conocerte. Su saludo es cauteloso, y no entiendo por qué sería eso.
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—¿También estuviste en historia? —le pregunto. —No. No la tomé después que Dylan me habló del profesor. —Sí. Cobarde. —La codea juguetonamente y le saca una sonrisa renuente—. Es una gran cobarde cuando se trata de tomar riesgos. Decidimos hacer la clase juntos, pero luego me abandonó. —Eres la reina del drama. —Finge estar molesta, pero puedo ver que no lo está. Le está encantando esto, disfrutando de su atención. Discuten un poco más, y queda claro. Soy bastante experta en olfatear el desamor y el amor unilateral después de años de práctica. Emma está enamorada de Dylan, pero él no lo sabe, ¿y esa mirada cautelosa? Estaba celosa de mí. Yo, la chica descartada. Quiero decirle que no tiene nada qué temer. No soy una amenaza; tal vez para mí misma, pero no para otras personas. Los estudio juntos. Dylan: desordenado cabello oscuro y ojos color avellana con un encanto juvenil y algo tímido sobre él, y Emma: cabello y ojos castaños, brillando con inteligencia y madurez. Son una pareja perfecta. Creo que cualquiera que esté enamorado de alguien es una pareja perfecta. No creo en basura como “Hay alguien mejor para ti allá afuera”. No quiero nada mejor. Quiero al hombre del que estoy enamorada. Ahí va mi corazón egoísta. Está tronando en mi pecho con ira y frustración. ¿Por qué Caleb no nos ama?
Los pasos resonando nos hacen girar hacia el salón. Emerge Thomas, alto e inalcanzable, sin apenas mirarnos. Al pasar nuestro pequeño grupo, siento el zumbido de su energía despertando mi cuerpo con escalofríos. Avanza por el pasillo hacia la escalera del fondo y los toma de dos en dos. Dylan exhala un fuerte suspiro. —Ese tipo es... no lo que esperaba. —¿Soy yo o es totalmente aburrido? No se parece en nada a lo que esperaba. —Emma frunce el ceño y cruza los brazos—. Pensé que sería más amable o algo, o al menos respondería mis preguntas. Estaba tan emocionada de aprender algo de él, ¿saben? Dylan le frota la parte superior de la cabeza juguetonamente y Emma le quita la mano. —Te lo dije. Estabas esperando demasiado, Emmy. Es solo un tipo que escribe poesía. —¡Solo un tipo! —Emma está furiosa—. No tienes idea de lo increíble que es. Es uno de los mejores poetas que tenemos ahora. ¿Sabes cuántos premios ha ganado? Es mágico. Dylan se vuelve hacia mí.
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—Realmente no es así. Está un poco enamorada de él, eso es todo. —¡No lo estoy! Los ojos de Dylan tienen un brillo al ver a Emma tan irritada, y me río. Los chicos pueden ser tan despistados. A él también le gusta ella, pero aún no lo sabe. Comienzan a discutir nuevamente, y siento que así es como son el uno con el otro. Este es su ritual sagrado, y soy la intrusa. Estoy a punto de excusarme cuando una serie de pasos resuenan en el segundo piso y todos miramos hacia arriba. —¿Qué es eso? —pregunto, haciendo una mueca. —La gente de teatro. Tienen una sala de conferencias arriba que usan para practicar cuando el auditorio no está libre —me informa Dylan. —Vaya. —Estoy impresionada—. ¿Tienen gente de teatro aquí? Emma se ríe. —Síp. Este es el Laberinto. Tenemos todo tipo de bichos raros y personas artísticas aquí.
Después de mi desvío al lado norte del campus, me apresuro a volver a la realidad. Asisto al resto de mis clases con cierto aturdimiento, aquí un segundo, pero ida al siguiente. Es extraño, por decir lo menos. Al final del día, todavía estoy atrapada en esos ojos llameantes, mirando el mundo a través de una niebla azul. Él es mágico. No sé por qué, pero esa palabra me afecta tanto. Una vez que terminan todas mis clases, vuelvo a encontrarme en la librería. Esta vez, no quiero comprar un libro requerido o crear caos. Quiero llegar a conocerlo a través de sus palabras. Su libro se llama Anestesia: Poemas Recopilados. Según Wikipedia, esta es su primera colección completa de poemas. Fue lanzado hace casi un año y desde entonces, ha sido uno de los mejores libros de poesía del año y ha recibido varios premios. Más específicamente, es el galardonado más joven de la subvención genio McLeod a la edad de veintinueve. Es importante.
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Sostengo el libro delgado y frondoso en mis manos. Las páginas son nítidas en blanco con letras negras y en negrita. Los hojeo mientras “Blue Jeans” de Lana suena en mis oídos. Mis dedos trazan las letras cursivas de su nombre en el frente. Thomas Abrams. Thomas, fumador oscuro y profesor de ojos azules. Este lado de la tienda está casi vacío. Hay un grupo de rezagados en la sección de ficción popular, hacia el lado izquierdo, parcialmente ocultos detrás de la escalera y de los pilares de ladrillo a los lados. Sabiendo que la costa está despejada, llevo el libro a mi nariz y huelo las páginas limpias y nítidas. Tomo una gran aspiración y, extrañamente, percibo un aroma a humo caliente. Me balanceo con la oleada de calor deslizándose por mi espalda y el ritmo de la música hace eco en mis oídos. Comienzos de un gemido me sorprenden y cierro los ojos. Ahí está él, como si lo conjurara mi propia imaginación. Los ojos que me han perseguido, siguiéndome a todas partes hoy, me penetran y lentamente bajo al libro que actualmente cubre la mitad inferior de mi rostro. Siento un tirón en mi estómago, detrás de mi ombligo, como si alguien estuviera tirando del anillo de plata que adorna mi vientre. Me aclaro la garganta y bajo el libro, quitándome los auriculares. —Me encanta el olor de los libros.
No parece creerme. Su mirada contemplativa me hace ver que llevo capa sobre capa de ropa. Demasiadas capas. Demasiado calor. Guardo el libro con manos temblorosas y me encojo de hombros. —Puede decirlo. —¿Decir qué? —Ladea la cabeza, como si me estuviera analizando. Kara hace lo mismo. Trata de entenderme y lo odio, pero el odio no es la palabra que usaría para describir lo que estoy sintiendo en este momento. Es otra cosa. Más audaz. Emocionante. Desconocido. —Lo que sea que esté pensando. Puedo verlo en su rostro; cree que estoy loca, cree que soy una idiota por oler un libro. Estoy esperando que lo reconozca, que diga: Duh, tienes razón, aunque no creo que lo dijera exactamente de esa manera. —Eso es... impresionante. —Asiente, su boca se curva en una sonrisa unilateral—. Puedes leerme como un libro… aunque preferiría que no me olieras. Una risita sorprendida se me escapa. —Eres gracioso.
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—Culpable. Uno de mis muchos talentos. —Correcto. ¿Cuáles son tus otros talentos? No, espera, lo sé; la enseñanza, ¿verdad? —Sí. Nací para enseñar —dice sin expresión, con el rostro hecho de piedra lisa, a excepción de las arrugas cada vez más profundas alrededor de sus ojos. —Ah, delirio. Lo tengo. Eres insanamente talentoso. Su mandíbula hermosamente tallada se tensa. —¿Está insultando mis habilidades de enseñanza, señorita Robinson? Mi nombre suena como gotas de chocolate en su voz profunda y rica. Siento que me empapa en un zumbido pegajoso y emocionado. ¿Cómo es que me hace sentir calor mientras al mismo tiempo me da escalofríos? ¿Cómo es que hace alguna de estas cosas en absoluto? —No, profesor Abrams. No me atrevería. Me asusta un poco. Verdad. Absoluta y completa. Me asusta porque tiene un efecto extraño en mí, místico y sin precedentes. —Bien. Doy miedo. Nunca lo olvide —dice con aprobación, listo para irse, pero luego se da vuelta para mirarme—. ¿Sabe que es ilegal arruinar el orden de los libros? Me toma un momento entender lo que quiere decir. Está hablando de lo que hice ayer.
—Yo no… Me lanza una mirada incrédula. —Fue tonto, por no mencionar ineficaz. ¿De la G a la F? A nadie le importa eso. Si realmente quieres asustar a alguien, ve con algo como de S a A. Mayor espacio, ergo, mayor pánico. Trago. —Bien. —No le digas a nadie que dije eso. —Está bien —repito. Agacha la cabeza y sonríe. —Pensé que no me había visto. Ayer, quiero decir. Hasta que lo dije, no me había dado cuenta que quería que me viera. En otra epifanía drástica, como la que tuve en clase sobre las palabras, me doy cuenta que no quiero ser invisible para él. No para él. Pero, ¿por qué? No lo entiendo. ¿Qué es esta locura? —Te lo dije, tengo muchos talentos. Olfatear a locas es uno de ellos.
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Jadeo y se ríe. Me llamó loca. Odio eso, pero cuando lo veo irse, no es ira lo que siento. Es otra cosa. Algo mágico.
Cuatro
S
oy lerda cuando se trata del arte, ya sea un libro, una pintura o lo que sea. No entiendo el encanto de eso. No entiendo cómo las suaves líneas circulares en una pintura, las palabras sin sentido en un libro o una pieza rota de arcilla inspiran devoción en las personas. Aun así, leí el libro de poemas de Thomas al menos cien veces desde el lunes. De hecho, ese libro me ha hecho compañía durante toda la semana cuando no podía dormir por la noche. Las pequeñas palabras en el papel parecen haberse levantado y adherido a mi piel. Las siento en todas partes, todo el tiempo, como si las conociera. Son mis amigas. Sé de dónde vienen. Como si supiera lo que Thomas estaba pensando cuando escribió esas líneas.
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Emma tenía razón, Thomas es realmente un genio. Es mágico. Fue a la escuela aquí antes de mudarse a Brooklyn, y fue quien inició el Laberinto, un periódico en línea que presenta piezas variadas de poetas, escritores en prosa, dramaturgos, etc. Estoy tan alejada de él, de esa gente, pero, aun así, estoy de vuelta en el Laberinto, en el laberinto artístico. Me salto ciencias políticas; la clase que perdí la semana pasada, otra vez, pero no me importa. Quiero estar dentro de este misterioso edificio. Entro y siento un calor instantáneo filtrándose en mi cuerpo. Ahora que no busco a alguien, me doy tiempo para estudiar las cosas. Huele a fogata: a ahumado y a malvaviscos. Los sonidos siguen ahí, animados y enérgicos como siempre. Mis botas golpean el piso de cemento pulido mientras camino más adentro. Las paredes tienen una fachada de ladrillo astillado, que le da un aspecto industrial. Están salpicadas de innumerables volantes y fotos de colores. Observo cada rostro que aparece allí; la mayoría son fotos grupales, y la ubicación es inquietantemente similar: un bar. Los volantes son para lecturas, algunas obsoletas, algunas próximas, o para audiciones de canto, actuaciones de bandas, producciones teatrales, etcétera. Doblo la esquina y casi choco con alguien. Lleva una pila de papeles y camina rápido. Murmuro mis disculpas, pero no me presta atención. Un estallido de risas flota desde un salón de clase y sonrío a cambio. Los pasos que corren encima indican que la gente del teatro aún no ha encontrado un auditorio para practicar.
Este lugar es algo único, ¿verdad? Este edificio es una cosa que vive y respira. Entro al aula y me siento en la parte de atrás como la última vez. Unos minutos más tarde, entra el profesor Abrams. Se quita el abrigo y lo cuelga en la silla, dejando al descubierto una camisa negra que se amolda a los apretados arcos de su hombro y pectorales. La languidez en su comportamiento mientras estaba en la librería se fue. Está forzado dentro de estas cuatro paredes, cinceladas de una roca, pero no menos guapo. Como la última vez, juguetea con los puños de su camisa. Me doy cuenta que es un ritual de algún tipo, como si se estuviera preparando para la tortura que se avecina. —Quiero un círculo —declara cuando se siente cómodo con el estado de sus puños. Confundidos, nos quedamos quietos y en silencio. Nos estudia con una mirada rara. —¿Cuántos de ustedes han tomado un taller antes? Sin darnos la oportunidad de responder, sacude la cabeza.
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—No importa. No me importa. En mi clase, se sentarán en un círculo, y... —Cruza los brazos sobre su pecho—. Van a leer su trabajo en voz alta. Nos tomaremos un tiempo para reflexionar y luego hablaremos de ello. Quiero que todos colaboren, y no quiero comentarios repetidos. Si alguien dice lo que iban a decir, piensen en otra cosa. ¿Está claro? Ni una palabra, ni siquiera un respiro. El profesor Abrams suelta una fuerte bocanada de aire. —¿Estamos claros? Rompiendo el conmocionado trance, todos asentimos y saltamos de nuestros asientos. La habitación está llena del chirrido de las sillas arrastradas por el suelo. Cinco minutos después, todos estamos sentados en semicírculo alrededor del profesor, que se sienta en el borde de su escritorio, con los codos en los muslos y los dedos entrelazados. De alguna manera, terminé directamente frente a él. Esta es la línea de fuego, y me voy a quemar antes que termine esta clase. Se endereza y toma una delgada carpeta amarilla del escritorio, examinándola. —Cuando diga su nombre, cuéntenme sobre su ensayo, quién es su autor favorito y cómo les inspira a ustedes y a su escritura. —Levanta la mirada y hace una mueca—. Me estoy aburriendo solo de hablar de eso, pero está en el plan de estudios.
Emma sonríe, sentándose en su silla. Le encanta la oportunidad de interactuar con su poeta estrella de rock. ¿A mí? Estoy agachada, porque me olvidé por completo de la tarea. Escóndete. Escóndete. Justo cuando se me ocurre el pensamiento, lo descarto. Como resultado, quiero que me preste atención. No quiero que me ignore como a otros estudiantes. Quiero que me vea a pesar que estoy haciendo todo lo posible para acurrucarme y volverme invisible en una habitación llena de estudiantes. Nuevamente, ¿qué es esta locura? Sigue leyendo los nombres de la lista que tiene en sus manos y los descarta justo cuando comienzan a hablar. Sus ojos están vidriosos. Puedo verlo. Me pregunto si es visible para otros estudiantes. Aunque estoy inquieta, moviéndome en mi asiento, jugueteando con mi falda y mi blusa, me fascina cómo estas personas hablan de sus ideales. Quiero ser como Hemingway. Directo. Preciso.
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Me encanta Shakespeare. Si logro escribir un solo poema como él, moriré feliz. Estoy fascinada por la pasión en sus voces, los objetivos que se han marcado: ser algo, ser alguien. Me pone celosa su tipo de amor, un amor que no te hace egoísta o solitario, un amor que te da un propósito. Milton, Robert Browning, James Joyce, Byron, Edgar Allen Poe, Stephen Dunn, Joyce Carol Oates, Gillian Flynn, Jennifer Egan, Neil Gaiman, Sylvia Plath. No conozco a ninguno, y tengo ganas de buscarlos. Mi inquietud se está hinchando, expandiéndose. Mi respiración se ha intensificado con el indicio de las posibilidades en el aire, la posibilidad dar un vuelco hacia un mundo diferente con fachadas de ladrillo y pisos de cemento, un mundo con profesores hoscos con ojos del color de la llama ardiente y del agua fría. Mis reflexiones son interrumpidas cuando el profesor Abrams salta de su posición en el escritorio, con las manos en las caderas. ¿Qué pasa? —No estaba pensando en decir nada porque no es asunto mío, pero soy su profesor, y aparentemente se supone que me importa esto. Además, no creo que pueda detenerme, pero eso no viene al caso. —Camina, luego hace una pausa para fruncir el ceño a la clase, a nadie en particular—. Todo lo que he escuchado hasta ahora es lo increíble que es un autor y cómo quieren escribir como él o ella. No creo que entiendan lo que es la
inspiración. No van a plagiar a Hemingway, Shakespeare o Plath. No es la ambición de ser como alguien. »Esa no es una ambición en absoluto. Si eso es realmente lo que quieren, entonces prefiero no enseñarles. Pero, desafortunadamente, necesito este trabajo, así que... —Suelta un suspiro exasperado mientras pasa sus gruesos dedos por su cabello—. Solo voy a decir esto una vez: hay una diferencia entre escribir y crear arte. Cualquiera puede escribir, pero solo unos pocos pueden crear arte, y para eso, necesitan encontrar su propia voz. Leer es bueno. Lean todo lo que quieran, pero creen sus propias reglas. No solo las sigan. Esfuércense por crear algo que provenga de ustedes. Esfuércense por crear su arte, no recrear lo que hizo otra persona, porque francamente, debería preferir estar muerto antes que ser una copia. Está jadeando, su pecho golpea la tensa tela de su camisa. Los planos duros y los huecos de su rostro cambian con emoción. Este es el poeta del que Emma estaba hablando. Apasionado. Volátil. Genuino. Mágico.
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Tengo la piel de gallina debajo de las mangas de mi suéter, seguido de destellos de calor. Toco la portada de su libro, subiendo y bajando mi dedo por la longitud. La textura suave de este hace que algo pesado gire dentro de mi pecho. Me hace morderme el labio. Como si estuviera en sintonía con mis acciones, su mirada cae sobre mí. Permanecemos conectados un segundo antes que ambos miremos hacia otro lado. Por ese segundo, vi sus ojos brillar, y el azul era tan prominente que me dejó sin aliento. El ferviente discurso del profesor Abrams despertó interés y desde allí, la clase prácticamente se da por sí sola. Emma es la primera en hacer preguntas. ¿Quién fue su inspiración? ¿A quién leyó mientras crecía? ¿Siempre supo que querías ser poeta? ¿Escribe todos los días? Él esquiva cada una de ellas, nunca divulgando nada sobre sus escritores favoritos o su ritual de escritura, como lo llama Emma, respondiendo a cada pregunta con una pregunta propia. Lo miro fijamente. Lo observo, sus pequeños hábitos. El tic en su mandíbula cuando alguien parece molestarlo. Cómo se traga comentarios cortantes cuando la misma persona no comprende que está irritado. Cada vez que se controla a sí mismo, siento el tirón familiar en mi ombligo. Tan pronto como termina la clase, todos presentan sus tareas en el escritorio, recordándome que, de alguna manera, me salvé. Feliz o decepcionada, no puedo decidirlo. Recojo mi ropa de invierno, lista para partir, cuando su voz, aguda como un látigo, me detiene. —Señorita Robinson, ¿puedo hablar un momento con usted? —Ni siquiera una mirada hacia mí. Su concentración está en los ensayos mientras los junta.
La habitación casi está vacía mientras me acerco a la extensión de madera del escritorio, la solidez que nos separa. ¿Es extraño que note cómo cambió desde que la clase terminó hace unos minutos? Ya no es el profesor rígido. Es... Thomas. La reaparición del hombre de la librería me inyecta una dosis de malicia y audacia. Soy imprudente en ese momento, ligera y ventilada. Le brindo una sonrisa y mi mirada más inocente: ojos grandes y parpadeantes y una mueca de frustración en mi suave frente. —¿Sí, profesor? Pero no está de humor para darse el gusto. Hojea los ensayos mientras me mira, y sé que me descubrió. En cualquier momento, me va a reprender sobre mi tarea faltante. Mi latido está al galope. —¿Qué estás haciendo en mi clase? —pregunta en cambio, con el típico tic en su mandíbula. Sí, estoy en problemas. —¿Qué quiere decir? —Claramente no eres poeta. —Me estudia—. De hecho, ni siquiera creo que te gusten los libros. Entonces, surge la pregunta: ¿qué estás haciendo en mi clase?
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—¡Me gustan los libros! Leo todo el tiempo. —Me indigna que sepa eso de mí, que vea mi engaño al estar aquí. ¿Pero no es eso lo que quería? Quería que me viera. No tiene ningún sentido. Mis reacciones hacia él no tienen sentido. —¿Cuál fue el último libro que leíste? —me reta. El tuyo. Pero no digo eso. —Se llamaba, eh, algo... Olvidé el nombre, pero era sobre el amor. Eh, es sobre unos novios de la infancia que se casan y tienen un montón de hijos. —Entonces, ¿quién es tu autor favorito? Estoy seguro que recordarías algo así. Es implacable, pero lo que no sabe es que soy implacable también. —Son demasiados para contarlos. Thomas pone sus manos sobre el escritorio y se inclina hacia mí, doblando su atlético cuerpo sobre el escritorio. —Nombra uno. Desde esta distancia, lo respiro, su aroma. La embriagadora combinación de cigarrillos y chocolate me está volviendo loca. Doy un paso atrás.
—Sabe qué, voy tarde para clase y tengo que volver al lado sur del campus, así que... —Nombra un autor que te encante y te dejaré ir. Estoy lista para agitar la bandera blanca de la paz y fuera de aquí. En cambio, otra mentira sale de mí. —Sh-Shakespeare. La vena del costado de su cuello parece viva y respirando, como si pudiera saltar en cualquier momento, separarse de su cuerpo, y atacarme con la ira latiendo a través de ella. Lentamente, niega. —Inténtalo de nuevo. —Ese no fue el trato. Le dije… Se endereza y levanta un dedo grueso y surcado. —Uno. Solo uno.
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Oh Dios. Casi gimo en alto mientras estudio los nudos en su dedo. Se ve gastado, bien usado. Parece... sí, magia, una magia que hace girar palabras y poemas, poemas que no puedo dejar de leer. Me pregunto qué pasaría si alguna vez me tocara accidentalmente. Me desmayaría, lo más probable. —T-tú. Te amo. Esperen… ¿Qué? Pongo mi mano sobre mi boca, mis ojos se abren. No acabo de decir eso. Nunca le he dicho eso a nadie, excepto a Caleb, aunque nunca entendió el significado. Pensó que era divertido, de amistad. Pero aquí y ahora, me apresuro a explicar: —Quiero decir, me encanta su trabajo. Yo… Su mandíbula está tensa nuevamente, pero esta vez es más peligrosa, porque viene con una contracción en su ojo derecho. —Sé que no estás en mi clase porque no estás en la lista oficial, así que, técnicamente, estás entrando sin permiso, y quiero que pares. La próxima vez, no estés aquí. Estoy tentada de decir que está bien, pero la idea de no aparecer es aún peor que desafiar su ira. —¿O qué? —Trago y doblo los dedos alrededor del borde del escritorio. —No quieres hacer esto. —¿Hacer qué, exactamente? Esta es una clase y soy una estudiante, ¿por qué no puedo estar aquí?
Me perfora con una mirada antes de curvar un lado de sus labios en una sonrisa tensa y burlona. —¿De verdad crees que esto va a funcionar? —¿De qué está hablando? Se inclina hacia adelante otra vez, y me golpea el deseo de alejar este escritorio. Se siente como kilómetros y kilómetros de océano en lugar de unos pocos centímetros de madera pulida. Su proximidad ha aumentado los sonidos del mundo. El hablar, el reír, los pasos. La tierra está cambiando, rodando de un lado a otro, y él parece ser la única ancla. ¿Qué tan loco es eso? —Quieres que lo deletree, ¿eh? —Su voz bajó una octava. Baja y grave. Las palabras se arrastran juntas—. Conozco tu secreto, Layla. Un alto en mis latidos. Fuegos artificiales estallan en mi piel por la forma en que dijo mi nombre. En lo que a mí respecta, mi nombre es promedio, pero en su voz, los movimientos de su lengua contra sus labios, lo hacen especial. Un sonido chirriante se me escapa porque olvidé cómo hablar.
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—¿Crees que no lo sé? Está en tus ojos. —Mueve su mirada de izquierda a derecha, estudiando dichos ojos. Su azul y mi violeta. Los colores con solo una pizca de diferencia, que pertenecen a la misma parte del espectro de un arco iris. —¿Qué pasa con ellos? —Respiro por fin, reuniendo mis dispersos pensamientos. Sus labios se contraen y mis dedos fríos y secos quieren tocarlo, sentir la pequeña danza de músculos. —Hacen un trabajo de mierda en ocultar tus emociones. —Su sonrisa torcida se transforma en una risa. Oscura y rica, como el chocolate. Queremos probarla. Por una vez, estoy de acuerdo con mi estúpido corazón. —¿Cuáles emociones? —Ahora solo digo cosas de forma robótica. Una muñeca hecha de plástico. —Sientes algo por mí. Me lleva un segundo registrar lo que acaba de decir. —¿Q-qué? Él retrocede y se encoge de hombros. —Es obvio. —¿Qué? —grito de nuevo. Mi cerebro de plástico está cobrando vida— . Eso es ridículo. Yo no... No siento nada por ti. —Se encoge de hombros otra vez, tan engreído y arrogante, como si todo el mundo girara a su
alrededor. Mis palmas se hacen puños—. No lo siento. No estoy enamorada de ti, ni de nadie, para el caso. Thomas asiente. —Por supuesto. —No lo estoy. —Suelto un suspiro de frustración. —Bien. Su descuidada despreocupación, su incredulidad, sus hermosos ojos condescendientes, hacen que quiera golpearlo. Me hacen querer compartir mis secretos. Estoy sorprendida. Nunca he deseado eso. Nunca quiero que nadie vea el agujero oscuro y necesitado dentro de mí. Incluso yo no quiero verlo. Esto es enfermo, Layla. ¿Cómo puedes pensar eso acerca de tu hermano? La voz de mi madre en mis oídos me enfurece aún más. Aparece de vez en cuando para ser mi atormentadora, para decirme lo mucho que necesito que Kara me arregle.
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Respiro hondo y tenso mis rasgos. Odio a Thomas Abrams en este momento, y quiero que lo sepa. Mi hueso pélvico se clava en el borde del escritorio mientras dejo escapar mi ira. —Odio decírselo, profesor Abrams, pero los viejos no me gustan. Tienen un olor enfermizo que no me agrada, y corríjame si me equivoco, pero ¿acaso esa cosa ahí abajo no se encoje cada vez más con la edad? Estoy lo suficientemente enojada como para no preocuparme por lo que acabo de decir, pero no lo suficientemente enojada como para ignorar la llama que arde en mi estómago o no mirar la… cosa que acabo de mencionar, el ligero bulto oculto en la cremallera de sus vaqueros. El calor se extiende por toda la longitud de mi cuerpo mientras imagino cómo se vería... desnudo y duro. —No lo sé, señorita Robinson. —Su voz suave y calmada me saca de mi trance—. Creo que me quedan algunos buenos centímetros, pero gracias por el consejo. Podría ser útil en unos años cuando empiece a medir mi pene. Pene. Dijo pene. Enfrente de mí. Su estudiante. Todo sobre esto es inapropiado. Mi piel está palpitando, pulsando con demasiada energía. Estoy saturada de sudor y de hormigueo. ¿Qué está pasando? Se pone su abrigo y lo abrocha con hábiles movimientos. Sus ojos están puestos en mí cuando dice, o más bien ordena: —No vuelva la próxima vez.
Luego se va.
La noche es insomne y nevada. Miro la nieve a través de la puerta de mi balcón, presionando mi cuerpo desnudo en el vidrio frío. Estoy caliente, muy caliente. Miro hacia abajo y me encuentro cubierta con una constelación de salpicaduras de color escarlata, casi ocultando la red de venas azules bajo mi pálida piel. Mis muslos se deslizan uno contra el otro debido a la humedad que se escapa de mí. Rompo mi regla cardinal y toco mi coño hinchado. Mis caderas se estremecen con la sensación. Es extraño y tan jodidamente bueno. Los pliegues son cremosos y sensibles, rogando por algo. Sientes algo por mí. Es todo lo que puedo escuchar, todo lo que pudo escuchar durante el día. Me estremezco, imaginando sus tenues susurros sobre mi piel. Sí, así es.
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De alguna manera, de alguna forma, he desarrollado este enamoramiento por él. Sé que está casado. Sé que es un imbécil, grosero y mezquino y una especie de poeta genio, pero tal vez ese sea el atractivo. No quiero que me quiera. No quiero la esperanza de reciprocidad. La esperanza mata. Tortura. Solo quiero esto. Esta necesidad viral que está carcomiendo mi corazón, mi cerebro, todos mis órganos, comenzando una palpitación en el fondo. Se hincha y se desliza, como cada vez que veo porno. Nunca me doy alivio porque se siente sucio e ilícito estar masturbándose con algo así. Además, después de lo que le hice a Caleb, no creo que merezca ningún tipo de placer. Por lo tanto, mi regla cardinal es: no tocar mi propio cuerpo. Pero este pulso es difícil de ignorar. Es demasiado fuerte. Demasiado contundente. Demasiado vivo, como si mi vagina estuviera respirando y tuviera mente propia. Me está haciendo hacer cosas. Él me está haciendo hacer cosas a mí misma. Me está haciendo tocar mi clítoris, mi resbaladizo coño. Lento, al principio. Círculos lentos, medidos y perezosos. Luego rápidos, apresurados y frenéticos movimientos que hacen que mi cuerpo se retuerza. Mis pequeños pechos tiemblan y se estremecen, los pezones rosados rebosan de emoción mientras los pellizco con la otra mano. Me está haciendo jugar conmigo misma. Bien podría estar tomando mi mano, con sus oscuros dedos doblados sobre los míos pequeños y suaves. Soy su marioneta y él es mi titiritero invisible, sosteniendo mis cuerdas a kilómetros de distancia.
—Thomas —susurro y me hago añicos al mismo tiempo. Me vengo, envuelta en el calor de Thomas y sus poemas. El orgasmo vibra a través de mi cuerpo, haciéndome gemir, agotándome tanto que tengo que presionar mi frente contra el vidrio frío. Incluso a través de la excitación, soy consciente que está mal, que es enfermo e inapropiado. Pero, también es liberador. Un ritual de limpieza. Me estoy deshaciendo de mi vieja obsesión. La estoy superando. Siendo normal. Antes de esto, era Layla Robinson, locamente enamorada de su hermanastro. Ahora, soy Layla Robinson, enamorada de su profesor de poesía. Abro la puerta del balcón. Las cortinas se mueven con fuerza y ondulan en el viento helado. Los copos de nieve se aferran a mi piel febril, me refrescan, me congelan y me vuelven azul. Y abro los brazos y me río.
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Cinco
—T
engo un enamoramiento. —Le sonrío a Kara. —¿Tienes un qué? —Enamoramiento.
Ya
sabes,
¿cuándo
fantaseas
con
alguien? —Sí. Sé lo que es. —Sonríe—. ¿Entonces, quién es el tipo? —Esa es la mejor parte. —Me rio—. Es como el chico menos disponible en el mundo. Es mi profesor, un imbécil, y está casado. Este enamoramiento está triplemente condenado. Kara me frunce el ceño y enlaza sus dedos sobre el escritorio. —Lo siento. Me perdiste.
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—¿No lo entiendes? —Me levanto de la silla y camino—. No tiene esperanzas y lo sé, y no tengo urgencia por salir con él. Nada de urgencia, en absoluto. No espero que me diga que me ama porque no quiero y sé que no lo hará. —Porque no está disponible —interviene Kara. —Ajá. Es correcto. —Riéndome, me vuelvo a sentar. —Eso es… interesante. Un poco retrogrado, pero interesante. ¿Y si cambia? ¿Y si empiezas a querer esas cosas? —No lo haré porque él es el como el cáncer. —Kara alzas sus cejas ante mi analogía—. Conozco el final del juego con él. Sé que el cáncer me va a matar, así que ya no estoy implorando por mi vida. Solo… — Suspirando, intento poner mis sentimientos en palabras—. Me distrae, ya sabes… de Caleb. Me hace sentir normal. Si puedo fantasear sobre alguien más entonces eso significa que el agarre de Caleb en mí está debilitándose, desapareciendo. —Trago cuando la tristeza, el miedo y la pequeña emoción me abruman—. Y quiero eso. Quiero una vida por mi cuenta donde no piense en él todo el tiempo. Nuestra sesión sigue después de eso. Kara está feliz porque estoy avanzando, pero puedo ver la cautela en sus ojos. Pero no tiene por qué preocuparse. Mi enamoramiento es inofensivo, solo una distracción, y necesito eso ahora.
Después de terminar, voy a Crème and Beans por mi dosis de café y me encuentro con Emma. Está en el mostrador pagando una gran taza de café, y me paro tras ella. —Hola. —Me saluda incómodamente, y hago lo mismo. Todavía está inquieta conmigo y no puedo soportarlo, en especial cuando no hay nada porque estarlo. —Entonces Emma, eh… —Me entrega su completa atención y tartamudeo con mis palabras un poco—. No… sé cómo decir esto, pero, eh, solo lo diré. Yo sé que por alguna razón no te caigo bien y también sé que te gusta Dylan. —Se congela con sus ojos abiertos como platos, un sonrojo quemando sus mejillas—. Es… está bien. No estoy… no estoy juzgándote ni nada. Solo quiero decir que no tienes nada que temer de mí. No debería haber estado en tu radar. Suelto un suspiro cuando acabo. Está atónita, abriendo y cerrando su boca ante mi franqueza. Después de unos segundos, logra recomponerse. —Yo… no sé qué decir. Ni siquiera sé qué estás diciendo. Negación. He hecho lo mismo antes.
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—Está bien. No tienes que decir nada. Solo debes saber que soy inofensiva. Ante eso, frunce el ceño. —Claro. —Lo soy. —Eres la diosa de ojos violetas. —¿Eh? Sonríe tristemente. —Ese es el apodo de Dylan para ti. Está loco por ti. ¿El semestre pasado cuando tomaron esa clase juntos? No se callaba sobre lo mucho que le gustabas. —¿Qué? —Suelto una carcajada incrédula. —Está bien. Sus sentimientos no son tu culpa. Estoy siendo estúpida. —Pero él no tiene sentimientos por mí. —Emma parece que no me cree, y sigo—. ¿Quieres que te lo pruebe? —¿Probar qué? —Que no le gusto de esa forma. No puede. Ni siquiera me conoce; no como te conoce a ti. Confía en mí cuando te digo esto: tú le gustas a Dylan. Dylan podría creer que soy atractiva, con los ojos violetas y el cabello negro, pero que le guste es llevarlo muy lejos. En Nueva York, siempre supe que a los chicos les gustaba mi rostro; lo heredé de mi madre,
después de todo, la reina de belleza del Upper East Side, pero nunca les gustaba yo. Lo único que veían era mi hermoso rostro, nunca a mí. Era invisible para ellos. Caleb fue el único que me conoció de verdad, pero eso no fue suficiente. La esperanza destella en los ojos marrones de Emma y mi corazón duele por ella. Ella es como soy, muy parecida a mí al no ser correspondida. —No lo creo. —Niega y bebe de su café. —¿Al menos me darías la oportunidad de probártelo? —Bien. Sí. —Muy bien entonces. Nos sonreímos y creo que este podría ser el comienzo de algo. Hay una delicada tregua entre nosotras. Recibo mi café mientras Emma me espera y luego salimos juntas. Me dice que fue a ver un apartamento a unas calles porque está planeando mudarse de los dormitorios. —Fue lo peor. Creo que nunca he visto un cuarto más pequeño en toda mi vida, y he estado en la ciudad, numerosas veces. —Se estremece.
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—¿Por qué no vives conmigo? —Es una decisión impulsiva del momento y ni siquiera sé que la he tomado hasta después que las palabras salen de mi boca —¿Qué? —Sí. —Asiento—. Creo que es una gran idea. Vivo calle arriba, y tengo un cuarto extra que puedes usar. —No… ¿estás segura? —Sí. ¿Quieres venir a verlo? —¿Ahora? —Deja de caminar—. Sí. Me encantaría. —Genial. —Sonrío. Cinco minutos después, la dejo entrar a mi torre. Los suelos huelen a pintura y a piso nuevo. Emma alza su ceja ante el equipo de construcción, pero se queda en silencio. Tomamos el elevador y entra al apartamento después de mí. Ahora que está aquí, veo el espacio a través de sus ojos y me avergüenzo. El piso abierto tiene una sala de estar y una cocina, separadas por una gran barra, la cual está oculta bajo cajas de pizza vacías y contenedores de comida china para llevar. Una manta está sobre el sofá beige con una bolsa de papas y un paquete de Twizzlers encima. Mi portátil está en la mesa de centro, con la tapa medio abierta, al lado de una pila de cuadernos.
La única cosa buena de este gran espacio son las puertas corredizas que llevan al balcón más allá de la cocina. Le sonrío con vergüenza y la llevo al cuarto extra a la izquierda, adyacente al mío. Este cuarto está vacío, y honestamente, es el más limpio del apartamento ya que no hay cosas ahí. —Este sería tu cuarto —le digo, casi encogiéndome por lo que debe estar pensando sobre la condición de mi sala de estar. Se siente casi intrusivo y vulnerable mostrarle a alguien dónde vives. Estoy empezando a lamentar esta idea. Emma camina en círculos por el cuarto, pasando junto al armario, el baño privado y, por último, parándose en la ventana con vistas a la Calle Albert y al parque de la universidad. Estoy a un lado del cuarto, sintiéndome ansiosa. Me digo que no importa si no le gusta, pero de verdad, ¿cuándo el rechazo no es importante? —Me encanta. —Me mira y sonríe. —¿Sí?
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—Sí. Es muy grande. Me encanta el edificio. La ubicación es genial. — Frunce el ceño—. ¿Aunque cuánto vale la renta de este lugar? No creo que pueda pagarlo. Entro al cuarto y le restó importancia con un gesto de mi mano. —Oh, no te preocupes por eso. Mi padrastro es dueño del edificio. —Vaya, ¿en serio? —Sí. Todavía no está listo para rentar, pero hicieron una excepción por mí. Lo llamo mi torre. —Entonces por eso parece una zona de construcción. —Asiente como si llegara a la conclusión—. Eres rica, ¿verdad? —Mis padres lo son. Yo solo tengo suerte, supongo. —Me remuevo en mis pies, sintiéndome avergonzada cuando permanece en silencio—. ¿Qué hay de tus padres? ¿Digo, eres cercana con ellos? —No. Yo no… no hablo con ellos. —Ahora fue su turno de mostrarse avergonzada, y quiero decirle que está bien, que a veces no nos llevamos bien con las personas que nos dieron a luz, pero ella no me deja hablar—. Como sea, no puedo no pagar una renta. Digo, no quiero vivir de gratis. Suelto un suspiro, pensando. —Bien, ¿qué tal esto? Puedes aportar de alguna otra forma. Como, ¿tal vez las compras de víveres? ¿Y cocinar? Soy terrible en esas cosas. Nunca recuerdo comprar algo más aparte de los Twizzlers. Sus ojos se entrecierran mientras lo piensa.
—Puedo hacer eso. Digo, no soy genial cocinando, pero sí me gusta cocinar. Cocino para Dylan todo el tiempo, así que me parece bien. —¿Entonces lo harás? ¿Mudarte? —Sí. —Se ríe, y en un acto sorprendente, me abraza con fuerza—. Gracias, gracias, gracias. No puedo creer que finalmente encontré algo genial. Estoy tan jodidamente feliz ahora. Su abrazo me hace sentir sofocada, como si una rana croara en las profundidades de mi garganta. —Será genial. —Sí. —Se aleja, sonriendo. Ella sigue caminando por la casa y el balcón. Decidimos hacer la mudanza el día de mañana. —Lo haría hoy, pero tenemos la noche de poesía y no seré capaz de encontrar a alguien que me ayude a mudar mis cosas hoy. —¿Noche de poesía?
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—Oh sí. —Niega—. Olvidé que eres nueva. Cada dos sábados nos reunimos en este bar llamado La Alquimia, justo afuera del campus. Es muy casual. Leemos nuestras cosas entre nosotros. A veces la gente de teatro hace sus espectáculos, pero hoy es noche de poesía y voy a leer algunos de mis poemas. Deberías venir. —Claro.
Estoy empaquetada en mi boina de lana blanca y mi abrigo de piel violeta, el cual está abotonado hasta mi barbilla. Mis botas hasta el muslo crujen sobre el pavimento mientras llego a la puerta de La Alquimia y entro. Es un espacio pequeño con las paredes de ladrillo expuesto y un techo abovedado, de la clase que ves en una iglesia. Vigas de madera recorren la longitud del techo, iluminadas como un árbol de navidad. El aire está cálido y lleno de un aroma frutal. Así como el Laberinto, este lugar está vibrando con energía. Mis ojos miran las obras en las paredes, las guitarras de imitación, las notas musicales, los recortes de diarios enmarcados, las siluetas de personas bailando en varias poses, junto con las fotos a blanco y negro de algunos de los escritores famosos que apenas he llegado a conocer esta semana.
—¡Hola, Layla! —Escucho la voz de Emma sobre la multitud y la encuentro haciéndome señas desde la barra—. ¡Por aquí! —¡Hola! —Avanzo para ir hasta ella y la saludo con una sonrisa cuando veo que está balanceando tres bebidas en sus manos. Tomo un vaso de ella y caminamos entre las mesas esparcidas. —Hola chicos, ella es Layla, mi nueva compañera de apartamento — dice mientras llegamos a la mesa. Hay un par de chicos sentados; uno es Dylan, y el otro no lo conozco. —Hola. —Los saludo moviendo mis dedos. Ambos responden el saludo y el otro tipo se presenta como Matt. Dylan se levanta y me cede su silla. —Hola, Layla. Me alegra que vinieras. Ahora que Emma ha revelado que le gusto a Dylan, analizo su comportamiento. Es tímido y conversador a la vez, adorablemente incómodo. Es un enamoramiento inofensivo, como el que siento por Thomas, el que me enreda la lengua, me da sueños húmedos, y hace que mi loco corazón lata con fuerza. No es fácil y cómodo. No es lo que siente por Emma.
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Soy consciente que estoy sentada entre los dos futuros tortolos, pero no voy a moverme. Necesito probarle a Emma que ella le gusta a Dylan. Inclinándome hacia Dylan, pregunto: —¿Cómo es que están bebiendo licor? ¿No son menores de edad? Dylan traga mientras le lanzo una mirada coqueta. Emma está sentada tensa en su asiento. Espero que confíe en mí. —Todo es, eh, de utilería. No sirven licor en la noche de Laberinto. —¿Entonces qué estás bebiendo? —Agarro su vaso y tomo un sorbo. Su boca cuelga abierta antes de cerrarla y aclararse la garganta. —Un Hemingway. Es solo… un Martini sin licor. —Suena aburrido. —Muevo mis pestañas y Dylan casi escupe su bebida. Me compadezco de él y me vuelvo hacia Emma. Matt está hablando con ella, pero sé que no está escuchando. Está más en sintonía con lo que sucede entre el amor de su vida y yo. Le doy un golpe con el codo. —Acompáñame a la barra. No espero a que acepte y la levanto del asiento. Sé que ella me seguirá. Vamos hasta el bar y ordenamos un trago morado del menú, luego me inclino contra la barra de madera.
—Este es mi plan —le digo. Ella parece triste—. Anímate. Estoy lista para probarte que te equivocas. —¿Coqueteando con él? —Sí, entre otras cosas. —Sabes qué, solo voy a… —¿Te puedes relajar? Te pedí que confiaras en mí. —La miro fijamente hasta que asiente—. Bien. Entonces quiero que coquetees con Matt, o al menos habla con él. Voy a mantener a Dylan ocupado, y te apostaré lo que sea que saldrá de aquí celoso y completamente irritado de mí. —Yo no… —Niega. —Vamos. Será divertido. Además, debería recibir un poco de la medicina que te da todos los días. Arruga su nariz y lo piensa. Mi bebida está aquí así que la tomo, bebo y la miro. —¿No crees que es… vengativo hacer eso?
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—Sí, lo es, pero si no haces nada, nunca se dará cuenta de lo mucho que le gustas y se perderá lo asombrosa que eres. Ahora eso es vengativo. —Emma se ríe y la llevo a nuestra mesa—. Creo que es un favor para él, ¿bien? —Bien. Mientras caminamos entre la multitud, mis piernas se frenan en seco. Siento algo en mi interior. Abre mi pecho y mi estómago, girando alrededor de mi espalda, una urgente e incesante palpitación. Mi mirada va a la puerta y él está ahí. Thomas. El profesor Adams. Mi enamoramiento. Tal vez estoy teniendo una regresión, volviendo a esos preciosos años en la secundaria cuando las chicas se reían y chismeaban de sus profesores apuestos. En este entonces, todo era invisible para mí, con excepción de Caleb. Nunca me preocupé lo suficiente para mirar a cualquier otra parte o tener una vida por mi cuenta. Pero ya estoy lista. Necesito el control de regreso. Necesito normalidad. Es muy irónico que lo que me destruyó al no ser correspondida sea lo que mantenga a raya el dolor. Thomas camina hacia el lado opuesto de la barra y se detiene al otro lado de un hombre, uno que es más bajo que él y vestido en un estilo más formal.
Regreso a la mesa y tomo asiento. Emma me mira reprendiéndome y modulo un, lo siento. Luego vuelvo a coquetear con Dylan y Emma habla con Matt. Somos un par triste, Dylan y yo. Mientras ambos estamos hablando, nuestra atención está distraída. Él sigue mirando hacia Emma, quien ha mejorado su estrategia y está riéndose ante todo lo que dice Matt. El movimiento puede ser cliché, pero estoy orgullosa de ella. Es difícil mantener el rostro serio. ¿Y yo? No puedo evitar mirar hacia Thomas. Es una alta y oscura figura inclinándose; o, mejor dicho, echado contra una pared, lejos de la multitud reunida alrededor de la mesa. Se ha quitado su chaqueta, quedándose en una sencilla camisa negra. Esta se estira sobre su esculpido pecho cuando se pasa los dedos por los mechones de su cabello. Toma sorbos de la cerveza que tiene en la mano, sonriendo débilmente mientras el hombre a su lado habla. Justo entonces Emma suelta una carcajada y Dylan se rinde en sus pretensiones de hablar conmigo. —¿Qué es tan gracioso? —masculla, y no puedo contener la risa.
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Mi intuición era jodidamente correcta. Dylan es un imbécil. Negando, miro de reojo hacia Thomas. Esta vez, nuestras miradas se encuentran. Pequeñas flamas azules me miran desde el otro lado del lugar y quedo suspendida en su atención. Tengo la pajilla en mi boca, pero no estoy succionando. Ni siquiera estoy respirando. Me encontró. El pensamiento da vueltas incluso mientras aparta la mirada hacia el escenario. Algo me dice que está pensando en mí; miro el sutil movimiento de su definida mandíbula mientras aprieta sus dientes. Me odia. Una pequeña sonrisa florece en sus labios. Me encanta que me odie. Ves, sin esperanzas. Nunca amé tanto la desesperanza antes. Aparto la mirada cuando la estática del micrófono llena el cuarto y el amigo de Thomas sube al escenario. Él anuncia el comienzo de la noche de poesía y presenta a Emma. Le deseo buena suerte mientras sube al escenario con un pedazo de papel en sus manos. —Gracias, profesor Masters, por la bonita introducción. —Se ríe, luciendo ansiosa y sonrojada—. Y gracias a todos por recibirme aquí. Voy a leerles algo que escribí hace mucho tiempo. Se llama Tú, y espero que lo disfruten.
Mira el papel una vez antes de volverlo a guardar en el bolsillo de sus pantalones. Su mirada cae en Dylan, quien se sienta cautivado a mi lado. Ella empieza con voz clara y un comportamiento seguro. Sus palabras son simples, pero llenas de deseo. Durante toda la narración, nunca aparta sus ojos de Dylan, dejándole saber que el poema es un homenaje al amor que siente por él. Es hermoso, y por primera vez en mi vida, siento que he hecho algo bueno. Los he unido, los he convertido en las estrellas del espectáculo, ¿y quién no quiere ser una estrella? Es un sueño para todos, ese único momento bajo las luces. Las personas están cautivadas por lo que Emma está diciendo. Observan el rostro atónito de Dylan y el sonrojado de Emma, alternativamente. Lágrimas brillan en mis ojos mientras soy testigo de su historia de amor llegando a su pico más alto frente a mí. Así es como se ve el amor correspondido. Brillante. Sonriente. Con ojos llorosos. También lo queremos. Pero nunca tendré eso.
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Seis
C
uando termina el poema, noto que Thomas se ha ido. Miro alrededor, pero no puedo verlo en ningún lado. Salto de mi asiento antes que los aplausos se calmen, y nadie nota mi partida en medio del amor. El pasillo en la parte posterior está lleno de gente apoyada contra las paredes de ladrillo, algunos acariciando a sus citas, otros esperando en la fila del baño. Las luces industriales de arriba están atenuadas, llevando al angosto pasadizo, una intimidad que exige caricias ilícitas y besos resbalosos y teñidos de gris. Thomas podría simplemente haberse salido o ido al baño, pero mi atención es llevada a la puerta marrón oxidada con el letrero de salida. Está entreabierta, trayendo una fría corriente desde el exterior. La abro, saliendo al oscuro y frío callejón. La pared opuesta está llena de botes de basura.
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El aire frío y punzante me golpea la nariz y la frente y estornudo. Una vez. Dos veces. Mis botas casi se resbalan sobre un pedazo de hielo en el suelo, pero logro mantener el equilibrio. —¡Mierda! —Me enderezo, dando palmadas a mi pesado conjunto de abrigo, bufanda y boina. —No creo que tengas la suficiente edad para maldecir. Jadeo ante la familiar voz gutural. Thomas emerge junto a la escalera de incendios, aros de humo saliendo de sus labios. La luz amarilla le da cierto brillo. Mi corazón borracho de amor salta en mi pecho, golpeando, bombeando mi sangre furiosamente. Incluso afuera, él está sin su chaqueta, dejando sus codos y sus brazos venosos y cubiertos de vello, expuestos. ¿Qué pasa conmigo y sus manos? No puedo dejar de mirarlas. No puedo dejar de imaginarlas sobre las mías. Como si mi lujuria estuviese esperando un atisbo de sus dedos mágicos, sale a la superficie y me empujan de vuelta a mi oscuro apartamento, frente a la puerta corredera, mirando la nieve, jugando conmigo misma. —Puedes dejar de mirar en cualquier momento. —Da una calada y sopla una nube de humo. —No estaba mirando —miento. —Por supuesto.
Thomas se apoya contra la pared húmeda y cruza los brazos sobre el pecho, con cuidado de mantener alejado el extremo encendido del cigarrillo. Las brasas naranjas brillantes caen a la tierra helada, pareciendo fuegos artificiales. Casi lamento perderme su batalla con su impulso. Su ira intermitente dando paso a la derrota, es fascinante para mí. Antes de darme cuenta, me acerco a él, captando un poco de su aroma a chocolate, y le arrebato el cigarrillo. Lo pongo en mi boca y casi gimo en voz alta por el alivio. —Tienes razón. Estaba mirando —confieso, inhalando humo—. Pero solo porque tienes esto. El golpe de la nicotina es instantáneo, derritiéndome. Disuelve mi cerebro, una calada a la vez. Soy más valiente, invencible con eso en mi cuerpo, o tal vez sea mi enamoramiento sin esperanza el que me hace sentir inmortal esta noche. —Robar es pecado —me dice. —No estoy robando. —Sonrío—. Estoy pidiendo prestado. Y no te preocupes, solo tomo prestadas cosas que me hacen volar.
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Él y se rasca la quijada. —Probablemente faltaste a la escuela el día que enseñaron que fumar causa cáncer. Estallo en carcajadas. Sus palabras me recuerdan la analogía que le hice a Kara el otro día. Miro hacia su rostro brillante. Él es como mi luna personal: inalcanzable, para ser admirado desde lejos. Él es mi cáncer, lentamente me está matando, y ni siquiera me importa. —No tengo miedo de morir —divulgo, tomando otra calada. Él me está mirando con un destello desconocido en sus ojos. No puedo descifrarlo, y no quiero hacerlo. Deja que sea un misterio; los misterios no pueden hacerme daño—. Además, no es imposible que me haya perdido esa clase. Yo no era del tipo que asistía a clases. —¿De qué tipo eras? —No sé, del tipo malo. Solía faltar a la escuela. Siempre estaba atrasada en la tarea. Mis maestros pensaban que era una pesadilla con la que tenían lidiar. —¿Es eso realmente algo que deberías contarle a tu profesor? Tiene las manos en los bolsillos y los tobillos cruzados. Él tiene botas de nieve negras con suelas grises, y algo acerca de la rudeza de ellas me hace sonreír. —Pero tú no eres mi profesor, ¿verdad? Y no soy tu alumna. Solo soy una intrusa.
—En tu lugar tendría cuidado. A los intrusos les pasan cosas malas —dice con una voz que me roba la mía. Los labios de Thomas se contraen con una sonrisa contenida mientras sus ojos recorren mi rostro. Mi piel enrojece, explota en un millón de escalofríos. Él se ha convertido en el único punto de mi enfoque. Ha absorbido los límites de mi mundo, y todo lo que veo es su cabello alborotado por el viento, sus magníficas facciones cinceladas. Estoy tan absorta en él que no noto que su mano se acerca y arrebata el cigarrillo, hasta que ya no está. —Por mucho que te encuentre molesta, prefiero que no te mates con mi varita de cáncer —dice antes de absorber una calada. —Bien. Lo que sea —refunfuño—. ¿Qué haces aquí en el frío, de todos modos? ¿Sin una chaqueta? ¿No te estás perdiendo las lecturas de tus propios alumnos? Él me da una mirada de reojo. —Llevas suficiente ropa para los dos, y puedo hacerte la misma pregunta. —Estoy tomando aire fresco.
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Con el cigarrillo apretado en sus dientes, me lanza una mirada de complicidad. Sus ojos dicen lo que dijo su boca la semana pasada: Sientes algo por mí. Al igual que él, dejo que mis ojos hablen. Los entrecierro y muevo mi cabeza hacia un lado. Eres egocéntrico. Su risa es suave y aireada. —Sí, yo también lo hacía, hasta que saliste y lo arruinaste. —Eres una persona muy sociable, ¿cierto? —Negué—. ¿Por qué aceptaste este trabajo cuando odias tanto la enseñanza y a los estudiantes? —No son solo estudiantes. Odio a todos los humanos, en general — explica—. Pero aun así necesito un trabajo, ¿no? —En realidad, no creo que lo necesites. ¿No eres un gran poeta ganador de premios? ¿No deberías estar trabajando en tu libro en algún lado? ¿Aislado y borracho, dejándote crecer una barba o algo así? —¿Estás segura que estás describiendo a un poeta y no los objetivos de tu vida? —No puedo dejarme crecer la barba. En caso que no te hayas dado cuenta, soy una chica.
Algo cambia en su comportamiento. No sé qué es, pero parece más consciente de mí, como si lo hubiera tocado sin mover un dedo. Despierta cada terminación nerviosa en mi cuerpo. —Lo noté —murmura. Parece que también me tocó sin ponerme una mano encima porque siento algo crepitando sobre mi piel, eléctrico y caliente, causando escalofríos sísmicos. Me acurruco dentro de mi abrigo y me froto los brazos, espantando la sensación. Thomas apaga su cigarrillo terminado y aplasta la colilla con sus botas, la brisa invernal atrapa su cabello oscuro. —Probablemente deberías regresar ahora. Tu novio debe estar buscándote. —¿Que novio? —Con el que estabas bebiendo. Me lleva un segundo entender lo que quiere decir. —Oh, ¿te refieres a Dylan? —Me río—. ¿Te engañó a ti también? No sabía que fuera tan buena. Estaba tratando de demostrarle algo a alguien.
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—¿Y qué era ese algo? —Que el amor no siempre tiene que ser no correspondido. —¿Qué sabes sobre el amor no correspondido? —Más de lo que crees. —¿Sí? ¿Tu cita para la fiesta de graduación te abandonó? O déjame adivinar, él te llevó a una cita, pero no devolvió la llamada al día siguiente. ¿No es así como van todas las historias de amor de la secundaria? Una ira, ardiente y feroz, me quema. ¿Cómo es que, en los últimos minutos, he recorrido una gama de emociones con él? ¿Cómo es que, con él, todo lo que hago es sentir y sentir hasta que estoy a punto de estallar? Y nada de esto me asusta, ni su rudeza, ni sus insensibles comentarios. Quiero dar tanto como recibo. —El hecho de tengas todo resuelto no significa que puedas ser un imbécil, ¿está bien? ¿Y qué? ¿No te puedes enamorar en la escuela secundaria? ¿Es eso lo que me estás diciendo? ¿Esa edad tiene algo que ver con el amor? —Niego—. Dios, eres tan jodidamente estrecho de miras. —¿Crees que tengo todo resuelto? —¿No es así? Quiero decir, mírate. La gente no puede dejar de hablar de lo genial que eres. Toda la clase quiere hablar contigo, pero no les darás ni la hora. Estás casado, y supongo que conseguiste a quien querías, entonces, ¿qué sabes tú sobre el amor no correspondido?
Lo odio. Lo odio tanto. Odio que lo tenga todo. Odio que haya menospreciado mis sentimientos hacia Caleb a pesar que no sabía lo que estaba haciendo. Odio que sea el hombre más feliz del mundo. Aunque, si ese es el caso, ¿por qué no lo parece? ¿Por qué las líneas alrededor de su boca están tensas y rígidas? ¿Por qué hay un brillo desgarrador en sus ojos? Sus manos están dobladas en puños. De hecho, todo su cuerpo está encorvado, atraído hacia sí mismo. —Sí, ¿qué diablos sé sobre el amor unilateral? —dice por fin con una sonrisa sin humor. Oh Dios, ¿dije algo mal? ¿Pasa algo malo en su matrimonio? Sé de primera mano que los matrimonios no son siempre blanco y negro. Mi madre está en el marido número tres. Con los años, me di cuenta que sus matrimonios eran convenientes. Sin amor. Sin pasión. Estaban destinados a fallar. Pero no puedo pensar en Thomas de esa manera. No puedo pensar en este poeta apasionado y hosco estando nada menos que enamorado de su esposa, y el amor tiene que ser suficiente, ¿verdad? Tiene que ser. Porque si no lo es, ¿qué más es sagrado en este mundo grande y malo?
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Entonces, de la nada, algo más me sorprende. —Espera, ¿viste eso? Viste que estaba compartiendo un trago con un chico del otro lado del lugar. ¿Estabas...? —¿Estaba qué? ¿Mirándote? —Él me perfora con su mirada, tan intensa, tan seria. —¿Sí? —Lamo mis labios secos y agrietados. ¿Es mi imaginación, o se ha acercado más? Thomas baja la cabeza, atrapando mi mirada confundida con la suya, haciendo que este momento se llene de intimidad. —Sí. —Sus palabras se arrastran de una manera perezosa—. Lo estaba. De hecho, no puedo dejar de mirarte. ¿Cómo llegamos a esto? De intercambiar insultos y de odiarlo a esta... conversación. Mi cuerpo está sintiéndose de un modo extraño: aterrorizado y excitado al mismo tiempo. El sudor corre por mi espalda y el calor irradia en la parte inferior de mi cuerpo. —¿Qué...? —Las palabras se están secando en mi lengua. No puedo... no puedo procesar esto, no puedo procesar que él me haya estado mirando, y, sin embargo, ha sucedido dos veces, una vez en la librería, y ahora aquí. Una peligrosa mezcla de sentimientos está agitando mi pecho. No puedo reconocerlos a todos, pero sé que tengo miedo, entre otras cosas. Thomas suelta una risita.
—Adolescentes. Odio a los jodidos adolescentes —murmura para sí mismo—. Deberías ver tu rostro. Gruño, enfurecida. Él estaba jodidamente bromeando. Gruño de nuevo. Lo odiamos, dice mi corazón enojado. Sí, lo odiamos, estoy de acuerdo. Thomas me está mirando con ojos divertidos, y eso me molesta aún más. Respiro y, manteniendo nuestras miradas conectadas, levanto la pierna derecha y la bajo contra su pie. Con fuerza. Él ni siquiera se inmuta. Estúpido. —¿Qué tal eso para una adolescente? —Mis fuertes respiraciones hacen eco a nuestro alrededor. En el fondo de mi mente, sé que no debería haber hecho eso. Esta es la razón por la que mi madre me envió a terapia. Tengo cero control de impulsos. —Yo diría que es más de escuela secundaria, pero, ¿qué sé sobre lo que hacen los niños por estos días? —Todavía estoy dándole vueltas a lo que hice, y él aprovecha esta oportunidad para informarme—: Golpeas como una chica, por cierto. —Soy una chica. —Aprieto los dientes—. Y di un pisotón. No golpeé.
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—De cualquier manera, fue un asalto, y a un maestro, nada menos. —Siento los ruidos de su pecho mientras habla, lo que me hace darme cuenta de lo cerca que estoy de él, de su cuerpo. Es cálido, duro y respira. Se siente exótico, como algo que nunca había sentido antes, lo cual es una absoluta mentira porque antes había sentido un cuerpo masculino, la noche en que Caleb y yo tuvimos relaciones sexuales. ¿Por qué esto se siente tan diferente y nuevo? Debería dar un paso atrás. Lo sé, pero no puedo. Mi ira se está drenando lentamente de mi cuerpo y algo más está llenando el vacío dentro de mí. Mi pie indisciplinado se acerca más, buscando ciegamente su pie. Una vez encontrado, toco la punta de su bota. —No eres mi maestro, ¿recuerdas? Thomas mira hacia abajo a nuestros pies, conectados en el suelo, mi punta puntiaguda unida a la roma suya. Es un gesto infantil sin importancia, pero, aun así, me encanta cómo se ven nuestros pies en la tierra salpicada de nieve. Miramos hacia arriba al mismo tiempo, y juntos tragamos, separamos nuestros labios, exhalamos respiraciones vaporosas. Antes que pueda analizar lo que está sucediendo, el chirrido de la apertura de la puerta rompe el momento y retrocedo. —Thomas. Tenía la sensación que te encontraría aquí. —Es una mujer, baja y elegante, con una melena rubia.
—Sarah. ¿Quieres unirte a nosotros? Sus ojos astutos parpadean entre Thomas y yo, y me siento ansiosa, como si me hubieran atrapado haciendo algo malo, algo ilícito. —No, gracias. Yo... —¿Estás segura? Estábamos teniendo una discusión esclarecedora sobre los roles de género. ¿Las chicas realmente pegan como chicas o es simplemente un estereotipo creado por la literatura moderna? Mi respiración se contrae cuando Thomas se refiere a mi pisotón tan grácilmente. Intento controlar mi rostro, pero sé que me estoy sonrojando. Espero que la tenue iluminación lo oculte. —Estoy segura que es fascinante sospechoso—. Pero te necesitan adentro.
—dice Sarah en
un tono
Thomas sonríe, pero puedo decir que no se divierte. —¿Y quién me necesita? ¿Tú? Pensé que el día nunca llegaría. Sarah le lanza una sonrisa forzada. Claramente, estos dos no se gustan.
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—Me gustan tus bromas, Thomas, pero no creo que el profesor Masters se divierta esperándote. Quiere que todos conozcan a la adición estelar de nuestro personal. —Bien, iré en este momento. Sarah asiente, lista para irse, pero se detiene. Ella se concentra en mí y me encojo dentro de mi gran abrigo gigante. —¿Eres nueva? No te había visto en la noche de Laberinto antes. —Mmm, sí. Lo soy. Soy Layla Robinson. Ella asiente. —Soy Sarah Turner. Si necesitas ayuda con los roles de género en la literatura, debes venir a buscarme. Es una de mis especialidades. Una vez más, su mirada se dirige hacia Thomas, y luego vuelve hacia mí. No hay nada en sus ojos que pueda descifrar, pero, aun así, siento que hay algo allí. Con una última mirada hacia nosotros, se va, y la respiración que he estado conteniendo se escapa. —¿Quién es ella? Thomas se encoge de hombros, sacando su teléfono del bolsillo. —Nadie. —Sus dedos vuelan mientras teclea algo. Una vez hecho esto, se dirige hacia la calle. —¿Te vas? —pregunto. —Parece que sí —responde sin darse la vuelta.
—¿Pero no deberías entrar? —Ojalá pudiera, pero no quiero. Él sigue caminando y troto detrás de él. —¿Por qué no? —Lo presiono, pero no sé por qué. Deteniéndose de golpe, se da la vuelta. La noche es oscura y la iluminación es atroz, así que no puedo estudiar su expresión, pero sé que no le gusta que lo cuestionen. —Porque es casi medianoche y si me quedo más tiempo, podría convertirme en un sapo, y me gusta demasiado este atuendo como para arriesgarme a eso. Se da vuelta, pero hace una pausa nuevamente. Dándome su perfil, dice: —Y no lo he olvidado, señorita Robinson, no aparezca en mi clase la próxima vez.
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Siete
E
mma se muda al día siguiente y todo va bien con Dylan, Matt y yo ayudándola. Se intercambian muchas miradas calientes entre los dos tortolitos, y no podría estar más feliz. Resulta que, después que me fui la noche anterior, hubo un abrazo con un beso y una noche entera en la que hablaron y sacaron sus sentimientos. A la hora del almuerzo pedimos pizza y discutimos todos los temas de poesía. Pregunto por Sarah Turner, y Emma me dice que estaba tratando de conseguir el trabajo de Thomas. Al parecer, todo estaba casi listo hasta que Jake Masters, decano de escritura creativa, trajo a Thomas para atraer a más estudiantes al programa, de ahí la hostilidad de Sarah; por no mencionar que Jake y Thomas se conocen desde sus días de colegio y, naturalmente, a Sarah no le gusta eso.
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Es una tarde divertida, excepto por una acalorada llamada telefónica de la madre de Emma. Ella entra en su habitación para hablar así que no puedo escuchar lo que están discutiendo. Dylan trata de calmarla, no obstante, a partir de allí las cosas se ponen ligeras. Dylan, Emma y Matt me aceptan fácilmente. Aparte de algunos silencios incómodos en los que Dylan y Emma se hacen ojitos el uno al otro, se siente natural, tan natural, que, de hecho, Matt se convierte en mi persona favorita en el mundo porque ama los Twizzlers. Compartimos un paquete y discutimos sus valores nutricionales contra los alimentos de mierda como manzanas u hortalizas de hoja. Al final de todo, decido que realmente quiero que estos frágiles lazos de amistades se mantengan. La soledad ya no se siente como una opción, no desde que tropecé con el Laberinto.
Una vez que Dylan y Matt se han ido, Emma sugiere un paseo y un café. Nunca digo que no a ninguno de los dos, así que me pongo mi ropa de invierno y salimos a la tranquila tarde del domingo. La calle está mojada y flanqueada por bancos de nieve derretidos. No ha nevado desde que comenzó el semestre, por lo que el aire parece saturado, lleno con la pesadilla de la misma. Pasamos por los edificios vecinos, que son más pequeños que en el que vivimos, un salón, y un
delicatessen antes de llegar a Crème y Beans. El olor a café y chocolate caliente nos golpea cuando entramos. Pero es más que eso. Hay una potencia en el aire, y al instante sé por qué. Thomas. Está en el mostrador, pagando por su café. Es tan alto que tiene que agacharse para hablar con el barista. Sus dedos se mueven entre los billetes en su cartera mientras los cuenta y los entrega con una sonrisa distraída. Anoche me convertí en su títere de nuevo y jugué conmigo. Esta vez lo hice en la oscuridad. Hizo las cuerdas más ajustadas, más urgentes. Me hizo más audaz, más sucia. Criminal, incluso. A diferencia de la última vez, mis dedos se hundieron y cavaron profundamente, sintiendo la carne de adentro hacia afuera. Era cálido, aterciopelado, empapado, goteante y ruidoso. Escuché los sonidos que hace mi coño cuando es codicioso y caliente. Nunca lo supe. Nunca conocí esa parte de mi cuerpo tan íntimamente. Se sentía brillante y vergonzoso. Me regodeé en mi excitación hasta que estuve jadeando, corriéndome a borbotones sobre mis sábanas moradas. Me retorcía en mi cama sin control sobre mi cuerpo. Era terriblemente aterrador y erótico.
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—Oye, ¿vienes? —grita Emma, sacándome de mi trance inducido por la lujuria. Su voz es fuerte en el café de lo contrario vacío, y atrae la atención de Thomas. En un instante, su postura relajada cambia y está en alerta, su mandíbula pulsando. Su reacción es tan predecible, su odio tan glorioso que me muerdo los labios para no sonreír. Mi sonrisa se pierde cuando noto que no está solo. Hay una mujer a unos pasos detrás de él, en un suéter blanco suelto y un abrigo de color rosa suave. Su cabello es rubio y suave, con flequillo escalonado cayendo sobre su frente. Es pequeña, más baja que mi metro setenta, y mucho más delgada que yo. Aunque nunca la he visto, sé quién es. Es la esposa de Thomas. Es hermosa. Tan perfecta. Etérea. Como una pluma suave o una burbuja de jabón. Su piel es sedosa y sus labios son rosados. Parece mi opuesto total. Tímida, callada y bien educada. Habiéndolos visto también, Emma va directamente en su dirección. —Hola, profesor Abrams. Es muy agradable verlo aquí. —Sí. Un placer —responde sin entusiasmo. Emma se presenta a la esposa de Thomas con una sonrisa educada. —Mmm, hola, soy Emma Walker y esta es Layla Robinson. Estamos en la clase del profesor Abrams. —Hola. Soy Hadley —dice con una ligera sonrisa.
Su voz... ni siquiera puedo describirla. Es el más pequeño de los sonidos, el más bajo de los decibeles, y tan... melódica. Apuesto a que Thomas se enamoró de ella a primera vista. ¿Cómo podría no haberlo hecho? Ella inspira esa clase de devoción. Hay una opresión en mi pecho, como si mi corazón se estuviera encogiendo. Me pregunto qué se necesita para ser adorable. Tal vez tienes que ser menos loca o menos egoísta o menos... arruinada. Trago e intento sonreír mientras la mirada dorada de Hadley me alcanza. Me siento avergonzada. Es la misma sensación que tuve anoche con Sarah. Quiero esconderme detrás de Emma. Mi inofensiva atracción ya no parece tan inofensiva. Con reticencia, Thomas salta las presentaciones, acercándose más a Hadley. —Sí, esta es mi esposa, y ese pequeño de ahí es Nicky, Nicholas, nuestro hijo. ¿Acaba de decir hijo? Un hijo. Tiene un hijo. Un niño. Es papá.
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Esto empeora a cada minuto. Vamos a escondernos, chilla mi corazón frenético. Me he estado masturbando pensando en un hombre que tiene un hijo. Un hijo al que no puedo dejar de mirar. Un bebé de ojos azules, de cabello oscuro y mejillas rosadas. Está levantando los pies en un cochecito, gorjeando contra su puño regordete. Está abrigado con un gorro y una bufanda blanca y negra, con una chaqueta púrpura abullonada. Está usando morado. Mi color favorito. —Oh, Dios mío, es tan lindo. —Emma se arrodilla—. Y tan pequeño. ¿Qué edad tiene? —Seis meses la próxima semana —responde Thomas. Está mirando a Nicky con orgullo, con ternura. Es una mirada que nunca había visto en él. Suaviza los rasgos de su rostro, atenúa la constante intensidad en sus ojos. Lo hace parecer joven, feliz. Sus dedos rozan la cabeza de Nicky suavemente, con reverencia. Mi mirada aterriza sobre Hadley. Tal vez los rayos del sol le están cayendo mal, pero juro que veo... aprensión en su rostro mientras mira a Nicky. Sus suaves labios se han curvado hacia abajo y bolsas oscuras han estallado bajo sus ojos. No entiendo su reacción. Aparta la mirada como si ya no pudiera mirar a Nicky o a su marido. Desecho el estúpido pensamiento y me vuelvo hacia Emma. Ella está jugando con Nicky, tratando de conseguir que se aferre a su dedo, pero él
no está respondiendo. Me arrodillo junto a ella y le sonrío y al instante me mira. Sus ojos son azules, muy parecidos a los de su padre. Le doy un dedo. —Hola Nicky, soy Layla. —Se menea sobre su lindo trasero y babea—. Me encanta tu chaqueta. Es morada. —Sonrío, y me lanza una sonrisa desdentada—. ¿Sabes que el color morado es mi color favorito? Simplemente me encanta. ¡Mira! —Señalo a mi chaqueta y él mira obedientemente, todavía masticando su puño—. Estoy usando morado también, aunque es un tono diferente. Pero, ya sabes, el morado es genial en cualquier tono. Se ríe como si entendiera. Riéndome, le doy un dedo de nuevo, esta vez cerca de su suave nariz de botón. En un instante agarra mi dedo en su puño mojado, sonriendo. Curvo mis labios en una O e imita mi acción, la baba cuelga de su barbilla. —¡Me atrapaste! —¿Por qué no agarró mi dedo? —susurra Emma.
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—Soy mucho más genial que tú. Ambas nos levantamos, pero me detengo cuando mi mirada cae sobre las botas de Thomas. Son las mismas de anoche, negras con suelas grises. Apuntan hacia las botas marrones de Hadley, de tacón bajo, pero las de ella están señalando al lado opuesto, a la puerta. Imagino los dedos de los pies de Thomas y mis botas tocándose, señalando el centro muerto, como una brújula. Algo en la dirección opuesta de sus botas me parece equivocado. Me da un mal presentimiento. Siento una punzada caliente en mi cuero cabelludo, hormigueando hasta mi cuello y columna vertebral. Sé que Thomas me está mirando fijamente con sus magníficos ojos. Mi cuerpo se contrae cuando me levanto y lo miro. Hay un microsegundo de conexión entre nosotros, y de repente, lo entiendo. Comprendo las ocultas profundidades de sus ojos. Comprendo la agudeza de su expresión, cada fruncimiento de sus labios, cada latido de su vena. Lo entiendo todo. Comprendo por qué no parecía el hombre más feliz anoche. Incluso entiendo su poema. Anestesia es sobre la soledad, el desamor, el amor no correspondido. Es sobre él, y es sobre mí. Es sobre personas como nosotros. Mi corazón corre con la horrible, horrible comprensión.
Justo en ese momento, los gorgoteos de Nicky se transforman en protesta. Sus rechonchas mejillas se agitan mientras se mastica los nudillos. Su angustia me está causando angustia, y sólo lo he conocido hace unos minutos. Emma mira hacia abajo, frunciendo el ceño. —Oh no, supongo que necesita a su mamá. Juro que veo que a Hadley estremecerse. ¿Qué está pasando? Thomas también lo nota y entra en acción. Colocando su taza en el mostrador, se agacha y recoge a Nicky en sus brazos. Lo presiona contra su pecho, acunando su cabeza y meciéndolo. Sus movimientos son expertos y fluidos. —Creo que deberíamos irnos. Está cerca la hora de la comida de Nicky, de todos modos —dice Thomas.
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Nos despedimos y Thomas y Hadley se van. Mientras Emma coloca su orden con el barista, los veo caminar por la calle Albert. Caminan separados el uno del otro, distantes. Thomas está empujando el cochecito y Hadley está acurrucada en su abrigo, recogiendo su cabello rubio volando detrás de sus orejas. Se resbala sobre un pedazo de hielo y la mano de Thomas se dispara para estabilizarla, pero nunca hace contacto con su cuerpo. Hadley retrocede en el último segundo y se endereza. Sigue caminando como si nada sucediera, y Thomas la sigue. Con un entristecido corazón, me doy cuenta que Thomas es como yo. Él es el amante no correspondido.
Durante las últimas semanas, Thomas ha reclamado mis noches. Él es en lo único que pienso, pero esta noche es diferente. Esta noche, Caleb está invadiendo a Thomas. El horrible y desgarrador amor que siento por él, que me roba la respiración, está surgiendo a la superficie. En mi mente, veo flores púrpuras, las mismas que vi a través de la ventana de esa extraña casa en la que Caleb me dejó. La mayoría de los días no pienso en esas flores, pero esta noche no puedo dejar de pensar en ellas. No puedo dejar de pensar en lo hermosas que eran y cómo odié verlas cuando estuve en mi peor momento. Las odiaba por ser tan bonitas y delicadas. La agonía se multiplica mil veces, como si estuviera triste no solo por mí, sino también por alguien más. Resulta que, Thomas Abrams ya no es un misterio. Simplemente es un hombre enamorado de alguien que no lo ama. Desmitifica todo acerca
de él, y rompe mi corazón en un millón de maneras. Recojo su libro y leo el poema otra vez. Lamo sus palabras como si estuviera lamiendo su alma, su corazón, sus heridas. Ahora que sé esto sobre Thomas, el encanto debería haber desaparecido... pero todavía está allí. Me dan ganas de correr y correr hasta encontrarlo y preguntarle: ¿Cómo te sientes? ¿Estás tan solo como yo? ¿Tan perdido y enojado? ¿Estás loco como yo? Mi agonía, curiosidad, ira, desamor... todo se derrama de mí sobre un pedazo de papel en blanco. Mis dedos temblorosos vuelan y escribo mi primer poema. Para Thomas.
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Ocho El poeta mí.
E
l amor es una cosa aterradora. Es demasiado poderoso, demasiado inspirador, demasiado trascendental para un hombre como yo. Lo he visto. He creído en él, pero nunca lo quise para
Pero cuando la vi, no importó. No importaba lo que pensaba, lo que quería. Caí a primera vista. Hadley.
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Estaba caminando por el pasillo, con los brazos cargados de libros y su cabello rubio miel revoloteando en el aire. Un ceño fruncido arruinaba su frente. Todo lo que quería hacer era frotar mi pulgar entre sus cejas y borrarlo. Había algo en ella que me llamaba. Tal vez era la forma en que caminaba, acurrucada, encogida en sí misma, o podrían haber sido sus labios entreabiertos, tomando aire por el esfuerzo. Fuera lo que fuera, llamó algo dentro de mí, algo que no sabía que tenía; una especie de instinto protector, tal vez. Pasó junto a mí sin echarme un vistazo, sin saber cómo, cambió mi mundo con ese fruncimiento de ceño. Años después, todavía siento lo mismo. Veo las arrugas entre sus cejas y los ángulos curvados hacia abajo de su boca, y quiero aplastar la fuente de su angustia. El problema es que, esta vez soy yo. Puse esas líneas en su hermoso rostro. Descansan cuando ella está en silencio, simplemente escuchando lo que Grace, la esposa de Jake, le está diciendo, pero cobran vida cuando le lanza a Grace una sonrisa tensa. Hadley ha perdido peso, el brillo de su piel se ha ido, y las bolsas oscuras debajo de sus ojos le dan una mirada atormentada y débil. Estos signos externos me hacen sentir impotente, enojado conmigo mismo, con el mundo, no lo sé. Un dolor distinto se origina en la parte posterior de mi cráneo y viaja por mi cuero cabelludo. Sé que no pasará mucho tiempo antes que me duela la cabeza. —¿Estás bien, hombre? —Jake golpea mi hombro. Estamos en la casa de Jake y Grace para cenar. Es una especie de cosa de bienvenida al vecindario. Hadley y Grace están ocupadas en una
conversación en la isla de la cocina, aunque en su mayoría habla Grace, Hadley es una oyente. Jake y yo estamos aquí, ocupando el sofá en la sala de estar. El frío de la botella de cerveza se filtra en mis dedos sobrecalentados mientras tomo un largo trago, apartando la mirada de mi esposa. —Sí. Todo está bien. —Puedes hablar conmigo, ya sabes. Estoy aquí para ti. —Sus ojos se mueven de mí a Hadley y de regreso. Mis dientes se tensan ante su intromisión. No es intromisión, me digo. Jake es el tipo de chico que estaría preocupado, pero no soy del tipo para compartir. Las palabras tienen el poder de hacer las cosas reales. Al igual que algunas personas no hablan sobre sus pesadillas porque podrían hacerlas realidad, no quiero hablar de lo que está mal en mi vida, en mi matrimonio. —No hay nada que decir. Todo está bien. Jake siente mi inquietud y levanta sus manos en señal de rendición. —Está bien. Sin presión. —Toma un sorbo de su propia cerveza—. Así que Sarah te odia.
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Contento por el cambio de tema, le digo. —Sarah odia a todos. —Sí, pero no todos discuten con ella en las reuniones del personal y no todo el mundo señala; y cito: “Qué mierda de plan de estudios es ese”. Eso sólo tú. —Es una mierda. —No vas a hacer mi trabajo más fácil, ¿verdad? —Niega, poniéndose serio—. No puedes sacar cosas así ahora, Thomas. No me puedes enviar un mensaje de texto y salir corriendo cuando quiero presentarte a otras personas. No puedes insultar a tus colegas. Ya no eres un poeta. Eres un maestro. Un jugador del equipo. No un poeta. Jake no quiso decir nada de eso, pero me molesta de todos modos. El latido de mi cráneo se intensifica, a punto de explotar con mil pensamientos. Me hace sentir cansado, agotado, la sensación que tengo cuando trabajo en un poema durante horas, lo pulo, lo cincelo hasta que brilla… o hasta que no puedo trabajar más porque todas mis palabras se han secado. —Sí. Lo sé. —Suspiro pasando mi mano por mi cabello—. Sé que me estás haciendo un favor, hombre. No quiero arruinarlo. No volverá a suceder.
Y hablo en serio. Si este trabajo endereza todos los errores que he cometido, lo tomaré. —Bien. —Jake me señala con su botella—. ¿Cómo están los estudiantes? Tenemos una tanda decente este año, ¿verdad? Como si la pregunta de Jake fuera un detonador, la veo en destellos, como si mi conciencia hubiera hecho clic en imágenes instantáneas de ella sin mi conocimiento. Traviesos y salvajes ojos color violeta. Risas ruidosas y desinhibidas. Humo saliendo de sus labios carnosos. Los salvajes y oscuros rizos que nunca parecen estar quietos. Sus abrigos de piel morados, ¿quién usa abrigos de piel, de todos modos? Su voz que desentierra palabras enterradas dentro de mí. Palabras despiadadas. Me hacen olvidar que ya no soy un poeta. No puede serlo; es el destino que elegí hace meses, pero las palabras vienen a mí ahora por su culpa, como si ella fuera mi musa. No quiero una musa. No quiero a Layla Robinson en mis pensamientos. Agarro el cuello de la botella con fuerza, inquieto, incapaz de quedarme quieto. Tomo otro largo trago de mi cerveza. —Sí. Decente —digo en respuesta a la pregunta anterior de Jake.
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—Así de mal, ¿eh? —Apoya sus brazos en sus muslos y me da una mirada significativa—. Escucha, ve con cuidado con ellos. No todo el mundo va a ser Hemingway. Mira el espíritu, no el talento. —¿Es esa mi primera lección sobre cómo ser un maestro? —Si quieres que lo sea. —Estás lleno de sabiduría esta noche, ¿verdad? —Siempre estoy lleno de sabiduría. —Sonríe, haciéndome resoplar. Hablamos hasta que es hora de irnos. Hadley le agradece a Grace por recibirnos y se abrazan. Jake y yo palmeamos los hombros del otro. La casa de Jake está un poco lejos de nuestro hogar, ya que viven fuera del campus. Cuando encendí mi auto, vi a Grace y Jake besándose y riéndose como adolescentes en el espejo retrovisor. Intensificando mi dolor de cabeza aún más. Cuando Hadley se pone el cinturón, arranco. Una sensación de alivio instantáneo me invade por su cercanía. Mis dedos se contraen en el volante con el deseo de tocar su piel, la curva de su mejilla, su grácil cuello, pero no lo hago. A ella no le gustará. —Así que, eh, ¿la pasaste bien? —Me estremezco ante mi pregunta, mis ojos en la carretera nevada. Bien podría haber preguntado sobre el inútil clima. Nunca he sido un iniciador de conversaciones, pero por ella, lo intento.
—Sí. —Asiente, dándome una mirada que dura solo un segundo antes de volver a la ventana. El silencio es opresivo. Mis dedos se tensan, apretando con fuerza el volante. —¿Crees que… va a nevar esta noche? Tengo náuseas tan pronto como salen las palabras, tan vacías e impersonales. Es como si nunca nos hubiéramos visto antes, como si nunca nos hubiéramos tocado, nunca hubiéramos sentido los latidos del corazón o la piel del otro. Es como si nunca hubiéramos estado enamorados antes. Se encoge de hombros en respuesta a mi patética pregunta. —Probablemente. Las náuseas se revuelven y siento calor por todas partes. El auto parece haberse encogido en los últimos cinco segundos. Quiero pisar los frenos, detenernos bruscamente y salir de este estrecho espacio. Quiero dejarlo todo atrás. Cada maldita cosa. Pero no hay otro lugar a donde ir. Así que sigo conduciendo.
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De hecho, estoy tan absorto en esta mundana tarea que pierdo el giro que lleva a nuestra casa. Sigo manejando recto y me detengo frente a la entrada del parque. Solo entonces Hadley nota dónde estamos. —¿Qué… qué estamos haciendo aquí? —Se gira hacia mí. Me da vergüenza admitir que me complace ver su desorientación. Me complace ver que me necesita, incluso si es por algo tan intrascendente como buscar la respuesta a su pregunta. —Quiero mostrarte algo. —Mi voz es tranquila a pesar del rugido dentro de mi cuerpo. Sus ojos dorados se deslizan sobre mi rostro. Probablemente sea la primera vez en toda la noche que ha estado al tanto de mí y como un puto mendigo, lo tomo. Me regocijo en su completa atención. Sin embargo, se ha ido demasiado pronto. Salta del auto y la sigo. Estoy empezando a pensar que esta fue una mala idea, pero me estoy quedando sin opciones. Necesito que lo entienda. Nuestras pisadas crujen, llenando el silencio mientras la dirijo a nuestro destino, el banco bajo el árbol de flores blancas, el mismo lugar donde le propuse matrimonio. Mientras el banco aparece a la vista, rodeado de montones de nieve y bajo la luz de la lámpara, la noche cambia a ese día de hace ocho años. Me devuelven a esa tarde lluviosa, cuando le dije que quería pasar mi vida con ella. Iba a ir a la ciudad para graduarme y quería que viniera conmigo.
—¿Recuerdas este lugar? Me estabas esperando, como siempre. — Trago saliva—. Y como siempre, llegué tarde. Pensé que te habías ido. Estaba ensayando todas las disculpas en mi cabeza, pero ahí estabas y simplemente me detuve. Tuve que recuperar el aliento por un segundo. Estabas tan hermosa, y tranquila y… tierna. —Paso mis dedos entumecidos por mi cabello—. Me sentí tan inadecuado, como que no te merecía. Siempre he sido un… idiota malhumorado. Mis palabras terminan cuando Hadley se da vuelta y me enfrenta. No sé lo que esperaba ver en su expresión, pero no era esta… mortal quietud. Es como un pedazo de papel en blanco. Es casi unidimensional en su ausencia de emociones, como si no tuviera profundidad alguna, nada fuera de la superficie. —Quiero irme a casa. —Su voz es la misma, tranquila y suave, pero suena mal con su rostro inexpresivo e indiferente. —Hadley… —No quiero estar aquí.
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—Lo prometiste. —Mi voz retumba. Aprieto los puños para tenerlo bajo control—. Prometiste que lo intentarías. Ambos lo hicimos. Y lo estoy intentando, Hadley. Lo juro por Dios, estoy tratando de ser el tipo de esposo que mereces. La ira y el miedo están en guerra dentro de mí. ¿Qué pasa si nunca puedo comunicarme con ella? ¿Qué pasa si ella me pide el divorcio nuevamente? Recuerdo la descarga invisible que sentí cuando lo pidió ese día hace meses. Su demanda fue un boom dentro de mi cuerpo, una implosión de órganos, mi corazón. Ni siquiera me había dado cuenta que las cosas se habían puesto tan mal. —¿Es por eso que estamos aquí? ¿En este pueblo? —Sí, porque te encanta aquí. Siempre quisiste regresar. —Pero odias este pueblo. —No me importa. Haría cualquier cosa por ti. —¿Incluso renunciar a tu escritura? Me estremezco ante eso. No estoy acostumbrado a escucharlo en voz alta. No es algo de lo que hablamos. Durante años, viví de las palabras, de crearlas, de moldearlas. En algún momento, olvidé que también amaba a Hadley. Las palabras me hicieron olvidar a mi esposa y ahora las odio. No las quiero. Por ella, dejaré todo. —Sí. Nada significa más para mí que tú. —Sacudo mi cabeza, cansado de este anhelo, esta necesidad de ella—. ¿No lo entiendes? Renuncias a cualquier cosa por las personas que te importan. Solo estoy haciendo lo que se supone que debes hacer enamorado.
Sus ojos brillan con lágrimas no derramadas, lastimándome, pero haciéndome feliz porque quiere decir que todavía le importa. Esta demostración de emoción me hace dar unos pasos hacia adelante, pero me detengo cuando su rostro cambia. Las emociones se borran y su expresión se ha vuelto a quedar en blanco. —Quiero ir a casa. Estoy cansada. —No me da tiempo para responder, simplemente comienza a caminar de regreso al auto. Me lleva unos segundos moverme. La ira es como lava caliente, quemando mi carne. Sigue rechazándome en todo momento. ¿Por qué diablos no puede ver lo que he dejado para estar con ella? ¿Por qué no me perdona? ¿Por qué las cosas no mejoran cuando hago todo lo posible para que sea así? Diez minutos después estamos en casa. Entramos por la puerta de la cocina. Hogar es un poco exagerado. No se siente como un hogar. No tiene una personalidad todavía. Es demasiado nueva, huele demasiado a pintura y madera. A diferencia de la ciudad, aquí es muy silencioso, prefiero estar durmiendo con la sirena de un camión de bomberos que sentado en el silencio antinatural. Los pueblos pequeños me hacen pensar que estoy solo en el mundo.
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Hadley se mueve como un fantasma, con pies ligeros y gracia, como si estuviera flotando. Sube las escaleras y justo cuando llega arriba, un grito agudo hace eco. Nicky se ha despertado. Hadley se estremece ante el sonido, hace una pausa frente a su puerta, pero luego sigue. Aprieto mis manos a los lados. Puedo soportar su indiferencia hacia mí. Me duele, pero puedo soportar el dolor, pero su indiferencia hacia Nicky me hace querer estrangularla. Respiro profundamente y subo las mismas escaleras. Llego a la puerta blanca de Nicky y mis palmas sudorosas se deslizan sobre el pomo mientras lo giro. La habitación está iluminada por la luz de la luna y una lámpara con animales marinos en la sombra. Susan, nuestra niñera se encuentra en la cómoda justo al lado de la mecedora que ocupa actualmente. Tiene a Nicky en sus brazos y está susurrando en su oído. Entro en la habitación y ella me mira, sonriendo levemente. —Solo está siendo un poco quisquilloso —me dice mientras se pone de pie. Extiendo mis manos y tomo a Nicky en mis brazos, aliviándola. Lo balanceo con practicada facilidad y beso su frente. —Está bien. Lo tengo. Deberías ir a casa. Ella frota círculos en la espalda de Nicky, tratando de calmarlo a mi lado.
—¿Está seguro? Me puedo quedar. Debería dormir un poco. Tiene trabajo por la mañana. Nicky se agarra al cuello de mi camisa e intenta metérselo en su boca. Agarro su puño gordito y le doy un suave beso. —Estaré bien. —No sabe cuántas noches de insomnio he pasado bajo este techo. Susan me estudia con el ceño fruncido en su envejecido rostro. Quizás lo sabe. Abre la boca para decir algo, pero la detengo. —¿Necesitas ayuda para guardar tus cosas? —No. Puedo hacerlo. —Me lanza una sonrisa triste—. Me iré entonces. Buenas noches. —Se inclina, besa a Nicky en la mejilla y se va. Dejo escapar un suspiro de alivio. Finalmente, estoy solo. Doy la bienvenida a la soledad después de la montaña rusa de esta noche.
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Nicky se ha calmado y está babeando sobre mi hombro. Lo acuesto en la cuna y lo miro dormir. Trazo las curvas de sus mejillas, la barbilla suave y linda con mis ojos. Su cabello es oscuro y revuelto, sus puños están levantados contra su rostro. Se sobresalta y sus pies cubiertos por un mono azul se contraen. Le doy unas palmaditas en el pecho, muevo mi palma en círculos, esperando calmarlo. Pronto, su respiración vuelve a la normalidad mientras su boca se abre levemente. Las palabras salen de mi boca en un susurro. —Te amo. Siempre te amaré. Y amo a tu mamá. El pensamiento late como un dolor en mi cráneo y una agitación en mis entrañas. Estoy inquieto de nuevo. Necesito recordarle a Hadley cuánto la amo. Necesito recordarle que compartimos un niño. Somos una familia. Nunca le das la espalda a tu familia. Lo he aprendido de la peor manera. ¿Pero cómo le recuerdas a alguien que no quiere recordar?
Parte II La intrusa
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Nueve
L
unes por la mañana, el inicio de otra semana de escuela. Emma y yo caminamos a clases juntas y nos sentamos lado a lado, en medio del semicírculo. Dylan entra unos minutos después y camina directo a Emma, sonríe, y toma un asiento junto a ella. Ellos comienzan a hablar y miro a mi cuaderno, sonriendo. ¿Quién habría pensado que mi vida daría un completo giro en una semana? Hace una semana ni siquiera tenía amigos, y ahora tengo tres, y he conseguido el Laberinto también, o al menos, puedo pasar el rato aquí hasta que se den cuenta que no pertenezco. Mi corazón golpea en mi pecho mientras paso las páginas de mi libreta y llego a la última página llena con mi letra cursiva. Estoy asustada de mirar las palabras que escribí. Parecen infantiles, inadecuadas, indignas del hombre dinámico a quien están dedicadas. Cierro de golpe la libreta y miro hacia el frente.
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Poco después, Thomas entra en la clase, cargando un montón de papeles en una mano y pasándose la otra por su cabello. Mi cuerpo hormiguea y escalofríos cubren mi piel. Se quita su chaqueta, lanzándola en la silla con un fuerte movimiento de su brazo. Jugando con los puños de su camisa, abre el botón y dobla las mangas hasta sus codos. Miro sus manos acunando los papeles, hojeándolos, y lo imaginó acunando el frágil cuello de Nicky, tranquilizándolo. Thomas Abrams es mágico. Es un orador, un susurrador de bebés, un idiota de ojos azules, pero más que nada, es como yo: un corazón roto. —Señorita Robinson. —La voz de Thomas llega desde otro lado de la habitación, y hago una mueca. Me mira, de hecho, me fulmina con la mirada, y mi estómago se llena de mariposas aterradas. —¿Tiene algún trabajo para nosotros? —¿T-trabajo? —Sí. ¿Tiene alguno? —Eh, yo no… no recuerdo que nos dejara alguna tarea en la última clase. Lanza los papeles sobre el escritorio y cruza sus brazos.
—Es una clase de escritura, señorita Robinson. Se requiere que escriba, que sostenga una pluma y la ponga sobre papel… ¿le suena familiar? Trago, retorciendo las páginas de mi cuaderno. Síp, un idiota mayor, ¿pero por qué su rabia me excita tanto? Soy una jodida masoquista. —Léanos un poema que haya escrito. Mierda. ¡Mierda! Las mariposas en mi estómago se congelan y mueren, cayendo al fondo como peso muerto. El silencio es tan denso que escucho el susurro de las ropas mientras las personas se mueven en sus asientos. Todos los ojos están mirándome y lo odio, odio las miradas penetrantes. —¿Cree que es especial, señorita Robinson? ¿Cree que debería ignorar completamente el hecho que ha faltado por entregar su tarea de la semana pasada? O tal vez piensa que sus compañeros de estudio son unos jodidos idiotas por seguir las reglas. ¿Cuál es? Aprieto mis dientes contra el ataque de emociones que parecen misteriosamente similares a la traición y hablo, con la voz ahogada. —Tengo un trabajo.
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Luce sorprendido, y eso me da una pequeña sensación de placer. —Vamos a escucharlo. Thomas se inclina contra el escritorio y cruza sus tobillos. Está bien, no estoy tan excitada justo ahora, mientras siento a la clase mirándome con lástima. Esto debe ser tan natural para ellos, leer sus “trabajos”, y aquí estoy temblando en mis botas. Aclaro mi garganta y comienzo. “El día que nos conocimos mirabas la luna. Mientras yo te observaba. Alto y solo. Oscuro y solitario. Lucías como mi reflejo. Agrietado y vacío. Seco y masticado. Podría haber sido el tuyo. Si solo me hubieras mirado”. Mi voz es ronca, y las palabras suenan distorsionadas y espesas a mis oídos. Tengo miedo de levantar la mirada y ver la reacción de Thomas. Sigo doblando la página y moviéndome sin descanso en mi asiento. Incluso
aunque no estoy mirando, sé el momento exacto en que está a punto de decir algo. —Bueno, una A por el esfuerzo y el coraje de leerlo en voz alta. No, en realidad… —Se rasca la mandíbula con el pulgar—. Diría una A+ por el coraje. Debes haber tenido mucho para leer algo así de descuidado y sin pulir. Dígame, señorita Robinson, ¿cuántas veces revisó su trabajo? Casi abro mi boca y espeto, ¿se suponía que lo hiciera?, pero me controlo y me las arreglo para mentir. —¿Una vez? —Una vez —interviene. —Eh, dos veces. —Levanto dos dedos; están temblando, apenas siendo capaces de pararse por su cuenta, así que los bajo. Puedo ver que Thomas no se lo cree. —Eso parece. La estructura es desprolija. Es brusco. Y su elección de palabras es horrible.
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Mi cuerpo se calienta de vergüenza, sus palabras me golpean como dardos de fuego. Derramé cada jodida emoción que tenía en ese estúpido poema y ¿eso es todo lo que tiene que decirme? ¿Siquiera es la misma persona de ayer? ¿Es incluso capaz de la vulnerabilidad? ¿Está todo en mi cabeza? —¿No se supone que un poema sea algo del momento? ―pregunto con los dientes apretados. —Si tengo que decirle lo que es un poema, creo que está en la clase equivocada. Con un destello de su mirada, me despide, y soy dejada hirviendo. Siento a Emma apretando mi mano sobre el escritorio y quiero apartarla de un golpe y encogerme en mi asiento. Estoy feliz de ser la rara solitaria. No necesito lástima. Thomas llama otros nombres, pidiéndoles que lean. Es impaciente con sus comentarios, conciso y rudo, pero no tan rudo o condescendiente como fue conmigo. Creo que para el momento en que la clase termina, está disfrutando el intercambio, el saludable debate sobre su preciosa “elección de palabras”, aunque nunca lo admitiría. Jodido ególatra. La única persona que consigue una fracción de positivismo de él es Emma. Thomas le dijo que su poema tenía potencial. Potencial. Estoy tan celosa, y es tan ridículo que jadeo. Y no tiene nada que ver con estar excitada.
Todo el día he estado hirviendo por lo que pasó en la clase de Thomas, tanto así, que una vez que mis otras clases terminan, me dirijo de regreso al lado de norte del campus y dentro del Laberinto. El edificio está tan vivo como siempre. Me pregunto cuándo esas personas incluso van a casa. Son casi las cinco de la tarde y todavía puedo escuchar el golpeteo de pisadas arriba, la pandilla de teatro. Jodidos hippies. Tomo el tramo de escaleras al segundo piso, el cual es similar al primer piso con su largo pasillo y habitaciones flanqueándolo. Unos cuantos son salones de clases, pero la mayoría en este piso son oficinas de facultades. Me detengo en la última puerta. Está justo sobre nuestro salón de clases abajo y se lee: Thomas Abrams, Poeta en Residencia. Hago una mueca. Más como idiota en residencia. La puerta está entreabierta y la empujo. Thomas está sentado en una silla de respaldo alto, una pluma en sus manos, la cabeza inclinada sobre un puñado de papeles. Levanta la mirada cuando se abre la puerta. —Señorita Robinson. ¿Teníamos una cita? Entro y cierro la puerta detrás de mí.
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—No. —Entonces debería hacer una y volver después. —Vuelve a leer los papeles que tiene enfrente. Si no levanta la mirada en cualquier momento, podría lanzarle algo. Por lo que parece, va a ser la pequeña lámpara Tiffany puesta al lado de la puerta en un taburete de madera pulida. —¿Qué fue eso? —Suelto un aliento reprimido—. Me humilló en clase. Por un largo momento, lo único que escucho es el raspar de su pluma, y todo lo que veo es el oscuro cabello en su cabeza inclinada. Mi mano se acerca a la lámpara, casi tocándola. Lo haría también. Estoy así de molesta y soy así de temeraria. Al final, termina. Pone su pluma a un lado y levanta la mirada. —¿Y cuándo exactamente fue eso? Una risa de incredulidad sale de mis labios. —¿Habla en serio? Me humilló, destrozó mi poema como si fuera algo… algo… —Maldición, no puedo encontrar una palabra para eso. Sus dedos están entrelazados sobre el escritorio y con ojos inescrutables me mira luchar. —¿Cómo si fuera algo qué?
—¿Está disfrutando esto, no es cierto? —Trago el grito que pica en mi garganta. —No. —Se pone de pie y rodea el escritorio, inclinándose contra él—. No disfruto ser acorralado por dar mi opinión honesta. Tal vez no lo entendió la primera vez: Esta es una clase de escritura creativa. Si no puede soportar la presión, entonces váyase. Además, ¿no es que ya no está en mi clase? —Oh, le gustaría eso, ¿verdad? —Traigo mi mochila hacia el frente y busco el documento impreso. Camino hacia él y lo pongo en su pecho—. Tome, mi confirmación oficial de registro. Ya no soy una intrusa. Deja que los papeles floten hasta el suelo donde terminan junto a sus botas. Jodidas botas. No tengo idea de por qué estoy tan obsesionada con ellas, y sus manos. —¿Hay un propósito para esta visita? Me concentro en su rostro. —Sí. —¿Y exactamente cuál es?
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Miro la inclinación de su mandíbula. El indicio de barba sobre su rostro ha crecido más grueso en el trascurso del día. Proyecta una sombra que contrasta con el brillo de sus ojos. Llamas azules idénticas. Hay mucha rabia en ellos… rabia, irritación, frustración. Debería ser cautelosa con él. Debería desear permanecer lejos. Pero no lo hago. Thomas Abrams es un animal herido. Es una herida del corazón, sangrando y abierta. Eso lo hace espetar y estar malhumorado. Quiero… lamerlo como hice con sus palabras. Quiero besarlo. ¡Santa mierda! Mi corazón roto quiero besarlo. Estúpido, idiota corazón. Tragando, lamo mis labios, estudiando la curva de los suyos. Quiero chupar esos labios molestos, succionar su boca llena entre mi boca, entre mis dientes, hasta drenar la rabia y dejar solo su fuego. Suelto inhalaciones de vapor. Espesan el aire. Bajo mi mirada, el pulso en su cuello salta rítmicamente, como mi corazón. También quiero chupar ese parche de piel, acariciarlo. Quiero succionar el dolor de su corazón. Oh Dios, estoy loca. He perdido la cabeza. Mi boca está seca incluso aunque estoy resbaladiza entre mis piernas. Una especie de malo y sucio temblor sube por mi estómago.
—Tengo que irme. —Jadeo como una tonta y levanto mis ojos a los suyos. Su mirada es aguda. Quema a través de mi cubierta endeble. El tic en su mandíbula es violento en conjunto con sus fosas ensanchándose. El animal herido está listo para matar. Trago y retrocedo. Mi registro se arruga bajo mis botas, sonando como un disparo en la silenciosa pero cargada habitación. —Escribir no es para todos, señorita Robinson —dice Thomas cuando estoy casi en la puerta—. Se necesita cierta profundidad en el alma, un cierto tipo de sensibilidad, por decirlo así. No mucha gente posee eso. Es bueno saber cuándo rendirse. No sé si está burlándose de mí o diciendo la verdad, y no tengo la energía para averiguarlo. Mi lujuria me volvió estúpida, más estúpida de lo normal. —Gracias por el consejo, profesor. —Me giro para mirarlo—. Pero lo profundo es engañoso desde la superficie. A veces zambullirse es la única manera de averiguar si el agua es demasiado profunda o solo lo suficientemente profunda.
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Nos miramos uno al otro. No sé qué ve cuando me mira. Sin embargo, cuando lo miro, todo lo que veo es a alguien con el corazón roto. Lo veo tratando de atrapar a su esposa mientras ella se le escapa. Lo veo siguiéndola, como yo hice con Caleb. Escribí ese poema para ti. Thomas aprieta su mandíbula y camina de regreso a su silla. Las patas chillan mientras se sienta y sus manos se ocupan revisando los papeles. Me doy vuelta también, enfrentando la puerta. Justo al lado de la lámpara Tiffany que estaba planeando lanzarle, yace un libro pulcro y negro. En mi rabia, no lo había notado antes. Es el mismo libro de la librería: Discurso de un Amante: Fragmentos de Roland Barthes; aunque esta copia es vieja y raída. Mientras salgo de su oficina, estiro mi mano y agarro el libro. Lo acuno en mi pecho y me marcho.
Sentada en la cama con la voz de Lana sonando a través de mis audífonos, abro la primera página del libro robado. Tiene un mensaje en letra cursiva. Para Thomas. Espero que disfrutes leyendo esta pieza de literatura (otra vez) que ninguna persona cuerda puede entender. Con amor, Hadley.
Paso mis dedos sobre la tinta manchada mientras imagino escenarios en mi cabeza. Tejo una historia en la cual Hadley y Thomas han estado saliendo por un año ahora, y es su cumpleaños. Hadley le regala su libro favorito, un libro que él ha leído incontables veces antes. Él está sorprendido, feliz, y la besa como si ella fuera su más grande regalo. Suaves y tiernos besos. Besos dignos de una reina, no del tipo que yo quiero y probablemente merezco, sucios, rudos, desordenados y húmedos. Con un suspiro, me concentro en las páginas que se han puesto amarillas, pasándolas. Cada cierto tiempo, me detengo cuando veo un pasaje subrayado o una palabra garabateada. Agonía. Fuego. Pasión. Soledad. Destruido. Desmoronar. Quemar. Insomne. Las letras son derechas y claras, severas, como Thomas, pero hay un giro extra en sus “s”, haciéndolas juguetonas, de algún modo suaves. Quiero seguir tocándolas, quiero lamerlas. Y de repente, mi corazón deja de latir. No correspondido.
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La palabra está escrita junto a un pasaje que ha sido subrayado con gruesas líneas negras. Dice que el amante no correspondido es el que espera. Él espera y espera, y entonces espera un poco más. Él es quien deja pasar momentos vitales de su vida, los deja dispersarse, se permite dispersarse a sí mismo pieza por pieza por esas dos palabras. Te amo. Está desesperado y solo, tanto por elección como por circunstancia. Es la historia de mi vida reunida en una limpia y ordenada escritura. Thomas y yo compartimos la misma historia. Podríamos haber llegado ahí de forma diferente, pero ahora compartimos el mismo destino. Miro la hora: las doce con once. Me levanto, me pongo ropa de invierno, y me dirijo a la puerta. Voy al lugar al que fui anoche. Voy a entrar sin autorización. Otra vez.
Tengo una confesión que hacer: después de ver a Thomas con Hadley en la cafetería, lo miré… en su casa… a través de la ventana, de noche. Sé que suena malo. Bordeando lo criminal. Psicótico. Acosador. Si Thomas alguna vez supiera, me mataría. Si Kara alguna vez se entera, se cagaría en sus pantalones. Así que, nunca voy a decirles. Me llevaré esto a la tumba. La dirección de Thomas fue fácil de encontrar. Estaba en el portal de la universidad, bajo el directorio de empleados. Me senté en esa dirección
por horas hasta que ya no pude, hasta que la noche cayó y escribí ese poema de mierda con horribles elecciones de palabras. Siempre me sentí como una forastera, un fenómeno de la naturaleza que ama a alguien que nunca me corresponderá, amar a mi propio hermanastro, quien por todos los intentos y propósitos es considerado mi hermano real por todos… por mi madre. Y ahora he encontrado a alguien que está pasando por lo mismo. Así que, rompí mi regla de nunca acosar otra vez y fui a la casa de Thomas anoche. Lo miré por la ventana de su sala de estar. Se sentó en un sillón sin color, tendido, con su cabello despeinado. Calificó trabajos, la pluma fuertemente apretada en sus manos, una camiseta aferrándose a los valles de su cuerpo, un ceño fruncido permanente en su frente. Levantaba la mirada de vez en cuando, miraba por la ventana. Gracias a Dios por el gran follaje rodeando su casa que me mantuvo escondida. Entonces puso una calificación en la hoja y la lanzó sobre la mesa del café. Y repitió.
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Pude sentir la frustración apoderándose de él hasta que lanzó los papeles a un lado y comenzó a pasearse. Se detuvo y miró detrás de él; no sé a qué, y entonces caminó otra vez. Continuó por horas, un hipnótico ritual hasta que se durmió en el sillón, sentado, su cabeza apuntando al techo. Esta noche está nevando. Gruesos copos caen del cielo, enterrando las aceras bajo pequeñas colinas de nieve. Camino con lentos, medidos pasos, sintiendo la punzada del frío. Los altos edificios del campus dan paso a las casas de techos arqueados, muy separados una de la otra. No debería estar haciendo esto. No debería estar husmeando. Es una locura, por no mencionar ilegal, pero sigo caminando. Al frente, veo una casa, separada de las otras. La casa de Thomas. El espeso follaje y césped sin podar salpicado con montones de nieve lo hace lucir abandonado. Es una casa, no un hogar. Mi estómago siente el usual tirón cuando Thomas está cerca, pero es una falsa alarma, porque Thomas no está ahí. Las luces en la sala de estar están apagadas. Esta es la hora de volver, tal vez no están en casa, pero mi psicótico corazón me empuja hacia adelante. Enfrento el salvaje y frío patio y camino alrededor de la casa. Un solitario árbol se eleva sobre el techo, es puntiagudo, ramas desnudas llenando el revestimiento. Mis ojos se posan en la última ventana. La luz está encendida, y las blancas cortinas revolotean con movimiento. Lentamente, sigo adelante. Miró asustada alrededor, pero no veo señas de civilización. Las casas están oscuras; la más cercana parece a un océano de distancia desde mi posición. Alcanzo la ventana y me arrodillo para esconderme.
Escucho sonidos murmurados y me toma un momento reunir el coraje para mirar. Las cortinas están parcialmente abiertas, dejando una apertura. Veo a Thomas claramente. Está de pie, dándome su perfil. Está usando pantalones de chándal negros y lleva el pecho desnudo. Santa mierda. Está casi desnudo. No es enorme, sino que es alto y esbelto, cada músculo definido y ondulado. Mis ojos viajan desde su mejilla hacia abajo, al tendón de su cuello fundiéndose en sus fuertes hombros. Las venas en sus tonificados brazos destacan mientras abre y cierra su puño. Su anillo de bodas brilla contra sus pantalones. Tiene un cuerpo de artista; terrenos misteriosos, músculos cambiantes que están tensos justo ahora. Los murmullos son difíciles de identificar. Las palabras se mezclan. Sus voces son bajas pero la tensión es inconfundible. Capto algo sobre Nicky, sobre dejarlo solo, sobre ir a algún lugar por unos días. Todo esto con la voz aguda y femenina de Hadley. No sé lo que Thomas dice a eso, pero está agitado. Se pasa una mano por el cabello, tirando de los contornos de sus costillas y estómago. Mirándolo así, su cuerpo en exhibición, hecho de duros músculos; parece inquebrantable. Oh, que estúpido pensar eso.
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Él es rompible, más frágil que incluso su esposa, Hadley. Ella puede romperlo en pedazos, destrozarlo, dejarlo arruinado si quisiera. Nadie puede salvarlo. Pero queremos hacerlo. Queremos solo besarlo. Un beso. Como si mi único beso mágicamente curaría su corazón herido. Como si siquiera querría besar a alguien como yo. Además, esto no es en lo que se suponía que estuviera pensando. No estoy aquí para ponerme pervertida por él. Estoy aquí para… verlo, sin su mierda usual. Estoy aquí para ver a alguien como yo. Un destello de amarillo; ¿un camisón?, pasa hasta que desaparece. Los murmullos se detienen. El silencio es denso y oscuro. Thomas se voltea lejos de la ventana, dándome un destello de su espalda. Es fuerte y tensa. ¿De qué estaban hablando? Cambia su postura y levanta un jarrón vacío, sus empuñándose alrededor de su elegante cuello. Levanta su preparándose para lanzarlo con rabia. Ya estoy encogiéndome inminente estruendo, pero al último momento, baja el jarrón y siguiéndola. Siempre siguiéndola.
dedos brazo, por el se va,
Diez
E
s sábado y estoy sentada en Crème and Beans. Mi mesa estaba llena bajo la miríada de libros que había recogido de la librería la semana pasada.
Tengo otra confesión que hacer. No, no es algo horrendo o criminal, como acosar o espiar por la ventana. Esto es: compré unos libros de poesía después que Thomas me dijo que me rindiera. Se supone que te enseñan cómo ser un poeta, cosas como la técnica, la forma, las silabas y los tipos de versos. Todo es muy intimidante y extraño. Estoy tan absorta en el debate con respecto a la importancia del espacio en blanco en un poema; aparentemente, es tan importante como las palabras en sí mismas; que soy tomada con la guardia baja ante el fuerte aroma de chocolate y algo especiado.
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Mis dedos se calentaron y encontré a Thomas mirándome. Tiene una taza de café y una bolsa de panadería en su mano, y la cosa más devastadora es el bebé cargado en su pecho, mirando hacia afuera. Nicky está pateando y mordiendo su puño mientras mira alrededor. La mano de Thomas está extendida sobre su barriguita en un gesto protector. Santo Dios, este hombre es sexy. Thomas está mirando mi libro e intento deslizarlo hacia mí, centímetro a centímetro. Pero deja su café y su bolsa, se inclina con Nicky todavía asegurado, y lo arrastra de nuevo al centro de la mesa. Sonriendo, me perfora con una mirada. —¿Qué estás haciendo? —Nada —mascullo, y trato de alejar el libro de su agarre, pero su mano es como una piedra—. Suéltalo. Lo hace y caigo hacia atrás en mi silla por la fuerza, consiguiendo una pequeña risita de Thomas. Entonces toma asiento. No puedo apartar la mirada de la forma experta en que carga a Nicky, sano y salvo contra su pecho. Su pecho que vi desnudo anoche. No pienses en eso. Pero mi sinvergüenza corazón no escucha y soy bombardeada con destellos de mi aventura. Aprieto mis labios. Si no tengo cuidado, terminaré dejándolo salir todo. Thomas nunca puede saber qué vi. Nunca.
Sorbe su café y saca el hojaldre de su bolsa; un croissant de chocolate. —¿Esa es tu comida para llevar? —pregunto, pensando en su delicioso aroma. —Básicamente, sí. Y en caso que te estés preguntando… —Le da un mordisco—. No comparto chocolate. Lo veo masticar, los suaves movimientos de su mandíbula y la ondulación de su manzana de Adán mientras traga. Es mundano, algo que hace muchas veces al día, y eso hace, esta común ocurrencia, algo muy raro para mí. Es un vistazo a sus actividades diarias. Como si no hubiera tenido suficientes vistazos. Disgustada, bajo mi mirada. Thomas se adelanta y toma el libro, leyendo el título, efectivamente escondiendo su rostro. —Historia de vida de un Poeta. Estoy sin duda avergonzada ahora. No quiero que vea lo mucho que estoy luchando, lo profundo que me calaron sus palabras el otro día. —¿Puedes devolvérmelo? Estoy trabajando.
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Lo libero de su agarre y me lo permite, revelando su juguetona mirada. —Pero acabas de decir que no estabas haciendo nada. Pongo mis ojos en blanco ante su infantil declaración. —Está bien, mentí. —Mentir es un hábito muy malo, señorita Robinson —me informa, su voz es cualquier cosa menos infantil ahora—. Puede meterla en problemas. —Creo que puedo manejar un poco de problemas, profesor Abrams. Se queda en silencio y bebe su café, mirándome con especulación. No puedo creer que esté diciendo esto, pero quiero que se vaya. He cometido tantos crímenes en los últimos días que ni siquiera puedo mirarlo sin sonrojarme. Apuesto que parezco un tomate, y ni siquiera me gustan los tomates, en especial en las hamburguesas. Siempre se los daba a Caleb. Él sabe. Thomas sabe que lo vi anoche. —¿Te pongo nerviosa, Layla? —No —resoplo; o intento hacerlo, sale chillón y agudo. —Sí, no lo creí —murmura y toma otro sorbo—. ¿Has hecho algo? —¿Qué?, no —digo rápidamente, jugando con las páginas del libro—. Mira, ¿te importaría irte? Estoy trabajando aquí.
—¿Cómo puedes trabajar aquí? ¿No hay mucho ruido? —Me gusta. Me recuerda a casa —murmuro. —¿Dónde vivías, en un patio de juegos? —No. Nueva York. Se pone serio ante mi respuesta, y las arrugas alrededor de sus ojos desaparecen mientras me estudia. Genial, más observación microscópica. Simplemente debería decirle para que acabe esta tortura. ¿Por qué no puedo ser normal y ocultar cosas como las demás personas? Aprende a tragarte tus sentimientos, Layla. ¡Aprende! —Extrañas el ruido de la ciudad —concluye, rompiendo mi monólogo interno. Asiento vacilante. Tomando otro sorbo del café, dice—: También yo. Apenas suprimo un jadeo ante su revelación. Estoy sorprendida que eligiera contarme algo personal sobre él. Ahora, junto con ahogarme en la vergüenza por mis acciones nocturnas, estoy completamente confundida. —¿Qué? —pregunta.
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—Yo… eres tan raro. —Arquea una ceja en mi dirección—. No, de verdad. ¿Por qué estás siendo tan amable? —Siempre soy amable. —No, no lo eres. Me odias. Siempre me miras como si quisieras matarme, como si fuera responsable por, no lo sé, el terrorismo, el calentamiento global o algo. Se ríe y me hace reír. Es un estallido de sonido, tosco e incómodo, pero, aun así. Logré que lo hiciera. Yo. Thomas va a tomar un sorbo de su café, pero se lo quito antes que pueda hacerlo. Estoy sintiéndome valiente ahora. Su extraña risa/carcajada me ha vuelto valiente. La vergüenza todavía sigue ahí, pero como cada vez que estamos cerca, me vuelvo atrevida. Thomas me mira fijamente mientras tomo un sorbo. —¿Qué? Sabes que solo robo cosas que me producen emoción. —Me encojo de hombros. Negando, su mirada va a la pared de vidrio junto a la que estamos sentados. Me doy cuenta que afuera del Laberinto, Thomas es más receptivo conmigo. Fuera de clases, es más juguetón, relajado. El hombre de verdad odia enseñar, ¿verdad? Nicky elige ese momento para balbucear y mueve sus puños de arriba abajo. He estado evitando mirarlo. De alguna forma contemplar sórdidos pensamientos sobre Thomas y espiarlo, y luego mirar el rostro inocente de Nicky se siente… mal.
—Hola, Nicky. —Lo saludo moviendo mis dedos, y el pequeño hombrecito con el gorro negro y las mejillas regordetas mueve sus brillantes ojos hacia mí. Se estira; tanto como puede mientras sigue atado al pecho de papá; para agarrar mi dedo. Riéndome, me estiro y dejo que envuelva su puño alrededor de este—. ¿No eres lindo? —Le lanzo besos, haciéndolo reír—. Me pregunto de dónde lo sacaste. —Abro mis ojos hacia Thomas juguetonamente. Los ojos de Thomas son todo menos juguetones. Son picos de intensidad, y están fijos en mí. Me remuevo en mi silla, ansiando una especie de fricción entre mis piernas. Quiero seguir mirando, pero llevo mi atención de regreso a Nicky. Él está jugando con mi dedo felizmente. —Oh mira, estás usando morado otra vez. Buen niño. ¿Sabes qué pienso? Creo que tú y yo, somos almas gemelas. Deberíamos tener ropa a juego. Thomas rompe el silencio. —No le des ideas. No quiero que mi hijo se vista como un payaso. Insultada, lo miro con el ceño fruncido.
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—¿Me estás llamando payaso? ¿Qué tiene de malo lo que uso? Mete un trozo de croissant en su boca. —¿Qué tienes en la cabeza? Mi mano libre se alza y me quito el sombrero, revolviendo mi cabello. Ondas caen alrededor de mi rostro y las aparto. La mirada de Thomas pasa por la masa de rizos y me hace preguntarme si tengo algo metido ahí. Mi cabello tiende a atrapar cosas; hojas secas, nieve, ramas. De repente me siento tímida así que bajo la mirada y me aclaro la garganta. —Este es un sombrero ártico de piel al estilo ruso. —¿Y esto es qué, Rusia? Frunzo mis labios hacia Thomas y las arrugas alrededor de sus ojos se profundizan, mientras muerde otro pedazo de su croissant. Para Nicky, digo: —Dile, Nicky. Dile que es un imbécil criticón. Nicky suelta mi dedo y mira mi sombrero. Hace soniditos mientras se muerde su puño. Dios, es tan adorable. Casi no puedo mirarlo. —¿De casualidad quieres este sombrero ruso, hombrecito? —Se lo ofrezco y él lo agarra, y luego rápidamente lo babea—. ¿Ves? Le encanta tanto que quiere comérselo. —Miro a Thomas con lástima—. Está bien, no todos pueden ser geniales.
—No te emociones mucho. Está en una etapa en la que todo parece comida y digno de babear. —Saca un pañuelo de su bolsillo, le quita el sombrero a Nicky de la boca, y limpia la baba. Me tomo este pequeño momento para estudiarlo a él y sus movimientos expertos—. ¿Esta es tu forma de no rendirte? —pregunta Thomas, apuntando al libro abierto que había olvidado por completo. La timidez me apuñala las mejillas de nuevo y bajo la mirada. —Tal vez. —Muéstrame qué has escrito hasta ahora. Alzo mi mirada hacia él. —No… no es que haya escrito algo. No puedo escribir. No sé cómo. ¿No es ese el problema? Niega y cierra mi cuaderno de golpe, haciendo reír a Nicky. Gracias por el apoyo, amiguito. —Ahora, solo diré esto una vez, así que mejor escucha. Su voz de profesor me hace levantar la mano como si estuviéramos en un aula de clase.
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—¿Qué? —Eso fue exactamente lo que dijiste en clase —digo, pensando en la vez que perdió el control cuando la gente habló de sus escritores favoritos. Bajo mi voz y lo imito—. Solo diré esto una vez… Nicky se ríe de nuevo y le sonrío complacida. —¿Quieres el consejo o no? Asiento con entusiasmo. —Estos libros no te servirán de nada a menos que de verdad escribas algo. No pueden enseñarte a escribir. Solo puede enseñarte a pulir lo que has escrito. —Suspirando, mira alrededor, luego deja sus ojos sobre su taza de café—. Envuelve tus manos alrededor de la taza de café y cierra los ojos —me dice. Confundida, no hago nada de eso y él niega. Se inclina más cerca, teniendo cuidado con Nicky, y envuelve sus grandes y gruesos dedos alrededor de mis manos, llevándolos a la taza. Mi aliento se entrecorta ante el primer contacto entre nosotros. Sus ásperas y nudosas manos sobre las mías, pálidas y pequeñas, es… es discordante. Es como imagino que se siente tocar un rayo. Eléctrico. Vibrante. Burbujeando de energía. —¿Layla, estás conmigo? —pregunta Thomas, y trago, asintiendo rápidamente—. Cierra los ojos.
Eso hago, porque no tengo más opción que obedecer. Se apodera de las funciones de mi cuerpo con su agarre, y mis parpados se cierran ante su voz. Me pongo alerta, hipersensible. Puedo escuchar el sonido de su respiración, enfatizada por el balbuceo de Nicky. Siento el sol en mi rostro aunque estamos sentados dentro y la mañana está gris. Quiero moverme en mi silla, frotar mis muslos. Quiero pedirle que aumente la presión de su agarre para que la sensación de su piel quede tatuada en la mía. —Dime cómo se siente el café. ¿Puedes saborear el sonido? No lo sé, pero puedo saborear su voz en este momento. Es vicioso, denso y dulce. —Y-yo… Bueno, es caliente. —Pero no tan caliente como tus manos. —¿Qué más? Bajo su palma, muevo los dedos, sintiendo los ásperos contornos de la taza. Es amarilla con un asa café ondulada. —Es áspera, rasposa. —Pero la aspereza de tus manos se siente mucho mejor. —¿Y?
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Intento sentir más y toco algo metálico. Muevo mi dedo y toco algo liso con el nudillo. Es el anillo de bodas, frío contra su patente calor, helado. El ritmo de mi respiración cambia; o tal vez en su respiración alterada, entrecortada y rota. Sintiendo la inmoralidad de esto, alejo mi dedo de inmediato, tomando refugio en las sensaciones de nuestra piel frotándose. —Se siente como… como el sol, como si solo tocándolo estoy… estoy despierta, alerta y no sé… solo, viva. —Y no estoy hablando sobre la estúpida taza. Thomas aparta sus manos y soy obligada a abrir mis ojos. Hay color en sus mejillas, no rojo del todo, sino algo similar que hace que su rostro brille. Eso hace que algo en mi pecho de un vuelco. Se encoge de hombros. —Ahí lo tienes. Una taza de café es un paquete lleno de sol para ti. Escribir no es solo sobre la técnica, aunque eso es importante. No es sobre lo que ves; es sobre lo que sientes. Tienes que ir más profundo, voltear las piedras, ver lo que preferirías no ver para poder escribir. Por lo tanto, no necesitas estos libros ahora. Pongo mis manos en mi regazo, cubriendo una con la otra; un pobre intento por preservar el calor que él dejó. —¿Eso es lo que haces? ¿Ver lo que preferirías no ver?
—A veces. —¿No tienes miedo de lo que encontrarás? No tengo que preguntarme qué veré cuando mire dentro de mí; una chica egoísta y loca que cayó en el peor tipo de amor; así que preferiría no mirar. —Aterrado —murmura, respondiendo mi pregunta—. El arte es doloroso, Layla. Es potencialmente peligroso. Explosivo. Toma todo de ti, a veces más de lo que puedes dar. Es una bestia, y siempre está hambrienta. La alimentas y la alimentas… hasta que no te queda nada. —Toma aire—. Pero no te importa porque preferirías perseguir la adrenalina de crear algo que vivir en la oscuridad. Es una locura. Es la cosa más honesta y más miserable que me ha dicho. Sus palabras se alojan en mi roto corazón, rompiéndolo más. Me doy cuenta que él podría estar hablando del amor; una loca y hambrienta bestia que toma y toma. —¿Vas a atender eso? —pregunta Thomas después de un rato. —¿Qué?
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Vibraciones hacen eco en mi muslo, alertándome que mi teléfono está sonando. Lo saco de mi bolsillo y casi lo dejo caer como si sostuviera un tempano en mi mano. Es Caleb, Caleb, con sus ojos verdes y su cabello rubio arena, sonriendo a través de la pantalla del teléfono. No… no entiendo. Sigo mirándolo, sigo escuchando el estridente ruido, esperando que cambie, esperando que el rostro de Caleb se disuelva, esperando que esto sea un chiste. Debe serlo, ¿verdad? ¿Por qué me llamaría después de dos años? El teléfono deja de sonar y logro tomar aire. —Layla. Miro a Thomas como si no lo recordara. Antes de poder decir algo, el teléfono suena de nuevo, zumbando en la mesa. Sin pensarlo dos veces, me levanto del asiento, recojo mis cosas, y le lanzo a Thomas una mirada, distraída. —Y-yo tengo que irme. Salgo corriendo del café como si Caleb estuviera aquí, en lugar del jodido Massachusetts, como si Caleb hubiera venido a decirme lo mucho que me odia.
Once
—N
o. —Emma está moviendo la cabeza—. No voy a usar eso. No lo haré.
—¿Por qué no? —La miro en el espejo y luego al vestido en mis manos—. ¿Qué tiene de malo? —El color. Es… naranja. —Mandarina —respondo por millonésima vez—. Es mandarina. —Es la misma cosa. —Coloca sus manos sobre su cadera y da la vuelta—. Ugh. Solo… no sé sobre esto. —Camina hacia mi cama y se deja caer en la pila de ropa. —¿Confías en mí? —le pregunto seriamente, y se ríe ante mi expresión. Coloco el vestido frente a su rostro, para que deje de hablar, y ella lo golpea.
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—Solo pruébalo, ¿está bien? El color mandarina es jodidamente increíble. Se verá maravilloso en ti. Confía en mí. —Cuando me regala una mirada dudosa, agrego—: Dylan lo va a amar. Es como si llevaras puesto… un rayo de sol. Mis labios forman una sonrisa ante las palabras. Una taza de café es como un rayo de sol para ti. —Vaya, ¿no eres toda una poeta? —bromea Emma. —Sí, quizás lo sea. —Le ayudo a levantarse, y la empujo hasta mi baño—. Ahora, ve y cámbiate. Traga. —¿Y si no le gusto? Tú sabes, hemos sido amigos por tanto tiempo, y ahora, todo está cambiando. No sé… —¿Lo amas? Pone los ojos en blanco. —Sí. —Entonces es suficiente. El amor es mágico. Puede hacer cosas, cosas que no podrías ni imaginar. —Sonrío—. Solo ten un poco de fe. —Está bien. —Emma me regala una sonrisa y se va a cambiar. Cruzo los dedos de manos y pies, esperando, suplicando que lo que dije resulte ser verdad para ella.
Mis oraciones se ven interrumpidas cuando escucho el sonido de mi teléfono, desde alguna parte de la cama. Caleb. Es todo en lo que puedo pensar mientras frenéticamente, comienzo a buscar bajo la pila de ropa, libros y sábanas. Para cuando logro encontrarlo, pierdo la llamada, pero no era de Caleb. Era mi mamá. ¿Qué estaba pensando? Por supuesto que Caleb no me llamaría. Quizás me marcó por error en la mañana o algo así. No tenemos nada que decirnos. El teléfono vuelve a sonar… mi mamá. —H-hola —digo, mientras intento calmar mi ansioso corazón. Tengo un mal presentimiento sobre esto. —Layla. ¿Cómo estás? Aunque su tono de voz es distraído, no puedo evitar el placer de escucharla. Su voz es suave y siempre se mantiene en el mismo tono, pero su rostro cambia cuando está furiosa, se vuelve incluso más hermosa… dolorosamente hermosa. Es difícil mirarla. —Estoy bien. ¿Cómo… cómo estás tú?
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—Bien. Bien. Quería hablar contigo sobre la fiesta de Henry. —Claro. Seguro. Lo recuerdo. Es la próxima semana. No te preocupes. No voy a estar ahí. Ocasioné un desastre en su fiesta de San Valentín el año pasado; estaba borracha y drogada, y vomité en toda la escultura de hielo de Cupido. Apareció en todos los periódicos. Mamá se avergonzó tanto que decidió vetarme. Desde ese día, apenas y me encuentro en la ciudad para una de sus fiestas. —Sí. Eso es muy considerado de tu parte, pero solo quería recordarte de todos modos. Es imperativo que no vengas. —Está bien. No estaré ahí. Promesa de meñique. —Me dejo caer de espaldas en la cama, mis pies tocando el suelo. ¿Qué tan patético es que tu madre te hable para recordarte que no estás invitada? —No es una broma, Layla. Está fiesta es especialmente importante, y no quiero que nada la arruine. Lo que quiere decir: No quiero que tú la arruines. —¿Te importaría contármelo? —pregunto, tomando un mechón de cabello. —¿Pardon me?
Mi mamá nunca diría disculpa o perdón. Eso es demasiado común e inculto para ella. Pardon me, por otro lado, es una señal de ser una dama, lo que, por cierto, significa que yo no lo soy. —Sobre la fiesta. ¿Por qué es tan importante? Es solo la fiesta de cumpleaños de Henry. —No es importante. —Pero acabas de decir que lo es. —No, no lo hice. Frunciendo el ceño, me siento. —Mamá, ¿por qué estas actuando raro? —Layla. —Vuelve a suspirar. —Mamá, solo dime, o quizás decida ir después de todo. Miedo instantáneo. Casi puedo escucharla jadear. Oh, el horror de su loca hija apareciendo y arruinando todo. Soy como la plaga. Escucho el tintinear de sus pulseras al otro lado de la línea. Lo mueve entre sus manos cuando se siente incómoda. —Caleb aceptó asistir.
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Un frío penetra mis huesos, iniciando por mis oídos, viajando por un costado de mi cuello, penetrando todo mi cuerpo. Puedo sentirlo moverse. —¿C-Caleb? —Si. Respondió a mi invitación. Aunque Caleb no tenga nada que ver con Henry, mi mamá insiste en tenerlo cerca en cada celebración. Caleb es el hijo que nunca tuvo. —Está bien —murmuro. —Y no quiero asustarlo. —Sostengo el teléfono con más fuerza mientras continua—. Porque quiero que regrese a la ciudad. Su lugar está aquí, trabajando en la compañía de su padre. Quiero que las cosas sucedan como están planeadas. Mis ojos se cierran. —Seguro. Sí. Es mejor si no estoy ahí. —La presión aumenta, y lágrimas amenazan con llenar los confines cerrados de las cuencas de mis ojos. —Me alegra que estemos en la misma página. —Sí. Hay un silencio después de eso, largo. No sé por qué todavía no colgamos la llamada, por qué nos estamos escuchando respirar. Quizás
mamá quiera agregar algo más. Quizás tengo miedo de estar sola después de colgar. Todavía estoy pensando sobre los quizás, cuando mamá habla. —Muy bien. Llámame si necesitas algo. Es lo que siempre dice al final de una conversación. —Si. Lo haré. No lo haré. Nunca lo hago. Un clic y ella ya no está. Lagrimas comienzan a perder la batalla y se deslizan por mis mejillas, un río de culpa y tristeza, quizás furia. No estoy segura. Me dejo caer en la cama, y me acurruco en posición fetal, con el teléfono bajo mi mejilla. Sollozos escapan de mi cuerpo; guturales y bestiales sonidos que no reconozco, que nunca pensé que podía hacer. Nunca pensé que mi corazón de camaleón podría romperse tanto. Nunca me sentí tan sola en toda mi vida. Nada amada. Todo un fenómeno de la naturaleza. Siento una suave mano en mi hombro.
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—Layla —dice Emma suavemente, brillando en el vestido color mandarina—. Layla, ¿qué sucedió? ¿Qué pasa? ¿Por qué estas llorando? La miro a través de unas gruesas lágrimas. Ella es una extraña para mí. Apenas y sabemos cosas de la otra. No sabe lo podrida que estoy, las cosas que he hecho. Su preocupación por mí es injustificada. Si supiera, no estaría aquí, consolándome, preocupada por mí. Si fuera más fuerte, una mejor persona, la alejaría. No aceptaría su amabilidad, pero no soy una buena persona. ¿No lo he probado ya? Me siento, me coloco de lado, y la abrazo como si fuera un niño. Emma está sorprendida, pero aun así coloca su brazo alrededor de mí. Muevo mi cabeza hacia su hombro. No es familiar. Huele a sandia, dulce y reconfortante. Le da palmadas a mi espalda. —Oye, ¿qué pasa? ¿Qué sucedió? —N-nada. —La abrazo más fuerte. Necesito la conexión. Necesito saber que no soy repulsiva, como mi propia madre lo cree. Nos quedamos avergonzada.
así
por
unos
minutos,
antes
que
me
—Lamento abalanzarme sobre ti. —Está bien. No me importa. ¿Qué sucedió? No puedo decirle. No puedo. Me odiará y luego se marchará.
aleje,
—No es nada. —Sonrió incómodamente. Luego bajo mis piernas de la cama y salto, aplaudiendo—. Vamos a prepararte para tu cita. Emma me mira como si estuviera loca.
Estoy dentro de una burbuja, gruesa como un cristal. Apenas puedo ver o escuchar. Se siente como si hubiera viajado en el tiempo y estuviera pasando por el mismo frío entumecimiento que sentí cuando Caleb se fue. Apagaría ese entumecimiento con Grey Goose, o marihuana, o creando caos en el mundo. Mi forma favorita era conducir mientras estaba ebria. Las personas me miraban de forma acusadora, hacían sonar el claxon, y yo me reía. Eso calmaba algo dentro de mí, ser acusada. Era una mala persona, y los demás necesitaban saber eso.
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Ser buena apesta, por cierto. Necesito el humo toxico de la yerba para olvidar la llamada imprevista de Caleb. ¿Por qué demonios me llamó? Quizás para decirme que no fuera a la fiesta, como mi madre lo hizo. Era mejor así, de verdad. No me importa la fiesta, ni quiero ver a Caleb. No quiero volver a verlo, si puedo evitarlo. ¿Cómo podría mirarlo? ¿Qué diría? Todo está bien. ¿Entonces por qué siento que quiero llorar? No me doy cuenta que la clase terminar, hasta que escucho las sillas moviéndose en el piso de cemento. Las personas están murmurando y guardando sus cosas, listos para irse. Emma coloca una mano sobre mi hombro. —Oye, ¿lista para irte? —Sí. Supongo. Déjame empacar. Acababa de guardar mi cuaderno en la mochila, y tomado mi abrigo de invierno, cuando escuche que decían mi nombre. —Señorita Robinson, me gustaría verla después de clase. Trago mientras escucho a Thomas usar su soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme que se adelante sin mí, y se va con Dylan. mientras me acerco al escritorio de Thomas, atrás.
voz formal y seca. No sé si a él hoy. Le digo a Emma El salón está casi vacío, dejando mis pertenencias
Me observa fascinado, sus brazos cruzados sobre su pecho. Lo miro y comienzo a catalogar las diferentes partes de su apariencia. Camisa marrón, con unos jeans negros. Cabello desarreglado. Ojos brillantes. Las líneas de su mandíbula. Su pulgar acariciando suavemente su labio
inferior. Quiero seguir mirándolo y escapar de su belleza masculina al mismo tiempo. Es demasiado calmante y abrumador para mi cordura. Esta es la segunda vez que hace que me quede después de clase. La primera vez me dijo sentía cosas por él, lo que resultó ser verdad. Me pregunto qué dirá hoy. —¿Le gustó la clase de hoy, señorita Robinson? Atrapada. No estaba prestando atención… él lo sabe, yo lo sé, pero aun así continuo con la farsa. —Genial, como siempre. —¿Eso es verdad? Asiento, manteniendo mi mirada en el escritorio. —¿Recuerdas lo que dije, Layla? —Su poderosa voz crea un cosquilleo dentro de mi cuerpo—. Mentir puede ocasionarte problemas. Levanto los ojos para mirarlo. El cosquilleo se vuelve un temblor y palabras escapan de mi boca en un susurro. —No tengo miedo de un poco de problemas.
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Su pulgar se desliza en una larga caricia por su labio, antes de enderezar sus brazos y meter las manos en los bolsillos. El silencio entre nosotros tiene algo de drama. Thomas se está preparando para revelar algo. Mi pulso esta acelerado. —¿Quién es Caleb? Mi respiración se atora en mi garganta, y todo lo que puedo hacer es jadear. Es tanto silencioso como fuerte, una brisa y una ráfaga. ¿Cómo sabe ese nombre? El nombre del chico que amo en la voz baja, y gruesa de Thomas suena mal. Caleb es tan gentil, tan suave. Su nombre necesita ser pronunciado suavemente, con respeto. Él no es como Thomas… o como yo, para el caso. Thomas frunce el ceño cuando no digo nada. —¿Te hizo algo? —¿Qué? —La idea es tan loca que solo puedo quedarme ahí de pie, murmurando palabras inútiles. —El chico que te llamó ayer —explica—. ¿Te hizo algo? ¿Te lastimó de alguna manera? Niego una vez, todavía asimilando que Thomas no sabe nada sobre Caleb. —No es asunto tuyo.
Es una respuesta automática, pero en lugar de salir con determinación, mi voz tiembla y se distorsiona en un susurro roto. No es asunto suyo. No es asunto de nadie lo que sucedió con Caleb. A pesar que lo estoy pensando, las ganas de confesar se están formando en mi pecho y apresurándose por salir de mi boca. Por medio segundo, contemplo el decirle. Todo. Absolutamente todo. Es un sentimiento nuevo, completamente extraño y espeluznante. No puedo. No puedo decirle lo que hice. Me odiará. Pero me gusta eso. Necesito ser acusada. Alguien que me recuerde que merezco ser rechazada por mi propia madre. Dime lo mala que soy, lo patética, enferma y loca. Dios, estoy tan confundida. —Me voy —le digo, porque si no me voy, le voy a revelar todos mis secretos.
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Comienzo a moverme, pero sus dedos toman mi muñeca, deteniéndome. Esta es la segunda vez que me toca. Piel contra piel. Esta vez no es tan sorprendente, pero igual de vibrante. Una explosión en el aire, y luego todo queda en silencio. El mundo se enmudece antes de volver a la normalidad. Sé que la puerta está abierta. Sé que hay personas en el edificio. Sé que él no debería de estar sosteniendo mi mano de esta manera, pero no me importa. No puedo… Como él, sus dedos son mágicos. Thomas me acerca a él, moviendo mi pelvis contra el escritorio. Los bordes se clavan en mi cadera, pero no hago una mueca. Me inclinó contra este. —¿Qué te hizo? —pregunta de nuevo, rudamente. Las líneas de su hermoso rostro están tensas, y existe un brillo severo en sus ojos. Está enojado, ¿por qué? Quizás es por mí. Es un delirio tan dulce. No puedo evitar el sentir algo cálido mientras niego. —Nada. —Layla —advierte. Su voz ruda, como su toque, es como una hipnosis. Mi cuerpo se relaja, se da por vencido. Mi lado racional está atrapado bajo los escombros de mis débiles y obedientes músculos. —Él solo… no correspondió mi amor. Nunca. —¿Y tú lo amabas? —Sus dedos se flexionan en mi muñeca, tomándola más fuerte. ¿Se da cuenta de lo fuerte que me está agarrando? ¿Cómo se siente mi piel para él? —Sí. —Lo amaba. Aunque, ¿todavía lo amo? No lo sé. He estado en dolor y agonía por tanto tiempo que no puedo decirlo.
El rostro de Thomas cambia. Me mira como nunca antes lo ha hecho, bajo una nueva luz, quizás. La disfruto, aunque no merezco esa mirada. Soy como tú, quiero decir. Una fugaz idea entra por mi mente: quizás siempre estuve destinada a encontrarlo, encontrar esta simetría con mi alma desfigurada. Quizás siempre estuve destinada a conocer a Emma y a Dylan también. Estuve destinada a tomar sus pequeños corazones rotos y unirlos. Me pregunto cómo puedo ayudar a Thomas a hacer eso, como puedo arreglar su roto corazón. Lamo mis labios, le digo. —Yo fui quien lo lastimó. Su mirada azul se calienta, como si mis palabras fueran gasolina, avivando el fuego. —¿Qué hiciste? —Lo obligué a dormir conmigo. Ahí lo tiene. Lo dije. Ya salió. Thomas permanece en silencio, esperando a que explique.
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—Estábamos en esta fiesta. Él estaba, en realidad. Solo fui para verlo. Se iba a la universidad al mes siguiente y yo estaba desesperada. Siempre lo había amado, pero nunca sintió lo mismo. Así que yo, mmm, lo emborraché. —Me estremezco, pero continúo—. P-pero eso no es todo. Lo drogué también, y mentí al respecto. Le dije que era solo un cigarrillo, pero no lo era, y-y entonces me aproveché de él también. Recuerdo la mirada aturdida de Caleb, mientras continuaba lanzándome sonrisas idas. Esa fue la noche en que me tocó. Acarició mi mejilla mientras hablábamos. Con sus brazos alrededor de mi cintura mientras bailábamos. Nunca habíamos bailado así de cerca antes. Pude escuchar su acelerado corazón y por esos segundos, pretendí que era por mí y no por la marihuana y el licor. Nunca me sentí tan amada y asqueada. Todavía no lo entiendo. Fue horrible, pero como un perro, me aferré a su atención, a su amor, porque, ¿qué otra opción tenía? Él se iba. Él no me amaba por quien era. Mi cuerpo era la única cosa que me quedaba por dar, y sabía que él no lo tomaría estando sobrio, así que manipulé su juicio. —Terminamos en un cuarto, lejos de la fiesta y… y lo besé. Él, eh, él no respondió al inicio, pero luego se dio por vencido y… —Respiro temblorosamente—. Y entonces me quité la ropa y coloqué sus manos sobre mí. Y-yo podía ver que estaba confundido, y no quería hacerlo, pero me subí a su regazo y… y sí. Dormimos juntos. Pensé que, si le daba mi virginidad, él me amaría, pero se fue al día siguiente. —Parpadeo y una
lágrima solitaria se desliza por mi mejilla—. Así que lo lastimé. Él era mi mejor amigo, mi único amigo, y él era mi hermanastro. Y lo obligue a tener sexo conmigo. Eso es todo. Todas mis partes feas. Todas las razones por las que soy un monstruo. Por qué fui expulsada a mi torre. Por qué mi propia madre me odio. Me pregunto qué haría si descubre lo que le hice a Caleb. Ella sabe que lo amo, pero no sabe cuántas líneas crucé por ese amor. Thomas deja ir mi muñeca y la presión en la parte baja de mi cuerpo se detiene. El dolor en mi pelvis se vuelve un latido sordo. Él me está dejando ir. Eso hace que salgan más lágrimas… un agua salada e inútil que no soluciona nada. Él esta asqueado por mí, y, ¿quién puede culparlo? Un sollozo está listo para salir, pero muere y se convierte en hipo cuando siente su áspera mano tomando mi mandíbula. Sus manos mágicas están sobre mí.
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Esta es la tercera vez, y es por mucho la más íntima. Sus dedos callosos se deslizan por mi barbilla temblorosa, estabilizándola, manteniéndola en calma. Manteniéndome en calma, como una especie de droga anti ansiedad. —Tengo miedo —susurro rotamente. —¿De qué? De siempre ser así de miserable y solitaria. No lo digo porque nos hemos acercado más, y he perdido mi voz. Puedo ver los poros de su piel, las manchas escondidas en sus iris. Sus ojos moviéndose por mi rostro, de izquierda a derecha, de arriba abajo. Tomo la mano que esta acunando mi mejilla. El vello en sus nudillos se encuentra con mi piel. Provoca mis sentidos, licuándolos, calentándolos. Quiero chupar sus dedos. Quiero probarlo después que me toque, probar su piel después que se ponga en contacto con la mía Me asaltan imágenes de él, sus dedos, dentro de mí. Dentro de mi necesitado centro. Tocándolo, calmándolo, acariciándolo. Los imagino curvándose, encorvándose dentro de mí, para sacar todos mis jugos y luego alimentarme con ellos. El deseo es tan grande, tan vivo que no puedo evitar acariciarme con su mano. Se vuelve más brillante, cubierto por una especie de niebla, brillante. Mierda. Lo voy a hacer. Voy a probar su piel. Solo una lamida, me prometo. No va a lastimar a nadie.
Giro mi cabeza y saco un poco mi lengua. Hago contacto en la unión donde sus dedos se encuentran con la palma. El toque es apenas existente. Apenas se registra en este amplio y vasto universo, pero su sabor explota en mi boca; el más fuerte y más provocativo sabor a sal y chocolate. Tardíamente, me doy cuenta que se puso rígido. La neblina se aclara y me veo lanzada a la realidad. Me alejo del escritorio, lejos de su alcance, pero él no se mueve. Su mano cae a su costado, laxa. —Lo lamento —digo de inmediato, avergonzada de mí misma, avergonzada de mi falta de control. Kara tenía razón, necesito trabajar en eso. Necesito ser mejor. Él no dice nada. Está sin palabras y su rostro sin expresión me asusta más de lo que un grito pudo haber hecho. Alegremente hubiera recibido sus gritos a cambio del silencio. Dios, soy tan estúpida. —Tengo que irme.
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Doce
E
s sábado y estoy en La Alquimia con Emma, Dylan, y Matt. Encontramos una mesa en medio de la habitación y Emma deja caer una enorme bolsa con cosas en ella. Es noche de improvisación para el Laberinto y ella está a cargo de los elementos de improvisación. —Explícame una vez más por qué necesitas esta gigantesca bolsa — dice Matt, sacándose el abrigo y colgándolo en la silla en la que se sienta. Dylan le da una mirada de enfado. —Ella tiene los objetos para improvisar ahí, idiota. Emma sonríe complacida, con sus ojos en la bolsa mientras busca algo. Es adorable lo tímida que es frente a él, cuando normalmente es tan segura de sí misma. Dylan y Emma han salido en unas citas esta semana. Resulta que, Dylan adoró el color mandarina. Lo sabía.
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—¿Y por qué no les enseñas una imagen o algo en tu teléfono? — Choca el hombro con el mío—. Apóyame aquí, Layla. Esta jodida bolsa es una monstruosidad. —En realidad, no tengo problema con eso —digo—. Es algo divertido mirar el objeto mientras escribes sobre él. Cuando Emma me contó sobre la noche de improvisación del Laberinto, mi primera reacción fue pánico. No creí que podía ser parte de esto. No estaba preparada. Ni siquiera había leído los libros que tenía. Leer se había vuelto parte vital de mi vida. La semana pasada, solo había salido a la calle una vez. No había estado en la casa de Thomas, en ningún momento. Me quedo hasta tarde leyendo. Hay mucho por descubrir, y he vivido por mucho tiempo dentro de esta neblina. Siento que el tiempo me está huyendo. Probablemente moriré antes de leer todos los libros que existen. Trato de calmarme. Estoy aquí para ser parte de algo más grande que yo, el arte, y no tengo que ser perfecta. Lo único por lo que debería estar preocupada es por ver a Thomas. Han pasado seis días desde que lloré frente a él, le conté mi fea historia de amor, y prácticamente lamí su mano, intentando saborearlo. Desde ese momento lo he visto por el campus, en el Crème and Beans con Nicky, en los corredores del Laberinto cuando Emma me llevó a rastras a una lectura dramática. Lo he visto en el parque, en el banco, la única vez
que salí en la noche. Él estaba fumando y luchando consigo mismo, como siempre, y yo me estaba escondiendo detrás del árbol. Es como si estuviera en todas partes. Mi guardador de secretos. La única persona que sabe qué hice. Y está asqueado. Nunca me mira. Para él, soy invisible. De algún modo, esto lastima más porque muy dentro de mí, pensé que podía relacionarse conmigo, pero no es así. Realmente soy un fenómeno de la naturaleza. La puerta del frente del bar se abre, y entra Sarah Turner, seguida del profesor Masters y Thomas. Los copos de nieve se arremolinan a su espalda al entrar y la puerta se cierra. —Hola, niños. —El profesor Masters nos saluda con su alegre voz, cuando pasa a nuestro lado. Se escucha un coro de risas y Hola profesor en la habitación. Sin prestarle atención a nadie, Thomas se separa del trio y se dirige a la barra. Sarah le da una mirada molesta, pero el profesor Masters la guía hacia su destino.
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Thomas ordena su bebida y se sienta en el taburete, sus largas piernas montando el pequeño asiento a horcajadas. Se quita la chaqueta, revelando una camiseta gris que se pega a sus hombros y bíceps. Sus muslos cubiertos por el pantalón de mezclilla se abultan mientras rebota su pierna derecha con impaciencia. El camarero le coloca un Martini de chocolate frente a él, y aparto la mirada avergonzada. Su debilidad por el chocolate despierta algo salvaje y cálido dentro de mi estómago. No he pensado en lo que voy a hacer el lunes. ¿Regresaré a clases? ¿Me esconderé y nunca mostraré mi rostro de nuevo? Emma se levanta a un lado de mí, saludo a todos en la habitación, y explica las reglas. Busca en su bolsa y saca algo. —Así que nuestro primer objeto es esta botella de salsa picante. Tienen que escribir un poema corto, no más de veinte líneas, con lo que sea que les venga a la mente cuando ven una botella roja que tiene escrito H.O.T3 encima. Voy a pasarla por la habitación para que puedan mirarla. Mi primer pensamiento es que odio la salsa picante. Soy más una persona que ama lo dulce. De hecho, soy la única persona que ama lo dulce en mi familia o de las familias que he tenido en el pasar de los años. Mi mamá, Caleb, mi papá, el papá de Caleb, incluso Henry; todos huyen de lo dulce.
3
Caliente en español.
Pensar en Caleb, me hace consiente de mi teléfono en el bolsillo de mi chaqueta. Desde esas llamadas perdidas en el Crème and Beans, ha llamado más veces, pero no he respondido. Estaba esperando que dejara un mensaje o algo para saber qué quería, pero no lo ha hecho. ¿Por qué continúa llamándome? Por más impulsiva que sea, un miedo desconocido me hace no responder. Emma da un golpecito a mi codo y me dice que comience a escribir. Cierto, salsa picante. Muerdo mi pluma, tratando de pensar… no, tratando de sentir. ¿Cómo me hace sentir la salsa picante? H.O.T Sentir. Sentir. Cierro los ojos y lo primero que veo es el rostro de Thomas. Su hermosa e intensa mirada. Cómo cada molécula de mi cuerpo, cada centímetro de mi piel quema cuando está cerca. Cómo tiene la fuerza que cambia el clima, de frío a caliente. Con la respiración entrecortada, mis ojos se abren. Thomas Abrams escupe fuego. Respira llamas y lujuria, me hace olvidar todo y decir sí. Sí a la obsesión. Sí a acechar. Sí a la locura. Sí a lamer.
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Con manos temblorosas, comienzo a escribir y a capturarlo en palabras. La pluma se mueve y las palabras fluyen. Continúan fluyendo sin que me dé cuenta. Todo lo que puedo sentir es el calor moviéndose por mi cuerpo. Lo siguiente que sé, es que me veo interrumpida por un aplauso de Emma y su voz aguda. —Muy bien chicos, es tiempo de parar. Bajen sus plumas. Murmullos comienzan escucharse, y la habitación pronto se llena de conversaciones, mientras Emma pide que alguien sea voluntario para leer su primer poema. Con las mejillas sonrojadas, guardo mi pequeña libreta. Mientras el resto de la habitación se encuentra ocupada, me levanto y arrastro los pies al pasillo en la parte de atrás. Necesito ir al baño y calmarme. Me froto los brazos ante inesperado aire frío en el pasillo y respiro profundamente. Mis piernas apenas pueden sostenerse. ¿Así es como los poetas se sienten cuando ponen lo que sienten en palabras? ¿Así es como Thomas se siente? Es como sangrar. Es como correr kilómetros y kilómetros sin poder respirar. Antes que pueda llegar a mi destino, me jalan hacia la oscuridad de un pequeño cuarto. Ni siquiera tengo tiempo de quejarme antes que la puerta de madera se cierre, y me encuentro rodeada de un muy familiar calor. Es Thomas.
Me tiene atrapada dentro de lo que parece un cuarto de almacenamiento, su mano cerrada alrededor de mi codo, empujándome hacia la fría pared. —T… Thomas. —Estoy jadeando—. Qué… ¿Qué sucede? ¿Qué estás haciendo? Su hermoso rostro está cubierto por sombras y pequeñas líneas de luz bajo la parpadeante bombilla amarilla. Los únicos puntos brillantes en su rostro son esos ojos de fuego que tiene. Puedo oler el delicioso humo saliendo de mi cuerpo, puedo sentir ese ardor. Ahora que la sorpresa inicial ha desaparecido, mi cuerpo se inclina, aliviada por ser el centro de su atención después de días. Él nos ve. Existen cosas de las cuales preocuparse, lo sé, pero no tengo energía para hacerlo. —¿Thomas? —susurro cuando es claro que no va a decir nada—. ¿Qqué estás haciendo? Su respiración es agitada, cortas bocanadas de aire, inhaladas y exhaladas mientras observa cada centímetro de mi rostro. —¿Todavía lo amas?
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—¿Qué? —¿Todavía amas a ese hombre? —Yo… Sí. —¿Cuánto? Mi respiración se vuelve igual a la suya, corta y entrecortada. Lo estudio, este hombre frente a mí. Existe una pizca de vulnerabilidad en él. Su comportamiento por lo general calmado está agitado. ¿Es porque le conté mi historia? Quizás se puede relacionar con esta después de todo. —Thomas, ¿qué sucede? —¿Cuánto lo amas, Layla? ¿Lo amas tanto que te odias? ¿Que ni siquiera puedes soportar tu reflejo? ¿Piensas constantemente cómo arreglarlo? ¿Cómo mejorarlo? ¿Cómo ser mejor? Él no está simplemente agitado, se está desmoronando. Una agonía pura se ve en sus facciones. Es demasiado brillante y deslumbrante. Es similar a la mía, pero no me preocupo por eso en este momento. Estoy preocupada por él. —Sí —susurro. Levanto mi mano y la coloco sobre su rostro con un rastro de barba. Su pómulo es arqueado y alto, parece hecho de granito mientras pulsa bajo mi mano—. Pero estoy tan cansada de eso —confieso, y sus ojos brillan. Ojos que escupen fuego. Me pregunto por qué no lo noté antes. Es tan obvio ahora. Nunca fallan en provocar fuego en mi alma.
Me presiona contra la pared, como si estuviera encajando su cuerpo contra el mío, pero no me toca. De algún modo su cuerpo está cerniéndose sobre el mío, calentándome, acelerando mis nervios. Soy un lío de cables sueltos, disparando lujuria y adrenalina. Soy pegajosa como el azúcar y ebria como el whisky. Thomas acomoda su cuerpo, y coloca sus palmas sobre la pared, enjaulándome. La vena en su bíceps resalta, un hilo morado tirando de mis sentidos. Lo observo mirar mis labios abiertos, y de pronto, es la única parte de mi cuerpo que puedo sentir. Mi boca, latiendo, carnosa, hinchada de necesidad. —Yo también —susurra, casi para sí mismo. No debía de escucharlo, pero lo hice. Y de nuevo, soy golpeada por un deseo tormentoso de besarlo. Es como un tornado, una avalancha en mi cuerpo, y en un momento sin respirar, decido arriesgarme. Está bien. Puedo aceptar la culpa después.
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Rompo las reglas, me acerco y lo beso. Un roce en sus labios gruesos es un beso de solidaridad, un beso que pretende decirle que entiendo… pero uno no es suficiente. Solo consigue aumentar mi deseo. Así que le doy otro, esta vez en la comisura de su boca, y luego otro en su mandíbula. No es suficiente, esos pequeños y suaves roces. Quiero más, pero no voy a tomarlo. Seré buena; solo voy a dar. Abruptamente, toma un puñado de mi cabello y me detiene. Lo miro con temor, lista para disculparme; no por el beso, sino por ser quien besara. Su mirada refleja pasión, necesidad extrema y loca, y yo tiemblo, a pesar de tener capas de ropa y estar sudando por su calor. —¿Estás intentando besarme, Layla? —dice con flexionando sus dedos en mi improvisada cola de caballo.
voz
ronca,
¿No puede adivinar? Comienzo a sonrojarme y sé que estoy brillando como una señal de luces neón. Tragando, asiento. —Sí. Se acerca a centímetros de mí, todavía sin tocarme; por más imposible que sea eso, pero infinitamente más cerca. —Si quiere besarme, señorita Robinson, hágalo bien. Dios mío, ¿tiene que llamarme así? ¿Ahora, aquí? Mi espalda se arquea por sí sola y mis pesadas tetas rozan los contornos de su pecho tembloroso. —¿C-cómo? —pregunto inocentemente, tratando de negar las acciones de mi cuerpo. Su voz severa de profesor me está haciendo cosas, volviéndome salvaje, incontrolable.
Por un segundo, permanece en silencio, solo mirándome. Tengo miedo que retroceda de lo que sea que es esto, cual sea la locura que estamos a punto de hacer, pero luego, me doy cuenta del cambio en el aire con un toque de licor, en el momento en que abre su boca y gruñe. —Así. Retorciendo mi cabello en su puño, toma mis labios con su boca. Succiona la forma de mi carne sensible y lo único que hago es permitírselo. Coloco mis manos en sus hombros, sintiendo el calor de sus músculos bajo la suave tela de su camisa. Su pecho se mueve y se desliza sobre mis senos, como una ola de agua. Quiero empaparme con esta. Quiero cada gota de su sudor, su lujuria en cada centímetro de mi piel. Lo empujó hacia mí, para que pueda aplastarme con su gran peso. Sin embargo, no se mueve. Él permanece ahí, sin moverse, todavía devorando mis labios, inmóvil. Su lengua empuja y me lame desde el interior; mi paladar, mi lengua, mis dientes. Va tras mi esencia, ese sabor especial que vive dentro. Gruñe cuando lo obtiene, mi sabor, y la presión de su agarre en mi cabello aumenta diez veces.
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Es doloroso, pero no lo suficiente para apagar mi excitación. Me rindo en mis intentos de acercarlo. En su lugar, voy a él. Levanto mi pierna y la envuelvo alrededor de su cintura. Mis manos se deslizan hacia arriba y las coloco alrededor de su cuello. Lo encierro como hiedra, toxica y venenosa y sin vergüenza. Presiono mi cuerpo contra el suyo y lo beso con todo lo que soy. Vierto mi alma en el beso. Por estos pocos segundos, me convierto en un bálsamo para su dolor. Pero no dura mucho. Mi egoísmo y mi necesidad por él toman el control. Mi centro comienza a escurrir y se vuelve difícil recordar que solo estoy para dar y no para tomar. Giro mis caderas, buscando por esa mágica fricción contra los planos angulosos de su cuerpo. Luego lo siento… su erección contra mi estómago. Es enorme. Duro. Una barra caliente. Está viva, y cuando me muevo contra esta la siento palpitar. Un gemido tortuoso escapa de su pecho. Thomas aparta su boca de mí e incluso mi alma lamenta la perdida. Nos miramos el uno al otro, recuperando el aliento. Todavía estoy aferrada a él y su polla todavía se encuentra acunada entre nuestros cuerpos excitados. Acomodo mi muslo alrededor de su cadera, y palpita con el pequeño movimiento. —No hagas ni un maldito movimiento —me dice, haciendo énfasis con un tirón en mi cabello. —Está bien. —Trago—. Lo siento. Una risa dolorosa.
—¿Por qué? —Hice que me besaras. El legendario tic hace su aparición tan pronto digo las palabras. Tamborilea en su mandíbula como un segundo corazón, o quizás como una bomba de tiempo. —Lo hiciste, ¿no es así? Sin poder hablar, simplemente asiento. En respuesta, coloca su muslo entre mis piernas y hace presión en mi centro. En una descarga eléctrica, multiplicada por un rayo, y casi estallo en llamas. —¿Qu-qué…? —Trato de hablar, pero incrementa la provocando que un gemido escape de mí. —¿Por qué? —susurra, dándose cuanta reacciones—. ¿Por qué me hiciste hacerlo, Layla?
de
mis
presión, lujuriosas
—Porque yo… De nuevo, repite sus movimientos, reduciéndome a gemidos de necesidad y nada de palabras. ¿Qué está haciendo?
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—Porque tú, ¿qué? —Porque yo hago esta clase de cosas. S-soy egoísta y mala… —gimo, llena de vergüenza y deseo—. Tomo lo que deseo porque no puedo controlarme. No quiero hacerlo. —Y me deseas, ¿no es así? —Cuando no respondo, jala de mi cabello fuertemente—. Me deseas, Layla. No es una pregunta, pero aun así asiento. Sí, lo deseo. Lo he deseado desde que lo vi por primera vez. Lo deseo más y más, conforme pasan los días. Lo deseo porque es como yo. Siente un amor no correspondido y quiero salvarlo, de alguna forma. Sus ojos brillan satisfechos, con un sentido de victoria ante mi respuesta. Ama mi desesperación y me pone más caliente. Estamos tan jodidos, mi omnisciente corazón dice. Estoy de acuerdo. —Puedo hacer lo que quiera contigo y vas a dejarme. ¿No es así, Layla? —Lame sus labios, como si saboreara sus propias palabras—. Puedo decir que saltes y tú vas a preguntar qué tan alto. Puedo decir que te desnudes y lo vas a hacer como si tu ropa estuviera en llamas. —Sí —gimo. Me premia presionando su fuerte muslo contra mí, y mi coño vibra. Mi cerebro lleno de deseo me obliga a moverme, a buscar esa fricción, y lo
hago. Me muevo de arriba abajo en su pierna, clavando mis uñas en su cráneo, mientras el deseo aumenta. Siento la ira y el rítmico movimiento de su polla en mi estómago, y me encanta. Me encanta el hecho que he dejado atrás mis inhibiciones y me he reducido a esto, un títere ebrio de lujuria. Me encanta que le dé placer a Thomas. Ya no se encuentra triste, o vulnerable. Sí, me encanta todo esto. Su dolor se ha vuelto mi dolor, y está a punto de hacerme venir sobre su pierna. Observo a Thomas con los ojos brillantes. Observo la arrogante inclinación de sus mejillas sonrojadas. Veo sus pupilas dilatadas, sus húmedos labios entreabiertos. Todo el tiempo, me estoy moviendo, montando su pierna. Arriba y abajo. Arriba y abajo. —Por supuesto que lo harás —dice roncamente—. ¿Te correrías por mí, Layla? Asiento rápidamente. En mi mente, sé lo malo que esto es, lo vergonzoso, pero no puedo detenerme. Y como Thomas dijo, haría cualquier cosa por él en este momento.
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Mis movimientos se volvieron caóticos, erráticos, epilépticos. Lo deseo tanto. Quiero que mi eyaculación salga tan fuerte que se filtre de mis bragas y deje una mancha húmeda en sus pantalones. El grafico y vulgar pensamiento, me empuja al límite. Fuerte y gimiendo, me vengo, justo como quería; no, justo de la manera en que él quería. Simplemente estaba siguiendo sus órdenes. Mi mente está llena de algodón, estrellas fugaces y estática. Quiero disfrutarlo por siempre. Dios, es tan bueno. Tan bueno. La presión en mi cuerpo disminuye. No siento sus músculos entre mis piernas, y el fuerte agarre en mi cabello ha desaparecido. Tan pronto tuve mi orgasmo, Thomas me ha dejado, y al mismo tiempo, me ha obligado a separarme de él. Todavía estoy recuperándome de mi orgasmo, recargándome contra la pared para encontrar equilibrio, pero intento concentrarme. Thomas me está mirando, intensamente, sus ojos en llamas moviéndose para observarme, sus manos en ambos lados de mi cabeza. —¿Entiendes lo que te estoy diciendo, Layla? ¿Puedes escuchar tu corazón latiendo? ¿Está intentado escapar de tu pecho? ¿Crees que puedes controlarlo? ¿Decirle que se calme? Tus caderas siguen temblando. Apuesto a que sigues eyaculando, ¿no es así? ¿Crees que puedes controlar eso? Niego.
—Sí, es correcto. Te sorprendería saber cuántas cosas no son tu culpa. —Sus ojos perforan los míos, como si me estuviera diciendo la importancia de su declaración. Por un segundo, no puedo hacer la conexión de lo que me está diciendo, y lo que está sucediendo aquí, pero luego lo entiendo. Me está absolviendo. Quitándome la culpa por besarlo, o por hacerlo besarme. Me pregunto si esa absolución incluye lo que sucedió con Caleb. ¿También soy libre de esos pecados? Mi corazón se burla. ¿Estas bromeando? Lo engañamos para tener sexo. —Te vi —digo sin pensar. Tan pronto las palabras escapan de mi boca, sé dentro de mí que esto va a destruir cualquier amabilidad que está teniendo hacia mí. —A través de la ventana —agrego, porque no puedo soportar el no ser culpada.
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Todo siempre ha sido mi culpa. Los jarrones rotos en casa. Las lodosas huellas en el piso. Las botellas de licor desaparecidas del gabinete. La ropa interior perdida de Caleb. El hecho que escapara hacia la universidad un mes antes y no visitara la casa. El hecho que robé, y bebí y conduje muchas veces, las fiestas arruinadas, romper la escultura de hielo de mi madre. Todo es mi culpa. Es cosa mía el hacer esas cosas. Quiero que Thomas me culpe también. —Vi lo solitario que estabas. Vi la ira en tu rostro, la manera en que tú… la manera en que caminaste por la habitación, como si estuvieras atrapado. —La escena se reproduce en mi cabeza: sus pasos acelerados, sus manos jalando su cabello. Luego, la escena cambia y estoy afuera de la ventana de su habitación. —Y-y luego estabas con ella… Hadley. Yo… Ustedes estaban hablando y te veías tan triste y molesto, y luego ella se fue. Seguí observando tu espalda y tus hombros. Estaban tan tensos, y pude darme cuenta del esfuerzo que estabas requiriendo para mantenerte en calma. Luego tomaste el jarrón y pensé que lo lanzarías contra la pared, que lo romperías, porque sé que tu corazón se estaba rompiendo, pero tú lo sostuviste. Lo bajaste suavemente. Tú fuiste mejor que yo. Y-yo nunca hubiera podido hacer eso. Nada se mueve en su cuerpo. No sé si está respirando, si siquiera me está mirando. —Thomas, l-lo siento. No pretendía verlo. Yo…
Luego se mueve en sus pies, y la luz arriba divide su rostro en sombra y luz. Parece casi bestial, como un animal con ojos brillantes y rostro fuerte. Por primera vez desde que inicié mi confesión, siento miedo de verdad. Puedo ver que quiere hacer algo, quizás lastimarme físicamente. Su cuerpo esta tenso de ira. Se ve más grande, engrandecido por el control apenas contenido. Por un segundo, creo que sí pierde el control. Sus manos forman puños, pero luego toma una superficial y entrecortada inhalación. —Mantente jodidamente lejos de mí —dice suavemente, mortalmente. Con eso, se marcha del cuarto de almacenamiento.
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Trece El poeta
M
i padre era un hombre enamorado. Ya lleva muerto diez años, y de lo único que estoy seguro es que él amaba a mi madre.
Nunca conocí a mi madre. Nunca escuché su voz, nunca la toqué. Murió el día en que nací. He visto fotos de ella, claro está. He visto su sonrisa, su calidez, sus ojos azules que eran como los míos. Era una hermosa mujer de cabello café oscuro y una amplia sonrisa.
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Aparte de eso, lo que sabía de ella era realmente limitado. No entiendo qué clase de mujer inspira tanta devoción por un hombre que nunca pudo entender como amar a su propio hijo. Lo que sabía de ella provenía de los poemas de mi padre, los cuales no sabía que existían hasta que fui lo suficientemente mayor para entender que mi papá no era como los demás padres. Él estaba ocupado. Era silencioso. Un hombre descuidado, que se tropezaba más de lo que caminaba.
encorvado
y
Mi padre era un poeta. Su escritorio estaba lleno de una montaña de papeles. Muchos de ellos tenían trazos de tinta azul sobre ellos, como si las palabras se hubieran disuelto y escapado. Él escribía y escribía, pero nunca publicó nada. Eso era porque no estaba escribiendo para nadie que no fuera él. Estaba resucitando a su esposa muerta a través de sus palabras. Escribía de ella y solo ella, y muchos de sus poemas estaban inconclusos y eran toscos. Eran palabras sobre su suave cabello, una bufanda verde azulada, un lunar en su hombro, sus galletas de mantequilla de maní. Y me di cuenta que esto era amor; brutal, oscuro, y sin fin. Es locura. Cuando dejé este pueblo, nunca pensé que regresaría. Todo lo que había conocido aquí era soledad y un modelo a seguir que ni siquiera me miraba. Este pueblo no era mi hogar. Mi padre no era mi padre, aunque me había regalado la poesía, o quizás la carga de ella. Estoy donde estoy por eso. Si no hubiera descubierto la magia de las palabras, quizás mi vida sería diferente ahora.
Pero esta noche, la clase de locura que me tiene atrapado es diferente. No tiene nada que ver con amor, y todo que ver con una chica de ojos violeta que se rehúsa a salir de mi mente. Mis dedos se deslizan en la pared de azulejos, mientras el agua fría se desliza por mi cuerpo. El aire alrededor de mí es fuertemente frío, pero mi cuerpo recuerda el calor de Layla. Me remuevo en mis pies y una corriente me golpea a la vez que mi polla toca el frío azulejo. Está duro e hinchado y enojado. Es salvaje como yo, como las cosas dentro de mí, cosas que son tanto nobles como primitivas, como si las hubieran escondido, programado en mis genes, y apenas los estoy descubriendo. La absoluta necesidad de poseer a alguien, ser el aire que respira y el universo en el que vive… me siento poderoso y sin poder al mismo tiempo.
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Mis ojos se cierran, y todo lo que veo es a ella, enredada en mi cuerpo, moviéndose, rozándome. Como si se muriera si no me tocara. Como si fuera a perder la cabeza. Mi excitación aumenta y como un carrete, no puedo dejar de rodar. Veo a Layla detrás de mis parpados cerrados. Pero no es su rostro o sus mejillas sonrojadas lo que veo. Es su espíritu. Es el hecho que se coloca frente a la clase llena de personas y lee sus poemas horribles en voz alta. Es el hecho que tiene el valor de exponerme su lado feo, de llorar frente a mí, de ser vulnerable. Es el hecho que se lanzó hacia mí, sabiendo que podría rechazarla. ¿Podría ser tan vital para alguien? Me hace querer sostenerla más cerca, aunque quiera alejarla. ¿Cómo se atrevió a espiarme? ¿Cómo se atrevió a juzgar mi vida? ¿Qué sabe de ella en cualquier caso? No debí de haberla seguido. No debí de haber perdido el control y besarla. Había sido tan bueno en ignorarla toda la semana. Pero ella me lamió. En un salón. A plena luz de día. ¿Quién hace algo tan loco? ¿Tan jodidamente… erótico? Un sonido me saca de mis pensamientos. Es un suave caminar. Sé que es ella; reconozco esos pies ligeros en cualquier parte. ¿Pero cómo voy a enfrentarme a Hadley ahora? ¿Cómo le digo de otro error que cometí cuando le prometí que la pondría primero? Como un cobarde, quiero esconderme aquí, pero tenemos una fuerza que es magnética. Si ella está cerca, no puedo estar muy lejos. Es un tipo jodido de física. Cierro el agua, me seco, y con una toalla alrededor de mi cintura, salgo del baño de visitas.
Mientras camino por el pasillo, comienzo a pensar en cientos de diferentes escenarios de cómo decirle, si le voy a decir o no. Me estremezco ante la idea de esconderle esto, aunque me pregunto por qué lo haría. ¿Es porque quiero ser honesto con mi esposa, o es porque ese beso significo más que un descuido y necesita ser reconocido? Antes que pueda tirar ese absurdo pensamiento, la veo. Hadley está en la puerta del frente con una pequeña bolsa en la mano. Al verla, regreso a este mundo, a mi realidad. Hace parecer a Layla como una criatura de un distante universo alterno. —¿Hadley? —digo su nombre a modo de pregunta, aunque ya sé la respuesta a mi pregunta no hecha. Nunca he sentido un completo bloqueo. Nunca he tenido mi respiración suspendida o mi corazón dejando de latir. Las personas hablan de esto, los síntomas de enamorarse, pero esto no es amor. Este horrible sentimiento, es puro y completo miedo. Se apodera de cada parte de mi cuerpo. Hadley me está dejando. Definitivamente.
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Ella da la vuelta y su rostro es cauteloso, pero sin mostrar nada, de algún modo. Su postura es tanto delicada como firme. —Me voy a casa de Beth. Me toma dos segundos escucharla con silencio absoluto en mi cuerpo. —¿Qué? —Regresaré el miércoles. —Vas a regresar. El ceño fruncido que me atrajo a ella por primera vez hace su aparición. Extrañamente, no tengo la necesidad de masajear su frente. —Necesito tiempo para mí —dice. Su suave voz raspa mi piel, como garras arrastrándose en mi cuerpo. —¿Qué pasa con Nicky? Ya he preguntado esto antes. Hemos tenido esta conversación antes. La noche en que Layla me vio atreves de la ventana fue la noche que Hadley y yo discutimos esto. Quería que se quedara, ella quería tomarse unos días. Hadley niega. —Él no me necesita. ¿Qué hay de mí? Te necesito. —¿Me estás diciendo que tu hijo no te necesita? Traga y una mirada extraña aparece en sus ojos.
—Te tiene a ti, y Susan puede quedarse aquí unos días. Yo solo… necesito alejarme. —¿De qué, exactamente? ¿De qué te tienes que alejar? —No quiero discutir Thomas. Yo solo… quiero irme. —¿Es por eso que te escapas en las noches? ¿Porque no quieres discutir? —No le doy oportunidad de hablar—. Adivina qué, no puedes escapar de una discusión. No puedes escapar de mí. Sé que debería de controlarme. Debería. No es su culpa que quiera escapar. Es mía. Soy el que arruinó todo. Ella no te ama. —Thomas, yo no… Doy un paso hacia adelante. —¿Qué es lo que estoy haciendo mal? Dime. ¿Qué quieres de mí? ¿Qué tengo que hacer para que te quedes? Porque voy a hacer lo que sea. —Me acerco a ella y antes que pueda hablar, tomo su brazo. Ella se estremece a mi contacto, y mi estómago quema con ira, resentimiento y temor.
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No puede dejarme. No puede. No puedo estar sólo. —He sido un imbécil contigo en el pasado, pero he cambiado. Dime qué quieres de mí y te lo voy a dar en un instante. Sólo… no te vayas. Mis palabras son ciertas, lo sé, pero mi voz está mal. Las emociones dentro de mí son las incorrectas. Todo esto se siente mal. La oscuridad, el silencio, el hecho que estoy usando una toalla, suplicando que mi esposa se quede. El hecho que no se ha conmovido. La mirada en sus ojos es como si estuviera atrapada. Hadley se siente atrapada conmigo. —Quiero que me sueltes —susurra. Mis dedos aterrorizados la agarran más fuerte. —No. No, no quiero. Voy a luchar por nosotros. Voy a mantener mi promesa porque te amo. Lo digo como si fuera una acusación. Escapa de mi boca como un intento de hacerla entender, hacer que se quede. —No quiero que lo hagas. Solo suéltame. —Vuelve a decir, esta vez, su suplica tiene todo el poder en el mundo. Mis dedos comienzan a aflojarse y luego los dejo caer, flojos e inútiles. Ella me está dejando. Ella. Me. Está. Dejando.
Un fuego se apodera de mis ojos y trago pesadamente. Hadley se da cuenta, levanta su mano, acaricia mi mejilla. Tiemblo y me aferro a ella, como si físicamente pudiera mantenerla aquí. —No quiero lastimarte —dice, con algo de sentimiento en su voz. —Entonces no te vayas —susurro desesperado—. Te necesito. Niega con tristeza. —Sólo necesito algo de tiempo. Por favor. Di todo por ella. Todo lo que importaba para mí ya no está. Mantuve mi parte del trato. La puse primero. ¿Entonces por qué no puede hacer lo mismo? ¿Por qué no puede amarme? Mi mano grande aprieta su pequeña mano. Por un pequeño momento, quiero seguirlo haciendo, seguir apretando hasta romper sus pequeños dedos. Quizás el dolor físico le va a decir cómo me estoy quemando por dentro. Quizás entonces se quede. Pero la dejo ir y doy un paso hacia atrás.
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—¿Cómo planeabas llegar ahí? —pregunto con mi mandíbula latiendo. Estudia mi rostro en silencio. Le enseño toda mi ira, mi dolor. Espero que vea la devastación que va a dejar cuando se vaya. Espero que vea esto en sus pesadillas como yo veo su indiferencia en las mías. —Pedí un taxi. Está afuera —me dice. —Dame un segundo para que me ponga algo de ropa. Te acompañaré. —No tienes que hacerlo. Le lanzo una mirada y guarda silencio. Si quiere irse, la voy a llevar yo mismo. Unos minutos más tarde, estamos en la puerta del taxi. Hadley mete su bolsa y luego entra. Sin mirarla, cierro la puerta y doy un golpe al techo, avisándole al chofer que se aleje. Siento que Hadley me está mirando atreves de la ventana, pero yo no la miro. Simplemente me doy la vuelta y camino hacia la casa, la pila de ladrillos que quiero derrumbar con mis propias manos.
La última vez que Hadley se fue, me tomo dos días el darme cuenta que se había ido. No estoy orgulloso de eso, de hecho, estoy avergonzado de no haber notado su ausencia. Mi concentración había estado en la colección de poemas en la que estaba trabajando. Tenía fecha de entrega y
no veía nada más que eso. No puedo recordar si comí o si me moví de mi escritorio, aunque por supuesto debí de hacerlo. No puedo recordar nada de esas frenéticas cuarenta y ocho horas hasta que llamaron a mi oficina, sacándome de mi estado de ensoñación. Después de eso, recuerdo todo con claridad. Recuerdo a Hadley entrando a la habitación. Recuerdo preguntarme por lo limpio que todo se veía, a pesar de haber prácticamente vivido ahí por horas. La basura estaba en el basurero. Los papeles organizados en el escritorio. Sentí un momento de felicidad, un pequeño momento de orgullo a lo diferente que era a lo que había conocido de mi padre. Era un poeta verdadero. Había publicado poemas, ganado premios, y era organizado y limpio. Miré a Hadley, y recuerdo pensar que tenía una familia. Fue un momento de pura arrogancia de mi parte y lastima por el hombre que falló en cada aspecto de su vida. Fue un momento de ira hacia él.
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Pero con las siguientes palabras de Hadley, mi mundo se rompió y luego se derrumbó. Me dijo que quería el divorcio, y como un jodido imbécil, no me moví, me quedé sin palabras. Me dijo que se había ido por dos días. Que había necesitado tiempo para pensar. Dijo que nuestro amor había muerto y que era mejor separarnos, que no era la culpa de nadie. Que fue algo que simplemente sucedió. Estamos maravillados por el otro Thomas. Nos admiramos el uno al otro, pero no nos amamos. ¿Qué demonios significaba? Por supuesto que estaba encantado con ella. Era mi esposa. El tintineo de las llaves, seguido de un clic en la puerta me hace salir de mis recuerdos, y me dice que Susan ha llegado. Ya es de mañana. Hadley se ha ido por unas horas, pero se siente como años. Susan coloca su bolsa en la mesa de café y camina hacia donde estoy sentado frente a Nicky. Mi hijo está sentado en la alfombra, sus juguetes esparcidos. Su favorito cambia cada semana. De momento, es el elefante que le compré hace unos días. —Se levantó temprano. —Ella se sienta junto a mí y arrulla a Nicky. Él le balbucea. Con sus mejillas rojas y su cabello despeinado, parece travieso. Me pregunto si siente el cambio en el ambiente. ¿Se da cuenta de la ausencia de su mamá? Quiero levantarlo y abrazarlo, decirle que siempre voy a amarlo sin importar nada. Sólo no me dejes—. ¿Thomas? — Susan coloca su mano en mi hombro. —Sí, ha estado algo inquieto. Debí de hacerlo dormir, pero yo sólo… no pude. Supongo que quería jugar con él.
—Está bien. Va a estar un poco molesto, pero nada que no pueda manejar. —Sonríe. Existió un tiempo en que Susan me conocía mejor que nadie, ella fue mi nana también, cuando estaba creciendo; y creo que su instinto materno sigue intacto. Me estudia, mi rostro, mi postura, y quiero esconderme… o quizás desmoronarme y decirle todo, como un niño que le dice a su madre, esperando que ella solucione todos los problemas. Al menos, así me imagino que se siente una madre. —¿Estás bien Thomas? ¿Qué sucede? Su preocupación me conmueve. Me calma darme cuenta que le importa, pero, aun así, su simpatía es irritante. Solo demuestra que lo jodo todo. —Todo está bien —respondo secamente mientras me pongo de pie—. ¿Será posible que puedas quedarte de tiempo completo un par de días? Voy a pagarte, por supuesto. Frunce el ceño. —Por supuesto, voy a quedarme, ¿pero por qué?
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Puedo ver que ella probablemente sabe por qué, y lo odio. Odio que sepa que algo está mal en mi casa, en mi familia. Nunca he conocido una. Nunca he querido una, pero ahora parece que no la puedo dejar ir. —Necesito que inicies hoy. Hazme saber cuando estés lista para llevarte a recoger tus cosas. Comienzo a alejarme, pero Susan me detiene en las escaleras. —Thomas, regresa aquí. Es su tono severo, uno que ha usado conmigo en innumerables ocasiones cuando era niño. Thomas, camina despacio. Thomas, no molestes a tu padre. Thomas, tú padre está ocupado. Me detengo, pero no doy la vuelta. Escucho que se acerca. —¿Qué sucede Thomas? —Ante mi silencio, coloca su mano en mi espalda y me tenso ante su suave toque—. Es… ¿Hadley? Ante la mención de su nombre, una extraña sensación de posesividad comienza a formarse. No puedo explicarlo, pero no quiero que Susan hable de ella, sabiendo que me dejó, sabiendo que dejó a su hijo de siete meses. Como si Nicky supiera que estoy pensado en él, una risa aguda suena. —Hazme saber cuando estés lista para irte —insisto, dando un paso lejos de ella, listo para subir las escaleras y hacer… lo que algo. Lo que sea. Las palabras están llegando a mí, suplicándome que las tome, pero no lo voy a hacer. Las odio.
—Ella se fue ¿no es así? —dice, consiguiendo detenerme en mis pasos. Su largo suspiro me hace girar. Es un sonido que no está sorprendido. Es un sonido que dice que era de esperarse. Mi furia está a punto de explotar. Me siento caliente, más caliente de lo que me he sentido antes. —¿Tienes algo que decir? —Mi voz es calmada y suave, nada parecida a la ira que está en mi interior. —Thomas, yo… —Suspira, sus manos moviéndose delante de ella—. Sé que es difícil de escuchar, pero creo que algo está mal con Hadley. Creo que está pasando por algo muy grande y necesita ayuda, Thomas. Quizás está sufriendo de depresión post parto o algo similar. Leí algo al respecto el otro día. Es muy común en mujeres. Ellas no muestran interés en sus hijos. Ellas están… deprimidas. —Se acerca y toca mi bíceps—. Encaja con ella. Creo que Hadley debería de ver a un psiquiatra. —Mi esposa no está loca —digo entre dientes. —No, por supuesto que no. No estoy diciendo que lo esté, pero necesita ayuda médica. La he visto Thomas. Nada en su indiferencia se siente bien. Yo… —No vamos a hablar de esto.
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—Necesitamos hablar de esto. Necesitamos hacer algo. ¿Sabes a dónde fue? Tenemos que encontrarla. Debí de haber dicho algo más pronto. Yo… —Nosotros no tenemos que hacer nada, y Hadley no se ha ido. Sólo se fue por un par de días. Necesitaba un descanso. Regresará el miércoles. — Mientras lo digo, me doy cuenta de lo vacío que suena. ¿Realmente creo que va a regresar? —¿Descanso de qué? Tú no dejas solo a tu bebé para que se las arregle solo como esa… —Lo haces cuando nunca quisiste al bebé. La confesión cae como un derrumbe. Se estrella contra el aire y regresa, golpeándome en el pecho. Sé la razón por la que Hadley no puede preocuparse por Nicky. Yo sé que soy responsable de eso. —¿De qué estás hablando? —Susan pregunta, frunciendo el ceño. —Quería un aborto, pero la convencí de no hacerlo. —Muevo las manos a mi cabello y finalmente me rompo y le digo—. Se enteró que estaba embarazada así que se fue por un par de días, pero ni siquiera me di cuenta que se fue. Estaba tan ocupado escribiendo mi jodida próxima obra maestra. Cuando regresó, me dijo que quería el divorcio. Ni siquiera me iba a decir del bebé. No lo quería, dijo que no era el momento correcto para un bebé porque a duras penas nos amábamos. Las cosas se pondrían
desastrosas, dijo. Ni siquiera pensó que podía criar a un hijo sola porque estaba tan atrapado en mi propia mierda. —Una risa escapa de mí, haciendo que duela mi garganta, confieso—: Soy como mi padre Susan. Me siento mareado, y me sostengo del barandal. Si no hubiera sido por esa prueba de embarazo en la basura, nunca me hubiera enterado de que iba a ser un padre. Ella hubiera matado a mi bebé porque estaba jodido. No puedo describir la ira que siento. Quise matarla, matarme por no amarla de la manera correcta. Pero todo lo que hice fue suplicar y suplicar hasta que se dio por vencida y decidió volverlo a intentar. Mi mirada se desvía a donde esta Nicky, que todavía está jugando en la alfombra. Sus sonidos me cortan como un cuchillo filoso. De algún modo, volví a fallar. Ella ya no está, y Nicky se quedó sin madre. Susan coloca sus manos en mis mejillas. —Thomas, no eres como tu padre. Él te amaba a ti y a tu madre, pero no supo cómo demostrarlo. Tú lo sabes. Tú sabes cómo poner a tu hijo primero. Tú sabes cómo estar para Hadley. —Aprieta mi mano—. ¿Me escuchaste? Tú no eres como tu padre.
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—¿Entonces por qué se fue? —susurro. Susan entiende y da un paso hacia adelante para abrazarme. Me desmorono con su calor maternal, como un maldito niño. Lo odio. Odio ser así de débil. Ser un fracaso, pero no tengo la fuerza para hacerme para atrás y romper su abrazo. Después de un momento, Susan se va para darle algo de comer a Nicky. Él está jugando con el sombrero ruso morado de Layla, masticando la piel, babeándolo. Me hace recordar lo de anoche, y antes que me dé cuenta, soy lanzado a otra dimensión. Estoy hundido en Layla. No he pensado en el beso desde que Hadley se fue, pero ahora es todo en lo que puedo pensar. Hambre comienza a llenarme, una mala y sucia ira hambrienta. Que sólo quiere tomar y tomar y tomar, porque estoy cansado de sentirme así, como si no tuviera control de mi propia vida. Estoy hambriento de Layla. Hambriento del poder que me da. Quiero abusar de ese poder, desatarlo, usarlo en su contra. Quiero destruirla como estoy siendo destruido en este momento. Es demasiado valiente por su propio bien. Quiero destruir esa valentía, ese coraje puro. Quizás Susan tenía razón; no soy como mi padre.
Mi padre nunca pensó en nadie más que su esposa, y el ardor que aparece en mis huesos, la erupción volcánica dentro de mí no tiene nada que ver con Hadley. Tiene todo que ver con Layla Robinson.
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Parte III La Ramera
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Catorce
E
mma está con Dylan en los dormitorios y la escuela está cerrada por la tormenta de nieve. Estoy en casa sola e inquieta. Normalmente, no me importaría estar varada sola, pero cerca del pasado mes, me he olvidado de cómo vivir de esa forma. Emma me echó a perder y ahora se ha ido. La odio. Y odio a Dylan. Y odio la jodida nieve. Odio a todos y a todo. Estoy sentada en el sofá. Mi cuerpo de siente tenso e incómodo, como si no supiera qué hacer consigo mismo. Trato de recordar lo que normalmente hago cuando estoy sola. Hay un paquete a medio comer de Twizzlers en la mesa de centro, y comienzo a atiborrarme de eso.
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Está bien, ¿qué más? —¡Ajá! —grito a la habitación vacía entonces reviso la música en mi teléfono y pongo algo de Lana del Rey. Blue Jeans. La canción me recuerda a Thomas, no es sorprendente. Me acurruco en el sofá y me siento miserable escuchándola. Destellos del armario de almacenamiento me bombardean mientras la canción progresa. El beso. El orgasmo. Mi confesión. La devastación cuando él se fue. Me lo busqué. Nunca debería haberlo besado en primer lugar. Nunca debería haberme venido sobre su pierna. Estuvo mal en muchos niveles… incluso aunque él pareció disfrutar mis gemidos y desesperación. La canción se detiene y un sonido estridente hace eco en mi apartamento. Tengo la mitad de mi mente en ignorarlo, pero mis dedos torpemente golpean aceptar antes que pueda ver quién es. Es Caleb, y estoy mirándolo mientras los segundos pasan en la pantalla. Lentamente, lo llevo a mi oreja y balbuceo: —H-hola. Debería haberme preparado para la aguda inhalación del otro lado ante el sonido de mi voz. Hay una sacudida en mi pecho. Siento mis costillas temblar mientras mi corazón trata de salirse y lanzarse al teléfono. —¿Hola? —digo cuando no escucho nada más.
—Hola —dice él con un mundo de vacilación—. Y-yo no estaba esperando que respondieras. Dejo que su voz; un poco ronca, un poco juvenil; me cubra. Han sido dos años, dos años desde que la escuché, desde que él me habló. Me pellizco a mí misma y maldigo la punzada. —¿Lay? ¿Estás ahí? ¿Qué, eh, qué fue eso? Es difícil hablar contra la ola de emociones rodando de mi garganta a mi boca. —Mmmm, sólo como que me pellizqué a mí misma. Estoy bien, sin embargo. Una risa tímida. —Está bien. Es bueno saberlo. —Aclara su garganta—. Espero que no esté interrumpiendo nada, pero en mi defensa, estaba esperando que no respondieras. —No. No estás interrumpiendo nada. —Miro alrededor al apartamento vacío—. Es un día nevado así que estoy bastante más que libre. —Ah, sí. Apuesto que está cayendo duro ahí. Espero que se quede de esa forma. Sé lo mucho que amas las vacaciones inesperadas.
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Ya no, quiero decir. Ahora las odio. Odio estar atrapada dentro del apartamento. Odio no estar en la clase de Thomas. Caleb no me conoce. No tiene ni idea de lo que está pasando en mi vida. Obtengo una cierta satisfacción por eso. —Sí —digo al contrario, y lo dejo en eso. Nos quedamos en silencio. Escucho su respiración; son más como suspiros, y me siento como una perra. Arruiné todo entre nosotros. Yo. Lo que hice fue un delito. No hay disculpa que lo solucione. Incluso aunque llamé y llamé, él nunca respondió. Niego y rompo el silencio. —Entonces, ¿cómo está Boston? —Bien… espero. Estoy de vuelta en Nueva York. —Sí. Para la fiesta. —Lamo mis labios—. ¿Me trajiste algo? —Y-yo en realidad… —Relájate. Estoy bromeando. —Suelto una incómoda risa—. Vaya, Boston te quitó todo el sentido del humor, ¿no es cierto? Se ríe e imagino su cabello rubio arena y ojos verdes. Imagino sus suaves dedos agarrando su celular; ¿es un iPhone?; mientras me habla. —¿Dónde te estás quedando? —Quiero completar la imagen, ver lo que él ve. Mi corazón hambriento quiero información.
—En casa de tu mamá. De hecho, estoy quedándome en tu habitación. —De ninguna manera. —Me siento―. Ugh. ¿Por qué? Tienen suficientes habitaciones. Mi habitación es un desastre. —Lay, ya no vives aquí. Limpiaron después de ti. —Oh, cierto. —Caigo hacia atrás y levanto mis piernas sobre la mesa de centro—. Lamento haber entrado en pánico. —¿Por qué? He visto tu habitación antes. Sé que eres una haragana. —¡Oye! No soy una haragana. Sólo soy un poco desorganizada. —No, eres una haragana. Perdiste tu teléfono en tu habitación por dos días completos por tu supuesta “desorganización”. —Bueno, discúlpame por actuar de acuerdo a mi edad. No todos son tan perfectos como tú, limpiando los anillos de agua. —Me estremezco.
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Esta vez nuestro silencio es mucho más ligero. Tomo el tiempo para completar la imagen. Caleb está en mi habitación justo ahora. Es difícil imaginarla limpia, pero todavía lo veo sentado en mi cama, reclinado contra el cabecero blanco, tal vez incluso mirando por la ventana de la izquierda hacia Central Park. Esta época del año los árboles deben estar desnudos, y hoy, deben estar cubiertos por nieve recién caída. —Así que he estado llamando porque quería ver si ibas a venir a la fiesta de Henry —dice Caleb, después de un rato. Eso es por lo que estaba llamando. Él quiere verme. Presiono mi palma en mi estómago, tratando de aplastar la arremetida de mariposas, el aleteo de sus suaves alas. Ha pasado mucho tiempo desde que sentí eso. ¿Imaginé mal o tener las sensaciones siempre ha sido tan… ligero y suave? No es nada como el agudo tirón de mi ombligo o los fuegos artificiales sobre mi piel, o la urgencia de aplastar mis muslos juntos y apretar mis caderas. —No puedo. —Suena agonizante, adolorido—. Tengo cosas que hacer en la escuela. Ya le dije a mamá. —Oh. —Está decepcionado. Puedo escucharlo en su voz—. Bueno, tal vez te veré en otro momento entonces. —¿Estás planeando quedarte? —Eso creo, sí. La compañía me necesita. Quiero decir, he sido preparado para eso desde siempre, sabes. Creo que es tiempo. —Seguro. Sí. La compañía. Bueno, me alegra que vayas a quedarte. —A mí también —dice con una voz baja.
Es el final de nuestra conversación. Es tiempo de bajar el teléfono, pero nada se siente resuelto. ¿Cuál era el punto de la llamada? De algún modo sé que no es la charla usual sobre la fiesta. —¿Por qué me dejaste? ¿Acabo de decir eso? ¿Lo hice, cierto? Soy una jodida idiota. —Lay, yo… —Ni siquiera te despediste. ¿Estabas… así de molesto conmigo? — Escucho el flujo de aire mientras se prepara para decir algo, pero no lo dejo—. Quiero decir, sé que lo estabas. ¿Por qué no lo estarías después de lo que hice? Pero pensé… no sé, pensé que podíamos arreglarlo, o si no eso, entonces quizás me darías una oportunidad de disculparme, pero nunca ni siquiera respondiste mis llamadas. Nunca viniste. Sabes, mamá estuvo devastada esa primer Navidad cuando no viniste a casa. Sé que estoy divagando, pero no puedo parar el vómito verbal. Cae de mis labios, rodando por mi lengua.
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—Estaba completamente deprimida. Ni siquiera hizo una fiesta, y ella siempre hace fiestas en las vacaciones. Henry estaba tan preocupado por ella. Él estaba, como, “conoces a tu mamá bien, ¿qué le está pasando?” Le dije que no sabía, pero lo sabía. Ella estaba extrañándote. —Suspiro—. Sabes, nunca me sentí mal por las cosas por las que la hice pasar. Ella no es la madre del año, sabes eso mejor que nadie, pero me sentí mal entonces. Sentí como que rompí nuestra familia. Tú nunca ni siquiera me gritaste o me dijiste que me odiabas. Quiero decir, no quiero escuchar eso, pero el silencio es peor. Yo no… Presiono la palma de mi palma en el centro de mi frente. —Lo siento, por mentir, por tomar aprovecharme de ti… por todo. —Lay, para, ¿está bien? Sólo por favor para —susurra en una voz gutural, y lo sé, sé que tiene lágrimas en sus ojos. Ellas punzan detrás de mis párpados cerrados en respuesta a su dolor—. No tienes que decir que lo sientes. Eso… no fue tu culpa. Un pequeño déjà vu me golpea. Te sorprendería saber cuántas cosas no son tu culpa. La voz de Thomas, incluso en mi imaginación, me hace estremecer. —¿Lay? —Sí, estoy aquí. —Ordeno mis pensamientos—. Caleb, fue… fue mi culpa. Sabía que estabas ebrio y ese cigarrillo que te di… era marihuana. Sabía que no estabas interesado en mí, pero sin embargo yo… te forcé a… —Dios, ¿es eso lo que piensas? ¿Es lo que piensas que pasó? ¿Me forzaste? —Una aguda ráfaga de aire y casi puedo escucharlo tronar sus
nudillos como hace cuando está agitado—. Layla, sabía que era marihuana. Sabía lo que estaba haciendo. Quería que pasara, ¿está bien? —¿Tú-tú querías tener sexo conmigo? —Sí. —¿Po-por qué? —Porque… porque quería saber cómo se sentiría. —¿Te refieres a tener sexo? ¿No habías tenido sexo antes? ¿Eras virgen también? Ven, este es el tipo de cosas que deberías saber sobre tu compañero sexual. Siempre asumí que Caleb era más experimentado, aunque es cierto que nunca lo vi con una chica. Él era uno de esos chicos que pasan el tiempo leyendo, haciendo tarea, a veces pasando el rato con amigos. Pero pensé que lo había hecho. Escuché rumores de eso. Nunca tuve el coraje para preguntar, sólo el coraje para lanzar rabietas sin fundamentos. Sí, peleé con él sobre una estúpida cosa porque escuché que se había acostado con alguien. Incluso rompí su lámpara y tiré agua sobre su tarea de biología. Cielos, esa fue una gran pelea. —No, no lo era.
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—¿No eras virgen? —No, Layla. No lo era. —Pero acabas de decir que querías ver cómo se sentiría el sexo. —Sabes qué, esta no es la forma en que imaginé tener esta conversación. Estaba esperando que vinieras a la fiesta y habláramos. Te he extrañado, Lay. Te he extrañado mucho y tengo muchas cosas que quiero decirte, y estoy cansado de no hablarte. ¿Estás segura que no puedes hacerlo? Quiero decir, es un sábado. —Dime lo que quisiste decir. —Estoy sentada en el borde de mi asiento, mis piernas rebotando en el suelo, impaciente. —No hagas eso, Lay. No quiero hacer esto por teléfono. —Vamos a tener que hacerlo, a menos que quieras conducir en la nieve. —Por favor, Lay, sólo… —¿Qué quisiste decir, Caleb? Sabes que no voy a dejar ir esto. Seguiré llamándote y te volveré loco hasta que me digas. Esta vez su suspiro es resignado. —Quería ver cómo se sentiría el sexo… con una chica. —Guardo silencio ante su declaración. Las cosas parecen incluso más enredadas ahora—. Soy gay, Layla.
—No, no lo eres —espeto. —Lo soy. —No, no lo eres. Dormiste conmigo. Estoy repitiéndome a mí misma y mi voz es alta, pero parece que no puedo entender lo que está diciendo. —Pensé… no, sabía que si iba a enamorarme de una chica, serías tú, Lay. Eras todo para mí. Mi mejor amiga. La persona a la que acudía. Sabía que estabas enamorada de mí y pensé que, si podía sólo empujar todos esos extraños sentimientos lejos, me enamoraría de ti. Pensé que si sólo… te tocaba, podría, tal vez, enamorarme. —Pero no lo hiciste. —No —susurra. —Así que falló, tu experimento —murmuro, hablando para mí misma—. Fue un experimento para ti, dormir conmigo. —No. Dios, no. Layla, no fue un experimento. Nunca podría hacerte eso. Yo…
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—Y te fuiste. —Mi voz suena muerta para mí. Plana. Sin ninguna inflexión—. Me dejaste en esa extraña cama. Con personas que no conocía. Para el momento en que volví a casa, ya te habías ido. Sabes, cuando estaba acostada ahí en esa cama, por un segundo pensé que habías salido para conseguirme café o algo, como en las películas. Pensé que estabas enamorándote de mí. Pensé que las cosas iban a ser perfectas. ―Layla, yo… ―No. No lo digas. ―Pero… ―Creo que voy a colgar ahora. Mi cuerpo entero se hunde mientras termino la llamada. El teléfono se desliza fuera de mis dedos entumidos y cae al suelo con un golpe. Me siento en el sofá en un aturdimiento. Es difícil concentrarse cuando el zumbido es fuerte en mi pecho, mis oídos, mi estómago, incluso mis brazos. Caleb no puede ser gay. Lo amo… lo amaba. Lo que sea. Imaginé nuestra boda, nuestra luna de miel en París, nuestros bebés: un chico con los ojos violetas y una niña con los ojos verdes. Lo imaginé haciéndome el amor incontables veces. Incluso aunque nuestra primera vez fue un jodido desastre, sabía que mejoraríamos con la edad, como el vino o… o algún tipo de alcohol que no puedo pensar justo ahora. ¿Cómo puede ser gay?
Escucho un estruendo entonces, en la distancia… o tal vez dentro de mí. Me pongo de pie, pero no puedo soportar estar quieta. Sigo moviendo mis piernas, como si me preparara para correr. A algún lugar. Cualquier lugar. Repentinamente, corro a mi habitación. Estoy poniéndome ropa. Calzas sobre mis shorts de dormir. Calentadores de piernas. Un gran suéter blanco sobre mi camisola. Mi abrigo de piel púrpura. Un gorro. Mis botas. Guantes. Tres pares de calcetines bajo mis botas para la nieve. Y salgo por la puerta. Es más fácil batallar contra una tormenta de nieve, que contra mi apartamento vacío.
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Quince É
l robó mi cuaderno. El cuaderno en el que escribo mis poemas. El cuaderno que tenía conmigo en la rápida improvisación. Ese imbécil.
¿Cómo sé que fue él? Porque no soy una idiota. He mirado por todas las malditas partes en la casa. Tuve que limpiar mi apartamento, dos veces, para llegar a todas las esquinas. Tengo ampollas en las palmas para probarlo. Mis rodillas irritadas de estar arrodillada sacando ropa escondida debajo de mi cama. Todavía no encontré mi pequeño cuaderno azul argollado. Después de mi estancia en la nieve ayer, comencé a pensar racionalmente. El dolor y el ardor del frío despejaron mi cabeza. Caleb es gay. El hombre del que he estado enamorada toda mi vida es gay y nunca lo noté.
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Nunca. Ni una sola vez. He estado tan absorta en mis fantasías que nunca me molesté en salir de ellas. ¿Qué tan egoísta y estúpida y poco observadora tienes que ser para no darte cuenta que tu mejor amigo es gay? Crecí con el chico, por el amor de Dios. ¿Cómo no sabía esto? Me senté en mi banca, la banca donde vi a Thomas por primera vez, y reflexioné. Y lloré. Y reflexioné un poco más. Fue un ciclo terrible, hasta que pensé que moriría por el clima frío. Así que hice un viaje de regreso y cuando llegué a casa tenía ganas de leer, escribir o ambas cosas. Y desde entonces no he podido quedarme quieta, porque mi cuaderno está perdido. ¡Perdido! Sé que fue Thomas. Él lo robó cuando estábamos en el armario de almacenamiento. Tiene que ser él. Sé que no lo extravíe, y él es el único ser humano con el que he estado en contacto en los últimos tres días. Como es martes, nuestra clase de poesía no se reúne. Aun así, las clases están de vuelta, así que camino al Laberinto. Él debe estar allí. Él tiene otras clases, después de todo. Necesito mi cuaderno de vuelta. Necesito ese estúpido poema de vuelta. Recuerdo cada palabra y solo espero que no sea capaz de descubrir que se trata de él. No quiero que lo insulte como hizo con mi último poema. Cuando llego a su puerta y miro fijamente el letrero del Poeta en Residencia, me doy cuenta de lo estúpido que es pensar que él no sabe.
Por supuesto, él sabe que lo escribí para él. Él sabe todo sobre mí. Pruebo la perilla, la siento girar y de repente, estoy parada frente a él. Thomas está en su escritorio, pero mira hacia arriba cuando entro. No parece sorprendido de verme aquí, como si supiera que vendría. Esto me hace estar aún más segura que él es el ladrón. Sin apartar la mirada, deja su pluma y se sienta en la silla de respaldo de cuero alto. Cruje levemente. El sonido, extrañamente se siente ilícito, como pantalones holgados colgados tras una puerta cerrada o un fuerte crujido provocado por la caída apresurada de ropa en la oscuridad. ¿Debo sentirme tímida con él ahora? ¿Debería apartar la mirada de sus hermosos ojos ahora que sabe que soy una loca acosadora que se viene sobre las piernas de la gente? Porque, siendo honesta, no siento ninguna de esas cosas. Me siento hambrienta. Mi piel vibra. Es más que conciencia. Es como si él estuviera… en mí. Una parte de él está respirando dentro de mi cuerpo. Entro y cierro la puerta detrás de mí con un clic. La capucha que cubre mi cabeza cae, agitando mis rizos sueltos. Estos sonidos intrascendentes se sienten aún más ilícitos que el crujido de la silla, algo salido de las mil imaginaciones que he tenido.
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—Entonces, aparentemente ni siquiera tocas —murmura. Mierda. —Solo estaba revisando para ver si la perilla giraba. —Lamo mis labios—. Y lo hizo. —Y lo hizo —repite. Mis manos están en mi espalda agarrando el pomo. Lo siento está en la punta de mi lengua, pero sé que no servirá de nada. De alguna manera, sé que si Thomas está enojado, no importa lo que haga, no se moverá. Debería haberlo pensado antes de confesarle todos mis crímenes. —Tienes mi cuaderno. —Mis palabras vacilan. Thomas se mueve en su silla, haciendo que cruja de nuevo, haciendo que mis muslos se estremezcan unos contra otros. —Tu cuaderno. —¿Sí? —Quería hacer una declaración, pero mi voz me traiciona y sale chillona al final, convirtiéndola en una pregunta insegura. —Estoy en posesión de eso, sí. Mis manos se apartan del pomo. Ajá. Eso fue… fácil. —¿Estás diciendo que lo tienes? —Una pregunta estúpida. Él se frota los labios con su dedo índice.
—¿Hay alguna otra forma de decirlo? Hay una pequeña chispa en sus ojos. Si no hubiera pasado mucho tiempo estudiando esas llamas gemelas y catalogándolas, me lo habría perdido. —Vaya, me lo robaste —murmuro para mí. —Si al robar te refieres a la forma en que robaste el libro de mi oficina, entonces sí, lo robé. La mención del libro evoca la imagen de este puesto en mi mesita de noche. Lo he leído muchas veces. Lo he leído tanto que es mío ahora. No puedo devolvérselo. Quiero decir, puedo ir a comprar una copia para mí, pero ese no tendrá sus palabras en él. No sabré a qué frases le tiene cariño, cómo se define a sí mismo y su amor no correspondido. Agarro la perilla de nuevo, lista para girarla y salir, pero logro mantenerme firma. —Mira, no estoy aquí para causar problemas. Solo quiero recuperar mi cuaderno y no… —Me detengo por una fracción de segundo antes de completar la oración—. No tendrás que volver a verme. Si, esto es lo correcto.
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Él está casado. Él es un padre. Él es un maestro. Él no es una distracción. Él no es fugaz. Aun no entiendo qué es él para mí, pero sé que no puedo darme el lujo de descubrirlo. Ya estoy demasiado hundida. Hemos cruzado demasiadas líneas. —Voy a abandonar la clase. —Asiento después de haber tomado una decisión—. Lo cual es un alivio porque obviamente no sé nada sobre poesía o escritura en general. Entonces, si me das mi cuaderno, seguiré mi camino. Algo que no entiendo cruza su rostro, y él se mueve en su silla de nuevo. El crujir, el susurro de su ropa contra el cuero hace que mi corazón zumbe. Lo ignoro, sin embargo. Saca mi cuaderno del cajón y lo coloca en medio de su escritorio prolijamente organizado. Usa su dedo anular para deslizarlo por la superficie, hasta que está en el borde —Tómalo. Con piernas temblorosas, camino más adentro de la habitación. Extiendo mi mano y doblo mis dedos alrededor de mi cuaderno. Está inusualmente caliente al tacto, como si dejara su huella térmica sobre él. Lo recojo, lista para guardarlo en el bolsillo de mi abrigo, pero sus dedos se cierran alrededor de mi muñeca y detienen mi progreso. —No tan rápido —dice en voz baja—. Léelo para mí. —¿Qué?
Sus dedos son tan largos que puede rodear mi pequeña muñeca por completo, y tiemblo ante su poder. Además de eso, se pone de pie, imponiéndose sobre mí. Tengo que levantar mi cuello para mirarlo. —El poema. Léelo para mí. Mis ojos salen de mi cráneo. Debo parecer una caricatura porque ¡Santa Mierda! No puedo. —No. Thomas suelta mi mano, pero no me alivia, no cuando puedo ver lo tenso que está su cuerpo, cuán apretado con fuerza restringida. Lamo mis labios secos y sus ojos siguen la acción. Están cargados con electricidad erótica, y un hipo tonto sale de mi garganta cuando respiro. Pongo mi mano sobre mi boca con mortificación y camino hacia atrás. Con cada centímetro que me alejo, él gana dos. Él está avanzando hacia mí, bloqueando la escasa luz y la vista de la nieve a través de las ventanas.
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Agarrando el cuaderno contra mi pecho, sigo caminando hasta que estoy de vuelta donde comencé, en la puerta, con la espalda presionada contra la madera y la perilla clavándose en la parte baja de mi espalda, pero esta vez Thomas está allí conmigo. Está tan cerca que puedo sentir su fuego y las llamas bailando sobre su piel, pero no lo suficientemente cerca para tocar y quemar. Escupe fuego. —No me hagas repetirlo. Su mirada me está haciendo pedazos. ¿Qué está pasando? Incapaz de sostener su mirada, observo el parche de piel en su garganta, que está directamente frente a mí. —No puedo. Él se queda quieto ante mi voz floja pero luego su manzana de Adán se balancea, se atora, como si su garganta estuviera inundada de emociones inflamadas. —Lo escribiste para mí. Su denso susurro me obliga a levantar la vista. Mi primera reacción es negarlo, pero rechazo la idea tan pronto como llega. Alguna extraña intuición me dice que lo necesita, como si necesitara mi orgasmo, mi desesperación en el bar. Hipnotizada, asiento. —Así es. —Entonces hazlo —masculla.
Mis ojos van y vienen entre su rostro y su garganta, observando la extraña intensidad de su expresión y el salvaje latir de su pulso. Es difícil para él, esta exhibición, pero supongo que sus emociones son demasiado grandes para contenerlas. Él no puede impedir que se desangren y yo no puedo evitar absorberlas en mis poros. Mis manos tiemblan mientras abro mi cuaderno y giro a la página donde escribí el poema. Podría recitarlo sin mirar, pero necesito esta barrera porque Dios, esto es una locura. Está jodidamente loco y me está excitando. Las palabras se borran cuando un temblor de cuerpo completo me agarra con fuerza. Agarro la perilla detrás de mi espalda con una mano y aprieto el agarre en mi cuaderno con la otra. De alguna manera me concentro y consigo que las palabras dejen de bailar. —Que-quema cuando me m-miras —susurro, mi lengua se siente pesada. »Las llamas bailan en tus ojos, en ellos el fuego reside. Convirtiéndome en cenizas. Negras y pol-polvorientas. Es… Es un proceso lento. Mi desintegración.
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Me detengo a tomar un respiro. Mis pechos están pesados y también mis muslos, pesados y necesitados. Froto mi trasero contra la puerta lisa, lo que no hace nada para disminuir la espesa lujuria en mí. —Continua. —C-comienza con una chispa de calor, un chisporroteo tan pequeño. — Salto cuando siento algo rozar mi garganta. Casi dejo caer el cuaderno cuando veo su dedo rozando el botón superior de mi abrigo. Cada vez, me impacta el hecho que sus dedos son tan largos y gruesos. Pequeños rizos de vello brotan de sus nudillos, haciéndolos parecer masculinos. Se sienten bien, lo que significa que probablemente sea incorrecto. —¿Qué estás haciendo? Thomas está enfocado en la tarea. —Desabrochando tu abrigo. —¿P-por qué? —Porque quiero. —Se encoge de hombros. Su respuesta es a la vez arrogante e infantil. El botón superior se abre, revelando un haz de mi piel. —Thomas. No… por favor.
—Sigue leyendo. —Desabotona el segundo y luego el tercero, seguido por el cuarto. Por costumbre espero que el frío llegue en cualquier momento, pero sé que no. Thomas está cerca, el sol lo sigue a donde sea que vaya. Suelto el pomo y curvo mi mano sobre la suya, impidiéndole ir más allá. —Por favor. Detente. Sus ojos se levantan y no puedo respirar. Si pensaba que él necesitaba que leyera el poema por alguna razón extraña de la que solo él tiene conocimiento, entonces estaba equivocada. Eso no era necesidad. Eso fue… nada. Esto es necesidad. Esto. El rubor de sus mejillas. La presión de su mandíbula. Sus fosas nasales ensanchadas arrastrando un balde de aire como si sus pulmones estuvieran hambrientos. Él está muerto de hambre por mí. Nunca antes me habían visto así, nunca había sido el foco de atención de alguien. Mi cuerpo, mi propia alma me presiona para mover mi mano de encima de la suya. Oh Dios, voy a dejarlo hacer esto, ¿verdad? Voy a dejar que desabroche mi abrigo.
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Mi mano se cae y él continúa su tarea. El silencio es demasiado y la única forma de llenarlo es leyendo el poema, entonces lo hago. —Un calor… —Mi abrigo está completamente desabrochado ahora. Mi viejo suéter verde se asoma por la abertura. Adivina qué, también tiene botones. Abre mi abrigo, con cuidado de no tocar mi piel, y lo desliza por mis hombros. Los muevo y cae sin vida de mi cuerpo. Thomas recorre con su dedo la V de mi suéter, sintiendo la suave tela antes de parar en el primer botón perlado. Una gota de sudor recorre mi espalda haciéndome arquearla solo un poco, pero él lo nota. La vena en el lateral de su cuello late en respuesta. —Un calor invisible. Salta y crece, Hace que mi piel enrojezca y ruja. Luego ardo. Lenta y constante. Duele cuando me miras. Thomas ha llegado a la mitad de mi suéter y no hay forma que me concentre para poder leer. Dejo caer el cuaderno, junto con mi abrigo y cojo la manija con la otra mano. Me estoy deslizando hacia abajo. Mis muslos están resbaladizos, mis manos sudadas. Hay un infierno en mi estómago por cortesía del escupe fuego.
—Termina el poema, Layla —dice, con sus dedos a punto de alcanzar el último botón. Intento negar, pero en realidad, mi cabeza se mueve de lado a lado contra la puerta. —N-no puedo. No puedo hacerlo. Es demasiado. Miro al techo y cierro mis ojos fuertemente cuando siento que desabrocha el último botón. Dejando escapar un gemido de necesidad, aprieto mis temblorosos muslos juntos. —La próxima vez. —Oigo la sonrisa en su voz y me agarro a sus palabras. ¿Va a haber una próxima vez? Vuelvo a prestar atención a su cabeza ligeramente echada hacia atrás. Él está agarrando las puntas de mi suéter con sus manos en puños. El color de sus nudillos desaparece, dejándolos blancos y temblorosos por la necesidad. Puedo ver que está desesperado por desvelar mi piel como yo por exponerme a él.
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Su mirada se pasea por mi pecho expuesto. La ondulación de mis pechos sobresale por la camisa negra con cuello ovalado que llevo, la cual también tiene botones. Cuanto más los mira, más pesados se ponen mis pechos, mucho más pesados que su talla B normal. Thomas me lanza una mirada irritada a través de sus pestañas. —¿Otra? Al principio estoy confundida sin saber a qué se refiere, pero luego me doy cuenta que está hablando de mi camisa. —Capas. Lo siento. Él no sonríe, pero su irritación ha desaparecido, siendo reemplazada por diversión y un toque de calidez. Sus puños se aflojan y empieza de nuevo. Uno a uno suelta los botones de mi camisa. Suspiro cuando sus nudillos pasan por mi pecho. Se pasean y hacen costillas por mi costado, como si se expandieran, y mis pezones escuecen, endureciéndose. Un raro dolor los hace fruncirse. Tan solo tócame ya. Él alcanza mi estómago y se encoje mientras pierdo el aliento. Luego finalmente, finalmente está hecho. Mi camisa cuelga abierta, exponiendo mi sujetador blanco y la amplia expansión de mi estómago. Me mira con ojos hambrientos y ante el sonido de su áspera respiración, susurro: —¿Qué? ¿Qué pasa? Está concentrado en el arete de mi ombligo y luego sucede. Me toca, pero solo con su dedo meñique. Engancha el pendiente y lo jala. —Joder —murmura.
—No te… ¿no te gusta? —No. Me fascina. Ante sus guturales e incautas palabras, me rindo ante el tirón de su dedo y arqueo mi espalda contra la puerta. Nuestras caderas chocan y siento su polla contra mi estómago. —Oh Dios, es tan grande —gimo, incapaz de detenerme. Tan pronto como lo digo, me avergüenzo, probablemente sonrojándome; mi piel se siente caliente. Thomas se tensa. —Nunca lo pensé. Me lo imaginaba, sin embargo. —¿Qué? Sus ojos suben y bajan, de mis pechos al pendiente de mi ombligo. —Que te sonrojas con todo tu cuerpo. —Me pongo más roja, haciéndole reír. Mi corazón suspira ante este rico sonido. Quiero vivir aquí, en este momento. Es honesto y casi fantástico. Es todo un mundo diferente, una tierra sin normas, sin pasado ni futuro, solo el presente.
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Con su otra mano, abre el broche frontal de mi sujetador y deja que las copas cuelguen a los lados, exponiendo mis pechos hinchados y mis pezones rosados. Mi piel arde. Ahora estoy respirando con todo mi cuerpo, temblando y ondulando. Quiero cubrirme aunque me piquen los pezones por ser tocados, estirados, chupados. Nadie, ninguna persona, me ha visto nunca así, ni siquiera la noche en que le di a Caleb mi virginidad en la oscuridad. Thomas se lame los labios y traga en un aliento tembloroso. Él me necesita. Y eso me hace necesitarlo más a él. —Estoy tan adolorida —susurro, y él me mira con unas oscuras y dilatadas pupilas—. Por favor, tienes que tocarme. Tienes que hacerlo. Mis suplicas lo excitan y eso, como respuesta, hace que me excite, tanto que todos mis músculos internos se contraen y palpitan repetidamente. Thomas presiona su dedo pulgar sobre la base de mi cuello. Mi pulso es errático y luego galopante. Con los ojos brillantes, desliza el pulgar hacia abajo, dando golpecitos sobre mi clavícula, viajando por el valle de mis pechos. Solo con su pulgar. —Oh Dios… —Mi voz no suena como mía; es gutural y abrasadora de lujuria.
Hace un círculo alrededor de mi seno, acariciando la parte alta, raspando la parte lateral, y arañando por abajo. —¿Te gusta esto? —me pregunta al oído, mientras su camisa roza mi piel. Mi pierna derecha se levanta y se engancha a sus caderas, apretando su polla más cerca de mi cubierto y necesitado coño. —Sí, pero quiero más. —Presiono mi cuerpo medio desnudo contra el suyo vestido, excitándome con la fricción. Él repite el movimiento con mi pecho izquierdo, una y otra vez. Mi pezón se contrae con anticipación por su toque, pero nunca llega. Me tortura con caricias suaves, sin darme nada a lo que aferrarme, reduciendo mi piel a un lienzo de escalofríos. —Eres tan malo —le digo, frustrada pero restregándome contra él de todas formas. —Pero te gusta. —Sopla una cálida inhalación en mi oreja. —No debería. —Sí. —Debería irme.
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—Sí. —Esto está mal —susurro, haciendo círculos con mis caderas, dando embistiendo contra su polla—. La peor cosa que he hecho nunca. De todas las veces, él escoge este momento para pellizcar mi pezón y darle un duro tirón, bastante parecido al que le dio al arete de mi ombligo. Como antes, me rindo ante su toque y restriego mis pechos excitados contra su pecho, buscando esa fricción mágica. —Dios… ¿que estamos haciendo? —jadeo contra su camisa. —La peor cosa que hemos hecho —dice, repitiendo mis palabras—. Así que sí, deberías irte. Tan solo deberías marcharte, y no regresar nunca. —Miro hacia él y presencio algo abriéndose en su expresión, dejándolo completamente expuesto. Retorciendo sus dedos sobre mi pezón, masajea todo mi pecho con su palma. —Porque soy egoísta, Layla. Te arruinaré, te quemaré, y nunca volveré a mirar atrás. Tomaré y tomaré hasta que estés vacía y hueca. —Continúa con su lenta tortura—. Deberías de empujarme lejos, gritarme por desnudarte, y luego deberías de darme con la puerta en las narices al dar un portazo mientras te marchas. Y cuando estés fuera de aquí en el pasillo, llamar tres puertas más abajo y denunciarme. —Nunca. Nunca te denunciaré. Un costado de sus labios se eleva.
—Nunca es mucho tiempo, señorita Robinson. —Quizás. Sus dos manos se mueven hacia arriba y acunan mis mejillas. —A veces se me olvida lo joven que eres. —No soy tan joven —digo insistentemente, apretándome y apegándome más a él, tratando de subir por su cuerpo sexy como hice en el bar. —Vete, Layla. —No me deja marchar, Probablemente robaré tu inocencia también.
de
todas
formas—.
Si, debería de irme. Debería de irme, dejar las clases, y no regresar nunca. Debería. Debería. Puede ser que sea joven y estúpida como dice él, pero siento la soledad en su voz provocativa. Veo la tensión en los músculos de su espalda cuando Hadley dejo la habitación. Puedo oír su batalla interminable contra su impulso.
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El atrevimiento me posee y rodeo su cuello con mis brazos, aplastando mis pechos contra sus duros pectorales. —Entonces quizás tan solo debería dártela y así no tendrás que robarla, mi inocencia, quiero decir; así podrás ayudarme a crecer. Él se queda en silencio durante unos segundos y estoy asustada por haber cruzado la línea. Es un pensamiento tan divertido después de la forma en que estoy envuelta a su alrededor, que me muerdo el labio para detener una inapropiada e histérica risa, que está a punto de salir. —Quiere que la haga crecer, ¿señorita Robinson? —Sus ojos son ardientes, y me alegra que mis brazos estén a su alrededor porque si no me habría caído al suelo desmadejada. Hay algo tan… extrañamente erótico en esa frase. No tengo tiempo para analizarla porque él empieza a mover sus caderas, dándome esa suave fricción, y Jodido Jesucristo, es la mejor cosa que nunca he experimentado. La presión está haciendo que mi herido coño derramé sus fluidos. Se recuesta sobre mí, enreda su gran cuerpo sobre el mío pequeño. —¿Cómo sugieres que haga eso? —No lo sé. —Jadeo, balanceándome a su ritmo. —Bueno, si no lo sabes entonces no puedo ayudarte —dice, pausando sus movimientos.
—P-por favor, no pares. Y-yo… —¿Tú qué? Lo miro con ojos brillantes. Se ve más oscuro, más grande, como si pudiera absorber todo el mundo con su cuerpo hasta que no quede nada más que él y yo. —Lo necesito. Te necesito… —¿Para hacer qué? —Moverte. —¿Eso es todo? —No. Quiero más. —Empujo mis caderas contra las suyas y flexiono mis muslos alrededor de su cintura—. Quiero que me folles. No puedo creer que dijera eso. No puedo creer que esa fuera mi voz, desesperada y bajita, como si fuera una niña pequeña. Él inhala con fuerza. Hay excitación en sus ojos, oscuros y malos y tan jodidamente irresistibles. Siento que las cosas cambian entre nosotros. Cualquier dinámica que tuviera nuestra relación inexistente, ha cambiado ahora.
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—Follarte, ¿cómo? ¿Con mi grande y dura polla? Estoy anonadada y tan jodidamente excitada. Hay alarmas sonando en mi cabeza, atronadoras, sonando a todo volumen. Esto está tan mal, pero su voz gutural sigue penetrándome y hace que me sacuda, una espesa gota sale de mí. Siento que sale de mi coño a mis ya mojadas, blancas e inocentes bragas. —Sí. Dios, por favor. —Balanceo mis caderas una vez más contra su duro cuerpo. —¿Estás segura de poder soportarlo? —Él apoya su frente contra la mía—. Quizás no quepa en tu pequeño coño. Me sacudo ante sus palabras. —No. No, lo hará. Sé que lo hará. Cabrá —gimo, hambrienta y atrevida y haciendo mi papel en este juego raro. —¿Qué pasa si te hago daño? ¿Qué pasa si estira tu agujero tanto que duele? —Sus dedos se contraen y flexionan alrededor de mi cara. A él le encanta la sensación de poder. Se complace con el control que tiene sobre mí. —Me da igual. No me importa nada. Aguantaré el dolor. Haré lo que sea. —¿Por mi polla?
Él es la cosa más sexy que he visto nunca, grande y robusto, su rostro es un mosaico de lujuria y necesidad. Si, haría lo que hiciera falta. Por ti. Asiento y digo en voz bajita: —Si. Haría cualquier cosa porque me hicieras crecer. Thomas gruñe y sus manos se asientan en mis caderas. Estoy esperando que me arrastre contra su pecho, pero me sigue teniendo atrapada contra la puerta y se separa de mí. —No será hoy. —Su pecho tiembla y respira con dificultad—. Vete a casa, Layla. —Pero… Thomas coloca mi cabello suelto detrás de mí oreja. —Deberías mantener tu inocencia un poco más. Así que tan solo vete a casa.
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Dieciséis
T
uve un mal sueño, y ahora no puedo volver a dormir. He estado dando vueltas durante horas.
Me levanto, suspirando de frustración. En el pasado, antes que Caleb se fuera, lo llamaba, sin importar la hora, y le pedía que me abrazara. No me puedo imaginarnos volviendo a esos momentos. Me siento tan sola. No me he sentido tan sola desde que Emma se mudó. Enciendo la luz, extiendo la mano, recojo mi libreta de la mesita de noche y abro la última página en la que escribí. Toco los pequeños rizos de papel alrededor de la espiral blanca donde una página ha sido arrancada. Mi poema
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Antes de enviarme a casa, Thomas arrancó la página y guardó el poema para él. No dijo nada, solo lo dobló y se lo metió en el bolsillo mientras me miraba. Me estremezco bajo la manta como si sus ojos todavía estuvieran sobre mí, calientes y entrecerrados por el deseo. Me hace darme cuenta de la persistente humedad entre mis piernas, cómo me arrojé sobre él y él me rechazó, nunca me tocó con más de un dedo en el pecho y el vientre, una palma en mis mejillas. Me estoy muriendo por él. Muriendo. Es todo en lo que puedo pensar, eso y lo inmoral que es esto. Con cada día que pasa, estoy cruzando más y más límites. Dónde se detiene, me pregunto. ¿Cómo se detiene? ¿Por qué no puedo controlarme? Golpeo mi cabeza contra la cabecera, trato de poner la pluma en el papel, pero no sale nada. Nada se siente bien. Quiero escribir, pero no puedo, así que trato de leer. Tal vez Barthes o Plath tendrán alguna idea. Barthes me dice que está bien si las cosas no tienen remedio y Plath me dice que me mate, así que los ignoro. Luego, arrastro mi laptop desde el escritorio y busco a Thomas en el sitio web de la universidad. He visto esta página un millón de veces desde que comenzaron las clases, pero aun así mi respiración se detiene por un momento cuando observo su rostro. Guapo, serio, inalcanzable. Mis ojos se concentraron en el número de teléfono de su oficina, el pequeño número de diez dígitos ubicado debajo de la dirección de su
oficina. He visto ese número antes, pero nunca lo he visto realmente, nunca lo había pensado realmente. Me siento y busco mi teléfono. Está atrapado entre el colchón y la cabecera. Deslizo la pantalla, ignorando los mensajes de Caleb, y marco el número. Es una locura. Ni siquiera sé por qué estoy llamando. ¿Qué voy a decirle? Además, ni siquiera creo que vaya a estar en su oficina a esta hora de la noche, pero necesito una conexión con él, incluso si es endeble, incluso si es con su contestador automático. De hecho, estoy contando con eso. Diré todo lo que quiero decir y luego colgaré y me iré a dormir. En el tercer tono, hay un clic, y luego su voz ronca llena mis oídos. —¿Hola? Casi dejo caer el teléfono. —¿Th-Thomas? —¿Layla? —Suena el chirrido de su silla—. ¿Qué...? ¿Por qué me llamas tan tarde en la noche? —Estaba... No esperaba que contestaras. Se queda en silencio por unos segundos, tal vez tan aturdido como yo, o tal vez pensando en lo que pasó entre nosotros hace solo unas horas.
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—Mira, si no quieres que conteste mi teléfono, entonces no me llames a mi teléfono. Suelto un suspiro y caigo contra mi almohada, sonriendo como una tonta ante su tono burlón. —Solo pensé que estarías en casa. Esta vez el silencio está cargado, como si hubiera pisado una mina en tierra, pero su voz no refleja ninguna confusión. —Ahora que hemos establecido que no lo estoy, ¿te importaría decirme por qué demonios llamas? —Yo... —Quiero preguntarle qué está pasando con él, pero no lo hago. Sé que no me lo dirá. Él solo es honesto en esos momentos robados, en mi desesperación—. No puedo dormir —digo en cambio, y curiosamente, suena como un puchero. Oye mi extraña voz, que aparentemente solo aparece cuando él está cerca y respira hondo. ¿De dónde viene esto? Este dolor, esta inquietud, esta audacia. No puedo quedarme quieta Estoy moviendo las piernas, jugando con el cuello de mi camiseta blanca. —Y pensaste que hablar conmigo te daría sueño. Tus adulaciones no tienen fin, ¿o sí? —Su voz es ronca mientras hace la broma, y solo así, la soledad se va. —Como dije, no esperaba que contestaras. Yo solo... no sabía a quién llamar. —Dejé que se ajustara a la verdad. Mientras tanto, me preparo
para su rudeza característica, pero en el fondo, sé que no vendrá. Thomas no es deliberadamente malo; él solo finge serlo por alguna razón. —¿Por qué no puedes dormir? —pregunta en voz baja, demostrando que tengo razón. —Tuve una pesadilla —digo, acurrucándome en la almohada—. Acerca de Caleb. Bueno, no es un mal sueño, per se. Quiero decir, él estaba feliz en él, o al menos se parecía a él desde donde estaba parada. Estaba teniendo sexo. —Una respiración profunda, la mía, antes de confesar—: Con un chico. Nada. No hay sonido en el otro extremo. Decido que no necesito que él diga nada, todavía no. Quiero sacar esto primero. —Él es gay. —Suelto una breve carcajada—. El chico con el que crecí, el chico que he amado toda mi vida es gay, ¿y sabes la peor parte? Nunca lo supe. Nunca vi una señal que él pudiera ser gay. Nunca me lo dijo y nunca me tomé el tiempo para darme cuenta. Dijo que dormir conmigo fue su forma de comprobar si podía cambiar de equipo. —Otra pequeña carcajada brota de mí, esta vez más fuerte—. Soy una idiota, ¿verdad? Una completa idiota. Una idiota egoísta.
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Eso se sintió... bien. Mi pecho ya no se está derrumbando. El peso de este secreto no está destruyendo mis huesos. Thomas está en silencio otra vez, así que lo persuado. —Di algo. No, espera, di algo útil, no uno de tus comentarios sarcásticos que no ayudan a nadie más que a ti. —¿Y por qué debería contenerme por ti? —Me gusta que me esté molestando, que no me trata con delicadeza, no es que siquiera sea capaz de hacerlo. —Porque he decidido que somos amigos. De ahí todo el vómito verbal. —¿Te coges a todos tus amigos? —masculla. Oh Dios. Mis ojos se cierran y aprieto mis muslos. —No. No somos solo amigos. —¿Está eso bien? —Mm-hmm. —Asiento y abro la boca para decir... algo, pero no importa qué porque me sorprende una revelación, una epifanía—. Somos almas gemelas. —No puedo respirar, y al mismo tiempo, me siento liviana como un globo. —¿Disculpa? —Sí. —Mis ojos se ensanchan cuando todo se desliza en su sitio—. Eso es. Somos almas gemelas. —Yo... Tú... ¿Qué?
—Oh, ¿te puedes relajar? —Me puedo imaginar la vena del costado de su cuello latiendo—. No del tipo que terminan juntos o viven felices para siempre. No somos ese tipo de almas gemelas. Incluso yo no soy tan ingenua. Lo que quiero decir es que nos entendemos. Somos similares, bueno, similares en todas las formas que cuentan. Thomas suspira, largo y fuerte, y se mueve en su silla. Sé que no me cree, pero es tan obvio. —Ambos entendemos el amor no correspondido mejor que cualquiera que conozcamos —le explico—. Y sé que no te gusta oír hablar de eso, pero la otra noche, cuando te vi por la ventana; por lo cual me disculpo una vez más, por cierto; la expresión de tu rostro, fue como... yo mirándome en el espejo. Era como si pudiera leer todos tus pensamientos. Podía sentir todos tus pensamientos. Lo sentí en mi estómago. —Me aclaro la garganta—. ¿Así que ya ves? Somos almas gemelas. —Tienes razón. Siento burbujas de emoción dentro de mí. —La tengo, ¿verdad? —Sí. No me gusta escuchar sobre eso.
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—Oh. —Trago y me desinflo contra mi almohada, mirando el techo blanco. Se mueve en su silla otra vez y me imagino que me imita, con la cabeza hacia atrás, mirando el techo en blanco. No sé cuánto tiempo permaneceremos en silencio esta vez, escuchándonos respirar. No puedo dejarlo ir sin embargo. No puedo ser yo quien rompa esta conexión. Y tampoco puede él, al parecer. Es un delirio tan tranquilizador que él quiera que respire en sus oídos para que sepa que no está solo. Tal vez no es un delirio en absoluto. —¿Sabes lo que es un órgano vestigial, Layla? —pregunta, después de que he hecho innumerables patrones alrededor de mi ombligo con mi dedo medio. —¿Qué? —Es un órgano que es inútil. No sirve para nada. Es un equipaje caduco y adicional. Simplemente está allí porque no hemos evolucionado lo suficiente. —Está bien. —Pero son muy capaces de provocarte dolor. Oh, sí, incluso podrían matarte... lentamente, hasta que lo supliques. —¿Por qué estamos hablando de órganos inútiles?
—Porque el amor no correspondido es como un órgano muerto e inútil. No tiene funciones. Es más enfermo que una enfermedad. Puedes curar una enfermedad, pero no puedes arreglar un alma defectuosa. Eso es lo más frustrante del mundo, ser así de impotente. Estoy toda marchita. Árida. Cada célula de mi cuerpo duele por él. Por mí. Por nosotros. Sus palabras llenas de dolor rondan por mi interior. —¿Por qué no estás en casa, Thomas? —Porque no es un hogar cuando ella no está en él —admite en voz baja. Me clavo las uñas en la carne suave de mi vientre, tratando de traducir su agonía emocional en mi incomodidad física. Y soy sorprendida por otra epifanía. No sé lo que es para mí, pero sé lo que soy para él. Él me necesita. Necesita ejercer su poder sobre mí porque su amor lo ha dejado impotente. Necesita que mendigue porque su amor lo ha convertido en un mendigo. La lujuria que siente por mí viene del amor que siente por ella.
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Una gruesa lágrima se desliza desde el rabillo del ojo hacia mi cabello. Me muerdo el labio para evitar hacer ningún sonido. —Ve a dormir, Layla. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y me trago el nudo irregular en la garganta. —¿Te quedarás en el teléfono mientras... mientras duermo? —Su respiración se escurre antes de volverse más pesada—. ¿Por favor? —Sí. Está bien. Suspiro aliviada. —Gracias. Murmura su asentimiento. —Buenas noches. Tararea de nuevo. Cierro mis párpados cansados, sintiéndome consolada. Espero que él también lo sienta. El tiempo pasa. Las preguntas pasan por mi mente. ¿Dónde está Hadley? ¿Es eso lo que escuché a través de la ventana esa noche? ¿Dónde está Nicky? Él es mi alma gemela también. —Sabes, deberíamos conseguir pulseras iguales o algo así. Las almas gemelas definitivamente deberían tener algo a juegos —murmuro, cálida y soñolienta. —Está bien, pero no me gusta el color morado.
Una risa débil se escapa de mí y escondo mi nariz en mi manta morada. —No te preocupes, te gustará. Voy a conseguir uno para Nicky también. Gruñe, como si se estuviera quedando dormido junto a mí. A medida que me sumerjo más profundamente en el sueño, lo siento en mi corazón descansado y acogedor. Thomas y yo estamos destinados a estar juntos. Se suponía que esta cosa entre nosotros sucedería. Porque soy una chica que no se supone que sea el amor de la vida de alguien, no con mi egoísmo. Estaba destinada a vivir entre las sombras y los secretos. Puedo ser el secreto de Thomas, por un tiempo, al menos, hasta que absorba todo su dolor y lo libere.
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Es bastante después de la medianoche, la hora exacta en que hablé con Thomas por teléfono hace un par de días. Debería quedarme en la cama, tratando de dormir. No debería correr hacia él, pero lo estoy haciendo. Tengo que mostrarle algo, algo que conseguí para él en una decisión muy impulsiva. Oh bueno, ¿cuándo no soy impulsiva? El Laberinto está silencioso y dormido cuando ingreso deslizando mi tarjeta de identificación. Esta es la primera vez que lo veo tan vacío, sin sus actividades ruidosas. Las paredes se sienten íntimas, cargando un millón de secretos, o tal vez soy solo yo. Subo las escaleras y camino por el pasillo hasta que estoy parada frente a la puerta de su oficina, jadeando por el frío. Mi nariz está goteando de una manera muy poco halagüeña. Controlo mi reacción al infame invierno antes de girar el pomo de la puerta; hace un suave clic. Él está aquí. Mi instinto me dijo que estaría y allí está él junto a la ventana, iluminado por la lámpara que está sobre su escritorio vacío. Se da vuelta, con un cigarrillo en su sexy boca, cuando me oye entrar. Parece agotado, su energía extinguida de una cierta manera que no puedo explicar. Él absorbe una calada y suelta un largo hilo de humo. En la lúgubre iluminación de la habitación, con las sombras parpadeando en la pared, ni siquiera parece que pertenece a este mundo. Es demasiado bello, demasiado atormentado para ser humano.
Trago saliva, un largo escalofrío recorre mi cuerpo cuando entro y cierro la puerta detrás de mí. Mi cabello debe verse agitado por el viento, después de correr por las calles para llegar hasta aquí. Mis mejillas deben estar rojas y calientes, así como la piel de mis muslos donde mi abrigo de pieles y mis botas hasta la rodilla no se juntan, dejándolos desnudos y sin protección. —Quiero mostrarte algo. Me lamo los labios y le pongo seguro a la puerta con un clic. Siempre he pensado en mi cuerpo como una maldición. Tiene necesidades incesantes, el tipo de antojos equivocados, pero después de conocer a Thomas, me di cuenta que mi cuerpo podría ser una herramienta. Podría ser su herramienta. Así que no hay timidez en mí cuando abro los botones de mi abrigo, mirando sus ojos sin parpadear e inmóviles. Busco sus reacciones. ¿Le gusta mi audacia? ¿La odia? El color de su rostro se intensifica y los músculos de su pecho atlético se contraen mientras mira. Refuerza mi coraje, me da seguridad que esto es lo correcto. Abro las solapas y muevo los hombros para quitarme el abrigo. Cae al suelo y me estremezco con la sensación de mis gruesos rizos que rozan mi espalda desnuda.
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Mmmm, sí... estoy desnuda; a excepción de las botas negras hasta la rodilla y, por supuesto, los calcetines de lunares morados hasta los tobillos debajo de estas. Escalofríos cubren mi piel cuando me paro frente a él para su escrutinio. Mis curvas son leves Mis pechos son pequeños y mi cintura es muy pequeña. En preparación para esta noche, afeité todo para que mi piel fuera suave y pálida, y mi coño desnudo. Su mirada recorre mi rostro y luego patina hacia abajo, hacia abajo y hacia abajo, y luego se detiene. Sé lo que está mirando. Lo hice para él. El tic en su mandíbula me emociona. ¿Está enojado o cachondo? No puedo decirlo. Espero que sea lo último. Espero que esta noche sea la noche en que él me arruine, me quite la ingenuidad y encuentre algo de paz en ello. En un abrir y cerrar de ojos, arroja el cigarrillo por la ventana y la cierra, amortiguando el sonido del viento cargado de nieve. Me mira de nuevo, y con los ojos clavados en mi estómago, se adelanta. Mi sexo se aprieta ante sus pasos perezosos pero determinados. Se detiene a unos pasos y extiende la mano. Jadeo cuando sus dedos fríos tocan mi estómago tembloroso, la piel enrojecida alrededor de mi tatuaje recién adquirido. Es el círculo de una llama alrededor de mi ombligo, y cambié el anillo de mi ombligo por una piedra de color zafiro. Su pulgar se mueve sobre la forma de las llamas y le susurro:
—Es del color de tus ojos. Las llamas son azules, al igual que su mirada. Espero a que la vergüenza se derrame de mí. Le muestro al chico con el que no me he acostado que lo llevó marcado permanentemente en mi cuerpo. No hay nada que demuestre más lo dependiente que eres que eso. Pero no siento vergüenza. No siento necesidad de esconderme de Thomas, no como siempre lo he sentido con Caleb, ocultando mis sentimientos, mirándolo desde las sombras. —Yo... Me recuerdas a algún tipo de criatura escupe fuego —explico adicionalmente. Thomas atrapa mi mirada con la intensa suya. Ellos imitan un infierno con emociones salvajes mientras baja a sus rodillas. —¿Thomas? —Agarro sus hombros para mantenerme firme. Él respira pesadamente, ruidosamente, como en respuesta, y luego su boca está sobre mí. Su lengua golpea la joya mientras envuelve sus brazos alrededor de mi cintura para acercarme.
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Mi cabeza cae hacia atrás en un gemido bajo y pesado, y mis manos viajan desde la curva de sus hombros hasta su espeso y sedoso cabello. Entrelazo mis dedos entre los mechones y los jalo cuando sus besos y la succión de su boca caliente se vuelven demasiado. ¿Es posible ponerse húmeda con alguien chupando tu vientre? Tal vez es una locura, pero ¿a quién le importa? Estoy mojada, y mojándome más con cada segundo mientras lame mi piel con hambrientas y voraces lamidas. El área alrededor de mi tatuaje todavía está sensible, y sus pequeños mordiscos me hacen sentir que romperá mi frágil cuerpo. El pensamiento hace emanar una espesa gota de eyaculación de mi apretado coño. Thomas gruñe como si supiera lo que está haciendo mi coño. Estoy sintiendo los efectos causados por su gruñido necesitado cuando mi espalda se estrella contra la puerta, y mi pierna es levantadas antes de apoyarse en su hombro. Él besa y muerde mi vientre bajo, chupando la suave piel, dejando lo que estoy seguro son marcas rojas por todas partes. Miro hacia abajo justo cuando frota su corta barba en el interior de mi muslo levantado, y lo acuna entre su brazo y su cuello. La acción es a la vez excitante y tierna, y mis ojos están muy cerca de llorar. Él extiende los dedos de su mano libre sobre mi otro muslo y los abre. Mi coño se aprieta tímidamente al ser exhibido ante él, haciendo que sus hombros se estremezcan al soltar un largo suspiro. Thomas me mira, con los ojos oscuros y entornados, quemados por la lujuria.
—Voy a chupar tu coño, Layla. Son las primeras palabras que ha hablado desde que vine a verlo. Suenan ásperas y guturales, arrancados de las profundidades de su alma. Son suficientes para hacerme venir y mis ojos se esfuerzan por cerrarse, pero los mantengo abiertos. Quiero verlo. Quiero ver el comienzo de mi ruina. —Está bien —susurro innecesariamente. Todavía mirándome con expresión febril, acaricia su nariz justo sobre mi hueso púbico, enviando descargas eléctricas a mi núcleo. Lentamente, se mueve hacia abajo, sus labios respirando sobre mi piel. El primer contacto de su boca con mi coño recién afeitado es una conmoción. Me irrita. Lo siento en todas partes, por dentro y por fuera. Thomas pasa su lengua desde el clítoris hasta la entrada que está adolorida, ha estado doliendo por él. Ante mi gemido, él acerca su rostro más, frotando su nariz, su boca en mi humedad. Inhala profundamente, oliéndome, respirándome. Es suficiente para hacerme caer al suelo, y lo haría si no me estuviera sosteniendo en sus brazos.
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Con una fuerte exhalación, se aferra a mi clítoris y chupa. Gimo su nombre, mi cabeza golpea la puerta y mi cuerpo inferior se arquea. Es demasiado, la succión de su boca en ese pequeño capullo. Nunca lo tuve en la boca de alguien y Dios, oh Dios, estoy temblando. —Sabes a cereza. Una púrpura y dulce cereza —murmura en mi coño antes de sofocarlo con los labios. Una pequeña sonrisa florece en mis labios ante su declaración, pero pronto se convierte en una mueca de excitación. Masajeo su cuero cabelludo con los dedos, haciéndolo gruñir y acercarme, incluso más, en sus brazos. Me arqueo en su boca, clavando el talón de mi bota en su espalda. Mis acciones necesitadas lo estimulan y su lengua endurecida baja con todas sus fuerzas. —Oh Dios, Th-Thomas... —Rompo en un gemido que se origina en mi vientre—. No puedo... Es-es demasiado. Duele. Él aprieta mi clítoris antes de soltarlo con un plop. —Qué bueno. También me pones adolorido. Con eso vuelve a zambullirse y aspira mis húmedos y pegajosos labios. Todo mi coño se adapta a su boca golosa mientras lo come, lo mordisquea, lo mastica. Todo lo que puedo hacer es tomarlo, dejar que se alimente de mí. Oh Dios, duele tan bueno. —Mierda. —Su agónico susurro atrae mi atención hacia su cabeza inclinada. Solté mis dedos de donde he estado estrangulando los hermosos
mechones de su cabello—. Tu coño es tan apretado, más apretado de lo que nunca imaginé, y me lo he imaginado mucho. Mi aliento se evapora mientras mira hacia arriba. Está excitado, sonrojado y sudoroso, sin embargo, parece divino. ¿Cómo es posible cuando él es quien está de rodillas? Es un dios hermoso y sexy que tiene mis jugos pegajosos pintados en su boca y mentón. Brillan en la luz amarilla como fuego líquido. —No estoy orgulloso de eso. No quiero pensar en eso, pero me tientas, Layla, muchísimo. Me haces sentir loco. Con eso, cae sobre mí. Esa es la única forma de describirlo. Sus labios se cierran alrededor de mi clítoris antes de volver a bajar a mi entrada. Aplasta su lengua en mi canal y Jesús, duele tanto, pero de una manera muy, muy buena. El dolor es lo que hace que todo esto sea real, y no lo cambiaría por una follada cómoda y placentera por nada. Ahora que Thomas está adentro, mueve su lengua, sintiéndome. Alterna entre meter y sacar su lengua y moverla entre los pliegues de mi coño. El azote, la succión, la forma en que gruñe; todo se convierte en una gran bola de fuego dentro de mi estómago. Las llamas azules alrededor de mi ombligo arden brillantes y vivas.
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—Yo... me voy a venir —resoplo, girando mis caderas, tirando de su cabello. Duplica sus esfuerzos; si eso es posible, y me empuja al límite. Caigo de la cuerda floja que he estado recorriendo y me vengo. Vuelo, sacudiéndome, temblando y cantando el nombre de Thomas. Mi corazón se acelera y estalla en un millón de pedazos, viajando a cada rincón de mi cuerpo con la furiosa descarga de mi sangre. Me convierto en mi corazón, en un desastre palpitante, y mi corazón se convierte en mí, somnoliento y pacífico en medio de mi clímax. Creo que me desmayo por unos segundos porque, lo siguiente que sé es que Thomas está de pie, arrastrando mi abrigo previamente tirado sobre mis brazos. Mi cerebro sobrecargado por el orgasmo se confunde mientras él abotona mi abrigo. Mi mente regresa a la última vez que estuve aquí y él siguió abriendo los botones. Sus acciones no son lo que esperaba cuando vine aquí, no después de lo que me dijo acerca de imaginar mi coño. Pongo mi mano sobre la de él cuando estaba a punto de cerrar el último botón debajo de mi barbilla. —¿Qué... qué estás haciendo? Alza la mirada. Sus ojos todavía están ardiendo, sus mejillas manchadas de rojo. Limpia su boca contra su brazo, haciéndome perder el aliento. Ese movimiento fue tan masculino, tan primitivo que no puedo evitar ser afectada por este.
—Llevarte a casa. —Su voz es ronca, como si no hubiera hablado en un momento. —¿Qué? ¿Por qué? —Porque tienes que irte. —Quita mi mano de la suya y termina de abotonar mi abrigo. El gesto es agresivo, enojado, y no puedo respirar por un segundo. —Pero… yo... Él endereza el cuello de mi abrigo como si fuera una niña y me mira a los ojos. —Si quieres que alguien te folle, debes buscar en otro lado. No vuelvas aquí. No somos amigos. No somos nada, ¿entiendes? Me quedo callada. Mi habilidad para formar palabras se ha ido. Thomas no está contento, y tampoco el tic moviéndose en su dura mandíbula. —¿Lo. Entiendes. Layla? —pregunta de nuevo, con los dientes apretados y las fosas nasales abiertas. —S-sí.
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Se aleja de mí, frío e inalcanzable, y respira profundo. —Vámonos.
Diecisiete
¿C
ómo demonios salió tan mal? Pensé…
¿Qué pensé? Sí, ¿qué estaba pensando? ¿Qué él se acostaría conmigo? ¿Que su dolor es tan grande, tan agonizante que cometería el pecado del adulterio? No todos son como yo. No todos son egoístas, impulsivos y unos malditos imbéciles. Sollozo, gruño y cubro mi rostro con mis palmas, incluso aunque estoy sola en mi bañera fría.
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Thomas me dejó hace una hora, sin decir ni una palabra. Todo el viaje tardó menos de cinco minutos, y desde el interior de su auto, el campus se veía incluso más prohibido, oscuro y desolado. Ni siquiera esperé que el auto se detuviera del todo antes de salir de un salto y correr a mi torre, y ahora estoy aquí, ahogándome en vergüenza, culpa y rabia. No somos nada. ¿Si no me deseaba entonces por qué hizo que me viniera? ¿Por qué puso su boca sobre mí y me dejo romperme en sus brazos solo para echarme? Mi tatuaje está zumbando con calor. ¿Qué tan loco tiene que estar alguien para hacer algo como esto por un hombre que ni siquiera es su novio? Thomas ha sido el hombre más confuso que he conocido; no es que haya conocido muchos hombres en la vida. Mi amor por Caleb me quitó eso. Me deslizo y me recuesto de costado, subiendo mis piernas a mi pecho y curvándome en posición fetal. Paso la noche en mi bañera, oscilando entre sollozar y estar enojada. En la mañana, escucho algo quebrarse y me levanto de golpe. Hay sonidos furiosos y salgo corriendo de mi baño para ver qué está pasando. —No estoy poniéndome de su lado. ¿Qué te pasa? —grita Dylan, negando. —No quiero hablar de esto. ¿Puedes irte? —Emma está sosteniendo la puerta abierta, su rostro tenso e inflexible. Dylan pasa su mano sobre su rostro y suspira.
—Bien. Como sea. Estás siendo irrazonable. —Con eso, sale del apartamento. Decido que es seguro hablar. —Oye, ¿qué… qué está pasando? Emma mira por el pasillo. Se voltea lentamente y cierra la puerta tras ella. —Lo siento, ¿te despertamos? —Arrastra sus pies al sofá y se deja caer, derrotada. Me siento a su lado. —No, está bien. Dime qué pasó. —No es nada. Es estúpido. —No es estúpido si echaste a Dylan del apartamento a primera hora de la mañana por eso. Se gira hacia mí y dice furiosa. —Estaba siendo un imbécil, es por eso.
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—Bien. ¿Sobre qué? —Me doy cuenta que es así como se siente la vida normal; pelear con tu novio, echarlo, y luego quejarte con tu amiga. Estos son problemas normales. Desearía tener problemas normales. Los problemas normales son mucho mejores que los que tengo. —Por las vacaciones de primavera —replica Emma—. Mi mamá quiere que vaya a casa. No quiero, pero Dylan insiste en que vayamos. Quiere formar un lazo con mi mamá o algo. —¿Y eso es malo, por qué? Suspira y me mira. Nunca la he visto tan seria y calmada. Es un poco aterrador. —Mi mamá… no es una buena persona. No me cae bien, y eso nunca va a cambiar. Mi corazón está latiendo ansiosamente. ¿Es por eso que nunca habla sobre sus padres? Recordé la acalorada llamada que tuvo cuando se mudó. Dylan fue quien la calmó. Desde entonces nunca la he visto hablar con su familia. —¿Te… te hizo algo? —pregunto, aprehensiva. —No, no a mí. A mi papá. —Suspira, apartando la mirada y mirando la pared—. Engañó a mi papá, y él no tenía ni idea. Ninguna. —El aire sale de mí y siento que estoy colapsando sobre mí misma mientras sigue—. Se dio cuenta de la nada. Estaba devastado. Quiero decir, ¿cómo puedes hacerle eso a una persona con quien prometiste pasar toda tu vida?
Mi garganta está seca y rasposa. Está rechazando las palabras, pero de alguna forma logro murmurar. —L-lo siento. Niega y continua, como si no me escuchara. —Destruyó nuestra familia. Mi papá perdió su trabajo porque no podía seguir. Pasaron meses peleando por mi custodia. Era una menor así que no tenía voto, y mi mamá ganó porque mi papá no era lo suficiente “estable” para cuidarme. Encima de eso, se casó con el hombre con quien le fue infiel a mi papá. Tan pronto como cumplí dieciocho, decidí que nunca pondría un pie en esa casa de nuevo. —Se vuelve a mirarme, con los ojos vidriosos—. Nunca voy a volver. Nunca. La odio a ella y lo que nos hizo. —¿Cómo está tu papá? Emma se encoge de hombros. —Está bien. Está saliendo con alguien. Por muy feliz que esté por él, es muy extraño para mí, pero no lo culpo por eso. Se merece toda la felicidad, ¿sabes?
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—Sí. —Asiento, muy avergonzada para hacer algo más, muy culpable. ¿Cómo reaccionaría si supiera lo que hice anoche? ¿Hay alguna forma de justificar la infidelidad? ¿Hay alguna forma de decirle, a mi nueva amiga, mi única amiga, a quien parezco caerle bien, la inmoralidad que casi cometí anoche? Lo de anoche será otro de mis muchos, muchos secretos. Nunca podré decirle. Nunca puedo decirle a nadie. No puedo… no puedo volver a estar sola de nuevo. Es muy aterrador ahora. —Oye, ¿estás bien? —Emma pone su mano sobre mi hombro—. Lo siento. No quise descargarme contigo así. Es muy temprano para eso. —Estoy bien. Solo… lo siento. —No es tu culpa. —Me mira de forma crítica ahora—. ¿Por qué pareces un mapache? ¿Cuándo llegaste a casa anoche? ¿A dónde fuiste? Estoy aterrada, en pánico, una estatua de vergüenza y culpa. Fui y me ofrecí a nuestro profesor casado porque pensé que se sentía solo como yo, y pensé que el sexo extramarital sería lo ideal para animarlo. Oh Dios, ni siquiera puedo decirlo en mi cabeza sin querer patearme a mí misma. —S-solo… salí. A caminar. —¿Con el maquillaje puesto? Oh sí, el maquillaje. Junto con depilarme, también intenté aplicarme maquillaje. Todo está arruinado ahora.
—Mmm, sí. Hago eso, a veces. —Me levanto, sin poder soportar sus ojos curiosos—. ¿Quieres café? Vamos por café. Emma sabe que estoy ocultando algo, pero no presiona, solo se va para cambiarse e ir por el café. Gracias a Dios. Si me salgo con la mía, lo de anoche será el único secreto mío por mucho, mucho tiempo.
Es de noche de nuevo. Emma está durmiendo en el cuarto de al lado. Todavía está enojada con Dylan, incluso aunque he intentado razonar con ella. Dylan solo estaba siendo un novio considerado que quería que Emma le diera otra oportunidad a su madre. Llamé a Dylan y me dijo que fue una simple idea que se salió de control. Una de esas discusiones que escalan, inesperadamente. Y ahora, incluso él no quiere hablar con ella. Estoy intentando dormir, pero no puedo. No puedo quedarme dormida.
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Estoy mirando el techo, intentando no moverme, y luego mi teléfono suena. Un jadeo se atora en mi garganta y debo de incorporarme para poder respirar. Es Thomas. Es su número de la oficina. Estoy muy sorprendida para responder la llamada y el sonido se detiene. Es visceral, la perdida que siento ante una llamada no atendida, pero… nunca antes me ha llamado. Salto de la cama, me quito el pijama, me pongo una falda y una camisa, me pongo mi ropa de invierno, y salgo. Como anoche, corro y corro y no me detengo hasta que estoy en el Laberinto. Subo los escalones y llego a la oficina de Thomas con una urgencia que no tenía anoche. Giro el pomo y se abre, exactamente como ayer, y entro. Esta vez, Thomas está sentado en la silla, mirando al teléfono en su escritorio. Su cabeza se alza cuando cierro la puerta. Estoy jadeando, tomando aire con dificultad mientras su mirada se enreda con la mía. Es molesta, furiosa, hirviente, como si estuviera en llamas. Toma aire y se levanta, las fosas nasales ensanchándose. Mi corazón está martillando. No entiende el rol que debe de jugar. ¿Debería tener miedo o estar emocionada por ser sometida a la intensidad de Thomas? ¿No puedo estar ambas cosas? —Te dije que no volvieras aquí. —Aunque su voz no está enojada como ayer, el tono cortante todavía está ahí. Todavía hace que mi respiración se entrecorte y me llena de vergüenza. —Me llamaste —le digo, molesta y excitada. Thomas rodea el escritorio y avanza hacia mí.
—¿Y? —¿Y por qué hiciste eso si no me querías aquí? —Da otro paso hacia mí y presiono mi espalda en la puerta—. ¿Y bien? ¿Por qué llamaste? — Antes de poder detenerme, añado—: Y-y si no somos nada para el otro, por qué… Se detiene frente a mí. Está tan, tan cerca, y estoy encerrada entre él y la puerta. Todo esto es un déjà vu, la historia repitiéndose. Todavía puedo oír sus palabras. Todavía puedo escucharlo decirme que no somos nada el uno para el otro. Eso fue lo que más me hirió. —¿Por qué hice qué? Alzo mi barbilla, incluso aunque quiero encogerme en mi misma. —¿Por qué me hiciste venir? Si tanto me odias, ¿por qué hiciste eso? Thomas coloca sus manos a cada lado de mi cabeza y se cierne sobre mí, acercando su rostro demasiado. —¿Crees que te odio? —Una pequeña risa se le escapa, parecida al ladrido de un animal—. No te odio, Layla —masculla. Suena exactamente como si me odiara. —¿Entonces te gusto? —digo.
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Mi inocente pregunta parece enojarlo más. Su rostro está rojo, la vena en su cuello sobresale. Es aterrador. —Dios, me pones tan furioso. —Niega—. ¿Crees que esto es un chiste? ¿Eh? ¿Crees que estamos en la secundaria? ¿Crees que voy a besarte y darte besos y llevarte al cine o algo así? ¿Eso es lo que crees, Layla? —N-no. —¿Entonces qué crees que está pasando aquí? —No lo… no lo sé. —¿No sabes? Te hiciste un jodido tatuaje por mí. Viniste a mí desnuda. Parece que no puedes dejar de ofrecerte a mí. —Se burla, y mis ojos se llenan de lágrimas—. ¿Estás diciéndome que no tienes ni idea de lo que sucede aquí? Lágrimas se desbordan y bajan por mis mejillas. Lo odio. Lo odio demasiado. Esto es lo que él me hace; me acerca un segundo y al siguiente me empuja al suelo, pero esta vez, yo lo empujaré. Coloco mis manos en su pecho y lo aparto con todo lo que soy. No cede. El nervio en su mandíbula pulsa, y toma mis mejillas húmedas. —¿Tienes idea de lo que me estás haciendo? —Limpia mis lágrimas con sus pulgares—. ¿Tienes alguna idea de lo que voy a hacerte? No quieres esto, Layla. No quieres que te toque.
Curvo mis palmas en su pecho, empuñando su camisa. El arrepentimiento nubla sus rasgos, atenuando la agresión en sus ojos. —¿Por qué no? —le pregunto entre lágrimas. —Porque vas a arrepentirte. Vas a lamentar lo que pase si no te vas. Debes dejar de regresar. —Pero me llamaste. —No lo entiendes, ¿verdad? no soy un buen hombre, Layla —advierte. —No lo creo. —Empuño más fuerte su camisa—. Solo estás solo, como yo. Solo y roto. —Suelto su camisa y acaricio su acalorada y cincelada mandíbula y mejillas—. Puedes tocarme, Thomas. No lo lamentaré, lo prometo. Se estremece bajo mi caricia, como si se desarmara. Esto es lo más vulnerable que lo he visto. Pero entonces se pone serio, rígido. Me temo que me alejará y me echará, pero arrastra mi cuerpo contra el suyo. —No hagas promesas que no puedes cumplir. —Suspira sobre mis labios—. Cuando lamentes esto; y sé que lo harás, solo recuerda que tú lo pediste.
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Al siguiente segundo, el coloca su boca sobre la mía y me olvido de cada pensamiento.
Dieciocho
M
e paro desnuda en medio de la oficina de Thomas, desnuda excepto por el par de calcetines de lunares hasta el tobillo en mis pies.
La única fuente de luz es la lámpara sobre su escritorio, iluminando mis escasas curvas. Mi sombra se refleja en la pared. Me pregunto qué han visto estas paredes. ¿Es algo nuevo para ellas? Una chica; una estudiante, desnuda y cachonda en esta habitación. ¿Ha pasado alguna vez antes? Por un segundo, no puedo imaginar a cualquier otra chica sintiéndose así por su profesor, como si fuera la única en la historia de esta universidad, en la historia de este mundo, en sentirme de esta manera.
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Estoy jadeando, abriendo y cerrando mis puños a mis costados, llena de inseguridades. En cualquier segundo ahora, espero que Thomas me rechace, que me envíe a casa, pero se queda allí como una estatua, mirando mi cuerpo. Su pecho jadea y su figura está tensa, demasiado tensa, demasiado crispada. Mientras me besaba, arrancó mi ropa con loca desesperación. Fue frenético y urgente, y ahora yace en una pila junto a la puerta. Aquí estoy, expuesta delante de sus ojos, y voy a volverme loca con la espera, con la vergüenza y la excitación. Se acerca a mí; poniendo su mano en mi mejilla, alza mi rostro y me hace mirar sus ojos. Veo deseo acechando allí y mi corazón se detiene un segundo. Me desea. Demasiado. Como para probarlo, se inclina y vuelve a besarme. Esta vez es incluso más hambriento y más urgente, si es eso posible. Me inclinó en su cuerpo vestido, mi piel rozando la tela cálida. Me pone húmeda y cachonda y tan impotente por estar expuesta y él no. Me hace sentir como una puta. Su puta. Cachonda y sin vergüenza. Por los siguientes minutos, Thomas se convierte en mi salvavidas. Respira aire en mí a través de su boca, alimenta mi lujuria con sus labios. Lentamente me emborracho de él. Mi sangre es reemplazada por su esencia, hasta que todo lo que siento es a él. Me levanta, frotando nuestras pelvis juntas, y mis piernas al instante rodean su cintura. Sus palmas se extienden sobre mi culo desnudo y me sacudo en sus brazos. Estoy tan perdida en sus besos que no me importa
cuando el mundo se inclina en sus ejes, y me encuentro tumbada de espaldas sobre la áspera alfombra gris. Thomas rompe el beso y se eleva, arrodillándose entre mis muslos separados. Es tan jodidamente sexy que no puedo evitar inhalar un agudo aliento ante su belleza. Tragando, me observa, empezando por el cabello oscuro extendido alrededor de mi rostro y mi cuello. Baja, sus ojos se quedan en la base de mi garganta. Mi pulso golpea, por lo que lo siento latiendo contra mi piel. Entonces desciende, al valle de mis pequeños pechos. Siento una diminuta parte de mi corazón latiendo en las puntas de mis pezones. Para el momento que alcanza mi vibrante estómago, está cubierto de sudor y temblando. La vena en el lado de su cuello sobresale, con excitación, al igual que su polla, la cual predomina en sus pantalones. Me muerdo el labio ante el dolor que debe causarle. —Q-quiero verte —susurro, mirando una gruesa gota de sudor rodar por el lado de su frente—. Por favor.
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No puedo imaginar no verlo cuando me folle por primera vez. Entiende la gravedad de mi necesidad y desabotona los tres primeros botones de su camisa. Empuña la parte de atrás de la tela blanca ligeramente arrugada y la quita, lanzándola lejos. —Eso es tan jodidamente sexy —gimo y ruedo mis caderas sobre el suelo. Una puta… sí, eso es lo que soy para él, retorciéndose y desnuda. El lado de sus labios se alza en una arrogante sonrisa, pero no hace nada para disipar la intensidad de su expresión. A diferencia de él, estoy impaciente y lo observo de manera apresurada. Los tensos planos de sus pectorales cubiertos por sólo la cantidad correcta de vello. Las marcas de sus costillas cediendo el paso a su suave y duro abdomen. Ese camino de vello espeso dirigiendo al enorme bulto apenas contenido por sus vaqueros azules. Jadeo cuando me doy cuenta de la importancia de su atuendo: vaqueros azules y camisa blanca, justo como en la canción que tanto me gusta. —¿Qué? —pregunta, sus brazos a cada lado de mis caderas, sus palmas extendidas sobre la alfombra. Miro el baile de músculos en sus hombros y brazos. Están tan tensos ahora mismo. —Nada. Sólo… me recuerdas a una canción que me encanta. —¿Sí? ¿Qué canción es? —Blue Jeans —digo—. Eh, es de Lana Del Rey. Es… es sobre como ella no puede apartar la mirada cuando él entra en una habitación, sobre cuánto la hace arder.
Thomas se mueve sobre mí, sus fuertes brazos yendo de mis caderas a cada lado de mi cabeza. Desciende como si se preparara para hacer una flexión, y los tendones de su cuello sobresalen con nitidez. —Sé sobre qué es —susurra sobre mi boca, todo su cuerpo susurrando sobre el mío, sin tocar, pero avecinándose como una sombra. Froto mis muslos desnudos sobre sus costados desnudos, haciéndole estremecer. Su cabeza baja mientras sus ojos se cierran ante mi toque, diciéndome que le gusta. Me gusta también. Su piel es suave y tan jodidamente ardiente al tacto. Sabía que lo sería. Lo sabía. Es mi escupe fuego. —¿Vas a follarme ahora? —La necesidad hace que mi voz salga tanto ronca como suave. Su rostro permanece inclinado; sólo su mirada se mueve hacia mí. —Sí. Con eso, se alza y se para sobre mí, quitándose sus vaqueros y ropa interior.
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Y entonces está desnudo, como yo, su polla sobresaliendo de su cuerpo, tan grande y larga y, oh, Dios, voy a hiperventilar de cuánto la quiero dentro de mí y cuánto va a estirar mi pequeño agujero cuando esté dentro de mí. ¿Y si estira tanto tu agujero que duele? Oigo sus palabras del otro día y decido que no me importa. Lo deseo. Quiero estudiar más su polla, estudiarlo más, sus firmes muslos, sus pantorrillas de corredor, analizar todas las maneras en que la luz ilumina su impecable y musculoso cuerpo… pero no está de humor para modelar para mí. Se arrodilla, casi como anoche cuando le mostré mi tatuaje. Su desesperación se filtra en sus movimientos mientras lucha por tomar sus vaqueros y saca un condón del bolsillo trasero. Mi boca se seca cuando se sienta en sus talones y se pone el condón sobre su duro y sobresaliente miembro, y luego me cubre con su cuerpo. Detengo todo movimiento, respirando regularmente para absorber la sensación de sus músculos desnudos frotando contra los míos. Se siente tan bien. Su piel sobre mi piel. Su polla metida entre nosotros, presionando contra mi ombligo. Pero quiero más. Lo necesito. Me arqueo debajo de él, haciendo que su polla lata entre nosotros, y aprieta los dientes. Agarra un puñado de mi cabello en sus puños y me mira. Hay ira y satisfacción en sus ojos.
—No puedes quedarte quieta, ¿no es así? No puedes dejar de tentarme por un jodido segundo. —No, no puedo —admito—. No sé cómo. —Siempre estás hambrienta, Layla. Siempre hambrienta. —Se frota contra mí, arrastra su pesada excitación contra mi estómago, y exhala en mi nuca—. ¿Por qué es eso? ¿Eh? ¿Por qué eres una chica tan hambrienta de polla? Gimo ante sus sucias palabras. Dios, es tal poeta, recitándome poesía sucia. —No lo sé. Sólo la deseo mucho. Quiero tu polla. —Imito su acción y empuño su cabello en un fuerte agarre, mi voz rogando—. Ponla en mí, por favor. Mi coño está tan hambriento. Realmente no sé de dónde salió, pero Thomas me vuelve tan salvaje. Se siente tan bien sobre mí que las malas palabras saben a azúcar en mi boca.
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El control de Thomas se rompe y retrocede, forzándome a dejarlo ir. Su cuerpo se arquea, los músculos tensándose, y veo cada dura y apretada curva de su pecho y abdomen. Empuña su polla y se posiciona delante de mi entrada. —Entonces jodidamente lo alimentaré. Fuerza su camino dentro con un largo gruñido. Mi espalda se arquea y acomodo su polla con un grito de dolor, mis uñas clavándose en la áspera alfombra. —Jodeeeer… —Alarga la maldición y deja caer su frente sobre la mía, casi cayendo sobre mí. Estoy gimoteando con su invasión. Es dolorosa, tan jodidamente dolorosa. Siento su dominio en cada esquina de mi cuerpo. Mis piernas están temblando mientras un sudor frío me agarra. Ni siquiera recuerdo que doliera tanto cuando Caleb tomó mi virginidad. ¿Por qué duele tanto ahora? —¿Has estado mintiéndome, Layla? —Thomas está enojado, apretando y relajando su mandíbula, rechinando sus dientes—. ¿Has estado mintiendo sobre tu virginidad todo este tiempo? Niego furiosamente, rodando nuestras frentes sudorosas una contra otra. —N-no. No, no haría eso. —Cierro mis ojos con dolor y de alguna manera me las arreglo para hablar—. Esta no es mi primera vez. Es la… segunda. Mis caderas se sacuden de lado a lado y los dedos de mis pies se flexionan en mis calcetines, intentando encontrar una posición cómoda,
pero la presión no está cediendo. Thomas clava su palma en mi cadera y detiene mis movimientos. —Deja de moverte. Vas a empeorarlo. —Pero duele —me quejo, mordiéndome el labio. —Lo sé. —Frota su frente contra la mía y cierra los ojos con un gruñido. Su pecho ondula con un largo aliento, destinado a recomponerlo—. No puedo hacer esto. Nosotros… Mis miembros se mueven antes que pueda terminar y rodean su cuerpo. No es la primera vez que pienso en mí misma como una planta tóxica y salvaje que nunca sabe cuándo dejar de crecer. Su polla se desliza más profundo debido a mis movimientos, pero no me importa el dolor. Jodidamente no me importa nada siempre y cuando esté en mi interior. —No. Podemos. Puedo soportarlo. —Suéltame, Layla. —Niego y un pulso empieza en su mandíbula—. No me obligues a apartar tus brazos. No quiero hacerte daño. Sólo… suéltame.
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—No. —Me aferro a él más fuerte, hasta que casi cuelgo de él—. No lo entiendes. No recuerdo nada. No recuerdo mi primera vez salvo que estaba oscuro y estaba borracha y ni siquiera podía verlo. No recuerdo el dolor. No recuerdo si hubo sangre. Es como… —Busco las palabras correctas, rezando para que no me fallen—. Es como si hubiera hecho el amor con un fantasma. Podría también haber sido un sueño o una pesadilla, pero esto es real. Tan jodidamente real, Thomas. Eres real. Quiero el dolor. Quiero la incomodidad. Lo quiero todo. Aprieto mi agarre a su alrededor, sintiendo los planos musculosos de su cuerpo moverse. Se siente como si estuviera aferrándome a un terremoto inminente, olas sísmicas oscilando bajo mi agarre. —Quiero que duela porque quiero que esta sea mi primera vez —digo, mirándolo a los ojos. Su polla late en mi apretado interior y siento el roce de su aliento entrecortado sobre mis pesadas tetas. Lo siento tomar una decisión. —Pon tus manos en mi espalda. —Su voz es ronca—. Clávame las uñas cuando duela. Voy a ir lento, pero no puedo… —Sus fosas nasales se ensanchan—. No puedo prometer que no habrá dolor. —De acuerdo. —Asiento, haciendo lo que dice, deslizando mis brazos abajo y descruzando mis talones para que tenga espacio para moverse. Cerrando los ojos, me preparo para su embiste. Estoy lista para el fuego, pero nunca llega. En vez de eso, siento un golpe, un gustoso golpe, en el clítoris. Jadeando, abro los ojos y le miro. Él se está apoyado en un codo, y su otro brazo está metido en donde están unidos nuestros cuerpos.
Otro golpe de sus dedos y ya me estoy mordiendo el labio para controlar mis gemidos lujuriosos. Thomas no sonríe, pero a veces relaja su expresión dura. Lo miro con admiración. Sus dedos son, de hecho, mágicos. —¿Te gusta eso? —pregunta. Trago y gimo. —Sí. —He pensado en ti así —dice en el más bajo de los susurros—. Debajo de mí, desnuda y desesperada. Gimes cuando te toco así, pero yo te digo que guardes silencio. Te digo que te lo aguantes porque yo quiero oír algo más—. Presiona su dedo y yo me agito bajo su presión. Su erección se endurece, recordándome que estoy llena de él—. ¿Sabes lo que quiero oír, Layla? —La presión sobre mi clítoris crece y no puedo contener el gemido. —Thomas… Oh Dios. —Shh. ¿Dime, lo sabes? —Cuando niego, lo aclara—. El poema que escribiste para mí.
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La yema de su dedo está haciendo círculos, dando golpecitos, alimentando mi placer, y yo me olvido de avergonzarme por mi poema. Me está poniendo hambrienta y aunque aún sea doloroso moverse, lo hago. Arqueo mi espalda, haciendo que su polla llegue más adentro. Oigo su estrangulada maldición y veo los tendones de su cuello tensarse por el esfuerzo de mantenerse quieto. —Ah, Dios, eres un tormento. Eres una jodida provocadora. Gimo y consigo preguntar. —¿Cómo te atormento? —La manera en que me miras, como si quisieras que te besara. La manera en que me sigues por ahí. La manera en que tomas todo lo que te doy, sin quejarte nunca, sin echarte para atrás. Lo estas pidiendo, ¿verdad? Me estás desafiando, rogándome que te haga todas esas cosas malas. Mi cabeza se sacude sobre el suelo, de lado a lado, sin sentido, fuera de control, borracha de él. —¿No es eso por lo que viniste aquí? ¿No es eso por lo que sigues volviendo? Quieres que arruine tu coño, que lo haga sangrar como si fuera tu primera vez. ¿No es así? —Sí —siseo—. Eso es lo que quiero. Estoy mojada, tan mojada ahí abajo, y de repente nos estamos moviendo uno contra el otro. Él se está meciendo en mi interior, dentro y fuera, largos, y lentos empujes que siento en mi estómago.
Mi deseo aumenta con cada deslizamiento y me olvido del dolor. Rodeo su cintura con mis piernas y lo acerco más. Thomas acelera sus embistes hasta que golpea contra mí, gruñendo como un hombre poseído. —Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios —canto mientras sus caderas golpean contra las mías, y sus testículos se estrellan en mi culo. Lloriqueo yo con cada penetración. Thomas se ha quedado sin palabras mientras me mira, mis pechos rebotando. Se alimenta con mis gemidos, mi placer, mi intranquilidad como un demonio. Mi desesperación lo estimula mientras lo encuentro golpe tras golpe. Lo miro sobre mí, su estómago contrayéndose, sus caderas bombeando, su piel enrojecida y brillante por el sudor. Parece que el fuego de su interior ha salido a la superficie. Quema bajo su piel, creando una película rojiza sobre su cuerpo que se acentúa con la luz amarilla. La visión hace que fluidos salgan de mi coño. Imagino que es sangre, mi sangre virginal, en vez de la esencia de mi clímax.
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Gimo y me muevo debajo de él, y el ángulo de sus acometidas cambia. Ahora golpean un punto esquivo dentro de mí, y escalofríos empiezan a formarse desde los dedos de mis pies. Se extienden por mis muslos y sé que me voy a venir. Quiero avisarle, pero las palabras están atrapadas en mi garganta con mi aliento. No importa porque él no necesita ningún tipo de aviso de todas formas. Su gruñido estrangulado comprende mi clímax. Los dedos de mis pies cubiertos con calcetines se encogen y mis músculos se aprietan fuerte. Solo mi centro se contrae con vida mientras el resto de mi cuerpo podría estar también muerto. Thomas deja caer su cabeza sobre mi hombro, sus embestidas son erráticas. Es una carrera descontrolada por su propio clímax, los movimientos espasmódicos, la rotación de sus caderas… y luego todo se detiene. Un orgasmo, echa su cabeza atrás, exponiendo su cuello. Creo que nunca he visto nada tan bonito como esto, como él. Nunca he oído algo tan melódico como sus gruñidos animales. Presiona su polla contra mí, exprimiendo cada gota de su semen. Ojalá pudiera sentirlo sin la barrera del látex. Mis caderas se retuercen al unísono con los latidos de su polla, y rodeo su cuello con mis brazos, no queriéndolo dejar nunca salir de mi coño. Durante mucho rato, lo dos respiramos sincronizados, dentro y fuera, como si nuestras salvajes respiraciones estuvieran follando ahora que nuestros cuerpos están descansando. De todas formas, es poético, un poco fantasioso y definitivamente imposible, pero es bonito.
Luego Thomas levanta su peso de mi cuerpo. Se quita el condón, lo envuelve en un pañuelo de papel; ¿para esconderlo?, y lo tira en la papelera, antes de recoger sus pantalones del suelo y ponérselos. Otra vez, solo puedo tener una corta visión de sus musculosos muslos antes que estén tapados por el desgastado vaquero. Se los deja desabrochados, como si fuera demasiado trabajo hacer tal mundanal tarea, y camina hacia la ventana, encendiéndose un cigarrillo. Como una estúpida, sigo tirada en el suelo; lo veo dar una calada. La curva de su musculosa espalda ondea con sus movimientos, y también lo hacen sus grandes bíceps cuando pasa sus manos por su frondoso cabello. Cuanto más está él en silencio, más crece mi ansiedad. Algo está mal. Algo le está pasando por la cabeza, y quiero saber qué es. Me levanto, casi sin poder contener el siseo cuando la irritación por la alfombra hace presencia. Me levanto sobre mis piernas temblorosas y voy a recoger mi ropa tirada cerca de la puerta, pero la vista del sofá me hace detenerme.
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Está desordenado y arrugado, muy diferente de la prístina condición en que está normalmente. Frunciendo el ceño, observo la habitación por primera vez desde que entré. Los papeles están tirados por el escritorio, muy diferente a como es él. Hay cigarrillos y ceniza tirados por el suelo como si se hubiera estado dando un atracón de nicotina todo el día. Me hace pensar que el equipo de limpieza lo odiara por la mañana. —Estás… ¿estás durmiendo aquí? —Le suelto a Thomas esta pregunta, olvidándome de mi ropa. Su espalda se tensa, con surcos apareciendo entre sus nudosos músculos, y esa es mi respuesta. Sí—. ¿Thomas? —insisto—. ¿Qué está pasando? Nada. Solo un remolino de humo que se esparce en finas líneas cuando toca la ventana. Si algo, se ha convertido más en una estatua, inalcanzable y frío. Cierro los puños contra mis costados y entierro los dedos de mis pies en la alfombra, evitando acercarme a él. Sé que él no respondería amablemente a ello y me estoy sintiendo raramente vulnerable ahora mismo, desnuda y ansiosa. —¿Dónde está Nicky? —Mi voz es ronca y con miedo, y esa es la primera cosa que me sale—. Ella… ¿se lo llevó? Esto provoca una dura carcajada. —No. Ella no lo haría. —¿Por qué no? —No contesta, así que le hago otra pregunta—. ¿Entonces dónde está? —Él está bien. Está con alguien que puede estar ahí para él ahora mismo.
—¿Y tú no eres esa persona? —No. No ahora mismo. Su insensibilidad comprime mi pecho y una pregunta estrangulada se me escapa. —Thomas, ¿qu-qué está pasando? ¿Has siquiera ido a casa los últimos dos días? Suspirando, se gira. Su rostro está marcado con impaciencia. Mirándome de arriba abajo, aspira una honda calada, tomando el cigarrillo entre su dedo corazón y el índice. Sus ojos son severos y perezosos, y a pesar de mi ansiedad, mi coño se contrae. Me estremezco ante el dolor sordo. Mi estremecimiento no pasa desapercibido y su mirada cae hasta la intersección de mis muslos. Me hace súper sensible a la humedad que sigue estando ahí, tanto que aprieto mis suaves y carnosos muslos. —Vístete. Te llevo a casa. —No, no hasta que me digas qué demonios te está pasando. Levanta su cigarrillo a medio fumar y lo señala, su voz está llena de sarcasmo.
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—Estoy intentando matarme. —Luego lo lanza lejos, añadiéndolo a la basura que hay en el suelo y se dirige a su escritorio, recogiendo sus llaves—. ¿Vamos? No pienso. Ni siquiera le digo a mi cuerpo que se mueva. Tan solo lo hace, y el siguiente segundo, me lanzo a él, escalando su robusto, poderoso cuerpo. Suelta un resoplido ante el impacto y cambia la postura para soportar mi peso. Mis brazos rodean su cuello y mis muslos se anclan a su cintura. Mi coño mojado se desliza por su estómago rígido, el vello rizado de su ombligo hace cosquillas en mi clítoris, haciéndonos estremecer a los dos. Apoyo mi frente en la suya y lo miro a los ojos. —Ella volverá, Thomas. Ya lo verás. —Mi promesa raspa mi garganta y mi lengua, pero sigo hablando—. Se dará cuenta de cuánto te ama y regresará, lo prometo. Estoy segura. Thomas acomoda sus brazos bajo mi culo, sus palmas calientes rozan la zona sensible causada por el roce con la alfombra. —¿Sí? ¿Es eso lo que sabes? —Su voz grave me pone inquieta, y el hecho que me esté masajeando el culo, acariciando la zona sensible, como si le preocupara que esté adolorida, no ayuda. Me está mirando como si fuera algo… precioso, pero irritante. Como si lo confundiera. Como si no pudiera creer que estoy hablando de su esposa mientras me aferro a él desnuda, rozando mi sexo contra su estómago como una puta.
—Lo hará. Te amó una vez, y te amará de nuevo. No puedes escapar del amor. Tan solo no puedes. —El amor tiene que ser suficiente. No sé a quién estoy intentando convencer, a él o a mí… Thomas no puede dejar de amar a Hadley, y yo no puedo entender el hecho que alguien no ame por voluntad propia a este hombre. Es incomprensible para mí. Me duele. Thomas flexiona sus dedos y aprieta nuestros cuerpos más juntos. Siento que se endurece contra mi culo, y mi centro palpita en respuesta. Estamos atrapados en el cuerpo del otro, resbaladizos y calientes cubiertos de sudor e inagotable lujuria. —Me dijo que volvería el miércoles, pero no está aquí, y yo… no sé qué hacer. Es una declaración tan vulnerable, casi infantil, y no puedo evitar besarlo y beberme su dolor para que desaparezca. Cuando nos separamos, él dice con intensidad y ojos brillantes.
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—No la merezco, no después de no haberla cuidado durante tanto tiempo. No sé cuándo pasó, pero la perdí de vista. Me olvidé de ella. Me olvidé de todo excepto de mis palabras. Nadie se merece eso. Nadie se merece ser olvidado. Ni siquiera me di cuenta que estaba llorando hasta que suelto un hipo y sus rasgos se retuercen por la culpa. Esto es por lo que sigo volviendo a él una y otra vez. Esto es por lo que no me importa si rompo cada simple regla y me rebajo como una zorra, como una ramera. Porque está solo. Porque no es correspondido en el amor. Y por una razón incomprensible, me mata verlo así. Giro mis caderas contra él, preguntándome si he perdido la cabeza. ¿Cómo es posible estar tan, tan triste y llena de lujuria a la vez? Thomas pone su mano sobre mi mejilla e intenta limpiar el agua salada, pero estoy rebosante de emociones. Dios, me duele tanto ahora mismo. Por Thomas. Por mí misma. —Así que, ya lo ves —susurra contra mis labios, moviendo la mojada y suave carne, sobre mis labios carnosos y salados—. Sí puedes dejar de amar a alguien si te enamoras de alguien como yo. Mientras me abraza incluso más fuerte y une sus labios a los míos, yo solo puedo pensar en una cosa. Si alguna vez me enamoro de Thomas Abrams, nunca podré dejar de hacerlo.
Diecinueve
L
e prometí a Thomas que no me arrepentiría de lo sucedido y no lo hago. De verdad, honestamente no lo hago. No me arrepiento, pero es difícil mantener las cosas en perspectiva cuando el mundo que te rodea está abucheando a Hester Prynne4 por tener una aventura amorosa. Incluso marcaron una letra escarlata A en su pecho por eso. Quiero saltar y gritar, su esposo estaba pretendiendo estar muerto. Ella estaba sola. ¿No se merecía amor? Pero no puedo, porque quiero vomitar.
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Resulta que la gente del teatro arriba estaba practicando una obra de teatro basada en la novela La Letra Escarlata, y esta noche la están presentando en el Auditorio Lincoln de la universidad. Emma y Matt están sentados a mi lado en asientos de vinilo rojo y están absortos en una conversación susurrada. Realmente no sé qué estarían hablando que requiera tal nivel de privacidad. Dylan no está aquí, porque aparentemente todavía no se han reconciliado y eso me hace sentir miserable, como si su pelea hubiera sido culpa mía. ¿Pero no es culpa mía, o al menos culpa de alguien como yo? ¿Como la madre de Emma que engañó a su padre y destruyó a su familia? Aparto la vista de ellos y mi mirada se posa en una pareja sentada dos filas más abajo. Se están besando en el teatro oscuro. Como una pervertida, miro su tierno abrazo. El chico tiene sus manos enterradas en el cabello de la chica y ella se está sosteniendo de sus hombros. Se ve suave y cariñoso, y tan diferente de lo que sucedió entre Thomas y yo. Pero, aun así, logra quemar mi lujuria por él. Ahora la necesidad de vomitar es aún más fuerte. De repente, me levanto y me dirijo hacia la salida. Matt y Emma están ocupados consigo mismos, así que nadie se da cuenta que me escabullo. Busco un baño frenéticamente y vomito lo que sea que comí en el sanitario cuando entro a uno. Dios, soy Hester Prynne. Soy una ramera. Tengo un fuerte impulso por esconderme y nunca volver a mostrar mi rostro. Mi bañera se ha convertido en mi mejor amiga porque he pasado dos noches escondida dentro de ella. Me siento tan avergonzada. Siento Personaje de la novela la Letra Escarlata de Nathaniel Hawthorne. Una mujer que fue condenada por adulterio por sus vecinos puritanos. 4
que la gente me echará un vistazo y lo sabrá, como si mi piel brillara escarlata. Quiero volver al ayer y vivir allí. Cuando Thomas está cerca, nada se siente mal. Lo que hicimos no fue vergonzoso. Fue supervivencia. Necesito a Thomas ahora mismo. Necesito que me haga sentir mejor. ¿Qué irónico es que la única persona que puede hacer que esto desaparezca, sea el mismo que me convirtió en este lío estremecedor y ansioso?
Presa del pánico, corro a través de las calles a medianoche, apenas prestando atención a mi entorno. Llego al Laberinto, alto y sombrío. Una vez dentro, tomo las escaleras de dos en dos y sigo corriendo hasta llegar a la oficina de Thomas. Giro el pomo, pero no abre. Lo intento de nuevo, y una y otra vez hasta que estoy agitando la puerta, golpeando con mi puño. Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios.
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Estoy hiperventilando. Mi respiración suena demasiado fuerte para la tumba del silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué no está aquí? Un pensamiento ilógico aparece en mi cabeza, ¿y si Thomas se ha ido? ¿Y si nunca lo vuelvo a ver? ¿Y si se fue como Caleb, sin decir adiós? Mi tatuaje arde. Sé que es estúpido. Thomas no se irá. No puede. Vive aquí. Tiene un trabajo aquí. No puede irse a mitad de semestre, ¿o sí? Pero no estoy escuchando mi propio razonamiento. Todo lo que puedo sentir es la sensación de abandono, la traición que sentí cuando me encontré sola en una casa extraña, llena de cuerpos borrachos. No puedo… no puedo soportarlo. No otra vez. Quiero caer de rodillas y sollozar, pero mi pánico no me deja. Me está llenando con una especie de energía extraña que vibra a través de mis piernas. Antes de darme cuenta, estoy corriendo de nuevo. Llego a las mismas calles, hasta que estoy entrando en la zona residencial donde la nieve cubre los jardines en un brillo blanco, por lo que parece deshabitado. No disminuyo la velocidad hasta que llego a su casa. Está oscuro, desierto. Las ramas desnudas del árbol que se ciernen sobre el tejado, se balancean con el viento, como si fuesen solitarias. Hipando con frío y sin aire, camino hacia la calzada de entrada. Mis pies se arrastran. El pavimento debajo de mis botas se convierte en arena,
aferrándose a los tacones como dedos pegajosos. No quiero terminar esta caminata, no quiero ver lo que hay al final del camino, pero pongo un pie delante del otro. Mantengo mi mirada en la casa, deseando que los ladrillos muestren signos de vida dentro de ella, pero no hay movimiento. Las ventanas están tan oscuras como siempre. Solo la puerta blanca brilla bajo la luz amarilla del porche. Tragando y rompiendo un millón de reglas, me convierto en una intrusa una vez más. Troto por el patio, alrededor de la casa. Recuerdo la ventana en la parte trasera, a través de la cual vi a Thomas con Hadley hace solo unos días. Mucho ha cambiado desde entonces. Tengo demasiados secretos ahora. Acerca de Thomas. Sobre mí. Sobre quiénes somos y de lo que somos capaces. En mi prisa por llegar a la ventana, resbalo sobre la tierra húmeda y nevada, cayendo con un grito. Mierda. Lágrimas llenan mis ojos mientras intento levantarme, pero en el proceso, raspo mis rodillas contra los guijarros y los helados parches de nieve.
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Estoy quitándome el barro cuando una fuerza me empuja hacia atrás y choco contra algo duro y cálido. Algo moviéndose, gruñendo. Algo que huele a sudor y chocolate. Thomas. Él está aquí. Me desplomo contra su pesado pecho, el alivio me debilita y me hace flexible. Gracias a Dios. Gracias a Dios. Gracias a Dios. Las puntas de sus dedos se clavan en mi brazo y él me da vuelta para enfrentarlo. Está sudando. Una bocanada de aliento invernal se escapa de sus labios abiertos mientras gotas de sudor caen por su frente. Su hermoso cabello oscuro está escondido debajo de una capucha negra, pero algunos mechones caen sobre su frente, enmarcando sus ojos resplandecientes. Me siento tan aliviada de verlo que sonrío, una sonrisa perezosa, una que dice, acabas de salvarme la vida. La ira en sus rasgos se intensifica. —¿Qué demonios estás haciendo aquí? —gruñe, jalando sus auriculares con su otra mano. Una melodía apagada flota a nuestro alrededor, el sonido amortiguado de un ritmo que quiero escuchar también. Quiero ver qué tipo de música le gusta—. Layla —advierte, su rostro se inclina hacia mí, sin duda para intimidar. Estoy tan tranquila de alivio que nada de lo que pueda decir o hacer me hará temerle. —Thomas. —Suspiro sintiéndome vertiginosa y ridícula—. No estabas en tu oficina, así que pensé…
Me sacude, efectivamente cortando mi discurso. —¿Así que pensaste qué? ¿Que no te follarían esta noche? ¿Estás tan desesperada por eso? —masculla como si estuviera disgustado. Su disgusto me duele más de lo que podría haber imaginado. Todo el día he estado atormentada por la culpa y el odio por mí misma y sinceramente, esa obra tampoco ayudó. Todo el día pensé que Thomas era la única persona que me tranquilizaría, que me haría sentir mejor. Antes que pueda decir algo, habla, su voz ronca cambió a un susurro de aserrado. —¿Por qué no puedes dejar que te salve, Layla? ¿Por qué lo haces tan jodidamente difícil? —El destello de agonía y arrepentimiento es tan denso y brillante en su rostro que veo sus verdaderas intenciones. No estaba en su oficina porque sabía que yo iría. Sabía que no sería capaz de mantenerme alejada de él. No estaba allí porque estaba tratando de… sí, salvarme. A mí. Nadie ha hecho eso por mí antes. Nunca he sido tan importante para nadie. Su paciencia parece estar agotándose y pongo mi palma en su mejilla. —Pensé que te habías ido y nunca te volvería a ver… como hizo Caleb.
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Algo cambia en Thomas. No lo entiendo, pero sé que es diferente a su enojo de hace unos segundos. Sus dedos se calientan en mi brazo y puedo sentirlo a través de mi abrigo. Me pregunto qué dije. Su ceño fruncido coincide con el cielo negro y realmente puedo escucharlo rechinando sus dientes. Se quita la capucha, jugueteando aún más con el cabello sudoroso y me tuerce el brazo, empujando mi espalda contra el árbol. La corteza es áspera y está empapada de nieve líquida y siento que el frío se filtra. Estiro mi cuello para mirar sus hermosos y brillantes ojos. El impacto de su belleza, no disminuye sin importar cuántas veces lo mire. —Caleb —murmura sobre mi boca y agarro su sudadera por su cintura. Abre mis piernas con las suyas antes de invadir el espacio entre mis muslos y presionar mi cadera contra el árbol. Mis dedos se flexionan donde estoy sosteniéndolo, con ganas de meterse debajo de la pesada tela y tocar su abdomen. Quiero su boca sobre mí. Quizás él sabe lo que quiero. Tal vez él pueda verlo en mi rostro, porque se acerca y roza sus labios sobre los míos. La locura me agarra y me acerco a tomarlos con mi boca, pero él se aleja, dejándome jadeando. Se balancea contra mí, dejándome sentir su dureza.
—¿Crees que tu Caleb puede hacer esto? —¿Qu-qué? —Estoy aturdida por la excitación. No quiero hablar de Caleb, no ahora. Me acerca a su pecho y me frota contra su polla, gimiendo, controlándome como si fuera su muñeca. Su pequeña muñeca sexual. Gimo. ¿Por qué esto me excita tanto? —¿Crees que puede ponerse duro por ti, Layla? —Su aliento caliente me roza la frente, haciendo que mi espalda sienta un hormigueo. —No. No por mí —susurré contra su cuello, sintiendo el movimiento de su manzana de Adán mientras traga. —¿Sí? ¿Qué tal si lo acaricias? Lento y agradable. —Él quita mi mano de su sudadera y la pone en su polla. Masajeo su dolorosa dureza a través de su pantalón de chándal—. ¿Sabes cómo hacer eso? ¿Sabes cómo acariciar un pene para que se ponga duro y doloroso, listo para follarte? Su pecho tembloroso choca contra mis tetas, hasta que mi cuerpo imita sus acciones, estremeciéndose a cambio, respirando temblorosamente. —N-No. Yo… nunca he hecho eso. —Niego con mi cabeza y froto mi nariz contra su cuello.
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Thomas se aleja y aprieto su miembro, tratando de detenerlo. Él cierra su mandíbula y me mira con ojos peligrosos y apasionados. Ahora estoy asustada, temblando de miedo, esperando su próximo movimiento, parpadeando. Sin decir una palabra, casi rompe los botones de mi abrigo y el aire frío me golpea el pecho. Jadeo, perdiendo el aliento. —Th-Thomas, ha… hace frío. —Mis dientes castañean cuando su mano se mete debajo de mi falda y agarra mis medias—. Por favor, tengo tanto frío. Él jala la tela y me acerca al calor de su cuerpo. —Te lo estoy recordando. —¿Qué? —Lo que dije sobre entrar sin permiso. Un pensamiento fugaz llega a mi mente. Un largo recuerdo de nosotros bromeando en La Alquimia en la noche de poesía. Cosas malas suceden a aquellos que entran sin permiso. —Lo siento. Entré en pánico. Pensé que me dejarías también. Yo… —Lo sé, como Caleb. —Junta nuestras frentes—. Y eso es otra cosa que te voy a recordar… no soy Caleb. —Oh Dios, tienes que parar. Por favor.
Una sonrisa se asienta en sus labios, una tan fría como el invierno que nos rodea. Suelta mis medias y me decepciona a pesar que le pedí que lo hiciera. Entonces engancha sus dedos alrededor de estas y las tira hacia abajo, dejando mis muslos vulnerables y desnudos, y pierdo mi aliento con el frío una vez más. —Caleb no haría eso, ¿o sí? —Ajusta la pretina del material inútil para que quede en la carne suave justo por encima de mis rodillas—. Se detendría si se lo pidieras, pero ¿quién soy yo, Layla? ¿Cuál es mi nombre? —Thomas —respondo, temblando mientras gira sus manos calientes a lo largo de la parte posterior de mis muslos. Mis entrañas congeladas comienzan a derretirse bajo su toque. El frío no tiene sentido, no tiene poder sobre mí.
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—Sí —murmura, como complacido. Mi respiración tiembla con el placer en su voz—. No me detendré incluso si me lo pides. Te haré desnudarte en el frío, te pondré de rodillas en el suelo y te follaré hasta que te llene. ¿Sabes por qué, Layla? —Niego, hipnotizada por su voz—. Porque quieres que lo haga. Porque es por eso que viniste aquí, asustada más allá de toda razón. Quieres que te folle en mi patio trasero, ¿no es así? Quieres que te doble y te penetre para que grites y despiertes a todos. ¿Y sabes lo que pasará entonces? —¿Qu-qué? —Me estremezco cuando sus manos van a mi trasero y lo aprietan. —Ellos abrirán sus ventanas, todos adormilados e irritados, listos para llamar a la policía por quien sea que esté haciendo todo ese ruido, pero luego te verán, sobre tus manos y rodillas, siendo follada, tomando mi polla y gritando. Tu cara arrugada. Lágrimas cayendo por tus mejillas… — Hace una pausa, gimiendo en mi cuello, excitado por su propia historia—. Y no podrán detenerse. Ellos acariciarán sus pollas al ritmo de tus gemidos y cuando te vengas, se vendrán en sus pantalones. ¿Cierto, Layla? Te verán en el suelo, desnuda y retorciéndote y enloquecerán. Podría morir ante las palabras impactantes que salen de su boca. Estoy tan enredada en la red erótica que ha tejido que todo lo que puedo hacer es gemir. Todo lo que puedo sentir son los ojos imaginarios, mirándonos y quiero hacer un espectáculo para ellos. —Amas eso, ¿verdad? Te encanta que te deseen. —Está tan perdido como yo. —Sí —siseo, imaginando la imagen lasciva que acaba de pintar con sus palabras. Es un experto en palabras, un sucio y autoritario experto en palabras, y no quiero que se detenga. —¿Y cuál es mi nombre? —Thomas.
Abro mis ojos para mirarlo. Una media sonrisa florece en sus labios, poniéndome aún más caliente. El elástico de las medias aprieta mi piel mientras empuja mis pies aún más separados. —Levanta tu falda para mí —susurra sobre el palpitante latido de mi cuello, luego lo lame, enviando ondas eléctricas a mi sexo. Está masajeando mis nalgas, infundiendo calor en todas las partes de mi cuerpo y ni siquiera lo pienso dos veces antes de hacer lo que me indicó. Renuncio a todo mi control y sostengo mi falda, apretando la tela de lana a cuadros, exponiendo mi coño cubierto con mis bragas. Thomas pasa sus dedos sobre la costura de mi ropa interior de algodón liso y dejo escapar un gemido, frotando la parte posterior de mi cabeza contra el árbol. —Estás jodidamente mojada. —Muerde la unión de mi cuello y hombros, luego calma la punzada con su lengua—. Pide chupar mi polla. —Otro susurro seguido de otra mordida en mi cuello y una lamida de su lengua. Está pasando su dedo arriba y abajo por mi coño antes de deslizarse debajo de la tela para jugar con mi agujero mojado, pero nunca hace contacto con mi apretado capullo. Él no me da alivio—. Vamos, Layla. Ruégame.
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La necesidad en su voz reemplaza la necesidad en mí y haré cualquier cosa por él. Me olvidaré de mi propio placer y chuparé su polla, solo para poder sentir su pulso en mi lengua. —Por favor, Thomas, ¿puedo chupar tu polla? —Sus ojos se entrecierran de deseo, pero guarda silencio. Sé que quiere que suplique más y lo hago—. Por favor, lo quiero tanto. Por favor. No la… ¿No la pondrás en mi boca? Thomas aprieta sus dientes, con más fuerza que nunca y me aprieta el culo con tanta fuerza que no puedo evitar que un gemido se escape. Lamo mis labios. —Por favor, ¿Thomas? Pon tu polla en mi boca. Él suelta mi trasero y me empuja hacia abajo. La punzada que siento cuando mis rodillas huesudas caen al suelo no es normal. Creo que corté mi piel cuando me caí antes, y ahora voy a presionar esa herida mientras lo chupo… pero está bien. Haré lo que sea por él. —Ya que lo pediste, muy bien. —Su voz gruñona me pone más húmeda. Entonces me olvido de mi propia excitación porque su polla dura está delante de mí. Thomas ha bajado sus pantalones lo suficiente como para revelar la gigante… cosa en mi rostro. Mierda. Mierda. No me extraña que me doliera tanto anoche. Es enorme, gruesa y ancha, y… muchas otras cosas para las cuales todavía no se han hecho palabras.
Hay un surco en medio de su cabeza morada y puedo apoyar mi lengua contra eso si quiero. Una vena desciende por toda su longitud, y la piel se vuelve más oscura a medida que alcanza la base ancha. ¿Y esas dos bolas que tiene? Vaya. ¿Se supone que son así de enormes? Intento recordar todo el porno que he visto, todas las pollas desnudas que he visto, pero no puedo. —¿Asustada, señorita Robinson? Levanto mis ojos a su boca burlona. Estúpido. Quiero darle una cucharada de su propia medicina por reírse de mí, pero no lo hago, porque se está ahogando en la lujuria. Puedo verlo. Sus hombros tensos. Su jadeante pecho. El fuerte agarre de puño en mi cabello. Él me necesita. —Es tan grande —le digo sinceramente, como si no lo supiera, y toco la nudosa cabeza con mi dedo. Se sobresalta en reacción—. No creo que encaje en mi boca. Su mano se flexiona en mi cabello con mi pequeña voz y respira profundamente.
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—Entonces seguiremos intentándolo hasta que lo haga… —Me obliga a volver mi cabeza, tirando de los músculos de mi cuello, y empuja mis labios con su polla. Abro mis labios para chupar la punta y gimo cuando lo pruebo por primera vez, salado con un toque de dulce y algo masculino y duro. Su piel es tan suave, tan delicada. Tengo miedo de morderlo. Oh, y hace calor, tanto que todos los pensamientos del invierno, de los fríos vientos que golpean mi pecho, desaparecen en un instante. Bañé su cabeza, moviendo mi lengua en la ranura, probando la textura de la misma. Thomas gime sobre mí, ambas manos sosteniendo mi cabello prisionero ahora. Un súbito estallido de sal alcanza mi lengua y retrocedo. Claro. Liquido pre seminal. Por supuesto. Una gota se asienta en la corona y dejo que mi lengua la atrape. —Joder —jadea Thomas. Vuelvo a chuparle la cabeza, pero esta vez no me detengo allí. La llevo más profundo, hasta que se queda atrapada entre mi paladar y mi lengua. —Mierda. —Thomas maldice de nuevo y levanto mis ojos hacia él. Las llamas gemelas están rugiendo en este momento. Me está mirando como si fuera a joderme la vida. Lamo la parte inferior de su pene para recompensarlo por esa mirada, para decirle que puede hacer lo quiera conmigo. Su estómago se aprieta y extiendo mi mano para tocar los músculos debajo de su sudadera con capucha, pero Thomas niega.
—No. Mantén tu falda arriba. Quiero ver esos muslos temblar con la fuerza de mis embestidas. Levanto mi falda olvidada mientras Thomas se empuja dentro de mi boca, casi inclinado sobre mí hasta que mi culo desnudo golpea el árbol cubierto de nieve. Salto ante el aguijón invernal. Continúa presionando hasta que mi mandíbula esta ancha y dolorida, y luego comienza a moverse. Golpes cortos y fuertes. Aunque solo está dentro de mi boca, lo siento por todos lados, como si estuviera a punto de explotar, llena de él, su esencia. —Dios, eso se siente… —Deja escapar un gruñido, moviéndose en un ritmo erótico y caliente—. Joder, eres buena en esto. Si no lo supiera, diría que ya has hecho esto antes. A pesar de mi fuerte reflejo de arcada, estoy sonrojada por el placer, pero no dura mucho. Thomas saca su polla mientras mantiene a mi mandíbula prisionera en su fuerte agarre. Él está doblado en la cintura, se cierne sobre mí. —¿Has hecho esto antes, Layla? ¿Alguien te enseñó?
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Enseñar. La palabra significa tantas cosas entre nosotros. Si él no fuera tan serio, disparando fuego desde su mismo toque, me hubiera reído de su pregunta. Pero niego con mi cabeza, o trato de hacerlo, ya que él la está deteniendo. —No. Nunca. Tú eres mi único maestro. Todavía no soy lo suficientemente valiente para decirlo, pero está implícito. Lamo mis labios mojados, sorprendida de encontrar un pegote de saliva pegado a mi labio inferior y parpadeo hacia él. La presión de su agarre en mi mandíbula y mi cabello aumentan, haciéndome gemir. —Thomas, duele. No lo hace, no realmente y aunque lo hiciera, no me importaría. Solo lo digo para volverlo loco. Misión cumplida. Su comportamiento se vuelve aún más rudo cuando se endereza y apuñala su polla dentro. Entra aún más lejos que la última vez hasta que empiezo a toser por la invasión. Se retira de inmediato, dejándome tragar aire. Una vez que mi respiración se estabiliza, él repite sus acciones, puntuando mi respiración con tos. —Esto es lo que sucede, Layla. —Su discurso es ambiguo y cortante al mismo tiempo—. Esto es lo que sucede cuando haces algo que específicamente te dije que no hicieras. Esto es lo que sucedes cuando te
pavoneas aquí con tu falda corta y tu saco púrpura y me das miradas con esos ojos grandes y violetas. Él está jadeando, manteniendo el ritmo de castigo que se siente como todo menos un castigo. Se siente… íntimo, fuera de control, desesperado y me encanta. Cada centímetro de mi cuerpo lo ama. Mis muslos tiemblan como él predijo que lo harían. Mis pechos cuelgan pesados y llenos y mi tatuaje quema ardiente en mi estómago. —Tú me obligas a hacer esto. —Mueve sus caderas, haciendo que mis ojos se llenen de agua por la presión—. Tú me haces abusar de tu boca. La forma en que su voz se rompe al final me hace gemir, y acaricio su pene con mi lengua. Con una maldición que resuena hasta mis huesos, la arranca de mi boca y la acerca a mi mentón y garganta. Su esperma salpica en mi cara en gruesas gotas, deslizándose hacia abajo, un poco manchando el cuello de mi suéter blanco y algo llegando a mi pecho. Sobre mí, Thomas apoya una mano en el árbol, el otro acariciando su excitación todavía sacudiéndose. Su cabeza está inclinada y sus ojos están cerrados. Si no lo conociera mejor y si no lo hubiera chupado hasta el final, pensaría que estaba sufriendo. Pero no, esta es la consecuencia de su lujuria por mí, agonizante y gloriosa.
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Thomas se enfoca en mí. —Las despedidas no son mi fuerte, pero tampoco te dejaré como un cobarde.
Veinte
L
as palabras de Thomas vibran dentro de mi mente, y me toma un momento entenderlas. Cuando su significado se asienta en mí, me hundo de alivio y me lleno de ternura. Me está prometiendo que no me abandonará como lo hizo Caleb, no sin antes decirme. Suelto mi falda y froto su esperma sobre mi cuello y barbilla en círculos, con la esperanza de meterlo debajo de mi piel. Lamo unas gotas que cuelgan de mi boca. Sabe como el mejor chocolate, salado y espeso. Sus labios se abren con una respiración áspera y él me levanta del brazo, al mismo tiempo que se levanta los pantalones. Chillo por el dolor repentino en mi rodilla cuando la presión de arrodillarse se desvanece. —¿Qué pasa? —pregunta Thomas frunciendo el ceño—. ¿Te... te hice daño? Su preocupación por mí alivia el dolor.
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—No. Es solo... creo que me raspé la rodilla cuando me caí antes. No es nada. Antes que pueda terminar, Thomas está de rodillas, examinando mi lesión. Baja aún más mis medias e inspecciona mis rodillas, están sangrando. Él maldice y baja la cremallera de mi bota derecha. —¿Qué estás haciendo? —Me sujeto de sus hombros mientras levanta mi pierna y me quita la bota. El suelo está congelado, literalmente congelado, y me produce escalofríos. Me siento como una Cenicienta sangrante que acaba de hacer una mamada a su sucio Príncipe Encantador, y ahora, en lugar de ponerme las botas en los pies, me las quita. —No puedes ir a casa así —responde mientras lucha con mi otra bota—. Necesitas que te limpien y te venden. —Cuando me saca las botas, me quita los calientapiés y mis medias, hasta que mi mitad inferior queda expuesta al aire frío. Se pone de pie—. Vamos, tengo un botiquín de primeros auxilios. Como el clima, me congelo ante sus palabras. Me despiertan de golpe, dispersando la locura. Mis acciones se vuelven claras, como si no las hubiera cometido yo misma. Le di una mamada en su patio trasero, justo frente a la ventana donde lo vi pasar a él y a su esposa. Dios, soy tan zorra, e incluso la presencia de Thomas no puede aliviar la culpa en este momento.
—Layla. Me concentro en él, la languidez de su cuerpo, las motas de excitación todavía coloreando sus mejillas. —No puedo... no puedo entrar allí. Se queda en silencio, como si entendiera por qué, como si viera la locura de lo que acabamos de hacer. No podemos romper todas las reglas. Yo no puedo romper todas las reglas de ser La Otra Mujer y poner un pie en su casa. Pasa la mirada por mis piernas y hace una pausa en mi estómago, como si viera mi tatuaje a través del suéter. —Te hice sangrar, así que soy yo quien tiene que limpiarte. —Lo dice como un castigo, pero aun así logra que broten mariposas en mi estómago. Con eso, se da vuelta y comienza a caminar hacia la parte posterior de su casa, llevando mis medias, botas y calentadores de piernas.
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Permanezco inmóvil durante una fracción de segundo antes de enderezar mi abrigo y salir a buscarlo. Thomas está en la puerta, esperando a que lo alcance. Le quita el cerrojo y se aparta para dejarme entrar primero. Entrar a su casa por la puerta trasera hace que toda la situación sea aún más ilícita. Se siente como si estuviéramos irrumpiendo. Sus hombros están tensos como si se diera cuenta de lo mismo que yo. Somos como ladrones en la noche, allanando juntos. La luz de la estufa está encendida y la nevera produce un zumbido sordo. Es un sonido típico de una cocina típica, pero estoy impresionada, porque es la casa de Thomas, y estoy en ella. Thomas se queda quieto en la isla, no por un largo tiempo, pero lo suficiente como para notarlo y preguntarme. ¿Por qué se ve perdido en su propia casa? Luego sale de su trance y arroja su teléfono, su billetera y sus llaves a la isla de mármol. —Toma asiento. Voy a buscar el botiquín de primeros auxilios. Lo escucho caminar por lo que debe ser el pasillo y uso mi tiempo para absorber todo sobre el lugar. Hay una máquina de café junto a la puerta con un soporte para tazas. Tiene una taza de NYU colgando en la parte superior y toco la cerámica fría, extrañando la ciudad con dolor. Thomas fue a NYU cuando yo debía haber tenido ocho o nueve años. Él vivía en la misma ciudad que yo. Me hace pensar que podríamos habernos cruzado, el poeta en ciernes y yo. Almas gemelas. Tal vez lo vi a través de la multitud, pero nunca me di cuenta. Su casa tiene un diseño de planta abierto y la sala de estar y el comedor son visibles desde la cocina, iluminados por pequeñas luces de
noche. Trazo el sofá de cuero con mis manos, el sofá en el que se sienta por la noche mientras califica trabajos. A la izquierda están las escaleras y el pasillo por el que Thomas desapareció. Puedo escucharlo mover cosas en el baño. Camino por el piso de madera, mis pies descalzos apenas hacen ruido. Me detengo en una habitación con una puerta entreabierta. Emite una invitación tácita para una intrusa como yo. Tragando, la abro más para revelar una habitación llena de cajas y un extenso escritorio, iluminado solo por la luz de la luna que entra por la ventana. Trazo mi palma sobre la superficie de la madera y siento los arañazos, la textura áspera de la misma. Este es un escritorio con historia, con cierto carácter. No se parece a la superficie lustrosa y pulida del escritorio de su oficina. Me gusta más este. La parte de arriba está vacía a excepción de una pequeña lámpara polvorienta. Ni siquiera habita una pluma. Me pregunto si son sus habilidades organizativas en el trabajo o algo más. Se siente como algo más.
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Miro las cajas, toda la montaña de ellas junto a la pared. Están etiquetadas: Viejo, NYU, Poesía, Literatura, etc. Me detengo en la etiquetada Anestesia. Está sellada. Quiero abrirla y ver qué hay dentro. ¿Cuáles son las posibilidades que se dé cuenta si robo algo de aquí? —Ni siquiera lo pienses. Saltando, me doy la vuelta. —¿Pensar en qué? Thomas enciende la luz en el escritorio, dejando la habitación suavemente iluminada. La luz amarilla es la misma que su oficina, me recuerda a nuestra follada en las sombras. Presiono mi mano en mi estómago donde siento algo moviéndose. —Tomar mis cosas sin permiso. —No lo haría —resopló—. Solo estaba mirando alrededor. —Extrañamente, no estoy sorprendido. —Su tono es seco—. Siéntate. —Señala el escritorio, y ahí es cuando me doy cuenta que lleva una caja de primeros auxilios. Me acerco y meneo mi trasero sobre la superficie. Él observa cada movimiento, haciéndome muy consciente de mi propio cuerpo, especialmente mis muslos y pantorrillas desnudos. Se sienta en la silla, que cruje bajo su peso, y una inyección de excitación recorre mi centro. Si me pongo más húmeda, dejaré huellas en su escritorio, y este no es el momento. Estoy tratando de ser buena, respetuosa.
Sentir lujuria por Thomas en su propia casa está mal, más mal de lo que hemos hecho hasta ahora. ¿No se supone que una casa es un lugar seguro? Y estoy invadiendo ese lugar seguro con mi presencia mancillada y arruinada. Thomas pone su mano sobre mi rodilla derecha y se sacude. Ni siquiera es un toque sensual. Hay una cualidad clínica sensata cuando pone mi pie en su muslo. Él hace lo mismo con la otra pierna, apenas me toca, apenas se detiene en la piel, pero lo siento de todos modos. El silencio es tenso, más tenso que los deliciosos músculos de sus muslos contra los que me quiero frotar, pero no lo haré. Podré ser una puta, pero incluso yo tengo límites. Aquí no. Aquí no. Aquí no. Él se acerca y saca vendajes y otras cosas de la caja con movimientos tensos y espasmódicos. Tengo la sensación que, como yo, se aferra a su control de un hilo. —Eh, ¿siempre quisiste ser poeta? —Mi voz suena chillona, pero necesito llenar este estúpido silencio.
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Él no responde por un momento, aplicando alcohol sobre una bola de algodón y luego poniéndola en mi herida sin previo aviso, provocándome hacer mueca de dolor y maldecir. Él me mira a través de sus pestañas antes de enfocarse en mis temblorosos muslos. —No soy bueno con las palabras —dice, sorprendiéndome—. O, mejor dicho, hablando. Cuando era niño, pasaba días sin hablar con nadie en la escuela, enterrado en libros de texto, cómics y demás. A veces sentía que tenía mucho que decir, pero no sabía cómo. —Hace una pausa para limpiar la herida de la otra rodilla. Esta vez estoy preparada para no saltar demasiado—. Luego encontré los diarios de mi papá, sus poemas, y lo supe. —¿Supiste qué? —Mis manos se agarran al borde del escritorio. Es mi forma de evitar que se hundan en su precioso cabello. —Que esta era la forma en que yo podía hablar. —¿Tu papá también era poeta? —No uno de verdad. —Estoy confundida por su respuesta y explica—: Nunca publicó nada. —Oh —digo patéticamente. Su definición de poeta "de verdad" no me sienta bien, pero ¿qué sé yo? Ni siquiera soy una poeta falsa—. Entonces, él debe estar muy orgulloso de ti. —Está muerto. —Termina de vendar mi otra rodilla—. Además, ya no soy un poeta. Antes que pueda preguntar qué quiere decir con eso, hace una pregunta por su cuenta.
—Entonces, ¿siempre quisiste ser una acosadora? Sus ojos resplandecientes... están sonriendo, levemente. Debería ofenderme que se esté riendo de mí, pero no. De hecho, realmente pienso en eso. —Bueno, supongo, sí. Fue algo inevitable. Siempre he sido invisible para todos, para mi mamá, mi papá. Ni siquiera sé si me recuerda. —Me encojo de hombros—. Y para... Caleb. Siempre los observé a través de las sombras. Entonces, sí, tenía perfecto sentido para mí convertirme en una loca acosadora. Cuando termino mi explicación, Thomas tiene un tic permanente en la mandíbula como un cable eléctrico que chisporrotea con electricidad peligrosa. Pienso en la causa. ¿Es porque mencioné a Caleb de nuevo? Comprimo un delicioso escalofrío por cómo me convenció que él es diferente a él. —¿Thomas? Su nombre pronunciado con una voz femenina, desconocida, me da escalofríos más de lo que el invierno puede.
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¿Es... es Hadley? ¿Ella está aquí? ¿Cómo pudo Thomas hacerme esto? ¿Me trae a su casa cuando su esposa estuvo aquí todo el tiempo? Thomas se pone de pie. El crujido de la silla suena más como campanadas funerarias esta vez. ¿Cómo pudo hacernos esto? Mi corazón llora. —Susan, ella es Layla. Por un segundo, me quedo sentada allí. Es Susan. No Hadley. Susan. Oh Dios, ¿quién es Susan? Salto desde mi posición como si alguien me hubiera inyectado una dosis de adrenalina. Susan es una mujer mayor, pero hermosa con el rostro que imagino tendría una cariñosa abuela. Mis abuelos; muchos de ellos, tienen rostros tallados en Botox. —Ho-hola. —Me alejo de Thomas y me paro a un lado, con las manos cruzadas frente a mí. —Hola. —Ella está confundida. Lo mira a él y a mí y luego de vuelta hacia él—. ¿Está todo bien? No estábamos haciendo nada. Ni siquiera lo estaba tocando. —Sí. —El rostro de Thomas está en blanco—. Voy a llevarla a casa ahora. ¿Nicky todavía está durmiendo? —Sí. Me desperté para tomar un vaso de agua.
—Bien. Te veré más tarde. —Sin mirarme, Thomas emite su orden— Vamos. Doy a Susan una sonrisa trémula, que ella me devuelve, y sigo a Thomas. Siento su mirada fija en mi espalda y no sé si es mi nueva paranoia o si realmente sabe que algo está pasando. Recojo mi ropa de la isla y Thomas me lleva a casa. El viaje es silencioso y tenso. No sé lo que pasó Estoy enloqueciendo, sudando y untando sus asientos de cuero. Cuando detiene el auto frente a mi edificio, me dirijo a él. —Lo siento. Por... por aparecer como lo hice. Él mira hacia adelante, sus dedos flexionándose sobre el volante. —Deberías sentirlo. —No volverá a suceder. Nunca —le digo—. Ella... Susan va a... —No tienes que preocuparte por Susan. —Me mira, y algo en sus ojos me pone en una especie de incómoda tranquilidad. Ella no lo dirá, pero lo sabrá, y eso es aún peor. Una reprimenda silenciosa. Sin embargo, ¿cómo lo sabe? ¿Podría notarlo simplemente mirándonos? ¿Somos tan transparentes en nuestra lujuria el uno por el otro?
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Thomas está esperando que salga, pero no puedo irme. Aún no. —¿Qué quisiste decir cuando dijiste que ya no eres un poeta? Su suspiro es agudo y largo. —Nada. No quise decir nada. Ahora vete a casa. —Ayer por la noche me dijiste que te olvidaste de ella, porque... porque estabas demasiado ocupado con tus palabras. —Una sensación terrible entra en mi pecho mientras pongo todas las piezas juntas—. ¿Estás... lo dejaste? ¿Es por eso que viniste aquí? ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo puede dejar de escribir? ¿Cómo puede alguien? —Sal. Pero no me muevo. —Thomas, eso es ridículo. Quiero decir, eres demasiado bueno para renunciar. Amas estas cosas ¿Y cómo puedes hacer eso? ¿Cómo puedes dejar de ser poeta? Thomas se vuelve hacia mí, su rostro duro y blanco dentro de las ventanas polarizadas de su automóvil. —Lárgate. Debería ofenderme. Debería hacerlo. De verdad. Hay muchas cosas sobre él que deberían ofenderme. Es grosero y malvado y está hecho de
bordes espinosos y dentados, pero estoy lo suficientemente loca como para ver lo que no me muestra: su dolor crudo y sin pulir. —Thomas... —Solo... vete, Layla. Solo vete. Sal. Yo... Me duele mucho lastimarte, pero lo haré. Seguiré haciéndolo porque así soy yo, así que debes cortar por lo sano y seguir adelante. Como Hadley, agrego silenciosamente. El amor de su vida, por el cual ha renunciado a lo que lo define: sus palabras. Justo aquí, en los confines de su auto, escucho que mi inocencia se hace añicos. Todo lo que he creído se ha ido. Aparentemente, el amor no es suficiente. Y justo aquí, decido que nunca me iré del lado de Thomas. Nunca lo abandonaré como hizo su esposa.
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Veintiuno
E
stoy siendo un poco mentirosa esta mañana. Le dije a Emma que tenía una cita temprano con un profesor inventado. Ella no lo cuestionó porque, bueno, no está muy atenta estos días. Estoy esperando a Dylan afuera de nuestra clase de poesía. Le he llamado hace un rato y le he pedido que se encontrara conmigo aquí. Ya llega tarde, y solo tenemos treinta minutos antes que la clase empiece. El sonido de pasos apresurados me avisa de la llegada de Dylan. Está serio, jadeando y agarrando fuertemente una taza de café mientras se acerca. —Hola, lo siento. Me demoré un poco. Me quedo mirando la taza y extrañamente, no tengo ninguna urgencia por robarle un sorbo de café. Thomas es la única persona a la que quiero robarle cosas ahora mismo.
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—Bueno, ¿qué pasa? ¿Dijiste que era algo importante? —pregunta Dylan. —Sí. ¿Por qué estas siendo tan estúpido? Sus cejas se fruncen. —¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Me refiero a lo imbécil que estás siendo con Emma. —Entrelazo mis manos y me apoyo contra la pared—. ¿Por qué siguen peleando? —No estoy peleando con ella. —¿De verdad? ¿Entonces por qué siempre está deprimida? ¿Y por qué ya no vienes al apartamento? Ha pasado una semana de su pelea y Dylan no se ha pasado por el apartamento. Siempre es Matt, y siempre me roba mis Twizzlers; lo cual no es bueno, pero mayormente, estoy preocupada por Emma. Me preocupa que algo que ni siquiera es culpa de ninguno esté causando este distanciamiento ellos. Es realmente estúpido pelear por algo que su madre hizo hace tanto tiempo. —Creo que están siendo verdaderamente estúpidos y dramáticos — añado, sin darle a Dylan la oportunidad de hablar—. Quiero decir, ustedes se aman. ¿Saben lo raro que es eso? ¿Por qué no pueden superarlo? Dios mío, podría abofetearlo por estropear algo tan precioso.
—Oye, eso me parece bien, ¿está bien? Me parece bien arreglar las cosas, pero ella está siendo irrazonable. Hasta me disculpé por toda la cosa de su madre, ¿y qué hace ella? Acepta irse a Florida con Matt para las vacaciones de primavera. —¿Qué? —¿No lo sabías? —Niego, atónita—. Bien, al parecer Matt y Emma van a ir a Florida por unos días para relajarse, todo porque tuvimos una estúpida pelea. Si me quiere poner celoso, puede seguir con eso. —Pero eso no parece propio de ella. No suena para nada como ella. Él niega. —Ni siquiera me importa. Es demasiado trabajo para empezar. Nunca debimos empezar a salir. Me incorporo y lo miro con los ojos muy abiertos. —¿Qué? ¡No! Ustedes son geniales juntos. Y tú la amas. Y ella te ama. Obviamente hay más en esta historia.
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Dylan se queda callado y me mira fijamente. Es raro, la forma en que me está mirando. Se ha puesto todo tímido y raro mientras pasa su mano por su nuca. —Tus ojos son… enormes. —¿Eh? —Quiero decir, son… son hermosos. —B-bien. Dylan… —Tenía un enamoramiento contigo el semestre pasado. Quiero decir, me gustabas. Enamoramiento suena tan juvenil. —Suelta una risita nerviosa y de alguna manera se acerca más a mí. —Dylan, eso es… —Siempre pensé que eras preciosa, y bueno, cuando te vi en la clase del profesor Abrams, q-quise pedirte que saliéramos… Se detiene e inclina su cabeza hacia mí. Sé lo que viene. Sé que va a besarme incluso antes que ponga su boca sobre mis labios. Huele a café y frío, y sus labios son suaves, quizás un poco demasiado secos. Me quedo helada debajo de él. No es miedo; sé que no me haría daño, es algo más. ¿Quizás conmoción? Estoy atónita por su acción, pero mientras desliza su lengua para lamer las comisuras de mis labios, me echo hacia atrás.
Está dolido; puedo verlo en sus ojos, y un poco avergonzado, no porque no le respondiera, sino por su pelea con Emma. Está celoso y quiere algo de control. Dios, los hombres son tan simples. Antes de poder decirle mis conclusiones, siento que alguien nos está mirando. Dylan también lo siente, y se mueve de enfrente de mí dándose la vuelta. Es Thomas. Su mirada está fija en mí y su mandíbula está duramente apretada. Es obvio que vio el beso. Mierda. Me separo de Dylan porque no ha pasado nada entre nosotros. Quiero ir hacia Thomas y decirle que no significó nada. Doy incluso un paso adelante, pero entonces recuerdo dónde estamos, y más importante, lo que somos el uno para el otro. No puedo cruzar el espacio y lanzarme a sus brazos. Tengo miedo hasta de sonreírle. Mis labios podrían desvelar nuestro secreto. Caigo en cuenta que no podemos hacer esas pequeñas cosas que hacen las parejas normales. Ni siquiera somos una pareja. —Hola, profesor —saluda Dylan, nerviosamente.
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Thomas apenas y lo mira mientras comienza a caminar hacia nosotros. ¿Qué está haciendo? Trago el nudo de mi garganta al ver su expresión severa, sus pasos determinados. Mis piernas se mueven por iniciativa propia y dan un par de pasos atrás. Se detiene frente a mí. Sus ojos son tan azules, tan ardientes. No puedo soportarlo. Abro la boca para decir algo; cualquier cosa es mejor que este silencio agresivo, pero Thomas me interrumpe. —Disculpa. Parpadeo ante él. —¿Qué? Me estudia durante un lapso de cuatro segundos. —Estás en mi camino. Lamo mis labios y sus ojos arden, se vuelven incluso más azules, si eso es posible. Una respuesta tira de mi estómago haciendo que quiera arquearme hacia él; y ese es exactamente el tipo de cosa que no puedo hacer. Me sirve como recordatorio y miro a mi alrededor. Yo, de hecho, estoy en su camino. Estoy bloqueando la puerta. —Lo siento —digo, mirándolo. En cuanto me muevo, pasa por mi lado y entra en el aula.
La clase pasa rápidamente. Discutimos Satyr5 del poeta del siglo diecisiete, John Wilmot. De acuerdo con él, los hombres son bestias y la sociedad ha civilizado a esas bestias. Que se joda la sociedad. Que se joda la racionalidad. Haz lo que quieras hacer. No juzgues tus impulsos, solo actúa en base a ellos. Hubiera creído en él si no fuera por el hecho que tuvo una gran cantidad de amantes y murió por alguna enfermedad de transmisión sexual. Thomas no me mira ni una vez. Se le ve normal, sin signos de enfado ni nada de eso, como si la escena de antes no hubiera sucedido. ¿Soy yo quien está dándole mucha importancia? Quizás a él no le importó. Quizás ni siquiera se dio cuenta. Debería de estar contenta por esto, ya que, de hecho, no fue nada, pero no lo estoy. Estoy todo lo contrario a contenta ahora mismo. Estoy… no puedo decir cómo estoy, pero no es bueno. Cuando la clase termina, decido hablar con Thomas al respecto, pero no tengo la oportunidad. Un par de chicas; cuyos nombres ni siquiera sé, lo rodean, haciéndole preguntas. Normalmente, Thomas es reservado. Nunca fomenta una discusión, saliendo rápidamente de la clase antes que alguien tenga posibilidad de preguntarle algo, pero hoy se queda, contestando a todas sus preguntas con paciencia. Les está sonriendo, asintiendo y hablando. Él nunca hace eso. Nunca.
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Me está haciendo sentir peor a cada segundo. Tengo demasiada energía inquieta, malgastada dentro de mí. Me está poniendo caliente. Me está volviendo loca. Solo quiero que él me mire una vez. Solo una vez. Cuando ya no puedo soportarlo más, me levanto de mi asiento y salgo de allí. Corro a través del campus hasta mi próxima clase. Me siento junto a la ventana, mirando al campo nevado. La serenidad de todo ello está empeorándolo. ¿Por qué no explota el mundo conmigo? Sé que debería canalizar toda esta frustración en algo productivo, como escribir. Pero al diablo con escribir. Al diablo con todo. ¿Por qué no me miraría? ¿Por qué hablaría con esas chicas? ¿Por qué ese beso sin importancia no lo afectó? Me pongo de pie y mi silla chirria con fuerza. El profesor para a media frase. La gente me está mirando fijamente, pero por una vez, no me importa. Recojo mis cosas y me dirijo al profesor, diciéndole precipitadamente: —Yo, eh, no me encuentro bien así que me voy a ir. No espero a su respuesta mientras bajo corriendo las escaleras del aula y salgo corriendo de allí. Diez minutos más tarde, estoy dentro del Laberinto, esquivando a la gente que siempre ronda en los pasillos como si 5
Sátiro.
las aulas fueran demasiado pequeñas para acoger a tanta gente. Un segundo más tarde, estoy parada afuera de su oficina, con mi mano en el pomo. Abro la puerta y encuentro a Thomas en su silla, con la cabeza inclinada sobre unos papeles. Cierro la puerta tras de mí, dejando afuera los sonidos, o por lo menos ahogándolos. Su atención me calma normalmente. Relaja algo dentro de mí, el animal que ruge cuando no está cerca. Pero hoy no me está calmando. —No significó nada —digo, sin ningún preámbulo—. El beso. Dylan tan solo estaba enfadado y… bueno, me besó, pero yo me alejé. Aparte de poner su bolígrafo sobre la mesa, continua en silencio, pero algo acecha en su rostro, su expresión se está relajando. No puedo descifrar qué significa. Mi mente está confusa. Thomas se pone de pie y rodea su escritorio, pero no se acerca a mí.
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—Estás enfadado, ¿verdad? Estás enfadado porque él me tocó, ¿cierto? Tienes que estarlo. Tienes que estar enfadado y… y celoso, porque yo estoy enfadada. Estoy tan jodidamente enfadada que no puedo pensar bien. —Me planto frente a él. Su olor invade mis pulmones y tiemblo—. Nunca hablas con las estudiantes. Nunca eres simpático con ellas. Entonces, ¿por qué has sido agradable con esas… chicas? Ni siquiera sé sus nombres, pero las odio. —Melanie —dice con voz grave. —¿Qué? —Ese es el nombre de una de las chicas. —Es un nombre estúpido. —¿No te gusta? —Sus labios se abren en una sonrisa burlona. —No. Lo odio. Y te odio a ti ahora mismo. Sus cejas se arquean y me acerco más. Las puntas de nuestras botas se están tocando. Lleva las mismas botas de esa noche hace tiempo, hace una eternidad cuando yo creía que tenía un enamoramiento por él y cuando pensaba que él era un hombre que lo tenía todo. Era un pensamiento estúpido. Nunca tuve un enamoramiento, y Thomas podría ser el hombre más mediocre que existe. Lo que siento por él es indescriptible, y no tengo ganas de pensar en ello ahora mismo. —¿Entonces qué nombre te gustaría que dijera? —El mío. Di mi nombre. Tiemblo pensando en ayer, cuando me forzó a recordar su nombre mientras le hacía una mamada. Oh Dios, su polla. Su sabor. La longitud
de esta, el peso. Podía escribir poemas al respecto, y ni siquiera soy una poeta legítima aún. Y sus palabras. Mi coño sigue mojado por su poesía sucia, como si mi lujuria nunca se durmiera. De hecho, ha evolucionado a algo más fuerte, más furioso. Mis dedos agarran su camisa y lo acercan más a mí. —Estoy hambrienta. Él me mira con sus ojos entornados. —¿Es eso cierto? Engancho mi pierna alrededor de su cintura, poniéndome de puntitas, y hago un mohín. —Sí. Muerta de hambre. Y quiero comerme tu polla. Prometo no usar mis dientes. Me pregunto cuándo me volví tan atrevida para decir todas esas cosas. No fui tan atrevida ayer por la noche. No era tan osada hace un minuto. Quizás sea él. Quizás sea esa sensación de dolor en mi interior. Su carne hinchada se sacude entre nuestros cuerpos.
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—¿Por qué debería dejarte hacer eso? ¿Qué hay ahí para mí? Quiero abofetearlo. Darle un pisotón. Sacudirlo. ¿No puede ver lo molesta que estoy ahora mismo? ¿Lo celosa que estoy? Estoy fuera de control, pero ahora sé qué juego jugar, qué juego le hará perder la cabeza. Meto mi cabeza entre su hombro y su cuello, y juego con el botón superior de su camisa. —Porque lo voy a hacer muy bueno para ti. —¿Sí? ¿Cómo vas a hacer eso? —Su voz perezosa e indulgente me está haciendo ver doble ahora mismo. La lujuria es tan pesada y potente en mis venas. Me convierto en poeta ahí mismo y le describo mis sucios pensamientos en detalle, con una voz mimada; la voz que tanto le gusta. —Primero le daré una lamida. Hay este… este surco en el medio. Al que voy a prestarle atención de forma especial, y luego voy a mordisquear para que esa cosa blanca; ¿ya sabes esa cosa salada y resbaladiza? ¿El líquido pre seminal? Saldrá, y luego lo lameré también. Después voy a succionar y succionar hasta que reciba mi premio al final, y luego me lo tragaré todo.
Nuestras respiraciones se han acelerado. Sus dedos en mi trasero se flexionan y presionan, haciendo círculos. Cada vez levantan más mi falda. Desearía no llevar mallas. Desearía estar desnuda debajo. Dios, ¿qué me pasa? Es mitad del día. Este edificio está lleno de gente. Se oye el tap, tap, tap de los ordenadores. El sonido de un teléfono en algún lugar. Pasos. Todo esto debería hacer que quisiera parar y dar la vuelta, pero solo me pone más caliente. El hecho que haya gente a nuestro alrededor inconsciente de la depravación dentro de estas cuatro paredes lo hace aún más atractivo. Su rostro es serio, sus fosas nasales están abiertas. Quizás las mismas cosas están pasando por su cabeza mientras gruñe: —Si esta es tu manera de volverme loco, entonces será mejor que lo hagas bien, Layla. Porque mi polla está hambrienta también, y no se saciará hasta que se alimente de tu coño y se coma también todo tu clímax.
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Quiero sonreír con victoria, pero estoy ocupada estando súper excitada. Me separo de él y veo como se relaja su cuerpo, como si estuviera rindiéndose a mí. Es un momento tan irreal que me siento mareada, con poder, con lujuria. Él sabe lo que yo quiero. Puede ver lo excitada que estoy por su polla, y en movimiento muy, muy sorpresivo, está cediendo, me está dejando tener el control. Lo empujo hacia atrás y se mueve fácilmente. Sigo haciéndolo hasta que cae en su silla, haciéndola chirriar con fuerza. Casi gimo en voz alta. Me agacho, con cuidado de no golpearme las rodillas, y me meto bajo su escritorio. Está cerrado por tres lados, convirtiéndose en un lugar oscuro y eróticamente claustrofóbico. Pongo mis palmas sobre los muslos de Thomas, acercándolo más. Sus músculos se tensas bajo mis dedos y no puedo evitar recorrer sus fuertes músculos con mis manos. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Sus músculos se endurecen con cada segundo. El bulto de su polla es más grueso. En este momento, mis manos lo moldean. Soy la escultora que lo crea. Consigo abrir su cinturón, siguiendo con la cremallera. Él maniobra y me ayuda a sacar su polla. Sisea cuando lo recorro con mis manos. Le contesto con un largo suspiro. Anoche, él tomo mi boca virgen y abuso de ella, pero hoy, la usaré en su contra. Hoy mi boca está hambrienta, caliente, es una bestia sedienta
con dientes y lengua que lo chupa y lo chupa como si mi vida dependiera de ello. Las venas de sus antebrazos están a punto de atravesar su piel con la necesidad de tocarme, aun así, no mueve sus manos del reposabrazos. Mi cuerpo se siente lleno de poder. Me arranco el abrigo y la blusa exponiendo mis tetas. Thomas casi salta de la silla ante mis acciones. El crujido de esta golpea mi coño, haciéndolo pulsar de necesidad. Él esta hipnotizado por mi cuerpo, hipnotizado por ello, y monto un pequeño espectáculo para él. Juego con mis pezones y él maldice, dice mi nombre con un penoso quejido. Una inyección de poder me llena y el mundo pierde su significado. No me importa nada más que seguir chupando su polla para siempre. No quiero parar nunca, por nada en el mundo. Ni siquiera por los golpes en su puerta.
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Veintidós
T
homas aparta mi boca de su miembro y se endereza. Se escucha un clic y me doy cuenta que olvidé ponerle seguro a la puerta. Mierda.
—Thomas —dice un hombre. —Jake. —Su voz es tensa, más tensa de lo normal, pero nada que sugeriría que hay una estudiante escondida debajo de su escritorio. Pongo un puño sobre mi boca para ahogar los sonidos de mi respiración. Como si Thomas supiera que estoy hiperventilando, coloca una mano sobre mi cabeza para calmarme. Una corriente eléctrica recorre mi espalda mientras él sigue hablando, mientras mantiene contacto conmigo a la vez. —¿Qué quieres? —Vaya, ¿así es cómo le hablas a tu jefe?
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Thomas acaricia mi cabello, acariciándome mientras toma aire y contesta. —¿Qué quieres, Jake? Estoy un poco ocupado ahora. —¿De verdad? ¿Demasiado ocupado para ir por un café? —Hay sospecha en su voz. Dios, estoy aterrada y tan jodidamente excitada a la vez. Su dura y mojada polla está frente a mis ojos y quiero tanto tocarla. —¿No te vas a morir sin tu dosis de chocolate? —continua el profesor Masters. Mordiendo mi labio, miro la hinchada cabeza de su pene, brillando con mi saliva. ¿Qué haría Thomas si la lamo ahora mismo? ¿Si la chupo? ¿Estaría molesto por hacerle perder el control enfrente de su colega, su jefe? ¿O estaría tan excitado como estoy ahora? Mientras avanzo hacia él, me doy cuenta que no me importa. Solo quiero chupar su polla. Tengo hambre. La necesito en mi boca, y si pierde el control, que así sea. Él me hace sentir fuera de control la mayor parte del tiempo. —Creo que sobreviviré —dice Thomas—. Ahora, si me disculpas, tengo trabajos que calificar. —¿Por qué demonios estás sudando?
Me aferro a su pene justo cuando la pregunta llena de sospecha del profesor Masters es hecha a Thomas. Un crujido suena justo cuando salta bajo el doble asalto provocado por la pregunta y por mí, su mano empuña mi cabello. —¿Estás bien? —S-sí. —Thomas se aclara la garganta y aprieta su puño en mi cabello hasta el punto que duele, y me desquito con su palpitante polla—. Estoy un poco tenso, eso es todo. —¿Por qué? —La próxima auditoria —dice. Chupo y chupo y juego con sus testículos. Los siento tensarse en mis manos para alertar el inminente orgasmo. Incluso aunque es mi boca la que va a recibir su semen, mi coño está excitándose, expulsando sus jugos. El profesor Masters dice algo para calmar las falsas preocupaciones de Thomas y Thomas le dice que estará bien en un momento. Hablan un poco más, pero los ignoro, con excepción de la voz de Thomas. La lujuria está aferrándose a esta, haciéndola quebradiza, rota.
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Nunca he estado más excitada en mi vida. Imágenes gráficas de Thomas soltando su semen en mi rostro destellan a través de mi mente, imágenes de él perdiendo todo el control y sacándome de abajo del escritorio, y cogiéndome enfrente del profesor Masters y todo el jodido mundo como decía anoche. Atrapo un furioso gemido en mi garganta. Imagino su trasero flexionándose mientras me penetra y miro a cada persona a los ojos, en especial a esa Melanie, y le digo lo bueno que se siente su pene dentro de mí. Me lastima tan bueno. Muy bueno. Soy una zorra por su polla. Es extraño que mis celos no se extiendan a su esposa. Tal vez porque siempre he sabido que Thomas es de ella, pero verlo con alguien más enloquece mi jodida cabeza. Soy la única otra mujer en su vida. Y entonces mi corazón salta en mi garganta y todos los pensamientos son olvidados. Thomas me jala del cabello y soy sacada del agujero oscuro en que he sido metida. Pánico y emoción se apoderan de mí en medidas iguales mientras me da vuelta y me empuja sobre el escritorio, aplastando mis tetas desnudas sobre la superficie. El profesor Masters se ha ido. La puerta está cerrada. ¿Cuándo sucedió eso? —Quédate ahí —ordena. Lo veo caminar hacia la puerta y ponerle seguro. Entonces está rápidamente detrás de mí, su mano en mi cabello y me jala lejos del escritorio—. ¿Te gusta jugar, Layla? —sisea en mi oído, su pecho moviéndose contra mi espalda arqueada—. Te gusta que me enoje, ¿eh?
Su voz hace que mis pezones palpiten y no tengo opción más que apretar mis senos y responder. —Yo solo… solo quería mostrarte cómo me siento a tu alrededor. —¿Y cómo es eso? —C-como un arma cargada. Como si pudiera dispararme en cualquier segundo. Solo quería que supieras qué se siente ser tan salvaje. Su amarga sonrisa remueve mi cabello. —¿Salvaje así? —Empuja su polla contra mi trasero cubierto con la falda, dejándome sentir su hinchado deseo. Sus manos cubren las mías, donde estoy apretando mis senos y los junta—. ¿O así? Como si no pudieras dejar de jugar con tus tetas ni por un segundo. ¿Crees que así es como se siente ser salvaje? —Está aplastándolas y me arqueo en las puntas de mis pies para acercarme a él. Siempre más cerca. Quiero arrastrarme bajo su piel—. No tienes ni idea, ¿verdad? —dice ásperamente—. Voy a mostrártelo, sin embargo. Voy a mostrarte qué se siente ser salvaje, lo que se siente cuando tú estás a mi alrededor.
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Un sollozo sale de mí cuando me vuelve a pegar contra el escritorio. Sube mi falda, abre mis muslos y baja mi ropa interior, exponiendo mi trasero. Mis nalgas están temblando por la anticipación cuando él pone sus dos manos sobre ellas, y las aprieta como hizo con mis senos. Giro mi cabeza a un lado para poder verlo Está bañado en sudor. Baja por su frente, el costado de su rostro, y desaparece por el cuello de su camisa. Incluso sus pestañas brillan con los fluidos salinos. Se ven tan densas y negras enmarcando sus ojos entornados. Suelto un suspiro cuando agarra mis nalgas y las abre. Mis ojos se cierran, imaginando lo que debe estar mirando: mi coño y mi… culo. Me pongo de nuevo en puntitas, está vez alejándome de él mientras rodea con su pulgar el lugar prohibido. Se aprieta y afloja con cada una de sus caricias. Su risa es oscura, me produce escalofríos. —¿Eso es lo que quieres? ¿Quieres que te folle por el culo ahora? ¿Es por eso que me estás ofreciendo tu apretado culo? Gimo cuando presiona su pulgar, preparado para entrar. —Respóndeme, Layla. ¿Eso es lo que quieres ahora? —No —susurro—. No… no lo sé. Va… va a doler. —Sí. Así es. —Se inclina sobre mí—. Pero te diré qué, no te arruinaré la diversión. No tomaré tu culo ahora. Un día cuando estés tan enloquecida con mi polla penetrando tu coño que no distingas el arriba del abajo, me meteré en tu apretado agujero, haciéndote gritar. —Estoy
temblando debajo de él, hipnotizada por su voz, por él—. ¿Recuerdas cuando te dije que te prendería en llamas y que ni siquiera voltearía a mirar? —Acaricia mi sudoroso cabello y susurra en mi oído—. Así es como lo haré, mientras follo tu culo. Derramaré la gasolina, encenderé el fósforo, y te veré arder, Layla… y confía en mí, te va a encantar. Voy a arruinarte para cualquier otro hombre ahí afuera y vas a amar cada segundo de eso. Dios. Dios. Creo que estoy muerta. Estoy en el cielo e infierno. Estoy en otra estratosfera. Estoy en todas partes. Me ha destruido con sus oscuras promesas, me ha roto, y no creo que estaré alguna vez entera de nuevo. —Pero no hoy. —Se aleja, una mano sobre mi nuca, manteniéndome agachada—. No. Hoy voy a mostrarte algo más. Hoy voy a mostrarte cómo ardo yo.
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Con eso, empuja su polla dentro de mí y muerdo mi labio para evitar gritar. No es gentil. No me da tiempo para ajustarme a su tamaño. Está lastimándome; mi coño estará adolorido por mucho tiempo, pero nada importa cuando sus caderas están chocando con mi trasero con cada penetración de su polla, mientras está gruñendo sobre mí, probablemente sudando y jadeando. Desearía poder abrir mis ojos y mirarlo, pero el dolor es tan bueno. Enredando su mano en mi cabello, me endereza, cambiando el ángulo de sus embistes. Está presionando contra la pared superior de mi coño, haciéndome sentirlo en mi vientre. La fuerza de su agarre es tan tensa, tan poderosa que mi cuello está arqueado y estoy mirando su feroz rostro de cabezas, mi barbilla metida bajo la suya. —Siento que estoy enfermo, Layla. Ardiendo. Sudando. Como si cada celular de mi cuerpo estuviera vibrando. —Sus dientes están apretados, sus palabras llenas de lujuria y esfuerzo—. Empieza en mis entrañas. Luego sube por mi pecho y hombros, y siento un fuerte dolor en la parte de atrás de mi cráneo. Es entonces cuando sé que voy a prenderme en llamas en cualquier segundo si no me controlo, si no dejo de pensar en ti. La presión en mi estómago es implacable. Se siente como si fuera a estallar o ir al baño o algo así. —Th-Thomas. Es demasiado. Es… —Me callo con los ojos aguados. —No lo suficiente. No es suficiente. —Empuja su polla dentro, probablemente tocando mi insano corazón, y rota sus caderas. Es algo bueno que su otra mano cubra mi boca porque no puedo contener los gritos dentro esta vez. Ni tampoco puedo contener mis lágrimas. Caen, mojando su palma. Sus fosas nasales se abren ante la visión, pero no se detiene. Dios, no se detiene. Sigue, sigue penetrando, y yo…
—Te encanta, ¿verdad? —jadea, completando mi idea—. Tal vez es por eso que te olvidaste de cerrar la puerta con seguro la primera vez. Tal vez querías ser atrapada, querías que las personas vieran lo mucho que amas mi polla. ¿No es cierto? Querías que todos te vieran así. Parpadeo estando de acuerdo. Para eso es lo único que tengo fuerzas. Él suelta mi cabello con un gruñido y deja caer mi frente en el hueco de su cuello. Sus caricias son erráticas ahora, como si estuviera acercándose a su clímax. Ahora que mi cuello no está tensado, puedo respirar bien. Mis dedos se hunden en su cabello. Así es pacífico. Su violencia, su agresión me tranquilizan. No quiero nunca abandonar sus brazos, este cuarto. Quiero estar con él para siempre. Mis ojos se abren ante la idea. No. No para siempre. Esto no es para siempre. —Frota tu clítoris. Quiero que te hagas venir. Todas las ideas se evaporan ante su orden y hago lo que dice. Toco mi clítoris y juego con mis hinchados pezones.
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—Esto es lo que pienso al respecto —masculla—. Ni siquiera importa si estás cerca. Esto. Derribar cada puerta para poder llegar a tu coño. En lo único en que puedo pensar es en follarte, Layla. Todo el tiempo. Cada hora. Estás en mi jodida sangre, y despedazaré a cualquiera que se atreva a tocarte. Es entonces cuando me vengo. Mi cuerpo se tensa, se pone rígido mientras me corro con su confesión… una confesión que parece ser arrancada de su misma alma. Eso agudiza mi orgasmo, lo hace mucho más poderoso y satisfactorio. Lo siento correrse dentro de mí. Es solo entonces que me doy cuenta que está usando un condón. Estaba tan pérdida en la lujuria que ni siquiera supe cuándo se lo puso. Su orgasmo es uno silencioso, probablemente porque dijo mucho antes de este. Me suelta y acaricia mi sudorosa espalda en círculos tranquilizadores. Su toque finalmente me calma, y sonrío adormilada. Thomas estaba celosos. Sí lo afectó. No recuerdo haber estado tan feliz desde hace mucho, mucho tiempo.
Veintitrés
L
as palabras son poderosas. Las palabras son jodidamente magníficas. Amo todas las palabras.
Estoy volando hoy con la voz de Lana en mis oídos, todo porque Thomas me dijo las palabras. Estás en mi jodida sangre, y despedazaré a cualquiera que se atreva a tocarte. Nunca conocí algo tan potente y feo, ni que los celos podrían invocar emociones tan felices en mí. Podría besar a Dylan de nuevo solo para sentir la agresión de Thomas. Me hace preguntarme si todos son así, si es normal sentirse así, estar tan necesitado de algo. Abro la puerta de mi departamento y todos los pensamientos acerca de besar a Dylan desaparecen cuando veo a Emma llorando en el sofá. Me apresuro a su lado. —¿Qué pasa?
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Ella resopla. —Dylan y yo rompimos. —¿Qué? —La abrazo de costado—. P-pero ¿por qué? —¿Es porque me besó?, quiero agregar, pero no puedo, porque le va a hacer daño, ¿y si ella me culpa? —Porque está siendo un idiota. —¿Qué pasó? ¿Qué… qué hizo él? —Le doy unas palmaditas en círculos. En cualquier momento, ella me quitará la mano y romperá esta amistad. —Él me acusó de engañarlo. —Arruga su rostro—. Como si alguna vez hiciera tal cosa. No soy una puta. —¿Con Matt? —¿Cómo lo sabes? —Emma sospecha. Mierda. Mi gran boca. No sé si debería contarle lo que pasó esta mañana, que le mentí para poder verme con Dylan y que luego me besó. Ese idiota. Ya le estoy mintiendo mucho a ella, o, mejor dicho, no estoy contándole nada. Soy como tu madre, bueno, soy la versión femenina del hombre que destrozó a tu familia. Ahora, ¿podemos ser mejores amigas? Miro el rostro manchado de lágrimas de Emma y pienso en todos los problemas que ha estado teniendo estos últimos días. ¿De quién es la culpa? ¿De los que luchan por algo que sucedió en el pasado? ¿O de su
madre por hacer algo terrible hace años? ¿O es mía? ¿Hice algo malo al juntarlos? Pero ellos se amaban. Era tan obvio. Si amas a alguien, deberías estar con esa persona, fin de la historia. Dios, las cosas ya no tienen sentido. No puedo decir lo que está bien o mal. ¿El amor vale la pena todo este problema? Decido que no puedo mentirle a Emma más de lo necesario. Ella es mi amiga. —Eh, yo… bueno, lo sé porque… —Sé qué te besó —me informa Me tenso. Mi corazón late como un mazo. Por favor, no dejes que me culpe. Todos siempre me culpan. —Lo siento, ¿está bien? Fue estúpido. No significaba nada. Apenas me tocó. Solo... —Mi voz es estridente por el pánico—. Tienes que creerme. No fue nada. —Oye, Layla, por supuesto que te creo. —Emma es la que me calma, dándome palmaditas en la espalda—. ¿Por qué no lo haría? Sé que nunca harías tal cosa, una movida con mi hombre o lo que sea, así que relájate.
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Sus palabras son tranquilizadoras, pero mi corazón todavía está corriendo como si no entendiera qué demonios está pasando. —¿Me crees? Ella suelta una risa triste. —Sí. Es su culpa que te haya besado, la suya, no la tuya, ¿y que me lo haya arrojado a la cara porque cree que lo estoy engañando con Matt? —Niega—. Parece que ya ni lo conozco. —Fue estúpido, Emma. Creo que solo estaba celoso. Por favor, no rompan por eso. —Estoy avergonzada porque no hace ni diez minutos estaba flotando en la adrenalina que causan los celos. No puedo verla así. No puedo soportar más desamor. ¿Por qué la gente no se lleva bien?, mi corazón se queja. Las lágrimas comienzan a fluir nuevamente mientras Emma susurra. —Quiero decir, siempre supe que él estaba enamorado de ti, así que tal vez fui estúpida para juntarme con él en primer lugar. —No. No eres estúpida. No hay nada estúpido en amar a alguien. — Agarro sus manos—. Tiene que haber una manera para que ustedes puedan resolver esto. Este no puede ser el final. —Yo tampoco quiero. —Se encoge de hombros—. He estado pensando estos últimos días y creo que tal vez, está bien no obtener lo que quieres. Sí, lo amaba, o pensé que sí, pero juntarme con él no era mejor. Pensé que
lo sería, pero creo que estábamos más cerca el uno del otro como amigos. No deberíamos buscar historias de amor donde no las hay.
Tengo una nueva sombra. Su nombre es Sarah Turner. Ella me sigue a todos lados. Un día me sorprendió en el baño de mujeres en el segundo piso del Laberinto. Siempre he pensado que es demasiado arriesgado ir allí, pero soy conocida por no haber seguido mis propios consejos. Acababa de salir de la oficia de Thomas y necesitaba recomponerme después que él me hizo añicos. Ella estaba en el lavabo cuando entré y me lanzó una mirada curiosa. —¿Estás aquí para ver al profesor Abrams? —S-sí. Nosotros, eh, tenía algunas preguntas. El agua corriendo llenó el silencio cuando desvié la mirada. Luego ella preguntó.
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—Eres nueva, ¿verdad? ¿La escritura creativa no es tu especialidad? —No, no lo es. —Todavía no tengo una especialización, pero no necesitaba saber eso. Cerrando el grifo, sacó un pañuelo de papel y se secó sus manos. —¿Así que nuestro poeta estrella te atrajo a esto? Sí. —No. Tengo un amigo que insistió en que tomara la clase. —Bueno, buena suerte. Estoy aquí si me necesitas para algo. Como dije, soy excelente en los roles de género en la literatura. Ella se fue entonces, y me tomó un minuto entender lo que quería decir. De repente, recordé eso hace mucho tiempo cuando Thomas dijo esa mentira piadosa en La Alquimia, en un momento en el que apenas lo conocía. De todos modos, después de ese encuentro, veo a Sarah en todo el campus. Ella me saluda desde el pasillo o me sonríe desde el otro lado de la calle. No me gusta eso. No me gusta que ella me vea. En esos momentos, es difícil mantener mi promesa a Thomas sin remordimientos. En esos momentos, desearía poder ponerlo sobre mi piel para que pueda controlar mi ansiedad y este sentimiento pesado y oscuro dentro de mi pecho.
Porque no importa. Ninguna cantidad de acusaciones o miradas o culpabilidad me harán renunciar a esto, lo que sea que Thomas y yo tengamos. No voy a renunciar a esto, porque Thomas está feliz. Bueno, no feliz, feliz. Está demasiado abandonado para eso, demasiado en un amor no correspondido, pero ríe sin amargura. Una risa que realmente suena como tal. Pensé que nunca lo vería reír de esa manera. Pero él lo hace conmigo. Su risa es rica y oscura, como todo lo demás sobre él, y yo saco eso de él. —Tu oficina es muy aburrida, Thomas. Quiero decir, beige, ¿en serio? —le dije una noche cuando estaba allí, sentada en su regazo. —¿Qué preferirías tú? ¿Morado? —Duh, ¿qué más? Aunque también podría ser persuadida por un azul. Ya sabes, el color de mi tatuaje, el tatuaje con el que juego cuando estoy sola por la noche. —Moví mis caderas, sintiendo el bulto de su erección entre mis muslos. —¿Eso es cierto? —Ajá.
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—Excepto que es mi tatuaje y estás aquí todas las noches y juego con él con mi lengua. —Me lamió el costado del cuello y me susurró al oído—. Hasta que me estás rogando que deje de hacerlo, pero en secreto esperas que no lo haga. ¿Ese es el tatuaje del que estás hablando? —Eres un idiota. Él se rio entonces, echó su cabeza hacia atrás y miró al techo. Estaba aturdida. Nunca lo había visto hacer eso antes. El sonido rodó sobre mi carne, empapándome de nueva lujuria y excitación, pero era más que eso. Era el hecho que le había dicho la misma frase innumerables veces en el pasado, pero nunca se había reído de ella. No estaba diciendo nada nuevo o particularmente gracioso, pero lo escuchó de esa manera. Thomas estaba feliz. Cuando eres feliz, te ríes de los chistes más patéticos. ¿Cómo puede ser la felicidad incorrecta? ¿Cómo puede algo de esto estar mal si el resultado final es la risa y la paz momentánea? Cuando tengo dudas o cuando no puedo dormirme en mi suave cama y tengo que acurrucarme en mi fría bañera o dentro de mi armario, pienso en su risa. Pienso en cómo se ríe cuando trepo por su cuerpo como un mono en su desesperación. Se ríe cuando me enojo con él por robar mis Twizzlers, como si yo le robara sus cigarrillos. Se ríe cuando ve mis calcetines de lunares. Se ríe cuando insisto en usar esos ridículos sombreros rusos de
piel; sus palabras, no las mías. Se ríe cuando le digo que es el peor maestro que haya tenido alguien, que sus asignaciones en casa son estúpidas. Se ríe cuando me folla y me siento demasiado necesitada para mi orgasmo. Se ríe cuando mis palabras tartamudean mientras leo mis poemas y monto su polla. Se ríe, y ríe, y ríe, y me pregunto, si no lo hubiera perseguido con una locura unilateral, ¿se habría deteriorado en la ausencia de Hadley? ¿Las líneas alrededor de sus ojos y boca se habrían profundizado en arañazos permanentes? Así que tal vez todo esto sea algo bueno, todo el sigilo, romper las reglas, joder al universo. Todo vale la pena. Por Thomas. Aunque no es aconsejable, sigo construyendo castillos en el aire. Sigo pensando en mí misma como una Cenicienta y en él como mi deslumbrado, roto y perverso Príncipe Azul. Solo me pregunto qué va a pasar cuando la verdadera Cenicienta regrese y lo haga todo brillante y completo. Él no me necesitará entonces. Él no necesitará a su zorra princesa falsa.
203 Bañado en la luz amarilla de la lámpara, Thomas está desparramado en su silla de la oficina, fumando con la camisa desabrochada y el cabello revuelto por mis dedos. Estoy en el suelo, apoyada contra su sofá, mi cuaderno en mi regazo, mis ojos en las curvas tensas de sus músculos sudorosos. Me he acostumbrado a este acuerdo, estar con Thomas, dentro de un edificio dormido, en la oscuridad de la noche, acurrucada en su fuego, escribiendo mientras él fuma. A veces escucho la música en su teléfono. Todo es instrumental, canciones sin palabras. Me ayudan a escribir cualquier tontería que se me ocurra. Mi mirada cae sobre su corbata, tirada a mi lado. Es de color marrón. Nunca usa corbata, pero hoy fue una especie de reunión de personal especial y el profesor Masters insistió. No hace media hora, me la puse alrededor de mi cuello con nada más que mis calcetines de lunares mientras nos llevaba a los dos a nuestro clímax. Me retuerzo en el lugar, probablemente dejando un parche mojado en su alfombra gruesa. En su escritorio, contra la pared, en el sofá, en el suelo, me ha tenido en todas partes. Mientras miro alrededor de la habitación, puedo ver nuestras siluetas fusionadas en cada superficie. Puedo escuchar las cosas
que me susurró al oído. Puedo oler el almizcle de nuestros malditos orgasmos. Puedo ver los envoltorios de Twizzlers junto a sus bolsas desechadas de croissants de chocolate. Siempre ensucio y él siempre lo recoge y lo pone en el bote, con una mirada exasperada pero indulgente. Quizás lo hago solo para poder ver esa mirada. Me doy cuenta que este es mi hogar, hecho de mis gemidos, mi clímax y mi sudor. Esta es más mi casa que mi torre, que la casa de mi madre en Nueva York. No tengo que esconderme aquí. Puedo ser yo misma. Cualquiera que sea el ser jodido, puedo ser eso. Thomas está todo tranquilo e introspectivo. Quiero preguntarle en qué está pensando, pero me da miedo escuchar su respuesta. Probablemente esté pensando en ella, en Hadley. Él siempre está pensando en ella. Han pasado diez días desde que ella se fue. Sé que ella volverá. Sé que se dará cuenta de cuánto la ama Thomas. Hay un poder en él, un poder en su amor. Se refleja en la forma en que me folla. Cómo apaga su frustración con mi cuerpo. Cómo su cuerpo lame mis gemidos, mis orgasmos para dominar la ira en él. Cómo me usa para ser feliz.
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—Pensé que estabas tratando de dejar de fumar —le digo. Necesito sus ojos en mí y eso es lo primero que se me viene a la cabeza. Sus músculos se despiertan y se aprietan mientras gira la silla en mi dirección, y sopla una nube gigante de humo. —Pensé que estabas tratando de escribir. —Su voz baja me dice que estaba a punto de quedarse dormido. No puedo dejar de notar que hay algo entrañable sobre eso, y tan parecido a un hombre. Ellos follan. Duermen. Follan de nuevo. —Estoy atascada. El aire cambia de perezoso a tenso. Thomas todavía está tumbado en la silla, dando la impresión de estar relajado, pero las llamas gemelas en su mirada parpadean. —¿Lo estás? Asiento, me levanto sobre mis rodillas, mi cuaderno cae al suelo con un ruido sordo. Mi espalda se arquea, una reacción predeterminada ahora, cuando me mira de arriba abajo. Mi ropa de invierno junto con mi ropa interior está tirada en una pila, dejándome con un suéter fino y transparente, y una falda de lana. Mis pezones se fruncen, así como mis labios. —Entonces, ¿vas a ayudarme? —pregunto con mi pequeña de consentida, la voz que nunca deja de conseguir una reacción de él. La última vez que le pedí que me ayudara con mi poema, me dijo que me sentara sobre su polla y lo leyera en voz alta mientras lo montaba. Todo el tiempo se sentó allí como un rey, nunca moviéndose, simplemente
observándome con un hambre que me llevó a saltar sobre él, arriba y abajo. Me pongo a cuatro patas y gateo hacia él, mirándolo a través de mis pestañas. Con un cigarro entre sus labios, sigue todos mis movimientos con ojos entrecerrados. Cada aleteo de mi cabello suelto alrededor de mi rostro. Cada pequeño balanceo de mis pechos colgando que mi camiseta apenas esconde. Lo alcanzo y mueve su silla para encararme. Mis manos agarran sus pantorrillas a través de sus vaqueros, masajeando los músculos mientras me siento en cuclillas. —¿Y? —Estiro mi cuello y abrazo su pierna entre mis pechos, gimiendo en voz alta ante la deliciosa fricción de sus pantalones. Quita el cigarro terminado de su boca y lo tira en la papelera. Inclinándose, exhala el humo sobre mi boca. Lo aspiro como si nunca fuera a respirar de nuevo. Oh, Dios. Dios. No puedo soportarlo. Esta explosión hormonal y química dentro de mi cuerpo… es demasiado. Entonces sus manos se envuelven en mis bíceps y me levanta y me hace montar a horcajadas su regazo. La silla chirria con nuestros pesos. Mis manos acarician su barba incipiente mientras murmuro: —Ese sonido va a matarme.
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—¿Qué sonido? —Tu estúpida silla. —Y ahí está, su risa. Hace que cada esquina de mi boca sonría—. Cuando la oigo, todo en lo que pienso es en ti follándome sobre ella mientras chilla con nuestro peso. Un lado de su boca se inclina en la estela de su breve risa. —Tengo la leve sensación que me quieres por mi cuerpo en vez de por mi genio poético. Genio… síp, es eso. No sé cómo, pero las palabras le salen de la nada. Mira al techo y lo describe en maneras en las que nunca siquiera pensaría. A pesar de nuestra frenética follada, me enseña cosas. Desafía mi pobre elección de palabras, me destroza con un lenguaje extremadamente florido, y creo que le gusta. Aparte del sexo, esa es la única vez que está animado, sus ojos goteando con otro tipo de pasión. Brilla cuando habla sobre poesía. Volviendo al momento, digo: —En realidad, también quiero que subas mis notas. —Me muevo contra él, mi coño desnudo deslizándose a lo largo de su dura protuberancia, apenas oculta por sus vaqueros con la cremallera bajada—. Porque, ya ves, no soy muy buena escribiendo. Mi trabajo es malo y mi elección de palabras apesta. —Sus ojos arden y sus manos agarran mis ondulantes caderas.
—¿Es esta tu manera de conseguir un cumplido por mi parte? —Sí —admito sin vergüenza—. Dime un cumplido. Te reto. Clava las yemas de sus dedos en mis caderas para que deje de moverme. —Bien. No me irritas tanto como lo hacías antes. —Vaya, detente, me estoy sonrojando. —Golpeo su pecho desnudo—. Eres tan bueno con las palabras. Golpea mi culo en represalia, haciéndome gemir. —Te dije que no soy muy bueno hablando. Quieres cumplidos, deberías pasar el rato con tus amigos en lugar de estar conmigo. Es una broma, lo sé, un seco y sarcástico comentario. Debería olvidarlo. No debería arruinar el momento… estoy en tiempo prestado tal y como es. Pero mi terco corazón no está de humor. Está recordando sus palabras de la otra noche cuando estaba en su estudio lleno de cajas. Encontré los diarios de mi padre, sus poemas, y supe… que esta era mi forma de hablar.
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Quizá nota lo rígida que me he puesto en su agarre porque se tensa también. Después de mi último intento de hablar sobre ello en su auto, no he mencionado el tema de su falta de escritura. —¿Qué pasa? —pregunta, frunciendo el ceño. —Nada. —Sonrío y masajeo sus hombros, intentando hacer lo que hago mejor… distraerlo. —Layla —advierte con esa voz suya. No es justo. Nunca puedo resistir esa voz. Nunca. Simultáneamente me hundo y tenso en su agarre. —Yo… quiero verte escribir. Algo. Cualquier cosa. Sólo quiero que escribas. Un segundo pasa. Luego dos. La urgencia en mi pecho aumenta. No quiero el silencio. El silencio es la ruina. —No puedo verte así. Thomas, lo sé. Es obvio. Tú… No me deja terminar cuando me levanta y me pone sobre el escritorio, mis piernas colgando. Intento enderezarme, pero presiona su palma contra mi esternón, manteniéndome quieta. Se para sobre mí, algún tipo de dios de la ira con su estruendoso ceño y piel brillante. Mi pecho se eleva y cae bajo su palma, como si fuera el que me hiciera respirar. Si quita su mano, moriré. —Quítate la camiseta.
¿Qué? No. —Thomas… —Quítatela. —Lame su labio superior. Estremeciéndome, obedezco su orden. Mis tetas aparecen a la vista y respira profundamente. —Sube tu falda hasta la cintura. Lo hago también, retorciéndome, revelando mi coño desnudo y mi tatuaje. Esta vez, su aliento se estremece mientras inhala. Rodea mi tatuaje con sus nudillos, sacudiendo la carne de mi estómago. Con ambas manos, separa mis muslos, su pulgar frotando mi piel suave, acariciando los labios de mi coño y la carne frágil alrededor. Me muevo incansablemente, sacudiendo mis caderas ante su toque, haciendo que mis pesadas tetas se muevan. Thomas está excitado por la vista. Ama ver mis pechos sacudirse, así que lo hago una y otra vez, ondulando, retorciéndome, avivando su lujuria. Me excita también, a pesar que una parte de mí llora ante esto. Quiero que hable conmigo. No quiero ser una distracción o una falsa Cenicienta. Quiero ser la cosa real. Me asusta tanto que olvido respirar.
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No es la primera vez que pienso esto y no sé cómo parar. El aire vuelve deprisa cuando Thomas saca un paquete de cigarrillos de su bolsillo. Saca uno, lo pone en su boca y lo enciende. Sus fosas nasales se ensanchan y mi boca se seca cuando toda su mano agarra mi coño y aprieta. Es un gesto tan vulgar, vulgar y dominante y posesivo y… erótico. Con su otra mano, saca el cigarro de su boca y sopla el humo en espiral. Su mano en mi coño se mueve y casi chillo cuando inserta dos dedos dentro y los curva hacia arriba. Extiendo mis brazos para aferrarme a una parte de él, pero niega. —Agarra el borde del escritorio. Tragando, lo hago y lo miro tomar otra calada mientras juega con mi centro. Se inclina y se cierne sobre mis pechos, sus mejillas ahuecadas, el cigarro metido entre sus labios. —¿Th-Thomas? —Estoy asustada. El extremo ardiente del cigarro está demasiado cerca de mi cuerpo. Se avecina sobre mi pecho izquierdo, mi corazón. Va a… ¿Va a marcarme con eso? Levanta sus ojos hacia mí, sostiene mi mirada. Algo en ellos cambia, algo peligroso, y lucho debajo de él, asustada. Entonces aparta el cigarro y sopla humo caliente sobre mis tetas antes de aferrarse a mi pezón y chupar. Mis caderas se alzan, alojando sus dedos más profundo.
Gimiendo, abro más mis piernas. Mis pies colgando suben al escritorio, mis talones clavándose en el borde. —Estabas diciendo… —murmura sobre mi estremecida carne, enviando un frenesí de excitación por todo mi cuerpo. —¿Qué? —pregunto a la cabeza oscura actualmente sobre mis pechos, inclinando mi cabeza. Thomas pellizca mi clítoris cuando alza la mirada, con una arrogante ceja arqueada. —Estabas diciendo algo que sabes, sobre algo que es obvio. Mi cabeza cae hacia atrás, derrotada, tal vez incluso con ira. No quiero ser su muñeca para follar más. Thomas nota la tensión en mi cuerpo y sopla otra bocanada de humo en mi otro pecho, antes de ahuecarlo y chupar el pezón. A pesar de mí misma, mi coño dispara espesos hilos de excitación.
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—Estás tan jodidamente mojada, Layla —gime Thomas en mi piel—. Siempre estás tan suave y húmeda y caliente. Me gusta pensar que te mantienes así por mí. Mantienes tu coño caliente por mí, ¿no es así? Duermes con tu mano metida entre tus piernas, acunando tu coño para que permanezca caliente para cuando te follo. Mis piernas rodean su espalda mientras me retuerzo debajo de él, amando esto, odiándome, odiándolo por hacerme esto. —Te he visto en clase, Thomas. Te he visto… mirarlos cu-cuando hablan sobre escribir. He visto cómo hablas sobre escritura y arte y lo talentoso que eres. He visto el deseo en tu rostro. Quieres lo que tienen y e-eso rompe mi corazón —susurró, las lágrimas cayendo por mis mejillas— . Quiero que escribas para que puedas hablar. Tienes que hablar, Thomas. Nadie puede vivir así. Un estremecimiento lo recorre ante mis palabras y su frente cae en mi esternón. Hundo mis dedos en su hermoso y exuberante cabello y lo aferro contra mí, con deseo, con ternura. Tal vez acabo de hacer una diferencia. Pero entonces se levanta, tira su cigarro terminado. Locamente, pienso que va a dejar una marca en la alfombra. Saca su polla de sus vaqueros. Está dura y furiosa y roja… igual que él. Sé que va a usarla para castigarme. Sí, castígame por ser lo bastante egoísta para querer más, para querer hablar. Lo merezco. Estoy empezando a pensar que soy la peor ramera de la historia. Alzo mi barbilla y abro mis piernas, lista para él. Thomas aprieta su mandíbula y en un golpe, embiste su polla dentro de mí. Casi me caigo del
escritorio, mis uñas arañando la dura madera. Jadeando, vuelvo a bajar y agarro el borde para apuntalarme, porque en el siguiente segundo, estoy en peligro de salir volando y golpear el suelo. Sus embestidas son castigadoras. Brutales. Al borde de lo violento. Mis dientes castañetean con cada estoque. Mis pechos se mueven y rebotan. Su agarre en mis muslos va a dejar marcas, lo sé, pero, sobre todo, es el obvio dolor de su cadera golpeando el escritorio lo que me sacude. Se está castigando tanto como a mí. Pero, no importa qué, no importa cuán brutal o violento se vuelva, nunca falla en provocar que cada jodida célula de mi cuerpo cante. Nunca falla en acelerar mi pulso. Quiero derretirme en su violencia. Quiero disolverme en el momento para que pueda absorberme en su cuerpo y encontrar un poco de paz. Sus ojos están entrecerrados, su mandíbula apretada mientras presiona su palma en mi bajo abdomen, incrementando la presión sobre mis órganos. Mi cabeza cae, la locura se apodera de mí. Quiero decirle que se detenga, pero no lo hago. Lo tomaré.
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El sonido de bofetadas de nuestra carne está entrelazado con los húmedos sonidos de mi coño. La humedad de mi centro me hace sonrojar por todas partes. Como si eso no fuera suficiente, se avecina sobre mí, llevando mis muslos a sus hombros, profundizando sus embestidas. Enmarca mi rostro con sus manos para no tener más lugar que mirar que a él. —¿Oyes esos sonidos, Layla? —susurra con voz ronca—. Ese soy yo hablándole a tu coño. —Entonces cambia el ángulo, se retiene dentro de mí, rotando sus caderas, corcoveando arriba y abajo, golpeando en el punto justo. A cambio, oigo el desordenado borboteo de mi centro, un tono ligeramente diferente a los sonidos previos, más húmedo y más furioso—. Y ese es tu coño diciéndome que le gusta, diciendo que ama sentirme dentro. —Deja de moverse ante eso y empieza a embestir a un ritmo salvaje que no nos deja respirar. Gotas de sudor de su frente caen sobre la mía—. Esa es toda la conversación que necesitamos tener. Esa es toda la puta conversación que siempre necesitaremos tener. Mete su rostro en el hueco de mi cuello y muerde mi piel, lanzando mi clímax a través de mi cuerpo. Mis caderas se arquean y se quedan rígidas en el aire, los músculos de mis muslos tensándose alrededor de sus hombros. Mi pérdida de control provoca la suya y antes que pueda parpadear, saca su polla y se corre sobre mi estómago, gimiendo. Perdida, me doy cuenta que olvidó el condón. Nunca lo olvida. Siempre es muy cuidadoso. Nunca tira su cigarro a la alfombra. Nunca tira basura. Nunca. Nunca. Nunca.
La anomalía me asusta, me aterroriza más que cualquier otra cosa que ha hecho jamás. Su pecho y torso húmedos de sudor se contraen con cada respiración jadeante. Suelta mis muslos y agarra mi barbilla, mirando profundamente a mis ojos. Por una vez, no los quiero sobre mí. No siento ningún placer en su ardiente y fogosa mirada. —No soy tu novio, Layla. No voy a sostener tu mano o llevarte al cine. No voy a hablarte de mis sentimientos. —Sus dedos se flexionan en mi mandíbula—. Dime que lo entiendes. Parpadeo y las lágrimas caen de las esquinas de mis ojos. Lo enojan incluso más. Hay una dureza en él que no he visto antes. Tal vez ha estado engañándome todo el tiempo. Tal vez nunca hice nada mejor. Tal vez era todo un sueño demente que inventé para seguir haciendo esto. —Dime —dice con dureza. Asustada, asiento, pero niega. —No, dilo. Dame las palabras, Layla.
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Oigo la ruptura de mi corazón. Oigo ese sonido de hace tiempo cuando rompí la botella de ese champán caro cuando Caleb se fue. Pero esta vez, el sonido es como un disparo, más chirriante y ensordecedor. Es el sonido de mi castillo cayendo por el aire y chocando contra el suelo. —No eres mi novio y no me llevarás al cine o sostendrás mi mano, y no me hablarás sobre tus sentimientos —digo con monotonía. Lo digo sin parar o tartamudear. Lo digo claramente. Su agarre se afloja y una mirada parpadea en su rostro, pero se ha ido antes que pueda descifrarla… y no quiero descifrarla. Sólo quiero irme. Thomas se aleja, va a la ventana y enciende otro cigarro, como hizo esa primera noche que me folló. El ciclo se está completando ahora, pero soy muy diferente a lo que solía ser. Tragando, intento sentarme. Herido y golpeado, mi cuerpo es una zona de guerra, un pueblo destrozado después de una tormenta de arena. Me visto mientras Thomas está ocupado mirando la oscuridad. Normalmente, me lleva a casa en su auto y estoy bajo mi manta púrpura en diez minutos, soñolienta, soñando con él. Esta noche, sin embargo, parece que caminaré a casa. No es importante. Las calles de medianoche y yo somos viejos amigos. Antes de girar el pomo, encaro a Thomas. —Sabes que te quiero. Soy la chica loca que deja que la folles cuando quieres. Puedes verlo en mis ojos. Eso es lo que dijiste, ¿no es así? Está en tus ojos. Puedes jugar conmigo. Puedes jugar con mi cuerpo porque sabes lo mucho que me gusta. Soy un libro abierto para ti. —Respiro
profundamente y desbloqueo la puerta—. Pero también puedo leerte. Me tomó un poco de tiempo. Tomó un montón de noches despierta, pensando en ti y, sí, acechándote, pero finalmente lo descubrí. Te estás asfixiando, esperando respirar vida en tu relación, en tu amor. Te estás aferrando demasiado fuerte, y tal vez necesitas dejarlo ir, porque si no lo haces, podrías sólo… matar todo. Cierro la puerta detrás de mí y entonces me alejo. De él. Del único hogar que jamás he conocido.
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Veinticuatro El Poeta
M
e toma unos minutos salir de mi estupor. Se ha ido.
Se fue, sola, en mitad de la noche. La veo correr por calles oscuras, llorando, sus salvajes rizos volando, hecha un desastre. ¿Y si tropieza y cae? Tiene facilidad para hacer eso. ¿Y si choca con un chico? ¿Un borracho que no puede ver bien, mucho menos entender el significado de la palabra no? Layla es sólo… una niña. Tan joven y frágil, pero valiente también… lo bastante valiente para estar conmigo, para soportar mi abuso. Su coraje me deja atónito. Su valentía ilumina mi cobardía. No puedo dejarla ir así. No puedo. No puedo dejarla. Punto.
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Mientras tiro el cigarro por la ventana y abotono mi camisa, me quedo quieto. Me asusto. ¿No soy siempre así? Todo este tiempo, todas esas noches que ha venido a mí, siempre ha estado sola. Ha caminado esas calles sola, desprotegida, probablemente sin una preocupación porque estaba ansiosa por llegar a mí. Y he estado igual de ansioso. He estado igual de loco porque llegue a mí, por lo que nunca ni una vez lo cuestioné. Nunca ni una vez cuestioné cómo llegaba aquí. Nunca le pregunté si era cuidadosa o si se encontraba a alguien de camino, o si es seguro para ella caminar de noche. Nunca le pregunté nada. Sólo tomé y tomé, como siempre hago. Estoy tan envuelto en mi cabeza que nunca me preocupé por nada más… ¿pero no se lo dije ya? ¿No le advertí? ¿Por qué siguió volviendo? ¿Por qué continuó ofreciéndose a mí como un jodido sacrificio? Le dije que lamentaría esto. Mi cabeza duele, arde. Necesito arreglar esto, pero tercamente no me muevo de mi lugar. No me moveré. Se lo dije. No es mi culpa que se fuera llorando, que creyera que esto era más de lo que era. Estoy arraigado en mitad de la habitación cuando hay un clic y la puerta se abre. Por una fracción de segundo, pienso que es Layla y mi cuerpo sale de su mortal quietud… pero no lo es. Es Sarah.
Tiene un montón de papeles metidos en los huecos de sus brazos. Incluso tan tarde en la noche parece serena, su cabello perfecto. —Vine para tomar algunos papeles de último minuto de mi oficina para mañana —explica, haciendo un gesto hacia los papeles. Mañana, Sarah y yo vamos a Nueva York a una convención de poesía. Volveremos el lunes, con suerte con un montón de inscritos para el semestre siguiente, dado que soy el cebo, el poeta más joven en ganar la beca para genios McLeod. —Layla Robinson —dice, su comportamiento frío—. Estás teniendo una aventura con ella. La llama aletea a la vida en mi abdomen y tenso mi cuerpo por la primera descarga eléctrica de calor. No importa cuál es la situación, su nombre es lo bastante poderoso para afectarme profundamente. Ni confirmo ni deniego. Aventura no es cómo describiría lo que Layla y yo tenemos. No, es más… complicado que eso, con más capas. Sórdido. Puro. Es más de lo que podría alguna vez poner en palabras. Y ahora mismo, está ahí fuera sola por mí. No es mi culpa.
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—¿Qué, no hay respuesta? ¿Qué sucedió con todo tu humor sarcástico? —Sarah sonríe con suficiencia, negando. —Ve al punto —me las arreglo para farfullar, rechinando mis dientes. —Así que no lo niegas, entonces. Estás, de hecho, acostándote con una de tus estudiantes. Jesucristo. Sabes, no lo creía. Sabía que había algo sospechoso con todos esos encuentros que tenían aquí que extrañamente requerían que ella fuera al baño de mujeres después, y entonces, imagina mi sorpresa cuando te encuentro aquí en mitad de la noche después de ver a Layla salir corriendo del edificio. —Sus ojos me disparan dagas de hielo—. Enhorabuena, profesor Abrams. Eres tanto un profesor incompetente como un ser humano patético. Estaba corriendo. Eso es todo en lo que puedo pensar. Estaba corriendo cuando se fue, y sé que se resbalará o tropezará y caerá. Necesito llegar a ella antes que suceda. Mis pies se mueven, pero entonces se detienen en seco ante las siguientes palabras de Sarah. —Qué pedazo de mierda eres, Thomas. Estás casado. ¿Acabas de tener un hijo y esto es lo que le haces a tu esposa? ¿Dormir con una estudiante a sus espaldas? Sí, un pedazo de mierda. Eso es lo que soy. Soy un puto pedazo de mierda que sólo piensa en sí mismo. Soy egoísta, incompetente, patético. Sus insultos suenan como mi propia conciencia, la conciencia que estaba
enterrada bajo mi ira hacia Hadley y mi necesidad por Layla. Está surgiendo ahora, junto con la náusea. —¿Qué quieres? —¿Qué quiero? ¿Es eso todo lo que tienes que decir? Has roto un millar de reglas de la escuela, por no mencionar romper con éxito tu matrimonio. Hadley nunca te perdonará por esto, lo sabes, ¿verdad? —Lo que Hadley haga no es asunto tuyo. —Me dejó. Empuño mis manos para retener mi impaciencia—. Lo que quiero saber es qué planeas hacer con la información. —Claro, déjame darte una descripción detallada. —Sonríe tensamente—. Primero, voy a ir a Jake y contarle todo. Estoy segura que, siendo tu amigo y todo, intentará salvarte de alguna manera, pero no me detendré ahí. Después de Jake, iré al decano. Estoy segura que tendrá algo que decir cuando le cuente que su poeta estrella está acostándose con una estudiante. El dolor de cabeza explota. —Te lo pregunto de nuevo, ¿qué quieres de mí? Su rostro está manchado con rojo por su ira.
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—Lo que quiero es que dejes tu trabajo. Merezco ese puesto más de lo que jamás lo merecerás. —¿Y si no lo hago? —Entonces prepárate para ser despedido de todos modos, porque no voy a callarme esto. Así que, es realmente tu elección, Thomas: ¿quieres ser despedido y deshonrado, o quieres irte en silencio? —Antes de irse, añade—: Vuelve al lugar del que viniste, Thomas. No perteneces aquí. Cierro mis ojos con fuerza. Estrellas blancas pulsan detrás de mis párpados, temporalmente cegándome con el dolor y la ira. No puedo volver. Necesito este trabajo. Necesito quedarme en esta ciudad. Los pensamientos flotan dentro de mi cabeza por defecto, como algún tipo de recuerdo que no dejará de reproducirse. Continúan una y otra vez, hasta que las palabras cambian y se convierten en algo más. No quiero regresar porque de donde vengo, no está Layla. La sorpresa es suficiente para que mis piernas dejen de funcionar, y salgo corriendo. Corro y corro, haciendo exactamente lo que Layla ha estado haciendo todas las noches, exactamente lo que hizo esta noche. Me detengo en seco, justo delante de su edificio de apartamentos. No sé cuál es su piso porque
nunca me molesté en detenerme lo suficiente para averiguarlo. La dejaba y me largaba de allí. Jadeando, estiro el cuello y miro a la cima del edificio. No puedo imaginarla viviendo en ninguna otra parte que en la cima. Pertenece al cielo. Pertenece con las estrellas. Es brillante y llamativa. Pero más que eso, es aterradora. Layla Robinson es jodidamente aterradora, y no sé qué hacer con eso. Ahora que estoy aquí, no sé por qué vine. ¿Cuál es el propósito de todo ello? ¿Qué estaba esperando hacer? ¿Subir a su apartamento y tocar hasta que abra la puerta? ¿Y luego qué? ¿Disculparme? ¿Por qué? ¿Por decirle la verdad? ¿Por corregirla? No, esto es mejor. No tenemos futuro. Tal vez le dije esas cosas porque quiero que nunca regrese a mí. No soy valiente. No sé cómo ser valiente, y no sé cómo hablar. Rechinando los dientes, me doy la vuelta y me alejo.
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Me despierto por los ligeros pasos. Se están aproximando a mí. Los reconozco, esa ligera pisada. Hadley. ¿Estoy soñando? Ni siquiera recuerdo quedarme dormido. Mi cuerpo está curvado en un ángulo poco natural en el suelo. Abro mis soñolientos ojos y me doy cuenta que estoy en la habitación de Nicky, sentado bajo la ventana. Anoche, por primera vez en un largo tiempo regresé a casa antes del amanecer. Revisé a Nicky y luego caí en el suelo. Parpadeo y encuentro a Hadley en el umbral. Ha vuelto. Me pongo de pie, cualquier sueño olvidado, todo el mundo olvidado ante la vista de ella. Susurro su nombre Ahora que está aquí, su ausencia brilla incluso más. Recuerdo todas esas llamadas que hice, frenético y en pánico, los correos de voz que dejé ese primer par de días. Nunca volvió a mí. Después de eso, estaba demasiado cegado por la ira para llamarla. O tal vez no era ira. Era el peso de todas las cosas incorrectas que he estado haciendo. Era mi lujuria, mi necesidad por alguien más. Cuando se fue, fue un pequeño beso, pero ahora mi lujuria tiene vida propia. Tiene un cuerpo, un corazón y un alma. Es fuerte y vibrante y ella necesita saber.
Necesita saber la persona en la que me he convertido en los últimos diez días. —Thomas —susurra Hadley, avanzando. Nos encontramos en medio de la habitación. —Hadley, necesito… —¿Me abrazas? —pregunta, delicada y vulnerable. Sus palabras me sorprenden. Es un golpe para mi ya caótico sistema. Es todo lo que he estado muriendo por hacer. Abrazarla. Mis brazos, mi pecho, hormiguean con recuerdos de sostenerla… pero hay algo más también. Hay alivio. No tengo que contarle sobre Layla ahora mismo. Puedo abrazarla. Quiero abrazarla. Egoístamente, tomo la salida que me da. —Sí. —Te extrañé… —susurra. Asiento, pero las palabras recíprocas no salen.
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Me rodea con sus frágiles brazos y hago lo mismo. Se desliza en el lugar, metiendo su rostro en mi cuello, y la inhalo, su dulce y femenina esencia. Dejo que su desplomada postura se hunda en mí. Olisqueo la suave piel de su nuca y mi mirada cae sobre mi hijo. Suspira en su sueño como si supiera que esto es todo. Es donde mamá y papá lo han arreglado y ahora todo estará bien. Al final, lo tengo todo. Este abrazo tiene todos los ingredientes para un nuevo comienzo. Esto justo aquí es lo que he estado esperando. Aun así, mi estómago se revuelve. Aun así, jadeo por aire. Aun así, mis pulmones se asfixian como si estuviera aferrándome con demasiada fuerza. Aun así, me siento como si esto fuera el final de algo y estoy muriendo.
PARTE IV El Escupe Fuego
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Veinticinco
H
ace unos días, cuando todo era perfecto, Nicky pronunció sus primeras palabras. Lay-la. Sí, eso es lo que dijo.
Me miró directamente con los ojos de Thomas, soltó una risita babeante, levantó su regordeta mano en el aire, llamándome a él, y dijo: —Lay... la. Recuerdo llorar, y luego reír, y luego volver a llorar. Era algo raro de hacer en medio de Crème and Beans un sábado por la mañana. —¿Acabas de decir mi nombre? —pregunté, y luego levanté la mirada hacia Thomas, cuyos labios temblaban—. ¿Acaba de decir mi nombre? —Lay... la. ¡Layyy... la! —Nicky saltó arriba y abajo en el regazo de su padre y se rió de nuevo, golpeando su cabeza con la barbilla de Thomas. —¡Lo hizo! —Recuerdo que me quedé asombrada—. ¡Oh Dios mío! Él lo hizo. ¿Soy su persona favorita o qué?
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—No te emociones demasiado. Probablemente esté inventando palabras como siempre hace. —Le revolvió el cabello a Nicky—. Y en su defensa, tu nombre suena inventado. Dos sílabas al azar juntas. —Thomas se encogió de hombros. Recuerdo los oscuros mechones de su cabello atrapando por el sol invernal y golpeándome directamente en el pecho. Fingí estar indignada. No recuerdo lo que dije en represalia, algo como, ¿Ah, sí? ¿Y qué es Thomas? Tho-mas. ¿No es, como una modificación patética de Christ-mas6? Él rió. Lo recuerdo porque estaba rebosante de orgullo por ser quien lo sacó en él. Es sábado otra vez, y es todo lo que puedo pensar mientras entro en Crème and Beans. La voz de Nicky es lo único que escucho, y lo único que puedo ver es el cabello resplandeciente y los ojos divertidos de Thomas; y también es bueno, porque si pienso en quién voy a ver aquí, podría regresar y nunca salir de mi habitación. Como si me sintiera de pie aquí, levanta la vista de su taza de café. Mi pecho se derrumba sobre sí mismo cuando lo miro a la cara, un rostro que no había visto en más de dos años. Dios, parece... mayor. Tan mayor, como si se hubiera dejado ir, dado el permiso a su cuerpo para crecer fuera él. Cabello más largo, hombros más anchos, sombra de barba. 6
Navidad.
Pero luego sonríe, y es la sonrisa que he visto en mis sueños por siempre, una sonrisa que nunca falla en hacerme sonreír. Y entonces estamos corriendo el uno hacia el otro como un par de niños. Salto a sus brazos, riendo y llorando. Es como si los últimos dos años nunca hubieran sucedido. Es como si toda la torpeza del mundo no pudiera eclipsar el hecho que él es el amigo más cercano que he tenido en mi vida. Caleb Whitmore, mi primer amigo. Nos separamos, todavía riéndonos, y él me deja en mis pies. —Hola —dice con una voz que me es tan familiar, tan jodidamente familiar que todo lo que quiero hacer es romper a llorar. —Hola —susurro sobre el alboroto que está haciendo mi corazón. Estoy tan malditamente feliz de verlo. —Te ves... fantástica. —Me mete mi rebelde cabello detrás de mi oreja. —Tú también. —Pellizco su corta barba—. ¿De dónde viene esto? Caleb sonríe tímidamente, frotando el lugar. —Voy por un aspecto maduro.
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—¿Qué? ¿Por qué? —La gente se toma la barba en serio. —Estás bromeando. —Frunzo el ceño—. ¿Te están haciendo pasar un mal rato en la oficina de tu papa? —Eh, no está tan mal, pero ya sabes, el músculo extra ayuda. —Se frota la sombra de barba otra vez, haciéndome reír. —¿Quieres que patee sus traseros por ti? Él se ríe, con una mirada indulgente en sus ojos. —Dios, te extrañé. —Traga saliva, poniéndose serio—. Tanto. —Sí —admito en un susurro roto. Caminamos hacia su mesa y nos sentamos el uno frente al otro. Caleb me mira expectante, y yo le lanzo una mirada inquisitiva. Él mira su café y luego a mí. —¿No quieres robarlo? No, ya no robo. La única persona de la que quiero robar no está aquí. Un nudo se forma en mi garganta y me río entre dientes, tratando de mantener las cosas ligeras. —¿Me estás llamando ladrona? —Bueno, sí. Lo eres.
—No creo que estés recordando las cosas correctamente. —Recuerdo todo sobre ti, Lay. Miro hacia otro lado. Es muy difícil mirarlo a los ojos y encontrar mi viejo yo reflejado. Hay fantasmas moviéndose en el fondo de ellos; mis fantasmas, pero ya no me parezco a ellos. He cambiado. He cambiado mucho desde que él me conocía. He hecho cosas, cosas despreciables desde entonces. Por otra parte, tal vez no he cambiado en absoluto. Estaba loca entonces. Estoy loca ahora. —Gracias por la canasta de regalos —digo para romper el silencio. Ayer por la noche, Caleb me envió una canasta de regalo con Twizzlers que solo noté cuando volví a casa desde la oficina de Thomas. Estaba situada en la mesa de la sala; Emma la había llevado dentro. Ella también me interrogó sobre eso, preguntándome quién era el admirador secreto. Tuve que reírme de eso, aunque salió distorsionado, demasiado parecido a sollozo. Le dije que era de Caleb y que él es gay. No dolió decir eso. No dolió decir que solía estar locamente enamorada de él, pero él nunca me amó de vuelta.
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De hecho, si soy sincera, no he pensado en Caleb en los últimos días. Me hace pensar si Thomas fue una distracción tanto para mí como lo fui para él. —No tienes que sobornarme, ¿sabes? —No pensé que querrías verme después de... lo que te dije. —¿Por qué no me lo dijiste? —susurro, incapaz de ir más allá de eso. Estoy agotada. Respirar parece como una tarea. Solo quiero parar. Dejar de correr. Obsesionarme. Culparme. Él entrelaza sus manos sobre la mesa. —No sabía cómo. —Pero era yo, Caleb. Yo. Crecimos juntos. Eras mi mejor amigo. ¿No era la tuya? Es algo tan mezquino e infantil de preguntar. ¿No era tu mejor amiga cuando eras el mío? Aun así, creo que es lo más importante que puedo preguntarle, más importante y vital que ¿No me amas? Ahora me doy cuenta que podría derrumbarme si responde negativamente; su amistad significa mucho más para mí que su reciprocidad de amor. Él suelta una risa. —¿Cómo puedes preguntarme eso, Lay? Cuando he pasado cada segundo de los últimos dos años extrañándote como el infierno. Yo... —Se pasa la mano por el pelo—. Me he sentido tan... culpable. Tan solo. Tan
diferente de mí. Pero no supe cómo enfrentarte después... de lo que hice. La forma en que me aproveché de tu amor. La forma en que te dejé. Es difícil mirarlo, mirar el desnudo arrepentimiento en su rostro. Mi corazón se retuerce en mi pecho y se balancea hacia adelante y hacia atrás, lastimándome. Él se culpa a sí mismo de la misma manera en que me culpé a mí. No quiero que lo haga. No quiero pensar en lo que sucedió; es demasiado jodidamente deprimente. Es hora de compartir la culpa y luego seguir adelante. —Te perdono —le digo—. Lo hago. Por lo que sea que pasó, ¿me perdonas? Él toma mi mano en la suya y aprieta. —Sí. Aunque no hay nada que perdonar, Lay. Sonrío a través de mis lágrimas. Se acabó. Ya está hecho. Me siento ligera, tanto flotando como conectada a tierra.
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Pasamos la siguiente hora poniéndonos al día. Me dice lo difícil que fue para él a lo largo de la escuela secundaria, cómo pensó que era extraño. Tenía miedo que su padre nunca aceptaría esa parte de él. Le digo que estaba siendo estúpido porque hola, este es el siglo veintiuno. ¿A quién le importa si eres gay? Luego, le cuento lo mal que se puso todo después que se fue, cómo mi madre quería que fuera al centro juvenil, pero salí de allí viniendo aquí. Le hablo de Kara. Le cuento sobre mi torre, sobre Emma. Lo único de lo que no le hablo es de Thomas Abrams. ¿Qué hay para decir sobre él de todos modos? Él es mi profesor, me enseñó que la lectura puede ser genial, que las palabras son lo más importante en el mundo, y solía acostarme con él y ahora se acabó. Dejé que destrozara mi cuerpo, mi corazón, mis sueños. Me convertí en una puta para él, pero eso está bien. Él nunca preguntó. De hecho, me advirtió sobre él, su crueldad. Dejé mi moral voluntariamente. Le di todo, pero él no quería nada de mí. —Extraño la ciudad —digo a Caleb, de la nada. —Entonces regresa. —Su expresión es esperanzada, el verde de sus ojos brillantes—. Sí, regresa. Ellos te llevarán fácilmente a Columbia. Tus créditos se transferirán y podrás vivir conmigo. Ni siquiera tienes que volver a casa de tu mamá. Sonrío, pensando en ello, imaginando vivir con Caleb. Todas las noches de cine que podríamos tener. Todos los videojuegos que podríamos jugar. Podría ser como en los viejos tiempos. Podría tener un nuevo hogar. Podría construir un hogar para mí.
Y luego, en medio de Crème and Beans en una perezosa mañana de sábado, tengo una epifanía. Es escalofriante. Me dice que preferiría estar sin hogar que lejos de aquí, este lugar. —No puedo —susurro, negando. —¿Por qué no? —Caleb siente la seriedad en mi tono. —Po-porque necesito estar aquí. —¿Por qué? —Porque... —Respiro profundamente, pero todavía tengo miedo de desmayarme—. Estoy enamorada.
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Veintiséis
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a nieve se ha derretido; o está en proceso de derretirse, y por debajo de esta, la tierra está emergiendo, cruda, húmeda y fea, pero de alguna manera todavía hermosa. Me gusta pensar que teníamos algo que ver con esto, Thomas y yo. La fricción que producimos con nuestros cuerpos desnudos creó el fuego que disolvió el mundo helado. Porque la forma en que nos juntamos fue mágica. Me hizo enamorarme otra vez. Casi podría ser una historia que me contaré cuando me esté muriendo. La Ramera se enamoró del Escupe fuego. Era hermoso y correcto. Estaba mal y era feo, como la tierra bajo mis pies. Era trágico y extático. Era todo lo que había esperado que podría ser el amor.
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Esta vez, sin embargo, lo haré todo bien. Cambiaré, seré una mejor versión de mí misma. No puedo soportar la idea de mi amor arruinando algo. Es demasiado puro, más puro que cualquier amor que hubiera antes de él o cualquier amor que viniera después. Me lleva quince minutos llegar a mi destino: la espaciosa casa con un árbol colgando del techo. Sé que Thomas no está ahí, está en Nueva York para la convención de poesía, pero aun así perdura su presencia. Su desagrado me hace arrastrar mis pasos. No estaría feliz si supiera que estoy aquí, sin ser invitada, pero esto es algo que tengo que hacer. Necesito hacerlo. Este amor es mi fuerza, no mi debilidad. Golpeo; una vez, dos veces, y me quedo allí, acurrucada sobre mí misma. La puerta se abre y es Susan, la mujer que conocí hace unos días de la forma menos convencional. Le doy una pequeña sonrisa temblorosa, y la responde con un ceño fruncido y confundido. —H-hola. Soy Layla —le recuerdo, aunque sé que lo sabe. ¿Cómo iba a olvidarse? La chica que Thomas trajo por la noche cuando su esposa no estaba en casa. —Thomas no está aquí. —Frunce sus labios. —Lo sé. Es por eso que vine. —Amplío mis ojos con horror por cómo suena—. No. No, no quería decir eso. Se ha escuchado mal. —Suspiro—. Mire, sé que no le caigo bien. No me caigo bien tampoco en este momento. Sólo... necesito ver a Nicky. —Susan abre la boca para decir algo, pero me precipito—. Puede estar allí todo el tiempo. Sé que es una petición inusual
y no tiene ninguna razón para confiar en mí, pero le aseguro que no tengo intención de hacerle daño. Amo a ese pequeño chico y él me ama también, ya sabe. Es decir, no soy buena con los niños. De hecho, no sé nada de ellos. Pero es tan... es una especie de amigo, y sólo quiero hablar con él, disculparme, y no tendrá que volver a verme. —¿Qué le hiciste? ¿Por qué tienes que pedirle disculpas? —Me está mirando evaluadoramente. —Yo, eh, prefiero decírselo a él. Por favor. Tal vez mi desesperación por hablar con un bebé de siete meses de edad, se abre paso en ella, o tal vez se apiada de una chica con lágrimas pegadas a sus pestañas. De cualquier manera, asiente y da un paso atrás. —Cinco minutos. Me quedaré ahí todo el tiempo. El alivio hunde mis hombros. —Sí. Sí. Cualquier cosa. Doy un paso dentro de la casa de Thomas, por segunda vez, y se siente peor que mi visita anterior. La luz del sol se derrama en la sala de estar y allí está; Nicky, jugando en su cuna. Los rayos del sol le hacen resplandecer, todo mejillas rosadas y rechoncha nariz.
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El pequeño individuo con la barbilla babeante y mechones de pelo negro demanda toda mi atención, como si la sala empezara y terminara con él. Como su padre. Siento una oleada de amor por él, algo muy parecido a amor materno, que es la cosa más rara que he sentido en toda mi vida. No soy una madre. Soy apenas un adulto, pero mientras camino hacia Nicky, mis brazos duelen por la necesidad de levantarle y acurrucar su rostro en mi cuello. Me pongo de rodillas delante de él y sonrío, mirando sus ojos azules. Está masticando un elefante bebé y lo abandona para sonreírme. —Lay... laaaa —grita. —Hola, pequeñín. Te acuerdas de mí, ¿verdad? —Ondeo un dedo hacia él como siempre hago y lo agarra con su mano pegajosa. Me agacho y coloco un suave beso en el pequeño puño que sostiene el dedo. Él se ríe entre dientes y continúa masticando su elefante. Recuerdo a Thomas diciéndome que Nicky piensa que todo es comida. —Oye, tengo un regalo para ti. Toma. —Me quito el sombrero de estilo ruso, éste es de color blanco—. Puedes quedártelo, a pesar que ya tienes mi favorito. —Le soplo besos de pececito, haciéndole reír—. Dios, eres tan adorable. Podría comerte. —Siento la presencia de Susan así que me apresuro a agregar—. No lo haré, sin embargo, así que no te preocupes. Nicky juega con su nuevo sombrero, agitándolo en sus manos con hoyuelos mientras reúno el valor de decir lo que vine a decir.
—Rompí el acuerdo —digo rápidamente, como hago con Thomas cuando necesito sacar algo difícil de mi pecho. Me estremezco—. Uf. Eso como que simplemente salió. Creo que debería empezar por el principio... no es que vaya a hacer ninguna diferencia para ti. —Nicky está ocupado con el sombrero y agitando sus puños mientras se retuerce en su mameluco amarillo—. Pero voy a hacer esto de la manera correcta. Así que, hice un trato con tu padre. No fue nada formal. Fue sólo... una comprensión silenciosa, y confía en mí, sólo lo hice porque pensaba... que lo necesitaba. Yo lo necesitaba también, pero su necesidad era... mucho más grande que la mía, ya sabes, mucho más potente. Pero, rompí el acuerdo. Susan se mueve tras de mí, pero mantengo mi enfoque en el pequeñito a quien ni siquiera le importa lo que estoy diciendo.
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—Sé que no vas a entender lo que estoy diciendo en este momento, y es probable que olvides todo sobre mí, porque no creo que nos veamos más, pero quiero que sepas que no lo rompí a propósito; el acuerdo, quiero decir. Simplemente sucedió, bien. Nunca planeé… planeé, ya sabes, enamorarme de tu padre. —Aprieto mis ojos cerrados y suelto un bufido—. Pero haré lo correcto ahora. Estoy… estoy retrocediendo, Nicky. No tienes que preocuparte, está bien. No te tocaré. Mis errores no volverán para atormentarte. Pienso en las lágrimas que Emma ha derramado por algo que nunca estuvo en su control. Nada vale la pena eso; ahora lo sé. Ninguna cantidad de excusas puede absolver lo que hice, y si hay incluso una pequeña porción de posibilidad que eso afecte a este pequeño individuo, no estoy dispuesta a tomarla. Las lágrimas se reúnen en mi garganta y mis ojos y trago para enterrarlas; no es que Nicky se entere. —Tu papá te quiere mucho. Él no es como mi padre. Nunca te dejará, y apuesto a que tu madre te ama igual, si no más. Y sabes qué, tu papá ama a tu madre tanto como te ama a ti. Así que... no te preocupes por nada. —Aspiro—. Lo siento por cualquier daño que te hice. —Me inclino y beso su frente. Él gorjea una risa—. Esta es la última vez que nos veremos, así que ten cuidado, ¿bien? Nunca te olvidaré. Con una última mirada a él, me levanto y me encuentro cara a cara con la mujer más bella y de aspecto frágil que he visto en mi vida. Hadley. Ella está... Ella está de vuelta. Ella. Está. De. Vuelta. Justo cómo pensaba que estaría. Siempre lo supe, pero, aun así, parece increíble. Quiero reír, y luego me dan ganas de llorar. Antes que realmente haga nada de eso, la situación se hace evidente.
Soy prácticamente una desconocida y estaba divagando con su bebé como una persona trastornada. Me está estudiando con sus magníficos ojos color oro y me siento tan avergonzada. Tan desnuda. Soy la chica que se acuesta con tu marido. Yo. Soy la que se enamoró de él, la que sueña con él, la que probablemente seguirá soñando con él por el resto de su vida. Así que, puedes matarme si quieres. De hecho, te lo aconsejo yo misma. —Eres buena con él —dice en su voz clásica, melódica. —¿Qué? —chillo. En comparación, soy una hiena con cuerdas vocales rotas. —Con Nicholas. Eres buena con él. Las notas musicales de su voz tropiezan sobre el nombre de su hijo, saliéndose de tono. Ahora que la sorpresa inicial de ver al amor de Thomas en carne y hueso se ha ido, la estudio con la mayor objetividad posible. Sus ojos están hinchados y enrojecidos, y su cabello rubio, aunque bello y suave, se ve demasiado raído. Tiene una gran bata de dormir blanca que se traga su cuerpo menudo. Parece aún más frágil que la última vez que la vi, pero parece en paz. Iluminada con una luz extraña.
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Esta es la mujer que dejó a su bebé de siete meses solo y se fue. Esta es la mujer que dejó a Thomas. Quiero sacudirla, gritarle. En este momento, estoy tan jodidamente celosa, tan enfadada. Ella tiene todo lo que quiero y ni siquiera le importa. Antes que mi ira se vuelva más dura, me recuerdo que soy lo incorrecto aquí. Tomé lo que le pertenecía. No tengo derecho a sentirme de esta manera. —Yo, eh, no tengo experiencia con niños, pero Nicky hace que sea fácil, supongo. —Agrego—. Tienes una hermosa familia. Ella se pone rígida ante mi respuesta, y lamento haber dicho la última parte. Mi enfado era evidente en ese momento. Tal vez incluso mis celos... No sé. Tengo que salir antes de estropear la tapadera y causarle problemas a Thomas. En ese momento, escucho a Susan volver. —Toma. —Ella me da un libro y lo miro confundida—. El libro. Estaba justo en la mesa y lo estuve buscando por todas partes. —Cuando todavía no lo tomo, continúa—. A Thomas no le gusta cuando alguien toca sus libros, pero debe estar suspendiendo mucho en clase si quiere que lo tengas para los exámenes, ¿no? Hay un brillo malicioso en sus ojos marrones, y me pregunto cómo aún es capaz de tenerlo en un momento como este. Tomo el libro. —E-está bien.
Prácticamente corro fuera de allí y camino a toda velocidad hasta que la casa está fuera de la vista. Entonces paro en medio de la carretera y miro hacia arriba. El sol está fuera, y no puedo recordar la última vez que estuvo así de soleado. Se siente como si hubiera pasado mucho tiempo desde que vi el sol. El mundo es más brillante, y siento que he hecho algo bien. He restaurado todo el equilibrio que había torcido. Las reglas rotas han sido arregladas. El universo está bien otra vez. Envío un deseo al cielo claro. Por favor, que Hadley esté de vuelta esta vez para siempre. Por favor, dale a Thomas lo que quiere. Por favor Dios. Y entonces lloro todo el camino de vuelta a mi torre. No me gusta el jodido sol.
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Veintisiete
E
s domingo por la noche y estoy sola en el apartamento. Hace dos meses, habría usado ese tiempo para darme un atracón de Twizzlers y porno. Todavía estoy dándome un atracón de regaliz, pero en lugar de porno, estoy tecleando como el viento. Mis dedos vuelan sobre el teclado, las palabras vertiéndose de mí, y estoy pensando: Nadie jamás ha escrito una historia como esta. Durante semanas, he tenido a esta chica en mi cabeza. Es ruidosa. Tiene una mochila verde neón. Es aventurera y quiere ver el mundo. Su nombre es Eva. Durante semanas, la ignoré porque, hola, quiero ser poeta no una escritora de ficción. Los escritores de ficción son sosos. Los poetas son genios. Cambian el mundo. Te hacen pensar. Son mágicos. Como Thomas.
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Pero ya no puedo ignorarla. No puedo ignorar su necesidad de tomar forma. Además, sé que si no escribo, nunca dejaré de llorar. Incluso podría volver a mis hábitos destructivos. Podría beber todo el licor y fumar toda la hierba, y entonces moriría, y no quiero morir. Quiero vivir. Quiero escribir. Tap. Tap. Tap. Entonces, oigo un sonido estridente… mi teléfono. Salto y me doy la vuelta en mi escritorio. Mi habitación ha explotado. Ropa, libros y cajas vacías de caramelos están por toda la superficie. Medio pienso en dejarlo ir al correo de voz, pero por alguna razón desconocida, no lo hago. El ruido viene de mi cama y me lanzo por el teléfono antes que deje de sonar. Es un número desconocido, pero contesto de todos modos. —¿Hola? Una voz ronca cruje a través de este, haciendo que mi corazón se detenga. —Layla. —¿Th-Thomas? —Mis piernas ceden y caigo sobre la cama. —¿Estás sola ahora mismo? —Sí. —Miro alrededor como si verificara, como si no supiera ya, que estoy sola. —Abre tu puerta. —¿Te refieres a mi puerta principal? —Me levanto y cruzo el umbral de mi dormitorio, mirando con confusión mi puerta principal cerrada. —Sí, tu puerta principal.
—D-de acuerdo. Suena un largo suspiro. —Probablemente deberías decirme cuál es tu puerta. —Su voz de alguna manera suena tanto indulgente como auto-despreciativa, como si estuviera avergonzado de no saber ya cuál es mi puerta. —El último apartamento a la derecha. —¿Qué piso? —pregunta pacientemente. —Eh, ú-último piso. Su risa es rota y triste, llena de resignación, y ni siquiera sé cómo una risa puede ser así. Termina la llamada antes que pueda preguntarle algo más. Estoy pegada en mi lugar, mirando la puerta. ¿No debería estar en Nueva York? Oh, no. Me preocupa que tal vez haya descubierto que fui a su casa esta mañana, pero antes que pueda enloquecer completamente y perder el control, un golpe suena, exigente y fuerte. Mi teléfono cae al suelo, mis piernas se mueven y abro la puerta.
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Thomas se para en el umbral, sus brazos apoyados en el marco a cada lado. Nuestros ojos chocan como un rayo. Al principio, mi corazón trastabilla ante la riqueza de emociones rebosando en su mirada, y luego late con fuerza. Late con fuerza mientras observo el resto de su apariencia… camisa arrugada, cabello despeinado, barba incipiente. Se ve deshecho. Las cuerdas que sujetan su cuerpo se han separado, desatado. Un estremecimiento recorre su figura. Sobresaltada, alzo mi mirada y encuentro sus ojos solamente centrados en mi rostro, asimilando mis rasgos, devorándolos. Me está devorando con su magnífica mirada, pero no entiendo por qué. —¿Thomas? ¿Qué, eh, qué sucede? —Mi voz lleva otro ataque de estremecimientos, y noto por primera vez cuán fuerte se aferra al marco de la puerta. Sus venas están vibrando del esfuerzo—. Thomas, estás asustándome. ¿Qué pasa? La ira que tuviera contra él, la supervivencia que tuviera, han desaparecido y me acerco más a él. Todo lo que sé es que me necesita. Eso es todo lo que entiendo cuando desenrosco los dedos de su mano derecha del marco usando los de mis dos manos. Es una lucha, pero me las arreglo para deshacer su agarre y sostener su mano con fuerza. Sólo entonces mueve sus ojos de mi rostro y mira nuestras manos unidas. Las mías pequeñas y pálidas envolviendo la suya gruesa y más oscura. Siento la corriente interna de energía a través de su piel. Siento el caos, el caos corriendo a través de sus venas. —Vives en una jodida zona de construcción —murmura.
—La llamo mi torre. —La tensión en su mano se afloja y tomo una inhalación calmada—. ¿Por qué no estás en Nueva York? —Porque tengo que decirte algo. —¿Qu-qué? —Eres hermosa, ¿sabes eso? —dice, en lugar de responder mi pregunta. De alguna manera, su voz tiembla también, un retumbante tipo de vibración que siento en mi tatuaje. Suelta el marco de la puerta y avanza hacia mí, obligándome a retroceder un paso. Su otra mano acuna mi mejilla. Sus dedos tiemblan sobre mi piel y pongo mi mano sobre ellos para darles estabilidad. —Thomas, por favor, dime qué sucede. Su manzana de Adán sube y baja. —No, eso es… eso no está bien. No eres hermosa. Creo que eres la cosa más exquisita que jamás he visto. —Lame sus labios, sus ojos yendo de un lado a otro—. No, no una… no una cosa. Eres más que eso, Layla. Eres… el poema que nunca puedo escribir. Sí, eres la pieza de poesía que nunca puedo terminar, no importa cuán duro lo intente.
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—Thomas —susurro, una gruesa lágrima cayendo por mi mejilla. Mi herido corazón se aprieta en mi pecho. Es como si acariciara sus paredes, dejando sus huellas para siempre, para que las cargue. La manera en que tropieza con sus palabras… no puedo soportar verlo. Se inclina hacia mí, agarrando mis dos mejillas ahora, limpiando las lágrimas. —La primera vez que te vi en la librería, llevabas estos locos auriculares y estabas bailando con la música. Vi algo aparecer sobre tu cabeza, una palabra. No pude identificarla… no hasta que te vi en mi clase. Fue cuando me di cuenta que eras tan brillante y ruidosa y reluciente como… —¿Como qué? —Escarlata —susurra, su aliento empañado sobre mis labios húmedos por las lágrimas. Esta vez, mi risa es rota y triste y llena de resignación. —Sí, soy eso, ¿cierto? Como Hester Prynne. Apuesto a que es obvio para todo el mundo. La fuerza de su agarre se incremente, aplanando mis mejillas. —No lo es, porque no es verdad. ¿Me entiendes? No lo es. No eres nada como ella o nadie más. No eres… —¿Una puta?
Rechina sus dientes. —Maldita sea no. No lo eres. Nunca serás eso. Dime que lo sabes. Dilo, Layla. Su rostro es un borrón pintado a través de las lentes de mis lágrimas, un laberinto de emociones y expresiones que no puedo identificar. La única cosa que me arraiga en este momento es el vívido color de sus ojos. Destacan en su sinceridad. Me ruegan que le dé eso, que lo crea, ¿y cuándo he sido capaz de negarme a él? —No soy una puta. Asiente, suspirando, enviando una ráfaga de su achocolatado aliento a mis pulmones. —Así es. No lo eres. —Ya no puedo hacer esto —farfullo—. Sé que prometí que no me arrepentiría, pero l-lo hago. Me arrepiento de todas las cosas que hicimos y la manera en que las hicimos. No estuvo bien, Thomas. Rompimos todas las reglas. Yo… —Un sollozo sacude mi figura. —Shh… Oye, no lo haremos. Ya no lo vamos a hacer, ¿bien? Se ha terminado.
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—Bien. —Mis manos encuentran su camisa y empuño la tela. Sollozo en su pecho, acercándolo más a mí cuando debería soltarlo. Se ha terminado. Todas las cosas ilícitas que hemos estado haciendo. Todas las cosas que he estado ocultándole a Emma. Todo ha terminado, pero no siento alivio. Sólo siento enormes cantidades de dolor y angustia y ardor. Me balancea en sus brazos como a una niña, y lo aferro más fuerte. Es la única cosa que me mantiene junta y me hace derrumbarme, y no importa lo que dije, no quiero dejarlo. No me arrepiento de enamorarme; sólo lamento cómo sucedió. En algún punto, dejo de llorar y simplemente me aferro a él porque no quiero que esto sea el fin. Lo inhalo y hace lo mismo. Sus brazos tiemblan a mi alrededor y lo miro. Nunca he visto su rostro tan expresivo antes, como una página desgastada de un libro antiguo. Hay manchas de agonía y lamento. Me mira con una media sonrisa, un patético intento de parecer tranquilo. Parece que quiere decir algo, pero se detiene. Luego se inclina y coloca un suave beso en mi frente, permaneciendo durante dos segundos antes de dar un paso atrás. Fue tierno y suave y todas las cosas que siempre he querido. Me mira, una última vez, y luego se vuelve y empieza a caminar hacia el ascensor. Atónita, me quedo allí, inmóvil. ¿Eso es todo? ¿Así es como termina? Nunca me dijo por qué vino aquí.
Un pitido suena, señalando la llegada del ascensor. Las puertas de acero se abren, pero antes que pueda entrar, corro hacia él y me aferro a su fuerte cuerpo, rodeándolo con mis brazos y piernas. Se detiene en seco, un brazo agarrando mi muñeca en su pecho y el otro descansando en la parte baja de mi espalda. Ambos nos estremecemos con jadeos. Entonces, como si susurrara las palabras en mis oídos, las oigo claramente. Esto es un adiós. Vino a decir adiós, como prometió que haría. Las despedidas no son mi fuerte, pero tampoco te dejaré como una cobarde. Es suficiente para hacerme sollozar de nuevo, pero permanezco en silencio y envuelta a su alrededor, simplemente inhalándolo. No haré esto más difícil de lo que tiene que ser. No lo haré. No lo haré. Thomas intenta apartar mis brazos, pero a pesar de todo, me aferro a él más fuerte. —Suéltame, Layla. Necesito irme.
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—Lo sé. —Froto su cuello con mi nariz, paso mis dientes por su piel. Su sabor explota en mi lengua, drogándome y volviéndome loca—. Pero antes que te vayas, ¿podrías quedarte un ratito? Tan pronto como lo digo, me lleno de culpa. No debería haber dicho eso. Le prometí a su hijo que no rompería su familia, pero mi cerebro está inactivo en este momento. Mi cuerpo muere por el suyo. Aun así, aparto mis brazos y piernas, sintiendo las ondulaciones de su espalda, los patrones de sus músculos sobre las suaves pendientes y valles de mi frente. Espero que se vaya. Lo espera también, si su respiración acelerada es alguna indicación. Y, aun así, Thomas se da la vuelta y me encara. El hambre en su expresión es inequívoca. Estoy sin palabras. Se inclina para plantar un duro beso en mis labios. Un pulso hormigueante comienza abajo, en mi coño, una bomba que podría explotar en cualquier minuto. —La última vez —gruñe sobre mi boca—. Pídeme que te prometa que esta es la última vez. No quiero hacerlo, pero es necesario. Vamos a terminar al momento en que nos corramos. La cantidad de tiempo que nos queda es de la longitud de un polvo. Así es como empezamos, ¿verdad? Y así es como terminaremos. Quiero reír ante la idoneidad de todo. Quiero llorar. —¿Me p-prometes que esta es la última vez? Placas tectónicas se mueven bajo la dura superficie de su cuerpo, estremeciéndose y reorganizándose.
—Sí. Lo prometo. Después de eso, no hay necesidad de palabras. Me alza en sus brazos y camina hacia mi apartamento, nuestros labios unidos, mis dedos aferrando su cabello. Amasa los globos de mi culo mientras cierra la puerta de una patada, y sus largas piernas recorren la distancia hacia la pared opuesta. Mi espalda choca contra ella, un dolor agudo disparándose en mi cráneo, pero sólo lo beso más duro. Me aferro a sus caderas como si nunca lo fuera a dejar ir. Me apoya contra la pared con sus caderas, apretando su dureza contra mi centro. Sus codiciosas manos vagan arriba y abajo por mis muslos desnudos. Mete su pulgar dentro del dobladillo de mis pantalones de lunares y se acerca más y más a mi húmedo y ardiente centro. Su lengua se desliza por mi cuello y da un mordisco a la ondulación de mi pecho derecho. Esto es lo que sucede cuando estamos cerca… combustionamos, ardemos. Baja los tirantes de mi camiseta y expone mis hinchadas tetas, azotando mis pezones con su lengua, uno a la vez. —Oh, Dios… —Me arqueo contra la pared, doblándome en una tensa media luna.
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Suelta mis muslos y enmarca mi rostro con sus manos, obligándome a mirarlo. Nuestros pechos se mueven en sincronía. Una inhalación y una exhalación. Nuestros labios se separan. Nuestros ojos se arremolinan con lujuria animal. En este momento, somos más que almas gemelas. Residimos en el cuerpo del otro. Somos uno. Una piel. Un corazón. Una necesidad. Me da un duro y rápido beso y quita mis pantalones cortos, dejándome medio vestida con mi camiseta, la cual se arremolina bajo mis pechos. Sobre sus rodillas ahora, rodea mi cintura con un brazo para mantenerme firme y con el otro separa mis temblorosos muslos. Luego cae sobre mí. Lengua, dientes y boca… los recibo todos. Golpea mi centro con sus decadentes toques sucios. Una larga succión sobre mi clítoris. Todo el tiempo, murmura palabras sucias a mi coño tembloroso. Le dice cuánto ama su sabor. Lo buena chica que es por responder a él así. Que nunca va a olvidar cuán apretado y ardiente es. Que abraza su polla como un guante demasiado pequeño, pero, de alguna manera, todavía correcto. Me corro con sus obscenas palabras, su poesía sucia a mi coño hambriento, y es glorioso. Mágico. Potencialmente trascendental. Todo lo que puedo hacer es enredar mis dedos en su cabello y repetir su nombre una y otra vez. Él presiona un suave beso, sobre mi tatuaje y se pone de pie. Sus brazos me levantan del suelo y me lleva como si fuera una novia recién casada en dirección a mi habitación, hacia la que le indico en mi estado semiinconsciente.
Ronroneo en el hueco de su garganta mientras él entra, y me acuesta en la cama. Entonces procede a hacer el suficiente espacio a mi alrededor para que podamos ponernos cómodos. Lo miro con ojos velados mientras se desabrocha la camisa hasta la mitad, luego la agarra por la espalda y la saca por su cabeza. Lo siguiente que se va son sus vaqueros, dejándolo magnífica y arrebatadoramente desnudo. Mis manos pican por la necesidad de acariciar el sólido paquete de músculos que atraviesa su pecho y abdomen. Los rizos oscuros que salpican su pecho exudan masculinidad. Él recorre mi cuerpo con sus ojos, desde mi pelo oscuro hasta la punta de mis pies. Me está memorizando, como yo lo estoy haciendo con él. Arqueo mi espalda hacia él y su polla da un salto. Lamiendo sus labios, la coge por la base y le da una sacudida, dos. El toque de su propia polla se traduce en eróticas pulsaciones en mi centro, y un hilo de un poco de semen se escurre fuera. Los músculos de sus muslos se contraen mientras se echa hacia atrás para coger un condón de sus pantalones. —No. Sin condones. —Su gesto de disgusto hace que apriete los muslos juntos—. Y sin coño tampoco.
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Ahora su ceño muestra más que enfado. Es tormentoso. Cierra sus manos sobre mis rodillas y aplica presión hasta que mis muslos están abiertos, y mi carne necesitada está abierta ante sus ojos. —¿Quieres repetir eso? —Su voz ha caído una octava, arañando mis sentidos, excitándolos incluso más. —La quiero en mi culo. Atrevida, atrevidas palabras para alguien que está sujetada a la cama tan solo por la mirada intensa de su amante. Apuesto que si él me dijera que me quedara quieta para poder cortar un trozo de mi corazón, lo obedecería. Estoy tan ida por él que me podría hacer lo que quisiera fácilmente. Arquea sus cejas y merodea por mi cuerpo, haciendo un espectáculo para mí con sus musculosos brazos. —¿Qué? Los dedos de mis pies se entierran en el rasposo vello de sus pantorrillas mientras replico. —Si esta va a ser la última vez entonces te quiero d-donde no has estado nunca. Su pelo cae sobre su frente mientras se cierne sobre mí, apoyándose sobre sus brazos. —Te va a doler.
—Lo sé. Una expresión feroz pasa por su cara, sin tomar el control del todo, pero acechando. —No quiero hacerte daño. Reiría si no estuviera a punto de llorar; otra vez. Ya me ha hecho daño un millón de veces antes. ¿Qué importa una vez más? Quiero el dolor. Quiero el ardor. Me dijo una vez que me arruinaría para cualquier otro hombre, y que así es como lo haría. Quiero que lo haga. Quiero esto. Quiero estar arruinada para cualquier otro hombre ahí fuera porque nadie es como él. Si no puedo tenerlo, entonces nadie podrá tenerme a mí. Estaré sola. La única cosa que estaba evitando… ahora la quiero. Susurro. —Lo sé. Una gota de sudor desde su frente cae entre mis pechos y él mira su descenso. Su respiración es errática. Quiere esto tanto como yo. De hecho, él puede tener miedo de lo mucho que lo desea. —Puede que no sea capaz de parar… —Está midiendo cada palabra, esforzándose para decir solo lo correcto—. Una vez… una vez que entre.
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Cojo su tensa mandíbula y acaricio sus pantorrillas con mis pies. —Pero lo harás bien. Tú siempre haces que se sienta bien para mí. ¿Por favor, Thomas? Mis labios en un mohín son su perdición. Esa fiera expresión se apodera de sus rasgos, oscureciendo sus ojos y enrojeciendo sus mejillas en un tono rojo oscuro. Se levanta y me coge por el brazo para que me incorpore. Me quejo mientras me pongo de rodillas, encarándolo. Nos observamos, jadeando, locos de lujuria. Mis ojos se fijan en el lunar de su clavícula, el lunar que de alguna manera eché de menos durante nuestros previos encuentros. Estiro mi mano y lo toco y luego extiendo mi mano sobre su pecho, sintiendo el tatuaje y sus pulsaciones en mi palma. Miro el movimiento de sus músculos abdominales mientras toma hondas respiraciones, sobresaltando las líneas afiladas de sus costillas. Si realmente me esfuerzo, puedo pretender que somos dos personas enamoradas. Esto es lo que pasa cuando tu amor es correspondido. Se controlan el uno al otro; viven el uno por otro. Agarra mis brazos y los sube sobre mi cabeza, luego me arranca la ligera camisa que ya estaba medio fuera. Ahora estoy tan desnuda como él, temblando bajo una capa de escalofríos. Sus manos se cierran sobre mis pechos y aprietan mi carne. Mi aliento se acelera, y también lo hace mi corazón. Lo siento hincharse
dentro de mi pecho, presionando contra mis costillas. Mi excitación parece más grande que yo ahora mismo. Cuanto más masajea mis tetas, más inquieta me pongo. Balanceo la parte baja de mi cuerpo, acariciando la cabeza de su polla con mi estómago, haciéndole gruñir. Soltando mis pechos y apartándose, Thomas coge la parte posterior de mi cuello y me empuja contra la cama. Me dejo caer de buena gana, hasta que mis codos golpean las sábanas revueltas y estoy sobre mis rodillas, mi culo al aire. Se pone detrás, palmeando mi culo, masajeando y amasándolo. Un latigazo de escalofríos recorre la parte baja de mi espalda, esparciéndose por mi carne. Ese oscuro, agujero intacto se contrae. La humedad gotea desde mi centro por la parte interna de mis muslos. Thomas la recoge con un dedo, trayéndola de vuelta a mi coño y esparciéndola sobre mis goteantes labios.
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Pequeñas sacudidas recorren mi cuerpo, haciéndome moverme contra el aire. Miro detrás para encontrar a Thomas totalmente atento a los movimientos de su dedo. Sus cejas están fruncidas mientras añade la otra mano a la acción, insertando un gran dedo en mi centro. Estira mi apretado agujero y mis labios hinchados usando sus dedos y los pulgares. Mis nalgas están separadas y estoy totalmente expuesta a sus ojos. Pero puedo ver que no está feliz. Quiere más. Lo sé por la forma en que su cuerpo cambia de postura con impaciencia. Sus uñas se entierran en mi culo mientras llega más lejos. El anillo apretado de mi ano se abre; puedo sentirlo. Puedo sentir mi coño chorreando y mojado por la rara combinación de excitación y vergüenza. Luego él hace algo que me lanza a una estratosfera complemente diferente de lujuria. Sus labios se arrugan y escupe sobre mi ano. En cuanto el líquido caliente me golpea, mis caderas saltan. Gruesos y tensos nudos en la parte baja de mi estómago se deshacen, y casi me corro, cayendo sobre la cama, sobre mi rostro. —¿Sientes lo apretada que estás aquí? —Sus dedos trabajan para lubricarme, esparciendo su saliva sobre mi apretado anillo, todo ello mientras juega con mi otro agujero—. Sabía que lo estaría. Sabía que no descansarías hasta que yo perdiera completamente la cabeza al ver cuán apretada e intacta estás. Deja de jugar con mi coño y se concentra solo en mi culo ahora. Inserta su pulgar mojado y un pequeño dolor me recorre la espina dorsal. Grita que quiero esto. Quiero que tome mi culo y que sea el primero.
Arqueando mis caderas, apoyo mi mejilla en la suave cama. Echo los brazos hacia atrás y los pongo sobre las nalgas de mi culo, ayudándole a estirar mi agujero. —Joder —maldice en un suspiro—. Estás intentando matarme. —No —murmuro contra la sábana, de repente, extremadamente caliente y tímida—. Estoy intentando que me folles ya. Una carcajada dolorosa se le escapa. —Sí, estaré muerto antes que todo esto acabe. Ahora que yo me estoy sosteniendo abierta para él, me suelta y toca su polla. Golpea mi culo con ella, su calor filtrándose en mi piel. Escupe de nuevo, esta vez en su cabeza, y esparce la saliva por todo su miembro. La vista de ello se esconde detrás de mi culo izado, pero puedo imaginar su longitud brillante, la piel deslizándose arriba y abajo, creando la magnífica fricción que siento cuando lo hace contra mi coño. La tensión en sus bíceps se relaja y para el movimiento para mirarme. Me muerdo el labio, mi pecho sube y baja con jadeos de anticipación.
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Con sus ojos, me dice que está listo para tomarme. No necesitamos palabras entre nosotros. Este momento es demasiado grande para palabras. Solo se puede describir con acciones. Él va a conquistar lo último de mí ahora. Thomas me toma por la cintura con una mano, manteniéndome quieta, y con la otra, coloca la cabeza de su polla contra mi oscura y pequeña entrada. Presiona hacia adentro, intentando romper el anillo compacto de músculos. Está duro, cuesta, mientras me retuerzo y aprieto los ojos cerrados, y él respira con ruidosos jadeos. Luego suena un plop y ya está dentro. La punzada. La presión. La siento abanicándose sobre todo mi culo y espalda. Siseando, agito mis caderas, casi sacándolo, pero él se agarra fuerte a mi cintura manteniéndome quieta. Continúa introduciendo su polla, y juro que puedo oír los músculos estirándose, separándose unos de otros. Oh Dios. Lágrimas se forman mientras respiro por la nariz, temblando de dolor. Esto fue una mala idea. Mala. Mala. Mala. —Shhh… —Thomas acaricia mi espalda con su otro brazo, intentando calmar mi cuerpo asustadizo—. Todo va a salir bien. Todo va a ir bien. Yo te cuidaré. —¿Está toda… toda dentro? —gimo. —No, cariño, aún no. —Él suelta un largo y estrangulado gemido. Sus fuertes muslos vibran contra la parte posterior de los míos, dando cuenta de su control y su esfuerzo.
Ese desliz de su lengua, que casualmente ha dicho con aprecio me hace abrir los ojos y mirarlo. Cada hueco y hendidura de su cuerpo está en tensión y remarcados. Parece estar hecho de roca. Mi escupe fuego. Mi dios de roca. Y yo soy su cariño. Cariño. Su cabeza está agachada como si estuviera rezando, sus cejas fruncidas como si no pudiera permitirse perder el control y hacerme daño en el proceso, pero ya no me importa. Lo quiero de todas las maneras en que las pueda tenerlo. —Duele —le digo en voz bajita. Su cuerpo se retuerce y sus ojos nublados se alzan. Me meto el pulgar en la boca y lo chupo, imaginándome que es su polla lo que estoy usando como chupete, como una niña buena. Juego a su juego favorito por última vez y las fosas de su nariz se ensanchan. De repente crece más, más grande, más tenso. Sonrío por dentro cuando sus dos manos sudadas y resbaladizas agarran mis dos caderas y empuja hasta el fondo. Me muerdo el pulgar, gimo alrededor de este, y cierro los ojos. El dolor es enloquecedor, pero mientras me rindo a este, me doy cuenta que va menguando poco a poco.
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Thomas gruñe mientras sale un poco, el vello áspero alrededor de su polla pica contra la suave piel de mi culo. Lo imagino mirando cómo me chupo el dedo, quedándome quieta, siendo buena con él. Mi corazón golpea mientras lo imagino echándose hacia atrás una vez más para poder empujar de nuevo adentro, suavizando el canal a través de mi apretada cámara. Suelta una mano y la pone sobre mi clítoris, dándole golpecitos a mi apretado botón. Mis caderas saltan de nuevo, pero como siempre, Thomas me mantiene en mi sitio. Mientras juega con mi clítoris haciendo que mi coño se llene de crema por él, se retira casi completamente y luego empuja completamente adentro. Él jadea y yo gruño. Sudor cae por mi espalda, chorrea por mi cuello, haciéndome cosquillas. Gimiendo, rozo mis pechos que se sienten pesados contra la cama suave, buscando fricción para mis excitados pezones mientras Thomas encuentra su ritmo lento pero confiado. El dolor está ahí, pero es soportable, incluso placentero. Por última vez, me cuenta una historia, sucia y pornográfica. Me dice lo apretada que estoy, y lo increíblemente bien que le hago sentir. Me dice que los hombres matarían para poder meterse dentro de mi coño, mi culo; no importa cuál. Mientras lo escucho y pierdo la cabeza, sé que no me importa ningún otro hombre. Solo me importa él.
Nuestra carne se desliza junta, lubricada con sudor y mis propios jugos. Luego Thomas cambia de postura poniéndose de rodillas para sacar su pierna y ponerla alrededor de mi cintura, cambiando el ángulo. Extrañamente, siento su polla en mi columna. La siento golpeando contra mis huesos, y exploto. Chorros de esperma salen de mí, chorreando por mis muslos y los suyos, también, estoy segura. Mi cuerpo esta tenso y laxo a la vez, dando sacudidas y temblando, una bestia que no puedo controlar. Por un segundo, tengo miedo que nunca terminará, que nunca podré recuperar el control de mi propio cuerpo. Un grito se forma en mi garganta, pero su mano sobre mi boca lo acalla. Pongo mi propia mano sobre la suya y me agarro a ella. Detrás de mí, Thomas se sacude. Gira sus caderas como signo revelador de su propio clímax, y yo aprieto su palma sobre mi mano para decirle que estoy aquí, que está bien dejarse ir.
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Él cae sobre mí mientras su polla expulsa semen caliente. Suspiro bajo su delicioso peso y caemos en el charco de nuestros orgasmos. Su pecho tembloroso golpea contra mi espalda, su brazo está tirado sobre mi hombro. Huelo su piel, acaricio con la nariz el grueso vello de su antebrazo. Sus suspiros remueven el pelo de mi nuca. Por primera vez en mucho tiempo, me siento adormilada en mi cama. No necesito la superficie dura de la bañera. Mis ojos están a punto de cerrarse cuando lo oigo susurrar, casi distraídamente. —Las traes de vuelta… a mis palabras. Son tan suaves y ligeras que casi podrían ser un sueño. En ese sueño, casi podría imaginar que él no vino aquí a decir adiós, sino para decirme que me ama. Me quedo dormida en la estela de esas tres imaginadas palabras.
Veintiocho
C
uando me desperté esta mañana, Thomas se había ido. Había esperado que lo hiciera, pero no esperaba encontrarme metida bajo mi manta púrpura, durmiendo profundamente en la cama. En algún punto durante la noche me movió, me puso bajo las sábanas y salió en silencio. Por alguna razón, eso me duele más que nada de lo que alguna vez hayamos hecho. Mi café está sobre la encimera de la cocina, sin tocar y frío. Tenía todos los planes de levantar mi cabeza y seguir adelante, pero todo duele. Duele. Como si me hubiera atropellado un auto. La puerta de Emma se abre y rápidamente limpio todas las lágrimas. Volviéndome, la saludo con una sonrisa falsa. —¿Lista para irte? —No, la clase se ha cancelado. Acabo de recibir un correo.
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El alivio es la primera reacción de mi cuerpo. No quiero ir. Ni siquiera tengo un plan para cómo enfrentar a Thomas, cómo ser normal a su alrededor después de todo. Entonces mi cerebro lo capta. —¿Qué? ¿Por qué? Su expresión es tanto horrorizada como confusa. —Recibí… un mensaje de Samantha, que recibió un mensaje de Brian. Dice que en realidad lo vio o tal vez lo oyó de alguna parte. N-no importa. Pero el profesor Abrams… Su mujer está en el hospital. In-Intentó suicidarse. Un zumbido entra en mi mente. Un sonido constante de estática que invade mis oídos, y no se detiene allí. Fluye sobre mi cuerpo. Veo a Emma. Veo sus labios moverse. Veo el ceño en su rostro, las agitadas líneas alrededor de su boca. Pero no se registra. Nada lo hace. Thomas. Me necesita. Sé que lo hace. Necesito ir con él. Necesito encontrar a Thomas. Esto… esto no puede estar sucediendo. La vi ayer y estaba bien. La vi con mis propios ojos y, oh, Dios mío, él la ama. La ama mucho y… ¿Hice esto? ¿Fui yo? ¿I-ir allí provocó esto? Tal vez se dio cuenta de cuánto lo amo también. Tal vez averiguó sobre nosotros. Es mi culpa, ¿no es así?
Mi mundo se detiene en seco y luego se sacude, se sacude violentamente. —¿Layla? ¿De qué diablos estás hablando? —Emma está más cerca de mí que antes. ¿Cómo llegó aquí? Bajo la mirada y veo el café derramado por todo el suelo, un poco salpicó sobre mis pies desnudos con astillas de mi taza rota esparcidas alrededor. —Necesito ir a verlo —le digo a Emma. —No lo entiendo. ¿Cuánto viste a su esposa? ¿Por qué es tu culpa? Me doy cuenta que dije todo eso en voz alta. No tengo tiempo para explicarlo ahora mismo. Necesito ir a encontrar a Thomas. —Sabes dónde… —Tomo una bocanada de aire, intentando dar sentido a mis palabras, las cuales me están fallando ahora mismo. —Está en el hospital. Se encuentra bien. Al menos, eso es lo que he oído. Se sabe en todo el campus. —Bien. De acuerdo. —La rodeo—. Necesito ir al hospital. Ahora mismo. Emma me detiene entonces.
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—Layla, hay más. Su tono envía un escalofrío por mi espina dorsal. Fríos bucles rodean mis huesos y se instalan. —¿Qué? ¿Qué pasa? Está retorciendo sus manos, agitada. —O-oí que su bebé, ¿el que conocimos hace semanas en Crème and Beans? —Está negando. ¿Por qué está negando? —Layla, también está en el hospital. —¿Qué significa eso? —No lo sé… oí que está en cuidados intensivos o algo. —¿Nicky? —Niego ante la expresión compasiva y solidaria de Emma— . ¿Por qué? Quiero decir, qué pasó. ¿Cómo puede estar en cuidados intensivos? Eso no es… ¿Eso no es serio? Pone su mano en mis hombros y frota mi piel en círculos. —Mierda, Layla, estás temblando. Necesitas sentarte por un segundo, ¿de acuerdo? —No. —La detengo de empujarme sobre el taburete—. No. Dime dónde está Nicky.
—Layla, realmente no lo sé, cariño. Te dije lo que oí. No tengo ni idea de cómo sucedió esto. Me aparto de su agarre, entumecida y cargada al mismo tiempo, lista para ir hacia la puerta principal. —Tengo que irme. Necesito encontrar a Thomas, ¿de acuerdo? Nnecesito decirle que Nicky está bien. Debe estar enloqueciendo en este momento. —Layla, tienes que escucharme. Sólo, por favor, escúchame. —Va a agarrar mi brazo y me doy la vuelta. —No —grito—. No. No necesito hacer nada salvo encontrar a Thomas, ¿de acuerdo? Necesita… —Mi voz se rompe e inhalo—. Sólo necesito llegar al hospital. Ahora mismo. Emma asiente. —De acuerdo. Te llevaré. Averiguaré a qué hospital fueron llevados y luego iremos. Asiento y entonces mis piernas ceden y caigo al suelo.
242 Lay-la. La-laaa. Sí. Soy Layla… o Lala. Lo que sea. Sorbo mi café y él mastica sus puñitos, mirándome con fascinación. Sus ojos son grandes, amplias piscinas de agua azul. Es adorable. ¿Quieres beber mi café, hombrecito? Balbucea. Bien, te diré qué, te daré esto si dices café. Di ca-fé. Thomas me dirige una mirada exasperada. ¿Qué? Le estoy enseñando una nueva palabra. Miro a Nicky. Vamos, Nicky, no me decepciones. Di café. Ca-fé. Se ríe. Thomas estás apretando sus labios, conteniendo una carcajada. Oh, estás disfrutando esto, ¿no es así? Espera y verás, el día en que Nicky diga café y me quiera más que a ti llegará. —Estamos aquí, Layla. —La voz de Emma me trae al momento. Estamos en el estacionamiento del hospital universitario y me sorprende encontrar lágrimas cayendo por mis mejillas. No sé por qué estoy llorando. Le dijeron a Emma que Hadley va a estar bien y… sé que Nicky va a estar bien. Lo sé. A pesar que dijeron que está en la unidad de cuidados intensivos pediátricos y las probabilidades son que no sobrevivirá a la noche. Quiero decir, qué saben. Dijeron las
probabilidades son. ¿Cierto? Las probabilidades podrían no significar nada. Así que mis lágrimas son estúpidas. Salgo del auto y me dirijo a la entrada principal. Cuando vea a Thomas, todo va a estar bien. Lo canto para mí misma, una y otra vez. Emma habla con la señora de recepción, pero se niega a decirnos nada. No somos familia. Un movimiento en la periferia atrapa mi atención y me vuelvo para encontrar a Susan caminando por el pasillo a la izquierda de recepción. —Susan. Se sobresalta al verme caminar hacia ella. —Layla. —¿Por qué estás llorando? —Sus mejillas están manchadas de lágrimas, similares a las mías. Me hace sentir… en pánico—. No. No llores. No hay nada por que llorar. Todo va a salir bien. Le dijeron a Emma… — Me giro para señalarla ante el escritorio de recepción—. Hadley va a estar bien. Cubre su boca para amortiguar un sollozo roto.
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—Nicky… —Está bien. —Mi chillona voz la sorprende y me mira como si estuviera loca—. Nicky está bien. Nada va a sucederle. Está bien. —Sabes que le gusta poner todos sus juguetes en su corralito. Cada noche me hace recogerlos y ponerlos en una esquina. —Hipa—. Se veía como un ángel esta mañana, jugando con su pequeño elefante. —Parece que va a caerse, así que pongo mi mano alrededor de sus hombros—. Entonces Hadley despertó pronto y l-le pedí que vigilara a Nicky mientras iba a la tienda por la fórmula. No quería. No quería dejarlo solo, pero no sé c-cómo olvidé abastecerme y la necesitaba. Pensé que volvería pronto, pero la tienda no tenía, así que tuve que ir un poco más lejos. Susan está llorando completamente ahora. Quiero espetarle, pero justo entonces Emma se acerca, pone su mano en mis hombros y niega una vez más, diciéndome que me controle. —P-para cuando volví, él estaba casi… muerto. Llamé al 911 y luego busqué a Hadley. Estaba en el baño inconsciente. —Los sollozos de Susan están sacando algo dentro de mí, mi seria y completa creencia que Nicky está bien, y no me gusta eso. No me gusta ni un poco. Me alejo de ella. —¿Dónde está Thomas?
Susan se toma un tiempo para responder, un tiempo que se alarga fino y frágil. Me dice que está en la tercera planta donde se localiza los cuidados intensivos pediátricos, en la sala de espera. Subo corriendo las escaleras, sin ver, apenas consciente de mí misma. Mis pies se detienen cuando capto un vistazo de él. Su espalda está hacia mí. Sus anchos hombros son la única cosa que veo. Está de pie en medio de la sala de espera vacía, mirando las puertas de cristal que dirigen al pasillo que contiene las salas. Me recuerda a la noche que lo vi a través de su ventana. Incluso a través de su camisa gris veo sus músculos tensionados, los tensos patrones en su espalda. Esa noche no pude consolarlo. No pude tocarlo o decirle que todo iba a salir bien. Pero ahora voy a hacerlo. Camino hacia él, lentamente, mis pasos silenciosos como un aliento titilante y moribundo. —¿Thomas? No se mueve. Ni siquiera creo que me haya oído. Lo rodeo y lo encaro.
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O algo que luce como él. Algo que es tan alto y amplio, pero de alguna manera reducido. La cáscara de un hombre, pálido y demacrado con ojos desolados. —Thomas —digo de nuevo, esta vez más alto que antes. Su mirada se aleja de la que sea la torturada visión que ha estado teniendo y se posa sobre mí—. Todo va a salir bien —repito por millonésima vez. Cuanto más lo digo, más polvoriento y desgarrador se siente en mi lengua, como si hubiera tragado una tormenta de arena y mi cuerpo se llenara con los crujientes granos del desierto. Pero insisto. Me necesita—. Estoy aquí ahora. Todo va a salir bien. Hadley está bien. Trago y me acerco a él. Mi cuello se estira mientras miro su rostro, inmóvil y muerto. —Thomas, n-no te preocupes. Todos están mintiendo sobre Nicky, lo sé. Confía en mí, de acuerdo. Yo… Estoy sorprendida ante la liberación de un estremecido sollozo. Se parece mucho al de Susan, la mujer que piensa que Nicky está casi muerto. No soy esa mujer. Mi sollozo no debería sonar como el suyo. Sé que Nicky va a estar bien. Tiene que estarlo. No hay otra opción. El sonido de mi dolor despierta a Thomas, pero todavía no me ve. Está demasiado ocupado en su propia cabeza, demasiado abrumado con su dolor. Nunca pensé que la tristeza pudiera ser violenta y salvaje, pero en Thomas lo es. Su devastación es brutal. Me estoy preparando para que me caiga encima. Sin embargo, nunca lo hace.
Se aleja. Sus piernas recorren la distancia y abre la puerta hacia la escalera. Corro detrás de él. Agarro su brazo y detengo su avance justo cuando alcanza el borde de las escaleras verdosas. —Thomas, espera. Sólo mírame, por favor. Va a estar bien. Te lo digo. Sólo, por favor, mírame —ruego, y entonces lo hace. Me mira y la furia arde en sus ojos. Agarra mi bíceps y me sacude, agitando cada uno de mis huesos en el proceso. —Mi hijo está muriendo, Layla. —Pronuncia mi nombre como una maldición tóxica—. Ni siquiera me dejan entrar. Ni siquiera me dejan verlo. Casi se asfixió hasta la muerte con un puto botón y ni siquiera me dejan ver a mi propio hijo. Está en una etapa donde todo parece comida y digno de babear. Sollozo de nuevo y es roto y estrangulado, con bastante poder para destruirme.
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—¿Sabes por qué nadie estaba allí para detenerlo? —Su agarre se aprieta en mi brazo y me empuja, me hace retroceder, golpeando mi espalda y cabeza contra la fría pared. Me muerdo el labio para detener mi grito de dolor—. Porque mi esposa estaba ocupada suicidándose —gruñe— . Estaba ocupada tragándose un bote de pastillas para dormir. —Para el momento en que termina, su gruñido se ha convertido en un rugido mientras suelta su dolor. Golpea con su palma la pared a mi lado. Pero entonces la lucha sale de su cuerpo como si ese único golpe contra la pared fuera todo lo que tenía. Su voz pierde su cualidad violenta y ahora está cargada de tortura. —Pensé que todo estaba bien. Creí que si me dejaba tocarla, entonces debía haberme perdonado. Me pidió que la abrazara y-y pensé que debía amarme. Tal vez no mucho, Dios sabe que no merezco eso, ahora más que nunca, pero al menos un poco. Y ahora… todo está roto. Toda mi familia está desgarrada cuando acabo de recuperarla. Hay una rotura en su voz, justo en el medio. Me rompe el corazón, lo aplasta en una pulpa. Estoy sangrando por dentro. Recuerdo el extraño brillo que vi en ella ayer. Estaba cansada, pero… en paz. Estaba feliz, y lo jodí todo. —Fue por mí. —Trago—. Hi-hice eso. Es mi culpa. Fui a tu casa a ver a Nicky. Quería decirle que dejaría de molestar, que rompí todas las reglas y me enamoré de ti, y vi a Hadley y… —Te enamoraste de mí —dice. Es una declaración sin emoción. Habría sido engañada por su calma si no fuera por el pulso en su mejilla. —Thomas, yo…
—Mi familia está muriendo porque me amas —dice como un hecho, y me quedo sin palabras ante el infierno explotando en sus ojos inyectados en sangre. Thomas está ardiendo. Sus gruesos dedos van a dejar una marca de quemadura alrededor de mi bíceps. No sería nada que no merezca. Estoy preparándome para ello. Estoy preparándome para cual sea el castigo que quiere repartir. Su mirada me dice que le doy asco. Pero de nuevo, nada viene. La presión de su agarre se afloja cuando se da la vuelta, momentáneamente mareándome. Su despedida es confusa. Su restricción aumenta mi urgencia por el castigo. No quiero su control; quiero su furia. Todo en lo que puedo pensar es que en que está sufriendo por mí y necesita esto. Necesita herirme para que pueda tener algún cierre. Estoy tanto calmada como frenética en mis pensamientos. Voy a agarrar su camisa… ¿para detenerlo? ¿Para decirle que me golpee? ¿Que me dé un puñetazo en el rostro? ¿Que me pateé por asesinar a su familia? No lo sé… pero se detiene en seco y el impacto hace que mis botas resbalen sobre el brillante suelo de la escalera. De repente, soy llevada por el aire.
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Estoy volando. Cayendo… literalmente. Mi cuerpo cae por las escaleras y cuando golpeó el suelo, todo lo que pienso es en cuánto lo siento, cuán jodidamente correcto es que vaya a morir ahora porque mi amor es tan tóxico. Y entonces la oscuridad, dedos pegajosos que tiran de mí, y me duermo.
Vuelvo en mí, rodeada del pitido de máquinas y ese limpio pero enfermo olor del hospital. Antes que abra mis nublados ojos, la profunda desesperación se eleva hacia la superficie. El pánico. La impotencia. Todo sale en estampida por mi pecho y jadeo, intentando sentarme. —Oye. Estás despierta. Me centro en un adormilado Caleb. —Qu-qué… —Oh, Dios, el dolor. Presiono mis dedos contra mi palpitante cabeza. —Toma. —Caleb saca un vaso de agua con una pajita, urgiéndome a beber un sorbo. Obedezco, el agua aliviando la sequedad en mi garganta.
Aleja el vaso y me encara, callándome cuando intento hablar. —No. Tu cabeza va a doler por un tiempo. Sólo dale un descanso por ahora. —N-no puedo —gimo. Incluso ese pequeño susurro repiquetea en mi cráneo, lágrimas llenan mis ojos. Tengo tantas preguntas, tantas, tantas cosas que quiero preguntarle. Acaricia mi cabello. —Oye, va a estar bien. Todo va a salir bien. Impotente, me tumbo, llorando con amarga ironía. No puedo creer que dije esas mismas cosas hace no mucho. Va a salir bien. Todo está bien. Nada está bien. Ni una sola cosa. Ni siquiera sé cuánto he estado inconsciente. —¿Th-Thomas? Su rostro se endurece. Nunca lo he visto con esa expresión. —Se ha ido.
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Me muevo en la cama, luchando por levantarme, pero Caleb me empuja hacia abajo de nuevo. De alguna manera, me las arreglo para preguntar: —¿Por qué? —¿Hablas jodidamente en serio ahora mismo, Lay? —Me hundo en la dura almohada, horrorizada por su vocabulario. Caleb nunca maldice. Jamás. Incrementa mi ansiedad incluso más. Hay alguna ventaja en conocer a una persona por una vida, porque Caleb puede leer las emociones en mi rostro sin que tenga que expresarlas. —Te caíste por las escaleras. Es por él, ¿no es así? ¿Recuerdas eso? Las palabras rasgan mi garganta mientras luchan por salir. —N-no. No hizo nada. Fue por mí. I-iba detrás de él. —Y esto es correcto en tantos niveles. El rostro de Caleb se endurece incluso más antes de relajarse. —No es tu culpa. Las lágrimas caen y mi cabeza zumba con dolor. —No lo sabes. Hadley intentó suicidarse porque fui a su casa. —Caleb niega, pero insisto—. Lo sabía, Caleb. Pudo ver que estaba enamorada de su e-esposo. Y Nicky… ¿Está…? Se hace más y más difícil hablar. Mi cabeza va a explotar y no puedo respirar con todos los mocos cayendo por mi nariz. Caleb me da un
pañuelo. Pero no me importa el pañuelo. Por favor, por favor, deja que esté bien. Por favor, Dios. —Se encuentra bien. Lo logró. La voz de Caleb rompe a través del caos en mi cabeza. Está asintiendo, repitiendo lo que acaba de decir. Lo logró. Nicky está bien. —¿Lo está? —susurro. —Sí. Él, eh, se encuentra bien. Está fuera de cuidado crítico, y también Hadley. Todo está bien ahora. Asiento una y otra vez. Sigo asintiendo y mis lágrimas continúan cayendo por mis mejillas. Gracias, Dios. Gracias, Dios. Gracias, Dios. No puedo formar las palabras, la sensación de alivio es enorme dentro de mí. Tan jodidamente enorme. La presión se evapora de mi pecho. De repente, me vuelvo floja, flexible. Pero todo está mal. ¿No es así? Necesito sentir la presión. Nada de esto habría pasado de no ser por mí. Fui a su casa, a su lugar seguro, y jodidamente lo destruí todo.
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—Casi lo maté. —Mis palabras son espesas y húmedas con mis lágrimas saladas. —Layla, escúchame. —Espera hasta que lo miro—. Lo que le sucedió a Nicky no es tu culpa. Si algo, fue la de Hadley. Están hablando sobre hacerle una evaluación psicológica. —¿Qué? —Intentó suicidarse, Layla. Eso es serio. Por no mencionar que el niño casi murió bajo su cuidado. Probablemente interpondrán cargos por negligencia, o tal vez más. Nada de eso tiene que ver contigo. No pudiste provocarlo solo por estar allí. Caleb no lo sabe. No sabe la extensión de ello. Mi familia está muriendo porque me amas. No vio el rostro de Thomas. No vio cómo le quité todo cuando acababa de recuperarlo. —¿Sabes dónde está Thomas ahora? ¿Puedes llevarme allí? Por favor, Caleb, realmente necesito verle. —Agarro su mano, rogando. —No. No te lo diría incluso si lo supiera. Llevaron a Nicky a un hospital diferente en la ciudad y ambos se fueron con él, Thomas y su esposa. Eso es todo lo que sé. En pánico, intento levantarme. Necesito ver a Thomas. Necesito disculparme. Necesito hacer algo. Podría odiarme, pero sé que me necesita.
Caleb me domina fácilmente. Me empuja sobre la cama y me sujeta allí. —Jesús, Layla. Mírate. Necesitas cuidarte. Mierda. —Su rostro se derrumba entonces, casi llorando, pero no aún—. Cuando tu madre me llamó, e-estaba… Dios, nunca he estado tan asustado en mi vida. ¿Y vengo aquí y descubro que el hombre responsable de tu… accidente es tu profesor? ¿Es ese el tipo que amas? ¿Es la razón por la que querías quedarte aquí en lugar de mudarte a la ciudad? Nunca le conté a Caleb de quién estoy enamorada después de soltar la bomba cuando vino de visita. Sólo perdí la fuerza cuando tuve la epifanía. Lucho por levantarme una vez más. Esta vez, sin embargo, Caleb no tiene que detenerme porque colapso por mi cuenta. —Está sufriendo, Caleb —lloro, empuñando las sábanas que cubren mi cuerpo débil—. N-necesito ir con él. —Lo que necesitas hacer es descansar. Vas a necesitar tus fuerzas. Tu madre está aquí y también tu decano, y saben… todo. —De nuevo, no tengo que preguntar. Caleb lo entiende por su cuenta—. Alguien les dijo.
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—¿Quién? Suspira, pasa sus dedos por su cabello. —¿Sarah Turner? ¿Tiene sentido para ti ese nombre? Asiento. —Quiere su trabajo. —Quieren hablar contigo. Habrá una investigación. —Me da una significativa mirada. —No hay necesidad de una. —Alejo mis ojos—. Lo perseguí. Literalmente lo aceché. Fui a su casa. Me enamoré de él. Lo hice todo yo. —Él tenía razón —murmura Caleb. —¿Quién tenía razón? —pregunto, pero realmente no me importa la respuesta. Es todo automático. Siento la vida y las emociones dejar mi cuerpo. En realidad, me siento más ligera, más fina por ello, como si un golpecito me convirtiera en polvo. —Me dijo que no te dijera nada, pero te conozco. Eres muy terca, así que… Thomas estuvo aquí anoche. Lo miro mientras mi corazón golpetea con fuerza. —¿Thomas? —Estabas inconsciente. Me dijo que te dijera que no es tu culpa. No se suponía que te dijera que el mensaje era de él, sin embargo.
—Él… ¿dijo eso? ¿Eso fue lo que dijo? —Sí. Entre otras cosas. —¿Qué cosas? Suspirando, vuelve su rostro y por primera vez, noto que el lado izquierdo de su mandíbula está hinchado. —Me dio un puñetazo. Me dijo que era por lo que hice. Mis ojos se amplían y un golpeteo empieza en mi cabeza de nuevo. Caleb pone una calmante mano sobre mi hombro. —Relájate. Vas a ponerte peor. —¿Y simplemente se fue después de eso? —Sí. —Me mira con compasión—. No iba a quedarse de todos modos. Caleb no lo dice, pero puedo leer su expresión. ¿En qué estabas pensando? ¿Acostándote con un profesor casado?
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—Por supuesto, sí. Sé eso. —Niego mientras las lágrimas caen en un grueso chorro—. ¿Por qué lo haría? —Casi maté a su familia, quiero añadir, pero mi voz se apaga, junto con cualquier otra función de mi cuerpo. Me vuelvo inútil y floja mientras las palabras de Thomas se arremolinan en mi cabeza. Mi familia se está muriendo porque me amas. ¿Cómo podía haberle hecho esto? ¿Cómo podía mi amor ser tan tóxico? Egoísta y codicioso. Un jodido demonio. No es tu culpa. No creo a Thomas. ¿Cómo puede no ser mi culpa? Fui allí cuando específicamente me pidió que no lo hiciera. Tal vez simplemente estaba siendo amable conmigo mientras estaba inconsciente, y eso me mata incluso más. Pensé que lo hice todo bien esta vez. Pensé que mi amor no me devoraría de dentro hacia afuera. Pensé que no dañaría a nadie. Resulta que mi amor es caníbal. Resulta que no merezco amar a nadie, mucho menos que ese amor sea recíproco.
Veintinueve El bardo Cuatro meses después…
M
e mira con brillantes ojos azules. Su cabello oscuro cae sobre la frente y la baba cuelga de sus labios. Sí, puede que necesite encargarme de eso más tarde. Pero por ahora, está feliz de ser libre. Está a gatas, sonriéndome, o mejor dicho a la manta violeta que estoy sujetando. —Vamos, amiguito. ¿Quieres esto? —Ondeo la pequeña manta hacia él y su sonrisa se amplía—. Entonces ven por ella. Vamos.
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Lo incito y chilla, y gatea tan rápido como sus rodillas y pequeñas manos le permiten. Me río ante su entusiasmo y lo tomo en mis brazos cuando me alcanza. Sus gritos y alegría se hacen más fuertes cuando lo levanto. Es más ligero que el aire, pero sé que ha aumentado de peso. Sus mejillas sonrojadas se han hecho más regordetas y sanas. Está feliz e ignorante. No sabe qué hace pocos meses estuvo a punto de morir, que el botón de su elefante morado favorito casi lo mata. Y no lo querría de otro modo. No quiero que nada empañe su pura inocencia. Nicky gorjea cuando lo dejo en el suelo y le doy su manta. Murmurando para sí mismo, me la quita de las manos y frota su rostro en el suave tejido. Luego procede a darle suaves besos, y me río. Un sonido forzado, casi ahogado. Algo en sus acciones alegres, en el hecho que puede hacer esto… que tiene la oportunidad de hacer esto, aloja algo afilado en mi garganta. Levanto la mirada cuando escucho a Hadley entrar en la habitación. Está recién duchada, su cabello recogido en un moño, y su sonrisa en posición. Como Nicky, ella también se ha vuelto más saludable. —¿Quieres comer ahora? —pregunto—. desempacar algunas cosas más tarde.
Podemos
pensar
en
Las cajas están reunidas junto a la pared del salón. Una vida de posesiones, una vida contenida dentro de cuatro paredes de cartón de algún modo falla en hacerle justicia a todo por lo que hemos pasado.
Esta es nuestra nueva casa ahora. Hemos estado viviendo en el apartamento vacío de Jake en la ciudad los pasados meses. Pero era el momento de un cambio, de seguir adelante. Así que conseguimos una nueva casa en Brooklyn. Hadley me dirige una tímida sonrisa. —Está bien. Dejo a Nicky para que juegue en el suelo y me dirijo a la cocina y comienzo a sacar cosas de la bolsa Siento a Hadley acercándose. Se detiene junto a la isla, todavía de pie. Levanto la mirada hacia ella y encuentro que me está observando. Trago y casi se me cae el recipiente de las manos, se me debilitan las manos. Todavía es surrealista que ella esté aquí, que mi hijo esté vivo, que seamos una familia, de nuevo. Me centro en la comida, repartiendo las porciones perfectas del pollo kung pao. —¿Thomas?
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Detengo mis movimientos, el tenedor colgando en el aire. Hay algo en su tono que me produce escalofríos. Todo mi cuerpo se pone en modo de defensa y el ataque ni siquiera ha llegado aún. Es el acero subyacente, la suave autoridad en sus palabras. Es un tono que rara vez ha usado conmigo. Nunca lo hemos usado. Incluso en los primeros días cuando solo acabábamos de conocernos, nunca chocamos. Ahora me doy cuenta que fue porque ella se rindió a todas mis demandas. —Sí. Se frota los brazos; un gesto tan suyo que me duele el pecho, pero su mirada es determinada. —Quiero el divorcio. Pasa un segundo. Dos. Alguien se ríe en la calle. Un auto pasa apresuradamente. El chillido de una mujer seguido de más risas. Dirijo la mirada hacia Nicky. Todavía está jugando con la manta, gateando con ella sujeta apretadamente en su pecho. Un pecho que se está moviendo arriba y abajo, mientras respira. Mi propio pecho comienza a pesar, una respiración entrecortada tras otra ante la vista de mi hijo vivo y respirando. Centrándome de nuevo en Hadley, admito que he estado preguntándome cuándo diría esas palabras, cuándo estaría lo suficientemente fuerte, mental y físicamente, para no necesitarme más. No necesitarme para que vaya por sus medicinas, la alimente, la sujete mientras las pesadillas la hacen llorar; el único momento en que he tenido el coraje de tocarla, y silenciosamente rezo para que mis lágrimas se alejen porque ella necesita que sea fuerte.
—Ya veo. —Me froto los labios con los dedos, extrañamente sorprendido que el momento esté aquí. Entonces sonríe. Lentamente se inclina hacia delante, pone las manos en mis hombros y me dice que me siente. Lo hago, como si fuese un niño, incapaz de pensar por mí mismo o incluso hacer las cosas más simples. Hadley toma asiento y nos sentamos en la isla una frente a otro. —Esto se siente bien —comenta—. Se siente como los viejos tiempos. Me aclaro la garganta. —Sí. —Mira el tamaño de esta cosa. Me recuerda a la pequeña isla que tenías en la universidad. —Lo hace. —No la recuerdas, ¿no es así? —Yo… —No tienes que estar de acuerdo conmigo en todo, Thomas. Yo no… no explotaré ni nada por el estilo. —Lo sé.
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Durante los siguientes minutos, permanecemos en silencio. El silencio es familiar, incluso reconfortante. Así es como hemos pasados los pasados meses, con silencios, conversaciones ocasionales. Aun así, sé que este momento es más. Algo va a venir, lo siento en los huesos, incluso en mi alma. —Necesito irme, Thomas —dice Hadley, después de un tiempo. No hemos tocado la comida, pero ambos estamos sujetando los tenedores de plástico. ¿Para qué? No lo sé. Pero ante sus palabras, mi agarre se aprieta. Mis puños están temblando. No es como si fuese inesperado. No es como si… hubiésemos sido felices. Con un suspiro, abro la mano y dejo ir el tenedor. —Claro —digo de forma automática. —Necesito irme. Al menos por un tiempo. —¿Qué hay de Nicky? —repito la pregunta de hace mucho tiempo. Pero no hay calor en ella. Quizás estoy yendo a través de los movimientos. Su rostro se arruga ligeramente y aprieta mi mano sobre la mesa. Hadley siempre ha sido buena escondiendo sus emociones. Es suave y sutil, todo lo contrario a quien yo solía ser. Pero ahora puedo leerla fácilmente. Puedo ver las emociones jugando en su hermoso rostro, como si su piel de porcelana se hubiese vuelto transparente y de repente puedo mirar dentro.
Suspira, como si se estuviese preparando para algo grande, y estoy alerta. —Te tiene a ti. —Sonríe—. Y a Layla. Las brasas dormidas en mi interior se calientan ante la mención de su nombre. El fuego en mi sangre se aviva. Mi mente va al trozo de papel guardado en mi bolsillo; su poema de hace mucho tiempo. El poema que escribió para mí, quizás en otra vida. Lo llevo a todas partes conmigo. La llevo a ella a todas partes conmigo, como una moneda olvidada en mi bolsillo. La mayoría de los días no lo miro, pero está ahí, guardado con seguridad. Han pasado cuatro meses, cuatro largos meses desde que la vi en el hospital, desde que la dejé con esa patética frase: No es culpa tuya. Ni siquiera fui lo suficientemente hombre para esperar y decírselo al rostro. Huí. No podía verla rota. No podía ver que finalmente la había empujado demasiado lejos. —Hadley… Todo mi cuerpo está temblando. Mierda. No estoy preparado para ello. No estoy preparado para hablar de esto. No estoy preparado para hablar de Layla con Hadley.
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—Y-yo… Si pudiese volver atrás… —Querría que tuvieses todo eso de nuevo. —Sorprendido, la miro—. Te enamoraste. Nunca te negaría eso. Amor. Me enamoré de Layla Robinson. En el frenesí de los pasados meses, nunca tuve la oportunidad de contárselo yo mismo a Hadley. Aunque ella escuchó los rumores. Escuchó por qué dejé mi trabajo, por qué nos mudamos de nuevo a Nueva York, por algo más que por el tratamiento de Nicky. Tuve una aventura con una estudiante. Es cierto que terminé enamorándome de ella, pro nunca le confesé esto a Hadley. Se siente extraño escucharlo de la boca de mi esposa. Se siente… como un alivio. No lo he sentido en mucho, mucho tiempo. —Debería habértelo dicho —dije con voz ronca. Quiero apartar la mirada, pero no lo haré. Al menos le daré la cortesía de mirarla directamente a los ojos mientras lo confieso. —Sí. —Asiente—. Pero yo no estaba ahí. —Debería haber esperado a que volvieras. Deberíamos… deberíamos haber hablado las cosas. —Sí, pero honestamente, no quería hacerlo. No quería enfrentar por lo que estaba pasando. No quería enfrentar nada. Y-yo pensé que si me iba
por unos días, las cosas mejorarían, pero no lo hicieron. Y te eché mucho de menos mientras no estaba, pero cuando volví, me sentía incluso peor. No es fácil escucharlo. No es fácil escuchar cómo la forcé a estar conmigo, que casi la destruí, cómo me mintió. Nunca fue con Beth. Simplemente huyó, vivió en algún motel de algún lugar. —Susan… Ella me lo dijo. Seguía diciendo que algo estaba mal, pero nunca… nunca pensé… Mi mente nunca se dirigió ahí. O quizás no quería verlo. Sentí… —¿Qué sentiste? Para esto, no tengo las agallas de mirarla a los ojos. —Me sentí aliviado. Me sentí más ligero cuando ella se fue, como si ya no tuviese que seguir caminando de puntitas a su alrededor. No tenía que fingir que las cosas iban bien. Estaba enfadado con Hadley por muchas cosas, por esconder su embarazo, por no amarme; y cuando se fue, me sentí mejor. Me sentí como si pudiese respirar, y eso fue lo peor que podía haber hecho. Peor que engañar. Peor que romper nuestros votos.
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Vuelvo a mirarla para encontrar que tiene los ojos llenos de lágrimas. Sorbe por la nariz mientras continúa: —Yo también. El momento en que salí por esa puerta, sentí como si todo estaría bien. Como si no tuviese que ver cuánto te estaba matando. No tenía que levantarme cada mañana y estar ahí. No quería estar ahí. No quería… ni siquiera quería mirar a Nicholas. Nuestras manos saltan ante la mención de su nombre, como si el agarre fuese lo único que mantenía nuestros cuerpos juntos. Si lo dejásemos ir, los huesos y la piel se romperían. —Y pensé que si pudiese estar así incluso por un día, podría ser feliz. No me sentiría tan… tan mal todo el tiempo. Cada vez que lo miraba y él me miraba, pensaba que me estaba juzgando, como si estuviera diciendo que no podía ser una buena madre para él. No podía ocuparme de él. Quiero estirar la mano y limpiarle las lágrimas del rostro, pero no puedo. No puedo soltarle la mano. —Sus lloriqueos. —Se muerde el labio, para evitar sollozar, supongo— . La forma en que él se rompía, gritando. Con el rostro rojo. Sus puños apretados. Oh Dios, no podía soportarlo. Me pregunté: ¿Por qué no se detiene? Solo haz que se detenga. Y al mismo tiempo, estaba aterrorizada de sujetarlo y… tranquilizarlo. —¿Y si… nunca lo hubiésemos tenido? —Parece un sacrilegio decirlo, decir que la única forma de prevenir la depresión de Hadley era nunca tener a nuestro hijo. ¿Y si nunca la hubiera forzado a tenerlo? ¿Y si nunca
hubiera estado tan asustado de estar solo como mi padre? ¿Y si la hubiera dejado marchar la noche que me dijo que quería el divorcio? Dirijo la mirada a Nicky. Ha abandonado la manta y ahora, está jugando con su camión de bomberos. Estos días, no ha dejado de hablar al azar o murmurar. Siempre está diciendo algo, gateando por todo el lugar, riéndose. Está viviendo. Odio cuando se va a dormir porque entonces no puedo escucharlo. No puedo escuchar sus señales de vida. Y tengo que tocarle el pecho o escucharlo respirar, solo así puedo volver a respirar. Vuelvo a mirar a Hadley. Me está mirando observar a nuestro hijo. —No lo cambiaría por nada —dice suavemente, poniéndomelo fácil. Yo tampoco cambiaría a nuestro hijo por nada— ¿Sabes?, se supone que las madres se ocupen de sus hijos. Se supone que permanezcan toda la noche en pie por ellos, mantenerlos vivos. Nunca hice esas cosas. Esas cosas me asustaban y él ni siquiera lo sabía. Él no sabía que tenía una madre horrible que ni siquiera podía mirarlo, pero él me salvó la vida, Thomas. Si no estuviese… Susan nunca habría venido por mí. Ella habría pensado que me había vuelto a dormir como solía hacer y entonces estaría muerta. Él casi murió para salvarme. ¿Qué clase de madre soy?
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Esta vez, me arriesgo a romperme y libero nuestro agarre. Tomo su rostro con ambas manos y le beso la frente. —Una genial. Lo sé. Solo date un poco de tiempo. Me queman los ojos con las lágrimas no liberadas y miro al techo para mantenerlas. No puedo jugar al juego de la culpa con ella, estoy cansado. Estoy cansado de sentirme así, de intentar mantener todo junto, solo para tenerlo destrozado. Hadley se ha convertido en una mejor madre. Ahora sostiene a Nicky. A veces incluso lo pone a dormir. Todavía se asusta, me mira cuando él llora o necesita algo. Pero sé, sé que se acostumbrará. Su depresión casi se la lleva, pero está mejorando. —¿Sabes qué me mantuvo viva todos estos meses? —Se aleja—. Esto. Tú. Tú completa dedicación. Tu terquedad para trabajar en algo que casi ha muerto. Me amabas, Thomas, sin importaba qué, y cada día eso me daba la fuerza para abrir los ojos cuando no quería hacerlo. No quería enfrentarme a que era uno de ellos, ¿sabes? Toda mi familia ha tenido depresión de un modo u otro. No pueden mantener sus trabajos. La mayoría de mis hermanas están divorciadas, no quería convertirme en uno de ellos. Fue unos días después del incidente que averiguamos que estaba sufriendo una depresión post-parto. Un caso claro, aseguraron. —No hay nada de malo en ello. No hay nada de malo con pasar por lo que tú has pasado, Hadley. No es algo por lo que estar avergonzada.
—Sí, lo sé. —Asiente, las lágrimas brillando en sus ojos—. Pero necesito perdonarme a mí misma. Antes no podía tocar a Nicholas porque simplemente no sabía cómo. Estaba asustada o… a veces no sentía nada. Ahora es diferente. Siento demasiado. Le amo con todo mi corazón. Nunca pensé que esta clase de amor era posible, ¿sabes? Así que cuando deseo tocarlo, no puedo. Por lo que hice, por lo que casi dejé que sucediese. —Hadley… —No. No digas nada. —Traga—. No puedo hacer esto. A ti, a él. Incluso a mí misma. Necesito resolver las cosas por mí misma. Necesito ver adónde puedo ir desde aquí. ¿Cómo regreso de eso? ¿Cómo me recupero de casi matar a mi bebé? —No eras tú. Fue tu depresión. Estabas enferma. Lo que pasó fue un accidente. —Sí. Pero ya no estoy enferma. Tengo la cabeza clara. Es mi turno para hacer lo correcto. —Me aprieta la mano de nuevo—. Tú también necesitas hacer lo correcto. Todos estos meses, has estado aquí para mí. Pero ahora, necesitas estar ahí para ti, y para ella. Layla. El fuego ruge ante su nombre, ruge y fluye bajo la superficie. Siento un oleaje de dolor surgiendo, y es más duro controlar mis emociones.
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—Ella está bien —le digo con los dientes apretados. Suelto a Hadley y me reclino. Tocarla mientras pienso en Layla parece erróneo, aunque es pequeño en comparación a los pecados que ya he cometido. —En realidad, no lo está. No está para nada bien. Me siento derecho. Siento que explotaré. —¿Qué está mal con ella? Hadley permanece callada por un momento, antes de decir: —No quiero que sigas castigándote. Abro la boca para decir que no lo estoy haciendo, pero sale otra cosa. —No sé qué más hacer. He hecho muchas cosas de las que no estoy orgulloso. Te he traicionado. Rompí todas mis promesas, pero… pero es peor. —Trago. Luego trago otra vez. Intento contener las palabras, un nudo, una roca afilada de emociones y un millón de cosas que simplemente no quieren permanecer escondidas—- Dijo… dijo que se arrepentía de todo. Todo lo que hicimos. Se arrepiente de ello y no la culpo. —Me froto el rostro con la mano—. He sido malo con ella, para ella. Le he hecho daño de muchas maneras. Cuando Layla se cayó por las escaleras, me di cuenta que también la amaba. Siempre la he amado, y ella estaba en el suelo, rota por mi culpa. —Entonces ve a arreglarlo.
—No puedo. Está mejor sin mí. —Te dije que no lo está. —¿Qué significa eso? —Fui a verla. —¿Qué? ¿Cómo? —De repente, el trozo de papel en mi bolsillo parece pesado e hinchado. —Hoy. —Ante mi confusión, explica—: Hoy no tenía cita con el médico. Mentí. Después de que tú y Nicky me dejaran, tomé el tren hasta su universidad. Va a una universidad pública en la ciudad. —Ella… —Pierdo la voz por un momento—. ¿Está en la ciudad? —Sí. Le pregunté a Jake y él le preguntó a alguien más y volvió con información minuciosa. Está aquí. Está tomando cursos de verano para compensar los créditos perdidos el semestre pasado.
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Ella está aquí. En la ciudad. En algún lugar entre los millones de personas que viven aquí, está la chica de ojos violeta con la que tengo miedo de soñar. Pero lo hago, sueño con ella. A veces la huelo en mi sueño, escucho su risa ahogada. La mantengo ahí, retenida detrás de mis ojos cerrados. No me atrevo a pensar en ella en otro lugar. No puedo. No después de las cosas que le dije. No después que cargase su cuerpo roto solo para dejarla en manos de extraños, como un cobarde. Le dije que no la dejaría sin despedirme, pero fue exactamente lo que hice. —Qué… cómo… —Estaba sorprendida de verme. Ni siquiera se movió durante unos minutos. Parecía como si se estuviese preparando para algo, como si estuviese esperando que saltase sobre ella. Lo hice parecer como si fuese accidental, y se lo dije. —¿Le dijiste qué? —Que lo que sucedió no fue culpa suya. Me estremezco como si fuese un disparo. Empiezan a pitarme los oídos. Mi familia está muriendo porque tú me amas. De vez en cuando, escucho mis palabras. Estaría haciendo algo, y de repente, simplemente surgirían, golpeándome completamente. Esas palabras son uno de mis demonios. Los ojos casi vacíos de mi hijo, la risa de Layla, mi crueldad, el cuerpo inmóvil de Hadley en la cama de hospital… Tengo tantos, que ya casi no me siento humano. —Se culpa a sí misma, ¿no es así? —dice Hadley. —Esa es la razón por la que no puedo ir por ella. Necesito dejar que siga adelante. Me olvidará después de un tiempo. —¿Tú vas a olvidarla?
—No puedo. —¿Entonces qué te hace pensar que ella va a olvidarte? —Es joven, Hadley. Y hay que pensar en Nicky. No puedo… no puedo pedirle… Ni siquiera puedo decirlo. ¿Cómo puedo pedirle a Layla… que esté ahí para Nicky? ¿Y cómo qué? ¿Una madrastra, una especie de madre, qué? No puedo cargarla con eso. —Tú y yo sabemos que ama a Nicky. Probablemente está más cualificada que yo para ocuparse de él. Me paso las manos por el cabello y cierro el puño como castigo. Lo sé. Lo sé, y aun así… —Le he hecho mucho daño —digo al fin—. No… no creo que pueda perdonarme. —Entonces esa es una oportunidad que vas a tener que tomar. — Estira la mano y me acaricia la mandíbula—. No puedes contenerte porque estés asustado.
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He escuchado esto innumerables veces, probablemente yo mismo se lo he dicho a la gente. De algún modo, nunca se registró en mi psique. De algún modo, hasta ahora, realmente no lo he escuchado. Dicen que a veces, necesitas escuchar algo en el momento correcto para que haga impacto, como un libro que leíste a la edad correcta para realmente apreciarlo. Tal vez este es ese momento. Hadley debe ver el cambio en mí antes que lo haya averiguado yo mismo. —Ella es como tú, Thomas. Es fuerte y brillante, y te ama. Por primera vez en meses, no me contengo. No ahogo las lágrimas que me llenan los ojos. Dejo que lleguen al borde. —¿Eso crees? —Sí. Ella tiene lo que tú tienes. —¿Y qué es eso? —Fuego. —Asiente Hadley—. Ella tiene tu fuego. Pienso en su sonrisa, en su cabello negro, sus ojos violetas. Su suave piel cremosa. Sus delgadas extremidades envueltas en mi cuerpo. Su tatuaje. Su risa. Su coraje. Sus palabras. Somos almas gemelas, Thomas. Eres como mi canción favorita. Tienes que hablar, No puedes vivir así. Te estás controlando demasiado. Me recuerdas a una especie de escupe fuego.
Layla Robinson, el escupe fuego. Mi escupe fuego.
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Parte V El Rompe-reglas
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Treinta
N
o hacemos un círculo en esta clase. Aunque es una clase de crítica. Aquí el profesor no insulta a nadie o no comenta la horrenda elección de palabras. No es rudo, malo o arrogante.
Tampoco es un genio. Aunque me gusta. Es un buen profesor, alentador, lleno de buenas palabras. “Gustar” es lo mejor, lo correcto para sentir por alguien que te enseña. Cualquier cosa distinta a eso… ¿cualquier cosa cercana al amor o al odio? No. Ese es un gran no. Solo complica las cosas. Así que estoy feliz con mi nuevo profesor. No es Thomas Abrams. Pero, está bien. Está mejor que bien. No quiero un profesor como él. Jamás. No quiero volver a pasar por lo que pasé jamás. No quiero a volver a hacer las cosas malas que hice. Mi familia está muriendo porque tú me amas.
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No es culpa tuya. Las últimas palabras de Thomas me persiguen y me frustran, y las escucho todo el tiempo. Siempre son altas y claras, y siempre envían mi adormecido corazón en espiral, tanto que quiero atraparlo, sacudirlo y exigirle todas las respuestas. ¿Fue mi culpa o no? Pero es mejor de este modo. No quiero buscarlo por respuestas. No quiero depender de nadie por eso. La doctora Apostolos dice que tenemos todas las respuestas, siempre. Solo necesitamos buscarlas, y en orden para hacer eso, necesitamos amarnos a nosotros mismos. Ámate a ti misma y el resto llegará. Ella es mi terapeuta, y una legítima, no como Kara. Me encuentro con ella en el centro juvenil en Nueva Jersey, después de que lo confesase todo a mi madre y el decano. Le conté a todo el mundo que fui yo. Fui yo la que persiguió a Thomas. Fui yo la que lo acosó, fui a su casa. Les mostré mi tatuaje. Sí, me levanté en la habitación de hospital llena de gente y me levanté la camiseta. Todos se encogieron y pusieron muecas ante mi falta de vergüenza. A veces, estar loca sirve de algo, porque desestimaron mi caso y me echaron de la escuela. Thomas ya había dejado su trabajo para entonces. Está bien. De todos modos, no iba a quedarme.
Aunque mi madre había alcanzado su límite. Me envió lejos, y no protesté. No sabía dónde más ir. No tenía una casa, y no tenía la energía para construir una. Así que los siguientes treinta días, el centro de rehabilitación lo fue todo para mí. La doctora Apostolos era agradable conmigo. Nunca me juzgó, solo escuchaba y luego me entregaba pañuelos cuando lloraba para todo el día. Le conté todo. Sobre Thomas, sobre la aventura, sobre Nicky. Sobre Hadley, y el hecho que estaba sufriendo una depresión post-parto. Esto lo supe cuando Emma me llamó a principios de mi estancia. Había rumores y ella quería que lo supiese. Todavía éramos amigas, aunque estaba dolida que no le hablase sobre Thomas. Le conté todo a mi terapeuta. Ella me dijo que la depresión post-parto no era algo que yo pudiese haber provocado. De hecho, para alcanzar el punto donde Hadley quiso matarse a sí misma, toma mucho tiempo y mucha depresión. No era por mi causa. No lo provoqué al ir a su casa. Lo sé. Lo he escuchado un millón de veces. He buscado todo sobre la depresión, pero no sé por qué no lo creo. Aun así, estoy centrada en amarme a mí misma. Ámate a ti misma y el resto llegará.
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Estoy bajando los escalones de piedra del edificio, habiendo terminado ahora mi clase de escritura creativa. Los escalones emergen a una calle concurrida, pero esto es Nueva York. Grande, ruidosa y multitudinaria, siempre con prisa. Todo el mundo está yendo a alguna parte. Me gusta eso. Me gusta todo sobre esta ciudad. Una pequeña sonrisa emerge en mis labios antes que decaiga. El calor fluctúa en el aire. La temperatura aumenta. Solo puede haber una razón para ello. Thomas. Está aquí. A pesar de la masa de cuerpos, lo veo. Está de pie al final de la cuadra, junto al semáforo, esperándome. Como si supiese que estaría aquí fuera, en este mismo momento. Tal vez él lo sabía porque Hadley estuvo aquí ayer. Para ser honesta, lo estaba esperando. Aunque no sé por qué está aquí. Ni siquiera sé por qué Hadley apareció de repente como un fantasma asustándome tanto. Solo pude permanecer allí y mirarla mientras hablaba sobre ese horrible, horrible día. Me contó cómo se había dado por vencida y como cuando regresó, sabía muy bien qué iba a hacer. No tuvo nada que ver conmigo. Lo dijo probablemente cinco veces, confirmando lo que la doctora Apostolos ya me había dicho. En toda la conversación no pude apartar la mirada de ella. Parecía tan… sana y hermosa. Era cegador. No estoy orgullosa que estuviese comparando su belleza de otro mundo con la mía tan mundana, pero no
pude evitarlo. Al final, se disculpó por traumatizarme, lo que me hizo resoplar. Me estaba pidiendo perdón cuando yo era la criminal. Tomando una profunda respiración, me aparto el cabello despeinado por el viento del rostro. Y estiro mi falda arrugada y blusa. No puedo soportar más este suspenso, así que camino hacia él. Me está mirando con sus ojos azules. Nunca fallan en ponerme acalorada o causarme cosquillas en el cuerpo. Es como si el sol me estuviera mirando desde el cielo. El picor se extiende por mi cuero cabelludo e irradia hacia mi cuello, mi columna vertebral, la parte posterior de los muslos. A todas partes. Su mirada es hermosa, pero está cansada. Ha perdido algo de peso y su rostro se ha vuelto más afilado, más huesudo. Su cabello, aunque oscuro y hermoso, está demasiado largo, colgando por sus hombros, su frente. Parece que no se ha afeitado en un largo tiempo. Parece que tampoco ha dormido en un largo tiempo. Parece que no ha vivido en un largo tiempo. Me detengo a unos centímetros y en el frenesí de la ciudad, el silencio es pesado entre nosotros. Hasta que lo rompe.
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—¿Cómo estás? —Bien —respondo de manera extraña. Thomas es grande, tan grande que no puedo ignorarlo. No puedo ignorar su rostro, o su fuerte pecho, o el hecho que está vistiendo una camisa blanca y un jean azul. No puedo ignorar nada de eso. Recuerdo la primera vez que lo vi en el banco, y luego después en la librería y en clase. Incluso cuando es contenido y estoico, su postura siempre tensa, en el interior sabía que estaba rebosando con furia, frustración. También hay cierta arrogancia en él. Él sabía que era el mejor, incluso aunque lo odiase. Odiaba que su pasión por las palabras arruinase su pasión por su mujer. Pero ahora desesperación.
todo
eso
ha
desaparecido.
Sin
pasión.
Todo
es
Abre la boca y luego la cierra. Su mirada se fija en la mochila violeta de mis hombros y la libreta que estoy aferrando en mi pecho. —Yo… ¿Estás tomando clases de poesía? —Odio la poesía. —Cierto. —Asiente y se frota la nuca. Es extraño verlo tan inseguro. Casi quiero sacarlo de su miseria. Casi quiero romper esta extrañeza entre nosotros y ser una persona fácil con la que hablar. Pero no lo seré. No volveré a ser una persona fácil jamás.
No lo seré. No lo seré. —¿Cómo está Nicky? —dejo salir, como en los viejos tiempos. ¡Maldición! Soy débil. Soy una blanda. Pero en mi defensa, realmente quiero saber cómo está el pequeñín. Lo echo de menos. Echo de menos su risa, su pasión por el color violeta. ¿Cuán estúpido es eso? Nicky ni siquiera es mío. Así como Thomas. —Está bien. Lo está haciendo genial, en realidad. —Thomas tiene una pequeña sonrisa en su rostro—. Está comenzando a hablar. Estoy convencido que dijo papi el otro día. —¿Sí? —A pesar de mí misma, le sonrío. Pero cuando me la devuelve, no puedo evitar incitarlo como él hizo conmigo, hace una eternidad—. ¿Estás seguro que no puso sílabas juntas al azar? La sonrisa de Thomas desaparece y traga. Probablemente hay una reminiscencia en su rostro o algo similar, pero me obligo a apartar la mirada.
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Y entonces, siento a alguien chocando conmigo, y a cambio, yo choco con Thomas. Me rodea con los brazos, y mis pechos chocan con su duro, duro pecho. Dios, este tiene que ser el mayor tópico del mundo. No puedo creer que me sucediera a mí. Intento no olerlo, pero es difícil no hacerlo cuando está tan cerca. Tengo que respirar, así que tomo un aliento mezclado con su esencia de chocolate. Lo mantengo oculto en alguna parte de mi cuerpo para más tarde cuando esté sola en el apartamento de Caleb. Luego me aparto de su agarre de un salto. No quiero su estúpida esencia. Aunque esta vez, no puedo apartar la mirada del remordimiento en su rostro. Es duro y cortante, y se clava en mi loco corazón. Mi libreta y papeles están esparcidos sobre el caliente pavimento, y me agacho para recogerlos. Pero de algún modo, Thomas está ahí antes que yo. Observo sus dedos; sus largos dedos elegantes sobre los que siempre he sido curiosa; tomando los papeles, uno a uno. Estudio las venas del dorso de sus manos. ¿Sigues sin escribir? Quiero preguntar, pero no lo haré. Mantengo ordinario, pero que desnudos. puesto el anillo
la mirada en sus dedos, observándolos hacer algo tan pareciendo nada menos que extraordinarios, nada menos Dejo de respirar. Sus dedos están desnudos. No tiene de bodas.
Sé que nunca se lo quita. Nunca. Jamás lo he visto sin él. Es como si siempre llevase a Hadley con él. Incluso cuando nosotros… teníamos sexo, había sentido el metal hundiéndose en mi cintura, mis muslos, mis
brazos… en todas partes, diciéndome lo erróneo que era, cómo él no era mío y nunca sería mío. Siento de nuevo la presión, como si el anillo todavía estuviese presionado en mi cuerpo. Abruptamente, me levanto. Thomas siente que algo está mal y se pone de pie a mi lado. No puedo apartar la mirada de sus… manos desnudas. —No… Baja la mirada a sus manos como si las viese por primera vez. Pasa un instante sin palabras. Sosteniendo mi libreta en una mano, se frota la zona pálida donde solía estar su anillo. No sé si es de arrepentimiento o alivio. —Hadley y yo, nos estamos divorciando. —¿Por mí? —Sale antes que pueda detenerlo, y el estremecimiento que le sigue también es involuntario. Me recuerdo que ahora no tengo nada que ver con ellos. Ni siquiera debería significar nada para ellos. Cuando Hadley se acercó a mí ayer, fingiendo que fue accidental, no le dije nada. Ni siquiera pregunté por Thomas o Nicky. Pero ella tenía que saberlo, ¿no? Esa es la razón por la que estaba intentando sacarme de mi miseria, dejándome libre de culpa.
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Oh Dios, ¿arruiné las cosas de nuevo? Thomas debe ver la angustia en mi rostro porque se mueve hacia delante, estirando su mano libre, pero me alejo de él. Mis pies se mueven atrás y él se encoge. —No, nada de esto es por ti. Es algo que debería haber sucedido hace mucho tiempo. No tiene nada que ver contigo. —Se pasa una mano por su largo cabello—. Fui yo. Estuve esperando demasiado. ¿Era posible jadear y suspirar al mismo tiempo? Porque probablemente yo acababa de hacerlo. Mis propias palabras lanzadas hacia mí con tanta dulzura y gravedad, es… sorprendente. Nunca esperé que recordara eso, mucho menos decirlo. Necesito dejar de saltar a conclusiones. No todo es culpa mía. Ámate a ti misma y el resto llegará. Aparto hacia atrás mi estúpido cabello rizado, y su mirada sigue mi pequeño gesto. De hecho, no ha dejado de observar. ¿Qué está observando? No creo que me quede nada que sea útil para él. —Está bien. Bueno, y-yo lo siento. —Miro mis uñas de los pies con la pintura desconchada y mis sandalias. Insegura—. Sé que tú… la amas. —Todavía lo hago. —Me lanza una triste sonrisa—. Creo que siempre la amaré. Pero no creo que sea el tipo de amor que haga que la gente permanezca junta. Era más una reverencia del uno por el otro que amor, y eso puede ser intimidante y convertirse en un peso después de un tiempo.
¿Qué va a sucederle a Nicky? Desearía poder preguntarle eso. El divorcio es una cosa muy horrorosa. Mira cómo salí de los numerosos divorcios de mi madre. Pero de nuevo, ¿cómo es vivir juntos sin amar algo mejor? Así que quizás es para mejor. —Cierto. Puedo verlo. —Asiento, incapaz de detenerme—. Estás bastante… horrible. Luego se ríe, breve y sonoro, y algo burbujea en mi estómago. Lo aplasto. Los estremecimientos y burbujeos no tienen razón de ser en este momento. —Voy a irme ahora. Tengo que irme a casa. Así que voy a irme. Antes de que pueda girar y salir de allí, Thomas habla. —Siento haberte dejado sin despedirme. —Lo hiciste. —Me encojo de hombros, alzando los hombros con tirantez—. Me odiabas, ¿cierto? No me debías nada. Justo entonces los rayos de sol se vuelven fuertes y exponen cada centímetro de la agonizante expresión de Thomas. Lo hace parecer una sombra de su previo ser confiado.
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—No te odiaba. Nunca te odié. No… te odio. —Aprieta la mandíbula, pero sé que no es furia. Es su intento de controlar sus emociones descontroladas. No me odia. Es la clase de comentario que debería traer una sonrisa o hacerme sentir más aliviada. Debería sentir como si ahora lo tuviese todo, pero las lágrimas se deslizan de mis ojos y por mis mejillas, lágrimas que no sabía que contenía. Thomas vuelve a acercarse, pero se detiene. Niega una vez, silenciosamente diciéndome que no llore. Abre y cierra los puños a sus costados. Está muriéndose por tocarme; lo sé. Pero no se lo permitiré. —Mira, eso es peor, Thomas —le indico, ahogándome—. Porque si no me odias entonces, significa que tú… —No puedo decir amor. No creo que jamás pueda decir amor—. Sientes algo contrario al odio, y si de hecho sientes algo contrario al odio, ¿cómo no pudiste buscarme antes de esto? ¿Cómo no pudiste tomar un teléfono para decirme que no me odias? Pasé días y semanas pensando que me odiabas, que arruiné cada jodida cosa en tu vida. Pensé que por mi culpa nunca serías feliz. La gente seguía diciéndome que no era cierto, que no podía haber sido yo, Pero nunca les creí. Todavía no los creo. ¿Cómo me pudiste hacer eso? ¿Cómo me dejaste llevar esa carga? ¿Cómo pudiste hacerle eso a alguien que no odias?
No sé cuánto he mantenido esas palabras dentro, y cuánto puedo soportar ahora antes de romperme y sollozar en esta maldita acera. Mis lágrimas no muestras signos de detenerse, y siento un sollozo comenzar a emerger. Así que quizás estoy siendo egoísta. Obviamente, él no ha tenido tiempo antes de esto. Estaba ocupado cuidando a Hadley y a su hijo. Debería librarlo de su culpa, pero no quiero hacerlo. No. No puedo. Amarme a mí misma significa luchar por mí misma, luchar por mi bienestar, y jodidamente lucharé. No seré una mártir incluso aunque la culpa sigue saliendo de mí como las lágrimas y el sudor. —No. No le haces eso a una persona que no odias —susurra, sus ojos enrojecidos. Las lágrimas brillando en ellos me sorprenden. Quiero decir, sé que debe llorar; es humano, pero verlo en persona es… destructivo. Me siento derrotada ante sus lágrimas. Siento que me derrumbaré allí mismo. —Entonces, ¿por qué lo hi-hiciste? —Porque contigo, todo es nuevo. Siento como si nunca hubiese no odiado a nadie. Se me escapa una risa rota ante su uso determinado de mi terminología. Aunque él no se ríe, no.
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—Contigo, siento que nunca he tenido sentimientos, como si fuese la primera vez que sintiera algo. ¿Sabes lo terrorífico que es? —Niega y se responde a sí mismo—: Es muy terrorífico. Tengo tantas cosas que quiero decirte que termino diciendo lo incorrecto. Tengo tanto miedo de dar el paso incorrecto que nunca me muevo. No sé por qué lo hago. No sé por qué sigo jodiendo las cosas cuando tiene que ver contigo, pero todo lo que puedo decir es que me haces sentir como si… si nunca hubiese respirado, como si nunca hubiese vivido. Es horripilante cómo dijo lo que yo estaba pensando antes, que parece… no vivir, de algún modo. Somos almas gemelas, susurra mi corazón. Cállate, idiota. Ya no pensamos en esas cosas. Hay una espeluznante seriedad en el aire, y no sé cómo lidiar con ello. —Bueno, eso fue… mmm, muy poético. Se mete las manos en los bolsillos y se remueve, como si estuviese avergonzado. —Despertaste las palabras en mí. Eso tira de un recuerdo de hace mucho tiempo, pero no puedo recordarlo del todo. ¿Por qué se siente como si hubiese escuchado eso antes? ¿Y por qué todo vuelve a sentirse triste y sin esperanza? ¿Como incluso si todo esto fuera verdad, ha sucedido demasiado?
—No sé qué hacer con eso —le digo con honestidad. —Esperaré. —¿Esperar por qué? —A que averigües qué hacer con eso. —Eso… —Niego—. No puedes hacer eso. —Claro que puedo. —¿Y si nunca lo averiguo? —Entonces seguiré esperando. —Eso es una locura. —Resoplo—. Es… como el libro. —Entonces el corazón me late con fuerza. Es exactamente como el libro de Barthes, el que le robé hace una eternidad. Todavía lo tengo guardado en el fondo de mi cajón. —Un enamorado es el que espera —parafrasea—. Entonces, esperaré. Para siempre.
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Treinta y uno El bardo
E
n los meses siguientes a mi divorcio, y consiguiendo la custodia de Nicky, he pensado mucho en lo que significa la valentía. ¿Es la ausencia de miedo? ¿Es el sentimiento de ser invencible?
Me di cuenta que ya sé lo que significa, que ya lo he visto. Mi padre era un hombre valiente. Es un pensamiento extraño y discordante, pero es cierto. Toda mi vida asumí que mi padre era débil, que ni siquiera era un poeta de verdad, e hice todo lo posible para no ser como él. Pero, al final, mi padre era un hombre más valiente que yo.
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Valentía significa toma un bolígrafo y escribir. Valentía es arrancar palabras de tu interior y luego imprimirlas en una página para hacerlas permanentes. Valentía es saber que pueden no ser leídas por nadie, que el arte que dejas atrás, la contribución que dejas al mundo, puede que nunca sea conocido por nadie. Valentía es saber todo eso, pero hacerlo de todos modos. Como hizo mi padre. Escribió para sí mismo. No se preocupó por los premios o reconocimientos. No fue un buen padre, no, pero a su propia manera, era valiente; más valiente de lo que yo fui jamás. Puse tantas reservas en lo que no quería ser que olvidé lo que podía ser. He comenzado a escribir de nuevo. Es poesía. Siempre será poesía. Así es como me expreso. Es la voz de mi alma, como Anestesia. El testamento de mi soledad incluso cuando Hadley y yo estábamos juntos. He estado trabajando en una colección sobre Nicky. Me ayuda a lidiar con las cosas que sucedieron. No sé dónde está Hadley. Se marchó, justo como dijo que haría. Todo lo que puedo desear es que encuentre la paz que está buscando. Quizás algún día volverá y Nicky pueda conocerla. Pero hasta entonces, le contaré historias sobre su madre. Nicky ha crecido mucho. Está caminando. Se ríe. Juega. Sus juguetes favoritos cambian cada semana. Es como si no tuviese pasado. No recuerda estar en el hospital o casi ahogarse hasta la muerte. Yo lo hago. Recuerdo esas cosas. Me mantienen despierto por la noche. Lo compruebo constantemente. Duermo más en el suelo junto a su cuna, que en la cama. Pero está bien. De momento, eso me hace sentir en control.
Cuando observo a Nicky dar pasos tambaleantes, bajo la mirada a mis pies. Flexiono los dedos de los pies para entender la mecánica de caminar. Hay veces en las que siento que cada paso es mi primer paso. Hay veces en las que miro el mundo con los ojos y asombro de Nicky. Y sigo llegando a la misma conclusión: la valentía no es la ausencia de miedo, sino el coraje de hacer algo a pesar de ello; dar el primer paso a pesar del peligro de caer, crear una pieza de arte sabiendo que la gente puede no apreciarla. La valentía es enamorarse. No sabes si la persona será recíproca, pero aun así te enamoras. La valentía es esperar por mi Layla. No podía pedirle que me amase en ese momento. No habría sido justo. Ya me había dado demasiado, y a cambio, le había hecho demasiado daño. Así que le dije que la esperaría, y desde entonces, he estado esperando. El otoño se ha convertido en el invierno.
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Incontables días donde nos encontramos en su universidad y la observo asustarse de mí. Al principio, ni siquiera me dejaba tocarla. Íbamos a un café cercano y nos sentábamos distanciados uno del otro, yo mirándola porque no sabía dónde más mirar, y ella mirando a cualquier parte menos a mí. Ella jugaba con Nicky, le daba gorros, reía con él, le enseñaba palabras. Y yo estaba dividido entre reírme de sus payasadas y sacudirla, suplicándole que me volviese a amar. Cada día la observo alejarse, diciendo que tiene clases u otro sitio al que ir. Incontables noches donde pienso en ella, y luego me rompo y la llamo. Al principio, ella ignoró mis llamadas, hasta que un día contestó, la conversación fue titubeante. Me llevó días de coacción hasta que finalmente comenzó a abrirse, y me di cuenta de lo jodidamente difícil que tuvo que haber sido para ella cuando me negaba a ceder y a hablar con ella. Innumerables conversaciones donde hablábamos sobre Nicky, sobre libros, sobre cosas que nunca supe que quería hablar. Nunca supe que tenía tantas palabras dentro de mí. Nunca supe que podía esperar por alguien así. Hasta Layla. Es casi medianoche y ella acaba de llamarme para decirme que va a venir. Le dije que no lo hiciese. No es seguro tomar el metro hasta Brooklyn a esta hora de la noche. Le dije que iría a buscarla, pero se rio y dijo: Las calles a medianoche son mis amigas. Suena un golpe en mi puerta y me apresuro a abrirla. Layla está allí de pie con una gran sonrisa en su rostro, y tengo que aferrarme a la puerta para evitar echarme adelante. Su belleza es como una explosión, repentina y discordante, pero de un modo que me quita la respiración y los
pensamientos. A veces tengo que ponerme una mano en el pecho para evitar que se me salga el corazón. —Lo terminé. —Salta y entra en mi deprimente apartamento de una habitación. Tengo más libros que muebles, pero a ella no le importa. Las paredes son violetas, y eso es solo porque Layla piensa que el blanco es aburrido y fue conmigo a elegir colores. —¿Terminaste qué? —Cierro la puerta y me giro para encontrarla quitándose el abrigo y el suéter, seguido por su gorro, su bufanda, y finalmente los guantes. Lo deja todo sobre la mesa de café y tengo que morderme el interior de las mejillas para evitar estallar en risas. Me lanza una mirada. —¿Qué?, fuera hace frío. —Cierto, y vivimos en la Antártida. —Ja ja. —Pone los ojos en blanco y siento como si pudiese besarla desde aquí a metro y medio.
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Saca un sombrero de piel de su infantil mochila violeta y sin una palabra, camina hacia la habitación donde Nicky está durmiendo. La sigo. Siempre la seguiré. Se acerca de puntillas a su cuna, le sonríe y suspira, apretándose el pecho. Quiero reírme de sus dramáticas acciones, pero aprieto los labios. No sé por qué pensé tan siquiera un segundo que ella no amaría a Nicky, o pensé que él sería una carga. Ella lo ama. Están las pequeñas cosas que hace por él, como traerle gorros, como siempre pone empeño en darle las buenas noches por teléfono si no está aquí. Layla pone el gorro junto a su ser durmiente, éste de color mandarina, y vuelve a la sala de estar. Se detiene y me enfrenta, alegre. La falda le llega a medio muslo, y aunque lleva medias, soy capaz de trazar la inclinación de sus muslos y pantorrillas. Recuerdo quitar esas medias. Se siente como ayer y a la vez hace una vida, con la forma en que lo recuerdo tan vívidamente y la forma en que me pican los dedos por ello. —Thomas —dice, su respiración saliendo fuerte y rápida. Nunca se lo he admitido, pero me encanta la forma en que dice mi nombre, como si nadie lo hubiese dicho antes, como si me inventara de nuevo cada vez que lo dice. Es jodidamente mágico, y ella me llama mágico. Los estremecimientos en su pecho hacen eco en mi polla y me aclaro la garganta. —Así que, ¿qué terminaste? Traga, luciendo mareada. —Eh, mi historia. Layla ha estado escribiendo una historia que no me ha mostrado. No habla sobre ella, no como solía hacer cuando era mi estudiante. Duele, la
distancia, pero lo aceptaré. A diferencia de mí, a ella le gusta trabajar en varias cosas simultáneamente, mientras que a mí me gusta trabajar en una cosa a la vez. A ella le gusta pasar de un proyecto a otro. De nuevo, se agacha para buscar en su mochila, dándome un vistazo de sus tetas a través de su fina camiseta blanca, y aparto la mirada al techo. Me siento como un jodido pervertido. Solo Layla puede hacerme sentir joven y viejo al mismo tiempo. —Toma. Miro su mano estirada y luego a su rostro, todos los pensamientos inapropiados olvidados. —¿Qué es eso? —Quiero que lo leas —susurra. Me mira a través de sus pestañas, tímida e incierta. Se frota la pierna con un pie, ansiosa. Es tan jodidamente joven en este momento que, si la tocase ahora mismo, la mancillaría con mis dedos viejo y cínicos. No me está dando su historia. Me está dando su corazón.
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Yo también he pensado mucho en su corazón. Es grande, feroz, suave y brillante. Es como una estrella, una luna o todo el maldito cielo; y me lo está dando. Me está dando el cielo. Todo ha llevado a esto. El miedo con el que estoy tan familiarizado se eleva. Siento su efecto físico en la forma en que se me remueve el estómago, en lo tenso que está mi pecho. Atravieso todo eso. Atravieso el miedo, la ansiedad, y camino hacia ella, camino hacia la única cosa que quiero. —¿De qué se trata? —Trata sobre cómo nos enamoramos. —Baja el brazo y se echa hacia atrás, paso a paso. Me habría detenido si hubiera creído que no quería que me acercara más, pero sus ojos violetas están brillando. En cuanto alcanza la pared, casi se hunde en esta, y yo casi me hundo en ella cuando alcanzo mi destino. Ella. Nuestros cuerpos se tocan y casi gimo en voz alta. Mantengo los brazos en la pared, atrapándola. —¿Cómo se llama? —El Rompe-reglas. —Su voz suena ronca, como hace en la mañana cuando se despierta, y me llama por los sueños que tuvo de Nicky o sobre mí. —¿Sí? —Mi tono imita el suyo, como si acabase de hacer funcionar mi corazón después de meses de estar en estado comatoso. —Sí. —Asiente—. No es bonita, nuestra historia de amor.
—No lo es. —Rompimos todas las reglas, y a veces, odio eso. —Yo también. —Pero es nuestra. —Lo es. Una sonrisa temblorosa aparece en sus labios y quiero besarla, pero me contengo. —¿Dónde comienza? —Aparta la mirada de mí y tengo que seguir su mirada. El sonrojo le cubre las mejillas y siento el fluir de mi propia sangre bajo la superficie—. ¿Dónde comienza, Layla? —Bueno, veamos, comienza la medianoche que te vi en el banco, el que está junto al árbol de las flores blancas. Me lamo los labios, sorprendido. Nunca esperé que dijese eso. Ni siquiera sabía eso. Es el mismo lugar donde me propuse a Hadley. Somos almas gemelas, Thomas.
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Nunca he creído eso hasta ahora… o quizás lo hice, pero nunca he visto la prueba pura y magnificente de ello. Presiono mi cuerpo contra el suyo incluso más, intentando fusionar nuestras pieles, y su aliento se entrecorta. Me tiembla la voz cuando respondo: —Sí, conozco ese lugar. —Así que la historia comienza la noche que te vi allí y parecías muy solitario, como yo. Creo que necesitabas un amigo. —Y entonces descubriste que soy un imbécil. Se muerde los labios para evitar sonreír, pero le brillan los ojos. —Sí. Pero luego me besaste. Esta vez, no puedo evitar girar las caderas contra las suyas, haciéndola gemir. Se siente caliente, incluso a través de las capas de ropa. Nuestros cuerpos están excitados y preparados, esperando a que nuestros corazones se pongan al día. —¿Qué sucede cuando te beso? —Yo… siento como si pudieras comerme viva con tu boca, y nunca he sentido eso. Nunca he sido el sustento de nadie, y quiero seguir para siempre. Quiero hacer eso para ella ahora. Y quiero devorarla, llenarme la boca con su sabor. Ha pasado mucho, mucho tiempo. Estoy hambriento. Por ella. Pero no aún. No aún.
—Sí, pero en un movimiento clásico, lo jodo todo. —Lo haces, pero no te detienes ahí. Sigues jodiéndolo, hasta que ya no puedo soportarlo más. Me río mientras me pican los ojos. —Soy un pedazo de mierda. ¿Estás segura que soy el héroe en esta historia? —Joder, solo quiero tocarla. Solo una vez. Eso es todo lo que quiero. No pediré nada más. Solo quiero tocarla, meterla en mi cuerpo y sostenerla, pero no me atrevo a mover una mano. No tomaré lo que no está dispuesta a darme, incluso aunque me mate, aunque todo queme. —Pero lo compensas. —¿Lo hago? ¿He hecho suficiente? ¿Le he mostrado suficiente? No lo sé. No sé si se da cuenta de lo mucho que la amo. No he dicho todavía esas palabras, pero quiero que lo sepa. Quiero que lo vea en mis ojos porque sangro con ello, ardo con ello, y por primera vez en mi vida, no me importa. No me importaría si ella me quemara vivo o me destruyera. Seguiría adelante. Seguiría amándola.
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Escucho el golpe seco de su libreta cayendo, y al siguiente segundo, ella es la que me está tocando. Pone sus manos en mis mejillas y me presiona con las caderas. Me estremezco, mi polla enderezándose por completo, y mi frente encontrando la suya. —Sí, Thomas. Lo haces. Lo has hecho. Por favor, dime que lo sabes. Por favor, dime que crees que soy una perra por hacerte esperar todo este tiempo. —Layla —advierto. —Entonces eres un estúpido. —Se pone de puntillas y envuelve una pierna alrededor de mi cintura—. Ni siquiera me tocarás, idiota. Todavía no me estás tocando. Si me echo atrás por cualquier razón, te echas atrás como si fueses tú por lo que estoy arruinada. Me recoges en la universidad cuando fácilmente puedo tomar el metro como cualquier otra persona en Nueva York. Permaneces despierto toda la noche, ayudándome a estudiar por Skype porque crees que no te quiero en mi apartamento. Ni siquiera pides ir. Es frustrante. Hubo un tiempo en que su desesperación me hacía sentir poderoso, pero ahora admito que estaba desesperado por ella. Todavía sostiene la verdad. —Dijiste que no sabías qué hacer con ello, así que he estado esperando. —Bueno, estoy cansada de que esperes, idiota.
Salta y engancha la otra pierna alrededor de mi cadera. El movimiento es tan familiar. Muchas veces simplemente ha envuelto sus extremidades a mi alrededor, como si siempre hubiésemos permanecido juntos, como si siempre hubiese sido así de simple. —Incluso he hablado con Nicky de ello —me cuenta con molestia en su tono. —¿Sobre qué? —Que te está tomando demasiado tiempo. Que lo amo muchísimo. Y yo… —Se muerde el labio y me mira a través de sus pestañas, haciendo que mi corazón se salte un latido—. Sé que no soy la mejor persona para ocuparse de un bebé. Quiero decir, soy un poco loca e impulsiva, y… Pero lo amo muchísimo y yo… —Oye, eres mi todo. Cada maldita cosa, Layla —digo, mi voz afectada y con un millón de emociones que saben como lágrimas—. Además, el amor es suficiente. Tiene que serlo. Podemos resolver el resto. Quizás es simple, estar juntos. Quiero decírselo, pero ella me golpea con ello. —Te amo.
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Suspiro, y se siente como la primera vez. Es la primera vez que he respirado. —Yo jodidamente te amo también. Ella brilla incluso aunque sus ojos están llenos de lágrimas. —Así que es así como se siente. —¿Qué? —Cuando alguien te devuelve esas dos palabras. Siempre me lo he preguntado. —Técnicamente fueron cinco palabras. —Las aceptaré. Son incluso mejor. Jodidamente lo hace todo mucho mejor… increíble y épico. —Frota su centro contra mi polla y no puedo evitar gemir por dentro esta vez. Sonriendo, ella cierra los ojos y jadea en mí—. Siento que puedo caminar sobre el agua. —¿Sí? Aunque no hagas eso. No es real, nena. —Eres tan idiota. —Abriendo los ojos, se ríe y aprieta su agarre alrededor de mi cuerpo. Se está haciendo más duro soportar su peso sin mis brazos. Están aplastados en la pared, una última barrera entre nosotros. Debería soltar la pared y rodearla con ellos, pero algo me está conteniendo. —¿Vas a besarme en algún momento pronto?
—Dímelo. Dame las palabras, Layla. Sonríe y una sola lágrima cae por su mejilla. —Ya no tienes que esperar más por mí, Thomas. Nunca tienes que esperar. Es entonces que mis manos se apartan de la pared y la tocan. Una mano va a su trasero, la otra a la parte de atrás de su cabeza, y la beso. Esta vez soy yo con una epifanía: Siempre he sido valiente. Solo necesitaba buscar profundamente en mi interior. Fui lo suficientemente valiente para traer a un niño a este mundo. Fui lo suficientemente valiente para amarlo con toda mi alma y corazón, sabiendo que la vida es pasajera y momentánea. Hay muchas cosas inciertas en la vida. Todavía hay demasiados obstáculos que superar. Nuestro amor crecerá y cambiará, y nosotros cambiaremos con él. Pero hoy, me hago una promesa a mí mismo. Siempre seré valiente en lugar de intrépido. Haré mis propias reglas en lugar de seguirlas. Y amaré. Siempre amaré a mi chica de ojos violetas, Layla Robinson.
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Fin
Epílogo Después del “Fin”
M
i corazón sigue siendo un animal, un camaleón, para ser específicos.
He intentado. De verdad he intentado. Domarlo. Para que se dé cuenta de que yo tomo las decisiones. Que estoy a cargo, no al revés. Pero todavía somos un trabajo en progreso. Todo esto sería mucho más fácil de soportar si solo mi loco y estúpido corazón se comportara. Pero no. No se está comportando. En absoluto. Está revoloteando, oscilando. Hace un segundo, juro que estaba en mi estómago. Luego se elevó hasta mi garganta, se quedó en mi lengua, antes de retroceder hacia mi pecho. Cálmate, lo lograrás, le digo a mi ansioso corazón. Estamos muertos. Estamos tan muertos, es la inútil respuesta.
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No estamos muertos. Estará bien. Hemos hecho esto antes. Sí, pero no así. Además, ¿y si este es el momento en que todos ríen? —¡Maldición! Solo detente —dije bruscamente. —¿Qué? —Suena la voz a mi lado. Miro a mi lado y frunzo el ceño. Entonces sonrío. Todo sale de una manera extraña. —¿Qué? La chica a mi lado, Josephine, mi compañera de clase, levanta una ceja. —Dijiste, detente. —¿Lo hice? —Me muevo en mi asiento y aliso los bordes de mi cuaderno—. Eh, bueno, estaba hablando sola. —Claramente —se burla y se da vuelta. Josephine y yo, no somos amigas. Somos como enemigas, en realidad. Así que, este semestre estoy tomando una clase donde se supone que debemos incorporar un evento de la vida real a una obra de ficción. Se llama volver la vida en ficción. Y la primera vez que analizamos mi historia en clase, Josephine fue quien la llamó cliché y olvidable. Todavía recuerdo estar con el rostro rojo, sudando y enojada. Nadie, y quiero decir nadie,
tiene permitido llamar a mi historia cliché. Porque, hola, no lo es. Quiero decir, enamorarme de un profesor casado, ¿cuándo ha sucedido eso en la historia del universo? Nuestro amor es nuestro arte, Layla. Y la gente siempre juzga el arte. Lo despedazan. Lo destruyen. Así es cómo es. Eso fue lo que mi profesor de ojos azules me dijo más tarde esa noche cuando le dije lo enojada que estaba. Le salté encima después de eso, y cuando estuvo dentro de mí, grande y fuerte, le pedí que repitiera esas palabras. Lo hizo. Y desde entonces, odio a Josephine un poco menos y amo a Thomas un poco más. Creo que lo sigo amando un poco más todos los días. El profesor pronuncia el nombre de Josephine y ella se pone de pie, sonriendo, como si hubiera estado esperando este momento toda su vida. Bueno, tal vez lo ha hecho. Estamos en un bar en East Village, y todos los viernes tienen una noche de Literatura. Está abierto a todas las escuelas alrededor del área de los tres estados7 y solo lo mejor de lo mejor viene aquí y lee su trabajo.
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Este viernes es el turno de nuestra escuela y nos eligieron a mí y a Josephine. Entonces, básicamente, no puedo joderlo. Necesito ser buena, segura, presentable. Necesito ser jodidamente increíble en esto. Mis palabras deben ser jodidamente increíbles. De acuerdo, necesito parar. Me estoy asustando a mí misma. Mi cobarde corazón puede soportar hasta cierto punto. Tomo mi asiento junto al escenario y veo a Josephine acercarse al micrófono. Sonríe y es confiada, y muy a mi pesar, me siento orgullosa de ella. Abre su cuaderno, se aclara la garganta y comienza. Su voz es fuerte y su tono tiene inflexión en todos los lugares correctos. Puedo sentir la sala suspirar y jadear con ella. Mientras más la observo, menos nerviosa me siento. Puedo hacer esto. Realmente puedo hacerlo. Todo lo que tengo que hacer es mirar fijamente mi cuaderno violeta y leer algo que escribí. Lo que he hecho innumerables veces desde que comencé en esta escuela hace casi un año. Qué tan difícil puede ser, ¿cierto? ¿Cierto? Bueno, puede ser bastante difícil. Porque cuando dicen mi nombre y me pongo de pie, mis piernas comienzan a temblar. Mis rodillas chocan entre sí. Juro que siento el sudor que gotea por la parte posterior de mis muslos cubiertos de mi falda a cuadros. Subo al improvisado escenario y me paro frente al micrófono, paso mis dedos sobre el cuaderno argollado. Tengo miedo de mirar hacia arriba Tri State: Es el nombre que se le da a la congruencia de tres estados juntos en Estados Unidos, en este caso se refiere a los estados aledaños de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut. 7
y encontrar todos los ojos sobre mí en la habitación con poca luz. Hay algo acerca de ser juzgada que todavía me afecta. Sacudiendo la cabeza una vez, cierro los ojos y pienso en algo bueno, en algo alentador. Es algo que he estado haciendo este año pasado. Cada vez que pienso que soy menos o que soy indigna, pienso en algo precioso en mi vida. Algo que me gané sola. Pienso en el amor de mi vida. En mi escupe fuego. Detrás de mis párpados cerrados, veo sus ojos. Son azules, más azules que el agua, el cielo, las llamas, y están ardiendo. Entonces veo sus labios sonrientes, llenos y besables. Están articulando las palabras, palabras mágicas, las palabras trascendentales: te amo. La piel de gallina perfora mi piel. Me siento eléctrica. Me ama. A mí. ¿Cómo puedo ser menos? ¿Cómo puedo ser indigna cuando él es el rostro de mi amor correspondido? Sonriendo, abro los ojos y miro hacia arriba. Y ahí está él, arrancado de mis sueños. Thomas Abrams.
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Está parado en la parte posterior. De hecho, es el único de pie en la sala llena de gente sentada. Se ve grande y sombrío. Parece el hombre más guapo que he visto en mi vida. Bueno, duh, se burla mi corazón borracho de amor. Con un cigarrillo en su boca, se inclina contra la pared bermellón. Su rostro está inclinado, el cabello oscuro le golpea las cejas. Necesita un corte de cabello, pero sigo diciéndole que se lo deje largo. Lo hace ver elegante. Se ríe de mí. Pero lo que sea. No se lo ha cortado todavía. A pesar que su rostro está gacho, sus ojos están en mí. Están cargados de calor. Tanto, que podrían quemarme desde el otro lado de la habitación. Bueno, ¿qué más hay de nuevo? Cuando Thomas está cerca, la distancia no tiene sentido. Me toca sin siquiera ponerme un dedo encima. Tomo otra respiración profunda, con la esperanza de saborear el humo que sale de sus labios. Tal vez lo hago porque, de repente, me siento relajada. Mi ansiedad se ha ido. Él está aquí. Sin embargo, mi corazón todavía está revoloteando. Todavía creando un alboroto. Pero solo porque quiere arrancarse de mi pecho y volar hacia él. Quiere sentir el humo saliendo de su boca y llenando mi cuerpo. Le sonrío, pero no responde. Está bien. No tengo miedo que no corresponda mi sonrisa. Esa es la forma en que ama, dura, áspera y tosca. Inclinándome, digo en el micrófono: —Hola, soy Layla Robinson. Y mi historia se llama, “El Rompe-reglas”.
Las palabras fluyen de mí en gruesas corrientes. Escribí esta historia en los días en que Thomas se arrepintió. Cuando estaba enojada con él por abandonarme, por hacerme miserable, por hacerme pensar lo peor de mí misma. Desde entonces he agregado, pulido, escrito sobre cosas que tenía miedo de examinar. No soy el tipo de escritora que hace eso. Escribo y paso a otra cosa. Pero quería terminar esta historia, convertirla en algo hermoso y feo, al mismo tiempo. Digo las últimas palabras y alzo la mirada. Estoy respirando fuerte. Parece que me he quedado sin palabras, mi lenguaje está agotado y nunca podré volver a hablar. Se siente como si todas mis emociones salieran a la luz y estoy vacía. Necesito que Thomas me dé vida de nuevo. Mis ojos lo encuentran de nuevo. Está de pie derecho, el cigarrillo se fue de su boca, sus están labios separados, su pecho subiendo y bajando con respiraciones agitadas. Sus emociones también son un caos. Similares a las mías ¿Ven? Almas gemelas. Siente lo que siento.
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Justo mientras cierro mi libreta y bajo del escenario, la habitación estalla en aplausos. No me importa su aprobación ahora. Necesito algo más. Mordiéndome el labio, sonrío y luego, me voy. Corro al otro lado de la habitación, los aplausos truenan y rebotan contra las paredes pintadas de oscuro. Thomas está listo para mí porque apenas lo alcanzo, salto y enrosco mis extremidades alrededor de su esculpido cuerpo, y ni siquiera se sobresalta. Me encaja contra su pecho, como si estuviera allí todo el tiempo. Como si mi cuerpo fuera una parte de su cuerpo, y estar separados fuera ridículo. Podría reírme de felicidad, con la libertad de poder hacer esto. El hecho que la ramera pueda ir con su escupe fuego, que pueda abrazarlo abiertamente. La gente da por hecho esas cosas, tomarse de las manos, besarse en público, acariciarse el rostro. Yo no. Nosotros no. Nunca pudimos hacer eso cuando nos enamoramos. Ni siquiera sabíamos que nos estábamos enamorando. Entonces sí, esto es magia. Los brazos de Thomas son cuerdas tensas de músculos que se extienden por mi espalda. Jadeo contra su cuello, respirando cálidamente sobre su piel. Un pequeño escalofrío recorre la longitud de su garganta. Sé que es por mi culpa. Pero aun así, una corriente se extiende a través de mi propio sistema al saber que afecto a alguien, que lo afecto de esa manera. —Se supone que no se puede fumar aquí —dije contra su cuello. Sus brazos se flexionan a mí alrededor. —¿No has escuchado? Soy el rompe reglas. Me río y me alejo, mi cuaderno cuelga de mis manos.
—Pensé que tenías una reunión. Hay un brillo en sus ojos que escupen fuego. Brillo y deseo. —La tenía. —¿Los dejaste plantados? —Claramente. Jadeo, tratando de bajar, pero no me deja. En cambio, comienza a caminar. Me sonrojo mientras camina por la habitación, conmigo envuelta alrededor de su cuerpo. Pasa por las mismas mesas que yo para llegar a él, y se acerca a la salida del escenario. Los aplausos se detuvieron hace mucho tiempo, y me encuentro con miradas atónitas. Estupendo. Piensan que estoy loca. Haciendo muecas, oculto mi rostro en el cuello de Thomas y me pregunto si me expulsarán por esto. Thomas atraviesa la puerta principal del bar y sale. Conmigo colgada de su pecho como un mono araña, da pasos a trompicones a lo largo de la húmeda acera de Nueva York y se desvía hacia el callejón entre dos edificios. Apoyándome contra la húmeda pared, respira en mis labios. Gimo cuando el olor a cigarrillo y a chocolate me golpea en la nariz, en la lengua.
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—Estoy bastante seguro que piensan que no tenemos ningún sentido de los límites y que estamos locos —murmura, frotando mi nariz contra la suya. —Estoy bastante seguro que ya tuvieron ese pensamiento cuando atravesaste corriendo la habitación y saltaste a mis brazos —murmura, con los labios curvados. —Como sea. —Pongo los ojos en blanco. Se ríe y atrapa mis labios en un beso, pero me alejo. Sin embargo, requirió toda mi fuerza de voluntad— . Thomas, no se supone que dejes a las personas plantadas. Eso es grosero. Se supone que debes ser amable con ellos, especialmente si son tus editores. —¿Quién lo dice? Dios, este hombre. ¿Cómo puede ser tan infantil como arrogante al mismo tiempo? —Lo digo yo —le digo una y otra vez, trato de desenredarme de él, pero de nuevo, no me deja. Thomas no dice nada por un segundo, simplemente sonríe. Sus palmas se mueven desde mi espalda y viajan hasta mi trasero. Amasa la carne en sus manos y susurra: —Sí, no me lo creo. Te encanta cuando soy malo contigo. —Esas palabras son acompañadas por sus manos metiéndose bajo mi falda y
acariciando mi trasero desnudo. Tangas para la victoria, ¿verdad? No, no tanto ahora cuando estoy tratando de hablar con él y estamos afuera, pero no deja de distraerme. —Thomas. —Trato de ser severa, pero estoy bastante segura que parezco débil y derretida—. Detente. No estoy hablando de eso. Él no detiene sus movimientos, en cambio, se inclina sobre mí, presionando los planos duros y tonificados de su cuerpo sobre los míos suaves y redondeados. —¿Hablando sobre qué? Levanto mis cejas hacia él. Sin embargo, es difícil, cuando lo único que quiero hacer es cerrar los ojos. —Sobre sexo. Ante eso, prácticamente acerca su tembloroso abdomen a mi núcleo caliente, y mis muslos se tensan automáticamente alrededor de sus caderas. —No estoy hablando de eso tampoco. Aprieto su camisa.
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—Por supuesto que sí. Su frente se frota contra la mía. —No, no sexo. Maldita sea. Estoy hablando de follar. Dios, estoy tan llena de este hombre, y ni siquiera está dentro de mí. No necesita estarlo, sin embargo. En el momento en que lo vi, hizo un hogar dentro de mí, en algún lugar profundo y oscuro. Una parte de su alma se aferró a un pedazo mío. Un hilo invisible que me une a él y a él a mí. No necesitamos tocarnos para poder sentirlo. Aunque tocarse es bueno. Muy, muy bueno. Mis dedos se hunden en su cabello largo y ondulado y mi espalda se arquea. —No creo que debas hablar así aquí. —¿Sí? —Se ríe. Lo sabe—. ¿Por qué? ¿Te pone mojada? Podría ser peligroso lo mucho que me conoce. Lo transparente y desnuda que estoy frente a él, incluso con toda la ropa puesta. Pero no lo es. El amor correspondido nunca es peligroso. Solo glorioso y sí, a veces descarado. —Sabes que sí —susurro. Frota sus palmas sobre mis muslos internos, masajeando la suave carne. —¿Entonces, qué hacemos ahora?
—Es un problema de verdad. —¿Lo es? Me muerdo el labio y miro sus ojos ardientes. —Ajá. Probablemente necesito que me rescaten. —¿Es eso cierto? —gruñe. Asiento, con mis ojos abiertos e inocentes. ¡Ja! ¿Cuándo fue la última vez que fui inocente? No puedo recordarlo. —¿Vas a salvarme o qué?— pregunto a Thomas, quien se hizo más grande en los últimos cinco segundos. Sus anchos hombros están bloqueando mi visión. Él es todo el alcance de mi mundo. El pulgar de Thomas presiona demasiado alto en mi muslo, demasiado cerca de mi vagina. Está mojada, lista e hinchada. Él está respirando con lujuria. Baja la cabeza y pasa la boca abierta por la longitud de mi garganta. Sus respiraciones son brumosas y tan jodidamente excitantes. Creo que moriré si no hace algo pronto. Estoy a punto de decirle eso cuando una ráfaga de risa suena desde la distancia. Me congelo y él también.
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Estamos afuera a la intemperie. Claro, está oscuro y estamos parcialmente escondidos en el callejón, pero esta es la ciudad. Nunca duerme. Creo que arde aún más brillante por la noche. Hay algunas cosas que solo puedes ver cuando oscurece. ¿Nos convertiremos en esa cosa? ¿Él y yo? Nos miramos uno al otro. Es peligroso y arriesgado y no es algo que haga la gente normal. Una pareja normal se relajaría mutuamente, tomaría un taxi, iría a casa, tendría sexo en la cama. Tal vez tendrían las luces encendidas, solo por la emoción. Pero sus ventanas estarían cerradas. No se pondrían juguetones al lado de una calle concurrida. Mi corazón loco y acelerado late, palpita. Estoy segura que Thomas puede sentirlo contra su pecho. En cualquier momento, va a abrir la boca y a gruñir de esa manera tan sexy en que lo hace y decir: vamos a casa. Pero dice algo completamente diferente. Porque no somos normales. Soy su ramera y él es mi escupe fuego. —¿Estás segura que quieres que te salve, nena? —Hace referencia a mi declaración de antes, ajustándome en su agarre, hasta que siento su hinchada polla contra mi centro—. Porque salvar es difícilmente lo que hago. —Mis dientes se clavan en mi labio. Duro. —Entonces, ¿qué es lo que haces? Su pulgar se acerca a mi coño y presiona mi clítoris. Salto y tiemblo, haciendo que se ría mientras susurra en mi oído:
—Hago que te desmorones. A veces lento. A veces duro. Y a veces al aire libre donde cualquiera puede ver. Thomas está frotando mi clítoris sobre el trozo de encaje y empiezo a mover mis caderas. Quiero más. —No me importa. Haz lo que quieras. Sólo no pares. Nunca pares. —No lo haré. Incluso si la gente que conoces, la gente con la que vas a la escuela, te escuchan gemir. Sólo están a una pared de distancia, Layla. ¿Eso te pone cachonda? ¿Eso hace que quieras ser follada, nena? Así pueden oír y preguntarse. ¿Es esa la pequeña Layla Robinson que está haciendo sonidos jodidamente sexys? Con los ojos violetas y el cabello revuelto y tan sexy que caminan alrededor con una constante erección. —Thomas —gimo mientras la presión de su pulgar se incrementa. El poder que sus palabras tienen sobre mí es ridículo, místico. Voy a correrme sólo por escucharlo. —Pero saben que pueden tocarte, ¿sí? Saben que eres mía. —Sus susurros están extinguiéndose. Se hacen más y más bajos, siendo sacados de su pecho. Se está ahogando en el erotismo del momento, al igual que yo.
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Gimo y me muevo contra su polla, haciéndole sisear: —¿No es así, Layla? Dime, nena. —Sí —susurro en respuesta, rindiéndome a él, a sus palabras, presionando besos con la boca abierta en su mandíbula con barba incipiente—. Lo saben. Saben cuán loca estoy por ti. Cuán desesperada y excitada. Que te dejaré hacerme cualquier cosa. Cualquier cosa que quieras. Su gemido es grande, alto y excitado. Sus estremecimientos son abrumadores y delatadores. Mis palabras son igual de poderosas, igual de potentes para su corazón que las suyas para el mío. Envuelve un puño en mi cabello y arquea mi cuello. —¿Estás intentando matarme, Layla? Porque si lo haces, entonces deberías saber que no me asusta ir al infierno. Pero no me voy a ir sin sentir tu coño estremecerse sobre mi polla y cubrirme con tu corrida. Mata todas sus palabras con sus últimas y ni siquiera me importa dónde estamos. ¿Estamos siquiera en la Tierra? Tal vez hemos muerto y estamos en el infierno o el paraíso o lo que sea. Sólo lo quiero dentro de mí. Thomas realiza un breve trabajo con nuestra ropa, simplemente abre su cremallera y aparta a un lado mi tanga. Entra en mí con una limpia y segura estocada de su polla, y después de eso, somos una melodía de quejidos, gruñidos y gemidos.
Follamos en un oscuro callejón. Es sucio, rudo y rápido. Es sudoroso y jadeante y tal vez inmoral. Pero es nuestro. Igual que nuestra historia de amor, y me encanta. Más tarde esa noche, Thomas me lleva a su casa en Brooklyn. Paso la mayoría de mi tiempo en su apartamento de dos dormitorios, a pesar que oficialmente vivo en el dormitorio de la ciudad. Thomas nunca ha dicho nada sobre mudarme y nunca he sacado el tema. Es demasiado pronto, de todos modos. Sólo hemos estado realmente juntos durante unos meses. La señora Carter, la vecina de al lado de Thomas, normalmente cuida a Nicky cuando Thomas lo necesita. Es una mujer dulce que tiene un enamoramiento por mi novio. Ama sus poemas y quiere ser poeta. Thomas a veces le enseña y es realmente divertido verlo. Intenta ser agradable con ella, pero es difícil para él.
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Nicky está dormido cuando llegamos. Mientras que Thomas está ocupado explicándole las sílabas pares/impares a la señora Carter, entro de puntillas en la habitación de Nicky. Ha crecido mucho en el pasado año, es aterrador. Como si parpadeara y estuviera fuera del jardín de infantes. Su respiración es suave y calmada y está babeando sobre el último gorro que le di. Nunca va a ninguna parte sin él. No es púrpura, desafortunadamente. Sus preferencias han cambiado a rojo, lo que es un poco doloroso, pero lo convertiré de nuevo. Paso mi dedo por su mejilla hinchada por el sueño y deja escapar un adorable resoplido. Soy Layla para él, la chica que le trae gorros y a veces besa a su papá. Pero hace unas semanas, me llamó mamá, o algo similar que completamente me enloqueció. Esa noche fue dura para mí. Lloré pensando en todas las cosas que le sucedieron a Hadley y que está en alguna parte que nadie sabe. Lloré pensando en el día que Nicky sepa que no soy su madre. Sólo soy alguna chica con la que su padre engañó a su verdadera madre. Me pregunté si me odiará. Todavía me lo pregunto a pesar que Thomas me dijo que resolveremos todo juntos. Pero si no podemos, entonces no sé qué haré. No creo que sea capaz de soportar el odio de Nicky. Salgo de su habitación, cerrando la puerta suavemente, y encuentro a Thomas esperándome en su dormitorio. A veces, siento que su habitación está hecha de torres de libros más que de paredes. Es perfecta; combina con él. Está sobre la cama, su pecho desnudo, un libro en sus manos. —¿Está bien? —pregunta. —Sí, durmiendo. —Bien —murmura. Mi corazón se tensa ante la confianza que Thomas deposita en mí cuando se trata de Nicky. Hace no mucho, Thomas todavía estaba
impresionado por el accidente de Nicky. El miedo a perderlo casi lo consumía. Todavía está ahí, pero lentamente se está recuperando. Y el hecho que confíe en mí tanto, casi me hace querer llorar esta noche. Como si no necesitara ir a revisar a su hijo si digo que está bien. Como si fuera la verdadera madre de su hijo. No lo soy. Nunca lo seré. Las cosas que podrían suceder en el futuro de repente parecen tan cercanas, tan inmediatas. Mi mente se acelera con todas las cosas que podrían ir mal. Todas las maneras en que mi simple y pequeña vida puede ser desgarrada. Me refresco en el baño y llevo la camiseta de Thomas para dormir. Cuando me meto en la cama, no quiero sexo, sólo quiero sus brazos a mí alrededor. Meto mi cabeza bajo su barbilla y presiono mi cuerpo contra su costado. Lo entiende. Cierra su libro y me rodea con sus brazos, besando mi frente. —Te amo —dice. Presiono un beso suave en su pecho. —También te amo.
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—Va a estar bien. Te tengo. Asiento y cierro los ojos. Y mientras me quedo dormida, me doy cuenta que esto es algo que nunca supe sobre el amor correspondido. El extraño miedo. La punzada en el pecho. Todo porque las cosas son tan hermosas y tan perfectas. Muy parecidas a un sueño. Todo porque tengo todo lo que siempre he querido.
Un sonido me despierta por la mañana. Un sonido y un peso enorme sobre mi pecho. Jadeo y mis párpados se abren. Me encuentro con los claros ojos azules y una enorme y amplia sonrisa. —Nicky —digo con un jadeo. —¡Layla! —chilla desde donde se sienta en mi pecho—. ¡Despierta! Despierta. Hago una mueca e intento apartarlo de mi cuerpo. Creo que acaba de aplastar mis pulmones. —¿Qu-qué sucede? —digo con un resoplido. Suelta una risita y chilla de nuevo. Luego salta en la cama, chillando “despierta, despierta”. Alzo mis manos y me siento.
—Bien, bien. Estoy despierta. ¿Qué pasa? —Papi dice sorpresa —me dice, tragándose todas las r y luego cae riéndose. Me rio y toso ante sus travesuras. —¿Qué sorpresa? No me responde porque está ocupado haciendo pedorretas en la cama. Lo derribo y su risa alcanza un nuevo nivel de decibelios. Grita Layla una y otra vez hasta que lo hago sentarse y le entrecierro mis ojos. Con las mejillas rojas, hace lo mismo y tenemos una competición de miradas temprano por la mañana. Hasta que estalla en risas de nuevo. —Oh, Dios mío, ¿qué está sucediendo? —murmuro antes de gritar—: ¡Thomas! —Thomas. —Me copia Nicky y niego. Ese pequeño loro. —Papi —llamo Thomas, en una voz cantarina y, por supuesto, Nicky hace lo mismo—. No puedes ganarme, amigo —le digo a Nicky, que aplaude ante esto.
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Me estoy preparando para llamar a Thomas de nuevo cuando realmente veo a Nicky. Realmente veo lo que lleva: camisa blanca y vaqueros azules. ¿Qué… qué está pasando? ¿Por qué está llevando eso? Con sus rizos negros y ojos azules, Nicky se ve como una versión en miniatura del hombre que amo. Mi loco corazón empieza a latir muy, muy rápido. Estamos jodidas, dice. Lo amamos demasiado, dice. Como si no supiera eso. Como si no hubiera pasado días pensando en el futuro. Como si no estuviera enloqueciendo sobre ello la noche anterior. Frenéticamente, miro alrededor y encuentro a Thomas apoyado contra la puerta del dormitorio, llevando el mismo atuendo. Oh, Dios. Ambos intentan matarme. Esa es la explicación. Porque estoy muriendo. Así se siente morir. Una ráfaga de sentimientos y emociones. Todos chocando y acelerando juntos. Hinchándose, listos para explotar. —Hola, nena. —Sonríe sensualmente cuando entra en la habitación. —¿Q-qué pasa? Se inclina, besándome en los labios. Seco y casto. Inocente. Un dulce ilusión.
—¿Qué haces? —Amplío mis ojos—. ¿Por qué lleva Nicky eso? —Creo que le gusta. Miro a Nicky. No está interesado. Está jugando con el reloj de su padre, hablando para sí. Miro a Thomas, que no ha apartado sus ojos de mí. Son cálidos, hirviendo a fuego lento en lugar de ardiendo. Es la mirada que he llegado a conocer muy bien en los pasados meses. Significa que está siendo amable y considerado. Aunque nunca lo admitiría. Dice que estoy imaginando cosas en mi cabeza cuando sea que se lo comento. Pero la mirada es real. ¿Por qué me está mirando así? Mi corazón zumba, y también mi alma. Sé que esto es algo grande. Enorme. Oh, Dios mío. Jadeo. —Oh, Dios mío, ¿te vas a declarar? —Me siento derecha—. Te vas a declarar, ¿verdad? Oh, Dios mío. Creo… —Presiono mi mano sobre mi pecho—. Creo que estoy teniendo un ataque al corazón. Thomas toma asiento entonces y agarra mi muñeca en sus cálidas manos. —Oye, Layla. Relájate. Cálmate, ¿de acuerdo?
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—¿T-te vas…? —No, aún no. —Niega, pero entonces gruñe—: Gracias por robarme el momento, por cierto. Trago. —Me asustaste. Su mandíbula se aprieta y suelta mis manos. —¿Eso te asusta? ¿Que me declare? Lo miro. Sus mejillas esculpidas, sus suaves labios, sus hermosos ojos, el rico y oscuro cabello. Entonces, me prometo que cuando muera, cerraré mis ojos e imaginaré su rostro, de la exacta manera que es en este momento Es un poco molesto, un poco vulnerable, muy hermoso y enamorado. Es todas sus expresiones reunidas en una mirada. —Sí. —Lamo mis labios y se encoge—. Me asusta cuánto lo deseo. Cuánto quiero que me hagas esa pregunta y cuánto deseo decir sí. La suavidad explota en sus rasgos. Suavidad y alivio. Es tan idiota. Cómo puede no saber que diría que sí. De todos modos, lo cubre con su sexy sonrisa. —Entendible. Soy un buen partido. Mi respiración sale en un jadeo y pongo mis ojos en blanco. Golpeo su pecho.
—Eres tan im… —Me detengo y miro a Nicky. Thomas lo encuentra divertido, la manera en que controlo mi lenguaje alrededor del pequeño y golpeo su brazo. Entonces recuerdo—. Oye, ¿cuál es la sorpresa? —Salto y pregunto. —Olvídalo. Está arruinada. —No lo está. ¿Qué es? Nicky dijo que había una sorpresa. Ante la mención de su nombre, Nicky abandona su juguete del momento y gatea sobre su padre. Thomas lo atrae contra su pecho y besa su frente. —Dile, Nicky, que lo arruinó. No le diremos la sorpresa, después de todo. —¡Está arruinada! —chilla Nicky, de nuevo comiéndose las r—. ¡Sorpresa! —Ugh. Ustedes chicos son lo peor. En serio. —Hago un puchero. Thomas empuja a Nicky—. ¿Crees que deberíamos decirle? Quiero decir, es una chica. Probablemente no sabe cómo evitarlo. Riendo, Nicky arruga su nariz. —Layla es una chica.
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Estoy enojada. —¿Es eso lo que le enseñas sobre las chicas? Alza una arrogante ceja, lo cual sorprendentemente Nicky copia. —¿Quieres la sorpresa o no? Con mis ojos, le digo que va a pagar por el comentario de la chica, pero no ahora mismo. Maldita sea. Necesito saber. —Dime. Thomas sonríe, entonces. Y es tan inesperado que olvido respirar. Sólo puedo mirarlo mientras se inclina y abre la mesita de noche, y saca un sobre. Me lo da y lo abro con manos temblorosas. Son billetes de avión. A París. —¿Qué? Dónde… ¿Qué? —Son billetes. A París —explica Thomas con una risa. —Ja ja. Puedo ver eso… no… no lo entiendo. —Hablé con el director de tu programa. Le dije que quieres ir, a pesar que has rechazado su beca. —P-pero sabes la razón por la que la rechacé. No puedo vivir en París durante un año. No puedo estar lejos de Nicky y de ti. —Por eso vamos a ir contigo.
—¿Todos vamos a ir juntos? —Sí. —Thomas suspira, explicando con paciencia—: Si miras de cerca, hay más de un billete. No me importan los billetes, así que no muevo mis ojos de él. —¿Durante… todo un año? —Síp. Todavía no lo entiendo. —Pero… cómo… ¿cómo vamos a hacerlo? Quiero decir, el dinero. Mi madre básicamente me odia ahora. No creo que financie mi aventura en París. Incluso odia pagar la universidad y le dieron esa beca a Josephine, y tu libro va a publicarse. No puedo… Thomas acuna mi mejilla, callándome. —Te dije que te tengo y lo hago. ¿Confías en mí? Asiento y, extrañamente, lágrimas caen por mis mejillas. —Más que en nadie. —Entonces vamos a ir, nena. Tú y yo y Nicky. Estamos juntos y vamos a ir como una familia.
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—Familia —exhalo. —Sí. Miro a Nicky. Ha vuelto a su juguete ahora que su padre y Layla están susurrando. —¿Estás seguro? —Nunca he estado más seguro de algo en toda mi vida. Apoyo mi frente contra la suya y cierro los ojos. —Bien. Estoy segura que estoy conmocionada ahora mismo porque todavía no lo asimilo. Pero sé una cosa con seguridad. —¿Qué es? —Estoy asustada. —Asiento y abro los ojos para encontrar sus labios retorciéndose. —¿Por qué? —Porque te amo tanto que creo que no puede ser verdad. —Sí, sé cómo se siente. Thomas sonríe y besa la punta de mi nariz. —Te amo. —También te amo —susurro sobre sus labios.
Entonces lloro y rio. Luego abrazo a Thomas con fuerza antes de lanzarme sobre el pequeño monstruo que está mordisqueando el reloj de Thomas y le digo cuánto lo amo también. En este momento, tengo otra epifanía, hemos sido almas gemelas tiempo antes que nos conociéramos, Thomas y yo. E incluso Nicky. Porque vino del hombre que amo. El hombre que siempre amaré. El hombre que siempre me amará. No importa lo que suceda, no importa cuán mal vayan las cosas en el futuro, siempre estaremos juntos. Siempre seremos una familia.
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Sobre la Autora Saffron A. Kent Escritora de malos romances. Adicta al café. Bebedora de ruso blanco. Bailarina de ballet imaginaria y poetisa. Aspirante a ser la Lana del Ray del mundo literario. Soy una gran creyente en el amor (obviamente). Creo en los finales felices, las mariposas y el cosquilleo. Pero también creo en el amor tenso, rudo y valiente. Creo en presionar los limites, las emociones oscuras (a veces moralmente ambiguas) y las imperfecciones. La clase de amor que escribo es imperfecto, así como mis personajes. Y espero que para el final, lleguen a apoyarlos tanto como yo. Porque el amor, sin importar de dónde venga, siempre es puro y hermoso.
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