Ruta Cultural Del Peru - LUIS E VALCARCEL
January 26, 2017 | Author: EL- Greco | Category: N/A
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LUIS E. V A L C A R C E L
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CULTURAL PERU
Editorial Universo S.A. LIMA — P E R U
PRIMERA EDICION:
1945 (Fondo de Cultura Econó
SEGUNDA EDICION:
1972 - Edit. Universo
TERCERA EDICION:
1973 - Edit Universo
Introducción de Luis E . Valcárcel
27 AÑOS DESPUES
La primera edición de esta obra se publicó en México por el Fondo de Cultura Económica el año de 1945. Han transcurrido desde entonces veintisiete años. Ahora reaparece en un ambiente social modificado por ¡os acontecimientos políticos que se han producido a partir de octubre de 1968 los cuales, por su trascendencia, deben tenerse muy en cuenta. En la Introducción decíamos entonces lo siguiente: "Se ha tomado como objetivo principal la gran masa de población indígena; particularmente, con relación a ella se observan tos fenómenos transculturales, exponiendo de paso lo que ocurre en los otros grupos demográficos". Es preciso, pues, tener presente esta advertencia. Lo que nos interesaba entonces y nos sigue interesando ahora es la población aborigen.
EDITORIAL UNIVERSO SA. Av. Nicolás Arrióla 2285-La Victoria Teléfono 24-1639-Casilla 241 - Lima
Los cambios más espectaculares se han producido en Lima y en la costa. En este cuarto de siglo, Lima no es más la Lima Cuadrada de Pizarro, la Arcadia de que nos habló Sebastián Solazar Bondy. Es ahora una ciudad en fulminante transformación, con más de tres millones de habitantes, de los cuales cerca de un millón proceden
de la sierra. El "cinturón de miseria" de que hablábalos alarmados tradicionalista hispánicos, ha dejado de ser) tal para convertirse en la "otra Lima *\ la que se habla quechua y se trata de trasladar el paisaje andino al afincarse en los cerros y no en la llanura. Así han surgido Ciudad de Dios, Leticia, Comas y cien, doscien-, tos grupos más. Esta Lima indomestiza se ha instalado con propio esfuerzo, pasando de la casucha de cañas al edificio de cemento y ladrillo. Un enorme y admirable esfuerzo que revela la energía del pueblo indígena, heredero de las viejas culturas que hicieron del Perú (junto con México) el foco principal de cultura del Continente. Esta presencia del serrano en Lima, en forma atronadora, está cambiando la fisonomía de la Capital Al mismo tiempo, adquiere una actualidad palpitante cuanto se refiere al arte precolombino y al arte popular contemporáneo, tesoro inmenso salido de manos metas. El otro cambio espectacular ha sido el comienzo de la Reforma Agraria con la expropiación de las grandes haciendas de la costa norte, base del poder económico de la oligarquía ("los barones del azúcar y el algodón Fue un golpe inesperado, sorprendente, que ponía fin al predominio político de las grandes familias (30, 40?), las que manejaban a los gobiernos según sus convenienciasy los deponían, como en 1948, cuando sus intereses peligraban. El dinero era su convincente argumento. Una tercera y muy importante acción fue la dirigida a poner término a la omnipotencia de le gran empresa extranjera, aliada a los oligarcas. La toma ée los yacimientos de Talara usurpados más de 40 años sólo pudo lograrse por la puesta en acción de la Fuerza
Armada. Ningún gobierno civil se habría atrevido a tan audaz movimiento, que involucraba tremendas consecuencias internas y externas. La Revolución Militar del 3 de octubre se había anticipado unos cuantos meses, porque era ineluctable la Intervención del ejército al finalizar el período de Uobierno constitucional. Ya en 1966 sosteníamos que tas columnas tradicionales de sustento del dominio oligárquico dejaban de serlo por los cambios sustantivos que se estaban produciendo en la mentalidad de los §»tamentos castrense y eclesiástico. Los hechos confirmaron nuestra previsión. Queda en pie como interrogante angustioso lo que ocurrirá en la sierra, en las comunidades de indígenas. Nada se dice todavía, pero es de temer que se incurra en arrores irremediables. La Comunidad es una institución milenaria que merece el máximo apoyo, pero sin nada que la desnaturalice. Esperamos que lo primero que se haga será dotarlas de tierras suficientes, de devolverles la* que les fueron arrebatadas. Luis E . Valcárcel
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INTRODUCCION
Esta serie de ensayos sobre el cambio cultural en el Perú intenta una presentación de sus diversos aspectos, una vista panorámica con sus inevitables acentuaciones de primer plano y desdibujamientos de fondo. Se ha tomado como objetivo principal la gran masa de población indígena; particularmente con relación a ella se observan los fenómenos transculturales, exponiendo de paso lo que ocurre en los otros grupos demográficos. Nos interesa, sobre todo, fijar la impresión que se recibe de la realidad viva del Perú en este instante de su devenir. No se pretende hacer un análisis sometido a los métodos de toda concienzuda investigación etnológica. No es ésta la oportunidad de hacerlo, porque no se ha realizado previamente la minuciosa inquisición requerida: los estudios de etnología apenas se inician en nuestro país. Pero como el cateador de minas o el catador de vinos, con unos cuantos piques se puede comprobar la buena veta y con unos cuantos tragos enjuiciar de primera intención la calidad de los viñedos. También hay "golpes de vista" que nos revelan realidades que se encarga de examinar después el paciente
investigador. No hemos de acogernos a la un poco desacreditada virtud intuitiva; no es por mera intuición que se capta, en estas páginas, fundamentales aspectos del cambio cultural Los hemos estudiado por la vía normal del conocimiento, si bien, como se tiene dicho, falta todavía una extensa indagación en el vasto y complejo campo de las mezclas de cultura que ofrece el Perú. En el primer capítulo, nos ocupa el nombre y la fama del Perú, que es la síntesis de su historia en cada período culminante, pero en relación con la tabla de valores europea. Es una especie de valor de cambio del Perú o la fluctuación que provoca la frase "Vale un Perú " en el marcado del mundo. Ubicamos al Perú en la América antigua, a lo largo del capitulo II. Se señala el género de relaciones que mantuvo con los otros grupos del continente y se establece el papel que desempeñó antes de Colón. Aquí están muy someramente tratadas las cuestiones de origen y primeros pasos del hombre de América, en especial del hombre peruano. Penetramos con el tercer capítulo en el paisaje del Perú, pero es el paisaje móvil; se intenta filmarlo, abocetar la biografía de este paisaje que el hombre ha ido transformando. En el capítulo siguiente se amplia y profundiza el mismo tema, pero refiriéndolo al desarrollo cultural, al diálogo trascendente entre la tierra y el hombre. Es el quinto una invitación a discriminar el complejo de raza, economía y cultura, elementos que juegan
tan activamente en la composición y estructura social. Reconociendo las limitaciones del sentido de la palabra raza, se le emplea, sin embargo como algo irreemplazable para determinar el papel del hombre físico, corpóreo, con su pigmentación más clara o más oscura, en el proceso histórico, en la integración y desintegración de clases y grupos sociales- Se ve cómo el color de la piel determina el "status", como en el caso del negro. En el capítulo VI se describe el contraste entre las dos actitudes fundamentales del hombre europeo venido para conquistar América y del hombre indígena que sigue creando y procreando, en un supremo esfuerzo de sobrevivencia que triunfa por encima de la opresión y la esclavitud. En los capítulos VII al XIII se fijan los cambios culturales en los aspectos económico, jurídico, político, moral, educativo, religioso, artístico, y en el capítulo XIV se presenta al indígena actual en plena aptitud para asimilarse, libre y conscientemente, a la ciencia y la técnica occidentales, a condición de ser respetada su autonomía de hombre y su plena dignidad de runa (ser racional, en quechua). Se declara inminente la aparición exabrupto de cinco millones de indios en el campo cultural. En el capítulo XV se ofrece un ensayo histórico sobre la gran revolución india que encabezó en 1780 el caudillo incaico José Gabriel Túpac Amaru y en el XVI otro de interpretación sobre la presencia y continuidad del sentimiento patriótico en el Perú, "una patria antigua". La impresión final que debe dejar el libro en el ánimo de sus lectores es que el Perú ofrece la más inquietante y sugestiva experiencia de activos cambios culturales; que, además de nuestro país, otros de América se hallan en situación semejante, y que el denomi-
nado "problema del indio" no es, en buena cuenta, sino uno de justicia elemental: reconocer el derecho de millones de seres humanos a gozar de los beneficios de un nivel de cultura más elevado, al mismo tiempo que respetar su libre determinación de hombres conscientes, dueños de su albedrio. En estas páginas se insistirá en la indiscutible existencia de un acervo de cultura aborigen que se ha conservado y se está transmitiendo de generación en generación y de una capa social a otra, con las pérdidas y modificaciones que son inevitables. Mucho se ha mezclado y extinguido, pero es mucho más aún lo que se niega a morir. Esta riqueza cultural pertenece al mayor número de los peruanos, a su población india e indomestiza. Estudiándola y conociendo sus excelencias, puede ser salvada como un ingrediente valioso en la composición de la futura civilización de América. En otro libro del autor de estos capítulos (Historia de la cultura antigua del Perú), se examina en detalle este asunto. El lector podrá afianzar, a medida que avance en su lectura, el convencimiento de que algo nuevo va a surgir en nuestro continente y que los mestizajes de cultura que hasta aquí vienen produciéndose son etapas necesarias para la eclosión de ese "algo nuevo" que muchos llaman ya la Nueva Cultura Americana, la cual no es la que ya creen ver, con apresuramiento, los que se llaman Mestizos o Cholos, tipos biológicos transitorios, como sus propios frutos culturales. La tónica del americanismo será perceptible en los pueblos de mayoría india. En ellos la cultura occidental será coloreada por la aborigen y las minorías blancas se
verán forzadas a una convivencia transaccional que anule sus tradicionales tendencias al privilegio y el predominio, a cambio de un comercio armónico dentro de un estado sin clases, fundadas en la discriminación racial. Naciones integradas por disímiles elementos étnicos sólo pueden subsistir mediante el convenio de garantías mínimas recíprocas. La incorporación de la ciencia y la técnica occidentales al mundo cultural del indio producirá un efecto revolucionario, transformando a millones de hombres en activos y eficientes productores. El Perú puede fácilmente quintuplicar su potencialidad económica gracias a tal transformación, que debe ser el primero y máximo objetivo de todo planeamiento político. Dirigidas estas páginas a los habitantes de América y, en particular, a los compatriotas del Perú, en horas de fervor e inquietud crecientes, no deben ser reputadas como "líricas", en algunos de sus pasajes, por quienes están acostumbrados a la frialdad artificiosa del sociólogo. No son líricas en el sentido peyorativo de la palabra, sino que están cargadas de una irreprimible emotividad cuando se discuten o se exponen temas de intenso dramatismo, cual es el destino de millones de hombres incomprendidos o estúpidamente desdeñados. Ahí está la cardinal diferencia entre estudios humanistas y estudios naturistas. Ya se dijo miles de años atrás que nos interesa primordialmente todo lo que al hombre se refiere: la raíz humanista arranca en ese punto. Faltaba agregar que todo lo que al hombre se refiere emociona y conmueve y no sólo interesa.
NOMBRE Y FAMA D E L PERU Perú aparece en el mundo, no como un simple nombre geográfico, como la denominación de un cierto espacio de flora y fauna, atmósfera y suelo más o menos conocidos, no. Perú es un país de quimera, pertenece a la fantástica geografía del sueño. Desde el siglo XVI, Perú y Oro fueron asociados inseparablemente. Era ésta, fabulosa tierra de inagotables riquezas. Otras toponimias, dentro de esta área, recordaban también la maravilla: Jauja es Perú, como el Paititi, como el Camanti. Eldorado no quedaba lejos de Perú, era Perú en su origen o en su final destino. Junto a esta leyenda que se basa en las ingentes cantidades de oro extraídas por los españoles, brilla otra no menos deslumbradora: la del Perú de los Incas. Este,el mito de la Sociedad Perfecta que inspiró las utopías de Moro, Campanella y Bacon. Esta es la socorrida fuente para las ideologías socialistas, en la que se nutren cuantos han pensado y siguen pensando en el mundo que el origen de todos los males está en la propiedad individual del suelo. Perú es colectivismo. "Vale un Perú" vendrá a ser la frase hiperbólica que encierra este doble valor del Perú: su valor en oro y en justicia, algo que importa una contradicción flagrante. Mientras que aquél, provocando la economía de la ganancia, el mercantilismo, hinchó las bolsas de los primeros hombre$.4e banca, punto de partida de las tremendas desigualdades que desemboca en esta crisis final del capitalismo, ésta, la justicia del Inca, al ser expuesta en los libros maravillantes del Descubrimiento, iba infiltrándose en el espíritu europeo como imperceptible contraveneno. Capitalismo y socialismo estaban encerrados como crisálidas en la mágica palabra Perú
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Qué voz más sonora y repelida a través úe los siglos. Como un talismán para el famélico (no eran vanas las historias de piratas refocilados en nuestros tesoros); como un conjuro; como el sésamo infalible que volcara toda la plata y el oro acumulados en quinientos años por tos Incas. Pesadilla del maldito metal. Perú debió producir antipatías, odio y envidia: todos los sentimientos negativos, toda la acritud y la desesperanza, para cuantos las uvas estaban verdes . . . En cambio, qué dulce palabra para quienes se encandilaban al imaginar su próxima partida desde Sevilla. Imán poderoso era el Perú, al cual no resiste ni el propio Cervantes: aspiraba a una prebenda cualquiera en Perú. En cambio, el "otro" Perú hacía so/lar a hombre tan en sus cabales como Montaigne o ponerse repentinamente serio a Voltaire, el burlón. Perú de los Incas, patria de la justicia que anhela el hombre sin conseguirla, donde es real y no mero ensueño la felicidad de todos los seres humanos, meta inalcanzada en el largo calvario de siglos. Ese es el Perú, que no deslumhra con engañosos fulgores, pero que brilla solitario y perenne, como una estrella en la noche, en el corazón de todos los oprimidos» de todos los derrotados en la despiadada lucha en que el hombre es lobo del hombre. Mientras el Perú del oro es olvidado y quizá hasta maldito, el Perú de la justicia vive y vivirá hasta tanto no haya triunfado ella sobre la tierra. ¿Quién o qué cosa vale un Perú? No ha de ser lo impúdico e inmoral que consagra toda injusticia. Vale un Perú solamente aquel que conduzca al mundo por caminos de decencia hacia rumbos de libertad. Solamente las cosas dignas y capaces de llevar la felicidad y la igualdad a todos los hombres valen un Perú. La reivindicación del nombre y la fama del Perú está en borrar todo recuerdo del áurea saeta /ames. No más Perú igual Oro. Estaremos orgullosos los peruanos cuando estas cuatro letras de Perú sean inseparables de su recto sentido: pro justitiae. Sólo así se liquidará la cuenta que abrimos con el mundo al introducir en sus canales europeos el torrente del oro corruptor, arrancado de la parafernalia incaica por la avidez española. Oro de maldición que empobreció y arruinó definitivamente a España y que, en el curso de pocos siglos, unido a otros caudales, había de crear el monstruo capitalista, Moloch implacable que está devorando a la humanidad. La inocente manía acumuladora del áureo metal, sin ningún valor económico, su empleo suntuario y decora-
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tiro, su significado puramente reverencial, habrían de transformarse, pasado el Atlántico, en la fatídica atracción, en la disputada posesión por la que se mata y se muere. Males sin tasa había de producir su empleo como base de vida, ta cual cambió sus cauces rumbo al más crudo y despiadado individualismo. Lección muy instructiva para el etnólogo de cómo un elemento cultural funciona de modo tan diverso y con resultados tan opuestos. Mientras el hombre del Perú extrae el oro y la plata de las minas del- estado y los transforma, bajo sus hábiles manos artesanas, en vasos, ornamentos y objetos ceremoniales, que sólo usarán incas y sacerdotes, sin ninguna codicia para nadie, puesto que carecen de todo valor de cambio; el hombre de España se lanza a lo desconocido, sufre las mayores penalidades: el hambre, la enfermedad y la muerte, por acercarse a este País del Oro: ya está por fin en él, arriesga ahora la vida, esfuérzase titánicamente para dominar a este pueblo que tanto oro posee y que no lo defiende, puesto que el rey prisionero ha ordenado la entrega de grandes cantidades de vasos y cántaros, de láminas y adornos, de esculturas y figurillas múltiples arrancadas de templos y palacios. No les basta a Pizarro y los suyos el fabuloso Rescate que ha puesto en manos de cada soldado tantos tejuelos y láminas de ambos metales como no lo soñaran en el más dorado de sus sueños. Más oro aún. ¿Precisa matar al Rey que cumplió su palabra? Pues se mata al Rey. Se tortura a los indios para que confiesen el secreto de los tesoros ocultos. Se seduce a las mujeres para que, en el amoroso espasmo, revelen lo que saben sobre otras y otras cantidades de oro. Por fin, todo el oro á la vista ha sido requisado: el disco del sol, los símbolos del templo, las orejeras y los pectorales de los sacerdotes. Todo fue fundido ya, no importa la belleza de cada artefacto; no interesaría conservarla sino en unos cuantos objetos reservados para el Rey de España. El oro detentado, robado así, con sangre y crímenes, pasa de unas manos a otras, no en transacciones lícitas, sino por el envite en la bacanal del juego, poseídos todos de la fiebre de la ganancia. Esta vez los dados van a decidir, y deciden, quién será más rico, quién el más pobre. El azar decide bajo la algarabía de tas blasfemias de los perdidosos. ¿Cuántos conservaron su parte en la distribución del tesoro de Atahuallpa? Pizarro mismo, asesinado, hubo de ser cubierto en sus carnes miserandas con tela de esclavo. La historia del oro del Perú podría ser escrita en dos opuestos y contra-;
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dictónos actos dramáticos. En el primero, es verdadera Edad de Oro, en que este metal simboliza pureza, cosa límpida por excelencia, tal es el sentido de kori, su nombre quechua o peruano. Corresponde a la vida feliz bajo los Incas, en que la organización social, política y económica había conquistado para el hombre, cualquiera que fuese su tugar en el estado, un mínimo de seguridades que lo libertaban de toda contingencia. El oro participaba de la naturaleza divina del sol, tenia un sentido religioso y era empleado, taxativamente, en las ceremonias y ritos, en la simbología general. Nadie era dueño del oro, nadie tenía derecho a explotar los yacimientos o las minas del precioso metal. Sólo el estado. Nadie podía guardarlo, acumularlo, sino el Cuzco, la capital sagrada. La concesión de un objeto de oro, por minúsculo que fuese, tenía todo el moderno significado de una distinción honorífica, de una condecoración. Sólo los templos lucían chapeados sus muros de láminas de oro y de plata. Sólo en las libaciones solemnes las akillas o vasos de oro eran puestas en manos del Inca. En el segundo acto, se envilece el oro, se cubre de lodo y de sangre, de lágrimas y de sudor. Se arranca el oro del cuerpo de los dioses. Se mata al rey mismo para tomarle todo el oro. Sucede a la vida ordenada, tranquila y feliz, la maldición del sufrimiento, del hambre y la miseria. A la Edad de Oro de los Incas sigue ahora la Era de la crueldad, del despojo y la muerte. Cuando se agota todo el metal visible, el indio es condenado a la agotadora y mortal tarea de arrancarlo del seno de la tierra. Oró de Carabaya, de Paucartambo, de Pataz, de Inambari; plata de Potosí y Porco; mercurio de Huancavelica: tremenda tragedia en que el nombre Perú sugiere espanto e ira. Vale un Perú es desear el infierno. La historia de esta pasión se extendió por Europa y el español fue marcado para siempre. Los países rivales de España se aprovecharon de la manifiesta hostilidad dirigida contra ella por todas las conciencias libres del mundo. España no valía, no merecía el Perú. Por contragolpe, Perú adquirió una personalidad definida. No era una colonia, una factoría. Llegó momento en que Perú sobrepujó en importancia a la Metrópoli. La personalidad del Perú, trazada ya en los Comentarios del Inca Garcilaso, define sus contomos en el siglo X V I I I , cuando la conocen de visu los sabios europeos, los Condamine y los Jorge Juan y Antonio de
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UUoa, los Humboldt y los Bonptand. Entonces los propios peruanos saben qué es el Perú. Al nombre y la fama del Perú en boca de todos se agrega lo que por Perú entendían los sabios. Desde el ilustre filólogo Benedicto Arias Montano, hasta el licenciado Fernando de Montesinos, serán legión los creyentes en que Perú es el Ophir bíblico (Piro-Opir). Todavía en 1869, Onffroy de Thoron publica un folleto en que sostiene que el arca de Salomón fue labrada con maderas del Perú. Antonio de León Pinelo escribirá dos gruesos infolios para probar que el Perú es el Paraíso de la leyenda hebrea. (Lo que hace recordar a aquel fanático aymarista que sostenía que el aymara fue la lengua de Adán). A tas infinitas y estrafalarias hipótesis de los primeros siglos, van a seguir las de nuestros sabios del ochocientos: desde Vicente Fidel López, que relaciona el sánscrito con el quechua, hasta nuestro Pablo Patrón, que lo vincula con el súmero, y aquel Cardenal Gasparrí, huésped de Lima un tiempo, que lo compara con el copto. Todavía habrá impertérritos partidarios de nuestro origen chino. Mas ¿qué significado tiene la palabra Perú? No se sabe a ciencia cierta y las explicaciones dadas no satisfacen. Que fue un cacique. Que fue una tierra más bien colombiana. Que es el granero (Pirwa) o la caña del maíz (Wíru). En fin, nada concreto y definitivo. Es un nombre que aparece de pronto, no se sabe cuándo exactamente, ni cuál fue ta boca que primero pronunció esa voz. s
Nunca tuvo un nombre así particular el imperio del Cuzco. Ni siquiera el de Tahuantinsuyu, con que se creía haber sido bautizado, como quien dice "Los Cuatro Estados Unidos", o la "Unión de las Cuatro Regiones". Pues bien, nunca Tawantinsuyu significó tal cosa, porque la voz Suyu no equivale a región o a • estado, sino a "surco". Los cuatro suyus son los cuatro surcos, como los cuatro rumbos cardinales: norte, sur, este y oeste: eso es Tahuantinsuyu o el Mundo. Con el etnocentrismo peculiar de los pueblos expansionistas, los Incas se llamaron señores de Tahuantinsuyu, esto es, señores del Mundo, y su capital el Cuzco era el núcleo, el ombligo de la tierra. La denominación Perú vino por mera casualidad a servir de rubro al Imperio que los españoles
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conquistaron. Perú expresó desde entonces un sentido nacional. Bajo el poder español nos llamaron "Reinos del Perú" y fue Perú ese país quimérico que emborrachó de ilusión a Europa.
Perú, ahora como nación soberana, República unitaria. Apenas será conocido que Perú ya no es ni País del Oro, ni Imperio de los Incas, ni emporio de España.
Perú atravesó la dura prueba del yugo extranjero. A los millones de hombres que lo poblaron desde el más remoto pasado, se agregaron otros mués, otras docenas de miles de hombres venidos de más allá de los mares: hombres blancos, hombres negros. En el curso de casi trescientos años» fue formándose una nueva raza mestiza. Hijos de blancos en indias, hijos de blancos en negras, siempre el blanco abusando de su dominio. Siempre el conquistador y el señor posesionándose de las mujeres como de la tierra. Perú se llamó este país en que a la abundancia y al bienestar habían sucedido la estrechez y el sufrimiento. Perú se llamó a este desconcertado mundo de minorías opresoras y mayorías esclavizadas. Su fama fue entonces la de colonia explotada al máximo, exprimida, exangüe. Cuando se había vaciado el último adarme de oro o de plata, aquel Perú no era ni sombra del, otro, del que justificó la frase "Vale un Perú", del que justificaba la sinonimia de País del Oró o de Sociedad Perfecta. Todo había desaparecido bajo el oprobio del coloniaje.
En Europa se habrá olvidado la dorada leyenda y Perú será algo tan confuso dentro del caos americano que ni en París ni en Viena se tendrá seguridad de si existe aún. Para los ojos extraños, Sudamérica será durante gran parte del siglo XIX un solo país, con muchas revoluciones militares, bárbaros caudillos y multitudes de indios semisalvaies. La única lámina con validez será la del "bon sauvage", desnudo y con un deslumbrante tocado de plumas. Una absoluta ignorancia geográfica determinará la utopía, es decir, la imprecisión o ínubicacíón de Perú. Se preguntarán entonces los europeos: ¿es que alguna vez existió el Perú? Habrá que buscarlo en los atlas de la fantasía, entre las Atlántidas y las Lemurias. Perú elevóse entonces a mito.
Durante trescientos años el dominio español se reveló en la forma como suele hacerlo todo conquistador. Esclavización del pueblo vencido, puesto enteramente bajo la inmisericorde férula de quienes no tenían otro objetivo que el enriquecimiento, ni mayor voluptuosidad que la del poder. Los mayores privilegios fueron retenidos por los españoles peninsulares en desmedro de los otros, también de sangre hispánica, peio nacidos en América y a quienes se distinguía -caput diminutio- como criollos. El resentimiento por tal desigualdad fue abriéndose camino entre los hijos de la propia clase dominadora. La primera escisión había de producirse entre nativos de España y nativos de las Indias. Españoles europeos y españoles americanos. Estos últimos recibirían el apoyo de sus mediohermanos los mestizos, turbulentos, tornátiles, sin escrúpulos. En la primera Gran Revolución encabezada por el indio cuzqueño Túpac Amaru, la saña rebelde iba dirigida contra los españoles europeos. Fracasado este movimiento del pueblo aborigen, los sucesivos serán inspirados y dirigidos por criollos y mestizos. La definitiva Independencia será su obra diez años más tarde. Así aparece otra vez el nombre del
Sin embargo, en la primera mitad del Ochocientos, no más allá de veinticinco años después del nacimiento de la República, habría de sonar de nuevo el nombre y la fama del Perú. No era, se había olvidado, el Oro del Perú, ni tampoco el reino de los Incas, "demodé" gracias a Marmontel. Este Perú ofrecía otras riquezas menos brillantes, nada poéticas, y ahora su nombre pasaba de los libros de amena lectura simplemente a los de contabilidad mercantil de muy dudosa atracción. "Perou", Callao, Lima, eran rubros comerciales. Pero, ¿qué comercio era éste? Un sucio negocio, no por deshonestidad en los tratos, sino por la materia misma de las transacciones. Era el guano; un excremento de las aves marinas. Se negociaba con él en grande escala, porque lo producían millones de pájaros que tenían su estercolero en las islas del litoral peruano. Un magnífico y valiosísimo fertilizante. Llevábasele a Europa en buques cargados, letrinas flotantes, para abonar los agostados campos de Normandía o de Bretaña, de Gales o de Irlanda. Aquello era "oro en polvo" para la agricultura. Podría asegurarse que el oro metálico por una maldición del Inca se había convertido en este otro oro que algún ingenuo cronista español llamó "tierra podrida". Los consignatarios peruanos - o sea los agentes del estado que vendían tan codiciados residuos- se enriquecieron enormemente a la vuelta de unos lustros. Fueron sus millones la primera banca de la burguesía peruana.
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Junto con el guano, apareció el salitre del Perú como otro poderoso fertilizante. Considerables extensiones d é l a parte más austral de la costa del Perú, precisamente en la angosta faja donde el desierto hace su aparición pavorosa, explotábanse, sin mayores complicaciones, riquísimos yacimientos con un fabuloso contenido de nitrógeno. El salitre del Perú devolvió la fecundidad al caduco y ya estéril sueio de Europa. Pero el salitre era también un elemento químico de alto valor para las industrias de guerra. Daba la vida o la muerte con igual indiferencia.
pueblo que todavía en el primer tercio del siglo XVI de (a Era Cristiana era feliz, pleno de bienestar, ausente de la Civilización Occidental.
La bendición del guano y el salitre no cayó sobre todos los peruanos, sino únicamente sobre unas cuantas familias señaladas desde el cielo. Ellas formaron nuestro primer capitalismo. Siempre vino al Perú algún intruso que alzó con el santo y la limosna, y si en el Quinientos llamáronse Pizarro & Cía. y las otras firmas que sucedieron en el negocio, las que vaciaron todo el oro y la plata; esta vez fue una guerra vecinal, la Guerra del Guano y el Salitre, la que nos alivió de tales preocupaciones bursátiles. Oro, plata, guano, salitre eran dones de la naturaleza que el hombre sólo extraía y extraía hasta el agotamiento de los depósitos, llámense minas o letrinas. Hasta aquí, no se necesitaba mayor inteligencia ni esfuerzo.
La cultura medieval introducida por los conquistadores nos enseñó a despreciar el trabajo, a considerarlo actividad servil. Y como tas masas indígenas estaban sometidas poco menos que a esclavitud, vivieron de ellas, de su limitado esfuerzo', blancos y mestizos, cuyas manos no se ensuciaron en la labranza de las tierras.
Fue después la selva: primero había sido la sierra, con los metales; segundo, la costa con el desierto salitroso y con la isla guanera. Los bosques ofrecían una tercera mágica transformación del oro. Henos aquí frente al árbol de Oro Negro, caucho, shirínga, jebe. Una fiebre peor que la malaria o que la amarilla, esta fiebre del caucho, arrasó población y bosque. Lejos de realizar una metódica explotación, "ordeñando" cada árbol, éste del caucho, a millares, fue despiadadamente derribado, matando así, literalmente, a la gallina de los huevos de oro. La fiebre del caucho consumió a decenas de miles de hombres sacrificados por los grandes explotadores del trabajo humano. Nunca, ni en el corazón del Africa, se perpetraron mayores crímenes al servicio de la fría ganancia. El hiperbolizado canibalismo resultaba una inocente diversión al comparársele con el negocio del caucho. Perú apareció rodeado de un trágico balo. Esta es la última vaharada del nombre y la fama del Perú. Horrendo destino de un
Llegamos a este siglo desmedrados, como nobles señores venidos a menos. En cuatrocientos años, habíase consumado la ruina del solar floreciente. Ni oro, ni plata; tampoco guano y salitre; tampoco caucho. Nos comportábamos como arruinados hidalgos que rematan sus últimos bienes, incapaces de rehacer con el propio esfuerzo la heredada y desbaratada fortuna.
Empresas y hombres de otros países, apenas roto el vínculo coji España, fueron progresivamente introduciéndose y con ellos nuevos métodos para la explotación económica. Pronto nuestros recursos mineros fueron extraídos en grande escata para ser exportados y beneficiar a accionistas de los principales centros bursátiles del mundo. Ya no se trataba de la espectacular salida del oro del Perú en galeones y flotas, como presa de gran atracción para corsarios y piratas. Ahora las barras de cobre constituían un buen lastre para los trasatlánticos de Liverpool. Algodón y azúcar completaban el cargamento de nuestro comercio de exportación. Eran productos peruanos cotizados en todas las bolsas. En la segunda mitad del siglo XIX Perú hace su ingreso en la economía mundial. Es un centro de materias primas. Algodón Tangüis, algodón de fibra larga, otra vez la excelencia del Perú, con este "oro blanco" Peruvian cotton reemplaza a Peruvian goid. A las viejas haciendas costeñas de tipo feudal van reemplazando las centrales e ingenios de gran industria con sus maquinarias e implementos modernos que aceleran y perfeccionan la producción agrícola. Pero así como se reemplaza al viejo molino de caña, también se sustituye al propietario, el terrateniente que
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descendía de los encomenderos españoles. Cambia la atmósfera cultural. Hasta el idioma en las oficinas. Valles íntegros de la costa peruana sufren 1an trascendental evolución. La fisonomía del Perú se halla en trance de radicalisima transformación. Se están echando las bases de la industria pesada: nuestro hierro va a ser explotado por los propios peruanos. Chimbóte, el Santa y la Marcoaa son nombres simbólicos de la nueva etapa de la vida peruana. La guerra mundial II influye en la aceleración de nuestro proceso de libre economía, en la final liquidación de la economía feudal que sobrevive más de un siglo después de consumada nuestra independencia política. El formidable empuje que puede recibir el Perú en e! curso de los próximos veinte años provendrá —si somos suficientemente hábiles- del empleo adecuado de la inaudita energía humana que reservan los cinco millones de indios peruanos no integrados a la comunidad nacional. Cuando ellos se sientan peruanos en la más amplia extensión de la palabra y se haya esfumada, como una mala pesadilla, su estatuto de inferioridad social, el Perú quintuplicará su potencia económica, y dueños entonces de la totalidad de nuestro territorio, con sus ingentes riquezas naturales, podremos reconstituir el Perú, patria de la abundancia, del bienestar humano, de la justicia y de la auténtica libertad. Revivirá entonces la tradición política de Tahuantinsuyu, en que el estado dirigió la vida colectiva de veinte millones de hombres sobre las firmes bases de su sabiamente .consolidada economía. El nombre y la fama del Perú alcanzarán nuevos y definitivos resplandores, afianzándose las penosamente adquiridas características de su vida internacional, desde que apareció en el mundo como nación autónoma. Son rasgos propios de la personalidad del Perú en sus relaciones externas: un profundo sentido de convivencia armónica y una exquisita sensibilidad para percibir lo justo. No somos pueblo agresivo, sino pacifista; no somos colectividad ambiciosa, sino desprendida y conciliadora. Nadie, sino con pasión momentánea, puede acusamos de conquistadores o belicistas. Nuestra historia diplomática demuestra todo lo contrario. No queremos otros territorios que los tradicionalmente nuestros.
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Nuestro problema de crecimiento económico no se resuelve sino endógenamente, con nuestros propios medios geográficos y humanos. Tenemos cinco millones de compatriotas que poner en forma para la gran batalla que conquiste nuestra tierra. Son directos y no decadentes herederos del pueblo incaico, que aguardan su hora, que están seguros del renacimiento de su histórica organización para crear y producir en beneficio de todos los seres humanos. Perú, por encima de su áurea fama, debe brillar inextinguiblemente como la patria del Alimento. Perú es el país que en el mundo ofreció un mayor número de plantas domesticadas para alimentar al hombre. Con nuestra papa dimos de comer a famélicas muchedumbres europeas, con la implantación de su cultivo desaparecieron los pavorosos períodos de hambruna que hacían mayores víctimas que todas las guerras. Gracias al tubérculo peruano, florecieron y engalanaron el mundo antiguo brillantes creaciones dentro de la cultura occidental en Alemania, en Austria, en los países escandinavos, carentes de recursos alimenticios, incapaces por tal causa, hasta entonces, de un crecimiento de población y un vigor nacional que, en el primer caso, ha llegado, por torcido sendero, a constituir el más grave peligro para la libertad del orbe. Con el retardo de siglos que opone la rutina, muchos otros alimentos peruanos están incorporándose a la dieta universal. Los hombres de ciencia apenas descubren -sin ocultar su sorpresalas inauditas cualidades de los alimentos peruanos, como la quinua o la cafagua, que sirvieron de base nutritiva concentrada desde millares de años a los habitantes de la altiplanicie. El tomate, otro producto peruano, no falta hoy en el menú diario de toda familia civilizada. Frijoles, maíz, pallares, maní, yuca, ají, tabaco, coca, algodón, quinua y cien otras plantas útilísimas para el hombre, cultiváronse en el Perú antiguo. En mayor o menor escala, fue nuestra contribución a la máxima riqueza del hombre: sus alimentos, su materia prima industrial o medicinal. Una especial vocación tienen los peruanos para la agricultura diferenciada, para la inteligente utilización del microclima, de los más diversos medios geográficos. Nada más contrario a su tradición agrícola que la monocultura introducida por el capitalismo voraz. Perú del futuro debe ser un gran centro de producción agrícola diferenciada y de calidad. Sigamos ofreciendo al mundo el alimento rico
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y variado que necesita con urgencia, vueltos los tiempos de la negra miseria y el hambre. A l nombre y la fama del Perú tan maltrechos, puede agregarse un nuevo timbre que les devuelva su valor: Perú, alimentador por excelencia.
PERU EN L A AMERICA ANTIGUA ¿Cómo fue poblado por el hombre primitivo el Perú? es problema que la arqueología no ha resuelto aún. La cuestión se halla vinculada al poblamiento de Sudamérica en general. La respuesta debe ser dada previamente a Ja pregunta de cómo llegó el hombre a esta parte austral de nuestro continente. Se han ensayado algunas explicaciones que compendia S.K. Lothrop en esta forma: "Actualmente, la arqueología no ha encontrado huellas de alguna remota migración a Sud América en la región j del Istmo, excepto en Nicaragua, en donde se han descubierto I pisadas humanas en los chorros de lodo que los geólogos han j correlacionado con tas primeras erupciones que más tarde eleva| ron la cadena de volcanes de hoy. En Costa Rica y Nicaragua J distinguimos la presencia de una población agricultor a que fabri\a cerámica policromada en un período muy posterior, la cual, debido a la presencia de objetos comerciados de El Salvador, puede ser correlacionada, en parte, con las culturas maya y pipil. No se han desenterrado en Panamá restos a los que se pueda conceder una edad de más de dos o tres siglos antes de la Conquista española". Quiere decir, pues, que no ha hallado el arqueólogo pruebas del hombre primigenio en este tramo de su camino a la América meridional, sino apenas unos cuantos testimonios muy recientes ya del hombre desarrollado dentro de una cultura identifi cable. i j
Un examen geográfico de la zona del Istmo de Panamá determina a afirmar que fueron muchas y muy considerables las dificultades para que el hombre hubiera podido utilizar esa vía de acceso, dificultades aún mayores que hoy en aquellos lejanos tiempos. Recuérdese a propósito que el tramo dificilísimo de la
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carretera panamericana en construcción es precisamente el que connesponde a la jungla ístmica. Hace cinco mil años que el clima de Panamá era aún más caluroso, como lo sostienen los geólogos. Todo la expuesto hace pensar que no debió ser ésta la ruta elegida por los primeros inmigrantes empujados del norte hacia el sur por el avance de las masas de hielo de la segunda glaciación ártica. Piénsase entonces que pudiera ser una vía posible la marítima, siguiendo las costas pacíficas o atlánticas; pero si se examina esta hipótesis, se encuentra que el litoral del Pacífico ofrece hoy mismo considerables obstáculos, como son: un mar alborotado, fuertes vientos de frente, considerable precipitación y fondeaderos abiertos a barlovento; violentas corrientes periódicas, mareas, bajíos, peligrosos troncos de árboles flotantes, "dan -dice Murphy— a toda esta área una bien ganada siniestra reputación". No queda, pues, sino el otro rumbo marítimo, ya sea bordeando las costas centroamericanas, panameña y colombiana, o saltando de isla en isla, a través del archipiélago, hasta llegar al continente austral. Mas es bien sabido que el Mar Caribe es otra de las masas de agua que presenta en todo tiempo obstáculos muy grandes a la navegación. Es increíble que la realidad desmienta en forma tan rotunda a la impresión que se recibe al contemplar un mapa. El Istmo parece, sin duda alguna, el lógico ingreso por vía terrestre a Sudamérica para gentes venidas de la parte septentrional del hemisferio. Ningún viajero, en nuestros días, con todos los medios de locomoción de que se dispone, ha podido, sin embargo, vencer la barrera ístmica. Los raids automovilísticos encuentran ese paréntesis, y hasta el célebre jinete Tschiffely que en 1923 realizó a caballo el viaje de Buenos Aires a Washington, hubo de tomar la vía marítima para vencer el obstáculo de Panamá. Observa Lothrop que la dificultad prosigue hasta Costa Rica, donde sólo existen el siniestro "Camino de los Muertos", sobre la abrupta división continental de las aguas a más de cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar y una "trocha" en el bosque, apenas visible para los indios talamanca, intraficable normalmente. Ante todas estas graves objeciones, Lothrop atina a insinuar la hipótesis de que el clima y las condiciones físicas de la región de Panamá han variado sustancialmente en el transcurso de milla-
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res de años. Es posible que no existieran los obstáculos que hoy ofrece el Istmo y que, cincuenta siglos atrás, el hombre pudiera pasar por él sin mayor esfuerzo. Que vino solamente de la América del Norte, es un hecho cuya afirmación no han atenuado las hipótesis de inmigraciones a través del Pacífico o por el camino un poco fantasista del Antartico. Hasta hoy ninguna prueba ha sido aducida, con un mínimo de fundamento, en apoyo de estas larguísimas travesías, ni aun recurriendo a supuestos naufragios que arrojaron a las playas americanas a polinesios y melanesios. La inmigración norteña, como la asiática, ha debido producirse en dos o más olas sucesivas y separadas la una de la otra por lapsos quizá seculares. Es muy probable que la primera de estas corrientes pobladoras la integraran hombres de cráneo alargado, que fueron ocupando todas las zonas geográficas, [.asegunda inmigración parece más bien constituida por sujetos de cabeza ancha. ¿Qué reacciones produciría el contacto de estas dos clases de seres humanos? Nada se puede saber en concreto, pero sí es dable suponer que los primeros fueron en parte desplazados por los últimos, como lo prueba el hecho de hallarse relictos de la población inicial en sectores que se han denominado "marginales? Se relacionarían con esta primitiva población arrinconada en las regiones menos favorables, los habitantes de Patagonia, Tierra del Fuego y sudeste del Brasil, cuyo equipo cultural mínimo corresponde a primordiales círculos de cultura. También el antropólogo que examina los restos humanos de lagoa Santa cree encontrar cu ellos la presencia de esos primeros hombres. Contra la posibilidad de las dos indicadas inmigraciones de grupos homogéneos, uno dolicocéfalo, otro braquicéfalo, se arguye que ya en las fuentes étnicas de procedencia del oriente asiático, los agregados humanos no podían reputarse puros, sino, por el contrario, bastante mezclados. Lo único que es posible sostener es que la emigración hacia América no partió de un solo centro, sino de varios y, por consiguiente, que los hombres que pasaron a poblar nuestro continente pueden haber sido, desde su tierra originaria, tipos antropológicos diversos. Ello explicaría que se haya encontrado en América, no sólo el hombre de rasgos mongoloides, mas también el de una morfología similar a la de los pobladores de Australia y Polinesia. Pero uno y otro no han podido llegar a América sino por la vía bien determinada del estrecho de Behring. Esta afirmación excluye, pues, el viaje directo a todo lo largo del inmenso
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Océano Pacífico. Otra cosa admitida unánimemente entre los etnólogos es que el hombre venido de Asia llegaba a nuestro territorio en estado paleolítico superior, es decir, en el primer grado o escalón de ta cultura. Hallábase en condiciones muy deficientes para acometer la gran aventura en que se veía envuelto. Apenas s conocía un reducidísimo número de inventos, tales como la producción del fuego, la red de pescar, pintura y depilación del cuerpo, el peine, la recolección de frutos silvestres, la familia monógama, una religión que es mezcla de shamanismo, magia, animismo y ciertas creencias teísticas, una cestería.de tipo cruzado, vestido de pieles, bastón de recolector, punzón de hueso, arpón, arco y flecha, hacha de piedra, adornos como orejeras, ternbetas, collares, etc., casa en forma de colmena y algunos elementos culturales más. Este hombre incipiente vendría desde Asia acompañado del perro como animal doméstico; porque, según los zoólogos, todos tos canes del mundo proceden de un solo tronco común. Una vez en América, el extraño inmigrante humano no hizo sino vagar, moverse sin reposo, como poseído de un diabólico desasosiego, igual, en parte, a lo que les ocurriera a los conquistadores españoles que recorren el continente en todas direcciones y hasta los últimos límites. Pero su éxodo hacia el sur fue impuesto por el avance de los glaciares: las grandes masas de hielo empujaban al hombre y a todas las demás especies en esa dirección. Vencido el obstáculo del mar o de la selva, el hombre en el continente austral debió tomar dos direcciones, una hacia el Orinoco y el Amazonas, bajando a las llanuras del trópico, la otra rumbo a la cordillera andina, ganando los valles altos y las mesetas. Así se ramificó la primera inmigración a este lado del hemisferio, con las trascendentales consecuencias que había de producir una distinta lucha con el medio físico. En esta larga y tenaz batalla, el hombre fue formándose culturalmente. No sabemos, porque aún no ha sido descubierto por la arqueología, cómo fue el proceso de transformación del paleolítico de Asia, cuyas huellas se delatan en ciertos "paraderos" de la América del Norte, como el de Sandia, cerca deSanta Fe de Nuevo México, o como el de Taltal al norte de Chile. Lo que sí podemos comprobar es que no hubo un desarrollo unilineal, una evolución en un solo sentido, sino múltiples líneas
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de avance, estagnaciones y posibles casos de involución. Los hombres de la denominada por Cooper "Zona Marginal" venían a ser los mísoneístas, los depositarios invariables de la tradición del paleolítico inmigrado: apenas si habían cambiado desde el día en que pasaron por Behring y Panamá. En cambio, los que buscaron su habitat en la inmensidad de los bosques amazónicos, si bien perdieron su indumentaria de pieles para vestir más al natural, es decir, para no vestir, ganaron muchas conquistas sobre la naturaleza, siendo la mayor la de haber dominado el suelo, haciéndolo producir a voluntad: había aparecido la agricultura, esto es, la cultura. Es en el Oriente selvático donde acontece hecho de tan grande trascendencia y es en los valles húmedos orientales donde el magnífico invento dará todos sus frutos. No nos es posible señalar la forma y el tiempo en que los flamantes agricultores transmitieron su invento a la otra rama que se había acogido a una residencia un poco inclemente como la altiplanicie y los valles altos. Lo obvio es que una y otra tuvieron sus respectivos grupos de plantas domesticadas propias de sus correspondientes climas. Pero así como el hombre del Amazonas no necesitó cubrir sus carnes porque el calor lo hacía innecesario, el hombre de los Andes sólo iba a conseguir contrarrestar el frío arrancándoles la piel a algunos animales que providencialmente estaban a su alcance y que gozaban de muy competentes abrigos: tales el guanaco y la vicuña y sus sucesores domesticados la alpaca y la llama. Cuando el hombre logró tal domesticación, ya no fue necesario matar a la bestia para aprovecharse de su cuero; bastaba con trasquilarla una vez por año y tejer.. . He aquí que un nuevo invento lograra para la cultura una importante conquista. También aprenderán a tejer los hombres de las tierras bajas, quienes a falta de animales de que tomar el rico vellón de suave lana, tendrán a su alcance otros muy ricos y aún más suaves vellones . . . cultivados. Habían descubierto y domesticado el algodón, y de ese material aprendieron a fabricar sus camisas de ceremonia, que teñían y decoraban también con sustancias vegetales. El hombre de la altiplanicie se hizo agricultor y pastor, en tanto que el del trópico cazaba y cultivaba la tierra, alternativamente. Aquél podía vanagloriarse de alimentos de gran valor nutritivo, como la papa y la quinua, sus acompañantes la oka, el olluko y la canigua; agregaba a tal menú la carne de sus llamas y alpacas. Mas el otro, el hombre amazónico, podía com-
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petir con una larga lista de comestibles: el maíz, la yuca, el camote, el maní, los frijoles, las frescas y agradables frutas como ta papaya, la chirimoya., la pina, la guanábana, la guayaba, la lúcuma, el pacay,la granadilla, etc. El hombre de altura, al domesticar los auquénidos, consigui», además de la materia prima para los tejidos, la carne que agregó a su dieta. Había aprendido incluso a conservarla en sus dos formas de charla y chaluna, como lograra también deshidratar la papa y la oka en las formas de ckuño, moraya y kawi. Tanto el andino como el amazónico, aprovechaban de los animales cazados y de los pejes que obtenían de sus ríos y lagos. Las dos grandes agrupaciones de pueblos habían de encontrar su zona de confluencia y mestizaje en los valles templados: unos ascendían de los climas tropicales de la llanura y los valles de Oriente, mientras los otros bajaban de los climas fríos de la meseta y de las partes altas de las quebradas, llevando consigo sus respectivas conquistas. Esta fusión de los dos complejos etnobotánicos y de las dos ramas culturales fue muy fecunda en resultados. Así, en regiones como el Cuzco, pudo pronto cultivarse el maíz hasta una altura de diez mil pies sobre el nivel del mar, convirtiéndolo en la base de alimentación de pueblos enteros en todas sus ricas variedades. De otro lado, la papa, al recibir la acción climática menos cruda que en su centro de origen, como en el valle de Paucartambo, por ejemplo, alcanzó un desarrollo extraordinario, que transformó igualmente ese producto nutritivo en imprescindible elemento de las subsistencias, haciéndolo capaz de reproducción hasta en sectores próximos al nivel del mar. Nuevas plantas surgieron en la agricultura mixta, como la rakacha, la jiquima, la achira, que enriquecieron el acervo alimenticio de los pueblos serranos, los cuales, con este magnífico equipo, pudieron alcanzar un sorprendente desarrollo. Está probado que la costa peruana no ofrece al botánico ningún testimonio de que en sus valles existiera un centro originario de plantas domesticadas, siendo, por lo tanto, fundado sostener que su agricultura es colonial, es decir, transportada de selva y sierra, cuando ya era adulta. Tal conclusión apareja la evidencia de que tampoco la costa fue un centro humano de nacimiento y desarrollo de cultura. Si fue primitivamente poblada, debió serlo por reducidos grupos de pescadores primitivos, relictos de las pri-
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meras olas de poblamiento, muestra de los cuales eran, hasta hace poco tiempo, los changos que habitaban el sur del Perú y el norte de Chile. La fusión de distintos círculos de cultura dio como resultado en la región andina la presencia de una alta civilización, cuya antigüedad se remonta probablemente a un siglo antes de la Era Cristiana. Esa cultura superior se manifestó en la sierra y en ta costa del Perú, conforme a los testimonios registrados por la arqueología. Se -basaba en un sorprendente desarrollo de la técnica agraria, del arte de tejer, de la cerámica, de la metalística, de la arquitectura, de las obras hidráulicas, de la vialidad, de la organización social, política y económica, etc. La América del Sur presentaba, pues, dentro de la Era Cristiana, un conjunto de agrupaciones diversamente desarrolladas. Geográficamente, el lado occidental o del Pacífico había sido mejor dotado para la obra del hombre que la costa atlántica. El núcleo de alta cultura estaba precisamente ubicado en la zona andina del Pacífico Sur. Es en las mesetas, valles altos, medios y bajos, donde la comunidad humana halló una residencia adecuada para su progresivo dominio de la naturaleza. En la graduación de climas determinada por la altitud, debió el hombre encontrar inusitados factores para la domesticación de plantas y formación de sus múltiples variedades. Una economía ideal de acomodación y movimiento de pueblo, flora y fauna. Más allá de los límites de los Andes Orientales se extendía la floresta que no invitaba a la aglutinación de grupos, sino a la dispersión y a la vida errante* a diferencia del valle que sugería concentraciones y sedentarísmo. En el Oriente Selvático, hace dos mil años, como hoy mismo, el hombre vivió en tribus cazadoras, recolectoras y agriculturas incipientes. Sobreviven en gran parte los primitivos círculos de -cultura, cuya mezcla había causado la cultura superior andina y mantenían con ésta relaciones estrechas. En las zonas desérticas de páramos, ciénagas, salares y playas marítimas quedaron continados residuos de la más arcaica población, cuyo equipo cultural mínimo recuerda los círculos primordiales de la avanzada asiaiica. Así, el panorama precolombino d e Sudamérica, pintado por el notable antropólogo Padre John M. Cooper, podía ser dividido en tres grandes sectores desde el punió de vista etnológico: la Zona Andina o de Sierra (comprendiendo el litoral del Pacífico): la
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Zona Selvática o la Amazonia, y la Zona Marginal integrada por el resto de la América austral desde Venezuela y lasGuayanas, Brasil y la República Argentina, hasta Patagonia y Tierra del Fuego. Cada uno de estos sectores estuvo habitado por pueblos de distinto tipo cultural: el primero, por pueblos muy desarrollados; el segundo,' por círculos de cultura primaria; el tercero, por restos de los primordiales. Naturalmente que con ciertas soluciones de continuidad o islas etnológicas como los unís en el altiplano, relictos selváticos, o los changos de la costa, pescadores primigenios, y bajo los Incas, las colonias implantadas en el Antisuyu, o región de los bosques, compuestas por representantes de esa cultura superior. El Imperio de los Incas y las organizaciones que le precedieron eran difusores de los elementos culturales andinos; pero, al mismo tiempo, absorbían otros pertenecientes a los grupos selváticos, ya fuera en sus orígenes o con posterioridad, por el contacto ininterrumpido entre la costa, la sierra y la selva del antiguo Perú. Así se daba el contraste de complejos culturales en los que se hallaban incrustados elementos desafines, como, por ejemplo, el mismo hombre que vestía una magnífica indumentaria del más refinado gusto y tejida conforme a una técnica muy desenvuelta, llevaba como adorno una tembetá o botón metálico colgante del tabique perforado de la nariz o portaba como trofeo de guerra una cabeza reducida de su enemigo. Ocurría también que eran coexistentes usos tan opuestos como el convertir el cráneo del enemigo en vaso de libaciones o el honrarlo con la concestón de privilegios, cuando -jefe vencido- reconocía la autoridad suprema del Inca. Junto a costumbres^de vida apacible y muy humana surgen manifestaciones de rudo primitivismo en que la crueldad y el desprecio por la vida subrayan su origen anterior a la cultura superior alcanzada en el decurso de largos siglos. La mezcla de elementos tan dispares es una característica constantemente comprobada. Todo hace pensar que, o hubo una persistencia extraordinaria de los modos de ser arcaicos, o una no superada^ continua presión de los grupos selváticos. La evidencia etnológica es que una constelación de pueblos, que habitaba la zona de los Andes y que había alcanzado notables progresos, inclusive sucesivas organizaciones de gran sociedad, se
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hallaba rodeada de innúmeros agregados pertenecientes a otras etapas y áreas culturales de naturaleza muy distinta que daban y recibían contribuciones para aumentar' su propio acervo, por mucho que la regla fuese un cierto hermetismo defensivo de la intrusión de elementos extraños. Ciertas tribus de notable dinamismo y vigor sirvieron como intermediarias entre los muchos grupos que poblaban las regiones selváticas y marginales de Sudamérica, distinguiéndose, sobre todo, tres: arowoks, karibes y tupi-waranies. Los primeros tuvieron como su centro originario el espacio comprendido entre los ríos Orinoco y Amazonas y sus excursiones, desde tiempo inmemorial, comprendieron parte considerable de este hemisferio, extendiéndose hasta las Antillas, el merídíón de los Estados Unidos, México y Centroamérica. Proporcionaron muchas raíces de su idioma a las principales lenguas americanas; se les atribuye el cultivo del maíz, de la yuca y debatios preciosos productos; fueron portadores de elementos culturales andinos que transportaron a lejanas comarcas; en fin, dieron muestras de su inteligencia, espíritu de aventura y especial disposición para inventos y creaaciones de trascendencia. Contra ellos se alzó el grupo karib, rudo, sanguinario y extraordinariamente vigoroso. Debieron combatir en forma feroz por siglos, porque se han registrado los indicios de sucesivos dominios de los unos y los otros sobre amplias áreas. Cuando Colón llega a las Antillas, habían desalojado de las islas a sus rivales los arawaks, y fueron karibes, los primeros habitantes de América que entraron en contacto con los europeos: para éstos resultaban ser caribes todos los pobladores del Nuevo Mundo. Los últimos en guerrear y expandirse habían de ser los tupi-waranies, cuya residencia eventual se marcaba, sobre todo, hacia los bosques del sur de Bolivia, Paraguay y Brasil. Ya en época histórica, comenzando el dominio español en el Perú, doce mil guaraníes invadieron el Antisuyu, es decir, el territorio boscoso del Amazonas. Cuando la cultura superior de los Andes florecía, no faltaron invasiones de las tribus selváticas sobre los valles orientales. Muy entrado el imperio de los Incas, empezaron éstos tímidafriente a conquistar el bosque, tierra incógnita, defendida por su ílima mortífero para quechuas y aymarás. Lograron un acerca miento, y hasta una alianza, con los jefes antis, quienes bajo loa
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últimos reyes del Cuzco cooperaron activamente en su política y con sus propios soldados integraron las huestes imperiales, como se descubre en las expediciones de Huayna Cápac sobre Quito y las tierras septentrionales. El avance incaico sobre la Amazonia no fue interrumpido sino por la invasión española en el siglo X V I , en los precisos momentos en que el Imperio fijaba sus hitos de dominación sobre el trópico boliviano. En esta empresa habrían de sufrir descalabros como el que causaron tos indomables chiriguanos. El sorprendente desarrollo de Tahuantinsuyu alcanza su apogeo en el siglo XV, cuando los ejércitos del Cuzco llegan por el Sur al Bio-Bio y por el norte al Ancash-mayu. Habrían de luchar fieramente con los pastuzos colombianos y con los hombres de la Araucanta. Si el dominio político no había sido consolidado, en cambio ta penetración cultural no encontró barreras. Por intermedio de los araucanos, la cultura peruana irradia hasta la Tierra del Fuego y la pampa argentina. Los rayos del sol de los Incas alcanzan aún territorios más lejanos en Colombia, Veneiuela, Brasil, Paraguay, Uruguay: elementos culturales peruanos dejan su huella que examina el arqueólogo de nuestro tiempo. Podría afirmarse sin hipérbole que el sistema planetario sudamericano tiene como su astro-jefe a Tahuantinsuyu: giran alrededor de él los astros secundarios, los pueblos menores de esta mitad del continente de Colón. Nadie ignora que en tan vasto espacio existe un Imperio fabuloso, donde el Inca es el más potente soberano de la tierra, es el señor universal. Se conoce por todas las tribus de América que aquí, en este lado del mundo, vive el mayor poder humano, poseedor de grandes riquezas en metales preciosos y donde la organización de la sociedad es un modelo. El avance de sus ejércitos civilizadores es previsto como una fatalidad histórica. Ninguna concentración de gentes sería lo suficientemente fuerte para oponérsele. Del istmo de Panamá al sur, el Inca es un ser semidivino, llamado a elevar a todos los hombres a un nivel superior de vida. Es este el cuadro y ésa la impresión unánime que los descubridores de América reciben, un poco incrédulamente, de labios de sus informantes. Sólo paran mientes en la versión de las
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fantásticas cantidades de oro que le pertenecen al legendario soberano de ese país que inscriben en el • planisferio de la fantasía. En las bocas del Amazonas, cuando Américo Vespuccio llega, las noticias del reino de maravilla son más concretas, aún lo son mayores para aquellos de sus compañeros que penentran más en Brasif Pero estos primeros informes caen en manos del servicio de espionaje de Inglaterra y son seguramente utilizados por Sir Tomás Moro en su libro Utopia. Aquel mundo imaginario no lo era tanto. Tenía existencia que treinta años después quedaría comprobada. • El Perú era conocido no solamente en la América del Sur, sino también más arriba del ecuador: objetos de oro peruanos han sido encontrados en México y Guatemala, influencias estilísticas peruanas son fáciles de descubrir en ciertos objetos de arte centroamericanos. Pero no ha sido nunca comprobado un contacto directo entre el mundo septentrional y el austral, entre los centros de alta cultura de México-Centroamérica y Perú. Tampoco existió un intercambio regular. Quizás con la sola excepción de algún reducido comercio de mantos, joyas y vasijas nuestras, contra conchas marinas y posiblemente turquesas de nuestios lejanos copartícipes en la dirección cultural del continente. Llama la atención que entre centenares de miles de piezas arqueológicas extraídas de nuestros yacimientos no se haya encontrado jamás una especie maya o aztecaUna prueba de la máxima expansión alcanzada en América por algunos elementos culturales peruanos nos la ofrece el hacha-moneda de cobre, de fabricación y signo de cambio peruanos que ha recorrido una inmensa área de las tres Américas. El Perú, en la América antigua, fue, pues, una altísima cumbre que servía de faro para guiar los grandes movimientos culturales del hemisferio.
PAISAJE D E L PERU Es difícil imaginar cómo era el Perú cuando por vez primera el hombre penetró en su espacio. Ni la selva misma, que podría ser la imagen de la tierra prehumana, aparece ahora como era hac* diez o doce mil años. Los geólogos son los llamados a contarnos este bello cuento de cómo eran las cosas en aquel tiempo al que no alcanzan ni el mito ni la historia. Comencemos por la afirmación de la efectiva juventud de este Mundo Nuevo. Son nuestras montañas, nuestros Andes, colosos infantiles cerca.de los Himalayas y los Alpes. Si la osamenta del Perú es así de tierna, sus carnes son frescas y aún no distendidas suficientemente. Gran parte de sus valles están en actual formación. Siguen emergiendo del océano sus playas. La Amazonia es en puridad de verdad el caos. Ei terreno no se ha afirmado, es fluyente. Una parte de la costa central y sur recibió ayer, por asi decirlo, el presente de fuego de cien volcanes; aquella masa hirviente, infernal, se solidificó hasta formar el más extenso y elevado bloque ígneo del mundo. Contemplado desde el avión, en las cercanías de Arequipa, es un mar en plena agitación convertido en piedra por voluntad de Dios. Si por un lado las aguas que bajan de la cordillera, con su insidiosa constancia, van cortando el pétreo conglomerado hasta formar el cañón, por otro, con su arrastrar de guijarros y arcilla, cubren día tras día y siglo tras siglo las plataformas sinuosas. Incontenibles aluviones conducen la montaña al mar, la desgastan y arruinan con igual insidia. Gruesas capas de cantos rodados apoyan la delgada lámina de tierra vegetal. Allí, en la costa, donde quiera que reptó la sierpe acuosa, la
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vegetación supo responder de inmediato con facundia, En los valles surgió una flota profusa de árboles como el kuarango y arbustos como la chillka, amén del matorral rico en variedades herbáceas que cubren los bañados. Las crecientes del río iban dejándolos a su paso para convertirse más tarde en hervideros de insectos vectores de enfermedades tan perjudiciales para el hombre como la malaria, la verruga o la uta. La vegetación del valle costeño se escalona desde la orilla del mar hasta el cuello que lo une con el macizo andino. El hombre halló en la costa varios poderosos enemigos: aparte de las dolencias, que la hacían tierra insana y temida, el desierto lo cercaba con sus candentes arenas, incomunicándolo de los otros lugares de poblamiento situados siempre en estrechos valles, la eventualidad de las aguas, unas veces excesivas hasta producir la destrucción, otras tan escasas que provocaban la muerte. Sólo pudo ser dominado el medio geográfico por gentes avezadas a esta lucha, con suficiente desarrollo cultural y social para emprender y realizar grandes obras de riego artificial, de construcción de terrazas agrícolas, de desarborización viciosa, de cultivo sistematizado con plantas adecuadas a la escala de climas cisandinos. Necesitábase para obra tan considerable de una organización que contara con numerosos trabajadores disciplinados bajo la dirección de técnicos consumados. La colonización de la costa no pudo producirse sino por el descendimiento de pueblos altamente civilizados en la sierra del Perú. Es a todas luces el litoral la última región peruana que el hombre aprovechó, después de largas experiencias culturales obtenidas en las tierras altas y en los valles orientales. El hombre que se apodera en su provecho de la costa, traslada a ella los cultivos susceptibles de éxito: plantas macro y mesotérmicas, para las zonas bajas; plantas microtérmicas para la naciente del valle, hacia su inserción con el sistema orográfico troncal. Maíz, maní, frijoles, yuca, papa dulce, ají, pacay, lúcuma, guayaba, pepino, papaya, calabaza, zapallo, algodón, todos frutos tropicales, aclimatarían en la costa, escalonados, desde la orilla del mar hasta los dos mil metros más o menos. Sería adaptada la papa por encima de tal altitud, pero al alcance de los moradores del litoral marítimo. Conseguiríase de este modo, en gran parte, lo ya logrado en zonas como Cuzco, donde los dos complejos
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etnobotánicos de clima frío y de clima cálido se combinan armoniosamente hasta integrar la dieta variada y rica del hombre civilizado. Así,la costa devino hogar de alta cultura, con grandes concentraciones humanas en los anchos y feraces valles de Lambayeque o de Chicama, de Rímac o de Chincha. Una sistematización avanzada del trabajo agrícola aseguró el alimento para tan densas poblaciones. Una planta peruana, el algodón (u oro blanco), y otra importada, la caña de azúcar, han variado radicalmente el paisaje de la costa peruana. Casi todas las tierras de cultivo se cubren de cañaverales o de plantaciones de algodón. Siguen en importancia los campos de lino y de arroz, pero en una proporción muchísimo menor. La restricción creciente de los cultivos de productos alimenticios y las aceleradas "urbanizaciones" que roban grandes espacios a la agricultura están causando una transformación aún mayor del paisaje costeño. De un lado, concentración demográfica en Lima y en otras ciudades del litoral; det otro, empobrecimiento y reducción al mínimo, finalmente extinción de numerosos villorrios y caletas que no han soportado las succiones urbana o latifundista. Perdieron todo su jugo humano y se marchitaron como el bagazo de la caña. A la primitiva desarborización impuesta por el cultivo del maíz, ha seguido la requerida por las plantas-príncipes: algodón, caña de azúcar. El árbol es un ausente por el cual se suspira. Alamedas y parques, al multiplicarse, intentan remediar la evasión arbórea. Acantilados y cerros desnudos esperando están la veste florida. A pesar de todo lo hecho por el hombre con los poderosos medios capitalistas en el último medio siglo, la costa no se ha recuperado del abandono en que cayó su agricultura con la irrupción española. Todavía miles y miles de hectáreas están perdidas bajo el manto de arena; otras tantas, valles íntegros, murieron sedientas; todas pueden resurgir un día para duplicar y triplicar las tierras laborables. Mas no ha de ser para el enriquecimiento de unos pocos y el hambre de la mayoría. El paisaje costeño creado por el hombre precolombino debe reaparecer: aquél era un paisaje de anchos espacios productores de alimentos, de variados y abundantes alimentos. Así desaparecerá el vergonzoso contraste de una población aniquilada por desnutrición,
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extinguiéndose por hambre, mientras sus algodonales y cañaverales elevan los saldos de siete cifras en las cuentas bancarias. Con todo, son evidentes las limitaciones de este medio geográfico en que el hombre sólo aprovecha los oasis que interrumpen la uniforme faja desértica paralela al Océano Pacífico. Por una conjuración entre la corriente fría llamada de Humfaoldt y los mecanismos atmosféricos, la costa peruana deja de ser el país tropical que debe ser geográficamente-, para convertirse en tierra seca que cubre en parte, y muy levemente, su desnudez con el cendal de la vegetación momentánea de "lomas". Los valles cultivados son un presente de la sierra, caminos del agua andina, en consecuenciajde pendientes y derivados de las lluvias cordilleranas. Pocas* veces la naturaleza puso en manos del hombre tan poderosos recursos para sujetar al hombre. Si el serrallo "privaba del agua al costeño, éste perecía. Mas cuando el último logró un mayor dominio técnico, supo defender su autonomía, construyendo depósitos y verificando captaciones de las aguas del subsuelo, maravillosas obras hidráulicas. Utilizó de los bañados e inventó las "hoyas" (u ollas agrícolas), excavando el terreno arenoso hasta hallar la capa húmeda, que cultivó con positivos resultados. Supo renovar la feracidad de la tierra, empleando en gran escala el guano como abono, así como cabezas de pescado, dentro de cada una de las cuales colocaba un grano de maíz, y así lo sembraba. El español, al introducir la caña de azúcar, trajo también el trigo, que se cultivaba en la costa hasta el siglo XVIII: pero el trigo desapareció del paisaje costeño víctima de la roya. El Perú tiene que importar de Chile y la Argentina más de quince millones de kilogramos de ese cereal para el pan del pueblo. El paisaje de la marina revela el tremendo contraste entre naturaleza libre y naturaleza domada. Predomina aquélla en las tierras muertas de los desiertos, en los cerros pelados, en los cantiles rocosos, en los cadáveres de valles secos, en las arenas movedizas y caprichosas de los médanos, en las porfiadas dunas, en las islas de roca cubiertas de excrementos de ave: es el paisaje bravio, no domesticado por el hombre. Interrumpiéndolo, como una sinuosa línea de entrevero, como simples manchas en el vasto espacio, se percibe el otro paisaje, el que acusa la presencia del hombre, la huella cultural. A
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la orilla del mar, es bien pobre: el hombre está allí como hace cinco mil años: pescador primitivo que se nutre con moluscos, cuyas valvas, hoy como en remotísimo tiempo, amontonándose, forman montículos (los kitchen midden de los arqueólogos). Los antiguos formaron en las bocas de los ríos núcleos de población: allí están Pacatnamu, junto al río de Pacasmayo, Chan Chan en la desembocadura del valle de Santa Catalina, Wat ka en la del Rímac, Pachakamaj en la del Lurín. Comienza entonces el trabajo agrícola desde.las playas del mar Pacífico para remontarse por el curso del río hasta sus cabeceras. Cada valle costeño viene a ser de este modo un jardín que cuelga de la montaña y se extiende por los llanos hasta tocar el océano. Todo depende del agua que el hombre haya sabido canalizar para llevarla por todo el cuerpo de las sementeras. Cada cultivo tendrá su nivel y el paisaje irá cambiando hacia arriba con las tonalidades más hermosas del verde. Las coruscantes linfas del río atenuarán su brillo bajo la sombra de las arboledas que le encierran amorosamente por ambas márgenes. Desde el ancho delta, el valle irá gradualmente angostándose hasta convertirse en estrecho y profundo cañón cuando se aleja del litoral y se pierde en el laberinto de los Andes. Las grandes plataformas sobre el océano, como ésta en que se alza Lima, debieron ser periódicamente enriquecidas por tierra vegetal, por limo de aluviones, que cubrieran las gruesas capas de cantos rodados y cascajo de su suelo. Verdaderos tableros de ajedrez serán los campos de planicie, escrupulosamente librados de pedruscos, que son reunidos en montículos, que se convertirán después en wakas o pirámides truncadas, sobre cuyo último plano se levantará el puesto de observación, el templete o la residencia de un jefe. Visto desde aquí, desde esta eminencia, el campo limpio y hermoso, se percibe el trazado de múltiples líneas geométricas, regulares, algunas tan rectas que admiran: son linderos de tierras las más leves, caminos las que son paralelas, otras, más gruesas «caminos son también, pero en calzada o plataforma que atraviesan el valle por la vía más corta. Otras líneas brillantes son canales de riego, sombreados por arboledas de huarangos y algarrobos. En puntos precisos se cruzan las líneas, unen entre sí a las pirámides y a éstas los santuarios y los núcleos principales de población, y el campo frutecido lo va rodeando todo con su calor vital. El hombre ganó la costa con heroico esfuerzo. Fue menester desplegarlo en gigan-
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tesca escala. El paisaje lo refleja en forma ostensible. Sobre esta tierra, así creada por el esfuerzo de generaciones, puso su planta el conquistador español. Las guerras, las minas, las enfermedades y el hambre fueron despoblándola, y allí donde se extendía hasta perderse en el horizonte el campo empenachado del maíz y las matas de yuca y el frijol y el pallar y el maní y la papa dulce, con su reconfortante promesa de bienestar y alegría, comenzó a morder el abandono y a secarse la acequia y a morir la planta. Las arenas y los pedruscos avanzaron a devorarlo todo con sus dientes menudos, como perros famélicos. La caña de azúcar y la vid disputaron el espacio vital a los alimentos. Eran productos mercantiles, para el negocio y el enriquecimiento de unos pocos. El vino y el alcohol, el verde mosto, precipitarían al indio desnutrido a su final. Acabóse la población regnícola de la costa, los millares y millares de indios chimus, de indios huachipas y huanchos,de indios chinchas. Hambrientos, pero borrachos, se arrastraban sus últimos representantes por aquel paisaje que también claudicaba. Otros seres humanos, de toscas facciones, de oscura piel, que nunca supieron de este paisaje, ni de su belleza, que no sentían ni podían sentir amor alguno por esta tierra, fueron poblando los campos, trabajándolos como galeotes, como siervos de la gleba, con dolor, con odio, con rabia. En tres siglos, perdíase gran parte de la obra milenaria del peruano antiguo en esta región del Perú: las obras de irrigación, las terrazas agrícolas, los caminos, la técnica del cultivo, los más nobles frutos domesticados, el hombre, en fin, hecho a su medio y el medio creado y moldeado para él. Ha desaparecido el viejo paisaje y vuelve, en gran parte, el imperio de la naturaleza: desierto, ciénaga, malaria, valles difuntos, médanos, desolación . . . Las rientes campiñas de frutos preciosos para la vida humana fueron reemplazadas por cañaverales, viñedos y algodonales; aquéllas rodeaban ayer los pueblos prósperos. Hoy no quedan de ellos sino ruinas silentes, cementerios profanados, masas confusas de muertas ciudades. En el regazo de las colinas, pueblos fósiles, con sus vientres vacíos por obra de arqueólogos, legítimos y bastardos (o huaqueros). Nuevas plantas, nuevos árboles, nuevos hombres, pueblos también nuevos, surgen perezosamente. La casa-hacienda, pequeño castillo feudal, domina el campo. Dentro de ella conviven el amo y los esclavos. Hay en el paisaje animales que ayudan al hombre, personajes nuevos en este drama: son el caballo y el buey, el asno y la muía. Trepan por el
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cerro una especie de llamas enanas, los carneros españoles (en cambio, el español denominó a la llama "carnero de Indias") y las cabras. Irrumpe con cacareos la gallina y con su aire marcial el gallo. En el crepúsculo se mezcla a la lengua de bronce del campanario. El caserío o el poblacho dicen su oración. Como vacíos caracoles tirados en la arena, están por allí, de tarde en tarde, los portezuelos y caletas, con su miseria sórdida. El pescador eterno. Por aquellos cantiles y cuevas y encrucijadas de roca pulularán, al resguardo de la noche, del silencio y de la soledad diurna, contrabandistas y piratas. Siglos transcurren y no varía el rostro de la tierra: unos años de abundantes aguas que desbordan las márgenes fluviales; otros, sequedad. Surcos en la corteza terrestre, relleno de otros surcos por los deslizamientos aluviales, incesante erosión, recubrimiento incesante, un solo ritmo. Pero el hombre ha hecho más, construyó otras ciudades en reemplazo de las difuntas. Orgullosos señores de Trujillo con sus casonas de grandes portones con heráldicas divisas. Saña, emporio eclesiástico. Villorrios de Huaura y Barranca y Chancay. Villa de Arnedo. Por encima de todas la Ciudad de los Reyes, la alegre y criollísima capital del Perú. Fundada sobre un ancho valle, abundante en aguas, fue pronto jocunda residencia de nobles y plebeyos, un mosaico de bellos huertos y jardines, atesoradores de rosas y claveles, de magnolias y azucenas, lado a lado de legumbres y hortalizas para cubrir la mesa henchida de sabrosos potajes, y racimos dorados y rubíes para rociar con vino aquellas viandas de capitoso perfume. El amor, el canto y el baile llenarán aquel paisaje de cerros pelados, de opimas tierras labrantías, de huertos y jardines, de rumor de aguas y de vientos leves y ligeramente salados cuando vienen del mar. Penetra el campo a bocanadas por las anchas y rectas calles, lp/lleva a la grupa el vendedor de leche y hortalizas, de maíz tierno. El paisaje urbano es una mezcla de rusticidad y etiqueta cortesana. La elegante señora que viaja en su litera conducida por eséiavos hace alto en un portal donde la negra anticuchera ofreoe su tentador potaje, ó manda que se le acerque esotra que, cabalgada »en un asno¿ pregona el "rico tamal". Alamedas y paseos imitan en el setecientos la jardinería francesa, como las mujeres el arte de amar.,
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La casa-quinta o casa de campo, como la de ios Presa, es una duplica versallesca, con sus juegos de aguas, recintos con profusión de gualda y oro o azul y espejería, sus glorietas propicias, el gran jard ín de corte geométrico, la calesa, el mirador, la capilla. Paisaje invernal de Lima, al difumino, sin sol seis meses, sin lluvia toda la vida, con noventa días de calor y casi nada de frío en todo el año. Humedad ordinaria cerca al cien por cien. Paisaje sin aristas, clima sin crudeza, representa el alma del Perú procreado en la costa, que se resigna, que renuncia a la lucha, que está contento porque "podía estar peor" .. . "Eí! Perú es Lima", se viene repitiendo década tras década» como para despertar al Perú y adormecer a Lima, la alegre y confiada. Paisaje de la costa peruana, comienza a variar ahora. EÍ capitalismo agrario implanta la maquinaria que muele sólo en Casagrande millares de toneladas de caña; industrializa la agricultura de ta costa de un extremo a otro, y al obtener sus pingües ganancias incrementa la salida del capital o su inversión en empresas industriales o constructoras de edificios. La máquina en la producción y en el transporte, la máquina rodando por la cinta de 1,000 kilómetros de la carretera longitudinal asfaltada. Luego, los" grandes puertos: el Terminal Marítimo del Callao, el de Matarani, el de Chimbóte, los muelles y almacenes, el movimiento bursátil los agita. Va cambiando el paisaje costeño. Una inmensa ciudad con más de medio millón (1) de habitantes es Lima; aquella gran aldea de huertos y jardines, borricos lecheros y negras tamaleras no es más. Grandes edificios de confortables departamentos y amplios almacenes han reemplazado las viejas y destartaladas casas; el ladrillo y el cemento sustituyen al adobe y la quincha. A los hórridos y humildísimos "principales" (planta baja), suceden ahpra las bellas casitas rodeadas de jardines, soleadas, alegres. La ciudad se tanza en su desarrollo hacia el mar, abriéndose en la rosa de su expansión a los grandes espacios calafateados por el yodo marino, como si adivinara que allí se va a salvar del terrible flagelo tuberculoso que se sigue incubando y estallando en los ruines edificios en que vive el pueblo, en los "callejones" insalubres, nidos del bacilo de Koch y de la malaria. Lima se remoza, se transforma, se moderniza aceleradamente, en una carrera contra el destino. Parques y jardines, anchas vías y paseos, ensanchan los pulmones de la ciudad. La
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piqueta implacable, sin escuchar la protesta de los románticos y de las misoneístas, demuele la falsa Lima de adobe y quincha; se abren las vías estrechas hasta convertirse en magníficas avenidas, no importa que se interponga un barracón "colonial", hasta alguna iglesuca malaveriada por el terremoto del 40; ta piqueta elimina todos los obstáculos y aparece el nuevo paisaje, la promesa de un Perú occidentalizado en el mejor sentido: de la higiene, de la salud, del bienestar, del industrialismo, de ta democracia, de la libertad. La caída a pedazos de la vieja Lima es el símbolo de la destrucción de un pasado sin gloria, de un paisaje sin grandeza, de una vida pacata y oscura, injusta, oprobiosa. Muere la tradición perricholesca para que surja la Lima del porvenir. Un aro de fábricas va encerrando a la capital del Perú, como un numeroso proletariado con una conciencia de clase cada vez más nítida, va definiéndose día a día, rompiendo el marco de la masa popular caótica. En el nuevo paisaje de la costa se perfila la silueta del trabajador manual como si en él reencarnara la extinguida figura del indio que creó el agro, en lucha épica con el desierto, el mar y la montaña. La sierra, con la variedad infinita de paisajes que inventa la desatada fantasía de los Andes, ofreció al hombre su mejor albergue. Sin embargo, el campesino podíase reputar más seguro cultivando en un valle costero, donde no llega el cierzo ni el granizo cae, temidos flagelos contra los cuales dioses y magos creen poder. Y, de ordinario, no pueden. El hombre en la sierra, enfrentado a su medio físico, tuvo también que luchar, denodada e incansablemente. La tierra era poca y pobre; robábanla el río y la montaña. Era un estrecho margen el que el hombre podía explotar. En los valles profundos y calurosos sólo era posible cultivar frutos tropicales. El talud era casi vertical, lo que impedía la utilización de zonas mesotérmicas. Mas el hombre de los Andes inventó la terraza agrícola, el escalón para el cultivo, y ni corto ni perezoso procedió en forma disciplinada y ejemplar a construir andenes en los montes y colinas, cortando aquí y allá, extrayendo peñascos y colocándolos unos encima de otros como muros de revestimiento, formando en cada terraza una maceta, con cascajo al fondo y después arena y tierra y, por último, tierra vegetal, todo acondicionado de manera que el terreno tuviese aireación y
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riego conveniente, con' agua conducida por caños y acequias, desde lo alto de las neveras o desde las cabeceras del valle, captándola del lio. Sistema grandioso que por su magnitud debiera ser considerado como primera maravilla del mundo. El hombre domesticó a la montaña, creó el paisaje, como el jardinero francés. Hizo la tierra agrícola que, desde entonces hasta hoy, sigue produciendo sin descanso, como en ninguna otra tierra. Sementera de terraza, cultivo de andén, pura creación del indio peruano trasandino. Gracias a este elemento cultural, el antiguo Perú pudo decuplicar su extensión de cultivo y, en consecuencia, su propia población. Sin la terraza agrícola no habría existido la cultura antigua del Perú. Y la terraza no habría tenido objeto sin la irrigación artificial. Riego y andén, he ahí las palancas que movieron el mundo peruano precolombino. Terrazas y acequias en el paisaje andino son rasgos imprescindibles. La agricultura vertical así lograda lleva la perspectiva, como en las pinturas chinas, de lo bajo a lo alto, y así el indio no es un ser de lejanía, sino de elevación. "Aquicito no más", su célebre respuesta, está indicando que carece del sentido de la perspectiva, del horizonte o lontananza, que es reemplazado por una percepción parabólica de hombre de montaña. Irá por los caminos más cortos, ascendiendo primero a la cumbre. Pero al mismo tiempo tendrá un gran sentimiento de lo perdurable, y cuanto sale de su mano lleva un destino de duración y persistencia, no en vano su materia plástica es la piedra. Todo lo que construye y crea tiene una espontaneidad y frescura tales, que no es "artificio"; parece tan natural como el peñasco, la flor o el fruto. No trata de oponerse a la naturaleza, sino de "hacer" como ella, humildemente, tal un hijo solícito. Construye la fortaleza de granito asentada sobre la roca, pendiente del abismo y unida a ella en tal manera que parece indiscernible su línea de contacto. La obra arquitectónica sigue los lincamientos trapeciales de la montaña. Labra, pule y bruñe la piedra amorosamente, como si ¡oh magia! , la amasara cual arcilla moldeable, plástica. Si una inteligente observación preside el estudio de los emplazamientos de la obra arquitectónica incaica, se descubrirá que ellos coinciden con el deliberado propósito de llevar al hombre a lo alto, como si persiguiese crear en él un sentido cósmico y circuncidarlo para hacer posible la penetración en el lejano horizonte. Machupicchu, Ollantaytambo, Písac, cien lugares más tienen en su derredor,un deslumbrante panorama,
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desde la altura se puede contemplar, con unción, el valle, el río, las montañas, el cielo, el sol, la noche estrellada, y todo parece conjugarse en una emoción panteísta. Este es un modo religioso de conducirse muy especial que debió consistir en poner al hombre en inmediato contacto con este "quid" divino del gran paisaje. La arquitectura resultaba así nada más que un dispositivo para adecuar al observador y de ninguna manera para que en él produjese un efecto buscado o artificial. El hombre de los Andes ama con las entrañas a la tierra, ningún ser humano posee una capacidad mayor de afección telúrica. Vive en su paisaje y su paisaje vive en él, en una correspondencia perfecta. Un propósito menos trascendental guía al indio en la construcción de la aldea y de la ciudad: no las emplaza en la llanura, sino, en prominencias o montículos, en la falda de las montañas. Esta vez de lo que se trata es de no "urbanizar" buenas tierras de cultivo. Pegándose al flanco del cerro, trepando por él, las casas aprovechan terreno poco útil agrariamente. Gana en cambio la belleza de estos racimos de casas que se descuelgan a diferentes niveles, rodeadas siempre de cortos espacios floridos o frutescentes. Bella en verdad la disposición, en distintos planos, del conjunto que forma el poblado, con una pintoresca disposición de escalinatas, pilas, acequias, árboles, tenazas de cultivo, corrales, plazas, depósitos, palacios y templos y tumbas. Todo conformado, al mismo tiempo, según principios de arte militar, con adicionales estructuras de muros defensivos, fosos, troneras, garitas de observación, torres de señales, etc. El paisaje serrano es horro de árboles. La altiplanicie sólo ofrece enanos arbustos achaparrados. Un álamo y un aliso peruanos (kiswary ranran), el molle, el chachacomo, algunos más, son disciplinadas unidades en filas dobles al borde de los caminos y de las acequias; no forman muchedumbre, bosque. El cultivo del maíz requiere grandes espacios abiertos, a plena luz y aire. Como en la costa, la naturaleza libre se hace presente en la sierra a cada paso. Su omnipotencia triunfa en el páramo, en la alta cordillera, en la puna brava. Nadie puede disputarle el dominio de las cumbres nevadas ni el de los salvajes salares del meridión, ni ese otro desierto de la altura que es el páramo. El hombre ha luchado por crearse un ambiente en los valles, tem-
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piado y tropical, en la puna misma. Lo ha conseguido en mucha parte; pero era y es, el Perú, tierra inmensa y deshabitada; tierra de nadie en extensiones enormes, tierra difícil, casi imposible de ser humanizada en no poca proporción. El pequeño paisaje jocundo que refleja al hombre se pierde en la inmensidad de cumbres y abismos de llanuras sin límite, de oquedades sin fondo, trágicamente inhumanas, hostiles, silentes, vacías. Sobre este mismo paisaje, un día y otro día avanza a caballo el español. Avanza, si avanzar es trepar y descender innumerables veces en un soto día para colmar una distanciare tiro de arcabuz, en línea recta. En sus desjarretados rocines los aventureros se lanzan por el dédalo de las montañas, ora penetrando en los calurosos valles bajo el tormento de los mosquitos y la amenaza mortal de las fiebres, ora ascendiendo, a las frígidas punas bajo el rigor del clima y de la altura que mata al blanco irresistente a la rarefacción del aire. El español, en una trashumancia vesánica, lo recorrió todo. Cuando se torna sedentario, encomendero, señor de indios y tierras andinos, comenzará a transformar el paisaje. En medio de la vasta área de sus dominios, levantará su recio caserío castellano, núcleo en torno al cual se congregarán las chozas de sus tributarios, los campos de maíz, las huertas de hortalizas, legumbres y frutales, las dehesas y caballerizas, el corral de puercos, el gallinero, más lejos y en lo altó los trigales y, en consorcio con la papa, las habas y la cebada. El edificio estará coronado de tejas. Lo dominará un campanario, remate de la capilla, que habrán construido y decorado los propios indios. Centenares de tales haciendas surgirán como por ensalmo en la vastedad del campo; la tierra pasa a ser de los nuevos señores, pero todavía la comunidad tiene la suya y vive en la aldea. Pequeños pueblos se desparraman también por valles y punas, y otros mayores se han ido formando, con sus poderosas iglesias de piedra y los caserones de adobe, con largas calles y anchas plazas. Cuzco, Cajamarca, Ayacucho, Arequipa, La Plata, Quito, Cuenca, Huánuco, muchos, muchos más. Otros árboles se enderezan con redondas copas, son cedros. Otra fauna doméstica se agrega a la aborigen. El paisaje se enriquece con tonos de amarillo de trigales y rojo pardusco de tejados y blanco de enjabelgadas paredes. Pero no es la agricultura el amor de estos hombres nuevos sino una riqueza más fácil: oro. Hay que extraerlo de lavaderos y minas, y la plata y el azogue. Miles, muchos miles de indios a Potosí, a
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Huancavelica, a Sandia y Carabaya, a trabajar las minas. La coca es otra riqueza para el español: la vende a los mineros para que se la den al indio, que con ella engaña su hambre y su dolor. Pero será también el indio quien irá a cultivarla, en la insalubre región tropical. Morirá, como el minero, en el fondo del socavón. Despuéblase la siena, arruinan adrede los villorrios indios cumpliendo la ordenanza de Reducciones, éxodo por los caminos de la montaña y del trópico, blanqueadas las rutas por los huesos de los que desertan, de los que, como en el Sahara, se recuestan para morir, mientras la caravana prosigue su ruta. Ruinas de aldeas, ruinas y ruinas. La maravillosa obra de las terrazas agrícolas se desmorona, sin que nadie lo evite; los canales se obstruyen; las aguas no derivan a tos campos que las necesitan. Ruinas y ruinas. El paisaje jocundo y feliz tórnase doliente y sombrío. Los caminos incaicos desaparecen; unas pocas vías para caballos unen Lima al Cuzco, o Urna a Trujillo; pero todo se abandonó ya, hasta el sabio sistema de posadas o tambos y el perfecto servicio de postillones o chaskis. Varió sustancialmente el paisaje y, como en la costa, en la sierra perdió el hombre el capital que había acumulado el trabajo de dos mil años. Ferrocarriles y carreteras han salvado en pequeña parte el tremendo aislamiento en que vivíamos dentro del Perú. Telégrafos, teléfonos, radiotelefonía, permiten ahora una comunicación instantánea con muchos lugares; pero todavía es poco, muy poco, si se toma en cuenta nuestro porcentaje inmenso de analfabetismo, nuestra enormísima proporción de gentes desnutridas, paupérrimas. Nada, á no ser et árbol eucalipto, hemos agregado al paisaje de la sierra peruana. El paisaje refleja al hombre. Nuestro hombre no ha salido aún del cascarón colonial. El encomendero subsiste, con el corregidor, con el párroco, con los oficiales reales, con las audiencias, con el curialismo. Parecen desfilar silenciosos, como sombras, por estas plazas de pueblo desmoronado, leproso, por estos caminos en que el señor va a caballo y su siervo a pie, al mismo paso de la cabalgadura; sigue, sigue el espíritu colonial. (1)
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GEOGRAFIA Y CULTURA Por dos caminos opuestos, el Peni ha recibido las corrientes culturales que han formado su personalidad actual. Arqueólogos y etnólogos llegan a la conclusión de que fueron las tribus selváticas de la Amazonia las portadoras de los gérmenes que, al desarrollarse en los valles orientales, se mezclaron después en la zona andina*, rebasando hacia el litoral del Pacífico. La lección de los botánicos ha sido ejemplar cuando explican cómo se originaron los complejos de plantas domesticadas, cultivables por el hombre. El camino del maíz, de la yuca, de los frijoles, de tantos otros frutos alimenticios, es el camino del hombre y de la cultura. Es también el camino del sol. Ex oriente lux. Si de oriente vino la luz, de oriente arrancan las raíces de la antigua cultura peruana; pero es del oriente americano, del gran vivero y almacigo que llamamos el Oriente Selvático. El Perú, por su conformación física, está mirando a este oriente y de espaldas al mar. La Sierra del Perú, el Perú esencial, está separada de la costa por el muro continuo de los Andes. El litoral es una estrecha faja que podría ser comparada a una repisa sobre el océano. Los Andes, padres del agua, conforman la mayor red hidrográfica del mundo: de sus cumbres y de sus entrañas nacen todos los ríos, pero la dirección de la máxima suma de ellos es hacia levante, como si fueran todos al encuentro del sol. Los múltiples cursos de agua son recogidos por el gigantesco Amazonas, aorta de este sistema circulatorio. La sierra, gracias a él, está amarrada por este kipu líquido a aquel gran mundo de la selva. Cada río es una ruta, pero el hombre no siguió su curso, sino lo remontó, ascendiendo de la llanura, deteniéndose en los
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coitos de deyección, con la sagrada semilla del alimento. Apresó la planta para siempre, la naturaleza tuvo que obedecerle, y a plazo fijo, gracias a su energía y a su maternal cuidado, el hombre pudo recoger los frutos por él sembrados: con ellos quedaba para siempre asegurada su existencia. La agricultura había aparecido, y cotí ella la civilización. El milagro de la planta, verdadero presente de los dioses, podía, sin embargo, peligrar si las condiciones del clima y del suelo no eran apropiadas. Debía el hombre ser muy cauto y no envanecerse con su triunfo. El modo mejor de dominar a la naturaleza era obedecerla; sí, obedecer en cierta medida, pero al mismo tiempo rebelarse un tanto. Ir más allá. Y fue ascendiendo peldaño a peldaño (a escalera inacabable de los Andes. En este recorrido ascensional debió emplear quién sabe qué siglos. En cada alto repetía la experiencia agrícola y la planta era obediente: fructificaba a su tiempo. Así la prueba iba repitiéndose paralelamente por los estrechos y calurosos valles, cada uno de éstos poblado y cultivado por un grupo de hombres que iba aislándose de los otros que formaron un todo mayor allá en las selvas de origen. Los hombres así separados fueron diferenciándose entre sí y la planta, conjuntamente, también se diferenció, apareciendo sus variedades. Estilos de vida y estilos de cultura. Variedades de maíz y variedades humanas. Así hasta llegar a los valles altos; pero como en todo éxodo, sólo arribaron los escogidos, los de mayor resistencia, el.maíz como el más noble fruto. En el Mesotermio habría de realizarse el encuentro entre los originarios del trópico y Los procedentes de la meseta; porque estos últimos arrancaban de la altura y descendían, sin saberse aún el detalle de su proceso. La papa y el olluco, la oca y la quinua, se cultivaban desde remota edad en los climas fríos de la estepa. A las orillas del alto mar de Titicaca discurría el hombre, dueño de su destino, con su propia agricultura. ¿Cómo había llegado al techo del mundo? ¿De dónde salió el tubérculo y el microscópico cereal de concentradas vitaminas? La Etnobotánica no sabe aún explicarlo. Por los anchos espacios superiores esta humanidad antigua habíase extendido, su conformación orgánica habíase hecho a la rarefacción de tal atmósfera, existía una cultura a cuatro mil metros sobre el nivel del océano, con un complejo ethobotánico propio, con un género de animales domesticados de gran utilidad, como la llama y la alpaca, cubiertos de grueso abrigo que proporcionaría al hombre la inapreciable materia
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prima con qué tejer sus vestidos, para reemplazar de este modo la primitiva piel arrancada al animal para defenderse de la inclemencia polar de tales climas. En su lucha con las tempestades, con el viento helado, con la aridez del suelo, con el desabrigo de h planicie infinita, con el imponente silencio de la deshabitación, con la intemperie bajo la lluvia y el cierzo, bajo el sol quemante, el hombre de las grandes alturas andinas forjóse como un titán de recia armadura ósea, de pétreas angulosidades faciales, de gigantesco tórax continente de un corazón y de unos pulmones sobrehumanos. Esta raza desplegó su energía en múltiples sentidos: fue la constructora y la modeladora de una sociedad de amplios horizontes que rompió la cascara del pequeño grupo, seguramente la primera que creó el estado, conquistando y subyugando a otros pueblos. Del alto mar Titicaca, según el mito, emergieron los dioses celestes (sol, luna y estrellas), trasladándose al firmamento; a sus orillas y en su sagrado isolario, el dios creador Wirakocha hizo al hombre de piedra y pobló el mundo de bestias y plantas. De esta creación en la altitud lacustre deriva todo lo existente. La civilización de aquí surgida dejó sus huellas en todo el territorio, tanto en el norte como en el centro, en el oriente como en el occidente. Cuando estos hombres de rudas facciones, grueso tronco y piernas cortas, los kollas, bajan al Mesotermio, a los sonrientes valles del Cuzco, de Jauja o del Rímac, mézctanse con las otras gentes que ascendieron de la llanura tropical, del Oriente Selvático. De este mestizaje nacen las naciones que ocupan el entero panorama del Perú antiguo; aquellas que se aclimatan a la orilla del Pacífico, esas otras que se adaptan en ta cuenca del Mantaro o en el cañón del Santa, por doquiera un enjambre de hombres nuevos qué ligan Oriente Selvático y Alto Mar Titicaca. Conjúganse también los alimentos y el potaje se combina con yuca macrotérmica o con papa frígida, maíz tropical y templado y ají del fondo del valle, carne de llama congelada en la cordillera, peces del Mar Pacífico y peces del Titicaca, quinua y cafugua de la altipampa, frutas yungas de la costa y del oriente. Los kollawas de las cabeceras del río Majes tejerán lana de alpaca para sus túnicas y minuciosamente se las recamará de multicolores y brillantes plumas de papagayos selváticos. En las tumbas costeñas el muerto llevará para su viaje sin vuelta una bolsíta de coca oriental y otra de quinua de Kollasuyu. En dos mil años de alta cultura peruana,
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los elementos de todas las regiones físicas, de todos los grupos estilísticos, aparecerán así como en un continuo movimiento, mezclándose, intercambiándose, en una ininterrumpida influencia recíproca. Ahora bien, aquello más constante y repetido que actúa como un ritornelo, es precisamente lo "primitivo" que tiene su raíz y punto de partida en Amazonia. Rostros felínicos de máscaras, tatuajes, tembetas, deformaciones auriculares, cabezas humanas reducidas, cabezas-trofeos, collares de semillas o de dientes, plumajes, pintura facial y corporal, flauta de Pan, tambores, narigueras, tabaco, coca, maíz, yuca, frijoles, maní, papa dulce, papaya, jikima, ajipa, lúcuma, guayaba, chirimoya, ananás, tomate, ají, algodón, witu, achiote, chonta, quina, ayahuasca, todo viene de oriente; de este rico acervo esencial, muchísimo más rico aún de cuánto aparece enumerado, fueron portadores los hombres del bosque, los padres de la agricultura, los cazadores, pescadores y recolectores primarios. Una y otra vez, millares de veces, repitieron su contribución; ellos mismos se adaptaron a climas templados, fueron el humus del fértil campo de la alta cultura desarrollada después con nuevos aportes y nuevos inventos. Los hombres de los círculos primarios amazónicos siguieron en 4a jungla por siglos, mientras sus descendientes en valles y mesetas se transformaban hasta olvidar a sus progenitores. El hombre amazónico vive aún, en nuestro tiempo, a lo largo de los ríos montuosos, bajo el dosel de los árboles milenarios, en los claios del bosque, defendido de las ñeras con la fogata nocturna, cazando aves y mamíferos con susflechasy arcos de hace tres mil o cinco mil años, dedicado a la pesca por idénticos procedimientos a los seguidos por la tribu en la edad más remota, llamándose a largas distancias con su maguaré de broncos sonidos, pintado el rostro de negro o de rojo, cubierto el cuerpo desnudo de achiote, con la tembetá que pende del tabique nasal o que atraviesa el labio inferior, reduciendo cabezas humanas a ínfimo volumen, con bellos adornos de plumas en el tocado, con muchos collares de semillas y dientes de mono o de jabalí, fabricando la misma cerámica desde hace treinta siglos y extrayendo el veneno de la yuca (manihot utilissima), como cuando recién se descubriera el maravilloso secreto de hacer comestible una raíz sabrosa,
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pero mortal; con el uso de la yerba sagrada (soga de la muerte o ayawaska) que desarrolla ante sus ojos no paraísos jamás vistos, sino paisajes de este mundo situados a increíbles distancias, como el Mar Pacífico o las tierras de China (tal es la creencia en el poder de la mágica yerba; desarrolla —dicen- una extraordinaria virtud de televisión). Enfin,el hombre amazónico de hoy sigue siendo, en el fondo del bosque, el mismo de ayer, cuyos elementos culturales había registrado ya en la cerámica el artista protochimu. Es éste el dueño del bosque, hacia el cual se dirige el hombre blanco desde la mañana de la conquista española. Los primeros son atraídos por la leyenda de El Dorado, por el mito del Paititi, reinos de ilusión, más allá de la barrera selvática. Más tarde, en busca de la canela. Siempre con un trágico descalabro. Hambre, enfermedad y muerte eran los custodios del tesoro del bosque. La mente febril lo puebla de monstruosa fauna. Infierno verde, vorágine, caos, son para el pávido; tremendo campo de lucha para el pionero; teatro de crímenes para el desalmado aventurero de nuestro tiempo. Nunca la selva sufrió tan crueles ofensas como bajo el auge del caucho, allá por los comienzos del siglo. Las tribus pacíficas, y aun los indios bravos, estuvieron a punto de extinguirse ante la ferocidad del cauchero. No sólo la shiringa se agotaba al golpe despiadado del machete, también la vida humana. Una ola de sangre corrió por los regatos y los claros del bosque, haciendo huir a las fieras y chillar a las aves. Era la conquista del monte por el hombre blanco. El Oriente Selvático ha sido, y sigue siendo, con razón, mundo de misterio. El hombre y la técnica de nuestro tiempo intentan ir penetrando en él. Ya los caminos atraviesan sectores de bosque y comienza la colonización, siguiendo el curso de los ríos, esquivando las zonas insalubres, prefiriendo las tierras altas a la llanura misma, inestable, que se inunda una parte del año. Sin embargo, el dominio de la selva está reservado a un porvenir fuera de nuestro alcance. La colonización de la montaña por el hombre de los Andes ofrece los mayores peligros; porque el indio no resiste el clima tropical y es fácil víctima de las peores dolencias endémicas, casi imposible de desarraigar. Insistir en tal colonización sería obra suicida, porque resultarían sacrificados millares y millares de braceros útiles y productivos en la sierra.
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No todos los blancos que incursionaron en Amazonia fue, rom del tipo explotador predominante: toa bubo de otra naturaleza más humana, los misioneros católicos y protestantes. Perdidos en aquellas tremendas soledades, sufrieron, con ejemplar estoicismo, no sólo la hostilidad del medio físico, sino el abandono, la incomprensión y la franca antipatía. Predicaban un evangelio de amor en nombre de Cristo ante aquellas tribus de "salvajes" que sólo recibían del hombre blanco el maltrato y la muerte, la corrupción, el vicio. El cauchero explotador no podía verlos con buenos ojos, porque su sota presencia le estorbaba en sus extorsiones1 crueles. Poco es lo ganado por ta obra misionera, limitadísimo en número eí de selváticos mejorados en su condición humana. Interesante, sí, desde el punto de vista etnológico, la investigación realizada sobre la vida y costumbres de aquellas tribus primarias y de valor semejante, bajo el aspecto geográfico, la ininterrumpida exploración de inmensas zonas desconocidas. La verdadera fundación de ciudades comienza en el siglo XIX, culminando con el puerto de Iquitos sobre el Amazonas y el de Maldonado sobre el Madre de Dios. La comunicación aérea ha resuelto el problema de la rápida aproximación de las poblaciones amazónicas a Lima. Iquitos, hasta hace veinte años, se hallaba demasiado lejos de la capital del Perú: las autoridades salidas de ésta tenían que viajar primero a Nueva York y de allí al Brasil, para iniciar en las bocas del Amazonas el viaje de surcada, demorando muchas veces más de cuarenta días: hoy sólo se emplea cinco horas en avión. £1 progreso de las carreteras, como la de Pucallpa, recién inaugurada, pondrá a Lima a sólo tres días de Iquitos por vías terrestre y fluvial. En los principales centros poblados de la selva peruana se produce un entrecruzamiento entre las corrientes de cultura española y portuguesa, a las cuales se agrega la europea en general, y en nuestros días la norteamericana. Ha sido frecuente la relación de Iquitos con Europa, por hallarse dicho puerto, hasta hace poco, más, cerca de ella. Mas tratándose de un centro exclusivamente mercantil, los puntos de contacto se han limitado a la esfera económica. Pese a las múltiples facilidades que ofrezca el transporte para unir la Amazonia con la costa del Pacífico, es evidente que dicho inmenso sector del Perú tiene su salida natural y, en consecuencia, su orientación, hacia el Atlántico.
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Cuando sean explotadas en mayor escala las riquezas de la selva, tan apreciadas materias primas como el caucho, la quina, las maderas, etc., y productos como el petróleo, no podran ser exportados sino por la red hidrográfica que desemboca en el gigantesco canal del Amazonas. Se sigue el curso de las aguas y la imponderable ventaja de la llanura, lo que no ocurre por la vía hacia el Pacífico en que precisa trasmontar los Andes innumerables veces por difíciles caminos para transportes a motor. La denominada Región Selvática, Montaña o Amazonia, presenta innumerables problemas, siendo el básico el de su poblamiento; para intentar su solución precisa resolver el de las condiciones mínimas para la habitabilidad. Ya hemos dicho que no es el indio de sierra el colono señalable; pueden serlo los mestizos costeños pero la costa misma es despoblada. La inmigración europea tendría en aquellas tierras nuevas un campo ilimitado; mas, para asegurar su éxito, se requiere una fabulosa inversión de millones. Hasta que no se desarrolle un plan integral, la selva no será sino un monstruo voraz que atrae, pero que engulle y mata a cuantos se aventuran en pos de fortuna, a lanzarse por sendas y trochas. La pequeña colonización ha comenzado; no es, no puede ser, sino una prolongación de la sociedad costeña o serrana, con sus mismos graves defectos y taras. No se cumple el sueño de muchos generosos espíritus que situaban en el Oriente Selvático el hogar de una nueva humanidad. En estas condiciones, nada alentador se espera. Se está operando una rápida disgregación de las tribus primarias, absorbidas por los "puestos" de caucheros o por los núcleos urbanos incipientes o por las grandes haciendas ("latifundia"), que ya aparecen. Los vicios y las enfermedades "occidentales" producen morbilidad creciente entre los grupos montañeses. No se puede decir que van a desaparecer, porque se calcula que pasan de cuatrocientos mil los denominados "salvajes" o chanchos, y muchos se retiran a zonas menos accesibles a los blancos; pero sí es dable asegurar que su transformación se realizará a más corto plazo. El etnólogo tiene que apresurar sus investigaciones antes de que sea demasiado tarde para el registro de todos los elementos de estos círculos de cultura primaria que tan importante papel han desempeñado en la vida de América, por millares de años. Cuánto se ignora aún de su riquísimo acervo cultural: leyendas y mitos, conocimiento de las virtudes medicinales de las plantas, arte y
LUIS E. VALCARCEL 62 técnica originales, etc. Amazonia, Oriente Selvático, en un mapa de la cultura tiene como cifra: lo primigenio sigue siendo la realidad dominante. Losfilósofosde la historia de la Ilustración habrían bautizado con el nombre de Salvajismo esta inmensa zoria, primer estadio, según ellos y los evolucionistas posteriores del proceso unilineal de la humanidadSi la Montaña —como la denominó el español— es el mundo de lo primitivo por excelencia, la Sierra o la vasta zona de los. Andes, con sus valles y mesetas, vendría a ser en una geografía de sabor igualmente "ilustrado" o "evolucionista" el campo de la barbarie, segundo momento en el desarrollo cultural. La gravitante tradición arcaica, ¡ato sensu, caracteriza a la sociedad serrana en sus múltiples pequeños núcleos dispersos en las anfractuosidades andinas. Un predominio considerable de la raza india da el tono a este gran conjunto demográfico que importa más de un 65 o/o de la población total del Perú. Sin embargo, la penetración española fue importante y en centros como Cuzco, Ayacucho, tajamar ca, del Bajo Perú; Chuqiüsaca y Potosí, del Alto Perú; Quito, de la presidencia de ese nombre, la cultura hispánica se manifestó en forma ostensible. De todos modos, mirando el conjunto, tales núcleos fueron como simples islas en el extenso mar indio. Desaparecido el Imperio de los incas por destrucción brutal de sus instituciones cardinales, de su organización político-económica, sólo quedaron como fragmentos inconexos los millares de aldeas y comunidades de campesinos que acertaron a conservar los elementos intransferibles de su vieja cultura, camuflándolos bajo apariencias españolas. La transculturación es un proceso que comienza en 1532 y que no ha terminado cuatro siglos y medio después, como intentaremos explicar.- La sierra es el campo de esta mezcla de las dos culturas. Por su conformación geográfica podría ser comparada a una marmita herméticamente cerrada. La civilización europea, hasta hace menos de medio siglo, no llegaba sino muy tardíamente en algunas de sus aportaciones, pudiéndose asegurar que en esa parte del mundo las condiciones sociales se mantenían en un estancamiento inverosímil. Frente a la poderosa tradición india se levantaba la igualmente fuerte tradición hispánica. En el Cuzco constituían todo un símbolo la ciudadela ciclópea de los Incas, Sajsawaman, desafiando a la fortaleza católico-española de la catedral, también de piedra, en un estilo imponente. En muchas casas de la ciudad, sobre las murallas
63 incaicas de granito, el español había prolongado la construcción agregándole hileras de adobes y coronando el todo de tejas castellanas. No se habían fusionado los estilos, sólo se habían yuxtapuesto. El pueblo continuaba hablando el quechua imperial y su clase dirigente el español, con muchos arcaísmos del seiscientos. Este mismo señor dé la capa dominante, si era cuzqueño, hablaba el idioma indígena en la intimidad del hogar. La influencia rural es evidente en todas las ciudades andinas, el campo es soberano y la tradición que viene de él se infiltra subrepticiamente. Aun en poblaciones como Arequipa, que presumen de blancas —Arequipa, en la época colonial, tenían un porcentaje mayor de españoles que Lima-, los quechuismos son innumerables. La afición al ají y a la chicha y casi toda la dieta arequipeña revelan una muy enérgica influencia india. Arequipa es la más campesina de las ciudades peruanas y su nombre es quechua, significa "tras de la cuchilla" (ari, cuchilla de cerro). En la arquitectura arequipeña, como se verá más tarde, se produce una sugestiva fusión ibero-inca, y es arequipeño el yaraví, (el jarahui antiguo), un canto melancólico en que el motivo frecuente es el "mal de ausencia" (nostalgia de los colonos cusqueños que fundaron Arequipa). Si en el Cuzco se percibe el duelo entre las dos culturas, el conflicto ha sido resuelto en el resto de la sierra peruana: lo español se ha indianizado hasta hacerse inconocible. El extranjero queda inmerso en este gran océano indio, como náufrago en un mundo ajeno, rodeado por todas partes de un ambiente social precolombino. Le separan no sólo los otros hombres, sino —ante todo— la naturaleza misma no humanizada, los ilimitados páramos, las altas y hostiles montañas, los espacios vacíos y silentes. Perdido el hombre occidental en lo profundo de un valle, entre abismos, o en la estepa, no pudo prosperar, ni mucho menos imponerse, como avanzada de su cultura. Hasta el clima agresivo le compelía a adaptarse o perecer. Pocos poblados de la sierra incluyeron elementos hispánicos: el porcentaje mayor de conquistadores y colonizadores formó los núcleos costeños de las futuras ciudades: Lambayeque, Trujillo, Urna, lea, Arequipa. En el Cuzco, Cajamarca, Quito, Ayacucho o Chuquisaca, asturianos y vascos aclimatáronse definitivamente. En centros de gran importancia económica por sus riquezas mineras, como Potosí y GEOGRAFIA Y CULTURA
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Huancavelíca, el español sólo residía et tiempo necesario para hacer fortuna. E l funcionarismo peninsular con sus corregidores que formaba el armazón del estado, era singularmente móvil: se renovaba con gran frecuencia, permaneciendo apenas l o bastante para obtener una posición económica que abonase su regreso a España o a la capital del virreinato. Sé asentaron más firmemente los colonizadores en el Mesotermio, en las partes alta y media de los valles trasandinos, huyendo por igual del trópico y de la puna. E l resultado de esta fijación fue u n mayor mestizaje cultural en dicha zona, como l o revelan las particulares características de las ciudades ya citadas. E n el altiplano, el i n d i o permaneció en situación ventajosa, porque le fue posible conservar con vigor su propia tradición, a diferencia de lo que ocurría con e l i n d i o de quebrada o valle templado más inmediato al d o m i n i o hispánico y , en consecuencia, sometido mayormente a una condición servil. La desaclimatación del español a la altura fue trágica en los primeros tiempos, siendo u n hecho histórico que, en Potosí y otros lugares elevados de los Andes, los criollos (hijos de peninsulares) apenas vivían unos pocos días después del nacimiento. Otro tanto ocurría con las crías de caballos o toros, razón por la cual Pizarro reconsideró la fundación de la capital de sus dominios en Jauja. Menores debieron ser las dificultades para el cultivo de plantas como el trigo aun más allá del Mesotermio, como h o y se observa, siendo la cebada aún más resistente, por lo cual es preferida por el i n d i o . Es en la siena donde se produce el primer mestizaje biológico entre los soldados españoles y las mujeres indias. Los jefes mismos de la Conquista y sus capitanes tomaron por compañeras a princesas incaicas, como doña Angelina o doña Isabel. De tales enlaces surgió u n nuevo linaje elevado a lá categoría aristocrática, con títulos de nobleza, en cuyos escudos se mezcla la heráldica peninsular a la peruana antigua de los señores del Cuzco. Vastagos ilustres, como el Inca Garcilaso de la Vega, harán perenne la unión de dos razas y dos culturas tan disímiles. No sólo interesará al estado tales alianzas, sino también a la Iglesia, como en el simbólico matrimonio de u n sobrino de San Ignacio de Loyola con una heredera de la realeza incaica. Los jesuítas persiguieron siempre u n cierto restablecimiento de la
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estructura imperial para beneficio suyo: ellos reemplazarían a la antigua clase dirigente y la gran masa disciplinada les estaría sometida en forma harto provechosa. Su santo fundador fue proclamado patrón general de los indios. Pese a la fundación de Lima, el Cuzco conservó su importancia política y el español lo consagró en su preeminencia al rebautizarlo como " L a Muy Noble y Fidelísima Ciudad del Cuzco, Cabeza de estos Reinos del Perú", con derecho a primer voto en las asambleas. E l conquistador no fue inmune al sentimiento de majestad y gloria que despertaba la vieja capital incaica. Respetó en mucha parte aquellos imponentes monumentos, conservándolos o adaptándolos, sin demolerlos enteramente. Siguió la política de sobreponer: alzó el convento de Santo Domingo sobre el templo del Sol. La importancia del Cuzco no decreció en el curso de la vida virreinal: fue dotada de todo el esplendor que correspondía a la sede de los mayores terratenientes, los encomenderos, cuyo número llegó a setenta. Mansiones principescas representaron el señorío de aquella clase dominadora peninsular. Suntuosos templos y grandes monasterios revelaban el considerable poder social y económico de la Iglesia, Ella tenía en sus manos no sólo el dominio material de la riqueza, sino ei arma poderosa de la dirección de los espíritus. Desde el siglo X V I funcionaban centros de enseñanza superior, como la Universidad Pontificia de San Ignacio de Loyola o el Seminario Conciliar de San A n t o n i o Abad, y desde el siglo X V I I la Universidad de ésta última advocación, que es la que subsiste hasta hoy. Aparte de la enseñanza pública, en que principalmente se preparaba a los sacerdotes, éstos contaban con la eficaz propaganda impartida desde la cátedra del Espíritu Santo. Para dirigirse a las grandes muchedumbres indias e indomestizas, los predicadores tenían que hacerlo en el idioma vernáculo, realizando u n notable esfuerzo de expresión para lograr que aquellas mentes llegaran a entender los misterios de la fe, con u n éxito m u y relativo o casi nulo. De la religión católica no fue captado jamás el dogma y , en cuanto al culto, sirvió de vehículo a los propios sentimientos religiosos del indígena, como se demostrará en el capítulo respectivo. Una educación sistemática no existió nunca, sobre todo de las clases populares, limitándose la enseñanza a las
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"primeras letras", en forma m u y restringida, y al conocimiento de la Doctrina Cristiana en forma puramente memorística. El poder de la Iglesia, ejercido desde el confesionario, fue constante y decisivo, no sólo sobre las clases altas, sino también sobre el pueblo. Para aquéllas era el sacerdote supremo consultor que influ ía en la determinación de las orientaciones familiares y aun en el reparto de los bienes, en las disposiciones testamentarias, en las cláusulas forzosas que establecían legados para el sostenimiento del culto y "obras pías" y para misas en sufragio del alma del testador, como especie de pensión vitalicia, aparte de las denominadas capellanías y censos, vinculaciones de la propiedad en favor de la Iglesia. Todas estas manifestaciones religioso-económicas son constantes hasta nuestro tiempo. E l pueblo acudía a la llamada del sacerdote no sólo para cumplir sus obligaciones rituales, sino para otro género de tareas: el trabajo en el cultivo de las sementeras eclesiásticas o en las instalaciones industriales, como los célebres obrajes jesuítas o en la construcción de residencias del clero. Cuando se trataba de edificar un templo, una movilización total durante largo tiempo, a veces décadas, hacía que todas las energías populares se invirtiesen en la obra. Ningún espectáculo más semejante a los que ofrecía el medioevo europeo cuando se levantaban las gigantescas catedrales góticas. Así debió ocurrir en el Cuzco, en 1652, después del terremoto que destruyó gran parte de la ciudad. Bajo la dirección, y en parte con el peculio del célebre obispo don Manuel de Mollinedo, en el curso de pocos años la imperial ciudad fue reconstruida en innumerables y magníficos templos y conventos, trabajo en que participaron, además de los millares de obreros indios, todos los artistas indígenas, mestizos y españoles, que produjeron una riqueza prodigiosa en pintura, escultura, orfebrería, ebanistería, platería, etc., para decorar las enormes fábricas de piedra que labraban primorosamente los alarifes descendientes de los eximios constructores del Cuzco incaico. Los mismos sillares que integraban los edificios precolombinos, esta vez iban a componer las moradas de Dios, bajo el signo de la cruz. La sierra, permaneciendo leal a su propia tradición nativa, absorbió, sin embargo, muchos elementos culturales españoles que supo modificar a su manera. Si la sierra es la barbarie, por este predominio de las "culturas barbáricas" del Perú antiguo,
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como las llama u n conocido historiador peruano, la costa, en esta clasificación prejuiciosa, muy siglo X I X con rezagos del Setecientos, es la civilización, cúspide del desarrollo humano. La costa era un centro importante de cultura precolombina desde tiempos remotos: había florecido en sus valles-oasis m u y fragmentada y diferenciada a causa del aislamiento, porque cada valle era como un pequeño mundo aparte separado por dos poderosos aisladores: el desierto y el mar. Los peruanos no eran avezados navegantes. La comunicación se establecía, no a través de los arenales, ni tampoco, en gran escala, por el camino marítimo, sino más bien por las alturas andinas, por los comienzos del valle, ruta que siguieron los conquistadores, llámense kollas, incas o españoles. Iban "encollarando" o ensartando a los pueblos costeños con la cuerda-eje del camino de la montaña. Dominadas las cabeceras del valle, éste se rendía. Eran sitiados por hambre y sed si les tomaban las nacientes de sus ríos y canales de riego. Una muy clara dependencia presentan los pueblos costeños en relación con la sierra: su cultura misma no es sino una derivación. Ningún investigador científico ha encontrado en el litoral peruano alguna planta original domesticada ahí: no se formó u n tercer complejo etnobotánico que siguiera a los ya aludidos del trópico y el altiplano. Todas las plantas alimenticias y útiles domesticadas por el hombre inmigraron a la costa procedentes de sus centros originarios: maíz, yuca, maní, frijoles, etc., penetraron por la ruta septentrional, desde las junglas marítimas de Ecuador y Colombia que, a su vez, las recibieron del Oriente Selvático. Bajaron hasta niveles adecuados de este lado de los Andes la papa, la oca y el olluco, no así la quinua y la cañigua. La papa viene a integrar la base alimenticia costeña j u n t o al camote. "Olluquitos con c h a r q u i " (carne conservada) viene a ser h o y mismo u n plato limeño. La llama desciende temporalmente a la costa, cuyo clima le es fatal, como al hombre de altura. E l algodón encontró en estos valles marítimos u n magnífico terreno y clima insuperable para su desarrollo. Como se verá después, es éste u n producto de gran calidad y objeto de monocultivo, el único en el cual el hombre contemporáneo, hizo algo importante. Los trabajos agrícolas de esta región debieron demandar una técnica m u y desarrollada: empleáronse sistemas de irrigación avanzadísimos, abonos, terrazas, drenajes, etc. Todo hace pensar que se trata de una técnica transportada de la sierra, donde había u n progreso con-
LUIS E. VALCARCSL 68 siderable en el cultivo del suelo. Las grandes labores fueron acometidas por un pueblo ya numeroso y disciplinado y de ninguna manera por pequeños grupos incipientes. El florecimiento agrícola determinó la abundancia de alimentos y la densificación demográfica, hasta constituir conjuntos de suma importancia, como los que se desenvolvieron en los valles de Lambayeque y La Libertad, en el del Rímac y en el de Chincha. Cuando llegan los conquistadores españoles, esos conjuntos conservaban todavía su categoría primordial. Las ruinas arqueológicas de Mimo, Pacatnamu, Chanchán, 'Pachacámac, Huatca, etc., revelan con la prueba objetiva cuanto se afirma. Esas comunidades se alimentaban en los tiempos precolombinos preferentemente de frijoles, pallares, maní y maíz, como se puede apreciar por la frecuencia de sus representaciones en los objetos artísticos chimú, naska, lima, etc. El dominio incaico producido entre los siglos XIV y XV incrementó y perfeccionó la economía y la técnica de estos pueblos que entraron en la sociedad general del Imperio, aun cuando no habían sido incanizados sino parcialmente. Los españoles tomaron su primer contacto con el Perú por esta zona que, como hemos visto, era secundaria en el mundo incaico y aun en el cosmos preincaico, en uno y otro caso, el Perú no tenía su fachada hacia el Mar Pacífico, sino más bien su muro posterior. Los invasores asaltaron la fortaleza peruana por la puerta falsa que se creía suficientemente defendida por el foso marítimo. Con el afianzamiento de la conquista hispánica, el Perú voltea la faz y el frontispicio es ahora occidental. La República ha dado las espaldas al Perú de los Andes. El movimiento es ahora de oscilación. Alguien ha citado las dos caras de Jano refiriéndose a este conflicto. El primer pueblo español fue fundado cerca de la actual ciudad de Piura, al cual siguieron Lima y Trujillo; todos se levantaron en núcleos indios importantes. La capitalidad de Lima fue, sobre todo, determinada por su inmediación al mar: el español miraba, en este primer tiempo, como su natural escape, la superficie oceánica. Pizarro no quemó sus naves. El conquistador, firmemente avecindado en la costa, esperaba tranquilo el producto del trabajo de los indios de la sierra, el producto de las minas y la tributación de sus encomiendas. Inícia-
69 se la vida urbana, se crea la atmósfera de corte en el virreinato, la burocracia, el clero, la milicia, el comercio peninsular, la artesanía de los mestizos. Pero el campo debe recibir también una transformación correspondiente: los valles costeños ya entonces comienzan a reducir sus cultivos alimenticios, la introducción de la caña de azúcar traída de México fundamenta la economía agraria de tipo industrial. Se trastorna gravemente la existencia del pueblo indio de las cuencas marítimas, cuya extinción va a conseguirse a la larga. Múltiples factores, siendo el principal la escasez de alimentos, debieron determinar el éxodo indígena hacia la parta alta de los valles y su decrecimiento demográfico en considerable proporción. Los terratenientes habrían de verse en la dificultad de conseguir braceros para el trabajo de la caña, los indios serranos temían el clima insalubre de las regiones palúdicas y calurosas; traídos por la fuerza, debieron morir a millares. La solución fue hallada al intensificar la corriente esclavista de inmigrantes africanos. Pronto las ciudades y campos del Pacífico albergaron un número apreciable de negros. Lima alcanzó un alto porcentaje de habitantes de esta raza. Lima se tiñó de oscuro aceleradamente. El esclavismo había de influir, en forma acentuada, en el espíritu de la sociedad colonial. Amos y esclavos constituyeron las dos capas principales, distribuyéndose la población, polarizándose en esos dos sentidos. Pero el negro no se adhirió a la clase inferior de indios en servidumbre, sino más bien a las de los señores blancos, y el mestizo fluctuó entre ambos extremos. GEOGRAFIA Y CULTURA
La costa, por su situación geográfica y por su composición social, a la larga vino a representar el Anti-Perú. El español seguía mirando la superficie oceánica y, en el más lejano horizonte, a su península nativa; el negro no debió perder del todo la nostalgia de la jungla de origen; el indio trasandino se sentía un desterrado entre el desierto y el mar, lejos de sus montañas; el mestizo era un desarraigado, sin patria, sin legítimos padres. Todo el complejo se agitaba en la fiesta, confundido en masa variopinta, dentro de la atmósfera del incienso de las procesiones o en el coro de alabanzas al nuevo virrey llegado de España, al son de chirimías y timbales. El cielo cristiano y España, el cielo del rey, eran entrevistos como mundos de maravilla, adormecedores como un opio irresistible. ¿Dónde estaba el Perú? ¿Qué era el Perú? Para el peninsular, seguía siendo su espacio productor, la tierra de los
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ricos minerales, del oro y de la plata, la muchedumbre de indios serviles y de negros esclavos que trabajaban para él, para enriquecerle, para hacerlo poderoso, hidalgo, conde, marqués. E l Perú era para e l negro una Africa sin árboles, una sementera que labrar, la buena casa del amito en que servir, del nacimiento a la muerte, de los abuelos a l nieto, por t o d o el tiempo, hasta la eternidad y sin esperanzas. ¿Entrarían los negros al cielo? E l Perú, para el i n d i o , equivalía a dolor y tortura, a angustia por el bien ausente, su terruño; trabajo agotador, trágica expectativa de muerte en el fundo malárico o en la mina. Para el criollo, heredad que disfrutar, mas sin honores de poderoso. E l mestizo sentía el Perú como contradicción: mediohermanc del blanco, no se sentaba' a su mesa; mediohermano del i n d i o , le estaba vedado vivir con él. En los oficios servía a uno y o t r o , en el empleo (mayoral, capataz o administrador) era desleal a ambos. Se vengaba así del Perú. Lima fue paradigma dentro de este proceso: sus academias y universidades crearon el paraíso de la escolástica, puerta de evasión de la realidad del Perú: las mayores inteligencias peruanas se perdieron en u n dédalo de sorites y entimemas;la Iglesia doró la p i l d o r a con su cielo prometido; perdióse la literatura en el ditirambo, en la más baja adulonería; la imprenta fue vehículo para los más eficaces soporíferos intelectuales. Pocos, contadísimos hombres, guardáronse en el aislamiento. Sólo en el siglo X V I I I comienzan a filtrarse algunos rayos de luz de cultura europea. Es una luz estelar que llega hasta aquí atravesando espacio de siglos, luz fría que trae e l mensaje retardado de pensadores florecientes en Europa cien años antes. Leibníz, Descartes, apenas son conocidos en la clandestinidad. E l ojo avizor de la Inquisición, el Argos eclesiástico, está encima. Vacuidad en las altas esferas, ignorancia en el pueblo, eran factores poco favorables a una verdadera transfusión de cultura. El medioevo y la Contrarreforma, al darse la mano, escamotearon la influencia renacentista que no llegó a América sino m u y tardía y alterada. La Lima de las tradiciones de Ricardo Palma, galante y devota, es de una composición arquitectónica entre serrallo morisco y convento. La " t a p a d a " , un elemento cultural moro que es solamente cascara o cobertura musulmana, representa toda la picardía criolla. Rodea de su carnavalesco misterio la constante
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relación entre hombres y mujeres. E l amor y el placer, o sus contrarios, dependen ahora del guiño equívoco del ojo visible. Solteras o casadas, jóvenes o viejas, feas o bonitas, atisban protegidas por la saya y el m a n t o , llevando al completo azar, a la sorpresa, al incauto varón que se prendará de la enigmática " t a p a d a " . Es curioso cómo lo que entre árabes significó un medio de protección, con el velo que cubría el rostro de las mujeres, en el Perú fue u n arma sensual poderosa con que la hembra atraía, en vez de rechazar, a peligrosos rivales del marido. Echada la red, una Micaela Villegas cogía en ella nada menos que al virrey de Amat y J u n i e n t Los últimos años del Setecientos representan como una disolución íntima de la tradicional sociedad hispánica: aflojábanse las rígidas normas: abríase tremenda brecha en el orgullo de la corte limeña al proclamarse como una Madame Pompadour nada menos que una cholita audaz de Huánuco, que se complacería en herir el orgullo de las nobles damas^ rompíase el hermetismo de la incomunicación intelectual con Europa* introduciéndosela Enciclopedia, Voltaire y Rousseau, bajo el propio manto de la Iglesia, entre ornamentos y sagradas biblias; padres Jerónimos se m u l t i plicaban: destruíase el respeto a la corona; curas de aldea se atrevieron a hablar con altanería contra sus congéneres de la Península, monopolizadores de los beneficios eclesiásticos; frailes peruanos contendían con frailes españoles en los capítulos provinciales. Todo se iba preparando en la capital del virreinato para próximos eventos. Las nuevas gabelas pesaban sobre la incipiente burguesía, provocando en ella irritación y descontento. La costa agítase desde Tacna hasta T r u j i i l o , ya la sierra había sufrido el gran sismo político de la revolución del i n d i o Condorcanqui. Hasta la selva había templado sus nervios con el sacudimiento de Juan Santos Atahuallpa. Geografía y cultura marcan su estrecha correspondencia. Mientras la costa capta y recoge los movimientos sincrónicos del año 10, reflejando lo exterior y exógeno, ta sierra, desde 1780, se revolucionó por propia determinación, prolongándose la onda hasta el A l t o Perú y las provincias del Río de la Plata. Túpac A m a r u , su caudillo, era u n i n d i o como la sierra misma. No prosperaron los intentos costeños, porque no habían alcanzado volumen, eran abortivos! Largos meses habían de convulsionar las tierras andinas los levantamientos cuzqueños de
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Túpac Amaru y Pumakawa: el gobierno español movilizó considerables fuerzas para sofocarlo. Las batallas de la libertad fueron dadas en el corazón de la serranía. Junín y Ayacuctio sellan la independencia de América. Bolívar, desde el primer instante, como genial político y estratega, comprende que no era en la costa donde iba a decidirse el gigantesco duelo entre el poder español y. la naciente libre América, sino detrás de las montañas. Como en el Imperio y como en la Colonia, ahora en esta Guerra de Liberación volvía a jugar la zona andina el papel primordial: inagotable abastecedora de hombres y de recursos económicos, la sierra, en el proceso de la cultura, importa lo decisivo y sustancial. Ingresa el Perú en un nuevo ciclo histórico con la implantación de la República: las tres regiones geográficas, como personajes de un solo drama, actúan cada una en su papel, con divergente eficacia. La Revolución había triunfado por la alianza de criollos y mestizos y el apoyo de la indiada, fondo móvil de todo cuadro histórico. Retirados del país los capitanes de la Independencia, venidos del norte y el sur en una conjunción heroica para demoler el último reducto español, los peruanos quedamos solos en casa. Dos núcleos dirigentes iban a modelar el nuevo estado. Uno de hombres de leyes, otro de soldados. E l primero se empeña en la imitación de las normas y estructuras flamantes en las repúblicas ejemplares. El segundo hace frente a la realidad nacional con e l factor decisivo de la fuerza. E l nuevo estado debe responder, o a directivas ideológicas importadas, o a la voluntad creadora de los caudillos peruanos. E l duelo debe decidirse entre los doctores y los generales. Por fin, los doctores habrían de dividirse, plegándose a las distintas facciones encabezadas por jefes militares. La batalla había de decidirse lejos del campo de las ideas, los principios y las doctrinas, para encuadrarse en la arena de las rivalidades, los odios y los rencores, las ambiciones y los intereses, cabe deciden el duro suelo de la vida. Estaban enjuego las personas con sus virtudes y defectos, tradiciones familiares y prejuicios. Nada en verdad sustantivo y diferencial. En este movimiento las clases no se separan sino, por el contrario, se entremezclan. E l caudillo cholo (mestizo) no sabe que sirve la conveniencia de los adinerados o de los miserables; de l o que está seguro es de imponer su propio interés y aniquilar el del adversario.
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Sin embargo, hay como una irrupción del bajo fondo a la superficie. Gamarra o Castilla, de origen humilde, lucen en el rostro la marca racial que en el viejo régimen impedía el acceso de quienes la llevaban al ejercicio del poder y ta autoridad, reservados al español europeo. E l advenimiento de los cholos galoneados, surgidos de la masa cuartelaria, acusaba la presencia de los nuevos tiempos. Ante su fuerza, rendíanse aristocracias u oligarquías transformadas en obligado cortejo del triunfador. Rudos militares tomaban como secretarios y ministros a personajes académicos, plenos de erudición y diestros en artes de intriga. U n mismo caudillo, Ramón Castilla, pongamos como ejemplo, gobernará unas veces con tendencia liberal, otras con la opuesta, según los vaivenes de la política. En el campo económico, el descubrimiento mercantil de la buena utilización del guano y el salitre determinó la apertura de una ancha y fácil vía para enriquecer a familias costeñas y tonificar al estado. E l auge de su explotación aseguró para la costa u n predominio de este orden sobre las otras regiones del país. Considerables fortunas surgieron que dejaban m u y por debajo las de los terratenientes trasandinos. El lujo y el despilfarro devolverían a L i m a su prestancia cortesana. La caja fiscal había aprendido a pagar a los servidores del estado, cuyo número se multiplicaba ante la perspectiva de una fácil renta. E l guano y el salitre echan las bases de la futura 'modalidad financiera del Perú. Una guerra internacional trastornó el cuadro, bastante alterado ya por peculados y despilfarras increíbles. La pérdida de aquellas riquezas naturales, el general empobrecimiento causado por la ocupación extranjera y la derrota en los campos de batalla, determinaron una vuelta a los tiempos de estrechez financiera y de modestia privada. Había que reconstruir la economía agraria de la costa, pero los grandes propietarios carecían de capital y no contaban ya con la esclavitud negra. Lenta y penosa fue la convalescencia nacional. En 1895 u n gobierno civil reorganizó la hacienda e introdujo el patrón oro. Nuevas plantaciones de caña de azúcar y algodón constituirían la base nueva de la agricultura costeña. A mediados de! siglo X I X la escasez de brazos obligó a la importación de coolies chinos para el laboreo del campo. Cuando el asiático lo abandonó para dedicarse al pequeño comercio urbano, no se
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contó sino con la venida periódica de peones indios o mestizos procedentes de la sierra, quienes retornaban a sus hogares después de la cosecha. Altos precios de los productos exportables -azúcar y algodón- determinaron u n extraordinario desarrollo de la riqueza agrícola del litoral. Una poderosa aristocracia de terratenientes costeños asociada y a veces en contradicción- con capitalistas financieros e industriales, forma la capa última de la estructura social. Pocas veces -quizá n u n c a - dejó de tener en sus manos el gobierno. E l tono general de la cultura lo da esta elevada clase social europeizada, cuya sede es U r n a ; es ella como u n foco de atracción, de irradiación, que al mismo tiempo constituye u n mecanismo di acriminador que determina qué conviene y qué no conviene absorber de la cultura occidental. Sus múltiples tentáculos penetran por todo el campo de la vida social, desde la escuela hasta la universidad, desde el taller hasta la sala de espectáculos. U n control riguroso que se hace ostensible en medidas gubernativas; en t o d o es constante aun cuando no se perciba a primera vista. La p o s i c i ón geográfica de L i m a favorece extraordinariamente el cumplimiento de su función controladora. Su capitalidad es indiscutible. Lima es el centro, el resto del Perú la periferia, con sus lógicas consecuencias.
R A Z A , ECONOMIA Y C U L T U R A El concepto de raza adquiere en el Perú un contenido que no es biológico striclu sensu, porque tiene ingredientes económicos y culturales. Pertenecer a u n grupo étnico implica ya una posición en la sociedad, arriba o abajo. Si no se puede hablar de castas, en cambio es admisible sostener que por el color de ta piel algunos o muchos hombres no pueden alcanzar determinados privilegios, ni siquiera u n nivel que es común para la mayoría de las gentes. Por ejemplo, el negro " r e t i n t o " no podrá jamás ingresar a un salón, n i ser alcalde de su pueblo, n i oficial del ejército, n i sacerdote. Tampoco puede ir a la Universidad, ni obtener un grado profesional. No dirigirá nunca su mirada a una mujer blanca o aun mestiza. El negro, aun cuando haya ganado harto dinero, no puede mejorar su estatuto. Pesa mucho sobre él su tradición de esclavo. Si tiene Ijbre acceso a todas las ocupaciones, obrero o campesino, artesano o chofer, se le preferirá para el servicio. Mozos de hotel o de casa grande, con blancos smoking o frac, libreas siempre, serán una ostentación del señorío de sus amos. Raza es, en este caso, barrera social infranqueable. Pero es curioso que u n ligero aclaramiento de la piel, una atenuación de la chatura nasal o de los gruesos labios, u n cabello crespo, pero no tan t u p i d o , bastan para que el negroide (zambo o mulato) no siga el estatuto anterior. Por el porcentaje de otra sangre, al no ser ya negro puro, la sociedad lo recibe, no sólo lo tolera, sino que puede mimarlo o distinguirlo, si es u n t i p o elegante, educado, rico, o si es u n artista, cantor o músico, o u n boxeador o jockey o futbolista. E l zambo es gracioso, inquieto, zalamero, de "mucha l a b i a " , eximio bailarín,"trepador". La alabanza, la adulación, la jactancia, le hacen balancearse entre el
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autoeiogjo y el ditirambo hiperbólico al amigo influyente, siempre al poderoso. De allí la notable influencia de zambos y mulatos en la política nacional. En el parlamento son oradores de una facundia prodigiosa, en el gobierno astutos y agilísimos en la intriga. En-los mejores salones se exhiben con impecable elegancia los más hermosos zambos y mulatos de Lima. Muchos de ellos, capitalistas o altos funcionarios, diplomáticos o generales. Nadie lo ve con extrafleza, como sería tratándose de un negro auténtico: ¡qué escándalo! Así como el negro sólo tiene acceso a ta escuela primaria, zambos y mestizos, en cambio, pueden seguir en el colegio y la universidad hasta el logro de un título o profesión: no hay restricciones. Desaparece para ellos el prejuicio racial y mujeres blancas de gran belleza los toman por esposos. La situación del hombre de raza india es diferente. Su color bronceado suele ser un grave obstáculo en ciertos trances, porque blancos, negros y mestizos, sienten instintivo rechazo hacia él. Sin embargo, si el indio es inteligente, que lo es, consigue vencer la hostilidad. Vestido como los caballeros, como ellos educado, de buenas maneras, bien pronto anulará el efecto de su pigmentación oscura. Sobre todo, si llega a dominar el castellano. Ninguna puerta está cerrada para él cuando alcanza una posición social, a base de su riqueza o de su título académico o de su grado militar. Podrá casarse ventajosamente, ejercer altas funciones en el gobierno, en la magistratura, en el ejército, en el clero. Nadie se dará cuenta de que es un indio. Alguna vez resaltarán sus rasgos incaicos por la blancura de su pechera en un traje de etiqueta o por el dorado de sus arreos militares. Alguien se burlará en sordina de "el indio", pero todos le acatarán sin protesta. De ahí que el indio busque afanosamente valer poT su dinero o por su habilidad. El mestizo de blanco e indio, por mucho que se acentúen en él los rasgos de este último, tiene el camino libre. Si es osado, y lo es, atrope 11 ara, sin escrúpulos, a fuerza de puños o de intrigas en que es diestro, y arribará bien pronto a primera fila. En la galería de presidentes del Perú hay un fuerte porcentaje de "cholos". Por lo general, fueron jefes de cuartel y entraron en palacio a caballo, al frente de sus huestes de indios y mestizos.
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El último en llegar al Perú fue el hombre amarillo, el chino. Fue traído como peón de hacienda, para reemplazar al
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negro, mas no se le esclavizó. Después de pocos años, el chino había derivado a ocupaciones urbanas: buenos cocineros, fíeles mayordomos, más tarde pequeños comerciantes, fondistas, conductores de "encomenderías", de restorán o Chifa, comerciantes de sedería y finos artículos orientales, mayoristas, finalmente capitalistas. No debemos olvidar que algunos fueron sinuosos y perversos cultivadores de paraísos artificiales: opio, juego, prostitución.
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Pacientes, sufridos, siempre corteses, aguantaron impasibles las burlas a veces sangrientas del pueblo, que se ha hecho a ellos y, sin decir que los ama, puede asegurarse que los aprecia como seres casi domésticos, enteramente familiares, puesto que son los proveedores de la carne, del pan, del "maní tostado", de las golosinas. En pocas partes del mundo, como en la costa peruana, el chino juega un papel tan humilde y a la vez tan esencial: son la minúscula providencia, pero providencia al fin, de las clases pupular y media. Sin el chino esquinero, sin el vendedor ambulante, sin los chifas, sin los médicos y opiómanos orientales, una parte no despreciable de nuestra vida pintoresca de Lima y demás ciudades y villorios costeños desaparecería prosaicamente. El chino es un magnífico inmigrante, en la ciudad y en el campo. En éste, el "tambo", a la vera del camino, es el club de los labriegos, el lugar de cita de los vecinos, bajo la mirada bondadosa de los oblicuos ojos orientales. El no tiene prejuicios de ningún género: se casa con blanca, negra, india o mestiza. Trata igual al amo de la hacienda que a sus peones. Hay crédito abierto. Buena, muy buena gente, es la originaria del otro lado del Mar Pacífico. Sabe Dios qué recónditos instintos hacen que estos hombrecillos se sientan a gusto con nuestra tierra y nuestros hombres. Es verdad que ellos son nuestros más próximos parientes. No lo neguemos. Pero este amigo vive a ras del suelo, con el indio y el africano. Tiene que ser un diplomático, un personaje muy eminente, para alternar en los salones con nuestra "gente bien". Es cierto que el chino tiene la suprema discreción de no aventurarse más allá de los límites de su pequeño mundo, no es ambicioso y acepta su condición inferior. ¿Y el blanco? Demás está decir que sólo la ostentación de su tez ebúrnea basta y sobra para que todos le reconozcan un derecho preferencia!. No sólo los otros blancos, sino los represen
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tantes de tí* demás razas, aceptan su estatuto privilegiado como una condición preestablecida, tradicional, incontrovertible. Ligeras, epidérmicas resistencias, a espaldas vueltas, se perciben cuando los otros, principalmente el negro, hablan, más bien murmuran, de la "blanquita" o de los "blanquitos": son chismorrees de callejón, picantes comentarios en el mercado. No hay un verdadero desafecto u odio racial. La presencia del blanco europeo, sea quien fuese, produce expectación en los pueblos costeños o serranos. Igual el aventurero que la persona de valía, por el solo hecho de ser blancos, son acogidos cordialmente. Apenas en la pequeña aldea india despierta alarma. Su aparición recuerda a sus habitantes los abusos y tropelías de que se les hizo víctimas de Pizarro a la fecha. Pero cuando se comprueba que no es como los "otros", el indio es un leal amigo del blanco. Desde la noche del 16 de noviembre de 1532, la mujer india se le rinde, después de una resistencia breve y aparente. El blanco le seduce; ama con pasión a su seductor, le es fiel como un perro.. El hombre blanco tiene en su haber el apoyo hasta el sacrificio de las mujeres de las otras razas. Es él quien forma el mestizaje al .fecundarlas. Bien sabida es la desaprensión hispánica a los contactos étnicos. No ocurre lo mismo con el sajón o el anglosajón, y aun el francés, que cuidan de no "contaminarse". En cambio, los italianos son francamente partidarios de la mujer negra. ¿Los norteamericanos o ingleses mineros hacen voto de castidad? Los alemanes del Pozuzo degeneraron por el estrechísimo círculo de sus uniones matrimoniales. Naturalmente que - hay excepciones, y muchas. Carlos Lamp, un germano del siglo pasado, dejó más de un centenar de hijos entre las indias de Paucartambo. En la selva hay mestizos de europeos y de indias montañesas, en gran número. Pero la regla es que la mayoría de europeos prefieren casarse con mujeres de su raza. Cada una de las razas es depositaría en diversa proporción de acervos culturales distintos. En principio, la mezcla de culturas se realiza en todos sentidos. Mas se puede distinguir lo siguiente: el indio no amestizado conserva un ochenta por ciento de elementos culturales indios; el blanco recibe pocas influencias indígenas; el negro casi ha perdido por completo su equipo cultural africano,
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el mestizo es elástico y contradictorio, porque ni ha renunciado del todo a su herencia cultural india, ni ha asimilado ta civilización occidental sino en proporción reducida. Raza determina situación económica y cultural. Millones de indios son proletarios y primitivos, analfabetos e ignorantes del idioma del estado, campesinos o ganaderos, o ambas cosas a la vez, pseudocatólicos, mínimos consumidores, desparramados en la inmensa extensión del Perú en más de cincuenta mil lugares poblados. Esta es la "raza" india, cuyo volumen no permite hablar de su incorporación al mundo civilizado, es decir, europeo. Hombres de esta raza que logran ese decisivo paso, son insignificantes en número, no influyen en la suerte de Las colectividades andinas, como nada influyeron desde la Conquista y el Virreinato los cientos de aborígenes "españolizados". Por cada Juan de Espinoza Medrano, insigne orador y literato en lengua hispánica, quien escribiera el mejor Elogio de Gongo ra, hay un millón de indios que sigueaf rezando en quechua o aymara. Biológica y culturamente, ta raza indígena, en su conjunto, presenta los mismos problemas al europeo civilizador que al día siguiente del descubrimiento. Han fracasado las planificaciones evangelizados, militarista y pedagógica. El primer esfuerzo culturizador europeo comprendió una verdadera Santa Cruzada para reducir a los infieles americanos y someterlos a la fe católica. Miles de pastores de almas formaron rebaños numerosos de aborígenes: el tropiezo capital fue, en la iniciación, la diferencia de lenguas. Los curas y frailes desesperaron de castellanizar a los indios y hubieron de confesar su derrota, viéndose precisados a aprender el idioma de los neófitos. Los vocabularios y las gramáticas de los González Holguín y los Bertonio tenían por objeto, no una pura investigación filológica, sino la satisfacción de una necesidad primordial: llegar al alma de los indios mediante su propia lengua. Fueron traducidas al quechua, al aymara, al pukina, al mochíka, las verdades de la doctrina cristiana, los dogmas y las oraciones, los cantos y los himnos a Dios, a la Virgen y a los sagrados patrones. Muchas de estas piezas literarias fueron escritas en forma ideográfica por los mismos indios. Los autos sacramentales en idioma aborigen fueron representados por indios en el atrio de los templos católicos, ante muchedumbres espectadoras de aborígenes. Un curioso fenómeno es el de la máxima propagación del quechua por todo el Perú del siglo X V I y aun fuera délos límites
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del antiguo Imperio, gracias a haber sido adoptado como lengua general por los evangelizadores, que encontraron de este modo un vehículo más eficaz para catequizar al indio. Pero el resultado de tal esfuerzo fue, como se verá en su lugar, que el indio bautizado y , por lo tanto, formalmente incorporado a la Iglesia, nunca fue un verdadero católico: jamás entendió los misterios de la religión, ni pudo traspasar los límites de lo puramente exterior del culto. Amargas son las reflexiones de Villagómes y otros prelados sobre lo vano del esfuerzo catequista, que no había logrado anular las viejas creencias y prácticas, ni mucho menos plasmar una auténtica alma cristiana en el milenario cuerpo inca. Se fincaron muchas esperanzas durante la República en que el cuartel sería el crisol y que el indio soldado dejaría al fin de ser Indio, incorporándose a la civilización definitivamente. De los millones de indígenas que han pasado por el servicio militar, queda apenas un residuo de unos cuantos millares de hombres que no volvieron a sus comunidades de origen; todos los demás restituyéronse no sólo en cuerpo, sino en alma, al hogar tradicional: ningún cambio había operado en ellos la vida en el cuartel, a no ser desmedro físico. La panacea educativa tampoco ha dado fruto apreciable. -•Una pésima orientación de la enseñanza invalidó todo esfuerzo. El negro que arribó al Perú con Pizarra fue siempre esclavo, hasta su liberación hace apenas ochenta años. El tráfico esclavista mantuvo un fluir ininterrumpido de "piezas de ébano" (así se denominaba esta "mercadería"). Procedentes los cargamentos del Africa occidental, llegaban á nuestros puertos para desparramar su tinto contenido por los valles de la costa. Venían a reemplazar a los habitantes indios. Mas, ¿qué había ocurrido para tan súbita desaparición de las densas poblaciones de Lambayeque o Trujillo, Cañete o Chincha? El misterio se va aclarando a medida que se estudia el proceso de la economía del Perú. La introducción de cultivos como la caña de azúcar —a semejanza, ahora, del algodón o el lino— con ánimo puramente capitalista, extinguió el de los productos alimenticios autóctonos: e! maíz, el frijol, el maní, la yuca, etc. Las numerosas poblaciones de indios se extinguieron como natural consecuencia. A reemplazarlas vinieron los negros,
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simples cosas, introduciéndose, con su secuela trágica, el régimen esclavista. Si los indios en la sierra vivían en servidumbre feudal, los negros en la costa recordaban las ergástulas griegas y romanas. Muchos años el negro vivió en cierto aislamiento del blanco y en absoluta separación del indio, en sus rancherías anexas a los latifundios, Relajáronse las prohibiciones y el contacto inevitable se produjo entre el amo blanco y las sensuales mujeres negras. El primer mestizaje se realizó en esta sola dirección. Los negros que se fugaban al campo, "negros'cimarrones", solían dedicarse al bandolerismo, entrando a saco en los pueblos altos con la subsiguiente violación de tas mujeres indias. Segundo momento del mestizaje. Cuando el negro pasa a vivir a la ciudad, el amo blanco ha introducido en el servicio de su hogar urbano, sobre todo, a las esclavas, cuya atracción no resiste. La mujer negra, a edad madura, se convertirá en aya y ama, en gobernanta de la familia y educadora de los niños. Poseyendo una inteligencia despierta y Ubre ya de su inferior complejo cultural, con una gran permeabilidad, adopta la cultura española, habla excelentemente el castellano, es católica, sabe' canciones de cuna y leyendas de aparecidos, es diestra en el arte culinario, minuciosa y ahorrativa, un magnífico ejemplar dé dirigente doméstico. Le son delegados todos los poderes de la señora sobre el manejo déla casa, disciplina de la servidumbre, enseñanza religiosa de ésta y de los hijos, en fin, una "matrona" que todos respetan y acatan. Cada casona limeña, formada de extensos compartimientos y huertas, aloja decenas de esclavos, cuyo trato se suaviza hasta llegar a una especie de sociedad eril. Libertos y manumitidos son condiciones nuevas que evidencian una evolución del régimen esclavista. Lima, durante el virreinato, es la ciudad con mayor porcentaje de población negra. Sin embargo, en el curso de los últimos cien años, ha disminuido tanto que la cifra es hoy insignificante. Débese, por un lado, a la interrupción de la corriente inmigratoria africana y, por otro, al mestizaje, en sus más complicadas formas. Existe una rica nomenclatura para señalar todos los matices de la mezcla de esta raza con las demás. Hemos sostenido en otra oportunidad que la más fiel depo-
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sitaría de la tradición cultural española es la negra limeña, y ello se explica por el papel que desempeñó, como se acaba de ver, en el hogar virreinal. A pesar de todo, el negro, por el solo color de su piel, permanece en el nivel ínfimo de las clases sociales. Culturalmente, es inferior al indio en términos generales: carece de tradición cultural. Vino de los círculos de cultura primaria de Africa, cuyo complejo perdió, sin lograr otra cosa que ser sombra del español. Desde el punto de vista económico, los hombres de raza negra (no los negroides) son los que no han logrado una posición ventajosa. Obreros o peones del campo, sirvientes, choferes, aparecen siempre como asalariados o a sueldo: son rarísimos los propietarios, comerciantes o pequeños rentistas. No se conoce ninguno que posea riquezas. La mujer es más inteligente. Su analfabetismo es menor que el del indio. Evidentemente que está más cerca del blanco que éste, y como no posee ni rezagos de su primitiva cultura africana, no hay un punto de apoyo que les sirva, como en otros lugares de América, para hacer vida aparte, así sólo sea parcialmente. Es posible, sin embargo, qué haya algo que los aproxima, además de su común inferioridad social por razón del color. Se dice que en cierta intimidad usan una jerga o argot, la replana, y alguna magia los viejos. La sierra no fue propicia a la introducción del negro, ni aun la selva. El hombre de raza amarilla aprende bien pronto el español y se adapta a las costumbres populares. Se mezcla con las otras razas, pero conserva sus firmes rasgos culturales asiáticos. La colectividad china es muy unida, mas procede con gran discreción, sin hacer resaltar nunca el pertenecer a una minoría extranjera organizada. Las tradicionales virtudes cooperativas determinan la situación próspera, sin resonancias, de los hombres amarillos. (Entiéndase que sólo nos estamos refiriendo a los chinos, porque el japonés no puede ser incluido en las observaciones apuntadas: es hombre aparte). La inmigración europea a Perú ha sido una de las más reducidas, si se la compara con la que se ha asentado en Chile, Brasil, Argentina o Uruguay. Se puede afirmar que carece de significación como aporte biológico. No ha sido un movimiento colectivo, sino meramente individual y esporádico. Los inmigrantes blancos son* en su mayoría, industriales o comerciantes. No llega*
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ron a nuestros campos a fecundarlos con su esfuerzo personal. La posición económica del blanco es bonancible en gran proporción. Son capitalistas y propietarios, altos empleados y técnicos, negociantes, gerentes o directores de fábricas, si son extranjeros, y funcionarios de la administración, además, sí son peruanos. La minoría blanca dominadora afianza sus privilegios. Sin embargo, por el dinero, por la política, por la capacidad intelectual o por otros medios menos visibles, muchos mestizos y aun indios, alcanzan un mejor
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Las colectividades extranjeras proceden de modo diferente en sus relaciones con el resto de la sociedad. Si en general se puede decir que todas las mantienen en buenos términos, sin embargo, aquí como en otros países, hay una tendencia pronunciada a mantener más o menos cerrado el círculo de los connacionales. Algunas veces se extrema esa política, como es el caso de las residencias y clubes extranjeros, separados del resto del territorio con marcas visibles y hasta ofensivas, como si se pretendiera una cierta extraterritorialidad, anexa a sus posesiones mineras, agrícolas o pecuarias. En el caso de grandes negociaciones, rigen normas prohibitivas del acceso de los naturales del país, no sólo a los domicilios y centros de diversión, sino a compartimientos de las fábricas o instalaciones industriales. Son recientes las peligrosas actividades de germanos y japoneses, a la sombra de estos "derechos de minorías", convertidos en efectivos privilegios. Son conocidos los medios que en todas partes emplea el capitalismo para obtener un libre y ventajoso desenvolvimiento de sus negocios, para insistir en estas páginas sobre el aspecto económico de la intrusión occidental. El dominio del capital financiero sujeta cada día en mayor escala a todo pueblo, convirtiéndolo en sólo productor de materias primas. Con este plan, nada tiene de extraño que el europeo no tenga el menor interés de introducir su cultura para difundirla en las capas inferiores de la sociedad. Lo que le convendrá, en todos los casos, es conquistar culturalménte a las clases superiores. Naturalmente que el capitalista no hila tan fino y son más bien funciones colaterales las de los colegios de religiosos extranjeros que educan a los hijos de la sedicente aristocracia. Educación no sólo confesional, sino con determinadas orientaciones políticas en apoyo del orden establecido. Iglesia y altas clases dominadoras,
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dándose la mano. Pero cümo dentro del así denominado orden hay intereses nacionales divergentes, se presenta un campo de lucha entre las congregaciones: padres o monjas franceses, alemanes, norteamericanos. Todos concurren, a pesar de todo, a una preparación de "conciencia de clase elevada". Por estos canales se introduce la cultura occidental, debidamente tamizada, dosificada, al gusto de los "trusts" o patrones poderosos. La única excepción a este género de penetración cultural es la constituida por los adventistas que dirigen sus actividades en el sentido de capacitar al indio, en forma honesta. Se ha dicho que son la avanzada del capitalismo que prepara a los futuros productores o consumidores; pero el mero hecho de impartir una educación práctica y asistencia! a aquellas abandonadas gentes, es ya un notable contraste con la inepcia de otras confesiones religiosas que nada hicieron por ellos, porque estaban muy ocupadas precisamente en servir a quienes los dominan. Por todo lo hasta aquí expuesto, es fundado concluir que el término raza no corresponde únicamente a una entidad biológica, sino que incluye un cierto estado social y económico, aparte de una participación cultural. Por mucho que se reconozca la no vigencia de aquella zarandeada palabra, en su primitivo significado, no se puede prescindir de ella para referirse a conjuntos con definidos contornos, que proceden como entes colectivos, aun con internas divergencias o matices somáticos o psíquicos. Puede ser muy poco científico llamar raza indígena al gran conglomerado de nativos que viven en las condiciones que hemos apuntado; pero es un término que abarca biología, economía y cultura mezcladas. Pueden no coincidir, como en el caso de mestizos con aspecto predominantemente blanco ("indios blancos de Pillpinto"), pero cultural y' económicamente indios cien por cien. El énfasis está puesto en un mundo de ser y de vivir. Hemos llamado indomestizos a los que no siendo ya, biológicamente, indios puros, lo son por su género de existencia, por su contenido anímico, por su Se ha dicho ya que los mestizos, mulatos, zambos y demás tipos mezclados, de sus grupos originarios hacia arriba o hacia abajo, según su posición económica o cultural. En la sierra predomina el indomestizo, que hace vida semejante a la del indio y que resulta englobado en su esfera económica y social; en cambio, en la costa, donde ya no existen comu-
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nidades indígenas, forma con los elementos salidos de éstas la masa proletaria dé trabajadores o sirvientes bajo el dominio de los blancos y, en consecuencia, incorporados a la economía y a la cultura occidental. La clase media está integrada por muchos de ellos, así como por los blancos y bíancoides que no han logrado mejorar su estatuto sino en parte: pequeños comerciantes e industriales, empleados oficiales y particulares, rentistas y retirados minoritarios, etcétera. Se produce una verdadera estratificación social en que la coloración de la piel juega un papel importante, como acabamos de ver. El negro y el indio, en esta estructura, ocupan las capas más bajas; el mestizo, la media, y el blanco, la superior. Esta disposición aparece desde los tiempos de !a Conquista española, en que sobre la gran masa indígena imprimió su soberanía el hombre blanco; ha continuado bajo el régimen colonial, con la perduración de la servidumbre del indio, entregado a las labores más duras, como el cultivo agrícola, la explotación de las minas y los oficios humildes, con una remuneración misérrima que redujo a la población, a la mayor pobreza; con la presencia del mestizo, quien mejoró ligeramente su estatuto, pasando a la artesanía; y finalmente, con la aparición del criollo, hijo de padres españoles, pero nacido en América, cuyos derechos, sin embargo, no eran los mismos que los que gozaban los españoles peninsulares, Siempre actuó como elemento básico la raza. En este concepto, raza, economía y cultura, son inseparables en todo examen etnológico. Tiene particular interés su comprobación porque nos servirá para explicar cómo la cultura orig^ naria tiene su principal conducto precisamente en el grupo étnico; en la lengua y demás medios de expresión. El blanco tenderá al predominio de la cultura occidental y el indio a la supervivencia de sus formas antiguas. Sus influencias serán recíprocas y en distinto grado. En algunas manifestaciones, como en la magia, se presentarán hechos complejos en que precisará discernir entre magia precolombina, magia española y aun magia africana, lo mismo en la música, en que las tres corrientes suelen mezclarse, dando nacimiento a un complejo nuevo, a veces armonioso*. Re obran do sobre la base étnica, los otros factores -cultura, economía— acelerarán o retardarán la ascensión de un nivel inferior a otro superior. Un indio con bienes de fortuna o con título académico no será más indio, pot lo menos jen todo lo transferible y exterior. Se conducirá en la sociedad blanca como
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hombre blanco, aunque en lo íntimo de su vida familiar hable de preferencia quechua o siga mascando coca. Los valores de la cultura aborigen no son fácilmente reconocibles, suelen descubrirse tras espesos velos, como si adoptaran una actitud defensiva contra el peligro de su total extinción. Lo racial no trasciende a la mayor o menor capacidad del individuo para adoptar la cultura occidental. El indio no es inferior al blanco en ningún renglón de las actividades físicas o psicológicas. Puede aparecer en muchos casos como retrasado, sobre todo en lo intelectual, pero esa desventaja no es sino fruto de su posición inferior en ta sociedad. Actúa en condiciones sumamente desfavorables si se le compara con los otros elementos étnicos. Por su formación cultural, y de ninguna manera por su disposición orgánica, el indio se dirige o es dirigido hacia ocupaciones utilitarias: agricultura, ganadería, minería. Tradicionalmente, el indio es un trabajador manual: pero eso no quiere decir que su inteligencia deba ser empleada solamente en tal sentido: hubo indios, en todas las épocas, que brillaron en los campos, del arte, de la Üteratura, de la ciencia, de la religión, de la historia. Es una experiencia de todo maestro que ha educado a niños indios la comprobación de su fresca y vigorosa aptitud intelectual. Por desgracia, bajo el terrible peso de los prejuicios sociales, parece siempre inhábil y torpe para toda actividad superior. Queda relegado a la situación general de su raza. Mas cuando alguno logra vencer todos los obstáculos, después de sacrificios y luchas trágicas, suele ser un amargado o resentido que se vengará de la sociedad en múltiples formas indirectas y destructivas. Es constante la comprobación de la dureza e implacabilidad con que actúa desde arriba, comprendiendo en su saña a los mismos indígenas. El abogado indio es temible por su astucia, falta de escrúpulos y pertinacia. En el proceso general de asimilación de la cultura europea te puede comprobar que adolece de fundamentales defectos que facen a los nacidos en América y educados en este continente un poco advenedizos y extraños dentro de esa familia cultural. Debe principiarse por señalar que el tipo de hombre culto es, en la mayoría de nuestros países, un puro autodidacta. La poca difusión de las lenguas cultas y el abandono de la enseñanza del griego y el latín han determinado en ta formación intelectual de
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los científicos y hombres de letras una evidente inferioridad respecto de sus colegas europeos. El español es un vehículo de cultura muy lento. Todas las corrientes filosóficas o literarias, o los avances de ta ciencia, han llegado a este lado del mundo con retraso muy notable. Apenas es créíhle que el positivismo en unas materias y el krausismo en derecho estaban vigentes no hace veinte años en algunos círculos intelectuales. Sería sumamente injusto y contrario a la verdad atribuir tales insuficiencias a algún género de inferioridad étnica de indios o mestizos, puesto que también alcanzan a filósofos, literatos o cientistas blancos. No sólo, claro está, los defectos de información oportuna influyen en tales fallas, sino en general el ambiente no abonado por una vieja tradición constantemente enriquecida, como ocurre en cualquier ciudad de Europa. Nuestra atmósfera cultural sufrió la acción de las peores influencias negativas: los trescientos años de coloniaje español estancaron la evolución del pensamiento peruano, que fue repentinamente deslumhrado, cuando en los últimos años del siglo X V I I ! y primeros del XIX se puso en contacto con la Europa de los enciclopedistas. El monopolio de España fue en el orden de las ideas mucho más hermético que el del comercio. España, como única maestra, nos condujo por la senda en que sólo aparecía el resplandor siniestro de la Contrarreforma y de la Inquisición. Para la intelectualidad americana se produce, en general, un paréntesis de tres siglos, y cuando en el Ochocientos establecemos un contacto unilateral, nos hallamos frente a un vacío que no pudimos llenar. En el proceso americano de la cultura, ese vacío influye poderosamente y se transparenta en la producción, en la forma de especulaciones sin debida' madurez o de concepciones equivocadas que no coinciden con el razonamiento que cuenta con todas las premisas o con todos los datos acumulados por la tradición filosófica o científica ininterrumpida. El tiempo en que las condiciones económicas rectifiquen las viejas estructuras heredadas, coincidirá con una fraternización de las razas y una armoniosa mezcla de culturas. Antes, no. Mientras la economía diferencie tan acentuadamente a los grupos humanos, el prejuicio racial llevará más fuego a la hoguera.
ACTITUD DEL HOMBRE El hombre ha reaccionado de modo diferente en el tiempo y en el espacio del Perú. Dos son las actitudes fundamentales: la del hombre de la cultura aborigen y la del hombre de la cultura europea. Mientras el primero dirigió todas sus potencias al dominio de la naturaleza, creando por sí mismo las armas y las herramientas para su milenaria lucha, el segundo nb trató de enfrentarse directamente al poder de la tierra, sino que persiguió burlarlo al trabar más fácil combate con el hombre, para aprovecharse de su saber y de su energía física. El nativo fue de este modo avasallado, convertido en siervo o en esclavo, reducido a simple cosa, a eficaz instrumento de producción. Cuando se, consolida el dominio español, la sociedad se reduce a dos clases: una, de señores que representan, en último término, la feudalidad peninsular, y la otra de explotados, bajo la cual se fusionan todos los elementos de la población indígena. Todo español es amo, todo indio es lacayo. Las dos culturas correspondientes van a paralelizar en consecuencia: una cultura superior y otra inferior. La primera será sublimizada, la segunda recibirá definitiva descalificación. Los poseedores de la cultura superior considerarán como un derecho incontrastable imponerla por todos los medios, sobre todo én aquella parte de sus elementos que consagren su absoluto poder. Su actitud será de intolerante arrogancia y de ilimitada ambición de predominio. El español, dueño de la tierra y de sus habitantes, dictará la ley y la costumbre. Bajo el doble signo de la espada y de la cruz, la cultura triunfante tomará posesión del Perú, realizando aquellos actos materiales que la hacen efectiva. Al fundar la ciudad, será el templo católico el primero en surgir como núcleo del nuevo poblado. Frente a él, en medio de La
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¡plaza, espacio abierto para la vida colectiva, se alzará el rollo, como símbolo punitivo contra toda resistencia. La iglesia y el patíbulo como única disyuntiva. Aparecerán en seguida el palacio de la autoridad civil y el cabildo, dos formas de introducción del gobierno de los nuevos señores. Extenderáse la ciudad en un cuadriculado de solares que será la expresión cabal del nacimiento de un nuevo sistema de propiedad, atribuida por entero a los conquistadores. (AI fundarse la ciudad española del Cuzco fueron desalojados de sus residencias todos los habitantes nativos). Sobre este plano arquetipo van apareciendo los pueblos de españoles en la sierra y en la costa del Perú. Mayores o menores en importancia, la conformación urbana no se altera gran cosa. En, éstos habrá un espacio más amplio para los templos y conventos, en aquéllos otro menos vasto. La actitud del conquistador es la de renunciar a todo reposo; su pugnicidad, su dinamismo, le impelen a seguir ganando cada día nuevas provincias, en un incontenible impulso de nómada, de invasor, de cruzado. Ya ha sido sometida toda la costa, valle por valle; han subyugado toda la sierra; no empece montañas y ríos. Avanzaron hacia Chile y penetraron, corno nunca nadie lo hiciera, por la selva. Llegaron a la pampa del Río de la Plata, atravesando el continente por páramos y desiertos, bosques y despoblados. El conquistador no deja un rincón sin escrutar desde Alaska hasta Patagonia, del Atlántico al Pacífico. Su extraversión llega a las lindes de la locura. Ya no persigue el oro. Ahora va en busca de la canela. Más tarde él mismo no sabe cuál es su meta, ni cuál su móvil. Regresa de Chile, desilusionado, Diego de Almagro, pero allá se dirige Pedro de Valdivia. Fracasa trágicamente Gonzalo Pizarro, perdido en el infierno amazónico, pero otros cien se lanzan a la vesánica aventura. Las ciudades fundadas no son sino hitos en la inmensidad del paisaje peruano. Las solariegas casonas son nada más que sitios de reposo temporal. El hombre de a caballo no puede permanecer en ellas sino un mínimo, apenas lo necesario para avituallarse ligeramente. Piafantes, como sus cabalgaduras, se impacientan en la tranquilidad hogareña. "Su descanso es el pelear . . . " Estos hombres temerarios se afanan improductivamente. Esta ya no es sólo hambre, puesto que habría hartazgo para ellos si permaneciesen quedos. Es tremenda sed de fuertes emociones. La misma de los que jugaban en una noche todo et oro habido en
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el rescate que les tocara en el reparto. La misma de quienes torturaban a los indios o cazábanlos como perros. Crueldad, desprecio de la vida, combatividad, pasión de la aventura, del misterio, idel peligro. Hombres fáusticos por excelencia. El español poseía un ímpetu no igualado sino por los pastores tártaros. Ellos desempeñan en América un papel histórico equivalente: son los prototipos del mundo individualista, conquistador, creador del estado y de la propiedad privada. Como aquéllos, esclavizan a las tranquilas comunidades de agricultores. Es también el español un pariente próximo de los cruzados medievales; como ellos, se entrega al pillaje bajo el lábaro santo. Pero es más, mucho más que ambos, porque actúa en un teatro excepcionalmente erizado de tremendas dificultades. La geografía del Perú las describe y precisa conocerlas para explicarse cómo el frenesí que se apaodera del español es producto directo de ellas. Tanto como el hombre, el caballo ganó en el Perú el máximo de su capacidad de resistencia. La actitud del español frente al mundo americano es, por todo lo que la historia arroja, una violentísima reacción del hombre fáustico contra la naturaleza que no intenta dominar por el trabajo y la economía, puesto que ha subyugado al indígena. El conquistador piensa haber vencido a la tierra al vencer a sus habí-' tantes, pero la tierra ofrece trágico desquite: atrae y sumerge, én el desierto,, en el pantano, en la selva, en la cordillera, en él páramo, en el profundo valle. El hombre tiene ante sí, cada día, un obstáculo al parecer insuperable. Un horizonte móvil, hora a hora* va alejándose y el hombre empecinado lo persigue; quiere descorrer el velo de Isis, pero en su loco intento pasa lo mejor de la vida. Con odio y con ira que se desatan contra todo lo creado, el español se empeña en esta aventura sin término. Un Lope de Agujrre nos dirá de todo lo que es capaz el español desesperado. Por Jgez primera el hombre fáustico, el europeo, dominador de los otros íiombres, vencedor y esclavizador por excelencia, no podía plantar su bandera en la última Tule. Los reinos del Dorado eran espejismos que atraían engañosamente para perder al aventurero. Recorrido el continente de un confín al otro, no podía decirse, sin embargo, que había sido conquistado. En unas cuantas perdidas ciudades vivían grupillos de europeos. ¿A cuánto se reducía el "dominio" de estos señores? Inmensos territorios de costa,
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sierra y montaña, podían hacerles una mueca de burla. No, no eran poseídos, no dejaban de ser tierra de nadie. Consumíanse como un fuego violento, pero infructuoso. Los conquistadores, con gran rencor, habrían de convertirse a la postre en sedentarios terratenientes. La inabarcable America se esfumaba. Páramos, selvas, montañas y desiertos caleitioscópicamente alucinarían, en sus noches insómnicas, al viejo trotamundos. Como la naturaleza, los hombres de esta tierra sabrían ofrecer una insidiosa resistencia. El dominio español era visible: el gobierno estaba en manos de peninsulares, las jeyes que regían eran reales cédulas firmadas en Madrid o en Toledo, el culto oficial y la autoridad religiosa eran los de la Iglesia Católica, la economía beneficiaba a los opresores. Cuzco era ciudad española, "muy noble, leal y fidelísima", había aparecido un Trujillo que recordaba al de Extremadura, se hablaba y se escribía en español, se montaba a caballo, se vestía de calzón corto, defendíase el cuerpo con malla metafica, el asno y la vaca aparecieron, el trigo, la vid y el olivo daban sus frutos, el tejado cubría las casas, en fin, por doquier se comprobaban signos nuevos de una civilización que había llegado con aquellos hombres. El pueblo indio servía a sus amos en el campo, en la ciudad, , de día y de noche, en todo género de menesteres. El pueblo indio concurría a las ceremonias religiosas. El pueblo indíoirabajaba en el hondón de tas minas. El pueblo indio obedecía, silencioso y resignado. Trabajaba y trabajaba, no importa qué, no importa hasta cuándo. E[ aventurero, hoy señor feudal, podía reputarse absoluto vencedor. Gobernaba, explotaba, humillaba y escarnecía, dábase el lujo de maltratar a pueblo tan pacífico y quieto. La cultura superior de los dominadores seguía siendo una cultura de los señores; apenas unos pocos elementos, como la cebada y el trigo, el asno y la oveja habían pasado como préstamos a la cultura inferior, a su economía. Todo lo demás le era extraño. El alma del pueblo indio se mantuvo firme, herméticamente cerrada a la penetración hispánica. El paisaje espiritual, como el paisaje natural, sólo había registrado fugaces imágenes del español trashumante. Ni en el uno ni en el otro marcó su posesión. Como 'las heroínas del romanticismo, el pueblo indio pudo decir al español: "Tuyo será mi cuerpo, pero mi alma, jamás".
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El pueblo indio no ofreció resistencia activa; pero su política de cuatrocientos años es el desarrollo de una lenta, oleaginosa y densa pasividad, que puede ser, y es, de ordinario, imperceptible sabotaje. Disimulo, hipocresía, rapacidad, inercia, son unas entre muchas manifestaciones de este sistema defensivo que permitió, y está permitiendo, aquello que se propuso él pueblo indio: sobrevivir. Con la pertinacia, la tozudez y la paciencia, venció las peores crisis. En una profunda introversión, vivió cuatrocientos años manteniendo, no sabemos en qué medida, su tesoro de cultura. Como el milenario pueblo chino, su regla es que los invasores pasan, que la conquista es sólo temporal que lo que importa es vivir, sobrevivir y pervivir. La actitud del hombre nativo fue totalmente opuesta a la del conquistador: inalterable en su posición telúrica, es el campesino esencial que sufre la tempestad, el cierzo y la sequía, sin perder la fe en el advenimiento del buen tiempo, de la abundante cosecha. El espíritu del trabajador paciente no decaía ante la opuesta fortuna, y así el indio logró conservar lo más valioso de su herencia racial: el apego a la tierra. El español, por. el contrario, venía a América después de siete siglos de incesante lucha con el moro, con una prolongada tradición de nomadismo y aventura que lo había hecho recorrer los caminos de Europa y el Cercano Oriente. Estaba formado en un ambiente de caballería y dé vida heroica, de impulsividad de conquistador y de cruzado. Colón, gracias a los Pinzones y a los Triana, había enrumbado sus carabelas en ruta a lo desconocido. Un siglo de trashumancia por el paisaje de América no agotaba ese dinamismo sorprendente, no aquietaba la inquietud ni decidía al cambio de una vida desesperada por otra de acción constructiva y sedentaria. Afluían al continente tipos humanos de cierta homogeneidad en cuanto a conducta y procedencia: eran gentes arrojadas por el vendaval hispánico, deseosas de enriquecimiento y poderío alcanzados rápidamente, por la fácil vía de la explotación del nativo. Sin embargo, tanto entre los primeros conquistadores como entre los inmigrantes posteriores, hubo muchos que se "avecindaron", echando raíces en la nueva y opulenta tierra colombina; ellos son evidentemente los creadores de la colonia, quienes introdujeron los elementos culturales de la técnica, los fundadores de pueblos, los encomenderos o transportadores del sistema feudal europeo. Entre ambas tendencias -la aventurera y la colonizadora-
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habrían de producirse de continuo luchas y conflictos. La apropiación de la tierra y del hombre habría de dar motivo a rivalidades y desafueros. La disputa por el favor real que significaba privilegios y concesiones, echaría la semilla de discordia desde los primeros tiempos: saldrían de ella las banderías, las facciones de pizarristas y abnagristas, que fueron la causa de guerras civiles entre dominadores. Habrían de perder en ellas la vida precisamente los capitanes de la Conquista: Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Sim embaTgo, el desenfreno tenía un límite cuando era invocado el nombre del rey (que Dios guarde). Aun en la revolución de los encomenderos encabezados por Gonzalo Pizarro, no llegarían a prosperar las ideas de ácratas como Francisco de Car baja I. Nunca, a no ser por el vesánico Lope de Aguirre, fue puesto en duda el divino derecho del monarca sobre las Indias. Dios y rey formaban una divisa indivisible. Todos los desórdenes de que fue teatro la colonia, atacaban a las autoridades, pero salvando siempre la persona de Su Católica Majestad. Los aventureros asesinaban y robaban, cuidando de hacerlo con previo acatamiento a la corona y a (a iglesia. La sedición solía dirigir su objetivo contra los poseedores. Siempre había en Perú un número considerable de "soldados", es decir, de gentes que nada poseían. Es curioso que alguna vez se pusiera a su cabeza, como capitán suyo, nada menos que un terrateniente: Francisco Hernández Girón, quien paga su incongruencia clasista en la horca. Los gobernadores y virreyes tuvieron en todo tiempo, como uno de los mayores azotes de su administración, la presencia de truhanes y desalmados venidos de España, para tos cuales no había ya tierras ni cargos que adjudicarles. En los primeros tiempos se organizaban con ellos expediciones para descubrir nuevos territorios. El virrey Toledo inventó la Visita General y el diabólico plan de las Reducciones para dar suelta, en perjuicio de los indios, a los instintos de presa de los muchos "desocupados" —como diríamos hoy— que le rodeaban con implacables petitorios. En el virreinato, de todos modos, debió cesar la corriente aventurera, hasta sólo registrarse casos individuales, con nombres propios. Otro género de caballería a lo divino, con el mismo sentido trashumante, habría de aparecer con las misiones religiosas. Si antes se ha examinado el móvil del oro o de la aventura por
9í la aventura en sí, ahora nos encontramos frente a una anima' dístma competencia entre las congregaciones católicas empeñadas en ganar el mayor número de "almas", convirtiendo infieles a las enseñanzas de Cristo. Dominicos y jesuítas entrarían en porfiada lucha, con tremendos episodios, por obtener el control de la evangelización de los indios. Llenas están las crónicas virreinales de las narraciones de esta empresa. Los hijos del Poverello tomarían a su cargo la más difícil de estas conquistas espirituales, al emprender la obra misionera en las regiones selváticas. La Sociedad de Jesús daría la más clara y rotunda prueba de su aptitud político-económica con la organización de las célebres misiones del Paraguay. El espíritu aventurero español se trasmutaría en otro menos heroico y sí eminentemente práctico y rapaz: apoderados los peninsulares de todos los cargos administrativos, en lo secular y eclesiástico, esta vez su explotación del hombre sería implacable y sistemática. Pocas veces en la historia del mundo se ofrece un espectáculo más repugnante que el de la corrompida burocracia de estos reinos de las Inídias. El enriquecimiento ilícito de los funcionarios, desde oidores hasta ministriles, a nadie asombraba, endurecidos como estaban los hombres de aquellos tiempos en la cotidiana comprobación de los mayores y más escandalosos peculados, cohechos y sobornos. La sociedad colonial había transformado la primitiva actitud dinámica en otra de estatismo sensual. El hombre de a caballo del siglo XVI, asceta en cierto modo, era reemplazado por el adiposo y remolón burócrata o por el noble afeminado que se hacía conducir en literas o calesas. Ninguna de lasados actitudes, fueron adoptadas por el indio* que conservó la suya tradicional. Desde los tiempos más lejanos era un hombre de su comunidad, de su casa y de su terruño. Infatigable en el trabajo, él había inventado y conservado la mayoría de los elementos componentes de su cultura. Como una abeja en su colmenar, eh cada fracción de territorio que ocupó queda huella perenne de su actividad. Supo no sólo extraer del suelo el sustento, sino embellecer la existencia con el fruto de su creación artística. Cada agrupación, en su pequeño espacio, formó un diminuto cosmos, al cual lograba imprimir su estilo. El Perú es la suma de estos pequeños mundos originales que tienen, sin embargo, entre sí, una profunda y persistente unidad. Toda» las •Xxsvmmr
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artes, todas las técnicas, pudieron desarrollarse en relación con su ambiente, y puestas en contacto gracias a un sistema político como el implantado por los Incas, aquella variedad de inventos y creaciones vino a constituir el común tesoro de Tahuantinsuyu. Los reyes del Cuzco no procedieron como los guerreros y los invasores de Eurasia al desarrollar el gigantesco plan de un solo imperio. Recuérdese que des.de el advenimiento del primer Inca hasta la invasión española, habían transcurrido quinientos años. Pues bien, dentro de ese considerable lapso, fue con lentitud, pero con seguridad y eficacia, constituyéndose el estado imperial- La agresividad, de los pastores, su ímpetu autoritario y destructor, habría acortado a unos cuantos años lo que demoró siglos bajo los Incas. Pero éstos eran agricultores sedentarios, civilizadores y no belicosos opresores de pueblos. El nombre del Imperio lo dice todo: Tahuantinsuyu significa los Cuatro Surcos. El Inca, como supremo agricultor, avanzaba por cada uno de ellos abriendo la tierra con su arado creador, para depositar ia semilla y recoger después, a su tiempo, la cosecha que, en este caso, cosecha era de pueblos maduros ya para la cultura. No tenía prisa, daba tiempo al tiempo, y todo debía suceder a su tumo. Así, por los cuatro surcos, que son las cuatro direcciones cardinales del Imperio, el Inca extendió su dominio de justicia, y bienestar para todas las gentes, llevando a todas partes como palabra de orden la palabra mágica que define su actitud ante el cosmos: trabajo. Esa palabra opera en el alma india como un soplo divino. Trabaja. Es decir, es leal a la tierra, es fiel a su tradición, nada más le importa. Porque todo vendrá a su tiempo.
ECONOMIA Entendiendo por economía -latu sensu- toda actividad humana tendente a la conservación, incremento y expansión de la vida física, queremos exponer, en forma somera, los;medios por los cuales el pueblo indio, en su proceso de transculfuración, ha atendido a las primordiales exigencias de alimento, vestido y habitación. . El español, en los primeros tiempos, tuvo que acomodar su existencia a la economía indígena: aprendió a comer maíz y papas, yuca y camotes y a beber chicha. Todos los productos nutritivos halógenos ingresaron a su mesa. Habitó bajo el techo de paja y hubo de abrigarse con los cobertores de lana de alpaca. Cuando la Conquista se consolida, el español importa desde sus tierras de origen aquellos elementos que su cultura considera esenciales para vivir. Aumentos a los que estaba inmemorialmente habituado, como el trigo para fabricar el pan, imprescindible en su dieta cotidiana, o el olivo, del cual debía extraer el aceite esencial en la preparación de sus potajes básicos. Otra noble planta, la vid, cuyo líquido no podía ser sustituido para la satisfacción del sediento que no sólo tiene sed aplacante por el agua, sino irreprimible deseo de euforia que sólo el vino produce. Junto a los alimentos de naturaleza vegetal y en una proporción desconocida para el americano, el peninsular requería para saciar su hambre mucha carne, pero no ta insípida de llama, sino la de animales exóticos en nuestro continente. Fue preciso importar e introducir la vaca, el cerdo, el camero y la cabra. A medida que avanzaba el dominio del Perú por sus amos europeos, un número creciente de nuevos elementos culturales
LUIS E. VAIXiRCKL 98 económicos enriquecía su acervo. Ya no sólo eran las sustancias
esenciales para ei consumo normal, es decir, benéfico, ano que comenzaba la introducción de especies como la calla de azúcar, productora del aguardiente, para un consumo nocivo. A fines del siglo XVI, la población española contaba con una considerable jnayoría de los componentes esenciales de su propio mundo económico. Habían prosperado los cultivos de las plantas adaptadas a su correspondiente clima; se multiplicaron, en Forma extraordinaria, las especies animales; los viñedos y los campos de caña ofrecían a la industria sus primeras materias. Habíanse fundado ciudades a la manera española, con casas de adobe y techo de tejas. El atuendo personal recuperaba su prestancia con las ricas telas y adornos importados de la Península. El paisaje del Perú comenzaba su parcial transformación. La sociedad indígena recibía este cúmulo de provocaciones o incitaciones a cambios culturales. El indio adoptaba, como préstamo o incorporación, muchos de los nuevos elementos, pero sólo aquéllos a su alcance. No ¡e era dable, por ejemplo, utilizar el caballo como cabalgadura: le estaba prohibido. Tampoco portar armas ni vestir como español. Era un analfabeto; el libro, por lo tanto, era para él inútil. Pero muchas otras cosas no las .tomó por propia voluntad o, si fueron aceptadas, supo emplearlas de un modo distinto. Verbi gratia: el aceite no era de su agrado; tampoco el azúcar, pero adquiría pequeñas cantidades de este artículo parafinesmágicos. De los alimentos europeos, el indio no incorporó el trigo como algo esencial: lo consume en pequeña escala; no se acostumbra, hasta hoy, a consumirlo en forma de pan. El indio contemporáneo cultiva el trigo, pero no para sí, sino para el mercado. Hace un mayor consumo de cebada y de habas. Sólo en las fiestas, y como algo excepcional, figuran en sus comidas el arroz, los huevos, la carne, la grasa de cerdo. No es ordinario que coma frutas de procedencia europea. Tampoco lo es el uso cotidiano de aguardiente o vino; uno y otro son elementos de la fiesta e integrantes de las ceremonias mágicas. En resumen, la alimentación indígena sigue siendo en un noventa por ciento la misma que en los tiempos precolombinos. Si estudiamos su vivienda, tampoco se encontrarán en ella
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grandes cambios. En un reducido porcentaje, el tejado reemplaza al techo primitivo de paja. Hasta las antiquísimas formas de casa 'redonda siguen usándose en el altiplano y en otras regiones de la sierra peruana. Casos sugestivos se ofrecen en algunos pueblos, como Ollantaytambo, no lejos del Cuzco, en los cuales sus habitantes continúan ocupando las construcciones "arqueológicas". Tampoco ha sido incrementado el mensaje doméstico, si prescindimos del cuchillo de hoja de hierro. Las mismas vasijas de arcilla (ollas, platos, jarros, cántaros), la primitiva piedra de moler, el fogón elementa!,, el lecho de pieles de llama (o dé carnero), las estacas de madera para colgar, todo reunido en la única pieza habitación. Las aldeas indias, desparramadas en la vastedad del altiplano o en las anfractuosidades de los valles, tienen la misma fisonomía que contemplaron por primera vez los conquistadores españoles del siglo XVI. Lo único nuevo que podrían encontrar se reduciría a tan poco que no es de tomarse en cuenta. Donde la transformación es perceptible, en el poblacho mestizo, se está produciendo un fenómeno de lenta decadencia: la mayoría de los pueblos españoles típicos, con iglesia parroquial, cabildo y cárcel en la cuadrada plaza y las calles tiradas a cordel, se están desmoronando, sin que nadie pueda evitarlo. Cientos de estos pueblos son ya sólo ruinas. La indumentaria del indio cambió radicalmente después de la revolución de Túpac Amaru{1780): hasta entonces había sido (a misma que bajo el Imperio, una túnica y un manto. Desde hace siglo y medio, la casaca y el calzón corto fueron impuestos. Pero el manto sigue siendo el mismo en la mujer (iliklla) y en el hombre se ha convertido en poncho, aunque en las fiestas suele usarlo en su forma originaria (llakolte). Todas las prendas del vestido adoptado han sufrido sustanciales cambios: el sombrero (la montera española) ha alcanzado infinitas variedades, según los pueblos y regiones. Iguales características de diferenciación se observan en el poncho y en las fajas (chumpis), cuyas gamas de colores y motivos ornamentales son de una riqueza extraordinaria. El caballo de paso es riqueza lejos del alcance del indio. Caen bajo su dominio cuando los equinos degeneran, se hacen esmirriados, retacos y lanudos: es el "caballo de carga". Pero es el asno, el paciente jumento, importado por los españoles mucho
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después que el caballo, el gran auxiliar del indio para el transporte. El buey, como el caballo de montar, es un lujo; sin embargo, algunos indios y las comunidades indígenas cuentan con él como parte de su propiedad semoviente, utilizándolo para las faenas campestres. La pareja de bueyes tira del primitivo arado de madera que introdujo el conquistador y que no ha sido mejorado ni sustituido en cuatrocientos años. La gallina, la cabra, el cordero, el conejo de Indias y el perro, completan la fauna familiar: estos dos últimos de data precolombina. El indio, que jamás utilizó la leche de los auquénidos, ha aprendido su aprovechamiento en la cabra y en la vaca, fabricando el queso. Pero él no consume la leche; su resistencia es invencible. La pequeña industria doméstica se basa en aquella fabricación. La mujer vende el queso, la leche y los huevos de su mínima granja en el mercado del pueblo o a domicilio. El único animal que sacrifica para comer su carne en ciertas fiestas, es el cuy (o conejo de Indias). Sólo por muerte accidental del carnero aprovechará de cuero y carne. La llama sigue siendo su tradicional productor. Le proporciona lana para sus vestidos, combustible y abono, aparte de su servicio como acémila-Tan tímida como ahorrativa, porque su. consumo de pasto es poco y puede hacer largas jornadas sin sed ni hambre. No ha perdido el aborigen en el transcurso de los siglos su fundamental amor al trabajo. Goza en la labor campestre: Es para él, además de un goce, un rito. Cuando brillan en el firmamento las últimas estrellas, antes de la aurora, el indio ya está en pie, listo para la faena. Si tiene que regar su campo, a la media noche, trabajará sin fatiga. No hay para él sacrificio, ni desagrado, en tratándose de su deber; pero cuando es el trabajo para sí ó para los suyos. No tiene, no puede tener, igual decisión cuando su esfuerzo resultará en provecho del amo que oprime y explota. Entonces es remiso y tardo. Su resistencia pasiva es un evidente sistema de sabotaje. En una proporción pequeñísima han cambado las técnicas agrarias en la sierra del Perú, donde se sigue cultivando rutinariamente, en condiciones inferiores a las predominantes bajo el Imperio incaico. Es en la costa donde la agricultura se ha Iransfor-
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mado con el establecimiento de empresas altamente industrializadas. En el primer caso, sigue siendo el indio el único director de la producción agrícola. Propietarios y administradores de fundos están completamente al arbitrio del indio campesino, cuya experiencia es artículo de fe. Por desgracia, la ciencia de Tahuantinsuyu se ha ido perdiendo y sólo ha quedado el sabor popular, & agricultura "folklórica". El trabajo cooperativo subsiste entre los pobladores aborígenes. No sólo se puede reconocer la antigua prestación de servicios mutuos o ay'ni, que ayudaba a labrar las parcelas familiares, sino que inclusive la contribución colectiva, total, de esfuerzos en pro de una obra de beneficio común, o sea la minka, no ha desaparecido. Tierras comunales son cultivadas por este sistema. Se emprenden obras públicas, limpieza de acueductos y caminos, reparaciones de templos, casas parroquiales, escuela o cárcel, etc. Para tales labores concurre el grupo y reconoce su obligación. Es sabido que se proclama como una máxima que sólo tiene derecho a comer de la tierra quien ha trabajado para el bien común. Suele hasta arrojarse de la comunidad y desposeerle de su parcela, a quien no ha cumplido el sagrado deber de servir para el común provecho. Esta supervivencia colectivista fue explotada en su favor por los conquistadores y colonizadores españoles, primero, y por sus Legítimos sucesores, después. Asi, el gobernador o el cura apelan a la minka para el cultivo de sus heredades privadas, para la construcción de sus viviendas, como representantes en sinuosa línea del Inca y del Sol, cuyas tierras en Tahuantinsuyu eran labradas por el pueblo. La Ley de Conscripción Vial se basaba en la costumbre secular de los indios de construir y reparar los caminos; pero dio motivo a tan tremendos abusos que su derogación hizo popular en la sierra del Perú a uno de los jefes militares de trágico recuerdo. La faena, como se llama este trabajo colectivo, sigue siendo en muchos lugares del interior del Perú un servicio municipal vitalísimo para conservar edificios, acueductos, puentes, caminos, etc. El indio concurre de buena voluntad porque, como en los tiempos antiguos, es una ocasión de estar juntos todos los comu-
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narios que comen y beben a costa de quien manda hacer el tra* bajo, recibiendo el convite como total remuneración. Música, baile y copiosas libaciones son el atractivo de la "faena". Ha sido una ventaja considerable para los dominadores pasados y actuales del pueblo indio el concepto que éste tiene del trabajo como prestación graciosa que sólo obliga a reciprocidad. No habiendo percibido nunca salario, no se formó en él la idea de recompensa pecuniaria o aun en especie. Los jornales misérrimos que percibe (S céntimos de dólar) no son para él el precio de su trabajo, como tampoco lo sería el décuplo. De allí que no existan entre los campesinos movimientos en pro del alza de salarios. Están mejor dentro de su espíritu las compensaciones que se establecen en los fundos agrícolas entre el usufructo de tierras limitadas por el trabajador en recompensa de los servicios de éste. Entiende que entre una y otra cosa hay cierta pandad. No hubo en el régimen español la habilidad de conseguir una acomodación entre los sistemas incaico y europeo de economía y derecho. Fueron los jesuítas, con la perspicacia que universalmente se les reconoce, quienes en sus misiones del Paraguay ensayaron la más acertada correspondencia y perfecto ajuste entre uno y otro sistema. Era muy sencillo. La Compañía de Jesús sustituía al estado incaico, así como a la iglesia solar. Toda la estructura político-económica quedaba vigente. El pueblo, con el mismo patrón disciplinario, se movilizaba íntegramente para el proceso de la producción. Sus necesidades eran atendidas en la misma forma justa. Pero como bajo el régimen de los Incas había un considerable superávit que se transformaba en reservas y capital, guardado en los grandes depósitos fiscales, henchidos de productos agrícolas y de la industria en general, esa sobreproducción quedaba en beneficio de la Compañía de Jesús que, dentro de una economía mercantil, lograba colosales ganancias. Así los jesuítas se enriquecían prodigiosamente sin matar la "gallina de los huevos dé oro". Todo lo contrario, el indio en tas misiones recibía buen trato, era mimado, se procuraba su multiplicación. El ensayo jesuítico habría causado en América una transformación insospechada. El dominio de este continente habría sido por cauces muy distintos a los que condujeron, después de tres siglos, a la total ruina de la sociedad india.
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Nada explica mejor la historia del pueblo indo americano, desde el siglo XV hasta hoy, que esta inocencia suya en el orden económico. Estado virginal en contraposición a la corrupta ánima europea. El indio cayó, con absoluta mansedumbre, en las garras de quienes por siglos experimentaban el ansia de riquezas. Un Shylock americano, precolombino, es inimaginable. El sentido de la ganancia, del mercantilismo, entró demasiado tarde, todavía no ha conquistado a los iridios de hoy sino en reducida proporció*. El aborigen, no sólo por obra de quienes lo han proletarizado, esquilmándolo, sino como consecuencia de su tradicional "desinterés", vive en la miseria. Su absoluto desconocimiento del poderoso incentivo del "negocio" y su inexperiencia en toda transacción mercantil hicieron del indígena peruano una eterna víctima en las luchas económicas. Careciendo de la aptitud para lograr el incremento de los bienes propios, no es extraño •••que no encontremos en él vestigio alguno del afán de atesofai monedas. El oro y la plata, en los tiempos precolombinos, carecían de todo valor de cambio, no fueron en ningún momento signos monetarios como en lai demás civilizaciones del mundo. De ahí la desaprensión con que entregaron a los conquistadores españoles las vasijas y los adornos.,que decoraban templos y palacios: no era para ellos nada vitalmente económico ser despojados de especies suntuarias que sólo tenían aprecio para sus poseedores privilegiados, pero no para el pueblo en general, prohibido de usarlas. No afecta al indio la pérdida de su trabajo con tal de que tenga suficiente margen para cultivar su pequeña parcela. Lo que le hiere mortalmente es el despojo de la .tierra, cuando es arrojado de ella, cuando se le usurpa una fracción por mínima que sea, Entonces sí pierde la paciencia y es capaz del crimen. El mayor porcentaje de delitos corresponde a esta apasionada defensa del suelo y sus frutos, del agua de regadío y de los animales de labranza. Bajo la República el pueblo indio ha experimentado tos mayores despojos. La gran propiedad territorial ha crecido a sus expensas. Centenares de comunidades indígenas, privadas de sus tierras, se han desintegrado y desaparecido. Leyes aparentemente benéficas, como las que concedían al india plenos derechos civiles, inclusive el de enajenar sus bienes, resultaron muy dañosas; porque, a su sombra, se legalizó el despojo. Todavía hoy, contra las disposiciones constitucionales que amparan la propiedad comunitaria, tales atentados no cesan. A pesar de tan hostiles
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circunstancias, aquélla es considerable y forma parte de la riqueza agropecuaria de la nación en un porcentaje muy importante. Quienes vislumbran fáciles vías de enriquecimiento personal, no renuncian a su propaganda en el sentido de disolver las comunidades indígenas, convirtiendo en propietario individual a cada uno de sus componentes. Son los partidarios de La fracasada fórmula de la "pequeña propiedad". Nuestro país ofrece los más sugestivos ejemplos del "minifundio" o de la atomización predial, en valles costeños como el de Huacho, o en zonas serranas, como la de Chucuito, en el departamento de Puno; ha llegado a dividirse tanto la propiedad que cada surco tiene su dueño . . . La disminución evidente de las áreas cultivadas y el crecimiento considerable de la población en el Perú están determinando una grave crisis de producción, intensificada en las presentes circunstancias. Bien sabido es que los conquistadores españoles son los más lejanos causantes de esta crisis: ellos, que procedían de un país en que acababa de arruinarse la agricultura con la expulsión de los moriscos, consumaban igual ruina en el Perú: no estaban interesados en la riqueza agrícola, sino en la minera, en la extracción de metales preciosos, como la plata y el oro. Y esa extracción debía hacerse rápidamente, movilizando a todos los habitantes indios, aun cuando tal cosa significase el abandono de los cultivos y la muerte de millares de hombres. La tragedia fue inevitable. Derrumbóse el milenario edificio agrícola levantado con la ciencia y el esfuerzo de muchas generaciones. Vemos hoy sus impresionantes restos en los campos cubiertos de arena de la costa, otro tiempo florecientes huertos y jardines; en los taludes de las montañas, que cubrían prodigioso sistema de terrazas agrícolas; en los rotos canales de riego, que conducían el agua por centenares de kilómetros para fertilizar tierras hoy perdidas; en los arruinados graneros, que alzan sus muros que siglos atrás contuvieron reservas vitales de alimentos. La agricultura fue perdiendo su avanzada técnica. Comenzaron a degenerar los más nobles productos, como la papa y el maíz. Otros fueron desapareciendo de grandes áreas, donde se les cultivaba con enorme provecho para el hombre, como el maní, los frijoles, los pallares. Otros casi han desaparecido por completo, como la jikima o ajina. La costa sustituyó sustancias alimenticias de primer orden,
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10& como las incompletamente enumeradas, con productos de tan dudosa utilidad como el arroz, cuyo consumo Irracional conduce al alarmante empobrecimiento de la raza. La transculturación económica trajo, pues, trastornos de todo orden, alterando profundamente la vida de un pueblo hasta entonces feliz. Más de cuatro siglos después, el Perú despierta y se produce el hecho extraordinario: volvemos al instante en que se opera nuestra caída histórica y, con la tremenda experiencia adquirida, tratamos de reanudar el hilo roto de nuestra prosperidad. En el brillante libro al cual nos hemos referido en otras páginas, se sostiene que fueron importantes y revolucionarios, los aportes de carácter económico de la Conquista española, citando al efecto la introducción de la moneda, la organización de la industria minera, la implantación de nuevos cultivos, como el del trigo, la cebada, el arroz, la caña de azúcar, la vid, el olivo, flores, frutas y bayas. Eso es todo. Bastante poco, desde luego, si tomamos en consideración que nada de lo mencionado benefició al país, es decir, a su inmensa población nativa. Podemos prescindir, corrió hoy mismo prescinde el aborigen, de todos y cada uno de los mentados aportes. Pero, por desgracia, no podemos aún reparar el inmenso daño causado por la nueva economía en todo lo que tiene de vitanda injusticia. La obra de ésta y las siguientes generaciones se orientará en el sentido de un reajuste: tendremos tan presentes ta técnica y la ciencia occidental, como la vieja estructura económica de los incas. La etnología evidencia el hecho de que el sistema económico introducido por los invasores europeos del siglo XVI no ha logrado cambiar la conciencia económica del aborigen peruano, que sigue manifestándose con persistentes rasgos colectivistas. Esta afirmación, como todas las que inciden sobre el proceso transcultural que se examina, no comprende a la parte de población incluida en el mundo occidental, urbanista, europeizada. Pero se trata de una minoría pequeña si se la compara con la gran masa campesina, analfabeta, quechuaparlante que se extiende como una mancha de aceite (implacable en su lento avance) por todo el territorio del Perú. Esa gran masa debe entrar en contacto con la cultura occidental bajo el signo de nuestro tiempo, cuando el Perú ingresa en el estadio de una economía industrial, cuando se inicia la liquidación de la histórica etapa de nuestro "feuda-
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lismo". Los rezagos coloniales del latifundio, del misérrimo jornal, de ía rutina agraria, se baten en sus últimos reductos ante el avance del capital financiero. El más tremendo error, en estas circunstancias, sería intentar una política económica a base individualista, de pequeña propiedad. El "saltó" dialéctico tiene que producirse entre la vieja estructura de la comunidad agraria y la de las granjas colectivas. De cuatro a cinco mil comunidades agrarias están en posibilidad de transformar el cuadro económico de la sierra peruana.
DERECHO, POLITICA, MORAL El estudio de la legislación de Indias tiene un valor académico como episodio en la historia del pensamiento jurídico. La racionalización estereotipada en la norma, quedó allí, sin trascender a la realidad. Es ingenuo, cuando no malicioso, remitir al estudio de la legislación de Indias a los investigadores de la Historia de América. La legislación de Indias no es una fuente histórica, de allí no manan tos hechos, sino los papelotes. Ots Capdequí reconoce "un positivo divorcio entre el derecho y el hecho". Dice con honradez: "Una fué la doctrina declarada en la ley y otra la realidad de la vida social". Etnológicamente, nos atenemos a los hechos, a ta realidad de la vida social y no nos interesa aquella doctrina declarada en la ley. Es evidente que la conquista del Perú, como la del resto de América, se produce bajo las más calificadas condiciones de ambiente medieval. Siguiendo al mismo autor antes citado, se puede afirmar que: "Fué así como la vieja Edad Media castellana, ya superada o en trance de superación en la Metrópoli, se proyectó y se continuó en estos territorios de las Indias". Las capitulaciones concedían extraordinarios privilegios de un acentuado sabor señorial. El título perpetuo de adelantado, la facultad de repartir tierras, solares e indios, la de erigir fortalezas y proveer oficios públicos son, entre otras, expresiones de un espíritu medieval. El encomendero será una vera efigie del señor de tierras y esclavos: la hacienda es nuestro castillo. Pero si comienza y continúa con ese carácter la empresa conquistadora, es evidente que nuevos factores influyen en su desarrollo: de un lado, la creciente intervención del estado hasta
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estructurar el virreinato, y de otro, la transculturación indohispánica que remodela y adapta las importadas instituciones. £1 estatismo pronto absorberá todos los derechos y su fuente principal: la propiedad de la tierra. Ninguna ley más explícita y absoluta que la Real Cédula de 1578, ratificada en 20 de marzo de 1589 y en 10 de noviembre de 1591 (ley XIV, título XII, libro IV de la Recopilación de Indias), cuyo texto, erí lo sustancial, así dice: "l'or habernos sucedido enteramente en el señorío de las Indias y pertenecer a nuestro patrimonio y corona real todos los suelos y tierras que no estuvieran concedidos por los señores reyes nuestros progenitores o por Nos o en nuestro nombre, conviene que toda la tierra que posea sin justos y verdaderos títulos, se nos restituya según y como nos pertenece, para que, reservando ante todas las cosas, las que a Nos y los virreyes, audiencias y gobernadores pareciere necesarias para las plazas, ejidos, propios, pastos y baldíos de los lugares y concejos que están poblados, así por lo que toca el estado presente en que se halla como al porvenir y al aumento que puedan tener, y repartiendo a los indios lo que buenamente hubieran menester para labrar y hacer de nuevo lo necesario, toda la demás tierra quede y esté libre y desembarazada para hacer merced y disponer de ella a nuestra voluntad'*. Es justo reconocer que la propiedad indígena fue mejor respetada bajo el dominio español que en nuestro tiempo. Los indios poseían extensiones de tierra mucho mayores hace cien afios; luego, por el decreto de Bolívar, fue modificada la propiedad del indio, bajo la ficción legal de su capacidad jurídica para comprar y vender y celebrar todos los demás contratos reales. Millares y millares de hectáreas de buenas tierras han pasado de manos de sus propietarios aborígenes a las de sus fingidos compradores. Sólo una total revisión de títulos, como las verificadas en México y otros países, podría descubrir la infame y escandalosa estafa realizada con una parte considerable de la población indígena que ha perdido sus tierras por ese medio delictuoso. La restitución será un acto de justicia trascendental. La Encomienda tuvo un sentido económico religioso. "Un grupo de familias de indios, mayor o menor según los casos, con sus propios caciques, quedaba sometido a la autoridad de un español encomendero. Se obligaba a éste jurídicamente a proteger a los indios que le habían sido encomendados y a cuidar de su instrucción religiosa con los auxilios del cura doctrinero. Adquiría el derecho de beneficiarse
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con los servicios personales de los indios para las distintas prestaciones económicas. Con el rey contraía el compromiso todo español encomendero de prestar el servicio militar a cabillo cuando para ello fuese requerido". No aparece en ningún momento derecho del encomendero sobre la tierra. Fue por el Repartimiento, otra institución española, como el colonizador ponía en cultivo el suelo, residía en él por cuatro, cinco u ocho años, "sin agravio para los indios", sin perjuicio de tercero, sin facultades jurisdiccionales sobre los habitantes y sin ningún derecho sobre ellos. Avanzado el tiempo y por encima de las prescripciones legales hasta entonces relativamente respetadas, el dominador español se convirtió en "dueño de vidas y haciendas". El pueblo indio quedó enteramente a su merced, sin mayores garantías que las que recibía excepcionalmente y en virtud de las célebres 'Visitas1' de algunos probos varones. El campesino no sólo resultó a la postre el siervo de la gleba, sino un mero bien semoviente. Era usual, todavía lo es, en las transacciones comerciales de la sierra, clasificar las haciendas en dos categorías: "con indios" y sin "gente". Las primeras alcanzan un precio mucho mayor que las segundas. En las ventas, las familias indias eran inventariadas como los aperos o el ganado, con la misma desaprensión de propietarios blancos, mayordomos mestizos y . . . aun de los propios indios que pasaban, sin protesta, de un amo a otro. Las encomiendas habían cesado en su simple forma legal a mediados del siglo XVIII, pero el espíritu del encomendero persiste hasta nuestros días. El virrey Toledo introdujo la diabólica reforma de las Reducciones, en virtud de la cual todo el Perú fue bárbaramente desintegrado, trastornado, destruido. Se había mandado que todos los pueblos de indios fuesen evacuados para pasar sus habitantes a otros que se fundaban con el propósito de concentrar la población indígena. La evacuación violenta determinó la pérdida de todos los bienes muebles y la de las tierras agrícolas adyacentes a cada aldea. Al mismo tiempo, funcionó la Mita remodelada por Toledo, que cogiendo a los indios, despojados ya de sus bienes, los condujo al infierno de Potosí. La Mita había sido una sabia institución incaica por la cual se observaba un estricto y limitado turnio en cierto género de labores, como explotación de minas, cultivo de coca, etc. Tenía restricciones drásticas y precisas: no duraba más de noventa días, no se aplicaba a pueblos que distasen más de un día de viaje, se
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prohibía que fuese llevado el trabajador a un clima distinto del suyo, etc: Nada de esto se observó: la mita agarraba de por vida a millares de indios, los conducía a grandísimas distancias y a climas díametraímente opuestos. El resultado fue la despoblación del Perú y la ruina económica general. La obligación de prestar servicios en las minas, en el cultivo de la coca y en las instalaciones de la industria textil u obrajes, pesó do loro sámente sobre el pueblo indio. Hasta Toledo se puede decir que el Perú aborigen no había sufrido aún en la medida en que iba a sufrir. El tributo, otra modalidad económica antigua que fue adulterada, hundió aún más en la desesperación al pueblo indio. Hasta Toledo - ¡siempre Toledo! - el tributo seguía pagándose en especies, como bajo los Incas; pero desde entonces el indithabía de abonarlo en pesos ensayados, otra manera de obligar a alquilar su trabajo, a cambio de jornal, para tener dinero. A pesar de todas las reales cédulas expedidas en protección del indio, en resguardo de sus derechos, para que fuese respetada su propiedad inmueble, la realidad no le reconoció ni siquiera el mínimo derecho de persona. Como un medio protector, la ley lo había asimilado a la condición jurídica de los menores e incapaces, necesitando de tutela. Pero qué tutores podían defenderle si todos los intereses estaban firmemente conjurados para hundirlo. Dice Ots: "Jurídicamente, fueron hombres libres ...; pero se les compelía a la prestación de determinados servicios personales, algunos de ellos tan gravosos como el de la mita. En tales circunstancias, ¿cómo imaginarnos a los indios poseyendo tierras en un plano aproximado de igualdad con los otros propietarios españoles y mucho menos beneficiando minas en provecho propio? Se respetaría a los indios la propiedad de sus tierras sólo en tanto constituyeran éstas un medio para satisfacer con el fruto de su cultivo los impuestos que venían obligados a pagar a sus encomenderos y a la corona. Por eso, más qué como señores, deben ser considerados corno siervos de la propia tierra que labraban. Cuando la tierra por ellos poseída adquiría un valor económico suficiente para tentar la codicia de los conquistadores, pronto surgía la detentación violenta o solapada que privaba a los indios de su derecho tantas veces sancionado por la ley". (Ots, 136).
n BRECHO, POLITICA , JtflKAL"
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La Ley XII, título 1, libro VI de la Recopilaetaitde indias/ otorga absoluta libertad de comercio al indígena. Garantiza el regular funcionamiento de los mercados indios (katu, en Per#;tianguiz, en México). La misma ley le reconoce el derecho d t contratar sus servicios "con quién quisieren", y por el tiempo qué les pareciere. Jamás el indio fue tan cruelmente burlado. Ni derecho de contratarse libremente, ni de comerciar con mínimas garantías. Fue conducido "amancornado", por la fuerza al sitio del agotador esfuerzo. Fue siempre engañado en el trato mercantil. Ese es su estatuto durante cuatro siglos y atedio: de absoluta inferioridad, de oprobio y befa. Las múltiples restricciones a la producción y al comercio; basadas en un estrecho proteccionismo que no permitía cultivar o fabricar especies semejantes a las que ofrecía España, la exclusividad del transporte en barcos hispánicos, la predilección minera, el trabajo esclavista, en fin, todo el cúmulo integrado por tan opuestos factores, determinó la ruina del comercio y la anulación del indio para transacciones mayores a las mínimas que realizaba en su reducido medio. Jurídica, como económicamente, el indio quedó por debajo del nivel ínfimo. Desde el Requerimiento a Atahuallpa, calcado en la fórmula de Palacios Rubios, la soberanía o el supremo derecho peruano quedó anulada ante el exigido sometimiento á la autoridad absoluta de aquel poderoso monarca, rey de reyes, que gobernaba desde la remota España, tan alejada de este mundo indiano como la estrella Sirio. Atahuallpa rechazó el Requerimiento y sólo por la prisión quedó al arbitrio de los representantes de Carlos V. Con la pérdida de la libertad, el emperador de Tahuantinsuyu desaparecía como viva imagen del estado. La muerte misma no era sino una consecuencia. De allí en adelante, sólo gobiernos títeres iban a mantener la ficción del estado incaico. Túpaj Huaflpa e Inca Marco reinaron brevemente. Rebelado este último, comienza con él el último acto de latragedia política: la retirada de Viícabamba, último baluarte de la monarquía cuzqueña. Abre un paréntesis en la resistencia el Inca Diego Sayri Túpac, que trueca su imperio por una encomienda en el histórico pacto de Urna, que el pueblo indio, secreta y tenazmente, rechazó. En 1572, y como digno corolario de la política desperuanizadora de Toledo, con la guerra, prisión y muerte del Inca Túpac Amaru, concluye toda apariencia de
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gobierno general del Imperio. Desaparecido éste, las tribus y naciones, los grupos que lo integraban, se dispersan como las cuentas de un collar cuyo hilo ha sido roto. Cada comunidad volvió en lo político y en lo económico a la etapa preincaica. Millares de comunidades, aisladas, ajenas unas a las otras, pudieron así ser vencidas en detalle, una a una. Habría sido un permanente fracaso imponer las leyes de España a un país de esta manera constituido. Sólo para hacer cumplir dichas leyes y establecer y consolidar la nueva autoridad del estado español, era necesario que éste contara con no menos de treinta o cuarenta mil funcionarios peninsulares. Precisaba, pues, estudiar y aplicar un sistema que armonizase, como lo hicieron los incas, la autoridad del poder central con la de los grupos locales. Para lograrlo, fue obligatorio transigir con el pueblo conquistado, reconociéndole a éste ciertos derechos políticos, como el de designar a sus pequeñas autoridades y el de proseguir con el régimen de los curacazgos. Fueron igualmente reconocidos los métodos y procedimientos políticos en uso desde tiempo inmemorial, muchos de ellos de un gran sentido democrático, como las asambleas comunales o camachicos, en que se discutían y acordaban todas las medidas de interés para la colectividad. Las Ordenanzas de Toledo son el código que contiene este ensayo de derecho mestizo, el denominado "derecho indiano" A través de los siglos de coloniaje y república, el pueblo indio, para su vida propia y en parte para la de relación con el resto de la sociedad y el estado, ha dispuesto de órganos y agentes que mantuvieron sin anquilosarse su cuerpo político, hasta recientes disposiciones poco estudiadas que restringen actividades lícitas esenciales como la libre reunión de sus asambleas. Débese insistir, una y otra vez, sobre la evidencia del gran espíritu y vieja tradición democrática del pueblo indo americano. Si la palabra democracia tiene un sentido exacto -gobierno de todos para Iodos—, sólo en América antigua alcanzó verdadera realidad, porque no estaba excluida de la comunidad una parte considerable de seres humanos, bajo el estigma de la esclavitud, como en los clásicos arquetipos de Grecia y Roma. No es el caso (y remito al lector a mi Historia de la Cultura
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Antigua del Perú) de examinar aquí la naturaleza política de la sociedad incaica, en que se concillan dos principios contradictorios, como son democracia y monarquía absoluta. Como porfiada sobrevivencia del profundo sentido político incaico, los indios de hoy son celosos de sus derechos tradicionales, de sus normas consuetudinarias; nadie desempeña mejor sus funciones como autoridad o agente de ella. En esto, como en lo demás, el aborigen toma la vida en serio, distinguiéndose notablemente del blanco, criollo y mestizo, tremendos traficantes políticos, peligrosos en la función pública, amorales en su ejercicio. Fieles custodios, no hay un solo caso en que el indio haya traicionado la confianza en él depositada. Los tesoros de la iglesia están bajo el cuidado exclusivo de los sacristanes indios. Desde el corregidor, la históricamente primera autoridad más próxima al indio, hasta los actuales subprefectos y gobernadores, todos los agentes del estado dejaron sentir su acción sólo en perjuicio y disfavor del pueblo aborigen. Blancos o blancomestizos, mediante el instrumento de la ley -llaveganzúa con frecuencia—, al ejercer funciones públicas se aprovecharon de ellas, con escándalo del indio, austero administrador. Es conmovedora la fe del indio en la justicia, le viene del tiempo en que los jueces del Inca se desplegaban por todo el Imperio, bajo el nombre de tukuyrikuk ("los que todo lo ven"). Su juzgamiento comprendía tanto a los poderosos como a los humildes, y sus fallos eran intachables. Desde la Conquista española presenciaba el indio el espectáculo harto escandaloso de la Venalidad de los magistrados. Pese a la constante experiencia de una justicia que sólo favorecía al dominador, el indio, impertérrito, con la tozudez del hombre primitivo, persigue un día tras otro, y así sea por muchos aflos, el reconocimiento de su derecho. Cuando defiende la propiedad de su pequeña granja, nada es capaz de vencerle: gasta el producto de muchas jornadas en abogados y escribanos, camina a pie largas distancias, del Cuzco ó de Puno a Lima, puede sacrificarse ilimitadamente, pero no renuncia a su lucha por la justicia. Se dice que el indio es un avezado pleitista; pero es que no se entiende la pertinacia con que suele defender lo que considera justo. Dentro de lá vida comunal, este ejercicio jurídico no ha perdido su validez y eficacia. El juzgamiento indio para indios
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conserva su pureza antigua. De ahí el tremendo contraste con la función judicial a cargo de blancos y mestizos. La fe en lo justo, como valor permanente, inmutable, no es sino la expresión de la firme voluntad india en hacer que prevalezca su ética tradicional sobre las contingencias históricas. £1 derecho familiar que reposa en el matrimonio no ha variado fundamentalmente en el pueblo aborigen. Subsiste en gran parte la institución conyugal primitiva, cuya esencia está en la costumbre denominada tinkunakuspa (o sirvinácuy), que se reduce a un noviazgo con vida en común de los presuntos cónyuges y por el término de un año, finalizado el cual se consagra en definitiva la unión, o se disuelve sin responsabilidades. Durante el año de prueba, los novios se estudian mutuamente, así como los padres y parientes los someten a observación para comprobar si ambos sé entienden y si cada uno está preparado para afrontar las graves obligaciones de la nueva etapa de su vida. La importancia del matrimonio entre los incas era mucho mayor que en otras organizaciones. Sólo el hombre casado era runa u hombre completo, ser de razón. El matrimonio daba a los varones el derecho político, lo que denominamos hoy la ciudadanía. Sólo el hombre casado podía ser autoridad., jefe de decena, de centena o de millar, oficial del ejército, funcionario. Para elevarse a ese nivel superior, el novio debía dar muestras de hallarse maduro, y era el futuro suegro quien se encargaba de imponerle Las más rudas tareas. Como rezago matronímico, aparece el tío materno con mayores obligaciones que el padre en esta preparación del joven para el matrimonio. En la ceremonia del warachicu, cuando el adolescente comienza a usar bragas, se pone, término a la educación física que hará del hombre un ser saludable y fuerte; el joven ingresa en los círculos masculinos, donde va a recibir un entrenamiento más riguroso aún, bajo ta asistencia de su tío materno. No puede ser candidato a matrimonio sino pasados los veintiún años. Durante la prueba prematrimonial, no son ya sus condiciones físicas las confrontadas, sino en particular su madurez mental y su capacidad para mandar y dirigir, para realizar todas las tareas que exigen una cierta autonomía personal. Si la prueba es positiva, se verifica la unión formal, consagrada por el estado.
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Tiene tan grande arraigo esta original costumbre del precasamiento, que nada han podido contra ella ni las prohibiciones legales ni las eclesiásticas, que la condenaron como vitando concubinaje. Por la Real Provisión de 8 de noviembre de 1539, se "obligaba" a casarse a los indios; pero posteriores disposiciones sólo hablan de "persuadirlos"- La periodicidad con que se producían tos matrimonios en la época incaica hizo incurrir a algunos historiadores en el error de sostener que tales uniones se realizaban ahí, de momento, sin conocerse siquiera los cónyuges, cuando lo cierto es que "se conocían bastante bien", mucho mejor que los novios de nuestro tiempo. Esa periodicidad era coincidente con ceremonias mágicas y religiosas favorables a la proliferación. También hoy, en las regiones densamente pobladas por indios, en determinada época del año, se verifican en un solo día numerosos matrimonios bajo la bendición del párroco o de "misioneros" trashumantes que aciertan a llegar para tan buena cosecha de almas. La legislación indiana había establecido.la unidad del domicilio conyugal; pero a la muerte del padre, se observaban las siguientes reglas: a) la viuda volvía a su comunidad de origen; b) los hijos, al pueblo paterno; c) las hijas solteras, junto con la madre; d) las hijas casadas, al ayllu del marido. En parte se transigía con las reglas del derecho incaico. El régimen de sucesión fue muy influido por las normas importadas. Se introdujo el testamento, lo que ha dado lugar a los más clamorosos abusos. La división de bienes ha conducido a un desmenuzamiento de la propiedad verdaderamente inverosímil; pues, como se dijo en otro párrafo, existen regiones donde cada huacho o surco tiene un propietario. Los partidarios de la pequeña propiedad sólo tienen a la vista la pareja matrimonial, sin prole. El homestead de dos no puede ser el homestead de veinte. En el proceso general de transculturación indohispánica, política y derecho occidentales han asegurado el dominio blanco sobre cinco millones de indios. Pero aun con los poderosos medios del estado, ni costumbres ni instituciones antiguas han sido desarraigadas. Siguen gobernándose, en lo íntimo del grupo, conforme a sus leyes y prácticas. Ninguna pareja de enamorados indios se presenta ante el alcalde o ante el párroco para contraer matrimonio, sino después de un año de vida marital "de prueba"
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Todavía hay tierras comunales, con propiedad colectiva. Instituciones jurídico-económicas para mutua prestación de servicios. Profundo e invulnerable sentido de lo justo, por encima de la prevaricación, la venalidad y la injusticia. Sentido democrático, alta estima del servicio social, obligatoriedad de contribuir al "bien público", austeridad en el ejercicio de las funciones admi' nistrativas, celo y honradez a toda prueba que hacen del indio el "hombre de confianza". Las sabias estructuras del Incario fijaron para siempre tan eminentes virtudes. Escépticos historiadores, en quienes no prospera la posibilidad de una relativa perfección ética y que sólo saben del hombre como sujeto de vicios y pasiones, han sonreído incrédulamente ante las reiteradas afirmaciones de los cronistas acerca de la altísima moralidad de los peruanos incaicos. No es posible que sea verdad —se han dicho estos críticos pesimistas—. El hombre sólo es bueno en utopía o ucronía, es decir, en abstracción, fuera del espacio y del tiempo. La historia -que es Topía y Cronía— no puede encontrar un pueblo de hombres sabios, hermosos y buenos. No es posible. - El escepticismo de tales eruditos es apoyado solícitamente por quienes desprecian al indio como ser inferior. Exhiben como pruebas sus propias experiencias en relación con la conducta, del pueblo aborigen, individual y colectivamente considerado. El indio —dicen— es haragán, mentiroso y ladrón, aparte de su innata suciedad y torpeza. Psicólogos baratos afirman tales observaciones. Así es el indio. La etnología destruye en gran parte tan negra leyenda y confirma más bien las reiteradas afirmaciones de los propios cronistas españoles en favor del indio y los testimonios fehacientes como el testamento del último de los conquistadores: Mancio Sierra de Leguizamo. Precisa distinguir, sin embargo, entre la conducta moral del indio dentro de su comunidad y la que observa en relación con blancos y mestizos. Estos no mienten cuando aseguran que el indio es como lo pintan. Pero pintan a un indio en pose para su retratista, no al comunarioen su paisaje. Y el indio en relación con sus opresores no puede ser de otro modo que como es: su sola defensa consiste en "no decirle la verdad" al blanco, ni traba-
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jar para él, con su ardor y habilidad proverbiales, ni respetar su propiedad, en cuanto pueda no hacerlo. De esta manera se venga, se desquita de todo el daño que sufre su raza desde tantos siglos. Sometido el indio a una esclavitud real, no pttfede exigirse del esclavo exquisita moralidad beneficiosa para el amo. Lo extraordinario es que la hqnda y verdadera moral india permanece intacta, defendida por este caparazón de ética europea que la cubre y oculta. Admirable maniobra en este proceso transcultural: gracias a ella el tesoro ético no se" ha perdido. El indio es, aparentemente, todo lo malo que dicen sus detractores; pero, en realidad, es el mismo hombre del que con tanta admiración hablaron los antiguos historiadores. Este hecho justifica el alto aprecio que por el pueblo nativo tenemos y deben tener cuantos aspiran a comprenderlo.
EDUCACION La obra educativa comprende no sólo la transmisión consciente y planificada del acervo cultural propio de un grupo, sino también, y en forma muy acentuada, la de los elementos y valores ajenos, susceptibles de ser incorporados. En la estrecha intercomunicación que caracteriza hoy al mundo, no puede existir, no existen ya, sociedades cerradas, en perpetua clausura para toda influencia exterior. El cambio de inventos y costumbres, modos de ser y de pensar, produce mezclas y enriquecimientos que no deben ser ignorados. Es deber del maestro mencionar la procedencia de cada conquista cultural: ello constituye una preciosa enseñanza humanista. Cada hombre logrará percibir muy claramente lo que debe a los demás, pero no sólo a los de su clan, su nación o su cultura, sino también a los de otras culturas, naciones o clanes, que pueden ser hasta enemigos, pero que han contribuido con algo valioso al patrimonio general de la humanidad. Es de muy grave responsabilidad la orientación pedagógica, porque cada uno de los aspectos de la existencia individual y colectiva entra en juicio. El estado se define política, económica y jurídicamente, según el tipo de escuela que implanta y adopta. Su definición trasciende a lo religioso, filosófico y artístico. No hay campo de la actividad que no quede afectado. Y cuando se trata de organizaciones estaduales sometidas a una ideología nazi o fascista, la tiranía sobre el individuo le acompaña de la cuna a la tumba. El estado que apoya a la clase social predominante, que es el instrumento de ella para afianzarse y defender sus privilegios, no puede ofrecer jamás una orientación educativa que, en alguna
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manera, pudiese afectar los intereses de los que dominan. Hasta tendrá que vetar, prohibir, toda enseñanza que le comprometa en la guarda, del monopolio. Cuando, como en Perú, se entremezclan circunstancias y situaciones que corresponden a ciclos y sectores muy diversos, hasta formar un caos de muy difícil ordenamiento, es indispensable determinar qué mayoría existe con alguna homogeneidad para tratar de ella en primer término. Las cifras estadísticas más recientes fijan el mayor porcentaje de población india, a pesar de que muchos indomestizos fueron agrupados con blancos y blancoides. El hecho real, inocultable, es que más de un 60 o/o de los habitantes del" Perú son indígenas, de raza americana. Pero ese grupo mayorítario constituye una clase extrasocial y la única población válida política y económicamente resulta ser la blanca y mestiza, que no llega a dos millones. El Perú, que aparece como una potencia demográfica de casi ocho millones de unidades, cuando entra en el balance tiene que rectificar: son muchísimos menos sus componentes efectivos. En lo interior, acostumbrados desde la Conquista española a un sistema de dos clases: una de amos y otra de siervos, nos ha parecido muy bien que las cosas sigan como siempre. Así vivieron los abuelos y los padres. ¿Para qué cambiar? Siguiendo el pensamiento aristotélico, aunque su expresión no la hayamos conocido jamás, los peruanos estamos conformes con que unos hombres nacieran para mandar y otros para obedecer. Los indios nacieron para servirnos. Ellos trabajan los campos y las minas, las carreteras y los edificios, ejercen las más humildes funciones domésticas: nos proporcionan toda la manufactura y en el día y en la noche nos atienden en eí hotel, el restorán o el café. Hasta hace cincuenta años, era rarísimo encontrar a un típico hombre de los Andes bajo el traje de "persona decente". Casos contados que cada vez recibían una explicación. Pero desde comienzos del presente siglo, la marea india ha ido 'creciendo hasta constituir en nuestro tiempo una evidente irrupción. La bella capital del Perú, que se enorgullecía de su blanquismo hispanoparlahte (olvidando la mancha africana), presenta hoy el espectáculo "entristecedor" de grandes muchedumbres indias o indomeslizas que lodo lo invaden: calles, paseos, vehículos, cines, campos de deporte, etc.. abriéndose paso violentamente, sin
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respetar al caballero o a la señora "decentes" El campesino está abandonando el terruño para incrementar el proletariado de las ciudades. Tal éxodo es un tremendo peligro para la economía del país, cuya crisis alimenticia debe, en parte, atribuirse a esta alarmante disminución de labradores y de áreas de cultivo. La política suicida de quienes preferían ignorar la existencia del indio está a punto de dar sus frutos. El indio se hace presente para que no lo ignoren. Pero este hombre crudo que viene a Lima a desempeñar los más bajos oficios, no está incorporado a la civilización; es un desadaptado y resentido que, en el climax adecuado, estallaría como una bomba de tiempo. La alfabetización del pueblo indio.no puede jamás lograrse mediante la escuela. Es un error de perspectiva geográfica e histórica: en la inmensa extensión del Perú, donde la población se halla diseminada en decenas de miles de pequeños centros habitados, no se lograría, en el transcurso de un siglo, extinguir el analfabetismo por el sistema en vigencia. La alfabetización debe ser acometida como una empresa nacional, usando de los poderosos medios de que hoy se dispone. La alfabetización debe hacerse en masa, a la manera como Jimmy Yen lo está realizando en China, con la enorme ventaja de que no son mil, sino apenas treinta, los signos alfabéticos que debe aprender a manejar el indígena. La lectura y escritura deben comenzar por la lengua nativa: quechua o aymara, y seguir con el idioma oficial, el castellano. Es un error el pretender la destrucción violenta de la lengua vernácula: precisamente es un medio precioso para adquirir los inslrumentos alfabéticos, como está demostrado en forma científica. Los mono lingüistas creen acelerar el procesóle unificación y no piensan que la unidad no se consigue por la fuerza y el odio, sino por el amor y el buen entendimiento. Debe ser revalorada la cultura nativa para devolver al indio su dignidad y para colocarlo en un nivel similar al del blanco. El día que sea posible pactar en igualdad de condiciones, también la transcuIturación será posible en condiciones ventajosas para todos. "Sí, dirá el indio, acerjto el trigo; no porque lo creo superior al maíz, sino porque me servirá para enriquecer el menú". El indio puede enseñar muchas cosas útiles en agricultura. Lo hará
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con orgullo cuando sepa que tales conocimientos pertenecen a su acervo técnico. El blanco, a su vez, pondrá a la vista todo el récord de inventos occidentales, de procedimientos técnicos, de verdades científicas. Y el indio, muy parcamente, sin deslumhrarse, acogerá todo lo que le sea útil. La educación puede racionalizar este proceso y debe hacerlo sujetándose a ciertos principios como los siguientes: a) Aprender trabajando. Escuela de trabajo. b) Introducir antes la técnica que la ciencia. Adiestrar los sentidos. c) Coronar el aprendizaje técnico con la ciencia. Adiestrar la inteligencia. Este lado fundamental de la educación no admite sustituciones ni apenas ampliaciones. Dejemos como secundario todo lo demás. El hombre que aprende a trabajar eficientemente, sabe su oficio, está en aptitud de completar por sí mismo los conocimientos que le hacen falta. El aguzamiento de su inteligencia por el trabajo le afina, en forma extraordinaria, para percibir cuanto le rodea: una insaciable curiosidad le conducirá a la posesión de la ciencia y de la historia. Al capacitarse por el contacto con realidades superiores, no podrá jamás ser un conformista. La racionalización de la vida no puede presentarle sino el cuadro verdadero de lo que debe ser una sociedad justa. Es deber del educador ofrecerle al discípulo el íntegro de las enseñanzas en los órdenes técnico y científico. Es también de su deber reunir en un amplio panorama las artes y las religiones de todos los tiempos, la filosofía y la moral, el derecho y la política, la economía y la magia en las más diversas culturas. Este estudio no puede ser emprendido sino en la última etapa de la educación, en la educación superior. Quien lo realiza estará en posibilidad de orientar a otros hombres, podrá así convertirse en animado trasmisor del acervo de la cultura. Ln un país como el Perú, con cinco millones de hombres "antiguos", es decir, apenas si ligeramente conocedores de la cultura occidental, el tipo de educación general debe ser el mínimo o puramente técnico. La relación con el mundo con le m-
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poráneo debe, pues, ser establecida por ese exclusivo medio. En ciclo posterior, el incremento de relaciones con la esfera "civilizada" de nuestro tiempo debe conseguirse mediante la educación por la ciencia. La granja o la escuela rural no puede, ni debe, avanzar por otros dominios. Se completa su acción pedagógica con una intensiva enseñanza de lo próximo, desde el pequeño círculo de la aldea hasta el gran círculo de la patria. Otros medios educativos, como el cinema, la radio, el periódico y la revista, el "affiche" y la conferencia, enriquecen las experiencias del educando y lo vinculan a "su" mundo y a los "otros" mundos. La educación sería estéril e inclusive no podría surgir —como no ha surgido hasta hoy— si mantuviéramos al pueblo indio en la más negra miseria. Debe anteceder una radical reforma agraria que permita una redistribución de las tierras no por individuos, sino por grupos o colectividades. El estado crearía un gran número de granjas y las propias comunidades serían transformadas en granjas colectivas. La educación por el trabajo comprendería también a los adultos, hombres y mujeres, en una movilización general del pueblo indio. Este plan puede ser desarrollado en diez años con el seguro resultado de que el Perú incrementaría su población productora y consumidora, "civilizada" y valiosa cuando menos en un 60 o/o. Serían siete, y no dos, los millones de peruanos efectivos. El presupuesto nacional crecería en la misma proporción. Mil millones de soles en vez de cuatrocientos cincuenta. Si, como observa Gerbi, una proporción considerable de los ahorros que custodian los bancos, son de procedencia india —mayoría hoy paupérrima—, imagínese la potencialidad que pueden desarrollar cinco millones de nombres conscientes y libres, orgullosos de su país y de su estirpe. Está deparado a las actuales generaciones del Perú el destino histórico de promover el contacto entre los elementos residuales de la vieja cultura andina y el íntegro de la cultura occidental. Esa relación fue nula, bastardeada y perniciosa, en cada caso, durante el proceso del dominio español. Nula, porque la masa india no recibió influencia alguna apreciable; bastardeada, porque los criollos y mestizos que se instruyeron en las universidades coloniales, no tuvieron a su alcance los medios de exacto conocimiento de la ciencia o la filosofía, el arte o el derecho vigentes en
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la Europa del Seiscientos o del Setecientos; perniciosa, porque el español sólo introdujo a las colonias aquello que podía asegurar su ilimitado y perpetuo dominio, es decir, servidumbre, esclavitud, ignorancia, despotismo, Santa Inquisición, Compañía de Jesús, órdenes religiosas, recaudadores, pesquisidores, lanzas, arcabuces, espadas, cormas, cadenas, perros cazadores, caballos, curiales, escribanos . . . La Independencia y la República tampoco han logrado racionalizar la transcu] tu ración indo-occidental. Perdido el canal hispánico, ensayáronse otras vías, como la francesa; pero el proceso en masa quedó al margen. El afrancesamiento se limitó a las capas superiores compuestas de criollos y mestizos. Los cinco millones de indios deben hoy tomar contacto en excepcionales condiciones, cuando el mundo va a sufrir una radical transformación. ¿Qué modelo ofrecerles? Ni en política, ni en religión, ni en derecho, ni en arte, puede la cultura europea señalarnos derroteros. Está sencillamente en quiebra. Mas el acervo común de la especie humana está integrado por una ciencia y una técnica que son válidas en cualquiera latitud del globo. Es por la ciencia y por la técnica por las que los millones de indios americanos se aproximarán al mundo occidental. Gracias a ellas los llamados pueblos primitivos en América, Asia, Africa y Oceanía, no serán más razas "inferiores". Por el dorninio técnico y científico, un nivel común reconciliará a la humanidad, un mejor standard de vida ha de sustituir a la tremenda miseria en que caá tres cuartas partes de la población del mundo está sumida, con ya intolerable injusticia. De esté gigantesco entrenamiento de millones y millones de hombres surgirá una nueva estructura económica de carácter universal. Como inevitable consecuencia, todos los valores culturales adquirirán un nuevo sentido. El deber primario del maestro, la orientación esencial educativa, tienen que inspirarse en esta sola realidad: crear por la técnica y la ciencia la aptitud, la capacidad mínimas, para el ingreso del hombre en esta nueva etapa de la Historia de la Cultura. Y ese mínimo de preparación se enuncia así: Ningún analfabeto, ningún desocupado, ningún oprimido.
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La cultura ecuménica hacia la cual se dirigen todos los pueblos consagrará en definitiva el triunfo del hombre, vencidos para siempre sus seculares enemigos: la ignorancia, el despotismo y la miseria. El etnólogo —especialista en el estudio del hombre— no cumpliría su primordial misión si, como resultado de sus investigaciones, no denunciase la inferioridad y el sufrimiento a que están reducidos millones de seres. Si la etnología limitase su papel al frío análisis de la diversidad de estados y situaciones dentro de. la especie humana, con la misma indiferencia con que las ciencias naturales estudian las familias zoológicas o botánicas, dejaría de ser una ciencia histórica para convertirse exclusivamente en una rama de la zoología. Porque es ciencia del hombre, la etnología no puede desprenderse del calor y la pasión que todo lo humano despierta en el hombre. El vivo interés por su elevación y felicidad constituye el fondo inembargable de toda ciencia etnológica; trátese del pasado o del presente, la revelación del hombre suscitará de inmediato nuestra simpatía por su suerte. Volvemos a vivir con él la fenecida existencia, obrando sobre nosotros, con intensidad no disminuida, sus sentimientos placenteros o dolorosos, sus éxitos o sus derrotas, sus inquietudes e ideales. Vivimos con él, hoy mismo, en su choza de ramas de la Amazonia o en su cubil de piedras en las cimas de los Andes; pero no ha de ser con la intención ligera y torpe de sólo presentarle como "pintoresco" relicto de círculos de cultura superados, como especies fósiles de humanidad conservada en zonas marginales, sino como muestra viva, palpitante, de las desigualdades de desarrollo y, lo que es peor aún, como pruebas de la ausencia de solidaridad y cooperación de parte de los grupos más avanzados. Cuando vemos consumirse en la enfermedad y por el hambre a tribus íntegras que no han dejado un ejemplar, como los tasmanios o los gé; cuando todavía asistimos impasibles a la caza del "salvaje", que defiende con fiereza su libertad; cuando millones de hombres, por diferencias de color, de lengua o de costumbres, son virtualmente excluidos de la convivencia humana, el etnólogo no puede limitar su acción a la monografía o al informe técnicamente perfectos, pero sin alma, sin calor de humanidad, sin conclusiones socialmente útiles. Y cuando, como en el caso nuestro, en estos breves ensayos, hemos examinado
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muy someramente algunos aspectos del vasto proceso de transculturación indohispánica en el Perú, no podíamos, sin faltar al honor de la ciencia etnológica, prescindir de juicios y diagnósticos, de planes de acción regeneradora, de posibles métodos para convertir la transculturación en un sistema racionalizado, en un vasto plan educativo que logre el cumplimiento de un supremo anhelo: salvar para el Perú, para la América y para el mundo, a la vigorosa, paciente, activa, pacífica, tenaz y "culta" comunidad de pueblos indios. Salvarla, decimos, de su actual despedazamiento insano, de su peligrosísima atomización violenta. Salvarla en masa, como entidad cultural, mayoritaria, con todos los honores y respetos que se merece. El gran servicio que puede prestar al Perú la etnología consistirá en la demostración de las excelsas cualidades de los cinco millones de peruanos desvalorizados por una minoría insensible, sobre la que pesa la tradición colonial hispánica como un prejuicio de superioridad racial que no logra destruir ni la trágica experiencia de nuestro tiempo. Mientras perviva ese "arianismo" de la más pura cepa nazi, mientras el blanco no modifique su actitud hacia el indio, todo plan resulta inútil, será saboteado, como lo haíi sido hasta hoy insidiosamente todas las leyes y reformas al pueblo aborigen.
RELIGION Los conquistadores españoles del siglo XVI penetraron al Perú con el pabellón de Castilla en una mano y la cruz cristiana en la otra. Pizarro asaltó al emperador Atahuallpa, en Caja marca, a una señal del fraile Vicente Valverde. El acto brutal fue precedido por una requisitoria eclesiástica en que el representante del Dios de los invasores conjuró al monarca indio a abrazar la religión de Cristo. El símbolo de ésta, ta Biblia, fue entregado al príncipe infiel para que lo aceptase. Aquel libro que, por vez primera, aparecía en manos de un rey americano, contenía la doctrina de la verdad y de la salvación. Atahuallpa lo palpó: nada le decía al tacto, tampoco sus ojos podían descifrar aquellos signos desconocidos. Se lo acercó al oído, a ver si escuchaba la divina palabra: tampoco pudo percibir auditivamente. Si nada le decía ese objeto, para él totalmente inútil, optó por arrojarlo como un trasto cualquiera. El fraile, sobrecogido, había de pronunciar la célebre admonición: "Los Evangelios en tierra: a ellos, a ellos". El grupo armado proceedió a hacerlo, de sorpresa, sobre la masa inerme y desconcertada que había acompañado a su rey en aquella amistosa visita a los extraños hombres de barba que el mar había traído desde un mundo ignoto. Cumplíase de este modo el primer episodio de la Conquista, con suficiente simbolismo para presidir todo el largo proceso. Poníanse en conflicto dos culturas muy disímiles: una, la indígena, con el más profundo sentido de unidad lógica; otra, la europea, encerrando las más flagrantes contradicciones. Valverde, en su larga homilía, había dicho una y otra vez cómo su Dios era la suma bondad, cómo el Hijo de Dios había bajado a la tierra para redimir a los hombres por el amor, cómo su religión era un sistema espiritual sin otra aspiración que
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el cielo y con un gran desprecio por los bienes terrenales. Durante su cautiverio, el Inca había escuchado, por medio de intérpretes, la exposición de la doctrina cristiana. Pero hora por hora y día por día, iba anotando, con extraordinaria lucidez, las tremendas contradicciones entre la palabra y el hecho, la ética y la conducta, la vida y la letra. Aquella duplicidad debía ser para él lo más desconcertante e inaudito. Los hombres de férreas armaduras no parecían, en ningún momento, ceñir sus actos a la doctrina. Valverde y Pizarro debieron presentarse ante Atahuallpa, no como dos íntimos aliados, sino como los enemigos mayores entre sí, puesto que la acción de uno destruía implacablemente las enseñanzas del otro. Si el Dios de Valverde era como él supo pintarlo, el Dios de Pizarro debía ser el anti-Dios, un demonio de maldad, de baja concupiscencia, de extremo materialismo. Mas, ¿con cuánta sorpresa contemplaría a Pizarro adorando la cruz y recibiendo los sacramentos de mano de Valverde? El Dios cristiano resultaba de todo punto incomprensible, porque amparaba al uno y al otro, ambos eran sus hijos predilectos, que concordaban en el hecho. ¿Podía entonces desdoblarse el hombre entre el creyente moral, bondadoso, espiritual y el aventurero despiadado, cruel y materialista? No lo concibió Atahuallpa, no lograron concebirlo los millones de peruanos que iban a ser dominados por el grupo de invasores. Y ésta es la primera tragedia transcultural: la contradicción no resuelta entre lo ético y lo real llevó al espíritu aborigen a una justificada desconfianza. El indio aprendió del español una cierta duplicidad o hipocresía altamente defensiva. Cuando vino la irremediable dominación del extranjero, el indígena, astutamente, apeló al empleo muy diestro de la simulación. No pudiendo rechazar, con franqueza y altivez, los valores religiosos predominantes y decisivos, fingió aceptarlos. Se hizo católico, recibió el bautismo, fue practicante asiduo; participaba en los ritos y fiestas.. Mas su corazón seguía firmemente adherido a sus viejos dioses. Incorporó subrepticia, clandestinamente, su propia liturgia a la de la iglesia. El eclesiástico y el indio coincidieron en un punto de sumo interés: en la superposición cristiana a la idolatría: el templo católico fue edificado sobre el santuario precolombino; el calendario gregoriano calcó el calendario incaico; el Corpus Christi celebrábase por los mismos día». que la antigua Pascua del Sol {Inti Raymi); el monasterio de Santal Catalina del Cuzco ocupa el mismo edificio de la Casa de la*
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Escogidas {acllahuasi). Mientras el cura o la congregación creían haber triunfado con esta política de cubrir con las nuevas estructuras religiosas el viejo cuerpo pagano, el indio se regocijaba de adorar a sus divinidades en los mismos lugares santos de su gentilidad y en las mismas fechas acostumbradas. A menudo descubrieron los párrocos o misioneros símbolos indios ocultos en los altares, viejashuacas con huellas de culto reciente. Vino entonces la corriente iconoclasta de los frailes y curas, conocida por "destrucción de idolatrías", consistente en una feroz y sistemática demolición de obras arquitectónicas y aniquilamiento de todas las muestras artísticas en cada una de las cuales veían los religiosos católicos —no sin fundamento.— un símbolo de religión o magia aborígenes. Fueron quemados los brujos y los supérstites sacerdotes del culto precolombino. Intensificáronse las prédicas y "misiones" dirigidas ya por eclesiásticos grandes, conocedores de las lenguas indígenas, sobre todo el quechua, convertido en lengua general del Perú para seguir desempeñando el mismo papel unificador que significó bajo los Incas. El adoctrinamiento o evangelización de millares y millares de indios había alcanzado su apogeo y la iglesia contaba con una muchedumbre de "fieles". La religión de los antiguos peruanos fue entendida por los teólogos católicos, que no supieron aprovechar las similitudes que con la suya ofrecía. Con el prejuicio de que todo lo no católico era o idolatrías o herejías, no alcanzaron a valorizar el fondo espiritualista de la creencia en el dios Wirakocha, ser invisible y verdadero amo del mundo, por encima del sol y demás astros. Los himnos recopilados en honor de tal divinidad revelaban en forma muy nítida su exacta naturaleza. Probablemente influyó en el no reconocimiento, o quizás preterición del monoleísmo espiritualista de los antiguos peruanos, la política tendenciosa de desvalorizar la cultura de los conquistados, bajo todos sus aspectos. Englobadas las creencias y prácticas aborígenes bajo el término único de idolatría, nadie intentó un análisis detenido de las expresiones del alma religiosa del Perú. Como su sentido político-económico, la concepción del mundo por los antiguos peruanos no mereció sino desdeñosa consideración, equivalente a la que podía sugerir la simpleza conceptual o filosófica de seres inferiores, incapaces de acercarse á las fuentes de tuzjie la inteligencia y la razón del hombre occidental. Sin embargo, en aquel fondo metafísico bullía el espíritu en una aspiración a com-
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prender los misterios de la vida, se hallaba latente la inquietud humana por lo desconocido. Aquellas gentes tenían una respuesta a las intenogaciones sobre el aborigen y composición última del cosmos, sobre la providencia divina, sobre "los primeros principios". En las altas esferas de la sociedad incaica, un cuerpo de doctrina se había ido formando: los sacerdotes y los sabios o amautas eran depositarios de la dogmática y ella se revelaba en algunos de los dichos atribuidos a los propios reyes. Un examen cuidadoso puede descubrir, y está descubriendo, ese cuerpo de doctrina que no trascendió sino parcialmente al pueblo común. A través de la espesa maraña de creencias y supersticiones depositadas en el sedimento milenario en que bebe la investigación folklórica, se percibe en forma imprecisa aún la filosofía religiosa del antiguo Perú. Pueden ser acreditadas como creencias que respalda la prueba histórica, las siguientes: a) el mundo está dividido en tres sectores: alto, medio y bajo o interior, que respectivamente se denominan en quechua: Janan Pacha, Kay Pacha y Ukju Pacha; b) el mundo medio en que vive el hombre tiene cuatro rumbos o direcciones: anti o el este, konti o el poniente, koila o el sur, chinchey o el norte; c) el cénit es Janan y el nadir es Urin; d) el Mundo Alto es la residencia de los dioses, todos son dioses que viven en el cielo; e) el Mundo Medio es la residencia del hombre, los animales y las plantas; f) el Mundo Bajo o de Adentro (Ukju), es la residencia de los muertos y de los gérmenes; g) cada uno de estos mundos está comunicado con el que le sigue: el cielo y la tierra se anudan en el Inca, que es Hijo del Sol, pero que ha nacido en este suelo; la superficie y el subterráneo se relacionan, tienen como vía de enlace a la Pakarina (literalmente: "donde se amanece"), que puede ser una cueva, un lago, las nacientes de un río, un manantial, en fin, cualquier oquedad que penetra en el subsuelo. Los primeros hombres salieron de las cuevas, Manco Cápac y Mama Ocllo aparecen en una isla del lago Titicaca, los hermanos Ayar, fundadores del Imperio, "amanecieron" en la Cueva de Pakarektampu; h) dos grandes serpientes ponen en comunicación los tres mundos, surgen de las aguas y del seno de la tierra, repta una y la otra —la de dos cabezas—, camina vertícalmente en la superficie terrestre; finalmente ascienden al cielo, donde se convierten en el rayo y el arco iris; i) el sol, la luna y las estrellas, como el hombre, los animales y las plantas, toda la
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existencia, salen de las manos de un creador único: Apu Kon Titi Wira Kocha, el demiurgo, el nombrador, el ordenador del universo; j) este Dios no está ubicado dentro del mundo, no reside en ninguno de sus compartimentos, es un dios trascendente, está fuera de lo creado; 1) su nombre significa "Supremo Señor del Gran Todo que integran el fuego, la tierra y el agua", más brevemente: "Dios del Universo". Son estos tres, en consecuencia, los elementos. No supieron los doctrineros católicos entender nada de esta concepción filosófico-religiosa, y el propio Garcilaso, en forma tímida, sólo llega a rozar tan importante cuestión deteniéndose en el examen de vocablos, como Pachacámac, nombre de una divinidad costeña que precisamente no era la mejor muestra del monoteísmo espiritualista de los incas. Son varios los cronistas que recuerdan dos trascendentales razonamientos atribuidos a los monarcas cuzqueños: el primero, que sustancialmente dice: que el Sol no podía ser un dios supremo, porque carecía de libertad; veíasele seguir todos los días el mismo camino, del alba al crepúsculo, sin apartarse un punto; era presumible que existiese por encima de él otro gobernante más poderoso al cual obedecía. El otro razonamiento se refiere a la improcedencia de una divinización del rey, porque, siendo éste hombre como todos los demás, un culto a una persona introduciría una verdadera confusión entre hombres y dioses. Apu Kon Titi Wira Kocha era esa divinidad o supradiós que estaba por encima del sol y de todos los demás dioses, a él se dirigía el creyente en sus oraciones e himnos, invocándolo, pero sin acertar en su ubicación ("en lo alto del cielo o en los abismos"), ni en su sexo ("macho o hembra"), ni en su figura corpórea. En las primitivas versiones míticas, Wiracocha es antropomorfo; todavía, bajo el gobierno de Yáwar Wákaj, ha de aparecérsele en humana figura y con vestimentas "talares" al príncipe Rípak. Parece existir también una estrecha relación de simbolismo con el felino anfibio o gato de agua ("titi"), por ser éste un personaje proclive a la mítica, desde el momento que es el único mamífero que tan pronto vive dentro del agua como fuera de ella, alimentándose de peces o de frutos agrícolas, en la costa, en la sierra o en los bosques, a las márgenes de los ríos, de los lagos o del mar. Su significativo nombre "ti-ti" equivaldría a "en-todas-partes", cualidad compartida con el dios ubicuo.
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cavernas, los escondrijos de reptiles y alimañas influyeron en la concepción del lencbroso mundo; y el hecho cultural de enterrar la semilla y de inhumar el cadáver completaron la dicotomía. El grano colocado bajo el suelo origina la planta, da la vida, es el germen. ¿Por qué no seria el cuerpo del hombre, también puesto bajo la capa terrestre, otro germen, otra semilla? Respondieron afirmativamente y llamóse entonces el cadáver mallki, que significa almacigo. Todas las fuerzas de la vida y de la muerte están latentes en las entrañas de la tierra; salen a la superficie y el hombre está entregado al drama de su discriminación y dominio. Todo lo viviente nace de la tierra y muere para la tierra, para renacer; el almacigo humano y la semilla son el símbolo del eterno retorno y del círculo de la vida, de la incesante e ininterrumpida corriente vital. La filosofía de los amautas o sabios del Imperio debió alcanzar una extraordinaria elevación; son apenas lejanísimos reflejos los que pueden ser percibidos, como las luces muertas que llegan de extinguidos sistemas planetarios, una eternidad después de su extinción. En las leyendas, en los vocabularios, en el actual razonar de algunos "viejos" indios, en tal o cual pasaje de las crónicas, en el repositorio etnológico, como en débiles concentradores, se apresa una miera de la antigua sabiduría peruana. Pero cuando Tahuantinsuyu existía y cuando los hombres de aquella patria, que és el Perú, participaban en alguna manera del pensamiento de sus filósofos, se puede suponer que la cultura religiosa no era de! nivel inferior, bajísimo, que con tanta incomprensión supuso el evangelizador español, procediendo en consecuencia. Cayó el pueblo indio en las peores prácticas supersticiosas, brujeriles e idolátricas, en el sentido peyorativo de la palabra. Sin embargo, el alma india conservaba, no podía perder, la emoción religiosa primitiva, aquella que se expresa intensa y desbordante cuando una catástrofe castiga a su pueblo o muere el Inca o alguno de los suyos. No era de ordinario el jeremíaco tono el de sus himnos y oraciones, porque pertenecía a una sociedad en que la miseria era desconocida y la opresión del hombre por el hombre no existió, pese a quienes son incapaces de concebirlo. El indio precolombino, a diferencia del colonial y contemporáneo, no se dirigía a Dios para exponerle cotidianamente sus penas y dolores en la
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medida que lo hace hoy, inmerso como está en un pantano de sufrimiento e injusticia. Cuando la religión católica incorpora al peruano nativo en su grey, al mismo tiempo que la sociedad y el estado español lo someten a cruel servidumbre, se opera una transculturación religiosa de un sentido profundo. Aparentemente, han muerto los dioses antiguos, sus fieles plañen ahora ante las imágenes que se alzan en los altares católicos. Nada más henchido de sugerencias que este culto indígena a Jesucristo, la Virgen y los Santos, los cuales aparecen plenamente ¡ndianizados, no sólo porque así lo concibe el creyente humilde, sino porque de ese modo los pintó o plasmó el artista aborigen. Esta es una Virgen chola, de rostro ligeramente arrebolado sobre un fondo algo moreno: es la Mamacha (la "Madrecita"), de la particular devoción de tos índomestizos, sobre todo en el Cuzco (Nuestra Señora de Belén). Culto de raíces matriarcales, en que la fiesta alcanza su esplendor campero, en la famosa Octava de Corpus, cuando sobre aledaños de la parroquia, en huertos y jardines, en aquellas plazas y calles por las que penetra un ventarrón rural, se cuecen las comidas en hornos improvisados y un acre y capitoso humillo se desprende de cada hogar, mientras la música alegre difunde por el aire sus sones provocativos. Mamacha Belén es madre de jolgorio humilde, de júbilo de pobre, que una vez en el año olvida sus penas y tribulaciones. Los cholos se disputan cargar las andas de plata de su patrona, esfuerzo enorme que los fatiga y hace resudar, pero que aceptan gozosos, mientras las mujeres, en cada descanso, les ofrecen sendos vasos de bebida de maíz (chicha). Coincidiendo el Corpus Christi con el Inri Raymi o Pascua de Sol, son los ritos de este último que han sido traspuestos al primero, sobre todo en la procesión y la fiesta. Mamacha Belén es la figura central de este concurso de santos patronos de cada parroquia. Es bajo la fase dionisíaca como Corpus e Inti Raymi pueden ser estudiados: fiestas son, en una, de las comidas y bebidas,del baile,el deleite sexual, la embriaguez alcohólica. Fiesta de la abundancia, aun en el exiguo haber del peón o del obrero, porque la tierra acaba de rendir su cosecha de frutos y precisa ahora agradecerlo a Dios. Tras del altar, debajo de él, allí en la plaza donde ha sido armado con vistosas plumas y espejos empañados, con figurillas de yeso y flores, estallantes de rojo y ricos en plata, estas gentes se refocilan bajo la mirada de Dios. Es la orgiástica de toda fiesta verdadera, la ruptura de todo
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orden, el hiato de la vida ordinaria, "normar'. El indio, durante el Corpus en Mamacha Belén, en "Santoysanblás" (San Blas), en muchos otros personajes del cielo católico, representó este lado compensatorio de la perra vida. Son, para él, buenas "madrecitas" o comprensivas taitachas ("padrecitos") que deben aflojar la cuerda que los ata del cuello a su perpetua servidumbre, a ellos, pobrecitos indios, sin otro apoyo que estos santos de yeso y madera que el escultor, también indio, creó poniendo un poco de sí mismo en los demasiado chupetes (españoles) Cristóbal, Jerónimo, Sebastián, Pedro, Blas, etc. Nada más impresionante que los Cristos indios. Son óleos, esculturas y maderas de artistas cuzqueños en que el Divino Redentor es vera efigie del pueblo indígena. Todo el glorioso cuerpo del Crucificado es como una sola equimosis, como un volumen verdirrojo, de sangre y pus, como un fruto monstruoso de la crueldad humana que en ese cuerpo celestial se ensañó para no dejar en él espacio libre de dolor y sufrimiento. Es el cristo indio la obra maestra de sátira religiosa, de cáustica ironía. Son los hombres blancos quienes han puesto en ese horripilante estado a su propio Dios. Si ellos, conforme a su doctrina, a su sagrada historia, crucificaron a Jesús ¿qué extrañar entonces que tengan también en la cruz de la mayor injusticia a su raza? Sí, Cristo es la raza india, cubierta de equimosis, de sangre y de lodo. "Horrorizaos de tales hombres que torturaron al dulce Galileo, que le siguen torturando aún: horrorizaos de los hombres blancos, impiadosos, deicidas. " Así parecen expresar aquellas pinturas, maderas y esculturas del Cristo indio que por millares salían de la Escuela Cuzqueña para difundirse por todo el mundo de los Andes, como un convincente mensaje del odio al opresor, como una vera efigie del pueblo así martirizado en la mina y en los obrajes, en los campos palúdicos del trópico y en todos los caminos de costa, sierra y montaña, donde el indio reemplazaba a la acémila. Tales imágenes sangrantes y equimósicas eran permanentes despertadores de la tragedia, de la cotidiana tragedia del regnícola esclavizado. Es también en el Cuzco donde otra procesión muy célebre, la del Señor de los Temblores, reúne cada año el lunes de la Semana Santa a muchos millares de indios e indomestizos de las
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serranías sureñas del Perú para dirigir a Taitacha Tempulwis sus desgarradoras quejas. Veinte, treinta mil personas, al atardecer de un día de marzo o abril, plañen desesperadamente acusando a sus opresores. Creen que el Señor, su padrecito, les hará justicia y fulminará con su ira a los malvados. Un llanto de mujeres, niños, ancianos y hombres incluso, se tunde en un rumor oceánico, mientras las andas del Cristo indio (tiene el bronceado, cada vez más oscuro del humo de las ceras que siempre están a su alrededor) se balancean lentamente. Un alarido sale de aquella masa humana cuando el Taytacha voltea las espaldas, penetra al templo y las puertas se cierran tras él, pesadamente. Todo significa un año más de sufrimientos contenidos, a nadie expuestos quizá, que esperan para brotar, como rotas arterias, este día y esta noche de pública audiencia en que el Supremo Juez escuchará la voz de los pobres. Taytacha no manda a la cárcel; pero con sus ojos terribles mirará, ahora mismo, al culpable, y al así mirarle lo habrá marcado para que este mismo año muera. El Taytacha todo lo ve (Tukuy Rfkuj), y sabe, seguro, que todos, nosotros también los pedigüeños de justicia, no tenemos muy limpia la conciencia. Es por esta convicción del indio que a la hora en que el Cristo bendice y parece inclinarse a reconocer, con sus ojos terribles, a los pecadores, por lo que todos a excepción de los niños, esquivan ta divina mirada, se ocultan unos tras otros, en un movimiento ondulante, porque si Taytacha los ha visto, ese año morirán. Taytacha Temblores es una escultura, que según la tradición, fue enviada desde España por Carlos V, en el siglo XVI. Tiene ahora toda la apariencia de un indio crucificado con las mismas llagas y equimosis de los óleos cuzqueños. Durante la procesión, desde lo alto de balconerías y ventanas, los fieles arrojan sobre la imagen una lluvia de pétalos de ñujchu, una fiorecilla colorada que hace el efecto de gotas de sangre. Sangre de flores llueve así sobre el ya sangriento cuerpo de Cristo en la cruz. Una devoción verdaderamente extraordinaria tiene el indio por su Taytacha "Tempuluris": es su confidente, su consolador, su protector, su vengador. Taytacha sólo es padrecito de los indios porque tiene su color y los blancos le pusieron en tal estado de miseria física, cubierto de sangre, de pus y de lodo. Así lo estropearon tan cruelmente. Pero Taytacha, para ti también habrá justicia . . .
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Una fina sensibilidad religiosa se puede comprobar en las más humildes gentes, en armonía con la delicadeza exquisita, que es propia de la estirpe india. Solamente los chinos podrían aventajar a los indígenas peruanos en cortesía, impecable corrección, comedimiento. No juran ni perjuran, no blasfeman, como el español. No hay expresiones groseras en el idioma. Lo soez ha aparecido en la transculturación hispano-india. Es muy ilustrativo el caso de una mujer que escuchaba con la mayor atención al predicador que, desde el pulpito, se dirigía a sus fieles, en el menos accesible castellano de los buenos oradores eclesiásticos. Sin embargo, la mujer no sabía una palabra de español. Al ser preguntada sobre el porqué de su concurrencia a escuchar un sermón en otro idioma que el suyo, contestó: "No importa, mi alma está entendiendo". Equivale tan sutil respuesta a la explicación que ofrecen cuando se les observa por qué ponen comida sobre las tumbas si el muerto no va a comer... "Sí, contestan, ya sabemos; pero es que el espíritu del muerto se alimenta del espíritu de la comida". Todo tiene un espíritu. Se puede, pues, hablar de un espi ritualismo de los antiguos peruanos, no de un simple animismo. Disposición que no ha perdido el indio y que el sacerdote español no supo aprovechar, como ya se dijo. Su esplritualismo no derivó hacia la inmortalidad del alma humana; ésta tenía duración limitada. Al producirse la muerte, abandonaba el cuerpo y se ponía a vagar por todos los lugares que le fueron gratos en vida: creíase reconocer las huellas del "muerto" en la ceniza que se acostumbra derramar en el umbral de la casa donde se vela el cadáver. Siguen ocho días de ritos consagrados a extinguir la presencia fantasmal. Después de un tiempo que puede llegar al año, el alma ha muerto. Lo que no muere es el cuerpo, por eso el entierro es formal y cuidadoso. La pena de ser quemado produjo una tremenda impresión en Atahuallpa, que logró le conmutaran la pena a cambio de cristianización. Los incas muertos convivían en la corte y particpaban de todas las fiestas y ceremonias; sendos mayordomos y servidores los atendían con mimo. Les eran aplicados bienes en abundancia, a tal punto que Huáscar se quejaba de que ya los muertos estaban perjudicando a los vivos. En efecto, buena porción de los productos eran quemados o puestos en las tumbas como ofrendas, aparte de que los muchos sirvientes de momias complicaban innecesariamente la
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maquinaria religioso-administrativa. La importancia de tos muertos era considerable y les estaba dedicado un mes del año, entre octubre y noviembre, coincidiendo, cosa curiosa, con La Conmemoración de Todos los Santos y Fieles Difuntos que hace la iglesia católica tos dos primeros días del citada último mes. Como en el caso del Corpus y el Intiraymi, una amalgama catolicoincatca determinaba que participaran en los mismos ritos indios y españoles, ritos fúnebres que tenían por teatro el cementerio. El fraile católico rezaba el responso en el mismo sepulcro sobre el cual habían sido colocados los potajes indios para alimento del espíritu del muerto. Coparticipaba incluso del banquete que el pueblo indio presenta en el ayamarka o "procesión de muertos". El párroco tolera las prácticas tradicionales, como cuando el recién fallecido es paseado en el féretro por sus campos y por los de sus amigos y se detiene a la puerta de tos hogares, mientras la plañidera hace su elogio y los portadores y acompañantes beben a su memoria. Poco efecto produce en el indio la prédica cristiana sobre el más allá. Predomina en su espíritu la creencia negativa: todo queda aquí. No los atrae la promesa del cielo ni les intimida la del infierno. La del purgatorio sencillamente no la entienden. Como no vieran nunca angelitos indios, ni sabrían hacerse entender de San Pedro, puesto que no se^abe de intérpretes quechuas a la puerta del Empíreo, a los feligreses indios los tiene sin cuidado. Esta desaprensión hizo fracasar el bonito plan de un cierto cura de dividir el cementerio en compartimentos del cielo, purgatorio e infierno, que serían ocupados según la tarifa que escogieran los deudos del difuntito. El negocio no fue lo sugestivo que se pensaba por quienes ignoran la inteligencia discursiva y lúcida del indio. Del diablo se han burlado donosamente incorporándolo a sus danzas como personaje de obligada presencia. Cuernos, garras y rabo son sus distintivos. En cierto modo, este diablo importado viene a sustituir a ciertos míticos personajes precolombinos que actuaban menos sofisticadamente. Los predicadores, para despertar en el indio el terror por e! infierno y el demonio, apelaron a dramatismos de una deplorable ingenuidad que el sentido crítico y realista del indio desvalorizó de inmediato como ridiculas ficciones. Los autos sacramentales escritos en quechua y representados por indomestizos, tienen todos un fondo mefistofélico:
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luchan por ganar cada alma ios ángeles del bien y del nial. Este último debía tener mucha mayor inteligencia y agilidad que aquél. Resultaba así más simpático a la multitud, que debió aplaudirlo. La representación de la tragedia del calvario fue otro medio de catcquesis. Todavía en algunos pueblos de la sierra se realiza en condiciones cómicas inimaginables. El hombre que se deja clavar en la cruz, cansado y sudoroso, en el momento de mayor expectación religiosa, cuando va a perecer en el Viernes Santo, se dirige a los feligreses más próximos con estas palabras: Yaukuna, akjachata, kuaychia, que traducidas del quechua equivalen a estas otras: "Oigan ustedes, dtnme un poquito de chicha". Suele seguir el diálogo en los términos más graciosos, que provoca la hilaridad general. Se ha producido una transculturación de lo más sugestiva en el Cuzco entre el recogimiento o beaterío católico y el antiguo Acllahuasi o Casa de Escogidas. El primero es una institución religiosa de semicfausura integrado especialmente por indias e indomestizas, a quienes se permite conservar su propio traje con muy ligera variación: todas estas religiosas o beatas, como otra particularidad, presentan el quechua como su único idioma. Conversan, enseñan, rezan, cantan en esta sola lengua. Se recogen al lado de estas beatas jóvenes indias, huérfanas o desamparadas, o esposas mal avenidas o descasadas, o viudas, enfin.Toda una clientela que hace vida común, bajo el signo de la cruz, pero con un régimen de Acllahuasi: las beatas hacen et papel de Mamacuna, todas las beatas y recogidas trabajan en cosas útiles, como el tejido, la preparación de potajes y de bebidas, la de golosinas, exactamente como lo hacían las aellas en el tiempo incaico. Sólo que ahora no son bellas túnicas de kumpi para el inca y los nobles, sino magníficos guantes de lana de vicuña o gorros de lo mismo, o trabajos de encajes y bolillos, de bordados. Las bebidas siguen siendo las famosas chichas; sólo que ahora, además de las de maíz y quinua, fabrican también las de arroz y frutas diversas. El indio no comió azúcar nunca; ahora tampoco, de modo que los "dulces" que preparan estos beateríos son para clientela blanca y blancomestiza. Son famosos los confeccionados de almendras, imitando viandas, por las monjas catalinas, ocupantes de[ Acllahuasi, y lo son también las pastillas perfumadas de las carme-
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iit'ds, hijas de Santa Teresa. Las beatas nazarenas fabrican muñe(¡iiitos que representan parejas de indios, pero por una técnica muy similar a la utilizada por los diestros tejedores de los mantos tie Pamkas. El muy célebre del calendario presenta figurillas semejantes que Spinden llamó "escultura en tejido". El arte culinario es practicado en todas las instituciones religiosas femeninas y. con ocasión de los grandes banquetes eclesiásticos, se produce i.iii verdadero certamen de guisos y postres que tiene por teatro los refectorios de convenios de dominicos, mercedarios o franciscanos. Entre todos los beateríos cuzqueños, el más típico por su "indigeneidad", hasta en el nombre, es el de Mutkapujiu, que se halla inmediato al antiguo templo del Sol, hoy iglesia y convento de Santo Domingo. Otra muestra de índianización de Cristos la tenemos en el denominado "Señor de Mollecháyoc", también en el Cuzco, el cual tiene la particularidad un poco fatídica de que "se lleva" a los niños de pocos meses que son colocados sobre su altar por las propias madres, a causa de extrema miseria o enfermedades. Cada pueblo y cada parroquia tiene su santo patrono y la fiesta mayor respectiva es la que se celebra en el día que le corresponde en el calendario. Además, hay devociones generales, como la de la Santísima Cruz, el 3 de mayo; San Juan Bautista, el 24 de junio; Santiago, el 25 de julio; la Asunción de la Virgen, el 15 de agosto; la Natividad, el 8 de septiembre; etc. Todas estas festividades coinciden con las del calendario incaico; así, la de fa Cruz inicia la cosecha del maíz; ya dijimos que el Corpus corresponde a la Pascua del Sol (entre mayo y junio); San Juan Bautista tiene que ver con ritos ganaderos, y la noche del 24, la más fría del año serrano, en que se encienden grandes fogatas, es también una celebración del Fuego Nuevo incaico; Santiago el apóstol, que personifica al rayo, es el lllapa; al siguiente día de su fiesta comienza el sembrío en las tierras mejores, que se prolonga hasta el 8 de septiembre. Julio y agosto eran meses de expiación, penitencia, purificación, bajo los incas: candeladas y abluciones eran medios rituales. Cierta paganía muy cruda se realiza el 8 de septiembre en pueblos andinos: natividad católica y fecundación indígena coinciden. Octubre era el mes dedicado a los ritos de la lluvia, del agua de riego [urna raymi). En todas las pequeñas
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capillas rurales, y aun en los templos, se hacen en este mes las rogativas peí grupos de niños que claman al cielo porque no falten las aguas pluviales. Noviembre, se dijo antes, era el mes de los muertos. Por último, en esta vuelta del año, diciembre es la Gran Pascua incaica, produciéndose una nueva y notable coincidencia con el Christmas o Navidad católica. Enero lleva un nombre enteramente agrícola: "Pequeña Maduración" (del maíz); así como/febrero, la grande maduración. Entre febrero y marzo, el Carnaval corresponde a ritos orgiásticos anunciadores de la abundancia agrícola. Después de ellos y preparándose para vivir en ayune* y pureza, el indio observa las prácticas del catolicismo durante Ja Semana Santa. El labrador está atento al embarazo telúrico.; Marzo da la señal florida (Páukar Wáray). Abril consagra con la danza ayriway el campo henchido de frutos. No puede ser más armónica la correspondencia entre los calendarios y, por consiguiente, lo favorable de las circunstancias para una pseudomorfosis india en el culto de la iglesia católica. Es decir, que las formas, las "apariencias" son cristianas, pero el contenido es pagano, "idolátrico". Los santuarios o centros de peregrinación religiosa aparecen en el Perú antiguo con este carácter a la par que el económico: son también lugares de grandes ferias. Entre los muchos que se puede citar, bastará con los de Copacabana, a orillas del lago Titicaca, Pukara, Juli, Incawasi, Huanca, etc. La fama de tales santuarios atraía a un número considerable de fieles, al mismo tiempo feriantes. Siguiendo su política, la iglesia católica convirtió los santuarios paganos en templos cristianos. Pronto la fama de "milagrosos" añadió a la clientela india un número crecido de blancos y mestizos. Todas las romerías y ferias se realizaban en el Perú antiguo entre la cosecha y la nueva siembra, es decir, en los meses de julio a septiembre. La iglesia concedió igual período. Así la Virgen del Carmen, el 16 de julio, suele iniciarlo. Copacabana, con su propia virgen, cuya escultura es obra del indio Francisco Túpac Yupanqui, reúne en la primera quincena de agosto a sus devotos peregrinos. Huanca en septiembre. Estas grandes ferias y romerías son, en el año, la máxima efemérides. El ambiente orgiástico se mantiene por ocho días. Se come y se bebe a reventar. El desenfreno sexual, el insomnio, el gasto y el desgaste, hasta producir la enfermedad y la pobreza. Se cumplen todas las exigencias de la verdadera fiesta. Es en el hiato
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festivo en el que se resuelve la contradicción, ta antítesis hispanoindia. En la atmósfera de alcohol y diversión, el indio pierde los hábitos sumisos y se presenta altivo y Ubérrimo. En la corrida de toros se enfrenta valeroso a ta fiera: no le importa perder la vida, pero que sepan (el alcalde, el gobernador, et cura, su propio patrón) que él no es ningún cobarde. Puede inclusive dedicar la suerte a la Mamacha. Luego, en la fiesta, el "mayordomo" (o cargüyoc) demostrará que puede derrochar mucho dinero, que a su costa comerán y beberán todos los del pueblo y aun los forasteros. Como én los ritos del potlach, en la fiesta se labra el prestigio permanente del indio, a quien no importa invertir, para conquistarlo, todas sus ganancias pasadas y aun tas futuras. El "cargo" religioso anual es ansiosamente esperado, porque para quien lo ejerce significa ta única oportunidad en la vida para labrarse un nombre. Y eso es lo importante: haber "pasado su cargo", con gran brillo. Nadie lo olvidará, aunque vengan después la miseria, la enfermedad y la muerte misma. Esta es la tremenda importancia que tienen para el indio las fiestas religiosas, de cuya organización báquica se encarga por voto o aclamación de sus cofrades. Cuando ta persona elegida carece de los medios económicos necesarios, apela a dos medios simultáneamente. Obtiene un préstamo y consigue ayuda con promesa de reciprocidad. Esto último es una institución antigua que se denomina la jurka, y consiste en solicitar el auxilio en especies, dinero o servicios, con el formal compromiso de pagar en la misma forma cuando al acreedor le llegue su turno de "mayordomo". El solicitante se vale de símbolos para formalizar su petición: generalmente son tortas que figuran niños. Si es aceptada ta torta, el contrato verbal se consuma. El candidato dedica todo el año a prepararse para la fiesta, bajo el estímulo de los turnos anteriores. Se trata de eclipsarlos, para lo cual se aguza el ingenio. Corridas de toros, títeres, representaciones teatrales, orquestas, ocho días de holgorio para el pueblo. Deben ser abonados derechos eclesiásticos extraordinarios, amén de cuantiosos obsequios al párroco, al juez, al alcalde, al gobernador, a La guardia, etc. El indio, en esta magnífica demostración de poderío, confunde a sus opresores, con ella se venga y deja en descubierto la tacañería, la sordidez, et "desprestigio" de sus indignos dominadores.
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La religión, por ironía, es para el indio la única modalidad occidental que lo estimula a ganar dinero. El indígena necesita una apreciable cantidad de monedas sólo para cumplir con las obligaciones de la mayordomía: con ellas pagará a los toreros, a los músicos, al cura, a los actores teatrales, así como a los proveedores de aguardiente, vino, cerveza, conservas, etc., es decir, todo lo que viene de la ciudad, pues el trueque rige en el campo, en la vida rural. Puede decirse que una sola vez en la vida, el indio dispuso y manejó una cierta cantidad en moneda, que de ordinario es casi nula, insignificante, innecesaria.
ARTE Es en el arte menor donde se ha refugiado el espíritu del indio, cerrados los medios de expresión trascendentales cuando el español introdujo su estilo y técnica de construir. Pero por mucho tiempo aún los arquitectos, escultores y pintores aborígenes continuaron sus actividades con mayor o menor presión de los maestros peninsulares. Sobre todo los dos últimos grupos, adiestrados ya en la pintura al óleo y en la escultura en madera, siguieron contribuyendo a la producción de obras religiosas, con temas católicos, como son las efigies de Cristo, de la Virgen en sus diversas advocaciones y de los santos patronos. Las escuelas pictóricas de Cuzco y Quito habían pronto de adquirir gran fama bajo el virreinato, porque reunieron a los mejores artistas indios, quienes conseguían colocar sus obras no sólo en el Perú, sino en gran parte del lado occidental de Sudamérica, desde Colombia hasta Chile, y aun en las provincias argentinas que culturalmente dependían de nuestro país, desde los tiempos precolombinos. Las iglesias y conventos de toda esta vasta área estaban decorados por numerosos óleos "made in Cuzco" o "made in Quito". El mercado de cuadros era bastante activo y a él concurrían, no sólo las instituciones, sino los particulares. Las capillas privadas de las casas solariegas o de las haciendas, los adoratorios familiares y en general las residencias, lucían como indispensable adorno algunos o muchos lienzos de factura indígena. Distinguíase esta pintura por la falta de dominio de la perspectiva que significaba una supervivencia de la técnica aborigen. En cambio. Ta riqueza de dorados se despilfarraba tanto en la tela misma como en los magníficos marcos, conocidos bajo el nombre de "chórcholas". Las representaciones solían ser copias "indianizadas" de modelos
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europeos, generalmente maderas o bronces de pequeñas dimensiones. Imitaba también el pintor efigies escultóricas, sobre todo de crucificados, siendo entre éstos preferido el del Señor de Los Temblores, imagen de gran veneración en el Cuzco, especialmente después del terremoto de 1651, que asoló aquella ciudad. El cuerpo del Divino Redentor aparecía tratado con un notable recargo de heridas, llagas y equimosis, que correspondían a la ingenua y naturalista concepción del Ecce-Homo. Eran pintadas las vírgenes con lujosos mantos muy adornados de oro, con el Niño Jesús en brazos y rodeadas siempre de angelitos regordetes. Con frecuencia aparecían en la parte inferior del cuadro los retratos de "los devotos", o sea las personas que habían encargado al artista la ejecución de la obra. Constituyen tales retratos una fuente documental valiosa: algunos son personajes que no ha olvidado la historia, inclusive caciques o indios nobles. Consérvanse algunas muestras de pintura no religiosa, como son las imágenes de principes incaicos, descendientes de los reyes de Tahuantinsuyu, o miembros de su parentela, como tas que figuran en la pequeña galería del Museo Universitario del Cuzco, integrada por grandes óleos que pertenecieron al Colegio de Hijos de Caciques que en aquella capital y en Lima fundara el virrey Príncipe de Esquiladle. Como parte decorativa de ciertos óleos, se registra la presencia de animales, principalmente avecillas y guacamayos de colores detonantes. Entre las pinturas de carácter histórico figuran lienzos de considerables dimensiones representando el Sitio del Cuzco y el milagro relatado por Garcilaso y otros cronistas: cuando menos hay noticia de media docena de reproducciones de algún original que debió ser probablemente el que existía, hasta hace ochenta años, en el trascoro de la catedral cuzqueña. Otra preciosa colección es la de los doce cuadros del Corpus que se conserva en el templo de Santa Ana del Cuzco, que representa diversos pasajes de la célebre procesión, con multitud de verdaderos retratos de indios nobles, eclesiásticos y funcionarios españoles concurrentes a ella. Otro lienzo de considerables dimensiones es el que presenta a la Imperial Ciudad en momentos que se produce el terremoto del 31 de marzo de 1651: esta obra se halla en la sacristía del templo de La Matriz del Cuzco. También adquiere particular interés el cuadro que ofrece la escena del matrimonio de un sobrino de San Ignacio de Loyola con una princesa incaica, en el:
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cual hay un grupo de nobles cuzqueños; es de valor documental evidente. Una duplica de esta obra -cuyo original se conserva en la iglesia de los jesuítas del Cuzco- se puede ver en la de la misma congregación de Arequipa. Un precioso lienzo de pequeñas dimensiones que tiene como tema la ejecución de Atahuallpa, pertenece a La Universidad del Cuzco y tiene particularísimo interés por su predominante técnica india, que resuelve la perspectiva en la superposición de planos y por el crecido número de figuras, que son pequeños retratos de personajes peruanos y españoles, de la época. Uriel García y Felipe Cossío del Pomar han estudiado muchas de las obras artísticas indias del período virreinal cuzqueño: puede apreciarse, a través de sus libros, la valiosa obra realizada. No tiene la misma importancia el desarrollo de la escultura, pero, de todos modos, son muchos los ejemplares en que la mano del indio se revela y aun se descubre el "fecit", con nombres propios como Juan Tomás, Diego Túpac o Francisco Túpac Yupanqui. Estatuas en maderas o estofadas de vírgenes y santos, plasmadas por indios, adornan los altares de la mayoría de los templos de las ciudades y pueblos andinos. Tienen especial predilección por el apóstol Santiago, ecuestre patrono, derribador de infieles y domador del trueno. Las imágenes escultóricas eran vestidas a la usanza del tiempo, y en este cambio de indumentaria se llega a utilizar la actual: Santiago aparece muchas veces como un jefe militar peruano, San Isidro Labrador como un labriego, muy ensombrerado, etc. El desnudo fue realizado en las esculturas de sSan Sebastián y el gigantismo en las de San Cristóbal. En su descenso hacia el arte menor, la escultura se ocupa •hoy de pequeños trabajos en yeso o arcilla. Todavía se produce número crecido de imágenes del Niño Dios para los "nacimientos" de la Pascua. Figurillas de santos, de tipos populares, de soldaditos y pastores, de reyes magos, de indios, negros y "chúñenos" o salvajes, de animales y árboles, constituyen una pintoresca producción escultórica que tiene una feria anual la víspera de Navidad en el atrio de la catedral del Cuzco, el célebre Santurantikuy ("Venta de Santos"), principal expectativa de la infancia en esta Navidad mestiza. Desgraciadamente, tan bella muestra de arte popular va en decadencia. La cerámica, que tiene una tradición gloriosa en el Perú, sigue igual descenso. Todavía hasta hace pocos años se confron-
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laba en algunos centros de alfarería iridia como Pukará y Santiago de Pupuja. en el departamento de Puno, la presencia fresca y vigorosa, dotada de una gran ingenuidad, de bellos ejemplares originalísimos como los "toritos", que tanto recuerdan el arte cretense. Desaparecida la función funeraria de ia vasija o huaco. sólo han quedado el tipo utilitario y las pocas muestras de arle puro. Una piedra traslúcida y fácil de trabajar denominada de berenguela es material aprovechado por los escultores "minoristas" para esculpir en ella variedad de figuras de "nacimiento". Una cierta mayólica, con técnica española, pasó a manos indias, obteniéndose hermosos productos en lebrillos, jarrones, gárgolas y vasijas zoo y antropomorfas, que recuerdan la vieja aptitud peruana. Es hoy arte desaparecido y al cual ha venido a reemplazar la fabricación netamente industrial. Concorde con las manifestaciones cerámicas y como un inmediato antecedente suyo, sobrevive en el Perú el arte de pirograbado en poros y calabazos (lagenarias), que arranca desde tiempos precolombinos, sigue durante la época colonial, florece aún en la de la República, hasta alcanzar estos días. En el espacio entero del mate, como se llama a esta vasija,apare ce una profusa ornamentación que encuadra escenografías de la vida social. El indio, con su sentido irónico y su aptitud de agudo observador, en pocas y bien trazadas figuras deja permanentemente captada la psicología de blancos y mestizos y los caracteres predominantes de sus costumbres. Precioso registro anecdótico que equivale a los dibujos satíricos de los humoristas. Prolongación de! matero es el acuarelista popular, que, con igual intención crítica, nos ofrece un extraordinario archivo de tipos y escenas correspondientes a la transición histórica entre la colonia y la vida republicana: nos referimos al genial mulato Pancho Fierro, un dibujante que a veces alcanza perfil goyesco. Una teoría dibujística peruana de vena popular, si es posible hablar de ella, comienza con las figuras y escenas dibujadas en los vasos protochimú (siglo X V I de nuestra Era), pasa por las láminas debidas a la pluma de Felipe Guarnan Poma de Ayala, a fines del siglo X V I , sigue con los materos del X V I I , el XVIII y el X I X , reflejándose un poco en el álbum del obispo Martínez de Compañón para trasponerse casi enteramente a los papeles acuarelados
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de Pancho Fierro. De la misma manera, la pintura no pierde sus nexos desde las más remotas obras de los "murales" de la huaca de la luna o de Eos edificios de Pachacámac, en contacto con el "pictori cismo" de los ceramistas de Naska y con el más reciente de los laqueadores de keros o vasos de madera incas. De las telas pintadas con signos mágicos, los artistas indios pasan, no sin dificultad, a la pintura de caballete, al lienzo, al empleo de la paleta y el aceite introducidos por los españoles; son sus frutos las escuelas pictóricas de Cuzco y Quito y los millares de indios pintores salidos de ellas que trabajan afanosamente hasta el siglo XIX, en que se abre un largo paréntesis que sólo comenzaba a cerrarse con José Sabogal y su escuela. En ese hiato irrumpió el europeísmo hasta ahogar nuestra pintura: no era posible ver otra cosa que oleografías. Evidentemente que hubo "pintores europeos" nacidos en el Perú. El único que intentaba deseuropeizarse a ratos fue Francisco Lazo. La escultura tiene antecedentes monumentales en las figuras de piedra de extraordinario vigor que aparecen en el horizonte arcaico en Chavín, Huari, Sechín, Pukará, Tíahuanako, en los postes totémicos de Pachacámac y de Naska, de madera esculpida; en las preciosas estatuillas de turquesa encontradas en Pikillacta, en la realista y refinada cerámica de los antiguos chimus, en algunas pequeñas esculturas naskenses, sobre todo en un grupo de arte puro (no escultura-vasija) que representa la "familia en viaje", que es el más lejano pariente de las figurillas del Santurantikuy del Cuzco. A esta magnífica floración plástica sigue en el virreinato la obra de los artistas indios que esculpen o plasman millares de vírgenes, cristos y santos para poblar de personajes divinos y semidivinos a esta mitad de la América Austral. La prolongación de esta aptitud en nuestro tiempo puede percibirse únicamente en los santeros del Cuzco y Ayacucho y en los ceramistas de Pukará y Santiago de Pupuja. El "monumentalismo" europeo que se luce en nuestras ciudades es un muestrario lamentable. Necesariamente debemos tratar en seguida del arte del tejido que realiza, con un medio de expresión y con una técnica distintos, obra pareja a la de pintores y escultores. Estos tejedores peruanos precolombinos "pintan" y "plasman" con hilos en la urdimbre, trasuntan una intención, verifican una actividad estéti-
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ca a través de sus rudimentarios telares. El tejido no es únicamente una pieza de vestir o un cobertoro un tapiz: el tejido es como una lámina adecuada para estampar sobre ella símbolos, es un lienzo pictórico o una hoja que contiene un texto, exactamente como si fuera pergamino o papel. Se valieron los antiguos peruanos del tejido, como los egipcios del papyrus; muchos de ellos san verdaderos "códices". Tan cierto es lo que se afirma, que no hay sino que recordar que cuando el virrey Toledo pidió a los cronistas indios del Cuzco un "relato" de la historia de sus reyes, ellos cumplieron el encargo presentado "tres paños" con las efigies de sus reyes y alguna simbología a manera de versión textual. En otra oportunidad los indios cuzqueños tejieron otro gran paño que reproducía la escena del Sitio del Cuzco con el milagroso descendimiento de la Virgen, tapiz que se conservaba en el templo llamado El Triunfo (o la Matriz). La revelación más significativa del papel que jugaba el tejido la ha ofrecido el descubrimiento de las sepulturas precolombinas de Parakas, en la costa peruana, de donde se desenterró la mayor suma de bultos que contienen momias, cada una de las cuales estaba cubierta y acompañada de riquísimos mantos que hoy se exihíben en los Museos de Lima. Estas piezas no correspondían a la indumentaria corriente, sino a la ceremonial, y cada una tiene tantas y tan maravillosas representaciones "pictóricas" (son brocados), que ñünfca se halló en América arte similar. Son todos tejidos con figuras en múltiples colores de seres míticos, de hombres disfrazados, de aves, de felinos, de sierpes, de frutos y flores, en fin, de cuanto es posible reproducir con belleza y sentido. Después de estudios concienzudos se puede llegar a la conclusión de que cada manto "dice" su mensaje, siempre relacionado con la vida, con la producción de la tierra, con el tiempo, con el campo, con el sencillo mundo de aquel pueblo. Mutatts mutandi, aparece el mismo concepto en la textilería ceremonial de las otras épocas y estilos peruanos. En algunos casos, como el de los "recordatorios" de las tumbas de Naska, se ve muy claramente que el pequeño trozo de tejido ajustado a un reducido marco, con signos mágicos, trata, sin lugar a ninguna duda, de algo como oraciones o conjuros relacionados con la paz del muerto. El tejido representa así en el arte peruano un elemento de expresión muy original. Cuando decae la cultura, por la invasión extranjera, los símbolos se convierten en ornamentos, en simples adornos, que hoy decoran los "ponchos".
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Siguen siendo éstos objeto del cuidado artístico: los hay muy hermosos y varían en forma y ornamentación de una provincia a otra, predominando en los pueblos del altiplano los tonos uscuros y en los del valle los rojos exultantes. Todavía muchos de ios motivos poseen su nombre propio, que es como una sombra de su extinguida función simbólica. Se ha introducido en ellos cosa curiosísima- como motivo decorativo las letras del alfabeto español que el indio copia de un texto impreso al azar, como que es un analfabeto. En el tejido se produce una transculturación muy notable, como lo testifican valiosos tapices, verdaderos gobelinos, en que se mezclan temáticas india y española, y se fusionan ornamentaciones de los dos tipos, con un efecto armonioso extraordinario. Evidentemente que en estos tejidos llamados de transición, el mestizaje cultural alcanzó sus mejores lugros. El indio sigue siendo un tejedor eximio, sin más herramental que su primitivo telar. El finísimo tejido que admiramos en los museos, hecho de lana de alpaca o de vicuña, que se sigue fabricando en los pueblos andinos, no es sino el muy apreciado "poncho de vicuña" que lucen los terratenientes cuando, montados en magníficos ejemplares equinos, recorren sus extensas propiedades en que ejercen un perfecto dominio feudal. Son estos ponchos algo equivalente a las túnicas de kumpi que lucían los reyes y nobles del imperio como un privilegio de clase. No hubo gran variación en la indumentaria indígena hasta 1780: seguían siendo sus piezas componentes esenciales ta túnica C'unku") y la manta ("llakolla"), o entre las mujeres la manteleta ("llijlla"); pero sofocada la gran revolución que encabezó el jefe indoperuano Túpac Amaru, entre muchas otras medidas drásticas dictadas para "desindianizar", se prohibió el vestido autóctono para reemplazarlo con el español: la casaca, los pantalones y ta montera, para los hombres: las faldas y la pequeña chaqueta para las mujeres, pudiendo conservar éstas su primitiva "11 ¡jila". Varió también la indumentaria femenina mestiza que habría de emplear, ya no telas fabricadas en los telares domésticos, sino las de Castilla, incluso para la manteleta india, que seguía cubriéndoles hombros y espalda. Debían usar sombreros distintos a las monteras. Con esa capacidad tan notable en los indígenas de aceptar los elementos culturales extraños, pero transformándolos a la vuelta de pocos años, el vestido español resultaba irreconocible por las variaciones sustanciales que habían sido introducidas por
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tos habitantes de las distintas regiones peruanas. Una colección de monteras que se formase con tipos recogidos en muchos lugares de la sierra peruana, sería la prueba objetiva más convincente de lo afirmado. Si bien había quedado proscrita la túnica incaica, el indio apeló a un ingenioso recurso con la adopción del "poncho" -cuyo origen no está bien determinado .que constituye la pieza de vestir más importante, porque es indumentaria y cobija, capa de resistencia al frío y a la lluvia y tapiz y hasta tela de torear en las fiestas. El cuidado con que se teje el poncho subraya el aprecio que se tiene por tan útil prenda: el artista pone en él toda su sabiduría y buen gusto; al mismo tiempo, es como un pendón distintivo de la sociedad indígena a que pertenece su dueño. Es innumerable su tipicidad: cientos de modelos diferentes en sus dimensiones, colores, combinaciones ornamentales, etc. Algo semejante ocurre con las manteletas o "llijllas", aunque no en la misma proporción. El poncho es una pieza de uso general, no restringida at solo pueblo indio: lo emplean también de ordinario los indomestizos y aun los blancos, éstos particularmente como abrigo insustituible para viajes a caballo por las serranías o los valles de la costa; en este último caso, el poncho es tejido de muy fina lana de vicuña, de algodón o de' seda. El poncho oculta la miseria del indio; pues de ordinario viene a ser un "sobre-nada" y no un sobretodo. El arte suntuario alcanzó entre los antiguos peruanos un elevado nivel; tapices y alfombras cubrían pisos y muros; el Inca no ponía jamás el pie en tierra y lo hacía siempre sobre mantos espléndidos que iban extendiendo sus pajes. En la época colonial, continuó en gran escala esta fina producción de textiles, haciendo famosos a ciertos centros de tejedores, como los de Cotahuasi y Collcha. Magníficas alfombras decoraban los templos y palacios y algunos ejemplares pueden admirarse aún en el Cuzco (especialmente en el templo de Santa Catalina). Debió ser enorme la producción textil en el Imperio incaico si se calcula que era parte principal del denominado impropiamente "tributo" el fabricar todo miembro útil de la comunidad un cierto número de piezas de tejido que eran entregadas a los funcionarios respectivos para ser depositadas en los almacenes del estado para su reparto entre los soldados y los trabajadores, amén de otras necesidades. Cuentan los primeros españoles que recorrie-
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ron el Perú en el momento de la conquista, cómo encontraban compartimentos atiborrados de vestidos y cómo centenares de mujeres, con sus respectivos telares, se complacían en este trabajo productor. Se distinguían dos clases de obras textiles: las de fabricación esmerada con lana de alpaca o vicuña, llamadas kumpi y las corrientes de lana de llama, que denominaban• awaska. Las primeras se destinaban al uso de la nobleza y las segundas al del pueblo. Díjose anteriormente que el tejido también se empleaba como medio material para ofrecer los "textos", simbolismos o alegorías de carácter religioso y mágico, manera como se presenta en el sepulcro o en el templo. También con el mismo sentido religioso, se "sacrificaban" preciosos tejidos, incinerándolos en honor de sus dioses o muertos. La ganadería de auquénidos proporcionaba la materia prima para tan extraordinaria actividad textil. La percha del tejedor se conserva sin desmedro entre la población india e indoméstica del Perú y tiene abierto un ancho camino, cuando sea comprendido el valor de tal habilidad. El trabajo en madera no fue desconocido por los peruanos precolombinos: todo lo contrario, en especímenes selectos de los museos, se puede apreciar un dominio técnico y un alto sentido estético. Los remos ceremoniales de Chincha, con sus bellos calados, los "postes" religiosos descubiertos en Pachacámac y Naska, las figuras antropomorfas con incrustaciones de concha, los vasos llamados keros, de origen netamente incaico, los asientos o lianas de la misma técnica de laqueado, en fin, los bastones o varas que funcionaban como símbolos de autoridad, demuestran lo que se sostiene en cuanto a la ebanística paleoperuana, que después se va a revelar en forma esplendente a todo lo largo de la época del dominio español, cuando las construcciones eclesiásticas van a requerir diestros artesanos en madera que tallen con primor pulpitos y retablos, enrejados y coros, confesionarios, locutorios, refectorios, puertas y ventanas, facistoles y cátedras: todo en un precioso material de cedro que ha resistido la acción de los siglos. Son extraordinarias muestras de carpintería artística los muebles, como arcones, sillas de altos espaldares, escaños, armarios, mesas, bancos, consolas, cornucopias, bargueños, etc. La escultura tuvo un campo vastísimo de expresión en las galerías
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corales y pulpitos, en los altares y trascoros. Obras de un valor permanente debidas a indios o indomestizos son el pulpito de San Blas, los coros de la catedral y de San Francisco del Cuzco. Por todo el país, hasta en los más aislados e in significan les poblezuelos, se pueden admirar destacadas muestras del arte en madera. Muchas veces, perdida en un yermo, como la iglesuca de Cuchareas, se tropieza con verdaderos tesoros artísticos en que tan pródigo ha sido el pueblo indio, aun bajo la férula del amo español. La más modesta casa colonial poseía exponentes del arte de su tiempo. En 1920 calculaba quien esto escribe que pasaban de quince mil las obras de pintura al óleo de aquella época que se hallaban en poder de particulares, en sólo la ciudad del Cuzco. Otra demostración es que el acervo artístico no disminuye en mucha proporción, a pesar de cincuenta años de ininterrumpido éxodo de objetos de ese carácter como resultado del activo comercio que los adquiere para traerlos a Urna o exportarlos. (Tratando incidentalmente de la magnitud o cuantía de los objetos de arte precolombino, es fácil calcular en más de cien mil los especímenes a la vista en museos y colecciones particulares, suma a la que habría que agregar otro tanto disperso en el país y en el extranjero). A los pintores, escultores, ceramistas, textüarios y ebanistas indios e indomestizos, debemos agregar la pléyade numerosa de metalistas, de diestros plateros, de refinados orfebres. La más vieja tradición metalúrgica en este lado del mundo corresponde al Perú. Los mayas hacía poco que salían delneolítico cuando Europa se presentaba en playas de América. En las más remotas edades de la cultura peruana (tiempos arcaicos) ya aparecen en las tumbas finos objetos de oro. Un poco más tarde acusa su presencia la plata. Son más jóvenes el cobre y el bronce, sobre todo el último, una aleación inventada en el sur del Perú, ya bajo los Incas, es decir, en la última etapa de la historia aborigen. Otra aleación de cobre, oro y plata (la "tumbaga") había aparecido antes en la costa noroeste, relacionándose con la técnica colombina. Desde los comienzos, el orfebre dedica su actividad a producir artefactos de carácter ceremonial: mascarillas de oro para los rostros de los muertos, vasos para las libaciones rituales, ídolos o representaciones míticas, etcétera; siendo el metal precioso reservado a la divinidad y a los reyes, el orfebre está al servicio del
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templo y del palacio: saldrán de sus manos ios bellos adornos que deben cubrir el cuerpo del señor: desde las orejeras circulares, finíshnamente repujadas, hasta los pectorales, las pulseras, las tembetas, los portapenachos, las pinzas de depilar, los collares, las laminillas con que se recamaban los vestidos o chakira* y luego la rica vajilla de vasos y vasijas, de fuentes, de pilas para lavarse, todas adornadas con grandes figuras de animales. El jardín de oro del templo del Sol del Cuzco no era una fantasía, sino una comprobada realidad; los muros tapizados de láminas del mismo codiciado metaJ fueron no sólo vistos, sino saqueados por los primeros españoles que llegaron a la imperial ciudad. La documentación debidamente conservada acerca del detalle y cuantía del rescate de Atahuallpa y del demás oro recaudado por los conquistadores es la prueba definitiva sobre el volumen de la riqueza acumulada, la mayoría consistente en objetos artísticos, por desgracia destruidos para hacer viable el reparto de aquel inconmensurable botín. Hasta la aseveración de la existencia de estatuas de oro ha sido confirmada por las referencias que en un pleito entre los herederos del virrey Toledo y ei estado español se hace a una escultura representativa del Punchau (el Sol), del tamaño de un niño de doce años . . . En documentos existentes en los archivos españoles, según noticia proporcionada por el cuidadoso investigador Raúl Porras, aparecen también figuras de oro que reproducen llamas... del tamaño natural. No queda la menor duda acerca de las excepcionales actividades de los orfebres, quienes, como ningunos otros en el mundo, tuvieron a su disposición una mayor cantidad de precioso metal para transformarlo en bellas expresiones de arte. Cuando el oro desapareció en cantidades fantásticas, rumbo a España, sin quedar allí sino apenas un tiempo, los orfebres habrían de limitar su labor; seguirían, no obstante, al servicio de los señores, esta vez los encomenderos y nobles hispánicos, cuyas vajillas y adornos no podían ser sino de oro. La joyería europea pasó de esta manera a dominio de los artistas peruanos nativos. Pronto las arracadas que lucieron las nobles damas nada tenían que envidiar a las traídas del Mundo Antiguo. Las iglesias habían de recibir también bellas obras por munificencia de los potentados coloniales: copones, custodias, coronas, aureolas, clavos de fino oro de Paucartambo o Carabaya, con rutilantes piedras preciosas: amatistas, rubíes, esmeraldas. Obras de un valor inapre-
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ciable, como la custodia de la catedral del Cuzco o La de Sania Rosa de las Monjas de Lima, compiten con las mayores del tesoro vaticano. En materia metah'stica, nada, absolutamente nada, podía aprender ya un orfebre peruano, porque dominaba su técnica y su arte como el que más. En escala más extensa aún por sus actividades muchísimo mayores, figura la platería. He ahí un arte que indios e indomestizos profesaron por centenares de años como algo propio de su espíritu y aptitud. Muy grande número de plateros tenía trabajo en el Cuzco, Ayacucho y otros lugares, porque la vajilla de las modestas familias era de plata, desde el cucharón para la sopa diaria, hasta el vaso de noche. Cuando vino la decadencia cuzqueña, poco después del fracaso de la Confederación perú-boliviana (1S39), la plata 'labrada" se vendió por toneladas. Se derrochó este metal en todas formas. En las procesiones, el sacerdote que conducía la Sagrada Forma caminaba por encima de lingotes de plata que daban una vuelta completa a la gran Plaza Mayor del Cuzco. Era un símbolo del desprecio por "el vil metal" como la pequeña escupidera de oro de propiedad del obispo Pérez Armendaris. El altar principal de la basílica cuzqueña está íntegramente cubierto de gruesas chapas de plata. El carro del Santísimo es de plata. Las andas de las vírgenes y principales santos patronos son de ese mismo metal. Pero no es la plata en sí lo que se eterniza en cada obra, sino el trabajo exquisito del artista nativo. Una colección reveladora de todo el arte de la platería sería la formada por los "frontales" del altar de plata de muchas iglesias.de la sierra del Perú: son repujados al martillo con la más rica y variada ornamentación y el más complejo simbolismo ibero-indio. Los trabajos de filigrana de los artistas huamanguinos son bastante conocidos y los que realizan hoy mismo los plateros indios y mestizos acusan un renglón importante en el comercio de exportación. Apreciadísimos objetos de plata se adquieren a altos precios en los lujosos almacenes del Jirón (nuestra 5 avenida limeña). Todos proceden de los talleres humildes en que vive la llama del arte tradicional. El cobre y el bronce fueron también manipulados con destreza por nuestros artífices nativo*; desde los innumerables objetos utilitarios y ceremoniales que se exhiben en nuestros museos arqueológicos hasta las muestras menos ostensibles, pero igualmente valiosas, que son los aldabones y clavos de los pórticos eclesiásticos y las campanas de las iglesias urbanas y a
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aldeana, lodo salió del ingenio y de! buen gusto de los artesanos indios y mesli/os. Estos aprendieron a fundir en gran escala desde los días iniciales de la Conquista española, cuando las guerras civiles entre los invasores exigieron fabricar armas de fuego pesadas y cuando la multiplicación de las casas de Dios elevaba a lo alto las lenguas de bronce de sus campanarios. La metalurgia del hierro había de ser la poslreia y la advenediza en el Perú, sin ninguna tradición nativa. Herreros junto al yunque, dominando la fragua, fueron griegos, como Pedro de Candía, o españoles o criollos o mcsii/.os, siempre en menor númeru indios, Bellas cerraduras y candados de desusadas dimensiones son algunas muestras de esta adopción de la nueva metalurgia, amén de las complicadas rejas de ventanas y portones. El trabajo en piedras finas y preciosas no era ignorado en la época antigua, como lo confirman las especies arqueológicas de turquesa, lapislázuli, cristal de roca y algunas esmeraldas. Los experimentados lapidarios debieron aparecer más larde y no eran otros que los propios indios. La joyería fue siempre su oficio, al cual ingresan igualmente los indomestizos. Después de esta compendiada revista, fuerza es concluir con la exposición de las obras arquitectónicas, suma y cúspide de toda actividad estética. El Perú tenía en el momento de la invasión europea una muy antigua y rica tradición arquitectural. Fl resultado de un esfuerzo de siglos podían apreciarlo de inmediato los recién llegados, cuya admiración queda escrita en los primeros relatos de su gran aventura. Desde Tumbes, donde encuentran la primera fortaleza, hasta Cajamarca, el conjunto semiurbano más importante en la sierra del norte, y después a lo largo del país interior las innumerables muestras hasta llegar al corazón del Imperio y arquetipo de todas las manifestaciones culturales incaicas: el Cuzco. Habían recorrido los caminos y atravesado los puentes; se alojaron en los tambos y vieron correr a los postillones de garita en garita, abrieron los depósitos fiscales henchidos de todo género de recursos, plantaron la cruz cristiana sobre los santuarios solares, flanquearon las arrogantes fortalezas, vieron deslizarse el líquido por los canales sin límites, treparon por las terrazas agrícolas que convertían las montañas en doméstica sementera, y cuando llegan a la ciudad sagrada se encuentran con algo que no tiene comparación en la.España de que proceden.
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tienen que recordar lo más grandioso como el puente de Segovia o el Alcázar de Toledo, y aun así ta ciudadela de Sajsawaman queda insuperable. Estos caminos dejan atrás las vías romanas. La ciudad toda está edificada de piedra de cantería, labrada y pulida a perfección, los palacios son amplísimos, con patios y jardines interiores, con fuentes y adora torios, el templo del Sol está todo chapeado de láminas de oro. Hay compartimentos como plazas lechudas, dentro de los cuales puede maniobrar libremente un
escuadrón de a caballo. Esplendor, suntuosidad, belleza y majestad, por todos los lados. Cuzco es un tesoro arquitectónico. En la búsqueda de lugares apartados y misteriosos que guardan su secreto de oro, el español tendrá ocasión de ascender hasta los conjuntos arquitectónicos de las cumbres o de los altozanos, desde donde se domina el valle o la planicie y se contempla la teoría inacabable de tos montes nevados. Siempre el poblado cogido a las faldas del cerro, trepándolo, colgado muchas veces como un nido, y por doquiera la obra arquitectónica, firme, segura, invariable, cual si uno solo hubiese sido su creador. Hipogeos cavados en la roca viva, sin poseer herramientas de acero, túneles, acequias subterráneas, caminos como repisas sobre el abismo, escalinatas por dentro de los peñascos, en fin, las más difíciles y temerarias construcciones que no se pueden concebir si se tiene en cuenta la ausencia de herramientas de acero y de máquinas que centuplican el esfuerzo humano y lo perfeccionan. El indio fue el constructor de las catedrales y los conventos, los palacios y las nuevas fortalezas que defendieron al dominador extranjero. Bajo la dirección de los arquitectos hispanos, fueron surgiendo en los primeros siglos los centenares de edificios religiosos que se hallan aún en pie por todo el territorio del Perú. El alarife siguió la práctica de su viejo arte y allí donde la mirada vigilante del maestro de obras hispánico no escrutaba, el indio hacía de las suyas, introduciendo en la majestuosa fábrica del templo los motivos ornamentales o los símbolos de su propio arte y religión. Así lo prueban las iglesias de la periferia cuzqueña, como las del altiplano puneño y las de Arequipa. El renacimiento indio del siglo X V I I I , a que se ha hecho mención, aparece nítido en la arquitectura mestiza estudiada por Martín Noel y Angel Guido, con tan notable éxito. En recientes trabajos de arquitectura en piedra, e) artista y el obrero indios han demostrado conservar intacta su habilidad
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antigua. Concienzudo y paciente, el indio, como el chino o el japonés, posee una disposición a la técnica y al arte que supera a la del blanco americano o europeo. El arte plumaria precolombino nos ofrece el ejemplo más sugestivo del esfuerzo para lo minúsculo que significa el coser a una tela millares y millares de phimitas muy finas, hasta formar verdaderos mosaicos de irisados colores. Pues bien, la vista, el firme pulso, la mano segura del indio, realiza hoy mismo labores semejantes. Tejedor, alfarero, orfebre, pintor, escultor, arquitecto, tallista, xilógrafo, el indio y el indomestizo se imponen allí donde su actividad puede ser puesta en juego más o menos libremente. Es el camino de las artes plásticas una vía corta para llegar a la deseada dignificación del hombre nativo del Perú.
POESIA Una profunda vena de inspiración indígena atraviesa las capas sociales de indios y mestizos. Ya sea en el idioma antiguo y subsistente, el quechua, ya en el adoptado, el castellano, o en ambos a la vez, en curioso mestizaje, el hombre del Perú canta sus penas con parecido acento. La poesía anónima circula de boca en boca, entonada al son de la "marinera" por el mestizo o del "waynu" por el indio. Con la música y el baile, la poesía completa el tríptico de expresión personal, subjetivista, en que la nota predominante, desde hace más de cuatro siglos, es plañidera, melancólica, a veces desesperada. La quejumbre no es precolombina, y, si lo fue, lo fue sólo en mínima proporción, como queja de ausencia, dulce nostalgia, o como endecha consoladora para el mal de amores, de todo tiempo y lugar. La tonalidad triste que creemos equivalente de música y poesía indias es sólo el fruto del largo cautiverio de la raza, partícipe hoy de la más amplia extensión proletaria. El indigente, el miserable, no puede ser sino triste, con la particularidad peruana de que aquí el hombre oprimido ni blasfema, ni maldice; se resigna, suspira y llora. No tenemos la acritud ni la ponzoña de otros. El orfeón no es, ni ha sido entre nosotros, un poderoso medio de expresión colectiva, de catalización de sentimientos en un instante dado. No cantamos en coro ni los indios lo hacen. Quizá lo olvidaron. Porque es imposible que un pueblo de índole netamente colectivista careciera de este medio expresivo. Hoy el canto se reduce a quienes tocan o "acompañan" para el baile. Alguna vez coréase el estribillo, al mismo tiempo que en la fuga se baten palmas ("Jaleo").
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£1 canta solitario del pastor o el de la mujer enamorada, allá en el regato, donde nadie sino ella misma va a escuchar, son brotes espontáneos de poesía erótica; pero son las canciones amorosas que se entonan en las fiestas familiares, cuando la embriaguez despierta los apetitos, las más difundidas y renovadas, precisamente las que ofrecen ejemplos de un verdadero mestizaje. Otras veces se trata de traducciones libres de versos castellanos al quechua, o viceversa. Acompañan siempre al baile y es frecuente la alusión picante que permitirá al galán conquistar más fácilmente a la dama. Es fecunda la inventiva poética: sobre el acervo de cantos antiguos, el pueblo agrega cada vez nuevos frutos de su ingenio. No hay jarana en la sierra que no termine en huaynos cantados en quechua. £1 final de la fiesta cae enteramente bajo el dominio indígena, aun cuando sus comienzos fueran con cantos modernos aprendidos de discos fonográficos o por medio de la radio. Es bien conocido el proceso de la poesía india en la aldea y en la ciudad. El viejo "jarawi" se convierte en el yaraví melgariano de Arequipa. Su línea melódica va a introducirse después en el vals, bailado y cantado como "vals criollo", es decir, mestizo. No cede enteramente su lugar el canto nativo o mezclado a las composiciones extranjeras, como el tango el bolero o la rumba. Coexisten. En los programas radiales siguen figurando, por exigencias del público, las canciones peruanas, y sus ejecutantes, hombres o mujeres, criollos o indomestizos, reciben el aplauso entusiasta del auditorio que llena las salas de las centrales transmisoras. Los "tristes" emocionan profundamente a los componentes de las clases popular y media, aunque no agradan a la gente "bien", que prefiere algo menos "común" u ordinario. Los idiomas vernáculos, como el quechua y el aymara, no sólo son instrumentos populares de intercomunicación, sino entidades literarias que no han dejado de ser cultivadas por diestros hablistas. Obras dramáticas, épicas y líricas, fueron compuestas sobre todo en quechua desde la época del dominio español hasta nuestros días. Quechuistas y aymaristas famosos han dejado apreciable bibliografía, paciente y celosamente reunida por el gran etnólogo profesor Paul Rivet. En la sierra del Perú, y sobre todo en el Cuzco, se verifican representaciones teatrales en quechua, llevándose a la escena el Ollántay, la obra maestra de la
literatura indígena, ti otras de autores contemporáneos. Millares de personas concurren con gran fervor. Grupos de jóvenes indomes l¡ ¿os, a los que se agregan algunos indígenas, forman los llamados "Conjuntos" que vienen a la capital y recorren la República, y aun los países vecinos, ofreciendo representaciones teatrales, danzas y cantos. Quien estas páginas escribe llevó a Buenos Aires, en l >24, uno de esos "Conjuntos", compuesto de cuarenta personas la "Misión Peruana de Arte Incaico"'- , que obtuvo un éxito resonante al presentar en el Teatro Colón la música, la poesía, el drama y la danza del antiguo Perú y del Perú actual indomestizo. Fue entonces evidenciada la existencia de un "arte americano" vivo, vigoroso y llamado a perdurar, cuyo centro seguía siendo el Cuzco, la antigua capital del Imperio de los Incas. l
He aquí algunas muestras de poesía india, en versión española: a) Religiosa: Oh Tierra Madre, a tu hijo el Inca tenia encima de ti quieto y pacifico. b)
Agraria: Bella planta, árbol frondoso cuya sombra me acogió. ¡Triunfo! Tú supiste abrir tus brazos a nuestra generación. ¿Triunfo! Triunfo, querida planta. ¿Triunfo!
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Lírica: De tanto llorar una fuente formé; el jugo de mi dolor a otros calma la sed.
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ni oiremos mas su voz, ni su mirada cariñosa velará por su pueblo.
d) Guerrera: Ladrón como zorro, como tortuga cobarde. No es valor pelear ocultando el cuerpo. Descubre tu pecho y entonces veremos qué alma el sol templó mejor. e) Pastoril: Una llama quisiera que de oro tuviera el pelo brillante como el sol, como el amor fuerte, suave como la nube que la aurora deshace. Para hacer un quipu en el que marcaría las nubes que pasan, las flores que mueren. f)
Erótica: ¿En dónde mi tesoro se esconde? A medianoche lo lloro, a toda hora, me falta.
g) Fúnebre (canto a la muerte del Inca): Lloremos lágrimas de sangre, lloremos con desesperación, a gritos lloremos, que el sol para siempre la luz a sus ojos quitó. No miraremos más su frente,
h) Canto "palomita": Palomita blanca de las cordilleras, préstame tu pluma para mi recuerdo. La yerba que agarro se saca de las raices, el agua que tomo se saca del estanque. i) Canto "saucecito": Saucecito, palo verde, color de mis esperanzas; yo solo tengo la culpa si estoy llorando en tus brazos. Quisieron que me muriera, no me he muerto todavía, pues todavía no siento el veneno que me dieron. Quieren que de aquí me vaya, no me marcho todavía, pues todavía no encuentro quién me lleve hasta mi casa. j)
Filosófica:
Nací cual planta que en el desierto brota sin savia y sin calor, y en cuyo talle, cadáver yerto, brota ese germen que no da flor. Pues fue mi estrella como ninguna, porque ni en sombras la vi lucir. Amargo llanto regó mi cuna; sólo he nacido para sufrir. Junto conmigo, mi triste historia en el olvido terminará, y ni mi nombre, ni mi memoria,
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nadie en el mundo recordará k) Dramática (Fragmentos del "OHántay"): (Monólogo): - ¡Ollántay! ¡Desdichado OHántay! . . . ¡oh, Cuzco, ta bella ciudad! Desde hoy seré tu enemigo íimpjacable. Abriré tu seno para arrancarte el corazón y arrojarlo a dos buitres. (Canción amorosa): En un instante he perdido a mi amada paloma. Si quieres verla, búscala en la cercanías. Es infiel, pero su rostro es encantador. Se llama Estrella. Son innumerables las composiciones líricas que corren de boca en boca, y son también muchas las obras escritas en el quechua del Cuzco, desde los primeros tiempos de la Colonia. Recuérdese que los primeros autos sacramentales representados en los atrios de los templos parroquiales lo fueron ya en el siglo XVI por actores indios y en lengua indígena. Como una muestra de la evolución de la vieja canción al "yaraví" arequípeño, se insertan algunas poesías de Mariano Melgar (1791-1815): Vuelve, que yo no puedo vivir sin tus cariños: vuelve, mi palomita, vuelve a tu dulce nido. Mira que hay cazadores que con afán maligno te pondrán en sus redes mortales atractivos; y cuando te hayan preso te darán cruel martirio. No sea que te cacen, huye tanto peligro. Vuelve, mi palomita, vuelve a tu dulce nido. Etc.
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Nos recuerda el género "palomita" de la poesía india, en que la "kukuli" es la más germina representación de la mujer amada. He aquí algunos versos de otras modalidades del "yaraví" de Melgar: Tú me intimas que no te ame, diciendo que no me quieres, ¡ay, vida mía! • ¿Y que una ley tan tirana tenga de observar perdiendo mi triste vida? ¡Ay, amor, dulce veneno! ¡Ay, tema de mi delirio, solicitado martirio, ay, de males todo lleno! Para la poesía peruana se abre con Melgar un nuevo ciclo, un eslabón, en buena cuenta, entre la lírica india y el romanticismo que importaríamos de Europa. No habría en apoyo de lo que se sostiene sino que reproducir estos cuatro versos de Carlos Augusto Salaverry (1830-1891), que se alejan del candor y la pureza de la poesía india, conservada en el "yaraví" melgaríano: Dame tu amor, ángel bueno, reina entre las más hermosas; y bajo el cielo sereno, déjame besar tu seno de blancos lirios y rosas. El cambio cultural se opera más acentuadamente pasándose de la poesía popular, folklórica, a la poesía académica, de escuela. Pero, a pesar de todos los factores opuestos, la vena profunda de inspiración poética indígena sigue alimentando a criollos y mestizos, y son aún subsistentes los caracteres que para aquélla fija, en forma acertadísima, don José de la Riva Agüero cuando escribe: "Cantinelas frescas y melancólicas como un paisaje de madrugada andina. Poesía blanda, casta y dolorida, de candoroso
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hechizo y bucólica suavidad, ensombrecida de pronto por arranques de la más trágica desesperación. Esquiva y tradicional, esta raza, más que ninguna otra, posee el don de lágrimas y el culto de los recuerdos. Guardiana de tumbas misteriosas, eterna plañidera entre sus ruinas ciclópeas, su afición predilecta y su consuelo acerbo consisten en cantar las desventuras de su historia y las íntimas penas de su propio corazón". Reconocerá el autor de Paisajes peruanos la suavidad lírica, la incomparable mansedumbre mezclada a ratos con intenciones satíricas y burlas que caracterizan sus fábulas y consejas. "En ellas - d i c e - no sólo hablan los animales, sino los árboles, las cuevas y los cerros: toda la Naturaleza se anima y personaliza. En su intuitiva inocencia el quechua concibió la fraternidad del Universo". Este fresco, siempre primaveral espíritu poético -a que alude tan expresivamente Riva Agüero-, es nada más que una manifestación del alma campesina, alma del Perú que no ha muerto, ni puede morir. Pasan las modas literarias sin rozar apenas a millones de labriegos que escuchan, a veces sorprendidos, las misteriosas voces de la radio: canciones de la ciudad, poesía incomprensible que nada dice a su dolor o a su alegría. Un tiempo quedan prendidas en la aldea o el villorrio, pero no arraigan, no las absorben, no las hacen suyas, y cuando, el amor les hiere, su voz no modula otras palabras más que las quejumbrosas del viejo "yaraví" de ta palomita, el saucecito o la sirena. Con la guitarra o el charango dan suelta a su amargura; pero el mal no es incurable, "qué importa por último": la poesía, como la música en la fuga, expresará la explosión festiva que ahoga toda tristeza. Poco inclinado es el indio al suicidio.
MUSICA Y DANZA Los elementos indios e indomestizos del Perú son, en cierto modo, inmunes a ta penetración extranjera de la danza y de la música europea o africana, a diferencia de lo que ocurre con blancos y blancomestizos directa y constantemente influidos por !a moda musical o coreográfica. A pesar de la difusión universal conseguida por la radio, cuyas emisiones llegan a los más apartados villorrios de nuestra serranía, los aires musicales y los bailecitos de la tierra siguen siendo las únicas formas expresivas del espíritu indígena. No se puede afirmar que unos y otros sean los mismos que tenían validez en tiempos precolombinos, es decir, que música y danza indias de hoy sean música y danza precolombinas. No han transcurrido en vano más de cuatro siglos y medio desde el advenimiento de los conquistadores hispánicos. Lo que sí se puede afirmar con fundamento es que el estilo de las expresiones populares en las artes del sonido y la coreografía presenta un absoluto predominio del ritmo indígena, reconocible desde el primer instante. El español influyó en ciertas modalidades de la danza, como figuras y disposición de los movimientos, sobre todo en el siglo XVH1, en que "tradujo" el minué y la cuadrilla como variaciones en el desarrollo un poco monótono de la "kaswa" o el "kachi-kachi". Pero esos elementos extraños fueron absorbidos, plenamente "indianizados". Sin embargo, hay que advertir que en la fiesta netamente india, lo exótico es expulsado y que las formas mestizas sólo son empleadas por los "cholos" o por los blancos cuando se divierten con el pueblo o introducen lo que llaman "criollo" en su propia fiesta. I 11 este sentido valses, polkas, jazz, shimmy, se criollizan.
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Hay un baile complejo que en la diversión aproxima a las clases sociales y aun a las razas. Es el denominado "marinera" en el Perú, "cueca" en Chile, "zamba" en Argentina, cuyo origen no está bien determinado. Lo que parece probable es que'su filiación tiene que ver con la jota aragonesa; pero ésta ha sufrido tales cambios que se hace muy difícil reconocerla. Los modos de bailarla son muchos, porque permite un ancho margen de iniciativa personal y recibe el sello del grupo o de la región. El blanco la baila con cierta elegancia, que revela refinamiento, es decir, inhibición de todo exceso; en cambio, el negro pone en ella su extremismo sensual. Los hombres de la costa tienen su propia manera distinta de los serranos. Las distintas facies de la marinera son bautizadas con nombres como tondero, resbalosa,, etc., y corresponden a distintas áreas geográficas. El indomestizo ha llevado a este baile el aporte indígena, tanto como el negro el suyo africano. De todos modos, se acerca tal composición a un sincretismo muy original que retrata el hervor del mestizaje. El indio del ayllu no baila la marinera, pero el indio que dejó el poncho y viste el overol, el indio que es ahora obrero urbano, ratifica su cambio cultural lanzándose al torbellino de la nueva expresión. Tanto él como su mediohermano el cholo, al adoptar la marinera, lo hacen a condición de rematarla con su propio baile: el "huaynito". Así, pues, toda fiesta popular en que intervienen indios y cholos, consta indefectiblemente de marineras y huaynitos, como necesario complemento. En la ciudad y en el villorrio mestizo se suman las distintas obras coreográficas, dentro de ciertos límites. Así, por ejemplo, en la primera los bailes de moda difundidos por el cine y la radio o el disco fonográfico son el signo de "cultura" en las clases superior y medía; suelen eventualmente descender a la inferior, cumpliéndose el proceso señalado por el musicólogo argentino Carlos Vega: se estrena el nuevo baile en el salón aristocrático y baja de allí hasta el arroyo. Suele a veces devolverlo el pueblo, transformado, como en el caso del tango. En el villorrio se adopta el baile de la ciudad tardíamente, "pasada la moda", en un alarde de imitación de lo urbano; no prende como planta aclimatada, sino como organismo enclenque de vida efímera. Sin embargo, el vals es en todas las pequeñas ciudades de provincia algo no desarraigado; pero cierto tipo de vals que se denomina "criollo" y que
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es generalmente cantado por el grupo de guitarristas que lo "acompañan" En la aldea mestiza se produce la concurrencia de las modalidades coreográficas urbanas, llegadas con retraso, y los bailes indios. No sólo en la diversión familiar, tratándose del cumpleaños o del matrimonio y aun del velorio del "muertecito", sino principalmente en las fiestas de la Iglesia Católica, en la del santo patrono, se conjugan los elementos campesinos y urbanos de la música y la danza. En las casas de "los vecinos" se dará preferencia a los segundos a prima noche; pero, cuando el entusiasmo explosiona gracias a ingurgitaciones exageradas de alcohol, se olvida el alambicamiento del bailar "decente", para entregarse, sin respeto, a las fórmulas de la "urbanidad", a la Ubre expansión campesina que se resuelve ya no sólo en marineras y huaynitos sino en el tumulto de la danza india, la kaswa, o en el mestizo kachi kachi, que ponen en movimiento a todo el concurso, inclusive niños y ancianos, en un verdadero frenesí dionisíaco. Cantos y gritos, saltos y caídas, broma y desorden, todo resulta permitido como una cabal expresión del profundo sentido de la fiesta, ruptura de Las normas y del orden cotidianos. Las fiestas patronales tienen siempre este carácter y la música y la danza con sus componentes primarios. El calor que acelera el ritmo y que rompe todos los controles ha de ser producido por la abundancia de bebidas y comidas, todo lo cual conduce como por fácil camino a una desbordada sexualidad. A l servicio de ella está la danza que permite los contactos de hombres y mujeres, cada vez más libres, cada vez más íntimos hasta la efervescencia lúbrica. Música y danza en todos los componentes del pueblo son buenos conductores para la bacanal perseguida por él como desquite a sus estrecheces y miserias de todos los días. La "jarana" y el "jaranista" ocupan un lugar principal en la clase inferior. Danza y música no son objeto de delectaciones puras, sino simples medios de expansión vital, por el placer físico, por el momentáneo olvido de las "penas de la vida". La danza y la música como espectáculo sólo aparecen en la ciudad y en el teatro, ya sea en el concierto de la Orquesta Sinfónica o en el del celebrado pianista europeo, para las clases selectas que se extasían con las Op. 9 o las "suites" o con los "ballets" de rusos blancos del coronel X. La clase media no se queda atrás y también paga
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altos precios para ver a Kleiber con la batuta en ristre. Sin embar go, la afición musical no es tan epidérmica en el Perú, como lo demuestra el buen éxito de las audiciones al.aire libre por ta. Sinfónica Nacional. La música como medio de expresión personal i simo, sobre todo como lenguaje de la tristeza, del mal de amores, del romanticismo de la juventud, se presenta en el mestizo y en el iridio, muy nítidamente. En ta época precolombina era parte del s^ber universal la destreza en el manejo de los instrumentos musicales. No había músicos de profesión, todos eran ejecutantes. Hoy mismo no se encontrará un pastor indio que no posea su propio instrumento: flauta o zampona, mediante el cual "hablará" en la soledad de la estepa andina, diciendo su queja o su esperanza. El cholo es igualmente aficionado a tañer arpa, guitarra o charango, para comunicar su emoción a la "amante palomita". Mas no sólo aparece este individualismo musical; se puede encontrar a cada paso en las serranías del Perú conjuntos, es decir, orquestas o estudiantinas, sobre todo para actuar en las ceremonias religiosas o sociales en general. Es impresionante la orquesta de "sikus" o flautas de Pan, cuya melodía se derrama en los grandes espacios deshumanizados del Titicaca. Es posible que entre los millares de composiciones en manos del pueblo indio, muchas sean de origen precolombino, quizá algunas en su nítida pureza. Sólo una recopilación concienzuda, técnica, puede ofrecernos el auténtico material de estudio que no sea el adulterado por los numerosos folkloristas ( ? ) . Lo indudable es que los millones de indios e indomestizos crean y conservan su propia música, apenas influida por la occidental, que absorbe la clase superior. La danza en la aldea india o la ejecutada sólo por indios, no ha perdido su primitivo significado religioso. Un número considerable de danzas tienen este carácter, desde las claramente "totémicas" hasta las funerarias. En aquéllas, los bailarines visten pieles de animales (pumas, osos) o plumajes de cóndor; en éstas, cúbrense de paños que llevan pintados signos que se relacionan con el culto de los muertos. Las hay de una gran solemnidad que recuerda las descripciones que hacen los cronistas del siglo X V I de alguna en que participaba el Inca, durante la Pascua del Sol.
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Danzas de gran sentido épico, como las llamadas "huancas", son verdaderas pantomimas de combate, danzas guerreras, o como la "kachampa" de sincopados movimientos y de notable expresión viril. En muchas se puede reconocer su indudable origen precolombino; pero hay gran número de aparecidas bajo el dominio español. Para hacer atractiva la fiesta catóüca, conservando el interés del indio, los curas españoles y mestizos reacomodaron algunas de las viejas danzas o crearon otras nuevas, con personaje tan pintoresco como el diablo, rabudo y con cuernos. Desde entonces, el rey del infierno es figura caricaturesca de forzosa presencia en ferias y zarabandas: es diversión favorita de niños y viejos hurgar al enemigo, con lo cual ha perdídose la temibilidad que perseguían los ingenuos evangelizadores. Las danzas satíricas son también, en su mayoría, poscolombinas. La tendencia irónica del indio halló un magnífico medio de expresión en la coreografía. Ridiculizó a sus dominadores, sangrientamente. Desfilaron en la danza grotescamente como peleles de un guiñol desde el corregidor y el letrado hasta el matasanos y el mercader. Hubo también sátira al foráneo: arrieros chilenos y tucumanos; al enfermo de paludismo ("chújur"), al selvático, al kolla, etc. Como una derivación evidente de la danza, primero la pantomima y después el teatro mismo, drama o tragedia, aparecen bajo la dominación hispánica mimos de batallas, desfiles de incas, episodios históricos precolombinos que, después de la revolución de 1780, no se permiten más. Sin embargo, todavía en nuestro tiempo se representa en diversos lugares de la sierra central y norte del Perú la prisión y muerte del último Inca, Atahuallpa; y en Acomayo, cerca del Cuzco, el encuentro de los Akorasi , de clarísimo origen antiguo. Las disposiciones teatrales del indio son muy elogiadas por los curas e historiadores cuando se refieren a los autos sacramentales, que eran representados en el atrio de los templos católicos. Los jóvenes actores se desempeñaban muy bien. Eran igualmente muy aptos para el baile. J u n t o a danzas, pantomimas y autos sacramentales ~c uerpo de lafiesta—,realizábanse por indios juegos de destreza;
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todavía queda hoy uno de equilibrio de postes de madera hasta de cinco metros, que las indias manejan en Quiquijana, cerca de Cuzco, como palillos de fósforos, pasándolos de una mano a otra, mientras se mueven ellas rítmicamente, en un paso de danzaIguales demostraciones de destreza ejecutan los hombres trepando el palo ensebado o corriendo la sortija a caballo o et bárbaro "arranque de gallos". Esto último, con las peleas de dichas aves y las corridas de toros, fueron asimilados por el mestizo y aun por el indio, como "ritos" de la fiesta. La influencia del turismo y una equivocada corriente "indigenista", "criollista", "nativista", o como se quiera llamar, están falsificando el proceso de transculturación musical y coreográfica, con la invención, modificación o cambio deliberados de composiciones musicales o coreográficas, para presentarlas después como auténticas obras del pueblo. Debe ser cuidadosamente separado lo espontáneo de lo provocado artificialmente, y es imperioso preservar las verdaderas expresiones culturales de todo intento de interesada falsificación. Así como en la poesía, también en la música hay cultivadores de! estilo peruano, unos como francos representantes de una escuela de músicos de inspiración nativista, otros como encubiertos folkloristas que "recogen" a su manera, "estilizándola", la música popular. Estos son Tos peligrosos adulteradores, de buena o de mala fe, del arte indígena. Su nociva influencia sólo puede ser neutralizada por la investigación técnicamente dirigida que permitirá recopilar el riquísimo acervo musical del Perú, no sólo con una finalidad puramente etnológica, sino con una gran trascendencia artística. Precioso material para el genio creador.
EL INDIO Y EL CAMBIO CULTURAL Los mixtificadores no han logrado convencer a nadie de la ingénita ineptitud del aborigen peruano para lo que llaman la civilización. Está suficientemente explicado que el proceso transcultural, a través de los canales del coloniaje español y sus supervivencias contemporáneas, ha sufrido una doble corriente agostadora que ha traído como consecuencia el empobrecimiento total de los pueblos indígenas, quienes, de un lado, perdían infinidad de elementos culturales propios y, de otro, no adquirían, no lograban absorber por inopia económica, por inferioridad social, aquellos elementos nuevos integrantes de la cultura occidental. El indio de hoy es una sombra casi del hombre de Tahuantinsuyu y no es ni un esbozo del civilizado occidentaloide. Pero ésta es una mera "situación" que no imprime sello perdurable en ei alma india. Todo nos conduce a afirmar que el indio está saliendo de ese oscurecimiento, y que el Perú no se da cuenta aún del tremendo hecho que significa el despertar de cinco millones de hombres. Con fe que se ha calificado de mística o de ilusa, hemos esperado la producción de tan magno fenómeno. Tempestad en los Andes simbolizó ese entrever o profetizar el resurgimiento indiano. ( I ) Esta vez no somos nosotros, quizá parciales, quizá equivocados, quienes vamos a ratificar nuestro juicio y renovar nuestra esperanza en la aptitud del indio para entrar a tono en la vida de nuestro tiempo, que ése es, en último término, el concepto de modernización. Va a ser la palabra autorizada de un joven maestro italiano (Antonello Gerbi), autor de uno de los libros medulares de nuestra época: El Perú en Marcha. Con la claridad y madurez del estudioso europeo de este siglo, limpios los ojos dé toda predisposición a mirar las cosas de este continente como
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inmaduras o decrépitas, (2) el profesor Gerbi analiza y discrimino la personalidad del Perú. Oigámosle. "El Imperio incaico - d i c e - desapareció; empero, la energía espiritual implícita en su tradición, sobrevivió a su caída. Más aún, cristalizándose en las almas y en los corazones, creció en fulgor inextinguible como el diamante nacido del oscuro carbón y pudo así constituir el primer núcleo de una conciencia nacional peruana. Este núcleo adamantino resistía al principio y hasta se oponía a la penetración española; pero, una vez consolidada la República, brillaba a través de los elementos importados y asimilados como un sello de antiquísima nobleza y operaba en el nuevo estado como un ejemplo atávico, como una exigencia de organización y de disciplina, de fuerza y de orden, como el mito propulsor característico (por ser históricamente verdadero y reciente) de la religión patria del Perú". En este párrafo Gerbi revela la parte positiva y sobreviviente de la cultura incaica que se incorpora al nuevo ser colectivo. Descubre como núcleo vital, dominante, "masculino", esta tónica viril y austera de la herencia indígena. El sentido señorial que todo viajero descubre en el alma del Perú arranca de su raíz originaria, muítisecularmente americana. Sólo México en el norte, otro sector de alta cultura india, ofrece panorama similar. Cuando estudia el resurgimiento de los valores indígenas y comprueba el rápido desenvolvimiento de aquellos pueblos que más alejados se mantuvieron del tráfago europeísta, llega a la conclusión de que es un hecho incontrovertible que son millones de hombres los que pueblan los valles andinos como "fuertes productores en potencia y probables consumidores asiduos de toda clase de artículos manufacturados" y que "el Perú tiene una reserva de mano de obra y de capacidad adquisitiva que representa, por lo menos, tanto como las riquezas minerales de su subsuelo". En esta afirmación Gerbi queda corto, porque el valor de esos millones de hombres significa para el Perú su máxima razón de existir. Queda sorprendido el autor de la suma habilidad técnica del indio, cuando en la Granja Salcedo de Puno le ve dominar las máquinas y producir artefactos "demasiado finos, demasiado elegantes para aquella discreta población", o cuando en la Oroya,
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zona de las grandes instalaciones mineras, trabaja como mecánico especializado, asombrando su capacidad asimiladora a los ingenieros y técnicos norteamericanos. "Su fuerza está todavía virgen —dice el profesor Gerbi— y sus aptitudes no han sido ensayadas en todas tas industrias". l a Sierra, que es la región india por excelencia, ha entrado en un ritmo acelerado extraordinario que se pinta en el siguiente párrafo: "Actualmente -escribe- en toda la Sierra el desarrollo de las relaciones comerciales, el tráfico de camionetas sobre las pistas asfaltadas de las modernas carreteras, los intercambios de hombres, de productos y de dinero, se desenvuelven con un ritmo acelerado. Las estadísticas bancarias acusan un aumento de las operaciones, número de los pagarés cobrados, letras de cambio descontadas, depósitos efectuados, mucho más alto en porcentaje que el correspondiente a la costa, que también es muy fuerte". No incurriremos en el error de atribuir todo este movimiento a sólo el pueblo indio, aun cuando la base de todas las operaciones se identifica con él. Son los indomestizos y algunos indios económicamente elevados quienes figuran en este drama de la economía como protagonistas: la comunidad india juega el papel de coro, como en la tragedia griega. Es de todo punto cierto que el día en que el indio pueda cambiar su burrito o su llama por un camión y su viejo buey por un tractor, lo hará, como ya lo van haciendo muchos. Su inferioridad actual no es sino suma pobreza, absoluta miseria, tanta o mayor que bajo los opresores hispánicos. Gerbi, como nosotros, es partidario de la aceptación comprensiva y entusiasta de la realidad india, de su "tamaño fervor que no puede, ni debe, desperdiciarse", de este "fecundo entusiasmo que constituye la mejor garantía de su grandeza futura". Pide, tanto como lo hemos pedido siempre, la incorporación integral de "los elementos étnicos, morales, tradicionales, autóctonos, propios de la población que existía antes de la Conquista". Es decir, el cumplimiento del verdadero proceso de transculturación, desviado, paralizado y pervertido por la absurda política colonial y por su continuación inconsciente bajo la República. Puede afirmarse, sin hipérbole, que el Perú indígena con sus cinco millones de habitantes va a apenas a tomar contacto con la cultura occidental, y que el fervor y entusiasmo que Gerbi ha observado en todas partes es el presentimiento de la nueva era
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transcultural. La civilización traída por los españoles, y apenas renovada o incrementada en tres siglos, fue un artículo de lujo para grupos restringidos de pobladores. La masa india, ayer como hoy, recibió muy tenues influencias, siendo más aparente que real la asimilación de ciertos valores, como el religioso. El indio - n o el criollo ni el mestizo- está fuera en gran parte del comercio ds ideas, costumbres y usos que han transformado las clases superiores de la población del Perú. Si visitamos la choza de un habitante de la cordillera, apenas hallaremos la hoja de acero de un cuchillo, como toda representación de la cultura occidental; y si bajamos a la profunda selva amazónica, nos asombrará descubrir por toda muestra de civilización un "abrelatas" convertido en pendantifde puro adorno en la mínima indumentaria del machiguenga o del huarayo. Como se ha expuesto en el capítulo respectivo, el conquistador del siglo X V I , como el cauchero del siglo XX, no intentaron, ni consiguieron, otra cosa que la más despiadada explotación del indio. Si hace cuatro siglos, y mucho menos, el corregidor obligaba a los indígenas a comprarle cosas innecesarias, como anteojos o medias de seda, todavía hoy el selvático cambia productos de gran utilidad por chucherías sin ningún valor que le ofrece en pago el blanco. No es renuente el indio a la adopción de métodos y procedimientos, herramientas o aparatos que incrementan y facilitan la producción. Todo lo contrario. La prueba se presenta a cada paso con el indio chofer, con el indio mecánico, en la fábrica o en la mina, en el campo o en la ciudad. Parece más bien un hombre especialmente dispuesto para el trabajo técnico, por su imperturbable serenidad, su atención persistente, su paciencia y su habilidad manual. Es por la técnica, por la escuela del trabajo, por la educación práctica, como el indio alcanzará el dominio de la cultura occidental. No'es con escuetas memoristas, con maestros teorizantes y con planes educativos enciclopédicos, como el estado ayudará al indio. Tierras colectivas, granjas colectivas, talleres colectivos: he ahí los grandes y únicos medios eficaces. El indio no concibe otro modo de vida que la vida del trabajador. Es un trabajador orgánico. Quedaba asombrado de la
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molicie española. Le disgusta muchísimo que su hijo no "trabaje" en la escuela. Que vaya a perder el tiempo, sentado todo el día, oyendo y nada más que oyendo. El querría que trabajara con las manos, en el campo y no en el oscuro y destartalado salón de clases. Cuando la escuela se transforme en taller, no dudará el indio en mandar su hijo a la escuela. Cuando la escuela sea al mismo tiempo la granja-modelo, no serán sólo los niños, sino los adultos, quienes irrumpan en ella. Con todos sus tremendos defectos, la escuela es hoy invadida por el indio, que desea aprender lo poco que la escuela puede ofrecerle: leer, escribir, hablar el español. No es un vehículo de transculturación, absolutamente; porque los elementos culturales que ofrece son poco atractivos, de escasa utilidad, de nula trascendencia. Un insignificante porcentaje, al salir del aula, pasa a otra superior y de allí a la capital de la provincia o del departamento, para adoptar una carrera profesional. Lo universal es la vuelta a la casucha, el oh/ido de lo que se aprendió y la comprobación de la inutilidad del tiempo así tan malamente empleado. Ei indio, que posee un agudo sentido práctico, es acerbo crítico de este tipo escolar, de este sistema educativo tan equivocado. Lo que él reclama, con tanta razón como derecho, es un aprendizaje de cosas útiles que mejoren sus condiciones económicas. El estado apenas parece que va a escucharle, si se lo permite el latifundista, a quien no conviene otra cosa que el mantenimiento de la servidumbre y de la miseria de millones de labriegos indios. Pero el estado no sólo tiene que contemplar el interés de los grandes agricultores, sino también el de los industriales y comerciantes. Estos piden un incremento del consumo, una multiplicación por diez de los actuales consumidores. Pueden tener, en pocos años, una nueva clientela compuesta de cinco millones de productores que consumirán todo lo que un hombre civilizado necesita. El estado y ta escuela pueden preparar en pocos años a esos cinco millones de nuevos consumidores. Desde el punto de vista económico - y no meramente desde un miraje ético o humanitario- conviene al Perú enfrentar el problema de ta adecuada "educación" del pueblo indio. Ese planteamiento está pasando del terreno ideológico reívindicacionista al político de la planificación industrial. El Perú se aboca a la era
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de la gran industria. País de economía feudal, de economía colonial, país-factoría, se propone ser nación económicamente libre. Pero, ¿qué industrias puede desarrollar si la población de siete millones y medio de habitantes queda reducida a casi sólo un veinticinco por ciento de consumidores? Toda la producción industria] no puede ser absorbida por tan corta minoría y ofrécese el peligro de la frustración de los vastos planes en desarrollo si no atendemos de toda preferencia a convertir en consumidores al íntegro de nuestra población, es decir, si no habilitamos como tales a los cinco millones de hombres que integran el pueblo indio. El Perú tiene la suerte extraordinaria de poseer el potencial humano más vigoroso y joven que ninguna otra nación de América puede ofrecer, y ese potencial, en el orden económico, es el término más importante de la ecuación, porque se trata de una reserva que va a entrar en juego en el preciso momento en que el Perú debe dar el "salto" de su proceso dialéctico. Saldrá nuestra patria del estadio agn'cola-feudal-colonial para ingresar en el ciclo de la gran industria. Para ello no necesita aumentar su población trayendo del exterior elementos demográficos difíciles de arraigar: le basta con poner en juego a sus cinco millones de trabajadores indios. No se trata de un relicto de población decrépita o cansada, con todos los sufrimientos y desengaños motivados por la gran crisis de la cultura occidental, sino de hombres nuevos, porque aquí se descubre la sugestiva contradicción de ser hoy los más jóvenes precisamente los llamados "hombres antiguos". Aquellos millones de habitantes andinos admirablemente dispuestos para el trabajo, puesto bajo la dirección de expertos en todas las ramas de la industria, deberán desarrollar el plan decenal del Perú que opere el milagro de su transformación. Cuando Gerbi examina la dinámica de la economía peruana, traza un cuadro de espléndida enseñanza. He aquí algunos párrafos: " . . . Se puede representar el comercio internacional del Perú como un reservorio que es llenado con un solo agujero (puerto del Callao), mientras vierte líquido por unos diez orificios de menor diámetro, absolutamente independientes entre sí. Los movimientos de dinero, correspondientes, pero en sentido contrario, a los de las mercaderías, se efectúan recolectando en los bancos, todos
con oficina matriz en Lima, los fondos, las letras, el producto en suma, de las exportaciones comerciales, y realizando desde Lima la totalidad, prácticamente, de los pagos al extranjero. En un sistema tan centralizado y descentralizado a la vez, se producen naturalmente corrientes y contracorrientes, remolinos, vórtices y resacas; pero el resultado definitivo, muy regular, es un equilibrio controlado por la capital". Si tal sucede en lo económico, el mismo, funcionamiento se observa en los otros aspectos culturales: Lima dirige y controla. En el gran problema que nos ocupa en este capítulo, de Lima depende el buen o mal éxito. Lima no ha querido ver, por un instintivo terror, el magno problema del potencial indio. Pero la presión exterior - e l comercio internacional espera demasiado tiempo a esos cinco millones de posibles consumidores— actuando sobre Lima, convertida hoy en eje de las corrientes panamericanas, tiene que convencer a Lima de la urgencia de afrontar la única solución: ir derecho a la integración nacional, habilitando a la integración nacional, habilitando a la gran masa india como factor político, económico y cultural del Perú. El primer movimiento debe ser el de la alfabetización, según métodos novísimos aplicados en China, Rusia y otros países. El segundo, el de la dotación de tierras a quienes carezcan de ellas. El tercero, el del establecimiento de granjas colectivas, bajo la dirección del estado y con el capital que éste proporcione. Este plan debe desarrollarse paralelamente al del establecimiento de la industria siderúrgica, con la seguridad de que el vuelco, el gran salto, será simultáneo: industria pesada y cinco millones de ciudadanos.
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1927 Lima. Obra del autor de estas páginas E l Perú en marcha, 1972. Lima
TUPAC AMARU, CAUDILLO ANTIESPAÑOL En 1780 estalla en el Perú la primera gran revolución indígena contra el dominio colonial hispánico. La encabeza un descendiente de los antiguos reyes del Cuzco: Túpac Amaru (o José Gabriel Condorcanqui). El movimiento alcanzó bien pronto una inmensa área de difusión, pues englobaba una parte considerable del Perú, todo Bolivia y aun las provincias septentrionales de la República Argentina. Iba dirigido contra los españoles "europeos" y no incluía a los "criollos" (hijos de peninsulares, nacidos en América). Por el contrario, éstos simpatizaron con Túpac Amaru y muchos sirviéronle de asesores y ayudantes. La masa rebelde estaba integrada en su mayor proporción por indios, y muchos mestizos cooperaron en forma activa. La discriminación del objetivo del alzamiento, en lo que toca a quienes debían sufrir sus consecuencias o gozar de sus buenos resultados, se evidencia en estas palabras de Túpac Amaru estampadas en documento de la época: "Sólo siento - d i c e - de los paisanos criollos, a quienes ha sido mi ánimo no se les siga algún perjuicio, sino que vivamos como hermanos y congregados en un cuerpo, destruyendo a los europeos. Todo lo cual, mirado con el más maduro acuerdo, y que esta pretensión no se opone en lo más leve a nuestra sagrada religión católica, sino sólo a suprimir tanto desorden, después de haber tomado por acá todas aquellas medidas que han sido conducentes para el amparo, protección y conservación de los españoles criollos, de los mestizos, zambos e indios y su tranquilidad, por ser todos paisanos y compatriotas, como nacidos en nuestra
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tierra y de un mismo origen de los naturales, y de haber pad«ci¿« todos igualmente dichas opresiones y tiranías de los en ropeos". En la mente del caudillo aparecen, pues, unidor todos los que sufrían la opresión del dominio colonial, sin distinguir raías ni castas. Las palabras de Túpac Amaru recuerdan las de aquel otro peruano insigne, el Inca Garcilaso de la Vega, cuando dedicaba, en 1609, sus famosos Comentarios Reales, eri estos términos: " A los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias del grande y riquísimo imperio del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, su hermano y paisano, salud y felicidad". En Garcilaso yen Túpac Amaiu vivía ya la idea del Perú, la concepción de nuestra patria, integrada por criollos, mestizos, zambos e indios, peiono por españoles europeos, a quienes uno y otro estimaban meros usurpadores. La revolución aparentemente no iba dirigida ni contra Dios ni contra el rey. Túpac Amaru tuvo la habilidad de no concitar la resistencia del clero y de los feligreses católicos. En reiteradas oportunidades declaró su respeto por la iglesia y en la práctica no hubo atentados contra sus ministros, si se exceptúa la muerte de cuatro clérigos en el Alto Perú (hoy Bolivia), a manos de las huestes auxiliares comandadas por los Catari; pero aun ese hecho se consuma, no porque fueran eclesiásticos, sino porque, renunciando éstos a su ministerio de paz, habían participado activamente en la represión del levantamiento, junto a las milicias españolas. No hicieron otra cosa los indios que defenderse, sufriendo aquéllos las consecuencias de su beligerancia poco evangélica. Pero es evidente que Túpac Amaru no creía mucho en que la iglesia católica hubiera trasmitido sus valores al pueblo indio, como se desprende del siguiente párrafo de una de sus abundantes comunicaciones: "Este estado -dice refiriéndose a la opresión de los indios- nunca les ha permitido contraerse a conocer.al verdadero Dios, sino a contribuir a los corregidores y curas su sudor y trabajo, de manera que habiendo yo pesquisado por mi propia persona en la mayor parte del reino el gobierno espiritual y civil de estos vasallos, encuentro que lodo el número que se compone de la gente nacional no tiene luz evangélica, porque le faltan los operarios que se la ministren, proviniendo esto del mal ejemplo que se les da".
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No puede ser más explícito su escepticismo acerca del resultado de doscientos cincuenta años de transcul tu ración religiosa: las masas aborígenes no conocían aún al verdadero Dios y, por consiguiente, seguían rindiendo culto a sus antiguas divinidades. No puede sei más palmario el fracaso de la evangelizaron, uno de los objetivos primordiales de la Conquista española, precisamente el fundamento por el cual ésta se emprende. Túpac Amaru acusa al clero cuando afirma que fue su mal ejemplo un óbice importante que condujo a tal fracaso, porque los sacerdotes no se dedicaban a ganar el reino del cielo sino, con un sentido más crematístico, empeñábanse con todas sus potencias en hacerse dominadores de este, mundo por los nada evangélicos medios del enriquecimiento material. Tampoco Túpac Amaru proclamó el desconocimiento de la suprema autoridad del monarca español y una y muchas veces protesta su lealtad a la corona. En su celebre carta al visitador Areche, dice: "Para continuar el fomento contra las provincias, han echado la voz de que nosotros queremos apostatar de la fe; negar la obediencia a nuestro monarca, coronarme, volver a la idolatría: celebraría en mi alma de que los corregidores dieran pruebas convincentes de estos tres puntos, etc". Niega Túpac Amaru, en forma enfática, que abrigue pretensiones al trono de sus mayores, desconociendo el derecho de la monarquía española sobre esta colonia suya. Tal negativa evidentemente que no es sincera y sólo circunstancial, aconsejada por la táctica revolucionaria. Sea o no auténtico un célebre documento que contemporáneamente a los sucesos apareció, según las fuentes históricas españolas, entre los papeles de Túpac Amaru, y en el cual éste se denomina "José I , Rey Inca", no puede caber la menor duda de que la revolución triunfante habría llevado al Perú a la total independencia de España y al eventual restablecimiento de la monarquía incaica. Tal conclusión está probada por innumerables documentos en que el trato de sus capitanes y subordinados a Túpac Amaru es de vasallos a su propio rey y señor. El Inca será llamado por antonomasia. Los antecedentes mismos del caudillo lo explican: José Gabriel Condorcanqui había disputado por largos años ante la Real Audiencia de Lima su derecho a ser reconocido como descendiente de los antiguos reyes del Cuzco. Ese derecho le fue negado por rivales suyos que se creían con
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mejores títulos. Los Pumakawa, los Chokewanca, los Salivar aura, estuvieron activamente en contra de Túpac Amaru y a j u Jirón en forma muy eficaz a la represión. Prefirieron dar el triunfo al común enemigo y no a su hermano y competidor, aunq uecontinuara por largo tiempo ta opresión del pueblo indio. Losespsañoles antes que * el vil insurgente", debió ser su gri to de gue ira, j«ritc suicida que tantas veces resonara en las concavidades andinas, asegurando otras tantas el dominio hispan icol
La vuelta del régimen incaico no habría significado riat «ralmente una simple continuación del Imperio fenecido e n el siglo X V I : no en vano había transcurrido un lapso de dos siglos y medio bajo el dominio de un poder y una cultura extranjeras;no en vano un porcentaje de la población se había mezclado étnicamente con los grupos inmigrantes, blancos y negros; una estructura económica, política, social había formado clases y creado intereses considerables; era imposible que la masa indígena no hubiera recibido, directa o indirectamente, influencias transformadoras, en mayor o menor proporción. Lo cierto es que Túpac Amaru no habría sido un prosecutor de la dinastía de Manco, sino la cabeza de otra nueva y el director y guía de un renacimiento, en el cual el Perú habría resurgido, arrancando de nuevo de sus bases esenciales; pero acrecentado con los valores y elementos nuevos de la cultura occidental. Túpac Amaru se declara repetidas veces "cristiano muy católico", es un hombre que está iniciado en muchas de las esencias de la civilización importada, un dinámico viajero cuyos amplísimos horizontes habían abierto su espíritu a una comprensión cabal de los problemas de su tiempo, entre los cuales aparecía como principal la armonía de los distintos elementos étnicos bajo la situación común de clase explotada. Por esta última causa, el fundamento más perceptible de la revolución poseía un carácter económico muy claro. Puede considerase como un pretexto para la irisurgencia la conducta inhumana de las autoridades; mas la raíz revolucionaria, visible para todos, era la necesidad de liberarse de las intolerables cargas que pesaban sobre las espaldas del pueblo, cuyo peso se había multiplicado con la vigencia del sistema denominado el "reparto", o sea la compra forzosa por el pueblo de mercancías a precios exorbitantes y muchas de las cuales carecían de toda utilidad para el consumidor. Se perseguía por los corregidores la introducción de elementos culturales desafines, la adopción de recursos económicos que no llena-
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barí ninguna satisfacción a necesidades primordiales. Exasperaba que el indio se viese forzado a comprar por la fuerza anteojos, barajas, polvos azules, alfileres, agujas de Cambray medias de seda, encajes, terciopelos, hebillas y telas de Rouan, que no habían de utilizar en ninguna forma. En cambio, artículos de demanda como bayetas, cuchillos, géneros de Castilla, etc., eran vendidos a precios arbitrarios, como la bayeta que de ordinario se expendía a dos reales tenía que comprarse en el "reparto" a un peso. Luego el recargo en las "alcabalas" o impuesto sobre las ventas, había hecho encarecer todos los productos en el comercio, determinando un desequilibrio profundo en el economía de cada familia o individuo, se tratase de indios o de mestizos, criollos, negros o zambos. Afectaba por igual a la entera población, levantando la unánime protesta. Pero no era sólo el pueblo quien sufría las consecuencias de esta política económica, sino la pequeña aristocracia indígena constituida por los caciques, que se veía obligada a comprar del corregidor considerables stocks de mercancías para revenderlas, y como no lograba hacerlo, quedaba su propia economía comprometida apareciendo como deudores de la autoridad, convertida en juez y ejecutivo de su propio negocio. Dice Túpac Amaru, sobre el particular, lo siguiente: " . . . porque luego que nos acaban de 'repartir', aseguran nuestras personas, mujeres, hijos y ganados, privándonos de la libertad para el manejo. De este modo desamparamos nuestras casas, familias, mujeres e hijos". Acerca del mismo asunto, en forma aún más patética, se expresa el caudillo Tomás Catari, cuando escribe: "Le confieso a V.E., y no lo puedo dudar, que los tiranos repartos de los corregidores es sic el origen principal de la ruina de todo el reino, porque éstos no solamente el mismo corregidor nos saca el pellejo, si también sus tenientes, cajeros y parciales, como se ha visto en el corregidor D. Joaquín Ales, este ha repartido cerca de 400,000 pesos. Su teniente Luis Núñez y su mujer crecida cantidad, su teniente don Lucas Billafan y su mujer igual cantidad, fuera de muchos animados del corregidor en la segura inteligencia de que cuando un corregidor y teniente salen ellos cargados de caudales y los pobres indios sin pellejo". "Este maldito y viciado reparto nos ha puesto en este estado de morir tan deplorable" -depreca Túpac Amaru una de tantas veces que se refiere a la malhadada institución de comercio forzado.
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Desde el punto de vista de la transculturación, tiene un particular interés analizar los métodos puestos en práctica para introducir elementos de la cultura europea del todo inasimilables por el pueblo indio. No sólo eran los diminutamente enumerados, sino muchísimos otros, formando una serie aparte algunos;'cuy a aplicación no podía hacerse jamás para necesidades del indígena, pero que éste habría de comprar de todos modos, a fiiKde que los que iban a utilizarlos pudieran obtenerlos por obsequio. Así ocurría con especies de particular empleo por los sacerdotes, como se puede ver por el siguiente párrafo tomado de una comunicación de Tomás Catan. Dice así: "todos los dichos corregidores han repartido cuanto han querido y cuantos géneros que no son usados entre los indios, de suerte que hemos estado esperando cuanto estos ladrones (hablando con el más profundo respeto de V.E.) nos reparten breviarios, misales y casullas para decir misa y bonetes para ser doctores ". Otros objetos eran vendidos coactivamente a los indios que les habrían sido accesibles si previamente el conquistador y el español del virreinato algo hubieran hecho por la educación del pueblo, por lo menos para disminuir, así sólo en mínima parte, el universal analfabetismo. En efecto, se les obligaba a comprar libros impresos en España, como los catorce tomos de las obras de Feijóo, la Ciropedia de Jenofonte, la Vida devota de Sales, el Año Cristiano, las Dominicas, los Discursos Espirituales, la Instrucción de ta Juventud, el Tesoro escondido, el Retiro espiritual, La luz de los desengaños, el Diccionario económico, La Virtud en el estrado y muchos otros títulos de la producción literaria hispánica que los editores de la Península "colocaban" fácilmente a través del sistema de comercio del "reparto". Qué podían hacer los aborígenes con una biblioteca que jamás estaría a su alcance, puesto que el español era contrario a su instrucción? No hay ejemplo más significativo de las contradicciones de la política colonizadora de España, ni demostración más palmaria de que no era para los representantes de ésta otro el interés que el puramente de la ganancia. La cultura occidental no pudo encontrar introductores más ineptos, lo cual explica que en más de cuatrocientos años millones de hombres de este hemisferio no habían absorbido sino poquísimos elementos culturales europeos.
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Seguían, pues, viviendo dentro de su propio mundo, pero en un nivel muy rebajado: el pueblo indio sufría una involución acentuadísima. En el siglo X V I I I , sin embargo, se podía percibir un cierto movimiento en la colectividad nativa que podía interpretarse como manifestación inequívoca de un despertar. Las artes populares alcanzaban madurez y su fructificación en bellas obras pictóricas, escultóricas, textiles, metalísticas, etc., era objeto de atención. Ese florecimiento artístico se hizo aún más patente en la arquitectura, que eclosionaba en magníficos ejemplares de un arte mestizo que iba extendiéndose por el altiplano del lago Titicaca y las regiones próximas, como el oasis de Arequipa. Gremios poderosos, como el de plateros del Cuzco, habían de jugar papel político importante. Una de las primeras conjuraciones, la de Lorenzo Farfán de los Godos, anterior a la de Túpac Amaru, habría de basarse en aquella artesanía. En el siglo X V I I I , sobre todo en su segunda mitad, fue distinto el proceso transcultural: por conductos clandestinos pudo América, y especialmente el Perú, nutrirse de las fuentes europeas. Esa accesibilidad a la cultura occidental no quedó limitada a unos pocos criollos, sino que trascendió a las otras capas sociales. El indio se aventura y comienza a exhibir, con menos cautela, los símbolos europeos, inclusive en el aspecto religioso. Así en calidad de meros ornamentos, pero con un hondo significado reivindicacionista, los alarifes indios adornarán altares y dorados retablos y pétreas portadas con las figuras del sol y de la luna, sus antiguos dioses, resguardando a diestra y siniestra el M.R.A. (María Reina de los Angeles) o el J.H.S. de los jesuítas, o el cordero pascual, o simplemente la cruz. Los viejos motivos mágicos de la simbología precolombina se mezclarán ahora con la profusa ornamentación barroca de flores y frutos, para honrar la casa de Dios. En las maravillosas obras textiles de este llamado "arte de transición" -que no es sino el renacimiento indio camuflado por el barroco- brotan con vigor inusitado las que parecían muertas, o por lo menos marchitas expresiones del arte antiguo. Hasta en el vestir resurgirán los elementos de la indumentaria incaica. Veamos cómo viste Túpac Amaru, índice y guía de este movimiento. He aquí cómo es trazado su retrato: "Era hombre de mediana estatura, esto es, más pequeño que alto, reforzado y algo carnudo, aunque con proporción muy
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regular, muy blanco para, indio, pero poco para español: tenía majestad en el semblante y su severidad natural pocas veces se explicaba con la risa. Parecía que aquella alma se hallaba de continuo retirada en su propio seno (si puedo hablar de esta suerte) y siempre ocupada en grandes asuntos. No era fácil confiar su pecho, ni ambicioso escudriñar los ajenos; tenía talento, pero no siempre bien dirigido: era hombre franco y agradable con sus amigos, aunque tenía pocos: sufría, pero no con exceso, y malograba las ocasiones de venganza. Vestía antes siempre de gala, y en su casa se trataba bellamente. Después llevaba vestido de fondo y terciopelo, con media blanca de seda; sobre la casaca traía lo que en su idioma llaman uncu, de lana, tejido del país, pero bordado de oro sobre el fondo, que era morado. Allí estaban sus armas o las de sus antepasados, si las tenían. Traía también dos hondas tejidas de seda y cruzadas sobre los hombros en forma de banda, y otra tercera amarrada a la cintura. Usaba sombrero de tres picos, bien armado, con sólo una pluma un lado y en la copa una cruz pequeña de paja, que llaman ellos chilligua. Llevaba dos soberbios caballos, en que regularmente hacía sus entradas a los pueblos, con aderezo rico de realce; y con estas brillanteces, no deslumhraba poco los ojos flacos de su comitiva, que procuraba imitar el traje, pero no la calidad". (Colee. De Angelis, pp. 217-233; Colee. Odriozola, pp.311 ss.). Por el cuadro trazado, aparte de conocer al personaje en sus rasgos característicos, se reproduce su complicada indumentaria que, por sí sola, habla mucho de sus ideas y propósitos. Es evidente que Túpac Amaru representa un renacimiento indio; es, al mismo tiempo, un caudillo de la reivindicación de su pueblo y un precursor de la independencia americana. Mejor aún que sus proclamas y decretos, b i \o que -esta vez- hace al monje. Túpac Amaru es un inca, es —si se quiere— el Inca; pero ya no podía ser un simple continuador del último rey del Cuzco, Huáscar, muerto en el año inicial de la invasión española. Habían transcurrido dos siglos y medio y durante tan largo lapso el pueblo vivía- bajo el dominio extranjero. Era preciso sacudir el yugo, librarse de la opresión de los amos peninsulares; mas ya no era posible volver a las viejas formas. Túpac Amaru venía a ser de este modo el caudillo del nuevo Perú, integrado por indios, mestizos, criollos y zambos. n a
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El objetivo inmediato de la revolución cuzqueña, difundida tan extensamente, fue la destrucción de los corregimientos, que comienza con la muerte de Antonio de Arriaga, corregidor de Tinta e inmediata autoridad dentro del foco de la rebelión, la antigua provincia de Canas y Canchis. Ál suprimir por la violencia el sistema político, caía también el económico del reparto y las alcabalas, que tan profundo daño causara en el pueblo indio, hasta hacerlo intolerable. Túpac Amaru, en su célebre carta al Cabildo del Cuzco, propone la sustitución de ese malhadado régimen con e! establecimiento de "un alcalde mayor de la misma nación indiana (en cada provincia) y otras personas de buena conciencia, sin más inteligencia que la administración de justicia, política cristiana de los indios y demás individuos". Es decir, el restablecimiento del gobierno propio del pueblo nativo, en buena cuenta el home rule para la nación india. Pero no debía ser tan radical la solución y, al mismo tiempo, proyectaba que en la ciudad del Cuzco "se erija Real Audiencia, donde resida un virrey como presidente, para que los indios tengan más cercanos los recursos". Autoridades indias, Real Audiencia y virrey españoles en el Cuzco, eran la fórmula política creada por Túpac Amaru como uno de los puntos básicos de su programa revolucionario. Transculturalmente, una conciliación entre las formas políticas hispanas y las indias. De haber sido otra la suerte del caudillo ¿habríase hecho efectiva la solución propuesta? No se puede responder sino condicionalmente: si el triunfo de Túpac Amaru se hubiese producido en modo absoluto, seguramente que no. Túpac Amaru, por la fuerza misma de la revolución victoriosa, habría consumado la total independencia del Perú. Mas si el éxito no alcanzara sino a una transacción, lo sabio, por una y otra parte, era adoptar la fórmula que aseguraba el dominio español sobre bases de un mejor entendimiento con el pueblo indígena. El desenlace fue otro: la sofocación sangrienta del levantamiento, la horrible tragedia que no podría ser jamás borrada de la historia. Pese a todo, dos puntos fueron tomados del programa de Túpac Amaru: la supresión de los corregimientos y la fundación de la Audiencia del Cuzco. Una nueva organización administrativa creaba las intendencias y las subdelegaciones, que debían durar poco más de treinta años. Ninguna satisfacción se dio a la nación
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india, continuando el mismo régimen de mano dura; por el contrario, se extremó la política opresiva y acentuóse el propósito de ir más a fondo en el desarraigo de los indicios de la cultura peruana. Se mandó, por ejemplo, sustituir el traje indígena coa otro de tipo español. En el orden intelectual, fue prohibida la lectura de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso. Desaparecieron los colegios de caciques. Eran las postreras medidas de un régimen de dominación que periclitaba. Si en el orden político-económico se podía vislumbrar con claridad hacia dónde iba Túpac Amaru, en cambio su religiosidad católica debe ser objeto de examen. ¿Era un cristiano "muy católico", como él mismo declara una y otra vez? No tenemos pruebas en contrario. Efectivamente, el caudillo indio de la Revolución había sido ganado a la doctrina de Cristo. No podía, pues, pensarse en un restablecimiento de los viejos cultos de Tahuantinsuyu. Mas en el caso de haber triunfado Túpac Amaru, es posible que hubiera tenido que verse abocado al serio problema de la poderosa posición económica de la iglesia y por allí tenía que manifestarse el resquebrajamiento de su política religiosa. Por mucho que esté desacreditado en historia el método de los condicionales (los "síes" de lo posible que ocurriera contra los "sies" de "no haber ocurrido tal otra cosa"), es interesante de todos modos pensar en la actitud de un caudillo indio que representa un renacimiento de su propia cultura frente a valores como el religioso pertenecientes al régimen de la cultura de que se trata de liberar. Lo ocurrido en 1780 alecciona para el futuro y de allí la importancia de meditar en la posibilidad de una fase india del cristianismo, que vive en forma oscura en las conciencias de millares de hombres, pero que puede revelarse racionalmente alguna vez. Un cristianismo peruíndico con su correspondiente filosofía. La mentalidad de Túpac Amaru corresponde a su época: es un hombre de la Ilustración, aunque no esté imbuido en forma cabal del movimiento ideológico europeo. Como ocurre con todos los americanos, la cultura occidental no es captada en su integridad sino muy parcialmente y en muchísimos casos no bien entendida. Túpac Amaru sabía lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo, no ignoraba - ¡qué iba a ignorar! - que se había producido la independencia de Estados Unidos.
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El caudillo indio no era un ignaro: todo lo contrario, como se puede ver en la siguiente noticia consignada en documento de la época: "José Gabriel Túpac Amaru —dice— es hombre hábil, Doctor en ambos derechos, por haber estudiado en el Colegio que el rey fundó en el Cuzco para los caciques; él es descendiente por línea recta de los Incas". (Documento publicado por F.A. Loayza, en el libro La Verdad Desnuda, Lima, 1943). En el mismo libro aparecen otros sugestivos datos, como los siguientes: Túpac Amaru fue judicialmente declarado descendiente de los Incas Reyes del Cuzco. Era hombre rico que proporcionaba préstamos importantes de dinero a muchos personajes. Era orgulloso por el origen que se le atribuía, "apoyado de los Superiores Tribunales". Tenía muchas y estrechas vinculaciones con el clero y especialmente con el obispo del Cuzco, Moscoso y Peralta, cuya complicidad en el alzamiento parece indudable. Se pone en boca del cura Vicente de la Puente, párroco de Coporaque, un discurso incitativo a la revolución. "Tú - l e dice a Túpac A m a r u - eres el único descendiente de los Reyes legítimos de esta tierra. Tienes fuerzas bastantes para hacerte coronar". Observa el transcriptor del supuesto discurso que estas ideas son "el fuerte de las conversaciones de los patricios del Perú". El levantamiento se apoyaría en parte considerable del clero: el mismo Puente, en la citada arenga, expresa: "No ignoras el gran poder que tenemos los eclesiásticos en estas provincias, y cuánto aborrecemos a los europeos". Este aborrecimiento es ratificado una y otra vez en diversos documentos de fuentes varias. Así, refiriéndose uno al obispo, dice que "odia a los europeos, a quienes aborrece extremosamente". Tal aseveración se confirma en la carta del corregidor Arriaga al virrey, cuando escribe: "Todos los criollos (sin excepción de algunos) son mortales enemigos de los europeos, en tanto grado, que ni a sus padres libertan de este odio, si lo son; y ya se ve que quien aborrece a su padre por ser de España ¿cómo ha de amar al rey, que no es americano? Entre todos apenas habrá otro más extremoso que el reverendo obispo del Cuzco, pues públicamente habla con irreverencia de nuestro monarca y sus tribunales; y ha explicado su encono diciendo que aun los hombres de más honor que S.M. destina a sus Amérícas es gente indignu y soc/".
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Está plenamente comprobado que el clero criollo fue adverso a España por la injusticia que con él se cometía al tenerlo preterido en relación con los sacerdotes peninsulares que ocupaban las mejores posiciones. En cuanto a las relaciones entre Túpac Amaru y los criollos en general, es cosa cierta que hubo entendimiento antiguo, porque ya en 1775 el caudillo indio estaba en connivencia con los conspiradores que habían fijado para et año de los tres sietes (1777) el estallido revolucionario. Se sabe que después fue aplazado para abril de 1780, pero se frustró por el descubrimiento de la sedición de Lorenzo Farfán y los plateros, realizándose el levantamiento general en noviembre de ese mismo año. Muchos criollos participaron activamente en la revolución. Así fueron reconocidos como secretarios y asesores de Túpac Amaru, Felipe Bermúdez y Diego Ortigosa. Pero consta por muchas pruebas que personajes criollos importantes del Cuzco fueron mentores de Túpac Amaru, como los abogados José Astete, Julián Cope ti lío y José Palacios. Túpac Amaru había unido dos corrientes revolucionarias: la netamente india y la criolla-mestiza, ésta de más lejana data. El compromiso que contraía con dos clases sociales, de intereses económicos contrapuestos, determinó la ambigüedad de sus declaraciones y lo aparentemente limitado de su propósito. La segunda mitad del siglo XVIII debe ser marcada como período de general inquietud y más acentuado descontento. Ese estado de ánimo que predisponía a cambios políticos de trascendencia es anterior al movimiento ideológico de la Enciclopedia y a la proclamación de la independencia de los Estados Unidos: estos factores externos actuaron sobre terreno propicio. Desde el punto de vista transcultural, la revolución de Túpac Amaru, como ya se insinuó, podría ser considerada como una de las reacciones contra la europeización a la fuerza, contra los métodos bárbaros empleados por los funcionarios españoles movidos sólo por su personal interés pecuniario. Positivamente, es el movimiento más explícito y claro de la presencia del nuevo espíritu indoamericano, resultante de la fusión parcial de la cultura indígena y la europea. Por las razones que se exponen en el curso de este libro, la asimilación de esta
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última file reducida a un mínimo y aun aquello que se incorporó al acervo peruano estaba desnaturalizado. Indice de esta mezcla cultural venía a ser el propio Túpac Amaru, quien actuando como jefe del más vasto movimiento rebelde producido en América, tenía forzosamente que inclinarse en el sentido de un mayor predominio del complejo indígena. En el relativamente breve lapso de las operaciones militares se puede percibir la inestabilidad de los propósitos de equilibrio entre las instituciones coloniales españolas y la reimplantación de las antiguas formas políticas. Comienza el caudillo por proclamar la supresión violenta de algunos corregidores peninsulares por sus muchos abusos, sigue con la forma aún más drástica de la total extinción del corregimiento que debía ser reemplazado por alcaldías mayores a ejercerse por indios y concluye por la final instalación de su propio gobierno, desconociendo el del monarca español.. Aun cuando este último extremo ha sido contradicho, quedan pruebas evidentes de que Túpac Amaru ocuparía el trono de sus mayores, tanto por propia voluntad como por la de sus fieles vasallos. No sólo queda en pie la autenticidad del bando que él suscribe como "José I , por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, de Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y continente de los mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el Gran Paititi", sino que los efectos de tal determinación se producen un poco tardíamente, sin reservas, perdido su carácter secreto, en la periferia de la vasta área convulsionada. Boleslao Lewin, en su notable libro Túpac Amaru, el rebelde, así lo acredita con documentos fehacientes encontrados en Silos (Colombia) y Cocuy, en el extremo norte, así como en Santiago de Cotagaíta, en el extremo sur. El movimiento queda enteramente en manos de personajes indios y su orientación adquiere un sentido racial y culturalmente indígena, bs este sentido radical el que socava y compromete el éxito de la revolución Los criollos y mestizos habían sido víctimas de la furia de las multitudes aborígenes. Reaccionan entonces contra Túpac Amaru, y aliándose con el gobierno colonial echan su peso en la balanza y el alzamiento se frustra. Se producen deslealtades y traiciones a granel y termina el primer acto del gran drama con la bárbara ejecución de José Gabriel Túpac Amaru y los suyos.
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Pero la revolución tiene una segunda parte plena de interés. Diego Cristóbal Túpac Amaru, primo del caudillo, prosigue la rebelión en las tierras altas de Sudperú y en la actual Bolivia. Viilca Apasa, el jefe puneño, es uno de sus más brillantes capitanes. Las acciones guerreras se desenvuelven con suerte diversa, Puno queda sitiado por doce mil hombres, mientras el ejército realista sufría gravísimas defecciones de los soldados indios que lo componían. La capital de este Peni libre que surge después de la muerte del caudillo fue establecida en el pueblo de Azángaio, desde donde Diego Cristóbal domina un inmenso territorio que comprende varias provincias del virreinato de Buenos Aires. Su táctica fue devolver al movimiento la primera orientación circunscrita a cortar de raíz los abusos de las autoridades españolas y favorecer por igual a indios, criollos y mestizos. Su furia se dirige contra los chapetones (españoles europeos). Un nuevo personaje, Andrés Túpac Amaru, sobrino de Diego Cristóbal, adquiere gran relieve con la toma de la ciudad de Sorata. Joven, capaz y culto, gozaría de gran popularidad entre las masas revolucionarias. Lo curioso es que todos estos jefes actuaban como delegados de José Gabriel Túpac Amaru, de cuya muerte no se daban por entendidos, y hasta presentando documentos firmados por aquél, con posterioridad a su deceso. Es notable la sagacidad de Andrés, el "Inca Mozo", como le llamaban los suyos, al tratar de atraer a su lado a los criollos. Léase este párrafo de un documento firmado por él: " . . . . y para que esto se reduzca al consuelo, alivio y desahogo de los naturales y criollos, que piadosamente procuro aliviarlos, por medio de que queden en tranquilidad y sosiego, desde luego les franqueo mi benignidad como última muestra del paternal amor en que les miro . . . . " Es significativa la siguiente referencia del cura Pacheco: . . . este bello muchacho (quien tendrá 18 años y es hijo de una hermana de Túpac Amaru y de un fraile) se paseó por el campo nuestro y les dijo a algunos arequipeños: "Ustedes tienen la culpa de no acabar con todos los pucacuncas ('cuellos rojos'), algún día les pesará". (P. 263. Túpac Amaru, el rebelde). Si los dos Túpac Amaru sostienen una dirección favorable a los criollos, no ocurre lo mismo con otros caudillos, como los Catari, quienes desde el comienzo de la lucha, y durante toda su duración, se muestran muy intransigentes en cuanto al carácter exclusivo indianista de la revolución. Es de mucho interés transcultural acentuar este punto de vista que se
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percibe en los siguientes episodios tomados de la obra de Lewin: Un comisionado de Túpac Catari, el indio (Calisaya, era portador de un kipu en que se hallaba el mensaje de la revolución el cual descifró ante los indios de Tiquina. Ordenó que éstos procuraran "no comer pan ni beber agua de las pilas, sino enteramente apartarse de todas las costumbres de los españoles". El cura Borda, que es quien informa sobre lo anterior, menciona también este otro caso: "Presentado que fui a su presencia [a la de Túpac Catari], conocí a un indio ridículo, como de edad de treinta años, vestido de uniforme, con una camiseta de terciopelo negro, su bastón y mucho acompañamiento, a quien saludé en castellano, y me reprendió, encargándome que no hablase en otra lengua que no fuese el aymará, cuya ley tenía impuesta con pena de la vida". Túpac Catari intensificó su odio contra los criollos a causa de la traición que sufriera de dos de éstos: su capellán, el cura antes citado, y su artillero Mariano Murillo, a quien después de cortarle ambos brazos lo envió al campo realista. No fueron en lo sucesivo respetados los hijos de españoles, apartándose así la rama Altoperuana de la cuzqueña en cuanto al plan de "frente" mixto que patrocinaba Túpac Amaru, La revolución para las huestes paceñas era india y procedían en consecuencia. Uno de los pocos episodios del alzamiento en que actúan unidos los tres sectores de criollos, mestizos y aborígenes, es el del 10 de febrero de 1781, en Oruro. Tiene interés cultural esta incidencia, porque revela cómo la situación económica desesperada de los mineros criollos forzó a éstos, ahogando repugnancias, a hacer causa común con la plebe india. La conducta imprudente de los españoles europeos fortaleció la unión de sus comunes enemigos, quienes procedieron en forma extremosa con aquéllos, quitándoles la vida y destruyendo sus bienes. La furia de la multitud no respetó ni al símbolo máximo de la iglesia: el Santísimo Sacramento, que había salido procesionalmente. Aqní se puso de manifiesto la raíz no cristiana del pueblo amotinado. Un cronista de estos sucesos pinta la unificación de indios y mestizos con los más vivos colores; señala, por ejemplo, el detalle de que algunos de éstos vistieron prendas de aquéllos para hacer
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más ostensible su hermandad. La tornadiza política de los criollos, resultante de su ambigua condición^ determinó , a los treinta días de la serie de desórdenes de Oruro, su unión con los pocos chapetones que habían quedado vivos. Evidentemente que era muy difícil mantener una alianza circunstancial entre elementos disímiles y de intereses contrapuestos. Pudo en cierta medida obtener éxito Túpac Amaru, caudillo prestigioso no sólo en el pueblo indio, sino entre los grupos criollos y mestizos; pero ni lo quiso, ni tuvo poder para imponerlo el jefe Catari, cuyo radicalismo indigenista contrasta con la política de "frente popular'" del Inca. Mas, como ya se insinuó, Túpac Amaru, por fuerza de las circunstancias, y por imposición de la mayoría india, no habría obtenido - y así fue - que criollos, mestizos y aborígenes hicieran causa común, logrado el triunfo sobre los españoles peninsulares. Tanto como éstos, los criollos representaban la clase opresora. El furor de las muchedumbres ya no hizo excepciones, e identificando raza y clase se lanzó contra todo blanco. Derivaba la revolución hacia una lucha racial de tremendas consecuencias. La independencia política del Perú alcanzada cuarenta años después habría de ser el fruto de una conjunción activa entre criollos y mestizos, participando secundariamente los indios. Económica y sociaimente, Perú no sufría una sacudida honda. Se logró la primera victoria, la de Túpac Amaru, caudillo antiespañot, fase preliminar de una grande y verdadera revolución.
PERU, UNA PATRIA ANTIGUA La continuidad de la historia del Perú permite la identificación de éste como sujeto del proceso histórico. Como en todo ser vivo - y a lo decía Bergson-, la vida no sólo "dura", sino que arrastra consigo toda su historia. "Su pasado se prolonga cabal en su presente y permanece en él actual y activo". Es la continuidad del cambio, la conservación del pasado en el presente, lo que se entiende por la duración verdadera. El etnólogo comprueba lo fundado de tales afirmaciones y, a diferencia del historiador, que secciona verticalmente ta manteria histórica, dividiéndola en épocas y períodos pretéritos, examina la masa de los hechos humanos y palpitantes: no practiqg una autopsia, sino una vivisección. Descubre por este método todos los elementos constitutivos del cuerpo social y establece su. filogenia. Las mezclas y los cambios revelan los contactos y relaciones. Lejos de ser una línea uniforme horizontal la que separa los frutos del tiempo, por lapsos, dibujará el etnólogo verdaderas líneas imbricantes que representan las prolongaciones del pasado en el presente y hacia el futuro. Una de estas líneas que avanzan desde el más remoto pretérito hasta hoy es la correspondiente a la conciencia de una patria peruana. Sólo es posible el sentimiento patriótico en cierta fase de coincidencia o unificación social. Ese sentimiento se dirige a realidades físicas, no sólo espirituales. Se ama la tierra, que es pan y paisaje, luz y alegría, ternura y dolor. El patriotismo sigue un proceso de desarrollo bien marcado: desde el amor del terruño (la "patria chica") hasta la noble pasión "nacional", son sucesivos grados proporcionales al volumen de pueblo y territorio. Ya en la primitiva comunidad agraria, el ayllu, existía una conciencia patriótica que se va ensanchando en la
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misma medida que el grupo crece y de la constelación de aytlus surge el clan y más tarde la t r i b u . Cuando el Imperio incaico engloba dentro de su estructura a u n considerable número de agregados humanos, se peieibe el nacimiento de una nueva conciencia social. E l sentimiento localista seguía manteniéndose, pero estaba en camino de fundirse con uno nuevo alimentado en el espíritu de los jefes y directores: el sentimiento de imperio. No hubo, bajo los incas, nada que equivaliese a n a c i o n a l i s m o " —concepto de estado-nación, m u y europeo y moderno. E l Perú incaico carecía de rivales poderosos que hubieran determinado el establecimiento de fronteras, creando la "tensión política" correspondiente. Simples líneas provisionales de demarcación al sur y al norte, que luego eran borradas con el avance de los ejércitos de Túpac Inca Yupanqui o de Huayna Cápac. Así, en el momento de la Conquista española, Perú comprendía desde el sur de Colombia hasta el sur de Chile, y englobaba al sureste a la actual Solivia y toda la región argentina de los Andes. Este extensión enorme no era todo el reino soñado por los emperadores cuzqueños. Su ambición o l i m p l i c a no reconocía lindes, porque ellos se llamaban señores del universo y Tahuantinsuyu no significa otra cosa que " L o s Cuatro Rumbos Capitales", el entero mundo. E l Inca y la nobleza imperial poseían una conciencia ecuménica, en tanto que el campesino común sólo tenía u n horizonte corto y sentimiento comunario. En estas condiciones psicológicas, el Perú es invadido y conquistado por Francisco Pizarro y u n grupo de aventureros hispánicos. Complicada y sorprendente es la reacción que se produce en el pueblo invadido. Atahuallpa, el último rey, cuando recibe el requerimiento del padre Valverde, que le habla de otro señor más poderoso que él, se niega a a d m i t i r l o : no hay otro monarca por encima del emperador de Tahuantinsuyu (Señor del Universo). E n cambio, las gentes comunes que contemplan la ruptura de sus vínculos con el poder central, se sienten, con su menguado espíritu de campanario, liberados y en disposición de aliarse con los nuevos señores venidos de allende el mar. Divídese el pueblo y este divisionismo favorece extraordinariamente el mejor éxito de la Conquista hispánica. Pero este desconcierto nacido de la ausencia de u n sentimiento intermedio entre el de amor al grupo doméstico, la
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comunidad, y el de universalismo incaico, iría desapareciendo ante las Lecciones de la experiencia cotidiana que probaban dos cosas, cada vez más nítidas: había u n grupo " e x t r a n j e r o " de invasores que trataba como a esclavos a ta población aborigen, reconociendo entre ellos evidente superioridad racial, y existía entre todos los habitantes nativos del Perú, también, una evidente comunidad racial. Luego en el universo cabían, como lo estaban comprobando, dos razas, una de blancos y barbudos, opresores, venidos p o r el mar de tierras desconocidas, más allá de Tahuantinsuyu, que vejaban a los hombres y apropiábanse de tierras y ganados, y la otra eran ellos, los dueños de este inmenso territ o r i o , los nacidos aquí, los runa o seres racionales. Y esta discriminación permitió el nacimiento de la conciencia de patria peruana, cuya primera expresión política fue el levantamiento del Inca Manco I I , en 1536. Sintiéronse cada día más hermanos los habitantes de costa y sierra, cualesquiera fuesen los valles que habitaran. Pero fue preciso que el genio de la poesía o de la historia creara el m i t o del Perú, y ese m i t o fue creado en la obra inmortal del Inca Garcilaso de la Vega: los Comentarios Reales, publicada en Lisboa el año de 1609. V i n o a ser la biblia del patriotismo peruano, en la forma actual de sentir la patria. E l Perú configurado, en contorno y din t o r n o : t e r r i t o r i o y población, insertos en la cronología. Unidos los regnícolas bajo el denominador común de "peruanos", para diferenciarse bien de los "españoles" extranjeros, extraños a ta tierra y al pueblo del Perú. Cuidará Garcilaso de poner especial énfasis en este aspecto esencial de la patria, que separa a sus hijos de los que no lo son. Reaccionando contra todo complejo de inferioridad, Garcilaso, hijo de españoles de esclarecida familia, pero también vastago de noble mujer inca, proclamará a cada paso, en las páginas de su l i b r o inmortal, que él es un i n d i o , sí, a mucha honra. "Pues soy indio (me sea l í c i t o ) . . . q u e en esta historia y o escriba como i n d i o " , estampará en los primeros folios. Su orgullo patriótico brota espontáneo cuando escribe: " c o m o natural de la ciudad del Cuzco, que fué o t r a Roma, en aquel Imperio tengo una larga y clara noticia . . . " Y confesará que procede "forzado del amor natural de la p a t r i a " . Con ese amor natural describirá, en t o n o de epopeya, la majestuosa tierra
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peruana en que se alza "aquélla jamás pisada de hombres n i de animales, n i de aves, inaccesible cordillera de nieves". C o n qué delectación pintará el paisaje de su tierra incaica, sin ignorar apenas nada que se relacione con su flora y su fauna, alternando los capítulos con la historia detallada de los hechos gloriosos de sus antepasados reyes. Mas no sólo era perito en referir hazañas de sus mayores, sino que poseyendo en parte la ciencia de los viejos amcutas o sabios del Imperio, puede ofrecer en los Comentarios una admirable "historia de la c u l t u r a " del Perú antiguo. Con la acuciosidad y agudeza de u n investigador en etnología, Garcilaso nos trasmite el resultado de sus encuestas para conocer todos los aspectos de la vida del pueblo i n d i o , mejor que pudiera hacerlo h o y u n especialista. Anota con frecuencia los fenómenos de transcukuración indohispánica. Por ejemplo, dice: " h a n mostrado y muestran [los indios] la misma admiración y reconocimiento cada vez que los españoles sacan alguna cosa nueva, que ellos no han visto, como ver molinos para moler t r i g o , y arar bueyes, hacer arcos de bóveda de cantería en las puentes que han hecho en los ríos", etc. Cuando relata cómo sus antepasados hicieron obras prodigiosas, como aquel canal de riego de 1 SO leguas, " p o r l o alto de las sierras altas", y contrasta t a l grandeza con la incomprensión hispánica, exclama, sin importarle que l o hace en la propia Península, en u n l i b r o impreso: " L o s españoles, como extranjeros, n o han hecho caso de semejantes grandezas, ni para sustentarlas, ni para estimarlas, n i aun para haber hecho mención de ellas en sus historias, antes parece que a sabiendas o con sobra de descuido, que es l o más cierto, han permitido que se pierdan todas". Sí, sólo u n advenedizo, u n extraño, u n indiferente u hostil extranjero, podría proceder de t a l m o d o . Pero nunca u n peruano, u n hijo de esta patria, como l o es él, y a causa de ello protesta, dolidamente. Y repetirá muchas veces su protesta, como cuando escribe refiriéndose a la bella fortaleza de Paramunka (o Paramonga, a pocas horas de Lima): "Hiriéronla fuerte y admirable en el edificio y m u y galana en pinturas y otras curiosidades reales. Mas los extranjeros no respetaron n i l o uno n i l o o t r o , para n o derribarla por el suelo, todavía quedaron algunos pedazos que sobrepusieron a la ignorancia de aquellos que la derribaron, para muestra de cuan grande fué." Todavía será más enérgico al tratar
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de la destrucción del gigantesco fuerte de Sajsawaman, en lo alto del Cuzco. Oigámosle: " L o s españoles, como envidiosos de sus admirables victorias, debiendo sustentar aquella fortaleza, aunque fuese reparándola a su costa, para que p o r ella vieran en siglos venideros cuan grandes habían sido las fuerzas y el animo de los que las ganaron, y fuera eterna memoria de hazañas; no solamente no la sustentaron, mas ellos propios la derribaron para edificar las casas particulares que h o y tienen en ta ciudad del Cuzco, que por ahorrar la costa y la tardanza y pesadumbre con que los indios labran las piedras para los edificios, derribaron t o d o lo que de cantería pulida estaba edificado, dentro de las cercas, que no hay casa en la ciudad que no haya sido labrada con aquella piedra y a l o menos las que h a n labrado los españoles'*. A pesar de su orgullo imperial, el Inca Garcilaso abriga u n sentimiento de amor a cuantos forman la patria y así su magistral libro es dedicado: " a los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias del grande y riquísimo Imperio del Perú, e l Inca Garcilaso de la Vega, su hermano y paisano, salud y felicidad". Nótese cómo él sigue llamando a su patria "grande y riquísimo I m p e r i o " , desde España a comienzos del siglo X V I I . A l concluir su l i b r o , pondrá estas frases: " C o n que se cumplió l a obligación que a ta patria y a los parientes maternos se la debía". Tiene, pues, clara conciencia de que con los Comentarios Reales se saldaba la cuenta de u n peruano con el Perú: era Garcilaso quien trazaba, por vez primera, con vigor único, la figura de esta patria: vivía y a , desde entonces, en la conciencia de cada uno de sus lujos. Era Perú una patria antigua. Había de ser Garcilaso, y no o t r o , quien asegurase la continuidad histórica del Perú como u n broche o u n nudo entre el pasado imperial y los nuevos tiempos. Había de ser él, u n vastago del noble conquistador don Sebastián Garcilaso de la Vega, uno de tos pocos peninsulares humanos y caballerescos, y de la augusta princesa de la casa real de Huayna Cápac, Isabel Chimpu Ocllo; por sus venas corría buena sangre: su mestizaje era e l deseable para el nuevo Perú. Era también Garcilaso, desde aquellos días tempranos, quien abrigaba una secreta pasión autonomista. E l Perú era una patria antigua, pero no era una patria libre, señora de sí misma, como l o fuera bajo sus reyes muertos. Entrevio la posibilidad de u n Perú independiente, cuando Gonzalo Pizarro
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encabezara la revolución de los encomenderos. No oculta su simpatía por l o que pudo ser y no fue. Se atreve incluso a trazar estas palabras de audacia y atrevimiento: "Por no haberse atwvido Gonzalo Pizarro a emprender u n hecho que tan bien le estaba, según sus amigos decían, entendiendo la gente común que era por falta de discreción y no por sobra de buen respeto a su rey le notaron la falta de ánimo y motejaron de cortedad de entendim i e n t o " . E n el ánimo indeciso de Gonzalo Pizarro pesó definitivamente su heredado temor al rey, su religiosa, reverencial lealtad. No era u n peruano, sino u n extranjero: la voz de la patria no podía ser por él escuchada. Fue preciso esperar tres siglos. El fondo revolucionario de la obra de Garcilaso no fue percibido hasta e l siglo X V I I I , sofocada la revolución de José Gabriel Túpac A m a r u . Fue entonces cuando se mandó recoger y fue prohibida su lectura. ¡Qué postumo triunfo para el gran patriota cuzqueño! E l , sí, era u n auténtico peruano que había revelado aquella desazón íntima que por conservarse u n siglo tras o t r o hizo posible el t r i u n f o del Perú como patria libre. Otra revelación sorprendente nos ha sido hecha por u n indio que, más o menos por el mismo tiempo que Garcilaso, escribía una Crónica, verdadero monumento de trasculturación indoibera, en la cual se contiene la mayor suma de conocimientos y observaciones que u n hombre del pueblo, autodidacta, podía acumular para expresarlos en u n complicado lenguaje mestizo quechua-aymara-español. La Nueva Crónica y Buen Gobierno, por Felipe Guarnan Poma de Ayala, editado por el profesor Paul Rivet, en 1936, marca época en la bibliografía peruana de historia patria; porque en este l i b r o extraordinario se guarda la versión peruana de la propia vida del Perú desde los más remotos tiempos hasta la primera decena del siglo X V I I , con la interesantísima circunstancia de que el texto se halla ilustrado por más de doscientos dibujos trazados a pluma por el mismo autor. Fuera de Garcilaso, que alcanza a presentarnos sus animadas memorias sobre las guerras civiles de los conquistadores, con el trasfondo del Perú indígena, nadie, sino Guarnan Poma, pinta con mayor intensidad, a veces trágica, a ratos grotesca, la existencia de nuestro pueblo en el medio siglo que siguió a su sometimiento al yugo español.
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Jamás escritor alguno —a no ser m u y parcialmente Juan de Santa Cruz Pachacuti Salcamaygua- ofreció documento t a n valioso para estudiar el cambio de cultura en el antiguo territorio del Imperio incaico. Muestra es la obra que vamos a examinar de una cruda mezcla, yuxtaposición con frecuencia, de elementos indígenas y españoles. Hay cierto sabor de cosa inmadura, cierto aspecto de monstruosidad, al mismo tiempo que de capitoso perfume plebeyo que parece emerger de las capas íntimas y profundas del pueblo, de la masa primitiva que permanece en el fondo de todas las transformaciones más arraigadas al suelo y , por lo tanto, perenne, casi inalterable, como la materia primera de que está hecho el hombre. Este primigenio vive y alienta como el cuerpo esencial de una patria. Es lo sólido y denso, el granito de las bases o el barro plástico para toda creación o transmutación. Nuestro Perú de h o y lo cuenta como la parte esencial de su ser milenario. Son más de cinco millones de indios e'indomestizos, en larva, en crepúsculo, para no sabemos qué mariposa del f u t u r o . Desde el frontispicio del l i b r o , Guarnan Poma establece la equiparidad indio-espanola. E l escudo real español, pero también el escudo de su estirpe. E l caballero de hinojos ante el t r o n o del Sumo Pontífice Romano, también así reverente el i n d i o de Ayala. Sacra Real Majestad y , j u n t o a ella, los señores incas. La obra tiende a "hacer inmortal la memoria y nombre de los grandes señores antepasados nuestros 'agüelos', como l o merecieron sus hazañas". E n la carta al rey, el autor expresa todo el trabajo que significó para él realizar t a n grande empresa en más de treinta años, concluyéndola en 1 6 1 1 , dos años después de haber sido editado el primer t o m o de la obra de Garcilaso, la cual es totalmente ignorada p o r Guarnan Poma. Comienza la Nueva Coránica con una interpretación peruana del Génesis y de otros libros bíblicos. Pero esta incursión se explica porque en Ja familia hubo u n iniciado en la religión católica, Martín de Ayala, mestizo santo, ermitaño, quien enseña a leer y escribir a Guardan Poma y le instruye en los preceptos y verdades de la misma religión, Garcilaso y Guarnan Poma se adhieren firmemente a1 catolicismo. Es el éxito evangelizados En su ingenuidad de i n d i o semiletrado, Guarnan Poma
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intenta insertar al Perú en la historia del i n u n d e , y como u n símbolo tierno de t a l propósito, salva a la andina fcest.er.uela. U llama, embarcándola en el Arca de Noé, como aparece er* una de sus encantadoras ilustraciones a la tinta. Reedita ta liisioriasagrada a su manera, en aquel lenguaje quechua-hispánico en que es-tá escrito su libro. Acepta como verdades las leyendas difundidas por los conquistadores sobre la aparición del Patrón Santiago en el cielo del Cuzco o la remota presencia de San Bartolomé,evangelizador de América antes de su descubrimiento p o r tas expediciones colombinas. Guarnan Poma inicia la historia de su patria, no c o m e Garcilaso, con la mitológica pareja de Manco Cápac y Manía O d i o ; arranca de más lejos, de muchos millares de dos arlos antes. Es la generación de los Wari Wirakocha Runa, fundadores del Perú, seres legendarios que se multiplicaban, pariendo "de dos en dos, macho y hembra". Estos adanes y evas peruanos eran ya agricultores, sabían arar la tierra, y buenos deístas, pues imploraban al Creador, apellidado Runa Kámaj-Pacha Rúrak (Animador del hombre, Hacedor del Mundo). Guarnan Poma sigue todo el proceso histórico del Perú, a través de la edad precolombina y de los nuevos tiempos del dominio español, afirmando de continuo su clara conciencia de la patria peruana. No sólo es el orgullo de la grandeza imperial, de la propia estirpe (repetidas veces menciona a u n abuelo suyo que fuera "segunda persona del I n c a " ) , que pone en parangón con la bastardía de los bárbaros invasores, sino el reconocimiento continuo de la indignidad, aherrojada y esclavizada ahora por tiranos extranjeros. Nunca ningún autor empleó más crudo lenguaje para anatematizar a los usurpadores. Es implacable para denunciar todas sus tropelías y vesánicos atentados que describe y detalla con extraordinario realismo. Más acentuadamente aún que el Inca Garcilaso, sabe diferenciar lo indígena peruano de lo exótico, y , más radical que el mestizo cuzqueño, el indio Guarnan Poma no transige n i con el criollo n i con el propio mestizo. Los odia y desprecia por igual, sintiéndose desvinculado de ellos casi en la misma medida que del español y del negro. Así, pues, Guarnan Poma representa el patriotismo peruano precolombino, es el símbolo de la antigua patria, a diferencia de Garcilaso, que es el intérprete de la patria integral que acepta e incorpora a los nuevos peruanos, partícipes de su sangre o firmemente ligados a su suelo.
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Mientras Guarnan Poma sólo tiene lágrimas c indignación por el sufrimiento de sus hermanos de raza, Garcilaso las liene para lodos los desheredados y oprimidos: "indios, mestizos y criollos, sus hermanos . . . " Chispea ya en el insigne cuzqueño un sentimiento moderno de clase y patria, mientras en ei indio sora no apunta aún: él está inmerso en su instinto racial. La posición de los dos grandes historiadores peruanos es semejante en varios aspectos: uno y otro están orgullosos de su ascendencia noble, uno y otro suspiran de continuo con la nostalgia de los buenos tiempos antiguos, uno y o t r o se esmeran en detallar y poner énfasis en aquellos aspectos de evidente superioridad moral de la cultura indoperuana sobre la introducida por los conquistadores, uno y otro aceptan, sin embargo, la nueva religión y protestan su acatamiento al rey de España, aunque rechacen de continuo sus leyes y funcionarios. Acordes son sus espíritus en la defensa sostenida, indesmayable, de sus hermanos en servidumbre. Alrededor de estos personajes principales, en cuya obra está la fuente pura e inagotable del sentimiento patriótico peruano, giran otras figuras menores como la del mestizo Blas Valera. fraile jesuíta de gran saber y profundo conocedor de la historia antigua del Perú, la del indio collagua Juan Santa Cruz Paehacuti Salcamaygua, revelador de preciosas noticias de los viejos templos, la de T i t u Cusi Yupanqui, señor de Vilcubamba, quien relata los hechos de la primera resistencia india organizada contra los invasores europeos. Mestizo fue fray A n t o n i o de la Calancha, cuyo peruanismo se percibe a través de la cerrada maraña de su crónica conventual. Mesti2o Fray Luis Jerónimo de Oré, diestro en lenguas indias, como lo fueron tantos otros sacerdotes, en quienes se descubre bajo el sayal o la sotana un auténtico espíritu peruanista. A lo largo de ía época del duminio español, innumerables fueron los actos de resistencia y abierta rebeldía que se deben interpretar como inequívocos signos de una nítida conciencia patriótica. La masa de población india e indomestiza fue leal y abnegada; conservó la tradición de su cultura y supo defenderla porfiada y silenciosamente, con un invencible ánimo hostil que se descubre en todas las formas de relación con la clase opresora.
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Muchos siglos antes ellos habían puesto en práctica métodos de sabotaje y de resistencia pasiva, cuya eficacia apreciamos en nuestro tiempo. Con el mismo convencimiento chino de que "los invasores pasan, y el pueblo queda", ellos soportaron tres siglos, resignados y pacientes. Pudo el régimen de las " m i t a s " , el inhumano trabajo en las minas, diezmarlos, casi aniquilarlos, pero no cejaron en su decisión sublime de sobrevivir. Sobreviviendo ellos en número y espíritu, aseguraron la continuidad histórica del Perú. No fue, no pudo ser más nuestra patria una simple expresión geográfica. El Perú de hoy no sólo heredaba el territorio y el elemento humano biológico, como tan desaprensivamente alguien sostiene, sino el "íntegrum" de un complejo cultural, que es la suma de las experiencias del hombre en muchos siglos de convivir civilizado en este mismo t e r r i t o r i o del Perú. La compenetración de hombre y tierra a través de miliares de años ha creado la personalidad inconfundible del Perú. Si el pueblo indígena, desesperado, r o t o y vencido, se dejara morir cual bestia enferma, Perú sería hoy patria " n u e v a " , sin historia, sin personalidad, réplica infeliz de cualquier Europa decadente. Nuestra patria no " d a t a " , como decía Unamuno de su patria vasca. Despreocúpense quienes buscan su partida de nacimiento en algún registro de estado civil a su alcance. Perú no comienza cuando el europeo lo descubre, como China no comienza cuando llega a ella Marco Polo. Perú, como México, como Egipto, como India, como China, se desdibuja en la lejanía de los milenios iniciales, para ir acentuando su perfil a l o largo de su venerable pasado, hasta llegar a nuestro tiempo. Pueblos dormidos en la Edad Moderna, en sueño de granit o , para muchos son momias y no seres vivos. Qué fatal equivocación para estadistas y filósofos de la historia, cuando su apocalíptico despertar eche en la balanza del mundo el tremendo peso de casi m i l millones de hombres aparentemente supinos, que entran en vigilia, cargados de una inconmensurable energía. Es el Perú una patria antigua: aceptémoslo como una comprobación histórica y como una advertencia saludable. Se integra nuestra patria geográficamente con el vasto territorio que ocupamos; racialmente con indios, negros, blancos y mestizos; oulturamente con los elementos propios y extranjeros asimilaoos o tomados en préstamo, y cronológicamente con la secuencia irreversible de sus tres grandes épocas: Antigua, Media o del dominio español y Moderna. No aceptamos ninguna desmembración terri-
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tonal, fijadas ya definitivameme nuestras Tronaras. Tampoco hacemos discriminaciones raciales ni culturales- La mutilación de la historia del Perú se convierte en algo inconcebible. La más lejana y caudalosa corriente del río de nuestra vida' - l a patria la formada aquí mismo, millares de años, a la cual suman cuino tributarias ios aportes culturales extranjeras. Cuando se depura la conciencia peruana, se percibe claramente esta densa materia primera de que estamos hechos, que iiiaU/.an y decoran, pulen o abrillantan los colores y las formas importadas. esta primigenia, básica, la aglutinante. Venga de Fuera cuanto sea, pero a condición de peruanizarse, de ser absorbido y asimilado, de conformarse a nuestro espíritu, de amoldarse a nuestra vida. N o queremos "minorías" extranjeras, con intentos o pretensiones extraterritoriales. E n China misma desaparecen ya tales islotes ofensivos. N o queremos una transcult ti ración en desmedro de nuestra personalidad de pueblo maduro y procer. N o más " c o l o n i a l i s m o " cultural. Tomaremos de otros pueblos lo que técnica o científicamente nos convenga; pero nada podrá avasallarnos bajo el disfraz de modas artísticas, propagandas religiosas o políticas, influencias filosóficas o jurídicas. Somos una patria antigua, y eso basta para detener los métodos buenos para Africa u Oceanía, en sus áreas primitivas. Perú debe hacer sentir su propia estima, respetarse, preceder con dignidad, en consonancia con el prestigio y la valía que le otorga su gloriosa historia. No incurramos en temeridad suicida saludando al conquistador, no nos llamemos " c o l o n i a " , ni "coloniaje", porque eí Perú, en su íntimo ser, no aceptó jamás t a l condición y el dominio extranjero fue transitorio, aunque durara tres siglos, que son apenas instantes en la ilimitada duración de nuestra patria. Los peruanos de h o y , en gran parte insertos ya en ,1a cultura occidental, seguimos siendo tales y no meros epígonos de l o europeo, gracias a la sobrevivencia del pasado americano en nuestra vida personal y colectiva. Seremos t a n t o más peruanos cuanto mejor sepamos dirigir la incorporación de la cultura moderna al mundo en que viven nuestros compatriotas representativos de la antigua patria. Así será integrado el Perú en el presente y en su proyección luminosa hacia e l futuro.
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La antorcha que simboliza e l sagrado fuego del patriotismo fue mantenida bajo el régimen de dominación extranjera; ardiente
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y luminosa, en el sitio del Cuzco se mantuvo enhiesta en /las manos del primer rebelde: Manco Inca. La adversa fortuna no llegó a apagarla en el remoto y seguro último baluarte de VUcabamba, fue como el alerta en la noche por cerca de cuarenta años. Aquel reducto invencible sólo pudo ser alcanzado por traición y alevosía; y el joven e inocente Túpac Amaru, inmolado por el sádico virrey Toledo, simbolizó la patria india martirizada. Masía antorcha siguió encendida, en la clandestinidad y el misterio, brillando como lejana estrella. Pasaba de unas manos a otras, como u n santo y seña de vigencia perenne. Chisporroteos prematuros eran augurios funestos para quienes adivinaban el secreto proceso del patriotismo peruano. El clima había de aparecer en el siglo X V U I al mismo tiempo que u n evidente renacimiento indio en las artes. Plateros del Cuzco fueron los primeros conspiradores que, entre las sombras de sus tugurios, a la luz de la inextinguible antorcha, trazaban los planes de independencia, años antes que Washington. Mestizos como Lorenzo Farfán de los Godos, indios como el cacique de Písac, Tampu Ajsu, capitaneaban bandas de resueltos insurgentes. Estaba próximo a producirse el gran incendio: la revolución de José Gabriel Túpac A m a r u , en 1780, lumbrarada trágica que iluminó toda la América. Mas era menester de u n nuevo tremendo sacrificio, con la muerte y crucifixión del primer libertador del Perú, peruano de la patria eterna, enraizado en su tronco mismo, como descendiente de sus antiguos reyes, como ramo nuevo en el reverdecido árbol milenario. Túpac Amaru es la encarnación del Perú, su más alta y perdurable expresión, y fue su sangre la más fecunda creadora de nuestra libertad. El terrible sismo que fue esta revolución sacudió a la América hispana; había de ser decisivo movimiento que treinta años después triunfara en el continente. Es epidérmico, meramente superficial, el influjo de extrañas ideologías; una revolución sólo es posible cuando la masa ha sido conmovida, cuando aquella materia plástica vibra, como invitando a la transformación. La independencia del Perú fue procreada por Túpac Amaru. Triunfaba con él la patria antigua, aquella del pensamiento de Garcilaso. Había de ser condición precisa que el padre no asistiese a la natividad de su criatura; una vez más, el redentor habría de pagar con la muerte cruel los pecados de la especie humana. Pero, ¿quién puede negar su verdadera filiación a la independencia del Perú? Ella es su propio f r u t o . Nadie nos la
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regaló ni nos la impuso contra nuestra voluntad. Eramos u n pueblo libertario desde muchos lustros antes que los demás de este lado del m u n d o ; porque poseíamos u n sentimiento patriótico que no menguó bajo la tiranía extranjera. Intentamos repetidas veces quitarnos de encima el agobiante peso, mas nuestros esfuerzos resultaron infructuosos. De la libertad del Perú dependía ta de todos los demás pueblos, porque era aquí donde el poder español había concentrado toda s u potencia. Habíanse, pues, de librar las últimas batallas en nuestro t e r r i t o r i o , y en Ayacucho y Junín sellarse la independencia americana. Los grandes capitanes del norte y del sur, Bolívar y San Martín, serían nuestros generales y los libertadores de siete repúblicas; a su acción genial se debería el alumbramiento de l a libertad. Nos emanciparon del dominio español. El mensaje de Túpac Amaru fue cumplido en parte: no teníamos más chapetones como nuestra casta dominadora. Pero ciento sesenta y cuatro años después de su patriótica inmolación, quedan en pie, sin cumplirse, algunas de sus reivindicaciones esenciales. Todavía constituyen una clase extrasocial los millones de indios e indomestizos desparramados en la inmensa área de los Andes. Desde el fondo de la historia emergen acusadoras las sombras auspiciosas de Manco el Rebelde, del mestizo Garcilaso, de Guarnan Poma, inflexible acusador, del primer Túpac A m a r u , de Juan Santos Atahuallpa, de Tampu Ajsu, del gran precursor el segundo Túpac Amaru, del arrepentido Pumakawa: indios o indomestizos que crearon y sostuvieron al Perú, una patria antigua, que heredamos y a la que pertenecemos como hijos amorosos. Pronunciemos el nombre del Perú con el orgullo que se debe, pero también con ia dignidad que exige. Que el mundo no dude que es cierto que l o que más vale, "vale un Perú" . . .
INDICE Prologo del autor
7
Introducción
12
RUTA CULTURAL DEL PERU Nombre y Fama del Perú Perú en la América Antigua
1? 29
Paisaje del Perú Geografía y Cultura Raza, Economía y Cultura Actitud del Hombre Economía Derecho, Política, Moral Educación Religión Arte
41 55 75 89 97 107 119 127 145
Poesía Música y Danza E l Indio y el Cambio Cultural Túpac Amaru, Caudillo Antiespañol Perú, Una Patria Antigua
;
161 169 175 163 199
COLECCION AUTORES PERUANOS 1 —Ore Alegria 2 —Manuel «. Seguía 3 —Cira Alegría 4-S-6 —faca Carcaue de ta Vega 7 —Augusta SaJazar tefldy 1 - 9 . — R í a n l o Paleta 3*.—Abrasan VaMtlwMr 11.—LeoaMu Ytravi 1 2 — t o é Mana Eguren 13-15—faca « a r c a n a «le ta Vega 1G-17 —Cira « a g r i a 1 8 — L u i s B. Cunaros 19-20 — M u t i s » Aréstegai 21 —Cira Alegría 22 —Felipe Partía y Aliaga 23—Felipa Panto y Miaga 24 — O r a Atagria 25 —Manuel A. Safara 26 —Mamut Barualez Piada 27 —Ciro Alagria 28 — J o s é Carlos Martategu 29—Felipe Pardo y Aliaga 30 — A t a b a n Vatdatoaw 31 — t o a Marta Argueda* 32 — J e t é Santos Chacana 33
-ARORUM
34 —Luis t Vatcérétl 35 —luis JL Vainica! 36-38 —GuHItrmo Prtscott 39 —Ricardo Palma 40 — « c a í d a Patata 41—Ricarda Palma 42 —Manual González Piada 41 — t o é Diez Canaaca 44 —Manual A. Sagura 45 —Padre da C»«za de León
LOS PERROS HAMBRIENTOS EL SARGENTO CANUTO • LAS TRES VIUDAS LA SERPIENTE DE ORO COMENTARIOS REALES DE LOS INCAS (3 T) LA FILOSOFIA EN EL PERU TRADICIONES PERUANAS (2 Tomos) CUENTOS POESIA Y TEATRO POESIAS COMPLETAS Y PROSAS SELECTAS HISTORIA GENERAL DEL PERU (3 Tomos) EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO (2 Tomos) JULIA EL PADRE HORAN (2 Tomos) SUERO Y VERDAD DE AMERICA POESIA Y ARTICULOS TEATRO GABRIELA MISTRAL INTIMA ARTICULOS DE COSTUMBRES ENSAYOS ESCOGIDOS LA OFRENDA DE PIEDRA ENSAYOS ESCOGIDOS EL ESPEJO DE MI TIERRA POESIA Y ESTETICA PAGINAS ESCOGIDAS ANTOLOGIA POETICA OLLANTAY TEMPESTAD EN LOS ANDES RUTA CULTURAL DEL PERU HISTORIA DE LA CONQUISTA Da PERU (3 Tomos) TRADICIONES PERUANAS (Conquista y VJajBjpato) TRADICIONES PERUANAS (Emancipación) TRADICIONES PERUANAS (República) HORAS D£ LUCHA ESTAMPAS MULATAS ÑA CATITA - LA SAYA Y MANTO EL SEROR10 DE LOS INCAS
Este libro se terminó da imprimir «I día 23 da Octubre de 1973 en los Talleres Gráficos de EDITORIAL UNIVERSO S. A. Av. Nicolás Arriol» No. 2285 Apdo. 241 - Telf. 2 4 - 1 5 3 9 La Victoria Lima, Perú
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