Romance Se Escribe Con L

September 20, 2017 | Author: tribades86 | Category: Dream, Sleep, Science, Night, Short Stories
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Romance se escribe con L

Arrio

No se permiten obras derivadas Ni su comercialización. Puede reimprimirse y distribuirse.

A ellas

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Índice El secreto de la mansión abandonada

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La princesa del bosque

59

El ritual de la luna azul

99

El reencuentro

173

El hechizo de la ballerina

193

El antiguo manuscrito de la biblioteca

231

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El Secreto de la Mansión Abandonada Aquella residencia tenía años de estar abandonada, quizás décadas. Nadie sabía en el pueblo, o al menos nadie parecía recordar, si alguna vez aquel caserón había estado habitado. Y mucho menos podía esperarse que alguien supiese quién o quiénes eran o habían sido sus dueños. El portón de rejas de la entrada estaba asegurado por medio de una gruesa cadena y un herrumbroso candado, también de considerable tamaño, que unía sus eslabones extremos. De igual forma se encontraban los portones laterales, por los cuales, seguramente, en días de fiesta entraban y salían los carruajes llevando a los invitados. La verja de hierro forjado montada sobre el muro bajo que rodeaba el caserón estaba ya bastante herrumbrosa, y en algunas partes el muro había cedido por el paso de los años, anchando el espacio entre barra y barra de la verja, de tal manera que una persona, de proporciones no muy abultadas, con un poco de esfuerzo podía haber entrado hasta lo que, en los buenos tiempos de aquella residencia, había sido el parterre. En el centro, frente a la escalinata que llevaba hasta la entrada de la casa, se encontraba todavía, bastante deteriorada, una fuente; y sobre el suelo se distinguían aún los bordes de los arriates, donde en el pasado seguramente estuvieron sembradas algunas plantas florales. Todavía, en la actualidad, cuando llegaba la estación lluviosa aparecían algunas campánulas y otras flores, probablemente descendientes de aquellas que alguna vez poblaron esos jardines, como mostrando 11

reminiscencias de la belleza que una vez había existido en aquel lugar. En las noches de luna llena, o de tormenta, cuando había descargas eléctricas, los eventuales transeúntes que pasaban por la calle, aseguraban haber visto siluetas que se desplazaban por entre los cardos y la vegetación que ahora invadía los arriates. Y en las noches oscuras, cuando no había luna, decían que se veían algunas luces moverse por entre las matas y malas hiervas, que ahora poblaban lo que alguna vez había sido un bonito jardín. Algunos, incluso, llegaban a decir que, de forma inexplicable, por las noches veían iluminarse algunas de las habitaciones de la segunda planta. ¿Habría algo de cierto en lo que decían las gentes? ¿O simplemente era producto de la imaginación de los temerosos transeúntes nocturnos que pasaban por aquel lugar? Seguramente lo último era lo más probable pero, como quiera que sea, aquella mansión guardaba entre sus paredes un secreto. *** —Por favor —dijo una vez más a sus alumnos, el profesor de historia de la universidad antes de que abandonaran el salón de clases—, no olviden que tienen que traer un ensayo para cuando regresen de la temporada de vacaciones. —Profesor, ¿Podemos escoger como tema alguna leyenda o un cuento de esos que rondan entre la gente mayor de los pueblos? —preguntó Vanessa al mismo tiempo que levantaba la mano. 12

—Sí, me parece bien pero, sin importar el relato que escriban, deben agregarle algo de su cosecha, y no únicamente transcribir el cuento o leyenda tal como se los narren. Es decir, ustedes tienen que crear algo que sea ameno, que la persona que lo comience a leer se sumerja en él… que lo atrape y que no lo suelte hasta que lo haya terminado de leer. —De acuerdo —respondió la chica. —Bien, si no hay más preguntas pueden retirarse. Nos vemos, entonces, hasta después de las vacaciones. Los alumnos comenzaron a abandonar el salón de clases, algunos iban ya de camino hacia sus casas, en tanto que otros se fueron un momento hacia la cafetería más cercana del campus universitario a conversar con sus compañeros. —¡Vanessa! —dijo alguien alzando la voz, cuando la chica estaba por entrar a la cafetería. Vanessa se giró en el acto para ver quién la llamaba. Era Aracely, la amiga con la que mejor se relacionaba. La amiga que había aparecido de pronto en su vida. —Hola, Aracely… —Hola, ¿ya decidiste cuál va a ser el tema de tu trabajo? —No, realmente no. Se me ha ocurrido de pronto desarrollar un relato sobre uno de tantos cuentos que circulan en los pueblos, uno de esas historias ficticias de aparecidos y de miedo, pero todavía no estoy completamente segura. 13

—Vaya, ese tema suena interesante. Pero a quién vas a recurrir para que te cuente algunas de tales historias. —Bueno, resulta que voy a ir a pasar la vacación al pueblo en donde mis padres tienen su pequeña fábrica de jaleas y mermeladas artesanales. Y, bueno, estoy segura que allí no faltará alguien que me cuente una terrorífica historia de fantasmas y aparecidos. —Me parece que tu idea es bastante buena. —Y tú, ¿ya has pensado en algún tema para tu historia? —No, no se me ocurre nada interesante. —¿Te gustaría trabajar conmigo? Si recuerdas, el profesor dijo que el tema podía desarrollarse entre dos alumnos. —Claro que sí. Pero tendría que ir contigo hasta el lugar a donde piensas ir a vacacionar. —Sí, así es; y a mí me encantaría que fueras conmigo. —Pero sucede que no sé si mis padres me dejarían ir. —Bueno, acaso mis padres puedan ayudar un poco en ese asunto. Voy a pedirles que intervengan, que hablen con los tuyos, al fin de cuentas es para hacer el trabajo que tenemos que presentar. —Me parece buena idea. Después de un día todo había quedado arreglado, y las chicas ya se encontraban en la casa que los padres de Vanessa tenían en El Pinar, un pueblo ubicado en una zona de las montañas con gran producción de frutas, que constituían la materia prima para la pequeña planta de procesamiento de alimentos de los padres de Vanessa. Sin embargo, todavía no habían podido 14

encontrar un tema para comenzar a redactar el trabajo que les había quedado de tarea. Habían conversado con algunas de las personas mayores que trabajaban en la fábrica, pero aun cuando les habían hablado de ciertas historias de miedo, ninguna les había parecido lo suficientemente buena para presentarla en su clase de historia. Decidieron, entonces, gastarse un tiempo paseando por el pueblo, y haciendo un poco de senderismo por entre pinares de los alrededores, en un intento de descubrir un tema interesante alternativo, dado que los cuentos originarios de la población no les habían despertado mayor interés. Por las noches, mientras las calles del pueblo se quedaban vacías debido a la baja temperatura del lugar y de la época, las chicas se acomodaban en unos mullidos silloncitos que tenía Vanessa en su habitación en la segunda planta de la casa, y se dedicaban a leer algunos poemas y novelas de diferente temática, para ver si con la lectura les llegaba alguna inspiración. Pero lo que había ocurrido en los primeros días era que, después de las diez de la noche, y presionadas por el frío nocturno, se metían en la cama, se cubrían con las frazadas y el edredón y rápidamente se quedaban dormidas. Un día, poco después de las diez de la mañana, mientras visitaban la planta de procesamiento, llegó un señor lugareño, de avanzada edad, conduciendo un vehículo con un cargamento de frutas para entregarlo en la planta. Las chicas lo vieron y pensaron lo mismo: 15

«había que preguntarle si él sabía algo sobre algún cuento o leyenda propio de aquel lugar». —Disculpe señor… —dijo Vanessa acercándosele. —¿Sí, niña? —Mi amiga y yo tenemos que hacer un trabajo para la universidad, y nos preguntábamos si usted sabe alguna leyenda, o alguno de esos cuentos de miedo propios de este pueblo… —Pues no niñas, los cuentos que yo me sé, creo que a lo mejor ya ustedes los han oído y, la verdad debe decirse, no son muy entretenidos, pero… —se quedó pensativo el señor. —¿Sí? —dijeron al unísono las chicas, expectantes. —No sé, pues ese no es un cuento y… —Qué cosa —preguntó Aracely. —Sí, qué es… —preguntó ansiosa Vanessa. —No sé si alguien les habló de la Mansión Abandonada. —No. ¿Es algún cuento? —intervino nuevamente. —No, realmente no. Esto se refiere a un caserón que seguramente alguna vez estuvo habitado. Es una casa grande que se encuentra aquí en el pueblo, a la salida poniente yendo por la calle principal. Un poco más allá de la última casa, a la izquierda. Si uno no está atento puede pasarla de largo, pues se encuentra entre medio de algunos árboles. Las chicas estaban interesadas en lo que les estaba diciendo aquel señor, parecía que al fin habían encontrado algo sobre lo cual valía la pena escribir. »Dicen algunas personas que han pasado por allí en las noches, que en esa casa se ven cosas raras. 16

—Como qué —inquirió Aracely. —No estoy muy seguro, pero creo que dicen haber visto luces que se mueven fuera de la casa, y como si alguien se paseara en la segunda planta. —¿No serán los habitantes de la mansión? —Es que, precisamente, eso es lo extraño —dijo el campesino mientras se atusaba los bigotes—, tal como le dije, nunca nadie, que yo sepa, ha vivido allí. Por esa razón le llaman la Mansión Abandonada. —Nadie nos había hablado de eso —dijo una de las chicas. —Creo que es porque no hay mucho que contar sobre esa casona. No hay realmente una historia sobre ella. Sólo algunas cosas que se dicen por aquí y por allá. Algunos cuentan cosas disparatadas sobre la casa, por ejemplo: que cuando alguien la ha buscado con la intención de hacerle algún daño, la mansión se desaparece y no se le puede encontrar por ninguna parte. Yo, créanme niñas…, pienso que todos son puros inventos. Pero a lo mejor ustedes, con lo que les he contado y con lo que dice la demás gente, puedan crear una historia interesante sobre ella, que les sirva para el trabajo que dicen que les han dejado. Después que terminaron la conversación con el campesino, las chicas quedaron con la curiosidad metida en sus inquietas mentes. Tenían que ir a ver aquel lugar misterioso. —Es una lástima —dijo Vanessa cuando emprendían el camino de regreso a su casa —, que ninguno de mis 17

padres esté ahora aquí, a lo mejor ellos saben algo sobre esa extraña mansión deshabitada. —Y cuándo regresan —quiso saber Aracely. —Hasta que vengan por nosotras, es decir, dentro de ocho días. —¿Qué te parecería si hoy por la tarde fuéramos a dar una vuelta por esa casa? —Me parece buena idea. Creo que a eso de las cuatro de la tarde sería buena hora para llevar a cabo nuestra misión: Casa Embrujada. —Vaya, me siento como Daphne Blake en una de las misteriosas misiones de Scooby Doo —bromeó Aracely. Poco antes de las cuatro de la tarde, ambas chicas salieron de la casa de Vanessa, se fueron andando despacio por las calles del pueblo, como quien se toma un paseo para disfrutar un poco del fresco ambiente vespertino. Se encaminaron hacia la salida del pueblo que les había sido indicada. Después de una media hora dejaron atrás la última casa del pueblo, donde terminaba también el camino asfaltado, y comenzaron a caminar por una calle revestida de piedrín. Unos diez minutos más tarde llegaron al desvío que conducía hacia la casa misteriosa, era apenas una breve senda, ahora descuidada, que terminaba en un portón de rejas de hierro forjado con adornos de volutas entre barrotes verticales, revestidos con una pátina de óxido alimentada por el paso del tiempo. Se quedaron de pie allí dirigiendo la vista hacia adentro: inmediatamente, a continuación del portón estaba lo que en algún momento 18

había sido un jardín. A ambos lados de la entrada principal habían unos portones, también de hierro forjado, casi tan grandes como el principal, de los cuales partían unas sendas que convergían frente a la escalinata que subía al vestíbulo externo y a la puerta de entrada de la mansión. En el jardín, alineada con el acceso a la casa, se encontraba una fuente de tres platos, actualmente cubiertos de hojas secas desprendidas de los árboles a través de quién sabe cuántos otoños. Aracely comenzó a caminar hacia un lado, tratando de rodear el murete sobre el cual descansaba la verja metálica que rodeaba la casa. —¡Vanessa, ven, trae la cámara y tomemos algunas fotos! —alzó la voz Aracely mientras se alejaba de su compañera, pero le extrañó no obtener alguna respuesta. Aracely, extrañada por su mutismo, se volvió para ver qué ocurría con su amiga, entonces vio que Vanessa estaba como ida, y su rostro reflejaba una gran tristeza, como si estuviese contemplando una escena terrible que sólo ella era capaz de ver, y que reclamaba su total atención. —¿Qué pasa?, ¿Qué es lo que miras? —dijo Aracely alzando la voz. Pero no hubo respuesta. Aracely regresó rápidamente hasta donde se había quedado su compañera. La agarró del brazo y la sacudió un poco en un intento de sacarla de aquel trance. 19

—Ah, ah, ¿Qué ocurre? —dijo Vanessa como si despertara de un sueño profundo. —No. ¿A ti, qué te pasa? —preguntó preocupada Aracely. —No sé…, es que… mejor vámonos de aquí, siento miedo, es que… —¿Qué?, ¿Qué te ha pasado? —Preguntó Aracely mientras le quitaba la cámara fotográfica a su amiga. —Nada…, mejor regresemos a la casa. No quiero estar aquí —insistió Vanessa mientras comenzaba a caminar sobre el breve sendero que conducía hacia la calle principal. Aracely, entre tanto, activó la cámara y tomó algunas fotos del frente de la Mansión Abandonada. Luego tuvo que caminar un poco rápido para alcanzar a Vanessa, la cual, por todo el camino de regreso permaneció silente. Cuando llegaron al pueblo, el sol estaba ya escondiéndose tras las montañas, pronto el pueblo quedaría envuelto bajo el manto de la noche, y el frío arreciaría. Vanessa no quiso tomar nada para la cena, y se dirigió hasta su habitación, la cual compartía con su compañera. Unos momentos después subió Aracely y se sentó en uno de los pequeños sillones a leer. Esta vez no la acompañó su amiga, que se encontraba en la ventana de la habitación con la vista perdida en la distancia. Pasadas las diez de la noche las dos chicas se fueron a la cama, Aracely apagó la luz y ambas se embozaron debajo de las frazadas y el edredón. Entonces, por fin Vanessa rompió con su mutismo: 20

—Aracely, ¿puedes abrazarme? Siento… no sé, siento algo que no sé cómo explicar… —Haz un intento, trata de explicarme qué es lo que sientes… —No sé cómo… es algo así como tristeza pero con temor… de hecho, esa casa encierra una pena muy grande. —Vaya, ¿fue algo que viste en la casa? —Más bien fue algo que sentí cuando me quedé viéndola, fue… no sé. —Olvidémonos de eso. Ven, voy a abrazarte para que te sientas mejor. En la universidad, tercer día de clases después de vacaciones. —Vanessa —llamó el profesor de historia a su alumna— , el trabajo que ha presentado usted y Aracely su compañera, esté muy bien hecho, pero estaba bastante seguro que iba a presentar un relato referente a alguna leyenda, o sobre algo misterioso ocurrido en el pueblo. —Sí —aceptó Vanessa—, ese era el tema que había escogido originalmente, pero realmente no encontramos nada interesante, así que decidimos hacer un trabajo sobre la historia de los cultivos de frutas que se encuentran en las tierras que rodean el pueblo de El Pinar, que es donde mis padres tienen un pequeño negocio. —Bueno, a decir verdad, el trabajo que han presentado está muy bien, yo diría que está excelente. 21

—Gracias, profesor, en realidad nos esforzamos bastante para hacerlo; de hecho pasamos unos días buscando información en los archivos del ayuntamiento del pueblo. Vanessa se despidió del docente, y se fue hasta el cafetín a charlar con sus compañeros mientras llegaba la hora de su próxima clase. Pero mientras caminaba vino a su mente el suceso de la Mansión Abandonada y trató de racionalizarlo: «es que —pensó—, seguramente todo eso fue una reacción sicológica a algún estímulo que me hizo sentir muy triste». Con esa idea en mente llegó hasta la mesa en donde se encontraban algunos de sus compañeros, incluyendo a Aracely. El resto del día transcurrió sin que nada importante ocurriese. Por la noche, siguiendo su rutina diaria, se quedó estudiando hasta unos minutos antes de las once, y luego se fue a la cama. Más tarde, mientras dormía, tuvo un sueño un poco extraño a su parecer. Aun cuando al día siguiente no recordaba muy bien de qué había tratado, guardaba una vaga idea de que en él se había mostrado una casa derruida o lo que quedaba de una antigua vivienda. Este sueño, una vez más, trajo a su mente la experiencia vivida en el pueblo cuando había ido con Aracely a conocer el exterior de la Mansión Abandonada. La imagen casi difusa que había visto en el sueño, inexplicablemente se mantuvo en su mente durante toda la jornada. En los días siguientes los extraños sueños continuaron apareciendo de forma recurrente. 22

Unas semanas antes de que el ciclo de clases finalizara, los extraños sueños la visitaban casi todas las noches. En uno de ellos, aparecía primero un cielo nocturno con varias estrellas, pero había una en especial que era considerablemente más grande y más brillante, luego el cielo comenzaba a despejarse hasta hacerse de día con un cielo azul esplendente; después aparecía una casa en un área rodeada de muchos pinos. La casa no era vieja, pero de pronto, y esto es lo más extraño, desaparecía; y en su lugar surgían unas ruinas; al mismo tiempo que el cielo se ponía tormentoso. Este sueño, Vanessa se lo contó a su amiga días después. —Sabes —dijo Aracely—, creo que hubo algo que tú no me has contado, y que te ocurrió cuando fuimos a visitar la vieja casa. Ese suceso te dejó tan impresionada, que actualmente sigues viendo, hasta cuando duermes, la antigua mansión. —No, Aracely, la casa que veo en mis sueños es bastante diferente a la que visitamos. Y está en un lugar distinto. —¿Cómo lo sabes? Si traes a tu memoria el lugar donde se encuentra ubicada la antigua mansión, recordarás que había algunos pinos. —Sí, pero no tantos como los que veía en el sueño. —Eso dice únicamente que a lo mejor es un árbol que a ti te gusta, y en la fantasía de tu sueño, por ese mismo hecho, tu mente lo multiplica, creando, en este caso, bosques enteros. —No sé, Aracely, no me parece que ese sea el caso. 23

—Bien, creo que te convendría ir a consulta a la clínica universitaria de psicología, a lo mejor allí te pueden ayudar a interpretar tus sueños. —No sé por qué razón el único que me interesaría interpretar es este que te acabo de relatar. —Bueno —dijo Aracely bromeando un poco—, creo que algo te puede ayudar la consulta con el loquero, tal vez te convenga ir; además, es gratis. Si quieres te acompaño. —De acuerdo, vamos. El consultorio se encontraba vacío, de manera que Vanessa no tuvo que aguardar para pasar consulta. Aracely, entre tanto, se quedó en la sala de espera aguardando por su amiga, entretenida leyendo un libro de poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. Poco más de una hora después, Vanessa salía del consultorio. —¿Cómo te fue con el loquero? —preguntó ansiosa su compañera. —No fue loquero sino loquera, era una sicóloga. —Vaya, y cómo te fue con la sicóloga. —Pues no sé qué pensar, me dijo ciertas cosas que casi me hacen salir del consultorio antes del tiempo. —¿Por qué? —Ve tú a saber. Resulta que esta sicóloga cree en la reencarnación, la astrología y todas esas engañifas. —Bueno, no es conveniente ver las cosas así tan a la ligera… —Vaya, no me digas que tú también crees todas esas pamplinas… 24

—Creo que debería contestarte con una de las frases de Macbeth: «Hay más cosas entre el cielo y la tierra Horacio, que las que pueda soñar tu filosofía» —O sea que tú crees esas cosas… —Bueno, a ver, trata de exponer con palabras sencillas lo que te ocurrió cuando fuimos a la casa abandonada; y luego explícame por qué a partir de entonces comienzas a tener sueños extraños. —Debe de existir una causa… —Estoy de acuerdo contigo, pero no necesariamente tiene que pertenecer definitivamente al mundo que conocemos como racional. —Tal vez tengas razón, entonces, tú me sugerirías que para esclarecer un poco la situación me involucrara en el mundo de lo esotérico. —Al menos, pienso que deberías de tener en cuenta lo que te dijo la sicóloga. —Bien, lo que ella me dijo es que probablemente la explicación del suceso que viví esté relacionado con mi encarnación anterior. —Vaya, eso suena interesante, muy interesante. ¿Y le contaste lo de tu sueño en el que aparecen las estrellas, y la casa derruida? —Sí. —Y cuál fue su respuesta. —En primer lugar me comentó que la interpretación de los sueños es bastante complicada, pero que en términos generales, la aparición de estrellas en un sueño es una referencia a un mensaje que se le está enviando a la persona que duerme. 25

—Y, entonces, cuál sería el mensaje. —Para encontrarlo hay que interpretar conjuntamente todo lo demás que aparece dentro del mismo sueño, en este caso: la casa derruida, los pinos, las nubes, etc. —Vaya, realmente suena complicado. —Sí, lo es. Pero mencionó, además, que descubriendo o averiguando cuál fue mi relación en el pasado, con la casa que visitamos, podría llegar a saber por qué tuve esa extraña vivencia, ya que, según la sicóloga, esta casa guarda dentro de mí alguna relación con la casa derruida del sueño. Pero hay una dificultad. —¿Cuál? —No sé qué tengo que hacer para saber cuál fue mi relación con la casa abandonada hace… quién sabe cuántos años atrás. Y eso suponiendo que sea cierto lo de las vidas anteriores. —Bueno, he escuchado por allí, que una de las formas de averiguar ese pasado es haciendo una regresión hacía atrás en el tiempo por medio de la hipnosis. Pero, quien sabe, a lo mejor no necesitas seguir ese tratamiento. Que te parece si… bueno, a lo mejor no es una buena idea… —¿Cuál?... Dímela. —Se me ocurría que ahora que vamos a entrar a vacaciones pudiéramos ir nuevamente a El Pinar, a lo mejor estando allí más tiempo puedes averiguar algo que tenga alguna importancia para ti en este caso. —Pero…por qué quieres ir tú también. No me malentiendas, me agradaría mucho que fueras conmigo, 26

pero me parece como si hubiese algo más que te mueve a acompañarme. —Bueno, es que esto me ha intrigado bastante. Claro, no puedo, ni mi intención es obligarte a hacer algo que tú no quieras. —Lo sé, pero, ¿realmente me acompañarías a ir nuevamente al pueblo y volver a indagar sobre la Mansión Abandonada? —Sí, ¿por qué no? —¿Sabes?, realmente quiero volver a ir, hay una extraña fuerza que me impulsa a saber algo más de ese lugar. Y, bueno, realmente me agradaría que me acompañases. De Nuevo en El Pinar Cuando las chicas llegaron a El Pinar, el segundo día de su vacación de fin de ciclo, el cielo estaba encapotado y una lluvia cernida que, más que caer parecía flotar en el ambiente, volvía más notable el efecto de la bruma. Hacía bastante frío, un frío húmedo que parecía calar hasta los mismos huesos. Dentro de las viviendas todo parecía moverse mucho más lento. En la casa de los padres de Vanessa el ambiente se sentía húmedo; y en los hogares se escuchaba el crepitar de la leña que se quemaba en un intento de proveer un poco de calidez al ambiente. Las chicas llegaron a la población por la tarde, poco antes de que el viejo reloj de la torre del ayuntamiento diera a conocer a la población, con sus campanas, que ya eran las cuatro. Cuando llegaron a la casa, la criada las recibió con un humeante tazón de 27

chocolate y pan de dulce recién hecho en casa; aquel recibimiento les supo a gloria. Después de degustar aquel delicioso recibimiento se fueron a la segunda planta, a la habitación de Vanessa que ambas compartían. Cuando hubieron acomodado la ropa y otras cosas que portaban, se dedicaron a la lectura de unos libros que ellas habían llevado. El clima no invitaba a desarrollar actividad alguna fuera de la casa. Mientras estuvieron concentradas en sus lecturas, evitaron comentar nada sobre la idea que las había llevado a visitar una vez más aquel lugar engastado en las montañas. Más tarde, después de cenar, cuando el sueño las venció, se fueron a la cama, cada una se arropó con sus frazadas, y sobre ambas colocaron el edredón que cubría el lecho, un par de minutos después ambas dormían profundamente. A las diez de la noche el pueblo estaba completamente desierto, no había un alma que se atreviera a desafiar las inclemencias de aquel clima. Además, el frío invitaba a buscar la cama y a escurrirse entre la tibieza de las colchas y frazadas, para deslizarse apaciblemente hacia el universo de los sueños. Unos pocos kilómetros más allá, inmersa en la oscuridad húmeda de aquella noche, la misteriosa casa deshabitada, totalmente en penumbras y silente, recibía impasible la lluvia pertinaz, como un centinela siempre vigilante que guarda celoso lo que le ha sido confiado. Al día siguiente, por uno de esos extraños caprichos de la naturaleza, que no pocas veces han dejado mal 28

parados los pronósticos ambientales, las nubes que habían estado cubriendo las montañas comenzaron a retirarse, dando paso a un inesperado y radiante cielo despejado. Alguien dijo una vez que: «si se desea algo con todo el corazón, el Universo entero se confabula para hacerlo realidad». Como si se hubiesen puesto de acuerdo, Vanessa y Aracely, al ver aquel día soleado tan esplendoroso, no pensaron en otra cosa más que ir a dar un paseo por los bosques, caminando por los senderos que los rodeaban o pasaban entre ellos. Se vistieron, se abrigaron y salieron a la calle, un tanto eufóricas, influenciadas por aquel hermoso día. Y allí se fueron, caminando sin ninguna preocupación, buscando el sendero más próximo para adentrarse en la campiña. Caminaron durante largo rato admirando el verdor de la naturaleza y la inmensidad de algunos valles. En su camino encontraron un sitio muy agradable, constituido por un pequeño grupo de pinos, y los salientes de unas rocas que invitaban a sentarse a descansar bajo la sombra de los árboles, y extasiarse contemplando el paisaje ofrecido por la naturaleza. Ni siquiera lo pensaron, juntas se dirigieron hacia aquel apacible lugar y se sentaron, una a la par de la otra, únicamente a contemplar el panorama que tenían ante sus ojos; acompañado por los acordes propios de la naturaleza: el murmullo producido por las agujas de los pinos al pasar por entre ellos la brisa fresca de la mañana, y los cantos de algunos pájaros que merodeaban por entre las ramas 29

de los árboles. Fue Aracely la que de improviso rompió la solemnidad de aquel momento. —¿Sabes? —dijo manteniendo la vista fija en algún punto en el horizonte. —Qué cosa. —¿Te acuerdas cuando me dijiste que te parecía que había algo más que me movía para acompañarte? —Sí… ¿por qué? —Porque resulta que sí había algo que me inducía a acompañarte. Es más, deseaba grandemente que viniéramos… —Sí, lo sé, querías que yo me ocupara un poco sobre lo que me había dicho la sicóloga. Aracely no respondió inmediatamente, y continuó con su mirada fija en algún punto en la lejanía. —Realmente me interesa que te sientas bien y que aclares tus dudas, pero había otro motivo dentro de mí que me gritaba: «¡acompáñala a donde ella vaya!» —No entiendo. ¿Cuál era ese motivo? Entonces Aracely pareció llevar la conversación por otro rumbo: —Qué te parece este lugar en el cual nos encontramos ahora. —Maravilloso, apacible, encantador,… no sé qué más decirte, pero me agradaría estar en un lugar así siempre. —¿Te sientes inspirada? —¿Inspirada? —Sí, inspirada. ¿Acaso no quisieras expresar lo que sientes y no encuentras palabras para ello? ¿No te 30

gustaría escribir una poesía sobre este lugar? ¿No te sientes extasiada? —Sí, quisiera poder expresar de alguna manera esta vivencia, pero no sé cómo hacerlo. No existen palabras que puedan expresar la intensidad de mis sentimientos —¿Y acaso no sientes que un lugar como este acrecienta todavía más esa intensidad? —Sí… —Pues a mí también me ocurre lo mismo, me lleva a tal extremo que siento que algo dentro de mí necesita salir, necesita expresarse; algo que ya no puede permanecer más sólo aquí dentro—dijo Aracely llevándose al mismo tiempo la mano al pecho— y no es un poema… es un sentimiento… un sentimiento muy profundo… el sentimiento de mi amor por ti... De pronto la belleza del lugar perdió perspectiva, y un silencio bastante incómodo surgió entre las chicas. Ahora era Vanessa la que parecía mirar algún inexistente punto en lontananza. Aracely, entonces, agachó la cabeza, y unas lágrimas florecieron en sus ojos humedeciendo luego sus mejillas. —Discúlpame —dijo Aracely todavía con la cabeza baja—, aunque creo que no debería excusarme por expresar este sentimiento, tan propio, que llevo dentro de mí desde bastante tiempo atrás. —No, no te disculpes, no tienes por qué hacerlo —dijo Vanessa a su amiga al mismo tiempo que la acercaba hacia sí para que recostara la cabeza en su hombro— .Creo que tienes razón —continuó—, pues este lugar hace que los sentimientos de uno afloren y se tenga 31

que batallar para no expresarlos, ya que no se puede anticipar cuál va a ser la reacción de la persona sobre la cual recaen. —Por qué dices eso —agregó Aracely levantando la cabeza del hombro de Vanessa. —Pues… porque yo siento por ti lo mismo que tú sientes por mí. —¿¡De veras?! —preguntó Aracely visiblemente emocionada, mientras retiraba con los dedos de su mano las lágrimas que corrían por su rostro. —Sí. Pero ven, recuéstate en mi regazo y quedémonos así por un momento, extasiándonos con la magia del instante y del lugar. Déjame acariciarte, y vaciar en ti ahora la ternura que llevo almacenada en mi interior por tanto tiempo de quererte en silencio. —«Quizás sea cierto lo que dijo alguien —pensó, entonces, Aracely—, que cuando se desea algo con el corazón, el Universo se confabula para hacerlo realidad: nadie hubiese pensado ayer, que en este día todo iba a ocurrir de tal manera que íbamos a poder descubrir nuestros sentimientos mutuos». Luego cerró los ojos y se dejó llevar por las caricias que le prodigaba su compañera. A partir de aquel momento la relación entre ellas cambió, comenzaron a tratarse con una ternura exquisita y sentían, según ellas mismas se lo expresaron, como si entre ambas hubiese existido, desde mucho tiempo atrás, un profundo afecto. 32

A la mañana siguiente, después de despertarse, se levantaron y se fueron juntas al baño, abrieron la llave del agua caliente y esperaron a que la acción de ésta caldeara un poco el ambiente, luego se desnudaron para darse un duchazo con agua tibia y, entre caricias y delicadas frases de cariño, Vanessa descubrió en medio de los senos de Aracely una extraña mancha redondeada de tonalidad rojiza. —Qué es eso que tienes aquí —preguntó Vanessa poniendo suavemente el dedo entre los senos de su compañera. —No lo sé —dijo Aracely al mismo tiempo que se encogía de hombros—. También, según dice mi madre, tengo otra sombra similar en la espalda. Tal vez sea algo genético. Vanessa se agachó un poco y le dio a su amiga un cariñoso beso en aquel sitio; pero Aracely, al contacto de los labios de Vanessa en aquella parte de su piel, experimentó, en ese preciso instante, una extraña sensación acompañada de una especie de brumoso recuerdo desagradable, que no alcanzó a aflorar con claridad en su mente. —Qué ocurre —preguntó Vanessa al percatarse de la reacción de su amiga. —Nada —dijo ella—, fue únicamente una sensación extraña. —¿Puedo ver la marca que tienes en tu espalda? 33

—Claro —respondió Aracely al mismo tiempo que se giraba bajo la ducha para mostrársela. —Vaya, esta es un poco más grande —comentó Vanessa. Después de tomar un frugal desayuno, las chicas se fueron a caminar por el pueblo. Pasaron un momento a visitar la empresa de sus padres, aunque ellos no estaban allí, pues se encontraban fuera del país en viaje de negocios. Unos momentos después dejaron el edificio de la empresa y, sin haberse puesto antes de acuerdo, se encaminaron en dirección a la casa abandonada. Cuando llegaron, Vanessa hizo el intento de desviarse por el pequeño sendero que llevaba hasta el portón de la mansión, pero Aracely le pidió que mejor siguieran de largo. Y continuaron caminando poco más allá. —Hacia dónde me llevas —preguntó intrigada Vanessa. —Realmente no lo sé —respondió enigmáticamente su compañera. De pronto, más adelante, encontraron un breve sendero, bastante enmontado, que se desviaba de la calle principal. —Vamos por aquí —señaló Aracely. —Pero, adónde vamos.

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—Créeme que no lo sé, únicamente voy siguiendo mi instinto, algo que dentro de mí me dice que venga hasta este lugar. Ven, acompáñame por este sendero. Las chicas caminaron tomadas de la mano por aquella senda, hasta que después de unos cuantos metros Aracely la abandonó para dirigirse hacia una arboleda que se encontraba a su derecha. Pronto estuvieron entre los pinos, y Vanessa se llevó una sorpresa mayúscula: —¡Aracely! ¿Cómo sabías que existía este lugar? —No, no lo sabía. ¿Por qué? Vanessa no respondió inmediatamente, sino que, soltándose de la mano de su amiga se adentró despacio en la arboleda, en cuyo suelo podían apreciarse todavía los cimientos de las paredes y partes del piso, de una casa que había estado allí quién sabe cuántos años antes de que árboles y arbustos reclamaran su derecho sobre ese terreno. —Aracely —llamó Vanessa alzando un poco la voz—, esta es la casa derruida con la cual yo soñé. La casa que le mencioné a la sicóloga. La casa que, de alguna manera, según ella, está relacionada con la Mansión Abandonada. Aquí está también el bosque que vi en el sueño. ¿Cómo sabías que estas ruinas estaban aquí? —No, no lo sabía. Esta mañana desperté antes que tú. Y en ese preciso instante, en esos segundos antes de lograr la plena consciencia de estar despierta, algo fugaz como un relámpago: una voz, un pensamiento…, 35

me dijo que me acercara a un lugar que estaba más allá de la casa que nosotras habíamos visitado anteriormente, y por esa razón me he encaminado a este lugar. En realidad no tenía idea de lo que íbamos a encontrar. Mientras las chicas conversaban sobre lo extraño de aquel suceso, un campesino, enfundado en un grueso suéter de lana pasaba muy cerca de la arboleda. —Señor —gritó Vanessa. —¿Sí? Niña. —¿Trabaja usted por aquí? —Sí, en esta propiedad desde hace muchos años. —Por una casualidad, ¿sabe usted cuando derrumbaron la casa que estuvo aquí? —No, señorita. Esas ruinas tienen años de estar allí, desde antes de que los dueños actuales compraran estas tierras; y de eso hace también ya muchos años. —¿Y cómo se llama esta propiedad? —Hacienda El Frutal. —¿Siempre se ha llamado así? —No lo sé señorita, pero desde que yo tengo memoria, ese ha sido su nombre. Aunque… —¿Sí? —Un día el dueño desenterró un letrero grande de madera en lo que seguramente fue la entrada de esa casa; en el que todavía se leía: Hacienda Terra Nostra. —¿De qué época sería ese rótulo? —No lo sé niña, pero sí puedo asegurarle que era muy, pero muy viejo. 36

—Gracias por la información, señor. —Por nada, señorita. Pase buenos días. —Buenos días señor. Con paso ligero, como sólo los campesinos de ese lugar saben andar, el señor se fue alejando por una vereda. En tanto, Vanessa y Aracely se quedaban inspeccionando las ruinas en busca de algo que ellas mismas no sabían qué era. Pasaban las doce del mediodía cuando las chicas volvieron a la casa, Etelvina, la cocinera, las esperaba con un opíparo almuerzo que les hizo olvidar los esfuerzos que hacían para evitar los kilos innecesarios. Después de aquel festín se recostaron en la cama, y entre reciprocas muestras de tierno afecto, el cansancio las fue venciendo hasta que el dios de los sueños las llevó a su palacio para que reposaran en sus aposentos. Cuando despertaron, después de la siesta obligada por el abundante almuerzo, se pusieron a cavilar un rato sobre lo que les estaba ocurriendo. Se preguntaban qué significado tenía todo eso en sus vidas, pero no encontraba ninguna respuesta. Aunque para Aracely todo eso: la casa deshabitada, las ruinas, los sueños y los mensajes intuitivos, constituía una especie de comunicación cifrada que se refería a una misma cosa que debía ser develada.

—Cuando te vi la primera vez —comenzó diciendo Aracely—, por alguna razón supe que eso no había sido 37

una simple casualidad, y tuve, además, la sensación de haberte conocido desde mucho tiempo atrás; entonces comencé buscar en mi mente en qué lugar podría haberme encontrado contigo anteriormente, pero por más que rebusqué en ella, nada me reveló. Después, si recuerdas, averigüé tu nombre completo y tu fecha de nacimiento, y con esa información, utilizando la astrología, pude encontrar que tú y yo podíamos llegar a formar una pareja, lo cual no me desagradaba, pues de alguna manera me había prendado de ti. Pero además, con la ayuda de los astros encontré que ambas formaríamos una pareja no tradicional que es, según mi entender y desde un día atrás, nuestro caso. Como verás, los mensajes nos llegan de alguna parte, nuestra responsabilidad es encontrar lo que nos quieren decir, —¿Sabes? Me estás haciendo creer en los estudios esotéricos. Es más, si es como tú dices, pueden ser de mucha utilidad para conocer situaciones que no pueden saberse de otra manera. —Sin embargo, lamento decirte que no tengo el conocimiento suficiente de ellos como para saber por qué estamos teniendo todas estas extrañas manifestaciones. Pero, a pesar de eso, estoy segura que al final siempre sabremos por qué nos está ocurriendo todo esto. —Bien, de acuerdo, pero qué te parece si le damos una pequeña ayuda al destino. —¿De qué hablas?

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—De que entremos en la Mansión Abandonada. Por alguna razón estoy segura de que allí encontraremos la respuesta a nuestros interrogantes. —Pero, ¿cómo vamos a hacer para entrar? —No lo sé. Pero creo que debemos hacer el intento. —Estoy de acuerdo contigo. ¡Hagámoslo! Nuevamente, por uno de los caprichos de la naturaleza, al día siguiente el pueblo amaneció cubierto por una espesa calina, y una llovizna persistente y monótona invitaba a quedarse reposando en la casa. Las chicas se despertaron y unánimemente, al darse cuenta de las condiciones climáticas, decidieron quedarse en la cama, se abrazaron y continuaron durmiendo. Ya habría otro día para explorar aquella mansión siniestra. ***

La tarde comenzaba a declinar, y una bruma, aunque no muy densa, impedía ver el campo con claridad. Los soldados, parapetados detrás de unas trincheras improvisadas, se encontraban bastante nerviosos. Hacía pocos momentos que, sin previo aviso, habían recibido una fuerte andanada de disparos. Luego todo había quedado en silencio. Los caballos de los oficiales, aun cuando estaban resguardados, también estaban inquietos. Un suboficial, con mucha precaución, se esforzaba, entornando los ojos, para ver lo más lejos posible. 39

—¡Comandante D’Arcis —gritó de pronto—, alguien se acerca entre la niebla! El comandante, nervioso como estaba, gritó inmediatamente la orden: —¡Fuego rasante! Los soldados descargaron los mortíferos proyectiles de sus rifles sin saber exactamente a que o a quien disparaban. Por un momento hubo confusión, luego todo volvió a la calma tensa. Algunos soldados aguzaron sus oídos tratando de escuchar algo, pero no se escuchó ni un grito, ni un quejido. De improviso, una fría llovizna trajo consigo una sensación aciaga que quedó flotando en el ambiente. *** —No…, no es posible…no es posible —repetía agitada Aracely todavía dormida. Vanessa, que ya estaba despierta, con mucho cuidado procedió a tranquilizarla colocando con cuidado su mano en el hombro de su compañera. —Calma, calma… no pasa nada, es sólo un sueño… Aracely abrió, entonces, despacio los ojos, y se encontró con el rostro de Vanessa, extendió los brazos rodeó con ellos el cuello de su compañera y la atrajo hacia sí para abrazarla. —He tenido un extraño sueño —le comentó. —¿Sí? —Sí, era un sueño en el cual unos soldados, quizás de un par de siglos atrás, estaban atrincherados en algún 40

lugar, y de pronto un oficial daba la orden de disparar, pero no sé nada más pues en eso me despertaste, hubo algo que no recuerdo, que me afectó mucho, que era muy doloroso y que ocurrió en el momento preciso en el cual me despertaba. —Bueno, ya pasó, quédate tranquila. —¿Sigue lloviznando todavía? —Sí, el clima no ha mejorado. —En el sueño que acabo de tener, al final, una llovizna que acentuaba la tristeza del momento comenzaba a caer. —Vamos, tranquilízate, era sólo un sueño. —Tal vez. El ambiente lluvioso que afectaba al pueblo permaneció hasta el día siguiente, frustrando los planes de las chicas para ir a explorar la posibilidad de entrar a la misteriosa casa deshabitada. El tercer día el sol despuntó radiante por entre las montañas que daban al oriente. Aracely se levantó, y se fue caminando descalza sobre la alfombra hasta la ventana, donde pudo percatarse, con cierta alegría, que aquel sería un día esplendoroso. Luego regresó a la cama donde todavía dormía Vanessa, la rodeó, acercó su rostro al de su compañera y le dio un fugaz beso en los labios, ésta esbozó una sonrisa que denotaba placidez, y luego abrió haraganamente los ojos, y estiró los brazos desperezándose. Eran las ocho de la mañana. 41

Poco después de que el reloj de la torre indicara con sus campanadas que ya eran las nueva de la mañana, Vanessa y Aracely salían de la casa dispuestas, no ya a investigar cómo podrían hacer para entrar, sino decididas a ingresar en la mansión de la cual, por quién sabe cuántos años, nadie había osado perturbar la solemnidad de su silencio. Faltaba un par de horas para el mediodía cuando las dos chicas se plantaron frente al portón principal de la mansión. Una brisa fresca agitaba las ramas de los árboles y arbustos que circundaban los alrededores. El ambiente era más bien tranquilo. Vanessa llevaba a su espalda una mochila con algunos trebejos que habían considerado pudieran serles útiles en su misión. —¿Sientes temor? —Un poco —respondió Aracely—, pero igual quiero entrar, tengo curiosidad por saber qué es lo que vamos a encontrar allí adentro. —Bien, ven, rodeemos el murete que circunda la casa para ver si hay algún lugar por donde podamos colarnos. —De acuerdo. Las chicas comenzaron a caminar por entre zarzales y maleza que había crecido a casi todo el rededor. En la parte de atrás encontraron un tramo en la cual las barras de la verja habían quedado algo separadas por el desmoronamiento del bajo tapial que la sostenía. —Creo que por aquí podemos entrar —dijo Aracely. 42

—Me parece que tienes razón. ¡Hagámoslo! Y sin pensarlo mucho, treparon al murete, lanzaron la mochila al otro lado, y con un poco de dificultad se escurrieron entre los barrotes de la verja, para dejarse caer en lo que, alguna vez, había sido el jardín trasero del caserón. Ahora enfrentaban otra dificultad: ¿Cómo acceder al interior? Rodearon la casa buscando una ventana por la que pudieran colarse. Después de dos rondas se sintieron un poco desilusionadas, parecía que no había forma de colarse sin dañar la propiedad. Subieron por la escalinata del frente que llevaba a la entrada, y cuando estuvieron en el vestíbulo externo, Vanessa colocó la mochila en el piso, la abrió y sacó de ella un destornillador grande, con la intención de romper el cristal de una de las ventanas que se encontraban a los lados de la puerta de entrada, tal como había visto hacerlo en algunas películas. Pero entonces, quizás por simple curiosidad, Aracely se dirigió hasta la puerta, accionó el picaporte y, para sorpresa de las chicas, la puerta cedió con cierto crujido en los goznes. Tenían franqueada la entrada. Empujaron la puerta para que se abriera completamente, y se quedaron en el umbral dirigiendo la vista hacia adentro, la iluminación era escasa. Había un vestíbulo bastante grande, en el fondo, frente a ellas, se encontraba una escalinata bastante decorada que llevaba hasta la segunda planta. A ambos lados del vestíbulo había varias salas, algunas de las cuales tenía las puertas entreabiertas. 43

Por fin se decidieron a entrar no sin antes haber sacado un par de linternas de la mochila, cerraron la puerta de entrada y se dirigieron hacia la derecha del vestíbulo. —Esa es la biblioteca —dijo de pronto Vanessa, señalando una de las habitaciones que tenía acceso desde el vestíbulo. Aracely la miro un tanto sorprendida. Vanessa se adelantó y empujó la puerta, la cual para sorpresa de ambas cedió sin ningún esfuerzo. Dentro había unos muebles: unas sillas y una mesita redonda. En un extremo se encontraba también una mesa, bastante decorada, que sin duda hacía las veces de escritorio, Sobre él, al lado de un depósito de tinta, cuyo contenido se había secado con el paso del tiempo, se hallaba una pluma, quizás de ganso, extrañamente bastante bien conservada. Con excepción de una leve capa de polvo que cubría casi todo; los muebles y los libros estaban dispuestos como si sus moradores se hubiesen ido nada más por un tiempo, esperando regresar muy pronto. Con las lámparas alumbraron los lomos de algunos libros ubicados en los estantes: había unos cuyos títulos estaban en francés, otros en latín y también en castellano. En uno de los lomos se alcanzaba a leer: La Chanson de Roland ; en otro: El Cantar del Mío Cid. Un poco escondido se encontraba: Las Tragedias Griegas. Nada en aquel recinto parecía estar fuera de lugar, más bien todo hacía pensar que, en cualquier momento 44

aparecerían los moradores actividades cotidianas.

desarrollando

sus

Salieron de la biblioteca dejando la puerta abierta. —Vamos a la siguiente sala, es el Salón de los Espejos —afirmó Vanessa. —¿El salón de qué? —preguntó Aracely nuevamente extrañada. —El Salón de los Espejos, el salón de los bailes — reafirmó Vanessa. —Me asustas. ¿Cómo es qué sabes todo eso? Vanessa se quedó estática, como tomando consciencia de lo que había dicho. —No lo sé, Aracely. Simplemente sé que así es. Sin saber que pensar, Aracely siguió a su compañera hasta la sala que ella había reconocido como el salón de los bailes. Vanessa se dirigió sin un atisbo de vacilación a una de las entradas del salón y, con desenfado empujó la puerta, la cual cedió sin ningún problema. Vanessa se quedó en el umbral, y colocándose de perfil, hizo un gesto con su mano izquierda, al mismo tiempo que inclinaba grácilmente su cabeza para invitar a Aracely a entrar. —Entra por favor, al Salón de los Espejos. Aracely se quedó casi sin habla; a pesar de que aquel recinto estaba un poco sucio por la pátina de polvo depositada a lo largo de los años, y apenas iluminado 45

por la poca luz externa que se colaba por las ventanas, podía aún apreciarse su magnificencia: grandes espejos y pinturas al óleo en las paredes; y del cielo falso colgaban dos fastuosas arañas de cristal. —Le llamaron así —dijo Vanessa—, a imitación de la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. —No me asustes, por favor —suplicó Aracely. —Perdona, no es mi intención hacerlo, pero te aseguro que no entiendo cómo es que de pronto sé todo esto. Pero no te quedes en el umbral, ven entra. La chica entró al salón, y se quedó como embelesada admirando los lujosos cortinajes ahora deslucidos por el tiempo, y las elaboradas molduras, alguna vez doradas, que coronaban la estancia. Cuando se encontraba casi en el centro del salón, Vanessa se acercó a Aracely, se colocó frente a ella, e inclinando delicadamente la cabeza, a manera de broma, comenzó diciéndole: —Señorita, ¿me concedería usted el honor de bailar conmigo esta melodía? Aracely, entonces, hizo el ademán de cerrar un imaginario abanico, y luego de recoger con sus manos los volantes de una inexistente falda para, después, flexionando sus piernas, hacer una grácil reverencia, a fin de poder comenzar a danzar con su pareja. Las chicas empezaron a bailar tomadas de la cintura, al compás de los acordes de una sinfonía audible 46

únicamente para ellas, danzaron magistralmente dando grandes rodeos como siguiendo los compases de un vals. De pronto, quizás únicamente en las mentes de ambas, y no en la realidad: las arañas de cristal encendieron cada una de sus bujías, las molduras recuperaron el color oro, el piso rescató su brillo y los espejos devolvieron fielmente las imágenes que captaban; todo el salón reconquistó el magnífico esplendor de tiempos ya idos. Las chicas continuaron danzando, deslizándose exquisitamente por el salón, parecía que sus mentes estaban en otra dimensión, en una dimensión en donde únicamente existían ellas, inmersas en un universo de felicidad. Los espejos del salón reflejaban sus imágenes, pero éstas mostraban a dos chicas con peinados, joyas y largos y elegantes vestidos de una pretérita época aristocrática. Después de un tiempo la inaudible sinfonía cesó, las chicas se tomaron de las manos, acercaron sus rostros y se besaron en los labios; luego, como en un cuento de hadas, después de la fastuosa celebración, las danzantes de los espejos volvieron a ser ellas mismas. La magia del Salón de los Espejos había concluido. Todo quedó nuevamente en silencio. —Ven, vamos a la segunda planta —dijo Vanessa tomando de la mano a su compañera— creo que allí hay algo que nos espera. —Qué cosa. —No lo sé, créeme.

47

Subieron con cuidado por la decorada escalinata, cuyos escalones de madera crujían a su paso, como protestando de que alguien volviera a posarse sobre ellos. —Ven, sígueme. Creo que debemos entrar en esta recámara. Sin dar tiempo a nada, Vanessa se encaminó hasta una puerta que se encontraba a su derecha, hizo presión con su mano pero no se abrió, tuvo que empujar con las dos manos para que la puerta cediera y pudieran entrar. La recámara estaba a oscuras, de manera que Aracely tuvo que sacar de la mochila una linterna y encenderla. Ayudada por esta luz, Vanessa caminó hasta la ventana que daba al exterior y descorrió las cortinas, no sin provocar que una nube de polvo quedara flotando en el ambiente. En aquella habitación había una cama con dosel totalmente arreglada. Una cómoda, un ropero, y un secreter. Sobre éste último estaba un libro. Las chicas dirigían sus curiosas miradas hacia todos lados, como queriendo arrancarle los secretos más escondidos a la recámara. Luego se acercaron al secreter y leyeron el título del libro: Poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. Colocado entre las páginas del libro se encontraba, aparentemente como señalador, una hojita de papel. Vanessa abrió la obra con mucho cuidado en el sitio en donde estaba la pieza de papel, la cual contenía algo escrito a mano con una caligrafía muy cuidada. La sacó de donde se encontraba y ambas, con la ayuda de la luz de la linterna leyeron: 48

De la beldad de Laura enamorados los cielos, me la robaron a su altura, porque no era decente a su luz pura ilustrar estos valles desdichados. Un día después de la tragedia —Quien sea que haya escrito estos versos, que a todas luces son de Sor Juana Inés, es porque para esa persona tenían un gran significado, pues sin duda alguna, también se encuentran en el libro —comentó Aracely. —Sí, tienes razón. Busquemos ese poema en el libro — dijo instintivamente Vanessa. Con gran delicadeza, para no estropear las páginas de aquel pequeño y antiguo volumen, Vanessa las fue pasando una a una hasta que por fin encontraron lo que buscaban. Casi a la mitad del libro pudieron leer:

De la beldad de Laura enamorados los cielos, la robaron a su altura, porque no era decente a su luz pura ilustrar estos valles desdichados.

—¡Mira! —dijo emocionada Aracely señalando uno de los versos del párrafo escrito a mano—, en la segunda línea, hay una diferencia, dice: me la robaron… 49

—Sí, ya veo. Por qué le habrán agregado ese pronombre en primera persona. Y, más importante todavía, por qué la copia a mano tendrá escrita al final esa frase referente a una tragedia. —No tengo idea. Continuemos buscando, quizás encontremos en esta misma habitación la razón de ese agregado. Abrieron las gavetas laterales del secreter pero no encontraron nada que les pareciera importante. Entonces Vanessa abrió el cajón central. No tuvieron que hurgar mucho, frente a ellas apareció un libro empastado en cuero, deslucido y deteriorado, tiempo atrás de color rojo, en cuyo frente podía leerse: Diario de Lucía. Vanessa tomó aquel documento entre sus manos y levantó primero la pasta pero, al hacer esto, una hoja de papel, doblada, se deslizó y cayó en el piso. Aracely se agachó a recogerla y, con mucha cautela, tratando de evitar que el papel se resquebrajara, la desdobló para poder leer su contenido. Vanessa también se acercó para enterarse de qué se trataba lo escrito en aquella nota. —Es otro poema de Juana Inés de la Cruz, léelo:

Lucía: 50

Más ¿Cuándo, ¡ay gloria mía!, Mereceré gozar de tu luz serena? ¿Cuándo llegará el día que pongas dulce fin a tanta pena? ¿Cuándo veré tus ojos dulce encanto, y de los míos quitarás el llanto?

Laura D’Arcis

—¿Te das cuenta Vanessa? —Sé lo que estás pensando… yo creo lo mismo. —Sí. Está claro, estas chicas tenían una relación tal vez platónica, pues no podían desvelar sus sentimientos ante la gente, y utilizaban frases de los poemas de Juana Inés para expresárselos, de manera que si esos escritos caían en manos extrañas, podían alegar que era nada más un inocente intercambio de poemas entre chicas. —Pero hay algo más —continuó Vanessa—, creo que esto no puede ser simple coincidencia. —Qué cosa. —¿Acaso no recuerdas que tú y yo nos conocimos leyendo los poemas de Sor Juana…? —¡Es cierto!, no puede ser una simple coincidencia — acentuó Aracely. —Es más, entre los libros que traemos están los poemas de ella, porque nos gusta leerlos con cierta 51

frecuencia. ¿Será posible que entre esas chicas y nosotras exista alguna relación? Esa pregunta quedaría respondida momentos después. —Oye, ¡cómo no me había dado cuenta! —dijo de pronto agitada Aracely. —De qué. —D’Arcis, el apellido D’arcis… —¿Qué ocurre con ese apellido? —preguntó intrigada Vanessa. —Creo que no te lo había dicho, o más bien no lo recordaba pero, en el sueño que tuve, era un comandante D’Arcis el que da la orden de abrir fuego. —¿Contra quién? —En el sueño no supe contra quién. Pero aquí hay una chica con el mismo apellido. ¿No crees que exista una relación? —No lo sé. Pero así como hemos encontrado estos documentos, es probable que encontremos más información. Veamos qué dice el diario. En la primera página estaba escrito, a manera de introducción, lo siguiente: Comienzo este diario el día de mi cumpleaños: 23 de Febrero de 1800, a mis 15 años. Tal vez no escriba aquí todos los días, pero si escribiré los sucesos que considere más importantes en mi vida. Lucía. 52

No había apellido, sólo un nombre. Las chicas comenzaron a pasar las páginas, pero no había muchas anotaciones entre el año en que Lucía había comenzado a llevar su diario y 1804. Y la mayoría de anotaciones, para Vanessa y Aracely, no guardaban trascendencia alguna. Pero en una fecha de Enero de ese año, Lucía menciona que ha conocido a la hija de los dueños de la hacienda vecina: Terra Nostra. Y la describía como una chica muy bonita y agradable; de buenos modales y cariñosa, cuyo nombre era Laura. En las siguientes entradas casi siempre aparecía el nombre de Laura asociado a esas cualidades que parecían haber impactado grandemente a Lucía. Llegaba a hablar de que se llevan muy bien, pero que tenían el inconveniente de que en muy pocas ocasiones podían estar a solas. En una entrada mencionaba que ella y Laura habían encontrado la forma de comunicarse utilizando un libro de poemas, sin mencionar a qué obra hacía referencia. En enero de 1805 aparecía escrito: que la casa del casco de la hacienda Terra Nostra, se había convertido en cuartel improvisado de las fuerzas rebeldes al gobierno de la corona, al mando del capitán Leandro D´Arcis. 30 de Enero de 1805 Desde que la casa de la hacienda vecina se ha convertido en una plaza insurgente, vivo en constante angustia, me preocupa mucho que pueda pasarle algo a Laura. Le he suplicado que se venga a vivir aquí, ya que 53

mi padre ha optado por una posición neutral en esta guerra, pero me dice que no puede, que no quiere dejar a su familia. Algunos días en los que viene a quedarse conmigo, quisiera poder irme con ella lejos de este lugar, a algún sitio en donde no hubiese guerras. Me da mucho temor cuando por las tardes recorre los dos kilómetros de regreso a su casa, o cuando, a veces, en las mañanas recorre esa misma distancia para venir hasta aquí. Pasan bastantes días sin haber entradas en el diario, hasta que aparece la fecha del 23 de marzo con una terrible lamentación que arranca del corazón dolido de Lucía. De nada sirven ya las lamentaciones ni el llanto, no he de volver a ver a Laura nunca más. Malhaya esa bala que le arrebató la vida y que la desterró de mi lado para siempre. ¡Cómo puede uno saber lo que el brutal destino tiene preparado para cada quien! Por qué, me pregunto, arrebató de mi lado el objeto de mi felicidad. Y porqué el destino le dio el poder a su mismo hermano para que, sin saberlo, acabara con su joven vida. Laura expiró en mi regazo, la bala asesina entró en el pecho atravesando su corazón y abandonó su cuerpo por la espalda. Mis manos y mi ropa quedaron impregnadas con su sangre. Ah, destino cruel y absurdo. El día en que decidí acompañarla de regreso a su casa, fue el día de la tragedia, como si hubiese estado planeado que muriera en mis brazos. Por qué, me pregunto, el destino 54

no preparó dos balas, una para mí también, para poder acompañarla en ese viaje eterno al infinito. Me siento desolada, pues una parte de mí se ha ido para siempre. Laura, donde quiera que estés ahora, perdóname, pues voy a dejar incumplida la promesa que te hice tiempo atrás, de que un día íbamos a danzar felices, tu y yo solas, en el Salón de los Espejos; pero nadie es dueño de su destino ni de su misma felicidad. Conjuro al cielo ahora, para que me revele en qué consiste eso de que el amor nunca muere. Cuando Vanessa cerró el diario, la luz de la linterna con la que se habían estado ayudando para la lectura comenzaba a debilitarse, ambas chicas se encontraban ahora sentadas en el polvoriento suelo de aquella habitación que, seguramente había sido la recámara de Lucía. Se miraron una a la otra en silencio, hasta que Aracely habló: —Creo que todas nuestras preguntas han quedado respondidas. Ahora, sabemos muy bien cuál es la respuesta a los extraños sucesos que hemos estado viviendo. —Y también yo he comprobado que realmente el amor nunca muere. Somos nosotras una prueba viviente de ello. —Además, ahora sé cuál es el origen de la mancha que se encuentra entre mis senos, y la de mi espalda. —Pero, me pregunto, por qué esta casa quedó abandonada. —No sé, tal vez el diario diga algo. 55

Aracely tomó el diario de Lucía nuevamente, lo abrió y buscó una última entrada y, en efecto, había una breve nota que cerraba el diario. 16 de Septiembre de 1805 Esta será la última vez que escribo en este diario, mañana partimos. Mi padre dice que volveremos en unos años. Yo no quiero regresar nunca más; a menos que, si es cierto que uno vuelve nuevamente a este mundo, yo lo hiciera con mi amada. Dejo este diario aquí, en esta casa, junto con mis recuerdos. Lucía

—No, creo que por ahora no sabremos la razón del abandono de esta casa —comentó Vanessa. —¿Nos llevamos este diario? —preguntó Aracely. —No. Mejor dejemos que el pasado se quede en el pasado. Estaba atardeciendo, y el interior de la mansión estaba ya casi en penumbras, la luz exterior apenas sí lograba colarse por el cristal de las polvorientas ventanas. Las chicas sacaron de la mochila la otra linterna que habían llevado, volvieron a colocar el diario donde lo habían encontrado, salieron de la habitación y se encaminaron a la puerta de entrada; la abrieron y salieron al exterior, cerrándola detrás de ellas. Vanessa, por curiosidad, 56

volvió a accionar el picaporte como intentando entrar nuevamente, pero este no cedió. Aracely hizo un nuevo intento, pero la puerta permaneció cerrada. Se desentendieron, entonces, de la situación, y se encaminaron a la escalinata, descendieron por ella hasta lo que había sido el parterre, se escabulleron por entre los barrotes en el sitio por el que habían entrado y, un par de minutos después, caminaban por la calle con revestimiento de piedrín de regreso a la casa de los padres de Vanessa. La luz del sol ya expiraba en el oeste. Mientras caminaban, las chicas se tomaron de la mano, eran nuevamente Laura y Lucia reanudando aquel amor que había sido violentamente interrumpido dos siglos atrás.

Epilogo Unas semanas después apareció la noticia en los periódicos de la ciudad, de que una antigua residencia, ubicada en un pueblo llamado El Pinar, conocida como la Mansión Abandonada, por los lugareños, había sido consumida por un voraz incendio. Únicamente, un par de alumnas universitarias, comprendieron que aquella casa ya había cumplido la misión que le había sido encargada a través del tiempo.

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La Princesa del Bosque

Cómo se debería comenzar este relato, tal vez debería hacerse escribiendo: Erase una vez…, o quizás: Hubo

una vez… o a lo mejor: Una vez, no hace mucho tiempo…Una chica, de ojos verdes, tez clara y cabello negro; que vivía

en una

ciudad como cualquier otra de este siglo, salía todas las mañanas, antes de ir a su trabajo, a practicar un poco de carrera para mantener siempre su cuerpo activo. Sentía que aquel ejercicio la animaba por completo; pero, además, le ayudaba a mantener su atractiva figura. El fin de semana se levantaba más temprano, y se iba hasta un bosque relativamente cercano a su casa, siempre a practicar el mismo ejercicio, pero le agradaba en sobremanera hacerlo en contacto con la naturaleza. La vida de Estibaliz, que era como se llamaba la chica, fluía bastante tranquila. No era alguien que

se

buscase

complicaciones. 59

Para

muchos,

probablemente, la existencia de aquella chica era bastante monótona: Los días de la semana, además del ejercicio que practicaba, y de ir a su trabajo; por las tardes, cuando llegaba a la casa, se sentaba a leer algún libro. Tenía un par de aficiones: el tema de las hadas, y la pintura. Le gustaba pintar con acuarelas, lo hacía desde que estaba pequeña en la casa de sus padres. Y, como era de esperar después de tantos años de práctica, lo hacía muy bien, a pesar de que nunca había tenido un instructor para dicho arte. Últimamente había comenzado a escribir historias sobre hadas que ella misma inventaba, y luego, para ilustrarlas, dibujaba y pintaba algunas imágenes relativas a las historias que escribía, para hacerlas más vistosas y atractivas. Todas esas cosas hacían que Estibaliz se sintiera a gusto con su vida. A diferencia de otras chicas, no consideraba que hubiese mucho deleite en trasnochar en fiestas ni en ningún otro tipo de celebraciones. Disfrutaba su privacidad. Un sábado, muy temprano por la mañana, mientras se encontraba corriendo por el bosque, a 60

través de senderos escasamente delineados, escuchó un canto, alguien vocalizaba una triste pero melodiosa canción. Detuvo entonces su ejercicio, tratando de ubicar de dónde provenían esas notas. Aparentemente se originaban en una parte bastante cerrada de aquel bosque, a la cual no parecía haber un fácil acceso. Se acercó al borde del sendero, donde comenzaba la arboleda aparentemente impenetrable, tratando de ver quién interpretaba aquellos tristes acordes, se aventuró a ir un poco más allá, internándose unos metros por el sotobosque, entre arbustos y matorrales que dificultaban el ingreso a aquella parte desconocida y oculta del bosque. Quiso adentrarse un poco más, pero luego recapacitó que tal cosa sería un poco complicada de realizar, de manera que desistió de su cometido. Entre tanto, las notas de la melodía continuaban impregnando el ambiente. A pesar de su curiosidad, trató de restarle importancia al asunto y continuó practicando su ejercicio. El día siguiente, domingo, siempre temprano por la mañana, fue nuevamente al bosque para correr, 61

pero aun cuando puso mucha atención mientras hacía su práctica, no logró, en ningún momento, escuchar la triste tonadilla del día anterior por ningún lado. Seguramente, quienquiera que fuese que cantaba aquella canción, no había llegado esta vez al bosque. Por la tarde, en su estudio, que también hacía las veces de atelier, sacó los pinceles, las acuarelas, y una hoja de papel especial para acuarela que colocó en un caballete de mesa, y comenzó a pintar. Mas, sin saber cómo, como si alguien le llevase la mano, empezó a esbozar lo que parecía ser un sendero dentro de un bosque, el cual permanecía sombreado por las ramas de los árboles que crecían a la vera del sendero, y que juntándose en lo alto formaban una especie de túnel . El cielo que se alcanzaba a ver en el cuadro lucía gris, igual que en un nostálgico día de lluvia. Por un momento, Estibaliz dejó a un lado el pincel y la paleta, y se quedó observando detenidamente el cuadro. En realidad no tenía la menor idea de cómo era que había elaborado tal imagen. Ni tan siquiera sabía dónde podría 62

estar ubicado el sitio en el que se encontraba localizada aquella vista, si es que realmente existía ese paraje. Era un paisaje oscuro, neblinoso… triste.

La chica quitó

aquel mustio cuadro de encima del caballete y lo dejó sobre una mesa. Tal vez algún día supiese de dónde le había venido la inspiración para lograr aquella escena que emanaba cierta melancolía. Durante la semana, mientras estaba en el trabajo, y también en varias ocasiones en su casa, las tristes notas que había escuchado en el bosque volvían a la mente de Estibaliz. Y una cierta curiosidad por averiguar quién las interpretaba la volvía a invadir. Pero no tenía ni idea de cómo averiguar aquello, si no volvía a escuchar en el bosque la triste tonadilla. El siguiente sábado se levantó temprano, como si fuera a hacer ejercicio. Pero en lugar del chándal para practicar deporte, se vistió con ropa casual: unos vaqueros un poco gastados, una blusa tipo polo, y unos botines para ir al campo.

Igual que en los sábados 63

anteriores, se fue al bosque donde practicaba su ejercicio. Pero esta vez no iba a correr por las trochas de aquel lugar, sino a caminar sin prisas. Esperaba volver a escuchar la triste canción que había despertado su curiosidad, y averiguar quién la cantaba. De hecho, estaba segura de que de todo eso podría sacar un buen tema para escribir una de sus historias de hadas. Cuando llegó al bosque, comenzó a caminar por los senderos que usualmente recorría, la diferencia era que ahora lo hacía despacio, aguzando el oído para que no se le fuera a escapar el más leve sonido que le sugiriera la presencia de la persona de la triste canción. El cielo estaba un poco gris, y Estibaliz empezó a creer que, fuera quien fuese, no llegaría, debido a que el cielo parecía estar anunciando lluvia. La chica continuó andando a pesar de todo. Cuando llegó a un recodo del camino comenzó a identificar en el ambiente, traídas por la brisa, las notas que estaba esperando escuchar. Se detuvo, puso más atención y, sí, allí en algún lugar estaba una chica cantando la nostálgica canción. Buscó 64

con la vista un lugar por donde colarse por el sotobosque, donde la vegetación le permitiese entrar en aquella zona vedada del bosque. Encontró, después de esmerarse buscando, una zona donde ella calculó que podía entrar para realizar su búsqueda. No le fue fácil avanzar, la maleza, los arbustos y algunas ramas secas que habían caído de los árboles le dificultaban el avance, pero poco a poco se fue acercando al sitio de donde ella calculaba que salía la voz. Cuando estuvo cerca comenzó a avanzar con mayor sigilo, no quería asustar a quien quiera que fuese que se encontrase en aquel lugar. Pero de pronto las notas dejaron de producirse, y Estibaliz se sintió desubicada por un breve instante. Se paró para ver si escuchaba el menor indicio de movimiento pero, nada, no pudo escuchar el más leve movimiento. Sin embargo, continuó su camino, guiada únicamente por el recuerdo de donde lo había escuchado por último. El canto no volvió a producirse, todo se había quedado en silencio. La chica continuó abriéndose paso en aquel sitio, andando con cierta 65

dificultad. Cuando llegó al lugar desde el cual ella había determinado

que

alguien

cantaba,

se

encontró,

precisamente, con una bóveda formada por las ramas de los árboles que se juntaban en el medio, dentro de aquel túnel arbóreo no había maleza, parecía como si alguien se hubiese encargado de retirarla para dejar libre el paso. Estibaliz penetró en aquella formación que no era muy extensa. Caminó dentro de ella y, al final, encontró un rústico columpio que todavía oscilaba levemente,

como

si

alguien

acabase

de

estar

meciéndose él. La chica se quedó allí de pie dirigiendo la vista de manera panorámica a todo el rededor, tratando de localizar a alguien que pudiese estar en las inmediaciones. Sin embargo, no vio a nadie cerca, o al menos eso le pareció a ella. A un lado de donde se encontraba el columpio, le llamó también la atención una pequeña porción de terreno sobre la cual alguien había cultivado unas rosas rojas. Todo aquello denotaba que había un jardinero que llegaba a aquel lugar con cierta asiduidad pero que, en ese momento, a juzgar por las 66

apariencias, lo había abandonado al darse cuenta que ella llegaba. Después de aquella breve inspección volvió sobre sus pasos hasta el lugar por el que había llegado, se volvió para echar un vistazo del conjunto y entonces se dio cuenta: aquel era el lugar que había dibujado y pintado con sus acuarelas. Hasta el cielo era gris en aquel momento, igual que en la pintura. La chica se quedó viendo sumamente intrigada aquel extraño lugar, luego se dio la vuelta, y un poco confusa comenzó a abrirse paso por entre el sotobosque para regresar a la parte conocida del bosque, a donde ella solía ir a correr. Desde una parte tupida del bosque con bastantes arbustos y matorrales, a un lado de la formación abovedada formada por las ramas de los árboles, unos ojos habían observado todos los movimientos de Estibaliz hasta que se fue alejando de aquel sitio. Cuando Estibaliz llegó a su casa, se fue al estudio, tomó el cuadro que había pintado, y lo comparó mentalmente con lo que había visto en el bosque, y salvo por algunos 67

detalles menores, el parecido era asombroso. No tenía la menor idea de cómo lo había plasmado en aquel papel sin haberlo visto nunca anteriormente. Pero había algo más que no estaba resuelto: quién era la persona del bosque que se mecía en aquel rústico columpio y que, además, plantaba rosas. Para la chica el misterio se había hecho mayor. *** Por la noche, en un lugar fuera de esta dimensión, en una habitación de un castillo abandonado y lúgubre, a la luz de unas velas, alguien había colocado sobre una tosca mesa de madera, un copón de cristal transparente de forma esférica con agua hasta la mitad. La persona que se encontraba allí efectuando aquella extraña liturgia, recitó unas palabras inentendibles, y luego vertió un chorrito de aceite sobre el agua. El aceite pareció sumergirse, pero luego salió a flote dibujando una especie de arpa en la superficie. Se había hecho una consulta al Universo por medio de la hidromancia. 68

Luego, el oficiante puso a calentar el copón hasta que el agua se evaporó y el aceite también desapareció. *** Pasaron las semanas, y Estibaliz continuaba llegando los fines de semana a correr o a caminar por las sendas conocidas del bosque; sin embargo, no había vuelto a escuchar la canción triste ni había hecho el intento de volver a internarse en la parte desconocida del bosque. No era que se hubiese olvidado de aquel misterioso asunto, pero había decidido dejarlo estar por un tiempo. Un sábado, varias semanas después, cuando pasaba corriendo por el sitio por el cual ella se había internado en la parte desconocida del bosque, sintió curiosidad de saber si el sendero del túnel seguía todavía allí donde ella lo había encontrado. Y sin pensarlo mucho dejó la vereda por la cual transitaba y se fue en busca del oculto sendero. Procuró no hacer ruido mientras caminaba, antes de dar un paso se fijaba si en el piso no había ramas o palos secos, que al ser presionados con 69

los pies al caminar, pudieran producir algún ruido y alertar a cualquiera que estuviese en los alrededores. Y así, con mucho cuidado, fue avanzando. Cuando estaba ya

cerca

del

lugar,

extremó

todavía

más

las

precauciones. Así, con gran sigilo, llegó hasta lo que ella consideraba la entrada del túnel arbolado, y se llevó una gran sorpresa. En el otro extremo de la bóveda, sentada de espaldas a ella, estaba una chica balanceándose en el rústico columpio. Al parecer, la chica no se había percatado de que alguien la observaba desde el otro extremo. Estibaliz la vio con bastante curiosidad, llevaba un vestido anacrónico pero bastante elegante. El cabello, rubio cenizo, era más bien liso con algunas ligeras ondulaciones, y estaba recogido atrás en una coleta. Estibaliz comenzó a caminar hasta donde ella se encontraba meciéndose en el columpio. Cuando estuvo a la par de la chica le habló: —Hola —dijo Estibaliz.

70

La chica tuvo un sobresalto, e inmediatamente volvió la cara para ver quien le hablaba, Estibaliz le había dado un buen susto. —Quién eres —dijo la chica rubia, molesta e ignorando el saludo que le había hecho la recién llegada. —Mi nombre es Estibaliz. —Qué haces aquí… Rápidamente Estibaliz había hecho una evaluación del rostro de la chica: delicada exquisitez, ojos claros y bonita nariz respingada; labios levemente carnosos y tez pálida. —Estaba haciendo un poco de ejercicio matutino y, de pronto, me dieron ganas de saber qué cosas había por aquí. —¡Mientes! —le dijo acusadoramente la chica del columpio. —Por qué dices eso. 71

—Porque tú estuviste curioseando en este sitio unas semanas atrás. Estibaliz se sintió descubierta y prefirió decir la verdad. —Bien, ocurre que en ocasiones anteriores, cuando he venido a la parte conocida del bosque, he escuchado a alguien cantar, y sentí curiosidad por saber quién era la persona que entonaba esa canción tan triste. ¿Eras acaso tú la que cantaba? La otra chica no respondió inmediatamente. Luego bajó del columpio sosteniéndose de las cuerdas de las cuales pendía, momento que Estibaliz aprovechó para hacer una rápida evaluación de sus pies, calzados con sandalias de un diseño que parecía fuera de tiempo, se mantenían gráciles y pulcros. Aquella chica debía de ser alguien que se preocupaba por su apariencia. ¿Pero qué estaría haciendo esa chica tan linda escondida en aquel bosque?, se preguntó.

72

—Sí, yo soy la que canta esas tristes tonadas. Pero, ¿por qué te interesaba saber quién lo hacía? —No sé, quizás porque me pareció que esa persona necesitaba alguna ayuda, aunque sólo fuese ser escuchada por alguien. La chica del columpio se le quedó viendo con cierto interés, como si hubiese detectado en ella cierta sinceridad. —Cómo te llamas —preguntó con curiosidad la visitante. La chica no respondió inmediatamente, pero al final dijo: —Astrid. ¿Vas a volver aquí otra vez? —preguntó intrigada. —No lo sé, ¿quisieras tú que volviera? —¿Conversarías conmigo? —Sí, si tú quieres que lo haga. —¿Podrías mantener en secreto mi existencia? 73

—Claro que sí, no veo por qué no pueda hacerlo. —¿Vendrías el próximo sábado para quedarte conmigo un momento? —Sí, haré todo lo posible. Pero si me dices donde vives podría llegar a visitarte. —No puedes llegar a donde yo vivo, a menos que vayas conmigo —dijo Astrid enigmáticamente. Estibaliz no supo qué responder en aquel momento, luego tuvo una breve conversación con la extraña chica del bosque para después despedirse de ella, y asegurarle que haría lo que pudiera para visitarla el sábado siguiente.

La semana de trabajo pasó volando para Estibaliz, la curiosidad por saber cómo se iba a desarrollar la visita a su amiga del bosque la tuvo un poco ansiosa, pero al mismo tiempo un poco temerosa. Qué hacía esa chica 74

en el bosque; dónde vivía realmente; eran algunas de las preguntas que se hacía. El sábado siguiente por la mañana, una vez más, en lugar de vestir el chándal para practicar sus ejercicios en el bosque, se vistió con ropa casual y sus botines de campo. Y se fue en busca de su enigmática nueva amiga, Cuando la encontró, Astrid se mecía en el columpio, pero esta vez no estaba de espaldas a la entrada del túnel, sino de frente; de tal manera que pudo ver cuando Estibaliz hacía su aparición por el extremo opuesto. Estibaliz, al verla, pareció advertir que se dibujaba una sonrisa en sus labios. Ella, entonces, le correspondió también de la misma manera. Parecía que esta vez el encuentro iba a ser realmente cordial. Cuando Estibaliz llegó hasta donde se encontraba Astrid meciéndose en el columpio, esta le dijo: —Creí que no ibas a volver.

75

—Por qué. —Pensé que podías sentirte atemorizada. —Debería sentirme atemorizada por algo. —No, creo que no. —Entonces, si me permites, el columpio es bastante grande, voy a sentarme junto a ti para poder charlar así contigo — dijo Estibaliz mientras se acercaba a la bella del bosque. —¡No! —dijo asustada Astrid— no puedes sentarte conmigo. —Por qué —preguntó sobresaltada Estibaliz—. No te entiendo, qué es lo que pasa. De pronto Astrid rompió a llorar apoyando su frente contra una de las cuerdas que sostenían el columpio.

76

—Qué ocurre, ¿te sientes mal? —preguntó confundida Estibaliz al mismo tiempo que intentaba acercarse para consolarla. —No, por favor, no te acerques —dijo entre sollozos la chica sentada en el columpio. Estibaliz se sintió muy confundida. —Perdona, pero no puedo decirte nada más. Deseo tener una amiga, y desearía mucho que fueras tú. Pero… —le confesó sollozando. —¿Pero?... —No puedes acercarte, no puedes tocarme… nadie puede tocarme. —A ver…, no te entiendo. —Lo sé; y además has de creer que estoy loca. —¿Lo estás?

77

—No, claro que no. Pero si intentara explicarte por qué no puedes tocarme, estoy segura que no lo entenderías. Y seguramente concluirías que estoy desequilibrada. Pero no es así. Sin embargo, si tú quieres puedes irte. Me agradaría que te quedaras, más no puedo obligarte a hacerlo. —Me quedaré contigo un rato —decidió al fin Estibaliz. Al principio la charla entre las chicas fue un poco accidentada, no lograban aterrizar sobre un tema en que ambas pudieran converger. La chica del bosque, aunque dio muestras claras de estar muy cuerda, no parecía conocer muchas cosas de actualidad. De manera que al principio comenzaron hablando sobre cómo cultivar rosas, tema que para Estibaliz era un poco desconocido. Más tarde, Estibaliz, cuyo trabajo estaba relacionado con la informática trató de hacerle un bosquejo general de lo que era eso. Al final, y pesar de que, aparentemente,

sólo

se

quedarían

un

momento

charlando, terminaron quedándose toda la mañana. De 78

alguna manera estaban comenzando a entenderse, aunque en la conversación parecían estar ubicadas en épocas diferentes. Después de esta primera vez, Estibaliz continuó llegando regularmente todos los sábados a conversar con Astrid, la chica del bosque. En una de esas veces, Estibaliz le comunicó a su nueva y Enigmática amiga que, por razones de trabajo no podría llegar a visitarla. Pero la chica pensó que era porque ya no quería ir a visitarla. —Te resulta muy tedioso venir a charlar conmigo, ¿verdad? —No, en realidad me agrada venir a visitarte aun cuando eres bastante extraña. —Bueno —dijo la chica un poco triste—, si ya no regresas yo lo entenderé. —Voy a regresar, pues en realidad me siento bien estando contigo, a pesar de no saber prácticamente nada de ti. 79

—Bien, voy a estar aquí aguardándote. Y a lo mejor, cuando vuelvas puedo contarte mi historia. —¿De verdad? —Sí. Te la contaré cuando vuelvas. No sé si la vas a creer o no, pero te la contaré. De

una

manera

inteligente,

Astrid

había tocado

profundamente la curiosidad de su amiga. Cuando Estibaliz volvió a llegar, tres sábados después, era un día radiante; y Astrid, como siempre, la esperaba ilusionada y sonriente meciéndose suavemente en el columpio. Se saludaron, como siempre, sin llegar a tener el más leve contacto físico. Luego Estibaliz fue a sentarse sobre el tronco de un árbol, que ella había encontrado,

ya

anteriormente,

muy

cómodo para

permanecer allí mientras conversaba con su amiga. —Te prometí contarte mi historia —comenzó diciendo Astrid.

80

—No tienes por qué hacerlo si no quieres. —Deseo hacerlo. Pero quiero preguntarte algo antes. —Dime. —Quisieras venir conmigo al lugar donde yo vivo. Estibaliz se quedó un poco extrañada con aquella pregunta. —Pero sólo si tú quieres —continuó Astrid. —Claro que me agradaría conocer el lugar en el que vives —respondió entusiasmada. —Creo que si lo ves no te va a agradar. —Por qué dices eso-. —Porque estoy segura que así será. —Por qué no me dejas juzgarlo a mí. —Sé que no te gustará; pero creo que sólo llevándote allí creerías la historia que quiero contarte. Si no ves ese 81

lugar pensarías que estoy inventándome un cuento de hadas y hechiceros. Estibaliz se quedó un poco extrañada, pero aceptó ir con ella. Al fin de cuentas, pensó, qué tan lejos podía vivir aquella chica que seguramente llegaba caminando por las mañanas al bosque. —Bien, de acuerdo. Qué tan lejos de aquí vives. —Acompáñame y lo sabrás; no vivo cerca, ni lejos —la invitó Astrid mientras se bajaba del columpio. Estibaliz no le puso mucha atención a la esquiva respuesta

de

su

amiga,

para

ella

aquello

era

simplemente retórica. Las chicas comenzaron a caminar por un sendero oculto entre matorrales, una a la par de la otra, pero evitando tener el más leve contacto físico. De pronto, sin aviso de nada, se encontraron caminando por un lugar diferente: lúgubre, de cielo gris encapotado, árboles de ramas secas y pasto agostado. 82

—Dónde estamos —preguntó Estibaliz confundida—. Cómo vamos a regresar —se preocupó. —En el lugar donde vivo —respondió Astrid—. Y no te preocupes por el regreso, yo voy a acompañarte hasta el bosque en donde nos encontramos. Estibaliz se calmó un poco, confió en lo que su amiga le dijo. —Es un lugar sin vida —observó Estibaliz —Podría decirse de esa manera. Sin embargo, hubo un tiempo en el que todo aquí era esplendoroso, radiante. Caminaron un breve trecho, y pronto se encontraron una laguna a un lado del camino, A Estibaliz le llamó la atención y se encaminó hacia ella, y Astrid la siguió. —Por qué este lugar es diferente, parece tener vida — preguntó Estibaliz al llegar a la orilla de aquel manto de agua quieta y límpida, con pasto y pequeños árboles verdes a su alrededor. 83

—El agua es la sustancia primaria de la vida, por eso, lo que se encuentra en su cercanía, como tú puedes apreciarlo, permanece verde. También permanecen verdes las orillas del arroyo que la alimenta. —Esto parece un oasis —comentó Estibaliz. —Sí, lo es. De hecho, a la orilla de esta laguna paso a veces mis días; y también suelo tomar un baño en sus límpidas aguas. Es lo único atractivo de este lugar en el que vivo. ¿No quisieras tomar un baño en sus refrescantes aguas? —Me parece que sería un delicioso chapuzón, pero no traigo conmigo un traje de baño. —¿Traje de baño? ¿Para qué necesitas un traje de baño? Puedes bañarte desnuda, aquí únicamente estoy yo, no hay nadie más que pueda verte. Pero si quieres puedo apartarme un rato. —No, no es necesario. No voy a zambullirme para tomar un baño. 84

—Como tú quieras —dijo Astrid apartándose a un lado— , yo si voy a refrescarme un poco. Esta es la única diversión que puedo tener en este mundo en el que tengo que permanecer. Astrid soltó unas lazas que sujetaban su largo vestido, y este cayó al suelo, dejando su cuerpo desnudo a la vista de su compañera, quien al verlo tan bien formado, sintió como si su corazón hubiese dado un vuelco. Tenía que admitirlo, la chica del columpio le atraía mucho. ¿Por qué otra razón habría ido a conversar con ella al bosque?

Quizás

realmente

la

amaba,

pues

no

encontraba una explicación para encontrarse todas las semanas con aquella enigmática chica, a la cual no podía saludar ni con breve beso en la mejilla. O, quizás más importante, por qué había decidido acompañarla sin antes haber sabido a dónde iba. Mientras Estibaliz estaba sumida en las cavilaciones anteriores, Astrid nadaba y se entretenía jugueteando en el agua cristalina de la laguna. Después de un largo rato 85

salió y se tendió sobre el pasto a la orilla del estanque para secar su cuerpo. Cuando la piel de su cuerpo estuvo libe del exceso de humedad, se levantó y se colocó el largo vestido, aparentemente de seda azul claro, que llevaba. Luego hizo una seña a su amiga para que la acompañara. Caminaron todavía un corto trecho hasta encontrar, después de un repecho del camino, un ruinoso

castillo

construido

sobre

una

colina.

Se

detuvieron, y Astrid, señalándolo, le dijo que esa era su casa. El paisaje no era diferente del que habían encontrado originalmente: cielo gris, árboles secos y mustios y pasto agostado. La vista era básicamente desoladora. —No es un lugar muy encantador —comentó Estibaliz. —Lo sé —afirmó Astrid con la tristeza reflejada en su rostro—. Sin embargo, estoy condenada a vivir en ese ruinoso castillo, en este lugar mustio y triste. —Por qué dices que estas condenada a vivir aquí. ¿Acaso no puedes irte a la ciudad en donde yo vivo? 86

—No.

Sólo

puedo

permanecer

allí

por

breves

momentos, por unas horas. Hay un conjuro, un hechizo que pende sobre mí desde hace más años de los que tú puedas imaginarte. —Eres realmente una linda incógnita. Si no me encontrara aquí contigo, en un lugar aciago en medio de no sé dónde, contemplando un ruinoso castillo medieval que afirmas es tu morada; tampoco te creería lo que me dices sobre un hechizo. Astrid sintió un cierto cosquilleo en su pecho cuando su amiga la llamó linda. Sonrió y se quedó como distraída por unos segundos. Luego continuó: —En realidad, aun cuando en este momento no existiese ningún hechizo, no podría vivir en tu ciudad, no conozco nada de lo que allí existe, y lo poco que he visto me asusta. —Te asusta, ¿por qué?

87

—Creo que hay algo que no has entendido de mí, y creo que únicamente contándote mi historia vas a poder entender. —Realmente hay varias cosas que no me explico de ti. Por ejemplo: no sé por qué es que nadie te puede tocar. No sé dónde estoy en realidad. Y lo principal, no sé quién eres tú. Tampoco sé… —Sé que no entiendes y desconoces casi todo sobre mí. Pero ven, vamos al castillo. Cuando estemos en él te voy a contar mi historia. Las dos chicas continuaron caminando el corto trecho que faltaba para llegar al castillo. Cuando estaban frente a él, Estibaliz pudo confirmar que era una edificación medieval en ruinas, o al menos muy descuidada, abandonada. El puente levadizo estaba bajado, de tal suerte que no hubo problema para entrar. De los adarves o caminos de ronda, colgaban unas enredaderas secas; las almenas eran sencillas, tipo 88

oropesa; el patio de armas mostraba señas de haber estado adornado en algún tiempo por unos magníficos parterres, que ahora contenían matorrales secos. —Ven —convidó Astrid—, vamos a mis aposentos, o a lo que queda de ellos en la torre del homenaje. Estibaliz siguió a su misteriosa amiga al interior del castillo, a la torre principal. Subieron por unas gradas de piedra hasta donde estaba las habitaciones de ella. Empujó una puerta de madera un poco desvencijada y entraron a su recámara. Dentro, unas ventanas estrechas, ojivales, dejaban entrar la luz que iluminaba el interior de los aposentos. —Por favor, siéntate —le dijo Astrid a su amiga; señalando dos sillones de madera de respaldo alto y apoya brazos, muy antiguos Estibaliz todavía no lograba saber qué era exactamente lo que estaba ocurriendo, había algo en el fondo de su raciocinio, que la obligaba a pensar que todo aquello 89

que estaba experimentando no podía ser cierto. Pero a pesar de todo se sentó donde le había dicho su amiga. Y ella se acomodó en el otro sillón, cruzó una pierna sobre la otra debajo del largo vestido, y sin más preámbulos comenzó diciendo: —Bien, Estibaliz, esta es la historia que te debo:

Hace muchos, muchos años, quizás debería decir varios siglos; hubo una chica que vivía en esta comarca. Se decía que era de tal belleza como no había existido otra por estos lugares. Era una princesa, la hija del rey. La princesita había sido prometida en matrimonio, desde que estaba pequeña, al príncipe Odn, que llegó a ser con los años, un hombre malvado: orgulloso, egoísta y bastante salvaje. Cuando la princesa llegó a la edad en que debía ser entregada a dicho príncipe, se opuso con todas sus fuerzas, y nadie pudo convencerla de que aquella unión, que había sido pactada por sus padres cuando ella era una niña, era como un juramento que debía cumplirse pasase lo que pasase. En una ocasión, 90

en que la princesa y el príncipe Odn se encontraron, cuando ya ella había tomado la determinación de no unirse jamás con él, le expresó con furia sus sentimientos: —¡Jamás permitiré que me toques, que pongas tus ensangrentadas manos sobre mí! Mi amor nunca será tuyo, aunque esté unida contigo en matrimonio. Entonces, unos días después, el príncipe Odn pagó a un poderoso brujo, para que lanzara un terrible hechizo sobre la princesa: Nadie podría tocarla desde aquel momento, bajo pena de perecer al instante cualquiera que lo hiciera. De esa manera, aunque ella llegara a amar a alguien, nunca podría estar con esa persona, porque al tocarla moriría irremediablemente, y la pena para la princesa sería mayor, pues se sentiría culpable de la muerte del amado. Pero no termina allí todo. —¿Hay todavía algo más?

91

Sí. La condenó a vivir así por siempre, en la comarca del castillo que había construido el padre de la princesa para ella y su pareja. Y, además, el conjuro invocaba el agostamiento de la tierra y la lobreguez del lugar. —Eso es terrible.

Sí. Pero con los años la princesa, que había aprendido un poco de magia, encontró la forma de entrar a otra dimensión: la dimensión en la que tú vives. Sin embargo, su magia no era tan poderosa, y no lograba permanecer allí mucho tiempo. Pero cuando estaba en ella buscaba los montes escondidos para cantar su tristeza. —O sea que tú eres la princesa Astrid —Sí, lo soy. —Dime, princesa, ¿no existe alguna forma de eliminar los efectos de ese absurdo encantamiento? —Sí, la hay. 92

—Cuál es. —No puedo decírtela. —¿Por qué no? —Si yo te la dijera perdería su efecto para siempre. Esa era otra condición del conjuro. Pero debo de contarte todavía algo más: cuando llegaste la primera vez al lugar en el que yo me ocultaba en el bosque, me sentí atraída por ti. Yo estaba oculta, pero pude verte detenidamente y ver todos tus movimientos. Por la noche, de vuelta en este castillo practiqué la magia del agua, y le pregunté a la Sabiduría Infinita si tú eras la pareja que el Universo había reservado para mí; y la respuesta fue positiva. Sin embargo, el hechizo tenía que ser roto primero. —Pero cómo se puede romper el hechizo. —Eso es algo que no puedo decirte. —Pero, ¿será posible que puedas proporcionarme algunas pistas? 93

—Sí. Pero antes respóndeme a lo siguiente. ¿Crees que puedes llegar a sentir algo por mí. —No puedo decirte que voy a sentir algo por ti, pues siento que ya ahora te tengo mucho aprecio. —¿Sólo me aprecias? Estibaliz se quedó callada, bajó la cabeza unos segundos como para tomar valor, y luego la subió diciendo: —Siento que te amo. No se cómo ha sucedido pero te amo. Astrid no dijo nada con su boca, pero las mejillas de su pálida tez se sonrosaron. —Dime, Estibaliz, qué tanto me amas. —Mucho… —Pero qué tanto es ese mucho… qué serías capaz de hacer por mí. 94

Entonces Estibaliz comprendió que su amiga estaba tratando de darle la clave para que pudiera deshacer el hechizo; y se quedó reflexionando unos segundos. Luego contestó: —Tanto como para estar siempre contigo, lejos de mi mundo. —Pero qué aceptarías… Nuevamente la chica se quedó pensando por un momento. Pero de pronto, como un chispazo enviado desde alguna parte de su cerebro, la respuesta se hizo visible en su mente. —Mi amor por ti es tan grande, que aceptaría pasar toda mi vida contigo aunque jamás pudiera prodigarte ni la más inocente de las caricias. Algo realmente grandioso pasó en aquel instante: ¿Un ciclón? ¿Un terremoto? ¿Un poderoso relámpago? Nadie habría podido decirlo con exactitud. Pero todo pareció moverse con fuerza y luego iluminarse. Las 95

chicas cerraron los ojos como queriendo protegerse de algo. Pero todo pasó rápidamente. Y abrieron los ojos despacio. No podían creerlo. El vetusto y destartalado castillo había desaparecido, ahora era una construcción esplendente, reluciente: las enredaderas en los adarves habían florecido, los parterres en el patio de armas habían resurgido llenos de flores de múltiples y vivos colores. Desde el paseo de ronda, por entre las almenas, podía verse la laguna en la cual se había bañado la princesa Astrid, ahora rodeada de frondosos árboles. Todo era ahora maravilloso en el castillo. Fuera de él, en los alrededores, el campo, sus árboles y la vegetación habían reverdecido. Aquel era ahora un mundo maravilloso de días de cielo azul y noches estrelladas. El hechizo había terminado, y en la comarca era todo felicidad. Ahora la princesa era libre de amar a quien quisiera. —¿Sabes algo? —¿Qué cosa? 96

—Al haber roto el hechizo tú también quedas condenada a ser feliz por siempre junto a mí.

Epilogo Estibaliz y Astrid se abrazaron fuertemente, derramando algunas lágrimas de alegría. Ahora, ya nada habría que les impidiera expresarse su amor como ellas lo desearan. Luego hicieron planes: Estibaliz dejaría su mundo, que cada vez se estaba volviendo más peligroso, y se trasladaría a vivir con la Princesa Astrid, su princesa del bosque, en su comarca. Donde serán felices por siempre jamás.

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98

El Ritual de la Luna Azul

And there’s no mountain too high no river too wide Sing out this song and I’ll be there for your side Storm clouds may gather and stars may collide But I love you until the end of time. Fragmento de Come What May. De la película: Molino Rojo Picture

Desde épocas inmemoriales, que yacen ahora olvidadas en los recodos más ocultos del tiempo, y en las cuales las aguas de los ríos y manantiales eran cristalinas, existe un plenilunio conocido como: luna azul. Cuando en un mes ocurren dos lunas llenas, a la segunda se le conoce, precisamente, con ese nombre. También se le llama de esa manera al cuarto plenilunio que acontece dentro de una de las cuatro estaciones; ambos sucesos son muy poco frecuentes; y hay quienes aseguran, dentro de los círculos dedicados a la práctica de la antigua magia buena, que cualquier conjuro hecho 99

durante este plenilunio, tiene una fuerza inusual, y también se asevera que las peticiones hechas en esta fase lunar especial al Universo, son particularmente atendidas por Él. Se le llama azul porque es un momento en el que puede invocarse principalmente a las divinidades femeninas, y solicitarles sus favores.

Marina se despertó por la mañana, abrió los ojos, y las brumas de su mente se disiparon para entrar en un estado de consciencia total. Cayó entonces en la cuenta de la realidad de su situación: estaba en su cama, era martes, y tenía que ir a ese trabajo que no le era del todo agradable pero que, en gran manera, le permitía vivir con bastante comodidad. Se dio la vuelta en la cama y se preguntó cuándo cambiaría su vida, luego, sin pensarlo, se levantó, se fue al cuarto de baño y se desnudó; observó por un momento su cansado rostro en el espejo, se dio la vuelta y se coló debajo de la 100

regadera, entonces, súbitamente abrió la válvula del agua fría, e inmediatamente sintió como su cuerpo se tensaba y la respiración se le entrecortaba por el cambio súbito de temperatura. Había utilizado, una vez más, el despiadado método de la ducha helada para sentirse animada, aunque fuese únicamente por un momento. Cuando salió a la calle iba vestida con una blusa blanca de manga corta, una falda azul que dejaba al descubierto sus piernas de la rodilla para abajo, y unos zapatos medianamente altos;

el cabello lacio, negro,

caía sobre su espalda cubriendo la parte superior del cárdigan blanco que había colocado sobre su blusa. Cuando

ya

había

dejado

atrás

el

edificio

de

apartamentos, experimentó una sensación agradable, similar a la que sentía en su infancia cuando los días eran de clima fresco y el cielo se pintaba de azul profundo. Esta peculiaridad del día la reanimó bastante, a tal grado que se sintió un poco eufórica. Había en el ambiente algo extraño pero deleitable. Y esto hizo que decidiera caminar hasta el trabajo, se sentía bien y optó 101

por disfrutar esa sensación de bienestar que estaba percibiendo. El resto del día, aunque el trabajo no era su actividad preferida, se sintió sorprendentemente bien. Por la tarde al finalizar sus labores, salió de su oficina, se fue al elevador y, unos cuantos minutos después, estaba atravesando la plaza de la entrada del edificio, entre arriates de verdes setos. Un par de cuadras más adelante, ya de camino a su apartamento, una súbita acumulación de nubes de tormenta opacó el cielo que, hasta hacia unos segundos había estado totalmente despejado. Y sin más aviso, súbitamente se descargó sobre el lugar un tremendo aguacero, aunque no era época de lluvias. La chica, instintivamente, buscó con la vista un lugar donde guarecerse y, ante ella estaba un callejón que nunca antes había visto en sus viajes de ida y regreso al trabajo. Allí, en una de las casas de aquella callejuela había un rótulo, publicitando algún tipo de establecimiento comercial. No lo pensó ya más, y se decidió a correr hasta llegar a aquel lugar para protegerse de la imprevista lluvia. Cuando entró en el 102

callejón observó fugazmente que, a ambos lados, todas las casas tenían un pequeño jardín exterior con flores de muchos colores; y la fachada de ellas semejaba cierto estilo victoriano. Aquello estaba totalmente fuera de lugar, era un sitio, un oasis, que en manera alguna hacía juego con el resto de edificaciones ubicados en aquella zona. Una pequeña y tranquila villa dentro del bullicio del centro de negocios de la gran ciudad. Por un fugaz momento pensó que le agradaría conseguir allí un apartamento, era un lugar apacible y cerca de su oficina. La curiosidad hizo que la chica se dirigiera a aquel establecimiento comercial: era una librería. A la entrada aparecía un letrero que decía: Librería La Doble Luna

Azul. Se apretujó lo mejor que pudo bajo el dintel de la puerta de entrada, para protegerse de las gruesas gotas que caían despiadadamente calando lo que encontraban a su paso. La chica se dio cuenta de que no podría permanecer más tiempo donde estaba sin quedar totalmente empapada, el refugio que había encontrado no era suficiente para protegerla del chubasco, el cual la 103

obligaba a que se adentrara en la librería buscando abrigo. «Voy a entrar en la librería —pensó— a fin de cuentas a lo mejor encuentro alguna obra que me guste y la compre». Se introdujo al establecimiento. Dentro había libros por todos lados: en estantes, sobre mesas, en el suelo y encima de un vetusto mostrador. Y, entre todo ese desorden de antiguas y polvorientas obras, en un rincón al lado de una ventana, estaba un mullido y cómodo sillón orejero, en el cual sería, sin duda, todo un placer sentarse a leer uno de aquellos tomos que se encontraban por aquí y por allá. Su mente voló, y se imaginó a sí misma allí sentada con los pies abrigados y apoyados sobre un taburete bajo, durante una fría noche de invierno, embozada en un cálido albornoz leyendo un buen libro. «Probablemente —pensó la chica— podría pasarme horas allí sentada leyendo algunas de estas obras añejas» De pronto algo la sacó de sus cavilaciones.

104

—Vaya —dijo una voz grave proveniente del interior de la librería—, por fin has llegado. —¡¿Qué?! —preguntó visiblemente extrañada. —Eso, que por fin te has hecho presente —recalcó la voz haciéndose visible. Era un hombre de mediana edad con el pelo completamente blanco, de tez clara y ojos de alegre mirada. —¿Yo? —Sí, tú, Marina. —Vaya, ¿y cómo es que sabe usted mi nombre? —¿Acaso no eres tú la chica que desea cambiar su vida? —Bueno, yo creo que hay más chicas que quieren cambiar de vida… —No, no, no… no es así la cosa —dijo el hombre del pelo cano mientras movía la cabeza negando— Tú, Marina, eres la chica que vive en la calle… en el edificio 105

de apartamentos… en el apartamento 33. ¿O acaso me equivoco? —No, no se equivoca. —Bien, en ese caso voy a entregarte tú libro… —Cuál libro —quiso saber Marina. —Tú libro, el libro por el cual has venido. —Yo vine hasta aquí sólo para refugiarme de la lluvia, y no a recoger un libro. —Eso es lo que tú dices, pero yo no sé de qué lluvia hablas —aseguró el hombre, al mismo tiempo que caminaba hasta la puerta de entrada, echaba un vistazo a la calle y volvía a ver a la chica—. ¿Ves? Afuera todo está seco, no hay rastro de la lluvia que tú mencionas. —Pero si… —Vamos, has venido porque tienes aquí un libro esperándote. 106

—Pero yo no he encargado ningún libro… ni siquiera sabía que existía esta librería. —Vamos, ven, acompáñame al mostrador. El librero del pelo blanco comenzó a buscar el supuesto libro que debía entregar a Marina. Buscó por un lado, buscó por otro, buscó en los estantes hasta que, por fin, lo encontró en una pila que estaba sobre el suelo. —Vaya —dijo—, aquí está, estos libros tienden a esconderse en los lugares donde uno menos lo sospecharía. Pero vamos, chica, ven aquí para que lo veas. Marina se acercó un poco divertida por la actuación del librero. Mira —continuó—, si algún día ya no necesitas esta obra, yo te la compro de nuevo. Este es un libro con muchos e interesantes secretos —dijo al tiempo que lo colocaba sobre el mostrador y soplaba sobre él

107

arrancándole una nube de polvo—. Claro, si ya no lo tienes en tu poder… —Por qué no habría de tenerlo en mi poder… —Pues porque este es uno de esos libros que de pronto deciden viajar de extrañas formas, y hacerse presentes en donde los necesitan. Si el libro se entera de que ya no te es necesario, desaparecerá, así sin más ni más… Marina se acercó despacio para ver la portada del libro, al mismo tiempo que pensaba en los disparates que estaba oyendo. Cuando estuvo frente a él, leyó: —Los Secretos Mágicos de la Luna Azul. Pero… —Bueno —la urgió el librero—, es la hora de cerrar, toma el libro y llévatelo. —Pero es que… —Mira, es la hora de cerrar, debes llevarte tu libro. En otra ocasión tal vez podamos charlar, pero ahora debes

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marcharte. Hasta luego, au revoir, so long, hasta pronto… adieu… adiós. —Pero debo de pagarle… —alcanzó a decir la chica antes de pasar por el umbral de la puerta. —Vaya, se me olvidaba —dijo el librero colocándose en la puerta para indicarle a Marina que debía salir—, aquí no necesitas dinero para comprar. —Entonces, aquí está mi tarjeta de crédito —dijo la chica ya prácticamente fuera del establecimiento. —No, tampoco la necesito. Además, no sabría qué hacer con ella. —Pero… Marina no pudo terminar la frase. La puerta fue cerrada y la chica se quedó buscando en su bolso la tarjeta. En ese momento tomó consciencia de sí misma. Se encontraba, precisamente, en el mismo lugar en donde había comenzado a correr cuando había empezado la supuesta lluvia. Pero ahora no había ningún callejón con 109

casas de tipo victoriano ni jardines externos con flores; y mucho menos una Librería que se llamase La Doble

Luna Azul. Pero sí, sujetado por su mano derecha, llevaba el vetusto libro que le había dado el librero excéntrico.

No

había

más

remedio,

tendría

que

llevárselo a su apartamento. Una vez en su vivienda, la curiosidad la llevó a abrirlo y ojearlo un poco. Pero en sus páginas había una serie de inentendibles

jeroglíficos.

Aquello

era

totalmente

incomprensible para ella. Ni siquiera parecía chino. —«Cómo se supone que voy a cambiar mi vida con esta lectura —pensó—. Acaso, quizás antes de hacerlo, tenga que aprender sumerio, acadio y otras lenguas muertas—sonrió para sus adentros.» Más tarde, ya preparada para irse a la cama, decidió revisar de nuevo el libro. Se lo llevó a su estudio, se sentó ante el escritorio y lo abrió. Pero esta vez se llevó una sorpresa: cuando fijó su mirada en la primera línea de jeroglíficos que encontró, estos, uno a uno, se fueron 110

convirtiendo ante sus ojos en los caracteres y palabras familiares de su idioma. Y comenzó a leer:

Esta es la máxima que todos los seres humanos deberían de aprender y poner en práctica: No hagas a los demás lo que no quieras para ti

En la siguiente página podía leerse:

Ten cuidado cuando lances un encantamiento, recuerda que a nadie debes obligar a realizar o aceptar algo que no desea.

Marina se quedó sin saber qué pensar, lo que tenía ante sus

ojos

era

un

libro

111

de

encantamientos

y,

precisamente, la forma en que le era revelado lo que allí estaba escrito era puramente mágica. Después, en letras grandes, en toda una página, estaba escrito:

ESTE ES EL LIBRO DE LOS HECHIZOS DE LA LUNA AZUL

Marina se olvidó de que ya se había preparado para irse a la cama, el libro la había intrigado. Tomó un bolígrafo y varias hojas de papel tamaño A4 de una de las gavetas de su escritorio, y comenzó a transcribir lo que le iba revelando la obra. El proyecto de acostarse a dormir quedó suspendido, al menos de momento. La chica estaba atareada escribiendo folio tras folio lo que iba leyendo. Cada vez que comenzaba a leer una nueva página del vetusto tomo, lo que estaba escrito en 112

la anterior volvía a su escritura jeroglífica original. Por un momento dejó de leer, levantó la cabeza y vio, en el reloj que tenía colgado en la pared frente a ella, que ya pasaban las doce de la media noche. Pero no se sentía cansada, y estaba decidida a continuar con la transliteración.

Posteriormente

decidió

tomarse

un

descanso, se levantó, dejó el libro sobre el escritorio y se fue a la pequeña área de cocina, se preparó una tisana de manzanilla, tomó una porción de pan de dulce y regresó a continuar con su trabajo. La claridad de la madrugada la sorprendió cuando escribía las últimas líneas del enigmático libro. Dejó todo sobre el escritorio y decidió irse a la cama, un par de horas de sueño le vendrían muy bien. Se despertó poco después del tiempo que había previsto descansar, y tuvo que hacer todo deprisa para poder llegar a tiempo a su trabajo. Durante la jornada, como era de esperar, estuvo un poco adormilada, hasta que llegó el momento de regresar a su apartamento. 113

Marina entró a su vivienda cerrando la puerta detrás de ella, y se fue directamente a su dormitorio, colocó la cartera sobre la cama y procedió a quitarse toda la ropa, luego colocó sobre su cuerpo desnudo un corto y ligero baby doll de color lila pálido. Era temporada de calor. Decidió, además, quedarse descalza, y así se fue a su cuarto de estudio. Allí le aguardaba una sorpresa. Entró, y se fue hasta el escritorio, tenía la intención de examinar nuevamente el libro referente a la luna azul. Pero la obra ya no se encontraba allí. Sin embargo, la chica estaba segura que lo había dejado sobre él. Le pareció

muy

extraño

que

de

pronto

hubiese

desaparecido. Por un momento consideró la posibilidad de que, a lo mejor, alguien se había introducido en su apartamento y lo había robado. Entonces echó un vistazo rápido a la habitación, pero todo parecía estar en su lugar. Con excepción de la obra en cuestión, no había ni el menor indicio de que algo hubiese sido movido de su sitio. Entonces, ¿dónde estaba el libro?

114

En aquel momento la chica recordó lo que le había dicho el librero excéntrico: « Si el libro se entera de que ya no te es necesario, desaparecerá, así sin más ni más…» «Eso me parece un tanto increíble pero, si es cierto — pensó, entonces, Marina— el libro debe de estar en camino hacia su próximo destino. Pero realmente la chica no era muy crédula, y en su fuero interno quería creer que había una explicación racional para explicar la desaparición del antiguo volumen.

En un lejano país en guerra La situación en la capital se ponía más tensa a cada minuto, las tropas del ejército insurgente tenían ya casi cercada la ciudad. No había tiempo que perder. El embajador sabía con certeza que él y su hija debían tomar el próximo vuelo hacia su país. Probablemente esa sería la última oportunidad de salir de aquel peligroso y caótico lugar. Dejaron la casa en donde habían estado residiendo por varios años y tomaron, en 115

el coche de la embajada, la ruta que los llevaría hasta el aeropuerto militar, que era el único que todavía estaba habilitado. Cuando llegaron a la terminal aérea, una multitud de gente estaba aglomerada esperando tomar algún vuelo que les llevara a otro sitio, cualquiera que fuese, pero lejos de allí. Había mucho temor dibujado en sus rostros. El embajador y Daniela, su hija, comenzaron a abrirse paso por entre un grupo grande de personas, que se habían reunido cerca del sitio por donde ellos iban a entrar a la pista. Daniela, en sus veinte años de vida, jamás había pasado una experiencia igual, estaba lívida, no podía creer aquello que estaba viviendo. En su mente pensaba que quizás no iban a alcanzar a salir de aquel infierno. Cuando estaban en medio de aquel tumulto de gente, forcejeando para poder llegar hasta el portón de malla metálica que les franquearía la entrada para llegar hasta su avión, un muchacho se le acercó. —Tome —le dijo el chico—, llévese este libro. 116

Daniela se asustó, pensó que aquello podría ser un artefacto explosivo planeado, justamente, para que hiciese explosión entre aquella multitud. —No tenga miedo —suplicó el joven—. Es sólo un libro —insistió al mismo tiempo que lo abría, para mostrarle que adentro no habían más que unas amarillentas páginas de papel. Entre tanto, la multitud amenazaba arrastrar al chico lejos de Daniela. —Vamos, tómelo, es para usted, tiene que llevárselo. Este libro puede hacer que su vida cambie. Al escuchar la última frase, la chica se lo arrebató apresuradamente de las manos al joven, cuando ya su padre le hacía señas cerca del portón para que se apresurara, estaba a punto de mostrarle los papeles de identificación a un oficial, para que les permitiera el ingreso a la pista para abordar el avión que los llevaría a su país. 117

En el apartamento de Marina Después de que el extraño libro de los jeroglíficos hubiese desaparecido, Marina perdió interés en el asunto de la luna azul, tampoco quiso poner mucho empeño en explicarse cómo es que el libro realmente se había desvanecido. Algunos días, a la salida del trabajo, fantaseaba con la idea de encontrar nuevamente el inusual y misterioso pasaje en donde se ubicaba la enigmática: Librería La Doble Luna Azul, para saber de qué se trataba todo aquel embrollo, pero no había habido

suerte.

Entonces

comenzó

seriamente

a

sospechar que detrás de todo aquello: una librería que no se puede volver a encontrar, un libro que desaparece, y jeroglíficos que se modifican para ser leídos; había algo sobrenatural. Con esta idea en mente, un par de fines de semana después de la desaparición del libro, Marina sintió curiosidad por revisar la transcripción que había hecho, y cuando llegó a su 118

apartamento, el viernes por la tarde, se puso cómoda, y luego fue hasta su estudio, cogió la carpeta donde estaban las hojas en que había tomado los apuntes, la colocó sobre su escritorio, y se sentó dispuesta a examinar detenidamente su contenido. Pues cuando los había escrito no les había puesto la atención que se merecían, únicamente iba tomando nota de lo que iba apareciendo en las páginas del enigmático libro. Comenzó despacio a leer aquellos trazos, como queriendo

desentrañar

cuál

era

su

significado.

Básicamente, todo el libro trataba sobre cómo hacer un conjuro o un hechizo en tiempo de luna azul. Daba los lineamientos necesarios para celebrar el rito adecuado para lograr un encantamiento eficaz. Mencionaba que la base para los rituales del sortilegio era la elaboración de un círculo llamado: Círculo Mágico de Protección. El cual debería ser trazado sobre el suelo; y dentro de él se habría de realizar toda la liturgia. También hacía referencia a la importancia de los círculos como figuras sagradas, refiriéndose a la forma de la luna en el 119

plenilunio, pues esta era la representación de la Diosa. Además, mencionaba que la idea de la rueda había sido tomada por los primeros seres humanos, precisamente, de la silueta de Selene en la fase de llena. Explicaba que había dos clases de luna azul: una cuando ocurrían dos plenilunios en un mismo mes, y otra cuando se producían cuatro plenilunios en una de las estaciones anuales. En cualquiera de los dos casos, el último plenilunio era la luna azul. En las últimas páginas el libro señalaba que:

Un conjuro se vuelve más poderoso cuando: El círculo sobre el cual se realizan los rituales sea uno creado por la misma naturaleza, en un bosque o en un llano. La luna azul del mes coincida con la luna azul de la estación. Pero Marina todavía leyó algo más:

120

El conjuro se vuelve más poderoso, prácticamente indestructible, si lo anterior ocurre en un día viernes. Pues ese es el día consagrado a Freya, o a Venus, es decir, a la Diosa. Esta concurrencia de sucesos es muy difícil, pero su efectividad está garantizada. Sin embargo, es preciso recordar que no se debe obligar, bajo un hechizo, a que alguien actúe en contra de su voluntad, pues las consecuencias pueden ser terribles para quien ha llevado a cabo el encantamiento. Es mejor hacer las peticiones al Universo y, si lo que se pide es conveniente, con seguridad será concedido.

Todavía quedaban unas páginas por leer, pero Marina cerró la carpeta y se quedó pensativa por un largo rato, reflexionando nuevamente sobre la posible causa de aquello que le estaba ocurriendo; todo parecía haberse originado como consecuencia de su deseo de cambiar de vida. «¿Es que acaso necesito lanzar un hechizo

121

para lograrlo? —se preguntó— pero, ¿qué clase de hechizo?» En casa de Daniela Unos días después de la llegada a su país como consecuencia de los problemas vividos en el extranjero, la hija del ex embajador sintió curiosidad por el libro que le había sido entregado a la salida del aeropuerto, y decidió darle una rápida ojeada, pues a decir verdad no le había hecho mayor caso. Después de desayunar se fue hasta la cómoda sobre la cual lo había colocado, lo tomó entre sus manos y se lo llevó hasta la sala de estar para curiosearlo un poco. Pero cuando trató de leerlo le fue imposible hacerlo, su escritura era sumamente extraña. En los años que había acompañado a su padre en sus misiones diplomáticas, había aprendido algunos rudimentos de mandarín y árabe, pero aquello era algo distinto, una escritura que ella nunca había visto. Dejó el libro con la extraña escritura a un lado y trató de calmarse. Cuando lo hubo logrado lo tomó nuevamente 122

en sus manos, y comenzó a ver que la escritura iba cambiando sus caracteres a palabras en su idioma a medida que posaba sus ojos en ella. Y, altamente sorprendida, comenzó a leer. Cuando se dio cuenta de esta inusual particularidad del libro, se lo llevó hasta el estudio, lo colocó en un atril improvisado apilando algunos tomos, encendió su ordenador portátil, esperó a que cargara y comenzó a escribir a medida que iba leyendo. No se detenía a interpretar nada, simplemente iba copiando lo que iba apareciendo escrito. Cuando hubo terminado, dejó la extraña obra a un lado y le dio la orden al computador de que imprimiera todo lo que acababa de escribir. Poco más de un minuto después, tenía entre sus manos un documento de veinticinco páginas que metió en una carpeta de cartulina. Aquel documento quedó por allí olvidado durante unos días, hasta que Daniela se dio cuenta que había perdido el vetusto y extraño libro con los jeroglíficos. Por más que lo buscó no lo pudo encontrar, tampoco pudo encontrar una explicación lógica para su desaparición. Sin 123

embargó no puso mucho empeño en ello. De todas formas, pensaba, que lo más importante era la información que ya ella había trasladado a unas hojas de papel, y que ahora conservaba como un folleto de páginas sueltas. Daniela se fue a la sala de estar, se acomodó en un sofá y comenzó a leer la transcripción de la extraña obra. La fue leyendo despacio. Era un libro de magia y rituales dedicados a la luna como representación de la divinidad femenina, pero especialmente trataba de un fenómeno conocido como Luna Azul, y del poder de las peticiones o conjuros que se hiciesen bajo el influjo de dicho cuerpo celeste. Después de un par de horas lo había leído todo. Las páginas finales hacían referencia a que cualquier actividad humana estaba reflejada en los astros, y que bastaba una interpretación adecuada de sus posiciones relativas, para saber qué había ocurrido en el pasado, y qué ocurriría en el futuro. Por último había una advertencia:

124

Es preferible no tratar de escudriñar el futuro de uno, pues al hacerlo se puede fijar un porvenir que pudo haber sido eludido, ya que una persona puede obsesionarse con lo que cree pueda ser un destino irrevocable. Sin embargo, y a fin de cuentas, los cuerpos celestes inclinan pero no obligan. Pídele mejor al Universo lo que desees, y si te conviene te lo concederá.

Marina de vacaciones en la casa de sus padres en el campo. Desde unos años atrás, los padres de Marina se habían trasladado a vivir al campo y la chica acostumbraba a pasar parte de sus vacaciones con ellos, generalmente los primeros días. Pero esta vez, cuando llegó, iba pensando en los apuntes que había hecho del libro sobre la luna azul. Maduraba la idea de efectuar el ritual que allí se indicaba, pues tal vez resultaba que de esa manera lograba lo que buscaba en relación con su vida: 125

un cambio para dedicarse a lo que a ella realmente le agradaba: escribir.

Antes de entrar en el periodo de

vacaciones estuvo averiguando cuándo iba a ser la próxima luna azul, y encontró que caería, precisamente, en el periodo de sus vacaciones, justamente un día viernes, el último día del mes. De manera que había una coincidencia de dos condiciones: Luna azul en viernes, día de la Diosa. El hechizo que se hiciera en esa fecha, según

tenía

apuntado,

sería

prácticamente

indestructible. Sin embargo, para ella todavía era necesario agregar una condición más, algo para estar segura en un cien por ciento: un círculo creado por la misma naturaleza. De manera que al día siguiente, bastante temprano por la mañana, salió de la casa de sus padres y se fue a dar una vuelta por los alrededores. Quería encontrar un círculo que hubiese sido construido por la naturaleza misma. Marina no sabía exactamente qué quería decir el libro con eso, pero estaba segura de que cuando lo viera lo reconocería. Y así estuvo, saliendo por las mañanas en su búsqueda durante los 126

tres primeros días de su estadía en la campiña, pero nada pudo encontrar. El cuarto día, jueves, en lugar de dirigirse a los pastos de las explanadas, se fue hasta un bosquecillo que distaba de la casa poco más de un kilómetro, y que, además, estaba oculto por una colina. Llegó hasta aquella no muy grande extensión boscosa y se introdujo en ella, después de caminar unos pocos minutos encontró un calvero, delimitado por árboles, que tenía forma circular de unos diez metros de diámetro según su apreciación. «Aquí está —pensó— el círculo formado por la naturaleza. Ahora sí, ya puedo alistarme para hacer el conjuro que deseo».

Viernes por la noche en casa de Daniela Daniela se había quedado sola en la casa, sus padres se habían ido de paseo por el fin de semana. De manera que había preparado todo en la terraza descubierta de la propiedad de sus padres, para poder hacer cierto ritual que había leído en el libro: Los Secretos Mágicos de la 127

Luna Azul. Con la ayuda de una tiza y un cordel había trazado su círculo mágico. Luego, con una brújula de su padre localizó y señaló los cuatro puntos cardinales, requisito indispensable para hacer ciertas invocaciones. La chica estaba sola, no tenía por qué inhibirse. De manera que cuando llegó el momento del ritual se desvistió totalmente y se ubicó dentro del círculo, lista para celebrar la liturgia del conjuro. Arriba, la luna en su zenit descargaba su refulgente luz plateada que bañaba el cuerpo desnudo y purificado de Daniela, el ritual iba a dar comienzo.

Viernes por la noche en el campo En el calvero del bosque, cercano a la casa de los padres de Marina, ésta acababa de terminar la liturgia de la luna azul, y la luz argentina de Selene caía sobre la túnica que había utilizado para oficiar la celebración del esbat, o ritual de plenilunio, apropiado para tal ocasión. Se sentía satisfecha, ahora sólo tendría que 128

esperar a que lo que había suplicado al Universo se cumpliese. No sabía cuánto tiempo iba a tomar, ni cómo habría de ocurrir, pero sabía que se cumpliría. Los días pasaron, y Marina tuvo que regresar a su trabajo sin haber experimentado ningún cambio ni haber obtenido una señal de que habría para ella un cambio en su futuro.

En casa de Daniela Durante el ritual que había llevado a cabo, Daniela tuvo una experiencia indefinible, parecida a una revelación, que acentuaba lo que ya había leído antes referente a que todo estaba reflejado en los astros. El día siguiente después del ritual, cuando se levantó, una fuerza interna le animaba a que comprobara que en los astros estaba escrito el pasado y el futuro de las actividades humanas, pero sabía también, por lo que había leído en el libro, que no era conveniente tratar de hacer averiguaciones 129

sobre el futuro de las personas y menos sobre uno mismo. Sin embargo, en ese momento, no se le ocurrió otra cosa más que refrescar los conocimientos básicos que tenía de astrología y astronomía, que había aprendido en algunos de los países en donde había estado con su padre. Pero, en ese preciso instante, tuvo una idea que no implicaba involucrarse con el futuro de ninguna persona específica. Utilizaría la astrología para comparar las configuraciones de los astros con las alzas y bajas de las acciones en la bolsa de valores, de esa manera podría saber si realmente en los astros estaba escrito el desarrollo de las actividades del ser humano. Además, su padre, que era dado a hacer algunas inversiones en el mercado de valores, tenía una colección

muy

grande

de

estadísticas

de

los

movimientos de bastantes acciones a través de los años, lo cual le facilitaría hacer comparaciones. Daniela se llevó poco más de tres semanas tratando de encontrar un patrón, entre el comportamiento del alza y baja de algunas acciones y las configuraciones de los 130

astros. Por fin encontró algo que parecía bastante prometedor, pero tropezó con una dificultad bastante grande. Había encontrado una relación estudiando los comportamientos hacia atrás en el tiempo, lo cual no le había sido fácil, pero ahora quería ver hacia adelante, quería comprobar que lo que decía el libro era totalmente cierto; y la única manera de averiguarlo era predecir para un futuro la caída o subida de algunas acciones

comerciales.

Necesitaba

saber

en

qué

momento los astros iban a presentar ciertos arreglos determinados, para luego ver si estos se correspondían con el comportamiento esperado de los valores comerciales. Pero ese no era su fuerte, las matemáticas, en general, no era lo que mejor podía hacer, mucho menos

la

construcción

de

complejos

modelos

matemáticos. Fin de semana en el apartamento de Marina. Viernes por la noche. Marina había regresado a su apartamento, agotada y con un estrés terrible, como 131

todos los días. No tenía tiempo de hacer amigos ni amigas, pues las jornadas eran tan desgastantes que cuando llegaba a su apartamento por las noches, después del trabajo, lo único que quería hacer era dejarse caer en la cama y olvidarse de todo hasta el día siguiente. Las semanas iban pasando, y no vislumbraba por ningún lado que su vida fuera a tener un cambio que le diera, al menos, un poco de relajamiento en su diario trajinar. Parecía que el Universo se tomaba un tiempo excesivo en responder a sus peticiones, o tal vez nunca le contestaría. «Los fines de semana pasan tan rápido —pensó—, que realmente no alcanzo a reponerme del agotamiento que deja ese trabajo que hago». Con tal pensamiento en la mente coqueteó por un momento con la idea de irse al cine a ver una película, cualquiera que fuese; pero al considerar que saldría ya bastante noche, y que tendría que regresar a prepararse la cena, la realización de tal idea quedó plenamente desechada, En cambio, pensó 132

que le convendría más pedir una orden de comida china, quedarse en casa y disfrutar de la lectura de algún libro o ver una película. Decidido esto, se fue a la cocina, buscó el último menú que le habían dejado los del restaurante y se decidió por pedir: una sopa Wan Tan y una orden de arroz con pato. Acto seguido llamó por teléfono para hacer efectivo el pedido. Antes de media hora se encontraba dando cuenta de los alimentos traídos desde el restaurante de los hijos del celeste imperio. Al mismo tiempo veía una película en la pantalla de plasma que tenía instalada en la sala de estar. El film trataba de una chica que al final, después de muchos sinsabores, descubre que desde mucho tiempo atrás se encontraba fuertemente atraída por una de sus compañeras de trabajo, la cual, a su vez, estaba muy enamorada de ella desde tiempo atrás. El drama del que estaba disfrutando terminó unos minutos después de las diez de la noche; pero Marina, a pesar del agotamiento, o tal vez a causa de él, no sentía sueño aún. De manera que fue hasta su estudio, tomó 133

del escritorio su eBook Reader y buscó entre las obras que tenía almacenadas en la memoria SD del aparato, luego, para leer, se fue hasta la pequeña terraza de su apartamento, se sentó; más bien se recostó sobre una tumbona, encendió el dispositivo de lectura y comenzó a leer el libro: La Casa en el Bosque.

***

La casa no era excesivamente lujosa, pero dentro de ella podía respirarse una atmósfera de placidez. Estaba ubicada en un lugar de ensueño, entre las montañas, cerca de un pintoresco lago que podía apreciarse desde uno de los dormitorios de la segunda planta. El cielo era azul y despejado; en los campos se veía una cantidad increíble de pequeñas flores amarillas esparcidas sobre el pasto, que resaltaban la belleza del paisaje. Había pinos en los alrededores de la casa y en las montañas; y el clima hacía más notoria la sensación de sosiego del lugar. Aquella estampa era lo más parecido a la idea de un feliz transcurrir. 134

*** De pronto Marina se despertó, se había quedado dormida mientras leía en el dispositivo electrónico, el cual tenía entre sus manos sobre el regazo. Luego, perezosamente, dirigió su vista hacia arriba: allí estaba la luna creciente, inmóvil y solitaria en la quietud silente de la noche. Después la chica se incorporó de donde se encontraba, se acercó a la balaustrada de la terraza, y se quedó viendo el parquecito frente al edificio de apartamentos: estaba solitario, igual que las calles; y la débil luz derramada por las decorativas farolas esféricas parecían acentuar su soledad. Súbitamente una ligera e inesperada brisa movió suavemente las ramas de los árboles. Era un momento mágico que elevó la mente de Marina por encima de sus dilemas cotidianos. Relajada, entonces, por aquel momento de intensa quietud, la chica se fue a la cama y durmió plácidamente.

135

Lunes en la casa de bolsa Eran las diez de la mañana, y en la casa de bolsa se desarrollaba una actividad casi febril. En la sala principal, algunos monitores de plasma ubicados en lo alto

de

fluctuantes

las

paredes series

de

exponían, números

incansablemente, mostrando

las

cotizaciones de las acciones de diferentes compañías; y los índices de mercado: DJ, S&P, NASDAQ, etc. Daniela, sintiéndose un poco fuera de lugar, entró llevando colgado de su hombro izquierdo un maletín con su ordenador portátil; y se fue directamente al mostrador de información para consultarle algo a una de las chicas recepcionistas: —Señorita —dijo alzando un poco la voz para hacerse escuchar en el bullicio propio de las actividades de la sala. —¿En qué puedo servirle?

136

—Disculpe, no sé si aquí alguien pudiese ayudarme…es que creo haber desarrollado una forma de predecir, con bastante exactitud, las tendencias de las alzas y bajas de algunas acciones… —¿Busca usted a alguien que pueda revisar eso con usted? —La verdad es que sí, eso es lo que yo quisiera, pero no sé si sea posible. —Ciertamente, señorita, que ese servicio no se da aquí, tal vez si fuera a una universidad… a la escuela o facultad de economía… En ese preciso instante, una chica, también empleada de la casa de bolsa, se despedía de un señor frente al mostrador de recepción. —Señorita Clery —llamó la recepcionista que atendía a Daniela. —¿Sí? —respondió la chica. 137

—Señorita, aquí está una visitante que pregunta si alguien le puede ayudar con algo que ella ha desarrollado,

relacionado

al

seguimiento

de

las

tendencias que muestran las acciones. Yo ya le he dicho que aquí no se da ese servicio, pero acaso usted puede darle una mejor orientación. La recepcionista se desatendió del asunto y dejó a las dos chicas para que conversaran. —Mi nombre es: Daniela Lorente —dijo la visitante extendiendo su mano. —El mío: Marina Clery —dijo, al mismo tiempo que estrechaba la mano de la visitante. Las

chicas

se

observaron

por

un

tiempo

considerablemente más largo del que hubiese sido normal en

una

presentación.

Parecían

deleitarse

viéndose la una a la otra a la cara, como si se hubiesen reconocido después de un largo tiempo de no verse.

138

—¿Cómo puedo ayudarte, Daniela? —intervino Marina interrumpiendo

aquel

momento

de

aparente

embelesamiento—. ¿Quieres que charlemos aquí, o prefieres que vayamos a mi despacho? Por mi trabajo soy de las pocas personas que gozamos de un local privado. Mi trabajo consiste en buscar patrones de comportamiento de las acciones, es decir, en un lenguaje más técnico, lo que hago es elaborar modelos matemáticos que de alguna manera expliquen la tendencia de las acciones en el mercado. Cuando Daniela supo qué era lo que hacía Marina, pensó que había encontrado a la persona indicada para que le ayudara en lo que ella creía haber descubierto. —Creo que es mejor que charlemos en privado —asintió Daniela. —De acuerdo, ven, entra por aquí —la guio Marina abriendo una puerta que daba al interior del edificio.

139

Subieron a la segunda planta y entraron luego en un despacho bastante cómodo, en el cual había un ordenador de escritorio sobre una mesa grande, en cuyo monitor, de gran tamaño, giraba una compleja gráfica matemática tridimensional, mostrando por momentos la compleja ecuación que la había generado; a un lado había un bloque de papel continuo conteniendo largas series de números. Sobre el escritorio de Marina estaba también un ordenador portátil, y una complicada calculadora programable conectada a él por medio de uno de los puertos USB. En una de las paredes laterales se

encontraba

suspendida

una

pizarra

blanca,

mostrando los trazos de unas gráficas en varios colores: los meses aparecían en el eje horizontal y los valores monetarios en el vertical. Sobre una especie de cómoda, a espaldas de Marina, estaban apilados en desorden varios ejemplares del Wall Street Journal, periódico dedicado exclusivamente al mundo de las finanzas. Era una oficina en la cual parecía desarrollarse una actividad intelectual frenética. 140

—Bien —comenzó diciendo Marina—, dime cómo puedo ayudarte. —Hice, o al menos creo haber hecho, un descubrimiento relacionado con las tendencias de las acciones en el tiempo y… bueno, me agradaría que usted viera lo que he descubierto… —Mira —interrumpió Marina— puedes tratarme de tú y llamarme por mi nombre, al fin y al cabo, si no estoy equivocada, tenemos aproximadamente la misma edad. —De acuerdo, Marina, sucede que hace un mes aproximadamente… Espero que no te vayas a reír de mí. —Por qué habría de hacerlo. —Es que… bueno, si te ríes o no, de todas formas voy a contarte lo que descubrí hace algunas semanas: Investigando, por algo que preferiría no relatar ahora y que yo tampoco busqué, encontré que hay una relación muy

grande,

realmente

muy

141

grande,

entre

el

comportamiento de las acciones, en su alza y en su baja, con las configuraciones de los astros… Daniela

guardó

silencio,

esperando

que

Marina

comenzase a reír por lo que acababa de decir; pero la chica

guardó

silencio

y,

además,

pareció

estar

realmente interesada en lo que estaba oyendo. —Continua

—la

animó

Marina——,

me

parece

interesante lo que has descubierto —agregó tratando de retener más tiempo a la chica. —El caso es que comencé a investigar, y poco a poco, empecé a darme cuenta que… Marina dejó que Daniela le explicase todo lo que había averiguado, y las conclusiones a las que había llegado. Al final, se sintió tan animada que sacó unos papeles que llevaba junto con su ordenador, y se los mostró a Marina haciéndole una narración detallada de lo que era aquello. Luego, como apoyo adicional, encendió su ordenador

y

le

fue

mostrando

gráficamente

las 142

configuraciones

planetarias

de

ciertos

momentos,

comparadas con lo que había sucedido en el mundo bursátil. Las coincidencias eran asombrosas. Marina apenas podía creerlo. —Si eso que has encontrado es completamente cierto, has descubierto una mina de oro. Sin embargo, yo te aconsejaría que no lo divulgaras, pues podrías tener problemas. —Lo sé, y mi intención no es hacerle publicidad, pero… —Daniela se contuvo, prefirió no contarle lo del libro misterioso; y cómo ella había llegado a la conclusión de que el Universo le estaba dando la oportunidad de lograr alguna fortuna. —Bueno, ya me has relatado lo de tu descubrimiento, pero no sé todavía cómo puedo yo ayudarte, pues al parecer tú ya has comprobado su efectividad. —Lo que ocurre es que, si bien he podido probar su efectividad, lo he hecho con situaciones del pasado. Me 143

gustaría saber que va a suceder en el futuro… por ejemplo, me gustaría saber cuándo invertir y cuando vender acciones… —Sí, te entiendo. Buscas a alguien que pueda matemáticamente hacer un modelo que, por decirlo de alguna forma, ligue lo que ocurre en lo alto con lo puramente terrenal del movimiento financiero. —Sí, eso. Aunque no sé qué tan ético sea. —Bueno,

esa

es

una

pregunta

que

no

puedo

responderte; pero creo que si el destino te ha llevado a descubrirlo sin proponértelo, alguna razón habrá. Marina, en ese instante comenzó también a pensar que aquella pudiera ser, la respuesta del Universo a su petición de cambio de vida. «Los astros están allí para todos. Cualquiera, con el conocimiento necesario, puede proceder a su interpretación, sobre eso no hay derechos de autor —pensó Marina, y concluyó que lo que había hecho aquella chica no era incorrecto». 144

—De acuerdo, ¿pero tú podrías ayudarme a formular ese modelo matemático? Marina se quedó contemplando el rostro de Daniela, había algo en aquella chica que le atraía. —Sí, puedo ayudarte a la formulación de un modelo de predicción. Sin embargo, hay cosas que podría hacer alguien con esa información que no me parecen correctas. —No quiero hacer nada malo. Quizás lo único que deseo es satisfacer mi ego por haber descubierto algo tan interesante. —De acuerdo, cuenta conmigo. Pero no puedo trabajar yo sola, necesitaría tu ayuda —dijo Marina tratando de justificar estar cerca de Daniela en los próximos días. —Sí, me lo imagino, pero el caso es que a mí me resulta un poco difícil dejar la casa por las noches, que es cuando presumo que tú podrías trabajar en esto. —Por qué… 145

—Es una historia un poco larga, resulta que mi padre era diplomático, y en el último país en el que estuvimos nos vimos obligados a salir huyendo debido a una guerra y, para colmo, ese país considera al nuestro como enemigo. Y mi padre tiene el temor, para mí injustificado, de que aún aquí nos pueda pasar algo malo. —Comprendo lo que me dices. Entonces, podríamos trabajar los fines de semana en tu casa. —Creo que no habrá ningún problema.

Los dos fines de semana siguientes, Marina pasó trabajando con Daniela en su casa. Durante ese corto tiempo supo ganarse la confianza del padre de su amiga, sobre todo que él miraba con muy buenos ojos que su hija se hubiese interesado en el tema del mercado de valores. Pero, quizás lo más satisfactorio

146

para todos, fue que la residencia de Daniela distaba del apartamento de Marina apenas tres cuadras. El sábado del tercer fin de semana, en el que Marina se hizo presente en la casa de Daniela, se encontró con que los padres de ésta habían salido

a hacer unas

compras. De manera que las chicas se quedaron solas en la casa. Marina se sentía muy bien estando cerca de su amiga. Y todo parecía ir muy bien de esa manera. Sin embargo, esta vez, cuando ambas estaban sentadas, mientras Marina dibujaba unos esquemas sobre una hoja de papel, y cuando ella menos lo hubiera esperado, sintió posarse sobre su mano la suave mano de Daniela. Una deliciosa sensación, un agradable cosquilleo, recorrió entonces su brazo. A continuación, Daniela quitó de la mano de Marina el bolígrafo con el que estaba escribiendo, y la abrazó acercando sus labios al cuello de ésta, obsequiándola luego con cortos y traviesos besos. Marina se quedó quieta, callada, aturdida. Ella sentía atracción por su nueva amiga, la había sentido desde el momento en que la conoció, pero 147

no había sospechado siquiera que la atracción fuera recíproca. Marina se había quedado sin saber qué hacer, únicamente había cerrado sus ojos como disponiéndose a disfrutar las travesuras de su amiga, que entretanto hacía de las suyas acariciándola y besándola: en las mejillas, en los labios y en el cuello. De pronto escucharon descorrer el cerrojo de la puerta de entrada de la casa. Eran los padres de Daniela que regresaban de hacer sus compras.

Cuando llegó el lunes de la siguiente semana, Marina se sintió estupendamente bien,

algo inesperado había

despertado en su interior. Se sentía muy bien a pesar de que estaba haciendo lo mismo de todas las semanas. De hecho, aun cuando siempre se preocupaba bastante por su presentación, esta vez había puesto más esmero en ello. Y cuando llegó a su trabajo no pudo evitar darse cuenta de algunas miradas furtivas que le dirigían sus compañeros de trabajo. Como que su petición al 148

Universo había comenzado a hacerse realidad; pues, aunque lo estresante de su ocupación diaria continuaba presente, ella ahora se sentía alegre y optimista. Y así continuó toda la semana, ilusionada también en su interior por encontrarse con Daniela el siguiente fin de semana en el que, dicho sea de paso, la chica llegaría a su apartamento para pasarlo juntas. Claro, trabajando en la formulación matemática del descubrimiento de Daniela, entre otras cosas. El viernes por la noche, poco después de las siete, Daniela se hizo presente en el apartamento de Marina. Llegaba bastante animosa, a tal grado que, casi en el umbral de la puerta, extendió los brazos para entrelazar con ellos el cuello de Marina y darle un prolongado beso en la boca. Marina, entonces, rodeó la cintura de su compañera y se quedaron un momento abrazadas de esa manera. Cuando se soltaron, Marina tomó de las manos a Daniela diciéndole: —Te propongo algo. 149

—Qué cosa. —Nada de cariñitos ni de mimos esta noche. —Por qué —preguntó Daniela haciendo un gracioso mohín de niña consentida. —Ahora te explico: es necesario que avancemos en el modelo que estamos haciendo, de manera que mi idea es que trabajemos en ello hoy por la noche después de cenar algo, y que mañana, en el transcurso de la mañana nos distraigamos yendo a un spa, y después a que nos pongan lindas en el salón de belleza del mismo establecimiento. —Pero tú ya eres bonita. —Gracias. Igual digo yo de ti. Pero, de todas formas, vamos a que nos dejen más más atractivas. —Me agrada mucho la idea de ir contigo, pero primero debo de pasar por mi casa para llevar un poco de dinero. 150

—Olvídate de eso, yo te invito. —Gracias Marinita. Te quiero. —Yo también siento lo mismo por ti. Marina acercó sus labios a los de Daniela y le dio un breve beso, con el cual aceptaban estar de acuerdo con el plan.

Al regreso del spa el día siguiente, cuando el sol ya casi se ponía por el oriente, llevaban latente dentro de ellas el deseo aplazado desde la noche anterior, en la cual habían estado juntas trabajando pero evitando muestras de cariño. Cuando llegaron al apartamento cargaban unas bolsas con algunos objetos que habían comprado al salir del spa, las cuales quedaron desordenadas sobre los muebles de la sala de estar, mientras las chicas se iban de paso hasta la alcoba de Marina. Una vez estuvieron allí, se tomaron de las manos viéndose la una a la otra, 151

apreciando el trabajo profesional que había hecho la estilista en los rostros de ambas. —Marina, te ves bellísima —dijo Daniela poniendo mucho sentimiento en ello. —Tú también te ves encantadora —susurró claramente embelesada Marina. Y así, contemplando sus rostros se acercaron para fundirse en un apasionado abrazo, al mismo tiempo que unían sus labios para regalarse con un vehemente y largo beso. Luego se descalzaron y se tendieron sobre el lecho, prodigándose besos y tiernas caricias. —Me siento dichosa estando aquí contigo —susurró Daniela, pero no obtuvo respuesta, porque en ese momento

Marina

la

rodeaba

con

sus

brazos

obsequiándole múltiples besos en el cuello, para luego descender hasta sus senos. —Quisiera que pudiéramos estar así siempre, juntas, acariciándonos y besándonos sin preocuparnos de otra 152

cosa que no seamos nosotras mismas —murmuró Daniela embriagada con los mimos de su pareja. —¿Tanto te gusta estar conmigo? —preguntó Marina separando momentáneamente su rostro del cuerpo de Daniela. —Sí, muchísimo. Me gustaría que viviéramos en una acogedora cabaña en una montaña, entre pinares, con vista hacia un hermoso lago de aguas azules, con prados verdes y pequeñas flores amarillas. Cuando Daniela describió aquella escena, a Marina le vino a la mente la descripción que ella creía haber leído en el libro: La Casa del Bosque;

y, por un instante

interrumpió la magia de aquel momento de deliciosa ternura: —Dónde has leído eso, Daniela. —Qué cosa. —La escena que acabas de describir. 153

—En ninguna parte, es que hace algunas semanas tuve un sueño en el cual vi ese sitio. ¿Por qué me preguntas si lo he leído? —Por nada, fue simple curiosidad —concluyó Marina, a la vez que buscaba los labios de su compañera con los propios, para sumergirse de nuevo con ella en aquel edén encantado de mágica ternura, que ellas habían comenzado a crear. El deseo de agradarse la una a la otra fue creciendo, hasta que llegó el momento en que prescindieron de la ropa que llevaban puesta, y se quedaron desnudas sobre la cama, derrochando caricias y besos sobre la tersa piel de sus cuerpos. Por momentos acercaban sus rostros y se veían extasiadas a los ojos, expresándose de esa manera la profundidad del cariño que se tenían, para el cual no se habían todavía inventado palabras en idioma alguno de este mundo. Se abrazaban, tratando de regalarse la íntima calidez de sus cuerpos, mientras se besaban para sentir, aunque fuese solo una ilusión, 154

que podía fundirse en un solo cuerpo. Y deseando pertenecerse sin ningún tipo de limitaciones, pronto pasaron a deleitarse con besos y caricias más esenciales, que les permitieron elevarse por encima de cualquier sensación o pensamiento ajeno a aquel momento, hasta alcanzar el paraíso de la máxima delectación que les podía entregar su amor. Luego juntaron sus cuerpos, y se quedaron así, entrelazadas, reposando una en la otra, plenas y felices por haber vivido juntas aquella sublime experiencia. Un rato después, cuando las sombras del atardecer comenzaban a filtrarse en aquel refugio encantado, Marina encendió la lámpara de una de las mesitas de noche de su cama; se levantó, caminó hasta una mesilla en la cual tenía un iPod conectado a un sistema de sonido, localizó una melodía en el pequeño dispositivo, y presionó el botón virtual para que comenzase a reproducirse, a bajo volumen, para no romper el encanto de aquel romántico atardecer.

155

—Daniela, te dedico esa canción con todo mi corazón — dijo Marina todavía de pie a un lado de la cama. —¿Cuál es? —Come What May1 —¡Sí, ya sé cuál es! —dijo Daniela muy emocionada—. No sabes cómo me encanta lo que dice. Te amo Marina, de verdad que te amo. Debí haberte conocido antes.

Traducción libre de la letra en inglés para este relato: Nunca imaginé que podría sentirme así/ como si nunca antes hubiese visto el cielo/ deseando desvanecerme con tu beso./ Cada día te amo más y más/ Escucha mi corazón, puedes percibir su canto/ pidiéndome que te entregue todo./ Las estaciones pueden convertir el invierno en primavera/ pero yo te amaré hasta el fin de los tiempos.// Pase lo que pase/ te amaré hasta el último de mis días.// De pronto el mundo parece un lugar exquisito/ De pronto gira con delicada elegancia/ De pronto mi vida no parece un desecho./Todo gira a tu alrededor.// Y no existe montaña demasiado alta, ni río demasiado ancho/ canta esta canción y yo estaré allí a tu lado./ Las nubes de tormenta se pueden reunir y las estrellas colisionar/ pero yo te amaré hasta el fin del tiempo// Pase lo que pase / te amaré hasta el último de mis días/ Pase lo que pase te amaré. 1

156

—Yo también te amo mucho. Has cambiado totalmente mi vida, pero creo que nos hemos conocido cuando debía ocurrir. Antes, quizás nada de lo que estamos viviendo ahora hubiera sucedido. —Tienes razón, pero créeme, no me canso de decirte que te amo. Nunca pensé que iba a encontrar a alguien tan dulce y cariñosa como tú. De verdad me siento muy feliz. Entre tanto, las notas y las románticas palabras de la melodía invadían dulcemente el ambiente. Cuando la melodía llegó a su fin, las chicas decidieron levantarse y tomar algo ligero como cena. Se colocó cada una un albornoz y se fueron a la cocina donde prepararon una apetitosa ensalada de frutas. Después decidieron ver una película en la pantalla de plasma, para lo cual se acomodaron en el amplio sofá frente a la pantalla, y desnudas se cubrieron con una frazada grande. Sin embargo, no terminaron de ver la película pues al poco rato Marina se quedaba dormida en los 157

brazos de Daniela, y luego también ella era vencida por el sueño. A la mañana del día siguiente, domingo, después de levantarse, las chicas tomaron juntas un baño. Al salir, Marina le tenía preparada una sorpresa a Daniela. —Ven —le dijo Marina a su amiga tomándola de la mano—. Acuéstate así, desnuda, en el borde de la cama, pero deja colgando tus piernas. —Por qué. Qué vas a hacer. —Cierra los ojos y mantenlos así hasta que yo te diga. —Me pones nerviosa. —Quédate tranquila. Voy a traer algo, no vayas a abrir tus ojos. Marina se alejó por un momento, y luego regresó trayendo un pequeño taburete, lo colocó bajo los pies de Daniela y nuevamente salió. Regresó ahora con un banquito de plástico y lo colocó frente a las piernas de 158

Daniela. Y una vez más volvió a salir de la recámara; regresando luego con un depósito conteniendo agua tibia y sales aromáticas disueltas, y también trajo una toalla. Por último regresó con un pequeño estuche en sus manos. —Todavía no abras los ojos —dijo una vez más Marina. Se sentó en el banquito de plástico, tomó los pies de Daniela y los introdujo en el depósito de agua tibia. —¡Qué delicioso! Pero, qué estás haciendo. —Quiero mostrarte que mi vida no sólo son los modelos matemáticos que hago para la casa de bolsa, también me agradan las tareas femeninas. Voy a hacerte una pedicura… —Pero… es que me da pena… —Ssssh, no hables, sólo déjate hacer. Ahora, si quieres, abre tus ojos, o mantenlos cerrados y descansa.

159

Después de un largo rato, en el que Daniela volvió a dormirse por el efecto relajante de la labor que estaba haciendo en ella Marina, abrió los ojos y tomó consciencia de que su compañera ya no estaba con ella, sin embargo, había tenido el cuidado de acomodarla a lo largo de la cama. La chica, entonces, se incorporó y vio el trabajo que le había hecho su compañera. Quedó maravillada: sobre el esmalte rosa pálido con el que había cubierto sus uñas, había dibujado una flor utilizando también suaves tonalidades. Era un trabajo de mucha paciencia, una obra de arte. Después de apreciar el trabajo de Marina, se levantó, se puso el albornoz y, como escuchara algunos sonidos en la cocina, se dirigió hasta allí, encontrandola en medio de la preparación de un apetitoso almuerzo. Daniela se acercó hasta ella y la abrazó emocionada. —Realmente te amo —le dijo—, y le dio un prolongado beso en la boca, interrumpido únicamente por el aroma de algo que había descuidado la cocinera, y que ahora comenzaba a chamuscarse. 160

Aquel fin de semana, el primero que las chicas pasaban juntas, fue para ellas inolvidable; y se prometieron repetir la experiencia cada vez que les fuera posible. Sin embargo, el siguiente fin de semana las cosas fueron diferentes, pues los padres de Daniela las invitaron a que fueran con ellos al mar. Y aunque pudiera decirse que las chicas estuvieron juntas, no lo hicieron de la manera como ellas lo hubiesen deseado. Además, el padre de Daniela acaparó a Marina en varias ocasiones, haciéndole consultas sobre temas relacionados con las actividades de la casa de bolsa. Los siguientes fines de semana, en cambio, pudieron volver a reunirse en el apartamento

de

Marina

y

disfrutaron

de

varios

momentos de exquisito placer, pero el tiempo iba pasando, y el modelo matemático de predicción todavía no estaba formulado. De manera que las chicas tuvieron que volverse más disciplinadas durante sus encuentros, para poder así terminar

la tarea que se habían

propuesto. Cuando llegó el momento en que Daniela no podía

ayudar

más

a 161

Marina,

se

quedaba

acompañándola hasta muy entrada la noche, y en el ínterin le preparaba una taza de té o le servía un refresco para que tomara. Y así, entre desvelos y mimos, lograron terminar la herramienta teórica de predicción para el comportamiento de las acciones en la bolsa. —Daniela, cruza los dedos, vamos a entrar los datos en el ordenador a ver qué nos resulta. Las chicas estaban nerviosas, era el primer ensayo que hacían para ver si el modelo matemático era bueno. Antes de un minuto la pantalla daba los primeros resultados. Con esos datos podían saber qué tipo de acciones iban a estar subiendo, y cuales estarían a la baja; en base a esto y otros datos proporcionados por el programa, se podía conocer qué acciones convenía comprar ahora que descendían, para luego vender cuando estuvieran en su cúspide. Imprimieron esta información y marcaron unas cuantas empresas; un par

162

de semanas después comenzarían a ver si el programa funcionaba. Al cumplirse el periodo esperado pudieron comprobar la fiabilidad del programa,

todo había salido como lo

habían previsto. Hicieron un par de ensayos más y esperaron el tiempo predicho por el modelo. Y nuevamente se encontraron que los movimientos eran los predichos por el programa. Ahora venía la prueba decisiva. Las chicas debían invertir algo de dinero si querían obtener algún provecho de lo que habían descubierto. Y fue Marina la que tomó el riesgo: —Daniela, para poder hacer la prueba definitiva, y sacar provecho de la investigación debemos invertir algo nosotras, voy a hacer un préstamo al banco, si las cosas no salen como hemos previsto según los resultados de la máquina, siempre se podrán vender las acciones, aunque, tal vez, a un precio más bajo, perdiéndoles un poco. 163

—Bueno, el riesgo no es muy grande —opinó Daniela—, si eso sucede, yo te ayudaría a pagar al banco lo que haga falta para completar la cantidad prestada. —De acuerdo, entonces, ¿nos arriesgamos? —Claro, debemos de pensar de forma positiva, como dicen algunos libros. Yo creo que nos va a ir muy bien, vamos a ganar bastante dinero. Las chicas no lo pensaron más y pusieron manos a la obra. Después de unos meses, todo ocurrió de acuerdo a lo previsto, habían ganado bastante dinero con la venta de las acciones que ellas originalmente habían obtenido a precios bajos. Con lo que ganaron pagaron el préstamo del banco, y el resto lo invirtieron de acuerdo a los resultados del programa, pero esta vez las chicas dudaron un poco, pues de acuerdo a la lógica común era un negocio improbable. Tuvieron temor, pero al final se decidieron a 164

apostar de acuerdo a lo indicado por el ordenador. Y después de un par de meses habían ganado una cantidad muy grande. Pero esta vez no vendieron todas sus acciones, se quedaron con algunas para lograr, de esa manera, una nada despreciable renta anual. Después ambas decidieron no volver a hacer ninguna otra inversión. Había que dejar las cosas así. Al fin de cuentas la codicia no trae nada bueno, y el Universo podría volverse desfavorable. Unas semanas más tarde, en el apartamento de Marina, después de haber disfrutado de un momento de grata intimidad, tuvieron una conversación: —Daniela, te acuerdas que una vez me hablaste de un lugar, de una especie de paraíso en el cual había una cabaña con vista a un lago, y un pasto con pequeñas flores amarillas. —Sí, fue un sueño que tuve.

165

—Yo también tuve el mismo sueño. Al principio estaba segura de haber leído esa descripción en un libro, pero luego me di cuenta de que no había sido así. —¿De verdad? —Sí.

Pero

dime,

por qué

ya

no

quisiste

que

continuáramos con el juego de las inversiones… —Es que leí en un libro que: Es mejor hacer las

peticiones al Universo y, si lo que se pide es conveniente, con seguridad será concedido. Y pensé que el Universo ya nos había concedido suficiente, nos tenemos la una a la otra y, si eso fuera poco, también hemos sido favorecidas con cierta riqueza. No fuera a ser que la codicia nos hiciera perder lo que ya tenemos. ¿Sabes algo? —Qué, dime. —Yo le pedí al Universo un cambio de vida, pues ya no quería andar con mi padre de país en país, pues en varias ocasiones llegamos a lugares muy peligrosos 166

para nosotros. Además hice también la petición al Universo de una pareja que fuera tierna, cariñosa, agradable y otras cosas más. —¿Y que además le gustara disfrutar de placeres íntimos contigo? —preguntó Marina. —Si, también eso. Y tú eres la respuesta del Universo para mí. Después de andar dando vueltas por el mundo, regreso a mi país y me encuentro con que mi pareja estaba a unas cuantas cuadras de mi casa. ¡Vaya que paradójico! —Quiero preguntarte algo más: cómo se llama el libro en el cual leíste eso de que es mejor hacer las peticiones al Universo. —Esa es una historia interesante que voy contarte ahora, el libro se llama: Los secretos de la Luna Azul… —Yo también tengo que hacerte otro relato con respecto a ese libro —comentó Marina.

167

—Ocurrió hace algún tiempo, en el último país en el que estuvo

mi

padre

como

diplomático…—comenzó

contando Daniela. La chica relató cómo había obtenido el libro, y luego Marina hizo lo mismo incluyendo su desaparición. Cuando terminaron sus historias, las chicas tuvieron una idea: —Daniela, trae la copia que tú imprimiste del libro, yo voy a traer la mía y comparémoslas. —De acuerdo. Dos minutos después, las chicas ponían sobre una mesa ubicada junto a una ventana ambas copias, y también el borrador manuscrito del modelo matemático de las predicciones. Pero súbitamente, y sin ninguna explicación razonable, un fuerte ventarrón que entró por la ventana arrebató, sin miramientos, las hojas de papel que las chicas habían colocado sobre la mesa, y se las llevó consigo afuera del apartamento. Salieron volando 168

por todos lados, elevándose cada vez más sin la posibilidad de poder recuperarlas. Ambas recordaron, que de todas formas, algo tenían en sus ordenadores: Daniela, la copia del libro; Marina el modelo matemático. Pero,

¡vaya

sorpresa!,

cuando

activaron

sus

ordenadores, los archivo digitales de esos documentos había

desaparecido,

como

si

un

extraño

virus

informático hubiese dado cuenta de ellos. Entonces Marina volvió su rostro hacia Daniela. —Tienes razón, Daniela, esto confirma lo que tú habías dicho antes: El Universo ya nos ha dado lo que tenía

para nosotras. —Sí, pero lo más importante es nos regaló la una a la otra. —Así es, no pudiera habernos ocurrido nada mejor.

169

Epilogo Unos

meses

más

tarde,

Marina

y

Daniela

se

encontraban meciéndose suavemente, sentadas en un sofá de balancín, en la terraza de una acogedora cabaña en la montaña, contemplando a lo lejos las tranquilas aguas azules de un lago. En los alrededores había bastantes arboles de pino, y entre el pasto asomaban unas pequeñas flores amarillas, era de tarde y comenzaba a hacer frío. Al día siguiente Daniela continuaría pintando el cuadro en el que estaba trabajando, y Marina continuaría escribiendo su novela. Ahora ambas estaban haciendo lo que les atraía profesionalmente, sin prisas ni disgustos. Seguramente habían recibido la sabiduría y la inspiración que otorga la Luna Azul a quienes la honran con su ritual. Por la noche se irían a la cama, y disfrutando de la tibieza de sus cuerpos se quedarían dormidas, tal vez después de regalarse un momento de placer íntimo.

170

171

El REENCUENTRO Al di la; Della volta infinita, Al di la della vita. Ci sei tu, Al di la, Ci sei tu per me

La chica caminaba deprisa por la senda de tierra entre los árboles de la zona boscosa del parque, parecía estar haciendo un poco de ejercicio matutino, o al menos eso pensaba ella. Sin embargo, por momentos creía andar por parajes desconocidos; parajes que, le parecía, no haber visto anteriormente. Pero distrajo su mente en otras cosas y continuó su rápida caminata. En un recodo del camino, al cual probablemente no le había puesto atención anteriormente, vio una escalinata rústica construida con piedras y argamasa, que llegaba hasta la parte superior del talud a un lado del camino. Se detuvo. Se colocó frente a ella y sintió curiosidad por ver qué es lo que había arriba, al final. Se paró sobre el primer 173

peldaño y vaciló un momento. Se fijó que los escalones estaban un tanto descuidados; había maleza brotando en las diferentes juntas; y tierra acumulada de quién sabe cuánto tiempo. No lo dudó más y subió al siguiente escalón y contó: —Dos. Luego el siguiente. —Tres. Y el siguiente. —Cuatro. Y así continuó subiendo y contando los escalones. Cuando llegó al diecinueve, le llamó la atención que éste se había desprendido del siguiente, dejando una grieta entre ambos. Pensó que la escalinata no había sido construida adecuadamente, pero no se detuvo mucho tiempo y continuó subiendo hasta arriba. —Veinticinco. 174

Había llegado al último peldaño. Se quedó de pie observando. Frente a ella se abría un sendero flanqueado a ambos lados por árboles de lujuriosas flores de coloración rojo naranja. Eran árboles de acacia roja. Sobre el suelo había muchas semillas de blanquecinas aletas, desprendidas de los árboles y que, ahora danzaban caprichosamente incitadas por la brisa que agitaba levemente también las ramas de los árboles. La senda parecía una especie de larga gruta, debido a que las ramas superiores de los árboles se juntaban formando una bóveda que la sombreaba. Vio hacia el cielo y tuvo una extraña sensación: Ya no sabía si era de mañana o era de tarde, se sintió un poco confundida pero decidió ir por el sombreado sendero. Pero antes de introducirse en él volvió la vista hacia donde estaba la escalinata, como temiendo que pudiese haber desaparecido. Pero todavía continuaba todo en su sitio. Nada había cambiado. Con la seguridad que le había dado el examen visual del punto por donde había llegado, comenzó a internarse en el sendero. Le pareció 175

un poco extraño que nadie anduviese por allí haciendo un poco de trote o simplemente caminando. Más bien, aquel sitio parecía desolado. Pero a la chica le gustaba un poco la paz que da la soledad, de manera que optó por disfrutar aquel momento. Y continuó andando. A los lados del camino, por entre los árboles, se veían unos prados de vibrante color verde que se extendían hasta el horizonte. De pronto la chica cayó en la cuenta de que por más que caminaba no parecía llegar a lugar alguno. Y tampoco se vislumbraba nada más adelante: sólo camino y árboles. Aunque estos últimos habían cambiado, ahora el sendero estaba flanqueado por algo que parecía álamos, cuyas copas comenzaban muy cerca del suelo. Junto a uno de los árboles a la vera del camino estaba un tronco de árbol cortado a manera de asiento, invitándole a descansar. La chica se acercó al tronco, se sentó y apoyó su espalda contra el álamo. Se sintió cómoda pero sin saber qué hacer: continuar el camino o deshacer sus pasos y volver a la escalinata. 176

Pero algo inexplicable dentro de ella le decía que continuara andando por el sendero, que no desistiera. La chica cerró los ojos y una leve brisa le acarició el rostro transmitiéndole cierta tranquilidad. No sintió que hubiese ningún peligro en aquel lugar. Relajó su cuerpo y se quedó dormida. Cuando más tarde abrió los ojos, lo hizo calmadamente, sin sobresaltos. Vio a su alrededor y no detectó que hubiese cambiado algo. Se levantó y comenzó a caminar nuevamente hacia adelante, hacia quién sabe dónde. De improviso encontró un cambio en su trayecto: unos metros delante de ella había un repecho. Llegó hasta él, lo subió y al descender al otro lado vio, con bastante extrañeza, un pequeño poblado. Le pareció uno de esos pintorescos caseríos que se describen

en

los

cuentos.

El

sendero

pasaba,

precisamente, en medio del pequeño poblado. Parecía como si estuviera desocupado. Sin embargo la chica continuó caminando. En una de las casas, a unos cuantos metros de donde se encontraba en aquel instante, había un letrero que rezaba: 177

Les délices éternelles «¿Un letrero en francés?»—se preguntó intrigada la chica. Luego tradujo como en un susurro: —Las delicias eternas. La chica se acercó despacio a aquella casa. Estaba pintada de colores pastel: azul-celeste, verde menta y rosa; y mostraba en el frente unas graciosas ventanas que enmarcaban unos cristales de colores. Se quedó frente a aquel establecimiento. De él emanaba un delicioso aroma: una mezcla de olores frutales. Cuando intentó acercarse a la puerta para ver de qué se trataba aquella experiencia que estaba viviendo, una bonita joven, más o menos de la misma edad de ella, le salió al encuentro. Iba vestida como dependienta de un comercio de postres y helados. Su uniforme tenía los mismos colores pastel con los que había sido pintada la casa. 178

—¿Quieres entrar? —preguntó la dependienta con una agradable sonrisa en sus labios. —¿Qué es lo que venden aquí? —Pasa y lo verás. Tenemos los más exquisitos postres dulces y los más deliciosos

sorbetes que hayas

probado en toda tu vida. —Pero, no creo que me convenga comer algo dulce. —No te preocupes, puedo asegurarte que no vas a aumentar de peso. Además, a mi padre no le agradaría que alguien que pase por aquí desprecie saborear alguna de sus creaciones. La chica le hizo caso a la dependienta y entró en aquella casa. Nomás traspasar el umbral de la puerta se quedó admirada. El ambiente interior era de lo más acogedor: unas mesas pequeñas de madera, de forma redonda, habían sido dispuestas a la par de cada ventana que daba hacia el exterior. Las mesas estaban cubiertas con un mantel de cada color de los que distinguían al 179

establecimiento y, sobre cada una de ellas, había también un florero conteniendo flores de variados y exquisitos colores. Los mostradores contenían una variedad grande de postres de sabores inimaginables. Había mazapanes simulando pequeñas frutas, dulces de toronja, de frutas tropicales y muchas otras delicias que no conocía. La repostería era increíblemente llamativa: con merengue, con frutas, con cremas de colores. Tartaletas de chocolate, de fresa, de cerezas y frambuesas. Pasteles de almendra y chocolate, mousse de cerezas, merengues perfumados, tartaletas con mousse de limón y diferentes variedades de turrones. Cuando la chica estaba inclinada viendo todas aquellas delicadezas tan llamativas, un señor de aspecto bonachón

y

gran

mostacho

apareció

detrás

de

mostrador. —Hola, jovencita. ¿Cómo te llamas? —Marisela.

180

—Ah sí, ya veo. —Cuántas cosas deliciosas tiene usted aquí —dijo Marisela deseando poder saborear algunas de ellas. Los postres y los dulces eran su debilidad, por lo cual procuraba mantenerse alejada de ellos. —No solo deliciosas —agregó el señor del mostacho—. Estos

confites

tienen

una

propiedad

que

tú,

probablemente, llamarías mágica. —Y cuál es esa propiedad —quiso saber la chica con gran curiosidad. —Al probar una de estas confituras tendrás una evocación. —¿Una evocación?... ¿De qué?—Bueno, en realidad, vendrá a tu mente una escena del pasado o una del futuro. Si es una escena del pasado, deberás regresar por donde viniste. Si es una escena del futuro deberás continuar tu camino por la senda que traías.

181

—Pero cómo voy a saber si es una escena del futuro — preguntó escéptica la chica. —Fácil. Una escena del futuro no está todavía registrada en tu mente. Y sabrás de inmediato que es algo que todavía no has vivido. —Pero… —Prueba este relámpago —dijo el señor del mostacho, impidiendo que Marisela terminara la frase—. Es una especialidad rellena de crema de cerezas y frambuesas. Y, como su nombre lo indica, tendrás, al momento de probarlo, un destello agradable de algún momento de tu pasado, o uno de tu futuro, también agradable. La chica sintió un poco de desconfianza. —Vamos, pruébalo, nada malo te va a ocurrir —la animó el señor—. C’ était simplement délicieux Marisela tomó el pequeño azafate en el cual le era ofrecido aquel postre, tomó éste con la mano y lo llevó 182

hasta su boca. Antes de poder introducirlo en ella, un aroma de inexplicable exquisitez inundó su sentido del olfato, y en la mente comenzó a dibujarse una escena agradable que no alcanzó a definirse. Cerró los ojos y se dispuso a probarlo. La experiencia pronosticada no se hizo esperar. —Veo —dijo la chica manteniendo los ojos cerrados—, una maravillosa escena entre montañas. No sabría decir si es de mañana o de tarde; pero hay un cielo límpido, y a ambos lados hay altozanos con abundantes coníferas. Todo es verde y florido. Abajo, entre las montañas, pasa un pintoresco arroyo de aguas transparentes. El clima es fresco sin llegar a ser frío. Hay paz y tranquilidad. Al fondo, lejos, parece haber un monte nevado. ¡Vaya, esto es el paraíso! Pero hay algo más, a un lado, cerca del arroyo, bajo la sombra de algunos árboles se encuentra una cabaña, una bella cabaña de aspecto acogedor. ¡Ahora la puerta de la cabaña comienza a abrirse! Parece que alguien va a salir…

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Aquel destello o breve relámpago premonitorio se disolvió, Marisela no pudo continuar visualizando en su mente la paradisíaca escena. Entonces abrió los ojos e hizo un intento de degustar una porción más de aquella repostería. —No —le dijo el señor que se la había dado—. Ya no vas a lograr concebir nada más. Puedes comerlo si quieres, pues es algo muy delicado y de

exquisito

sabor, pero no vas a tener una nueva experiencia de visualización. La chica se sintió desilusionada. —Entonces, ¿era una escena del pasado o del futuro? —preguntó el señor. —Tiene que ser del futuro —dijo la chica—. Nunca antes he vivido esa experiencia. Ojalá, si es cierto lo que usted dice, no se encuentre en un futuro muy distante.

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—No.

Lo que acabas de visualizar está en tu futuro

inmediato.

Más cercano de

lo que

tú pudieras

imaginarte. —¿Cómo lo sabe? —Simplemente lo sé. Vamos, termina de comerte el relámpago. Luego tendrás que seguir tu camino. Hacia adelante. No hay retorno. Cuando salió de aquel sitio, la chica que la había recibido la acompañó hasta el exterior. —Tu más grande deseo, el deseo de tu vida está por convertirse en realidad —le dijo la chica al separarse de ella. Marisela se quedó pensativa por un momento, no sabía qué era lo que le había querido decir la dependienta. Pero cuando se volvió para preguntarle, ella ya estaba entrando de nuevo a la casa, y únicamente vio que le decía adiós levantando la mano. Entonces comenzó a

185

caminar. Deseaba encontrarse lo más pronto posible con su futuro inmediato. Al ir por la senda, Marisela no volvía a ver hacia atrás, pues estaba segura que cada tramo que quedaba a sus espaldas, por alguna razón, iba desapareciendo. Sólo existía un futuro mientras siguiera caminando. Su mente iba pensando en aquel paraje tan hermoso que había visualizado pero, sobre todo, sentía la curiosidad de saber quién era la persona que estaba a punto de salir por la puerta de la cabaña. Si era cierto que en su futuro inmediato estaba la respuesta, estaba segura, que si andaba más rápido, más pronto despejaría de su mente esa incógnita. No pasó mucho tiempo antes de que arribara a un sitio de espectacular belleza, era el lugar con el que parecía haber soñado desde su niñez. Algo en su interior le decía que se iba acercando al lugar que había visionado en la confitería. Comenzó a caminar más despacio: en parte porque quería disfrutar del paisaje, y en parte porque no quería pasarse de largo dejando atrás la cabaña. A lo lejos divisó el monte 186

nevado. Y supo que se estaba acercando al lugar de su cita. A su izquierda, cayó en la cuenta, corría un arroyo de tranquilas y cristalinas aguas. A ambos lados de aquella corriente había un pasto verde. Más allá de dicho pasto, también a ambos lados, se extendían sendos bosques de coníferas que alcanzaban las faldas de las montañas. Aun cuando no se veía ningún pajarillo volando por entre los árboles, el jolgorio de ellos delataba su presencia. El clima era fresco, y el cielo estaba

despejado.

Marisela

continuó

caminando,

todavía más despacio, siguiendo el curso del arroyo, esperando encontrar de un momento a otro el paraje en donde estaba la cabaña. Llegó a un amplio recodo y, al salir de él divisó, al otro lado del arroyo, la cabaña; a poco menos de unos cien metros de donde ella estaba. Se detuvo completamente y concentro su mirada en aquella acogedora y rústica vivienda. Se sintió plena, alegre. Ese era su lugar, el lugar al cual ella pertenecía. «La cabaña —pensó—, la cabaña en el bosque, siento como si alguien me esperase allí dentro». 187

Se acercó un poco más, despacio, hasta quedar frente a la vivienda en la ribera opuesta del arroyo. Se sentó sobre el pasto dirigiendo la mirada hacia aquel lugar. No tenía prisa. de alguna manera sabía que había llegado. De pronto vio que la puerta de la cabaña comenzaba a abrirse. Y expectante se incorporó. Estaba ansiosa. ¿Quién saldría por la puerta? Era otra chica la que apareció en el umbral de la puerta y descendió hasta el pasto. Quedaron frente a frente, estáticas, separadas por el arroyo y unos cuantos metros de grama verde. No hubo palabras, solo lágrimas de felicidad en los ojos de ambas. Marisela, entonces, cruzó la corriente de agua apoyando los pies sobre unas piedras, y fue al encuentro de la chica que había salido de la cabaña. Se abrazaron fuertemente y Marisela le susurró al oído: —Adriana, Adrianita. —Marisela, por fin has llegado. 188

—Sí, he llegado, Adriana. Contemplaron por un rato sus rostros, para luego besarse en los labios. Después se tomaron de la mano y comenzaron a caminar por el pasto, siguiendo el curso de las aguas del arroyo. Hacía mucho tiempo que no daban un paseo juntas. Ahora, estaban seguras, no volverían a separarse.

Hospital de la Ciudad El médico se acercó a una de las señoras que se encontraba en la sala de espera de la unidad de cuidados intensivos del hospital. —Señora —dijo el galeno, con cara de circunstancias—. Me apena en sobremanera lo que tengo que decirle. De los ojos de la mujer brotaron automáticamente unas lágrimas, y el corazón le dio un fuerte latido.

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—Sé lo que me va a decir, doctor —dijo la mujer con la voz entrecortada—: todo ha terminado para mi sobrina. —Sí. Hicimos cuanto fue posible pero fue en vano. Sin embargo… —¿Qué?... Por favor, doctor, dígamelo… —Tal vez, de alguna forma esto le sirva como consuelo: Momentos antes de fallecer, la enfermera que la atendía creyó ver cierta mejoría en el rostro de Marisela, y se acercó a la cama donde ella se encontraba. Asegura que en ese momento la vio sonreír y luego decir: «He llegado, Adriana». No sé si para usted eso tenga algún significado. —Me agrada saber que entró sonriente a la otra vida. En cuanto al nombre: Adriana, sólo sé que su mejor amiga se llamaba así, y que falleció cuando tenía diecinueve años. Marisela recién había cumplido los veinticinco.

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191

El hechizo de la ballerina La caja de música con la ballerina, llevaba años en el escaparate del almacén, La gente que pasaba frente al almacén la veía y pasaba de largo, nadie parecía estar realmente interesado en adquirirla. En ella, la ballerina danzaba incansablemente, sin necesidad de que alguien le activara el mecanismo motor, no había que darle cuerda y, al parecer, había sido fabricada en una época en la cual las baterías todavía no se inventaban. A veces emanaba

de

la

caja

de

música

una

melodía

desconocida, que llevaba una fuerte carga nostálgica, otras veces unas menos tristes. Pero nadie se explicaba cómo era ese rodillo mecánico que podía producir tanta variedad de acordes. El rostro de la ballerina había sido elaborado con mucha delicadeza. Era, quizás, la única muñequita de caja de música con un rostro tan delicado, y con un cuerpo tan hábilmente modelado, que daba la impresión de que en cualquier momento cobraría vida, y comenzaría

mover

sus

brazos

y

sus

piernas,

liberándose de la pequeña pista especular sobre la cual danzaba fija continuamente; guiada, quizás, por una espacie de imán que de alguna manera se desplazaba por debajo de la base, donde apoyaba sus pies haciendo que la danzarina se desplazara de puntillas, con los brazos alzados, por toda la pista. 193

*** Cuando era apenas una niña, Erín soñaba con tener muchos juguetes, especialmente muñecas con las cuales poder jugar. Y por las noches, cuando se iba a la cama, cerraba fuertemente sus párpados y formulaba una petición: deseaba que por la noche algún ente poderoso, mágico; materializara en su alcoba muchos de los juguetes que ella deseaba, pero por sobre todo y sin haber explicación alguna, ella ansiaba una caja de música. Y así, creyendo que algún día su petición se iba a hacer realidad, se quedaba dormida. Los años fueron pasando; y ella seguía creyendo en la magia, deseaba que ese mago poderoso ejerciera su magia para concederle

aunque

fuese

un

solo

deseo.

La

adolescencia llegó y pasó, y deseó que el mago de los sueños le hiciera realidad lo que ahora quería: una amiga con quien compartir sus confidencias, sus ideas, sus planes y, alguna vez, sus tristezas, desencantos e intimidades. Tal vez, pensaba ella, sea porque no tuve una hermana. Más adelante llegó el momento de estudiar una carrera universitaria, y se graduó a los veintitrés años. Pero siempre seguía creyendo que de alguna forma la magia le resolvería aquel deseo. Mientras sus compañeras de infancia y adolescencia habían dejado de creer en fantasías hacía muchos años, 194

y se habían sumergido en las inclemencias y sinsabores de la vida, negándole cualquier posibilidad a la magia, ella continuaba creyendo en su existencia. Un día, en el escaparate de un viejo almacén, vio una caja de música. Le llamó mucho la atención la danzarina de porcelana sobre ella, que danzaba siguiendo las notas producidas por el mecanismo dentro de la caja de resonancia. La curiosidad de Erín fue tal, que entró al almacén y se acercó, lo más que pudo hasta donde estaba siendo exhibido aquel dispositivo musical. Lo observó detenidamente, lo que más le llamó la atención fue el rostro de la bailarina, había sido confeccionado y coloreado con minuciosidad y naturalidad sorprendente, de tal forma que parecía la imagen real de una persona en miniatura. Aquella caja de música era para ella, pensó. —¿Te gusta? Es la caja de música misteriosa —dijo alguien detrás de Erín. Un tanto sobresaltada la chica se dio la vuelta y vio, que a sus espaldas, se encontraba un señor de unos sesenta y pocos años, de pelo totalmente cano y sonriéndole.

195

—¿Cómo? —dijo la chica casi automáticamente, al mismo tiempo que se giraba para ver quién había dicho aquella frase. —La caja de música misteriosa —repitió el señor sosteniendo en su mano izquierda una pipa, mientras presionaba con el índice de la derecha un poco de picadura dentro de la cazoleta del adminículo. —Perdón… no le entiendo —insistió Erín. —Verás —dijo el hombre mientras trataba de encender la pipa, que ya tenía entre sus labios, con una larga cerilla que había hecho aparecer de algún lado. Luego dio unas cuantas caladas hasta que el tabaco prendió; y mientras exhalaba unas volutas de humo blanco continuó diciendo: »Esta caja de música ha estado aquí durante largos años y, al parecer aquí permanecerá hasta que aparezca la persona indicada para llevársela, su dueña. Erín se había quedado atenta escuchando aquel relato que le estaba haciendo el desconocido. —¿Dueña? —preguntó Erín.

196

—Sí. Dueña. Pues, a lo largo de los años varias personas la han visto en el escaparate pero a nadie le ha interesado —¿Por qué…? —preguntó con gran curiosidad la chica. —Porque no les pertenecía. —Y si yo quisiera comprarla, ¿en cuánto me la vendería? —preguntó la chica con verdadero interés. El señor del pelo cano se llevó la pipa a la boca, dio un par de caladas, la sostuvo luego en su mano derecha y dijo: —Realmente no está a la venta, como ya te lo he dicho. Pues lo más seguro, por las experiencias que hemos tenido,

es

que

en

algunos

días

regreses

a

devolvérnosla. Y eso no es bueno para el prestigio de nuestra ya antigua tienda. —De todas formas —insistió la chica—, me agradaría poder tenerla. La pondría de adorno en mi tocador o en la cómoda. Por favor, dígame en cuanto me la podría vender. —¿Has dicho que te gustaría que fuese tuya? No sé por qué voy a hacer esto, pero por alguna razón me siento impelido a hacerlo. Hagamos un trato… 197

El hombre se quedó viendo detenidamente a la chica por un momento, como si tratara de reconocerla, y luego sonrió. —Qué clase de trato —le interrumpió la chica un tanto ansiosa. —Voy a dejar que te lleves la caja de música con la balletista pero… —¿Pero…? —preguntó Erín expectante. —Voy a confiar en ti… La

chica

entrecerró

un

poco

los

ojos

como

preguntándose qué sería lo que estaba por proponerle el señor de la tienda. —¿Perdón? —Voy empacar la caja de música para que te la lleves, si cuando la tengas en tu casa dejara de funcionar, debes traerla de vuelta. La cajita de música no es para ti. —Pero es que yo no quiero devolvérsela, quiero quedarme con ella. —Estoy seguro que tú eres la persona que debe tenerla, y que no tendrás que devolverla. Pero, como te he 198

dicho, si acaso no funciona cuando la tengas, deberás devolverla. —No le entiendo…—dijo la chica un tanto confundida. —La cosa es bien sencilla —intervino inmediatamente el señor de la pipa—, si después de tenerla un tiempo en tu casa, la cajita de música continúa funcionando bien, te quedas con ella; es para ti, tú eres la persona a quien le corresponde. Pero si falla, la traes de regreso. No eres la persona a la cual debe ser entregada. —Pero —intervino Erín—, me gustaría saber cuál es el precio. —Vamos, no hay precio. Solo hay un trato: si deja de funcionar la traes de regreso —la tranquilizó el señor. —En realidad —insistió Erín—, quisiera quedarme con ella aun cuando no funcionara. —Eso no es posible —trató de tranquilizarla el hombre del pelo cano cuando ya casi terminaba de empacar la cajita de música—, sin embargo, de alguna forma sé que te pertenece La chica puso cara de confundida y sólo atinó a decir: —De acuerdo, voy a tenerla unos días, si no funciona voy a regresar para devolvérsela 199

—Descuida, descuida… estoy seguro que va a funcionar —dijo el señor mientras le entregaba el paquete a la chica—. Bien jovencita, aquí tienes tu caja de música, te ha estado esperando por muchos años. —Gracias —dijo Erín con la confusión dibujada en su rostro—, regresaré en unos días, ya sea que funcione o no. Me gustaría que usted se entere de lo que ha pasado. —No te apures por eso, trabajará bien, no tendrás que regresarla. La chica salió contenta del antiguo almacén, llevando consigo aquel ingenio musical junto con su ballerina. Cuando iba por la calle, contenta de su adquisición, comenzó a cuestionarse la razón por la cual se había sentido de pronto impulsada a adquirir aquella caja de música. Había algo misterioso en todo aquello: en primer lugar porque la calle en donde estaba el almacén, no era una vía que ella recordara haber transitado nunca antes y, además, no se explicaba por qué sintió de pronto un inmenso deseo de adquirir aquel artefacto musical. Al llegar a su casa, dejó el bolso en una silla de la sala de estar, y se fue hasta su alcoba llevando consigo su nueva adquisición.

200

Desempacó la caja de música, y se quedó por un momento viendo

a su alrededor, buscando un lugar

donde colocarla. Al fin se decidió a ponerla sobre la cómoda. Y, al solo colocarla en el sitio escogido, la caja de música comenzó a llenar el ambiente con una alegre pero delicada melodía. Y la ballerina de porcelana comenzó a danzar de puntillas desplazándose sobre la pequeña pista. Pasaron los primeros tres días, y el artilugio musical continuaba funcionando a la perfección. Erín esperó dos día más pero nada cambió, todo continuó marchando bien con aquel artefacto. Sin embargo, había algo que, aunque la chica no estaba segura de que así fuera, comenzó a sospechar que aquella extraña caja de música dejaba de funcionar cuando ella no estaba en casa. Pensó en comentarle tal sospecha al señor del almacén cuando fuera a visitarle. Un par de días después, convencida Erín de que aquel artilugio no fallaría, decidió ir al almacén a comentarle al señor de la pipa, que se quedaría con ella pues estaba funcionando perfectamente. ¡Vaya sorpresa realmente inesperada! Cuando Erín llegó al sitio en donde había adquirido la ballerina con su cajita de música, lo que encontró fue una vieja edificación en ruinas. Las vitrinas laterales, a la entrada, habían sido clausuradas hacía mucho tiempo con tablones de madera; la puerta principal, sucia y 201

desvencijada, mostraba signos claros de que no había sido abierta, quizás en varios años. Sobre el piso frente a la entrada, entre las vitrinas que daban a la calle, las hojas secas desprendidas de algunos de los árboles que adornaban la calle, danzaban perezosas arrastradas a uno y otro lado por la brisa del momento. Por un instante Erín pensó que se había confundido, y que aquella no era la calle que andaba buscando. Caminó entonces hasta la bocacalle por la que había llegado, observó detenidamente las casas y edificios que tenía ante ella, y concluyó que no se había equivocado. Regresó al almacén abandonado, se detuvo frente a él por un momento, observándolo una vez más con mucho cuidado. Sí, no había duda posible, aquel había sido el lugar en el cual había entrado para ver a la ballerina de porcelana con su caja de música. Luego dirigió la mirada a los lados, había edificaciones modernas de uno y dos niveles en las cuales había también algunos comercios. Tales edificaciones hacían todavía más notoria la vetustez y abandono de la añosa construcción. Erín estaba asombrada y un poco aturdida, no sabía qué pensar. Decidió, entonces, entrar en uno los comercios que se encontraban junto al desvencijado edificio, una librería que en aquel momento no parecía tener mucha clientela.

202

La chica abrió la puerta, y de inmediato se encontró con varias filas de anaqueles, en los cuales había un sinfín de libros, no sabía qué hacer, comenzó a caminar por uno de los pasillos entre dos filas de largos estantes, hasta que encontró a una dependienta. —Señorita —alzó un poco la voz Erín. —¿Sí? ¿Puedo ayudarle a encontrar el libro que busca? —Gracias, señorita. Realmente tengo curiosidad por saber desde cuando el edificio contiguo a este se encuentra abandonado. ¿Podría usted darme alguna información sobre eso? —No, no lo sé. Desde que vine a trabajar aquí, ese edificio está así, como olvidado. —Vaya, me gustaría saber algo sobre él. —Permítame

un

momento

—dijo

de

pronto

la

empleada—, vuelvo enseguida, voy a preguntarle al dueño de la librería, creo que él sabe algo sobre ese edificio. Erín, al quedarse sola, comenzó a curiosear los libros que estaban en los estantes cercanos, deteniéndose por momentos en algunos títulos que le llamaban la atención. Se había quedado absorta en lo que estaba 203

haciendo, cuando de pronto escucho una voz que venía detrás de ella. —Buenos días, señorita. ¡Es usted la persona que pregunta por el edificio abandonado contiguo al nuestro? —Eeeh, sí. —dudó un poco Erín dándose la vuelta para ver quién era su interlocutor. —¿Por qué le interesa ese edificio? —preguntó en tono jovial el recién llegado. Un hombre de unos sesenta y muchos años de muy buena presentación. —Es que… —trató de responder dudosa Erín—. Es que…, usted va a creer que estoy loca… señor… — Jean, Jean Leclerc —¿Francés? —No, realmente no. Mi bisabuelo era francés, por eso es que llevo este apellido. —Ya veo. Yo me llamo Erín. —Bien, señorita Erín —dijo Jean esbozando una sonrisa amable—. Tal vez quiera contarme ahora cuál es su interés por el ruinoso edificio contiguo.

204

—No sé si va a creerme o no. Pero resulta que hace unos cinco días estuve en ese edificio ruinoso. Pero no se encontraba así, estaba funcionando, y en él había un almacén, yo entré en allí y conversé con un señor… puedo asegurarle que estuve dentro de ese edificio y se encontraba funcionando en plena actividad, como cualquier otro almacén. Y puedo, además, asegurarle, señor Leclerc, que estoy completamente cuerda. —¿No te habrás equivocado de calle, jovencita? —No, estoy absolutamente segura de que no me he equivocado. Jean se llevó la mano derecha hasta el mentón, entornó un poco los ojos y se quedó pensativo por un instante. —En aquella esquina —dijo de pronto señalando un área de la librería—, hay una pequeña cafetería, acomódate en una de las sillas, y espérame un momento. Erín se dirigió hasta la cafetería, y se sentó en una silla que formaba juego con una mesita redonda. Unos minutos después, apareció Jean llevando entre sus manos un legajo de hojas de papel, que tiempo atrás seguramente habían sido blancas, pero que ahora, con el paso del tiempo, habían tomado una coloración 205

amarillenta con ciertos puntos de color marrón, se sentó también a la mesa y comenzó a conversar con la chica. —Mira, esa casa o edificio, como que siempre ha tenido cierta connotación misteriosa. Hace ya muchos años, probablemente un siglo atrás, cuando mi bisabuelo comenzó con el negocio de los libros, se instaló en este mismo sitio. Claro, en ese entonces esto era una casucha vieja, que luego mi padre, a través de los años, reconstruyó y remodeló, convirtiéndola en la actual edificación. Pero bueno, regresemos a lo que quiero decirte. En primer lugar, aunque lo que me dices podría parecer increíble, no veo razón para dudar de ti, de manera que paso inmediatamente a lo que pudiera interesarte sobre el misterioso negocio que visitaste unos días atrás; y que, de acuerdo a lo que mencionas, pudiera haber sido el destartalado edificio contiguo. Mi bisabuelo, a quien yo no conocí, pero que, según referencias de mi padre y de mi abuelo, tenía la costumbre de escribir; un día, recién instalado en este lugar, por alguna razón que el tiempo ya no nos permitirá llegar a conocer, comenzó a llevar una especie de diario o crónica de lo que iba aconteciendo en esta calle; más específicamente en esta cuadra. En el documento que tengo en mi mano —dijo Jean levantando un poco el manojo de hojas—, aparece una 206

serie de datos sobre los residentes, los comercios y ciertas situaciones de agradable recordación, y de otras no muy venturosas, que ocurrieron en esta cuadra hace ya muchos años. De acuerdo a estas notas, que en varias ocasiones han estado a punto de ir a dar al cesto de la basura, en la casa junto a esta, hubo en esos añejos tiempos, una juguetería. —¡Precisamente!

—Interrumpió

Erín

agitada

y

emocionada—, es precisamente una juguetería a la que yo entré, y donde un señor de pelo cano me entregó una cajita de música con una balletista de porcelana, la cual yo quería comprar pero que él prácticamente me obsequió. —¿Ese señor de la juguetería te dio una cajita de música? —Sí —Vaya, entonces aguarda, te espera una sorpresa. La chica se quedó expectante, y Jean continuó con su relato: —Un día, hace un par de años, por pura curiosidad me puse a leer este documento, más bien me puse a pasar hoja tras hoja y, donde me parecía encontrar algo de interés para mí, me detenía un poco para leer con más 207

atención, de esa manera encontré un párrafo en el cual mi bisabuelo mencionaba que en el negocio vecino había, precisamente, una juguetería. De hecho, lee lo que dice aquí —dijo Jean entregándole a Erín una de las hojas de papel amarillento.

Jacobo, el señor dueño del almacén que está a la par de nuestra librería, tiene una juguetería magnífica, hay una cantidad increíble de juguetes. Pero lo más intrigante es que son muy extraños y muy ingeniosos. No tengo idea de qué lugar los trae. Pero lo que sé con seguridad es que dentro de poco será diciembre y, de la misma manera que en los años anteriores, muchos padres de familia van a venir hasta aquí a comprar los juguetes para sus hijos; y dejarán vacías las vitrinas y mostradores del almacén. Pero antes de que llegue la siguiente Navidad, volverá a tener llenas sus bodegas. Listas para suplir nuevamente a los padres con los juguetes que desean sus hijos. —Al principio, lo que había escrito allí mi bisabuelo no me pareció nada extraño, me puse a pensar que seguramente don Jacobo, el dueño, mandaba a hacer bajo pedido especial algún lote grande de juguetes todos los años, y como es de esperar, a un buen cliente 208

hay que atenderlo bien, y las fabricas estarían más que dispuestas a servirle sus pedidos. Pero aquí es donde viene la sorpresa. Fui avanzando con la lectura del documento hasta que encontré una cosa curiosa relacionada con un juguete. Lo cual me pareció más bien fantástico. De nuevo, Jean tomo una de las amarillentas hojas del legajo y se la extendió a Erín. En ese folio el bisabuelo había escrito:

Quizás el juguete, si así se le puede llamar, más extraño de todos los que tiene Jacobo en su juguetería, es una caja de música con una bailarina de porcelana que danza sobre ella. La balletista se desplaza sobre la pequeña pista sin que, aparentemente, haya algo que la fije a la superficie, de manera que la muñequita parece deslizarse libremente sobre la la pista pero, quizás todavía más asombroso, es que nunca se le tiene que dar cuerda para que funcione. —Vaya, la máquina del movimiento perpetuo —comentó Erín. —Así parece, la máquina que nunca se detiene, el motor ideal de los ingenieros. Ahora lee lo que está escrito en esta otra hoja: 209

A veces Jacobo dice cosas muy extrañas; por ejemplo, una vez me dijo que la cajita de música con la balletista, tiene que ser entregada a la persona que le pertenece, y que él estará aquí hasta que aparezca para entregársela. —Y ahora viene lo más misterioso, el cumplimiento de lo que había dicho: Un día, muchos años después de que la juguetería ha desaparecido, llega una jovencita que entra en dicho almacén, como si jamás hubiese cerrado sus puertas, y recibe, aparentemente de manos del propietario, una caja de música. Seguramente la misma que, en palabras de él, debía entregar a su dueña. Erín no supo qué decir en aquel instante, su mente no alcanzaba

a

unir

todas

las

piezas

de

aquel

rompecabezas. —Señor Leclerc, ¿en alguna parte de ese documento que escribió su bisabuelo menciona algo sobre cómo era el dueño de la juguetería? —Sí, en algún lado menciona que era un asiduo fumador de pipa, de pelo cano. Creo que si busco un poco entre estas hojas podría encontrar esa parte, y mostrarte lo que escribió mi antepasado. —No, no es necesario. Le creo. 210

Erín se sintió confundida. Por un momento se sintió desfallecer, al parecer había conversado días antes en la juguetería con alguien que ya no existía. —Le doy las gracias por toda la información que me ha proporcionado —trató de concluir la conversación Erín— , no sé si estoy perdiendo la razón. —Oye —intervino el librero—, te veo un poco pálida. ¿Te sientes bien? —Sí, creo que ya me pasará.

Es que no sé cómo

explicarme lo que me ha sucedido. —Yo tampoco lo entiendo. Quizás sea mejor que no le pongas mucha atención a eso. —Creo que tiene razón, por más que me devane los sesos no creo que pueda encontrar una respuesta plausible. Sin embargo, existe un objeto físico que yo tengo en mi casa, y que me fue entregado por una persona que, al parecer, dejó este mundo hace mucho tiempo. —Sí, comprendo tu preocupación. Pero no sé cómo poder ayudarte. —No se apure señor Leclerc. Ya me ha ayudado bastante. 211

Erín le dio nuevamente las gracias al dueño de la librería por la información que le había proporcionado, y luego salió del establecimiento como distraída, tratando de encontrar una solución racional para lo que le estaba ocurriendo. Sin embargo, nada parecía lógico. La chica llegó a su casa cuando ya las sombras del anochecer comenzaban a apoderarse de la ciudad. Al entrar en su dormitorio, en la segunda planta, vio que todo estaba igual que cuando salió. Quizás esperaba no encontrar la caja de música con la ballerina, pues de esa manera habría podido asumir que todo había sido un sueño, y no tendría que preocuparse ya más por lo misterioso e ilógico de la situación. Pero la danzarina continuaba allí, en la caja de música sobre la cómoda de su alcoba. Danzaba sin parar, al mismo tiempo que de la caja de resonancia del artefacto salía una suave y delicada melodía. Aquel misterioso artefacto parecía saber, incluso, cuando aumentar y disminuir el volumen de la música, y la clase de melodía que correspondía a un determinado momento. Después de tomar una ligera cena, y antes de irse a la cama, Erín vio una película en la pantalla que tenía en su estudio. Pasadas las diez y media, después de cumplir con sus rituales de aseo personal, se fue a la cama y se durmió rápidamente. En algún momento de la 212

noche, aun estando dormida, algo llamó su atención: su alcoba estaba en silencio. La caja de música había dejado de emitir su melodía. Abrió los ojos y se dio cuenta que una luz azul blanquecina iluminaba su estancia. Se incorporó un poco apoyando los codos sobre la cama, y se dio cuenta de que era plenilunio, y que la resplandeciente luz de la divina diosa de la noche era la que iluminaba sus aposentos. Pero había algo más que llamó su atención: en la pequeña terraza, por la cual se filtraban los argentinos rayos de luz de la esplendente dama de la noche, se encontraba alguien. Las

neuronas

del

cerebro

de

Erín,

trabajando

velozmente, le proporcionaron una respuesta para la extraña presencia. Seguramente, por alguna razón que ella desconocía, quería llevarse la caja de música; o al menos eso era lo que ella creía. Sigilosamente, Erín se salió de la cama, puso los pies sobre la pequeña alfombra y, con cuidado, sacando valor de alguna parte de su interior, se acercó a la puerta de vidrio que ahora estaba abierta y que daba hacia la terraza; hizo a un lado al cortina y dirigió la mirada hacia el exterior. Lo que vio la dejó un tanto desconcertada, en la terraza estaba una chica, con las manos apoyadas sobre la balaustrada, dirigiendo la mirada hacia la luna que parecía haber alcanzado el plenilunio. Erín, sintiéndose ahora un poco más segura, 213

traspaso el umbral de la puerta en el momento que la chica, quizás presintiendo que alguien la observaba se dio la vuelta. Erín alcanzó a ver el rostro de la chica, y a escuchar que decía un nombre: —Irina… No

era

una

pregunta,

era

una

afirmación,

un

reconocimiento. Erín sintió que en un instante toda la sangre de su cuerpo se le escapaba, se sintió sumamente débil, y cayó sobre el piso, sin sentido. A la mañana siguiente se despertó en su cama, cubierta con su frazada y su sábana. La puerta de vidrio de la terraza estaba entrecerrada y cubierta por las cortinas, tal como ella acostumbraba a dejarla por las noches antes de acostarse a dormir. Intentó moverse pero sintió un poco adolorido el cuerpo. Entonces vino a su mente el suceso de la noche anterior; pero no estaba segura si aquello había sido real o solo un mal sueño. Se decidió por lo segundo, quizás todo se debía a la historia del almacén abandonado y su dueño, que le había contado el señor de la librería; y seguramente también a la caja de música que ahora se encontraba en su poder; de la cual en aquel instante surgía una suave melodía, quizás un poco triste para aquella hora de la mañana en que 214

ella estaba levantándose. Definitivamente, trató de convencerse, de que lo que le había ocurrido en la noche no había sido otra cosa que un mal sueño. De manera que decidió no continuar revolviendo en su mente todo aquel misterio de la ballerina en la caja de música. Además Erín no estaba dispuesta a echar a perder aquel día, pues a pesar de todo se había levantado de buen ánimo. Bajó a la primera planta de su casa, se preparó un ligero desayuno con frutas de la estación y se puso a leer un libro que había dejado sobre la barra para desayunar. Para finalizar se tomó un jugo de naranja en un vaso de tamaño mediano. Luego de eso, decidida a comenzar a desarrollar las labores del día, subió a su recámara para darse un duchazo. Se quitó el albornoz, el pijama, y desnuda se introdujo en el cuarto de baño. Se colocó ante el espejo, vio el reflejo de

su

cuerpo

dibujado

en

él.

Firme

y

bien

proporcionado, de piel más clara que trigueña y pechos turgentes. Erín se sentía orgullosa de su cuerpo, y apreciárselo en aquel momento le sirvió para afirmar su autoestima de joven veinteañera, y distraer también su atención de las cosas que la turbaban. Intentó pasar su mano por el cabello lacio, castaño claro, que bajaba hasta sus hombros, pero cuando la colocó sobre su cabeza sintió un cierto dolor en ella, como si se la hubiese lastimado con un golpe. Hizo un esfuerzo por 215

retirar su mente del posible suceso de la noche anterior y, dejando de verse en el espejo se colocó, sin pensarlo mucho, debajo de la ducha. El agua helada la reanimó por un momento. Poco a poco comenzó a abrir la llave del agua caliente para que se mezclase con la fría, y lograr una temperatura más confortable. Comenzó a acariciar su cuerpo y a pensar en cosas que la excitaran sensualmente, pero no logró llegar muy lejos. La incertidumbre de lo que había ocurrido en la noche anterior volvió a ocupar su mente. Sin embargo, y a pesar de todo, los días siguientes fueron pasando, y el incierto suceso de aquella noche, y la historia del juguetero fueron, poco a poco, ocupando un segundo plano en su mente. Su trabajo y los asuntos cotidianos la tenían ocupada. Entre tanto, la balletista continuaba con su perenne danza, acompañada por los acordes, alegres a veces y a veces tristes, de la caja de música. Había pasado casi un mes del extraño e incierto suceso nocturno, cuando una mañana al levantarse, Erín vio en el rostro de la ballerina algo que brillaba. Se acercó hasta donde se encontraba sobre la cómoda de su habitación

y

vio

algo

que

la

dejó

totalmente

desconcertada: de los ojos de la pequeña bailarina de porcelana habían brotado sendas lágrimas. Erín se quedó estupefacta, pero inmediatamente trató de 216

justificar la situación pensando que era algo que, seguramente, tendría una explicación razonable, sólo había que analizar bien el caso: tal vez eran dos pequeñas gotas de agua que, de algún modo, habían ido a parar precisamente a aquel lugar. La chica fue hasta donde tenía su bolso, sacó de él un pañuelito de papel y regresó hasta la cómoda, detuvo con una mano a la danzarina para poder retirar, con la otra, la humedad de su rostro. La figura de porcelana continuó danzando, y de la caja de resonancia continuaron surgiendo acordes musicales. «Ya está —pensó Erín tratando de convencerse—, no eran más que unas minúsculas

gotas de agua que

habían caído sobre la muñequita». Por la tarde, cuando llegó de su trabajo, se acercó a ver a la bailarina; de alguna manera quería estar segura de que no continuaba el fenómeno de las lágrimas pero, para su sorpresa, las lágrimas, o lo que fuera, estaban nuevamente en el rostro de la danzarina. Pero esta vez no intentó secarlas. Decidió no prestarle más atención a ese asunto. Continuó con el ritual de todos los días en su casa después de llegar del trabajo. Cuando llegó la hora de ir a la cama para dormir, sencillamente se colocó su pijama, limpió su rostro he hizo las demás tareas antes de acostarse, se fue a la cama y con gran 217

facilidad se quedó dormida. Pero ya muy entrada la noche, pasada quizás la media noche, algo la despertó. Probablemente fue el silencio profundo en su habitación: la caja de música, una vez más había dejado de sonar; y una blanquecina claridad se colaba por la puerta corrediza de vidrio que daba a la terraza, la cual estaba abierta; y las cortinas ondeaban movidas por la brisa que entraba del exterior. La escena se repetía, pero esta vez Erín no sintió temor, pues la vez anterior no le ocurrió nada malo. De alguna manera estaba segura que ahora tampoco le sucedería nada inconveniente. Retiró la sábana y la frazada que la cubrían, se acercó al borde de la cama, puso los pies descalzos sobre la alfombra a un lado de la cama, se incorporó y comenzó a caminar hacia la puerta que daba a la pequeña terraza. Cuando iba a cruzar el umbral se detuvo brevemente. Allí, apoyando las manos en la balaustrada, estaba una chica. La vio detenidamente a la luz de la luna llena, y cayó en la cuenta de que aquella chica no era otra sino la ballerina de la caja de música, vistiendo los breves y ligeros atuendos de danzarina. Pero no era una muñequita de porcelana era una chica como cualquier otra, de carne y hueso, como hubiese dicho cualquiera que la hubiese visto. La danzarina se volvió, quizás presintiendo que alguien la observaba. Entonces Erín observó el rostro de la chica, por el cual rodaban 218

unas lágrimas recién salidas de sus ojos, era el rostro de la muñequita de porcelana de la caja de música, pero ahora notablemente más bello en su versión original. Aun cuando Erín había hecho acopio de toda su valentía, por un momento sintió que iba a perder nuevamente la conciencia, pero la chica que ahora tenía frente a sí la urgió: —¡No, por favor no te desmayes! Mírame, soy yo. Aguanta un poco. Erín, con mucho esfuerzo, logró fijar la vista en el rostro de

la chica; que acercándose a ella la tomó de las

manos, para luego besarla en los labios. Erín sintió, entonces, como si un deslumbrante relámpago se hubiese producido dentro de su mente, y comenzó a salir de un largo y profundo sueño. Entonces, en aquel preciso instante, comenzó a tener conciencia de lo que estaba ocurriendo. Luego las dos chicas se quedaron abrazadas

fuertemente,

derramando

lágrimas

de

alegría, como dos amantes que se encuentran después de un largo tiempo sin verse. Después de varios minutos de abrazarse y prodigarse algunos cariños, se tomaron da las manos y se vieron la una a la otra. —Katherine, eras tú la bailarina…

219

—Sí, Irina soy yo la muñequita de la caja de música. Pero no perdamos tiempo. Tenemos que recordar lo que debemos

de

hacer

para

terminar

con

este

encantamiento. Démonos prisa, porque cuando el sol comience a salir he de volver a ser la balletista de la caja de música.

Muchos años antes en un país lejano, En el castillo del Príncipe Negro —Cómo osas despreciarme a mí, el príncipe de este reino, el señor de estas tierras. A mí que te pretendo como mi esposa. Me tiras a un lado como cualquier guiñapo. Pero haré que te arrepientas, haré que sufras por mucho tiempo hasta que yo me vaya de este mundo. Me he enterado que gastas miserablemente tu tiempo danzando para tu amiga o tu amante. No sé cómo decirlo. Esto es una aberración, me desprecias porque dices que no me amas. Más, sin embargo, te revuelcas con otra mujer. Pues haré que os caiga una maldición a ambas: Tú, Katherine, danzarás incansablemente para mí. Pero serás la danzarina de porcelana de una caja de música, y allí estarás siempre danzando al compás de la música que emane de ese artefacto, alegre o triste, según las circunstancias. Tu amante penará el resto de 220

su vida sabiendo que voy a tenerte sólo danzando para mí. Los ojos del príncipe parecían brazas ardientes, quería que

aquel

terrible

conjuro

se

llevara

a

cabo

inmediatamente. —Traed al brujo de la corte —les grito a los soldados que se encontraban en la estancia, luego gruñó—: Traed también a Irina, la prostituta que se revuelca con esta mujer. Katherine estaba pálida, sentía mucha pena por lo que el príncipe negro pudiera decidir que le hicieran a su compañera. Momentos después el príncipe le exigía al brujo que hiciera el conjuro que él había ideado. Pero este, un anciano entrado en muchos años, compadeciéndose de las chicas, se atrevió a pedirle al noble que no fuese tan drástico con ellas. Pero nuevamente el príncipe estalló colérico: —No me interesa tu compasión. Te he dado una orden. ¡Cúmplela! —De

acuerdo

mi

señor

hechicero. 221

—dijo

sumisamente

el

Pero, haciéndole creer al despótico príncipe que era parte del conjuro, el brujo se llevó a las chicas a un lado del salón, colocó sus manos sobre la cabeza de cada una de las chicas y bajando la voz, casi en un susurro les dijo: —No puedo evitar hacer lo que me exige el príncipe déspota, pero puedo echaros un conjuro que os permita poder encontraros en una próxima vida de Irina. Poned atención;



principalmente,

Katherine,

que

permanecerás danzando sobre una caja de música quien sabe cuántos años y podrás recordar todo. En cambio tú Irina, al regresar en una nueva vida habrás olvidado todo. Sólo el beso de tu amada en los labios hará que recuerdes lo que ha ocurrido. Pero poned atención, esto es lo que tenéis que hacer… La explicación terminó cuando el brujo les dijo: En cada plenilunio tú, Katherine, podrás dejar la caja y ser normal durante la noche, pero, cuando el sol comience a salir, te convertirás nuevamente en la muñequita de porcelana de la caja de música. Cuando se acerque el tiempo en que os encontrareis, de alguna manera tú, Irina, vas a encontrarme primero a mí, quien te va a entregar la caja de música con la ballerina. Luego el hechicero levantó las manos y 222

consumó el terrible conjuro. Katherine quedó convertida en una bailarina de ballet de porcelana en una cajita de música. Irina penó hasta el final de sus días la pérdida de su amada.

De nuevo en la actualidad —Repasemos todo —dijo Irina, que en la actualidad se llamaba Erín. —Démonos prisa, pues el sol está por salir… —Sí lo sé. Todo tiene que ocurrir en el próximo plenilunio. Pues entonces es cuando se cumplen las condiciones que nos indicó el brujo: Habrá luna llena en el día de la semana dedicado a la Diosa… Viernes: día de Venus. —Lo que más me preocupa es lo siguiente: que no se llegue a formar el arcoíris —Bueno, el brujo dijo que ese día, cuando las condiciones se dieran, al dejar mi identidad de porcelana y encontrarme contigo, íbamos a ser trasladadas a un bosque, cerca de una catarata, para que viéramos formarse el arcoíris de la noche, por la luz de la luna llena al incidir sobre las minúsculas gotas que se 223

desprendían del torrente de agua. Con solo observar la formación del arcoíris el hechizo terminaría y estaríamos nuevamente juntas. —Me preocupa que no se forme… —Por qué no habría de formarse. —No lo sé, pero me preocupa. La luna ya había desparecido por el oeste, y los rayos del sol comenzaban a despuntar por el horizonte oriental. Y Katherine, como por ensalmo, desapareció de donde se encontraba con Irina, para aparecer danzando sobre la caja de música. Pero ahora en sus labios se dibujaba una sonrisa. Había una esperanza.

Día del plenilunio Eran ya las ocho de la noche en la cual probablemente se rompería el hechizo, Erín se encontraba bastante tensa, nerviosa. Katherine todavía seguía siendo la figura de porcelana en la caja de música. De pronto los acordes musicales cesaron,

y en un breve instante

Katherine apareció en medio de la estancia. Las chicas, felices de volverse a encontrar, se abrazaron y besaron alegremente. Sin embargo, la causa principal de su 224

alegría era el hecho de que, si era cierto lo que el mago les había dicho, estaban viviendo los últimos momentos del hechizo que las había mantenido separadas por largos años. Pero, mientras se deleitaban estrechando sus cuerpos, no se percataron de la transformación que estaba ocurriendo. Casi de forma súbita, se encontraron dentro de un bosque en una noche oscura, apenas unas pocas estrellas aparecían en el cielo. Y un leve resplandor dejaba ver las oscuras siluetas de los árboles. Irina escuchó, cerca de donde se encontraban, el murmullo del agua al correr por un cauce, seguramente estaban cerca de la cascada de la cual les había hablado el hechicero. Tenían que acercarse a ese lugar, donde se formaría el arcoíris de la noche, eso era todo lo que tenían que hacer: ver la formación del arcoíris nocturno, y luego quedarían liberadas para siempre del fatídico embrujo.

No tuvieron mucho

problema para encontrar la cascada, guiándose por estrépito del agua al caer, les fue relativamente fácil llegar al lugar de la cita. Pero cuando ya estaban allí, Irina elevó un poco el rostro para ubicar por donde despuntaría la luna, pero lo que vio fueron unas nubes de tormenta que ya comenzaban a formarse. —Oh no, esto no puede ser…

225

—Qué cosa —le preguntó su compañera que en aquellos momentos estaba como absorta viendo la caída de agua. —Eso, ¡mira! —dijo Irina señalando hacia arriba para mostrarle los nubarrones que se formaba en aquel instante. —No puede ser —dijo angustiada Katherine— no puede ser que las nubes osen impedir que se forme el arcoíris de la noche. De pronto, a lo lejos, por entre unas montañas, comenzó a aparecer el reflejo plateado que anunciaba la pronta llegada de la Diosa de la noche. Pero mientras tanto, las oscuras nubes de tormenta se desplazaban rápido por el cielo, como un genio del mal que se gozara con el sufrimiento de las jóvenes amantes. Unos minutos más tarde, los oscuros nubarrones ocultaron totalmente el firmamento, no había posibilidad de que la luna filtrara sus rayos de argentina luz para que se formara el arcoíris de la noche. Momentos después una suave lluvia de delicados hilos de cristalina agua comenzó a descender.

Las

chicas

casi

habían

perdido

las

esperanzas. Pero seguramente Venus, la diosa del amor, al ver el desconsuelo de las chicas decidió actuar. De repente, una cierta luminosidad llegó hasta donde se 226

encontraban Irina y Katherine. Un claro, un pequeño agujero se había abierto entre los oscuros nubarrones, y por él se colaban unos rayos de blanca luz lunar. Las jóvenes volvieron la vista hacia arriba: una nueva esperanza

se

había

originado

en

ellas.

Pero

seguramente aquella pequeña ventana no duraría mucho

tiempo,

y

pronto

sería

cubierta

por

las

formaciones nubosas. Sin embargo, y en contra del pronóstico descorazonador de las chicas, ocurrió algo prodigioso: los luminosos rayos de la luna, al incidir en los finos hilos de agua que descendían de las oscuras nubes, formaron un maravilloso arcoíris nocturno que unía las dos riberas del río. Él cual las chicas observaron maravilladas cómo se formaba. El hechizo había sido roto, las chicas habían podido observar la formación de aquella maravilla nocturna. En alguna medida las nubes de lluvia habían colaborado en el rompimiento del hechizo. Pero eso no fue todo: la noche se convirtió en un esplendoroso día y el arcoíris que unía las dos orillas del río se convirtió en un hermoso puente, al otro lado del cual había un mundo paradisíaco, de indecible belleza natural. Las chicas lo vieron y, con cierta cautela decidieron atravesarlo. Cuando iban a mitad del puente, decidieron prescindir de sus ropas y luego de despojarse de ellas las lanzaron al río para que este dispusiera su destino. Cuando 227

llegaron a la otra ribera juntaron sus cuerpos en un cálido abrazo, prodigándose febriles besos en sus labios y acariciándose apasionadamente sus cuerpos. Luego decidieron juguetear por entre los bosques, prados y jardines de flores de exquisita belleza de aquel paradisiaco lugar. No se percataron que después de haber cruzado el puente, éste y la ribera opuesta desaparecieron. Pero las jóvenes amantes no estaban ya interesadas en volver a su antiguo mundo. En el cual entonces era viernes 14 de Febrero de 2014, día de luna llena y día de la Diosa del amor. El Universo se había confabulado para que alcanzaran su felicidad, que era lo que verdaderamente habían deseado…

228

229

El antiguo manuscrito de la biblioteca

. La antigua biblioteca de aquella población engarzada en las montañas parecía tener muy pocas visitas, de hecho casi siempre se encontraba más bien desolada, algunos vetustos tomos y otros libros no tan antiguos, ubicados en los prístinos y altos anaqueles adaptados a las paredes, parecían llevar allí mucho tiempo sin que nadie los requiriese para leerlos. Los ventanales en cada una de las habitaciones que ahora habían sido convertidas en depósitos de libros, permitían generosamente la claridad suficiente para que los inexistentes lectores pudiesen dedicarse a buscar, entre los anaqueles, las lecturas de su interés sin ningún problema. Cada año, cuando llegaba el mes de diciembre, Sandrina y sus padres generalmente se iban a vacacionar a la cabaña que tenían en la montaña, para celebrar la Navidad y el fin de año retirados del bullicio de la ciudad. En esta ocasión, una mañana al despertar, 231

Sandrina sintió el deseo irrefrenable de conocer el pueblo cercano, de manera que se levantó temprano y salió de la cabaña decidida a caminar los escasos kilómetros que separaban la cabaña del pueblo. La mañana era esplendorosa, con un cielo de azul vibrante y el verde de la naturaleza en su apogeo. En los valles a un lado del camino por el cual ella pasaba, podía apreciarse la presencia de algunas flores de varios colores sobresaliendo por encima del pasto; y el fresco del clima completaba aquel ambiente que invitaba a dar un paseo por la campiña. Nunca antes la chica había estado en el pueblo, pero ahora algo la impulsaba a ir a curiosear un poco por allí, a ver qué cosas había en aquel lugar. Era un poblado bastante pintoresco, con algunas calles adoquinadas y otras todavía de antiguo empedrado. Sandrina buscó la plaza principal y, como en la generalidad de los pueblos de casi cualquier parte del mundo, se encontró con un parque de regular tamaño, abundante vegetación en los arriates y, frente a él, el 232

edificio de la gobernación local, la iglesia, un portal donde

había

algunos

pequeños

almacenes

prácticamente vacíos, y lo que pudiera ser un mercadito poco concurrido. Caminó por entre los arriates del parque, pasó luego por las aceras de las dependencias que marcaban el límite de la plaza, para luego encaminarse por una calle que parecía un poco más ancha que las demás. Echó fotográfica

para

poder

en falta la cámara

capturar

algunas

de

las

pintorescas estampas de aquel lugar, pero no la había considerado necesaria y había decidido dejarla en la cabaña, ya habría más adelante una próxima ocasión exclusiva para tomar fotos. A poco de ir caminando por la calle, se encontró con una casa grande de dos plantas, de aspecto muy antiguo aunque bastante bien conservada,

con

un

parterre

en

el

frente

que

seguramente había vivido mejores tiempos. La chica se acercó a la verja de hierro forjado que rodeaba la propiedad, y pudo leer en un rótulo no muy grande que había sido fijado a ella: Biblioteca. Una hoja del portón 233

estaba abierta, como invitándola a que entrase en aquel lugar. No lo pensó mucho y entró decididamente en aquella antigua mansión. Al traspasar la puerta de la vivienda, se encontró con un salón de regular tamaño en el que había un mostrador de madera, detrás del cual se encontraba un señor dedicado a la lectura de algún interesante libro. Aquel personaje, de pelo entrecano y grueso mostacho, probablemente el encargado de la biblioteca, andaría rondando los cincuenta y tantos años, quizás ya frisando los sesenta ¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? —dijo el señor un poco sorprendido al ver entrar a la joven—. Me parece que eres la primera visitante en esta temporada de vacaciones escolares, aunque me parece que tú ya no eres una chiquilla de colegio, ¿o acaso me equivoco? A la chica le agradó aquel recibimiento un tanto efusivo. —Tiene usted razón, señor, me encuentro estudiando en la universidad.

234

—Es más —continuó diciendo el hombre de la biblioteca—, me parece que tampoco eres de este lugar. —Así es —le confirmó la chica—, he venido de vacaciones con mis padres. —Esto es de verdad muy extraño… —¿Qué cosa? —inquirió Sandrina. —Bueno, pues que una chica que se encuentre de vacaciones venga de visita a una biblioteca me parece un suceso muy poco común; aun en este pueblo en el que las diversiones para los jóvenes son muy escasas. Es más, te diré que ni en la época de clases este sagrado depósito del saber es muy visitado. Pero bien, no quiero fastidiarte con mi perorata. Mejor dime si buscas algo especial para leer. —No, realmente no busco nada en especial, es que me llamó la atención que aquí hubiese una biblioteca y, como a mí me gusta bastante leer, sobre todo libros

235

añejos que contengan historias antiguas de pueblos como este, me he decidido a entrar. El bibliotecario se llevó la mano a la cabeza e hizo ademán

de

rascarse,

como

denotando

cierta

incomodidad. —Sabes, pequeña, por algún error del gobierno, al menos eso creo, en esta olvidada biblioteca vas a encontrar libros avanzados de matemáticas, física, filosofía y otras extrañas y complicadas materias. Como ya a tu edad probablemente has podido darte cuenta, con nuestros administradores gubernamentales nunca se sabe: donde sobra no se necesita y donde se necesita no hay, vaya uno a saber en qué está pensando nuestra administración pública. —No entiendo… —Mira, lo que quiero decirte es que en esta biblioteca hay una abundancia de libros que nadie consulta y que, quizás nadie va a consultar nunca. En cambio, una 236

pequeña historia de este lugar, una narración de sus orígenes, de sus gentes, de su vocación agrícola etc., etc., no la busques pues no la vas a encontrar. Pero bueno, no quiero detenerte, pasa adelante, mira en la estantería a ver si encuentras algo que pueda interesarte, lo tomas y lo traes aquí para apuntarlo en el registro de libros solicitados, luego te puedes ir a la sala de lectura que está aquí a un lado. —¿Hay alguna clasificación de libros por temas? —Sí, en cada estante aparece el nombre de los temas que se almacenan en él. También puedes ir a la segunda planta, allí también hay más libros clasificados de la misma forma: una etiqueta en cada anaquel indicando que temas se encuentran en el estante. Sandrina subió a la segunda planta y se encontró con varios cuartos, a los cuales se accedía por un corredor externo, y que alguna vez, con seguridad, habían sido las recámaras de las personas que allí habían residido en tiempos pretéritos, probablemente los antiguos 237

dueños de aquella inmensa casa. La chica fue de habitación en habitación, de estante en estante, investigando qué libros se encontraban depositados en los anaqueles. Cuando algún título le llamaba la atención lo tomaba, lo ojeaba un momento y luego lo colocaba de nuevo en su sitio. Después de un largo tiempo inspeccionando los libros del segundo piso, la chica bajó para enterarse de qué títulos había en la primera planta. Cuando ya casi eran las doce del mediodía decidió concluir con aquella visita inesperada a la biblioteca del pueblo. Antes de partir se acercó al mostrador en donde se encontraba el bibliotecario. —Señor,… —Dime… —¿Puedo hacerle una pregunta? —Pregunta. Si me es posible contestártela, ten por seguro que lo haré.

238

—En la segunda planta me encontré con un salón cerrado que tenía un rótulo que decía… —Sí, lo sé —le interrumpió el bibliotecario—, el rótulo dice: Biblioteca privada Vilaforte Contini. —Sí, así es… —Y ahora te estás preguntando: ¿Cuál es el misterio que guarda esa enigmática biblioteca?... Verás, no hay ningún misterio. En la primera mitad del siglo XIX los dueños de esta casa eran los señores Vilaforte Contini pero, pero por alguna razón que nadie conoce a ciencia cierta,

un

día

decidieron

partir,

y

sin

mayores

explicaciones abandonaron para siempre este lugar. Sin embargo, antes de dejar estos lares, donaron esta casa para que sirviera como biblioteca, únicamente pidieron que durante algún tiempo los libros de su biblioteca privada no fueran removidos y que, en todo caso, pasaran a ser parte de la biblioteca que se abriría en algún momento futuro. Los años fueron pasando y la casa permanecía cerrada, hasta que uno de los 239

gobiernos centrales decidió darle el uso para el cual había sido donada. Sin embargo, los libros de la familia Vilaforte permanecieron en el lugar en el que habían estado siempre, nadie sabe por qué jamás han sido retirados de allí. Un día el gobierno local decidió poner la placa que tú leíste, como un reconocimiento a la familia donante, pero las puertas de ese recinto continuaron cerradas para el público, y los libros continúan estando allí dentro, esperando quién sabe que acontecimiento para poder ser sacados a la luz. Esa habitación se abre únicamente una vez al mes para que una de las empleadas que hace la limpieza le dé una buena sacudida, y luego se vuelve a cerrar. Puedo asegurarte que esos tomos jamás han sido movidos de su sitio original,

pues

la

empleada

únicamente

sacude

superficialmente y medio barre y trapea. —Y… —dudó Sandrina. —¿Sí?

240

—¿No sería posible abrirla alguna vez para ver qué libros interesantes hay allí dentro? —Creo, chiquilla, que te carcome la curiosidad de ver qué es lo que hay en los anaqueles de la biblioteca privada, ¿o no? —Sí, así es —respondió la chica con sinceridad y cierta expectación. —Mira —dijo el bibliotecario haciendo un gesto de complicidad—, nunca le he abierto ese recinto a persona alguna, pero creo que en tu caso voy a hacer una excepción. Al fin de cuentas un libro no puede cumplir la función de ser leído si nadie sabe que existe. Sandrina estaba emocionada aguardando por una respuesta positiva. —Me parece que si vienes temprano mañana por la mañana, puedo abrir esa habitación para que puedas satisfacer tu curiosidad examinando los libros que se encuentran allí depositados. Si te interesa alguno, lo 241

sacas cierras la puerta y te vienes a leerlo aquí a la sala de lectura. Los ojos de Sandrina se agrandaron, y en sus labios se dibujó una gran sonrisa de satisfacción, luego le dio las gracias al bibliotecario y se retiró muy contenta de aquel lugar. Al día siguiente podría dedicarse a algo que a ella le agradaba mucho: rebuscar información del pasado en documentos antiguos, una afición que no sabía cómo la había adquirido. A la mañana siguiente, Sandrina partió de la cabaña de sus padres llevando una mochila cuyo contenido estaba constituido por una Tablet y una cámara digital. Cuando llegó a la biblioteca hacía apenas escasos minutos que el señor bibliotecario había abierto sus puertas. Sin muchos preámbulos la acompañó hasta la segunda planta, con el fin de abrir el recinto en donde se encontraba el depósito bibliográfico de los antiguos dueños

de

aquella

inmensa

casa.

Una

vez

el

bibliotecario hubo abierto la entrada, se dirigió hacia la 242

pared que tenía enfrente, descorrió la cortina de una de las ventanas y quitó el cerrojo, después repitió la misma operación con la ventana que se encontraba a la par. La luz del sol entró entonces invadiendo precipitadamente el ambiente. Sandrina comenzó a girar despacio sobre sus pies, echando un vistazo de trescientos sesenta grados a aquella estancia, la cual era bastante grande, lo suficiente para contener, además de las estanterías de libros una mesa grande de patas torneadas y su respectivo asiento, un sillón orejero en el cual, seguramente,

alguien

solía

sentarse

en

tiempos

pretéritos a leer disfrutando de la comodidad del mullido asiento; y una moderna escalera de dos bandas que probablemente utilizaba la empleada de la limpieza para sacudir superficialmente el polvo de estantes y libros. Aparentemente no sólo los libros no habían salido de allí, sino también el antiguo mobiliario. En una de las paredes, alojada en un

hueco en el centro de los

estantes había una vieja pintura, indudablemente óleo sobre lienzo, mostrando un barco de vela, debajo del 243

cuadro había una inscripción que decía: Henry Grace a

Dieu, probablemente el nombre de la nave. Aunque Sandrina

no

sabía

mucho

sobre

embarcaciones

antiguas, lo identificó como una carraca: un navío de bordo alto dedicado al transporte de mercancías, aunque este en especial parecía haberse construido como barco de guerra. En una oquedad ornamental similar, en el estante del frente se encontraba otra pintura, también un óleo, en el que se mostraba el retrato muy deteriorado, de una chica de unos veinte años de edad, que aunque estropeado por el paso de los años, por alguna razón le pareció vagamente familiar. —¿Qué te parece el lugar? —alzó un poco la voz el bibliotecario

sacando

súbitamente

de

su

ensimismamiento a Sandrina. —Me gusta —atinó a responder la chica—, estos lugares añejos me agradan bastante, me emociona lucubrar qué cosas habrán podido ocurrir en ellos, qué 244

pensaban sus habitantes, cuáles eran sus sentimientos, sus preocupaciones, sus intereses… —Vaya,

pareces

alguien

dedicada

a

profundas

reflexiones. A lo mejor encuentras entre estos anaqueles algunas de las respuestas a tus preguntas en relación con este lugar. Si te encuentras a gusto aquí, me parece que no hay inconveniente en que te sientes a la mesa y hojees allí los libros que te interesen, pero si no es así, puedes bajar a la sala de lectura que se encuentra en la primera planta. —Gracias, señor… —Asencio, puedes llamarme simplemente Asencio, de esa manera voy a sentirme menos vejestorio de lo que ya soy. Y tú, ¿Cómo te llamas? —Sandrina… mis padres a veces me dicen Sandy. —Bien Sandy, quedas en tu casa. —Una última cosa, señor. 245

—¿Señor? —Perdón, Asencio. —Vaya, así está mejor —dijo sonriendo el viejo bibliotecario—. ¿En qué puedo ayudarte? —¿Puedo tomar algunas fotos de los libros? —Ya lo creo, nomás no utilices el flash. —De acuerdo, gracias. —Ah, se me olvidaba, probablemente más tarde suba la empleada que hace la limpieza, no vayas a asustarte si escuchas algunos ruidos extraños por allí. Asencio, el bibliotecario, descendió pausadamente por los escalones que llevaban a la primera planta, una vez en ella se dirigió hasta el mostrador, detrás del cual tenía su escritorio; tomó un libro que se encontraba sobre él, se arrellanó en la vieja silla giratoria de madera que le había servido por décadas, y colocó los pies sobre una caja de madera que le servía de banqueta; 246

pronto quedó sumergido en la lectura de aquel libro que había dejado inconclusa.

Sandrina, en la segunda planta, se encontraba abstraída en aquel pequeño paraíso rodeada de libros antiguos. Estaba leyendo, en los lomos de los libros, el título que aparecía en ellos, hasta donde alcanzaba su vista. Después llevó la escalera de dos bandas para colocarla a la par de la estantería, y se subió en ella para poder leer los títulos de los libros que estaban en el entrepaño más elevado, prácticamente fuera de su alcance visual. Encontró algunos con los cuales ella ya se encontraba familiarizada: Paraíso Perdido, La divina Comedia, La

Canción de Rolando, La Riqueza de las Naciones. Tomó entre sus manos Paraíso Perdido y lo abrió. Sus páginas mostraban el sepia de la inevitable pátina dejada por el tiempo. Pero, cuando estaba concentrada en aquella labor de descubrimientos bibliográficos, le pareció escuchar una voz que decía: 247

—Será mejor que busques en la estantería de enfrente. Por un momento la chica pensó que la empleada encargada

de

la

limpieza

ya

se

encontraba

desarrollando su labor en la segunda planta. Dejó el libro y la cámara sobre la mesa y se dirigió a la puerta del salón. Traspasó el umbral y dirigió la vista de forma alternada a uno y otro lado del corredor, pero todo parecía estar en calma. Luego se asomó a la balaustrada que daba al patio interior y se quedó observando, pero lo único que se movía eran las hojas de los árboles y los arbustos que estaban sembrados en él, Recorrió el corredor a derecha e izquierda pero no encontró a nadie en los salones de aquella planta. Regresó entonces a lo suyo, convencida de que no había escuchado nada, que seguramente alguien en la calle había dicho algo y que, por algún inexplicable fenómeno acústico, había parecido como si había sido dentro de la casa.

248

Cuando de nuevo estaba concentrada inspeccionando algunos libros, volvió a escucharse de nuevo la extraña voz: —Es necesario que busques en la otra estantería. Sandrina levantó la cabeza y se quedó estática, como esperando escucharla de nuevo para ubicar de qué lugar provenía. Llegó a pensar, incluso, si no sería una broma pesada del bibliotecario. Y con esta idea en la cabeza decidió averiguar dónde se encontraba Asencio. Bajó despacio las escaleras que conducían a la primera planta, cerca del mostrador en el cual se suponía que debía estar el bibliotecario, pero para sorpresa de Sandrina, el señor se encontraba repantigado en su silla giratoria enfrascado en la lectura de un libro. La chica descartó de inmediato la idea que se le había pasado por la mente. Sin embargo, esta vez estaba segura que la voz que había escuchado no provenía de la calle. Deshizo cautelosamente el camino andado y regresó a la biblioteca privada de los Vilaforte. Una vez dentro 249

pensó: «¿Y si la voz realmente fuera una especie de sugerencia de alguien que había vivido antes aquí, y que ahora trata de comunicarse conmigo? La voz parecía ser la de una chica, —pensó—, ¿Será, acaso, la chica que aparece en el retrato al óleo —lucubró.» después de estas reflexiones Sandrina deslizó la escalera hasta la otra estantería y sin pensarlo se subió en ella, iba a comenzar revisando los libros de la repisa más alta. No vio nada de especial importancia, solo libros antiguos, entre otros: Los Miserables, Don Quijote

de La Mancha… le echó un cuidadoso vistazo a los libros del siguiente entrepaño pero no encontró nada especial; sin embargo notó que los lomos de unos de ellos sobresalían hacia afuera, e intentó meterlos para que quedaran al nivel de los demás pero, cuando intentó hacerlo sintió que en la parte de adentro del entrepaño había un obstáculo

que lo impedía. Aquello le dio

curiosidad, y decidió sacar los libros y ponerlos acostados sobre los demás de la repisa para enterarse de lo que había detrás. Se llevó una pequeña sorpresa, 250

allí, acostado sobre la madera del entrepaño se encontraba un tomo polvoriento, que la empleada quizás nunca se había molestado en sacudir. El libro parecía haber sido dejado en ese lugar intencionalmente. Sandrina lo tomó entre sus manos, y luego se bajó de la escalera llevándolo consigo. Se fue hasta la mesa, tomó un pañuelito de papel de su mochila y quitó el polvo que se había depositado sobre la cubierta. Abrió el libro con cuidado, realmente no era un libro editado en una imprenta y salido de la misma. Era, más bien, un cuaderno de páginas rayadas empastado en cuero, en ellas se mostraba una escritura a mano muy elegante, un ejemplo de la mejor caligrafía. En la primera página del libro estaba escrito, con letra muy adornada, el título: La Celebración de Mi Vida. Sin embargo, no aparecía por lado alguno el nombre del autor o autora de aquel manuscrito. Al final de la página estaba escrito únicamente el año en que probablemente

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se había comenzado o… se había terminado de escribir:

1818. Sandrina había perdido bastante tiempo leyendo los títulos de los libros, y tratando de encontrar el origen de la voz fantasma que le había llevado a encontrar aquel extraño manuscrito, y no sabía qué hacer con él, sentía deseos de llevárselo a la cabaña pero temía que el bibliotecario le dijese que no podía sacarlo de la biblioteca. El tiempo apremiaba, pues a mediodía cuando cerrasen, ella tendría que regresar a la cabaña de sus padres. Entonces pensó que lo qué podía hacer era fotografiarlo pero, había un problema, la pantalla de reproducción de la cámara era muy pequeña e incómoda para leer aunque utilizase el zoom. Entonces recordó que con su Tablet podría tomar fotos de cada página. Sin perder tiempo sacó el dispositivo digital de su mochila y comenzó a tomar fotos de las primeras páginas completas. Cuando ya había tomado varias, comenzó a revisar el trabajo que había logrado pero, para decepción de ella, la parte del documento 252

fotografiado había quedado desastrosa, apenas si se podían leer algunos de los caracteres escritos. El tiempo avanzaba, y aparentemente no iba a poder lograr el objetivo que tenía. «Seguramente —pensó—, voy a tener que usar mi cámara y conformarme con leer el libro hasta que regresemos a casa». Sandrina no quería esperar tanto tiempo, había algo que la impulsaba, que la impelía a leer aquel documento. Para ella aquel libro era un relato de primera mano de algo que había ocurrido en aquella casa hacía ya ciento noventa y cinco años. Volvió a intentar fotografiar con la Tablet, estuvo regulando la distancia con aquel dispositivo lo más que pudo pero fue imposible, la calidad de las fotos no mejoró perceptiblemente. Sí, no habría más remedio. Tendría que tomar las fotos con la cámara digital, la cual sí podía lograr lo que ella se proponía, y leer el documento hasta que regresara a la ciudad, a su casa. También podría regresar al siguiente día a la biblioteca y leerlo, al fin y al cabo no era un documento muy extenso, pero para Sandrina no era lo mismo, quería 253

tenerlo para ella, aunque solo fuese en fotografías. Poder contemplar aquella caligrafía, aquellos rasgos. Había algo en ellos que la hacía inquietarse un poco. Tenía que hacerlo ahora, pues sabía que su padre no iba a estar de acuerdo en que estuviera yendo tantas veces al pueblo ella sola. Recién había colocado el libro en el sitio en el que lo había encontrado, y guardado los demás libros, cuando Asencio el bibliotecario asomaba a la puerta para anunciarle que era hora de cerrar, pero que volvería abrir por la tarde. La chica le agradeció lo que había hecho por ella, se despidió de él diciéndole que volvería otro día. Pero el bibliotecario le advirtió: —Mañana, 21 de diciembre, es el último día del año que abriré. —Gracias por el aviso, Asencio, no estoy segura de regresar mañana, de manera que le deseo que tenga unas felices vacaciones de Navidad y Año nuevo, que las disfrute con su familia y sus amigos. 254

—Gracias, pequeña, lo mismo te deseo yo a ti. Y no te olvides de venir a visitarme cuando vengas de vacaciones con tus padres. A pesar de que era mediodía, la temperatura ambiente había descendido un poco más de lo normal para esa época del año, de manera que Sandrina, al salir, cerró la cremallera de su acolchada cazadora, se colocó la mochila al hombro y comenzó a caminar en dirección al camino que llevaba a la cabaña de sus padres. Por la noche, el cielo se mostraba maravillosamente estrellado, no había luna; las ramas de los pinos se movían cadenciosamente siguiendo el rumbo de la brisa nocturna, y la temperatura exterior había descendido lo suficiente como para que la gente de los alrededores prefiriese quedarse resguardada en sus casas. Sandrina se encontraba calentita en su recámara en la segunda planta de la cabaña de sus padres. Estaba tratando de leer, en la pequeña pantalla de su cámara, las fotos de las páginas del libro que había encontrado escondido en 255

la biblioteca. Pero aquello era un verdadero fastidio: si activaba el zoom digital la parte de la página que podía leer era muy pequeña, y si no lo activaba la lectura era prácticamente imposible. Pero súbitamente recordó que en su cámara tenía una memoria micro SD, eso le resolvía el problema, podía pasar dicho dispositivo a la Tablet y leer allí lo que había fotografiado en la biblioteca. Rápidamente puso manos a la obra, y en un breve instante comenzó a leer en la pantalla de diez pulgadas de su Tablet, lo que estaba escrito en el libro que la tenía intrigada. Empezó desde el principio, desde el título escrito a mano:

La Celebración de Mi Vida Pasó después a la página siguiente que estaba en blanco, luego a la que continuaba, en la cual encontró a manera de epígrafe:

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Todo en la vida es como una espiral, los ciclos de las estaciones se repiten año con año, igual que el sol retorna con cada nuevo amanecer. Cuando dejamos esta vida, únicamente vamos a reposar antes de un nuevo retorno; más no importa cuántas veces te marches y regreses, el verdadero amor es eterno. En la página que seguía después encontró otra frase intrigante. Si quieres saber quién es el autor de este manuscrito deberás leerlo hasta el final. Sandrina sintió como si el libro le hubiese respondido su pregunta, pues ansiaba intensamente saber quién había escrito aquellas líneas.

Se quedó pensativa por un

momento, con la Tablet entre sus manos hasta que la pantalla se apagó. Se sentía un poco ansiosa por lo que estaba comenzando a leer. Dirigió su vista hacia el reloj que tenía en la mesita de noche y pudo ver que eran las nueve de la noche. Era temprano. Bajó a la primera planta de la cabaña y se fue a la cocina, se preparó un 257

tazón con infusión de manzanilla, tomó unas galletas de una caja metálica y volvió a subir a su dormitorio. Esta vez se sentó en un cómodo sillón, se cubrió las piernas con una manta y colocó sus pies encima de una banqueta. Encendió nuevamente la Tablet, y reanudó su lectura en donde la había dejado. Todos los bosques son lugares mágicos; si estamos atentos seremos capaces de darnos cuenta de ello, podremos traspasar el tenue velo que divide, esta dimensión que llamamos realidad, y el mundo mágico de las hadas. Esto no podía haberlo imaginado antes de mi visita al lugar que yo llamo Bosque del Encanto aquel día de principios de mayo. Fue una mañana muy especial, yo tenía 20 años. Entré al bosque a recoger algunas flores, me encantaba ir allí, sobre todo por las mañanas, Cuando estaba entre los pinos me invadía una alegría inexplicable, me sentía muy bien en medio de aquella naturaleza, pero esta vez ocurrió una situación especial, ante mis ojos el bosque comenzó a cambiar, era algo mágico, algo sorprendente, hermoso e 258

indecible…

inexplicable.

Mientras

me

encontraba

sumergida disfrutando el panorama, el color de las cosas comenzó a tornarse en algo más vivo, más real. Era el mismo bosque pero parecía como si existiera en otra dimensión, una dimensión más interior, más íntima de aquel lugar. Me sentía colmada de la paz, y la tranquilidad que emanaba la naturaleza misma. Me atreví a dar unos pasos y, de pronto, surgieron como de la nada una multitud de mariposas de bellos e inimaginables colores. Continué caminando y entré en una explanada de verde herbaje, me tendí sobre él y comencé a disfrutar del aroma que me regalaba el ambiente, un aroma sutil, delicado, límpido, que inundaba mi ser de una sensación de plenitud. Estando allí, sobre el pasto, un conejo blanco se colocó a la par mía sin sentirse amenazado por mi presencia. Me incorporé, y me quedé sentada con mis piernas entrecruzadas, tomé el conejo y lo coloqué en mi regazo para acariciarlo. Un momento después lo puse sobre el piso y se alejó poco a poco dando breves saltos. Luego 259

me puse de pie, y extendí mis brazos como queriendo abarcar aquella inmensidad que veían mis ojos, incluido aquel sutil aroma a felicidad que aspiré con todas mis fuerzas. ¡Por primera vez sentía que estaba realmente viva! Por primera vez me enteraba de que existía otra realidad más hermosa y vívida que aquella en la cual estaba acostumbrada a vivir.

Sandrina colocó la Tablet sobre su regazo y se quedó como meditando; no sabía qué pensar. Aquel relato la había atrapado; sin embargo, se preguntaba si eso sería algo real o si la persona que lo había escrito estaba narrando un relato de ficción; definitivamente, si era así, pensó, quien fuera que lo hubiese escrito tenía una gran imaginación. Luego tomó consciencia de que no había tomado ni un sorbo de la infusión que se había preparado. De manera que, degustó un poco de la tisana, comió un par de galletitas,

y continuó con la

lectura. En las siguientes páginas, el relato continuaba diciendo cómo la chica que lo había escrito —porque 260

estaba ya claro que era una chica— se había sentido mientras estaba en su casa recordando su experiencia en aquel prado. Luego mencionaba otras visitas al bosque en las cuales no siempre había experimentado aquella experiencia tan maravillosa. «Debe ser un cuento —pensó Sandrina—, seguramente en la casa de los Vilaforte había alguna chica que era escritora o quería serlo». La lectura continuó. Los días iban pasando, y así llegó la estación lluviosa, con lo cual mis visitas al bosque se espaciaron, pues los días generalmente amanecían nublados anunciando tormenta, luego vinieron algunos temporales, y las precipitaciones acuosas duraban varios días; y esa situación me obligaba a quedarme en casa. De esa manera pasaron varios meses hasta llegar a noviembre; cuando una mañana al abrir mis ojos, me di cuenta de que una fresca brisa sacudía las cortinas del balcón de mi dormitorio. La estación de las lluvias se había retirado, y como siempre ha ocurrido, regresarían hasta el próximo año. Salí de la cama y descalza me acerqué 261

a la ventana, retiré las cortinas y pude ver ante mí un cielo azul despejado. ¡Era el momento de regresar al bosque! La hierba había crecido bastante, los árboles se miraban más frondosos, y había bastantes flores silvestres de variados colores sobresaliendo por entre el pasto. Me interné entre los pinos hasta el lugar en donde había tenido mis hermosas experiencias. Ese día, todo en la naturaleza estaba confabulado para que tuviera una experiencia aún más especial. Todo comenzó de la misma forma que en las veces anteriores: la naturaleza se tornó más vívida, y el sutil aroma en el ambiente se hizo notar rápidamente. Pero cuando comenzaba a avanzar hacia el prado que yo ya conocía, una imagen se materializó a unos pasos frente a mí, o al menos eso me pareció. Era una chica, tal vez de mi edad, de figura resplandeciente y de exquisita e indescriptible belleza. En su rostro se mostraba una paz inmensa. Y con una delicada sonrisa se dirigió a mí:

262

—No sientas temor —me dijo, aunque realmente yo, en aquel lugar nunca había sentido algo parecido. La chica, que llevaba un ligero vestido que en aquel momento aprecié como plateado transparente, y de falda bastante corta ajena totalmente a nuestra usanza, se acercó a mí y me tendió la mano delicadamente, yo le correspondí el gesto y, cuando hubo tomado la mía, el resplandor que parecía emanar del interior de su cuerpo, desapareció. Pero la sensación de tener aquella mano tomada de la mía me hizo sentir una cierta emoción indescriptiblemente agradable. No conversamos, no fue necesario. Parece ficción, pero podía sentir en lo más profundo de mi interior, que nuestras almas se comunicaban en un lenguaje más sublime que las simples palabras. Fue un momento de éxtasis. Creí desmayar de tanta felicidad. Luego la chica soltó mi mano y se dirigió a mí con palabras: —Todavía no es conveniente que utilicemos este tipo de comunicación, desfallecerías de tanta felicidad. Será mejor que nos comuniquemos con palabras. 263

Estaba totalmente embobada. Pasó un buen rato antes de que yo pudiera articular palabras: —¿Quién eres? —fue lo primero que atiné a decir. —No creo que en este momento mi nombre te diga mucho de mí, es algo así como: Claridad del Amanecer. —Me parece un bonito nombre, va con tu belleza —me atreví a decirle—. de dónde vienes —pregunté después. —De un lugar que es algo así como otra dimensión. Estamos aquí, en el mismo lugar del bosque que tú visitas, pero en otra dimensión. Nosotras podemos ver lo que ocurre en tu mundo, pero ustedes no pueden ver el nuestro. Nosotras podemos materializarnos en tu mundo tal como yo lo he hecho ahora, pero no es algo que hagamos a menudo, sólo cuando nos es permitido. Me sentía confundida, no sabía si aquello era realidad o simplemente producto de mi imaginación. —Ven —me dijo Claridad del Amanecer tomándome al mismo tiempo de la mano—, caminemos por entre las arboledas.

264

Comenzamos a caminar tomadas de la mano, como dos amigas que se aman y que se han conocido mucho tiempo atrás. Anduvimos por algunos parajes del bosque que yo no recordaba haber visto nunca antes. —En la dimensión en que tú vives existieron estos mismos parajes —me dijo la chica como respondiendo a mis pensamientos— pero ustedes los cambiaron con la fuerza de las máquinas, desequilibrando la armonía de la naturaleza. Después de caminar un tiempo indefinido, llegamos a un río de increíbles aguas cristalinas, nos sentamos ambas sobre una roca y nos quedamos allí viendo fluir aquellas aguas tranquilas. No hubo comunicación directa entre nuestras almas; pero sí en mi interior comenzó a surgir una inexplicable sensación de ternura y delicado deseo sensual; algo que nunca antes había sentido. Luego, siguiendo los dictados de aquella emoción, junté mi cuerpo al de Claridad y recliné mi cabeza sobre su hombro; ella buscó mi mano con la suya, y nos quedamos así en contemplación de la naturaleza. Estar 265

allí con aquella chica y en aquel magnífico entorno, tomadas de la mano y con nuestros cuerpos en contacto, me causaba otra sensación encantadora que jamás antes había conocido, o al menos eso creía. —¿Puedes salir de noche? —me preguntó Claridad, rompiendo aquel momento de mágica contemplación. —En realidad no lo sé, pues mis padres podrían darse cuenta y… bueno, me ganaría un a mayúscula reprimenda. —Te creo. Pero la verdad es que no tendrías que alejarte mucho de tu casa, pues lo que quiero mostrarte puede encontrarse en cualquier bosque. Pero, si temes meterte en problemas mejor será que yo te busque en tu habitación, cuando ya todos se hayan dormido. —Pero cómo vas a hacer para entrar, pues… —Recuerda que yo vivo en otra dimensión, la dimensión de las hadas; y que no tengo impedimento alguno para lograr ese cometido. Sin embargo, temo que te asustes cuando de pronto me veas en tu habitación.

266

—No, no creo, si eres tú no voy a sentir temor alguno — dije con una inexplicable confianza en ella. Dicho lo anterior, Claridad del Amanecer se despidió prometiendo que llegaría por la noche a mi alcoba. Acto seguido todo volvió a lo que podría llamarse normalidad, y me encontré de nuevo en mi conocido bosque. Por la noche, cuando todo mundo se encontraba durmiendo, y en la sala de la casa el reloj de abuelo comenzaba a dar las campanadas correspondientes a las doce de la noche, anunciando el comienzo del 21 de diciembre, una luminosidad entre naranja y rosa se formó a un lado de mi cama con dosel. Al principio mostraba una leve intensidad, luego fue haciéndose más intensa hasta que la imagen de Claridad del Amanecer se formó dentro de ese extraño fulgor. Una vez completamente materializada, se dirigió a mi cama en donde me encontraba más bien despierta pero con los ojos cerrados, colocó su mano derecha suavemente sobre mi hombro y me llamó. Yo no respondí. 267

Estaba despierta desde que el reloj de la sala había dado las once de la noche; sin embargo aparenté estar profundamente dormida, de modo que me llamó nuevamente. Esta vez comencé a abrir los ojos muy despacio, pero luego me quedé realmente admirada. No tenía la menor idea de cómo había hecho para presentarse en medio de mi cuarto. —Dime, ¿acaso eres una hada? —dije embelesada viendo su rostro —.Si es así, no creo que pueda existir otra hada más bella que tú. —Puede decirse que lo soy…vivo en su dimensión. En cuanto a lo primero, créeme, no soy la más bella. —¿Vienes a quedarte un momento conmigo? —le pregunté deseando que así fuera. —No, vengo por ti, para que me acompañes al bosque. Esta noche habrá celebración y tú y yo vamos a estar en ella. —Pero una celebración va a durar mucho tiempo, y seguramente tendría problemas al regresar. 268

—No te preocupes por eso. Nadie en tu mundo se va a enterar jamás. Sólo ven, levántate, ven a mi lado. Claridad me tomó de la mano y me llevó hasta el balcón de mi habitación, luego nos detuvimos y señaló hacia el firmamento: —¿Ves esa estrella, la más brillante? —me preguntó. —Sí —le respondí un poco confusa… —Mírala fijamente, no despegues la vista de ella hasta que yo te diga. Me quedé viendo la estrella por un tiempo que no supe medir, no sé si fue un segundo, dos segundos, una hora…realmente no lo sé. —Bien —me dijo de pronto claridad—, ya no es necesario que mantengas la vista fija en la estrella. Bajé la vista, y entonces me di cuenta de que ya no estaba dentro de mi alcoba, sino en el bosque. Por un momento sentí temor. —No te preocupes, nadie se dará cuenta de que estas aquí conmigo. Además, estamos en el mismo sitio en el

269

que se encuentra tu casa, sólo que en una dimensión diferente. La forma en que Claridad me dijo aquello me hizo entrar en calma. —Ven, acompáñame —susurró tomándome de la mano—, quiero enseñarte algo. Caminamos hasta el borde del bosque, bajo un cielo colmado de estrellas, después del cual se distinguía una especie de pradera. Allí se detuvo, y levantando su mano derecha hacia el horizonte me dijo: —Mira. En ese instante, en la llanura aparecieron cientos, o quizás miles de puntos luminiscentes. —Eso que ves —me explicó—, es el rocío luminoso nocturno. —Cómo… —El rocío luminoso nocturno. Cada punto brillante corresponde a un amor verdadero. Un amor que se mantendrá intacto aunque pasen miles de años; hay

270

quien dice que por cada punto brillante hay una estrella en el cielo. Nos quedamos en silencio viendo aquella extensión de puntos luminosos. —Pero, ¿para qué me muestras eso? —Ese que ves allí —dijo Claridad señalando un punto y haciendo caso omiso de mi pregunta—, ese que ahora brilla con más intensidad, es la gota de rocío rutilante que corresponde a nuestro amor, y aumentará su brillo en la medida que el cariño entre nosotras se vaya acrecentando. —Son

muchas

cosas que

no

comprendo —dije

repentinamente—. No comprendo cómo he venido a dar a este lugar, no entiendo cuando me hablas de nuestro amor, y todavía entiendo menos cuando me hablas de un amor tan profundo entre nosotras. —¿No sientes nada por mí cuando me ves? —preguntó Claridad acercando su bello rostro al mio. —Debo aceptar que sí. Siento mucho cariño por ti, a pesar de que apenas te conozco y de que eres alguien 271

como un fantasma, muy bonita pero, en fin, un fantasma, aunque tú ya me aclaraste que eres más bien como un hada, despiertas en mí tal ternura sensual, que quisiera poder estar siempre contigo, como si te conociera desde hace mucho tiempo. —Poder estar juntas llegará en su momento; y por otra parte, debo confirmarte que nos conocemos de hace mucho tiempo —pareció alentarme Claridad, pero dejó en mí más interrogantes. Sandrina colocó a un lado la Tablet y se quedó recapacitando un rato sobre todo lo que había leído. Luego dirigió la vista hacia la mesita de noche donde tenía un reloj digital, eran ya las 10:30 de la noche. Afuera de la casa, el viento había aumentado un poco, y cuando se colaba entre las agujas de los pinos producía un cierto murmullo parecido al de las olas del mar. Se levantó de donde estaba leyendo y decidió bajar a la cocina a prepararse una nueva infusión de flor de manzanilla. Mientras preparaba la tizana, volvió a cavilar sobre la lectura, por momentos tenía la impresión de 272

que ya antes había leído algo parecido, o que quizás su padre, cuando era una niña pequeña le había contado algo similar. Ya llevaba bastante leído y aún no sabía quién lo había escrito ni cuál era el nombre de la protagonista. Una vez se hubo servido la tizana en el tazón, regresó a su recámara para continuar con la lectura. —Sé que tienes muchas dudas. Sin embargo, todavía he de decirte algo más: tú y yo nos escogimos y comenzamos a amarnos desde antes de venir a vivir en las dimensiones que escogimos. En la que tú escogiste, en cada nuevo ciclo de vida olvidas los anteriores. Pero al final, tú y yo estaremos juntas por siempre. Eso está escrito en los anales del Universo mismo. Y se cumplirá, igual que en tu mundo actual el sol vuelve a aparecer con cada mañana. Me quedé un poco confundida, pues sentía en mi interior como si de verdad ya la hubiese conocido antes. Y ella adivinando mis dudas continuó: 273

—No puedo traspasar continuamente el velo que divide nuestros universos, sólo podemos encontrarnos por poco tiempo en cada una de tus vidas, en ese periodo yo puedo intervenir para que puedas entrar en la dimensión en que vivo, pero sólo por breves momentos. Sé que es doloroso para ambas encontrarnos apenas por un corto espacio de tiempo en cada ciclo de vida, pero está próximo el instante en que iré por ti para que estés a mi lado por siempre; y así ser tú y yo completamente felices, porque estaremos completas. Sandrina colocó en su regazo la Tablet y suspiró un poco satisfecha, ya sabía por qué aquella lectura le resultaba un tanto familiar, no hacía mucho que había estado leyendo un libro sobre la reencarnación, en el cual se mencionaba cómo algunas parejas que se han amado en vidas anteriores vuelven a encontrarse para continuar haciéndolo. Luego tomó nuevamente el dispositivo electrónico y continuó con la lectura, al parecer ya faltaban pocas páginas y, si lo prometido al

274

principio del libro era cierto, no tardaría en saber quién era la persona que lo había escrito. En aquel instante sentí como si algo se aclarara en mi mente, como si mis ojos realmente se abrieran, y entonces vi a la que era mi amada desde el principio de los tiempos. —Llévame ahora contigo —le dije ansiosamente. —Todavía no es el momento —me respondió—, pero no desesperes, no falta mucho para que llegue. Por ahora sólo puedo convidarte a la celebración de tu vida, de esta vida tuya actual. Ven, ahora es 21 de diciembre, vamos a celebrar el nacimiento del sol, la nueva vida del sol. Para nosotras es la celebración de nuestro encuentro en la vida que ahora vives. En aquel momento, en aquella maravillosa dimensión, el cielo estaba estupendamente estrellado, miles de puntos brillantes titilaban festivos en el cielo de aquella noche mágica, en ese instante, en algunas partes del bosque habían grupos de hadas —al menos eso me pareció a mí— celebrando alrededor de hogueras el renacimiento 275

del sol. Nosotras nos refugiamos en el lugar más maravilloso que construimos con nuestras mentes. Estábamos conscientes de que no volveríamos a vernos en mucho tiempo, y que necesitábamos sentir en nuestros cuerpos las más tiernas y dulces caricias que pudiéramos prodigarnos; y entregarnos la una a la otra para satisfacer aquella pasión que se acumulaba dentro de nosotras en cada ciclo de nuestras vidas; hasta que llegara el momento en que nos uniéramos por siempre. Aquella noche, la noche del solsticio de invierno, la noche más larga del año, nos amamos con pasión y ternura. Pues sabíamos que al llegar el alba todo habría pasado, la magia se habría terminado; y sólo quedaría un recuerdo que poco a poco se iría desvaneciendo de mi mente.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Sandrina, la descripción de aquella escena era tan delicadamente romántica, que le fue imposible evitar que los ojos se le humedecieran. Ficción o no, la historia le había parecido 276

bellísima. Enjugó con un pañuelo de papel las lágrimas que ya corrían por sus mejías, y continuó la lectura. Cuando desperté todo estaba obscuro, el reloj de abuelo estaba dando algunas campanadas... aquello me dejó muy sorprendida: conté once campanadas, ¡no podía ser! Apenas había estado fuera el tiempo entre dos de ellas. No sabía qué es lo que había pasado, pero en mi interior estaba segura de que todo había sido real. Si sólo

hubiese

sido

un

pensamiento,

el

tiempo

transcurrido había sido muy breve. Tampoco podía haber sido un sueño, pues la conclusión era la misma: no podría haber tenido aquel sueño en un tiempo casi inexistente. No había explicación natural posible. Quedaban apenas un par de páginas, y todavía Sandrina no había averiguado quién había escrito lo que estaba leyendo. Vio nuevamente el reloj que tenía sobre la mesa de noche junto a la cama: Faltaban apenas 10 minutos para las doce de la noche; y continuó con su lectura.

277

Me levanté rápidamente de la cama y me puse a escribir lo que había vivido en ese instante de amor con Claridad del Amanecer. No puedo decir si fueron horas, minutos o segundos, yo le he llamado: instante de amor. Al día siguiente comencé la tarea de escribir este libro; terminarlo no me llevó mucho tiempo. Ahora que estoy finalizando su redacción, he decidido dejarlo escondido detrás de los libros de una estantería de la biblioteca de la casa y olvidarme de él. Sé con plena seguridad que lo voy a encontrar cuando retorne a mi siguiente ciclo de vida. Y al leerlo voy a descubrir nuevamente que la vida no termina aquí, y que hay alguien con quien, al llegar el momento señalado, he de compartir por siempre mi amor y mi vida; y con quien conversaremos íntima y únicamente de alma a alma, Sandrina había terminado de leer el libro que encontró en la biblioteca. Presionó, entonces, el control de apagado de la Tablet, pero antes de hacerlo pudo ver cómo el reloj digital del dispositivo pasaba, de mostrar la once y cincuenta y nueve, a desplegar las doce cero 278

minutos. El día del solsticio de invierno había llegado nuevamente. En ese instante, a un par de pasos de donde ella se encontraba

sentada

se

comenzó

a

formar

una

luminosidad entre rosa y naranja. Sandrina se quedó extrañada viendo aquel insólito fenómeno. Poco a poco se formó, en medio de la luminosidad, la imagen de una chica, una joven de bellos rasgos, tan bellos como jamás nunca había visto en su vida actual. La joven, que una vez materializada del todo, se dirigió hasta donde estaba Sandrina todavía con la Tablet entre sus manos, era la imagen viva de la delicadeza y la ternura. Sólo bastó un instante, un instante infinitamente pequeño de comunicación íntima, para que Sandrina viera todo claramente,

para

que

todo

fuera

diáfano

a

su

entendimiento, entonces supo quién había sido la autora de aquel libro. —Ven, Sandrina —dijo la linda joven recién llegada—, soy la claridad que anuncia tu definitivo amanecer. 279

Ahora podrás venir conmigo a la dimensión de la felicidad, en donde viviremos tú y yo desde ahora hasta siempre.

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Bibliografía Andrews, Ted. 2013. El encanto del reino de las hadas. Mexico, D.F. : Tomo, S.A. de C.V., 2013. ISBN-13: 9786074154689. Arntz, William, Chasse, Betsy y Vicente, Mark. 2006. ¿¡Y tú qué sabes!? Madrid : Palmyra, 2006. ISBN: 9788496665026. Cassanya, Vicente. 1999. El gran libro de la Luna. Barcelona : Ediciones Martínez Roca, S.A. , 1999. ISBN: 8427024355. 2000. El Universo de Sor Juana, Antología. México, D.F. : Diana, S.A. de C.V., 2000. ISBN 9681328485. Hawking, Stephen. 2011. Agujeros negros y pequeños universos. Provincia de Buenos Aires : Crítica, 2011. ISBN: 9789879317280. Klein, Kenny. 2013. Rituales de los cuentos clásicos. México, D.F. : Tomo, S.A. de C.V., 2013. ISBN-13: 9786074155051.

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