Rodolfo Cerrón Palomino (2014), En pos del puquina: la tercera lengua general del antiguo Perú

April 18, 2017 | Author: sergio2385 | Category: N/A
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Cerrón Palomino Rodolfo (2014), En pos del puquina: la tercera lengua general del antiguo Perú. En: Malvestitti M., Dreidemie P. (Eds.) III Encuentro de Lenguas Indígenas Americanas: Libro de Actas. Viedma: Universidad Nacional de Río Negro. 143-157.

Col ec c i ónCongr es osyJor nadas

I I IEnc uent r o deLenguasI ndí genas Amer i c anas( ELI A) Li br odeAc t as

Mar i s aMal v es t i t t i Pat r i c i aDr ei demi e c ompi l ador as

En pos del puquina: la tercera lengua general del antiguo Perú Rodolfo Cerrón–Palomino Pontificia Universidad Católica del Perú [email protected]

“Déterminer avec précision à quelle couche de population appartiennent les toponymes, et par conséquent quel est l’apport respectif de chacun des peuples qui ont occupé notre pays, tel est le but de la toponymie”.

Rostaing (1980: 5)

1. Documentación En una “Carta Annua” de 1594 dirigida a su Provincial, el P. Alonso de Barzana se quejaba de que, no obstante existir “más de cuarenta o cincuenta pueblos” de habla puquina, “tanto en el Collao, como en Arequipa, y sobre todo en la costa de la mar hacia Arica y aun hacia otras costas”, no tuvieran predicador, pese a que para entonces se había "trabajado y reducido la lengua en arte y se ha[bía] escrito un confesionario y un vocabulario y una doctrina” (cf. Bouysse–Cassagne 1992: 132). Es posible que el eximio lenguaraz, al mencionar tales materiales, estuviese aludiendo a los preceptos gramaticales y léxicos de su propia autoría, que figuran en los tratados bibliográficos sobre lenguas indígenas americanas, luciendo incluso el año de 1590 como la fecha de su posible aparición (cf. De la Viñaza 1977 [1892]: 45). Desafortunadamente, no solo nadie ha podido dar con ellos, sino que se duda de su publicación. Siendo así, lo único que se tiene registrado para la lengua son un total de 26 textos pastora les de variado alcance que aparecen en la monumental obra políglota Ritvale sev Manuale Pervanvm […] de fray Jerónimo de Oré, famoso criollo huamanguino, editada en Nápoles en 1607. Según refiere el mismo compilador, “la mayor parte [de los textos] fue hecha por el padre Alonso de Barzana, Iesuita de buena memoria, y despues de su muerte se añidieron algunas cosas por el auctor con comission, y aprobacion del Reuerendísssimo del Cuzco” (cf. 1607: 385). Tal es todo el material escrito de que disponemos para el estudio del puquina. 1 Entre fines del siglo XIX y comienzos del XXI diversos estudiosos han desplegado sus esfuerzos en el afán por desentrañar la gramática y el léxico subyacentes a tales textos, inevitablemente inseguros y esquemáticos dada la naturaleza de los mismos. Primeramente Raoul de la Grasserie (1894), luego Alfredo Torero (1965, 2002: cap. V, § 5.2), Willem Adelaar con Pieter Muysken (2004: cap. 3, § 3.5); y, últimamente, el mismo Adelaar, esta vez con Simon van den Kerke (2009), 2 nos 1

A decir verdad, quedan también los restos de la fórmula del bautizo estampados en alto relieve en la portada del baptisterio de la iglesia de Andahuailillas (Cuzco, ca. 1630), donde apenas, tras siglos de exposición, se puede leer, como en negativo: “… NAQVIN SIN YQUILE… CHVSCVM ESPIRITV SANCTOM M…”, que afortunadamente se puede reconstruir gracias a la misma fórmula consignada por Oré.

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han ofrecido el producto de sus esfuerzos interpretativos y analíticos, no necesariamente coincidentes, como era de esperarse. Gracias a ellos, podemos hoy contar con una caracterización gramatical y tipológica de la lengua, así como también disponer de un reducido léxico que, una vez depurado de sus quechuismos y aimarismos inevitables, comprende alrededor de unos 250 términos atribuibles casi exclusivamente a la misma entidad idiomática.

2. Otras fuentes de estudio Dos han sido las fuentes adicionales a las que han recurrido los estudiosos en el afán por conocer mejor la lengua, aunque debido a la naturaleza de las mismas, se circunscribían a la pesquisa emi nentemente léxico–semántica. Nos referimos al vocabulario del callahuaya y al de la toponimia. Por lo que respecta a la reputada lengua de los herbolarios de Charazani (La Paz), considera da por sus primeros estudiosos como la superviviente del “idioma secreto” de los incas (cf. Oblitas Poblete 1968, Girault 1989), pronto se echó de ver que, dejando de lado su gramática casi íntegra mente quechua, lo único que ella tenía en común con el puquina era el léxico parcial compartido por ambas lenguas en un 41%, según cotejos efectuados por Torero (2002: cap. V, § 5.1.6.1, 392). Por lo demás, como señalan Adelaar y Kerke (2009), 2 los posibles cognados callahuaya–puquinas no siempre guardan correlaciones sistemáticas entre sí, de manera que la identificación de térmi nos puquinas en el léxico callahuaya en general, que comporta vocablos de distinta procedencia, como la de origen pano–tacana (cf. Muysken 2009), resulta frustrante y poco prometedora, sobre todo debido al carácter limitado del léxico puquina disponible para su contraste. En cuanto a la investigación onomástica, más específicamente toponímica, ella estuvo motivada fundamentalmente por los intentos destinados a delimitar el espacio geográfico cubierto por la lengua. Tres han sido los elementos diagnósticos tempranamente identificados y atribuidos a la presencia del idioma en el territorio sureño–altiplánico: los radicales , y (cf. Adelaar 1987), que efectivamente parecían trazar, a través de su manifestación en el terreno, el espacio topográfico cubierto por la lengua según la información documental disponible hasta entonces. Aun cuando no era posible inferir con seguridad el significado de tales radicales, con excepción del de ‘ídolo’ (registrado en los textos de Oré), no había duda de su filiación, habida cuenta de que no podían explicarse ni por el quechua ni por el aimara. La investi gación toponímica, sin embargo, solo será retomada, en mayor escala, solo en los últimos cinco años, como veremos en su momento. Otras posibles fuentes de investigación que podrían permitirnos identificar elementos asignables a la lengua son los textos coloniales tempranos, el léxico del aimara colonial y el vocabulario del uruquilla. En cuanto al registro escrito, interesa particularmente el referido al universo social, cultural, religioso e institucional del incario y de la sociedad colonial más inmediata (siglos XVI–XVII). El examen del léxico propio de tales dimensiones semánticas sugiere que buena parte de dicho acervo puede atribuirse, por simple proceso de factorización, si bien en calidad de hipótesis, al puquina. Ocurre muchas veces que las postulaciones formuladas suelen verificarse, si bien con un alto ingrediente de azar, al encontrárseles correlatos ya sea en el vocabulario extraído de 2

Estos mismos investigadores vienen preparando lo que finalmente podría desembocar en una edición crítica de los textos de Oré (ver, al respecto, sus adelantos en Universiteit Leiden, s.f.)

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Oré como también en el léxico callahuaya. La segunda fuente para identificar vocablos puquinas son los tratados léxicos y gramaticales del aimara colonial, principalmente los vocabularios regis trados por Bertonio (1984 [1612], 1612). Reputado el aimara como una lengua “mucho mas abũndante” que el quechua “en la copia de vocablos, sinónimos, y circuyciones [sic]” ( cf. Tercer Concilio [1584–1585: “Annotaciones generales de la lengva aymara”, fol. 78), no es difícil advertir que la mencionada densidad léxica, verificable con solo hojear los vocabularios citados, era tributaria del léxico de por lo menos dos lenguas: el quechua y el puquina. Quitados los quechuismos e identifi cado el patrimonio vocabular del aimara, no es desatinado postular el remanente, siempre en cali dad de hipótesis, como proveniente del puquina. Como en el caso anterior, aquí también se da la situación, fortuita es cierto, de poder encontrar elementos cognados tanto en el léxico de Oré como en el del callahuaya. Después de todo, lengua social y culturalmente tan importante, no podía dejar de implantar su profunda huella léxica en el aimara que la desplazó. Finalmente, una tercera fuente en la búsqueda de voces puquinas es el léxico del uruquilla. Lengua dominada por el puquina antes de que fuera suplantada por el aimara, es lógico esperar que ella registre una im portante impronta léxica asignable al idioma de estirpe altiplánica. Ocurría hasta hace poco, sin embargo, que no contábamos con materiales léxicos solventes y seguros de la lengua, situación que se ha corregido felizmente en los últimos tiempos (cf. Muysken 2005; Cerrón–Palomino / Ballón Aguirre 2011). Son varios los casos en los cuales ha sido posible identificar, y por tanto corre lacionar, algunas de las voces propias del incario con las del uro–chipaya, del mismo modo en que lo fueron también con el léxico puquina sumergido dentro del léxico aimara de Bertonio (ver, en especial, Cerrón–Palomino 2013: I).

3. Evidencia toponímica Tal como se adelantó, uno de los móviles responsables de la indagación toponímica, en vista de la escasa y huidiza información proporcionada al respecto por las fuentes coloniales, fue el afán por conocer la distribución originaria de la lengua antes de ser desplazada por el aimara y el quechua. Dicha inquietud fue cobrando mayor impulso en lo que va del presente siglo, a raíz de la renovada polémica surgida en torno a la historia externa de las lenguas y de los pueblos prehispánicos de los Andes centro–sureños, caracterizada esta vez por la hasta entonces inusitada participación de historiadores, arqueólogos y lingüistas del área andina. En efecto, en medio del debate agudizado en torno a la lengua atribuible a los creadores de Tiahuanaco, el mismo que enfrentaba a los de fensores del aimara (mayormente arqueólogos) y a los partidarios del puquina (fundamentalmen te lingüistas), se hacía urgente demostrar, sobre todo en atención a los reclamos formulados por los aimaristas (ver, por ejemplo, Stanish 2003: cap. 3, 59), por un lado, el carácter genuinamente altiplánico del puquina, y por el otro, el origen centro–andino y advenedizo del aimara sostenido por los lingüistas. Y es que uno de los argumentos aducidos por los partidarios del aimarismo pri mitivo de la región ha sido la aparente ausencia de toponimia atribuible al puquina en todo el te rritorio altiplánico. Al respecto, no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que, así como se pensaba que los tratados léxicos de Bertonio, una vez despojados de sus quechuismos, registraban un vocabulario genuina y exclusivamente aimara. Del mismo modo, se pensaba que la toponimia de la re -

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gión era íntegramente atribuible a dicha lengua, en consonancia con su pretendida raigambre altiplánica milenaria. Los estudios toponímicos emprendidos recientemente en la zona en debate (ver Mossel 2009; Cerrón–Palomino 2013) prueban de manera contundente la persistencia de un fuerte sustrato puquina, cuya distribución permite visualizar un territorio que, a la par que co rrobora los datos proporcionados por la información documental de los siglos XVI y XVII respecto de la existencia de pueblos de habla puquina en dicha circunscripción, coincide plenamente con el espacio cubierto por el estado tiahuanaquense en su máxima etapa de expansión.

4. Corpus toponímico Las fuentes básicas manejadas para el acopio del material toponímico constituyeron los diccionarios geográficos de los tres países andinos involucrados: Perú, Bolivia y Chile. Para el Perú, contamos con los diccionarios de Paz Soldán (1877) y de Stiglich (1922), este último recientemente reeditado, esta vez por departamentos (cf. Stiglich 2013 [1922]). Para Bolivia, nos servimos de los diccionarios departamentales de Ballivián (1890) y de Mamani / Guisbert (2004), para La Paz; Federi co Blanco (1901) para Cochabamba; Pedro Aniceto Blanco (1904) para Oruro; y Mallo (1903) para Chuquisaca. Para Chile, consultamos los diccionarios de Francisco Asta–Burruaga y Cienfuegos (1899) y Riso Patrón (1924). Con el objeto de remediar, por lo menos en parte, la ausencia de fuentes semejantes para un departamento tan importante como Potosí, recurrimos al diccionario ge neral de Gonzales Moscoso (1984), pero también consultamos algunos estudios de carácter etno–histórico, referidos a dicha circunscripción territorial, entre otros los de Zegarra / Pozo (2002), Espinoza Soriano (2003) y Platt et al. (2006). Vocabularios de consulta obligada, como elementos de contraste y verificación, han sido, comenzando por el glosario entresacado de Oré (cf. Torero 1987: 364–370), los léxicos del callahuaya compilados por Oblitas Poblete (1968) y Girault (1989). Para los efectos de nuestra discusión presentamos, en términos léxicos, cinco radicales asig nables al puquina; en el plano gramatical, hemos podido verificar dos sufijos derivativos registrados por Oré, al mismo tiempo que se han identificado otros dos sufijos de función semejante. En lo que sigue pasaremos a discutir y justificar los hallazgos anunciados.

4.1 Radicales identificados De los cinco radicales que introduciremos, dos han sido considerados desde un principio como elementos diagnósticos puquinas, según se mencionó previamente: y variantes y . En nuestra discusión, volveremos sobre los mismos buscando esclarecer las cuestiones de forma y significado postulados o no atendidos, así como las posibles variantes que podrían postularse o descartarse para algunos de ellos.

4.1.1 Radical ~ ~ l propio del aimara. Fuera de unas dos ocurrencias como elemento independiente (así en , Sandia, Puno; y , Tapacarí, Cochabamba), lo encontramos mayormente como núcleo de compuestos, ya sea como (verbigracia, , Chumbivilcas, Cuzco; , Cailloma, Arequipa; , Sorasora, Oruro) o como (así en , Coata, Puno; , Torata, Moquegua; , Larecaja, La Paz; , Totora, Cochabamba). El doblete toponímico (Chucuito, Puno) ~ (Carumas, Moquegua) ilustra la reinterpretación variable del elemento sujeto a la regla de lateralización, delatando su mayor o menor acomodación al aimara. Ausente en los diccionarios coloniales, lo encontramos sin embargo gozando de plena vitalidad en los vocabularios modernos de la lengua, en la forma de laqhi con el significado de ‘barranco’, ‘despeñadero’ (cf. Huayhua, 2009: 144; Condori 2011: 189). En vista de la evidencia apuntada, creemos que no es aventurado postular *raqhi como la forma originaria de la palabra atribuible al puquina.

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4.2 Elementos gramaticales La naturaleza deficitaria del material puquina solo permite reconocer, dejando de lado los prés tamos, un sistema derivativo de nominalizaciones bastante limitado. Y así se han identificado, como único denominativo, el sufijo –no ‘posesor’, y como deverbativos, el infinitivizador/ concretador –no, el agentivo –eno y el participial –so. Al igual que el aimara, tanto el infinitivizador como el concretador tenían una misma forma: –no y –ña, respectivamente (cf. Adelaar / Kerke 2009: §§ 2.2.1, 2.2.3). Como se sabe, los sufijos más socorridos por el quechua y el aimara en la formación de topónimos son, por un lado, el denominativo –yuq/ –ni ‘posesor’; y, por el otro, los deverbativos –q/ –ri ‘agentivo’, –na/ –ña ‘concretador’ y –sqa/ –ta ‘resultativo’. Uno esperaría encontrar una situación semejante en el puquina, y, sin embargo, hasta donde hemos podido averiguar en el campo, solo nos ha sido posible detectar el empleo de dos de ellos: el del denominativo –no y el del resultativo –so, este último de manera mucho más esporádica aún. En lo que sigue, nos ocuparemos de la ocu rrencia de tales sufijos en el corpus toponímico que hemos acopiado.

4.2.2 Sufijos no atestiguados Dos son hasta ahora los sufijos que podemos postular como de muy probable origen puquina. Ambos tienen una amplia distribución, una más que la otra. Debemos tener presente, sin embargo, que un mejor acceso a las fuentes toponímicas podría revelar no solo una mayor cobertura geográfica sino también, en relación con el menos recurrente, una presencia más amplia que la encontrada hasta ahora.

El sufijo –t’a Uno de los más recurrentes y claramente aislables en toda el área es el sufijo . Su segmentación e identificación se ven facilitados debido a su ocurrencia formando temas nominales denominativos con raíces fácilmente identificables como aimaras o quechuas. De esta manera, a modo de ejemplificación, tenemos, en el Perú: (San Jerónimo, Cuzco), , Sandia, Puno), (Uchumayo, Arequipa), (Puquina, Moquegua), (Sama, Tacna); Chile: (Putre, Parinacota); Bolivia: (Tiquina, La Paz), (Arque, Cochabamba), (Carangas, Oruro), (Cinti, Chuquisaca) y (Caracara, Potosí). No es infrecuente que algunos de tales nombres se repitan por todo el territorio de limitado: así, por ejemplo, (Arequipa y Cuzco), (Puno y Arequipa), (La Paz, Cochabamba y Chuquisaca), (Puno), (La Paz), (Puno). En algunos otros casos, encontramos dobletes con ligeras variantes, a veces puramente ortográficas, como en (La Paz) ~ (Puno), (Cinti, Chuquisaca ) ~ (La Paz), (Arica) ~ (Cochabamba), (Puno, Arequipa y Cuzco) ~ (Poopó, Oruro). Ahora bien, en vista de que el aimara hace uso, si bien limitado, del sufijo participial –ta en la formación de topónimos (como en los casos de , , , etc.), bien podría pensarse que, en los ejemplos introducidos previamente, estamos ante la manifestación de dicho derivativo. Sin embargo, creemos que hay razones de peso para invalidar semejante interpreta ción. Y es que, por un lado, el recurso a dicho sufijo, al igual que el de su equivalente quechua

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–sqa, no solo es esporádico sino que está restringido, por su misma función, a formar derivados a partir de radicales verbales, y, por consiguiente, resulta incompatible con raíces nominales. Los ejemplos ofrecidos, como puede verse, acusan una base nominal, por lo que hay que descartar en ellos toda posibilidad de combinación con el participial aimara, y, por consiguiente, admitir que estamos ante un sufijo denominativo de extracción diferente. Ya vimos, sin embargo, que dicha función la tenía el sufijo –no en el puquina, como lo hemos podido verificar en el terreno, aunque ciertamente de manera muy restringida. En cuanto al significado, la tarea de su averiguación resulta sencilla desde el momento en que no es difícil hallar topónimos aimaras y quechuas con morfología derivada que, con las mis mas raíces, conllevan –ni o –yuq, respectivamente. En tales casos la glosa de los mismos es transparente, pues la función los sufijos es predicar que el lugar al cual refieren las raíces que los conllevan ‘tiene’ o ‘posee’ dicho referente. De esta manera, por ejemplo, y , se glosan como ‘(lugar) con soras (= variedad de totora)’. Es más, nuestra averiguación logra reforzarse con dobletes como el de , un islote del Titicaca (Capachica), y , otro lugar en el mismo Puno. En este caso, aun sin saber el significado de la base, ya podemos estar se guros, por el aimara, que estamos ante algo como ‘(lugar) que tiene Ticona’, y, por la misma razón, podemos igualmente postular que lo propio puede decirse para la primera variante. El nombre , sin embargo, no solo es apellido corriente en el altiplano, sino que aparece registrado como equivalente de ‘curaca’: encontramos allí, en efecto, la expresión ( cf. Oré 1607: 172), en la que es adjetivo quechua que significa ‘entonado, ataviado’ ( cf. Gonçález Holguín 1952 [1608]: I, 64: ). Es más, el nombre está registrado también en el callahuaya, donde lo encontramos como (cf. Oblitas Poblete 1968: 53), con el valor de ‘cien’ o de ‘centena’ (equivalente al del quechua). 6 De acuerdo con ello, todo parece indicar que era el jefe de cien unidades domésticas, lo cual le da pleno sentido al topónimo , y, en consecuencia, al de su equivalente como el ‘(lugar) que tiene su curaca de cien’. Ahora bien, ¿cuál habría sido la diferencia entre los derivativos puquinas –no y ? De hecho, no es difícil encontrar dobletes del tipo y en las islas del lago Titicaca. En la imposibilidad de resolver el problema por el momento, quisiéramos sugerir, valiéndonos del aimara, que la diferencia podría semejarse a la que se da entre los sufijos –ni y –wi de esta lengua. Así, si la diferencia entre y está en que, en el primer topónimo, estamos ante un ‘(lugar) con soras’, con indicación precisa de que se trata de un espacio caracterizado por presentar la variedad de totora; en el segundo, a su turno, estamos ante un ‘(lugar) donde hay soras’, es decir que, sin ser una caracterización puntual del terreno, se anuncia que allí abunda dicha variedad de esparto. 7 La diferencia es, como se ve, muy sutil, la misma que es posible aprehender gracias a la existencia de dobletes toponímicos como el mencionado en todo el territorio de sustrato aimara. Queda por identificar su materia fónica. Al respecto, gracias a la averiguación hecha en el campo en relación con la pronunciación de algunos de los nombres portadores del sufijo, como por ejemplo, de las de , (distrito de Pomata, Puno), que se pronuncian [puma–t’a] y [wayλa–t’a], respectivamente, podemos sostener que aquel portaba una oclusiva glotalizada, es decir respondía a la contextura fónica de –t’a. Este dato recibe también un respaldo decisivo por parte de Bertonio, quien, al explicar el uso de como unidad de medida, nos re gala el siguiente ejemplo: , que traduce como ‘Deste

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pueblo de Iuli a Pomata, ay dos leguas’ (énfasis agregado; cf. Bertonio 1984 [1612]: II, 393), donde sin lugar a dudas la doblada de busca representar la naturaleza glotálica de la consonante dental.

El sufijo –si Registrado en un área casi coincidente con el del sufijo anterior, la terminación –si se da en ejemplos como: (Azángaro, Puno), (Tuti y Sibayo, Arequipa),
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