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July 11, 2017 | Author: Enblanco Espacio | Category: Psychoanalysis, Logic, Unconscious Mind, Sigmund Freud, Jacques Lacan
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Revista de Psicoanálisis EDITADA POR LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA

Teorías y encuadres diversos

Tomo LXVI, n° 2, 2009 BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA

ISSN 0034-8740

Secretaria Administrativa SILVINA RICHICHI

[email protected] Responsable de la Indización SARA HILDA FERNÁNDEZ CORNEJO

Revista de Psicoanálisis PUBLICACIÓN TRIMESTRAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA FILIAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA INTERNACIONAL (API) SOCIEDAD COMPONENTE DE LA FEDERACIÓN PSICOANALÍTICA DE AMÉRICA LATINA (FEPAL)

Corrección, Diagramación y Armado DIEGO GRANERO Ilustración de Tapa Reproducción de Freud coleccionista (técnica: carbonilla; 0.70 x 0.50), de Hilda Catz

Esta revista está incluida en el Catálogo LATINDEX, la Base de Datos LILACS y la Base de Datos PSICODOC

Comité Editor

Directora CLAUDIA LUCÍA BORENSZTEJN

Registro de la Propiedad Intelectual N° 56.921 Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Secretaria

CORREO ARGENTINO CENTRAL (B) SUC. 10 (B)

LILIANA NOEMÍ PEDRÓN MARTIN

INTERÉS GENERAL Concesión N° 1.510 FRANQUEO PAGADO Concesión N° 13513

© Esta publicación es propiedad de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Rodríguez Peña 1674, (C1021ABJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: (5411) 4812-3518 / Fax: (5411) 4814-0079 Suscripciones: [email protected] / Home page: http://www.apa.org.ar Queda prohibida, sin la autorización escrita de la Asociación Psicoanalítica Argentina, la reproducción total o parcial de los artículos publicados en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Impresión: Cosmosprin, E. Fernández 155, (1870) Avellaneda, Buenos Aires, Argentina, en junio de 2009.

Miembros del Comité Editor

DARÍO ARCE SILVIA BEATRIZ BAJRAJ JEANNETTE DRYZUN JUDITH GOLDSCHMIDT DE SCHEVACH EDGARDO ADRIÁN GRINSPON FERNANDO FÉLIX IMERONI JUDITH KONONOVICH DE KANCYPER GRACIELA MEDVEDOFSKY DE SCHVARTZMAN MARÍA LOURDES REY DE AGUILAR MARCELO DANIEL SALUSKY

Índice

Miembros del Consejo Editor Internacional

Eduardo Agejas (Buenos Aires), Alcira Mariam Alizade (Buenos Aires), Madeleine Baranger (Buenos Aires), Elias M. da Rocha Barros (San Pablo), Carlos Basch (Buenos Aires), Ricardo Bernardi (Montevideo), Jorge Canestri (Roma), Guillermo Carvajal (Santa Fe de Bogotá), Fidias Cesio (Buenos Aires), Horacio Etchegoyen (Buenos Aires), Antonino Ferro (Pavia), Glen Gabbard (Houston), Leonardo Goijman (Buenos Aires), André Green (París), Aiban Hagelin (Buenos Aires), Charles Hanly (Toronto), Jürgen Hardt (Wetzlar), Max Hernández (Lima), Paul Janssen (Dortmund), Juan Jordán Moore (Santiago de Chile), Otto Kernberg (Nueva York), Rómulo Lander (Caracas), Jean Laplanche (París),

Lucía R. Martinto de Paschero (Buenos Aires), Norberto Marucco (Buenos Aires), Robert Michels (Nueva York), Thomas Ogden (San Francisco), Cecilio Paniagua (Madrid), Ethel Person (Nueva York), Andrés Rascovsky (Buenos Aires), Owen Renik (San Francisco), Lía Ricón (Buenos Aires), Romualdo Romanowsky (Porto Alegre), Anne-Marie Sandler (Londres), Gabriel Sapisochin (Madrid), Fanny Schkolnik (Montevideo), Evelyne A. Schwaber (Brookline), Marianne Springer-Kremser (Viena), Jaime Szpilka (Madrid), David Tuckett (Londres), José Luis Valls (Buenos Aires), Juan Vives Rocabert (México DF), Robert Wallerstein (Belvedere), Daniel Widlöcher (París), Paul Williams (Londres).

Comisión Directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidente: Dr. Andrés Rascovsky

Nota Editorial

295

Trabajos teóricos • “Pensar” el pensamiento Pola Roitman Woscoboinik

301

• El concepto de intersubjetividad en psicoanálisis Felipe Muller

329

• La intuición a la luz de los desarrollos epistemológicos de W. Bion Beatriz E. Miramón, Ana Terán de Corniglio, Eduardo M. Marín

353

• Elementos para una metapsicología de la mediana edad y su relación con la muerte Guillermo Julio Montero

375

Trabajos clínicos • Objeto analítico lúdico. Su función en la clínica con niños Patricia Saks

399

• El tiempo conjetural de la adolescencia Eduardo Mandet

423

• El encuadre psicoanalítico bi-personal: ¿un obstáculo en la cura del “paciente difícil”? Alejandro S. N. Fonzi

439

• Psicoanálisis infantil. Ayer y hoy Sara Zusman de Arbiser

461

Trabajos libres del Congreso de Chicago - 2009 • La contratransferencia frente a “lo intolerable” en situaciones traumáticas severas. El caso Omar Silvia Elena Leguizamón

487

Vicepresidente: Dra. Ana María Viñoly Beceiro Secretaria: Lic. Mónica E. Hamra Secretario Científico: Dr. Eduardo E. Agejas Tesorero: Lic. Enrique M. Novelli Vocales : Lic. Justa Paloma Halac, Dra. Victoria Korin, Lic. María Gabriela Goldstein, Dra. Lidia Bruno de Sittlenok, Dr. Gustavo Dupuy, Lic. Emma N. Realini de Granero, Dr. Daniel Schmukler

Monografía • Actualizaciones sobre el impasse Graciela Neugovsen Barni de Glasman

501

En memoria • Recordando a Gregorio Klimovsky Bruno Winograd

527

Nota editorial

Revista de libros • En busca de la memoria. El nacimiento de una nueva ciencia de la mente, Eric R. Kandel, por Liliana Beatriz Novaro

529

• “Había una vez...” Historia y prehistoria en la clínica con niños y adolescentes, Ana Rozenbaum de Schvartzman, por Felisa Lambersky de Widder

532

“There are more things in heaven and earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy.” W. Shakespeare, Hamlet, Act. I, Scene V. 1

“Science is grey and green is the tree of life.” Goethe, Faust, Scene IV.2

Revista de revistas • Psyche, 1, 2008, por Juan Carlos Weissmann

535

“Todo organismo sobrevive si, y solo si, interpreta la realidad correctamente. Si una polilla se empecinara en perforar un trozo de mármol, porque es incapaz de distinguirlo de la madera que necesita para nutrirse, se extinguiría. Le iría muy mal al conejo que no fuera capaz de distinguir a una coneja de una leona [...] Tiene muy poca importancia si estas interpretaciones son o no concientes. La conciencia es una recién llegada, tiene apenas 40.000 años, o sea ‘nada’ en comparación con los 4.000 millones de años de vida en el planeta. El origen de la vida, su evolución, el enorme grado de complejidad y diversidad que ha alcanzado, y la increíble hazaña de haber creado seres humanos se produjeron en ausencia de lo que podemos llamar conciencia. Es más, los científicos recién (apenas hace un par de siglos) empezamos a entender (concientemente) cómo se fabrica un bebé a partir de un óvulo fecundado, pero una antigua romana hacía sus romanitos sin tener la más remota idea de los fenómenos moleculares y embriológicos implicados.” Así comienza su texto Elogio del desequilibrio3 el doctor Marcelino Cereijido, y es con esta mirada cósmica y humilde que deseamos abordar la reflexión acerca de la teoría psicoanalítica, que está en sus albores apenas un siglo después de su nacimiento. Presentamos este segundo número del año 2009 de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS con trabajos de colegas de nuestra institución que proponen distintas miradas sobre la teoría y la clínica, por lo que los hemos reunido bajo el título “Teorías y encuadres diversos”. Comenzamos la serie de trabajos teóricos con Pola Roitman Woscoboinik: “‘Pensar’ el pensamiento”. Éste es un trabajo riguroso y ameno de alcance metateórico, que pone en primer plano la lógica para W. Shakespeare, Hamlet, Act. I, Escena V.

1. “Hay más cosas en el cielo y en la tiera, Horacio, de las que enseña tu filosofía.”

2. “Gris es la ciencia y verde el árbol de la vida.” Goethe, Fausto, Escena IV. 3. Siglo XXI Editores. Colección Ciencia que Ladra. Marcelino Cereijido es doctor en medicina de la UBA, profesor titular e investigador en fisiología celular y molecular de membranas biológicas en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados de México.

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luego abordar las diferentes lógicas del psicoanálisis. La autora, partiendo de la teoría, llega a la clínica de las patologías graves, que tiene entre sus características la del rechazo a pensar, y concluye con un análisis del discurso de grupos sociales marginales. Destaca conceptos caros al psicoanálisis y pone en ellos su mirada, especialmente en el tema de la paradoja. Engarza en su texto ideas de Freud, Lacan, Winnicott, Matte Blanco, Neyraut, Anzieu, Green, Liberman, y Ahumada, con el enorme mérito de acercarnos una lectura amigable de conceptos abstractos, mostrando su utilidad en la práctica. “El concepto de intersubjetividad en psicoanálisis”, de Felipe Muller, proporciona una mirada organizadora de un término que es usado en diferentes esquemas teóricos desde Lacan hasta los psicoanalistas americanos. Es curioso que teorías tan heterogéneas coincidan en el uso terminológico, estando en la base de éstas la concepción de un sujeto dialógico en psicoanálisis, lo cual nos da quizás una idea de por dónde buscar las convergencias entre analistas. Y es justamente del corazón del diálogo desde donde surge este concepto que el autor historiza y categoriza, iluminando y ordenando la maraña de sus desarrollos y aplicaciones, lo que da al trabajo su alto rendimiento. Beatriz Miramón, Ana Terán de Corniglio y Eduardo Marín, en “La intuición a la luz de los desarrollos epistemológicos de W. Bion”, parten de ubicarnos en el contexto científico de Bion, las matemáticas, la física cuántica, la geometría proyectiva. Los autores transmiten estas ideas así como los desarrollos conceptuales de Bion acerca de la intuición, el hecho seleccionado, los tropismos. Toman el concepto de atractor extraño del campo de las matemáticas, para investigar la capacidad intuitiva en relación con los tropismos. Abordan la intuición desde distintos vértices, destacando su función en la mente, como la que posibilita la captación de ideas germinales que transitan el vínculo analistapaciente, rescate más que importante para animar a lectores nuevos de Bion. Aquellos que ya lo frecuentan, encontrarán en este texto una sistemática de indudable valor orientador, especialmente en la complejidad de lo que se ha llamado el “último Bion”. Guillermo Julio Montero, en “Elementos para una metapsicología de la mediana edad y su relación con la muerte”, plantea que el trauma por la propia muerte futura, que tiene en la mediana edad su máxima expresión, se convierte en un organizador psíquico al estilo de Spitz. Fundamenta su representación en el mito del héroe, su descenso a los infiernos, como momento del descubrimiento de su contacto con la muerte. Propone la diferenciación entre crisis y tránsito en la mediana edad según la modalidad de procesamiento de la idea de la muerte. Si bien el autor no contradice la afirmación freudiana de la imposibilidad de representación de la propia muerte, pone en circulación y en cuestión un tema que se rehuye.

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Como diversos encuadres presentamos un grupo de trabajos de niños, adolescentes y enfoque multifamiliar. El trabajo de Patricia Saks, “Objeto analítico lúdico. Su función en la clínica con niños”, ha sido distinguido con el premio Arminda Aberastury-2007 en la especialidad de niños y adolescentes. Su propuesta contiene el gran interés de presentar un sistema de registro con una notación sintética como de “palabras clave” de las sesiones a lo largo de un tratamiento. La formulación de la idea de objeto analítico lúdico permite objetivar la evolución del proceso analítico, lo que lo convierte en una herramienta útil para la terapia y la comunicación entre colegas. El tema de la muerte retorna en el texto de Eduardo Mandet: “El tiempo conjetural de la adolescencia”. En este trabajo, el autor aborda la problemática del tiempo en relación con la de paternidad, que actúa como operador simbólico en la apropiación subjetiva de una historia y una herencia que realizan los adolescentes. Como ejercicio clínico, nos presenta un cuento de Maupassant, un texto que aborda el fracaso de esta operación paterna, en un relato que va de la teoría al cuento, del relato al análisis del mismo en una articulación armónica e ilustrativa del planteo de lo conjetural como salida de la repetición. Alejandro Fonzi, en “El encuadre psicoanalítico bi-personal: ¿un obstáculo en la cura del ‘paciente difícil’?”, comienza su trabajo relatando una anécdota personal, lo que le permite contextuar su búsqueda en el terreno de la experiencia. Plantea la necesidad de proporcionar otros encuadres para abordar los tratamientos de pacientes difíciles, como el del psicoanálisis multifamiliar que ha desarrollado el doctor García Badaracco entre nosotros. La legalidad de este abordaje tiene sustento teórico en una concepción del psiquismo primitivo. El trabajo aborda el tema del poder en la relaciones bipersonales y toca la cuestión delicada del abuso de las transferencias. Volvemos al psicoanálisis infantil con “Psicaonálisis infantil. Ayer y hoy”, donde Sara Zusman de Arbiser relata la historia del abordaje terapéutico infantil y plantea los problemas actuales. Historia que tiene el mérito de ser transmitida a los que no la conocen y de aportar nuevos e interesantes elementos a los que están familiarizados con ella. Desde Freud a sus discípulos, nos ilustra con fragmentos clínicos y del epistolario de los que fueron los artífices de esta historia. Rescata figuras como la de Eugénie Sokolnicka, psicoanalista de origen polaco y fundadora en 1926 de la Sociedad Psicoanalítica de París. Luego de un repaso de la trayectoria y los aportes de nuestra pionera Arminda Aberastury, en la época de auge del psicoanálisis argentino, dedica un párrafo al problema de la captura del niño hoy por los sistemas de medicación, en un retroceso que la autora denomina asesinato del alma de la actualidad.

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El trabajo de Silvia Elena Leguizamón, “La contratransferencia frente a ‘lo intolerable’ en situaciones traumáticas severas”, pertenece a la serie del Congreso de Chicago-2009. En este artículo, la autora relata su experiencia de un proyecto de investigación en un centro de Salud Mental en Bologna, Italia, donde reside. Allí se tratan casos de migrantes y refugiados políticos. A partir del relato clínico de un paciente que sufrió la tortura en su país de origen, presenta sus ideas sobre la dificultad de analista y paciente que viven en mundos separados y que deben ponerse en contacto, lo que se produce por la depositación de lo intolerable para el paciente en el analista. Como broche publicamos la monografía de Graciela Neugovsen Barni de Glasman, “Actualizaciones sobre el impasse”, que fue merecedora del premio Baranger-Mom del año 2007-2008. Finalizamos esta introducción retomando la palabra de Cereijido allí donde la hemos dejado hace apenas un rato: “He ahí el drama del ser humano: tiene un soberbio instrumento para entender, pero vive en un mundo plagado de cosas que ignora. Si el conocimiento es la base de su seguridad, la ignorancia lo aterra”. Quizás sólo podamos aspirar a tener menos miedo, lo que no es poco. Claudia Lucía Borensztejn Directora

VIGILIAS

SOÑADAS

II

Búsqueda Durante la vigilia indaga: Quiere encontrar la palabras que están detrás de las palabras, el significado, el fondo verdadero, el rostro del último límite. Con suprema determinación, lleno de esperanza, busca una ley, un encanto que le permita un atisbo, detrás de la impenetrable muralla del ocaso. Vana Búsqueda en la vigilia soñada.

La Huída, Julio César Crivelli4

4. Abogado especialista en temas de infraestructura, colaboró con Enrique PichonRivière en seminarios sobre Hegel, y con Yánez Cortés en trabajos de epistemología. Ha publicado artículos como “El psicoanálisis y el espíritu de Occidente”, “Retratos en el exilio”, “Sakai, un viaje”. La Huída es su primer libro de poesía.

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“Pensar” el pensamiento *Pola Roitman Woscoboinik

Este trabajo propone una reflexión sobre conceptos freudianos y posfreudianos que nos acerquen a una mayor comprensión de los procesos de pensamiento en cuanto a las leyes que rigen su funcionamiento. Es decir, a su organización lógica. Retomo temáticas que siempre han despertado mi interés, tanto en su abordaje teórico como clínico.1 Acuerdo con lo planteado por Anzieu (1975) hace ya algunos años: “[...] sólo se logrará extender nuestra praxis a condición de trabajar sobre los procesos de pensamiento, sobre los comportamientos lógicos del paciente”. Afirmación que partía de una rica experiencia clínica que indicaba el área donde se recortarían las problemáticas-motivo de consultas, hoy. Seguiré el siguiente lineamiento: 1. 2. 3. 4. 5.

Desde una referencia sugestiva… a nuestro campo de conocimiento Breve incursión por la Lógica Lógicas en psicoanálisis Puntos de vista que privilegia mi abordaje Lógicas y patologías actuales. Referencia a lo social

1. Desde una referencia sugestiva… a nuestro campo de conocimiento

En su “Tesis sobre el cuento”, Ricardo Piglia (1990), escritor y crítico literario argentino, trabaja la siguiente hipótesis: “El cuento es un relato que encierra otro relato secreto […] Cada una de las dos historias se

* Dirección: Pereyra Lucena 2535, P. B. “A”, (C1425EDA) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] 1. Los trabajos sobre trastornos en la simbolización de pacientes psicosomáticos marcaron una primera aproximación. Luego, los conceptos de paradoja y de entramados paradojales intersubjetivos e intrapsíquicos aportaron una nueva perspectiva desde la cual entender mejor las manifestaciones perturbadas en el área del pensamiento. Me interesó, entonces, la posibilidad de aplicar la noción de entramados paradojales al campo de lo vincular social. Mi reflexión hizo pie, más tarde, en el estudio de un trabajo freudiano de lectura imprescindible: “La negación” (Freud, 1925).

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cuenta de modo distinto. Los mismos acontecimientos entran simultáneamente en dos lógicas narrativas antagónicas. […] Trabajar con las dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de causalidad. […] El arte del cuentista consiste en saber cifrar una historia segunda en los intersticios de una historia primera. […] Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción”. Esta “tesis sobre el cuento” que nos llega de alguien ubicado extramuros del psicoanálisis, pone énfasis en aspectos centrales de la tarea analítica. Por analogía, podríamos afirmar que el arte del psicoanalista consiste en poder descifrar, a partir de los intersticios de una segunda historia –la que de modo manifiesto trae el paciente o la que a veces, en patologías severas, tiene dificultades en configurar– una otra historia secreta, escondida. La que permitirá acercarnos, posiblemente, a lo más auténtico de su ser. También estamos aquí frente a dos lógicas distintas. Y esto, desde el inicio mismo del proceso analítico. Es que la propuesta de partida para esta “aventura” tan especial que es un psicoanálisis, es asociar libremente. Narrar, de la manera más espontánea posible, todo… todo… lo que transcurre por la mente, salteando juicio crítico alguno. Apelación a otra lógica. No siempre somos conscientes del desafío que esto supone con relación al despliegue de una intimidad que sabemos siempre coartada. También, porque nuestra demanda enfrenta al paciente con reglas del “sentido común”; con “lo racional” en su acepción más simple; con códigos que hacen a los “usos y costumbres” de la comunicación humana. Ofrecimiento de una posibilidad y, a la vez, de una renuncia. No es difícil imaginar vacilaciones. Dialéctica entre el decir de un sujeto que intenta plasmar su historia, acorde a lineamientos de una lógica “común” por una parte, y la presentación de ideas, ocurrencias, escenificaciones, cuya “ilogicidad” lo desarman, por otra. “Reservas morales e intelectuales”, en palabras de Green (1995). De nuestro lado, la llamada “atención flotante” para bucear en ese relato, con la expectativa que hiatos, fallidos y “sin sentidos” del discurso permitan entrever los “puntos de cruce”. Al mismo tiempo, tratando de no ocultar/nos las repercusiones en nuestra propia organización mental, en nuestra “locura privada”. Todo esto para que –¡oh paradoja!– en una vuelta conjetural, mostrar al paciente en términos de la “lógica tradicional”, los sutiles, “caprichosos” juegos de su inconsciente. ¿Podrá entender esa vuelta de lo que mi oído –selectivo e “hipoacúsico” por “naturaleza”2– creyó escuchar en su

2. La noción de “naturaleza” es aplicada en este trabajo en su sentido corriente. Sabemos que todo lo humano natural está atravesado por la cultura.

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decir: un acontecimiento importante, una situación cotidiana, un sueño, o una ocurrencia “banal”? ¿O habré saturado de sentidos una búsqueda que intentamos auténtica para el paciente? ¿Cómo “trabajar” con estos interrogantes, hoy, cuando la práctica psicoanalítica, sujeta ella misma a un entorno vertiginosamente cambiante y generador de nuevos males y malestares, nos ubica frente a pacientes con historias, algunas veces horadadas; otras, sobresaturadas de contenidos que hacen difícil una aproximación comprensiva? Resulta llamativa la característica básica de la situación analítica: armada de una escena tan especial que hasta podríamos calificar de extraña. Nuestro quehacer la “naturaliza”, olvidando lo que inteligentemente señala Winnicott (1971) a propósito del juego infantil. El hacer a otra persona confidente de nuestros deseos, fantasías, sueños y frustraciones, responde a una real necesidad humana. Pero que ello transcurra en el marco de un psicoanálisis, con sus normas y convenciones, es “un fenómeno altamente refinado del siglo XX”.3

2. Breve incursión por la Lógica4

Incursión que tiene sus fundamentos: por una parte, conocer la perspectiva desde la que se ubicó Freud para hablar de las leyes que rigen los procesos del inconsciente, diferentes de las del pensamiento “normal”. Leyes que remiten a principios lógicos establecidos desde antigua data. Por otra, marcar las diferencias entre la noción de la lógica como ciencia y el sentido particular que toma en nuestra disciplina. En la actualidad no se habla de lógica, sino de lógicas, de su pluralidad. Con un matiz de realismo e ironía, Michel Neyraut (1977) expresa: “La época nos invita, ciertamente, a un festín de lógicas”. En una conceptualización amplia, la lógica es la ciencia que estudia los principios formales del conocimiento; las condiciones que deben cumplirse para que la formulación de un saber pueda considerarse correcto.

3. Transcribo para comprender mejor su reflexión: “En otras palabras, lo universal es el juego y corresponde a la salud: facilita el crecimiento [...] conduce a las relaciones de grupo; puede ser una forma de comunicación en psicoterapia y, por último, el psicoanálisis se ha convertido en una forma muy especializada de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás. Lo natural es el juego y el fenómeno altamente refinado del siglo XX, el psicoanálisis” (Winnicott, 1971, pág. 65). 4. Los elementos con que he trabajado en este apartado han sido extraídos, fundamentalmente, del Diccionario de filosofia de José Ferrater Mora (1979), en diferentes ítems.

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Se jerarquiza su aspecto instrumental: es un para… De allí que Aristóteles (384-322 A.C.) llamara Organon a sus escritos sobre esta disciplina. No la consideró una rama de la filosofía sino su “pórtico”. A él debemos remontarnos para encontrar, junto a la formulación de la doctrina del silogismo, el planteo de los “principios lógicos” del pensamiento: el de no contradicción, identidad y tercero excluido. Siglos más tarde, Leibniz (1646-1716) agregaría el de razón suficiente. Asimismo, filósofos de la antigüedad griega plantearon cuestiones semánticas en relación con la lógica. Los estoicos la pensaron no sólo como rama de la filosofía destinada a apoyar la solidez de las argumentaciones, sino que ahondaron también en el concepto de paradoja. El cuadro actual de la lógica es sumamente complejo, por lo que resulta difícil una visión abarcativa. Como acotación interesante: Ferrater trae una historización de sus desarrollos, señalando los pensadores que enriquecieron sus principios. En lógica moderna destaca los planteos de Frege, Peano, Whitehead, Russell, entre otros, que operaron un salto cualitativo: al fundamentar la matemática en la lógica, permitieron que sus tópicos fueran pensados matemáticamente. En la actualidad, la lógica como ciencia no privilegia los enunciados aristotélicos, sino los principios de estas nuevas corrientes: Lógica matemática o simbólica. En lo esencial: la lógica es la ciencia de la deductividad estricta y su aspiración, ser una ciencia ideal, no empírica. Kant había privilegiado su condición de ciencia formal, prescindiendo del contenido. Las ideas de Miró Quesada, pensador peruano contemporáneo,5 constituyen una apertura importante. Propone otra clasificación: al lado de las clásicas, reconoce lógicas heterodoxas, definidas por lo negativo: el mayor o menor grado de distancia respecto de los parámetros clásicos. No implican irracionalidad; la razón “es algo más creador y profundo que lo planteado tradicionalmente”. Interesa la referencia a las lógicas modales en las que el verbo de una alocución es modificado por una adverbio o equivalente. Operan cuatro modalidades: 1) es necesario que… 2) es posible que… 3) es contingente que… 4) es imposible que... Precisamente, Lacan hizo de la lógica modal la lógica del inconsciente.6

5. Citado por Ferrater Mora (1979). Trabajo inédito en fecha del Diccionario. 6. Estos datos han sido extraídos del Diccionario de psicoanálisis de Chemana y Vandermersch (Buenos Aires, Amorrortu, 1998, págs. 404-408). Someramente, Lacan propone que: 1) lo necesario es lo que no cesa de inscribirse; 2 y 3) lo posible y lo contingente marca la distinción entre lo que cesa de inscribirse y lo que cesa de no inscribirse. Lo posible está, a su vez, conectado con lo necesario, 4) lo imposible es lo que no cesa de no inscribirse. La referencia es al Seminario 23. Es difícil su acceso; no hay ejemplares en nuestra biblioteca.

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Como todo campo de conocimiento, la lógica se presenta en forma de un lenguaje que se pretende libre de ambigüedades semánticas. Subyace un intento de lograr univocidad en sus enunciados. A propósito, Neyraut7 (1977) afirma: “[…] el dogma es tenaz en la búsqueda de una razón única, de una lógica universal, de un consenso inalterable. Es por eso que lógicos, matemáticos y lingüistas se dedicaron a definir los signos simbólicos de un discurso unívoco, cuidadosamente depurado de ambigüedades semánticas y de las incertidumbre de la enunciación. Ellos tienen razón, cien veces razón, pero… su tarea estará terminada cuando el último borracho, mirando por el agujero de una ficha perforada, declarará bajo juramento que él ve sólo y nada más que un agujero”. ¿Por qué estas someras referencias de la/s lógica/s? Es que desde esta disciplina se han profundizado conceptos que interesan al psicoanálisis: las nociones de significante/significado;8 de enunciado/enunciación y, en especial, la de paradoja. Muchos siglos después de las primeras formulaciones, Russell, con su teoría de los tipos lógicos, permitiría una mayor comprensión de las paradojas lógicas. Pero, fundamentalmente, nos incumbe porque en el transcurso de una misma sesión, la escucha analítica transcurre por una diversidad de lógicas. Nuestro oído sintoniza, con diferentes parámetros lógicos, un relato “informativo” del paciente; la narración de un sueño que lo intriga, o una pesadilla que lo angustia. Una luz roja se accionará frente a un lapsus, un chiste, un olvido.

3. Lógicas en psicoanálisis

“Por supuesto, el pensamiento psicoanalítico siempre hizo coexistir lógicas heterogéneas; la práctica interpretativa, por ejemplo, siempre tuvo que respetar la ambigüedad de la transferencia, el campo de lo intermedio, el núcleo del sin-sentido” (Donnet, 1991).

7. Véase Neyraut (1977, págs. 12 y siguientes). 8. Resulta interesante la referencia del Diccionario de filosofía de Ferrater en cuanto a la acepción alemana Bedeutung. La considera perturbadora porque a veces se traduce por significar –forma verbal– y no como sustantivo que apunta a significado. Esta noción no figura como ítem específico en el Vocabulario de Laplanche-Pontalis. Lo encontramos en Freud, por ejemplo en “La represión”, expresando sustancialidad (significado). “Esta última consecuencia se anuda a la represión, lo cual nos señala el rumbo en que hemos de buscar la genuina sustantividad (Bedeutung) de ésta” (Freud, 1915, pág. 144).

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3.1. Rastreo en la obra freudiana Hablar con Freud de lógicas enfrentadas, pero también conjugadas en la sesión, es volver a su descubrimiento prínceps: el del inconsciente.9 En La interpretación de los sueños (1900), Freud profundiza las leyes de su funcionamiento, siempre en comparación con la lógica que “de forma vaga y aún inexacta se designa con el nombre de lógica aristotélica” (Matte Blanco, 1956). Es cierto que rastreando en la producción anterior, encontramos ideas-embriones que anticipan la formalización de esas leyes, como en el Proyecto (1895) y las conocidas “Carta 32” y “Carta 52” (1895-1896). Con relación al Proyecto, ciertas circunstancias rodearon su publicación: Freud no quiso darlo a conocer. ¿Sería que “dudas y ansiedades intensas condicionaran esta actitud?” (Strachey, 1950). Calificado por muchos como escrito pre-analítico, se llegó a hablar de una violación a la voluntad del maestro. Sin embargo “[…] las ideas en él contenidas florecieron, a la postre, en las teorías del psicoanálisis”. (Strachey, 1950). Resulta apropiada la hipótesis de Atlan:10 Freud enfrentaba la falta de expresiones lingüísticas adecuadas para el enunciado de sus investigaciones teóricas. Su lenguaje estaba impregnado de metáforas biológicas. “¿Cómo hablar de aquello para lo cual aún no tenemos lenguaje adecuado?” Fue una de las tareas a las que se abocó durante su “espléndido aislamiento”. “Fecunda gestación, el Proyecto puede ser considerado como lo reprimido en Freud” (Silvie y George Pragier, 1990). Agrego: parición laboriosa de una lógica propia para la teoría psicoanalítica. En carta a Fliess (carta 32) descubrimos a un Freud exultante.11 Expresa lo que considera una verdadera revelación: la presentación en 9. Acerca de la envergadura de su descubrimiento, aun muchos años después, en el prólogo de 1931 a la tercera edición de La interpretación de los sueños, Freud reafirmaba: “Contiene, aun de acuerdo con mi juicio actual, el más valioso de todos los descubrimientos que he tenido la buena fortuna de hacer. Un insight como éste sólo nos cabe en suerte una sola vez en la vida”. 10. Citado por Green en La metapsicología revisitada, Anexo F, págs. 369-379, Buenos Aires, EUDEBA, 1995. 11. Le escribe a Fliess: “Durante una noche muy activa de la semana pasada, cuando me hallaba preso de un estado de doloroso malestar que representa la calidad óptima de mi actividad cerebral, las barreras se levantaron de pronto, los velos cayeron y mi mirada pudo penetrar de golpe desde el detalle de las neuronas hasta las condiciones mismas de la conciencia. Todo parecía encajar en el lugar correspondiente; los engranajes ajustaban a la perfección y el conjunto semejaba realmente una máquina que de un instante a otro, podríase echar a andar sola. Los tres sistemas de neuronas, los estados libre y ligados de cantidad, los procesos primario y secundario… la determinación sexual de la represión y finalmente las condiciones de la conciencia como función perceptiva… Es natural que apenas pueda contenerme de alegría” (el destacado me pertenece).

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simultánea de un panorama completo de sus ideas, verdadero “aleph freudiano”.12 Entre ellas, la concepción de procesos primarios y secundarios. En la Carta 52, Freud se refiere al tema de la inscripción de estímulos, su retrascripción y las características que toma, sin anulación de la anterior. Subyace la idea de un acceso a la simbolización, aunque no sean éstas sus palabras. Estaría anticipando el registro de diferentes lógicas: “Desde este Prc., las investiduras devienen conscientes de acuerdo con ciertas reglas y, por cierto, que esta conciencia-pensar secundaria es de efecto posterior (nachträglich)…”. Finalmente, comienza a plasmarse el enunciado de leyes de una lógica diferente a la corriente. El estudio de los sueños proporciona la clave. Inverosímiles para el pensamiento de vigilia, son leyes que asombran con su dinámica tan “dislocada”, pero a la vez, tan reveladora. Que juntan y separan, y vuelven a juntar sin respeto de categorías pautadas. (Como el sombrerero loco, pensando en Alicia en el país de las maravillas). Que trasladan personas y objetos a lugares inconcebibles, aglutinando y trocando identidades. Con “razones irracionales” –la “reina” de corazones en el cuento aludido– castigando antes de la falta. Que se manejan con el tiempo de un reloj detenido, siempre en una misma hora. En “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”, Freud (1911) reabre la temática. “Retomo ilaciones de pensamiento que he desarrollado en otro lugar”.13 Como últimas referencias de mi lectura selectiva remito a “Lo inconsciente” (1915). Y especialmente, a “La negación” (1925). Es que el no del ejemplo inicial se constituye en operador lógico de la argumentación del paciente. A partir de aquí, con términos provenientes de la lógica –juicio de atribución/juicio de existencia, el primero de naturaleza óntica; el segundo, ontológica– Freud indaga en los orígenes del juicio de negación y del pensamiento. “Por medio del símbolo de la negación el pensar se libera de las restricciones de la represión y se enriquece con contenidos indispensables para su operación […] El estudio del juicio nos abre acaso, por primera vez, la intelección de la génesis de una función intelectual a partir del juego de las nociones primarias”. La negación es prolongación refinada del proceso trago/escupo. Por el juicio de atribución, el adentro comienza a discriminarse del afuera, lo que se va a repetir en niveles cada vez más abstractos del funcionamiento psíquico.

12. Woscoboinik, Julio (1996): El alma del Aleph, pág. 20. 13. Freud aludía a La interpretación de los sueños.

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En este proceso –y sin ser percibido como tal por el yo incipiente– la presencia del objeto es instituyente. A la par que proporciona la satisfacción anhelada, se hace depositario de “lo expulsado”. Atravesado él mismo por el inconsciente, será mediador en un retorno hacia la interioridad de infans, inaugurando “la tópica”.14 Surge, además, una hipótesis polémica: lo afectivo se separa de los procesos intelectuales. 3.2. Aportes de pensadores posfreudianos15 a) La bi-lógica del inconsciente: Matte Blanco

Básicamente, Matte Blanco (1956), que trabajó intensamente esta temática, señala: mientras la conciencia, en función de una lógica formal, opera en términos de reconocimiento de los individuos y sus atributos, en el inconsciente rige una lógica de clases. Sin apartarse de las leyes del proceso primario, distingue dos principios: 1) el de generalización-abstracción y 2) el de simetría. Por el primero, el Inconsciente “trata una cosa individual (persona, objeto, concepto) como miembro o elemento de una clase que contiene otros miembros; a esa clase como sub-clase de una más general y así sucesivamente”. El razonamiento implícito corresponde también a la lógica clásica. Por el segundo, toda relación en el inconsciente está dotada de simetría: el segundo término pasa a ser idéntico al primero. En términos gramaticales, el sujeto puede ser intercambiado con el predicado, desviación de peso y con consecuencias: la simetría impide la sucesión, arrasando con las categorías de tiempo y de espacio. Se anula la contigüidad que admite la identificación de una parte con el todo. No se conocen entes individuales sino clases No hay diferencia entre deseo y acción: el primero es ya realización. De allí que Matte Blanco hable de una bi-lógica del sistema Icc. “El sistema Icc. asemeja a un niño que está aprendiendo a hablar y que a veces se conforma a las leyes de la gramática y otras, las deja de lado”.

14. No pueden dejar de citarse otros trabajos, si de combinación de lógicas estamos hablando: Psicopatología de la vida cotidiana (1901) con el entramado de olvidos, fallidos, chistes. Más tarde El chiste y su relación con el inconsciente (1905). Y después de 1920:“Nota sobre la pizarra mágica” (1924), “Fetichismo” (1927) y “La escisión del yo en el proceso defensivo” (1938). 15. He abrevado en desarrollos de pensadores posfreudianos que reflexionaron acerca del tema. Sus ideas constituyeron fuentes de motivación para “seguir pensando el pensamiento”. Voy a referirme sucintamente a sus aportes, con dos salvedades: mi enumeración no es excluyente de otros teóricos y la secuencia no implica juicio de valor comparativo.

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Estas ideas confirman recursivamente, los enunciados freudianos: ausencia de contradicción; desplazamiento; condensación; sustitución de la realidad externa por la psíquica y atemporalidad. b) Postulación de las “lógicas primitivas”: Neyraut

Sus planteos (1997) comportan una extensión criteriosa: junto a las primarias y secundarias se perfila otro tipo de lógicas: las primitivas. Lo primitivo remite, no a lo primero como evolutivo, sino a modos de desplegarse lo arcaico/originario, como Freud refirió la primitividad (Ur), en el mito de la muerte del Padre. Imperan las leyes de lo taliónico, de la amenaza, del aniquilamiento, del golpe indirecto, de la retorsión, expresando formas primarias de causalidad. El mecanismo predominante: la proyección. Estas lógicas primitivas revelan una “arquelogía de sentidos que no tiene contraparte”,16 como la establecida entre las primarias y las secundarias; no entran en planteos de opuestos. Se manifestarían tanto en las fases más arcaicas del pensamiento de un niño, como en distintas situaciones de la vida cotidiana, simultáneamente con las otras lógicas. Especialmente, en ciertos “razonamientos” de discursos políticos y militares. Describen, así, una suerte de círculo que se cierra: “[…] El círculo se cerró: las lógicas primitivas se juntan en las dos extremidades de una cadena que parte del fantasma inconsciente del niño hasta el ‘equilibrio’ del mundo por la amenaza de destrucción global. […] ‘La boucle est bouclée’”.17 Estos desarrollos ayudan a pensar la clínica de nuestros días y reflexionar sobre los cauces que puede tomar el pensamiento en la sociedad actual. Porque si en tiempos de Freud, el malestar de la cultura provenía de la represión sexual, en la contemporaneidad reconocemos la primacía de un pensamiento “adiestrado” en desmentidas y escisiones. Tanto a nivel de lo individual como en grupos sociales. Asocio aquí las consideraciones de Levy sobre “perversión del pensamiento”.18 También, un valioso estudio (Lavandera, 1985) acerca del discurso autoritario en instituciones militares y una investigación de las licenciadas Duschaztky y Corea (2005) en poblaciones marginales de Córdoba.

16. Neyraut, M., Les raisons…, pág, 178. 17. Neyraut, M., Les logiques de l´inconcient, págs. 19-20. Agrego una referencia interesante: Neyraut metaforiza la pluralidad de lógicas con la imagen de la Esfinge de Tebas, en función de los llamativos y monstruosos elementos que entran en su figuración. Poseía la figura de una mujer; el pecho, las patas y la cola de un león; dos alas de pájaro de presa; cien dedos y en cada uno de ellos, una cabeza de dragón; sus ojos lanzaban llamas, etc. 18. Citado por Anzieu en el trabajo mencionado.

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Neyraut destaca el mecanismo de racionalización: sus enunciados, aparentemente alineados a una lógica secundaria, están más cerca de una primitiva. c) Articulación de las lógicas con el segundo dualismo pulsional: Anzieu

Son postulaciones a las que Anzieu (1975) arriba operando con un concepto, aún extra-analítico en ese momento: el de paradoja y comunicación paradojal. Él distingue entre una lógica que rige el conflicto –lógica de la contradicción y la ambivalencia– y otra, que instala la paradoja –lógica de la ambigüedad y del dilema–. Relaciona entonces, comunicación paradojal –promotora de patología– y el segundo dualismo pulsional. La clínica le muestra situaciones altamente distorsionadas: bajo el dominio de la pulsión de muerte se establece una alianza tanática entre emisor y destinatario de la red comunicacional, potenciando la heterodestructividad del primero y la autodestructividad del segundo. Frente al deseo de dominio de uno sobre otro, Eros termina sitiado. Anzieu enfatiza, luego, una circunstancia clínica corriente: el descuido de los procesos secundarios del paciente. Tarea que debe encarase en todo análisis y, en especial, en pacientes con trastornos en la simbolización. d) Postulación de una lógica terciaria: Green

En diferentes trabajos, Green ha reconocido su filiación teórico-clínica tanto en Winnicott –noción de objetos y fenómenos transicionales– como en Bion –concepto de aparato del pensar la experiencia emocional–. Basándose en los mismos plantea que la articulación entre proceso primario y secundario promueve la apertura de lo que llama “procesos terciarios” con una lógica propia. Una articulación armoniosa reside en que “el yo sea capaz de reconocer la existencia de los procesos primarios de la razón subjetiva, sin negar los derechos del proceso primario de la razón objetiva. Que sea capaz de pasar de una a la otra sin desmentir su realidad psíquica y sin repudiar la realidad material”,19 como ya había anticipado en 1972. Estos procesos son rivales y complementarios a la vez, manteniendo relaciones de conjunción y disyunción. No hay un versus irracionalidad/racionalidad: cada lógica tiene sus razones. Las ambigüedades que surgen en las lógicas terciarias no producen ni

19. Green, A. (1986), De locuras privadas, págs. 31 y siguientes.

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confusión ni desconcierto por falta de significación unívoca. Por el contrario, se abren a la creatividad. En sus formulaciones sobre la segunda tópica, Freud percibió otros tipos de pensamiento, pero no le resultó fácil encontrar medios para analizar lógicamente los contenidos de lo inconsciente no-reprimido. “En oposición a lo que creía, no se trata que los procesos secundarios dominen a los primarios sino que el analizando pueda hacer más creadora su coexistencia en las actividades espirituales más refinadas, lo mismo que en la vida cotidiana.” e) Los “estilos” psicopatológicos de Liberman, ¿entrañan una lógica?20

Para Liberman, cada persona va conformando un modo específico de expresión: su propio estilo. Esta conformación tiene como sustrato: 1) la fijación de la libido, 2) la movilización de ansiedades básicas y defensas, y 3) la expresión de fantasías inconscientes. En un primer planteo distinguió seis tipos de estilos: reflexivo; lírico; épico; narrativo; dramático con suspenso y dramático con impacto estético. Más tarde, con la inclusión de variables provenientes de la semiótica, los encuadrará en pacientes con distorsiones a nivel semántico: a nivel sintáctico y a nivel pragmático. Un estilo puede constituir una fachada encubriendo otro más auténtico. Es el que debemos descubrir para conocer “al paciente por lo que realmente es”.21 Concibió al preconsciente como “una combinatoria de estilos”, pero no correlacionó explícitamente estilos con lógicas. Por mi parte, me pregunto si el manejo de enunciados de lógicas modales, permitiría una reflexión más acabada sobre los estilos libermanianos.22 f) Profundización de los marcos lógico y epistémico de la situación analítica: Ahumada.

Ahumada, psicoanalista argentino, concibe la teoría psicoanalítica como “una lógica de descubrimientos y refutaciones” que debiera tran-

20. David Liberman tuvo una actitud de gran apertura hacia conceptos provenientes de otras disciplinas. En primer lugar, los estudios sobre comunicación humana. Surgió así una importante postulación teórico-clínica: su teoría de los estilos. 21. Expresión que Liberman gustaba utilizar en conferencias y conversaciones de supervisión. 22. Maldavsky, que trabajó estrechamente con Liberman, ha continuado investigando muchas de las temáticas que reconocen un cuño libermaniano, aplicando sus propias perspectivas sobre estas temáticas.

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sitar preferentemente, “por vía del levare” (1999). Además, considera que la “crisis del psicoanálisis” asienta en la “crisis del proceso de pensar en la sociedad global”; en la de un “pensar reflexivo acerca del sí mismo”. Proceso-clave para que cada persona –hoy sujeto desubjetivado– pueda contactar con su auténtica emocionalidad. Implica una propuesta de rescate de lo que califica como profunda desmentalización. Ahumada indaga en la noción de ambigüedad. Lejos de la riqueza que potencialmente puede entrañar, sostiene que en la cultura actual funciona como una prescripción. Ciertas situaciones son connotadas de ambigüedad, “como garante de la capacidad de abolir el contacto con cualquier vivencia de carencia”. Sus teorizaciones están enraizadas en la clínica: “Es necesario, el deslinde de lógicas implícitas que articulan cómo operan en sesión, analizando y analista”. En su enfoque de las evidencias en psicoanálisis (2002) –con apoyatura en Matte Blanco y Pierce–, Ahumada trabaja el concepto de lógica utens, que facilita la captación de evidencias. Primer paso del conocimiento científico que se apoya tanto en la percepción inconsciente de conexiones, como en el insight, de mensajes. En oposición, la lógica docens es más formal y “purista”: a partir de premisas teóricas precisas, posibilta llegar a juicios consecuentes. 3.3. Ampliación del concepto de “lógica” en psicoanálisis En el contexto de “justificación” para sus teorizaciones, algunos psicoanalistas proponen determinado concepto como referente para timonear la organización lógica del pensamiento. Freud ubica al falo como eje conceptual que contextualiza, tanto las etapas de la sexualidad como el complejo de castración. Arriba a la concepción del falo como símbolo referencial. Luego, Lacan hablará del mismo como “significante del deseo”. Escritos psicoanalíticos traen frecuentemente la expresión “lógica fálica”. Anzieu remite a la lógica de la contradicción en el conflicto y a la de lo antinómico en las situaciones paradojales. Green, a su vez, reflexiona sobre las lógicas propias de cada tópica: de la esperanza en la primera, de la desesperanza en la segunda. Y aplicará estos parámetros a la psicopatología. El predominio de una sobre la otra dará cualidad a las angustias tempranas en cada paciente, organizando su pensamiento. Roussillon, por su parte, frente a los efectos devastadores de la paradoja patógena, habla de una lógica del anonadamiento.

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4. Puntos de vista que privilegia mi planteo

4.1. Articulación de las lógicas: funciones del preconsciente23 Propongo privilegiar las funciones del preconsciente, destacando las desarrolladas a nivel de las fronteras, tanto entre inconsciente y preconsciente como entre éste y la conciencia, verdaderas “zonas” de censura. El preconsciente fue reconocido desde las primeras teorizaciones como subestructura del psiquismo.24 Freud puntualizó sus características y funciones. Estudiosos de la Escuela Psicosomática de París le agregaron matices: densidad, permeabilidad y permanencia. Verdaderas categorías que garantizan su condición de escenario de actividades cognitivas y creadoras.25 Jerarquizo la permeabilidad, como pre-condición de las otras dos. “El estar” del preconsciente es descriptivamente inconsciente, pero su funcionamiento está regido por las leyes del proceso secundario. Los límites que lo encuadran, con funciones de censura, aseguran al mismo tiempo el pasaje de representaciones entre las instancias. Designadas como barreras, constituyen verdaderas “zonas”, con sentido análogo al que Green otorga a frontera. Con densidad propia, son generadoras ellas mismas de transformaciones, en especial, la que trabaja más profundamente con condensaciones y desplazamientos. La otra lo hace más por filtración y selección que por deformación. Ordena situaciones aglutinadas y yuxtapuestas, traduciéndolas en un relato entendible y secuencial. Tarea laboriosa la de esta instancia: a partir de determinada materia prima, incoherente, irracional, con contradicciones, operará para tornarla comprensible. Freud describe el pasaje por el preconsciente como un movimiento de traslación-traducción: una situación pasa de un determinado lenguaje

23. La importancia del preconsciente en esta temática ha sido ya planteada por algunos pensadores: Liberman, David Maldavsky, entre nosotros; las postulaciones de la Escuela Psicosomática de París y psicoanalistas franceses contemporáneos. 24. Anzieu, en El autoanálisis de Freud y el descubrimiento del psicoanálisis (1987), señala que el “gran vestíbulo y numerosos invitados” donde transcurre parte de la acción del “Sueño de la inyección a Irma” se trataría de una representación plástica de la noción de preconsciente (Tomo I, pág. 177). 25. Asocio aquí ideas de Kubie respecto al proceso creador: “Esta instancia pone palabras a las fantasias para nombrarlas y reconocerlas… Las funciones del preconsciente son de registros automáticos, sutiles y de percepciones múltiples. Su recuerdo es inmediato, sus encadenamientos analógicos y yuxtapuestos y sus conexiones con los procesos afectivos son directos”.

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–texto original– a expresarse en otro, buscando coherencia. Se vale de recursos como la memoria, la temporalidad, la causalidad, etc. Neyraut trae un señalamiento interesante al respecto: para traducción, Freud no utiliza Übersetzung sino Übertragung, que también es transferencia. Agrego: “también” trasmisión. Las funciones del preconsciente conjugarían, así, tres alcances: a) transferencia, desplazamiento dentro de la tópica; b) trasmisión intrasistémica e intersubjetiva (“no se puede no trasmitir”), y c) traducción de componentes verbales, iconográficos, fonemáticos, semánticos, impregnados de tonalidad afectiva, que serán seleccionados, evaluados, des-desplazados y des-condensados en ese verdadero laboratorio que es el preconsciente. 4.2. Afecto y pensamiento en la teoría del pensar Cuando, en “La negación”, Freud (1925) conjetura sobre el origen del pensamiento, aparece una idea clara, taxativa… pero problemática: la separación del afecto respecto del representante-representativo de la pulsión. Profundiza en esta segunda vertiente, y no habla más de los afectos. Todo parecería indicar la necesidad de mantener una represión de los afectos para posibilitar la función intelectual. ¿Será una licencia que se concede para “pensar el pensamiento”? ¿O adheriría a una suerte de arrogancia de lo intelectual frente a lo afectivo? Sin embargo, Hyppolite en su Comentario (1954) afirma: “Pienso, según el papel que Freud hace desempeñar a lo afectivo primordial, en cuanto a que va a engendrar la inteligencia, que hay que entenderlo como lo enseña el Dr. Lacan; es decir, que la forma primaria de relación, que psicológicamente llamamos afectiva, está situada en el campo distintivo de la condición humana“ y “que si engendra la inteligencia es que comprende ya, en su punto de partida, una historicidad fundamental: no hay lo afectivo puro de un lado y lo intelectual puro del otro que se desprendería de lo real para captarlo de vuelta”. Reflexiones de un filósofo sobre un escrito psicoanalítico jerarquizando “lo afectivo primordial”, condición de lo humano y génesis de la inteligencia. Si bien lo afectivo no basta para crear un sistema de representaciones, es imprescindible para la inteligibilidad de las ideas. Por su parte, los procesos intelectuales no son puras abstracciones: desencadenan, a su vez, fenómenos emocionales. En realidad, Freud ha imaginado “un diálogo permanente entre afecto y representación, en la que uno moviliza a la otra y a la inversa, según las circunstancias” (Green 1972). Bion, en sus formulaciones, subraya lo afectivo en esencial unidad con lo intelectual. El pensamiento remite a un “aparato para pensar la experiencia emocional”.

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Una observación importante: Piaget y sus discípulos ahondaron metodológicamente en una epigénesis del pensamiento, sus leyes y de la inteligencia. Se aproximaron al psicoanálisis reconociendo la necesidad de incluir lo afectivo como factor primario. Nuestra disciplina tiene una deuda y, a la vez, una carencia respecto de estos aportes. 4.3. Una mirada específica sobre la paradoja “La paradojalidad se ha convertido en una cuestión crucial del campo psicoanalítico. Su extrema dificultad es debida al hecho de que atañe primeramente a la clínica de los trastornos del pensamiento” (Donnet, 1991). El planteo de la paradoja tuvo una aparición temprana en el campo de la lógica26 pero su aplicación en el estudio de los trastornos mentales es relativamente reciente. Fueron los pensadores de la Escuela de Palo Alto quienes la emplearon por primera vez en la comprensión de pacientes esquizofrénicos. Su clínica los llevó a destacar la incidencia de un tipo de comunicación madre/hijo: el double bind –vínculo de estructura paradojal– en esta patología. A las paradojas lógicas y semánticas, sumaron las pragmáticas, que condicionan situaciones irresolubles y tramposas para el destinatario. Pero al no aceptar los descubrimientos y aportes psicoanalíticos, inhibieron sus avances. A la vez, prejuicios intelectuales entre los psicoanalistas demoraron su inclusión. Recién con Searles y Racamier (1978) la paradoja se abre camino. Porque, además, la comunicación paradójica, desplegada primero en lo intersubjetivo, impregna lo intrapsíquico, planteando no sólo un modo de relación con los otros, sino consigo mismo. Racamier subraya que en situaciones paradojales “todas las funciones del yo se vuelven conflictivas: sentir, percibir, experimentar […] Se asiste a una paralización en sus funciones organizadoras”. Especialmente, la de ligadura. El preconsciente yoico resulta perturbado con un aplastamiento en su densidad. Recibe, pero no transforma ni trasmite. Y aún más, se establece una espiral descendente: menos sentir, menos percibir, menos pensar. Terreno propicio para la invasión de los procesos primarios sobre los secundarios que “resultan sobornados y subvertidos” (Anzieu, 1975). Otro recorrido, diametralmente opuesto, es el de las paradojas madurativas, ligadas a la vida y a la creatividad (Winnicott, 1958, 1971). Conforman un espacio mágico donde todo es posible y, aunque plantean

26. Definición de la paradoja lógica: “contradicción que resulta de una deducción correcta a partir de premisas congruentes” (Ferrater Mora, 1979).

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dilemas, la clave no reside en su resolución. Estas paradojas sí “maravillan”, al decir de Cicerón. La ambigüedad de la paradoja puede aportar un aspecto de sugestión y belleza que la literatura privilegia como recurso estético. En semiótica la llaman oxímoron. Un escritor entrañable, Borges, las utiliza asiduamente.27 Kristeva la incluye en el título de uno de sus libros: Sol negro. Estos conceptos hacen puente con el siguiente apartado que, como veremos, considera a la paradojalidad como constitutiva de los estados narcisistas, tanto normales como patológicos. Las cualidades de la trama vincular primaria darán matices específicos a esa paradojalidad intrínseca del narcisismo. Considero que estos desarrollos ayudan a comprender modos de estructuración del psiquismo en las “patologías de frontera”. Estas reflexiones tienen su extensión hacia los fenómenos socioculturales actuales. En ese terreno hemos asistimos a la renuncia, por parte de las instituciones que regulan la organización social, a ejercer funciones tróficas para la comunidad. Equivalentes a las de los objetos primarios en la organización familiar. 4.4. Tensión narcisismo-reconocimiento del otro En el seno de ese escenario oscuro al que nos remite la noción de narcisismo, no tanto por incapacidad de comprensión, sino por la esencia misma de su “naturaleza”, se forja la vivencia del existir y la necesidad constante de su reafirmación. A partir de ese “momento mítico”, configurado en sincronía con la aprehensión del otro como objeto de deseo, es que podremos hablar de sujeto psíquico. No nos referiremos aquí a la necesidad insustituible de la presencia del otro en la constitución del psiquismo, sino a los avatares del narcisismo desde la propia interioridad… pensados por un otro que intenta comprender. Especulación teórica que aspira hacer inteligible la realidad interna de una subjetividad en formación. El narcisismo “introduce” una perspectiva clave para entender cómo el afuera se separa del adentro, lo idéntico de lo diferente y extraño a sí. Es el primero y, posiblemente, más difícil descentramiento, con la aceptación –nunca acabada– de lo distinto y heterogéneo. El “mito” del adentro y el afuera, tal como lo plantea Hyppolite, puede ayudarnos a entender ese descentramiento: “Hay en el comienzo, parece decir Freud, pero en el comienzo no quiere decir otra cosa que en el mito ‘había una vez’... En esta historia, había una vez un yo (entién27. Woscoboinik, J.: El Secreto de Borges, 1991.

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dase un sujeto) para el cual no había todavía nada extraño. La distinción de lo extraño y de él mismo es una operación, una expulsión”. Como todo mito contiene elementos de una lógica primaria. La primera expresión pulsional –“trago/escupo”– es referente de la dinámica incipiente sujeto/objeto y, simultáneamente, operador lógico: el mismo movimiento que ha instaurado el juicio de atribución, sienta las bases de un atributo específico: ser sí mismo –la propia existencia– con una sensación, todavía lábil, de cohesión. El atributo del afuera y su existencia advendrá, no sin renuncias ni tensiones. Habrá que “matar al niño” omnipotente (Leclaire, 1975). En esta figuración de las pulsiones primarias está implícita la presencia del objeto; su aceptación/rechazo. “El otro” va delineándose siempre que responda al deseo. Su existencia es en el tiempo mismo de la satisfacción. ¿Se da esto sólo en relación al propio deseo?, ¿es “deseo del otro”? El “otro” desaparece momentáneamente con la satisfacción, pero vuelve alucinado –primera forma de pensamiento– mientras el tiempo de esta ausencia pueda tolerarse. Ausencia fundamental porque inscribe un momento de sustantivación. Paulatinamente el otro será no sólo para mí sino sujeto en sí. Es cierto que la cualidad con que se percibe –adjetivación que responde al afecto– estará soldada estructuralmente a las maneras de vivenciar eso/s otro/otros. La cuestión será luego “sentir” “saber” no sólo si una cosa es deseable (buena) o rechazable (mala) para mí, sino constatar su existencia (juicio de existencia). Una complicación se hace presente cuando lo que produce displacer, lejos de eludirse, es buscado una y otra vez. Este reconocimiento da lugar a las reformulaciones teóricas del “más allá”: pulsión de muerte y masoquismo primario. Propongo entonces la presencia de una lógica cuyo eje organizador sea la tensión narcisismo-reconocimiento del otro, impregnando de sentidos tanto las lógicas primarias como las secundarias; las individuales como las colectivas.

5. Lógicas y patologías actuales. Referencia a lo social

5.1. En el campo de la clínica “Viste, viste, Pola… vos me querés hacer pensar… Y yo no quiero, no puedo pensar.” (Paciente, 29 años, adicto)

Al abocarnos a la clínica de hoy, los posibles analizandos que llegan no tanto por una demanda auténtica sino porque los mandan… o porque no

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tienen más remedio… y cuyo diagnóstico se hace difícil, pensamos en pacientes fronterizos. Nominación que se despliega en diferentes sentidos. En primer lugar, son patologías que implican estados que no adscriben estructuralmente ni a las neurosis ni a las psicosis. Ocuparían un terreno de frontera. Las manifestaciones de estos cuadros generan incertidumbres y malestares en los propios pacientes, en su entorno; también en nosotros, analistas. Otra de las significaciones está reservada al psicoanálisis mismo: la posibilidad de operar en esa franja, salteando criterios aplicados tradicionalmente a las neurosis de transferencia. Psicoanálisis de frontera lo llama Roussillon. Lo cierto es que esta ampliación ha posibilitado, en una especie de causalidad recursiva, un enriquecimiento tanto de operatividad clínica como conceptual. Hay una tercera acepción a partir de reflexiones de Jaspers. Dimensiona lo fronterizo como aquella zona donde se pueden aprehender, en su plenitud existencial, ciertas circunstancias que han avanzado sobre el límite. Con un agregado: abren una nueva forma para comprender situaciones no fronterizas. En forma sucinta estos pacientes se caracterizan por un desborde de su pulsionalidad. Desborde que no toma el camino de la alucinación como en las psicosis, sino el de un actuar compulsivo en el afuera, o el de la captación del cuerpo como rehén. La descarga describe un circuito corto; saltea un trayecto que al evitar la postergación de los mandatos perentorios del proceso primario, no permite la puesta en marcha de funciones enriquecedoras y promotoras, ellas mismas, de satisfacción. Forma de “encallamiento” en la exploración del adentro y del afuera, con renuncia a la pulsión de saber. Porque, precisamente, la posibilidad de establecer un circuito largo es lo que va a permitir, junto a bases neurofisiológicas de buen potencial, la adquisición de funciones que convergerán en el proceso de pensamiento. Aquí, la clínica nos ubica ante analizandos en los que se da un rehusamiento a pensar. Forma de negativismo que opera con distintos recursos: desmentidas, escisiones, forclusiones. Nos enfrentamos con huecos de representación, vacíos y con expresiones “sin sentido” que causan perplejidad. 5.2. ¿Qué lógicas operan en estos pacientes? -Esteban y los poetas malditos

Esteban tiene 29 años pero su actitud habla de una posición adolescente frente a la vida. Si bien vive solo y trabaja, el sueldo no le alcanza para llevar adelante su ritmo de gastos: vestir marcas prestigiosas; viajar siempre en taxi. Los padres “bancan” sus despropósitos. “¿Será por culpa?”, se pregunta. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 301-327

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Acude a tratamiento después que una situación especial lo puso al borde de la muerte. Desde la adolescencia tiene una fuerte adicción a la cocaína y ha probado otras drogas. Tuvo tratamientos psicológicos esporádicos pero… nadie sirve, nadie puede ayudarlo. Es inteligente y seductor. Consciente de ello, siempre tiene en la mira conquistar al otro. También, en lo transferencial. Cuando se lo señalo, a veces se ríe sobradoramente, buscando complicidad; otras, se enoja. Al mismo tiempo, una inmensa necesidad de atención y cariño lo lleva a actitudes de generosidad y hasta de servilismo para con los demás. Entonces… se deprime. Tiene condiciones para escribir, especialmente poesía. Siente una profunda identificación con los “poetas malditos”. Más de una vez ha argumentado: “escribieron porque sufrieron; se entregaron a la droga y a la bebida y sufrieron mucho. Por eso pudieron crear”. Completa: “Yo soy un poeta maldito”. Está implícito y se lo señalo: “claro y por eso necesito sufrir, drogarme, y volver a sufrir. Solo así soy poeta”. Argumentaciones con que justifica episodios de adicción. Racionalización que remite a una lógica primitiva, no a la secundaria. Además, se reconoce la lógica de clases del inconsciente (Matte Blanco): no hay un poeta que crea, sino poetas malditos que sufren. Sólo se puede crear, drogas y alcohol mediante. Poetas malditos versus no poetas. Verbalizaciones de dos sesiones consecutivas del segundo año de tratamiento: Llega con los ojos vidriosos. Mientras esperaba su horario entró a un bar cercano y tomó varias cervezas. Está en un período de “cierta” abstinencia con la cocaína. No se sienta, camina inquieto por el consultorio y en tono querellante me dice: “No, vos no sabés nada… Qué vas a saber si nunca has tomado… No podés entenderme… Soy yo el que se siente en un agujero negro… (pausa en que me angustio) … ¿de qué querés que me agarre? No puedo esperarte, esperar mi horario como hacen los otros tarados de tus pacientes… Es muy lindo hablar, pero no podés nunca saber lo que se siente”. Argumentación impactante, difícil de trabajar en ese momento. Experimentaba yo misma confusión, incapacidad para pensar. De nuevo se imponía una racionalización apoyada en una distinción de clases: los que toman y entienden y los que no toman y no pueden entender. Sigue con sus caminatas; finalmente se sienta cansado, sin fuerza. Sólo me limito a acompañar. Cuando en la sesión siguiente propongo con mucha cautela “pensar” lo que había pasado, rápidamente y con tono de triunfo, pero también de abatimiento, me dice: “Viste, viste… vos me querés hacer pensar…Y yo no quiero pensar… no puedo pensar”.

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Él no puede y yo estoy incapacitada para comprenderlo. Rehusamiento y descalificación para evitar una angustia desintegradora. Resultaba difícil trasmitirle mis propias vivencias de desamparo. Porque, además, el material que en general traía a sesión –relatos de sus peleas con la novia; entredichos en el trabajo, encuentros con los viejos amigos (adictos)– eran situaciones que vivía con gran paranoia y que yo no siempre podía seguir y entender. Sus reacciones eran, a veces, un aislamiento depresivo; otras, dedicarse compulsivamente a hacer gimnasia, recurso también para no pensar. Pensé que Esteban había establecido una suerte de reacción terapéutica negativa… con la vida. Un terreno rescatable era su producción poética: traía poesías que lograba escribir en buenos momentos. Tenían real valor literario. Las leíamos y pensábamos juntos. He conservado muchas de esas poesías, no todas tortuosas. Estos períodos, lamentablemente, no duraban. -Esclava de una paradojalidad tramposa

Mariela tiene 40 años, de aspecto agradable y sencillo. Me elige porque figuro en el listado de una institución de salud pero no ha recabado información sobre mi quehacer profesional. Desde hace unos meses está deprimida: “Tengo como vacíos en el tiempo: a veces no pasa nunca, otras, las horas vuelan sin sentirlo”. Casada con Pedro hace catorce años, después de ocho años de conocerlo. Tuvo un noviecito, “allá tiempo y a lo lejos” pero no mantuvo relaciones íntimas. “Pedro es el único hombre que conozco”. ¿Lo dice con orgullo?, ¿con decepción? Los hijos: un varón de 12 años y una nena de 9. “Ya no me da alegría dedicarme sólo a mi marido y a ellos”. Sus condiciones de vida son de nivel medio-bajo. El esposo abandonó la carrera de contador porque no podía estudiar y trabajar al mismo tiempo. Está empleado como auxiliar en una contaduría, pero es “un verdadero contador”. Lo percibe cansado, frustrado y se siente culposa. Mariela colabora con la economía hogareña de una manera elemental: vende por Internet cochecitos de paseo para bebés que compra en una fábrica cercana. Uno por uno, y recién cuando ha concretado el pedido. No se le ocurre organizarse de otra forma. El marido resta importancia a su actividad; la suegra la critica: dos formas de desvalorización. Pedro tiene un carácter serio, hosco. Salen poco: “los chicos eran todavía muy chicos para dejarlos y a Pedro no le gusta”. Recién ahora se permiten salidas con amigos… los pocos que tienen. La palabra del marido es ley pero… Empiezo a percibir enojo en su relato, aunque no lo hace consciente. Cuando trato de nominar su emoción, ella misma se asombra, como si hablara de otra persona. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 301-327

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Las familias son inmigrantes italianos con un sentido fuerte de familia y hegemonía de la figura paterna. No busca tratamiento psicoanalítico sino una “psicóloga” que la ayude. Además, “no quiero tomar remedios”. El tratamiento se pacta una vez por semana. “Mis medios me permiten sólo esto”. Sorpresivamente, aparece una primera protesta: es… contra la suegra. Viene todas las semanas y se instala “para controlar cómo hago las cosas. Me tiene podrida; no tengo otro remedio que ponerle buena cara; es la madre de Pedro, viuda para colmo”. Van apareciendo otras reflexiones: “Yo también podría haber estudiado en la facultad”. Su único hermano es profesional, “Tengo capacidad”. El silencio que sigue lo percibo preñado de hostilidad con clara referencia transferencial. Sesión del sexto mes de tratamiento: llega desanimada, al mismo tiempo, rabiosa. “Pedro tiene razón y yo me siento mal… Él me decía anoche, agotado, que en una pareja, la mujer debe ayudar para hacer frente a la economía de la casa... Con dos chicos los gastos son muchos y el sueldo del hombre no alcanza… Tiene razón; lo que hago es mínimo. Aparte, está lo de mi gasto del tratamiento…” Y con una continuidad que causa desconcierto: Además la pareja hay que cuidarla. Pedro comentaba de las que fracasan, como Perla (similitud con mi nombre) tan común en estos tiempos, es porque la mujer trabaja. Deja la casa, al marido, los hijos por unos pesos locos… No hay caso…”. Mariela no percibe la situación entrampante: las dos reflexiones configuran una paradoja pragmática que no admite salida. Haga lo que haga siempre será una mala esposa: si busca trabajo o si se perpetúa de ama de casa. Pero lo más patológico reside en lo paradojal internalizado. Sesiones después: “Tengo que dejar… no puedo seguir gastando… yo lo saco de mis ingresos. (Enumera las cosas que podría comprar con ese dinero… infinitas…) Usted me ayuda… pero aunque me sienta mejor yo no puedo sostenerlo… Sé que me hace bien… pero no, no puedo”. Lógica per/versionante en la que se pierde su deseo y su subjetividad. No ayuda la utilización de un metalenguaje. Cobra relieve “una lógica de las deseperanza”. Siento que mis recursos técnicos se agotan: yo misma he quedado sujeta a una situación paradojal. 5.3. Fuera del ámbito del consultorio -Lógicas imperantes en el discurso de clases marginales

Remito a una investigación de las licenciadas Duschatzky y Corea,28 28. Investigación realizada en 2000-2001 en el marco de un convenio entre la Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba y la Facultad Latinoamericana de Ciencias

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realizada a pedido de instituciones educacionales de Córdoba para evaluar las condiciones de la escuela pública en zonas marginales. Lugares de gran densidad con escasos recursos y situaciones infrahumanas de habitabilidad. Verdadera “muestra” de zonas marginales del país. El objetivo fue analizar las vicisitudes de la subjetividad de niños, púberes y adolescentes en ese momento de declive institucional. Y cuando la familia, también trastocada por este declive, no puede ejercer sus funciones ni tomar relevo de las organizaciones estatales. Los discursos de autoridad y saber de padres y maestros –de la ley en general– han perdido fuerza enunciativa. “Investigar lo actual es brutal y veloz y, en realidad, no se sabe”, expresan las autoras. Una apreciación central: en estas condiciones, la violencia se presenta como forma de “estar con los otros… incluso de vivir la temporalidad”. Se constituye en eje organizador de vida, con una lógica connotada por diferentes matices de lo negativo. En primer lugar, ellas observaron la emergencia de situaciones con reglas propias como la práctica de ritos y la organización del “choreo” y el “faneo”. Se trabajó en diferentes contextos: la calle, la escuela, lugares donde se realizan los ritos de iniciación y las fiestas cuarteteras. Encontré material muy significativo en las verbalizaciones espontáneas, “composiciones”, entrevistas con los chicos y los padres. Verdaderos “testimonios”. “Hasta las conductas más anómicas dicen algo, expresan un sentimiento de impotencia y remiten a un lenguaje, aunque sea secreto e inarticulado” (Imbert, 1992). -Relato de un adolescente “El que manda es el Chulo, porque ya estuvo encerrado y se banca todo: los remos que hubo en el barrio, en el baile y en todos lados y además porque es el único que carga un fierro” … “El Chulo nos cuida a todos los que estamos en la calle, en los videos, cuando jugamos al fútbol y cuando hay un remo fuerte, los más chicos desaparecen y nos quedamos los más grandes que nos bancamos”. Lógica de la autoridad, ejercida a través de la violencia y del aguante, valor de autoafirmación. -Conversación sobre “prácticas” del grupo con otro adolescente “No vayas a contarle a nadie, ¿sabés? La cosa es así. Comienza en la

Sociales (FLACSO) y el apoyo de UNICEF. Sus resultados fueron dados a conocer a través de una publicación: Chicos en banda.

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siesta. Nos vamos a la casita, allí se llama a los pendejos que están en edad de merecer, o sea de ser chorros finos. Se comienza con la fana y después se los caga a palo para que cuando la cana los agarre y los palee para que hablen, ellos no van a hablar porque ya se bancaron el bautismo. Los chicos tienen entre 10 y 13 años y el que empieza la cosa es el más grande del grupo, que ya ha estado preso. Cuando llega la noche nos vamos detrás del cañaveral y allí se cogen al que fue bautizado para que, si cae en el reformatorio, no hable… Después se lo saca al centro y se lo deja para que haga el primer choreo”. -“Composición” de un púber: “El primer robo” “Había una vez en el colegio dos chicos que ni imaginaban lo que les sucedería más adelante. Los chicos tenían que hacer una tarea en grupo… y así empezaron a conocerse. Un lunes pensaron qué podían hacer y uno dijo ‘¿y si robamos una cartera a una vieja?’. Y bueno, si no hay más remedio. Sin más vuelta se pusieron a planear el robo… Mientras esperaban en la parada de colectivo que apareciera un candidato, llegó la policía… Luego de interrogarlos, se los llevaban sin saber el motivo”. Testimonio que en el “choreo” no siempre prima la necesidad: robo planteado como una actividad más. Se “animan” en pareja o en grupo; no relacionan causa-efecto. No se sabe: lógica del anonadamiento.

A manera de epílogo

La creatividad: un guiño a las lógicas secundarias ¿Puede Borges pensar “lo impensable”? En el planteo de este interrogante, Woscoboinik (1988) cita un fragmento de “El idioma analítico de John Wilkins”. Escrito por Borges en 1952, hace referencia a una enciclopedia china: “Emporio celestial de conocimientos benévolos”. El escritor expresa: “En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en: a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, I) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelos de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas”. “Notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria o conjeturada.” Woscoboinik continúa: “Borges es consciente de que los géneros y especies que señala son contradictorios y vagos, pero junto a otras enumeraciones incoherentes, le sirven para afirmar su tesis nihilista”.

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Expresión de un propósito deliberado de saltear la convencionalidad de las lógicas secundarias. De hacer un guiño… Para este escritor, coherencia y racionalidad son relativas. Son sólo tales desde la mirada de un pensamiento cotidiano y “lógico”. Juega, desdeña de su propia censura. Pareciera que su inconsciente se hace presente sin ataduras, a flor de piel. Tiene –y disfruta– de una “lógica privada” que se manifiesta con una belleza que nos conmueve y seduce.

Resumen

La autora se propone una reflexión sobre conceptos psicoanalíticos que permitan acercarnos a los procesos de pensamiento en relación con las leyes que rigen su funcionamiento: su lógica. La idea central está en sintonía con lo planteado por Anzieu: “sólo se logrará extender nuestra praxis a condición de trabajar sobre los procesos de pensamiento, sobre los comportamientos lógicos del paciente”. Después de una breve incursión por la lógica como ciencia, la autora rastrea en la obra de Freud y en los aportes de Matte Blanco, Neyraut, Anzieu, Green, Liberman y Ahumada. Desarrollos que permiten abordar temas esenciales:1) articulación de las lógicas: función del preconsciente; 2) afecto y pensamiento en la teoría del pensar; 3) mirada específica sobre la paradoja; 4) tensión narcisismo-reconocimiento del otro. Por último, la autora remite a la clínica para profundizar en las perturbaciones de este proceso en las patologías actuales. Se puntualiza asimismo una referencia a lo social.

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KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / THOUGHT / LOGIC / PARADOX / NARCISSISM / OTHER / AFFECT

Resumo “PENSAR” O

PENSAMENTO

Propõe-se uma reflexão sobre conceitos psicanalíticos que permita nos aproximarmos aos processos de pensamento em relação às leis que regem seu funcionamento: sua lógica. A idéia central está em sintonia com o que foi proposto por Anzieu: “somente se conseguirá estender nossa práxis com a condição de trabalhar sobre os processos de pensamento, sobre os comportamentos lógicos do paciente”. Depois de uma breve incursão pela lógica como ciência, se rastreia na obra de Freud e nas contribuições de Matte Blanco, Neyraut, Anzieu, Green. Liberman e Ahumada. Desenvolvimentos que permitem abordar temas essenciais. 1. Articulação das lógicas: função do pré-consciente. 2. Afeto e pensamento na teoria do pensar. 3. Olhar específico sobre o paradoxo. 4.Tensão narcisismo-reconhecimento do outro, Por último, se remete à clínica para aprofundar sobre as perturbações deste processo nas patologias atuais. Da mesma maneira se pontualiza uma referência ao social. PALAVRAS-CHAVE: PSICANÁLISE / PENSAMENTO / LÓGICA / PARADOXO / NARCISISMO / OUTRO / AFETO

Bibliografía DESCRIPTORES:

PSICOANÁLISIS

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PENSAMIENTO

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LÓGICA

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PARADOJA

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NARCISISMO

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OTRO

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AFECTO

Summary “THINKING” ABOUT THOUGHT

The author proposes to reflect on psychoanalytic concepts which enable us to approach thought processes in relation to laws governing their functioning: their logic. Her central idea accords with an affirmation by Anzieu: “we will only be able to extend our praxis if we work on thought processes, the patient’s logical behavior”. Following a brief review of logic as a science, the author examines works of Freud and contributions by Matte Blanco, Neyraut, Anzieu, Green, Liberman and Ahumada: developments leading into essential themes: 1. the articulation of logics: function of the preconscious; 2. affects and thought in the theory of thinking; 3. a specific look at paradox; 4. tension between narcissism and recognition of the other. Finally, she refers to clinical work in order to investigate alterations of this process in actual pathologies. She also refers to the social area.

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(Este trabajo fue presentado el 16 de marzo de 2009, y ha sido seleccionado para su publicación el 11 de mayo de 2009.)

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El concepto de intersubjetividad en psicoanálisis *Felipe Muller

“Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.” Jorge Luis Borges, El Amenazado “Un día me daré cuenta que esta muerte fue al mismo tiempo el inicio de la mía.” Imre Kertész, Yo, otro

Tras descubrirse autor del asesinato de su propio padre y luego de confirmar que quien es su esposa es a la vez su madre, Edipo ruega recibir la peor pena que un mortal pueda imaginarse. En uno de los diálogos finales, habiendo hundido ya los alfileres de oro de Yocasta en sus propios ojos, dice: “…porque ahorcarme no es bastante para purgar los crímenes que contra ellos dos he cometido” (Sófocles, 2004, pág. 63). Es entonces que Edipo suplica a Creonte, ahora en el poder, “que me eches de esta tierra lo antes posible, adonde mortal alguno me dirija jamás la palabra” (pág. 65). Más grave que la muerte, el destierro, la pérdida de la vida en común, del espacio entre hombres, lo acercaría a purgar sus actos malditos. Freud toma Edipo rey para hacernos saber de nuestras inclinaciones inconscientes y nuestro sentimiento de culpa. Este aspecto punitorio del destierro, de la pérdida del mundo entre los hombres no parece tener centralidad en la obra freudiana. Pero es en los últimos años donde estos espacios “entre” sujetos comienzan a ser foco de conceptualización. En general, estas producciones tienen lugar bajo el rótulo de “intersubjetividad”.

* Dirección: Arcos 2183, (C1428AFG) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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En este trabajo procuro centrarme en el concepto mismo de intersubjetividad. De uso creciente, sus definiciones reflejan las vicisitudes de los intentos de una captura de la experiencia con las otras personas, con otros sujetos, con un otro. A su vez, la pluralidad de significados resulta tanto una consecuencia de referirse a una noción que resiste su aprehensión (como sucede con la alteridad) como un problema con la amplitud de lo que abarca. Es decir, la intersubjetividad es un término amplio ya que en general señala el encuentro con el otro. Y el problema es que hay muchas dimensiones enfatizables en este encuentro. De allí que la intersubjetividad posea múltiples significados según la dimensión de la experiencia con un otro que se enfatice. Algunos trabajos hacen hincapié en el espacio entre sujetos al que Edipo sugería renunciar. En este caso la intersubjetividad es “esencialmente un ámbito relacional: es el ámbito que yace entre sujetos –entre nosotros (porque nosotros, por supuesto, estamos entre los sujetos a quienes el término hace referencia)– y en tanto yace entre, también representa el ámbito que es común a todos…” (Malpas, 2000, pág. 587). Otros trabajos enfatizan la articulación de la subjetividad en el encuentro con otros sujetos. Por ejemplo, para Frie y Reis (2001), “el término «intersubjetividad» refiere en su sentido más básico a la interacción entre dos sujetos: yo-mismo y otra persona, o sí-mismo y otro. El campo Intersubjetivo es un área de involucramiento (engagement) común en donde mi subjetividad individual se articula y es comunicada” (pág. 297). Para algunos autores, el entendimiento mismo es un proceso de a dos. Por ejemplo, Renik (2004) plantea que “aceptar que el psicoanálisis clínico es intersubjetivo significa reconocer que el encuentro clínico consiste en una interacción entre subjetividades –el paciente y el analista– y que el entendimiento ganado por medio de la investigación clínica es un producto de esa interacción” (pág. 1054). A veces la intersubjetividad parece ligada a un tipo de desarrollo evolutivo del infante: “a partir de cierto momento, el infante es capaz de sentir que otros distintos de él mismo pueden tener o albergar un estado mental similar al suyo; sólo entonces resulta posible compartir las experiencias subjetivas, sólo entonces hay intersubjetividad” (Stern, 1991, pág. 157). En otros casos, lo que se enfatiza es la inter-acción, “la intersubjetividad en psicoanálisis se refiere al interjuego dinámico entre las experiencias subjetivas del analista y el paciente, en la situación clínica” (Dunn, 2004, pág. 187). También es centro de teorización la relación con un otro como un sujeto en sí mismo. Para Benjamin (1988), “la idea de la intersubjetividad reorienta la concepción del mundo psíquico desde la relación del sujeto con sus objetos hacia los sujetos encontrándose con otros sujetos” (pág. 20). A su vez, el reconocimiento queda asociado a la intersubjetividad: “es esta mutualidad del REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 329-352

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reconocimiento, esta psicología de dos personas, lo que ha sido referido como la intersubjetividad” (Aron, 1996b, pág. 592). Este pequeño listado de definiciones evidencia la problemática del término y la consecuente necesidad de clarificar sus distintos significados por medio de la articulación de los distintos usos del concepto. En respuesta a esto último señalaré cuatro usos principales del término “intersubjetividad” en el psicoanálisis. El primero es el uso generativo o constitutivo, caracterizado por la emergencia o constitución de algún aspecto de la subjetividad a partir del encuentro con otros sujetos. El segundo es el uso categorial. Del sustantivo “intersubjetividad” pasamos al adjetivo “intersubjetivo” para hacer referencia a una categoría que agrupa un conjunto de teorías con ciertas características. El tercer uso es el descriptivo-relacional. En este caso la intersubjetividad señala un modo específico de relación con el otro, al entrar en contacto con otras “mentes”. Finalmente, el cuarto uso, es el que denomino específico. Aquí, la intersubjetividad se configura según la dimensión de la experiencia del encuentro con un otro que se enfatice en las distintas propuestas.

Fuentes y orígenes del interés por la intersubjetividad

El primero en introducir la cuestión del otro sujeto por medio de la relación entre sujetos desde el psicoanálisis fue Lacan durante sus primeros seminarios (Lacan, 1981; Green, 2000). Lacan, a su vez, fue quizás el precursor en la utilización de la palabra “intersubjetividad” dentro del psicoanálisis.1,2 En el psicoanálisis americano, el término fue introducido por Stolorow casi tres décadas atrás (Aron, 1996a; Stolorow, 2002). En el psicoanálisis rioplatense, hasta hace algunos años la palabra “intersubjetividad” era empleada mayormente por grupos lacanianos volcados sobre los primeros seminarios de Lacan, o era patrimonio casi exclusivo de grupos orientados a un psicoanálisis grupal, familiar o de pareja. Hay varias razones que se esgrimen a la hora de pensar acerca del interés creciente por la cuestión de la intersubjetividad. Éstas van desde contradicciones conceptuales de orden técnico y metapsicológico en Freud, pasando por hallazgos provenientes tanto desde la psicología del

1. Véase, por ejemplo, la clase del 2 de junio de 1954, titulada por Miller como “Relación de objeto y relación intersubjetiva” (Lacan, 1981). 2. Desarrollaré un trabajo sobre Lacan y la intersubjetividad en otro espacio.

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desarrollo y la experiencia del consultorio en el trato con los nuevos cuadros psicopatológicos, hasta lo que yo entiendo como un cambio en la concepción del sujeto dentro del psicoanálisis. Dunn (1995) presenta “dos contradicciones conceptuales” en Freud como elementos contribuyentes al desarrollo de la intersubjetividad en el psicoanálisis contemporáneo. La primera tiene que ver con los problemas en la conceptualización de la relación misma entre transferencia y contratransferencia, siendo esta última problemática. Mientras que la transferencia es una fuerza distorsionante e inamovible para el analizante, la contratransferencia, entendida como la transferencia del analista, es un error técnico que da cuenta de falta de análisis del analista. En el primer momento del psicoanálisis, la contratransferencia debe ser discernida y dominada (Freud, 1910a). De Freud en adelante tuvo lugar un creciente interés en la contratransferencia. Comienza a ser conceptualizada más ampliamente, incluyendo todas las reacciones del analista al analizante, reconociendo además su carácter inevitable y por eso incorporándola como una herramienta en el trabajo analítico (Heimann, 1950). El movimiento siguiente, y donde teorizan hoy en día algunas escuelas, como la de las relaciones objetales, la interpersonalista y la relacional, es la inclusión de la subjetividad del analista como algo que no se agota en sus reacciones frente a su analizante (Dunn, 1995). Se indaga entonces el impacto que posee la subjetividad del analista en la experiencia del analizante (Aron, 1991; Hoffman, 1983). El otro antecedente a los desarrollos intersubjetivos que señala Dunn lo encontramos en la conceptualización freudiana del Yo. Para Freud, el Yo es dos cosas: por momentos, un conjunto de funciones mentales, y por otros, un conjunto de representaciones. En el primer caso hablamos de funciones como la percepción, la prueba de la realidad, el pensamiento, el juicio. En este caso, “la importancia funcional del yo se expresa en el hecho de que normalmente le es asignado el gobierno sobre los accesos a la motilidad” (Freud, 1923, pág. 27). En el segundo caso, el yo es un conjunto de representaciones3 (Freud, 1910b), una construcción producida por las identificaciones (Freud, 1923). Sobre esta última noción del yo se elaboran los desarrollos intersubjetivos, en el hecho de que el Yo o

3. “[…] la perturbación psicógena de la visión consiste en que ciertas representaciones anudadas a esta última permanecen divorciadas de la conciencia, el abordaje psicoanalítico supondrá que estas representaciones han entrado en oposición con otras, más intensas –para las cuales empleamos el concepto colectivo de ‘yo’, compuesto de manera diversa en cada caso–, y por eso cayeron en la represión” (Freud, 1910b, pág. 211).

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el Self no es sin un otro (Dunn, 1995). La construcción de este yo o self, y por lo tanto la experiencia subjetiva misma, está íntimamente ligada al otro y a sus representaciones. Jessica Benjamin (1988; 1990) señala, por su lado, otras dos fuentes del interés por la intersubjetividad. La primera de ellas esta ligada a los aportes provenientes de las investigaciones de la psicología del desarrollo (i.e. Stern) y de la etología (i.e. Bowlby). Según Benjamin, estos aportes muestran que se supera una visión del bebé pasivo, evitativo y hasta autista, cuya relación con el mundo se limita a las necesidades de alimentación y cuidado. El nuevo bebé es un agente socialmente activo –en este infante la sociabilidad es primaria– que responde a las miradas y a las voces de los otros. De allí que el otro vaya cobrando un nuevo lugar en la teorización sobre el desarrollo del psiquismo. La segunda fuente señalada por Benjamin es la experiencia clínica misma. Aron (1996a) resalta también la experiencia del consultorio como el lugar predominante en el vuelco hacia una perspectiva intersubjetiva. Aquí, la focalización en el conflicto edípico, la neurosis y la represión se desplaza a lo pre-edípico, a las experiencias de constitución de un sentido de sí y a las patologías del narcisismo y del vacío, en donde la otra persona, madre o cuidador, y su respuesta tienen un lugar central. Sin embargo, la causa fuerte del interés por la cuestión intersubjetiva (que engloba al menos una de las fuentes anteriormente presentadas) resulta de un cambio en la concepción del sujeto en el psicoanálisis. La noción de un sujeto dialógico comienza a reemplazar la idea de sujeto monológico. Este desplazamiento se da al menos en cuatro frentes dentro del psicoanálisis. El primero parte de la consideración de espacios internos y externos hacia un énfasis en los espacios “entre”. El segundo prioriza la relación sujeto-sujeto por sobre la relación sujeto-objeto. El tercero enfatiza la acción y las prácticas relacionales por sobre el insight. El cuarto parte de perspectivas fundacionistas, realistas o positivistas hacia perspectivas hermenéuticas y constructivistas (Muller, 2005). De estos cuatro desplazamientos, todos relevantes al pensar la intersubjetividad, deseo presentar brevemente aquel que muestra el origen de la problemática del encuentro con otra persona en tanto resulta objetivada vía representación. La concepción monológica del sujeto hace hincapié justamente en la representación (Taylor, 1991). El mundo, y consecuentemente el otro, es representado, objetivado, devenido objeto de la conciencia. Freud también hace de la representación un elemento central de su desarrollo. El inconciente está poblado de representaciones reprimidas y tiene como piedra angular a las pulsiones. Las pulsiones se sirven de las representaciones preconcientes y concientes para encontrar formas de gratificación. De allí es que el otro como objeto de conciencia propio de

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la concepción monológica deviene objeto de la pulsión cuando esta se sirve de las representaciones no reprimidas en la búsqueda de descarga. En la concepción dialógica, el otro no es objeto de la conciencia sino otra conciencia (Taylor, 1991). En la relación con otra conciencia, lo que puede tener lugar entre ellas es un “enganche” y el desarrollo de una “ritmicidad” compartida (i.e. los diálogos apasionados). Estas experiencias, que no son foco de conceptualización y consideración en las concepciones monológicas, se consideran vitales en una concepción dialógica del sujeto. Lo dialógico sostiene que hay experiencias, producidas en el encuentro con otras personas que son esenciales para el sujeto y de las cuales no se puede dar cuenta desde un modelo representacional. En general se cristaliza en el psicoanálisis en la preocupación por la intersubjetividad. Este desplazamiento conforma, a mi entender, la razón central a la hora de pensar las fuentes del interés por la intersubjetividad: un cambio en la concepción del sujeto con la consecuente modificación del lugar del otro en la constitución del psiquismo y la subjetividad.

La intersubjetividad en su uso generativo-constitutivo

La intersubjetividad en un sentido generativo o constitutivo sostiene que la subjetividad es posible a partir del encuentro con otras personas. El producto de esa interacción –reconocimiento, internalización, identificación, adquisición de estructuras psíquicas/mentales, etc.– da lugar a la conciencia de sí (Hegel o Mead) y por lo tanto al sujeto, a los procesos mentales superiores (Vygotsky), o a la formación misma de estructuras psíquicas (Freud). En este sentido, la totalidad del propio cuerpo psicoanalítico es una teoría intersubjetiva ya que, partiendo de Freud, el encuentro con los otros es central en la constitución del psiquismo.4 Desde la filosofía encontramos el ejemplo clásico de las formas generativas o constitutivas de la intersubjetividad en Hegel. A partir de la lucha por el reconocimiento se produce la realidad humana, la conciencia de sí y, por lo tanto, el hombre. El planteo hegeliano sostiene que,

4. También es posible leer a Freud asumiendo primero un desarrollo individual con un posterior vuelco hacia el mundo exterior. En el desarrollo de la libido, del autoerotismo se pasa al narcisismo y, en un tercer momento, el psiquismo se vuelca hacia los objetos del mundo exterior. Este es un punto central ya que en el debate sobre la intersubjetividad se indaga sobre la subjetividad. En este respecto, existen dos posiciones: aquella que sostiene que se puede hablar de subjetividad antes del encuentro con el otro y aquella que niega la subjetividad antes del encuentro con el otro. En la filosofía, el tema pasa por el valor de lo pre-reflexivo y lo pre-proposicional (Frie y Reis, 2001).

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para que exista una realidad humana, una sociedad, tiene que haber una multiplicidad de deseos dirigidos entre sus integrantes. ¿Qué se identifica como lo más básico o lo primero? Sólo un sentimiento de sí que se comparte con el animal. Lo propio del hombre es la conciencia de sí, de su realidad humana y de su dignidad (Kojeve, 1969). Pero la pregunta por el hombre pasa por la producción de esta conciencia de sí. El deseo está involucrado en la producción de esta conciencia de sí. Pero no cualquier deseo, sino aquel dirigido a los objetos no naturales más allá de la realidad dada. El único objeto al que el deseo puede dirigirse más allá de la realidad dada es al deseo mismo, por su condición de vacío o falta. El problema con los objetos naturales es que el deseo en tanto dirigido a estos objetos intensifica este sentimiento de sí, pero no resulta en la conciencia de sí. Para el desarrollo de esta conciencia, dirijo mi deseo a otro deseo, al deseo del otro, que no es un objeto dado justamente por esa condición de falta o vacío. El deseo es humano en la medida en que uno desee poseer o asimilar el deseo del otro, es decir, ser deseado, ser amado, ser reconocido (Kojeve, 1969). Es en el poner la vida en riesgo, en el estar dispuesto a morir por tales deseos, por una bandera, por una medalla, por el reconocimiento, donde se hace ver la humanidad del hombre. Hegel, en boca de Kojeve, viene a decir que el Deseo que genera conciencia de sí es finalmente una función del deseo por el reconocimiento del otro. George Mead (1934), filósofo pragmatista y psicólogo social, es otro buen ejemplo de una concepción generativa de la intersubjetividad. La distinción entre “organismo” y “sí-mismo” o “persona” implica el desarrollo de alguna capacidad que dé paso del primero a lo segundo. Esta capacidad es la “conciencia de sí”. Para ello postula un “Otro Generalizado”, aquella internalización que es central en su teoría sobre la constitución de la persona. Para Mead, la persona no está dada de entrada. El organismo, al igual que la persona, tiene una conciencia que la define como un “mero estar ahí” (a mere thereness). Pero lo que distingue a la persona es la conciencia de sí: hay persona cuando hay conciencia de sí. Ésta es la que posibilita a la persona tomarse como objeto para sí misma. Es decir, reflexiona, se vuelve sobre sí, siendo ahora el sujeto mismo el objeto de pensamiento, de percepción. El desarrollo de esta conciencia de sí requiere lo que Mead llama el “Otro Generalizado”. Éste no es otra cosa que la internalización del conjunto de actitudes de los demás hacia el sí-mismo que ahora media en la relación del sujeto consigo mismo. Al momento de reflexión, de concebirse como objeto, lo hace por medio del Otro Generalizado, tomando hacia sí la actitud que han tenido los demás hacia su sí-mismo. Es entonces la interacción con el otro lo que posibilita la constitución de la persona, mediante la conformación de un “Otro

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Generalizado”, una estructura que surge como producto de esa interacción. En Freud, sin necesariamente enfatizar la noción de “conciencia de sí” o “persona”, hablamos del lugar del otro en la constitución del psiquismo. La idea es la misma: es a partir de la interacción con otro, otra persona, otro sujeto, que el psiquismo y la subjetividad comienzan a constituirse. Quiero esbozar tres lugares en el desarrollo freudiano donde el otro funciona como constituyente: el deseo, la génesis del YoSuperyó y el orden social. En los dos primeros, el otro participa en la conformación del psiquismo. En el tercer caso, resaltando la contraparte externa a la conformación del superyó, el otro incorporado contribuye a la constitución del orden social. En el Proyecto, Freud (1895) hace un desarrollo del aparato y nos dice que en los inicios de la historia éste es simple, siendo su modelo el del arco reflejo. Como se trata de un sistema que tiende a mantenerse libre de estímulos, los estímulos externos son descargados rápidamente por vías motrices. Lo que brinda al aparato su complejidad y da lugar a la constitución del psiquismo es lo que Freud llama el “apremio de la vida”. Esto no es más que el aumento de excitación en el aparato por los estímulos endógenos. Este “apremio de la vida” tiene que ver entonces con las excitaciones provenientes del interior del cuerpo. El problema con estas excitaciones internas es que no podemos librarnos de ellas de la misma manera en que es posible librarse de las excitaciones externas, es decir, por la huída. Actúan continuamente y sólo se produce un cambio momentáneo cuando tiene lugar la “vivencia de satisfacción” que cancela el o los estímulos internos operantes. En el caso del niño se produce con la ayuda del cuidador, identificada por Freud como la “acción especifica” (Freud, 1894). Es con frecuencia esta participación de un otro en la primera vivencia de satisfacción lo que se considera central en la constitución del deseo. En la descripción de la “vivencia de satisfacción”, Freud desarrolla más en detalle la estructura del deseo (Freud, 1900). Central a la vivencia de satisfacción es la imagen mnémica de cierta percepción que queda asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. Frente a un aumento de tensión de origen interno en el aparato, se produce un movimiento tendiente a investir la imagen mnémica de aquella percepción. Este proceso da lugar a la percepción misma y allí hablamos de “cumplimiento de deseo” –lo que el aparato intenta reestablecer es la situación de satisfacción primaria. Parte de la imagen mnémica esta conformada por el otro y su participación en la acción específica. Por lo tanto, aquí el deseo no es sin el otro. Pero tampoco el Yo es sin el otro. Y éste es el segundo lugar que quiero señalar como propio de una intersubjetividad emergente o constitutiREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 329-352

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va. Freud (1923) supone un grado de diferenciación dentro del Yo, que llamará Superyó. Esta instancia resulta de una alteración del Yo como consecuencia de un proceso psicológico que conocemos como “identificación”, mediante el cual asimilamos un aspecto, propiedad o atributo de otro (Laplanche y Pontalis, 1981). En la identificación “se aspira a configurar al yo propio a semejanza del otro, tomado como ‘modelo’” (Freud, 1921, pág. 100). Incluso el origen mismo de este Yo propio que se moldea por medio de identificaciones no es sin el otro. Este Yo mismo es creado por identificaciones, pero se trata de una identificación más primaria, inmediata que no resulta de una investidura de objeto. Esta es justamente la identificación primaria5 (Freud, 1923). Cuando ya hay un Yo más constituido que se moldea por identificaciones resultantes de investir al otro (los objetos), hablamos de identificación secundaria en la conformación del Yo-Superyó. Un poco más tarde Freud nos explica que el Superyó, agencia representante de los vínculos parentales, es consecuencia directa del complejo de Edipo (Freud, 1923). El complejo de Edipo en términos simples nace en el momento en que dos modalidades de vínculo que el niño establece con sus progenitores entran en conflicto. La relación con la madre parte de una elección de objeto anaclítica, mientras que el vínculo con el padre surge de una identificación. Cuando se incrementan los deseos sexuales hacia la madre y a su vez se esclarece la percepción de que el padre es un obstáculo para los mismos, nace el complejo de Edipo. El desenlace más normal según Freud es la resignación del objeto madre, posibilitada por un refuerzo en la identificación con el padre, proceso que también depende de las disposiciones sexuales. El Yo puede resignar este objeto madre cuando el obstáculo ya no es tanto exterior como interior. La función represiva del padre en lo concerniente a los deseos del niño hacia la madre comienza a ocurrir internamente, “en cierta medida toma prestada del padre la fuerza para lograrlo” (Freud, 1923, pág. 36). Si bien en Mead la internalización de la actitud de los demás hacia uno da lugar al “Otro Generalizado”, en Freud es la internalización de la imagen del otro, su fuerza y demás atributos lo que posibilita la conformación del Superyó. Al presentar su desarrollo del Yo y del Superyó, Freud se confronta con uno de los puntos centrales en la problemática de la intersubjetivi-

5. Laplanche y Pontalis (1981) definen la identificación primaria como el “modo primitivo de constitución del sujeto sobre el modelo del otro, que no es secundario a una relación previamente establecida en la cual el objeto se presenta desde el principio independiente” (pág. 189).

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dad: de qué se trata aquello que está antes del encuentro con un otro y de qué manera se constituye un Yo a partir de aquello. En Hegel, este “aquello” es esa criatura incipiente que se constituye en hombre al participar en la lucha por el reconocimiento. En Mead tenemos un organismo que se constituye como persona a partir de participar en el orden social y poder internalizar el Otro Generalizado que posibilita la conciencia de sí. En Freud se constituye un Yo de Ello que lo antecede por medio de la identificación. El problema es que la identificación ya presupone la existencia de algo con capacidad de identificarse. Ese algo con capacidad de identificarse es el problema, ya que no puede ser simplemente Ello que esta ahí. En líneas generales, ese algo con capacidad de identificarse es un Yo incipiente, un Yo endeble que se produce a partir del contacto con la realidad de aquEllo que esta ahí. Ello, por sí solo, no se puede identificar. El Yo incipiente es la parte de Ello modificada por la percepción. Algo más se tiene que producir, y eso que se produce es entonces una identificación primera. Así es como Freud hace el salto del pasaje de un mundo sin Yo a un mundo con Yo. El moldeado del Yo y la constitución del Superyó como consecuencia del retiro de catexias es producto de una identificación secundaria. El tercer lugar en la obra freudiana donde se ilustra una intersubjetividad generativa o constitutiva es en el desarrollo de algún grado de organización social, como se plantea en Tótem y tabú (Freud, 1913). La complejidad adicional en esta instancia surge tras la incorporación del padre asesinado. Freud se pregunta por el pasaje que debe de haber tenido lugar desde la horda primitiva a la tribu con el grado de organización de un sistema totémico. Freud plantea que en algún momento, ante el padre de la horda primitiva, caracterizado por su violencia y celosía y por el acaparamiento de las hembras para sí, los hermanos expulsados ya crecidos se alían, matan a su progenitor y lo devoran. En el acto de la devoración, se identifican con él y se apropian de su fuerza. Éste es el origen de muchas cosas, dice Freud: de las organizaciones sociales, de las limitaciones éticas y de la religión.

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La intersubjetividad en su uso categorial

teoría intersubjetiva, una visión intersubjetiva, o de lo intersubjetivo. En general la intersubjetividad designa una categoría compuesta por un conjunto de teorías que dan cuenta de experiencias con los otros y que no pueden explicarse a partir de la noción de pulsión. A veces se la considera un sinónimo de “interpersonal”, “relacional”, “interaccional”, “diádico” o “dialógico”.6 En general, la intersubjetividad es contrapuesta con otra categoría, denominada “intrapsíquica”, “monádica”, “tradicional” o “clásica”, conformada por un conjunto de teorías cuyo centro proposicional es la pulsión y el conflicto intrapsíquico. De esta manera, el debate contemporáneo se formula en términos de “Intrapsíquico” o “Clásico” vs. “Intersubjetivo”. Ésta es la nueva forma que toman los intentos previos de ordenamiento del campo de producción psicoanalítica, cuyas categorías eran el ya conocido par “One person psychology” / “Two person psychology” de Balint, o el más contemporáneo “Modelo de estructuración pulsional” / “Modelo de estructuración relacional” (Greenberg y Mitchell, 1983). Para Dunn (1995), una perspectiva “clásica” es aquella basada en una orientación científica positivista. En ella, el analista es capaz de situarse en una posición determinada frente a la vida psíquica del analizante en la búsqueda de objetividad. En este proceso se pueden identificar los componentes de la vida psíquica del analizante y verlos operar “dentro” de ella o él, sin influencia del clínico. Esto quiere decir que el analista puede ser, a la manera de un científico, un observador externo e imparcial. En las descripciones de lo observado se enfatizan los modos en que la pulsión es tramitada. Además, según Dunn, la perspectiva clásica es más mecanicista en sus explicaciones y utiliza metáforas materiales. Por otro lado, en la perspectiva “intersubjetiva”, el conocimiento del analizante es considerado en contexto con una interacción clínica particular. El proceso terapéutico mismo deriva de un cruce de las reacciones clínicas de analizante y analista. En él, lo psíquico no puede ser entendido fuera de la matriz social, siempre en desarrollo y de la cual el analista forma parte. Por eso se sostiene que los datos se co-construyen entre analista y analizante. Así como la perspectiva clásica hace hincapié en la pulsión como factor motivacional central, en la perspectiva intersubjetiva se enfatiza establecer una conexión y comunicación con los otros.

En la dimensión categorial, la palabra “intersubjetividad” se desplaza desde el lugar privilegiado de sustantivo para dar cuenta mayormente de la cualidad de una teoría. Aquí, la palabra adjetiva los sustantivos “metateoría”, “teoría”, “perspectiva”, “visión”, “campo” y “modelo”, entre otros. Se habla entonces de una perspectiva intersubjetiva, una

6. Por ejemplo, para Spezzano (1996), “dialógico”, “intersubjetivo” y “constructivista” son distintos términos utilizados para hacer referencia a una psicología de dos personas. Pero hay que considerar las diferencias. “Relacional” parece abarcar más que lo interpersonal, y además “intersubjetividad” e “interpersonal” no son lo mismo (Aron, 1996a).

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Benjamin (1988) diferencia la perspectiva “intrapsíquica” de la “intersubjetiva”. La primera ve al self como una unidad discreta con una estructura interna compleja, cuya área crucial es el inconsciente, sus fantasías y su dinámica. Se trata de una perspectiva que enfatiza al otro en tanto objeto. La segunda, en cambio, mantiene que el self se desarrolla por medio de la relación con los otros. Este otro es un sujeto en sí mismo, otro “sí-mismo”. La concepción del psiquismo de la relación del sujeto con su objeto se desplaza a la relación del sujeto con otros sujetos. Se focaliza en lo que sucede en el campo con el otro, y en las capacidades que emergen de esa interacción. El área crucial es la representación del sí mismo y del otro como distintos pero relacionados. Al tratar la cuestión de la intersubjetividad, Yamín (1999) resalta este sentido categorial del término. Organiza el campo psicoanalítico en términos de “modelos clásicos” y “modelos intersubjetivos”. El primero enfatiza el conflicto intrapsíquico, lo repetitivo, la represión y la regresión, y se funda en una psicología más monopersonal. Lo centrífugo en este modelo se asocia a lo repetitivo, ya que el analizante impone en la situación analítica los patrones de relación de adentro hacia fuera y no otorga tanto peso a la influencia del objeto externo. La palabra “descubrimiento” queda asociada a estos modelos. El segundo modelo prioriza el factor actual por sobre el repetitivo, privilegiando la influencia del objeto externo y la determinación que éste pueda llegar a tener sobre la relación de objeto del analizante. En este caso, el movimiento se realiza de afuera hacia adentro, destacando la vía centrípeta por sobre la centrífuga. En vez de utilizar la palabra “descubrimiento”, los analistas del modelo intersubjetivo hablan de “creación”. La neutralidad, la regla de abstinencia y la noción de frustración como factor de maduración quedan lógicamente eliminadas en estos abordajes. En cuanto al uso del concepto en su forma categorial, encontramos dos posturas. Por un lado aquellos que defienden una de estas categorías en detrimento de la categoría opositora, ya sea descalificándola o argumentando sobre su falta de innovación. El debate que se origina ha dado lugar a lo que se llama “psicoanálisis comparativo”. Por otro lado, están quienes toman una posición conciliadora e integradora, mostrando la importancia y la riqueza de considerar ambas perspectivas como complementarias en el trabajo clínico.

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La intersubjetividad en su uso descriptivo-relacional

desarrollo de ciertas capacidades relacionales. En estos casos la palabra deja el lugar del sustantivo, adoptando su forma adverbial. Desde este lugar, da cuenta de un vínculo fuerte con el otro, en donde lo que se señala como aspecto central es la experiencia de relación con un agente capaz de estados intencionales. En estos casos podemos decir que nos relacionamos “intersubjetivamente” con el otro. En la filosofía ya encontramos distinciones en la manera de relacionarnos. Por ejemplo, Buber (1994) diferencia dos formas de relación, que se corresponden con dos formas de la experiencia de sí, y dependen solamente de la manera en que usamos lo que él llamó las “palabras fundamentales”, ordenadas en pares de vocablos. Éstas son el Yo-Tú y el YoEllo. Cuando nos referimos al otro como Tú, tenemos una experiencia distinta del otro que en aquellos casos en los que decimos Ello, él o ella. El Yo que se produce al enunciar Tú es distinto al Yo producido al enunciar Ello. Al decir Ello, él, ella, aquél o aquélla, lo que hacemos es objetivar al otro para experienciarlo y utilizarlo. Este otro resultante se constituye por partes, mediatizado por la conciencia y localizado en el espacio. Cuando decimos Tú, iniciamos una relación mutua. En ella el otro se presenta como un todo, la relación es inmediata y el espacio se comparte con el otro. En este caso, el otro no es un objeto de nuestra experiencia sino un sujeto que se comunica con nosotros (Crossley, 1996). También encontramos este tipo de distinción en la psicología del desarrollo. Ésta propone que a partir de cierto momento, el infante es capaz de una modalidad de relación distinta a la que viene manifestando con sus cuidadores. En esta instancia, el infante ya no se relaciona solamente con otra entidad diferenciada, sino con otro agente poseedor de estados intencionales. Es a partir de este momento que se habla de “intersubjetividad” (Traverthan, citado en Stern, 1989). El término “intersubjetividad” se vuelve, como señalé, una modalidad adverbial: el infante desarrolla una capacidad mediante la cual se puede relacionar intersubjetivamente, a condición de que la intencionalidad del otro sea un elemento en la experiencia misma de relación. Stephen Mitchell es quizás uno de los autores del psicoanálisis contemporáneo más leído en cierta parte del mundo anglosajón. En su último trabajo plantea un modelo relacional integrativo, cuya fase más desarrollada denomina “intersubjetividad” (Mitchell, 2000). Propone cuatro dimensiones interaccionales, esto es, cuatro modos básicos en los que opera la relacionalidad7 que progresivamente incrementan su grado de organización. El modo 1, y más básico, se interesa por aquello que la

Según sus capacidades, un sujeto tiene distintas maneras de relacionarse con las otras personas. La palabra “intersubjetividad” puede ser utilizada para dar cuenta de un modo de relación particular, vinculado al

7. Relationality es uno de los términos que hacen al título del trabajo de Mitchell (2000).

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gente hace con otro (se toman aportes como los de Bowlby y Sullivan) y por la manera en que el campo relacional se organiza en torno a la influencia recíproca y a la regulación mutua. Este modo se centra en lo noreflexivo y en el comportamiento presimbólico. El modo 2 se identifica con la permeabilidad del afecto en la experiencia relacional (se retoma la teorización transferencia-contratransferencia de autores como Ogden, Bollas, Mitchell, Hoffman y Davies). El modo 3 refiere a la organización de la experiencia vincular en términos de configuraciones selfotro (el aporte es de autores como Fairbairn). En estos tres primeros modos, el otro no es organizado ni experienciado como un sujeto independiente en sí mismo. Recién en el modo 3, el otro es simbolizado pero ocupa principalmente lugares funcionales, ya sea como objeto reflejante, contenedor, excitante, satisfactorio. Finalmente, el modo 4 es el más sofisticado. La organización de la experiencia con un otro es en tanto otro, en tanto sujeto en sí mismo. Este modo es el “intersubjetivo” y hace referencia al reconocimiento mutuo de agentes reflexivos (el aporte se toma de trabajos como los de Chodrow y Benjamin). Pero quizás sea en Winnicott (1989) donde encontramos una temprana distinción en términos de jerarquía de los procesos relacionales. Winnicott diferencia la relación de objeto del uso de objeto. En la relación de objeto, el sujeto es afectado por el objeto en la medida en que lo catectiza. De esa manera, el objeto deviene significativo a través de los mecanismos de proyección y de identificación. Algo del sujeto se ve disminuido al punto que encuentra algo de sí en el objeto, aunque enriquecido por el sentimiento. En la relación de objeto, paradójicamente, el sujeto queda aislado. El uso de objeto presupone la relación de objeto y su novedad radica en que se hacen presentes la naturaleza y el comportamiento del objeto. Para que uno pueda usar el objeto (y aquí “usar” no se relaciona con el sentido de “explotación”), éste no debe ser un conjunto de proyecciones, ya que de esa manera estaría dentro del área de control omnipotente de uno, sino que debe ser real, debe ser parte de una realidad compartida. El desarrollo de la capacidad para el uso del objeto depende de la respuesta del objeto a la destructividad del niño. Así, Winnicott pone el peso en el factor ambiental en dos sentidos: por un lado, “en el examen del uso no hay escapatoria: el analista tiene que considerar la naturaleza del objeto, no como una proyección, sino como una cosa en sí misma” (pág. 221); por otro lado, la capacidad para la relación de objeto depende de la capacidad del objeto de sobrevivir a la destructividad del niño. Winnicott otorga a la agresión un nuevo papel en la constitución del principio de realidad. Si bien Winnicott no usa la palabra “intersubjetividad”, es Benjamin (1988; 1990; 1995) quien toma esta distinción winnicottiana para su propuesta intersubjetiva. Tanto en la psicología como en el psicoanálisis, REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 329-352

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aunque la madre ha sido diversamente caracterizada de acuerdo a distintas teorías, nunca fue un sujeto en sí mismo. Ha sido, en palabras de Benjamin, el objeto de apego, el objeto de deseo, el objeto especular, el otro significativo, una frustradora óptima, etc. Benjamin (1988) enfatiza el carácter de sujeto de la madre en la experiencia con el niño, lo cual tiene un impacto en la constitución del psiquismo del bebé: “… la madre real no es simplemente un objeto de las necesidades y las demandas del niño; ella es, de hecho, otro sujeto cuyo centro independiente debe estar por fuera del niño si ella va a garantizarle el reconocimiento que él busca” (pág. 24). Lo que Benjamin va a resaltar es la necesidad de teorizar sobre el desarrollo de la capacidad para una relación mutua entre dos sujetos: la capacidad del reconocimiento mutuo –la necesidad de reconocer al otro y a la vez ser reconocido por éste. Una teoría que se centra en el estudio de esta capacidad es una teoría de la intersubjetividad. Aron (1996a) por su parte toma esta diferenciación y distingue las experiencias de regulación mutua –la experiencia con el objeto– de aquellas de reconocimiento mutuo –la experiencia con el sujeto–. En todos los casos, la palabra “intersubjetividad” queda ligada a un modo particular de relación con el otro.

La intersubjetividad en su uso específico

Por último, quiero presentar un cuarto uso del término que llamaré específico. Éste consiste en muchos casos en la forma específica que toma el uso denominado generativo o constitutivo. Es posible una articulación más específica del uso generativo del concepto tomando como eje a las distintas dimensiones del encuentro con el otro que suelen enfatizar los distintas propuestas intersubjetivas. Por ejemplo, en algunos trabajos se resalta, como vimos, la centralidad de la experiencia de reconocimiento. En otros, lo que ocupa un lugar preponderante es la experiencia del encuentro con la alteridad o la ajenidad. De la misma manera, algunos enfatizan la centralidad del lenguaje. La gran cantidad de escritos sobre enactment (puesta en acto) explícitamente ligados a una perspectiva intersubjetiva obliga a considerar la acción (considerando la raíz “acto” del concepto de enactment) como otra dimensión central que contribuye a una articulación más específica del concepto. A su vez, se habla del espacio intersubjetivo como espacio “entre” sujetos, lo cual lleva a reconocer al término prepositivo “entre” como una dimensión en sí en el encuentro con un otro. Finalmente, proliferan estudios sobre el problema de la terceridad, lo cual implica considerar al tercero como otra de las dimensiones de la intersubjetividad.

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Un planteo dimensional recorta ciertos aspectos de un mismo fenómeno, en donde se reflejan a su vez la totalidad de las dimensiones. Al enfatizar una de ellas, se obtiene una mejor comprensión de un aspecto o característica particular del encuentro con el otro. Crossley (1996) dimensiona la intersubjetividad en una fase “egológica” y otra “radical”. Cohelo Junior y Figueiredo (2003) dimensionan la otredad considerando cuatro matrices que resultan en cuatro formas de intersubjetividad: intersubjetividad trans-subjetiva, intersubjetividad traumática, intersubjetividad interspersonal e intersubjetividad intrapsíquica. Mi propuesta se centra en el reconocimiento, el espacio “entre”, la alteridad, la acción, el tercero y el lenguaje como dimensiones posibles del encuentro entre sujetos. Estas seis dimensiones están presentes en el encuentro con otro, y cada una de ellas, al mismo tiempo que conforma un uso específico del concepto de intersubjetividad, puede ser tomada como eje para un ordenamiento y un estudio más acotado de la cuestión intersubjetiva en el psicoanálisis. Aquí entonces el trabajo es doble. Por una lado articular este uso y, por otro, a partir de esta articulación, formular las bases para un estudio futuro de la cuestión intersubjetiva. Quizás las preguntas que corresponde formular al abordar un estudio de la intersubjetividad son: 1) ¿qué es lo que cada una de las dimensiones produce, genera o contribuye a generar en términos psíquicos y subjetivos en las distintas propuestas teóricas?; 2) ¿de qué manera lo hace?; 3) ¿cuál es la forma que toma esa dimensión en los desarrollos que la enfatizan? En lo que sigue me propongo señalar estas dimensiones, con la mención de distintos trabajos solamente a modo ilustrativo de propuestas que han elaborado, a veces de manera directa y explicita, otras no, en cada una de estas dimensiones. La intersubjetividad en su dimensión del reconocimiento se preocupa por las respuestas de los otros hacia uno, pero a su vez trata el propio reconocimiento de los otros como otros sujetos. Aquí estamos en el terreno del reconocimiento mutuo, y el trabajo de Benjamin es probablemente uno de los intentos más serios de teorización sobre las problemáticas de este reconocimiento. Pero hay otras formas de reconocimiento: reconocimiento mutuo y reconocimiento de sí parecen distintas partes en el camino del reconocimiento (Ricoeur, 2005). El reconocimiento profundo también se identifica como otra de sus formas (Eisold, 1999). Si bien el uso específico del término intersubjetividad queda asociado en algunos desarrollos al reconocimiento, las distintas formas del mismo pueden proponerse como un principio organizador de un estudio del reconocimiento en el psicoanálisis. Las preguntas a plantearse son, entonces: 1) ¿qué se produce o genera a partir del reconocimiento?, 2) ¿de qué manera lo hace?, y 3) ¿cuáles son las formas del reconocimiento más enfatizadas en las distintas teorías? REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 329-352

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La intersubjetividad en su dimensión de espacio “entre” sujetos, o el espacio intersubjetivo o intermundano, hace hincapié en aquellos elementos que conforman el campo común del que participan los sujetos. El psicoanálisis parte de un sistema bipolar, constituido por el mundo y el sujeto libidinal (Lacan, 1981). Del “espacio potencial” winnicottiano (Winnicott, 1972) en adelante, el espacio “entre”, el terreno común entre sujetos, es cada vez más teorizado. Stolorow y Atwood (1996), en los Estados Unidos, definen su teoría de la intersubjetividad como una teoría del campo orientada a entender los fenómenos psicológicos a partir del contexto intersubjetivo en el cual van tomando forma. Esto implica atender el sistema o campo generado por el interjuego mutuo entre las subjetividades (analizante y analista, o bien bebe/niño y cuidador). La teoría del campo de los Baranger (2004) es otro buen ejemplo. Ellos resaltan una fantasía inconsciente básica que surge a partir de la estructura relacional establecida entre analista y analizante y que a su vez, dialécticamente, contribuye en cada momento a estructurarla. Al pensar implícitamente el “entre”, los Baranger enfatizan esta fantasía inconsciente común que parece comenzar a regir la interacción. También se puede considerar el fantasma como ocupante de ese espacio. El concepto de trama interfantasmática parece indicar que el “entre” se constituye por un fantasma común (Spivacow, 2001). Aunque Winnicott lo llame “el lugar en que vivimos” (Winnicott, 1972) y en ese contexto se pregunte “qué es la vida misma” (pág. 133), todavía no hay una clara articulación de la vitalidad e importancia de este espacio y de sus distintos elementos constitutivos. Entonces, 1) ¿qué se genera o produce a partir de la consideración de estos espacios?; 2) ¿de qué manera se genera o produce?; y 3) ¿cuáles son las formas que toma en los desarrollos que consideran esta dimensión? La alteridad es quizás uno de los temas más problemáticos al momento de pensar el encuentro con el otro, ya que tiene que ver con un aspecto radical, y justamente el otro en tanto otro. El psicoanálisis se preocupó por lo que se repite en distintos contextos, a expensas de lo nuevo. Lo nuevo de la experiencia con el otro es aquello de lo cual una intersubjetividad de la alteridad debe dar cuenta. La alteridad o la ajenidad es un problema poco teorizado en el psicoanálisis. Una notable excepción son los trabajos de Isidoro Berenstein (2004) y Janine Puget (2003). Al lidiar con la ajenidad del otro, conceptos como el de “transferencia” e “identificación” resultan inadecuados ya que tienen que ver con lo “mismo”, lo “semejante”, lo “conocido”. No es posible la consideración de la alteridad, de lo otro del otro. La “imposición”, la “presencia”, la “interferencia” son términos que van conformando una nueva metapsicología psicoanalítica que permita teorizar sobre lo ajeno del otro (Berenstein, 2004). Las preguntas posibles a plantearse son: 1) ¿qué

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se genera o produce con la consideración de la alteridad?; 2) ¿cómo se genera o produce eso? y 3) ¿cuáles de las formas que puede tomar la alteridad han sido consideradas hasta el momento? En los reportes sobre técnica analítica, el enactment o “puesta en acto” parece ser uno de los conceptos de mayor proliferación, que se asocia de manera explícita a una perspectiva intersubjetiva. El enactment sugiere una acción cuya fuerza y finalidad es influenciar a un otro implícito en la interacción8 (McLauglin, 1991). Además implica un cambio con respecto a la metapsicología freudiana y el modelo del arco reflejo (Renik, 1993). Si bien esta suma de trabajos da cuenta de un cambio en la técnica analítica misma, ya que posibilita ver el desplazamiento desde una técnica basada en el insight hasta aquella en la que se articulan acciones y prácticas relacionales (Muller, 2005), es difícil encontrar estudios unificadores y abarcativos sobre la acción en psicoanálisis (Issaharoff, 1999). Las preguntas para un estudio de la intersubjetividad que toma la acción como eje podrían ser: 1) ¿Qué se produce o genera a partir de la acción y qué lugar tiene el otro en las propuestas?; 2) ¿de qué manera se genera algo a partir de la acción?; 3) ¿cuáles son las formas que el concepto de acción toma en los distintos desarrollos? Es a partir de lo que se ha llamado el “giro lingüístico” que el lenguaje pasa a tener un lugar central a la hora de pensar las cuestiones del sujeto. Buber (1994) es un claro ejemplo de ello: el Yo de las palabras fundamentales Yo-Tú es distinto de aquel Yo de las palabras fundamentales Yo-Ello. Es decir, enunciar Tú o Ello es al mismo tiempo un acto de constitución del Yo. En cada caso se constituye un Yo distinto por medio del lenguaje. Lacan es, desde el psicoanálisis, el ejemplo paradigmático de una intersubjetividad del lenguaje. Para él, “no solo el hombre nace en el lenguaje, exactamente como nace en el mundo, sino que nace por el lenguaje” (Lacan, 2007, pág. 42). La importancia del lenguaje se ha hecho presente en el psicoanálisis de la mano del estructuralismo, la hermenéutica y el constructivismo. Las preguntas organizadoras de este eje serían: 1) ¿qué genera el lenguaje desde las distintas propuestas, ya sean estructuralistas, hermenéuticas y constructivistas?; 2) ¿de qué manera lo hace?; 3) ¿cuál es el lugar de los otros en cada una de las propuestas? Ogden, uno de los psicoanalistas contemporáneos más creativos, es reconocido por su propuesta del tercero analítico al pensar el interjuego dialéctico entre subjetividad e intersubjetividad, conceptos que coexis-

8. Esta definición es problemática en términos intersubjetivos ya que hace hincapié en este otro implícito.

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ten en tensión (Ogden, 1994). Cada uno crea, niega y preserva al otro. La intersubjetividad toma forma de tercero analítico, y la experiencia de cada uno de los participantes del encuentro analítico se constituye en un movimiento dialéctico entre subjetividad e intersubjetividad, es decir en la relación con el tercero analítico. Ésta es una de las formas en que el tercero se hace presente en los desarrollos intersubjetivos. El tercero puede tomar también otras formas (de excluido, significante nombre del padre, etc.). A su vez, según las distintas teorías, el lugar del tercero puede ser ocupado por distintos elementos: el padre, el supervisor, la teoría, la idea de bien, el espacio intersubjetivo mismo, etc. Para Britton (2004), el tercero en tanto configurador de un “espacio triangular” se vincula directamente con la producción o emergencia de la capacidad de reflexión, de poder visualizarse a sí mismo según el punto de vista ajeno. Las preguntas orientadas a profundizar y organizar este eje son: 1) ¿qué genera el tercero, o la experiencia de terceridad en los distintos desarrollos?, 2) ¿de qué manera lo hace?, y 3) ¿cuál es la forma que toma el tercero en cada desarrollo teórico? El auge del interés por la intersubjetividad en psicoanálisis llega con un poco de retraso, de la mano de un desplazamiento en la concepción misma del sujeto: una noción dialógica del sujeto comienza a hacerse cada vez más presente y consecuentemente el otro empieza a tener un lugar diferente en las producciones teóricas y técnicas. Es así como la palabra “intersubjetividad” va tomando fuerza y es utilizada dentro del campo psicoanalítico en diversos contextos de distintas maneras. Cuando se llega al punto en el cual todo resulta ser “intersubjetivo”, el término pierde vigor, por lo que un trabajo de articulación de algunos de sus usos puede revitalizar el concepto. Es así que intenté desarrollar cuatro usos de la palabra “intersubjetividad”. Primero, un uso generativo o constitutivo, donde a partir del encuentro con los otros se produce algo. En el caso de Freud es la constitución misma del deseo, del yo-superyó en el modelo estructural, y del orden social. Segundo, un uso categorial del término. La palabra en este caso adjetiva a los sustantivos “teoría”, “modelo”, “perspectiva”, “visión” y “abordaje”, entre otros. En este caso de refiere a un conjunto proposicional dentro del psicoanálisis que mayormente dan cuenta de la experiencia relacional dejando de lado la noción de pulsión. Tercero, un uso descriptivo-relacional, que demuestra un modo de relación con otro en tanto entidad separada poseedora de estados intencionales, y no solamente en tanto entidad separada. Por último, un uso específico, en el que la palabra “intersubjetividad” a veces se asocia a una u otra dimensión del encuentro con otro: el reconocimiento, el espacio “entre” sujetos, la alteridad, la inter-acción, el tercero y el lenguaje.

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El uso específico presenta algunas dificultades: al enfatizar la dimensión del reconocimiento simultáneamente a las dimensiones de la alteridad o ajenidad, provoca la tensión que producen la coexistencia de abordajes diametralmente opuestos. Los términos con prefijo “re” resultan problemáticos cuando lo que se quiere rescatar es lo “nuevo”, lo distinto, lo otro.9 Por otro lado, no he pretendido exhaustividad, sino tan solo señalar estos usos del concepto de “intersubjetividad” que son los que mayormente tienen lugar. Es por eso que al articular el uso específico se podrían proponer, quizás, otros ejes y dimensiones. De la misma manera, estos usos del concepto se pueden articular considerando el trabajo de otros autores. Para concluir, quizás el aporte más importante de este trabajo sea la articulación del último uso del concepto de “intersubjetividad”: el uso específico. Es justamente debido a la ausencia de textos sistemáticos en el estudio de las cuestiones intersubjetivas que las dimensiones articuladas y propuestas, al igual que las preguntas vinculadas a estas dimensiones, pueden funcionar como ejes para un estudio metódico. En todos los casos se apunta a saber las distintas maneras en que el otro se hace presente y su participación en la producción de subjetividad.

Resumen

Este artículo presenta cuatro usos distintos del término “intersubjetividad”: el uso generativo-constitutivo, el uso categorial, el uso descriptivo-relacional y el uso específico. El uso generativo o constitutivo enfatiza la producción, generación o constitución de algo –i.e. psiquismo, subjetividad– a partir del encuentro con otro sujeto. En el uso categorial, la intersubjetividad refiere a un conjunto de teorías cuyo denominador común es la consideración de experiencias relacionales como vitales al sujeto, que no pueden explicarse mediante un esquema pulsional. El uso descriptivo-relacional ilustra una forma de relación sujeto-sujeto, que se caracteriza por el vínculo del sujeto con una entidad diferenciada y poseedora de estados intencionales. Finalmente, el uso específico plantea las formas que fue tomando el uso generativo o constitutivo del término “intersubjetividad”. Este uso se asienta en alguna de las seis dimensiones que hace al encuentro con otro: el reconocimiento, el espacio “entre”, la alteridad, la interacción, el lenguaje y la terceridad. A su vez, el artículo propone un cambio en la concepción del sujeto en el psicoanálisis contemporáneo como una de las fuentes de la emergencia del interés por la intersubjetividad.

9. Véase Berenstein (2004).

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DESCRIPTORES: INTERSUBJETIVIDAD / ALTERIDAD / SUJETO / OTRO / RELACIÓN / LENGUAJE

Summary THE CONCEPT

OF INTERSUBJECTIVITY IN

PSYCHOANALYSIS

This article presents four different uses of the term “intersubjectivity”: the emergent or constitutive use, the categorial use, the relational-descriptive use and the specific use. The emergent or constitutive use emphasizes the production, generation or constitution of something –i.e. psychic structures, subjectivity- from the encounter with the other. In the categorial use, intersubjectivity makes reference to a group of theories which have as a common denominator the consideration of relational experiences as vital to the subject, and that cannot be explained by the drive theory. The relational-descriptive use shows a subject-subject relationship, which characterizes as a relationship with another entity capable of intentional states. Finally, the specific use makes reference to the different forms the emergent or constitutive use of the word “intersubjectivity” take. This use of the term is grounded in any of the six dimensions involved in the encounter with the other: recognition, the space “between”, alterity, inter-action, language and thirdness. At the same time, the article proposes a change in the conception of the subject in psychoanalysis as one of the main sources of the growing interest on intersubjetivity. KEYWORDS: INTERSUBJECTIVITY / OTHERNESS / SUBJECT / OTHER / RELATION / LANGUAGE

O CONCEITO

DA INTERSUBJETIVIDADE NA

Resumo PSICANÁLISE

Este artigo apresenta quatro usos diferentes do termo “intersubjetividade”: uso generativo-constitutivo, uso categorial, uso descritivo-relacional e uso específico. O uso generativo ou constitutivo enfatiza a produção, geração ou constituição de alguma coisa –i.e. psiquismo, subjetividade- a partir do encontro com outro sujeito. No uso categorial, a intersubjetividade se refere a um conjunto de teorias cujo denominador comum é a consideração de experiências relacionais como vitais ao sujeito, que não podem ser explicadas mediante um esquema pulsional. O uso descritivo-relacional ilustra uma forma de relação sujeito-sujeito, que se caracteriza pelo vínculo do sujeito com uma entidade diferenciada e possuidora de estados intencionais. Finalmente, o uso específico estabelece as formas que foi tomando o uso generativo ou constitutivo do termo “intersubjetividade”. Este uso se assenta em alguma das seis dimensões que faz o encontro com outro: o reconhecimento, o espaço “entre”, a alteridade, a interação, a linguagem e a terceridade. Por outro lado, o artigo propõe uma mudança na concepção do sujeito na psicanálise contemporânea como uma das fontes da emergência do interesse pela intersubjetividade.

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PALAVRAS-CHAVE:

INTERSUBJETIVIDADE

/

ALTERIDADE

/

SUJEITO

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OUTRO

/

RELAÇÃO

/

LIN-

GUAGEM

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(Este trabajo fue presentado el 16 de marzo de 2009, y ha sido seleccionado para su publicación el 13 de mayo de 2009.)

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La intuición a la luz de los desarrollos epistemológicos de W. Bion *Beatriz E. Miramón **Ana Terán de Corniglio ***Eduardo M. Marín

Un aporte fundamental de W. Bion poco conocido, está representado por articulaciones teóricas que recontextualizan al psicoanálisis dentro de lo que actualmente se denomina nuevo paradigma científico (Morin, 1977). Pensamos que la utilización de este enfoque permite un cambio en el abordaje clínico. El autor exploró el psicoanálisis a la luz de las matemáticas, las bases teóricas de la física cuántica y la geometría proyectiva. Esta nueva articulación le permitió sostener sus propios desarrollos, basados en la consideración de un espacio infinito, multidimensional, no euclidiano, donde se producen transformaciones (1965, pág.71). En su obra establece enlaces con diversos autores (1962, 1965, 1970), como por ejemplo, Heisenberg en el ámbito de la física cuántica y Frege, Poincaré, René Thom en el terreno de las matemáticas. Sin embargo, Bion no dejó de tener en cuenta el paradigma (Bion, 1970; Kuhn, 1971) científico mecánico-positivista, que implica un espacio euclidiano. Sostiene que en la mente humana y sus producciones pueden observarse en funcionamiento ambos paradigmas, combinándose sus resultados. Por tanto, su aporte para el psicoanálisis es de vital importancia, ya que

* Dirección: Arcos 2148, 4º “A”, (C1428AFH) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] ** Dirección: Anchorena 1342, 5º, (C1425ELF) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] *** Dirección: Arcos 1974, 5º “A”, (C1428AFD) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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BEATRIZ E. MIRAMÓN, ANA TERÁN

DE

CORNIGLIO, EDUARDO M. MARÍN

“va y viene” en una recursividad constante entre ambas maneras de pensar. En la obra de Bion, esta articulación epistemológica está diseminada y latente como tejido de sostén implícito en los conceptos psicoanalíticos que propone. En los desarrollos bionianos pueden considerarse tres etapas. La primera, cuando él realiza su formación siendo un joven analista. Escribe al principio artículos vinculados con el pensamiento kleiniano; publicó Volviendo a pensar, que compila artículos entre 1953-1962, donde diferencia la parte psicótica y la parte no psicótica de la personalidad; formula su concepto de ataque al vínculo. En el trabajo “Una teoría del pensamiento” (1967) se plantea la siguiente idea revolucionaria: existe un acto de pensar derivado de la existencia de pensamientos previos, o sea un “pensamiento sin pensador”. Durante la segunda etapa publica Aprendiendo de la experiencia (1962) y Elementos de Psicoanálisis (1963). En este período trabaja con la teoría de las Funciones y los Factores, abriendo así, la investigación en psicoanálisis al campo de las matemáticas. Asimismo desarrolla algunos conceptos básicos denominados “elementos del psicoanálisis”: relación continente-contenido, función P⇔D, vínculos K y –K. Crea la Tabla, modelo matemático para ser usado por el analista. En la tercera etapa, que está gobernada por la teoría de las Transformaciones (1965), complementa los conceptos anteriores al estilo de las cajas chinas. En este último período, Bion intenta aplicar el psicoanálisis a un nuevo paradigma científico. Trabaja el concepto de extensión espacial de la mente o mente ampliada,1 ya iniciado por Freud (1900) y retomado por Klein con el concepto de identificación proyectiva (1946). La idea de mente no queda limitada por la anatomía, sino que se enriquece con una noción de espacio diferente, no euclidiano, sin prescindir del espacio euclidiano, tridimensional. Son obras de este tercer nivel, además de Transformaciones (1965), Atención e interpretación (1970) y La tabla y cesura (1977a).

Hipótesis de trabajo

La intuición es una función de la mente que posibilita la captación de ideas germinales que transitan en el vínculo analista paciente.

1. Mente ampliada: retoma los conceptos de mente tanto de Freud como de Klein. Basado en el nuevo paradigma científico extiende la capacidad mental a un espacio infinito, hacia niveles que van desde lo micromolecular hasta lo macroestructural.

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Nosotros pensamos que esas ideas germinales emergen en el campo clínico a través de patrones y matrices que se organizan en el proceso de transformación y conjunción entre los patrones del analista y del paciente.

Historia y aplicación de algunos conceptos

Una breve incursión histórica acerca de algunos desarrollos matemáticos que consideramos fundamentales, nos servirá de apoyatura en nuestra investigación. La teoría de los sistemas dinámicos y las matemáticas que han hecho posible reconocer el “orden en el caos”, han sido desarrolladas recientemente, pero sus cimientos fueron descubiertos a fines del siglo XIX por uno de los matemáticos más destacados de la era moderna, Jules Henri Poincaré, quien hizo innumerables contribuciones a todas las ramas de la ciencia. Poincaré (1854-1912) postuló y desarrolló el concepto de hecho seleccionado. Este concepto fue y sigue siendo la base de desarrollos científicos de importancia. Se conoce actualmente como “atractor extraño”. Al demostrar que simples ecuaciones deterministas de movimiento pueden producir una infinita complejidad que supera todo intento de predicción, Poincaré cuestionaba las bases mismas de la mecánica newtoniana. No obstante y por un capricho de la historia, los científicos de principio del siglo XX no aceptaron este reto. Unos años después de que Poincaré publicara su trabajo sobre el problema de los tres cuerpos, Max Planck postulaba las bases de la física cuántica y Einstein publicaba su teoría especial de la relatividad; Born y Heisenberg, su teoría sobre el factor del error personal. Durante la siguiente mitad del siglo XX algunos físicos y matemáticos estuvieron tan fascinados por los desarrollos revolucionarios en la física cuántica y la teoría de la relatividad, que el descubrimiento pionero de Poincaré quedó relegado y ensombrecido. Recién en los años 1960 los científicos tropezarían nuevamente con las complejidades del caos, explicadas desde el concepto de “atractor extraño” que vislumbrara oportunamente Poincaré. Desde los desarrollos matemáticos alcanzados hacia finales del siglo XIX, la mayor contribución de Poincaré fue la recuperación para las matemáticas de las metáforas visuales. En efecto, invirtió gradualmente la tendencia de las matemáticas y la geometría en términos de álgebra y de formulas abstractas, volviendo a los patrones visuales. Se destacan también sus desarrollos vinculados con las Matemáticas de la Intuición. Sin embargo, las matemáticas que se expresan en “patrones visuales” de Poincaré no remiten a la geometría de Euclides. Se trata de una geo-

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CORNIGLIO, EDUARDO M. MARÍN

metría de una nueva especie, que supone una matemática que se expresa en términos de “patrones y relaciones” conocida como Topología. La topología es una geometría que permite que todas las longitudes, ángulos y áreas (expresadas en patrones visuales) puedan ser distorsionados a voluntad. Así, un triángulo puede ser transformado en continuidad en un rectángulo, éste en un cuadrado y éste en un círculo. Debido a estas transformaciones continuas, la topología es conocida también como la “geometría elástica”. No obstante, en estas transformaciones topológicas, no todo es modificable. De hecho, la topología trata precisamente de estas propiedades de las figuras geométricas que no cambian cuando la figura es transformada. Estas figuras que no cambian y se repiten como invariancias dan cuenta de las relaciones, devienen como patrones y funcionan como “atractor extraño”, promoviendo la organización en los sistemas caóticos de gran complejidad. La topología expresa realmente la matemáticas de las relaciones, de los patrones inmutables o “invariantes”. Los matemáticos que estudian trayectorias en espacios complejos definen el “atractor” como aquella trayectoria que atrae al punto fijo desde el centro del sistema. Sus formas pueden ser clasificadas topológicamente y las propiedades dinámicas generales de un sistema pueden deducirse de la forma de su correspondiente atractor. Actualmente se conocen tres modelos básicos de atractores: “Atractor Puntual”, corresponde a sistemas dirigidos hacia un equilibrio estable; “Atractor Periódico”, correspondiente a las oscilaciones periódicas; “Atractor Extraño” correspondiente a los sistemas caóticos.

El concepto de “atractor extraño” (Poincaré) y el concepto de “hecho seleccionado” (Bion)

El concepto de “atractor extraño”, que Poincaré visualizaba en las huellas del caos (Stewart citado por Capra, 1998, pág. 144) quedó, como dijimos en párrafos anteriores, relegado y ensombrecido por otros descubrimientos, pero reapareció más tarde desde distintos ámbitos de la ciencia: desde la cibernética como “ordenador”; desde la geometría fractal bajo el concepto de “patrón” (Mandelbrot, 1960) y en las “estructuras disipativas” de Prigogine (1967; 1991;1996, 2005). Estas tres disciplinas reconocen en Poincaré el pionero que introdujo el concepto de “patrón” definido como “...la configuración de las relaciones que determinan las características esenciales del sistema” (Capra, 1998, pág. 175). Tanto el concepto de “atractor extraño” como el de “ordenador” dan cuenta del funcionamiento de los sistemas caóticos y su comportamiento. Los “atractores extraños” nos ayudan a visualizar en forma clara REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 353-373

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datos, relaciones e invariancias en espacios complejos que producen resonancias múltiples (Prigogine, 2005). En la obra de Bion encontramos una aplicación de estos conceptos en el contexto de la mente, de la mente ampliada y de los cambios y transformaciones que se producen en el alma humana y más allá... Por otra parte, la teoría del “cambio catastrófico” (Bion, 1970), fundamental en los desarrollos bionianos, halla su antecedente en la lectura emprendida por Rene Thom (1985) del concepto de “atractor extraño”, a partir del cual desarrolla su Teoría de las Catástrofes. Bion desarrolla su teoría en base a la articulación novedosa de tales conceptos en el ámbito del psicoanálisis. A nuestro entender la teoría del “atractor extraño”, mediante la cual se organizan sistemas complejos, que visualizara Poincaré y que nominara como “hecho seleccionado”, aparece tempranamente en la teoría de Bion. Define al hecho seleccionado como: un “hecho” que implica un conjunto de pautas vinculadas que organizan la complejidad en una “experiencia emocional”, otorgando significado a la conjunción constante devenida. Bion sostiene que los únicos hechos que merecen nuestra atención, porque introducen orden en la complejidad, son los “hechos seleccionados” (1992, págs. 22-23). La formación de un hecho seleccionado tiene tres facetas: 1) datos presentes y observables en el espacio; 2) la contraparte ideativa de lo anterior, o sea, la atribución de significado conciente o inconciente de los datos presentes y su articulación en la formación de símbolos;3) la articulación entre la capacidad para ver lo que los hechos son y una sensación de bienestar y armonía instantánea y efímera. Sensación que va acompañada de un incremento de la estabilidad mental. En Memorias del futuro, su última obra, al referirse a un intrincado diálogo entre varios personajes, dice: “Pero si estos sueños y fantasías e ideas brillantes pudieran considerarse de un modo que revelase elementos conjugados constantemente sería posible discernir una configuración subyacente (como sugirió Poincaré sobre el descubrimiento de una fórmula matemática) que demostrase coherencia donde antes no la había y relaciones donde antes no existían. Estas configuraciones reveladas podrían considerarse, al igual que la fórmula matemática, como algo que tiene una realidad y un significado. Dicho significado podría entonces interpretarse como una buena radiografía” (1977b, pág. 137). En Cogitaciones encontramos otros ejemplos, cuando dice: “La teoría kleiniana de la posición esquizo-paranoide, y su relación dinámica con la posición depresiva, puede entenderse que señala una configuración que se encuentra, constantemente, en el campo de pensamiento. He dirigido la atención a la recurrencia de este patrón en Learning for experience. Indicaré lo que quiero decir mediante dos citas, ninguna de ellas de psi-

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coanalistas. La primera es de un matemático, Henri Poincaré, en Science and Method; la segunda, es de Eric Temple Bell, de un capítulo que versa sobre la Causa, en su libro Men of Mathematics. ”Si un nuevo resultado ha de tener algún valor, debe unir elementos ya conocidos desde hace tiempo, pero hasta entonces ajenos y dispersos entre sí, e introducir, de pronto, un orden donde reinaba el desorden. Entonces nos capacita para ver, de una sola mirada, cada uno de dichos elementos en el lugar que ocupan en el todo. El nuevo hecho no solo es valorado por sí mismo, sino que solo él da valor a los hechos antiguos que reúne” (1992, pág. 308).

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Según el Diccionario de la Lengua Española (1984, pág. 784), el vocablo intuición proviene del latín intuito –onis, y significa “percepción íntima e instantánea de una idea o verdad tal como si se la tuviera a la vista”. María Moliner (1992, pág. 162 ) define el término como “acto intelectivo que proporciona el conocimiento de las cosas por su sola percepción sin razonamientos”. El vocablo, a su vez, está vinculado a vista, ojeada, mirada. Tradicionalmente el concepto de intuición fue estudiado profundamente por la filosofía. Kant hizo aportes decisivos desde su concepción filosófica.2 Sostiene que la intuición es la representación mental de un objeto o situación, tal como si estuvieran directamente presentes en nuestro espacio perceptual. Por lo tanto, proporciona un conocimiento a distancia. Kant distingue una intuición sensible y una intuición intelectual. La intuición sensible es la de todos los seres pensantes finitos, la intuición intelectual, en cambio, está reservada a Dios y es originaria.

La intuición sensible, también denominada intuición pura, es conceptualizada, a su vez, como categoría a priori necesaria, que posibilita a su vez la captación y organización de lo intuido en “juicios analíticosindividuales” (Störig, 1995, pág. 444). Esta intuición como esquema a priori del aparato de conocer, funciona siempre enmarcada por otras dos categorías a priori: el espacio y el tiempo. Bion muestra su profunda raigambre kantiana al trabajar el tema de la intuición. Apoya sus desarrollos en el concepto kantiano: nóumeno como “cosa en sí”, incognoscible, y el “fenómeno” como evolución de la “cosa en sí”. Sostiene que lo único que podemos captar en la sesión es la transformación del nóumeno en las distintas evoluciones de “O”.3 Al referirse a la intuición, el autor retoma frases textuales de Kant como por ejemplo: “la intuición sin conceptos es ciega y los juicios sin intuición, son vacios”. Según el filósofo Melvin Lansky, “El toque kantiano que Bion da al mundo interno… completa y profundiza los descubrimientos fundamentales de Freud y Klein”. Destaca la importancia del concepto de preconcepción en Bion homologándolas a las categorías a priori kantianas (1974, págs. 89-90). Cada vez más los científicos, al aludir al carácter “inventivo” de sus respectivas ciencias, se ocupan de la intuición. Claude Bernard y H. Poincaré se refieren al tema y sostienen que, inversamente a lo que plantea el método científico experimental, se debe dejar la imaginación con el saco, en el vestuario del laboratorio, para “tomarla” de nuevo al salir. La intuición o sentimiento, sostienen, genera la idea o hipótesis experimental. Toda la iniciativa experimental está en la idea, ya que solamente la idea provoca la experiencia. Henry Poincaré en Ciencia y método aplica lo dicho por Claude Bernard a las matemáticas “…con la lógica se demuestra, pero solamente con la intuición se inventa… La facultad que nos enseña a ver es la intuición. Sin ella el geómetra sería

2. Immanuel Kant (1724-1804) dedicó su vida al estudio de la filosofía. Su formación fundamental provenía de dos líneas básicas: el racionalismo dogmático de Leibniz-Wolff, que planteaban una filosofía racionalista, y la filosofía empirista de J. Locke. Su teoría acerca del conocimiento sostiene que existirían conocimientos a priori que no provienen de la experiencia y que funcionan como categorías-esquemas heredados. Las mismas permiten la realización de dos tareas básicas para conocer. Por un lado, la captación de lo sensible a través de la intuición. Por otro lado, la actividad de relación, comparación y entrelazamiento, vale decir, el establecimiento de juicios. Sostiene, entonces, que de los dos troncos de nuestra capacidad de conocer, el entendimiento siempre estará supeditado a la sensibilidad que le proporciona el material de la intuición. Pero la sensibilidad proveniente del exterior y de nuestro interior, también

estará supeditada al entendimiento. La sensibilidad nos proporciona intuiciones, es decir, sensaciones, las cuales están en cierto sentido previamente ordenadas según las formas a priori de la intuición pura, el espacio y el tiempo. No obstante, la mera intuición, sin la conceptualización necesaria, sería absurda. Vale decir que las intuiciones sin conceptos son ciegas y los conceptos sin el material de la intuición, son vacíos. Así pues, la sensibilidad y el entendimiento operan juntos en el acto de conocer. Así como del lado de la sensibilidad y la experiencia, las formas a priori, ordenan las sensaciones, también el entendimiento sigue ordenando el material que provee la sensibilidad; la abstrae y eleva al nivel del concepto y establece los juicios, a través de la actividad judicativa. 3. O: es un signo cargado de diversas significaciones. Es el punto en el cual están condensadas y se desarrollan las evoluciones del infinito informe. Es también punto de origen del espacio matemático (infinito).

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como un escritor fuerte en gramática pero carente de ideas” (1909, pág. 137). Previo a ello, en El Valor de la ciencia, había afirmado que “La lógica y la intuición tienen cada una su tarea. Ambas son indispensables. La lógica, que de por sí sola puede dar la certeza, es el instrumento de la demostración, la intuición es el instrumento de la invención” (1905, pág. 29) Reflexionando sobre Poincaré, Sándor Márai, en Confesiones de un burgués, escribe: “No se trata más que de una luz resplandeciente, de un rayo que ilumina el paisaje de la vida, un rayo que te ayuda a ver el ‘instante’, algo que es igual a la vida entera, el espacio entre dos aniquilaciones… Poincaré, el matemático, relata que estuvo buscando la solución a un problema de geometría y que no era capaz de acercarse a ella ni por medio de las más complicadas elucubraciones mentales, hasta que un día, al subir a un autocar que se dirigía a Caen, en el preciso instante en que pisaba el primer peldaño, de repente lo ‘comprendió’. […] En el instante en que encontró la solución no estaba pensando en el problema, y tampoco pensó en la solución mientras duró el viaje; se le antojaba tan simple como si hubiese encontrado en el bolsillo de su chaleco un reloj perdido; pero unos meses después retomó el trabajo y elaboró con facilidad asombrosa la complicadísima fórmula […]” (2004, págs. 418-419) W. Bion (1977a) menciona la opinión de S. Freud acerca de la capacidad intuitiva de Charcot. Sobre Charcot leemos en Freud (1983, pág. 14): “[…] solía mirar una y otra vez las cosas que no conocía, reforzaba día tras día la impresión que ellas le causaban, hasta que de pronto se le abría el entendimiento. Y era entonces, ante el ojo de su espíritu, cueando se ordenaba el aparente caos que el retorno de unos síntomas siempre iguales semejaba; así surgían los nuevos cuadros clínicos […] Se le oía decir que la máxima satisfacción que un hombre puede tener es ver algo nuevo, o sea, discernirlo como nuevo, y volvía siempre, en puntualizaciones una y otra vez repetidas, sobre lo difícil y meritorio de ‘ver’. Se preguntaba por qué en la medicina los hombres sólo veían aquello que habían aprendido a ver; se decía que era asombroso que uno pudiera ver de pronto cosas nuevas, que, empero, eran tan viejas como el género humano […]”. En “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, Freud describe su propia manera de enfrentarse a la ciencia: “Aprendí a sofrenar las inclinaciones especulativas y, atendiendo al consejo de mi maestro Charcot, a examinar de nuevo las mismas cosas tantas veces como fuera necesario para que ellas por sí mismas empezaran a decir algo” (1914, pág. 21). Sobre esta base y teniendo como referentes a científicos como Poincaré, Bernard, Kant, Freud, y otros, Bion destaca en su obra la imREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 353-373

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portancia de la intuición en la tarea analítica y considera a la misma una capacidad específica. En su teoría la intuición no puede abordarse aisladamente; su comprensión requiere una contextuación y correlación con otros procesos que, respectivamente, anteceden y suceden al acto intuitivo mismo. Son procesos tales como el análisis, la revisión, la investigación, etc., vale decir: la intuición es la resultante de un proceso complejo de pensamiento entramado con otros procesos cognitivos necesarios. De acuerdo con Kant, afirma que las intuiciones son ciegas si no se articulan con el concepto, y el concepto es vacío si no se articula con la intuición. Bion narra que Freud, en una carta a Lou Andreas-Salomé, le sugirió su método para lograr un estado mental que le diera ventajas y le permitiera compensar la oscuridad cuando el objeto investigado era particularmente oscuro. El maestro se lo expresó de la siguiente manera: “tenía que enceguecerme artificialmente para dirigir toda la luz sobre un punto oscuro” (1970, pág. 57). El método considerado para lograr esta ceguera artificial se relaciona con la importancia de evitar la memoria y el deseo: “La práctica de la supresión de estas facultades puede llevar a la formación de una capacidad para suprimir una u otra según las necesidades, de un modo tal que la suspensión de una pueda realzar el efecto de dominación ejercido por la otra de una manera análoga a la que produce el uso alternado de los ojos” (Bion, 1970, pág. 45).

Acerca de la intuición y su vinculación con el sistema protomental y los tropismos

En su primer libro, Experiencias en grupos, Bion conceptualiza la existencia de un “sistema protomental”; dice: “El sistema protomental […] donde lo físico y lo psicológico o mental se hallan indiferenciados, es una matriz de la que surgen los fenómenos que en un principio […] parecen ser sentimientos discontinuos sólo muy ligeramente asociados entre sí. Es de esta matriz de donde parten las emociones propias del supuesto básico que refuerzan, invaden y en ocasiones dominan la vida mental del grupo […] puede manifestarse tanto en formas físicas como psicológicas” (1961, pág. 84).4

4. Los supuestos básicos son patrones que se activan en el funcionamiento grupal. Describe tres configuracuines: supuesto básico de ataque y fuga , supuesto básico de apareamiento, y supuesto básico de dependencia.

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Las matrices o patrones se organizan desde lo micromolecular a lo macroestructural y se expresan como fuerzas innatas, tienen dirección y sentido, o sea, significados y resonancias emocionales y se abren al infinito informe (Bion, 1965, 1970). Podíamos sostener que desde estos “sistemas protomentales”, donde lo físico y lo psicológico se hallan indiferenciados, emergen y devienen, desde los inicios de la vida, los “atractores extraños”. Los mismos funcionan como focos armonizadores en el devenir complejo de la mente. Tropismos Nosotros encontramos como ejemplo privilegiado de la aplicación de este nuevo paradigma en la teoría de Bion sus desarrollos teóricos sobre tropismos. El autor al referirse al tema da por supuesta la apoyatura epistemológica. Define a los tropismos como fuerzas innatas determinadas, es decir típicas, que funcionan direccionando el psiquismo. Sostiene que estas fuerzas tienden a organizarse como configuraciones de “patrones en relación” y no como sumatoria de elementos. El Diccionario de Lengua Española (1984) nos informa que tropismo viene del griego vuelta, lo define como: “movimiento total o parcial de los organismos, determinado por el estímulo de agentes físicos o químicos”. Un prototipo lo tenemos en la rotación que el girasol establece atraído por el sol o fototropismo positivo. Si rastreamos su obra, Bion muestra interés en el tema desde su libro Experiencias en grupos (1961), donde lo menciona por primera vez; lo desarrolla más ampliamente en Cogitaciones (1992) integrándolo a la clínica.5 Su última obra, Memorias del futuro (1977b), puede estudiarse como un metálogo acerca de estos conceptos. En Cogitaciones (1992), el meduloso escrito “Los tropismos” describe la existencia de “tropismos” funcionando en el aparato mental. Le asigna un lugar relevante, diciéndonos: “Los tropismos son la matriz de la cual nace toda vida mental”. Hace hincapié en su fuerza y direccionalidad tan pujante que la tolerancia a la frustración sería secundaria a la fuerza de atracción de los mismos. Le asigna una especificidad: “La actividad propia de los tropismos es la búsqueda”, o “realización hacia…”. Nos narra además la dificultad primaria de los tropismos para expresarse verbalmente, así nos dice que “...todo el futuro desarrollo de la personalidad depende de que exista un objeto, el pecho, en el cual los

5. Encontramos el concepto a lo largo de su obra, principalmente en Aprendiendo de la Experiencia (1962), Transformaciones (1965), Atención e interpretación (1970), La tabla (1977), Cuatro escritos (1976), Seminarios romanos (1986).

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tropismos puedan ser proyectados. Si no existe, el resultado es la catástrofe”. “Si existe tal objeto, el pecho [será] capaz de tolerar las identificaciones proyectivas que se introducen dentro de él…” (págs. 53-54). Describe tres categorías de tropismos que a la vez pueden conjugarse y organizar diferentes patrones: 1) El tropismo de asesinato implica un patrón innato en busca de un objeto a quien asesinar o ser asesinado por él. 2) El tropismo de parasitismo que busca un objeto a quien parasitar o en quien ser huésped. 3) El tropismo de creatividad que busca un objeto al que crear o ser creado por él. Tomando en cuenta lo que venimos desarrollando, pensamos que los tropismos funcionan como “atractores extraños” que están conformados por elementos constantemente conjugados y relacionados. Los tropismos, a su vez, forman parte de patrones más amplios y promueven al mismo tiempo la configuración de nuevos patrones en relación. Vale decir que los tropismos emergen como centros primarios de organización y armonización del psiquismo que, en su devenir, están “en busca de un pecho que permita la realización hacia...”. Son estos tropismos que se expresan como “nodos de elementos” relacionados. No se trata de una causalidad lineal promovida desde un elemento y en un espacio limitado. Estas organizaciones tróficas plenas de elementos conjugados, provienen del “sistema protomental” y están presentes como “centros de sistemas abiertos y de experiencias emocionales complejas”. También se conforman en base a la influencia del espacio social y cultural al que pertenece el sujeto. Bion, al referirse a este tema, menciona la obra “Seis personajes en busca de un autor” de Pirandello. En el prólogo, el escritor describe el proceso elaborativo de su obra. Dice: “…un artista viviendo, acoge en sí muchos gérmenes de vida y, sin que pueda decir nunca, cómo ni por qué, en un momento dado uno de estos gérmenes vitales penetra en la fantasía para convertirse en una criatura viva, en un plano de vida superior a la voluble existencia cotidiana” (Pirandello, 1999, pág. 14). En el contexto clínico, el autor sostiene que los tropismos son patrones que implican una “conjunción constante en busca de una realización”, “[…] en conjunto la actividad propia de los tropismos en el paciente que acude para tratamiento es… la búsqueda de un objeto en el que la identificación proyectiva sea posible” (1992, pág. 54). La comunicación que establece el patrón incluye afectos básicos, es sensoperceptiva, se expresa a través “del grito del bebé, las sensaciones táctiles y visuales” (1992, pág. 54).

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Estos patrones correlacionados se repiten en los distintos niveles de organización. A su vez, los elementos pueden producir diferentes combinatorias y así configurar distintas conjunciones constantes que encuentran su primera forma de devenir en preconcepciones. También producen fenómenos de autoorganización.6 Bion expresa esta idea como proceso de “devenior 0”; de devenir el misterio referido al infinito informe. De lo que venimos diciendo, se desprende que estas fuerzas tróficas son estados que están presentes desde el embarazo y antes aún. Bion plantea la importancia de la vida intrauterina en términos de patrones fetales que incluyen tendencias raciales, culturales, presentes en el “espacio infinito en permanente expansión”. El autor plantea dos formas para acceder a los tropismos dentro de la sesión analítica: por “intuición” y por “conocimiento” (K) (1970, 1987, 1992), privilegiando la primera. Como dijimos anteriormente, Bion, siguiendo a Kant, plantea que “las intuiciones sin conceptos son ciegas y los conceptos sin las intuiciones son vacíos”. “[…] Así, todos los conceptos… por muy a priori que sean, se refieren, sin embargo, a intuiciones empíricas” (2004, pág. 196). En el proceso de conocimiento se forma un entramado entre las ideas devenidas a través de la intuición y los conceptos que evolucionan a partir de lo intuido. Este trabajo, intenta aproximarse a uno de los polos de este entramado. Partimos de la base de que la intuición es “una cara”, mientras que la lógica racional que permite la elaboración de conceptos representaría la otra. Repetidamente Bion habla de la complejidad que implica para el terapeuta la combinación de niveles intuitivos y racionales. Se trata de un problema para los psicoanalistas, ya que no es sencillo abstenerse del lenguaje racional en el desarrollo de la intuición, pero tampoco es sencillo introducir las intuiciones en los conceptos. Dice: “…cómo hacemos para introducir las intuiciones en los conceptos, y los conceptos en las intuiciones… ¿Cómo hacemos para expresar en términos racionales y concientes, algo que puede estar reconociblemente ligado con un sentimiento?...” (1987, pág. 241). La intuición, para el autor, sería un instrumento de registro de la actividad mental inconciente, de la ansiedad y del dolor psíquico. Propone utilizar el termino “intuir” en el analista como paralelo de lo que en el terreno del médico son el ver, tocar, oler y oír.

6. Autoorganización: principio relacionado con la lógica de los patrones postulado por los científicos entre los años 1960 y 1980. Remite a la autoorganización natural y a la generación de nuevas estructuras que se producen en los Sistemas Abiertos que funcionan en una interactividad no-lineal, de “patrones en red” (Capra, 1996).

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Por otra parte, no sólo menciona la intuición como instrumento para la captación de la mente, sino como capacidad y estado indispensable para los analistas, tanto en el ámbito clínico como en el de la investigación. Sostiene que “…el psicoanalista necesita no sólo desarrollar su poder de intuición, sino además mantenerlo en buenas condiciones, del mismo modo en que el cirujano de ojos necesita conservar en perfecto estado los pequeños músculos de las manos” (1977a, pág. 22). Alerta sobre el uso indebido tanto de la intuición como de las teorías vacías, utilizadas para rellenar espacios. Propone un vaivén entre la intuición (conjetura imaginativa, sospecha) y la formulación conceptual; vaivén que posibilita la captación de nuevas ideas y la expresión conceptual de las mismas. Entonces, las ideas nuevas podrán llegar a ser conceptos no sólo desde lo intuible a lo conciente, sino desde lo conciente a lo intuible. Así, el nuevo patrón será captado y devenido por intuición. De allí que el autor describa este devenir como una experiencia emocional compleja en continua evolución. Experiencia que se arma en el vínculo entre paciente y analista. En este vaivén, “El pensamiento libera la intuición” (1970, pág. 17) que es indivisible y permite, a su vez, el desarrollo y la maduración del pensamiento. El analista debe ejercitarse para refrenar la memoria y el deseo, y así evitar que la intuición se dañe. Se trata de captar a través del proceso intuitivo “ideas en germen”, “bebés no nacidos”, “ideas en tránsito”. Estas ideas forman parte de los “pensamientos sin pensador” (lo negativo porque aún no fue pensado) y del concepto de “mente ampliada”. La propuesta clínica consiste, dicho en términos sencillos, en que el paciente para conocerse a sí mismo deberá “devenir O”, a través de diversas transformaciones que se irán conformando entre paciente y analista. Parte de la idea básica de que lo inconciente es en sí mismo incognoscible e infinito; es equivalente al nóumeno o cosa-en sí propuesto por Kant. El nóumeno infinito-incognoscible evoluciona en distintos fenómenos. Estos fenómenos sí pueden ser conocidos. En el campo clínico, “O” sería el punto en que se expresan esas ideas y afectos que corresponden a evoluciones fenoménicas del infinito inconciente que cobran “cierta forma” y se estructuran proponiendo una nueva experiencia emocional de alta complejidad. A fin de poder captar las ideas nuevas que aparecen como evoluciones del infinito informe, Bion nos dice que el “analista debe volverse infinito” (1970, pág. 47) y, para ello, debe ser capaz de desprenderse del pensamiento racional causal, y de las nociones de tiempo y espacio. De allí que se trate de un proceso doloroso, ya que implica cierta pérdida de la conciencia y del denominado principio de realidad en el psicoanálisis.

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Bion dirá que un adecuado funcionamiento de la intuición implica el abandono de la memoria del deseo y de la comprensión saturados, ya que obstruyen y “fijan” excesivamente ese vaivén necesario en el proceso de devenir “O”, caracterizado por estar en permanente evolución y expansión. Dirá que la memoria que representa el pasado, los deseos que representan al futuro y la comprensión racional funcionan entonces ofuscando y obstruyendo el proceso de conocimiento; impidiendo asi, la entrega al acto intuitivo. Tanto Freud como Bion piensan que los recuerdos y los deseos saturados (con excesiva connotación sensorial) perturban y ocluyen el proceso intuitivo en el campo clínico. Cuando Bion plantea el “devenir O”, a través de la intuición, propone “liberarse de la memoria, del deseo y de la comprensión”. Simultáneamente, sostiene que, sin embargo, necesitamos de la memoria y que es imposible liberarnos de los sentidos, deseos y comprensiones. Tratemos de dilucidar este planteo aparentemente paradójico, analizando la primera proposición: “liberarse de la memoria del deseo y de la comprensión”. Si la memoria cobra la característica de posesividad y, por lo tanto, intenta acumular recuerdos concientes, cobrará una saturación excesiva. Si, en cambio, en el proceso se cuenta con la capacidad de paciencia que conlleva la condición de espera y de tolerancia, se abre la posibilidad de la “evolución” que promueve la emergencia de la idea o acto nuevo. Desde otro vértice, como decíamos anteriormente, Bion propone no desatender ni los deseos, ni los recuerdos, siempre y cuando no estén saturados. Se trata en este caso de un uso especial de la memoria llamada “memoria oniroide”; memoria que emerge por sí sola, al modo de lo que sucede en los ideogramas del sueño.7 Es a través de esa “memoria oniroide” que se expresan las ideas nuevas y los afectos en evolución de la experiencia emocional compleja (1970). Es “la memoria oniroide” de la realidad psíquica que constituye la tela del análisis. A partir de lo intuido, el analista “Debe ser capaz de construir una historia pero no sólo eso: debe construir un idioma que él pueda hablar y el paciente entender. Entre tanto, tiene que saber tolerar ese universo en expansión que crece con más velocidad de la que cree. El analista puede pensar con la rapidez suficiente para llegar de la nada a las interpretaciones, pero cuando ha terminado de hablar, el universo ya se ha extendido hasta que sus límites se pierden de vista” (1974, pág. 31). Continuando con estas ideas, en el diálogo con Bion, Matte Blanco expresa: “[…] el psicoanálisis está siempre tratando con el infinito ma7. Ideograma: impresión sensorial cuyo objeto es convertir la experiencia en suceptible de almacenamiento por evocación.

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temático, aunque los psicoanalistas en su conjunto no estén aún concientes de ello. El psicoanálisis puede llegar a ser la ciencia que tendrá la mayor oportunidad de desarrollar el concepto de infinito y sus “relaciones” con la realidad homogénea indivisible” (1981, pág. 26). También Partenope Bion Tálamo sostiene que “Esta potenciación de las teorías [matemáticas] y de la teorización psicoanalítica tiene una notable importancia en lo que se refiere al ‘status’ del psicoanálisis mismo” (1999, pág. 81). En 1963, Bion habla de la Función Psicoanalítica de la Personalidad. Esta función cobra en los analistas una especial importancia. Supone tres dimensiones vinculadas a la capacidad de desarrollar mitos, el sentido común y vivenciar pasión. Dentro de la función psicoanalítica se incluyen la intuición y la capacidad de rêverie.8 Podríamos decir que se trataría de acceder a través de la intuición y de la capacidad de rêverie a los elementos de pasión y de emoción que van evolucionando dentro de la experiencia emocional compleja. Al referirse al tema, el autor expresa: “El problema en la práctica analítica consiste en acompañar la conjetura, la intuición o la sospecha con una formulación conceptual. El analista tiene que hacerlo antes de que pueda dar una interpretación […] su función implica inevitablemente usar ideas transitivas o ideas en tránsito” (1977a, pág. 56). En términos de Bion, en el permanente ir y venir de la posición esquizo-paranoide a la depresiva (Ps⇔D) se da la posibilidad de “la captación de lo nuevo en tránsito”. Esta captación repentina y creativa, implica dos condiciones que a nuestro entender están contenidas en la intuición y en la capacidad de rêverie. Son denominadas (1970): paciencia y seguridad (fe). Paciencia en la tolerancia al “sin memoria, ni deseos, ni comprensión”, y seguridad (acto de fe) en la captación del “hecho seleccionado” que aparece repentinamente a la conciencia. El acto de fe es un estado mental científico que consiste en creer que el infinito va a devenir y será reconocible como fenómeno. El acto de fe tiene como trasfondo algo inconciente y desconocido porque no ha sucedido. Pensamos que en el permanente ir y venir entre la posición esquizoparanoide y la depresiva (Ps⇔D), se configuran los “atractores extraños”. El “hecho seleccionado” emerge en la mente del analista o del paciente, en un proceso de decantación y captación sintética, en el campo vincular. Vale decir que tanto “los atractores extraños” como los “hechos

8. Rêverie es la capacidad materna para el ensueño. La función rêverie es el resultado de la puesta en acción en el vínculo con el bebé de la función alfa de la madre que metaboliza la identificación proyectiva del lactante.

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seleccionados” emergen de un entramado complejo que se da en un contexto y que supone el contacto de al menos dos mentes. Los “atractores extraños” y los “hechos seleccionados” armonizan el campo complejo a modo de patrones organizadores. Los nuevos patrones emergentes del infinito informe, en la relación vincular, contienen no sólo la idea nueva sino también los afectos y acciones necesarios para llevarla a cabo.

La clínica

En un intento de iluminar en la penumbra y para finalizar, ilustraremos el trabajo teórico realizado con dos viñetas tomadas del autor. Entendemos su complejidad. En el primer caso clínico (1974, págs. 121-125) Bion se lamenta: “[…] nunca fue posible usar mi propia intuición, con la pureza necesaria para que él [paciente] tolerara escucharla” (1974, pág. 53). Era un joven de 21 años, se comentaba que era “muy inteligente y ameno”, un colega decía que “era muy divertido y jovial”. La madre se oponía al tratamiento analítico, el padre lo desaprobaba. Un amigo creía que el paciente se encontraba en serios problemas. Bion, pensamos, saturado por los “deseos y compresión” del entorno, refiere “[…] ya no sabía de qué hablaba cada una de estas personas. Tenía la impresión de que ‘habían perdido la cabeza’” (1974, pág. 122). Entonces se dispuso a escuchar al propio paciente y lo encontró cooperativo, concurría puntualmente y se expresaba con fluidez. Éste no se llevaba bien con su hermana, a quien tildaba de mentirosa. Era coherente, animado, no coincidía con las opiniones del entorno que lo describía como “especialmente sagaz o divertido”. El paciente habló acerca de la hostilidad de su hermana y de “[…] su desaprobación al hecho de que a él le agradara el olor de la materia fecal” (1974, pág. 122). Bion indagó nuevamente sobre el motivo de consulta, el paciente respondió: “Pensé que lo sabía. Mi problema es que me ruborizo terriblemente. Creí que ya lo había notado” (1974, pág. 122). Para el analista estaba siempre pálido, mientras que al paciente le resultaba tan penoso que apenas se atrevía a aparecer en público, y es más, recientemente, había renunciado a visitar a sus amigos y a salir con ellos. Al final del primer año con frecuencia de cinco sesiones comenzó a mencionar que solía “beber de la fuente” (1974, pág. 123). Esta expresión produce en Bion una marcada extrañeza que atribuye a las inclinaciones de escritor del paciente. Sin embargo, cuando lo indaga sobre qué usaba a modo de fuente, éste le respondió: “Un vaso común de vino, naturalmente”, surgió, poco a poco, que lo que hacía cada vez que mencionaba estar bebiendo de la fuente era “beber su orina” (1974, pág. 123). REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 353-373

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A esta altura Bion se preguntaba “qué se había hecho del paciente sagaz, inteligente y cooperativo del que le habían hablado?” (1974, pág. 123). Por ese entonces éste vivía recluido en su habitación con las cortinas corridas. Había arreglado todo de manera que nadie lo llamara por teléfono, porque lo perturbaba el hecho de que la gente pudiera irrumpir en su habitación a través del teléfono, interrumpiendo la quietud de su vida […]”. Le gustaban las heces, le gustaba la orina, “le gustaba vivir fuera del alcance de todos en un cuarto obscuro” (1974, pág. 123). Pensamos que en Bion se configura un patrón cuando le surge la intuición de señalarle al paciente que si había arreglado todo para que nadie lo llamara por teléfono, el solo hecho de que alguien lo hiciera sería una mala noticia y era natural que sintiera temor si el teléfono sonaba. Sin embargo desatendiendo su ocurrencia Bion le dice: “Creo que en realidad a usted le desagrada estar vivo y desea volver al interior de su madre, a ese lugar oscuro, mal oliente y peligroso donde no hay buena leche ni buen alimento, sino únicamente heces, olores y veneno”. “Sí –contestó el paciente– es cierto” (1974, pág. 123). Creemos que esta construcción está basada en conceptos teóricos, pero, como sostiene el autor, es equivocada ya que no da cuenta de la resonancia emocional. Podemos conjeturar que este caso se trata de un vínculo que presenta un estado de saturación que lleva a que Bion perciba una “idea en germen” y piense: “Qué bueno sería que yo fuera un buen analista y pudiera estar en lo cierto, pero no creo que lo esté. No creo que este paciente necesite alimentarse de psicoanálisis, no del psicoanálisis que yo le ofrezco” (1974, pág. 123). Luego el paciente sufrió un accidente al cruzar la calle. En otra ocasión la policía lo arrestó y lo llamaron para ir a buscarlo. Bion, creemos, desde la cesura “transferencia contra-transferencia”, expresaba cómo se veía imposibilitado de pensar en otros pacientes porque en todo momento esperaba que sonara el teléfono. Comenta: “Podría haber desconectado el teléfono y oscurecido la habitación para no ver ni oír nada y poder así dedicarme a él. ¿Quién estaba analizando a quién? ¿Era yo quien lo curaba a él, o él a mí?” (1974, pág. 124). Pensamos que llegó un día en que Bion pudo expresar las ideas en tránsito, intuir el tropismo de asesinato y, entonces, interpreta al paciente, su deseo de convertirse en famoso para llegar a ser suficientemente importante. Según él, para eso, valdría la pena matarse, siempre que de ello se enterara la suficiente cantidad de personas. Un día recibió otro mensaje, el paciente había salido de su habitación y había sido hallado muerto… El encuentro con O, es atemorizante como perspectiva. Segunda viñeta: Bion relata este caso en el artículo “La evidencia” (1987, pág. 237). Se trata de una asociación libre que hizo un paciente en análisis.

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“Recuerdo a mis padres arriba de una de esas escaleras que tienen forma de Y y yo abajo… y…” (1987, pág. 237). Bion piensa en la sesión: “Eso fue todo; no más asociaciones; fin”. El analista tuvo numerosas asociaciones libres que no lo convencían hasta que se le ocurrió que lo dicho por el paciente se parecía mucho a la descripción verbal de una imagen visual, es decir a la forma de una Y. Pensó en la expresión tan breve y sucinta del paciente, que se había interrumpido bruscamente justo en ese preciso lugar. Eso le indicó que debía tener un enorme significado. Entonces escribió una Y y pronunció en voz alta: “escalera en forma de i”. Sin embargo, como no encontraba la manera de trasmitirlo al paciente de un modo que tuviera sentido, tras numerosas asociaciones se imagino la figura de una Y; pensó que llevando hacia abajo la intersección de las tres lineas resultaria un cono o un embudo. También imaginó que llevando hacia fuera la intersección se armaría un cono “con cierta protuberancia o, si prefieren, la forma de un seno”. Esperó otra sesión y finalmente lo confirmó con el material evocativo del paciente. Le dijo: “…sugiero que ademas de la significación corriente de lo que me ha dicho –y estoy absolutamente seguro de que lo que dijo significa exactamente lo que usted quizo decir– hay también una especie de juego de palabras, pero en imágenes” (1986, pág. 237). La confirmación inmediata del paciente otorgó mayor evidencia al contenido intuido que se expresaba como ideograma con figura de seno, mediante el uso de la memoria oniroide.

Resumen

Basados en un trabajo anterior sobre Bion y sus desarrollos epistemológicos, los autores investigan sobre la capacidad intuitiva en relación con los tropismos, funcionando como “atractores extraños”. Los autores piensan que los tropismos –cuyas palabras clave para definirlos serían tendencias “en busca de”– son patrones de búsqueda, presentes desde los inicios del aparato mental. Los tropismos pueden expresarse en cualquiera de sus tres tendencias como “atractores extraños” (asesinato, parasitismo y creatividad). Estos “atractores extraños” provenientes del campo matemático, se expresan en la teoría de Bion como “hechos seleccionados” que se evidencian en una experiencia emocional compleja. La intuición es una de las formas a través de las cuales se captan estos tropismos. Es una capacidad usada como instrumento de registro de la actividad mental inconciente en evolución, de la ansiedad y el dolor psíquico. La intuición forma parte, a su vez, del patrón denominado “Función Psicoanalítica de la Personalidad”, que incluye tres dimensiones: mito, pasión y sentido común. En la función psicoanalítica de la personalidad, la capacidad intuitiva y la capacidad de rêverie, permiten la captación de “pensamientos sin

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pensador”. Se vincula al estado “sin memoria, sin deseo y sin comprensión”. Este estado permite la emergencia de la “memoria oniroide” que nace sólo si los recuerdos y deseos concientes no están saturados. DESCRIPTORES: PSICOANALISTA / INTUICIÓN / HECHO SELECCIONADO / PENSAMIENTO / REVERIE / DEVENIR

Summary INTUITION

IN THE LIGHT OF

BION’S

EPISTEMOLOGICAL DEVELOPMENTS

Based on a former paper about Bion and his epistemological researches, this paper deals with the concept of intuitive capacity and its relation to tropisms functioning as strange attractors. The authors think that tropisms –which could be defined by the key words tendencies “in search of…”– are patterns of search present from the very initial stages of the mental apparatus. Tropisms may manifest themselves in any of their three propensities: murder, parasitism and creation, as “strange attractors”. These “strange attractors” derived from the field of mathematics are reflected in Bion’s theory as “selected facts” which can be discerned in a complex emotional experience. Intuition is one of the ways through which these tropisms may be grasped. Intuition is a capacity used as an instrument to register emergent unconscious mental activity, anxiety and psychic pain. Intuition is also part of the pattern called “psychoanalytic function of the personality”, which includes three dimensions: myth, passion and common sense. The “psychoanalytic function of the personality”, the intuitive capacity and the capacity for rêverie enable “thoughts without a thinker” to be captured. These capacities relate to the state of being “without memory, without desire and without understanding”. This state paves the way for the “dream-like memory” to surface, only if conscious memories and desires do not become saturated. KEYWORDS: PSYCHOANALYST / INTUITION / SELECTED FACT / THOUGHT / REVERIE / BECOMING

A

Resumo W. BION

INTUIÇÂO A LUZ DOS DESENVOLVIMENTOS EPISTEMOLÓGICOS DE

Baseado em um trabalho anterior sobre Bion e seus desenvolvimentos epistemológicos, investigou-se sobre a capacidade intuitiva em relação com os tropismos, funcionando como”atractores extraños”. Os autores pensam que os tropismos –cujas palavras chaves para definir-los seriam tendências”em busca de”– são padrões de busca, presentes desde a formação do aparelho mental. Os tropismos podem expressar-se em qualquer de suas três tendências como “atractores extraños” (assassinato, parasitismo e criatividade). Esses “atractores extraños” provenientes do campo matemático, se expressam na teoria de Bion como “hechos selecionados” que se evidenciam em uma experiência emocional complexa.

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CORNIGLIO, EDUARDO M. MARÍN

A intuição é uma das formas através da qual se captam esses tropismos. É uma capacidade usada como instrumento de registro da atividade mental inconsciente em evolução, de ansiedade e da dor psíquica. A intuição forma parte do padrão denominado “Função Psicanalïtica da Personalidade” que inclui três dimensões: mito, paixão e sentido comum. Na função psicanalítica da personalidade, a capacidade intuitiva e a capacidade de rêverie, permitem a captação de “pensamentos sem pensador”. Se vincula ao estado “sem memória, sem desejo e sem compreensão”. Este estado permite a emergência da “memória oniróide” que nasce somente se as lembranças e desejos conscientes não estão saturados. PALAVRAS-CHAVE:

PSICANALISTA

/

INTUIÇÃO

/

FATO SELECIONADO

/

PENSAMENTO

/

RÊVERIE

/

DEVENIR

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 23 de marzo de 2009.)

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Elementos para una metapsicología de la mediana edad y su relación con la muerte *Guillermo Julio Montero

“Si Mors certa, hora certa es la fórmula de la desesperación, Mors certa, hora certa sed ignota la fórmula de la angustia, y, al contrario, Mors incerta, hora incerta la fórmula de la esperanza quimérica, habría que reconocer en la fórmula disimétrica Mors certa, hora incerta el lema de una voluntad seria y militante, tan alejada de la desesperación como de la esperanza quimérica.” Vladimir Jankélévitch (1977), Filósofo y musicólogo francés de origen ruso (1903-1985).

La muerte y el trauma por la propia muerte futura

La vivencia de la propia muerte como desenlace final de la vida opera psíquicamente como una presencia permanente y una amenaza crónica. Propongo denominar trauma por la propia muerte futura al vínculo subjetivo que cada persona mantiene permanentemente con el trauma final (definitivo), es decir con su propia muerte futura (Montero, 2005). Quiero aclarar que más que una disquisición representacional, pretendo relevar un cierto tipo de trabajo metapsicológico que decanta del conflicto que origina “el punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmor-

* Dirección: Avda. Rivadavia 4704, 6º “H”, (C1424CEP) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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talidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente” (Freud, 1914c, pág. 88). Podrá objetarse a mi elaboración la denominación de trauma para una experiencia (traumática) que (aún) no ha acaecido efectivamente, considerando que una de las definiciones de trauma comprende aquellos sucesos que desbordan la capacidad representacional del aparato psíquico. La respuesta estaría en el adverbio “aún”, que significa aquello que “todavía” y “hasta un momento determinado” no ha sucedido, pero implicando algo que inexorablemente se cumplirá. Aquello que “aún” o “todavía” no ha sucedido constituye una presencia psíquica que tiene valor de realidad, siempre presentida, generalmente amenazante. Quiero resaltar entonces que el trauma por la propia muerte futura implica el intento de tramitación psíquica del reconocimiento (¿posible?) de que la muerte propia sucederá en algún momento indeterminado del futuro. También considero que si se toman en cuenta las reacciones (transformaciones) (Bion, 1965) extremas tan frecuentes que el aparato psíquico se ve precisado a emplear en el intento de tramitar el trauma por la propia muerte futura, podrá acordarse conmigo que una defensa tan extrema sólo puede corresponderse con un dolor también extremo e inabarcable, posibilitando así inferir el efecto traumático a partir del tipo y de la magnitud de la defensa implementada. Simultáneamente podrá objetarse cómo podría preocupar la muerte a una persona si Freud (1915b; 1919h) mismo se encargó de explicar la imposibilidad intrínseca del psiquismo humano para representar la propia muerte, “pues ‘muerte’ es un concepto abstracto de contenido negativo para el cual no se descubre ningún correlato inconciente” (pág. 58) (1923b) y “en lo inconsciente no hay nada que pueda dar contenido a nuestro concepto de la aniquilación de la vida” (1926d [1925], pág. 123). Propongo que esta condición de imposibilidad representacional estaría agregando una nueva evidencia a la dimensión traumática que quiero resaltar. De esta manera el carácter inabarcable e incomprensible de la muerte la constituiría en el trauma auténtico, aquel único trauma del que sería imposible recuperarse u obtener cierto tipo de tramitación. Freud (1926d [1925]) sostiene que el desvalimiento (Hilflosigkeit) psíquico es directamente proporcional al desvalimiento biológico planteando cómo la naturaleza y la imprescindible exposición crónica del hombre a los elementos, las enfermedades, y “el doloroso enigma de la muerte, para el cual hasta ahora no se ha hallado ningún bálsamo ni es probable que se lo descubra” (1927c, pág. 16), asedian permanentemente al ser humano. Quiero destacar que el desvalimiento extremo se expresa también como angustia de muerte (Todesangst), es decir, como la pérdida de toda protección, especialmente como pérdida de la protección del REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 375-397

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superyó (los poderes del destino) (1923b; 1928b [1927]), algo que irrumpe con la fuerza de lo ominoso (siniestro) (Freud, 1919h). La pertenencia humana a la naturaleza y el poder de la Ananké (apremio de la realidad) (Freud, 1924c, 1927c), concebida ésta no sólo como apremio sino también como necesidad vital final de morir, algo que sistemáticamente la conciencia intentaría desmentir, es otra evidencia de la exposición constante al trauma por la propia muerte futura. Ananké, asimismo, puede significar tanto el vínculo íntimo inextricable con la naturaleza biológica del ser humano destinada a la muerte (Freud, 1920g), como la imposibilidad o dificultad de representación de la muerte propia planteada por Freud (1915b, 1919h, 1923b, 1926d [1925]), ya citada. Coincido con De Masi (2004) cuando afirma que “dadas las características de nuestro aparato psíquico, el asunto de la muerte es el evento traumático por excelencia” (pág. 112). Incluso, sostiene, “el psicoanálisis podría utilizarse para racionalizar y negar el impacto que el temor a la muerte tiene en todos los seres humanos, incluyendo a los psicoanalistas, a través del intento indirecto de patologizarlo. Los analistas podrían emplear todos los medios disponibles para explicar a los pacientes que sus temores son sintomáticos, mientras que inconcientemente, ellos mismos están atrapados por un tipo de angustia idéntico” (pág. 66). Pontalis (1976) sostiene que “la temática de la muerte es tan constitutiva del psicoanálisis freudiano como la de la sexualidad” (pág. 240), pensando que la sexualidad “ha sido puesta en primer plano en gran medida para recubrir a aquella” (pág. 240). Me pregunto también si podría concebirse la idea del reconocimiento (¿posible?) de la muerte propia como aquella realidad última que constituye algo similar a lo que Bion (1970) describe con el signo O: “Representa la verdad absoluta contenida en cualquier objeto y propia de éste; se supone que no puede ser conocida por ningún ser humano; puede saberse acerca de ella, puede reconocerse y sentirse su presencia, pero no puede conocérsela” (pág. 32). En este caso la muerte es una “presentación” (¿presencia?) de aquello otro esencialmente incognoscible. Basándose en Freud (1926d [1925]), Bion (1977) también propuso su concepto de cesura. Mi trabajo, entonces, pretende determinar las vicisitudes que implica atravesar la cesura, aquello que une y separa, que indiscrimina y diferencia en lo que tiene que ver en este caso con el reconocimiento (¿posible?) de la muerte propia. Es decir que propongo un antes, una cesura (tramitación del trauma por la propia muerte futura), y un después (transformaciones). A pesar de que el trauma por la propia muerte futura está extendido diacrónicamente a lo largo de todo el ciclo vital, constituyendo también un tipo de trauma crónico acumulativo (Kahn, 1963), me centro en el trauma por la propia muerte futura sincrónicamente en la mediana

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edad para caracterizar psicoanalíticamente su especificidad y eventual tramitación porque en este período del ciclo vital halla uno de sus picos de máxima expresión (Montero, 2005).

Definición de mediana edad

La mediana edad no es un problema cronológico, sino una respuesta psíquica a la percepción preponderante y esencialmente inconsciente del proceso de envejecimiento del propio cuerpo. Así como la pubertad tiene una consecuencia psíquica denominada adolescencia, el climaterio masculino y femenino tienen una consecuencia psíquica que denomino mediana edad. Quiero señalar entonces que el vértice que propongo para una definición apropiada de la mediana edad se centra en hallar universales (invariantes) que den cuenta de la promoción de diferentes reacciones (transformaciones) psíquicas a la tramitación del trauma por la propia muerte futura, proceso que se inicia y se centra principalmente en múltiples manifestaciones inconscientes del cuerpo y sus procesos, y no sólo a través de las señales incipientes e inequívocas del envejecimiento, anticipos psíquicos de la realidad del trauma final (definitivo) de la muerte. En este sentido, Freud (1930a [1929]) sostiene que el cuerpo es la primera de las tres amenazas del sufrimiento, el “que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma” (pág. 76). Incluyo aquí, por supuesto, el postulado freudiano de que el “yo es sobre todo un yo-cuerpo” (1923b, pág. 29), para volver a las cuestiones del narcisismo. Como siempre, es a través de la psicopatología que podremos comprender la verdadera magnitud del trabajo psíquico comprendido, puesto que en ella encontraremos las transformaciones más extremas para esta demanda de trabajo, tal como planteo más adelante. Pienso asimismo que el cumplimiento de este proceso psíquico llevaría a considerar a la mediana edad como una “oportunidad” que ofrece el ciclo vital para promover, profundizar y continuar el desarrollo psíquico en todos los ámbitos de la propia subjetividad, del vínculo con los objetos y del intercambio entre las generaciones (Montero, 2005).

Una definición de mediana edad desde la perspectiva del mito del héroe

El psicoanálisis reconoce que los fenómenos psíquicos universales tienen un equivalente mítico, por ejemplo Edipo y Narciso, fenómenos que, a la REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 375-397

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manera de un “sueño de la humanidad” dan cuenta de determinados aspectos de la vida psíquica de los seres humanos. Considero que las características de la mediana edad también están expresadas en el mito del héroe, aportando así otra perspectiva para su definición. Pienso que el estudio psicoanalítico del ciclo mítico del héroe (Campbell, 1949) resulta una representación apropiada de muchos aspectos del ciclo vital humano, especialmente aquellos que dan cuenta de la adolescencia y de la mediana edad (Montero, 1989). Así como la salida exogámica que plantea la adolescencia suele ser figurada en los ciclos míticos del héroe en la serie de pruebas de iniciación que el héroe debe sortear para ser considerado miembro adulto de la sociedad, las vicisitudes específicas de la mediana edad quedan figuradas en la etapa que se denomina retorno, catábasis, o más específicamente “descenso a los infiernos”. En esta etapa, el héroe toma conciencia de su propia finitud, realizando también una serie de pruebas que lo “humanizan”. Hallo una noción similar en Zarathustra de Nietzche con el concepto de Untergung, que significa voluntad de ocaso, decadencia, descenso para profundizar, a manera de reencuentro con el principio o con los fundamentos. En un trabajo anterior (Montero, 1989) consideré especialmente el mito mesopotámico anónimo contenido en la epopeya Cantar de Gilgamesh, donde el héroe emprende su catábasis intentando hallar una fórmula para la inmortalidad. Por el lado de la tradición griega alrededor del Siglo VIII a.C., Ulises en Odisea también vive su descenso a los infiernos (Hades); en la tradición romana, aunque tardía, Eneida muestra cómo Eneas vive también su propio descenso a los infiernos.

¿La mediana edad de Edipo?

Pero ¿cuál es el descenso a los infiernos de Edipo? Considero que Edipo “desciende a los infiernos” cuando comienza a resolver su propio enigma de origen. Propongo entonces una comprensión psicoanalítica de Edipo Rey centrada en la mediana edad. Me valgo para ello del mismo mito de Edipo, siguiendo su desarrollo. Edipo fue rey luego de asesinar a su padre, inmediatamente cohabitó y engendró hijos con su madre, pudo reinar en paz y armonía y obtener el reconocimiento de su pueblo hasta que estalla la peste en Tebas, y la ciudad se ve condenada a la hambruna, la enfermedad y la muerte, momento en que la última consulta al oráculo facilita que Edipo comience el descubrimiento de sus orígenes. Pienso que la tragedia de Sófocles detecta algunos aspectos de la (re)elaboración imprescindible de la conflictiva edípica originaria que

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vuelve a activarse en la mediana edad, como detallaré más adelante. Es así como puede comprenderse que “la peste”, a la manera de un retorno de lo reprimido, lleva a Edipo a descubrir su origen durante la mediana edad, no antes, razón por la que me pregunto si no sería posible inferir también un “plan” filogenético que facilitaría el acceso a esta (re)elaboración, o estamos también ante una reacción psíquica al proceso fisiológico de envejecimiento de Edipo. ¿Por qué no pudo Edipo reconocer su origen con anterioridad? ¿Por qué sólo la consulta oracular por “la peste” es la que finalmente le aporta el conocimiento que necesitaba, cuando la tragedia describe otras varias consultas anteriores al oráculo que no llegan más que indirectamente a orientarlo y que fueran inmediatamente desestimadas? Es en este sentido que considero que la anagnórisis de Edipo implicaría su propio descenso a los infiernos. Por supuesto, no puedo dejar de pensar aquí que el destino del propio Freud fue similar al de Edipo en mi interpretación del mito, puesto que “descubrió” el complejo de Edipo al inicio de su mediana edad, “acto inaugural” de su autoanálisis (¿descenso a los infiernos de Freud?) en sincronía con la reciente muerte de su propio padre. Pienso que en el mito de los héroes Gilgamesh, Ulises, Eneas, Edipo, y en nuestro “héroe” Freud, podemos hallar un descenso a los infiernos que evidencia aspectos del trabajo psíquico característico de la mediana edad.

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Por esta razón es que sugiero que, especialmente en la mediana edad, el trauma por la propia muerte futura mantiene una relación retrospectiva (vértice retrospectivo) con el trauma originario (constitutiva del psiquismo humano y omnipresente en todas las manifestaciones psíquicas) (el trabajo psíquico actual respecto de los orígenes [el origen de la vida física y psíquica]) y, muy especialmente, una relación prospectiva (vértice prospectivo) con el trauma final (definitivo) (el trabajo psíquico actual respecto del trauma final [definitivo]). Postulo que esta relación prospectiva también es constitutiva del psiquismo humano y se halla omnipresente en todas las manifestaciones psíquicas, aunque siempre mezclada con la relación retrospectiva respecto del trauma originario. Pienso que para una apropiada definición del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad no sólo cuentan la inmadurez y desvalimiento humanos al momento del nacimiento, sino también y simultáneamente la inmadurez y desvalimiento humanos para afrontar la muerte propia. Quiero insistir en lo que sostuve en otro trabajo (Montero, 2005), donde, parafraseando a Freud (1937c), propuse que este proceso de tramitación del trauma por la propia muerte futura posee vicisitudes (relativamente) terminables y (decididamente) interminables (Montero, 2000).

Las vicisitudes de transformación del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad La mediana edad y el organizador psíquico adulto

Spitz (1965) propone una serie de organizadores psíquicos que regulan epigenéticamente la formación de estructuras psíquicas, basándose en el concepto embriológico de organizador. Considera ciertos “puntos nodales críticamente concomitantes” (pág. 96) que integran diferentes corrientes del desarrollo, proponiéndolos como sinónimos de los organizadores que propone. Sostiene que, cuando se consolida con éxito un organizador, el desarrollo puede continuar hacia y hasta el organizador siguiente; y que, cuando se desvía su consolidación, el desarrollo se detiene, quedando los sistemas psíquicos en el nivel previo al establecimiento de dicho organizador. De esta manera, el organizador permite el pasaje de una transición a la siguiente, funcionando como un catalizador. Por estas razones propongo conceptualizar entonces un organizador psíquico adulto para la mediana edad que deviene de la tramitación (relativa) del trauma por la propia muerte futura (Colarusso y Montero, 2007), el que, si bien no se ajusta exactamente a la idea originaria de Spitz, aporta una idea de la magnitud del trabajo psíquico implicado. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 375-397

Freud también plantea en “La transitoriedad” (Vergänglichkeit) (1916a [1915]) que se activan tres disposiciones posibles como reacción ante lo transitorio (perecedero), ante aquello que está destinado a desaparecer. Estas disposiciones están en estrecha relación con la posibilidad o con la imposibilidad de (re)significación que la tramitación del trauma por la propia muerte futura promueve, constituyendo así tres transformaciones que describen decursos diferentes. Una primera modalidad implicaría una serie de micro-procesos continuos de elaboración ([re]significación) que derivarían en un nuevo equilibrio (“el valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo”) (pág. 309). Esta primera actitud ante lo transitorio de la existencia implica la activación de un trabajo de duelo que promueve el cambio psíquico y la (re)significación, la tramitación (relativa) del trauma por la propia muerte futura y el establecimiento del organizador psíquico adulto. Una segunda modalidad es el enlentecimiento (estancamiento) (“el dolorido hastío del mundo”) (pág. 309), lo que implica una paulatina detención y la consecuente cronificación en ciertos estereotipos personales

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que derivan en alteraciones de la autoestima y en la imposibilidad de investir nuevos planes o proyectos, casi como si el tiempo se hubiera detenido. Esta segunda modalidad implica una tramitación psicopatológicamente melancólica de la transitoriedad que impide el cambio psíquico y la (re)significación, lo que lleva consecuentemente a la tramitación (relativa) precaria del trauma por la propia muerte futura para el establecimiento del organizador psíquico adulto. Una tercera modalidad es la aceleración (cambio aparente) (“una revuelta contra esa facticidad aseverada”) (pág. 309), implicando generalmente intentos de huída hacia el pasado en un intento de “recuperar” vertiginosamente el tiempo perdido, y donde también puede observarse una deficiente regulación de la autoestima, aunque en este caso se invisten diferentes planes o proyectos en los que el único propósito pareciera ser la recuperación de la “juventud perdida”. Esta tercera modalidad implica una tramitación psicopatológicamente maníaca de la transitoriedad donde también está impedido el cambio psíquico y la (re)significación, y, así como en el caso anterior, también levaría a una tramitación (relativa) precaria del trauma por la propia muerte futura para el establecimiento del organizador psíquico adulto. En los tres decursos caracterizados resulta muy importante el arco que va desde la facilitación a la dificultad de promover el trabajo de duelo, como detallaré más adelante.

La transición de mediana edad y la crisis de mediana edad

Considero oportuno diferenciar transición y crisis de mediana edad. La transición de mediana edad se correspondería con la primera modalidad de procesamiento (relativo) del trauma por la propia muerte futura y con el “establecimiento” del organizador psíquico adulto. En este caso se jerarquiza la progresión y continuidad del decurso evolutivo propiamente dicho. La crisis de mediana edad, por su parte, se correspondería con la segunda y tercera modalidades de procesamiento del trauma por la propia muerte futura. Tomando en cuenta las consideraciones previas, me permito postular la existencia de un continuum entre transición y crisis patognomónico de la mediana edad constituido por el polo de la transición y el polo de la crisis, en cada uno de sus extremos opuestos. Desde la perspectiva de este continuum considero que toda persona atraviesa tanto por una transición como por una crisis de mediana edad, aunque en diferentes proporciones de mezcla. El continuum que propongo implica considerar entonces que la transición de mediana edad y la crisis de mediana edad mantienen entre sí una relación inversamente proporcional (Montero, 2005). REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 375-397

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Psicopatología de la transición y de la crisis de mediana edad

El tipo de trabajo psíquico que plantea la tramitación del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad es un trabajo que apunta directamente a la recuperación del Selbstgefühl (Freud, 1914c), el sentimiento de sí, la autoestima. Tanto los residuos omnipotentes del narcisismo infantil como la omnipotencia corroborada por la experiencia se ven alterados necesariamente al inicio de la mediana edad, puesto que se activa una crisis narcisista que puede tener diferentes alternativas. En todos los casos, incluso en el primero de micro-procesos continuos de elaboración [(re)significación], lo que se pone preponderantemente en primer plano es el funcionamiento del self, entendido éste como regulador de la autoestima (Kohut, 1971, 1977), puesto que la aceptación de la finitud del propio self implica una herida narcisista que activa vivencias de profundo dolor, abandono y desvalorización personal. En el caso de los micro-procesos continuos de elaboración [(re)significación], el yo evidencia la preponderancia de un tipo de funcionamiento de yo-realidad, mientras que el contenido de la fantasía suele tener connotaciones de tolerancia a las que se torna transitorio, imperfecto o perecedero expresando generalmente una integración entre aquello que se ha logrado con aquello que no ha podido serlo, especialmente en el terreno de los ideales del yo. Si hiciera una presunción psicopatológica, este tipo de tramitación psíquica podría corresponderse con las psiconeurosis, especialmente si tomo en cuenta el tipo de funcionamiento del yo-realidad. Desde la perspectiva del self hallaríamos en este caso un tipo de funcionamiento cohesivo del self y una adecuada regulación de la autoestima concomitante. En los casos de tramitación melancólica (enlentecimiento [estancamiento]) y de tramitación maníaca (aceleración [cambio aparente]) sucederían dos tipos de elaboración narcisista diferentes, en las que la modalidad de funcionamiento del yo preponderante coincidiría con los tipos de funcionamiento arcaicos del yo (yo-realidad inicial y yo-placer). La fantasía preponderante en el tipo de enlentecimiento (estancamiento) expresa que todo está perdido y que ya nada puede esperarse de la vida más que la muerte; mientras que en el tipo de aceleración (cambio aparente), la fantasía es la de la recuperación vertiginosa de la juventud (en un intento proustiano de “recuperación del tiempo perdido”). Psicopatológicamente ambos decursos tendrían que ver con las patologías del narcisismo, especialmente por las limitaciones que impone el tipo de funcionamiento del yo-placer, y en lo fundamental con trastornos borderline, tal los descritos por Kernberg (1984, 2004). Desde la perspectiva del self la tramitación melancólica tendría relación con los trastornos narcisistas de la personalidad y la tramitación maníaca se vincu-

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laría con los trastornos narcisistas de la conducta tal como los describe Kohut (1971, 1977). Estos intentos de recuperación de la autoestima también pueden comprenderse desde una perspectiva autoplástica y aloplástica. En el caso de la tramitación melancólica suceden modificaciones sintomáticas autoplásticas (Freud, 1924e), expresión de las vivencias de desvalorización y sin sentido características (modificación del ambiente interno), dando forma a una especie de delirio de insignificancia (Freud, 1917e [1915]); y en el caso de la tramitación maníaca suceden modificaciones sintomáticas aloplásticas (Freud, 1924e) mediante intentos de recuperación de la autoestima a través de modificaciones evidentes en la conducta manifiesta (modificación del ambiente externo). Estas vicisitudes implican preponderantemente la presencia de los mecanismos narcisistas de desmentida e idealización. Quiero señalar también que la modalidad de tramitación maníaca (aceleración [cambio aparente]) se corresponde con las más clásicas y típicas crisis de la “mitad” de la vida (Jaques, 1965) o de mediana edad, también denominadas síndrome Gauguin (Colarusso y Nemiroff, 1981; Colarusso, 2008), o popularmente “demonio del mediodía”. Destaco también que aquello específicamente evolutivo que se activa durante la tramitación del trauma por la propia muerte futura y del establecimiento del organizador psíquico adulto durante la mediana edad posee también una relativa independencia respecto de la psicopatología. Quiero decir que la psicopatología narcisista grave no es necesariamente determinante y condicionante de la imposibilidad de tramitación del trauma por la propia muerte futura, aunque esta dificultad o imposibilidad suele ser el destino más frecuente. De cualquier manera, esta variable evolutiva agrega un vértice a la psicopatología que posibilita una lectura ampliada en la mediana edad. Señalo también que la variable evolutiva puede ser hallada generalmente en el material clínico sin que mi planteo signifique una consideración especial durante la sesión, momento en que únicamente es preciso el trabajo “sin memoria ni deseo” (Bion, 1970); y reconozco también que algunos teóricos han considerado la posibilidad de una evolución espontánea de las modalidades defensivas a lo largo de la diferentes etapas del ciclo vital (Perry, 1992; Vaillant, 1992, 1993).

Los universales (invariantes) en la mediana edad

Propongo también cuatro aspectos a tener en cuenta para comprender el tipo de trabajo psíquico que demandan los procesos de (re)significación requeridos por la tramitación del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad y posibilitar, eventualmente, el establecimienREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 375-397

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to del organizador psíquico adulto. Estos aspectos están todos interconectados, y los describo separadamente sólo a efectos didácticos. Propongo estos cuatro aspectos como invariantes, algo que ofrece la ventaja de salvar las diferentes vicisitudes individuales que cada persona pudiera haber atravesado, para centralizar el análisis en procesos intrapsíquicos universales y el estudio de sus transformaciones, los que necesariamente incluyen las innumerables variables de cada vida individual (Montero y Ciancio de Montero, 2008). 1. El trabajo de duelo Concibo el desarrollo psíquico a lo largo de todo el ciclo vital, y especialmente al inicio de la mediana edad, como un proceso de (re)significación que es la consecuencia de la facilitación de los procesos de duelo, entre otros factores. En “La transitoriedad”, Freud (1916a [1915]) formula una primera aproximación a una teoría del duelo, asociando las reacciones ante la transitoriedad con los procesos de duelo normal y patológico. Obviamente, los procesos de duelo normal poseen un potencial para el desarrollo y son fuente promotora del mismo (Pollock, 1975). En un trabajo anterior (Montero, 1989) planteé que la mediana edad activa una (re)actualización de los duelos de la adolescencia (Aberastury y Knobel, 1971), los que se refieren a la pérdida de la fantasía de la bisexualidad, del cuerpo, el rol, los padres y la identidad de la infancia, los que demandan un nuevo trabajo psíquico específico durante la mediana edad. Estos duelos pueden sintetizarse en la noción de cancelación de la fantasía de la “eterna juventud” a que la realidad apremia a partir de la percepción del envejecimiento propio. Quiero reseñar también el aporte de Kancyper (2003) cuando diferencia los “destinos” disímiles del odio y del resentimiento en los procesos de duelo en el proceso de confrontación generacional, donde uno de sus términos atraviesa ineludiblemente la mediana edad y el otro la adolescencia. Considera que el odio promueve el proceso de duelo, mientras que define el resentimiento como aquello que “promueve un desafío tanático mutuo entre los sistemas narcisistas parentales y filiales en pugna al interceptar el enfrentamiento esperable en la lucha generacional”. En este caso, el resentimiento obstaculiza el proceso de duelo. Kohut (1982), por su parte, plantea la posibilidad de la colaboración generacional, basando este concepto tanto en su particular concepción del desarrollo psíquico como también en cuestiones míticas ligadas al mito de Odiseo, que exceden el marco de este trabajo. Una evidencia del fracaso del trabajo de duelo es la “adolentización” de la función parental, así como la “adolentización” del ideal social contemporáneo (Montero y Ciancio de Montero, 2009; Lustgarten de

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Gorodokin, 2002; Singman de Vogelfanger, 2009), expresiones de la dificultad con la tramitación del trabajo de duelo característico durante la mediana edad, especialmente en sus inicios. 2. Actualización del ideal del yo En línea directa con el tópico anterior, la mediana edad implica también una actualización de los ideales del yo. El ideal del yo como representante de los ideales simbólicos (Mayer, 1989) planifica “un estado de devenir” (Hanly, 1983, pág. 191), siempre y cuando este devenir pueda ser aceptado por el sujeto. En caso contrario reemergerán aspectos del yo-ideal, el que como representante de los ideales narcisistas (Mayer, 1989) demandará “un estado de ser” (Hanly, 1983, pág. 191) en el que el paso del tiempo queda abolido. Entre el ideal del yo y el yo-ideal existe una relación equivalente a la que existe entre un hombre y un héroe: a la mansedumbre humana del ideal del yo que intenta una elaboración se le opondría la tiranía heroica del yo-ideal que demanda confirmar los crónicos anhelos de inmortalidad. Resulta evidente que aquellas personas en las que preponderan los ideales simbólicos (neurosis de transferencia) están en mejores condiciones de operar una verdadera actualización de los ideales, puesto que podrán cotejar aquello a lo que han aspirado con lo que verdaderamente han podido obtener, y tolerar lo que habrá de resignarse, proceso que ha sido designado como resignación constructiva por Jaques (1965), deillusionment por Levinson (1978), y que denominé en otro trabajo resignación (en el sentido de volver a “firmar”) (Montero, 1989) de un proyecto individual para posibilitar la tramitación del trauma por la propia muerte futura y el establecimiento del organizador psíquico adulto. Por otro lado, aquellas personas con preponderancia de los ideales narcisistas (trastornos narcisistas y borderline) verán generalmente imposibilitada esta elaboración puesto que vivenciarán una amenaza a su integridad (herida narcisista) en cada indicador del trauma por la propia muerte futura durante la mediana edad. 3. Reactivación de la conflictiva pre-edípica y edípica La mediana edad también implica una reactivación de la conflictiva pre-edípica y edípica. Las pérdidas reales y las amenazas de pérdidas son fuente de reactivación del conflicto esquizoide y de las ansiedades de abandono (Fairbairn, 1952), siendo especialmente importantes aquellas que se originan en el proceso de envejecimiento del cuerpo propio y sus diferentes desplazamientos. En el caso de pacientes con trastornos narcisistas (Kohut, 1971, 1977) y de pacientes borderline (Kernberg, 1984, 2004), esta reactivación estará en el centro de la escena por ser cuadros nosográficos en los que las ansiedades de abandono funcionan como REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 375-397

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fuente primaria de la experiencia psíquica y de la psicopatología, por lo que la conflictiva pre-edípica recibe el “refuerzo” de las pérdidas reales y las amenazas de pérdida características de este período, a las que me he referido. Respecto del conflicto de Edipo (angustia de castración), la mediana edad facilita la (re)emergencia de fantasías parricidas e incestuosas. En el caso de que la persona tenga hijos, esto también se complejiza con la adolescencia de los propios hijos, la que puede despertar angustia de muerte en los padres, especialmente cuando los hijos estuvieran ubicados en el lugar del doble, y hayan recibido por desplazamiento la angustia por el envejecimiento. Pero quiero dejar constancia de que esta (re)emergencia del conflicto edípico también sucede en aquellas personas que pudieron haber perdido a sus padres con antelación o que no hayan tenido hijos, puesto que, aunque fuera posible imaginar que no estuvieran relacionados con equivalentes simbólicos de padres e hijos, acaecería un tipo de reacción filogenética, tal como en parte anticipé en mi lectura del complejo de Edipo. Quiero señalar también la trascendencia de la dimensión narcisista del conflicto de Edipo, especialmente cuando las dificultades con el trabajo de duelo y las (re)significaciones la transforman en fantasías filicidas (Abadi, 1960; Rascovsky, 1973), algo que puede observarse cotidianamente. Por estas razones considero oportuna una lectura dual de la conflictiva edípica, en primer lugar desde la perspectiva freudiana, quizás preponderantemente centrada en vínculo del hijo hacia los padres; y en segundo lugar desde la perspectiva de Kohut (1982), especialmente centrada en el vínculo de los padres hacia el hijo, proponiendo una nueva interpretación que ofrece la posibilidad de hacer ahora una lectura bidireccional. El “estilo” freudiano se centraría en el narcisismo del hijo (el hijo desea preservarse ubicándose en primer lugar); mientras que el “estilo” kohutiano de comprensión del complejo (no conflicto) de Edipo se centraría en el narcisismo (no transformado) de los padres (los padres desean preservarse ubicándose en primer lugar). En este sentido, Kohut retoma, sin citarlas, las elaboraciones de Rascovsky (1973) sobre el filicidio, y de la comprensión de la conflictiva edípica que ofrece Abadi (1960), ideas precursoras para una lectura del Edipo centrada en el narcisismo de los padres. 4. Historia de las identificaciones y desidentificación Finalmente, considero de importancia fundamental la revisión y elaboración de las identificaciones primarias y secundarias como parte de la tramitación del trauma por la propia muerte futura durante la mediana edad. Las identificaciones están en directa relación con el yo-ideal

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y con el ideal del yo y sufren las mismas vicisitudes de reacomodamiento (desidentificación y nuevas identificaciones) que éstos, puesto que quedan también sujetas a revisión, tal como sucede con la conflictiva edípica. La desidentificación como proceso característico durante la mediana edad implica una toma de distancia y discriminación del discurso parental y social originario, y una reconsideración y conexión con el propio discurso. Me interesa mencionar especialmente en este contexto la noción de telescopaje de las generaciones (Faimberg, 1985). Este telescopaje permite, durante el proceso psicoanalítico, el reconocimiento de la historia secreta del paciente mediante el revelamiento (y el relevamiento) de la historia de las identificaciones, a partir de la interpretación de la transferencia. Esto promueve una desindentificación que permite establecer un pasado restituyendo la historia verdadera, a la vez que libera el deseo del paciente y posibilita un futuro, promoviendo una tramitación (relativa) del trauma por la propia muerte futura. Estos cuatro elementos detallados son los que permiten inferir metapsicológicamente el tipo de trabajo psíquico que demanda la mediana edad. El asedio de la realidad a la inmortalidad del yo, al que aludí, puede también ser considerado como una especie de transformación del narcisismo (Kohut, 1966), proceso que Alizade (1995) denomina narcisismo terciario.

Algunos indicadores de la tramitación (relativa) del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad

¿Cómo es posible determinar que el proceso de tramitación del trauma por la propia muerte futura y del establecimiento del organizador psíquico adulto se habría cumplido (relativamente)? Quisiera caracterizar cinco indicadores que serían consecuencia directa de la tramitación (relativa) del trauma por la propia muerte futura y del establecimiento del organizador psíquico adulto durante la mediana edad. 1. Tolerancia de la incertidumbre de vivir (Mors certa, hora incerta) La tolerancia de la incertidumbre de vivir es un indicador de la tramitación del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad, especialmente por su relación con la transitoriedad de la existencia. El vínculo con los objetos primarios que “garantizaban” la seguridad y la confianza, el paso exogámico en la post-adolescencia, la verdadera exogamia, entre otros aspectos, siempre implicaron una certeza relativa REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 375-397

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respecto de la continuidad de la vida individual. Todo esto se ve (re)activado y transformado durante la mediana edad hasta la adquisición de esta tolerancia de la incertidumbre de vivir, la que también implica la resolución de un duelo normal. Freud (1919h) se ha ocupado del tema de la incertidumbre al estudiar el efecto de lo ominoso (siniestro), y de las vicisitudes del conflicto entre lo ominoso (Unheimlich) y lo familiar (Heimlich). Describe cómo el psiquismo consigue desentenderse de las vivencias dolorosas que produce el temor a la muerte impidiendo la irrupción de un afecto ominoso (siniestro) mediante el establecimiento del doble (inmortal). Siguiendo a Rank (1914), él sostiene: “En efecto, el doble fue en su origen una seguridad contra el sepultamiento del yo, una ‘enérgica desmentida’ del poder de la muerte” (pág. 235). En este sentido, la incertidumbre queda ligada originariamente al temor a la muerte, aspecto que al reactivarse en la mediana edad implicará una adquisición nueva si se elabora convenientemente el duelo que la herida narcisista ocasiona. Podría poner como ejemplo de la irrupción del doble: la exogamia de los hijos, un despido laboral, una seria crisis matrimonial, entre otras situaciones, las que, de haber sido investidas originariamente con las características del doble harán irrumpir la angustia de muerte indicando la procedencia originaria de la investidura. Destaco que considero trascendente la diferenciación entre el doble inmortal vinculado al yo-ideal y el doble ideal vinculado al ideal del yo, tal como sostiene Aragonés (1999). En parte, la tolerancia de la incertidumbre de vivir recuerda la octava de las polaridades que describe Erikson (1951) entre integridad versus desesperación. 2. Aceptación del odio y la destructividad (Homo, homini, lupus) Jaques (1965) fue el primero en indicar que la crisis de la “mitad” de la vida implicaba no sólo la aceptación de la propia muerte, sino también del odio y la destructividad auto y heterodirigidos. Más que el trabajo psíquico específico, considero que esta aceptación del odio y la destructividad es una consecuencia directa de la (relativa) tramitación del trauma por la propia muerte futura durante la mediana edad, y que debe considerarse así puesto que decanta de la (re)actualización y (re)elaboración del conflicto de Edipo. En caso contrario, el odio y la destructividad podrán permanecer desestimados, disociados o reprimidos promoviendo múltiples formaciones psicopatológicas. Este reconocimiento devendría también de la aceptación de la ambivalencia afectiva constitucional inherente a la naturaleza humana. 3. Cambio en la percepción subjetiva del tiempo La transformación de la percepción y vivencia subjetiva del tiempo es

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un proceso que se inicia con el nacimiento, y del que podría describirse una línea de desarrollo (A. Freud, 1965) que detallara sus características y vicisitudes, tal como desarrolla Colarusso (2008). Considero que éste resulta una evidencia de la (relativa) tramitación del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad, que Kernberg (1980) denomina “cambio en la perspectiva del tiempo” (pág. 124) y Colarusso (2008) denomina “reconocimiento de la naturaleza limitada del tiempo personal” (pág. 129). Kernberg (1980) considera este tema cuando explica sus hipótesis sobre el narcisismo normal, afirmando que el cambio en la perspectiva del tiempo se debe a que la mediana edad permite la aparición de réplicas de relaciones del pasado aunque con los roles invertidos, es así cómo los recuerdos afectivos de la relación con los propios padres forman parte también de la relación con los propios hijos, por lo que el pasado y el presente emergen con más fuerza de lo que era posible con anterioridad. Esta perspectiva lleva a considerar que la transformación de la percepción subjetiva del tiempo implica que el presente se valorice de una manera diferente, a la vez que se (re)significan el pasado y el futuro en crónico conflicto bifronte, experiencia insondable que queda subsumida en el presente en un proceso circular y permanente. 4. Nueva integración de la historia personal El proceso de tramitación del trauma por la propia muerte futura posibilita también una visión de la propia historia personal desde una perspectiva diferente, algo que promueve una nueva integración de la misma. Ésta resulta consecuencia de los múltiples determinantes que se activan desde la realidad externa e interna y que promueven la modificación de la representación del self y las relaciones de objeto, ligadas todas a la (re)elaboración edípica ya citada. La nueva integración de la historia personal que posibilitan los procesos de duelo normal y de (re)significación, aporta una nueva resolución de la novela familiar (Freud, 1909c [1908]), del mito personal (Kris 1956; Bion, 1963; Arlow, 1991), y de lo que denominé en otro trabajo mito (privado) personal (Montero, 2005). Me parece especialmente importante señalar la transformación que sufre el mito (privado) personal durante la mediana edad, especialmente por los procesos de (re)significación e historización a los que he aludido. De manera similar se expresa Bollas (1989) cuando diferencia entre hado (fate) y destino (destiny), y distingue sus orígenes, propósitos y la eventual transformación del hado en destino.

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5. Anclaje de la historia individual en la historia generacional Como consecuencia de esta nueva integración de la historia personal se produce también un anclaje de la historia individual en la historia generacional. Este proceso se operaría simultáneamente en dos direcciones. Un vector apunta hacia el pasado y el otro hacia el futuro. El vector que apunta hacia el pasado implica un proceso que promueve una (nueva) adquisición de la historia familiar (generacional), diferente de la que se opera con la identificación primaria; mientras que el vector que apunta hacia el futuro implica la delegación de los “atributos” (símbolos) de la juventud en la nueva generación (Montero, 1989) en un proceso que implica la resolución del conflicto de confrontación generacional (Kancyper, 2003), y entre la transmisión generacional y la claudicación generacional (Singman de Vogelfanger, 2009), o las vicisitudes del proceso de transmisión-apropiación (Singman de Vogelfanger, 2008). Esta transmisión generacional (hacia las generaciones precedentes y hacia la generación sucesiva) es evidencia de la tramitación del trauma por la propia muerte futura y del establecimiento del organizador psíquico adulto. El reconocimiento de la diferencia y de la continuidad sucesiva de las generaciones es también evidencia del paso del tiempo y de su aceptación. Quiero señalar también que este proceso de anclaje de la historia individual en la historia generacional puede representar un procedimiento defensivo frente a la angustia ante la propia muerte, puesto que, al ubicar la propia historia individual en la gran historia de las generaciones precedentes y sucesivas, la persona adquiere una continuidad en el tiempo que le aporta la vivencia de una cierta forma de “inmortalidad” (simbólica). Las cinco adquisiciones son características de la tramitación del trauma por la propia muerte futura en la mediana edad y derivan en el establecimiento (siempre relativo) del organizador psíquico adulto, algo que posibilitaría condiciones de arribo ventajosas a la adultez mayor. Esto es así puesto que el psiquismo, tal como anuncié al inicio de este capítulo, implica la posibilidad de una continuidad del desarrollo psíquico a lo largo de todo el ciclo vital.

Resumen

El trabajo pretende relevar una serie de indicadores metapsicológicos para una comprensión de la mediana edad y su relación con la muerte. El postulado básico surge de considerar que los procesos inconscientes que dan cuenta del envejecimiento originan diferentes reacciones. Estas reacciones generan lo que el autor denomina mediana edad propiamente dicha.

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Se inicia con el concepto de trauma por la propia muerte futura, intentando evidenciar cómo la imposibilidad representacional de la muerte propia agrega una dimensión traumática a la vivencia de la muerte personal. El autor ofrece también una apoyatura mítica a su teorización, basándose en el ciclo mítico del héroe, específicamente en la analogía con el trabajo psíquico de mediana edad que ofrece lo que se denomina descenso a los infiernos por un lado, y el mito de Edipo por el otro. Propone también el establecimiento de un organizador psíquico adulto específico que da cuenta del proceso característico de mediana edad. Esta afirmación está basada en Freud, cuando postula tres caminos de tramitación posible ante lo transitorio o perecedero, implicando siempre la posibilidad o la dificultad de promover los procesos de resignificación. Desde estos decursos, el autor postula una transición de mediana edad y dos subtipos de crisis de mediana edad. La primera, ligada a la continuidad del desarrollo y, la segunda, preponderantemente con la psicopatología. Propone una serie de invariantes universales metapsicológicos específicos para la mediana edad. Éstos implican el trabajo de duelo, la actualización del ideal del yo y su conexión con el yo ideal, la reactivación de la conflictiva preedípica (angustia de abandono) y edípica (angustia de castración), y la revisión de la historia de las identificaciones y la desidentificación. Finalmente, propone otra serie de indicadores que darían cuenta de la tramitación (relativa) del trauma por la propia muerte futura. Detalla la tolerancia de la incertidumbre de vivir, la aceptación del odio y la destructividad en la naturaleza humana, el cambio en la percepción subjetiva del tiempo, una nueva integración de la historia personal, y el anclaje de la historia individual en la historia generacional.

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He also puts forward the establishment of an adult psychic organizer something that could show midlife characteristic and intrinsic processes. This statement is also based on Freud’s ideas, when he poses three ways for a possible psychic working-through when individuals face the transient nature of things, taking into account in all cases the possibility or impossibility for the promotion of these kinds of processes of re-signification. Coming from these three paths is that the author proposes a midlife transition and two subtypes of midlife crises. Midlife transition is related to the continuity of development and the different subtypes of midlife crises are mainly related to psychopathology. He poses a series of specific universal metapsychological invariants for midlife. These involve the mourning processes, ego ideal updating and its relationship to ideal ego, the reactivation of pre-Oedipal (abandon anxiety) and Oedipal (castration anxiety) psychic conflict, and the revision of the history of identifications and an eventual de-identification. Finally, the author explains a series of different highlights what could show the (always relative) future personal death trauma working-through process. He details the tolerance of the uncertainty of living, the acknowledgement of hate and destructiveness in human nature, the change in the subjective feeling of time, the renewed integration of personal history, and the anchorage of individual history within generational history frame. KEYWORDS: DEATH / TRAUMA / OLD AGE / CRISIS / ORGANIZER / WORKING THROUGH

Resumo ELEMENTOS

DESCRIPTORES: MUERTE / TRAUMA / TERCERA EDAD / CRISIS / ORGANIZADOR / ELABORACIÓN

SEVERAL ISSUES

Summary FOR A METAPSYCHOLOGY OF MIDLIFE AND ITS RELATIONSHIP TO DEATH

This paper points at a series of metapsychological nodal points for an understanding of midlife and its relationship to death. Its basic statement springs from the consideration of the subtle unconscious different reactions that make evident the starting of the aging process of the body. These outcomes are what the author stands for midlife specificity as well as his proposed definition for midlife. He launches the concept of future personal death trauma trying to show how representational impossibility adds a traumatic dimension to the subjective feeling related to personal death. The author also poses a mythical foundation for his theorization, basing his thinking on mythical hero’s cycles, specifically upon the analogy between midlife psychical working-through processes and what is classically known as the descent to hell on one side, and Oedypal myth on the other.

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PARA UMA META-PSICOLOGIA DA MEIA-IDADE E SUA RELAÇÃO COM A MORTE

Este trabalho pretende revelar uma série de indicadores meta-psicológicos para uma compreensão da meia-idade e sua relação com a morte. O postulado básico surge a partir de considerar que os processos inconscientes que dão conta do envelhecimento originam diferentes reações. Essas reações geram o que o autor denomina meia-idade propriamente dita. Inicia-se com o conceito de trauma pela própria morte futura, tentando evidenciar como a impossibilidade representacional da morte própria acrescenta uma dimensão traumática à vivência da morte pessoal. O autor oferece também o apoio no mito e sua teorização, baseando-se no ciclo mítico do herói, especificamente na analogia com o trabalho psíquico da meia-idade que oferece o que se denomina descida aos infernos por um lado, e o mito de Édipo pelo outro. Propõe também o estabelecimento de um organizador psíquico adulto específico que dá conta do processo característico da meia-idade. Este processo está baseado em Freud, quando postula três caminhos de tramitação possível perante o transitório ou perecível, implicando sempre a possibilidade ou a dificuldade de promover os processos de resignificação.

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Desde estes decursos o autor postula uma transição de meia-idade e dois sub-classes de crises de meia-idade. A primeira relacionada à continuidade do desenvolvimento e as segundas preponderantemente com a psicopatologia. Propõe uma série de invariantes universais meta-psicológicos específicos para a meia-idade. Estes implicam o trabalho de luto, a atualização do ideal do eu e sua conexão com o eu ideal, a reativação da conflitiva pré- edípica (angústia de abandono) e edípica (angústia de castração), e a revisão da história das identificações e a desidentificação. Finalmente, propõe uma outra série de indicadores que dariam conta da tramitação (relativa) do trauma pela própria morte futura. Detalha a intolerância da incerteza de viver, a aceitação do ódio e a destrutividade, a mudança na percepção subjetiva do tempo, uma nova integração da história pessoal, e a ancoragem da história individual na história geracional. PALAVRAS-CHAVE: MORTE / TRAUMA / TERCEIRA IDADE / CRISE / ORGANIZADOR / ELABORAÇÃO

Bibliografía

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*Objeto analítico lúdico. Su función en la clínica con niños **Patricia Saks

1. Concepto de objeto analítico lúdico

Se trata de objetos construidos en el proceso analítico, a través de los cuales se expresan, representan y elaboran diversas problemáticas psíquicas.1 En el espacio potencial del análisis se irá construyendo, a partir del gesto lúdico espontáneo del niño y de la intervención lúdica del analista, algo que podríamos describir como un “garabato lúdico”. A partir de este garabato lúdico y de la reflexión analítica posterior, se analiza el sentido de dicha construcción compartida, reconociendo el ob-

* Premio Arminda Aberastury 2007. ** Dirección: Arenales 2893, 17º “E”, (C1425BEG) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] 1. Reflexionando con posterioridad al desarrollo de la idea de objeto analítico lúdico, pensé que dicha idea se generó desde una zona en la que confluyen en mí las teorías y clínicas de dos analistas en particular. Me refiero a Donald Winnicott (con su juego del garabato) y André Green (con su concepto de objeto analítico). Winnicott dice en referencia al “juego del garabato”: “Si describo lo que hago, existe el peligro muy real, de que otros lo tomen y lo conviertan en algo semejante al test de apercepción temática. La diferencia entre éste y el TAT es, en primer lugar, que no se trata de un test y, en segundo lugar, que el consultor aporta su propio ingenio casi tanto como el niño” (Donald Winnicott, Exploraciones psicoanalíticas II, págs. 26-27). Destacando la posición activa del analista, continúa diciendo, con relación a la propuesta para realizar el juego del garabato: “Este juego que a mí me gusta, no tiene reglas. Simplemente tomo el lápiz y hago esto, trazo un garabato a ciegas. Me dirás a qué se parece esto que yo hago, o si puedes lo conviertes tú en alguna cosa; después harás lo mismo para mí y veré si puedo hacer algo con lo tuyo” (D. W. Winnicott, Exploraciones psicoanalíticas II, pág. 27).

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jeto lúdico, la problemática psíquica representada y la función analítica correspondiente.2

2. Caso clínico I: “Bebé-perro”

Desarrollaré, a continuación, un caso clínico (con viñetas de sesiones correspondientes a once meses de tratamiento) para poder, a partir de la construcción de los diversos objetos analíticos lúdicos (OAL), pensar acerca de la problemática psíquica (PP) y la función analítica (FA), reflexionando sobre su posible utilización como indicador de cambio psíquico. Caso clínico Datos personales y familiares

Juan tiene 5 años. Vive con su mamá, su papá y un medio hermano de 14 años (hijo de un matrimonio anterior de la madre). En el embarazo no hubo problemas; el parto fue por cesárea. Toma pecho sólo un mes, pues la madre refiere que le lastimaba los pezones. Se observa en la madre una gran desconexión con relación a Juan, tanto actual como pasada. El padre, que al nacer Juan estaba terminando su carrera universitaria y no trabajaba, estuvo mucho tiempo con el niño, durante el primer año y medio; supliendo en parte el déficit de conexión de la madre, quien presenta características narcisistas. El pediatra, que atiende a Juan desde que nació, dice con respecto a su percepción de la madre: “Parece que siempre se estuviese arreglando las uñas”; expresando de esta forma su registro de la desconexión materna básica. Juan tomó mamadera hasta los 4 años.

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El padre comienza a trabajar cuando el niño tenía un año y medio. Empieza el jardín de infantes a los 2 años. Le costó comenzar a hablar. No se puede dormir solo; necesita que el padre esté con él hasta que se queda dormido. Tiene pesadillas, se despierta angustiado. Presenta episodios de encopresis. Muestra comportamientos descontrolados, impulsivos y desorganizados (grita, arroja cosas). Debido a dicho comportamiento, para el jardín, Juan es un “niño terrible” con el cual ya no saben qué hacer. El psicodiagnóstico se realiza por sugerencia del jardín de infantes. Es el padre quien llama para acordar los turnos y quien lo trae actualmente a las sesiones. Los horarios de las dos sesiones semanales se acordaron en base a las posibilidades horarias del padre (a pesar de que, en la actualidad, la madre no trabaja y el padre sí). Psicodiagnóstico

De acuerdo a lo evaluado en el proceso psicodiagnóstico se observan trastornos en la constitución del aparato psíquico ligado a fallas en la consolidación de los vínculos primarios. Se establece un encuadre analítico que incluye dos sesiones individuales con Juan y entrevistas de orientación y seguimiento con los padres. Material clínico

Juan me mostró desde el comienzo del encuentro analítico, a través de su desorganización y caos, el sufrimiento que significó para él las fallas en la estructuración de los vínculos primarios (el desencuentro materno básico). “El trauma no es sólo algo que ha ocurrido, en el sentido clásico de traumatismo, sino algo que no ocurrió, a causa de una ausencia de respuesta de parte del objeto-madre” (Green, pág. 319). Sesiones significativas de once meses de análisis

2. Con relación al concepto de objeto analítico, nos dice André Green: “Lo que se llama alianza terapéutica o alianza de trabajo y que prefiero llamar asociación analítica, se funda en mi opinión en la posibilidad de crear un objeto analítico…”. ”El objeto analítico no es ni interno (para el analizando o para el analista), ni externo, sino que se sitúa entre los dos”. ”Se corresponde con la definición de Winnicott de objeto transicional y de su localización en el área intermedia del espacio potencial, en el espacio de “superposición”, deslindado por el encuadre analítico” (Green, págs. 314-315).

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Primer mes de tratamiento Sesión A

Se muestra descontrolado en sus movimientos, arroja cosas, rompe papeles, poniendo en acto una destructividad no ligada. Separa y une plastilina. Arma una bola, la arroja con fuerza.

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Trato de encausar su accionar y le digo que tire la bola de plastilina por el piso para evitar, de esta forma, que me la arroje. (Una de las funciones básicas en el abordaje de este tipo de pacientes es resguardar la integridad física del analista y del niño, ante la irrupción brusca de la destructividad no ligada.) A la bola de plastilina le clava lápices. Cuando arma la bola y le pega pedacitos de papel cubriéndola, le digo: “Parece que le ponés una piel”. A la masa de plastilina, como representación de su cuerpo, le vuelve a clavar los lápices y queda nuevamente agujereada. Arroja todos los contenidos de su caja en el piso. El consultorio queda lleno de pedazos de cosas (papeles, plastilinas, lápices, crayones, etc.) esparcidas por todos lados, como expresión de su psiquismo fragmentado. Mete la tijera dentro de la bola de masa. Le digo: “Queda toda lastimada por dentro”. Pienso que está escenificando vivencias muy primitivas de desgarro interno ligadas al registro corporal del rechazo por parte del objeto materno. Segundo mes de tratamiento Sesión B

Agarra la masa y va arrancando pedazos con violencia. Hago sonidos de dolor cada vez que arranca un pedazo. (¡Ay!) Me pide que siga haciéndolos. Digo: “¡Me arrancaron un pedazo!” (poniéndome en el lugar de la plastilina desgarrada - cuerpo despedazado). Muestro alivio cuando une las partes. Luego le mete la tijera adentro. Le pega papeles y le sigue metiendo la tijera con fuerza, destrozándola. Pienso que la falta de consolidación de los vínculos primarios lo deja en un estado de terror y de fragmentación corporal. Cuarto mes de tratamiento Sesión C: construyendo al Bebé-perro

Al llegar a la sesión dice: “Soy el perro”. Me pide que le tire el lápiz-palo, lo va a buscar y lo trae en la boca. Dice: “Los humanos le tiran los palos a los perros”. (Ubicándose él como no humano..) Se tira en el sillón. Yo nombro mi sillón como la cucha del perro. Me pide algo de comer .Voy armando la comida con plastilina. Sale del consultorio caminando en cuatro patas.

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Sesión D

Llama al perro “Bebé-perro” y se mete en el sillón-cuna-cucha. Está por sacarse los pantalones. Le pregunto qué quiere hacer y me dice que se va desnudar como los perros. Le digo que acá no se desnuda. El bebé-perro está adentro de su cuna (mi sillón) y le tengo que tirar la pelotita. Luego hace que es mi ropa (está colgado en el apoyabrazos de mi sillón) y, con gestos, tengo que hacer que me la pongo. Me dice: “Te falta el cinturón o los zapatos”. Pienso que en este juego de “ser mi ropa”, escenifica vivencias ligadas a la fusión de los cuerpos (me tengo que vestir de él). Él es mis zapatos, mi pantalón y hasta mi pelo. Este juego se repite en diversas sesiones. Arroja unas bolitas, que previamente había metido adentro de la masa, y me pide que le ayude a encontrarlas diciendo: “Somos un equipo” (expresando la alianza analítica). Quinto mes de tratamiento Sesión E

El bebé-perro se presenta desde el comienzo de la sesión. Aparece en cuatro patas y le tengo que abrir la puerta. Se acerca, se tira para atrás y dice: “Se murió porque no lo querías” (expresando los efectos mortíferos que le generan las vivencias de rechazo por parte del objeto materno). Se ubica abajo del diván (el diván parece funcionar como coraza-caparazón protector). Agarra la masa y se la pone de almohada. Lo alimento, le doy de comer con cucharita y le tengo que decir qué es lo que le doy. Comunicación con bebé-perro

Aparecen gestos que comunican: parar la mano es que quiere leche, con la otra mano es que me detenga. Lo alimento, hago que le doy leche, me detengo, continúo, de acuerdo a lo que va expresando con sus gestos. Sale de abajo del diván. Yo digo: “¡Qué bueno que pude alimentar al bebé-perro que tenía tanto hambre!”. Hace que come todas las cosas que encuentra, en forma desesperada. Digo: “Parece como si nunca lo hubieran alimentado”. Él dice: “Lo que pasa es que no le dieron de comer porque los padres eran viejos y ahora quiere comer porque hay familia”. Me pide que prepare ocho pasteles de plastilina, en silencio, mientras él duerme.

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Se los doy de comer. Me pide que prepare más para la próxima sesión. Se construye, en el espacio analítico, un lugar en el cual alojar, cuidar, alimentar y comprender a este bebé-perro que es él. Sexto mes de tratamiento Sesión F: Alimentando al bebé-perro

Me dice: la cabeza es perro y los pies son bebé. Tengo que alimentar a los dos. Hacemos los pasteles con plastilina envuelta en papeles. Trae una nave espacial que usa como horno para cocinar los pasteles. Ya desde otras sesiones aparece el juego de quemarse al sacar los pasteles del horno y unos papelitos alivian el dolor. Aparece de esta forma, la representación de una madre que alivia y calma (papelitos). Dice: “Vamos a un pic-nic, vos sos otro bebé-perro”. Le digo: “¡Qué bueno, el bebé-perro ya no está solo!”. Nos ponemos debajo del escritorio. Él es el papá, yo la mamá y tenemos dos hijos que debemos alimentar. Hacen lío y los retamos. Dice: “¡Pero estos chicos no hacen caso!”. Sesión G

Es una sesión donde reaparece el caos y la desorganización. Trae un muñequito robot. Enseguida hace venir a bebé-perro. Le tengo que tirar la zapatilla que se sacó y hacer como que se la arrojo, y no lo hago en realidad. Él la va a buscar; me dice que haga esto tres veces, y a la tercera empieza una fase de progresivo descontrol. Se acurruca. Me dice que alimente al bebé-perro que se transforma en una máquina que junta pedazos de masa del piso. Sus manos son garras. Toma pedazos de masa y me los arroja. Dice al arrojar la masa: “Soy la máquina de basura”. Es un robot que agarra la masa-basura y la arroja. Se tira al piso, se saca el reloj pulsera, se tira en el diván. Agarra el reloj de mesa y cambia la hora haciendo sonar el despertador. Hay momentos de caos intenso. Es bebé, es perro, es robot. Le hablo al bebé desesperado que sufre porque no sabe quién es (muestra intensas angustias confusionales-desorganizantes). Luego de atravesar una zona de gran caos, ligado a la emergencia de angustias confusionales-desorganizantes, reaparece bebé-perro. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 399-421

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Séptimo mes de tratamiento Sesión H: Nombrando a bebé-perro

Y ahora bebé-perro tiene nombre y apellido. Toma un lápiz y empieza a escribir letras A I O L, yo las tengo que leer. Dice que en otra hoja va a poner el apellido. Le marco la emoción y lo valioso de tener un nombre; que por primera vez bebé-perro tiene nombre y apellido. Hace con la masa un puente y luego un caracol que coloca detrás de un almohadón y me pide que nadie lo vea. Sesión I

Llega a la sesión un bebé-perro muy desorganizado. Arroja cosas, chupa todo, agarra las cosas con la boca y se queda colgado del sillón. Lo tengo que sostener para que no se caiga. Le recuerdo que tiene un nombre. Se lo leo. Sigue desorganizado. Le digo que me cuenta que hubo un bebé muy desesperado. Toma el reloj. Le pone una pila y lo hace funcionar. Le digo que quiere que lo ayude a curar a este bebé, como si pudiésemos volver el tiempo atrás. Me dice que duerma. Hago que cierro los ojos. Va poniendo los objetos y pedazos de objetos esparcidos de su caja dentro de sus medias (las rellena con ellos). Luego va poniendo otros objeetos adentro de su caja. Le hablo acerca de la importancia de lo que hizo, creando un continente (sus medias para poder alojar sus objetos), y que es tal vez de esta manera que vamos a poder curar al bebé- perro. Por primera vez lo veo jugar con un autito de la caja. Luego de una oralidad desesperada y despedazante (cuerpo fragmentado) aparece algo capaz de contener cosas dentro (aspectos ligados a la constitución del yo). Octavo mes de tratamiento Sesión J

Entra bebé-perro. Arroja cosas. Le pongo límite acerca de qué arrojar y qué no. Toma papelitos y los rompe. Para comunicarme tengo que hablar como perro-gato: miau, guau y otros sonidos. Yo soy el papá que le dice que no rompa sus juguetes. Por primera vez dibuja un nene a quien le cayó un rayo. Del otro lado de la hoja dibuja un árbol, un sol, nubes.

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Al árbol le pone manzanas. Luego me pregunta: “¿Cómo te llamás?”. Le digo, me pide mi número de teléfono y, al despedirse, me dice: “¡Chau Patricia!”. Análisis de los diversos de Objetos Analíticos Lúdicos

Para el análisis de los diversos objetos analíticos lúdicos (OAL), seguiré la secuencia del material clínico, diferenciando la problemática psíquica y la función analítica.

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Expreso mi sorpresa y desconcierto: “¿Pero cómo se mueven las cosas, qué pasa?”. “¿Recién los lápices estaban ahí y ahora?” Yo voy hacia ese lugar, tanteando en el aire para tratar de atrapar a ese ser “invisible” que mueve las cosas. Ah, ya voy a agarrar al que hace eso. Tanteando en el aire digo: “Te agarré”. Aparece en él el placer de la risa ante mi desconcierto, cuando intento agarrar, sin lograrlo, a quien traslada las cosas.

Primer OAL

a- Objeto analítico lúdico: - Ser mi ropa. b- Problemática psíquica: - Problemática ligada a la fase simbiótica. c- Función analítica: - Función materna ligada a estados fusionales arcaicos. Segundo OAL

a- Objeto analítico lúdico: - Bebé-perro. b- Problemática psíquica: - Problemática ligada a la estructuración de vínculos primarios. - Expresión de vivencias de fragmentación corporal y angustias desorganizantes. c- Función analítica: - Función materna organizante y unificadora. La construcción continúa Noveno mes de tratamiento Sesión K

Bebé-perro se ubica abajo del diván y yo tengo que hacer de interlocutor entre bebé-perro y niño-gato. Niño-gato le manda mensajes a bebé-perro, al que le tengo que trasmitir o cosas que le tengo que entregar, y bebé-perro hace lo mismo con niño-gato. “Bebé-perro, niño-gato te manda un pastel”. “Niño-gato, bebé-perro te manda caramelos”. En uno de esos mensajes, niño-gato le escribe con letras sueltas un mensaje que dice: “bebé-perro, te amo mucho“. Sesión L

Hay una tinta que lo hace invisible. Traslada cosas de lugar y yo, al no poder verlo, me sorprendo al observar que las cosas se mueven. Toma los lápices, los traslada de un lugar a otro. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 399-421

Décimo mes de tratamiento Sesión M

Me pide que haga avioncitos con papel. Yo me ubico a cierta distancia y él los tira. El avión tiene la función de correo. Yo espero noticias de él. ¿Cuándo llega el correo (avión)? Expreso mi alegría cuando llega. ¡Qué bueno, recibí carta de Juan! Recibí la carta que estaba esperando. Comienza a escribir cosas y me aclara qué escribió. Yo, a mi vez, le escribo a él. Lo invito a mi casa y él debe responder a mi propuesta. En reiteradas oportunidades escribe NO (expresando satisfacción por su NO y riéndose cuando yo dramatizo la tristeza por su ausencia). Aceptando su NO como muestra de su individualidad, digo: “¡Uy, yo que tenía tantas ganas de que venga! Bueno, después lo voy a invitar, a ver si puede venir”. Onceavo mes de tratamiento Sesión N

Trae el juego de cartas de “Los padrinos mágicos”. Reparte cartas y se arman parejas de juego. Los participantes en el juego son él, bebé-perro, niño-gato y yo. Bebé-perro me toca de pareja. Se trata del intercambio de cartas y de ver quién se queda con más cartas. Me das un 6, me das un 3. Luego debemos contar a ver quién tiene más cartas. Me dice hasta qué número sabe contar: 1, 2,3... Lo felicito por cómo aprendió a contar.

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Análisis de los nuevos objetos analíticos lúdicos Tercer OAL a- Objeto analítico lúdico: - Niño-gato b- Problemática psíquica: - Problemática ligada a la consolidación e integración del Yo. c- Función analítica - Funciones yoicas. - Reconocimiento del vínculo y de la identidad. - Desarrollo de intercambios simbólicos.

Cuarto OAL

a- Objeto analítico lúdico:- Tinta invisible. b- Problemática psíquica: - Problemática presencia-ausencia (fort-da). c- Función analítica: - Trabajo de simbolización. Quinto OAL

a- Objeto analítico lúdico: - Avioncito-No. b- Problemática psíquica: - Problemática ligada al proceso de individuación. - El NO como organizador psíquico. c- Función analítica: - Establecimiento y sostenimiento de vínculos simbólicos. - Reconocimiento de las diferencias subjetivas. - Principio de Realidad (tolerancia a la frustración con sostenimiento del deseo).

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- Sexto OAL: Los padrinos Mágicos.

3. Construcción del objeto analítico lúdico

La intervención lúdica El niño muestra su “gesto espontáneo” y el analista realiza lo que denomino “intervención lúdica”. El objetivo de dicha intervención será, ubicar el “gesto espontáneo” dentro del “universo lúdico”. En este sentido, la función lúdica del analista, será fundamental para posibilitar la construcción de los objetos analíticos lúdicos. Desde esta perspectiva, una “descarga impulsiva” puede ser transformada en “objeto analítico lúdico” a partir de las intervenciones adecuadas que pongan “en juego” las potencialidades lúdicas de la misma.3 La posibilidad de realizar intervenciones lúdicas, no excluye las interpretaciones referidas al contenido (pulsión, defensa, vínculo, etc.), pero considero, que ciertos apresuramientos por dar significaciones a los “gestos espontáneos” pueden obstaculizar el despliegue que permita la construcción de objetos analíticos lúdicos. Problemática psíquica y función analítica La problemática psíquica es aquella que se expresa a través del objeto analítico lúdico. La reflexión acerca de dicha problemática nos permite ubicarnos dentro del proceso de estructuración y funcionamiento psíquico, para definir la función analítica adecuada. Lo adecuado de dicha

Sexto OAL

a- Objeto analítico lúdico: - Juego de cartas “Los padrinos mágicos”. b- Problemática psíquica: - Problemática ligada al desarrollo de las sublimaciones. c- Función analítica: - Historización de objetos analítico lúdicos anteriores (bebé-perro, niño-gato. - Reconocimiento de las nuevas posibilidades sublimatorias y de cambios psíquicos logrados. Secuencia de Objetos analíticos lúdicos

- Primer OAL: Ser mi ropa. - Segundo OAL: Bebé – perro. - Tercer OAL: Niño – gato. - Cuarto OAL: Tinta invisible. - Quinto OAL: Avioncito – No. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 399-421

3. Me parece muy importante el concepto planteado por Emilio Rodrigué, referido a la “interpretación lúdica”. Dice al respecto: “la interpretación lúdica comienza con una toma de contacto directa y sensorial del material empleado por el niño. En este sentido esta orientado desde el medio de expresión no verbal y plástico hacia la comunicación verbal. Esquematizando, la interpretación lúdica consta de dos tiempos; en el primero el analista remeda el juego del niño y, en el segundo, trasmite lo que ha comprendido verbalmente, pero haciendo complementariamente uso de los medios no verbales que el niño ha empleado” (Rodrigué, pág. 135). Dicha actitud mimética favorecería la elaboración, permitiendo una mejor comprensión del material. A diferencia de ésta, en la intervención lúdica, no se trata de establecer una actitud mimética, sino de dar un “encuadre lúdico” al gesto espontáneo. En ambas, interpretación e intervención lúdica, se destaca la actitud activa del analista. Comparto, así mismo, la idea planteada por el autor en referencia a lo que denomina “atención lúdica” y define como: “disposición en el analista para jugar” (pág. 134). E. Rodrigué la desarrolla como parte del psicoanálisis con niños, pero pienso que también puede ser llevada (como desarrollaré más adelante) al psicoanálisis con adolescentes y adultos.

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función se refiere a la posibilidad de favorecer la elaboración de la problemática psíquica expresada-representada en el objeto analítico lúdico. En el caso clínico desarrollado, se pueden observar dichas correlaciones: - Objeto analítico lúdico: “Bebé-perro”. - Problemática psíquica: Estructuración de vínculos tempranos. - Función analítica.: Función materna organizante y unificadora.

4. Su función en la clínica con niños

Partiendo del análisis de los diversos objetos analíticos lúdicos se podrá reflexionar acerca de la estructuración y el funcionamiento del aparato psíquico; reconociendo las posibilidades de cambio psíquico producido en el desarrollo del proceso analítico. La secuencia de objetos analíticos lúdicos, así como sus transformaciones, pueden ser utilizadas como indicador (correlato lúdico) de dicho cambio (ejemplo: bebé-perro se transforma en bebé perro-niño gato). También se puede utilizar dicha secuencia para analizar los efectos psíquicos de situaciones específicas (situación traumática, duelo u otras). Tomaré como ejemplo el caso de una niña pequeña, para analizar, a partir de la secuencia de los diversos objetos analíticos lúdicos, el modo de procesamiento psíquico de una situación traumática.

5. Caso clínico II: “Pepe, el sapo”

Datos personales y familiares Sofía tiene 4 años. El motivo de consulta esta ligado a reacciones impulsivas; pega, insulta, no acepta límites. Tiene encopresis. Los padres relatan, desde el comienzo de la primera entrevista, una situación traumática: cuando Sofía tenía 2 años pierden un embarazo en el octavo mes de gestación, por lo cual debe ser inducido el parto para desalojar al feto muerto retenido. Los padres relatan que, al estar ellos tan afectados por la muerte del hijo, dejan de ponerle límites, y dicen al respecto: “Sofía empezó a hacer lo que ella quería, ya no hacía caso. Se hacía caca encima (a los dos años estaba empezando a controlar esfínteres, proceso que quedó interrumpido). Transcurrido un año y nueve meses, nace un hermano, prematuro, que debe estar en incubadora durante algunos días; presentando pro-

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blemas de salud, a raíz de los cuales es internado en diversas oportunidades. Dicha situación trae aparejada ausencias reiteradas de la madre. Sofía concurre al jardín de infantes desde los 2 años. Los padres relatan con angustia un episodio por el cual decidieron concretar la consulta psicológica: al levantarse por la mañana, ven que Sofía embadurnó con caca las paredes de su habitación. Con respecto a los datos evolutivos se destaca que: - Sofía nació por parto normal. - Tomó pecho un año. - A los diez meses tuvo bronquiolitis, por lo cual debió ser internada durante cinco días. - Tuvo varios broncoespasmos. Según el relato de los padres, durante el primer año, los estados angustiosos de Sofía (lloraba mucho, tenía dificultades para dormir) estaban ligados a cuestiones relacionadas con el ambiente familiar; durante ese año, ambos padres estaban finalizando sus respectivas carreras universitarias, produciéndose constantes cambios de horario, que no permitieron consolidar una rutina familiar organizante. Psicodiagnóstico A partir del psicodiagnóstico se observan los efectos perturbadores y desorganizantes de la situación traumática, tanto en Sofía como en sus padres. Se inicia un proceso analítico con Sofía de dos sesiones semanales. Indicándose psicoterapia para los padres. Sesiones significativas de seis meses de tratamiento. Material clínico Primer mes de tratamiento Sesión A

Sofía trae un rollo de papel grande (tipo dibujo), en el cual hay dibujado garabatos. Pone pegamento en el rollo de papel. Me pide que lo haga yo también. Toma la plasticola con la boca, haciendo salir de esta forma el pegamento sobre el papel. Arma una forma plegando dicho papel. Sofía dice con respecto a esta forma: “Es un helicóptero y luego es Pepe, el sapo”, y comienza a llamarlo con ese nombre. Continúa poniendo pegamento con su boca; en el papel, en sus manos y en las mías. Sus manos y las mías se unen y se separan.

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Le pone pegamento en la boca de Pepe, el sapo. Ahora Pepe el sapo está durmiendo. Le pasa la mano, haciéndole mimos. (Pienso en ella acariciando la panza de la madre. Según el relato de los padres, Sofía estaba en estrecho contacto con la panza durante el embarazo.) Sofía pinta a Pepe el sapo, y me dice: “Quiere bailar”. Me pide que ponga música. Hacemos una ronda: ella, Pepe el sapo y yo. Luego sienta a Pepe el sapo en mi sillón y dice: “¡Uy se manchó, limpialo!”. Cuando lo estoy limpiando con un trapo dice: “¡Se destruyó!”. Con gran angustia hace un bollo y lo desarma. Se acurruca en mi sillón mostrando un rostro dolido. Le digo: “Me mostrás esa tristeza tan grande por lo que quedó destruido”. Sofía dice: “Estoy triste”. Y agrega: “Se destruyó y me hacía tan feliz, ya no voy a poder estar feliz”. (Cuando me refiero a “esa tristeza”, dejando el sujeto indefinido, es porque no sé de la tristeza de quién se trata. ¿Es la tristeza de los padres por la muerte de su hijo y especialmente de la madre, portando en su vientre muerte y no vida? ¿Es la propia tristeza de Sofía, por la desconexión afectiva de sus padres en duelo? “Ya no voy a poder estar feliz”. (Suena como frase escuchada, posiblemente dicha por su madre.) Segundo mes de tratamiento Sesión B

Sofía trae un muñeco y dice: “Éste es mío (la sesión anterior, ella había traído un muñeco similar), el otro era de María, una amiguita del jardín”. Agrega: “Le rompí los anteojos cuando era chiquita”. Nombra al muñeco: Chiquelitu. Me pide que ponga música para bailar. Estamos los tres en ronda: ella, Chiquelitu y yo. Giramos y Sofía se cae. Le digo: “¡Uy, me quedé con Chiquelitu!”. Volvemos a bailar; al girar, se caen ella y Chiquelitu, y me dice: “Te quedaste sola”. Coloca a Chiquelitu en el diván y doblando carilinas dice: “Ésta soy yo, ésta sos vos, éste es Chiquelitu, éstos son tus anteojos, éstos son los anteojos de Chiquelitu”. Luego hace un bollo mezclándolo todo. Le digo: “Se mezclaron todos, vos, yo, Chiquelitu, mis anteojos (representados por una carilina doblada) y los anteojos de Chiquelitu”. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 399-421

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Sofía toma lo mezclado y lo arroja al tacho e basura. Le digo: “¡Uy, todos a la basura!”. Objetos analíticos lúdicos

Primer OAL a - Objeto analítico lúdico: - Pepe, el sapo. b - Problemática psíquica: - Modalidad de procesamiento anal de la situación traumática. (Se asocia ensuciar-limpiar y lo destruido.) c - Función analítica: - Sostén del vínculo libidinal ante el repliegue angustioso, asociado a la irrupción brusca de angustias de aniquilación. - Función de ligadura afectiva (“esa tristeza”) con el registro de la vivencia traumática. Segundo OAL a - Objeto analítico lúdico: Chiquelitu. b - Problemática psíquica: - Procesamiento fusional de la situación traumática. - Angustias de abandono (te quedaste sola), por haber dañado (roto los anteojos) el vientre materno y por el poder destructivo (pensamiento mágico) ligado a la rivalidad fraterna. c - Función analítica: - Expresión lúdica (en el juego) de estados fusionales y angustias de abandono. Tercer mes de tratamiento Sesión C

Sofía trae un marcador marrón, con el cual dibuja una nena y dice: “La boca, la nariz, los ojos. Es para vos, no para mi papá”. Va surgiendo el descontrol y quiere ensuciar todo con el marcador marrón. Le pongo límites acerca de qué cosas puede ensuciar y qué cosas no. Se enfurece y el descontrol aumenta; muerde, desgarra papeles. Me quiere patear, la tengo que agarrar para evitarlo. Le digo: “Sofía, pienso que vos estabas muy asustada cuando no entendías qué pasaba. Iba a venir un bebé que no vino y tus padres se alejaron. Vos mordías, te hacías caca, y estabas muy asustada”. “En ese momento eras muy chiquita y sentías que te dejaban sola”. Sofía se va calmando, se acurruca en un rincón y prende la radio. Le digo: “Usás la música para acompañarte y ver si podés calmarte. Yo estoy acá, para calmarte con palabras y si no me podés escuchar, te voy a ayudar a calmarte, agarrándote como recién”. Después de un momento de calma, vuelve el descontrol motor.

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Le digo: “Me contás que te sentías como un “bebé loco”, que ensuciabas, mordías y estabas muy asustada”. Sofía se vuelve a calmar y me mira. Le digo: “Acá, las dos nos vamos a ocupar de ayudar a ese bebé que se sentía loco y estaba muy asustado. A ese bebé que se ensuciaba y mordía y estaba desesperado y solo”. Se calma, me mira y asiente con la cabeza. El papá la viene a buscar, Sofía le entrega el dibujo, que había sido preservado de su destructividad.

- Aumento de componentes destructivos pulsionales ligados a angustias de abandono. - Carencia de asistencia calmante y organizante ante el descontrol pulsional destructivo. c - Función analítica: - Límites estructurantes ante descontrol pulsional. - Función vincular de contención del estado regresivo, con efectos calmantes y organizantes.

Cuarto mes de tratamiento Sesión D

a - Objeto analítico lúdico: Nena rota. b - Problemática psíquica: - Aumento de sadismo oral ante vivencias de desgarro por brusca desinvestidura de sus padres (asociada al duelo). - Vivencias de fragmentación corporal. c - Función analítica: - Función de protección ante impulsos destructivos (carpeta protectora). - Función de integración afectiva, ante registro arcaico de pérdida de vínculos primarios (vivencias de fragmentación corporal), asociados a la situación traumática.

Sofía llega mordiendo y pateando. Arroja los objetos de su caja en el piso, esparciéndolos por todo el consultorio. Dibuja en dos lugares, sobre la tapa de su caja y en un papel grande. Me pide más hojas para dibujar. Aparece la lucha entre sus ganas de romper su dibujo, desgarrándolo con sus dientes, y la posibilidad de guardarlo en la “carpeta protectora” (carpeta en la que guardo sus dibujos y a la cual nombro de esa manera). La “carpeta protectora” tiene la función de resguardar sus producciones ante a sus ganas de romper-desgarrar. Sofía dramatiza la lucha entre desgarrar-romper o frenar su impulso destructivo. Le digo: “Voy a poner tu dibujo en la carpeta protectora”. (Se incrementa el sadismo oral y dudo entre dejarla que rompa su dibujo y la carpeta protectora o ponerle límite. Opto por “dejarla hacer”.) Sofía rompe, desgarrando su dibujo y la carpeta. El consultorio está lleno de pedazos de su dibujo y de la “carpeta protectora”. Le digo: “Me parece que me contás que vos alguna vez te sentiste así de rota”. (Pienso en vivencias de desgarro y fragmentación ante la ruptura brusca del vínculo con los padres, asociada al duelo. El trauma como la ruptura de barreras- carpeta protectora.) Le digo: “Tal vez sentiste que no tener a mamá era como romperte”. Tercer OAL a - Objeto analítico lúdico: Bebé-loco. b - Problemática psíquica: - Aspectos regresivos ligados a vivencias de desesperación y descontrol oral-anal.

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Cuarto OAL

Sexto mes de tratamiento Sesión E

Sofía trae una bolsita de Barbie con cosas de su hermano Leo (pañal, cambiador, mamadera). Los saca de la bolsa y los coloca en mi sillón. Trae un muñeco bebé, al cual coloca sobre el diván. Dice: “Son cosas de Leo” (el hermano). Toma un marcador marrón y con descontrol quiere pintar todo. Le digo que puede pintar sus cosas, no las del consultorio. Sofía marca sus cosas con marrón. Pinta el interior de su caja, haciendo lo que ella llama “mamarrachos”. Coloca los animalitos sobre la mesa. Canta, incluyendo la palabra porquería. Sigue marcando con marrón los objetos de su caja. Le digo que el color marrón me hace acordar a la caca Sofía marca a un peluche y le dibuja la boca. Le digo: “¡Qué bueno, tiene boca, puede hablar!”. (Pienso en la diferencia con Pepe el sapo, que tenía la boca pegada.) Sofía le pinta pelo y cola, y dice: “Quiere hacer pis”. Vamos al baño. En el baño le pinta el ombligo. Le digo: “¡Uy, tiene ombligo!”. Y le pregunto: “¿Sabés qué es el ombligo?”.

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Me dice que no y le cuento que es el nudo que se hace cuando se corta el cordón que unía al bebé con la mamá, que es el cordón por el cual el bebé se alimenta cuando está en la panza de la madre. Sofía baña al peluche y se borra lo que pintó. Me pregunta: “¿Te gusta?”. Le digo que sí, pero que también me gustaba que tuviese boca, cola, ombligo, pelo. Sofía chupa el agua de peluche.

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6. Objeto analítico lúdico y representación

A partir de los casos clínicos presentados, se puede pensar que la construcción de objetos analíticos lúdicos favorece el trabajo de representación y metabolización psíquica.4 En el caso del objeto analítico lúdico, el elemento de información inicial será el gesto espontáneo del niño.

Quinto OAL a - Objeto analítico lúdico: - Peluche con boca b - Problemática psíquica: - Desarrollo de aspectos libidinales oralesanales. - Disminución de componentes destructivos pulsionales. c - Función analítica: - Investidura de funciones y zonas libidinales. Secuencia de los objetos analíticos lúdicos

-

Primer OAL: Pepe, el sapo. Segundo OAL: Chiquelitu. Tercer OAL: Bebé loco. Cuarto OAL: Nena rota. Quinto OAL: Peluche con boca.

Análisis de la secuencia de los objetos analítico lúdicos

A partir de los diversos objetos analíticos lúdicos se puede reflexionar que la situación traumática (muerte del hermano en gestación) hizo impacto en un terreno psíquico, en el cual se registraban angustias previas no elaboradas, las cuales se potenciaron, generando efectos de desborde y desorganización. Desde un procesamiento fusional, oral-anal de dicha situación, quedan ligadas las actividades propias de estas etapas (morder, ensuciar), con los aspectos destructivos asociados a la situación traumática (muerte, pérdida, abandono). La desinvestidura brusca del vínculo de los padres (absorbidos por el duelo) con respecto a Sofía, genera intensas vivencias de abandono, produciendo un incremento de los componentes destructivos pulsionales, asociados a la falta de ligaduras vinculares organizantes. En cuanto a las transformaciones de los OAL, se observa el cambio entre Pepe, el sapo (destruido por estar sucio y ser limpiado), en el cual predominan los aspectos destructivos pulsionales, y Peluche con boca, en el cual las zonas libidinales son investidas (boca, cola, ombligo) como lugares de intercambio vinculante. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 399-421

7. el objeto analítico lúdico en la clínica con adolescentes y adultos

“Todo lo que diga sobre el jugar de los niños también rige, en verdad, para los adultos, solo que el asunto se hace de más difícil descripción cuando el material del paciente aparece principalmente en términos de comunicación verbal. En mi opinión, debemos esperar que el jugar resulte tan evidente en los análisis de los adultos como en el caso de nuestro trabajo con niños.” D. W. Winnicott, Realidad y juego (pág. 63). Considero que sería interesante reflexionar acerca del posible uso del “objeto analítico lúdico” en el psicoanálisis de adolescentes y adultos, en tanto “representaciones lingüísticas” o “juegos de palabras” (Rodolfo Urribarri) que, como construcciones compartidas, sirvan para expresar, representar y elaborar determinadas problemáticas psíquicas. “Juli” era la representación lingüística usada con un paciente adulto, para el cual la atracción materna incestuosa-desorganizante era una amenaza constante en su funcionamiento psíquico. “Juli” (forma en que lo nombraba su madre) representaba un aspecto de su psiquismo ligado pasivamente a esa madre intrusiva y fusionante que obstaculizaba, atacando sus vínculos exogámicos y su autonomía. Con otro paciente, la frase “Himalaya o pozo” era la forma de referirnos a la autoaevaluación superyoica exigente y cruel, desde la cual

4. Con respecto al concepto de metabolización, dice Piera Aulagnier: “Por actividad de representación entendemos el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica. Este último puede definirse como la función mediante la cual se rechaza un elemento heterogéneo respecto de la estructura celular o, inversamente, se lo transforma en un material que se convierte en homogéneo a él. Esta definición puede aplicarse en su totalidad al trabajo que opera la psique, con la reserva que, en este caso el elemento absorbido y metabolizado, no es un cuerpo físico, sino un elemento de información” (Castoriadis-Aulagnier, pág. 25).

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medía sus logros; el no ser perfecto (escalar el Himalaya) equivalía al desastre, a la caída, a la ruina, al pozo, lo cual generaba estados de angustia paralizantes. En mi propio análisis reconozco diversos objetos analíticos lúdicos que, como “palabras clave”, representan diversos aspectos de mi propio funcionamiento psíquico. Algunos de los cuales corresponden a recuerdos y sueños infantiles que se transformaron en objetos analíticos lúdicos, representando problemáticas específicas. Otros se fueron acuñando a partir de la sintomatología “puesta en juego” en la transferencia.5 En un proceso analítico podrán construirse diversos objetos lúdicos, a partir de los cuales se irá creando una especie de “dialecto”, en tanto dichas representaciones lingüísticas se transforman en “palabras clave” que tendrán un sentido particular, conformando un “dialecto privadocompartido”, co-escrito en el espacio potencial del análisis. Desde este “dialecto” se pueden retomar aquellos “gestos espontáneos”, tal vez históricamente desoídos, anulados, deformados, para, a través de la construcción de objetos analíticos lúdicos, darles la oportunidad de ser desplegados; pues de allí puede emerger lo auténtico del sujeto. Desde este “nuevo dialecto” se podrá hacer comunicable-compartible algo de esa “locura privada” (Green), para que pueda ser transformada, a través del diálogo analítico, en “espacio potencial creativo” (Winnicott). Dialecto privado de una minisociedad, constituida por la dupla analítica, desde la cual, evocando algo de las técnicas de reciclaje, lo “pasado” adquiere un “nuevo” sentido. Desde esta perspectiva, considero que la “atención lúdica del analista” (Rodrigué) es muy importante, no sólo en la clínica con niños, sino también con adolescentes y adultos.

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analizando para crear algo “nuevo” con lo “viejo”, y posibilitar el cambio. La idea de objeto analítico lúdico, representa, para mí, el entrecruzamiento e interjuego de afectos y pensamientos, de pasado y presente, en el cual se entrelazan mi formación y práctica clínica como analista y mi propia experiencia analítica.

Resumen

La autora desarrolla el concepto de “objeto analítico lúdico” (se trata de objetos construidos en el proceso analítico, a través de los cuales se expresan, representan y elaboran diversas problemáticas psíquica). La autora presenta el material clínico de dos niños, diferenciando: objeto analítico lúdico, problemática psíquica y función analítica. A partir la secuencia de los diversos objetos analíticos lúdicos, se reflexiona acerca de la estructuración y funcionamiento del psiquismo y de la posibilidad de reconocer el cambio psíquico producido en el proceso analítico. Ella destaca la función de la “intervención lúdica del analista”, en tanto ubica el “gesto espontáneo” dentro del “universo lúdico”. Desde esta perspectiva, una descarga impulsiva puede ser transformada en “objeto analítico lúdico”, a partir de las intervenciones adecuadas que “pongan en juego” las potencialidades lúdicas de la misma. La autora extiende el concepto de objeto analítico lúdico, a la clínica con adolescentes y adultos a partir del material clínico de analizados y del propio análisis, reconociendo la importancia de la creación de un “dialecto privado-compartido”, co-escrito en el espacio potencial del análisis, desde el cual, evocando algo de las técnicas de reciclaje, “lo pasado” adquiere un “nuevo sentido” construido en el encuentro analítico. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS DE NIÑOS / INTERVENCIÓN / PSICOANALISTA / OBJETO / JUEGO / MATERIAL CLÍNICO

8. Conclusión

En este recorrido se hicieron presentes: Bebé-perro, Niño-gato, Pepe el sapo, Chiquelitu; y al nombrar a cada uno de ellos, recuerdo lo singular de cada proceso analítico. Juli, Himalaya o pozo y mis propios objetos analíticos lúdicos surgen de una zona, en la cual confluyen analista y

5. En este sentido se liga al concepto de “campo analítico”, desarrollado por Madeleine y Willy Baranger (Baranger y Baranger, Problemas del campo psicoanalítico. La situación analítica como campo dinámico).

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ITS FUNCTION

Summary THE ANALYTIC PLAY OBJECT IN CLINICAL WORK WITH CHILDREN

The author discusses the concept of the “analytic play object” (objects constructed in the analytic process, through which diverse psychic problems are expressed, represented and worked through). The author presents the clinical material of two children, differentiating the analytic play object, psychic problems and analytic function. Based on the sequence of diverse analytic play objects, the author reflects on psychic structuring and functioning and the possibility to recognize psychic change produced in the analytic process.

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She highlights the function of “the analyst’s play intervention”, situating “spontaneous gesture” within the “universe of playing”. In this perspective an impulsive discharge may be transformed into an “analytic play object” by means of adequate interventions which “put into play” its play potentials. The author extends the concept of analytic play object to clinical work with adolescents and adults through clinical material from both patients and her own analysis, recognizing the importance of creating a “private-shared dialect”, co-authored in the potential space of analysis, in which, evoking an aspect of recycling techniques, “the past” acquires “new meaning” constructed in the analytic encounter.

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Baranger, Madeleine y Baranger, Willy: Problemas del campo psicoanalítico, Buenos Aires, Kargieman, 1969. Green, André: De locuras privadas, Buenos Aires, Amorrortu, 1990. Rodrigué, Emilio y Tronquoy de Rodrigué, Geneviève: El contexto del proceso analítico, Buenos Aires, Paidós, 1966. Urribarri, Rodolfo: comunicación personal (2007). Winnicott, Donald: “El juego del garabato: amalgama de dos artículos: uno inédito, escrito en 1964, y el otro publicado en 1968”, en Exploraciones psicoanalíticas II, Buenos Aires, Paidós, 1991. Winnicott, Donald: Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa, 1987.

KEYWORDS: CHILD PSYCHOANALYSIS / INTERVENTION / PSYCHOANALYST / OBJECT / PLAYING / (Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 9 de marzo de 2009.)

CLINICAL MATERIAL

Resumo OBJETO SUA

ANALÍTICO LÚDICO.

FUNÇÃO NA CLÍNICA COM CRIANÇAS

Desenvolve-se o conceito de “objeto analítico lúdico” (trata-se de objetos construídos no processo analítico, através dos quais se expressam, representam e elaboram diversas problemáticas psíquicas). Apresenta-se material clínico de duas crianças, diferenciando-se: objeto analítico lúdico, problemática psíquica e função analítica. A partir da seqüência dos diversos objetos analíticos lúdicos, se reflexiona sobre a estruturação e funcionamento do psiquismo e da possibilidade de reconhecer a mudança psíquica produzida no processo analítico. Destaca-se a função da “intervenção lúdica do analista”, enquanto localiza o “gesto espontâneo”, dentro do “universo lúdico”. Desta perspectiva, uma descarga impulsiva, pode ser transformada em “objeto analítico lúdico”, a partir das intervenções adequadas, que “ponham em jogo” as potencialidades lúdicas da mesma. Estende-se o conceito de objeto analítico lúdico à clínica com adolescentes e adultos a partir do material clínico de analisados e da própria análise; reconhecendo a importância da criação de um “dialeto privado – compartilhado”, co-escrito no espaço potencial da análise, desde a qual, mencionando alguma das técnicas de reciclagem, “o passado” adquire um “novo sentido” construído no encontro analítico. PALAVRAS-CHAVE: PSICANÁLISE DE CRIANÇAS / INTERVENÇÃO / PSICANALISTA / OBJETO / JOGO / MATERIAL CLÍNICO

Bibliografía

Aulagnier, Piera: La violencia de la interpretación: del pictograma al enunciado, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.

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*El tiempo conjetural de la adolescencia **Eduardo Mandet

“Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito indefinido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que soy, sino el futuro anterior de lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser.” J. Lacan (1953)

A posteriori y tiempo conjetural

En mi formación como psicoanalista de niños y adolescentes he intentado buscar respuestas a las inagotables preguntas acerca de la temática del tiempo. Múltiples caminos sugieren esta interrogación, pero me valdré de uno en particular: el tiempo del inconciente anudado a los incesantes movimientos de la elaboración significante. Precisando aún más, abordaré lo que denomino el tiempo conjetural de la adolescencia, en articulación con la función paterna que podríamos ubicar como un punto crucial de toda historia. En el presente trabajo intentaré, entonces, pensar la dimensión del tiempo en relación con la noción de paternidad, que actuaría como un operador simbólico en la apropiación subjetiva de una historia y una herencia, que realizan los adolescentes. El futuro nos es extraño y se carga de expectativas, el pasado ya fue y es ajeno a nuestra voluntad. El presente se nos escapa en cuanto hablamos de él. Sin embargo hay tiempos singulares e innovadores que creemos insustituibles y nos sumergen en la nostalgia, ya sea por su cuota de placer o de dolor. Sería, para algunos, el tiempo de la adolescencia.

* Este trabajo recibió una mención en el Premio Arminda Aberastury 2006. ** Dirección: Rafael Obligado 104, (1640) Acassuso, Provincia de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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EDUARDO MANDET

A través de distintos autores del campo científico, sabemos que la flecha del tiempo es irreversible (Hawking, 1988; Gould, 1987; Briggs, 1971), sabemos también que es inexorable, “pero en las bifurcaciones del pasado es reciclado continuamente, y en cierto modo se vuelve atemporal” (Briggs, 197l, pág. 199). Briggs lo ejemplifica a través de la metáfora de la era de los reptiles, que acecharía en la estructura del sistema reticular del cerebro humano. De esta manera, desde el presente se puede realimentar una senda de bifurcación, y se pueden encarnar las condiciones del momento en que la misma tuvo lugar. O sea que “la dinámica de las bifurcaciones” (pág. 199) no desconsidera la irreversibilidad del tiempo, pero sí que a lo largo de la flecha se realizan recapitulaciones, que brindan creatividad al sistema. Desde la literatura, J. L. Borges, en alusión al tratamiento del tema del tiempo expresa en “La flor de Coleridge” (1951): “la flor de un sueño es la flor futura, la contradictoria flor cuyos átomos ahora ocupan otros lugares y no se combinaron aún”(Pág. 23). En esta cita mediante la alusión a una posible flor futura, cuyas partes aún no se han combinado deja entrever la posible existencia de una novedad en germen, en el meollo de un sueño, de una lectura, de una vida. Al mismo tiempo se refiere a un pasado, cuya verdad histórica no es lo que supuestamente se supone que fue, sino aquello que resultará de una recreación de nuestra memoria en un tiempo venidero, tiempo presente a ser establecido. Para Borges el presente ilumina el pasado y el futuro, mientras que el transcurrir del tiempo nos permite concientizar nuestra existencia para la muerte: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges” (1946, pág. 277). Por último, desde el psicoanálisis, Freud introduce el concepto de a posteriori (nachträglich) en el que, al resignificar retroactivamente los restos de experiencias pasadas, se está construyendo una huella del pasado como causa, que adquiere una eficacia psíquica de la que carecía hasta el momento. Del mismo modo, todo acto histórico individual o social es aquel que pone en evidencia a posteriori los fundamentos que lo determinaron (Zizek, S.-1998). En el transcurrir de una vida, en un proceso analítico y también en el eje de este trabajo que es el devenir de la adolescencia, en la flecha del tiempo se gesta un pasado, que no sería entonces lo que fue, sino aquello que llegaría a ser. El tiempo del que estamos hablando se define desde la gramática como el futuro anterior: “Denota acción que, según conjetura o probabilidad, deberá haberse verificado en tiempo venidero” (Espasa-Calpe, pág. 327). REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 423-437

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“El niño sometido y dependiente de papá que habré sido (futuro anterior) en aquellos años en que... para lo que ahora estoy llegando a ser”, sería, a modo de ejemplo, una expresión del joven protagonista de un cuento de Guy de Maupassant que más adelante abordaremos. A esta altura del desarrollo introduzcamos el concepto de tiempo conjetural en articulación con el de a posteriori. Freud, en Tótem y tabú (1913), nos habla de una forma de lectura histórico-vivencial: “Todavía debo mencionar un ensayo de explicar la génesis del horror al incesto; es de índole muy diferente a los considerados hasta ahora. Se lo podría caracterizar como una deducción histórico-conjetural” (pág. 127). Más adelante, en 1939, en Moisés y la religión monoteísta escribe: “Hay que admitirlo: este panorama histórico-conjetural (Historisch) es lagunoso y en muchos puntos incierto. Pero quien pretenda declarar puramente fantástica nuestra construcción del acontecer histórico primordial (urgeschichte) incurriría en una enojosa subestimación de la riqueza y la fuerza probatoria del material que la integra” (pág.81). Por último, en “Construcciones en el análisis” (1937), leemos: “tampoco los caminos por los cuales nuestra conjetura se muda en el convencimiento del paciente” (pág. 267). En estas citas, Freud alude al trabajo de reconstrucción histórica que se puede realizar con los restos o huellas, más allá del campo de lo recordable y que se enlazan a la fantasmática del neurótico en la que está atrapado el deseo. De esta manera, la construcción conjetural que se desencadena en un tiempo a posteriori establece una conexión entre la palabra y lo no representable, al tiempo que sitúa al goce de una manera sorpresiva.

El tiempo en la adolescencia

El tiempo para el psicoanálisis se enlaza al deseo, y en tanto tal dependerá del devenir libidinal del sujeto. Es también un tiempo que es subrayado desde el futuro anterior, de modo tal que no se tratará de un pasado que origina el futuro, sino que el pasado se constituirá como material posible desde el futuro anterior. Esta afirmación que se basa en el epígrafe (Lacan, 1953, pág. 181), se irá desplegando a lo largo del trayecto de este trabajo. El tiempo en el humano es consustancial a la construcción subjetiva, luego, el camino de apropiación subjetiva de una historia es uno de los desafíos a enfrentar. Desafío que justamente en la adolescencia alcanza una fuerza particular, en tanto se trata de un momento de la vida en el que se produce el segundo despertar sexual y en el que la construcción de una historia se hace insoslayable (Aulagnier, pág. 1991). El adolescente busca rees-

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cribir su vida, la atisba, la ignora, se endeuda, se da cuenta, se identifica con tal o cual recuerdo... Si creyéramos que las distintas estaciones del ciclo vital: niñez, adolescencia, adultez, segunda edad, serían meras respuestas a una estimulación cultural o a desencadenamientos instintuales fechados, estaríamos desconsiderando el importante trabajo de reconstrucción que realiza nuestra memoria. Trabajo dependiente de la cualidad simbólica de la dimensión paterna, que va más allá de la contingencia de la figura que la encarne, pero que sí necesita de un tercero que medie metafóricamente entre el deseo de la madre y el niño. Esta operación metafórica se resitúa en la adolescencia y se verifica retroactivamente su eficacia, si de tiempo estamos hablando. Desde sus primeros textos, Freud nos habla de un segundo tiempo de la sexualidad, la pubertad, cuestión que lo conduce a pensar que todo adolescente porta dentro de sí el germen de la histeria (1895, pág. 404). Germen que podría dar lugar a un tiempo que por lo imprevisto tendría las características de lo inédito. Por otro lado, los adolescentes modifican la novela familiar infantil en su afán de desasimiento identificatorio (Freud, 1909) que va de la mano de un proceso de desidealización parental, con las consiguientes modificaciones en el abordaje de la temática de la filiación y la ubicación en la cadena generacional. Ubicada ya la temática a desplegar, y siguiendo las ideas de Freud (1915), diré que el tiempo del inconciente no es cronológico y responde al trabajo elaborativo de las cadenas de representaciones. Será entonces un tiempo que nos permite ser viajeros, en libertad condicional, de un recorrido que evoca y sorprende con enigmáticos efectos significantes.

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indispensable que se efectúe un particular duelo, se trata del duelo por el padre ideal de la infancia. Esta operación facilitará que el adolescente dé al tiempo una dimensión subjetiva particular, no alcanzada hasta ese momento, en tanto no se podrá soslayar la articulación entre la angustia y la falta en ser, en otras palabras tener la posibilidad de ser en la falta, es decir, el tiempo anudado a la falta. En tanto “hijos del discurso”, en la adolescencia es inexorable el reconocimiento de una sexualidad en falta y el sensibilizarse con el fondo de desamparo (“Hilflosigkeit”) y dependencia que acompaña al humano. El misticismo de algunos adolescentes o el abrazar causas que prometen ilusoriamente sortear la carencia, recuperar el falo faltante, no son más que intentos de hacerle falta al Otro, de ofrendarse sacrificialmente en aras de pretender darle alguna forma de consistencia. A continuación nos acercaremos a un cuento de Guy de Maupassant: “Hautot padre e hijo”, que será una ocasión privilegiada para que, siguiendo su estilo directo y realista, podamos adentrarnos en un mundo en el que la realidad de los protagonistas es examinada y desmenuzada. Tanto Freud como Lacan se acercaron a la literatura previamente a encontrarse con la experiencia analítica, que sin lugar a dudas se vio favorecida por dicha experiencia. Siguiendo esta idea, este acercamiento intenta alejarse del llamado psicoanálisis aplicado, y más aún tratándose, como en este caso, de un autor como Maupassant, que evitaba las explicaciones psicológicas de sus personajes y esperaba que los hechos hablaran por sí mismos. Por otro lado, la literatura descubre mundos reacios a ser circunscriptos con facilidad, quedando abiertos a nuevas miradas. Luego, el texto de Maupassant será una oportunidad para internarnos en cuestiones psicoanalíticas a ser dilucidadas.

La transmisión de la castración Una compleja herencia

Podemos ahora sostener que los mencionados momentos vitales suponen emprender un viaje, físico e intelectual, hacia maneras de posicionarse con respecto a la sexualidad. Además, serán ante todo formas temporales de ir resignificando el devenir edípico, tributario de la función paterna. Se evidenciará entonces que la adolescencia es un tiempo en que se renovará el enfrentamiento de la castración. O sea, el adolescente quedará ligado a la falta, al “destiempo” y la parcialidad de la pulsión Será justamente en la adolescencia que se realizará, como ya expresamos más arriba, la comprobación de la operación de corte de la función paterna. Esta operación brinda vida y la oportunidad de tener un proyecto, pero al mismo tiempo conecta con la muerte, la sujeción a la ley simbólica y al límite de lo posible y lo imposible. En otras palabras, la función paterna transmite la castración, pero para que se realice es REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 423-437

“La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente. Hiostorizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado.” J. Lacan (1953-54)

Maupassant construyó este pequeño cuento pieza por pieza. Los párrafos que relatan la historia de la partida de caza, luego las del diálogo del hijo y el padre, a continuación los viajes a Rouen, van reflejando y elaborando al mismo tiempo a los otros, como si fueran desarrollos que se entrelazan y van enriqueciendo al relato. Maupassant crea, entonces, una historia densa en cuanto a posibles sentidos, en los que el pasado pareciera echar luz sobre acciones posteriores, y los sucesos del presente

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parecieran dar significado a aquellos que se supone pertenecerían al pasado. De esta manera: “Hautot padre e hijo”, publicado en L’Echo de Paris el 5 de enero de 1889, y luego en la colección: “La main gauche”, nos estimula a reflexionar sobre la función del padre y nos introduce de forma dramática en el tiempo de la fatalidad de un destino, que toma al joven protagonista como un juguete en sus manos. El azar de una fallida y trágica partida de caza lo conducirá a otra realidad, en la que la adversidad de los lazos familiares lo dominará y sujetará más allá de sus propósitos. En el inicio del relato, Maupassant nos permite internarnos en la campiña normanda, sus paisanos, sus campos, sus bosques y sus escenas típicas como la caza, que tan bien conoció y vivenció en su temprana infancia. En otra dimensión paralela, Rouen es la gran ciudad a la que los campesinos van en ocasiones festivas. Hautot padre es presentado como un gran normando, poderoso, sanguíneo, mitad-paisano, mitad-señor, influyente y sobre todo autoritario. Con respecto a la educación de su hijo César, había decidido que abandonara sus estudios en tercero, para que no deviniera un señor indiferente a su tierra. Además la sigla “Hautot padre hijo” parece una razón societaria de una empresa familiar. Por otro lado, Hautot padre no tiene en el relato nombre de pila, Hautot hijo se llama César y el hijo bastardo Emile, quien a su vez nunca llevará el apellido Hautot. Por último, en francés: “fils”, tanto puede aludir a hijo (singular) como a hijos (plural), pero recién al final del texto alcanzará para el lector un sentido plural. Todas estas puntuaciones algo nos dicen en relación con la historia familiar desplegada en el cuento, en cuanto a los efectos que pueden producir en un hijo el autoritarismo del padre: “Él vivía al lado de su padre, como su sombra...César se sentó, habituado a obedecer”.

La fatalidad de un destino

En la primera parte del relato, el lector toma contacto con el fatal accidente que se produce en la cacería, en el que el padre que es herido mortalmente, decide dejar a su hijo una compleja y pesada herencia. Este hecho azaroso que permitirá tomar contacto con un secreto de familia y sella el destino de su heredero, es vuelto a ser narrado a lo largo del cuento en un claro entramado de repeticiones de palabras, frases y expresiones que van acercando al lector a algunos de los posibles sentidos del título. Siguiendo esta dirección, Maupassant presenta un diálogo casi teatral entre padre e hijo, sin explicar las emociones o sentimientos, que sí REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 423-437

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se pueden deducir de las formalizaciones y claves teóricas que pone en práctica el autor. Podríamos llegar a decir que se trata del “discurso de los hechos”. Estando el padre en su lecho de muerte dice: “Nombre de un nombre, ya está (Nom d’un nom, ça y est). Quiero hablar al hijo, si tengo tiempo (J’veux parler au fils, si j’ai le temps)”. El Padre decide que la solución es que su hijo ocupe su lugar y hace referencia a un hijo, en forma impersonal, evitando decir mi hijo. Así, cuando comienza a hablarle, le dice: “Escucha, hijo...”. Recién cuando terminan el largo diálogo puede finalmente exclamar: “Está bien, mi hijo...”. César, su hijo, responde en todo momento: “Sí padre” (Oui père). Próximo a morir, le revela una parte de un secreto que terminará de develarse más adelante, acerca de una amante que tenía en la ciudad de Rouen luego de haber quedado viudo. Se lo expresa así: “Yo he tomado una pequeña en Rouen, calle de L’Eperlan, tercer piso, segunda puerta, el jueves...”. Continúa luego diciendo que no hizo testamento, que estas cosas no se escriben, que estas cosas no se cuentan ni al público, ni al notario, ni al cura; que todo el mundo lo sabe, pero que no se dicen. Sólo la familia: Porque la familia es todos en uno solo. También le hace jurar que se ocupará de su amante: “Arregla tú, para que ella no se queje de mi memoria... ¿Lo prometes? ¿Lo juras?”. Y vuelve a repetir la dirección. Dirección que César también volverá a repetir varias veces en el relato. A esta altura de la narración uno se pregunta: ¿Cómo reaccionará el hijo al conocer la doble vida de su padre? ¿Cumplirá el pedido de su padre? De todas maneras hasta este momento del cuento, el lector y el protagonista, César, conocen sólo una parte del secreto.

Un entramado de repeticiones

Con respecto a las repeticiones, anunciadas más arriba, que se dan a lo largo del cuento, observamos primero que el accidente y muerte del padre es expuesto al comienzo del cuento, luego es retomado por César cuatro veces, una vez a la entrada de Rouen, dos veces con la amante del padre: Caroline Donet, otra vez con los vecinos: “Para matar las horas entraba en la casa de los vecinos y volvía a contar el accidente, a todos aquellos que no lo habían escuchado, lo repetía algunas veces a los otros...”. También nos encontramos con las repeticiones del nombre de la amante, de su dirección y del día que ella solía estar: “Caroline Donet, Rouen, 18 rue de L’Eperlan, 3er piso, 2da puerta, los jueves”. Repeticiones realizadas dos veces por Hautot padre, luego repetidas continuamente por César. Finalmente, el día jueves será repetido por Caroline y César varias veces.

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¿Qué podría indicarnos este entramado de repeticiones? Por lo pronto, hablaría de una insistencia que va conduciendo a Hautot hijo y al lector, por un lado, hacia determinado camino que se impone y, por el otro, a poder interpretar el desenlace del relato. La imposición se conecta con un padre que dispuso y dictaminó acerca de la vida de su hijo y de quienes lo rodeaban. Hasta el punto que la descripción que Maupassant realiza del hijo es en función de la del padre: “más delgado, dócil, contento de todo, pleno de admiración, respeto y deferencia por las voluntades y opiniones de Hautot Padre”. Finalmente los mandatos paternos parecieran no dejar a su hijo otra opción que la de seguir por las huellas trazadas por el padre. Veamos a continuación cuáles son esas huellas ya delineadas, cuál es la parte no dicha del secreto y cuál es el desenlace de la historia. Para ello sigamos el itinerario de César hacia la dirección dada por el padre en la ciudad de Rouen. César se presenta ante la amante de su padre como Hautot hijo, y descubre la presencia de un niño de alrededor de 4 años: Emile, al punto que observa sobre la mesa la disposición de cubiertos para tres personas, la silla que da la espalda al fuego, la botella de vino tinto empezada, el pan con la corteza sacada por la dificultad causada por la mala dentadura de su padre. Luego levanta la vista y percibe la gran fotografía de su padre hecha en París el año de la Exposición, la misma que estaba colgada sobre la cama en el dormitorio d’Ainville. En pocas palabras: la comida estaba preparada para su padre. César come el plato de tripa, toma el vino rojo y cuenta tres veces, con minuciosos detalles, las circunstancias que rodearon la muerte de su padre. En determinado momento se muestra cariñoso con Emile y limpia su boca varias veces durante la comida. En la segunda comida en la casa de Caroline, la mesa está dispuesta de la misma manera, pero hay una diferencia, la corteza del pan no ha sido quitada. César pone a Emile sobre sus piernas. Se habla de dinero. Caroline, una vez terminada la cena invita a César a fumar como su padre solía hacerlo: –¿Usted fuma? –Si...Tengo mi pipa. “Tantea sus bolsillos. Nombre de un nombre, la había olvidado”. Y justo cuando iba a lamentarse, ella le ofreció una pipa del padre, encerrada en un armario. Él la aceptó... .................................. ¿Nos volveremos a ver? Dice ella. Él respondió simplemente. –Pero si, señorita, si eso le da placer. –Ciertamente, señor César. Entonces, el jueves próximo, ¿le va bien? –Sí señorita Donet. –Usted viene a almorzar, ¿seguro? REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 423-437

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–Pero..., si usted quiere, yo no me rehúso. –De acuerdo, Señor César, el jueves próximo, al medio día, como hoy. –¡Jueves, al mediodía, señorita Donet!

Una herencia a ser asumida

En la adolescencia se evidenciará si en el sepultamiento del complejo de Edipo, en que se interioriza “la autoridad del padre, o de ambos progenitores” (1924, pág. 184), estas imagos paternas han logrado un valor mediador simbólico a renovarse a lo largo de la vida. Al respecto y en articulación con estas ideas, acerquémonos a otro texto de Freud, “La psicología del colegial” (1914), donde nos habla en referencia a la separación y desidealización en la adolescencia de la figura paterna, de una modificación en la relación, “cuyo grandioso significado apenas imaginamos” (pág. 249). El desasimiento de la figura paterna que podría culminar en un grandioso significado, permite pensar en la transmisión de una herencia paterna, de una ley y, por lo tanto, de un deseo a ser asumido. Es decir, hablaremos de un don, de una transmisión de una falta, que da lugar a que el adolescente se acerque a lo real del sexo y la muerte, más allá de los espejismos narcisísticos que prometerían la protección del desamparo o perpetuarían la omnipotencia infantil. Acerquémonos nuevamente al relato de Maupassant. La relación de Hautot hijo con Emile en un principio tiene características fraternas, lo besa en la frente y ubica a ambos como huérfanos. Luego, va cambiando hacia un lugar más paternal, le limpia la boca, lo hace jugar en sus piernas, en una pausada deriva hacia la aceptación de su nueva familia. Sin embargo, la herencia no será sólo financiera. El último diálogo que transcribimos pareciera indicar que César se ubicará como amante de la mujer de su padre y padre de su medio hermano. Asimismo podemos observar cómo en la transmisión de los bienes y el dinero en un sistema capitalista paternalista, aun cuando sea, como en este caso, sin notarios ni autoridad competente, atañe también al poder de la mujer, quizás menos evidente, pero poder al fin: la mujer del Jefe de familia Hautot padre logra devenir la mujer del nuevo Jefe, Hautot hijo, aun cuando no pueda lograr que su hijo ilegítimo lleve también el apellido Hautot. Estamos en 1889, ya ha caído el Antiguo Régimen, se trata de una época de luchas sociales y políticas, en las que comienza a gestarse el germen de la puesta en cuestión del poder paternal (Tort, 2005). Las descripciones que Maupassant hace de Hautot hijo, hablan de un hijo que se encuentra a la sombra de un amo protector e idealizado, que funcionaría como refugio. Solo, está completamente desamparado y su

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capacidad de autonomía es mínima. Repite hasta el cansancio las palabras de su padre, luego repite las órdenes de su padre, luego repite el relato del accidente en la partida de caza y la muerte de su padre y tiene un solo gesto aparentemente liberador, cuando al final del relato toma contacto con el olvido de su pipa. Digo liberador, en tanto en un síntoma hay un plus de significación que habita el inconciente, al ser producido por una cadena de representaciones al modo de una interpretación. O sea, podríamos encontrar “la causa eficiente” que dio lugar en este caso al olvido de la pipa. Nombre de un nombre, que es exclamado tanto por el padre, en su lecho de muerte, como por el hijo; al recibir la pipa del padre, alude a una transmisión, a una sucesión que estaría en juego. Pero aquí está lo que a mi entender sería uno de los puntos más interesantes del cuento: que la transmisión fallida impide la mediación simbólica. César ha establecido un fuerte lazo con un padre autoritario y abusivo, al tiempo que, por otro lado, neutraliza sus deseos con una sobrecarga de repeticiones, que brindan un tono religioso a lo acontecido. Recordemos a esta altura del trabajo la famosa cita del Fausto de Johan W. Goethe que aparece referida por Freud en Tótem y tabú (1913, pág. 159): “Lo que por herencia tienes de tus padres, adquiérelo con el fin de poseerlo”. El texto de Goethe continúa unas líneas más de la siguiente manera: “Aquello que no se aprovecha es una grave carga; solo lo que el momento crea es lo que utilizarse puede” (Fausto, pág. 778). Si analizamos la primera parte de la cita, podríamos pensar que el adolescente, al recibir una herencia de sus padres y también de generaciones anteriores, podría tomar posesión de ella activamente mediante un acto de apropiación. Hacer suya la herencia para el despliegue de una historia propia, no sin ella, pero también más allá de ella. Habrá transmisión de una herencia en la adolescencia, si el tiempo presente en que se la recibe es subrayado desde el futuro anterior, luego, no es el pasado el que origina el futuro, sino que el pasado se constituye como material posible desde el futuro. El adolescente no transforma el pasado, sí la manera de pensarlo. Se podría entonces modificar el curso de una historia, al anticiparse una nueva posición subjetiva. De esta manera, los posibles “retornos al padre”, en tanto se realicen desde el futuro anterior (habrá sido), serán retornos que no devendrán en culto a la memoria de aquél, sino que darán lugar a poder hacer uso de un pasado y una herencia, habitar el presente y anhelar un futuro. La segunda posibilidad frente a la herencia paterna que Goethe señala, alude a una imposibilidad de cesión por parte de los padres o de apropiación por parte de los hijos. En este caso, César recibe una herencia pero le resulta muy difícil hacerla suya, simplemente seguirá las huellas de su padre al intentar obedecer al pie de la letra sus mandatos. La esREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 423-437

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cena última de la pipa muestra el reencuentro con ese padre ideal que alimentaría a un padre supuestamente vivo; mientras que el acceso a la simbolización del padre muerto daría lugar a la capacidad de metaforización, es decir, otorgaría valor libidinal a la palabra. La sorpresa y el posible disgusto que le hubiera producido el acto fallido de olvidar la pipa suya, es de alguna manera abortado (“Justo cuando iba a lamentarse”), antes que se molestara ya era relevado por la pipa del padre ofrecida por Caroline. Es así que aquello que se muestra como verdad posible en el olvido, no es tomado en cuenta. Pretende sustituir al padre y se dificulta la apropiación de la herencia. Siguiendo el eje de nuestro trabajo, diremos que pone en evidencia una manera de situarse frente al pasado, que ya fue y es añorado, que lo inmoviliza y lo congela en un destino. Hautot hijo se sostiene a lo largo de la historia, en sus continuas repeticiones del accidente, de la dirección de la amante del padre o de la tarea encomendada por su padre, en las certidumbres que lo ubican para Otro, como objeto capturado en la mirada del Otro. Es decir, queda tomado en un eterno presente, sin posibilidad de historizar. Para incluirse en un orden generacional es necesario interrogarse, esperar y buscar posibles respuestas. En ningún momento reordena las contingencias pasadas dándoles el sentido de las necesidades por venir (Lacan, 1953, pág. 133), en otras palabras no se encuentra con el tiempo de la retroacción en el que la reescritura del adolescente da evidencia en el momento actual, presente en acto, de una verdad del pasado, que en ese instante fundaría: Tiempo conjetural del futuro anterior. Es el tiempo en que se inaugura y funda una experiencia temporal y/o corporal del ser, o sea que es una apertura metafórica. Se trata del pasado que está viniendo del futuro anterior, en el momento de advenimiento de la palabra. Tiempo que cabalga entre el presente, el pasado y el futuro. Advenimiento del adolescente a la asunción de su historia, a la apropiación de una herencia, a ser un eslabón más en la cadena generacional, siendo sido.

Últimas consideraciones. La asunción de una historia

Llegados al término del trabajo ensayaré alguna forma de síntesis. Es un riesgo en el que se busca calmar y encauzar las posibles confusiones que la lectura pueda haber producido. De todas maneras, se escriba lo que se escriba, habrá una brecha inevitable entre el contenido que se enuncia y su respectivo acto de enunciación. “Solo el tiempo es el mejor autor: Siempre encuentra un final perfecto” (Charles Chaplin). Aun así, del tiempo hemos hablado y hemos abordado el tiempo conjetural de la adolescencia. Conjetural, porque el mismo momento de la

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adolescencia convoca a un replanteo, a una reconstrucción autobiográfica en la que el joven conjetura innumerables significaciones, alejadas de lo que sería una mera sucesión de hechos. Al respecto vimos cómo el trabajo de “après-coup” (a posteriori) implica no sólo un trabajo de reversión temporal sino también de corte, donde los efectos prosiguen creando sus propias determinaciones, no sin dejar de considerar que el lugar de causa original (Das Ding-La Cosa) está perdido, vía castración primaria. El transcurrir del tiempo conjetural de la adolescencia pasa del tiempo pretérito indefinido, aquello que fue, al tiempo del futuro anterior, habré sido; o sea, de un pasado que en oportunidades podría actualizarse, a un futuro anterior que da lugar a una historización personal, una apropiación. Tiempo que sorprende y plantea nuevas preguntas, tanto para los adolescentes, como también para quienes nos acercamos a ellos. El adolescente se pregunta acerca del significado de su historia y sobre la manera de modificar la organización de su mente, dando lugar a lo nuevo en un tiempo que no se detiene, y culmina en la asunción de una herencia: la deuda simbólica es vida, vía el pacto padre-hijo de la transmisión generacional, al brindar los recursos para asumirse como sujeto de la historia. Por el contrario, cuando el tiempo queda detenido, coagulado, el pasado se convierte en un socio ideal para crear concepciones reduccionistas, que no reconocen fisuras y conducen a idealizar el mundo, a los padres o al mismo futuro. El joven Hautot hijo cumple el mandato paterno y no puede construir su pasado, anula este anhelo, al tiempo que su padre parece operar en una dimensión real, en la que la repetición constituye un destino sórdido y obsceno. Se diría que no hubo tiempo ni espacio para experimentar la falta y poder desear. La herencia se transforma así en una grave carga.

Resumen

El presente trabajo propone al lector pensar la dimensión del tiempo en relación con la noción de paternidad, que actuaría como un operador simbólico en la apropiación subjetiva de una historia y una herencia a ser realizada por los adolescentes. El autor aborda el transcurrir del tiempo conjetural de la adolescencia que pasa del tiempo pretérito indefinido, aquello que fue, al tiempo del futuro anterior, habrá sido; o sea, de un pasado que en oportunidades podría actualizarse, a un futuro anterior que da lugar a una historización personal, una apropiación. Tiempo inédito que descubre nuevos interrogantes, tanto para los adolescentes, como también para quienes nos acercamos a ellos. En esta dirección, el autor analiza un cuento de G. de Maupassant que será una ocasión para tratar cuestiones analíticas a ser dilucidadas acerca de la temática temporal.

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DESCRIPTORES: ADOLESCENCIA / GENERACIONES / HISTORIZACIÓN

TIEMPO

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RESIGNIFICACIÓN

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REPETICIÓN

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TRANSMISIÓN

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Summary CONJECTURAL TIME

IN ADOLESCENCE

The author proposes to discuss with the reader the dimension of time in relation to the notion of paternity, which acts as a symbolic operator in the subjective appropriation of history and legacy by adolescents. He discusses the passing of conjectural time in adolescence, which moves from the indefinite past, what once was, into the previous future or a past which may sometimes be actualized, a previous future which gives way to personal historicization and appropriation. This is a new temporality which reveals new questions for adolescents and for those who work with them. In this direction the author analyzes a short story by G. de Maupassant which provides an occasion to discuss analytic issues requiring elucidation on the theme of time. KEYWORDS: ADOLESCENCE / TIME / RESIGNIFICATION / REPETITION / TRANSMISSION / GENERATIONS / HISTORICIZATION

Resumo O TEMPO

CONJETURAL DA ADOLESCÊNCIA

Com o presente trabalho proponho, ao leitor, refletir sobre a dimensão do tempo em relação com a noção de paternidade, que agiria como um operador simbólico na apropriação subjetiva de uma história e uma herança a ser vivenciada pelos adolescentes. Abordaremos o transcorrer do tempo conjetural da adolescência que passa do tempo pretérito indefinido, aquilo que já foi, para o tempo do futuro anterior, haverá sido, ou seja, de um passado que em determinada oportunidade poderia se atualizar, para um futuro anterior que permite uma historização pessoal, uma apropriação. Tempo inédito em que se descobrem novos interrogantes, tanto para os adolescentes como também para quem se aproxima a eles. Neste sentido, nos adentraremos também em um conto de G. de Maupassant, sendo uma oportunidade para tratar questões analíticas a serem esclarecidas sobre a temática temporal. PALAVRAS-CHAVE: ADOLESCÊNCIA / TEMPO / RESIGNIFICAÇÃO / REPETIÇÃO / TRANSMISSÃO / GERAÇÕES/ HISTORIZAÇÃO

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EL TIEMPO CONJETURAL DE LA ADOLESCENCIA

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(Este trabajo fue presentado el 26 de marzo de 2009, y ha sido seleccionado para su publicación el 11 de mayo de 2009.)

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El encuadre psicoanalítico bi-personal: ¿un obstáculo en la cura del “paciente difícil” *? **Alejandro S. N. Fonzi

Introducción1

Una anécdota personal puede servir de introducción para el tema que deseo desarrollar. En septiembre de 2005, en el Foro de Investigación que compartimos psicoanalistas y pacientes o ex pacientes creado por en el Departamento de Psicosis de la APA,2 se planteó una situación que, en mi opinión, invita a ser pensada seriamente. Antes de comenzar la reunión, frente al grupo de personas que ya estaba reunido, yo comenté, muy entusiasmado y enfático, una película que había visto el día anterior, diciendo: “¡No se la vayan a perder!... ¡Tienen que verla!...”. Se ge-

* Jorge García Badaracco define al “paciente difícil” como un “especialista del nocambio» (García Badaracco, 1991; pág. 225), describiendo las características clínicas de pacientes con patología mental grave, en un sentido que trasciende los diagnósticos psicopatológicos. Más adelante retomaré este tema. ** Dirección: Juncal 1396, 1º “B”, (C1062ABP) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] 1. Como se observará, a lo largo de todo el escrito es frecuente el uso de encomillados y bastardillas. Podrá verse ese uso como abusivo. Sin embargo, lo creo necesario tanto para poder destacar ciertas ideas que considero centrales como para transmitir un cierto cuidado de algunas otras, dirigido a generar “una penumbra de asociaciones”, más propia del lenguaje leído o hablado que, creo, se prestaría mejor para el desarrollo de temas tan complejos. 2. En el Departamento de Psicosis de la Asociación Psicoanalítica Argentina, dirigido por García Badaracco, a quien acompañé como secretario, creamos en 2005 el espacio “Propuesta de investigación: conversando acerca de experiencias psicoanalíticas entre psicoanalistas y pacientes”, con reuniones periódicas que se efectúan desde hace cuatro años y que implican “Una propuesta metodológica de funcionamiento para tratar cualquier tema del psicoanálisis, clínico y/o teórico”.

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neró una acalorada (aunque amistosa) discusión que terminó haciendo foco en el autoritarismo implícito en mi “imposición”. Muy extrañado por el giro que había tomado mi comentario y algo a la defensiva, repliqué afirmando que era insólito que se pudiese tomar como imposición un comentario tan nimio, aunque pareciese perentorio. De la discusión que siguió, una “frase-interpretación”, dicha por una “paciente” (¿analista?), me “tintineó” al mejor estilo de una lograda interpretación psicoanalítica. Esa persona dijo textualmente, entre otras cosas: “...alguien que tiene una historia, que es alguien a quien siempre se le dijo qué es lo que tiene que hacer, lo va a tomar para el diablo. ¿Entendés?...”.3 Esa observación me impactó profundamente y fue el origen de muchas reflexiones. Necesito aclarar algo más que creo particularmente importante. Mi tendencia natural, “vivencial”, en toda esa situación, era la de estar convencido de que “los otros” estaban equivocados y que yo había hecho un comentario espontáneo e inocente, proveniente de mi mejor disposición, que “no me habían comprendido” y que eso representaba, de alguna manera, una “injusticia”... Sin embargo, mi experiencia psicoanalítica (o simplemente mis años) me recordaba que toda situación de convivencia está sostenida por todos los que participan en ella. Me recordaba que no importaba “quién tuviera razón o no”, sino entender aquello que estaba en juego. Siendo así, cualquier intento de comprender esa situación debía incluir tanto a mi intervención como a la reacción que produjo, incluyendo los argumentos expuestos por cada uno y las emociones provocadas en todos. Pero, de algún modo, sentía que, en la interpretación de esa experiencia, jugaba un papel destacado mi propia sensación de “sentirme incomprendido” y “víctima de una injusticia”. Creo que, finalmente, comprendí de qué estábamos hablando. Pude entender cuál era la situación que se “actualizaba” o que se “realizaba” entre nosotros. “Vi una escena típica” en la que se representa un malentendido trascendente que se juega entre dos partes. Una parte que sostiene “la buena intención, el amor y la inocencia” implícitos en su comentario o acto, y la otra parte que denuncia cuánto hay de “mandato, de imposición irrespetuosa y de desconsideración” en esa acción. Pude asociar esa escena con las innumerables veces en que la había visto representada, especialmente, entre padres e hijos de una familia. Recordé haber escuchado una multitud de padres alegando inocencia y la mejor intención, contenidas en sus dichos y acciones, y otros tantos hijos de-

3. Éste es el comentario textual, tomado de la desgrabaciones habituales de las reuniones, que quedan a disposición en los registros de la APA.

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nunciando el maltrato de sentir que esos padres imponían reglas indiscutibles que se debían cumplir a “rajatabla” y por sometimiento. Pero también asocié esa imagen con algo que constituye el núcleo de este trabajo. Comprendí que había “visto” representarse esa misma escena entre psicoanalistas y pacientes, tanto en tratamientos relatados como en mi propia experiencia personal (como paciente y como psicoanalista). Me di cuenta de que había visto aparecer estos mismos contenidos en situaciones terapéuticas psicoanalíticas, expresados en ambos miembros de la “pareja psicoanalítica”. Uno tras otro, se fue desplegando un espinel de pensamientos que une lo que actualmente entiendo por “sufrimiento psíquico” o por “psicopatología” con aquello que pienso acerca de las dificultades con que tropezamos los psicoanalistas, cuando intentamos tratar psicoanalíticamente a “pacientes graves”. Pero, en esta oportunidad particular, me centré especialmente en cuál puede ser una de las consecuencias indeseadas contenida, inevitablemente, en el mismo dispositivo del tratamiento psicoanalítico, si se lo entiende como un derivado de una relación necesariamente bi-personal.4 Comprendí que, en la situación relatada, se recreaba el equívoco trascendente contenido en la “condición fundante”, tan notoria en los “pacientes difíciles o graves” (pero presente, en mayor o en menor grado, en todas las personas), del “hijo-niño” en contacto con las presencias todopoderosas de sus padres. Esas presencias que imponen a ese niño “sus verdades” –productos de sus propias experiencias pero, muy especialmente, de sus propios miedos y limitaciones–, apresurada y anticipadamente, sin poder respetar y aceptar el “proyecto” original, exclusivo y personalísimo que su hijo es, su “sí mismo verdadero” y dificultando que se desarrolle su genuina potencialidad, su “virtualidad sana”5 en base a sus propias e intransferibles experiencias. Pienso que lo dicho hasta aquí provee de cierto contenido vivencial, de algo más “sustancial”, al desarrollo que deseo hacer en este trabajo.

4. Así se concibe, taxativamente, todo tratamiento psicoanalítico por afirmaciones de Freud de este tenor: “La conversación en que consiste el tratamiento psicoanalítico no soporta terceros oyentes [...] Las comunicaciones de que el análisis necesita sólo serán hechas por él [el paciente] a condición de que se haya establecido un particular lazo afectivo con el médico” (Freud, 1916-17, pág 15). [Las bastardilllas son mías.] 5. Uso el concepto capital del pensamiento de García Badaracco de “virtualidad sana” tal como lo resume, por ejemplo, en su presentación “La virtualidad sana en la psicosis”, llevada a cabo en la APA en un plenario del 15 de noviembre de 2005.

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El “paciente difícil”

Debo explicar, antes que nada, por qué hago referencia al “paciente difícil” en lugar de nombrar cualquier otra de las múltiples categorías diagnósticas de las que, como psicoanalistas, disponemos. Creo que hablar de un “paciente difícil” mantiene o sostiene, en su punto justo, cierto grado tanto de generalidad como de ambigüedad, que se presta para ser pensado con la amplitud que merece. Evidentemente la idea del “paciente difícil” alude más bien a la dificultad que experimenta vivencialmente, en su propia persona, un psicoanalista frente a un determinado paciente antes que a un concreto cuadro psicopatológico, tal como sucedería si habláramos de un border-line o de un fronterizo, o de un paciente limítrofe o de un psicótico. En cada uno de estos conceptos haríamos alusión a un paciente, supuestamente específico y con una “estructura propia”, cuya esencia estaríamos intentando describir al crear esos mismos conceptos. En mi opinión, la categoría de “paciente difícil” alude, en parte, a todos esos cuadros psicopatológicos y habla de ellos pero, al mismo tiempo, los trasciende. Quisiera decirlo aún más enfáticamente: cuando buscamos darle nombre a esa “estructura propia” (con la idea de generar una categoría nosológica clara o precisa para ese paciente), queda implícita nuestra intención y nuestro propósito final de “objetivarlo”... Necesito en este punto efectuar un rodeo o un paréntesis, antes de retomar el hilo que vengo siguiendo. Actualmente pienso que todo diagnóstico psicopatológico “objetiva” y contiene en su misma concepción el propósito de “objetivar”. Entiendo también que este propósito proviene de la herencia de un tipo de pensamiento, transmitido desde la medicina clínica, que ha tenido y que aún tiene, como finalidad, simplificar y reducir a lo mínimo esencial a la patología, para poder describirla como “se puede” (y “se debe”), describir a un “objeto”.6 Si esto resulta útil, eventualmente, para la medicina tradicional, no puede menos que traer consecuencias indeseadas cuando aplicamos el mismo criterio al estudio de los hechos de la convivencia humana. Estos hechos son, antes que nada, el producto (o mejor, “la manifestación”...) de la relación entre sujetos. Nada de esa resultante es propia ni de un solo sujeto ni de ningún otro. Por lo tanto, esos hechos están esencialmente caracterizados por la enorme complejidad que implica la

6. Freud (1937-1939) nos dice: “[...] el primer paso hacia el dominio intelectual del mundo circundante [...] es hallar universalidades, reglas, leyes, que pongan orden en el caos. Mediante este trabajo simplificamos el mundo de los fenómenos, pero no podemos evitar el falsearlo también...” (pág. 231). [Las bastardillas son mías.]

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“red de interrelaciones” inherentes a su constitución, que es el juego de “intersubjetividades” que los produce (mejor dicho, cuya “expresión” observamos...). Creo que es preciso comprender que todo intento de “objetivación” es, en sí mismo, reduccionista por simplificador, y desnaturaliza forzosamente el fenómeno de convivencia que intentamos estudiar. Tiende a convertirlo en una relación contingente entre “objetos” antes que a revelar las interdependencias inevitables que se establecen entre “sujetos”, interdependencias que constituyen esos “hechos de convivencia” y que, sin registrarlas, es imposible aproximarse a una comprensión más cabal.7 Volvamos al tema principal. Creo sustancial comprender que, al referirnos a un “paciente difícil”, efectuamos una especie de “inversión de la mirada” e incluimos, necesaria y adecuadamente al psicoanalista, sujeto en quien se manifiesta la vivencia de esta dificultad.8 Como ya expresé, volvemos el foco de nuestra atención hacia una dificultad vivencial del analista (que nace de su personal contacto con ciertos pacientes y es la manifestación de su propia interrelación con ellos), e intentamos describir o verbalizar esa “experiencia emocional” con la que se enfrenta. Tiende más a expresar la contratransferencia del analista (la “respuesta a la transferencia del paciente”9), y a centrarse en aquello que la origina, antes que a describir las características, propias y supuestamente independientes, de ese “paciente difícil”. Quiero efectuar otro rodeo, antes de continuar, que aclara cuál es mi posición actual respecto del “hecho clínico” que llamamos “transferencia-contratransferencia”. Cuando escribo “la contratransferencia del analista como respuesta a la transferencia del paciente”, lo expongo en términos del psicoanálisis clásico, aunque ya no puedo pensar la contratransferencia como una “respuesta” del analista, “producto” de una

7. García Badaracco (2000) escribe: “... [Desde el comienzo de mi recorrido en el campo de la salud mental] me sostenía una fuerte intuición en el sentido de que, la complejidad fenoménica con la que se toma contacto, tiene que ver con lo real y que los diferentes enfoques que parcializan esa realidad, desnaturalizan los fenómenos con los que queremos trabajar” (pág. 34). “...[Es necesario] proponer, como noción nueva y capital para considerar el problema humano, a la “hipercomplejidad” [concepto de Edgar Morin]” (pág. 82). “... [Se requiere incluir la idea de la “hipercomplejidad”] para comprender mejor la complejidad real de esos fenómenos [humanos, individuales y familiares] e intervenir terapéuticamente en ellos...” (pág. 82). [Las bastardillas son mías.] 8. César Pelegrin (1992), hablando de pacientes borderlines y de su tratamiento, dice: “... el problema depende más del analista que del paciente... (pág 673)”. Y continúa: “... son en principio analizables pero muy difíciles de analizar, y requieren un entrenamiento especial por parte del analista...” (pág. 674). [La bastardillas son mías.] 9. “[La contratransferencia] se instala en el médico por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir inconciente...” (Freud, 1910b, pág. 136).

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transferencia del paciente. Creo que describe mejor “la realidad” de la situación entre paciente y analista, expresarlo en términos de cómo se manifiesta, en uno de los participantes de la “pareja psicoanalítica” (“cuando” y “si” fijamos nuestra atención en él), el fenómeno de “interdependencias recíprocas forzosas” que se estableció entre ellos y que trasciende a ambos.10 Volvamos a nuestro texto. Podemos citar numerosos y riquísimos conceptos psicoanalíticos que intentan dar cuenta de esa vivencia de malestar en el analista. Desarrollos que buscan describir qué es lo que hace que un paciente sea difícil, enfocándolo desde su propia estructura, “objetiva”, específica y personal, o sea desde una propia categoría nosológica o psicopatológica. Conceptos tales como “repliegue narcisista”, “fijación temprana a objetos originales”, “incapacidad de simbolización”, “autismo”, “transferencia masiva, primaria o psicótica”, funcionamiento en “identidad de percepción”, “invasión del proceso secundario por el proceso primario”, “traumas tempranos”, “imposibilidad de establecer una relación objetal”, “psicosis blanca”, “pensamiento operatorio” y tantos otros, serían sólo algunos mínimos ejemplos que buscan dar explicación, desde el paciente, de ese malestar. Pero, quiero repetirlo y destacarlo porque entiendo que es muy importante, todos estos conceptos son planteados a posteriori de esa “vivencia primaria de dificultad” que experimenta el psicoanalista. Bien sabemos todos que la metapsicología siempre “llega después”11 y que intenta explicar “a posteriori”, lo que primero se vivencia y “se hace” en la práctica clínica.

Dificultad en el analista

Usando descripciones ya hechas históricamente en numerosas experiencias psicoanalíticas, para describir esa vivencia penosa y para brindarle representación, podríamos decir que, en esa situación, el analista se siente atrapado, entrampado, “impotentizado” y, en el fondo, muy asustado de encontrarse frente a alguien que propone y logra imponer (sin

10. Desde este punto de vista creo que sería más adecuado el concepto propuesto por López Ballesteros cuando traduce el concepto de contratransferencia como “transferencia recíproca” (Freud, 1910a, pág. 311). 11. “Es que tales ideas no son el fundamento de la ciencia, sobre el cual descansaría todo; lo es, más bien, la sola observación. No son el cimiento sino el remate del edificio” (Freud, 1914, pág. 75). “Sólo después de haber explorado más a fondo el campo de fenómenos en cuestión, es posible aprehender con mayor exactitud sus conceptos científicos básicos” (Freud, 1915, pág. 113). [Las bastardillas son mías.]

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tener la menor conciencia de ello, pero con una fuerza insospechada), un vínculo, una comunicación, un intercambio rígido, inflexible y con mínimas opciones. Propone e impone un “único libreto”, un único “juego”, caracterizado por pocos personajes (típicamente un “bi-personal”), en el que cualquier salida de los roles predeterminados implica verdaderas explosiones emocionales, intensamente dolorosas y comprometedoras. Pero se trata de un “libreto vital” cuya “puesta en escena” se vive como necesidad irrefutable, como menester obligado en el que “todo está en juego” y que debe seguirse al pie de la letra, para neutralizar amenazas de graves peligros. Creo que esto es lo que vivencia el psicoanalista frente al paciente difícil o grave: miedo, peligro, urgencia, inflexibilidad y agobio que imposibilitan (o por lo menos dificultan en alto grado) el trabajo psicoanalítico.12 Pero además (y encuentro esto fundamental para el núcleo de este trabajo), lo que nos hace vivir esa dificultad como prácticamente insalvable y sentirnos indefensos frente a ella, es que el habitual dispositivo con el que nos manejamos los psicoanalistas, se muestra particularmente inoperante para resolverla. Experimentamos, con convicción sorprendente, que las herramientas de las que disponemos y que nos han sido brindadas por nuestro “training” psicoanalítico, se vuelven insuficientes. Nuestras interpretaciones, por ecuánime y serenamente que las formulemos, son tomadas por el paciente, casi exclusivamente, como afirmaciones críticas, órdenes o prohibiciones; nuestro afable pedido de que asocie libremente como una suerte de provocación o de burla cruel; nuestro silencio, genuinamente respetuoso, como un abandono insufrible; nuestra natural simpatía hacia él como sospechosa seducción o como una intrusión intolerable; nuestra actitud terapéutica, enteramente dirigida hacia el cambio deseado de su situación dolorosa, como la imposición de planes personales o de proyectos egoístas y desconsiderados propios, que anulan su autonomía y su independencia.13 Es en estos momentos que, naturalmente, nos tienta la idea de derivar “el caso” a otras especialidades de la medicina, pues empezamos a convencernos de que no es “un caso de psicoanálisis”.

12. Si bien todo lo descripto puede encontrarse en cualquier tratamiento psicoanalítico, lo más destacable es el grado de intensidad que adquiere y el grado de malestar que alcanza. 13. Solemos dar cuenta de estas dificultades haciendo uso de afirmaciones freudianas tales como: “Hay personas que se comportan de manera extrañísima en el trabajo analítico. Si uno les da esperanza y les muestra contento por la marcha del tratamiento, parecen insatisfechas y [...] su estado empeora” (Freud, 1923, pág. 50). [Las bastardillas son mías.]

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Replanteos al encuadre y a la técnica psicoanalítica clásica

El encuadre bi-personal clásico

No obstante también es cierto que, frente a situaciones de este tipo, es donde empezamos a sentir que necesitamos de algo más y comenzamos a preguntarnos qué modificación de la técnica psicoanalítica podría resultar útil recordando, quizás, que el prestar atención a las experiencias psicoanalíticas con casos difíciles (acumuladas a lo largo de años de historia del movimiento psicoanalítico), podría darnos una sólida oportunidad de ampliar las mismas fronteras del psicoanálisis. Sin embargo también es cierto que la consideración cabal de cualquier variante técnica choca con el obstáculo (más o menos presente y activo en todo psicoanalista y, en parte, justificado) de ser categorizada rápidamente como una resistencia al “verdadero psicoanálisis”, con el temor de que se abandone el genuino espíritu psicoanalítico y de deslizarse en la siempre facilitada pendiente de la “psicoterapia”. Esa suerte de “espada de Damocles” que pende sobre nuestras cabezas psicoanalíticas, dificulta la exploración compartida y comprometida de nuevos caminos. Caminos que en realidad ya han sido, y continúan siendo, transitados en la práctica personal y privada de nuestros consultorios, aunque vividos por nosotros mismos con cierto pudor y a título de experiencias individuales y, prácticamente, como transgresiones. Caminos que con dificultad compartimos con nuestros colegas (salvo en “los pasillos” de la experiencia psicoanalítica), lo que dificulta y aun imposibilita la oportunidad de formalizarlos, e incluirlos “legalmente” en el psicoanálisis propiamente dicho. De allí que una y otra vez volvamos como única salida a planteos ya conocidos, una y otra vez explorados, planteos que habitualmente no implican una verdadera modificación técnica con la subsiguiente y necesaria reformulación metapsicológica. Esos planteos consisten en precisar cada vez más los mismos recursos terapéuticos provistos por la formación psicoanalítica clásica y por la técnica psicoanalítica tradicional, como si quedase totalmente excluido que pudiesen conceptualizarse otros, más adecuados, y abarcativos de nuevas situaciones. Se vuelve a la necesidad de “sutilizar” la interpretación o a persistir en la imprescindibilidad de la formulación más precisa de la “interpretación” o de la “construcción” o, en última instancia, refiriendo las dificultades o imposibilidades a la “reacción terapéutica negativa”.14

Sabemos muy bien que el encuadre psicoanalítico clásico del tratamiento individual bipersonal es, a todas luces e indiscutiblemente, eficaz para personas capaces de acceder al “como si” transferencial.15 No obstante, luego de transcurrido un largo período de nuestra historia psicoanalítica, también sabemos que ese encuadre se muestra altamente eficaz sólo para esas personas... Sin embargo parece haber cierto consenso (implícito o no suficientemente explícito) en el mundo del psicoanálisis de que, si falla ese acceso al “como si”, a la “capacidad simbólica” y a la “fluidez representacional”,16 es necesario un complejo trabajo elaborativo “previo” al abordaje psicoanalítico. Es más: se ha dado en plantear, desde Freud (1913),17 una suerte de “período de prueba”, antes de comenzar el tratamiento psicoanalítico propiamente dicho. Una suerte de “antesala” del psicoanálisis o período de prueba durante el cual el paciente eventualmente (por vía de ir adquiriendo confianza y estableciendo una buena relación con su psicoanalista) vaya adquiriendo esa capacitación imprescindible para poder ir estructurando una “neurosis de transferencia”. Esta posición, así comprendida, afirmaría que habría todo un trabajo elaborativo “por fuera” del psicoanálisis, con un período de duración tan variable que puede alcanzar años. Un trabajo elaborativo que permita a ese paciente difícil “diluir” la fijeza de su mundo representacional y lo compacto de su “pegoteo” y de su fusión con los personajes de su historia, siempre presentes en él. Todos estos factores son los que le impiden alcanzar la dimensión de vivir el vínculo transferencial-contratransferencial en su condición de “metáfora vital”, de “transporte”, de “ser y no ser, simultáneamente” necesarios, como ya dijimos, para el proceso terapéutico.

14. “[Hay personas que] reaccionan de manera trastornada frente a los progresos de la cura [...] Presentan la llamada reacción terapéutica negativa” (Freud, 1923, pág. 50).

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15. Con esa condición, con esa capacidad de acceder al “como si” transferencial activa en paciente y en analista, todo (o, por lo menos, todo lo importante para un proceso terapéutico) puede jugarse en el campo de la transferencia-contratransferencia. 16. Sólo para dar un ejemplo de situaciones de este tipo puede resultar ilustrativo lo afirmado por Marty y De M’uzan al hablar del “pensamiento operatorio” y a la “relación blanca” que lo caracteriza, en la que el paciente “está presente pero vacío...” (Marty y De M’uzan, 1983, pág 712), “la palabra ilustra a la acción y no implica ninguna elaboración [...] el pensamiento es lineal y limitado [...] [y] no produce asociaciones [...] [y] se impone al sujeto [...] [que] no tiende a significar la acción sino a duplicarla...” (Marty y De M’uzan, 1983, pág. 715). 17. Freud planteó la conveniencia de hacer un “período de prueba” aunque “...ese ensayo previo ya es el comienzo del psicoanálisis y debe obedecer sus reglas...” (Freud, 1913, pág. 126). [Las bastardillas son mías.]

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No obstante, no queda demasiado claro en qué consiste ese complejo trabajo de capacitación, de qué manera se lo lleva a cabo ni cómo deberíamos formarnos para adquirir la capacidad de ejecutarlo. Ni siquiera queda suficientemente claro si ese trabajo es o no es psicoanálisis propiamente dicho. En ese sentido faltaría aclarar si es “previo” al trabajo psicoanalítico o si es inherente a él (como afirma el mismo Freud), formando una parte irrenunciable de él que, sencillamente, nos falta articular, más claramente, con el resto de la práctica y de la teoría psicoanalíticas. Sin consideraciones de este tipo, todo se reduce a una suerte de “actuar según arte”, pero sin que podamos entender bien de qué “arte” estamos hablando.

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sionado por “personajes” o “presencias” parentales de su pasado y de su presente.19 Personajes que ocupan el lugar de dioses absolutos y todopoderosos, dueños de la “palabra santa”, que “todo lo saben” y cuyos criterios son indiscutibles e irrebatibles dado que, de su estricto cumplimiento, depende la misma supervivencia. Entre esos criterios indiscutibles que imponen, figura la falta de necesidad y de conveniencia de “conocerse” a fondo, auténtica y genuinamente, o de explorar en profundidad nuestra propia intimidad o nuestras propias experiencias o la convicción de que, el hacerlo, conlleva numerosos peligros.20 Ese “hijoniño”, obediente y asustado, vacila entre el dilema de “someterse” totalmente o de “rebelarse” violentamente, aunque ni siquiera sepa claramente contra qué se está rebelando.

Experiencias psicoanalíticas realizadas ¿Una “matriz originaria” del psiquismo?

Repasando experiencias psicoanalíticas ya realizadas y exploradas, encontramos varias propuestas. Unas han aconsejado, para el tratamiento del paciente difícil, el uso de técnicas más activas, más directivas, con “apuntalamiento del yo” y orientadas a la realidad. Otras incluyen el tratamiento psicofarmacológico, ya sea recetado y controlado por el mismo psicoanalista, ya sea dejando esta tarea en manos de un psiquiatra. Otras experiencias aconsejan por lo negativo: no al psicoanálisis estándar, no a la asociación libre, no a la resolución de la transferencia positiva y no al diván. Finalmente algunas ponen el acento en incluir sistemáticamente a la familia, ya sea en entrevistas ocasionales, ya sea en sesiones por separado o tomando a la familia misma como “el paciente” al que hay que tratar.18 Pero en principio todas ellas se ven más bien como experiencias prácticas que son observadas por el psicoanálisis institucional desde “cierta distancia”, con cierta desconfianza, pero sin alcanzar una formalización consensuada que las presente como una genuina ampliación de la técnica psicoanalítica propiamente dicha.

Características del “paciente difícil”

Actualmente me convence pensar que el modo más útil de “ver” y de comprender a un “paciente difícil”, es ver en él a un “niño” aterrado, bloqueado e interferido en la expresión de su genuino potencial y apri-

18. Realmente considero que estas experiencias (las que tienden a incluir a otras personas en el mismo núcleo del tratamiento del paciente difícil) son las que se van consolidando con el tiempo y las que tienden a formar consenso.

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Quisiera proponer, en este momento, el planteo de un nuevo concepto, de una metáfora diferente que, dando cuenta de distintas ideas psicoanalíticas, aporte cierta base al tema principal que figura en el título de este trabajo y permita visualizarlo desde otro ángulo. Desde la posición actual a la que mi formación psicoanalítica y mi práctica clínica me ha conducido, no me resulta demasiado aventurado imaginar una suerte de “matriz originaria” del psiquismo, emergente, estructurada o “expresión de” esas presencias originarias y primordiales de los “otros en nosotros“. Por “matriz originaria” me refiero a una particular “interdependencia recíproca”,21 la “primera” –si la metaforizo en términos tem-

19. Es buscando dar representaciones a esta situación que García Badaracco (2000) escribe “Los otros en nosotros y el descubrimiento del sí mismo”, como subtítulo de su libro Psicoanálisis Multifamiliar. 20. Pelegrin (1992), hablando de la “transferencia despersonalizante” del paciente borderline dice: “... tiene su origen en la repetición de vínculos primarios despersonalizantes. Los pacientes estaban identificados con figuras para quienes ellos no representaban nada afectivamente y que los habían desconocido por lo que aprendieron a desconocerse a sí mismos y a encontrarse carentes de sentido” (pág. 673). [Las bastardillas son mías.] 21. “Interdependencias recíprocas”, patógenas y saludables, es otro concepto “prínceps” de García Badaracco. Describiéndolo en mis propias palabras diría que, con ese concepto, puede trascender la explicación del psiquismo en términos exclusivamente “pulsionales”. Podría decirse que, para que la pulsión de un sujeto entre en conflicto con la cultura que determine su represión y la constitución de una estructura defensiva que garantice su distancia de la conciencia (que permitiría su interpretación psicoanalítica), debe haberse podido desarrollar un “sí mismo” en ese sujeto. Pero precisamente las interdependencias recíprocas patógenas impiden el desarrollo de ese “sí mismo” pulsional y deseante y se oponen a él. García Badaracco dice: “...el sí-mismo no «es» todavía y está

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porales o evolutivos– o la “fundante” –si la describo en términos estructurales–. Esta matriz originaria resultaría de la interdependencia, vínculo o relación primigenia que se va estableciendo entre un ser humano o “proyecto de persona” (digamos “el hijo-niño”), en su particular trayecto hacia su propia “subjetivación”, y sus “figuras” o sus “presencias” de referencia primarias (digamos “sus padres”). La forma que irá tomando esa interdependencia primitiva será la “matriz” de origen, el “núcleo” o “caldo de cultivo” de donde surgirá y derivará nuestro entero modo de funcionar psíquico, tanto “normal” como patológico. Resultaría sencillo afirmar que, si esa interdependencia es “sana, normogénica o creativa”, se expresaría en una “matriz originaria saludable” que garantizaría un modo sano de funcionamiento, crecimiento y desarrollo. Podría concebirse que se manifestaría en la capacidad para desarrollar la potencial “virtualidad sana” de ese sujeto debido a que sus padres tienen los recursos necesarios de poder “verla”, para poder alentarla, para brindarle una función de sostén no invasor y, por sobre todo, para poder respetarla, antes que de “inventarla”, imponiendo e imprimiendo su particular creación. Podríamos decir, en otros términos teóricos, que el “gesto espontáneo” del que habla Winnicott encontraría a ese alguien necesario que le brindaría sentido o que el “si mismo verdadero” [true self] potencial contaría con el objeto necesario para realizarse. Si, en cambio, esa interdependencia es “patológica, patógena y rigida” se manifestará en una “matriz originaria patogénica”. Su fundamento último consiste en lo opuesto de lo que describíamos como saludable. Esto es, la necesidad que experimentan los padres para imponer en su hijo algo ya pre-establecido, para forzarlo hacia una visión previa de lo que ese sujeto “debe” ser y para inducirlo u obligarlo a adaptarse a una versión personal, dictada por la propia historia de esos padres, con sus particulares conflictos y terrores. Esta acción parental generará la imposibilidad del desarrollo, crecimiento, fortalecimiento y evolución del “sí mismo verdadero” en ciernes.22 Claro está que, para imponer algo

sostenido desde otro...” (1991, pág.225). [Las bastardillas son mías.] Esto lleva a un forzoso y necesario replanteo acerca de cuál podría ser otro modo de implementar nuestra ayuda psicoanalítica, más allá de “la interpretación” de los contenidos inconcientes y de las defensas. 22. Creo que es brindando representaciones a esta situación lo que le permite afirmar a Donald Winnicott que la intrusión se opone o interfiere al “seguir siendo” [goingon-being] en estos términos: “La situación de falla {failure} [...] deriva en una reacción masiva frente a la irrupción [...] algo que podría haber llegado a ser el individuo se esconde [...] es separado y protegido de toda intromisión ulterior por el falso self [...] cuya característica principal es la de ser reactivo” (1990[1954], pág. 123). [Las bastardillas son mías.]

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que no es natural, es preciso hacer uso abusivo y “contra-natura” de un determinado poder.23 Radicalizando estas dos situaciones esquemáticas extremas, tendríamos los dos polos entre los que oscilaría la vida psíquica real. De más está decir que, como todos sabemos, nada es ni perfectamente sano ni totalmente patológico.24 Pero creo que podríamos afirmar que esa matriz originaria patogénica es el tronco en común desde el que se irá construyendo la entera psicopatología. Las variantes a través de las cuales se pone en juego esa estructura común, ramificarán en las patologías conocidas y por conocer. Hablo de una condición primitiva, básica, fundante, “conditio sine qua non”, de la que derivarían o se arborizarían todas las patologías.25 Ese tronco en común desde el que ramifican todas las organizaciones patológicas que solemos intentar formalizar en diagnósticos, es la incapacidad o imposibilidad de las figuras parentales de “respetar” el genuino “proyecto” que es su hijo, y de poder enfrentar –con placer, entusiasmo y sin tanto temor– las sorpresas inherentes a “formar parte” de un desarrollo “original y único”. Las arborizaciones que desembocan en los distintos cuadros de la psicopatología, dependerán de las innúmeras modalidades diferenciales que asuman, en principio, esas figuras parentales para llevar a cabo sus propósitos y para imponer su propio proyecto: la intrusión, el engolfamiento, la distancia, el desconocimiento, la inaccesibilidad, la confusión, etc. Naturalmente a todo esto se sumará el factor cuantitativo que inviertan en ello. Es así que llegaremos a hablar de “estados límite”, de patologías del “acto”, del “vacío” o del “goce”, o de depresiones o de adicciones o de tantas otras agregando, naturalmente, la violencia social y la familiar, así como también las patologías neuróticas clásicas del psicoanálisis como, por ejemplo, la histeria o la neurosis obsesiva. A esta altura de mi exposición se me podría preguntar por qué hablo de “matriz originaria”, por qué necesito proponer crear un nuevo concepto, qué utilidad aporta pensar en ese nuevo término o cuál es la experiencia vivencial clínica de la que intenta dar cuenta. Creo que necesito hablar en términos de “matriz” para poner el acento en la visualización de una estructura presente en mayor o en menor grado en todo

23. En el desarrollo que estoy llevando a cabo, creo de particular relevancia destacar, en forma especial, este “interjuego de poder” presente forzosamente en esa matriz. 24. Recordemos a Freud (1937-1939) cuando escribe: “...ese yo normal, como la normalidad en general, es una ficción ideal [...] Cada persona normal lo es sólo en promedio...” (pág. 237). 25. Digamos, por lo menos por ahora, que me refiero sólo a las “psico”-patologías dejando, por el momento, la consideración de las patologías somáticas.

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ser humano, “sano” o enfermo”, que antes o después, con mayor o con menor carga pero con perentoriedad vital, deberá manifestarse o “realizarse” en un proceso psicoanalítico, dado que ninguna persona la ha podido superar por completo, y planteando nuevos desafíos a la capacidad del analista y a su formación para dar una respuesta adecuada. Es desde este punto de vista y en esta particular situación donde, a mi criterio, el encuadre psicoanalítico forzosamente bi-personal puede presentarse más específicamente como un obstáculo. En toda relación padres-hijo están actuando, inevitablemente, estos contenidos. Naturalmente dependerá del grado de salud alcanzado por los padres que esos contenidos se vayan incluyendo armónicamente en “interdependencias sanas o creativas”, o que se vayan consolidando o rigidizando en “interdependencias patológicas y patógenas”. Grado de salud parental que es equivalente a brindarle sostén y contención suficiente para que el sujeto pueda desarrollar más o menos adecuadamente su mismidad, su forma singular de existir que lo llevará a constituirse en base a “sus” propias pulsiones y a “su” propio sistema desiderativo. O sea que la situación que siempre está en juego, determinando el desarrollo de la salud o su trabazón estructurante de patologías, es el modo en que se detenta una posición de poder trascendente. Pero recordemos que éste es el vínculo que toda persona “enfermada”, y por lo tanto sometida a un interjuego de poder rígido, arbitrario y “totalitario” (que es quien acude a un tratamiento psicoanalítico), debe repetir, realizar o actualizar en su “neurosis de transferencia”.26 Actualización para la que, cierto modo de entenderse y de aplicarse el encuadre psicoanalítico clásico se adapta punto por punto (aun indeseadamente).27 Necesito aclarar que no me refiero exclusivamente a ciertas posiciones psicoanalíticas que han alcanzado predicamento en nuestra historia psicoanalítica. Digamos, sólo como ejemplo, a cierta convicción del psicoanalista (originada en válidos, pero ya superados, criterios terapéuticos) de “presentarse” como necesariamente distante, objetivo y ecuánime, interpretador de “verdades” inconcientes y desconocidas para el pa-

26. Por lo ya descrito quisiera aclarar que hablo de “neurosis de transferencia” por respeto a los términos metapsicológicos consensuados habitualmente. Actualmente me parece más descriptivo (y más próximo a la realidad) hablar de la interrelación o interdependencia forzosa, establecida entre paciente y analista, producto de la “red” que se entreteje desde sus respectivas historias. 27. Pienso que, de alguna manera, es a este tipo de contenidos a los que aludía la persona que “me interpretó”, en la anécdota que relato a modo de introducción de este trabajo.

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ciente.28 Poco importa si esa actitud “objetiva” de ese analista, sea asumida con la plena y sincera convicción de que es “lo más conveniente” para el paciente. Ese “paciente difícil”, interferido por y prisionero constante de sus interdependencias patógenas, no podrá menos que revivir el encontrarse “cara a cara” con esos dioses idealizados (amados, odiados y necesitados). Dioses cuyo mandato principal y cuya única ley consiste en dictar a esa persona que no debe pensar ni actuar por sí misma, que no le está permitido “explorarse” auténticamente, que no debe confiar en su propia naturaleza y que debe aceptar, enteramente y en bloque, un único criterio válido. Repito que no me refiero tanto a criterios psicoanalíticos, más o menos particulares, que puedan haber adquirido trascendencia durante ciertos períodos de tiempo. Me refiero, en cambio, al hecho más básico, y que consideramos como nuclear en el dispositivo psicoanalítico, de plantear, como inherente a la experiencia psicoanalítica, el de estar fundada en una relación bi-personal. Esta relación entre dos personas que determinaría, como única posibilidad o variante del psicoanálisis, al “tratamiento individual”,29 con un encuadre establecido y propuesto, naturalmente, desde el psicoanalista y que la formación clásica exige como bastante preciso. El propósito de este trabajo es sostener que ese modo particular de “pensar el psicoanálisis” que se traduce en la estructuración de ese dispositivo “forzoso”, brinda una oportunidad privilegiada para que se actualice, casi “automáticamente”, esa posición de “reparto de poder” entre partes, implícita en esa postulada “matriz originaria”.30 Pero también es necesario llamar la atención sobre cuán tentador resulta, tanto para el paciente como para el propio analista, sentirse y asumirse como la “parte activa” de esta situación fundante.31

28. Este modo de “presentación” del psicoanalista se adecuaba a ser vivido a “plena carga” por su paciente, como una repetición casi mimeográfica o una suerte de “clonación” de la actualización que ese contexto interno esclavizante le exige. Afortunadamente, realmente creo que esas posiciones, en la actualidad, han ido perdiendo fuerza y convicción y que ya nadie sostiene (por lo menos “a ultranza”) estos puntos de vista. 29. Que luego “repicará”, naturalmente, en el dispositivo pensado para la Supervisión Didáctica, que también se presenta como, forzosamente, bi-personal. 30. Creo que es a esta situación a la que se refiere García Badaracco (1969) al decir: “...un encuadre ‘estable, riguroso y bien definido’ es condición de seguridad para el paciente si traduce un cuidado adecuado [...] [pero] estas características se hacen negativas si traducen rigidez” (pág. 611) [el destacado es mío.], y esto repite condiciones enfermantes del paciente. 31. Norberto Marucco (2006) enumera los peligros que acechan a la tarea psicoanalítica cuando la repetición se manifiesta desde el “trauma psíquico/pre-psíquico” de las “vivencias del tiempo primordial”, huellas mnémicas “ingobernables” que escapan a

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Me convence pensar que es tan básica esta situación de “interjuego de poder”, que está siempre lista para “dispararse” en cualquier momento, en toda oportunidad que se le presente y entre personas cualesquiera. Demás está decir que –en cuanto a lo que a nosotros, psicoanalistas, respecta y nos importa– está lista para actualizarse, casi específicamente, en toda situación psicoanalítica. Naturalmente esta distribución de poder implica una escala continua, delimitada por dos extremos. En un extremo se encuentra el poder necesario para volverse “el instrumento más útil” para “ayudar” el proceso de cambio terapéutico. En el otro se encuentra el tipo de poder (en su condición de abusivo, arbitrario, rígido e indiscutible) que se presenta como “la dificultad más insalvable” para ese mismo proceso terapéutico. Sabemos bien que es imprescindible, a lo largo del proceso psicoanalítico, jugar alternativamente los roles complementarios de quien detenta el poder y de quien lo sufre. Sin embargo la experiencia clínica enseña que ese “juego” (imprescindible como objetivo terapéutico) puede volverse “realidad” intolerable, que obstaculiza o impide ese objetivo en los llamados “pacientes difíciles”. Me anticipo a quien piense que estoy afirmando una simple verdad de Perogrullo que todos los psicoanalistas conocemos. Por supuesto que es así... ¡No cabe duda de que todo psicoanalista lo sabe!... Sin embargo, lo que me preocupa en este momento es que un psicoanalista piense o esté convencido que, con saberlo, alcanza (aunque esté unido al trabajo de elaboración hecho en su propio análisis individual). Que el hecho de “saberlo” y de “haberlo elaborado” alcance para neutralizar el enorme poder de una estructura que se hunde hasta los mismos cimientos del psiquismo (los del paciente y los del propio analista, por supuesto).

Nuevas perspectivas psicoanalíticas

El objetivo actual de este escrito se centra en el planteo de un problema antes que en la discusión de cualquier propuesta de solución. Se centra en la necesidad de tomar conciencia de que el psicoanálisis es más amplio de lo que dicta la descripción de un encuadre determinado, aunque sea el encuadre dictado por el dispositivo psicoanalítico clásico. Una vez

toda posible significación y ligadura. Cuando se manifiesta esa zona del psiquismo puede darse el peligro de un “retorno” sugestivo que lleve al analista a la tentación de asumir en el análisis (para ofrecer un destino “mejor y distinto”) la posición del Otro en lugar de tender a su sustitución.

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que se tome conciencia de esta necesidad, cada cual verá por qué caminos, ya recorridos o por recorrer, tratará de dar cuenta de ella. Sin embargo me parece honesto, en este punto, exponer mi posición personal actual respecto de las variantes técnicas que considero necesarias para enfrentar los problemas planteados, que emergen de “otro modo de pensar el psicoanálisis”. Variantes técnicas que me parece importante asumir para obtener nuevos recursos psicoanáliticos, desde otros dispositivos, para el tratamiento de los pacientes que se nos presentan ya sea como difíciles ya sea como “intratables” pero que, a la postre, resultan útiles para cualquier tipo de paciente. Expongo mis convicciones, por ahora, sólo a título de simples enunciados que necesitan y merecen un adecuado desarrollo y un adecuado contexto de diálogo. Encuentro que los Grupos Terapéuticos Multifamiliares, trabajados de acuerdo a los principios del Psicoanálisis Multifamiliar que desarrolla Jorge García Badaracco (2000), brindan el mejor contexto para el logro del “trabajo elaborativo” necesario para que prácticamente todo paciente se vuelva potencialmente “analizable”. Cuando eso sucede, ese paciente podrá continuar analizándose, ya sea en esos mismos grupos ya sea accediendo al trabajo invalorable e insustituible del psicoanálisis individual. Se ha vuelto una evidencia, para mí, un “hecho de la realidad”, que estos grupos multifamiliares constituyen el campo privilegiado para efectuar las de-construcciones y las des-identificaciones necesarias para lograr, en un adecuado contexto de seguridad, ir “diluyendo” o “ablandando” la rigidez patológica de las interdependencias patógenas, pasadas y actuales, que ese trabajo implica. Para lograr, especialmente, ese trabajo elaborativo imprescindible que implica acceder a ese “actuar según arte” que describí anteriormente, que anticipe o complemente a cualquier tratamiento psicoanalítico tradicional. El Grupo Terapéutico Multifamiliar es, a mi entender, el mejor contexto psicoanalítico para que todo paciente (o toda persona) pueda desplegar su “dificultad” y hasta su “locura”, que es el aspecto más irrenunciable de sí mismo, en un ambiente que le permite articularlas con un grado suficiente de “generalidad”, propio de todo proceso de simbolización. Repito que expreso esta convicción como simple descripción pues mi propósito actual, en este escrito, no es hablar del Psicoanálisis Multifamiliar. Estoy seguro que es casi imposible discutir esa práctica específica, sin antes ponernos de acuerdo respecto del problema o de los problemas a los que busca proporcionar respuesta esa particular visión del psicoanálisis. Creo que es más útil tratar de lograr antes, acompañando estos desarrollos, una cierta opinión en común, un “cierto consenso” con las ideas expuestas anteriormente.

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Debe acceder claramente a nuestra conciencia la idea de que somos menesterosos de buscar y de articular (y también de consensuar, aunque sea de algún modo) variantes teórico-técnicas genuinamente psicoanalíticas (para traducirlas, “a posteriori”, en un adecuado lenguaje metapsicológico) que nos faciliten nuestro contacto y nuestro trabajo con los pacientes difíciles. Sólo cuando alcancemos esa conciencia habrá llegado el momento de hablar y de explorar, en profundidad, las virtudes y los logros, los éxitos y los fracasos pertenecientes a una particular práctica psicoanalítica (tal como lo es, por ejemplo, la del Psicoanálisis Multifamiliar creada precisamente para dar respuesta a ese menester), o la de cualquier otra propuesta que la historia del psicoanálisis, o alguna práctica actual, proporcione.

individual”, como el encuadre establecido desde el psicoanalista y que la formación clásica exige como bastante preciso. El grado de rigidez que haya alcanzado esa ”matriz originaria” puede volver imposible el desarrollo del proceso psicoanalítico clásico. El paciente puede “vivenciar” al psicoanalista como ejerciendo un poder rígido, arbitrario y “totalitario” que busca imponer, desconsideradamente, sus propios y personales “proyectos”, al que deberá “someterse” o “rebelarse”. No alcanza con que el psicoanalista sea conciente de esta problemática. Puede ser demasiado intenso el poder de una estructura que se hunde hasta los mismos cimientos del psiquismo del paciente (y aun del propio analista). Dado que el psicoanálisis es más amplio de lo que dicta la descripción de un encuadre determinado, necesitamos buscar y consensuar variantes teórico-técnicas genuinamente psicoanalíticas, que nos permitan trabajar con los pacientes difíciles.

Resumen

DESCRIPTORES: ENCUADRE / PODER / PATOLOGÍAS GRAVES / INTERSUBJETIVIDAD / DISPOSITIVO / PSICOTERAPIA MULTIFAMILIAR / PSICOANÁLISIS MULTIFAMILIAR

El trabajo problematiza una consecuencia, indeseada pero inevitable, producto de pensar la “relación bi-personal” como necesaria y excluyente del dispositivo psicoanalítico. Conceptúa una suerte de “matriz originaria del psiquismo” (de la que deriva tanto la “salud psíquica” como todas las “psicopatologías”), constituida en su fundamento por la relación o interdependencia que se establece entre padres e hijos, interdependencia que, a mayor rigidez, más se sostiene en el tiempo. La “salud” de todo sujeto depende del “grado de salud” alcanzado por sus padres. Ellos posibilitan que los contenidos (presentes potencialmente en su “virtualidad sana”) se incluyan armónicamente en “interdependencias sanas o creativas” o se consoliden y rigidifiquen en “interdependencias patológicas y patógenas”. Equivale a la capacidad de esos padres de “respetar” el genuino “proyecto” que es su hijo y de poder asumir (con placer y sin tanto temor) las sorpresas inherentes a “formar parte” de un desarrollo “original y único”. La clínica con pacientes “difíciles” (y de toda persona que se titula “enferma”) ha vuelto evidente que viven bloqueados e interferidos por “personajes” o “presencias” parentales, de su pasado y de su presente, que ocupan el lugar de dioses absolutos todopoderosos y dueños de la “palabra santa”, cuyos criterios son indiscutibles e irrebatibles. Dioses que imponen la falta de necesidad y de conveniencia de “conocerse” a fondo, auténtica y genuinamente, o de explorar la propia intimidad y las propias experiencias dado que, hacerlo, conlleva numerosos peligros. Ese sujeto, “obediente y asustado”, vacila entre el dilema de “someterse” totalmente o de “rebelarse” violentamente. Éste es el vínculo que toda persona “enfermada” debe repetir y actualizar en su “neurosis de transferencia”. Actualización para la que el encuadre psicoanalítico clásico puede adaptarse punto por punto. Es tan básica esta situación de “interjuego de poder” que “se disparará”, en algún momento, en toda situación psicoanalítica. Recordemos que consideramos como nuclear tanto la relación bi-personal, que determina el “tratamiento

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THE BI-PERSONAL

Summary PSYCHOANALYTIC SETTING: AN OBSTACLE IN THE CURE OF “DIFFICULT PATIENTS”?

The author questions a consequence, undesirable but unavoidable, of thinking of the “bi-personal relation” as necessary and exclusive in the psychoanalytic device. It conceives of a kind of “originary psychic matrix” (from which “psychic health” as well as all “psychopathologies” derive), constituted fundamentally by the relation or interdependence established between parents and their children, an interdependence whose duration is in direct proportion to its rigidity. Every subject’s “health” depends on the “degree of health” attained by the parents. The latter may enable a harmonious inclusion of contents (potentially present in their “healthy virtuality”) in “healthy or creative interdependence” or may instead consolidate and become rigid in “pathological and pathogenic interdependence”. It depends on these parents’ capacity to “respect” the genuine “project” which their child is and to accept (with more pleasure than fear) surprises inherent to “being a part” of an “original and unique” development. Clinical work with “difficult” patients (and any person labeled “ill”) has shown how they go through life blocked and interfered by parental “characters” or “presences” in the past and the present who occupy a position of absolute omnipotent gods and proprietors of the “sacred word”, whose irrefutable criteria are not susceptible to discussion. These gods impose the absence of any need or even convenience of knowing them well, authentically and genuinely or of exploring the subject’s own intimacy and experiences since this would involve many dangers. This subject, “obedient and frightened”, vacillates between the dilemma of “submitting” totally or “rebelling” violently.

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This is the relationship which every person “made ill” necessarily repeats and actualizes in the “transference neurosis”: an actualization to which the classical psychoanalytic setting may adapt point by point. This situation of “power play”, triggered at some point in every psychoanalytic situation, is quite basic. We may recall that we consider the bi-personal relation nuclear, since it determines “individual treatment” as well as the setting established by the psychoanalyst, which classical training requires as highly necessary. The degree of rigidity of an “originary matrix” may render development of a classical psychoanalytic process impossible. These patients may “experience” the psychoanalyst as exerting rigid, arbitrary and “totalitarian” power which seeks to thoughtlessly impose the analyst’s own personal “projects” in relation to which they must “submit” or “rebel”. It is not enough for the psychoanalyst to be conscious of these problems. The power of a structure which is rooted in the very foundations of the patient’s psyche (and even the analyst’s) may be too intense. Since psychoanalysis is broader than the description of a given setting, we need to find and agree upon genuinely psychoanalytic theoretical-technical variants to enable us to work with difficult patients. KEYWORDS:

SETTING

/

/ SEVERE PATHOLOGIES / / MULTIFAMILY PSYCHOANALYSIS

POWER

FAMILY PSYCHOTHERAPY

INTERSUBJECTIVITY

/

DEVICE

/

MULTI-

Resumo O

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de Deuses absolutos, poderosos e donos da “palavra santa”, cujos critérios são indiscutíveis e irrebatíveis. Deuses que impõem a falta de necessidade e de conveniência de “se conhecer” profundamente, autêntica e genuinamente, ou de explorar a própria intimidade e as próprias experiências, pois isto implica numerosos perigos. Esse sujeito, “obediente e assustado”, vacila entre o dilema de “submeter-se” totalmente ou de “rebelar-se” violentamente. Este é o vínculo que toda a pessoa “enferma” deve repetir e atualizar na sua “neurose de transferência”. Atualização necessária para que o enquadramento psicanalítico clássico possa adaptar-se passo a passo. É fundamental esta situação de “interjogo de poder” que “se desencadeará”, em algum momento, em toda a situação psicanalítica. Salientamos que consideramos como nuclear tanto a relação bipessoal, que determina o “tratamento individual”, como o enquadramento estabelecido a partir do psicanalista e que a formação clássica cataloga como bastante preciso. O grau de rigidez alcançado por essa “matriz originária” pode tornar impossível o desenvolvimento do processo psicanalítico clássico. O paciente pode “sentir” o psicanalista como alguém que exerce um poder rígido, arbitrário e “totalitário”, que pretende impor, desconsideradamente, seus próprios “projetos pessoais”, ao qual este deverá “submeter-se” ou “rebelar-se”. Não é suficiente que o psicanalista seja consciente desta problemática. Pode ser muito intenso o poder de uma estrutura que se aprofunda até os “cimentos” do psiquismo do paciente (e, inclusive, do próprio analista). Visto que a psicanálise é mais ampla do que sugere a descrição de um determinado enquadramento, necessitamos buscar e adotar, variantes teórico-técnicas genuinamente psicanalíticas, que nos permitam trabalhar com pacientes difíceis.

ENQUADRAMENTO PSICANALÍTICO BIPESSOAL: UM OBSTÁCULO NA CURA DO “PACIENTE DIFÍCIL”?

O trabalho problematiza uma conseqüência indesejada, porém, inevitável, produto de pensar a “relação bipessoal” como necessária e excludente do dispositivo psicanalítico. Conceitua uma espécie de “matriz originária do psiquismo” (da qual deriva, tanto a “saúde psíquica” como todas as “psicopatologias”), constituída no seu fundamento pela relação ou interdependência estabelecida entre pais e filhos, interdependência que, quanto maior rigidez mais perdura no tempo. A “saúde” de todo o sujeito depende do “grau de saúde” alcançado pelos seus pais. Eles possibilitam que os conteúdos (presentes potencialmente na sua “virtualidade saudável”), sejam incluídos, harmoniosamente, nas “interdependências saudáveis ou criativas”, ou se consolidem e se rigidifiquem em “interdependências patológicas e patogênicas”. Isto equivale à capacidade desses pais de “respeitar” o “projeto” genuíno que é seu filho e de poder assumir (com prazer e sem tanto temor) as surpresas inerentes de “fazer parte” de um desenvolvimento “original e único”. A clínica com pacientes “difíceis” (e de toda a pessoa considerada “enferma”) evidenciou que eles vivem bloqueados e interferidos por “personagens” ou “presenças” parentais, de seu passado e de seu presente, que ocupam o lugar

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PALAVRAS-CHAVE: ENQUADRAMENTO / PODER / PATOLOGIAS GRAVES / INTERSUBJETIVIDADE / DISPOSITIVO / PSICOTERAPIA MULTIFAMILIAR / PSICANÁLISE MULTIFAMILIAR Bibliografía

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(Este trabajo fue presentado el 13 de abril de 2009, y ha sido seleccionado para su publicación el 11 de mayo de 2009.)

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Psicoanálisis infantil. Ayer y hoy *Sara Zusman de Arbiser

Introducción

De acuerdo a las distintas épocas de la humanidad fue variando el concepto de infancia. Con la obra de S. Freud y el reconocimiento de la sexualidad de los niños se inaugura un cambio fundamental en el acercamiento y comprensión del ser humano. El abordaje terapéutico infantil, desde sus inicios, fue un campo de batalla para el mundo psicoanalítico y sigue planteando importantes preguntas. En la historia del psicoanálisis infantil se citan clásicamente dos corrientes: Anna Freud y Melanie Klein. Han pasado al olvido los aportes de otras figuras fundamentales, pioneras de esta práctica terapéutica, opacadas por las controversias de aquellas dos líneas teóricas. En la Argentina, Arminda Aberastury fue la creadora de la Escuela Argentina de Psicoanálisis de Niños. Sus desarrollos teóricos, técnicos y clínicos se extendieron a toda Latinoamérica. En la década del setenta llegó hasta nuestras latitudes el pensamiento de Winnicott, así como el de Lacan y el de sus discípulos. Entre ellos destacamos el aporte de F. Dolto y M. Mannoni. También comenzaron a implementarse las estrategias terapéuticas vinculares: terapia de familia, de pareja de los padres, binomio madrehijo, padre-hijo, etc. En la Argentina, observamos cómo fue variando la práctica del psicoanálisis infantil. En la actualidad (2008-2009) encontramos diferencias significativas en los motivos de consulta y en las demandas de trata-

* Dirección: Montevideo 1985, 4º “21”, (C1021AAG) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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SARA ZUSMAN

DE

ARBISER

miento, en relación con los niños que recibíamos en la década del sesenta, así como con la consulta en el hospital, entonces y ahora. Los psicoanalistas y las estrategias terapéuticas implementadas acompañaron esos cambios. Planteamos algunos peligros del futuro de la infancia y de los tratamientos de niños.

Ayer

El psicoanálisis de niños ha ocupado, desde sus orígenes y durante mucho tiempo, un lugar menor. La actuación de los niños en la cura, la existencia problemática de la transferencia y la realidad de su dependencia respecto a los padres fueron señaladas como las típicas diferencias de esta práctica terapéutica. Gracias a los pioneros de esta clínica, esta ambigüedad ha ido revelando su riqueza y su capacidad creadora. Freud y Hans (Juanito) Desde los primeros escritos de Freud podemos rastrear su interés por los diferentes aspectos de la infancia. En 1905, en Tres ensayos para una teoría sexual, Freud se ocupa de la sexualidad del niño y del adolescente, señalando su carácter perverso polimorfo. La observación de los niños, sus actitudes ante la represión que ejercen las figuras de autoridad, la emergencia de su sexualidad, es seguida con sumo interés por parte de Freud y de sus colaboradores, en los encuentros que fueron denominados sesiones de los miércoles por la tarde. Es ahí donde Max Graf, el padre de Herbert Graf (Hans), comenta las vicisitudes del despertar sexual de su hijo, sus observaciones, y como él y su esposa habían convenido educar a su primer hijo con el mínimo de coherción, sólo estrictamente el preciso para mantener las buenas costumbres. Después de dos años de observación, el niño empieza a desarrollar una fobia y el tratamiento aplicado para su curación va a ser el psicoanálisis. El padre será el encargado de realizarlo bajo la atenta supervisión de Freud. En el historial de Hans, Freud dice: “Es cierto que he orientado el plan de tratamiento en su conjunto, y hasta intervine personalmente una vez en una plática con el niño; pero el tratamiento mismo fue llevado a cabo por el padre del pequeño [...] Ninguna otra persona habría conseguido del niño tales confesiones [...] Sólo la reunión en una sola persona de la autoridad paterna con la médica [...] posibilitaron en este

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único caso obtener del método una aplicación para la cual, de ordinario, habría sido inapropiado” (Freud, A.E., X, pág. 7). Estas palabras suelen interpretarse como que Freud no recomendaba el psicoanálisis para los niños. Sin embargo, 23 años después, en la Conferencia Nº 34 de 1932, dijo: “[...] Se demostró que el niño es un objeto muy favorable para la terapia analítica; los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego, es preciso modificar en gran medida la técnica de tratamiento elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto [...] La transferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales todavía siguen presentes. Las resistencias internas que combatimos en el adulto están sustituídas en el niño, las más de las veces por dificultades externas” (Freud, A.E., XXII, pág. 137). Para Freud, el análisis de niños era posible, pero definitivamente diferente al de adultos. Ante todo porque el niño y el adulto son diferentes. La diferencia no es banal, afecta a la transferencia, a la asociación libre y a la resistencia., que son los tres pilares del psicoanálisis, y tiene por lo tanto consecuencias clínicas cruciales. En el historial de Hans, Freud, además de señalar el papel fundamental que el padre tuvo en la cura, menciona un obstáculo, al que los psicoanalistas en la actualidad no le conceden la importancia que se merece. Se trata del beneficio o ganancia secundaria de la enfermedad o del síntoma. Freud describe este obstáculo desde el niño, pero podemos reconocer el mismo desde los padres. En “El niño retrasado y su madre”, M. Mannoni se ocupa de ello. Los intentos de curación chocan con esa resistencia. ¿Qué se logra con la presencia del síntoma y qué se pierde con su desaparición? El niño y sus padres querrían liberarse del displacer de los síntomas, pero sin resignar los beneficios. Todo lo que contribuye a la ganancia de la enfermedad reforzará la resistencia de la represión y aumentará la dificultad terapéutica. En la Conferencia 24, en 1916, Freud dice: “Cuando una organización psíquica como la de la enfermedad ha subsistido por largo tiempo, al final se comporta como un ser autónomo; manifiesta algo así como una pulsión de autoconservación y se crea una especie de modus vivendi entre ella y otras secciones de la vida anímica, aun las que en el fondo le son hostiles” (Freud, A.E., XVI, pág. 349). Los discípulos de Freud A partir del tratamiento de Hans, Freud inauguró el tratamiento de niños.

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El caso del pequeño Hans no fue el único. Fueron muchos los discípulos de Freud que observaron a sus hijos o a otros niños y los psicoanalizaron, siguiendo el modelo de Freud. C. G. Jung analizó a su hija Agathlí, de 4 años, e intercambió correspondencia con Freud sobre los descubrimientos de los que era testigo acerca de la curiosidad sexual. Hace lo mismo con sus otros dos hijos. Jung formó a varias mujeres como analistas infantiles, entre ellas su propia esposa Emma Jung, Maria Moltzer, Sabina Spielrein y Mira Oberholzer. Después de su ruptura con Freud, en 1913, los trabajos de Jung y colaboradores cambian de rumbo. Karl Abraham inicia el análisis de su hija Hilda que duró dos meses, y de las observaciones y anotaciones que hiciera entonces tenemos noticia por varios artículos publicados por Abraham y posteriormente por la biografía que de él escribió su hija Hilda Abraham, convertida en analista didacta de la Sociedad Británica. Él estimuló a sus analizados y discípulos, M. Klein entre ellos, a que realizaran esta tarea con sus hijos. En Psicoanálisis clínico, de K. Abraham, encontramos tres breves historiales de niños: “La niña que tenía pesadillas”, “El chico que no quería pasear” y “La novia de papá”. (Este último es el análisis de su hija Hilda.) Arpad o “el niño gallo” de S. Ferenczi

Los múltiples intereses de S. Ferenczi lo condujeron a ser un pionero del psicoanálisis de niños. Escribió numerosos trabajos acerca del desarrollo psicológico infantil. En 1912 le envía a Freud las observaciones de un niño de 3 años y medio de edad. Arpad, durante unas vacaciones, se empieza a interesar sólo en el gallinero, se pasa el día mirando a las aves, deja de hablar y sólo se comunica cacareando. Cuando vuelve de las vacaciones recobra su lenguaje, pero su único tema de conversación son los gallos, gallinas, pollos y a veces gansos y patos. Le fascina observar cómo le cortan el pescuezo a dichas aves. Luego besa, acaricia y baila alrededor de los cadáveres. A continuación les pincha los ojos y los despluma. Pregunta si el ave es gallo o gallina. Le tiene mucho miedo a los gallos vivos. Ferenczi interpreta que el amor y el odio que siente por estos animales son un desplazamiento de su amor-odio al padre. Ferenczi entrevista una sola vez a Arpad. El niño queda fascinado por un gallo de bronce que se encuentra junto con otros adornos en el consultorio. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 461-485

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“¿Me lo vas a dar?”, dice Arpad. Ferenczi le da papel y lápiz. Arpad dibuja un gallo. Se le pide que cuente la historia del gallo. Como Arpad no habla y sigue jugando, Ferenczi interrumpe el contacto con el niño. La dama interesada en el caso, vecina y amiga de la familia de Arpad, continuará con la observación. Es importante señalar, que esta única intervención de Ferenczi tuvo efectos. Arpad comenzó a desarrollar un nuevo juego. Toma diarios y los arruga hasta darles forma de aves y con un cepillo, que usa como si fuera un cuchillo, les corta el pescuezo. Hace como que el gallo sangra e imitando los gritos y gestos del gallo dramatiza su agonía. Sus temores a la castración, así como su ambivalencia hacia el padre, dejaron de expresarse a través de su conducta tan concreta con los animales y desplaza la situación conflictiva a un juego de mayor nivel simbólico. En Tótem y tabú (1913), en el capítulo “El retorno infantil al totemismo”, Freud recoge la observación de Ferenczi. Ofrece tres breves ejemplos referidos a zoofobia en niños, un caso del Dr. Wulff de Odessa con perros, Hans y Arpad, el niño de Ferenczi (Freud, A.E., XIII, págs. 131-134). Entendemos que estos tres niños, por razones bien diferentes, necesitaban del perro, caballo o gallo, que además de otros significados inconscientes, cumplían la función de Tótem prohibidor, ejerciendo en forma desplazada la función paterna. J. Lacan, en el seminario sobre “La relación de objeto” (1956-1957), comenta el análisis de Hans y define la neurosis en términos de respuestas a una cuestión que afecta a la existencia. Los fantasmas de Hans son considerados como otras tantas soluciones construidas por el niño, frente a un conflicto en el que confluyen lo interno: el acceso al Edipo y la castración, y las situaciones traumáticas externas. Se trata para el niño de encontrar su camino frente a la poca presencia real paterna, como a la invasión materna. Este modo de aproximación pone en escena la tensión entre un niño, objeto del fantasma parental, sometido, pero al mismo tiempo dotado de competencias, creador, y que trabaja en la resolución del enigma edípico. Lou Andreas–Salomé y S. Freud mantuvieron un diálogo epistolar durante 25 años, desde 1912 hasta la muerte de Lou. Es un gran placer su lectura y participar de cómo Lou le hablaba de sus pacientes y los supervisaba por esta vía. Leemos, en esas cartas, el relato de un breve tratamiento con una niña de 6 años, que sufría de pavores nocturnos (Freud-Andreas Salomé, Correspondencia, págs. 89 a 98). El historial ocupa seis cartas, tres que escribe Lou y la respuesta de S. Freud a cada una de ellas. Se trata de un documento histórico, poco

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conocido y que merece ser recordado. Los diálogos con la niña son muy originales y creativos. S. Freud le dice en una de las cartas: “A la excelente terapeuta, que ha sabido abrirse un acceso tan lindo hasta la niña…” (pág. 92). Es interesante una reflexión que Lou Andreas-Salomé hace en relación con la rápida resolución de los pavores nocturnos, cuando observa que la pérdida del síntoma se convierte en un obstáculo para seguir adelante con la cura. Dice en una carta: “Ha sucedido, pues lo que por desgracia suele ocurrir con frecuencia en el caso del resultado favorable de un tratamiento, esto es, que al desaparecer el síntoma, cierra simultáneamente la puerta tras de sí, de modo que ya no queda otro acceso posible. A los padres esto les está muy bien, pero a mí me hubiera gustado poder penetrar un trecho más...” (pág. 96). Freud le responde: “La felicito por la curación de su joven amiguita y la invito a darse por satisfecha con lo que ha conseguido... Encuentro también conmovedor en su experiencia la comprensión de que el éxito representa el fin del análisis y de la evolución ulterior. Mientras el individuo sufre puede llegar todavía a algo” (pág. 98). Podemos reconocer en los historiales publicados por Karl Abraham, Sandor Ferenczi y Lou Andreas-Salomé una continuación de la línea propuesta por S. Freud en el Historial de Hans. Se jerarquiza lo que el niño puede aportar a través de la comunicación verbal y el relato de sueños. No interviene en forma significativa el juego y el dibujo, que actualmente sabemos son la vía regia en el encuentro terapéutico con el niño. El material preverbal: el juego y el dibujo El interés que Freud tenía en la observación del juego de los niños está presente en Más allá del principio de placer. Su nieto le revela la importancia del juego en la búsqueda del placer y la defensa contra el displacer. Con el juego del carretel y la expresión gozosa del niño mientras exclamaba “fort” “da”, Freud observa cómo repitiendo su doble gesto de desaparición y aparición del objeto, el niño pasaba de un estado pasivo en el que experimentaba el acontecimiento, a una independencia activa, gracias a la cual decidía la marcha y el retorno del objeto, y así podía vengarse del abandono de la madre. La tendencia a la repetición de lo reprimido y el deseo de dominio, como factores esenciales en la actividad lúdica del niño, fueron posteriormente utilizados en la clínica psicoanalítica infantil. La pionera de esta práctica fue Hermine Hug-Hellmuth. Maestra, filósofa y física, hizo un doctorado en la Universidad de Viena y se analizó con S. Freud.

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En 1913, ella fue admitida en la Asociación Psicoanalítica Vienesa. Durante un tiempo participó de las famosas reuniones científicas de los miércoles. Fue directora del Centro de Orientación Infantil de Viena. Cuando presentó su trabajo “Sobre la técnica del análisis de niños” en 1920, en el VI Congreso Psicoanalítico Internacional en La Haya, asistieron entre muchos otros: A. Freud, M. Klein y Eugénie Sokolnicka. Ella desarrolló una teoría según la cual el juego es uno de los medios para la comprensión del niño. Ella postuló que el análisis de los niños es análisis constante del carácter y educación. No habló de una psicología educativa ni de consejos educativos, sino de un verdadero psicoanálisis que tome en cuenta las necesidades educativas. Aquí ya está en cuestión la dualidad educación y psicoanálisis, que va a ser el eje de las controversias posteriores entre diferentes escuelas, representadas de manera más significativa por la polémica entre A. Freud y M. Klein. Hug-Hellmuth desarrolla sus ideas acerca de todo lo que considera del ámbito del psicoanálisis infantil: encuadre, transferencia negativa y positiva, interpretación, resistencias y el problema de los padres. En relación con ellos, anuncia las dificultades que van a aparecer en el tratamiento y la paciencia y explicaciones que hay que ofrecerles. Además es comprensiva con la difícil tarea de ser padres, e incluso habla de que si los padres se sometieran a un análisis antes que el niño, menos niños necesitarían análisis. La labor realizada por Hug-Hellmuth fue “olvidada” a raíz de su muerte accidental, llevada a cabo a manos de su sobrino Rolf, de 18 años de edad, en un confuso episodio cuando lo sorprendió robando en su casa. La responsabilidad por el asesinato recayó en el psicoanálisis. En algunas de sus publicaciones, H. Hug-Helmuth había utilizado material psicoanalítico procedente de las observaciones de su sobrino, pese a que nunca lo psicoanalizó. El escándalo del que fue objeto el psicoanálisis, al que se consideraba impulsor, o por lo menos responsable, de la degeneración del joven, no se hizo esperar. Los detractores del psicoanálisis aprovecharon la ocasión para atacar con saña a los psicoanalistas que destapaban los impulsos reprimidos en los niños y jóvenes, creando pequeñas bestezuelas capaces de cualquier maldad. El psicoanálisis fue declarado culpable, incluso algún periódico hablaba de la alerta ante la invasión del psicoanálisis infantil. William Stern dio parte públicamente y con vehemencia de su postura, según la cual había que buscar la causa de esa fechoría en la atmósfera psicoanalítica de la casa.

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H. Hug Hellmuth fue prácticamente olvidada, e incluso ninguna de las otras dos grandes figuras, A. Freud y M. Klein, reconocieron su innegable aportación e innovaciones, y ambas se consideraron con méritos de iniciadoras, sin citarla. Inspiradas en las ideas de H. Hug Helmuth, casi simultáneamente, M. Klein publica “La técnica del análisis de niños pequeños”; Anna Freud, “Fantasías y sueños diurnos de un niño pegado”; y E. Sokolnicka, “Análisis de un caso de neurosis obsesiva infantil”. De niña, Anna Freud solía escuchar los discursos del padre y leía sus trabajos. En 1916 asistió a la serie de Conferencias Introductorias de Freud sobre los sueños. Freud analizó a Anna y la introdujo en su círculo profesional. En 1922, a los 27 años, ingresó a la Asociación Psicoanalítica Vienesa. Su obra Psicoanálisis del niño, publicada en 1927, recupera una serie de conferencias pronunciadas en el Instituto Psicoanalítico de Viena en 1926. Presenta los puntos fundamentales de su técnica: la necesidad de una fase preparatoria para crear conciencia de enfermedad y ganar el afecto del niño y alejarlo de las influencias desfavorables. Ella privilegia el análisis de sueños, ensoñaciones y dibujos. Anna Freud considera que los niños no pueden desarrollar una neurosis de transferencia, porque está muy presente la influencia de los padres en la realidad del niño y no sólo en la fantasía, como en el adulto neurótico. Hay que conseguir que exista una transferencia positiva. Anna Freud es muy reservada en cuanto a las indicaciones del análisis infantil, recomendando prudentemente que se aplique sólo a niños cuyos padres sean analistas o tengan una preparación en psicoanálisis. Anna Freud abre importantes caminos en la posibilidad de integrar el psicoanálisis a la educación de los niños. Su obra está especialmente dedicada a los padres, maestros y a todos aquellos responsables de la salud psíquica de los niños. En el X Congreso Internacional de Psicoanálisis de Innsbruck, en 1927, M. Klein lee su importante y definitorio artículo Symposium sobre análisis infantil, en el que de una manera rigurosa y sistemática va argumentando sus puntos de vista y diferencias con A. Freud, divergencias que estallan quince años más tarde en las célebres Controversias. Según M. Klein, el niño desarrollaba una relación de transferencia desde un inicio con su analista, permitiendo un proceso psicoanalítico equivalente al de un adulto. Al igual que S. Freud, M. Klein fue aprendiendo de sus pacientes, en este caso de los niños, que sin hablar sino jugando, le permitieron tener acceso al inconsciente. Se trataba de interpretar el juego exactamente como un sueño. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 461-485

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En El psicoanálisis de niños, ella nos transmite los fundamentos de su teoría, técnica y clínica que ilustra con numerosas viñetas clínicas. “Relato del psicoanálisis de un niño” (El caso Richard), obra póstuma, es el fiel testimonio de su práctica. Klein presenta un tratamiento de cuatro meses de duración. Fueron noventa y dos sesiones, a un ritmo de seis veces por semana. Se trataba de un niño de 10 años, que padecía de síntomas fóbicos severos. El resumen de las sesiones, acompañadas de reflexiones teórico-técnicas en cada sesión, es un documento histórico donde podemos apreciar la originalidad de la práctica kleiniana. Reconocemos que la obra de M. Klein y de sus discípulos representó un aporte revolucionario para la comprensión y el abordaje terapéutico del psiquismo temprano infantil. Es muy conocido el lugar que ocuparon Anna Freud y M. Klein, así como los escritos teóricos, técnicos y clínicos de ambas autoras. Otros pioneros de la práctica con niños quedaron en el olvido y no se estudia en la actualidad la obra que nos legaron. El psicoanálisis le debe mucho a una psicoanalista polaca, nacida en Varsovia: Eugénie Sokolnicka. Ella estudió en Francia con Janet, alumno de Charcot, y luego en Suiza donde conoce a Jung. Posteriormente fue a Viena donde se analizó con Freud. Desde 1914 es invitada a las reuniones de los miércoles. Posteriormente, se analiza durante un tiempo con Ferenczi, quien intercambia información con Freud sobre ella. Sokolnicka introdujo el psicoanálisis en Francia, enviada por S. Freud. En 1926 funda la Sociedad Psicoanalítica de París. Ella inició la práctica con niños en el hospital. Polemizó con los psiquiatras y sus diagnósticos. Sus ideas se extendieron al ámbito literario donde tuvo mucha influencia, y André Gide se analizó con ella. Este escritor fue uno de los primeros en introducir en una novela a un personaje sacado del psicoanálisis. En Los monederos falsos (Les Faux-Monnayeurs), describe como Mme Sophroniska a E. Sokolnicka, y reproduce palabras que figuran en el sueño de un niño que se analizó con ella en Polonia. Este tratamiento fue publicado en 1919, en una revista de psicoanálisis alemana, fue traducido como “Análisis de una neurosis infantil” en la Revista Litoral (13, octubre de 1991, EPEL, págs. 87 a 105). El paciente, que presenta en sus escritos E. Sokolnicka, era un niño judío de 10 años y medio con neurosis obsesiva y que además sufría de “ausencias”. Un famoso neurólogo le diagnosticó epilepsia. Sus rituales obsesivos eran de tal magnitud que comer y vestirse le ocupaban todo el día y tenía a la madre esclavizada, al lado de él. Las “ausencias” se presentaban cuando no se cumplían los rituales con el mínimo detalle, como él quería.

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El tratamiento que duró seis semanas, dice la autora, no fue un psicoanálisis en sentido estricto. La estrategia terapéutica consistió en sesiones individuales con el niño, sesiones vinculares madre-hijo y sesiones con la madre. El padre estaba fuera de casa, eran tiempos de guerra y estaba escondido. Las “ausencias” y los rituales obsesivos desaparecieron. E. Sokolnicka, al final del historial, dice: “El principal medio de toda curación psíquica y de toda pedagogía lograda ha sido siempre la transferencia... El psicoanálisis hizo posible, con la ayuda de la sistematización de la transferencia y de la asociación libre, la toma de conciencia de lo reprimido. Si añadimos a estos recursos de la cura, el combate pedagógico contra el beneficio secundario de la enfermedad, no sólo habremos enriquecido el instrumental de la terapia psicoanalítica, sino también habremos aprovechado para los fines que buscamos, todo lo que verdaderamente es utilizable en otros métodos de psicoterapia” (Rev. Litoral, 13, pág. 105). En este caso, la terapeuta ocupó el lugar de la ley paterna, al ubicarse entre el niño y su madre. Ordenó a la madre no colaborar con sus conductas a sostener el beneficio secundario de la enfermedad y así logró la desaparición de los síntomas. Cuando S. Ferenczi presentó su trabajo “The Consequences of the Active Technique in Psychanalysis”, relató este historial. Señaló que la intervención de E. Sokolnicka correspondía perfectamente a lo que él llamaba la “técnica activa del psicoanalista”. El historial clínico del niño con rituales obsesivos de E. Sokolnicka es un documento histórico y el testimonio de un primer tratamiento vincular. A través de la denominada “técnica activa de S. Ferenczi”, esta terapeuta consigue resultados sorprendentes. Podemos considerarlo como uno de los primeros abordajes familiares descriptos en la literatura psicoanalítica. Es un abordaje familiar donde la terapeuta puede entender, intervenir y desarmar la patología existente, producto de la ausencia del padre y de sus funciones. E. Sokolnicka tuvo entre sus discípulos a S. Morgenstern, quien nace en Polonia, en Grodno, estudia medicina en Zurich y trabaja con Bleuler. Llega a Francia en 1924. Se pone en contacto con E. Sokolnicka, con quien se analizó. Vivió y trabajó en París, en la Salpêtrière hasta su muerte. En 1937 publica “Psicoanálisis infantil”. Publicó un libro y artículos en la Revista francesa de Psicoanálisis. A. Aberastury hizo traducir al castellano dos de sus trabajos: “Un caso de mutismo psicógeno” y “El símbolo y el valor psicoanalítico de los dibujos infantiles”, que encontramos en la Revista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (T. V, Nº 3, 1948, págs. 771-806). S. Morgenstern dice allí: “Es sobre todo en el dibujo donde el niño expresa más fácilmente sus quejas reprimidas, sus agravios y sus odios. El REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 461-485

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dibujo brota más directamente del inconsciente y consigue así esconder a su autor su verdadero contenido... No comprendiendo el sentido de sus dibujos y teniendo el mayor interés en no revelarlo, el niño se siente inclinado más bien a rehusar que a ayudarnos a descifrar el simbolismo en sus creaciones. Con un trabajo analítico se consigue, sin embargo, reconstruir, gracias a esos dibujos en apariencia caóticos y dispares, una narración gráfica que conduce al origen de estas producciones, al traumatismo afectivo y a los sentimientos reivindicadores que los inspiraron”. Morgenstern relata el caso de un niño de 10 años, que presentaba desde hacía dos, un mutismo persistente. El niño se comunicaba a través del dibujo, generalmente de animales enormes y amenazantes. Repite el dibujo de un lobo con la lengua fuera. Ella se lo interpreta como un desplazamiento de un temor a su padre, y de su angustia de castración, siendo su síntoma, el mutismo, la expresión de la angustia. El niño recuperó el habla. A partir de entonces aplicó el dibujo en los tratamientos. S. Morgenstern es reconocida como una de las pioneras en la utilización de la técnica particular del dibujo como vía regia en el psicoanálisis de niños, como narración gráfica que conduce al origen de las situaciones traumáticas, a los afectos y a la detección precoz de patología psicosomática; A. Aberastury se basó en estas formulaciones para continuar con sus propios desarrollos. Escuela argentina de niños: Arminda Aberastury Podemos decir que el año 1937 señala el comienzo del psicoanálisis de niños en la Argentina. Arminda Aberastury, maestra y licenciada en Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, tomó contacto con una niña de 8 años, a la que veía diariamente en la sala de espera, en el Hospicio de las Mercedes, cuando acompañaba a su madre a un tratamiento psiquiátrico. Era hija de una paciente de su esposo, el doctor Enrique Pichon-Rivière. La niña no había podido aprender a leer ni a escribir, y había sido diagnosticada como oligofrénica. A. Aberastury intenta enseñarle, sin lograr resultados, pero de todos modos no está conforme con el diagnóstico. Su conclusión es: “Si no aprendía era porque le resultaba muy penoso conocer la enfermedad de su madre y recordar todo lo que había sufrido durante los episodios psicóticos de los que fue testigo. Su mente se había paralizado por este conflicto, y se lo fui comunicando. Comprendí también que las mentiras que para consolarla o tranquilizarla le decían los adultos que la rodeaban, habían creado en ella una gran confusión…

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Fue después de este esclarecimiento cuando pudo comenzar a aprender” (Aberastury, Teoría y técnica del psicoanálisis de niños, pág. 62). Así comienza la atención psicológica de niños que parte de un objetivo pedagógico. La pedagogía y los niños la conducen a la lectura de Anna Freud. E. Pichon-Rivière, por su trabajo con pacientes psicóticos, estaba estudiando la obra de M. Klein y en 1942, año de creación de la APA, le acercó el libro de Psicoanálisis de niños, en inglés, que A. Aberastury tradujo al castellano. Tres años más tarde, en 1945, comienza un vínculo epistolar con M. Klein que mantuvo hasta el año 1958. Sólo se encontraron personalmente en 1951, en un congreso en París. En relación directa con la enseñanza de Melanie Klein, e inspirándose además en los métodos de Sophie Morgenstern, desarrolló el psicoanálisis de niños en la Argentina y en Latinoamérica. Fue Directora del Instituto de Enseñanza de la Asociación Psicoanalítica Argentina, donde enseñó psicoanálisis infantil durante más de veinte años a profesionales argentinos y extranjeros. Dictó cursos en las facultades de Filosofía de Buenos Aires y de Córdoba; en la de Medicina de Buenos Aires y de La Plata. También en la Asociación Psicoanalítica del Uruguay y de Río de Janeiro. Desde 1946 hasta 1974 fueron publicados en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS veinticuatro artículos de A. Aberastury. También encontramos sus trabajos en las Revistas de las Asociaciones Psicoanalíticas del Uruguay, Brasil, Francia y en The Internacional Journal of PsychoAnalysis. En la REVISTA DE PSICOANÁLISIS, Nº 3/4 del año 1973 figura una lista cronológica de sus 145 obras publicadas. Fue la creadora de un Test diagnóstico: “El Constructor Infantil”, basado en un juego de construir una casa. En el Congreso de la Internacional Psychoanalytical Association (IPA) de 1957, en París, ella presentó una notable comunicación sobre la sucesión de los “estadios” durante los primeros años de vida, definiendo una “fase genital primitiva” anterior a la fase anal en el desarrollo libidinal. En el año 1957, Aberastury organiza el primer Simposio de Psicoanálisis de Niños en la Asociación Psicoanalítica Argentina, y en el año 1961, junto con Ángel Garma, dedican el Simposio a la obra de M. Klein. A. Aberastury transmitió las ideas kleinianas con su toque personal. Teoría y técnica del psicoanálisis de niños es el título de la obra con la que se formaron generaciones de analistas. Allí presenta los pilares de su técnica: las exhaustivas primeras entrevistas a los padres, donde investiga el motivo de consulta, la historia del niño, especialmente el priREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 461-485

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mer año de vida, las relaciones familiares, etc. Es un libro ilustrado con muchos ejemplos clínicos propios y de sus supervisiones. En las primeras horas de juego diagnósticas, Aberastury investiga las fantasías de enfermedad y curación normales y patológicas del niño y de sus padres. Ella hizo desarrollos personales y en grupos de investigación con otros colegas. En la Argentina, junto con Arnaldo Rascovsky y Ángel Garma, llevaron el psicoanálisis a la Universidad, al Hospital y a su difusión fuera de los ámbitos académicos. A las multitudinarias clases en la Facultad de Medicina, en los años 1956-1960, asistieron muchos jóvenes estudiantes que luego se dedicaron a la psiquiatría y al psicoanálisis de adultos y de niños. Simultáneamente se creó la Facultad de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, en Cuyo, el Litoral y en Córdoba, donde difundió sus ideas. Aberastury fue la iniciadora de grupos de orientación de padres y madres, grupos de pediatras, psicoterapia en odontopediatría, psicoprofilaxis quirúrgica, psicoterapia del grupo familiar con niños utilizando juguetes, psicoterapia del binomio madre-hijo, observación de lactantes, etc. Podemos afirmar que A. Aberastury contribuyó ampliamente al extraordinario desarrollo del psicoanálisis en la Argentina, desde fines de la década del cuarenta hasta su muerte en 1972. Analistas de otros países, de visita en el nuestro, y observadores y estudiosos argentinos no salían de su asombro al ver la cantidad de pacientes en tratamiento y el elevado número de profesionales deseosos de hacer la formación analítica. A este despliegue clínico-terapéutico se agregaban los desarrollos teóricos de los psicoanalistas argentinos que se sumaban a los que se producían en el resto del mundo. Podemos afirmar que, en la Argentina, las décadas del cincuenta, el sesenta y comienzos del setenta fueron los años de gran apogeo y esplendor del psicoanálisis de adultos, de niños y de adolescentes, así como de otras prácticas psicoterapéuticas. Reconocemos cambios paulatinos, que se produjeron por incidencias graves políticas, sociales y económicas que provocaron, en años posteriores, un cierto oscurecimiento de aquel esplendor. W. Winnicott, F. Dolto, M. Mannoni En los años setenta, la entrada en la Argentina de la obra de Winnicott, de Lacan y de sus dos discípulas: F. Dolto y M. Mannoni, generó importantes aperturas en el psicoanálisis de niños.

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Winnicott, pediatra y psicoanalista, señalaba que no todas las intervenciones que hace un psicoanalista en una sesión con un niño son interpretaciones, pero conservan el carácter fundamental de las mismas: intentan abrir un espacio de reflexión sobre lo que está ocurriendo y de esta manera favorecen cambios estructurantes. Él decía que, muchas veces, lo mejor que puede hacer el terapeuta es observar y dejar que el niño juegue, porque el juego por sí solo es terapéutico, especialmente en niños en los que quedó truncado o inhibido el espacio transicional. Desarrolló la llamada “Técnica del Garabato” (Squiggle), que le permitía mayores posibilidades de conexión con los conflictos inconscientes del niño. En su libro Clínica psicoanalítica infantil nos aporta numerosos ejemplos de sus tratamientos. Recorriendo la vasta obra de Winnicott, puede observarse la flexibilidad que demostraba en cada uno de los tratamientos que emprendía. Así, en algunos casos podía atender a un niño cinco veces por semana, en otros, verlo esporádicamente y en sesiones prolongadas y a pedido, cada dos o tres meses, y también solía recibir a una madre al mismo tiempo que hacía dibujar al niño en un abordaje vincular. Hace cuarenta años, cuando M. Mannoni publicó La primera entrevista con el psicoanalista, F. Dolto, en el prefacio, enfatizó lo que en ese momento parecía una novedad: la existencia de un vínculo entre el inconsciente de los padres y el de los hijos. Dijo allí (pág. 15): “El niño es quien soporta inconscientemente el peso de las tensiones e interferencias de la dinámica emocional sexual inconsciente de sus padres”. F. Dolto prestaba atención al entorno familiar y daba gran importancia a las entrevistas preliminares, para entender la dinámica familiar y el lugar del niño en el narcisismo de los padres. Observaba el vínculo madre-hijo y si la madre tenía en la mente y en la palabra al padre, para que el hijo no quede aprisionado en la complacencia del deseo materno. A veces realizaba “entrevistas terapéuticas” al modo como fueron concebidas y realizadas por D. W. Winnicott. La obra de F. Dolto es muy carismática. Atendió en el Hospital, la mayor parte de su vida, a muchos niños, y podemos encontrar la descripción de esas psicoterapias breves en Psicoanálisis y pediatría. También se ocupó de tratamientos largos en niños muy perturbados: “El Caso Dominique”. Hizo importantes y profundos aportes teóricos. En sus últimos años, se dedicó ampliamente a la divulgación de sus ideas acerca del niño y sus problemas psicológicos, tanto en seminarios como en libros y en diferentes medios de comunicación, a un nivel popular. Le interesaba especialmente la posibilidad de la prevención y la detección precoz de patología infantil y familiar, para lo cual creó la instiREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 461-485

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tución “La casa verde”, lugar de atención de niños y madres, recuperando algunas de las primeras ideas de A. Freud. En relación con M. Mannoni, es importante destacar la forma original como se ocupaba de los niños psicóticos en la institución que ella creó. El niño y sus padres. Terapias vinculares No podemos dejar de lado el heterogéneo campo de la terapia familiar. Cuando hablo de terapias familiares, me refiero a diferentes aproximaciones vinculares que no necesariamente son siempre la familia completa. Puede ser terapia de pareja de los padres, vincular padre-hijo, madre-hijo, etc. Abordaje de los padres

El abordaje de los padres y la posibilidad que se transformen en obstáculos o aliados en la cura, fue manejado de distintas maneras, de acuerdo con la teoría que dominaba en cada época. Recordemos que M. Klein atendía a los hijos de psicoanalistas y de personas de ese círculo intelectual. El obstáculo de los padres no existía, eran padres que no interrumpían los tratamientos. En Buenos Aires, en la década del sesenta, la teoría y técnica kleinianas dominaban la práctica con niños. La ideología imperante era que todo niño necesitaba pasar por un análisis temprano. Se indicaba tratamiento individual de cuatro veces por semana como lo óptimo, en casi todas las consultas. La misma teoría sustentaba que los padres se tenían que limitar a traer al niño al consultorio y pagar las sesiones. Pero, muchas veces, no era el mejor abordaje terapéutico para ese chico y para esa familia. Pepe, niño de 7 años que atendí en la década del sesenta, frente a la indicación de tres o cuatro sesiones semanales y una entrevista mensual con los padres, el padre dice: “… que Pepe venga aquí seis o siete veces por semana, lo que usted quiera o considere necesario, pero yo no vengo más”. Este padre está siempre muy ocupado para este hijo. Pepe tiene que hacer un gran despliegue todas las noches en la mesa familiar, como tirar las copas, la comida y mucho barullo, y de esa manera lograr la mirada del padre, que no consigue de otra manera. Es una mirada enojada y palabras muy violentas, pero es la única que puede conseguir y no está dispuesto a renunciar al síntoma porque ¿qué tendría a cambio? Entendemos que en algunos casos era y sigue siendo lo mejor para el niño, centrarnos en él, ya que no podemos contar con los padres.

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Como ya he dicho, Winnicott asumía una posición muy flexible. Podía indicar en algunos casos cinco veces por semana y en otros, ver al niño en sesiones a pedido y trabajar con los padres. Decía que había que darles una nueva oportunidad, cuando era posible contar con ellos. M. Mannoni ha señalado situaciones de transferencias múltiples específicas del psicoanálisis del niño. El terapeuta se sitúa entre los padres y el niño. El analista no interpreta la transferencia de los padres con respecto a él aunque puede, gracias a esta confianza, y debido a su función de mediador, hacerles entender la dimensión de llamada o de mensaje de las conductas del niño. La clínica muestra, frecuentemente, cómo ciertos padres, especialmente las madres, vienen a hablar de sí mismas al terapeuta de su hijo, pero no pueden consultar a un terapeuta individual para ellas. Se encuentran apresadas entre dos lenguas, la de su hijo y la suya propia, estas madres van a volver a encontrar, a partir de esta relación fusional, un aspecto de sí mismas, gracias a este encuentro terapéutico. Sólo pueden hablar de ellas desde el síntoma del hijo. La escucha del terapeuta permite de este modo, a ciertos padres, una elaboración de su angustia, que tiene como consecuencia aliviar al niño. En muchos casos, los síntomas del niño desaparecen, al zafar de estas inducciones parentales. A principios de la década del setenta, desde las posibilidades terapéuticas que brindaba la terapia de familia y pareja, en las consultas por los hijos, se intentaba resolver los síntomas de un niño a través de entrevistas con los padres solamente, o a lo sumo observarlo en el interjuego familiar. No ofrecer al niño un espacio terapéutico individual, para desplegar su mundo interno a través del juego, dibujo y palabra, puede llegar a ser tan iatrogénico como cuando se pretendía en la década del sesenta que, desde el tratamiento del niño, se pudiera modificar todo el andamiaje familiar.

Hoy

Entre los muchos temas de la patología infantil de los tiempos actuales que demandan nuestra atención, me detendré en uno en especial que nos viene preocupando a los psicoanalistas que atendemos niños: el abuso de psicofármacos con los niños. De acuerdo a las distintas épocas de la humanidad fue variando el concepto de infancia. Así, durante el medioevo, la infancia era un pasaje sin importancia, un tiempo un poco avergonzante que había que soportar para llegar a la REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 461-485

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única edad valorada: la de la madurez. El infanticidio se practicaba en forma corriente y sin penalidades. Se afirmaba que los niños no tenían alma. Razones económicas, sociológicas, políticas y culturales intervinieron para modificar el concepto de infante de la Edad Media. Desde los clásicos historiales clínicos presentados por Freud, hoy podemos reconocer distintas maneras de ejercer la maldad en la conducta de los adultos para con los niños. En aquellos niños, algunos reconstruidos desde el análisis del adulto, podemos reconocer las huellas de cómo determinadas prácticas o condiciones socioculturales podían incidir generando psicopatología. Un ejemplo muy concreto lo encontramos en Schreber, cuyo padre era el inventor de determinados aparatos que fueron usados para “educar”. Accedemos a los libros de la época y nos horrorizamos con las descripciones de lo que podemos reconocer en la actualidad como “instrumentos de tortura”, y también nos genera una gran perplejidad el hecho de que en aquellos años no se planteó ninguna protesta en contra de los mismos. Los aportes de S. Freud, así como los de psicoanalistas mencionados en este trabajo y muchos otros que quedaron sin nombrar, desde el psicoanálisis, contribuyeron fundamentalmente a un cambio radical a la comprensión del niño de primera infancia, del latente, del púber y del adolescente. Reconocemos que, desde diferentes teorías y abordajes clínicos, todos ellos consiguieron resultados terapéuticos. En todos los casos el motor de la cura fue que el niño se sintió escuchado. Se le daba un espacio para que desplegara su mundo interno a través de la palabra, los sueños, el dibujo y el juego. Desde sus inicios, y a pesar de las evidencias objetivas de su efectividad, el psicoanálisis infantil fue objeto de críticas, porque puso de manifiesto la sexualidad infantil. Este rechazo tiene una larga tradición. La clínica con niños ya cumplió un siglo de existencia y para algunos psicoanalistas no es el “psicoanálisis verdadero”, sino sólo un pariente pobre. Además, desde la psiquiatría infantil, se han estandarizado los diagnósticos, por una serie de síntomas. En los últimos años, observamos que gran cantidad de niños son rotulados como “trastorno de déficit de atención con y sin hiperactividad” (“ADD” o “ADHD”), la vedette de estos tiempos. También está creciendo el número de los diagnosticados de “Bipolaridad”, con el peligro que implica la estandarización de estos síndromes. Frente a la presencia de algunos de los síntomas, descriptos como característicos de esos cuadros, a un gran número de niños se los medica inmediatamente sin darles un espacio para que puedan expresarse y poder ser escuchados en sus singularidades.

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Con estos diagnósticos, los niños y adolescentes, que estaban en otras épocas más resguardados de los psicofármacos, actualmente son medicados y en algunas ocasiones en forma indiscriminada. e irresponsable. No se toma en cuenta el contexto social, escolar y familiar. Se trata de obturar la sintomatología y que el niño no moleste. Según los autodenominados “expertos” en estos temas, uno de cada siete escolares sufre algún grado de estos trastornos. Consideran que la única forma de tratamiento efectiva sería la medicación con una droga que es un psicoestimulante. Como se dijo más arriba, en la Argentina de los años cincuenta, el sesenta y comienzos de la década del setenta, existió un extraordinario desarrollo del psicoanálisis. Acompañando la gran cantidad de pacientes adultos y niños en tratamiento, la ideología psicoanalítica formaba parte de la cultura, en los medios de difusión, la Universidad y el Hospital. En los últimos años creció en forma alarmante la industria farmacológica y las estrategias de marketing desplazaron las posibilidades terapéuticas del encuentro con el niño a través de la palabra, el juego o el dibujo. No atacamos la medicación en forma absoluta, ya que consideramos que en ciertas ocasiones puede ser necesaria, en un abordaje interdisciplinario. Alertamos acerca del uso de la medicación como solución aparentemente única, mágica y obturante de la comprensión profunda de cuáles pueden ser los conflictos que provocan la sintomatología en cada caso singular. También se puede constituir como un importante estímulo a la drogadicción, que podría generar en los niños la ingesta diaria de un psicoestimulante de la familia de la cocaína, ya que puede aliviar durante tres horas algunas de las manifestaciones clínicas, cuando el niño responde a ella. Otra consecuencia peligrosa es que puede potenciar cuadros psicopatológicos más graves, que están latentes en los niños con estos trastornos. Medicar, como tratamiento único, implica pensar el síntoma como efecto de una alteración orgánica. Es no reconocer que los síntomas están estructurados desde una historia singular y subjetiva, que debe ser escuchada. No se trata de arrasar con el síntoma y “borrarlo”, sino de interrogarlo, ya que éste es el lenguaje con el que cuenta el niño para pedir ayuda. La medicación, como tratamiento único en esos trastornos, obtura la posibilidad de interrogar al síntoma y no le permite al niño ampliar las posibilidades del saber. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 461-485

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El avance de los psicofármacos en psiquiatría infantil, en detrimento de la posibilidad de abordajes psicoanalíticos, nos señala cómo el niño, su existencia y su manera de ser están subestimados en nuestra sociedad. También nos preocupan las consecuencias futuras de las estrategias de marketing que giran en torno a “cómo meterse en la mente de un niño” y que tienen como objetivo incitar al consumismo. Nos preguntamos por qué se genera ese consumismo exagerado en los niños latentes y preadolescentes. S. Freud describe la edad de la latencia como el tiempo en que se sublima la sexualidad al servicio del impulso de saber. Asistimos al fracaso de la sublimación. El niño ingresa prematuramente a una aparente genitalidad, antes de la metamorfosis de la pubertad. Estos niños latentes son fácilmente seducidos por las inducciones que los incitan al consumismo. “Adicción al consumo en general.” De esta manera intentan rescatarse de su falta de creatividad y aplacar la angustia que ello genera. Nos preguntamos: ¿Porqué se intenta llevar aceleradamente a los niños al mundo de los adultos, en lugar de acompañarlos en sus espacios lúdicos, que son mucho más ricos? Se busca convertir a los niños en adultos, es decir robarles la infancia, es “el asesinato del alma” de la actualidad. Resumen

El abordaje terapéutico infantil, desde sus inicios, fue un campo de batalla y sigue planteando importantes preguntas. A pesar de las evidencias objetivas de su efectividad, fue objeto de críticas, porque puso de manifiesto la sexualidad infantil. En la historia del psicoanálisis infantil, se citan clásicamente dos corrientes: Anna Freud y Melanie Klein. Han pasado al olvido los aportes de otras figuras fundamentales, pioneras de esta práctica terapéutica, opacadas por las famosas controversias de aquellas dos líneas teóricas. En la Argentina, Arminda Aberastury fue la creadora de la Escuela Argentina de Psicoanálisis de Niños. Sus desarrollos teóricos, técnicos y clínicos se extendieron a toda Latinoamérica. En la década del setenta llegó hasta nuestras latitudes el pensamiento de Winnicott, así como el de Lacan y el de sus discípulos. Entre ellos destacamos el aporte de F. Dolto y M. Mannoni. El abordaje de los padres y la posibilidad de que se transformen en obstáculos o aliados en la cura, fue manejado de distintas maneras, de acuerdo a la teoría que dominaba en cada época.

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En la Argentina, observamos cómo fue variando la práctica del psicoanálisis infantil. En los últimos años, desde la psiquiatría infantil, observamos que gran cantidad de niños son rotulados como “trastorno de déficit de atención con y sin hiperactividad”: “ADD” o “ADHD”, la vedette de estos tiempos. También está creciendo el número de los diagnosticados de “Bipolaridad”, con el peligro que implica la estandarización de estos síndromes. A un gran número de niños se los medica inmediatamente, sin darles un espacio para que puedan expresarse con el juego, el dibujo o la palabra y ser escuchados y entendidos en sus singularidades. El avance de los psicofármacos en psiquiatría infantil, en detrimento de la posibilidad de abordajes psicoanalíticos, nos señala cómo el niño, su existencia y su manera de ser están subestimados en nuestra sociedad. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS DE NIÑOS / HISTORIA / DÉFICIT DE MEMORIA / TRASTORNO / BIPOLAR / PSICOFÁRMACOS / PADRES

CHILD PSYCHOANALYSIS YESTERDAY

Summary AND TODAY

The therapeutic approach to children, from its onset a battlefield, continues to pose important questions. In spite of objective evidence of its effectiveness, it was criticized because it revealed childhood sexuality. In the history of child psychoanalysis, two schools are quoted classically: Anna Freud and Melanie Klein. The contributions of other fundamental figures, pioneers in this therapeutic practice, were forgotten, overshadowed by the famous controversies of these two theoretical lines. In Argentina, Arminda Aberastury created the Argentine School of Child Psychoanalysis. Her theoretical, technical and clinical developments have spread throughout Latin America. The thinking of Winnicott and of Lacan and his disciples reached our country in the seventies. Among the latter we highlight the contributions of F. Dolto and M. Mannoni. Work with parents and their potential as obstacles or allies of the cure was handled in different ways depending on the predominant theory of each period. In Argentina we observe how the practice of child psychoanalysis varied. Recently, in child psychiatry, we observe that a large number of children are labeled “attention deficit defect, with and without hyperactivity”: “ADD or ADHD”, the star of these times. Also now on the rise is the number of children diagnosed with “BI-POLARITY”, with the danger inherent to any standardization of these syndromes. Many children are medicated immediately, giving them no chance to express themselves through playing, drawing or speaking or of being listened to and understood in their singularities.

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The advances of psychiatric medication in child psychiatry in detriment of possibilities of psychoanalytic approaches show us how children, their existence and their way of being are underestimated in our society. KEYWORDS: CHILD PSYCHOANALYSIS / HISTORY / ATTENTION DEFICIT / DISORDER / BIPOLAR / PSYCHOTROPIC DRUGS / PARENTS

Resumo PSICANÁLISE

INFANTIL. ONTEM E HOJE

A abordagem terapêutica infantil, desde o início, foi um campo de batalha e continua gerando importantes questionamentos. Apesar das evidências objetivas de sua efetividade, foi objeto de críticas porque pôs em evidência a sexualidade infantil Na história da psicanálise infantil são citadas duas correntes clássicas: a de Anna Freud e de Melanie Klein. Foram deixadas de lado as contribuições de outras personagens fundamentais, pioneiras desta prática terapêutica, encobertas pelas famosas controvérsias das duas linhas teóricas. Arminda Aberastury foi a criadora da Escola Argentina de Psicanálise para Crianças e seus desenvolvimentos teóricos, técnicos e clínicos se espalharam por toda a América Latina. Na década de 70, chegou até nós o pensamento de Winnicott, como também o de Lacan e o de seus discípulos. Entre eles destacamos a contribuição de F. Dolto e M. Mannoni. A abordagem dos pais e a possibilidade de se transformarem em obstáculos ou aliados na cura, foi manejado de diferentes maneiras, de acordo com a teoria que dominava cada época. Observamos como foi variando a prática da psicanálise infantil na Argentina. Nos últimos anos, notamos que enorme quantidade de crianças são rotuladas como “transtorno de déficit de atenção com e sem hiperatividade”: “ADD” ou “ADHD”, a estrela destes tempos. Também está crescendo o número dos diagnosticados de “BIPOLARIDADE”, com o perigo que implica a padronização destas síndromes Uma enorme quantidade de crianças é medicada imediatamente, sem que se dê um espaço para que possam expressar-se através do jogo, do desenho ou da palavra e serem escutadas e entendidas nas suas singularidades. O avanço dos psicofármacos na psiquiatria infantil, em detrimento da possibilidade de abordagens psicanalíticas, nos demonstra como a criança, sua existência e a sua maneira de ser estão sendo desprezadas na nossa sociedade. PALAVRAS-CHAVE: PSICANÁLISE DE CRIANÇAS / HISTÓRIA / DÉFICIT ATENCIONAL / TRANSTORNO / BIPOLAR / PSICOFÁRMACOS / PAIS

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(Este trabajo fue presentado el 3 de abril de 2009, y ha sido seleccionado para su publicación el 13 de mayo de 2009.)

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La contratransferencia frente a “lo intolerable” en situaciones traumáticas severas El caso Omar *Silvia Elena Leguizamón

...Cambia, todo cambia. Pero no cambia mi amor por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo, ni el dolor de mi pueblo y de mi gente. Y lo que cambió ayer tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo en esta tierra lejana. Julio Numhauser, Todo cambia

Teniendo en cuenta el título del presente congreso: “La práctica psicoanalítica: convergencias y divergencias”, entiendo oportuno comunicar mi experiencia en un tema de investigación que me ocupa desde hace dos años dentro del Proyecto “Devereux” del Centro de Salud Mental “Lo Scalo” de Bologna, donde se reciben y se siguen casos de migrantes y refugiados políticos de diversos países. Mi tarea específica es hacerme cargo de algunos casos y de la supervisión analítica de las tareas desarrolladas dentro del servicio, sobre todo trabajo con psiquiatras, psicólogos, antropólogos y operadores de salud, que son quienes entran en el contacto directo y cotidiano con las problemáticas más dolorosas de los pacientes. Allí tengo la posibilidad de desarrollar nuevas ideas para el

* Dirección: Via delle Lame, 79, 40122, Bologna, Italia. [email protected]

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abordaje, adecuadas para cada situación y teorizar al respecto. Tomaré sólo un aspecto de esta compleja temática y dejaré fuera mucho de lo que ya se ha escrito, tratando de focalizarme en mi experiencia clínica y volcar alguna de mis reflexiones sobre el caso de “Omar”. Mi interés se centra en lo que sucede con un psiquismo adulto estructurado (neurosis traumática de Freud) dentro de una serie de dinámicas psíquicas y somáticas, y de los equilibrios en las tres áreas principales de intercambio con lo psíquico –la realidad, las pulsiones y el cuerpo– cuando los pacientes se ven sometidos a situaciones traumáticas severas y prolongadas en el tiempo. Por otro lado, me parece importante destacar la importancia de la contratransferencia del analista frente a “lo intolerable” de estos pacientes, que requiere una modalidad de abordaje particular. Esto nos permitirá ver un aspecto del psíquismo, que, recordando el trabajo de Puget y Wender,1 puedo decir que aquí no existen mundos superpuestos, sino separados, que deberán ponerse en contacto. Dos realidades diferentes, la del analista y la del paciente, inmersos en diferentes problemáticas que tratan de comunicarse. Basándome en los elementos que como analista se pueden recoger a través de la transferencia y la contratransferencia, me quiero centrar en lo que defino dos temáticas sobresalientes: “la depositación silenciosa en el analista”, o sea de “lo intolerable” que el paciente dejan en el campo analítico y en el analista mismo, y “el reajuste de los equilibrios psíquicos y somáticos”, o sea el contacto con la realidad, con sus pulsiones y su cuerpo que, como ya mencioné, creo son las tres áreas principales de intercambio con lo psíquico. Todo ello dentro del marco de lo que serían “los reacomodamientos identitarios”, tema que no voy a trabajar en esta oportunidad. Para su mayor comprensión, iré desarrollando las diferentes temáticas a medida que vaya aportando material clínico de las sesiones con Omar.

Caso Omar

Omar es un hombre del mundo islámico, de 40 años, que llega al servicio hace tres años luego de tres intentos de suicidio. En sus espaldas carga con la trágica historia de seis meses de tortura, que él llama de “interrogatorio” y un año de prisión. Después de un año de libertad decide partir para llegar a Europa (esto es diez años atrás) ingresando por un país del norte, donde toma un nuevo nombre. 1. “Analista y pacientes en mundos superpuestos”, Puget, Janine y Wender, Leonardo, Psicoanálisis, vol. 4, n. 3 (pág. 503-522).

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Cuando la psiquiatra jefa del servicio le sugiere que haga una terapia, Omar pide un hombre como terapeuta, pero en ese momento no había ninguno disponible; y de todas maneras, ella considera que yo podría ser la persona adecuada, no solo por mi edad2 sino también por el hecho de ser latinoamericana y haber vivido momentos históricos trágicos de gobiernos militares, autoritarismo, desaparecidos, torturas, terrorismo de Estado, etc. Omar acepta inmediatamente, fijamos un horario a través de mi colega y viene a la primera entrevista. Ya en el pasillo, con una sonrisa me da la mano y, mientras lo acompaño hasta el consultorio, me dice: “Ud. es la doctora especialista en torturas”. No se me escapa la ambigüedad de su comentario y de su pregunta. Su manejo del lenguaje le permitiría darse cuenta de lo que dijo, yo me sonrío y respondo “sí”. Inmediatamente, mientras nos estamos acomodando, me pregunta si yo fui torturada. Yo le respondo que no, que provengo de un país en donde durante un par de años sufrimos problemas graves de torturas y desapariciones, con lo cual conozco y he leído mucho, como analista, del tema, hasta he tratado pacientes de ambos lados, pero que nunca me torturaron. Que este fue el motivo por el cual la doctora María le sugirió que comenzara una terapia conmigo. De ahora en más lo llamaré Omar. Yo digo que a partir de ahora lo llamaré Omar, pero aun si le cambio el nombre, en los trámites como refugiado político recibió un nombre que no es el propio. Cuál era su nombre hace diez años, no lo sé. Omar termina de sentarse, se reclina hacia adelante y, después de escucharme, se apoya sobre el respaldo de la silla, me dice “OK” y con buena disposición espera que siga la entrevista. Yo comienzo a explicarle que él puede hablar de lo que quiera, que no le voy a preguntar para no molestarlo. Inmediatamente me dice: “No sé que sabe Ud. de las torturas. A mi me hicieron...”. Comienza a describir algunos hechos, nada que no se pueda imaginar o pensar. No creo que pueda contar nada fuera de “lo pensable”. No vuelve a hablar sobre las torturas por unos meses, y cuando lo hace es poco lo que cuenta. Sabe que se quiere sacar todo la historia de encima, pero no puede hablar y de todas formas no logrará olvidar. Termina por contarme cosas de su vida diaria actual, de algunos recuerdos, sin profundizar en los detalles, reconociendo que los recuerdos de tortura no son lo único que puede contarme en la sesión.

2. Ya que para los terapeutas jóvenes es difícil llevar adelante este tipo de trabajo, y los pacientes abandonan o los terapeutas dejan el servicio.

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Creo que ya desde la primera entrevista se comienzan a jugar varios temas importantes. Por un lado lo sostiene la confianza que tiene en el servicio donde lo siguen desde hace tres años. Esa transferencia viene a formar parte importante de nuestra relación terapéutica, que le permite tener un poco de confianza en mí, la que puede, dándome el beneficio de la duda y dejándose llevar por el consejo de la doctora María. Es sumamente gentil y amable, siempre me deja pasar primero cuando entramos al consultorio y trata de tener una sonrisa en su cara. No muestra gran enojo, sino sorpresa y un leve fastidio cuando cuenta cosas de sus compatriotas en el extranjero, a quienes no entiende y critica por haberse olvidado del país de origen; o cuando habla del gobierno que demora los trámites que encara para conseguir casa y trabajo. Siempre se defiende con la razón y la palabra, argumenta, no grita y trata de hacerse escuchar. En su país se dedicaba a hacer tareas intelectuales creativas, y estudiaba en la Universidad. Es ateo y nunca habla de la religión, pero critica fuertemente las imposiciones del régimen fundamentalista que los obligó a cambiar y adaptarse a ciertas costumbres que Omar no quiere tolerar. Parece un niño perdido, asustado, que se resiste a dejar de ser quien era: una persona amable y gentil, con principios éticos y morales de los cuales se sentía orgulloso. Meses después descubriré que su padre, muerto por una enfermedad, siempre críticó en la casa, sin exponerse, el cambio de orientación politico-social del país. Me pregunto: ¿cómo habrán sido los reclamos que lo llevaron a padecer la cárcel y la tortura, y hasta qué punto sabía el riesgo que corría?, pensando en las posibles identificaciones con su padres. En este tipo de casos, la situación general cambió para el individuo en todo sentido y el aparato psíquico no consigue adaptarse fácilmente a lo nuevo que le toca vivir. El yo se ve absorbido por una realidad sobreinvestida, aplastante, dejando la vida pulsional perdida en su historia pasada, quedando atrapado en la redes de ese mismo pasado reciente de trauma y sufrimiento que a la vez no puede “olvidar”. Lo impactante es encontrarse frente a un psíquismo devastado, donde se perciben los restos de creatividad y simbolización aplastados y abrumados por una realidad traumática que no le da tregua al individuo. Saber qué interpretar y cuándo es parte de la difícil posición analítica. Nuestra tarea sería esquivar la tendencia a negar, desmentir o, como sucede en muchos casos, a no dar crédito al paciente pensando que sus historias son fantasías irreales. En esos casos, la depositación de “lo intolerable” bloquea la capacidad de trabajo de quien debería escuchar y custodiar lo depositado por el paciente, para abrir el camino a la capacidad de pensar. Omar viene a las sesiones pero falta sesión por medio. Un día, después de dos meses me dice: REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 487-500

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O: “Discúlpeme doctora, pero me olvido del día y la hora que tengo que venir, se me pasan los días y no me acuerdo”. A: “No se haga problema, los miércoles a las 12.00 hs yo estoy siempre acá esperándolo, si no puede venir no se haga problema, venga el miércoles siguiente o cuando se acuerde”. O: “De acuerdo doctora, Gracias”. Un día empieza a avisarme a través de las enfermeras que no va a venir, yo le doy mi número de celular, y después de seis meses comienza a llamarme para comunicarme el motivo de su ausencia, pero de tanto en tanto vuelve a faltar sin aviso. Cada vez que nos vemos luego de la ausencia, se escusa apenas llega. Hasta que un día ya de pie y yéndose me pregunta: O: “No entiendo doctora, ¿por qué me olvido de venir?”. A: “Omar, creo que en su vida han pasado muchas cosas. Usted siente que quiere olvidar, no son las sesiones lo que necesita olvidar, pero bueno, olvida también las sesiones”. Me mira con sorpresa y pensativo, como si no lograse encontrar el sentido a mis palabras. Es la primera vez que siento la necesidad de hablar y darle una interpretación simple, con miedo a movilizarlo más allá de su posibilidad. Se va con la sonrisa habitual dándome la mano. A partir de ese día Omar no saltó ninguna sesión sin avisarme, y aun así falta raramente. Tal vez sienta que lo puedo contener y entender. Omar es una persona con un alto nivel cultural, intelectual y de simbolización. No es que no pueda entender, necesita poner en orden el dolor y recoger los restos de lo que fue una organización para construir algo que ahora le permita pensar más allá de lo cotidiano del “sobrevivir”, así vive Omar al momento de la consulta. Me parece importante tener en cuenta las respuestas que pueda darle porque, como dice Roussillon basándose en Winnicott, no es solo la respuesta del objeto, la satisfacción de la necesidad y el apuntalamiento del la sexualidad del sujeto que se satisface en la vivencia de satisfacción, sino también la respuesta en espejo de “la satisfacción del objeto” que le permite al individuo completar la vivencia de satisfacción con un otro significativo que será evocado en cada (re)encuentro con nuevos objetos (en la búsqueda del reencuentro con el antiguo). Este esquema de estructuración psíquica se pierde en la desorganización del psiquismo frente a las situaciones traumáticas severas. El objeto nuevo representó muerte y destrucción, dejándolo en la impotencia y el abandono; situaciones arcaicas que en su momento fueron superadas en compañía de un otro, de un objeto primario estructurante que no logra ahora reencontrar, verdadero proceso de desobjetalización tardía.

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El individuo siente que perdió las referencias y volvió a una situación de inermidad y abandono, pero como adulto, por eso busca en la vida diaria restos de una vida pasada que puedan dar significado a su existencia, pedazos de identificaciones, de pensamientos, restos que le permitan mínimamente dar sentido, ya no a lo ocurrido sino a su existencia, a él mismo. Estos son procesos lentos y complicados que se mezclan en medio de encierro, insomnio, adicciones, y otros síntomas que en el caso de Omar lo llevaron a tres intentos de suicidio. Omar busca una cara que “lo contenga”, una mirada, un gesto, no lo sé, algo familiar. Es difícil para él en un país extranjero. No se anima a hablar y me deja a mí interpretar lo que siente, y sobre todo imaginar lo que vivió, pero en silencio. Contratransferencialmente no surge en mí la prohibición o el vacío, no aparecen fantasías sádicas de las torturas sufridas, sino la fragilidad de un psiquismo desbordado de estímulos, de desligadura, de desobjetalización y de dolor. Al principio parecía querer contar todo, como si de esa manera se lo sacase para siempre de encima, pero descubre que no tiene las palabras para hacerlo, allí empieza a reconocer que falta, que se olvida de la sesión. Por eso yo siento que los olvidos son un deseo difícil de cumplir. Y pienso en las depositaciones de “lo intolerable” bajo la forma de imágenes y fantasías que puedo tener en mi cabeza, que me hacen pensar en su sufrimiento, que puedo imaginar; pero siento que no puedo contárselo por miedo a herirlo, como hace la madre con su bebé cuando entiende sus necesidades y sus gestos sin hablar. Creo que para él, en el fondo, es un alivio que yo sea una mujer, ya que es un objeto nuevo, que por un lado es diverso de los torturadores, y que por el otro es una barrera cultural que lo defiende de las agresiones, de la repetición que amenaza con transformarlo a él en un torturador (identificación con el agresor) y que lo acerca a un objeto primario que, en el caso de Omar, debe haber cumplido con su función de barrera de protección (paraexcitatoria). Pienso también en “el ajuste de los equilibrios psíquicos y somáticos”, ya que soy yo la que debe prestar su mente para re-crear sus funcionamientos psíquicos, dar espacio a la reorganización de los viejos y los nuevos, a través de la tolerancia de las depositaciones. Después de un año de sesiones, un día me dice: P: “Doctora, ¿se acuerda de las torturas que le conté? (y se queda en silencio)”. A: “Sí, me acuerdo, pero... ¿qué me quiere preguntar?”. P: “(Se sonríe y me dice con naturalidad) “Qué piensa”. A: “Pienso muchas cosas, le puedo decir lo que pienso, pero oriénteme, dígame qué es lo que le interesa saber, así puedo contestarle mejor”. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 487-500

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Es la segunda vez que me pide que le hable, que le dé una interpretación de los hechos. Yo siento que no sólo me pide que le dé algo, sino que quiere ser visto, y corroborar que lo veo, que lo escucho, que me importa, que lo puedo entender. Quiere escuchar lo que pienso y cayo, y corroborar si lo depositado en las sesiones, que es una parte de su vida, esta aún allí. Creo que se siente en condiciones de empezar a escuchar y decir algo, fundamentalmente a pensar. Me dice: P: “Es un precio demasiado alto para lo que hice”. A: “No creo que se pueda hablar en términos de castigo, si uno piensa en un asesino y en una prisión a cadena perpetua se podría hablar de un castigo, pero en el caso suyo no tiene nada que ver una cosa con la otra, la vida no es justa o injusta, hay veces que las cosas suceden y le toca a uno. Pero nada tiene que ver con un castigo. Si uno busca, siempre hay algo por lo cual sentirse culpable, pero nada justifica lo que le hicieron. En mi país sucedió lo mismo, mataron a tantas personas inocentes por conexiones absurdas. No hay una justificación, y mucho menos culpa...”. Pienso permanentemente en lo que digo y en la cara de Omar, tratando de sentir lo que yo sentía, lo que yo pensaba. Le hablaba de culpas, las culpas que un día dejó entrever cuando me dijo que algo había hecho. Por un lado encontramos el desborde intolerable de un aparato psíquico que está en condiciones de simbolizar, pero no de tolerar el dolor de los recuerdos, lo cual lo lleva a escindir esa parte de la historia. Este núcleo escindido, con características fuertemente melancólicas, no patológicas estrictamente sino buscando un equilibrio psíquico, amenaza con retornar, con ser incorporados a los circuitos psíquicos preconscientes, ya que un psiquismo integrado tiende a la representación y a la rememoración. Pero los recuerdos ponen en marcha sentimientos como la culpa frente a la creencia de la propia responsabilidad en el desarrollo de los acontecimientos, y la vergüenza por lo vivido, accionar sádico del superyó, tensión que se vuelve persecutoria e intolerable. Todo ello finalmente genera una sensación de soledad interna y abandono que lo precipitan al individuo en caída libre dentro del núcleo melancólico escindido que retorna una y otra vez para seguir torturándolo. Allí la compulsión repetitiva de la agresión y la tortura se encierran en circuitos internos psíquicos no proyectados, ni transferidos en los demás, con el consiguiente peligro de que, al no poder depositar fuera, busque la muerte como solución. Estamos frente a un adulto que por primera vez sufrió la inermidad y los embates de la destructividad y de la pulsión de muerte en el encuentro con el otro renovado, pero ausente y sádico, en el cual no

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logra reflejarse, verse y reconocerse. Esto genera un aplastamiento de la economía libidinal, que tiende al caos y a la desorganización, y que en general termina en la ruptura del equilibrio psíquico que conduce a la desorganización psicótica, a la autoagresión o al desequilibrio psicosomático. Siento que yo tengo que hablar y callar por él, adivinando lo que siente y lo que se anima a enfrentar, lo que no logra estructurar en su discurso. Hace muchos meses le había señalado que no era un conformista, sino que era contestatario, pero que no le gustaba la violencia. Sonrió y se sintió contento de que hubiese captado, aun hoy, después de lo sucedido, al hombre que él era antes de ser detenido. No podemos olvidar que es un refugiado político, que hace diez años que no ve a su familia, que lo llaman por un nombre que no fue suyo siempre y que no comparte con nadie sus vivencias. Creo que “las depositaciones silenciosas en el analista” le permiten volver a pensar. A partir de ese momento de nuestro recorrido analítico encuentra un trabajo que logra sostener en el tiempo y hace planes para comprar los equipos que necesita para retomar la profesión que desarrollaba en su país de origen, intentando recuperar los restos de un pasado creativo. El idealismo que expresa en sus diálogos es un punto de identificación importante, lo que aún lo liga con sí mismo y con su pasado. Creo que juega un lugar importante de su identidad la identificación con un padre que le contaba lo bien que se vivía antes del fundamentalismo islámico.

Pensemos el caso desde la metapsicología y la técnica

Voy a focalizarme en dos puntos teórico-técnicos fundamentales del desarrollo de la terapia con Omar: “las depositaciones silenciosas en el analista” y “el reajuste de los desequilibrios en el paciente”. Todo ello dentro de lo que podríamos llamar “los reacomodamientos identitarios”. Tomemos el primer punto, “las depositaciones silenciosas en el analista”. Con esto me refiero, en un primer nivel de análisis, a los aspectos de trauma actual depositados por el paciente en el analista, y no sólo los lógicos inconscientes de cualquier análisis, sino de lo consciente que no logra escindir, “olvidar” dirían los pacientes, para poder seguir adelante. El aparato psíquico cambia su dinámica y todos los equilibrios psíquicos y somáticos se ven afectados en mayor o menor medida. Prima la desorganización y la desintegración transitoria, ya sea en el orden del contacto con la realidad, con las pulsiones o con el cuerpo. Síntomas de despersonalización, de desrealización y enfermedades orgánicas, actuaciones o trastornos funcionales de todo tipo aparecen como un primer REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 487-500

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intento de descarga de lo que no logra entrar en los circuitos de la simbolización y la elaboración. En segundo lugar tenemos “los reajustes de los equilibrios psíquicos y somáticos” que dejan la marca de “lo intolerable”, en el núcleo de lo traumático imposible de elaborar. Creo que en el fondo es la impronta humana lo que nos lleva a “lo intolerable”, un límite que va más allá de las posibilidades del psicoanálisis y del analista mismo, que podría expresarse como un vacío existencial, como muerte psíquica que se manifiesta sintomáticamente en forma de muerte provocada, accidental o por una enfermedad orgánica. Ello expresa el límite de lo tolerable humano y sus manifestaciones individuales. En los casos de patologías graves previas a las situaciones traumáticas, el desencuentro originario con el objeto primario, en cambio, dejaría las marcas de mecanismos defensivos en un psiquismo que encontraría en la patología psíquica la salida de las situaciones traumáticas. Al límite de la tolerancia humana, así veo yo los intentos de suicidio de Omar. Lucha cada día por reencontrarse con su vida, con su vitalidad, buscando fragmentos de sí y del otro significativo, intentando reacomodarlos a una nueva situación inevitable, dentro de su nueva identidad: la de refugiado político. Cuando hablo de “depositación en el analista” es imposible olvidar el pensamiento de Bleger cuando hablaba de lo depositado en el encuadre. Yo creo que la depositación en estos casos va un poco más allá, es en el campo y en la persona del analista, lo cual implica que el analista no debería escindir y depositar en el encuadre lo que el paciente deposita en él, en su persona; sino como una madre que ve a su hijo y trata de “interpretar” sus necesidades, saber qué interpretar y cuándo, trabajar analíticamente en favor de la elaboración, la ligadura, la significación, sin abrumarlo y sólo pensando en ese paciente en particular, en ayudarlo a recuperar “la capacidad de pensar” sin la intromisión de los recuerdos que buscan el olvido. Con este recurso técnico se favorece el “reajuste de los equilibrios psíquicos y somáticos” que deberían lograr, en el mejor de los casos, el aislamiento, tipo ombligo del sueño de Freud, de una parte de “lo intolerable” que lo acompañará por el resto de su vida. En la contratransferencia con el analista se juega su capacidad de comprensión, contención y tolerancia para recibir y dejar al paciente utilizar el espacio interno del analista mismo, para depositar en la sesión, en él y en el campo una parte intolerable de su historia muy difícil de compartir. Por eso utilizo un esquema de trabajo donde los terapeutas siguen solamente a un paciente que haya pasado por este tipo de experiencias extremas, y donde las supervisiones del equipo son el lugar de depositación de las angustias y representaciones intolerables de los terapeutas y de los operadores de la salud.

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Repasando un poco la literatura actual sobre el “trauma temprano”, podemos ver cómo A. Potamianou dice que la precocidad de los traumatismos se presenta con las características de lo no ligado (Green y los Botella), la ausencia de lo que debía estar y no estuvo coincide con la ausencia de los contenidos perceptivos. Los Botella hablan de lo no investido del sujeto por parte del objeto primario, en cambio Potamianou pone el acento en los investiduras que el sujeto no efectuó sobre sus zonas erógenas, fuente del autoerotismo y de los procesos de pensamiento. Estaríamos describiendo una situación traumática que evoca, en la dupla analizante-analista, la reedición de la dupla sujeto-objeto, tanto en los albores del psiquismo, como en su constitución con las diferentes resignificaciones en el après-coup, incorporando nuevas experiencias, sobre las devastantes propias de la situación traumática temprana. En cambio, en la “neurosis traumática”, como dice Freud, desde mi punto de vista se hace sentir en el campo una dinámica que requiere del analista la disponibilidad de su “subjetividad” y de su “encuadre interno”, para no generar resistencias contratransferenciales defensivas a las proyecciones y depositaciones del paciente que pueden bloquear el proceso terapéutico. Se trabaja sobre procesos de ligadura que fueron devastados, por lo cual medir los tiempos de la interpretación y las construcciones, más que prestar la mente “para ligar y simbolizar”, sería prestarla “para tolerar”. La tolerancia del analista con su silencio, en la repetición transferencial que ya no tiene como único objetivo co-construir una historia para hablarla, sino más vale para callarla. Esto permitiría que se recreasen los espacios internos para la puesta en marcha de los procesos de pensamiento que permiten las ligaduras y religaduras, las simbolizaciones, etc., y tal vez aprender a convivir con “lo intolerable”. Es importante reflexionar sobre qué significa llegar al límite de lo perdido de nosotros mismos, lo irrecuperable del psiquismo. Press se refiere a este punto hablando de las construcciones en pacientes graves y dice que los límites existen en las terapias analíticas porque el límite es un hecho humano, de nuestra constitución; entonces, ayudar a crear la libertad de pensar aun en el borde del ombligo o de la roca de la que habla Freud, significaría llegar al límite de “lo pensable” sin que se interrumpa la libre circulación de los procesos psíquicos. Esto sería un intento de controlar el núcleo traumático no psiquisizado que se defiende de la falta de representación y en el camino contamina los procesos de un psiquismo deficientemente estructurado que se agota en la repetición y en la defensa. Para Press, la propuesta en los casos graves sería trabajar sobre las defensas que compensan una estructuración psíquica a modo de falso self, que llenan huecos, que aprenden modos defensivos REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 487-500

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paliativos para salvar las fallas paraexcitatorias, que no cumplieron con el armado de mecanismos de defensa más adecuados. Si lo replanteamos en el caso de pacientes que padecieron situaciones traumáticas graves, veremos cómo lentamente el psiquismo se defenderá contra la realidad creando mecanismos de escisión que le permitan “existir”. Poder dar al paciente áreas libres donde rearmar su capacidad de pensar y de generar creativamente ciertos aspectos de su vida, sería parte del objetivo analítico. Sobre todo que el paciente pueda encontrar mecanismos de defensa paliativos que logren circunscribir “lo intolerable”, y tal vez transformarlo en una zona no elaborada circunscripta del aparto psíquico.

Resumen

La autora centra su escrito en dos temas sobresalientes en el trabajo con pacientes traumatizados graves: “la depositación silenciosa en el analista”, o sea “lo intolerable” que el paciente deja en el campo analítico y en el analista, y “el reajuste de los equilibrios psíquicos y somáticos”, lo cual se refiere al contacto con la realidad, con las pulsiones y con el cuerpo, las tres áreas principales del intercambio con lo psíquico. Por otro lado, la autora trata la contratransferencia del analista frente a “lo intolerable” de estos pacientes, para lo cual se apoya en un material clínico. Ella plantea que para el paciente que sufrió una situación traumática grave, el objeto nuevo representó muerte y destrucción, dejándolo en la impotencia y el abandono; situaciones arcaicas superadas en compañía de un otro, de un objeto primario estructurante que no logra ahora reencontrar, verdadero proceso de desobjetalización tardía. “Las depositaciones en el analista” requieren que éste no escinda y que no deje perdido en el encuadre lo que el paciente deposita en él. En la contratransferencia se juega la capacidad de comprensión, de contención y de tolerancia para recibir y dejar al paciente utilizar el espacio interno del analista. Debe saber qué interpretar y cuándo, para ayudarlo a recuperar “la capacidad de pensar” sin la intromisión de los recuerdos que buscan el olvido. Así se favorece el “reajuste de los equilibrios psíquicos y somáticos” que debería lograr, en el mejor de los casos, el aislamiento de una parte del psiquismo, de “lo intolerable” que lo acompañará por el resto de su vida. La autora también reflexiona sobre el significado de llegar, en el trabajo analítico, al límite de lo tolerable. Los límites existen porque son un hecho humano, de nuestra constitución misma, entonces la propuesta en los casos graves sería trabajar sobre las defensas que compensan una estructuración psíquica a modo de falso self, que llenan huecos, para que los pacientes aprendan modos defensivos paliativos que puedan salvar las fallas paraexcitatorias, que no cumplieron con el armado de mecanismos de defensa adecuados. La tarea analítica consistiría en llegar al límite de “lo pensable” sin que se interrumpa

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la libre circulación de los procesos psíquicos en el intento de controlar el núcleo traumático no psiquisizado que se defiende de la falta de representación, y en el camino contamina los procesos de un psiquismo deficientemente estructurado que se agota en la repetición y en la defensa. En pacientes que padecieron situaciones traumáticas graves, el psiquismo lentamente se defendería contra la realidad creando mecanismos de escisión que le permitirían existir. Poder dar al paciente áreas libres donde armar la capacidad de pensar y de generar creativamente ciertos aspectos de su vida, sería parte de la tarea analítico. DESCRIPTORES: SITUACIÓN TRAUMÁTICA / TORTURA / DESAMPARO / DEPOSITACIÓN / INTOLERANCIA / SUFRIMIENTO

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would consist in reaching the limits of “the thinkable” without interrupting the free flow of psychic processes when trying to control the non-psychisized trauma core that defends itself from the lack of representation and, in turn, pollutes the processes of a poorly-structured psychism which gets exhausted from repetition and defense. In patients that suffered serious traumatic situations, their psychism would slowly defend itself from reality by creating splitting mechanisms in order to exist. Providing the patients certain free areas where they can build their own ability to think and creatively generate certain aspects of their life, that would be part of the analytical work. KEYWORDS:

TRAUMATIC SITUATION

/ TORTURE /

HELPLESSNESS

/

DEPOSITING

/

INTOLERANCE

/

SUFFERING

Summary Resumo

The author focuses her paper on two outstanding issues deriving from her work with seriously traumatized patients: “The patient’s silent placement in the analyst”, i.e., “the intolerable” that the patient leaves in the analytical field and in the analyst; and “the readjustment of psychic and somatic balances”, which refers to the contact with reality, the drives and the body –the three main areas of exchange with the psychic level. Furthermore, the author deals with the counter-transference of the analyst when faced with “the intolerable” of these patients, based on clinical cases. She suggests that, for the patient that suffered a serious traumatic situation, the new object represented death and destruction, leaving him/her helpless and abandoned; and these archaic situations are overcome in the company of other person, a primary structuring object that the patient is now unable to find, a real process of late disobjectalization. The “placements in the analyst” require the analyst not to split and leave out of the analytic frame what the patient places in the analyst. In the countertransference, we put at stake the ability to understand, to comfort and to tolerate in order to receive and let the patient use the analyst’s inner space. The analyst should know what to interpret and when, so as to help the patient recover the “ability to think”, without the intrusion of memories that seek to be forgotten. Thus, the “readjustment of psychic and somatic balances” is encouraged, which should result –at best– in the isolation of a portion of the psychism, i.e., "the intolerable" that will be with the patient throughout his/her whole life. The author also reflects on the meaning of reaching, by way of the analytical work, the limit of “the tolerable”. Limits exist because they are a human fact, a characteristic of our inner self. Therefore, in serious cases, the proposal would be to work on the defenses that compensate a psychic structure in the manner of a false self and fill in the gaps, so that the patient may learn certain mitigating defensive modes to overcome the para-excitatory failures which resulted in the lack of appropriate defense mechanisms. The analytical work

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A autora centraliza seu trabalho em torno de duas questões proeminentes no trabalho com pacientes traumatizados graves: “A depositação silenciosa no analista”, ou seja “o intolerável” deixado pelo paciente no campo analítico e no analista, e “o reajustamento dos equilíbrios psíquicos e somáticos”, o qual se refere ao contato com a realidade, com as pulsões e com o corpo, as três principais áreas de intercâmbio com o psíquico. Por outro lado, trata a contratransferência do analista diante do “intolerável” destes pacientes, apoiando-se para isto em um material clínico. Propondo, então, que aquele paciente acometido por uma situação traumática grave, o novo objeto significa morte e destruição, deixando-o impotente e abandonado; situações arcaicas superadas na companhia de um outro, de um objeto primário estruturante que agora não consegue reencontrar, verdadeiro processo de desobjetalização tardia. “As depositações no analista” exigem que este não faça uma cisão e que não deixe perdido em seu enquadramento tudo aquilo que o paciente depositar nele. Na contratransferência, estão em jogo a capacidade de compreensão, de contenção e de tolerância para receber e deixar que o paciente utilize o espaço interno do analista. Ele deve saber o que interpretar e quando, para ajudá-lo a recuperar “a capacidade de pensar” sem a intromissão das recordações que buscam o esquecimento. Assim, pode-se favorecer o “reajustamento dos equilíbrios psíquicos e somáticos”, o qual deveria proporcionar, na melhor das hipóteses o isolamento de uma parte do psiquismo, do “intolerável” que o acompanhará pelo resto de sua vida. A autora também faz uma reflexão sobre o significado de se chegar, no trabalho analítico, ao limite do tolerável. Os limites existem porque fazem parte do ser humano, de nossa própria constituição, portanto, a proposta, nos casos graves, seria trabalhar a partir das defesas que compensam uma estruturação psíquica como falso self, que preenchem vazios, para que os pacientes aprendam formas paliativas de defesa, as quais possam salvar as falhas paraexcitatórias,

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que não cumpriram uma construção de mecanismos de defesa adequados. A tarefa analítica consistiria em chegar ao limite do “pensável” sem interromper a livre circulação dos processos psíquicos na tentativa de controlar o núcleo traumático não psiquizado, o qual se defende da falta de representação, e que, em seu trajeto, contamina os processos de um psiquismo deficientemente estruturado, exaurido pela repetição e pela defesa. Naqueles pacientes que padeceram situações traumáticas graves, o psiquismo lentamente se defenderia contra a realidade criando mecanismos de cisão, os quais lhe permitiriam existir. Poder proporcionar espaços livres ao paciente, nos quais possa armar sua capacidade de pensar e de gerar criativamente certos aspectos de sua vida, constitui uma parte da tarefa analítica. PALAVRAS-CHAVE: SITUAÇÃO TRAUMÁTICA / TORTURA / DESAMPARO / DEPOSITAÇÃO / INTOLERÂNCIA / SOFRIMENTO

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*Actualizaciones sobre el impasse **Graciela Neugovsen Barni de Glasman

–Abandone –sugirió Laurenzi– –Todavía no. –Está perdido. –Teóricamente –repuse– Pero lo importante es saber si usted puede ganarme. Fíjese, yo no estoy jugando contra la teoría, estoy jugando contra usted. Rodolfo Walsh, “Trasposición de jugadas”, La máquina del bien y el mal.

Este trabajo se propone la investigación del concepto de Impasse. Revisaremos su evolución en el tiempo y las modificaciones que sufrió con el desarrollo de la teoría psicoanalítica, hasta ubicarlo junto a los aportes contemporáneos, donde es posible enmarcarlo en un campo más amplio y esclarecido. Gran parte de nuestra tarea consiste en vencer los obstáculos que se oponen a la cura y creo de especial relevancia abordar de qué manera y con qué instrumentos podemos lidiar con este fenómeno. Ya sea por un lapso breve o estableciéndose de una manera que a veces tememos definitiva, el impasse forma parte de nuestra clínica diaria y pone en juego todas nuestras características profesionales y personales en el intento de disolverlo. ¿Cuáles son los motivos de su instalación? ¿Qué secretos aspectos viene a ocultarnos? Nos encontramos como un detective, un investigador en el momento en que la acción ya ha sucedido, las pistas que han quedado del delito han

* Esta monografía obtuvo el Premio Baranger-Mom del año 2007-2008. ** Dirección: Neuquén 625, (C1405CKC) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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sido revisadas una y otra vez y, a pesar de poseer una gran cantidad de datos, nada conduce a la revelación de la posible verdad. Lo que no se sabe, aunque nimio, toma una dimensión agigantada frente a lo que se conoce, aunque esto sea mucho. Porque lo que se oculta, será lo que marcará la dirección a seguir y lo que se muestra, sólo la repetición de lo ya sabido. ¿Qué actitud toman los personajes famosos de la literatura de misterio? ¿Con qué recursos cuentan para sostenerse en esos tensos momentos de oscuridad? Cada uno de ellos recurre a rituales personales que favorecen el pasaje a la interioridad. Sherlock Holmes ejecuta durante horas su violín. Miss Marple, teje. Hércules Poirot acomoda simétricamente los objetos; Dupin se sienta en la oscuridad o recorre las calles parisinas, y el Padre Brown se sumerge en los misterios de la vida y la fe. Cuando parece que no hay más pistas, la clave aparece en la realidad psíquica del investigador, que la imagina, la fantasea, la crea, la visualiza y sólo después se propone hallarla o reencontrarla en la realidad externa. De igual manera, los psicoanalistas contamos con todas las posibilidades para rescatarnos del impasse. Así, en el mejor de los casos, al estado de oscuridad se le opone el de claridad, y el estado de impasse precedente se visualiza como un compás de espera, creativo y necesario en la búsqueda de la verdad y en la disolución del enigma.

Introducción

A pesar de su uso generalizado y su amplia mención en la literatura científica, el término no cuenta aún con el estatus necesario como para ser mencionado en los diccionarios psicoanalíticos. Tampoco hay decisión con respecto a su género y así es denominado como La Impasse por los que siguen las traducciones francesas y otras escuelas; herederos de las traducciones del inglés, lo nombran con el masculino: El Impasse. Pero más allá de esta consideración semántica, parece haber una suerte de imprecisiones con respecto al término. Si bien las definiciones parecen estar hablando más o menos de lo mismo, observando en detalle aparecen discrepancias entre las distintas escuelas y autores. Suele estar relacionado con los términos resistencia, obstáculo, estancamiento, y muchas veces estos términos son usados como sinónimos entre sí. Asimismo, se lo halla unido con la reacción terapéutica negativa en grados de mayor o menor compromiso mutuo. El Diccionario de lengua francesa define impasse como un callejón sin salida. Y aclara que sirve tanto para la situación concreta como para REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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su uso metafórico. En inglés es definido como una posición donde cualquier movimiento está bloqueado. Las definiciones dadas nos generan una sensación de temor y desaliento frente a un fenómeno habitual y nos alertan con la dificultad que éste presenta. El impasse no da posibilidades de salida. Pero el psicoanálisis propone soluciones allí donde otros se desalientan. Y la definición que brinda el portugués viene a nuestro rescate: impasse, situación que parece no tener salida”. Ahí ya respiramos aliviados, estamos entrenados en distinguir entre aquello que parece y lo que es, y a no rendirnos con facilidad ante las dificultades. Como muchos otros términos psicoanalíticos, la definición de impasse varía notablemente según las escuelas y autores que a él se refieran. Hay quienes lo describen como aquello que hay que evitar a toda costa, otros como un trampolín a estados más profundos del psiquismo y a mayores niveles de elaboración. Y si bien no se presentan mayores discrepancias acerca de su aspecto fenoménico que consideraríamos como la situación de cristalización del proceso analítico, en la cual, pese a estar dadas las condiciones, parece haberse perdido la fecundidad del vínculo; sí aparecen diferencias con respecto a su génesis, su tratamiento, su posible disolución y, sobre todo, acerca del polo donde cae la responsabilidad de su establecimiento. Porque es decisivo que establezcamos también una pregunta que nos va a acompañar a lo largo del trabajo: ¿Quién es el que se encuentra en un callejón sin salida? ¿El paciente, el analista, la pareja, o el tratamiento? Para algunos, incluso, el método mismo. Un aspecto en el que todos los autores parecen coincidir es que el término “impasse” implica en sí mismo el factor tiempo. Para que un obstáculo o estancamiento sea considerado impasse, debe tratarse de un fenómeno que conlleve una determinada cantidad de tiempo. Nos preguntamos inmediatamente: ¿Qué significa una cierta cantidad de tiempo? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Todo el período que el paciente está en análisis? (Cuando observamos maliciosamente algunos casos de reanálisis, estamos tentados a responder en forma afirmativa.) ¿Será realmente decisivo el factor tiempo dentro del concepto de impasse, o el tiempo será el instrumento gracias al cual lo detectamos? No podemos dejar de tomar en cuenta aquellos autores que no confieren importancia al fenómeno, porque lo consideran un heredero de la medicina o de una noción religiosa que conlleva la idea de curación. Aquí se encuentran aquellos que consideran el psicoanálisis como una ciencia de investigación del inconciente, un método por el cual el paciente puede llegar a conocerse mejor. Siguiendo este parámetro, el impasse no existiría porque siempre se estaría accediendo a una mejor comprensión del inconciente.

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El doctor Alertes Mauro Ferrao, de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis de San Pablo, para citar un solo ejemplo de lo anterior, en una mesa redonda, cuestiona el concepto mismo de impasse y sostiene que está impregnado de una errónea concepción del psicoanálisis. El analista trata de investigar y conocer una experiencia dolorosa que el analizado vivencia en la situación analítica, con deseos de resolverla. El psicoanálisis no es un procedimiento curativo, sino un método de conocimiento para facilitar el crecimiento individual. Como la idea de cura está ausente en este esquema y no hay un lugar de “salud” al que llegar, por lo tanto tampoco correspondería hablar de detenimientos. Nosotros contrariamente somos, como diría Pontalis y citan los Baranger, víctimas de una idea incurable, la idea de curación, y a pesar de saber que eso no nos permite usarla de manera arbitraria, insistimos en su búsqueda y vamos a tomar el impasse como una de las señales que mejor delata la presencia de conflictos en la dirección de la cura. Vamos a presentar los diferentes autores también tomando un parámetro temporal, aunque distinto: la aparición del impasse en los tres momentos del tratamiento psicoanalítico; inicio, durante el transcurso del tratamiento, en el final de análisis.

Impasse en el inicio “Sólo aquellos análisis que nos oponen dificultades especiales y cuya realización nos lleva mucho tiempo pueden enseñarnos algo nuevo […] El paciente del cual nos disponemos a tratar permaneció durante mucho tiempo atrincherado en una actitud de indiferente docilidad […] Su temor a una existencia independiente y responsable era tan grande, que compensaba todas las molestias de su enfermedad” (Freud, 1914-1918).

No son muchos los autores que tienen en cuenta la posibilidad de impasse de comienzo, ya que parece en sí mismo una contradicción, pues para que haya una detención, tiene que haberse iniciado el proceso. En general, la postura es que el impasse puede aparecer en cualquier momento del proceso, por eso, los mencionados en este apartado son los que elaboraron conceptos específicos para la situación de inicio, con características particulares. Consideramos fundamental el impasse de inicio del tratamiento, ya que es muy frecuente su observación en la clínica actual. Es común que se presenten pacientes que vienen a nosotros con un malestar después de haber intentado los medios más diversos y, a veces, más disparatados de curación. Y aunque no siempre nos lo dicen, el psicoanálisis no les genera más confianza que ninguna de las instancias a las que han recurrido previamente. Esta situación se ve favorecida aún más cuando los paREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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cientes han sido derivados por instituciones, empresas, juzgados, médicos o por personas de su círculo afectivo cercano. Pareciera que el paciente le pone un coto a su colaboración y un límite a la penetración del método, creyendo que no va a afectar el proceso en su totalidad. O justamente sabiéndolo. Estos pacientes, podríamos decir, entran al tratamiento por la puerta del impasse. Se hace menester, entonces, además de lograr afianzar el paciente al tratamiento, hacer evaluaciones del grado de sinceridad y apertura que se va gestando en el vínculo, con el fin de evitar una situación de hipocresía, que teñiría de inautenticidad todo el trabajo posterior que se realice. La cita de Freud que presentamos, perteneciente al historial del Hombre de los Lobos, parece estar haciendo referencia a un impasse de inicio, sobre todo si tomamos en cuenta el factor de duración del fenómeno (el autor habla de años). Sabemos que Freud nunca se manejó con dicho término, que en ese momento era sustituido con el más general de resistencia. En este caso, la causa que explica el impasse, sería la resistencia a abandonar los beneficios secundarios de la enfermedad, y Freud subraya el hecho de que, de no haber sido tan favorables las circunstancias, hubiera sido necesario suspender el tratamiento al cabo de un tiempo. (Estamos tentados de suponer que, al igual que las resistencias, el impasse podría pensarse como proveniente del yo, del ello o del superyó.) Hubo de esperar un prolongado período para lograr algún tipo de modificación en la actitud pasiva del paciente, utilizando todo la intensidad de la transferencia para lograrlo. De cualquier manera, pese a los resultados positivos obtenidos en este caso, sabemos que Freud se vio forzado a conminarlo a un mayor compromiso, imponiéndole una fecha de finalización a la tarea conjunta. Freud señala que fue recién después de establecido el plazo de finalización del tratamiento, cuando el paciente se decidió a abandonar sus resistencias y su fijación a la enfermedad, con lo cual fueron aclaradas todas las causas de su neurosis infantil. A raíz de lo que conocemos de la vida posterior del Hombre de los Lobos, y tomando en cuenta los conocimientos actuales, la dificultad de la tarea con este paciente ya parecía haberse expresado con el impasse de inicio. Es idea compartida por aquellos autores que observaron el fenómeno que la aparición del impasse en las etapas iniciales del análisis es casi siempre privativa de perturbaciones graves, con dificultades serias en el pensamiento y dificultades para entrar en transferencia. Horacio Etchegoyen es un autor que considera la posibilidad de impasse en el comienzo del tratamiento. Primero hace una interesante reseña de autores que se dedicaron al tema y elabora a partir de allí una definición general que resulta interesante como punto de partida: “La impasse psicoanalítica es un concepto técnico, comporta una detención

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insidiosa del proceso, tiende a perpetuarse, el setting se conserva en sus constantes fundamentales, su existencia no salta a la vista como resistencia incoercible ni error técnico, arraiga en la psicopatología del paciente e involucra la contratransferencia del analista”. (Acá deberíamos agregar que no sólo es una detención insidiosa del proceso, sino que es la anulación insidiosa de la incipiente investidura que se genera en el inicio del proceso.) Por sus características es difícil distinguirla de la marcha natural del análisis, por lo tanto la considera como reverso de la elaboración. Cuando se detiene la elaboración, aparece la impasse. Ésta es el punto de convergencia de las más dispares circunstancias y se presenta como un fenómeno complejo y multideterminado. Se distingue claramente del error técnico y de la resistencia incoercible, a pesar de que pueda tener zonas limítrofes con éstos. Parecería que no es privativa de ninguna estructura psicopatológica. El narcisismo, las crisis tempranas del desarrollo, las situaciones traumáticas y las severas privaciones de los primeros años son factores predisponentes, pero no son suficientes de por sí para que se produzca la impasse. El yo tiene estrategias para atacar e impedir la cura y no simplemente para protegerse. Etchegoyen se detiene en las tres estrategias del yo, que de ser exitosas, obtendrían como logro el impasse: la reacción terapéutica negativa (RTN), el acting out y la reversión de la perspectiva. Más allá de que los siguientes procesos sean conocidos mecanismos de defensa, aquí son vistos con un criterio más global, esto es, formas específicas con las que el paciente se maneja en el tratamiento, estrategias que son a la vez defensivas y ofensivas, y en este último caso su meta es atacar e impedir el desarrollo de la cura. Cada una de estas estrategias merecería un trabajo aparte. Aquí tomaremos solamente el aspecto específico que se relaciona con el impasse, en qué momento del tratamiento suele presentarse y la respuesta transferencial que provoca, siguiendo los lineamientos de Etchegoyen. (En sentido estricto, las dos primeras estrategias no están incluidas en este apartado, ya que sólo la reversión de la perspectiva se puede considerar un impasse de inicio. Las presentaremos, por lo tanto, posteriormente, en el apartado que corresponde respectivamente.) La reversión de la perspectiva es un término que Etchegoyen toma de Bion pero aplicándola a esta situación técnica. Se entiende como los procesos de pensamiento vinculados a un drástico intento de sacar de quicio la situación analítica, de ponerla cabeza abajo. Analista y analizado ven los mismos hechos pero con premisas diferentes. A nivel de los hechos hay acuerdo, a nivel de premisas nunca explicitadas el desacuerdo es total y permanente. Estas premisas son las que establece el contrato psicoanalítico, por eso Etchegoyen considera que son las que atacan diREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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rectamente el contrato. Consiste en un acuerdo manifiesto y un desacuerdo latente y radical (Bion; 1963). El paciente se analiza no para comprender sus problemas, sino para demostrar o lograr otra cosa (incluso puede ser demostrar que no necesita el análisis). El paciente quiere imponer sus premisas y desconocer las del otro en un despliegue descomunal de narcisismo. El analizado hace su contrato paralelo y oculto, y en ese espacio se arreglarán todas sus vivencias en análisis, se acomodarán y se reinterpretarán todas las intervenciones del analista. Por supuesto que el paciente no sólo acude al tratamiento para repetir este mecanismo, sino también para librarse de él. “El desenlace dependerá, como siempre, de cuánto pese en él un deseo y el otro, así también de nuestra habilidad para comprenderlo y no caer en la trampa.” Esta estrategia, como vemos, de haber podido instalarse, ubica al impasse en los comienzos del análisis, aunque debe considerarse que puede transcurrir mucho tiempo hasta que sea detectado. En esta propuesta, Etchegoyen, seguidor de la escuela kleiniana, destaca en el impasse los aspectos donde resalta la responsabilidad del analizando. El tratamiento analítico es atacado consciente o inconscientemente por la patología del paciente, que se resiste a ser llevado a la curación. El analista responde con sensaciones contratransferenciales correspondientes a estos ataques, en el mejor de los casos, que es cuando lo detecta. No se toma en cuenta la posibilidad de que el analista sea generador o favorecedor del impasse, ya que ubicar el conflicto en el polo del analista no sería impasse, sino error técnico o neurosis contratransferencial. La experiencia clínica lo lleva a elaborar una especie de correspondencia entre estilo de impasse, momento de aparición y contratransferencia. Es nuestro entender que la clínica actual y la ampliación de los parámetros de analizabilidad han complicado de manera suficiente estas correspondencias y estas temporalidades. Otra autora que también describe una situación de impasse desde el comienzo del tratamiento es Madeleine Baranger cuando desarrolla el concepto de “mala fe” (Baranger, 1961-62). La define como una forma sutil de incumplimiento de la regla fundamental. Aunque el paciente haya aceptado el compromiso básico de la sinceridad, el material que presenta es siempre una selección, un disimulo que se mantiene todo el análisis y se apoya sobre la eliminación cuidadosa de todo lo que revelaría una contradicción en el material y denunciaría la mentira. Una conducta planeada y sistemática más allá del grado de conciencia de este planeamiento y tacha de inautenticidad la totalidad del material y del proceso analítico. La regla de asociación libre no es utilizada para colaborar con el analista, sino para justificar sus giros, saltos y amnesias que conducen al analista otra vez a un terreno seguro para el paciente. La diferencia con la propuesta de Etchegoyen es que la mala fe parece estar

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en un nivel limítrofe entre lo consciente y lo inconsciente, y no necesariamente incluye dificultades de pensamiento, como se presentan en la reversión de la perspectiva. Ahora tomaremos otro autor, que une los conceptos de los anteriores en una forma original. Jorge Luís Maldonado en su artículo “Impasse y Mala Fe” define al impasse como una perturbación constante del diálogo analítico. Lo describe como un fenómeno ambiguo, de difícil detección, que habitualmente es reconocido a través de vivencias contratransferenciales con un amplio margen de incertidumbre e imprecisión. Insiste en que el propósito es desvirtuar la relación analítica, tergiversando uno de sus objetivos principales: el conocimiento y denigrar al objeto analista por ser su función suministrarlo. Se presenta con un carácter aparentemente progresivo pero oculta su intención de establecer un proceso pseudoevolutivo. Presenta material donde se ven claramente las acciones mediante las cuales son anuladas las medidas convencionales del tiempo y las transformaciones que sufre por su influencia. Negación del tiempo que permite la cristalización de determinadas fantasías, a las que el paciente no quiere renunciar. Lo interesante de la posición de Maldonado con respecto al impasse es que le otorga importancia al factor tiempo pero trasladándolo de la realidad externa a la realidad psíquica. El impasse no es sólo una resistencia que se mantiene a lo largo del tiempo sino que son las resistencias con respecto a la aceptación del paso del tiempo y las modificaciones que éste produce en los objetos, lo que crea el impasse. Sus ejemplos de calesitas, del hámster en la rueda, al igual que la noria que ejemplifican los Baranger (1961-1962), son excelentes ejemplos de lo anteriormente explicado, así como también lo son de lo que Etchegoyen aconseja: encontrar en el material los indicios del impasse. (Nosotros creemos que no sólo en el material del paciente aparecen las señales del impasse. A veces estas señales aparecen exclusivamente en las ocurrencias o sensaciones del analista. Y también puede suceder que el impasse esté instalado por un período sin habérselo registrado y sólo después de un aprèscoup se lo considere tal.) No podemos olvidar en este apartado el concepto de Baluarte de Madeleine y Willy Baranger (1961-1962). Cuando ellos desarrollan sus ideas en “La situación analítica como campo dinámico”, advierten que lo más importante es la movilidad o cristalización de dicho campo, y que en estos dos polos se maneja la situación analítica. El baluarte es el refugio inconsciente de poderosas fantasías de omnipotencia. Es lo que el analizando no quiere poner en juego porque el riesgo de perderlo lo pondría en un estado de extrema invalidez, vulnerabilidad, desesperanza. La conducta más frecuente en defensa de su baluarte, consiste en REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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evitar mencionar su existencia. El paciente puede ser muy sincero en cuanto a una multitud de problemas y aspectos de su vida, pero se vuelve esquivo, disimulado y aun mentiroso cuando el analista se aproxima al baluarte. El baluarte puede ser su superioridad moral o intelectual, sus fantasías de aristocracia social, su dinero, su profesión, etc. Se relaciona con un objeto de amor idealizado. La inmovilización del campo analítico es siempre una medida de protección destinada a preservarse de la intrusión del analista y de sus interpretaciones con respecto a un sector de la vida del analizando. La disolución de un baluarte lleva a la creación de otro, y en esta dinámica de creación y destrucción de baluartes trascurre el análisis en su camino de elaboración. El impasse, según estos autores, sería la permanencia cristalizada dentro del campo analítico de un baluarte y la falla en la disolución del mismo por medio de la interpretación y el insight. La creación de baluartes es constante, por lo tanto también lo extendemos a la posibilidad de impasse, con lo cual nos encontramos frente a otra posibilidad de impasse de inicio. Más adelante retomaremos estos autores pero ya en una versión más elaborada, la de 1982.

Impasse en el transcurso del tratamiento “Por grande que sea la plasticidad de la vida anímica y la posibilidad de reanimar antiguos estados, no todo se deja reanimar. Algunas modificaciones parecen definitivas; corresponden a cicatrices de procesos terminados. Otras veces experimentamos la impresión de una rigidez general de la vida anímica, los procesos psíquicos, susceptibles de ser dirigidos por otros caminos, parecen incapaces de abandonar los antiguos. Aunque esto equivale a lo anterior, sólo que visto de distinto modo. Con gran frecuencia creemos advertir que lo único que falta a la terapéutica es energía suficiente para provocar la modificación” Freud (1932-1933).

Para empezar este apartado, nombraremos la reacción terapéutica negativa, que como vimos anteriormente es, según Etchegoyen, una estrategia del yo que apunta a detener la cura. La RTN es desencadenada a partir de los logros producidos en el tratamiento. Es una respuesta paradojal que se produce después de un insight que provocara alivio y progreso. Hay un reconocimiento del progreso y el analista es atacado envidiosamente por su capacidad. Suele generar abandonos del tratamiento en su forma más virulenta. De no haber sido así, aparece en versión diluida, al promediar el tratamiento, en forma de impasse con una modalidad perseverante y adhesiva, encuadrándose en críticas y quejas infinitas, que ubican al analista en una contratransferencia fatalista con respecto a las posibilidades de cambio, aburrimiento y decepción.

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Otro autor que se ocupó del tema e incluso reelaboró la técnica freudiana de interrupción de análisis para combatirlo fue Donald Meltzer (1968). Para este autor, el impasse incluye aplicar la técnica de interrupción, es aquel que sobreviene en el umbral de la posición depresiva, cuando el paciente tiene que hacerse cargo de su dolor moral, su culpa y su maldad. Se toma un año para considerar este estado del proceso como impasse y otro año para instrumentar la técnica de interrupción, y ésta consiste en ir menguando la frecuencia de las sesiones con el fin de evitar los merodeos evitativos y optimizar el proceso en sí mismo. Según lo considera, el paciente a esa altura del proceso, libre ya de síntomas e inhibiciones y con una buena adaptación social y sexual, está muy propenso a sentirse curado. Sin embargo, sigue siendo muy egocéntrico, se preocupa más por su bienestar que por sus objetos y sus sentimientos de gratitud sobre el analista (en lo que es y representa) siguen siendo epidérmicos y convencionales, mientras su culpa es más proclamada que sentida. Según Meltzer, el impasse consistiría en un estado de intensidad que constituye una jugarreta existencial para eludir el peso íntegro de sus responsabilidades, suele aparecer como un peligroso canto de sirenas, donde ambos integrantes de la dupla analítica quedan atrapados en una mutua idealización. Obliga al analista ya sea a librar una guerra de desgaste contra su paciente, ya sea a un método más ordenado en la utilización del factor tiempo, siendo una de las variables la técnica de interrupción. Si bien el autor advierte de los peligros de usar este método con pacientes que hayan sufrido carencias tempranas, no deja de llamarnos la atención la actitud que toma el analista. En este caso, sometido a la situación conflictiva de impasse, el analista modifica el encuadre, a fin de evitar el anquilosamiento y producir una sacudida en las modalidades defensivas del paciente. Nuevamente pensamos en la clínica actual y nos preguntamos cuántos de nuestros pacientes no entrarían en la categoría de haber sufrido carencias tempranas. Y por otro lado pensamos si no se corre el peligro de reemplazar el impasse por una RTN o, lo que sería peor a nuestro juicio, por una actitud de sometimiento frente al deseo del analista, que en este esquema es el que parece conocer de antemano cuál es el ritmo adecuado que debería tener un tratamiento para conducirlo a la cura. Como si hubiera un despliegue determinado de fantasías, que debieran seguir un determinado orden, en un tiempo impuesto y el paciente en su enfermedad y necedad no lo cumple. ¿Cómo se puede estar seguro de que el tiempo del impasse es tiempo perdido? ¿Cuál es el parámetro para determinar que esta nueva repetición no es elaboración? ¿Cómo estar seguros de no cometer el mismo REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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error que se cometió con el Hombre de los Lobos? Confiamos en la experiencia clínica de Meltzer, que parece alejarlo de los peligros de la iatrogenia, pero dudaríamos mucho en utilizar su técnica. Nuestra experiencia clínica incluye casuística que la desaconseja. Probablemente esto esté basado en que nuestra práctica se inició cuando el análisis ya contaba con un gran nivel de difusión en campos anteriormente inexplorados y los pacientes que fuimos recibiendo desde el inicio presentaban características que escapaban a los parámetros de neurosis con los que nos formamos. Esta situación, a nuestro modo de ver, desarrolló en nuestra generación una gran capacidad de tolerancia con la patología y respeto por los tiempos del paciente, ya que nosotros mismos lo necesitábamos, para ir estudiando los fenómenos que se nos iban presentando, a la vez que íbamos desidealizando las queridas teorías aprendidas, que no nos resultaban de utilidad en la clínica. La sensación que con frecuencia teníamos en el comienzo de nuestra labor era que debíamos estar fracasando en el abordaje, ya que los pacientes no se comportaban como era de esperar. Se intensificaba aún más esta idea porque muchas veces los supervisores y maestros a los que consultábamos, no habían tenido acceso a pacientes con este tipo de patología y el descalabro era mayúsculo, ya que se trataba de “meter” en categorías defensivas neuróticas, sistemas defensivos que sólo se comprenden cuando son abordados desde las teorías que se estaban desarrollando, que abordaban la problemática del pensamiento operatorio, personalidades narcisistas, personalidades limítrofes, adicciones, etcétera. El paciente, mientras tanto, expresaba su conflicto tantas veces como fuera necesario para ser entendido. El impasse, por supuesto, aquí era nuestro. Nuestro, con respecto al paciente y, por otro lado, con respecto a esos fenómenos que se expresaban como un idioma desconocido, idioma que se suponía debíamos entender. En algunos casos nos llevó años descubrir teorías que dieran cuenta de lo que observábamos en el consultorio y entender que también nuestro trabajo podía ser incluido dentro del psicoanálisis, un psicoanálisis que le había abierto las puertas a la realidad de una clínica más amplia. Green (1975) postula que “los límites de analizabilidad sólo pueden ser los del analista, alter ego del paciente”, y apoyamos su creencia, porque nuestra experiencia así lo indica. Lo positivo de este proceso de dificultad es que desarrolló en nosotros una suerte de prescindencia con lo que era esperable y una priorización absoluta de lo observable clínicamente. La actitud de paciencia activa que mencionamos arriba trajo frecuentemente como resultado modificaciones sorprendentes en los pacientes, y estamos seguros que éstas no hubiesen ocurrido de haber utilizado pautas más directivas.

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Sigamos con el recorrido histórico. La ampliación de los límites de analizabilidad trajo aparejado, en forma paulatina, como era de esperar, nuevas formulaciones del concepto, donde se van tomando en cuenta las nuevas patologías. A su vez, los desarrollos teóricos de Bion, Winnicott y los Baranger, le otorgan una nueva dimensión a la situación analítica; el analista no es un mero traductor de lo que el paciente asocia, su mente, la personalidad toda participa de la construcción del proceso y con ello aparece la posibilidad de que el impasse recaiga también en el polo del analista. Citaremos a Mostardeiro (1974), quien elabora en su artículo acerca del impasse un doble listado de causas generadoras del mismo, una donde el acento está puesto en el paciente y otra donde predomina la participación del analista (lo que aún no encontramos en dicha autora es una ampliación de los índices de analizabilidad, que como veremos se mantiene en los parámetros clásicos). La primera incluye como causas de impasse el carácter narcisista del paciente, la reacción terapéutica negativa y asimismo los casos de pacientes que estén contraindicados para iniciar psicoanálisis (habiéndoseles debido recomendar otro tipo de psicoterapia). La lista que involucra al analista en los casos de impasse es más extensa: 1) Cuando el analista se identifica con objetos internos del analizando, corriendo el riesgo de quedar atrapado en un círculo vicioso en el que el impacto de la transferencia lo encierre, especialmente el provocado por la contratransferencia negativa. 2) El narcisismo excesivo del analista, su omnipotencia y sus aspectos masoquistas. 3) El narcisismo, pero esta vez relacionado con la transferencia, dejándose envolver por la idealización del paciente. Se constituye una alianza neurótica en vez de una alianza terapéutica. (Creeríamos más adecuado denominarla alianza patológica.) 4) El posicionamiento teórico rígido del analista frente al paciente. (Ejemplo: exceso de interpretaciones que apuntan a develar la hostilidad del analizando.) 5) La personalidad del analista en todos sus aspectos, no sólo características de su estructura psíquica sino características físicas como sexo, edad, y todos aquellas que aporten datos acerca de su estatus social, cultural, económico. 6) La aceptación del paciente con un criterio más basado en la conveniencia del analista que con la mira puesta en la posibilidad real de comprenderlo. 7) La búsqueda de estatus profesional y económico puede generar una REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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sobrecarga de pacientes difíciles o poco dispuestos al análisis, generando futuros impasses terapéuticos con la participación activa del paciente, que puede captar esas necesidades en el terapeuta. Si tuviéramos que hacer una síntesis del listado anterior, podríamos hacerlo diciendo que cualquier aspecto que aleje al analista de la búsqueda de la verosimilitud constituirá un impasse. Una verdad que aterra, que molesta, que irrita, que no conviene tanto al paciente como al analista, verdad que parece frecuentemente mejor soslayar, porque no otorga garantías acerca de las consecuencias que trae consigo. ¿Será el impasse la manera de evitarlo, estableciendo un terreno “límbico” donde esas consecuencias son postergadas? Ahora nos acercamos a Giovacchini y Bryce Boyer (1975), cuyo criterio, como es conocido, es más amplio en lo que respecta al acceso de pacientes no neuróticos al análisis. Describen el impasse como una situación inevitable para los terapeutas que han ensanchado los límites de analizabilidad de su consulta. Asimismo consideran la aparición del impasse en pacientes neuróticos que experimentan regresiones transferenciales inesperadamente profundas y prolongadas. Lo definen como una situación en la que el terapeuta se siente frustrado y tentado de utilizar un parámetro no analítico o de interrumpir la terapia. La posibilidad de que el impasse se convierta en un trampolín terapéutico o en un obstáculo para el tratamiento a menudo depende de la respuesta emocional del terapeuta y de su conducta resultante. (Nótese el importante peso que se le da al analista en esta aproximación, a sus sensaciones y a su conducta.) Consideran que algunos pacientes se han enfrentado tempranamente a expectativas inalcanzables, generadas por las figuras parentales, originadas en el narcisismo de éstos. El impasse puede representar el período de moratoria destinado a mantener alejadas las exigencias de los demás, para así poder descubrir las propias expectativas. La atemporalidad del inconsciente hace que resulte imposible pronosticar cuánto tiempo será necesario para que esto suceda, ni tampoco cuánto para que se lo supere. Pero los autores advierten que si el analista se muestra impaciente, el paciente lo va a detectar y esta actitud será la reactivación de otras vivencias de intrusión, más antiguas. “La necesidad que tiene el paciente de crear en el análisis un medio similar al medio traumático temprano puede provocar una situación muy difícil para un terapeuta que, sin saberlo, ha aceptado desempeñar el papel de una persona importante en el pasado del paciente. Adoptar ese papel, o reaccionar en consonancia con lo que el paciente ha tratado de proyectar en él, lleva a la repetición de constelaciones características de la temprana infancia. La resolu-

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ción, o por lo menos, la comprensión de tales interacciones, equivale a eliminar la amnesia infantil, paso que se considera esencial para la resolución psicoanalítica.”

Vemos así que, para estos autores, este fenómeno no sólo es esperable (o inevitable como dirían ellos), sino que además le otorgan un sentido positivo. El tratamiento de pacientes de esta clínica ampliada, enfrenta a los analistas con la regresión en sus manifestaciones más primitivas, y los autores mencionados consideran dichas regresiones necesarias en el camino de la cura. Porque hay situaciones de precocidad psíquica que no aparecerán ya en forma de palabras y asociaciones, sino en forma de repeticiones vivenciales, repeticiones que justamente son necesarias para la comprensión y la elaboración y que guiarán la labor conjunta futura en un ritmo propio, no impuesto. Podemos preguntarnos leyendo a los autores precedentes qué recurso técnico esgrimen en presencia de esta situación, qué elemento utilizan para su disolución. Las veces que aportan alguna referencia a ello, es aconsejando una supervisión con un analista más experimentado. Es común recurrir a un supervisor en casos que resulten complejos, pero no es tan frecuente en la casuística que consideramos sin dificultad. Lo que nos genera una duda: ¿recurriría un analista, para citar un solo ejemplo, que está atrapado en la idealización del paciente, a un supervisor? ¿O más bien pensaría que es un análisis que anda sobre ruedas? ¿Habrá que supervisar los casos que presentan obstáculos o todos, por temor a que la resistencia se halle encubierta? Parece necesario encontrar una posibilidad técnica que nos permita rescatarnos de la ceguera que el impasse provoca y afrontar el hecho que probablemente haya que hacerlo en soledad. Madeleine y Willy Baranger y Jorge Mom (1982) proponen un recurso que viene a ayudarnos: la segunda mirada. Veamos a qué se refieren, pasando también por algunos puntos en que definen el impasse y el proceso analítico. “Cuando el proceso tropieza o se detiene, el analista no puede sino interrogarse acerca del obstáculo englobando en una mirada segunda a sí mismo y a su analizando, a Edipo y a la Esfinge, en una visión conjunta: esto es el campo. El obstáculo involucra la transferencia del analizando y la contratransferencia del analista, y plantea problemas harto confusos. El detenimiento del proceso nos introduce de lleno en lo que es su movimiento, es decir, su temporalidad que le es circunstancial. Si el proceso tiene que seguir, ¿cuál es nuestro resorte para lograrlo? En último término, no puede ser sino un recurso de palabra, llevando a un insight. Esto, a su vez, nos conduce a la descripción de esta dialéctica particular del proceso analítico como alternancias de momentos de proceso y de no proceso, como trabajo de superación de obstáculos, trabajo que determina su fracaso o su éxito.”

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De los obstáculos del proceso, la impasse sería uno de los más graves, por el grado en que compromete el proceso y porque puede desembocar en un resultado completamente opuesto al buscado. Se diferencia asimismo de las resistencias clásicas por intensidad y durabilidad. El analista se siente involucrado técnicamente y busca vanamente el recurso que le permita resolver la situación de estancamiento. Acá, tanto el paciente como el analista quedan girando alrededor de lo mismo, sin conseguir romper el círculo vicioso. Lo que dificulta aún más las cosas es que los momentos de no proceso utilizan como disfraz todos los indicadores del proceso, movimiento, evolución y desarrollo que encubren un estado de inmovilidad en el que no pasa nada. La estereotipia suele ser el único aspecto denunciante de este fenómeno. Más adelante siguen aclarando la necesidad de la segunda mirada en los casos que aparezcan indicadores en la contratranferencia, que llevan a darse cuenta de la existencia, dentro del campo, de estructuras inmovilizadas que paralizan el proceso: “Cada uno de nosotros dispone, se lo haya formulado o no, de una especie de diccionario contratransferencial propio (vivencias corporales, fantasías de movimientos, aparición de determinadas imágenes, etcétera) que marca los momentos en que uno abandona la actitud de “atención flotante” y pasa a la segunda mirada, interrogándose acerca de lo que está ocurriendo en la situación analítica como campo”.

Porque, ellos sostienen: “[...] dentro de la estructura funcional en la cual tiene lugar el proceso, se producen detenimientos que involucran en forma distinta a ambos pactantes y que, si se los examina, evidencian que se han creado otras estructuras adventicias que interfieren el funcionamiento de la estructura base. La experiencia [...] nos enseña que en estos momentos se perdía la asimetría básica del pacto analítico y que predominaba otra estructuración, mucho más simétrica, en la cual el ‘enganche’ inconsciente del analista con el analizando se convertía en complicidad involuntaria en contra del proceso analítico”.

Estas estructuras, baluartes, pueden quedar alojadas como un cuerpo extraño estático mientras el proceso sigue aparentemente su curso. En otros, invaden totalmente el campo y restan funcionalidad al proceso, convirtiéndolo en su totalidad en campo patológico. “El baluarte es la manifestación clínica más conspicua de la compulsión a la repetición, es decir, de la pulsión de muerte”. Los autores caracterizan al baluarte como un proceso de simbiosis, debido a las transferencias e identificaciones proyectivas y porque los componentes de la pareja practican en forma recíproca enroques del sujeto y del objeto. Una vez aplicada la segunda mirada, la mirada que se

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dirige al campo, que es caracterizada como insight del analista; el proceso interpretativo apuntará a que el analizando se dé cuenta de la existencia del baluarte, del detenimiento del proceso, de la estereotipia del relato. Así, por medio de este desmenuzamiento del baluarte, se realiza una devolución al analizando de los aspectos suyos ubicados en el analista. La ruptura del baluarte será, entonces, la desimbiotización que permitirá el pasaje de la mirada segunda nuevamente a la primera, aquella que corresponde a un trabajo analítico sin obstáculos. El impasse es una de las situaciones en el proceso donde la simbiotización ha sido reemplazada por algo similar a la parasitación, aunque no de las mismas magnitudes que en la RTN, preocupando al analista científica y técnicamente y aún en lo afectivo. La segunda mirada no ha sido aplicada o lo ha sido en un estadio en que el daño ya era irreparable. “El analista también tiene sus formas de repetir: puede entrar en colisión con el analizando, capturado inconscientemente en las fantasías del campo, puede entrar en las esteriotipias del analizando cuando transforma sus sesiones en un ritual, puede intentar romper la repetición por medidas de fuerza: ¿será ésta la clave para entender la patología de ciertas innovaciones técnicas, ciertas terminaciones indebidas del análisis? Pero quizá la forma más solapada de la repetición en el analista se refiere a su encierro en su propio esquema referencial, sobre todo si este ha adquirido un cierto grado de sistematicidad y racionalización y tiende a conformar una rutina. El ideal del analista podría ser el hurón menor, que nunca sale del lado en que lo esperan.”

De cualquier manera, pese a la gravedad que le otorgan en el detenimiento del proceso analítico, aclaran que la situación de impasse permite poner fin sin que advenga una catástrofe y que el analista puede encontrar recursos para rescatarse y rescatar al paciente, lo que genera una interrupción del tratamiento que preserve los logros conseguidos. Para estos autores cierto grado de impasse parece ser intrínseco al proceso mismo. Además de la excelente descripción que hacen del proceso analítico como campo, nos interesa sobre todo su punto de vista acerca de las posibilidades del analista de rescatarse de la impasse, como de cualquier otro obstáculo que aparezca en el campo analítico. La segunda mirada parece el instrumento prínceps para cuestionar el fenómeno, paso esencial para alejarse de él, aun cuando el analista haya sido partícipe en su construcción. Antonino Ferro los cita valorativamente en el artículo donde desarrolla sus propias ideas acerca del tema: el impasse es una acumulación de microfracturas de la comunicación que bloquea el proceso analítico, con tendencia a la cronicidad. Integra el concepto de campo cuando define al impasse como una organización en la cual “se constituye un área

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compartida por la pareja analítica que los pone al abrigo de angustias persecutorias o depresivas no tolerables para el pensamiento de ambos, al menos en ese momento”. Tal comportamiento, frecuente, entendido como funcionamiento mental de la pareja, puede ser un punto de detenimiento, o también podría ser considerado un punto donde se reiniciará la labor en el futuro (y no se puede atribuir la responsabilidad a ninguno de los dos miembros de la pareja ya que ambas mentes están implicadas profundamente). A partir de allí, Ferro nos presenta el impasse como un tiempo de espera para que las herramientas de la pareja se vuelvan idóneas para afrontar los riesgos relacionados con la explícita reiniciación del trabajo. Situación positiva si es “el tiempo necesario para acceder a angustias y a terrores subyacentes, y para poder transformar y hacer pensables esas angustias escindidas que quedaron fuera del campo o por lo menos encontrar la forma de escamotearlas para poder sortearlas”. El autor piensa que hace falta una buena cantidad de tiempo para que ocurran metabolizaciones de estados primitivos de la mente, que deberán ser asumidos y transformados antes de que puedan llegar a la pensabilidad y a la decibilidad, y que sólo después del impasse se posibilita el tránsito y la verbalización de emociones reconocibles y descriptibles. Como se notará, ya no nos estamos refiriendo a casos del psicoanálisis clásico, dejamos la neurosis atrás y tomando en cuenta las llamadas nuevas patologías, implícitas en el último autor citado, observamos que se complejiza el concepto que venimos trabajando. También es mayor el grado de compromiso que se le exige al analista. “En última instancia, en efecto, para que haya cambios hace falta que el analista pueda comprenderlos y dar cuenta de ellos. No consideramos, de todas maneras, que corresponda negar los cambios en lo que se refiere a los pacientes, sino que éstos se encuentran subordinados a los cambios de sensibilidad y de percepción en el analista. Lo que se le solicita al analista es algo más que sus capacidades afectivas y su empatía; es, en realidad, su funcionamiento mental, ya que en el paciente las formaciones del sentido son puestas fuera de circuito” (Green, 1975).

El analista es quien tiene la responsabilidad de afinar su instrumento de trabajo, su mente, para poder acceder a los movimientos internos del paciente, y entender los distintos idiomas en que éstos se expresarán (ya sea desde la tendencia a la fusión, la exclusión somática, la decatectización, etcétera). Parece esencial discriminar desde qué nivel el paciente nos muestra los conflictos, y de radical importancia no confundirlos. Esta desinteligencia, por sí sola, generaría un impasse. Por eso nos resulta interesante la descripción de la capacidad de figurabilidad del analista, explicitada por André Green y por César y Sara Botella, como de-

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sarrollo teórico en el que se echa mano de otra herramienta que permite incluir aquello que escapa al campo de la representación. “Cuando el pasado no puede volver bajo forma de recuerdo representado, su tendencia será la vía regrediente bajo la forma alucinatoria, con la mayor frecuencia en los sueños, o incluso bajo forma de acto, o de afecto invasor. El trabajo del analista consistirá en saber servirse de sus propias potencialidades regredientes y/o de su experimentar contratransferencial a fin de facilitar el advenimiento de este pasado no representado” (César y Sara Botella, 1997).

Estos momentos regresivos “accidentales” que marcan detenciones temporales en el trabajo habitual de enlace de libre asociación, fallas en el tejido de ligaduras y desinvestidura de las representaciones, son los que constituyen aperturas a una posibilidad de acceso al estado psíquico de no representación. Lo irrepresentable para el paciente será acompañado de un trabajo de transformación, de figurabilidad por parte del analista que provoca una inteligibilidad, una “puesta-en-representación” reconstituyendo aquello que había quedado excluido. Si el analista tiene dificultades propias en el camino de la vía regrediente, carecerá de elementos con los cuales captar estos aspectos, que van a quedar “perdidos” por una parte, pero seguirán pulsando por otra, para expresarse, generando una situación de impasse; y el analista accederá tan sólo a lo repetitivo del hecho, en tanto no modifique la óptica con que encara el suceso. Por supuesto, que el analista pueda captar estos elementos, no significa de por sí que se produzca automáticamente un pasaje a niveles de representación. La habilidad de cada analista será la que conseguirá reinsertar esos elementos nuevos y creativos en el material que se presenta, a la vez que se sigue priorizando siempre el texto del paciente y el contexto vincular. Por último, a pesar de ser probablemente un aspecto trillado, no queremos dejar de mencionar el impasse que puede producirse por fallas en el reconocimiento adecuado de la realidad externa consensual. Ya sea por una tendencia a minimizar su influencia, como, por el contrario, el registro inadecuado de la realidad que circunda al paciente, desde la más pequeña de su mundo afectivo, a la más general, en forma de sociedad y cultura, genera impasses de difícil detección, ya que lo que está fallando es la lente con que se encara el tratamiento. El análisis tiene la posibilidad de observar con lupa los procesos internos del paciente, pero también debe rescatar la posibilidad de convertirse, eventualmente, en un gran angular, que mira con una amplia perspectiva las circunstancias históricas y sociales en las que está inmersa la pareja analítica, y sobre todo la manera particular en que el paciente está inserto en ella para reconocerla y trabajar a partir de allí. La REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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acentuación inadecuada en uno u otro aspecto, realidad interna o realidad externa, sostenida en el tiempo, genera una ruptura en el diálogo y favorece el resentimiento y las idealizaciones. La experiencia de los analistas argentinos, acostumbrados a acompañar a nuestros pacientes en épocas de gran malestar social o de crisis económicas, embates que asimismo sufrimos, debería ponernos alertas con respecto a este tipo de impasse, para evitarlo.

Impasse de fin de análisis “Solamente puede existir un veredicto acerca del valor de este chantaje: es eficaz con tal que se haga en el momento oportuno. Pero no puedo garantizar el cumplimiento total de la tarea. Por el contrario, podemos estar seguros de que mientras parte del material se hará accesible bajo la presión de esta amenaza, otra parte quedará guardada y enterrada como antes estaba y perdida para nuestros esfuerzos terapéuticos” (Freud, 1937).

En este apartado presentaremos aquellas modalidades de impasse que se presentan específicamente en el final de análisis. La cita de Freud, de “Análisis terminable e interminable”, hace referencia especialmente al Hombre de los Lobos y a aquellos otros casos donde haya sido propuesta una fecha de terminación del tratamiento, en aras de desarmar las últimas fijaciones y resistencias a la cura que pudieran haber quedado sin elaborar. El análisis actual consideraría apresurada esa decisión, sobre todo con un paciente con características como las del Hombre de los Lobos. Hay implícito en las palabras de Freud un reconocimiento con respecto a una parte que quedará reprimida y a la cual ya no tendrán acceso ni el paciente ni el analista. Una zona escindida que refuerza sus defensas con el advenimiento de fin de análisis. Casi como una aceptación inevitable de cierto nivel de impase, propio de esta circunstancias. Retomaremos la conceptualización de Etchegoyen de las estrategias del yo, describiendo la que corresponde, según él, a este momento del tratamiento: el acting out. Recordaremos que el aspecto que ataca específicamente el acting out es la tarea, o aquello que la garantiza, es decir, el encuadre. El acting out está siempre relacionado con angustias de separación y con conflictos de dependencia. Se constituye en la antitarea que evita el pensar. Genera, en sus expresiones más virulentas, alarma y sorpresa en el analista. Pero el acting out al que nos referimos aquí es el que puede generar un impasse, aquel que corresponde a un estado avanzado del tratamiento, una vez que las reacciones bruscas y peligrosas ya han sido superadas. Éste es un accionar menos violento y más astuto, que se movi-

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liza contra las angustias depresivas, y que se relaciona también con angustias de separación. Frecuentemente el analista colabora en su consecución inconcientemente, porque suelen ser acciones-causas que se articulan con logros aceptables socialmente, muchas veces buscados como metas a lo largo del tratamiento, que aparecen de repente con posibilidades de realización (inicio de una carrera, casamiento, empresas económicas, etc.). A su vez, se engarzan en el beneficio de evitar el doloroso esfuerzo de la finalización del tratamiento. El acting out de esta etapa del tratamiento (si no es detectado adecuadamente) permite al analista y al paciente retirarse del campo análitico con una sensación de triunfo que encubriría un impasse correspondiente a sensaciones de pérdida y vulnerabilidad. Porque el impasse, en esta instancia, se relaciona íntimamente con todos aquellos cuestionamientos acerca del análisis terminable o interminable. Y el afrontar el fin de análisis genera nuevos detenimientos en el proceso que le son propios. Paciente y analista se preguntan acerca del tiempo transcurrido, acerca de la fertilidad del trabajo compartido y de las garantías, lábiles o sólidas, que ofrecen los cambios psíquicos conseguidos. El impasse tomará la forma de una regresión a momentos anteriores para negar la labor realizada o, por el contrario, lo hará presentándose precozmente bajo el disfraz de tarea concluida. El paciente puede estar tentado de mantener eternamente el vínculo, o por el contrario de desarmarlo abruptamente. El analista, por su parte, puede intentar retener al paciente, por motivos que tienen que ver más con su propia constitución psíquica y su conveniencia, que con la constelación mental del analizando. Con pesar comprobamos que es frecuente el uso de la manipulación por parte del analista en estas instancias. El paciente puede resultar interesante de mantener por múltiples motivos: por ser un candidato especialmente dotado, por su belleza, porque es famoso, por su pertenencia a distintos grupos de poder, por su inteligencia. Parece a veces que atender determinados pacientes prestigia al analista y la renuncia a estos casos se vuelve más ardua. Hemos escuchado frecuentemente en el relato de pacientes de reanálisis, que reaccionan ante esta situación con una variación de impasse. Este impasse presenta características de una espera resignada, conciente frente a las dificultades del analista para “dejarlo ir”. El paciente cierra las vías de acceso a su interioridad y se conduce estereotipadamente, resaltando los aspectos que a lo largo del tratamiento ha aprendido a distinguir como los puntos de interés del analista, mostrando bajo una luz ficticia movimientos internos que fueron estipulados como hitos a conseguir en el camino a la curación. Sería una versión de fin de análisis de la “mala fe” descripta anteriormente en el apartado de impasse de inicio, pero a diferencia de aquélla, este impasse está situado plenamenREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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te en la conciencia y apunta a protegerse a sí mismo y al analista, con valoración de la labor conseguida pero con la firme e íntima creencia de lo positivo del fin de la relación. En nuestra experiencia, esta insinceridad está basada en conseguir una doble meta, por un lado, como ya dijimos, conseguir el alta, por otro, dejar al analista con el cual se ha establecido un provechoso y prolongado vínculo, con la sensación de tarea terminada. Por supuesto que esta situación se ve reforzada en los casos que el paciente es él mismo analista, ya que sabe que los caminos profesionales de ambos se entrecuzarán y teme las consecuencias que pueda traerle su falta de sometimiento. Una situación que se presenta en este período del tratamiento es que el analista debe hacer un duelo de sus ambiciones terapéuticas, un duelo al deseo de hacer un “análisis completo” (Ferro); de una vez y para siempre. Sus dificultades para lograrlo podrían generar impasse. En cualquier momento de la terapia es complicado que el analista no considere las posibilidades psíquicas de su paciente, pero más complicado aún en este período, ya que se corre el riesgo de provocar una reacción que borre los aspectos positivos logrados hasta ese momento.

Conclusiones

Hemos recorrido a través de la lectura de este trabajo distintas perspectivas del concepto de impasse. Hemos dialogado con los autores, tomando de cada uno de ellos los aspectos que nos resultaban más interesantes. El fenómeno del impasse, obstáculo técnico, nos impone la necesidad de reflexiones que nos conectan con la teoría y el método. Y nos hace interrogarnos profundamente acerca de lo que somos, como analistas y como personas, cuando un paciente nos confía su conflictiva interioridad. Porque, por lo que hemos observado, el impasse impone condiciones a las que tenemos que responder. Ya sea tanto desde el entendimiento del fenómeno en sí mismo, como desde recursos personales que tienen que ver con el sostenimiento y la creatividad, que son menesteres para enfrentarlo. La relación analítica no es simétrica, ya lo sabemos. Y es el analista el responsable de mantener esa asimetría, a la vez que garantiza que la dialéctica del encuentro analítico se produzca. La aparición del impasse delata imperfecciones, y más allá de la posibilidad de evitarlas, disminuirlas y solucionarlas, deberíamos valorar este dispositivo que actúa como una denuncia dentro del mismo proceso. Porque más allá del punto en que se generó, lo importante es que el sistema cuenta con fusibles propios que obligan a rever la marcha del análisis.

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La mente del analista es la que posee la capacidad para evaluar los cambios psíquicos que se van generando en el paciente y al mismo tiempo considerar los cambios necesarios que deben ser implementados en el tratamiento para optimizar los resultados. También es el refugio que permite tolerar los momentos más angustiantes y terroríficos que se atraviesan junto con el paciente. Y, por último, es el sitio donde se elaboran las estrategias, rara vez compartidas, pero que son la base donde se asentará la paciencia necesaria para llevar a cabo la tarea y la esperanza en la posibilidad de los cambios psíquicos y en el psicoanálisis como el método adecuado para lograrlo. Como estímulo para quienes así lo creemos, sirve el conocimiento de que cada vez que disolvemos un estado de impasse, nos encontraremos con material más profundo y genuino y un paso más próximos a la cura. Nuestra laboriosidad y tolerancia se ven así recompensadas.

Viñeta clínica

M inicia su tratamiento debido a una severa crisis de angustia que se expresa a través de síntomas somáticos y evitaciones fóbicas. Al poco tiempo de iniciado el proceso desaparecen uno a uno los síntomas, de manera casi milagrosa, hecho que la paciente destaca expresando euforia. La gravedad de las situaciones traumáticas sufridas en el curso de su vida hacían desconfiar de tales logros, pero no aparecía material confirmatorio en el que basar la desconfianza. Desde lo manifiesto, la paciente y el analista cumplían con todos los requisitos del pacto analítico. Las sesiones transcurrían con fluidez y, sin embargo, éste percibía una constante sensación de peligro. El recuerdo de una joven conocida en la adolescencia dio la pista que se necesitaba. Aunque se mostraba siempre alegre, encantadora y dispuesta a ayudar, en realidad la muchacha del recuerdo encubría con esta conducta la finalidad de realizar actos de una intensa destructividad, que lindaban lo delictivo. El recuerdo fue usado por el analista como una alerta, un llamado de atención, hasta que fue posible unirlo a un elemento del discurso. M estaba realizando un doble juego similar. Nunca había hecho mención al consumo de drogas. La justificación era que había dejado de consumir, que ya no lo hacía porque no podía tolerar la angustia que le generaban las manifestaciones somáticas del consumo de cocaína y que ya que había dejado de usar drogas, no había nada que contar. Por supuesto que luego quedó de manifiesto que su intención era poder usar cocaína, pero de un modo “más controlado”. Era una encantadora paciente, que se “apuraba” a deshacer sus angustias, pero no para tener una vida mejor o más plena, sino porque esas angustias impedían el consumo de REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 501-525

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cocaína. La finalidad del análisis, según su esquema mental, era la disolución de síntomas sólo para instalarse “tranquilamente” en la adicción.

Resumen

La autora realiza un seguimiento del concepto de impasse a través de distintos autores y escuelas, rescatando lo característico de cada postura con respecto al término, y señala las particularidades que presenta en los distintos momentos del tratamiento. Lo relaciona con la clínica actual y lo redefine como un obstáculo que tiende a hacerse presente, como cristalización del proceso analítico, en forma más frecuente y dificultosa en las llamadas patologías actuales. Se postula la importancia de la segunda mirada (Baranger), la figurabilidad y la creatividad como herramientas principales del analista para retornar a un vínculo auténtico y fecundo en el tratamiento. DESCRIPTORES: ESTANCAMIENTO DEL TRATAMIENTO / REACCIÓN TERAPÉUTICA NEGATIVA / / REVERSIÓN DE LA PERSPECTIVA / PSICOANALISTA / BALUARTE / FIN DE ANÁLISIS

MALA

FE

AN UP-DATE

Summary OF IMPASSE

The author reviews the concept of impasse in diverse authors and schools of thought, highlighting the characteristic features of each position in regard to the term and pointing out the characteristics this phenomenon presents in different moments of treatment. She relates it to clinical work today and re-defines it as an obstacle which tends to appear as a crystallization of analytic process, but presenting more frequently and with more difficulties in the so-called actual pathologies. She proposes the importance of the second look (Baranger), figurability and creativity and considers these the analyst's principal instruments for returning to an authentic and productive relation in the treatment. KEYWORDS:

/ NEGATIVE THERAPEUTIC REACTION / / PSYCHOANALYST / BASTION / END OF ANALYSIS

STAGNATION OF THE TREATMENT

REVERSAL OF THE PERSPECTIVE

BAD FAITH

/

Resumo ATUALIZAÇÕES

SOBRE O IMPASSE

A autora faz um acompanhamento sobre o conceito de impasse através de diferentes autores e escolas, resgatando o essencial de cada postura a respeito deste termo e destaca as particularidades que se apresentam em diferentes momentos do tratamento. Relaciona-o com a clínica atual e o redefine como um obstáculo que tende a estar presente como cristalização do processo analítico, em forma mais freqüente e dificultosa nas chamadas patologias atuais. Salienta-se

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a importância de um “segund olhar” (Baranger), a figurabilidade e a criatividade como principais ferramentas do analista para retornar a um vínculo autêntico e fecundo no tratamento. PALAVRAS-CHAVE: ESTANCAMENTO DO TRATAMENTO / REAÇÃO TERAPÊUTICA NEGATIVA / MÁ-FÉ / REVERSÃO DA PERSPECTIVA / PSICANALISTA / BALUARTE / FIM DA ANÁLISE

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Recordando a Gregorio Klimovsky *Bruno Winograd

Me resulta muy arduo intentar una semblanza de Gregorio Klimovsky en un momento como éste, porque si ciertas cosas caracterizaron siempre a este hombre excepcional, fueron su vitalidad, sus múltiples inquietudes, su entrega a la hora de discernir, su presencia. A Gregorio, como quería el poeta, nada de lo humano le fue extraño. Gregorio Klimovsky no sólo perdurará en su obra profunda y diversa. Perdurará también y para siempre en nuestra memoria. Por lo que significó como maestro, como interlocutor, como símbolo de lo que es un ser humano comprometido con sus tiempos, con las prácticas sociales, con la apertura al conocimiento, con la relación con los otros, también altamente relevantes para nuestra identidad. Casi no se me ocurre alguna disciplina que no haya sido al menos abordada por la curiosidad de Gregorio. Basta para comprobarlo una simple enumeración: fue miembro de la CONADEP, ejemplo paradigmático de compromisos con los derechos humanos en los períodos más difíciles de nuestras historias recientes y pasadas. Fue profesor emérito de la UBA en sus períodos más productivos. Creó instituciones y cátedras vinculadas a la lógica matemática en todo el país. Y la lista continúa, casi inagotablemente. En cuanto a los psicoanalistas, la deuda que tenemos con Gregorio es muy grande. Gracias a él, logramos ordenar distintos segmentos conceptuales en nuestras mentes, forjamos discusiones epistemológicas, polemizamos y logramos establecer bases más sólidas para el psicoanálisis en tanto ciencia. También formamos conjuntamente instituciones que han perdurado y crecido con el tiempo. Ejemplo paradigmático de ello es la ADEP, institución donde psicoanalistas y epistemólogos convergieron para constituir un ámbito de intercambio y discusión.

* Dirección: Teodoro García 1765, 10º “A”, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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BRUNO WINOGRAD

Me sentí personalmente muy gratificado cuando la IPA le otorgó el premio (fue el primero que lo recibió fuera del ámbito del psicoanálisis) por todos sus aportes a la disciplina: por su formulación de modelos teóricos, por su aporte lógico y epistemológico, por la creación de grupos de estudio e instituciones. Todo ello nació del entusiasmo genuino que le despertó la obra de Freud. Pero Gregorio Klimovsky no respondía al modelo de intelectual grave y solemne. Todos los que lo hemos frecuentado recordaremos siempre su fino sentido del humor, su cordialidad afable, su respeto por las ideas, aunque no las compartiera, su modo de describir personas y, sobre todo, lugares. Gregorio fue un notable narrador de viajes. No sé si he logrado con esto una semblanza prolija. Sí, creo, he logrado expresar mis sentimientos, mis hondos sentimientos, mi gratitud, mi afecto y mi admiración hacia uno de los intelectuales más brillantes y lúcidos que he conocido en toda mi vida: Gregorio Klimovsky.

DESCRIPTORES: HOMENAJE KEYWORDS: TRIBUTE PALAVRAS-CHAVE: HOMENAGEM

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 527-528

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 529-534

Revista de libros Sección a cargo de Silvia Bajraj

En busca de la memoria. El nacimiento de una nueva ciencia de la mente, Eric R. Kandel, Buenos Aires, Katz Editores, 2007 568 páginas En al año 2000, el doctor Eric Kandel, profesor de la Universidad de Columbia e investigador “Senior” del Howard Hughes Medical Institute, ganó el Premio Nóbel por su trabajo sobre aprendizaje y memoria; premio compartido con los doctores Arvid Carlsson y Paul Greengard, los tres científicos pioneros en la neurociencia de sistema. Kandel nos cuenta que escribió este libro con dos motivos. El primero surge del punto de vista actual de la comunidad científica, acerca de la responsabilidad que los científicos tienen de informar a todas las personas seriamente, de manera clara y entendible, sobre los avances en ciencia, en este caso sobre la ciencia de la mente. El segundo motivo, como impulso adicional, es que todos los Premio Nóbel son invitados a escribir un ensayo autobiográfíco. Expresa en el Prefacio: “Así, entretejo dos historias en este libro. La primera es la historia intelectual del extraordinario desarollo científico en el estudio de la mente que tuvo lugar en los últimos cincuenta años. La segunda, es la historia de mi vida y mi carrera científica a lo largo de estas cinco décadas. Ella traza la historia de cómo mis tempranas expe-

riencias en Viena dieron lugar a mi fascinación por la memoria, una fascinación que focalicé primero en la historia y en el psicoanálisis, después en la biología del cerebro, y finalmente en los procesos celulares y moleculares de la memoria”. En este libro, el autor logra acercarnos de modo ameno y preciso los complejos conocimientos de la neurociencia. Nacido en Viena en 1929, expresa, en el centro cultural más importante del mundo de habla alemana, donde florecía la música y el arte, la filosofía y la literatura; donde nacía la medicina científica y el psicoanálisis; y también tenían lugar la sensualidad y el placer. Nació en el seno de una familia judía, al igual que Freud, pero a diferencia de éste, emigró luego a los Estados Unidos en razón del nazismo. Kandel describe su recorrido científico como “inverso” al de Freud que primero investigó en neurociencias y luego trabajó en el psicoanálisis ya que recién en la época actual se cuenta con los elementos que permiten avanzar la investigación neurocientífica. Kandel es un científico líder en proponer la unión de los largamente divididos campos de la neurociencia y la psicología, particularmente el psicoanálisis, como expresa en el título del libro: “El nacimiento de una nueva ciencia de la mente”. Según expresara su profesor de Historia en Harvard, la combinación de la sólida educación vienesa con la educación liberal y el sentido de li-

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bertad experimentado en los Estados Unidos, inspiró a emigrantes vieneses de su generación en nuevas maneras de pensar. El descubrimiento de la estructura del ADN realizada por Watson y Crick en 1953 dio lugar a una revolución en la biología que se arraigó en la genética y en la bioquímica. El autor relata que así se logró un nuevo marco teórico para entender cómo la información proveniente de los genes controla el funcionamiento de la célula, investigación que se extendió a las neuronas y al cerebro, el más complejo órgano en el universo. En ese entonces Kandel empezó a pensar en explorar el misterio del aprendizaje y la memoria en términos biológicos. Agrega que otras tres dispares ideas científicas tuvieron influencia en él, ya antes del advenimiento de la biología molecular: 1) la teoría de la evolución de Darwin según la cual seres humanos y animales evolucionaron a partir de ancestros simples hasta llegar a nosotros; 2) la base genética de la herencia de la forma corporal y las características mentales; 3) la teoría de la célula como unidad básica de todas las cosas vivas. Concluye Kandel que la biología molecular unió estas tres ideas al reconocer el gen como la unidad de la herencia y las proteínas que forman los genes como los elementos del funcionamiento celular en el interior de cada célula. El investigador destaca en el texto que la biología molecular comandó la atención del mundo, por sobre otras revoluciones científicas simultáneas como la mecanicista y la cosmológica, porque ella afecta directamente nuestra vida cotidiana, va al centro de nuestra identidad, de quiénes somos nosotros.

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Kandel refiere en este libro su aproximación a Freud en el Curso de Literatura sobre Goethe, luego en el círculo de psicoanalistas y su formación como tal donde conoció que el psicoanálisis desarrolló una teoría de la mente que le permitió apreciar la complejidad de las conductas humanas y las motivaciones que subyacen. Agrega que también le permitió dar una mirada a los aspectos racionales e irracionales de la motivación humana, a la memoria conciente e inconciente, y a la naturaleza del desarrollo cognitivo, de las percepciones y de los pensamientos. El investigador trabajó inicialmente en el laboratorio en la Universidad de Columbia, con el reconocido neurofisiólogo Harry Grundfest y, paralelamente, ejerció el psicoanálisis. Nos cuenta que la nueva biología de la mente, esta nueva ciencia de la mente, fue surgiendo gradualmente a lo largo de las cinco décadas de su carrera. Tradicionalmente las disciplinas relacionadas con la mente fueron la filosofía, la psicología y el psicoanálisis. Pero en las dos últimas décadas del siglo XX sucede un hecho sorprendente, esto es que las más valiosas comprensiones acerca de la mente humana provinieron de una unión de esas disciplinas con la biología del cerebro enriquecida con los logros de la biología molecular. El estudio de conductas simples en animales de experimentación; luego el estudio de fenómenos mentales complejos en personas; el estudio de las imágenes cerebrales que permiten observar la actividad en varias regiones del mismo mientras las personas están ocupadas en sus altas funciones mentales como percibir una imagen visual o pensar o iniciar una actividad voluntaria.

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Kandel afirma que la nueva ciencia de la mente es esta biología mental, como prefiere llamarla, que está basada en cinco principios: 1. Mente y cerebro son inseparables. 2. Cada función mental en el cerebro es llevada a cabo por circuitos neurales especializados en diferentes regiones del cerebro. Considera preferible decir “biología mental” y no “biología de la mente” ya que esta última nominación da connotaciones de lugar con la antigua idea de localización cerebral simple que lleva a cabo todas las operaciones mentales. 3. Todos estos circuitos están hechos con el mismo elemento unitario: la célula nerviosa. 4. Los circuitos neurales usan moléculas específicas que producen señales dentro y entre células nerviosas. 5. Las mismas moléculas han sido conservadas a través de millones de años de evolución y están presentes tanto en nosotros humanos como en organismos unicelulares y pluricelulares. Así, nos ubica a nosotros humanos en el contexto de la evolución biológica. Menciono algunos títulos de los interesantes capítulos del libro: Habla la célula nerviosa; Conversaciones entre células nerviosas; La experiencia modifica la sinapsis; Diálogo entre los genes y las sinapsis; En las sinapsis también residen nuestros recuerdos más caros; Imagen cerebral del mundo externo; De ratones, de hombres y de enfermedades mentales; La conciencia; Aprendizaje a partir de la memoria: perspectivas. Concluye Kandel que, a su modo de ver, la biología mental será la revolución del siglo XXI, así como la biología genética lo fue en el siglo XX,

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por el amplio beneficio que implica para el bienestar individual y social. El psicoanálisis lo impactó porque desarrolló una teoría de la mente que le brindó a él la primera apreciación de la complejidad de las conductas humanas y las motivaciones que subyacen. Ernst Kris junto con Hartman y Lowenstein desarrollaron la Psicología del Yo. Kandel explica que para estos autores la teoría psicoanalítica había puesto mucho énfasis en la frustración y la ansiedad para el desarrollo del yo, la parte del aparato que está en contacto con el mundo exterior. Ellos pensaron que debería ponerse mayor énfasis en el desarrollo cognitivo normal. Para testear estas ideas, Kris realizó observaciones empíricas sobre el desarrollo normal infantil. De esta manera, Kris fue tendiendo el puente a la brecha entre el psicoanálisis y la psicología cognitiva que estaba, justamente, comenzando a surgir en los años cincuenta y sesenta y, también, animó al psicoanálisis americano a ser más empírico. Ernst Kris asoció el “Child Study Center” (Centro de Estudios de la Niñez) como facultad a la Universidad de Yale y participó en los estudios observacionales. Liliana Beatriz Novaro *** “Había una vez…” Historia y prehistoria en la clínica con niños y adolescentes, Ana Rozenbaum de Schvartzman, Buenos Aires, Lumen, 2008, 256 páginas Éste es un libro para formarse en psicoanálisis disfrutando de su lectura.

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El estilo, sumamente estético y armonioso, denota la preocupación de la autora por acompañar permanentemente la hondura de los conceptos psicoanalíticos, con la riqueza de su creatividad, en este caso ligada también al arte de la escritura. Ella indaga en esos oscuros laberintos, tal como lo hizo Teseo, tratando de elucidar el ovillo de lo oculto, para deslizarse cual hilo de Ariadna por el inconciente y redescubrir aquello recóndito, causa de la intensa angustia. Se interna allí donde lo olvidado, lo no dicho, emerge en el síntoma aparente y convoca al psicoanalista, a partir de la teoría y la práctica, al develamiento de una-otra historia, tal como lo enfatiza también el cálido y enriquecedor prólogo de Madeleine Baranger. Ana Rozenbaum nos propone pensar, acerca de los diversos “yoes” que nos habitan constituyendo de alguna manera un sujeto “atemporal”. Su relato es abarcativo y agudo. No deja brecha en la teorización alertando, incluso, acerca de los posibles equívocos que pueden tentarnos en razón de la fascinación que genera el teorizar; también ante el riesgo de quedarnos atrapados en el goce del descubrimiento que a su vez puede transformarse en un arriesgado “encubrimiento”. Ella diferencia con precisión el psicoanálisis de niños y adolescentes, campo privilegiado para la detección de trasmisiones patológicas, sin por ello soslayar la cuestión de la prevención en lo que respecta a la posibilidad de ofrecer diversas alternativas para atemperar el sufrimiento del niño y de sus padres. Es diverso el proceso en los adultos. Esta cuestión es muy im-

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portante ya que el discurso del niño está mediatizado por los padres portadores de ese mito que la autora con gran lucidez denomina “saber previo”. Nos conduce hacia la posibilidad de escapar del apresamiento de una historia que nos impele a un destino repetitivo y, a la vez, a la oportunidad de reconquistar la “libertad”, si se puede comprender la trama que ha sido tejida y el enredo que ha significado, mediatizado por la transferencia, es decir, en la relación con el analista. Transformación del apresamiento en emancipación; “empresa de liberación”, dice la autora, intentando crear a la vez un nuevo tiempo y espacio. Interpreta el sentido de “resignificación” en el campo analítico como concepto a retrabajar permanentemente, el sentido de los síntomas y el conocimiento de la vida psíquica. La primera parte comprende desarrollos teóricos y técnicos, conceptos psicopatológicos y metapsicológicos. Allí habla del lugar que ocupa el analista en el análisis de niños, cómo se incluyen los padres y cómo se trabaja siempre teniendo en cuenta al paciente. Un importante capítulo da lugar a un exhaustivo estudio de las fantasías y los recuerdos y la relación que se establece entre ambos conceptos. Ana nos brinda su comprensión muy enriquecedora acerca del complejo entramado que se establece entre fantasía, recuerdo, memoria y olvido, siempre siguiendo la huella freudiana y dando margen a la rehistorización dentro del marco de los movimientos transferenciales . Desarrolla también de manera muy amplia el concepto de trauma, tanto en la historia como en la prehistoria, tomando varios autores de los

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cuales se nutre y aportando en gran medida lo propio. Despliega la noción de Trauma en sus múltiples articulaciones: traumas tempranos y traumas heredados con sus diferentes entrecruzamientos y epílogos –abuso infantil, trauma y masoquismo, trauma y repetición, trauma y duelo, trauma y culpa, trauma en el analista–; en fin, logra enfatizar la importancia de los traumas elaborados y no procesados y las consecuencias de ambos caminos, constantemente con sumo rigor científico. El minucioso análisis de la transmisión transgeneracional está testimoniado en el capítulo sobre el Holocausto, que está claramente vinculado a la temática que la autora nos presenta como un antecedente que ha dejado marca en los anales de la humanidad, reforzando la importancia del “no olvido” tal como ocurre en las historias singulares. Situaciones que han devenido muy traumáticas (memoria testimonial) para las generaciones venideras. La lectura del inconciente implica la búsqueda de las marcas en lo más subterráneo de la mente, marcas que generan síntomas, involucrando a tres de las generaciones afectadas por los impactos sociales del orden del horror y, del mismo modo, acerca de las migraciones. Hay una cita de Valéry que menciona la autora y que resulta muy sugerente: “El porvenir no tiene imagen. La Historia le proporciona los medios para ser pensado”. La elección de esta cita da cuenta elocuentemente de su pensamiento. La segunda parte habla de historiales clínicos. En estos capítulos podemos apreciar su trabajo en el interior del campo analítico mostrando la

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importancia del lugar que ocupa el paciente en la fantasmática de los padres. En lo referente a los historiales clínicos, da cuenta del modo de trabajo de un psicoanalista cuyo objetivo es lograr hacer pie en la historia del paciente trabajando desde lo actual para construir un pasado a partir de la “memoria inconciente”, es decir, de las marcas de la prehistoria en el camino de des-hacer esta tendencia a desmentir y eludir el recuerdo de lo acontecido traumático. A la tercera parte la titula Historiales Psicoanalíticos. El libro nos presenta un apartado sobre la vida de la psicoanalista Marie Langer, con testimonios que invitan a ser leídos. Este capítulo habla de las vicisitudes del psicoanálisis de niños en la APA incluyendo la historia de esta psicoanalista llamada “la psicoanalista maldita”, con aportes testimoniales de quienes la conocieron. Es muy interesante, además, esta tercera parte, pues nos ofrece un espacio para la historia, siguiendo el sendero de las memorias personales, donde alude a la tradición del psicoanálisis de niños desde sus orígenes en la Argentina y dentro del contexto de los acontecimientos del país, amalgamando de un modo artesanal y sumamente personal el psicoanálisis con la historia. El corolario es el relato de los desarrollos del Departamento de Niños y Adolescentes desde sus orígenes en la APA hasta la actualidad, incluidos en el contexto sociopolítico de la época, haciendo historia de lo acontecido para dar sentido a los posibles traumas y así evitar que se tornen mera repetición.

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Para concluir diría que este libro que nos ofrece la autora, implica un importante aporte al modo de pensar el abordaje de la problemática del niño en psicoanálisis, abriendo caminos a la comprensión tanto desde la teoría como de la práctica. Felisa Lambersky de Widder

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Revista de revistas Sección a cargo de Liliana Noemí Pedrón Martin

Psyche, 1, 2008 “Estudio de un caso para la relación de teorías privadas y oficiales”, de Herbert Will [Dr. Med., psicoanalista y analista de grupos (DGPT, DPG, IPA, GRAS) especialista en psicoterapia médica, en práctica privada. Didacta y supervisor de la DPG, actualmente director de la formación en la Academia de Psicoanálisis y Psicoterapia en Múnich. Últimas publicaciones: Competencia psicoanalítica (Stuttgart, 2006), Depresión y psicoterapia (Stuttgart, 2008)]. En la discusión sobre la pluralidad de las posiciones psicoanalíticas, actualmente se desplaza la perspectiva de las teorías oficiales, hacia el analista individual, sus puntos de partida y modos de trabajo. Estimulado por la “Comparación entre escuelas psicoanalíticas”, el autor toma otra perspectiva e intenta determinar su propia postura, la que no está impregnada por una tradición específica. Toma en consideración su propio trabajo analítico y las conceptualizaciones en ellas implicadas, por lo menos para aclararlas adicionalmente. En un segundo escrito compara su posición con la conceptualización de trabajo clínico de Peter Fonagy, tal como surge de su estudio de protocolos. Como marco utiliza la diferenciación de J. Sandler entre teorías privadas y oficiales. Se distancia de su originaria concepción que las escuelas tienen una teoría que impregnan directa y de modo específico el tra-

bajo clínico, y discute el carácter fantasmático y proyectivo de muchas separaciones en escuelas. En lugar de ello surge hoy la individualidad del analista a la superficie: ¿Cómo se encierran en el trabajo teorías implícitas privadas y públicas explícitas? ¿Cómo son sus modelos de trabajo individual y cómo es posible hablar de ellos? ¿Qué expresión tienen si están impregnadas de débiles o fuertes tradiciones teóricas? “Performance en el psicoanálisis. Escenificación –presentación– transformación”, de Diana Pflichthofer [Dr. Med. Especialista en psicoterapia médica, psicoanalista (DPG) y analista de grupos, práctica privada en Hamburgo. Docente invitada en el Instituto Bielefeld de la DPG. Publicaciones: Sueños lúdicos del sobrevivir. Performance y cambio en el psicoanálisis (Giessen, 2008)]. El concepto de performance y performativo es discutido hace tiempo en la cultura y las ciencias del espíritu. En el presente trabajo se intenta mostrar en qué medida el concepto de performance podría ser útil para la comprensión psicoanalítica. Este punto de vista ya no fija el rol del observador y el actor (lo que también es válido para la situación psicoanalítica), siempre que no se descuide una cierta asimetría establecida. Un punto de vista de performance establece la “totalidad” de un suceso en el centro, es decir, también todos los aspectos perceptuales sensoriales, de modo que

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el proceso psicoanalítico puede ser comprendido como un proceso de apropiación estético. Tal concepto abre un espacio, también en lo teórico, por sobre la “comprensión” de la obtención de nuevas realidades. Las “repeticiones” del paciente son llevadas a través de la palabra y la sensorialidad a un nuevo contexto de modo de hacer posible modificaciones de los significados. “Freud y Bullitt: reconstrucción de un trabajo en común”, de Mark Solms [Profesor de neuropsicología en la Universidad Cape Town. Editor autorizado y traductor de la Standard Edition revisada de las Obras completas de Sigmund Freud (24 tomos) y de las Obras neurocientíficas completas de Sigmund Freud (4 tomos). Múltiples publicaciones así como trabajos neurocientíficos y psicoanalíticos]. A raíz de nuevas afirmaciones sobre la colaboración de Freud con Bullitt, y la discutida psico-biografía de Thomas Woodrow Wilson, esta presentación reconstruye la colaboración de la mano de los documentos disponibles. Se muestra el aporte de Freud en esta biografía, es muy reducida.

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“Freud enganchado en su propio carruaje”, de Ilse Grubrich-Simitis [Psicoanalista en práctica privada, didacta en DPV del Instituto Psicoana lítico de Frankfurt. Numerosas publicaciones sobre investigación y edición de Freud, entre ellas “Vuelta a los textos de Freud: hacer hablar a los mudos documentos” (Frankfurt, 1993), que fueron publicados en varios idiomas]. Este trabajo también es una respuesta a la edición de Hans-Jürgen Wirths de “Thomas Woodrow Wilson”, rebatiendo sus asertos. “Literatura actual sobre Alexander Mitscherlich”, de Timo Hoyer [Dr. Phil. Docente privado en el Instituto de ciencias de la educación de la Universidad de Kassel, empleado científico en el Instituto Sigmund Freud en Frankfurt. Trabajos: investigación histórica de la formación; formación filosófica; pedagogía moral; Vida y obra de Alexander Mischterlich; Vida y obra de Freiderich Nietzsche]. Se trata de un libro-ensayo que rescata la obra de Alexander Mitscherlich, casi olvidado, re-descubierto. Juan Carlos Weissmann

Los autores POLA ROITMAN WOSCOBOINIK: Licenciada en psicología por la UBA. Titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Libros en colaboración: Del cuerpo al símbolo. Sobreadaptación y enfermedad psicosomática (Liberman, Dimas, Cortiñas, Woscoboinik), La infertilidad en la pareja. Cuerpo-deseo-enigma (Cincunegui, Kleiner, Woscoboinik), Premio Baranger-Mon 1999-2000 por el trabajo “Reflexiones en torno a ‘La negación’ de Freud”. FELIPE MULLER: (Ph.D. New School for Social Research). Investigador del CONICET. Miembro del Departamento de Investigaciones de la Universidad de Belgrano (UB). BEATRIZ EUGENIA MIRAMÓN ARCHILA: Psicóloga por la Universidad Javeriana, Bogotá. Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Especialización en niños y adolescentes, Asociación Psicoanalítica Argentina. Secretaria de la Secretaría Científica Asociación Psicoanalítica Argentina. “Premio Luis Alberto Storni”, “Algunos desarrollos teóricos de W. Bion y sus fundamentos epistemológicos”, 2006. ANA MARÍA TERÁN DE CORNIGLIO: Licenciada en Psicología por la UBA. Egresada de la escuela de postgrado del CIMP (Centro de investigaciones en Medicina Psicosomática). Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. EDUARDO MARÍN: Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Egresado de la escuela de postgrado del CIMP (Centro de investigaciones en Medicina Psicosomática). Médico Especialista en Psiquiatría. GUILLERMO JULIO MONTERO: Licenciado en Psicología. Magister en Psicoanálisis (APA/CAECE). Psicoanalista y supervisor clínico. Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional y de la Federación Psicoanalítica de América Latina. Miembro promotor, fundador y presidente de la Fundación Travesía (Psicoanálisis para la transición y crisis de mediana edad), donde también dirige el Departamento de Investigación y el Vértice Bion. Integrante del Comité sobre envejecimiento en pacientes y analistas de la IPA; es autor del libro La travesía por la mitad de la vida: Exégesis psicoanalítica (Homo Sapiens, 2005), y coautor de Para comprender la mediana edad: Historias de vida (Entrevía Editorial, 2008) y Mediana Edad: Estudios psicoanalíticos (Entrevía Editorial, 2009).

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LOS

AUTORES

PATRICIA SAKS: Licenciada en Psicología. Título de Postgrado Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. Docente en la Carrera de Psicología de la UBA. Docente en la Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud. Analista en formación en la Asociación Psicoanalítica Argentina. EDUARDO MANDET: Doctor en Psicología (UBA). Profesor Consulto (Facultad de Psicología de la UBA). Director de la Maestría en Psicoanálisis Universidad de La Matanza y Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. ALEJANDRO SILVIO NICOLÁS FONZI: Medico Psicoanalista. Ex miembro adherente activo pleno del Centro de Investigación en Psicoanálisis y Medicina Psicosomática (CIMP). Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Asociación Psicoanalítica Internacional. SARA ZUSMAN DE ARBISER: Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y Full Member de la IPA. Coordinadora del Departamento de Psicoanálisis de Niños y Adolescentes en la Asociación Psicoanalítica Argentina. Coordinadora del Departamento de Familia y Pareja en la Asociación Psicoanalítica Argentina. SILVIA LEGUIZAMÓN: Médica. Especialista en Psiquiatría. Especialista en Psicología Médica. Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro de la Federación de Psicoanálisis de América Latina y miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Especialista en Niños y Adolescentes. GRACIELA NEUGOVSEN BARNI DE GLASMAN: Psicóloga. Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

FE DE ERRATAS

En la REVISTA DE PSICOANÁLISIS del año 2008, Nº 4, vol. LXV, se publicó un artículo de Oscar Zenter (Australia), “La correspondencia Joyce-Lacan” (págs. 805-817). Éste es comentado por Carlos A. Basch. Dicho comentario aparece dentro del texto anterior, con el título “Un saber que se abona en transferencia. Acerca de ‘La correspondencia Joyce-Lacan’”, cuando debería haberse publicado por separado destacando el nombre del autor, así como debería haber figurado en el índice y en la contratapa. La cita bibliográfica nº 48 corresponde también al texto de Basch. Esperamos que el doctor Basch, destacado escritor de nuestra Revista, sepa disculpar el error. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 2, 2009, págs. 537-539

Objetivos de la REVISTA

DE

PSICOANÁLISIS

Los objetivos de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS son la difusión del psicoanálisis, su desarrollo científico, las investigaciones relacionadas con la práctica y la teoría psicoanalíticas y las contribuciones del psicoanálisis a la salud y a la cultura. Publica artículos y trabajos, en su gran mayoría originales e inéditos, que contengan investigaciones clínicas, teóricas, históricas, experimentales, críticas y metodológicas, cuantitativas y cualitativas, y otros trabajos, ya difundidos (en otras revistas, simposios o congresos), en razón de ofrecer un interés especial. Las extensiones del psicoanálisis a otros campos y los aportes multidisciplinarios que pudieran enriquecer al psicoanálisis también son considerados. La evaluación de los textos enviados es realizada por el Comité Editor y por lectores externos elegidos por su nivel de especialización en el tema que tratan, de modo de asegurar la calidad del proceso de revisión por pares (peer-review). La lectura de los trabajos se lleva a cabo en forma de doble anonimato. La decisión de publicación es responsabilidad exclusiva del Comité Editor. Se edita trimestralmente, en los meses de marzo, junio, septiembre y diciembre, y si bien está dirigida fundamentalmente a psicoanalistas y a otros profesionales de la salud mental, también se propone como referencia para la discusión y el intercambio con todas las disciplinas científicas y académicas

Requisitos para la presentación de los trabajos La REVISTA DE PSICOANÁLISIS publica fundamentalmente trabajos originales. Por eso el autor, al presentar su trabajo a la consideración del Comité Editor, se cerciorará de que no haya sido publicado antes, ni total ni parcialmente, y de que tampoco está siendo considerado por otro comité editor. La extensión máxima será de seis mil palabras. Se enviarán 2 archivos por e-mail –uno, con los datos del autor, y otro, bajo anonimato (evitando que el nombre del autor figure en el texto y la bibliografía)– y 6 ejemplares impresos también anónimos. Deberá incluirse el resumen en castellano, que no ha de superar las trescientas palabras. Notas al pie de página Deben escribirse al pie de la página correspondiente y enumerarse consecutivamente. Citas de otros textos, propios o ajenos Será cuidadosamente garantizada su exactitud. Todo agregado al texto original deberá enmarcarse entre corchetes. Por ejemplo: “esa fuerza [la RTN] que se defiende con todos los medios posibles contra la curación”. El autor mantendrá las bastardillas y otros diacríticos del texto citado. Cuando el autor necesite recalcar una o más palabras, agregará al final de la cita “[las bastardillas son mías]”. Para indicar que se ha omitido algo en el texto citado se emplearán suspensivos entre corchetes. Por ejemplo: “esa fuerza que se defiende [...] contra la curación”. Citas de textos de Freud Se procederá como en el caso de los otros autores pero indicando no sólo de qué edición se tomó la cita (de Santiago Rueda, de Biblioteca Nueva o de Amorrortu), sino también de qué año es la edición (B. N. tiene varias ediciones). Si se citara por la edición inglesa o por alguna de las ediciones en alemán (G. S., G. W. o S. A.), se agregará la página correspondiente de alguna de las versiones castellanas. Si el autor prefiriera su propia traducción del alemán, lo hará constar expresamente. Referencias En general, se tratará de que no sean ni insuficientes ni excesivas. La finalidad es que los lectores puedan distinguir claramente entre las ideas personales del autor y aquellas a

las que hace referencia. En tal sentido, no deberían omitirse los nombres y/o las obras de autores consultados, ni incluirse aquellos que –aunque importantes– no sean específicos. Referencias dentro del texto Se citará entre paréntesis el nombre del autor seguido del año de publicación o sólo el año si el nombre del autor perteneciera a la frase. Por ejemplo: “(Freud, 1918)” o “Freud (1918)”. Si los autores fueran dos, se consignarán los dos nombres: “(Laplanche y Pontalis, 1968)” o “Laplanche y Pontalis (1968)”. Se preferirá la fecha de la primera edición del texto a la fecha del texto que maneja el autor. Si los autores fueran más de dos, se mencionará sólo el primero, seguido de la expresión latina “et al.” (pero escrita sin comillas y no subrayada) o de la castellana “y otros”. Por ejemplo: “Garma y otros (1971)” o “(Garma y otros, 1971)”. O bien “Garma et al. (1971)” o “(Garma et al., 1971)”. Todas las referencias habrán sido trasladadas a la lista que con el título “Bibliografía” el autor incluirá al final de su trabajo. Recíprocamente, los ítems (o entradas) de esta lista corresponderán exactamente a los trabajos citados en el texto; es decir, se evitarán entradas superfluas. En la lista se colocará a los autores por orden alfabético, y a los trabajos (cuando se incluya más de uno de un autor determinado), por orden cronológico. Si se mencionaran dos trabajos del mismo año, el primero agregará a después de la fecha, el segundo b, y así sucesivamente. Cuando determinado autor es mencionado en la Bibliografía por su/s trabajo/s individual/es y por otros en los que es –alfabéticamente– el primero de los coautores, los trabajos individuales antecederán a los colectivos. “Ib.”, “ibíd.”, “ibídem” no serán empleados en la bibliografía (ya que el artículo o el libro se registra allí una sola vez) y en el texto serán evitados en lo posible. Para distinguir dos o más lugares de una misma referencia, colóquense en el texto las páginas que correspondan en cada caso. Los títulos de libros (en castellano) se escribirán en minúscula (excepto la primera letra de la primera palabra y los nombres propios), sin comillas y con bastardillas. Se escribirá a continuación el lugar de edición, el nombre de la editorial y el año de edición. Aunque el autor del trabajo no haya consultado la edición original, puede consignar las dos fechas. Por ejemplo: “Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1964): Fantasme originaire, fantasmes des origines, origenes de fantasme, París, Hachette, 1985. [Traducción cast.: Fantasía originaria, fantasía de los orígenes, orígenes de la fantasía, Barcelona, Gedisa, 1985.]”. Si se conociera la existencia de una edición castellana pero no se pudiera dar la referencia completa, escríbase: “[Hay trad. cast.]”. En cualquier caso es conveniente que figure la traducción del título al castellano. Los títulos de artículos irán entre comillas y sin subrayar. Se escribirán a continuación el nombre de la revista que lo incluye (sin abreviar y subrayado), el número del volumen y el año. Descriptores Los descriptores son adjudicados por la Comisión de Informática de la Asociación Psicoanalítica Argentina mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis. Importante El Comité Editor no se responsabiliza por las opiniones expresadas por el autor. La presentación de los trabajos a la REVISTA DE PSICOANÁLISIS implica la cesión legal de los derechos de publicación escrita y electrónica por parte de los autores. Suscripciones: contactar a la Secretaria Administrativa: [email protected]

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