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July 24, 2017 | Author: andreatabone | Category: Psychoanalysis, Sigmund Freud, Psychology & Cognitive Science, Nation, Age Of Enlightenment
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Revista de Psicoanálisis EDITADA POR LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA

El psicoanálisis en los Estados Unidos Chicago - 2009

Tomo LXVI, n° 1, 2009 BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA

ISSN 0034-8740

Secretaria Administrativa SILVINA RICHICHI

[email protected] Responsable de la Indización SARA HILDA FERNÁNDEZ CORNEJO

Revista de Psicoanálisis PUBLICACIÓN TRIMESTRAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA FILIAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA INTERNACIONAL (API) SOCIEDAD COMPONENTE DE LA FEDERACIÓN PSICOANALÍTICA DE AMÉRICA LATINA (FEPAL)

Corrección, Diagramación y Armado DIEGO GRANERO Ilustración de Tapa Reproducción monocromática de El sujeto y el lenguaje, de José Fischbein

Esta revista está incluida en el Catálogo LATINDEX, la Base de Datos LILACS y la Base de Datos PSICODOC

Comité Editor

Directora CLAUDIA LUCÍA BORENSZTEJN

Registro de la Propiedad Intelectual N° 56.921 Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Secretaria

CORREO ARGENTINO CENTRAL (B) SUC. 10 (B)

LILIANA NOEMÍ PEDRÓN MARTIN

INTERÉS GENERAL Concesión N° 1.510 FRANQUEO PAGADO Concesión N° 13513

© Esta publicación es propiedad de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Rodríguez Peña 1674, (C1021ABJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: (5411) 4812-3518 / Fax: (5411) 4814-0079 Suscripciones: [email protected] / Home page: http://www.apa.org.ar Queda prohibida, sin la autorización escrita de la Asociación Psicoanalítica Argentina, la reproducción total o parcial de los artículos publicados en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Impresión: Cosmosprin, E. Fernández 155, (1870) Avellaneda, Buenos Aires, Argentina, en marzo de 2009.

Miembros del Comité Editor

DARÍO ARCE SILVIA BEATRIZ BAJRAJ JEANNETTE DRYZUN JUDITH GOLDSCHMIDT DE SCHEVACH EDGARDO ADRIÁN GRINSPON FERNANDO FÉLIX IMERONI JUDITH KONONOVICH DE KANCYPER GRACIELA MEDVEDOFSKY DE SCHVARTZMAN MARÍA LOURDES REY DE AGUILAR MARCELO DANIEL SALUSKY

Índice

Miembros del Consejo Editor Internacional

Eduardo Agejas (Buenos Aires), Alcira Mariam Alizade (Buenos Aires), Madeleine Baranger (Buenos Aires), Elias M. da Rocha Barros (San Pablo), Carlos Basch (Buenos Aires), Ricardo Bernardi (Montevideo), Jorge Canestri (Roma), Guillermo Carvajal (Santa Fe de Bogotá), Fidias Cesio (Buenos Aires), Horacio Etchegoyen (Buenos Aires), Antonino Ferro (Pavia), Glen Gabbard (Houston), Leonardo Goijman (Buenos Aires), André Green (París), Aiban Hagelin (Buenos Aires), Charles Hanly (Toronto), Jürgen Hardt (Wetzlar), Max Hernández (Lima), Paul Janssen (Dortmund), Juan Jordán Moore (Santiago de Chile), Otto Kernberg (Nueva York), Rómulo Lander (Caracas), Jean Laplanche (París),

Lucía R. Martinto de Paschero (Buenos Aires), Norberto Marucco (Buenos Aires), Robert Michels (Nueva York), Thomas Ogden (San Francisco), Cecilio Paniagua (Madrid), Ethel Person (Nueva York), Andrés Rascovsky (Buenos Aires), Owen Renik (San Francisco), Lía Ricón (Buenos Aires), Romualdo Romanowsky (Porto Alegre), Anne-Marie Sandler (Londres), Gabriel Sapisochin (Madrid), Fanny Schkolnik (Montevideo), Evelyne A. Schwaber (Brookline), Marianne Springer-Kremser (Viena), Jaime Szpilka (Madrid), David Tuckett (Londres), José Luis Valls (Buenos Aires), Juan Vives Rocabert (México DF), Robert Wallerstein (Belvedere), Daniel Widlöcher (París), Paul Williams (Londres).

Comisión Directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Nota editorial 7 El psicoanálisis en los Estados Unidos • Homenaje a Heinz Kohut Eduardo Guillermo Raggio

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• Introspección, empatía y psicoanálisis. Un examen de la relación entre el modo de observación y la teoría Heinz Kohut

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• ¿Es posible hacer pasar un camello por el ojo de una aguja? Reflexiones sobre la forma en que nos habla el inconsciente y sus implicaciones clínicas Fred Busch

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• Historia del psicoanálisis estadounidense desde sus orígenes hasta la Segunda Guerra Mundial Jaime Nos Llopis

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• Técnica en la psicología del yo contemporánea Cecilio Paniagua

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• El psicoanálisis en los Estados Unidos Irene Cairo

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• La psicología del yo en la Argentina Arnaldo Smola

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• La “plaga” del psicoanálisis. Psicoanálisis y lengua. Comentario de las conferencias y charlas dictadas por J. Lacan en las universidades norteamericanas Liliana Szapiro

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Trabajos libres del Congreso de Chicago - 2009 Presidente: Dr. Andrés Rascovsky Vicepresidente: Dra. Ana María Viñoly Beceiro Secretaria: Lic. Mónica E. Hamra Secretario Científico: Dr. Eduardo E. Agejas Tesorero: Lic. Enrique M. Novelli Vocales : Lic. Justa Paloma Halac, Dra. Victoria Korin, Lic. María Gabriela Goldstein, Dra. Lidia Bruno de Sittlenok, Dr. Gustavo Dupuy, Lic. Emma N. Realini de Granero, Dr. Daniel Schmukler

• El uso de los sueños en el contexto clínico. Convergencias y divergencias. Una propuesta interdisciplinaria Susana Vinocur-Fischbein

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• Del acontecimiento psíquico al amor y la sexualidad Néstor Alberto Barbon

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• El enactment como concepto clínico convergente de teorías divergentes Claudia Lucía Borensztejn

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• Psicoanálisis del carácter: ¿una misión imposible? Norma Cattaneo

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• En las fronteras de lo analizable: la escisión, un caso clínico Marta Dávila

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• El enigma de la reacción de aniversario Isabel S. Eckell de Muscio

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• Construyendo psicoanálisis: del trauma al trauma psíquico Gustavo Jarast

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• Sentimiento de dolor y angustia, vectores de la vida psíquica Marta Kreiselman de Mosner y Marisa Ingrid Mosner

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En memoria • Recordando a Carlos Mario Aslan Andrés Rascovsky

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Nota editorial Hoy el nuevo Comité Editorial de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS presenta el primer número del año 2009, cuyo tema es “El psicoanálisis en los Estados Unidos”. Al recorrer sus páginas se abre un panorama diverso y múltiple. Comenzamos con las reseñas, pedidas a autores que escriben sobre las diferentes escuelas, líneas y desarrollos teóricos. El psicoanálisis argentino fue más afín a lo europeo, por razones que se comentan en estas páginas, siguiendo a Freud y a Klein, y luego a Lacan; esa generación que rechazó la psicología del yo, se nutrió, sin embargo, del yo y los mecanismos de defensa de Anna Freud, teórica fundante, aunque no habitara suelo americano; leyó a Hartmann, Kris y Loewenstein; se interesó en el self y el narcisismo de Kohut; el hospitalismo de Spitz; el autismo, la simbiosis e individuación de Mahler; se conmovió con la fortaleza vacía de Bettelheim; aprendió el autismo de Leo Kanner; y discurrió por infancia y sociedad de Erickson, el arte de amar de Erich Fromm, la sexualidad femenina de Karen Horney. Si consultamos esos textos fundacionales, encontraremos en las citas de bibliograficas a Alexander, Gillespie, Frida Fromm Reichmann, y luego a Edith Jacobson, Harold Searles, Peter Bloss, Otto Kernberg, entre otros. Más tarde, a partir de los años setenta, surgieron en los Estados Unidos voces que incorporaron las ideas kleinianas y poskleinianas, los intersubjetivistas, los teóricos de las relaciones objetales como Grotstein, Ogden, Renik, Jacobs. La REVISTA DE PSICOANÁLISIS los ha publicado en su mayoría, testimonio de su interés entre nosotros. En las primeras páginas de este número encontrarán a Kohut y su artículo prínceps sobre la empatía. El doctor Raggio lo introduce, para situarnos en el contexto histórico de su aparición. Es un verdadero placer leer por primera vez en español este clásico de la literatura psicoanalítica. Cabeza de escuela de la psicología del self, Kohut define el objeto de estudio del psicoanálisis, el inconciente, por su método específico de observación: la empatía y la introspección. Sin experiencia introspectiva no hay fenómeno psicológico, sino que éste será social o conductual o somático. Fred Busch, representante de la psicología del yo contemporánea, explora lo que él considera una forma particular de expresión de lo inconciente, que es el lenguaje-acción y su específica forma de ser interpretado. Establece una diferencia con el lenguaje-comunicación que es del preconciente. El planteo nos hace recordar el trabajo de Álvarez de Toledo sobre el hablar, el interpretar y las palabras. Para Busch, lo profundamente inconciente es siempre puesto en acto, idea que desde la

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vertiente intersubjetivista surge hoy con el concepto de enactment. La técnica para analizar la compulsión de repetición expresada de este modo en la acción, incluye la consideración de la contratransferencia que está basada en la comunicación empática y provoca una reacción de sorpresa. El final del trabajo produce justamente este agradable efecto. Jaime Nos Llopis, en su “Historia del psicoanálisis estadounidense”, analiza las primeras cuatro décadas, lo que nos permite entender el predominio de la psicología del yo en la primera etapa y las revisiones posteriores que han llevado al pluralismo teórico y técnico del psicoanálisis americano actual. Nos Llopis indaga las razones de la aceptación y difusión de las nuevas ideas en los Estados Unidos ancladas en una idea liberal, en tensión con una actitud más conservadora. La referencia de Nos Llopis a los psicoanalistas que emigraron a los Estados Unidos, expulsados de Europa por la Segunda Guerra Mundial, da un panorama de la genética de las ideas que allí surgieron. El autor describe dos vertientes en el psicoanálisis freudiano: una definida como científico-natural, que predominó en las décadas del cincuenta y el sesenta con el auge de la psicología del yo, y otra humanístico-literaria, hermenéutica y narrativa, que surgió en la década del setenta. Nos Llopis concluye esta instructiva reseña con una mención de las diferentes escuelas psicoanalíticas. Llegamos al trabajo de Cecilio Paniagua que propone deshacer mitos como falsas creencias; por ejemplo, el que invoca al triunvirato teórico de Hartmann, Kris y Loewenstein como representantes máximos o únicos de la psicología del yo en la actualidad, y la superficialidad con la que se ha tomado la idea del punto de vista adaptativo psicoanalítico. El autor nos invita a pensar en las consecuencias técnicas del revolucionario cambio de la metapsicología que implicó la segunda tópica freudiana, a partir de la cual se concibe que los mecanismos de defensa del yo son inconcientes. Cecilio Paniagua menciona a Fred Busch como el autor que propone actualmente un nuevo paradigma de interpretación, diferente del paradigma mutativo de Strachey. Finalmente, Paniagua resume en dieciséis ítems los elementos salientes de este cambio en la técnica, y sostiene que este cambio es el que minimiza de modo más efectivo la influencia de la sugestión, tema que ha sido objeto de anteriores trabajos del autor publicados en nuestra colección. Irene Cairo nos trae una visión refrescante y vital del panorama actual en los Estados Unidos, basada en su propia historia, conocimientos y entrevistas. Una especie de “Who is who?” que conecta nombres, ideas, filiaciones. Complemento de la reseña de Nos LLopis, Cairo se adentra en cuestiones de la política institucional psicoanalítica. Aborda el tema del borramiento de límites entre psicoanálisis y psicoterapia. Presenta a Nancy Chodorow (socióloga de Berkeley), quien, viniendo de la vertiente humanística, se incluye en una línea de pensamiento inde-

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pendiente americana, según el modelo de la tradición independiente británica. Así, la autora teje redes de influencia de autores, escuelas, alineaciones, en una trama que muestra el pluralismo del psicoanálisis americano hoy. Arnaldo Smola traza el derrotero de las ideas de la psicología del yo en la Argentina y los factores que determinaron su destino. Las razones del rechazo de dichas ideas coinciden con la aceptación de la teoría kleiniana, como más afín al alma argentina. El autor repasa los nombres de los autores más influyentes y los temas que ellos abordaron, como el proyecto de definir una psicología psicoanalítica abarcativa de la personalidad, el análisis de la creatividad, las teorías del desarrollo normal y patológico, los trabajos con pacientes psicóticos en instituciones, el estudio del narcisismo y las patologías borderline, entre otros. Liliana Szapiro reseña un aspecto particular de la presencia de Lacan en los Estados Unidos, su participación en un congreso sobre constructivismo en la John Hopkins University invitado por reconocidos lingüistas. Ella elige, de este modo, subrayar el contacto más que la crítica por todos conocida de Lacan al desarrollo de la psicología del yo. Su auditorio y su prédica tuvo más espacio en este ámbito, y la autora hace una síntesis breve de las ideas vertidas en esas conferencias. Al final hay una nota interesante del encuentro de Lacan con Chomsky. La segunda parte de este número incluye los trabajos de los colegas de nuestra institución que han sido seleccionados por el referato internacional del Comité del Congreso de Chicago - 2009. El trabajo de Susana Vinocur-Fischbein ha sido galardonado con el “Ticho Foundation Lectureship Award”, un premio que tiene el objetivo de estimular a un analista en proceso de desarrollar un cuerpo de trabajo teórico. Aquí la autora propone el análisis de los sueños en un contexto interdisciplinario, poniendo en contacto la teoría del signo de Peirce para analizar la función de los sueños, conceptualizándolos en una perspectiva triádica, con la teoría del campo intersubjetivo de los Baranger en su posterior utilización clínico-técnica, describiendo el proceso como una semiosis infinita. Néstor Barbon plantea la necesidad de un encuentro madre-bebé determinante de la estructuración psíquica que permite la posibilidad de amar y disponer del propio cuerpo. El autor presenta un caso clínico en el que se puede pensar la transformación desde un bebé que ha sido dejado caer, en términos de Winnicott, hasta alguien que puede pensar la esperanza, siguiendo a Piera Aulagnier. Claudia Borensztejn toma el concepto actual de enactment o puesta en acto como herramienta conceptual útil para la clínica del componente de actuación que pueda estar presente en la comunicación entre el paciente y el analista. Rastrea su origen en las conceptualizaciones de

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Joseph Sandler y su convergencia con las ideas de Betty Joseph acerca de la identificación proyectiva. Sostiene que muchos autores argentinos abordaron este tema implícitamente en sus escritos, especialmente los Baranger con su concepto de campo dinámico. La autora describe dos tiempos del enactment acercando así un vértice intersubjetivo al estudio de la acción en el marco del método y la técnica analítica. Norma Cattaneo revisita el concepto de carácter en la obra freudiana, recorriendo el tema de las identificaciones, los traumas tempranos, la escisión del yo, para luego abordar el carácter como inasequible al análisis y preguntarse: ¿cómo aproximarse, en la cura, a este blasón, esta armadura, el Gran Otro que habita al paciente? Y responder… tal vez… la transferencia. Plantea la labor del analista como la de un poeta que se ocupa del “siempre” más que del “antes”. Marta Dávila centra su comunicación en un caso clínico de un paciente que ataca las palabras de su analista y le impide pensar. Para comprenderlo, articula múltiples vértices teóricos relacionados con la problemática del vacío, la patología del narcisismo y la escisión. Recuerda las ideas de Green sobre la posición fóbica central. La propuesta técnica es la de editar o fundar una nueva inscripción psíquica en la relación transferencial para que el paciente pueda sentir que tiene derecho a ser y a vivir. Isabel Eckell de Muscio nos presenta un paciente con los efectos somáticos de un duelo no elaborado por la muerte de su padre, bajo la forma del enigma de la reacción de aniversario, como una peculiar forma de repetición, manifestada en el soma y vinculada con situaciones traumáticas tempranas. La autora nos recuerda a Franz Alexander, fundador de la Escuela Psicosomática de Chicago, quien, junto a sus colegas French y Pollock, estudió y describió un grupo de enfermedades psicosomáticas que se conocen como las Chicago Seven. Gustavo Jarast retoma el tema del trauma no recordable, el que requiere de la participación del analista para que adquiera una representación psíquica inédita. El autor describe en qué consiste la contribución que el analista realiza “para la formación de una suerte de ‘argamasa’ con la cual poder ir recuperando territorio psíquico y subjetivo”, y dice: “[...] el analista deberá tener muy presente los riesgos de que en esta construcción o reconstrucción el analizado no quede atrapado en el nuevo trauma que significaría quedar arropado en la identidad –ajena– de su analista”. Jarast ilustra su exposición con una inquietante viñeta clínica. Marta Kreiselman de Mosner y Marisa Mosner trazan un recorrido de la noción de dolor y sus fuentes en el cuerpo, la realidad y los vínculos. En primer lugar, las autoras recorren los textos de Freud para abordar la transmisión generacional del dolor, y luego toman otros autores como Kaës y Tisseron, para volver a Freud antes de presentar tres viñetas clínicas. Las autoras postulan que crecer es tolerar el dolor del desasimiento.

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Todos los trabajos aquí presentados retornan de un modo u otro al tema del trauma, de lo temprano, de lo inaccesible, del carácter, de lo nunca representado, y proponen los modos de llegar a ello, y las formas en que puede pensarse la labor del analista que actualmente intenta ir más allá de sí mismo, más allá de la roca viva. Invitamos a que todos nos acompañen en este recorrido. Claudia Lucía Borensztejn Directora

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AH under you, over you, on you, about you, slaked in a desert, the pools, the shadow of a face, a perfect answer, it was not myself I could not imagine, it was the substance of no understanding, leaning over the waterfront, going out to sea, of Money and milk and crackers on the other hand, founded on actual existence the pool placed with its ripples widening to the edge, growing the watercress, the iced surface, the dinner table sparkled with lamps, and the silver moon waned into happy nightgales and bright forests * Robin Blazer

AH debajo de ti, sobre ti, en ti / acerca de ti, saciado en el desierto, los / estanques, la sombra de un rostro, / una réplica perfecta, no era / a mí a quien no podía imaginar, era / la sustancia de ningún entendimiento, / inclinado sobre el borde del agua, yendo / hacia el mar, de miel y leche y / galletas por otro lado, situado en / la existencia presente el estanque juega / con sus ondas ampliándolas hacia la orilla, / reverdeciendo el berro, la / superficie de hielo, las lámparas dando destellos / en la mesa de la cena, y la / luna de plata menguando entre alegres / ruiseñores y bosques resplandecientes (Traducción: José Luis Bobadilla.)

* Robin Blazer nació en 1925, en Denver, Colorado. Su obra está reunida en The Holy Forest: Collected Poems (2007) y The Fire: Collected Essays (2006), ambos publicados por la Universidad de California. Agradecemos a Gustavo Dupuy por la sugerencia y el contacto con la revista El poeta y su trabajo / 30 (Otoño, 2008), y a su director Hugo Gola, quien ha autorizado transcribir este poema.

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 13-16

Homenaje a Heinz Kohut Introducción al trabajo “Introspección, empatía y psicoanálisis. Un examen de la relación entre el modo de observación y la teoría” *Eduardo Guillermo Raggio

La celebración del próximo Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional a realizarse en Chicago es una excelente oportunidad para rendir homenaje a Heinz Kohut (1913-1981), una de las figuras más importantes de la historia del psicoanálisis, quien vivió la mayor parte de su vida en esa ciudad y en la que desarrolló su obra. Nuestra Revista ha realizado valiosos aportes para la difusión de su obra. En 1969 (no 2) editó “Formas y transformaciones del narcisismo” (1966), en 1980 (no 3) “Reflexiones sobre el narcisismo y la furia narcisista” (1972), y en 2002 (no 1) “Introspección, empatía y el semicírculo de la salud mental” (1981), con una Introducción de Miguel Á. Paz. C. Strozier, su biógrafo, comenta que una de las características de los encuentros con Kohut fue que el interlocutor sentía, después de los mismos, la certeza de haber aprendido algo; la lectura de este autor produjo en mí el mismo sentimiento, renovando y ampliando mi perspectiva clínica. Entiendo que no fue un cismático, sino una nueva voz en el mundo del psicoanálisis. La publicación de este ensayo, el cual inicia su original trayectoria científica, constituye un adecuado testimonio de nuestro reconocimiento. Presentado en 1957 ante el Instituto al cual él pertenecía, su título revela dos de los vectores que más tarde se constituirían en pilares de sus formulaciones. Pone especial énfasis en la argumentación que propone a favor de la relación entre el método y la elaboración de la teoría. A dife-

* Dirección: Zapata 542, 7º “B”, (C1426AEJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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EDUARDO GUILLERMO RAGGIO

rencia de todo texto introductorio de una disciplina científica que suele comenzar por una caracterización que, a la vez, presenta y delimita el objeto de estudio, Kohut redefine el problema cuestionando la naturaleza de la metodología empleada. Sostiene que lo que conduce al resultado de una investigación científica está relacionado con los métodos utilizados, no sólo se trata, por lo tanto, del tema que define la ciencia, sino también operativamente del método de investigación predominante. La introspección y la empatía tienen que estar presentes como “constituyentes esenciales” de toda observación para que pueda ser considerada psicológica, delimitando, a su vez, el campo de investigación. Este ensayo causó muchos malentendidos respecto de su obra, los que tuvo que ir explicando sistemática y reiteradamente durante los veinticinco años posteriores. Ya a partir de los años cincuenta comienza a compartir su creciente malestar en discusiones informales en el Instituto, porque advierte, en ese momento, que las principales orientaciones de los psicoanalistas estadounidenses estaban influenciadas por métodos de observación propios de otras disciplinas científicas, en particular las ciencias biológicas, las sociales y la etología (Alexander, Spitz, Erikson y Mahler, por ejemplo). Consideraba que estos enfoques podrían conducir a inadecuaciones y errores en el campo psicoanalítico. Sostiene, en suma, que las observaciones y teorías psicoanalíticas deben surgir del setting analítico. Para este autor, el psicoanálisis es una psicología profunda introspectiva-empática, y es éste el método de observación que utilizaron Breuer y Freud desde sus comienzos; el énfasis puesto en la asociación libre y en el análisis de las resistencias, tendió a oscurecer el hecho de que la esencia del psicoanálisis radica en la inmersión empática prolongada del observador científico en lo observado. Aquí reside la gran innovación de Kohut: la empatía deja de ser una condición necesaria del trabajo analítico, como todos pensamos a partir de Freud y Ferenczi, para constituirse en la esencia misma del método. Luego, a lo largo de este artículo y en diferentes apartados, Kohut examina esquemáticamente varios conceptos psicoanalíticos que serán temas que desarrollaría en trabajos posteriores: resistencias contra la introspección, organizaciones mentales tempranas, conflicto endopsíquico e interpersonal, dependencia, sexualidad, agresión, pulsiones, libre albedrío y los límites de la introspección intentando demostrar cómo el modo de observación de ellos es el que define sus contenidos. Al análisis que realiza sobre las “resistencias contra la introspección” yo le agregaría una de origen teórico que puede ayudar a comprender el rechazo que generó este trabajo. En 1927, H. Hartmann publica “Comprensión y explicación”, trabajo en el que trata de establecer una comparación crítica entre la llamada “Psicología Comprensiva” (W. Dilthey, REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 13-16

HOMENAJE A HEINZ KOHUT

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K. Jaspers) y el psicoanálisis, reafirmando que el “objeto del psicoanálisis es el inconsciente” y la empatía queda asociada con un instrumento de conocimiento de la vida psíquica consciente propia de la psicología comprensiva, y este criterio se constituye en un fuerte obstáculo para la inclusión de la empatía en el psicoanálisis. En el análisis que hace Kohut de las resistencias opuestas a la introspección, advierte las limitaciones objetivas respecto de su aplicación, “la confiabilidad de la empatía declina cuanto más difiere lo observado del observador”. Esto puede verse cuando se evalúan las condiciones para empatizar con estados regresivos o infantiles. Resulta extremadamente difícil hacer una introspección de los significados de las interacciones más tempranas entre la madre y el niño, intento que podría llevar hacia un marco referencial propio de la psicología social, que puede ser comparado pero no equiparado con los resultados de la psicología introspectiva. En su mirada del conflicto endopsíquico e interpersonal, al examinar el concepto de transferencia de Freud destacando las diferencias propias de las neurosis de los estados borderline y las psicosis, se revelan importantes precedentes de desarrollos más tardíos. La empatía persistente con pacientes muy perturbados conducía a estados más tempranos que permitían reconocer “una psiquis no estructurada luchando por mantener el contacto con un objeto arcaico o para sostener una tenue separación del mismo”. En este caso, el analista “no es una pantalla para la proyección de estructuras internas”. “Él es aquel objeto arcaico con el cual el analizando trata de mantenerse en contacto [...].” Destacar la importancia precursora de estas conceptualizaciones me parece obvio. En el apartado sobre dependencia, uno de los temas que subraya es la ambigüedad del concepto, que puede tener significados biológicos y psicológicos. Se trata de un concepto biológico cuando nos referimos a la condición de dependencia y de un concepto psicológico cuando nos referimos a través de la observación introspectivo-empática “al deseo de ser dependiente”. Kohut plantea las dificultades que se presentan para poder acceder a la pulsión a través de la introspección, método que permite revelar la presencia de deseos. Por último, sobre las reflexiones que Kohut formula acerca del determinismo y el libre albedrío sólo me resta recomendar su atenta lectura. En el 50o aniversario de la Sociedad Psicoanalítica de Chicago, su hijo Thomas expuso su último trabajo “Introspección, empatía y el semicírculo de la salud mental”, en el que vuelve una vez más sobre el tema de la empatía. Relata que todos los discutidores que había tenido en su presentación del ’57, tanto los que lo habían elogiado como sus detractores, no lo habían entendido. Es mi intención que la lectura de este trabajo provoque

EDUARDO GUILLERMO RAGGIO

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en los colegas una reacción diferente, más allá de compartir o discrepar con sus ideas. Agradezco especialmente la traducción y el asesoramiento de la licenciada María Teresa Huttrer, psicóloga, Magister en Psicoanálisis y Especialista en Psicología del Self.

DESCRIPTORES: INTROSPECCIÓN / EMPATÍA / MÉTODO / INVESTIGACIÓN / PSICOANÁLISIS KEYWORDS: INTROSPECTION / EMPATHY / METHOD / INVESTIGATION / PSYCHOANALYSIS PALAVRAS-CHAVE: INTROSPECÇÃO / EMPATIA / MÉTODO / INVESTIGAÇÃO / PSICANÁLISE

(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 9 de marzo de 2009.)

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 13-16

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 17-40

*Introspección, empatía y psicoanálisis Un examen de la relación entre el modo de observación y la teoría Heinz Kohut

Resumen

El estudio precedente intentó demostrar que la introspección y la empatía son ingredientes esenciales de la observación psicoanalítica y que los límites del psicoanálisis están, por ende, definidos por los límites potenciales de la introspección y la empatía. Se discutieron varias inexactitudes, omisiones y errores en la utilización de los conceptos psicoanalíticos. Se pudo mostrar que estos defectos se debían a la negligencia del hecho de que la teoría psicoanalítica –la teoría de una ciencia empírica– es un derivado del campo de las experiencias internas observadas por medio de la introspección y la empatía. DESCRIPTORES: INTROSPECCIÓN / EMPATÍA / MÉTODO / INVESTIGACIÓN / PSICOANÁLISIS Summary INTROSPECTION, EMPATHY, AND PSYCHOANALYSIS. An Examination of the Relationship Between Mode of Observation and Theory

The preceding examination attempted to demonstrate that introspection and empathy are essential ingredients of psychoanalytic observation and that the limits of psychoanalysis are, therefore, defined by the potential limits of introspection and empathy. Several specific inaccuracies, omissions, and errors in the

* Trabajo presentado por primera vez en Chicago, con motivo de la reunión por el 25º aniversario del Instituto de Psicoanálisis de Chicago en noviembre de 1957. Publicado en el Journal of the American Psychoanalytic Association (1959), 7, págs. 459-483. Una versión abreviada fue presentada en París en la reunión de la Asociación Psicoanalítica Internacional en julio de 1957. Traducido al español por la licenciada María Teresa Huttrer.

HEINZ KOHUT

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use of psychoanalytic concepts were discussed. It was shown that these defects were due to the neglect of the fact that psychoanalytic theory –the theory of an empirical science– is derived from the field of inner experiences observed through introspection and empathy. KEYWORDS: INTROSPECTION / EMPATHY / METHOD / INVESTIGATION / PSYCHOANALYSIS

Resumo INTROSPECÇÃO, EMPATIA E PSICANÁLISE. Uma análise da relação entre o modo de observação e a teoria

O estudo precedente tentou demonstrar que a introspecção e a empatia são itens essenciais da observação psicanalítica e que os limites da psicanálise, por conseguinte, são definidos pelos limites potenciais da introspecção e da empatia. Discutiu-se sobre várias inexatidões, omissões e erros na utilização dos conceitos psicanalíticos. Conseguiu-se demonstrar que estes defeitos se deviam à negligência do fato que a teoria psicanalítica –a teoria de uma ciência empírica– é um derivado do campo das experiências internas observadas através da introspecção e da empatia. PALAVRAS-CHAVE: INTROSPECÇÃO / EMPATIA / MÉTODO / INVESTIGAÇÃO / PSICANÁLISE

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 17-40

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 41-55

*¿Es posible hacer pasar un camello por el ojo de una aguja? Reflexiones sobre la forma en que nos habla el inconsciente y sus implicaciones clínicas **Fred Busch

Resumen

En este artículo examinaré la propuesta de que cuanto más nos acercamos al contenido inconsciente, más probable es que éste se exprese mediante una forma particular de acción denominada lenguaje-acción. Las palabras se asemejan entonces a actos concretos. Freud fue el primero en referirse a este tipo de lenguaje, al decir que era “la compulsión a repetir en la acción”. Más adelante, Loewald lo llamó “acción de lenguaje” y los kleinianos aludieron a esas circunstancias en las que las verbalizaciones intentan “hacer” o “provocar” algo. De hecho, si tenemos en cuenta el desarrollo de los procesos de pensamiento, advertimos que éstos no tienen como fundamento las imágenes (según creímos en un principio), sino más bien una acción codificada en esquemas sensoriomotores. En el artículo se examinan las implicaciones que esto tiene para el tratamiento, entre las cuales cabe mencionar la importancia de la contratransferencia para la comprensión del lenguaje-acción, la necesidad de convertir las acciones en representaciones, y el énfasis puesto en el proceso más que en el contenido cuando se quiere trocar las fantasías y defensas inconscientes en pensamiento preconsciente. DESCRIPTORES: LENGUAJE / ACCIÓN / INCONSCIENTE / COMPULSIÓN A LA REPETICIÓN / CONTRATRANSFERENCIA / REPRESENTACIÓN

* Este artículo se publicó por primera vez, en una versión más extensa, en el International Journal of Psychoanalysis, vol. 90, parte 1. ** Dirección: 246 Eliot Street, Chestnut Hill, MA 02467, Estados Unidos. [email protected]

FRED BUSCH

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Summary CAN YOU PUSH A CAMEL THROUGH THE EYE OF A NEEDLE? Reflections on how the unconscious speaks to us and its clinical implications

In this paper I explore the proposition that the closer we get to unconscious content, the more likely it will be expressed in a particular form of action called action-language. This is where words become more like concrete actions. First described by Freud (1914) as repetitions in action, it was further elaborated by Loewald as actions in speech, and portrayed by the Kleinians as when verbalizations attempt to do something or bring something about. In fact, if we look at the development of thought processes, we realize that imaging is not the foundation of thought (as we first believed), but rather it is action encoded in sensori-motor schema. The implications for treatment are discussed. These include: the importance of the use of countertransference in understanding action-language; the necessity of changing actions into representations; and the emphasis on the process rather than the content in changing the unconscious fantasies and defenses into preconscious thimking. KEYWORDS: LANGUAGE / ACTION / UNCONSCIOUS / REPETITION COMPULSION / COUNTERTRANSFERENCE / REPRESENTATION Resumo É POSSÍVEL UM CAMELO PASSAR PELO BURACO DE UMA AGULHA? Reflexões sobre a forma em que o inconsciente nos fala e suas implicações clínicas

Neste artigo examinarei a proposta de que quanto mais nos aproximamos do conteúdo inconsciente, mais provável é que este se expresse mediante uma forma particular de ação denominada linguagem-ação. As palavras se assemelham a atos concretos. Freud foi o primeiro a se referir sobre este tipo de linguagem ao afirmar que era “a compulsão a repetir na ação”. Mais tarde, Loewald a chamou “ação da linguagem” e os kleinianos se referiram a essas circunstâncias em que as verbalizações tentam “fazer” ou “provocar” alguma coisa. De fato, se levamos em consideração o desenvolvimento dos processos do pensamento, advertimos que estes não têm como fundamento as imagens (como acreditávamos anteriormente), mas sim uma ação codificada em esquemas sensório-motores. Também são examinadas as implicações que isto tem para o tratamento, entre as quais cabe mencionar a importância da contratransferência para a compreensão da linguagem-ação, a necessidade de transformar as ações em representações e a ênfase posta no processo mais que no conteúdo quando se pretende trocar as fantasias e defesas inconscientes em pensamento pré-consciente. PALAVRAS-CHAVES: LINGUAGEM / AÇÃO / INCONSCIENTE / COMPULSÃO À REPETIÇÃO / CONTRATRANSFERÊNCIA / REPRESENTAÇÃO

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Historia del psicoanálisis estadounidense desde sus orígenes hasta la Segunda Guerra Mundial *Jaime Nos Llopis

Introducción

La revisión histórica de las primeras cuatro décadas del psicoanálisis de los Estados Unidos, que se extienden de principios del siglo XX hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, nos muestra que un acontecimiento decisivo en la historia de Europa –el ascenso al poder en 1933 del Partido Nacional Socialista en Alemania– dividió este período en dos fases claramente diferenciadas. Durante la primera fase, de 1900 a 1933, el psicoanálisis estadounidense fue un satélite de las sociedades psicoanalíticas centroeuropeas en las que había surgido el psicoanálisis. En la segunda fase, de 1933 a 1945, la situación anterior se invirtió: durante esos años, el psicoanálisis centroeuropeo fue trasplantado a los Estados Unidos por los psicoanalistas que se exiliaron en este país escapando de la persecución nazi, lo cual determinó el ulterior auge del psicoanálisis estadounidense. En este trabajo, describiré los hitos y protagonistas fundamentales de estas dos etapas y, complementariamente, revisaré ciertos aspectos de la cultura de los Estados Unidos que influyeron en la orientación del psicoanálisis estadounidense de ese período y determinaron su evolución histórica posterior.

* Dirección: Rambla de Cataluya 106, (08008) Barcelona, España. [email protected]

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I. Los orígenes del psicoanálisis estadounidense: de 1900 a 1933

A diferencia de lo que ocurrió en Europa, las ideas de Freud tuvieron una rápida aceptación y difusión en los Estados Unidos desde el inicio del siglo XX. El primer reconocimiento internacional del psicoanálisis provino de los Estados Unidos de un modo honorífico: en 1909, Freud fue invitado por el psicólogo Stanley Hall, presidente de la Clark University (en Worcester, Massachussets), con motivo de la celebración del vigésimo aniversario de esa universidad, a dar cinco conferencias en alemán sobre psicoanálisis (Freud, 1910). Freud aceptó la invitación y zarpó desde Bremen rumbo a Nueva York acompañado de Jung, Jones y Ferenczi, sus más fieles colaboradores de ese período. La visita de Freud a los Estados Unidos en 1909 le permitió extraer algunas conclusiones que se reflejan en estos comentarios suyos: Con gran sorpresa comprobamos que todos los miembros de aquella Universidad [...] conocían los trabajos psicoanalíticos y los habían dado a conocer a sus alumnos. Así, pues, en la pudibunda América, podían discutirse y examinarse científicamente con toda libertad, por lo menos dentro de los círculos académicos, cosas que en la vida individual eran objeto de violenta repulsa [...] La falta de una arraigada tradición científica y la menor rigidez de la autoridad oficial han sido decisivamente ventajosas […] Otra circunstancia característica fue la de que, desde el principio, los profesores y directores de manicomios mostraran por el análisis un interés tan grande como el de los médicos independientes.

Y a continuación, Freud compara la actitud receptiva hacia el psicoanálisis de los Estados Unidos con el rechazo de Europa: “[...] es evidente que la lucha por el psicoanálisis ha de decidirse allí donde ha surgido la mayor resistencia, o sea en los viejos centros de cultura” (Freud, 1914, págs. 1909-1910). Dos años más tarde, en 1911, cuando tan sólo existían en el mundo tres sociedades psicoanalíticas –las de Viena, Berlín y Zurich– se fundaron la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York y la Sociedad Americana de Psicoanálisis; y en 1914 se fundaron las sociedades de Boston y Washington D.C. Los analistas pioneros americanos fueron, en su mayoría, académicos de prestigio de las universidades más elitistas del nordeste del país (Columbia, Harvard, Philadelphia, Johns Hopkins, etc). La lista de analistas fundadores de las primeras sociedades psicoanalíticas de los Estados Unidos incluye algunos nombres conocidos: el psicoanalista británico Ernst Jones, biógrafo de Freud y uno de sus más fieles colaboradores; Abraham Brill, que se formó con Bleuler en Zurich, donde se in-

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teresó por el psicoanálisis, y tras su retorno a los Estados Unidos tradujo las obras de Freud al inglés, los Collected Papers; o el eminente neurólogo James Jackson Putnam, a quien Freud dedicó dos trabajos cortos que aparecen en la Standard Edition. De 1900 a 1930, un período en el que todavía no existía ningún instituto psicoanalítico en los Estados Unidos –el primero se fundaría en Nueva York en 1931–, numerosos psiquiatras estadounidenses hicieron su peregrinaje a Europa para obtener una formación psicoanalítica con Freud y el resto de psicoanalistas pioneros. Diversos biógrafos de Freud (Jones, 1955; Gay, 1988) e historiadores del psicoanálisis (Oberndorf, 1953) describen la rápida difusión del psicoanálisis en los Estados Unidos a principios del siglo XX, así como la ayuda económica y los numerosos gestos públicos en defensa de Freud y el psicoanálisis que hicieron los psicoanalistas norteamericanos, en sociedades profesionales y periódicos. Comparemos esta actitud con la del establishment médico vienés de ese período: en su autobiografía, Elias Canetti (1982) narra que en la culta y burguesa Viena de las décadas de 1910 y 1920, en la que surgieron tantas figuras innovadoras en diversos campos del arte y la cultura –Gustav Mahler; Klimt; Otto Wagner y el grupo arquitectónico vienés Sezession, con Loos, Hoffmann y Olbrich; Arthur Schnitzller; Karl Krauss; Wittgenstein y los positivistas lógicos del Círculo de Viena–, las ideas de Freud eran discutidas apasionadamente por los estudiantes e intelectuales vieneses más avanzados, pero ignoradas o ridiculizadas por las figuras más prominentes de la universidad.

Razones históricas de la rápida aceptación del psicoanálisis en los Estados Unidos

Si el psicoanálisis había encontrado tanta resistencia en los círculos académicos e intelectuales europeos, ¿cuáles fueron las razones de que tuviera una aceptación tan inmediata en los Estados Unidos? En mi opinión, un amplio sector de la sociedad estadounidense era particularmente receptivo a nuevas ideas. Veámoslo. Desde una perspectiva centroeuropea, la cultura norteamericana a menudo se concibe como radicalmente distinta de la europea; pero en realidad, los Estados Unidos es un producto de la cultura europea moderna, que a su vez era el fruto de una profunda transformación causada por los cambios políticos, religiosos, económicos y sociales ocurridos a lo largo de un periodo de tres siglos, del XVII al XIX: reforma protestante, liberalismo, revolución francesa, ilustración, revoluciones anticoloniales americanas, revolución industrial, etc.

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El término “liberalismo” hace referencia a una nueva actitud que se desarrolló en Europa en el siglo XVII tras la reforma protestante, como fuerza de liberación de todas las tiranías –religiosas, políticas, sociales, económicas e intelectuales– residuales del período medieval. La actitud liberal incluye diferentes rasgos: rechazo de cualquier injerencia en materia de conciencia; rechazo de la autoridad de la Iglesia en cuestiones relacionadas con la ciencia y la filosofía; individualismo en la esfera económica, que se tradujo en una actitud de laisser-faire; oposición de las nuevas clases medias al poder regio de origen divino y a los privilegios arbitrarios de la aristocracia y monarquía; confianza en la razón y la ciencia como fuentes de progreso; importancia de la educación y la ética del trabajo (Max Weber, 1904-1905); y un sistema político democrático basado en el derecho a la propiedad privada. Desde un punto de vista histórico, los Estados Unidos fueron –a diferencia de los países europeos– la primera nación occidental que se constituyó desde su inicio como una nación “moderna”, sin un pasado feudal-aristocrático y sin una tradición religiosa y cultural propias. La revolución anticolonial, la declaración de independencia y la Constitución de los Estados Unidos de América de 1787 estuvieron inspiradas –al igual que la revolución francesa y la corriente intelectual de la ilustración en Europa– en los principios del liberalismo: libre expresión de pensamiento, libertad de asociación, libertad de prensa, libertad religiosa, separación Iglesia-Estado, laicidad o no-confesionalidad del Estado, etc. El ideal liberal se convirtió en el ideal nacional de los Estados Unidos, que estaba reflejado en su Constitución e impregnaba la cultura estadounidense de finales del siglo XIX. Pero este ideal –como suele suceder con los ideales– no fue siempre alcanzado durante ese período: la lucha política y económica planteada entre los estados del Norte y del Sur sobre la extensión del esclavismo a los nuevos estados del Oeste del país, derivó en 1861 en una sangrienta Guerra Civil o Guerra de Secesión (1861-1865) de cuatro años de duración. Esta confrontación violenta puso de manifiesto de forma trágica que la sociedad estadounidense no había asimilado global y homogéneamente los principios liberales del pensamiento moderno europeo, sino que dentro de ella coexistían –y todavía coexisten–, en tensión dialéctica y frágil equilibrio, dos tendencias opuestas. Intentaré diferenciar esas tendencias, a riesgo de simplificar una realidad muy compleja. Un numeroso sector de la población –la “mayoría moral”– tenía una actitud profundamente conservadora, cuyas raíces históricas se remontaban a los emigrantes “pioneros” de origen europeo que se vieron obligados a salir de sus países de origen por pertenecer a minorías religiosas discrepantes. Los rasgos que definen esta actitud conservadora son varios: rechazo de las ideas liberales; religiosidad fundamentalista y antiREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 57-77

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científica; puritanismo; nacionalismo aislacionista y desconfianza de ideas nuevas y culturas “extrañas”, no americanas; y una visión idealizada de América como tierra de promisión elegida por Dios. En cambio, otra parte de la población norteamericana –no menos numerosa que la anterior– había asimilado profundamente los ideales liberales y los principios ilustrados en los que se sustentaba la democracia americana. Al inicio del siglo XX, parte de este sector liberal, ilustrado y progresista se había convertido en una elite cultural –minoritaria dentro del país, pero numéricamente considerable– que, comparada con la burguesía europea culta de ese período, estaba mucho más abierta que ésta a cualquier innovación que ofreciera esperanza de progreso, ya que carecía de la rigidez que, a menudo, genera en el europeo la idealización acrítica de su tradición histórica e identidad cultural nacionales, que se consideran inmutables e incuestionables. Esta mayor permeabilidad a lo nuevo de un sector de la sociedad norteamericana explica hechos paradójicos como el siguiente: la monografía sobre la sexualidad humana del psicólogo victoriano inglés Havelock Ellis (Studies in the Psychology of Sex, 1900) fue publicada por una editorial de la puritana Filadelfia, tras haberse prohibido su publicación en Inglaterra por considerársela obscena. Fue esta elite progresista e ilustrada de la sociedad estadounidense de principios del siglo XX la que aceptó rápidamente el psicoanálisis. Las ideas revolucionarias de Freud sobre la sexualidad infantil y el funcionamiento mental inconsciente, y sobre su conexión con aspectos tanto psicopatológicos como normales y creativos del ser humano –como el humor o el arte–, despertaron un interés inmediato por el psicoanálisis entre dos grupos concretos de este sector de la sociedad: por un lado, intelectuales con una actitud progresista utópica –típicamente americana– que estaban abiertos al psicoanálisis como movimiento cultural y a las corrientes vanguardistas europeas del momento; y por otro, los círculos académicos médicos, cuya actitud pragmática –también característicamente americana– les hacía especialmente receptivos a nuevos métodos que pudieran tener utilidad terapéutica. Freud expresó abiertamente su gratitud por el apoyo que recibió de los psicoanalistas estadounidenses, que le ayudaron de forma generosa desde el principio. Pero su gratitud estaba mezclada con otros sentimientos contrapuestos (Gay, 1988): Freud sentía un intenso prejuicio antiamericano –típico del europeo culto decimonónico– que se manifestaba en sus críticas del materialismo tosco y anti-intelectual, el puritanismo sexual, y la superficialidad que él atribuía a América, un país que apenas conocía; igualmente, Freud temía que el fundamentalismo religioso y anticientífico del sector conservador de la sociedad estadounidense, la popularización del psicoanálisis, y la medicalización de la prác-

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tica psicoanalítica en los Estados Unidos, diluyeran los aspectos revolucionarios de sus ideas y contaminaran el desarrollo del psicoanálisis en ese país. La historia posterior demostró que algunos de los miedos de Freud estaban fundados.

II. El psicoanálisis estadounidense desde 1933 a 1945: diáspora del psicoanálisis centroeuropeo hacia los Estados Unidos

En la década de 1930, un acontecimiento fundamental de la historia moderna de Europa iba a afectar para siempre el desarrollo posterior del psicoanálisis en los Estados Unidos. En Alemania, tras el agitado período de la República de Weimar (1919-1933), el Partido Nacional Socialista –de ideología pangermanista y racista– ganó las elecciones y accedió al poder: el 30 de enero de 1933, el presidente Hindenburg nombró Canciller a Adolf Hitler, quien en varios meses barrió toda oposición e instauró el régimen totalitario del III Reich. A partir de entonces, la situación se fue haciendo irrespirable en Alemania para los psicoanalistas de origen judío, sobre todo si estaban vinculados con partidos políticos de izquierdas. El 10 de mayo de 1933, en la Universidad de Berlín, una turba de estudiantes quemó públicamente miles de libros de la biblioteca que eran considerados perniciosos, entre ellos las obras de Freud. La práctica del psicoanálisis se convirtió en peligrosa: sirva de ejemplo el que Edith Jacobson –que por entonces ejercía el psicoanálisis en Berlín– fue encarcelada por negarse a dar información a la Gestapo sobre un paciente. A partir de este período comenzó un éxodo constante y masivo de psicoanalistas europeos hacia los Estados Unidos. Los analistas del Instituto de Berlín fueron los primeros en exiliarse: al principio de la década de 1930, Franz Alexander, Sandor Rado y Karen Horney –que durante los años veinte habían formado parte del claustro de enseñanza del Instituto Psicoanalítico de Berlín– emigraron a los Estados Unidos. Posteriormente, conforme la ocupación nazi y la persecución de los judíos se fue extendiendo al resto de países centroeuropeos, les seguirían los analistas de Viena, Budapest, Praga, etc. El 12 de marzo de 1938, los nazis entraron en Viena, y Austria fue anexionada a Alemania. Durante los días siguientes, en toda Austria se desató un reinado del terror de pogroms antisemíticos, planeados y espontáneos, cuya crueldad y violencia presagió lo que ocurriría después en Alemania: muchos judíos fueron arrestados, linchados o asesinados; sus viviendas, comercios y sinagogas saqueadas; sus cementerios profanados. Ni siquiera un científico del prestigio internacional de Freud estuvo a salvo: los nazis hicieron varios registros de su domicilio en busca REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 57-77

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de información comprometedora, su hijo Martín fue detenido y su hija Anna interrogada en la sede de la Gestapo, donde tuvo que demostrar que la Sociedad Psicoanalítica Internacional era una sociedad científica sin implicación política alguna. Hasta entonces Freud se había resistido a abandonar Viena, pero finalmente reconoció la gravedad de la situación: su estado de ánimo de ese momento se refleja en una breve nota suya, “Finis Austriae”, que escribió en su diario personal. Ese mismo año, con la ayuda de una red de personas influyentes –entre ellas, la princesa Marie Bonaparte y el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt–, Freud consiguió un pasaporte para salir de Austria y se exilió en Inglaterra junto con su familia. El 23 de septiembre de 1939, Freud moría en Londres. Semanas antes, el 1 de septiembre de 1939, Alemania había invadido Polonia y no atendió un ultimátum de Inglaterra y Francia exigiendo la retirada de sus tropas. El 3 de septiembre estos países declararon la guerra a Alemania: comenzaba la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Estos acontecimientos históricos provocaron una diáspora de científicos, artistas e intelectuales europeos que supuso la pérdida irreparable de lo mejor de una generación de la cultura europea. De esta catástrofe humana y cultural se beneficiaron los países receptores del exilio y, en especial, los Estados Unidos: Otto Fenichel, en sus cartas (Rundbriefe) dirigidas a su círculo de amigos psicoanalistas durante su exilio americano al final de la década de los años treinta, describe las reuniones de la comunidad de exiliados alemanes de Los Ángeles, a las que acudían escritores como Thomas Mann y Bertolt Brecht, miembros de la escuela de Frankfurt como Theodor Adorno y Max Horkheimer, físicos como Robert Oppenheimer. Mientras tanto, Einstein se había instalado en la Universidad de Princeton (New Jersey), Carnap en la Universidad de Chicago. Y así, una lista interminable de exiliados ilustres de todos los campos: escritores; pintores; músicos; directores de orquesta, cine y teatro; arquitectos; médicos; científicos; filósofos. Asimismo, esta diáspora diezmó el psicoanálisis en los países de Europa central. Durante la década de 1930 y principios de 1940, emigraron a los Estados Unidos la mayoría de la segunda generación de analistas (nacidos alrededor de 1900) formados con Freud en Viena, o con los analistas pioneros de Berlín y Budapest (Oberndorf, 1956). Ésta es una breve lista de algunos de los psicoanalistas que se exiliaron en los Estados Unidos: Franz Alexander, Edmund Bergler, Siegfried Bernfeld, Edward Bibring, Bruno Bettelheim, Helene Deustch, Kurt Eissler, Erik Erikson, Paul Federn, Otto Fenichel, Heinz Hartmann, Karen Horney, Edith Jacobson, Ludwig Jekels, Ernst Kris, Heinz Kohut, Margaret Mahler, Herman Nunberg, Sandor Rado, Annie Reich, Paul Schilder, Ernst Simmel, René Spitz, Richard Sterba, Robert Waelder, y tantos otros.

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Hinshelwood (1989), en la entrada “Ego psychology-classical psychoanalysis” de su diccionario del pensamiento kleiniano, afirma que la psicología del yo americana fue trasplantada a los Estados Unidos e Inglaterra por el grupo de Viena. Quizá esto fuera así en Inglaterra, pero en los Estados Unidos la historia fue más compleja: como ya he dicho, muchos psicoanalistas del Instituto Psicoanalítico de Berlín –primero Alexander, Horney, y Rado; posteriormente, Otto Fenichel, Ernst Simmel y otros– emigraron a los Estados Unidos y tuvieron un papel esencial en la organización de los nuevos institutos psicoanalíticos, que siguieron el modelo y currículum del Instituto de Berlín (el “modelo Eitingon”, en referencia a Max Eitingon, uno de los fundadores de ese instituto). Estos detalles históricos no carecen de importancia: el Instituto de Berlín había sido fundado en 1920 siguiendo el modelo de la Sociedad Psicoanalítica de Viena y fue el primer instituto oficial de formación psicoanalítica. En la década de 1920, el Instituto de Berlín era conocido por todos los analistas jóvenes como más abierto e innovador que la Sociedad de Viena, ya que los analistas más originales de ese período surgieron en Berlín, o se mudaron a esa ciudad en algún momento de sus carreras (Jacobi, 1983): con Abraham como maestro, el grupo de Berlín incluyó a Wilhem Reich, Annie Reich, Edith Jacobson, Otto Fenichel, Melanie Klein, Karen Horney, Franz Alexander, Eric Fromm, y otros. En cambio, en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, la abrumadora presencia intelectual y transferencial de Freud generó una actitud más comedida: allí estaban analistas como Anna Freud, Heinz Hartmann, Erik Erikson, Ernst Kris, Helene Deustch, Richard Sterba, Robert Waelder, y otros, cuyas aportaciones no fueron menos brillantes que las del grupo de Berlín, pero sí más clásicas. Es cierto que tras su exilio a los Estados Unidos, los analistas vieneses –agrupados alrededor de Hartmannn en el New York Psychoanalytic Institute– fueron más conocidos porque detentaron el poder político en la Sociedad Americana de Psicoanálisis durante varias décadas y elaboraron la doctrina oficial de la psicología del yo, que a partir de la década de 1950 se convertiría en la corriente dominante (o mainstream) del psicoanálisis estadounidense; pero los analistas procedentes del Instituto de Berlín –Alexander, Horney, Jacobson, Annie Reich, etc.– siguieron contribuyendo a la evolución de la teoría y técnica psicoanalíticas con ideas de gran originalidad. La diáspora de psicoanalistas europeos durante la década de 1930 supuso una “colonización” del psicoanálisis estadounidense por el psicoanálisis centroeuropeo, que fue transplantado a los Estados Unidos: debido a ello, a partir de la Segunda Guerra Mundial, el psicoanálisis estadounidense comenzó un período de auge, que tuvo su cenit en la década de 1950 y comenzó a declinar en la década de 1970. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 57-77

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Entre 1930 y el final de la Segunda Guerra Mundial se fundaron los nueve primeros institutos psicoanalíticos de los Estados Unidos, en el siguiente orden cronológico: Nueva York (1931); Chicago (1932); Boston (1933); Baltimore-Washington D.C. (1933); Filadelfia (1940); San Francisco (1942); Topeka (1942); Columbia University (1944), el primer instituto psicoanalítico integrado en una universidad, la de Columbia en Nueva York; y Los Ángeles (1946). A la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, el epicentro del psicoanálisis se había desplazado del mundo germano a los países angloparlantes, especialmente a Inglaterra y los Estados Unidos, donde la emigración había sido más numerosa; debido a ello, el inglés se convirtió en la lingua franca de transmisión del conocimiento psicoanalítico. Los modelos psicoanalíticos que los psicoanalistas centroeuropeos exiliados introdujeron en los Estados Unidos fueron los que Freud había elaborado durante la década de 1920: la segunda tópica del aparato psíquico o teoría estructural (la “psicología del yo” freudiana) y los modelos de ansiedad y conflicto coherentes con esta teoría y con el modelo de dualismo pulsional. Estos modelos son el fundamento teórico y técnico de la escuela de la “psicología del yo” clásica, que predominó en el psicoanálisis estadounidense hasta la década de 1970 (Paniagua, 2009, en este mismo volumen).

Impronta de la cultura de los Estados Unidos en el desarrollo del psicoanálisis estadounidense de las décadas de 1930 y 1940

El proceso de transplante del psicoanálisis europeo a los Estados Unidos fue extremadamente complejo debido a un conjunto de factores culturales y psicológicos que están relacionados entre sí: por un lado, la cultura estadounidense (su tradición científica, filosófica, humanista, médica) fue desigualmente receptiva a los diferentes ingredientes de la Weltanschauung freudiana (Gay, 1978, 1988; Jacobi, 1983; Rapaport, 1960; Sulloway, 1983); por otro lado, la experiencia de la persecución nazi y el exilio generó una profunda inseguridad en los psicoanalistas refugiados, quienes –debido a ello– concentraron su atención en validar el estatus científico del psicoanálisis y amoldarlo a la cultura científica y la práctica médica normativas en los Estados Unidos. Revisaré estos factores y la influencia que tuvieron en la orientación del psicoanálisis estadounidense de este período. 1. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el empirismo, positivismo y evolucionismo darwinista se convirtieron en los ingredientes fundamentales de la ciencias positivas modernas, y reemplazaron al idealismo y vi-

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talismo de la Naturphilosophie romántica germánica, predominante al principio de ese siglo. El objetivo de las ciencias modernas –como el evolucionismo y el psicoanálisis– era elaborar sistemas teóricos generales que describieran “verdades objetivas” y explicaran de forma coherente y sistemática la realidad. La ciencia moderna intentó desprenderse de cualquier residuo de pensamiento especulativo y creencia religiosa: la observación empírica de los hechos se convirtió en la autoridad última, como lo refleja un aforismo de Charcot (“las teorías son buenas pero no impiden que los hechos existan”) que tuvo gran influencia en Freud. Luego veremos que la vertiente empirista de Freud coexistía con otra especulativa. La visión darwinista conectó al ser humano con el reino animal a través del proceso de evolución filogenética, lo cual cuestionó el pensamiento religioso tradicional y el narcisismo antropocéntrico de la ciencia anterior. La conexión darwinista de lo humano con lo animal o biológico orientó el pensamiento freudiano. Freud invirtió radicalmente la relación cuerpo-mente del dualismo cartesiano y substituyó el “pienso luego existo” de Descartes por una nueva visión evolucionista y psicoanalítica que podría formularse así: “pienso y descubro que mis verdaderos motivos, mi más auténtico yo, es de origen corporal, inconsciente e instintivo” (Draenos,1982). Como ya he dicho, la escuela predominante en los Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial –la psicología del yo clásica– eligió el modelo de las ciencias naturales, una elección que conllevó un énfasis de las motivaciones pulsionales de la conducta humana y un descuido de otros aspectos complementarios, lo cual provocó las críticas de psicoanalistas de diversas orientaciones, que luego mencionaré. Durante este mismo período –final del siglo XIX y principio del XX– se desarrolló en los Estados Unidos una corriente filosófica autóctona denominada “pragmatismo”, que tuvo gran influencia en el pensamiento de ese país y cuyo objetivo era reinterpretar la filosofía de acuerdo a la ciencia moderna. El pragmatismo surgió entre 1872 y 1874 en el seno de un grupo de académicos de la Universidad de Harvard, en Boston, conocido como Metaphysical Club (grupo de los metafísicos), en el que destacan Charles Peirce –que desarrolló formalmente la doctrina pragmática– y William James –que popularizó las ideas de Peirce– (Russell, 1962; Menand, 2002). Peirce elaboró una teoría general de la investigación que denominó “falibilismo”, según la cual la verdad de una aseveración depende de su verificación empírica, y por lo tanto no puede considerarse como definitiva, ya que nuevas pruebas pueden mostrar que es errónea; Peirce adoptó una concepción instrumental de la verdad, que considera que la verdad de una aseveración se evalúa por sus consecuencias prácticas. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 57-77

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William James –profesor de psicología y hermano de Henry James– traspuso las ideas de Peirce del terreno científico-metodológico al ético y psicológico. En sus Principios de psicología (1890), James criticó el dualismo tradicional entre sujeto y objeto –una confusión racionalista que, según James, no responde a criterios empíricos– y propuso un empirismo radical: el conocimiento humano sólo puede basarse en lo que él denomina “experiencia pura” y no en las posteriores reflexiones abstractas sobre ella. Esta postura es visible en su visión psicofisiológica de las emociones, la “teoría James-Lange”: las emociones son la experiencia subjetiva de una reacción corporal y, por lo tanto, su origen es puramente físico; es decir, estamos tristes porque lloramos, enfadados porque pegamos, asustados porque temblamos; y no al revés. Esta visión de las emociones influyó a algunos sectores del psicoanálisis estadounidense, entre ellos el grupo de medicina psicosomática del Instituto Psicoanalítico de Chicago, liderado por Alexander, que relacionó los factores somáticos y psicológicos que intervienen en la etiología de ciertas enfermedades. Un discípulo de James, John Dewey, en su obra Human Nature and Conduct (1921), criticó el concepto freudiano de instinto: según Dewey, no existe una conciencia o “dimensión psíquica” individual sino sólo “impulsos”, que son una potencialidad neutral que no tiene efecto hasta que se convierte en un “hábito” social integrado en la cultura; por lo tanto, la naturaleza humana no puede entenderse en términos de instintos, sino de conducta social y adaptación a la organización social (Rieff, 1979). Las ideas de Dewey tuvieron gran influencia en la psicología social moderna y en los psicoanalistas neofreudianos (Horney, Fromm, Sullivan) que resaltaron los aspectos culturales e interpersonales de la mente, como reacción al énfasis unilateral que ponía el psicoanálisis clásico en la dimensión pulsional e intrapsíquica; la excepción dentro del psicoanálisis clásico fue Hartmann (1939), quien ya antes de emigrar a los Estados Unidos destacó la importancia psicológica de la adaptación al medio. Más recientemente, Richard Rorty (2000), un filósofo de la corriente neopragmática estadounidense actual, ha desarrollado una visión posmoderna del pragmatismo que resalta sus aspectos antiesencialistas y constructivistas: según Rorty, la corriente filosófica pragmática nos muestra que las ideas son productos construidos socialmente, herramientas para enfrentarse a la realidad que nos permiten construir diferentes versiones de ella que dependen de la perspectiva del observador. Esta corriente neopragmática ha tenido gran influencia en el psicoanálisis contemporáneo de orientación relacional e intersubjetiva, que adopta una postura epistemológica constructivista y considera que las categorías que describen la realidad no son verdades absolutas, sino cons-

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trucciones generadas en un contexto interaccional de naturaleza sociopolítico-cultural. 2. La identidad liberal y pionera de Freud fue un ingrediente central en su vida y su obra. Durante el último tercio del siglo XIX y principios del XX, la liberalización de los sistemas políticos en el área geográfico-cultural de Mitteleuropa (Magris, 1961, 1973) produjo cambios sociales importantes: más oportunidades de ascenso social y económico; mayor porcentaje de ciudadanos con derecho a votar; mayor integración de diferentes etnias y religiones, etc. Estos cambios afectaron de forma especial a los ciudadanos de origen judío, a quienes se les permitió residir fuera de sus guetos y practicar ciertas profesiones y actividades que antes les estaban vetadas, como, por ejemplo, medicina, derecho, periodismo, o teatro. Ello impulsó el crecimiento de una nueva clase media de judíos “asimilados”, que no basaban su identidad en su propia religión y cultura sino que habían integrado la cultura de la nación en que vivían: inevitablemente, su ascenso social fomentó desconfianza y rivalidad en el resto de la población y echó leña al fuego del antisemitismo, perenne en las ciudades centroeuropeas. Todos estos ingredientes de la cultura centroeuropea de principio del siglo XX eran también parte de la sociedad liberal, democrática y secularizada de las ciudades en las que surgieron las primeras sociedades psicoanalíticas estadounidenses (Nueva York, Boston, Chicago, Washington D.C., Filadelfia, San Francisco, Los Ángeles), donde las minorías étnicas y religiosas iban conquistando, paso a paso, el derecho a ser tratadas como norteamericanos “auténticos” por los emigrantes ya asentados. Freud mantuvo una actitud social y política belicosamente liberal y sus maestros más admirados eran científicos abiertamente liberales (Nothnagel, Brücke, etc.). La ambición social y científica de Freud era típica de un judío asimilado que consideraba la “meritocracia” como un progreso sobre el sistema de prebendas de la aristocracia vienesa, una clase social que hasta entonces había monopolizado los puestos de poder en el gobierno, la universidad, etc. La competición y el desprecio de Freud hacia la aristocracia se reflejan claramente en un sueño suyo que aparece en La interpretación de los sueños (1900), en el que presenta a un ilustre conde vienés –el Conde Thun– como un perfecto mentecato que goza de privilegios debido a su origen aristocrático, no a su valía personal. Sabemos que hasta el final de la primera década del siglo XX, Freud no tuvo suficientes pacientes que le proporcionaran seguridad económica. Igualmente, sus primeras publicaciones tuvieron una mala acogida inicial: seis años después de haberse publicado la primera edición de La REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 57-77

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interpretación de los sueños (1900) sólo se habían vendido 351 ejemplares; la segunda edición tuvo que esperar hasta 1909. Asimismo, la promoción de Freud como Profesor de la Facultad de Medicina se eternizó por razones poco claras, pero todo hace pensar que Freud obtuvo algún tipo de satisfacción aferrándose a un mito personal (Kris, 1956) rebelde y agraviado, ya que se negó a aceptar las reglas del juego y evitó buscar padrinos que facilitaran su promoción académica: sólo tras la muerte de su padre, Freud decidió aceptar la influencia de un aristócrata vienés que había sido paciente suyo, lo cual le permitió conseguir el nombramiento de profesor, que iba acompañado de prestigio social y un flujo seguro de pacientes. Estos aspectos de la identidad de Freud se tradujeron en una visión mítica de él como un héroe innovador, y del psicoanálisis como una ciencia y filosofía revolucionaria que generaba rechazo porque amenazaba la cultura establecida (Sulloway, 1983). Como enseguida veremos, la vertiente revolucionaria del psicoanálisis centroeuropeo se fue diluyendo en América 3. La compleja y contradictoria relación que tuvo Freud con su identidad judía también influyó en el desarrollo histórico del psicoanálisis. A lo largo de siglos, el antisemitismo había forzado a la comunidad judía asquenazí del centro y este de Europa a una constante movilidad geográfica que le obligó a asimilar las diferentes culturas de las naciones en las que se asentaba. La identidad del judío “asimilado” representaba una amalgama de actitudes contradictorias: su actitud moderna y cosmopolita (caracterizada por valores urbanos y no rurales, globales y no parroquiales, que le permitían adaptarse a la cultura burguesa de las ciudades centroeuropeas) coexistía con otra tradicional, de naturaleza ahistórica y basada en valores eternos (transmitidos a través del “libro” de los judíos, el Antiguo Testamento). Estas dos actitudes coexistieron en Freud, prototipo del judío asquenazí asimilado: por un lado, Freud se había distanciado de lo judío como cultura particular, cerrada, y consideraba exóticas las prácticas religiosas, las costumbres, la estructura familiar conservadora, y los rituales del judaísmo jasídico ortodoxo; pero su vertiente secularizada y universalista se mezclaba con su orgullo de ser judío, de pertenecer a un grupo que había superado el principio de nacionalidad. En mi opinión, el temor constante de Freud a diversos peligros que acechaban al movimiento psicoanalítico y a que se desintegrara todo lo que había construido a lo largo de su vida, se debió no sólo a las resistencias que generaban sus ideas, sino también a la inseguridad y el pesimismo inherentes a su perspectiva de judío centroeuropeo asimilado, en un momento de grandes cambios en la cultura occidental: el período de entreguerras.

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El período posterior a la Primera Guerra Mundial supuso el fin de una tradición y el comienzo de la atomización y secularización del mundo moderno, lo cual generó una profunda inseguridad y crisis de valores en los europeos, como lo reflejan los personajes de las novelas de Kafka, Musil y otros autores de ese período, tanto judíos como “gentiles”. Pero la desorientación e inseguridad del inicio del mundo moderno las vivió de forma especialmente dramática e intensa la comunidad judía centroeuropea, desde la Primera Guerra Mundial hasta la persecución nazi, el Holocausto y el éxodo: ésa es la razón de que los intelectuales de origen judío de ese período ejercieran anticipadamente una función metafórica de “reveladores” de la situación de la cultura occidental (Magris, 1971). ¿Cómo afectó la persecución y la diáspora a la comunidad judía? Ante la angustia catastrófica que le generaba la total desintegración de su mundo, el judío centroeuropeo que se exiliaba para escapar de la persecución nazi, estuvo tentado a adoptar actitudes defensivas antitéticas: o bien idealizar el judaísmo y la familia judía tradicional, unos marcos que transmitían valores eternos y le protegían ante la nueva cultura; o bien, intentar adaptarse a toda costa a las nuevas culturas que les acogían, aunque fuera adoptando una máscara. Inevitablemente, los psicoanalistas exiliados debieron sentirse tentados por estas soluciones defensivas: o aferrarse a una tradición de verdades incuestionables y crear una ortodoxia psicoanalítica, que interrumpiría la experimentación y el progreso del psicoanálisis; o adaptarse miméticamente al nuevo medio, a costa de una convencionalidad y superficialidad de pensamiento. Posiblemente, Freud lo intuyó y ello debió acrecentar su temor de que, tras su muerte, el psicoanálisis se decantara por una de ellas. La historia posterior demostró que la experiencia traumática de pérdidas materiales y humanas que habían sufrido los psicoanalistas exiliados durante la persecución nazi, influyó en el desarrollo del psicoanálisis estadounidense. Los Estados Unidos acogieron generosamente a los analistas exiliados, que inmediatamente obtuvieron posiciones académicas en los departamentos de psiquiatría de universidades y centros hospitalarios, lo cual les garantizó un flujo de pacientes, seguridad económica y prestigio científico y social; pero, como contrapartida, se hicieron más cautos y perdieron la creatividad contestataria que había caracterizado al psicoanálisis en Europa. Diversos autores (Eissold, 1994, 1998; Bergmann, 1997; Kernberg, 1997) han descrito cómo esta actitud conservadora propició la formación de una ortodoxia académica-médica que se otorgó a sí misma la función de preservar el “auténtico” pensamiento freudiano contra cualquier innovación que fuera considerada revisionista o crítica. Igualmente, los psicoanalistas exiliados decidieron mantener su pensamiento político al margen de su actividad profesional en los Estados REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 57-77

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Unidos, un país menos politizado que las naciones de donde ellos provenían: sólo un grupo reducido de psicoanalistas que habían estado conectados en Europa con partidos de izquierdas –Fenichel, Federn, Edith Jacobson, Helene Deustch, Annie Reich, Bruno Bettelheim, y otros– mantuvieron contactos secretos entre ellos sobre sus ideas políticas a través de las famosas Rundbriefe de Fenichel (Jacobi, 1983). 4. Freud sentía una profunda admiración por la cultura germánica y, cuando le concedieron el premio Goethe de Literatura, se reconoció culturalmente “germano”. Ello explica que la orientación empirista y positivista de Freud coexistiera con su afinidad por el espíritu especulativo de la Naturphilosophie romántica alemana de la primera mitad del siglo XIX: la influencia de esta perspectiva es particularmente evidente en su modelo de creatividad artística y en su método patobiográfico (Nos, 2000), en los que prevalece una visión romántica que concibe la creatividad como el resultado de una descarga de pasiones irracionales relacionada con la locura. Freud siempre reconoció su tendencia a dejarse llevar por la imaginación y la necesidad de autoimponerse una disciplina que le forzara a observar los hechos y a contrarrestar la “querencia” metafísica de su pensamiento. La vertiente especulativa de Freud se refleja en su propia vida: Freud prolongó sus estudios de medicina para obtener una formación humanística y filosófica; y en su vejez, reconoció que su interés siempre había sido la filosofía y el estudio de la cultura, como lo prueban sus obras más especulativas. Esta tensión dialéctica entre idealismo romántico y empirismo científico-positivo está presente en toda su obra, que es una genial mezcla de observación y especulación metafísica. Igualmente, Freud utilizó la literatura y la mitología no como un simple recurso formal, sino como un vehículo de comprensión del ser humano: Freud recurrió al Antiguo Testamento y a los clásicos europeos –desde los grandes autores de la Grecia clásica a Rabelais, Cervantes, Shakespeare, Moliere, Nietzsche– como fuentes inagotables de información sobre el comportamiento humano. La afinidad de Freud por la literatura influyó en su estilo literario, caracterizado por un lenguaje metafórico, evocador, que evitaba la reificación de sus ideas y teorías. Menos conocida es la influencia que tuvo en Freud la tradición hermenéutica judía (el estudio e interpretación del significado de frases y pasajes del Antiguo Testamento) e, incluso, la tradición cabalística judía, con sus ingredientes de superstición y misticismo: por ejemplo, Freud siempre fue profundamente supersticioso con respecto a la significación de los números como indicadores de la fecha de su muerte. Este aspecto de Freud –contradictorio con su pensamiento ilustrado y secularizado– ayuda a entender su interés por lo oculto.

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Todas estas vertientes humanísticas, literarias, políticas y filosóficas de Freud eran ajenas a la cultura de los Estados Unidos y tuvieron poca influencia en la corriente predominante del psicoanálisis estadounidense de las décadas de 1950 y 1960 –la psicología del yo–, que eligió una orientación científico-natural: en cambio, la dimensión humanista del psicoanálisis se mantuvo viva en los departamentos de historia, filosofía, sociología, arte y literatura de la universidades. Un eminente analista vienés exiliado, Bruno Bettelheim (Freud and the Soul, 1982), afirma que el sesgo positivista del psicoanálisis estadounidense de este período tuvo un impacto incluso en las traducciones al inglés de la obra de Freud, en las que su pensamiento humanista quedó diluido y su lenguaje evocador y claro se sustituyó por una jerga científica, abstracta e impersonal. Sólo ulteriormente, en la década de 1970, algunos psicoanalistas estadounidenses (como Roy Schafer o Donald Spence) desarrollaron una perspectiva hermenéutica psicoanalítica, que concibe el psicoanálisis como una ciencia humanista, interpretativa, generadora de narrativas, cuyos criterios de validación son distintos de los de las ciencias naturales. 5. A lo largo de su vida, Freud mantuvo una actitud ambivalente hacia la aplicación terapéutica del método psicoanalítico, ya que temía que la medicalización del psicoanálisis y una formación profesional orientada a la práctica diluyeran las ideas revolucionarias del psicoanálisis, desvirtuaran su vertiente de investigación y lo convirtieran en un simple gremio profesional. Durante las reuniones de los miércoles en su domicilio de Berggasse 19, en Viena, a menudo Freud criticó duramente algunos trabajos de sus discípulos por su tendencia al reduccionismo y a la simplificación de las teorías psicoanalíticas, y vaticinó que esas actitudes acarrearían el descrédito del psicoanálisis. Freud también criticó abiertamente la monopolización de la práctica psicoanalítica por la profesión médica estadounidense, opuesta a los psicoanalistas no-médicos: imaginemos cómo hubiera sido la historia del psicoanálisis sin las contribuciones de psicoanalistas no-médicos como Anna Freud, Ernst Kris, Robert Waelder, o Erik Erikson, por citar sólo algunos Pero la presión hacia una medicalización y profesionalización del psicoanálisis fue enorme: en la década de 1950, en los Estados Unidos, el psicoanálisis ya no era una disciplina individualizada, sino que se había convertido en una rama de la psiquiatría, sujeta a todos los requisitos profesionales de la medicina.

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III. Conclusiones

Un conjunto interrelacionado de factores culturales y psicológicos provocaron una “americanización” (Jacobi, 1981) del psicoanálisis europeo tras su transplante a los Estados Unidos. La atmósfera social, cultural, religiosa, política, científica y filosófica que encontraron los psicoanalistas centroeuropeos exiliados en los Estados Unidos a partir de principios de la década de 1930 fue receptiva a la visión liberal, individualista, secularizada, democrática e igualitaria de Freud y a la orientación científico-positiva, empirista, darwinista, y biológica del psicoanálisis; en cambio, fue mucho menos permeable a la vertiente humanista, filosófica, política, especulativa y hermenéutica de Freud. Complementariamente, la inseguridad de los psicoanalistas refugiados hizo que éstos centraran sus esfuerzos en sistematizar –prematuramente– la teoría psicoanalítica, validar el estatus científico del psicoanálisis y amoldarlo a los modelos de la ciencia positiva y la práctica médica normativas en los Estados Unidos, en detrimento de las vertientes más sociológicas, culturales, filosóficas y humanistas del psicoanálisis. Como consecuencia de todo ello, la orientación del psicoanálisis estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por los siguientes ingredientes: elección del modelo científico típico de las ciencias naturales; tendencia a la profesionalización y medicalización; actitud eminentemente pragmática; menor influencia de la tradición humanista; sistematización prematura de la teoría y técnica psicoanalíticas; y formación de una ortodoxia psicoanalítica dentro de la escuela clásica de la psicología del yo. En mi opinión, el estudio de las vicisitudes históricas de este período de transplante del psicoanálisis centroeuropeo a los Estados Unidos es imprescindible para entender el desarrollo y las características específicas de la corriente predominante del psicoanálisis estadounidense durante las décadas de 1950 y 1960: la psicología del yo clásica. Pero además, la historia de este período también ayuda a entender las posteriores críticas y ampliaciones del modelo de la psicología del yo, que han llevado al pluralismo teórico y técnico del psicoanálisis estadounidense contemporáneo, en el que –además de la psicología del yo clásica– coexisten diversos modelos teóricos y técnicos: el psicoanálisis neofreudiano de orientación interpersonal y culturalista, elaborado por autores como Horney, Sullivan o Fromm; el modelo de relaciones de objeto de la psicología del yo, elaborado por Mahler, Jacobson, Kernberg y otros, para ampliar el modelo clásico y hacerlo aplicable al tratamiento de pacientes con patología severa de origen temprano; el enfoque técnico de la psicología del yo contemporánea, desarrollado por autores como Paul Gray o Fred Busch; la psicología del self de Kohut, dirigida a la com-

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prensión y el tratamiento de la patología de déficit, diferente de la patología de conflicto estudiada por Freud; la perspectiva hermenéutica psicoanalítica, desarrollada por autores como Roy Schafer y Donald Spence; el psicoanálisis relacional e intersubjetivo actual, representado por analistas de orientaciones diversas (interpersonalistas como Greenberg, Mitchell, Renik; psicólogos del self, como Stolorow; psicoanalistas con una orientación sociolingüística como Aron; psicoanalistas feministas como Benjamín; autores como Ogden, que integra el psicoanálisis clásico con las ideas de Klein, Bion y Winnicott), todos ellos con una perspectiva común constructivista, que concibe el psicoanálisis como una “psicología de dos personas” y al analista como un observadorparticipante en la relación analítica, en contraposición a la perspectiva objetivista del psicoanálisis clásico, que concibe al analista como un observador objetivo y neutral de la realidad intrapsíquica del paciente. Espero que esta revisión del complejo y rico itinerario histórico del psicoanálisis estadounidense sirva para disipar prejuicios sobre su pasado y estimular curiosidad sobre su plural panorama contemporáneo.

Resumen

El objetivo de este trabajo es la revisión histórica de las primeras cuatro décadas del psicoanálisis estadounidense, desde sus orígenes hasta 1945. En opinión del autor, un acontecimiento decisivo en la historia de Europa –el ascenso al poder en 1933 del Partido Nacional Socialista en Alemania– dividió este período inicial del psicoanálisis de los Estados Unidos en dos etapas claramente diferenciadas. En una primera fase, que se extiende desde principios del siglo XX hasta 1933, el psicoanálisis estadounidense fue un satélite del psicoanálisis centroeuropeo. Durante la segunda fase, que abarca de 1933 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, esta situación se invirtió: un gran número de psicoanalistas centroeuropeos se exiliaron en los Estados Unidos escapando de la persecución nazi y transplantaron a este país el psicoanálisis europeo, un hecho que contribuyó al posterior auge del psicoanálisis estadounidense. El autor revisa los hitos y protagonistas principales de ese período, y los diversos aspectos de la cultura de los Estados Unidos que influyeron en la orientación teórica y técnica del psicoanálisis de ese país durante sus primeras cuatro décadas. El autor sostiene que este período inicial de la historia del psicoanálisis estadounidense permite entender las características de la escuela que predominó en los Estados Unidos a partir de la Segunda Guerra Mundial –la psicología del yo, fundamentada en el modelo estructural freudiano– así como también las posteriores revisiones, críticas y ampliaciones del modelo de la psicología del yo, que han llevado al pluralismo teórico y técnico del psicoanálisis estadounidense actual. DESCRIPTORES: HISTORIA FREUD SIGMUND

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THE HISTORY

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UNITED STATES

Summary ORIGINS TO THE SECOND WORLD WAR

FROM ITS

This paper reviews the history of the first four decades of American psychoanalysis, from its origins until 1945. In the author’s view, a central event in European history –the rise to power of the National Socialist party in Germany in 1933– divides this initial period of American psychoanalysis into two clearly differentiated stages. During the first stage, from the turn of the century to 1933, American psychoanalysis was a satellite of European psychoanalysis. During the second stage, from 1933 to the end of World War II in 1945, this situation was inverted: the massive exile of Central European psychoanalysts escaping Nazi persecution transplanted European psychoanalysis to the United States, contributing to the subsequent rise of American psychoanalysis. The author reviews the historical milestones and protagonists of this period, as well as certain aspects of American culture which contributed to the theoretical and technical orientation of American psychoanalysis during its first four decades. The author argues that the history of this period of American psychoanalysis elucidates the characteristics of the psychoanalytic school which prevailed in the United States after World War II –ego psychology, based on Freud´s structural theory– and the subsequent revisions, critiques and expansions of this model, which have led to the current pluralism of American psychoanalysis. KEYWORDS: HISTORY SIGMUND FREUD

HISTÓRIA

OF PSYCHOANALYSIS

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MIGRATION

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SOCIETY

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Resumo 2ª GUERRA MUNDIAL

O objetivo deste trabalho é a revisão histórica das primeiras quatro décadas da psicanálise estadunidense, de sua origem até 1945. Na opinião do autor, um acontecimento decisivo na história da Europa –a ascensão ao poder em 1933 do partido Nacional Socialista na Alemanha– dividiu este período inicial da psicanálise dos Estados Unidos em duas etapas claramente diferenciadas. Em uma primeira fase, que se estende do início do século XX até 1933, a psicanálise estadunidense foi o satélite da psicanálise da Europa Central. Durante a segunda fase, 1933 até o final da 2ª Guerra Mundial em 1945, esta situação se inverteu: um grande número de psicanalistas da Europa Central se exilou nos Estados Unidos escapando da perseguição nazista e transladou, a este país, a psicanálise européia, fato que contribuiu para o posterior auge da psicanálise estadunidense. O autor revisa os fatos e os principais protagonistas desse período, e os diversos aspectos da cultura dos Estados Unidos que influenciaram a orientação teórica e técnica da psicanálise desse país durante suas primeiras quatro décadas. O autor afirma que este período inicial da história da psicanálise estadunidense permite entender as características da escola que predominou nos

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Estados Unidos a partir da 2ª Guerra Mundial –a psicologia do Eu, fundamentada no modelo estrutural freudiano– como também as posteriores revisões, críticas e ampliações do modelo da psicologia do Eu, o que tem levado ao pluralismo teórico e técnico da psicanálise estadunidense atual. PALAVRAS-CHAVE: SIGMUND FREUD

HISTÓRIA DA PSICANÁLISE

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SOCIEDADE

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CULTURA

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 26 de febrero de 2009.)

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Técnica en la psicología del yo contemporánea *Cecilio Paniagua

No es fácil condensar en un breve artículo una exposición de la técnica en la Psicología del Yo Contemporánea (PYC). Espero contar con la indulgencia del lector a la hora de comprender mi necesidad de recurrir a numerosas referencias bibliográficas, a sabiendas de que un tratamiento más extenso y detallado del progreso de las aplicaciones clínicas de la segunda tópica freudiana haría mayor justicia al tema. Hace un par de décadas, un famoso maestro argentino de la técnica vino a la Asociación Psicoanalítica de Madrid para dar una conferencia. En el tiempo de discusión le pregunté si no veía mérito en el argumento de Charles Brenner (Panel, 1955) de que el criterio más válido de confirmación de una interpretación era la verbalización por parte del analizado de elementos pulsionales reprimidos por el mecanismo de defensa que había sido objeto de la interpretación. Mi pregunta pareció extrañarle y la respuesta que obtuve fue: “¿Brenner?, ¡pero si Brenner es de la psicología del yo!”. En un buen número de colegas sudamericanos y de la Europa meridional existía, y posiblemente continúe existiendo, prejuicio y relativa ignorancia respecto a esta escuela que fue hegemónica en el psicoanálisis norteamericano. Esto parece verse reflejado en las diferencias significativas de intereses teóricos entre los candidatos de dichas regiones y los estadounidenses. Los latinoamericanos muestran preferencia por estudiar autores europeos antes que los norteamericanos (Pereira et al., 2007). Samuel Arbiser (2003), en un artículo en el Journal of the American Psychoanalytic Association, expresó abiertamente la opinión de que los analistas argentinos, al considerarse “miembros de los círculos intelectuales europeos [...] valoraron el estilo de vida americano con bastante desdén” (pág. 331). Este mismo autor señaló que dicha postura parecía coloreada por la ideología de izquierdas de un buen número de

* Dirección: c. Corazón de María 2, 28002 Madrid, España. [email protected]

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estos profesionales. Janine Puget y René Kaës (1991) también han escrito sobre el solapamiento de estos posicionamientos ideológicos con las consideraciones científicas en el psicoanálisis. Andrea M. Rodríguez Quiroga de Pereira et al. (2007) se preguntaron hasta qué punto la cultura institucional podía haber influido sobre la elección de diversas teorías psicoanalíticas, concluyendo que “puede ser que ciertas razones sociopolíticas den cuenta del modo cómo América Latina percibe a otras regiones” (pág. 1257). Muchos colegas invocan al triunvirato de los teóricos “Hartmann, Kris y Loewenstein” como representantes máximos, ¡si no únicos!, de la psicología del yo en la actualidad. También a menudo se toma erróneamente la perspectiva adaptativa de la metapsicología analítica por un concepto sociológico. La absurda suposición de que el psicoanálisis estadounidense propugna el fin terapéutico de una adecuación a las convenciones sociales ha sido aducida como exponente de la supuesta “superficialidad” teórica de los autores del Norte. Como Joseph Smith (1995) ha señalado, “es muy común la tendencia entre la intelectualidad europea (Freud incluido) a menospreciar a América y el psicoanálisis norteamericano [...] suponiendo que éste tiene como objetivo único la adaptación” (págs. 615-617). En realidad, el punto de vista adaptativo psicoanalítico, esencial para la comprensión de las transacciones psicológicas con el medio, fue elaborado principalmente por Heinz Hartmann (1939) antes de emigrar a Nueva York y es un producto típico de la escuela vienesa o clásica. Tampoco es infrecuente la confusión de la psicología del yo con la posterior psicología del self kohutiana, tan distinta y, en algunos puntos, contraria a la primera. Curiosamente, tanto en Europa como en Latinoamérica con frecuencia sigue creyéndose, de modo desfasado, que el psicoanálisis americano es eminentemente monolítico, lo que desde hace décadas no puede ser tomado por cierto. Como reconoce Steven Levy (2006), editor del Journal of the American Psychoanalytic Association, la actitud “ecuménica” del psicoanálisis actual en los Estados Unidos ha hecho que en ese país “haya cesado la predominancia de la corriente teórica de la mainstream ego psychology” (pág. 355). En efecto, la PYC, a la que el autor de estas líneas se subscribe, no constituye ya una tendencia mayoritaria en Norteamérica. No obstante, Fred Busch (1999) ha mostrado cómo otras corrientes dentro del psicoanálisis norteamericano, como la intersubjetiva representada por Owen Renik o la psicología del self de Heinz Kohut, pueden ser articuladas dentro de una técnica moderna basada en el modelo de la segunda tópica o teoría estructural. También, en materia de técnica, hay que hacer mención de la sustancial contribución de Otto Kernberg (1979, 1983) al rapprochement entre la teoría de las relaciones objetales y la moderna psicología del yo. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 79-95

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Aunque la PYC se practica principalmente en Norteamérica, tiene antecedentes claros en Europa. Algunos de sus pioneros semiolvidados, como el alemán Hellmuth Kaiser (1934) o la británica Nina Searl (1936), mostraron notable clarividencia en cuanto a recomendaciones técnicas consonantes con la teoría estructural freudiana. En la actualidad, hay autores europeos como los finlandeses Pentti Ikonen (2002) o Leo Kovarskis (2008) que escriben sobre dicho enfoque, pero, ciertamente, el desarrollo de esta técnica ha tenido su epicentro en los Estados Unidos. Sigmund Freud pensó al principio que la patogenia de los síntomas neuróticos era debida al conflicto entre unos deseos instintuales inconscientes y las exigencias de una moralidad consciente. Más tarde tuvo que concluir que todos los elementos en el conflicto podían ser inconscientes (Freud, 1916, 1923). Fue el reconocimiento de que tanto lo reprimido como las fuerzas represoras podían estar más allá de la conciencia lo que hizo insostenible el concepto del funcionamiento mental basado en una primera tópica o teoría topográfica que dividía el psiquismo en un Inconsciente y un Preconsciente/Consciente. Como Merton Gill (1963) escribió, “Evidentemente, Freud pensó que las fuerzas antitéticas no debían situarse conceptualmente dentro del mismo sistema y las separó, poniendo los impulsos en el ello y la defensas en el yo” (pág. 140). En efecto, en El yo y el ello, Freud (1923) llegó a la conclusión de que “Lo Inc. no coincide con lo reprimido. Todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido. También una parte del yo [...] puede ser inconsciente” (pág. 2704). Freud cayó en la cuenta de que ciertos recuerdos infantiles de acontecimientos traumáticos eran a veces rememorados, mientras que algunas motivaciones anti-instintuales como la culpa podían ser completamente inconscientes. Así, en 1933 escribió: “Mal que nos pese, el superyó y lo consciente, por un lado, y lo reprimido y lo inconsciente, por otro, no coinciden en modo alguno” (pág. 3139). La consideración de que no sólo los impulsos sino también las defensas podían estar soterrados fue lo que llevó a Freud a formular un paradigma estructural o segunda tópica, en la que tanto las pulsiones del ello como las defensas yoicas, los imperativos superyoicos y los modelos ideales podían ser completamente inconscientes. La segunda tópica permitió comprender la vida mental desde una nueva perspectiva tridimensional y decididamente más completa: sueños, parapraxis y síntomas pudieron ser conceptuados como resultado de transacciones inconscientes entre el ello, el yo y el superyó. Las fantasías y la psicopatología de la vida cotidiana fueron reinterpretadas como consecuencia biográfica de unos compromisos intersistémicos. Paralelamente, Freud modificó su teoría de la angustia, concluyendo que ésta no podía deberse a una sencilla acumulación de libido, creencia que había llevado ingenuamente a suponer que la descarga sexual constituía de por sí la curación de los tras-

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tornos histéricos. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud (1926) se retractó de esta teorización sobre la génesis de la angustia, explicando: Intentábamos justificar económicamente su aparición en cada caso, y suponíamos [...] que la libido (la excitación sexual) [...] encontraba una derivación directa en forma de angustia. No puede pasar ya inadvertido que estas [...] afirmaciones no armonizan bien [...] El yo es la única sede de la angustia (pág. 2876).

Estos desarrollos del pensamiento de Freud son conocidos por todos los psicoanalistas. Lo que no parece haberse generalizado suficientemente es el hecho de que el revolucionario cambio en su metapsicología no conllevó una modificación paralela en la técnica psicoanalítica. Tras haber reconocido que en el yo existía “algo que se conduce idénticamente a lo reprimido, o sea, exteriorizando intensos afectos sin hacerse consciente por sí mismo”, Freud (1923) añadió que la apercepción de ese “algo” requería “una especial labor” (pág. 2704), pero ni especificó en qué consistía dicha “labor” ni trasladó a su técnica las consecuencias lógicas que se desprendían de su cambio de paradigma. Paul Gray (1992) comentó: Tras descubrir que la parte del yo encargada de modo esencial de la resistencia era también inconsciente, Freud dejó bastante solos a sus colegas en la tarea de elaborar una metodología para hacer consciente el yo inconsciente (pág. 308).

La percepción de las operaciones inconscientes del yo, menos llamativas que las manifestaciones del ello, requiere una forma diferente de escucha y, en efecto, una “especial labor” por parte del aparato conceptual del analista. El objetivo principal de la técnica psicoanalítica de superación de la represión y catarsis de los traumas infantiles constituyó un enfoque valioso en la historia de la disciplina, pero debió haberse dejado atrás en congruencia con los nuevos hallazgos de la segunda tópica. La introducción de ésta supuso una innovación que hizo ver los fenómenos resistenciales no como meros obstáculos a la libre asociación, sino como material que proporcionaba información esencial sobre los mecanismos de defensa inconscientes que habían sido erigidos ante temores y deseos inmanejables por la personalidad inmadura del niño y que habían acabado formando rasgos del carácter. En el decir de Robert Waelder (1960), la antigua pregunta del analista “¿qué deseos inconscientes tiene el paciente?” hubo de ser suplementada por una segunda: “¿qué teme éste que le pueda suceder como consecuencia de sus deseos?”. Por último, el reconocimiento de que las defensas eran inconscientes y distintivas de cada analizado extendió la atención del analista a una tercera pregunta:

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“cuando el paciente experimenta angustia, ¿a qué estrategias recurre?”. Podría añadirse aquí una importante cuarta puntualización descrita por Anna Freud (1936): estas “estrategias” se manifestarán inexorablemente como “transferencia de la defensa” (págs. 31-34). El concepto de una instancia mental, el yo, que determinaba inconscientemente qué contenidos mentales eran representables y cuándo y bajo qué forma podían representarse debería haber hecho que el análisis de las defensas inconscientes se convirtiese en práctica estándar, sustituyendo al anterior método de descodificación de contenidos latentes. Sin embargo, lo que sucedió fue que muchos analistas continuaron utilizando la técnica primitiva, empleando terminología de la segunda tópica, con las ecuaciones simplistas Inc. = ello, Prec.-Cc. = yo. Esto claramente revela la inercia topográfica de creer que las pulsiones son lo verdaderamente inconsciente, mientras que las actividades defensivas no lo son. Pero como Waelder (1967) observó perspicazmente, “No se puede reprimir una idea estando al mismo tiempo consciente de haberla reprimido, porque la conciencia alertaría a la mente a ir en pos de dicha idea, lo que, claro está, haría insegura la represión” (pág. 354). El hecho de que este elemental razonamiento no nos haya resultado inmediatamente evidente dice mucho acerca de nuestra resistencia general a adoptar las consecuencias técnicas del cambio de tópica. Roy Schafer (1983) escribió sobre el hecho de que muchos analistas aseguren entender el papel de las defensas yoicas mientras que en sus prácticas siguen haciendo uso de la anterior técnica topográfica. Escribiendo sobre la frecuente tendencia a pasar por alto el análisis del yo, este autor comentó que, cuando en un tratamiento el analizado parece mostrar contenidos que no explicita, el analista suele sentirse tentado de verbalizar interpretaciones directas de los afectos latentes. Y pregunta Schafer: “Si esto es tan obvio, ¿por qué no lo pudo expresar directamente el analizado?”, añadiendo que “Este tipo de observaciones debería habernos dirigido al precepto técnico que dicta que hemos de enfocar nuestra atención en la defensa antes de enfocarla en aquello de lo que el paciente se está defendiendo” (pág. 75). Es común que se mantenga que el abordaje técnico topográfico y el correspondiente al análisis de las defensas representan una perspectiva integrada, cuando en realidad suponen dos métodos distintos (Busch, 1992; Paniagua, 1995). Seguramente la famosa monografía de Anna Freud de 1936 debe ser considerada el primer texto sistemático sobre la técnica del análisis de las defensas. Pero hay que recordar que este texto tuvo una fría acogida entre los colegas coetáneos (cf. Kris, 1938; Sterba, 1982). Helene Deutsch le auguró que El yo y los mecanismos de defensa la antagonizaría para siempre con sus colegas (cf. Sandler y Freud, 1985). Como expresó en el capítulo primero de su clásico libro, la hija de Freud sabía

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que sus ideas iban a ser consideradas “como una apostasía del psicoanálisis” (pág. 17). Monroe Pray (1996) ha conjeturado que la actitud de rechazo hacia las tesis de Anna Freud se debió a que “sumieron en una inaplicabilidad virtual la investigación dinámica empleada por aquellos métodos que pretendían poseer la capacidad de resolver conflictos antes de que éstos resultasen visibles” (pág. 100). El análisis de las defensas que se deducía de la aplicación a la clínica de la segunda tópica freudiana fue elaborado, sobre todo, a partir de los trabajos originales de Anna Freud, Otto Fenichel, Richard Sterba, el temprano Wilhelm Reich y Robert Waelder, pero el desarrollo de esta técnica de análisis sufrió luego un estancamiento durante décadas. Esto fue debido parcialmente a que, durante la llamada edad de oro de la psicología del yo en los Estados Unidos, los grandes autores emigrados de Europa central, en especial Heinz Hartmann (1956) y David Rapaport (1959), mostraron mucho menos interés en adecuar la técnica a las conclusiones de la segunda tópica que a crear una psicología general psicoanalítica que coronase la metateoría freudiana. Con razón señaló Robert Wallerstein que, a pesar de las importantes modificaciones teóricas llevadas a cabo en el psicoanálisis estadounidense, “tendríamos dificultades en especificar las formas en que evolucionó la técnica como resultado de estos cambios” (en Richards, 1984, pág. 587). Pero, ¿fue sólo esa preferencia de los pioneros de la psicología del yo lo que explicó la resistencia de la profesión psicoanalítica a adaptar la técnica a los progresos hechos en cuestión de teoría? Parece existir otra serie de motivaciones irracionales que dan cuenta de la peculiar adhesividad de la primera técnica topográfica, ya con un siglo de antigüedad (Paniagua, 2001, 2003). En primer lugar, ésta gratifica más directamente los anhelos de omnisciencia y omnipotencia del analista. La consiguiente satisfacción epistemológica facilita, además, la elusión de ciertas manifestaciones del ello con potencial para herir el narcisismo del analista. Esto último suele vivirse más agudamente que las contratransferencias agresivas o sexuales. Ya en su libro de Técnica, de 1941, Otto Fenichel señaló que, en la práctica clínica, nada hay más delicado para el analista que su vulnerabilidad narcisista. Las interpretaciones “profundas” típicas de la técnica primitiva no rara vez resultan “aceptadas” por el paciente porque, inconscientemente, son percibidas como oportunidad para evadir la exploración de significados más auténticos, ofensivos y culpógenos. Así, el analista puede entrar en colusión inadvertida con la resistencia del paciente. Las interpretaciones descifradoras propias del enfoque de la primera tópica suelen hallarse demasiado influidas por la fantasmática personal del analista (justificada a menudo como identificación proyectiva) o por “ideas sobrevaloradas” de naturaleza teórica (Britton y Steiner, 1994). Busch REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 79-95

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(2000) observó astutamente que no había que confundir la profundidad de la interpretación con la profundidad de la comprensión por parte del paciente. Hemos de recordar que la predilección topográfica por la interpretación de contenidos no observables, en vez de la exploración en alianza con el yo preconsciente del analizado, hace de la primera técnica un terreno claramente más propicio para la proyección de las fantasías del analista. A veces todo esto se complementa con la racionalización de que la adhesión a una técnica que abogue por el análisis sistemático del conflicto a través de los estratos defensivos puede constituir una práctica sintomática de inhibiciones contratransferenciales. Como señaló Gray (1982), el análisis sistemático de la transferencia de autoridad –en vez del recurso a ésta para vencer la resistencia– hará que el analista sea objeto de una variedad más intensa de derivados pulsionales dirigidos no sólo a la percepción fantaseada de éste, sino también a la evaluación de sus atributos realistas, lo que hace la labor más ardua para la autoestima del analista. Esto, claro está, contribuye a reacciones contrarresistenciales a la hora de abrazar una técnica que intente minimizar aquella clarividencia putativa que tendía a promover –en vez de analizar– la dependencia regresiva del paciente. Elizabeth Zetzel (1956) señaló que nada hay más denotativo de la técnica de la psicología del yo que la convicción de que para llevar un tratamiento a buen puerto es necesaria una alianza terapéutica entre el yo del analista y el yo observador del analizado. Ralph Greenson (1967) también opinaba que seguramente la característica más típica de la técnica propia de la segunda tópica era la actitud del analista de hacer al analizado partícipe del proceso, reduciendo la necesidad de recurrir a maniobras de persuasión y contención. Analizar las resistencias a la libre asociación implica un entendimiento racional con aquella parte del yo autónomo del analizado que no se halla abrumada por las emociones y que es capaz de someter éstas a examen. En 1973, Paul Gray del Instituto de Baltimore-Washington propuso, medio siglo después de la introducción por parte de Freud de su segunda tópica, una técnica de escucha e intervenciones sistemáticas de proceso cercano (close-process) más concordantes con dicho cambio de modelo. Más tarde, Gray (1982) expondría elocuentemente los motivos aparentes del “retraso en el desarrollo” de la técnica psicoanalítica. El establecimiento de una forma más coherente de formular el análisis basado en la teoría estructural freudiana inauguró la técnica de la llamada psicología del yo contemporánea. Ésta prescribe unas medidas significativamente distintas de las empleadas en la modalidad topográfica precedente, esto es, aquella que tenía como objetivo manejar o suprimir la resistencia del paciente apoyándose en su transferencia de autoridad externa.

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En efecto, fue Gray (1986) principalmente quien puso de relieve los modos en que se solía recurrir a explotar –en vez de a analizar– la transferencia positiva con el fin de superar la resistencia. Tanto este autor como sus seguidores (cf. Goldberger, 1996) intentaron elaborar fundamentos más sólidos sobre los que asentar los esfuerzos de aquellos primeros analistas que abogaron por una exploración organizada de las defensas. Pero, de hecho, el enfoque topográfico de establecer por medio de la interpretación una impresión de lo que se supone que existe en un registro reprimido, ha continuado empleándose junto con la técnica posterior que intenta dirigir la atención del analizado hacia las manifestaciones de las defensas inconscientes que han contribuido a formar el carácter como bastión ante las pulsiones. Mientras que Gray (1996) trató en sus escritos acerca de las diferencias entre la técnica de la PYC y la de la teoría topográfica freudiana, Fred Busch (1999), probablemente el autor vivo de la PYC más influyente en la actualidad, centró su crítica en las diferencias de este enfoque moderno con la técnica de la psicología del yo de los comienzos, sobre todo la mainstream de Arlow y Brenner. La importante obra de Busch (1995, 1999) ha sido traducida a varios idiomas, pero, significativamente, no al español. Busch (2000) consideró que la técnica encaminada a hacer al paciente consciente de forma progresiva del poder analítico de su propia mente constituía “un nuevo paradigma de interpretación” (pág. 241). Esta capacidad se adquiere por medio de una identificación paulatina con la función analítica del analista (no con la figura misma del analista). Este procedimiento contrasta con el mecanismo “mutativo” aducido por Strachey (1934), para quien “la finalidad de las interpretaciones mutativas es causar la introyección del analista como un objeto” (pág. 981). La nueva técnica no supuso que el interés del analista se desviara de las pulsiones instintuales a un análisis exclusivo de las funciones yoicas –suponiendo que esto fuese posible–. Lo que significó es que comenzó a prestarse una atención más detallada a la articulación entre las pulsiones inconscientes y las defensas, también inconscientes. Así es como se exploran los mecanismos con los que el yo se defiende, por una parte, y contribuye, por otra, a la formación de fantasías inconscientes (Brenner, 1982). Las características del enfoque técnico de la PYC podrían resumirse esquemáticamente en estos puntos: 1) el analizado es considerado copartícipe en una alianza racional que privilegia su yo observador y otras funciones yoicas “autónomas” (cf. Hartmann, 1952); 2) la labor analítica va dirigida predominantemente a explorar los obstáculos que se oponen a la manifestación verbal de unos impulsos REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 79-95

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instintuales que, se presupone, presionan constantemente por obtener gratificación (Freud, 1915; A. Freud, 1936); 3) se pone especial énfasis en el análisis del superyó (intimidatorio o apaciguador) como estructura caracterial de naturaleza defensiva, no conceptuándolo como manifestación de una inexorable tendencia biológica destinada a restaurar la vida a un estado inorgánico (Gray, 1987); 4) las interpretaciones son formuladas más de acuerdo con lo que el paciente puede entender en su estado de regresión yoica que atendiendo al conocimiento, real o supuesto, de las dinámicas inconscientes del analizado (Busch, 1997, 1999); 5) las intervenciones se asemejan más a lo que Bibring (1954) denominó “clarificaciones” que a las interpretaciones “profundas” de la técnica anterior; 6) se presta especial atención a los “cómos” de la resistencia, además de a los “porqués”, explorando de forma más microanalítica puntos nodales de la superficie clínica, como los cambios temáticos, las fluctuaciones en el tono afectivo, las pausas, las omisiones, la comunicación paraverbal, etc. (Paniagua, 1985, 1998; Davison et al., 1996); 7) el analista procura no atender al material con una atención flotante fundamentada en sentimientos contratransferenciales, sino con atención consciente a las secuencias y la resistencia a la libre asociación; 8) las reacciones subjetivas del analista en la sesión, importante fuente de información respecto a las proyecciones del analizado, intentan “objetivarse” repasando junto con éste el material accesible a la retrospección (Busch, 1995), lo que difiere notablemente del uso por parte del analista de sus propias reacciones como si perteneciesen al analizado; 9) en la medida de lo posible, el analista, en sus intervenciones –y en las comunicaciones científicas– separa sus propias perspectivas de las del analizado (Schwaber, 1996); 10) se intenta facilitar los descubrimientos del mismo paciente, en vez de proporcionarle insights interpretativos (Poland, 2000). En palabras de Busch (1997), “existe aún la tendencia de relegar al analizado al papel pasivo de proveedor de información, mientras que el analista es quien proporciona los insights” (pág. 44); 11) las intervenciones analíticas se hallan más fundamentadas en la lectura textual de lo que el paciente manifiesta que en las intuiciones basadas en el “tercer oído” del analista (Reik, 1948), prestándose mayor atención a lo que puede constatarse en el material que a lo que se supone que se está gestando en la mente del paciente (Busch, 1999); 12) la actitud de docta ignorantia del analista suele llevar a hallazgos

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que pueden sorprender más al analista que al mismo analizado (Smith, 1995; Paniagua, 2006); 13) la técnica que se llevaba a cabo, en palabras de Freud (1919), “utilizando la transferencia del enfermo sobre la persona del médico para infundirle nuestra convicción de la falta de adecuación de las represiones desarrolladas en la infancia” (pág. 2457) se considera hoy día sugestiva y más propia de las psicoterapias (cf. Waelder, 1962); 14) el énfasis se pone más en la exploración analítica de la mente del paciente que en la investigación de su biografía. El foco analítico se aplica más a la fenomenología intraclínica que a las circunstancias pretéritas o presentes de fuera de la sesión (Gray, 1973); 15) se intenta potenciar en el analizado la capacidad yoica auto-observadora, por haberse comprobado que el desarrollo de mecanismos autoanalíticos es significativamente más distintivo de los tratamientos exitosos (Schlesinger y Robbins, 1983; Falkenström et al., 2007); 16) en aquellos casos considerados analizables, se supone que la “función sintética del yo” (Nunberg, 1931) empleará los derivados pulsionales que habían estado reprimidos, bien para una descarga directa más apropiada, o bien para la sublimación. A modo de breve ilustración de esta técnica utilizaré tres simples viñetas clínicas. Una paciente de 50 años evocaba obsesivamente fantasías de los posibles contactos de su marido con otras mujeres por Internet, de la partida futura de su hijo de casa y de la muerte de su hermano (aún vivo) cada vez que el analista intentaba explorar los recuerdos de su infancia en un orfanato. El analista dirigió su atención repetidamente hacia este cambio temático cuando consideró que el yo observador del paciente lo podía procesar. De forma gradual, ésta se familiarizó con un mecanismo inconsciente a través del cual intentaba “vacunarse” defensivamente contra retraumatizaciones causadas por posibles abandonos futuros. Cuando un paciente de 24 años estaba relatando lo felices que se sentían él y su esposa porque su empresa iba a enviarle a otra ciudad europea en una promoción laboral, el analista se dio cuenta de que estaba jugando insistentemente con su anillo de casado. Mencionó su observación sin verbalizar conjetura interpretativa alguna. El paciente suspiró y reconoció que le había cruzado por la cabeza la idea de que iba a triunfar mucho profesionalmente, su mujer iba a querer regresar a España y él iba a decirle que no estaba dispuesto a renunciar a su carrera. Su acting in simbolizaba y condensaba un duelo anticipatorio por la ruptura de lo que parecía un buen matrimonio. Deseo subrayar que esta conclusión interpretativa es del mismo analizado, cuya atención fue sencillamente dirigida a una percepción accesible a su yo consciente. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 79-95

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Una paciente de 30 años hablaba de un sueño erótico en el que aparecía el analista, hizo una pausa y continuó añadiendo detalles sexuales. El analista percibió en la analizada la intención de que se interesara por el contenido sexual del sueño, pero le señaló primero su breve paréntesis en mitad del relato. La paciente carraspeó y verbalizó con cierto embarazo que había pensado que el analista tenía una edad demasiado avanzada para ser incluido en ese tipo de fantasías y, además, ese día parecía especialmente cansado. (El analista había estado una hora antes en el dentista). Si el analista hubiese privilegiado el contenido pulsional, pasando por alto el apenas perceptible incidente resistencial de la pausa, habría eludido la exploración de un afecto inmediato que le tenía a él como protagonista transferencial. Habría sorteado una evaluación realista que, aunque hiriente para su narcisismo, se hallaba más próxima a la vivencia puntual de la analizada. Ésta habría conseguido distraer con lo que Reich (1930) calificó como “sonrisa interior” la atención del analista hacia una temática supuestamente atractiva, pero alejada del conflicto del momento. La PYC propugna una técnica de sensibilización de nuestro oído analítico ante las manifestaciones resistenciales con el fin de inducir al analizado a hacer uso de sus capacidades yoicas para la observación de sus propias actividades intrapsíquicas. El análisis procede explorando en detalle cómo las señales de angustia movilizan mecanismos destinados a anticiparse y contrarrestar la cascada de afectos displacenteros que amenazan alcanzar la percepción consciente. Las fantasías implicadas resultan temibles porque van a desencadenar angustia, culpa, vergüenza o depresión, poseyendo, por tanto, una cualidad de afecto-señal que despierta los automatismos defensivos (Brenner, 1982). Se necesita una “atención de proceso cercano” (Gray, 1991) para el apercibimiento de cuándo y cómo en el curso de la sesión el yo inconsciente moviliza mecanismos controladores del asomo de una ansiedad que anuncia la proximidad de fantasías intolerables o recuerdos excesivamente dolorosos. Las fantasías siempre tienen una dimensión transferencial y es esencial que el paciente experimente la contradicción entre la naturaleza anacrónica de éstas y su vivencia actual. El analista dirige sus esfuerzos a examinar los motivos represores de origen infantil que bloquean la capacidad del analizado de conocerse a sí mismo. La exploración paulatina de las transacciones entre pulsión y defensa que constituyeron las soluciones que, en los años formativos de la niñez, el paciente tuvo que dar a sus conflictos equivaldrá a hacer análisis del carácter –indicación prínceps del psicoanálisis–. Sin embargo, es necesario resaltar que la práctica consistente en centrar el foco perceptual primordialmente en los datos de la sesión no es lo mismo que “sólo transferencia”. Los adjetivos

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“intraclínico” y “transferencial” no son sinónimos. El análisis detallado del material resistencial observable suele tener también dimensiones psicogenéticas y extratransferenciales. Generalmente se mantiene que la tarea de entrelazar a lo largo del tratamiento estos elementos con la dimensión transferencial es lo que mejor caracteriza el concepto de “elaboración” o working through (Waelder, 1960). El enfoque técnico que fusionaba las interpretaciones asociativas del propio analista con las manifestaciones transferenciales del analizado dificultaba o imposibilitaba el examen veraz de las dinámicas del paciente (cf. Paniagua, 2003). El analista adscrito a la PYC se aproxima más al polo unipersonal que al intersubjetivo y también se inclina más al polo positivista que al constructivista. Ciertamente, los analistas de cualquier orientación reconocen que la objetividad absoluta es un mito y que la subjetividad forma parte de sus percepciones acerca del analizado. Sin embargo, un subjetivismo a ultranza supone la renuncia a cualquier pretensión científica del psicoanálisis. En nuestra disciplina, la actitud científica implica necesariamente la creencia en algún tipo de verdades psíquicas comprobables. El hecho de que la objetividad perfecta se halle más allá de los límites humanos no se toma como indicativo de que algún grado de objetividad represente una meta utópica (Gabbard, 1997). Como dijo Lawrence Friedman (1996), “Es difícil imaginar cómo puede trabajar un analista que no crea que existe una realidad fuera de él que espera ser descubierta” (pág. 261). En la técnica de la PYC los fenómenos clínicos que dan pie a las intervenciones analíticas son aquellos en los que se percibe “una tensión intrapsíquica que obliga al yo a interferir con el material emergente del ello, impidiendo una mayor manifestación en la conciencia del elemento pulsional en conflicto” (Gray, 1990, pág. 1087). Estos momentos de estrés constituyen los “puntos de urgencia” para un analista adscrito a la PYC. En la técnica moderna de la psicología del yo se presta una atención más inmediata y constante al curso de las palabras, a la secuencia de las asociaciones, a las entonaciones y otras exteriorizaciones de los afectos, con el fin de detectar los derivados instintuales que, en el camino hacia su manifestación consciente, tropezaron con el yo, que los consideró peligrosos y con el superyó que los juzgó reprobables. Este tipo de Angstsignal conforma la “superficie trabajable” preferible para el análisis de los elementos del ello que han generado la necesidad de la defensa (Paniagua, 1991). La conceptuación de dicha superficie requiere la evaluación de múltiples factores dependientes de la empatía, la experiencia y el juicio del analista respecto a la capacidad del analizado para “digerir” emocional y cognitivamente las intervenciones analíticas. El analista intenta explorar, en alianza con el yo observador del analizado, qué fantasías temió éste que le aflorasen a la conciencia en el momento REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 79-95

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mismo del conflicto (el “aquí y ahora” sandleriano, 1992). Este abordaje analítico hace hincapié en los aspectos cognitivos de la interpretación por lo que, frecuente y erróneamente, ha sido tomado como “intelectualizado”. La práctica clínica consonante con la segunda tópica o teoría estructural lleva no sólo a entender el funcionamiento del yo en conflicto, sino también, en contra de lo que suele opinarse, a acceder de forma más naturalista a la exploración del ello (Paniagua, 2007). Todo lo anteriormente expuesto implica una modificación técnica que no ha sido aún suficientemente reconocida. Algunos analistas pensamos que la técnica característica de la PYC es la que minimiza de modo más efectivo la influencia de la sugestión. El énfasis en unas reglas de correspondencia que vinculen más rigurosamente lo observable con las inferencias sobre el funcionamiento de la mente en conflicto parecen hacer esta técnica más comprensible, especificable, más accesible a la investigación y, por ende, científicamente más defendible.

Resumen

El autor comenta sobre las posibles razones del relativo desconocimiento de la psicología del yo contemporánea en algunos círculos psicoanalíticos y las dificultades en la incorporación a la técnica de las conclusiones derivadas de la introducción de la segunda tópica freudiana. Asimismo, examina los motivos de la adherencia a la técnica de la primera tópica. Se resumen algunas características del enfoque basado en la “atención de proceso cercano” de Gray. DESCRIPTORES: PSICOLOGÍA / INTERPRETACIÓN

DEL YO

/

TÉCNICA PSICOANALÍTICA

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PRIMERA TÓPICA

/

SEGUNDA

TÓPICA

TECHNIQUE

IN

Summary CONTEMPORARY EGO PSYCHOLOGY

The possible reasons for the relative lack of knowledge of contemporary ego psychology in some psychoanalytic circles, and the difficulties in the technical incorporation of conclusions derived from the introduction of Freudian structural theory are commented upon. The motivations for the adherence to the technique of the topographical theory is examined. Some characteristics of the approach based on Gray’s “close process attention” are summarized. KEYWORDS: EGO INTERPRETATION

PSYCHOLOGY

/

PSYCHOANALYTIC TECHNIQUE

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FIRST TOPIC

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SECOND TOPIC

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TÉCNICA

NA

Resumo PSICOLOGIA CONTEMPORÂNEA DO EU

Comenta-se sobre as possíveis razões do relativo desconhecimento da psicologia contemporânea do Eu em alguns círculos psicanalíticos e as dificuldades na incorporação à técnica das conclusões derivadas da introdução da segunda tópica freudiana. São examinados os motivos de adesão à técnica da primeira tópica e também são resumidas algumas características do enfoque baseado no “atendimento do processo próximo” de Gray. PALAVRAS-CHAVE: PSICOLOGIA TÓPICA / INTERPRETAÇÃO

DO

EU / TÉCNICA

PSICANALÍTICA

/

PRIMEIRA TÓPICA

/

SEGUNDA

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 25 de febrero de 2009.)

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El psicoanálisis en los Estados Unidos *Irene Cairo “Comencemos con esta afirmación: el psicoanálisis estadounidense no existe. Es decir, Estados Unidos, desde el punto de vista psicoanalítico, no es un país. Es un continente, donde los diversos fragmentos tejen un complejo entramado que sólo en el mito que conservan los extranjeros puede creerse uniforme”. Éste es el provocativo comentario de Warren Poland, quien ocupa, en mi opinión, una singular (y hermosa) isla en ese continente. Brillante pensador, su libro de ensayos Disolviendo las tinieblas debiera ser lectura obligatoria para todo analista interesado en profundas reflexiones clínicas. Por lo tanto, su comentario, por provocativo que sea, no es ni superficial ni tan humorístico como uno podría suponer. Su visión parece algo nostálgica, pero es recogida de maneras diversas por todos los distinguidos representantes del psicoanálisis estadounidense con los que conversé sobre el tema. ¿Qué son, entonces, estos representantes? ¿A qué o a quién representan? Pienso que los que seleccioné para citar son inconfundiblemente serios en su tarea analítica, pero varían mucho, efectivamente, en su orientación teórica, y ocupan distintos lugares en el espectro político del psicoanálisis estadounidense actual. Sin embargo, todos coinciden en señalar, en la teoría, la declinación de la influencia de la escuela del yo y, en lo político, la complejización cada vez mayor del ejercicio del análisis y la disminución de la “autoridad” de la Asociación Psicoanalítica Norteamericana. Poland está entre quienes creen que la dilución del análisis del yo se debe a la creciente colonización por otras teorías. Y si bien piensa que los cuestionamientos y las aperturas a otras perspectivas constituyen un cambio deseable, ve con preocupación lo que considera la disolución de los conceptos del inconsciente y de los instintos. Para él, las influencias más importantes han sido, localmente, la escuela del Self y, entre las ideas “importadas” en los últimos diez años, Klein y Bion. Tal vez, pien-

* Dirección: 5 West, 86th, (10024) Nueva York, Estados Unidos. [email protected]

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so yo, esa importación fue el resultado de deficiencias en el mercado local… Para situar al lector argentino en mi propia perspectiva, diré que yo me formé en el Instituto Psicoanalítico de Nueva York, uno de los más ortodoxos, de orientación freudiana y del psicoanálisis del yo. Considerándome curiosa, abierta a todos los aportes y con cierto bagaje kleiniano proveniente de mis primeros años como médica en Buenos Aires, elegí una institución de estrictez y exigencia legendarias pero que, a la vez, ofrecía una formación sólida. Y recibí exactamente lo que esperaba: una excelente formación teórico-clínica y una cierta formalidad y rigidez que mi temperamento encontró difícil de tolerar. Ahora, cuando enseño en el mismo Instituto, me resulta llamativo ver los cambios que éste ha experimentado. En parte, por ejemplo, fue mi erudición kleiniana lo que llevó a quien era en ese momento la Directora de Instituto a invitarme a dictar mi propio curso. En mi institución, entonces, hay casi una división generacional: entre aquellos que fueron mis maestros, hay pocos que ven los cambios con mirada aprobadora; son los más jóvenes –mi generación o las siguientes– los que han promovido la apertura. ¿En qué consiste esa apertura, que va más allá de mi institución y abarca todos los institutos que dependen de la Asociación Norteamericana? Durante décadas, la Asociación fue el motor del psicoanálisis en los Estados Unidos. Fundada en 1911, creció rápidamente. En 1910, Freud había publicado “Análisis salvaje”, y la creciente preocupación por este tema llevó al establecimiento de la formación tripartita en Berlín y, más tarde, en Viena y en Londres. Éste es el modelo de formación que se transmitiría eventualmente a los institutos estadounidenses. ¿Cómo veía Freud el análisis en los Estados Unidos? Cuando subí al podio en Worcester, para dar mis Cinco conferencias, parecía la realización de un increíble sueño diurno […] El psicoanálisis se había vuelto parte de la realidad […] No ha perdido su lugar en América, desde nuestra visita. Es increíblemente popular entre el público y muchos psiquiatras lo reconocen como un valioso elemento del entrenamiento médico […] Sin embargo ha sufrido mucho por haber sido diluido.

Con estas palabras se refiere Freud, en su “Estudio autobiográfico” de 1925, a sus vivencias con motivo de las Conferencias de la Clark University en 1911, y agrega sus reflexiones posteriores. Así que resulta extraño que en 2009, con tantos cambios sociales, políticos y, por ende, profesionales que han tenido lugar durante más de ochenta años, esas reflexiones de Freud tengan eco en el presente. Mientras escribo estas líneas en enero de 2009, hay un cambio radical en la política y las condiciones de los Estados Unidos. Un nuevo presidente se hace cargo de un país en grave crisis. Se respira una enorme desazón y algo de esREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 97-112

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peranza. ¡Estos sentimientos pueden también describir la mezcla de emociones con que los analistas en los Estados Unidos consideramos la posición que ocupa hoy el psicoanálisis! Al mismo tiempo, el último número del International Journal of Psychoanalysis, de diciembre de 2008, incluye un artículo de Paul Mosher titulado “Carta de Estados Unidos”, en el cual, respondiendo a una solicitud de los editores, el autor da un panorama esencialmente gremial y político de la situación del psicoanálisis en este país. Mosher describe claramente cómo se dan en estos momentos dos situaciones totalmente paradójicas. Por una parte, el crecimiento inaudito de instituciones y grupos que quieren llamarse psicoanalistas; por la otra, un cierto desprestigio tanto de las teorías como de las prácticas del psicoanálisis, que el público en general considera un método antiguo, costoso e ineficiente. Es parte de la visión de Mosher que la “American” (como se la conoce informalmente, denominación que muchos fuera de la institución encuentran arrogante), por muchos años el guardián oficial del psicoanálisis norteamericano para la Asociación Psicoanalítica Internacional (API), se ve actualmente casi escindida por un conflicto esencialmente gremial. Éste gira en torno de quienes deben estar a cargo del nombramiento de analistas en función didáctica. En esencia, una parte importante del electorado de la Asociación Psicoanalítica Norteamericana quiere descentralizar el control ejercido por el “Board of Professional Standards”. Ésta es la entidad de la asociación que define tanto los estándares analíticos, como quiénes pueden ejercer la función didáctica. Estos analistas “rebeldes” alegan que, dado el enorme crecimiento de las instituciones que forman analistas fuera de la Asociación y la consiguiente competencia por candidatos, cuando el futuro candidato ya está en análisis y desea comenzar su formación, si la institución no logra nombrar a su analista como posible didacta, el futuro candidato buscará otro analista de otra asociación. Mosher no habla de personas o escuelas, o de los movimientos creativos dentro del psicoanálisis estadounidense. Esto es particularmente notable porque, casi al mismo tiempo que este número del Journal llegaba a nuestros consultorios, tenía lugar el congreso de invierno de la Asociación. Con 1.700 inscriptos, el congreso ofreció paneles, plenarios, simposios, talleres clínicos y cien grupos de discusión. Los temas de estos últimos eran inmensamente variados. Como ejemplos: “Enfoques para pacientes graves”, “La influencia de los kleinianos británicos en el psicoanálisis contemporáneo”, “El valor clínico de las ideas de Bion”, “Sentimiento anti-musulmán después del 11 de septiembre de 2001”, “Budismo y psicoanálisis”, “Farmacoterapia y psicoanálisis”. El título de la sesión plenaria de Judy Kantrowitz fue “La confidencialidad y su

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ruptura en el psicoanálisis”. Kantrowitz, quien reside en Boston, ha dedicado muchos años a la investigación en el área de la confidencialidad y a indagar sobre la necesidad de requerir la autorización de los pacientes para escribir sobre ellos. Los paneles, cuatro, destacaron la participación de analistas invitados. Glen Gabbard moderó un panel sobre el rol del análisis de los sueños en el psicoanálisis actual, en el que participaron Paul Denis de la sociedad de París, Vicenzo Bonaminio de Roma y Bob Michels de Nueva York. Dos paneles posteriores se centraron en temas afines: uno, sobre la interpretación de la acción, moderado por Harry Smith (actual director del Comité de Programa), contó con la participación de John Steiner de Londres, Jay Greenberg de Nueva York y Dominique Scarfone de Montreal; otro, moderado por Nancy Chodorow, abordó la elasticidad del encuadre. En éste participaron Adrienne Harris de Nueva York, Dale Boesky de Michigan y Peter Goldberg de San Francisco. Entre los cuatro simposios, dedicados a la participación de analistas en la comunidad, se destacó uno llamado “Los efectos escondidos de la guerra”, donde se presentaron dos trabajos: uno, sobre el seguimiento de familias de soldados en Irak; y otro, sobre un detallado caso de síntomas de reactivación de un cuadro infantil de fobia en una mujer adulta luego del 11 de septiembre de 2001. El enorme éxito de este congreso y su alta calidad científica no parecen el producto de una sociedad científica en peligro, desmintiendo, por el momento, las sombrías predicciones de Douglas Kirsner en un trabajo de 1990 sobre la decadencia de la Asociación Norteamericana. La historia de la Asociación esta íntimamente ligada a los conflictos sociales y también económicos del país y, en parte, a los producidos por el mismo crecimiento del análisis después de su introducción en los Estados Unidos, especialmente a partir de los años treinta. Fue el psiquiatra A. A. Brill quien, tras traducir a Freud y luego viajar a Viena para conocerlo, importó, por así decirlo, la práctica del psicoanálisis a los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Según Richards (1991), Brill estableció la primera práctica psicoanalítica en el país en 1908. Brill también fundó la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York en 1911. Fue el primer presidente de la sección de Psicoanálísis de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y, más tarde, presidente de la flamante Asociación de Psicoanálísis. La historia de la institución psicoanalítica y del monopolio médico del psicoanálisis estadounidense está ligada en sus comienzos a la reestructuración de la licencia para practicar la medicina. Fue la toma de conciencia de la mala calidad de la práctica de esta profesión a comienzos de siglo lo que llevó a una progresiva exigencia respecto de la licencia médica en general, que abarcó también la nueva disciplina del psicoanálisis. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 97-112

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La Primera Guerra Mundial aumentó enormemente la influencia de Freud en los Estados Unidos. Llamada por mucho tiempo “La Gran Guerra” (¡como si fuera la única!), ésta trajo como consecuencia un nivel de sufrimiento psíquico en los soldados que no había sido observado antes, y mucho menos en números tan masivos de víctimas. La observación de que el cuadro de shell shock se presentaba casi exclusivamente en soldados no heridos, y no en soldados heridos ni en prisioneros de guerra, llevó a los psiquiatras a intentar trabajar con métodos psicoterapéuticos inspirados por Freud. Los conceptos psicoanalíticos comenzaron a invadir la literatura científica y la popular. Al expandirse, el psicoanálisis se infiltraba también en la Educación, el Trabajo Social y la Criminología. Freud era visto como el genio capaz de comprender la irracionalidad y la brutalidad del ser humano. Nociones psicoanaliticas como catarsis, trauma, instintos en lucha contra las restricciones sociales, inconsciente, represión e interpretación de los sueños comenzaron a volverse comunes en una psiquiatría que había estado centrada en la psicobiología de Adolf Meyer. Sin embargo, no todo era admiración: para el imbatible optimismo norteamericano, trabajos como “Consideraciones sobre la guerra y la muerte” resultaban terriblemente pesimistas. Algunas figuras como William Alanson White, quien se consideraba un psicoanalista convencido, pensaban que Freud no incluía en sus teorías instintos más benignos que los que había descrito, tales como el “instinto parental”. Incidentalmente, el testimonio psicoanalítico de W. A.White en el famoso caso criminal de Loeb-Leopold contribuyó en gran medida a la divulgación del psicoanálisis. Poco a poco comenzaron a crearse institutos de formación psicoanalítica, pero inicialmente su influencia no fue tan grande como lo sería más adelante. Los primeros analistas se autotitularon analistas. La primera generación sufrió, en los Estados Unidos al igual que en Europa, enormes tensiones ocasionadas por la adhesión a Freud o a sus rivales. Al mismo tiempo, como he sañalado anteriormente, la lucha por mantener el psicoanálisis como una especialidad solamente médica se desarrollaba en las instituciones pero tenía ecos en medios intelectuales. Centrándose en Nueva York, la formación psicoanalítica se hace médica, excluyendo otras disciplinas, y el modelo de entrenamiento se desarolla de acuerdo con el de Berlín, promovido por Hanns Sachs. En esencia, en muchas instituciones este modelo no ha sufrido modificaciones desde entonces. Rado emigra a Nueva York, Alexander a Chicago. Estos pioneros permanecerán muchos años en sus respectivos institutos pero, eventualmente, Rado se volverá un gran crítico del sistema estadounidense y abandonará la institución para fundar la Association for

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Psychoanalytic and Psychosomatic Medicine (Asociación para la Medicina Psicosomática y Psicoanalítica), que posteriormente se afiliará a la Columbia University. Alexander, en Chicago, se convertirá en la figura central del desarrollo teórico de ese instituto. Allí afirma la idea del psicoanálisis médico y desarrolla sus concepciones sobre medicina psicosomática, así como su controvertida noción de “experiencia emocional correctiva”. Es los años veinte y treinta hubo un cierto apagamiento del espíritu de innovación del que habían gozado los analistas de Berlín. Así sucede que, en rebeldía contra la estrictez de sus instituciones, figuras como Karen Horney o Harry Stack Sullivan dejan la ortodoxia de esos institutos para fundar los propios. La Segunda Guerra Mundial trajo nuevamente una gran popularización del psicoanálisis que duraría hasta el final de la década del sesenta. Según cita Nathan Hale (1995), en 1957 había en los Estados Unidos 942 analistas llamados freudianos, incluyendo 702 que era miembros de la Asociación Psicoanalítica Norteamericana. El instituto fundado por White agrupaba a 140 analistas, y el de Karen Horney a 100. Los periódicos, las revistas e incluso el cine reflejaban una imagen idealizada del psicoanálisis. Los psicoanalistas eran vistos como seres humanos excepcionales. El retrato hecho por Ingrid Bergmann de la psicoanalista ficticia del filme de Hitchcock Spellbound (Cuéntame tu vida) (¡yo ideal de mi adolescencia!) era el de una mujer sensible y valiente; el retrato del verdadero Ralph Greenson en época de guerra, representado por Gregory Peck en Captain Newman, era el de un héroe. Freud mismo fue objeto de un filme de John Huston. No era concebible ser un intelectual y no tener alguna información acerca de su obra o alguna vinculación con ella. Esta época coincide con el gran auge de Heinz Hartmann, Ernst Kris y Rudolf Loewenstein. Estos autores (a quienes yo, a pesar de fundamentales desacuerdos teóricos, considero interesantísimos) compartían una serie de creencias en la cientificación del análisis sobre la base de aquellos descubrimientos de Freud que juzgaban incuestionables: la transferencia, el complejo de Edipo y la asociación libre. Consideraban que Freud no había sistematizado sus conocimientos de una forma científica y rechazaban tanto sus ideas lamarquianas como la del instinto de muerte. Dos características principales de sus teorías eran las ideas sobre el yo libre de conflicto (memoria, percepción, juicio) y sobre la neutralización de los instintos. El énfasis estaba puesto en la adaptación. Hartmann en particular enfatizaba el rol del intelecto en análisis (Friedmann, 1989) Schafer (1970), refiriéndose a la obra de Hartmann, afirmó: “[…] sus contribuciones a la teoría psicoanalítica se elevan frente al estudiante REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 97-112

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de psicoanálisis como una cordillera cuyos picos distantes, con sus vistas inmensas y rarificada atmósfera, son casi imposibles de alcanzar. Y sin embargo, el estudiante debe intentar ese difícil ascenso y llegar más allá, para poder incluir el trabajo de Hartmann dentro de su propia visión del psicoanálisis”. Leo Rangell y Kurt Eissler eran igualmente elogiosos, casi con la convicción de que si Freud hubiera vivido, habría seguido los pasos de Hartmann. Sin embargo, había quienes criticaban el hecho de que Hartmann y su escuela, en su afán por teorizar, parecían alejarse del inconsciente. George Klein (1976), autor a quien me referiré más adelante, articula esta crítica como pocos: “La teoría del yo parece un popurrí de ideas académicas sin ningún significado psicoanalítico distintivo”. El veredicto acerca de Hartmann, Kris y Loewenstein no es tan uniforme como lo habría sido aún en los sesenta o setenta. Para Poland, es inconcebible que se acuse a Hartmann de haber superficializado o aislado el análisis. Poland considera que el rechazo de las ideas de Hartmann, Kris y Loewenstein fue acompañado de un creciente desinterés por los instintos. ¡Señala, además, que cierto número de profesionales que se consideran analistas profesan desconocer los instintos y cuestionan el inconsciente! Casi en el otro extremo ideológico del espectro de notables figuras del psicoanálisis estadounidense está Owen Renik. Bien conocido en Buenos Aires por sus presentaciones en los tres institutos afiliados a la API, Renik, carismático, brillante y provocativo, afirma que la influencia de Hartmann, Kris y Loewenstein no fue “peor que otras influencias”, sólo parte de la “característica arrogancia del psicoanálisis estadounidense”. Según Renik, cada vez menos pacientes consultan a analistas porque el análisis es visto cada vez menos como una disciplina científica. Además, en los Estados Unidos esta disciplina se ha ido olvidando de que su misión es proveer beneficios terapéuticos. La dicotomía entre objetivos vitales y objetivos psicoanalíticos se resuelve claramente a favor de los psicoanalíticos. Renik cree que, a través de los años, los analistas han desatendido la necesidad de alivio de los pacientes. Para muchos, el análisis sólo podía ser evaluado por analistas, y se fue convirtiendo en una doctrina de iniciados, un movimiento basado en la fe. El tono de Renik es muy definido, y su negativismo con respecto a las posibilidades de cambio dentro de las instituciones es considerable. Sin embargo, desde un ángulo distinto, muchos coinciden con sus apreciaciones. Robert Michels ocupa un lugar especial en el psicoanálisis estadounidense contemporáneo. Autor de más de trescientos trabajos, tiene la distinción de ser un analista que es también profesor de psiquiatría en una universidad (y nada menos que la Cornell University, parte de las uni-

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versidades de la “Ivy League”), habiendo sido, además, decano de su Facultad de Medicina de 1991 a 1996. Michels confirma lo afirmado por Poland y Renik: en los años sesenta no era imaginable que un psiquiatra pudiera estar a cargo de una cátedra de Psiquiatría si no era analista. Hoy en día, sugiere Michels sonriendo, puede ser un obstáculo. Michels ve el panorama actual con preocupación. En respuesta a mi pregunta sobre cuáles son las escuelas que él identifica en los Estados Unidos, reflexiona que justamente lo que caracteriza al psicoanálisis estadounidense actual es la falta de límites nítidos entre las escuelas. Como el lector habrá notado, esto es una variante de las ideas de Poland sobre el “continente”. Michels cree que, imperceptiblemente, la psicología del yo ha ido adoptando ideas de otras teorías. El psicoanalista de hoy incorpora ideas relacionales, intersubjetivas y objetales y, en la última década, kleinianas y bionianas. Al mismo tiempo, Michels considera que la distinción entre psicoanálisis y psicoterapia psicoanalítica es cada vez menos clara. Compartimos la impresión de que hay una notable disminución de la práctica puramente analítica. La falta de diferenciación entre psicoanálisis y psicoterapia psicoanalítica se debe, en parte, a la menor frecuencia de sesiones, pero también a otros factores: la desmedicalización y el gran influjo de psicólogos y trabajadores sociales a las filas de analistas. El trabajo de Leo Stone de 1954, “The Widening Scope of Psychoanalysis”, mostró cómo el uso del análisis se extendía al tratamiento de personalidades más patológicas. De hecho, los analistas hoy tratan pacientes más enfermos… con psicoterapia. La decisión de tomar un paciente en análisis o en psicoterapia está determinada con frecuencia por consideraciones prácticas o económicas: tiempo, disponibilidad de medios, disponibilidad del terapeuta/ analista. Michels afirma enfáticamente que el análisis es un método único y privilegiado. Por lo tanto, comparte mi preocupación sobre la creciente dilución de la formación analítica. Es decir, la tarea de transmitir lo único, específico y distintivo del análisis reside en que los candidatos tengan su propia experiencia como analizandos, así como la experiencia con pacientes en tratamiento analítico bajo supervisión. Sin estos dos elementos, Michels sostiene sin vacilar, no formaremos analistas. Pero, agrega, si la comunidad no puede garantizar la carrera psicoanalítica, es probable que se pierda lo que es tan específico del análisis. Al mismo tiempo, en un afán en gran parte económico, los institutos comienzan a ofrecer cursos e, incluso, programas en psicoterapia. Esto diluye aún más los recursos didácticos, humanos y económicos de las instituciones. Paralelamente a este relativo empobrecimiento de la práctica, el psicoanálisis conserva su relativa popularidad en los medios académicos, especialmente en las humanidades. Es cierto que en este REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 97-112

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ámbito el factor económico no ha sido nunca demasiado importante: los académicos no tienen grandes expectativas de prosperidad económica. Así, en filosofía, antropología y, sobre todo, en literatura, Freud continúa siendo admirado, como lo son algunos autores contemporáneos. Hoy en día, muchas de las figuras notables del psicoanálisis estadounidense no vienen de la psiquiatría, sino de las humanidades o de las ciencias sociales. Jonathan Lear es uno de ellos. Filósofo, autor de libros de gran éxito (Open Minded y Love and Its Place in Nature) y convincente orador, es muy solicitado como panelista tanto en medios académicos como psicoanalíticos. Nancy Chodorow, socióloga de Berkeley, California, se convirtió a los 34 años en una célebre figura del feminismo con la publicación en 1978 de su tesis de doctorado: The Reproduction of Mothering (traducido como El ejercicio de la maternidad). El libro despertó el interés y la adhesión de muchos a las ideas provocativas de su autora. Versada no sólo en Freud sino también en Klein, Winnicott, Fairbairn y los Balint, su trabajo es erudito, apasionado y, a veces, controvertido. Ese primer libro fue seguido por otros varios, el más reciente de 1999: The Power of Feelings (traducido como El poder de los sentimientos: la significación personal en el psicoanálisis, el género y la cultura). Chodorow resolvió que, para profundizar su interés en el psicoanálisis, necesitaba formarse en un Instituto. En San Francisco, su formación fue parte del movimiento iniciado dentro de la Asociación por la “Comisión sobre investigación y formación especial” (CORST: Committee on Research and Special Training), que permitió el ingreso de candidatos no médicos, llamados “candidatos de investigación”. Este proceso es muy anterior a la entrada libre de no médicos, la cual, como es sabido, fue consecuencia de la demanda legal presentada como acción legal colectiva contra la API y dos institutos de Nueva York y resuelta en 1989. Chodorow continuó su participación activa en el psicoanálisis de San Francisco hasta su traslado a Boston, donde tiene una práctica activa y es analista didacta. Chodorow ve el encuentro clínico como un encuentro bipersonal que no implica más que la suma de las dos partes. Se considera miembro de la “tradición independiente estadounidense”, y aspira a la divulgación de este término (acuñado por ella siguiendo el modelo de la “tradición independiente británica”). Para ella, esta tradición es multiteórica, con una clara influencia de Freud, Klein, Winnicott, Balint y Fairbairn, así como el crucial influjo de Hans Loewald. Loewald, autor de numerosos trabajos teóricos y clínicos, ha tenido un peso importante también en las concepciones de Warren Poland, quien lo cita como una figura “local” de enorme erudición y originalidad. Es de notar que Herbert Rosenfeld cita a Loewald en Impasse and Interpretation.

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Chodorow piensa que lo que ella denomina “tradición independiente estadounidense” abarca efectivamente a analistas como Poland en Washington D.C., Ted Jacobs en Nueva York, Rosemary Balsam en Yale y James McLoughlin, quien trabajó en Filadelfia. Así es que Chodorow no ve ninguna disminución de la vitalidad y creatividad de los analistas estadounidenses. Comparto con ella el entusiasmo que manifiesta por los autores que menciona, y por otros muchos que tratan de integrar teorías y reflexionar continuamente sobre problemas clínicos. Claro que la declinación del número de tratamientos analíticos, la reducción de la práctica, es observable para todos. En la medida en que la práctica privada del psicoanálisis se diluye, los analistas buscan otros campos, tal como ha ocurrido ya en América Latina. Esquemáticamente, estos campos se pueden dividir en dos clases: los no lucrativos, que incluyen trabajo de investigación, compromiso comunitario y asesoría a instituciones gubernamentales en el nivel nacional o estatal; y los lucrativos, que se centran en consultorías a empresas o a estudios jurídicos. Glen Gabbard, reciente editor del International Journal, ex director del Comité de Programa de “la American” y distinguido investigador, comparte algunas de las perspectivas señaladas sobre el panorama actual, especialmente el escepticismo respecto de la primacía de la “American”. Coincide con Michels, en cierta manera, cuando afirma que la práctica de referencia para muchos hoy en día es el pluralismo. Sin embargo, Gabbard cree que aún hay escuelas identificables. Así, la teoría del Self introducida por Kohut en Chicago está representada por Paul y Anna Ornstein, acutalmente en Boston, y por Arnold Goldberg en Chicago. Asimismo, los interpersonalistas, escuela iniciada por Sullivan, están representados fundamentalmente por Ed Levenson, del Instituto William Alanson White en Nueva York. La escuela relacional, fundada por Steven Mitchell, se continúa hoy con Jay Greenberg, también uno de sus fundadores. Otros representantes son Lew Aron y Jodie Davies. Gabbard cree que es difícil distinguir, dentro del grupo de los “relacionales”, entre los intersubjectivistas y los constructivistas, pero ubica a Jessica Benjamín en el primer grupo y a Irwin Hoffman en el segundo. Señala que el número de analistas que se identifican como analistas del yo es cada vez menor, pero entre ellos sin duda están Dale Boesky y Fred Busch. También cree que hay un grupo que se asemeja al grupo independiente británico y, sin duda, el líder de esa escuela es Christopher Bollas, quien reside actualmente en los Estados Unidos. Agrega Gabbard que Ogden se destaca como alguien que ha hecho un desarrollo propio siguiendo las ideas de Bion. Para mí, sin duda la influencia que ejerció Bion en los Estados Unidos dejó como herederos a James Grottstein, así como a James y Shirley REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 97-112

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Gooch. Asimismo, Judith Mitrani continúa hoy las ideas de Frances Tustin y Meltzer en la comprensión de esos autores de los aportes de Bion. Tanto Gabbard como Poland observan la muy limitada influencia de Lacan. Si bien esto es cierto, yo creo que ha cambiado en la última década, y continúa cambiando. Lewis Kirscher en Boston es un serio estudioso de Lacan y ofrece regularmente un grupo de discusión sobre ideas lacanianas en los congresos de la Asociación. Además, en Nueva York, Francis Baudry y Gail Reed han formado grupos de estudio sobre André Green y otros autores franceses. Gabbard no duda en afirmar que las teorías de Hartmann, Kris y Loewenstein fueron dañinas para los Estados Unidos y contribuyeron a la marginalización del análisis. Formado en la Menninger en Topeka, Kansas (donde también se formó Otto Kernberg, quien no necesita presentación para los argentinos), Gabbard relata cómo, para tratar pacientes perturbados, sus maestros utilizaron las ideas de Klein, Winnicott y Bion porque el psicoanálisis del yo era inútil para dichos pacientes. Resulta interesante destacar la evolución de muchos de los investigadores formados en la Menninger. Entre los más conocidos se haya David Rappaport. Psicólogo húngaro que fue salvado del Holocausto por el Comité de Refugiados de la Asociación, Rappaport se trasladó luego al famoso centro de Austen Riggs. Allí atrajo a Merton Gill, George Klein y Roy Schafer. Vale la pena comentar que, entre 1935 y 1945, el Comité de Refugiados recolectó entre los analistas estadounidenses casi 47.000 dólares (de los cuales sólo fueron devueltos 6.000). Gracias a sus esfuerzos pudieron llegar a los Estados Unidos, además de Rappaport, Bruno Bethelheim, Leopold Bellak, Rudolf Eckstein y el mismo Heinz Hartmann. Inicialmente doctrinario, Rappaport se volvió un crítico de la teoría del yo, y transmitió sus ideas a un grupo de inquietos investigadores que devendrían más tarde figuras ilustres. Es así que cuando Grünbaum (1984) publica su desvastador cuestionamiento de las teorías psicoanalíticas, pensadores como Holt, Morris Eagle, George Klein y Lester Lubovsky (así como Margaret Mahler desde un ángulo diferente) acuerdan con las críticas formuladas. Sus tareas se centran en la investigación empírica y a veces conceptual, y promueven la revisión de muchas nociones. El tema de la investigación y su importancia para el futuro analítico es un foco importante de la discusión local. Gabbard es terminante acerca de la importancia de la investigación. Michels, por su parte, destaca que hay muchos tipos de investigación. Se muestra escéptico respecto de la importancia de la neurociencia para convalidar el psicoanálisis pero cree, en cambio, que la investigación de resultados va a ser esencial, y

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señala que el diseño de protocolos apropiados es un gran desafío. Yo coincido, y confieso una cierta desconfianza hacia la investigación empírica y una predilección por la conceptual, con modelos como los de Anna Ursula Dreher, seguidos, por ejemplo, en Europa por Jorge Canestri, Peter Fonagy y los Wohleber. Vale la pena remarcar que en la sociología del análisis, después de la muerte de las figuras femeninas de la primera ola de inmigrantes (Annie Reich, Edith Jacobson y Berta Bornstein), hubo una reducción del número de mujeres analistas, pero esta tendencia ha cambiado en la última década. Continuando con mi panorama de las escuelas locales, quiero volver a referirme al grupo relacional. La prematura muerte de Stephen Mitchell privó a este grupo y, en especial, a la revista Dialogues, de una figura excepcional. Jay Greenberg, por su parte (como destaca Poland, entre otros), ha trascendido su escuela: es un lúcido crítico de las ideas de su propio grupo, desdeñando el sectarismo estrecho y habiendo provocado así cierto resentimiento entre sus colegas. A Stephen Mitchell y Jay Greenberg se agrega Adrienne Harris. Harris se identifica como relacional, pero también se ve un poco como un híbrido, con influencia kleiniana e interés en las ideas de Bion. La fertilización a través de la apertura a otras ideas es para Harris un elemento esencial del funcionamiento analítico. Esta analista considera que la escuela “posfreudiana” trabaja ahora desde una perspectiva kleiniana, influida por los kleinianos británicos y también por los latinoamericanos. Identifica una tradición estadounidense de relaciones de objeto, donde incluye a Glenn Gabbard y Harry Smith. Para ella, el grupo relacional está agrupado alrededor de la revista Dialogues. (Incidentalmente, por invitación de Harris, Janine Puget publicará un trabajo en esa revista.) Menciona a Anthony Bass y Jody Davies en Nueva York, Steven Cooper en Boston y Stephen Seligman en San Francisco. Distingue entre ellos un grupo dedicado a estudios de género y sexualidad, en el que se ubica junto a Muriel Dimen y Virginia Goldner. Considera que Beatrice Beebe y Frank Lachman ligan la psicología del Self y la toería del apego. Entre los que utilizan ideas kleinianas cita a Roy Schafer, Lynn Zeavin y Roberto Oelsner. Advirtiendo que su comentario puede resultar “disociado”, Harris agrega que cree que el panorama analítico en los Estados Unidos es muy vital. Sin embargo, le preocupa la falta de recursos que hace que pacientes graves no tengan acceso a un tratamiento analítico, con la excepción de Austen Riggs (y yo agregaría el Centro de Cornell, en el Condado de Westchester, que dirige Otto Kernberg). Harris no cree que el psicoanálisis del yo por sí mismo haya producido aislamiento. Muy consciente del impacto de lo social, señala que los efectos del exilio y de REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 97-112

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la condición de refugiados les hacía difícil a aquellos analistas seguir pensando en libertad. Cree, además, que la medicalización fue un problema. Harris considera que el futuro reside, en parte, en políticas públicas que devengan en la mejora de la atención de la salud, esencial, según ella, para proteger la psicoterapia y el análisis. Asimismo, insiste en que es necesario que el diálogo entre escuelas continúe y se amplíe, sin ocultar ni minimizar las diferencias. Cree que para convalidar el análisis hacen falta estudios profundos sobre la personalidad del analista, la subjetividad, la contratransferencia y la puesta en acto (enactment). Vuelve a enfatizar, además, la ruptura de barreras cuando sugiere que también es necesario mantener contacto con otras disciplinas: filosofía, semiótica, neurociencia y estética. Quisiera destacar que de todas las personas que entrevisté para este artículo, Harris es la única que no pertenece a la American, aunque en este momento es miembro invitado del Comité de Programa. Harris se formó en el programa de posgrado de la New York University y es analista didacta a través del PINC (Psychoanalytic Institute of Northern California). De esa forma, es miembro directo de la API. Poland, por su parte, es miembro directo de la American, ya que ha renunciado a la participación en su instituto original. Estas situaciones son posibles desde que la demanda legal fue resuelta. Antes, la American era la única organización a través de la cual se podía pertenecer a la API. Ni los individuos ni las sociedades no amparadas por la American podían ser parte de la agrupación internacional. Hoy en día, en cambio, la American se ha abierto cada vez más a nuevos miembros, y el número actual de integrantes sobrepasa los 3.200. Bueno, debo volver ahora a mi pregunta del comienzo: ¿A quién representan entonces estos representantes (con quienes fue un enorme placer charlar para escribir este artículo)? Coincido con la descripción de Poland de un continente pero, sin dudas, un continente pujante y vital, con fronteras en constante movimiento, con avances y retrocesos. Sus “representantes”, entonces, usan lenguajes diversos, pero empiezan a entenderse y a respetarse entre ellos. Aquellas figuras valiosas en lo teórico y en lo clínico a las que me he referido se preocupan poco por los conflictos “gremiales” de la Asociación. Renik tiene una visión pesimista: piensa que toda modificación es superficial, y ve el aislamiento como problema de fondo. Gabbard considera que el futuro está en una progresiva extensión del uso de conceptos analíticos en la psicoterapia y en otros campos. Poland empieza por decir que ha visto muchas modas. Sonriendo, modifica el dicho que las modas “vienen y van” diciendo que “la mayoría viene y pocas se van”. Está de acuerdo con la existencia de un deterioro organizacional, pero

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ello no atenúa su confianza en que las verdades del psicoanálisis no van a desaparecer. Si bien piensa que se lee mucho menos a Freud que antes (lo que resulta en la repetición de viejas controversias), cree que seguirá habiendo siempre gente inteligente y curiosa interesada en el análisis. Comparto ese optimismo, como lo hacen Chodorow y Harris, y quisiera terminar con este comentario: yo encuentro gente joven necesitada de conocimiento analítico. Enseño a residentes de psiquiatría que ven cuán inadecuado es el contacto con pacientes cuando sólo se los medica y no se los sabe escuchar. Siento gran orgullo personal al ver que varios de los residentes que hicieron mi curso sobre psicodinamismo son ahora candidatos a analistas. Otros, si bien no han resuelto seguir la carrera, han visto la necesidad de analizarse. Creo también –reconociendo que esto puede tener un dejo elitista– que habrá una vuelta al análisis en profesionales de todas las disciplinas, especialmente entre aquellos más curiosos, abiertos y profundos. Pienso que la rivalidad económica se resolverá tal vez aceptando la limitada lucratividad de la profesión, y que los profesionales más brillantes e inquietos, en quienes cifro mis esperanzas, estarán dispuestos a hacerlo. En mi opinión, la falta de una estructura monolítica es precisamente muy bueno. De hecho, la fuente de mi esperanza es la evidencia de tanto interés por conceptos nuevos. Veo el panorama un poco en analogía con el arte o la música, donde las modas disonantes periódicamente perturban y crean miedo a la degeneración o a la distorsión, pero las obras de genio perduran y siguen inspirando a figuras capaces de crear y evolucionar. Esto no significa que desdeñe el valor posible de estudios que confirmen el valor “científico” del análisis como método. Como he dicho anteriormente, creo que tales estudios serán útiles para la clínica, y coincido en particular con la visión de Harris acerca de las áreas que pueden ser de gran valor para nuestra profesión. Asimismo, espero que el lector argentino, aprovechando la información provista en este artículo, se abra a nuevos caminos y preguntas, así como a la posibilidad de nuevos diálogos.

Resumen

Este trabajo ofrece una visión de las condiciones de la teoría y práctica del psicoanálisis actual en los Estados Unidos. Reseñando brevemente su desarrollo desde comienzos del siglo XX hasta el presente, describe su expansión luego de las dos guerras mundiales y su relativa declinación en los últimos veinte años. La autora señala muchas contradicciones de este momento: mientras muchos desean ser reconocidos como psicoanalistas, se desvaloriza el valor científico del método y su eficacia como tratamiento. A través de entrevistas con importantes figuras del psicoanálisis norteamericano actual, la autora enfatiza las divergencias de muchas visiones contemporáneas. Luego presenta su propia viREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 97-112

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sión, y aunque reconoce las dificultades actuales, se muestra optimista con respecto al futuro, basándose sobretodo en su experiencia en educación, tanto con candidatos como con residentes en psiquiatría hospitalaria. DESCRIPTORES: HISTORIA YO / PLURALISMO

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/

INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA

PSYCHOANALYSIS

/

IN THE

PSICOLOGÍA DEL

Summary UNITED STATES

This paper presents an overview of the conditions of psychoanalytic theory and practice in the United States at the present time. It offers a brief outline of the history of its development in that country from the early 20th Century to the present. It describes the enormous expansion that began after the two world wars, and the relative decline of the last twenty years. The author points out many contradictions apparent today, in the competition for the ownership of the title of “psychoanalyst” while there are many challenges relative to the scientific validity of the method and its efficacy as treatment. Through interviews with prominent current figures of North American Psychoanalytic field the author highlights the divergence of many contemporary views. She also presents her personal view, which whereas recognizing many of the difficulties, offers a hopeful perspective on the outlook for the field, based on her experience in education of candidates and hospital residents. KEYWORDS: HISTORY OF PSYCHOANALYSIS / PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / EGO PSYCHOLOGY / PLURALISM

A

Resumo EUA

PSICANÁLISE NOS

Este trabalho oferece uma visão das condições da teoria e prática da psicanálise atual nos Estados Unidos. Resumindo brevemente seu desenvolvimento, do início do século 20 até a atualidade, descreve sua expansão depois das duas guerras mundiais e sua relativa declinação nos últimos vinte anos. A autora aponta muitas contradições atuais: enquanto muitos desejam ser reconhecidos como psicanalistas, desvaloriza-se o valor científico do método e sua eficácia como tratamento. Através das entrevistas com importantes especialistas em psicanálise norte-americana atual, a autora enfatiza as divergências de muitos pontos de vistas contemporâneos. Depois, apresenta sua própria visão, embora reconheça as dificuldades de hoje, mostra-se otimista com respeito ao futuro, baseando-se especialmente na sua experiência na educação, tanto com aspirantes ou com residentes em psiquiatria hospitalar. PALAVRAS-CHAVE: HISTÓRIA DA PSICANÁLISE / INSTITUIÇÃO PSICANALÍTICA / PSICOLOGIA DO EU / PLURALISMO

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Bibliografia

Friedman, L. (1989): “Hartmann’s ‘Ego Psychology and the Problem of Adaptation’”, Psychoanalytic Quarterly, 53, págs. 526-550. Grünbaum, A. (1984): The Foundations of Psychoanalysis: A Philosophical Critique, Berkeley, University of California Press. Hale, Nathan G. (1995): The Rise and Crisis of Psychoanalysis in the United States, Oxford University Press, Inc. Kirsner, D. (1990): “Is there a future for American Psychoanalysis?”, Psychoanalytic Rev., 77, págs. 175-200. Klein, G. S. (1976): “Two theories or one?”, en Psychoanalytic Theory: An Exploration of Essentials, Nueva York, International Universities Press, págs. 41-71. Mosher, Paul (2008): International Journal of Psychoanalysis, 89, págs. 11091122. Richards, A. D. (1991): “Psychoanalysis: A hundred year later. The State of the Science”. Discusión presentada en la American Psychological Association, San Francisco. Schafer, R. (1970): “An overview of Heinz Hartmann’s contribution to psychoanalysis”, International Journal of Psycho-Analysis, 51, págs. 425-446.

(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 5 de marzo de 2009.)

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La psicología del yo en la Argentina *Arnaldo Smola

El psicoanálisis nació historizando. Los primeros historiales (evoco el muy rico y audaz historial de Isabel) contienen el germen de la concepción teórica y el uso técnico de los recuerdos y de los símbolos. A partir de allí, “la historia de las histerias”, los historiales clínicos, como todos los otros elementos de sus contenidos, fueron cambiando y enriqueciendo sus modalidades y énfasis. Cada uno de ellos dejó una marca en el desarrollo de la ciencia misma. Lo que en el presente artículo me propongo es trazar una historia, aunque sea parcial, del devenir de la psicología del yo en nuestro país y los factores que motivaron ese destino, dado que considero útil tomar conciencia de dichos factores, para comprenderlos y, si no es tarde, reparar algunos errores, ya sea de operatoria o simplemente de concepción general, y entender cómo aparecen convicciones en el horizonte científico, cómo desaparecen y por qué. Sorprende que, en tan poco tiempo de puesta en marcha, haya entendido Freud la importancia del uso de los símbolos; de modo que el psicoanálisis nace historizando, pero para ello le es preciso develar símbolos. El arte interpretativo se va poblando de un instrumental simbólico1 que debe ser considerado en cada caso. Volveré sobre este punto para tomar el caso de la psicología del yo. Digámoslo desde ya: la Psicología del Yo, los pilares básicos, sus postulaciones originarias, han sufrido suerte variada, han llegado a tener “mala prensa”, y quisiera considerar las causas, siendo ésta una consi-

* Dirección: Arenales 2949, 8º “B”, (C1425BEI) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] 1. Baudelaire dice que “el universo es un enorme almacén de símbolos que deben ser digeridos y transformados”.

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deración absolutamente personal. No se tratará de una defensa de dicha teoría, sino de una puesta en valor. En los principios de nuestra institución, en las primeras décadas en que se dictaran seminarios, los pioneros enseñaron basados en dichos pilares básicos de la psicología del yo con fluidez, muy especialmente las características del yo-instancia, las funciones del yo, en especial las defensivas, aunque incursionando en algo que tampoco produjo rechazo: el “Área Libre de Conflicto”, con aquellas que Hartmann propuso como funciones autónomas primarias. La adaptación tampoco fue mirada con el desdén que ulteriormente imperó sobre ese concepto. La idea era, y sigue vigente, tomar en cuenta cómo esas funciones, que constituyen la dotación genética con la que el sujeto va a enfrentar los requerimientos de la vida pulsional, tanto como del mundo exterior, han de influir en el armado de la personalidad, y en la síntesis de su identidad. Conviene saber que Hartmann, el más importante pensador de esa tendencia, escribió sobre las funciones del yo y la adaptación antes de emigrar a los Estados Unidos, de modo que no parece haber sido la influencia del país lo que motivara su pensamiento al respecto. Según expresó, las interacciones que se produzcan entre la dotación primaria y el conflicto tienen mucho que ver. La lógica propia de este pensamiento, sin ser desmentida, ha sido dejada de lado, o aparece como comentario común, sin que les sea dado el lugar que la relación trazada por Hartmann le otorga. Leo en un antiguo número de nuestra revista, a raíz de un caso: “[…] se trata de una joven inteligente…”, etc. En todo el artículo, interesante por cierto, ninguna mención a esta cualidad, ninguna intervención de la inteligencia indudable de esa persona parece haber motivado otro comentario. Y las interpretaciones sí se dirigían a una persona inteligente, contaban con ello, con su tendencia a la introspección, su sinceridad, y su capacidad de asociar. La paciente también, por lo que puede verse, contaba con su inteligencia como parte importante de las investiduras del Self. Esa analista, de corte kleiniano, al menos en ese trabajo, trata la inteligencia como área no conflictiva de la mente, cosa que permanece no tocada ni vuelta a mencionar en ese análisis. Algo similar ocurre con los talentos especiales del psicoanalizado, con las dotes artísticas, que sí se han estudiado desde el punto de vista de la motivación, y en un análisis se tiende a que el paciente pueda dar curso libre a ellas. En cambio, la exploración de la aptitud del artista, cómo y dónde se han originado sus condiciones de habilidades y destrezas superiores, han quedado para lo innato. El analista que se interesara en esos temas, y recurriera a la bibliografía, no podría dejar de acudir a los trabajos de Ernst Kris (1952, REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 113-126

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1955) acerca de las biografías de artistas, al importante libro sobre la creatividad desde los estudios de psicoanálisis de Phillys Greenacre (1960), que se declara inspirada en los estudios de Kris sobre el tema, y a su vez acudió a viejos (Galton, 1869) y nuevos estudios (los mencionados de Kris). Otro analista que trabajó en el tema de la creatividad y el genio, dio el ejemplo de echar mano a todos los recursos psicoanalíticos producidos hasta el momento; el libro que compila Didier Anzieu (1978), contiene una bibliografía general y abarcativa, no específica de una determinada corriente. Es cierto que eso bien podría quedar para la psicología académica, pero, si el psicoanálisis tiene algo que decir al respecto, sería bueno que lo hiciera luego de una exploración desde su campo. Por lo demás, no es posible dejar de lado esas condiciones durante el análisis de un artista dotado. Podríamos encontrar, en trabajos analíticos, múltiples ejemplos de cómo una función es atravesada por el conflicto, convirtiéndose en un síntoma, pero no sabríamos hablar de su desarrollo “normal”, o el camino de sus sublimaciones. Un primer motivo para explicarnos la suerte de la psicología del yo en la Argentina puede hallarse en las diferencias personales y de los pueblos donde ha de ser aplicada. El nuestro es un país de inmigrantes, e inmigrantes de ciertas zonas del mundo lejano, habitado por gentes que ponen su nota de añoranza en relatos, folklore y lo transmiten a sus descendientes. En la siguiente generación a la que emigró, con sus vaivenes políticos negativos, se marca hasta el cansancio la imposibilidad de cambio, la resignación, un aire oscuro y nuboso que sobrevuela y que forma un paraguas de escepticismo muy apto para la defensa. La Argentina nostálgica, la de los tangos, la de Yupanqui y de Carriego. Los Estados Unidos, en cambio, recibió una inmigración de otras características. La psicología del yo de Hartmann, si bien concebida en Europa, se expandió en un país y una cultura basada en las fuerzas que lo movilizan, y en lo funcional que guía esas fuerzas. En síntesis, una cultura optimista, que no gusta detenerse en las complejidades que conducen a que algo no pueda ser realizado; un país donde tanto fue creado, inventado, expandido, difundido. Los Estados Unidos de Walt Whitman. Otra razón es que entre la población psicoanalítica fueron cada vez más los profesionales psicólogos quienes, obviamente, tienen una formación menos biológica que los analistas médicos. Eso resulta notorio, en especial el vuelco hacia la escuela francesa (lacaniana) de psicoanálisis, tan basada en la antropología estructural y en la lingüística. Además, una teoría que promete reemplazar con ventajas a las precedentes, ahorrando el esfuerzo de conocerlas.

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Bien entendido, no se trata, con ello, de los aciertos o superioridad de una u otra teoría, sino de la búsqueda de razones que expliquen una preferencia. Por lo demás, estoy hablando de lo que decimos en nuestros salones de discusión, donde, hablando sin demasiada suspicacia, imperan, no sólo la opinión sincera, sino el cuidado por la filiación que se muestre, y hasta un aspecto promocional que conlleva el temor de estar “fuera del tiempo”. Pero, de hecho, un ADN de las interpretaciones que se emiten en los consultorios psicoanalíticos y los recursos “inventados” por el analista en su cometido terapéutico coinciden con un esquema conceptual no conscientemente aceptado. Con frecuencia no trabajamos en forma tan ortodoxa. Durante mucho tiempo se consideró importante (y aún hoy) que el analizando realizara progresos en su vida real, progresos vinculados al desempeño sexual, incremento de la ganancia monetaria, tener hijos en lo posible o alguna otra forma de fecundidad, armonización con el mundo externo, y, factiblemente, ser creativo en lo concerniente a procurar alguna modificación en éste. Esto tenía el sello de adelanto conseguido por la persona analizada. Nada mal, pero poco a poco, con la aparición de las siguientes generaciones de analistas, comenzó a desconfiarse de esta especie de “decálogo de la salud mental”, a producir malestar. Adecuadamente, a mi juicio, el progreso fue sustituido por la palabra Proceso, en referencia a los avances en un análisis, con consecuencias casi excluyentes de lo anterior. Los intereses de analista y paciente transitaban un camino quizá más auténtico, más indirecto también, más divergente y erizado de riesgos. Era inevitable. Sobrevino un tiempo en el que mucho se habló de mejorías disociadas, resistenciales, no sin perspicacia, pero a un paso de la suspicacia. Un factor más que influyó para que la teoría (del yo) fuera descartada fue el ideológico: los “intelectuales guía” de cierta generación de analistas tenían, con frecuencia, tendencias políticas de izquierda, con mayor o menor grado de sofisticación y aun de autenticidad. En tal sentido, en el imaginario institucional, lo que emanara del “poderoso hermano del Norte” pudo ser visualizado como la cultura del egoísmo, del entretenimiento tipo “The Truman Show”, de obediencia al sistema, del bienestar a costa de otros y la simplificación positivista. Obviamente, el positivismo pretende la multiplicación de documentos de investigación, utiliza muchos datos para pocas síntesis. Por lo demás, es notorio que los psicólogos del yo han debatido con los positivistas de su país, defendiendo la metodología propia del psicoanálisis. No obstante, en nuestro medio, la acusación de “positivistas” y, más aún, “cientificistas” llevó a una suerte de desprecio tal, que prácticamente lo básico de la teoría no fue conocido por las ulteriores generaREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 113-126

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ciones de psicoanalistas, abocados a la lectura de Freud y Klein como autores canónicos, a la espera de que llegaran los poskleinianos. De paso, nos librábamos de alguna admiración que, a nuestro gusto, sería “demasiado”, e implicaría una genuflexión vergonzante, como ofrecerles más a los poderosos. La psicología del yo fue, entre nosotros y en ese tiempo, un símbolo de los Estados Unidos opresores, aquello contra que luchar. Cuando algo es elevado a la categoría de símbolo (ocurre lo mismo que con los modelos), la responsabilidad es mucha, hay riesgo, porque adquiere el valor de contraseña; alcanza con mencionarlo, para que ya se “sepa” lo subyacente. Los mecanismos del prejuicio cuentan con eso. Esto ocurría cuando aquí palpitaba la lucha contra la desigualdad social, que algunos consideraron que debía ser tratada en los consultorios y desde las concepciones psicoanalíticas. El kleinianismo, en su comprensión quizá más torpe y vulgarizada, probablemente también víctima del prejuicio, proporcionaba una versión en que lo negativo imprimía un sello de mayor autenticidad. Entonces, como la teoría de Hartmann, con su área libre de conflictos, aunque fuera vulnerable al conflicto pero que no nacía de él porque estaba basada en lo biológico en primera instancia, fue descartada porque el sujeto era visto como una máquina de combustión interna, y la terapia, un servicio prestado al sistema, lo cual no dejó de ser un prejuicio, una contaminación y confusión del objeto. Al respecto, debe tenerse en cuenta que el concepto de Hartmann acerca de la adaptación resalta el tema de la sintonía del yo con la realidad, lo que él llama realidad-sintónico, y que no se trata de una adaptación pasiva y conformista al medio externo, como aquí fue entendida en general. Su concepción es más compleja, habla de una armonía del sujeto con su ambiente, pero también habla de los cambios en el medio ambiente como actividad del yo. Al fin de cuentas, también Freud (1911) con su “principio de realidad” considera a la misma supuestamente objetiva, al menos, en un aspecto. Es, por tanto, objetivista en ese sentido, dado que el interlocutor psicoanalítico es quien evaluará dicha realidad material. De la realidad histórica hablará el inconsciente. En esto, Hartmann se considera y procede como freudiano. Esta dualidad le fue imprescindible a Freud (1911) en su trabajo “Los dos principios del suceder psíquico”. Hartmann (1958) advierte contra la concepción de una adaptación desde el inicio de la vida. Su idea es que el bebé desde su nacimiento, y asistido por el ambiente, cuenta con condiciones precoces de adaptabilidad, que luego se irán transformando en adaptación. La retrospectiva histórica podría continuar con la aversión de Freud hacia la cultura norteamericana, sus críticas a la emigración de Alexander, por quien sentía él mucho afecto, y por los resultados de la guerra, un cierto nacionalismo europeo, a pesar del creciente fascismo y el antisemitismo consiguiente.

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Otro factor fue, podría decirse, casual, y la historia fue narrada entre nosotros por Betty Garma en una reunión científica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) hacia los años noventa como sigue: […] dos de nuestras antiguas líderes, en realidad las introductoras del psicoanálisis de Niños en Argentina, fueron a un congreso internacional con la intención de conocer y tomar contacto con Anna Freud, por haber estudiado alguno de sus textos. En esos tiempos, Anna estaba bastante influida por Hartmann. Al dirigirse ellas a Jones y darle a conocer su intención, éste, que estaba analizando a uno de sus niños con Melanie Klein, los desvió hacia ella, y a las nuestras les resultó fascinante. Prosiguió entre nuestras pioneras y Klein un contacto epistolar, y rápidamente la teoría kleiniana se difundió en la Argentina. Debe decirse que era, en realidad, fascinante. La seguridad con que Melanie Klein se expresaba, el modo como pasaba a través de las dificultades, cómo ampliaba el campo de acción del psicoanálisis hacia el análisis de niños, y al de las psicosis, cómo ayudó a nuestro conocimiento el mecanismo de la identificación proyectiva, construyeron una imagen de titanismo que proporcionaba seguridad. Estábamos en la “buena senda”; los trabajos de índole kleiniana se multiplicaban en nuestras revistas y la lectura de Anna Freud era en esos tiempos, para los analistas de niños, poco menos que una ingenuidad, aunque fuera mencionada con respeto. Sin embargo, ocurría que varias analistas mayores ya tenían conocimiento y estaban utilizando el Perfil Metapsicológico de Ana Freud (1973) con éxito, en especial por la posibilidad de organizar un diagnóstico del niño, con esa característica suya de sistematizar las destrezas adquiridas en el desarrollo y ofrecer una semiología del yo y sus defensas. Una sistematización que se hace necesaria cuando se trata de evaluar una persona y decidir un tratamiento. Además, ya estaba en marcha la metodología de los archivos de la Hampstead Clinic.

“La batalla por el análisis de niños”, como gusta denominarla E. Rodrigué (1996), se decidió por la postura kleiniana (Simposyum del ’27), es decir, la existencia de la asociación libre, transferencia y existencia de un superyó temprano, pero quisiéramos saber, hoy en día, cómo trabajan los analistas de niños; me refiero si algo de aquella “preparación” o período preanalítico no figura en muchos análisis de niños y de adolescentes, a pesar de hacer uso de las fantasías inconscientes. Es más, no sólo al comienzo de los tratamientos, sino a lo largo de ellos, quizá bajo el rótulo de no ser “demasiado ortodoxo”. A eso me referiré luego con el término de “borronear” las díadas o tríadas inicialmente planteadas. ¿Éramos, pues, kleinianos puros? Encontré pocos, y muchos pensaron que no era imprescindible, por no decir imposible, analizar a ciertos niños con dicho encuadre. Sin embargo, alcanzaba con toda la riqueza que Melanie Klein prestaba. Con la riqueza y el entusiasmo que suscitaba, y que fatalmente otorgaba, como todo corpus teórico, al analista entusiasta y convencido. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 113-126

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Vale la pena aquí la referencia etimológica, porque “entusiasmo” proviene del griego en-teos asmos (con Dios adentro). Por lo demás, nuestra práctica se veía enriquecida por el contrapunto transferencial planteado en la obra de un analista local de gran talento, nuestro Heinrich Racker (1960). A lo largo de su libro, Racker examina y revisita las recomendaciones técnicas de Freud, y les otorga una característica de especularidad, un juego de reciprocidades que brinda el instrumento para profundizar la relación analista-analizando. Estábamos ocupados con eso. Y en cuanto a la Alianza de Trabajo planteada por Greenson (1978), quedaba para la transferencia positiva sublimada, en la cual no había mucho apuro por creer. Pero el camino para olvidar al yo de funciones estaba trazado por el yo de la identificación de Melanie Klein, y por el superyó precoz, difícil de entender aunque aceptado sin chistar, por el temor de los analistas de padecer de resistencias. Es necesario referirse a un importante aspecto de la obra de estos autores de la Ego-Psichology, que fue el de organizar a terapeutas de los Estados Unidos que, utilizando sus lecturas freudianas, produjeron diferentes mezclas, salidas de su imaginación y de sus esfuerzos clínicos, pero siempre de su desigual formación. Me refiero a interaccionalistas, neo-analistas, psiquiatras dinámicos. Proveerles una formación psicoanalítica resultó en general provechoso, sobre todo en ese país, donde impera cierta libertad de creatividad, y también medios económicos necesarios para algunas experiencias con pacientes graves. Por ejemplo, las experiencias con pacientes psicóticos que hicieran algunos talentosos psiquiatras, como Frieda FrommReichman y Harry Stack Sullivan en la clínica denominada Chestnut Lodge, dieron lugar a conocimientos de primera mano, nacidos de la experiencia clínica interpersonal, y originaron textos como “Problemas de transferencia en esquizofrénicos” (Reichman, 1939), y la formulación del concepto de “distorsión paratáxica”, por Sullivan, y otras referidas al pensamiento. Estos textos tienen el valor de haber surgido del trato directo y continuado con pacientes graves, internados en una comunidad terapéutica pionera. De allí mismo surgió, también, un autor quizá más puramente psicoanalítico que, entre nosotros, es aún hoy un autor a descubrir: Harold Searles (1966). Estos terapeutas, reunidos inicialmente bajo el rótulo de Psiquiatría Dinámica, motivaron al personal de la clínica, y a sí mismos, a psicoanalizarse, lo cual contribuyó al concepto del terapeuta psicoanalizado, aunque no fuera en un análisis directo, oficial. Heinz Hartmann, por referirme a la cabeza del trío famoso, y no cabe duda de que fuera el teórico más importante de esa tendencia, un “primus inter pares”, escribió sus trabajos considerándose perfectamente

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freudiano, freudiano de la segunda tópica. Su lectura sobre el desarrollo futuro del psicoanálisis fue que debía responder al requerimiento de convertirse en una psicología general (Hartmann, 1958). Como tal, debía tratar de dar cuenta de aquellas funciones básicas de la personalidad. Lo cierto es que el psicoanálisis de la segunda tópica, con todas los completamientos y las producciones que de él se originaron, ya es una teoría de la personalidad, es decir, una psicología general, con un objeto específico, que es el inconsciente. Por supuesto, no hay teoría psicoanalítica que ceda a la ambición, difícil y conflictiva por cierto, de explicar los orígenes lo más completamente posible. Para Hartmann, no existe un yo desde el comienzo de la vida, sino “…el bebé recién nacido no es totalmente una criatura de impulsos; posee aparatos innatos (mecanismos preceptuales y protectores), que realizan adecuadamente una parte de las funciones que, después de la diferenciación entre Yo y Ello, le atribuimos al Yo”. Sin duda, el tema de la adaptación va de la mano con el tratamiento y profundización que pretende dársele al yo. Hartmann (1939) entiende que el yo cuenta con una energía que le es propia, aunque no exista como tal desde el principio, pero se organiza como tal y toma también energía del ello (“lo que originalmente estuvo anclado en los instintos puede ulteriormente ser ejecutado por el yo y a su servicio”). En realidad, resultó poco atractiva una idea que no tomara inicialmente en cuenta las relaciones de objeto, o que, en todo caso, las postergara para describir el lecho en que esas relaciones se fundarán, pero que no son fundantes en sí. Por otra parte, de cosa parecida se ha acusado a Melanie Klein, más adherida a la pulsión de muerte que el mismo Freud. En Klein, es la madre la protagonista de la adaptación (véase, si no, su artículo de 1952). Con todos sus valores, muchos de los cuales llegaron a nosotros para quedarse, pues la kleiniana es una teoría que cura, la estrella kleiniana también pareció declinante. Quizá, la imposibilidad de insistir en la transferencia negativa, la frecuencia de las sesiones, difícil de mantener en esos tiempos, la falta de habilidad y las resistencias por parte de los analistas (la técnica kleiniana es muy difícil), fueron parte de esa declinación, de ese no poder ser “kleinianos puros”. Y simultáneamente, como empujando, aparece Donald Winnicott. Ni pulsión de muerte, ni frecuencia de sesiones, ni atenerse sólo a las asociaciones, sino una teoría del juego que permite al analista jugar, y en la que se cree que el juego es, en sí mismo, terapéutico. (Obviamente que eso entraña sus peligros, el analista puede entregarse al juego y conducir las sesiones como actuaciones de su parte. “Lo que le es permitido a Zeus, no le es permitido al buey.”) Tropezamos con el caso “The Piggle” REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 113-126

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(1977), donde las sesiones son sorprendentemente espaciadas, contrariamente al caso Richard, que se traslada de localidad para ser atendido. Frente a la severidad kleiniana, que torna al análisis un procedimiento exigente y sombrío, que cura al fin, en Winnicott aparecen los “permisos” para el analista, la madre buena, él mismo caracterizado de tal ante el analista, etc. Winnicott es un autor que tiende puentes, él mismo ha sido alumno de Klein y de Anna Freud. Y es un autor que presenta lo que ya había a través de una metabolización personal, a veces muy amplia y creativa. Así, en él encontramos que la adaptación existe, y también a cargo de la todopoderosa madre.2 Él dice que si el bebé es forzado por la madre o el medio en su adaptación, el resultado será un falso self (1960), siempre existente, pero en mayor medida. Es decir que lo pulsional es destino, pero no el único y no algo previo al fenómeno, o sea, no el único forjador de éste. Su conocido Espacio Transicional, quizá su creación más original, tiene parecido con el área libre de conflictos. Es un autor donde lo que resalta son, justamente, las transiciones. Veamos... Es en esa zona, que si no es interrumpida por el conflicto, aparece la creatividad, el símbolo, el juego, el arte (obviamente, si se cuenta con la dotación). Es decir, este autor retoma algo del área libre de conflictos, lo ambienta en la relación madre-bebé, y hace surgir de allí la creatividad humana. El objeto transicional es, por tanto, un objeto pre-simbólico. Lo que perdimos al no frecuentar los autores de la psicología del yo es una cuenta que todavía está por hacerse. Sería imposible citar a todos los trabajos y autores y sus importantes aportes. Están, y por elegir algunos, las obras antes mencionadas de Hartmann, no sólo las obras básicas, sino su teoría acerca de la psicosis (1953), las de Kris sobre la biografía, autobiografía y los artistas, los autores de la generación siguiente, Greenacre, tanto sus trabajos sobre creatividad (1960) como los de los mecanismos de defensa, Waelder (1960) y sus polémicas contra el positivismo, los valiosos trabajos de Edith Jacobson sobre las formas de identificación en los pacientes psicóticos, y los que tratan el tema del rango de los mecanismos defensivos, y en general, los de Cameron (1961-1963) acerca de la teoría y clínica de la psicosis, y muchos más. De paso diré que en los trabajos clínicos sobre psicosis de los autores mencionados puede notarse que trabajan teniendo en cuenta la contratrans-

2. Sólo una observación, que inquieta a muchos: el padre, ¿viene después? ¿Existe para regular las interacciones de la díada, es su sostén y nada más, en los primeros momentos? ¿Puede, entonces, irse tranquilo a su trabajo? Porque la pareja humana es, hoy en día, otra, e investigaciones recientes hablan de la voz a través de las membranas uterinas, y la voz sonora del padre es, por consiguiente, transmitida.

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ferencia, que no es patrimonio de la escuela inglesa, que muchos historiales clínicos y trabajos de épocas anteriores parecen anticipar al intersubjetivismo y otros movimientos similares. Hemos, sí, leído y estudiado la obra de Margaret Mahler, sin duda una pensadora útil que partió de la clínica para sus hipótesis sobre el desarrollo y sus dificultades precoces, construyendo una teoría sobre las psicosis y sus puntos de fijación basada en la relación madre-bebé; la propuesta mahleriana fue seguida por muchos autores. Pero, como bien apuntan Bleichmar y Bleichmar (1989), “…el edificio teórico de Hartmann que está presente en los trabajos de Mahler bien podría ser considerado un lenguaje auxiliar, una semántica ad-hoc más que un elemento esencial de la teoría mahleriana”. No se puede tampoco ignorar el monumental Psychoanalitic Study of the Child, un órgano de consulta variado, original y adecuadamente libre. Una institución psicoanalítica atraviesa por períodos en que, como los pasados entusiasmos kleinianos, y los actuales, lacanianos, todo el campo de interés se desplaza hacia el autor en vigencia. Esto hace que se pierdan de vista otros autores cuyos aportes son valiosos en sí, por el trabajo realizado, y cuyas obras no pueden aprovecharse por desconocimiento, por prejuicios, o por escasa frecuentación de los principios básicos, de las hipótesis de mayor nivel de generalidad. Lo dicho representa una pérdida, sin duda. No es que en los Estados Unidos no hubieran surgido voces críticas, ni que siguieran hoy los pasos de la psicología del yo. Por el contrario. El mismo Hartmann ha modificado, o logrado algunas síntesis, ulteriormente. Pero, en nuestro país, las críticas o el desinterés por el enfoque económico, con el cual tampoco los psicólogos del yo han logrado más que un concepto y algún aspecto semiológico, y los factores anteriormente mencionados, han sido los que motivaron su abandono. Quedan, sí, las ideas acerca de la desexualización o neutralización de energía, que utiliza, por ejemplo, Winnicott al hablar de la intervención de excesos pulsionales que “arruinan” el juego del niño. Para concluir, y retomando lo dicho anteriormente, una institución puede pasar por períodos de entusiasmo por una teoría, pero pierde cuando eso le impide escuchar otras líneas y probar sus posibilidades terapéuticas. Un verdadero y útil pluralismo sería aquel que preparara a sus miembros para entender a autores de diferentes líneas. Cada creador, suele decirse, “parte” el inconsciente (y por qué no, la personalidad toda) por otro lugar y con otros ejes, y cada muestra clínica parece obligar a una asepsia y prometer una cura casi quirúrgica. En las descripciones se dejan a un costado los forcejeos, las vacilaciones y los comentarios no interpretativos que el analista hace a su paciente. Las hipótesis de mayor nivel de generalidad, una vez conocidas, permiten la lectuREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 113-126

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ra y el aprovechamiento de la experiencia de distintos analistas. Al fin y al cabo, el narcisismo tiene distintas máscaras, y la religiosidad, reductos no siempre descubiertos. La opción argentina se produjo por todos esos factores. Insisto en que hemos hecho un uso intuitivo de algunos elementos de la psicología del yo, y que hubiera sido mejor el conocimiento de sus bases. No es una buena práctica el dejarse llevar ¡toda una institución! por entusiasmos que van como una ola, porque fatalmente leeremos algunos descubrimientos de un autor en otro dialecto; un dialecto que “autorice, aunque sin el autor”; así, en la actualidad, podemos llegar a leer a Melanie Klein en francés (¡!). Quiero hacer un intento de plantear el asunto en términos ideales. Supongamos que, en un primer momento de su formación, el analista tuviera a su disposición las líneas básicas de los autores fundamentales, considerando las escuelas americana, inglesa y francesa. ¿Estaría entonces en mejores condiciones de optar? Parece ingenuo, porque está sometido a un análisis, y todo esto estaría teñido, o matizado, por restos transferenciales. A pesar de todo, eso le permitiría un mayor rango de opciones, al encontrar en su práctica diferentes hallazgos psicopatológicos que encuadren mejor en una descripción teórica o en otra. Y tendría esa opción, que da libertad, y hasta los análisis didácticos resonarían más neutralmente, sin imprimir en todo lo que fuera posible el sello al candidato. Muchas veces se ha planteado el problema de la libertad del candidato a psicoanalista, problema que parece difícil de resolver, dado que la regresión transferencial lo torna más permeable, más vulnerable, a lo que entiende que es la elección teórica de su analista. ¿Cuál o cómo sería la ocasión para el progreso y aprovechamiento del debate en el contexto institucional? Una discusión que se haga fecunda sería aquella en que las discrepancias conceptuales se pongan explícitamente en tensión, de modo de resaltar las diferencias, diferencias que todos conozcan. Es decir que “juguemos el partido con fichas por todos conocidas”. Así, un Instituto no funcionaría como un seleccionador previo, de acuerdo a preferencias que la transferencia transmita. No se trata, entiéndase, de un eclecticismo esterilizante u obsesivo, sino de que queden planteadas, a disposición del entendimiento del analista, díadas o tríadas conceptuales que marquen, quizá exagerando en un primer tiempo, las diferencias. Esto sirve para crear una distinción, discriminar. Y discriminar, a partir de esa tensión, el núcleo duro del concepto (por ejemplo, el concepto de yo, defensa, objeto en psicoanálisis), que estará constituido por el criterio que se use para ello. La productividad que ofrece el poner los conceptos en tensión se demuestra en la generación de una distancia crítica (el concepto de duda). En realidad, no se piensa en diferencias o pares dicotómicos para preservarlos para siem-

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pre, sino para ver lo que distingue algo, de “la otra cosa”. Luego, esa diferencia se pone en cuestión en la reiteración del uso clínico. Pero es la misma existencia de estas distinciones la que permite ponerlas en duda. Entretanto, servirán para generar una lógica a partir del concepto. Lo que estamos diciendo a esta altura ya es claro, estas distinciones no son del orden del ser sino del de los fenómenos. No se encuentran “allí” sino que son creaciones del pensamiento. Y que el pensamiento procede de esta forma, es cosa testimoniada por el hecho de que casi todas nuestras definiciones se producen en referencia a la alteridad. La ciencia avanza de esta manera. Una teoría viene a poner en duda o en cuestión las distinciones sobre las que una teoría anterior se sostenía; se siente, por lo tanto, obligada a contestarla de raíz, dando por tierra con todos sus contenidos. “Exagera”, pero lo hace con el objeto de producir otra distinción. En la creación de estas distinciones debemos reconocer dos procesos distintos: la relación con el referente y aquella entre las diversas reformulaciones. Podría decirse, sin riesgo de equivocarse, que “cada teoría tiene su propio Freud”. En esta referencia hay, claro está, una reformulación y una reapropiación a través de la cual se crea un campo propio de pensamiento. Estas teorías no entran en competencia con el referente (Freud, en este caso), sino que lo hacen entre sí donde incluso la precisión en la lectura del caso pierde peso ante la ostentación de una lectura más legítima de Freud. Con el monocultivo, las opciones son azarosas. Las luchas, las “guerras pensadas”, pueden tener un desenlace negativo, o positivo, y eso dependerá de la actitud de los protagonistas.

Resumen

En este artículo se examinan algunos de los factores que influyeron en el devenir de la psicología del yo en nuestro país. Se recorren factores teóricos, ideológicos y hasta fortuitos que tuvieron que ver con los desarrollos de esta teoría, y se sugiere algún modo de tomar conciencia de las diferencias y coincidencias en las teorías que se manejan en las discusiones y en nuestra práctica. DESCRIPTORES: PSICOLOGÍA DEL YO / HISTORIA / ÁREA LIBRE DE CONFLICTO / ADAPTACIÓN / YO / ESPACIO TRANSICIONAL / INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA / PLURALISMO

EGO PSYCHOLOGY

IN

Summary ARGENTINA

The author examines some factors influencing ego psychology in Argentina. He discusses theoretical, ideological and even fortuitous factors involved in the de-

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velopment of this theory and suggests ways to become aware of differences and convergences in the theories we use in discussions and in our practice. KEYWORDS: EGO PSYCHOLOGY / HISTORY / AREA FREE OF CONFLICT / ADAPTATION / EGO / TRANSITIONAL SPACE / PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / PLURALISM

A PSICOLOGIA

DO

EU

NA

Resumo ARGENTINA

Neste artigo são analisados alguns dos fatores que influenciaram o que viria a ser a psicologia do Eu no nosso país. São observados fatores teóricos, ideológicos e até fortuitos que tiveram que ver com o desenvolvimento desta teoria, e se sugere uma maneira de se conscientizar sobre as diferenças e coincidências nas teorias que se manejam nas discussões e na nossa prática. PALAVRAS-CHAVE: PSICOLOGIA DO EU / HISTÓRIA / ÁREA LIVRE DE CONFLITO / ADAPTAÇÃO / EU / ESPAÇO TRANSICIONAL / INSTITUIÇÃO PSICANALÍTICA / PLURALISMO

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 3 de marzo de 2009.)

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La “plaga” del psicoanálisis. Psicoanálisis y lengua Comentario de las conferencias y charlas dictadas por J. Lacan en las universidades norteamericanas *Liliana Szapiro

Los primeros norteamericanos interesados en J. Lacan en los Estados Unidos fueron los académicos. En primer lugar realizaron un Congreso sobre constructivismo y deconstructivismo en la John Hopkins University en 1967, del que participaron Derrida, Todorov y Lacan, entre otros. Con posterioridad, Lacan es invitado por los académicos del Departamento de Lenguas a dar una serie de charlas en las universidades de Yale y Columbia entre noviembre y diciembre de 1975. Entre ellos, lingüistas muy reconocidos en su medio como Geoffrey Hartman, Shoshana Felman y Paul De Man. En este artículo vamos a hacer una sucinta referencia a las cuestiones centrales que Lacan desarrolla en estas conferencias en 1975, que entre otras son: a) la estructura del lenguaje (el significante) y el psicoanálisis; b) el descubrimiento del inconsciente freudiano asociado al discurso de la histérica; c) el inconsciente, el material del lenguaje y la interpretación; d) el equívoco y la reducción del síntoma; e) el inconsciente y el dispositivo analítico.

* Dirección: Amenábar 2046, 9º “A”, (1428) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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La estructura del lenguaje (el significante) y el psicoanálisis

Ya sobre el final de su vida, en estas reuniones Lacan intenta transmitir sus ideas sobre el psicoanálisis. Estas ideas están centradas en función de un eje que es que el sujeto se constituye en relación a la lengua y que el psicoanálisis mismo es creado por Freud a partir de una estructura de lenguaje. Lacan nos remarca que lo que crea la estructura subjetiva es la manera en que el lenguaje emerge en el inicio de un ser humano. Al respecto, Lacan plantea que el inconsciente no puede ser abordado sin referencia a la lingüística. Plantea que Freud abrió ese camino al fundar el psicoanálisis. Nos dio el eje de la teoría y la práctica del psicoanálisis. Ese eje está articulado a la estructura de la lengua. Lacan remarca que él ha agregado su esfuerzo a la apertura freudiana. No es casual que Lacan haga en inicio este planteo frente a un auditorio de académicos de la lingüística ni que quienes primero hayan introducido las ideas de Lacan en los Estados Unidos fuesen los lingüistas norteamericanos, puesto que Lacan pone el eje de la práctica y teoría del psicoanálisis en relación con la lengua.1 Se centra en la lectura de la obra de Freud a partir de los desarrollos de lingüistas estructuralistas como Saussure en un inicio y, con posterioridad, Jakobson y Benveniste. Son los desarrollos de esos lingüistas los que orientan la lectura de Lacan de los textos psicoanalíticos freudianos y es esa lectura la que orientará su práctica, sus formalizaciones teóricas y su enseñanza. En estas conferencias, Lacan plantea que fueron los psicóticos quienes lo habían conducido a Freud. Recordemos que Lacan era psiquiatra y que es a partir del trabajo con sus pacientes psicóticos que él descubre el psicoanálisis, al que llega –nos dice en la Conferencia en Yale– recién a los 35 años y después de una vasta formación en el ámbito de la psiquiatría. Cabe recordar que él reconoce como su maestro en psiquiatría a De Clérambault, de quien se considera deudor en relación con sus elaboraciones acerca del fenómeno elemental en la psicosis. Concepto que Lacan elabora a partir de las ideas de De Clérambault con relación al automatismo mental, noción desarrollada por éste en

1. Cabe destacar que una de las críticas centrales que Lacan había hecho casi veinticinco años antes a la corriente psicoanalítica norteamericana de la Ego Psychology era la de no dar a las determinaciones lingüísticas que están articuladas en los fundamentos de la teoría freudiana la relevancia que éstas tenían desde la lectura lacaniana. Para Lacan, esta cuestión tenía consecuencias en la práctica del psicoanálisis. Así, Lacan plantea en “La Dirección de la cura y los principios de su poder” que él no realizaba esas críticas “por gusto”, sino para “hacer de sus escollos las boyas de su ruta”.

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1925, en sus trabajos referidos a las psicosis basadas en el automatismo mental. J. Lacan nos aclara que Freud no estudió principalmente a los psicóticos, sino que estudió los escritos de un psicótico –haciendo referencia al trabajo de S. Freud relativo al análisis de las Memorias del Presidente Schreber, quien como recordamos desencadenó una paranoia al ser nombrado Presidente de la Corte Suprema de Sajonia–. Es a partir de este escrito extraordinario sobre D. Schreber, denominado “Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia autobiográficamente descripto”, que S. Freud sienta las bases para su teorización de las psicosis. Lo hace con relación al escrito de un psicótico, nos remarca Lacan, no al tratamiento del mismo. Este señalamiento de Lacan tiene el objetivo (articulado al eje de su transmisión en estas conferencias) de remarcar la importancia del significante, de la estructura significante en la obra de Freud. Importancia a la cual Lacan dedicó gran parte de su enseñanza. A partir de esta lectura de los textos freudianos extrae consecuencias para la práctica y la teoría del psicoanálisis.

La histeria y el descubrimiento del inconsciente

Lacan nos dice que en un inicio Freud estudió centralmente a la histeria. Es entonces con relación a la histeria que Freud introduce y crea el psicoanálisis, y es sobre el discurso de la histérica que Freud trabaja. El relato de las histéricas lo conduce al descubrimiento del inconsciente. Freud funda el psicoanálisis a partir de articular esa noción que es la del inconsciente, y al que Lacan plantea estructurado como un lenguaje. El descubrimiento del inconsciente –agrega Lacan– “[...] es una cosa muy curiosa, el descubrimiento de una muy especializada suerte de saber, íntimamente anudada con el material del lenguaje”.

El equívoco y la interpretación

Lacan hace referencia a tres libros de Freud que considera centrales: La interpretación de los sueños, La psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su relación con el inconsciente. Lacan señala que Freud, en La interpretación de los sueños, insiste en el relato que se hace de los sueños. Para Freud, no importa la experiencia real del sueño. Justamente en este punto, nos dice Lacan, se centra la objeción a Freud de que el sueño carece de validez porque no está articulada a la experiencia real del sueño sino a su relato.

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Es precisamente sobre el relato mismo y su material (la manera en que el sueño es relatado) que Freud trabaja, y Lacan remarca que si él hace una interpretación, es con relación a la repetición, la frecuencia de ciertas palabras. Es siempre el relato del sueño, el material verbal del sueño lo que sirve de base a la interpretación. Lacan también señala la relevancia de la estructura significante en el texto freudiano La psicopatología de la vida cotidiana. En este texto, Freud da cuenta del lapsus y del acto fallido. Éstos no pueden ser pensados sino con relación a la estructura del lenguaje. El ejemplo más acabado es dado por el chiste, a partir del cual él articula los elementos centrales de la interpretación. En el chiste, insiste Lacan, la cualidad y el sentimiento de satisfacción mostrado por quien ríe, proviene esencialmente del material lingüístico. Es justamente en el chiste que Lacan va a poner énfasis, articulándolo con su noción de equívoco, con relación al cual él formalizó la noción de interpretación en tanto que produciendo efectos en el sujeto. Lacan nos dice en esta Conferencia que al término “palabra” lo ha sustituido por el término “significante”, y que eso significa que él se presta a equívocos, es decir que tiene siempre múltiples significaciones posibles. Y agrega: “[…] es en la medida que Uds. eligen bien sus términos, que van a importunar al analizante, encontrarán el significante elidido, aquel del cual se tratará”. Pensamos el planteo de J. Lacan en el párrafo arriba transcripto a la luz de sus desarrollos relativos a que el sujeto se constituye en relación a una cadena significante que se funda en una falta. Falta que se repite en el intervalo. Es en ese intervalo entre los significantes donde adviene el sujeto en el chiste, en el olvido y en el lapsus. Ese intervalo articulado es lo que Lacan llama la operación de separación, adonde apunta la interpretación asociada al equívoco. Se trata de aislar ese significante “elidido”, ese significante vacío de sentido al cual “el sujeto está sujeto como sujeto” (Lacan, 1986). En el marco de la dirección de la cura, el sujeto se desprende del sentido que le viene del Otro al que su ser está fijado por la “elección forzada” (Lacan, 1986) asociada a la operación de alienación. La interpretación basada en el equívoco, al operar con el significante vaciado de todo sentido fijo, al operar con el sin-sentido, apunta al intervalo en la cadena y a la posibilidad de propiciar el advenimiento subjetivo. El significante opera en su sonoridad. Recordemos al respecto que para Saussure (quién introdujo el concepto de signo lingüístico) el significante era un sonido que está asociado a un significado que se desplaza. A ese desplazamiento apunta la interpretación a partir del significante en tanto que sonido. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 127-135

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Así, Lacan continúa diciendo en la Conferencia en Yale: […] en ningún caso una intervención debe ser teórica sugestiva, es decir imperativa; ella debe ser equívoca. La interpretación analítica no está hecha para ser comprendida; está hecha para producir oleaje. Pues no es necesario ir allí con gruesos zuecos y a menudo vale más callarse; sólo es necesario elegir.

O sea, la propuesta de Lacan es no apuntar al sentido, a una intervención plena de sentido, de un significante con una relación unívoca con un significado a la manera en que lo hace la psicoterapia, pues él plantea que las interpretaciones que apuntan al sentido refuerzan la fijeza del goce articulado en el síntoma. Refuerzan ese sentido al que el ser del sujeto está anclado por la “elección forzada” del sentido que le viene del Otro en su venida a un mundo donde rige la Ley del símbolo que lo constituye, y con relación al cual se ordena como ser hablante. Recordemos que en los Seminarios 22, 23 y 24, Lacan nos dirá que el equívoco es el responsable de la reducción del síntoma en la cura analítica. Diferenciará el significante del sentido y así nos dirá poco tiempo después de estas conferencias a las que estamos haciendo referencia, en mayo de 1977, que “[...] entre el uso del significante y el peso de la significación, la manera en que opera un significante, hay un mundo”, y nos aclarará que en nuestra práctica se trata de precisar cómo opera la interpretación. Nosotros nos interesamos en los síntomas y es la interpretación basada en el significante en tanto que equívoco, que vuelve “[…] al afecto (en el sentido freudiano) articulado en el síntoma ‘inofensivo’, no engendrando nuevos síntomas”. “[...] el afecto –nos aclara Lacan– está hecho del efecto de lenguaje, de lo que en alguna parte es dicho.” En este camino está la langue. Lacan nos dice que la metáfora y la metonimia no tienen alcance para la interpretación sino en tanto que son capaces de hacer función de otra cosa, para lo cual se unen estrechamente el sonido y la significación. Es en tanto que una interpretación justa extingue el síntoma que la verdad se especifica por ser poética. Es el significante el que resuena en los orificios del cuerpo. No se trata de lo bello que resuena en el cuerpo como en Santo Tomás. Es la resonancia que se trata de fundar en el chiste. La noción de resonancia es el efecto del significante en tanto que sonido sobre lo real de la sustancia gozante que se vehiculiza en el sínto-

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ma. La interpretación tiene efectos así, sobre la particular manera de gozar de un sujeto en ese síntoma.2

Para concluir, el inconsciente y el dispositivo analítico

En estas conferencias, Lacan nos plantea que el inconsciente articula su Lógica en el marco del dispositivo analítico. Es en el marco de ese dispositivo que el analista invita a decir la verdad al analizante. Es en relación a la ética del psicoanálisis que operamos, ética que está articulada a la falta y al inconsciente en la que se funda la experiencia analítica, experiencia que supone la sustancia gozante. Si el goce es lo que no tiene valor de uso, Lacan nos dirá que “Una práctica sin valor es lo que se trataría de instituir para nosotros”. De eso se trata “la plaga” del psicoanálisis. Resumen

El objetivo de este trabajo es tratar de dar cuenta de las ideas centrales que J. Lacan desarrolla en las conferencias y charlas que brinda en universidades norteamericanas durante los meses de noviembre y diciembre de 1975. Lacan es invitado a dictar estas conferencias por académicos del Departamento de Lenguas de la Universidad de Yale. Entre ellos, lingüistas muy reconocidos como Geoffrey Hartman, Shoshana Felman y Paul De Man.

LA “PLAGA” DEL PSICOANÁLISIS. PSICOANÁLISIS Y LENGUA

Ya sobre el final de su vida, en estas exposiciones, Lacan intenta transmitir sus ideas sobre el psicoanálisis. Estas ideas están centradas en función de un eje que es que el sujeto se constituye en relación a la lengua. Así, lo que crea la estructura subjetiva es la manera en que el lenguaje emerge en el inicio de un ser humano. El psicoanálisis mismo, nos dice Lacan, es creado por S. Freud a partir de una estructura de lenguaje. Al respecto, Lacan plantea que el inconsciente no puede ser abordado sin referencia a la lingüística. Ese inconsciente que articula su lógica en el marco del dispositivo analítico. Por otra parte, en ocasión de esta gira de Lacan por los Estados Unidos, tienen lugar discusiones entre Lacan y Noam Chomsky, por un lado, y entre Lacan y Roman Jakobson, por el otro, con relación al estatuto del equívoco en la lingüística. En este trabajo, la autora desarrolla los puntos de convergencia y de divergencia en relación con el tema que se plantea en el marco de esas charlas. El interés de Lacan respecto al estatuto lingüístico del equívoco está relacionado con el planteo que él continúa haciendo a esta altura de su enseñanza: “el equívoco es el responsable de la reducción del síntoma”, y con sus desarrollos respecto a “lalangue”, que es como denomina al lenguaje, que con sus singulares “equívocos” y su esquema de resonancias internas determina la estructura subjetiva. DESCRIPTORES: HISTORIA DEL PSICOANÁLISIS / LENGUAJE / SIGNIFICANTE / PSICOANÁLISIS / CONSCIENTE / DISCURSO DE LA HISTÉRICA / INTERPRETACIÓN / SÍNTOMA / DISPOSITIVO

THE “PLAGUE” OF

2. En el marco de la Conferencia en el Instituto Tecnológico de Massachussets el 2 de diciembre de 1975, Lacan le preguntó a Roman Jakobson si había una rama de la lingüística que pudiera dar cuenta del equívoco y de los juegos de palabras a los cuales está articulada la operación analítica. Jakobson le respondió que había numerosos trabajos sobre este tema, en particular sobre las lenguas indias. Aclaró, por otra parte, que sólo las lenguas formalizadas, es decir artificiales, no hacían retruécanos y que la gramática tendía a actualizar el retruécano, es decir, el equívoco. Así, una lengua artificial, en tanto que sólo respondía a reglas universales, no podía dar cuenta de la singularidad del equívoco. Al día siguiente tuvo lugar el encuentro de Lacan con Noam Chomsky. Lacan le dio suma importancia a este encuentro y se refirió a él en numerosas oportunidades en el marco de su Seminario. Resulta llamativo que pese a esto, en la versión publicada de estas Conferencias en la revista Scilicet en 1976, no haya un testimonio de tal encuentro. Sólo contamos al respecto con un informe de la discusión mantenida entre Lacan y Chomsky de la norteamericana Sherry Turkle. Ella nos dice que en el marco de esta discusión Lacan le formuló a Chomsky la misma pregunta que le había hecho a Jakobson el día anterior: en qué la lingüística podía ayudar a los analistas con relación a la cuestión del equívoco, haciendo referencia a su conceptualización de lalangue, que es la manera en que él designaba un lenguaje con sus peculiares “equívocos”, con su esquema especial de resonancias internas y de múltiples significaciones.

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PSYCHOANALYSIS.

PSYCHOANALYSIS

AND

IN-

Summary LANGUAGE

This paper ims to explain the major ideas developed by J. Lacan in the lectures and talks he offered in North American universities in the months of November and December, 1975. Lacan was invited to give these lectures by acholars in the Language Department of Yale University. Eminent linguists such as Geoffrey Harman, Shoshana Felman and Paul De Man were among them. At the end of his life, Lacan tried to convey his ideas on psychoanalysis in these presentations. These ideas center on a nucleus which is that the subject is constituted in relation to language. Thus, what creates subjective structure is the way language emerges at the beginning of a human being. Lacan tells us that psychoanalysis itself was created by S. Freud on the basis of a language structure. In this regard, Lacan proposes that the unconscious cannot be approached without reference to linguistics. This unconscious which articulates its logic in the frame of the analytic device. On occasion of Lacan's tour of the United States he debates with Noam Chomsky and Roman Jakobson in relation to the status of the equivoque in linguistics. In this paper he develops points of convergence and divergence in relation to the subject discussed in the frame of these talks.

LILIANA SZAPIRO

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Lacan’s interest in the linguistic status of the equivoque is related to the proposal he continues to make in his teaching that “the equivoque is responsible for the reduction of the symptom” and his developments in relation to “lalangue”, which is the term he gives the language whose singular “equivoques” and scheme of internal resonances determines subjective structure. KEYWORDS: HISTORY OF PSYCHOANALYSIS / LANGUAGE / SIGNIFIER / PSYCHOANALYSIS / CONSCIOUS / DISCOURSE OF THE HYSTERIC / INTERPRETATION / SYMPTOM / DEVICE

A “PRAGA” DA

PSICANÁLISE.

PSICANÁLISE

UN-

Resumo E LÍNGUA

O objetivo deste trabalho é tratar de comentar sobre as idéias centrais desenvolvidas por J. Lacan nas conferências e palestras ministradas nas universidades norte-americanas durante os meses de novembro e dezembro de 1975. Lacan foi convidado pelos acadêmicos do Departamento de Línguas da Universidade de Yale, eles se encontravam famosos lingüistas como Geoffrey Hartman, Shoshana Felman e Paul De Man. No final de sua vida, Lacan tenta transmitir, nestas exposições, suas idéias sobre a psicanálise. Estas idéias giram ao redor de um eixo: o sujeito se constitui em relação à língua. Dessa forma, o que cria a estrutura subjetiva é a maneira em que a linguagem emerge no início de um ser humano. Lacan afirma que a própria psicanálise é criada por S. Freud a partir de uma estrutura de linguagem. Com respeito a isso, Lacan sugere que o inconsciente não pode ser abordado sem referir-se à lingüística. Esse inconsciente é quem articula sua lógica no marco do dispositivo analítico Além disso, por ocasião da turnê de Lacan pelos Estados Unidos, travaramse discussões entre Lacan e Noam Chomsky, por um lado e entre Lacan e Roman Jakobson por outro, em relação ao estatuto do equívoco na lingüística. Neste trabalho, desenvolvo os pontos de convergência e de divergência em relação ao tema gerado com estes debates. O interesse de Lacan em relação ao estatuto lingüístico do equívoco está relacionado com o que ele defende até os dias de hoje, que “o equívoco é o responsável da redução do sintoma” e aos seus desenvolvimentos em relação à “lalangue”, que é como ele denomina a linguagem, que com seus singulares “equívocos” e seu esquema de ressonâncias internas determinam a estrutura subjetiva. PALAVRAS-CHAVE: HISTÓRIA DA PSICANÁLISE / LINGUAGEM / SIGNIFICANTE / PSICANÁLISE / CONSCIENTE / DISCURSO DA HISTÉRICA / INTERPRETAÇÃO / SINTOMA / DISPOSITIVO

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Bibliografía

Freud, S. (1900): La interpretación de los sueños, A. E., IV y V. — (1901): La psicopatología de la vida cotidiana, A. E., VI. — (1905): El chiste y su relación con el inconsciente, A. E., VIII. Lacan J.: El Seminario. Libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1986. — : “Conférences et entretiens dans des universités nord-amèricaines”, Scilicet, 6/7, Seuil, 1976. — : “El Seminario. Libro 22, R.S.I.· (Inédito.) — El Seminario. Libro 23, El Sinthoma, Buenos Aires, Paidós, 2006. — : “El Seminario. Libro 24, L’Insu que sait de L’ Une- bevue s’aile a mourre”. (Inédito.) Turkle, S.: J. Lacan. La irrupción del psicoanálisis en Francia, Buenos Aires, Paidós, 1983.

(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 10 de marzo de 2009.)

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*El uso de los sueños en el contexto clínico. Convergencias y divergencias. Una propuesta interdisciplinaria **Susana Vinocur-Fischbein

Introducción

Desde los orígenes del psicoanálisis, el análisis de los sueños ha sido uno de los instrumentos favoritos para la investigación del psiquismo inconsciente, así como para la del método psicoanalítico. Esta doble perspectiva involucra investigar tanto el sueño en sí mismo, como en relación con la naturaleza del proceso analítico, el problema de la interpretación y las vicisitudes de la relación transferencial. Tal como Freud lo señalara en escritos tardíos, para él (Freud, 1933, pág. 7),1 la teoría de los sueños nunca dejó de ocupar un lugar especial. A través de los sueños accedió a explicar no ya exclusivamente el sentido de los síntomas, lapsus, chistes y demás formaciones del inconsciente, cuyo estatus adquirieron; sino que el descubrimiento epistémico del Capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900, pág. 509) posibilitó la categorización de un aparato psíquico con características de universalidad, y el análisis del deseo inconsciente se transformó en una privilegiada vía exploratoria de los mecanismos mentales, básicamente, las leyes que rigen los procesos primarios.

* “Ticho Foundation Lectureship Award” ** Dirección: Avda. Las Heras 3901, 15º, (C1425ATD) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] 1. Todas las citas de Freud han sido tomadas de la Standard Edition. Me pertenece su traducción y énfasis cuando aparezcan en itálica.

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¿Han cambiado los puntos de vista en la comprensión del soñar como un fenómeno psíquico dentro y desde la misma teoría freudiana hasta el presente? ¿Han influido los desarrollos teóricos de las relaciones entre el soñar y la mente sobre la importancia de los sueños en el proceso analítico? El presente trabajo se propone, en principio, delimitar ciertas inesperadas convergencias y ciertas previsibles divergencias concernientes a algunos aspectos de la conceptualización de los sueños,2 y su empleo como herramienta investigativa, específicamente en la clínica de los pacientes no neuróticos,3 en distintas líneas de pensamiento. En segundo lugar, formular un enfoque interdisciplinario, de orden semiótico-pragmático respecto de la función de los sueños y su posterior utilización clínico-técnica en el contexto del campo dinámico intersubjetivo (Baranger y Baranger, 1962). Este enfoque, fundamentado en la hipótesis de que los sueños relatados en sesión constituyen signos comunicativos –dables de transformarse en una matriz simbólica que genera procesos de semiosis psíquica–, articula el pensamiento psicoanalítico con ideas derivadas de la semiótica analítica. La teoría del signo de Charles Peirce permite conceptualizar una perspectiva triádica de los sueños y describir la relación intersubjetiva como un proceso de semiosis infinita. Se introducirá simultáneamente un material clínico ilustrativo de las ideas expuestas.

Los sueños: sus vicisitudes en la evolución del pensamiento psicoanalítico. Interpretación y función comunicativa

En el libro de los sueños, la “interpretación” es esencial desde su misma presencia en el título de la obra (Freud, 1900). A partir de este texto fun-

2. Los límites impuestos a la longitud del trabajo hará que necesariamente queden sin desarrollar los datos de las actuales investigaciones neurocientíficas, obtenidos extra-clínicamente por métodos no-psicoanalíticos, los del campo de las disciplinas cognitivas, así como otros aspectos (metapsicológicos) de la actividad onírica no directamente relacionados con los temas a tratar. 3. Siguiendo a A. Green (1990, pág. 107), se comprende como pacientes con patología no neurótica a aquellos en los que se considera que existe un déficit en la simbolización y procesamientos psíquicos. Las estructuras no neuróticas se ubican en una posición que permite articular y comprender mejor la neurosis y la psicosis, así como a otros trastornos de la personalidad. Esta categorización presupone además una mayor estabilidad que la así denominada patología borderline, a la vez que una menor probabilidad de descompensación psicótica; y al no estar tales pacientes tan distanciados de las neurosis, permiten “aprehender la índole del problema, porque se prestan a la indagación psicoanalítica profunda”.

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dacional, los sueños, considerados “sin sentido” para el saber científico de entonces, se tornaron en portadores de significación. Se trata de una significación que obedece a leyes y que rescata verdades “ignoradas” por el sujeto.4 En sucesivos momentos, Freud fue revisando sus propios modelos y avanzó en su descubrimiento. Inicialmente, caracterizó a los sueños como una actividad mental cuya única función útil era la de constituirse en guardián del dormir, sin intención alguna de comunicar información al otro (Freud, 1923, pág. 127). Sin embargo, se alejó cada vez más del propósito de dar cuenta de una traducción o interpretación acabada del contenido del sueño (Freud, 1911, pág. 93; 1923, pág. 113, 1940, pág. 165), en beneficio de revalorizar el contexto en el que se inscribe la intelección de su narración; es decir, la situación psicoanalítica condicionada por los vectores de la resistencia y la transferencia. Simultáneamente, enfatizó su validez como un acto psíquico con sentido, factible de ser usado como cualquier otra comunicación (Freud, 1923, pág. 9). También en varios escritos, manifestó que los sueños constituían una forma de pensamiento (Freud, 1900, págs. 506-507; 1917, pág. 65; 1920, pág. 229; 1923, pág. 112) y que el proceso de pensamiento, actividad psíquica equiparada a una suerte de acción experimental (Frued, 1911, pág. 221), consistía en relacionar las impresiones de objeto que devendrían comprensibles al ligarse con las representaciones-palabra, aunque esto no implicase necesariamente que se tornasen conscientes (Freud, 1917, págs. 202-232). La nutrida bibliografía sobre análisis de los sueños desde Freud en adelante, que incluye los trabajos ya clásicos de E. Sharpe (1961), E. Erikson (1954), D. Anzieu (1987), A. Grinstein (1981), entre otros, nos provee de inestimables fuentes respecto de la técnica de la interpretación. Esta literatura muestra cómo desandar el camino de la elaboración onírica, cómo descubrir los escondidos pensamientos latentes, las fantasías y los recuerdos que asoman tras el disfraz del contenido manifiesto por vía de la operatoria combinada de la censura y de los mecanismos del proceso primario, que representan y encubren múltiples niveles de significación. La interpretación deviene el envés del trabajo del sueño. No obstante, una constante es que remiten casi sin excepción a

4. Precisa Freud al inicio del capítulo II: “[…] [Pues] ‘interpretar un sueño’ significa indicar su ‘sentido’, sustituirlo por algo que se inserte como eslabón de pleno derecho, con igual título que los demás, en el encadenamiento de nuestras acciones anímicas. Ahora bien, como ya vimos, las teorías científicas sobre los sueños no dejan espacio alguno al eventual problema de su interpretación, puesto que según ellas el sueño no es en absoluto un acto anímico, sino un proceso somático que se anuncia mediante ciertos signos en el aparato psíquico” (Freud, 1900, pág. 96).

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los sueños del mismo creador de la técnica de su interpretación, cuya formación literaria y humanística esclarece las múltiples asociaciones que Freud brindó acerca de sus producciones oníricas, así como de su revolucionaria escucha clínica. El procedimiento freudiano consiste excepcionalmente en una lectura simbólica del contenido de los sueños mediante una interpretación analógica. Éstos devienen interpretables a partir de su narración y las asociaciones concomitantes. En consecuencia, frente a la falta de asociaciones, también se comprueba el tope del concepto tradicional de “interpretación”, especialmente si ésta es entendida estrictamente como develamiento de una verdad que se encuentra oculta, tras la presupuesta existencia de representaciones secundariamente reprimidas y devenidas inconscientes. Dichas representaciones serían descifrables no sólo a través del hábil manejo de un código por parte del analizando, sino que, además, se presupone su capacidad de hacer inferencias, producir implicaturas (Grice, 1968) y metaforizar.5 Históricamente, la conceptualización del análisis del sueño como una situación subjetiva, focalizada en cómo la represión opera en el psiquismo, cedió paso a examinar los aspectos relacionales y transferenciales, situación que implicó que el problema de la interpretación del sueño fuese comprendido en el contexto del proceso psicoanalítico. Así lo expone H. Blum (1976), para quien el sueño constituye un eslabón más en la cadena de asociaciones que contribuyen a recuperar tanto el contenido latente del sueño como el de otras comunicaciones. Una perspectiva antagónica a colocarlo en una posición excepcional en la clínica (Greenson, 1970) surgió al equipararlo a cualesquiera otras comunicaciones con las que el analista trabaja (Waldhorn, 1971). Coincide Blum, junto con otros autores americanos (Frosch, 1967; Mack, 1970), en afirmar que los pacientes con relaciones defectuosas con sus objetos y con la realidad pueden no distinguir entre el sueño y los sucesos reales, o creer que el sueño influirá sobre la realidad. Difiere de la línea inglesa, al relacionar el acting out de los sueños con el comportarse como en un sueño, o como vivenciando fantasías o impulsos inconscientes.

5. Recordemos que casi todos los pacientes de Freud pertenecieron a un determinado medio social, cultural e histórico, cuyos hábitos discursivos representaban un espectro muy específico de las capacidades de verbalización. Ellos sirvieron de base para afirmaciones casi universales acerca de los conflictos simbolizables de orden psiconeurótico y sus respectivas modalidades de significación, tanto en los aspectos lingüísticos de expresión de sus síntomas: reminiscencias, sueños, fantasías, chistes, juegos de palabras, lapsus, delirios; así como en las manifestaciones conductuales de su patología: actos fallidos, puestas en acto de sus organizaciones defensivas, repeticiones en la transferencia.

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Desde la Ego psychology, Kanzer (1958) rescata la idea de una función comunicativa del sueño, directa si es en función de objetos introyectados; o indirecta, en relación con el mundo externo. Los elementos comunicativos tienen especial significación según su aparición en el contenido manifiesto, en el latente, en el deseo o en el trabajo onírico.

El sueño: ¿sólo un acto evacuativo?

Según Brenner (1969) y Anzieu (1989) no hubo muchos intentos de revisar la teoría psicoanalítica de los sueños a la luz del segundo modelo del aparato psíquico, un modelo generado por los crecientes requerimientos de las patologías más allá del Principio de Placer. Empero, emergió la conveniencia de estudiar conjuntamente la alteración regresiva del pensamiento y el uso del lenguaje, íntimamente asociados durante el soñar. Partiendo de las ideas de M. Klein (1946) y trabajando con pacientes severamente perturbados, W. Bion (1962), H. Segal (1980), L. Grinberg (1967), han sostenido que los así llamados “sueños evacuativos”, no representan una elaboración simbólica, ni intentan establecer una comunicación con el analista. Se aproximan a las alucinaciones y son vivenciados en forma concreta y amenazadora. Su narración en sesión es utilizada como un acto para seducir, impresionar o asustar al analista, al invadir su mente con imágenes que describen situaciones explosivas; o con animales, objetos bizarros y/o acciones de violenta intrusión. Estos sueños manifiestan un intento de descarga de contenidos psíquicos intolerables, depositándolos en la mente del analista; desempeñarían una mera función de desalojo de la angustia, anticipando intensas conductas de acting out no verbal, o bien coincidiendo con somatizaciones graves. En síntesis, no cumplen con su función de contención, memorización y transformación de los estímulos e impresiones del mundo externo para hacerlos comunicables a sí mismo y a los otros. Sin embargo, W. Bion (1962) sostiene que el trabajo del sueño no sólo puede emplearse para controlar y expulsar vivencias, sino además para transformar los estímulos y la realidad a fin de almacenarlos en la memoria oniroide,6 permitiendo que sean accesibles para establecer relaciones y para la evocación (Miramón y Vinocur Fischbein, 2008). Seguidores de sus ideas, han trabajado especialmente el concepto de “un

6. La memoria oniroide hace referencia a una memoria abierta, no saturada.

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espacio del sueño” identificado como una estructura intrapsíquica y el desarrollo del pensamiento (Kahn, 1962).7 Desde otra vertiente, coincide Sami-Ali (1976) en ligar el soñar con la capacidad de crear un espacio mental específico. Afirma que los sueños son el núcleo de lo imaginario subjetivo del humano, debiéndose pensar tanto en el plano de la significación simbólica como en el del funcionamiento psicosomático. En una corriente de continuidad con la metapsicología freudiana, Fain y David (1963) remarcan que en los pacientes con trastornos psicosomáticos, la actividad onírica y fantasmática puede faltar o encontrarse alterada. Tal carencia o falla es paralela al predominio de un tipo de pensamiento operatorio (Marty y De M’Uzan, 1983).8 Sus sueños “crudos” involucran un investimiento pulsional, pero no les atribuyen una función evacuativa, sino mostrativa, casi fotográfica “del inconsciente, tanto originario como reprimido del durmiente” (Marty, 1984). Estos autores suscriben la necesidad de profundizar en el rol del sueño como indicador de la anulación progresiva de los traumas internos y externos, igualmente en su función de protección del dormir, dando así preferencia al régimen y a la forma de las producciones oníricas por sobre el contenido de éstas. Podemos concluir que según las corrientes actuales dedicadas a las patologías severas: 1) El proceso clínico con pacientes no neuróticos evidencia que la analogía entre la situación del soñar y la situación analítica clásica ya es difícilmente sostenible. 2) La falla en la capacidad de diferenciar apropiadamente entre los sucesos de la realidad externa e interna, entre la realidad fáctica y el soñar; entre lo concreto y lo simbólico, muestra que el soñar se torna de mayor importancia que el contenido del sueño mismo. La función de los sueños está menos centrada en dar expresión al deseo inconsciente (Freud, 1900) que en representar el estado del perturbado mundo interno (Meltzer, 1984). 3) La parquedad de asociaciones que habitualmente acompañan a los sueños no permite proceder técnicamente del mismo modo que con los pacientes neuróticos.

7. Este autor sostiene que el espacio del sueño constituye una estructura intrapsíquica específica en la que se actualiza cierto tipo de experiencias de un orden diferente al del sueño como una creación mental simbólica. 8. Se trata de un tipo de pensamiento que duplica las cosas y/ o la acción.

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Rescatando la función comunicativa: texto y deconstrucción

Un cambio técnico, ineludible con los pacientes no neuróticos, nos requiere una revisión del valor del contenido manifiesto y de su narrativa. La cuestión del texto de los sueños y el lenguaje fue tratada por Freud en varios escritos. Cito: “El fraseo elegido es en sí mismo parte de lo representado en el sueño”9 (Freud, 1900, pág. 455). Años después, afirma: “[…] Puede señalarse así que las interpretaciones del psicoanálisis son ante todo traducciones de un modo de expresión que nos resulta ajeno, a un modo que nos es familiar” (Freud, 1913, págs. 176-178). Comparando los medios figurativos del sueño a un sistema de escritura, Freud agrega: “Si este modo de concebir la figuración onírica no ha hallado todavía un mayor desarrollo, es debido a la comprensible circunstancia de que el psicoanalista no posee aquellos puntos de vista y conocimientos con los cuales un lingüista abordaría un tema como el del sueño. […] El lenguaje de los sueños puede considerarse como el método por el que la actividad mental inconsciente se expresa. Pero el inconsciente habla más de un dialecto” (Freud, 1913, pág. 177).10 Estas citas subrayan el hecho de que aun sin contar con la semiología saussureana, ni con la semiótica de Peirce, Freud era plenamente consciente de la complejidad de las relaciones entre el sujeto y los sistemas significantes, así como del hecho de que lo que el lenguaje permite expresar a un sujeto puede encontrarse distante de lo que ese sujeto inconscientemente desea, siente y piensa. Resulta casi obvio señalar que prácticamente todo nuestro conocimiento sobre los sueños ha sido mediatizado a través del lenguaje, y cada vez que escuchamos o leemos el relato de un sueño, esta narración es en sí misma un acto de traducción intersemiótica; es decir, se produce una transferencia de significado de un lenguaje a otro. P. Mahony (1987, pág. 115) postula que los análisis textuales cuidadosos son “maneras promisorias de explorar la formación de símbolos […] el análisis completo de un sueño debe tratar todos los elementos de su especificidad, incluyendo los formales: su naturaleza polisémica llegando hasta el nivel de los prefijos, sufijos y preposiciones; su gramática y su uso revelador de los pronombres, nombres propios y títulos […] el lugar y función del detalle en la narrativa”.

9. “This description was unintelligible even to myself; but I have followed the fundamental rule of reporting a dream in the words which occurred to me as I was writing it down. The wording chosen is itself a part of what is represented by the dream” (Freud, 1900, pág. 455, n. 4). 10. En los textos en inglés de Peirce, me corresponde la traducción y el énfasis.

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Retomando la cuestión de la índole evacuativa de algunos sueños, es posible afirmar que, aunque rudimentariamente, los sueños “evacuativos” han cursado sucesivas transformaciones: los pensamientos oníricos han devenido imágenes visuales. Éstas han sido luego traducidas/transformadas en una expresión verbal, conformando así el contenido manifiesto, que finalmente se vierte en una narración en la situación analítica. Estos procesos implican sucesivas elecciones de diferentes modalidades de expresión que acarrean algún grado de simbolización y coherencia. Aunque acordemos que su narración en el contexto analítico marca su realización como un acto,11 se trata de un acto de habla que tiene un valor simultáneamente locutivo, ilocutivo y perlocutivo (Austin, 1962; Searle, 1969). Se instaura como acto locutivo en el momento de su narración, como acto ilocutivo en tanto comprendamos globalmente al sueño como una intención comunicativa portadora de un sentido, y no simplemente como acción de descarga, aun antes de prestar atención a sus elementos componentes. Finalmente, se instaura como acto perlocutivo, en tanto desarrollemos nuestra disponibilidad de responder a su enunciación y eventuales asociaciones con un trabajo interpretativo (Vinocur-Fischbein, 2003, 2005a).

Sueños y semiosis

Mi hipótesis, fundada sobre la teoría de los sueños y del campo dinámico bipersonal (Baranger y Baranger, 1962),12 es que los sueños relatados en sesión constituyen signos comunicativos, dables de transformarse en una matriz simbólica que genera procesos de semiosis psíquica. Son mensajes polisémicos con un valor intrínseco, no totalmente dependiente del diálogo analítico.13 Las herramientas semióticas nos permiten conceptualizar más acabadamente la relación intersubjetiva en el campo dinámico. La postulación acerca del origen dialógico del significado y la comunicación en el contexto clínico admite una articulación no sólo con la concepción triádica y dinámica del signo según Peirce, sino que, específicamente, es

11. Un acting out para algunos autores (Segal, 1981, 1997; Grinberg, 1967). 12. En un trabajo anterior he desarrollado ampliamente las ideas de W. y M. Baranger respecto del campo dinámico bipersonal y justificado la actualización de dicha noción remplazándola por la de intersubjetivo (Vinocur-Fischbein, 2005a). 13 Queda implícito que el sujeto con el que trabajamos clínicamente es esencialmente un sujeto hablante; y que el sueño tratado en la vida cotidiana, el ofrecido por el dispositivo neuro-fisiológico y el recreado en la sesión analítica, sólo comparten una relación de homonimia.

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compatible con su teoría de semiosis infinita, que integra significado y comunicación en una experiencia simultánea. En la compleja concepción semiótica de Charles Peirce, el signo es una representación que tiene la capacidad de crear una relación triádica entre un objeto de representación, un signo-vehículo existente específico, o representamen, y un interpretante, un pensamiento a través del cual el representamen y su objeto adquieren significado.14 El signo es ante todo una categoría mental, una idea por medio de la cual se evoca un objeto con el fin de aprehender el mundo o establecer una comunicación. Esta concepción triádica del signo tiene su origen en las categorías universales que estructuran la experiencia: primeridad, segundidad y terceridad, categorías que Peirce postula acerca de los tres modos de ser de todo tipo de fenómeno (fanerón).15 Peirce también diferencia los posibles modos de ser que el signo en sí mismo (representamen), el objeto del signo y el interpretante puedan tener.16 La primeridad (representamen), sea real o imaginaria, es el modo de ser de lo que es tal como es, sin referencia a ninguna otra cosa. La segundidad (objeto) es el campo de los “hechos en bruto” que surgen de una relación. Es la categoría de lo real, que se opone a la primeridad y a la terceridad –que conciernen a lo posible–. La terceridad es la categoría crucial del elemento mental (interpretante), es el campo de la ley general, de la regularidad en la experiencia. La noción de que una ley general no sólo influye en todos los acontecimientos pasados de algún tipo, sino también en todos los acontecimientos que pudieran tener lugar (Parker, 1998), nos permite vincu-

14. Según Peirce: “Un signo o representamen es algo que representa algo para alguien en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, es decir crea en la mente de esa persona un signo equivalente o, quizá aun, más desarrollado. A este signo creado, yo lo llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su Objeto. Representa este objeto no en todos sus aspectos, pero con referencia a una idea que he llamado a veces el Fundamento del representamen” (Peirce, 1987, págs. 244-245). 15. Por fanerón entiende “la totalidad de lo que está presente en la mente, del modo o en el sentido que sea, corresponda a algo real o no” (CP 1, pág. 284). El objetivo de la Faneroscopía, o estudio del faneron; es describir los rasgos presentes en todos los fenómenos, basándose sobre un cuidadoso escrutinio de fenómenos particulares. Debe advertirse también que al elegir la palabra Faneroscopía (Gr. Scopeein, ver), en lugar de Fenomenología, Peirce dio prominencia a los elementos visuales de la experiencia en detrimento del -logos (del Gr. habla, razón). 16. “Los signos son divisibles según tres tricotomías; primero, según que el signo en sí mismo sea una mera cualidad, un existente real, o una ley general; segundo, conforme a que la relación del signo con su objeto consista en que el signo tenga algún rasgo en sí mismo, o en alguna relación existencial con ese objeto, o en una relación con un interpretante; tercero, según su Interpretante lo represente como un signo de posibilidad, como un signo de hecho, o como un signo de razón” (CP 2, pág. 243). (Mi traducción.).

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larla con el concepto de resignificación retroactiva como una modalidad del funcionamiento mental (Freud, 1895 [1950], pág. 352). Otro concepto esencial a la presente conceptualización de los sueños es el de semiosis, definida por Peirce como “una acción, o influencia que sea, o involucre, una cooperación de tres sujetos: un signo, su objeto y su interpretante, esta influencia tri-relativa que en ningún caso puede resolverse en una acción entre parejas” (Peirce, CP 5, pág. 484).17 Además, al tener en cuenta la semiosis, Peirce distingue dos tipos de objeto en el fenómeno semiótico: el objeto inmediato (interno a la semiosis) y el dinámico (la cosa real); y tres interpretantes: el inmediato, el dinámico y el final. El interpretante puede además dividirse en emocional, energético o lógico.18 Estas nociones contribuyen a la tesis en favor de la existencia de una semiosis psíquica, dado que el interpretante emocional produce un sentimiento; el energético, un esfuerzo mental o muscular; y el lógico, además de generar sentimiento y acción, es un pensamiento interpretante que consiste en conjeturas lógicas e imaginativas, compuestas de elementos tanto ideativos como figurativos (Vinocur-Fischbein, 2005a). Puede objetarse que no hay en los escritos de Peirce un sujeto personalizado, debido a que la noción de interpretante es a la vez una norma social y un hábito colectivo; es sólo una otra clase de signos, diferenciable de los otros en tanto que está más íntimamente involucrado en la mente de un sujeto –el intérprete–.19 Sin embargo, es posible pensar al interpretante en el contexto de una semiosis psíquica, ya que la idea no está ajena en algunos de sus escritos. En 1908, Peirce escribe: “Denomino Interpretante del signo a la determinación de la mente del Intérprete” (1976, pág. 886).

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R



O

Inmediato



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R

I

O

Dinámico

   I

Inmediato Dinámico Final (Emocional - Energético - Lógico)

Ya sea que se enfaticen las propiedades semánticas del signo, que vinculan significante, significado y referente, o que se acentúen las propiedades pragmáticas del signo, enlazando la relación signo-objeto con los efectos interpretativos y contextuales, el significado circula entre el signo, el objeto y el interpretante, no adhiriéndose a un término singular ni a la relación de sólo dos de ellos. Tampoco se detiene en este punto el flujo del significado, dado que cada acto de semiosis depende de actos interpretativos anteriores y se reitera y traduce en subsiguientes actos de significación (Moorjani, 2000).



SEMIOSIS INFINITA REPRESENTAMEN OBJETO

∆ ∆

INTERPRETANTE (REPRESENTAMEN)

17. Estos tres constituyentes de la semiosis (el representamen, el objeto y el interpretante) se combinan a su vez en tríadas, sobre la base de de las tres categorías faneroscópicas de primeridad, segundidad y terceridad. Esta combinación da lugar a nueve tipos de signos, de los cuales los más conocidos y empleados son los referidos al objeto: icono, índice, símbolo. (Los referidos al representamen se denominan cualisigno, sinsigno y legisigno; finalmente los que remiten al interpretante: rema, dicisigno y argumento. 18. Esta división corresponde a las categorías de primeridad, o sentimiento; de segundidad, o acción; y terceridad, o ley (Peirce, 1931-5b). 19. El interpretante es la expresión de una relación dialéctica entre el mundo real, codificado por relaciones institucionalizadas interiorizadas por los individuos y esos mismos individuos que las actualizan en sus determinaciones concretas (Samaja, 2003). Por esta razón, ciertos semiólogos llaman a diferenciar rigurosamente interpretante de intérprete. Pero no puede dejar de señalarse que es este último, el intérprete como sujeto singular, el necesario soporte de tal dialéctica.

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OBJETO

INTERPRETANTE

(REPRESENTAMEN) OBJETO

INTERPRETANTE (REPRESENTAMEN)

Es posible aplicar y extender la comprensión de las ideas anteriores a los hechos clínicos. El campo dinámico intersubjetivo, que involucra la combinatoria de tres niveles –el marco funcional del análisis, el diálogo

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analítico y la estructura dinámica inconsciente subyacente a ese diálogo (Baranger, 1993)– proporciona el fundamento necesario y suficiente para la producción de un proceso continuo de semiosis. Dicho campo cumple una función de terceridad contextual reguladora, en la cual las expresiones subjetivas del analizando y las interpretaciones del analista adquieren nuevos sentidos (Vinocur-Fischbein, 2005a).

Ejemplificación clínica

Los sueños desempeñaron un papel crucial en el análisis de Laura, una mujer soltera, de casi 50 años, acentuadamente retraída y sin vínculos afectivos fuera de los familiares. Su tratamiento se caracterizó por largos períodos de absoluto silencio. Severas depresiones habían determinado que fuera medicada durante largo tiempo e incluso internada en ocasiones. Consultó por su intensa adicción al tabaco, causa de problemas respiratorios, y por la intolerable angustia que le despertaba su escaso trabajo profesional. Laura ponía en escena en el campo analítico una duplicación de la opacidad de su vida gris. Constantemente imperaban el titubeo, la negación, el lamento, el llanto y las amenazas de abandono del tratamiento, especialmente cada vez que intentaba desarmar una ecuación simbólica entre el hacer y el hablar de su sexualidad, connotada por la masturbación vivida como un acto delictivo. Un tema repetido eran sus sentimientos de inutilidad y fracaso, el deseo de morir o suicidarse. Sus gestos y actos sintomáticos hicieron necesarias intervenciones inferenciales referidas a sus sensaciones y sentimientos, para evitar el languidecimiento del proceso debido a sus caídas en un mutismo pertinaz. Gradualmente fue posible reconstruir aspectos de su historia en la que sobresalieron alusiones a situaciones familiares endogámicas, accidentes y muertes; fantasías obsesivas destructivas; así como referencias a períodos de insomnio nocturno, durante los cuales salía a deambular sin rumbo fijo, en un estado de casi automatismo. Algunos sueños, anodinos al comienzo, devinieron cada vez más significativos de una incipiente reflexión de Laura sobre su propio funcionamiento. Éstos brindaron la oportunidad de establecer ligaduras entre pasado y presente, e instauraron una continuidad en el trabajo mental de ambas. Fue este proceso el que generó la hipótesis de considerarlos como signos comunicativos. Singularmente, su relato transmitía escenas y elementos bizarros reiterativos20 que contrastaban elocuentemente con las escasas o nulas 20. Elementos tales como escaleras, rejas, caída de cuerpos al vacío, animales que

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asociaciones y recuerdos posteriores. Unos pocos sueños, anteriores a los que se transcriben a continuación, habían develado a través del análisis episodios de juegos sexuales adolescentes con un hermano, así como sombríos secretos familiares, de los cuales ella era la depositaria.21 Los siguientes pertenecen a una fase intermedia en su tratamiento: Tuve un sueño muy extraño anoche. Soñé que me habían invitado a una reunión unos amigos de mi hermana. Primero llegaba a un lugar que era como una habitación donde dejaba un bolso. Me quitaba los zapatos y me ponía un par de zuecos. De ahí tenía que caminar varios kilómetros hasta llegar al lugar de la reunión. Tenía que tomar un tren y tenía que atravesar más escaleras de hierro que estaban suspendidas para ir a la estación. Era muy extraño eso. Eran varias escaleras movibles y no sé… cuando llegaba el último escalón de una y tenía que empalmarse a otra, y había tramos que eran horizontales. Subir las escaleras con esos zuecos era como estar permanentemente tratando de evitar una caída. Entre escalón y escalón estaba el vacío, el poder resbalar y caer… estar siempre buscando un equilibrio y el peligro de caer… Y después de subir y bajar varias escaleras encontraba que había llegado al lugar que era la reunión. Era un balcón dividido en varios cuartos… entré y no había nadie… cuando llegué estaban en otro… escuchando o haciendo música. Me quedé esperando. Había una puerta cerrada. Al rato sale mi hermana y otra gente. Mi hermana me dice cómo había venido sin zapatos, le digo que voy a buscarlos pero que tengo miedo de atravesar todo eso de nuevo. Me preguntó si quería que me acompañara alguien porque sentía miedo de caerme y le dije que no, que iba a ir sola de todas formas. No sé qué pasaba después.

Las parcas asociaciones a este sueño no se conectaron con sí misma y remitieron a lo extraño de la construcción de las escaleras, suspendidas y divididas en diferentes tramos; una estructura que no se sabía adónde conducía y que le recordó un sueño anterior de una casa sostenida por pilares. Ambas estructuras podían caer y, sin embargo, sorprendentemente se sostenían. Aclaró que el tren no aparecía en el sueño. Pensé que la imposibilidad de subir las escaleras con zuecos (un resto diurno) y el peligro de caer encerraban no sólo el simbolismo sexual del

atacan salvajemente, presencia exclusiva de padres y hermanos (vs. notoria ausencia de otros personajes de su realidad externa). Fonagy (2000) señala que los elementos bizarros en los sueños de los pacientes borderline explican la ausencia de elaboración mentalizadora, ellos contienen el residuo de un muy temprano modo de auto-reflexión, que responde a la fase del desarrollo en la que los estados mentales no pueden representarse aún y predomina en ellos una cualidad más concreta que simbólica. 21. Los relatos de estos sueños ocupan una posición intermedia en una serie de ocho y fueron narrados entre el tercero y quinto año de su análisis, realizado en diván, con una frecuencia de cuatro veces semanales.

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coito, sino el fantasma de la psicosis que siempre la rondaba. Interpreté sus sentimientos de aislamiento expresados en el rechazo a ser acompañada en su viaje por una vida de acechantes peligros relacionados con una fantasía de exclusión de una escena primaria frente a la cual se paralizaba. (Hubo otra imagen disruptiva que su relato despertó en mí –no comunicada en ese momento–, ligada a la película Matador22). Creo que sí se relaciona con lo sexual […] muchas veces me surgió la idea de que el hecho de mantener una relación sexual o de sentir algo es como que me llevaría ahí, donde está el punto de desintegración, una pérdida total de control […] como que lo peligroso estaría en sentir, en sentir placer por algo, conseguir algo que quiero.

Laura se comparó con una momia rígida a la que es necesario quitarle la mortaja para descubrir quién es. Surgió su temor a descubrir con quién podría encontrarse y una fantasía de desintegración, ser algo despedazado sostenido no más que por la mortaja. ¿No serían el despedazamiento y la desintegración un baluarte frente al tema de la sexualidad? Agregó: “No sé… una pregunta que me surge sobre este temor es que si realmente percibo que puedo llegar a enloquecer o que utilizo esto para dejar todo como está.” Pocas sesiones después del anterior trajo otro sueño: Es un sueño muy corto, muy nítido como si lo estuviera viviendo. Últimamente parece que mi hermana está en todos mis sueños. Estábamos juntas, no sé si era un bosque, un lugar así, muy amplio, teníamos que ir a buscar algo y teníamos que subir una escalera de piedra con escalones muy altos. De un lado estaba la pared y del otro el vacío y recuerdo que le decía que venía un tigre. Lo sentía que se acercaba. Ella iba delante y le decía que se apurara. En un momento sentía que el tigre estaba detrás de mí y que se abalanzaba sobre mí y me agarraba del brazo y caía al vacío por el costado de la escalera. Me sentía muy tranquila. Me despedía de ella de una forma muy natural. Ahí me desperté.

Espontáneamente agregó: La escalera aparecía en el medio, tampoco sé dónde iba. Teníamos que ir a buscar algo pero no sé qué era… Lo que pensé es que es que iba a morir destrozada por el tigre. Después pensé que es una de las formas que… […] A pesar de que sabía que iba a morir no estaba angustiada, sino que era como

22. En este filme de Almodóvar, la heroína, una abogada, cita a hombres desconocidos, mantiene relaciones sexuales con ellos y los mata con su peinetón en el clímax sexual. La escena final la muestra con un último amante, un torero desahuciado, con quien han preparado una escena teatral para mantener su primera y última relación. Ambos hacen el amor y se asesinan mutuamente.

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algo natural. A pesar de haber pensado muchas veces en la muerte, nunca se me ocurrió pensar morir en esa forma… es que no sé si veía al tigre, sé que estaba… como que me sujetó el brazo y me tiró… caíamos al vacío pero no… no recuerdo más.

Era muy probable que transferencialmente yo fuera como su hermana menor, quien iba por delante en su vida, pero no la ayudaba a salvarse. La escalera evocó en mí nuevamente imágenes de la película de Almodóvar. Al aludir a la película, negó conocerla; pero, en una sesión posterior, espontáneamente reveló que había ido a verla y que la impactó sobremanera. Fue posible entonces relacionar lo visto en la pantalla con sus escondidas fantasías masoquistas que la inmovilizaban por el temor de que hablarlas significara ponerlas en práctica. Dijo entonces: Sí, era como haber visto fantasías mías representadas, como haber visto en imágenes pensamientos míos, sobre todo los que tengo sobre la muerte… es como que la muerte sería el momento de máximo placer o mayor goce… no sé… lo que me pregunto es si estoy esperando ese momento… y como dijo… no me permito sentirme bien con las pequeñas cosas, esperando siempre lo máximo…

Examinaré los sueños y asociaciones anteriores básicamente en relación con el concepto de semiosis psíquica factible de generar significación y comunicación.23 Se trata esencialmente de un proceso de desplazamientos continuos, dado que un signo es “Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al cual ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su vez en signo, y así sucesivamente, ad infinitud” (Peirce, CP 2, pág. 303). La noción de que el signo interpretante no es un duplicado del signo original, porque puede modificar o agregar significación a la información transmitida por aquél, corrobora la posibilidad de articular el proceso de semiosis infinita con la resignificación retroactiva. Pondré entre paréntesis el hecho de que las imágenes de ascenso y caída,24 así como la de estar inmovilizada, podrían ser analizadas al modo de los sueños típicos, que no requieren asociaciones para su interpretación. Parto del supuesto de que las formas de simbolización y los diversos modos de uso onírico de los símbolos, no son arbitrarios sino

23. Por exigencias respecto de la extensión del trabajo, no se incluye un análisis lingüístico pragmático del texto de sus sueños que daría cuenta de su uso idiosincrásico de las formas verbales, paráfrasis, negaciones, comparaciones, léxico, pausas, etc. 24. Los sueños de caídas, especialmente en las mujeres, describen el temor a rendirse a una tentación erótica (Freud, 1900, págs. 355, 395).

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que están determinados por circunstancias históricas subjetivas ligadas al entorno social del soñante (Baranger, 1962). La idea de que es dicho entorno el que establece un código para interpretarlos es análoga al concepto de Peirce de interpretante lógico o último de un signo. En este proceso se pueden exponer una serie de tricotomías, comenzando a un nivel más general y continuando hacia otros más específicos. En realidad, el nivel inicial presupone un punto de partida ficticio, en tanto que refleja el resultado de procesos de semiosis previos y cada uno de sus componentes implica un proceso de semiosis en sí mismo. En consecuencia, cada uno de los siguientes componentes triádicos puede concebirse como un signo complejo.25 Algunos de los fenómenos abajo descriptos no son necesariamente consecutivos, sino que ocurren simultáneamente (en la mente del paciente y/o en la del analista) y se expresan en el setting. (I) 1) Los fenómenos mentales tanto en la mente del paciente como en la del analista (Objeto 1). 2) El diálogo analítico como su expresión en signos verbales (Representamen 1). 3) La estructura dinámica inconsciente que subyace a dicho diálogo (Interpretante 1). (II) 1) La existencia de una fantasía inconsciente específica a esta pareja analítica (la fuente de las manifestaciones transferenciales y contratransferenciales) (Objeto 2). 2) La expresión verbalizada de la transferencia del paciente (Representamen 2). 3) La emergencia de los sentimientos/pensamientos contratransferenciales del analista (Interpretante 2).

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2) Su articulación para producir el contenido latente de un sueño (Representamen 3). 3) El contenido manifiesto organizado y traducido como una potencial narrativa verbal (Interpretante 3). Se plantea abajo, a los fines del análisis, el artificio de un corte sincrónico correspondiente a las sesiones en que los sueños fueron narrados: (IV) 1) La emergencia de un sueño específico soñado por el paciente (Objeto 4 –“Sueño de las escaleras”). 2) La producción en la sesión de la narración del “sueño de las escaleras” y las asociaciones concomitantes (Representamen 4). 3) Las interpretaciones del analista (Interpretante 4 –El rechazo transferencial de L., su sentimientos de exclusión y aislamiento). (V) 1) La aparición de otros pensamientos e imágenes preconscientes/ conscientes asociados con el sueño (Objeto 5 –Las imágenes y asociaciones con Matador, en la analista –La imagen de la momia amortajada en la paciente). 2) La expresión verbalizada de sus fantasías de “desintegración” (Representamen 5). 3) Los pensamientos interpretativos producidos por la paciente misma y/o por la analista (Interpretante 5 –Su reflexión interrogativa sobre si era una percepción real o una utilización defensiva para no enfrentar los riesgos de una sexualidad activa).

(III) 1) La existencia de los pensamientos oníricos como un fenómeno mental inconsciente en la mente del paciente (Objeto 3).

(VI) 1) La emergencia de un nuevo sueño, una asociación, un recuerdo, o cualquier otro material significativo en la mente del paciente y/o el analista (Objeto 6 –“El sueño del tigre” –Nueva evocación de escenas del filme). 2) El despliegue verbal y/o no verbal (expresiones faciales, lenguaje corporal, sonidos, etc.) de este material (Representamen 6 –Su relato del sueño, la expresión de sus sentimientos de sorpresa y angustia,26 su iniciativa de ver la película). 3) La interpretación producida por el analista (y/o el paciente) (Interpretante 6 –La vinculación ostensiva de la película con sus fan-

25. En última instancia, recordemos que cualquier signo involucra alguna combinación de representamen, objeto, e interpretante.

26. A diferencia de otras veces en que la angustia era transmitida por el llanto, taparse los ojos, morderse los labios o retorcer sus manos.

Los puntos (I) y (II) sintetizarían la diacronía dinámica que involucra las vicisitudes del inicio y desarrollo del proceso analítico, derivando luego en:

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tasías masoquistas –Su reflexión acerca de la muerte y lo que no se permitía experimentar).

Conclusiones

Las formulaciones anteriores intentan sostener específicamente no sólo la hipótesis de los sueños como signos comunicativos, sino además su valor como una matriz simbólica. Las impresiones sensoriales y las imágenes (cualisignos e iconos), así como los sentimientos (los interpretantes emocionales) son componentes de la primeridad. Se organizan en una escena representacional interna, íntimamente relacionada con los pensamientos oníricos. Así, a través de la incorporación del trabajo psíquico, se logra la segundidad; o sea, el interpretante energético, siendo el resultado sinsignos e índices. Cuando un sueño (como objeto) se traduce a un código verbal (representamen), y es comunicado a un “intérprete”, la terceridad se logra por medio del interpretante lógico o final; el cual, como se ha dicho anteriormente, no sólo genera sentimiento y acción, sino que es además un pensamiento interpretante (argumento), compuesto por elementos ideativos e imágenes. De este modo, el campo dinámico intersubjetivo puede caracterizarse no sólo como el terreno contextual compartido, esencial a una experiencia de continuidad, sino como una terceridad que regula los intercambios entre la inmediatez de las experiencias inconscientes/preconscientes (primeridad) y los impactos recíprocos que ocurren en las relaciones diádicas (segundidad). Al conjugar las dimensiones semánticas y pragmáticas de la significación, este enfoque resulta compatible con la construcción de significación como un proceso de continuidad entre el funcionamiento psíquico y los significados compartidos.

Resumen

El presente trabajo se propone delimitar ciertas inesperadas convergencias y previsibles divergencias concernientes a la conceptualización de los sueños, y su empleo como herramienta investigativa, específicamente en la clínica de los pacientes no neuróticos. Incluye una breve revisión de distintas líneas de pensamiento respecto de las vicisitudes de los sueños en la evolución del psicoanálisis: desde su concepción inicial a su utilización para examinar los aspectos relacionales y transferenciales en el proceso psicoanalítico. Se discute la idea de la existencia de sueños cuya función sería sólo evacuativa, contrastándola con la de su potencial valor comunicativo. Finalmente se formula un enfoque interdisciplinario, de orden semiótico–pragmático respecto de la función de los sueños y su posterior utili-

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zación clínico-técnica en el contexto del campo dinámico intersubjetivo. Esta propuesta, fundamentada en la hipótesis de que los sueños relatados en sesión constituyen signos comunicativos, sostiene su trascendencia como matriz simbólica que genera procesos de semiosis psíquica, a través de la articulación del pensamiento psicoanalítico con ideas derivadas de la semiótica analítica de Charles S. Peirce. Se introduce simultáneamente un material clínico ilustrativo de las ideas expuestas. DESCRIPTORES: SUEÑO / COMUNICACIÓN / SOÑAR / CAMPO / SIGNO

THE

USE OF DREAMS IN CLINICAL CONTEXT.

Summary CONVERGENCES AND DIVERGENCIES. AN INTERDISCIPLINARY PROPOSAL

This paper aims to define certain unexpected convergences and foreseeable divergences about the conceptualization of dreams and their use as a research tool, specifically in clinical practice with non-neurotic patients. The paper includes a concise review of different lines of thought on the vicissitudes of dreams throughout the history of psychoanalysis: from dreams’ initial conception up to their use to examine transference and relational aspects in the context of a psychoanalytic process. The idea of the existence of dreams with just an evacuative function is discussed and compared with that of their potential communicative value. Lastly, an interdisciplinary pragmatic-semiotic approach dealing with the function of dreams is set forth, as well as its further clinical and technical use in the context of an intersubjective dynamic field. Based on the hypothesis that dreams retold in the session are communicative signs, this proposal argues their significance as a symbolic matrix that generates a process of psychic semiosis. To achieve this, the proposal combines psychoanalytic thinking with ideas coming from Charles S. Peirce analytic semiotics. Clinical material is included to illustrate this viewpoint. KEYWORDS: DREAM / COMMUNICATION / DREAMING / FIELD / SIGN

O

USO DOS SONHOS NO CONTEXTO CLÍNICO.

Resumo CONVERGÊNCIAS E DIVERGÊNCIAS. UMA PROPOSTA INTERDISCIPLINAR

Este trabalho se propõe a delimitar certas inesperadas convergências e divergências previsíveis concernentes à conceitualização dos sonhos, e sua utilização como ferramenta investigadora, especificamente no tratamento dos pacientes não-neuróticos. Inclui uma breve revisão de diferentes linhas de pensamento a respeito das vicissitudes dos sonhos na evolução da psicanálise: da sua concepção inicial até

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a sua utilização para examinar os aspectos relacionais e transferenciais no processo psicanalítico. Discute-se a idéia da existência de sonhos cuja função seria só evacuativa, contrastando-a com a de seu potencial valor comunicativo. Finalmente, formula-se um enfoque interdisciplinar, de ordem semióticapragmático, no que diz respeito à função dos sonhos e sua posterior utilização clínico-técnica no contexto do campo dinâmico intersubjetivo. Esta proposta, fundamentada na hipótese de que os sonhos relatados na sessão constituem signos comunicativos, mantém a sua transcendência como matriz simbólica que gera processos da semiose psíquica, através da articulação do pensamento psicanalítico com idéias derivadas da semiótica analítica de Charles S. Peirce. Acompanha material clínico ilustrativo sobre as idéias expostas. PALAVRAS-CHAVE: SONHO / COMUNICAÇÃO / SONHAR / CAMPO / SIGNO

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EL USO DE LOS SUEÑOS EN EL CONTEXRO CLÍNICO [...]

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Psychoanalysis, 2005, 86, págs. 1329-51. (También publicado en L’Annata Psicoanalitica Internazionale”, 3, Roma, Borla, 2007, págs. 191-212.) — (2005b): “Psychoanalysis and Linguistics: Is Dialogue Possible?”, en Sergio Lewkowicz y Silvia Flechner (eds.), Truth, Reality and the Psychoanalyst: Latin American Contributions to Psychoanalysis, Londres, Emma Piccioli General Editor, International Psychoanalysis Library, págs. 97-124. — (2007): “A Plea for interdisciplinary conceptual and clinical research into dream narratives”. (A ser publicado en “In Frühe Entwicklung und ihre Störungen. Klinische, konzeptuelle und empirische Forschung”, Marianne Leuzinger-Bohleber, Jorge Canestri, Mary Target (Hrsg), 2009. Waldhorn, H. (1971): “Dreams, technique, and insight”, I. Marcus (ed.), Currents in Psychoanalysis, Nueva York, Int. Univ. Press.

(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

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Del acontecimiento psíquico al amor y la sexualidad *Néstor Alberto Barbon

“[…] la boca encuentra el pecho, encuentra y traga un primer sorbo del mundo.” Piera Aulagnier (1975)

A modo de introducción

La estructuración del aparato psíquico es coextensa con la construcción de la psicosexualidad, concepción ésta que nos legara el genio creador de Freud y que fuera luego tomada en consideración y desarrollada por distintos autores posfreudianos. En este sentido, consideramos que las vicisitudes de los vínculos tempranos, cuyos resultados se verán reflejados en la estructuración del psiquismo, habrán de determinar un comportamiento sexual acorde con dicha estructura y dinámica, como así también la posibilidad o no de acceder a esa incomparable posibilidad de amar. Mal puede un cuerpo deficientemente libidinizado participar de una sexualidad placentera; mal puede un yo defectuosamente constituido participar de una historia de amor.

En los inicios

Los dos procesos mencionados tendrán como punto de partida el encuentro infans-madre que sigue inmediatamente al advenimiento del primero a la vida extrauterina, con su particular estado de desvalimien-

* Dirección: Juncal 2351, 5º “A”, (C1125ABE) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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to (Hilflosigkeit) y esa “angustia primordial” que lo caracteriza y a la que Freud (1926) denominó “angustia automática”. Anticipémonos a lo que desarrollaremos más adelante recordando que, para el adulto, dicho estado de desvalimiento es el prototipo de una situación traumática (Laplanche y Pontalis, 1967). Todo niño ha de experimentar en el inicio “[…] una ‘x’ que en el a posteriori del discurso se designa como sufrimiento” (Aulagnier, 1975). Ahora bien, ese estado primordial en el niño exige –a los fines de poder llevar a cabo la “acción específica”– una “asistencia ajena” (Freud, 1895) capaz de satisfacer las dos demandas vitales propias de ese momento: aporte de alimento y aporte libidinal, permitiéndole así el pasaje del estado de necesidad al de deseo. Es pertinente señalar que el asistente ajeno operará como representante del medio al que adviene el infans, con lo que éste se encontrará también con un discurso y con quien lo habla. Freud (1926) nos recuerda que el objeto-madre psíquico sustituye a la madre fetal biológica. Si el objeto primario opera adecuadamente, vale decir en términos de una “madre corriente dedicada” (Winnicott, 19311956), ofrecerá al infans la oportunidad de crear un estado de encuentro y con ello habilitará el “estado de existente” (Aulagnier, 1975) con la consecuente “puesta en vida” del aparato psíquico. El encuentro del niño con el pecho marca el nacimiento a la vida psíquica y el punto de partida en la construcción de la psicosexualidad. Freud (1917a) al respecto dice: El mamar del pecho materno pasa a ser el punto de partida de toda la vida sexual, el modelo inalcanzado de toda satisfacción sexual posterior […] Incluye el pecho materno como primer objeto de la pulsión sexual; no puedo darles una idea de la importancia de este primer objeto para todo hallazgo posterior de objeto, ni de los profundos efectos que, en sus mudanzas y sustituciones, sigue ejerciendo sobre los más distantes ámbitos de nuestra vida anímica.

Winnicott (1954) nos recuerda que la naturaleza humana es una cuestión de psique y soma interrelacionados y que en la evolución el soma vino primero. En efecto, es el cuerpo somático del infans, y más específicamente sus zonas sensoriales, los que habrán de ponerse en contacto con el objeto materno, siendo así informada la psique de la naturaleza del encuentro inaugural, como así también de los múltiples encuentros subsiguientes. El resultado de la unión objeto-cuerpo –placiente o sufriente– preanuncia al objeto madre. Es en el cuerpo del infans donde anida, entonces, la “madre anticipada” (Aulagnier, 1986). Serán dichas zonas sensoriales las que albergarán la ignorada expectativa de ser transformadas en zonas erógenas, pudiendo lograr así REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 161-175

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que el cuerpo sea bien advenido por la psique. Por otra parte, el contacto adecuado del objeto con el cuerpo del infans da lugar a un placer erotizado que constituye la base del “anclaje somático del amor” (Aulagnier, 1986). De ese amor en los vínculos primarios ha de surgir la posibilidad de vincularse al cuerpo de otros con amor. De lo contrario, el afecto que domine la escena será el odio (hacia sí mismo, hacia el objeto y el mundo). También será de importancia la teoría que el niño construya sobre su origen, en función de considerarse proveniente de un vínculo de amor o de odio. Recordemos también que el niño construirá una representación de su cuerpo en función de los contactos primarios con el objeto-mundo; y que la relación yo-cuerpo habrá de reproducir la que el niño tuvo con su madre. Freud (1938) señala: “La vida sexual incluye la función de la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo”. Agreguemos, a lo ya dicho, que P. Aulagnier nos ha enseñado que la psique, al representar la unión objeto-zona sensorial, se representa también a sí misma como organización viviente. Ahora bien, en aquellas situaciones en las que exista un adecuado nivel de libidinización, habrá de quedar inaugurado el campo de la representabilidad. De lo contrario, toda falla del medio psíquico ambiente, todo encuentro con un objeto que no experimente placer en sus contactos, cuyo aporte libidinal sea inadecuado (tanto en exceso como en defecto); que no sea portador de un auténtico “deseo de hijo” (Aulagnier, 1992), impedirá dicha inscripción psíquica, en tanto no serán investidas las huellas mnémicas que dan cuenta del encuentro y estaremos, en términos metapsicológicos, en el terreno de lo no representado, del más allá del proceso primario, de las cantidades no ligadas, de la vivencia de dolor, del trauma, de la compulsión de repetición, de la pulsión de muerte… del sufrimiento, en definitiva. Por ello, la madre debe poder ejercer una acción amortiguadora de la pulsión de muerte. Recordemos también que otra de las posibilidades es la de que el infans, ante lo proveniente del mundo externo e inadecuado para sí, ponga en juego el mecanismo de desmentida (Verleugnung), mecanismo que si bien es en parte estructurante, puede alcanzar ribetes patológicos, dando lugar a escisiones en el yo. Ello lleva a Aisemberg (1998) a puntualizar que “si este más allá de la representación se debe a que nunca pudo acceder a ser representable o a que actuó la desmentida o la desestima, es uno de los tantos interrogantes a plantearse”. En relación con la desestima o repudio (Verwerfung) recordemos que tanto McDougall (1989) como De M’Uzan (1994) hacen mención de dicho mecanismo como forma de explicar el campo de la irrepresentabilidad. En cuanto a la desmentida, tanto Marucco (1978a, 1978b, 1980)

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como Aisemberg (1998) hablan de la inauguración por Freud de una “tercera tópica”, en referencia a la existencia de un inconciente escindido y a la consecuente convivencia de un funcionamiento neurótico y otro no neurótico o narcisista. De la naturaleza de los encuentros originarios y en función de las experiencias de placer o sufrimiento resultantes, dependerá también la relación que se establezca entre la psique y el cuerpo. Aquella deberá acceder a la posibilidad de alojarse (lodgement) en este último, dando lugar al proceso de “personalización”; cuestión que, como señala Winnicott (1954), es “[…] un logro que de ningún modo les toca en suerte a todos!”. Es pertinente recordar también que Freud (1923) habrá de señalar que el yo es “sobre todo una esencia-cuerpo” y que en la madre hay expectativas respecto del mismo aun antes del nacimiento, creando un “yo anticipado [que] lleva consigo la imagen del niño que todavía no está, imagen fiel a las ilusiones narcisistas de la madre […]” (Aulagnier, 1986). Esta “sombra hablada” habrá de tener que ser proyectada luego sobre el cuerpo real del infans, y el “yo anticipado” será sometido a un proceso de cesión al niño para que él pueda llevar a cabo exitosamente su propio “proyecto identificatorio” (Aulagnier, 1975). El nacimiento es punto de partida de una historia, libidinal e identificatoria; y el cuerpo, placiente o sufriente, ha de cumplir un papel decisivo en la historia que el niño construirá acerca del devenir de ese cuerpo y de sí mismo (Barbon, 2004).

Transitando la clínica

Me parece importante hacer referencia, ante todo, a que Miguel, un joven paciente de 35 años –al serme derivado– dejó dos mensajes en el contestador telefónico, mediando escaso tiempo entre uno y otro. Lo llamé y se mostró francamente molesto porque no había podido comunicarse conmigo en su primer llamado (¿necesidad de satisfacción inmediata?, ¿cuántas y qué frustraciones habrá recibido?, ¿urgente reclamo de una figura paterna?). Pero me gustaría consignar además que tanto los dos mensajes, como la reacción del paciente al hablar con él, generaron en mí una sensación contratransferencial de profundo malestar; lo que también me ayudó a pensar en los malestares que sentiría el paciente al tener que enfrentarse a determinados vínculos, especialmente a aquellos que no le deparaban una satisfacción… en lo posible, inmediata. Quiero aclarar que desde la primera entrevista se puso de manifiesto, en nuestros encuentros, una permanente demanda de su parte REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 161-175

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(“Podrías cambiar las sillas, ¿no?; no son demasiado cómodas”; “¿Me podrías traer un poco de agua?”; “Tendría que haber unos caramelos para que uno coma mientras está aquí”; “¿Podés abrir la ventana?”; “¿Y si bajás un poco la persiana?”; “¿Acá no se sirve café?”), expresiones éstas del predominio en él de un estado de necesidad más que de deseo. Miguel cambia de horario o de día de sesión permanentemente, facilitado ello porque vive en una localidad de la Provincia de Buenos Aires distante unos 150 km de la Capital; hace cosas que me mueven a estar muy atento a él. Así, pone los pies sobre la silla; toma la otra silla, levantándola de manera tal que quede apoyada sólo en una pata, haciéndola girar; hace pelotitas con papelitos que tiene en las manos, los que van rompiéndose y cayendo al piso; da vuelta la silla sentándose “a caballo”... Es cierto, me lleva a que esté muy atento a él. Y, a su vez, él busca detectar qué ocurre en este nuevo encuentro paciente/analista. Cuál es la reacción del objeto frente a sus acciones. Miguel está animado por un movimiento constante, que no lo deja ni quedarse quieto ni tampoco pensar. Parece haber en él una permanente necesidad de descarga; y… también, sí, ¡el moverme a mí a pensar! A pensar por él; a hacer lo que para él es una gran dificultad; a los fines de ayudarlo a poder acceder a su propio trabajo de pensamiento. Algo típico en Miguel es su forma de tocar el timbre: al del portero eléctrico parece “quedarse pegado” y al del departamento lo pulsa repetidamente, y dado que el mismo suena al apretar y al soltar, genera una especie de “enloquecimiento” en el timbre y en mí. Pegoteamiento y locura; dos cuestiones que no dejo de resaltar. Y además intrusión, ¡claro! ¡Si es lo que yo experimento! Esto me genera también, contratransferencialmente, en muchas oportunidades, sentimientos de rechazo, de intenso malestar, ganas de sacármelo de encima, que son reemplazados luego por un deseo de poder ayudarlo a que mejore su situación, seguramente plena de sufrimientos; deseo que él se sabe ganar. El paciente –como ya he señalado– tiene 35 años de edad; es alto, de contextura robusta, aunque parece –sin embargo– un niño, dados su comportamiento y su decir. Utiliza un lenguaje muy simple, con escaso simbolismo, y muchas veces me veo esforzado a tener que utilizar con él términos sencillos, movido quizás por el deseo de que me entienda claramente. Por otra parte, en repetidas ocasiones, recurre al “¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡¿Me podés repetir lo que me dijiste?!”. En la primera entrevista, Miguel dice: “Tengo fobias... no me dejan moverme libremente... me tienen cansado... no puedo hacer lo que quiero”. Y agrega: “Yo era antes un tipo feliz y ahora... no sé... me agarró esto...”.

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Miguel entonces dice: “Un día salí en auto y faltaban 10 o 15 km para llegar a mi casa y me dio una sensación de adormecimiento en las piernas, falta de aire y transpiración. Tuve que pararme en una estación de servicio. No quería decir qué me pasaba. Cuando se me pasó un poco, me apuré y llegué. Le tomé miedo a la ruta. Después evitaba la noche. No me animaba a venir a Bs. As. A veces venía solo, pero siguiendo a un colectivo. Trato de ir siempre acompañado por alguien en el auto. El otro no sabe, pero yo sé que así no me va a pasar nada”. Freud (1895 [1894]), con relación al “ataque de angustia”, dice: “Un ataque tal puede consistir en el sentimiento de angustia solo, sin ninguna representación asociada, o bien mezclarse con la interpretación más espontánea, como la aniquilación de la vida, ‘caer fulminado por un síncope’, la amenaza de volverse loco, […]”. También expresa Miguel: “Le tengo miedo a la oscuridad y también tengo claustrofobia. No puedo subir a ascensores cerrados”. Sólo accede a ello en caso de poder hacerlo con otra persona; su temor es el de que se detenga y pueda pasarle algo, al estar solo. Aclaro también que otro de sus grandes temores es el de que se produzca, mientras va manejando, un atascamiento en el tránsito y “que no haya ningún lugar hacia donde escapar”. “Cuando yo era chico me encerraban en un cuartito oscuro en penitencia. Y me dejaban ahí… Me llevaban la comida y muchas veces tenía que dormir ahí… ¡¡¡solo!!!” También le tengo miedo a la muerte.” Hay en Miguel una conjunción de agorafobia-claustrofobia, lo que nos conduce a recordar que la primera es incluida por Freud (1895) dentro de los síntomas de la neurosis de angustia y que respecto de la última, afirma (1917b) que aparece comúnmente asociada a la anterior y que es una cuestión en la que el sujeto “[…] se comporta como un niño pequeño” (1917c); tal vez experimentando un sentimiento de desamparo que revelaría la posible reinvestidura de “huellas traumáticas” (Barbon, 2005). Ello, emparentado a otras cuestiones a las que nos referiremos más adelante, llevarían a hacernos pensar en una angustia más arcaica que la de castración, tal como la descripta por Green (1972-1986) en los casos de pacientes fronterizos y a la que él denomina “angustia de separación-intrusión”. Incluida dentro de las neurosis actuales, esa angustia sería atribuible a aumentos de tensión somática que no sufren tramitación psíquica. El paciente pone además de manifiesto su dificultad para moverse libremente, para ser dueño de sí; para poder escapar de lo que lo apresa. Es también muy clara su necesidad de la presencia concreta de un otro para poder andar por el mundo, pero de un otro que debe poder reunir ciertas particularidades, todas ellas distintas de las de los objetos priREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 161-175

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marios. Así, un día, Miguel llegó a sesión y comenzó su discurso contándome que había venido a Buenos Aires acompañado por su perro; agregando: “Es bárbaro… es lo que necesito… porque mi perro ¡¡me mira y no me habla!!”. La imposibilidad de Miguel de viajar solo en la ruta por temor a que le ocurra algo y no encontrar quién lo socorra, queda íntimamente emparentada con el sentimiento de desamparo, de abandono, de falta de ayuda o favor, que no son más que expresiones que, como ya hemos señalado, nos remiten al desvalimiento del yo, que es lo que caracteriza a la situación traumática. Miguel es hijo único de un matrimonio muy mal avenido. “Nunca se llevaron”, dice. Subrayo el “nunca se llevaron” porque me parece muy distinto a “nunca se llevaron bien”. “Siempre discutían y se agredían, hasta que se separaron”; cuando él tenía 16 años. Durante un tiempo prolongado no vio al padre; quien vivía en un hotel. Al año siguiente la madre se fue a España y se casó con un venezolano, quien murió dos años después, oportunidad en que ella regresa a la Argentina. El padre de Miguel reapareció luego y se reinició el contacto entre ambos. De todas maneras ese vínculo fue siempre desafectivizado. “Nunca tuve diálogo con mis padres... me llevaba un poquito mejor con mi madre... nunca fui amigo”, refiere Miguel. El padre muere a causa de un cáncer de próstata tres años después de la separación; vale decir, cuando el paciente tenía 19 años; coincidiendo con el regreso de la madre. Miguel refiere haber tenido en esa oportunidad lo que él denomina un “ataque de pánico”. El vínculo con la madre fue siempre muy conflictivo. En un comienzo, Miguel evitó hablar de ella; pero luego fue atreviéndose a hacerlo, con toda clase de agravios e insultos; acusándola de que no lo quiere; de que nunca lo quiso; y de que no respetó ni respeta lo que él dice o piensa. Afirma: “Ella quiere que haga siempre lo que ella dice... no me escucha... sólo habla ella, y siempre para decirme qué es lo que tengo que hacer... me tiene podrido… ¡¡¡es una hija de puta!!!, señalándole que tal vez sí pudo haber sido hija de una madre con dificultades para comunicarse con ella. La abuela materna murió poco antes de su nacimiento, por lo que al producirse el mismo su madre estaba en pleno duelo. Miguel agrega: “Mi vieja es una depresión caminando… ¡estuvo deprimida desde siempre!” Cabe recordar el efecto negativo que tiene la vivencia depresiva de la madre en los primeros contactos con el niño, en tanto es causante de desamparo psíquico. Aulagnier (1986) recuerda que “[…] la depresión materna es casi una constante entre los factores traumáticos”. Cuenta también que su madre toma bastante alcohol y que es muy desordenada: “Uno, por ejemplo, va a la casa y encuentra toda la mesa

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llena de jarritos; o lee el diario y lo deja todo desarmado... uno lo va a leer y las páginas no siguen una secuencia... a veces están todas las hojas desparramadas por el suelo”. Una muy clara descripción del perfil materno. Incursionemos en los terrenos de la sexualidad y el amor de este paciente. A partir de un determinado momento del tratamiento pudo empezar a confiarme abiertamente todo lo relacionado con su vida amorosa. Yo sentía que era puesto en el lugar de un padre en el que podía confiar; un analista/padre que podía compartir con él aspectos muy íntimos de su vida. Entendí también que se estaba dando lugar a un encuentro con características distintas del primario, pudiendo poner en juego mi capital pulsional a fin de poder ofertarle una suerte de manto libidinal, un “continente” que permitiera luego atender a sus contenidos; contenidos precarios en su mayoría y que correspondían a un tiempo coagulado, signado por la repetición. Miguel hizo referencia a que nunca había estado enamorado y a que no sabía cómo era querer a alguien. Contó también que tenía vínculos –siempre transitorios– con muchas mujeres, pero que nunca había sentido amor por ninguna. Las mujeres parecen ser para él desplazamientos de la figura materna, intentando poner distancia con la misma intensidad que la fuerza que lo atrae hacia ellas. Con una de sus parejas transitorias Miguel tuvo un hijo, el que ahora tiene 9 años, pero a quien sólo vio una vez, cuando tenía pocos meses de vida. Dice: “No sé... no lo veo... a veces pienso que tendría que verlo, pero no me dan ganas... Yo no quiero a nadie... no sé qué es el amor, ¿cómo es amar a alguien? Yo estoy con una mujer... ¡pero que sé yo! Me acuesto con ella y después... no me dan ganas de estar con ella... yo quiero estar libre”. Es evidente que después de producirse la descarga de cantidades, no hay un resto, un algo que relacione a su yo con el objeto, dado que no existe la posibilidad de establecer un vínculo amoroso. Y Miguel agrega: “¡¡Yo soy un peligro con el sexo!! Soy un enfermo del sexo... ¡¡es una obsesión!! Por poco soy psicópata... Puede pasar una mina y yo estar yendo para un lado y de repente me voy para el otro... para mirarla”. Le señalo entonces que parece desviar su camino en algunas oportunidades. Responde: “Soy una basura... ¡¡anormal!! Quisiera nacer de nuevo, con una familia más normal, una madre más normal; una niñez más normal y una adolescencia más normal. Empezaría todo de nuevo. Lo que no cambiaría es mi pasión por el campo; todo lo demás lo cambiaría”. Aclaremos que si bien el campo es de la madre de Miguel, el mismo era trabajado por el padre, siendo el paciente entonces un continuador de las tareas paternas. Tal vez sea ésta la única forma de presentificar a REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 161-175

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su padre, a un padre mediador que de otra manera parece no haber existido. Es cierto también que, al tomar el lugar del padre, Miguel está también más cerca de la madre. Es por ello que agrega: “Quisiera deshacerme de mi madre, pero con el asunto del campo voy a seguir teniendo relaciones con ella”. En una sesión, Miguel dice: “Yo no me casé. Tengo una novia; una mujer separada, con 5 hijos (mujer-madre; pienso). La conocí hace 10 años. Tiene 6 años más que yo... Era la mujer de un amigo mío”. Quiero aclarar que más adelante el paciente habrá de decir que en realidad era la mujer de un primo; primo al que nunca más vio. Este vínculo le ha costado, entre otras cosas, grandes discusiones y peleas con la madre. ¿Qué lugar ocupará –para Miguel– el hombre frente a la mujer? ¿Qué será una mujer para Miguel? Y en este sentido es de especial importancia detenernos un poco pensando en el vínculo entre Miguel y Andrea, el que se inicia luego de la separación de Andrea del primo hermano de Miguel, lo que ocasiona la ruptura del vínculo entre los primos. En este triángulo desaparece (desaparece = muere para Miguel, porque no lo ve más) la pareja de la mujer; y hay un tercero (hijo) que se queda con ella. La relación Miguel-Andrea podría pensarse como un vínculo con características incestuosas. Lo que prima en ese vínculo es la agresión, permanente. Además, su pareja es, como su madre, especialmente intrusiva. En estos casos, la agresión entre ellos es también física. “Ella se enoja conmigo y me dice de todo y me grita delante de la gente, en medio de la calle... ‘cornudo; basura; sos una porquería a quien la madre no quiso, porque tu vieja también es una basura, una vieja de mierda y vos sos tan mierda como ella...’ .” Le pregunté en esa oportunidad si él sabía que había otras formas de ser tratado… que había tratos cariñosos… afectuosos… en los que había amor y no odio. Miguel dice: “Yo salgo con mujeres que me quieren y me tratan bien, pero duran poco... además ¡¡mirá si las tengo que llevar en el auto y después no sé por dónde volver... o es un lugar muy desconocido para mí!! Terapeuta: El lugar que me parece que es muy desconocido para vos es el de ser bien tratado... ¿No será que vos no encontrás ese lugar, y que en tu vínculo con Andrea sólo te enfrentás, en forma repetida, al maltrato? ¿No será que habrá que crear un nuevo tiempo, distinto al pasado? Miguel: Me gustaría que me lo repitieras... ¿Ves? A veces me pasa que me voy de aquí y quisiera acordarme de las cosas que me decís y no sé que me pasa... me olvido... y me gustaría acordarme.

En varias oportunidades, Miguel ha llegado a su sesión, se ha sentado y, con una mirada suplicante, me ha dicho: “Hoy no estoy bien, no sé qué me pasa... No quiero hablar yo, necesito que me hables; por favor, ¡¡de-

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cime algo!!”, como probable expresión del vacío que siente y que –imperiosamente– necesita ser llenado de palabras, para no seguir desfalleciendo. Un día, Miguel concurre a su sesión, toca el portero eléctrico y, cuando contesto, él no responde. Me contesta el encargado del edificio diciéndome que “el señor que tocó el timbre me pidió que le cuidara unas cosas que traía en la mano y salió corriendo”. Quince minutos después, Miguel volvió a tocar el timbre; subió y me contó que Andrea le había arrancado todos los documentos y unos papeles, se había metido en el auto y había salido disparando y que él la había corrido hasta un semáforo y los había recuperado. En este paciente tienen lugar acciones que llevan la marca de lo traumático; de la existencia y perdurabilidad de acontecimientos disruptivos generadores de huellas traumáticas, que encuentran expresión en su vida cotidiana; lo que podría atribuirse al “congelamiento de la situación de fracaso” del medio ambiente (Winnicott, 1931-1956), lo que operaría como punto de fijación. Él está ligado a esta mujer, tanto como a su madre, porque si pierde eso –aunque malo–, se queda sin nada. En su discurso siempre está presente su necesidad de poder dejarla(s), pero parece estar inexorablemente ligado a ella(s). En una oportunidad –seguramente como parte del pacto de agresión y padecimiento que los une–, Andrea le dijo súbitamente que no lo quería ver más, porque estaba saliendo con otro hombre. Miguel vivió momentos de gran angustia; me llamaba por teléfono casi diariamente; parecía no poder soportar tanto sufrimiento. Encaró a quien él catalogaba como el responsable y lo agarró a golpes. Paulatinamente pudimos ir trabajando sobre lo que estaba pasando ante la separación de Andrea. Pudo ir entendiendo, lo que le permitió mitigar su angustia. Se lo veía más tranquilo y en sus sesiones empezaban a tener lugar otras cuestiones distintas de las habituales. Fue en esta época que Miguel alquiló un departamento para alojarse en él cuando viajaba a Buenos Aires, en lugar de hacerlo en casa de la madre. Como ya hemos señalado, el paciente se ve movido a llevar a cabo una actividad sexual muy intensa. El modelo de sexualidad que lo caracteriza da cuenta claramente de su estructura y dinámica psíquicas: múltiples encuentros sexuales al estilo de una pura descarga, para –en todos los casos– huir lo antes posible sin que se establezca vínculo amoroso alguno. Lleva a cabo una actividad sexual que parece transitar por el terreno de la necesidad y no por el del deseo; podríamos decir que se trata de una satisfacción instintiva y no pulsional, en la que el paciente se ve movido a la descarga (cortocircuito) de contenidos no reprimidos. Su REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 161-175

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funcionamiento psíquico parece estar impregnado por el modelo del acto, al que se suele sumar el de las somatizaciones: calambres; desgarros; lesiones cutáneas (algunas, como vino a descubrirse más tarde, autoprovocadas, ¿autosensorialidad?); diarreas a repetición; epigastralgia; y, en aquellas situaciones generadoras de aumento de tensión: intensos mareos, dolor precordial, “sensación de que el cuerpo está separado de mi cabeza”; “sensación de que floto y no puedo pisar bien”; “sensación de que no me entra el aire”, etc. Miguel también ha referido llevar a cabo una muy intensa actividad masturbatoria, expresando: “A veces me sorprendo de las veces por día que lo tengo que hacer… pero no lo puedo dominar… hay algo interno que me lo pide… ¡como una fuerza! Ante la pregunta de qué ideas acompañan su autoestimulación, Miguel expresa: “Ninguna; no pienso en nada… lo hago solamente… ¡y a veces es todo rapidísimo!”. Asimismo, Miguel ha referido perder su erección en muchos de sus encuentros sexuales. Trata de no llegar a lo coital, pero cuando esto se hace “inevitable”, se asusta mucho porque empieza a sentirse mal. “Yo trato de dar vueltas y evitar la penetración… ¡¡soy un experto en juegos eróticos!!… ¡me he tenido que especializar!” (se sonríe). Más allá de la posible puesta en juego de la angustia de castración, es factible que esto muestre también la presencia de una angustia más arcaica; de atrapamiento en ese otro cuerpo; de “engolfamiento” (McDougall, 1987); de ser fagocitado, absorbido, devorado… hasta de perder la existencia; temores a los que paulatinamente pudo ir poniéndoles nombre, y así nominar “lo sabido no pensado” (Bollas, 1987). Sus episodios de impotencia nos remiten también a comunicaciones de Amati Mehler (1991), quien hace referencia a aquellos sujetos en los que, al no ser tolerada la experiencia fusional regresiva unida a la genitalidad, la manifestación más clara es la impotencia. Es también interesante consignar que en los casos en que Miguel logra conservar su erección, dispone de otro recurso frente a los mismos temores: la eyaculación precoz. La creatividad del analista; la posibilidad de implementar una flexibilidad en el encuadre, conservando su encuadre interno; el análisis de la transferencia; el uso adecuado de la contratransferencia; el trabajo de figurabilidad (Botella, 2001); las construcciones; son todos ellos ingredientes esenciales en el manejo clínico de estos pacientes. Hoy, Miguel ha podido distanciarse de Andrea y refiere estar “más apaciguado con el sexo”. Se lo ve más distendido, menos ansioso, menos irritable, menos inquieto y algo más pensante. Respecto de su madre, puede evitar responder tan fielmente a sus demandas y operar más de acuerdo con lo que él piensa y desea.

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Hace poco, Miguel se sorprendió al descubrir que está empezando a recorrer mayores distancias solo, en su auto; aunque, a la vez, teme que alguien lo detenga en la ruta y quiera robárselo. Estas cuestiones parecen indicar, por un lado, que posiblemente haya logrado acrecentar su caudal representacional al poder otorgarle algún sentido a los acontecimientos de su vida cotidiana, apartándose del terreno del exceso de cantidades, a consecuencia de una mayor libidinización (“confirmación narcisista” (Aisemberg, 1988). Y, por otro lado, Miguel parece no sentirse dueño de sus propios logros aún. En una de sus últimas sesiones, Miguel me habló de sus deseos de reconocer a su hijo, y seguramente ha de haber podido conectarse con sus emociones y sus afectos, en tanto percibí yo una intensa emoción. “Yo estoy bien, aunque todavía tengo miedo”, dice Miguel. Tal vez aquello a lo que teme (¿temor al derrumbe?; Winnicott, 1963) sea algo ya conocido… porque ya le pasó. Nos veríamos inclinados a pensar en que el paciente podría ser incluido dentro de la categoría winnicottiana (1963) de los bebés que han sido significativamente “dejados caer” y que “llevan consigo la experiencia de la angustia impensable o arcaica”. Aunque, de todas maneras, hoy parece estar abocado a “pensar la esperanza” (Aulagnier, 1984) y, así, abierto a una expectativa de logros. Resumen

La estructuración del aparato psíquico es coextensa con la construcción de la psicosexualidad. Las vicisitudes de los vínculos tempranos, cuyos resultados se verán reflejados en la estructuración del psiquismo, habrán de determinar un comportamiento sexual acorde con dicha estructura y dinámica, como así también la posibilidad o no de acceder a esa incomparable posibilidad de amar. Del amor en los vínculos primarios y de la adecuada libidinización habrán de surgir tanto la posibilidad de disponer de un cuerpo erógeno, como así también la de vincularse a otros con amor. De lo contrario, el afecto que domine la escena será el odio (hacia sí mismo, hacia el objeto y el mundo) y el comportamiento sexual será prueba de ello. Toda falla del medio psíquico ambiente conlleva la posibilidad de generar alteraciones en el campo de la representabilidad. Todo encuentro con un objeto que no experimente placer en sus contactos, cuyo aporte libidinal sea inadecuado, que no sea portador de un auténtico “deseo de hijo”, impedirá dicha inscripción psíquica, en tanto no serán investidas las huellas mnémicas que dan cuenta del encuentro y estaremos, en términos metapsicológicos, en el terreno de lo no representado, del más allá del proceso primario, de las cantidades no ligadas, de la vivencia de dolor, del trauma, de la compulsión de repetición, de la pulsión de muerte… del sufrimiento, en definitiva.

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Transitamos el terreno de la clínica a través de la presentación de un paciente en quien las vicisitudes de los vínculos tempranos se ven reflejadas en sus actitudes; en los acontecimientos de su vida cotidiana; como así también en las particularidades de su comportamiento sexual y en su imposibilidad de establecer vínculos amorosos. La creatividad del analista, la posibilidad de implementar una flexibilidad en el encuadre, el análisis de la transferencia, el uso adecuado de la contratransferencia, el trabajo de figurabilidad, las construcciones, son todos ellos ingredientes esenciales en el manejo clínico de estos pacientes. DESCRIPTORES: APARATO PSÍQUICO / PSICOSEXUALIDAD / DESAMPARO / RELACIÓN MADRE-BEBÉ / CUERPO / LIBIDO

Summary FROM THE

PSYCHIC EVENT TO LOVE AND SEXUALITY

Structuring of the psychic apparatus is co-extensive with psychosexuality. The vicissitudes of early relationships, whose results are reflected in the structuring of the psyche, determine sexual behavior in accord with this structure and dynamic, as well as the possibility (or impossibility) to access this incomparable capacity to love. Both the chance to possess an erotogenic body and to relate to others lovingly grows out of love in primary relationships and adequate libidinization. If not, the affect dominating the scene is hate (towards oneself, the object and the world) and sexual behavior will give proof of it. Any failure of the psychic environment may generate alterations in the field of representability. Any encounter with an object that does not derive pleasure from this contact or whose libidinal contribution is inadequate, who does not have an authentic “desire for a child”, prevents this psychic inscription, since the memory traces of this encounter are not cathected; therefore we are, in metapsychological terms, left in the terrain of the unrepresented, beyond primary process, with unbound quantities, the experience of pain, trauma, repetition compulsion, death drive… suffering, ultimately. We move through the field of clinical work with the presentation of a patient in whom vicissitudes of early relationships are reflected in his attitudes and in events of his everyday life, as well as in the details of his sexual behavior and an impossibility to establish loving relationships. The analyst’s creativity, the prospect of implementing flexibility in the setting, analysis of transference, adequate use of countertransference, work with figurability and constructions are all essential ingredients in the clinical handling of these patients. KEYWORDS: PSYCHIC APPARATUS / TIONSHIP / BODY / LIBIDO

PSYCHOSEXUALITY/ HELPLESSNESS

/

MOTHER-BABY RELA-

NÉSTOR ALBERTO BARBON

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Resumo DO

ACONTECIMENTO PSÍQUICO PARA O AMOR E A SEXUALIDADE

A estruturação do aparato psíquico é coextensiva com a construção da psicosexualidade. As vicissitudes dos vínculos precoces, cujos resultados se verão refletidos na estruturação do psiquismo, determinarão um comportamento sexual acorde com dita estrutura e dinâmica, como também a possibilidade, ou não, de aceder a essa incomparável possibilidade de amar. Do amor nos vínculos primários e da adequada libidinização surgirá tanto a possibilidade de dispor de um corpo erógeno como também a de vincular-se com os outros com amor. Caso contrário, o afeto que dominará a cena será o ódio (de si mesmo, do objeto e do mundo) e o comportamento sexual será prova disso. Toda falha do meio psíquico ambiente coadjuva a possibilidade de gerar alterações no campo da representabilidade. Todo o encontro com um objeto que não experimente prazer nos seus contatos; cujo aporte libidinal seja inadequado; que não seja portador de um autêntico “desejo de filho”; impedirá dita inscrição psíquica, por isso não serão investidas as marcas mnêmicas que dão conta do encontro e estaremos, em termos metapsicológicos, no terreno do nãorepresentado, do que vai além do processo primário, das quantidades não-ligadas, da vivência da dor, do trauma, da compulsão de repetição, da pulsão de morte… do sofrimento, em definitiva. Percorremos o terreno da clínica através da apresentação de um paciente no qual as vicissitudes dos vínculos precoces se vêem refletidas nas suas atitudes; nos acontecimentos de sua vida cotidiana; como também nas particularidades de seu comportamento sexual e na sua impossibilidade de estabelecer vínculos amorosos. A criatividade do analista; a possibilidade de implementar uma flexibilidade no enquadramento; a análise da transferência; o uso adequado da contratransferência; o trabalho de figurabilidade; as construções; são todos ingredientes essenciais no manejo clínico destes pacientes. PALAVRAS-CHAVE: APARATO CORPO / LIBIDO

PSÍQUICO

/ PSICOSEXUALIDADE / DESAMPARO / RELAÇÃO MÃE-BEBÊ /

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

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*El enactment como concepto clínico convergente de teorías divergentes **Claudia Lucía Borensztejn

Introducción

Desde hace tiempo, el concepto de enactment es un visitante cada vez más asiduo de los textos psicoanalíticos de diferentes orientaciones teóricas. Traducido por algunos como “puesta en acto” y, por otros, como “puesta en escena”, el enactment es mencionado en los trabajos actuales de intersubjetivistas (Ogden, Renik), kleinianos (Britton, Feldman, Steiner) y freudianos contemporáneos de Londres (Sandler y Fonagy), según la clasificación de Hinshelwood (1999). En traducciones y escritos en español se lee también enactar o reenactar.1 En esta presentación usaré el término “enactment” de modo tal que abarque todas ellas. Fue Joseph Sandler (1976) quien, considerando el concepto de identificación proyectiva (IP) como elemento significativo de la contratransferencia (CT), desarrolló la noción de enactment de la transferencia, y llamó respuesta de rol, o actualización de rol, a la correspondiente respuesta contratransferencial.2

* Agradezco a mi amigo y colega el doctor Gabriel Sapisochin de la Asociación Psicoanalítica de Madrid, quien dirigió mi atención hacia este concepto y generosamente puso a mi disposición su investigación personal realizada en 2003 y antes de ser publicada en 2007. ** Dirección: Uruguay 1061, 2º “43”, (C1015ACA) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] 1. El término también se ha traducido como enactuación (Benjamín, 2007). 2. Role responsiveness, o role actualization, respectivamente.

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La cercanía del pensamiento de Sandler con las percepciones kleinianas ha llevado a que, en los últimos años, autores de la actual escuela inglesa de psicoanálisis adopten el término de enactment, siendo Betty Joseph la primera en reconocer la coincidencia entre sus observaciones clínicas acerca del uso de la IP y el concepto de enactment, difundiendo de este modo su utilización. En el ámbito clínico, las convergencias son posibles; la utilización del concepto de enactment produce el acercamiento entre kleinianos, teóricos de las relaciones de objeto no kleinianos, freudianos contemporáneos de Londres, así como también con los intersubjetivistas. Las nociones acerca del enactment son también objeto de controversias, entre las más recordadas están las que mantuvieron Jacobs (1992b, 1993) y Green (1993) en el Congreso Internacional realizado en Ámsterdam en 1993, con relación a la cuestión del papel que desempeña en la clínica la participación de la mente, las ideas, y la persona del analista. Hay una divisoria de aguas entre analistas respecto al uso del concepto de contratrasferencia (CT), y el enactment parece ser la actualización y continuación de esta anterior y no caducada polémica.3 En este trabajo considero los orígenes del término, sus equivalencias en la escuela argentina de psicoanálisis, su utilidad clínico-técnica y los alcances de su uso conceptual.

Origen del concepto

Como idea preliminar que transmite el espíritu de esta comunicación, citaré la frase de una paciente que me resultó inspiradora. Una joven se quejaba acerca de las peleas con su padre en ocasión de organizar su festejo de cumpleaños: “Es muy simple –me decía– le falta el concepto de informalidad”. Lo que mi paciente dijo se puede aplicar a algunos conceptos psicoanalíticos, que iluminan el campo que nombran, lo cual tiene consecuencias sobre la práctica clínica. La idea que sustenta este concepto puede ubicarse en el año 1976, cuando Joseph Sandler publica su artículo “Contratransferencia y respuesta de rol”. De raigambre annafreudiana, creador y pluralista, heredero de las controversias británicas y conocedor de la teoría kleiniana, Sandler se interesó por el estudio de la identificación proyectiva como forma de comunicación y expresión del vínculo objetal.

3. Para ampliar el tema de la CT véase el debate entre Daniel Widlöcher y JacquesAlain Miller, “El porvenir del psicoanálisis”, en REVISTA DE PSICOANÁLISIS (LX, 4, 2003).

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En el citado trabajo, el autor plantea que la transferencia no es sólo la percepción ilusoria de otra persona, sino que ésta también incluye los intentos inconscientes y a menudo sutiles de manipular o provocar situaciones reales con otros que son repeticiones de experiencias y relaciones tempranas. Esas manipulaciones o provocaciones ocurren en la vida cotidiana, la persona hacia la que se dirigen puede no aceptar el rol, pero si está inconscientemente predispuesto a aceptarlo, actuará de acuerdo a él. En el análisis, el paciente proyecta y externaliza aspectos de figuras de su pasado en la persona del analista, lo que incluye una percepción de los modos de reacción de este último. El enactment abarca la relación de transferencia/contratransferencia; las implica en su dinámica. De parte del paciente, la transferencia que determina el enactment son sus relaciones de objeto infantiles. Hasta aquí la repetición. Dado que no se repite sobre un grabador sino con una persona que participa, en este caso el analista, ésta es presionada para que reaccione de acuerdo con estas relaciones de objeto infantiles, pero también el paciente busca una relación real con el analista, real y verdadera, según sus propios parámetros. En 1993, Sandler propone que los límites entre las representaciones del self y de objeto no deben verse como algo que se establece concreta y definitivamente, de una vez y para siempre. Sugiere que podría pensarse en una función limitante (del self y el objeto) que tiende a aparecer y desaparecer en la medida en que se producen identificaciones y desidentificaciones en el proceso analítico, proceso en el que la neutralidad y la abstinencia como aspiraciones del método se pierden y recuperan a través del análisis de la CT. El enactment incluye el uso conceptual de la CT como base para la comprensión, lo que a su vez implica la consideración del concepto de Identificación Proyectiva (IP), como forma de comunicación de inconsciente a inconsciente. Elizabeth Bott Spillius (1992) describe tres modos de acción de la IP en la CT, siguiendo las ideas planteadas por Melanie Klein, Wilfred Bion y Betty Joseph: el modo kleiniano, que se expresa por canales del pensamiento –hacer pensar a otro algo determinado–; el modo bioninano, que se expresa a través de los sentimientos –hacer sentir a otro algo determinado–; y el modo josephiano, que se expresa en la acción –hacer actuar a otro–. Los tres modos se observan en un análisis, y es este último el que Joseph acuerda en llamar enactment, siendo, por lo tanto, una de las manifestaciones de la CT. Para Joseph Sandler hay dos pasos en la IP, lo que da la idea del movimiento que subyace al enactment: el primero es intrapsíquico, hay escisión y proyección en la fantasía inconsciente de algún aspecto de la re-

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presentación del self en la representación de objeto. El segundo paso de la IP es intersubjetivo, se proyectan aspectos del objeto interno en un objeto externo, en este caso el analista. Se relacionan los procesos intrapsíquico e intersubjetivo a través de la IP, que es la forma en que se produce la comunicación entre ambos.4 En esta modelización nos alejamos de la metáfora del analista-espejo, para acercarnos a la del analista-continente con objetos internos que enganchan o atraen a los del paciente. Betty Joseph llega al concepto de enactment desde sus propios desarrollos acerca de la IP, en los que el paciente ejerce sutiles presiones sobre el analista empujándolo a actuar de una determinada manera que se traduce en el tono de voz del analista, en su forma de interpretar e incluso en el contenido de la interpretaciones. Hay numerosos ejemplos en los trabajos reunidos en su libro Equilibrio psíquico y cambio psíquico (1989). Joseph (1999) dice que en el área de los refinamientos técnicos, donde podemos ver los progresos del psicoanálisis, Sandler hizo con el concepto de enactment un aporte fundamental.

Definición

El concepto de enactment expresa la idea de una forma de actuar dentro de la situación analítica. El paciente pone en acto sus relaciones de objeto interno primitivas a través de la transferencia de éstas sobre el analista, quien las percibe mediante la presión que se ejerce sobre su CT, involucrándose en una forma sutil de acción. El analista acepta el rol o lo rechaza, lo que da como resultado un tipo de vínculo que es un enactment conjunto de la relación entre ambos. En muchos textos actuales, el concepto de acting ha sido sustituido por el de enactment. Este último abarca de modo más acotado el actuar dentro del diálogo, de la palabra, sin incluir la acción motora de ningún integrante de la pareja analítica (Sapisochin, 2007). El hecho de contemplar de este modo el actuar como elemento de la terapia, implica un reconocimiento a la existencia de mecanismos sutiles, que no pueden

4. En la discusión de Green sobre la presentación de Jacobs, leemos: “[...] pienso que los progresos teóricos deberían alcanzar la articulación de dos puntos de vista indisociables, intrapsíquico e intersubjetivo” (1993, pág. 714).

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evitar manifestarse de esa manera, de los cuales el analista sólo toma conciencia al verse involucrado en ellos cuando formula la interpretación, con el correspondiente componente de acción que ésta ha generado. En mi modo de entender el enactment discrimino dos tiempos, en el primero se produce el enactment interpretativo y, en el segundo, la interpretación del enactment, que es una corrección o un completamiento de la interpretación en la que el analista se ha visto involucrado. No hay connotación negativa. Es algo a ser pensado. El enactment es una acción sutil que el analista percibe a posteriori de haber formulado la interpretación; el enactment interpretativo, al decir de Steiner (2006), en el cual el analista se ha escuchado a sí mismo, crítico, apaciguador, seductor o estimulante, según el rol que ha tomado involuntariamente. Algunos autores (Sapisochin, 2007) destacan el factor sorpresa del analista al escucharse a sí mismo. Puede haber una serie de interpretaciones antes de que el analista tome conciencia de este rol, lo que se logra atendiendo a la respuesta del paciente. El enactment es interpretado a posteriori, considerando el punto de vista del paciente, corrigiendo aquello que en una primera vuelta quedó incompleto, como necesariamente queda cualquier enunciación que no tome dos puntos de vista, el del paciente y el del analista, sujeto y objeto, transferencia y contratransferencia.

Conceptos coincidentes con el enactment en autores argentinos

El movimiento psicoanalítico argentino, influido en su origen por las ideas kleinianas, fue pionero en desarrollos conceptuales de la vincularidad analista-paciente. En los años cincuenta, casi 40 años antes de la formulación del enactment, en Buenos Aires, Racker (1953) describía las variedades de la CT: concordante (identificación del analista con el yo del paciente) y complementaria (identificación del analista con los objetos internos del paciente), o directa e indirecta. La CT complementaria e indirecta está próxima a las ideas del enactment. A finales de la década del cincuenta, Grinberg (1956, 1957) describió la Contraidentificación Proyectiva (CIP), que se produce como resultado de una excesiva IP del analizado, por lo que el analista se ve llevado pasivamente a desempeñar el rol que en forma activa e inconsciente el paciente forzó dentro de sí. Grinberg, como Sandler posteriormente, también hablaba de desempeñar el rol. La diferencia entre enactment y CIP es que, para Grinberg, lo que el paciente forzó dentro de él, actúa como un cuerpo extraño que produciría en diferentes analistas la misma reacción, y en el enactment cada analista reaccionaría de forma personal e idiosincrásica según sus pro-

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pias modalidades de relaciones de objeto internas que se externalizan, a su vez, sobre el paciente.5 La conceptualización más lograda como teoría clínica de lo que ocurre entre el paciente y el analista en sesión, la proponen los Baranger (1961) en su trabajo “La situación analítica como campo dinámico”, en el cual introducen la idea de campo bipersonal intersubjetivo. Este campo es descripto por los autores como atravesado por tres ejes o líneas de fuerza: 1) el encuadre, 2) el discurso manifiesto y 3) la fantasía inconsciente bipersonal, que es una fantasía de pareja que se construye en el juego de la IP de ambos integrantes de la pareja analítica. Esta fantasía bipersonal es producto de la ambigüedad del campo, concerniente a los significados emergentes y a los significados de la relación, y es esta ambigüedad la que permite el juego y la escenificación de múltiples variedades del campo analítico. El concepto de campo dinámico en la clínica puede correlacionarse con el concepto de enactment en la técnica, aun cuando no habiendo sido formulado, está presente en forma implícita en las descripciones de los autores cuando afirman que toda interpretación es una interpretación del campo. El concepto actual de enactment subsume ideas de autores como Grinberg, Racker y los Baranger, quienes han trascendido más allá de sus fronteras y, explícita o implícitamente, han impactado en la evolución del pensamiento del psicoanálisis en el mundo.

Del enactment interpretativo a la interpretación del enactment

Hubo un tiempo en que un joven paciente rechazaba sistemáticamente todo lo que yo decía. Entonces, le dije que él me cerraba todas la puertas para pensar, puesto que era un no por aquí y un no por allí; a lo cual respondió que suponía que debía ser muy frustrante para mí. Desde ya que lo era y me pareció importante reconocerlo, siendo la frustración la respuesta natural al objeto rechazante, su otra cara. Se ponía en acto un vínculo de rechazo y frustración, donde tanto uno como otro, paciente o analista, podrían ser en diferentes momentos el frustrado, el frustrante, el rechazado o el rechazante. En la interpretación del enactment se reconoce e interpreta lo que sucede en el campo, los dos polos del vínculo, más que la localización en un

5. Para Grinberg (1956) hay en el analista una forma personal de involucrarse que depende de conflictos personales no resueltos.

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sujeto o en otro del rechazo y la frustración; hay una visión binocular de los hechos. La visión de un solo vértice predomina en el primer tiempo interpretativo, en el que ocurre el enactment, cuando la interpretación se centra en la experiencia del paciente o en las fantasías del paciente acerca del analista.6 La interpretación centrada en el paciente toma como punto de partida por ejemplo, en este caso, el rechazo del paciente. Si el analista interpreta los motivos para que el paciente se muestre rechazante, el paciente podría sentirse criticado, produciéndose un enactment interpretativo. Si la interpretación está centrada en el analista, partiendo de la frustración que el paciente siente provocar en éste, el enactment interpretativo producido puede hacer sentir desesperanza al paciente acerca de que el analista sea capaz de ayudarlo. El paciente también podría sentir “que el analista interpreta para cubrir su propia situación y no tener que enfrentarla” (Steiner, 1995, pág. 244). En ambos casos de interpretaciones centradas en el analista o en el paciente, la interpretación es necesaria y previa a una toma de conciencia del enactment vincular por parte del analista. Si este segundo paso no se da, la interpretación es incompleta al no tocar la clave dinámica del rechazo/frustración, por ejemplo, en el caso mencionado. Ésta es una solución técnica para el dilema interpretativo, produciendo una comunicación no explicativa, como se ha dado en el primer tiempo del enactment interpretativo, sino descriptiva, característica del segundo tiempo de la interpretación del enactment. No se trata de que el paciente o el analista sean quienes hacen tal o cual cosa. El rechazo frustra, y puede ser que, por diferentes motivos, el paciente rechace las palabras del analista o se sienta, a la vez, rechazado por él debido a los períodos de separación entre sesiones, por ejemplo; pero también es un par que juega dentro de su mente, en sus relaciones de objeto internas y puede ser en un momento el que rechaza y en otro, quien se frustra, estando alternativamente en uno u otro lado según la situación. Más adelante pudieron descubrirse algunas configuraciones subyacentes que determinaban el enactment rechazo/frustración, ansiedades confusionales acerca de su identidad sexual, con las que presionaba al analista provocando culpa en él y temor de influencia a causa de ideas teóricas o creencias sobre la cura que éste pudiera tener, ideas que en una nueva vuelta interpretativa pudieron analizarse como aspectos que

6. Steiner (2006) las llamó interpretaciones centradas en el analista, e interpretaciones centradas en el paciente.

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circulaban en el campo, que podrían ser tanto teorías del analista o del propio paciente expresadas como fantasías de curación.

Evolución del concepto

En los años noventa, en los Estados Unidos aparecieron una cantidad de autores cuyo interés en la CT dio lugar a trabajos sobre temas relacionados con ésta, tales como los enactments, la intersubjetividad y el autoanálisis (Cassorla, 2007; Grinberg, 1957; Hinshelwood, 1999; Renik, 1997) Chused, en un trabajo de 1991, clarifica su rol tanto en análisis de niños como en el de adultos. Ella dice: A lo largo de un análisis los pacientes se comprometen en acciones simbólicas (verbales y no verbales) que generan un correspondiente impulso a la acción en el analista. En el mejor de los mundos posibles un analista es sensible a la transferencia, ya sea ésta expresada en palabras o en acciones, pero no actúa. Contiene sus impulsos, los examina y usa la información ganada para enriquecer su trabajo interpretativo. Este mundo es ideal pero no siempre lo alcanzamos. En el mundo en el que la mayoría de los analistas vivimos, los analistas reaccionamos, nos “pescamos” en esta acción, y volvemos a la situación analítica con una interpretación de lo que ha ocurrido entre el paciente y el analista que lo ha precipitado a actuar.7

Treinta años antes, los Baranger describían la interpretación analítica como una interpretación del campo, en la que el analista se rescata y rescata a su paciente de la fantasía inconsciente bipersonal transferencial/contratransferencial que los captura. La idea del rescate evoca la de restauración de un límite. La neutralidad fluctuante, perdida y recuperada que menciona Sandler. En un trabajo reciente, Steiner (2006) plantea una variedad de situaciones en las que el actuar puede ser usado en la implementación del enactment para una mejor comprensión de las relaciones del paciente, pasando por un área gris que contiene los errores técnicos y llegando hasta las violaciones del encuadre. En la discusión de este trabajo, Levenson (2006) plantea que para estas dos últimas el término de acting out es pertinente. Cassorla (2007) también propone que habría enactments obstructivos y productivos, si éstos pueden ser pensados y elaborados.8

7. Chused (1991), “The evocative power of enactments”, Journal of the American Psychoanalytic Assosiation, pág. 616 (traducción personal). 8. Al respecto es instructiva la discusión entre Steiner y Levenson (2006).

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El término “acting” (in/out) puede entonces utilizarse más específicamente en el terreno de acciones del paciente violatorias del encuadre, dentro de la sesión, y fuera de la sesión en acciones relacionadas directamente con problemas derivados del vínculo analítico. En los analistas, la denominación de acting podría reservarse para los errores técnicos involuntarios pero mayores con violaciones del encuadre, y para el abuso del poder económico sexual o intelectual sobre las transferencias de las que son responsables. Sería preferible reservar el término “enactment” para la marcha de un análisis, en el área de aquellas inevitables acciones que ocurren en el marco del método y la técnica psicoanalítica, que es donde este término encuentra su máximo rendimiento.

Utilidad del concepto de enactment

Los analistas de niños estamos familiarizados con una dosis mayor de acciones en las sesiones por la técnica del juego, lo que produce confusiones acerca de los límites de su utilización. Podría ser que, de haber tenido a disposición en su momento el concepto de enactment, se hubieran evitado largas discusiones sobre el estatuto del psicoanálisis de niños, como verdadero psicoanálisis, o como psicoterapia de orientación psicoanalítica, discusión que se extendió al compás de los progresos teóricos que permitieron el tratamiento de pacientes fronterizos y psicóticos, familias y parejas en los que el analista es requerido de modo más participativo. Faltaba una herramienta conceptual que permitiera pensar las acciones que estos tratamientos requieren. No es que no se realizaran, pues, de todos modos, estas acciones estaban presentes, con culpa por cierto, escondiéndolas y, dificultando su entrada en la corriente de pensamiento de la técnica oficial, quedando como acciones criticables y comentarios aparte. Con el concepto de enactment, el análisis de niños, adolescentes y pacientes graves, encuentra un parámetro compartido de comprensión clínica, señalando el “hecho clínico” del actuar en sesión, lo que es común en la práctica de analistas con diferentes esquemas teóricos, modelos a los que puede ser incorporado sin alterar su coherencia. Al decir de Sandler (1991) es un concepto elástico, complementario de otro concepto del mismo autor, quien propone, como actitud de la escucha analítica junto a la atención flotante, la responsividad libremente flotante. En el análisis de niños, el juego se equipara con la asociación libre del adulto. En el enactment figuramos en el discurso aspectos de “el juego de las fantasías”. El analista de niños no puede no entrar en el juego para permitirle al niño expresarse de ese modo (Borensztejn et al.,

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1995). El analista de adultos no puede “no entrar” en la fantasía inconsciente bipersonal del campo, fantasía que él mismo co-crea con su historia, personalidad, teorías y creencias. El analista no es una máquina de absoluto control que recibe experiencias, por un lado, y las interpreta, por otro lado. En todas sus reacciones e interpretaciones, el analista se muestra a sí mismo. El enactment permite pensar lo nuevo del vínculo entre paciente y analista, y las fantasías inconscientes subyacentes, fluctuantes y cambiantes en cada momento de la relación. El enactment es útil para la supervisión y el material clínico, escuchar el material de colegas con este vértice, permite entender el lugar que ocupa el analista en su trabajo, sustituyendo la crítica por una visión más descriptiva.9 En el capítulo 4 de Vida onírica se presenta el caso Matheu, y Meltzer le dice a la terapeuta: “Tiene alguna idea de por qué hizo eso? Ud. se pasa todo el tiempo haciendo cosas y nosotros tenemos, después, que tratar de entender por qué las hace”. Luego, Meltzer agrega: “[...] esto es lo que la gente intuitiva hace cuando juega con niños pequeños: inician el juego y responden a él de un modo que éste adquiere significado”, y concluye entonces suponiendo que el juego del niño dio lugar de una manera u otra a esa conducta de la terapeuta (Meltzer, 1987, pág. 61).

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pone en acto en todos sus vínculos, y constituye el núcleo del enactment T/CT (Jacobs, 1993). Entre los teóricos del enactment surgen posturas radicales, como la de Owen Renik (1993), quien propone el abandono de la neutralidad y la autorrevelación del analista.10 Desde otra perspectiva teórica, Leguil (2004) critica el abandono de la neutralidad de Renik, a la vez que defiende el “acto analítico”, es decir la atribución del analista de interrumpir la sesión. Muchos pensamos que en ese momento se debe autoanalizar la CT. El enactment, a diferencia del acto analítico, es involuntario; por este motivo sólo se observa a posteriori, con relación al norte que señala la brújula del método analítico, los parámetros de neutralidad y abstinencia del encuadre, como la inevitable desviación que, al haber ocurrido, permite ser pensada.

Lugar del enactment en la clínica

El enactment sólo se observa en relación con los parámetros del marco del método analítico que presupone la regla de abstinencia y la neutralidad del analista (Steiner, 2006). Betty Joseph nos alerta acerca del hecho de que un analista esté sospechosamente más silencioso de lo que suele estar, o “hablando demasiado” o en determinado tono quizás más alto o imperativo. Se puede detectar el enactment en el contenido de una interpretación, por ejemplo, reasegurando al paciente de alguna forma en que éste lo hubiera solicitado inconscientemente, o animándolo en caso de la percepción de tendencias depresivas en el material (Jacobs, 1993). Joseph rescata el valor del enactment de la historia. El paciente nos puede decir que tuvo un padre muy rígido, pero esto es un “hecho puro” y no podría llevar a un real cambio psíquico. Éste ocurre sólo si el paciente está posibilitado de ver la rigidez como algo con lo que él mismo “juega”, provocándola, sometiéndose a ella, negándola, etc., en un juego sadomasoquista que se

El enactment resalta en el escenario del análisis cuando el vínculo real con el analista cobra protagonismo. En otros momentos o situaciones en los que analista y paciente trabajan en sintonía, el enactment, se circunscribe a lo intrasubjetivo con los objetos internos, o a lo intersubjetivo, con otras personas del entorno del paciente. En última instancia, el enactment es la puesta en acto de vínculos, que son la base del mundo interno de cada persona, y que se exteriorizan en todas las relaciones con los otros. Para Sapisochin (2007), no todo lo que ocurre entre paciente y analista en sesión es enactment. Hay un modo empático-intuitivo de escuchar y un modo en que se implica la CT y se produce el enactment. Sapisochin plantea que ambos modos se alternan. Tiempo atrás, una paciente me contaba un insight que había tenido acerca de una conducta con los hombres que le generaba confusiones y que consistía en iniciar ella misma el acercamiento erótico. Pensó que su amigo aprovechaba su impulsividad para provocar en ella la acción, como quien lanza un boomerang. La idea que le surgía era la de haber sido manipulada, y por mi parte, acordando con su visión, me escucho ofreciendo una interpretación explicativa acerca de la conducta de seducción, la cual incluía el uso de la palabra “animal”, cuando nada en el discurso lo sugería, sino que más bien venía de algunas ideas persona-

9. Para Donald Meltzer, la supervisión es un comentario acerca de un texto (comunicación personal).

10. Esto fue investigado en nuestro medio como confesiones contratransferenciales.

El enactment en relación con la neutralidad y abstinencia analíticas

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les, que no tenía muy conscientes en ese momento. Era algo así como explicar la seducción como defensa primitiva frente a la sensación de un ataque feroz “animal”. Esta palabra dio lugar a muchas asociaciones de la paciente, entre ellas el relato de una experiencia de teatro en la que, con este amigo, habían tenido que caracterizarse e identificarse con animales. Comenté acerca de lo curioso de nuestro intercambio, que de algún modo ella habría quizás provocado en mí la idea de mencionar lo animal, que resultaba ser algo que tenía tanto sentido para ella. Y entonces su reacción, más curiosa aún... ahora que se lo decía, ella se daba cuenta de que había olvidado por completo que yo había mencionado esa palabra. Dejo aquí este ejemplo de intuición o empatía para terminar este escrito con una invitación a delimitar la extensión y especificidad que se quiera dar al concepto reseñado. Queda abierta la indagación de sus mecanismos más íntimos. En la investigación conceptual del enactment quizás encontremos aquel elemento que fomenta el desarrollo empáticointuitivo, como vínculo creativo entre paciente y analista. Dado que actualmente varios modelos teóricos suponen que en la microscopía de la mente los vínculos son el elemento constitutivo esencial, estamos urgidos por persistir en la búsqueda de concordancias clínicas y mayores precisiones, las que nos ayudarían a avanzar en los problemas del psicoanálisis como terapia, acuciado por la demanda actual de soluciones. El enactment como concepto clínico es un paso adelante en este sentido.

Resumen

1) El enactment surge como hecho clínico, en un contexto interteórico (lo usan los intersubjetivistas americanos tanto como los poskleinianos) adecuado para pensar aspectos clínicos y técnicos dentro de la teoría barangeriana del campo dinámico. 2) Ilumina las variadas formas en las que el actuar ocurre dentro de la situación analítica y lo incluye como temática corriente. 3) El enactment se refiere esencialmente al vínculo que resulta de la transferencia del paciente y la contratransferencia del analista; se sustenta en la fantasía inconsciente bipersonal que ambos co-crean en el campo y se interpreta en función de una dinámica donde sujeto y objeto pueden ser lugares intercambiables. 4) Implica a la contratransferencia pero va más allá de su reconocimiento. Cuando el analista está directamente aludido, éste debe describirse a sí mismo en la función que ocupa en relación con el paciente, la otra cara del vínculo. 5) El enactment contiene dos tiempos. En el primero se produce el enact-

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ment interpretativo y, en el segundo, la interpretación del enactment, que es una corrección o un completamiento de la interpretación en la que el analista se ha visto envuelto. No hay connotación negativa. El enactment es algo a ser pensado. 6) El análisis del enactment se da en todos los vínculos del paciente, en la transferencia con el analista, en las transferencias extraanalíticas y en lo intrasubjetivo, en la relación con sus objetos internos. 7) El concepto de enactment es el correlato clínico del concepto de relación de objeto y fantasía inconsciente en el mundo interno, así como una de las evidencias más claras de la comunicación de inconsciente a inconsciente. DESCRIPTORES: ENACTMENT / CONTRATRANSFERENCIA / COANALÍTICO / ACTUACIÓN / INTERPRETACIÓN / VÍNCULO

TRANSFERENCIA

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CAMPO PSI-

Summary ENACTMENT

AS A CONVERGENT CLINICAL CONCEPT OF DIVERGENT THEORIES

1) It emerges as a clinical fact in an inter-theoretical context (American inter-subjectivists use it as well as post-Kleinians) adequate for considering clinical and technical aspects in the Barangers' theory of the field. 2) It illuminates the varied forms of acting occurring in the analytic situation and includes it as a habitual issue. 3) Enactment refers essentially to the relation resulting from the patient's transference and the analyst's countertransference; it is based on the bi-personal unconscious fantasy co-created by both in the field and is interpreted in function of a dynamic in which the places of subject and object may be interchangeable. 4) It involves countertransference but goes beyond its recognition. When there is direct reference to the analyst, the analyst needs to describe him or herself in the function occupied in relation to the patient: the other aspect of the relation, e.g. rejection/frustration. 5) In enactment there are two moments: in the first, interpretive enactment is produced and in the second, interpretation of the enactment: correction or completion of the interpretation involving the analyst. There is no negative connotation. Enactment is something to consider. 6) Analysis of enactment takes place in all the patient's relationships: extraanalytic transference (spouse, children, bosses, and in activities such as studies, etc.). 7) The concept of enactment is the clinical correlate of the concept of object relation and unconscious fantasy in the internal world, as well as one of the clearest evidences of communication from unconscious to unconscious. KEYWORDS: ENACTMENT / COUNTERTRANSFERENCE / TRANSFERENCE / PSYCHOANALYTIC FIELD / ACTING OUT / INTERPRETATION / LINK

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Resumo O “ENACTMENT” COMO

CONCEITO CLÍNICO CONVERGENTE DE TEORIAS DIVERGENTES

1) Surge como fato clínico, em um contexto interteórico (usado pelos intersubjetivistas americanos como os “pós-kleinianos”) ideal para pensar sobre os aspectos clínicos e técnicos dentro da teoria "barangeriana" do campo. 2) Ilumina as variadas formas em que o agir ocorre dentro da situação analítica e o inclui como temática de uso corrente. 3) O enactment se refere essencialmente ao vínculo resultado da transferência do paciente e a CT do analista; se sustenta na fantasia inconsciente bipessoal que ambos concriam no campo e se interpreta em função de uma dinâmica onde sujeito e objeto podem ser lugares intercambiáveis. 4) Envolve a CT, mas vai além de seu reconhecimento. Quando o analista está diretamente aludido deve descrever-se a si mesmo na função que ocupa em relação ao paciente, a outra cara do vínculo. Exp. do rechaço/ frustração. 5) No enactment há 2 tempos: no primeiro se produz o enactment interpretativo e no segundo, a interpretação do enactment que é uma correção ou uma complementação da interpretação em que o analista se envolveu. Não há conotação negativa. O enactment é algo para ser pensado. 6) A análise do enactment se dá em todos os vínculos do paciente: a transferência extra-analítica (cônjuge, filhos, chefes, como também nas atividades, por exemplo, de estudo, etc.). 7) O conceito de enactment é o correlativo clínico do conceito de relação de objeto e fantasia inconsciente no mundo interno, assim como uma das evidências mais claras da comunicação de inconsciente a inconsciente. PALAVRAS-CHAVE: ENACTEMENT / CONTRATRANSFERÊNCIA / CANALÍTICO / ATUAÇÃO / INTERPRETAÇÃO / VÍNCULO

TRANSFERÊNCIA

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CAMPO PSI-

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

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Psicoanálisis del carácter: ¿una misión imposible...? *Norma Cattaneo

“[...] Los procesos de la formación del carácter son menos transparentes y más inasequibles al análisis que los procesos neuróticos.” Sigmund Freud

Esta afirmación plantea una doble tarea que intentaremos llevar a cabo en este trabajo: en primer término, investigar a través de los textos freudianos acerca de los procesos que transita un sujeto hasta arribar a la construcción de lo que llamamos sus “rasgos de carácter”. En una segunda etapa, observar estos “trazos” del carácter ante las vicisitudes de la cura analítica. Me detengo un instante más para reflexionar sobre el título que elegí para mi monografía. ¿Elegí... o fui elegida...? Una “misión” imposible... En el diccionario, leemos: Misión: • viaje de estudio, exploración; • apostolado, predicación; • poder que se da a un enviado para que haga alguna cosa; • deber moral que a cada hombre le impone su condición.

Se abre entonces ante mí un mundo de sentidos sobre algunas de las razones posibles por las que me dedico a la tarea de analizar. Cada uno de los conceptos sobre la palabra misión abarca aspectos de mi historia biográfica personal y singular, y la de mis ancestros. El psicoanálisis vivido y significado como “misión” revela sin duda uno de mis más genuinos rasgos de carácter.

* Dirección: J. Salguero 2565/7, 13º “B”, (C1425DEJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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Primera parte: Los procesos de la formación del carácter

El carácter es una cualidad del yo que se sustantiviza. Comenzaremos entonces por conceptualizar qué es el “yo”. I. El yo, el carácter y las identificaciones En El yo y el ello, Freud dice: “[...] Propongo llamar yo a la esencia que parte del sistema percepción y que es primero precc. y ello [...]”. Un individuo es un ello psíquico no conocido e inconciente sobre el cual como una superficie se asienta el yo desarrollado desde el sistema percepción como si fuera su núcleo. Así, como al jinete si quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda más remedio que conducirlo donde éste quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia. Sigue expresando Freud que si el yo fuera sólo la parte del ello modificada por el sistema percepción, estaríamos ante un estado de cosas simples: “[...] El yo está formado también por indentificaciones provenientes de las primeras investiduras de objeto resignadas. Éstas van a constituir lo que se llama su carácter [...]”. Al comienzo es imposible distinguir entre investidura de objeto e identificación, luego puede pensarse que las investiduras de objeto parten del ello como necesidades eróticas, el yo endeble busca al principio defenderse de ellas mediante represión. Si un objeto sexual es resignado, sobreviene una alteración del yo pues éste se erige en él, igual que en la melancolía. El yo mediante esta introyección, especie de mecanismo de regresión a la fase oral, posibilita la resignación del objeto. Esto es común en las fases tempranas y puede dar lugar, según Freud, a la siguiente concepción del carácter: “[...] El carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas. Contiene la historia de las elecciones de objeto [...]”. La persona puede adoptar estos influjos o defenderse de ellos. Esta trasposición de una elección erótica de objeto en una alteración del yo, permite al yo dominar el ello e imponerse a él como objeto de amor. “[...] Puedes amarme a mí también, soy tan parecido al objeto [...]”. La trasposición de la libido de objeto en libido narcisista conlleva una resignación de las metas sexuales, una desexualización. Más allá de la resistencia a estos influjos, los efectos de las primeras identificaciones producidas a edad temprana serán “universales y duraderas”. Según Groddeck, somos vividos por poderes ignotos ingobernables y lo que llamamos nuestro yo se comporta en la vida de manera esencialmente pasiva. Este proceso congela al psiquismo en un “para siempre” característico del inconciente atemporal. Remite al “ideal del yo” porque tras él se REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 193-208

PSICOANÁLISIS DEL CARÁCTER: ¿UNA MISIÓN IMPOSIBLE...?

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esconde la identificación primera, con el padre de la prehistoria personal, directa, no mediada, anterior a cualquier investidura de objeto. En Tótem y tabú (1912), Freud dice: “[...] En el acto de la devoración del padre se consuma la identificación con él. Cada uno se apropia de una parte de su fuerza [...]”. El desvalimiento y la dependencia inicial favorecerán estos procesos en la ontogenia. No obstante, estas identificaciones primarias son reforzadas por las que corresponden a los primeros períodos sexuales y atañen al padre y a la madre. El ello no puede experimentar ningún destino sino es a través del yo que lo conecta con el mundo exterior. Las vivencias del yo parecen al comienzo perderse para la herencia pero si se repiten con frecuencia e intensidad en muchos individuos que se siguen unos a otros generacionalmente se trasponen en vivencias del ello cuyas improntas son conservadas por herencia [...] (Freud, 1918).

El ello hereditario guarda en su interior el resto de innumerables existencias yo, y cuando extrae las fuerzas para su superyó, cuando incorpora las primeras identificaciones que constituyen su carácter no hace más que “sacar a luz” figuras yoicas más antiguas. A modo de síntesis, en este punto diremos: 1) La identificación es la ligazón afectiva más temprana con una persona. 2) La identificación primaria o incorporación oral de un objeto es anterior a la investidura de objeto, y a través de ella se configura el yo a semejanza del Otro. Esto es estructurante. 3) La identificación secundaria edípica, fruto de una elección de objeto es lo que del Otro se quiere tener. 4) En la formación del superyó intervienen ambas identificaciones. 5) Aunque el carácter se refiere siempre al yo (“Conferencia 32”), no deja de tener sus raíces superyoicas en la identificación primaria por incorporación. 6) Respecto de la clínica, la dialéctica de las identificaciones está centrada en las identificaciones secundarias. Ellas tienen movilidad. La identificación primaria no hace sustitución, es fija, se inscribe en el principio de placer, de una vez para siempre. II. El carácter y los destinos de pulsión En Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud dice: “[...] La fijación pulsional infantil está en la génesis del carácter”. En el epílogo de “Carácter y erotismo anal” (1908), refiriéndose a los destinos de pulsión y la formación del carácter, Freud afirma que “[...] los rasgos de carácter son continuaciones inalterables de las pulsiones

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originarias de la infancia, sublimaciones de ellas, o bien formaciones reactivas frente a ellas [...]”. Retomando Tres ensayos de teoría sexual, en los factores que perturban el desarrollo, Freud cita la sublimación y una “subvariedad”: la formación reactiva como desenlace o destino de una “disposición constitucional anormal”. Freud dice: “[...] A las excitaciones hiperintensas que vienen de diversas fuentes de la sexualidad se les procura drenaje en otros campos de suerte que la disposición peligrosa puede terminar incrementando la capacidad y el rendimiento psíquico [...]. [...] La persona dotada de disposición artística revelará poseer una mezcla de talento, perversión y neurosis [...]”. Respecto de la formación reactiva, Freud expresa: “[...] Lo que llamamos carácter de un hombre está constituido de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de otras destinadas a sofrenar mociones perversas reconocidas como inaplicables...”. En una nota al pie de página, Freud agrega: “[...] Se ha llegado a individualizar en ciertos rasgos de carácter componentes erógenos determinados. Por ejemplo obstinación, carácter ahorrativo y ordenado derivan del empleo del erotismo anal. La ambición es una fuerte disposición al erotismo uretral [...]. [...] Así en la disposición perversa de la infancia puede verse la fuente de una serie de nuestras virtudes en la medida que por vía de la formación reactiva se da el impulso para crearla [...]”. En tanto punto de fijación inalterable, cuasi satisfacción sustitutiva pulsional, son un baluarte indomeñable a la transferencia. Formación cicatricial, marca del deseo cumplido. Compulsión de repetición hecha carácter que sella el origen de toda filiación. “[...] Herencia del parricidio, acuñación del carácter y fijación al trauma, lo peor del padre y residuo del superyó [...]”, escribe Marta Gerez Ambertin (2007) en su libro Voces del superyó. III. El carácter, el trauma temprano, la escisión del yo, el fetichismo En Moisés y la religión monoteísta (1939) (capítulo “La analogía”), Freud cita a los traumas tempranos como constitutivos de la formación del carácter. Dice: “[...] Llamamos traumas a esas impresiones de tempranas vivencias, olvidadas luego, a las cuales atribuimos tan grande signíficatividad para la etiología de las neurosis [...]”. – Sucedieron entre los 2 y 4 años. – Cayeron bajo la amnesia infantil. – Son impresiones de naturaleza sexual o agresiva. – Daños tempranos del yo (mortificaciones narcisísticas). – Debido a las características de estas vivencias se produce una fijación al trauma y compulsión de repetición. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 193-208

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Los efectos pueden ser positivos: se puede intentar devolverle al trauma su vigencia, ser acogido dentro del yo llamado normal y, como tendencia de él, prestarle unos rasgos inmutables, justamente porque su origen real-vivencial, su fundamento histórico está olvidado. Freud da el ejemplo de un hombre que pasó su infancia en una ligazón madre hiperpotente y que luego buscará durante su vida una mujer que lo alimente y mantenga. Subraya que con esto rebasamos el problema de la neurosis y entramos en la formación del carácter. En los efectos de índole negativa “se persigue la meta contrapuesta”: no repetir ni recordar los traumas. Éstas son reacciones de defensa, evitaciones, pueden llegar a ser inhibiciones y fobias. También estas reacciones negativas prestan rasgos a la acuñación del carácter. Los síntomas, en las neurosis, como formación de compromiso reúnen ambas tendencias. Las limitaciones del yo y las alteraciones estables de carácter poseen naturaleza compulsiva. Freud las llama “un Estado dentro del Estado”. También puede pensarse en el concepto de enfermedad como intento de curación. El yo, en su compulsión de síntesis, toma las marcas del carácter y se identifica con ellas: “Yo soy así, ordenado, tímido...”. Muy difícil de ser modificado, el carácter se convierte muchas veces en bastión no negociable a la cura. Ahondando en la comprensión del trauma y su tramitación, tomaremos algunos conceptos vertidos en “Esquema del psicoanálisis” (1940). El yo combate en dos frentes: contra un mundo exterior que amenaza aniquilarlo y contra un mundo interior demasiado exigente. De los peligros del mundo interior es difícil escapar pues siempre perduran (retorno de lo reprimido) [...] (Freud, 1940).

Tramitar el trauma plantea al yo “una escisión”. Se forman dos posturas psíquicas: la que toma en cuenta la realidad objetiva, la normal, y otra que bajo el influjo de lo pulsional deshace al yo de la realidad. Las dos coexisten una junto a otra. Un ejemplo de esta elaboración son las teorías sexuales infantiles. En el fetichismo, el varón no reconoce la falta de pene en la mujer y se atiene a la convicción contraria. La desmentida tiene consecuencias, pues no se atreve a afirmar que no vio el pene y recurre a algo visto casi en forma simultánea a la percepción de los genitales femeninos. En realidad, más que de una escisión del yo puede tratarse, dice Freud, “[...] de una formación de compromiso con la ayuda de un desplazamiento [...]”. El fetiche ha servido para aplacar la angustia de castración.

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Pero agrega más adelante que en fetichistas y no fetichistas se ha observado que pueden subsistir simultáneamente la negación de la falta de pene y el reconocimiento de la misma, por lo que se puede pensar en una “escisión del yo”. La construcción de un fetiche salva al sujeto del efecto del trauma. Lo salva de la psicosis y de la perversión. La singular y personal tramitación de la castración forma parte de la condición erótica, es del sujeto en su intimidad y constituye sus rasgos de carácter. Cómo se elaboró el conocimiento de la diferencia sexual anatómica, constituirá la base de cómo se tramitarán todas las diferencias en la vida. El trámite nunca será perfecto, siempre quedará un residuo que dará lugar a “ulterioridades psíquicas”. “Ulterioridades psíquicas” inexpugnables, inaccesibles a la palabra, sorprendentes en las vicisitudes de su procesamiento hasta llegar en algunos casos extremos a “Las excepciones”. IV. Algunos tipos de carácter descubiertos en la labor psicoanalítica En 1916, en el último número de la revista Imago, se publicaron tres ensayos de Freud bajo el nombre de “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”. En el primero, “Las excepciones”, Freud nos habla de un baluarte narcisista que no ostenta la grandeza de “his majesty the baby”, sino lo contrario, la injuria, la mortificación narcisística que lo nomina como trauma. El trabajo psicoanalítico le insiste al paciente para que renuncie al placer inmediato a cambio de la promesa de una ganancia de placer mediata más segura. Avanzar desde el principio de placer al principio de realidad es aquello por lo que un hombre se diferencia de un niño. Nos relata Freud que, en la práctica clínica, el médico se encuentra con individuos que se oponen a este trabajo. Éstos dicen que han sufrido bastante y que tienen derecho a que “se los excuse de tales sufrimientos”, pues ellos son las excepciones y piensan seguir siéndolo. Estos pacientes han padecido una vivencia o un sufrimiento en su más temprana infancia y sienten de la siguiente manera: “Me es lícito ejercer la injusticia porque conmigo se la ha cometido”. Exigimos total resarcimiento por tempranas afrentas a nuestro narcisismo. Tal como Ricardo III, a quien Freud toma como ejemplo, estos individuos se atrincheran en su defecto para ostentar desde allí su poderío. Difícilmente puedan recibir algo del padre en el orden del don de amor, de allí su rebeldía al análisis. En este artículo se hace mención a las mujeres y su pretensión de ciertas prerrogativas en la vida por haber sido cercenadas en un pedazo, es decir, por haber nacido mujeres y no varones. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 193-208

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En el segundo ensayo, “Los que fracasan al triunfar”, nos encontramos con un planteo que contradice una tesis psicoanalítica. Ésta dice que “[...] Los hombres enferman de neurosis a consecuencia de la frustración de sus deseos libidinales [...]”. Sin embargo, en este escrito vemos individuos que enferman cuando se les cumple un deseo “hondamente arraigado y por mucho tiempo perseguido”. Freud va a demostrar que “la frustración interior” ha tenido efecto por sí sola. A través del trabajo analítico va a decir que “[...] son poderes de la conciencia moral los que prohíben disfrutar de lo deseado [...]”. Es obra de tendencias punitivas difíciles al análisis. Deseo y prohibición se hallan unidos. Lacan dirá que no es posible hacer circular la culpa por el camino de la deuda simbólica. Incesto y parricidio no tramitado hacen soporte a estos caracteres. Es la misma ley que prohíbe lo que legisla la satisfacción sustitutiva de deseo. Sustitución no absoluta. Freud va a remitirse a Shakespeare e Ibsen para ejemplificar estos casos. Finalmente en el tercer ensayo, “Los que delinquen por sentimiento de culpabilidad”, Freud muestra cómo la culpa avanza un paso más y mueve al crimen para obtener un castigo y el apaciguamiento que precisa. Hacer sufrir con un crimen menor para padecer su castigo es la coartada para un crimen mayor (parricidio e incesto). Freud no universaliza este “tipo de carácter” ya que hay situaciones en que el acto delictivo conduce por otros goces. Identificación primaria al padre por incorporación, trauma temprano y superyó tienen correlación con los tipos de carácter. En las Conferencias, en 1932, Freud dirá: “[...] El superyó del niño no se edifica sobre el modelo de sus progenitores sino sobre el superyó de ellos [...]. [...] El superyó conserva el carácter del padre y la facultad de oponerse al yo y dominarlo como imperativo categórico [...]”. Fijeza y crueldad de la conciencia moral, cobardía y compulsión al fracaso, ostentación del pecado y seguimiento de sanción son los avatares con los que deberá enfrentarse el analista cuando alguna de estas constelaciones irrumpe en el proceso de la cura. Es el reino de la identidad, la ilusión de ser UNO. Concluiré el recorrido por los textos freudianos seleccionados, para rastrear el concepto de carácter en Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci (1910).

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V. Leonardo: paradigma en los destinos de pulsión. El síntoma, la sublimación, el rasgo de carácter Tal vez Leonardo constituya un paradigma que nos permita observar las posibilidades en la trasmudación de la pulsión, los traumas tempranos y la formación del carácter. Dice Freud sobre Leonardo: “[...] La contingencia de su nacimiento ilegítimo y la hiperternura de su madre ejercieron la más decisiva influencia en la formación de su carácter [...]. [...] La represión sexual sobrevenida tras esa fase infantil lo movió a sublimar libido en esfuerzo de saber pero a cambio de inactividad sexual para el resto de su vida...”. Sabemos a través del psicoanálisis que no necesariamente debió producirse esta represión, y también sabemos que otro individuo pudiera haber enfermado en lugar de sublimar. “Nos vemos precisados a remitir tanto la inclinación a reprimir como la aptitud para sublimar a las bases orgánicas del carácter [...]. [...] No obstante –dirá Freud–, no abandonaré el terreno de la investigación psicológica pura [...].” Sólo un hombre con las vivencias de Leonardo hubiera podido pintar la Mona Lisa. En el juego facial de la hermosa florentina se reúnen los opuestos que gobiernan la vida amorosa de la mujer: reserva y seducción, ternura y sensualidad. Sensualidad que devora al varón ante la ausencia de un padre, y el padre de Leonardo estuvo ausente durante los primeros cinco años de vida del niño; este padre llegó a gravitar no sólo por vía negativa, sino también por su posterior presencia. Para la creación pictórica de Leonardo, la identificación con su padre tuvo una fatal consecuencia. Creaba y dejaba incompleta sus obras como su padre lo había descuidado a él. Rasgo de carácter, acuñación de lo peor del padre. Se pregunta Freud: “[...] ¿No cabe escandalizarse por los resultados de una indagación que concede a las contingencias de la constitución parental tan decisivo influjo sobre el destino de un hombre? [...]”. Luego Freud responde que de buena gana olvidamos que todo en nuestra vida es azar; desde nuestra génesis por la unión del espermatozoide y el óvulo, azar que tiene su parte en la legalidad de la naturaleza pero que no articula en modo alguno con nuestros deseos e ilusiones. “La naturaleza –según palabras del propio Leonardo– está llena de infinitas causas que nunca estuvieron en la experiencia [...]”. Identificaciones, formaciones reactivas, sublimaciones en un articulado absolutamente singular, determinaron la personalidad del pintor y su obra excepcional. La fuerza y la debilidad de una madre, lo mejor y lo peor de un padre, la presencia de un yo, resto de innumerables ellos, se muestran una vez más a nuestra observación, desalándonos en el quehacer de comprender al ser humano.

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Segunda parte: El carácter como inasequible al análisis...

Mi interés por revisar los postulados de Freud respecto a este núcleo de la formación del yo que es el carácter, proviene de mi profesión como psicoanalista que debe escuchar cotidianamente el pedido de alivio por el padecer de los pacientes. Transitando esta tarea, tanto con mis pacientes como en mi propio análisis, he arribado al “Trazo del carácter” inalterable e indomeñable al análisis. Cicatriz del yo, inscripción vía principio de placer, reminiscencia del trauma que emerge con fuerza de real, fijo e inconmovible imposibilitando toda creación. Es como si se hubiera detenido el tiempo en un “tiempo sin tiempo”, en un “tiempo de muerte”. El “¡Qué carácter!” de la sabiduría popular se instala en la cura, con su fortaleza, su susceptibilidad, decidido a reinar aun a costa de subsumir toda creatividad original. Como analistas debemos escuchar con atención flotante la asociación libre de un paciente cuyo goce prohibido se expresa mediante un síntoma. El analizante dice su síntoma aunque de él no diga más que imaginarios que ayudan a sostenerlo, si bien cree combatirlo. Pero ¿guarda el carácter esta condición? Si el carácter alcanza casi la forma de un modo de ser un síntoma asintomático, ¿cómo, cuándo y por qué puede consultar un sujeto asintomático a un analista?; o más aún, llegada la cura a este “modo de ser en el mundo”, aunque cobre el precio de recortar la libertad del sujeto, ¿qué derecho asiste al terapeuta de intentar desplegar la trama que articuló la formación de ese carácter? Freud situó a la neurosis en su condición diferencial del carácter tanto en su conceptualización como en las consecuencias de ambos en la prosecución del tratamiento. Señaló: 1) En lo relativo a la pulsión, falta en el carácter la presencia de la represión, su fracaso y el retorno de lo reprimido. En el carácter hay fijación de la pulsión, formación reactiva y algunas sublimaciones. 2) El carácter no es unívoco sino constituido por un precipitado de “trazos” que pueden o no estar articulados o tener un recorrido autónomo. 3) Dada su relación con la pulsión, ya que los trazos de carácter son prosecución inalterada de las pulsiones parciales, está ligado a los destinos de pulsión. En un texto inédito preparatorio de su metapsicología, Freud va a afirmar que sólo después de superar los destinos de pulsión se perfila lo que se llama “el carácter” de un hombre que suele clasificarse como “bueno o malo”. Esto lo relaciona con la ética y la verdad, y entonces vale la pena pensarlo en la clínica.

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Pero una vez más debemos subrayar que si bien pulsión y carácter son inseparables, la identificación no es menos constitutiva del carácter. Huellas mnémicas de nuestras primeras impresiones forman el carácter y casi nunca advienen concientes. Huellas mnémicas y rasgos conforman la inscripción resultante de la existencia de un Otro primordial, inscripción en la que el Otro identifica y no “se” identifica. Operación anterior a la existencia del objeto y, a la vez, determinante de la existencia de éste. Ya hemos señalado que estas primeras identificaciones importan una regresión oral: comer-hacerse comer. Conllevan una actividad-pasividad (transformación en lo contrario) así como una vuelta contra la propia persona (melancolía). Las identificaciones tempranas corresponden con lo que Lacan llamaba identificaciones en virtud de la fijeza y estabilidad de un núcleo que cabe ser posicionado en lo real. El carácter participa del registro de lo real dada la índole de las antiguas identificaciones a quienes se les atribuye efectos universales y duraderos que hacen tope al análisis y se han denominado “resistencia del carácter”. Entra en el registro de lo simbólico por condición de trazo o de rasgo (“trazo” es la prosecución inalterada de la pulsión primaria, formaciones reactivas frente a ella o sublimaciones). Y podemos señalar lo imaginario en la determinación que cabe a la imagen en la conformación del carácter cuando ante la pérdida de un objeto éste es sustituido por una identificación (alteración del yo y refuerzo narcisístico donde lo imaginario da cuenta). Pero, ¿cuáles son las identificaciones más tempranas e incoercibles? Son las erigidas en virtud de la incorporación de la “anterior instancia parental en tanto superyó”, previas a las del complejo de Edipo y que forman el núcleo del carácter. Núcleo que antes de ser un factor adaptativo y regulador está regido por el imperativo al goce. Si el carácter da cuenta del lugar del superyó, se plantea como un mandato con pedidos imposibles de obedecer. Llegamos así al capítulo de la castración. Lacan articula el goce con la castración, y dice que la castración es lo que cae del goce por la articulación de éste con la pulsión. Habla de un goce parcial, de un resto, de un horizonte limitado pero posible. “[...] La forma de tramitar la castración influye sobre su ‘carácter’, si el sujeto permanece sano; sobre su neurosis si enferma y sobre sus resistencias, en caso que emprenda un tratamiento analítico [...]” (Freud, “Conferencia 20”). Desde el psicoanálisis cabe plantearse entonces una pregunta fuerte que no deja de abarcar el plano de la ética en la cura. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 193-208

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Si es determinante en la clínica analítica, para Lacan, reafirmar la instauración de la ley y el establecimiento de un orden simbólico que acote el goce para que emerja el deseo, ¿es el carácter armadura u orden simbólico? (Harari, 1991). Según Lacan, lo que Reich denominó armadura no es más que un escudo de armas, un blasón. El blasón es significante sin ser habla y puede ser legible y aprehensible en tanto imagen heráldica (un cuasi orden simbólico y posibilidad de intercambio). ¿Es lícito borrar estos mensaje opacos, significantes amo, o es preciso descifrarlos como jeroglíficos aun a través de su fijeza? En el blasón también se inscriben los hitos de una historia bélica a modo de supervivencia. Historia que nos remite al concepto de tiempo. El tiempo del acto analítico en la propuesta de “hacer conciente lo inconciente” es el tiempo de los relojes, de los calendarios, de la historización. Sin embargo, el inconciente (y Freud no se cansa de decirlo) está “fuera del tiempo”. La dirección temporal que captamos (cosa que también preocupa a los físicos contemporáneos), lo que desanudamos es puesto a rodar en el tiempo cronológico y lo conceptualizamos como pasado. Pero si tenemos en cuenta la atemporalidad de lo inconciente, debemos decir que ese pasado se ha grabado, se ha cifrado en un ordenamiento topológico. No sólo la experiencia sino también la fantasía, y más aún las fantasías primordiales y su resolución, permiten que cada uno organice su existencia de una manera única, particular, contando con algunas invariables simbólicas que los incluye en un ordenamiento significante. El análisis legitima la historización del síntoma para recobrar el tiempo detenido. Prevalece allí la idea de trauma y la cura busca según la metáfora arqueológica de Freud recuperar las piezas intactas donde el paso del tiempo no produjo envejecimiento. Hasta allí los rendimientos terapéuticos de la reconstrucción histórica. (Una historia que no es ya la acontecida.) Pero en este trabajo nos interpela el carácter, como lo no historizable. Allí donde las significaciones se han agotado en los atolladeros de las primeras identificaciones, en la vivencia y no en lo olvidado, en lo angustioso de la castración. Castración como la diferencia que se instituye como lo más traumático y, paradigmáticamente, lo más humano. No un trauma que acaece y desbarata la estructura, sino una estructura que se constituye en ese agujero en la base. Lo que no hay no puede operar en el tiempo más que como “imperioso ahora”. Lo esencial no es memorable, tampoco olvidable.

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Aquí confluirían la repetición (lo no ligado que insiste) y rasgos de carácter (compulsión repetitiva). Aquello del orden de lo avizorado en Más allá del principio de placer que convive con nociones como lo traumático, la cosa, la roca viva de la castración donde Freud detiene su marcha... Esta región es ajena al tiempo serial. ¿Cómo aproximarse en la cura a este terreno, al blasón, a la armadura, al gran Otro que habita al paciente? Tal vez la transferencia... Lo que se actualiza en la transferencia no es sólo la estructura del fantasma con sus componentes eróticos y agresivos (síntoma). Lo hacen también estructuras arcaicas infantiles organizadas alrededor de la separación, la pérdida, la ausencia. Al calor de la llamada transferencia positiva se incuba el despliegue de líneas vinculadas al ideal, al amor, un amor que cuanto más se empeña en demandar reciprocidad, más obstinado se vuelve en no querer saber qué lo causa. Un amor que se dirige al saber con la ilusión de organizar una imagen completa de sí. Sin embargo, junto a ese deseo se instala la resistencia. El carácter con todas las características que hemos descripto cumple muchas veces esa función. Freud nos advierte sobre el riesgo del “furor curandis” y no se cansa de insistir en exigir respeto por la individualidad del paciente. Plantea “apartarse de toda propuesta identificatoria o búsqueda de resultados”. Esto es complementado por Lacan en términos de “deseo del analista” correlativo al deseo del paciente que le adscribe el lugar de sujeto supuesto saber. Si intentamos dar cuenta de este saber (vía historización indefinida de sus síntomas), obturaremos el acceso del sujeto a lo real de su falta. Sólo inscribiendo la falta en el Otro (analista), podrá asumir el paciente un “no hay saber”. El análisis es tanto un arte como una ciencia. El analista debe funcionar como el poeta, produciendo efectos de sentido a la vez que bordeando el agujero. Sería un poeta y un esteta más que un científico historicista. Deberá ocuparse más de un “siempre” que de un “antes”. La creación es y no es ex-nihilo: no puede prescindirse de lo pasado y de lo histórico, pero tampoco de lo que no es ni lo uno ni lo otro. El carácter hace tope al análisis, se presenta como atemporal; resto pulsional que busca la satisfacción directa, regresiva en la ilusión del eterno retórico de lo igual; herencia de lo más arcaico; presencia de lo real. Situado ante esta encrucijada, Freud escribió en “Análisis terminable e interminable (1937): REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 193-208

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No tengo el propósito de aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión. La terminación de un análisis es un asunto práctico. Todo analista experimentado podrá recordar una serie de casos en que se despidió del paciente para siempre. Mucho más se distancia la práctica de la teoría en los llamados “análisis del carácter”. Aquí no se podrá prever fácilmente un término natural [...] uno no se propondrá como meta limitar las peculiaridades humanas en favor de la normalidad esquemática [...] Sólo deberá crear las condiciones psicológicas favorables para las funciones del yo. Con eso quedará tramitada su tarea [...].

“Vida es Eros y Tánatos. La molestia se encuentra en su desequilibrio, no en su presencia.”

Resumen

En este trabajo se investiga, a través de los textos freudianos, acerca de los procesos que transita un sujeto hasta arribar a la construcción de lo que llamamos sus “rasgos de carácter”. La autora comienza por conceptualizar qué es el “yo”, su relación con el carácter y las identificaciones, luego el carácter y los destinos de pulsión para pasar al trauma temprano, escisión del yo y fetichismo. Cerrando el recorrido, aborda el síntoma, la sublimación y el rasgo de carácter a través del texto Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci, paradigma de los destinos de pulsión. En una segunda etapa, la autora analiza los “trazos” del carácter ante las vicisitudes de la cura psicoanalítica. En este punto nos interpela el carácter, como lo no historizable. Allí donde las significaciones se han agotado en los atolladeros de las primeras identificaciones; en el trauma no representado; en la vivencia, y no en lo olvidado; en lo angustioso de la castración. ¿Cómo aproximarse en la cura a este terreno, al blasón, a la armadura, al gran Otro que habita al paciente? Tal vez la transferencia… Lo que se actualiza en la transferencia no es sólo la estructura del fantasma con sus componentes eróticos y agresivos (síntoma). Lo hacen también estructuras arcaicas infantiles organizadas alrededor de la separación, la pérdida, la ausencia. Junto al deseo se instala la resistencia. El carácter, con todas las características descriptas, cumple a veces esa función. Freud advierte sobre el riesgo del “furor curandis”. El analista deberá funcionar como un poeta, un creador, un esteta más que un científico historicista. Situado ante esta encrucijada, Freud escribió en “Análisis terminable e interminable”: “No tengo el propósito de aceverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión. La terminación de un análisis es un asunto práctico. Todo analista experimentado podrá recordar una serie de casos en que se despidió del paciente para siempre. Mucho más se distancia la práctica de la teoría en los llamados ‘análisis del carácter’. Aquí no se podrá prever fácilmente un

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término natural […] uno no se propondrá como meta limitar las peculiaridades humanas a favor de la normalidad esquemática […] sólo deberá crear las condiciones psicológicas favorables para las funciones del yo. Con eso quedará tramitada su tarea […]”. “Vida es Eros y Tánatos. La molestia se encuentra en su desequilibrio, no en su presencia.”

KEYWORDS: CHARACTER TRAITS / EGO / IDENTIFICATION / TRATION / SYMPTOM / SUBLIMATION / CURE

DESCRIPTORES: RASGOS DE CARÁCTER / YO / IDENTIFICACIÓN / DESTINOS DE LA PULSIÓN / CASTRACIÓN / SÍNTOMA / SUBLIMACIÓN / CURA

Neste trabalho se investiga, através dos textos freudianos, sobre os processos que um sujeito transita até chegar à construção do que chamamos seus “traços de caráter”. Começaremos conceitualizando o que é o “eu”, sua relação com o caráter e as identificações, depois o caráter e os destinos de pulsão para passar ao trauma prematuro, excisão do “eu” e fetichismo. Para finalizar, abordaremos o sintoma, a sublimação e o traço de caráter através do texto “Uma lembrança infantil de Leonardo Da Vinci: paradigma dos destinos de pulsão”. Em uma segunda etapa serão analisados os “traços” do caráter ante as vicissitudes da cura psicanalítica. Neste ponto nos interpela o caráter como o não-historializável. Ali onde as significações se esgotaram nos “atoleiros” das primeiras identificações; no trauma não-representado; na vivência ou não, no que foi esquecido; na angústia da castração. Como aproximar-se na cura a este terreno, ao brasão, à armadura, ao grande Outro que habita no paciente? Talvez a transferência… O que se atualiza na transferência não é só a estrutura do fantasma com seus componentes eróticos e agressivos (sintoma). Fazem-no também estruturas arcaicas infantis organizadas ao redor da separação, da perda, da ausência. Junto ao desejo se instala a resistência. O caráter com todas as características descritas cumpre às vezes essa função. Freud nos adverte sobre o risco do “furor curandis”. O analista deverá agir como um poeta, um criador, um esteta mais do que um científico historicista. Diante desta encruzilhada Freud escreveu em “Análise terminável e interminável”: “[…] Não tenho o propósito de assegurar que a análise como tal seja um trabalho sem conclusão. O fim de uma análise é um assunto prático. Todo analista experiente poderá recordar uma série de casos em que o paciente foi despedido para sempre. Muito mais se distancia a prática da teoria nas chamadas “análises do caráter”. Aqui não se poderá prever facilmente um fim natural […] nossa meta não será limitar as peculiaridades humanas a favor da normalidade esquemática […] somente deveremos criar as condições psicológicas favoráveis para as funções do eu. Assim sua tarefa estará concluída […]”. “Vida é Eros e Tânatos. A moléstia se encontra no seu desequilíbrio, não na sua presença.”

Summary PSYCHOANALYSIS

OF CHARACTER: AN IMPOSSIBLE MISSION...?

This paper investigates, through Freudian texts, about the processes that an individual must go through until he reaches the construction of what we call his “character traits”. We will start defining what “ego” is, its relation with character and identifications, then character and destinies of drive, and later to the early trauma, ego excision and fetishism. Finally, we will talk about symptom, sublimation and the trait of character through the text: “Leonardo Da Vinci and a Memory of his Childhood: paradigm of the destinies of drive”. On a second stage, we will analyze the traits of character before the vicissitudes of psychoanalytical treatment. At this point, character questions us, as something non historical. There, where we have run out of significations because of the first identifications obstacles; the non represented trauma; the experiences and non experiences; the forgotten; the distress of castration. How can we get near, in treatment, to this field, to this coat of arms, to this armor, to the great Other that inhabits the patient? Maybe transference... Transference brings up to date not only the ghost structure with its erotic and aggressive components (symptoms), but also the archaic structures from childhood organized around separation, loss, absence. Along with desire, resistance instates. Character, with all its described characteristics, sometimes fulfills that function. Freud warns us about the risk of “furor curandis”. Faced with this crossroads, Freud wrote, at “Analysis Terminable and Unterminable”: “[...] It is not my intention to assert that analysis is a job without conclusion. Analysis termination is a practical matter. Every experimented analyst can remember a number of cases in which he or she dismissed the patient forever. Practice and theory get even more distant in the case of ‘character analysis’. Here you cannot easily foresee a natural ending [...] we will not intend, as a goal, to limit human peculiarities in favor of an schematic normality... we should create favorable psychological conditions for the ego functions. With that, our task will be finished [...]”. “Life is Eros and Thanatos. What bothers is its imbalance, not its presence..”

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VICISSITUDES OF THE DRIVE

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CAS-

Resumo PSICONÁLISE

PALAVRAS-CHAVE: TRAÇOS DE CARÁCTER / EU / TRAÇÃO / SINTOMA / SUBLIMAÇÃO / CURA

DO CARÁTER: UMA MISSÃO IMPOSSÍVEL…?

IDENTIFICAÇÃO

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DESTINOS DA PULSÃO

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CAS-

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Bibliografía

Ambertin, Marta Gerez: Voces del superyó, Buenos Aires, Letra Viva, 2007. Freud, Sigmund (1905): Tres ensayos de teoría sexual, A. E., VII. — (1908): “Carácter y erotismo anal”, A. E., IX. — (1910): Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci, A. E., XI. — (1912): Tótem y tabú, A. E., XIII. — (1915): “Pulsiones y destinos de pulsión”, A. E., XIV. — (1916): “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, A. E., XVIII. — (1920): Más allá del principio de placer, A. E., XVIII. — (1923): El yo y el ello, A. E., XIX. — (1927): “Fetichismo”, A. E., XXI. — (1937): “Análisis terminable e interminable”, A. E., XXIII. — (1939): Moisés y la religión monoteísta, A. E., XXIII. — (1940): “Esquema del psicoanálisis”, A. E., XXIII. Harari, Roberto: La repetición del fracaso, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991. Revista de Psicoanálisis: Número especial internacional, nº I, “Qué es la neurosis en el psicoanálisis actual”, 1992. Revista de Psicoanálisis: Número especial internacional, nº II, “La repetición”, 1993. Winnicott, D. W.: Deprivación y delincuencia, Buenos Aires, Paidós, 1991.

(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 193-208

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 209-225

En las fronteras de lo analizable: la escisión, un caso clínico *Marta Dávila

La práctica clínica actual impone a los psicoanalistas desafíos importantes que nos llevan a repensar, partiendo desde Freud, distintas perspectivas teóricas, en un intento de desarrollar hipótesis en torno de la nueva psicopatología y sus manifestaciones en el campo psicoanalítico. Mi interés en este trabajo es recorrer el camino partiendo de la presentación de un caso clínico, para intentar una comprensión desde marcos teóricos relacionados con la problemática del vacío, la patología del narcisismo y, en especial, la escisión.

Material clínico

Héctor tiene casi 45 años y hace dos que está en tratamiento. Mantiene un trato agradable, a pesar de ser escéptico y despectivo. El motivo de consulta es difuso, manifiesta sentir mucha angustia e intranquilidad. No le encuentra sentido a su vida. Se siente vacío y no halla intereses en cosas ni en personas. No trabaja desde hace varios años y siente que no podría soportar tal presión. Inició varias carreras universitarias pero no finalizó ninguna. No está en pareja y refiere que ha perdido el interés por las mujeres. Vive solo y se mantiene con unos pequeños ahorros, preocupado por no saber hasta cuándo le alcanzarán, sin poder tomar otra decisión para modificar su situación Se siente solo, encerrado en su casa; no obstante, huye de las compañías. Su madre falleció hace algunos años y él vivió siempre con ella. Lo que más extraña de ella es su “mirada”, que lo acompañaba siempre y sentía

* Dirección: Lavalle 1710, 6º “11”, (C1048AAP) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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que le daba significación a su vida. Una mirada tan “particular”, que parecía estar sobre él, al mismo tiempo que estar contemplando algo “más allá”, un lugar difuso. Su padre, un personaje enigmático y con cierto carisma, lo consentía sin necesidad que le pidiera algo, pero tampoco hablaba con él. Lo describe a través de la admiración que provocaba por ser un hombre muy inteligente. La noche antes de morir, llamó a Héctor y le dijo que él había sido muy feliz casado con la mamá; pero que ahora le correspondía a él cuidarla. Falleció hace más de veinte años. Tiene varios hermanos y hermanas, todos mucho mayores que él. Le ofrecen su compañía, pero Héctor la rehúsa. Habla de la historia de su familia, más que de la suya propia. Siente nostalgia por aquellas vivencias que supone tuvieron sus padres en los años juveniles, y dice con tristeza que ésa sí era una época que merecía haberse vivido. De su propia infancia, relata episodios del período escolar y de su barrio. Son recuerdos impregnados de alegría y calidez, previos a hechos familiares muy dolorosos: un brote psicótico de la madre, con un período de internación y una grave operación del padre. Nunca se acostumbró a la casa actual, a pesar de vivir desde hace muchos años en ella. En su imaginación, ésta aparece poblada de fantasmas del pasado, a los que no puede darles sepultura. Las figuras de sus padres han quedado dentro del paciente, tan grabadas en los rincones de ese lugar, que, por mucho que reconoce que le haría bien mudarse, no puede siquiera considerar tal posibilidad, pues se angustia pensando que estaría abandonando los espacios queridos por ellos. En plena adolescencia, Héctor sufrió un accidente muy grave. Estuvo internado muchos meses y fue sometido a varias intervenciones quirúrgicas que le provocaron una inmovilidad de un par de años. Respecto de su juventud, según cuenta, parece haberla vivido intensamente. Tuvo varias parejas y una sexualidad muy activa, pero nunca hubo una entrega afectiva total hacia alguna de ellas. Su encierro comenzó hace unos siete años, época en que dejó de trabajar. En la actualidad prácticamente no sale de su casa, no obstante, manifiesta sentirse muy angustiado por ello. Inició varios tratamientos psicoterapéuticos en diferentes épocas, todos interrumpidos al poco tiempo. Al comenzar la terapia conmigo, según me dijo, portaba en su mochila un objeto que su padre le había regalado a la madre el día del casamiento. Cuando hubo oportunidad de tratar el tema, me dijo que lo usaba desde que ella murió. Con el correr de las sesiones y a partir de haberlo trabajado, aproximadamente a los tres o cuatro meses, dejó de traerlo consigo, y me lo hizo notar, diciendo que, tal vez, ya no lo necesitaba. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 209-225

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En la relación transferencial, podría decir que Héctor, al igual que su padre, también es un paciente enigmático, aunque a diferencia de aquél, habla todo el tiempo. Su temática más frecuente gira en torno de cuestiones ideológicas de muy difícil comprensión. También habla del cuerpo, pero no del cuerpo erógeno sino de sus síntomas corporales, y cuando lo hace, les da un tratamiento muy particular: parecería describirlos como si éstos fuesen un otro maligno que, ajeno, lo acecha desde adentro. Tiene permanentes temores relacionados con sus trastornos somáticos, y, sin llegar a ser hipocondríaco, suele pensar que aquéllos son el anticipo de una grave enfermedad. Es una persona muy inteligente y tiene gran cantidad de conocimientos de todo tipo, pero sus permanentes cuestionamientos teóricos tiñen de escepticismo cualquier señalamiento o interpretación. Como terapeuta siento una gran dificultad en entender el lenguaje manifiesto y, más aún, en acercar algún señalamiento que sobreviva a su desconfianza. Cuando me incluyo en una interpretación en la transferencia, Héctor suele decir: “Claro… esto es lo que pasa en las terapias. Creo que lo que discuto es la metodología de las terapias. Pongo muy en duda todo esto, etc., etc.”. Muchas veces tengo la sensación de no poder comprender de qué me habla, pues se expresa a través de significantes muy variados, que terminan por hacerme sentir desorientada y vacía, sin encontrar la manera de acercar algún contenido que pueda serle de utilidad. Paradójicamente, cuando logro salir de ese bloqueo mental y realizo alguna interpretación que siento pueda ser valiosa o servir de punto de partida para alguna posible elaboración, suele desalentarme, desvalorizándola; no obstante, si no acierta a responder devaluando en ese momento mis palabras y les reconoce un cierto sentido, se angustia intensamente. El menoscabo hacia lo hablado resurge a la sesión siguiente. A continuación relataré cuatro fragmentos de sesión de diferentes momentos del proceso terapéutico. Primer fragmento de sesión, al año de tratamiento Héctor explica que se dio cuenta de que, en realidad, lo que le cuesta no es solamente “salir” de sí mismo o de su casa, sino “entrar”, referido tanto al hecho de “ingresar” en un lugar como a “entrar” en el reconocimiento afectivo de un otro, sin siquiera pensar en hacer un vínculo. Manifiesta que no puede incorporar personas a su vida y que siente que el mundo está, o bien “demasiado poblado”, o “totalmente vacío”, y, tanto por un motivo como por el otro, no puede entrar. Héctor, con sus palabras, pareciera estar describiendo un auténtico sentimiento transferencial de desconcierto y extrañeza, de soledad y de

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ausencia del otro. Mientras tanto, desde mi contratransferencia, percibo una gran dificultad en encontrar la manera de ingresar como una figura presente en el psiquismo de este paciente y dejar una huella que quede inscripta libidinalmente. En ese punto de la sesión, acude a mi mente una imagen: es una escena en la que ambos estamos ubicados en dos islas separadas, aunque uno frente al otro. Nos comunicamos con sonidos, miradas y señales. Nos entendemos, a veces más, a veces menos, pero ninguno de los dos puede llegar a la isla donde está el otro. La sensación de vacío y soledad es inexorable. En aquel momento, tomando en cuenta estos elementos, le sugiero: “Me pregunto dónde estaría entonces yo en su vida, qué lugar estaría ocupando”. Sorprendido, Héctor no responde, y continúo: “A menudo parecería que yo no pudiera entrar en su mente, aunque percibo su interés y cierto afecto. Al mismo tiempo me dice que el mundo está vacío, quiere decir que tampoco estoy afuera. Entonces, ¿dónde estoy yo en su vida? ¿Afuera? ¿Adentro? ¿Estoy presente o ausente? Héctor responde con cierto pesar: “Lo que le voy a decir habla muy mal de mí. Siento que cuando estoy acá, usted está, pero yo me voy y usted se diluye”. Segundo fragmento de sesión, al año y medio de tratamiento Héctor comienza el relato diciendo que hacía unos días se había sentido muy mal, pues estando en casa de unos parientes, en ocasión de un festejo familiar al cual no quería ir, tuvo una crisis de angustia “como nunca”. Transcribo su narración textualmente: “Mi hermana Juana, que es la que más me entiende, se dio cuenta enseguida: ‘¿Qué te pasa?’, me decía. ‘¿Querés que te acompañe? No te podés ir así’. Entonces fui directo a mis otros parientes y los encaré: Pero díganme una cosa, ¿qué estaban haciendo ustedes cuando yo estaba internado en el hospital? (Se refiere a la época de su accidente.).‘¿Cómo? No entiendo’, me dicen. Sí, ¿qué estaban haciendo que no se dieron cuenta lo que a mí me pasaba? ¡Estaban ahí parados, pero no hablaban con los médicos, no preguntaban, dejaban que me hicieran cualquier cosa! ¿No veían que estaba mal? ¿Qué hacía papá? ¿No preguntaba? ¿Nunca nada? ¡Mis amigos me acompañaban mejor que ustedes; no me dejaban solo ni un momento! ¿Por qué esa indolencia, esa resignación? Mi otra hermana (María) estaba pálida –continúa diciendo el paciente– No sabía qué decir. Yo les seguía diciendo una y otra vez: ¿Qué hacían? Al final me fui hacia la puerta para irme. Todos me miraban asustados. Mi hermana más chica me decía: ‘¡Qué vas a hacer! ¡No te vayas en ese estado!’. Mi hermano Pedro me quería acomREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 209-225

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pañar, darme cosas, ropa, comida, lo que sea. Yo no quise nada y me fui. Quedé muy mal después de eso, me encerré en mi casa y lloré mucho. Hacía mucho que no me pasaba algo así. Al día siguiente aparece otro de mis hermanos (José) cargado de ropa para regalarme, que seguramente había comprado o que era de él, y también comida. No sabía qué hacer, qué darme. Y después se fue. Desde el otro día salí solamente para venir para acá”. Fue una sesión conmovedora y preferí acompañarlo solamente con mi escucha.

Tercer fragmento de sesión. Reciente Héctor comienza la sesión diciendo: “Necesito dinero, pero no sé cómo resolverlo”. Continúa mencionando una serie de planteos teóricos acerca del significado del dinero en la sociedad, etc. Luego dice: “Me pasa algo con este tema que no puedo siquiera poner en palabras. Por un lado está la cuestión A, por ejemplo, que es lo que siempre digo, que no me gusta trabajar, que no lo entiendo, que no le encuentro sentido, que no sé qué cosa haría, etc. Algo que veo todo gris y negro, lúgubre y me da una angustia terrible. Por otro lado, está la cuestión B, que yo imagino agradable, entretenida, llena de colores, de alegría, de percepciones y sensaciones, hasta olores agradables. Algo que me podría gustar mucho, lleno de vida… pero apenas empiezo a acercarme a esa situación, resulta que ya no es B sino que se convierte en Z o en otra cosa, algo que empieza a perder los colores, y cuando estoy más cerca ya se convierte de nuevo en algo gris y sin vida. Eso me pasa con todo. Me pasaba también de joven, cuando salía. Mi vida durante el día en el colegio y luego en el trabajo era gris, negra, sin vida. Después, cuando salía a las noches, iba entusiasmado, veía todo eso lleno de colores, de vida, de música, de gente, pero después, nunca podía disfrutar plenamente”. Le interpreto que, por lo que dice, parece que salía entusiasmado, pensando que iba a encontrar algo maravilloso; en su imaginación eso existía, pero que cuando llegaba y se encontraba con la realidad, todo se deslucía porque se daba cuenta de que se divertía pero igual seguía estando solo; estaba con gente, pero no había un vínculo, no había afecto. Héctor contesta: “Es que no sé qué es lo que busco, entonces nunca sé si lo encuentro o no (…) Y para mí los vínculos no existen… Me resisto a creer que puede haber vínculos con la gente”. Respondo: “Eso mismo le sucede conmigo. Se resiste a creer que puede haber un vínculo conmigo, y nunca sabe si lo que hablamos le puede servir o no”. Termina la sesión.

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Cuarto fragmento de sesión, siguiente a la anterior Héctor comienza refiriéndose a cierto malestar somático que lo aqueja últimamente, y las dudas entre tomar los remedio o no. Sigue hablando de la desconfianza hacia los médicos. En ese punto le comento que se siente muy solo con todo lo que le pasa. Cuenta que a veces se acompaña escuchando música. Manifiesta emoción nombrando a sus cantantes preferidos, que eran los que también le gustaban a su padre; luego, continúa hablando de aquél por un rato largo. Menciona la admiración que provocaba en general por sus dones como deportista, elegancia y otras habilidades especiales. Luego, con una emoción intensa, expresa que él no tomó conciencia de la muerte de su padre hasta muchos años después, y lo lamenta muchísimo. Finalmente, al borde de las lágrimas dice: “Sabe, lo que yo no tolero es ‘no ser mi padre’. No ser él”. Le interpreto que tal vez por ese motivo en lo único que se reconoce como persona es en eso que tiene en común con su papá: la música que le gustaba a él y todo lo concerniente a su época. Pero en lo distinto a su padre no puede descubrirse ni reconocerse. Entonces, le abro un interrogante: “¿Será que está tan vacío como dice o es que rechaza y no tolera no ser idéntico a él? Es probable –continúo– que no pueda registrar lo que en usted hay de diferente a su padre porque lo siente como algo que no sirve, insignificante y le produce un dolor insoportable”. Héctor, muy conmovido, responde: “Sí, y tampoco tolero el paso del tiempo”. Termina la sesión.

Reflexiones teórico-clínicas

Para comprender en nuestra práctica cotidiana casos como éste, enmarcados en las nuevas manifestaciones clínicas de borde, es importante que el analista esté disponible en “un todo” (Dolto, 1987) desde su contratransferencia, ubicando especial atención en captar, además del discurso latente del paciente, sus propias fantasías contratransferenciales, imágenes o síntomas corporales, los que he designado en otros trabajos como “contratransferencia somática” (Dávila, 2006, 2007), que pueden surgirle durante el “estado de sesión” (Botella, 2001), a fin de lograr la creatividad técnica necesaria para estos casos. Héctor es un sujeto descontento, insatisfecho, que, mediante un pensamiento errante, intenta abocarse a la búsqueda y a la espera de algo que nunca encuentra y por un terreno que no es el adecuado. Durante ese trayecto inseguro, se producen marchas y contramarchas que pro-

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vocan permanentes desencuentros con los objetos (“No sé qué es lo que busco, entonces nunca sé si lo encuentro o no”), por lo cual logra permanecer detenido en el tiempo (“Tampoco tolero el paso del tiempo”). Es un analizando con quien, a pesar de su escepticismo, suelo tener la sensación de que está esperando ansiosamente algo de mí, palabras que puedan darle comprensión a su sin-sentido. Esta situación, desde la contratransferencia, me produce cierta angustia y sensación de confusión, de modo tal que, a pesar de buscar elementos en mi mente en forma incesante, más de una vez encuentro un bloqueo, una “ausencia”, que me genera incertidumbre. Sin embargo, cuando logro salir de esa especie de “aislamiento mental” y me aproximo con algún señalamiento, Héctor suele sentirse “acorralado”, “cercado”, respondiendo con más angustia aún. Vemos entonces que desde ambos términos del vínculo transferencial se intenta entender algo que no está, que es una “ausencia” que se siente en la contratransferencia, y que nos permite comenzar a comprender, entre la “intrusión” y el “abandono”, las diferentes dimensiones del vacío (Dávila y Leguizamón, 2007a). Concuerdo con Green en que “El modelo implícito de los estados fronterizos nos remite a la contradicción formada por el par angustia de separación-angustia de intrusión” (Green, 1975, pág. 61). La mutación permanente entre la angustia de intrusión y la de separación hace referencia a la presencia de un déficit narcisista primario en relación con vivencias originarias, que ha imposibilitado tanto la representación de objeto, si lo vemos en términos freudianos (Freud, 1900, 1915) como la constitución del self (Green, 1986). A diferencia de lo que sucede en las depresiones neuróticas donde el síntoma que aparece es la inhibición, en el caso de Héctor, lo que observamos es la “falta de iniciativa”. El narcisismo mortífero da lugar a un proceso de desobjetalización, que, por ende, mantiene al yo con un pobre caudal libidinal, y su vida aparece como la de un ser “discapacitado”, o, al menos, él se trata como tal, debido a que en la formación del sí mismo hubo un déficit en la impronta libidinal del objeto. A partir de un trauma precoz, probablemente conectado a vivencias relacionadas con la figura materna (el brote psicótico y sus secuelas, expresadas a través de “esa mirada tan particular”), se produce una fractura en su Yo, una “escisión” patológica donde diferentes sectores del mismo están en franca contradicción, sin que el paciente pueda percibirlo. En este punto, recordamos las ideas de Green (2000) sobre la “posición fóbica central”, como una manera de manifestación de “lo negativo” en el proceso de la cura. El analista capta la negatividad, a partir de

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transferencias de destructividad enviadas preponderantemente hacia el propio funcionamiento psíquico (mi bloqueo mental, que me hace sentir desorientada, vacía). Luego, aparece en mi mente una imagen (ambos estamos ubicados en dos islas separadas uno frente al otro, pero ninguno puede llegar a la isla donde está el otro). Deduje que dicha fantasía, que se ha reiterado en distintos momentos del análisis, podría entenderse como una manera en que “la escisión” se insinúa en la mente del analista. Las islas sin contacto que cercan los bordes de un vacío ubicado entre ambas, representan, en la transferencia, al analista y al analizando, pero seguramente son la manifestación de dos sectores separados de su propio yo, que aparecen como bloques sin correspondencia entre sí. Tal situación lleva al paciente a un permanente estado de tormento, quien, al desvalorizar mis señalamientos y desalentarme en mi labor, se comporta como si estuviese tratando de impedir un movimiento interno hacia un punto en que ambos sectores podrían tocarse irremediablemente si no mantiene dichos cuidados. Pienso que seguramente en el espacio vacío en el medio de las islas se encierra un gran temor. Recordemos las palabras de Pontalis (1978): “el demasiado lleno crea un vacío”. Pues entonces, nos podemos preguntar: ¿qué hay de “demasiado lleno” dentro de ese vacío? Creo que dentro del vacío está la “angustia”. Desconcertante, sin nombre, sin palabras y sin explicación posible, verdaderamente desgarradora y aniquilante; es una angustia ante la pulsión, compatible con uno de los conceptos que Freud plantea en 1926.1 Dentro del vacío también está el “dolor”. Un dolor que tiene que ver con el desamparo, con esa mirada de los padres que parecen mirarlo pero que están viendo a alguien que no es él. Tanto la angustia como el dolor estarían señalando el miedo al “derrumbe” (Winnicott, 1963). En este paciente lo advertimos cuando toma la forma de terror a la desintegración corporal, en correlación con sus trastornos somáticos (“suele pensar que aquéllos son el anticipo de una

1. “El tercer factor o factor psicológico se encuentra en una imperfección de nuestro aparato anímico, estrechamente relacionada con su diferenciación en un yo y un ello […] El miramiento por los peligros de la realidad fuerza al yo a ponerse a la defensiva ante ciertas mociones pulsionales del ello, a tratarlas como peligros. Empero, el yo no puede protegerse de peligros pulsionales internos de manera tan eficaz como de una porción de la realidad que le es ajena […] sólo puede defenderse del peligro pulsional limitando su propia organización y aviniéndose a la formación de síntoma como sustituto del daño que infirió a la pulsión” (Freud, 1926, pág. 146).

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grave enfermedad”) o miedo a la locura, en consonancia con la enfermedad mental de su madre. Así es como el paciente permanece inmóvil, sin poder conseguir cosa alguna, más que autotorturarse. Tortura superyoica al fin, que no le permite lograr “ser” ni significarse, sólo narcisizarse tanáticamente, mirándose todo el tiempo a sí mismo (como Narciso), aun a costa de hacer una minuciosa y dolorosa observación de sus síntomas corporales, tratando de “encontrar-se”, de hallar a ese “ser” que sus padres no percibieron ni comprendieron. Recordemos los conceptos de Winnicott (1963) sobre la importancia de ser visto y comprendido por alguien, para saber que uno ha sido reconocido como “ser”. En el intento por “encontrar-se”, Héctor va perdiendo la vida. Claro que no es una vida “haciendo nada”. Es una vida cargada de un pesimismo paralizante que gira todo el tiempo en torno de cavilaciones, en su afán por hallar explicaciones a aquello que sus padres no pudieron significar. En esas tentativas fallidas, tropieza sólo con réplicas de la mirada vacía de los padres, pero, por momentos (y creo que gracias al trabajo analítico), logra transformar el “dolor” en “odio” hacia ellos, por el abandono sufrido. Otras veces, el dolor se vuelve contra su propia persona y se asienta en el cuerpo. Es pertinente recordar aquí a Freud cuando en 1923 hace referencia al yo como “sobre todo en esencia corporal” (Freud, 1923, pág. 27). Las fronteras se confunden, nos dice Pontalis (1978), y el cuerpo llora el dolor psíquico. En suma, la angustia y el dolor, es decir, el “demasiado lleno del vacío”, aparecen en Héctor debido a la “fisura” que se produce por el fracaso en el proceso de duelo correspondiente a situaciones traumáticas primarias fundamentales (primero la enfermedad mental de la madre junto con la operación del padre) que se reactivan en sucesivos momentos dolorosos (su accidente en la adolescencia y el abandono sufrido después del mismo, la muerte del padre y, por último, la enfermedad y muerte de la madre). Es interesante indagarse sobre la conflictiva edípica en este paciente, quien se siente unido a una madre que sufría importantes perturbaciones psíquicas, por lazos que nada ni nadie habrían podido quebrar, y nunca admitió vínculo alguno que pusiera en peligro este ligamen. La prohibición a la exogamia resulta evidente, reforzada superyoicamente por el pedido que su padre le hizo poco antes de morir, de cuidar y proteger a la madre. El objeto que portaba dentro de la mochila al comienzo de la terapia, marca el sello paterno y el lugar que hubo de ocupar en relación con la madre. Cabe preguntarse: ¿cómo pudo haber sido el desarrollo del complejo de Edipo y el del superyó en alguien cuyo padre mismo hubo de levan-

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tarle parte de la prohibición del incesto, al dejar vacante su lugar y acordarle cierto permiso? Es comprensible que en el paciente se produzcan confusiones de identidad temporarias en relación con la figura paterna y que mantenga la convicción de que solamente la vida de su padre merecía haber sido vivida, mientras que la de él, pobre e insignificante, parece ser la presentificación misma del fantasma que su padre ha resignado en su lugar. El trabajo de “lo negativo” le significa la alucinación negativa de sí mismo y la añoranza por las experiencias juveniles de sus padres. Kaës (1996) habla de “herida de la historia” para referirse a la herida que dejan los otros en el sujeto, que no le permiten hacer “historia propia” y apoderarse de su espacio y tiempo, es decir, no le admiten la apropiación del mundo interno como proceso de subjetivación. En la relación terapéutica, el paciente se presenta poblado de identificaciones alienantes que, como fantasmas, lo invaden y se apoderan de “la propia identidad”, dejándolo inmerso en un estado de vacío “a merced” de lo ajeno. Tales identificaciones no sólo tienen la fuerza tanática de la pulsión de muerte, sino que corresponden a la “presencia” misma de la muerte negada de los padres, que se deposita en el hijo para que éste sea la memoria viva de sus partes muertas (Dávila y Leguizamón, 2007b). En las sesiones, la asociación libre se hace demasiado verborrágica, y distante, empleando un discurso de muy difícil comprensión. Es su manera de evitar las conexiones psíquicas, pues éstas se le convierten en persecutorias, adivinando, tal vez, las consecuencias que podría acarrear el establecimiento de ligaduras significativas, dado que a partir de ellas podría hacer conciente su enojo, desamparo, soledad y destructividad. En su interiorse gesta una “escisión” que le provoca un sentimiento de extrañeza, el mismo que percibo contratransferencialmente, y que convive a diario con el analizando, ya que éste siente que hay un otro odiado que lo vive (los síntomas somáticos), no llegando él a vivirse a sí mismo (Faimberg, 2006). Defensivamente, se esconde de sí y de los demás, como detrás de una cáscara de un falso self negativo, ausente, que lo protege. Green (2000), en “La posición fóbica central”, dice que los enérgicos esfuerzos de un paciente por demoler la expresión representacional del conflicto en la relación transferencial, desalentando al analista (“Esto es lo que pasa en ‘las terapias’. Pongo muy en duda todo esto”), trasunta tanto una defensa general contra la activación de una situación traumática como una identificación inconsciente concreta con un objeto muerto o destructivo. Refiriéndose al trauma precoz, Roussillon (2007a, 2007b) dice que, debido a la “falta” provocada por la inadecuación histórica de las “respuesREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 209-225

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tas” de los objetos primarios, y por efectos de la pulsión, para sobrevivir, el sujeto se “retira de sí mismo”. Explica que el sujeto se resguarda, encerrándose dentro de una zona clausurada, sin entrada y sin salida, quedando enfrentado a las secuelas letales de la pulsión de muerte. Así, la elaboración psíquica no puede encontrar un lugar plausible, y, dado que la pulsión no es integrable, amenaza al yo y al psiquismo con un retorno desintegrador que a su vez exige la inmediata puesta en marcha de las defensas narcisistas, dando lugar, en el análisis, a las “transferencias paradojales” (Roussillon, 2001). Describe que el analizando le hacer “vivir” al analista lo que él no pudo “vivir ni simbolizar” de su propia historia personal y familiar, y, por efectos de la transferencia, le hacer “sentir” lo que él no logra sentir de sí mismo, haciéndole vivenciar que se encuentra frente a una situación sin salida (Roussillon, 2007a, 2007b). Sólo el apoyo y la solidez profesional del terapeuta en el clásico trípode de la formación (teoría, clínica y reanálisis) le permitirán entender las formas complejas de la relación transferencial con estos pacientes. ¿Cómo ayudar al analizando a salir de esta coraza defensiva tanática, para darle ligadura en una representación? ¿Cómo hacer que el dolor psíquico sea tolerable dentro de la sesión analítica para el terapeuta y para el paciente, sin bloquear completamente nuestra capacidad de trabajo? ¿Es posible construir el “ser” en las patologías comprendidas dentro de las manifestaciones del “no-ser”, forjar aquello que no se pudo “concebir” en su propia historia? ¿Cómo conducir la escucha para que el paciente pueda comenzar a sentir que tiene “derecho a vivir”? Éstas y muchas otras son las preguntas que nos formulamos aquellos analistas que trabajamos con las patologías de fronteras. Tanto más difícil es encontrar las respuestas. A menudo se observa a estos pacientes situarse en una posición de fuga frente al vínculo transferencial, sin poder entender a qué le temen (Green, 2000). Lo “negativo”, particularmente movilizado por los efectos de las defensas narcisistas, atraviesa el psiquismo, y la sensación de haber llegado al límite del análisis nos invade. La “escisión del yo” provoca un funcionamiento fóbico dentro del psiquismo, de modo tal que la comunicación está impedida entre los diversos sectores del aparato, los cuales, al parecer, intentan repelerse entre sí. Algunas partes se transfieren, por medio de la identificación proyectiva, al analista, quedando ambos enfrentados como islas con una fosa en el medio. Caer en ese abismo significaría encontrarse con el tan temible “derrumbe”. El analista debe “sobrevivir psíquicamente“ (Winnicott, 1963), a pesar de la “amenaza agonística” formulada en la sesión y de las fallas que el paciente le señala sobre su función terapéutica.

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El trabajo analítico es sumamente comprometido y riesgoso. Reposa sobre la creatividad del terapeuta, y se basa en la observación de todos los elementos captados contratransferencialmente. La “escisión” se expresa a través de “actos” que germinan en el paciente (al estilo de la neurosis actual), donde el analista queda implicado. Aquí, la elaboración contratransferencial es indispensable. Aparece un malestar en el cuerpo o en la mente del terapeuta, que se le impone, debido a las condiciones de la transferencia-en-la-persona-del analista. Ésta, la “contratransferencia somática” (Dávila, 2006, 2007), se presenta a la conciencia con una expresión muy primaria, por medio de representaciones visuales o sensaciones corporales, y debe ser sometida a un riguroso autoanálisis, con la correspondiente severidad científica, pues, a partir de ella, podemos descubrir elementos significativos acerca del sufrimiento psíquico del paciente. Las intervenciones deben ser cuidadosas, paulatinas, y efectuarse sólo cuando aquello que se desprende de las palabras del terapeuta pueda ser compatible con lo que el psiquismo del paciente logre integrar (Aulagnier, 1975). Es necesario rastrear la vitalidad que quedó atrapada. El trabajo terapéutico consistiría en concebir la posibilidad de que Eros amortigüe la silenciosa labor de Tánatos. Es importante que el analizando sienta que el analista le devuelve un mundo más poblado, para ir “creándose”, aunque sea con imágenes prestadas. La propuesta técnica sería “editar”, es decir, “fundar” una nueva inscripción psíquica en la relación transferencial, para que el paciente pueda sentir que tiene derecho a “ser” y a “vivir”. Resumen

El interés de la autora en el presente trabajo es recorrer el camino partiendo de la presentación de un caso clínico, para intentar una comprensión desde diferentes marcos teóricos relacionados con la problemática del vacío, la patología del narcisismo y, en especial, la escisión. A partir de un trauma precoz, se produce una fractura en el yo, una “escisión” patológica donde diferentes sectores del mismo están en franca contradicción, sin que el paciente pueda percibirlo. La autora recuerda las ideas de Green (2000) sobre la “posición fóbica central”, como una manera de manifestación de “lo negativo” en el proceso de la cura. El paciente se presenta poblado de identificaciones alienantes que lo invaden y se apoderan de “la propia identidad”, dejándolo inmerso en un estado de vacío. Defensivamente se esconde de sí mismo y de los demás, como detrás de una cáscara de un falso self negativo que lo protege. ¿Qué hay de “demasiado lleno” dentro del vacío? Están la angustia y el dolor, que expresan el miedo al “derrumbe” (Winnicott, 1963).

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Refiriéndose al trauma precoz, Roussillon (2007a, 2007b) dice que, debido a la “falta” provocada por la inadecuación histórica de las “respuestas” de los objetos primarios, y por efectos de la pulsión, para sobrevivir a esta experiencia, el sujeto se “retira de sí mismo”. Así, la elaboración psíquica no encuentra lugar, y da lugar a “transferencias paradojales”. ¿Cómo ayudar al analizando a salir de esta coraza defensiva tanática, para darle ligadura en una representación? ¿Cómo hacer para que el dolor psíquico pueda ser tolerable tanto para el terapeuta como para el paciente? ¿Es posible construir el “ser”, si no se pudo “concebir” en su propia historia? ¿Cómo conducir la escucha para que el paciente pueda comenzar a sentir que tiene “derecho a vivir”? La escisión del yo provoca un funcionamiento fóbico dentro del psiquismo, que impide la comunicación entre los diversos sectores del aparato, los cuales intentan repelerse entre sí. Alguna de estas partes se transfiere, por medio de mecanismos de identificación proyectiva, a la persona del analista, quedando ambos enfrentados como islas con una fosa en el medio. Caer en ese abismo significa encontrarse con el tan temible “derrumbe”. Es necesario estar atentos a las exteriorizaciones de la pulsión de muerte en la sesión psicoanalítica, pues en determinadas circunstancias, la escisión se expresa a través de “actos” que germinan desde el paciente (al estilo de la neurosis actual), donde el analista queda implicado. Las intervenciones del analista deben ser cuidadosas, paulatinas, y efectuarse sólo en la medida en que puedan ser compatibles con lo que el psiquismo del paciente logre integrar (Aulagnier, 1975). El trabajo terapéutico más adecuado sería concebir la posibilidad de que Eros amortigüe la silenciosa pero eficiente labor de Tánatos. La propuesta técnica estaría puesta en “editar”, “fundar” una nueva inscripción psíquica en la relación transferencial, para que el paciente pueda sentir que tiene derecho a “ser” y a “vivir”. DESCRIPTORES: VACÍO / ESCISIÓN / SITUACIÓN ANALÍTICA / TRAUMA TEMPRANO / DERRUMBE

Summary ON THE

FRONTIER OF THE ANALYZABLE: SPLITTING, A CLINICAL CASE

The author’s interest focuses on the presentation of a clinical case with the intention of understanding the problem of emptiness, the pathology of narcissism, and splitting in particular, in different theoretical frames. Following an early trauma, a fracture is produced in the ego, a pathological “splitting” in which different sectors frankly contradict each other even though the patient is unable to perceive it. The author recalls the ideas of Green (2000) concerning the “central phobic position” as a way to manifest “the negative” in the process of the cure. The patient is inhabited by alienating identifications which invade him and take over “his own identity”, leaving him immersed in a state of emptiness. He

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hides from himself and others defensively, as if behind the shell of a negative false self which protects him. What “overfills” this emptiness? Anxiety and pain, which express fear of “collapse” (Winnicott, 1963). In reference to early trauma, Roussillon (2007a, 2007b) states that, due to “lack” provoked by historical inappropriateness of “responses” of primary objects, and due to effects of the drive to survive this experience, the subject “withdraws from himself”. Hence, there is no room for psychic working through, which leads to “paradoxical transferences”. How can we help analyzands to come out of this thanatic defensive shell in order to give them binding in a representation? How can we make psychic pain bearable for both therapist and patient? Is it possible to construct the “being” if it was never “conceived” in its own history? How may we lead listening so that patients may begin to feel that they have “the right to live”? Splitting of the ego provokes a phobic functioning in the psyche which prevents communication between diverse sectors of the apparatus, which attempt to repel each other. Some of these parts are transferred, by mechanisms of projective identification, to the analyst’s person, the two confronting each other like islands with a moat between them. Falling into this abyss means encountering deeply feared “collapse”. We need to be aware of exteriorizations of the death drive in the psychoanalytic session, since in certain circumstances splitting is expressed through “acts” which germinate in the patient (in the mode of actual neurosis), involving the analyst. The analyst’s interventions need to be cautious and gradual, made only to the extent that they may be compatible with what the patient’s psyche is able to integrate (Aulagnier, 1975). The most adequate therapeutic work conceives of the possibility that Eros may damper the silent but efficient work of Thanatos. The technical proposal centers on “editing” and “founding” a new psychic inscription in the transference relation so that these patients may feel that they have a right to “be” and to “live”. KEYWORDS: VOID /

SPLITTING

/

ANALYTIC SITUATION

/

EARLY TRAUMA

/

COLLAPSE

Resumo NAS

FRONTEIRAS DO ANALISÁVEL: A EXCISÃO, UM CASO CLÍNICO

Meu objetivo com o presente trabalho é percorrer o caminho partindo da apresentação de um caso clínico para tentar uma compreensão através de diferentes marcos teóricos relacionados com a problemática do vazio, a patologia do narcisismo, especialmente a excisão. A partir de um trauma precoce se produz uma fratura no Eu, uma “excisão” patológica onde diferentes setores do mesmo estão em franca contradição, sem que o paciente possa percebê-lo. Recordamos as idéias de Green (2000) sobre a “posição fóbica central”, como uma maneira de manifestação do “negativo” no processo da cura.

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O paciente se apresenta povoado de identificações alienantes que o invadem e se apoderam da “própria identidade”, deixando-o imerso em um estado de vazio. Defensivamente se esconde de si mesmo e dos demais detrás de uma casca de um falso “self” negativo que o protege. O que existe de “excessivo” dentro do vazio? Estão a angústia e a dor, que expressam o medo ao “desmoronamento” (Winnicott, 1963). Referindo-se ao trauma precoce, Roussillon (2007a, 2007b) diz que, devido à “falta” provocada pela inadequação histórica das “respostas” dos objetos primários, e por efeitos da pulsão, para sobreviver a esta experiência, o sujeito se “retira de si mesmo”. Assim, a elaboração psíquica não encontra lugar e dá lugar às “transferências paradoxais”. Como ajudar o analisando a sair desta couraça defensiva tanática, para darlhe ligação em uma representação? Como fazer para que a dor psíquica possa ser tolerável, tanto para o terapeuta como para o paciente? É possível construir o “ser”, se ele não pôde se “conceber” na sua própria história? Como conduzir a escuta para que o paciente possa começar a sentir que tem “direito a viver”? A excisão do Eu provoca um funcionamento fóbico dentro do psiquismo, que impede a comunicação entre os diversos setores do aparato, os quais tentam repelir-se entre si. Algumas destas partes são transferidas, por meio de mecanismos de identificação projetiva para a pessoa do analista, ficando ambos enfrentados como ilhas com uma fossa no meio. Cair nesse abismo significa depararse com o tão temível “desmoronamento”. Devemos estar atentos às exteriorizações da pulsão de morte na sessão psicanalítica, pois em determinadas circunstâncias, a excisão se expressa através de “atos” que germinam do paciente (neurose atual), onde o analista acaba se envolvendo. As intervenções do analista devem ser cuidadosas, paulatinas, e efetuar-se somente na medida em que possam ser compatíveis com o que o psiquismo do paciente consiga integrar (Aulagnier, 1975). O trabalho terapêutico mais adequado seria conceber a possibilidade que Eros amenize o silencioso, mas eficiente labor de Tânatos. A proposta técnica seria “editar”, “fundar” uma nova inscrição psíquica na relação transferencial, para que o paciente possa sentir que tem direito a “ser” e a “viver”. PALAVRAS-CHAVE:

VAZIO

/

EXCISÃO

/

SITUAÇÃO ANALÍTICA

/

TRAUMA PRECOCE

/

DESMORONA-

MENTO

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

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El enigma de la reacción de aniversario *Isabel Eckell de Muscio

Introducción

La interesante convocatoria de este congreso acerca de “La práctica psicoanalítica: convergencias y divergencias” me motivó a transmitir algunas ideas sobre la denominada “reacción de aniversario”, que fuera descripta, entre otros, por George Pollock (1970). Con motivo del trabajo analítico llevado a cabo con un paciente a quien haré referencia más adelante, comencé a plantearme la hipótesis de que dicha reacción de aniversario podía ser pensada como un peculiar modo de repetición, manifestada en el soma y vinculada con situaciones traumáticas tempranas. En mi opinión, el hecho de que este congreso transcurra en los Estados Unidos resulta relevante por cuanto ha sido el país donde se llevaron a cabo los primeros estudios sistemáticos sobre psicosomática. Y fue justamente en esta bella ciudad, sede del congreso, donde F. Alexander fundó la Escuela de Medicina Psicosomática de Chicago y luego, junto a sus colegas French y Pollock, estudió y describió un grupo de enfermedades psicosomáticas que conocemos como las Chicago Seven. Resulta indudable que estas primeras investigaciones dejaron una huella, por más que desarrollos posteriores nos hayan conducido por otros derroteros y que, en consecuencia, algunos de estos conceptos hayan sido puestos en tela de juicio. Hasta aquí un poco de historia. En la actualidad, resulta bastante frecuente que a nuestros consultorios concurran personas que llegan con demandas atípicas de ayuda terapéutica, si las consideramos en relación con las primeras entrevistas que realizamos en los tratamientos clásicos habituales. Se trata de los

* Dirección: Avda. Santa Fe 2982, 2º “C”, (C1425BGR) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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casos difíciles de la práctica psicoanalítica actual, entre los cuales se encuentran las manifestaciones somáticas. Los pacientes que presentan este tipo de trastorno, así como muchos otros, nos plantean desafíos, ya que es difícil lograr que se instale desde el inicio del tratamiento la dependencia de transferencia; la posibilidad de dicha instalación dependerá, entre otros factores, de cierta creatividad técnica por parte del analista. Estos peculiares encuentros entre consultante y analista fueron en un momento concebidos como extensiones del método psicoanalítico. Sin embargo, hoy podemos pensar que caracterizan a una nueva escucha que permite y contribuye a aceptar en tratamiento a personas que en otra época hubiéramos calificado de inanalizables. Ésta es una manera de responder a la singular demanda de estos pacientes pero manteniendo al mismo tiempo un sólido encuadre interno producto de nuestras convicciones como analistas.

Reacción de aniversario y duelo no elaborado

Me referiré a un paciente que llegó a mi consulta hace ya muchos años. Cursaba en aquel momento la edad media de la vida, estaba casado, tenía tres pequeñas hijas y su mujer estaba por tener un hijo varón. Se presentó diciendo: “Me dijeron que necesito tratarme por eso estoy acá”, luego de lo cual comenzó a relatarme sus padecimientos físicos que consistían en cólicos en el abdomen, que se debían aparentemente a cálculos en la vesícula, y era posible que padeciera también de una úlcera de duodeno. Relató que había tenido problemas de asma desde niño, que habían desaparecido durante un viaje al exterior, realizado al recibirse de contador. Agregó que desde un par de meses atrás estaba muy deprimido, sin ganas de ir a su estudio y que se veía rutinario y poco creativo. Se definió por su ser contador y por su dedicación al trabajo en forma total y exclusiva, habiéndose iniciado en su actividad profesional en el estudio de un contador mayor y con más experiencia que él, quien lo había asociado rápidamente por su apego y dedicación al trabajo. Este hombre, muy importante en su vida, falleció joven, a los 45 años, heredando él su clientela. Enrique es hijo de un matrimonio de inmigrantes judío-polacos. Su padre, con quien siempre tuvo poco contacto y al que recordaba vagamente, falleció también a los 45 años, de “algo así como de una hemorragia intestinal”. Esto sucedió a sus 12 años. La madre, a la que siempre sintió distante y frágil, en el momento de la consulta estaba viva. Enrique es el primer hijo varón, tiene una hermana mayor y luego de él siguen tres hermanas menores, y cuando murió el padre estaba por REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 227-239

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nacer otro varón. Durante el transcurso de las entrevistas dijo que, a causa de su probable operación de cálculos y de la cesárea de su mujer (la cuarta), que estaba indicada, temía que alguno de los dos se muriera. Dijo que motivaba este pensamiento el hecho de haber mirado en el diccionario la palabra “gastritis” y haber visto que un tipo de ella era mortal. También mencionó, como al pasar, que unos días previos al nacimiento de su hija mayor había chocado con el auto y poco antes de que naciera la segunda hija había volcado, sin que ninguno de los accidentes tuviera consecuencias para su integridad física. Desde las primeras entrevistas con Enrique tuve la sensación de que me consultaba en una situación crítica, de riesgo inminente, pero sin tener registro de ello. La angustia señal que sólo podía expresar en su cuerpo, ya que psíquicamente estaba ausente en él, era captada por mí produciéndome un fuerte impacto contratransferencial. En ese clima de inquietud recibí el llamado de su mujer comunicándome que Enrique había sido internado a raíz de una ictericia. Se sucedieron una cantidad de días con diagnósticos confusos y erróneos, hasta que finalmente, al cabo de un mes, lo intervinieron quirúrgicamente de urgencia de una litiasis biliar, siendo su estado clínico sumamente grave y habiendo perdido 20 kg de peso. Casi simultáneamente nació su hijo varón. No es mi intención en este trabajo desplegar las alternativas de este proceso analítico que lleva muchos años de evolución y que fue ampliamente expuesto con motivo de una presentación anterior (Eckell, 1997). Por lo tanto, me voy a referir sólo a un eje fundamental del tratamiento de este paciente que fue el duelo no elaborado por la muerte precoz del padre y, relacionado con éste, las reacciones de aniversario que expresaba corporalmente. En efecto, una de éstas fue la que dramatizó al llegar a mi consulta; su imposibilidad de elaborar el duelo quedó expresada en un accidente psicosomático que lo llevó casi a “reventar” del mismo modo que el padre, muerto de una hemorragia intestinal justo cuando su mujer estaba por dar a luz a su hijo varón. Enrique repetía así, en su cuerpo, una historia similar sin tener la menor conciencia de ello. Con el trabajo analítico fuimos descubriendo no sólo que repetía a través de este pasaje al cuerpo la historia de un duelo imposible, sino que todos estos hechos, incluida la consulta terapéutica, habían sucedido en el mismo mes del aniversario de la muerte del padre, como lo comprobó la posterior reconstrucción analítica. Hasta el tercer año de análisis su modo de “recordar” era a través del cuerpo por medio de crisis somáticas, aunque de menor gravedad, como reacciones de aniversario. Recién a partir de ese momento pudimos comenzar a hablar del duelo en palabras. A pesar de la forma atípica en que había comenzado este tratamiento, se fue generando de a poco un espacio que posibilitó la instalación de un encuadre clásico de cuatro sesiones semanales con diván.

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Reacción de aniversario y repetición

Las circunstancias de vida de este paciente, tan particulares, me llevaron a pensar en algo así como una tragedia griega de destino en la cual Enrique parecía estar condenado a repetir la historia de su padre a través de ciertos aspectos vinculados, en particular, a la identificación con él en la incapacidad de tramitar duelos psíquicamente. Desde este punto de vista, me resultaron interesantes los aportes que hace G. Pollock en un trabajo denominado “Reacciones de aniversario, trauma y duelo” (1970), donde relaciona dichas reacciones de aniversario con consideraciones sobre el trauma, que a su vez conecta con situaciones de duelo irresueltas que resultan de pérdidas significativas. Este autor habla sobre la identificación del paciente con el padre muerto, que revive en determinado momento durante la adultez, y que adquiere forma sintomática en la fecha del aniversario, convirtiéndose así el mismo en disparador. Pollock cita en este trabajo a varios autores que, dentro de estas formas sintomáticas, describen diversas manifestaciones somáticas como reacciones de aniversario, vinculándolas con situaciones traumáticas precoces que, en algunos casos, pueden estar relacionadas con la muerte de una figura clave con la que el paciente había establecido una relación compleja y ambivalente.

Surgimiento de un recuerdo en el proceso analítico

Pacientes difíciles como Enrique, que sufrieron situaciones traumáticas tempranas, no sólo debido a muertes precoces de figuras significativas, sino también por haber sido poco investidos narcisísticamente por sus madres, como en este caso, quedan expuestos a situaciones de desamparo. Producto de dichas situaciones se genera un déficit de procesamiento psíquico que conduce a que las emociones dolorosas y, entre ellas, especialmente los duelos, se tramiten somáticamente, lo que da cuenta de un modo arcaico de funcionamiento mental. Estos casos, en los cuales el funcionamiento no neurótico o narcisista es predominante, requieren un abordaje donde el uso de las construcciones (Freud, 1937) adquieren un valor fundamental ya que, al proponérselas oportunamente al paciente, aportan figurabilidad permitiendo la creación de una escena. Se trata de la posibilidad de transformar inscripciones tempranas no rememorables en una trama psíquica imaginable y pensable. Dichas construcciones que se llevan a cabo en la mente del analista y que son producto de la implementación de la contratransferencia ampliada, aportan una fuerza de convicción que tiene REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 227-239

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un valor equivalente al de la rememoración. Como resultado de la “verdad” de la construcción por parte del analista, aunque se trate siempre de una conjetura, observamos que esta verdad conjetural provoca cambios psíquicos en el paciente. En relación con este tema, y continuando con el material clínico, a medida que el proceso analítico avanzaba y el paciente pudo empezar a emplear la palabra, antes que el cuerpo, como vehículo privilegiado para expresar emociones, me llamó especialmente la atención un recuerdo que trajo, el primero, en el cual se condensaba el conflicto de ambivalencia en el seno del complejo paterno. En efecto, por medio de esta escena que ahora podía relatar, aparecía en el escenario analítico un manojo de afectos explosivos que por primera vez podían ser dichos e interpretados. En este recuerdo encubridor, Enrique, que tendría unos 6 o 7 años, se veía caminando de la mano de su papá por el pueblo donde vivían. Él llevaba en la otra mano una lata de tomates. Tenían que cruzar las vías del ferrocarril y estaban esperando que pasara el tren. En ese momento se le cae la lata y el tren la revienta. Dice que recuerda muy bien como quedó “todo desparramado”. El recuerdo invita a pensar en dos aspectos de Enrique: uno, un momento tierno de él caminando de la mano de su papá en amoroso encuentro. El otro incluye la fantasía de “reventar” al padre. Al morir el padre seis años más tarde, Enrique quedaba así acorralado por dos dramas internos: que él pudiera ser una persona muy peligrosa y que no pudiera sostener a la gente viva. En la medida en que los afectos, ahogados hasta ese momento, tuvieron la posibilidad de ligarse a una representación de palabra, me pareció posible pesquisar a través de este recuerdo una suerte de puesta en escena de la relación culposa con el padre por el deseo de “reventarlo” y, al mismo tiempo, la identificación con él, identificación que lo llevaba, en el aniversario de su muerte, y cuando él mismo se iba a convertir en padre de su primer hijo varón, a casi “reventar” de la misma manera y en las mismas circunstancias que su padre. Estas situaciones de intensa culpa le habían impedido durante mucho tiempo vivir con más placer su vida, que equivaldría a superar, finalmente, al padre y a cortar la historia de la repetición. Por este motivo había llevado siempre la vida de un sobreviviente.

Algunas conceptualizaciones teóricas

El concepto de sobreviviente es trabajado por P. Lefebvre (1987), en referencia al “pacto faustiano”, como manifestación de una fantasía de que la supervivencia depende de un trueque con los objetos primarios

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del sujeto y que cualquier transgresión al mismo supone una amenaza de retribución letal. El mensaje implícito es: “puedes sobrevivir pero no vivir en su sentido pleno”. También G. Engel (1975), citado por Lefebvre, propone una fantasía de pacto faustiano referida a una crisis somática grave como reacción de aniversario que asimismo relaciona con la transgresión del mandato implícito en el pacto, que dice: “puedes vivir, pero no sobrevivir más allá de una cierta fecha, es decir, la fecha de mi propia enfermedad y muerte”. Engel también escribió un interesante trabajo que gira en torno a fragmentos de su autoanálisis realizado con los sueños de aniversario y los actos fallidos que le ocurrieron durante el período de diez años que siguió a la muerte repentina e inesperada de su hermano gemelo. Más adelante, al percatarse el autor de que se aproximaba a la edad en que había muerto su padre (cuando los gemelos tenían 15 años), fueron sometidos a autoanálisis también los sueños, los síntomas y ocurrencias vinculadas al mismo. A propósito de esto, Joyce McDougall (1998) se ha referido al “calendario secreto” que cada cual lleva consigo en las profundidades de su psiquismo. Lo vincula con fechas, edades, o épocas del año en las que aparecen o vuelven a manifestarse ciertas enfermedades somáticas, relacionando así la memoria del cuerpo con este “calendario secreto”. La autora agrega que el cuerpo y su funcionamiento somático están en alguna medida sometidos a la compulsión de repetición. Explica ciertas formas de explosiones somáticas como manifestaciones de “histeria arcaica”, citando el caso de un paciente que tuvo la misma crisis cardíaca que su padre a la misma edad que él, aunque su paciente logró sobrevivir. Se trata del caso Tim, tan bien descripto en Teatros del cuerpo. Fue justamente en ocasión de la supervisión del caso de Enrique que realicé con Joyce McDougall en la institución a la que pertenezco (APA), que dicha autora señaló una analogía entre la problemática del paciente que presento aquí de modo fragmentario y Tim. Se trata de la aparición en el cuerpo de una historia que requirió de un largo proceso analítico para que lograra adquirir palabras, enlaces y sentido.

Temporalidad y memoria

Hay situaciones en la vida de algunos sujetos que, al no lograr ser psíquicamente elaboradas como para quedar inscriptas en una trama de memoria que pueda ser transmitida por medio de un mensaje explícito al modo de un recuerdo, como es el caso de Enrique, poseen entonces escasas alternativas de expresión, una de las cuales puede ser el “cortocircuito” en el cuerpo (Green, 1972-1986). REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 227-239

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Esto nos conduce a pensar en las diferencias entre memoria y recuerdo, así como entre los diferentes tipos de memoria. En este sentido, me resultaron interesantes las formulaciones acerca de la memoria que hace Micheline Enriquez en un trabajo titulado “La envoltura de la memoria y sus huecos” (1987). La autora señala la importancia que tiene la rememoración y la investigación del pasado para todo ser humano que se pregunte sobre su singularidad; es la forma de darle un sentido a la propia existencia, de acceder a una historicidad que garantice la continuidad del sí mismo a través del tiempo. Enriquez habla de dos tipos de memoria: la “memoria olvidosa y rememorable” y la “memoria no-rememorable e inolvidable”. Describe a la primera como determinada por el conflicto psíquico y obedeciendo a la acción de los procesos secundarios; se trata de un proceso de transformación que se escribe y se reescribe en una temporalidad abierta que da origen tanto a la continuidad de sí como a la diferencia de uno con uno mismo en el tiempo. Este pasado rememorable siempre sufre deformaciones debido a que se entreteje también con los productos de su olvido. Señala a la represión secundaria como el único mecanismo que provoca una forma de olvido constructiva, diferente del que produciría la desmentida y la forclusión. Esta forma de olvido producto de la represión es constructiva porque permite conservar en el interior del psiquismo los elementos que participaron en su elaboración. La represión es el único mecanismo que da la posibilidad de recuperar el pasado a través de una memoria historizante. Enriquez califica, en cambio, a la “memoria no rememorable e inolvidable”, en tanto que prehistórica, de inmutable, repetitiva e inalterable en relación con el paso del tiempo. Es una memoria constituida por huellas psíquicas muy precoces que perdura durante toda la vida y que, si bien puede ser elaborada con posterioridad, pertenece al pasado, y por lo tanto es en gran parte incognoscible, pues solo se puede saber de ella a través de indicios, como por ejemplo ciertas repeticiones que darían cuenta de sus marcas. Estas formulaciones sobre los dos tipos de memoria me recuerdan a las que construye Michel de M’Uzan en su trabajo “Lo mismo y lo idéntico” (1969), en el que diferencia estos dos tipos de repeticiones. En la repetición de lo mismo, la categoría de pasado está sólidamente elaborada. El autor entiende al pasado “no como la suma de acontecimientos vividos sino su reescritura interior” (pág. 103). Desde esta perspectiva se puede pensar que los hechos reales en cierto modo pierden importancia en relación con la que toma, en cambio, el relato interior que el sujeto hace y rehace a lo largo de su vida. De esta manera, vemos que el valor de la rememoración está conservado. Estos son procesos que caracterizan al funcionamiento neurótico.

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Al contrario, en la repetición de lo idéntico, la categoría de pasado no se ha podido elaborar y, debido a esta imposibilidad, la rememoración es reemplazada por una reproducción sin modificaciones. Estos procesos son los que caracterizan al funcionamiento no neurótico, o a patologías del narcisismo. “Memoria olvidosa y rememorable” producto de la represión; “memoria no rememorable e inolvidable” donde la escisión y desmentida dejaron su huella. Si bien podemos pensar que en el proceso analítico puede haber un interjuego permanente entre ambas, la memoria olvidosa y rememorable se expresará a través de sus deformaciones y transformaciones, pero siempre dando cuenta de la energía psíquica ligada, que se manifiesta a través del retorno de lo reprimido, como síntomas. En cambio, la “memoria no rememorable e inolvidable” surgiría como una “memoria sin recuerdo” que, al quedar sin ligadura, retorna inolvidable e insistentemente a través de “cortocircuitos” expresados mediante actos en el mundo externo o en el cuerpo. Esto último es lo que Green (2000) ha formulado como una memoria paradójica a la que denomina “memoria amnésica”.

El enigma de la reacción de aniversario. Algunas reflexiones

La puesta en escena en el soma que desplegó Enrique al llegar a mi consulta, estimuló mi interés por el estudio de los trastornos psicosomáticos y, vinculado con éstos, en particular, las reacciones de aniversario, que fuimos descubriendo en el transcurso del análisis de este paciente. En función de los interrogantes que se me generaron en relación con este caso me pregunto: ¿cómo se puede pensar la reacción de aniversario? ¿Qué ocasionaría que surja en determinada fecha un hecho somático? Una primera aproximación sería reflexionar acerca de las diferencias entre el trauma psíquico y el trauma pre-psíquico o temprano. El primero es, como sabemos, un trauma constitutivo, sexual. La huella de dicho trauma no se constituye en trauma hasta que, en un segundo tiempo, se produce otro acontecimiento que lo resignifica. Se trata de una atribución de sentido, otorgada aprés-coup a la primera experiencia. El trauma pre-psíquico o temprano, en cambio, está vinculado con la cantidad en exceso que no se puede ligar, en el que predomina el sufrimiento y la repetición de experiencias dolorosas. Esta falta de ligadura o fracaso del psiquismo para transformar dichas huellas dolorosas traumáticas en huellas estructurantes produce una vivencia de desamparo para el yo, y una incapacidad para producir el efecto de aprés-coup. Se podría aventurar la hipótesis de que las marcas sensoriales propias del trauma temprano, que no lograron convertirse en huellas mnéREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 227-239

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micas y que, por lo tanto, no se pudieron elaborar psíquicamente, al ser investidas darían lugar al hecho somático. Sin embargo pienso, en razón del análisis llevado a cabo de la reacción de aniversario en Enrique, que estas huellas primitivas expresadas como una “memoria amnésica” corporal que pueden ser pensadas como un peculiar modo de repetición, también podrían concebirse, por efecto del proceso analítico, como un intento de ligadura “en busca” de un objeto apropiado que pueda ayudar a dar lugar a una transformación de dichas huellas traumáticas y adquirir así, por primera vez, un sentido en una suerte de aprés-coup. Por lo tanto, quiero remarcar la importancia de considerar dos tipos de aprés-coup. El primero, que corresponde al funcionamiento neurótico que se organiza en dos tiempos y se genera “espontáneamente” en la mente del paciente, mecanismo ya descripto por Freud para el trauma sexual. El segundo tipo de aprés-coup, que es el que podemos atribuir al trauma pre-psíquico o temprano, se construye, en cambio, en la mente del analista o en ese espacio intermedio creado entre paciente y analista que, al dar sentido por primera vez a las huellas primitivas traumáticas, permite salir del campo de la repetición. Podemos pensar que la fecha, o “calendario secreto”, como lo denomina McDougall, en que se desencadenó la reacción de aniversario de Enrique correspondería tal vez a una situación que sólo pudo ser “percibida” por él a través de una “memoria corporal”, que encubría el duelo no elaborado por la muerte del padre y que, como expresé anteriormente, fue un eje fundamental en torno al cual giró este proceso analítico.

Resumen

En este trabajo, la autora se plantea la hipótesis de que la reacción de aniversario podría ser pensada como un peculiar modo de repetición, expresado en el soma y vinculado a situaciones traumáticas tempranas. Para ello incluye un fragmento de historial clínico a los fines de ilustrar las implicancias de dicha hipótesis. En el material presentado, el eje fundamental del proceso analítico giró en torno a la reacción de aniversario, que se manifestó en un accidente psicosomático que encubría el duelo no elaborado por la muerte del padre. La autora toma algunos aportes teóricos de diversos autores. De Pollock y Engel, la reacción de aniversario vinculada con el trauma y el duelo; de Lefebvre, el “pacto faustiano” como manifestación de una fantasía de que la supervivencia depende de un trueque con los objetos primarios del sujeto; de McDougall, el “calendario secreto” o fecha de aparición del accidente somático y su relación con la memoria corporal de un trauma antiguo. La autora toma también las ideas de André Green acerca de la memoria paradójica que deno-

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mina “memoria amnésica” y de Micheline Enriquez acerca de la memoria y de la temporalidad señalando la importancia que tiene la rememoración y la investigación del pasado para todo ser humano que se pregunte sobre su singularidad. Luego se plantean algunas reflexiones en relación con el enigma de la reacción de aniversario, para lo cual se exponen las diferencias existentes entre el trauma psíquico y el trauma pre-psíquico o temprano y los dos tipos de apréscoup a que dan lugar a juicio de la autora. Un tipo de aprés-coup corresponde al funcionamiento neurótico que se organiza en dos tiempos y se genera “espontáneamente” en la mente del paciente. Se trata del mecanismo que describiera Freud para el trauma sexual. El segundo tipo de aprés-coup, que es el que se puede atribuir al trauma pre-psíquico o temprano, se construye, en cambio, en la mente del analista o en ese espacio intermedio creado entre paciente y analista, que al dar sentido por primera vez a las huellas primitivas traumáticas, permite salir del campo de la repetición. DESCRIPTORES: REPETICIÓN / SOMA / TRAUMA TEMPRANO / DUELO / MEMORIA

Summary THE

ENIGMA OF THE ANNIVERSARY REACTION

The author proposes the hypothesis that the anniversary reaction could be considered a particular mode of repetition expressed in the soma and related to early traumatic situations. She includes a fragment of clinical history to illustrate the implications of this hypothesis. In the material she presents, the basis of the analytic process turned upon the anniversary reaction, manifested in a psychosomatic accident which screened the unworked through mourning for the father’s death. The author draws upon theoretical contributions by diverse authors: from Pollock & Engel, she takes the anniversary reaction connected to trauma and mourning; from Lefebvre, the “Faustian pact” as a manifestation of the fantasy that survival depends on a trade-off with the subject’s primary objects; from McDougall the “secret calendar” or the date of the somatic accident and its relation to bodily memory of an old trauma. The author also works with the ideas of André Green concerning the paradoxical memory which he calls “amnesic memory” and of Micheline Enriquez on memory and temporality, pointing out the importance of remembering and investigating the past for all human beings who inquire into their singularity. She then offers some reflections in relation to the enigma of the anniversary reaction, for which she discusses the differences between psychic trauma and pre-psychic trauma and the two types of après-coup resulting from them. One type of après-coup corresponds to neurotic functioning which is organized in two times and is generated “spontaneously” in the patient’s mind. This is the mechanism described by Freud for sexual trauma. The second type of aprèscoup, which may be attributed to pre-psychic or early trauma, is constructed in

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the analyst’s mind or in the intermediate space created between patient and analyst; by giving meaning to the primitive traumatic traces for the first time, it provides a way out of the field of repetition. KEYWORDS: REPETITION / SOMA / EARLY TRAUMA / MOURNING / MEMORY Resumo O

ENIGMA DA REAÇÃO DE ANIVERSÁRIO

Neste trabalho, a autora considera a hipótese de que a reação de aniversário poderia ser pensada como um modo peculiar de repetição, expresso na soma e vinculado às situações traumáticas precoces. Como exemplo, inclui um fragmento do historial clínico para ilustrar as implicâncias de dita hipótese. No material apresentado, o eixo fundamental do processo analítico girou em torno da reação de aniversário, que se manifestou em um acidente psicossomático que encobria o luto não-elaborado pela morte do pai. A autora faz uso de alguns aportes teóricos de diversos autores. De Pollock e Engel, a reação do aniversário vinculada com o trauma e o luto; de Lefebvre, o “pacto faustiano” como manifestação de uma fantasia de que a sobrevivência depende de uma troca com os objetos primários do sujeito; de Mc Dougall o “calendário secreto” ou a data do aparecimento do acidente somático e sua relação com a memória corporal de um trauma antigo. A autora faz uso também das idéias de André Green sobre a memória paradoxal que denomina “memória amnésica” e de Micheline Enriquez acerca da memória e da temporalidade, ressaltando a importância que tem a rememoração e a investigação do passado para todo ser humano que se questiona sobre a sua singularidade. Depois, propõe algumas reflexões relacionadas com o enigma da reação de aniversário, onde expõe as diferenças existentes entre o trauma psíquico e o trauma pré-psíquico ou precoce e os dois tipos de aprés-coup defendidos pela autora. Um tipo de aprés-coup diz respeito ao funcionamento neurótico que se organiza em dois tempos e que é gerado “espontaneamente” na mente do paciente. Trata-se do mecanismo descrito por Freud para o trauma sexual. O segundo tipo de aprés-coup é aquele que se pode atribuir ao trauma pré-psíquico ou precoce, entretanto se constrói na mente do analista ou nesse espaço intermediário criado entre paciente e analista que, ao dar sentido pela primeira vez aos vestígios primitivos traumáticos, permite sair do campo da repetição. PALAVRAS-CHAVE: REPETIÇÃO / SOMA / TRAUMA PRECOCE / LUTO / MEMÓRIA

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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

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Construyendo psicoanálisis: del trauma al trauma psíquico *Gustavo Jarast

La teoría del trauma psíquico, reanalizada en Moisés y la religión monoteísta (1939), así como otros temas –el análisis del analista y la peculiaridad del mismo como factores preponderantes para la cura analítica–, estudiados en “Análisis terminable e interminable” (1937a), y la labor del analista, reconsiderada en Construcciones en el psicoanálisis (1937b), constituyen algunos de los problemas retomados por Freud al final de su obra. Se los encuentra con descubrimientos que lo sorprenden, y que van al fundamento de una concepción más elaborada para el tratamiento de pacientes con alteraciones en la estructuración simbólica de sus síntomas, a lo largo de décadas. Intentaré indagar en el presente trabajo, a partir de estos textos, en nuevas concepciones que se fueron planteando sobre la teoría del trauma psíquico y la técnica psicoanalítica, para facilitar el acceso terapéutico a los pacientes con esas alteraciones. Presentaré una viñeta clínica, y luego expondré consideraciones sobre condiciones de la participación del psicoanalista, de la disponibilidad de su vitalidad pulsional en la sesión, que creo es fundamental para el trabajo analítico, especialmente con pacientes con trastornos en su capacidad de elaboración simbólica. Ferenczi, último gran interlocutor de Freud, había fallecido dejando abierto un debate sobre la teoría de la técnica, la del trauma psíquico, y el análisis del psicoanalista, que creemos que Freud continúa en los trabajos mencionados. Por ejemplo, la idea del trauma “real”, que mantuvo su presencia como núcleo de verdad en la realidad psíquica, junto al descubrimiento

*Dirección: Castex 3330, 2º “A”, (C1425CDF) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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de la “mentira” histérica (carta 69 a Fliess del 21/09/97, Freud, 1950a), reaparece ahora en las formas de retorno alucinatorio de vivencias tempranas (Freud, 1937b, pág. 268). También creo que el concepto de transferencia experimenta el impacto de los nuevos descubrimientos, a partir de la revisión de la relación entre la actividad del analista y la del paciente (1937b), de la observación de la repetición de formas tempranas de vínculo (1939), o de la consideración de las condiciones de la personalidad del psicoanalista y su influencia en la tarea psicoanalítica (1937a). Un paso relevante en el tratamiento del tema de la transferencia, ya lo había constituido el reconocimiento de la contratransferencia, a partir de las vicisitudes de los análisis llevados a cabo por Jung, Ferenczi, Jones o Pfister, así como por el conflicto que le había generado a él mismo el tratamiento de E. Hirschfeld (Falzeder, 1994). Freud había empleado por primera vez el término en el Congreso de Nuremberg en 1910, y si bien allí planteaba la necesidad de dominarla a través de su elaboración, habría que destacar primero la importancia de su descubrimiento, de lo que implicó la consideración de la participación del analista, de su sentir inconciente, en la investigación psicoanalítica. De hecho, seguramente de modo no casual, introduce el concepto en el texto sobre el porvenir de la terapia analítica. Si bien allí exigía el autoanálisis del analista como condición para el ejercicio clínico (Freud, 1910), sólo dos años después, en “Consejos al médico”, afirmaba que para ser analista era necesario analizarse con otra persona (Freud, 1912). Pero es recién en el artículo de 1937, donde más claramente apoya el análisis interminable del psicoanalista. En principio en la forma de análisis periódico, probablemente también influenciado por la impronta que Ferenczi le había impuesto al tema (Freud, 1937a). En el segundo texto de 1937, Construcciones en el análisis, la tarea de la construcción como empeño del psicoanalista en colaboración con el paciente, que tanta impresión le provocara a Freud, no parece ajena a los anteriores planteos. El psicoanálisis deja aquí de tener enunciados solipsistas, pues la construcción ya de por sí, explícitamente, implica una labor de dos personas, “de cometido diverso”, y lo que le acontece al psicoanalista parece tener una importancia superior a lo que se suponía hasta entonces. Los motivos clínicos a los que se aboca –la vigencia actual de las vivencias tempranas preverbales y su retorno como síntomas–, son posiblemente los que han estimulado estos avances: existen escenas que el paciente no puede recordar, y que necesariamente requerirán de la participación activa del psicoanalista, para que puedan alcanzar un estado de representación psíquica inédita. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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Por ejemplo, en esta categoría de síntomas aparece la mencionada referencia a la alucinación como portadora de vivencias tempranas de una época en la cual el niño “apenas era capaz de lenguaje” (1937b, pág. 268), planteo que no parece lejano a las características de retorno de traumas de esa época de desarrollo (1939, pág. 73). En 1920 había quedado un camino abierto en la interrogación freudiana, con el hallazgo de una fuerza que contrariaba el principio de placer, y que también trascendía el de displacer mismo. Eran otras tensiones las que se conjugaban para producir el síntoma que confrontaba a Freud, y que le exigió y permitió el progreso teórico. La segunda tópica dará cuenta de ello. Pero es recién al final del camino, en los últimos trabajos, donde ciertos interrogantes centrales terminarán de expresarse y, creo, de abonar la base a desarrollos psicoanalíticos contemporáneos. Es en el “escenario” de la persona del analista (Freud, 1937b, pág. 260), en los procesos internos que en él se desarrollan, y en el trabajo elaborativo que realiza con ellos, donde se podrá llevar a cabo una tarea con los procesos psíquicos inconcientes del analizando. Particularmente aquellos procesos que no alcanzaron un nivel de representación, o mejor dicho que su representabilidad no trascendió una inscripción más afectiva (como “símbolo mnémico”), o siquiera tal, como estados descualificados (como estados de vértigo, asfixia o dolor no sentido). Estos se encontrarán escindidos, desconocidos en él, pero activos y eficaces en su necesidad de actualización y de reclamo de un espacio “visible”, representable para su conciencia. Pero, para ello, aún deberán acceder a un asidero en una huella mnémica, que se encuentra sólo en estado potencial, que tal vez se pueda constituir a partir de la tarea elaborativa contratransferencial del analista. Serían entonces estados compulsivos que buscan devolverle a un vínculo temprano su vigencia mediante la repetición de la vivencia traumática, a través de hacerla revivir en un vínculo análogo “real-objetivo” con otra persona. Sería una de las formas que tienen estos estados de retornar al presente, de presentarse en lo actual, de intentar someter al “examen de actualidad” (Freud, 1917, pág. 231, n. 34).

Del trauma “puro” al trauma psíquico

En una primera época, la teoría del trauma en Freud se desarrolla fundamentalmente en torno a la investigación de la etiología de la histeria. Ésta era considerada como resultante de la seducción sexual del niño por un adulto o un niño mayor. Su resultado tendrá consecuencias

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económicas sobre el psiquismo, generará un exceso de excitación que no podrá ser integrado psíquicamente, ni derivado por vía motora. Pero la elaboración del mismo trascenderá la antigua teoría catártica, abreactiva, tan afín a Breuer. Freud desarrolla una concepción dinámica de la creación del síntoma. Existirá la vivencia actual, sexual, traumática, cuyo recuerdo se reprimirá y llevará de este modo a la creación del síntoma primario. Posteriormente la defensa lograda fracasará, y de la lucha entre las representaciones reprimidas que retornan y el yo, surgirán los síntomas nuevos, propios de la enfermedad neurótica (Freud, 1896, Manuscrito K {1950a}). Por lo tanto, la cura requerirá de una tarea elaborativa, mnésica, que permita la reintegración a los circuitos asociativos del recuerdo reprimido, no tanto su descarga. Más que renunciar a la antigua teoría, en la citada carta a Fliess de 1897, Freud replantea la concepción del trauma. La experiencia clínica frustrada lo lleva a inteligir “que en el inconciente no existe un signo de realidad, de suerte que no puede distinguir la verdad de la ficción vestida con afecto” (Freud, 1950a, pág. 301). Pero esto significó descubrir que los síntomas histéricos “ya no aparecían más como retoños directos de los recuerdos reprimidos de vivencias sexuales infantiles, sino que entre los síntomas y las impresiones infantiles se intercalaban las fantasías (invenciones de recuerdos) de los enfermos…” (Freud, 1906, pág. 266). Se trata de una profundización del concepto de trauma sexual infantil, concediendo su lugar a la vida fantasmática, a la realidad psíquica, a su rol protagónico entre los acontecimientos realmente vividos y sus efectos patógenos. La escritura de Freud es muy cuidadosa en no desmentir la existencia de los hechos reales, junto a estas “poetizaciones” embellecedoras (Manuscrito M, 25 de mayo de 1897 {1950a, pág. 293}). La huella del acontecimiento comienza a producir recién efectos patógenos por condiciones de maduración o por acontecimientos ulteriores, que retroactivamente generan esas consecuencias (Freud, 1950b, pág. 403). Esta causa retroactiva no despierta el recuerdo sino que constituye al trauma mismo, introduciendo una conceptualización inédita respecto de la temporalidad, creadora en ese acto del psicoanálisis. En 1926, la noción de trauma quedó ligada a la de situación traumática. Ésta refiere a una situación vivenciada de desvalimiento. El yo intentará anticiparse a la misma mediante el desarrollo de angustia como señal, trasformándola así en situación de peligro (Freud, 1926, pág. 155). Será necesario llegar al texto de 1939 para encontrarnos con otro progreso: el trauma tiene empeños positivos que como compulsión de repeREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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tición y como fijación al trauma buscan devolverle su vigencia a través de “recordar la vivencia olvidada o, todavía mejor, hacerla real-objetiva (real), vivenciar de nuevo una repetición de ella: toda vez que se tratara sólo de un vínculo temprano, hacerlo revivir dentro de un vínculo análogo con otra persona” (Freud, 1939, pág. 72). También el trauma tiene efectos negativos, que buscan lo contrario: “que no se recuerde ni se repita nada de los traumas olvidados” (ibíd., pág. 73). Por otra parte Freud destaca que “la influencia compulsiva más intensa proviene de aquellas impresiones que alcanzaron al niño en una época en que no podemos atribuir receptividad plena a su aparato psíquico” (ibíd., pág. 121), una época en la cual “sus tempranísimas impresiones, recibidas […] [cuando] era apenas capaz de lenguaje, exteriorizan en algún momento efectos de carácter compulsivo […]” (ibíd., pág. 125), que se terminarán plasmando en rasgos de carácter. Estas nuevas propuestas despejan el camino para acceder a padecimientos que requieren de una forma de intervención del analista para la que deberá indagar en estados que no han adquirido representación simbólica, y que se manifestarán en forma de afectos, seguramente sufrimientos intensos, presiones en la transferencia, “odio en la contratransferencia” (Winnicott, 1947).

El trauma escenificado en el vínculo transferencial

Una consideración especial merece la obra de Ferenczi, en quien tanto incidió la preocupación por hacer accesible al psicoanálisis a los pacientes más perturbados. En 1922, en el Congreso de Berlín, Freud invita a los analistas a reflexionar sobre la relación entre la teoría y la técnica analíticas, sobre la medida en la cual ambas “se promueven u obstaculizan hoy recíprocamente” (1919, pág. 263). La propuesta es tomada por Ferenczi y por Rank, quienes escriben Perspectivas del psicoanálisis (1924). Ferenczi cuestiona allí (en los capítulos escritos por él), la concepción hasta entonces vigente de la repetición como obstáculo resistencial del paciente, y la propone como el verdadero material inconciente. La tarea implicará necesariamente un proceso elaborativo de dos, sólo implementable a través del compromiso contratransferencial del analista, por otra parte necesario para el despliegue transferencial de experiencias traumáticas. En el Diario clínico (1985) que Ferenczi redacta en 1932, es donde desarrolla más extensamente la concepción de la “contratransferencia

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real” del analista (17/01/32). Conjetura que la exploración profunda de ésta, abre el acceso a resistencias del paciente hasta ese momento inaccesibles, para lo cual considera imperioso que el psicoanalista realice el análisis más exhaustivo posible, por su grado de involucramiento en la tarea. Entiende que el análisis terapéutico del psicoanalista debe ser “perfectamente terminado” (Ferenczi, 1928, pág. 56). Con respecto a la contratransferencia real habría que mencionar el eco que tendrá en Winnicott, quien años después se referirá a los sentimientos “reales” en la contratransferencia, en un sentido tal vez no demasiado diferente a Ferenczi (Winnicott, 1947). Otro de los aspectos clave de su teorización se refiere a su concepción sobre el trauma. Tomando como referencia el “sueño del bebé sabio” (1923), Ferenczi describe un niño traumatizado y herido en su narcisismo, que se convierte en adulto escindido por la huella del trauma, trauma que se origina en la confusión entre el lenguaje de la ternura del niño, propio del lenguaje infantil, y el lenguaje de la pasión, propio de los adultos (Ferenczi, 1933). El niño introyecta en su visión al adulto como agresor y conserva así una situación de ternura, adecuándose a la pasión desbordante e inefable del adulto. Es el único modo que encuentra para mantener controlable (pero vigente) la vivencia todavía “inexperienciable” por un yo incapaz aún de conciencia, pero que no obstante lo sofoca en una vivencia violenta. Esta “identificación con el agresor” se convierte en la única posibilidad de mantener el vínculo. Éste adquiere características alucinatorias, porque aún no se ha desprendido libidinalmente el objeto como una realidad que pueda llegar a representar. El juicio de realidad quedará sesgado por la realidad vivencial psíquica, con escisiones yoicas en aquellas áreas arrasadas por la invasión pulsional de ese vínculo indiscriminado. Existe entonces un vínculo “real” agresor/agredido, que queda desmentido por razones diferentes por ambos participantes: en el niño, por la necesidad de dominio pulsional como imperativo de supervivencia psíquica; en el adulto, por la desmentida de su violencia “amorosa”, que a su vez también queda introyectada por el niño. Se forma así un conjunto completo de la escena traumática, vivida ya como “realidad objetiva”. Este amplio espacio psíquico, puntualmente escindido, es gráficamente denominado por Ferenczi como el estado del “bebé sabio”: el niño escindido, se escinde para adaptarse a padres inadecuados. De algún modo se invierte la situación parental. Este “bebé sabio”, en el adulto, requerirá de un analista que lo capte más allá del lenguaje convencional del adulto. Porque el registro de esa escisión yoica, a la vez circunscripta y extensa en el aparato psíquico, REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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sólo será capaz de responder a actitudes emocionales, receptivas del analista; a vivencias de este último que el paciente capte, y que a su vez se sienta captado por un adulto –el analista–, esta vez adecuado (Ferenczi, 1923, 1931, 1933). Las posturas teóricas –especialmente las referidas a la etiología del trauma– y técnicas –su concepto de repetición y sus propuestas de técnicas “activas”– que Ferenczi defendió, generaron una reacción negativa en algunos miembros del movimiento, particularmente en Jones, Radó y Brill, así como una postura ambivalente en Freud (Jones, 19551957). La presentación que realizó en el Congreso de Weisbaden (1931), de “La confusión de lenguajes entre el adulto y el niño”, despertó un grado inusitado de controversia, y fue el punto culminante de una polémica personal y científica. Recién pudo ser publicado quince años después. Ferenczi fallecería en 1933. Condiciones que predisponen a la aparición de un trauma

Freud consideraba la existencia de un psiquismo temprano, con diferentes registros mnémicos, que quedarían perturbados por la exposición del psiquismo a la vivencia traumática. Creo que es de gran importancia conocer estos registros, y los síntomas que generarían aquella vivencia. Será un modo de comprender a qué tipo de fenómenos deberá enfrentarse el analista, atento al psicoanálisis de pacientes que han padecido esos avatares. Para Freud, la memoria está registrada bajo una diferente variedad de signos, al menos en tres formas (1950, carta 52, pág. 274). Un primer signo de percepción es la primera transcripción de las percepciones, articulada según una asociación por simultaneidad. Una segunda transcripción, ordenada según nexos causales, corresponde a recuerdos de conceptos. Finalmente una tercera retranscripción, ligada a representaciones-palabra, correspondiente a nuestro yo oficial, que así podría devenir conciente de acuerdo a ciertas reglas. Las neurosis se producirían por insuficiencia en la capacidad de traducir un material psíquico, de una a otra escritura mnésica. Al faltar la reescritura posterior, la excitación propia del material “es tramitada según las leyes psicológicas que regían en el período psíquico anterior y por los caminos de que entonces se disponía” (ibíd., pág. 276). Ese material entonces persistiría en forma anacrónica, como fueros o relictos con leyes propias de funcionamiento, ajenas a las nuevas leyes del material que sí fue pasible de transformación. Según este esquema, habría al menos dos tipos de fueros, correspondientes, por una parte, a la imposibilidad de traducción de los primeros signos, y, por la otra, a la imposibilidad de traducción de los segundos.

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Si la imposibilidad de traducción de estos últimos –“los recuerdos de conceptos”–, podría dar lugar al desarrollo de las psiconeurosis, pues por defensa patológica no lograrían ser ligados con representaciones-palabra y sufrirían el destino de la represión, los signos no traducidos correspondientes a la primera transcripción seguirían otro tipo de camino no tan claro en la teorización freudiana. El futuro superyó se edifica sobre las huellas mnémicas de las palabras oídas e introyectadas del discurso parental. Podría ocurrir que en pacientes –no necesariamente psicóticos–, hayan fallado las transcripciones básicas al sistema representacional, y no se cuente con las representaciones-palabra correspondientes. Pero sí se encuentran las huellas mnémicas de palabra (sin transcribir). Estos fenómenos clínicos, para Freud, muestran la génesis del superyó, y su contrucción incompleta. Cuando se puede lograr avanzar en las transcripciones correspondientes al enlace con sus representaciones de palabra, recién el sujeto podrá “pensar”, escuchando la voz de la conciencia en lugar de las voces que lo injurian “desde lo real”. En caso contrario, la investidura de las palabras podría ser total y llegar a la percepción sensorial en estado alucinatorio, como las voces que atormentan a los psicóticos. Recién en Construcciones en el análisis (1937), Freud vuelve a plantear la forma de retorno como alucinación de “algo vivenciado en la edad temprana y olvidado luego, algo que el niño vio u oyó en la época en que apenas era capaz de lenguaje todavía” (1937b, pág. 268). La “pulsión emergente de lo inconciente” aprovecharía a la alucinación para imponer a la conciencia la creencia en la actualidad de estos recuerdos (ibíd., pág. 268). Estas formas de “actualización” de la experiencia vivida, que no logró atravesar caminos de traducción en registros causales que correspondan a “recuerdos de conceptos”, a rememoraciones, reflejarían un trastorno de simbolización, de imposibilidad de pérdida de objeto, que la hubiere podido iniciar. Tal vez si se trata de la imposibilidad de traducción de las primeras transcripciones, preverbales, habría que investigar cuál construcción psíquica primaria existe en el sujeto, para que pueda afrontar los pasos de elaboración subsiguientes, y por lo tanto indagar cuál sería entonces la tarea requerida al analista para poder implementar esa labor (Rousillon, 1995). Según Freud, para que se instituya el examen de realidad, “tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva (real)” (1925, pág. 256). Si los objetos no procuraron esa satisfacción, es decir si la experiencia con ellos fue insatisfactoria, o traumática, permanecerán como tales, REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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sin alcanzar el estado de ausencia que hubiera permitido su reencuentro como percepción. Como todas las representaciones provienen de percepciones (ibíd. pág. 255), la percepción que corresponde a objetos que no pudieron ser representados porque no se alcanzó un estado de pérdida y duelo por el objeto en cuestión, no sería entonces una percepción sino una alucinación. Por otra parte, esta alucinación parece ser diferente de la alucinación onírica, ya que, más que un cumplimiento de deseo, correspondería a un tiempo anterior a la instauración del principio de placer, tiempo propio de los sueños traumáticos, en el cual la percepción alucinatoria tendría una función de descarga, o de búsqueda de los estímulos traumáticos (Freud, 1920, pág. 31). El juego del carretel es el ejemplo por antonomasia del mecanismo que intenta oponerse a esa descarga: la situación traumática de alejamiento de la madre es neutralizada en el niño por el placer que le genera la escenificación del arrojar el carretel infinidad de veces, convirtiendo en juego la vivencia penosa, pasiva. Así en forma activa, el niño se adueña de ella. Por otra parte, por la actividad del jugar inflige a otro “lo desagradable que a él mismo le ocurrió y así se venga en la persona de este sosias” (ibíd., págs. 16-17). Pero este juego no es primario.

Precursores de la presencia de un objeto en el psiquismo

Winnicott describe el “juego del bajalenguas”: coloca un reluciente bajalenguas en el borde de una mesa, frente a un niño pequeño sentado en las rodillas de él o de la madre. Luego de un período de duda, el niño toma el objeto, juega con él y finalmente invita a la madre o a un tercero a jugar también. En una etapa posterior arroja el bajalenguas y espera que le sea devuelto, para volverlo a arrojar una y otra vez con enorme placer (1941, pág. 82). Winnicott entiende que el juego del carretel sucede lógicamente a este juego, pues el niño necesitaría poner a prueba la existencia previa de la representación de la madre (ibíd., pág. 100). Cabe considerar además que en la escenificación del juego también está creando un espacio exterior en el cual desplegar su actividad. Estas observaciones están en concordancia con las de Freud. Para Freud, “el objeto de la madre” se establece a través de “repetidas situaciones de satisfacción” (1926, pág. 159). Hacen falta “repetidas experiencias consoladoras hasta que aprenda que, a una desaparición de la madre, suele seguirle su reaparición” (ibíd., pág. 158).

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Es la madre quien hace madurar este discernimiento, permitiendo, por ejemplo, a través del juego del ocultamiento y reaparición del rostro, el desarrollo de “una añoranza no seguida de desesperación” (ibíd., pág. 158), transformando de esta manera una posible situación traumática en una anticipada situación de peligro. Cuando esta situación es fallida o insuficiente, el aparato psíquico desarrolla un funcionamiento precario y así queda expuesto a los nuevos traumas. En las situaciones en las que estímulos excesivos, generen estados de dolor que no logren ser ligados por el psiquismo, éste tenderá a la descarga de las tensiones, llevándolo a una nivelación según el principio de Nirvana, dejándolo al servicio de la pulsión de muerte (Freud, 1924, pág. 166). En la lógica del principio de placer, el yo-placer en última instancia quiere “arrojar de sí todo lo malo” (Freud, 1925, pág. 255), expulsarlo (ibíd., pág. 256). Del yo propio segrega “un componente que arroja al mundo exterior y siente como hostil” (Freud, 1915, pág. 130). Ésta es la lógica del yo narcisista. Bion, por su parte, también considera la existencia de un aparato psíquico primario que se comporta según la lógica de la evacuación de los estímulos desagradables (1962b, pág. 33). Entenderá el desarrollo psíquico en relación con la capacidad de tolerar la frustración –para evitar el recurso a la evacuación de sentimientos intolerables–. Esta capacidad dependerá fundamentalmente de las cualidades psíquicas de la madre –originalmente–, o del analista luego, para tolerar, transformar esa frustración y poder “pensarla”. A esa capacidad materna la denominará ensoñación o revêrie (ibíd., pág. 58). Pero, para lograr el pasaje de la evacuación a la elaboración psíquica de las tensiones, hace falta un proceso previo, como el considerado originalmente por Winnicott. Cuando Winnicott se refiere a la capacidad de estar a solas, destaca dos aspectos: por una parte ésta se desarrollará únicamente en presencia de “alguien disponible” que le permita experimentar sus impulsos, sus pulsiones. Solo así podrá sentirse como “real” y establecer la capacidad de juego (1958, pág. 37). Por la otra, esa “presencia” deberá poder “sobrevivir” a su destrucción subjetiva por el impulso agresivo, tanto del niño en el desarrollo, como del paciente en sesión psicoanalítica. Sólo entonces se podrá constituir la sensación de lo real, Aquellas experiencias tempranas tendrán, por lo tanto, en la clínica posterior, su correlato transferencial. Para que una presencia pueda tener un valor de realidad en algunas formas de manifestación de lo traumático, previamente, y en el transcurso de un tratamiento psicoanalítico, se deberá transitar por un períoREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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do transferencial y contratransferencial, en el cual, probablemente, se experimentarán vivencias de vacío de objeto, de “vaciamiento” de las palabras del analista, de memorias y de asociaciones, sobre todo, con material significativo. En estos casos se podría llegar a una verdadera reacción terapéutica negativa con una fuerte desinvestidura del analista así como de la representación de sí (Green, 1993). Para poder transitar airosamente estas complejas condiciones terapéuticas, el psicoanalista debe estar muñido de su formación analítica, incluyendo el conocimiento de las vicisitudes tempranas del desarrollo del psiquismo. Tanto en sus vertientes constructivas, como en las consecuencias patogénicas severas que pueden comportar sus trastornos. Y a partir de allí, desplegar una gran creatividad y disposición personal en la labor clínica.

Del trauma a su simbolización

Tal vez uno de los desarrollos más importantes que realizó Bion se refiere a las condiciones que reviste la capacidad de soñar, y los efectos de su perturbación. Por su parte, Freud consideraba que el sueño era el guardián del dormir (1900, pág. 245). Para ello, el trabajo del sueño debe realizar la elaboración onírica que llevará a la creación del sueño, y con éste al despertar de la conciencia que así lo puede percibir, para cumplir el deseo del preconciente de seguir durmiendo (ibíd., pág. 568). Pero para Bion, son necesarias ciertas condiciones de la experiencia emocional para que sea posible construir un sueño. El sueño será la condición necesaria para poder despertar a la vigilia. Para que la elaboración del sueño sea posible, la madre, en la metafórica relación madre-hijo, debe poder disponer de una capacidad para el “ensueño” (revêrie), que consiste en un estado anímico de aquélla, abierto a la recepción del estado anímico del niño, y que “es el órgano receptor de la cosecha de sensaciones de sí mismo que el niño obtiene por medio de su conciencia” (Bion, 1962a, pág. 160). Por lo tanto, “lo que suceda dependerá de la naturaleza de estas cualidades psíquicas de la madre y su impacto sobre las cualidades psíquicas del lactante” (Bion, 1962b, pág. 59). De manera que esa metafórica relación, trasladada a la relación transferencial en el tratamiento psicoanalítico, se referirá a las cualidades más o menos adecuadas, suficientes, insuficientes o intrusivas, de la ensoñación “materna” del analista, y tendrán un impacto sobre el psiquismo del analizando, en sus fantasías, transferencias y resistencias.

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Del mismo modo impactarán las cualidades psíquicas de éste en el analista, en su contratransferencia, en sus actuaciones contratransferenciales, en sus modos de intervención en el curso de la sesión, o, eventualmente, en la creación de un campo perverso transferencial-contratransferencial. Sería tarea central del psicoanalista poder estar en condiciones de soñar la sesión (Bion, 1992, pág. 120), soñar al analizando y lo que ocurre en la sesión, tratando de disponer de una experiencia de revêrie que le permita realizar el trabajo psicológico necesario para comprender qué está ocurriendo en un nivel inconciente en el vínculo analítico (Ogden, 2003). Por otra parte, para Bion, la memoria y el deseo interfieren con la capacidad receptiva del analista, hacia lo que es verdadero de la experiencia emocional en el momento presente de la sesión (1967, pág. 679). Considera que el recuerdo “con apariencia de sueño” es el recuerdo propio de la realidad psíquica, y sería el objeto del análisis. A diferencia de la memoria como experiencia relacionada con el evocar; o a diferencia de aquello que se relaciona con un trasfondo de experiencia sensorial, que tampoco es adecuado para los fenómenos de la vida mental, y no representa más que esa experiencia sensorial, “la experiencia de la sesión se relaciona con un material semejante al sueño” (1970, pág. 68). La realidad psíquica, en particular con los pacientes más expuestos al dolor, incluirá el contacto con la experiencia de la nada, de un “terror sin nombre”, no significable de ninguna manera, por falla severa en la capacidad de revêrie materna (Bion, 1962a, pág. 160). La imposibilidad de soportar ese estado agónico, llevará a aquellos pacientes a intentar neutralizarlo con defensas omnipotentes de “no-cosa” (por ejemplo actuaciones, alucinaciones, somatizaciones o delirios), que reemplazarán a las “cosas” (objetos) que hubieran permitido procesar simbólicamente afectos y pensamientos, a partir de una ausencia objetal que se hubiera podido tolerar y así introyectar como tal (Bion, 1970, pág. 21). La capacidad empática del psicoanalista, su disposición al juego y al ensueño en la sesión, su contacto con su inconciente mientras escucha al paciente y está atento a la emergencia de sus propios afectos, asociaciones y evocaciones, podrán constituir un material de trabajo fértil para su tarea. Especialmente con los analizandos que han experimentado situaciones traumáticas tempranas, y que requerirán de la “contribución” del analista para la formación de una suerte de “argamasa”, con la cual poder ir recuperando territorio psíquico y subjetivo. Para esta delicada tarea, el analista deberá tener muy presente los riesgos de que en esa construcción o reconstrucción, el analizando no quede atrapado en el nuevo trauma que significaría quedar arropado en la identidad –ajena–, de su analista. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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Viñeta clínica

Pedro es un paciente de 35 años, homosexual, que consulta por sentirse muy angustiado. Suspendió un análisis anterior porque dice que su analista empezó a tener actitudes “extrañas”, que las sesiones se parecían más a una conversación “común”; que el analista, en un momento, después de mucho tiempo de trabajo, comenzó a mostrarse agresivo con él, y que esta agresividad iba en aumento. No entiende ese cambio, y sus intentos de encontrar explicación en el analista no encontraron respuesta. Sintió que el analista prácticamente lo había echado. Nuestro trabajo comienza de un modo bastante “convencional”, cumpliendo el procedimiento de un encuadre tradicional, en transferencia positiva, con un analizando con buena capacidad elaborativa, y asociaciones que respondían alentadoramente a las interpretaciones. Este modo de trabajo perduró durante varios meses, al cabo de los cuales, para mi sorpresa, me increpó con una serie de imputaciones, formuladas con mucha tranquilidad, del tipo de que yo me venía comportando con mucha “desconexión” hacia él, que mis interpretaciones tenían un tono “ajeno” y que dudaba de “mi salud mental”. Por otra parte hacía tiempo que intentaba decírmelo pero que yo “no me daba por aludido o no escuchaba”. Tanto es así que consultó nuevamente al colega que había efectuado la derivación, y comentándole lo que ocurría, éste le había confirmado que me notaba “medio raro” y de que “no le sorprendía” lo que le contaba. Pensaron en buscar otro profesional. Pedro me “confiesa” la consulta al colega, y ante mi incredulidad y molestia, sumado a la propuesta de que me explique su visión de lo que me estaba contando, me comenta que yo le había dicho que la tarea que estábamos realizando “era extraordinaria”, “que le había hecho un aumento inusitados de honorarios”, “que había intentado imponerle mi ideología de vida”, y que mi colega le había ratificado que “yo no estaba bien”. Yo no me reconocía en su descripción, ni había tenido ningún contratiempo semejante con otros analizandos. Mi colega desmintió lo que le habría dicho a mi paciente, pero éste, no obstante, me lo ratificó, por lo que mi malestar hacia el paciente aumentó. Como estaba tan convencido de lo que me afirmaba, lo primero que le sugerí es que no era mi intención que trabajara incómodo conmigo, y que se sintiera liberado de cualquier compromiso, pero que contara conmigo para lo que quisiera, continuar o suspender la tarea. Me dijo que no se encontraba en condiciones de dejarme por ahora, pero probablemente en un tiempo. Seguimos trabajando, con gran seguridad de su parte con respecto a mis falencias empáticas y de valores,

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pero pasaron varios meses en los que mis intervenciones eran recibidas con mucha indiferencia, aunque no manifestaba ninguna intención de cambiar de psicoanalista. Mis referencias alusivas a una repetición de los vínculos traumáticos infantiles y actuales con su madre “enloquecedora y absorbente”, y su padre circunspecto y distante, no le hacían mella. Esta situación se mantuvo en términos parecidos durante bastante tiempo, mientras yo intentaba comprender qué podía estar ocurriendo. Tal vez yo no alcance a transmitir en esta descripción la intensidad de la molestia y el desagrado que el paciente me manifestaba. La enfermedad agónica de una mascota, y la descripción minuciosa de esta agonía, seguida por ambos a lo largo de sesiones de varios meses, le terminó produciendo un sentimiento de perplejidad. Se preguntaba cuantas personalidades tenía yo, quién era que podía ser tan contrastante: rechazable y sensible a la vez. Mi pregunta sobre qué razones pudieron generar el cambio del analizando hacia una actitud más reflexiva, no obstante su continua expresión de molestia y contradicción conmigo, no halló clara respuesta. Creo que no fue sólo la circunstancia de la enfermedad de la mascota, pues ya había habido otros episodios de conflictos y separaciones afectivas importantes, en los que lo acompañé de un modo creo que similar. Me inclino a pensar que fue un tiempo “suficiente” de trabajo, de vínculo terapéutico, unido a mi relato de una experiencia que yo tuve de pérdida de otra mascota, cuando al volver de un veraneo, me enteré de que este perrito había sido atacado en una guardería para perros por un animal de mayor porte, y a mis 11 años lo asistí en su agonía varias semanas. Pienso que se pudo identificar con mi relato, y que fue un material que le sirvió para estimular sus asociaciones y ampliar su repertorio transferencial conmigo. A partir de ese momento, pudo comenzar a reconocer que tal vez hubiera otros aspectos de “realidad psíquica” que pudieran impactar en su percepción y juicio. Por mi parte, pensaba que hasta ese momento había estado participando de un campo transferencial-contratransferencial, que apenas me dejaba margen para actuar de un modo que no fuera puramente repetitivo, francamente con toda la intención de no seguir atendiendo al paciente. Éste seguía acompañando su corrección formal en el marco terapéutico, con una actitud despectiva y arrogante hacia mi persona e intervenciones. Considero que esta forma de transferencia se vincula con una repetición de escenas traumáticas tempranas, que suelen encontrar esa modalidad conductual como forma de actualizarse. Éstas generan en el analista situaciones difíciles de sostener, por el “odio” que pueden llegar a despertar. La convicción de “realidad”, siempre apoyada en fallas “reales” del analista, encuentra el asidero objetivo REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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para poder escenificarse. Son situaciones que de otro modo no podrían emerger, salvo a través de estas formas actuales, y las posibilidades del analista de poder ayudar a darles un curso y un tiempo de expresión suficientes, como para que luego puedan ser interpretadas. Pero en labor cotidiana, puede llegar a ser muy difícil no responder con espontaneidad, o tolerar en forma “masoquista” estos maltratos. A su vez siempre estará presente la pregunta de si no corresponde “ponerles límite”, como tal vez le ocurrió a este paciente con su analista anterior.

La realidad del psicoanalista y la realidad del paciente

La verdad histórica del paciente no es más –ni menos– que su verdad subjetiva, su sentimiento de verdad de los hechos que le ocurrieron, a partir de la convicción que adquirió sobre los mismos en su labor con su analista. Ésta trasciende también lo que el mismo psicoanalista puede llegar a pensar como lo que es más verdadero del paciente, por lo que puede ser un límite a la convicción del propio analista. En todo caso es posible que diferentes verdades, no incompatibles, puedan coexistir y diversificar puntos de vista que expandan la comprensión del paciente y el diálogo con el analista. Tal vez, la tarea del analista debe poder contemplar estos aspectos mientras se va desarrollando el trabajo terapéutico, permitiendo anticipar una nueva e involuntaria situación traumática, en pacientes en quienes hasta ese momento sólo contaban con posibilidades no verbalizables para disponer de sus experiencias y sólo estaban sometidos a ellas. No es un aspecto menor encontrar las palabras adecuadas que tengan una resonancia particular, sobre todo con los analizandos que estamos considerando. Éstas deberían poder ser utilizadas por el paciente, para que pueda ir construyendo su verdad, más que ser proporcionadas por el analista. El analista debería poder acompañarlo y ayudarlo a que desarrolle su capacidad de elaboración psíquica, en presencia y con su estímulo reflexivo. Éste tendrá que estar atento a las trampas transferenciales de inducción a la actuación, que probablemente el analizando intente, para evitar así la experiencia dolorosa de empezar a percibirse como más autónomo. Así interpreto también los cambios que fue experimentando el trabajo con el analizando que presento en la viñeta clínica. Con éste, las modificaciones en el vínculo terapéutico a partir de la inclusión de referencias a mi persona, a través del relato de ocurrencias, recuerdos o la evocación de sentimientos expresados con palabras “con apariencia de sueño”, a partir de mi experiencia en sesión con él, creo que permitió

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una mayor permeabilidad en el contacto con su inconciente, y así una mayor fluidez asociativa. Como consecuencia de ello, puedo pensar que el carácter proyectivo de sus identificaciones se pudo ir distendiendo y así permitir ir dándole un giro a una riesgosa transferencia. Es posible que para que pueda desarrollarse la tarea analítica, especialmente en el caso de pacientes con severos traumas –pero no exclusivamente con ellos–, el analista deba, durante largos períodos de tiempo, mantenerse en un estado de receptividad emocional a las expresiones del paciente. Y expresarse con palabras “con apariencia de sueño”, que estimulen el asociar del paciente; con palabras con las que con su tono y con su ritmo “se libera a lo abstracto de su forma por medio de la emoción que transmite y despierta en el objeto”. De modo que las intervenciones del analista deberían adquirir una forma y un matiz que faciliten un trabajo psíquico inconciente, un ensueño en el paciente que estimule su estado de sueño diurno, alejándolo de las representaciones-meta concientes y preconcientes (Freud, 1900, pág. 525), permitiéndole así que se aproxime a los pensamientos oníricos de la vigilia (ibíd., pág. 582). El analizando debe poder sentir que la experiencia terapéutica que está atravesando también es una experiencia de crecimiento para el analista; son dos personas, si bien en relación asimétrica, las que están afectadas por esa experiencia, de modo que se despliega tiempo real, que le agrega veracidad y asidero a lo que ahora puede percibir y pensar, en detrimento de un fantasear repetitivo. Las sesiones son únicas, “sin memoria ni deseo” del analista, con su atención parejamente flotante, disponible para la recepción de todas las comunicaciones concientes e inconcientes del paciente. También éste debe poder sentir que las comunicaciones del analista están dirigidas a él, en esa única sesión, diferente de lo que escucha en cualquier otra sesión, para que constituya una nueva experiencia de crecimiento psicológico y de expansión de su asociar libre. El analista debe poder “jugar”, “soñar despierto la sesión”, para estimular esa capacidad en el paciente, en especial en aquel que se encuentra incapacitado para ello y luchando tenazmente desde su padecimiento, para destruir la “peligrosa” experiencia curativa a la que se lo pretende exponer. Es probable que intente imponer un estado de desvitalización, o un negativismo, que puedan impactar en el analista, produciéndole estados de agotamiento, trastornos somáticos, fuertes emociones o actitudes extemporáneas, fruto de haber atravesado fronteras simbólicas en él. Estos impactos debieran poder ser revisados en el seno de un análisis personal, una supervisión o un autoanálisis, pero también debiera ser posible ubicarlos en el marco del vínculo terapéutico. REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 241-262

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Es posible que el analista se encuentre ocupando un rol transferencial que escenifique un vínculo traumatizante del paciente Tal vez la única posibilidad de acceder terapéuticamente a esa repetición transferencial, en pacientes con suficiente precariedad en su psiquismo, con todos los riesgos que por supuesto esto conlleva, en la cual analizando y analista pueden estar atrapados, por un tiempo que muchas veces puede no ser breve, sea la elaboración de esta situación por parte del psicoanalista, a través del recurso de apelar a sus propios recuerdos, ensueños, o fantasías, que puedan servirle de materia para realizar, por ejemplo, una construcción. Así la propuesta que le haga al paciente podría ser una primera plasmación representacional, que luego requeriría de ulterior trabajo elaborativo. Atrapamientos contratransferenciales como el que describí en la viñeta que presenté, creo que pueden ser muy habituales, y no siempre sencillos de detectar, o de encontrar en todo caso un modo adecuado de tolerarlos. La actividad del analista debería poder significar para el analizando la expectativa de que existe una posibilidad genuina de transformar una vida de pesadilla en un proyecto de existencia, utópico hasta ese momento.

Resumen

El autor considera que nunca se alcanzará a comprender la importancia de estar lo suficientemente atento y “presente” en cada momento de la sesión, especialmente con los pacientes que consideramos más graves. Aquellos en quienes en su estructura aún no se conformó una constancia de objeto, que los puede dejar extremadamente abiertos a la experiencia transferencial. El autor entiende, como lo fueron interpretando diversos autores a partir de Freud y el descubrimiento mismo de la transferencia, que este recurso nodal de la experiencia de análisis debe seguir siendo explorado para el progreso de la terapia psicoanalítica. Sobre todo con los pacientes en los que se juegan situaciones transferenciales de enorme significación. Particularmente cuando se ponen en escena traumas infantiles de orden narcisista con un alto contenido de dolor. Esa herida narcisista, “en carne viva”, como primer paso, el paciente intenta revertirla en forma activa en el analista para poder recuperarla en su conciencia. Por razones como ésta, el analista debe estar atento a los procesos internos del paciente, así como a los propios, incluyendo particularmente los masoquistas. De este modo, esa atención, en muchos momentos en forma de ensoñación, servirá para la creación de un vínculo empático, con toda la sutileza de la que

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seamos capaces como para que el paciente se sienta “encontrado” por su analista. A pesar de sus esfuerzos destructivos, tal vez se convierta, en momentos cruciales del proceso terapéutico, en nuestro recurso fundamental. Del mismo modo que será fundamental para él, y para nosotros nuestra propia “supervivencia”. El autor presenta una viñeta clínica de uno de tales pacientes, el que pasó por períodos en los cuales diversos modos de pensar en suicidarse eran el leitmotiv de cada sesión. En este trabajo, el autor presenta los fundamentos teórico-técnicos de algunos autores, particularmente Freud, Winnicott y Bion, quienes le ayudaron a pensar y encontrar los recursos para encarar la tarea terapéutica. Tratar de comprender qué necesitaba el paciente y poder ir generando condiciones como para que él procurara sus propios recursos, fue el fruto de un arduo trabajo compartido. Para que, lentamente, no sólo fuese saliendo de su peligro real de vida, sino que a la vez pudiese ir reconstituyendo su estructura psíquica, y con ello su deseo de vivir. DESCRIPTORES: TRAUMA / FERENCIA / EMPATÍA

CONSTANCIA DEL OBJETO

/ VÍNCULO TERAPÉUTICO /

CONTRATRANS-

Summary CONSTRUCTING

PSYCHOANALYSIS: FROM TRAUMA TO PSYCHIC TRAUMA

The author considers that the importance of being attentive and “present” enough in each moment of the session, especially with patients we consider more seriously ill, is a central instrument in our work. Those whose structure has not yet achieved object constancy may be left extremely open to transference experience with its benefits and potential risks. Especially with the patients he discusses, for whom transference situations with huge significance are involved; particularly when they dramatize childhood traumata of a narcissistic order with high pain content and absolute lack of register. These patients attempt to revert these narcissistic injuries “in raw flesh” in an active form in the analyst, as the first step to recovering them in consciousness. The analyst needs to be very alert to these transference experiences, since the fate of these treatments is played out here. The author presents a clinical vignette of one of these patients, who went through periods in which diverse modes of contemplating committing suicide were the leitmotiv of each session. In our Association, I feel particularly indebted to Willy and Madeleine Baranger and to Jorge García Badaracco. The Barangers” avant-garde intuitions, often appearing as “new” discoveries in psychoanalysis, and Badaracco”s meticulous contributions that have benefited so many “severely ill” patients, inspire ineffable feelings.

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Attempting to understand what the patient needed and being able to generate, I believe, conditions enabling him to find his own resources to resolve those needs, was the product of arduous and shared work, enabling him to slowly come away from the real danger to his life and at the same time reconstitute his psychic structure and with it his desire to live. KEYWORDS: TRAUMA / OBJECT CONSTANCE / THERAPEUTIC RELATION / COUNTERTRANSFERENCE / EMPATHY

Resumo CONSTRUINDO

PSICANÁLISE: DO TRAUMA AO TRAUMA PSÍQUICO

Creio que a importância de estar o suficientemente atento e “presente” em cada momento da sessão, especialmente com os pacientes que consideramos mais graves, é uma “ferramenta” fundamental da nossa tarefa. Naqueles em que estruturalmente ainda não se formou uma constância de objeto, pode deixá-los extremamente abertos à experiência transferencial, com seus benefícios e com seus riscos potenciais. Principalmente com os pacientes aos que me refiro, onde se geram situações transferenciais de enorme significação. Particularmente quando aparecem traumas infantis de ordem narcisista com um alto conteúdo de dor e absoluta falta de registro daqueles. Essas feridas narcisistas, “em carne viva”, como primeiro passo o paciente tenta revertê-las em forma ativa no analista para poder recuperá-las na sua consciência. Deve-se prestar muita atenção a estas experiências transferenciais, pois é ali onde se costuma decidir o destino destes tratamentos. Apresento uma vinheta clínica de um desses pacientes, que passou por períodos nos quais os diversos modos de pensar em suicidar-se eram o leitmotiv de cada sessão. Na verdade, me sinto particularmente agradecido a Willy e Madé Baranger, e a Jorge García Badaracco. As precursoras intuições dos Baranger, que em muitos casos estão aparecendo como “novos” descobrimentos da psicanálise, assim como as meticulosas contribuições de Badaracco, que beneficiaram a tantos pacientes “graves”. Não sei bem como definir o que me fazem sentir. Tratar de compreender o que o paciente necessitava e creio que poder ir gerando condições para que ele mesmo pudesse procurar seus próprios recursos para resolver as mesmas, foi o fruto de um árduo trabalho compartilhado. Para que ele lentamente, não só vá saindo de seu perigo real de vida, mas que ao mesmo tempo possa ir reconstituindo a sua estrutura psíquica, e com isso o seu desejo de viver. PALAVRAS-CHAVE: TRAUMA / CONSTÂNCIA DO OBJETO / VÍNCULO TERAPÊUTICO / CONTRANSFERÊNCIA / EMPATIA

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(1910): “Las perspectivas futuras de la terapia analítica”, A. E., 11. (1912): “Consejos al médico”, A. E., 12. (1915 {1914}): “Puntualizaciones sobre el amor de trasferencia”, A. E., 12. (1915): “Pulsiones y destinos de pulsión”, A. E., 14. (1917{1915}): “Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños”, A. E., 14. — (1920): Más allá del principio de placer, A. E., 18. — (1924): “El problema económico del masoquismo”, A. E., 19. — (1925): “La negación”, A. E., 19. — (1926{1925}): Inhibición, síntoma y angustia, A. E., 20. — (1937a): “Análisis terminable e interminable”, A. E., 23. — (1937b): Construcciones en el análisis. AE, vol. 23. — (1939 {1934-1938}): Moisés y la religión monoteísta, A. E., 23. — (1950a {1892-99}): “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”, A. E., 1. — (1950b {1895}): “Proyecto de psicología”, A. E., vol. 1. García Badaracco, J. (1985): “Identificación y sus vicisitudes en las psicosis. La importancia del objeto “enloquecedor”, REV. DE PSICOANÁLISIS, 42, 3, págs. 214-242. (2006): “El potencial no desarrollado en el pensamiento psicoanalítico de Sigmund Freud”, Rev. de Psicoanálisis, 63, 2, págs. 289-309. Green, A. (1993): El trabajo de lo negativo, Buenos Aires, Amorrortu, 1993. Jones, E. (1955/57): Vida y obra de Sigmund Freud, Buenos Aires, Hormé, 1960. Kancyper, L. ( 1999): Volviendo a pensar con Willy y Madeleine Baranger, Buenos Aires, Lumen. Liberman, D. (1962): La comunicación en terapéutica psicoanalítica, Buenos Aires, EUDEBA. Maldavsky, D. (1994): Pesadillas en vigilia. Sobre neurosis tóxicas y traumáticas, Buenos Aires, Amorrortu. Martinto de Paschero, L. (2008): “De la clínica de hoy a la metapsicología”. Plenario Secretaría Científica APA, 15/04/08. Ogden,T. (2003): “On not being able to dream”, International Journal of Psychoanalysis, 84, págs. 17-30. Racker, H. (1959): Estudios sobre técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós. Rousillon, R. (1995): “La métapsychologie des processus et la transitionalité”, Revue Française de Psychoanalyse, 59, págs. 1375-1519. Rusconi, R. (2008): Comunicación personal. Searles, H. F. (1979): Countertransference and related subjects, Nueva York, IUP. Winnicott, D. (1941): “La observación de niños en una situación fija”, en Escritos de pediatría y psicoanálisis (1958), Barcelona, Laia, 1979, págs. 79-102. — (1947): “El odio en la contratransferencia”, en Escritos de pediatría y psicoanálisis (1958), Barcelona, Laia, 1979, págs. 267-279. — (1953): “Objetos transicionales y fenómenos transicionales”, en Realidad y juego (1971), Buenos Aires, Gedisa, 1972, págs. 17-45.

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GUSTAVO JARAST

— (1958): “La capacidad para estar a solas”, en El proceso de maduración en el niño (1965), Barcelona, Laia, 1975, págs. 31-40. — (1971): Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa, 1972.

(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

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Sentimiento de dolor y angustia, vectores de la vida psíquica *Marta Kreiselman de Mosner y **Marisa Ingrid Mosner

Introducción

El sentimiento de dolor es nodal como concepto de la teoría psicoanalítica y en la comprensión clínica. Investigamos las ocasiones donde el displacer que la angustia promueve en el yo no es suficiente para morigerar la intensidad de dolor. Encontramos que la pena y tristeza le exigen al aparato psíquico una elaboración muy sofisticada. De hecho, mantener en el yo grandes magnitudes de displacer imposibles de disolver por la angustia es una prioridad en los procesos de elaboración de duelos. Encontramos en las personas la utilización de medidas paliativas para evitar el sufrimiento al modo de quitapenas o manías que son anestésicos del yo. Ante la imposibilidad de conexión con emociones de tristeza se borran los enlaces con el contenido traumático y los dolores se disuelven. Planteamos la necesidad teórica y clínica de repensar los destinos de los afectos cuando se refieren a circunstancias extremadamente penosas. Se puede seguir el derrotero de los mismos bajo otras presentaciones: psicosomática, psicosis, accidentes o el dolor necesario para el crecimiento. Pensamos que la clínica psicoanalítica abre las puertas a este tipo de figurabilidad, y da cuenta de memorias no inscriptas como archivos accesibles en la mente de los sujetos que constituyen las criptas o sepulturas secretas de traumas familiares no explorados. Es decir, el afecto doloroso es la brújula orientadora hacia este tipo de fenómenos que comprometen o hipotecan la vida de los sujetos.

* Dirección: Avda. Las Heras 1750, 2º “B”, (C1018AAO) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] ** Dirección: Rep. de la India 2945, 2º “D”, (C1425FCE) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected] Traducción de Diccionario Alemán – Castellano DIX.

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El sentimiento doloroso es necesario para iniciar un trabajo de duelo. La angustia se acerca a la vivencia de desgarro psíquico (dolor, vivencia de fin de mundo, angustia de fragmentación) sólo cuando es angustia por pérdida de objeto. En el duelo encontramos anudados los dos afectos, angustia y dolor. Cuando estos afectos no quedan fusionados en el trabajo de la elaboración de un duelo, el destino del afecto doloroso toma diversos caminos, a saber: colisión con el mundo exterior, o en expresiones psicosomáticas o psicosis. Freud muestra las diferencias entre las fuentes libidinales y las fuentes de producción del dolor. Freud dice (1929-1930): El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse con nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos. El sufrimiento que emana de esta última fuente quizá nos sea más doloroso que cualquier otro; tendemos a considerarlo como una adición más o menos gratuita, pese a que bien podría ser un destino tan ineludible como el sufrimiento de distinto origen.

Aun cuando el ser humano pretenda como objetivo vital el programa que propone el principio de placer, éste se ve obstaculizado por las tres fuentes de sufrimiento mencionadas. El principio de placer contrasta con la tan generalizada y universal “experimentar la desgracia”. Sufrimiento, pena y dolor son exigencias de trabajo para el psiquismo; cuando las vivencias displacenteras no son toleradas, se convierten en enfermedad mental o daño del cuerpo.

Acerca de la transmisión transgeneracional del dolor. De secretos y dolores

Haremos un recorrido por autores que investigan estos temas. En especial, enfatizar en estos autores los efectos compulsivos del trauma a través de las generaciones. La existencia en un sujeto de “vidas otras” que lo exponen a un estallido, enfermedad o psicosis por retorno compulsivo. Son modos de ingreso de grandes cantidades de dolor en el yo. Modos de aparición de un trazo de las vidas de los ancestros. La temática de lo que se transmite a través de las generaciones es un tema que a Freud no le pasó inadvertido. En “Introducción del narcisismo” (1914), Freud señala: “El individuo lleva realmente una existencia doble, en cuanto es fin para sí mismo y eslabón de una cadena de la cual es tributario contra su voluntad o, al menos, sin que medie ésta”. Es decir,

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Freud propone que desde el nacimiento hay marcas de la cadena generacional. En Tótem y tabú (1912-1913), Freud investiga de qué modo se transmiten de una generación a la otra los estados psíquicos. En El yo y el ello (1923, pág. 40), Freud enuncia la presencia en el ello de las existencias yoes-ancestrales: […] el ello hereditario alberga en su interior los restos de innumerables existencias yo, y cuando el yo extrae del ello {la fuerza para} su superyó, quizás no haga sino sacar de nuevo a la luz figuras, plasmaciones yoicas más antiguas, procurarles una resurrección.

Para Freud, por lo tanto, la transmisión se da a través del superyó, en tanto mediador entre el yo y el ello. La idea de cómo se transfiere el pensamiento la investiga también en “Psicoanálisis y telepatía” (1941 [1921]), donde plantea la posibilidad de “leer” el inconsciente de otro. En 1939, Freud refiere: “[…] en la vida psíquica del individuo pueden tener eficacia no solo contenidos vivenciados por él mismo sino por otros que le fueran aportados con el nacimiento, fragmentos de origen filogenético, una herencia arcaica […] lo que se reconoce como el factor constitucional en el individuo”. Allí se puede ver una nueva vía de transmisión, además de la cultural, en la que pedazos de la vida psíquica de las generaciones anteriores se convierten en el bagaje inconsciente de generaciones posteriores. Mas contemporáneamente, René Kaës (1993) hace una investigación del concepto de transmisión en los textos de Freud, que es designada por cuatro términos: Vererbung (herencia genética, transmisión hereditaria), que remite a lo que se ha legado; Erwerbung (adquisición), que es lo recibido por transmisión; Erblichkeit (carácter hereditario, heredabilidad1), que designa aquello que ha heredado, y Ubertragung (transferencia), que es el único término activo, que corresponde a transmitir y a transferir. El autor atribuye un fuerte carácter pulsional a la transmisión de los legados culturales, en cuya red de discursos, fantasías e historias contadas está siempre inserta la existencia del sujeto. Define un conjunto de “[…] exigencias pulsionales inconscientes, en las que prevalecen a veces las exigencias narcisistas de conservación y continuidad de la vida psíquica, a veces las del Ideal del Yo y del Superyó, más precisamente, la transmisión de las prohibiciones fundamentales. […] siempre aparece la necesidad de transferir-transmitir en otro aparato psíquico [...]”.

1. Traducción de Diccionario Alemán-Castellano DIX.

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Del mismo modo, respondiendo una inquietud de Marilú Pelento, en una conferencia, Haydée Faimberg (2005) plantea: […] esto no tiene que ver con lo que el paciente cree que es, ni lo que el paciente se cuenta a sí mismo o a un otro, ni siquiera con lo que se dice explícitamente; es una dialéctica entre lo dicho y lo no dicho, es una dialéctica que se desarrolla sobre todo con lo que insiste en lo no dicho y que el paciente ni nadie sabe que está no dicho. Y al mismo tiempo es una situación paradojal porque en la Verleugnung freudiana, o sea la desmentida, el objeto del desmentido es conocido, contrariamente a lo que la tradición hace creer. Es tan conocido que se lo evita siempre, a diferencia de la represión. En la desmentida, lo que insiste es lo no dicho y ésta es la gran solución que tenemos porque se empieza a dibujar un no dicho muy particular. […] Es ese no dicho, es ese mensaje que el otro va transmitiendo e insistiendo en lo que no puede decir.

Kaës (1993) también propone cuatro territorios de la transmisión en la obra de Freud: La transmisión intrapsíquica, la intersubjetiva, la transpsíquica y la cuestión de la formación del yo. La transmisión intrapsíquica daría cuenta de lo que se transmite o se transfiere y de cómo se efectúan estos pasajes. La transmisión intersubjetiva “describe e interpreta los emplazamientos correlativos de los sujetos en sus relaciones imaginarias, simbólicas y reales” (1993, pág. 34). La transmisión transpsíquica supone la abolición de los límites y de espacios subjetivos. Y en cuanto a la formación del yo, lo concibe como una instancia psíquica particularmente requerida en los procesos y las funciones de la transmisión psíquica en razón de su posición intermediaria. Kaës (1993) también investiga otros modelos de transmisión no provenientes del psicoanálisis y menciona: – Modelo de la degeneración de Buffon (1749), en el que se transforman caracteres adquiridos y se transmiten cada vez más lejanos a un modelo ideal de hombre. Es decir, se degenera la raza. – Modelo epidemiológico y la barrera inmunitaria que sigue el modelo médico y bacteriológico. “La transmisión se efectúa por la penetración de un agente infeccioso vivo en el organismo que lo recibe” (1993, pág. 39). La transmisión se daría por la liberación de un agente infeccioso por un organismo infectado, el pasaje del agente al medio externo y la penetración de este agente en el organismo sano. – Modelo del contagio mental y las psicologías de las multitudes, se basaría en que la multitud le confiere poder al individuo. El estado normal de la multitud es la furia y la credulidad. “En los seres sugestionados, la idea fija tiende a transformarse en acto” (1993, pág. 42). En esto coincide con el autor de preferencia de Freud, LeBon.

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Kaës (1993), basándose en Bion (1965), establece una diferencia entre la transmisión de objetos transformables y la transmisión de objetos no transformables. Los objetos psíquicos transformables tendrían la estructura del síntoma o del lapsus, en cambio, los no transformables permanecerían enquistados, inertes. Otras investigaciones importantes sobre la temática de la transmisión fueron realizadas por Tisseron (1995), quien propone que la realidad psíquica de los padres nunca modela la vida psíquica de los hijos en forma pasiva. La vida psíquica de cada niño se constituye en interrelación con la vida psíquica de sus allegados. La palabra transmisión, para Tisseron (1995), refiere únicamente a las situaciones que implican objetos concretos claramente identificables. Propone la palabra “influencia”, que designa una acción que una persona ejerce sobre otra y deja la posibilidad de interpretación por parte del receptor. Tomando a Abraham y a Torok (1961-1975), Tisseron (1995) plantea una clara diferencia entre las influencias intergeneracionales y las transgeneracionales. Las primeras se producen entre generaciones adyacentes en situaciones de relación directa. Las otras se producen a través de la sucesión de las generaciones: los contenidos psíquicos de los hijos pueden estar marcados por el funcionamiento psíquico de los abuelos o de ancestros que no han conocido, pero cuya vida psíquica ha marcado a sus propios padres. La vergüenza en relación con estas influencias suelen expresarse más tarde por la enfermedad psíquica o física en los descendientes (Tisseron, 1995, pág. 18). Por lo tanto, los traumatismos no superados pueden ser de naturaleza personal pero también estar ligados a la historia colectiva. Cuando una generación sufre un traumatismo que no elabora, la resultante es un clivaje que instituirá para las siguientes generaciones la prehistoria de su historia personal. El acontecimiento en cuestión puede denominarse “indecible” en la medida en que esté presente en el psiquismo de quien lo haya vivido, pero de tal manera que no puede hablar de ello. Este sujeto es portador de una “cripta”. En la generación siguiente, el hijo criado por padres portadores de un traumatismo no elaborado y clivado será afectado en el conjunto de su psiquismo. Será portador de un “fantasma”. Los acontecimientos que corresponden a la generación precedente son para esta generación “innombrables”. Sus contenidos son ignorados y su existencia es presentida e interrogada. Los hijos de padres portadores de un traumatismo pueden desarrollar dificultades de pensamiento, de aprendizaje, etc. En la generación siguiente los acontecimientos se vuelven “impensables”. El niño puede percibir en sí mismo sensaciones, emociones, imágenes o tener conductas que parecen bizarras (Tisseron, 1995, págs. 18-19).

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En cuanto a los momentos facilitados para la transmisión, Tisseron (1995, pág. 23) plantea que ésta se da desde el estado fetal, los primeros contactos del niño con su entorno y las primeras manifestaciones del bebé. La historia materna y su prehistoria transgeneracional constituyen para el bebé las primeras referencias de su mundo interno. Otro momento importante de la vida psíquica se organiza en torno a las identificaciones del niño con cada uno de sus padres (identificaciones edípicas). Momentos de nacimientos y muertes son ocasiones privilegiadas en toda familia para integrar acontecimientos que hasta el momento habían sido separados de su vida psíquica. Toda experiencia nueva obliga a un nuevo trabajo de introyección: [...] en el caso de que esto no ocurra, estas experiencias no se integran en forma armoniosa a la vida psíquica y pueden imponer a los descendientes, a veces por varias generaciones, la necesidad de simbolizar aquello que lo fue sólo imperfectamente en los ascendientes (Tisseron, 1995, pág 25).

Por último, otra vía facilitada para la transmisión es por medio de la transferencia de objetos materiales de una generación a la otra. Eiguer (1997, pág. 28) señala: [...] lo transgeneracional vehiculiza además el modelo de parentesco, el mismo que organiza atracciones y rechazos, prescripciones y proscripciones, que distribuye el lugar de cada uno de los miembros de la familia. Está en el origen de la transmisión de los mitos, de los ideales, modula los proyectos de vida e interviene en la organización del superyó individual.

Quiere decir que lo ancestral aparece como un otro del padre que vehiculiza mitos de origen que estructuran la familia. Silvia Gomel (1997) dice: “Transmisión generacional será entonces el modo peculiar en el que verdades y saberes, odios y amores, deudas y legados, posibles e imposibles, se traspasan de los odres viejos a los nuevos sosteniendo que la voz de las generaciones no se silencie”. Por lo tanto, la transmisión implica un trabajo doble: adueñarse de lo recibido de manos de nuestros antecesores y, al mismo tiempo, imprimir a ese bagaje nuestro propio sello. Freud (1939 [1934-38]), en “La analogía”, punto C del Moisés…, refiere a los traumas de la infancia y los efectos positivos (fijación al trauma y compulsión a la repetición) y negativos (reacciones de defensa). Luego plantea (pág. 81): “[…] se discierne en las doctrinas y ritos religiosos dos órdenes de elementos: por un lado, fijaciones a la antigua historia familiar y supervivencias de ella; por el otro, restauraciones del pasado, retornos de lo olvidado tras largos intervalos”. En el mismo texto, Freud se pregunta cómo se pasan las tradiciones y los modos de ser de

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una generación a la otra. Plantea que lo que entró vía ello en el individuo son huellas difíciles de asir. Para que se instalen como tradición, síntoma o carácter necesitan conectarse con el vivenciar en uno mismo y, de ese modo, se actualizan. Así se produce un puente entre lo que entra vía ello habiendo sufrido el paso del tiempo, y lo que es yo y es actual. Entonces se mantiene viva una memoria del trauma. Lo que se repite, por lo tanto, son sucesos traumáticos que dejaron marcas y que fueron silenciados. En este sentido, Gomel (1997, pág. 19) dice: “No me planteo otra temporación que la retroactiva en las cuestiones ligadas a lo transgeneracional. La historia de una familia se construye en su transmisión: transmitir un pasado es, en verdad, construirlo”. Las consecuencias del retorno de lo reprimido podrían ser los síntomas. Hay muchas investigaciones respecto a este tema. En la “Conferencia 17” (1917 [1916-17]), Freud dice que el “síntoma es rico en sentido y se entrama con el vivenciar del enfermo” (pág. 235). Amplia esta idea más adelante (pág. 247): “La tarea que se nos plantea no es otra que ésta: para una idea sin sentido y una acción carente de fin, descubrir aquella situación del pasado en que la idea estaba justificada y la acción respondía a un fin”. En un principio, Freud es guiado por las histéricas, podríamos decir por esos cuerpos hablantes, escuchando el deseo inconsciente. El cuerpo a través de sus síntomas se va delineando como brújula, como verdadera huella clínica, y la palabra se va manifestando como instrumento de un trabajo, a través del cual el inconsciente irá revelándole a Freud sus mecanismos. Los síntomas son el resultado de un conflicto que se libra en torno de la satisfacción pulsional. Las dos fuerzas que se han enemistado tienen como resultante el síntoma. Una de las fuerzas del conflicto es la libido insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros caminos para su satisfacción. Por lo tanto (Freud, 1916-1917, pág. 328), “Así, el síntoma se engendra como un retoño del cumplimiento del deseo libidinoso inconsciente, desfigurado de manera múltiple; es una ambigüedad escogida ingeniosamente, provista de dos significados que se contradicen por completo entre sí”. ¿No deberíamos proceder de un modo similar con el sentimiento doloroso?

Cuando el sentimiento doloroso se vuelve psicosis

Un joven con diagnóstico de psicosis discute enardecidamente con su hermana, grita y amenaza con pegarle. La madre dice: “Pongan paños fríos… enfríen la bronca”. A la mañana, el joven despierta con gripe, explica que durante la noche tuvo un enfriamiento. Observamos que hubo un proceso de traducción inconsciente que permitió el desliza-

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miento del enfriar en sentido figurativo (poner “paños fríos” a una discusión) al enfriamiento como enfermedad real del cuerpo. Se trata de un salto cuantitativo. El lenguaje de órgano asiste al psicótico con la finalidad de sostener al yo antes que colapse en una vivencia catastrófica de desamparo, de ese modo el yo vuelve a configurarse. Decimos “asiste” aludiendo al concepto de “objeto asistente” o “individuo auxiliador” desarrollado por Freud2 (1886 -1899) en el “Proyecto de psicología”. Esta asistencia, frente a la vivencia de dolor, evita el desvalimiento (Hilflosigkeit) y la consecuente fragmentación del yo, pero muestra la regresión tópica y temporal que debe realizar el psiquismo para controlar un conflicto, ahogándolo en la mismidad, imposibilitado el acceso a una demanda del mundo externo. En “Introducción del narcisismo” (1914) leemos que la hipocondría es en la psicosis un equivalente de la angustia en la neurosis. La pregunta es: ¿por qué en la psicosis no alcanza el nivel discursivo simbólico para sostener el conflicto psíquico? ¿Cómo se pasa de poner paños fríos a enfermar de un enfriamiento? El trabajo (Arbeit) de la psicosis consiste en construir una neo-realidad convincente para el “delirante” mediante vivencias hipocondríacas y alucinaciones. La pulsión se expresa en los límites. Para este joven, enfriarse fue el modo de evitar una explosión de sentimientos agresivos y punitivos hacia su hermana. La orden materna evitó la descarga en el mundo exterior de emociones vividas con mucho placer: aniquilar a su hermana, pegarle, poseerla, humillarla, destrozarla. Todo este imaginario anal está al servicio de la rivalidad fraterna edípica. Para frenar la acción recurre al uso de defensas extremas y primitivas: la vuelta contra su propia persona. Sin embargo, ¿qué contra-carga se debe utilizar para evitar que la descarga se produzca en el afuera? La fuerza agresiva vuelta contra sí mismo llena al yo de masoquismo y pulsión de muerte; es concentrar toda la mente en ideas recurrentes y perseverantes que sustituyen a la esperable rebelión. Pero ¿por qué un sujeto tiene una regresión psicótica frente a una demanda del mundo exterior en lugar de sostener y defender su punto de vista? Una hipótesis estrictamente psicoanalítica: no sólo se necesita la fuerza pulsional para modificar el mundo exterior, sino que la alteración

2. S. Freud (1886-1899, págs. 362-363):“El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Ésta sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre el camino de la alteración interior, un individuo experimentado advierte el estado del niño. Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo, del entendimiento, y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales”.

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a realizar no tome un valor incestuoso. Observamos que el joven tiene la fuerza necesaria, pero está imposibilitado de utilizarla por su connotación edípica incestuosa. Entonces, la vuelta contra sí mismo implica seguir siendo, en el delirio, el poseedor de su hermana, dueño de todas las mujeres de su familia y no corre el riesgo de perderlas. Tal como lo plantea Freud (1912-13), la vuelta contra sí mismo evita el duelo, el reconocimiento de la pérdida. Prefiere ceder un pedazo de su yo y así obviar la angustia de castración. De ese modo sigue sujeto a la sexualidad y a los padres de la infancia, renuncia a los riesgos de la sexualidad adulta. Crecer es tolerar el dolor del desasimiento.

Crecer es tolerar el dolor de desasimiento

En el período de latencia, los niños recuperan la curiosidad infantil ardientemente explorada en la infancia bajo el modo discursivo de las teorías sexuales infantiles (1908). De ellas se ocupan los niños pequeños. Investigan las teorías sexuales infantiles por medio del juego (el falocentrismo, la teoría de la cloaca y el coito sádico) (Freud, 1908). En el período de latencia, la curiosidad construye una nueva formación discursiva llamada novela familiar (Freud, 1909) con dos estadios significativos: el asexual (el latente desconoce el poder reproductor del semen y la función de la vagina) y el sexual (cuando ese saber se inscribe como verdad). Este saber provoca un crecimiento en el nivel del pensamiento, la capacidad de deducciones independientes del plano perceptivo o de los sentidos que Freud metaforiza como “la madre es certidumbre y el padre es incierto”. Las fantasías vergonzosas de la latencia alejan a los niños de los padres, producen intrigas y novelas. Evitan la mirada de los adultos, se cierran puertas. Se va produciendo el desasimiento. Freud (1909), en “La novela familiar del neurótico”, dice: [...] en el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas. Es absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo él, en esa oposición entre ambas generaciones [...]

El concepto de desasimiento introduce en la teoría psicoanalítica el valor del afecto doloroso como displacer necesario dentro del yo, y lo diferencia del afecto de angustia, que consideramos acompaña los movimientos de la libido conquistando el mundo erógeno. “Desasimiento” en la obra freudiana es separación de cuerpos, es salida del narcisismo, es fracaso de la salida alucinatoria como otorgadora de sensaciones. Si vivir signi-

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fica un progreso, debe haber desasimiento de la autoridad parental y ello sólo es posible si se conquista la sensación de autonomía que implica separarse de los mandatos superyoicos de la infancia. El desasimiento es doloroso pues implica un trabajo de duelo, tal como nos lo expresa Arminda Aberastury (1974) como “trabajo de la adolescencia”. Progreso es movilidad psíquica, alteración del mundo exterior, exogamia, y la presencia del sentimiento de dolor es el único ingrediente que permite soltarse del cuerpo de los padres, a favor de la conquista de sensaciones en el yo voluptuosas y excitantes para ser grandes. En este proceso no alcanza con la angustia. Así como el duelo se inicia con el examen de realidad que reconoce la pérdida del objeto y la imposibilidad de su reencuentro, soportar dentro del psiquismo una cierta carga de sentimiento de dolor procura autonomía. No se puede seguir siendo todo bueno, pequeño y sometido a los padres superyoicos, y para eso es importante aprender a soportar un poco de dolor.

Sentimiento de dolor para el desasimiento o sentimiento de culpa en la neurosis

Juan tiene 7 años y es brillante en su desempeño escolar, es hijo de padres vinculados a cuestiones de la cultura y la educación, la escuela es una continuación de su hogar. Un día se desata una tormenta de intensa angustia, llanto inconsolable y arrepentimiento cuando la maestra de inglés le hace una advertencia severa al encontrarle malas palabras escritas en el cuaderno de clases. Se trataba de una picardía compartida entre varios compañeros: cuando entra la maestra, los amigos borran rápido las malas palabras, en cambio Juan no advierte que debe borrarlas y se expone a que ella advierta el texto obsceno, cosa que sucede. Podemos pensar que la escena de mortificación en lo real, la severa sanción moral de la maestra introduce en el psiquismo de Juan un sentimiento de dolor necesario para el desasimiento de la autoridad. Crea una escisión entre el mundo de los grandes y los chicos. El sentimiento doloroso obtenido en base a mortificaciones y sometimientos es producto de la idealización a los padres. Obtiene el sentimiento de dolor pero padece mortificaciones narcisistas en los vínculos con las autoridades escolares. Por lo tanto, no obtiene adecuadamente el sentimiento de crecer que proviene del desasimiento, en cambio siente que es culpable de “ensuciar” el nombre del padre, que es chico y no merece que confíen en él.

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Duelos patológicos en lugar de sentimiento de dolor. Una familia y la niña epiléptica

Florencia padece convulsiones desde sus 5 años. La mamá nos aporta un dato relevante: las convulsiones se produjeron muy cercanas a los cumpleaños de 5 y 6 años de la niña. La escucha analítica nos orienta para discriminar que las descargas eléctricas, “escalofríos” en el lenguaje de la niña, constituyen un fenómeno episódico que retorna y tienen una data. Desde esta perspectiva, vemos que no es una descarga anárquica neuronal sino que hay un dominio de lo pulsional, es decir, del campo de la fantasía inconsciente. Los cumpleaños en los niños son significativos en relación con el desasimiento de la autoridad parental, signo inequívoco de envejecimiento de los padres (castración) e interroga los lugares de filiación del niño frente al Edipo, tal como éste ante la Esfinge. El síntoma de Florencia cuestiona su estructura familiar, devela en cada borde aquello del deseo que se le hace imposible conquistar para su crecimiento, es exigencia de trabajo para develar su posicionamiento en la estructura familiar. Los escalofríos, desde los 7 años, se manifiestan sólo antes de conciliar el sueño, no peligra la supervivencia. Florencia, en su psicoanálisis, descubre que su mamá está impregnada por un duelo patológico. Su abuela materna tenía una hermana que enfermó a los 17 años y se murió a los 23. Poco antes de morir, cuenta la leyenda, le dice a su hermana: “Ahora vas a ser única hija”. A los 5 años, Florencia queda como única hija de su mamá y nieta de una abuela que fue única hija por la terrible muerte de su hermana. Interpretamos que las descargas eléctricas de Florencia son un electroshock a la mamá para sacarla del embrujo de esa frase del pasado pero aún vigente. La madre se sorprende: “¿Yo te conté que a mi mamá le dieron electroshock por sus depresiones?”. Florencia debe indagar, para desear y crecer, los duelos no elaborados de su madre y abuela. ¿Qué produjo en Florencia la muerte de su tía-abuela a la que no conoció? Encontrar a través de las napas de la resistencia el significante “electroshock” fue remedio para el cuerpo orgánico, inscribe la única vacuna para limitar los escalofríos. La mamá se empeña en que Florencia se interese por la Biblia para niños, se interesa particularmente por José, abandonado por los hermanos que convencen al padre de que José ha muerto. José reaparece como onirocrítico y asesor del faraón. José, interpretador de los sueños, nos pone en el camino del psicoanálisis y la curación de los síntomas de Florencia. No dejaremos de señalar que la pequeña tiene medio hermanos de un primer matrimonio del padre, jóvenes adultos que ya han formado sus familias. El nacimiento de Florencia es una desagradable sorpresa por más “¡qué linda la nena!”, deberán modificar sus respectivos y enraizados lugares en el sistema edípico, por ejemplo compartir la for-

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tuna del padre. Florencia lee los malos deseos. Nos acercamos entonces a la problemática de las rivalidades fraternas, el lugar de Florencia en las generaciones no sólo en relación con su mamá, sino también con su papá. ¿Por qué el síntoma fue tan estruendoso? Justamente por que no había salida, Florencia quedaba encerrada entre duelos patológicos de ambos padres. Entonces, para salir del peligroso estruendo convulsivo, es necesario contar con la curiosidad (neurona de atención) para investigar las cuestiones transgeneracionales de la vida y la muerte. Y en ese sentido, Freud es genial cuando nos advierte que para que emerja la curiosidad infantil es necesario una articulación entre la energía de la pulsión de ver y la sublimación de la pulsión de dominio o aprehensión: la pulsión de apoderamiento no puede manifestarse como agresividad en acto, debe morigerarse junto con la distancia espacial entre el ojo y el objeto a ser capturado. Mirar para poder armar “la pulsión de saber”. Cuando este mecanismo de relojería aparece disgregado, con los enlaces perdidos, es el psicoanálisis el único medio para devolver ligadura. Sólo de ese modo, descubriendo los significantes sustanciales, es posible evitar la electricidad anárquica, que intentamos mostrar, justamente, que no es anárquica sino que sigue los derroteros del inconsciente. Asma, epilepsia, accidentofilia, alergias, afecciones intestinales, etcétera. Y más recientemente el tan trillado ADD. Éstos son modos de retorno de la compulsión repetitiva, intentos de inscribir una historia silenciada a través de manifestaciones estruendosas, “adentro” del cuerpo o “afuera”, en el mundo exterior. Pero estos estallidos sólo pueden ser escuchados por un psicoanalista que se anime a juntar los pedazos escindidos por el trauma a los fines de rescatar lo omitido demoníaco (incesto y parricidio) y darle vigencia para ser tramitado. Sin embargo, el inconsciente del niño seguirá dando cuenta demoníacamente, de ahí el susto que provoca, de la urgencia de capturar un sentido de existencia para su vida. El desinterés de atención, el aburrimiento, la distracción constante, no aparecen espontáneamente ni por desórdenes neuronales. Cien años de psicoanálisis posibilitan dar cuenta de estas redes de significación, lugares de condensación de deseos y duelos no elaborados.

Conclusiones

Vemos, entonces, diferentes vicisitudes del sentimiento de dolor: tan intenso que el yo está amenazado de destrucción, o puede ser tolerado y posibilita el crecimiento, o al servicio del masoquismo que conduce regresiones, etc. El sentimiento de dolor es una herramienta teórica y clíREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 263-277

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nica orientadora e insubstituible. Esta investigación del concepto de sentimiento de dolor tiene como objetivo adicional subrayar la importancia del “desasimiento “del analista de las teorías, conceptos y autores que a veces lo constriñen y someten consagrando un concepto en detrimento de otro, como podría ser el deseo o, en este caso, la angustia.

Resumen

El sentimiento de dolor es nodal como concepto de la teoría psicoanalítica y en la comprensión clínica. Las autoras investigan las ocasiones donde el displacer que la angustia promueve en el yo no es suficiente para morigerar la intensidad de dolor. Sostienen que la pena y tristeza le exigen al aparato psíquico una elaboración muy sofisticada. De hecho, mantener en el yo grandes magnitudes de displacer imposibles de disolver por la angustia es una prioridad en los procesos de elaboración de duelos. Se observa en las personas la utilización de medidas paliativas para evitar el sufrimiento al modo de quitapenas o manías que son anestésicos del yo. Ante la imposibilidad de conexión con emociones de tristeza, se borran los enlaces con el contenido traumático y los dolores se disuelven. Las autoras proponen la necesidad teórica y clínica de repensar los destinos de los afectos cuando se refieren a circunstancias extremadamente penosas. Se puede seguir el derrotero de los mismos bajo otras presentaciones: psicosomática, psicosis, accidentes o el dolor necesario para el crecimiento. Ellas piensan que la clínica psicoanalítica abre las puertas a este tipo de figurabilidad, y da cuenta de memorias no inscriptas como archivos accesibles en la mente de los sujetos que constituyen las criptas o sepulturas secretas de traumas familiares no explorados. Es decir, el afecto doloroso es la brújula orientadora hacia este tipo de fenómenos que comprometen o hipotecan la vida de los sujetos. En el transcurso del presente trabajo se desarrollan, junto con los conceptos mencionados, dos casos que hacen alusión al sentimiento doloroso en una psicosis, el desasimiento doloroso en una neurosis y duelos no elaborados en una niña epiléptica. Los autores seleccionados para dicho propósito son: S. Freud, R. Kaës, S. Tisseron, A. Eiguer, M. Torok, entre otros. DESCRIPTORES: DOLOR PSÍQUICO / AFLICCIÓN / DUELO / DEFENSA / PSICOSOMÁTICA / PSICOSIS / ACCIDENTES

Summary FEELINGS

OF PAIN AND ANGUISH, VECTORS OF PSYCHIC LIFE

The feeling of pain is a nuclear concept in psychoanalytic theory and in clinical understanding. The authors investigate occasions when unpleasure promoted in the ego by anxiety is not enough to moderate the intensity of pain. They find that grief and sadness demand very sophisticated working through by the psy-

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chic apparatus. In fact, holding in the ego large quantities of unpleasure impossible to dissolve with anxiety is a priority of processes of working through of mourning. The authors observe the use of palliative measures to avoid suffering in the form of “painkillers” or mania which anesthetize the ego. When it is impossible to connect with emotions of sadness, ties with the traumatic content and pains are dissolved. They propose a theoretical and clinical need to re-think the vicissitudes of affects when they refer to extremely painful circumstances. Their course may be followed in the form of other presentations: psychosomatic, psychosis, accidents or pain necessary for growth. They consider that psychoanalytic clinical work opens the door to this type of figurability and includes memories not inscribed as accessible files in the mind of subjects who are crypts or secret burial places of unexplored family traumata. That is to say that painful affect is the compass pointing towards this type of phenomena which compromise or place a lien on the lives of these subjects. The above concepts are accompanied by two clinical cases which refer to painful feeling in a psychosis, painful detachment in a neurosis and unworked through mourning in an epileptic girl. The authors selected for this purpose are: S. Freud, R. Kaës, S. Tisseron, A. Eiguer and M. Torok, among others. KEYWORDS: PSYCHIC CHOSIS/ ACCIDENTS

PAIN

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AFFLICTION

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MOURNING

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DEFENSE

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PSYCHOSOMATICS

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PSY-

Resumo SENTIMENTO

DE DOR E ANGÚSTIA, VETORES DA VIDA PSÍQUICA

O sentimento de dor é nodal como conceito da teoria psicanalítica e na compreensão clínica. Investigamos as ocasiões onde o desprazer que a angústia provoca no Eu não é suficiente para morigerar a intensidade da dor. Constatamos que a pena e a tristeza exigem do aparato psíquico uma elaboração muito sofisticada. De fato, manter no Eu importantes magnitudes de desprazer impossíveis de serem dissolvidas pela angústia é uma prioridade nos processos de elaboração do luto. Percebemos que as pessoas utilizam medidas paliativas para evitar o sofrimento como forma de “fuga” ou manias que são anestésicos do Eu. Ante a impossibilidade de conexão com emoções de tristeza se eliminam os enlaces com o conteúdo traumático e as dores desaparecem. Propomos a necessidade teórica e clínica de repensar os destinos dos afetos quando se referem às circunstâncias extremamente penosas. Pode-se continuar percorrendo este caminho analisando-os com outras apresentações: psicossomática, psicose, acidentes ou a dor necessária para o crescimento. Achamos que a clínica psicanalítica abre as portas para este tipo de figurabilidade e dá conta de memórias não-inscritas como arquivos acessíveis na mente dos sujeitos que constituem as criptas ou sepulturas secretas de traumas familiares não-explorados. Isto é, o afeto doloroso é a bússola orientadora para este tipo de fenômenos que comprometem ou hipotecam a vida dos sujeitos. No decorrer do presente trabalho foram desenvolvidos, junto com os conceitos mencionados, dois casos que fazem alusão ao sentimento doloroso em uma REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 263-277

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psicose, o desprendimento doloroso em uma neurose e luto não-elaborado em uma criança epiléptica. Os autores consultados foram S. Freud, R. Kaës, S. Tisseron, A. Eiguer, M. Torok, entre outros. PALAVRAS-CHAVE: DOR PSÍQUICA / AFLIÇÃO / LUTO / DEFESA / PSICOSSOMÁTICA / PSICOSE / ACIDENTES

Bibliografía

Aberasturi, A.: “Adolescencia y psicopatía: duelo por el cuerpo, la identidad y los padres primitivos”, La adolescencia normal, Buenos Aires, Paidós, 1974. Faimberg, H. (2005): Conferencia de Haydée Faimberg en la Argentina, UCES. Sobre “The telescoping of generations”, en http://www.uces.edu.ar/institutos/iaepcis/conferencia_uces_200805.php Freud, S. (1908a): “Sobre las teorías sexuales infantiles”, A. E., IX, pág. 183. — (1908b): “El creador literario y el fantaseo”, A. E., IX, pág. 123. — (1909): “La novela familiar de los neuróticos”, A. E., IX, pág. 213. — (1913 [1912-1913]): Tótem y tabú, A. E., XIII. — (1914): “Introducción del narcisismo”, A. E., XIV. — (1916-1917): Conferencia de introducción al psicoanálisis (Conferencia 17: El sentido de los síntomas), A. E., XVI. — (1923): El yo y el ello, A. E., XIX. — (1929 [1930]): El malestar en la cultura, B. N., III, pág. 3025. — (1939 [1934-1938]): Moisés y la religión monoteísta, A. E., XXIII. — (1941 [1921]): “Psicoanálisis y telepatía”, A. E., XVIII. Gomel, S. (1997): Transmisión generacional, familia y subjetividad, Buenos Aires, Lugar Editorial. Kaës, R.; Faimberg, H.; Enriquez, M. y Baranes, J. J. (1993): Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, Buenos Aires, Amorrortu. Tisseron, S.; Torok, M. y otros (1995): El psiquismo ante la prueba de las generaciones, Buenos Aires, Amorrortu. Eiguer, A. y otros (1997): Lo generacional. Abordaje en terapia familiar psicoanalítica, Buenos Aires, Amorrortu.

(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 15 de febrero de 2009.)

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Recordando a Carlos Mario Aslan *Andrés Rascovsky

Cuando muere alguien que ha estado tan presente en nuestra vida institucional, tan cercano para algunos de nosotros, que nos ha acompañado por tantos y diversos caminos de la vida íntima, y de la vida analítica de nuestros conflictos y decisiones, que ha sido modelo de muchos desarrollos a veces contramodelo y, sin embargo, referente indispensable, un aspecto de nuestra vida institucional pareciera tomar un giro diferente; en alguna forma, nos parece que concluyó una época, que finalizó un período. En cierto modo es verdad, la palabra, la inteligencia, el humor, la rigurosa presencia de Carlos Mario se nos fue, como aquel cuervo del poema de Edgar Allan Poe que alude a la muerte y repite la frase nevermore tratando de simbolizar infructuosamente todo lo perdido. Sabemos que nunca más –nevermore– nos acompañará con sus múltiples alusiones, perspicacias y participaciones con las que tantas veces nos ha sorprendido, entusiasmado y enorgullecido. Durante más de medio siglo, la pujanza, el compromiso ideológico y científico de Carlos Mario Aslan colaboró en forjar los pilares de nuestra institución. Desde sus inicios como psicoanalista hasta los últimos momentos de su vida, él estuvo presente en cada instancia del movimiento científico institucional e internacional. Fue fiel a la corriente clásica del pensamiento psicoanalítico de Freud, al que enriqueció con sus múltiples y variadas contribuciones; fue un erudito y riguroso lector de la contribución psicoanalítica del mundo. Durante muchas décadas fue un representante de nuestra institución que intervenía con agudeza en los múltiples debates y coyunturas de nuestra disciplina. Fue representante de un psicoanálisis que se extendió más allá de lo meramente profesional y del horizonte cultural de una época. Carlos Mario Aslan mantuvo diálogos intensos y polémicas significativas para sus concepciones y para nuestra institución con todos las personalidades científicas de nuestra época.

* Presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

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ANDRÉS RASCOVSKY

El duro proceso que para nosotros comienza, nos hará reencontrarnos con sus múltiples escritos, con su palabra viva, con la palabra de quien ya no está y que nos brinda una forma de continuidad con él. La temática de Aslan es muy extensa. Sus artículos, conferencias, introducciones a congresos o testimonios de experiencias, comentarios, contribuciones y esclarecimientos de aspectos de la producción psicoanalítica de Freud y de otros autores se extendió durante medio siglo. Quizás muchos recuerden sus múltiples perspectivas sobre el duelo, su profundo o exquisito conocimiento de la metapsicología, los escritos sobre trauma o el análisis de la práctica actual y sus múltiples incursiones, los temas de la formación y el futuro del psicoanálisis. Carlos Mario tenía un particular conocimiento de aspectos de la vida cotidiana del movimiento psicoanalítico internacional, de sus actores, de las circunstancias conflictivas, de sus detalles más íntimos, fue él quien conocía las múltiples circunstancias, personalidades y conflictos, Carlos Mario Aslan por su interés y su compromiso fue un erudito de la historia y especialmente de aquella no escrita. Fue un maestro para varias generaciones, supo conocer la pasión y el amor. Fue un hombre de la cultura amplia, un hombre de la modernidad, también un clásico, y en el tiempo vertiginoso de nuestra actualidad sostuvo sus convicciones y sus firmes creencias. Carlos Mario fue un inagotable trabajador, un hombre de coraje y valentía, y representó la convicción en el psicoanálisis, así como también sus tormentas y conflictos. A Carlos Mario, quien lucho y vivió con intensidad y satisfacción, también la vida le impuso sufrimientos, heridas, empresas imposibles. Whitman expresaba: “Capitán mi Capitán el espantoso viaje a concluido”. En cierto modo, el tremendo esfuerzo de vivir, la realidad cruel y abrumadora, la implacable adversidad ha concluido, pero de su trayectoria nos ha dejado una herencia humana y un legado científico que ha brindado nuevas oportunidades a muchos. Su vida y su contribución han sido sobresalientes y esperamos por ello poder aceptar su descanso cuando todavía lo necesitábamos. Carlos Mario Aslan ha dejado espléndidas hijas y nietos, y esa forma de trascendencia que es el escrito del que ya no está. Especialmente en estos momentos de pérdida y duelo, sentimos que la vida es efímera, y por ello valoramos cada pequeño fragmento de nuestro recorrido, y de lo realizado con él, del acceso al bienestar común, a la vitalidad que nos brindó y el modo en que nos enriqueció, y quizás todos nosotros agradecemos estas décadas tan extraordinarias así como difíciles que hemos compartido. Carlos Mario fue una escucha privilegiada para aquel que se aproximase en busca de comprensión, tenía una forma de preocupación por su REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 279-281

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semejante que contribuyó a forjar su espíritu médico y una extrema sensibilidad que emergía cálida y tiernamente detrás de su formalidad y su digna elegancia de caballero de nuestra cultura. Sentiremos su ausencia y el vacío que deja el anhelo de escuchar su humor y su palabra vital y comprometida. Por su labor psicoanalítica recibió el premio Sigourney que confiere la Asociación Psicoanalítica Internacional a la trayectoria de una vida. Como presidente de la institución a la que le dedicó un enorme esfuerzo intelectual, una contribución científica singular y persistente, y un tiempo psíquico extraordinario, le brindo el homenaje conmovido de todos nuestros colegas de la institución, de las instituciones argentinas, de Latinoamérica y el agradecimiento a su trayectoria. Sabemos que poco de esto hubiese sido posible sin el aporte cálido, generoso y sostenido de su mujer Adriana, y del estímulo reluciente de sus hijos, sobrinos y nietos. Para Inés, Mariana, Alexis y Nicolás, nuestro profundo cariño.

DESCRIPTORES: OBITUARIO KEYWORDS: OBITUARY PALAVRAS-CHAVE: OBITUÁRIO

Los autores EDUARDO RAGGIO: médico psiquiatra, miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Magister en Psicoanálisis, especialista en Psicología del Self, profesor de posgrado de la Asociación Psicoanalítica Argentina, coordinador del Espacio Kohut. HEINZ KOHUT: nació en 1913, en Viena, y murió en 1981, en Chicago. Se considera que el trabajo que inicia su obra dando origen a la corriente denominada “Psicología del self” es “Introspección, empatía y psicoanálisis”. Un examen de la relación entre el modo de observación y la teoría, presentado por primera vez en el 25º aniversario del Instituto Psicoanalítico de Chicago en 1957 y publicado en el JAPA en 1959; artículo que se publica en este número por primera vez en español. En 1971 publica el libro Análisis del self. El tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la personalidad; en 1977, La restauración del símismo; en 1978, el trabajo “Reflexiones sobre el narcisismo y la furia narcisista”, publicado por la revista de la APA; en 1981, pocos días después de su muerte, se presentó el trabajo “Introspección, empatía y el semicírculo de la salud mental”, también publicado en la revista de la APA; en 1984, el libro ¿Cómo cura el análisis, y en 1987, una compilación: “Los seminarios de Heinz Kohut” Sobre psicología del sí mismo y la psicoterapia con adolescentes y adultos jóvenes. P. Orstein compiló los trabajos de Kohut que fueron publicados en The Search for the self, en 4 tomos por Internacional University Press. FRED BUSCH: es analista didacta y supervisor en el Instituto Psicoanalítico de Nueva Inglaterra, Región Este. Ha publicado más de cuarenta artículos en revistas psicoanalíticas, así como dos libros, The Ego at the Center of Clinical Technique [El yo en el centro de la técnica clínica] (1995) y Rethinking Clinical Technique [Repensar la técnica clínica] (1999). Es miembro de la Junta de Representantes de la Asociación Psicoanalítica Internacional y del Comité de Educación de esta entidad. JAIME NOS LLOPIS: miembro titular de la American Psychoanalytic Association (Nueva York) y de la Sociedad Española de Psicoanálisis (Barcelona). Director del Seminario sobre Psicoanálisis Norteamericano Contemporáneo, Instituto de Psicoanálisis de Barcelona y Sociedad Española de Psicoanálisis, 1999-2005. Ha publicado en revistas psicoanalíticas, psiquiátricas y médicas de los Estados Unidos, Alemania y España sobre enfermedades psiquiátricas en pacientes tuberculosos; depresión; interpretación de los sueños; trastornos de la personalidad; machismo; narcisismo; historia del psicoanálisis norteamericano; creatividad literaria y psicoanálisis; la orientación intersubjetiva y relacional en el psicoanálisis actual. CECILIO PANIAGUA: doctor en medicina por la Universidad de Madrid. Con una beca Fulbright hizo la especialidad de psiquiatría en la Universidad Thomas Jefferson de Filadelfia. Ha sido profesor clínico en la Universidad de Georgetown (Washington) y Profesor Honorario de la Facultad de Medicina de

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LOS

AUTORES

la Universidad Autónoma de Madrid. Diplomado del Board Americano de Psiquiatría y Neurología. Psicoanalista por el Instituto Psicoanalítico de Baltimore-Washington. Autor de traducciones y numerosos artículos en revistas nacionales y extranjeras. Premio Lewis B. Hill. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Americana. IRENE CAIRO: graduada de la escuela de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, hizo su formación en psiquiatría en el Policlínico de Lanús, que dirigía Mauricio Goldenberg. Es egresada del Instituto de Psicoanálisis de Nueva York, donde es actualmente docente. Es miembro de la American Psychoanalytic Association e integra el Comité de Programa, y es instructora de residentes en Psiquiatría en el Hospital Mt. Sinai, en Nueva York. ARNALDO SMOLA: miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Ex director del Centro Racker. Ex co-coordinador del Departamento de Informática de la APA. Ex coordinador del Departamento de Niños y Adolescentes de la APA. LILIANA SZAPIRO: psicoanalista, miembro de la EOL y la AMP, profesora de la Facultad de Psicología (UBA). Directora de Proyectos de Investigación UBACyT. Directora del Departamento de Trastornos de la alimentación de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. Presidenta de la Fundación Proyecto Asistir. Miembro del Departamento de Estudios sobre el Cuerpo (ICBA). Autora de numerosos artículos sobre psicoanálisis. Autora de “Elementos para una teoría y clínica lacaniana del fenómeno psicosomático”. SUSANA VINOCUR-FISCHBEIN: es miembro titular en funciones didácticas y analista de niños y adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Fellow del Programa de Investigación y Miembro del Comité de Investigación Conceptual de la API. Ha estado en funciones editoriales de las revistas de la APA, Fepal y de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. Ha publicado trabajos en revistas y libros sobre la articulación del psicoanálisis con la semiótica y la lingüística pragmática. NÉSTOR ALBERTO BARBON: miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Profesor del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Ex integrante de la Comisión de Enseñanza del Instituto de Psicoanálisis de la APA. Integrante de la Subcomisión de Enlace Instituto-Candidatos y de la Comisión de Cursos Virtuales de la APA. CLAUDIA LUCÍA BORENSZTEJN: médica, miembro titular con función didáctica de la APA. Especialista en Niños y Adolescentes. Trabajos de investigación con el método Esther Bick de Observación de Bebés. Actual directora de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS. Miembro del Latinoamerican Board del International Journal of Psychoanalysis. Coeditora del Libro Anual de Psicoanálisis. NORMA CATTANEO: psicóloga egresada de la UBA. Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Fundadora y directora de un Centro Asistencial para niños y adolescentes con autismo y psicosis, con sede en Buenos Aires y Rosario. Profesora invitada en cursos de posgrado en la UBA, UDEMM, UB, UCA. Capacitadora y supervisora de Equipos Interdisciplinarios en la provincia de Chubut, Argentina.

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LOS AUTORES

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MARTA DÁVILA: licenciada en psicología. Egresada del Centro de Investigaciones en Psicoanálisis y Medicina Psicosomática. Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Especialista en Niños y Adolescentes. Ha presentado trabajos de investigación en numerosos simposios y congresos nacionales e internacionales (Uruguay, Perú, Chile, Francia, Alemania, etc.). ISABEL ECKELL DE MUSCIO: miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Secretaria del Departamento de Psicosomática Arnaldo Rascovsky de la Institución. Integrante de un grupo de investigación sobre psicosomática y co-autora de trabajos sobre este tema realizados en dicho grupo y presentados en congresos nacionales e internacionales. Autora de varios trabajos presentados en congresos internacionales. GUSTAVO JARAST: médico psiquiatra (UBA). Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Co-editor del Libro Anual de Psicoanálisis. Ex director de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS. Ex coordinador del Departamento de Psicosis. Profesor del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina. MARTA KREISELMAN DE MOSNER: miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Especialista en Niños y Adolescentes API. Especialista en clínica con orientación en Niños y/o Adolescentes. Resolución Nº 1046. Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires. Consejo Superior. Profesora titular de la Especialidad Clínica con Niños y Adolescentes. Colegio de Psicólogos, distrito XII, provincia de Buenos Aires. Autora del libro El niño, el cuerpo y su psicoanalista (Buenos Aires, Kargieman, 1994). MARISA INGRID MOSNER: Especialización en psicoanálisis de Niños. Res. Rectoral Nº C: 01/97. Res. Ministerio de Educación Nº 684/99. Res. CONEAU Nº 341/00. Candidata del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Objetivos de la REVISTA

DE

PSICOANÁLISIS

Los objetivos de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS son la difusión del psicoanálisis, su desarrollo científico, las investigaciones relacionadas con la práctica y la teoría psicoanalíticas y las contribuciones del psicoanálisis a la salud y a la cultura. Publica artículos y trabajos, en su gran mayoría originales e inéditos, que contengan investigaciones clínicas, teóricas, históricas, experimentales, críticas y metodológicas, cuantitativas y cualitativas, y otros trabajos, ya difundidos (en otras revistas, simposios o congresos), en razón de ofrecer un interés especial. Las extensiones del psicoanálisis a otros campos y los aportes multidisciplinarios que pudieran enriquecer al psicoanálisis también son considerados. La evaluación de los textos enviados es realizada por el Comité Editor y por lectores externos elegidos por su nivel de especialización en el tema que tratan, de modo de asegurar la calidad del proceso de revisión por pares (peer-review). La lectura de los trabajos se lleva a cabo en forma de doble anonimato. La decisión de publicación es responsabilidad exclusiva del Comité Editor. Se edita trimestralmente, en los meses de marzo, junio, septiembre y diciembre, y si bien está dirigida fundamentalmente a psicoanalistas y a otros profesionales de la salud mental, también se propone como referencia para la discusión y el intercambio con todas las disciplinas científicas y académicas

Requisitos para la presentación de los trabajos La REVISTA DE PSICOANÁLISIS publica fundamentalmente trabajos originales. Por eso el autor, al presentar su trabajo a la consideración del Comité Editor, se cerciorará de que no haya sido publicado antes, ni total ni parcialmente, y de que tampoco está siendo considerado por otro comité editor. La extensión máxima será de seis mil palabras. Se enviarán 2 archivos por e-mail –uno, con los datos del autor, y otro, bajo anonimato (evitando que el nombre del autor figure en el texto y la bibliografía)– y 6 ejemplares impresos también anónimos. Deberá incluirse el resumen en castellano, que no ha de superar las trescientas palabras. Notas al pie de página Deben escribirse al pie de la página correspondiente y enumerarse consecutivamente. Citas de otros textos, propios o ajenos Será cuidadosamente garantizada su exactitud. Todo agregado al texto original deberá enmarcarse entre corchetes. Por ejemplo: “esa fuerza [la RTN] que se defiende con todos los medios posibles contra la curación”. El autor mantendrá las bastardillas y otros diacríticos del texto citado. Cuando el autor necesite recalcar una o más palabras, agregará al final de la cita “[las bastardillas son mías]”. Para indicar que se ha omitido algo en el texto citado se emplearán suspensivos entre corchetes. Por ejemplo: “esa fuerza que se defiende [...] contra la curación”. Citas de textos de Freud Se procederá como en el caso de los otros autores pero indicando no sólo de qué edición se tomó la cita (de Santiago Rueda, de Biblioteca Nueva o de Amorrortu), sino también de qué año es la edición (B. N. tiene varias ediciones). Si se citara por la edición inglesa o por alguna de las ediciones en alemán (G. S., G. W. o S. A.), se agregará la página correspondiente de alguna de las versiones castellanas. Si el autor prefiriera su propia traducción del alemán, lo hará constar expresamente. Referencias En general, se tratará de que no sean ni insuficientes ni excesivas. La finalidad es que los lectores puedan distinguir claramente entre las ideas personales del autor y aquellas a

las que hace referencia. En tal sentido, no deberían omitirse los nombres y/o las obras de autores consultados, ni incluirse aquellos que –aunque importantes– no sean específicos. Referencias dentro del texto Se citará entre paréntesis el nombre del autor seguido del año de publicación o sólo el año si el nombre del autor perteneciera a la frase. Por ejemplo: “(Freud, 1918)” o “Freud (1918)”. Si los autores fueran dos, se consignarán los dos nombres: “(Laplanche y Pontalis, 1968)” o “Laplanche y Pontalis (1968)”. Se preferirá la fecha de la primera edición del texto a la fecha del texto que maneja el autor. Si los autores fueran más de dos, se mencionará sólo el primero, seguido de la expresión latina “et al.” (pero escrita sin comillas y no subrayada) o de la castellana “y otros”. Por ejemplo: “Garma y otros (1971)” o “(Garma y otros, 1971)”. O bien “Garma et al. (1971)” o “(Garma et al., 1971)”. Todas las referencias habrán sido trasladadas a la lista que con el título “Bibliografía” el autor incluirá al final de su trabajo. Recíprocamente, los ítems (o entradas) de esta lista corresponderán exactamente a los trabajos citados en el texto; es decir, se evitarán entradas superfluas. En la lista se colocará a los autores por orden alfabético, y a los trabajos (cuando se incluya más de uno de un autor determinado), por orden cronológico. Si se mencionaran dos trabajos del mismo año, el primero agregará a después de la fecha, el segundo b, y así sucesivamente. Cuando determinado autor es mencionado en la Bibliografía por su/s trabajo/s individual/es y por otros en los que es –alfabéticamente– el primero de los coautores, los trabajos individuales antecederán a los colectivos. “Ib.”, “ibíd.”, “ibídem” no serán empleados en la bibliografía (ya que el artículo o el libro se registra allí una sola vez) y en el texto serán evitados en lo posible. Para distinguir dos o más lugares de una misma referencia, colóquense en el texto las páginas que correspondan en cada caso. Los títulos de libros (en castellano) se escribirán en minúscula (excepto la primera letra de la primera palabra y los nombres propios), sin comillas y con bastardillas. Se escribirá a continuación el lugar de edición, el nombre de la editorial y el año de edición. Aunque el autor del trabajo no haya consultado la edición original, puede consignar las dos fechas. Por ejemplo: “Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1964): Fantasme originaire, fantasmes des origines, origenes de fantasme, París, Hachette, 1985. [Traducción cast.: Fantasía originaria, fantasía de los orígenes, orígenes de la fantasía, Barcelona, Gedisa, 1985.]”. Si se conociera la existencia de una edición castellana pero no se pudiera dar la referencia completa, escríbase: “[Hay trad. cast.]”. En cualquier caso es conveniente que figure la traducción del título al castellano. Los títulos de artículos irán entre comillas y sin subrayar. Se escribirán a continuación el nombre de la revista que lo incluye (sin abreviar y subrayado), el número del volumen y el año. Descriptores Los descriptores son adjudicados por la Comisión de Informática de la Asociación Psicoanalítica Argentina mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis. Importante El Comité Editor no se responsabiliza por las opiniones expresadas por el autor. La presentación de los trabajos a la REVISTA DE PSICOANÁLISIS implica la cesión legal de los derechos de publicación escrita y electrónica por parte de los autores. Suscripciones: contactar a la Secretaria Administrativa: [email protected]

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