revista_psicoanlisis_n3_2010

July 11, 2017 | Author: Fernando Gil | Category: Psychoanalysis, Jacques Lacan, Psychological Trauma, Symbols, Sigmund Freud
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Revista de Psicoanálisis EDITADA POR LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA

La clínica psicoanalítica con y sin diván

Tomo LXVII | Septiembre | 2010 Número 3 Buenos Aires, República Argentina

ISSN 0034-8740

Secretaria Administrativa SILVINA RICHICHI [email protected] Responsable de la Indización SARA HILDA FERNÁNDEZ CORNEJO Corrección VALERIA MUSCIO Diagramación y Armado MIGUEL ANGEL GRAMAJO Ilustración de Tapa Cuadro de 70 x 180 cm. // Título: Vibrando Autora: Patricia Linenberg // Técnica: Óleo. Fecha de realización: 2007

Esta revista está incluida en el Catálogo LATINDEX, la Base de Datos LILACS y la Base de Datos PSICODOC

CORREO ARGENTINO CENTRAL (B) SUC. 10 (B)

Registro de la Propiedad Intelectual N° 56.921 Hecho el depósito que marca la ley 11.723

INTERÉS GENERAL Concesión N° 1.510 FRANQUEO PAGADO Concesión N° 13513

© Esta publicación es propiedad de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Rodríguez Peña 1674, (C1021ABJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: (5411) 4812-3518 / Fax: (5411) 4814-0079 Suscripciones: [email protected] / Home page: http://www.apa.org.ar Queda prohibida, sin la autorización escrita de la Asociación Psicoanalítica Argentina, la reproducción total o parcial de los artículos publicados en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Impresión: Cosmosprint, E. Fernández 155, (1870) Avellaneda, Buenos Aires, Argentina, en marzo de 2010.

Revista de Psicoanálisis PUBLICACIÓN TRIMESTRAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA FILIAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA INTERNACIONAL (API) SOCIEDAD COMPONENTE DE LA FEDERACIÓN PSICOANALÍTICA DE AMÉRICA LATINA (FEPAL)

Comité Editor

Directora CLAUDIA LUCÍA BORENSZTEJN

Secretaria LILIANA NOEMÍ PEDRÓN MARTIN

Miembros del Comité Editor DARÍO ARCE SILVIA BEATRIZ BAJRAJ JEANETTE DRYZUN JUDITH GOLDSCHMIDT DE SCHEVACH EDGARDO ADRIÁN GRINSPON FERNANDO FÉLIX IMERONI JUDITH KONONOVICH DE KANCYPER GRACIELA MEDVEDOFSKY DE SCHVARTZMAN MARÍA LOURDES REY DE AGUILAR MARCELO DANIEL SALUSKY

Miembros del Consejo Editor Internacional

Eduardo Agejas (Buenos Aires), Alcira Mariam Alizade (Buenos Aires), Madeleine Baranger (Buenos Aires), Elias M. da Rocha Barros (San Pablo), Carlos Basch (Buenos Aires), Ricardo Bernardi (Montevideo), Jorge Canestri (Roma), Guillermo Carvajal (Santa Fe de Bogotá), Fidias Cesio (Buenos Aires), Horacio Etchegoyen (Buenos Aires), Antonino Ferro (Pavia), Glen Gabbard (Houston), Leonardo Goijman (Buenos Aires), André Green (París), Aiban Hagelin (Buenos Aires), Charles Hanly (Toronto), Jürgen Hardt (Wetzlar), Max Hernández (Lima), Paul Janssen (Dortmund), Juan Jordán Moore (Santiago de Chile), Otto Kernberg (Nueva York), Rómulo Lander (Caracas), Jean Laplanche (París),

Lucía R. Martinto de Paschero (Buenos Aires), Norberto Marucco (Buenos Aires), Robert Michels (Nueva York), Thomas Ogden (San Francisco), Cecilio Paniagua (Madrid), Ethel Person (Nueva York), Andrés Rascovsky (Buenos Aires), Owen Renik (San Francisco), Lía Ricón (Buenos Aires), Romualdo Romanowsky (Porto Alegre), Anne-Marie Sandler (Londres), Gabriel Sapisochin (Madrid), Fanny Schkolnik (Montevideo), Evelyne A. Schwaber (Brookline), Marianne Springer-Kremser (Viena), Jaime Szpilka (Madrid), David Tuckett (Londres), José Luis Valls (Buenos Aires), Juan Vives Rocabert (México DF), Robert Wallerstein (Belvedere), Daniel Widlöcher (París), Paul Williams (Londres).

Comisión Directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidente: Vicepresidente: Secretaria: Secretario Científico: Tesorero:

Dr. Andrés Rascovsky Dra. Ana María Viñoly Beceiro Lic. Mónica E. Hamra Dr. Eduardo E. Agejas Lic. Enrique M. Novelli

Vocales: Lic. Justa Paloma Halac, Dra. Victoria Korin, Lic. María Gabriela Goldstein, Dra. Lidia Bruno de Sittlenok, Dr. Gustavo Dupuy, Lic. Emma N. Realini de Granero, Dr. Daniel Schmukler

Índice La clínica psicoanalítica con y sin diván

Editorial • La clínica psicoanalítica con y sin diván Comité Editor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VII Artículos • La dinámica mimético-autística y la reacción terapéutica negativa en los pacientes de hoy Jorge L. Ahumada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275 • La reparación y la angustia traumática: ¿existe lugar para lo simbólico? Paola M. Andreucci Annunziata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289 • ¿Que nos dicen los niños acerca del trauma? Clara Graciela Benseñor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309 • Resentimiento terminable e interminable en El último encuentro de Sándor Márai Luis Kancyper . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323 • Estudio sobre el concepto de Agieren Héctor A. Krakov . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 341 • Deseo, repetición y envidia Jorge Ariel Kury . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 361 • Un trabajo desde la repetición. Dos tiempos de un análisis Silvia E. Leguizamón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 375 • Resituar el valor de la vida Eduardo Mandet . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 391 • El proceso de des-identificación de las identificaciones enloquecedoras a través de un ejemplo clínico María Elisa Mitre de Larreta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 403 • La familia en litigio y su encuentro con la justicia: abordaje psicoanalítico. María Fernanda Rivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 421 • Übertragnung: transferencia-trasmisión-traducción. Pola Roitman Woscoboinik . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 441 • Consolidar activamente los progresos del paciente: un aspecto técnico controvertido Michel Sanchez-Cardenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 461

• Trastorno de la sustancia: no sustanciar el goce. Una mirada psicoanalítica al problema de las adicciones Néstor Marcelo Toyos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 485 • Experiencias traumáticas – sobre la elaboración interna y externa. Christoph E. Walker . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 503 Revista de libros • Lacan y el debate sobre la contratransferencia, Alberto Cabral por Carlos Repetto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 525 • Entre la ventana y el muro, Cohen Levis y Kowenski por Pablo Peusner . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 527 • Rediscovering Psychoanalysis: Thinking and Dreaming, Learning and Forgetting, Thomas H. Ogden por Susan Rogers y David Rosenfeld . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 528 Revista de revistas • Revista Latinoamericana de Psicoanálisis. FEPAL, por Gloria Gitaroff . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 531 • Psyche, junio 2009, por Juan Carlos Weissmann . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 533

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La clínica psicoanalítica con y sin diván

No puede imaginarse un símbolo más representativo de la terapia psicoanalítica que el diván. Su sola imagen, la de Freud con sus mantas coloridas, o cualquier otra como la del epígrafe, que figura en la tapa de la Revista de la Sociedad de Portugal, remite al elemento esencial del método, creado para la investigación de lo inconciente. “Recuéstese y diga todo lo que pasa por su mente”, es el lema de la asociación libre del paciente que provoca la atención flotante del analista. Así, restringiendo el contacto visual, la posición del analista detrás del diván en su sillón favorece la mirada interior o insight, la regresión, el rescate de los elementos tempranos que se ponen en juego en la transferencia, el análisis de los sueños. Todos hacen parte de lo que distingue al psicoanálisis como terapia que ha defendido su singularidad, su profundidad, con encuentros de alta frecuencia, interpretaciones, la abstinencia y la neutralidad del analista, es decir el oro puro. Pero las aleaciones han existido siempre, para comenzar la terapia cara a cara, que muchos prefirieron llamar psicoterapia de orientación psicoanalítica. Esta discusión, que ha atravesado la historia del psicoanálisis, ha sido tema de un número monográfico de la Revue Francaise de Psychanalyse, tomo 2, de 2005, cuyo comentario editorial recuerda el evento central que se llevó a cabo en la ciudad de Viena para conmemorar los 150 años del nacimiento de Freud: una exposición fotográfica en su casa cuyo titulo fue “El diván. Sobre el pensar acostado”. A esta discusión se agregaron los nuevos desarrollos que abarcaron tratamientos de niños, de pacientes psicóticos, de familias y grupos, así como el trabajo en instituciones que prescindían del uso del diván. También el desarrollo del psicoanálisis en los Estados Unidos, con el auge del “ inter” personalismo, accionalismo, subjetivismo, etc., donde la terapia cara a cara ganaba popularidad y aparecian en las películas los pacientes sin zapatos, sentados con las piernas cruzadas sobre cómodos sillones frente a sus analistas, con-

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versando, café de por medio a veces… como en una conversación de amigos. Quizás deberíamos buscar algún otro ícono que represente lo específico de esta conversación, pero este ícono sería más abstracto, difícilmente representable en imagen: la escucha de lo inconciente. ¿Qué escucha un psicoanalista? ¿Cómo escucha? ¿Qué dice de lo que escucha? ¿Cómo lo dice? Estas son algunas de las cuestiones que pondrán de manifiesto los escritos de este número sobre la clínica psicoanalítica con y sin diván. En “La dinámica mimético-autística y la reacción terapéutica negativa en los pacientes de hoy”, Jorge Ahumada ubica la problemática del paciente no neurótico actual. Nos muestra la transformación que se ha producido a partir de la cultura de la neurosis – que dio lugar al psicoanálisis – a la cultura actual del narcisismo. En el abordaje de estas nuevas patologías destaca una particular intolerancia al encuadre psicoanalítico clásico, o a todo encuadre, orillando la reacción terapéutica negativa. El autor analiza los recursos clínicos y técnicos aplicables a estos casos con un paciente que concurre una vez por semana a sesión. “La Reparación y la angustia traumática: ¿existe lugar para lo simbólico?”, de Paola Andreucci Annunziata, presenta el caso de una paciente que sufre una violación sexual cuyos trastornos de simbolización son abarcados con la lente múltiple de las teorías de Lacan, Klein y Pierce, y donde el trabajo de reparación es equiparado al trabajo de duelo. Clara Benseñor en “¿Qué nos dicen los niños acerca del trauma?” diferencia los estados traumáticos de los traumas de desamparo según la respuesta de los otros significativos del entorno del niño. Esto le permite decidir en cada momento cuál es el encuadre más indicado para abordar la problemática que se presenta a la consulta. Luis Kancyper en “Resentimiento terminable e interminable en Sándor Marai”, vuelve sobre sus reflexiones en un texto de análisis aplicado para destacar en él la pasión de la venganza y de la verdad en la pasión de la amistad, que denomina como la relación más intensa de la vida, para referirse también al resentimiento fundante y patológico, aquél que no se rinde al olvido y al perdón. Hector Krakov, en su “Estudio sobre el concepto de Agieren”, rastrea este concepto en textos freudianos y de Green encontrando discrepancias entre ellos. A través de una indagación terminológica en inglés y alemán, descubre deslizamientos en la traducción de agieren y (to) act out. Previo pasaje por las ideas de enactment ligadas al concepto de vínculo, muestra a través de una viñeta lo que el autor propone como idea, la de tramitación en acto con otro. Jorge Kury en “Deseo Repetición y Envidia” retoma un tema que había perdido presencia en los escritos actuales. Plantea que la envidia no es primaria y que está relacionada con el deseo y el ideal del yo. Propone una

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forma de abordaje terapéutico de la misma para que no se convierta en la roca viva del paciente en análisis. En “Un trabajo desde la repetición, Dos tiempos de un análisis”, Silvia Leguizamón parte de una revisión del concepto psicoanalítico de repetición para introducirnos en un caso clínico en el que trabaja con la transferencia, no sólo en la persona del médico, sino en la vida del paciente: la transferencia lateral con una hermana que es la clave interpretativa a través de la cual opera la analista para lograr desmantelar las estructuras alienantes que rigen la repetición. “Resituar el valor de la vida” es un trabajo de aplicación del psicoanálisis de Eduardo Mandet en el cual, a partir de una obra de teatro de Frank Wedekind: Despertar de primavera, subtitulada Tragedia infantil-Kindertragëdie de 1890, que fue citada por Freud en 1907 y por J. Lacan en 1974, reflexiona sobre la adolescencia y su despertar, sobre los enigmas del sexo y de la muerte. A través del personaje del hombre enmascarado remarca la importancia de la función paterna que permite al joven tomar el rumbo de su propia vida. Maria Elisa Mitre de Larreta presenta un caso clínico en el que muestra el proceso de desidentificación de identificaciones enloquecedoras, momento riesgoso de un tratamiento por los afectos desestabilizadores que desencadena. La autora narra en detalle el caso de una paciente muy grave, adicta y violenta, que trata en un encuadre individual combinado con el de psicoanálisis multifamiliar desarrollado por el Dr. Jorge García Badaracco. En “La Familia en litigio y su encuentro con la justicia”, Maria Fernanda Rivas aborda un tema poco frecuentado, proponiendo que en estas situaciones se reactivan fantasías que forman parte de la herencia ancestral humana. Un recorrido teórico de conceptos psicoanalíticos y de otros, como por ejemplo, las teorías de Levi Strauss iluminan un relato clínico en el que la demanda de protección ocupa el lugar de la demanda de análisis y en que la familia en conflicto se ha roto y se ha convertido en una familia en litigio. En el trabajo “Ubertrangnung: transferencia, transmisión, traducción”, Pola Woscoboinik propone una reflexión sobre la transferencia desde diferentes ópticas que incluyen su significado en alemán, las relaciones con la clínica, con la contratransferencia, y algunos otros aportes como el concepto de hospitalidad de Derrida, el de terceridad de Green y el de lo irrepresentable. Se trata de una forma de hacer notar la complejidad del concepto y a las nuevas nominaciones, lo que hace a la originalidad del aporte que concluye con una breve ilustración clinica. Michel Sanchez Cardenas, en “Consolidar activamente los avances del paciente”, sostiene que cuando aparecen movimientos de apertura o crecimiento del paciente es beneficioso apoyarlo de manera activa y así ayudar a fijarlos con mayor solidez en su psiquismo. Formado en la tradición del

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psicoanálisis francés, el autor discute sus propuestas con quienes pudieran considerarlas no analíticas, propias de la psicoterapia, o bien reservadas para pacientes muy perturbados, como por ejemplo los fronterizos. Sus argumentaciones no sólo son avaladas por varios ejemplos clínicos, sino también por una investigación bibliográfica amplia que incluye textos de analistas tanto europeos como americanos y argentinos, entre los que ocupa un lugar central el libro de Mariam Alizade, Lo positivo en psicoanálisis. En el ensayo titulado “Trastorno de la sustancia: no sustanciar el goce. Una mirada psicoanalítica al problema de las adicciones”, Marcelo Toyos desarrolla el tema de la droga como adicción y como curación. Aborda la problemática de las adicciones incluyendo la interrelación del psicoanálisis con otros enfoques humanísticos y científicos. Para ejemplificar se presentan el caso Freud definido como el de cancelación del dolor y el caso Alfonsina, que es el de la instalación en el placer por el placer. Toyos destaca la importancia del episodio de la cocaína vivido por Freud y enuncia: “cuando el efecto coca cesa se pasa a la creación escrita”. “Experiencias Traumáticas, sobre la elaboración interna y externa”, de Christoph Walker, es un relato pormenorizado del tratamiento de una paciente borderline, presentado en un panel del Congreso de Chicago en el 2009. Dicho tratamiento confronta al analista con emociones muy intensas y con la tarea de elaborarlas en un intento por lograr contener por primera vez aquello que en su inicio tuvo el sello de una relación caótica y desorganizadora. El autor refleja vívidamente aspectos de un caso en el que un trauma recordado y conciente, como el de haber vivido el ataque a las Torres Gemelas, ocultaba los traumas primarios padecidos por la paciente con un objeto primario que no podia ser introyectado. Sólo nos queda, entonces, invitarlos a leer estos trabajos que incluyen relatos de pacientes o de obras literarias como base de las ideas que se sostienen, y cuyo común denominador es el lenguaje de logro en la escritura, narraciones con belleza poética que instan a ser leídos por ser portadores de un mensaje que surge de los hechos, que son transmitidos con sinceridad y veracidad, algo que apreciamos y agradecemos en un momento en que con o sin diván, no es lo determinante de lo que denominamos psicoanálisis, sino aquello de lo que partimos para indagar acerca de lo inconsciente, el cual se nos revela allí donde como analistas ponemos en juego nuestra escucha que nos implica y supone en nosotros al decir de Rolland un diván en latencia. Comité Editor de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS Claudia Lucía Borensztejn Directora

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Para verme “Madre voy mañana a Santiago, a mojarme en tu bendición y en tu llanto Acomodando estoy mis desengaños y el rosado de llaga de mis falsos trajines” César Vallejo

Cuando se abre la ventana del recuerdo Allí espera mi madre; alucino verla Como en la foto, tan joven, y sin embargo Ya tan milenario su regazo. Después, mi mirada se oscurece Detenida en el lejano horizonte Regresa una historia desangelada: La de mi propio asilo. El que fue refugio a menudo visitado Por el sinsentido De batallas libradas entre el amor y la ira, Y por la antorcha encendida Que enarboló mi juventud en el pasado bravío. Por fin, en la orfandad presente Que llama a sosiego, me nutre Esa madre; estoy atada al cordón umbilical Del deseo que no cesa, Y a la nostalgia. Mi arduo intento de renunciar a ella Cada día Sin perderla Me hace sentirla viva. Cual hija pródiga Que regresa Para verme Ella es la que me rescata de las sombras vidriosas De la melancolía. Juana Berezin de Guiter 2do Premio Concurso de Poesía “Fundación Victoria Ocampo” Feria del Libro, Buenos Aires 2009

La reparación y la angustia traumática: ¿existe lugar para lo simbólico? * Paola M. Andreucci Annunziata

INTRODUCCIÓN Cuando se aborda lo referente a “lo simbólico” pareciera que se condensaran o leyeran en la misma noción, al modo de una metáfora, varias dimensiones, ejes y tradiciones tanto desde la psicología como desde el psicoanálisis y de la lingüística, entre otras disciplinas. Como con casi cualquier concepto que se intenta abordar – no logro pensar en alguno que constituya una excepción – la complejidad del mismo remite a diversas miradas, énfasis y aplicaciones. La opción de este artículo está marcada por su utilidad en la clínica analítica. Una clínica – lugar privilegiado para cuestionar y reflexionar – que no pretende ser pura o purista y que también, por qué no explicitarlo, ha ido recorriendo diversas opciones en función de los vaivenes que ha ido adquiriendo el trabajo psicoterapéutico de la autora de este trabajo. En estos sentidos, la recuperación del concepto de lo simbólico desde la óptica lacaniana, en las dos intenciones que señalan Laplanche, J. y Pontalis, JB: “a) relacionar la estructura del inconsciente con la del lenguaje (…); b) mostrar cómo el sujeto humano se inserta en un orden preestablecido, que también es de naturaleza simbólica en el sentido de Lévi-Strauss” (1994 [1968], pág. 405), se realizará, en la medida de lo posible – de “mis” posibles o posibilidades – desde la apuesta de M. Klein sobre la formación de símbolos y su importancia en el proceso reparador, enlazado a la angustia como motor y resultado de este proceso. Sin embargo, los denominados “trastornos” en la simbolización, tan frecuentes y relevantes en la clínica, suscitan interrogantes en el plano de los fenómenos (no meramente cognitivos) en el sentido de Husserl (1985), que se traducen en la dificultad de poner en palabras o verbalizar algo del orden del acto o acting-out. Este último aspecto tendrá su lugar en el presente trabajo. Como ingreso, desde la óptica de Lacan (1966) y Dolto (1995) – con algunas diferencias que desatenderé en este momento – se entiende lo simbólico *

E-mail: [email protected] / Chile

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como sistema de representación basado en el lenguaje cubierto de signos y significaciones determinantes en el sujeto, en tanto registro como en cuanto función, que posibilita el ejercicio de la simbolización como facultad y proceso. Se le asigna a los elementos de una cultura, como creencias, mitos y ritos, una función simbólica y se les atribuye un valor significante, siendo la “función simbólica” el principio inconsciente único en torno del cual se organiza la diversidad y multiplicidad de eventos particulares de cada sujeto. Para estructurarse como sujeto la relación a lo simbólico es fundamental, sin embargo, el papel de lo imaginario, incluso más que el de lo real, ha sido bastante desestimado por algunos psicoanalistas y psicoterapeutas de mayor adscripción a la escuela francesa de psicoanálisis. A los fenómenos ligados a la construcción del yo como captación, ilusión, anticipación, memorización, entre otros (registro imaginario en Lacan), tiende a desatendérselos en el contexto de la cura analítica, incluso ocupándose más decididamente de lo real en tanto realidad deseante inaccesible a cualquier proceso de simbolización. Pero, ¿qué ocurre cuando la palabra está ahogada en su formulación por la angustia de un evento traumático acaecido en la realidad fáctica e inmediata del sujeto? ¿cómo se accede a lo simbólico, si es posible y pertinente hacerlo, si tanto paciente como terapeuta están descolocados por la intensa angustia y la feroz violencia de un trauma “duro”, cuyas imágenes desorganizadas no paran de bullir en una escena con pretensiones de estatuirse como analítica? Se trata de una violencia paralizante con el mandato de ser escuchada y sostenida, violencia que se expresa en gestos, movimientos involuntarios, sonidos, quejas, miradas evasivas y penetrantes a la vez, cabezas bajas, piernas cruzadas, temblor y tamborileo de dedos. ¿Qué ocurre con la(s) palabra(s)?, ¿Qué ocurre con el discurso? En palabras de Benveniste, “…el analista opera sobre lo que el sujeto le dice. Lo considera en los discursos de éste, lo examina en su comportamiento locutorio, (…), y a través de estos discursos se configura lentamente para él otro discurso que le tocará explicitar, el del complejo sepultado en el inconsciente.” (1991, [1966], pág.75) Se solicita ayuda desde un lugar irreconocible y, al mismo tiempo, pareciese desdeñarse que se demanda. Vemos un sujeto atrapado en un trauma que de estructurante no pareciese tener nada, y que se asemeja a un traumatismo como lo definiría un especialista en medicina general: violento, fracturante, anestesiante. Lo traumático no adquiere su carácter desde lo sorpresivo, extraño y, a la vez, familiar. Lo traumático es trauma puro, lugar donde lo mortífero se torna una posibilidad real (de la realidad). La angustia aguda da paso a una condición libre y flotante que invade el espacio, el tiempo y la escena analítica. Se “olvidan” fechas, detalles del lugar, características de la interacción. Las lagunas mnémicas son interpeladas por el propio sujeto, surgiendo la vergüenza, el pudor y nuevamente REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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la angustia. La angustia invade a un sujeto que aparece como alexitímico, operacionalmente concreto, con claras dificultades para acceder al pensamiento analítico y abstracto, y al ejercicio de la simbolización como proceso, al centro de la autopunición, anclado a la hostilidad e intentando nadar y no naufragar en lo mortífero. Desde lo mortífero, deflectado en impulso agresivo, surgirá una corriente reparadora, según Klein (1937), que intentará restaurar pieza a pieza la organización de un yo que no logra reflejar nada, no logra recordar nada (de lo relevante o significativo), no logra anticipar su devenir. La corriente reparatoria ¿se desentiende de lo simbólico en el sentido lacaniano y/o de la formación de símbolos, en el sentido kleiniano? ¿De qué forma se interesa la reparación por la función y campo de la palabra? ¿El tiempo lógico y la aserción de incertidumbre anticipada es posible y deseable en este escenario? ¿Cuál es el tiempo para ligar representaciones y afectos, en el sentido freudiano, en este sujeto sometido a un trauma “duro” o violento? Este es el camino que se propone recorrer este trabajo, a propósito de los interrogantes y eventuales respuestas que nos suscita un caso clínico derivado por Fiscalía y supervisado en el contexto del Centro de Atención Psicológica de una universidad privada con fines formativos y clínicos.

DE LA RELACIÓN A LO TRAUMÁTICO Cristina, de 22 años, estudiante de pedagogía en filosofía, viene derivada de Fiscalía Centro Norte por la asistente social de la Unidad de Víctimas de delitos violentos. En su ficha-hoja de derivación se lee: “(…) la victima sufrió hace 20 días de violación sexual con penetración vaginal y robo violento de dinero y documentación, por parte de un desconocido”. Más adelante, se especifica que la causa está en proceso de búsqueda de testigos que habrían presenciado el suceso, según el relato – impreciso y bastante ambiguo – de la propia « víctima». Cristina se presenta cabizbaja, con su pelo enmarañado, los ojos inflamados, ojeras, tez resecada y enrojecida y uñas claramente onicofágicas. Mide aproximadamente 1 metro 55 cms. y pesa alrededor de 70 kgs. Su vestuario es bastante informal, la ropa le queda ancha, sus zapatos planos están cubiertos de tierra, su blusa está abrochada hasta el último botón del cuello y su pantalón se deshilacha en las costuras laterales. No exhibe maquillaje ni accesorios, sólo una argolla en su índice de la mano derecha. «No puedo poner en palabras eso que me pasó» verbaliza entrecortadamente la paciente, y luego comienza a gemir, a llorar, a gritar…así se mantendrá nueve sesiones más. De lo único que se logra “hablar” es de su sintomatología: se

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despierta en las noches, no logra conciliar el sueño, sufre de pesadillas y terrores nocturnos, tiene la sensación permanente de que algo “malo” le va a pasar, come en exceso, presenta ensoñaciones diurnas en las que se le repiten las imágenes de la violación; cada vez más vívidas en colores, olores, sonidos… Se lee en el informe de fiscalía: “Se trata de un característico cuadro de stress post-traumático a evaluar por especialistas para determinar tipo y duración del trabajo de reparación”. Sin embargo, el Ministerio Público sólo cubre 20 sesiones de tratamiento terapéutico, por lo que la duración del mismo, al menos desde esa lógica institucional, ya está predeterminada y la naturaleza del trabajo también: «trabajo de reparación» ¿De qué “reparación” se habla? ¿Quién (es) repara(n)? ¿Cómo se repara?, son algunas de las preguntas fundamentales que bullen desde el resorte institucional-representante de la ley social al dispositivo individual de la subjetividad. Se intuye que se trata de un «trabajo». Trabajo similar al del duelo en que es necesario “(…) un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico” (Freud, 2003 [1917], [1915], pág. 242) ¿Qué se ha perdido en este caso? Un ideal (el de virginidad , por ejemplo), una persona amada (el término de una relación de pololeo, en este caso), la libertad «no logro salir de mi casa con tranquilidad… siento que algo malo me va a pasar…estoy con crisis de angustia, de pánico, encerrada en mi propia casa».Trabajo, que una vez cumplido, se expresa en que “el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido” (Freud, 2003 [1917], [1915], pág. 243) para que tengan lugar, luego de este desprendimiento, nuevas catexis o investiduras libidinales. Este trabajo, tarea o labor psíquica es concebido en una dimensión más amplia y abarcativa por J. Laplanche y J-B. Portalis. En sus palabras “el concepto de trabajo del duelo debe relacionarse con el concepto más general, de elaboración psíquica, concebida como una necesidad del aparato psíquico de ligar las impresiones traumatizantes.” (1994 [1968], pág. 435) Lo traumatizante emerge como una bofetada en el caso clínico de Cristina, como un trauma “violento” que la deja sin palabras; ella insiste «eso que me pasó, no puedo verbalizarlo, no sé qué y cómo decirlo». Se podría pensar que el modelo traumático de la histeria propuesto por Freud (1915), aquél que investiga sobre el origen de los síntomas histéricos, es inaplicable en este caso. Cuando Freud recreaba la situación en que se produjeron, por primera vez , los síntomas histéricos (no el trauma , propiamente tal) a través de la producción de un estado hipnoide, hipotetizaba que esa primera vez del síntoma o de los síntomas se creó en un ámbito traumático, es decir, asociado a afectos penosos: dolor psíquico, vergüenza, pudor. La cualidad del dolor psíquico, el pesar y la aflicción, son similares a los del duelo, aunque deben distinguirse de aquellos. Esta vivencia penosa tendría dos tipos de nexos con el síntoma: uno directo y uno indirecto. El directo aludiría a la noción de que el síntoma se produce REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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por primera vez en la situación de afecto penoso; por ocasionamiento, en la dimensión de una afección corporal. En cambio, el nexo indirecto alude a un síntoma que se produce por vez primera por un vínculo simbólico, vínculo simbólico (un pensamiento, por ejemplo) entre el ocasionamiento y el afecto penoso. En este último escenario, analítico propiamente tal, la técnica analítica se orienta a reconstruir la relación o nexo entre el síntoma y su situación vivencial. De este modo, el recuerdo “traumático” pasa a la conciencia. Sin embargo, en el caso de Cristina, el recuerdo es vívido, intenso, pormenorizado, insistente y repetitivo. La repetición, sin circulación pulsional, se impone. Ella quiere olvidar: « (…) quiero dejar de recordar «eso»… que nunca hubiese pasado (llora copiosamente)». El recuerdo del proceso ocasionador, de la vivencia traumática y del afecto corporal («me da asco, siento vergüenza, no debí estar allí…») se anudan a una angustia paralizante que adquiere un carácter mortífero: «…he pensado en matarme…luego me digo “para qué”, total si ya estoy muerta en vida…encerrada en mi casa, en mi propia casa». La angustia vuelve a inundar la escena terapéutica, si es que alguna vez dejó de hacerlo, tanto desde el lado de la paciente como del lado de la terapeuta. ¿Cómo se da lugar a lo que no está en la representación, en términos freudianos, o, empleando términos lacanianos, cómo se construye la palabra, el significante? Lo “esperable” es que las palabras aparezcan y se desliguen de la intensidad o del exceso de carga afectiva. En Cristina lo que se repite es lo que no logra ser simbolizado, lo real, según la óptica lacaniana. Si ella se encuentra sin repertorio para enfrentar lo desconocido («tengo la sensación de que algo me va a pasar cuando salga de mi casa»), para recuperar algo de lo que perdió (su libertad, por ejemplo), el espacio clínico, ¿debe crear o proveer significantes para el afecto intenso o en exceso? La enseñanza lacaniana es lapidaria en este aspecto al afirmar que al poner en palabras la vivencia, el individuo se transforma en sujeto; se pasa de objeto a sujeto. Lo simbólico recubre lo real, al recubrir la necesidad con el simbólico la necesidad-queja se transforma en demanda. ¿Qué ocurre con el registro imaginario? ¿Cuál es su valor en este proceso de construcción del sujeto? En mi opinión, lo imaginario ha sido desdeñado y subvalorado en los procesos de reparación terapéutica. “J. Lacan ha definido la esencia de lo imaginario como una relación dual, un desdoblamiento en espejo, como una oposición inmediata entre la conciencia y su “otro” en donde cada término pasa el uno en el otro y se pierde en este juego de reflejos” (Rifflet-Lemaire, 1983 [1976], pág.109). Lo imaginario es visto como una fijación que enferma, una fijación a las relaciones inmediatas, a las relaciones de alienación de una subjetividad mal definida o frágil. El individuo se extraviaría en su doble especular: el otro visto como semejante. Desde la denominada por algunos “arquitectura imaginaria” de la propuesta de Klein es posible, a mi parecer, re-pensar las relaciones entre la ela-

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boración psíquica o reconstrucción yoica o reparación y la formación de símbolos en el terreno de lo pre-verbal como direccionalidad en el trabajo analítico. También es posible re-valorizar o lisa y llanamente valorizar el lugar del registro imaginario o de los dominios del yo. Retornando a lo traumático y, a modo de síntesis de este apartado, vale la pena cuestionar la óptica freudiana sobre el trauma, tanto en sus raíces económicas, dinámicas y estructurales, como en lo relativo a la violencia “material” del suceso (1900, 1915, 1917). Si bien las secuelas físicas pueden ser formas o vías de objetivar la violencia de lo traumático, la “cicatriz” del daño vivido queda instalada más dolorosamente en la interioridad que en la exterioridad evaluable y chequeable por el Instituto Médico Legal, por ejemplo. Los efectos representacionales del trauma, ligados a las fantasías primordiales de escena primaria, seducción y castración, darían paso a los efectos pre-representacionales; algo previo a lo simbólico, algo que estimula la corriente regrediente pero que, sin embargo, posibilita los efectos progredientes del espectro traumático. ¿Es la corriente reparatoria uno de estos efectos?

DE LA REPARACIÓN “Este mecanismo de “reparación” es, a mi juicio, un elemento fundamental en el amor y en todas las relaciones humanas; lo mencionaré, pues, a menudo en las páginas siguientes”. Klein, M. (1937) Amor, Culpa y Reparación.

¿Cómo reparar psíquicamente experiencias dolorosas, traumatizantes, angustiantes? Dentro del andamiaje teórico kleiniano es posible identificar un impulso a la reparación o restitución de los objetos internos, desencadenado como consecuencia de los sentimientos de culpa, angustia y temor de haberlos dañado que experimenta el sujeto. Klein (1937) propone que para que exista reparación, las fantasías de daño, agresión y el sadismo en el sujeto deben ir disminuyendo, para dar paso a una primacía de lo amoroso Esta restauración surge producto de la capacidad del sujeto de identificarse con el objeto dañado, aceptándolo y aceptándose tal cual es como prueba de amor intenso y auténtico. El yo se identifica con un objeto interno gratificante (“bueno”). Las fantasías de destrucción deben dar paso a las de restauración del objeto dañado, conformando la reparación una especie de protección del yo, necesaria para modificar y atenuar la angustia que le producen sus ya denominadas fantasías de daño hacia el objeto “integrado”. Estas fantasías son REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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constantes y traen consecuencias para el sujeto, que se ve afectado por el temor de haber dañado al objeto y porque exista la posibilidad de perderlo para siempre. Así, se experimenta que la pérdida de objeto conlleva una pérdida en el yo. Es la posibilidad de experimentar dolor y pesar por la pérdida la que moviliza al sujeto hacia una mayor madurez e integración psíquica. Esta integración y crecimiento psíquicos posibilitan el acceso a la formación de símbolos en tanto es necesario perder un objeto (“total” e integrado) para tener que movilizarse a buscar otros. Estos objetos, aunque no son el objeto perdido, tienen cualidades que hacen “como si” lo fuera y por ende equivalen a él. Entonces, existirían objetos originales y otros que, por similitud, lo simbolizan. Esta búsqueda posibilitaría la entrada o el ingreso a la simbolización, al mundo de las ideas y del lenguaje. En este sentido, también relacionarse a nuevos objetos, con cualidades diferentes e ir integrándolos dentro de sí abre un abanico de posibilidades desde donde emergería lo creativo. Según J. Kristeva: “sólo a partir de la posición depresiva se podrá establecer una relación suficientemente estable y satisfactoria con el objeto, en el sentido de que dé lugar a la simbolización y al lenguaje, que designarán un objeto para el yo” (2001 [2000], pág.87) La posición depresiva y la consecuente pena y desolación que afecta al sujeto son condiciones necesarias para el acceso a las ideas y representaciones-palabra, es decir, al mundo simbólico. Dos salidas posibles a los sentimientos que involucra la posición depresiva, y que posteriormente llevan a la incompleta elaboración de ésta, son las defensas paranoides y las maníacas. Entonces, la reparación será genuina cuando efectivamente se enfrenten las angustias con respecto a la pérdida del objeto de amor, y cuando éstas se eviten existirá otro tipo de reparación de carácter defensivo, que refiere a los mecanismos maníacos y obsesivos de control. En primer lugar, las defensas paranoides asociadas a este tipo de ansiedad tendrán que ver con evitar la confluencia de los sentimientos de odio y amor, haciendo un esfuerzo por mantener separados los objetos “buenos” de los “malos”, insistiendo en apreciarlos como parciales. Cuando el niño no confía plenamente en su capacidad de reparación acude a los mecanismos maníacos por medio de los cuales puede negar la ansiedad producto de los peligros de haber dañado a su objeto amado o de perderlo. Cuando la reparación sea maníaca adquirirá formas omnipotentes, casi mágicas, de reparar el objeto: “La reparación maníaca es una defensa (a diferencia de la auténtica reparación) en la medida que su fin es reparar al objeto sin que aparezcan sentimientos de culpa o pérdida” (Segal, 1987 [1971], pág.98)

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Klein formula que la manía se caracteriza en particular por el sentimiento de omnipotencia y la negación. Estas características tienen el fin de controlar y dominar a los objetos, así como también de poder restaurarlos. Sin embargo, esta restauración fantasiosa se asocia a la necesidad de negar la importancia que este objeto tiene para él, y a la ilusión de no depender de él, evitando así su importancia. “Este menosprecio de la importancia del objeto y su desprecio por él es, creo, una característica peculiar de la manía y permite al yo llevar a cabo una separación parcial que observamos se produce al mismo tiempo que su apetito por los objetos” (1990 [1935], pág.285). En este estado maníaco aumenta la introyección de objetos de un modo indiscriminado y voraz. De esta forma, los objetos son fácilmente intercambiables y por lo mismo, cuando se pierde algo de ese objeto puede ser rápidamente repuesto. “Tan pronto como los padres se internalizan, las tempranas fantasías agresivas contra ellos llevan al miedo paranoide de persecuciones externas y, aún más, internas y producen penas y tristeza por la inminente muerte por los objetos incorporados, junto con ansiedades hipocondríacas, dando origen a una tentativa por defenderse de manera maníaca omnipotente de los insoportables sufrimientos que se le han impuesto al yo de adentro…” (Klein, 1990 [1935], pág. 290) El triunfo y control sobre el objeto conducen a un sentimiento de culpa que alterará la posición depresiva infantil y con esto su posibilidad de superarla. Esta reparación defensiva no puede completarse, dado que el objeto que es susceptible de control no puede ser considerado como un objeto digno de amor, ya que ante un acceso de odio corre el riesgo de ser atacado de inmediato. Cuando los mecanismos maníacos no resultan efectivos para evitar los sentimientos penosos propios de la posición depresiva, el sujeto recurre entonces a los mecanismos obsesivos de reparación. Estos consisten en el intento de restituir de manera completa y detallista al objeto “bueno” dañado y así, el sujeto debe repetir continuamente ciertos actos con el fin de preservar y restablecer al objeto contrarrestando los accesos de agresividad.

DE LA REPARACIÓN Y LA FORMACIÓN DE SÍMBOLOS M. Klein, en su artículo La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo (1940), plantea que el surgimiento del conflicto edípico temprano, en momentos en que el sadismo del bebé es sobresaliente, posibilita y facilita la formación de símbolos. La autora propone que la angustia que surge por el daño provocado al pecho (pene y vagina) y a sus padres, en el registro de la fantasía inconsciente, contribuye a que el niño equipare dichos órganos con otros objetos, ya que se ve impulsado a establecer nuevas ecuaciones que constituyen la base de su interés en nuevos objetos mas “realistas”. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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La primera realidad del niño es completamente terrorífica; figura de padres combinados, excrementos, órganos y objetos “malos” o frustrantes son equivalentes entre sí. Así se iría construyendo la base del simbolismo, y a través de él la relación con la realidad, que dependerán de la capacidad del yo para tolerar y equilibrar óptimamente la presión de las primeras situaciones de angustia. Así “cierta” cantidad de angustia y dolor es necesaria para que exista una abundante formación de símbolos y fantasías de base, y para que una adecuada capacidad de tolerar la pérdida sea elaborada. En caso contrario, es decir, cuando la defensa inicial del yo contra el sadismo y la angustia que esta conlleva es excesiva y prematura, la relación con la realidad y las fantasías se vería impedida. En el ámbito de lo materno, la exploración y posesión sádica del cuerpo materno y del mundo exterior, comprendido como una extensión del cuerpo materno, quedarían detenidas, suspendiendo la relación simbólica con las cosas-objetos que representan el cuerpo de la madre. De esta manera, también se detendría el contacto del sujeto con su ambiente y con la realidad en general, y este retraimiento sustentaría la falta de angustia (y de afecto en general) que, en el extremo, podría llegar a cristalizar como psicosis. Klein afirma que es la posición depresiva el lugar dinámico y funcional donde se logra un mayor acceso al mundo simbólico, cuando el sujeto es capaz de establecer relaciones “totales” o integradas con los objetos. El juego, la motilidad, la locomoción, la fantasías procreativas, el lenguaje, son logros neurobiológicos y psíquicos que dan cuenta o evidencian el desarrollo en la formación de símbolos y que sirven y se sirven de la reparación, ya que brindan al individuo humano satisfacciones adicionales que ayudan a disminuir la angustia. Si el yo es capaz de realizar el trabajo de duelo y reparar el objeto perdido, tareas propias de la posición depresiva, está en condiciones de emprender una obra creativa que contenga el dolor en beneficio de la generación de símbolos. En el duelo se abandonan aspectos del objeto o bien su totalidad, lo cual posibilita el crecimiento y la maduración en el niño, dando lugar a la formación de símbolos. Respecto a las nociones de simbolismo y creatividad, interesa incluir los aportes de Segal, quien señala: “también las actividades creadoras se basan en el deseo del bebé de restaurar y recrear su felicidad perdida, sus objetos internos perdidos y la armonía de su mundo interno” (1987 [1971], pág.95) En cuanto a la ausencia y pérdida de un objeto significativo para un sujeto, Segal propone dos clases de formación de símbolos y de función simbólica en el psiquismo: la ecuación simbólica y la representación simbólica. La ecuación simbólica corresponde a las primeras etapas del desarrollo. En ella, el símbolo equivale al objeto simbolizado y es experimentado como

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si fuera el objeto original, dejando de lado las propiedades correspondientes al sustituto. Así, la ecuación simbólica es usada para negar la ausencia del objeto ideal o para controlar un objeto persecutorio. Cuando los sentimientos depresivos predominan sobre los persecutorios, cuando puede tolerarse la separación con respecto al objeto y los sentimientos de ambivalencia, culpa y pérdida, surge la segunda clase de formación de símbolos: la representación simbólica. Se trata de una larga transición de un modo de formación simbólica a otra. En este caso, el símbolo – con sus características propias – representa al objeto, pero no equivale enteramente a él. Se desprende entonces que durante la posición depresiva, en un intento real por elaborar el duelo y superar la pérdida de los primeros objetos amorosos, y no negarla, el sujeto crea símbolos que representan a los objetos perdidos. Segal señala: “los símbolos son necesarios para superar la pérdida del objeto que ha sido experimentada y aceptada y para protegerlo de la propia agresividad. Un símbolo es como un precipitado del duelo por el objeto.” (1995 [1991], pág.74) La autora entiende al simbolismo donde se conjugan: el símbolo, el objeto que es simbolizado, y la persona para la que el símbolo simboliza algo. Ella relaciona la identificación proyectiva con el simbolismo concreto. Cuando el sujeto no está del todo diferenciado del objeto, se pierden los límites y partes del yo se confunden con el objeto; de este modo el símbolo – creación del yo – se toma por el objeto indiferenciadamente. Los cambios en la naturaleza del simbolismo afectan la evolución de la experiencia que se tiene de los objetos internos y externos. Con la formación y utilización de símbolos, las identificaciones proyectivas se retiran y la separación entre el objeto y el sujeto se va haciendo más clara y firme. De este modo se mantienen elementos concretos, pero se da cabida al simbolismo, lográndose mayor consciencia de la propia realidad psíquica. Una vez dado el paso entre el simbolismo concreto y el depresivo quedan establecidas las bases para una posterior abstracción, incluida la verbalización, en tanto es considerada una forma particular y altamente evolucionada de simbolismo. Así, el desarrollo del sujeto se ve posibilitado por la nueva capacidad de comunicación con otros y consigo mismo por medio de símbolos como son las palabras.

DE LA SIMBOLIZACIÓN A LO SIMBÓLICO En el recorrido de las ideas el término simbolización posee una larga trayectoria: desde la forma del sustantivo con que aparece; symbolon, que alude a unión y separación, a la forma verbal; simbolizar, desarrollada en la teoría REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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de los símbolos (simbólica), las religiones, la lingüística, la semiótica, la filosofía, y especialmente el estructuralismo. En las últimas décadas, en la literatura de diversas escuelas psicoanalíticas, el término simbolización es casi una presencia ineludible y su utilización desde distintos contextos teóricos le otorga también múltiples alcances. La simbolización en la obra freudiana aparece en dos momentos diferentes: En La interpretación de los sueños (1900) a través de su simbólica, en la cual se utiliza el concepto aludiendo a representaciones simbólicas que determinan generalizaciones. Es probable que, el fijar un mismo sentido para cada símbolo y tener éstos un cierto carácter hermenéutico, provoque que el cierre discursivo sea algo empobrecedor. La simbolización, en este sentido, es el modo en que el inconsciente transmite a la conciencia deseos, pensamientos, emociones, intenciones que no son admitidos por la censura, produciendo una cierta satisfacción y una cierta descarga de energía, sin que su ejecución provoque efectos difícilmente tolerables o “peligrosos” para el sujeto o su entorno. No parece que Freud profundice este aspecto. Sin embargo, se mostraría preocupado de no caer en la arbitrariedad del “intérprete” aludiendo a una técnica combinada entre el simbolismo directo de las imágenes del sueño del soñante y las ocurrencias que, respecto del sueño, produce este último en un contexto determinado y peculiar (biografía, contexto cultural, historial clínico, contexto de libre asociación, etc.) En el apéndice C de “Lo inconsciente” (1915) sobre palabra y cosa. El texto freudiano plantea una propuesta rica de consecuencias que modificaría el sentido de la simbolización: “…la relación que media entre representaciónpalabra y representación-objeto me parece más merecedora del nombre “simbólica” que la que media entre objeto y representación-objeto”. (Freud, 2003 [1915], pág.213). La simbolización, en este texto, quedaría abierta a posibles significaciones como efectos de sentido que acontecen en una relación entre dos representaciones. Relación entre dos representaciones que deja definitivamente fuera al objeto “real” o de la realidad y que abre a nuevas intelecciones de lo simbolizado. La simbolización, entonces, enunciaría un verdadero proceso y no sólo el efecto final de la misma; su resultado. Desde la óptica de la lingüística moderna, la referencia a la modelización semiótica de Peirce permite re-pensar algunos procesos inmersos en la simbolización. Lo cognoscible tiene para Peirce (1974) tres modos de realización, los cuales son: La primeridad. Su rasgo esencial es la posibilidad y desde el punto de vista de los signos, le corresponde el ícono. Serían “cualidades del sentir o meras apariencias…una peculiar posibilidad positiva independiente de cualquier otra cosa…algo vívido…la idea del instante presente…como un punto del tiempo

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en el que no hay lugar a pensamiento alguno ni a la separación de ningún detalle…esta es una idea de primeridad”. (1974 [1970], pág.87) La segundidad. Es donde se hace evidente la existencia del objeto. Su rasgo propio es la facticidad, “el hecho bruto”, vinculado a la experiencia, y su sentido más importante es el de aludir a una diferencia entre un antes y un después. Su expresión es el índice. En este sentido, la idea de segundidad remite a “la experiencia del esfuerzo (con prescindencia de la idea de intencionalidad)” (1974 [1970], pág.87). El hecho de subrayar la segundidad como experiencia del esfuerzo, que involucra la idea de resistencia, complejiza la sensación que, como “cualidades del sentir”, aludía a la primeridad. La experiencia, con su contracara de resistencia, alude al sujeto y al objeto, en el ámbito de una experiencia que es una acción. A su vez esta idea de segundidad es, para Peirce, una relación diádica que no involucra tercero, es “la acción en bruto y cualquier aspecto mental de reconocimiento implica necesariamente a la terceridad” (1974 [1970], pág.91) La terceridad. Es el ámbito del símbolo que se vuelve entonces un signo que dejaría de ser tal si no hubiera cómo interpretarlo. Señala al intérprete, que en las dos anteriores era implícito y acá se hace explícito. “Un tercero es algo que siempre pone a un primero en relación con un segundo (…) Podemos tomar el signo en un sentido tan amplio que su interpretante no sea un pensamiento sino una acción o una experiencia, o podremos ampliar el significado de un signo de tal modo que su interpretante sea una mera cualidad de sentir” (1974 [1970], pág.92). Estos sugerentes elementos de la semiótica bordean la subjetividad. No abordan lo inconsciente ni aluden explícitamente a él, sino que sólo tomarían en cuenta sus efectos en lo cognoscible, en el ser y estar vivo del hombre. Su mayor aporte sería en su radical perspectiva triádica, que en perpetua circulación y movimiento determina-indetermina efectos. La perspectiva semiótica descrita posibilita el pensar sobre algunos conceptos psicoanalíticos enlazados con la acción tentativa de los desarrollos freudianos, y también la noción de a- posteriori, ya que implicaría la acción de lo previo sobre lo subsiguiente y de lo subsiguiente sobre lo previo, para que emerja un sentido nuevo. “Lo simbólico” desde la óptica lacaniana reconoce aportes del estructuralismo de Lévi-Strauss “nosotros mismos utilizaremos el término estructura en el sentido en que lo emplea Claude Lévi-Strauss (…) la estructura no es la forma, como ya hemos insistido antes y lo que precisamente exige la estructura en exclusiva consiste en la habituación del pensamiento a una topología” (Lacan, 2005 [1966], pág.274) y de la lingüística estructural de Saussure en lo referente a la teoría del signo lingüístico “llamamos signo a la combinación del concepto y de la imagen acústica : pero en el uso corriente este término designa generalmente, a la imagen acústica sola , … ”(Saussure, 1989 [1916], pág.103) . El autor aclara su propuesta; “ nosotros proponemos conservar la palabra signo para designar la totalidad, y reemplazar concepto REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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e imagen acústica respectivamente por significado y significante; (…) El lazo que une el significante al significado es arbitrario, o también (…) : el signo lingüístico es arbitrario” …( 1989 [1916], pág.104). Saussure aclara la noción de símbolo; “se ha empleado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o más exactamente lo que nosotros llamamos el significante. Hay inconvenientes para admitirlo, debido precisamente a nuestro primer principio. Lo característico del símbolo es no ser nunca completamente arbitrario; no está vacío, hay un rudimento de lazo natural entre el significante y el significado”. …(1989, [1916], pág.105). En Lacan “lo simbólico” es definido esencialmente como un orden tópico. En palabras de Rifflet-Lemaire; “el orden esencialmente simbólico sólo puede sostenerse por su propio peso, esto es, no puede ser directamente referido a lo real. De otra parte, el término “orden” designa una dimensión aparte, sólo definida y especificada por medio de sus articulaciones internas (...) El orden simbólico es un orden tercero, es decir, se organiza entre el sujeto y el mundo real y es posible utilizarlo sin referencia empírica directa” (1983 [1976], pág.115) Volviendo a las ciencias del lenguaje, Ducrot y Todorov (1974) enfatizan que existe “un uso más general del signo, que llamaremos la simbolización, oponiendo así el signo al símbolo (…) La prueba práctica que permitirá distinguir entre un signo y un símbolo es el examen de dos elementos en relación. En el signo, esos elementos son necesariamente de naturaleza diferente; en el símbolo, (…), deben ser homogéneos”. (1989 [1974], pág.124) Para J. Lacan; “la función simbólica se presenta como un doble movimiento en el sujeto: el hombre hace un objeto de su acción pero para devolver a ésta en el momento propicio su lugar fundador. En este equívoco, operante en todo instante, yace todo el progreso de una función en la que se alternan acción y conocimiento” (2005 [1966], pág.274) Desde esta perspectiva, no se puede hablar de campo psicoanalítico sin significante y, por lo mismo, sin significante en el diálogo. Esto quiere decir que sólo habría diálogo psicoanalítico cuando en la palabra del (de la) paciente se escucha la emergencia del significante. ¿Qué ocurre en el caso de Cristina?, ¿No es “una paciente”?, ¿No “califica” para psicoanálisis?

A MODO DE CONCLUSIÓN Por lo general, en las comunicaciones y literatura psicoanalítica, se coincide, en acuerdos más tácitos que explícitos, cuando se refiere a déficit o trastornos de la simbolización. Esta noción de déficit, abarcaría: Trastornos del pensamiento, que muestran una dificultad de discriminación entre fantasía y realidad. Se abre aquí el impreciso límite de las convicciones que lindaría con las creencias, por un lado, y con algo del delirio, por otro.

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El predominio del acto sobre la palabra: actuaciones, adicciones, síntomas psicosomáticos, etc. En estas dificultades es posible apreciar en el sujeto un exceso de referentes fácticos, debilidades en la producción y entendimiento de la metáfora, quedándose en la ecuación simbólica, por ejemplo. Serían trastornos de la sustitución que impiden a la metáfora surgir en su mayor nivel de abstracción. Lo interesante, y que a la vez constituye un desafío, es pensar en los elementos que puedan caracterizar tanto el proceso como los efectos que devienen de un trauma violento (por ejemplo, una violación y robo con intimidación), y aquellos que son parte natural de los procesos de estructuración psíquica. Cristina “padecería” de un trastorno de la simbolización. Durante nueve sesiones sólo gime, llora, se queja, no logra articular palabra alguna. Durante nueve sesiones seguidas, la terapeuta la sostiene con la mirada, con una cálida sonrisa, con una gestualidad de “acogida”. Durante sesiones sin interrupción ni ausencia de la “paciente” y de la “terapeuta”, se da cabida a una minuciosa y prolija tarea de re-construcción del yo. La terapeuta se ofrece como espejo y reflejo en un escenario dual en pro de la re-afirmación yoica de Cristina. El manifestarle a Cristina lo doloroso de su experiencia, lo inesperado, lo atemorizante y lo innombrable de la misma, va paulatinamente aliviando la angustia que parece tender a protegerla de la re-traumatización. Así, con esta otra alteridad, van cediendo las férreas defensas a los recuerdos, a la ecforización mnémica, a la ligazón de las representaciones con su afecto concomitante. « ¡No quiero ol…recordar!», señala Cristina y la terapeuta empieza a visualizar en la consultante derivada de fiscalía en la décima sesión, una “paciente”; el inconsciente se abre paso a través de sus formaciones. Pero, ¿qué ha ocurrido estas primeras nueve sesiones? ¿Son sesiones inútiles, desechables, improcedentes? Al parecer, han sido lugares absolutamente imprescindibles para dar curso al proceso clínico propiamente tal. En ellas se ha trabajado sobre y en el registro imaginario. Se ha re-organizado la captación, la ecforización, la autocrítica y la autocorrección. Se han ligado representaciones a través del ejercicio ecuacional. Las imágenes persecutorias, amenazantes y destructivas se han sucedido unas a otras con el solo referente del fragmento persecutorio de la escena difusa y confusa de la violación y robo con intimidación. Cada objeto de la escena, al modo de la interpretación propuesta por M. Klein a la ópera de Ravel, adquiere un matiz terrorífico y voraz, «…el olor a trago, sus enormes dientes y sus manos como pinzas…frías y puntiagudas…todo parecía una pesadilla» señala Cristina. Lo anterior también se expresa en la transferencia, a lo menos en este registro imaginario. En palabras de Cristina: « ¿hasta cuando va a hurgar en lo que me pasó?... ¡parece que Ud. gozara con los detalles!». La terapeuta constituye REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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también un objeto amenazante-parcial y persecutorio que hay que expulsar, agredir, hostilizar. Cuando esto empieza a ocurrir, el terreno se encuentra preparado para el ejercicio referencial de la retaliación y, en consecuencia, para la transformación del objeto persecutorio y dañino en objeto dañado. La fantasía del objeto combinado cruel, sádico y mortífero en Klein da paso a la fantasía depresiva, más elaborada, del objeto perdido. Cristina señala: «…siempre pienso que la próxima semana no va estar y ¡siempre está!...a pesar de todo lo feo y pesada que soy, Ud. está” (llora desconsoladamente). Estas verbalizaciones, escuetas, inconexas e interrumpidas por gemidos, sollozos y llantos, reflejan tímidamente el lugar de la angustia como motor del proceso de reparación. La angustia como representante visible de la hostilidad y de la rabia, posibilita el circular ecuacional simbólico sustitutivo y, al mismo tiempo, inicia la cadena de representaciones significantes, en el sentido de Segal. Al introducir a la terapeuta, aunque sea inicialmente como sostén, empieza a esbozar algo de la interpelación al intérprete, al tercero o a la terceridad, en términos de Peirce. La ilusión de la intersubjetividad, en términos de J. Lacan, empieza a caer no sin idas y venidas y el lugar del simbolismo se hace espacio-tiempo en el lenguaje. En la décima sesión Cristina verbaliza: « ¡No debí tomar tanto… no me habría encontrado con él en la botillería…debí hacerle caso a mi padre!». La terapeuta escucha que algo de la culpa “reparatoria” se sitúa al referir un cierto arrepentimiento ligado al mandato del padre. La paciente continúa: « lo que más me duele es que ya no seré la niña para mi padre… (llora)». La terapeuta interviene: « ¿y para su madre?». Cristina enmudece, su rostro se desfigura y sus ojos pareciesen arrojar llamaradas; « ¡eso es lo único que Ud. puede ver!...ahora veo que Ud. es como mi madre.» La figura de la terapeuta y sus intervenciones posibilitan, en la transferencia, un circular de posiciones que, originado primero en el lugar materno de sostén, y luego de hostilidad como referente tercero (no segundo, a mi parecer) dan cabida a la corriente reparatoria; pseudoreparatoria probablemente. « Yo puedo volver a ser todo para mi padre, la niña perfecta, estudiosa, linda, tranquila…él me volverá a necesitar como antes…más que antes.» ¿Por qué el padre o lo paterno la hace despegar hacia el ámbito de la representación simbólica (Segal)? ¿Habrá algo de lo simbólico, en términos de J. Lacan, que demanda su ingreso? Parece que el ingreso a lo simbólico se visualiza en la intensificación edípica del discurso de Cristina y en sus ideales paternos y culturales de «…niña perfecta, estudiosa, linda y tranquila…» ¿Tiene esto algo que ver con la reparación? Depende de qué reparación se trate. Si lo que se busca es restituir el estado psíquico previo al “evento traumático” en el sentido que es solicitado por Fiscalía en su imperativo de 20 sesiones becadas por la Unidad de Delitos Violentos, la respuesta es ne-

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gativa. La óptica de Klein, por lo menos desde donde se entiende en este artículo, propugna una instalación de lo perdido o de la pérdida, un trabajo de duelo valiéndose de la formación de símbolos y una corriente reparatoria que se enlaza con la simbolización. El lenguaje, en tanto logro psíquico, evidencia el desarrollo en la formación de símbolos y como ya se señaló en otro apartado, sirve y se sirve de la reparación. Sin embargo, en un sentido estricto, cuando se refiere al lenguaje en el método analítico, J. Lacan es categórico: “sus medios son los de la palabra en tanto que ésta confiere a las funciones del individuo un sentido; su dominio es del discurso concreto en tanto que realidad transindividual del sujeto; sus operaciones son las de la historia en tanto que constituye la emergencia de la verdad en lo real” (2005 [1966], pág.103). Sería clara, entonces, la distinción introducida entre los medios y el dominio. Cristina, ¿habría estado “enferma” en sus primeras sesiones?, ¿respondería cabalmente al cuadro de “Síndrome de Stress Postraumático”? Siguiendo a Rifflet-Lemaire “Un ingreso plenario en el orden simbólico es el requisito para la condición de normalidad. De ahí que el enfermo que ha fracasado en la percepción nítida y exacta de las relaciones simbólicas se caracterice por su fijación en lo imaginario. En efecto, este orden es el de las relaciones inmediatas de uno consigo mismo, de uno mismo con el otro; el de las relaciones de alineación de una subjetividad mal definida o bien frágil, que se extravía en su doble “especular”: el otro, visto como semejante” (1983 [1976],pág. 108). Por otra parte, Segal refiere que cuando el mecanismo de identificación proyectiva se emplea como una defensa contra las angustias depresivas, los símbolos y su funcionamiento pueden recaer en ecuaciones simbólicas, produciendo perturbaciones esquizoides en las relaciones de objeto. La relación entre éste y el sujeto se desdibuja y faltan los medios de comunicación, ya que los símbolos son experimentados de una manera concreta. Sin embargo, el caso de Cristina ilumina el valor restitutivo de las relaciones mediatas, de la referencia empírica directa a los eventos vividos, del registro sensorial, del terapeuta como sostén en un inicio indistinguible de las captaciones imaginarias del amor idealizado y de la retaliación agresiva. Cristina, por efecto de la proyección defensiva, ha puesto en su terapeuta sus más íntimos deseos y sus más temidas amenazas. Reclama una imagen, en un inicio ideal y luego integrada, de sí misma. La terapeuta devuelve fragmentos ecuacionales, cualidades del sentir y, paulatinamente, diferencias entre un antes y un después. La espacialidad y la temporalidad crean el escenario para la representación simbólica propiamente tal. Este sería el inicio, a mi parecer y a modo de modesta contribución para un trabajo epistemológico más profundo, en vías de la trans y pluridisciplinariedad en la clínica terapéutica de inspiración y adscripción analítica en lo referente a la dimensión de “lo simbólico” y los procesos de simbolización. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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RESUMEN El presente trabajo interroga la problemática de la simbolización y de lo simbólico desde la concepción freudiana y lacaniana, a partir de la reflexión kleiniana y postkleiniana (H. Segal ) con sus referentes ecuacionales y representacionales, y su propuesta objetal. Se resitúa el material vinculado tradicionalmente al registro imaginario en Lacan, a las condiciones de posibilidad de apertura de un proceso de simbolización que respete los tiempos de ligazón de lo desligado, fracturado, bloqueado y/o aniquilado por el yo. Se pretende, además, enlazar esta concepción del valor de lo (pre) simbólico a aportes de la semiótica peirciana y sus relaciones a la escena traumática re-editada en la situación clínica, en tanto angustia paralizante y despliegue de lo mortífero, como de eventual angustia reparatoria o que daría inicio al proceso de reparación. Se ilustran las posiciones clínicas que resisten la complejidad analítica propuesta y los timing/tiempos psíquicos del sujeto. Se detiene en la reparación en tanto demanda foránea –institución gubernamental– y se pregunta por el tipo de reparación que se solicita/obliga cuando se interpela la subjetividad. Nuevamente se tensionan los tiempos y las intenciones de parte y parte. Las conexiones propuestas se ilustran desde un caso clínico derivado desde fiscalía a un centro clínico para iniciar, desarrollar y concluir una “terapia de reparación”. DESCRIPTORES: REPARACION / SITUACION TRAUMATICA / ANGUSTIA / LO SIMBOLICO / SIMBOLIZACION / VIOLACION.

SUMMARY Reparation and traumatic anxiety: is there a place for the symbolic? The author inquires into the problem of symbolization and the symbolic in freudian and lacanian conceptions and based on kleinian and post-kleinian reflections (H. Segal) with their equational and representational referents and their objectal proposal. Material traditionally attributed to the imaginary register of Lacan is re-situated into conditions of possibility of aperture into a process of symbolization which contemplates times of binding of what is unbound, fractured, blocked and/or annulled by the ego. The author also links this conception of the value of the (pre) symbolic to contributions of peirceian semiotics and their relations to the traumatic scene re-edited in the clinical situation: paralyzing anxiety and development of the deadly, with possible reparatory anxiety which initiates the process of reparation. The author illustrates clinical positions that resist the analytic complexity proposed and the subject’s psychic timing. The author discusses reparation as a foreign demand – government institution – and inquires into the type of reparation that is requested (forced) when subjectivity

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is questioned. The times and intentions of each party are again tensed. The connections proposed are illustrated with a clinical case referred by the public prosecutor’s office to a clinical center in order to initiate, develop and conclude “reparation therapy”. KEYWORDS: REPARATION / TRAUMATIC SITUATION / ANXIETY / THE SYMBOLIC / SYMBOLIZATION / RAPE.

RESUMO A reparação e a angústia traumática: existe lugar para o simbólico? O presente trabalho questiona a problemática da simbolização e do simbólico na concepção freudiana e lacaniana, a partir da reflexão kleiniana e pós-kleiniana (H. Segal ) com suas referências equacionais e representacionais, e sua proposta objetal. Relocaliza-se o material vinculado tradicionalmente ao registro imaginário em Lacan, as condições de possibilidade de abertura de um processo de simbolização que respeite os tempos de ligação do desligado, fraturado, bloqueado e/ou aniquilado pelo eu. Além disso, pretende-se enlaçar esta concepção do valor do (pré) simbólico com a contribuição da semiótica peirciana e suas relações com a cena traumática re-editada na situação clínica, enquanto angústia paralisante e abrangência do mortífero, como da eventual angústia reparadora o que daria início ao processo de reparação. Ilustram-se as posições clínicas que resistem à complexidade analítica proposta e os timing/tempos psíquicos do sujeito. Detém-se na reparação enquanto demanda forense – instituição governamental – e se questiona o tipo de reparação que se solicita/obriga quando se interpela a subjetividade. Novamente se tencionam os tempos e as intenções de ambas as partes. As conexões propostas são ilustradas com um caso clínico encaminhado pelo fórum judicial a um centro clínico para dar início, desenvolver e terminar uma “terapia de reparação”.

PALAVRAS-CHAVE: REPARAÇÃO / SITUAÇÃO TRAUMÁTICA / ANGÚSTIA / O SIMBÓLICO / SIMBOLIZAÇÃO / VIOLAÇÃO

BIBLIOGRAFÍA Benveniste, É. (1966). Problemas de lingüística general I, México D.F., Siglo Veintiuno Editores, 1991. Dolto, F. (1995) Todo es lenguaje, Buenos Aires, Siglo Veintiuno. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN AGOSTO DE 2010]

¿Qué nos dicen los niños acerca del trauma? * Clara G. Benseñor

INTRODUCCIÓN En esta presentación tengo la intención de retomar y ampliar algunas de las ideas desarrolladas en trabajos anteriores acerca de los desafíos y dificultades que la clínica infantil nos presenta, con la convicción de que el psicoanálisis infantil tiene mucho para aportar al psicoanálisis actual porque nos ofrece la posibilidad de observar, investigar e intervenir en la génesis de los procesos mentales. Lo que luego reconstruimos en el análisis de los adultos, se está constituyendo. Si escuchamos a los niños la realidad ingresa con ellos al campo analítico de la mano de la dependencia infantil, no solo por efecto de las crisis sociales sino por el natural momento de constitución psíquica. Es así que en la clínica infantil, al espacio bidimensional entre analista y paciente se incluyen el grupo social primario, la familia, con los que el niño establece sus primeros vínculos afectivos, el grupo social secundario, la escuela, encargada por mandato social de incluirlo en la cultura a la que pertenece, y el entramado socio-cultural que atraviesa al grupo social primario y secundario. Para el niño son el otro y/o los otros significativos, portadores de mensajes enigmáticos (Laplanche, 1999), u objetos continentes de la ansiedad, reguladores de los afectos (Bion, 1962) o que cumplen la función de Yo auxiliar (Winnicott, 1965), o agentes de ligazón o desligazón que se resignifican en la transferencia como objetos internos, y al mismo tiempo son objetos externos representantes de la realidad humana que están fuera de si mismo y lo constituyen como sujeto, alienado o no. Los mensajes que emiten los niños a través de los ropajes sintomáticos que su Yo rudimentario puede crear en un intento de ligadura nos alertan del sufrimiento psíquico a que quedan sometidos cuando las respuestas del otro y/o los otros significativos a sus demandas afectivas son ineficaces, ya *

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sea por exceso o por carencia. Se trata de experiencias de desvalimiento que quiebran en su psiquismo la posibilidad de construir ligaduras simbólicas atemperantes de las vivencias traumáticas. Esta situación enmarca desde el inicio nuestra operatoria analítica. Al respecto digo en otro escrito (Benseñor, 2003) que el trabajo entre fronteras se nos impone y nos vemos llevados a pivotear, entre la realidad psíquica y la realidad externa, entre transferencias y contratransferencias múltiples, exigencias de trabajo similares a las que se nos presentan en las patologías de frontera mas allá de la infancia, en donde los traumatismos tempranos se resignifican en un a posteriori. Por lo tanto, los niños nos desafían a realizar un esfuerzo de conceptualización acerca de cómo en la metapsicología infantil la realidad externa y la realidad psíquica o interna, en todas sus manifestaciones, se combinan y dan cuenta del origen y la génesis de lo traumático en sus dos vertientes, como estados traumáticos, impulsores de crisis vitales facilitadoras de nuevas ligaduras intrapsíquicas estructurantes del psiquismo, o como traumas de desamparo, fuente de sufrimiento psíquico por acumulación de carencias afectivas ambientales, generadores de un vivenciar traumático que se cristaliza en su psiquismo como vacíos representacionales, sin ligaduras. El intento de conceptualización propuesto con anterioridad es un disparador de interrogantes que me propongo plantear apoyada en viñetas clínicas

¿DE QUÉ SUFRE EL NIÑO ACTUAL? El niño actual se encuentra compartiendo con el otro y o los otros significativos los cambios de los paradigmas culturales del siglo XXI. La violencia en la vida cotidiana con los atentados terroristas, los secuestros, las muertes sin sentido, la instalación de la incertidumbre social por las crisis sociales y económicas en los países subdesarrollados, la rapidez e inmediatez en las comunicaciones, la modificación de la concepción familiar por el protagonismo de la mujer en la producción social, y por las transformaciones éticas y morales que se le imponen desde el entramado social son algunas de las demandas externas fuente de traumatismos acumulativos que le exigen al aparato psíquico del hombre actual adaptaciones y soluciones inmediatas: la acción eficaz se impone al pensamiento elaborativo y a la capacidad simbólica privativa de la subjetividad humana. Las defensas adaptativas que se intensifican ante esta realidad traumática son la omnipotencia, la sobreadaptación, la desmentida. Estos son modelos de funcionamiento psíquico que prevalecen en la cultura, se integran a la vida cotidiana y se transmiten a las nuevas generaciones. Su signo distintivo son las vivencias de desvalimiento que, encapsuladas en el REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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interior del sujeto, se reactivan por los acontecimientos de la realidad. Por lo tanto, lo que denuncian los niños de hoy es el sufrimiento a que queda sometido su psiquismo cuando el otro y/o los otros significativos instalan la realidad traumática externa y/o interna sin barrera antiestímulos en su precaria organización psíquica. Es un sufrimiento caracterizado por la desesperanza de encontrar modelos identificatorios que le permitan a su aparato psíquico en constitución organizarse desde la diferenciación entre un adentro pulsional y un afuera continente “a los elementos agresores de la pulsión” (Laplanche 1999), y del ambiente. Pienso que el vasallaje del Yo por influencia de la realidad externa planteado por Freud en 1923 hoy se torna imperiosamente actual para conceptualizar sobre la metapsicología infantil.

¿QUÉ LUGAR TIENE LA REALIDAD EN LA VIDA PSÍQUICA INFANTIL? Hacemos referencia a la realidad psíquica y a la realidad material. Freud distinguió entre una y otra sin anular la articulación entre ambas. La realidad externa es lo dado sobre lo que accedemos por una función activa de la percepción y del pensar, así ya Freud lo plantea en el Proyecto (1895) y nos dice mas adelante que “el Yo debe su génesis, así como a los más importantes de sus caracteres adquiridos, al vinculo con el mundo exterior real” (1937). La hipótesis freudiana referente a la realidad psíquica va ligada a los procesos inconscientes; en el vivenciar psíquico del sujeto, los deseos y fantasías ligados a ellos adquieren el valor de realidad, y nos dice Freud “en el mundo de la neurosis, el principal papel corresponde a la realidad psíquica” (1916), es su realidad interior. En el niño la realidad psíquica se constituye por y en la interacción vincular con el y/o los otros significativos como una producción singular. Las fantasías, los deseos, los pensamientos, las emociones, los afectos, las representaciones de los otros internalizados conforman el entramado psíquico o realidad psíquica con la que se asoma al mundo real. La pulsión epistemofílica lo convierte en un pequeño investigador que se interroga, cuestiona y elabora hipótesis acerca de lo que ve, escucha, oye y siente. La diferenciación entre fantasía y realidad se irá instalando en un interjuego entre el empuje pulsional y el funcionamiento yoico encargado de establecer el principio de realidad apoyado en los procesos del pensamiento, que en el niño tienen una lógica propia. El contenido de su pensamiento está regido por el animismo, el artificialismo, la magia, la transducción, nos lo dice Jean Piaget en 1933, se trata de modalidades de funcionamiento con las que organiza, interpreta y otorga

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significados a los estímulos perceptivos provenientes de lo real, creando nuevas realidades subjetivas que en más de una ocasión le sirven para equilibrar su psiquismo ante hechos traumatizantes. Un niño de tres años elabora el impacto de las torres Gemelas relatándoles a sus padres la siguiente historia: “Había una vez un mundo que se llamaba Tierra, un día del otro lado del planeta explotó todo y fue Superman con un pegamento especial y lo arregló. La Mujer Maravilla lo fue a ayudar y fueron los Powers y Action, Man, el Hombre Araña, Batman, Robin, Gigantón y Van Halen”. Ante la pregunta de los padres de por qué o cómo fue que explotó todo contestó “porque un monstruo apretó una palanca y los superhéroes pelearon contra él y ganaron”. Como tantos otros, este niño transforma la violencia desatada del hombre contra el hombre creando una historia en la que liga lo que el adulto ha desligado en un intento de equilibrar su Yo ante el avasallamiento de lo real, la realidad externa traumática es metabolizada a través de los instrumentos que su pensamiento infantil le otorga. Podrá poner libremente en funcionamiento estos instrumentos cuando el encuentro inicial con el otro significativo origine un espacio psíquico donde aniden las constancias objetales afectivas por la presencia de un otro metabolizador de las cargas placenteras y displacenteras proyectadas por su Yo corporal-pulsional. Son experiencias de vida que favorecen y promueven la integración psíquica; nos dice Winnicott al respecto: “Allí se inicia la historia de los procesos secundarios y del funcionamiento simbólico así como de la organización de un contenido psíquico personal, que da base al soñar y a las relaciones de vida” (1965). En el posterior encuentro con los otros significativos se reeditará el sello inaugural del psiquismo del niño y con él enhebrará los signos de la realidad, sea desde un Yo integrado que le facilite contrarrestar los vasallajes de la realidad como en el caso presentado, sea desde un Yo acosado y dividido por las batallas entre lo interno y externo, sujetado a los paradigmas de violencia, destrucción y desligadura que la cultura actual le ofrece. Creo que en el encuentro actual del niño con el hombre las diferencias entre una vida psíquica en constitución y otra con recursos psíquicos más organizados se desvanecen cuando las vivencias de desamparo son compartidas, sin diferenciación entre el infans y el adulto. En estos casos, la natural capacidad de simbolizar junto con la plasticidad del pensamiento infantil, soportes del Yo para contrarrestar los vasallajes de la realidad, se debilitan. Es así que los estados traumáticos presentes en el devenir existencial del niño no encuentran un ambiente facilitador que regule, a través de la función simbolizante ligadora de representaciones, los efectos desestructurantes de la realidad traumática y el trauma del desamparo encuentra vías facilitadas para cristalizarse en el psiquismo infantil. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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¿QUÉ DIFERENCIAS PODEMOS ESTABLECER, SI LAS HAY, ENTRE ESTADOS TRAUMÁTICOS Y TRAUMAS DE DESAMPARO? A partir de Freud, el concepto de trauma utilizado por la medicina se eleva a la categoría de lo psíquico, por lo tanto la pulsión sexual, las fantasías, el deseo, y el objeto van a compartir con la realidad material el status de los agentes de lo traumático. El concepto va evolucionando a lo largo de su obra al mismo tiempo que produce importantes modificaciones en la comprensión de la metapsicología. Cuando Freud modifica la teoría de la seducción (1916) desplaza lo real del lugar de detonante traumático sin desecharlo. La vivencia de lo real significado desde la fantasía y el deseo quedará inscripto, pero su efecto traumático y patógeno se presentará en un a posteriori reactivado por un nuevo acontecimiento y por otras condiciones de maduración psíquica. Pienso que esta reactivación tendrá el carácter de traumática, y por lo tanto patógena, cuando, entre otras cosas, en la inscripción de la vivencia infantil resignificada hayan quedado anudados modelos de relación vincular, caracterizados por la presencia de un yo auxiliar desprovisto de un aparato para “pensar pensamientos” (Bion, 1962). En consecuencia, el estado de inmadurez e indefensión del psiquismo infantil no encuentra un modelo “suficientemente bueno” (Winnicott 1965) que ligue, simbolice o metabolize el caos pulsional y los impactos de lo real en una experiencia emocional nutritiva. Estos modelos instalan como diría Balint “la falta básica”(1969) que, al cristalizarse, promueve la constitución del trauma de desamparo generador de las patologías graves que se concretizan en la infancia, y no solo en un a posteriori. Siguiendo a Freud en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926 [1925]), cuando nos habla de la existencia de situaciones traumáticas paradigmáticas, el destete, el Edipo, el nacimiento de un hermano, la diferencia sexual anatómica, a pensadores contemporáneos como Laplanche, quien sostiene que el psiquismo se constituye en el encuentro asimétrico y traumático con el otro “por el impacto de los mensajes sexuales enigmáticos del otro sobre un organismo biológico” (1999), a los Botella, cuando sostienen que “la naturaleza de toda actividad psíquica participa de la misma potencialidad traumática” (1997), y observando la particular plasticidad y permeabilidad del psiquismo infantil por estar sujetado a los movimientos de investiduras, contrainvestiduras, desinvestiduras libidinales en su interacción con el otro significativo y o los otros significativos, postulo la diferencia entre estados traumáticos y traumas de desamparo. El nacimiento de un hermano, situación traumática paradigmática planteada por Freud (1926[1925]), es un estado traumático si el movimiento pulsional y la desorganización ambiental que el acontecimiento produce por

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su intensidad afectiva son metabolizados por el otro significativo, acción psíquica sostenida por el Yo desde Eros y el proceso del pensar. La pérdida del control de esfínteres, los problemas escolares, las regresiones temporales, la agresiones hacia los adultos, que se acoplan mas de una vez al nacimiento de un hermano, son mensajes de angustia señal, que emite el niño para alertarnos acerca del trabajo psíquico que está realizando su Yo para transformar el estado traumático en una experiencia de vida asimilable a su realidad psíquica sin heridas ni fracturas. Una niña de cuatro años fue traída a la consulta porque había comenzado a tener episodios de enuresis diurna y se negaba a continuar yendo al jardín de infantes al que concurría desde la edad de tres años. Hacía un año había nacido su hermano varón, nacimiento muy esperado y festejado por el papá, quien deseaba mucho tener un hijo varón. Ambos padres hacían terapia y la derivación había sido indicada por uno de los terapeutas. Según el relato de los padres, la niña había aceptado muy bien la llegada del hermano, sin manifestar celos, ni enojo para con él. Los padres decían, incluso, que parecía una mama chiquita cuando lo cuidaba, lo acunaba si lloraba, o le daba de comer. Con esta niña fueron suficientes algunas horas de juego, entrevistas familiares y vinculares con la mamá y el papá para la remisión de los síntomas. Volvió a la escuela, controló esfínteres y comenzó a enojarse con el hermano, a protestar cuando lloraba, o cuando jugaba con el papá. Esta niña reencontró en la terapia de tiempo limitado modelos de sostén que le facilitaron ligar y apaciguar las cargas liberadas por la portación de sentidos a su crisis vital: el miedo a la pérdida del amor paterno a raíz del nacimiento del hermano. Sin embargo, este mismo acontecimiento puede inscribirse como un trauma de desamparo si el otro significativo es un factor de desligadura cuando su psiquismo queda atrapado en el caos pulsional o en la crisis de la realidad. Otro niño de 6 años fue traído a la consulta porque en el jardín de infantes al cual concurría desde los dos años, y que estaba finalizando, no podía incluirse en las actividades, se retiraba a un rincón, jugaba solo y, cuando la maestra intentaba incluirlo en las tareas se ponía agresivo, la enfrentaba gritando o amenazando con romper algo. Los compañeros lo aislaban porque también los agredía cuando no aceptaban jugar a lo que él quería. Todas estas conductas habían comenzado a principio de año pero los padres responsabilizaban a la escuela de lo que le sucedía. Cuando estos mismos episodios comenzaron a repetirse en la casa, sobre todo con la mamá, a quien insultaba o intentaba pegarle cuando no le permitía hacer lo que él quería, los padres realizaron la consulta por indicación de la terapeuta del padre. En ese momento los padres estaban separados. De acuerdo al relato de los padres sobre su historia de vida, hasta la edad REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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de cuatro años, cuando nace el hermano, todo había transcurrido sin ninguna complejidad. A los 15 días del nacimiento de este segundo hijo, la madre fue internada de urgencia por un tumor cerebral que resultó ser benigno, pero luego de ser operada se le hinchó la cara y tuvo la cabeza vendada durante 15 días más. El niño estuvo al cuidado de su abuela o de una señora de confianza cuando no iba a la escuela y su padre se iba a trabajar. En esta época el niño no había tenido ningún problema en la escuela y actuaba como si nada hubiera sucedido en su vida, los cambios en su conducta se manifestaron recién al año siguiente, al comenzar la última etapa del preescolar, situación que coincidió con las desavenencias de la pareja parental. Los mecanismos de sobreadaptación y el funcionamiento omnipotente fueron los recursos que su yo infantil encontró, apoyado en el pensamiento mágico y animista, para mantener un equilibrio psíquico rudimentario, que se desmoronó ante la inminencia de una nueva separación: la terminación de su ciclo escolar, y la pérdida de la estructura familiar. Los dibujos (1) y (2) son de la primera hora de juego, él dice que “es una carrera de la muerte, porque los que pierden son atravesados con espadas venenosas para que no queden vivos y al ganador de la carrera se le entregaba una calavera”. Durante muchos meses en su producción gráfica en las sesiones aparecían monstruos con cuatro o cinco cabezas, con garras, cuchillos, y garrotes. El niño decía que era el jefe de los monstruos y que le obedecían; el dibujo (3) es uno de los monstruos que solía dibujar. Ser el jefe de los monstruos lo ubicaba en un lugar de todopoderoso, y cuando se incluía alguna intervención destinada a diferenciar fantasías de realidad se violentaba y decía “yo soy malo por eso soy el jefe” o “ yo no voy a venir más, me voy a matar con una espada filosa”. Comienza a relatarles a los padres historias en donde siempre había un niño que era muerto o atropellado, o que se enfermaba. Un día le cuenta al padre lo siguiente: “A un amigo de mi colegio de apellido (y nombra el propio) le nació un hermano con los pulmones chiquitos y no podía respirar, lo tuvieron que llevar al médico pero la mamá también estaba enferma y no lo podía atender”. Cuando el padre le señala que el amigo tiene el apellido de él, se enoja, le grita y le dice que no le hable más. En este niño las intensas vivencias de desvalimiento a que fue sometido su psiquismo por no tener a disposición un Yo auxiliar que le permitiera metabolizar o ligar los estados de angustia de pérdida de la función materna, habían transformado el estado traumático del nacimiento del hermano en un trauma de desamparo y así estalló el impulso destructivo de las fantasías de muerte y los monstruos entraron en escena. Empero, el espacio analítico le posibilitó

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elaborar las vivencias traumáticas que estos monstruos representaban. En ambas situaciones presentadas hubo un acontecimiento de la vida que por su intensidad promueve la instalación de la situación traumática, para la cual el Yo infantil no dispone aún de recursos psíquicos que amortigüen el impacto. Ahora bien, si en ambas hubo una “acumulación de excitación” (Freud, 1926) que lleva a una “vivencia de desvalimiento” (Freud, 1926) ¿qué es lo que determinará que esta situación sea un estado traumático impulsor de crisis vitales o un trauma de desamparo fuente de sufrimiento psíquico? Anteriormente esbocé algunas ideas al respecto, en este momento voy a puntualizar otras cuestiones en relación a la capacidad de metabolización materna en primera instancia y paterna en segunda instancia en el pasaje de un estado traumático a un trauma de desamparo. En el encuentro inicial con el otro significativo se comienza a construir entre dos la “matriz inicial intrapsíquica” (Benseñor, 2003). El trabajo psíquico de decodificación y traducción que el Yo auxiliar realiza sobre los mensajes emitidos por el niño le proveen a éste “imágenes metabolizadas de la situación creada” (Benseñor, 2003). Esta metabolización se instala si el objeto nutricio pone a disposición del infans su funcionamiento simbólico engarzado con la pulsión sexual, movimiento psíquico que metaboliza las cargas placenteras y displacenteras provenientes del Yo-corporal pulsional, ligando significados a través del gesto, el contacto cuerpo a cuerpo, el lenguaje. Sostenido en este funcionamiento, el niño introyecta estas imágenes en un primer tiempo como sensaciones interoceptivas y propioceptivas, en un segundo tiempo como “imágenes mentales interiorizadas” (Benseñor, 2003). En un tercer tiempo los aportes de significados que el otro paterno incluya en esta díada inicial, amplía, complejiza y enriquece la matriz inicial intrapsíquica. Nuevamente los gestos, el cuerpo a cuerpo, y el lenguaje son las vías que facilitan estos intercambios simbólico-afectivos, soporte de futuras representaciones y de los procesos de pensamiento. Creo que la dupla madre-padre en distintos tiempos son creadores de ligaduras libidinales entre lo interno y lo externo, siempre y cuando en sus espacios mentales entre lo primario y lo secundario se instale lo terciario o simbólico que, al decir de Green, “se trata de una transicionalidad interna que permite al sujeto establecer ligaduras tanto en el plano de la lógica de la realidad como el de la lógica del fantasma” (1998-1999). El establecimiento de ligaduras intrapsíquicas, facilitada por los intercambios simbólico-afectivos entre la capacidad de metabolización materna en primera instancia, y paterna en segunda instancia, posibilita que los acontecimientos que se susciten en su devenir existencial tengan un carácter de estados traumáticos promotores de movimientos psíquicos, creadores de REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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nuevas y complejas organizaciones mentales, de lo contrario cualquier acontecimiento puede transformarse en un trauma de desamparo cuando el psiquismo se ve inundado de vivencias dolorosas no posibles de ser significadas, ligadas, por la metabolización del otro significativo. La falla de esta función conduce a que las situaciones traumáticas paradigmáticas, al decir de Freud (1926[1925), se instalen en el psiquismo en estructuración como traumas de desamparo, fuente de sufrimiento psíquico.

¿QUE DEMANDAN LOS NIÑOS DE HOY A LOS ANALISTAS DE HOY? La clínica infantil nos enfrenta cotidianamente con niños carentes de vínculos afectivos estables, dado que la familia de hoy tiene poco tiempo y espacio para desarrollarlos, acosada por la violencia de los acontecimientos socio-culturales generadores de vivencias de incertidumbre, desconfianza, desamparo. En consecuencia, los vacíos afectivos en los que quedan inmersos los niños operan en contra de su natural riqueza simbólica y la plasticidad de su pensamiento, porque su psiquismo en constitución no dispone de la movilidad psíquica necesaria para contrarrestar los efectos negativos que la realidad caótica o frustrante ejerce sobre ellos. Por lo tanto, los niños nos demandan: Que les ofrezcamos el espacio analítico para ingresar a la red intersubjetiva en la que se hallan instalados, los procesos simbólicos, dadores de sentido y coherencia psíquica, que constituyen, a su vez, la vía regia hacia el desmantelamiento de lo traumático. Que ampliemos nuestro horizonte de comprensión y análisis, incluyendo en nuestra escucha analítica tanto sus procesos intrasubjetivos, mundo interno, realidad psíquica, como los espacios intersubjetivos que se abren para ellos en la relación vincular con el otro y o los otros significativos. Que agudicemos nuestra escucha analítica para descubrir si su repertorio sintomático denuncia la existencia de un estado traumático o de un trauma de desamparo, que nos señalará el camino de la técnica: trabajo con el niño, y/o sesiones vinculares, sesiones familiares, orientación a padres, intervenciones en la escuela. Que nuestro Yo conectado con el mundo pulsional sexual se constituya en un portador de ligaduras entre los sutiles entramados afectivos que circulan entre los procesos intrasubjetivos e intersubjetivos. Que nuestro aparato de pensar pensamientos les sirva para decodificar y otorgar sentido a los mensajes de angustia señal que condensan sus síntomas, para liberar su pensamiento del caos pulsional o del vasallaje de la realidad y favorecer con el otro y los otros significativos, un encuentro que

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potencie sus cualidades psíquicas en constitución. Los analistas de hoy nos encontramos ante el desafío de abrir un espacio de juego en nuestra mente a través de la transferencia de los objetos y fenómenos de la realidad interna y externa que el niño nos transfiere, y de estar atentos a la multiplicidad de los procesos psíquicos que se desarrollan en nuestra mente en el encuentro con el niño y su entorno, atendiendo a la contratransferencia y a las “paratransferencias” (Racker, 1960), así como de observar cómo nuestro Yo se integra a Eros o se desliza hacia Tánatos, todos movimientos psíquicos que nos indican en qué momento nuestra mente está siendo capturada por la realidad traumática de nuestro tiempo, a la que nuestro paciente niño corre el riesgo quedar sometido. Y si volvemos a Winnicott nos recomienda tener presente que el espacio analítico “Se trata de una zona que no es objeto de desafió alguno, porque no se le presentan exigencias, salvo de la que exista como lugar de descanso para un individuo dedicado a la perpetua tarea humana de mantener separados y a la vez interrelacionados la realidad interna y la realidad exterior” (1971).

RESUMEN En este trabajo se presentan las ideas que sobre el trauma infantil, la autora ha desarrollado a partir de su experiencia clínica con niños. Sostiene que la particularidad de esta clínica, es trabajar con un sujeto en constitución y por lo tanto dependiente de los efectos que sobre él tienen “el otro y o los otros significativos”, situación vital que se incluye en el espacio bidimensional entre analista y paciente. Esta situación enmarca desde el inicio la operatoria analítica, por lo tanto los niños nos desafían a realizar un esfuerzo de conceptualización acerca de cómo en la metapsicología infantil la realidad externa y la realidad psíquica o interna, en todas sus manifestaciones, se combinan y dan cuenta del origen y la génesis de lo traumático en sus dos vertientes, como “estados traumáticos”, impulsores de crisis vitales facilitadoras de nuevas ligaduras intrapsíquicas, estructurantes del psiquismo, o como “traumas de desamparo”, fuente de sufrimiento psíquico por acumulación de carencias afectivas ambientales, generadores de un vivenciar traumático que se cristaliza en su psiquismo como vacíos representacionales, sin ligaduras. Las cuestiones en relación al trauma en sus dos vertientes, le plantean una serie de interrogantes que ira desarrollando a lo largo del trabajo, como ser: ¿de qué sufre el niño actual?, ¿qué lugar tiene la realidad en la vida psíquica infantil, ¿Qué diferencias podemos establecer, si la hay, entre estados traumáticos y traumas de desamparo? ¿Que demandan los niños de hoy a los analistas de hoy? REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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La viñetas clínicas servirán de apoyo para el desarrollar las ideas que cada una de estas preguntas le motivan, al mismo tiempo dan cuenta de cómo la constitución de lo traumático en sus dos vertientes, está determinada por los modos de vinculación que el “otro y/ o los otros significativos” establecen con el niño-a. Sostiene que el psicoanálisis infantil tiene mucho para aportar al psicoanálisis actual porque ofrece la posibilidad de observar, investigar e intervenir en la génesis de los procesos mentales. Lo que luego se reconstruye en el análisis de los adultos, se está constituyendo. DESCRIPTORES: NIÑO / REALIDAD MATERIAL / REALIDAD PSÍQUICA / OTRO / SITUACIÓN TRAUMÁTICA / DESAMPARO. .

SUMMARY What do children tell us about trauma? The author presents ideas about childhood trauma that she has developed through her clinical experience with children. She considers that the distinguishing feature of this clinical praxis is that it works with a subject in the process of constitution and therefore dependent on effects of “the significant other and/or others”, a life situation that is included in the bidimensional space between analyst and patient. This situation frames analytic operatory from the outset, and hence, children challenge us to make an effort to conceptualize how, in child metapsychology, external reality and psychic or internal reality, in all its manifestations, come together to explain the origin and genesis of the traumatic in its two facets: as “traumatic states”, inductors of life crises which facilitate new intrapsychic binding that structures the psyche, or as “trauma of helplessness”, a source of psychic suffering due to an accumulation of environmental affective deficiencies, generators of traumatic experiencing which crystallizes in the psyche as unbound representational lacunae. Issues in relation to these two facets of trauma give rise to a number of questions that are investigated throughout this article, such as: what do today’s children suffer?; what is the place of reality in a child’s psychic life?; what differences, if any, may we establish between traumatic states and trauma of helplessness?; what do today’s children demand of today’s analysts? Clinical vignettes support the discussion of ideas motivated by each of these questions and also explain how the constitution of the two facets of the traumatic is determined by relationship modes established with the child by the “significant other and/or others”. The author considers that child psychoanalysis has much to contribute to psychoanalysis today, since it offers an opportunity to observe, investigate and intervene

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in the genesis of mental processes. Everything that is later reconstructed in the analysis of adults is being constituted. KEYWORDS: CHILD / MATERIAL REALITY / PSYCHIC REALITY / OTHER / TRAUMATIC SITUATION / HELPLESSNESS.

RESUMO O que as crianças nos dizem sobre o trauma? Neste trabalho são apresentadas as idéias sobre o trauma infantil que a autora desenvolveu a partir de sua experiência clínica com crianças. Sustenta que a particularidade desta clínica é trabalhar com um sujeito em constituição e, portanto, dependente dos efeitos que “o outro e/os outros significativos” têm sobre ele, situação vital que é incluída no espaço bidimensional entre analista e paciente. Esta situação enquadra, desde o início, a operatória analítica, por isso as crianças nos desafiam a realizar um esforço de conceitualização sobre como na metapsicologia infantil a realidade externa e a realidade psíquica ou interna, em todas suas manifestações, se combinam e dão conta da origem e a gênese do traumático em suas duas vertentes, por exemplo, “estados traumáticos” impulsores de crises vitais facilitadoras de novas ligações intrapsíquicas, estruturantes do psiquismo, ou “traumas de desamparo”, fonte de sofrimento psíquico devido a acumulação de carências afetivas ambientais, geradores de um vivenciar traumático que se cristaliza em um psiquismo como vazios representacionais, sem ligações. As questões relacionadas com o trauma em suas duas vertentes geram uma série de perguntas que a autora vai desenvolvendo durante todo o trabalho, como por exemplo: de que sofre a criança atual? Que importância tem a realidade na vida psíquica infantil? Que diferenças podemos estabelecer, se é existem, entre estados traumáticos e traumas de desamparo? O que crianças de hoje exigem dos analistas atuais? As vinhetas clínicas servirão de apoio para o desenvolvimento das idéias que cada uma destas perguntas lhe motiva e, ao mesmo tempo dão conta de como a constituição do traumático nas suas duas vertentes está determinada pelos modos de vinculação que o “outro e/ou os outros significativos” estabelecem com a criança. Reafirma que a psicanálise infantil tem muito para aportar à psicanálise atual, porque oferece a possibilidade de observar, investigar e intervir na gênese dos processos mentais. O que vem depois será reconstruído ao analisar-se a pessoa adulta. Isto está sendo constituído. PALAVRAS-CHAVE: CRIANÇA / REALIDADE MATERIAL / REALIDADE PSÍQUICA / O OUTRO / SITUAÇÃO TRAUMÁTICA / DESAMPARO. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN MAYO DE 2010]

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Los dibujos son de la primer hora de juego, él dice que “es una carrera de la muerte, porque los que pierden son atravesados con espadas venenosas para que no queden vivos y al ganador de la carrera se le entregaba una calavera”. La pista que se ve en negro y las manchas en el papel, el niño las dibujo con marcador rojo igual que la calavera, los autos y las espadas son negras.

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Resentimiento terminable e interminable en El último encuentro de Sándor Márai * Luis Kancyper

Hay libros que se hacen escuchar a lo largo de la historia. El último encuentro, de Sándor Márai, es uno de ellos. Sobre todo porque está compuesto de pasiones que propagan, enfrentan y conjugan sus efectos en una trama cuya tensión aumenta, línea tras línea, hasta que se hace casi insoportable; pero la prosa continúa, implacable, precisa, fiel reflejo del empeño de los protagonistas por hurgar hasta en lo más recóndito de sus almas, allí donde se encuentran destellos epifánicos de esas verdades cuyo descubrimiento provoca, al mismo tiempo, un insoslayable dolor y un incontenible impulso vital. La escritura que da vida al universo Márai (1900-1989) es contenida, precisa, exquisita, pero sin desbordes; sus narradores se saben sobrevivientes, un tanto miserables o cobardes, y no lo ocultan. Ya están de vuelta. Saben que dialogan con sueños o fantasmas, que habitan una patria hecha de lenguaje y de memoria, y es claro que allí sólo ha de surgir la palabra urgente, verdadera, necesaria, imperiosa. Sus temas son: la amistad, el amor, la traición, el secreto, el engaño, la ofensa, el perdón, la verdad, la compasión y la pasión de la venganza. En El útimo encuentro se ponen de manifiesto la confluencia y contienda entre diversas pasiones en pugna, dentro de las cuales destacaré sólo tres: a) La pasión del resentimiento y del remordimiento que clama venganzas. b) La pasión promovida por la irrefrenable búsqueda de la verdad. c) La pasión de la compasión, que siembra solidaridad, engendrada en la amistad gemelar. Las dos últimas pasiones aúnan sus fuerzas, prevalecen y obtienen finalmente un triunfo sobre la acerada memoria de un rencor que se ha mantenido incólume durante 41 años y 43 días. Dos hombres mayores, de setenta y cinco años, que de jóvenes habían sido amigos inseparables, se citan a cenar. Uno, Konrád, ha pasado mucho tiempo en Extremo Oriente, el otro, Henrik, el General, ha permanecido *

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en su propiedad. Pero ambos han vivido a la espera de este momento, pues entre ellos se interponen las memorias del pavor, del rencor y del dolor, con una fuerza singular. Todo converge en un duelo sin armas, aunque tal vez mucho más cruel: un duelo de palabras sinceras y profundas, cargadas de la emotividad transparente de la vejez, donde ya todo puede decirse, y cuyo punto común es el recuerdo imborrable de una mujer, Krisztina, un personaje misterioso del que apenas se ofrece información, pero que finalmente se descubre como la esposa del general. Con gran morosidad se adivina una infidelidad y una traición en la amistad, y más adelante se descubre que la pasión de la verdad es en realidad el motivo que llevó a Konrád a huir, abandonando la amistad. La venganza se perfila como una especie de proceso judicial, en el que Konrád aparece como el acusado en los pliegues de la memoria incandescente del rencor del General Henrik.

HENRIK Y KONRÁD: UNA AMISTAD GEMELAR La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; Un corazón que habita en dos almas. Aristóteles

Sándor Márai (1900-1989), cuyo verdadero nombre era Sándor Károly Henrik Grosschmid, creía como su contemporáneo Jorge Luis Borges (18991986) en la función liberadora de la amistad. Su obra es un elocuente alegato a favor de la amistad. Néspolo (2008) señala: “para Sándor Márai la amistad es sinónimo de hermandad, es una hazaña, en el sentido más silencioso y fatal de la palabra, una hazaña desinteresada hecha de un amor donde no resuenan sables ni espadas. Es, por supuesto, también una pasión, pero una pasión purificada por el corazón humano”– dice Henrik en la soledad de sus bosques – “una pasión que no duele, que no destruye, y que quizá sea “la relación más intensa de la vida”. Como todas las demás relaciones humanas tiene también su erotismo, pero al erotismo de la amistad no le hace falta el cuerpo… no le es atractivo, resulta incluso inútil. Sin embargo, no deja de ser erotismo (p.98)”.(…)“Para Márai, como para Tolstoi y Proust, la amistad es la relación más noble que pueda haber entre los seres humanos, es en el fondo un servicio y por lo tanto es también sinónimo de honor”(p.99). Según Zeltner (2001), biógrafo de Márai, el tema de la amistad había tenido un lugar importante en la vida y en el desarrollo de su obra literaria. Algunas experiencias y amistades trascendentales lo mantuvieron unido al colegio de los Premostratenses de Kaschau. Más tarde, en sus memorias, REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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retorna incesantemente a esa escuela. En un artículo escrito en 1933 dice lo siguiente acerca de los profesores que tuvo allí: “les estoy agradecido por todo: por haberme educado y expulsado (…). Todos los que estábamos bajo su autoridad siguen unidos en una amistosa relación y se reúnen año tras año; acaso mis profesores me permitan decir que, aunque fuera expulsado, continúo sintiéndome alumno suyo de corazón. ¡Cuánta razón tenían, entonces y ahora! Poco a poco empiezo a comprenderlo” (p.30). Las ambiciones literarias más tempranas de este colegial pueden comprobarse también a través de una amistad que dejó sus huellas en Márai mucho más allá de su época de escolar. “Nunca obtuve después de ninguna persona lo que recibí gracias a esa amistad de la infancia”, recordaba Márai hablando de su estrecha relación con Dönyi, un año mayor que él, que se llamaba Ödön Mihályi (en realidad, Schwartz). Esta amistad que se remontaba a la infancia los unió en la adolescencia, y se convirtió después en una relación sólida y duradera Y estos amigos espiritualmente tan afines mantuvieron una correspondencia llena de reflexiones y se confiaron sus secretos más íntimos. Dönyi fue quien abrió el corazón de su amigo a Tolstoi y Shakespeare, y se los dio a leer. Ya escribía poemas cuando el Sanyi (Márai), adolescente, apenas si era capaz de elaborar una redacción escolar. Mientras que sus compañeros aún jugaban a “policías y ladrones”, ellos ya jugaban a ser “escritores” y a la “literatura”. Petulantes y llenos de pretensiones, consideraban como el único medio de expresión válido y provechoso lo que estaba fijado “por escrito” y despreciaban todo lo que no era literatura “pura”. En años posteriores, al dedicarse Márai al periodismo, en exceso, para el gusto de Dönyi, se abrió una profunda grieta en esa amistad; pero cuando en 1930 Ödön Mihályi murió, habiendo sido un poeta y un escritor reconocido y prometedor, Márai, que entretanto también había alcanzado cierto renombre literario, escribió el prólogo al volumen de poemas y relatos de su amigo publicado póstumamente. (Zeltner, p.30-32). Para Agamben (2005) la amistad se inscribe en una categoría particular. Tiene un rango ontológico, porque lo que está en cuestión en la amistad concierne a la misma experiencia, la misma sensación de ser. “La sensación de ser” está de hecho siempre re-partida y com-partida, y la amistad nombra ese compartir. El amigo es, por esto, otro sí, un doble especular no consanguíneo ni impuesto, que refleja y aporta el con-sentimiento de sentirse uno existir y vivir. Pero entonces también por el amigo se deberá con-sentir que él existe y esto adviene en el convivir y en el tener en común una mutualidad de sensaciones, afectos, valores y reflexiones. En este sentido en la amistad ambos se eligen y reflejan. El origen y mantenimiento de la amistad requiere de un reconocimiento y confirmación recíprocos.

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La amistad y el amor se han comparado muchas veces como pasiones complementarias y en otras, las más, como opuestas. Octavio Paz (1994) sostiene que podemos estar enamorados de una persona que no nos ame; pero la amistad sin reciprocidad es imposible. En efecto, en el campo dinámico de la amistad cada participante se interesa por lo más propio, personal y original del amigo (Vallino-Macció, 1996). Aristóteles le dedica un verdadero tratado a la amistad, que ocupa los libros octavo y noveno de la Ética para Nicómaco, en los que expone su tesis: a) La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas; b) no se puede vivir sin amigos; y c) es preciso distinguir la amistad fundada sobre la utilidad o sobre el placer, de la amistad virtuosa, en la cual el amigo es amado como tal. La amistad es lo contrario a la no consideración del otro, a negarle su existencia, a su nadificación, a la omisión de su presencia. El amigo como doble especular, que confirma y convalida al sujeto en su identidad, se diferencia y no se superpone en su origen y función con un otro doble especular, edípico y fraterno, que suele operar ambivalentemente en la intersubjetividad para neutralizar y yugular las angustias de desamparo y de castración. El amigo, como un derivado exogámico de las constelaciones familiares, no se halla investido por las ambivalentes relaciones endogámicas de dominio, pero en la psicodinámica de la amistad suelen filtrarse ciertos traumas y situaciones conflictivas no resueltas con los hermanos y padres desvirtuando, a través del uso y abuso del poder, los aspectos solidarios de la confraternidad. En El último encuentro Márai descubre, como un magnífico observador de la naturaleza humana, la presencia de una fantasía gemelar, representante de una dimensión narcisista que subyace en el campo dinámico intersujetivo de la amistad, y que confiere a la relación entre los amigos un sentimiento oceánico (Freud, 1930) y de inmortalidad. Konrád dormía en la cama contigua a la suya. Tenían diez años cuando se conocieron. Convivieron con naturalidad desde el primer momento, como gemelos en el útero de su madre. Para ellos no tuvieron que hacer ningún “pacto de amistad”, como suelen los muchachos de su edad, cuando organizan solemnes ritos ridículos, llenos de pasión exagerada, al aparecer la primera pasión en ellos – de una forma inconsciente y desfigurada – al pretender por primera vez apropiarse del cuerpo y del alma del otro, sacándole del mundo para poseerlo en exclusiva. Esto y sólo esto es el sentido del amor y de la amistad. La amistad entre los dos muchachos era tan seria y tan callada como cualquier sentimiento importante que dura toda una vida. Y como todos los sentimientos grandiosos, también contenía elementos de pudor y de culpa. Uno no puede apropiarse de una persona y alejarla de REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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todos los demás sin tener remordimientos. Ellos supieron, desde el primer momento, que su encuentro prevalecería durante toda su vida. (p. 36-37). Henrik ajustó su vida a una escena imaginaria donde él y su amigo eran como dos gemelos que idealmente no se separarían jamás. En su fantasía ambos se hallaban indisolublemente unidos a una misma mujer. La mujer tenía la categoría de un objeto-cosa. Ella era, en realidad, un elemento de la configuración fantasmática triangular, el velo que enmascaraba y a la vez delataba el erotismo entre los dos amigos. En este libro se pone en evidencia que la pasión esencial que los unía era la amistad, y que el amor a Krisztina era una derivación de la identificación gemelar, una presencia secundaria entre ambos. Es decir, que la escenificación imaginaria de la amistad gemelar ha creado la presencia de Krisztina como consecuencia de la pasión de la identificación simbiótica entre ambos. La fantasía singular de la amistad gemelar incluye la copertenencia fraterna a una sola mujer. Ambos comparten una pasión ambigua generadora de una dinámica paradojal inherente al doble con sus fantasías maravillosas e inalcanzables de una perfecta especularidad por un lado, y por el otro, las ominosas fantasías fratricidas y de robo, ya que cada sujeto abriga, en secreto y con remordimientos, la pasión de ser el elegido por los padres-dioses y ejercer un dominio totalizador y no compartido: el unicato. Podemos suponer que esta fantasía gemelar en la amistad representa un intento defensivo para neutralizar el sentimiento del desamparo inaugural. En esta fantasía el sujeto escenifica un deseo singular: a través del gemelo satisface detentar un poder omnímodo, un saber totalizador y un dominio omnipotente sobre el semejante. La búsqueda fantasmática de una amistad gemelar le confiere al sujeto la satisfacción narcisista de hallar una garantía de complementariedad y armonía perfectas. Este deseo, “manifestación de la extraordinaria sobrestimación de los actos psíquicos, como fenómeno parcial de la organización narcisista primitiva infantil” (Freud 1913, p.155), surge como una escenificación imaginaria defensiva ante la imposibilidad estructural que tiene el sujeto de obtener un gobierno sobre el sí mismo propio (Bewältigungstrieb), y una relación de dominio totalizador sobre el otro (Bemachtigungstrieb). Lo gemelar es lo opuesto a la asunción de lo diferente, de lo complementario y de lo semejante. Propongo a continuación, como hipótesis, que el deseo tan vehemente de conservar y retener al amigo en la vida y en la muerte, que subyace en el campo dinámico intersubjetivo de la amistad, habría estado incrementado en Sándor Márai por la permanencia activa de la memoria del pavor generada por un trauma familiar temprano. Zeltner nos recuerda en su biografía cómo la pérdida temprana de una hermanita y el nacimiento a los cinco años

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de una nueva hermana habían dejado sus marcas tanto en el autor como así también en su madre. “Cuando Sándor tenía dos años, y su hermana pequeña, todavía de pañales, acababa de perder la vida por un descuido del ama, su madre lo “mimó de forma enfermiza”. Lo vestía con ropas llamativas, le concedía todos los caprichos aun antes de pedirlos y lo cubría de juguetes con cualquier pretexto. “Cuando tenía cinco años hizo que me confeccionaran un uniforme de húsar y que el zapatero me hiciera unas botitas a medida; al carpintero le encargaba juguetes que ella misma había diseñado”. Y luego, ese “idilio” terminó: nació una hermanita, la “niña” a la que se dirigió desde ese momento todo el amor y toda la atención exclusiva de la madre. La hermanita le disputaba su rango y posición. “Es posible que sólo yo lo sintiera así, pero había algo cambiado de repente a mi alrededor: dejé de ser el número uno; caí en un destierro singular, penoso. Me esforzaba por ser un niño bueno a fin de recuperar el paraíso perdido” (p.23). Podemos suponer que la escenificación fantasmática de la amistad gemelar en Márai habría estado comandada por una culpabilidad fraterna temprana e inconsciente por la materialización en la realidad externa de fantasías agresivas y ambivalentes de amor y odio y de muerte que se reaniman inexorablemente en el niño ante el nacimiento de los hermanos. Una situación traumática escindida, generadora de remordimientos acérrimos, que se manifestaba a través de una reparación compulsiva sobre un otro investido como un doble escópico e inmortal y sobre el cual se anhelaba detentar un control omnipotente de objeto (Grinberg, 1967). Te fuiste como un malversador, como un ladrón, te fuiste después de haber estado con nosotros, con Krisztina y conmigo, aquí, en esta misma casa, donde solíamos pasar horas y horas todos los días y algunas noches, durante años, en medio de una confianza y de una íntima hermandad como la que une a los gemelos, esos seres peculiares que la naturaleza caprichosa une para siempre, en la vida y en la muerte. Los gemelos, como sabes, incluso en la edad adulta, y hasta separados por grandes distancias, lo saben todo el uno del otro. Obedeciendo las órdenes ocultas de su metabolismo, enferman al mismo tiempo, de la misma dolencia, aunque uno viva en Londres y el otro lejos, en otro país. No se escriben, no se hablan, viven en circunstancias muy distintas, comen alimentos diferentes, los separan miles y miles de kilómetros. Sin embargo, a la edad de treinta o de cuarenta años, sufren al mismo tiempo la misma enfermedad, un cólico hepático o una apendicitis, y les quedan las mismas posibilidades de vivir y de morir. Los dos cuerpos viven en simbiosis, como en el útero materno… Los dos aman y odian a las mismas personas. Es así, es una ley de la naturaleza. No ocurre muchas veces… pero tampoco es tan raro como algunos creen. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Yo he llegado a pensar que la amistad es un lazo parecido a la unión fatal de los gemelos. Esa peculiar correspondencia de las vocaciones, de las simpatías, de los gustos, de los aprendizajes, de las emociones ata a dos personas y les asigna un mismo destino. Hagan lo que hicieran contra el otro, sus destinos seguirán siendo comunes. Huyan donde huyeren, seguirán sabiendo el uno del otro todo lo que resulte importante. Ya elijan un nuevo amigo o una nueva amante, no se librarán de sus vínculos sin el permiso secreto y tácito del otro. El destino de estas personas transcurre así, de manera paralela, aunque el uno se aparte del otro y se vaya muy lejos, al trópico por ejemplo (p. 102-104). En la amistad gemelar el otro no es investido como un sujeto diferenciado, sino como “la persona que fue una parte del sí-mismo propio” (Freud, 1914, p.87). Es un amor fusionado que se halla en las antípodas del amor objetal señalado por S. Weil: “Amar es reconocer en nosotros que los demás son otros, y no criaturas de nuestra imaginación”. En efecto, Konrád había sido investido como un aspecto escindido de Henrik. Se trata de una relación singular que nos remite a la descripción de W. Bion (1950), en “El gemelo Imaginario”, cuando se refiere a la manera en la que un paciente crea, con aspectos escindidos de sí mismo, un doble imaginario. “El mellizo imaginario es una expresión de su incapacidad de tolerar un objeto que no estaba totalmente bajo su control. La función del gemelo imaginario era por lo tanto negar una realidad distinta de él mismo. Junto a esta negación de la realidad externa estaba su incapacidad de tolerar las realidades psíquicas internas” (p.34). El gemelo imaginario pone de manifiesto la dificultad que tienen ciertos pacientes narcisistas de registrar la alteridad discriminada, de conceder al otro una existencia en cuanto persona real y no una cosa creada y dominada por él mismo. En la amistad gemelar ambos se hallan indisolublemente unidos en la vida y hasta en la muerte. Sobre ambos recaen un control y vigilancia permanentes que tienen una íntima conexión con la “omnipotencia de pensamiento” descrita por Freud en 1913. El control omnipotente sobre Konrád había sido un intento defensivo usado por el General para negar su propia dependencia y hacer sentir al otro como un mero objeto de la necesidad de depender. Operaba además como un reaseguramiento narcisista para desmentir el accionar de sus angustias desorganizantes de desamparo y de muerte. En efecto, el control omnipotente y masivo que inundaba toda la relación en la amistad gemelar estaba destinada a obtener un saber totalizador acerca del otro. El General mantenía una creencia psíquica que nada de lo que ocurriera con él o con su amigo podía escapar al influjo de su control y de sus “influencias mágicas”.Creía que podía manejar toda la relación de acuerdo a

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su voluntad. Pero este control, junto a los sentimientos de triunfo y de desprecio, encubría sus angustias de persecución. Se sentía expuesto a ser atacado y dañado por su amigo, y recurría nuevamente a sus mecanismos de defensa omnipotentes para mantener el control y el aislamiento. En este libro la pasión de la amistad sobrevive a la muerte de la pasión hacia la mujer. En este sentido El último encuentro representa el reencuentro último con la verdad, el último adiós a la pasión de la amistad que los mantuvo ligados y que ha aportado un sentido y un significado a sus vidas. Tú estabas por ahí, por el mundo, y Krisztina murió, y yo vivía en la soledad, en el resentimiento y Krisztina murió. Ella nos respondió a los dos de la manera que pudo: ya ves, los muertos responden bien, de una manera definitiva; de una manera inequívoca. Eso es lo que ha ocurrido. ¿Qué otra cosa habría podido decir, después de ocho años, aparte de morir? Nadie puede decir más, y así respondió a todas las preguntas que tú y yo le pudiéramos haber hecho, si ella hubiese querido hablar con cualquiera de los dos. Sí, los muertos responden bien. Sin embargo, fíjate, ella no quiso hablar con ninguno de los dos. A veces me da la sensación de que de los tres era ella la engañada, ella, Krisztina. No yo, a quien ella engañó contigo, ni tú, que me engañaste con ella. (p.169). En la fantasía que comanda la dinámica narcisista en la amistad gemelar se pone en evidencia además otro tema: el del hijo elegido, que nos remite al mito bíblico de Caín y Abel. Sin embargo, el desenlace final entre Henrik y Konrád difiere de la versión bíblica. En lugar del fratricidio, ambos se reencuentran para develar verdades. Esta relación triangular entre los amigos-gemelos y Krisztina nos evoca a la estructura triangular desplegada en el cuento de J.L.Borges La Intrusa. Con la siguiente diferencia: en el cuento del autor de “El Aleph”, Cristián y Eduardo Nilsen son hermanos y no son amigos. Pero en ambos relatos se presentifican los mismos temas de la rivalidad, del preferido y del excluido, temas en los que se reanima no sólo la estructura edípica; también participan las dinámicas narcisista y fraterna. En El último encuentro se asiste a un flagrante triunfo de Eros sobre Tánatos: la prevalencia de “el bienestar de la cultura” sobre “el malestar en la cultura”, el elogio de la amistad-hermandad que contrarresta y triunfa sobre el Homo homini lupus de Hobbes. En realidad, en El último encuentro, la amistad es el eje central que da sentido a todo el libro, por encima de cualquier otra pasión humana. Es un momento de verdad en el cual se puede apreciar o entender la revelación de que el resentimiento interminable puede devenir terminable, y que los protagonistas pueden librarse finalmente del destino REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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trágico signado por los enconados personajes que pueblan las tragedias de Shakespeare. En El último encuentro la memoria del rencor cede finalmente su lugar a la memoria del dolor. En efecto, en el final del libro Henrik, después de la despedida de Konrád, admite y acepta la pérdida dolorosa y no rencorosa de su mujer y su pasaje hacia otras realidades. Es un momento singular en donde se produce un giro: el pasaje de un duelo patológico de un muerto vivo al procesamiento de un duelo normal. Giro, que como punto de inflexión, le posibilita al General Henrik encontrar recién entonces un lugar disponible en su casa, para ubicar un retrato de Krisztina en el hueco del pasillo lleno de otros retratos.

RESENTIMIENTO TERMINABLE E INTERMINABLE El resentimiento como manifestación afectiva de la pulsión de muerte se diferencia de la envidia y del odio promovidos también por Tánatos, y se relaciona además con otros afectos provenientes de la pulsión de vida (Kancyper, 2006). El par antitético amor-resentimiento es un continuo consonante con otro par, que es el de Eros-Tánatos. Ambos son indisolubles porque se modulan entre sí y además se hallan durante toda la existencia intrincadamente activos y en proporciones diversas. Considero necesario diferenciar diferentes modalidades dentro del resentimiento: del resentimiento fundador al resentimiento patológico. Ambos coexisten. El resentimiento fundador es constitutivo de la subjetividad; surge ante la inevitable frustración de la idealidad y mantiene sus nexos íntimos con la dinámica paradojal del narcisismo. Este resentimiento fundador surge a partir de la Versagung, la frustración de una expectativa que no se ha cumplido: el encuentro del sujeto con un objeto ideal que asegura un encastre perfecto para la satisfacción de un semejante. Melman (2004) señala, desde una visión lacaniana, la presencia inevitable de un resentimiento fundador: “el sujeto” (“je”) emerge allí donde “x” ha sufrido. Ya no tiene que ver con la habitación de los padres, sino con el traumatismo que puede deducirse siempre de allí: porque para un niño de dos, la promesa no se ha cumplido. No hay, pues, nada que esperar del resentimiento, excepto la comodidad de una posición subjetiva, asegurada en su derecho a reparaciones que, de todos modos, no hacen más que alimentarlo. No se puede hacer el duelo de un objeto que no se pudo perder, puesto que el mismo nunca estuvo allí; de ahí, un erotismo de la muerte que es, en este caso, el arquetipo de una pérdida real posible. Digamos que el resentimiento se sostiene en una histeria del duelo, según la fórmula: lo he perdido porque hubiera podido estar allí. Ya no podemos interpretar la subjetividad sin hacer

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referencia al trauma de que ella es o habría podido ser víctima. El sujeto ya no es el del deseo, sino el del latigazo que lo unificó” (p. 684). Se genera así una ética del resentimiento que, montada sobre el resentimiento fundador, puede llegar a devenir patológico. Asume entonces el sujeto rencoroso una posición subjetiva característica: a de la empecinada víctima privilegiada, sostenedora de una cosmovisión castrense: matar o morir, verdugo o víctima, amigo o enemigo. Esta posición suele manifestarse en la clínica a través de la eclosión recurrente del re-proche, re-clamo y represalia incoercibles. Con frecuencia, el resentimiento y el remordimiento patológicos pueden llegar a operar también como una defensa, ante la imposibilidad de admitir la pérdida de lo irrecuperable. Representan así el único y el último vínculo posible con los objetos primarios, y su abandono significaría el derrumbe definitivo de la ilusión y la aceptación de que, real y efectivamente, se han perdido dichos objetos para siempre. En cambio, el sujeto resentido no acepta lo que le sucedió, lo vive como injusto, y por ello necesita obtener como resarcimiento lo imposible, para tener por lo menos algo de lo que le han privado inmerecidamente. Cuando se instala el resentimiento patológico en el sujeto y en la psicología de los pueblos, se legitima una regresiva voluntad de dominio omnipotente, que aspira a imponer un poder retaliativo sobre ese otro y también sobre el mundo, porque considera que se han guardado supuestamente para sí el objeto prometido y deseado, capaz de responder y de satisfacer las necesidades del sujeto. Aparece entonces la desmesura de sus pretensiones, que no lo hacen retroceder frente a ninguna atrocidad, porque el sujeto y los pueblos resentidos se consideran inocentes y sedientos de una justicia reivindicatoria. En estos casos el otro y los otros suelen representar a un pretérito ofensor, y el resentido puede llegar a preferir desquitarse en él mediante un triunfo sadomasoquista, aun a costa de su propia salud. Prefiere vengarse a curarse. En efecto, la afrenta narcisista origina un movimiento regresivo y repetitivo de reivindicación que funda un estado soberano y consumado de excepcionalidad. Según Agamben (1995), el soberano es quien está en condiciones de proclamar el estado de excepción y de suspender el orden jurídico, colocándose él mismo fuera de ese orden y, sin embargo, conservándose, de algún modo, dentro de él. Su Majestad el resentido afirma, con decisión soberana, no tener necesidad de derecho para crear derecho, y cimienta a partir de sí mismo una nueva legalidad. El estado afectivo del resentimiento patológico, a diferencia del resentimiento fundador, es irracional, impulsivo e implacable. Sus tenebrosos REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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poderes repetitivos reaniman lo que hay de violencia en el hombre. Avanza rápida e inexorablemente hacia sus fines destructivos. El resentimiento forma un foco alrededor del cual se organiza un refugio psíquico (Steiner, 1996). En efecto, Steiner sostiene que “los refugios psíquicos son organizaciones patológicas de la personalidad que proporcionan una estabilidad que es resistente al cambio psíquico. Los resentimientos focalizados en experiencias traumáticas en los que el analizando se ha sentido lastimado y agraviado, parecen ser experimentados espacialmente como lugares regresivos de seguridad en los que el sujeto puede buscar refugio de la realidad, y por lo tanto de la angustia y de la culpa”. El sujeto resentido, por estar atrapado bajo la tiranía de una ley taliónica, resulta ajeno al universo del olvido y del perdón. El tiempo del perdón no es el tiempo repetitivo de la persecución y de la retaliación. “Es el tiempo de la suspensión del crimen, el tiempo de su prescripción. Una prescripción que conoce el crimen y no lo olvida pero, sin cegarse ante su horror, apuesta a un nuevo comienzo por una renovación de la persona. El perdón quiebra el encadenamiento de las causas y de los efectos, de los castigos y de los crímenes, suspende el tiempo de los actos. Un espacio extraño se abre en esta intemporalidad que no es del inconsciente – salvaje, deseante y homicida – sino su contrapartida: su sublimación con conocimiento de causa, una armonía amorosa que no ignora sus violencias, pero las acoge en otra parte. Mientras que la concepción freudiana de la culpa es repetición-culpa-castigo, en el sentido que lo estamos pensando, la repetición estaría entonces del lado de la pulsión de vida o de la renovación. El per-don sería encontrar un sentido diferente, un don distinto, sería la fase luminosa de la oscura atemporalidad inconsciente, la fase en cuyo transcurso ésta cambia de ley y adopta la inclinación al amor como principio de renovación del otro y de sí” (Kristeva, 1997, p.34) a) El resentimiento patológico interminable pasa a ser terminable cuando el sujeto rencoroso depone finalmente el deseo de triunfar sobre un otro a través de la venganza. En efecto, la permanencia de una acerada esperanza vindicativa que comanda el resentimiento paraliza el proceso de un duelo normal y la capacidad de poder efectuar un recambio objetal permanece detenida por la viscosidad de la libido. La relación entre el resentimiento, el duelo y la estasis libidinal había sido señalada por Freud (1918) al final de “El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor III): “cuando la mujer no ha consumado sus mociones vengativas en el marido, no puede, a pesar de sus vanos esfuerzos desasirse de él. Ahora bien, es interesante que en calidad de analistas encontremos mujeres en quienes las reacciones contrapuestas de servidumbre y hostilidad hayan llegado a expresarse permaneciendo en estrecho enlace recíproco. Hay

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mujeres que parecen totalmente distanciadas de sus maridos, a pesar de lo cual son vanos sus esfuerzos por desasirse de ellos. Toda vez que intentan dirigir su amor a otro hombre se interpone la imagen del primero, a quien ya no aman. En tales casos, el análisis enseña que esas mujeres dependen como siervas de su primer marido, pero no ya por ternura. No se liberan de él porque no han consumado su venganza en él, y en los caso más acusados la moción vengativa ni siquiera ha llegado a su conciencia”( p.203). Recordemos que El último encuentro fue escrita en el año 1942 durante la Segunda Guerra Mundial. Esta obra devela cómo la memoria de la retaliación condena a los sujetos y a los pueblos a la fatalidad de un proceso disolvente. Podríamos suponer que Márai a través de la demistificación del poder vano de la venganza, intenta escenificar su deseo: que el poder solidario de la compasión y de la amistad puede llegar a vencer al poder devastador de la venganza y de las guerras. b) El resentimiento patológico suele permanecer interminable cuando el sujeto no cicatriza ciertas heridas narcisistas que se reinfectan indefinidamente a través de los tiempos. Un ejemplo paradigmático de este inelaborable narcisismo resentido se halla representado por algunos hermanos empecinados en conservar sus enconos inextinguibles, porque no admiten ni perdonan jamás la llegada de un hermano. Éste suele ser investido como un intruso usurpador que viene injustamente a perturbar el dominio de su incólume reinado. Porque, para decirlo con las palabras de Calderón de la Barca, “Quien aspira a ser Rey, todo hermano es un estorbo”. Los efectos devastadores de estas comparaciones fraternas patogénicas atizadas por el estado afectivo de los resentimientos y remordimientos interminables son ilustrados en una imagen ampliada y trágica por Camus en su obra teatral El malentendido (1942). c) El resentimiento patológico interminable es terminable cuando a través de un trabajo elaborativo complejo se produce una reestructuración en la báscula de la idealización-desidealización en la encrucijada narcisista- objetal y cuando, además, lo escindido y proyectado en el resentimiento y remordimiento es reintegrado e introyectado al sujeto. Henrik, luego de comprender y aceptar su participación responsable en el desenlace del triángulo amoroso, y asumir su dolor por la irreparable y definitiva pérdida de su mujer pregunta a Konrád sin ambages: “Nosotros dos hemos sobrevivido a una mujer. Tú al marcharte lejos, y yo al quedarme aquí. La sobrevivimos, con cobardía o con ceguera, con resentimiento o con inteligencia: el hecho es que la sobrevivimos. ¿No crees que tuvimos nuestras razones? … ¿No crees que al fin y al cabo le debemos algo, alguna responsabilidad de ultratumba, a ella, que fue más que nosREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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otros, más humana, porque murió, respondiéndonos así a los dos, mientras que nosotros nos hemos quedado aquí, en la vida?... Y a esto no hay que darle más vueltas. Tales son los hechos. Quien sobrevive al otro es siempre el traidor. Nosotros sentíamos que teníamos que vivir, y a esto tampoco se le puede dar más vueltas, porque ella sí que murió. Murió porque tú te marchaste, murió porque yo me quedé pero no me acerqué a ella, murió porque nosotros dos, los hombres a quienes ella pertenecía, fuimos más viles, más orgullosos y cobardes, más ruidosos y silenciosos de lo que una mujer puede soportar, porque huimos de ella, porque la traicionamos, porque la sobrevivimos. Es la pura verdad. Y tienes que saberlo cuando estés allí, solo, en Londres, cuando se acabe y llegue tu última hora. Yo también lo tengo que saber. Aquí, en esta mansión y lo sé ya. (p.183) d) El resentimiento fundador y patológico interminable es terminable, como sucede precisamente en El último encuentro, cuando el poder de la compasión y de la razón en la amistad prevalece y triunfa sobre el ciego poder arrogante del rencor. Marái concluye este libro con un elogio elocuente al poder vital que tiene la pasión. ¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano? ¿Que así de profunda, así de malvada, así de grandiosa, así de inhumana es una pasión?...¿Y que quizás no se concentre en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?...Tal es la pregunta. O puede ser que se concentre en una persona en concreto, la misma siempre y para siempre, en una misma persona misteriosa que puede ser buena o mala, pero que no por ello, ni por sus acciones ni por su manera de ser, influye en la intensidad de la pasión que nos ata a ella. Respóndeme, si sabes responder-dice elevando la voz, casi exigiendo, -¿Por qué me lo preguntas?-dice el otro con calma-Sabes que es así. e) El resentimiento patológico interminable pasa a ser terminable cuando el odio vengativo se transmuta en un odio diferente que se opone precisamente al amor y que promueve la diferenciación y separación objetal. Éste, a diferencia del primero, propicia el desasimiento del otro y a la vez promueve la reparación y afirmación de la dignidad perdida y ultrajada. “El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor, brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos” (Freud, 1915, p. 203).

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Por un lado, el odio induce al sujeto a enfrentarse con el objeto y luego a desligarse de él, desligadura que promueve la génesis y el mantenimiento de la discriminación en las relaciones de objeto. Es un odio relacionado con las pulsiones de autoconservación. Lacan (1954) articuló este tipo de odio con el deseo, jerarquizándolo como “una de las vías de realización del ser” (p.404). Pero, por otro lado, el odio se vuelve resentimiento cuando lo refuerza la regresión del amor a la etapa sádica previa; entonces el resentimiento cobra un carácter erótico y se perpetúa un vínculo sadomasoquista; además, produce una serie de construcciones fantasmáticas que lo sustentan. El contenido de representación de las escenificaciones imaginarias inherentes al resentimiento se halla al servicio del apoderamiento y la retención del objeto para poder desplegar sobre él sus mociones de venganza o para neoengendrarlo y moldearlo según un modelo ideal diseñado a imagen y semejanza del Hacedor. Este establece pigmaliónicamente una relación de dominio sobre el otro mediante el despliegue de sus poderes mágicos y castigadores, con la finalidad de garantizar la presencia incondicional de un objeto parcial o total, desvalido y dependiente del Amo y Señor. Cuando el resentimiento no es elaborado y en cambio permanece sofocado por un amor reactivo, se perpetúan sus efectos destructivos que suelen ser encubiertos, con suma frecuencia, tras una reparación compulsiva: obsesiva o maníaca. No es homologable sentir odio que sentir ofensa y agravio. Con el odio y no con el rencor digo: basta. Con el agravio y la ofensa que pueden originar resentimientos, se instala una insaciable sed de retaliaciones favoreciendo la cronificación de un deseo vengativo. Dice Valiente Noailles en La alquimia del sufrimiento (2009): “Hay quienes ante un sufrimiento propio, se tornan más piadosos hacia los demás y desean evitar una situación similar en sus semejantes. Hay quienes, en el reverso de lo anterior, sueñan con infligir ese sufrimiento en carne ajena, como un modo de vengar la propia condición. Es el modelo del resentimiento: neutralizar el sufrimiento propio mediante su conversión en veneno capaz de destruir al otro (p. 2)”. En efecto, la repetición en el sujeto resentido alberga un singular porvenir como primer paso para reabrir luego una temporalidad diferente. Es el porvenir basado en la esperanza de castigar, a través de la repetición en la vía regresiva del tiempo, a los objetos arcaicos humillantes y supuestamente responsables de sus enigmáticos y a la vez conocidos agravios. Momento esencial, en el que una vez más el sujeto resentido intenta saciar su sed de venganza, para restituir infructuosamente el resentido sentimiento de su propia dignidad. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Repetición – restitución compulsiva mediante – que no prepara el ingreso a la elaboración normal de un duelo, y además la insistencia de una asintótica esperanza reivindicatoria retiene finalmente al sujeto que adolece de un resentimiento patológico en la incandescente memoria repetitiva y regresiva del rencor. En realidad, el sujeto que incuba resentimientos interminables eclipsa las dimensiones temporales del presente y del futuro para reconducirlas al pantano temporal de un ayer que lo detiene en un pasado atizado de reproches, litigios y ofensas; ciega sus ojos con un afán vengativo, y cose sus párpados con acerados hilos de vanidad.

RESUMEN Hay libros que se hacen escuchar a lo largo de la historia. El último encuentro, de Sándor Márai, es uno de ellos. En él se ponen de manifiesto la confluencia y contienda entre diversas pasiones en pugna, dentro de las cuales el autor destaca sólo tres: a) La pasión del resentimiento y del remordimiento que clama venganzas. b) La pasión promovida por la irrefrenable búsqueda de la verdad. c) La pasión de la compasión, que siembra solidaridad, engendrada en la amistad gemelar. Las dos últimas pasiones aúnan sus fuerzas, prevalecen y obtienen finalmente un triunfo sobre la acerada memoria de un rencor que se ha mantenido incólume durante 41 años y 43 días. En este artículo se describen la metapsicología y clínica del resentimiento terminable e interminable sus relaciones con el tema del perdón, con el olvido y con la memoria que elige y reescribe. DESCRIPTORES: RESENTIMIENTO / MEMORIA / DOLOR / PERDÓN / AMISTAD / VERDAD.

SUMMARY Resentment terminable and interminable in The Final Meeting by Sandor Marai Some books make themselves heard throughout history. The Final Meeting by Sandor Marai is one of these. It evidences the confluence and contention between diverse conflicting passions, of which the author highlights only three: a) The passion of resentment and remorse which clamor for revenge. b) The passion promoted by an unbridled search for truth. c) The passion of compassion that gives birth to solidarity, engendered in a twin friendship The latter two passions join forces, prevail and finally triumph over the steely me-

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mory of a resentment that has remained unmoved for 41 years and 43 days. In this paper the author describes the metapsychology and clinical aspects of resentment terminable and interminable and its relations to the subjects of forgiveness, forgetfulness and to memory, which chooses and rewrites. KEYWORDS: RESENTMENT / MEMORY / PAIN / FORGIVENESS / FRIENDSHIP / TRUTH.

RESUMO Ressentimento terminável e interminável em “O último encontro”, de Sándor Márai Há livros que se ouvem falar ao longo da história. O último encontro, de Sándor Márai, é um deles. Nele é posto em manifesto a confluência e a contenda entre diversas paixões em pugna, dentro das quais o autor destaca só três: a) A paixão do ressentimento e do remorso que clama por vingança. b) A paixão promovida pela irrefreável procura da verdade. c) A paixão da compaixão, que semeia solidariedade, engendrada na amizade gemelar. As duas últimas paixões unificam suas forças, prevalecem e obtêm finalmente um triunfo sobre a acerada memória de um rancor que foi mantido incólume durante 41 anos e 43 dias. Neste artigo são descritas a metapsicologia e a clínica do ressentimento terminável e interminável, suas relações com o perdão, com o esquecimento e com a memória que escolhe e reescreve. PALAVRAS-CHAVE: RESSENTIMENTO / MEMÓRIA / DOR / PERDÃO / AMIZADE / VERDADE.

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN MARZO DE 2010]

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Estudio sobre el concepto de Agieren * Héctor Krakov

UNA BREVE INTRODUCCIÓN Este Estudio intenta ofrecer la exploración conceptual de un término que, a mi criterio, es parte del fundamento de la obra freudiana, con implicancias significativas para la teoría y clínica psicoanalíticas. Formularé dos aclaraciones previas a la lectura: aún a riesgo de que resulte tedioso para el lector, decidí reproducir párrafos textuales con cierta extensión por considerar que las ideas de un autor adquieren pleno sentido en el contexto en el que están mencionadas. Así también, me pareció prudente que las referencias en inglés consten en idioma original porque quise respetar al máximo la literalidad del aporte en cada caso. Finalmente, la elaboración de este Estudio pretende albergar la polémica vigente acerca de cómo considerar la aparición del inconsciente en la clínica psicoanalítica.

EFECTO DE UNA INTERLOCUCIÓN IMAGINARIA CON ANDRÉ GREEN Reconozco que un estímulo central para realizar este Estudio fue el impacto que experimenté al leer el capítulo 5 del libro Organizaciones fronterizas, fronteras del psicoanálisis, compilado por Lerner y Sternbach (2007), y cuyo autor es André Green. Su título, ¿De que se trata?, corresponde a la transcripción de una conferencia ofrecida en Milán, luego del 42 Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional, realizado en Niza en el año 2001. Sobre el interrogante con el que iniciaba su trabajo, decía Green lo siguiente: “Es, supongo, una pregunta extraña para servir de título a nuestro encuentro, como si volviéramos a hallarnos en 1900, hace un siglo, para presentar el reciente descubrimiento de un erudito vienés, Sigmund Freud” (pág. 115). *

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Aclaraba, más adelante, que su planteo era consecuencia de ver el pensamiento psicoanalítico en un estado de perplejidad, razón por la cual se planteaba cómo salir de tal situación. Luego de hacer en la parte central de su ponencia una medulosa exposición sobre los fundamentos del psicoanálisis, fueron las frases finales las que ocasionaron en mí el mayor impacto: Hemos logrado llegar a la luna, a descifrar el código genético, a descubrir un rincón del misterio en lo que concierne a lo infinitamente grande y a lo infinitamente pequeño. Y sin embargo, seguimos siendo, para nosotros mismos, misteriosos desconocidos, eso ante lo cual nos ubica la experiencia psicoanalítica todo a lo largo del tiempo. Y mientras reflexionamos, ya sea en nuestro sillón escuchando a los pacientes o ante nuestra mesa de trabajo para preparar una conferencia, no dejamos de preguntarnos: “¿De qué se trata?”. (pág. 135) [La itálica me pertenece] Me pregunté, una y otra vez, por qué un analista de la dimensión de André Green terminaba su ponencia con la misma interrogación con que la había comenzado. ¿No eran entonces suficientes, para dar cuenta del interrogante planteado, ni sus propios desarrollos teóricos ni los de otros autores psicoanalíticos que cita? [Véase la Nota Final] ¿De qué se trata?, la pregunta inquietante formulada por Green en el comienzo y final de su ponencia tuvo en mí el efecto de una convocatoria que culminó en la realización de este Estudio.

FREUD Y GREEN PARECEN NO ACORDAR SOBRE EL CONCEPTO DE AGIEREN Interesado en su producción, he tomado contacto con trabajos de André Green publicados en revistas psicoanalíticas en los últimos quince años y con artículos editados en libros de más larga data. No me cabe duda que comparto con él un apasionado entusiasmo por los textos freudianos: “Sabemos que actualmente es frecuente oír decir que la metapsicología freudiana solo sirve para tirar al canasto, y que solo su clínica es válida. Me sucede sin embargo que releyendo por trigésima vez algún trabajo de Freud tengo la impresión de aprender todavía algo, mientras que diez años después de publicados, artículos de nuestras mejores revistas psicoanalíticas se vuelven ilegibles y pasadas de moda” (1993; pág. 713).

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En ese mismo artículo, en el que comenta la presentación de Theodore Jacobs publicada en el International Journal of Psychoanalysis de 1991: “Fifteen Clinical Accounts of Psychoanalysis” (72, Parte 2), hace una afirmación que me interesa mencionar textualmente: “La manera en que mi paciente influye en mi psiquismo es del orden de las representaciones de todo orden que induce en mí. La manera en que mis interpretaciones lo afectan reside en las representaciones que éstas engendran en él. El acto no tiene lugar en la sesión analítica, ni del lado del analizando, ni del lado del analista. Por lo tanto los modelos fundados sobre la referencia a la acción (“inter-acción”, “transacción”) representan menos un progreso que una peligrosa desviación” (pág. 714) [La itálica me pertenece]. La temática del acto, por lo que pude ubicar en su bibliografía, ya era del interés de Green con antelación. En la ponencia “Pensar la epistemología de la práctica”, expuesta en el Congreso de Psicoanálisis de Lengua Francesa de los Países de Lenguas Romances, del año 1990, decía al finalizar: “Esta es la única demanda del analista frente a los pacientes: “Diga todo lo que se le pase por la cabeza sin retener nada y sin tratar de controlarlo. Pero conténtese con decirlo, sin actuarlo. Se la llama apropiadamente: regla fundamental” (Green, 1996. págs. 378-379) [La itálica me pertenece]. A esta altura de mi exploración estaba suficientemente convencido de que el punto sobre el que pivoteaban las propuestas y comentarios de André Green se vinculaban al concepto de agieren. Sin embargo, Green expresaría con total claridad su concepción de este término en la entrevista que Fernando Uribarri le realizó sobre la temática “La representación y lo irrepresentable”. “De lo que se trata en este momento es de un nuevo modelo definido por la problemática “Pulsión/descarga o elaboración representativa”. La representación es solo un resultado posible, cuyas posibilidades nada asegura. Es que este modelo procura dar cuenta del fracaso de la palabra, de la representación, de la interpretación frente a la pulsión repetitiva mortífera, al “agieren” (acto). Lo irrepresentable constituye una referencia esencial de este modelo, en el que el acto (agieren) ocupa el lugar del paradigma que el sueño tenía en el modelo anterior. (...) Por eso Freud va a empezar a pensar la neurosis con relación a la psicosis: ya no se tata simplemente de re-

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presión sino de la destrucción del pensamiento” [pág. 329. La itálica es del original]. Llegado a este punto del Estudio creí vislumbrar que Freud y Green no acordaban sobre el concepto de agieren. Esta impresión fue tomando cuerpo con más intensidad a partir de la lectura de dos párrafos de una sus presentaciones recientes. Se trata de la Special lecture for the Berlin IPA Congress: “Repetition compulsion and the pleasure principle”, de julio de 2007. El primero de ellos figura al comienzo de su exposición: “One of the aspects of this mutant paper is that it forces Freud to give up his excessive confidence in remembering. We understand today that complete remembering is in fact impossible. No patient can truly remember all the incidences and consequences of an event” [La itálica me pertenece]. Recordar todos los incidentes y consecuencias de un evento, como el comentario de Green menciona, no coincide, a mi entender, con la idea que Freud pudo haber querido postular y trasmitirnos. Voy a transcribir dos párrafos a este respecto en particular: a) A esto se suma esa universal borradura de las impresiones, ese empalidecimiento de los recuerdos que llamamos “olvido”, y que desgasta sobre todo a las representaciones ya ineficaces afectivamente” (1893, pág. 35). b) Parece como si la dificultad para la tramitación, la imposibilidad de mudar una impresión actual en un recuerdo depotenciado, dependiera justamente del carácter de lo inconciente psíquico (1896, pág. 216). Los recuerdos conscientes se “depotencian”, lo cual quiere decir que pierden efectividad y se desgastan con el tiempo. Son en cambio los recuerdos reprimidos los que mantienen eficacia psíquica, de allí la noción de atemporalidad del inconsciente. Exteriorizan su efecto en una ocasión actual en estado inconsciente porque nunca fueron literalmente olvidados. Sin embargo, es el segundo párrafo del trabajo de Green el que me parece de mayor significación comentar: “The patient, who has been informed about the fundamental rule, in spite of eventful history and a long story of illness pretends that he has nothing to say: He is silent and declares that nothing occurs REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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to him. I do not believe as Freud does that this can be taken as a mere repetition of a homosexual attitude towards the analyst, which is used as a resistence. I am struck by the fact that what Freud describes here has also been found by the Paris Psychosomatic School with psychosomatic patients who suffer from limitations in their mental funtioning. It seems that we are facing the same situation: a temporary defect of psychic functioning” (2007, pág 2) [La itálica me pertenece]1. Efectivamente, Freud en ese artículo (v.g. Recordar, repetir y reelaborar) comenta las distintas configuraciones clínicas bajo las cuales aparecen ciertos episodios significativos que los pacientes no recuerdan, y que en su lugar reproducen con el médico: - Los pacientes no recuerdan haber sido incrédulos o desafiantes frente a la autoridad de los padres pero se comportan de ese modo frente al analista. - No recuerdan haber quedado desconcertados frente a la investigación sexual infantil, pero traen sueños confusos. - No recuerdan haber sentido vergüenza por cierta exploración sexual de la infancia y en su lugar se avergüenzan de haber iniciado el tratamiento, y prefieren mantener oculto que lo están realizando. A partir de lo cual el texto dice lo siguiente: “En especial, él empieza la cura con una repetición así. A menudo, tras comunicar a cierto paciente de variada biografía y prolongado historial clínico la regla fundamental del psicoanálisis, y exhortarlo luego a decir todo cuanto se le ocurra, uno espera que sus comunicaciones afluyan en torrente, pero experimenta, al principio, que no sabe decir palabra. Calla, y afirma que no se le ocurre nada. Esta no es, desde luego, sino la repetición de una actitud homosexual que se esfuerza hacia el primer plano como resistencia a todo recordar. Y durante el lapso que permanezca en tratamiento no se liberará de esta compulsión de repetición; uno comprende, al fin, que esta es su manera de recordar” (Freud, 1914; pág. 152.) [La itálica me pertenece].

1. La traducción del texto en itálica, del inglés al español, es la siguiente: “No creo, como Freud, que eso pueda ser tomado como una mera repetición de una actitud homosexual hacia el analista, que es usada como una resistencia. Estoy impresionado por el hecho que lo que Freud describe aquí ha sido también encontrado por la Escuela Psicosomática de París, con pacientes psicosomáticos que sufren de limitaciones en su funcionamiento mental. Parece que estamos frente a la misma situación: un defecto temporario del funcionamiento psíquico”.

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Green, por lo visto, descree que ese tipo de repetición deba entenderse, tal como Freud lo propone, como una mera actitud homosexual hacia el analista al servicio de una resistencia. La ubica, en cambio, como una falla en el pensamiento, de allí la relación que establece con los hallazgos de la Escuela Psicosomática de París: un defecto temporario del funcionamiento psíquico; un blanco en la mente. Vale la pena plantearnos por qué la escena configurada es considerada por Freud una repetición en acto por parte del paciente, por lo tanto “su manera de recordar”. Mi modo de entender su pensamiento, y por lo tanto la noción de agieren, es el siguiente: La escena en cuestión se configura cuando el analista le informa al paciente la regla fundamental, que aquél parece escuchar como: “ábrase y entréguemelo todo”. El paciente se “cierra” al responder con una defensa anal frente al sentido inconsciente de entrega homosexual al padre edípico; consecuentemente “no se le ocurre nada”. De hecho, si el analista abordara el silencio haciéndole preguntas, estimulado por el “cierre” mental, lo “penetraría” activamente con cada una de ellas. De ese modo quedaría realizada la escena homosexual, temida y quizás inconscientemente deseada por el paciente. Sustento la explicación recién expuesta por considerar que el marco teórico desde el cual Freud hace la afirmación puntualizada corresponde a la vertiente negativa del complejo de Edipo del varón del ejemplo, complejo que tenía para él carácter universal. Ese es, a mi criterio, el núcleo conceptual que Freud intenta trasmitirnos con la noción de agieren, término que en idioma español hemos consensuado como puesta en acto del inconsciente. Quedaría abierta así una polémica, aún no totalmente saldada, sobre el sentido y el valor del agieren para la teoría y clínica psicoanalítica. Por un lado, lo actuado serían recuerdos representados, no recordados, ni espontáneamente recordables por el paciente, por estar en estado inconsciente. Se caracterizarían por ponerse en acto, particularmente en relación con el analista. El agieren en sesión puede considerarse así un efecto del dispositivo analítico. Por el otro, lo actuado remite a lo irrepresentable, patrimonio de la pulsión de muerte que daría cuenta del fracaso de la representación y la palabra. Correspondería entonces considerar el agieren un indicio del funcionamiento psíquico con defecto porque “ya no se trata simplemente de represión sino de la destrucción del pensamiento”. (Green, 1998-1999, pág. 330).

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ESTUDIO SOBRE EL CONCEPTO DE AGIEREN2 Fui profesor de técnica psicoanalítica freudiana durante muchos años y había trasmitido la noción de agieren tal como lo enuncié en párrafos anteriores. Ello condicionaba que me resultara distante, y hasta cierto punto contradictorio, considerarlo un acto motor subsidiario de lo irrepresentado. Frente a esta doble versión del término, decidí ubicar los textos en los que Freud utiliza el término agieren en idioma original, con el sentido de cotejarlos luego con la traducción de la Standard Edition (SE) y la colección de Amorrortu Editores (AE). Me guiaba un cierto malestar intuitivo que, en calidad de estímulo, me ayudó a iniciar la búsqueda bibliográfica. Así pude contactar con el término agieren, que consta en la página 13 de la Gesamtregister3 correspondiente al tomo XVIII de la Gesammelte Werke4, cuyas referencias son las siguientes: Agieren: (s.a. Affektausdruck; Mimik, Pantomimik) = Actuar: (ver también Expresión afectiva, Mímica, Pantomima) statt Erinnern (s.a. Wiederholungszwang), V 283; X 129; XVII 101, 103 = en lugar de Recordar (ver también Compulsión a la Repetición) Kampf in der Analyse (.i.d. Übertragung), gegen d., VIII 374; XIII 19f., XIV 258 = Lucha en el Análisis (.i.d. Transferencia), contra la. in der Mordtat an Moses, XVI 195 = en el Asesinato a Moisés

ALGUNAS CONCLUSIONES, LUEGO DE LA COMPULSA BIBLIOGRÁFICA a- Freud ubica la pantomima, implícita en el agieren, como un modo primitivo de representación teatral ligada a la mímica de la representación. A su vez considera esta última como un modo de expresión del contenido de representación a los fines de la comunicación, que se agrega al efecto que los procesos anímicos tienen secundariamente sobre lo corporal. 2 Quiero dejar constancia de mi agradecimiento a quienes me ayudaron en la elaboración de este Estudio. Inicialmente, al Lic. Matthias Tripp que realizó la búsqueda bibliográfica del concepto en la Gesammelte Werke. Así también al bibliotecario de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Diego Baracat, quien me orientó sobre cómo utilizar la tabla de correspondencias existente en el tomo XXIV de AE, entre las ediciones en alemán, inglés y español. Finalmente a mis colegas, los Drs. Simón Deligdisch (APdeBA) y Juan Carlos Weissmann (APA), de quienes obtuve la traducción de las referencias ubicadas en la G.W. 3. Contiene el Indice alfabético de materias, como ocurre con el tomo 24 de la SE y de AE. 4. Gesammelte Werke (chronologisch geordnet) insgesamt XVIII Bände (tomos), I-XVIII. Fischer Taschenbuch Verlag, Frankfurt am Main, 1999.

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b- El contenido de lo que se repite compulsivamente serían recuerdos que no pueden ser recordados por estar en estado inconsciente. Es por ello que conservan su eficacia, habilitándose así la noción de atemporalidad del inconsciente. c- Habría una relación solidaria entre el trabajo analítico sobre la represión y la emergencia de la compulsión repetitiva, concebida como puesta en acto del inconsciente. d- Lo que se pondrá en acto (agieren) ante y con nosotros va a implicar la exteriorización forzosa de lo reprimido (“la manifestación del poder de lo reprimido”, en la versión de la SE (1920, pág. 20) La compulsión de repetición es parte esencial del proceso analítico y trabajamos para confrontarnos con ella.

DOS HIPÓTESIS ACERCA DEL POR QUÉ EXISTE MÁS DE UNA VERSIÓN SOBRE EL CONCEPTO DE AGIEREN

Hipótesis 1: ¿Se tratará de un deslizamiento de sentido, consecuencia de la traducción de la obra freudiana al inglés? Es indudable que el modo de entender el agieren por parte de André Green se corresponde con una postulación de base en psicoanálisis. Desde el Proyecto de psicología (1950 [1895]) en adelante, lo psíquico aparece en el pensamiento de Freud intermediando entre la recepción de un estímulo, externo o interno, y la descarga motora. No es de extrañar entonces que Green ligue el agieren con el “psiquismo primitivo” (Green, 1998-1999); de allí el “blanco mental” o “la destrucción del pensamiento”. A su vez, también la producción teórica y psicopatológica que tiene como centro el acting out se sustenta en esta postulación. Ahora bien, quiero remarcar que el actuar (agieren), por las correlaciones realizadas entre las colecciones de Amorrortu Editores y de la Standard Edition, se menciona sistemáticamente en inglés como to act out (otras veces inclusive acted out o acting out). No es improbable que se haya producido un deslizamiento conceptual, habida cuenta de que la significación de to act out en inglés, como representación escénica (pantomima), pudo haber sido sustituida por la de acting out, acto motor impulsivo. Orientado por esta suposición consulté dos diccionarios: a) The Oxford Spanish Dictionary. To act out. Representar. She ≈ ed out what she had seen. Nos hizo una demostración de lo que había visto. The drama was ≈ ed before our eyes. La tragedia ocurrió or se desarrolló ante nuestros propios ojos.

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b) The Free Dictionary, by Farlex. (Diccionario on line) To act out 1. a. To perform in or as if in a play; represent dramatically: act out a story. b. To realize in action: wanted to act out his theory. 2. To express (unconscious impulses, for example) in an overt manner without conscious understanding or regard for social appropriateness. En el primero de ellos, y en el punto 1 del segundo diccionario, to act out implica representar dramáticamente, o realizar una historia en acción. Según el punto 2 del Diccionario on line, to act out supone la expresión de un impulso inconsciente, de un modo sobreactuado, sin entendimiento consciente ni cuidado de la pertinencia social de tal accionar. Como parece desprenderse entonces, en relación con la polémica conceptual que mencioné previamente, quedarían abarcados en el to act out los dos sentidos. Sin embargo, es mi impresión que la propuesta que nos hiciera Freud a través del agieren tendía a remarcar el primero de los sentidos: el paciente representa dramáticamente en sesión con el analista una escena inconsciente; ese es su modo de recordar. Hipótesis 2: ¿Habremos hecho un repudio del sujeto existente en los hallazgos iniciales? Los hallazgos etiopatogénicos primeros, que deslumbraron a Freud y que luego intentara resolver a través de la técnica analítica, se remontan a lo que les ocurría a los pacientes tratados por medio de la hipnosis. En trance hipnótico, llevados por el hipnotizador a recordar el momento en que se había producido la situación traumática, los pacientes reaccionaban emocionalmente de modo ampuloso expresando lo que no habían podido hacer en aquella oportunidad. Hacían una descarga catártica, como si estuvieran en la escena original, a partir de lo cual transitoriamente se conseguía la resolución sintomática. Si bien Freud explicó la producción sintomática desde la perspectiva económica (afecto retenido, que no fue abreaccionado en el momento pertinente) era también cierto que se trataba de la emergencia de un sujeto que se había mantenido, spaltung mediante, en estado inconsciente: humillado, con deseos de venganza, erotizado, celoso, etc. AGIEREN, COMO PUESTA EN ACTO DEL INCONSCIENTE , DEL ENACTMENT?

EL

¿RETORNA

A TRAVÉS

Al leer publicaciones de los dos últimos Congresos de IPA, evocaba la frase de André Green: es probable que estemos nuevamente en el 1900, consi-

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derando el reciente descubrimiento de un erudito vienés, Sigmund Freud (op.cit pág. 115) La Revista Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica de Madrid, número 50 de 2007 estuvo dedicada al Agieren e incluyó los trabajos pre-publicados del 45º Congreso de la IPA en torno al texto freudiano, Recordar, Repetir y Reelaborar. En su ponencia, Gabriel Sapisochin se dedica a la indagación “de la puesta en acto (Agieren) del posicionamiento contra-transferencial inconsciente” en el analista. “Sería punto de partida de un trabajo de elaboración a posteriori (Nachträglich) que permite al analista recuperar una posición tercera desde donde describir, con un pensamiento verbal, las diferentes posiciones identificatorias de la pareja en el escenario analítico” (2007, pág. 74). Más adelante, coincidente con mi exploración, menciona: “Creo que la opción de traducir el Agieren freudiano por puesta en acto en lugar de acting-out tiene ciertas ventajas. Por un lado para despojarlo de la sobresaturación de significado patologizante que ha adquirido en la literatura psicoanalítica al hacerse un uso extensivo del término acting-out para describir conductas de tipo psicopático impulsivo fuera del setting analítico, tendientes a la evacuación más que a la elaboración (Grinberg, 1968, Laplanche et al., 1971, Boesky, 1982, McLaughlin, 1992, Paz, 1996). Por otro lado porque Agieren no alude a la actuación motora, ni dentro ni fuera de la sesión analítica, sino a un movimiento del psiquismo tendiente a representar, no por la palabra sino por lo que denomino una representación escénica coproducida por la pareja analítica” (pág. 78). También Carlos Alberto Paz, en “Del Agieren al Enactment, un siglo de cambios y avances” en la misma Revista, se refiere a la temática: “Aunque existen autores que sostienen que el «Agieren» se produce por una génesis estructural específica, entre ellos citaremos a O. Fenichel, Ph. Greenacre, H. Rosenfeld, L. Grinberg, D. Liberman y E. Gaddini, entre otros. Creo cierta la posibilidad de conservar como adecuado lo esencial de la conceptualización freudiana del «Agieren», dedicándonos a entender mejor esas actuaciones, y la elaboración o la comprensión psicoanalítica de la acción y del actuar, inherentes y componentes de la evolución de todo paciente analizado” (2007, pág. 61). REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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A su vez, del reciente 46 Congreso de la IPA en Chicago en 2009, quiero mencionar dos ponencias que fueron luego publicadas en la Revista de Psicoanálisis. Por un lado, el trabajo libre de Claudia Lucía Borensztejn: “El enactment como concepto clínico convergente de teorías divergentes”. La autora, al ubicar el término menciona lo siguiente: “El concepto de enactment expresa la idea de una forma de actuar dentro de la situación analítica. El paciente pone en acto sus relaciones de objeto interno primitivas a través de la transferencia de estas sobre el analista, quien las percibe a través de la presión que se ejerce sobre su CT, involucrándose en una forma sutil de acción. Acepta el rol o lo rechaza lo que da como resultado un tipo de vínculo que es un enactment conjunto de la relación entre ambos” (2009, pag. 180). Más adelante agrega: “En el enactment hay 2 tiempos, en el primero se produce el enactment interpretativo y en el segundo, la interpretación del enactment que es una corrección o un completamiento de la interpretación en la que el analista se ha visto envuelto. No hay connotación negativa. El enactment es algo a ser pensado” (2009, pág. 181) [Las itálicas son del original]. Por otra parte, en el panel sobre Perspectivas comparadas sobre el inconsciente en el trabajo clínico, Fred Busch menciona en su ponencia lo siguiente: “En este artículo examinaré la propuesta de que cuanto más nos acercamos al conflicto inconsciente, más probable es que éste se exprese mediante una forma particular de acción denominada lenguaje-acción” ( 2009, pág 42) [Las itálicas son del original]. Unas páginas más adelante, al explicar el desarrollo del lenguaje-acción nos dice: “La principal distinción entre distintas etapas del desarrollo motor es el grado en que se internalizan las acciones y en que la conducta se basa en representaciones, en lugar de tener un sustento motor. Importa señalar que el proceso de internalización es muy prolongado. Hasta que el niño tiene 7 años, no se puede decir que disponga de un sistema cognitivo integrado con el cual organizar el mundo de una forma relativamente independiente de los referentes de la acción. Antes de eso, el pensamiento del niño esta muy influído por su sustento motor” (pág. 45).

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Finalmente, sobre las implicaciones para el tratamiento nos dirá: “El objetivo de nuestro tratamiento es tratar de modificar el carácter inevitable de la acción, convirtiéndola en la posibilidad de reflexionar mediante la representación de lo que antes era irrepresentable, y por lo tanto se expresaba en lenguaje-acción. Esta es la base de la capacidad para el insight” (pág. 49) [Las itálicas son del original]. Como vemos por este último párrafo, el Dr. Busch entiende la aparición en sesión de actos de parte de los pacientes como lenguaje-acción. La explicación que nos acerca remite al desarrollo del pensamiento conceptual en el niño, que reemplazaría el acto motor. El lenguaje-acción sería patrimonio de lo irrepresentable, en el mismo sentido en que lo piensa André Green desde la perspectiva del psiquismo primitivo. A su vez, como surge de los textos mencionados, los analistas que utilizan la noción de enactment ponen el acento en la presión ejercida sobre la contratransferencia del analista. Consideran que se trata de una puesta en acto de relaciones de objeto interno primitivas del paciente, que se vehiculizan de manera sutil en la transferencia, y que inducen consecuentemente el actuar del analista.

UNA PERSPECTIVA DEL AGIEREN EN LA CLÍNICA ACTUAL José Luis García Martinez5, a quien trato hace unos cinco meses, me fue derivado por el analista de su actual pareja. Durante el diálogo por la derivación mi colega me había anticipado que José Luis, de 40 años de edad, tenía dificultades en mantener relaciones sexuales. Padecía de disfunción eréctil que le dificultaba la penetración. El día de su primer entrevista, el paciente me llamó a través de su teléfono celular unos minutos antes del horario. Me dijo que estaba en un atolladero de tránsito y suponía que iba a llegar un poco más tarde de lo convenido. Al recibirlo, en el momento de entrar a mi consultorio tropezó con el felpudo de la puerta de ingreso y trastabilló. Ya en situación de entrevista me dijo que quería analizarse para resolver sus dificultades sexuales. Eran un serio obstáculo, que obstruía su relación con Laura. Luego de la segunda entrevista convinimos un tratamiento de dos sesiones semanales, con diván.

5. Los datos del paciente están suficientemente deformados para preservar el anonimato de su identidad. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Recuerdo que del primer contacto con José Luis me había parecido significativo que se hubiera mantenido virgen hasta ese momento de su vida. Iniciado el tratamiento se anunciaba sistemáticamente por el portero eléctrico con sus dos apellidos, nunca por su nombre, situación que desde el comienzo me resonaba como: “Soy (hijo de) mi papá y (de) mi mamá”. En el curso de las primeras sesiones me había puesto al tanto que había estado previamente en una única relación de pareja con Bárbara, durante 10 años, sin haber mantenido relaciones sexuales. Ella, luego de separarse de José Luis, se asumió como lesbiana y estableció públicamente una pareja homosexual. El paciente desde los 9 años había comenzado su educación en un colegio religioso católico, donde cursó también sus estudios secundarios. Sin solución de continuidad se había mantenido ligado a la iglesia a la que pertenecía el colegio, y en los últimos años había sido habilitado para oficiar como Ministro de eucaristía6. Se daba cuenta que ya llevaba mas de 30 años en ese camino, que había iniciado siendo niño. Si bien José Luis había completado una carrera universitaria, no ejercía como profesional independiente. A los 17 años comenzó una actividad laboral, en relación de dependencia, en el circuito de la banca oficial que mantenía hasta la actualidad. Tanto por su actividad laboral como por el trayecto religioso, el paciente consideraba que tenía la tendencia a quedarse de modo permanente en los lugares a los que accedía. Esa característica le hacía tener cierta precaución al comenzar el tratamiento analítico por temor a eternizarse en la relación conmigo, situación que en cierto modo condicionó la decisión del paciente de tomar solo dos sesiones semanales de análisis. Una pequeña síntesis de una sesión: P: Estuvimos el sábado en la casa de Lauri. Y ella en un momento me mostró un placard que estaba todo vacío Me dijo que era para que pusiera mis cosas, para cuando empezáramos a convivir. No es que me hizo un espacio con ropa que ya estaba colgada, sino que era todo para lo mío. A: Parece que usted sintió que de ese modo Laura le estaba haciendo un lugar dentro de ella, desde el punto de vista psicológico y emocional. P: Bueno, es la primera vez que tengo la sensación que voy a tener un lugar para mi. Porque siempre tuve un espacio chiquito dentro de un lugar que era de otro. No era mío sino que era un lugar de otro. Yo hablo de mi casa, y digo mi casa; pero si bien la compramos

6. Es una función que ejercen miembros laicos, habilitados para ofrecer la hostia a los fieles que comulgan durante la misa.

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mi hermana y yo, es la casa de mi mamá. Por ejemplo muchas veces quise comprar un aparato de aire acondicionado, pero mi mamá siempre me dijo que no lo compre porque no lo iba a usar. Y nunca lo terminé comprando. A: Por lo que agrega se trataba de un lugar chiquito dentro del espacio de su mamá. Un espacio que era de ella. Quizás esa es la diferencia con lo que mencionó antes, sobre el placard de Laura. Si bien también era un espacio de ella, porque se trataba de su placard, le hizo sentir que era para lo suyo. Quizás esa es la diferencia con lo que me decía de lo de su mamá y el aparato de aire acondicionado. [A partir de ese momento la sesión cambió. El paciente comenzó a relatar episodios ligados a lo que veníamos analizando, de un modo tal que me ubicaba en situación de oyente. El contaba y yo solo lo tenía que escuchar. Era un modo de interacción que me hacía sentir claramente inmóvil y pasivo. Mi sensación fue, por el tipo de relato del paciente, que se había dramatizado una escena en la que yo era quien ocupaba un lugar chiquito, sin movilidad, en el espacio que él me dejaba] Le dije: A: El espacio amplio del placard o el lugar chiquito dentro del espacio de otro se estaba dramatizando en este momento en la sesión, con su modo de hablar. Estuvo relatando un episodio y me ubicó en oyente. [José Luis me pidió le aclarara mi interpretación, porque no había la había entendido]. Le dije: A: Por su modo de hablar yo era José Luis, y usted su mamá que me dejaba un lugar chiquito dentro del espacio que ocupaba su relato. [El paciente escuchó con atención y tuve la impresión que esta vez había entendido la interpretación, quizás porque la pude formular con más claridad: él podía estar identificado con una característica de la madre sobre la que veníamos hablando en ese momento de la sesión]. Mencionó luego: P: Con Laura fuimos a una reunión que se hizo en la casa de un colega de ella que era gay. Estaban otros amigos del dueño de casa, también gays, y solo una única amiga mujer. Después vino otro amigo invitado, que no parecía gay, pero a mi me dio la impresión que tenía aspecto de cura. Cuando nos fuimos de la fiesta, Laura me dijo que ese invitado era cura, y que iba a dejar los hábitos porque estaba en pareja con la chica de la reunión. Como yo me sonreí Laura me preguntó por qué me sonreía y entonces le dije que me REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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acordé que al comienzo del tratamiento usted me había interpretado en varias oportunidades que yo me mostraba como si fuera un cura. A: Sí, por su relato, un cura laico que esta dejando los hábitos para ponerse en pareja.

AGIEREN Y ELABORACIÓN PSICOANALÍTICA: EL TRAMITAR EN ACTO CON OTRO El sentido de relatar esta viñeta es trasmitir una determinada perspectiva acerca de cómo considerar la aparición del material analítico en sesión y, consecuentemente, qué supone la idea de tramitar en acto con otro. En principio, tanto la referencia del paciente al atolladero de tránsito, como el trastabillar con el felpudo de la primera entrevista, fueron elementos que consideré como una puesta en escena de sus dificultades en la “penetración”. En este caso se trataba de introducirse en un tratamiento. Los comentarios acerca de quedar incluido por años en los lugares a los que accedía posibilitaban inferir ansiedades claustrofóbicas implícitas en sus dificultades. Poco tiempo después pude reinsertar en su análisis esos dos episodios, así como el temor al encierro, y vincularlos a su sintomatología. También era un modo de compartir con el paciente mi forma de “leer” el material por él expuesto. Intenté trasmitirle así, que cuando su proceso analítico se pone en marcha se irá desplegando un hilo temático, que va a corresponder al despliegue inconsciente de su condición de sujeto en devenir (Krakov, 2007). En la secuencia que mencioné previamente a la viñeta habían surgido: la pareja con Bárbara de 10 años de duración, sin que hubieran mantenido relaciones sexuales. Luego, el que ella estableció, después de separados, una relación homosexual. Más adelante, los antecedentes sobre su educación religiosa, el ligamen a la iglesia de la misma Orden, su condición de Ministro de eucaristía, y finalmente la temática de lo laboral. Algunos de estos elementos aparecen en la viñeta de la sesión que expuse: los amigos gays del dueño de casa, y el cura que abandonará los hábitos para hacer pareja con una mujer. Como sabemos, los escenarios cambian pero ciertos ejes temáticos insisten. Considero actualmente que la elaboración psicoanalítica, en su vertiente clínica, implica ubicar y albergar dichos ejes, en tanto dan cuenta de una anecdótica inconsciente en despliegue. Los pacientes, a través de esas temáticas y bajo el cuidado de la regla fundamental de la asociación libre, irán diseñando diferentes escenas que tienen un argumento y también personajes, que al estilo de un carrusel van a ir rotando. En la transferencia nos iremos posicionando, a instancias del paciente, en los diferentes lugares que

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el argumento y la rotación proponga. A veces encarnaremos personajes significativos, otras al propio paciente. ¿Qué fue lo que tramitó en acto José Luis? El momento clave, para ubicar puntualmente el agieren como tramitación en acto, corresponde al cambio de clima en la sesión. En ese momento él era la mamá del relato, inmovilizadora y pasivisante, dejándome el lugar del hijo que debía padecer el efecto de su accionar. Se puede decir que, a la inversa de lo que ocurría en “La rosa púrpura del Cairo”7, fui convocado a subirme a escena y a partir de allí ver qué hacía como hijo con esa madre. Considero que, desde el punto de vista teórico, estoy aludiendo en particular a un sector del bagaje identificatorio de mi paciente. Esto mismo, desde una vertiente subjetiva, implica la aparición de una determinada posición sujeto que se ponía en acto conmigo en sesión. Mi presupuesto es que somos convocados como otros especializados en saber hacer con esos personajes. Visto desde esta perspectiva, la depotenciación de recuerdos inconscientes, a la que alude una de las frases freudianas transcriptas, sería consecuencia de los procesos de desidentificación que son inherentes a un análisis y supondrían también, desde vertiente sujetiva, lo que he dado en llamar una mudanza subjetiva (Krakov, 2007). La posición sujeto, que remite a lugares en redes de relaciones con otros significativos, inevitablemente se pone en acto. Recién después de lo “actuado” (puesta en escena-acted out), por aprés coup, se podrá pensar y hablar acerca de ese hacer; no antes. Seguramente tal período de recuperación en un análisis de ese “después”, es lo que denominamos elaboración psíquica.

EN CALIDAD DE SÍNTESIS FINAL Mi conclusión es que Freud con el concepto de agieren quiso puntualizar una dimensión escénica a través de la cual los pacientes se expresan dramáticamente en sesión. Ese es el modo como el inconsciente se pone en acto. Desde la perspectiva vincular de la que soy usuario el que inevitablemente actúa es un sujeto inconsciente que conceptualizo como sujeto del

7. Es el título de la extraordinaria película que dirigió Woody Allen, protagonizada por Mia Farrow y Jeff Daniels como actores principales. Ella es una camarera que vive en un suburbio de New Jersey, con un marido tosco y haragán. Su único momento de felicidad ocurre cuando va al cine a ver sus actores y actrices favoritos. Ve “La rosa púrpura del Cairo” una y otra vez, hasta que el actor principal sale de la pantalla para encontrarla. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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vínculo. Sabemos que esa es la particular manera que tienen los pacientes de recordar. Desde la mirada subjetiva que estoy incluyendo, recordar implicará dar cuenta de los anclajes subjetivos a través de los cuales los pacientes se encuentran amarrados a determinados otros. Pensado de este modo se puede considerar que el paciente que demanda un análisis nos estaría convocando como un otro especializado al servicio de poder realizar la tan anhelada mudanza subjetiva. (Krakov, 2010)

NOTA FINAL A mi criterio Freud nos da una idea de cómo él consideraba una respuesta a tal planteo: “Y bien, el análisis hace que el yo maduro y fortalecido emprenda una revisión de estas antiguas represiones; algunas serán liquidadas y otras reconocidas, pero a estas se las edificará de nuevo sobre un material más sólido. Estos diques tienen una consistencia por entero diversa que los anteriores; es lícito confiar en que no cederán tan fácil a la pleamar del acrecentamiento de las pulsiones. La rectificación con posterioridad {Nachträglich} del proceso represivo originario, la cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica”. (1937, pág, 230)

RESUMEN El autor, en este Estudio sobre el concepto de agieren, explora un término que considera parte del fundamento de la Obra freudiana. Recurrió para ello a los escritos de Freud en alemán, con el fin de correlacionarlos con la Standard Edition y la colección de Amorrortu Editores. Finalizada la compulsa bibliográfica, el autor sacó como conclusión que pudo haber habido un deslizamiento conceptual en relación con el agieren, en tanto fue traducido sistemáticamente al inglés como to act out. Así, una primera hipótesis del Estudio es que el concepto quedó referido a actos impulsivos, perdiendo el carácter de pantomima escénica tal como fuera la propuesta original freudiana. En una segunda hipótesis el autor nos plantea la posibilidad que los analistas hayamos repudiado los hallazgos iniciales del período hipnótico. Allí, aunque la explicación de Freud sobre el alivio sintomático fue económica, se trataba también de la emergencia de un sujeto inconsciente en condición de humillado, con deseos de venganza, erotizado o celoso.

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Finalmente mediante una viñeta clínica el autor intenta mostrar su modo de concebir el agieren en sesión, haciéndonos una propuesta sobre tramitar en acto con otro, proceso al que considera parte de la elaboración psicoanalítica. DESCRIPTORES: ACTO / ACTUACIÓN / REPETICIÓN / ENACTMENT.

SUMMARY Study of the Concept of Agieren In this study of the concept of agieren, the author explores a term he considers part of the foundations of Freud’s works. For this purpose, he reviews Freud’s works in German in order to correlate them with the Standard Edition and the collection published by Amorrortu Editores. Following this bibliographical comparison, the author came to the conclusion that there may have been a conceptual slip in relation to agieren, since it was systematically translated into English as to act out. Consequently, the first hypothesis of this study is that the concept was made to refer to impulsive acts, thus losing its character as a stage pantomime, as in the original Freudian proposal. In his second hypothesis, the author suggests that analysts have repudiated or foreclosed initial findings of the hypnotic period. At that time, although Freud’s explanation of symptomatic relief was economic, it also described the emergence of an unconscious subject in a condition of humiliation, with desires of revenge, eroticized or jealous. Finally, through a clinical vignette, the author attempts to show the way he conceives of agieren in the session, and offers a proposal on processing in act with an other, a process which he considers part of psychoanalytic working through. KEYWORDS: ACT / ACTING / REPEAT / ENACTMENT.

RESUMO Estudo sobre o conceito de Agieren Neste estudo sobre o conceito de agieren o autor explora um termo que considera parte do fundamento da obra freudiana. Para isso recorreu aos escritos de Freud em alemão, a fim de correlacioná-los com a Standart Edition e a coleção de Amorrortu Editores. Finalizada a pesquisa bibliográfica, o autor concluiu que talvez houve um deslize conceitual em relação ao termo agieren, que foi traduzido sistematicamente para o inglês como act out. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Assim, uma primeira hipótese sobre a pesquisa é que o conceito ficou referido aos atos impulsivos, perdendo o caráter de pantomima cênica da proposta original freudiana. Em uma segunda hipótese, o autor nos apresenta a possibilidade de que nós, os analistas, tenhamos repudiado os descobrimentos iniciais do período hipnótico. Neste momento, embora a explicação de Freud sobre o alívio sintomático tenha sido simples, tratava-se também da emergência de um sujeito inconsciente na condição de humilhado, com desejos de vingar-se, erótico ou ciumento. Finalmente, através de uma vinheta clínica o autor tenta mostrar seu modo de conceber agieren na sessão, apresentando-nos uma proposta como tramitar em ato com outro / processo que considera parte da elaboração psicanalítica. PALAVRAS-CHAVE: ATO / ATUAÇÃO / REPETIÇÃO / ENACTMENT.

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN JUNIO DE 2010]

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

Deseo, repetición y envidia * Jorge Ariel Kury

El deseo y la repetición “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” Dicho popular.

¿Dos veces? Muchas más, dado que es él mismo quien la carga.

Uno de los aportes más importantes de Freud, el concepto de deseo, fue enunciado en “La interpretación de los sueños (1900)” como: “En cuanto la necesidad resurja, surgirá también, merced a la relación establecida, un impulso psíquico que cargará de nuevo la imagen mnémica de dicha percepción y provocará nuevamente esta última, esto es, que tenderá a reconstituir la situación de la primera experiencia de satisfacción. Tal impulso es lo que calificamos de deseos” (p. 558). La diferencia entre la concepción psicoanalítica del deseo y la vulgar es la dirección. En el caso del significado popular se descuenta el carácter prospectivo: el deseo se refiere al futuro. En cambio en la definición freudiana, se realza el aspecto regresivo: reconstituir la primera experiencia de satisfacción. ¿Qué quiere decir Freud con este planteo revolucionario y qué consecuencias tiene? Lo primero que hay que enfatizar es que no es correcto reducir este mecanismo a una experiencia simple. Si bien Freud utilizó para exponerlo la mítica experiencia del infante frente al hambre en primer término y a la percepción del objeto destinado a calmarla en un segundo momento, el deseo está destinado a regir la motivación del hombre durante toda su vida. Interpretar la enorme complejidad del deseo adulto utilizando como punto de partida la molécula inicial no es cosa sencilla. *

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Boecio (480-524) sostiene que entre los múltiples infortunios que el hombre debe sobrellevar tal vez no sea menor el haber sido feliz, ya que siendo la felicidad por su naturaleza de carácter fugaz, pasará el resto de su vida lamentándose el haberla perdido2. Si reemplazamos “felicidad” por “primera experiencia de satisfacción” tendremos un valioso antecedente del pensamiento freudiano. El perpetuo inconformismo del deseo se debe a la comparación con una situación anterior, idealizada por supuesto. El mismo acto de poseer un objeto, hasta ese momento deseado, siembra la semilla de querer otra cosa, algo diferente, mejor. En verdad, lo que ocurre es que se ha hecho presente un vestigio de aquella experiencia anterior que destaca, por comparación, el hecho de que al objeto actual le falta. Sin embargo, las experiencias idealizadas que buscan repetirse no son siempre placenteras, por el contrario los pacientes muestran que lo que reiteran la mayoría de las veces les causa dolor. Un hombre, relativamente joven se lamentaba amargamente porque había descubierto que su mujer le era infiel. En realidad más que de la mujer se quejaba del destino, ya que iba por su tercer matrimonio y en los anteriores le había ocurrido lo mismo. Podemos descartar la impericia, sus mujeres, según contaba, ponderaban su rendimiento aunque al final… siempre ocurría lo mismo. La conclusión a la que llegaba orillaba lo vulgar: todas las mujeres son iguales. Este paciente había sido criado por su madre, divorciada, en un departamento de dos ambientes. La mujer atendía a sus parejas en un cuarto mientras él quedaba muerto de rabia y de celos en el otro. Recordaba perfectamente aquellos celos pero con el tiempo los había superado manteniendo con la madre una relación apacible. La tendencia natural es que cuando alguien ha sufrido una situación en el pasado quiera corregirla en el presente, no cometer los mismos errores. En el caso citado se puede pensar que una forma de reparar el recuerdo de su desafortunado primer matrimonio podría haber sido elegir una pareja, que por sus características, lo protegiera de padecer otra infidelidad. Evidentemente no procedió así el desdichado. ¿Por qué no lo hizo? La respuesta es de una sencillez sorprendente. No lo hizo porque si la futura esposa hubiera sido casta y modesta no hubiera estado representando a su madre. Las mujeres fieles no le servían, deberían ser volubles como sintió que fue su madre y luego redimirse por amor a él para poder corregir sus recuerdos. Pero ¿hay algún deseo en juego en esta repetición? En estos días seguramente habrá quien opine que se trata de la repetición de una neurosis trau-

1. Dr. Leónidas Theodoro, comunicación personal. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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mática. La situación descripta configura un trauma infantil, nadie podría discutirlo, el recuerdo de un niño furioso, entristecido y celoso es de esa categoría. Pero ese escenario también produce deseos y, lo que tal vez sea más importante, es causado por deseos. Al principio el niño dolorido desea escapar a esa circunstancia y aquí se abre una amplia gama de “soluciones” psíquicas. En el caso que nos ocupa –fácil imaginarlo por sus características actuales, es más proclive a la ensoñación que a la acción– se dedicó a imaginar ficciones en las que se encontraba en la situación opuesta. Pero no debemos descuidar el deseo que hizo posible el trauma, nada menos que el complejo de Edipo, la pretensión de ser él y no el otro el que poseyera a su madre. Por eso, cuando analizamos una conducta actual, debemos atender a estos dos grandes grupos de deseos: los que lo introducen en el contexto traumático y los que responden a la necesidad de evitar el dolor. Decíamos que el deseo que lo condena a la circunstancia traumática es el incestuoso impulso hacia la madre. Si se pudiera concebir un sujeto que careciera en absoluto de ese impulso, se podría pensar que se salvaría de atravesar ese momento traumático. Esto ni siquiera es imaginable, pero también es cierto que la exigencia de la pulsión tiene magnitudes diferentes en distintas personas. Podríamos deducir, dada la importancia que más adelante cobró el síntoma en la vida de este hombre, que la atracción hacia la madre era considerable. Pero esto ¿a qué se debe? Desde luego que a las series complementarias, y entre ellas debemos considerar la frecuente incitación que significó haber sido espectador de la vida sexual de su madre, pero cualquiera haya sido la causa, el caso es que este niño sufrió de celos tan intensos como intenso era su deseo hacia la madre. Hasta aquí los deseos que introducen en la escena dolorosa; veamos los que derivan de los intentos por superarla. De todas maneras hay que abordar una cuestión previa: ¿Es el hombre capaz de superar por sí mismo una situación traumática? La respuesta no es sencilla, ya que si pudiera corregirla, esta caería fuera del conjunto, porque le faltaría nada menos que el componente esencial de la repetición. En otras palabras, si el hombre está condenado a repetirla es porque no la ha podido superar y de poder hacerlo, sólo se trataría de un recuerdo penoso como cualquier otro mal recuerdo. Tratemos de esquematizar la trayectoria que conduce a la repetición. La persona primero percibe un objeto, inmediatamente lo compara en su inconsciente con el original y, si encuentra que en lo esencial son idénticos, lo acepta. Se ve compelido a buscar esta identidad porque de lo contrario el objeto no le serviría para su intento de “reparación”. Esto se ve graficado

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en los pacientes casados que tienen aventuras. Ellos relatan que con su mujer tienen problemas irresolubles y con sus amantes ocasionales parecen no tenerlos. La interpretación inmediata es que no existen problemas porque esas relaciones tienen poca importancia. Sin embargo, muchas veces corresponde razonarlo al revés: el paciente no les permite ganar importancia a esas relaciones porque no le traen problemas, esto es porque no coinciden con el objeto que dio origen al trauma. Supongamos que, a pesar de la cuidadosa elección, el objeto no reacciona como el original. Es probable que se produzca un alejamiento pero en otros casos se observa este interesante escenario: el sujeto incide inconscientemente sobre el objeto para lograr que realice los hechos que le van a hacer sufrir. La literatura está colmada de ejemplos de maridos que, a fuerza de reprocharle a la mujer infidelidades imaginarias, excitan en ella el deseo de realizarlas. Volviendo a la trillada explicación del paciente: no es que las mujeres fueran todas iguales, era él quien por ser igual a sí mismo, las empujaba a proceder de manera similar. Ya está montado el escenario para la repetición, el sujeto ha preparado inconscientemente un contexto que hace posible la reedición de la situación que quiere corregir. Un leve impulso y el drama se desencadena: las circunstancias se repiten sin variantes. Casi podemos oír el amargo lamento: ¡Me defraudó! Y en su concepción es incuestionable: en forma insensata pretende lograr un resultado diferente luego de haber ajustado todos los detalles para que se dé la igualdad. “El impulso a reconstruir la primera experiencia de satisfacción” ostenta una importancia excepcional. En la conducta del hombre y, sobre todo en sus aspectos inconscientes, ese impulso es el faro que orienta en la oscuridad de la represión. Es con respecto al deseo donde el psicoanalista encuentra su posición. Otras interpretaciones que enfatizan el masoquismo o la neurosis traumática, aunque certeras, tienen el riesgo de condenarnos a lo descriptivo.

LA ENVIDIA Y EL DESEO2 Todo el mundo sabe lo que es la envidia, quien más quien menos ha tenido ese sentimiento inconfesable y ha sufrido sus efectos al ser objeto de ella. A grandes rasgos todos parecen estar de acuerdo pero ¿pasa lo mismo cuando se empieza a hilar fino? ¿No es sospechoso que se tenga que recurrir al oxí-

2. La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Francisco Quevedo. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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moron al hablar de “envidia sana”? La envidia se define como el sentimiento de amargura que causa la percepción de que otro tiene lo que uno quiere y que provoca el impulso a dañarlo3. Consideremos la parte de la frase que expresa “lo que uno quiere” ya que no se trata de cualquier cosa sino de la que el sujeto desea. En otras palabras, la envidia requiere del deseo para existir. Se podrá argumentar que el envidioso no siempre desea al objeto que busca destruir, a veces basta que otro posea algo para sacarlo de sus casillas. Pero en este caso, lo que se desea es la potencia del otro representada por la inteligencia, la belleza, el dinero, etc. y ahí se dirige la envidia; el daño al objeto, fantaseado o real, es una forma de herir al envidiado. Es en el terreno de los celos –que son más fácilmente aceptados que la envidia por el que los padece– donde se puede ver con claridad este fenómeno. “Él no me interesa en absoluto” dirá una mujer refiriéndose a su ex esposo, y agrega, “Hace mucho que dejé de quererlo pero no soporto verlo en brazos de otra”. Volviendo a la envidia, el envidioso siempre desea algo que el otro tiene, ya sea el objeto en sí mismo, o la capacidad de poseerlo. No hay envidia sin deseo, pero podemos ir más allá e invertir la cuestión ¿Podrá haber deseo sin envidia? La experiencia parece ser categórica: sí, existen deseos muy puros que no son contaminados por la envidia. Al revés de la envidia que necesita del deseo, a éste no le haría falta la envidia. Dejemos, con todo, esta afirmación entre paréntesis ya que la cosa puede no ser tan simple como aparenta. El deseo es doloroso, pero normalmente el dolor de no haber conseguido aún lo anhelado casi no se siente, tan intensa es la exaltación del deseo que el malestar pasa desapercibido. En el envidioso, en cambio, las magnitudes se invierten. El dolor de no tener es tan penetrante que ensombrece la alegría que supone imaginar la futura posesión. Frente a ese dolor, provocado por la importancia del objeto, se alza la defensa más radical: la degradación. El objeto deberá ser rebajado a la magnitud en la que el dolor sea soportable. Freud define al deseo diciendo que “…se llega al conocimiento de la experiencia de satisfacción que suprime la excitación interior. La aparición de cierta percepción (el alimento en este caso), cuya imagen mnémica queda asociada, a partir de este momento, con la huella mnémica de la excitación emanada de la necesidad, constituye un componente esencial de esta experiencia. En cuanto la necesidad resurja, surgirá también, merced a la relación establecida, un impulso psíquico que cargará de nuevo la imagen mnémica

3. “La envidia es el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo”, (Klein, M. 1957, pág. 222)

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de dicha percepción y provocará nuevamente esta última (1900, p. 558).” Parafraseando a Freud podemos decir que cada vez que aparezca el objeto del deseo, surgirá un impulso tendiente a reducirlo, impulso que podemos llamar envidia. Imaginemos al infante en la situación que describe Freud. Teniendo en cuenta su enorme fragilidad y su falta de experiencia de hacer desaparecer esa necesidad, es lícito pensar que esa primera punzada del hambre es sentida tal como está inscripta en sus genes en forma literal: hambre es igual a muerte. Consecuentemente, el objeto que pone fin a la necesidad interior necesariamente ha de ser visto con una luz enceguecedora. A la manera de Zeus que no podía mostrarse a los mortales en su forma original para evitar calcinarlos, el objeto no se soporta tal cual es, debe ser atenuado. De esta manera, debemos considerar en principio a la envidia como un elemento necesario para evitar que el sujeto sucumba a la intensidad del objeto. El deseo consiste en reproducir una percepción anterior, la del objeto que produjo la experiencia de satisfacción. Leyendo esto con atención se nota que lo único que puede hacer el deseo es convocar a una percepción anterior, o sea, a un recuerdo, nunca recrear al objeto originario. De la comparación entre lo actual y sus pasadas grandezas surgirá la insatisfacción permanente del deseo que lo impulsa a buscar siempre otros objetos. En otras palabras, se trata del más importante sistema de motivación del ser humano. Si no es sencillo imaginar la esencia retrógrada del deseo, menos aún lo será trasladar este mecanismo a la envidia. Sin embargo, si se considera un hecho de observación común el panorama se aclara un poco. El caso es que nadie simplemente se “pone envidioso”, siempre hay antecedentes. Las personas que “son envidiosas” se ponen así con más frecuencia e intensidad. No hace falta más que llevar estos antecedentes al punto de partida para pensar que la envidia se ha iniciado con la primera experiencia de satisfacción. Sólo resta eslabonar las ideas: la envidia es la compañera, la más de las veces silenciosa, del deseo. Su presencia es universal e indispensable para modular el ímpetu del deseo y, solamente en los casos de una inusal intensidad, se deja ver con su accionar de corrosividad y destrucción.

LA ENVIDIA Y EL IDEAL DEL YO ¿Podemos asegurar que la única causa de la aparición y pujanza de la envidia sea el deseo?4

4. En esto sigo una sugerencia de la Lic. Ana Delgado. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Tal vez sea más conveniente recorrer el camino a la inversa ¿Cuál es el mejor antídoto contra la aparición de la envidia? Tener muchas cosas, dirán algunos: ser rico, hermoso, inteligente, etc. Sabemos que no es así, cuántas veces se ven hombres muy pudientes en todo sentido carcomidos por la envidia. El más efectivo remedio consiste en la confianza de poder acceder al objeto. Si un estudiante cree profundamente que podrá el día de mañana ser como el profesor, en lugar de sentir envidia sentirá admiración por él y estará habilitado para incorporar sus enseñanzas. Sabemos que tener confianza en sí mismo está tan emparentado con la autoestima que se las puede considerar la misma cosa. El terreno ahora es conocido, el mecanismo de la autoestima está bien estudiado: la autoestima es función de la distancia a la que se hallen el yo y el ideal. Para ser más precisos, es inversamente proporcional a esa distancia, cuanto más lejos se encuentren menor será el amor a uno mismo, e inversamente, cuanto más próximo se encuentre el sujeto a cumplir con el ideal, mayor será su autoconfianza. Permítasenos una digresión motivada por la intención de afinar algunas características del ideal del yo. En un momento de la niñez, por imperio de la amenaza de castración, el yo se escinde quedando conformado el ideal del yo. Ahora bien, sabemos que el hombre trata de volver a las situaciones placenteras que en algún momento disfrutó. Esto implica que, para contrarrestar esta tendencia, debe existir algo, una fuerza, que mantenga al ideal separado del yo. En otras palabras, para que el ideal pueda cumplir su función debe estar por delante, o si se quiere, por encima del yo que se esforzará por alcanzarlo. Para eso se requiere algo que mantenga la partición. Freud dice: “De este modo son atraídas a la formación del yo ideal narcisista grandes magnitudes de libido esencialmente homosexual y encuentran en la conservación del mismo una derivación y una satisfacción”, y también: “Además de la libido narcisista atrae a sí gran magnitud de libido homosexual, que ha retornado al yo. La insatisfacción provocada por el incumplimiento de este ideal deja eventualmente en libertad un acopio de la libido homosexual, que se convierte en conciencia de la culpa (angustia social)” (1914, p. 1093). Debemos aceptar que estas frases, por su alta densidad conceptual, no son sencillas; retrocedamos al complejo nuclear para arrojar algo de luz a esta enigmática libido homosexual. La libido del niño, cuando por temor a la castración debe separase de la madre, se orienta, en principio, a personas cercanas que conservan cierto parentesco con el objeto original: mucama, maestra o alguna prima y finalmente encuentra uno que esté suficientemente apartado de la madre como para ser aceptado. Pero ¿qué pasa con el complejo de Edipo negativo, adónde va la libido que el niño había puesto en el padre? Freud explica que del ideal del yo parten los estímulos para la represión y la sublimación y rápidamente

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aclara que, con respecto a esta última, no puede imponerla. Las neurosis, que a pesar de sus colosales exigencias tienen dificultades para sublimar, son un argumento irrefutable. Sin embargo, aunque el ideal no pueda exigir la sublimación y deba contentarse con estimularla, no se puede concebir a la sublimación sin ese estímulo. ¿Y en que consiste ese estímulo? La respuesta es de una asombrosa simplicidad: en parecerse al ideal o, si se quiere, parecerse al padre. Lógicamente que con el transcurrir del tiempo el padre será sustituido. Una persona podría decir “Cómo me voy a querer parecer a mi padre si él tenía tales y cuales defectos”, es verdad, pero entonces ¿a quién se quiere parecer? Las identificaciones (sustituciones del padre) en el ideal son complejas y funcionan a la manera de un collage: ser inteligente como Einstein, valiente como el Che Guevara y fuerte como el que más. Todas cualidades que, en una época, estuvieron atribuidas al padre. A alcanzar esas metas, es decir, parecerse al ideal están destinadas las “grandes magnitudes de libido homosexual”, la libido homosexual del complejo de Edipo negativo ahora tiene esta función. Mientras el ideal funcione, funcionará la sublimación y mientras la sublimación actúe estará presente la brecha entre el yo y el ideal. A riesgo de ser reiterativos digamos que la función de la libido homosexual es mantener la brecha abierta, “conservar al ideal” como dice Freud (1914 pág. 1093).5 El fracaso de esta función tiene resultados catastróficos, cuando la separación desaparezca aparecerá la megalomanía del psicótico. El yo ha vuelto a ser su propio ideal como en el período de His majesty the baby, las sublimaciones cesan y la libido homosexual va a aparecer en el delirio persecutorio. Un ejemplo clínico: Un paciente megalómano internado en el Hospicio (hoy Hospital Borda). Época: mediados de los sesenta. Edad: aproximadamente cuarenta años. Entrevista con un grupo de médicos jóvenes que yo integraba. Relata, con inocultable orgullo, que su novia es Libertad Lamarque. Es de hacer notar que a la sazón la estrella era una persona mayor y creo que hacía tiempo que estaba retirada. Para probar la fortaleza de su delirio de grandezas le hicimos notar que la actriz residía en México. La larvada incredulidad que subyacía a la obser-

5. Para ampliar este punto ver “La psicopatología freudiana y el ideal del yo” que publiqué en Las máscaras del superyó, Prístino ediciones, Buenos Aires, 2003. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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vación no hizo mella en su talante. Con superioridad, no exenta de picardía, nos explicó que de noche se encontraban. La juventud a veces está reñida con la mesura: la siguiente pregunta fue más atrevida. Lo interrogamos acerca de la índole de sus relaciones y la respuesta nos dejó boquiabiertos. Con suficiencia, el paciente nos espetó: Anoche, mientras yo me echaba un polvo, ella se tiró tres mil “polvillos”. La magnitud de la defensa (megalomanía) es asombrosa. De esa masturbación adolescente sólo había conservado el objeto: aquella joven cantante que seguía conservando su frescura. En cambio, el afecto que acompañaba al acto se había trastocado, la culpa que podemos imaginar en ese muchacho se había transformado en el adulto en sensación de infinita autoconfianza. Este hombre, reducido a la impotencia social, internado en un manicomio, conseguía hacer de su único recurso, una burda masturbación, una expresión de su gloriosa omnipotencia. Mostraba a las claras que, con la megalomanía, había alcanzado su ideal, su autoconfianza ahora es infinita. Pero no hace falta referirse a situaciones tan extremas, la vida cotidiana muestra la intensificación de la autoconfianza cuando el sujeto siente que acaricia el ideal. En algunos momentos el rostro de una madre, cuando mirando a su hija imagina el futuro de grandezas que el destino le tiene reservado, muestra a las claras la auto valoración proclamada en un orgullo un poco exagerado. Si la confianza de un sujeto, basada en la autoestima, de que podrá conseguir lo que se quiere es el mejor antídoto para la envidia, queda claro que la impotencia, con su propiedad de deprimir la estimación por sí mismo, favorecerá el incremento de la envidia. No hay más que observar a un par de amigos que preparan juntos un examen. Si el que obtiene menor calificación no goza de la confianza en que en la próxima prueba será el ganador, es posible que sea corroído por ese sentimiento y hasta ponga en apuros la amistad. En resumen: es la distancia entre el yo y el ideal, con su facultad de aumentar o disminuir la auto estima, la que regula, junto al acicate del deseo, la magnitud de la envidia. Esta reflexión encierra una consecuencia práctica. Se suele considerar a la envidia como una especie de roca viva para la técnica; una vez llegados a ella pareciera que no hay más nada que hacer. Su esencia es tan primaria que aparenta ser irreductible a una fuente anterior. Sin embargo, al método para aumentar la autoestima disminuida por la neurosis lo conocemos bien, consiste en levantar represiones. Cuanta menos energía gaste el yo en mantener represiones patológicas, más vigoroso se encontrará y tenderá a aumentar la confianza en sí mismo. En otras palabras, si no podemos atacar directamente a la envidia, habrá

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que transitar los caminos sinuosos de la represión y la autoestima derivada de eso se encargará de aminorar sus efectos. Por otro lado podemos pensar, a diferencia de M. Klein, que tiene que existir un período en el que aún no haya aparecido la envidia. Freud describe que “El niño hambriento grita y patalea” (1901) con lo que está diciendo que el niño siente dolor. Esa experiencia deja una marca y recién después aparecerá la percepción del objeto que suprime la excitación. Es sabido que éste deja una imagen que se conecta con la marca de esa excitación dolorosa, pero lo que aquí importa recalcar es que pasa un tiempo en el que el reinado del dolor es absoluto y solitario. Esta deducción permite diferenciar al dolor de la envidia dolorosa. Una persona puede padecer su pobreza pero no va a sufrir envidia hasta que no vea (o imagine) a otro con riquezas. De todas maneras se entiende que el dolor, previo a la aparición de la envidia, cede su energía a ésta. Podemos imaginar que tal vez en etapas posteriores se repita la secuencia: primero dolor por la carencia y luego, con el objeto presente, envidia. Se observa en algunos casos, en mi experiencia al menos, un período de desasosiego previo a los ataques envidiosos, algo así como si hubiera una incubación previa de ese afecto. Esta sería la circunstancia en la que se coloca en el objeto, mediante la proyección, la fuente del impulso; un hombre inflamado sexualmente no vacilará en atribuir su excitación a una mujer, diciendo: esa mujer me excita. De la misma forma, la envidia podría ser vista como una descarga que tiene al objeto (sujeto envidiado) como mero soporte. De acuerdo a esto, lo que dispara la envidia sería el dolor, pero no el dolor de no tener lo que el otro tiene, sino el dolor más primitivo de la carencia. ¿Será posible confirmar esta hipótesis? Me temo que no, son tan grandes y variadas las situaciones que pueden causar zozobra y dolor en el adulto que es muy difícil aislar ese estado de ánimo y calificarlo como envidia en statu nascendi. De todos modos, es interesante poder pensar que la envidia no siempre es causada por el objeto, o el deseo que se tiene por él. A manera de resumen subrayaremos la posición del deseo con respecto a la repetición no compulsiva y a la relación del deseo con la envidia. Hemos postulado una “función” para la envidia en la relación del yo con el rutilante objeto primario de satisfacción y, al destacar la participación del ideal del yo en la predisposición a la envidia, encontramos motivos de esperanza en el tratamiento de esta desafortunada situación. Lateralmente, hicimos una incursión por el concepto de libido homosexual por la importancia que tiene para la sublimación y la autoestima. A veces se cae en un cepo conceptual: la envidia es un estigma y la gratitud, una virtud. Mi propósito al discurrir sobre estos temas, parafraseando a Kipling, es tratar objetivamente a estas “dos impostoras”. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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RESUMEN Este trabajo consta de tres partes. La primera se centra en el concepto de deseo, que Freud enuncia en La interpretación de los sueños, y su relación con la repetición no compulsiva. El autor sostiene que la causa de esta repetición sería justamente el deseo. La segunda plantea la relación entre deseo y envidia. Se discute la posibilidad de que pueda existir envidia sin deseo y se concluye que el deseo es inherente a la envidia pero ¿es posible el deseo sin envidia? Aquí es necesario retroceder en el tiempo hasta la primera experiencia de satisfacción. Con respecto a esto se enuncia la hipótesis que la envidia se encuentra presente desde el comienzo y es necesaria porque tiene una función específica: la de disminuir la importancia del objeto de la satisfacción con la finalidad de tolerarlo. La tercera se refiere a la relación de la envidia con el ideal del yo. El autor plantea que la envidia no es causada por el objeto sino que proviene de la acción del ideal sobre el yo, a mayor autoestima, menor envidia y viceversa. Apoyándose en sus anteriores trabajos sobre ideal del yo y libido homosexual supone que, siendo la autoestima una función de la distancia a la que se encuentre el yo de sus ideales, disminuyendo ésta puede disminuir la envidia. El tratamiento psicoanalítico no debiera detenerse ante la envidia, aunque se trate de una limitación casi inaccesible, sino atacarla por un camino indirecto. Es sabido que levantar las represiones aumenta la autoestima con lo que se deduce que el psicoanálisis es el instrumento para mejorarla. DESCRIPTORES: DESEO / EXPERIENCIA DE SATISFACCIÓN / REPETICIÓN / TRAUMA / ENVIDIA / IDEAL DE EGO.

SUMMARY Desire, repetition and envy This paper consists of three parts. The first section centers on the concept of desire, which Freud defines in “The Interpretation of Dreams”, and its relation to non-compulsive repetition. The author considers that the cause of this repetition is precisely desire. The second part discusses the relation between desire and envy. The author presents the possibility that there may be envy without desire and wonders whether, although desire is inherent to envy, would desire be possible without envy? At this point the author necessarily goes back in time to the first experience of satisfaction. In this regard, he formulates the hypothesis that envy is present from the outset and is necessary because it has a specific function: to reduce the importance of the object of satisfaction in order to make it tolerable.

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The third section refers to the relation between envy and the ego ideal. The author suggests that envy is not caused by the object but is generated by action of the ideal on the ego: with higher self-esteem there is less envy and vice versa. Based on his former papers on the ego ideal and homosexual libido, he assumes that, since self-esteem is a function of the distance between the ego and its ideals, when this distance is reduced, envy may also be reduced. Psychoanalytic treatment should not stop at envy, although it is a nearly inaccessible limitation, but attack it by an indirect route. We know that lifting repressions raises self-esteem, from which we may deduce that psychoanalysis is the instrument to improve it. KEYWORDS: DESIRE / EXPERIENCE OF SATISFACTION / REPETITION / TRAUMA / ENVY / EGO IDEAL.

RESUMO Desejo, repetição e inveja Este trabalho é apresentado em três partes. A primeira está centrada no conceito do desejo, que Freud enuncia no livro “A interpretação dos sonhos”, e sua relação com a repetição não-compulsiva. O autor sustenta que a causa desta repetição seria justamente o desejo. A segunda questiona a relação entre desejo e inveja. Discute-se a possibilidade de que pode existir inveja sem desejo e se concluiu que o desejo é inerente à inveja, mas é possível desejo sem inveja? Aqui é necessário retroceder no tempo até a primeira experiência de satisfação. Com respeito a isto se manifesta a hipótese que a inveja se encontra presente desde o começo e é necessária porque tem uma função específica: diminuir a importância do objeto de satisfação com a finalidade de tolerá-lo. A terceira se refere à relação da inveja com o ideal do ego. O autor manifesta que a inveja não é causada pelo objeto, senão que provém da ação do ideal sobre o ego, maior auto-estima menor inveja e vice-versa. Apoiando-se em seus trabalhos anteriores sobre o ideal do ego e libido homossexual supõe que, sendo a auto-estima uma função da distância a que se encontre o ego de seus ideais, diminuindo esta, pode diminuir a inveja. O tratamento psicanalítico não deveria ser detido diante da inveja, ainda que se trate de uma limitação quase inacessível, senão atacá-la por um caminho indireto. Sabe-se que tirar as repressões aumenta a auto-estima, deduzindo-se que a psicanálise é o instrumento para melhorá-la. PALAVRAS-CHAVE: DESEJO / EXPERIÊNCIA DE SATISFAÇÃO / REPETIÇÃO / TRAUMA / INVEJA / IDEAL DO EGO.

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Deseo, repetición y envidia

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BIBLIOGRAFÍA Cohen Agrest, D.: Envidia, ADN cultura, diario La Nación, Buenos Aires, 31/5/2010. Cothros, H. y Kury J.: Masculinidad e ideal del yo en Enigmas de la sexualidad al cuidado de Ana Delgado, Buenos Aires 2007, Travesía. Freud, S.: La interpretación de los sueños, en “Obras Completas” T.1 , Madrid 1967, Biblioteca Nueva. Freud, S.: Introducción al narcisismo, en “Obras Completas” T.1, Madrid 1967, Biblioteca Nueva. Klein, M.: Envidia y gratitud, Buenos Aires, Aguilar, 2008. Kury, J. y Pérez C.: Desarrollos en Psicopatología Psicoanalítica, Buenos Aires, 1977, Letra Viva 1977. Kury J. y Pérez C.: Novela Familiar e instituciones científicas, Buenos Aires Rev. de Psicoanálisis T XLII, N° 3. Kury, J.: La psicopatología freudiana y el ideal del yo en Las máscaras del superyó, Buenos Aires, Prístino, 2003. Laplanche J. y J. B. Pontalis: Diccionario de psicoanálisis, Barcelona, Labor, 1971.

[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN JULIO DE 2010]

Un trabajo desde la repetición. Dos tiempos de un análisis1 * Silvia E. Leguizamón

INTRODUCCIÓN En 1914, en su trabajo “Recordar, repetir y reelaborar” Freud introduce claramente la idea “(...) que la transferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar preparados para que el analizando se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el médico sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida (...)”. (p. 152-3) En el presente trabajo me gustaría integrar estos conceptos en el marco del campo analítico, en particular en el caso clínico de una paciente analizada por mí durante cuatro años, marcados fuertemente por lo que desde mi vivencia de analista podría señalar como dos tiempos. Dos tiempos también de la repetición traumática, donde la actuación cobra un lugar preponderante en la historia que se jugó fuera y dentro de la sesión y de su vida. O sea, el trabajo sobre algunos elementos que pudieron ser rescatados, que habían quedado fuera de la configuración del campo como reflejo de lo que quedó fuera de su estructuración psíquica temprana, y donde el trabajo analítico marcó la apertura al cambio y a la creatividad despertando en la paciente el deseo y las pulsiones que llevaron a remodelar su subjetividad. Me referiré al primer y al segundo tiempos como dos momentos del trabajo analítico separados en el tiempo pero unidos en la misma historia.

UN POCO DE TEORÍA En primer lugar tomé en consideración lo que significa la repetición. Freud * E-mail: [email protected] / Italia 1. Trabajo presentado en el encuentro APA SPI, “Recordar, repetir y elaborar” del 4 y 5 de febrero de 2006.

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introduce el concepto en la primera tópica basándose en la teoría de la representación, del deseo, del recuerdo, de la represión y del retorno de lo reprimido (1900-1910). Es en 1914 cuando introduce la repetición como “acto”, ya no sólo con el analista dentro de la sesión y de la neurosis de transferencia, sino simultáneamente fuera de la misma. Ello nos permite pensar en la transferencia lateral que aleja del ámbito de la sesión parte del material transferido para ser elaborado. Luego en 1920, en Más allá del principio del placer, con la neurosis traumática, Freud trabaja el concepto de la repetición del trauma y del sufrimiento, junto a la necesidad de ligar a través de la repetición misma, bajo el modelo de la neurosis traumática, y la reacción terapéutica negativa como resistencia al análisis mismo, para, en 1937, en “Construcciones en psicoanálisis”, proponer la reconstrucción o la construcción como forma de recuperar lo que no tiene representación y se repite en acto. Basándose en los conceptos freudianos, Norberto Marucco (2007) nos propone agregar otra forma de repetición, la repetición narcisista, basándose en la identificación primaria pasiva2. Al incluir esta tercera modalidad de repetición nos podemos plantear qué es lo que se repite y cómo. Sobre el qué se repite, estaríamos hablando de tres niveles de análisis: uno sería la repetición edípica transferencial en la figura del analista, donde el recuerdo se transforma en acto, sostenido por una representación inconsciente accesible a través del proceso de interpretación y elaboración de la cura clásica. Otro nivel sería la repetición que incluye las heridas narcisistas en la relación con un objeto primario que deja las marcas de la identificación narcisista, del orden de lo no representado. Y por último la repetición ligada a los traumas preverbales, desligados de los complejos representacionales. Ello nos lleva inmediatamente al cómo se repite. Podemos pensar en colocarnos primero en la posición de la repetición edípica dentro y fuera del campo, como nos dice Freud en “Recordar, repetir y reelaborar”, y no sólo en la persona del analista, sino siempre dentro del ámbito de lo representado, o sea de la cura clásica. Luego, en lo que comporta la repetición de las relaciones de objeto narcisista, esta forma de repetición nos posiciona frente a las heridas narcisistas, los deseos parentales como identificaciones intrusivas que estructuran un psiquismo donde la preminencia del otro deviene idealización y esclavitud que en el proceso analítico, a través de la desidealización, cobrará la forma de desidentificación e historización. Por último, la repetición de lo irrepresentado, del vacío que deja un objeto faltante, da

2. Identificación en la cual se entroniza en el niño el yo ideal, conformado por la investidura narcisista de los padres, y que responde al principio del placer narcisista de ellos. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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cuenta de identificaciones alienantes entre la pérdida y el abandono, “punto de expresión de los traumas preverbales, de la violencia del objeto en los amaneceres del psiquismo” (Marucco, 2003, 2004). Luego pensé en la importancia del otro encarnado en la figura del analista como una nueva relación que interactúa con las pulsiones del paciente. En este sentido, apoyándome otra vez en las teorizaciones de Marucco sobre la “dialéctica pulsión-objeto” (1997), vemos cómo se juegan la pulsión del objeto (en su potencialidad traumática y en su disponibilidad como portador de nuevas ofertas) por un lado, y la “responsabilidad de la pulsión” del sujeto por el otro, lo cual nos permite pensar en la repetición como la posibilidad para el paciente de encontrar un otro diferente de sus objetos primarios, donde la repetición (en sus diferentes modalidades, como expuse anteriormente) pueda cobrar vida resignificándose. El sujeto acepta su propia responsabilidad en esta dialéctica poniéndose ambos, objeto y sujeto, en movimiento en una dinámica donde cobrará forma la remodelación de la subjetivación del paciente, proceso estructurante de cambio y creatividad que implica la relación con un otro no intrusivo y discriminado. Esto me lleva a reflexionar a continuación sobre cómo el paciente pondrá en juego la repetición que, junto a la potencialidad libidinizante3 del analista, encontrará la brecha que permita el emerger pulsional y la apertura que marque nuevos enlaces. Ver, escuchar, pensar y sentir entrarán en una dinámica que le permitirá al paciente encontrar la salida de la compulsión repetitiva no transformadora, para dar lugar a un despertar que ponga en juego sus propias pulsiones y deseos y, de esa manera, desarrollando sus potencialidades, lograr trabajar analíticamente, y en particular en este caso clínico, lograr ver cómo se jugó el deseo del otro en identificaciones primarias pasivas (Marucco, 1978), alienantes del psiquismo. Se trata de un trabajo donde las pulsiones del sujeto cobran el rol preponderante en un proceso de subjetivación que le permita ser responsable de sí. Esto podría ser pensado también como un trabajo de identificación, desidentificaciones y reidentificaciones, que da movilidad a ese objeto que quedó en el lugar del yo ideal como exceso y como escena que se repite en forma de testimonio y denuncia, y que se transfiere en cada momento de la vida. Le tocará al analista, en el marco particular de la sesión, agudizar los sentidos desde su subjetividad para poner en juego su mente, como dice Madeleine Baranger, y así llegar a la comprensión de la configuración del campo, a la interpretación, accediendo a algo del inconsciente del analizando, “siguiendo el rastreo de algo (alguien) inalcanzable pero siempre presente, cuya presencia ha tenido en el plasmar

3. Aludo con esto a la pulsión del objeto encarnada en el analista.

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de la historia y tiene en cada momento de la vida una función estructurante” (19934). Se intentan localizar los procesos psíquicos más allá del marco de la represión, en los confines de lo analizable, que llevan al paciente del sentir al pensar a través del camino de la figurabilidad para finalmente llegar a la palabra, trabajando en el campo de lo no representable, y tal vez aun en el de lo irrepresentado, trabajado siempre desde la subjetividad del analista. Finalmente, quiero recordar la importancia fundamental que tiene en nuestro trabajo, pensando en la responsabilidad de la pulsión del sujeto, rastrear las manifestaciones pulsionales que se esbozan en el paciente, y teniendo en cuenta “el poder transformador de la pulsión” (Marucco, 2002) lograr que dicha pulsionalidad, despertada en el campo analítico, pueda generar la fuerza, el empuje, que llenarán sus vacíos, transformándolos en ligadura, es decir, que el paciente pueda encontrar nuevos objetos y dar representaciones a una pulsionalidad naciente, así como enriquecer una trama psíquica que lo lleve a un narcisismo más trófico5, de vida, que nos permita hablar en el trabajo analítico de sus deseos y sus necesidades. El compromiso de nuestra tarea analítica entonces sería, como dice Marucco, el de un analista que “jugado en su función analítica, e involucrado en su “singularidad real”, aportará su mente y “dará cuerpo” a la tarea, para desandar aquellas estructuras puestas en marcha no solo en la patología de la depresión, sino también en un cierto “carácter depresivo6” que será susceptible de aparecer en todo sujeto ante determinadas situaciones de la vida” (1999). Pensemos ahora en la paciente desde este esbozo de esquema referencial como guía.

PRIMER TIEMPO Muchos detalles interesantes con respecto a esta paciente me vienen a la mente mientras escribo este trabajo, pero quiero centrarme en este aspecto: lo que un día me sorprendió como un proceso de cambio brusco, en medio del trabajo con la continuidad de un análisis habitual. Me referiré a un primer tiempo como un proceso compartido en el campo 4. En tanto dice en la pag. 27/28 que: “gracias a la intermediación de la configuración inconsciente del campo, el inconsciente del analizando se puede expresar y el analista puede encontrar una interpretación. Evitando así el riesgo de la arbitrariedad: no cualquier sentido cabe, no cualquier interpretación es valedera”. 5. Hablando en términos de narcisismo tanático y narcisismo trófico. 6. En términos de una “estructura idealizadora” que se instaura con la interiorización de un objeto que impondrá sus propias características, y que al ser proyectado, devendrá en idealización. Proceso a la base no solo de la depresión sino de la constitución del psiquismo, y que se jugará en la transferencia idealizada. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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analítico, cuyo eje al inicio se centró en una modalidad melancólica de la paciente, marcado permanentemente por la culpa frente a su mal desempeño como madre y esposa llegando a la idea de suicidio como solución de los problemas de todo el grupo familiar, ya que “la que arruinaba la vida de todos era ella”. Lorena nació un año después de una hermana muerta durante el parto, lo cual me llevó a pensar que debe haber experimentado la relación con su madre como una vivencia de “madre muerta” (Green, 1980), que aparentemente se vio reactivada en diferentes momentos de su historia infantil, así como en el vínculo con el marido y con los hijos, y que la llevaban a sostener ella misma el lugar del muerto en el marco familiar. Recuerda cómo en su infancia el padre le gritaba a ella y a sus hermanos. Con estos mismos gritos se identificaba ella cada vez que les gritaba a sus hijos, gritos que parecían ser, en la repetición, los portadores de la muerte y del encierro. Me decía: “Yo te agradezco por el esfuerzo que haces al seguir tratándome, pero en realidad yo no tengo solución, no tiene sentido lo que hacemos, yo sigo viniendo por los chicos, pero nada cambia”. Siempre parecía que lo que la hacía cambiar pertenecía a los otros, o venía de afuera. Nada parecía suceder en el ámbito del análisis, nada tenía que ver con nuestro trabajo. Con estas palabras no hacía más que repetir en la transferencia la permamente desvalorización y poca autoestima que sentía, pero que a la vez comenzaban a cobrar el valor de simbolización entendida como agresión, como pulsionalidad dirigida a un objeto que empezaba a dar forma a su vacío interno, y que delineaba lentamente la presencia de otro en la transferencia y en la vida. Pero algo la empujaba a seguir viniendo, y no eran ni los chicos ni la costumbre. A pesar de ello, la sensación de impotencia que sus palabras generaban en mí me inducía por momentos a pensar que realmente era poco, o casi nada, lo que estábamos haciendo juntas. Una vivencia contratransferencial fuertemente pregnante que contrastaba con el hecho que a mí sus gritos me sonaban a fuerza pulsional que se expresaba, que pujaba por hacerse sentir, por ser escuchada y traducida, como un grito desesperado de ayuda en el orden de lo vital que me traía, me mostraba, pero se llevaba nuevamente, que no ponía en juego ya que por algún motivo le estaba vedado. Yo aún no comprendía el por qué. Lo escuchaba en sus gestos, en sus acciones, en las escenas que cada tanto aparecían en el consultorio, escenas en las que me traía su vida actuada: un esfuerzo desesperado por salir de una cáscara que la mantenía estática, maniatada, impotente, muerta como yo misma me encontraba frente a ella en el transcurso de muchas de las sesiones. Entretanto, esperaba poder rastrear ese algo que sentía faltaba y no lograba “escuchar”. Gestos como cuando en oportunidad de su tercer embarazo, un día abro la puerta del consultorio para hacerla pasar, y veo la figura de Lorena, con la cara triste de costumbre dibujando una sonrisa forzada pero sincera, en

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un intento de mostrarme la satisfacción que le daba verme, y tal vez pensando que sería la única en darme cuenta. Tenía seis meses de embarazo y una panza prominente, pero venía cargada con dos bolsas llenas de hojas, y una cartera grande con todas las carpetas de réditos como corresponde a toda buena contadora. Creo que el gesto de sorpresa mío fue evidente e inevitable, probablemente haya desdibujado la sonrisa habitual con la que recibo a mis pacientes y quizás haya provocado la suya. En el trascurso de la sesión me di cuenta que salía en estas condiciones de su casa a diario, bajo la mirada del marido que no decía nada, no la cuidaba, o tal vez ni siquiera la veía. En las sesiones, yo trataba de incluir su embarazo y la necesidad de cuidarse, que parecían estar escindidos, como tal vez habían quedado escindidas su vida y su vitalidad desde la muerte de la hermana en su infancia. Esa sesión continuó en un clima de indiferencia por parte de ella, que siguió quejándose de su vida caótica y aburrida como lo hacía habitualmente. Las sesiones no parecían tener la continuidad que esperaba de nuestro trabajo analítico, algo se perdía en el camino, pero ¿qué era? Sin embargo, luego de esa sesión, Lorena no trajo más bolsas pesadas, cambió su cartera por una más liviana, y no habló más del tema. Yo me preguntaba: ¿Qué valor tenían mis palabras y por qué se producían cambios en un trabajo analítico que aparecía pobre y fragmentado? ¿Dónde estaba la vitalidad que la hacía cambiar en medio de sus lamentos? Con el correr de las sesiones, Lorena comenzó a expresar la fantasía de mudarse a una casa más grande y espaciosa para sus hijos, un deseo de cambio, expresión del trabajo analítico y deseo de volver a una vida propia, que creo estaba en la base de su motivo de consulta. Pero esto era motivo de quejas y reclamos permanentes al marido, quien no hacía nada, la miraba como si ella estuviese equivocada y, en consecuencia, ella sentía que era una mala madre porque se iba a trabajar, porque dejaba a los chicos con la niñera, y porque, además, después de una jornada completa de trabajo en la oficina, quería volver a su casa para descansar, no para sentir los gritos y el fastidio de los chicos y las peleas que llevaban a un clima familiar intolerable de llantos, gritos y quejas de los cuatro. El marido pertenecía a una familia de buenos recursos económicos, pero no pensaba en la posibilidad de pedir un préstamo que les permitiera mudarse. Lorena se sentía impotente y esperaba cada vez más desesperada en el encierro, tal vez compartido por ella y sus hijos en esas horas infernales del retorno a casa. Finalizaba con lamentos melancólicos y deseos de muerte, escena a la cual su marido asistía pasivamente. En las sesiones lloraba y me decía que quería volver a la tranquilidad de cuando era soltera. Yo me preguntaba ¿a qué quería retornar?, ¿qué era lo que los cuatro estaban reclamando y que el marido no veía?, ¿qué me decía ella a mí? REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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El trabajo con Lorena se centró predominantemente en lo que ella sentía como propio, intentando que pudiese rescatar esa vitalidad prohibida (deseo bloqueado) que la llevaba a sostener el lugar de muerte e impotencia, alienándola en los deseos parentales. Freud nos dice en “Duelo y Melancolía” (1915) que: “La identificación narcisista con el objeto se convierte (…) en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada” (p.247). Podemos pensar entonces en el autorreproche melancólico como defensa frente a las ansiedades persecutorias, por miedo a la pérdida del objeto, como una amenaza que renueva la fijeza del objeto y el odio frente a la ausencia de amor, que se repite en cada nuevo encuentro con un objeto que a su vez reproduce una historia pobre de amor narcisista, que es también el odio producto de la identificación con el objeto de amor narcisista perdido. Circulaba un odio transferencial que no aparecía plenamente en el campo transferencial, sino que se jugaba en parte en la relación con su hermana, en una transferencia lateral que no se hizo sentir hasta que el trabajo analítico comenzó a promover ligadura y pulsionalidad. El incremento del capital representacional de la paciente permitió la aparición de una pulsionalidad renovada y enriquecida que le imprimía un dinamismo diferente al campo analítico y a las relaciones intersubjetivas. Ello permitió recuperar las identificaciones narcisistas melancólicas (alienantes) que quedaban en parte capturadas en la transferencia lateral, ahora transformadas en representaciones fuera de la órbita del objeto melancólico, que se presentificaban en ella como impotencia e identificación con la muerte, temáticas que abrían un nuevo nivel de análisis, un segundo tiempo de nuestro trabajo. Así, las interpretaciones comenzaron a tomar cuerpo en las palabras de la hermana, figura importante en la familia, que sustentaba el lugar tan criticado por ella de la “madre perfecta”. Esto la confrontaba con su propia forma de ser madre, Gabriela era tolerante y abnegada, ella en cambio era una gritona insoportable. Sin embargo, su hermana un día le dijo, según me cuenta Lorena: “debe ser difícil tolerar a tres chicos en una casa sin jardín, para mí fue más fácil porque vivo en una casa grande”. Estas palabras abrieron en ella una brecha, que dio rienda suelta a su deseo de mudarse a pesar de los boicots permanentes de su marido. Estas palabras abrieron otra dinámica en el campo incorporando nuevos elementos, nuevas transferencias que lentamente se fueron instalando. Tal vez me daba cuenta que después de un largo trabajo desarrollado en el camino de la transferencia idealizada, donde comienza la dura tarea analítica, llegábamos al punto abismal de la desidealización por parte del pa-

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ciente y, al mismo tiempo, del rehusamiento por mi parte como analista (Laplanche, 1987), que le servía de apertura y le permitía encontrarse con sus pulsiones, surgiendo en el campo analítico una transferencia tierna (o materna) que le servía de apertura al exterior para poder comenzar a hablar de una triangularidad. Considero que es en este ámbito donde puede surgir la pulsión y el deseo como salida de la actuación (pura repetición) que la atrapaba en la historia narcisística de sus progenitores, abriendo así el camino libidinal de sus propios deseos que la llevaría a la conquista de lo que le había sido vedado. Allí la transferencia de su hermana comenzaba a cobrar un papel fundamental: comenzaba a abrirse al mundo trayendo a la vez a la sesión lo escindido en la transferencia con la hermana que había quedado fuera (lateralizada) pero activa en el transcurso de las sesiones.

SEGUNDO TIEMPO En el tercer año de análisis, su hermana Gabriela, diez años mayor, surgió en el marco de la transferencia como una figura materna vital y dedicada que había ayudado a todos sus hermanos a estudiar y que en muchas oportunidades había pagado sus estudios, debido a las dificultades económicas de la familia. Creo que fue también el sostén afectivo que le dio a Lorena los primeros elementos como objeto primario que le permitieron desarrollar esa fuerza vital, la pulsionalidad y el empuje que la caracterizan en el ámbito laboral, fuera de sus momentos melancólicos; esa fuerza pulsional que intentábamos encontrar pero que le había estado vedada. Este aspecto protector de la hermana apareció casi tres años después. Creo que esta hermana era yo también, ya que un par de sesiones después me dijo luego de ciertos argumentos que expresaban sus deseos vitales: “gracias por todo el esfuerzo que hiciste al seguir atendiéndome”. En efecto, a través de esta transferencia de la hermana pudo agradecerme el esfuerzo que hice siguiéndola en un proceso de revalorización y de encuentro con su pulsionalidad que me sumió en el desprecio y la desvalorización en el que ella misma se sentía inmersa. Podía agradecerme a mí, como nunca lo había hecho con la hermana, sostén vital que le permitió seguir viviendo. Crecía ahora, en el lugar de la agresión, un sentimiento de cuidado como parte de un proceso de ligadura pulsional que comenzaba por ella y se hacía extensivo a mi persona, con estas palabras, así como con la revalorización del proceso analítico. Así, hablaba entonces del análisis históricamente como la fuente de gran parte de sus cambios, sin idealizar y apropiándose del espacio, más dueña de su vida y de sus deseos. En su vida diaria pudo transformar su relación con la hermana en un compartir con menos exigencias y más cordialidad. Comenzaron a pasar los fines REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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de semana o las vacaciones juntas y Lorena podía ahora escuchar las quejas de su hermana porque la veía más humana. Después de cuatro años de análisis Lorena, madre de tres hijos de dos, cinco y siete años, casada con Fabián hace nueve, me dice: “Lo que más me llama la atención es que viene Fabián, y ahora es él el que le grita a los chicos. Yo volví a ser la persona alegre de siempre, ni siquiera la que era antes de conocerlo a él, sino la que era hace quince años7. Jovial, divertida, chistosa, como soy con mis compañeros de trabajo, o cuando salimos. Yo no soy la mujer amarga en la que me convertí desde que estoy al lado de él”. Esto me hizo pensar en cómo la reactivación traumática había despertado en ella la necesidad de hacerse cargo de las culpas, de los deseos de muerte, y de los muertos ajenos, quedando identificada con la misión de hacerse cargo del lugar del muerto, como estructura creada en los albores del psiquismo, en una repetición que no le permitía encontrar relaciones diferentes. En el trabajo analítico, a través de la vía de la repetición y de la construcción de una historia en el tiempo, logró cambios en el campo que finalmente se reflejaban en su vida diaria. Escuchar a Lorena hablar así en este segundo tramo del análisis me hizo recordar los primeros tiempos: cómo veía en ella la reedición de diversas estructuras infantiles de impotencia frente a un padre que le gritaba y la desvalorizaba dejándola desamparada, vacía y desprotegida. Se trataría de la reedición de un objeto primario ausente frente a una “madre muerta” incapaz de libidinizarla adecuadamente en función de sus propios duelos y, en definitiva, de la reedición de la alienación en los deseos parentales que no le permitieron desarrollar los propios. Intentaba entender cómo en medio de esta situación mortífera y tanática, Lorena emprendió una búsqueda desesperada. ¿Sería acaso el haber encontrado en el camino una hermana disponible, aparente madre sobreadaptada, lo que le permitió desarrollar esta fuerza vital que quedó bloqueada, bloqueando también sus deseos? De cualquier manera, no parecía que la presencia de la hermana como tal hubiese encontrado en la estructuración psíquica de Lorena un lugar semejante al de los mandatos parentales con los cuales se identificaba. He aquí lo que me sorprendió en el material clínico. Me encontraba ahora, en este segundo tiempo, delante de una persona diferente, vital, que ya no hablaba de morir, que volvía a casa para jugar con sus hijos, que le decía al marido que ya no toleraba su impotencia en el orden sexual ni en la vida personal. Este tema en particular me sorprendió, ya que sus comentarios anteriores eran relativos a una vida sexual satisfactoria, lo cual me hizo pensar que la impotencia formaba parte de su vida, como parte de una estructura que la llevaba a vivir como si estuviese muerta. El marido la miraba con cara 7. Momento mítico de bienestar.

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“de nada” cuando ella regresaba a casa, dejándola siempre en el lugar de la mala frente a la familia y quedando él en el de la víctima. ¿Por qué se quedaría en este lugar? Seguramente porque correspondería a los roles complementarios de esa estructura melancólica con la que llegó a la consulta. Lorena comenzó a desarmar una estructura que la habitaba y la modelaba como sostén vital de los demás, donde debía quedar velando muertos ajenos. A partir del punto en que logró cobrar fuerza vital y salirse del encierro tanático comenzaron a circular los fantasmas de los demás depositados estáticamente en ella. Luego de llegar a este momento del proceso analítico, surgió llamativamente la historia trágica del marido que le dijo: “Cuando no me puedo dormir, es porque sueño que me suicidio... siempre quise que mi familia se muriera, y desde que mi madre murió siento una culpa enorme”. Parecería que era él quien comenzaba a hacerse cargo de sus muertos y de sus impotencias, ya que Lorena no quería aceptar más ese lugar. Comenzó entonces a contar una historia al revés, una historia vista desde otro ángulo, una historia de vida y no de muerte. Me dijo: “A los chicos hay que empezar a cortarlos un poco, sino es siempre esa historia de pura demanda y demanda que te deja sin aliento al final del día. Creo que me estoy sacando los anteojos, o mejor dicho me los estoy poniendo, yo no me voy a convertir en una ostra como él, si él quiere morirse aunque me duele que lo haga, pero que no me arrastre a mí. No quiero más que sea una carga, no tengo porque soportar esto. El me dice: ahora que llego a casa sin el miedo de tus ideas de muerte, el que se siente mal soy yo”. Era la misma demanda que en un principio había depositado silenciosamente en el campo analítico, donde ella, como una ostra, aparentemente privada de pulsionalidad, generaba un supuesto estancamiento que la sumía en la desesperanza. El trabajo en el campo implicó la búsqueda de un inconsciente que perdió su rumbo alienándose en el otro, en los deseos parentales de cumplir sus historias narcisísticas, alojados en identificaciones que conformaron su yo ideal, en la reedición de la infancia con los gritos y reclamos de ambos progenitores, reactivada en cada encuentro y en cada situación de su vida donde ponía en escena una estructura melancólica narcisística que la sumía en el masoquismo y los reproches. Esta configuración jugaba en la base del campo analítico y me llevaba a interpretaciones, reconstrucciones y construcciones, que me permitieron llegar a verla y descentrarla de su actitud de muerta en vida. Esto, jugado en el marco de la transferencia, le abría la posibilidad de retomar el camino perdido del crecimiento pulsional iniciado en algún momento de su primera infancia, pero que luego se detuvo, dejando vacíos, falta de representaciones, y de tejido psíquico (Marucco, 2001). Se trató de un proceso analítico silencioso pero inexorable, lento al inicio, que de pronto se transformó en su deseo de vivir. Cuando lloraba frente a mí y me expresaba su deseo de no arruinar la vida REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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de sus hijos, entendí que en realidad me estaba hablando de ella, acerca de cómo no la vieron cuando ella sintió que “le cortaron la vida en dos”8, y me pedía que no le arruinara la vida como lo volvía a hacer cada persona que entraba en contacto con ella. La repetición de estos vínculos dentro y fuera de la transferencia me permitía entender su pedido y desmantelarlo, en el reclamo de Lorena frente a una estructura que también a ella se le imponía silenciosamente, a la vez que la silenciaba, condenándola a vivir como si estuviese muerta, donde buscaba repetir en cada nueva relación, actuando y haciendo actuar, las relaciones internalizadas con los objetos primarios.

CONCLUSIÓN SOBRE EL TRABAJO REALIZADO Y EN ESPECIAL SOBRE LAS TRANSFERENCIAS: Los dos tiempos del análisis vividos por mí cobran sentido en la perspectiva del tiempo ya que me permiten pensar cómo se movilizaron diferentes transferencias dentro y fuera del campo del análisis de esta paciente, reflejo de lo que quedaba fuera de su vida y que la condenaba a la repetición, pues no podía ser incluido en la dinámica intrapsíquica. En un primer tiempo Lorena tenía una modalidad melancólica que incluía la identificación con sus padres como un mandato alienante que la impulsaba a vivir vidas ajenas. La invasión de un narcisismo tanático había puesto en peligro su propia vida en muchas oportunidades. Sin embargo, en cada una de sus actuaciones yo encontraba en el campo analítico un pequeño resto libidinal que asomaba y se hacía sentir. Así viví yo todo su análisis, como un grito desesperado de ayuda, lo cual me llevó a cuestionarme cómo rastrear y rescatar desde esta fuerza pulsante, restos de su historia que quedaban fuera: fuera de su vida y fuera del campo, pero en un intento desesperado se hacían sentir, como describe Rousillon en “El trauma perdido” (1995), cuando el individuo se siente aplastado por una realidad y un destino con los que se confunde, y donde la situación traumática se ha perdido quedando sólo un signo furtivo que nos permite pensar que no todo está irremediablemente jugado. Pensaba que esto en algún momento se rescataría en el análisis, ya que la neurosis de transferencia, es decir, las transferencias parentales, no jugaban en el campo un rol fuertemente pregnante como podría esperarse de su modalidad melancólica. Algo quedaba fuera y comenzaba a hacerse sentir, silenciosamente en un principio. Esto era algo que se sumaba, y jugaba a favor de eso nuevo que intentábamos entre ambas construir en el campo, el trabajo analítico que le permitiría la apertura a un mundo representacional más rico. 8. Como pérdida del proyecto vital.

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Con el transcurrir del tiempo interno y externo de las sesiones, en la medida en que sus defensas melancólicas y sus identificaciones cobraban dinamismo y lograban ser pensadas, las vivencias traumáticas primarias entraban en el juego de la resignificación, incluyendo en el campo analítico lo que había quedado fuera en una transferencia lateral. Me refiero a la figura de su hermana mayor, quien debe haber jugado la función de objeto primario protector libidinizante, lugar que me estuvo reservado silenciosamente en el juego transferencial, una asignación que cobró sentido en el momento en que la voz de la hermana apareció en la sesión, habilitando, al estilo de un árbitro deportivo, una jugada para no interrumpir la creatividad en el campo. Esta habilitación se jugó en la configuración del campo y generó, a su vez, la aparición de una figura libidinizante que Lorena sentía como prohibida. Esto es lo nuevo que se gestó como producto de nuestro trabajo analítico. En este pasaje Lorena logró integrar no solo la figura protectora de un objeto primario libidinizante, sino la transferencia audible y la silenciosa que ahora se volvía audible, y que se jugaba conmigo saliéndose del juego de los árbitros parentales censurantes que no la dejaban desarrollarse. Se pasaba así a un despliegue en el campo y en su vida que le permitía ser más dueña de sí, de la misma manera que pudo adueñarse de las sesiones (por ejemplo, comenzó a hablar de sus cambios y sus progresos) permitiendo que me sintiera yo también más dueña de mi función analítica y de un trabajo compartido con buenos logros. A partir de entonces Lorena logró transferir lentamente lo trabajado en análisis (al estilo de la transferencia de la transferencia de la que habla Laplanche, 1987) a su vida con los demás en nuevas relaciones y objetos, aunque fuesen todavía los viejos objetos, que ahora tal vez aparecían renovados para ella. Podríamos pensar en una movilidad de las transferencias, una dinámica de las relaciones, que nos permita en el tiempo que nos toca compartir la vida del paciente desde la sesión analítica, capturar el sentido de su sufrimiento, o sea, liberar sus deseos presentes pero atrapados en estructuras arcaicas para que desde sus pulsiones logre ser el paciente mismo el artífice de su propia vida.

RESUMEN El presente artículo se basa en el concepto de transferencia introducido por Freud en “Recordar, repetir y reelaborar” (1914), donde ya no solo es pensada como el transferir en la persona del médico sino también en la vida del paciente. Se intenta a través de un caso clínico trabajar dichos conceptos en el marco del campo analítico. Se toma como marco teórico de referencia las teorizaciones de Marucco sobre la dialéctica pulsiónobjeto, donde la responsabilidad de la pulsión del sujeto, inmerso en el campo analítico, REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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a través de la potencialidad libidinizante del analista, logra desmontar las estructuras alienantes. Son trabajadas las identificaciones que bloquearon el desarrollo del deseo y de la subjetividad y se libera la pulsionalidad del paciente del encierro de la repetición. Dentro de este marco teórico se analizan las diferentes transferencias que quedaron fuera y dentro del campo y de la vida del paciente, movilidad y dinámica que en el transcurso del trabajo analítico comienzan a desplegarse para ser incluidas en la tarea y transferidas a la vida. O sea, se tiende a liberar los deseos del paciente, presentes pero atrapados en estructuras arcaicas, para que desde sus pulsiones logre ser él mismo el artífice de su propia vida. DESCRIPTORES: REPETICIÓN / TRANSFERENCIA / CAMPO PSICOANALÍTICO..

SUMMARY Working out of repetition. Two times in an analysis. This paper is based on the concept of “transfer” introduced by Freud in “Recalling, Repeating and Re-elaborating”, which not only refers to the transfer towards the doctor but also towards the patient. This clinical case is aimed at working on such concepts within the analytical field. The referential theoretic framework for this work are Marucco’s theories about the pulsion-object dialectic, where the pulsion of the subject immersed in the analytical field –through the analyst’s libidinizing potentiality– manages to take down the alienating structures. We worked on the identifications that blocked the development of desire and subjectivity, releasing the patient’s pulsionality from a lock-up caused by repetition. Within this theoretic framework, we analyze the different transfers within and outside the analytical work and the patient’s life. And these movements and dynamics start to develop during the analytical work, to be finally included in the task and transferred to life. In other words, the goal is to release the patient’s desires, which are present but trapped in archaic structures, so that, based on her pulsions, she may be in control of her own life. KEYWORDS: REPETITION / TRANSFERENCE / PSYCHOANALYTIC FIELD.

RESUMO Um trabalho a partir da repetição. Dois momentos de uma análise O presente artigo está baseado no conceito de transferência introduzido por Freud em “Recordar, repetir e elaborar”, onde esta já não só é pensada como o ato de transferir para a pessoa do médico, senão também para a vida do paciente. Tenta-se, através

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de um caso clínico, trabalhar ditos conceitos no campo analítico. Tomando como marco teórico de referência as teorizações de Marucco sobre a dialética pulsão-objeto onde a responsabilidade da pulsão do sujeito, imerso no campo analítico, através da potencialidade libidinosa do analista, conseguem desmontar as estruturas alienantes. Trabalhando as identificações que bloquearam o desenvolvimento do desejo e da subjetividade e liberando a pulsionalidade do paciente do confinamento da repetição. Dentro deste marco teórico são analisadas as diferentes transferências que ficaram fora e dentro do campo e da vida do paciente, mobilidade e dinâmica que no transcurso do trabalho analítico começam a aparecer para serem incluídas na tarefa e transferidas à vida. Ou seja, liberar os desejos presentes no paciente, porém, presos nas estruturas arcaicas, para que de suas pulsões possa ser ele mesmo o artífice de sua própria vida. PALAVRAS-CHAVE: REPETIÇÃO / TRANSFERÊNCIA / CAMPO PSICANALÍTICO.

BIBLIOGRAFÍA Freud, S. (1914) Recordar, repetir y reelaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis II). T XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993. (p. 145). — (1917 [1915]). Duelo y melancolía. T. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993. (p. 235) — (1920). Más allá del principio de placer. T. XVIII. Buenos Aires, Amorrortu, 1993. — (1937). Construcciones en el análisis. T. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1993. Green, A. (1980). La madre muerta, en Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires, Amorrortu, 1999. Laplanche, J. (1983-4). La cubeta. Trascendencia de la transferencia. Problemáticas V. Buenos Aires, Amorrotu, 1987. Marucco, N. (1978). La identidad de Edipo. Acerca de la escisión del yo. De la compulsión a la repetición y de la pulsión de muerte. Cura analítica y transferencia. De la represión a la desmentida, Buenos Aires, Amorrortu, 1998. (p. 27) — (1999). Desafíos clínicos actuales : Psicoanálisis de la Depresión. XXXVII Symposium APA, 1999. — (2001). “Quelques ponctuations Psychanalytiques (à partir de ma pratique clinique”, Revue Française de Psychanalyse. Tomo LXV, Hors Série, Courants de la Psychanalyse contemporaine, con la dirección de A. Green, Presses Universitaires de France, Paris, 2001.

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— (2003) La posición del analista y el analizando de hoy. 43° Congreso Internacional de IPA, (Toronto 2003), Nueva Orleans, Abril de 2004. — (2004) La posición del analista [el otro] y la clínica actual. En El otro en la trama intersubjetiva, Lugar Editorial APA Editorial, 2004. (p. 171 - 181) — (2006) Entre el recuerdo y el destino: la repetición. Trabajo central del Congreso Internacional de Berlín, Revista de Psicoanálisis. LXIII, n° 4. (pág. 763) Rosas de Salas C.: (2002) Consideraciones metapsicológicas sobre la repetición. 24° Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, FEPAL, Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica, Montevideo, Uruguay, del 23 al 27 de Setiembre de 2002. Roussillon, R. (1995). El trauma perdido. (pág. 203) Paradojas y situaciones fronterizas del psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrotu. (p. 199)

[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN MAYO DE 2010]

Resituar el valor de la vida * Eduardo Mandet

Si vis vitam, para mortem Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte (S. Freud-1915)

¿Ustedes hacen bien de creer que van a morir, Seguramente.¡Eso los sostiene!¿Si ustedes no creyeran, podrían soportar la vida que tienen?¿Si uno no estuviera solidamente apoyado en esa certeza, que eso terminará, podrían soportar esta historia? (Lacan-1972)

SEXUALIDAD Y MUERTE En este trabajo emprenderé la tarea de repensar algunos temas de la adolescencia, desde la pieza de teatro de Frank Wedekind: Despertar de primavera, subtitulada Tragedia infantil-Kindertragëdie (1890), que concitó la atención de Freud y sus colegas, tal como se puede observar en las Minutas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena en la sesión del 13 de febrero de 1907, y posteriormente la de J. Lacan en su artículo de 1974: El despertar de la primavera. Si bien esta pieza tiene una gran riqueza temática, que daría lugar a variados análisis, en este trabajo realizaremos un recorte de la obra y solo tomaremos brevemente el curso vital de tres de sus protagonistas: Wendla, Mauricio y Melchor, abordando con mayor precisión la última escena en que aparece la figura del enmascarado, en donde se despliega el tema de la articulación de la muerte y la vida que nos reúne en este trabajo. Tomaremos a tal fin, dos ejes que se entrelazarán: la sexualidad y la muerte: a) Hablaremos de la adolescencia y su despertar y del asunto de qué es para los varones hacer el amor con las chicas, marcando que no soñarían en ello sin el despertar de los sueños (Lacan 1974-Pág. 109).

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b) A través del episodio del hombre enmascarado en la citada pieza de teatro, veremos como la función paterna brinda la posibilidad de resituar el valor de la vida. En primer término ubicaremos a su autor, F. Wedekind (1864-1918), quien provenía de una familia de origen alemán, exilada en Suiza por las ideas político-religiosas del padre. F. Saxe y S. Pereyra comentan en un interesante trabajo (2006), acerca de la posición dicotómica del autor sobre la moral, por un lado una moral social, burguesa y puritana a la que fustiga y por otro una moral en concordancia con el espíritu natural humano (Pág. 11). Justamente la obra que nos convoca, de ritmo ágil y cortante, muestra y anticipa desde un lenguaje que conjuga el humor y la poesía, el retrato del malestar sexual de la sociedad prusiana que luego retomaría y describiría S. Freud. Además, nos ofrece la descripción de un mundo adulto en el que la verdad se oculta y se desfigura, mientras los adolescentes descubren secretamente los misterios de sus cuerpos, al tiempo que son arbitrariamente escuchados y castigados, ya sea por sus padres o por las autoridades escolares.

HABLAR DE LOS ADOLESCENTES – LA MUERTE COMO PERSPECTIVA – EL DESPERTAR DE LOS SUEÑOS ¿Qué liga al sexo con la muerte? Tiene que haber una relación pero nadie lo sabe. No por nada Freud habló de una pulsión de muerte. Pero eso no explica las relaciones sexuales. Todo se resume en que no es posible explicar la relación sexual. Eso que Freud llama pulsión, es una especie de (…) de lo sexual en las edades tempranas antes de que el ser parlante haya encontrado –no su partenaire– sino el enigma del falo. J. Lacan-Conferencia en Londres 3 de febrero de 1975

El encuentro con lo real, desde ya traumático, siempre despierta. En el despertar de la pubertad, el encuentro intempestivo con lo real hace perder al adolescente el equilibrio alcanzado hasta el momento por el entramado significante, o sea, algo vacila en su fantasma. Hay entonces un trabajo de subjetivación a realizar en el segundo despertar sexual, que implicará alguna forma de cuestionamiento y/o ruptura con el Otro parental, momento en que el adolescente se abrirá o no, a nuevos códigos, a interrogarse sobre la irrupción pulsional, a descubrir cómo se deviene hombre o mujer, en última REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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instancia, a poder diferenciar el tramado del fantasma de la infancia, del fantasma por alcanzar en la adolescencia. En caso que no se pudiera efectuar la reinstalación de la ley de la castración, ley por la que se enlazan objetos al deseo, la deriva pulsional no tendría límites y en lugar de desplegarse posibles fantasías surgiría en escena el más allá del principio del placer, anunciando la posible entrada en la tragedia. Sin embargo, si la castración es reconocida, la memoria inconsciente podrá contornear el vacío en el que se origina la palabra. Es decir, una cuestión es tener como perspectiva a la muerte y otra muy distinta, no poder desviar, ligar o retardar lo real pulsional en su deriva sin límite. La muerte nos enfrenta a la soledad de nuestra responsabilidad, cuestión, esta última, que observaremos más adelante en el personaje de Mauricio, en que ese desvío no puede realizarse con la consiguiente caída en un destino trágico, ya sea sacrificial o causado por un terror que lo paraliza. En otros términos decimos que el adolescente se encuentra confrontado a la pérdida de la identificación fálica, al duelo del yo ideal infantil y al momento de la irrupción de un goce sexual desconocido hasta entonces. Si se alcanza a atenuarlo, cifrarlo, canalizarlo y anudarlo a lo imaginario y simbólico, se habrá enlazado la muerte a la sexualidad. Decimos entonces que en la adolescencia se pone en evidencia que la vida no tiene ningún sentido preciso, pero sí tiene valor y se pueden encontrar razones posibles por las que vivir. O sea, despertar a la primavera de la adolescencia es iniciar un camino del que se ignora el destino y los riesgos por correr, uno de ellos, el poder extraviarse. Al respecto expresa Freud: La vida se empobrece, pierde interés, cuando la máxima apuesta (der höchste Einsatz) en el juego de la vida, que es la vida misma, no puede arriesgarse (1915, pág. 291). Es inevitable entonces no desconocer el vértigo que produce el vacío, que paradójicamente abre al campo existencial. De esta manera, la vida sería un incesante devenir en el que se ganaría tierras a las aguas del más allá del principio del placer, acotando mediante la palabra, el fluir del goce que obstruye dicho vacío y detiene el paso al deseo. Lacan, en correlación con la propuesta freudiana del epígrafe, nos hablará de la segunda muerte como anterioridad lógica de la biológica, situándola en el campo de la articulación significante. En la misma línea de Freud, la libertad de desear sería correlativa a la asunción de una posible muerte. No se trata de la muerte real, temida y teñida de culpa, sino de un involucrarse en la propia muerte conectada con un trabajo de memoria, de subjetivación. Ubicado ya el fondo sobre el que se moverán los protagonistas, si en su despertar a la sexualidad no descubren alguna forma de ficción, de ensoñación ligada al lenguaje, se hace difícil enfrentar los enigmas del sexo y la muerte. Los deseos protegen los sueños, retardando el despertar que

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se vincularía a la muerte. Despertar sería salir momentáneamente del sueño neurótico, enfrentar lo real y lograr un instante de claridad, promoviendo un cambio en el discurso.

ASUMIR LA CASTRACIÓN Más allá de supuestas intersubjetividades, los adolescentes experimentarán el erotismo y los desacuerdos inherentes a la sexualidad humana bajo los lineamientos de particulares fantasías, surgidas de experiencias de la infancia, a las que se agregarán las de la adolescencia vinculadas a la genitalidad: es la experiencia la que responde de que ese goce sea fálico (Lacan, 1974, pág. 110). El mencionado desacuerdo entre los sexos pone en evidencia el núcleo de la castración a ser asumido en la adolescencia, tanto por el varón como la mujer adolescente, para poder simbolizar la diferencia. El humano carece de respuestas precisas acerca del sexo, masculino y femenino son construcciones simbólicas que no concluyen en una pretendida relación de igualdad de un sexo con el otro, ni en la certeza que el instinto otorga al resto de los animales. De ahí que las diversas culturas ensayen normas, prohibiciones, etc. con el fin de solucionar esta irresoluble cuestión. Sin embargo, más allá del fracaso que por lo general acarrean los intentos por generalizar, el tema central es que cada sujeto enfrenta ese vacío en soledad, teniendo a la metáfora paterna como vector: si eso fracasa, es para cada uno (Lacan, 1974, pág. 11). Hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX nos encontramos con una particular manera de abordar el malestar cultural, caracterizado por una moral absurda y el despotismo de un sistema educativo que aplastaba los impulsos eróticos de investigación de la pubertad. Veamos un momento de la pieza que denuncia estas cuestiones. En esta escena dialogan Wendla y su madre la señora Bergmann, mostrando el intenso nivel de engaño y ocultamiento del lazo que anuda la sexualidad con la maternidad: Wendla: Quisiera saber si la cigüeña entró volando por la ventana, o si vino por la chimenea. Señora Bergmann: Eso pregúntaselo a Ina. Pregúntaselo a Ina, corazón mío. Ina ha estado hablando con ella durante media hora. Wendla: Ya se lo preguntaré ahora cuando la vea. Señora Bergmann: No lo olvides. A mí también me interesa saber si vino por la ventana o por la chimenea. Wendla: ¿O no es preferible que se lo pregunte al deshollinador? El deshollinador debe estar mejor enterado de si entró volando por la chimenea. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Señora Bergmann: ¡No se lo preguntes al deshollinador! ¡Al deshollinador, no! ¿Qué sabe él de la cigüeña! Te contará historias necias, en las que él mismo no cree… Wendla queda finalmente sin herramientas para enfrentar su despertar sexual, encerrada en los estragos del circuito asfixiante madre-hija, muriendo “víctima de los abortivos que le administró la madre Schmidt” (Wedekind -Pág. 76).

LOS PROTAGONISTAS ADOLESCENTES Como todos los jóvenes pensé en el suicidio. Creo que todos los jóvenes han pasado por eso alguna vez, todos han pronunciado el monólogo “To be or not to be” – pero sin embargo, yo recuerdo aquellos años como si hubieran sido muy felices, aunque me consta que no lo fueron. Jorge Luis Borges

En la adolescencia es inevitable el encuentro con la temática de la muerte, dependiendo su posible desenlace, en gran medida, de la intervención de adultos que transmitan la tarea de anudar la sexualidad a la muerte y fortalecer la ética del vivir. Dicho encuentro será definitorio para el ulterior devenir del psiquismo. Acerquémonos a continuación a los principales personajes de la pieza: Melchor, Wendla, Mauricio, Ilse, Martha, Hans y Ernst. - Wendla, imposibilitada de alcanzar una posición deseante femenina, añora las caricias (Pág. 28) de los golpes: Soñé que era una pobre, una mendiga…mi padre si no traía la cantidad que esperaba me pegaba…me pegaba (Pág. 27). - Martha implora lo contrario: Si al menos no me pegaran (Pág. 18). - Mauricio confiesa su desconocimiento en materia sexual: ¡No puedo! ¡No puedo hablar con tranquilidad de los misterios de la generación! Si quieres hacerme un favor, escribe tus explicaciones. (Pág. 15). - Melchor se ubica en el rol de iniciador de sus compañeros: Yo te lo diré todo… (Pág. 15). - Hans y Ernesto comparten una escena de ternura homosexual, el primero añora un futuro de solidez económica: Si algún día soy millonario levantaré un monumento a Dios…; mientras Ernesto se lo imagina desde la religión: Muchas veces me represento que seré un venerable párroco… (Pág. 70). - Ilse, que se muestra ante Mauricio como una muchacha libre y desprejuiciada, pero presa de sueños, como todos ellos: ¿Qué sueños más espantosos tuve! ¡Dios mío…Dios mío…si amaneciera pronto! (Pág. 48). Melchor introduce a Wendla y Mauricio en el inabarcable mundo de la investigación sexual. Wendla muere intentando abortar, sin poder ligar su

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embarazo a su iniciación sexual. Mauricio, que la deja encinta, se suicida al no poder soportar su fracaso escolar, las demandas familiares y la falta de respuestas a sus inquietudes sobre la vida: - No sirvo para amoldarme… ¡No he cerrado ningún trato con Dios!...Se nace por casualidad… La vida se me ha vuelto de espaldas. Del otro lado me hacen señas cariñosas. ¡La reina sin cabeza…la reina sin cabeza!... (Pág. 45) Ambos, Wendla y Mauricio, se ofrendan a un Otro gozante (padres, autoridades, etc.), que les cierra las puertas de acceso a una apertura simbólica o a alguna forma de reaseguro fálico-narcisista como para poder sostenerse. Melchor es encerrado en un correccional, con la anuencia de sus padres, a raíz de de ser acusado por un escrito entregado a su amigo Mauricio acerca de la sexualidad, además de su vinculación amorosa con Wendla. Padres, autoridades institucionales y familiares se caracterizan por la ausencia de interrogación y de preocupación por estos jóvenes, mientras solo piensan en sus propios intereses y cuestiones morales. Melchor logra escapar de su encierro y se reencuentra en el cementerio con su amigo Mauricio, quien trata de atraerlo para que se reúna con ellos, los muertos, alabando el estado de paz alcanzado: Lo podemos todo… ¡Qué descanso! ¡Qué contento Melchor! No tienes más que alargarme el dedo meñique. Te volverás blanco como la nieve…antes de que llegue tu hora propicia (Pág. 75). Es entonces que hace su aparición el caballero enmascarado, exigiendo a Mauricio que desaparezca e invita a Melchor a confiar en él, mientras lo incita a vivir, desear y alejarse del peso de la culpabilidad ligada a la moral: Enmascarado: Te invito a que te confíes a mí. Yo me cuidaré por lo pronto de tu porvenir… Melchor: ¿Es usted acaso mi padre? Enmascarado: ¿No serías capaz de conocer a tu padre por la voz? Melchor: ¡No! Enmascarado: Tu padre busca consuelo en los robustos brazos de tu madre… Te mostraré el mundo (Pág. 76). Melchor: ¿Qué piensa usted sobre moral? Enmascarado:…Por moral entiendo yo el producto real de dos cantidades imaginarias. Las cantidades imaginarias son “deber” y “querer”. El producto se llama moral y no puede ser negado en su realidad (Pág. 77). El enmascarado actúa guiado por un impulso liberador: - descubriendo la mentira de Mauricio: Pues entonces, ¿Por qué se pavonea usted hablando de superioridad? Si usted sabe muy bien que todo es una farsa… ¿Por qué miente usted a sabiendas! - redefiniendo el lugar de cada uno de los personajes: ¡No se entregue usted a ningún género de ilusiones, mi estimado amigo! ¡Sus queridos padres no se huREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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bieran muerto, como tampoco usted! Juzgando el caso, estrictamente se hubieran encolerizado y refunfuñado tanto solo por motivos de desahogo físico. Además, como ya observamos en un diálogo anterior, señala cómo desde el deseo, el padre sitúa a su mujer, diferencia el deber en la línea del mandato superyoico del querer deseante, toma en consideración la ley y por último, reafirma el valor de la vida.

UNA CORRIENTE SUBTERRÁNEA NUNCA EXTINGUIDA El demonio de la vida es al mismo tiempo el diablo, es decir el inconsciente. Todo sucede en efecto como si la vida estuviera sometida a esa cuestión. S. Freud (Sesión de la minuta del 13 de febrero 1907)

Hablaremos en este punto de la figura paterna que guía y aprecia aquello que el adolescente ha creado o encontrado en su trabajo de conciliación con lo real. Es quien favorece el despertar al deseo del adolescente, función que tan bien describió Freud en “Sobre la psicología del colegial” (1914), en referencia a los representantes de los adultos (Pág. 247), que provocan en el adolescente una corriente subterránea nunca extinguida. Cuando esta tarea de los maestros fracasaba, era grande el número de los que se atascaban en este camino y algunos – ¿porqué no confesarlo? – lo extraviaron así para siempre (Pág. 248). Siguiendo estas ideas, hemos descubierto el misterioso personaje del enmascarado, que sostiene y defiende a Melchor de sucumbir a la muerte: Te guiaré por entre los hombres…Te proporcionaré la ocasión de ampliar tus horizontes de un modo fabuloso…Haré que sin excepción conozcas todo lo interesante que el mundo encierra… (Pág. 76). Es decir, le brinda su cuidado y le deja traslucir que las palabras pueden contener y trabajar el vacío, retardando la muerte. De ahí que Lacan expresará que el enmascarado es uno de los Nombres del Padre: o sea decirles que entre los Nombres- del- Padre existe el del Hombre enmascarado (1974, pág. 112). Como acabamos de enunciar, al final de la pieza, Melchor camina junto a Mauricio, ya muerto y en el cementerio, mientras expresa: estoy al borde del abismo (Pág. 71). Mauricio ha fracasado en la tarea de todo adolescente varón, de ubicarse como uno más entre sus semejantes varones, cuestión que Melchor sospechaba cuando le expresa al comienzo de la obra: ¡Eres como una señorita! (Pág. 15). Luego, solo podrá contarse en el reino de los muertos, excluido de lo real (Lacan, 1974-Pág. 71). En ese reino, dice Lacan, los desengañados yerran (Lacan juega en esta expresión con la homofonía en francés con los nombres del padre (pág. 111) en alusión a aquellos que ya no se dejarían sorprender por el inconsciente, en los

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que se habría perdido el deseo de saber. En el mundo de los muertos se rompe el lazo que reúne el cuerpo a la palabra, como un hilo de escrituras que se deshace. Si la palabra no hace cuerpo, el cuerpo yerra disociado del campo simbólico, en otras palabras, la sexualidad fracasa en su establecimiento. De pronto surge el Hombre enmascarado, como uno de los Nombres del Padre, dándole valor a la palabra que autorizará desde la vida al trabajo de la memoria, defendiendo a Melchor de caer en la deriva de ese reino de muerte bajo la siniestra influencia de Mauricio. Es entonces que Melchor expresa: ¡Adiós Mauricio! No sé dónde me lleva este hombre ¡Pero es un hombre! (Pág. 78). El enmascarado le brinda una ficción, una invención, una escena que da lugar por el trabajo del significante a una posible elaboración, en una dimensión temporal histórica, que permitiría que el adolescente encuentre un lugar propio. La muerte es esperable que quede, entonces, como una perspectiva, como un horizonte a alcanzar luego de haber atravesado las huellas simbólicas de la sexualidad. Por el contrario, cuando el campo del más allá del principio del placer no se puede regular y organizar mediante un trabajo significante, ordenado en la ley y en una apuesta a la vida, se puede dar lugar al pasaje al acto, como cuando Mauricio, desesperado y sin ilusiones ya, se suicida: Mi moral me ha llevado a la muerte. Por causa de mis queridos padres agarré el arma mortífera. “Honra a tu padre y a tu madre durante toda tu vida”. ¡En mí se ha lucido la Escritura de un modo brillante! (Pág. 77). Se trata de la moral mortífera del súper yo provocando el sometimiento al Otro y dejando a Mauricio sin instrumentos para defenderse. Finalmente, amedrentado, acosado de remordimientos, e imposibilitado de sustraerse a las amenazas paternas por sus fracasos escolares, no encuentra otro camino que la desesperanza. De golpe, su obstinado llamado a los sueños para que se hicieran realidad se interrumpe, introduciéndose en la escena la fuerza arrasadora de la tragedia, que violenta el límite de la Belleza (Lacan, 195960, pág. 354-355) y la transforma en la imposible máscara de la muerte. En clara correspondencia con el accionar de su hijo, el Señor Stiefel (Padre de Mauricio) exclama frente a la fosa del cementerio mientras echa una paletada de tierra (Pág. 56): ¡El chico no era mío…! ¡El chico no era mío… ! ¡Nunca me gustó, ni de pequeño…! Por último, ya sin máscaras y en el reino de los muertos expresa Mauricio: Estamos más allá de las cosas terrenas, cada uno para sí. Ninguno de nosotros tiene nada que perder…Ignoramos la máscara del comediante, y vemos cómo los poetas se ponen el antifaz a escondidas… (Pág.73-74). Volviendo al rol del enmascarado podemos ahora vincularlo al del maestro en la obra de Freud que citamos al comienzo de este punto, en donde esta figura es buscada por los alumnos no tanto por el saber académico que REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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enuncia, sino por cómo se posicionaba frente a la vida, espiábamos sus pequeñas debilidades y estábamos orgullosos de sus excelencias (Freud, 1914, pág. 248). Se trata, para los adolescentes, de una elección del sujeto frente a su existencia, un resituar su vida, hacerse un nombre, elegir un estudio, un trabajo, un ideal, una pareja…Poder ir más allá de los pedidos y mandatos parentales, pudiendo poner a jugar un deseo propio.

RESUMEN En este trabajo se emprende la tarea de repensar algunos temas de la adolescencia desde la pieza de teatro de Frank Wedekind: Despertar de primavera, subtitulada como Tragedia infantil-Kindertragedie (1890), que concitó la atención de Freud y sus colegas y posteriormente la de J. Lacan. Tomaremos a tal fin, dos ejes que se entrelazarán: la sexualidad y la muerte: Hablaremos de la adolescencia y su despertar, y, a través del episodio del hombre enmascarado en la citada pieza, veremos cómo la función paterna brinda la posibilidad de resituar el valor de la vida. DESCRIPTORES: ADOLESCENCIA / SEXUALIDAD / MUERTE.

SUMMARY Re-situating the value of life The author takes up the task of re-thinking some themes of adolescence on the basis of the play by Frank Wedekind: Spring Awakening, subtitled A Childhood Tragedy or Kindertragedie (1890), which drew the attention of Freud and his colleagues and later J. Lacan. For this purpose, the author centers on two intertwined themes: sexuality and death: a) He discusses adolescence and its awakening. Through the episode of the masked man in this play, he shows how the paternal function provides a possibility to re-situate the value of life. KEYWORDS: ADOLESCENCE / SEXUALITY / DEATH.

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Eduardo Mandet

RESUMO Resituar o valor da vida Neste trabalho se inicia a tarefa de repensar alguns temas sobre a adolescência a partir da peça de teatro de Frank Wedekind: O Despertar da primavera, mais conhecida como Tragédia infantil-Kindertragedie (1890), que chamou a atenção de Freud e de seus colegas e, mais tarde, de J. Lacan. Para isso tomaremos dois eixos que se entrelaçarão: a sexualidade e a morte. a) Falaremos da adolescência e seu despertar. Através do episódio do homem mascarado da citada peça, veremos como a função paterna brinda a possibilidade de resituar o valor da vida. PALAVRAS-CHAVE: ADOLESCÊNCIA / SEXUALIDADE / MORTE.

Bibliografía Borges, J. L. y Ferrari, O. (1986). Libro de diálogos, Buenos Aires, Sudamericana. Camauer, S. y otros.(2003). Sexualidad y muerte en la pubertad. Lecturas de Despertar de primavera de Frank Wedekind, Buenos Aires, Propuesta Psicoanalítica Sur. Freud, S. (1914).Sobre la psicología del colegial, OC, Tomo XIII, Buenos Aires, Amorrortu. — (1915). De guerra y muerte, OC, T. XIV, Buenos Aires, Amorrortu. Wedekind, F. (1890). Despertar de primavera, Buenos Aires, Quetzal-1991. Lacan, J. (1959-60) Seminario N 7-La Etica del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1988. — (1974). El despertar de la primavera, en Intervenciones y Textos II, Buenos Aires, Manantial, 1988. — Seminario 21-Los desengañados yerran (Les non dupes errent)-Inédito. — Conferencia en Londres - 3 de febrero de 1975 — Conferencia en la Universidad Católica de Lovaina (13/10/1972) Mandet, E. – La raíz pulsional de la ley – Presentado en el ciclo de la comisión científica: El súper yo. Acerca del malestar entre pulsión y ley –Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados– 12 de agosto 2009. — Filiación y violencia familiar – Presentado en las XXIII Jornada Anual del Departamento de Niños y Adolescentes “Arminda Aberastury-APA-Agosto 2009.

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Saxe, F. y Pereyra, S. – Iniciación crítico-biográfica en la obra de Frank Wedekind-Trabajo presentada en la Mesa Redonda: Despertar de primavera de F. Wedekind-Cátedra de Psicopatología-Universidad Nacional de La Plata-21 de abril 2006. [TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN MAYO DE 2010]

El proceso de des-identificación de las identificaciones enloquecedoras a través de un ejemplo clínico * María Elisa Mitre de Larreta

En este trabajo voy a desarrollar el proceso terapéutico de una paciente borderline, adicta a la cocaína, con actuaciones severas. Luego de trabajar con pacientes graves durante muchos años, lo que se me presentó y se me presenta como lo más dificultoso en un tratamiento es transitar los momentos de des-identificación de las identificaciones enloquecedoras, donde los pacientes están más expuestos a las recaídas. De esta manera, debemos estar más atentos en este momento del proceso terapéutico, en donde el paciente está “mejor” pero se siente peor, ya que lo nuevo es demasiado nuevo y no se puede regresar a lo anterior, y no se siente con recursos suficientes para afrontar este nuevo comienzo (new beginning [Balint, 1968]). El paciente entonces intenta llenar el vacío de la des-identificación con más actuaciones, porque muchas veces ese vacío es confundido con la vivencia de muerte del sí-mismo que lo llevó a enfermarse. Esto resulta también un problema bastante complejo en los equipos terapéuticos, porque al igual que los padres, muchos terapeutas no pueden percibir que es un momento fundamental dentro del proceso terapéutico, y creen que las recaídas significan que el paciente “volvió a fojas cero”. Porque es en ese momento donde se juega el destino de esa persona que sufre, y de las personas que hacen sufrir. Los pacientes en esos momentos de desidentificación están “en carne viva” y necesitan que estemos muy atentos a estas vivencias, porque suele ser en esta etapa de “desprendimiento” en que pueden surgir las ideas suicidas. La madre, que siempre dedicó su vida a su hijo, puede sentir como una traición el desprendimiento de éste, y a nosotros como intrusos que deseamos quitárselo. Recuerdo una oportunidad en que una madre me gritó: “A mí, ni vos ni nadie me va a robar a mi hijo”.

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El hijo, a su vez, si no ha desarrollado suficientes recursos, muchas veces deja el tratamiento, ya sea por una complicidad secreta con su madre o porque esta situación nueva le puede resultar insostenible, “de vida o muerte”, como dicen muchos pacientes, y llevarlo al suicidio. Esto sucede porque tanto madre como hijo tomaron mutuamente al otro como indispensable para la supervivencia. Estar atento significa entonces, tener presente que estos padres tienen iguales o más dificultades que sus hijos, y que los retienen porque tampoco tienen resuelta su propia conflictiva edípica. De esta manera, el crecimiento de sus hijos les reactiva su propio crecimiento y las dificultades inherentes al mismo, y en estos momentos transitan por las mismas vivencias de muerte que el hijo. Por lo tanto, pensamos que deben realizar un proceso terapéutico simultáneo de des-identificación para que puedan gradualmente abandonar esa “posesión necesaria e indispensable”. Esos personajes externos e internos (los otros en nosotros) —presencias con poder patógeno que hacen sufrir— actuaron siempre desde interdependencias patógenas y patológicas, donde tanto el hijo como los padres funcionaron mutuamente como “un veneno necesario”. Creo que es conveniente en este punto citar textualmente a García Badaracco: “[…] la natural tendencia de los niños a la idealización de las figuras parentales, en vez de ser neutralizada por una actitud realista de los padres, es fomentada por éstos con el objeto de permanecer idealizados e indispensables para el hijo que, en estas condiciones, vivencia como catastrófica la amenaza de abandono y está dispuesto a cualquier sacrificio o renunciamiento para poder seguir recibiendo ese “alimento afectivo” que sea ha convertido en un “veneno necesario”, que es el origen de todas las adicciones” (1978, p. 561). Tanto a hijos como a padres les resulta muy difícil en esa simbiosis patológica pasar de la relación de dos a la relación de tres (García Badaracco, 1979). De esta manera, en esta díada casi diabólica, impiden la inclusión de un tercero (terapeuta) porque viven la situación de separación e individuación casi como una muerte real en vida. Estas actitudes que impiden el desprendimiento del otro que hace sufrir, provocan reacciones terapéuticas negativas sistemáticas (a repetición), que hacen que los pacientes se transformen en especialistas del no-cambio.

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LA IMPORTANCIA TERAPÉUTICA DE «LA MIRADA» En un psicoanálisis bipersonal no es fácil visualizar la presencia del otro que hace sufrir. Es en el contexto multifamiliar donde vemos con más claridad, como en un laboratorio humano, el accionar de estas presencias internas o externas a través de palabras o actitudes, y también vemos que los participantes del grupo van transmitiendo desde sus vivencias más salud dentro de la trama enfermante, permitiendo de esta manera que el círculo vicioso se vaya transformando paulatinamente en círculo virtuoso. Partimos de la base que en todo ser humano existe una ‘virtualidad sana potencial’ que debemos respetar y reconocer desde el comienzo para que pueda ir desarrollándose. Tenemos que tener en cuenta que el poder enfermante o curativo de los otros está relacionado con cómo el enfermo se siente mirado por esos otros. El paciente, que tuvo que esconderse detrás de una coraza protectora para evitar el sufrimiento psíquico, condicionado por esos otros que lo miraron siempre como enfermo, tiene en el Grupo de Psicoanálisis Multifamiliar la oportunidad única de ser mirado desde esa virtualidad sana potencial que todos los seres humanos tenemos. Si desde el comienzo miramos terapéuticamente a la persona que sufre teniendo en cuenta la virtualidad sana potencial, le brindamos una oportunidad única para que pueda ir desarrollándola, y para que sus padres puedan, a través de los otros, mirarlo de otra manera. En relación con ese comentario, quiero destacar la importancia del tema de la mirada; si bien en el encuadre psicoanalítico clásico ha quedado excluido de la técnica, en el trabajo con pacientes mentales graves la mirada, que es una típica interdependencia recíproca con mucho poder enfermante y/o curativo, es esencial. Esas presencias exigentes que invaden y enloquecen someten al Yo vulnerable, que mediante reproches y reclamos busca que se le reconozca el nivel de sufrimiento. Resulta muy difícil para los terapeutas ver la ‘virtualidad sana’ encubierta detrás de los reproches y reclamos, muchas veces violentos. Este reconocimiento en el campo de la relación es el sostén más importante que se puede ofrecer al otro que sufre.

EL COMIENZO DEL PROCESO TERAPÉUTICO. DIFICULTADES PARA ESCUCHAR Y PENSAR. Lucía asistió por primera vez al Grupo de Psicoanálisis Multifamiliar acompañada por su padre, en ese momento tenía treinta y nueve años. Allí contó desesperada que no podía dejar de maltratar a su hijo ni abandonar la ingesta

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compulsiva de drogas y alcohol. Pasaba los días con su hijo en una plaza poblada de alcohólicos y adictos graves, gente violenta, en donde su propia violencia era permanentemente realimentada por los otros. Lucía me pidió entrevistas individuales pero el contexto bipersonal le era insuficiente, por el nivel de actuación y necesidad de asistencia. Había tenido en su vida varios tratamientos terapéuticos pero nunca había podido dejar totalmente las drogas ni el alcohol, ni tampoco bajar el nivel de sufrimiento. No le era suficiente la hora terapéutica, ya que en este comienzo del proceso terapéutico se sentía desamparada y revivía situaciones traumáticas intolerables durante las 23 horas restantes, y estas vivencias la llevaban a más actuaciones. Por esa razón se organizó en la clínica de día que presido (comunidad terapéutica psicoanalítica de estructura multifamiliar), una reunión para determinar su tratamiento, en la que se decidió trabajar en forma conjunta con su familia asistiendo a los Grupos Multifamiliares y simultáneamente con terapia individual y familiar de la paciente en la institución. La inclusión de la familia fue fundamental para el proceso terapéutico de Lucía y también para los mismos familiares. Lucía había vivido siempre en un clima de violencia en su casa. Pablo, su padre, también había sido alcohólico y adicto, a tal punto que un día — como él mismo relató— no pudo tolerar más el nivel de sufrimiento generado por la droga y tuvo un intento de suicidio grave. Cuando Pablo dejó la clínica donde estuvo internado, reincidió en las drogas y el alcohol. Maltrataba constantemente a María, su mujer, (madre de Lucía y sus dos hermanas, que al oír los gritos y la violencia permanecían ocultas en un pasillo rezando), hasta que un día desapareció, abandonando a sus hijas en manos de María. Para ese entonces, Lucía tenía 12 años y sus hermanas 8 y 7, respectivamente. Lucía fue creciendo con esta madre que también era alcohólica y que en ocasiones maltrataba a sus hijas; luego María comenzó con intentos de suicidio. En esas crisis su hija mayor, Lucía, era la “encargada” de ayudarla: le sacó la cabeza del horno, las pastillas de las manos, entre otros intentos. Fue en ese momento cuando comenzó su derrumbe personal. Mientras ayudaba a su madre para que no se matara, salía corriendo a anestesiarse con drogas y alcohol para neutralizar el nivel de sufrimiento, ya que aún no había desarrollado recursos yoicos genuinos suficientes para enfrentar esta situación. Esto creó, por una identificación enloquecedora, una reacción compulsiva automática que fue muy difícil abordar más adelante en el proceso terapéutico.

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EL ACTUAR COMPULSIVO DE LA MENTE EN LA ENFERMEDAD MENTAL Quisiera agregar que la naturaleza compulsiva de las identificaciones enloquecedoras (con poder enloquecedor) explica la compulsividad de ciertas conductas, que requieren un tratamiento combinado individual y multifamiliar, precisamente para poder desarmar el poder enloquecedor de las mismas. Esta es una descripción de algunas de las defensas propias de este tipo de pacientes, que utilizan los mismos mecanismos de defensa enloquecedores de los padres, generando círculos viciosos de sufrimiento-actuación a repetición y con la compulsividad propia de lo que Freud llamó compulsión a la repetición (1920) y que por supuesto se articula con lo que también enuncia Freud en “Más allá del principio de placer”.1 Con esto quiero destacar la manera en que Freud pone de manifiesto el aspecto vivencial en el proceso de la cura. Al comienzo de este proceso terapéutico, Lucía, invadida por estas presencias enloquecedoras, no podía ni escuchar ni pensar. El funcionamiento mental de estos pacientes, inherente a la situación traumática, es ‘un actuar dentro de la mente’ con poca capacidad de simbolización. Sabemos que la compulsividad del funcionamiento mental siempre está ligada a situaciones traumáticas. El brote psicótico sería una condensación de situaciones traumáticas que nunca pudieron ser expresadas, ni habladas, ni compartidas con nadie. Son formas estructuradas del funcionamiento mental para neutralizar el sufrimiento psíquico y emocional. Cuando la persona comienza a hablar, desde ese funcionamiento mental rígido que necesita mantener para bloquear las emociones, lo hace desde la

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“[...] Después, empero, se hizo cada vez más claro que la meta propuesta, el devenirconciente de lo inconciente, tampoco podía alcanzarse plenamente por este camino. El enfermo puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido, acaso justamente lo esencial. Si tal sucede, no adquiere convencimiento ninguno sobre la justeza de la construcción que se le comunicó. Más bien se ve forzado a ‘repetir’ lo reprimido como vivencia presente, en vez de ‘recordarlo’, como el médico preferiría, en calidad de fragmento del pasado. Esta reproducción, que emerge con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y, por tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regularmente se juega, se escenifica, en el terreno de la transferencia, esto es, de la relación con el médico. Cuando en el tratamiento las cosas se han llevado hasta este punto, puede decirse que la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, por una neurosis de transferencia. [...] La proporción que se establece entre recuerdo y reproducción es diferente en cada caso. Por lo general, el médico no puede ahorrar al analizado esta fase de la cura; tiene que dejarle re-vivenciar cierto fragmento de su vida olvidada, cuidando que al par que lo hace conserve cierto grado de reflexión en virtud del cual esa realidad aparente pueda individualizarse cada vez como reflejo de un pasado olvidado. Con esto se habrá ganado el convencimiento del paciente y el éxito terapéutico que depende de aquel” (Pág. 18)

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necesidad de vehiculizar reproches vengativos y compulsivos dirigidos a los objetos parentales de la infancia.

LOS PACIENTES EN ETAPA PRE-VERBAL NO PUEDEN TOLERAR NI ESCUCHAR LA INTERPRETACIÓN PSICOANALÍTICA

Una de las primeras veces que Lucía asistió al Grupo de Psicoanálisis Multifamiliar, una terapeuta le hizo una interpretación psicoanalíticamente correcta. Lucía la miró con odio y gritó: “No te entiendo nada, no sé de lo que hablás, ni siquiera sé quién sos”. A pesar que la interpretación era correcta, los pacientes mentales, y en este caso en especial, al comienzo del proceso terapéutico tienen una virtualidad sana que es como la de los niños; es por eso que hay que tener en cuenta que el paciente necesita que se le hable y se lo mire de una manera que le dé seguridad y le genere confianza, para poder ‘contar con’, quizás por primera vez en su vida. Se requiere bastante tiempo para que el paciente se atreva a entregarse a una relación terapéutica y ser ayudado. Porque entregarse a una situación de dependencia –aunque sea sana– implica abandonar la omnipotencia y la soberbia con que se mantienen los síntomas, y también poner en evidencia la vulnerabilidad, subyacente a la soberbia, que representa necesitar a alguien. Lucía hablaba en una jerga incomprensible para nosotros, identificándose con la gente de la plaza, utilizando una voz que no parecía salir de ella. Para Lucía, los demás eran “caretas” (los que no se drogan) y contaba las cosas más promiscuas con la mayor naturalidad. La promiscuidad de Lucía era en realidad una necesidad de fusión muy primitiva con un otro, que no tiene nada que ver con una sexualidad verdadera. En la Comunidad se sentía perseguida y cualquier tema que se trataba en el grupo lo tomaba a nivel personal y literalmente (como una ecuación simbólica) amenazaba con golpear a todo el mundo, pegaba portazos y una vez, en una reunión con su padre gritó: “Me voy para no pegarte”, y se escapó a la plaza, gritando que iba a buscar al “puntero” (proveedor de drogas), porque se quería destruir. Esa misma tarde se alcoholizó en un bar cerca de la plaza, y como tardaban en servirle se violentó y rompió la vidriera. Llegó la policía y estuvo presa dos días hasta que su padre fue a buscarla. Lucía repetía la situación traumática de toda la vida porque volver a la plaza y estar con estos personajes violentos era una forma de revivir la violencia que había vivido en su infancia. Si bien la volvían a frustrar, esto le daba una pseudo-seguridad patológica. Simultáneamente ella, identificada con esos padres frustrantes que nunca la habían mirado, nos hacía sentir REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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la frustración y la impotencia que ella misma había sufrido. Frustrar al otro significa neutralizar el efecto que el otro produce. Además, se daba un círculo vicioso, donde intentaba aplacar la terrible ansiedad y el sentimiento de culpa que le provocaba maltratar a su hijo y a los demás, y corría compulsivamente a la plaza para anestesiarse con las drogas y reunirse con esas personas que no sólo no la aceptaban, sino que le robaban y la golpeaban (muchas veces llegaba a mi consultorio con un ojo negro o con el labio partido). La falta de cuidado de sus padres, entre otras cosas, le hizo imposible cuidarse a sí misma. Su incapacidad de reflexión le impedía pensar en la muerte real que se podía provocar al inyectarse cocaína con gran frecuencia.

LA COMPLEJIDAD INHERENTE A LA SIMBIOSIS Posteriormente, Lucía se casó con un hombre que conoció en el grupo de Narcóticos Anónimos, que según ella era: “el peor de todos”. De esta relación quedó embarazada, previo a que ambos dejaran de consumir. En los comienzos del embarazo empezó a conocer la ternura a través de su hijo. Se le despertaban vivencias y emociones que nunca había sentido. El día del parto, Marcos, su marido, tuvo un brote psicótico y desapareció por un tiempo. Es común que estos pacientes graves con distintos diagnósticos vivan el nacimiento de un hijo como un “intruso” que les va a robar el amor de su madre, porque aún no tienen resuelta la conflictiva edípica. En este caso individual, pero que también resulta universal, son hijos que quedaron atrapados en una dependencia patológica con su madre, donde nunca apareció la figura de un padre como tercero que permitiera rescatar a su hijo de esta relación simbiótica patológica. Podemos ver que muchas veces en el proceso terapéutico de estos pacientes difíciles la madre, divorciada emocionalmente de su marido, vive la relación con su hijo como una posesión necesaria que le aporta un “alimento narcisista o le da un sentido a su vida que antes no tenía” (García Badaracco, 1979). Si la madre no ve la simbiotización del bebé como momentos transitorios necesarios para su crecimiento, sino como la satisfacción de una necesidad propia, termina “atrapando” a su bebé en un vínculo que le impide el crecimiento sobre la base de su propia espontaneidad. Cuando los padres, en este caso, tienen una conflictiva edípica no resuelta, introducen lo incestuoso en la medida que buscan recuperar con el hijo una relación primitiva de objeto a través de un vínculo erotizado. Lucía quedó a merced de un mundo hostil donde estaba sola. La familia nunca fue a verla porque el niño que había nacido era “un hijo bastardo de un padre loco”. Allí comenzó a sentirse sola y abandonada, como en su in-

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fancia, y actuaba, como ella decía, desde la ira. En realidad la ira y la violencia son mecanismos defensivos para neutralizar la vivencia de indefensión y sufrimiento psíquico. Empezó a ponerse intolerante con su hijo y también a consumir drogas y alcohol. La droga también funcionaba como una “coraza” psicológica. Ella afirmaba: “Yo sólo puedo atender a mi hijo si tomo drogas. Necesito estar anestesiada”. Simultáneamente con las vivencias de ternura que le despertaba el hijo, se le comenzaron a aparecer también, en esta soledad abismal, vivencias intolerables en relación a su hijo, por su propia historia de indefensión. Yo le decía que conectarse con su hijo actualizaba vivencias intolerables de su infancia, en donde ella no había sido escuchada, precisamente, en sus vivencias intolerables, más bien era descalificada. El desamparo le resultaba invivible, e identificándose con su madre alcoholizada, que le pegaba o gritaba, repetía lo mismo con su hijo. Con drogas funcionaba como un “robot”, en forma expeditiva pero automática, sin emoción. Yo sabía que el camino dentro del proceso terapéutico de Lucía debía transitar por experiencias enriquecedoras que proveyeran un desarrollo de recursos yoicos genuinos, que a su vez le permitieran compartir las situaciones traumáticas y hacer vivible lo invivible. Pablo, su padre, era un hombre despectivo, soberbio, que presentaba su hija a sus amigos como “una drogadicta sin retorno”, humillándola públicamente. En un grupo manifestó: “No me quiero encariñar con mi hija, porque en cualquier momento se va a morir”. También le decía: “Tu madre nunca tuvo cerebro, a veces te parecés a ella”. Relataba historias sobre sus experiencias con la droga y de la cantidad de mujeres que había tenido. Estos comentarios desencadenaban una gran violencia en Lucía, que seguramente desde pequeña, frente a sus angustias y temores, no había sido ni mirada ni escuchada; por el contrario, esas angustias interiores habían sido amplificadas y aumentadas por sus padres. A través de esta descripción estoy ejemplificando el concepto de García Badaracco de ‘objeto enloquecedor’ (1985, 1998).

LA VIVENCIA DE ESTAR «MUERTA EN VIDA», IDENTIFICACIONES ENTRECRUZADAS Lucía me contó que desde que era niña y hasta el día de hoy mantenía en su casa un altar con vírgenes y santos, donde rezaba como una chiquita desamparada: “Jesusito, Jesusito, por favor ayudame”. Cuando contaba esto, aparecía la verdadera Lucía. Debemos prestar atención especial a las primeras manifestaciones sanas que empiezan a aparecer: la ternura, la capacidad de compartir emociones, de escuchar, un asomo de sentido del humor, que son los comienzos de esa ‘virtualidad’ sana que nos permite darnos cuenta que el paciente está mejor, y que inclusive se nos hace más querible (el “verREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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dadero self” enunciado por Winnicott en el artículo “La distorsión del Yo en función del verdadero y el falso self”, 1960). Nadie imaginaba las dificultades que tenía. Se expresaba desde un personaje inteligente aunque superficial, y no hablaba jamás acerca de sus verdaderos sentimientos ni vivencias, que permanecían ocultos como un secreto casi místico. Fue fabricándose así una coraza protectora que la hacía encerrarse cada vez más en un mundo autista que nadie conocía. Lucía comenzó a cortarse los brazos y el cuerpo. A través de sus actuaciones, esto la llevaba a provocarse un sufrimiento aún mayor para sentirse viva. El actuar psicopáticamente sobre su cuerpo representaba un “mal menor” que conectarse con su gran sufrimiento. La vivencia era de “estar muerta en vida”. Lucía tenía una identificación entrecruzada con la madre; a veces era la madre alcohólica de la infancia y la adolescencia, que le gritaba, la maltrataba y tenía intentos graves de suicidio y más recientemente se identificaba con una madre actual, casi autista, bloqueada en sus emociones, deprimida y rogando en silencio que la dejen en paz. Lucía veía a María como una momia, “muerta en vida”, desconociéndola, asustándose del mutismo de esta madre autista. Muchas veces ese hacer ruido y gritar es para despertar –entre otras cosas– a esa madre “muerta en vida” fuera y dentro de ella. Esa vivencia de muerte le resultaba intolerable, pero a pesar de todo, Lucía la seguía cuidando. Solía llevarle comida y le daba de comer en la boca como si fuera una niña pequeña: “Me da mucha pena verla a mamá mirando TV tantas horas, con un vaso de whisky en la mano, y también me da mucha pena que nadie la ayude como me ayudan a mí”. Supe de inmediato que tenía que incorporar más a esa madre, y que aunque Lucía hablara mal de ella, su verdadero deseo era que alguien la pudiese ayudar. Es importante señalar que si inconcientemente caemos en una complicidad con las críticas de los pacientes hacia sus padres, seguramente nos quedaremos sin pacientes, porque el verdadero deseo de éstos cuando los critican o denuncian es que los podamos ayudar. Como muestra de esa vivencia de vacío o muerte que la llevó a enfermarse, transcribo un párrafo de una carta que Lucía me leyó: “Ayer a la noche tenía miedo, sentía un gran vacío, casi de muerte, y traté de acunarme. Cerré los ojos, respiré, recordé el grupo del día anterior, y traté de no darle cabida a la locura de mi mente, a los pensamientos negativos; de sentir mi interior ese espacio infinito donde todo está bien”. Fue en ese momento del proceso terapéutico de Lucía que comenzó a reflexionar y pensar, dejó de maltratar tanto a su hijo y empezó a hablar de

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él con más emoción. Me decía: “Ahora tengo un espacio dentro de mí que me permite reflexionar antes de salir corriendo a la plaza”. Podemos pensar que se estaban desgastando las identificaciones patógenas, en la medida en que la compulsión a la repetición dejaba espacio para la reflexión. Un viernes me dijo, con la cara reluciente y los ojos brillantes: “Es la primera vez que puedo decir que me siento bien y en paz”. Esa noche, Lucía desapareció y estuvo consumiendo como nunca, durante todo el fin de semana. Podemos pensar la hipótesis de que Lucía se asustó de ese “clima de paz”, en la medida en que se iba atenuando el clima de violencia que tantos años la había “habitado”. Es en esta etapa de transición, en que los síntomas se van desgastando, donde se quiere volver a lo anterior que es lo conocido, ya que lo nuevo es demasiado nuevo y existe temor de comenzar un “nuevo camino”. Este ejemplo pone de manifiesto la lucha que existe entre el abandono de ese “otro” que provoca sufrimiento –pero que es indispensable para la vida emocional del sí-mismo verdadero– y la inclusión de otro que lo pueda ver desde su verdadera esencia y que no lo haga sufrir. Como decía Nacht, “para que la inclusión del otro (en este caso el analista) sea benéfica, es preciso que el paciente la sienta como profundamente verdadera. En ese sentido (...) es necesario que el analista posea una disponibilidad totalmente flexible, que le permita hacer del diálogo analista-analizado, en el marco indispensable de los principios técnicos, una relación viva de cierto ser a cierto otro ser (1967, pág. 159)”.

LOS OTROS EN NOSOTROS CON PODER PATÓGENO Lucía decía: “Yo no sé qué es lo que tengo dentro, que salgo con entusiasmo para ir a terapia o los grupos, pero hay algo que me retiene dentro de mi cabeza que me lleva a la plaza a drogarme; es como una fuerza que no puedo parar y que no sé de donde viene”. Luego me dijo en la terapia individual que su madre le había dicho que para qué iba a la clínica o a los grupos, que no le servían para nada, que la veía mucho peor. Cuando le dije que deseaba tener una entrevista con su madre, me expresó su temor, diciendo que no solamente creía que esto no le iba a servir, sino que hasta podría provocarle la muerte. Aquí se pone en evidencia cómo muchas veces el paciente vive la des-identificación como la ruptura de una complicidad o un abandono, que hasta a veces provoca la sensación de que el otro puede llegar a morirse en la realidad. A diferencia de otras oportunidades, Lucía me llamó asustada, llorando, contándome toda la situación. Me pidió que si estas recaídas se reiteraban, que la internáramos, porque vivía el consumo casi como una posesión demoníaca REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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(García Badaracco, 1989) que la invadía cuando ella estaba mejor. Era también una puesta a prueba para ver si yo la seguía queriendo, a pesar de todas estas recaídas. Me ponía a prueba también para ver si yo tenía recursos yoicos genuinos suficientes para enfrentar a esos personajes parentales internos, que la hacían actuar desde las interdependencias recíprocas patógenas. El padre acompañó a su hija en todo este proceso, asistía puntualmente a todos los Grupos de Psicoanálisis Multifamiliar con su segunda mujer, y estableció con el Dr. García Badaracco y conmigo un vínculo donde sentía que nosotros éramos como sus padres, unos padres distintos a los que había tenido, que lo miraban desde otro lugar. Pablo comenzó un proceso terapéutico simultáneo en el contexto del Psicoanálisis Multifamiliar. Al comienzo se conducía de forma omnipotente; igual a Lucía, evitaba el contacto con sus emociones, incluso dijo una vez que si su mujer o sus hijas se acercaban con cariño o con tristeza, automáticamente se le despertaba una vivencia de rechazo y se alejaba. Es como si él estuviera poniendo en escena, una y otra vez, la relación con sus propios padres internos. Dentro de la cabeza estaba funcionando como el chico necesitado que pedía cariño, y la madre que lo rechazaba. Solía decir que extrañaba el clima de violencia con el que había convivido toda su vida. El poder hablar de “extrañar el clima de violencia” ya ponía en evidencia que Pablo se estaba des-identificando de su padre violento, y podía hablar más desde él mismo. Comenzó a respetar más a su hija y a su mujer, y había comenzado a dar y a recibir afecto.

EL DESCUBRIMIENTO DEL SÍ-MISMO VERDADERO EN EL CONTEXTO DEL PSICOANÁLISIS MULTIFAMILIAR El contexto del Psicoanálisis Multifamiliar permite que padres e hijos puedan conocerse por primera vez en su vida. Al principio se comunican a través de personajes, que actúan como “caricaturas” de sus padres, por las identificaciones con ellos. Se enfrentan desde sus corazas, que impiden que desde ambas partes se conecten desde lo más genuino. El padre le grita a su hijo desde su coraza y quiere tener razón desde una lógica aplastante, y el hijo, también desde su armadura, le grita a ese padre queriendo tener también la razón. Nuestra labor consistirá en que cada uno pueda comenzar a respetar la vivencia del otro, aunque piense que el otro no tiene razón. Esta trama, que puede resultar muchas veces dilemática en la terapia bipersonal, se desarma en el ámbito del Psicoanálisis Multifamiliar, y puede volver enriquecida al tratamiento individual. Pablo gritaba a viva voz: “Sos una desagradecida, nunca me decís gracias, ni que me querés”. Lucía, a su

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vez, le respondía: “Te odio, te odio, ojalá te mueras”. Uno de los coordinadores, rescató a Lucía detrás de su armadura, y dijo: “Lucía está sufriendo y aún no puede decirle todo lo que lo quiere, pero la veo como a una niña pequeña que detrás de esa violencia le está pidiendo a gritos que la descubra”. La intervención de la terapeuta permitió que los demás miembros del grupo, que muchas veces rechazaban a Lucía por su forma de maltrato, pudieran reconciliarse con ella. En la terapia individual, Lucía pudo comenzar a reconciliarse con los aspectos positivos del padre y a comprender su propia historia de sufrimiento que lo había llevado a ese personaje omnipotente y violento. Podemos decir que la reconciliación es uno de los procesos más valiosos que pueden suceder en el grupo y en la vida, universal a todos los pacientes y a todos los seres humanos, que se tiene que dar necesariamente para que un conflicto dilemático se transforme en un conflicto elaborable, como consecuencia del desarrollo de recursos yoicos nuevos, que hacen posible lo que antes parecía imposible. El siguiente es un extracto de una carta escrita por Lucía que me mostró en la terapia individual y que pone en evidencia lo que acabo de describir: “Estoy en la oficina y llega papá, y por primera vez me dice cosas lindas. Hoy está de buen humor. Yo siento que él me está viendo a mí a través de cómo me ven ustedes. Me está valorizando, creo que me está conociendo y yo a él. Por primera vez en la vida me trata bien y de pronto me tranquilizo, porque desde que están en mi vida y asisto a los grupos, estoy menos sola. Pero a veces desconfío, me quejo y sigo temiendo a la vida, a esa vida tan dolorosa, de tanta soledad, y sigo creyendo que quizás esa guerra nunca va a terminar”. A través de este ejemplo podemos observar que de esta manera y rescatando la virtualidad sana, por detrás de las identificaciones patológicas de ambos, el padre puede conocer por primera vez a su hija y su hija por primera vez a su padre. Comienza entonces a surgir cada vez más la ternura entre Lucía y su padre. Las peleas entre ellos dos se atenuaron cada vez más y pueden escucharse con respeto.

EL PODER ATRAPANTE DE LOS PACIENTES DIFÍCILES Durante este proceso de des-identificación, Lucía comenzó nuevamente con las actuaciones. En un momento tuve una vivencia que me provocó mucho sufrimiento: pensé que Lucía iba a seguir repitiendo siempre. Como muchas veces hacen los padres, que se manejan con certezas y nos exigen certezas, no podía ‘tolerar la incertidumbre’. Hacía mucho tiempo que esto no me ocurría, quizás también influyó la presencia de algún escepticismo en el REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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equipo, y empecé a “actuar” como los padres de Lucía. Me puse exigente, me transformé en un agente de la CIA. Como el mejor detective, la perseguía implacablemente. ¿Te drogaste? ¿A dónde fuiste? Me convertí en una persona invasora. Quedé atrapada en los síntomas, perdiendo de vista la virtualidad sana. Lucía lo percibió y me seguía poniendo a prueba a los gritos: “¡Me tenés envidia porque nunca fuiste a una plaza! ¡Lo que me dicen Badaracco y vos no sirve para nada, es demasiado intelectual, no siento nada!”. Se había producido en Lucía una reacción terapéutica negativa provocada por mi propia reacción terapéutica negativa en la contra-transferencia. De pronto sentí lo mismo que planteé al comienzo: que estaba atrapada en una interdependencia enloquecedora que me hacía sufrir. Y en este momento del proceso de desprendimiento o des-identificación, yo también estaba reviviendo mi propia historia de desprendimiento; e identificada con una madre exigente (como fue la mía), estaba utilizando su mismo mecanismo de defensa (como había visto en mi terapia personal). Cuando mis demandas provocaban a mi madre vivencias intolerables (también por su propia historia), solía ponerse invasora y exigente. En su artículo “El esfuerzo por volver loco al otro”, Searles expresa que: “Cualquier clase de interacción personal que tiende a promover conflicto emocional en la otra persona, es decir a activar varias áreas de la personalidad en oposición una con otra, tiende a volver loco al otro (1959, pág. 254 y sig.)” Y también refiriéndose al tratamiento psicoanalítico de pacientes graves, en particular a ciertas etapas dentro del proceso terapéutico afirma que “es que se reactivan aspectos de una lucha primitiva entre el paciente y el analista por volver loco uno al otro respectivamente (pág. 254 y sig.)”. Pienso que en este caso, Lucía y yo nos hacíamos sentir la una a la otra respectivamente por identificación lo que sufríamos con las figuras parentales. Pero considero que en el caso de Lucía, y quizá sea algo universal en los pacientes, la identificación con esa madre loca era una forma inconsciente de traerla a terapia para que la curemos y era además de alguna manera una puesta a prueba para ver si teníamos los recursos yoicos necesarios para neutralizar esa locura.2 Cuando tomé conciencia de esta situación, le trasmití a Lucía: “No te estoy permitiendo ser. No estoy respetando tu verdadero ser. Estoy actuando

2

Basándome en la controversia Freud-Ferenczi, en situaciones difíciles en las que se juegan emociones fuertes, los seres humanos, por más profesionales capaces que sean, pueden no saber como contener emocionalmente la situación y entonces recurren al conocimiento, no para actuar sabiamente sino para justificar un accionar que responde más a la impotencia que produce la situación, que a su vez obliga a actuar compulsivamente, en respuesta a otro que actúa compulsivamente sobre uno. Se traba así el accionar que pueda realmente desarmar la trama. (Cf. 30ª Conferencia, “Sueño y ocultismo”, de 1932.)

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como actuó siempre tu padre antes del tratamiento, se quedaba atrapado en tu consumo sin percibir a la verdadera Lucía”. Pienso que, por más que uno se equivoque, el otro percibe lo auténtico como verdadero y lo agradece. Se pudo confirmar esta hipótesis porque en Lucía se detuvo el nivel de violencia y comenzó a llorar desconsoladamente. Pero este proceso terapéutico continúa. Actualmente tiene 43 años y ha comenzado a trabajar como profesora de yoga, consolidando exitosamente una actividad laboral que le permite mayor autonomía en relación a su padre. En la medida en que se puedan ir incorporando recursos yoicos genuinos, a través de experiencias nuevas y enriquecedoras, se irán abriendo espacios mentales para que puedan surgir las vivencias, y a través de ellas realizar un descubrimiento propio. La dificultad para ayudar a un paciente radica en que la “interpretación psicoanalítica” muchas veces es rechazada con violencia hasta que el paciente no desarrolla nuevos recursos yoicos, suficientes para “descubrir” por él mismo la vivencia intolerable que le impide escuchar la “interpretación” del psicoanalista. Pero también hablo de “descubrimiento propio”, porque al trabajar a partir de hipótesis universales, donde los psicoanalistas quedamos incluidos dentro de esas hipótesis, cada uno puede ir descubriendo a través de las vivencias de los demás lo más profundo que quedó disociado de la mente y que puede ir integrando cada vez más a la personalidad total. Es sólo a través de la participación emocional que surgen las vivencias propias, que a su vez despiertan emociones y vivencias auténticas en los demás. En la medida en que se van desgastando las identificaciones patógenas y las situaciones traumáticas, va transcurriendo silenciosamente el proceso terapéutico, con el desarrollo de recursos yoicos nuevos. Esos “otros en nosotros” con poder patógeno que no nos permiten desarrollar la virtualidad sana y los recursos yoicos inherentes son los que gatillan en los momentos de des-identificación las reacciones terapéuticas negativas, las famosas “recaídas”, que son muy difíciles de tolerar, tanto por el paciente como por la familia y el equipo terapéutico. Pudimos ir observando a través de los años que en la medida en que esos “otros” van perdiendo poder patógeno, la capacidad de recuperación de las recaídas es cada vez más rápida. Cuando el psicoanalista percibe que a pesar de la persistencia de los síntomas se va dando simultáneamente un proceso terapéutico silencioso de cambio, podrá tolerar mejor la incertidumbre y trabajar con mucha más tranquilidad.

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RESUMEN En este trabajo intento desarrollar el proceso terapéutico de una paciente borderline adicta a la cocaína, con actuaciones severas. Quisiera plantear también que lo que se me presentó y se me presenta como lo más dificultoso en un tratamiento es transitar los momentos de des-identificación de las identificaciones enloquecedoras. Es cuando los pacientes están más expuestos a las recaídas y donde necesitan un mayor grado de acompañamiento del terapeuta. Es un momento del proceso terapéutico en que el paciente está “mejor” pero se siente peor, ya que lo nuevo es demasiado nuevo. El paciente entonces intenta llenar el vacío de la des-identificación con más actuaciones, porque muchas veces ese vacío es confundido con el vacío que lo llevó a enfermarse. Es en ese momento donde se juega el destino de esa persona que sufre, y de las personas que hacen sufrir. Esto resulta también un problema bastante complejo en los equipos terapéuticos, porque al igual que los padres, muchos terapeutas no pueden percibir que es un momento fundamental dentro del proceso terapéutico, y creen que las recaídas significan que en el paciente no hubo ningún tipo de cambio psíquico. Tener en cuenta este momento del proceso permite a los terapeutas trabajar con mucha más tranquilidad. En la medida en que se van desgastando las identificaciones patógenas y las situaciones traumáticas, va transcurriendo silenciosamente el proceso terapéutico de cambio, con el desarrollo de recursos yoicos nuevos.

DESCRIPTORES: DESIDENTIFICACION / MIRADA / PROCESO TERAPEUTICO / SIMBIOSIS / VACIO / OBJETO ENLOQUECEDOR

SUMMARY The process of de-identification from maddening identifications, seen through a clinical example The author attempts to describe the therapeutic process of a borderline patient addicted to cocaine, with severe acting out. She also highlights what presented and presents as the most arduous aspect of a treatment, which is going through moments of de-identification from maddening identifications. This is when patients are most vulnerable to relapse and have need for the therapist to accompany them more. It is a moment in the therapeutic process when the patient is “better” but feels worse, since what is new is too new. The patient then attempts to fill the void of de-identification with more acting out, since this emptiness is often mistaken for the emptiness that led the patient to illness. Because it is at this point that this suffering person’s fate is decided, as well as that of people on whom the patient inflicts suffering.

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This is also a very complex problem in therapeutic teams, since like the parents many therapists are unable to perceive that it is an essential moment in the therapeutic process, and believe that relapses mean that there was no psychic change in the patient. Taking this moment of the process into consideration allows therapists to work much more calmly. As pathogenic identifications and traumatic situations gradually wear away, the therapeutic process of change continues silently, with the

development of new ego resources. KEYWORDS: DE-IDENTIFICATION/ GAZE / THERAPEUTIC PROCESS / SYMBIOSIS / EMPTINESS / MADDENING OBJECT

RESUMO O processo de desidentificação das identificações enlouquecedoras através de um exemplo clínico Neste trabalho tento desenvolver o processo terapêutico de uma paciente borderline adicta à cocaína, com graves reações. Gostaria de comentar também sobre aquilo que achei ou acho o mais difícil em um tratamento, que é transitar os momentos de desidentificação das identificações enlouquecedoras. É quando os pacientes estão mais expostos às recaídas e onde necessitam um maior grau de acompanhamento do terapeuta. É um momento do processo terapêutico em que o paciente está “melhor”, porém se sente pior, já que tudo é muito novo. O paciente, então, tenta preencher o vazio da desidentificação com mais ações, porque muitas vezes esse vazio é confundido com o vazio que o levou a ficar doente. Porque é nesse momento que se decide o destino dessa pessoa que sofre e das pessoas faz sofrer. Isto também é um problema muito complicado para as equipes terapêuticas, porque assim como os pais, muitos terapeutas não percebem que é um momento fundamental dentro do processo terapêutico, e acreditam que as recaídas significam que não houve nenhum tipo de mudança psíquica no paciente. Levar em conta este momento do processo permite aos terapeutas trabalhar com muito mais tranqüilidade. Na medida em que as identificações patogênicas e as situações traumáticas vão se desgastando, silenciosamente vai transcorrendo o processo terapêutico de mudança com o desenvolvimento de recursos egocentristas novos.

PALAVRAS-CHAVE: DESIDENTIFICAÇÃO / OLHAR / PROCESSO TERAPÊUTICO / SIMBIOSE / VAZIO / OBJETO ENLOUQUECEDOR

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN ABRIL DE 2010]

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La familia en litigio y su encuentro con la justicia: abordaje psicoanalítico. * María Fernanda Rivas

INTRODUCCIÓN Estar en juicio es una experiencia particular, generadora de estados afectivos que pueden llegar a ser sumamente desorganizadores. Más aún cuando lo que se juzga es la aptitud para ejercer determinadas funciones dentro de la familia, sobre todo la maternidad o la paternidad, y esto implica el riesgo de pérdida de objetos de sostén fundamentales en la vida del sujeto: la conyugalidad, la vivienda, los lazos con los hijos o los padres, la estima social, etcétera. A decir verdad, recibir a un paciente o familia involucrado en un litigio de esta índole también suele ser un factor de inquietud, ya que el ingreso del caso en el circuito judicial implica la apertura a una dimensión en la que la mirada de la justicia actuará también sobre la dupla terapeuta-paciente. En este trabajo planteo la idea de que en los sujetos que protagonizan juicios de divorcio, tenencia de los hijos, régimen de visitas, problemáticas ligadas al ejercicio de la patria potestad, violencia familiar, etcétera, se reactivan fantasías que parecen formar parte de una herencia de experiencias ancestrales1 (Baranger y otros, 1987). Sigo, en este sentido, las ideas de Freud, quien ha mencionado en muchos de sus trabajos la existencia de una memoria filogenética en el individuo que posee contenidos cuya universalidad se refleja también en los mitos y otras creaciones que forman parte del acervo folklórico de los pueblos (1898-1900, 1907-1908, 1913). A través de un recorrido por algunos sucesos de etapas primitivas de la Humanidad, estudiados por el psicoanálisis y la antropología, veremos qué representa para la familia la interacción con la justicia, cuáles son los contenidos que se reactivan en este encuentro y cómo se expresan en la clínica.

* E-mail: [email protected] / Argentina 1 Los autores citados hablan de “traumas ancestrales” estructurantes del psiquismo.

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LA LEY FUNDANTE DE LA FAMILIA Lo que hoy denominamos familia surge como resultado de un largo proceso evolutivo que se origina en la necesidad de los seres humanos de reglamentar el funcionamiento de la sexualidad dentro del grupo a través de la prohibición del incesto, situación que trajo aparejada la instauración de sistemas de alianza con grupos sociales exogámicos. Esta restricción, que con el tiempo adquirió el carácter de ley, se ha convertido en universal y ha formado parte del proceso de hominización. Sería éste, en la historia de la humanidad, el paso de la naturaleza a la cultura, es decir, la premisa que permitió diferenciar el mundo animal del mundo humano. Considero que entre la gran cantidad de consecuencias que el pasaje de la endogamia a la exogamia tiene para el sujeto y la familia, también se genera en éstos un movimiento psíquico que representa el “sentirse con derecho a”. A los fines de articular los temas planteados invito al lector a reflexionar acerca de ellos desde esta perspectiva.

EL DERECHO A LA SALIDA EXOGÁMICA: LOS CRÍMENES UNIVERSALES EL PARRICIDIO Como es sabido, en Tótem y Tabú (1913) Freud toma la teoría de la horda primitiva (inspirado en las ideas de Darwin), y desarrolla la idea de la existencia de un padre originario tiránico, posesivo y celoso de las mujeres a las que captaba sólo para sí, excluyendo a sus hijos a medida que crecían por convertirse en rivales. En determinado momento éstos se rebelaron y, sumando sus fuerzas, mataron y devoraron al padre. Según este mito, la sociedad humana y, por tanto, la familia, se habrían originado en un crimen de los hijos contra el padre, en la necesidad de una punición derivada del sentimiento de culpa experimentado individual y colectivamente por la comisión de este delito, y en la instauración de una ley consistente en la autoimposición de la prohibición del incesto (en forma de “tabú”) y la exogamia. En este sentido, la tragedia edípica repite la de la horda primitiva; el complejo de Edipo sería la expresión de los dos deseos reprimidos contenidos en los tabúes del totemismo: prohibición del incesto y de matar al tótem (padre) (Roudinesco, 2003, pág.87, 88). Ambos mitos traducirían una tendencia natural del hombre a la que la cultura se ha opuesto sistemáticamente. En el momento de estos asesinatos originarios tiene lugar el surgimiento del superyó como interiorización de la ley. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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La fantasía universal de ocupar el lugar paterno para poseer a la madre (u otro símbolo equivalente) y ejercer sus derechos formaría parte de la “estructura psíquica familiar occidental o edípica” del parentesco (Roudinesco, 2003, pág. 98). En algunas familias se requiere de la intervención judicial cuando sus miembros sienten vulnerado su derecho a la salida exogámica. La “estructura familiar de Objeto Único” descripta por Berenstein y Puget (1988) me ha resultado de suma utilidad al momento de comprender la dinámica de algunas familias en litigio. En ellas se observa la hegemonía de un personaje que ejerce el rol de “objeto amparador” (Berenstein, 1992, pág. 225) sobre el resto de los integrantes. Los padres jóvenes no son reconocidos como tales, desdibujándose las diferencias generacionales entre éstos y los niños que “pertenecen” a este objeto que queda, a su vez, encerrado en su función por la necesidad del conjunto2. Se establece por lo general un tiempo estático que impide tanto a padres como a hijos evolucionar, discriminarse y obtener una identidad propia, diferente de la del grupo familiar como un todo. Los yernos y nueras también pueden ser incorporados a esta estructura como hijos, generándose “pseudoalianzas” matrimoniales endebles y dificultándose a los jóvenes el desprendimiento y armado de familias propias (Husni, Rivas, 2008, p. 162). La dinámica vincular en juego hace que predomine el mandato de quedarse dentro de la familia y la falta de permiso para el acceso al mundo adulto. Este encierro puede llevar al sujeto a buscar sus objetos de amor dentro de la familia, dando lugar a situaciones de incesto (abuso sexual intrafamiliar) o de ligazón exagerada a los miembros de la familia de origen, ya sea a través del amor o el odio. Este sistema es idealizado hasta que muestra sus imperfecciones debido a las demandas insatisfechas de alguno de sus integrantes (Berenstein, 1992, pág. 225). Al momento de la crisis que lleva al pedido de intervención judicial la relación entre padres, hijos o hermanos adultos ha tomado características de hostilidad, dado que se ha roto la homeostasis anteriormente establecida. Como los vínculos se basan en la envidia, la competitividad y el resentimiento, la relación entre los hermanos (y “pseudocónyuges”, que también quedan ubicados como hijos del objeto amparador) suele ser de desconfianza y escasa solidaridad, ya que en cada uno de ellos se percibe a un potencial competidor dispuesto a adueñarse de las posesiones (aún no poseídas) del sujeto: identidad, sexualidad, pensamiento, hijos, entre otras. Los desprendimientos que implican el pasaje a la adolescencia o a la adultez son bruscos,

2 Berenstein también lo denomina, parafraseando a Freud “su majestad el asistente” (1992, p. 225).

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sin períodos de transición, en base a rupturas que muchas veces requieren distanciamientos en el plano geográfico y marcado despliegue de agresión. En este contexto, el niño (hijo, nieto o sobrino), más allá del genuino amor del que pueda ser depositario, se constituye en un valor supremo: representa el pasaje hacia la exogamia, la habilitación al mundo de las posesiones y de los derechos, operación que a la vez enuncia una identidad (siempre en riesgo de ser atacada) ante la mirada social: ser padre, madre, abuelo, etcétera. Por ello se convierte en el motivo principal de las disputas; tener al niño (y recordemos que en el lenguaje jurídico se habla de “tenencia”) es una marca social que sostiene al ser del sujeto. En virtud de un “fantasma de autoengendramiento” (Eiguer, 1987, pág. 156) éste puede cortar drásticamente los lazos con su familia de origen o con el otro progenitor llevándose a su/s hijo/s e impidiendo su contacto con los otros parientes como única forma posible de ejercer su función. De esta manera se otorga (fallidamente) a sí mismo un derecho que en el seno de la familia sentía como vulnerado. La problemática de “matar al padre/madre”3 para ocupar su lugar no se juega aquí en su vertiente simbólica sino literal, a juzgar por las graves situaciones de violencia que estos movimientos suelen generar. Este tipo de situaciones llevarán a los miembros de la familia, injuriados, divididos en “bandos”, a recurrir a la justicia, expresando versiones sumamente disímiles de los hechos con el fin de solicitar una reparación emocional: solicitud de un régimen de visitas, de la tenencia del niño en cuestión o restricción del contacto de éste con aquel considerado riesgoso para su desarrollo.

EL FILICIDIO En el contexto mencionado, el acto del parricidio representa la lucha generacional entre padres e hijos, eje psicológico y social de la evolución humana. Esta mirada ubica la agresividad y la culpa del lado de los hijos, quienes deben tomar el lugar del padre para poder crecer y desarrollarse. Dicha hipótesis ha sido revisada por quienes sostienen que junto a los sentimientos tiernos y amorosos hacia los hijos coexisten también en los padres tendencias filicidas. Tal perspectiva cambiaría la cronología de estos “crímenes universales” al plantear al acto del filicidio como anterior al parricidio. Arnaldo Rascovsky, en su libro El filicidio (1981), reinterpreta el mito edípico, resaltando el hecho de que Edipo había sido abandonado por su padre (en complicidad con su madre) para que muriera.

3 Me refiero a la instancia parental, más allá del sexo del personaje que ejerce la función. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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De este hecho y de una gran cantidad de documentos históricos, mitos y leyendas en los que se relata la matanza e ingesta de los hijos por parte de sus progenitores, deduce el autor que “el padre primitivo –al igual que el primitivo que subsiste en todo padre junto con las tendencias amorosas y protectoras – abrigaba (y abriga) intensos deseos inconcientes destructivos y caníbalísticos contra los hijos manifestados en forma de sentimientos de envidia, rivalidad, odio, etcétera” (Rascovsky, 1981, pág.30). Según esta teoría, el filicidio constituiría una “característica específica de la especie humana” (Rascovsky, 1981, pág.14) que daría cuenta de un prototipo filogenético, exacerbada en etapas primitivas de la Humanidad y evidenciada en la historia a través de la costumbre del sacrificio de los hijos, sobre todo del primogénito, su entrega a una instancia superior como ofrenda a los dioses, o como parte de otras exigencias culturales, su mutilación o mortificación en sus más variadas expresiones. A la luz de lo expuesto, y a diferencia de lo que plantea la tesis freudiana, el parricidio sería la consecuencia (y no la causa) del filicidio y su motivación se hallaría en “la identificación del niño con la conducta agresiva de los padres” (Rascovsky, 1981, pág.68), proceso que habría quedado asentado en el Superyó de la especie. La agresividad parental tendría su origen en la envidia y en la rivalidad hacia los hijos, que en condiciones de regresión habrían llevado al asesinato y al canibalismo. Una vez desarrollado con éstos un vínculo erótico, la prohibición del incesto pudo haber formado parte de una evolución cultural destinada a evitar matar a los hijos (Rascovsky, 1981, págs. 77/78). El filicidio complementaría “la relación entre prohibición del incesto y parricidio”, como procedimiento exigido por la cultura que representaría el pasaje de la sociedad incestuosa a la sociedad exogámica (Rascovsky, 1981, págs. 70/71) (las bastardillas son mías). La destructividad parental se expresa de distintas formas, por lo que la justicia ha creado numerosas leyes y procedimientos destinados al abordaje de la violencia en el seno de la familia. Si bien estos comportamientos pueden tener diferentes causas, podríamos preguntarnos en qué medida estos prototipos filogenéticos se activan, en los padres, ante determinadas situaciones estresantes y cuál es el destino de estos contenidos ante la intervención judicial. No solamente se trata de maltrato físico hacia los hijos (que origina juicios que tramitan “de oficio”4) sino también de maltrato emocional o psicológico, que se refleja en la falta de consideración con el niño como sujeto con dere4 A diferencia de los juicios que inicia un miembro de la familia contra otro, éstos son expedientes que pueden originarse en una denuncia de un particular o institución o por iniciativa de un funcionario judicial y que son caratuladas como medidas cautelares de “protección de persona”, “violencia familiar”, etcétera, en las que es el poder judicial el que pone en funcionamiento el proceso.

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chos (a tener pensamiento e historia propios, vínculos con todos los miembros de su familia, filiación, individuación, desarrollo, salud, educación, etcétera). En algunas familias (como sucedía en la antigüedad) falta la “idea de niño o infancia”, como un estado del individuo en el que por su indefensión requiere de cuidado y en el cual la ternura juega un papel de suma importancia. Por este motivo los hijos son tratados como adultos, descuidándoselos al permitirles presenciar situaciones “de grandes” y hasta involucrarse y opinar sobre las mismas. En situaciones extremas estas “fallas de narcisización” (Bleichmar, 1983, pág.119) que se repiten de generación en generación y que no dan lugar al surgimiento de His majesty the baby (Freud, 1914) llevan al incesto, a la explotación laboral de los niños, a su prostitución o a la inducción a la mendicidad. Con frecuencia, padres que han sido víctimas de violencia en su niñez se convierten más tarde en maltratadores, aplicando idénticamente al hijo un modelo de crianza del que ellos han sido víctimas. El abandono, la falta de interés en el ejercicio de la tenencia o la patria potestad y la falta de reconocimiento paterno también pueden ser consideradas distintas modalidades de vínculo negativo que encubrirían el descuido y la disposición a desprenderse de aquello que forma parte del propio yo físico y emocional del adulto (su niño interno). Las dificultades en la apropiación de los hijos, no en el sentido del apoderamiento, sino en el de sentirlos como propios, como “posesiones narcisistas del yo” (Bleichmar, 1983, pág. 41), se reflejan en las fantasías (que muchas veces se convierten en realidad) que comienzan a circular en los padres cuando el conflicto llega a la instancia judicial: sometidos a gran cantidad de pericias para determinar su aptitud, la justicia puede sacarles a sus hijos y disponer un mejor destino para ellos. El temor de tener que entregar al hijo a la Justicia5, como en épocas primitivas lo exigían las deidades, o como lo habría exigido la cultura para el surgimiento de la sociedad exogámica, es un contenido siempre presente en el psiquismo de los sujetos en litigio, escenario fantasmático en el que se jugará permanentemente la problemática de la habilitación o falta de habilitación para tener a los propios hijos. Esta fragilidad mostrará sus efectos en la contratransferencia de los profesionales que intervengan en el caso (también el analista) quienes se sentirán con frecuencia tentados de apropiarse del hijo ajeno (criticando, decidiendo, experimentando excesiva preocupación por el niño

5 Son sumamente frecuentes, en el marco de un litigio judicial, amenazas, por parte de distintos personajes, del tipo: “Si no cambia tal o cual comportamiento, si no puede mantenerlos, etc. el juez le va a sacar a los chicos”. En ciertos casos, la Justicia puede disponer la inhabilitación de uno o los dos progenitores y asumir la patria potestad del niño en cuestión, disponer su institucionalización o entrega a una familia sustituta u otro familiar que sea considerado apto para su crianza. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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en cuestión, o mostrando preferencia por uno de los progenitores para la crianza) en aras de la imposición de un modelo de familia ideal. Se moviliza aquí la familia interna del analista, el vínculo con sus propios padres e hijos y sus pre-juicios acerca de lo que es ser buen o mal padre o madre. A veces, el desprendimiento que implica la deambulación de los hijos, el inicio escolar, los indicios de autonomía de pensamiento o la adolescencia son vividos por los padres como situaciones de extrañamiento ante aquellos aspectos del hijo que se sienten como “no-propios”. Estos mecanismos parecerían activarse con mayor intensidad en algunas separaciones conyugales conflictivas, en las cuales un motivo de rechazo y consecuente maltrato hacia los hijos es la sensación de desconocimiento y terror que causa el parecido físico o caracterológico del niño con el ex cónyuge. A modo de ejemplo, citaré el caso de Mariana y Juan Pablo, quienes se encontraban separados desde hacía un año, después de 10 años de matrimonio, y transcurriendo por un proceso de divorcio conflictivo. Tenían dos hijos, de 6 y 10 años, que vivían con su madre al momento de la consulta. Existían varias denuncias cruzadas en las que se acusaban mutuamente de violencia y amenazas, motivo por el cual, por disposición judicial, se le había prohibido a Juan Pablo que se acercara a Mariana y a sus hijos durante tres meses. Luego se habían realizado varias pericias psicológicas a la familia, “ordenando” la Justicia la revinculación6 entre padre e hijos. Ambos decidieron, por sugerencia de sus abogados, que dicho proceso se llevara a cabo en el ámbito privado7. Se propusieron entrevistas individuales con los padres (ya que no querían verse) y entrevistas vinculares con cada uno de ellos y sus hijos. Comentaré brevemente las vicisitudes de este proceso terapéutico: Juan Pablo acusaba a Mariana de infidelidades reiteradas, la última de las cuales había sido con un hombre de extracción social mucho más baja, a quien ella mantenía con el dinero de los bienes fruto del trabajo de él, ya que ella nunca había trabajado. Deseaba probar este hecho en el juicio con el objeto de “sacarle a los chicos”. Juan Pablo había perdido interés en sus hijos aduciendo que ya había intentado todo: “Yo vengo porque lo dice el juez, pero ellos no me quieren ver…le responden a ella”. Los nombraba, además, como “el más grande” y “el más chico” y no por su nombre. Los niños, efectivamente, se negaban a verlo por considerarlo agresivo, porque tenía una novia “aburrida” y porque no les pasaba dinero. Respecto de esto último Juan Pablo refería que “los chicos son como un impuesto, tengo 6 Se denomina de esta manera al proceso terapéutico cuya finalidad es volver a vincular (ayudar a crear un vínculo o reparar el que está dañado, según sea el caso) a los familiares distanciados. 7 Consultorio de un profesional con experiencia en el tema.

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que pagar por algo que no me da ninguna satisfacción…” y agregaba: “Yo no solamente los veo como extraños sino como algo peor: algo parecido a ella”. Ante intervenciones como “pareciera que usted no los reconoce como propios, y aún más, es como si les tuviera miedo cuando siente que se parecen a Mariana”, luego de varias sesiones logró expresar: “Yo sé que mirándolos de esa forma, los estaba matando”. En el proceso de revinculación con sus hijos (inicialmente sin la presencia de la madre), se incluyeron fotos y recuerdos familiares, de manera que ambas partes pudieran re-conocerse cada uno como parte del otro. La evocación de escenas de las distintas etapas del crecimiento de los hijos tenía como objeto rescatar en el padre la noción de “niño”, que se había perdido tras la situación de litigio y la necesidad de defenderse. Mariana hablaba de lo desdichada que había sido durante su matrimonio, debido a los malos tratos de Juan Pablo y su indiferencia sexual y afectiva, situaciones que describía en las entrevistas frente a sus hijos. Se utilizaban señalamientos como: “Estos temas, ¿podríamos tratarlos en privado?”, (pidiendo a los niños que se retiraran a otra sala). De esta manera, se intentaba un primer paso en la construcción del derecho a la privacidad, así como la instalación de un esbozo de diferencia generacional: separar el mundo adulto del mundo infantil. Esta idea comenzó a circular también entre los hijos cuando, advirtiendo su grado de involucración en las desavenencias afectivas de los padres se les señaló: “Pero esas son cosas de los grandes…cuéntenme qué les pasa a ustedes”.

LA ADAPTACIÓN DE LA FAMILIA AL SISTEMA JUDICIAL El sistema judicial tradicional impone a los miembros de la familia el ingreso a un circuito en el que serán examinados (peritados) como requisito para determinar su aptitud materna o paterna (u otra función de la que se trate8). Cada parte deberá probar su inocencia pero poniendo en evidencia las fallas del otro. Así la familia se adapta, o mejor dicho se “sobreadapta”, al sistema judicial y al formato que éste impone: “X contra X” (Husni, Rivas, 2009). La ley plantea la forma “ideal” de comportamiento entre los hombres: enuncia cómo se debe ser padre, madre, hijo, abuelo, tío, etcétera, a través de un modelo impuesto desde afuera. La idea de “sobreadaptación”, según Liberman et al.9 remite, en definitiva, al sometimiento por parte de ciertos sujetos 8 Podemos hablar también de “abuelidad” (según denominación propuesta por Paulina Redler en Abuelidad, más allá de la paternidad, 1986) o avunculado (relación entre tío y sobrino abordada por Levi Strauss en varios de sus textos). 9 Estos autores describen este mecanismo en pacientes psicosomáticos. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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a las reglas del mundo externo, mecanismo que funciona empobreciendo su mundo interno, ya de por sí debilitado por una cuestión estructural. El ingreso a la instancia judicial conlleva la idea de someterse (y esta es una expresión propia del mundo jurídico) a la Justicia. Las partes en litigio deben exhibir sus partes; las buenas aparecen idealizadas, las malas se ponen indefectiblemente en evidencia al resaltar los déficits de quien antes de la ruptura formaba parte de la propia constelación afectiva. Se ventilan así secretos dolorosos, infidelidades, maltratos, perversiones, enfermedades físicas y mentales, etcétera, que pasarán a formar parte de un expediente que circulará por ante numerosas miradas antes de llegar al Juez. Los sujetos en litigio pierden su intimidad. Estamos aquí ante el sobredimensionamiento de la exterioridad, en detrimento de la interioridad familiar, dimensión espacial esta última que será función del analista rescatar en los miembros de la familia, ya que representa nada más ni nada menos que la capacidad de contener (alojar) a los propios hijos u otros símbolos de valor equivalente. A la luz de lo planteado ¿Podríamos suponer que en el encuentro con la Justicia, en los protagonistas de estos litigios, además de dirimirse cuestiones ligadas a problemáticas vinculares actuales, se reactivan estos prototipos filogenéticos, lo cual implica el ser juzgado por estos crímenes universales cometidos, en definitiva, para lograr el derecho a la exogamia y a la individuación?¿Podríamos considerar entonces que el encuentro con la Justicia constituye un trauma potencialmente estructurante? De más está decir que el material obtenido a través de los psicodiagnósticos, que suelen presentarse como pruebas en los juicios, mostrará intensas perturbaciones con predominio de ansiedad de tipo paranoide por tratarse de personas en crisis, que se sienten observadas “bajo la lupa” del sistema. Si existe algún desorden psíquico en estado latente (adicción, depresión, fobia, paranoia, impulsividad, etcétera) es probable que el riesgo de pérdida de contacto con los objetos significativos – por una sentencia desfavorable – o la sola interacción con el sistema judicial funcionen como factores desencadenantes o agravantes cuyas manifestaciones suelen ser confundidas con patología inhabilitante para el ejercicio de la función que está siendo juzgada. Mariana insistía en traer a los chicos “para que usted los evalúe, así se va a dar cuenta que son ellos los que no lo quieren ver”. Se les señaló a todos que no se los iba a evaluar, sino a facilitar un espacio en el cual los miembros de la familia pudieran interactuar con menor grado de sufrimiento (la idea de la evaluación remitía a la fantasía de entregar a los hijos como prueba, de exponerse pasivamente a la mirada de una instancia superior cuyo juicio implicaría la restricción del contacto del otro con los hijos). Se trabajó además sobre la pérdida de la intimidad familiar que se reflejaba también en la relación que ambos mantenían con sus abogados, quienes de-

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fendían sus derechos esgrimiendo argumentos que se basaban en información pormenorizada (proporcionada por sus clientes y plasmada en el expediente) acerca de la sexualidad de la ex pareja, sus infidelidades, sus hábitos de higiene, el contenido de los insultos que se prodigaban, etcétera.

EL SENTIMIENTO DE INJUSTICIA Desde la perspectiva estructuralista Levi-Strauss (1949) nos aporta otros elementos: considera a la familia como un fenómeno universal, creada por la necesidad del intercambio entre grupos sociales. Según esta teoría, la prohibición del incesto condujo a la obligación de la cesión de una mujer en matrimonio como base del intercambio. Dice este autor que “exogamia y lenguaje tienen la misma función: la comunicación con los demás y la integración del grupo” (1949, pág.571). Las obligaciones de intercambio y reciprocidad que aquí se originan implican el impedimento de las relaciones sexuales con la propia madre o la hermana pero crean un derecho sobre la madre o la hermana de los hombres de otro grupo. Esta es la obligación positiva que el hombre primitivo interpreta. Se trata de una forma natural de acatar la ley, en la que no se cuestiona la regla, sino que se considera el beneficio derivado de lo que se obtiene a cambio10. Así planteadas las cosas parecería que la sensación de injusticia no está presente aún en el pensamiento del hombre primitivo (por lo menos en relación a esta prohibición) sino que esta ley, con sus consecuentes restricciones, forma parte de un sistema que percibe como equitativo. La confianza en la justicia proviene de la sensación de pertenencia a un orden social que precede al individuo y que protege sus derechos, asegurando que cada uno de los involucrados resigne algo pero que también obtenga algo a cambio. Por el contrario, la vivencia de injusticia es recurrente en los integrantes de la familia en litigio. Ésta, fragmentada y enemistada, nos proporciona el campo de aplicación más ejemplificador para el concepto de realidad psíquica, en el sentido de que escuchamos vivencias totalmente disímiles y hasta incompatibles de un mismo hecho. La escucha jurídica busca la comprobación de la verdad o falsedad; para la escucha analítica, en cambio, la única verdad es aquella cuya pista nos proporcionan los afectos puestos en juego. Para los familiares enemistados la interacción con el otro tiene una connotación de asimetría ya que éste, según la perspectiva del sujeto, estaría 10 Estas ideas fueron trabajadas en el seminario “La función paterna: el concepto de su declinación, de Freud a Lacan”, dictado por el Dr. Alberto Cabral, en el marco del Instituto de Psicoanálisis Ángel Garma, en el segundo cuatrimestre del año 2008. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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dotado de atributos omnipotentes que le permitirían impunemente transgredir la ley o, podríamos decir, imponer una ley propia: retener al hijo, “lavarle el cerebro”, evadir la obligación alimentaria, influir en el pensamiento de jueces y peritos. Predomina la certeza de la existencia de una deuda que es algo que el otro, personaje sumamente significativo para éste (dado que no puede quitarlo de su mente), le debe. Se siente acreedor y reclama un resarcimiento emocional por ello, dado que vive en un sistema en desequilibrio, en el que dio mucho pero no recibió nada a cambio, planteándose una ecuación en la que la reciprocidad no se ha cumplido. Llevado por la necesidad de venganza, convocará a la justicia para la reparación de esta deuda, acción basada en la expectativa del castigo al considerado culpable. Una de las mayores dificultades en la resolución de estos casos es la imposibilidad de confiar11 en la justicia (a la que, no obstante, se demanda con urgencia) que muestra el damnificado dado que, según su experiencia personal, la ley es arbitraria, injusta y exige sólo renunciamientos. Esta misma vivencia suele trasladarse a la relación con el analista, creando en éste una sensación contratransferencial de impotencia y desesperanza. La sensación de injusticia ha quedado como huella que marca la interacción con el otro generando resentimiento, pesimismo y a su vez una concepción particular del fluir temporal que consiste en que “siempre volverá a suceder lo que ya sucedió” (el ex cónyuge volverá a ser violento, la madre captará a los hijos nuevamente, volverá a quedarse con los bienes, etcétera) cualquiera sea la intervención que se realice. La idea de que “el otro tiene algo que me pertenece” y la certeza de que no existe un sistema ecuánime que pueda poner coto a las acciones injuriosas ajenas da lugar a un alerta permanente por el riesgo de ser robado, estafado, ante lo cual el único modo de obtener lo propio es robándolo. Desde el derecho que habilita la autovictimización se pretende imponer un derecho propio: apoderarse de los objetos violentamente. Este mecanismo muestra otra vertiente de la dificultad en la apropiación del hijo que dará lugar a fantasías de robárselo antes de que el otro se lo robe (al estilo de la ley del Talión), como sucede en los casos en los que uno de los ex cónyuges impide el contacto entre el niño y el otro progenitor (Husni, Rivas, 2008, p.80). El proceso terapéutico fue interrumpido en dos oportunidades por la madre coincidentemente con el momento en que los niños dejaban de rechazar al padre. La pregunta: “¿Tendrá miedo de que se los robe?”, formulada a ambos (todavía en forma individual), y el trabajo sobre el derecho a tener a los hijos, contribuyó a facilitar una vía distinta de la actuación.

11 No se trata de “desconfianza” sino de “falta de confianza” asociada al pesimismo.

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ACERCA DEL AMOR Y LA GUERRA Algunos autores suponen que la prohibición del incesto contribuyó a la resolución de dos de los obstáculos a la supervivencia de los primitivos: “la hostilidad y el apego” (Nocetti, 2008, p. 95). Se lograba de esta manera en un grupo la cesión de sus hijos en matrimonio y la reciprocidad de quienes resultaran beneficiarios de esa cesión. Tylor afirma que “[…]las tribus salvajes deben haber tenido que enfrentarse a la simple alternativa práctica de casarse con extraños o que los maten los extraños”12 (Lévi Strauss, 1949, pág. 95). Los intercambios matrimoniales serían, desde este punto de vista, “[…] guerras resueltas en forma pacífica: nos casamos con nuestros enemigos” (Nocetti, 2008, p. 96, citando a Fox, 1972). La hostilidad ha sido objeto de una reglamentación social utilizándose al matrimonio para resolver la contradicción que lo ha originado. Explica Levi Strauss que cada relación familiar define cierto conjunto de derechos y deberes entre los individuos; la ausencia de relación familiar sólo define la hostilidad, por lo tanto, desde el pensamiento primitivo un individuo es considerado un pariente (por consanguinidad o alianza) o un extranjero al que se tratará como a un potencial enemigo (Lévi Strauss, 1949, p. 558, 559). No existe término medio: la clasificación contempla entonces sólo las opciones “pariente o enemigo”, “Y si es mi enemigo, debo aprovechar la primera ocasión para matarlo, antes de que él mismo me mate” (Lévi Strauss, 1949, p.559, citando a Radcliffe Brown)13. El sistema de intercambio, por tanto, cumple una función de protección para el sujeto y forma parte de un proceso social de donaciones recíprocas que tienen el objetivo de lograr “el pasaje de la hostilidad a la alianza, de la angustia a la confianza, del miedo a la amistad” (Lévi Strauss, 1949, p. 108). La noción de reciprocidad es considerada como la forma más inmediata en que puede integrarse la oposición entre “yo” y el otro (Lévi Strauss, 1949, p. 125) (las bastardillas son mías). Desde el psicoanálisis se ha interpretado que el vínculo de alianza que implica el matrimonio impone a sus protagonistas un pacto inconsciente, que algunos autores denominan “pacto denegativo” (Kaës, 1991)14, según el cual los contenidos destructivos deben permanecer apartados de la relación para que pueda desarrollarse y que éstos emergen cuando se disuelve la unión. Podríamos pensar también (siguiendo la línea de lo que plantea Freud en “Lo ominoso” [1919]) que roto el vínculo, quien era familiar – por 12 Traducción de una cita del citado autor en el texto de referencia. 13 Según testimonia, en el texto citado, la concepción indígena de los deberes hacia el prójimo antes de la llegada del hombre blanco. 14 Roberto Losso (2001) retoma este concepto y lo aplica al tema de la disolución de la pareja. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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el sello que otorga el vínculo de alianza – se convierte en extraño, tornándose sumamente amenazador, sobre todo cuando la pareja funcionaba al estilo de un doble, con componentes narcisistas. La perspectiva antropológica nos permite esbozar otras hipótesis en relación a la violencia que suele desatarse en ciertos procesos de divorcio: el esposo/a, que proviene de una familia ajena, continúa siendo un potencial enemigo y se muestra como tal cuando se quiebra la alianza (o existe riesgo de que se quiebre). La familiaridad que genera el vínculo de alianza funciona como un “acuerdo de paz”, como un continente de estos aspectos, que quedan al descubierto cuando la unión se disuelve emergiendo afectos extremadamente hostiles hacia el ex partenaire y su familia, generándose un verdadero clima de guerra entre “bandos”15. Aparecen entonces probables restos fósiles de aquella actitud primitiva destinada a defenderse ante alguien de otra sangre. El terror que ocasiona la sola visión del “enemigo” – como si se tratara de un verdadero objeto fobígeno – hace que se intente por todos los medios su evitación, situación en la que el sistema judicial (y los abogados) quedan ubicados en el lugar de defensores de la integridad psicofísica de cada sujeto frente a un oponente todopoderoso que actúa impunemente y “por pura maldad”. Se interrumpe el diálogo y la comunicación pasa a efectuarse a través de la denuncia. Se demanda entonces de la Justicia que frene al otro en la omnipotencia de sus acciones. Se reclama el derecho a abandonar la relación dual en la que el sujeto se siente encerrado. Se vive como injusto el sometimiento a una ley “incontrolada” (Lacan, 1957/58, p. 194) de un Otro que lo tiene atado a su capricho, situación que reflejaría una falla en la función del padre no solo como privador del hijo sino también de la madre: “No reintegrarás tu producto” (Lacan, 1957/58, p. 191, 208). Si se es el falo de la madre (problemática que involucra el ser) no se puede pasar a la alternativa de “tener o no tener” (Lacan, 1957/58, p. 191, 192). Y ya hemos visto en los párrafos anteriores la sensación de desposesión que domina al individuo en litigio. Las medidas de “prohibición de acercamiento” o “exclusión del hogar”, que demarcan un perímetro virtual alrededor del denunciante que el presunto agresor no debería traspasar, si bien constituyen soluciones de emergencia, no hacen sino confirmar al sujeto su propia vulnerabilidad, que el peligro efectivamente está “del otro lado” y que debe mantener distancia del otro. Debemos tener presente, además, que en gran cantidad de casos estas medidas son transgredidas por ambas partes, dado que existe entre ellos una importante 15 Desde esta perspectiva no solamente se rompería la alianza con otra familia sino también con la sociedad y la cultura. Los ex cónyuges quedarían en deuda con la ley, situados en una inquietante posición de retroceso luego de haber experimentado una salida exogámica.

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ligazón afectiva ambivalente cuya conflictiva no se resuelve con la sola disposición judicial, sino que requiere de un trabajo terapéutico sobre el vínculo. En estos “amores que matan”, encerrados en los perímetros que traza la justicia, se recrea el mecanismo de la fobia. Los partenaires en disputa se necesitan mutuamente para identificar proyectivamente el uno en el otro una parte (destructiva) de sí mismos y así defenderse de lo que es “no-yo”. Cada uno interpone una distancia o barrera para lograr una diferenciación entre adentro y afuera, para crear un espacio (Mom, 1956, p. 430), operación que les proporciona la ilusión de separarse de sí mismos “al ‘meterse’ en otra persona” (Mom, 1956 p.430) y obtener los límites que le permiten adquirir una forma, para no caer en la angustia de aniquilación. Se necesita permanecer en la situación de litigio, que provee de un sistema de disociaciones (el bueno y el malo, la víctima y el victimario) y de un otro en el cual localizar espacialmente la angustia. Mariana y Juan Pablo no tenían comunicación desde que se habían separado; rechazaban la sugerencia de un encuentro tanto en el ámbito judicial como terapéutico (“no quiero ni verla/o”). El decía: “Ella me lleva varios cuerpos de ventaja, mientras yo trabajaba ella podía hacer lo que se le daba la gana, se quedó con todo, ahora hasta mis hijos viven con el tipo ese”. Mariana describía los aspectos más “monstruosos” de su ex marido, relatando escenas sumamente impactantes de su intimidad como queriendo “hacer sentir” a la terapeuta el daño padecido. La implementación de entrevistas individuales con los ex partenaires previamente a un encuentro conjunto permitió, entre otras cosas, una “preparación”, a través de preguntas tales como ¿Qué se imagina que puede pasar cuando se encuentren? ¿Qué le diría? ¿Qué supone que él/ella le podría decir?, como un recurso tendiente a contrarrestar la sensación, reiterativa para ellos, de estar expuestos al peligro y de tener que responder atacando. En esta etapa se estableció como parte del encuadre que no estarían permitidas las agresiones verbales ni físicas hacia el otro, y que, de producirse, se interrumpirían las entrevistas. Llevó aproximadamente un año que Mariana y Juan Pablo pudieran encontrarse en condiciones de sostener encuentros conjuntos (tolerar compartir un mismo espacio) para trabajar sus conflictos vinculares que aún persistían, a pesar de estar separados desde hacía más de dos años. En los encuentros conjuntos se observó la inercia a volver al pasado a través de recriminaciones (que actuaban como provocaciones al otro) que ubicaban a la terapeuta en el lugar de “espectador paralizado y excluido” y generaban una inmovilización del fluir temporal, evitando la construcción del tiempo futuro. Señaladas estas conductas de “boicot” ante los avances, otro objetivo era tratar de que recuperaran su protagonismo como padres, que ellos mismos REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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habían perdido al “entregarse” al sistema judicial. La línea interpretativa utilizada en esta etapa apuntaba a abrir la temática de la habilitación de la paternidad/maternidad: “Ellos son hijos de ustedes, no de la justicia”.

LA FORTALEZA Desde el refugio que resguarda la fragilidad de las partes en litigio suele convocarse con urgencia a la justicia, con la ilusión de que la solución al conflicto vendrá desde afuera. Pero paradójicamente, en esta instancia de pensamiento, no existe todavía capacidad para aceptar la intervención de un tercero. También en este plano nos encontramos con la rígida fortaleza de una relación de a dos que se rechaza pero a la vez se defiende a muerte. En este estado se concibe a los representantes del sistema judicial como quienes van a identificarse (hacerse carne) con el propio conflicto y castigar al otro. Será necesario un importante movimiento psíquico para que se pueda pensar algo diferente del propio pensamiento y experimentar un verdadero sentimiento de “justicia”.

ALGUNOS COMENTARIOS RESPECTO DEL TRABAJO CLÍNICO CON PACIENTES EN LITIGIO

El trabajo con familias en litigio (cuyos miembros han interrumpido su interacción, ubicándose la justicia como instancia mediadora entre ellos) difiere en gran medida del que se realiza con familias en conflicto, en las que aún se conserva algún grado de comunicación. Nuestra intervención puede requerirse en el caso de una pareja en vías de separarse, o cuando ya separados sus miembros se disputan la tenencia de sus hijos o tienen dificultades en acordar un régimen de visitas. Puede tratarse de padres que han sido inhabilitados para ejercer la guarda, o indicarse la “revinculación” entre uno o los dos progenitores y los niños cuando existe un distanciamiento entre ellos por diversos motivos (reconocimiento tardío del hijo, otorgamiento transitorio de la guarda a otro familiar, impedimento de contacto del hijo con el padre no conviviente, etcétera). Si son derivados al ámbito terapéutico por la justicia vendrán “porque el juez los manda”, para cumplir con un trámite más dentro del proceso judicial. Nos encontramos entonces con un muro narcisista (Freud, 1916) detrás del cual el sujeto se protege y protege también ciertos objetos e ideas que necesita para sobrevivir. El “abrirse” emocionalmente (incluso con el analista) provoca dolor psíquico y repliegue. Vulnerar la distancia establecida implica ser “expulsado” violentamente, situación que requiere

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cautela y tolerancia, así como de recursos técnicos específicos16. La disociación (acentuada por la situación de litigio) hace que los propios aspectos perturbados y la culpa se encuentren masivamente proyectados sobre la contraparte y que predomine la certeza en cuanto a la forma de interpretar los acontecimientos que son motivo de injuria. Son personas heridas en su orgullo, en estado de emergencia afectiva por el riesgo de pérdida (o la pérdida real) de objetos a cuyo valor me he referido en los párrafos anteriores. Si consultan por decisión propia es difícil que exista una genuina intención (por lo menos inicialmente) de reflexionar acerca de su conducta. En su lugar hallamos lo que, si me fuera lícito utilizar un término asociado al de “demanda de análisis”, podría ser el de “demanda de protección”: en su fantasmática el analista es ubicado dentro de la serie de personajes (juez, abogado, perito) destinados a defenderlo, identificándose con él o poniéndose “de su lado” o a proporcionarle las herramientas que le permitirán defenderse de quien porta las características de lo siniestro: aquel que era familiar y se convirtió en extraño. Esto no implica que en una etapa posterior (disminuida la sensación de angustia y la distancia espacial e intrapsíquica entre sujeto y objeto) no pueda llegar a establecerse un verdadero trabajo de introspección. Prevalece el pesimismo; los cambios devenidos de los avances terapéuticos causan profundo temor y desconfianza, por lo que aparece rápidamente la frustración ante los fracasos, volviendo al refugio más conocido: el resentimiento. Si logran implementarse encuentros con toda la familia en litigio se asistirá al despliegue de escenas de alto voltaje afectivo en las que se jugará la dificultad para disponerse a pedir disculpas tanto como a aceptarlas (ligadas a los procesos de arrepentimiento y reparación) que tomarán largos períodos de tiempo, y se darán a través de avances y retrocesos. Las características personales y la actitud del analista17 (paciencia, optimismo y capacidad conciliadora, sin que esto implique la pérdida de la objetividad y el apartamiento de la regla de la abstinencia) son elementos de notable incidencia en la evolución del caso, así como el vínculo y la confianza que el paciente pueda establecer con éste -además de la línea interpretativa- y primer paso para que pueda disponerse a escuchar, de manera de ir incluyendo (muy lentamente) la presencia de un tercero, como posibilidad de salida de la situación dual en la que se encuentra atrapado.

16 Similares a los que se utilizan con pacientes psicosomáticos, que son “mandados” a análisis por el médico. 17 Hugo Bleichmar (1997, pág. 130, 131) diferencia entre “neutralidad valorativa” y “neutralidad afectiva” y menciona la importancia de la “modulación afectiva del terapeuta según el tipo de paciente y el momento del tratamiento”. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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RESUMEN En este trabajo se describen los contenidos que se reactivan en el encuentro entre dos instituciones como la familia y la justicia, en el marco de litigios en los que se dirimen cuestiones como el divorcio, la tenencia de los hijos, la patria potestad, además de la violencia entre los integrantes de la pareja o de éstos hacia sus hijos. Se analiza la significación que la salida exogámica tiene para la familia desde la perspectiva del movimiento psíquico que implica el “sentirse con derecho a” y la importancia de este hecho en el proceso de subjetivación. Se explora la forma en que estos contenidos se despliegan en el trabajo clínico con pacientes “en litigio”, mencionando algunos aspectos técnicos específicos, diferentes de los utilizados con pacientes “en conflicto”. Se desarrolla brevemente un caso clínico, a modo de ejemplo. DESCRIPTORES: FAMILIA / FILICIDIO / DIVORCIO / JUSTICIA / VIOLENCIA / EXOGAMIA

SUMMARY Families in litigation and their encounter with the judiciary: a psychoanalytic approach The author describes contents reactivated in the encounter of two institutions, the family and the judiciary, in the frame of litigations that settle issues such as divorce, child custody, parental authority and violence in the couple or their violence toward their children. She analyzes the meaning for the family of exogamy in the perspective of a psychic movement which involves “feeling entitled to”, and the importance of this fact in the process of subjectivization. She explores the way these contents develop in clinical work with patients “in litigation”, mentioning some specific technical aspects that differ from those used with patients “in conflict”. She briefly exemplifies with a clinical case. KEYWORDS: FAMILY / FILICIDE / DIVORCE / JUSTICE / VIOLENCE / EXOGAMY.

RESUMO A família em litígio e seu encontro com a justiça: abordagem psicanalítica Neste trabalho são descritos os conteúdos reativados no encontro entre duas instituições como a família e a justiça, no marco de litígios onde se resolvem as questões como o divórcio, a guarda dos filhos, a pátria potestade, além da violência entre os membros de um casal ou destes com os filhos. Analisa-se a importância que a saída exogâmica tem para a família da perspectiva do movimento psíquico que implica “sentir-se com direito a...” e a importância deste fato no processo da subje-

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tivação. Explora-se a forma em que estes conteúdos se apresentam no trabalho clínico com pacientes “em litígio”, mencionando alguns aspectos técnicos específicos, diferentes daqueles utilizados com pacientes “em conflito”. Como exemplo se expõe brevemente um caso clínico. PALAVRAS-CHAVE: FAMÍLIA / FILICÍDIO / DIVÓRCIO / JUSTIÇA / VIOLÊNCIA / EXOGAMIA

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN AGOSTO DE 2010]

Übertragnung1: transferencia-trasmisióntraducción * Pola Roitman Woscoboinik

INTRODUCCIÓN Este trabajo intenta plantear nuevas perspectivas para pensar la transferencia. No es tarea fácil: con y después de Freud, no hay producción en nuestra área de conocimientos, tanto teórica como clínica, que no se refiera a la dinámica transferencial. Condición misma del proceso analítico, nuestro quehacer se interroga continuamente sobre sus manifestaciones en “el aquí-ahora-conmigo” de la sesión para poder comprender “el allá- entonces-¿con quien?” de sus orígenes. A la vez, el punto complementario: cómo y cuándo trabajarla con el paciente. Se entrecruzan factores de diferentes connotaciones: por una parte, el especial cuidado que debe primar en el analista respecto al nivel de receptividad mental y afectivo del analizante en ese momento; por otra, los apremios de un furor-curandis y gratificaciones narcisistas por nuestros hallazgos y descubrimientos. A veces, cuesta aceptar que todavía no es el tiempo. Sabemos que el proceso analítico configura una situación intermedia entre la ficción y la realidad, un “como si” que va siendo captado en su dimensión metafórica de modo progresivo. No todos los pacientes pueden acceder de entrada a la propuesta de esta forma de “juego”. Una interpretación adelantada puede ocasionar perplejidad, asombro, negaciones2. Junto a su valor intrínseco, el acuñamiento del concepto de transferencia tiene un plus agregado: mostrar uno de los aspectos éticos de la tarea investigativa de Freud. Como principio esencial, replanteaba sus propios puntos de vista cuando descubría que la clínica evidenciaba una equivocación conceptual y/o técnica. A pesar del malestar – y hasta enojo – que le oca1 La traducción de la palabra alemana no es amor sino enamoramiento de transferencia, Tiene, obviamente, un alcance diferente. Aclaración trasmitida por el Dr. Roberto Rusconi. * E-mail: [email protected] / Argentina 2 Recordemos la apreciación de Winnicott: ‘El psicoanálisis es el fenómeno altamente refinado del siglo XX” , en Realidad y Juego. P.65.

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sionara la interrupción del tratamiento por parte de Dora, Freud revisa lo sucedido y “cae en la cuenta” de su propia ceguera. Percibe con claridad que esa interrupción se debió a no haber captado e interpretado en el momento indicado que el objeto de transferencia de la adolescente no había sido el Sr. K., sino su propia persona (1905). De allí, una primera puntuación: transferencia-resistencia-obstáculo, lo cual lo lleva a teorizar sobre el “enamoramiento3 de transferencia (1915). A poco, reconoce que este “obstáculo” surge en función del dispositivo analítico mismo, promoviendo la apertura al proceso terapéutico. Su desciframiento constituye, entonces, una vía privilegiada para conocer la historia vivencial del paciente, des-intrincando el origen y el sentido de la repetición. El vínculo va adquiriendo significados y la transferencia pasa a ser instrumento imprescindible de la cura analítica.

ALGUNAS PUNTUACIONES PARA PENSAR En mi reflexión, propongo las siguientes “nuevas” perspectivas: 1- A partir de la designación en alemán del concepto de transferencia. Übertragnung es la palabra con la que Freud designa lo que llamamos transferencia en español. Vocablo utilizado no sólo en psicoanálisis sino en otros ámbitos, implicando siempre ideas de desplazamiento, traslado de un lugar a otro, pasaje de uno a otro objeto de un contenido o situación. Freud aplicó esa nominación en diferentes problemáticas. Así, en el estudio sobre los sueños (1900, 1901); también respecto a la dinámica de la energía pulsional (enfoque económico): pasaje del drang de la pulsión desde una representación a otra, desde una instancia o sistema psíquico a otro (1915). Hablaremos específicamente de la transferencia en el proceso de la cura, retomando una de las primeras definiciones freudianas (1905): “¿Qué son las transferencias? Son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el análisis avanza, no pueden menos que despertarse y hacerse conscientes; pero lo característico es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico” (p. 101). A través de sucesivas elaboraciones, Freud fue enriqueciendo el concepto: por una parte, esas “personas anteriormente conocidas” son los objetos parentales primarios; por otra, en el contenido de la transferencia siempre queda depositado un fragmento de la vida sexual infantil.

3 La traducción de la palabra alemana no es amor sino enamoramiento de transferencia, Tiene, obviamente, un alcance diferente. Aclaración trasmitida por el Dr. Roberto Rusconi. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Pero curiosamente, este vocablo – Übertragnung – se utiliza también para designar la acción de trasmitir. Esto lleva a pensar sobre las notas comunes y diferenciales entre ambos conceptos. En toda transferencia encontramos siempre un aspecto de trasmisión, no sólo porque porta un contenido que se intenta despejar en el interjuego de roles paciente-analista. También, porque la cura – cura por la palabra – implica una comunicación-mensaje entre los protagonistas del vínculo. Con preferencia, se trata de una comunicación verbal pero asimismo, existe una comunicación por medios pre-verbales: gestos, muecas, posturas, movimientos o rigideces corporales. El propósito de toda trasmisión es transferir significaciones. A la inversa, ¿toda trasmisión lleva implícita una transferencia? En sentido amplio, sí, aunque surgen algunos interrogantes. Para que se produzca una trasmisión importante ¿es necesario que se haya establecido previamente una transferencia? ¿”Se puede no-trasmitir”? ¿Podríamos hablar de todo lo que potencialmente puede llegar a trasmitir una no-trasmisión? Incluimos aquí la noción de negativo (Missenard y otros, 1989, Green, 1993). Al profundizar en la etiología de las neurosis, Freud se pregunta sobre la vía psíquica que sigue lo heredado, con lo que ya alude al tema. Habla también de trasmisión del pensamiento, de telepatía, contagio e imitación (1913, 1921). Son situaciones en las que median distintos tipos de trasmisiones y transferencias4. Y privilegia la comunicación-trasmisión de inconsciente a inconsciente (1912). En “Tótem y tabú” (1913) afirma: “Nos es lícito suponer que ninguna generación es capaz de ocultar a la que le sigue, sus procesos anímicos de mayor sustantividad”. Aparece con claridad lo transgeneracional. La trasmisión misma nos dice- “refleja el cumplimiento de un deseo inconsciente: el deseo a trasmitir como imperativo de la vida psíquica” (p. 160). La segunda tópica enfatiza la trasmisión intrasubjetiva, la intersubjetiva y la intergeneracional, auque no lo exprese en estos términos (1923). Por último, el alemán utiliza la misma palabra -Übertragnung- para traducción. Aplicada a la situación analítica, se dan varios tipos de traducciones: la del paciente, intentando traducir en el código verbal lo que vive en su mundo interior; a la vez, la que realiza el analista de la verbalización del paciente y de sus propias apreciaciones; por último, la que vuelve hacer éste, de la comunicación del analista. Y todo esto, en un solo segmento de la sesión. A lo que se suma el aprés-coup de ambos integrantes del vínculo, tratando de comprender lo que ha pasado en una sesión. 4 René Kaës (1993) ha realizado un valioso estudio acreca de este tema que enriquece con aportes personales, véase, “Introducción al concepto de trasmisión psiquica en el pensamiento de Freud”.

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Conviene recordar el aforismo traduttore, tradittore”, recurso neutralizador de certezas y absolutos. Por tanto: Übertragnung: transferencia-trasmisión-traducción, arman un especial entramado en el vínculo analítico.

A PARTIR DE LA RELACIÓN ENTRE TRANSFERENCIA/CONTRATRANSFERENCIA: PRESENTACIÓN TEMPORAL Y CONDICIONAMIENTO MUTUO. Transcribo dos citas esenciales para plantear esta temática. De Racker: “La transferencia y la contratransferencia representan dos componentes de una unidad, dándose vida mutuamente y creando la relación interpersonal de la situación analítica” (p. 68). Y de Madeleine Baranger, a propósito del concepto de “campo analítico”. En su presentación al 38º Congreso de API (Amsterdam,1993), expresaba: “Partimos de la intersubjetividad como evidencia de base. Freud lo describía cuando hablaba de comunicación de inconsciente a inconsciente (1912) y se refería a una comunicación bidireccional. El campo es una estructura distinta de la suma de sus componentes, como una melodía es distinta a la suma de notas” (p.225) Siguiendo a Freud y desde una consideración tradicional, el paciente es quien abre la dinámica transferencial al repetir prototipos infantiles, vividos con un marcado sentimiento de actualidad, invistiendo la persona del analista. Es por tanto la transferencia lo que precedería a la contratransferencia, conceptualizada como la “influencia del enfermo sobre los sentimientos del médico” (Freud,1910). Su designación misma, Gegen-Übertragnung, sugiere un momento segundo. En un comienzo, su instrumentación fue considerada como un obstáculo para el proceso analítico, posición que compartieron y comparten muchos psicoanalistas actuales. Pero hubo un cambio de óptica: desde la clínica misma se fueron dando experiencias que permitieron comprender la importancia operativa de la contratransferencia, no como una complicación sino como recurso positivo. Su concepción y aplicación fue planteada entonces, con un alcance mayor. Considero de interés señalar diferentes puntos de vista sobre la presentación temporal de ambos fenómenos. Algunos psicoanalistas han reflexionado acerca de la posibilidad de un movimiento inverso: no sería la transferencia lo que condicionaría la contratransferencia sino lo contrario. Encierra una importancia que va más allá de una apreciación técnica: marca cambios en la concepción del lugar del analista. Pero además, respecto a situaciones que presenta la clínica actual, se abrió un terreno promisorio, aunque delicado en su aplicación. Destaco aportes de Michel Neyraut (1974); también de Laplanche (1992). La base de las propuestas de Neyraut es que el pensamiento psiREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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coanalítico se inscribe necesariamente en una respuesta y que la misma, no pocas veces, se anticipa a la pregunta. Se daría así una predecesión de la contratransferencia que Neyraut metaforiza con una reflexión de Oscar Wilde: “la pregunta suele llegar larguísimo tiempo después de la respuesta”. En su opinión, la transferencia es “segunda y reaccional”, tanto en relación a la historia del pensamiento analítico – su descubrimiento se hace presente cuando la técnica había empezado a constituirse – como por el hecho de recortarse en un contexto estructural y dialécticamente dado. La subjetividad siempre se organiza en función de la “prioridad del otro” y “es la oferta lo que crea la demanda” (Laplanche). En cuanto a su dialéctica, “la transferencia debe ser descubierta, señalada y pensada por un otro… lo que ‘implica’ al analista y al pensamiento analítico (1992, p. 13, 15).” Neyraut enfatiza esta implicación: la contratransferencia interviene con peso propio porque, en primer lugar, el analista se reconoce a sí mismo como objeto de las expresiones afectivas del analizante. Pero, además, no ignora que en su praxis se manifiestan muchos aspectos personales: su propia historia, su formación, su análisis y sus transferencias, experiencias profesionales, afectos, fantasías, ideologías; en síntesis, su subjetividad toda. Esta extensión conceptual, originada en la experiencia clínica, vuelve a ella con nuevos instrumentos permitiendo un enriquecimiento metapsicológico. “Toda manifestación del analista en particular y en sentido estricto toda publicación… aunque pueda darse fuera de la situación específica, proceden en realidad de ese campo y son interiores a él (p. 17)”. Es cierto, no puede existir una escucha neutra, pero esta amplitud conlleva, sin duda, sus riesgos. Entonces, ¿cómo precisar el uso de la contratransferencia, entre un planteo restringido y su enunciado como obstáculo, y una ampliación que no sea desbordante y abusiva? Neyraut da su respuesta: la contratransferencia toma su verdadera dimensión “si y sólo si se la confronta con las solicitudes internas del vínculo en la escena analítica (…) el pensamiento analítico sale de su sillón pero debe volver a él” (p. 16-28). Se impone un proceso de decantación y selección en el analista, de todo lo que su mente va “asociando” y vivenciando frente al paciente para facilitar una comunicación que le permita conocerlo mejor. Con un agregado importante: tratar de poner en juego lo que en el pensamiento filosófico griego se conoce como epojé. Es decir, permitirse un cierto “suspenso”, una pausa para poder pensar, libre de certezas. Dar tiempo a esa decantación. Esta postura facilita la búsqueda, siempre abierta, de lo peculiar y de la novedad de cada paciente en sus transferencias.

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UNA

MIRADA PERSONAL ACERCA DE LA RELACIÓN TRANSFERENCIA/CONTRATRANSFERENCIA: CONCEPTO DE «HOSPITALIDAD»

Considero que la barra que une y a la vez separa la expresión transferencia/contratransferencia, marca un “entre” con su valor preposicional de ligamen. Propongo trabajar este “entre” con una noción que nos llega desde la filosófía: el de hospitalidad, abordado por Derrida (1997). Este pensador plantea que la hospitalidad refiere a lo humano primordial en un sentido profundo. Hace a lo esencial porque hay una vinculación básica entre hospitalidad y el ser del sujeto. El otro está incluído en la constitución del ser desde “el vamos”. Se es, en tanto se es con el otro; es en el vínculo donde reside el ser. De allí el carácter óntico de esta afirmación. Es lo que Derrida llama hospitalidad incondicional, adscribiéndole características específicas: no impone condiciones ni preguntas, no exige reciprocidad, simplemente, acoge al otro5. Estas características le otorgan status de ley. Sin embargo, al apoyarse en la falta de condiciones y normas, se constituye en una ley-anómica. Verdadera paradoja. Pero hay otro tipo de hospitalidad: la condicionada, que nos ubica en terrenos más conocidos y vivenciables: la recepción del otro, del huésped, se da siempre y cuando se cumplan ciertas exigencias y condiciones6. Se forma así una dupla, anfitrión y huésped, con una dinámica especial: no hay anfitrión sin huésped ni huésped sin anfitrión. Además, el anfitrión deviene huésped del huésped que recibe. Si para el huésped es crucial ser recibido, para el anfitrión lo es acoger al huésped. Ambos quedan rehenes en esa relación que los constituye, pero que también puede amenazarlos7. Recordemos que hospitalidad y hostilidad reconocen una misma raíz etimológica: hostes. ¿Expresión de la ambivalencia natural de todo sujeto? Enriquece aplicar estas ideas a la relación analista/paciente. Para el establecimiento del vínculo analítico es fundamental que el analista quiera recibir al paciente como huésped y, a la vez, desee ser alojado por él. Ser huésped de nuestro huésped. Por su parte, el paciente anhela ser hospedado por el analista, aunque a veces no sea consciente que el anhelo recíproco del terapeuta interviene con fuerza. 5 Lo expresa bellamente en La hospitalidad: ”Entra pronto”, sin demora y sin esperar. El deseo es la espera del que espera(…) el extranjero, el huésped esperado, no es alguien a quien se le dice “ven”, sino “entra”, entra sin esperar, haz un alto en nuestra casa (…) apresúrate a entrar, “ven adentro”, “ven a mí” no sólo hacia mí, sino a mí, ocúpame…” (p. 123). 6 Derrida cita al respecto que en el libro Robert ce soir figura una carta titulada Les Lois de l’hospitalité. El narrador menciona que su tío Octavio (anfitrión) había colocado encima de la cama del huésped la lista de las condiciones que debía cumplir en calidad de invitado. (P.87) 7 Derrida evoca a Teseo, anfitrión de Edipo en su exilio en Colona, que deviene rehén de la promesa que le hiciera a éste antes de morir: no revelar el lugar de su sepultura. ( 41-43) REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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La relación analítica tiene mucho de los dos tipos de hospitalidad, especialmente de la condicionada: así, el encuadre y sus normas. El contrato y especificaciones son explicitados de entrada, aunque puedan ir cambiando en función de circunstancias nuevas y acuerdos mutuos. Pero también hay mucho de hospitalidad incondicionada: se accede a ser psicoanalista no sólo en tanto formación y disponibilidad sino en la clínica misma, con el paciente. Y éste podrá ir avanzando en la elaboración de sus problemáticas vitales y en su vivencia de ser sujeto, en tanto huésped de su analista. En lo que va construyéndose entre ambos, el deseo de recibir y ser recibido es primordial. Es ésta la apuesta de la dinámica transfero/contratransferencial. El enunciado, en su secuencia gramatical está “sujeto” a la insalvable sucesión del lenguaje verbal. La barra intenta una superación, proponiendo simultaneidad de tiempos. Resulta atinente pensar la hospitalidad en relación a las cualidades del narcisismo, tanto de quien es anfitrión como huésped. Un narcisismo exacerbado, con una libido concentrada en el yo, atenta contra la dinámica relacional, intersubjetiva. Sabemos de la inevitable tensión por la que transcurre el pequeño infans en el proceso de reconocimiento del otro y de su propio “ser-sujeto”: descubrir que el otro es también otro-sujeto. Y más aún: otro-sujeto-necesitado por mí, situación que puede dar lugar, reactivamente, a fantasías de omnipotencia y autoengendramiento. Desde la perspectiva que venimos plantendo, es no poder “hospedar al otro”, no poder ser su anfitrión, no acceder a “objetalizarlo” en la expresión de Green (1984), indicio de pulsión de muerte.

ACERCA DE TRANSFERENCIA Y TERCERIDAD De hecho, la noción de transferencia traduce ideas de terceridad/terceridades y/o vínculos triádicos. En una síntesis restrospectiva de sus desarrollos teórico-clínicos, Green (2003), rastrea reflexiones propias sobre transferencia, procesos terciarios y funciones tercerizantes. A la par de fuentes freudianas, con acuerdos y desacuerdos, apela a Winnicott como referencia valiosa: sus conceptualizaciones en torno a la transicionalidad y a los objetos y fenómenos transicionales (1951, 1971) pasan a un primer plano. En sus formulaciones teóricas, Freud se inclinó a pensar relaciones duales, complementarias o en oposición. Así, a nivel de lo pulsional, tanto en la primera (1900) como en la segunda formulación (1920); también se refirió a represión primaria y secundaria; y lo mismo respecto de las identificaciones.

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Destacó el vínculo dual madre-hijo en el que el padre aparece como tercero más tarde, recién cuando su presencia es reintegrada en toda su importancia desde la madre. En 1911 puntualizó procesos primarios y procesos secundarios. Cuando presentó el concepto de narcisismo, separó libido de objeto y libido yoica (1914). La relación es siempre binaria. Sólo menciona pocos, pero muy importantes armados triádicos: la problemática edípica y las dos tópicas: en la primara, tres instancias; en la segunda, tres subestructuras (1900,1923). Refiriéndonos al concepto de terceridad, tanto Green (1990, 2003) como Vinocur Fischbein (2009) y Woscoboinik (1996) entre nosotros, señalan el aporte de conceptos de la semiótica, en especial, conceptualizaciones de Pierce. Éste, si bien parte del análisis del signo, explicita una idea importante: toda experiencia está estructurada en función de tres modalidades: primeridad, segundidad y terceridad (1931). Cualquier tipo de fenómeno (“faneron”)8 se desarrolla a través de las mismas. Para Pierce, el signo constituye un objeto cuya finalidad es aprehender el mundo y/o establecer una comunicación. Vinocur-Fischbein lo “traduce” y “transfiere” con claridad; “El signo tiene la capacidad de crear una relación triádica entre un objeto de representación, un signo vehículo existente específico o “representamen” y un interpretante, un pensamiento a través de cual, el representamen y el objeto adquieren significado” (p.144). Green comenta una propuesta suya, anterior a su lectura de Pierce: “la teoría de la terceridad generalizada con un tercero sustituible” (2003, p. 275). Teoría con una estructura ternaria de base. La relación sujeto, objeto e interpretante, “es fundamental porque es toda la teoría de generatividad y de la producción de sentido” (p. 274). Ya había profundizado en los procesos terciarios como dinámica que se impone en las transformaciones del pasaje entre procesos primarios y secundarios, puente entre el aparato del lenguaje y el aparato psíquico. Woscoboinik también menciona al Pierce inmerso en vastas clasificaciones en base al tres, número que considera clave. Toda su concepción del mundo adquiere una dimensión triádica. De allí que se hable de su triodomanía. “La más importante de esas categorías ontológicas está formada por el Ello, mundo material de los sentidos; el Tú, mundo de la mente, el de la psicología y la neurología, y el Yo, mundo abstracto, incumbencia de la teología… Otras tríadas: ícono-índice-símbolo; cualidad-reacción-representación; deducción-inducción-abducción” (p. 133). Las relaciones diádicas están condenadas a la circularidad, al “eterno retorno”. En un cotejo de fechas, Freud, posiblemente, no pudo tener acceso a las elaboraciones de obra de Pierce pero, ¿habrá tenido Pierce conocimiento de las ideas de Freud?

8 Fanerón: Con este término Pierce (1987) designa “todo aquello que está presente en la mente del modo o en el sentido que sea, corresponda al mundo real o no” (P. 284) REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Volviendo a la dinámica transferencial, la terceridad no sólo aparece de suyo en el vínculo paciente-terapeuta-figuras recreadas en transferencia, sino que hay una diversidad de terceridades que se entraman en el vínculo analítico: tanto en el mundo interno de cada uno de los protagonistas como en el vínculo mismo. El “tercero intercambaible” (el analista) es lo que permite establecer un proceso y llevar al análisis por la mejor senda posible. Pero además el proceso de supervisión didáctico, uno de los pilares fundamentales de formación, también implica una terceridad, supervisor-supervisando-paciente, que exige de una modalidad muy cuidadosa de las transferencias entre paciente-analista.

TRANSFERENCIA Y TEORÍA DE LAS REPRESENTACIONES Toda transferencia contiene de base un conjunto de representaciones. Lo singular es que ya fueron pergeñadas alguna vez y se “re-presentan” (“vuelven a presentarse”), se repiten en el investimiento que hace el paciente en la persona del analista. Llevan siempre la huella de una moción pulsional, por lo que esta repetición es un retorno del deseo reprimido, síntoma de una experiencia subjetiva que no pudo arribar a su satisfacción. Por eso, la insistencia en repetirse. Pero paradójicamente, también nos encontramos con la característica de que son representaciones nuevas en función del vínculo actual pacienteterapeuta. La repetición en transferencia no es idéntica a la situación originaria. Es aquí donde lo vincular del proceso cobra todo su valor. Entra a tallar “la singularidad real del analista” (Marucco y otros). Esta nueva paradoja, lo repetido y lo nuevo/diferente, se abre a dos terrenos teóricos fructíferos. Por una parte, a la idea de “un principio psíquico” enunciado por Rolland (1997) y desarrollado por Donnet (2001): el psiquismo constituye “un aparato condenado a representar”, aunque a veces no lo logre plenamente. Por otro, al concepto de Nachträchglichkeit9. Freud utilizó primero Nachträchglich en condición de adjetivo en su correspondencia con Fliess, como en la carta del 2 de mayo de 1897, aplicado a las histerias. Más tarde, lo sustantiva – Nachträchglichkeit – dándole identidad conceptual (Carta 75, del 14 de noviembre de 1897. Pero, al dejar de lado la problemática de la seducción como hecho histórico, (“Ya no creo más en mis neuróticas” Carta del 21 de septiembre de 1897) y tomar el camino de la investigación de la sexualidad infantil y de la vida fantasmática,

9 Resignificación”, “après-coup”; “a-posteriori”, según los idiomas.

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pierde la oportunidad – según Laplanche (1991-2) – de desplegar el concepto en toda su riqueza, una tarea a la que Lacan se dedica en profundidad. Además, el tema de la representación nos ubica de lleno en el terreno de las patologías actuales, cuyas dificultades asientan en distorsiones en el proceso de ligar y representar, punto inicial del proceso de simbolización. Inscripciones, huellas mnémicas que no logran ligadura y que, conjeturamos, están en el origen de las vivencias de despersonalización, de vacío y de “la nada”. De aquí, las características especiales de sus transferencias o la incapacidad para desarrollarlas. Metapsicológicamente se plantea, por añadidura, la problemática de “lo no-representado” y “la representación de lo no-representado” (Green, 1993, 2003). Justamente, Julia Kristeva, en Nuevas enfermedades del alma, destaca con énfasis: “Más allá de las diferencias entre estas nuevas patologías, las une un denominador común: la dificultad para representar. Puede tomar la forma de un mutismo psíquico o probar diferentes señales que se perciben como “vacías” o “artificiales”, pero esta carencia de la representación dificulta la vida sensorial, sexual, intelectual y puede atentar contra el propio funcionamiento biológico” (… ) “Al considerar que, más allá de las nosografía clínicas clásicas y su necesaria re-estructuración, las nuevas enfermedades del alma son dificultades o incapacidades de representación psíquica que llegan a destruir el espacio psíquico, nos situamos en el centro mismo del proyecto analítico” (1993, p. 17).

CORRELACIÓN ANALIZABILIDAD-POSIBILIDAD DE TRANSFERENCIA . PATOLOGÍAS DE «FRONTERA» O «LIMITES». Tradicionalmente se ha sostenido una correlación entre dos variables intervinientes en la cura: analizabilidad y posibilidad de transferencia. Constituyó un axioma para la propuesta de un psicoanálisis: sólo podrían beneficiarse con esta posibilidad personas que pudiesen configurar una “neurosis de transferencia”. Por el contrario, cuadros narcisistas, depresiones graves, psicosomatosis, adicciones y distintas formas de psicosis quedarían excluidas. Esta fue la postura de Freud y seguidores durante un prolongado período, incluso en el momento actual. Sin embargo, este posicionamiento está siendo revisado. Confluyen distintos vectores, en especial, lo aportado desde la clínica al percibir los analistas que algunas de las patologías mencionadas acceden a desarrollar transferencias mediando modificaciones en el dispositivo analítico. Pensadores actuales de peso teórico y rica experiencia clínica han reflexionado sobre la posibilidad de una ampliación del enfoque clásico y, aún más, afinar recursos técnicos para “crear transferencias”. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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En realidad, esta orientación va en el mismo sentido que trabajar con los transtornos del proceso de la subjetivación y del pensamiento, que es de lo que se trata en esas patologías. La base teórica: intentar adentrarse en “la prehistoria del paciente”, como lo concibe el Freud de la última época. Un Freud interesado en la psicosis y en las formaciones delirantes, proponiendo y alentando a bucear en lo primario y en “el núcleo de verdad” de los delirios (“Construciones en el análisis”, 1937). A la vez, alternar el análisis de fragmentos del ello con fragmentos del análisis del yo. Por supuesto, cada modificación en el encuadre debe tener sus fundamentos para no trastocar la esencia del quehacer psicoanalítico: punto espinoso, difícil. Roussillon – en clara continuidad con Fereczi, Anzieu, Winnicott, Green y otros – apuesta al desafío de crear nuevos recursos técnicos que nos permitan trabajar con ese tipo de pacientes10. Al ocuparse de las llamadas “patologías de frontera o límites” (2007) propone un diagnóstico situacional que toma a la transferencia, precisamente, como eje privilegiado. Habla así, de “configuraciones transferenciales límites”. Son patologías que ponen al límite la transferencia y la contratransferencia. Pacientes que por haber vivido coyunturas históricas traumáticas muy tempranas vuelven a vivenciar profundas angustias, “verdaderas agonías”. Surge como conjetura que hubo serias dificultades para tolerar la ausencia del objeto, o bien una presencia intrusiva y distónica con las necesidades del bebé. Relacionado con esto, sobrevienen fracasos en “la satisfacción alucinatoria del deseo”, primeros esbozos de representación. Roussillon designa estas patologías “problemáticas identitarias-narcisistas”. En el movimiento transferencial con estos pacientes el analista se siente ubicado, no en el lugar de las figuras parentales o importantes de la historia temprana, sino en el del niño desamparado que el analizando fue alguna vez. Las llama “transferencias por inversión”. El analista es quien pasa a tener esas vivencias, incluso, reverberando propias experiencias de desvalimiento. Comienza a sentirse “jaqueado”, a pesar de la formación, del propio análisis, de su afán de “hospitalidad”. Una situación paradojal; como si los recursos se acabaran, no se puede pensar… La filiación con Anzieu –reconocida– es evidente. En efecto, este autor fue el primero en destacar transferencias y contratranferencias paradojales y proponer cambios técnicos en el encuadre. Instrumenta entonces recursos no clásicos, como el análisis frente a frente, incluso la “metacomunicación”. 10 Ya antes, Ferenczi (1932), a pesar de algunos posicionamientos extremos discutibles, apuntó a la necesidad de que el analista “inventara” otros recursos frente a pacientes difíciles. Actualmente se están revalorizando sus desarrollos.

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Jaspers11 aporta una idea valiosa acerca del concepto de frontera. Dimensiona lo fronterizo como esa zona en la que se pueden aprehender en su plenitud existencial ciertas situaciones que han avanzado un paso más allá del límite. Con un agregado: abren nuevas formas de comprensión a situaciones no fronterizas. Y así como en su momento el lenguaje de órgano de las hipocondrías ayudó a la comprensión de los síntomas histéricos, los mecanismos presentes en pacientes límite revierten en la inteligibilidad de las neurosis de transferencia. Es una realidad –y no sólo con estos pacientes, sino también con los que pueden configurar una neurosis de transferencia– que las condiciones de la vida actual ha exigido flexibilizar ciertas pautas del encuadre. La sociedad en la que vivimos no es la Viena de Freud ni la Londres de Klein. Como ejemplo, basta mencionar los cambios en la vivencia del tiempo. Los cambios en la frecuencia de sesiones y otras condiciones del proceso analítico ¿han producido modificaciones en el desarrollo de la transferencia? Posiblemente, pero no son de tanta envergadura. Lo esencial de la dinámica transferencial sigue vigente. Desplazaría el punto a la problemática de la interpretación, en la que es necesario acentuar cuidados en su manejo, especialmente en cuanto a la oportunidad y su expresiones lingüísticas.

LOS ADELANTOS CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y NUEVAS PROPUESTAS DE PRÁCTICA ANALÍTICA

Se hace imprescindible la referencia a los cambios científicos-técnicos de la modernidad y posmodernidad y de su incidencia en diferentes órdenes de la cultura. La producción de esos cambios, en una verdadera progresión geométrica, muchas veces impide una metabolización mental del orden de lo humano. Asistimos a profundas modificaciones en el imaginario colectivo y en cada una de las subjetividades. Asombro, perplejidad, nuevas formas de pensar. Este tema exige un desarrollo específico en el que la ética tiene mucho para reflexionar y aportar. Aquí, sólo algunas reflexiones en cuanto a nuestra praxis. Los adelantos en informática han llevado a “nuevas propuestas” para un tratamiento: análisis a distancia por e-mail o por skype, por teléfono y otras, frente a lo cual se polarizan dos tipos de actitudes: defensa o rechazo12. 11 Citado por Roussillon (1991, p. 263). 12 Justamente, en el Encuentro de Institutos de FEPAL, realizado en APA, (marzo, 2010) participé en un taller donde se debatió el tema. Las opiniones de uno de los coordinadores -Félix Velasco Alva, representante mejicano- fue taxativa en cuanto a su oposición a las nuevas propuestas. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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En coherencia con lo desarrollado, considero que se trata de un recurso de excepción, siempre y cuando esté precedido por un proceso analítico en el que se hayan podido profundizar las diferentes transferencias en juego. Considero conveniente: la perspectiva cierta de retomar el análisis “in situ” en un lapso acotado. Pregunto: ¿se podría hablar de un tipo especial de transferencia en esos nuevos análisis? ¿Qué de lo esencial de su dinámica se vería afectado? ¿Qué se pierde de la comunicación no-verbal, de tanta importancia? ¿Puede el analista captar en toda su amplitud características del nuevo entorno del paciente? Y el paciente ¿puede desprenderse de lo que dejó? ¿Cómo afecta a sus procesos de duelo? Los mismos argumentos son válidos para las supervisiones: también aquí se desarrollan transferencias especificas, inmersas por otra parte, en transferencias institucionales.

OTRAS REFLEXIONES ¿TRANSFERENCIA O MOMENTOS TRANSFERENCIALES? Al reflexionar sobre el proceso de la cura y específicamente acerca de la dinámica transferencial, Marucco (1998) enfatiza su inclinación a pensar en “momentos transferenciales” de la sesión analítica. “Sería una expresión más puntual y acabada que la de neurosis de transferencia” (p. 256). Y de la misma manera que M. Baranger señala que “no todo lo que dice el analista es interpretación” (p. 231), Marucco habla de situaciones puntuales en la interpretación a las que designa como “actos analíticos”. Se dan cuando, reconocidos los momentos transferenciales, el analista puede otorgarles significación y enunciarlo. Aún más, el autor se pregunta: “¿No serán estos actos analíticos los que preparan un final de análisis? Sería deseable que todo final de análisis culminara como acto analítico” (p. 256) Por mi parte agregaría que, “momentos transferenciales” y “actos analíticos” son dos puntales que, en su complementariedad, hacen al reconocimiento de un tratamiento psicoterapéutico como psicoanalítico. Es el psicoanálisis “operando”.

UNA REFERENCIA INSOSLAYABLE: TRANSFERENCIA Y SEDUCCIÓN. REGLA DE ABSTINENCIA La seducción es un elemento para nada ajeno al movimiento transferencial. Constituye uno de los aspectos más delicados y difíciles de manejar que atenta contra el proceso mismo. Se presenta con frecuencia – hasta me atre-

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vería a decir, casi como constante – tanto en los inicios como en cualquier momento del tratamiento, y tanto en el paciente como en el analista. Clara manifestación de deseos de valoración, junto la pregnancia de aspectos narcisistas nunca terminados de elaborar. “Sobrevivir a la seducción”, para decirlo en palabras de Roussillon (1999), por parte del analista no es tarea fácil ya que suele enmascararse bajo formas muy sutiles. Repasando sesiones no es difícil detectar sus indicios, pues “caen” en après-coup. Exige de un cuidado específico por parte del analista: su inclusión como material de reflexión e interpretación resulta de gran utilidad.

UNA REFERENCIA CLÍNICA Se trata de un paciente varón, al que llamaremos Eduardo, de poco más de 30 años cuando solicitó tratamiento. Casado, constituye con su esposa una pareja mixta, ya que ella no es judía, lo que no ocasiona problemas. Tienen, en ese momento, una nena de tres años. Les gustaría tener un hijo varón pero a poco, la mujer se embaraza y nace otra mujercita. Ambos piensan que con dos hijas tienen ya conformada la familia. Es psicólogo, al igual que su esposa, aunque no ejercen la clínica. Durante un tiempo trabajaron juntos en Orientación Vocacional. Él tiene una rica experiencia con niños y adolescentes ya que se desempeñó como “líder” en instituciones judías, llevando chicos a Israel. Con anterioridad trabajó en otro ámbito, el de Seguridad de la Embajada de Israel. Después del atentado, acontecimiento que, sin dudas dejó secuelas, pidió pasar a otra dependencia. En el momento en que empieza su psicoanálisis quiere orientarse laboralmente hacia la consultoría de empresas familiares y no-familiares, área en la que tiene una gran iniciativa y creatividad, ayudado por sus conocimientos psicológicos. Le propongo tres sesiones semanales; sólo acepta dos en función “de lo económico”. Se siente acosado por lo que llama “sus problemas”, tanto en el orden familiar, especialmente en la relación con su madre y su hermana, lo que a su vez influye en el vínculo de pareja, como en el laboral. Atribuye todo esto a vicisitudes de su historia. Ya en la primera entrevista impacta el relato de una escena vivida por él cuando tenía 6 años. Los padres se llevaban muy mal y gritaban mucho en sus discusiones. En una de las mismas, la mamá salió desaforada a la calle y él corrió al balcón para llamarla. No se acuerda bien pero, al parecer, se subió a las rejas. Los vecinos lo vieron y dieron parte a la policía que derivó el caso al ámbito judicial. Como conREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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secuencia, les quitaron provisoriamente la potestad a los padres y tanto él como su hermanita menor fueron internados en un “Hogar” de la comunidad alemana. Allí encontró gran apoyo en el matrimonio que lo dirigía. Se sentía bien en ese ámbito por lo que considera que esa internación no fue traumática. Lo traumático fue y es el medio familiar primario. Los padres finalmente se separaron. Cuando los fines de semana iba con su hermana a la casa de la madre, ésta no tenía comida preparada y los mandaba a pedir dinero al padre para comprar alimentos. La madre trabajaba en una entidad bancaria pero después de unos años se retiró con una buena jubilación. Esto da para pensar porque Eduardo cuenta ciertas características de la misma que interpreto como francamente psicóticas. Vive llamativamente en forma miserable y trata de no gastar para juntar dinero e ir comprando propiedades. Ya siendo adolescente, la madre le pedía a Eduardo que trajera comida del Hogar. Se hacía asistir por instituciones judías como AMIA. Logró que los chicos fueran al Colegio Ort en condición de becados y con la facilidad de libros y cuadernos. Robaba mercaderías y libros en los negocios con suma habilidad y averiguaba qué eventos culturales o empresariales había en el día para ir a comer, algo que continúa haciendo hasta el día de hoy. Eduardo siente que la odia, pero no puede pensar en psicosis. Ya casado, cuando iba a visitarlos, la madre de Eduardo empezó a sacar fruta y otros objetos de la casa por lo que su esposa no quiso recibirla más. En consecuencia, la ve casi siempre en un Mc Donald, a veces con alguna de sus hijas, o en la casa de la hermana. Una de las primeras cosas en recalcar es que se siente orgulloso de poder “tener una heladera llena” para que su familia pueda comer. Un aspecto que surgió muy pronto en el tratamiento: cuando, por sus óptimas condiciones laborales, Eduardo va logrando progresos, siente que algo en él que lo lleva a arruinar lo emprendido. Además, se impone a sí mismo un régimen muy austero: sale con la plata justa, sin tener en cuenta ningún imprevisto; la ropa y los zapatos están siempre muy gastados y desprolijos, a diferencia de su mujer y las nenas, que visten muy bien. Otra situación importante y esclarecedora para mí fue que en determinado momento empezó a sorprenderme lo reiterado de sus atrasos en el pago. Habíamos convenido que debía abonarme las primeras sesiones de cada mes, teniendo como límite el día 10. Por uno u otro motivo, nunca podía hacerlo: venía con un cheque mal hecho; calculaba mal las sesiones (en menos o en más); dependía de que su mujer, quien manejaba los ingresos, le dejara el dinero; se equivocaba de saco donde había puesto la plata… las más insólitas explicaciones. En un principio mis interpretaciones abordaban aspectos “miserables” y transgresores (como en la madre) que le impedían cumplir con sus compromisos.

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Hasta que este elemento se juntó con otro que amplió mi mirada: habitualmente, cuando iba a llegar tarde o faltar a sesión, avisaba por teléfono. De pronto dejó de hacerlo, lo que me sometía a esperas en el consultorio. En ese momento me pareció detectar razones más profundas en sus actitudes: era una forma de hacerme vivenciar las vicisitudes sufridas por él en su infancia; el no pagarme significaba que era a mí a quien le faltaba el dinero. Me hacía “esperar”, como los padres lo habían hecho “esperar” a él con los alimentos, una forma de transferencia por “inversión”. Después de conversar con él respecto a esta situación, asoció que cuando iba a pedirle plata al padre a su departamento, tenía que “esperar” en la puerta porque estaba con alguna mujer, lo que lo humillaba mucho. Me pregunté ¿querría él sentirme humillada a mí al tener que señalarle la falta de cumplimiento de los honorarios y “el olvido” en avisarme su tardanza o sus falta a sesión? ¿Estaría buscando, desde un lugar peligroso como la reja del balcón, una otra madre ilusoria e incondicional, que le proveyera de alimento analítico sin pedirle nada a cambio? Conversamos largamente está situación. Las cosas mejoraron, pero le sigue costando acceder a situaciones que le proporcionen placer. Seguimos trabajando.

RESUMEN El concepto de transferencia es abordado a partir de ciertas perspectivas que intentan constituir una apertura, a saber: teniendo en cuenta la designación en alemán de transferencia, Übertragnung, que también refiere trasmisión y traducción. Estos conceptos arman un especial entramado en el vínculo analítico. Se analizan áreas de superposición y diferencias. Desde la correlación transferencia/ contratransferencia: su presentación temporal y condicionamiento mutuo, se trabajan algunas ideas de Neyraut y Laplanche que se apartan del enfoque tradicional en cuanto su secuencia en el ámbito analítico. Se ofrece luego una mirada personal sobre la relación transferencia/contratranferencia, intrumentalizando el concepto de hospitalidad (Derrida) que abre un panorama fructífero para pensar el vínculo transferencial. En el apartado Transferencia y terceridad se presentan los aportes de Green en base a conceptos de Winnicott y de Pierce y, entre nosotros, de Winocour- Fischein y Woscoboinik destacando también ideas de Pierce. Luego, en Transferencia y teoría de las representaciones se discute la paradoja que se constituye entre la repetición de lo ya vivido y lo nuevo-inédito de las representaciones activadas en transferencia frente a la singularidad del analista. Se hace referencia también a la correlación entre analizabilidad y posibilidad de transferencia, así como a algunas otras reflexiones en torno a las patologías actuales. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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DESCRIPTORES: TRANSFERENCIA / TRANSMISIÓN / CURA / CONTRATRANSFERENCIA / REPRESENTACIÓN / ANALIZABILIDAD / SEDUCCIÓN.

SUMMERY

Übertragung: transference-transmission-translation The concept of transference undertaken as of certain perspectives, which try to construct an aperture, which is as follows: taking into consideration the German designation for transference, Übertragnung, which also refers to transmission and translation. These concepts build a special interlacing in the analytical bond. The different areas that are overlapping and/or opposing are analyzed. From the correlation transference/counter-transference: its temporal presentation and mutual conditioning, some ideas by Neyraut y Laplanche which move way from the traditional view with regards to their sequence in the analytical framework. After this we offer a personal view on the transference/counter-transference relationship instrumentally through the concept of hospitality (Derrida), which opens up a fruitful panorama to think the transferational bond. In the apparatus of transference and third person are introduced contributions by Green based on concepts from Winnicott and of Pierce and, among us, of Winocour- Fischein and Woscoboinik, highlighting Pierce’s ideas. Afterwards, in transference and theory of representations we discuss the paradox which constitutes the repetition between that which has been lived and the new unedited of the representations activated in the transference in the light of the singularity of the analyst. A reference is also made to the correlation between analyzability – possibility of transference, as well as some other considerations regarding current pathologies. KEYWORDS: TRANSFERENCE / TRANSMISSION / CURE / COUNTERTRANSFERENCE / REPRESENTATION / ANALYZABILITY / SEDUCTION.

RESUMO

Übertragnung: transferência-trasmissão-tradução O conceito de transferência é abordado a partir de certas perspectivas que tentam constituir uma abertura a saber levando en consideração a designação em alemão de transferência Übertragnung, que também refere a transmissão e tradução. Estes conceitos armam uma trama especial no vínculo analítico. Analisam-se áreas de superposição e diferenças. Desde a correlação transferência/contratransferência, sua apresentação temporal e acondicionamento mútuo, trabalham-se algumas idéias de Neyraut e Laplanche que se afastam do enfoque tradicional quanto à sua seqüência no âmbito analítico. Ofe-

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rece-se depois um olhar pessoal sobre a relação transferência/contratransferência instrumentalizando o conceito de hospitalidade (Derrida) que abre um panorama frutífero para pensar o vínculo transferencial. Na separata Transferência e Terceiridade se apresentam as contribuições de Green baseadas nos conceitos de Winnicott e de Pierce e entre nós, de Winocour- Fischbein e Woscoboinik, salientando idéias de Pierce. Então, em Tranferência e Teoria das Representações discute-se o paradoxo que se constitui entre a repetição do já vivido e o novo-inédito das representações ativadas em transferência frente à singularidade do analista. Faz-se também referência à correlação entre analisabilidade-possibilidade de transferência, assim como a algumas outras reflexões ao redor das patologías atuais.

PALAVRAS-CHAVE: TRANSFERÊNCIA / TRANSMISSÃO / CURA / CONTRATRANSFERÊNCIA / REPRESENTAÇÃO / ANALISABILIDADE / SEDUÇÃO.

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN JULIO DE 2010]

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Consolidar activamente los progresos del paciente: un aspecto técnico controvertido * Michel Sanchez-Cardenas

En 1911 Freud escribió: «Pero lo demás son construcciones que postulamos y que por cierto estamos dispuestos a abandonar para orientarnos en la maraña de los más oscuros procesos anímicos.» (p. 69) Nuestras hipótesis, pues, son andamiajes transitorios que no vacilaremos en modificar, con tanta más decisión cuanto que el psicoanálisis entraña, como lo señala Christopher Bollas (2006), «la existencia de un factor de incertidumbre, de incognoscible» (p. 704), que no debemos minimizar respondiendo a enfoques unívocos y reduccionistas. Ahora bien, no siempre es fácil admitir la existencia de ese factor: como cualquier persona, los analistas tenemos a veces horror al vacío y preferimos sentenciar de manera definitiva a favor o en contra de tal o cual teoría. Esto hace que nuestros diálogos sean en ocasiones tan apasionantes como espinosos (Blass, 2008; Scarfone, 2008). Me ocuparé, pues, de un aspecto particular de la técnica que ha dado lugar a debates y que consiste en ofrecer una acogida explícitamente positiva a los progresos de los pacientes. El tema de este texto será doble. Por un lado, expondré algunas viñetas clínicas vinculadas al término «consolidar» de mi título. Por el otro, aludiré a elementos que se presentaron con insistencia en polémicas que he tenido a su respecto con colegas analistas. Esta es la razón por la que elegí expresarme muchas veces en primera persona, ya que comunicaré aquí elaboraciones propias (siempre en curso), surgidas, entre otras cosas, del diálogo con mis pares. Se puede considerar este trabajo como testimonio de las reflexiones de un analista que intenta abandonar sus hábitos de pensamiento y se confronta con la opinión grupal que lo rodea.

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UN ASPECTO TÉCNICO Los analistas franceses1 no estamos habituados a reforzar con nuestros comentarios la toma de conciencia de sus capacidades por parte del paciente, ni cuando hayan sido éstas adquiridas recientemente ni aunque hayan permanecido ocultas hasta entonces y se revelen en el curso de las sesiones. Mi hipótesis es que, cuando aparecen en el paciente movimientos que podemos llamar, simplemente, «de desarrollo personal», de «apertura» o de «crecimiento», es beneficioso apoyarlos de manera activa, celebrar su surgimiento (ya veremos cómo) y ayudarlo así a «fijarlos» con más solidez en su psiquismo, en el que aún no se han instalado con firmeza y no son habituales. De lo contrario, la toma de conciencia de estas nuevas capacidades corre el riesgo de resultar menos efectiva, lo mismo que el uso que pueda darles luego el paciente a fin de devenir en el principal actor de sus progresos. Dos viñetas pueden ilustrar mi formulación. A. es una joven paciente que se encuentra desde hace unos dos años en análisis, a razón de tres sesiones semanales y en diván. El trabajo se efectúa sobre diferentes ejes, entre ellos el de la transferencia. En la sesión a que aludo, A. me cuenta que un hombre maduro ha intentado seducirla. En contraste con sus numerosos pasajes al acto sexual con hombres mayores que ella, esta vez A. no respondió a su propia excitación y sintió una viva satisfacción por haber podido «decir “no” a su deseo». Observó también que ceder a este hubiera equivalido a repetir una vez más situaciones de seducción y hasta de abuso sufridas en su infancia y en su adolescencia. Se siente feliz al comprobar que así, «pensando», ha podido frenar un movimiento interior. Piensa que esta posibilidad mental va a perdurar. Son aquí manifiestos el deseo de que un hombre maduro la seduzca y la satisfacción de poder negársele. Pero no voy a elegir este eje transferencial patente para proponer una interpretación: Señalo más bien entonces que, de hecho, es sumamente valioso para ella poder desplegar esta posibilidad de «diálogo interior entre la excitación del cuerpo y la cabeza que piensa», y que hay aquí un avance importante. 1 Hablar así de los analistas franceses es, a todas luces, una generalización excesiva: de hecho, y como lo señaló Séchaud (2008), sus sensibilidades son muy diversas. Sin embargo, encontré regularmente con mis colegas de Francia los elementos de discusión que mencionaré más adelante. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Añado que, como esa capacidad «viene del interior», como ella le es propia, puede decirse que, muy probablemente, va a perdurar. ¿Cuál va a ser su respuesta a esta intervención? Indicar los pormenores de la continuación de la sesión nos servirá de guía: ¿fue estimulada la asociatividad de la paciente, o quedó inhibida? ¿Se verá ella empujada a rechazar lo que le digo? ¿O, en cambio, a farfullarlo a su vez para satisfacerme? Su respuesta asociativa revela la mejora psíquica que se efectúa en ella. Vuelve a su memoria un sueño del comienzo del análisis: su cuerpo estaba fragmentado. Y la paciente se dice que, desde entonces, muchas cosas han cambiado. Por ejemplo, hace poco miró fotos suyas en las que se veía su cuerpo entero. Y se encontró «bonita». Antes evitaba sistemáticamente mirar esas fotos. Así pues, mi intervención parece ayudarla a adquirir un sentimiento reforzado de su unidad psíquica y corporal, puesto que ha asociado sobre ese tema partiendo de dicha intervención. Le digo entonces que lo que le sucede me parece muy bueno para ella pues la muestra capaz de apreciarse como una entidad y no limitarse, como antes, a percibir su cuerpo «como un enemigo», expresión que había usado muchas veces. Surge como respuesta otra asociación: recuerda que a menudo se negó a oír lo que yo le decía acerca de su anhelo de alcanzar una estabilidad afectiva. Me replicaba que yo quería obligarla a encaminarse a esa estabilidad. Pero ahora ve que, en realidad, me atribuyó esa intención para no pensar que era la suya propia. Por lo tanto: más entera, más reunida, tiene menos necesidad de proyectar sus deseos sobre mí y puede apropiarse más de su vida psíquica. (Observemos por último que el tema del analista seductor será traído por la paciente en sesiones ulteriores y elaborado esta vez en la transferencia.) Segunda viñeta: B. es un joven profesional que se encuentra en terapia a razón de una vez por semana, al principio frente a frente y después en diván. Vino a verme para tratar de superar un estado crónicamente triste y autodespreciativo. Se trabajó mucho sobre esta última dimensión y, en la sesión a la que voy a referirme, esta elaboración parece dar sus frutos. En efecto, ahora está rompiendo con su tendencia a minimizar sus éxitos y su sentimiento de bienestar. Esta se-

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sión sigue a unas vacaciones que él valoró en gran medida, sobre todo porque en su transcurso pudo ocuparse mucho, y con satisfacción, de su pequeño hijo. Señala asimismo que ya no necesita beber alcohol para sentirse bien o para atreverse a opinar en una conversación. Luego me refiere comentarios elogiosos que le hacen sus clientes. Hace poco tomó un trabajo privado temiendo no estar a la altura de su predecesor. Pero varios clientes le dijeron, al contrario, hasta qué punto confiaban en él. Yo comento esto, «marcando con resaltador» sus progresos: «Y sobre todo usted pudo oír esos cumplidos, hacerles un lugar en su interior, en vez de rechazarlos como lo hacía antes y esto, más que nada, para denigrarse. Así que probablemente ya no necesitará tanto tomar alcohol pues su psiquismo «produce el mismo” efecto reconfortante que sólo el alcohol le daba. B. aprueba y asocia. Justamente, acaba de tener una conversación con algunos amigos. Y pudo oponerles su parecer con toda tranquilidad, sin haber bebido. Él formula esta conclusión: «Me doy más importancia». Yo respondo: «Eso es bueno para usted porque está dejando la actitud que consistía en decirse automáticamente que era incapaz, como por ejemplo respecto de su predecesor. Por otra parte, ¿tomaba quizá alcohol para tener una prueba extra de su incapacidad?» B. asocia: efectivamente, está más seguro de sí mismo. Valga como prueba el curso que acaba de terminar. Tuvo que confrontarse con conocimientos que no tenía, pero, al revés que antes, no por ello se decía que era un incapaz. Al contrario, se sintió dotado de ciertas capacidades y, en cuanto a las otras, se dijo que, habiéndolas detectado con claridad, iba a formarse en ellas progresivamente. Le señalo que es muy beneficioso para él poder percibir de manera realista sus capacidades y, en consecuencia, igualmente las carencias respecto de las cuales debe progresar (antes se desanimaba por anticipado y a menudo renunciaba a aprender cosas nuevas cuando no las adquiría de inmediato, todo esto con un fuerte sentimiento de ineptitud). Cuando propongo hipótesis de este tipo (la utilidad de mostrar claramente al paciente su crecimiento psíquico), surgen regularmente diferentes comentarios y la mayoría de las veces se la rechaza por considerársela una proposición «no analítica», «psicoterapéutica» o «reservada para pacientes muy fronterizos».

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DISCUSIÓN Intentaré, pues, justificar mi proceder. Lo haré tomando como guía lo que fue objeto de discusión con diferentes colegas: El argumento principal para estas articulaciones interpretativas es clínico: ellas a menudo posibilitan avances narcisistas muy consistentes. Una casuística hoy considerable me lo demostró en forma reiterada. Cuando se ponen en evidencia movimientos ligados a esas intervenciones, el paciente adquiere una mayor confianza en sí mismo, de lo cual dan pruebas frases como las siguientes: «Tengo mucha más confianza en mí»; «Me siento nacer»; «Ahora siento que tengo una sustancia interior», etcétera. Tales asociaciones dan fe de un narcisismo de mejor calidad «procedente del interior», y no de un injerto aceptado pasivamente a partir de las manifestaciones del analista. Estas últimas no erosionan las capacidades de figurabilidad que, por el contrario, aumentan, traduciéndose en el hilo asociativo de las sesiones (cf. A. y B.) pero también en la representación inconsciente de sí mismos adquirida por pacientes que dicen sentirse, por ejemplo, «más llenos por dentro», o «más densos», o que declaran, simplemente, «existir». Todo esto suele redundar en rápidos progresos. El tipo de intervención a que nos referimos puede ser propuesto a pacientes graves o fronterizos, pero de igual modo a los que son más neuróticos, cuando el trabajo recae sobre su frágil narcisismo; aparecen entonces en ellos problemáticas centradas sobre todo en la confianza en sí mismos o en la impresión de que no sienten existir ciertas partes de su psique (por ejemplo, cuando dicen no saber lo que piensan de sí, lo que sienten, o cuando esto les parece falto de valor). Un analista «activo», … un argumento de «rapidez»…: tales consideraciones son casi tabú en el análisis francés, y a menudo se las refiere a defensas del analista contra su propia pasividad (… o incluso a su radical incomprensión de lo que sería «verdaderamente analítico»). De igual modo, la «rapidez» constituiría tan sólo un argumento «adaptativo», un argumento de «administrador del síntoma». Sin embargo, no se trata aquí de justificar «la rapidez por la rapidez», ni de «tirar de los brotes para que crezcan más rápido». No, lo interesante es registrar que surge en el paciente un bienestar mayor cuya precocidad no fue perseguida: simplemente se la constata. Y a veces esto contribuye a terapias que resultan ser breves, en particular cuando la demanda inicial de los pacientes no se basa en la de una indagación personal en profundidad, sino en la de superar sufrimientos diversos (angustias, momentos de depresión, etc.). Un mejor contacto con las capacidades personales, la sensación de un Yo más fuerte permiten así a algunos realizar trabajos breves sin que esto constituya el signo de una fuga en la curación.

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Pero incluso en los casos de tratamientos más largos y más «clásicos», cuando son emitidas en la cura las articulaciones referidas, se atraviesan estadios interesantes; sale al descubierto en los pacientes una mayor seguridad interna que no entorpece la continuidad de su evolución sino que, al contrario, la asienta, a menudo con suma rapidez, en una mayor confianza en esta. ¿Es superyoico apoyar de manera activa los progresos del paciente? ¿«Con qué derecho» podemos aprobar sus avances? Si lo hacemos, ¿podrá el paciente sacar provecho de nuestros comentarios al verse invitado, ante todo, a aceptar la fuerza de un superyó exterior, así sea este, al menos en apariencia, aprobador? Yo mismo he sentido este temor, pero pienso las cosas de otro modo. Confirmar explícitamente a un paciente el valor de sus avances implica legitimarlo, y en realidad ya no creo que los pacientes puedan hacerlo siempre por sí mismos, ni mucho menos, de manera espontánea. Para muchos, percatarse de que su psiquismo, sus ideas, sus elecciones tienen valor constituye una incógnita, un terreno erosionado por la inhibición o un masoquismo considerable y hasta una hipótesis casi incongruente; con frecuencia, da mejor ese paso si se le ayuda a ello. De hecho, este argumento (el de que habría aquí un forzamiento externo) merece ser invertido: si no se ayuda al paciente a dimensionar sus capacidades, muy a menudo esto implica proponerle un «acting silencioso» al dejar que sus progresos caigan «en el vacío». En estos casos, «quien no suelta palabra, desaprueba». Se lo puede comparar con lo que sucede cuando un niño comunica sus progresos a sus objetos de amor: es esencial entonces que estos últimos confirmen sin reservas tales progresos. No se trata de una intrusión superyoica o de una seducción, sino de una devolución madurativa que es normal esperar, simplemente porque el ser humano busca, por naturaleza, una relación objetal. Es importante considerar este punto, pues también se me ha hecho notar que tales intervenciones serían una suerte de respuestas sistemáticamente satisfactorias a la demanda transferencial del paciente de encontrar en el terapeuta «una madre buena». Por supuesto, se trata de un riesgo que es preciso prever, y en el transcurso de la cura debemos estar atentos a no proponer un taponamiento exterior que impida trabajar tanto sobre la transferencia negativa como sobre la representación, la cual nace (en parte) de la diferencia entre la demanda transferencial y la respuesta que esta obtiene. Es evidente que el riesgo de ser una «madre demasiado buena» existe…, pero al mismo tiempo existe el opuesto: el de dejar que queden en la sombra los progresos del paciente por no acogerlos lo suficiente cuando aparecen. Se objeta también que aprobar los avances del paciente es realizar un trabajo cognitivista, externo a su maduración individual. Pienso que esta observación es en verdad «una buena manera de hacer una mala pregunta» (a REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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la que se le da así una buena ocasión de responder). En efecto, importa realmente poco que esos avances puedan ser explicados por dos corrientes teórico-clínicas diferentes, la analítica y la cognitiva. Lo que cuenta es que se logre aflojar los sistemas defensivos e incrementar la cualidad de figurabilidad (por ejemplo, en este caso, la representación de sí mismo en tanto ser valioso). Además, para abordar esta problemática desde otra perspectiva, es útil remitirse a la noción de «pensamiento emocional», introducida por Ignacio Matte Blanco (1975, pág. 245). Según este autor, las ideas varían según que estén o no impregnadas de afectos: cuando surge un afecto, las ideas que entonces se presentan son particulares y hasta participan decididamente de su aura. Un ejemplo simple: un paciente víctima de afectos paranoides presentará pensamientos persecutorios. Matte Blanco insiste en que estas ideas no «acompañan» al afecto paranoide, sino que son componentes suyos de pleno derecho. En realidad, los dos aspectos (pensamiento y afecto) están indisolublemente ligados: he aquí el «pensamiento emocional». En consecuencia, ocuparse de la emoción y del afecto permitirá modificar la cadena de ideas; y trabajar por el lado de las ideas tendrá, recíprocamente, un impacto emocional. Acompañar al paciente, «linterna en mano», por repliegues de su psiquismo que le son favorables y que ha tenido hasta entonces escasa ocasión de frecuentar, como, por ejemplo, los de sus potencialidades, y comentarlos con él, le permite acondicionar idas y venidas entre estas zonas de bienestar potencial y su mentalización representada; representada sobre todo en palabras, aun cuando sean a la vez las del paciente y las del analista. Si se lo deja solo ante sí mismo, el paciente tendrá muchas más dificultades para conquistar nuevos espacios. Por otra parte, esto último no podría ser atribuido exclusivamente a la reacción terapéutica negativa en el sentido usual, es decir, a un aumento de las resistencias al éxito por culpabilidad edípica y/o por la vejación narcisista de tener que otorgar un lugar transferencial al analista y a su influencia. Justamente, conviene añadir a estos factores de reacción negativa el del miedo al cambio. Pues llegar «a tierra de bienestar» suele significarle al paciente tener que afrontar la angustia ante lo desconocido (y no sólo una resistencia transferencial). Nombrar y comprender lo que sucede (la capacidad nueva y la angustia ante lo desconocido que esta suscita) ayuda con gran frecuencia a atravesar esas etapas. C., en terapia de una vez por semana, presentaba al comienzo de nuestro trabajo una tristeza centrada en temores hipocondríacos. Mucho camino se recorrió desde entonces, y esos temores, entre otros, se han reducido al mínimo. En cambio, la paciente desarrolla aspectos de su personalidad focalizados en el placer de vivir. Me habla en una sesión de sus clases de piano, que le agradan mucho y

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en las que hace progresos. Sin embargo, dice, «intenta fallar» en sus ejercicios cuando siente «que lo va a conseguir». Exploramos juntos esta cuestión de los fracasos autoprovocados. Está presente en ellos la culpa, la de cortar el vínculo con su madre, con quien la hipocondría y la inhibición constituían un lenguaje compartido y una identificación recíproca. Y trabajamos también el hecho de que, en la transferencia materna, podía pensar que yo esperaba de ella una moneda de cambio basada en la queja hipocondríaca o en la expresión del sentimiento de incapacidad. Pero en esta sesión le hago notar en cambio que, cuando toca bien el piano, tiene quizá miedo a lo desconocido, miedo a poder evolucionar a su modo en un bienestar no frecuentado hasta entonces y en el que no puede ubicarse, como si estuviese volando y no pudiese atisbar algo que pueda balizar la inmensidad del cielo que se abre ante sus ojos. Mi observación la impacta. En la sesión siguiente, me dice que ha pensado en el miedo a lo desconocido que le mencioné y que eso es exactamente lo que ocurre. Ha podido tocar el piano «sin intentar fallar», y las asociaciones que surgen entonces en ella no se limitan a la música sino que conciernen también a su placer de vivir en general. Otro prejuicio es que la no satisfacción directa de las demandas transferenciales del paciente sería la condición exclusiva para que pueda nacer su pensamiento: al diferenciarse el objeto de una simple prolongación del deseo del paciente, esto provocaría en él un necesario trabajo de simbolización. A partir del esquema freudiano de la satisfacción alucinatoria del deseo, esta teoría, en verdad, es la que prevalece. Ahora bien, es preciso completarla con otra según la cual también la satisfacción de las necesidades del Yo es una de las fuentes del pensamiento y lo ayuda a construirse. En ese sentido, validar el aparato de pensar del paciente es confirmar otro tanto el valor del paciente mismo, sus posibilidades de figurabilidad y, en particular, para el tema que me ocupa, la figurabilidad de sus propias capacidades. Se dirá también que, aun si el paciente parece aprobar esas observaciones nuestras, luego nos lo «hará pagar» con resistencias incrementadas a causa de la intrusión que dichas observaciones representan. Esquemáticamente, he aquí las reacciones que he observado: . Ciertos pacientes bastante numerosos reaccionan con un sentimiento de dicha, conservado a lo largo de las sesiones, por poder «utilizarse ellos mismos» de manera más libre al adueñarse de las capacidades ahora reveladas. Con frecuencia, esto sucede no sin cierto despecho, no sin cierta sorpresa y con la rabia de pensar que REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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durante tantos años se mantuvieron inútilmente bajo un cielo interior excesivamente sombrío y cruel. . Una reacción frecuente es el miedo a lo desconocido. Al respecto, hemos visto el ejemplo de la paciente C. . No son raras las reacciones directamente transferenciales: Al comienzo de una sesión, D. me explica que acaba de advertir que mi chapa profesional ya no se encuentra fijada a la entrada del edificio en el que trabajo. Pero en la sesión siguiente se da cuenta de que, en realidad, no es así. Interrogada al respecto, asocia. Menciona diferentes pistas posibles, entre ellas la siguiente: ha podido imaginar que un paciente que ha hecho «una mala transferencia» conmigo habría podido arrancar mi chapa en un acceso de rabia. Le pregunto si ella misma puede tener «malas transferencias» a mi respecto. Piensa, y me dice, con delicadeza, que podría tenerlas, en efecto, pues justamente el trabajo que hacemos la conduce a una mayor apertura. Y esto podría significar forzarla a abandonar puntos de referencia anteriores sólidamente establecidos, aun si fueron dolorosos. De ahí el enojo conmigo. . Veremos más adelante de qué modo estas tomas de conciencia pueden coincidir con sentimientos de «miedo» (Busch, 2007): ciertos pacientes se ven confrontados con zonas suyas de no mentalización que hasta ese momento habían llenado «protéticamente» autosustentando su sufrimiento y, al perderlo, se encuentran ante el vacío (Symington, 2004). Symington (véase también más adelante) menciona asimismo reacciones transferenciales de vergüenza en pacientes que exponen ante el analista zonas no desarrolladas de su personalidad. . Tampoco es excepcional que tales reconocimientos por el analista de las capacidades de su paciente resulten letra muerta. Las resistencias son más intensas y durante largo tiempo esas observaciones no producen efectos. El paciente nos muestra de este modo que, con él, sería mejor tomar otro camino (más centrado en el conflicto o en la agresividad, por ejemplo). . Puede ser difícil encontrar un equilibrio entre el despertar del paciente a sí mismo y el respeto a sus necesarias defensas masoquistas: E. había demandado una terapia por una depresión crónica. Su historia incluía elementos autoagresivos repetidos. Albañil, extendía un dedo al que le faltaba una falange que se había seccionado con una sierra eléctrica (cuya seguridad él no había verifi-

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cado); fumaba y bebía mucho; había tenido más de un accidente conduciendo en estado de ebriedad, etcétera. En el lapso de uno a dos años, trabajamos mucho sobre su necesidad de mostrarse sufriente ante los demás (también ante mí en la transferencia); y romper con el sufrimiento habría sido para él tener que desprenderse de una familia en la que el mismo era cultivado al más alto grado (por ejemplo, uno de sus hermanos condujo voluntariamente su moto estando totalmente borracho y tuvo un accidente mortal). Le hice notar, una o dos veces, que, dotado de estos elementos de reflexión, ahora podría quizá encontrar dentro de sí la libertad necesaria para elegir el cambio, encaminarse a una vida mejor y no inclinarse tan sistemáticamente al sufrimiento. Mi observación le interesó tanto que lo dejó perplejo. Durante alrededor de un año volvió al tema cada tanto: «¿Cómo se puede decidir estar mejor?», se preguntaba. Y me exponía con detalles un penar cotidiano que padecía de la mañana a la noche. Cierto día, su caparazón experimentó una fisura: le empezaba a gustar… su vida… trabajar el domingo en arreglos de su casa… recordar su vida conyugal con una compañera de larga data… detener los excesos de la bebida, de la marihuana y tal vez, pronto, hasta del tabaco. Desplegaba estas ideas de manera personalizada. Por ejemplo, la refacción de un piso de su vivienda parecía simbolizar el hecho de «dirigirse hacia mejores bases», etcétera. ¡Después murió! Cayó de una escalera sobre rígidos materiales de obra. Un enésimo acto fallido: ¿autoagresivo? ¿Quién había sido, esta vez, «el bueno»? ¿Acaso anduvimos juntos demasiado rápido, llegamos acaso demasiado lejos? ¿Lo había empujado yo en exceso a visitar las mejores partes de su psiquismo? No lo sabré nunca, pero es inevitable considerar esta hipótesis… lo mismo que la de una defensa perversa que me ponía así radicalmente en jaque, aunque fuese al precio de su vida. Como conclusión, planteo que este abordaje demasiado directo de lo «positivo» en el paciente se sitúa fuera de las corrientes centrales del análisis francés contemporáneo. Sin aspirar a la exhaustividad, importantes aspectos de este último pueden ser sintetizados en torno a las nociones expuestas, entre otros, por René Diatkine (1983) y Marilia Aisenstein (2002, 2008). Diatkine (1983, pág. 718) recuerda por ejemplo que, si se quiere usar el término interpretación en su sentido estricto, ella se centrará «en los deseos sexuales inconscientes reactivados en la transferencia y transportados por el discurso del REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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paciente». El análisis de la transferencia negativa ocupa aquí un lugar especial que «se considera que permite no fantasear la introyección del analista como terriblemente destructiva, como la castración final, inexorable repetición de las fantasías de castración provocadas normalmente por la educación» (pág. 726). El autor señala también (pág. 719) que la interpretación de la situación psíquica de su paciente realizada por el psicoanalista no es en ningún caso una explicación causal de sus síntomas, ni de sus carencias, ni de su funcionamiento psíquico actual en general; por el contrario, es «una manera particular de funcionamiento mental del psicoanalista en el curso de la sesión». Así pues, el objetivo del análisis es permitir introyectar al «analista asociante» (pág. 731). Para Aisenstein, esta introyección de un psiquismo asociativo es igualmente central, y si el análisis puede ser considerado «terapéutico» es porque favorece, de hecho, el desarrollo del proceso psíquico en sí (Aisenstein, 2007, pág. 1456). La autora insiste en que el análisis permite establecer vínculos «co-generados» por parte del paciente y del analista: la elaboración psíquica del paciente es «sostenida, completada y reavivada por el preconsciente del analista» (2007, pág. 1454). En una viñeta clínica (Aisenstein 2002, 2007), muestra de qué modo el analista, a partir de un actuar de su paciente (del material no rememorado y, por lo tanto, no representado), se interroga sobre su contratransferencia y sobre el modo en que ésta pudo desencadenar dicho actuar. A partir de una vivencia psíquica de náusea, el paciente puede poner entonces en palabras la intuición que había tenido del movimiento de envidia del analista a su respecto. La colusión inconsciente entre la contratransferencia del analista y el actuar del paciente da lugar, pues, a la elaboración, y el campo psíquico puede desplegarse y avanzar hacia el pensamiento. Aisenstein sitúa su elaboración por referencia, entre otros, a De M’Uzan, para quien los movimientos de identificación primaria entre analista y paciente pueden producir movimientos psíquicos profundos (incluso de despersonalización o pseudodelirantes), que después podrán dar origen a una elaboración. En estos casos, la interpretación del analista no apunta a explicar, sino a inducir un movimiento no defendido por excesivas secundarizaciones. Se han de privilegiar las interpretaciones breves y que condensan varios sentidos, ya que pueden llegar directamente a contenidos inconscientes muy distantes de la conciencia del paciente; las interpretaciones más «explicativas» se prestan menos a ello. Las nociones expuestas son sumamente valiosas y, en lo personal, comprendí fácilmente su interés debido a que constituyen mi cultura de base como sucede con todo analista francés. Pero, aun siendo tan pertinentes, entiendo que promueven un modelo ideal y sobre todo único del análisis, modelo al que le resulta difícil dejar espacio a otros enfoques técnicos. Las proposiciones que hago en este trabajo pueden ser percibidas, pues, como desajustadas a dicho estilo «a la francesa»; sin embargo, creo poder sostener que no contradicen

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este tipo de trabajo. En efecto, según cada circunstancia de la cura, el analista puede valerse de diferentes herramientas interpretativas. En particular, los movimientos de transferencia sexualizada e infantil pueden trabajarse en momentos en los que no se efectúa la evidenciación de los recursos del paciente. Green escribe (2002, pág. 122) que las variaciones de la técnica no deben orientarse a «medidas interesadas en el reaseguro positivo o en el apoyo…», y que robustecer al paciente «para sostener su Yo» (2002, pág. 44) es algo que se encuentra fuera del campo del análisis. Pero, justamente, si cito estos pasajes es porque pretendo demostrar mi esperanza de que acompañar al paciente en el despliegue de sus capacidades positivas no constituye un «robustecimiento» o un «reaseguro», los cuales resultarían tan exteriores a él como los comentarios estimulantes o los que describen sus movimientos. Este aspecto de la técnica puede ser pensado, más que nada, como un acompañamiento en espejo de sus progresos que intenta deslizarse empáticamente en el movimiento mismo del paciente, así como en el teatro griego la voz del coro hace eco a los movimientos psíquicos del personaje. Y a propósito de la diversidad de herramientas de que dispone el analista, coincido de buena gana con Michels (2007, pág. 1725) cuando escribe: «… el psicoanálisis no es un «método definido de terapia», sino más bien una cantidad de terapias diferentes (quizá más de nuestros días que del pasado) que comparten una historia, numerosos conceptos e ideas, numerosas similitudes de superficie y una comunidad de discurso. Sin embargo, no comparten una unidad de método…»2. No creo, pues, que haya que perseguir un estilo interpretativo exclusivo, ni siquiera privilegiado, considerado el único realmente capaz de hacer avanzar al paciente. Por ejemplo, el hecho de que Green afirme (2002, pág. 44) que sólo «(el) análisis más completo posible de las raíces inconscientes del conflicto» garantiza un resultado para la cura, no debería hacernos olvidar que otras perspectivas pueden contribuir también a ello y sin por fuerza oponerse a esa posición. En particular con los pacientes de los que he hablado en este texto, me pareció posible utilizar otros criterios técnicos; los momentos consagrados al trabajo sobre la sexualidad o la agresividad fueron distintos de los citados, y en ellos las interpretaciones fueron más breves, menos explícitas y, de ese modo, más «clásicas» (al menos en nuestras tierras).

2 La traducción y las bastardillas me pertenecen. También me pertenece la traducción de los pasajes de textos ingleses o españoles incluidos en este trabajo. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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APROXIMACIÓN BIBLIOGRÁFICA La única referencia que, hasta donde sé, coloca en el centro de su elaboración la cuestión «lo positivo en análisis» es el libro de Alizade (2002), Lo positivo en psicoanálisis. Implicancias teórico-técnicas. Sin intención de descuidar el papel del conflicto y de los traumas, por lo tanto sin querer caer «en la manía o en un optimismo ingenuo» (pág. 11), esta autora se interroga sobre el hecho de que «…la alegría no forma parte del vocabulario analítico» (pág. 149). Piensa, sin embargo, que los avances hacia la felicidad de vivir deben llegar a ser un concepto de pleno derecho en psicoanálisis, no debiendo considerárselos como mero fruto «por añadidura» de un trabajo sobre el sufrimiento que sólo debería efectuarse en el sufrimiento. Desde un punto de vista clínico, la autora sostiene que en el paciente lo positivo suele estar cubierto por el peso de las capas psíquicas patógenas, que permanece latente y que es preciso ir a su encuentro. Hay que saber concentrarse en las áreas aconflictivas y asintomáticas de la vida del paciente, ponerlas en evidencia y tender puentes entre ellas. Enfoques semejantes en los cuales, al lado de la neurosis de transferencia, se construye entonces una «salud de transferencia» (pág. 39), no pueden sino venir a reforzar la pulsión de vida. En la primera infancia, el placer de interactuar con los objetos, el materno en particular, la inserción en un entorno familiar favorable y el juego, hacen que «la luz del objeto [y no su sombra] caiga sobre el Yo». Esto puede constituir un modelo de la influencia que puede tener la relación con un analista que sepa ser espontáneo y explorar las zonas funcionales del psiquismo de su paciente. Alizade insiste en que aquí se trata de promover un camino original y más que largamente denigrado en psicoanálisis, pero también en que, de no hacerlo, se instalará una iatrogenia. Si quisiéramos expresarlo en los términos del Proyecto de psicología de Freud (1895), diríamos que sólo las vías facilitadoras de lo negativo se refuerzan en este caso, y las facilitaciones positivas quedan en la sombra cuando, sesión tras sesión, sólo se habla del sufrimiento y no de las posibilidades de expansión del paciente. Por último, Alizade recuerda que, cuando se efectúan en él pasajes hacia lo positivo, podrá conocer, al mismo tiempo que satisfacciones, momentos difíciles. El miedo a la novedad puede generar entonces una verdadera fobia al bienestar; se asiste, en efecto, a un auténtico «trauma positivo» y a una «acumulación positiva» (pág. 65) que confrontan al Yo con ingentes cantidades emocionales. Al desplegarse un nuevo Yo optimista y abandonarse las identificaciones y esquemas anteriores, lo cual puede dar paso a un sentimiento transitorio de vacío, se deberán afrontar valientemente movimientos de despersonalización. Aunque sólo sea de manera marginal, en un artículo consagrado fundamentalmente al instinto de muerte, Armengou (2009, pág. 279) presenta

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formulaciones similares. Efectúa un paralelo con la interacción entre la madre y el niño: la mirada de la madre hace que el niño se viva a sí mismo como fuente de placer o de displacer. Y si el analista sólo ve en su paciente las fuentes de dolor y no de salud psíquica, lo confina a las primeras. Busch (2007) señala que poco se ha escrito sobre el «optimismo durante el tratamiento psicoanalítico». En este aspecto, se interesa por el sentimiento de «ir para adelante» expresado a veces por un paciente suyo en el curso de su trabajo analítico3. En su experiencia clínica, los avances siempre están acompañados de una resistencia motivada por el miedo al cambio, resistencia que es preciso elaborar sin dejar de reconocer la tentativa de avanzar del paciente. Esto ocurre en el ejemplo de su paciente que, tras dos años de análisis y cuando inicia una fase en la que sus sesiones son menos erráticas y más dinámicas, presenta un sueño de mudanza en la que pierde sus llaves. El analista señala entonces habida cuenta del contexto general la novedad anunciada por el sueño y las resistencias que se oponen a ella (por ejemplo, el miedo a perderse). Y mientras que en el transcurso del sueño el paciente teme perder sus llaves, esto no es, definitivamente, lo que sucede; el analista señala entonces su capacidad para «hacer avanzar su auto»,4 metáfora de sus avances personales. Symington (2004) expone con amplitud dos sesiones de la cura de un paciente víctima de un severo proceso de desvitalización psíquica. Cuando descubre en sí nuevas capacidades que deberían alegrarlo, en particular la de valorar la compañía de su hijo, de su propia persona, o de poder contemplar un paisaje, surge un fuerte sentimiento de vacío ligado a la pérdida de su antiguo caparazón protector; lo cual trae también aparejados momentos de pánico cuando en él aparece el sentido de un «Yo».5 El autor detalla algunas intervenciones suyas en que las nuevas capacidades vitales del paciente reciben una favorable acogida: . «A (Analista): En Inglaterra, una analista llamada Marion Milner, fallecida hace tres o cuatro años a la edad de 98 años, dijo en un artículo que, cuando usted pone un punto negro sobre una hoja de papel virgen, este punto comienza a responderle. Esto es lo que acaba de sucederle a usted ahora. Ha sacado de su interior esta pregunta como el punto sobre el papel [una pregunta que el paciente iba 3 «(patients…) express a feeling of moving forwards in the treatment». (Pág. 609.) 4 Los pasajes en bastardilla de esta sección bibliográfica no se muestran así en las referencias iniciales: los subrayo de este modo con el fin de destacar las ideas próximas a las mías en cuanto a la acogida, por el analista, de las capacidades del paciente. 5 «… a sense of me emerging…», pág. 260. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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a hacerle al analista y que, de hecho, retuvo para responderla él mismo con la afirmación de que está avanzando psíquicamente], y la respuesta surge en usted. El hecho mismo de comunicar, el hecho de situarse fuera del castillo cerrado [con referencia a asociaciones anteriores del paciente] es en sí generativo y le proporciona una respuesta creativa.» (p. 257) . «A: (el analista señala que en el paciente) hay un yo que está naciendo (el paciente acaba de percatarse de eso), como un pollito que da picotazos en la cáscara y saca su cabeza al exterior por primera vez (el analista subraya así el movimiento del paciente).» (p. 259) Symington (2007) detalló aún más este aspecto de su técnica en el artículo A technique for facilitating the creation of mind. Afirma aquí su opción de favorecer el crecimiento del psiquismo. En su experiencia, la transferencia que aparece en los pacientes cuando se les señalan sus movimientos de crecimiento suele ser además muy negativa, y estos pacientes deben soportar la vergüenza de ser vistos en un estado de no desarrollo. Armando Ferrari (2004), alumno directo de Bion, se interesó muy en particular por los vínculos cuerpo-psiquismo y construyó una teoría de la interpretación que a menudo prefiere denominar «intervención analítica» en la cual el analista no vacila en poner en evidencia ante el paciente los nuevos lazos que es capaz de instaurar. Veamos el ejemplo de una paciente en estado de desaliento: «A: ¿Qué se mezcla con qué? S: No puedo decirlo, ¡pero es una sensación terrible! A: Examinemos juntos eso que es tan terrible. ¿Qué piensa al respecto? S: (el tono de su voz deja oír su sufrimiento): Siento que mi cabeza está muy grande, demasiado llena de cosas… pero siento que alguien las está poniendo en el lugar correcto. A: Escuche, no tenga miedo. En ese desasosiego están en potencia sus cualidades. ¿No notó usted que, sumida en él, formuló por primera vez un pensamiento? Le encontró una significación mental a su enfermedad: poco tiempo antes, sólo existía un incomprensible malestar corporal.» (pág. 185) Lombardi trabajó durante mucho tiempo con Ferrari, su maestro, y adopta una perspectiva cercana a la de éste. Inspirándose en Bion, Lombardi entiende concebible que la mentalización, que va de los elementos beta hasta el pensamiento, no sea un dato presente allí de entrada para dar forma a las emociones. Y justamente es posible brindarle grandes beneficios a un paciente que posee escasos recursos de mentalización mostrándole el camino, alentándolo

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para que advierta que puede encaminarse hacia ella. El paciente tomará entonces conciencia de ello y podrá recurrir más fácilmente a la mentalización mencionada. He aquí un detalle del diálogo entre Lombardi y una paciente suya, gravemente psicótica. La paciente comienza su primera sesión: P: Italia está llena de fascistas… mi madre siempre me contó falsas historias y no edificó nunca nuestra fuerza… ellos quieren secuestrar a nuestra hija… está en peligro… telefonean y no responden. A: Usted puede empezar ahora a darse respuestas a sí misma; y puede de ese modo proteger su identidad. P: Debo consultar a un especialista [abre su agenda en la página en la que figuran mi nombre y dirección] A: Ya está allí ahora, para comenzar nuestro trabajo. (2003, pág. 849) El analista pone en evidencia las capacidades de la paciente, que aquí apenas están asomando, para poder utilizar su pensamiento organizado. Es como el catalizador de una autoobservación de aquella que era imposible hasta entonces debido a la fuerza de las emociones, pero cuya pensabilidad él crea atribuyendo a la paciente su aparato de pensar los pensamientos. Favorece así la actividad de su Yo. En otro pasaje del mismo texto, encontramos una postura similar: P: Estoy confundida, esas historias de aurora y de crepúsculo… de alegría, de pena. A: Usted está hablando del comienzo y del fin de la sesión, de la alegría al comienzo y de la pena cuando se concluye una experiencia. P: Me gustaría hablar todos los idiomas… la torre de Babel. Hay una gran confusión. Le pregunté a un amigo cómo se decía miércoles en alemán; es «mitad de semana»… Yo estoy en la mitad de mi vida, antes de la muerte, después del nacimiento. A: El tiempo le permite hacer distinciones: mediante estas distinciones usted puede emerger de la confusión. P: Yo fornico con mi cerebro. Me gustaría dar pruebas de afecto. A: Al utilizar el espacio que nos separa, el espacio que separa un día de otro, puede ayudarse a dar pruebas de afecto para con usted misma. Estamos ante el caso de una paciente psicótica, pero Lombardi insiste habitualmente con esta ayuda, con brindar este reconocimiento a la parte no psicótica de la personalidad, a fin de que pueda construir un continente que acoja las emociones desordenadas de la parte psicótica. Desde luego, esto REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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es válido para los pacientes que presentan una desorganización masiva, pero también para los que están menos confundidos pero atraviesan momentos de su cura en los que la capacidad de pensar se ve anulada por la emoción (Lombardi 2009, pág. 542). Este autor se remite especialmente a Bion y a Matte Blanco, cuyas teorizaciones respectivas coinciden en mostrar que el pensamiento emerge de un infinito informe en el que las emociones son caóticas. Adler (1985), citado por Schechter (cf. infra), a propósito de la terapia de un paciente borderline, insiste en la importancia de ayudar al paciente a percibir y apreciar sus cualidades positivas y sus progresos. Escribe: «Esto aconteció en la terapia gracias al proceso de «validación», con el que designamos el hecho de que el terapeuta reacciona, ya sea verbalmente o no, a los relatos en los que cumplen un papel las cualidades apreciables, y de transmitir así simplemente el hecho de que estas habían sido registradas en su espíritu con carácter de realidades. El hecho de comunicarle esto al paciente le permite luego a éste hacer la experiencia de tales cualidades con un sentimiento de realidad. La validación es una «función-Sí mismo-Objeto”6 realizada de este modo por el terapeuta; la interacción procura una experiencia de tal índole que el paciente puede no sólo sentir la realidad de sus cualidades, sino igualmente obtener, por identificación, la capacidad de validarlas él mismo.» (pág. 73) Schechter (2007), por otra parte, consagró un largo artículo a la «validación» del paciente por parte de su analista. El autor entiende por «validación» tema largo tiempo debatido las diferentes formas, explícitas o no, de reconocimiento del paciente como persona que merece comprensión y reconocimiento legítimos por parte de su analista. Esto puede pasar por la empatía, por la aceptación de la validez de lo que el paciente cuenta, y no por la escucha del material como exclusivamente transferencial, por la elección del material que se va a explorar de manera preferente (y reconocerlo así como digno de interés), etcétera. Schechter menciona que autores tan prestigiosos como Wallerstein, Appelbaum, Gabbard y Westen, Strachey, Loewald, Kohut, Schafer, Kris, etcétera, han demostrado de diferentes maneras que el aspecto sostenedor (supportive) del análisis era, dígase lo que se diga, uno de sus componentes terapéuticos, y que la sola acción de la interpretación no permitía resumir sus efectos. Gabbard y Westen escribieron un artículo «insoslayable» y que va

6 «selfobject function».

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mucho más allá. En Rethinking therapeutic action (2003), dicen que: a) «Ya no realizamos nuestra práctica en una época en que la interpretación era la única flecha en el carcaj del analista.» (pág. 823); b) los efectos del análisis y los métodos para alcanzarlos son diversos; junto a las miras de incremento del insight y de las vinculadas a la relación terapéutica, se insertan otras estrategias cuyos efectos pueden ser de importancia capital para la evolución del paciente y a cuyo respecto ya no se puede considerar que la técnica analítica «clásica» sea la única garantía de las mutaciones estructurales obtenidas. Estas «otras» estrategias son la sugestión explícita o implícita de un cambio; la confrontación con creencias disfuncionales; dirigirse a las capacidades conscientes del paciente para resolver problemas o tomar decisiones; la exposición (por ejemplo a los objetos de temor); la «self disclosure» (el analista habla a su paciente de lo que él mismo siente) practicada con tacto; la validación por el analista de lo que el paciente dice; las estrategias que facilitan el diálogo entre paciente y analista, como el recurso a la cortesía, el humor o a comentarios que expliciten el uso de la sesión o que son pacificadores. Los autores señalan que lo importante no es que tal vez algunas de estas técnicas no sean consideradas analíticas, sino comprender por qué estos enfoques son terapéuticos y cómo integrarlos en el análisis del modo que más útil resulte para el paciente. Entre estas técnicas que el análisis ha “importado”, los dos autores insisten en la de «exposición», tal como se la practica en las terapias cognitivo-conductuales de ansiedades y fobias. En ciertos casos la confrontación con la situación fobígena parece aportar modificaciones cognitivas más importantes que la introspección analítica. En los pacientes depresivos en particular, cumple un papel muy activo la evitación de las representaciones positivas de sí. Por otra parte, los angustia sentirse orgullosos o capaces de realizaciones. Gabbard y Westen escriben (fecha, pág. 836): «La medida en que esto (evitar reconocerse uno mismo así como poder ser reconocido por los otros) se aborda mejor mediante la exploración de las defensas, o bien induciendo al paciente a examinarse y afrontar las representaciones positivas desechadas, o alguna combinación de ambas, sigue siendo una cuestión abierta. Bien podría ocurrir que, para algunos pacientes, ninguna cantidad de análisis centrado en la defensa o solamente un análisis muy prolongado, en cuyo transcurso el paciente puede continuar con sus síntomas o puede continuar realizando acciones de consecuencias irremediables (como un profesor que, al comienzo de su carrera, debe dar rápidas muestras de su valía en forma de publicaciones y que consulta por un bloqueo de la escritura que amenaza su futuro profesional) REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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pueda vencer la tendencia natural a evitar lo amenazador sin intervenciones más activas por parte del terapeuta.» Lecours (2007), quien se interesa en las intervenciones «supportive» (sostenedoras), propone considerar: a) que las intervenciones «supportive» cumplen una función de continente y de espejo validante para el paciente; b) que no se oponen al proceso de simbolización; es verdad que pueden cerrarlo si se las impone pero, de no ser así, proporcionan en cambio un medio para transformar experiencias no simbólicas en contenidos mentales simbólicos (a mi modo de ver, esto concierne al hecho de que las vivencias positivas inaceptables resultan pensadas y contenidas por el analista y propuestas al paciente, quien a menudo puede entonces aceptarlas); c) que se ofrece así al paciente una alfabetización en el sentido bionano del término: las intervenciones «supportive» transforman los elementos beta del paciente en elementos alfa pensados. Akhtar (2009) publicó hace muy poco en la colección «International Psychoanalysis Library», regida por la propia International Psychoanalytic Association, una compilación de textos de título evocador: Good feelings. Psychoanalytic Reflections on Positive Emotions and Attitudes. El tema no deja de tener vínculos con mi reflexión. Se trata, en efecto, de ocuparse de asuntos que no siempre han recibido una atención directa y firme por parte de los psicoanalistas: el entusiasmo, el coraje, el altruismo, la fe, el tacto, el amor, la amistad, el humor, la creatividad, la resiliencia, la sintonía [atonement]7 y el perdón. Los autores que escribieron sobre estos temas y los que proponen un comentario de sus textos se cuentan entre los más conocidos: Poland, Kernberg, Rangell, Lemma, Fonagy, entre otros. Los trabajos presentados son reflexiones orientadas a discernir un status de pleno derecho para estas ideas en el seno del funcionamiento inconsciente (aunque sin establecer a su respecto modalidades especiales de intervención en la cura, opuestamente a lo que he intentado hacer en la presente elaboración). Con todo, en el epílogo de la obra (pág. 459), Akhtar señala toda la importancia que tiene para el analista desplegar la capacidad «de hallar placer en el placer del paciente». Dice además que, por numerosas «buenas» razones, los analistas se mantienen sumamente púdicos en cuanto a felicitar a sus pacientes por sus avances y a «reconocer explícitamente» lo «bueno» en ellos. Ahora bien, habría que diferenciar bien el señalamiento aprobatorio de los progresos del Yo cuando este avanza hacia zonas antes con-

7 El término francés que vertimos por «sintonía» es aquí accordage, que el autor hace seguir, entre corchetes, por el que sería su correspondiente inglés, atonement. (N. de la T.)

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flictivas, de las felicitaciones por éxitos exteriores (en la realidad, y no desde el punto de vista intrapsíquico). Este criterio no está, como se ve, lejos del mío. En la misma línea, y a juzgar por la publicación de un trabajo como este, así como por el ya mencionado de Alizade, puede ser tentador pensar que en un futuro próximo estos temas «positivos» podrían constituir un eje de investigación relevante para el psicoanálisis; aun si ello viniera a contrastar con nuestras habituales opiniones pesimistas acerca de la naturaleza humana, opiniones que Akhtar (pág. XXV) hace remontar al propio Freud. Es verdad que este último había situado sus investigaciones bajo la luz de las tendencias asesinas e incestuosas, bajo la luz del conflicto, del masoquismo, del instinto de muerte, etcétera, tendencias que no cesaban en su amenaza de aplastar tanto la libido como el instinto de vida. Por su parte, Klein había situado la violencia en el propio centro del ser humano, y hasta para Winnicott era importante que el analista «sobreviviera» a los ataques de su paciente. Sin embargo, se podía ser más optimista, por ejemplo, con los pareceres de Bion sobre la «Fe» y la búsqueda de la «Verdad», e incluso con los analistas observacionistas (Emde, 2001, entre otros) y los etólogos, para quienes las nociones «positivas» merecen un lugar estructurante per se en el psiquismo humano (intercambios a través de la sonrisa, tendencias innatas a formar vínculos, a instalar el apego, la reciprocidad, la empatía, el altruismo, etcétera).

EN CONCLUSIÓN: He escrito estas líneas impulsado por la satisfacción de aperturas clínicas que me brindaron una orientación hacia lo «positivo en psicoanálisis». De todos modos, es sin duda conveniente marcar sus límites. Si bien tales articulaciones técnicas suelen ser muy útiles, no tendré el candor de presentarlas como una panacea. Aunque en el marco de una presentación breve como lo es por fuerza la presente, se haya puesto el énfasis sólo en las intervenciones de ese tipo, evidentemente el papel que les corresponde debe ser integrado en los movimientos de la cura en su conjunto. Muchas veces dichas intervenciones redundan en avances del proceso, pero se conjugan de manera compleja con los demás movimientos del mismo y con las resistencias usuales, cuya intensidad y naturaleza varían según las estructuras psicopatológicas en juego. En ciertos casos, abordar este eje resulta muy rápida y poderosamente eficaz, hasta el punto de sorprender el modo en que se «desembridan», en un sentido casi quirúrgico, posibilidades que estaban sepultadas en el paciente, pero que preexistían. En otros casos la cura resulta más lenta y se efectúa al ritmo de la creación REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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de un objeto bueno a introyectar, objeto que de entrada no subyacía de manera tan significativa. La evaluación de estas modalidades interpretativas sigue siendo problemática por cuanto, como hemos visto, a su respecto la bibliografía no es (aún) muy copiosa. Subsiste, pues, un factor bastante amplio de «incertidumbre» en lo que atañe a estas hipótesis; por eso he insistido sobre ellas tanto como sobre las discusiones que pueden acompañarlas. Así las cosas, podríamos dejarles la última palabra a los ya mencionados Gabbard y Westen (2003, pág. 826) cuando declaran: «… ya no tenemos consenso en psicoanálisis acerca de lo que funciona y por qué. En términos generales, la escena analítica actual es testigo de la tendencia a una mayor humildad. Esta humildad se refleja en una tolerancia a la incertidumbre, tanto en la literatura profesional como en las sesiones mismas.» Traducción: Irene Agoff

RESUMEN El autor examina un aspecto de la técnica psicoanalítica: el valor de las intervenciones explícitas del analista cuyo propósito es evidenciar al paciente los progresos en cuanto a crecimiento psíquico efectuados por él en la cura. En general, el psicoanálisis francés no admite este punto de vista. El autor lo trata aquí contrastándolo con las principales objeciones de que ha sido objeto, y lo sustenta en la bibliografía existente. DESCRIPTORES: TÉCNICA PSICOANALÍTICA / INTERVENCIÓN / CURA / NARCISISMO

SUMMARY Actively consolidating the patient’s progress: a controversial aspect of technique The author examines an aspect of psychoanalytic technique: the value of explicit interventions by the analyst, whose aim is to show the patient progress made in terms of psychic growth in the cure. In general, French psychoanalysis does not subscribe to this point of view. The author discusses it here, comparing it to the main objections to it, based on extant bibliography. KEYWORDS: PSYCHOANALYTIC TECHNIQUE / INTERVENTION / CURE / NARCISSISM.

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RESUMO

Consolidar ativamente os progressos do paciente: um aspecto técnico controverso O autor examina um aspecto da técnica psicanalítica: o valor das intervenções explícitas do analista, cujo propósito é evidenciar ao paciente os progressos enquanto crescimento psíquico efetuados por ele na cura. Em geral, a psicanálise francesa não aceita este ponto de vista. O autor trata aqui o contrastando com as principais objeções de que foi objeto, sustentando-se na bibliografia existente. PALAVRAS-CHAVE:: TÉCNICA PSICANALÍTICA / INTERVENÇÃO / CURA / NARCISISMO.

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN AGOSTO DE 2010]

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Trastorno de la sustancia: no sustanciar el goce Una mirada psicoanalítica al problema de las adicciones * Néstor Marcelo Toyos

El desarrollo que intentaré desde el psicoanálisis en relación al problema de las adicciones, un problema multideterminado como pocos, tomará como paradigma a los “trastornos relacionados con sustancias”, término asignado por el DSM-IV a un vasto repertorio de conductas, un recurso del ser humano tan clásico como fracasado contra el malestar que lo acompaña desde aquellos tiempos que relata el Génesis1. Es probable que mucho de lo que se exponga aquí sea trasladable al conjunto de las “compulsiones” o conductas adictivas en general (trastornos de la alimentación, juego compulsivo, adicciones a las nuevas tecnologías y otros). Lo primero en que repara un psicoanalista cuando se dispone a abordar estos montajes psicopatológicos –y no seré yo una excepción– es que se trata de una problemática extraterritorial a su disciplina. En efecto, la categoría “adicciones” tiene un origen y un lugar definido (aunque no sin contradicciones y ambigüedades) en la Psiquiatría. Es en su universo discursivo, cada vez más médico, que se obtiene una elucidación psicopatológica –neurobiológica, para ser exacto– tributaria del desarrollo impetuoso de las Neurociencias. Hay también otros discursos que son reclutados y obligados a definirse en torno a este tema: el discurso jurídico (“tenencia para consumo personal punible o no punible”), el discurso social (desde el vértice académico de la sociología hasta las versiones más comunitarias del mismo), el discurso político, el policial o de la seguridad, el religioso. Es desde estos discursos que surge “El Adicto”, como categoría que nom-

* E-mail: [email protected] / Argentina 1. “No comáis los frutos del árbol del bien y del mal…”, primera advertencia, primer deseo, primer pecado, condena originaria al goce.

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bra y agrupa a individuos en una clase supuestamente homogénea. Cuando recibimos en consulta a alguien que se autodefine como “adicto” nos encontramos con un obstáculo más que con una ventaja, como sería aceptar que ese que nos demanda sabe lo que le pasa. Que en la comunidad de los psicoanalistas exista hoy un debate en torno al tema de las estructuras clínicas no debería llevarnos a una suerte de “regresión nominalista”: abundar en una “psicología del adicto”, en alguna tipología que lo defina, no es el camino más interesante en mi opinión. Se trata de un saber que nos puede aportar algunos “tips teóricos” a veces muy descriptivos pero que nos alejan de las preguntas por el sujeto singular en cuestión. Y, justamente, esa pregunta por el sujeto, por sus determinantes inconcientes, por sus causas, es la base de toda clínica que pueda llamarse con propiedad psicoanalítica. Sin embargo, no podemos eludir la constatación de que lo que se ha investigado y se ha publicado sobre el tema de las toxicomanías sintoniza muchas veces con términos y conceptos que no solamente forman parte del discurso psicoanalítico, sino que se relacionan con algunas de sus piezas teóricas fundamentales. Veamos. La cualidad de tóxico le ha correspondido a la “estasis libidinal” de los primeros modelos freudianos de la angustia, lo sexual y las neurosis: desde la carta a Fliess del 22 de diciembre de 1897, en la que define a la masturbación como “la adicción primordial”, la “protomanía”, hasta su trabajo de 1906 “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis” donde escribe lo siguiente: “Y es casi inevitable imaginar estos procesos (sexuales) como de naturaleza química en último análisis, de suerte que sería lícito individualizar en las llamadas neurosis actuales los efectos somáticos, y en las psiconeurosis –además de ellos-, los efectos psíquicos de las perturbaciones del metabolismo sexual” (las negritas me pertenecen). Y concluye: “Desde el punto de vista clínico se impone sin más la semejanza de las neurosis con los fenómenos producidos a raíz de la intoxicación con ciertos alcaloides y la abstinencia de ellos…” 2 (p. 270) Lacan (1972/73) agregará un concepto que en Freud se esboza tiempo después, con su postulación de un “más allá del principio del placer”, un concepto clave a mi entender para toda elaboración posible y todo tratamiento posible de las adicciones. Se trata del goce. Parafraseando ahora a 2. Interrumpo la cita en este punto porque hasta aquí lo dicho por Freud concierne al tema que me ocupa. Lo que sigue, sumamente interesante para la investigación de su teoría de las neurosis y de su tratamiento, dice: “…con la enfermedad de Basedow y la de Adisson; y así como estas dos últimas patologías ya no pueden calificarse de ‘enfermedades nerviosas’, muy pronto las ‘neurosis’ propiamente dichas, a pesar del nombre que se les ha dado, REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Freud diremos: el goce es tóxico. Resulta impactante el interés temprano de Freud por el “tóxico”, por la “intoxicación” y también por la “manía masturbatoria”, prototipo de toda conducta compulsiva, fenómenos de absoluta actualidad. La manía será también utilizada más adelante, en “Duelo y Melancolía”, para aludir a la “liberación” de las ataduras inhibitorias que le procura la “borrachera alegre” al alcohólico (Freud, 1915). Pero es la mención que Freud hace de la abstinencia lo que quiero destacar. Lograr un grado de abstinencia del goce autoerótico es sin duda una piedra basal en la construcción de un sujeto psíquico posible. El “nuevo acto psíquico” (1914) del narcisismo consiste en que una parte, la mayor parte, de ese recorrido de la pulsión (quizás deberíamos decir del “instinto”) por el cuerpo fragmentado del autoerotismo pase por el Otro, por la proyección de su cuerpo en el espejo, y retorne al sujeto traducida, re-inventada y reducida por el Significante. Instancia crucial que quiero expresar de este modo y para esta ocasión, así: El significante sustancia el goce, entendiendo aquí “sustancia” como lo entiende el jurista. Se sustancia la causa del goce, se tramita lo que empuja al goce como se puede, con la ayuda del Otro3. Se abre así, con la mediación del Otro, la posibilidad del lazo libidinal con el semejante, que será un lazo de amor-odio, más allá del narcisismo primario. Este trámite que el Objeto de Goce es llevado a realizar por mediación del Otro deja un resto no sustanciado pero no por ello no sustanciable: ese resto llamado La Cosa por Lacan (1960), aludiendo al Das Ding freudiano (1895), será el núcleo de Lo Real en tanto el registro psíquico de lo no simbolizado, de lo no representado. Ese resto, la pulsión misma, vuelve una y otra vez a exigir al aparato psíquico su tramitación y, una y otra vez, a encontrarla solo parcialmente. Hay una ley, que los psicoanalistas llamamos castración, que así lo determina. Tal renuncia pulsional es rechazada por la conducta compulsiva con distintos argumentos. Cuando el argumento utilizado es la droga, la situación adquiere su cualidad más regresiva: se rechaza la sustanciación simbólica del goce y se trata de instalar una supuesta sustancialidad auto-erótica. Se busca así, paradójicamente, un goce no tóxico (Tarrab, 1995). El

tendrán que ser eliminadas de esta clase” Esta segunda mitad de la cita es el punto de partida de nuevos desarrollos que espero llevar adelante en breve. 3. “Sustanciar” una causa es darle trámite jurídico, conducirla ante el juez. Tiene además este verbo el sentido de “compendiar”, “abreviar”, “resumir”. Creemos lograr con este giro semántico del sustantivo “sustancia”, que lo aleja del uso meramente descriptivo que corresponde a la ideología del DSM-IV, otro uso para el mismo término con un sesgo más activo, más psicoanalítico.

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adicto, en este montaje que podemos llamar “suplencia narcicística” (Le Poulichet, 1990), dependerá de la repetición de una búsqueda y la repetición del fracaso en encontrar la sustancia mágica de un goce no tóxico. Una leche mágica, nirvánica, cuya ingestión promete una satisfacción absoluta, es decir eterna. Una sustancia que termine para siempre con la insistencia del drang pulsional. Esta suposición de un goce no tóxico que el adicto se procura con su objeto rechaza la posibilidad de otro goce más acotado y tributario de lo simbólico que denominamos goce fálico. Para poder definir de qué se trata el “goce fálico” son necesarias unas palabras sobre el trabajo de Sylvie Le Poulichet, a mi entender el más original y profundo sobre el tema que nos ocupa partiendo de la enseñanza de Lacan. Lo primero a hacer notar en el desarrollo de esta autora es que el tóxico no es concebido como un objeto exclusivamente destructivo, lo que determina un uso muy particular del concepto de goce por parte de ella. Un uso restringido y personal, podría decirse, si se lo compara con la forma predominante que adopta en casi todos los trabajos de autores lacanianos. Las “formaciones narcisísticas” o los montajes de goce que propone se emparentan con las “formaciones del objeto a” desarrolladas por Nasio (1988). Se trata de modalidades de la relación objeto-narcisismo-pulsión que pueden presentarse en forma transversal en cualquiera de las estructuras psicopatológicas clásicas en psicoanálisis (neurosis, perversión, psicosis), pudiendo aparecer con autonomía en cualquiera de ellas, adoptando dos modalidades básicas que esta psicoanalista denomina “suplencia” y “suplemento” (de las que daremos mayores precisiones más adelante). La operación psíquica que permite el objeto droga es, antes que una modalidad autodestructiva, una operación narcisística que apunta a la cancelación del dolor. El espacio mental del adicto, su cuerpo en especial, adoptan la cualidad de un “órgano-lesión” a ser tratado por el tóxico. Es en este punto que recurre a la figura del pharmakon4 para resaltar la peculiar “reversibilidad del tóxico”, tanto como objeto (bueno-malo) como por el efecto logrado (placer-displacer). En este sentido Le Poulichet va a distinguir tres principios para esta reversibilidad de la “operación pharmakon”: a) La reversibilidad “psíquico-orgánico”, principio imaginario básico por el cual una sustancia opera sobre el “órgano psique”. b) La reversibilidad “afuera-adentro”, sobre la que se monta una suerte de “neo-aparato psíquico”, con un trastorno de las relaciones innenwelt-unwelt que pueden llegar hasta la alucinación.

4. Daremos luego mayores precisiones sobre el mismo. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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c) La reversibilidad “fálico-castrado”5, la disolución subjetiva que se busca borrando las marcas simbólicas con las que el significante ha decidido la suerte del “consumidor”. En otros términos, el goce no tóxico que se pretende, más allá de los determinantes fálicos que encarrilan la pulsión. Decir que el adicto rechaza el pasaje del goce por el Otro y decir que rechaza el goce fálico son dos caras de la misma moneda. Hay un enlace que es rechazado por la adicción que es el enlace con la significación fálica, con la diferencia sexual, con la ley del Padre que impone las condiciones de la sexuación. ¿Cuál es la condición estructural del sujeto que se une a la droga, en esa suerte de masa de dos con su objeto, que lo predispone a ese destino? Evidentemente, debe existir una zona donde no se haya producido la “separación” con el Otro que provoca el Significante, quedando allí un enlace alienante con la demanda de ese Otro. En la adicción, la respuesta a esa demanda que siempre angustia implica una respuesta del organismo. “La psique es tratada como órgano”, dice la psicoanalista francesa antes mencionada. El funcionamiento que se pretende es el de una “máquina de gozar”. Si hablamos de “enlace” viene a cuento una constatación curiosa: tanto en Freud como en Lacan encontramos alusiones al “matrimonio” a la hora de referirse a las drogas. Freud hablará del “matrimonio dichoso” entre alcohólico y el vino, autorizándose en los dichos de Böcklin, a quien llama un “alcohólico famoso” (Freud, 1912), en tanto Lacan dirá inspirándose en Juanito (Freud, 1909) que la droga rompe el matrimonio del individuo con el “hace-pipí” (Lacan, 1976), especialmente en sus desarrollos de 1956/57. Vemos enseguida que estas dos alusiones no hacen el mismo uso de la figura del “enlace” o “matrimonio” entre el objeto-droga y el consumidor. Y esto en dos sentidos. Desde una primera aproximación descriptiva vemos que mientras Freud habla de “matrimonio logrado”, Lacan habla de “matrimonio roto”. Para el primero el enlace entre el bebedor y lo que bebe logra una relación ilusoria de completud fusional que lo dispensa de recurrir a otros objetos que le ocasionan diversos grados de frustración (vienen a cuento aquí las distintas humoradas sobre la botella que, a diferencia de la mujer, siempre está al alcance de la mano, solícita, complaciente y, sobre todo…silenciosa). La droga para Lacan, por el contrario, rompe un enlace. Pero el matrimonio en este caso no es entre sujeto y objeto-droga, en consonancia con su proposición que entre hombre y mujer no hay relación (sexual) complementaria. El enlace que se rompe por la intermediación, por el meterse en

5. Esta no es una denominación de la autora, pero se trata de una formulación posible para esta tercera reversibilidad, a su vez resultado de las dos anteriores

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el medio de la droga, es el matrimonio que el sujeto costosamente ha intentado lograr entre goce y cuerpo, en particular el cuerpo del partenaire sexual. Este es un enlace en alguna medida siempre “vergonzante” porque, en última instancia, el placer buscado no es sino un placer de órgano encubierto por la “escenografía” de la relación sexual (imaginaria). Se trata de un goce (pulsión) que debe ser encarrilado por el significante que determina lugares y roles para el juego (simbólico). Este es el llamado “goce fálico” ya que el falo simbólico es una función que ordena el juego de la diferencia sexual. Entonces: lo que el objeto droga intenta romper es el trabajo subjetivo de aceptación del goce fálico o de la castración, en términos freudianos. Esta diferencia entre ambas proposiciones, la freudiana sobre el “matrimonio dichoso” entre el alcohólico y la bebida, y la lacaniana sobre la droga como recurso para eludir la mediación del Otro que impone la condición fálica al goce, ha permitido proponer a algunos autores, como Jesús Santiago (1995), que podríamos reconocer aquí un aspecto diferencial entre el alcohol y otras sustancias objetos de adicción. Al tiempo de dilucidar la función psíquica de este goce no tóxico buscado en la adicción, la mayoría de los autores se dividen en dos grandes grupos: a) Los que se atienen al recorrido freudiano, que se inicia en la experiencia con la cocaína, origen que por lo general es omitido. La función de la sustancia adictiva para Freud es clara: se trata de la “cancelación tóxica del dolor” (1905). Este supuesto será mantenido hasta los tiempos de “El Malestar en la Cultura” (Freud, 1930), texto en el que encontramos las conocidas referencias a las drogas como “quitapenas”, probablemente el recurso más radical del hombre para enfrentar a una civilización que no tiene en su programa que él logre la felicidad6. b) Los que, identificados con el fantasma neurótico de un supuesto goce sin límites del adicto-perverso, postulan que lo primordial en estos montajes es el atrapamiento del sujeto en un autoerotismo ilusoriamente recobrado, en un goce alcanzado más allá del significante, una suerte de satisfacción pulsional directa que rebasa las barreras de la represión. Entre los trabajos más citados que responden a esta última concepción podemos mencionar los de Abraham (1908) y los de S. Rado (1926, 1933, 1962). Entre los que adhieren al primer punto de vista, los de H. Sachs (1923) y los de Glover (1928, 1931, 1932). En esta línea, más cercano en 6. Más comunicados que nunca, mejor provistos de objetos de consumo y de goce que nunca antes, pero no más felices (incluso menos felices para muchas apreciaciones), ese parece ser nuestro destino según las mentes más lúcidas que vienen pensando estos tiempos posmodernos avanzados de la que todavía seguimos llamando “civilización”. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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el tiempo, se encuentra también un interesante aporte de Charles Melman (1998) en el que la droga es vista más bien como “sexolítica” que como “sexofórica”. En la medida que la droga no puede ser pensada sino como una manera de suturar esa efracción de lo simbólico, un recurso defensivo contra la demanda amenazante del Otro, es el primero de los puntos de vista el que más parece conformarse a los hechos. El goce de la droga es un goce parcial, un goce-parche con el que se intenta poner coto a la invasión de una MadreNaturaleza arrasadora. Autores que presentan otros enfoques y hacen interesantes revisiones de la literatura psicoanalítica dedicada al tema son H. Rosenfeld (1964), C. Yorke (1970) y J.L. Chassaing (1998). El adicto pacta con el diablo, en varios sentidos. Pacta con el dealer y asume los riesgos de su trasgresión en el ámbito social, policial y, eventualmente, judicial. Pacta con el saber de la ciencia y los progresos tecnológicos. Así intenta conocer dosis, potenciaciones y atemperaciones del efecto logrado, antídotos, contraindicaciones inclusive. Pero su instrumento, la droga-pharmakon7, lo transporta por un camino que lleva a una ambigüedad irreversible del saber del Otro. A un punto ciego, donde es indecidible la condición de elixir o de veneno de su sustancia. De allí que la línea que separa drogas legales de drogas ilegales no tiene un trazado nítido desde la ciencia. La definición posible de las “drogas de abuso” es re-enviada incesantemente de la Medicina al Derecho, y viceversa. El negocio del narcotráfico no es una excepción en esta danza cínica de reversibilidades. A continuación pasamos a considerar dos modos característicos en que el objeto-droga juega su papel en la estructura subjetiva del consumidor, ejemplificados con sendos casos clínicos. Como marco general, podremos adscribir el primer caso al modo de “suplencia narcisistica” y el segundo al de “suplemento del goce fálico”, según la descripción de la autora cuya teorización venimos considerando8.

7. La figura del pharmakon platónico, retomada por Derrida (1975) y desarrollada clínicamente de manera destacada por Le Polulichet , como venimos de considerar, parece no ceder nunca su lugar de privilegio a la hora de iluminar el camino poblado de dificultades que recorremos cada vez que intentamos saber a qué exactamente se llama “droga”. 8. Véase en particular el cap. 5, “El deseo en suspenso o la razón de los tóxicos”.

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EL CASO ALFONSINA Es una mujer de 40 años adicta a la cocaína, a ciertos alimentos como el chocolate, y al juego. Alterna estos montajes de suplencia sin solución de continuidad, nunca está a solas. Acepta las condiciones de un tratamiento por la palabra pero siempre que le sea dicho lo que tiene que pensar, sentir o hacer. Su vínculo terapéutico no va más allá de las alternativas de la demanda de amor transferencial, con mayor o menor éxito según los días. Se logran evitar recaídas graves e internaciones, pero no hay trabajo analítico en sentido estricto. No se logra ir mucho más allá de donde logramos ir con la psicosis: escucha y contención, sostenimiento de la abstinencia, atención de las urgencias. Si Alfonsina fuera una histérica, diríamos que intenta satisfacer en su fantasma a una madre para quien los hombres son repugnantes y, en el mejor de los casos, impotentes. Pero no hay tal fantasma. Alfonsina da un paso más que su madre al hacer elecciones homosexuales de objeto, pero aun así fracasa toda estabilidad fantasmática y la droga vuelve a ser recurso necesario. La inclinación a concebir el montaje adictivo de estas características como una modalidad de la perversión se encuentra en Alfonsina con un caso paradigmático que pone en cuestión ese diagnóstico. Sostenemos esta negativa a considerar el caso como perversión aun cuando la paciente elije como partenaires de sus “compulsiones sexuales” predominantemente a personas de su mismo sexo. La compañera sexual es buscada como sustituto de cualquier otro objeto de consumo (alimento, droga, juego), no tiene lugar en ninguna escena fantasmática de Alfonsina. El goce buscado se reduce a la inmediatez y al dominio. Sus relaciones parecen todas “cortadas por la misma tijera”: seudo-enamoramiento de alguien mucho más joven, compulsión, pérdida y sustitución lo más rápido posible por otra. El modelo parece tener las características que Freud describiera para Leonardo (1910) en versión femenina: la mujer más joven que representa a Alfonsina en la relación con su madre, intento que no deja de fallar, que parece repetirse para mostrar una falla originaria repetidamente desmentida. Cuando niña fue abusada en varias oportunidades por un familiar a quien su padre no pudo enfrentar. Su madre se convirtió en una aliada en el reproche a perpetuidad hacia su marido, quien no tardó en morir. Esta causa sustanciada en conjunto por madre e hija incluía todas las insatisfacciones como mujer de aquella. Alfonsina no logra salir de este lugar y ante cualquier situación de la vida, en especial aquellas que pueden promover una independencia aun imaginaria, la adicción se hace presente. La separación de esta madre obtiene siempre como respuesta un montaje adictivo que la lleva a huir varios días de su casa, del trabajo y de sus vínculos sociales. O bien a una internación. Y, una y otra vez, a regresar junto a su madre. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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El trabajo analítico con Alfonsina depende de los escasos momentos en que una mínima separación es posible. Esos momentos suelen coincidir con el “post-exceso”. De hecho, su tratamiento comienza con una internación que debe ser resuelta en la primera entrevista, a solicitud de ella. Se encontraba en una situación de tal gravedad y peligro que justificó los criterios psiquiátricos de tal indicación. A su egreso de la clínica, con el diagnóstico de trastorno bipolar, volvió para continuar su terapia. De allí en más la inestabilidad más o menos pronunciada, con períodos de calma más o menos prolongados, es la característica del vínculo terapéutico. Es interesante pensar que el “recurso a la intoxicación” no se reduce al “consumo de sustancias”: puede “comer tóxicamente” o embarcarse en una relación más o menos “tóxica” con alguien. Lo importante parece ser no tener conciencia, no saber nada de la angustia, evitar perpetuamente una soledad cada vez más temida. Se trata del montaje de una escena para su espectadora privilegiada y única, una escena que podría llevar este subtitulado: “Mirá mamá, tu propia miseria en mi condición de goce”. El fantasma, la mejor barrera que le es otorgada al sujeto para defenderse de la amenaza del Goce del Otro, esa posibilidad de una libertad aun condicional, fracasa. Se monta un “seudo-fantasma” (López, 2004) con la droga, la más elemental de las respuestas posibles. El dolor reaparece cada vez que declina o no es sostenible el efecto tóxico y Alfonsina es lanzada a la repetición indefinida de la misma operación de cancelación. Este montaje de la droga como suplencia opera según el principio de evitación del displacer y no tiene una correspondencia puntual con ninguna de las estructuras psicopatológicas que el psicoanálisis adopta como clásicas. Si bien se acerca mucho al funcionamiento psicótico, la adicción no suele tener el propósito de recrear la realidad y solo aspira a recortar un espacio para su goce solitario. Pero, como sabemos, las cosas no siempre son controlables. Y los tóxicos pueden disparar estados agudos y crónicos de psicosis. Las modernas neurociencias explican los cambios neuroplásticos del cerebro que son provocados por las sustancias adictivas y que requieren de ellas para que el sistema no entre en crisis. No hay nada más semejante a las exigencias internas que derivan de la introducción de un objeto externo que modifica el funcionamiento mental que las consecuencias de la entronización del superyo en la realidad psíquica. Como lo caracteriza Freud en “El Yo y el Ello” (1923), desde que la renuncia pulsional habilita la instalación del superyo este no dejará de reclamar más y más renuncias. Es el lugar que viene a ocupar la droga en los montajes adictivos que hemos desarrollado aquí. Hay otra posibilidad para un montaje subjetivo de la droga, a la que no me he referido hasta ahora. Es el que, a priori, no presenta mayores inconvenientes

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para la instalación de un dispositivo analítico que apunte a un tratamiento posible. Se trata de los casos en los que la droga funciona como un suplemento del goce fálico, una suerte de compensación de sus limitaciones. La droga en estos casos es adoptada como simulacro o artificio de un plus de goce, más o menos eficaz y eficiente para lograrlo en tanto objeto de consumo como otros que están al alcance del neurótico y, por lo tanto, sujeto a los intercambios simbólicos que tramita el Otro. O bien, como objeto fetiche, que se volverá condición perentoria del goce sexual en los montajes perversos. El primero de estos dos subtipos del uso de sustancias psicoactivas como “suplemento fálico” lo veremos reflejado en el caso de un paciente muy célebre, aún más que el propio Böcklin.

EL CASO FREUD Edad: 28 años. Primer consumo el 30 de abril de 1884. Su primer contacto con la droga fue un trabajo del médico militar Theodor Aschenbrandt, que la había usado con éxito en los soldados alemanes. Factores desencadenantes: podemos mencionar su ánimo debilitado por la excursión al planeta Charcot y por el aplazamiento de su casamiento con Martha que las dificultades económicas obligaban, según consta por ejemplo en la carta que le envía el 2 de febrero de 1886 (véase Byck, 1967). Personalidad premórbida: muy ambicioso, quería ser un médico famoso. Furor curandis, que aceleró la muerte de su gran amigo Ernst Von FleischlMarxow. Gran culpa posterior (carta del 7 de enero de 1885) Enfermedad de base: Si acordamos con el diagnóstico que él mismo hacía a partir de sus síntomas, Freud padecía “neurastenia”9. Al referirse a este punto Rodrigué (1996) dice con ironía que se resiste a considerar “un simple onanista” a su maestro. Pero, más allá del pudor filial que todos compartimos, esa era la etiología de la enfermedad, reafirmada por el propio Freud, una suerte de contracara masculina de la neurosis de angustia con la que formaba el grupo de las neurosis actuales. Nos ahorra cualquier comentario la lectura de las cartas de esa época en las que comprobamos las reiteradas expresiones del anhelo sexual de un apasionado Freud hacia Martha, su prometida ausente y distante. 9. Enfermedad funcional crónica del sistema nervioso, cuya base es el empobrecimiento de la fuerza nerviosa, una deficiencia de las reservas, acompañada de una gran susceptibilidad a la fatiga y de la necesidad de frecuentes aportes de energía. Descripta por George Beard en 1867. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Antecedentes: Moreau de Tours (1895). Experimenta con haschich y postula que esta droga abre al investigador una suerte de vía regia a la locura. Hay sin embargo una diferencia notable entre ambos, una diferencia con importantes consecuencias en el desarrollo ulterior de las ideas de Freud, como resalta oportunamente Allouch (1993). Vale la pena desarrollar algo más este punto, y el punto es la lesión. Moreau de Tours creía encontrar en la sustancia (haschich) el sustrato mismo de la “lesión funcional” invisible, que se mostraba así sesgadamente en oposición a la visibilidad directa de las lesiones orgánicas conocidas y las enfermedades que las tenían por causa. Este psiquiatra se ubica así en la dirección de una continuidad epistémica posible entre lo llamado funcional y lo llamado orgánico, dirección que han seguido con gran éxito las modernas neurociencias. Freud, por el contrario, se interesa por el valor energético de su sustancia, por la elevación de la “fuerza vital” que produce, utilizando como herramienta de su investigación al primer principio de la termodinámica (Byck, 1967, p. 116). Es esta propiedad “energizante”, esta “adrenalina” que le provocaba el alcaloide lo que lo entusiasma tanto, demasiado según los comentadores oficiales, y por la que deberá retractarse muy pronto. ¿Por qué? Porque el uso que quiere darle a su droga lo lleva rápidamente a toparse con su reverso tóxico y allí la cocaína caerá como objeto real. Veremos ahora cuál es la secuencia lógica que lo lleva a este abandono de la sustancia mágica.

LA REHABILITACIÓN Y SU PRODUCTO: EL PSICOANÁLISIS Para comenzar, revisemos sucintamente las principales opiniones acerca del caso, emitidas por aquellos autores que se han dedicado a su estudio con mayor detenimiento. En primer lugar, la del biógrafo oficial. La concepción de Ernest Jones (1959) acerca de lo que llama “el episodio de la cocaína” es que fue “una verdadera desgracia”. Se trata de la versión del allotrion10 en su literalidad, como lo piensa por ejemplo Wittels (1924). Robert Byck, con un sesgo levemente diferente, le pone contenido a la desgracia y dice que el episodio no solo apartó a Freud de la seriedad de sus investigaciones neuropatológicas, opinión con la que coincide, sorprendentemente, Hypolitte (véase Lacan, 1954), sino que, aun así, los trabajos que pudo realizar en torno al asunto lo colocan “entre los fundadores de la psi10. Vocablo griego que podría traducirse como “desvío innecesario” o “pérdida de tiempo” y que, en los medios académicos de Viena, se utilizaba para calificar a un concepto o a una experiencia como ajena al discurso científico.

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cofarmacología” (sic). Veremos que en realidad se trata de exactamente lo contrario: como adelantáramos, a diferencia de Moreau de Tours, Freud renuncia a la búsqueda psicofarmacológica, privilegia otros intereses. Existen también quienes le dan una importancia superlativa a esta etapa del trabajo freudiano, como Eyguesier (1983), quien le adjudica el mérito de haber sido fundante del psicoanálisis, en contra de la opinión generalizada que da este lugar a la etapa posterior, la del denominado “autoanálisis”. Otros, como Bernfeld (1954), sostienen una hipótesis clínica, según la cual Freud se involucra con la cocaína porque alivia sus síntomas neurasténicos. Siguiendo está dirección a la que ya aludíamos más arriba, veamos entonces cómo pudo operarse esa cura, cómo fue la rehabilitación del paciente Freud y qué saldo o producto arrojó el allotrion. Es evidente que Freud comienza a curarse cuando comienza a escribir sobre la cocaína. La droga deja de ser objeto exclusivo de necesidad en la medida en que puede ser pasada al lenguaje, científico en este caso. El efecto coca cesa al poder escribirse y renace como escritura, con estatuto simbólico. La culminación de este trámite será el “sueño de la inyección de Irma”, otra fecha precisa: el 24 de julio de 1895, según le escribe Freud a Fliess desde Bellevue. Allí la “trimetilamina” que creía encontrar en el olor amargo de las hojas de coca molidas (según describe en Uber Coca) reaparece como una fórmula química “escrita en gruesos caracteres” en su sueño. Esta aparición del cifrado simbólico de la operación es la que le permite decir a Lacan (1983) que está escrita allí la fórmula del Complejo de Edipo. ¡Vaya ejemplo de transmisión! Para llegar desde el 30 de abril de 1884 al 24 de julio de 1895 fueron necesarias tres fases de escritura, con un postfacio elaborado tiempo después, en 1925. Ellas son: a) En junio de 1884 publica “Sobre la coca” (Uber Coca), en su momento la más completa monografía sobre la droga y sus propiedades. Interesado en este trabajo, Freud deja pasar aquella mítica oportunidad de llegar tempranamente a la celebridad por descubrir la anestesia local que, en realidad, ya había descubierto su amigo y compañero de hospital, el oftalmólogo Köller, mucho más discreto en sus intereses que él. a) Marzo de 1885. Pronuncia las famosas conferencias en las Sociedades de Psiquiatría y de Fisiología, donde recomienda efusivamente la coca a los vieneses. c) Julio de 1885. Escribe “Notas sobre el ansia de cocaína y el miedo a la cocaína”, texto de retractación marcado por la dolorosa experiencia con su admirado Fleisch. d) En 1925, en su “Autobiografía”, Freud reconoce los méritos de Köller y “perdona” a Martha por haber sido ella, en tanto el objeto en el que REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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“tenía puesto el ojo”, quien lo desvió del camino de investigación que lo podría haber llevado al descubrimiento de la anestesia local. ¿Qué sucedió en este tiempo de procesamiento, que no exageraríamos llamándolo traumático? Cuando Freud se aleja de la Salpetriére y de Charcot se aleja también de la “teoría lesional” de la histeria que otros, por ejemplo Janet, desarrollaron en términos psicológicos más tarde. El encuentro con la coca le permite retornar con otra mirada, desde otro lugar, al problema de la lesión. Asume este desafío a título personal y científico. Magia y ciencia se articulan entonces en un equilibrio inestable que, tratándose de quien se trata, se inclinará siempre un poco hacia el lado de la magia. Sigue el camino de la explicación energética que le permite la física de su época y propone que los efectos de la droga, maravillosos efectos “antidepresivos”, se deben a un efecto de “ahorro” de la energía que el sujeto debe consumir para realizar un determinado trabajo. Esta comprobación lo lleva a proponer un mecanismo de acción “indirecto” y a prestar especial atención al “terreno” sobre el que se aplica la acción de la droga. Postula que los beneficios son más sensibles en individuos que presentan “debilidad psíquica” en el momento de consumo (“neurasténicos”). Estos individuos más sensibles son también los más propensos a desarrollar dependencia. Llegado a este punto tiene dos caminos por delante: uno de ellos es buscar otras moléculas que produzcan el mismo efecto que la cocaína sin sus consecuencias indeseables. Este es el camino que sigue la investigación psicofarmacológica y que Freud no sigue. La otra alternativa, la escogida por él, se basa en esta reflexión: si el “efecto-coca” es el mismo que el que se produce en el individuo con “humor normal”, si se deja caer a la cocaína del lugar de objeto de necesidad en que está colocada, otros procedimientos orientados a restablecer el “buen humor” serán posibles.

NO HAY PRÓTESIS El objeto que con su caída permitió el invento del psicoanálisis amenaza con su retorno desde lo real en estos tiempos en que somos convocados a demostrar su eficacia. Los enormes progresos de las neurociencias y, en particular, los avances de la psicofarmacología, permiten cada día el diseño molecular de sustancias que mejoran ampliamente la performance de la vieja cocaína, hoy una “droga de abuso”. Si bien las fronteras no son impermeables y se abusa de las “buenas drogas” como de las “malas”, el progreso en este terreno parece innegable amparado en la buena res-

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puesta de la investigación a los parámetros de la eficacia, la normatización de las prácticas y los standards de seguridad. El psicoanálisis es objeto de una enorme presión para que se ajuste a las mismas normas, para que acepte que su calidad puede ser controlada y evaluada con estas reglas. Tal vez sea un efecto de la globalización entendida como la necesidad de contar con una terapéutica global para la salud mental de la población. Hay quienes sueñan con la construcción de un “neuropsicoanálisis”, que retome la buena senda, que abandone el “desgraciado” camino de los sueños, que restablezca a Freud en su lugar de padre de las neurociencias, que se sume a la fusión de la Ciencia Única. Esperamos que este recorrido que nos recuerda la dura experiencia freudiana en la construcción de una nueva discursividad sobre el sujeto sirva, al menos, para detenerse a pensar en el tema. Al psicoanálisis no le falta una sustancia que lo complete, porque la falta de una sustancia tal (la falta de die sache) y sus consecuencias para el sujeto psíquico humano es, precisamente, su objeto de estudio y de desarrollo terapéutico. Del mismo modo, a las neurociencias no les falta un psicoanálisis que las complete, aportándole la subjetividad que por metodología no tienen en cuenta. Está demostrado que no es condición necesaria para su eficacia. Así como hay adicciones que no son a sustancias, hay uso de sustancias ilegales que no configuran dependencia ni abuso en el sentido médico de estos términos. La escucha psicoanalítica y el despliegue de la palabra son posibles en estos casos. Pero, como advierte claramente Le Poulichet en su atractivo abordaje de esta problemática, “la dimensión de la suplencia y la del suplemento pueden comunicarse entre sí y no se excluyen” (1990, p.121). Para concluir, a modo de justificación de la inclusión de la experiencia del joven Freud con las drogas, diré que, sin alinearme con el excesivo entusiasmo de autores como Eyguesier respecto del lugar superlativo del “episodio de la cocaína” en la historia del psicoanálisis, no vacilo en afirmar que el abandono de la droga como objeto-causa de lo real-libidinal del deseo humano, fue uno de los acontecimientos que le abrieron las puertas del inconciente.

RESUMEN Las conductas adictivas del ser humano, particularmente el abuso de drogas, constituyen una problemática sobre la que el psicoanálisis y los psicoanalistas son llamados a pronunciarse cada vez con mayor frecuencia debido a su creciente prevalencia clínica. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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El presente trabajo recorre algunas referencias que en la obra de Freud resultan indispensables para una aproximación al tema desde la mirada psicoanalítica, especialmente el lugar de la sexualidad , la teoría de la angustia y la elaboración del concepto de neurosis actuales y psiconeurosis. Se pasa revista a los principales aportes post-freudianos, para desembocar en la lectura que realiza Lacan de estas referencias freudianas, poniendo el acento en su concepto de goce. La droga es considerada un intento fallido de tramitar, de “sustanciar”, la falta en ser del humano y su “condena al goce”. La alianza con la droga se considera opuesta al camino que el amor habilita para que el deseo sea el que mueve al sujeto. Con la apoyatura en las categorías de “suplencia” y “suplemento” que Le Poulichet ha propuesto para estudiar el objeto-droga, se revisan dos casos clínicos. Uno de ellos es el del propio Freud y su aventura con la cocaína. El “caso Freud” termina felizmente con la curación. Y con una consecuencia inseparable de ella: la creación del psicoanálisis. DESCRIPTORES: FREUD SIGMUND / ADICCIONES / GOCE / TÓXICOS / GOCE FÁLICO.

SUMMARY Substance Disorder: Not Substantiating Jouissance A psychoanalytic look at the problem of addictions Human addictive behavior, particularly drug abuse, is a problem on which psychoanalysis and psychoanalysts are asked to speak more and more frequently due to its growing clinical prevalence. This article reviews some references in Freud’s works which are indispensable for approaching this subject with a psychoanalytic view, especially the place of sexuality, the theory of anxiety and the elaboration of the concept of actual neuroses and psychoneuroses. The author reviews the main post-Freudian contributions, leading up to Lacan’s reading of these Freudian references, placing the accent on his concept of jouissance. A drug is considered a failed attempt to process or “substantiate” the lack in being of human beings and their “condemnation to jouissance”. This alliance with the drug is considered opposite to the path made by love so that desire can be what moves the subject. With the support of categories of “substitute” and “supplement” which Le Poulichet has proposed in order to study the drug-object, two clinical cases are reviewed. One of these cases is Freud’s adventure with cocaine. The “Freud case” ends happily with a cure. And with its inseparable consequence: the creation of psychoanalysis.

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KEYWORDS: FREUD SIGMUND / ADDICTIONS / JOUISSANCE / TOXIC SUBSTANCES / PHALLIC JOUISSANCE.

RESUMO Trastorno da sustância: não substanciar o gozo Um olhar psicanalítico sobre o problema das adições As condutas adictivas do ser humano, especialmente o abuso de drogas, constituem uma problemática sobre a qual a psicanálise e os psicanalistas são chamados a manifestarem-se, cada vez com maior freqüência devido a sua crescente prevalência clínica. O presente trabalho percorre algumas referências que na obra de Freud resultam indispensáveis para uma aproximação ao tema de um olhar psicanalítico, especialmente o lugar da sexualidade, a teoria da angústia e a elaboração dos conceitos atuais de neuroses e psiconeurose. São revisados os principais aportes pós-freudianos para desembocar na leitura realizada por Lacan sobre estas referências freudianas, ressaltando o seu conceito de gozo. A droga é considerada uma tentativa falida de tramitar, de “substanciar”, a falta no ser do humano e a sua “condenação ao gozo”. Aliança com a droga que é considerada oposta ao caminho que o amor proporciona para que o desejo seja o que move o sujeito. São revisados dois casos clínicos com o apoio nas categorias de “suplência” e “suplemento” propostos por Le Poulichet para estudar o objeto-droga. Um destes casos é o do próprio Freud e a sua aventura com a cocaína. Felizmente o “caso Freud” terminou com a sua cura. E com um resultado inseparável desta: a criação da psicanálise.. PALAVRAS-CHAVE: SIGMUND FREUD / ADIÇÕES / GOZO / TÓXICOS / GOZO FÁLICO.

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logical Society. [TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN ABRIL DE 2010]

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Experiencias traumáticas – sobre la elaboración interna y externa1 * Christoph E. Walker

Sabemos que las experiencias traumáticas son ubicuitarias e inevitables. La investigación de la experiencia traumática2, su significado, y particularmente su manifestación y transformación consciente e inconsciente en el contexto histórico de la vida, ha tenido, desde sus comienzos, un papel central en el desarrollo y la investigación psicoanalíticas. La literatura psicoanalítica da un testimonio elocuente de ello. Por lo tanto, considero mi presentación más bien como una introducción a nuestra discusión posterior. Parto, para ello, de la premisa de que todos nosotros nos vemos confrontados diariamente en nuestro trabajo con las distintas manifestaciones y vicisitudes (idiosincrasias) externas de la experiencia traumática, pero aún más, con los efectos de su elaboración interna. Me referiré en primer lugar a la distinción entre la elaboración interna y la externa ya mencionadas en el título de este trabajo. No creo que nos

* E-mail: [email protected] / Alemania 1. Se trata del aporte de un caso clínico en el Congreso de la IPA realizado en Chicago en Julio 2009, y es precedido por palabras de agradecimiento del autor, Dr. Christof Walter, al Dr. Fernando Weissmann, de Argentina, por haber moderado la discusión. 2. En Medicina se emplea el término Trauma (del griego τράυµα = herida) desde la antigüedad. Según su significado etimológico, Trauma se refiere directamente a una herida, y califica así una lesión o daño corporal. En el transcurso de la evolución de la Medicina, ha habido una expansión de su utilización en todas las especialidades médicas, especialmente en la cirugía, en la que hay explícitamente una especialidad de Traumatología, dedicada a la investigación y tratamiento de heridos accidentados y su rehabilitación. En psicología clínica se califica de Trauma o Psicotrauma a una lesión de la intergidad animopsíquica que actúa desde el exterior. Así un psicotrauma puede ser entendido, en analogía a la definición somática, como una herida del alma. Ésta puede remontarse a uno o varios sucesos. La inflicción de un trauma exige demasiado a la capacidad de elaboración del individuo, produciendo en él un estado de angustia y desamparo extremo. Fischer y Riedesser definen en su libro “Manual de la Psicotraumatología” (Münich, 1998) el término “Psicotrauma” como: “...una vivencia vital de discrepancia entre factores situacionales amenazantes y las posibilidades individuales de dominio de los mismos, ligada a la aparición de sentimientos de desamparo e indefensión , ocasionando así una conmoción duradera de la comprensión del individuo tanto de si mismo como del mundo. Un acontecimiento de tal magnitud conlleva en un 20% de los afectados evidentemente a un trastorno por estrés postraumático”.

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resulte difícil acordar con Haynal cuando escribe: “El vínculo entre la realidad externa e interna, entre el acontecimiento y su influencia en el mundo interior del ser humano, es un problema difícil y complejo” (1989). Pero ¿cómo acercarse a esta complejidad? ¿Qué podría contribuir a profundizar nuestra comprensión de lo que ocurre cuando un acontecimiento externo ha de ser elaborado internamente? ¿Cómo podemos encontrar un acceso, dentro del espacio analítico, a los rechazos inconscientes desencadenados por un acontecimiento externo y su carácter avasallador? Estas son cuestiones a las que quiero aproximarme hoy, en particular a través de un caso clínico. Parto de la experiencia clínica que el tratamiento de una vivencia traumática sólo se puede intentar si se dispone de un marco seguro (setting), ya que sabemos que los afectos incontrolables como la angustia, la rabia, la envidia, y particularmente los sentimientos de desamparo, así como los pensamientos circulares acuciantes, las imágenes y las fantasías provocados precisamente por esa experiencia traumática avasalladora, necesitan un continente. Este continente tiene la función –al menos en algunas fases– de acoger las imágenes y los afectos que el paciente ha vivido como avasallantes, ya que éste, en estas circunstancias, no se encuentra capacitado para ordenarlos por sí mismo. Bohleber (2000) postula que la vivencia traumática es “en su núcleo, un “demasiado”. Por lo tanto, se vuelve necesario contraponer a los procesos internos, experimentados como insoportables debido a las limitaciones intrapsíquicas existentes y establecidas de una personalidad específica, una posibilidad de elaboración que actúe desde el exterior. Esta posibilidad proveniente del exterior (“desde afuera”) puede ser definida como una experiencia de relación suficientemente segura y estable, que permita incorporar progresivamente en el “aquí y ahora” los rechazos internos tanto afectivos como cognitivo-imaginativos, producidos por la experiencia traumatizante, a fin de estimular el desarrollo psíquico. Esta reflexión se encuentra en correspondencia con un hecho conocido y comprobado de la evolución psicológica. Me refiero precisamente al hecho que desde la temprana infancia los impulsos y estímulos, las experiencias afectivas, así como el desarrollo mental, sólo pueden ser suficientemente percibidos, desarrollados e integrados en una relación objetal, normalmente con la madre, vivenciada como segura. (Winnicott 1990). La dependencia temprana, necesaria para sobrevivir, y sus implicaciones intrínsecas, frecuentemente intolerables, como por ejemplo las limitaciones temporales que se traslucen en experiencias de espera, las vivencias de soledad o de exclusión, etcétera son, sin embargo, condición necesaria para el desarrollo de un pensamiento emocional y simbólico, dotado de riqueza y diferenciación. A pesar de saber lo decisivo que es el contexto familiar como precursor de la evolución infantil y su estabilidad, podemos afirmar, sin embargo, que nadie de nosotros está exento, REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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en algún momento de su vida, de encontrarse en una situación en la que no pueda contener ni elaborar determinadas experiencias y confrontaciones con la realidad, por más estable que sea la estructura de su personalidad. Fue Freud quién en su trabajo “Duelo y melancolía“(1917) sentó las bases de una comprensión objetal de los desórdenes psíquicos producidos por pérdidas traumáticas. Ferenczi, por su parte, incorporó y subrayó este aspecto teórico objetal (Objektbeziehungstheorie), considerando al trauma desde la perspectiva de la relación objetal y su configuración.3 Desde este trasfondo, coincido con Hirsch (2004) en que tenemos que diferenciar entre los traumas crónicos familiares, que pueden conducir, entre otras cosas, a trastornos de la personalidad, y los traumas agudos extremos que ocurren una sola vez. Estos últimos pueden ocurrir a cualquier edad y suelen conducir, más bien, a los llamados trastornos de estrés post-traumáticos. Esta distinción afectará, por consecuencia, las consideraciones relativas a la indicación y al tratamiento, que exigirán una verificación cuidadosa. En este sentido es importante diferenciar entre: 1) 2) 3) 4)

el acontecimiento traumatizante (o sea, el estímulo, el efecto, la situación) el proceso traumático, el estado traumático y “las alteraciones patológicas residuales” (Bohleber, 2000) así como –y esto es central a mi exposición– las transformaciones inconscientes y las elaboraciones idiosincrásicas que ocurren en el mundo interior del paciente como consecuencia de ellos.

Una cuestión crucial en el tratamiento será la medida en que se logre hacer revivir aquellos afectos congelados y no vivientes conectándolos con aquellas explosiones afectivas impulsivas e incontroladas que frecuentemente ocurren en la relación terapéutica. Uno de los objetivos de este proceso es posibilitar al paciente el desarrollo de un proceso de integración progresiva4. En resumen, se trata de facilitar el control yoico sobre las erupciones afectivas descontroladas. Esto lleva al analista a adoptar la función de un Yo-auxiliar que establezca límites. Se trata de ayudar al paciente a percibir y a descubrir sus límites internos para que pueda así erigir nuevamente los límites entre sí mismo y el objeto (Selbst y Objekt) que fueron destrozados por la experiencia traumática. Un componente central del tratamiento será, entonces, no perder de vista ni la situación externa traumatizante y avasalladora, ni los impulsos/de-

3. Mathias Hirsch opina que con ello creó el fundamento de la Psicotraumatología actual. 4. Freud habla de reacción (abreagieren) y de despachar (erledigen) (1893).

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seos internos inaceptables para el yo, generalmente inconscientes. El descubrimiento y reconocimiento que los traumas anímico-corporales con los que un niño se puede ver confrontado en el transcurso del desarrollo pueden conducir a enfermedades psíquicas, constituye, como mencioné anteriormente, uno de los pilares de la teoría psicoanalítica. Reprimidos, es decir, no evocables conscientemente, resurgen estos traumas como síntomas psíquicos, mejor dicho, como síntomas corporales de origen psicógeno. Habiendo partido de la premisa que un trauma de seducción sexual real ocurrido en la infancia sería el precursor de desórdenes psíquicos, se pasó a pensar que no necesariamente puede el suceso real ser traumatizante, sino también que “el recuerdo de sucesos anteriores, asociativamente despertado” (Freud 1896) puede condicionar la aparición de la enfermedad. La introducción del concepto de posterioridad (Nachträglichkeit), desarrollado en la correspondencia con Fliess, le permitió postular a Freud que: “Las experiencias y las excitaciones que preparan o motivan, en el período posterior a la pubertad, la explosión de la histeria no hacen sino despertar la huella mnémica de aquellos traumas infantiles, huella que tampoco se hace entonces consciente, pero provoca la fijación afectiva y la represión” (1886). En resumidas cuentas, se puede postular que Freud esbozó muy tempranamente un concepto de defensas psíquicas muy diferenciado. Se trata de un devenir multifactorial, determinado por los traumas sexuales reales, por las fantasías que surgieron ante los sucesos registrados y su posterior comprensión, y por impulsos sexuales propios. Gubrich-Simitis señala precisamente este punto en su trabajo “Trauma o instinto - instinto y trauma” (1987) al escribir: “Ya el modelo de trauma en la teoría de la seducción postula una conexión causal compleja, en la que condiciones exteriores e interiores, es decir sociales, psíquicas y somáticas, quedan interconectadas entre sí“. Si bien es cierto que Freud en 1897 abandonó en principio su teoría de la seducción, encontramos una oscilación constante entre la influencia de las vivencias reales (por ejemplo la escena primaria (Urszene)) y la elaboración fantasmática que se desarrolla a partir de las necesidades instintivas propias (por ejemplo en el caso del Hombre de los lobos, 1918) en toda su obra. Freud partió de la base que observar la escena primaria es traumatizante, precisamente porque estimula aquellas fantasías que conducen a las amenazas traumatizantes en sí. En otras palabras, son las fantasías las que adjudican a los hechos exteriores su significado esencial y la magnitud de su influencia, ocasionando así tensiones y conflictos entre las distintas instancias psíquicas. Junto a las fantasías Freud les adjudica también una importancia relativa a los factores disposicionales: “En esta actividad sexual de los primeros años infantiles se ha podido adjudicar un puesto a la constitución innata. La disposición y la experiencia se fundieron aquí en una unidad etiológica indisoluble, siendo elevadas REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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por la disposición a la categoría de traumas productores de excitación y fijación, impresiones que de otro modo hubieran sido inocuas, y despertando las experiencias factores dispositivos que sin ellas hubieran dormido largo tiempo, permaneciendo, quizá, sin desarrollar” (1914). Fue Melanie Klein quién posteriormente precisó en su desarrollo teórico el significado y la importancia de las fantasías inconscientes. Por medio de su experiencia clínica llegó a la conclusión que lo que debemos explorar e interpretar sobre el trasfondo de la transferencia-contratransferencia es la actividad fantasmática infantil. Resumiendo nuevamente: al analizar el desarrollo de las experiencias traumáticas, debemos partir desde un punto de vista multifactorial.5 Por consiguiente, se puede afirmar que el trauma tiene sus raíces: 1) tanto en la constitución instintiva, como en la actividad de la fantasía inconsciente y su elaboración (cómo se vive y cómo se elabora) y, 2) en la fuerza con la que un estímulo (o el conjunto de estímulos) afecta a un individuo, así como la medida en que éste dispone de una protección adecuada frente a esos estímulos, y 3) en el nivel de relación objetal (con quién lo vive).

CASO CLÍNICO Es aquí que comienzo con la presentación de mi caso. El material clínico alternará con otras consideraciones teóricas que me han ayudado en la comprensión de mi paciente. Mi intención es exponer de qué manera traumas evocables conscientemente (abuso sexual, atentado terrorista) pueden servir para defenderse de la aparición de un trauma inconsciente muy temprano. Frente a mí está sentada una mujer joven. Tras un largo silencio en el que observo su posición corporal tensa, su mirada dirigida hacia el suelo dice en una voz muy baja, que suena infantil: “No puedo....”, e interrumpe la frase comenzada. Con estas palabras casi imperceptibles comienza nuestra primera conversación. Yo percibo el esfuerzo que me toca hacer para tratar de escuchar sus palabras, y siento el impulso de pedirle que hable en voz más alta, para que la pueda entender más fácilmente, ya que así no la puedo comprender. Sorprendido por la intensidad de mi sentimiento de enojo, noto que ella continúa hablando con voz monótona. Relata sus sobreexigencias cotidianas, sus frecuentes decepciones en las relaciones. Da como ejemplo una situación en la que, a pesar de sus esfuerzos por respaldar a su marido estudiando a la par de él durante meses, éste no había logrado aprobar su examen final. “En mí se

5. En su obra tardía Moises y la religion monoteísta (1939), Freud les adjudica una importancia mayor a las experiencias traumáticas reales en la gestación de trastornos psíquicos.

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derrumbó algo, he fracasado”. Ella relaciona su agotamiento y sus fantasías de suicidio con un “sentirse arrollada” por la aparición de imágenes relacionadas con el atentado terrorista de Nueva York, en 2001. Entrecortadamente describe cómo ella y su marido se hallaban en ese momento justo al lado de las Torres Gemelas y cómo sólo “por casualidad” pudieron salvarse de la muerte. Desde ese momento se siente rápidamente amenazada y se asusta al más mínimo ruido. Me informa que se encuentra en tratamiento psiquiátricopsicoterapéutico hospitalario y que será dada de alta en breve, tras varios meses de estadía. A pesar de ello, tiene la impresión de no haber podido aún elaborar suficientemente sus miedos. Añade que estos miedos podrían “estar relacionados con otras cosas” y espera que el psicoanálisis la ayude a poder hablar de ellas, para poder manejar sus miedos de mejor manera. Al rato se oye el ruido de un avión. La paciente cae en un gran desasosiego, como en pánico. Bruscamente encoge las piernas, cruza los brazos alrededor de las rodillas, esconde su cabeza y empieza a temblar, como para afianzar su declaración anterior. Al principio llora por lo bajo pero el llanto se vuelve cada vez más sonoro. Se transforma en un intenso sollozo, que se incrementa hasta producir una hiperventilación, que hace que se deslice hacia el fondo de la silla. Se contrae cada vez más. Cierra los ojos, que al principio estaban bien abiertos, las convulsiones se vuelven cada vez más intensas, hasta el punto que amenaza con caerse de la silla. Finalmente se deja caer al suelo. Yo me siento asustado e indefenso y, a la vez, fascinado y cautivado por esta reacción. Tengo la sensación de estar presenciando un ataque “clásico” de histeria, interpretado teatral y dramáticamente frente a mis ojos. Mientras que por un lado me siento alterado y completamente desconcertado, por el otro, como al principio de la sesión, reacciono con una sensación de alejamiento interno, que me convierte en frío y distante: “Así no va, ¡conmigo no!”, pienso. Con determinación, le pido que vuelva a sentarse en la silla. Repito mi requerimiento varias veces. Cuando le digo que su estado actual podría tener que ver con el temor de que en el análisis surja algo que le produzca ansiedad, se calma. A continuación añado que ella parece estar preguntándose si yo podré estar a la altura y si podré resistir aquello con lo que ella me confronta; lentamente toma asiento nuevamente. Examinemos nuevamente la escena inicial, ya que contiene mucho de lo que luego, en sesiones posteriores, se repetirá a menudo: su manera de hablar en voz baja, pronunciando las palabras lenta y dilatadamente, su voz lamentosa y llena de reproches que suena infantil, el silencio paralizante, su manera de desviar la vista hacia abajo, su llanto que se transforma en un sollozo ruidoso y después hasta en aullidos, su posición corporal contraída, la aparición de convulsiones que insinúan actos sexuales en la silla y después en el suelo, la hiperventilación que lleva a ausencias. A ello se suman sus pocas y, en su mayoría, dispersas palabras y frases breves como “No puedo...” o “Todo a REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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mi alrededor se vuelve negro...”, que insinúan mucho pero que apenas permiten el acceso a una visión más clara del acontecer. El rápido alternar entre sentirme cautivo y experimentar rechazo me produce excitación y confusión, pero a la vez me torna exigente y amonestador. Del enojo inicial paso a una actitud alejada, fría y distante. Comienzo a comprender que mi enojo inicial y mi posterior “enfriamiento” y el distanciamiento que tienen lugar en el curso de la sesión pueden estar vinculados a un intento, por parte de la paciente, de transformarme a través de una identificación proyectiva en un objeto más bien frío-distante, mientras que a la vez trata de comprobar si estoy dispuesto a escucharla cómo ella necesita. Todo esto parece estar ligado al deseo de saber si estoy en condiciones de comprender la magnitud de su desamparo, de ahí su necesidad de involucrarme en este torbellino de afectos, para averiguar si puedo resistir con firmeza esos avatares, que se expresan en el acontecer manipulador de la escena inicial.

DELIBERACIONES INICIALES Todos conocemos pacientes que desde el primer momento del encuentro nos enredan en un suceso impetuoso de transferencia-contratransferencia (Hinz, 2002). Es el caso de mi paciente, a la que quisiera llamar A. Su modo de involucrarme era confrontándome con una experiencia traumática evocada en la realidad del momento, enredándome en un dialogo de acción. El acto traumatizante es puesto de tal forma en escena que me lleva a confrontarme con el siguiente dilema: si la ayudo actuando, interviniendo y sosteniendo a la paciente corporal-protectoramente, me convierto en un objeto que traspasa los límites. Sin embargo, si continuo esperando, reservado, me convierto en un objeto espectador, o mejor dicho, en un objeto que mira hacia otro lado, que parece no captar su extrema necesidad, que la deja sola y quizás hasta expuesta a sufrir una herida corporal. Según su punto de vista y vivencia, sólo puedo “cometer un delito” en las dos constelaciones y convertirme en culpable. A tal efecto, realizaré primero un par de deliberaciones teóricas. Veo a A. como una paciente que sufre de histeria de nivel borderline. Unas de las características de una histeria6 de nivel borderline (Ver entre otros Brenman 1990, 1997, Green 1997, Ruppeprecht-Schampera, 1997, Bollas 2000, Küchenhoff 2002) y del impacto de sus efectos sobre la personalidad, son, 6. Rupprecht-Schampera ilustra en su modelo la histeria (1995 y 2006, a la luz de las deliberaciones de Fairbairn), como un intento de separación malogrado que puede llevar, a través de de la búsqueda forzada de una triangulación, a un enredo demasiado temprano de los conflictos instintivos edípicos y por lo tanto a experiencias de relación severamente traumáticas.

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entre otras, la escisión (Spaltung) de las representaciones del objeto y del Selbst, los fenómenos alucinatorios y de sonambulismo, las disociaciones, las identificaciones múltiples que se suceden con gran rapidez, impidiendo una identificación introyectiva sustancial, las acciones impulsivas, la autodestrucción, la carencia y fragilidad de limites yoicos estables, que llevan a un debilitamiento de los mecanismos de defensa maduros. Green describe, cómo en esta clase de histeria es relevante no sólo el miedo a la separación, sino también el miedo a la intrusión, que produce la angustia “de estar sometido al dominio de un objeto omnipotente“. Señala la relación entre estos miedos y el temor al derrumbe (Winnicott 1974) y subraya el papel de la angustia catastrófica (Bion 1970), que puede llevar a “conductas incomprensibles, cuyo fin es confundir al analista para escapar de su influencia o incluso volverlo loco. En el centro de la problemática se encuentra la destructividad” (Green, 1997). A. despliega desde la primera sesión la fuerza de un impacto destructivo, involucrándome en una configuración conflictiva que produce el dilema descrito anteriormente. En él, decida como decida, terminaré siendo percibido por ella como un objeto culpable. A través de esta puesta en escena, me hace vivir su propia experiencia, la manera en la que ella vivencia su mundo interior como “insoluble”. Considero que este sentimiento básico tiene como trasfondo experiencias traumáticas acumuladas en las relaciones con el objeto primario7, que son rechazadas por mi paciente mediante traumas recordables conscientemente. Vuelvo ahora a mi paciente.

TRANSCURSO DEL TRATAMIENTO Mi paciente creció con cuatro hermanos. Describe a los padres como “muy religiosos y estrictamente piadosos”. El ambiente familiar se encontraba impregnado por una gran demanda de éxito y un rápido y sucesivo alternar de frialdad emocional a “luchas calurosas”. Separada de la madre poco después de nacer, la paciente consideraba a ésta fría y rechazante, y se creía “no deseada” y a la vez “deseada en demasía”. La relación con el padre “no estaba mal”, pero no era muy efectiva debido a sus frecuentes ausencias. Tanto su 7. Acuerdo con Green cuando dice que “(…) el tomar en cuenta las influencias externas no debe conducir de ninguna manera a pasar por alto la influencia que se le debe adjudicar a elaboración psíquica del sujeto. Las fuentes patógenas exteriores llevan a deformaciones severas del sujeto, que son aún más difíciles de interpretar cuánto más se atrinchera el sujeto tras la – innegable – patología del objeto” (Green, 1997). Mientras que en la histeria el abierto carácter sexual,. “... en el que pocas veces faltan las seducciones incestuosas simbólicas, se impone, en los casos limites aparecen más las influencias de la madres en los efectos traumatizantes localizados en el Yo” (Green, 1997). REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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desempeño escolar como sus posteriores estudios fueron realizados con éxito y obtuvo muchos premios. Mantuvo en secreto, durante muchos años, un abuso sexual ocurrido a los 8 años, ya que pensaba que sus padres no le iban a creer. Desarrolló un trastorno alimenticio grave en la pubertad. Encontró apoyo y una descarga estabilizante en un tratamiento psicoterapéutico juvenil que ella misma buscó y que duró varios años. Actualmente trabaja en un cargo de responsabilidad en la industria. A viene cuatro veces por semana. Llega puntual pero a menudo se sigue quedando en la sala de espera aún después que yo haya abierto la puerta de mi consultorio. Quiere ser recibida, aunque no pocas veces se “esconde” detrás de una silla o de la puerta de la sala de espera, contestando recién después del primer o segundo llamado. En una ocasión introduce sus manos entre las tablillas de la calefacción de la sala de espera para calentarlas y quedan atrapadas en ella por el anillo. Me pide con voz quejumbrosa que la libere. Al no reaccionar yo inmediatamente, empieza a llorar, gira la cabeza y permanece en una posición tensa. ¿Qué hacer? Yo me decido a darle una sugerencia, que deslice los dedos hacia abajo. Lentamente logra liberarse. Cuando trato en la sesión de retomar este incidente, con la idea de que el “calentarse” en la sala de espera antes de la sesión podría estar relacionado con su deseo de confrontarme con la queja expresada en la sesión pasada sobre mi conducta fría y distante, reacciona dando vuelta impetuosamente la silla (A. permaneció unos dos años en parte sentada en la silla, en parte en el suelo, o sentada en el diván, antes de aceptar recostarse sobre el mismo). A la vez que me vuelve la espalda, me advierte que no mire en su dirección. Este tipo de directiva, expresada con voz desesperada e infantil, es la misma que me da cuando se ubica en una esquina de la habitación de espaldas a mí, o cuando se acuesta en el suelo detrás el diván, o directamente delante de la puerta. Si tiene la impresión de que mi conducta no responde a su expectativa suele comenzar a llorar impetuosamente o se tapa la cara con las manos, hiperventilando hasta que –no raramente– termina por desplomarse. Durante mucho tiempo el final de las sesiones se sobrecarga de un clima violento. A. se niega a abandonar mi consulta, quedándose recostada en el diván o parada frente a la puerta. Me insulta, intenta pegarme con los puños, y yo me veo obligado a sujetarle las muñecas. Ella, por su parte, intenta aferrarse a mí, sentándose sobre mis pies o abrazando mis rodillas, utilizando – como ella dice – un torniquete. De esta manera, cada separación amenaza escalar a puntos extremos, en los que pasa de la queja y la autoacusación a una acción fanática. No pocas veces, cuando la sesión termina, sale corriendo, golpeando la puerta, no sin antes informarme que se arrancará a tiras la piel de la mano izquierda o que se matará. A veces se encierra en el baño o se sienta en el jardín delante de mi consultorio, a pesar de las tem-

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peraturas invernales, para cortarse las muñecas con espinas. A menudo llama repetidas veces por teléfono después del horario de consultorio o deja incontables mensajes en mi contestador automático preguntando si puede volver, a pesar de todo, a la próxima sesión, si yo no daré el análisis por acabado, “ya que alguien como yo solamente puede ser desechado”. En mi contratransferencia con frecuencia me percibo excitado y confuso, lo cual disminuye mis posibilidades de reflexionar. Sus impetuosas acciones hacen que me sienta a la vez atacado, enojado y sin ayuda. Después de las sesiones me quedo internamente revuelto, con miedo y con una gran preocupación. A pesar de la dramática dimensión del tratamiento, que me lleva tanto interna como externamente al límite de mis posibilidades debido a las limitaciones del marco de la práctica psicoanalítica y del setting ambulante, observo una evolución en el mismo. A. retoma su trabajo, asume la responsabilidad de algunos cursos didácticos y logra culminar, después de años, una parte importante de un proyecto de investigación. Arriesga hacer junto a su marido un “vuelo de prueba” dentro de Alemania para poco después volar a Australia, con el fin de presentar allí los resultados de su investigación en un congreso internacional. De mutuo acuerdo con su médico decide disminuir la dosis de su medicación hasta prescindir totalmente de ella. El ambiente en las sesiones analíticas comienza a cambiar. Después de un cierto lapso de tiempo, decide acostarse en el diván. Comienza a percibirlo cada vez más como relajante. Comienza también a admitir, ante sí misma y ante mí, que el análisis la está ayudando, que está haciendo progresos y que está sacando provecho de él. No obstante, este equilibrio se desmorona una y otra vez de manera absolutamente sorprendente. O bien llega en estado descompuesto y confuso a la sesión, o bien algún comentario mío, el tono de mi voz o algún silencio prolongado por mi parte, precipita, en pocos instantes, un caos de emociones, sin que yo pueda darme cuenta de lo que pasa. En estos momentos de caos se encierra de tal manera en sí misma que no hay forma de alcanzarla emocionalmente. Durante mucho tiempo el trabajo en las sesiones conduce una y otra vez a los hechos y al sobresalto del atentado terrorista, de manera que esta vivencia, así como las imágenes y los recuerdos adyacentes, permanecen en el centro del trabajo psicoanalítico. La elaboración de las experiencias traumáticas se entrelaza también con recuerdos del abuso sexual.8 Llama la atención la manera determinante, rumiante y repetitiva con la que la paciente narra estos hechos. Por la forma en que constantemente vuelve a hablar de ello, sale a relucir un aspecto instrumentalizante de los sucesos. En la con8. En su trabajo “Psicoanálisis bajo la sombra del terror” indica Kogan (2006) lo importante que es el respetar esta realidad externa y, a la vez, intentar “examinar el mundo interno que procesa esta realidad y la trata de una manera necesariamente única e idiosincrásica” (Kogan). REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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tratransferencia continúo percibiéndome, durante largos trechos, indefenso y lleno de sentimientos de culpa por no poder ayudarla. Mis intervenciones aterrizan siempre en un callejón sin salida, en el que me encuentro desamparado y excluido. Durante mucho tiempo veo la dimensión de mi desamparo como una expresión de una identificación proyectiva. Poco a poco comienzo a vincular mi creciente sentimiento de enojo con un aspecto manipulador de la paciente, conectado a la repetición y a la insistencia que despliega en las sesiones. Parece sugerir que no ha habido una elaboración intensa, por lo cual se ve obligada a retornar, de manera torturante, a la situación inicial sin salida. Recién cuando me doy cuenta que en esta repetición se despliega la dinámica de un movimiento de defensa específico puedo avanzar en el tratamiento de mi paciente. En este transcurso ha habido una concepción que Riesenberg-Malcolm describe en su trabajo “Histeria como hipérbole” (2003) que me ha ayudado mucho para comprender la dinámica psíquica de mi paciente. Cito: “En la conducta hiperbólica o dramática, la experiencia originaria se transforma en una exageración de sí misma: esta conducta sonsaca en general sentimientos que el paciente verdaderamente siente, pero estos sentimientos auténticos se encuentran deformados, a raíz del modo en que son expresados, deformados“. Ella atribuye esta exageración a una experiencia temprana en la relación con la madre. A ésta no le es posible acoger suficientemente los sentimientos del niño. Cuánto menos comprendido se siente el niño, tanto más tiene que exagerar y cuánto más exagera, tanto menos encuentra acogida. Deseo y cumplimiento derivan hiperbólicamente el uno del otro. De manera similar examina Christopher Bollas en su trabajo “El deseo en pacientes Bordeline” (1997) la relación temprana entre la madre y el niño. Desarrolla la idea de que la madre es percibida no como un objeto figurativo, sino como un caos emocional que siempre se intenta reencontrar. Dice Bollas: “Corrientemente atribuimos a los objetos del mundo interno un carácter figurativo. Objetos buenos, objetos malos, objetos raros: todos evocan de una manera u otra, a un Otro espejado en la memoria. Pero ¿qué ocurre cuando el objeto primario no es así? No me refiero a cualquier objeto, ya que naturalmente todas las personas producimos objetos internos. Pero ¿cómo es cuando el objeto primario – el objeto más paradigmático de los objetos que se forma en el primer año de vida – no sólo es percibido como perturbador, sino como la perturbación per se y por consiguiente se presenta como un caos emocional? ¿Qué pasa si el estado fundamental de este objeto primario está menos vinculado a su función de espejo que al caos emocional que aparece en el Selbst al reflexionar?... y aún más... si independientemente de que el trastorno sea inherente y se remonte a la infancia o haya sido ocasionado por circunstancias externas o en ambos casos, el objeto primario, en vez de representar una posibilidad introyectable (es decir, en vez de cumplir la función espejo de estar a dis-

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posición para una evolución correctiva progresiva) se transforma en un afecto autorepetitivo ubicado dentro del Selbst?”. Bollas compara este afecto autorepetitivo con un movimiento que atraviesa al Selbst. Añade que el paciente tiende entonces a “detectar” cada emoción que pueda revelar la presencia de este objeto, “convirtiendo cada sentimiento normal en una experiencia poderosa y conmovedora“. Parte entonces, de la base que el objeto primario, en vez de ser visto como una posibilidad de introyección, disponible para una experiencia correctiva progresiva, es más bien percibido como un afecto autorepetitivo dentro del Selbst. Considero que la restricción, o mas bien la incapacidad de mi paciente de someterse a una confrontación más fértil está condicionada por experiencias muy tempranas en la relación con un objeto primario percibido como insuficiente9. Éstas han sido reflejadas y confirmadas afectivamente sin que puedan ser recordadas.10 Yo creo que mi paciente busca este afecto, que en realidad se origina en una relación con el objeto primario que es vivida como frustrante, movilizando y utilizando aquellos traumas que recuerda conscientemente.11 El afecto se engancha entonces al trauma, donde se recarga, encontrando así su expresión en una transformación escénica que no permite una elaboración que favorezca el desarrollo. El movimiento de defensa sirve, en última instancia, para lograr la fusión deseada con el objeto primario. Aquí también se puede observar el vano intento, en el sentido de una compulsión a la repetición, de reconvertir una experiencia de relación con una madre percibida como insuficiente, así como de liberarse inconscientemente de sentimientos de culpabilidad.

9. Rotraut De Clerck (2006) indica en su trabajo “Sobre el no ser explicables, (sobre el “No Relato”) de las experiencias traumáticas” que “la pérdida del objeto primario, por ejemplo en un momento en que la estructura psíquica se está aún formando, es un hecho de una magnitud catastrófica, tanto interna como externamente: Tiene como consecuencia la pérdida de una instancia exterior que da calor nutritivo y provee seguridad, y a la vez , produce un hueco interior en la formación de la estructura interna, en la formación del símbolo y por lo tanto del lenguaje.” 10. Green indica “... que las huellas de las experiencias afectivas se inscriben en el aparato psíquico antes que éste sea capaz de formar huellas mnémicas de la percepción” (2000) 11. Esto concuerda con las deliberaciones de M. Oliner en su trabajo “Trauma”, la incógnita sin resolver” (1999) en el que escribe: “el recuerdo notoriamente fáctico de este hecho, su realidad desnuda, impide su integración en la realidad psíquica y se presta a servir como defensa, sobre todo como defensa ante los sentimientos de culpa. Estos hechos claramente recordables pueden servir como escudo de protección...“ y “...dado que estos recuerdos han conservado su vitalidad y no sucumben al proceso normal del paso del tiempo que les permitiría palidecer , es difícil reconocer su empleo al servicio del significado desfigurado y teñido por el drama infantil” REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Quiero ahora aclarar mis deliberaciones centrales con las siguientes secuencias de las sesiones: La medida en que su experiencia de sentirse rechazada y excluida por un lado, y su deseo de dominar y sus sentimientos de culpa, por el otro, determinan el cuadro, se verá claramente en las sesiones siguientes: A. había cancelado la sesión del viernes (S. 424). En la del lunes (S. 425) me acosó con reproches por haberla dejado plantada, por no haber estado disponible, sabiendo lo inaguantable que era para ella el fin de semana en que no me puede llamar. “Plagada” de recuerdos, sólo se siente rendida, agotada y no sabe qué hacer. Repetidas veces había llamado a la consulta, al menos para escuchar mi voz en el contestador. Esto la había tranquilizado brevemente, dejándola después aún más enfurecida. No puede dormir, no come nada, o bien, come demasiado y tiene la sensación de estar marginada y de ser mala. Nuevamente había tenido la fantasía, esta vez, no sólo de hacerse cortes en el brazo izquierdo con una hoja de afeitar, sino también de cortarse el cuerpo entero desde la vagina hacia arriba. Con un tono sarcástico y agrio me arrolla con una marea de quejas. Le interpreto hasta qué extremo se siente abandonada y expulsada por mí, menciono la magnitud de de esos sentimientos, pero agrego que también quiere que yo me sienta mal y culpable. De esta manera me convierte en un agente agresor que le inflige dolor a través de la separación. Ella acepta esta interpretación y se despide algo más tranquila. En la siguiente sesión del martes (s. 426) la confronto con una manera distinta de ver las cosas. Le hago notar que fue ella quien suspendió la sesión del viernes, eso sí, anunciándolo con gran anterioridad. Le indico también que no me dio ninguna información sobre el motivo de la cancelación. De esta manera, me había dejado plantado, desconectado, a la vez que había alargado el fin de semana. A empieza a llorar y puede explicar, más tarde, que había sentido vergüenza de decirme el motivo. Había estado en Suiza para visitar a una amiga. Con seguridad yo no hubiera entendido que ese era un motivo para suspender una sesión. Posteriormente pudimos aclarar lo difícil que le resultaba aceptar que yo pudiera permitirle tomar decisiones propias, mientras que a ella le resultaba insoportable permitirme lo mismo a mí, por ejemplo, cuando hay interrupciones. Encima delega en mí la responsabilidad por la interrupción alargada del fin de semana. Asimismo relaciono esta situación con el deseo de tener todo bajo su control, si es necesario de manera manipuladora, vinculándolo con las experiencias traumáticas que no había podido controlar. A. puede aceptar mi interpretación y ambos nos quedamos con la impresión de haber avanzado un poco. A la sesión del miércoles (S. 427) llega totalmente descompuesta. Tras llorar largamente, con el cuerpo crispado, dice que tiene que “tirar” todos los resultados de su investigación. A esto le sigue una ola de autoreproches: que está muy enojada consigo misma, que no vale nada, etcétera. Me aclara, entonces,

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que en los cálculos finales se ha topado con el llamado “Problema de Takens” y me explica que consiste en que, a pesar de la variación del valor inicial y habiendo logrado en un primer momento soluciones alentadoras, se llega a un punto de convergencia muerto, en el que no se puede continuar. En lugar de ello, se aterriza en “un embudo negro”. Su jefe la consoló, alegando que los resultados logrados hasta ahora y las propuestas de solución eran absolutamente suficientes. Pero eso no la ayuda, ya que su propia exigencia es “aclarar el caos”. Como no lo logra, tiene que destruir el trabajo. A mi comentario, que indica que no solo tiene el deseo sino también el temor de que lo imponderable se vuelva ponderable, es decir comprensible, responde callando. Cuando añado que su enfado puede estar relacionado con el hecho que a mí no me puede descifrar, es decir, comprender, a través de cálculos, recuerda situaciones en las que se sintió totalmente a merced del otro durante sus experiencias traumáticas. Describe la desesperación que sintió en esas situaciones, la imposibilidad de poder defenderse, la humillación y las cavilaciones permanentes en busca de una alternativa distinta de los sucesos, en el sentido de “si yo hubiera hecho esto o lo otro, no hubiera pasado nada”. Abordando este punto, le digo que ella intenta, casi obligatoriamente, siguiendo siempre un mismo patrón, situarse en un punto que desemboca en un sentimiento de confusión, al que yo también debo acceder obligatoriamente, como si de alguna manera intentara encontrar distintas variaciones del punto de partida ya conocido, sin una reflexión posterior que le permita progresar. Ella reacciona indignada y se va furiosa de la sesión. Veo con claridad cada vez mayor que lo que la atrae es precisamente el caos. En el caos espera encontrar un estado interior que la integre y en el que pueda sentirse sostenida, sustentada y unida al menos en algunos momentos. La conexión simbiótica se une a estados confusos y excitantes, experimentados anteriormente en la relación a un objeto maternal hacia el cual se siente a la vez atraída y rechazada. Estos estados confusos-excitantes han sido internalizados en el sentido de una identificación con el proceso (Danckwardt, 2001, 2004). A. se precipita en estos estados a la vez que los combate, llena de odio. El deseo consciente de “aclarar el caos” es el equivalente al deseo inconsciente de encontrar, una y otra vez, a través de la escalada, precisamente tales estados afectivos excitantes. Es un estado en el que, como escribe Bollas, el paciente se “alimenta” de esos estados, mientras que a la vez intenta conjurar su miedo al vacío. En otras palabras: su temor de no estar psíquicamente vivo.” El sentirse avasallada y el dejarse avasallar le sirve a mi paciente como un objeto terciario.12 12. Bollas postula que estos objetos terciarios “muestran rasgos del trabajo del Selbst falso“. Escribe: Esta forma de nutrirse es una alimentación compensatoria, en la que el paciente toma al objeto-como-efecto que da pie a la alimentación, para transformar una relación traumática en REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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Partiendo de sus traumas reales construye dichos objetos terciarios, a través de los cuales, con su “vertiginoso Selbst”, siempre “al borde de la catástrofe” (Bollas, 1997), logra precipitarse en la excitación para poder, a la vez, volverse atrás constantemente (Steiner, 1998). En este sentido los traumas reales actúan como una especie de objeto espejo, que se convierte en sustituto del objeto deseado encapsulado. Este objeto deseado es a la vez buscado y temido: buscado para no tener que separarse de él, temido por el miedo de ser avasallado y acaparado por él. Quisiera profundizar estas cuestiones con otra secuencia. A. viene a una sesión del lunes (S. 445) malhumorada y llena de reproches. Me saluda con una breve mirada condescendiente y verificadora y una expresión de placer en sus labios, dándome vuelta la cara abruptamente para acostarse en el diván sin darme la mano. Calla durante largo tiempo, llorando en silencio. Yace en el diván, como siempre, de costado. Después de un rato, lleva sus piernas plegadas hacia el mentón, entrelazando sus manos alrededor de las rodillas. Es como si intentara esconderse dentro de si misma y desconectarse del exterior: una postura que toma a menudo. Yo no registro ninguna reacción emocional. Casi frío y distante observo cómo se retrae de la relación conmigo, cómo se priva de hablar. Pero en el transcurso de la sesión mi tensión aumenta y comienzo a intranquilizarme. No es que este tipo de cosas no hayan pasado frecuentemente, pero esta vez la calidad es distinta. Me siento confuso, sin poder lograr un pensamiento claro, pero a la vez queriendo decir algo. Mi confusión aumenta aún más cuando ella comienza a llorar, ya no en un tono quejumbroso, sino gritando como un bebé. El tono doloroso me atraviesa la médula. Me siento impotente e indefenso, expuesto a esos gritos13. Veo cómo extiende su mano hacia atrás, más allá del borde del diván, para señalarme que la tome. Le digo, entonces: “Si usted y yo intentamos averiguar lo que en este momento la excita y la hace sentir tan desesperada, ello podría convertirse en una baranda, en la que Ud. y su mano encuentren el apoyo necesario, en cuyo caso ya no haría falta que me tome de la mano concretamente”. Acto seguido se tranquiliza y, tras un largo silencio, me puede comunicar un sueño de la noche anterior. Soñó:

una (relación) reconfortante... y luego:... se trata de construcciones que son acopladas de una manera frágil y bienintencionada – y sirven como huida de la última verdad... y ello recuerda como las personalidades Borderline forman objetos espejos como sustitutivo para objetos de deseo aislados (Bollas 1997). 13. Green escribe: Un lenguaje sin afecto es un lenguaje muerto, un afecto sin lenguaje no es comunicable. El lenguaje se encuentra entre el grito y el silencio. A veces es el silencio el que permite oír el grito del dolor psíquico, mientras que detrás del grito aparece el llamado apaciguante del silencio (De locuras Privadas, 2000)

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Soy una niña pequeña y voy tomada de la mano de un adulto. De repente pierdo o mejor dicho le suelto la mano y tropiezo, me resbalo con una velocidad disparatada por una pendiente empinada, doy una voltereta y termino tirada, arrollada por la tierra que se desliza detrás mío . Se había despertado gritando y bañada en sudor. Desde entonces tiembla, se siente temerosa y agotada. Su primera asociación conduce nuevamente a sus experiencias traumáticas, por las que se había sentido tan arrollada: las explosiones, el hedor, el humo mordiente que dificulta el respirar, los pedruscos que se precipitan a su lado, las llamadas y los gritos de personas moribundas, sobre las que ella, de la mano de su marido, que pierde una y otra vez, tiene que pasar y herir. Personas que, a diferencia de ella, ya no viven. Yo siento cómo estas escenas me capturan otra vez y me inducen a comprender el sueño a partir de estas experiencias. De repente, me acuerdo del comienzo de la sesión, del clima malhumorado y lleno de reproches, pero sobre todo del corto momento de placer en la expresión de sus labios, que de alguna manera está en discrepancia con lo ocurrido después, así como de la mano que me denegó en el saludo. Le digo que algo en ella se enfurece cuando nota que, en su relación conmigo, no puede disponer o determinar una situación, como por ejemplo, la duración de la pasada interrupción del fin de semana. En el sueño experimenta la pérdida de la “mano-sesión”. Al precipitarse en la confusión, se suelta la mano, con la esperanza de encontrar algún tipo de apoyo en el caos. Al escuchar esto, A. se tranquiliza notablemente y se produce un largo silencio reflexivo. Poco después añado que ella siempre busca y utiliza esta excitación para refugiarse en ella, es como una búsqueda del tesoro que le permite volverse inalcanzable. De esa manera me lleva a tener que permanecer afuera, algo que por un lado reprocha, alegando que no la ayudo lo suficiente, pero que a la vez le permite un sentimiento de triunfo por haberme hecho tan inservible. A se refiere en la sesión siguiente (S. 447) a un colega que había atropellado y herido gravemente a una niña con su bicicleta. La situación se había desarrollado de la siguiente manera: el colega bajaba por un monte a toda velocidad. A pesar de conocer bien el camino, no había logrado frenar a tiempo en el semáforo, que se había puesto rojo. Una niña de 8 años estaba cruzando la senda peatonal muy correctamente, con el semáforo verde, y ahí se produjo el choque. El colega estaba desconsolado, lleno de sentimientos de culpa. Se reprochaba no haber prestado atención (no haber tenido ojos) al cambio del semáforo y sobre todo a la niña. Si bien había llamado la atención de la niña a último momento, había sido demasiado tarde para ambos para poder esquivar el choque. Mi paciente había intentado tranquilizarlo y consolarlo. Le digo que aquí también hay situaciones en las que ella se precipita interiorREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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mente, prácticamente sin ninguna consideración, en algo caótico, sin tomar en cuenta ni sus propios límites ni los míos. Cuando eso pasa me exige, encima, que yo la tranquilice. Como yo no la satisfago, se enfurece. Tras un largo silencio dice con voz quejosa: “Yo soy la criatura que fue herida”. Le digo que, con seguridad, ella es también la criatura herida, pero que pasa por alto que hay otro aspecto de ella que, del mismo modo que el ciclista, se trata a sí misma y a mí con desconsideración, pasando por alto los límites. Visto desde este punto vista, soy yo el que se encuentra en la posición de la niña que corre peligro de ser atropellada, casi arrollada. De esta manera, me quiere hacer sentir lo que es estar expuesta a tales peligros y a la vez espera que yo esté en condiciones de reaccionar a tiempo a sus gritos de advertencia, para que no se produzca un choque catastrófico. Tras un largo silencio recuerda el sentimiento de triunfo que siente al alcanzar, a duras penas, la meta final en las maratones en las que participa a pesar de los insoportables dolores que experimenta. Esa manera de correr le produce un cosquilleo enorme, es como una lucha cada vez, una lucha entre vida y muerte. “Dentro de mí hay un hombrecito poderoso con una garra de hierro que se desencadena furioso contra sí mismo y contra los otros, desenfrenándose hasta quedar fuera de quicio”. En esta secuencia aparecen las siguientes figuras de identificación: el ciclista que, lleno de energía, persigue solamente su propio fin, sin considerar los límites que conoce (el semáforo). El semáforo en su función de poner límites y dar seguridad, y que, a pesar de ello, es atropellado/arrollado, así como la niña, cuya seguridad depende de que las normas sean observadas y cumplidas. En esta constelación, se busca la posición de la victima con el fin de esquivar y anular los sentimientos de culpa inherentes al responsable del accidente. Los accidentes actúan entonces como una defensa excitante para evacuar cargas destructivas y para hacer de una desgracia personal una “fiesta de sufrimiento” (Bollas 1997).

DELIBERACIONES FINALES Retomo ahora, al final, algunas ideas que me parecen esenciales. Pacientes como A. acuden a nosotros con la vaga esperanza de que haya un camino que sí les posibilite liberarse de su dilema, vivido como insoluble. Casi siempre se imaginan firmemente que sólo la muerte puede ofrecerles tal solución. Llevan soportando un largo calvario, años y décadas de experiencias de sufrimiento, que parecen confirmar, una y otra vez, esta fantasía. Se sienten prisioneros en un círculo vicioso de expectativas y desilusiones. Sin embargo, este “estar prisionero” les sirve, a la vez, para estabilizarse, aunque sea de una manera extremadamente frágil. La búsqueda de estructura y apoyo, desde la perspectiva de los traumas conscientes, al mismo tiempo conduce,

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la mayoría de las veces inevitablemente, a una experiencia repetitiva de decepción y fracaso, que inconscientemente se nutre de una experiencia traumática temprana. Desde el primer momento del encuentro estos pacientes nos integran en su dilema. Es inevitable. Contaminados por la insolubilidad nos vemos sometidos “a una especie de cautiverio”, y a estados internos caóticos. La relación corre peligro constante de estrellarse y de ser desechada, lo que Grinberg (1978) ha formulado muy acertadamente con la metáfora de “estar al filo de la navaja”. Entretanto, A puede percibir más conscientemente la búsqueda de excitación y su transformación escénica en el sentido de agarrar y mantenerse agarrada, aferrarse, permaneciendo inmóvil o pegando irasciblemente a ciegas (con lo que me obliga a sujetarla) y logra afianzarse más en intervenciones más simbólicas, es decir, en intervenciones que brindan apoyo verbal. No se logró un cambio hasta que no entendí que era el caos mismo lo que la “atraía”. El caos fue identificado con una experiencia temprana con su madre. La búsqueda de excitación y confusión equivalía a la búsqueda interior de una experiencia con un objeto primario, que solo podía contener y elaborar la excitación de manera insuficiente. Esta propensión a lanzarse en el caos, en el sentido de una compulsión a la repetición, albergaba también el deseo de encontrar en la actualidad una escucha y una aceptación de sentimientos de excitación y confusión insoportables. En palabras de Bollas, cuando se logra que el paciente “... entienda de alguna manera, que a él le agrada este diálogo con el objeto (excitante), la mayor parte del caos sin sentido propio de los cuadros borderline adquiere un sentido dinámico” (1997)14. Indica que estos pacientes o bien se agobian a sí mismos con pensamientos apasionantes insoportables (visiones, sueños, traumas), o bien juegan en un diálogo cruel e interminable con la vida anímica de otros. Intentan producir este objeto primario tan excitante en el otro, suponiendo inconscientemente que así pueden establecer una intimidad real, siendo lo que consiguen, más bien, “una fusión en el sufrimiento” (1997). El dilema consiste entonces en que el analista sea puesto en la posición de este primer objeto excitante, por lo cual se vuelve insuficiente e inservible, ya que este vínculo afectivo altamente cargado no permite una comprensión más allá de eso ni consiente una reflexión que impulse un progreso. Hasta no haber comprendido esto, por más atención que se haya prestado a las distintas facetas y desarrollos del trauma inicial consciente, no se pudo elaborar ni comprender que la paciente continuaba buscando el caos y la confusión, 14. Como ya he desarrollado antes, destaca en ello Bollas que en estos pacientes el objeto primario representa menos una posibilidad introyectable que un afecto en sí repetitivo del Selbst, que es excitante y que una y otra vez es buscado como en un estado deseado. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 3 | 2010

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puesto que estaban ligados a una Madre que no existía como un objeto figurativo interno, sino como un caos emocional. En este sentido, los traumas memorizables conscientemente servían como una posibilidad de expresión y defensa de un trastorno temprano en la relación con el objeto primario. Esto significa que en el tratamiento –precisamente también en los tratamientos de pacientes severamente traumatizados– tenemos que fijarnos mucho de qué manera inconsciente se desarrolla la comunicación organizada a nivel presimbólico y la actividad fantasmática. Se trata de entender y traducir este nivel, a fin de posibilitar al paciente una elaboración estructurada a nivel simbólico, es decir verbal, de sus experiencias traumáticas. Traducción: Dr. Laura Viviana Strauss Misericordia Romances-Schwarz, M.D.

DESCRIPTORES: BORDERLINE / TRAUMA / SITUACIÓN TRAUMÁTICA / ELABORACIÓN PSÍQUICA / SITUACIÓN ANALÍTICA

KEYWORDS: BORDERLINE / TRAUMA / TRAUMATIC SITUATION / PSYCHIC WORKING THROUGH / ANALYTIC SITUATION.

DESCRIPTORES: BORDERLINE / TRAUMA / SITUAÇÃO TRAUMÁTICA / ELABORAÇÃO PSÍQUICA / SITUAÇÃO ANALÍTICA.

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[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN JUNIO DE 2010]

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Revista de libros Sección a cargo de Silvia Bajraj

«Lacan y el debate sobre la contratransferencia». ALBERTO CABRAL

Editorial Letra Viva, 2009. Mi impresión es que parapetarse durante todo el transcurso de la cura tras la certeza de un “no pienso”, lejos de garantizar para el analista una apertura a su acto, puede en cambio alentar en él una posición peligrosa-mente (separo como comentador con un guión que marca la peligrosidad de la mente posicionada) a-crítica (separa por su parte el autor) en relación a su propia implicación en aquellos entrampa-mientos transferenciales a los que estamos siempre expuestos. Aquellos a los que apuntaba Lacan al señalar que “en ningún caso, quien fuera que sea, puede estar eximido de la sospecha de participar de una identificación indebida para el analista”. Termina con este aserto el texto de Alberto Cabral acerca de Lacan y el debate sobre la contratransferencia. Término y concepto diseñados en rojo punzó, como conjuro de pasiones encontradas, en la tapa del libro editado por Letra Viva. Y de eso se trata su escrito: acerca de los encontronazos retóricos, teóricos y su praxis consecuente entre contratransferencia, supuestamente propiciada como concepto y realidad transferencial trans-

cendental en espacios de la I(nternational) P(sychoanalitical) A(sociation) y deseo del analista como motorizador casi esencial en los entornos y retoños de Lacan. Y en las instituciones que se autorizan como sus seguidores y establecedores de sus escritos, seminarios y decires. Cabral plantea la historicidad de los dos términos, en pugna, como emblema ortodoxo o traición herética. Reconoce que hubo y hay lecturas varias y encontradas, malentendidos en la historia del psicoanálisis acerca de sus significaciones, signo pleno de sentido o significante en serie efectual, según quienes sean o fueran los autores-analistas y sus posicionamientos subjetivos y los analizantes y sus historiales escriturarios que nos aporta vastamente Alberto Cabral, en su elocuente recorrido acerca del sentido (poco común) del analista frente al sinsentido de su lugar en lo críptico-enigmático de cada sesión. Lugar de estropicio entre posiciones del analista con acceder imaginario o vilain-inhóspitoimpropio, o como implicación o posibilidad de encuentro, sin parapetarse en la certeza de un no pienso, ni siento: pura neutralidad o inexistencia. Retomando el inicio del libro de Cabral, nos sugiere allí una cuestión preliminar a este debate entre términos y posicionamientos, las ”ventajas o desventajas

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comparativas”, y aún corporativas, agregaría yo. Y auspicia un “pluralismo y tolerancia” que atribuye a determinadas institucionalizaciones de analistas, que rastrea además desde Umberto Eco, para intentar pensar en opera aperta, retomando y releyendo los escritos, historiales de colegas conspicuos y reconocidos, en el destino de las diferencias en el lazo y las conceptualizaciones de sus prácticas entre los analistas. Y sobre todo el lazo social con los analizantes que producen, desde su asociación más o menos libre posible, o en imposibilidad, un bien decir y un desacato con consecuencias en la memoria y el deseo, o su falta, del analista casual, pero empeñosamente causado. Cabral nos aporta las discontinuidades epocales en la manera de entender las variantes contratransferenciales y las postulaciones sobre el deseo del analista con material clínico y teorizaciones de autores de uno y otro bando y criterio, y campo histórico institucional psicoanalítico donde se desarrolla y enrolla cada uno. Especifica y centraliza en Freud, Lacan y Enrique Racker (y su caracterización de la contratransferencia como “la respuesta interna total del analista a su paciente”) el arduo desenvolverse de lo que el analizante y el analista com-parten, en las oscilaciones, “vacilaciones calculadas” (Lacan) más allá de lo que sobre ello se diga entre los analistas y aún en los libros negros ad hoc, de los actualpositivizantes empiristas cognitivistas, que plantean lo real y su realidad como denotativamente inscriptos de una vez y para siempre en la amalgama intersubjetiva metapsicológica de la práctica analítica, a la que critican acerva-mente. Contrapone Cabral el prejuicio anti-

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Revista de libros

analítico al uso y a las luchas teóricas intra o -interinstitucionales en el capitulo 4 de su libro que titula “Racker con Lacan: la implicación subjetiva del analista”, donde nos plantea que Lacan intentó precisar las fuentes de esa “tensión” que implica para la persona del analista ocupar el lugar que le reserva el dispositivo freudiano (connotativo de posicionamiento enunciativo, marcador de lo enunciado en su goce, lo real en acto o en formaciones del inconsciente en escena, podría yo agregar). Y en el cap 5: “Margaret Little y el “sofrenamiento” de la contratransferencia”, señala interesante- mente Cabral que “.. el analista…se constituye no tanto desde una voluntad de mantener a distancia las pasiones, sino más bien desde una disposición a salir a su encuentro y experimentarlas. Es una de las razones por las que Lacan compara al analista no con una figura del sabio antiguo(sostenido en un dominio estoico sobre sus pasiones, al punto de no registrarlas), sino con la posición del `santo , quien - por el contrario – las experimenta, identificado a la pasión de Cristo. Allí debería estar, entonces, para no excederse, un deseo más fuerte y apropiado. Y remitiendo a Freud lo precisa y aclara: En la potencia de este deseo reconocemos el fundamento del “sofrenamiento” freudiano, que hace al acto del analista menos permeable a los retornos de goce que el del neurótico /(Cabral), 2006, Con este estilo que asume el analista modula y recluta las pasiones que experimenta al servicio de la dirección de la cura. Y llegamos el momento de concluir nuestro comentario a la lectura del texto publicado. Qué mejor entonces, dejando para otro momento el análisis de la politización y los emblemas agitados

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y agitadores del debate, que acudir al retorno a los orígenes frescos del psicoanálisis en el momento de su ilusión. Anna O. que supo producir efectos varios sobre los analistas aun no creados ni iniciados. Retomemos cómo lo dice Cabral. En la primera clase del seminario de La transferencia. Lacan subraya la línea divisoria de aguas que trazan las diferentes respuestas de Breuer y de Freud ante la emergencia sorpresiva del amor en la primitivas curas catárticas . Y observa – en relación al episodio de Anna O. – que “el pequeño dios Eros, cuya malicia golpeó al primero, obligándolo a huir, encontró en cambio su amo en el segundo, Freud…que opta, como Sócrates, por servirlo para servirse de él”. En la Cura, precisemos, para no caer en las malas lenguas de los libros negros o los analistas parcos. Carlos Repetto

 «Entre la ventana y el muro». NOEMÍ COHEN LEVIS, LUIS KOWENSKI

Editorial Letra Viva, 2009. En el recorrido que comienza con la afirmación freudiana de una pérdida necesaria en el inicio del aparato psíquico, hasta la formulación lacaniana de un espacio éxtimo, este libro sostiene que ambos planteos teóricos remiten a una pérdida que es inevitable y fundante. Razón demás para ese proceso que consiste en la construcción de un objeto en

cada análisis particular, objeto “a perder”, objeto de duelo: el objeto “a”. Los autores realizan una lectura de Freud, con cruces teóricos que tienen la ventaja de guardar las diferencias. Se trata de cruces que muestran la dimensión que la lectura lacaniana instaura, pero tienen la rigurosidad de no transformar a Freud en Lacan, y a la vez respetar los aportes lacanianos en su riqueza. El descubrimiento freudiano conserva su frescura para múltiples lecturas posibles. La doble inscripción freudiana en su abordaje por el análisis es retomada con Signorelli, en donde la escritura de Herr (muerte – sexualidad), marca un tope que tiene en cuenta lo Real, tanto como lo Imaginario y lo Simbólico. La introducción de un término acuñado por los autores: Función Real, da cuenta de la operatoria a realizar en un análisis. Entre el Decir y el dicho plantean la diferencia entre hablar y escritura, por ello le dan toda la dimensión a “Eso habla”; incluyendo en “Eso habla”, “Eso escribe”. Para esto se apoyan en el concepto freudiano de condensación. En Una Perturbación del Recuerdo en La Acrópolis, muestran la lógica del sujeto, del sujeto Freud. Si la topología del sujeto es la lógica, el Psicoanálisis es un recorrido que hará cada analizante por la letra, buscando arribar a la escritura del nudo en su anudamiento de los tres registros. Escritura que cambiara el sentido habitual de la escritura: se tratará de construir el objeto antes de mostrarlo, asumiendo una pérdida que, en realidad, nunca fue una posesión.

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En la línea de la clínica, esto es trabajado en la neurosis, la perversión y la psicosis. Además abordan el fenómeno psicosomático. “Entre la Ventana y el Muro” renueva la apuesta por las razones lógicas del Inconsciente, aún en la época en que los sujetos pueden dirigirse al psicoanálisis para “comprar” su bienestar, o “comprar” su prestigio institucional. Es por ello que sus autores rescatan el fracaso de la alineación al sistema cultural como potencialmente valioso, rescatan al síntoma, tanto como sostienen que no hay Psicoanálisis posible sin práctica del lazo social entre psicoanalistas. Pablo Peusner

 Rediscovering Psychoanalysis: Thinking and Dreaming, Learning and Forgetting by THOMAS H. OGDEN London & New York: Routledge. The New Library of Psychoanalysis, 2009, 184 pp. Thomas Ogden es uno de los psicoanalistas más creativos de nuestros tiempos. Su trabajo, artículos y libros se encuentran entre los más citados del mundo. Su último libro, Rediscovering Psychoanalysis: Thinking and Dreaming, Learning and Forgetting [Redescubrir el Psicoanálisis: Pensar y Soñar, Aprender y Olvidar] , será un texto de estudio para

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muchos psicoanalistas, psicólogos clínicos y psicoterapeutas, ya que lo muestra como un excelente profesor. Repite sus conceptos centrales muy oportunamente, una estrategia didáctica que induce al lector a pensar y volver a pensarlos en diferentes contextos: análisis, supervisión, enseñanza y escritura. Ogden es no sólo una persona muy honesta sino un psicoanalista muy honesto, cuando describe su modo de trabajar en una sesión con un paciente, a veces hablando, y otras veces interpretando. Nos enseña que “hablar” es a veces similar a la asociación libre o el soñar despierto, una modalidad que este autor llama “talking-as-dreaming” [hablar a la manera del soñar]. Para Ogden “talking-as-dreaming” es una improvisación, en la forma de una conversación poco estructurada acerca de casi cualquier tema, en la que el analista participa en los sueños aún no soñados del paciente. En este proceso, el analista facilita que el paciente se sueñe más completamente como ser existente. Vale la pena aclarar este concepto. Cuando Ogden describe el “talking-asdreaming”, insiste en que el analista preste mucha atención al marco analítico y que nunca debe cambiar el encuadre. También considera que se necesita una gran experiencia analítica antes de que un analista pueda hablar responsablemente con los pacientes en la forma que nos muestra. Ogden insiste en que al participar en el “talkingas-dreaming”, es esencial que la diferencia entre los roles de analista y de paciente tenga una presencia fuerte en todo momento. De lo contrario, el paciente estaría privado de un analista y

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de la relación analítica que el paciente necesita. La introducción de la idea de “talking-as-dreaming” no rompe ninguna regla de psicoanálisis ni hace nuevas reglas. Nos muestra cómo es posible hacer un buen trabajo clínico con improvisaciones que van tomando forma en el contexto del trabajo analítico con pacientes particulares y bajo “circunstancias particulares”, y cómo es necesario en ciertos casos estar con un paciente de una manera en particular, que es diferente de la forma en la que estamos con otro paciente. Ogden vuelve a las ideas básicas de Freud: que la práctica del psicoanálisis es un esfuerzo para inventar y volver a pensar el psicoanálisis nuevamente con cada paciente. Es un proceso de pensar y volver a pensar, soñar y volver a soñar, descubrir y volver a descubrir. Todo este libro es un viaje a través de su propio trabajo como analista, redescubriendo el psicoanálisis en cada diálogo, sesión analítica, supervisión, seminario y teoría. Para Ogden, “redescubrir el psicoanálisis” es un acto de libertad de pensamiento. A veces, para describir un material clínico o una teoría, Ogden menciona uno de los más grandes poetas como Jorge Luis Borges, que dice: “Los Sueños… nos preguntan algo, y no sabemos como responder, nos dan la respuesta y nos sorprendemos” (Borges, citado por Ogden, 2009, p. 10). Sus descripciones clínicas nos muestran un analista que no es ningún dispositivo mecánico que repite slogans o interpretaciones de libros. Nos dice cómo es posible hablarle a un paciente: “Trate simplemente de hablar con el paciente tal como lo haría con

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cualquier persona que viene con la esperanza y el temor de hablar acerca de lo que más lo perturba de su vida” (p.4). La noción de soñar que subyace a la idea de soñar otra persona o soñarse a sí-mismo como ser existente, juega un rol fundamental a lo largo de este libro. Siguiendo la tradición de Bion, utiliza el término “soñar” para referirse al trabajo psicológico inconsciente que uno hace con la propia experiencia emocional. El libro de James Grotstein Who is the Dreamer who Dreams the Dream (2001) (Quién es el Soñante que Sueña el Sueño), ejerce una influencia importante en las teorías de Ogden. También incluye muchas otras fuentes de inspiración en éste, su último libro. Coincidiendo con el concepto de preocupación emocional maternal primaria con el bebé, que Winnicott describe tan bellamente, Ogden demuestra su propia preocupación emocional primaria analítica con sus pacientes. Además, las descripciones sensibles y extraordinarias y el uso técnico de la contratransferencia de Harold Searles, así como algunos de los conceptos de Bion, son centrales para su trabajo. Para Bion, pensar deriva básicamente de la necesidad humana de conocer la verdad de quién somos y qué pasa en nuestra vida. Los pensamientos perturbadores y las experiencias no procesadas proveen el ímpetu para desarrollar un aparato para pensar y para realizar un trabajo psicológico con esos pensamientos. La estructura interna innata para realizar el trabajo psicológico con esos pensamientos es lo que Bion llama “la función psicoanalítica de la personalidad”. Esta estructura innata es análoga a la es-

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tructura profunda innata del lenguaje que subyace a nuestra capacidad de aprender a hablar. Ogden percibe complementariedades teóricas más que “convergencias”. Considera que “las perspectivas tanto de Freud como de Loewald son indispensables para una comprensión psicoanalítica contemporánea” del complejo de Edipo (p. 132). También encuentra “una complementariedad entre el pensamiento de Searles y el de Bion, que “descubrí” para mi sorpresa al escribir este capítulo” (p. 150). Aquí, vemos cómo Ogden escribe con la misma presencia subjetiva que cuando lo hace como analista trabajando, al expresar su experiencia respecto de lo que está escribiendo: su experiencia de Searles y de Bion en este caso. En este proceso, encuentra lo contenido dentro del continente y lo da vuelta para presentarnos un nuevo Bion, un nuevo Searles. Cada relectura de un autor genera nuevos pensamientos e ideas en el lector. Ogden nos revela la filosofía que fundamenta sus “lecturas atentas”: “Es mi tarea repensar las teorías en el mismo acto de presentarlas”. (p.114). Por último, y muy importante, Ogden nos dice al finalizar: “ahora dejaré que el lector sueñe este libro, que sueñe mi pensamiento soñado, para que pueda hacer algo propio con esta experiencia de lectura”. (p.13) Susan Rogers y David Rosenfeld.

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Revista de revistas Sección a cargo de Liliana Noemí Pedron Martin

Revista Latinoamericana de Psicoanálisis. FEPAL Volumen 9, Año 2010. Antes de comentar este número de la Revista Latinoamericana de Psicoanálisis, publicación oficial de la Federación Psicoanalítica de Psicoanálisis América Latina (FEPAL), quisiera mencionar las circunstancias que acompañaron la creación de FEPAL y su revista. Si bien FEPAL se creó en 1980 en el Congreso de Río de Janeiro, su historia data de mucho antes. El deseo de reunir a los analistas de nuestra región había dado lugar al Primer Congreso Latinoamericano de 1956. En esa oportunidad y a instancias de Arnaldo Rascovsky, en aquellos inspirados años cercanos a los ’60, nació COPAL (Consejo de las Organizaciones Psicoanalíticas de América Latina) que fue la antecesora de la actual FEPAL y que creó la Revista Latinoamericana de Psicoanálisis, con la intención de acoger en sus páginas el pensamiento, la clínica, y la producción escrita de los colegas de América Latina. Esta primera institución, quizás por las dificultades inherentes a los comienzos de toda institución internacional, terminó disolviéndose pero dio lugar a una nueva institución. Fue así que en el último Congreso Latinoamericano, or-

ganizado por COPAL en 1980 en Río de Janeiro, se votó la creación de la actual FEPAL, que en sus estatutos preveía la edición de una revista que iba a conservar la denominación de la anterior. La primera de esta serie se concretó en 1994, e inició una nueva numeración. Actualmente la Revista Latinoamericana de Psicoanálisis mantiene el mismo espíritu con que fue creada, es decir el de ser el reflejo del pensamiento de colegas pertenecientes a las distintas instituciones que la constituyen. Los idiomas oficiales son el español y el portugués y los artículos se publican en el idioma en que fueron escritos y cuentan con un resumen en ambos idiomas, además de inglés. La aparición de la revista es bianual, en consonancia con la realización de cada Congreso Latinoamericano en el mes de septiembre, y en los últimos años comenzó a incorporarse la versión digital a texto completo en el sitio web de FEPAL. El número de este año de la revista está dedicado al tema “Nuevas direcciones en el psicoanálisis en América Latina – Desarrollos teóricos, clínicos y técnicos” y la elección de cuatro de los trabajos recibidos a ese fin se realizó mediante el llamamiento a un concurso. La evaluación se llevó a cabo según el sistema de referato y doble anonimato

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y su publicación es acompañada por el comentario de un analista perteneciente a una institución de un país distinto al de los autores, con el fin de estimular el diálogo interinstitucional. Los trabajos premiados son “El psicosoma, la transferencia y el pensamiento salvaje” de Jorge Ulnik, (APA) comentado por Roosvelt Moisés Smeke Cassorla (SBPSA); “Clone: o inferno do si mesmo”, de Vera L.C. Lamanno Adamo comentado por Jeantte Dryzun (APA); “Rêverie re-visitado” de Alicia Beatriz Dorado de Lisondo (SBPSP) comentado por Clara Nemas (APdeBA), y “El trabajo sobre lo arcaico. La historia oficial del trauma como riesgo” de Silvia Elena Leguizamón (APA), comentado por Fanny Scholnik (APU). Es interesante consignar que los cuatro trabajos tienen en común el hecho de ahondar en la comprensión de los problemas específicos con los que se enfrenta un analista al trabajar con pacientes de difícil abordaje, y cuentan con interesantes semblanzas clínicas de enlace entre la teoría y la clínica, a la vez que muestran la preocupación actual por encontrar formas de abarcar estas patologías que se presentan cada vez más en nuestros consultorios. Jorge Ulnik plantea sus ideas en “El psicosoma, la transferencia y el pensamiento salvaje” al estudiar a través de dos casos clínicos la relación entre las palabras y las enfermedades orgánicas. La teoría y la técnica psicoanalíticas permiten ayudar a estos pacientes a construir la alteridad y a disolver la escisión psique soma al hacer pensable la enfermedad somática por medio de la relación transferencial. Asimismo, me-

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diante el modo de funcionamiento del pensamiento salvaje descripto por Levi Strauss, analiza la intervención de cortocircuitos semánticos entre los niveles lógicos del pensamiento concreto y los del abstracto y como medio de actuar sobre la enfermedad somática. En “Clone : o inferno do si mesmo”, Vera L.C. Lamanno aborda la clonación como un mito revelador, que la lleva a reflexionar sobre una forma específica de relación de un sujeto con otro, con lo real y con un modo de pensamiento. Partiendo de esta idea, y a través de fragmentos clínicos, en los que aborda una paciente que padece de obesidad, discute un conjunto de operaciones mentales y de procesos transferenciales y contratransferenciales en pacientes desvitalizados, desobjetalizados, de difícil acceso y borderline. Alicia Beatriz Dorado de Lisondo en “Rêverie re-visitado” hace un riguroso recorrido por este concepto bioniano y por sus funciones destacando su importancia como brújula emocional para ampliar la comprensión. A través de ejemplos clínicos de pacientes muy perturbados plantea que la capacidad de rêverie del analista crea y ejercita la función alfa del paciente al permitir la creación, evolución y alfa – betización de las protoemociones. Señala que se trata de pacientes con los que hay que crear primero el continente para poder después interpretar los contenidos. La autora aclara que en el analista esta función de rêverie y el trabajo del sueño tiene lugar con el paciente por no haber tenido “una gestación – a no ser metafórica – corporal compartida”.

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Finalmente, “El trabajo sobre lo arcaico. La historia oficial del trauma como riesgo” de Silvia Elena Leguizamón, toma la idea de afecto en Freud, los rudimentos de afecto y de representación de Aisenstein, y de embrión pulsional de Marucco para retomar la organización económica de la primera tópica para patologías límite, que en algunos casos toma la forma de déficit pulsional. A través de un caso clínico describe el riesgo de la aparición en la sesión de “la historia oficial del trauma, historias hiperintensas, hiperinvestidas e hiperrepresentadas que circulan en el campo ejerciendo la función de calmar la angustia circulante pero que a la vez operan como bloqueo de la capacidad de escucha del analista.” Bajo el título de “Clásicos revisitados” y a modo de enlace con la historia de la revista, se ha publicado en esta edición el clásico artículo de Haydée Faimberg (APA, SPP) “Una de las dificultades del psicoanálisis: el reconocimiento de la alteridad. La escucha de interpretaciones” que fuera publicado en la primera revista editada por FEPAL, en el Nº 1 de 1994. Se publica acompañado por las respuestas de la autora a las preguntas formuladas por el editor, Manuel Gálvez, (APdeBA) en relación a la indudable vigencia que sus ideas mantienen hasta hoy. En la sección “Pensamiento clínico y formación en Latino América” se pueden encontrar un abanico de interesantes contribuciones que abarcan “La formación psicoanalítica en un contexto de pluralismo teórico y técnico” de Beatriz de León de Bernardi (APU), “O resgate do ser: experiência clinica com um analisando que fazia uso de drogas” de Fer-

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nando José Barbosa Rocha (SBPdoRJ), “Odio en la contratransferencia” de Matilde Ureta de Caplansky (SPP) y “A dor de amar” de Plinio Montagna (SBPSP). Como es habitual, también se publican los trabajos acreedores a los cuatro premios instituidos por la Federación, es decir el premio FEPAL, el Premio a los analistas de niños y adolescentes, el Premio Comunidad y Cultura y el premio Sigmund Freud, éste último destinado a distinguir trabajos sobresalientes de los colegas en formación. En suma, en este número de la Revista se ha reunido un conjunto de contribuciones al pensamiento y al quehacer psicoanalítico actual que, como dijimos, perpetúa el anhelo de intercambio e interrelación entre las distintas instituciones de América Latina que llevó a la creación y la permanencia de FEPAL. Gloria Gitaroff

 Psyche. Junio 2009 El número trata sobre “Infancia, Trauma y Sexualidad y contiene los siguientes artículos: “Incesto y sexualidad infantil” Jean Laplanche (nacido en 1924, Profesor en la Universidad Paris VII, autor de numerosas publicaciones). En principio el autor contrapone los conceptos de sexualidad infantil y de fantasía incestuosa. La sexualidad infantil nace en Freud de la relación originaria del niño y su madre: del chupar del pecho ma-

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terno nace la primera actividad autoerótica, el chuparse el pulgar. El incesto y su tabú son presentados simultáneamente por Freud a las posteriores imágenes fantaseadas del complejo de Edipo, según Laplanche, de manera que no pueden aspirar a un lugar central en el inconsciente. El incesto se distancia de la familiar triangulación padre, madre, niño como estructura nodal del inconsciente y favorece en su lugar la ‘situación antropológica fundamental’. Según esto no es decisiva la relación de parentesco entre el niño pequeño y la persona cuidadora, decisiva es la diferencia de edad entre el adulto y su propia sexualidad respecto de la sexualidad reprimida infantil a la que pertenece y un recién nacido sin sexualidad congénita. Concluye con exposiciones sobre los motivos internos y externos de la renuncia pulsional, así como con la tesis sobre el origen de los delitos sexuales como la violencia de formas de actuación perversa sufridos por el sujeto en su fijada sexualidad polimorfa. “Repetición y reviviscencia, un recuerdo pre-verbal en el juego”, por Inge-Martine Pretorius (Trabaja en el Centro Nacional de Salud [NHS], es psicoterapeuta infantil y de adolescentes en el Centro Anna Freud de Londres, entre otros, y es además autora de numerosos artículos). Se trata de la presentación de las secuelas de un trauma temprano de un niño cuya edad era de seis años al iniciar el tratamiento de cuatro años de duración. El trauma paralizó su desarrollo y sus funciones psíquicas en casi todos los campos; en su capacidad de constancia objetal y de regulación afectiva, en su tolerancia a

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la frustración, en su autoestima, su comportamiento defensivo y en su capacidad de simbolizar. En el análisis se pueden señalar cuatro fases respecto a la capacidad de manejarse con la memoria de su historia pre-traumática. Al principio intentaba des-focalizar sus recuerdos, pero los expresaba a través de una permanente excitación y escenificación. En la fase siguiente recordaba y escenificaba historias relevantes. En la tercera fase desplazaba recuerdos tempranos, los revivía y atravesaba jugando. En la última fase llegó también a revivirlos desplazadamente en la actualidad y en su preocupación. En comparación con el estado anterior, cada una de las fases daba cuenta de una mejor regulación afectiva, un incremento en la capacidad simbólica del juego y un incremento en la capacidad de soportar lo insoportable y poder reflexionar al respecto. Esta colaboración señala los caminos diferentes de lo verbal y la repetición de comportamientos, revivir y expresar un trauma crónico y la situación traumática vivida en la temprana infancia. “La madre como médica visceral: el niño, la enfermedad y la muerte” Reinhard J. Topf (Psicóloga clínica miembro del grupo de Viena, Jefa del Hospital Santa Anna de Viena) Partiendo de la situación médica del niño canceroso se inquiere sobre la situación de la madre que cuida al niño. Son discutidos los diferentes significados maternales y se introduce el concepto de ‘médica personal’ como función central de la madre en relación con el niño. Con una viñeta clínica se presenta el concepto de muerte infantil y

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se recuerda la dimensión evolutiva-psicológica del concepto de muerte. Se argumenta contra el adultomorfismo en relación a la comprensión de muerte y la muerte en vinculación con niños. Se desarrollan las posibilidades de la muerte real del niño y sus consecuencias sobre el pensamiento de la madre desde la experiencia clínica. “Sabina Spielrein –una pionera del psicoanálisis y del análisis infantil”, por Sabine Richebächer (Psicoanalista y psicoterapeuta en Zúrich (SBAP), cuenta con varias publicaciones, la última es “Sabina Spielrein Una casi terrible adicción a la ciencia. Biografía” [Zúrich 2005, Múnich 2008]. Sabina Spielrein (1885-1942) fue muy apreciada por Sigmund Freud, C.G. Jung y luego también por el joven psicoanalista de izquierda Otto Fenichel, porque fue una pensadora creativa, porque tenía una gran capacidad para describir el inconsciente, porque tenía el talento de plantear preguntas y elaborar originales diseños de investigación. Fue una pensadora anticipada a su tiempo, planteo nuevas preguntas en innumerables campos, trajo a discusión nuevos puntos de vista que no tenían antecedentes en ese tiempo, por ejemplo en la Psicología del Yo, en la Psicología de la mujer, en el desarrollo psicológico y en el tratamiento infantil, en lingüística y neuropsicología. Spielrein, como una de las primeras psicoanalistas, se interesó por el desarrollo del lenguaje infantil y la investigación del vínculo entre el habla y el pensar infantil. Con ello estimuló a otros investigadores como Sigmund Freud, C.G.Jung, Melanie Klein, Jean Piaget, Lew S.

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Wygotzki y Donald Winnicott. El camino del personal desarrollo de Spielrein es esbozado por la autora, así como los puntos centrales de su trabajo teórico y modificaciones en su posición científica. El número se completa con una revista de revistas. Juan Carlos Weissmann

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