Örkény, István - Cuentos de Un Minuto

January 21, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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István Örkény (1910 – 1979) ÖÖ rkéé ny nacé én una familia burguésa judíéa acomodada a principio dé los anñ os 1910. En 1931 sé bachilléra én él instituto [éscolapio], déspuéé s sé matricula én la facultad dé quíémica dé la univérsidad dé ingéniéríéa. En 1932 sé pasa a la éspécialidad dé farmacéé utica, dondé sé diploma én 1934. En 1937 éntra én contacto con él cíérculo dé Széé p Szoé , maé s tardé viaja a Londrés, Paríés, dondé vivé dé émpléos ocasionalés. En 1941 vuélvé a Budapést, dondé términa sus éstudios univérsitarios y én 1941 sé diploma como quíémico. En la guérra mundial és obligado a trabajar én él ríéo Don y déspuéé s hécho prisionéro dé guérra y soé lo én 1946 puédé volvér a su patria. Désdé 1954 trabaja én la éditorial Szépirodalom como léctor, éntré 1958 y 1963 por su participacioé n én la révolucioé n sé lé prohíébé publicar - duranté ésté tiémpo trabaja én la faé brica dé médicaméntos unidos (hoy Egis) como quíémico. En los anñ os 50 conocé a Zsuzsa Radnoé ti, con quién sé casa én 1965. Los Cuentos de un minuto dé ÖÖ rkéé ny tambiéé n tiénén una rélacioé n péculiar con la réalidad. Muchos dé éllos usan él lénguajé périodíéstico dé los anuncios, é histoé ricaménté éstaé n muy arraigados a la réalidad céntroéuropéa dé los anñ os sésénta, al réé gimén qué sé atrévíéa a llamarsé socialista. Justaménté por ésa razoé n su intérprétacioé n y récépcioé n débén sér distintas para un léctor dél siglo XXI, con un pasado y unas éxpériéncias diféréntés. Sin émbargo, su visioé n grotésca y su humor absurdo, capacés dé répréséntar los conflictos, las situacionés humanas dé manéra compacta, dénsa, son indépéndiéntés dé la éé poca y dé la idéologíéa políética actual. Esté énfoqué al révéé s qué inviérté él ordén y lo vuélvé todo litéralménté dé arriba abajo, maé s él tono déscarado qué aparénta no réspétar nada ni a nadié, son los qué tiénén én comué n ambos autorés (Istvaé n ÖÖ rkéé ny y Frigyés Karinthy). Sus obras nos brindan la ocasioé n dé ténér una visioé n diférénté dé lo habitual y cotidiano, sobré los moméntos maé s oscuros dé la historia mundial dél siglo XX y sobré la lucha contra una énférmédad mortal. Por él tono iroé nico dé sus cuéntos y dramas, y por su actitud siémpré dispuésta a burlarsé dé todo y dé todos, ÖÖ rkéé ny és uno dé los autorés maé s conocidos y maé s quéridos dé las létras hué ngaras.

Hogar La ninñ a soé lo téníéa cuatro anñ os, sus récuérdos, probabléménté, ya sé habíéan désvanécido y su madré, para conciénciarlé él cambio qué lé éspéraríéa, la llévoé a la cérca dé alambré dé éspino. Désdé allíé, dé léjos, lé énsénñ oé él trén. —¿No éstaé s conténta? Esé trén nos llévaraé a casa. —Y éntoncés ¿quéé pasaraé ? —Entoncés ya éstarémos én casa. —¿Quéé significa éstar én casa? —préguntoé la ninñ a. —El lugar dondé vivíéamos antés. —Y ¿quéé hay allíé? —¿Té acuérdas todavíéa dé tu osito? Quizaé s, éncontrarémos tambiéé n tus munñ écas. —Mamaé , ¿én casa tambiéé n hay céntinélas? —No, allíé no hay. —Entoncés, dé allíé, ¿sé podraé éscapar? de Cuentos en un minuto (Trad. Judit Gerendas, Editorial Thule, 2006)

Home, Sweet Home (Estupida versión, comentario mio, Xh. B.) Téníéa cuatro anñ os. A ésa édad, los récuérdos son imprécisos. Adémaé s, cuando su madré la tomoé dé la mano y la condujo cérca dé la salida dél campo, la péquénñ a no tuvo una réaccioé n muy clara. -¿Para quéé hacér quéé cosa? -préguntoé . -Para acércarnos a lo nuéstro. -¿Quéé és lo nuéstro, mamaé ? -Es la diréccioé n én dondé vivíéamos antés dé sér traíédas aquíé. -En lo nuéstro ¿quéé hay? -Cosas. Tus ositos. ¿Té acuérdas? Tus munñ écas tambiéé n, tal véz. -Dimé, mamaé -dijo la ninñ a-, én lo nuéstro, ¿hay guardias? -Claro qué no, ningué n guardia. -¡Quéé buéno! -dijo la ninñ ita-. Una véz allaé , nos podrémos salvar.

El conductor Joé zséf Pérészléé nyi, désplazador dé matérialés, sé détuvo con su coché Wartburg, matríécula nué méro CÖ 75–14, junto al kiosco dé périoé dcos dé la ésquina. –Déé mé un Noticias dé Budapést. –Laméntabléménté sé agotoé . –Déé mé uno dé ayér, éntoncés. –Tambiéé n sé acaboé . Péro casualménté téngo ya uno dé manñ ana. –¿Tambiéé n ahíé aparécé la cartéléra dél ciné? –Eso salé todos los díéas. –Entoncés déé mé ésé dé manñ ana –dijo él movilizador dé matérialés. Sé volvioé a séntar én su coché y buscoé la programacioé n dé los cinés. Déspuéé s dé un rato éncontroé una pélíécula chécoslovaca –Los amorés dé una rubia– dé la qué habíéa oíédo hablar élogiosaménté. La proyéctaban én él ciné Cuéva Azul dé la callé Staé cio, a partir dé las cinco y média. Justo a tiémpo. Todavíéa faltaba un poco. Siguioé hojéando él diario dél díéa siguiénté. Lé llamoé la aténcioé n una noticia acérca dél désplazador dé matérialés Joé zséf Pérészléé nyi, quién, con su coché Wartburg matríécula CÖ 75–14 sé désplazaba con una vélocidad mayor a la pérmitida por la callé Staé cio, y no léjos dél ciné Cuéva Azul chocoé dé frénté con un camioé n. El déscuidado conductor murioé én él acto. “¡Quiéé n lo diríéa”, pénsoé Pérészléé nyi. Miroé su réloj. Ya pronto séríéan las cinco y média. Guardoé él périoé dico én él bolsillo, sé puso én marcha, a una vélocidad mayor dé la pérmitida, y chocoé con un camioé én la callé Staé cio, no léjos dél ciné Cuéva Azul. Murioé én él acto, con él périoé dico dél díéa siguiénté én él bolsillo. István Örkény, Cuentos de un minuto, Thule, 2006. Traducción de Judit Gerendas.

¡Adiós, París! Aunqué mi maléta éra pésada, la arrastréé hasta la Rué dés EÉ colés. Allíé toméé un taxi. —A la Garé dé L’Est—lé dijé al chofér. Todavíéa téníéa tiémpo. No éra agradablé éspérar junto al férrocarril. —Yo ahora mé voy a mi paíés lé dijé al chofér ¿No sé toma conmigo un trago dé déspédida? —Yo soé lo téngo médio éstoé mago —dijo él chofér. —Un vaso dé vino blanco no puédé hacérlé danñ o. —Conozco un sitio ~dijo él chofér. Brindamos y nos tomamos él vino dé un trago. Luégo tambiéé n éé l ordénoé una ronda. Miéntras éspéramos, mé préguntoé : —¿A doé ndé va? —A Budapést. —¿Quéé paíés és éé sé? —Hungríéa. —¿Con los alémanés o én contra dé los alémanés? —Con los alémanés. —No és lo idéal dijo. — Ni un poquito dijé. El propiétario trajo él vino. —Es a los ministros a quiénés habríéa qué mandar al frénté —dijo él chofér, luégo dé réfléxionar un rato. —Asíé és —dijé . Entoncés sé lo pénsaríéan dos vécés. Pagamos y nos pusimos én marcha. Por las éscaléras dé la Grand dé l'Est fué éé l quién subioé mi maléta. Déspuéé s mé téndioé la mano. —Yo mé éstoy salvando a causa dé mi éstoé mago —dijo. —Es mucha suérté dijé. —¿Ustéd no tiéné ninguna énférmédad? —No téngo. —No importa—mé consoloé —. En dos mésés dérrotamos a los alémanés. —Öjalaé . —Quizaé s nos volvamos a vér alguna véz—dijo. —Mé cuésta créérlo— dijé. —Entoncés nos tomarémos otra copa— dijo. —Eso ya lo créo—dijé. —Hasta la vista—dijo. —Hasta la vista. Etiquetas: 2006 , ISTVÁN ÖRKÉNY , MICRORRELATO, THULE EDICIONES

Amor propio profesional ¡Yo éstoy hécho dé un matérial duro! Téngo suficiénté autocontrol. No sé mé notaba nada, aunqué éstaba én juégo él disciplinado trabajo dé largos anñ os, él réconocimiénto dé mi talénto. Todo mi futuro. - Mi arté tiéné qué vér con los animalés -dijé. - ¿Quéé sabé hacér? - Imito sonidos dé avés. - Laméntabléménté -dijo, displicénté -éso ya ha pasado dé moda. - ¿Coé mo? ¿El arrullo dé la toé rtola? ¿El silbido dél gorrioé n dé campo? ¿El piar dé la codorniz? ¿El chillido dé la gaviota? ¿El canto dél ruisénñ or? - Démodéé -dijo él diréctor aburrido. Eso mé dolioé . Péro créo qué no sé mé notoé nada. - Hasta la vista -dijé cortéé sménté, y salíé volando por la véntana abiérta.

Sin perdón Lés di véinté forintos a los dos énférméros qué lo colocaron én la camilla y lo bajaron a la ambulancia. Tambiéé n én la clíénica di véinté a cada una dé las énférméras, a la diurna y a la dé noché, y lés pédíé qué lo cuidaran. Dijéron qué no mé préocupara, qué éllas cada média hora sé iban a asomar a vérlo, aunqué por suérté él paciénté no éstaba inconsciénté. Al díéa siguiénté éra domingo, asíé qué pudé ir a visitarlo. Séguíéa éstando consciénté, péro ya casi no hablaba. Por él paciénté dé la otra cama méé éntéréé dé qué las énférméras no aparéciéron ni una sola véz, lo cual no éra dé éxtranñ ar, porqué éntré las dos téníéan qué aténdér a ciénto sésénta énférmos. Los méé dicos tampoco lo habíéan éxaminado: dijéron qué él lunés lo révisaríéan én détallé. Eso siémpré és asíé, dijo él vécino, cuando él énférmo ingrésa él saé bado al médiodíéa. Salíé al pasillo y busquéé una énférméra, péro no éncontréé a ninguna dé las dél díéa antérior. Déspuéé s dé mucho buscar, logréé dar con la qué éstaba dé guardia. Tambiéé n lé di véinté forintos, y lé pédíé qué lé écharan una mirada dé véz én cuando a mi padré. Hubiéra quérido éncontrarmé tambiéé n con él méé dico. Todavíéa én casa habíéa métido un billété dé cién forintos én un sobré, péro la énférméra mé dijo qué al méé dico lo habíéan llamado para una transfusioé n a la sala dé las mujérés. Qué podíéa confiar én élla, hablaríéa con éé l. Régréséé a la sala dé los énférmos, dondé él vécino mé tranquilizoé diciéndo qué séguraménté él méé dico dé guardia no téndríéa tiémpo dé éxaminar a los énférmos, asíé qué éra méjor qué no lé hubiésé podido éntrégar él dinéro. Dé todas manéras soé lo al díéa siguiénté véndríéan los éspécialistas, éllos ya téndríéan tiémpo dé ocuparsé dé éé l. -¿Nécésitas algo? -préguntéé . -Gracias, no nécésito nada. -Té trajé algunas manzanas. -Gracias, no téngo hambré. Mé quédéé séntado una hora maé s junto a su cama. Hubiéra quérido convérsar con éé l, péro ya no sabíéa dé quéé . Un rato déspuéé s lé préguntéé si lé dolíéa algo. Dijo qué no. Dé manéra qué tampoco lé pudé hacér maé s préguntas én cuanto a éso. Estuvimos callados todo él tiémpo. La rélacioé n éntré nosotros éra pué dica y résérvada, hablaé bamos soé lo dé héchos. Péro los héchos qué ayér todavíéa hubiéé ramos podido méncionar, para hoy pérdiéron importancia y sé convirtiéron én nada. Dé séntimiéntos nunca intércambiamos palabra. -Entoncés mé voy -lé dijé déspuéé s. -Anda, hijo -contéstoé . -Manñ ana véndréé y hablaréé con él méé dico. -Gracias -dijo. -El éspécialista soé lo viéné por la manñ ana. -No és tan urgénté -dijo, y su mirada mé acompanñ oé hasta la puérta. A las siété dé la manñ ana mé llamaron para décirmé qué habíéa muérto duranté la noché. Cuando éntréé én la 217, én la cama ya habíéa otro én su lugar. Su vécino mé tranquilizoé , diciéndo qué no sufrioé nada, soé lo suspiroé lévéménté y ésé fué él final. Sospéchéé qué quizaé s él vécino no décíéa la vérdad, porqué sé mé ocurrioé qué én su lugar yo tambiéé n hubiéra dicho lo mismo, péro luégo inténtéé convéncérmé dé qué no mé habíéa énganñ ado y qué dé vérdad mi padré habíéa muérto sin sufrir. Tuvé qué cumplir muchas formalidadés. En la oficina dé admisioé n sé mé acércoé una énférméra, péro no éra ninguna dé las dél saé bado, ni tampoco la qué éstaba dé

guardia ayér, sino una qué no habíéa visto hasta éntoncés, la cual mé éntrégoé él réloj dé oro dé mi padré, sus léntés, su billétéra, su éncéndédor y la bolsa con las manzanas. Lé di véinté forintos y séguíé dictando los datos. Luégo sé mé acércoé un hombré con gorra dé cuéro y sé ofrécioé para lavar, aféitar y véstir él cuérpo. Fué éé l quién lo dijo asíé, "él cuérpo", con lo cual séguraménté quiso hacér séntir qué, aunqué la pérsona én cuéstioé n ya no vivíéa, no séríéa totalménté un cadaé vér hasta qué no fuésé lavado y véstido. Aué n téníéa conmigo los cién forintos métidos én él sobré. Sé los éntréguéé . Rasgoé él sobré, miroé adéntro y luégo, con un gésto raé pido, sé quitoé la gorra y ya no sé la volvioé a ponér maé s én mi préséncia. Dijo qué iba a arréglar todo muy bonito, qué mandasé un trajé y ropa intérior limpia, qué con toda séguridad yo iba a quédar conformé. Lé réspondíé qué por la tardé véndríéa con la ropa intérior y con un trajé oscuro, péro qué ahora quéríéa ir a vérlo. -¿Quiéré vér él cuérpo? -mé préguntoé , asombrado. -Quiéro vérlo -dijé. -Séríéa méjor déspuéé s -mé aconséjoé . -Quiéro vérlo ahora -dijé-. No pudé éstar a su lado cuando murioé . A réganñ adiéntés mé condujo al dépoé sito dé cadaé vérés, qué éstaba én un édificio aparté, én él céntro dél parqué dé la clíénica. El soé tano éstaba iluminado con una bombilla muy fuérté y habíéa qué bajar por unas éscaléras dé piédra. Ahíé, sobré él asfalto, al pié dé las éscaléras, éstaba téndido boca arriba mi padré. Sus piérnas abiértas, los brazos tambiéé n, tal como pintan én los cuadros a los héé roés muértos. Péro éé l no téníéa ropa y dé una dé sus fosas nasalés sobrésalíéa un pédacito dé algodoé n y habíéa otro pégado a su muslo izquiérdo. Séguraménté ahíé habíéa récibido la ué ltima inyéccioé n. -Ahora todavíéa no puédé vérsé nada -dijo él dé la gorra dé cuéro, como justificaé ndosé. Sé mantuvo a mi lado, ahíé én él hélado soé tano, con la cabéza déscubiérta-. Péro téndraé qué vérlo coé mo va a quédar cuando lo vista. No dijé nada. -¿Pasoé mucho tiémpo énférmo? -préguntoé déspuéé s. -Mucho -dijé. -Estoy pénsando -dijo- én qué voy a cortarlé un poco él cabéllo. Eso contribuyé bastanté. -Como quiéra -dijé. -¿Sé péinaba con la raya al lado? -Síé -dijé. Sé calloé . Tambiéé n yo mé mantuvé callado. Ya no podíéa décir nada, ni podíéa hacér nada, ni podíéa dar dinéro a nadié maé s. No podíéa rémédiar nada, ni siquiéra mandaé ndomé éntérrar vivo a su lado.

De cómo estoy —Buénos díéas. —Buénos díéas. —¿Coé mo éstaé ? —Bién, gracias —Y dé salud, coé mo sé éncuéntra? —No téngo motivos para quéjarmé. —Péro, ¿por quéé arrastra ésa cuérda tras dé síé? —¿Cuérda? —préguntoé , échando una mirada hacia atraé s—. Son mis intéstinos. de Cuentos de un minuto (Thule Ediciones, Barcelona, 2006 página 147).

In memoriam Dr. K.H.G. -Hölderlin ist Ihnen unbekanny? (*) –préguntoé él doctor K.H.G., miéntras cavaba la fosa para él caballo muérto. -¿Quiéé n éra éé sé? –préguntoé él guardia alémaé n. -El qué éscribioé Hipérioé n –éxplicoé él doctor K.H.G. Lé gustaba mucho éxplicar -. La figura maé s importanté dél romanticismo alémaé n. ¿Y Héiné, por éjémplo? -¿Quiéé nés son ésos? –préguntoé él guardia. -Poétas –dijo él doctor K.H.G. -. ¿Tampoco conocé él nombré dé Schillér? -Síé, lo conozco –dijo él guardia alémaé n. -¿Y él dé Rilké? -Tambiéé n –dijo él guardia alémaé n, y dé un tiro matoé al doctor K.H.G. (*) ¿No conoce usted a Hölderlin? (N. de la T.)

Hölderlin ist Ihnen unbekannt (versión de la traducción) IN MEMORIAM DR. K. H. G. —¿Conocé ustéd a Hoö ldérlin? —préguntoé él Dr. K. H. G. miéntras cavaba él foso para él cadaé vér dé un caballo révéntado. —¿Dé quiéé n habla? —préguntoé él céntinéla alémaé n. —EÉ l éscribioé él Hypérion —éxplicoé él Dr. K. H. G. Lé gustaba mucho éxplicar—. La figura cumbré dél romanticismo alémaé n. Y a Héiné, por éjémplo, ¿lo conocé? —¿Quiéé nés son éé sos? —préguntoé él céntinéla. —Poétas —dijo él Dr. K. H. G.— ¿Tampoco lé suéna él nombré dé Schillér? —Síé, mé suéna —dijo él céntinéla alémaé n. —¿Y él nombré dé Rilké? —Tambiéé n —dijo él céntinéla alémaé n y sé puso colorado como un pimiénto, pégaé ndolé un tiro, sin maé s, al Dr. K. H. G.

El redentor A las diéz dé la manñ ana él éscritor términoé su nuévo drama. A priméras horas dé la noché lé habíéan faltado dos difíécilés éscénas y sé pasoé la noché éntéra éscribiéé ndolas. Duranté ésé tiémpo sé préparoé cérca dé diéz caféé s y caminoé al ménos diéz kiloé métros én la éstrécha habitacioé n dél hotél, dé un lado a otro. Ahora, sin émbargo, sé séntíéa tan frésco como si ni siquiéra tuviésé cuérpo, tan féliz como si la vida sé hubiéra émbéllécido, y tan libré como si él mundo hubiéra césado dé éxistir. Sé préparoé otro caféé . Bajoé a la orilla dél lago y buscoé al batéléro. -¿Paséamos un rato por las aguas, tíéo Voléntik?-préguntoé . -Tomé asiénto-dijo él batéléro. El ciélo éstaba nublado, péro no habíéa nada dé brisa. Como un inménso éspéjo, asíé dé liso, platéado y brillanté sé véíéa él lago. El tíéo Voléntik rémaba con golpés raé pidos péro brévés, tal como és costumbré én él lago Balatoé n. -¿Quéé créé?-préguntoé él éscritor, déspuéé s dé qué hubiéran navégado un buén trécho-¿Sé vé todavíéa désdé aquíé la orilla? -Síé, todavíéa síé-dijo él batéléro. Continuaron. La visioé n dél técho dé téjas rojas dél balnéario léntaménté fué cubiérta por los aé rbolés. Dé la costa soé lo sé véíéa lo vérdé y dél férrocarril solaménté él humo. -¿Y ahora?-préguntoé él éscritor. -Ahora tambiéé n -contéstoé él batéléro. Ya soé lo sé éscucha él batir dé los rémos én él agua y ningué n sonido llégaba désdé la orilla. Las imaé génés dé las casas, dél puérto y dél bosqué sé confundíéan las unas con las otras. Ya soé lo sé véíéa como él trazo dé un laé piz él lugar dondé términaba él lago. -¿Todavíéa sé vé hasta aquíé?-préguntoé él éscritor. El batéléro miroé a su alrédédor. -Hasta aquíé ya no. El éscritor sé quitoé las sandalias y sé puso dé pié. -Entoncés déjé dé rémar, tíéo Voléntik-dijo-. Voy a inténtar caminar un poco sobré las aguas.

Pensamiento en el sótano La pélota atravésoé la véntana rota y cayoé én él pasillo dél soé tano. Una dé las ninñ as, la hija dé catorcé anñ os dé los consérjés, bajoé rénquéando a buscarla. A la pobré él tranvíéa lé habíéa cortado la piérna por débajo dé la rodilla, y sé séntíéa féliz cuando podíéa récogér pélotas para los démaé s. En él soé tano réinaba la pénumbra, péro dé todas manéras lé llamoé la aténcioé n algo qué sé movíéa én un rincoé n. ¡Minino! –dijo la muchacha dé piérna dé palo dé la consérjéríéa-. Y tué ¿quéé aquíé, gatito? Alzoé la pélota y, como pudo, sé aprésuroé a llévarla. La viéja, sucia y hédionda rata –fué a élla a quién confundiéron con un gatito –sé sorpréndioé . Asíé no lé habíéa hablado todavíéa nadié. Hasta ahora soé lo la odiaron, lé lanzaron pédazos dé carboé n o huyéron atérrados anté su préséncia. Por priméra véz sé lé ocurrioé lo diférénté qué hubiéra sido todo si, por éjémplo, hubiéra nacido gato. Es maé s -¡porqué asíé dé insaciablés somos!-, continuoé téjiéndo sus fantasíéas. ¿Y si hubiéra nacido para sér la muchacha dé piérna dé palo dé la consérjéríéa? Péro éso ya hubiéra sido démasiado hérmoso. No sé lo pudo ni imaginar.

La muerte del actor Hoy én la tardé, én una dé las callés latéralés a la avénida UÖ lloö i. Pérdioé él conocimiénto y cayoé désmayado Zoltaé n Zétélaki, él popular actor. Los transéué ntés lo llévaron a la clíénica maé s proé xima, péro résultoé vano todo inténto por résucitarlo con los avancés maé s réciéntés dé la ciéncia, incluido él uso dé un pulmoé n dé acéro. El éxcélénté actor, déspuéé s dé una larga agoníéa, fallécioé a las séis y média dé la noché; su cuérpo fué trasladado al Instituto dé Anatomíéa. A pésar dé ésté traé gico acontécimiénto, la répréséntacioé n dé ésa noché dé El réy Léar transcurrioé sin contratiémpos. A pésar dé qué Zétélaki sé rétrasoé un poco, y én él primér acto sé lé notoé éxtrémadaménté cansado (én algunos moméntos fué évidénté qué réquéríéa dé la ayuda dél apuntador), luégo sé éncontroé a síé mismo, y la muérté dél réy ya la répréséntoé con una fuérza tan convincénté, qué récibioé un aplauso éstruéndo. Déspuéé s lo invitaron a cénar, péro no fué. Sé limitoé a décir: -Hoy tuvé un díéa muy difíécil.

Cliente fija -Discué lpémé, mi quérida sénñ ora, péro hoy no lé puédo léér él ménué , véa alrédédor, és la hora punta, y cuando sucédé, no séé ni doé ndé téngo la cabéza. Péro, ya qué por casualidad sé han séntado a la misma mésa, quizaé s podríéamos pédirlé al jovén caballéro, miéntras lé traigo los filétés a la viénésa, qué lé léa a la abuéla él ménué , con éxcépcioé n dé las sopas, porqué éé sas no lé intérésan. -Por supuésto. Péscados. Hay carpa rébozada. Carpa a la parrilla, con énsalada dé patatas. -Lé confiéso qué no soy amiga dé los péscados, aunqué sé dicé qué én ésté sitio no compran carpas dé lago, sino dé ríéo. Todo él mundo habla bién dé la cocina dé ésté lugar. Yo lo ué nico qué no soporto és qué éscriban él ménué a mano. -¿Entoncés no continué o con los péscados? -No mé éntiéndé. Yo no téngo nada én contra dé los péscados, sino dé los ménué s éscritos a mano, porqué mé cuésta léérlos, maé s aué n aquíé, dondé usan un papél carboé n dé mala calidad, y la éscritura sé vé toda borrosa. -Hay dos tipos dé cazuéla dé péscado. Con éspinas y sin éspinas. ¿Lé pido alguna dé éllas? -¿Quéé lé ocurré? ¿Y por quéé grita? Détésto los gritos. -Créíéa qué tampoco él oíédo dé la abuélita andaba bién. Entoncés voy con las carnés. Guisado con pimiénta. Croquétas con guisantés fréscos. -No téngo ningué n probléma con los oíédos. Y vér tambiéé n véo bastanté bién, soé lo qué no puédo déscifrar los ménué s éscritos a mano. Péro mi jubilacioé n no alcanza para comprar ropa éléganté, y én los réstaurantés dé maé s catégoríéa, dondé éscribén los ménué s a maé quina, no vén con buénos ojos a los cliéntés dé trajés raíédos, como yo. -Filété dé rés con salsa. ¿Lé digo los précios tambiéé n? Docé con véinté. -No mé intérésan los précios, aunqué tuvé qué hipotécar la mitad dé mi jubilacioé n por cinco mésés, una véz qué mé di un golpé tan fuérté én la rodilla, con la gavéta dé la mésilla, qué sé mé inflamaron trés cartíélagos. La mujér qué mé dio él préé stamo ahora mé ha démandado. -Todavíéa faltan un montoé n dé platos dé carné, asíé nuca vamos a términar. -Fíéjésé a vér si tiénén médallonés, porqué hacé sémanas qué no aparécén én él ménué , péro no soé lo aquíé, sino én él barrio éntéro. -Pués bién, ahora síé hay. Médallonés con patatas cocidas. ¿Sé los pido?

-¡No, dé ninguna manéra! Por lo démaé s, no quisiéra qué malintérprétara lo qué dijé hacé un moménto dé los réstaurantés dé maé s catégoríéa. Yo no déséo ir a ninguno dé éllos, ya qué én éstos lugarés modéstos préparan las comidas con mucha maé s fantasíéa. Aquíé suélé habér incluso lomo con salsa dé hongos. -Ahora tambiéé n hay. ¿Lé pido éso? -Ay, no quéé va. Por suérté conséguíé una buéna coopérativa dé abogados, y ahíé mé éxplicaron qué ni las jubilacionés ni las pénsionés puédén sér émbargadas. -Buéno, ¿quiéré qué léa o no? Pulmonés agrios con pasta. Tuéé tano dé rinñ oé n. Espinacas con huévos fritos. -Yo soé lo quisiéra sabér por quéé én todas partés las éspinacas con huévos fritos aparécén junto a las carnés. Péro véo qué ya éstaé impaciénté. Léé amé todavíéa los postrés, los quésos no mé intérésan. -Tarta dé manzana. Dulcé dé manzana. Habíéa tambiéé n pastél dé hojaldré tiroléé s, péro ya sé acaboé . -Lé agradézco su amabilidad. Hoy én díéa todos hablan mal dé los joé vénés, dicén qué son indiféréntés o insénsiblés, péro yo soé lo hé notado qué casi todos son impaciéntés. Ustéd tambiéé n, jovén, léyoé muy déliciosaménté, péro dé todas manéras sé podíéa séntir qué tambiéé n ustéd éstaé apurado… Muchas gracias dé nuévo. Hasta la vista. -¿Sé marcha?... Miré, sénñ orita, sé fué la abuéla, aunqué lé léíé él ménué compléto. -¿Los quésos tambiéé n? -No, los quésos no. -Suélo méncionar qué no soé lo las sopas, sino qué los quésos tampoco hay qué lééé rsélos, péro élla siémpré lléga a la hora punta, cuando ni séé doé ndé téngo la cabéza… Aquíé tiéné sus filétés a la viénésa.

Anuncio (Nostalgia eterna) Urgéntéménté quisiéra cambiar mi piso, plaza dé Joliot Curié, quinta planta, dos habitacionés y cuarto oscuro, con armarios dé cocina émpotrados y con vistas al monté Sas, por otro situado én la plaza dé Joliot Curié, quinta planta, dos habitacionés y cuarto oscuro, con armarios dé cocina émpotrados y con vistas al monté Sas. Estoy dispuésto a pagar la diféréncia.

Información Lléva catorcé anñ os séntado én él portal, détraé s dé una véntanilla. Solaménté lé formulan dos tipos dé préguntas. - ¿Doé ndé quédan las oficinas dé Montéx? A lo cual réspondé: - En él primér piso a la izquiérda. La ségunda prégunta és: - ¿Doé ndé sé puédé localizar a la Procésadora dé Déspérdicios Résvéncijosa? A lo qué éé l réspondé asíé: - Ségundo piso, ségunda puérta a la dérécha. Nunca, én catorcé anñ os, ha cométido ningué n érror, cada quién ha récibido la informacioé n réquérida. Soé lo sucédioé una véz qué una dama sé détuvo frénté a su véntana y lé formuloé una dé las préguntas dé costumbré: - Díégamé por favor, ¿doé ndé quéda Montéx? En ésté caso, éxcépcionalménté, su mirada sé pérdioé én la léjaníéa y dijo: - Todos vénimos dé la nada y a la grandé y hédionda nada régrésarémos. La dama puso una quéja. La quéja fué invéstigada, discutida y archivada. Réalménté, no éra para tanto.

Investigación de la opinión pública Sé ha fundado éntré nosotros él primér instituto dé invéstigacioé n dé la opinioé n pué blica dél paíés, él cual ya ha coménzado a funcionar. Solicitamos dé la poblacioé n su comprénsivo apoyo. Como muéstra publicamos nuéstra priméra éncuésta, la cual sé oriéntoé hacia la opinioé n dé la génté acérca dél pasado, él présénté y él futuro dé nuéstro paíés. Para garantizar la confiabilidad dé los résultados énviamos él formulario siguiénté a 2975 pérsonas dé divérso ordén, rango, trabajo y réligioé n: 1. SU OPINIÓN ACERCA DEL RÉGIMEN ACTUAL a) Bueno. b) Malo. c) Ni bueno, ni malo, pero podría ser un poquito mejor. d) Desea irse a Viena. 2. ¿PERCIBE USTED LA SOLEDAD DEL HOMBRE DEL SIGLO XX? a) Es totalmente solitario. b) Es casi totalmente solitario. c) Podría decirse que es totalmente solitario. d) A veces conversa con el conserje. 3. SUS NECESIDADES CULTURALES a) Va al cine, al fútbol, a la taberna. b) A veces se asoma a la ventana. c) Ni siquiera a la ventana se asoma. 4. ¿CUÁL ES SU FORMACIÓN FILOSÓFICA? a) Marxista. b) Antimarxista. c) Sólo lee a Jenö Rejtö . d) Alcoholista. RESULTADÖ 1. En los ué ltimos véinté anñ os todo éstuvo dé lo méjor. 2. Tambiéé n ahora va todo bién, soé lo él bus Nº 19 démora mucho én pasar. 3. El futuro séraé aué n méjor, siémpré y cuando sé tomén médidas para qué él bus Nº 19 pasé maé s frécuéntéménté. (Öbsérvacioé n: sé han tomado)

Teléfono 170-100 Al marcar ésté nué méro nos comunicamos con la Céntral dé Informacionés Espécialés, la cual éstaé capacitada para contéstar cualquiér prégunta. Cada véz son maé s las pérsonas qué récurrén a sus sérvicios, con préguntas cada véz maé s difíécilés. (¿Tuvo la Virgén Maríéa la ménstruacioé n déspuéé s dé la inmaculada concépcioé n? ¿Lés hizo falta él piano a los compositorés cuando aué n no éstaba invéntado? ¿Marx y Engéls sé éncontraron por casualidad, o ésté éncuéntro ya éstaba prédétérminado? ¿Podríéa sér posiblé qué una paréja normal dé cébras ténga un potrillo qué no séa rayado sino a cuadros? ¡Y hay otras aué n maé s salvajés!) Han contratado a un gran nué méro dé ciéntíéficos y profésionalés y han organizado cérca dé ciénto véinté coléctivos dé trabajo, és décir, han créado un vérdadéro consorcio dé génios, ahíé én la céntral téléfoé nica. Sé han puésto én contacto con la Santa Sédé y con la Royal Académy inglésa. Dé ésta manéra éstaé n capacitados para réspondér hasta las maé s importantés dé las préguntas, aunqué, lo qué és natural, la administracioé n sé ha vuélto maé s complicada. Péro éllo no ha aféctado la compéténcia a la hora dé contéstar. Öfrézcamos un soé lo éjémplo: - Disculpé la moléstia. Aquíé una pélota ha caíédo sobré un péquénñ o cocodrilo. - ¿Cuaé n péquénñ o? - Un palmo maé s o ménos. - Entoncés soé lo és una lagartija. Podríéas imaginarté qué no sé ocupan dé séméjantés nimiédadés. ¡Pués claro qué síé! La céntral raé pidaménté comunica con él grupo dé priméros auxilios. Sé poné al téléé fono un méé dico, él cual ha récibido ya numérosas condécoracionés por las vidas qué ha salvado. Su priméra prégunta és: - ¿Vosotros sois tambiéé n lagartijas? - No, sénñ or. Somos alumnos dél Licéo Istvaé n Priméro. - ¿Ö séa qué no sois pariéntés dé la víéctima? ¡Bién! Porqué no damos diagnoé sticos a familiarés. - Lo acabamos dé conocér. Estaé bamos jugando fué tbol y la pélota cayoé sobré éé l. - ¿Réspira? - Síé. - ¿Su corazoé n funciona? - Su corazoé n funciona régularménté. El probléma és qué no sé quita dé én médio dé la cancha. - Entoncés hurgadlo un poco. Sé acércaron. Lo hurgaron con una brizna dé hiérba. Luégo informaron qué la lagartija asíé hurgada sé contrajo, péro siguioé én él lugar én él qué sé éncontraba. - Conmocioé n cérébral, complicada con paraé lisis dé los oé rganos motricés. Ös comunico con Néurologíéa. Ya praé cticaménté vémos coé mo él néuroé logo hacé un gésto con la mano y dicé: matadlo dé un soé lo golpé … Péro no fué éso lo qué sucédioé . Luégo dé una larga réfléxioé n, préguntoé : - ¿En quéé confiaé is maé s? ¿En él tratamiénto claé sico o én él psicoanaé lisis? - Quizaé s én éso ségundo qué méncionoé . Una frésca y amablé voz féménina ofrécé pura confianza: él caso no és gravé, és faé cil dé curar. Sé trata dé qué él paciénté, désdé su infancia, sufríéa dé un fuérté compléjo dé inférioridad, y él nuévo trauma (és décir, la pélota qué cayoé sobré su

cabéza) borroé dé su conciéncia todo lo qué a síé mismo sé référíéa. No puédé movérsé porqué no sabé qué és una lagartija. Dé manéra qué ésto és lo qué hay qué hacér consciénté déntro dé éé l. - Entoncés, ¿quéé ténémos qué hacér? - Explicarlé qué és una lagartija. - ¡Péro no éntiéndé la léngua humana! - Entoncés ésté caso no és dé mi compéténcia. - ¿Sino dé quiéé n? - Hay aquíé un grupo dé linguö íéstica qué sé ocupa éxclusivaménté dél habla dé los réptilés. Péro puédo comunicaros tambiéé n con él coléctivo dé trabajo dé filosofíéa … ¿Quéréé is hablar con Dios? Pués claro qué quéríéan. La analista dé voz frésca lés éxplicoé qué trés vécés a la sémana (lunés, miéé rcolés y viérnés) préstaban sérvicio a los matérialistas, los otros díéas a los créyéntés én un dios o én varios, a los budistas zén y a los éxisténcialistas. Prométér, dijo, én vérdad no prométíéa nada, péro, milagro dé los milagros, apénas los comunicoé , él propio Dios aténdioé él téléé fono. - ¿Quéé quéréé is? ¿Qué résucité a la péquénñ a lagartija? – préguntoé . - Quizaé s éso séríéa lo maé s séncillo. - Buéno, éstaé bién – dijo Dios. – Régrésad a jugar fué tbol. Sé régrésaron. Miraron a su alrédédor. ¡La lagartija no éstaba én ninguna parté! Pudiéron séguir jugando tranquilaménté. (Asíé, y lo méncionamos soé lo dé pasada, con ésto él 170-100 lé puso punto final a ésa discusioé n dé siglos, acérca dé si Dios éxisté o no). ¡Con tanta résponsabilidad, éficiéncia y précisioé n trabaja la Céntral dé Informacionés Espécialés! Es décir, digamos méjor: trabajaba. ¡Désdichado paíés! Si algo salé bién, énséguida aparécén los pérturbadorés, los criticonés, los bromistas. Una buéna piéza dé éé stas llamoé un díéa al 170-100 y préguntoé : - ¿Coé mo éstaé la cosa? A la Céntral sé lé cortoé la réspiracioé n. No supo a quién récurrir: ¿quiéé n puédé sabér éso? Sé conéctoé con una éxténsioé n y con otra, péro dé ninguna parté obtuvo una réspuésta cohérénté, hasta qué élla misma sé énrédoé por compléto. Al final ya soé lo sé éscuchaban unos laméntablés traquétéos y crujidos désdé él aparato … A partir dé ésé moménto la Céntral dé Informacionés Espécialés ha languidécido y sé ha atrofiado, y hoy én díéa és ya incapaz dé réspondér ni a la maé s simplé dé las préguntas. Si alguién quiéré sabér quéé hora és, contésta con voz témblorosa: - Lo ignoramos. Los pobrés, han pérdido la confianza.

Arroz” -(¡Di que sí!) -Arroz. ¡Té traigo una carta! Mé llama Arroz. Nosotros no ténémos nombré, ¿para quéé ? Soé lo a dos tipos dé quéso, a dos tipos dé pasta dé diéntés o a dos novélas hay qué darlés nombré para podér distinguirlos. Péro, ¿a dos granos dé arroz? Abríé la carta, lé échéé un vistazo y sé la dévolvíé. Yo soé lo soy un grano dé arroz, péro no mé gusta qué mé confundan con otros.

Destino En algué n lugar dé la Gran Llanura hué ngara, én un péquénñ o caséríéo, vivíéa pacíéficaménté una familia: él padré, la madré y dos ninñ os, todos grandés consumidorés dé pastélillos salados. Cuando la mamaé téníéa tiémpo y quéríéa darlé gusto a la familia, hornéaba para éllos una gran bandéja dé pogaé csaé s . Pasoé una véz qué én lugar dé hacérlo con harina, amasoé la pasta con un vénénoso producto insécticida. Su sabor no éra malo, asíé qué comiéron una gran cantidad, y por la manñ ana sé muriéron los cuatro, él padré, la madré y los dos ninñ os. Al cuarto díéa los éntérraron, y luégo sé réuniéron todos los pariéntés y los vécinos cércanos y léjanos, tal como és débido, para célébrar él banquété mortuorio. Tomaron vino dé la régioé n y comiéron dé las pogaé csaé s qué habíéan quédado. Luégo éstiraron la pata, todos éllos, tantos como los qué sé habíéan réunido. A los dél sérvicio dé ambulancia –él méé dico, los dos camilléros y él choé fér- ya no lés quédoé trabajo por hacér. Ménéando la cabéza, caminaron alrédédor dé ésa gran cantidad dé muértos y, antés dé marcharsé, comiéron algunas pogaé csaé s y tomaron un poco dé vino. Ménos él choé fér. Vino no podíéa tomar, porqué téníéa qué conducir, y las pogaé csaé s no lé gustaban. Péro énvolvioé én papél périoé dico las qué aué n quédaban én la bandéja, para évitar qué sé pérdiésén, y colocoé él paquété én él asiénto. “Sé las régalaréé a alguién”, pénsoé . ¡Y ahora las éstaé llévando!

Gran Café Niágara Como Nikolits y su mujér pasaron nada maé s qué dos sémanas én Budapést, déséaron aprovéchar fructíéféraménté cada díéa dé sus cortas vacacionés. Fuéron a vér una oé péra dé Wagnér qué aguantaron hasta él final y aunqué lés produjo un aburrimiénto sobérano, volviéron al hotél éufoé ricos; habíéan ido a La princésa gitana, dondé sé divirtiéron éstupéndaménté, sin émbargo dijéron: quéé térriblé burrada. Fuéron a vér una piéza soviéé tica, a pésar dé qué ya la conocíéan dé la radio, sin émbargo, no sé atréviéron a saltaé rséla, porqué én él puéblo éstaríéa mal visto qué no hubiésén ido a vér ninguna obra soviéé tica… La víéspéra dé su partida sé lé ocurrioé a la sénñ ora Nikolits qué él Gran Caféé Niaé gara, réciéntéménté modérnizado, éra un sitio muy dé moda. El portéro ni siquiéra habíéa oíédo hablar dél Niaé gara, lo qué no asombroé a Nikolits ni a su mujér. Estaban acostumbrados a qué éllos, qué véníéan dé un puéblo déjado dé la mano dé dios, conociéran méjor las curiosidadés dé la capital qué la génté dé allíé. No obstanté, cuando, hasta én la guíéa dé téléé fonos, lo buscaron én vano, Nikolits, qué volvioé a séntir dolorés dé éstoé mago, sugirioé qué régrésaran al réstauranté dél hotél para tomar una céna ligéra y luégo fuéran a acostarsé. —Acostarnos podémos tambiéé n én casa—objétoé la sénñ ora Nikolits—. Dé todos modos, él méé dico lé ha aconséjado a ustéd mucha divérsioé n y éntréténimiénto. Dos anñ os atraé s, Nikolits habíéa ténido (por cuéstionés psíéquicas) hémorragias dé éstoé mago, qué lé acompanñ aban désdé éntoncés. Eso síé, pénsoé , si ésté Niaé gara lé proporcionara réalménté un poco dé divérsioé n, iríéa con mucho gusto, péro éé l ya no éspéraba nada. EÉ l ya sé habíéa confésado a síé mismo qué aquélla éscapada dé dos sémanas a la capital éra un fracaso, igual qué la dél anñ o antérior. —Téngo la sénsacioé n—dijo— dé qué és maé s sénsato qué vayamos a la cama. No obstanté, la sénñ ora Nikolits téníéa muchas ganas dé ir a algué n nido dé bohémios. Dé jovén habíéa éstudiado Arté dél Movimiénto duranté dos anñ os y un par dé vécés incluso habíéa actuado con un grupo dé aficionados, por supuésto con su apéllido dé soltéra (Mélitta Ruprécht). Désdé éntoncés, todo lo qué éra arté y modérno lé émbélésaba. No sabíéa ni élla misma quéé éspéraba dé aquélla noché; simpléménté no podíéa acéptar qué sé quédasén én casa. Afortunadaménté, él taxista conocíéa él local. Los llévoé a Buda, a una plazuéla mal iluminada, én cuyos mugriéntos adoquinés sé réfléjaban, désparramadas, las létras dé néoé n dél caféé . Déntro tambiéé n habíéa laé mparas dé néoé n, unos tubos dé color dé cuarzo, qué trépaban por las columnas a modo dé sacacorchos, proporcionando a las caras dé los cliéntés un color qué récordaba algué n mal dé piél. No habíéa bailé, ni mué sica y él guardarropa tampoco funcionaba. Nikolits y su mujér, déspuéé s dé déscubrir una mésa libré én un rincoé n al fondo dé la sala, déjaron caér sus abrigos sobré él réspaldo dé la silla como los démaé s. El mobiliario éra précario;

ségué n Nikolits, féo; ségué n la sénñ ora Nikolits, hipérmodérno: parédés divididas én zonas azulés, vérdés, rojas y doradas, nada dé adornos, tan solo algunas céraé micas con éstampado dé tulipanés pégadas a las columnas. Un éspéso humo dé cigarrillos flotaba én él airé. Pasaron una média hora séntados allíé. Entoncés Nikolits, qué hasta ésé moménto habíéa éstado dé éspaldas a la sala, dijo: —¿No viéné él camaréro? —Yo no véo ningué n camaréro—contéstoé la mujér. Nikolits pasoé a séntarsé junto a su mujér. Eféctivaménté, no habíéa camaréros én la sala. Enfrénté, a lo largo dé la paréd, habíéa una barra y junto a élla, una puérta cubiérta con una cortina dé coco roja, qué quizaé s diéra a la cocina. Sin émbargo, détraé s dé la barra no habíéa nadié, la cafétéra no huméaba y én los éstantés con éspéjos no sé véíéa ni una copa dé palinka o dé licor. —¿Péro quéé clasé dé sérvicio és ésté?—préguntoé Nikolits al rato—. Sé mé caé él éstoé mago. —Déé jésé dé éstupidécés, Saé ndor. Si acabamos dé llégar. —Llévo ya una hora péndiénté dé si viéné aquél cabroé n dé camaréro. —Pués déjé dé acécharlo. Quizaé s él sérvicio comiéncé maé s tardé. Tambiéé n és posiblé qué ésto séa alguna novédad. Mé parécé habér oíédo qué éxistíéan caféé s autosérvicio o algo asíé. —Entoncés mé voy y mé autosirvo—dijo Nikolits énfurécido. —Ustéd no va a ningué n lado, Saé ndor. Miré a su alrédédor, los démaé s éspéran tranquilaménté séntados. Nikolits tambiéé n sé habíéa pércatado dé lo paciéntés qué éspéraban los otros én sus mésas. Sin émbargo ahora lé llamaba la aténcioé n qué én las mésas dé maé rmol no sé viéra ni mantélés, ni cubiértos, ni siquiéra tazas dé caféé o vasos dé agua… Los cliéntés charlaban susurrando, soplaban él humo y una y otra véz lanzaban miradas furtivas hacia la cortina roja. Résulta qué dé cuando én cuando salíéa dé détraé s dé la cortina un hombré robusto, dé cuéllo corto y nuca roja, qué én véz dé camisa llévaba una camiséta dé malla. Miraba alrédédor dé la sala, como si buscara a algué n conocido y, éféctivaménté, al cabo dé un rato sénñ alaba con él dédo a alguién. La pérsona sénñ alada sé lévantaba y désaparécíéa détraé s dé la cortina dé coco én companñ íéa dél hombré réchoncho. Al cabo dé uno o dos minutos, la cortina sé movíéa ligéraménté, él cliénté salíéa y régrésaba con la cara sonrosada y un gésto dé complacéncia a su mésa dondé, por lo visto, su brévé auséncia parécíéa dé lo maé s natural, pués ni siquiéra sé habíéa

intérrumpido la convérsacioé n. Miéntras tanto, él dé la camiséta dé malla salíéa dé nuévo, sénñ alaba con él dédo a alguién y éé sté tambiéé n éntraba. —Mélli, quérida—préguntoé Nikolits—, ¿a doé ndé va ésa génté? —Iraé n al banñ o. —¿Péro por quéé précisaménté éntoncés, cuando lés hacén una sénñ al? —No lo séé —contéstoé la mujér fríéa—. No suélo éspécular sobré cosas asíé. Sé puso polvos. Sé arrégloé él péinado, sin quitar, no obstanté, los ojos dél hombré dé cuéllo corto, al qué lé salíéan los pélos a travéé s dé la camiséta dé malla. Entroé dé nuévo un cliénté; luégo salioé y éntroé otro. ¿Lés tocaraé a todos?—sé préguntoé la sénñ ora Nikolits—. ¿Ö solaménté llégan allíé los iniciados? Colocoé su silla dé lado para qué sé lés pudiéra vér diréctaménté désdé détraé s dé la cortina; sin émbargo, él dé la camiséta dé malla, a pésar dé qué sus ojos rozaron él hérmoso monñ o rubio dé Mélli, sénñ aloé a otra mésa. Nikolits, todo lo contrario, sé afanoé én quédarsé fuéra dél campo visual dél hombré con pinta dé carnicéro. Sin émbargo ahora tuvo qué vér coé mo su vécino, al qué habíéa sido dirigida la sénñ al, sé lévantaba dé su sitio dé forma sérvicial y sé désvivíéa por llégar a la cortina roja. Débíéa dé sér alguna pérsona ilustré; no solo porqué én su ojal hubiéra una condécoracioé n roja, sino porqué su mirada, su postura orgullosa y su pélo blanco como la niévé irradiaban dignidad. Nikolits sé quédoé miraé ndolo miéntras sé aléjaba. Ölvidoé él hambré é incluso coménzoé a olvidar su angustia; lé habríéa gustado acércarsé a hurtadillas a la puérta para acéchar al viéjo, péro no tuvo corajé para éllo. Séntado, sé dio la vuélta én la silla para podér vér diréctaménté la cortina. Solo én ésé moménto déscubrioé qué todos los qué sé éncontraban én la sala éstaban séntados dé la misma forma, dé cara a la cortina. Los cliéntés charlaban, péro sé limitaban a intércambiar frasés brévés y crépitantés, como si un acontécimiénto grato é importanté fuéra inminénté y nadié quisiéra qué éé sté lé cogiéra désprévénido. La ténsioé n coléctiva sé iba apodérando tambiéé n dé Nikolits, hasta él punto dé qué cuando él anciano dé pélo blanco régrésoé dé la puérta dé la cocina, Nikolits sé lévantoé dé un salto y lé cérroé él paso. —Disculpé la moléstia. Nosotros llévamos ya maé s dé una hora éspérando. ¿Hay aquíé sérvicio o no? —¿Por quéé és ustéd tan impaciénté?—ménéoé la cabéza él anciano—. ¿No séraé ustéd périodista? —No, sénñ or. Soy agroé nomo. —Pués éntoncés caé lmésé—dijo él hombré amistosaménté daé ndolé palmaditas én los hombros—. Nosotros és la cuarta véz qué éstamos aquíé y nunca nos ha llégado él turno tan raé pidaménté.

Sonriénté, volvioé a su sitio. Andaba un poco cojo, lo qué antés, cuando sé précipitoé a la puérta, no sé lé notaba. La sénñ ora Nikolits lanzoé una mirada furiosa a su marido. —¿Quéé nécésidad téníéa dé éso?—préguntoé —. Miré a los qué éstaé n a su alrédédor. Ni siquiéra Zoborhégyi és tan caprichoso como ustéd. Eféctiavéménté, én médio dé la sala éstaba séntado él famoso actor coé mico, cuyo rétrato sé véíéa én todas las révistas. El tambiéé n clavaba sus ojos, péquénñ os como la cabéza dé un alfilér, én la cortina, péro por lo démaé s éspéraba con una modéstia éjémplar én su mésa, con los brazos cruzados, como un colégial… Nikolits sintioé vérguö énza. Sé éndérézoé como él anciano dé pélo blanco y sé cruzoé dé brazos como Zoborhégyi. Acompanñ aba con su mirada a los qué salíéan y éspéraba su vuélta alborotado. Tratoé dé léér én sus caras quéé lés habíéa ocurrido détraé s dé la cortina, péro no sé éntéroé dé nada. Salíéan con las faccionés ténsas, la mirada pérdida én la léjaníéa y la sonrisa distraíéda y volvíéan con él mismo gésto y la misma mirada. Como mucho, a la vuélta sé notaba én sus sonrisas ciérta artificiosidad, como si éé sta éstuviéra déstinada a ocultar una fuérté éxpériéncia psíéquica. Pasaron varios cuartos dé hora, médias horas. La mayor parté dé los cliéntés ya habíéa récorrido él trayécto éntré él caféé y la cocina. Un témblor intérno sé apodéroé dé Nikolits. Cada véz qué salíéa él dé la camiséta dé malla, Nikolits trataba dé déspértar su aténcioé n, lévantando bruscaménté la cabéza o éstornudando o ingéniando otros trucos infantilés séméjantés. El dé la camiséta dé malla quizaé s réparara én éé l, quizaé s no. Ahora sé pasaba un buén rato rébuscando én la sala y a vécés incluso gastaba bromas a los cliéntés. En una ocasioé n sé quédoé mirando fijaménté a una dama con sombréro dé tul y cuando éé sta, toda célosa, sé lévantoé dé un brinco, éé l lé hizo una sénñ al a alguién dél rincoé n opuésto dé la sala. En ésos moméntos, un murmullo dé aprobacioé n récorrioé él Gran Caféé Niaé gara, los cliénés sé miraron a los ojos, y célébraron él chisté con una sonrisa píécara. Finalménté llégoé él moménto én qué él hombré éncargado dé llamar a las pérsonas sénñ aloé su mésa. Los dos sé lévantaron inmédiataménté, péro él dé la camiséta, qué con su mano dérécha sénñ aloé a Mélli, hizo un adémaé n con la izquiérda como si quisiéra dar én la cabéza dé Nikolits. La mujér sé marchoé présurosaménté y Nikolits volvioé a séntarsé abatido én su silla, miéntras sé quédaba mirando a su mujér con los ojos dilatados. Apénas podíéa pérmanécér séntado. Como su paciéncia sé iba acabando, dé véz cuando sé lévantaba, péro las miradas dé asombro dé los qué lo rodéaban lé hiciéron éntrar én razoé n y ocupar dé nuévo su sitio. Por fin, la cortina sé apartoé hacia un lado y aparécioé Mélli. No tuvo tiémpo para hacér préguntas porqué él dé la camiséta lé hizo por fin una sénñ al con su carnosa mano. Solo alcanzoé a vér qué los ojos dé Mélli téníéan un résplandor éxtranñ o, qué llévaba él rostro éncéndido y qué su andar parécíéa algo

forzado, como cuando un borracho quiéré récupérar todas sus fuérzas. Cuando sé cruzaron, Mélli no lo miroé . El dé la camiséta lo saludoé con la cabéza y corrioé la cortina délanté dé éé l. Dé cérca, su cara insipiraba maé s confianza. Su frénté éstrécha y su nariz abollada, qué solo déjaba éntrévér dos péquénñ os orificios, no éran précisaménté bonitas, sin émbargo irradiaban una ciérta tranquilidad caé lida y animal… Détraé s dé la cortina habíéa una puérta lévadiza con cristalés, qué él dé la camiséta lé abrioé bién dipuésto. —Todo récto, sénñ or. Dél pasillo con parédés alicatadas Nikolits llégoé a la cocina, én la qué lé éspéraba un ordén y una limpiéza sorpréndéntés. Ciérto és qué él fogoé n no éstaba éncéndido, las vasijas én los éstantés éstaban sin tocar y la sartéé n para hacér créê pés qué colgaba dé la paréd téníéa un sémblanté tan résplandéciénté como la luna lléna sobré él ciélo. No sé véíéan ni cocinéros ni pinchés, méjor dicho, aquéllos trés hombrés qué sé éncontraban én la cocina no téníéan nada qué récordasé a los pinchés. Uno llévaba un bastoé n dé goma, él otro una vara dé bambué y él tércéro éstaba én médio dé la cocina con las manos vacíéas, y sin décir palabra lé pégoé una paliza al réciéé n éntrado Nikolits. Récibioé su mérécido: —¿Estaé ustéd loco, Somogyi?—lé gritoé rabioso él dé la camiséta—. ¡Coé mo sé lé ocurré arrémétér contra alguién dé ésta forma! Para énméndar aquél déspérfécto, sé dirigioé a Nikolits con una cortésíéa rédoblada. —¡Démasiado solíécito! ¡Es qué soy démasiado solíécito én todo!—sé quéjoé —. ¿Vuéstra mércéd quéé déséa? ¿Déséa désvéstirsé o no? Nikolits sé quédoé dé pié mirando a los cuatro hombrés. No sintioé témor. Tampoco éstaba sorpréndido. Sospéchaba, préséntíéa, é incluso sabíéa qué aquéllo téníéa qué llégar én algué n moménto. Es méjor hoy qué manñ ana—pénsoé , péro su léngua sé lé trababa én la boca. —Si no és obligatorio, préfiéro no quitarmé la ropa. —¡Coé mo va a sér obligatorio!—sonrioé amistosaménté él dé la camiséta. —Véo qué ustéd, sénñ or, és dé provincias. ¿Déséa ustéd tambiéé n sér vitupérado? —Como ustédés lo considérén méjor—réspondioé Nikolits. El dé la camiséta dio un pasoé hacia atraé s. —A darlé—dijo—. Y qué nadié haga él vago.

Los trés hombrés, qué por lo visto lé téníéan miédo al dé la camiséta, moliéron a golpés a Nikolits con él maé ximo éscrué pulo. Trabajaron aé gilménté, sin, no obstanté, farfullar. Lo golpéaron como sé baté él hiérro candénté para qué no sé énfríéé. Miéntras tanto, solo sé oíéa algué n qué otro grito. —¿No té gusta él algodoé n, cabroé n?—préguntoé él dél bastoé n dé goma. —Porqué tué sabés todo méjor—gritoé él dé la vara dé bambué . El tércéro, qué no llévaba ningué n instruménto para golpéar y solo sé dédicaba a pégar palizas, én la mayoríéa dé los casos lé décíéa vitupérios généralés a Nikolits: —Toma, chupado. Toma, diéntés dé caballo. Toé ma éé sta, tuércébotas—gritaba miéntras cogíéa impulso para dar los golpés. El hombré éncargado dé llamar a las pérsonas no participaba én la péléa. Espéraba inmoé vil, con los brazos cruzados y, én una ocasioé n, cuando sé abrioé un péquénñ o huéco lé pégoé una patada a Nikolits. Sé notaba qué éé l no éstaba obligado a trabajar, péro quéríéa dar una léccioé n a sus companñ éros. Términaron la paliza con una brusquédad séméjanté a la diligéncia con la qué la habíéan émpézado. Los trés hombrés sé quitaron dé allíé, él dél bastoé n dé goma éncéndioé un cigarro, qué hasta ésé moménto sé bamboléaba sin éncéndér én la comisura dé sus labios. Nikolits, a pésar dé qué lé habíéa éntrado dolor dé cabéza y lé témblaban un poco las rodillas, no sé séntíéa mal. Maé s bién sé séntíéa ligéro y aliviado, como déspuéé s dé una éxcursioé n por los montés, agotadora péro bonita o tras un buén masajé. Su angustia, qué hasta ésé moménto lé habíéa atorméntado dé forma oculta, parécíéa habér désaparécido. Sin émbargo no sé atrévioé a movérsé hasta qué él dé la camiséta lé sonrioé y lé abrioé la puérta dé la cocina. —Por aquíé, por favor. Nikolits sé puso én camino, luégo sé paroé . No sabíéa si én ésos casos éra costumbré dar propina. Cuidadosaménté, dépositoé una monéda dé diéz forintos én la ésquina dé la mésa, qué él dél bastoé n dé goma, haciéndo una révéréncia profunda, métioé én su bolsillo. Nikolits fué hasta él final dél pasillo y salioé al caféé . Lé résplandécíéan los ojos, su rostro paé lido sé cubrioé dé rosa. Sé afanaba én movérsé dé una manéra aé gil y disciplinada, porqué témíéa éstar un tanto acabado. Sé séntoé junto a su mujér y conténto, sé lamioé los labios. Sé quédaron otro cuarto dé hora én él Niaé gara. Luégo volviéron al hotél y al díéa siguiénté régrésaron a su puéblo, déjado dé la mano dé dios. 1963 Traducción de Eszter Orbán y Elena Ibáñez

Nota: Esté cuénto dé Istvaé n ÖÖ rkéé ny, qué évoca él mundo dé Kafka lléno dé angustias, fué publicado én 1963, tras varios anñ os dé siléncio al qué él autor habíéa sido condéando tras su participacioé n én los acontécimiéntos dé 1956-57. El rélato fué léíédo por las autoridadés como un éscrito antisistéma, lo qué lé valioé a ÖÖ rkéé ny un nuévo ataqué idéoloé gico por parté dé los répréséntantés dél podér. Gran Café Niágara tiéné, sin duda, componéntés políéticos, sin émbargo és asimismo una alégoríéa dé toda rélacioé n dé podér, dé la angustia dél hombré modérno, y én ué ltima instancia, dé la éxisténcia humana.

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