Revelaciones sobre la Reencarnación (alrededor de 1934).

April 20, 2019 | Author: Frater Osiris | Category: Soul, Ciência, Bible, Memory, Dream
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Primera edición en castellano de "Mil Años Pasados". Antonio Roch editor, Barcelona, a principios de los 30....

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REVELACIONES REVELACIONES SOBRE LA REENCA REENCARN RNA ACIÓ N (M MII L

AÑOS

PA SAD OS)

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R E V E L A C IO N E S S O B R E L A R E E N C A R N A C IÓ N (MIL AÑOS PASADOS) PO R

H. SPENCER LEW LEWIIS

o^aefíruríjs; EL VERDADERO NOMBRE Y  EMBLEMAS DE LA ORDEN INTERNACIONAL

ROSACRUZ

THE ROSICRUCIA ROSICRUCIAN ORDER.-AMORC ORDER.-AMORC San José José de California Califor nia (E. (E. U. A.) ha con cedid cedido o al editor editor la autorización para tra tr a ducir y publicar publicar esta obr obra en en español. españ ol.

 Mi em bro Ro sa cr uz ; Doc tor en Fi lo so fía ; Im pe ra tor de la Orden Rosacruz de Norteamérica; Norteamérica; Miembro Miembro de la  As hr am a E se ni a de In di a, y De leg ado en los  Es ta do s Unid os de l Mo nas ter io de G. W. B. del Tibet 

TRADUCCIÓN DEL INGLÉS PO R

FEDERICO CLIMENT TERRER 

 A N T O N IO R O C H . - E d i t o r

Oficina Oficinass y Tall eres: Aragó n, i i 8. - Barcelona Barcelona ( E SP SP AÑ AÑ A)

INDICE Capítulos ES PROPIEDAD. Queda hecho hecho el depósito que marca la Ley. Ley. Reser vados los derechos de traducción traducció n y reproducció reproducción n

Páglna3 P r e f a c io .................................... I n t r o d u c c ió n

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I. — Diario iario sing ingular lar . . . . II. — A tr través del prime pr imer velo. III. — Allende llende el prime primer velo . IV. — En las las sombras bras del del pasa pasado do V. — Tran Transi sició ción n VI. — Resurr Resurrección ección VII VII. — El umbral umbral VIII. — Ilumina luminació ción n ............................ ......................

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IMPRENTA CLARASÓ  Villarroel, 1 7 -Barcelona

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PREFACIO Podrá o no creerse en la sorpren dente teoría de la continuada existen cia de la individualidad. Podrán o no rechazarse las probabilidades de la re encarnación ; pero lo que no es posible rechazar en absoluto es la evidente in tegridad del archivo de la memoria. Casi todo el mundo ha experimenta do la súbita recordación de hechos des prendidos del almacén de la memoria  y de la rg o tiem po ol vida vi da do s; pero pe ro a estos hechos, cuyos incidentes recor damos que acaecieron en el transcur so de nuestra presente vida terrena, acompaña el extraño recuerdo de otros

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 Pr ef ac io

asociados o no con aquéllos, que de cierto sabemos que no nos han ocurri do en la vida presente, aunqift apare cen distintamente representados en nuestra conciencia. La psicología pretende explicar este fenómeno del recuerdo de hechos no experimentados en la presente vida, diciendo que durante el sueño carga mos nuestra mente con experiencias irreales, que muchas veces no recorda mos al despertar; y sin embargo, se re producen ulteriormente en la concien cia por asociación de ideas. Otra hipótesis supone que el recuer do de hechos no experimentados pro  vie ne de la mente men te sub con scien sc iente te por obra de la imaginación. Dice Shakespeare: “ Cuando la imaginación imaginación representa representa la forma de cosas desconocidas, la plu

 P re fa ci o

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ma del poeta las configura y da nom  bre  br e y lu g a r a eté reas re as no na das.” da s.” Sin embargo, tales hipótesis no ex plican  plic an la caus a de los lo s sueñ su eñ os ni las operaciones de la imaginación.

Suponer que la mente de un modo automático cree de la nada las maravi llas que la imaginación humana ha producido y produce, es muchísimo más difícil que concebir hechos no ex perimentados o el recuerdo de otros que un tiempo experimentó el indivi duo, pero que cayeron en olvido. Prescindiendo del carácter profético de algunos sueños y de muchas cosas forjadas por la imaginación, todavía tenemos gran número de hechos e in cidentes resultantes del ensueño y de la imaginación, que coinciden con he chos, experiencias e incidentes  po sitisit ivamente acaecidos en el pasado, aun-

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 Pr ef ac io

que no los los conozcamos. A veces estos estos positivos y reales hechos ocurrieron en un remoto pasado muchísimo más allá del período de la presente vida, por lo que cabe preguntar: ¿ Cómo se almace nan en la memoria y cómo se recuer dan, reproducen y analizan en la pre sente vida? Tal es el problema que preocupa hoy día a los psicólogos. La siguiente narración trata de es clarecer algún tanto la pregunta y su posible respuesta. La circunstancia de que el tema se exponga en forma na rrativa más bien que en la de grave disertación con argumentos científic científicos, os, no altera en lo más mínimo la autenti cidad de los principios subyacentes en la narración, que ejemplariza muchas experiencias individuales y puede tener analogía con algunas experiencias del lector.

 Pr ef ac io

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 A s í ofre of rece cem m os este est e lib ro a los afici af ici o nados a lo extraordinario y lo místico en la novela, con el único objeto de por medio de una agradable y fascinadora narración, inducir al lector profano al estudio de las en parte exploradas ac tividades de la mente que entrañan profundos misterios e importantísimos principios, y al lector ya doctamente iluminado, a que busque más viva luz  en la Cámara de lo Desconocido.  ut or  El A Templo de Alden  Val le de Amoro (California)

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INTRODU CCIÓN  A y e r prev pr eval alec ec ía la idea ide a de que la religión y la ciencia eran antagónicas. Hoy predomina la idea de que están esencialmente disociadas. Mañana se reconocerá que son una sola. Se cree hoy en la incompatibilidad entre la religión y la ciencia porque se considera la religión identificada con la revelación y con la subjetiva expe riencia individual, mientras que se considera la ciencia como un proceso de investigación objetiva con mínima parte de inspiración o revelación. La psicología se esfuerza en conciliar la religión con la ciencia.

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 In tro du cció n

La mayoría de las gentes no saben que durante millares de años hubo quienes enseñaron que la verdad es una; y este grupo de estudiantes ex pone en el presente volumen lo que puede aceptarse como la más popular expresión de sus enseñanzas y de otras ulteriores, en prueba de que tam  bién la cie ncia nc ia es h ija de la inspiración  y la revelación como lo es la religión. Dando por sentado que la ciencia ha de formularse por el método deduc tivo y después comprobar las deduci das verdades por el inductivo método de investigación, se echará de ver la consumada habilidad con que en las si guientes páginas se estudian los prin cipios psicológicos y las leyes de la conciencia en forma novelesca. El lector comprensivo podrá descu  br ir ocult oc ultas as en el te xt o algu al gu na s leyes ley es

 In tro du cció n

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 y princ pr inc ipios ipi os ade más má s de los ps ico lógi ló gi cos, que contribuirán a la claridad y   vi g o r de la na rra ció n. En mi calidad de clérigo, y habida cuenta de que siempre que la Iglesia previo alguna verdad científica científica o que la ciencia se opuso a la Iglesia, fué nece sario reconciliarlas, me gozo en la po sibilidad de una mejor comprensión, cual en este volumen se presenta como oportunidad de reajuste, en respuesta a la creciente insistencia con que hoy  día se cree en la unidad de la Verdad. Entre los varios puntos necesitados de reajuste que constituyen el proble ma del día, a la par teológico y psico lógico, figuran los siguientes: i.° La reencarnación, que si hoy no la admite la teología, habrá de ad mitirla mañana, porque la reencarna ción es demostrable y la descubren en

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 Int rod ucc ión

las enseñanzas de la primitiva iglesia cristiana y en la Biblia cuantos leen leen los los textos a la luz de su verdadero signi ficado y no según prejuiciosas inter pretaciones. 2.° Muy arduo problema es leer y  comprender acertadamente las Escri turas, tal como en la presente narra ción se interpreta el pasaje bíblico aue dice: “ Y alentó en su nariz soplo de  vi da y fu e el homb ho mbre re en ánim án imaa vivi vi vien en  te.” Por otra parte tenemos el proble ma de popularizar la Biblia, incluso los libros llamados apócrifos, con más el conocimiento subsidiario de otras Escrituras Sagradas. 3 .0 .0 E l p ro ro bl blem a de lle ga ga r a l co n n  ven cim iento ien to de la inmo in mo rtalid rta lidad ad del alma por propia conciencia y no por afirmación dogmática ni por conclu sión científica.

 In tro du cci ón

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4.0 El probl problema ema de populariz popularizar ar el el significado místico de la oración, se gún demuestra claramente el relato publicado en este libro, y según lo han comprendido fervorosos y devotos pensadores en una teología experi mental, no expresada por lenguas ni plumas. 5.0 5.0 El problema problema de rec recono onoce cerr debi debi damente la santidad del nacimiento, prescindiendo de deslumbrantes des preocupaciones. Muchos otros puntos hay, que se exponen hermosamente en las siguien tes páginas. No puedo menos de referirme al pasaje del evangelio de San Juan (ca pitulo i, versículo 9, de la versión re  visa  vi sa da ), que co rrob rr ob or a cuan cu an to dice dic e el autor al tratar de la Luz en relación con el nacimient nacimiento, o, y reza así: “ Er a

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 In tro du cció n

la luz verdadera, la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.”  Aun  A un qu e la na rrac rr ac ión ió n es intere int ere san te, no se ha de leer someramente, pues está destinada a remover las honduras del más profundo pensamiento y es timular la más completa investigación. El que tan sólo lea por curiosidad pre  vé ng ase as e cont co ntra ra el desa liento. lien to. E l since sinc e ro se regocijará. George

Parroquia de San Pablo Harían (Iowa)

R.

C hambers

C a p ít u l o

D I A R IO

P rimero

SING ULAR 

Para el hombre de nervios de hie rro, de acerada agudeza e intensa con centración en los negocios, como William Howard Rollins, el término de un año comercial es como el fin de un segmento de su vida. El fin de un año económico trae en sus últimas horas el resumen y exa men de lo que se hizo y lo que se dejó de hacer, de las ganancias y pérdidas, del prestigio adquirido o menoscabado, de los éxitos y fracasos. El fin del año económico señala un hito en el ci clo de los negocios. Es una entidad,

Motivo sobraba para creerlo así. Rollins no sólo era un magnate del mundo comercial y un personaje re presentativo en los círculos mercanti les de las más importantes ciudades de los Estados Unidos, sino que no hacía vida de casino ni asistía a con  vites  vit es de socied soc iedad ad ni g o za b a de otra ot ra s diversiones que las que tras el descan so le restauraban acrecentadas las fuerzas para el negocio. Frecuentaba los círculos mercanti les, asistía a los banquetes de los ro tarlos y otras corporaciones comer ciales,, y era soltero. Vivía en una mo desta casa con su madre y evitaba todo intento por parte de sus iguales en categoría social para que enamora se a las hijas de ellos. Su casa de soltero, regida por su adorada madre, era ideal para este

una cosa propia que debe considerarse como un independiente período de vida en la evolución de los negocios. Para William Howard Rollins, el fin del año económico significaba todo lo dicho y más. Los años económicos de su negocio terminan y principian a la medianoche del último día del año natural. El primero de enero era para Ho  w ar d el día del ren acimi aci mien ento to perso pe rso nal na l  y me rca ntil. nti l. Sus compañeros e íntimos amigos le Consideraban Consideraban enfrasca do totalmente en el negocio sin que otra cosa alguna le interesara. El negocio era todo su mundo, y en el negocio empezaba y  terminaba el día en el vaivén de las actividades de la vida. Decían sus ami gos que no había para él otro mundo que el negocio. a

hombre de singulares costumbres. Na turalmente, tenía pocos amigos y nun ca convidaba a nadie a su casa; pero quienes conocían su vida doméstica, o algunas fases de ella observadas du rante cortas visitas, decían que en nin gún aposento se notaba ni lujo ni ordi nariez, excepto en su estudio o gabine te particular, ornamentado con óleos  y ag u afu af u er te s de paisa pa isa jes y escena esc enass rurales a que era muy aficionado. Sin embargo, nadie recordaba haber  vist  vi stoo a Ro lli ns en campo cam po abier ab ier to pa ra admirar la Naturaleza en su agreste esplendor. No eran los libros su fuerte, porque un solo armario con puertas de cris tales deslucidos siempre cerradas se  ve ía en su gabin ga bin ete, et e, sin que jam ás sus amigos lograran saber qué clase de li  bros  br os en cerr ce rrab abaa aquel aqu el arm ar m ario. ar io.

Una gran caja de caudales con ar mazón de caoba y un arca con fajas y  cantoneras de bronce eran los muebles más importantes del gabinete. La pol trona, el bufete, la lámpara movible, el cenicero y la almohadilla para los pies, indicaban que a veces se tomaba Rollins un descanso para leer. Pero nadie, a no ser acaso su madre, estaba enterado de lo que leía además del  N ew Y o r k T im es y del  Li te ra ry  D ig es t.

Pero en aquellas últimas horas del año 1916, poco antes de la medianoche que había de ceder el paso al nuevo año 1917, Rollins leía en el gabinete ia rio. o. su  D iari La madre ya estaba en la cama, la casa en silencio y Rollins como solo en el mundo. Los tronquillos de leña ar dían en la chimenea entrelazados por

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 Re ve lac ion es so bre la Ree nca rna ció n





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llamas azuladoamarillentas que ilumi naban débilmente los extremos del ga  binete,  bin ete, y jun ju n to al fueg fu eg o, sentado sen tado en la poltrona y vestido con un sencillo batín, leía Rollins a la luz de la movible lámpara eléctrica que muy poca clari dad arrojaba por el aposento.  Di ari o fuese su Parecía como si el  Diari libro predilecto. Con la misma regu laridad con que seguía cotidianamente sus negocios, asentaba en aquel  D ia rio sus anotaciones todas las noches antes de acostarse. Durante muchos años, desde que estaba en el colegio, había cuidado de hacer estas anotaciones respecto de las actividades del día, y los veinte dieta rios, correspondientes a otros tantos años de carrera comercial, contenían anotaciones y comentarios casi exclu sivamente sobre asuntos de negocio.

 Di ar io sin gul ar

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Cada uno de aquellos dietarios era para Rollins su guía cotidiana, su Bi  blia,  bli a, el ar ch ivo iv o de sus pensam pen samien ientos, tos, de los cosas hechas y por hacer y oca sionalmente de las dejadas de hacer.  Aq  A q u el la noc he habí ha bíaa de term te rm inar in ar el dietario de 1916. Como de costumbre, iba repasando hoja por hoja para dis cernir por las señales puestas al mar gen, qué cosas importantes había lle  vado  va do a cabo ca bo y cuále cu ále s de jó de re aliza ali zar, r, a fin de transferir éstas al nuevo dieta rio y realizarlas en el entrante año. Tal era la tarea en que se ocupaba aquella víspera de año nuevo, mien tras Nueva York festejaba, como ella sola sabe hacerlo, las últimas horas del expirante año. Repasaba las hojas del dietario en sentido inverso a la natural sucesión de los meses, esto es, de diciembre a

noviembre y de noviembre a octubre hasta llegar a enero, y su mente se su mió en ensoñaciones, como si retros pectivamente volviese a vivir cada uno de los días de los meses que iba repa sando. sando. A veces iluminaba iluminaba su grav e semblante una sonrisa, y otras lo en sombrecía una severa mirada, como si hubiese de dar alguna orden urgente o tomar una trascendental decisión. En el retrospectivo repaso llegó al día 12 de septiembre. En la hoja apa recía una anotación que, como muchas otras, era una orden que se daba a sí mismo, y aquélla estaba redactada bre  vem ente en te en estos est os térm té rm inos in os:: “ A v e r i guar quién pintó el paisaje titulado  Pr im avera av era , con la firma de Raymond.” Inmediatamente se demudó de gra  ve en ris ueño ue ño el sem blante bla nte de Ro lli ns, ns ,

como si la lectura de aquella anotación le hubiese transportado a otro mundo de gozosa meditación, de curiosidad y  contienda. Desdibujóse la sonrisa de sus labios, y tomó su rostro una ex presión provocadora de reto o desafío. ¿Por qué fué imposible averiguar el apellido del pintor? ¿Por qué aparece  bo rrad rr adoo si la pint pi ntur ur a está es tá toda to da vía ví a tan  bie n co ns er va da ? E st as preg pr egun un tas ta s acudían a la mente de Rollins. La pintura aludida colgaba de la pa red del gabinete. Era una antigua obra maestra de subido precio, cuya  va lía ates at es tigu ti gu ab a la téc nic a y demás dem ás características peculiares de una obra maestra, a pesar de que el anticuario que se la vendió a Rollins ignoraba el apellido del autor, pero había prometi do averiguarlo. Los peritos que eva luaron el cuadro, lo examinaron y 



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 Re vel aci on es sob re la Ree nca rna ción

convinieron en que era la obra de un maestro desconocido, pues no se co nocía otro paisaje firmado con aquel mismo nombre. Ni siquiera la letra inicial del ape llido podía descifrarse, aunque era evi dente que en la firma acompañó al nombre de  Ra ym ond, on d, el cual no daba de por sí indicio alguno, ni se conocía ningún eminente paisajista que así se llamase. Tampoco era verosímil que aquel cuadro fuese el primero y único pinta do por su autor, pues la habilidad y  maestría que denotaba su factura no se adquieren de golpe sino tras dilata da experiencia y mucho esfuerzo en el desenvolvimiento de un tecnicismo personal. Cinco años hacia que el correspon diente dietario anual llevaba en el 12

de septiembre, fecha de la compra del cuadro, la la consabi consabida da anotación: anotación: “ A ve  riguar quién pintó el paisaje  Pr im a vera.” 

Mas a pesar del dinero invertido en celosas investigaciones; de la inter  ven ción ció n de los an tic ua rio s siemp sie mpre re prontos a complacer a Rollins en espe ra de nuevas ventas; de las gestiones que en París hizo un amigo relaciona do con reputadísimos artistas; con todo su sincero interés, incesante de seo y vivísima curiosidad no había lo grado Rollins averiguar el apellido del pintor.  Y a no era er a pa ra él cos a de miste mi sterio rio,, sino de desafío; el ignorado nombre le desafiaba enojosamente. Tenía Rollins fama de crecerse ante las dificultades y desafiar a la adversi dad en el mundo de los negocios; pero

en el mundo del arte, donde parecía un extraño, le retaba una cosa senci llísima que un alumno de bellas artes hubiera podido resolver por fortuita investigación. “ ¿ Ha sta cuándo habré de mantener mantener esta ano tación en m is dietarios ? — preguntaba Rollins a los espectrales anticuarios que se le aparecían en su ensueño, y se decía en angustioso so liloquio:— “ Cinco Cinco años han han transcu transcu rrido desde que por vez primera in tenté hacer esta averiguación y cada año añade antigüedad a la pintura y  obscurece más la respuesta a mi pre gunta. Si ya se ha perdido todo ras tro del pintor, ¿por qué esperan que lo descubran años venideros ? El tiem po encapota el misterio e intensifica su obscuridad. Los años incrementan el arcano y espesan el velo que cuelga

entre lo conocido y lo desconocido. Si la pintura contaba mil  mi l  años de anti güedad cuando la compré, ahora tiene mil cinco años y el septiembre venide ro tendrá mil seis. Antes de que mi  vid a termi ter mine ne y el cuad cu adro ro pase pa se a otra ot rass manos, tendrá mil cuarenta años de antigüedad, pues espero vivir todavía cuarenta años. Pero entonces, ¿qué? La pregunta pregunta “ ¿quié ¿quién n fué el pintor?” , ¿tendrá la respuesta más cercana de lo que la tiene ahora? Ya habrán muerto el anticuario que me vendió el cuadro y muchos de sus compañeros,  y ah or a mism mi sm o el que le vend ve ndió ió el cuadro al anticuario quizás haya muerto y no pueda cooperar a descu  bri  b rirr el apell ap ellido ido del pin tor. tor . E l po rve nir no estimula en modo alguno mis inves tigaciones. Debo retornar al pasado, a los días en que la pintura era nueva,

cuando pendía de las paredes de al gún viejo castillo y el apellido podría leerse y  vivía el pintor.”  Tales pensamientos aleteaban en la mente de Rollins mientras su mirada  va g a ba de la h oj a del die tario ta rio a las azuladoamarillentas llamas de la chi menea, y cesó en sus cavilaciones res pecto de dónde y cuándo pudo pintarse aquel paisaje. El nombre sugería la idea de un pintor francés, y por aso ciación la de Francia, que a su vez sugería un mundo, una vida y unas costumbres sumamente halagadoras.  Y Ro lli ns se de cía : “ ¿ P o r qué F ra n  cia se me representa de esta suerte y  por qué no me tomé algún tiempo para  vi sita si ta r sus tran tr an qu ila s ciuda ciu dades des medie me die  va les le s y sus an tig ua s p ro vinc vi nc ia s? ” Estas palabras, aunque pronuncia das mentalmente en soliloquio, pare

cían resonar en la profunda quietud del gabinete.  Y Ro llins lli ns vo lvió lv ió a sus cavil ca vilac acio ione nes, s, diciéndose diciéndose:: “ La guerra me impide impide ahora visitar a Francia, aunque aunque lo con con sintiera el negocio; pero días hubo en que mis asuntos no me hubieran impe dido tomar un período de vacaciones  ve ra nieg ni eg as , m arch ar ch arm ar m e a F ra n cia ci a y  satisfacer las ansias de bañarme en el maravilloso ambiente de sus provin cias meridionales. Sin embargo, toda  ví a es pa ra mí F ra n cia ci a un sueño sue ño de mi mente.” Rollins no sabía que sus pensa mientos eran idénticos a los de muchos otros individuos que sienten extraños anhelos de visitar lugares con los que les parece estar familiarizados, como si fueran parte de sí mismos, y no obstante permanecen como un sueño, una

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imagen condicional en su mentalidad. Lo adelantado de la noche y la súbi ta conciencia de que se deslizaba en un fantástico y estéril ensueño, retor nó su atención al dietario que tenía entre manos, con el índice todavía co locado en la hoja del 12 de septiembre de 1916. No había más remedio que transferir la anotación al nuevo die tario y colocar su pregunta en una hoja futura.  Y cuan cu ando do de la ho ja del 12 de sep  tiembre pasó en su repaso retrospec tivo a la del 11 del mismo mes, se le ocurrió el extraño pensamiento ex presado en este nuevo soliloquio: “ ¿P or qué 11 110 ir pasando hacia atrás las hojas de los pasados ayeres con esperanza de encontrar la respuesta? Si yo pudiera volver una por una las hojas de los mil años de ayeres, tan

fácilmente como vuelvo las hojas de este dietario, conocería todo lo refe rente al misterioso paisaje.”  A q u e lla posib po sib ilid ad le aso mb ró, y  pensando, pensando, adormecióse de modo que sin perder la conciencia de su posición junto a la chimenea, se  vi ó soñ ando an do un sue ño di ar io ; pe ro el dietario que tenía en sus manos era muy voluminoso y contenía las hojas de los días de muchos años pasados, y  mientras contemplaba las escenas de aquellos días proyectadas vividamen te en la chimenea, las hojas se iban  vo lvi en do retro re tro sp ec tiv am en te un a tra s otra en el gran dietario que tenía en tre manos. Llegó medianoche. El antiguo reloj de los abuelos que estaba en el vestí  bul o de la casa ca sa,, de sg ra nó las doce campanadas, y antes de extinguido el

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 Re vel aci on es sob re la Reen carn ació n

eco de la última, repicaron las campa nas de la ciudad y sonaron pitos y  trompetas que anunciaban la entrada del nuevo año, y aunque el atronador estrépito no perturbó a Rollins ni le distrajo de su ensueño, conocía que ya estaba en un nuevo período del ciclo de vida, y retornó al primer ayer del pasado en el mundo que está allende el velo.

Capí apít ul o II  A T R A V É S D E L P R I M E R V E L O  A l conc co nc entra en tra r la mente men te en el negr ne groo espacio abierto sobre las llamas del hogar, la conciencia de Rollins se en focó también en aquel espacio como si fuera un mundo donde hubiese de mo rar y ser una parte de sus ilimitadas posibilidades.. Cuando se dió cuenta de la extraña sensación de haber entrado en aquel mundo en miniatura, notó que había atravesado el gran velo que separaba lo pasado de lo presente; y así al vol  ve r una un a ho ja del volum vo lum ino so dietar die tar io,

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hallóse extrañamente ligero de espíri tu y en un estado de despierta reali dad subconsciente. Su cuerpo físico permanecía en la poltrona del presente; pero su ego es taba en el ayer creado en el mundillo allende el velo. Poco a poco fué percibiendo la esce na que a su alrededor se desarrollaba. Era el escenario un extraño aposento, que sin embargo le parecía familiar. Una cama de caoba, y en ella tendida una joven doliente. La asistían el mé dico, que llevaba un maletín en la ma no, una enfermera y otra mujer. Se oyen sollozos; hay excitación; algo se espera. ¿Qué significa todo esto? La doliente joven exhala gritos de angus tia, reclama alivio, y el médico la con suela tiernamente con palabras de con fianza.

La enfermera/ abre la puerta del aposento, y entra presuroso un joven alto, de hermosa presencia, tan exci tado, que echa el sombrero sobre una mesa y se precipita hacia la cama, pero el médico lo detiene y le aconseja que se acerque despacio y muy cuidado samente. Es el marido. Llora al ver a su esposa en tan angustioso estado y la dirige palabras suaves de tierno amor. La esposa sufre; el dolor es penosísi mo, y su cuerpo se estremece y salta sobre la cama, presa de clónicas con  vulsi  vu lsion ones. es. E l médic mé dic o cons co nsult ult a su reloj rel oj  y esp era . E l esposo esp oso se pr eg un ta men me n talmente si cabe hacer algo. La enfer mera exclama tiernamente: tiernamente: “ El tiem po acabará con todo.” La esposa está frenética; el dolor es intensamente in soportable; y deja caer la cabeza so-

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 Re ve lac io ne s so bre la Re enc arn ació n

 bre  br e la alm ohada. oha da. A g o tó las fuer fu er zas. za s. Está exhausta. No se mueve. El mé dico le toma el pulso. La enferma se muere. La ayudan a levantarse, pero la debilidad no le consiente dar un paso y exclama: “ Haroldo, Haroldo, ¡ si yo lo hubiese sabido!, ¡ si yo lo hu  biese  bie se sab ido! id o! A h o ra quier qu ier o morir mo rir.. Más me valdrá. Dime,, Haroldo, ¿no puedes ayudarme? Estoy muy débil  y no teng te ng o fu er za s para pa ra re sist si stir ir el dolor.”  A este est e pun to se vió Ro lli ns envue env uelto lto en aquella escena. Sentía la necesidad de acudir en auxilio de aquella pobre mujer, y trataba de percatarse del pa pel que desempeñaba en aquel inciden te de algún día pretérito, de algún ayer de su vida. Pero, ¿cómo era aquello? Está en aquel aposento: y  sin embargo, los demás no le ven, y 

 A tra vés de l pri mer ve lo

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tiene conciencia de que su verdadero ser con su mente, es decir, su alma, está allí, en aquella escena, p e r o s i n c u e r p o

FÍSICO.

Por lo tanto, ¿quién es él?, ¿en dón de se desenvuelve o se desenvolvió aquella escena? Con los ojos del alma explora su alrededor. Ve el espacio sobre él, y otras almas semejantes a él, pero él  revolotea por encima y por dentro de una casita de campo. Es de mañanita; el viento mece los árbo les y entre las hojas murmura. Los campos están helados y las flores he ridas por la escarcha. La niebla vela las distantes colinas, el naciente sol arrebola el cielo y la naturaleza toda está en silencio, mientras que en el humilde hogar,, el dolor y el sufri miento, el temor y la esperanza, la an siedad y la expectación se entreveran

intensamente y en el umbral de la vida arroja sus sombras la corpulenta y  negra figura de la muerte. Rollins no es ya más que una alma que vigila y espera. ¿Por qué espera? ¿ No pueden los recuerdos de ayer ex plicar el  por qué y el cómo de aquella triste escena?  Ap ar ec e una un a luz lu z que tr a za la en en  trada del Camino de la Vida, cuyo ti tulo está escrito con letras de sangre en la archivolta. Por allí entra una lu minosa alma.  Vu  V u el ve a es ta r do lor ida la jo ve n enferma. Clama por auxilio y cae ex hausta. Suavemente la llevan a la cama, mientras el médico y la enfer mera la acarician tiernamente. Menudean las convulsiones; la en ferma exhala angustiosos gritos, el sufrimiento lacera el corazón, y pa-

san las horas hasta que el sol llega al meridiano. Entre tanto, el alma luminosa vi gilaba y esperaba el cumplimiento de la ley, porque n e c e s a r i a m e n t e h a d e CUMPLIRSE LA LEY.

El alma luminosa se acercó hasta ponerse en contacto con el alma de la enferma, y ambas se comunicaron mentalmente inefables pensamientos. El alma de la enferma, de la joven esposa, anhelaba la mansión de amor que había henchido de felicidad al hombre amado, Haroldo,. que siempre fué para ella un amantísimo y respe tuoso marido. Juntos habían pasado la vida, compartiendo alegrías y tris tezas, gozos y penas, y ahora quizás había llegado el fin. El cuerpo iba debilitándose lenta mente; el cerebro se horrorizaba de

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 Re vel aci on es sob re la Ree nca rna ció n

los sufrimientos de la carne, la ima ginación vagaba por el valle de la muerte, y el alma anhelaba calmar el transido corazón.  An im os am en te habí ha bíaa esp erado era do la  jove  jo ve n esp osa la ho ra en que se ac re  centaría el gozo conyugal, cuando vie ran su hogar bendito con las risas y  llantos de un pequeñuelo. Prudentemente, había el marido tranquilizado el ánimo de ella y des  vane  va necid cid o todo tod o tem or, aseg as egur urán ándo do le que estaría a su lado en la hora del desconocido dolor. Sin embargo, en las actuales cir cunstancias, todo cuanto estaba en su poder era besarla en los labios y ali sar su suelta cabellera. ¿Qué sucedería si la muerte frus traba sus anhelos? Aun en los mo mentos de más vivo sufrimiento, pen

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saba la esposa en su marido y presen tía cuánto iba a penar si la muerte lo desbarataba todo y se desvanecían sus acariciadas esperanzas. Esta idea es timulaba a la joven esposa a resistir con todas sus fuerzas el sufrimiento y   vi g o ri za r su déb il cons co nstit tituc ució ión n en cada acometida del dolor. Pero seguramente había de llegar la hora en que cesarían los dolores y  el primer vagido de un nuevo ser re sonara como gozosa música en los oídos de la nueva madre olvidada de las angustias de la maternidad.  Y ento nces nce s el alm a lum ino sa se entrefundió con la de la expectante ma dre, que reanimada con divina vida, comprendió que Dios estaba cerca y  que había llegado el momento de la suprema prueba de su vida. Las dos almas comunicantes se con-

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 Re ve lac io ne s sob re la Ree nca rna ció n

solaron mutuamente, confiadas una en otra, pues conocían de lleno la in falibilidad de la ley,, la flaqueza de la carne y las tentaciones de los deseos mundanos. Las dos almas se unieron más estre chamente durante el final período de los dolores del parto. El alma lumino sa contemplaba a la mujer en su gozo sa aflicción de librar al mundo un cuerpo en toda su integridad para que le sirviera de vestidura material en la visita que iba a hacer a aquel apacible hogar. Por su parte, la parturienta se abrazaba al alma luminosa, y con el instinto maternal ya despierto, la atraía para que su hijo tuviera alma y   vida  vi da aun que qu e ella ell a hubiese hub iese de pasa pa sarr a las neblinas de los cielos en su supre mo sacrificio. ¡Cuán íntimo parentes-

 A tra vés de l pri mer ve lo

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co! Nada tan hermoso, tan sagrado ni tan sencillamente manifiesto hay  en los maravillosos procederes de la naturaleza ni en los fundamentos de la creación ni en la ley y los admira  bles cam inos ino s de Dios Di os.. L le gó el mo mento decisivo. La vida parecía estar a punto de extinguirse en el cuerpo de la parturienta. Sufría lastimosa mente. El marido, el médico, la enfer mera, la asistenta y la expectante alma luminosa sentían la terrible angustia que llenaba el aposento. De todos los ojos brotaron lágrimas y todos los co razones se oprimieron cuando la par turienta en un desesperado esfuerzo trató animosamente de cooperar con la naturaleza al cumplimiento del de creto de Dios: con tristeza y dolor llevará la mujer el fruto de su amor.

La joven esposa exhaló un suspi-

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 Re ve lac ion es sob re la Re enc arn ació n

ro. Su espíritu fue arrebatado a la cumbre de la montaña a cuyo pie se extendía el valle de la muerte, y du rante un momento vislumbró el cielo,,  y D ios io s y los ánge án geles les se le ap are cie ron ,  y vi ó que el fr u to de su vi en tre vi ví a. Transportóse entonces su espíritu al  va ll e; pero pe ro donde don de antes an tes rein re inab aban an las sombras, jugueteaban ahora los rayos del sol que le abrían camino a través del follaje de los árboles y danzaban sobre el césped como danzan las hadas en primavera, alborozadas con la ale gría de vivir. El alma luminosa ya no permaneció por más tiempo en el aura del alma de la madre. Cuando los que rúbicos labios del caro infante se abrieron al primer aliento de vitalizador aire, exhalaron los pulmones el que impedía la entrada de la luminosa alma, y a la siguiente inhalación, al

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penetrar el aire por las ventanillas del recién nacido, se cumplió otro di  vino  vi no de cr eto: et o:  D io s ins piró pir ó en el homhom bre el soplo de vida y el hombre  f u é en alma viviente.

El alma luminosa quedó irresisti  bleme  ble mente nte atra at ra íd a haci ha ci a el cuerp cu erp o del infante, y se halló en la Cámara del  Alm  A lm a, en el Rein Re inoo del H om bre br e In  terno. Palpitaba el cuerpecito con vigoro sa vida, y el alma luminosa quedó en tronizada en su propio palacio de la tierra, para dirigir e insinuar, para dictar e impeler, para incitar y tentar, para ser la conciencia del hombre, la mente de Dios, el Señor en el Sacro Templo. El alma escuchó. La madre dormía tranquilamente; la enfermera andaba de puntillas para sin despertarla cum

plir discretamente con sus deberes; y  el médico atendía cuidadosamente a las circunstancias del caso. En la cuna se mecía el cuerpo del infante, y su alma lo observaba todo gozosamente.  Arr  A rr od illa il lad d o junt ju nt o a la cun a estab es tabaa el marido anegado en lágrimas y emocionadísimo por el para él nuevo y  maravilloso sentimiento de la paternidad. Levantóse cuidadosamente, y con tierno rendimiento se inclinó -sobre el niño y lo cubrió con la colchita de gan chillo que la madre había elaborado en las horas de gozosa espera. Después  besó  bes ó rever re ver ente en teme me nte la go rd ezue ez ue la manecita del infante, como representa ción de cuanto sagrado y divino había encarnado el amor que profesaba a su  jove  jo ven n esposa. esp osa. Desp De spué ués, s, colocó col ocó la manecita bajo la colcha y murmuró sua  vem  ve m ente en te:: “ Ho m brec br ecito ito , nosotros te

 bendec  ben decimo imoss como com o D ios io s te ha bende ben de cido, y tu nombre será William Ho war  w ar d R ol lin s. ” Sobresaltado Rollins recobró la con ciencia vigílica, se fué desvaneciendo rápidamente la escena proyectada en la chimenea y vióse Rollins desglosa do de ella.  Y a no er a una un a pa rte rt e del ayer cuyos incidentes se le habían reproducido tan extrañamente. Volvía a ser el hombre de hoy, del inquieto, positivo y mo derno hoy. Pero sabía ya lo que antes ignoraba. Había vuelto atrás las pági nas del dietario hasta el ayer de su nacimiento, y su alma era aquella al ma luminosa que había encarnado en el cuerpo del infante. Pero ¡cuán cara había costado la maternidad! Su madrecita era la misma que a la sazón dormía en el piso alto. ¿Po-

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drá el hombre pagar jamás los sufri mientos de la valerosa mujer que le lleva en su seno como futuro hijo para darle la esencia de su vida y aun la misma vida si fuese necesario? ¡Qué supremo amor! ¡Amor divino! Sólo igualado por el amor de Dios, porque en realidad es el amor de Dios.  A s í me ditab dit abaa Ro llins lli ns,, ha sta st a que anegado en llanto y palpitante veloz el corazón, su filial amor le impelía a prosternarse en reverente adoración  ju nt o a la cama ca ma de su madre ma dre , cua ndo de repente se abrió la puerta del ga  binete  bin ete y ap arec ar eció ió ella, ella , la m adrec ad rec ita de cabellos grises, cubierta con una man teleta de color de rosa, y la sonrisa en los labios. Sorprendida de ver a su hijo todavía despierto, exclamó en el tono más cariñoso de la amante ma ternidad :

 A trav és de l pri mer ve lo

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— Mira, William, William, niño mío; es muy tarde, y temí que te hubieras que dado dormido,,  por que maña na es tu cumpleaños , y estaba precisamente pensando en el día en que Dios te nos dió. ¿Quieres venir? Te tengo prepa rada la cama. Vámonos arriba. Eres un buen muchacho.  Y el vigo vi go ro so , corpu co rpu len to y dom i nante hombre y la gentil madrecita de cabellera gris y cuerpo débil y a veces tembloroso, salieron de bracete del aposento, iluminados por la pálida luz de la luna, y pasaron por el vestíbulo en dirección a la amplia escalera. Al subir por ella y desaparecer en la som  br a pa recía re cía como com o si los án geles ge les rode ro dea a ran a la tierna madre y a su niño hombre.

 Al len de el prim er ve lo

Capí apít ul o I II  A L L E N D E E L

P R IM E R V E L O

Nervioso e inquieto, sin estar ver daderamente fatigado, revolvíase Ro llins en la cama, incapaz de dormir, pues le acosaba la escena que había revivido. Los rayos de luna, filtrados por !os  visil  vi sil los lo s de la ven tan a, traz tr az aban ab an afil i granados dibujos en el pavimento obs curamente alfombrado, y al chocar en el gran espejo de antigua hechura colocado en el opuesto extremo de la alcoba, se reflejaba en él la blanca tu lipa de la lámpara del velador. Cuando Rollins miraba aquella blan-

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ca esfera reflejada en el espejo, le pa recía como si se transmutara en un hermoso y pálido rostro que a veces le sonreía, y otras veces, transido de pena, bañado estaba en lágrimas de sufrimiento. No podía Rollins apartar de su con ciencia mental la idea de la materni dad y de la encarnación de una alma, tan admirablemente ordenadas,, y le era imposible dormir porque la caída del cuerpo en sueño, requiere el so siego de la mente. Había presenciado Rollins el naci miento de su cuerpo y la encarnación de su alma. Fué para él un ayer mucho más im portante que todos los de sus últimos  vei nte años año s de neg ociant oci ante, e, y esta est a cir ci r cunstancia asombraba al positivista Rollins, pues controvertía lo que du-

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rante tantos años había creído, esto es, que nada podía haber más impor tante que los ayeres y hoyes del ne gocio, que cuidadosamente cronicaba en sus sagrados dietarios. Lo esen cial para él era únicamente el período de vida entre el principio y el fin de una empresa. Sin embargo, aquella noche, mien tras se hallaba en tan creciente estado de nerviosidad, aparecía en el horizon te de sus computadas esencialidades, algo mayor y diferente de los mate riales asuntos de la vida. El comienzo de la vida resultaba intensamente in teresante e importantísimo, y quizás el fin de la vida había de tener el mis mo interés e importancia. Sin duda gran parte del éxito y el poderío du rante la vida dependía de aquella pri mera hora de la vida, la hora en que

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el alma se encarnaba en el infantil cuerpecito. Suponiendo que el alma no hubiese podido entrar en el cuerpecito, ¿qué entonces? Bien recordaba Rollins la ansiedad de la madre, presa de los do lores del parto, y temerosa de que la expectante alma no pudiera entrar en el cuerpo que luchaba por el alumbra miento. Todas las esperanzas, aspiraciones, proyectos e ideales atesorados en el pecho de la madre dependían de aque lla misteriosa manifestación de una desconocida ley por cuya virtud el al ma flotante en el espacio se transfe riría, se transplantaría, por decirlo así, al cuerpo para ella preparado; y  este cuerpo, que no tendría vida si no se la infundiera prestada la sangre y  la vitalidad de la madre, se transmu-

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taría en una perfecta creación, en un cuerpo vitalizado, en una alma vivien te. ¡Qué admirable transmutación! ¿Sería ésta la transmutación que los antiguos místicos simbolizaban com parativamente con el alquímico pro ceso de combinar una substancia gro sera con una sutil, con un refinado es píritu, de cuya combinación resultara una tercera y diferente substancia, la refinada y perfecta creación, el oro puro del universo? Sin embargo, ¿qué hubiera suce dido si el alma no se infundiera en el cuerpo? ¿No influiría también en el alma la imposibilidad de cumplir la ley? Si tal hubiese sucedido en aquel caso, ¡oh!, terrible contemplación, él, el gran Rollins del mundo de los ne gocios, no estaría ahora en donde es taba. El médico se hubiese limitado a

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decir: “ Ha nacido nacido muerto.” muerto.” Pero ¿a dónde volviera el alma que ahora ani maba su cuerpo? Rollins estaba ya completamente despierto. Se formulaba una pregunta tan importante como cualquiera de las que le salían al paso en sus negocios, tan importante como la de ¿quién era el pintor? Sentóse en la cama, se pasó los de dos por la cabellera y respiró profun damente como si exhalara un triste suspiro. Le impresionaba la importan cia de su pregunta y al propio tiempo le excitaba la curiosidad. En el vestí  bulo  bul o dió el eno rme rel oj una un a son o ra campanada. No sabía Rollins si eran las doce y media o la una o la una y media de la madrugada. Com prendía que ya era tarde y necesitaba dormir; pero la pregunta, la impor

tantísima pregunta quedaba sin res puesta.  V o lv ió el ro str o ha cia el esp ejo y  allí estaba la pálida faz que parecía atisbarle. Hubiérase dicho la faz de una madre que impetraba la venida de una alma. Casi inconscientemente la miró con la misma inquisitiva mirada tan conocida en los círculos comer ciales, cuando Rollins trataba de des cubrir una escondida verdad, y le dijo con severo severo tono: “ Dime ¿a dónde hu  bier  bi eraa ido est a mi alm a si no lo gr ar a encarnar en mi cuerpo infantil a la hora del nacimiento?” Esperó respuesta, y después de una pausa semejante a silencio de muerte en el aposento, oyó una voz interior que susurraba: “ ¿Quién no conoce conoce que que la mano del Señor hizo todo esto? En su mano está el alma de todo vi

 vie nte y el espí es pírit rit u de toda to da carn ca rnee hu hu  mana.” Estas palabras eran de la San ta Biblia, en el capítulo doce del libro de Job; pero a Rollins le revelaron la ley. “ En presencia del del Señor todas las las almas permanecen en descansada es pera de que les llegue su día.” El alma hubiera vuelto a su propio reino, a la presencia de Dios, al mun do de las demás almas, para esperar. Rollins,- el hombre de ahora, no esta ría aquí, pero no se hubiese perdido su alma. Esta respuesta pareció consolar a Rollins, aunque no le explicaba el  porqué, pues hasta que traspuso el velo del ayer, la personalidad de Rollins sobrepujaba en importancia a su in terna divinidad, mientras que ahora parecía satisfacerse Rollins con el co nocimiento de que si su personalidad

no naciera, hubiese seguido viviendo  y esp erand era ndoo su alma. alma . Rollins tendióse con la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos en acti tud de contemplación. Veía dos enti dades unidas: su personal ser, Rollins, el niño hecho hombre, y el alma resi dente en la personalidad. El ser per sonal procedía de los pensamientos, deseos y esperanzas, del amor y de la carne y la sangre de su madre. El al ma procedía de Dios. En esta contemplación revivió Ro llins de nuevo los minutos cuando su alma, una entidad pensante y sencien te, pero sin forma, planeaba en el es pacio esperando el momento de en carnar. ¿ Planeando en el espacio ? Pero ¿ de dónde y en dónde? Otra pregunta aco saba su mente: mente: “ ¿D e dónde dónde vine yo

aquí? Si yo estaba aquel día en aque lla casa y en aquella mujer, ¿en dónde estaba el día antes de mi nacimiento?, ¿cuál era mi ayer?  ¡Oh, si yo pudiese  vo lv er atrá at rá s otra ot ra pá gina gi na de los ayere ay ere s de la vida y ver el día anterior al del nacimiento; ver y vivir el último día de la vida de ayer!” * 

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Si Rollins se durmió o no con este deseo en su ánimo, no fué capaz de decirlo cuando pasada la noche ama neció el nuevo día. Sólo se daba cuenta de haber vuelto una página en el die tario del ciclo de su vida. Aún estaba en la cama,, cuando se sorprendió al  ve r ce rca del techo tec ho una v iv a luz. L a miró. Parecía como si el techo se hu  bie se desva de sva necid ne cid o y el esp aci o sin lím i tes se extendiera más allá, y hasta las

paredes semejaban raso e incoloro espacio. espacio. A l revolverse en la cama cama notó sobre su cuerpo el bulto y el peso de un voluminoso libro cuyas páginas re gistraban la historia de su vida. Era el mismo dietario que pocas horas an tes tenia sobre la mesa de su gabinete de estudio. Incorporóse de nuevo en la cama y abrió lentamente el dietario por la hoja señalada con la indicación:  A y er , 3 1 de dicie mbr e. Era el día an terior a su nacimiento. El último ayer de su anterior vida.  Vol  V olvi vi en do la m ira da al esp acio aci o que le rodeaba, observó que la viva luz que le había despertado estaba formada por una masa de lucecitas agrupadas, cada una distintamente individual, pero tan unidas, que los millares de ellas al alcance de su vista aparecían como una indivisible masa de luz.

Cada lucecita se movía con armo nioso ritmo; pero he aquí que una de ellas se separó del conjunto, y movién dose en raudo giro hacia Oriente, des apareció de la vista, y durante largo trecho la siguió a modo de estela un rayo de luz que acrecentaba su brillo  y la inten int ensif sifica icaba ba en su cam ino. Otra lucecita se dirigió hacia el Sur  y tam bié n la segu se gu ía el proye pr oye cta do ra yo de la masa luminosa, como si lo nece sitara para impelerla en su camino. Otra y otras se movieron en distin tas direcciones, y todas seguidas por el centelleante y transparente rayo lu minoso. Una de estas luces se dirigió hacia Rollins,, y al acercársele, aumentó de magnitud y de brillo, como si deseara insinuarse de algún modo especial. La luz tiñó de un suave matiz violado el í -~~ 5

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cuerpo de Rollins, y le deslumbró los ojos.  Ace  A ce rc ó se la luz má s y más má s ha sta st a co   bi ja rlo. rl o. Si nt ió Ro llins lli ns un a espe cie de hormigueo en todo el cuerpo, se le amortiguaron los latidos del corazón y  notó como si se eterizase y disminu  yer  y er a su or dina di na rio ri o peso. Fi nalm na lm ente en te su conciencia desprendióse del cuerpo fí sico, y vibró con un ritmo difícil de explicar. La gran masa de luz se fue alar gando hasta asumir forma oval que  vi br ab a vita vi talm lmen en te e infu in fu nd ía en la conciencia de Rollins un pacífico, sua  ve  v e y fa m ili ar fe rv o r. Del seno de la luz resonó una voz, cuyo tono parecía gentilment gentilmentee va ron il; pero desde luego se dió cuenta de que no oía la voz por el ordinario conduc to de los oídos corporales, pues carecía

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de cuerpo físico, y que su conciencia, su verdadero ser, su Yo, formaba par te de la masa luminosa, y aquella voz era la de su  propia alma en el espacio. Era el ayer de — Dijo así la voz: “ En tu Luz veremos veremos la la Luz. E n el principio dijo Dios: Sea la Luz. La Luz es la vida de los hombres. Yo soy  la Luz del que me envió. Soy parte de la magna Luz. En mi interior bri lla la Luz de la divinidad. El Alma del hombre es la Luz. Todos sois Hi  jo s de la L u z. T u rei no es el reino rei no de la Luz. Y la Lu z en las las tinieblas tinieblas resplandeció; pero las tinieblas no la comprendieron. Cuando la Luz des aparece, retorna a la Luz y deja a las tinieblas en tinieblas. La Luz es Vida,  V er da d y Libe Li be ra ción ci ón . L as tinie ti nie bla s son muerte, pecado y esclavitud.

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” Es te es mi mundo, el ilimitado mundo de Dios. Yo soy de la Luz de Dios. Allá están mis hermanos, los Hijos de la Luz, de la Paternidad de Dios y de la Maternidad del Amor. En el principi principioo dijo dijo D ios : Sea la Luz,  y la L u z fue . Y la L uz quedó dist di stri ri  buida  bu ida en mansio ma nsio nes celestes cele stes , y en doce de ellas fueron aposentados los Hijos de la Luz para que se predispusieran a ser con el tiempo las almas de las razas humanas en la tierra. Uno por uno, todos fueron destinados por la Mente de Dios para que difundieran la Luz por la tierra, sirviéndoles de instrumento el cuerpo que Dios hizo del polvo de la la tierra. Y cuando llega la hora en que conviene que un alma lleve la Luz al mundo, Dios alienta su soplo en la nariz de la forma hu mana, y cada hombre es entonces áni-

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ma viviente en en la tierra. tierra. Y hay un tiempo y un lugar determinados para que brille cada Luz, y un día y una hora para que cada Luz disipe las ti nieblas y dé radiante y abundosa vida. La ley es inmutable y la ordenación se manifiesta infaliblemente. ” Y cuando cuando la Luz y a no pued puedee bri llar a través de los cuerpos pecadores, queda absorbida en el halo celeste y se comunica con sus hermanas en las mansiones preparadas para ellas. Por que el hombre en la tierra es pecador  y se ar ro g a el poder pod er de ob ra r a su antojo sin escuchar la interna voz que le dice dice la la Verda d. Y el hombre des des truye el cuerpo que Dios hizo y debi lita su organismo y corrompe el polvo de que está hecho,, de suerte que ya no puede contener por más tiempo el es píritu que lo anima. Y el cuerpo cuerpo su

cumbe, y se derrumba como las pare des de un templo corroídas por los gu sanos de la corrupción y la negligen cia. Y torna a ser polvo. polvo. Porque la Luz se va y se quedan las tinieblas. La Luz es vida y las tinieblas muerte. ” La Lu z que retorna ve ve todo todo lo que que es y lo que será. Por virtud de la Mente de Dios, su Padre, está en ar monía con todas las mentes. Escucha las secretas oraciones y lamentos de las Luces de los hombres. Conoce las esperanzas y deseos de las almas en carnadas en la tierra; ve los peligros, desalientos, tentaciones y añagazas de aquellos que niegan a sus Luces el po der de hablar y el derecho de dirigir.  A las Lu ce s que qu e est án en las ultra ul tra tete rrenas mansiones se les confiere el po der de auxiliar, la libertad de actuar  y la in spira sp ira ció n de di rigi ri gi r. P roye ro ye ct an

los rayos de su Luz en las sombras del humano corazón, y hablan con el hombre y avivan la Luz que está mor tecina en su interior. Tal es la obra de los Hijos de la Luz, en espera de la hora de encarnar en forma humana con el aliento de vida. ” Y cuando llega la hora de que la la Luz brille en la tierra y se infunda en un cuerpo preparado para ella en el seno de una madre, el decreto de Dios envía aquella Luz apropiada al tiempo  y al lugar para la obra y el servicio que ha de ser su misión en la tierra. ” Y en el el cuerpo del del infante se infunde la Luz que ha de iluminar a los hom  bre s. L le v a co ns ig o e im pri me en el cerebro del infante la personalidad, la mente y la memoria de sus anteriores períodos de vida en la tierra. Por me dio del cuerpo del niño y después del

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hombre brilla la interna Luz; pero el hombre hace caso de las palabras de los necios, de los pensamientos de los tentadores, de los planes de quienes cuyo corazón está abroquelado contra las radiaciones de su interna Luz, y  prefieren las transitorias ilusiones de los sentidos físicos que a tantos otros pierden. Pero el que escucha la voz de su interna Luz y se complace en la comunicación con su alma, recibe a Dios, la Verdad y la Vida. ” Pero debo marcharme. marcharme. He venido venido a ti para hablarte como hablaría a cuantos buscan la Luz, para que les ilumine la mente y el cerebro. Me ha llegado la hora de dejar el Reino de L'uz y acercarme a una mujer, que dentro de algunas horas pasará por el  va lle del alum bram iento ,, roga ro gand ndoo inegoístamente que la Luz se infunda en

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el infantil cuerpo cuya formación nu trió. Está decretado que ese cuerpo infantil sea para mí, porque llegará a estar en lugares y se relacionará con aquellos que necesiten mi Luz, y pa sará de asociación a asociación, de ciudad a ciudad, de pueblo a pueblo, donde adquirirá muchas experiencias necesarias a la evolucionante indivi dualidad, necesitada también del co nocimiento que adquirí en el pasado. Esperaré en el hogar del nuevo in fante. Le daré a la nueva madre un sosiego compatible con las leyes en ac tuación. Aguardaré en la entrada del Canal de Vida y estaré dispuesto. Y  cuando entre con el aliento de vida, miraré por las ventanas del alma los puros ojos del niño y veré a tu madre, a tu padre y tu hogar. Ven, porque consciente y comprensivo debes acom-

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pañarme y entrar conmigo en el ser  ya  y a dispu dis puest estoo al suprem sup remoo m ila gro gr o de la  Vid  V ida. a. At ra ve sa re m os el espacio,: se guidos por los benignos rayos de la radiante Luz que nos une con la Mag na Luz, y mañana será el día de tu nacimiento en la tierra.” Lentamente se fué desvaneciendo la Luz en la negrura de la noche, y  al propio tiempo se desvaneció tam  bién del au ra de Rollin Ro llin s, aquella aqu ella subli sub li me conciencia, conciencia, aquella extra ña entidad entidad etérea que aunque perteneciente a él, estaba fuera de su cuerpo. Cayó en olvido y se durmió. Despertado por el cotidiano llama miento de su madre, recobró su con ciencia vigílica. El sol matutino pro  yecta  ye cta ba en el pavim pa vim ento en to sus cálido cál idoss y  amarillos rayos que hablaban de la  vid a y del go zo de vivir vi vir .

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La puerta de la escalera estaba ce rrada. Se oyó el ruido de las ruedas de un carro sobre la grava de la ca rret era que lindaba con la casa. ¡ El mundo se ponía ponía en movimiento! Y a era otra vez hoy y el ayer había pa sado. El ayer de una vida anterior, el día precedente al nacimiento, cuando el alma de Rollins se estaba preparan do a pasar por la experiencia que ha  bía  bí a pre sen ciad o la últim últ imaa noche. noche . Una vez más había vuelto una hoja del dietario del ciclo de vida hasta un ayer allende el velo.

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 E n las som bras de l pasado

C a p ít u l o

I V 

EN LAS SOMBRAS DEL PASADO Como el día de año nuevo es fiesta que aun los más infatigables negocian tes observan y guardan, Rollins de cidió pasarlo £n casa. Se hubiera des  viad  vi ad o lig eram er am en te de la costu co stu mb re se guida durante muchos años, yendo con su madre a un restaurante lujoso del  ba rr io co me rci al de la ciu dad donde más que de los manjares hubieran dis frutado de la música y del cambio de ambiente; pero noticioso de que su madre lo tenia todo dispuesto para al morzar en casa, y emocionado to-

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davía por lo sucedido la pasada noche, apresuróse a tomar pie de cualquier lógica excusa para no almorzar ni co mer fuera de casa. Tras un ligero desayuno que le sir  vi er on en el ga bin ete, et e, sup licó que no le molestaran hasta el mediodía, pues deseaba completar el análisis de su dietario, ya que se había dormido sin terminar la comenzada tarea. Esta fué la excusa que dió a su madre, la única persona a quien daba explica ciones de su conducta, y la única que le preguntaba por qué hacía todas aquellas cosas al parecer tan excén tricas. Pero la madre era compren siva y por tanto gozaba de ciertos privilegios. Tan pronto como se enteró de las más importantes noticias del Times de la mañana, costumbre en él inque-

 bra ntab nt able, le, y hub o des pacha pa cha do una s cuantas cartas recibidas en el único correo de aquel dia, corrió los visillos, cerró los postigos de las dos ventanas del gabinete y encendió la chimenea, a fin de estar solo en el silencioso apo sento con los sueños, visiones y aquel algo que parecía formar parte de su  ve rdad rd ad ero er o ser. Si en aquel momento se le hubiese dicho 'a Rollins que hiciese de sí mis mo y de su actitud mental un análisis tan agudo y riguroso como el que ha cía en el escrutinio de los solicitantes de empleo o de las personas con quie nes había de tratar, seguramente se definiera como un hombre presa de una alucinación propensa a convertirse en una idea fija; y hubiese añadido

que semejante hombre era inútil para los negocios y una molestia para sus

amigos. De su mental actitud dijera que estaba urdida por la imaginación,  balan  ba lan cead ce adaa po r p as aj er as emo ciones, cio nes, determinada por un tentador objetivo, obsesa por una sola pasión, e imprac ticable por ideales demasiado vagos para descritos. Sin embargo, en secreto hubiera admitido, aunque con repugnancia, que se estaba revolucionando mental mente y algún tanto internamente. Su tónica mental cambiaba por  vi rtud rt ud de nue vos vo s razo ra zona nami mien ento tos. s. O lv i daba antiguas lecciones y aprendía otras nuevas. Iba desechando viejas creencias y asimilándose lenta y ana líticamente, de alguna secundaria en tidad, nuevas y más valiosas, nobles  y espi es pirit rit uales ua les cre enc ias . P a ra otro ot ro,, su cambio de pensamiento y creencias hu  bi er a sido el desenvolvimiento del con

cepto religioso; mas para Rollins,, la



religión debía proceder del interior, porque no simpatizaba con las iglesias  y las cer emon em onias ias relig re lig iosa io sas, s, ni podía pod ía creer que un hombre mudase de reli gión a no ser por el hechizo de algún magistral sermón. Desde luego que Rollins vaciló mu chísimo antes de admitir que Dios le hubiese hablado por medio de las re cibidas experiencias, y estaba ya des envolviendo aquella religiosa actitud mental que constituye la verdadera conversión de la pecaminosa indife rencia a la sagrada apreciación. Relajado en la poltrona, fijó la mi rada en las llamas de la chimenea, y  cayó en el mismo estado de cavilación que lo dominara la noche antes. No había tomado de su bufete el dietario de 1916, porque a pesar de lo dicho — ,— , — - ------ ---------------------------------- -

a su madre, no pensaba proseguir su análisis hasta muy tarde. Quería tetener la mente libre y que no le dis trajera ni un papel ni un lápiz que tuviese en la mano. Se figuraba que la chimenea le serviría nuevamente de escenario de otra manifestación de algún mágico proceso imaginativo o posiblemente de la memoria. Porque ¿podía ser todo aquello resultado de la imaginación? Si así fuese, su ex terno y objetivo ser, las facultades mentales y la habilidad razonadora, habrían forjado todo cuanto vió en realidad. Ciertamente, algunos hombres na cen con aptitud para crear de aque lla manera. Suponiendo que la imagi nación sea una facultad distinta y se parada en su proceso del de los razo namientos deductivo, inductivo y si-

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 Re vel aci on es sobr e la Reen carn ació n

logístico, requiere sencillamente una premisa de probabilidad sobre la que fundar esquemáticamente los más dis paratados pensamientos de posibilida des e imposibilidades a capricho del soñador. Generalmente, el que construye un edificio semejante, cuando coloca la primera piedra tiene ya en su mente la última o quizá la dovela, es decir, que ha de ser muy hábil en la cons trucción del imaginario edificio, se gún las necesidades que se le vayan ofreciendo desde que echa los cimien tos hasta que corona la cúpula. Con el propósito bien definido en la mente, es posible entresacar de la memoria los elementos necesarios para realizarlo; pero aunque así pueden efectuarlo la generalidad de las gen tes, no todos aprecian las siguientes

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 E n las som bras del pasado

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circun stan cias: i .a, que todo razona  miento deductivo o inductivo debe re sultar de las experiencias en que el individuo haya participado o las haya leído o escuchado. 2.a, 2.a,; que los hechos o ideas recordados deben haberse al macenado en la memoria durante el período de realización de ellas o de otra manera. Por lo tanto, se decía Rollins: ¿Cómc es posible atribuir a mi imaginación todo cuanto me ha ocurrido desde la pasada noche? Ver daderamente no hay más que una limitación de las actividades y resulta dos de la facultad imaginativa, y todo ha de contraerse en los límites de mi conocimiento. No puedo imaginar un hecho para mí desconocido o que no esté relacionado con algún hecho co nocido, ni en el proceso de construir el edificio imaginado puedo tomar de

la memoria elementos de que carezco. Cada punto, cada elemento, cada ca racterística, aun la más quimérica y  fantástica creación imaginal debe ser el resultado de un razonamiento in ductivo o deductivo, basado en una premisa de mi anterior conocimiento.  A sí , pues,, ¿de dónde dónd e pro cede cuan cu an  to he visto y experimentado en las últimas veinticuatro horas? Sean o no los hechos experimentados anoche po sitivas realidades de la vida, los con cibe ahora mi mente; pero ¿de dón de proceden? Yo ignoraba y en parte alguna había leído ni oído que el alma de un por nacer planeara jun to a la expectante madre y se infun diera en el cuerpo recién nacido con su primer aliento. No sólo lo ignoraba  y no lo ha bía leído ni oído, sino que resulta de todo punto contrario a lo

que yo creía, a lo que yo hubiese de fendido, a lo que me enseñaron y a lo que sé que muchos creen y enseñan. Hace veinticuatro horas, yo hubiera sostenido sin dar mi brazo a torcer en una discusión, que el alma se in funde en el cuerpo meses antes del nacimiento. Nuestras leyes civiles, pe nales y morales se basan en esta creen cia. Eminentes jurisconsultos y abo gados, prestigiosas autoridades en derecho natural han sostenido ante los tribunales, y de conformidad senten ciaron los magistrados, que al cabo de cierto período de la gestación, el feto tiene alma, y es por tanto una entidad, una personalidad separada y  distinta de la madre y capaz de ser potencial heredero de una fortuna, aun antes del nacimiento. La destrucción del feto por aborto

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 Rev ela cio nes sob re la Ree ncar naci ón

intencionado está calificado de infan ticidio en muchos códigos penales y  fueron sentenciados a presidio los au tores de este delito. Sin embargo, de lo que he visto y  aprendido, infiero que me parece mu cho más lógico lo que la voz del alma me ha dicho, esto es, que hasta el momento de nacer y respirar por vez primera, el feto vive a expensas de la  vit alid al idad ad de la “ sa ng re pr esta es ta da ” por po r la madre.  A l co rtar rt ar el cor dón um bilical bili cal se es tablece la independiente existencia del recién nacido, y cuando inspira por  ve z pr im era er a el alie nto de vid a queda desde luego vitalizado por su propia sangre antes de la separación de ambos cuerpos. Todo esto es más ló gico y racional desde el punto de vista científico, y explica lo dicho por la

 E n las som bra s de l pasado

 vo z del alm a en co inc ide ncia nc ia con la expresión bíblica, que tantas veces leí sin advertir su importancia:  Fo rm ó  D io s al hom bre de l polvo de la tier ra y alentó en su naris soplo de vida y  fu é el hom br e en alma viv ien te.

Pero ¿cómo^podía la imaginación traer a mi memoria y a mi conciencia tan sorprendente, sorprendente, subvers iva y esclareesclarecedora verdad ? Si fuese posible que la imaginación forjase un hecho tan ilu minativo, entonces podría cualquiera, con sólo imaginarlo, poseer una com pleta educación, una verdadera enci clopedia, una mina de exactos cono cimientos. ¡Y aquella escena escena era la de mi na cimiento! El pequeño aposento, la do liente mujer, el médico, la enfermera,, el amable y cariñoso marido, la cuna, la voz de mi mi padre que que dijo: “ Hom-

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!  brec  br ecito ito,, no sot ros te ben decim dec imos os com o Dios te ha bendecido y tu nombre será  W illi il liam am H ow ar d R ol lins li ns .” N o re re  cuerdo, y estoy seguro de que mi ma dre jamás me habló de aquel día, por que fué un día triste para ella, en el que perdió al hombre amado y yo per dí la única persona cuya ausencia ha sido mi única pesadumbre. ¿Cómo po día proceder de mi imaginación ni de mi memoria la descripción del aposen to y los incidentes de la escena si yo nada sabía de todo ello? P e r o ¿ocurr ¿ocurrier ieron on efe efect ctiv ivament amentee aquellos hechos? ¡Ah! Había allí un testigo. Mi madre. ¡Ella podrá com probarlo! Sólo ella es capaz de mos trarme si he forjado algo con la ima ginación, la fantasía o la esperanza, o si he recibido verídicos informes por extraños conductos de lo que ocu— -— ----------------- --------------— — — - — ¿ l — ■



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rrió cuando yo no podía conocerlo por mí mismo. Olvidado de la súplica que hiciera para que le dejaran solo, y sin pensar en lo extraña que iba a parecerle a la anciana tal pregunta, salió preci pitadamente del gabinete, y acercán dose a la puerta del cuarto de costura, desde lo alto de la escalera, gritó: — ¡Mad ¡Mad re!, ¡madre! ¿Puedes ba  ja r ahora mismo al gabinete por un rato? He de hablarte de algo. La tirantez y excitación de su voz denotaba claramente que aquel algo era cosa interesantísima,, digna de in mediata atención. La madre sabía muy   bien  bi en que aque aq ue lla in fle xión xi ón de vo z no aguantaba demora, y salió al punto del cuarto de costura a cuya puerta esperaba su hijo, quien más cariñoso que nunca la ciñó por el talle con su

robusto brazo y juntos bajaron al ga  binete.  bine te. Sent Se ntóó R ollin ol lin s a su m adre ad re en la poltrona para que pudiera observar de frente las oscilantes llamas de la chimenea, y él se acomodó en el es cabel como un niño grande a los pies de ella. Rollins comenzó diciendo pausada mente : — Madre, Madre, quier quieroo hacer hacerte te u n a s cuantas pregunta s muy personales. personales. Y a sabes que hoy es mi cumpleaños. cumpleaños. Cum plo cuarenta y dos. Nací el i.° de ene ro de 1875. ¿No es verdad? La madre miró a los interrogantes ojos de su hijo como si en su mente forjara a su vez otra pregunta, y res pondió : — As í es; pero ¿a qué hablar hablar de ello aho ra ? ¿ Po r qué no olvida r cu an tos años pasaron y pensar en los mu

chos que han de venir ? Me parece que no te he felicitado hoy. Tenías tantas ganas de estar solo toda la mañana, que no se me deparó ocasión ni de darte los buenos días. De año en año me hago más cargo de en qué hom brón  br ón se ha conv co nver ertid tidoo el nene que Dios me dió cuando... Pero dejemos esto,  W ill iam ia m , y hablem hab lem os del porve po rve nir . ¿Piensas todavía en tomarte largas  va ca cio nes? ne s? ¿ N o serí se ríaa m uy her moso mo so pasar en esta época del año unas cuan tas semanas en la playa de Palma? Tú necesitas algo de variación y des canso, y yo por mi parte me siento también muy fatigada. Ya ves que envejezco. envejezco. Me hago muy vieja, vieja, W i lliam y... Pero he aquí que no quiero pedirte favor alguno en tu cumple años,, sino que tú me lo has de pe dir di r hoy.

 En las somb ras del pasado

— •As í es, es, madre. madre. Quiero pedirte un favor. Deseo hablar un poco contigo acerca del día de mi nacimiento, de mi  pr im er nacimiento. Me dices que no debo hablar de mis años; y tú, con el hermoso color de una muchacha en tus mejillas, con la caída de ojos de una novia de veinte mayos, dices que te haces vieja. Pero volvamos a mi pregunta, y dime, madre: ¿ a qué hora nací si te acuerdas? No, no quiero de cir esto, porque de seguro la recuer das, pues no hace tanto tiempo. Dime ¿quién había allí? ¿Cuál era el apo sento? o mejor dicho ¿en qué habita ción de la casa nací? Ya sabes lo que quiero decir. Dime todo lo ocurrido aquel día, desde que salió el sol  hasta la hora en que padre me dió nombre. — ¡Tu padre! — exclamó exclamó suspiran suspiran te la anciana. Por un instante miró a

los ojos de su hijo y después a las lla mas de la chimenea. Un gemido se es capó de sus labios, se le crisparon las manos y lentamente deslizó la diestra en la izquierda del hijo idolatrado. Prorrumpió en llanto sin ademán de contener las lágrimas. Rollins, al cabo de un momento de espera, bajó la mirada al suelo. La maternidad, el sufrimiento, el valle de la muerte, pasaban de nuevo ante su mente y se sentía honda y cariñosa mente emo cionado. ¡ Qu é c rueldad la de haber despertado tan vivamente es tos recuerdos en la anciana mujer! Tras una pausa de algunos minutos en que los internos sollozos de su san grante corazón repercutían vibrante mente en el aposento, entrefundidas las auras de madre e hijo en divina sintonización, dijo él:

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 Re ve lac io nes sob re la Ree nca rna ción

— Perdóname, Perdóname, madre. No quise re cordarte las penas y tristezas de aquel día. Comprendo cuán supremo sacri ficio de fuerzas vitales debiste hacer. ¡Vaya! Háblame tan sólo de la dicha de aquel día. — ¡Hijo mío! mío! — gimi gimióó la madre madre acariciando la cabellera de Rollins que hundió la cabeza en el regazo de la madre. madre. — No hubo tristeza aquel aquel día; todo fué gozo, todo dicha; pero el día siguiente fué de dolor y de viu dez, pues aunque tu padre murió el mismo día en que tú naciste, yo esta  ba dem asiad as iadoo débil y me ocult oc ultar aron on la noticia hasta el día siguiente. Sin em  ba rg o, el día de tu nacim na cim iento ien to fué fu é m uy  feliz para mí, y estas mis lágrimas lo son de gozo,, la reproducción de las que en silencio derramé al oír tu pri mer vagido y saber que vivías. Rece

¡■'a las som bras del pasado

laba que nacieras muerto y no pudie ras ser un hombre cabal como tu pa dre. Pero tu llanto de vida y las pa labras de la enfermera al decir: ¡es un niño! me inundaron de júbilo. Ha  bía D ios io s escuc es cuc had o mis mi s súpli sú pli cas , pues desde el alba hasta la hora de paz en  braz  br azos os del sueño su eño estuv es tuv e orand or and o pa ra que mi hijo viviera y que en su cuerpe cito se infundiese el alma de Dios.

” No hay mucho que que decir decir respecto respecto de los sucesos de aquel día; pero sí de  bo re feri fe ri rt e algo al go de pa rticu rt icu lar. la r. L ar g o tiempo traté de callarme y guardar pa ra mí sola el día de tu nacimiento; pe ro antes de que el sueño de la muerte cierre mis ojos, quiero revelártelo. ” Mantén tu cabeza en en mi mi regazo,  y deja de ja que tien da la m ira da por po r el es es  pacio mientras hable, pues la vergüen za no me consentiría relatarte la his-

toria con la vista fija en tus ojos. Dios me ayudará a implorar tu perdón. ” Tu padre y yo nos conocimos conocimos en en la escuela de que éramos condiscípu los. Vivíamos en la ciudad de Alberta, del estado de Minnesota, no lejos de Morris, capital del condado de Ste ven s. N u es tros tr os pad res era n co rti je ro s chapados a la antigua,, de honradísi mas costumbres, y tu padre y yo éra mos respectivamente hijos únicos. ''Asistíamos a la escuela de Alberta sólo tres días de la semana, pues el maestro regentaba los otros tres días la escuela de Donnelly, algo distante de Alberta. Así es que teníamos fre cuentes ocasiones de corretear por el campo y jugar con los demás mucha chos de nuestra edad, hasta que al fin fuimos novios. ” A  1 cumplir diez y seis años me

mandaron mis padres a la escuela su perior de Morris, que me parecía una gran ciudad; pero tu padre, que a la sazón era un robusto y gallardo mozo de diez y ocho años, fué a Benson, ca pital del condado de Swift, para es tudiar leyes bajo la dirección de un tío suyo que allí tenía su bufete. ” Nos escribíamos escribíamos cartas cada vez más fervientes, a causa de la separa ción, y no tardé mucho tiempo en que dar prometida al joven estudiante de leyes, cuyo porvenir parecía brillante, pues escaseaban los buenos abogados,  y recu re cu erdo er do que mis mi s cond co nd isc ípu las me hablaban de la buena suerte que iba yo a tener. No era ya un amorío de chicuelos, pues nos queríamos hasta el punto de considerarnos cada uno par te del otro. ” Po r entonces entonces murió su padre. padre. El

 E n las somb ras del pasado

muchacho hubo de regresar al cortijo para cuidar de su madre y de las dila tadas tierras necesitadas de cultivo. "También regresé yo a Alberta después de dos años de estudio y estu  vim  vi m os ju nt os va ri as sem ana s, yo con el triste sentimiento de que hubiera él de volver a Benson, porque sólo había llegado en su carrera al punto en que su actuación ante los tribunales se limitaba a los asuntos de menor cuantía. "Contaba yo entonces diez y ocho años y él veinte. Trazábamos nuestros planes diciendo que algún día nos ca saríamos y viviríamos en la casa que él había heredado de su padre, y su querida y tierna madre se quedaría en nuestro amor y compaña. ” Mi padre proyectaba proyectaba desde desde tiem tiem po atrás trasladarse a Duluth para

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formar sociedad con un su hermano que se dedicaba a almacenista de ví  veres,,  vere s,, y yo comp co mp ren día que a no ser por mí, hubiese vendido el cortijo para irse con mi madre a Duluth. Así fué que en cuanto se enteró de las proba  bilid  bi lidad ades es de mi m atr im on io con el hijo hi jo de su antiguo vecino, y que mi porve nir estaba asegurado económicamente, aunque mi prometido no despuntase  jam ás como abog ado, inició las ges tiones de venta de la finca y traslado a Duluth. ” Recuerdo el ex traño sentimiento sentimiento que se apoderó de mí cuando vinieron los peritos a justipreciar el valor de la finca con su vivienda, y cuando des pués vinieron los compradores cada cual con su oferta. ” M i padre les explicaba, explicaba, a veces en mi presencia, que que la “ chiq uilla” se

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 Re ve lac ion es sobr e la Re enc arn ació n

iba a casar pronto y se marcharía a  viv  v iv ir en ca sa del d ifu if u n to W a lt Ro llin s. Me parecía al ver embalar los muebles  y ens eres, ere s, que me echab ec hab an de mi ca sa  y me tr an sf e rían rí an al jove jo ve n que aún no me había pedido en matrimonio. Qu e estábamos resueltos a casarnos era en nosotros cosa tan sabida, que nunca hablábamos de ella; pero esta indefi nida comprensión por nuestra parte se convirtió en asunto concreto por parte de nuestras familias. ” M i novio comprendi comprendióó que ya era hora de tomar el asunto por su propia mano, y recuerdo el día en que tras ladaron a casa de Rollins la cama de caoba cedida por mis padres para que fuese la de nuestro matrimonio. Yo estaba aturdida al ver cuán íntima mente disponíamos la cámara nupcial sin que mi prometido dijera una pa-

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labra respecto a la fecha de la boda. ” Finalmente, Finalmente, mis padres emprendie ron su largo viaje, dejándome al cui dado de la viuda Rollins y aposentada en la futura alcoba conyugal con la gran cama de caoba para mí sola, co mo si fuese yo la hija soltera de la  vi ud a Ro llins lli ns . ” M i novio deseaba deseaba reanudar sus sus estudios de leyes, y al enterarse de que un primo suyo llamado Harold, que vivía en una población del Este, iba a venir al Oeste, le escribió di ciendo que no dejara de visitar nuestra casa. Contrariamente a lo que yo me imaginaba, resultó Harold un joven apuesto,, varonil, de veintidós años,, muy lejos de aquel tipo débil de cuer po y flojo de carácter que creíamos propio de las populosas ciudades del Este. Demostraba haber recibido ex

quisita educación, tenía ademanes at léticos, sentimientos religiosos y en todo resplandecía su caballerosidad. ” Sin que yo me diera entonces entonces cuen ta ni él me dijese palabra, lo cierto es que Harold se prendó de mí, y en consecuencia prolongó su visita sin ga nas de ir más allá hacia el Oeste como había proyectado. ” A 1 cabo de algunas semanas de estar Harold con nosotros, dijo que;, po r cierto motivo, se quedaría en Al be rt a tal ve z un año, año , y entonc ent onc es re  solvió mi novio que puesto Harold podía cuidar del cortijo, se le depara  ba a él oca sió n de vo lver lv er a Ben son y  terminar la carrera de leyes. Yo pro testé vivamente contra semejante de terminación durante algún tiempo; pe ro él había adelantado los estudios en casa con objeto de recibirse de aboga

do al llegar a Benson. Nada me ha  bló en todo tod o aque l tiem po de ma trim tr imo o nio, y bien sabes que entonces se nos enseñaba que era indigno de una joven manifestar deseos de casarse, por lo que nunca denoté la ansiedad que a  vec es me em barga ba rga ba. ba . "Se gún pasaban pasaban los días, días, era mayor mi confianza e intimidad con mi no  vio , y el pr imo im o H ar old ol d no podía po día ve r que nos amásemos tan profunda mente. Para mi era mi novio todo cuanto para una mujer puede signi ficar el amor. Era mi ídolo, mi héroe, mi dueño. Llegó la semana de la par tida. A menudo nos sentábamos sentábamos a la hora del crepúsculo; él me rodeaba el cuello con su brazo y yo apoyaba la cabeza en su hombro. Me hablaba de su amor y de lo felices que íbamos a ser. ¡Oh! Era la historia siempre re

105 petida y siempre nueva que toda mu chacha se place en escuchar. Corría la primera semana de mayo, y el sol pri maveral, el aroma de las flores, los  ve rdec rd ecie iente nte s prad pr ados, os, el ca nto nt o de las aves, las hermosas puestas de sol, y  la misteriosa luz de la luna, acrecen taban el gozo de la vida y el seductor poder que mi novio ejercía en mí. "Precisamente la noche anterior a su marcha, estremecida por el calor de sus besos, apenada por la tristeza de la separación, vencida por las pro testas de un amor y la hermosura del lazo que ata, arrojamos nuestras al mas en las llamas del pecado y fui suya como él fué mío por una breve hora, todo mío, unida a él por el ma trimonio de todas las pasiones y emo ciones, de todas las fuerzas del uni  ve rso. rs o. Y o habí ha bíaa esp era do otra ot ra sue rte

de matrimonio, pero aquél bastaba por entonces. Volvería pronto, y nos casa ríamos. Convinimos en guardar el se creto. Volvería durante las vacaciones de verano, cuando se cierran los tribu nales, y entonces nos casaríamos. ¡ O h l  cuán bien recuerdo aquellos pla nes, porque hora tras hora pensaba en ellos mientras estuvo ausente. ” Un a semana después después me me escribió diciendo que un tío suyo que vivía en Duluth deseaba que fuese allí, por que se le depararía excelente coyun tura de ejercer la profesión luego de terminados los estudios, y podía ter minarlos en Duluth con mayor faci lidad que en Benson. Aquello aumen taba la separación entre ambos. ” A  1cabo de pocos días recibí otra carta, apresuradamente escrita, diciéndome que salía de Benson en aquel

mismo punto, y que me escribiría des de Duluth. Yo no debía olvidarle ni él me olvidaría un solo momento, y  no tardaría en volver a Alberta, la ciudad de su niñez, donde estaba el hogar de su desposada. Aquella carta fué la última noticia que de él recibí. Pasadas algunas semanas le escribí a nombre de su tío,, quien me respondió que todavía estaban esperando que lle gase de Benson. Harold fué a esta ciudad, donde supo que su primo ha  bí a salido sal ido de allí all í el mismo mis mo día dí a en que escribió la carta. No se encontraba rastro de él. En aquella época no era posible disponer del telégrafo y del teléfono como ahora, y aunque se hu  biera  bi era n podido pod ido ut ili zar za r no lo en cont co ntra ra ran. Sucedía esto en 1874. Muchas cosas podían haberle ocurrido,, pero la más lógica era la en que todos con

 venía  ve nía mos, mo s, que habí ha bíaa trans tra nsbo bord rdad adoo en alguna estación, y al escuchar las se ductoras conversaciones de los que es peraban hacer fortuna en las tierras del Oeste, se marcharía con ellos. Ha rold asintió a la sospecha de que la atracción del  Do rado ra do Oes te, la pro mesa de fortuna y la esperanza de en riquecerse fácil y rápidamente le ha  bían  bí an imp ulsado uls ado hacia ha cia aquel aqu el país . ” Llegó el día en que no me fué po sible ocultar por más tiempo mi esta do. No había tenido en cuenta esta circunstancia, por aquella sublime ino cencia e ignorancia que en aquel tiem po era el mayor encanto de una don cella, y  también su perdición en muchos casos. La viuda Rollins, simpáti ca y valerosa,, aunque apenadísima, respondió a todas mis preguntas y me reveló la ley de la generación. Nunca



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 Rev ela cio nes sobre la Ree ncar nac ión

una joven necesitó y tuvo tan admi rable amiga como aquella querida y  dulce madre. Mis padres nada sabían del caso, que en un principio se man tuvo secreto entre la viuda Rollins y   yo . P er o por fin lo supo sup o H arol ar old. d. D es  de luego supuse que sus delicadas atenciones, su extremada considera ción, tenían por objeto darme a en tender instintivamente que conocía mi estado. Durante los calurosos meses de julio y agosto estábamos Harold y   yo mu cha s ho ra s junt ju nt os , pasean pas eando, do, ha   blando  bla ndo y leyend ley end o her mo sas ob ras ra s li terarias, fruto de las plumas de los hombres y de la mente de Dios. Yo co nocía que me amaba. La intuición me lo decía,, como me dijo que él conocía mi falta; y conociéndola, me amaba; sabedor de mi pecado y de mi caída, me amaba y respetaba.

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 E n las somb ras del pasado

” Recuerdo que un dom ingo, cuan  do el recato me impidió ir con él a la iglesia como de costumbre, me leyó lenta y emocionadamente aquel pasa  je de Is aías aí as , que di ce: ce : “ Ap rend re nd ed a obrar bien; buscad juicio; restituid al agraviado; oíd en derecho al huérfa no; amparad a la viuda. Venid luego, dice el Señor y estemos a cuenta: si  vu es tros tr os pecados peca dos fuer fu eren en como la g ra  na, como la nieve serán emblanqueci dos; si fueren rojos como el carmesí,  ve nd rá n a ser se r com o blan bl anca ca la na .” "Llegó el otoño y después el invier no. Harold me suplicó que me casara con él. él. Y o conocía que que aún amaba al ausente, aún le idolatraba y le perdo naba el error cometido, porque tenía necesidad de creer que volvería a mi lado, a no ser que algo terrible se lo impidiera. ¡Pero mi hijo había de te-

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 Re ve lac ion es sobr e la Ree nca rna ción

ner un nombre! Muchas veces, cuan do niña,, había yo oído el mortificante desprecio hacia los hijos de padre ig norado, que no tenían nombre, como nacidos de la vergüenza y el pecado.  Y o quer qu ería ía que mi hi jo fu er a noble y   bueno  bue no com o su pad re, y así es que me casé con Harold. ” Nos casamos casamos la víspera de de Na vi dad, y sólo el pastor de la pequeña igle sia conocía nuestro secreto y oró con nosotros y ponderó el noble amor de Harold. Por la honradez de su acción, por el sacrificio que hacía, le amé por el alma que brillaba a través de su cuerpo. Era como una luz que r ef ulge en el valle de las sombras.

” Po r fin llegó llegó inesperadamente inesperadamente el día en que iba a aprender la gran lec ción de la vida. El i.° de enero de 1875. De madrugada llamé a la viuda

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Rollins para que me aconsejara. Ella llamó a Harold, qíuien fué en carruaje a traer al médico y a vina enfermera, que llegaron a las seis de la mañana,, cuando todavía era obscuro. He olvi dado los sufrimientos. Sólo recuerdo que según pasaban las horas, cuyos mi nutos contaba ansiosamente, mi único pensamiento era: ¿Vivirá mi hijo?  Quería que fuese un niño; parecido a su padre. Así se lo pedía a Dios, y  lloraba y gemía temerosa de que no fuese según mi deseo, pues algunos nacen muertos. Se me había aconse  ja do que no me pre ocu pas e del aus en te, para no afectar al alma del por nacer; pero me invadió el temor, un temor angustioso, en las últimas ho ras de espera. "Cuando el naciente sol disipó las nieblas y nubes invernales, creí que

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habían sonado las últimas horas de mi vida. Estaba exhausta. Recuerdo que desde la cama miraba la cuna va cía, recelando que vacia quedara. Ce rré los ojos y oré como Harold me ha  bía  bí a enseñ en señ ado a orar or ar.. Y m ien tra s or a  ba me pare pa reció ció oír oí r com o la vo z de un ángel que me confortaba con musita das palabras de aliento. Sentí viva mente en mi presencia el  Al m a de  D io s, y entonces me di cuenta de que Dios celaba el nacimiento de mi hijo.  A cada ca da g ri to que lan zaba za ba al cielo, cie lo, sin saber cómo sentía la magnética, be nigna e inspiradora presencia de algo en mi rededor, que se me aparecía va rias veces y me bañaba en blanca y  radiante luz, como si la luz de los cie los se derramara sobre mí para forta lecerme y decirme que todo acabaría en bien, que mi hijo nacería vivo, por

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que allí estaba la vida en espera y  aguarda, en aguarda y espera con migo.” Rollins notó que su madre solloza  ba, que le tem bla ban ba n las manos ma nos con co n que le acariciaba la cabeza, y que todo su cuerpo se estremecía a impulsos de la emoción que la dominaba. Había pronunciado lenta y quedamente las últimas palabras, entrecortadas por las lágrimas y sollozos que interrum pían el ritmo de su voz. Sin embargo, no miraba a los ojos de su hijo, por que no era todavía hora de mirarlos. Estaba seguro Rollins de que su ma dre iba a necesitar su auxilio, y se disponía a prestárselo. La madre prosiguió diciendo: — Entonces vino Harold, que que había había atendido a varios menesteres del cor tijo. Le dominaba la ansiedad sobre



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mi estado, lo mismo que si esperase a un hijo suyo. Con una ternura que sólo una mujer puede apreciar en ta les momentos y con un amor santo y   bue no, vi ví si m o y con scient sci ente, e, hiz o cuanto pudo. Me besó, alisó mis des ordenados cabellos, me tomó la mano  y me dijo di jo en todos todo s los tonos ton os posi bles que era mío, sólo mío, en cuerpo, men te y alma. ” No recuerdo mucho más. Nervio samente esperé las palabras de la en fermera, cuando dijo: “ Es un niño niño muy hermoso.” La viuda Rollins sin tió un gran consuelo al escuchar es tas palabras, y entonces oí que Ha rold, hablaba al niño en la cuna. Me dijeron que le besó las manitas y re cuerdo cuerdo muy bien bien estas estas palabras: “ Ne  ne mío, nosotros te bendecimos como Dios te ha bendecido, y tu nombre

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será William Howard Rollins.” Este era el nombre de tu padre, hijo mío, y  Harold daba a entender que él y yo te bendeciríamos y reverenciaríamos, aunque las gentes llegasen a enterar se algún día de la vergüenza de tu madre y de tu ilegitimidad. Al darte el nombre de tu padre, Harold que ría hacerme feliz devolviéndome mi  W illi il liam am , mi perdi pe rdi do W ill iam ia m . Y desde desd e entonces te he tenido, porque Dios fué  bue no conm co nm igo y me dió el alm a de mi amor. ¿Podrás perdonarme, hijo mío? ¿ Podrás siempre, siempre, volver a mirarme y decir que lo comprendes  y lo con oce s y lo perdo pe rdo nas , y que ama s a tu anciana madre?” Lentamente se puso Rollins en pie. Su madre cayó desvanecida. Él la le  va nt ó en sus braz br azos os y la besó bes ó am o rosamente en las húmedas mejillas y 

en los gimientes labios. Después dijo: — M adre, no soy yo quien quien ha de perdonar o no. Dios hizo a las madres como tú. Dios te dió el alma que tie nes. Dios me dió el alma que tengo. Dios nos unió aquel día de un modo que aún no comprendes. Tu amor era noble, tu fe firme, tu confianza ciega. Todo esto era puro como la nieve; Dios te bendice, y no hagamos caso de que alguien crea que tu amor es un pecado y tu maternidad una ver güenza. Demostrasteis ambos que fuisteis instrumentos de los decretos de Dios. Pero dime, madre, ¿qué se hizo de Harold? La madre volvió a sentarse, ya con solada, aunque sin atreverse todavía a fijar la mirada en los ojos de su hijo,  y resp re spon on dió : — Aquel mismo día de tu nacimi nacimien en

to, al volver de conducir a sus casas al médico y a la enfermera, se desbo caron los caballos del coche, y quedó muerto en el acto por la violencia de la caída. Como te dije, hasta el día siguiente no me dijeron lo sucedido el día antes. A veces, es un bien no enterarse de las malas noticias de un ayer hasta el mañana. Así pasó en mi caso, y espero que lo mismo suceda ahora. Rollins preguntó: — Dime, madre, otro punto punto para completar la descripción de aquel me morable día. ¿ Me a brigaro n en la cu na con una colcha de ganchillo que tú misma elaboraste? La madre se estremeció al oír es tas palabras, levantóse de la poltrona,  y mi rand ra nd o a su hi jo con aire ai re inq uis i tivo, exclamó:

— ¡ W illiam! illiam! ¿ Has descubierto el único secreto que yo tenía empeño en guardar ? Desde luego que no tiene im portancia; pero desde que naciste me propuse no revelarlo, y de algún modo lo has descubierto. Pues sí, durante los días de buena esperanza, me en tretuve en hacer una colcha de gan chillo, en previsión del invierno, pues la criatura necesitaría el conveniente abrigo. Cada punto del ganchillo es taba elaborado con el pensamiento puesto en mi perdido William. Ha rold lo sabía y nunca se mostró celo so, antes al contrario^ aludía tierna mente a cómo la criatura por nacer quedaría envuelta en pensamientos de puro amor. He guardado la colcha desde entonces, y a menudo la beso y  la acaricio bañada en lágrimas. Es lo único que he conservado de aquellos

días de triste amor, y ahora ya lo sa  bes todo, tod o, W illi il liam am . Llév Ll év am e a mi cu ar  to y déjame descansar en paz, pues  ya  y a no nece ne cesit sitoo ma nte ner ne r por más má s tiempo oculto el secreto en mi corazón ni esconder de tu vista la colcha de amor.

Transición

pít u l o V Ca pí

TRANSICIÓN Quedóse Rollins en el gabinete de estudio. Era cerca de mediodía, la hora del almuerzo; pero estaba segu ro de que en la actitud mental y dis posición de ánimo en que se hallaba no podría probar bocado. Sentóse nue  va m en te en la po ltro lt ro na pa ra rea nu da r sus cavilaciones sobre las cosas que iban llenando su vida de novísimo in terés, y murmuró entre dientes: — 'As í, pues, pues, William William Rollins era era mi padre, y Harold Rollins su primo, mi padrastro. Mi madre se casó con

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Harold Rollins; y por tanto, soy un Rollins por la sangre y por el naci miento. Las gentes no pueden objetar nada contra esta verdad. Es un ape llido legítimo el mío, que al fin y al cabo se contrae al aspecto material del caso, y a mí me interesa mucho más el aspecto moral. ¡Pobre madre,  y cóm o deb ió s u f r ir ! Si n em barg ba rgo, o, no conoce los hechos como los conozco yo. Hechos, sí, hechos positivos, porque ¿no ha comprobado el relato de mi madre la realidad de la visión que tu  ve ano che, che , de lo que vi y oí? oí ? N o fu é engendro de la imaginación ni fábri ca de mi mente. Imposible que sean obra de la imaginación mi alma, el alma de mi madre, las experiencias de su vida, los dolores sufridos, las lá grimas derramadas. Rollins tenía razón. El relato de su

madre se identificaba en todo y por todo con la presenciada escena, aun en aquellos pormenores que fácilmen te él hubiera podido olvidar o mal entender. La imaginación no era ca paz de forjar tan exacto reflejo de sucesos pasados, ni la memoria recor daba lo sucedido al nacer ni las expe riencias de la primera infancia. Sin embargo, ¿era: esto imposible? ¿No sería capaz la memoria de almacenar los relatos que el niño escucha en la infancia, y reproducirlos como fan tasías en la edad adulta? ¿Cómo podía estar Rollins seguro de que entre los diez y quince años no le hubiese oído contar a su madre algo relacionado con los sucesos de aquel día? Aunque olvidado el rela to como recuerdo objetivo, estaba en la memoria.

Entonces pensó Rollins en el dieta rio, del que ya no se había ocupado desde que la pasada noche había vuel to las hojas hasta llegar a dos inme diatos días del pasado. Recordaba haber leído en alguna parte, o acaso se lo había dicho al guien, que cuando un sujeto está pro fundamente hipnotizado o en un es tado análogo, susceptible de suges tiones, es fácil hacerle recordar mu chos sucesos pasados que tenía olvida dos en condición vigílica. Estos ex perimentos, científicamente realizados repetidas veces, demuestran la exis tencia de multitud de impresiones al macenadas en la memoria; pero se necesitan requisitos indispensables, causas justificadas y expeditas oca siones para que el perfecto e indele  ble re gi st ro de tod as las ac tuali tu ali zaci za cio o

nes reaparezcan positivamente en la conciencia. Los requisitos indispensables para ello son la concentración de todas las facultades activas, un incentivo, la su gestión, la relajación del cuerpo y la hiperestesia o exceso de sensibili dad. Todas estas condiciones domina  ban cue rpo rp o y mente men te de Ro llins lli ns du ra n te la experiencia de la pasada noche. Desde el punto de vista científico, aquella experiencia era de índole psí quica, a manera de ilusión, quimera, alucinación o fantasmagorías de la memoria; mas para Rollins eran po sitivas realidades, y no le bastaba el científico análisis y explicación de ellas. Había en todo ello algo más que mentalismo. Se dice que existe una clave del pasado, un lazo que une el presente

con el pasado, y que con dicha clave es fácil levantar el velo y entrar en la cámara prohibida y leer lo en ella registrado. Por lo tanto, ahondar en el pasado equivaldrá a penetrar en los recovecos de la memoria en busca de un hecho, que se recordará en cuanto dispongamos de otro hecho conocido  y con aqu él rela cio nad o. E n tod o cu an  to Rollins tuvo en las últimas vein ticuatro horas como intuición del pa sado ¿cuál fué dicho lazo? ¿Cuál era la clave? Estas preguntas se hacía y analiza  ba Ro llins lli ns,, y al pun to pen só en su dietario, cuyas páginas había ido vol  vie ndo nd o ha cia ci a at rá s de ay er en ay er en larg o espacio. ¡ El diet ario ! De nuevo le impresionó cual si fuese un ser animado. ¿No había compuesto Casaubon, el gran teólogo francés del

siglo xvi, su dietario, el famoso  E f e mérides, que perduró siglos? Se veía Rollins impelido a volver a su dietario, y una vez en sus manos, parecía como si sus hojas vibrasen vi talmente, que se animaran alboroza das con  pod er cread or. Verdadera mente estaba el dietario armonizado con lo desconocido, a pesar de ser un simple libro, y en ninguna de sus ho  ja s habí ha bíaa ni un a sola sol a pa lab ra que qu e pu pu  diera interpretarse relacionada en lo más mínimo con la escena reproduci da en aquel gabinete. Con el dietario cerrado en las ma nos, deseoso de satisfacer la idea de que en sus hojas estaba la requerida clave, se arrellanó relajadamente en la poltrona, en espera de lo que ocu rriese. Sin embargo, dominaba en su mente este pensamiento: “ Vo lveré las

hojas del dietario del pasado hasta el ayer de la vida anterior.” Repitió en  vo z alt a estas es tas palab pa lab ras ra s como com o si se mandase a sí mismo. No se sabe cuántos minutos trans currieron mientras Rollins estuvo allí sentado con los ojos cerrados; pero le substrajo del silencio de su concen tración una especie de susurro, y aun que al abrir los ojos no vió nada de pronto, muy luego se formó en un rincón del gabinete, donde sólo había una silla en la penumbra, una exten sa aura violada, que poco a poco se condensó cerca del suelo y asumió la figura de una cama en la que yacía un anciano entre sábanas, cubierto con mantas, debajo de las cuales sólo aso maba la cabeza y un brazo. Rollins se mantuvo en profunda concentración, conteniendo todo lo posible el aliento

para no romper el hechizo, y enton ces se amplió la escena ele aquel cua dro, pues cuadro semejaba. Junto a la cama estaba otro anciano que tenía entre las suyas una mano del enfermo  y le ex am inab in ab a el ro str o. O tr a esce esc e na de tristeza. La escena representa da respiraba angustia y aflicción. El  br az o del en ferm fe rm o est aba ab a pá lido y del gado, como muerto. Parecía inminen te un momento decisivo. Un aura violada rodeaba aquella escena y la separaba a guisa de telón, del resto del gabinete, y la pared de trás la cama aparentaba un color di ferente de las otras tres y se veía muy  lejana. Rollins vigilaba en espera de los acontecimientos; pero no tardó en ex perimentar la extraña sensación de que su conciencia se desprendía del

cuerpo físico y se trasladaba a la es cena, pues notaba la diferencia de am  bie nte , com o si se en co nt ra ra en un aposento frío y planeando a lo largo del enfermo, pero invisible. En su nuevo estado de conciencia  vi ó Ro llins lli ns más má s cla rame ra me nte nt e lo que es taba sucediendo. El enfermo se moría por momentos. No tardaría en expi rar. Pero ¿cómo?, ¿por qué? ¿Dónde sucedía todo aquello? Era preciso res ponder antes a estas preguntas, y a medida que acudían a su mente, en contraba Rollins la respuesta, aunque no en palabras, sino por virtud de aquella intuitiva comprensión, tan dis tante de la ordinaria, que esta vez no le puso perplejo. En cuanto alcanzaba la visión de Rollins, había muchas cosas extrañas en el aposento donde estaba la cama

con los dos hombres; pero lo más no table eran varias pinturas, unas con marco y otras sin él, y algunas sin ter minar. No se veía en el aposento nada de lo que revela el cuidado de un ama de casa. El desorden, el desaliño, las huellas de polvo y la negligencia de notaban evidentemente que el anciano había estado largo tiempo enfermo y   vi ví a solo. El otro anciano era el mé dico, cuya actitud indicaba que no quedaba esperanza, aunque le había administrado al enfermo una pócima que le alargaría algún tanto la vida. El enfermo luchaba internamente, porque de cuando en cuando exhala  ba en trec tr ecor or tado ta do s sus piro pi ross y a cada ca da suspiro se le coloreaban las mejillas. Deseoso de adquirir más informes, Rollins, es decir, su espíritu, planeó durante pocos minutos sobre el enfer-

mo, como si lo cobijara. El enfermo suspiró nuevamente, y abriendo los ojos exclamó con temblorosa voz: — M ira, mira. Aqu í sobre mí. mí. Mi alma. Salió de mi cuerpo. Quiere mar charse y está en espera de mi muerte. El desfallecimiento apagó estas pa labras, pronunciadas en francés, pero que Rollins entendió, y sorprendióle el significado de aquella exclamación del enfermo. Porque ¿era Rollins tes tigo de su propia alma salida de otro cuerpo? ¿Qué otra cosa podían sig nificar aquellas palabras? El pensa miento de Rollins parecía corroborar tal significado, pues muy claramente le decía su conciencia mental: “ Y o soy esta alma.” Después sintió una extraña rela ción con el cuerpo del enfermo, como si con él se armonizara, y experimentó

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 Re vel aci one s sobre la Ree ncar nac ión

la misma debilidad que experimentaba el enfermo, con sequedad en la boca y  ardiente sed. En el momento de so  brev  br ev en irle irl e a R oll ins est a sensac sen sación ión,, el enfermo levantó la mano y dijo: “ Ag ua , agua, por favor , un poco de agua.” El médico tomó una copa de madera, e incorporando al enfermo so  bre  br e la cama ca ma le ac er có la cop a a los la la   bios.  bios . Ro llins lli ns pudo pud o no tar ta r la sensac sen sac ión de cómo la frescura del agua refri geraba su garganta. Disminuyó en tonces la temperatura del enfermo, y  Rollins notó también el alivio, dándo se cuenta de que tenía fiebre. El en fermo cerró los ojos y dejóse caer so  br e la cam ca m a con el cue rpo rp o rela re laja jado do , y  Rollins se sintió todavía más ligero, como si flotara en el espacio sobre la cama. De pronto pidió el enfermo más

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agua. Esta vez el médico puso unos polvos en la copa y le dió de beber al enfermo. Inmediatamente Rollins notó el sabor de los polvos, que eran febrífugos y calmantes, y tanto el en fermo como Rollins sintieron al pun to una extraña sensación. El enfermo empezó a temblar y de cía a grito s: “ Y a no más. más. Quiero irme irme.. No quiero estar aquí. ¿Por qué me diste esto ot ra vez ? Estab a tranquilo. Sabía que me marchaba de este mun do y era dichoso.” En Rollins hicieron los polvos el efecto de infundirle mayor gravedad, como si penetrara más hondamente su conciencia en el cuerpo del enfermo;  y au nque nq ue la conc co ncien iencia cia de Ro llins lli ns no quería entrar en el cuerpo del enfer mo, ni el cuerpo del enfermo quería recibirla, una fuerza potente, irresis-

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 Re vel aci on es sobre la Ree nca rnac ión

tibie, antinatural, los coaccionaba y los impelía a la unión. El enfermo pro rrumpió en llanto. La conciencia de Rollins no podía soporta^ por más tiempo aquella situación, y deseaba li  be rt ar se de sem eja nte esc lav itu d, y se apartaba lentamente de su proximi dad al cuerpo del enfermo. Se agudi zaron sus sentidos y por fin tuvo con ciencia de su propia entidad, indepen diente del cuerpo enfermo, aunque re lacionada con él por medio del aura  vio lad a. Entonces resonó la voz dimanan te de lo más recóndito de su concien cia y dijo: “ ¡Seré libre! Soy dueño dueño de de mi mi destino. Se cumplirá el decreto, y ma nos humanas no alterarán ni modi ficarán lo escrito en el Gran Libro. Me ha llegado la hora de pasar al Rei-

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no de Luz y me iluminará la Suprema Luz. Durante largo tiempo me ha servido bien este cuerpo para realizar la obra que me destinaron cuando vi ne al mundo. Pero ahora que el cuer po ya no es capaz de soportar la in terna Luz, sería un estorbo, un im pedimento para la misión de mi tiem po. Vuestros venenos y vuestras dro gas son de la misma materia de que está hecho el cuerpo: el polvo de la tierra, y su oficio no va más allá de sofocar la mente, paralizar los sen tidos y retener lo que mejor fuera desechar. La paz sea con el viejo cuer po que sólo conoce lo que yo conozco, que sólo sufre lo que yo sufro, que se goza cuando yo me gozo. Porque no tiene conciencia de sí mismo. Su mente es mi mente, su luz mi luz, su  vi da mi vid a. N o es na da de por sí.

i Nad a desea ni nada puede puede poseer. poseer. Y o SOY EL VERDADERO HOMBRE, porque tengo vida eterna, y ahora desecho el cuerpo, que ya no necesito.” El enfermo dió un suspiro. Estre mecióse el cuerpo, quedó rígido al ex halar el último aliento, y el alma que tan sólo por el aura estaba a él unida, flotó lentamente en el espacio, ilumi nando las sombrías paredes por cuyo lado pasaba. Al llegar junto al techo dijo en dulce dulce y suave tono: tono: “ Paz a todo cuanto existe. He resucitado de la tumba. Mucho tiempo sufrí deseosa de escapar para ser libre y dar más vi  va luz al mu nd o; per o la igno ig no ran ci a y   vani  va ni da d me cl av ar on en la cr uz de las falsas ilusiones. El cuerpo es la cruz en que el hombre crucifica su alma.  E n esta cr uz estu ve como una rosa sujeta por el entrelazado tallo y

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las espinas. Las lágrimas eran gotas

de rocío desprendidas de los pétalos, que difundían el aroma de inmorta lidad por el aura del alma. Pero ya estoy libre para retornar al Reino de Luz donde las almas están unidas en sagrada comunión y moran dichosas  y bien bi en aven av en turad tu rad as en las mansio ma nsio nes de la Mente de Dios.”  A l de sva nece ne cerse rse el au ra viola vi ola da, da , la escena del enfermo en cama con el médico a la cabecera, desapareció en la obscuridad como tras un velo, y  Rollins recobró la conciencia vigílica. Restregóse los ojos fatigados de tan intenso esfuerzo de concentración, en derezó su cuerpo, desperezóse paral tomar aliento, y de nuevo resonaron en sus oídos las palabras: “ En esta cruz estuve como una rosa.” Al ins tante bajó los brazos al notar que en

su actitud de desperezo tenía los bra zos zo s en c r u z . Dejóse caer en la pol trona y por vez primera desde su ni ñez, aquel enérgico varón lloró. Había presenciado el tránsito de su alma, la muerte de su cuerpo en una  vi da anter an ter ior . E l ay er de ot ro sig lo.

pít u l o  V I Ca pí

RESURRECCIÓN  A l vo lv er Ro llins lli ns en sí hal lós e con co n templando el antiguo cuadro, el miste rioso paisaje con la incompleta firma de  Ray mo nd. Parecía entonces mu cho más viejo y como si respirara la atmósfera de algún incidente de la  vid a. ¿R ecor ec orda da ba la esce na mo str ada ad a en visión? No estaba seguro. Segú n examinaba1 los pormenores pormenores de la pintura iban vibrando con mayor  vi da ha sta st a que le pa rec ió como si des de una ventana estuviese contemplan do un extraño valle con sus colinas de purpúreo tinte. Detuvo la vista en el

ángulo del cuadro donde aparecía per fectamente visible la  R mayúscula de  Ra ym ond . No constaba el apellido; pero sí una señal.  Ra ym ond  y un símbolo. Apenas se notaba el símbolo en la firma del cuadro, y precisamente su  bo rro sid ad habí ha bíaa ind ucido uci do a Ro lli ns y  a otros a creer que lo poco que se distinguía era el comienzo del apelli do, cuyas huellas habían buscado en  vano  va no.. Saltó Rollins de la poltrona como quien de pronto posee la clave de un profundo misterio, descolgó el cuadro,  y con ay ud a de la lup a de que tan tas  veces  ve ces se ha bía bí a va lid o pa ra el mis mo propósito, volvió a examinar la firma. Después de la d  de  Ra ym on d  había un corto espacio, y a continuación una marca que lo mismo daba indicios de ser una V o el comienzo comienzo de la W 

o la parte superior de la Y o la úl tima parte de la N o el centro de la M. Como quiera que siempre había creído Rollins que esta borrosa marca era el principio del apellido de la fir ma, observó unos cuantos rasgos de pincel por si lo completaban; pero echó de ver que aquellos rasgos o trazos correspondían a los matorrales pinta dos en el fondo del paisaje, y que su imaginación los había relacionado con la grafía del apellido. Se convenció de que la firma sólo constaba del nom  br e y de dos m arca ar ca s o señale señ aless que su  gerían la idea de un símbolo. Cerró Rollins los ojos con intento de recordar las pinturas del aposento en donde había muerto el enfermo re presentado en la reciente extraña vi sión. Distintamente vió el nombre de  Ra ym on d  en algunas, seguido de una

r—

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 Re ve lac ion es sob re la Ree nca rna ción

marca cuya índole no le era posible dilucidar. ¿Por qué no había puesto mayor atención en aquellas pinturas? ¿Cómo estaban allí? ¿Era el taller de un pintor lo que había visto? ¿Era pintor el enfermo? ¿Sería él, Rollins, aquel Raymond? ¿Sería él mismo? Entonces... Fácilmente cabe suponer la tensión nerviosa, la taquicardia, la agitación, el júbilo que invadió su ánimo al con  ve nc erse er se de que él, Ro llins lli ns , en un a pa  sada encarnación de su alma había si do el pintor Raymond, cuya obra maes tra pendía a la sazón de la pared de su gabinete y cuya autenticidad ha  bían  bí an él y otro ot ross inda in da gado ga do en van o. He aquí por qué gustaba Rollins tanto de las escenas de la Naturaleza, mientras que no le llamaba la aten ción ningún otro solaz ultraurbano.

 Re su rre cc ión

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He aquí por qué era aficionadísimo a las pinturas de paisaje. Había traído a la presente vida los gustos, aficiones, tendencias, normas e ideales de pasa das experiencias. En todo esto veía un asunto de hondo estudio. ¿Podía haber una he rencia de la mente como la había de la sangre?  ¿Es el hombre de hoy fí sicamente el resultado de la sangre de sus antepasados y mentalmente el re sultado de su propia evolución? ¿Es el cuerpo una vestidura material ela  bo ra da con co n la com bin aci ón de va ri as substancias, mientras que el alma es una emanación de la esencia de Dios? Casi inconscientemente puso de nuevo Rollins la pintura en su lugar, sumido en la maravilla del abstracto problema que absorbía su mente, y di rigiéndose a la estantería, tomó un li-

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 Re vel aci on es sob re la Reen carn ació n

 bro cuyo cu yo títul tít uloo e r a :  L a herenci her enci a y sus leyes.

 Vol  V ol viós vi ós e a senta se nta r y ho jeó el libr o página tras página, buscando en los epígrafes de los capítulos alguna fra se, algo que le diese luz sobre esta nueva idea del renacimiento del alma. Pero quedó desalentado. Quiso enton ces consultar, casi desesperado, la En ciclopedia, cuando la campana del ves tíbulo anunció que el almuerzo estaba servido. Era día festivo, y la cortesía le obli gaba a no dejar sola a su madre en la mesa. Seguramente, después de lo que había pasado, su madre y él se gozarían en almorzar juntos. En con secuencia, Rollins se encaminó al co medor, determinado a someter a la con sideración de su madre aquel nuevo problema.

 Re su rre cció n

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 A mitad mi tad del alm uerzo ue rzo se inic ió la plática que prometía prolongar la so  bremes  bre mes a. Rollins empezó diciendo: — Querida ma dre: ¿ Has leído leído u oíste decir algo acerca de la reencar nación del alma? — N o mucho mucho,, William William — respo respon n dió la madre sorprendida de la pre gunta y más todavía de su índole. — Tú sabes que la Biblia nos ofrece va rios casos en que al parecer hubo pro fetas y sabios que renacieron en la tierra; pero presumo que te refieres a las enseñanzas de alguna nueva escue la de filosofía. No las he estudiado ni sé otra cosa sino que hay entre ellas una teoría de la reencarnación como ellos la llaman. — Pero de lo que que has leído leído u oído ¿puedes decirme qué es lo que reen-

carna o renace? Me parece que no ha de ser el cuerpo ni la sangre ni... — Te equivocas equivocas desde desde un principi principio, o,  W illi il liam am , o te has ha s in form fo rm ad o mal ma l en este asunto. De lo poco que he oído decir, infiero que reencarna el alma divina e inmortal. En este principio se funda la doctrina de la reencarna ción, de cuyos pormenores poco puedo decir; pero interrumpí tus considera ciones porque se referían a un asunto que me interesa vivamente. ¿Recuer das que me diste un libro que trataba de la herencia ? En él encontré muchos puntos concernientes concernientes a la eugenesia y 1 la puericultura. Sabes que siempre me I han interesado estas cosas, y creo que ahora puedes relacionar con tu propio f  en el asunto. ¡ nacimiento mi interés en Recuerdo haber leído un libro titula do :  F e li z nac imi ent o, cuya lectura re- )

 vi v ió en mí las tri stes st es cir cu ns tan cia s de tu venida al mundo y algunas pa sadas" vicisitudes de mi vida. En cam  bio me sat isfici isf iciero ero n muc hos de los principios expuestos, y desde entonces dediqué a este asunto mis horas de es tudio, y mis ratos de ocio a cooperar con la Junta de Higiene Pública de esta ciudad. ¿No sabes que se ha com probado que la sangre también reen carna esencialmente de generación en generación, como dicen que reencar na el alma? Te interrumpí cuando su pusiste que no reencarnan el cuerpo ni la sangre, y estoy segura de que te equivocabas. — Esto es interesant interesantísi ísimo mo y quie ro saber algo más sobre ello. Me pa rece, madre, que desde hace veinticua tro horas estoy en un nuevo mundo. Descuidé lastimosamente mis lectu-

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 Re vel aci one s sobr e la Ree nca rna ción 1

ras y me enfrasqué en el mundo de los negocios, desdeñando el superior mundo de la ciencia y mejor aún de la filosofía; porque no creo que la fría ciencia positiva preste la menor aten ción a los principios de que me ha  bla s y que tan vi vo in terés ter és han des  pertado en mí respecto de cuanto se refiere al alma. Ahí tienes; los nego ciantes se habitúan a creer que en el universo todo se condensa en el ne gocio, y dividen a las gentes en dos clases: negociantes y clientes o pro ductores y consumidores. Todo hom  bre es pa ra ellos ello s una un a posibi pos ibi lida d en dólares y centavos y nada más; y toda mujer, una madre, una esposa, una hermana, una novia o una amante sin aptitud ni competencia para intervenir en los negocios de alto vuelo y am plia envergadura. La superficie de la

 Re su rre cci ón

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tierra está para ellos cubierta de po zos de petróleo, minas de carbón y de metales, bosques de maderamen, lí neas férreas y de navegación. El sol  br ill a pa ra ayud ay ud ar a los vi ajan aj an tes te s y  representantes a que menudeen sus vi sitas comerciales, y cae la lluvia para favorecer las cosechas y evitar pér didas en los mercados. Un día es la sexta parte de la semana comercial y  el tiempo está regido por los relojes, las listas del coste de la producción y  del pago de jornales. El domingo es el día destinado a los libros y hacer  vi si ta s de am ista d cua ndo no es posib le encontrar a los negociantes. Los tea tros, cines, cafés y lugares de recreo les sirven a los negociantes para atra par clientes. Las iglesias alivian el dis gusto de las clases trabajadoras infun diéndoles el gozo en las cosas espiri

tuales cuando no pueden disfrutar de las cosas materiales, y les prometen la felicidad eterna en el cielo si se resig nan a no poseer nada en la tierra. El matrimonio es una locura sentimental en los jóvenes y un negocio en los viejos. Los niños son un gran elemento de consumo comercial en seguros de vida, ropas, libros y ju guetes. La vida es un puente de posibilida des tendido entre las locuras de la  juve  ju ve nt ud y las imb ecilida ecil ida des de la ve   jez.  je z. E l am or tamb ta mb ién fa vo re ce el ne gocio por el consumo de relojes, sor tijas, alhajas, vestidos, objetos de es critorio, libros, confitería y mil otras cosas que no se venderían a no ser por los noviazgos y las bodas. La muerte es una estafadora o una fácil salida según las circunstancias de cada

cual. El hogar es la partida más im portante de un negocio y las madres una necesidad y una segura ayuda en las circunstancias críticas. ” E1 pasado pasado pertenece pertenece a los fracaso s, el presente a los éxitos y el futuro a los soñadores. Un periódico es un múl tiple agente comercial en sus anuncios  y un a cr ón ica ic a ch ism og rá fic a de las co co  midillas sociales. sociales. Y a sabes que que muchos muchos de mis colegas y vo m ismo hemos hemos mira do la vida de este modo. Te sorprende lo que te digo; y sin embargo, muchas  vec es ha bía s notad no tad o que de este est e modo miraba yo todas las cosas. Pero ahora  ve o que ha y algo al go mucho mu cho más int ere er e sante que el problema de producir y   ve nd er , de fa br icac ic ac ió n y comer co mer cio , de coste y venta, de pérdidas y ganancias.  A ca so he cr uz ad o ya el puen te ten dido entre las locuras de la juventud y las

imbecilidades de la vejez. Quizá estoy  en el borde del último trecho de mi vi da. Pe,ro lo cierto es que hoy siento más vivo entusiasmo que nunca por el pasado y el porvenir. ” Los hombres somos somos muy persona listas. El negociante sólo piensa en sí mismo; pero ahora noto que yo y otros nos hemos estado defraudando a nos otros mismos al desdeñar ciertos he chos de la vida con el intento de colo car en nuestro plexo solar el centro del universo. ” La mayoría de los los negociant negociantes es am  bic ion an po de río; rí o; pero per o no sabe n que la pura fuente del poder es el conocimien to de nuestra verdadera naturaleza y  de sus posibilidades. Todo aristócrata se engríe de su ascendencia y de las proezas de sus antepasados y confía en dominar a las gentes; pero no echa

de ver el más firme apoyo, el más se guro fundamento, al desdeñar el abo lengo de la mente que lo gobierna y no es suya a pesar de ser suya. ” Todo s los que intervienen en los proceres negocios del mundo procuran estar bien informados respecto de las leyes civiles para aprovecharlas en sus operaciones, y por medio de sus abo gados a sueldo, se valen de todo cuan to a su favor encuentran en los códi gos y tribunales de comercio. También subvencionan a peritos e ingenieros pa ra que en sus experimentos descubran algo que tenga aplicación industrial con incremento de los negocios. Acechan cuantas ocasiones se les deparan de ser poderosos, dominadores, influyentes y  opulentos; pero desconocen las leyes de la Naturaleza y sus medios de ac tuación. Ahora reconozco mi graVe

error. Cambiaré de conducta, antes de que sea demasiado tarde. Adquiriré mayor poderío al saber que ni las leyes de los hombres ni las quiebras  ba nc ar ia s ni el fr ac as o en los nego ne gocio cio s ni las cotizaciones del mercado son capaces de alterarme. Tal es mi volun tad; y por tanto, quiero indagar algo más sobre la reencarnación de la sangre. La madre repuso tímidamente: — Temo que emplees emplees un término que la ciencia no aceptaría, porque la ciencia considera este asunto bajo un aspecto que me sería difícil explicar. Pero la ciencia rechaza la palabra re encarnación, y la substituye con la frase: continuidad del plasmogermen. ” Sabes que durante muchos años, años, algunas modalidades de enajenación mental, como por ejemplo la demencia

precoz, se ha atribuido a la herencia de ciertas taras. De la propia suerte se han atribuido también a la herencia los hábitos físicos y mentales, las pro pensiones y aptitudes, y se las ha lla mado características heredadas. Has ta hace algunos años se consideraba la herencia como una teoría de que los  biól  bi ólog og os se bu rl ab an ; pe ro las rec ien  tes experiencias y observaciones han demostrado la verdad de los princi pios desde tanto tiempo expuestos y  que también lo son otros de los cuales no se tenía la menor idea. ” E1 hombre en su aspect aspectoo de orga nismo animal es el resultado de la he rencia. Todos los rasgos de su carác ter mental y físico tienen por causa la herencia o el influjo del ambiente y  la educación. Cada individuo es la su ma total de su línea directa de aseen-

dencia y además un sumando de la si guiente generación. ” Se cre yó un tiempo que el el plasmoplasmogermen del padre y el de la madre eran peculiares de cada uno de ellos  y que sólo conte co nte nía n sus in div idu ale s características; pero ahora se sabe que los plasmogérmenes constituyentes del embrión no sólo contienen las ca racterísticas del padre y de la madre sino también las de varias generacionos de antepasados. Repuso Rollins: — Dices que los plasmogérmen plasmogérmenes es constituyentes del embrión no son pe culiares del organismo de los padres, es decir, que el plasmogermen es un elemento que mantiene y transmite su esencia de generación en generación. ¿No es eso? La madre replicó:

— Precisamente es así, así, y a esto esto se le llama continuidad del plasmogermen. El plasmogermen contiene los elementos del carácter y de la especie,  y se tra ns m ite de ge ne ra ción ci ón en ge ne  ración, dando de sí los elementos ne cesarios para reproducir su natura leza y características sin que jamás se pierda en el proceso de transmisión. Cada individuo añade al plasmoger men sus adquiridas características, de modo que en cada generación es el germen la suma de todo cuanto le pre cedió. Así se demostró evidentemente por medio de diagramas en la última sesión mensual de la Comisión de Hi giene. Un profesor nos ha ido dando una serie de conferencias sobre la he rencia, y ahora comprendemos el sen tido esotérico del texto bíblico que di ce: “ visito la maldad maldad de los los padres so

 br e los hijo hi jos, s, sobr so bree los terc te rcer eros os y los cuartos, a los que me aborrecen, y  hago misericordia en los que me aman.” ” Cada célula de de materia viviente viviente utilizada en el proceso de fecundación  y de senv se nvolv olv im ien to del em bri ón, se va dividiendo sucesivamente hasta que la célula final femenina llamada óvulo,  y la cé lula lul a final ma scul sc ulin inaa llama lla ma da es permatozoo están compuestas de cier tas porciones del original plasmogermen. En el núcleo de la célula están los elementos hereditarios llamados cromosomos, que de conformidad con una definida ley se asientan en cada célula según su especie, naturaleza y  condición. Lo permanente de la célu la influye en la índole del embrión y  más todavía en las modificaciones que acumula cada generación.”

Dijo Rollins tras un momento de reflexión: — ¿ Significa esto que en mi sangre, en mis huesos, en mi carne hay algo de la sangre, carne y huesos de mis remotos antepasados? La madre respondió: — S í; en línea línea direct directa. a. P ero ade ade más, tus hermanos, primos y todos los individuos de tu familia en esta gene ración tenéis los mismos elementos más las modificaciones resultantes del matrimonio en las precedentes gene raciones. En tu cuerpo, William, en las células que se reproducirán para fecundar el óvulo, hay cromatina o esencia de los cromosomos, y la cro matina en las células de tu cuerpo es esencialmente idéntica a la cromatina que existió en las células de tus más remotos antepasados.

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 Re ve lac ion es sob re la Ree nca rna ción

Repuso Rollins: — Entonces esto significa significa que en  ve z de cr ea r cada ca da gene ge ne raci ra ción ón nue vos cromosomos, se duplican y continúan multiplicándose, de modo que se perpe túan en el transcurso de las genera ciones. ¿No es así? La madre respondió: — As í es precis precisament amente. e. Sin em bar go, al dividirse los cromosomos no me noscaban su característica naturaleza esencial. En cada generación se divi den varias veces, pero cada división se transforma en un pleno cromosomo que mantiene su peculiar naturaleza para fecundar un óvulo en cuyo in terior reproduce su naturaleza. Esto es lo que recientemente ha descubier to y comprobado la ciencia. "Recuerda que estos cromosomos de las células, a pesar de su microscópico

 Re su rre cci ón

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tamaño, contienen los elementos de cada una de las células constituyentes de un organismo adulto, mas las ca racterísticas de la especie, del aspec to exterior, aire de familia, las ten dencias, facultades intelectuales, y to do cuanto constituye la personalidad. Lo que orgánicamente te hace igual a los demás hombres y un vástago de determinada estirpe, está contenido en los cromosomos de cada una de los cen tenares de células que intervienen en las funciones fisiológicas de la repro ducción de la especie. Repuso Rollins: — ¡Es to es es admirab admirable, le, ma dre! Po r que resulta que mi sangre, mis hue sos, mis nervios, mi carne, todos los órganos de mi cuerpo, incluso el ce rebro y las células de mis cabellos, to do ha renacido de mis antepasados.

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 Re ve lac ion es sob re la Re enc arn ació n

 Y o no soy so y yo, yo , sino sin o la sín tes is de mis antepasados. No murieron porque han renacido en mí. Desecharon las células muertas mientras que otras células de su cuerpo se perpetuaron y   vi ve n ahor ah oraa en mí. Replicó la madre: •— Au nqu e parezca hiperbólico y al tisonante, puedes decir con toda se guridad que tú eres lo que ellos  fu e r o n , con más lo que has adquirido por influencia del ambiente y de la edu cación. Repuso Repuso R ollins: — Si todo esto es verdad, y no pue pue do dudar de ello si la ciencia ha des cubierto la ley, yo soy una entidad dual, porque el cuerpo es de la estirpe de los Rollins, mientras que el alma  y la me nte es la de Raym Ra ym on d, y pos i  bleme  ble mente nte de otros. otr os.

 Re su rre cci ón

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— ¿ Qué estás diciendo ? — •exclamó la madre sorprendida. — No te lo puedo puedo explicar ahora. Necesito más tiempo para reflexionar sobre ello. Una clara luz me ilumina  y me par ec e que se me reve re ve la el plan del universo como pocos pueden ima ginar. Quiero saber más; pero ¿cómo? La madre respondió: — No puedo puedo acompañarte acompañarte en tus extraños pensamientos, William. Me satisface lo que el profesor nos ense ñó. No somos ni más ni menos de lo que nuestros padres nos hicieron, más el ambiente en que nos criaron y la educación que recibimos. — No, no, no, madre madre — repuso repuso viva mente R ollins. — ■Es tás equivocada. Todo cuanto has dicho podrá ser ver dad y no lo niego. N o puede puede ser de de otra manera. Claramente lo veo. Pero

todo cuanto has dicho y la ciencia ha descubierto se refiere al aspecto físico  y terre te rre no del hom bre, bre , a su parte pa rte m a terial. Además, hemos de tener en cuenta el alma con sus facultades, la interna individualidad, que no puede transferirse por medios físicoquímicos, y en esto se enfoca ahora todo mi interés. Perdóname, madre. He de vol  ve r a mi gabi ga bine ne te de estud est udio io pa ra te r minar mis modestas investigaciones. Mañana hay que reanudar la vida de los negocios y la reanudaré con muy  distinta disposición de ánimo. Esta tierra, este mundo es ahora mi morada  y los hom bre s son todo s mis seme se me jan  tes, mis hermanos. Los trataré como tales, incluso al más humilde de mis empleados. He de llevar a cabo una obra; he de dar un mensaje al frío mundo de los negocios. Acaso encon

tré mi misión, la Luz de que he de ser antorcha. Se fué Rollins a su estudio, inter namente movido por el gradual reco nocimiento del toque de la divina ins piración. Ya no era William Howard Rollins, el negociante, sino una Luz en la tierra, una alma encarnada, una emanación de la Divinidad con una misión terrena. Su madre le observó al marcharse  y com pre ndi ó que se hab ía conv co nvert ert ido en otro hombre, y le miró con reve rencia, como si al salir del comedor y  cruzar el vestíbulo, se hubiera trans figurado en el Maestro Jesús que aca  bar  b ar a de com co m pa rti r con ella ell a el pan y  retornase a su obra. Allí estaba la pre sencia de Dios. Ella la sentía y cono cía. Pero ¿cómo? ¿Cómo había de manifestarse Dios por medio de un

hombre que jamás mostrara el menor interés por la iglesia ni por la Biblia ni por Dios ? Un milagro se había ope rado desde ayer. Hoy era su cumple años, y algo más, porque podía consi derarse como el día de su renacimiento5 el día día del despertar, despertar, el santo día de la iluminación, de la resurrección.

Ca pí p ít u l o  V I I EL

UM BRAL

Restituido a su estudio, apartó Ro llins con despectiva sonrisa el tratado sobre la herencia, que si un tiempo fué la última palabra de la biología, estaba  ya  y a anticu an ticu ado ad o en vist vi st a de los recient reci entes es descubrimientos, y se puso a meditar sobre los rápidos cambios que se ope raban en los principios científicos y es pecialmente en el conocimiento de la naturaleza y del hombre. Se decía en mudo soliloquio: “ Verdaderam ente, poco de lo que uno conoce es de índole definitiva e inmutable. ¡Todo cambia! ¡Todo se

;!»

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1(>S

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 Re ve lac ion es sob re la Ree nca rna ción

muda! ¡También el conocimiento! El filósofo filósofo griego que que dijo que “ la mate mate ria está en incesante devenir ” estaba en lo cierto, y esta verdad puede apli carse asimismo a nuestros conocimien tos. La materia está siempre cambian do, llega a ser algo, pero este algo no lo es realmente durante mucho tiempo. También el conocimiento va siendo cada vez más seguro, se acerca más a la verdad, y las teorías de ayer pueden ser falacias mañana, mientras que las quimeras de hoy quizás sean realida des en el porvenir.” La idea de ayer suscitó por asocia ción el pensamiento en el Dietario, cuyo análisis no había completado, y  al día siguiente comenzaba el nuevo año económico con relación a los ne gocios. Por lo tanto, debía terminar la revisión de los ayeres.

------ E l umbral 

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Cerró la estantería, y tomando nue  vam  va m en te el D ie ta rio, ri o, sen tóse tós e en la pol pol  trona, acomodó la lámpara, y dando un suspiro, se puso en cómoda actitud para pensar. ¡ Qué libro aquel D ieta rio! ¿Estaba acaso vivo? ¿Había en tre sus páginas gentes, lugares, con diciones, todo ello animado por vi  br an te vi da ? ¿N o sen tía Ro lli ns una un a pulsátil esencia que le impulsaba des de las cubiertas del Dietario, desde los cantos de las hojas? Le temblaba el  br az o por po r las pulsa pu lsacio cio nes ne s que el D ie  tario transmitía a la mano. Más de un año de vida y acción estaba repre sentado en las anotaciones del Dieta rio. Tal vez millares y aun millones de años estaban registrados en sus ho  ja s. N o er a un lib ro. E ra la clave del pasado. De nuevo pensó en las escenas que

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 Revela cione s sobre la Reencarnación

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había presenciado y deseaba que se re produjeran o que apareciesen otras, otros ayeres. El deseo suscitó una co rriente de hormigueo en todo su cuer po. Cerró los ojos, relajó los miembros  y en tró tr ó en éx tasi ta sis. s. E l deseo dese o er a un mandato como si hubiera resonado un enorme batintín cuyas sonoras vi  br aci on es sintiese y  oyese en los aires. ¿Era aquello mismo lo que le ocurría a Aladino cuando frotaba la misterio sa lámpara? ¿Había algo psicológico en aquel sincero deseo realizado en el oportuno momento? Rollins se con fundía en el misterio de aquella repen tina experiencia. Es un axioma psicológico que la autosugestión puede visualizar expectativamente el resultado de un deseo o de un propósito, y afirma además la psicología que dicha expectación es

requisito indispensable para la reali zac ión . Sin embargo, la verdad es que sin autosugestión no habría anticipa ción. Y la autosugestión proviene de la firme fe, de la fundada esperanza en la realización del propósito. Sin esta fe, esta esperanza, esta creencia, por débil que sea, no es posible la autosu gestión. La circunstancia de que la autosu gestión inconsciente produzca resulta dos sin previa expectación, no altera la virtualidad del principio expuesto, pues en tales casos se ha demostrado que la autosugestión inconsciente dió por resultado la realización del deseo, a pesar de que antes de la autosuges tión temía el individuo la realización, o sea lo contrario de la expectación. Por lo tanto, existe esencialmente el mismo requisito.

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La psicología de la oración revela la  vige  vi ge nc ia actu ac tuan ante te de cie rtas rt as leye s y de ciertas condiciones psicomentales. Por lo tanto, la oración no es un mero acto religioso, sino la concreta manifesta ción de un subconsciente proceso men tal, la deliberada expresión de uñ de seo interno. En todo interno deseo, en todo sincero anhelo, en toda persis tente esperanza, en toda noble aspira ción está la esencia de la súplica, el ruego o la plegaria. La oración propiamente dicha es la que se dirige a Dios, y entonces se acrecienta la fe, la esperanza y la seguridad en el poder de la fe y la es peranza porque ¿quién oraría a Dios si no creyese que Dios le ha de escu char y responder? ¿Qué decir de la realización de las oraciones? ¿Son más bien que reali

dades de la mente una condición del alma? Oramos por la pronta curación de un enfermo. Si recobra la sa lud nos regocijamos. Se lo pedimos a Dios, y nuestra fe nos mueve a creer que el enfermo ha recobrado la salud por virtud de nuestras oraciones, como si Dios hubiese obrado un nuevo mi lagro. Con reverente humildad cree mos en la intervención de Dios, y en esta fe, en esta creencia, en esta pura realización mental nos sentimos dicho sos y confiamos firmemente en la efi cacia de la oración. Pero si la oración no da el apete cido resultado, si el enfermo muere, apaciguamos el ánimo y excusamos el desengaño diciendo que Dios sabe me  jo r que nosot no sot ros lo que a cada ca da cua l conviene, y no perdemos nuestra fe en la eficacia de la oración. En ambos ca

sos, los resultados de la oración son para cada individuo una psicopática condición mental. Desde luego que la metafísica y el misticismo atribuyen otras virtudes a la oración, pues nos enseñan que el esencial elemento de la oración a Dios es un sincero deseo, una acariciada esperanza, un puro pensamiento, con todos los requisitos de bondad y al truismo; y que en el proceso de la oración, en la debida actitud de orar, armonizamos la mente con la infinita Mente cósmica de Dios que en todas partes está por esencia, presencia y  potencia, y todo lo penetra. Sea la oración mental o hablada, formulamos el deseo en una frase de finida, visualizamos los apetecidos re sultados, y después dejamos el deseo en manos de lo Cósmico donde natu-

raímente vibra con las constructoras fuerzas del amor y la bondad del plan divino, de suerte que el místico poder del pensamiento produce los resulta dos. Esto no elimina la intervención de Dios, pero la reduce de directa a indirecta, de particular a impersonal, de específica o particular a general. Esta filosofía es la base de muy admi rables enseñanzas y revela leyes y  principios apenas conocidos por el hombre. Mas Rollins estaba seguro de que el deseo, definida y oralmente expre sado, producía inmediato efecto, y su deseo era que el Dietario le revelase otro ayer. ¿No había motivo de ex pectación? ¿No era la fe en el Dieta rio garantía bastante para que el pa sado mostrara una nueva escena de actividad?



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Minutos u horas pueden haber transcurrido con el Dietario en manos de Rollins. Había perdido la noción del tiempo. Pero vigilaba con concen trado interés una voluminosa aura de luz que lentamente se desarrollaba en un ángulo del gabinete. No se daba cuenta de si tenía abiertos o cerrados los ojos ni le importaba indagarlo. Lo que veía era tan real para sus sentidos como cualquier cosa que pudiera per cibir por la impresión de un objeto en la retina para transmitirla por medio del cerebro a la conciencia vigílica. Por lo tanto ¿qué diferencia había en tre ver objetivamente objetivamente o de otramaotra mañera r El aura tomó un color de púrpura en la perife ria y gris neutro en elcen elcen

¡ ¡ ¡

tro, que se fué obscureciendo hasta que varios colores salpicaron el espa cio como las tintas del primer plano de una pintura. Poco a poco tomaron for ma y constituyeron una vivida escena a la que se transportó espectralmente la conciencia de Rollins por medio de una neblina luminosa que rodeaba fríamente su cuerpo, y a poco notó Ro llins que no veía con los ojos de su cuerpo, sino con los de su extasiada conciencia, pues formaba parte de la escena de que era a la par actor y es pectador. Desde la escena miraba su cuerpo sentado en la poltrona, y lo veía como si estuviese pintado en un cuadro, mientras que su nuevo ambiente en la extraña escena era para él positiva mente real. Tan extraña condición incitaba al

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análisis; pero algo le impelía a no pen sar más en ella y enfocar su pensa miento en el punto en donde estaba y  lo que allí había de hacer. Miró en de rredor. Estaba en un espacioso apo sento, que había empezado a formarse como una nebulosa pintura y conclui do por tener vida. Era un aposento mucho más extraño de cuantos hasta entonces había visto. El techo, cruzado de pesadas vigas de madera, se levan taba hasta unos diez y ocho metros de altura sobre el suelo. Las paredes eran de mampostería, con sillares simétri camente colocados, pero no unidos con cemento. Las tres ventanas que en las paredes se abrían estaban arqueadas en la parte superior y tenían barrotes de hierro y gruesas rejas de alambre en vez de vidrieras. Opuestamente a las tres ventanas había una chimenea

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con el hogar descomunalmente ancho y  hondo en el que ardían gruesos tron cos de leña, resguardados por extra ños hierros y morillos. En el centro de la estancia se veía una mesa esculpida que denotaba ex quisita y hábil labor, pero con la ma dera descolorida y sin barnizar. Me día unos seis metros de largo y 120 centímetros de ancho. En varias par tes había sillas de alto respaldo, escul pidas y labradas por el estilo de la mesa; y en un extremo una grande alacena con un aparador en que re posaban voluminosas piezas de plata. En la alacena platos de plata y oro y  unas cuantas piezas de loza y porce lana. En la pared opuesta a esta especie de aparador se abría una soberbia puerta de entrada con marco macizo

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 Rev ela cio nes sob re la Reen car naci ón

 y ma ravil ra villos los am ente en te esculpido escul pido , y en el centro de su remate un escudo con dos empresas heráldicas esculpidas. La puerta sugería la idea de entrada a una catedral, y sus dos hojas eran de hierro ornamentado, aunque herrum  bro so. Es ta ba n cerr ce rrad ad as las dos ho jas de la puerta, y Rollins no podía ver más allá del aposento en que se ha llaba. Las más señaladas características de aquella estancia eran las diversas panoplias adosadas a las paredes, con lanzas y escudos, y la magnífica al fombra oriental que cubría casi todo el tosco pavimento.  A ju zg a r de las va ri as señales seña les y  símbolos que se veían en los escudos, representaban muchas estirpes, y aun que la mayor parte de las armas y ar maduras eran extrañas y antiguas, da-

 E l umb ral 

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 ban  ba n manifie man ifie stos sto s indicio ind icio s de no haber ha ber estado siempre ociosas. El aposento estaba tranquilo y có modamente atemperado, tínicamente el ocasional chisporroteo de los leños en la chimenea quebraba el silencio de aquella estancia, semejante al de una tumba. Rollins decidió investigar y dirigió se hacia la puerta. Sus pies le pesaban mucho más de lo natural, mientras que el cuerpo se movía ligeramente como si no pesara. Se miró los pies y vió que calzaban pesadas botas de cuero con piezas de metal o conteras en las puntas. Cuando los tacones tocaban en la parte desnuda del pavimento sona  ban met álic ame nte . Se miró mi ró el ves tido tid o  y vió vi ó que era er a como el de los perso pe rso najes na jes escénicos de los dramas de Shakespea re: calzón corto de recia tela; casaca

de tela más ligera y muy ajustada al talle; una camisa sin cuello, de color azul pálido, y una faja de terciopelo rojo obscuro alrededor del abdomen. Sorprendido Rollins de su aspecto, no sabía a qué atribuirlo, porque la razón se negaba a admitir que fuese aquel traje inútil y de no inmediata necesidad. Junto a la puerta pendía una pesa da cuerda de seda, cuya situación e índole indicaban su uso, por lo que Rollins, con el aire más natural del mundo, adelantóse y tirando por dos  veces  ve ces de la cuerd cu erd a, esperó. esp eró. O y ó un tin  tineo metálico junto a la puerta cuyas dos hojas se abrieron lentamente, y  apareció ante él, dando la espalda al negrísimo fondo de un obscuro corre dor, un hombre alto y fornido en traje talar ceñido a la cintura por un cor

dón. Se inclinó el hombre cortésmente  y di jo en vo z ba ja con pu ro ace nto francés, que Rollins tradujo inmedia tamente : — ¿ Q ué ué desea mi señor señor?? Y ... per per dón, el beneficio que me concedió la generosidad de mi señor... yo espe ro... yo ruego... que todos vuestros deseos se colmen... este día. La sorpresa de Rollins no fué tan grande como debió serlo la del criado al atreverse a hablar de aquel modo, porque Rollins no podía menos de creer que aquel extraño incidente era una parte de su vida, un incidente nue  vo , pero pe ro fam fa m ili ar , ine spe rado, rad o, y sin embargo, presentido. Muchas pregun tas acudieron a la mente de Rollins; pero algo le decía que no era necesa rio formularlas, pues bien podría res ponderlas mentalmente.

Sin embargo, como había llamado al sirviente, algo era preciso decirle. ¿Le hablaría en francés? No se atre  vi ó a intent int ent arl o, porque po rque pen sab a en in glés o más bien en norteamericano. Quizá le entendería el criado por ges tos. Pero ¿cómo expresar el pensa miento por gestos? ¡Ah! Pediría por señas su sombrero. Sin embargo, an tes de que Rollins pudiera dominarse, exclamó con poderosa energía: — ¡ Quiero mi sombrero! Su mente había concebido la idea  y al ins tan te se pla smó en pa lab ras ra s del idioma francés, sin que Rollins se sorprendiera de hablar correctamente en este idioma, aunque apenas lo cono cía en conciencia vigílica. El criado pareció comprender lo que se le decía; pero respondió en tono zumbón:

— Oc, le causia. Rollins movió la cabeza en ademán afirmativo antes de comprender el sig nificado de aquella respuesta; pero muy luego intuyó que causia era un sombrero de forma especial, y que oc significaba el oui  del francés moderno que Rollins había aprendido en el co legio, y que oc correspondía al idioma popular de la antigua provincia del Sur de Francia llamada Langüedoc.  A s í es que la res pu est a del criad cr iad o le pareció entonces completamente natu ral a Rollins. No tardó en volver el criado tra  yen do un gr an som bre ro de fieltro fielt ro de ancha ala ligeramente levantada, con una corona, y una pluma sujeta con un cordelito en la parte posterior de la corona. : S in in m os os tr a r so rp rp re re sa po po r la la fo fo rm rm a

del sombrero, se lo puso Rollins y en caminóse hacia el vestíbulo como si quisiera dirigirse a alguna parte y sa lir del edificio para cohonestar la peti ción del sombrero. El criado le precedió por el corre dor, y torciendo hacia la izquierda, tiró de otra cuerda que hizo sonar tina campana, y descalzando unos pesados travesaños de bronce abrió con mucho esfuerzo las dos hojas de una puerta de bronce macizo. La luz del sol ilu minó a borbotones el hasta entonces tenebroso corredor que daba a una especie de galería de mármol. Las puertas se cerraron lentamente tras Rollins.  A n te sus su s oj os se ex ten día dí a el má s extraño, ameno y seductor paisaje que hasta entonces viera. Semejaba un país de hadas. El intenso azul del cielo.

con alguna que otra nubecilla gris; los vivos matices del verde, más varia dos que los de América; las distantes colinas coronadas por fortalezas o por castillos; los serpentinos senderos que parecían cintas de plata, blancas como pura nieve, bordeados de árboles cuyas copas mecidas por el viento semejaban árboles de Navidad; la espléndida luz del sol; el vigorizador ambiente; el suave y deleitoso aroma de plantas y  flores; todo mantenía extático a Ro llins, quien sólo pensaba en cuán ad mirable paisaje hubiera trasladado al lienzo si fuese pintor. ¡Si supiera pin tar ! Este pensamiento pensamiento cru zó por su mente; pero al punto intuyó la res puesta que decía: no sabes pintar. Dando un pesaroso suspiro, bajó por la ancha escalera que conducía al contiguo jardín donde en arriates hun-

didos entre empedrados senderos os tentaban su lozanía multitud de flores,  y en el cent ce ntro ro del ja rd ín una herm he rmos osaa fuente de chorros abiertos cuyas aguas pulverizadas por la brisa refrigeraban el rostro de Rollins con delicado rocío. Quiso examinar el edificio y apre ciar sus proporciones e instintiva mente conoció que estaba en la parte trasera, por lo que se encaminó por el anchuroso sendero para inspeccio nar un ángulo del edificio. Echó de ver, sin que tal cosa le interesara, que unas  vent  ve nt an as est aban ab an pr ot egida eg ida s por po r ba  rrotes de hierro, mientras que otras eran tan estrechas como tabucos por donde no podía pasar un cuerpo hu mano. En un lado del edificio había otra puerta cerrada, más pequeña que la por donde había pasado, con maci

zas hojas de hierro. En el ángulo si guiente se alzaba una torre con ven tanas estrechas a varios niveles. Al mirar Rollins hacia las otras alturas del edificio, movido por el interés que le habían despertado las ventanas de aquella torre, notó con sorpresa que el segundo piso del edificio no era tan alto como el piso bajo, y que el alero del techo estaba circuido por una pe queña pared, de la que se destacaban de trecho en trecho los pétreos cuerpos de las gárgolas. Después de dar la vuelta al edificio  ba  b a jó po r el sen der o en pla no lige li ge ra  mente inclinado que daba salida al campo, por cuyo opuesto extremo pa recía extenderse una carretera, la que desde la galería semejaba cinta de pla ta, como si estuviera cubierta de polvo  bla nco .

 A l ac erca er ca rse rs e se go zó en ve r co nfir nf ir mada su presunción, pues la carretera estaba pavimentada con trozos de pie dra caliza que el desgaste iba pulve rizando. Se detuvo Rollins para tomar un pedazo de piedra todavía entera  y no tó que la pod ía qu eb rar con las manos. Siguió andando hasta un puentecito tendido sobre un riachuelo en estiaje. También estaba el puentecito construido con piedras calizas en las cuales había esgrafiados diversos sím  bolos e ini ciale ci ale s que tal ve z traz tr az ar on las manos de los viandantes. Eran aquellas piedras tan blandas, que Rollins hundía en ellas las uñas. ¡Qué admirables piedras, tan blancas  y tan bla nd as! as ! Prosiguiendo su andar llegó al cabo de dos millas a un pequeño edificio de vetusto aspecto ubicado en el cen

tro mismo del entrecruce de cuatro ca minos.  Ace  A ce rc ós e al edif icio, icio , ya en pa rte ruinoso, y vió que en uno de sus lados había como unos quince caballos con  jaec  ja ec es an tig uos. uo s. E n el in terio te rio r del edi ed i ficio resonaban cantos cuya rítmica entonación y pausadas cadencias a que respondía su alma, denotaban que era algún canto sagrado de cierto número de voces. Se acercó Rollins a la puerta  y sub ien do el único ún ico peld año que la bo r deaba se halló en el umbral de un tem plo desconocido, y aunque le pareciese extraño, no dejaba de serle familiar  y se vi ó impelido a entrar. Una vez dentro, notó que no tenía ni nunca había tenido techumbre aquel  ve tust tu stoo edificio. edif icio. E r a un temp lo de es tilo romano al aire libre, con cuatro paredes a que estaban adosados otros

h tantos altares erigidos sobre una baja tarima. Delante de cada altar ardía un fuego y enfrente del fuego dos filas de toscos bancos de madera en los que estaban sentados hombres y mujeres cantando cabizbajos aquel canto con movedor del ánimo. Las paredes eran de piedra, deco radas con símbolos que a Rollins le parecían familiares, pero sin nombre. Detrás de todos los altares, menos uno, estaba un hombre vestido con un traje análogo al suyo, pero sin el sombrer br ero> o>, quienes parecían dirigir el can to, mientras que de cuando en cuando, una doncella de tierna edad, vestida de ondulante túnica blanca, pasaba de uno a otro altar y echaba en el fuego con unas pinzas pedazos de carbón ve getal que tomaba de una gran vasija cuya descripción hizo la interna voz

que Rollins no pudo oír y se quedó sin saber si aquella vasija era de la tón, de bronce o de oro, aunque estaba hecha a forja y primorosamente de corada. La entrada de Rollins en el templo no sorprendió a ninguno de los allí presentes, e impelido por su interna conciencia, fue lentamente a colocarse detrás del altar vacante, y quitándose el sombrero, fijó la vista en los que ocupaban los bancos y empezó a can tar en latín, lengua que en conciencia  vi gí lic li c a de scon sc on ocía: oc ía: “ Deus in adjutorium meum inten intende, de, Domine ad adjuvandum me festina. Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio et nunc et semper et in ssecula sseculorum-Amén A le lu ja .”

Según cantaba, se maravillaba de la hermosura de la cadencia, de la co rrespondiente antífona, de la unísona dicción y la perfecta frase melódica. Escuchaba vivamente interesado su propia voz, y se extrañaba de que tan persistentemente preguntara en su  vida  vi da ordi or dina na ria ri a el cóm o y por po r qué de las cosas, pues mientras el hombre externo gritaba que n o , la interna voz le decía:  pac ienc ia y  calma. Terminado el servicio, todos se le  va ntar nt ar on y fuer fu er on sal iend o poc o a poco del templo, después de saludar al fuego de los altares. Sin deseo de ha  bl ar con los otro ot ross tres tr es hom bres bre s que permanecían detrás de su respectivo altar, bajó Rollins de la tarima y len tamente salió del templo sin que se le acercara ninguno de los otros tres cuando se disponían a marchar.

 Vo  V o lv ió se Ro llins lli ns a la pu erta er ta del gr an edificio, no vió indicio alguno de en trada, y ya se iba a preguntar mental mente la causa, cuando se abrieron las puertas y apareció el criado que le sa ludaba con su acostumbrada cortesía.  A l en trar tr ar en el ves tíbulo tíb ulo , m iró por po r primera vez hacia el fondo y vió que daba a otros aposentos y a una anti gua escalera de piedra. Quiso hacer seña al criado de que le siguiese al aposento de la chimenea, pero le agradó ver que se había anti cipado a sus deseos e iba a abrir la puerta de aquella estancia. De pronto se abrió de par en par,  y en el momen mo mento to en que se disp onía oní a Rollins a cruzar el umbral, creído de que podría estar allí dentro en sole dad, con ocasión de interrogar a su criado, vió que el aposento estaba ocu

pado por una muchedumbre de hom  bre s y mu jer es, visto vis tosam sam ente en te ves tid os, que lanzaban gritos de júbilo y uno tras otro acudían los hombres a estre charle la mano y besarle en ambas me  jilla  ji lla s con ot ra s mu estr es tras as de salu tac ión. ión . Las mujeres le hacían una leve in clinación de cabeza a estilo cortesano  y le decía de cía n en fr an cé s mu chas ch as fine zas  y le m an ife stab st ab an deseo s que no pod ía realizar.  Ac er có se a la mesa me sa centr ce ntr al y vió que estaba cubierta de blancos mante les de lino, bordados de satén, con  va ji lla ll a de oro or o y plat pl ataa com o pa ra un  ban quete, que te, y abund ab und antes an tes fr ut as y flores flo res  ju nt o a ca da plato. plat o. Gr an des de s cop as de plata había de trecho en trecho de la mesa, con muchos otros objetos que le parecían a Rollins conocidos aun que ignoraba su nombre.

Casi automáticamente se dirigió a la cabecera de la mesa y colocóse an te un sillón. Los demás se colocaron de pie en torno de la mesa, en acti tud de espera. Rollins hizo ademán de que todos se sentaran y también se sentó él lanzando lanzando un suspiro. No debía detenerse a pensar. Le estaban todos escrutando, en espera de que hiciese algo; pero ¿ qué ? La mente se mostra  ba per ezo sa. V a r ia s vec es intent int ent ó ra  zonar mientras los demás esperaban, pero estaba inhibida la razón. Parecía paralizada su facultad pensante. ¿Por qué no podía pensar en lo que veía? ¿Por qué estaban tantos allí, de él pendientes ? ¿ Qu é debía hacer ? L a respuesta le vino en una pausa, y le  vantá  va ntá ndos nd osee de su asie nto , alz ó los br a zos exclamando con vivo entusiasmo: — ¡ Bienve nidos! Suaviter in modo. modo.

Todos alzaron casi a un tiempo la mano derecha, y con la sorpresa pin tada en su rostro demasiado evidente para que Rollins no la notara, excla maron : — Pa x vobi vobisc scum um..  V o lv ié ro ns e a sent se ntar ar tod os, y enta en ta  bla ron ro n co nver nv er sació sa ció n, m ien tras tr as R ollin ol lin s esperaba el desenlace de la escena. Su estupor mental no le permitía otra cosa que obrar automáticamente según la inspiración recibida. Era actor en un drama desconocido, pero muy far tniliar.

 V a ri o s cr iado ia do s sirv si rv ie ro n a la me sa grandes platos de verdura, y en el momento oportuno trajeron dos cria dos en una fuente de madera un cor pulento cordero asado y humeante por lo caliente, con aderezo de hortalizas  y esp ecias ec ias.. De sp ed ía un olor ol or cillo cil lo ha 

lagador de los sentidos y su aderezo recordaba los festines de los palacios de Babilonia. Colocaron el asado ante el plato de Rollins, y un criado le dió un desgar  bad o cuch cu ch illo de hi er ro o ac ero, er o, de corte agudo, y una especie de trin chante de una sola púa. Rollins trin chó el carnero con más destreza de la que esperaba, y apresuradamente sir  vi ó ha sta st a el últim últ im o plato pl ato que le pr e sentaron los criados. Se le acudió la idea de procurar por hábiles medios que alguno de los criados le informa ra de lo que todo aquello significaba  y  quién era él.  V o lv ió a senta se nta rse pa ra come co mer, r, pues pue s había estado de pie mientras trincha  ba el co rder rd ero, o, y vi ó que el cr iado ia do le servia en el plato carne con verduras.  A l ir a to m ar el cuch cu ch illo y el trin tr in ch an 

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| te los echó de menos, y mirando en rededor observó que todos los comen sales comían con los dedos y que de cuando en cuando se limpiaban los de dos con una servilleta. Rollins hizo lo mismo. Después de una hora de banquete con persistencia casi animálica, escan ciaron los criados vino de unas vasi  ja s de pla ta y porc po rcela ela na en las copas cop as de oro. Con el vino sirvieron frutas  y un paste pa ste l en tro zos . Transcurrida otra hora, cuando el sol bañaba con sus dorados rayos la mesa del festín y teñía el encendido rostro de los comensales, se fueron le  vanta  va nta nd o uno un o tra s otro, otr o, va so de vin o en la temblorosa mano, para brindar con inseguras palabras en honor de Rollins, quien a cada uno hacía ade mán de estimación después del brin

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 E l umbral 

dis, con vivo deseo de aclarar aquel misterio cuanto antes. Los criados trajeron salvillas de plata llenas de agua en que los comen sales se lavaban las grasientas manos,  y des pué s de en ju gárs gá rs elas el as en la se rv i lleta, se la entregaban al criado y se levantaban de la mesa. Muy luego es tuvieron todos en pie y los criados qui taron el servicio. Una ventanilla abier ta en la pared ponía en comunicación aquel refectorio con la cocina, para pa sar cómodamente las viandas. Los criados apartaron a un lado la mesa central, alejándola de la chime nea, y un criado encendió las velas puestas en varios candeleros de plata que otros criados distribuyeron por el aposento y avivaron con nuevos tue ros el fuego de la chimenea. Todo de notaba que se iba a efectuar algo muy 

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 Re vel aci on es sob re la Reen car nació n

importante, pues mucho era el interés con que dirigían los preparativos quie nes daban concretas instrucciones a los criados. Otro criado entró en el aposento e hizo seña a las damas del concurso, de que algo se estaba disponiendo fuera de allí. Ellas sonrieron con mues tras de esperanzada curiosidad y se marcharon por la puerta grande del aposento. Entró después otro criado con una  br azad az ad a de jaul ja ul as , algu al gu na s de las cu a les encerraban una ave de negro plu maje, pico corvo y afiladas garras, mientras que en otras había aves pa recidas a blancos pichones. Los hombres se agruparon en tor no de las jaulas y escogieron algunas de ellas con muestras de vivo entu siasmo, y cada cual denotaba particu-

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 E l umb ral 

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lar predilección por una de las aves negras, y todos las examinaban con la misma detención que a un caballo de raza. Rollins permanecía inmóvil en un rincón del aposento y observaba todos aquellos aparatos como quien estaba familiarizado con ellos por ha  ber los lo s vist vi stoo otra ot rass veces, vec es, pero per o sin com prender su significado ni desentrañar su misterio. Finalmente cerraron todas las puer tas, y una vez asegurados de que las  vent  ve ntan anas as est aban ab an en rej ad as , sol tar on las aves blancas, que eran palomas silvestres, las cuales volaron al techo,  busca  bu sca ndo nd o apoyo ap oyo en las altís al tís im as vi ga s donde se posaron con horrísonos chi llidos casi perdidas en la sombra. En tonces abrieron los hombres las otras  jaul  ja ul as un a po r una, un a, y ma rcar rc aron on a las aves negras en las patas con señales

de identificació identificación. n. A un mismo tiempo todos los hombres soltaron el ave ne gra que en sus manos tenían y volaron rápidamente al techo. Espantosa por lo cruelmente terri  ble fu e la esc ena en a que pre senc se nció ió RoRo llins. Las aves negras hicieron presa en las blancas, en cuyo cuello clavaron el corvo pico sin que les valieran sus gritos e intentos de resistencia. Los hombres aplaudían aquella regia batalla entre cada ave blanca y  cada ave negra, en la que la blanca que daba irremediablemente vencida. Las aves negras con su sangrienta presa en el pico abatieron el vuelo hasta po sarse cada una en las manos del hom  bre  br e que la sol tar a. L as ma nchas nc has de sangre en las blancas plumas seme  jaba  ja ba n ron chas ch as en el esc udo de un ca   baller  bal lero. o.

Rollins no pudo permanecer allí. Fuese porque aquellas gentes estaban  beo das o porque por que tal era er a la costu co stu mb re de la época, no quiso presenciar tan cruel pasatiempo, y movido por la re pugnancia que le inspiraba intentó dar fin a la escena; pero la voz interna le dijo que no debía hacer tal cosa, pues tan sólo era un testigo, que no podía intervenir, aunque se podía ausentar. Entonces creyó que se le deparaba la ocasión de hablar con un criado. Di rigióse rápidamente hacia la puerta, y  en el trayecto pasó ante él una ave negra con su presa blanca cuya san gre le salpicó frente y manos. ¡Oh! sangre inocente. ¡Oh! gritos de angustia. ¡Oh! diversión de crue les corazones. ¡ Licenciosa man ifesta ción de los bajos instintos del hombre! ¡Cuán vergonzosa escena! No quería

aposento contiguo oyó las risas y co mentarios con que las damas se com placían en los crueles hábitos y sed de sangre de los hombres. ¿Era aquello feminidad? ¿No había la mujer ade lantado nada desde entonces? ¿En dónde estaba la tan cacareada cultu ra, dónde el moderno refinamiento? Pero no tardó la respuesta. Aquellos no eran los tiempos modernos. Eran los días...  A l lle ga r a lo alt o de la esc ale ra se precipitó por la primera puerta que encontró abierta. Daba a un dormi torio. La cama era muy alta y pesa da; esta hermosamente endoselada y  se subía a ella con ayuda de un tabu rete de dos peldaños. Cerró Rollins la puerta asegurán dola con el travesaño de hierro, y  disgustadísimo se tendió sobre los col-

nada con ella. Empujó la puerta, ce rrándola tras sí y bajó al vestíbulo.  A ll í oy ó los an gust gu stio ioso soss gr ito it o s y los penetrantes alaridos de alguien a quien torturaban mientras sus verdugos lo escarnecían con burlonas risotadas. Otros gemidos débiles denotaban que algún blanco pecho exhalaba el últi mo suspiro. El último aliento, el grito de la vi da que se escapa, el cuerpo torturado, la h erida sangrante. ¡ El símb olo! ¡Asesinada la paloma paloma de p az ! Y asesi nada por la siniestra crueldad de los hombres. De nuevo oyó Rollins la voz que le decía: — Muchas cosas se sacrifican sacrifican en la cruz  del cuerpo humano. Rollins se precipitó hacia la escale ra. No se veía ningún criado. En un -4

 E l umbral 

chones de pluma sin reparar en sedas ni encajes, y sepultando la cabeza en tre las manos, gimió estremecido, di ciendo : — Dios, santo Dios, ¡qué mundo y  qué tiem pos ! ¿ H an olvid ado los hom  bre s su má s exce ex ce lso don, la ca ba lle ro ro  sidad, que con su poder protege al débil? ¿Es posible que los hombres, después de entonar cánticos a tu bon dad, se entretengan en matar débiles e inocentes seres? Si así es, hazme débil, Dios mío, hazme débil, para que no sea capaz de dañar ni ver que los fuertes da ñan o permiten la destrucción de ni aun la más humilde florecilla de los campos ni el más diminuto animal de Tu mundo. Haizme humilde, hazme  benig  be nig no, no , haz me buen o, pa ra que ame a todos los seres y a todas las cosas,

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 y nu nca nc a sea dema de masiad siad o fu er te pa ra destruir lo que Tú hiciste.” La oración tuvo respuestaj porque mientras oraba sentía que se iba de  bilitan  bil itan do, do , que er a má s sen cillo cil lo de mente y corazón, hasta que como un niño gimiente de fatiga en los brazos de la madre, se volvió de costado y  se durmió.

r  Ilum ina ció n

Capítulo  V I I I ILUMINACIÓN Un extraño sonido metálico desper tó la conciencia de Rollins y poco a poco se fué dando cuenta de que algo pasaba a la puerta del dormitorio. Le  vant  va ntós ósee de la cama ca ma con la men te o fu s cada, y al notar que el dormitorio es taba obscuro, anduvo a tientas hasta encontrar la puerta de hierro. Al acercarse la notó iluminada por una tenue claridad que despedía su cuer po en todas direcciones, y gracias a esta luz pudo levantar la barra de hie rro que mantenía cerrada la puerta.

211

 A l abrir ab rir la, el mismo mis mo cr iad o que le había saludado horas antes, se incli nó reverentemente, y con suave y  amable voz le dijo en francés: — E staba inquieto, mi señor, por por que ya es tarde, has dormido sin luz  y tus huéspe hué spedes des se han ma rch ado ad o sin decirte adiós. Rollins respondió: — Ven acá y siénta siéntate te a mi lad lado, o, porque quiero hacerte algunas pre guntas. Decía esto Rollins en francés, con perfecta facilidad de expresión y tan  v iv a solici sol icitud tud , que sor pre nd ió al cr ia  do, acostumbrado a más breves ór denes. Entró el criado pausadamente y  Rollins cerró la puerta. Encendió el criado dos candelas que estaban en un velador de antigua labra, sobre el

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212

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 Re ve lac ion es sob re la Ree nca rna ción

que pendía una amplia pieza de plata pulimentada que evidentemente servía de espejo. Sentados uno enfrente de otro, en  buta  bu taca cass tapi ta piza zada da s, Ro llins lli ns se detuv de tuvoo  br eve ev e rato ra to antes an tes de habla ha bla r, pensan pen sando do en cómo iniciaría sus preguntas sin que el criado se sorprendiera o entra ra en sospecha. Era de todo punto evidente para el criado y para cuantos habían estado allí, que Rollins no era un extraño. ¿ Creía n acaso que aquella era su casa? L a frase “ mi señor” empleada empleada por el criado sugería que Rollins po día ser el dueño de la casa. Si así fue se ¿cómo iba a formular las pregun tas que dominaban en su mente? De  bía  bí a cont co ntin inua ua r desempe dese mpeñan ñando do el papel pape l de señor de aquel castillo hasta que di plomáticamente lograra obtener la ne-

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cesaría información. información. Y entonce entoncess ¿qué? ¿Podría abandonar aquella mansión? ¿ Cómo había llegado a ella ? De nuevo quiso razonar y otra vez se negó su mente a colocar los hechos en el orden lógico del raciocinio. De nuevo halló en las profundidades de su concien cia la noción vaga, como si recordara un sueño, de que era un norteameri cano veinticentista; pero la idea a la sazón dominante era que estaba allí  en  pro pio lug ar y en su adecuado am su  propio  biente.  bien te. Por lo tanto, había de proceder con diplomacia y buscar algún pretexto para que las preguntas no le chocaran al criado. De pronto se le acudió una idea, y después de reflexionar sobre ella, le pareció conveniente ensayarla,  y le dijo di jo al cria cr iado do : — Ten go algo importan importante te que de-

cirte. cirte. Y a ves que hoy no parezco el el mismo. Me encuentro extraño. Espe ró Rollins a ver qué efecto pro ducían estas palabras en el criado, no tando con satisfacción que le miraba algo burlonamente e hizo ademán de asentimiento. Rollins prosiguió diciendo: — Su frí ayer un acciden accidente, te, y al des des pertar esta mañana, estaba tan tras tornado que no podía darme cuenta de mi situación y hasta dudaba de quién  yo era. era . E stoy st oy segu se gu ro de no en ga ña r me respecto de ciertas cosas; pero ne cesito comprobar los hechos antes de hablar con alguno de mis amigos. Por lo tanto, me dirás ante todo... o me  jo r tod avía av ía,, tra e rec ado de escr es cr ibir ib ir y  anotaremos los hechos. ¡Anda! Las palabras recado de escribir las pronunció Rollins en francés, como

todo cuanto con el criado hablaba, aunque no estaba seguro de lo que significaban sus palabras en los días de la escena. Pero el criado debió en tenderlas, porque se fué a otro apo sento, y al cabo de pocos minutos vol  vi ó tra yend ye nd o una un a es crib cr iban an ía her mo sa mente esculpida, con tintero y sal  va de ra, ra , plu ma de av e y un rol lo de pergamino. El criado se colocó la es cribanía sobre ambos muslos a mane ra de regazo, y acercándose de modo que sus rodillas entrechocaban con las de Rollins, movió la escribanía para que descansara sobre los muslos de ambos. Rollins observó primeramente el ro llo de pergamino que medía unas doce pulgadas en cuadro con arrugas en algunas partes y lustrosa y casi gra sicnta superficie. Lo extendió en el

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!

suelo, y al punto el criado lo alisó, de rramó en la superficie unos polvos  blanco  bla nco s tom ado s de la va si ja de plat a,  y restr re str eg ándo án do los lo s con la palm a de la mano izquierda, quitó a soplos el pol  vo no adher ad her ido a la superf sup erficie icie . He cho ch o esto, tomó la pluma de ave, y la mojó en el tintero, del que salió impregnada de una espesa y negra substancia de aspecto gomoso. El criado entregó la pluma a Ro llins, y sostuvo el pergamino extendi do para que escribiera; pero Rollins al observar el extremo de la pluma preguntó: — ¿Qué es esto que que hay en la pluma ? El criado respondió: — El carbón es muy espeso espeso,, tal como lo requiere el pergamino, y la goma sirve de aglutinante.

 Iluminación

Rollins se dió cuenta de que aquella clase de tinta era diferente de la que él recordaba; pero no quiso insistir en un punto demasiado fútil para tratar lo en aquellas circunstancias, y devol  vie ndo nd o la pluma plu ma al cri ado, ad o, le di jo con imperativa voz: — •Qu iero que escribas las respues respues tas a mis preguntas. Y o te sostendré sostendré el pergamino. Estoy demasiado ner  vios  vi osoo pa ra es cri bir. bi r. Dispuestas así las cosas, comenzó Rollins el interrogatorio y de las res puestas que el criado iba escribiendo, resultó que Rollins era en la época de la escena el vizconde Guillermo de  An  A n du ze , hi jo del con de Ra ym on d, se ñor de Anduze, de Rodex, de Milán y   viz cond co nd e de To losa lo sa , cons co nsej ejer eroo de D e  recho Romano en la Escuela Palatina de Carlomagno.

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 Re ve lac ion es sob re la Ree ncar nac ión

No había conocido el vizconde Gui llermo de Anduze a su madre, aunque sabía que estaba sepultada en la nave izquierda de la catedral de San Sernín de Tolosa. Rollins prosiguió diciéndole al criado: — A hora quiero quiero que anote anotess la fe  cha exacta de mi nacimiento. nacimiento. ¡ Mu y   bi en! en ! A h o ra dim di m e: ¿Q u é hací ha cíaa yo esta es ta mañana en la iglesia o templo de los cuatro caminos? El criado respondió: — Pues qué, señ or; estabais cele  br an do vu es tro aco stu m bra do fe stiv st iv al en este día. día. Y a sabéis que es es el día de la Compitalia, celebrado anualmente en honor de las divinidades de las en crucijadas. Fuisteis en cumplimiento de vuestro deber, como señor de esta  vi lla , a la Compita o capilla de los

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 Ilumina ción

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Lares, las antiguas divinidades roma nas, que está hoy convertida en tem plo de Dios. Hay allí cuatro altares con sus correspondientes fuegos sa grados, que representan las cuatro  vi lla s ale da ña s: un alta al tarr y un fu eg o sagrado por cada castillo y cada ho gar de las cuatro villas. El Señor de cada una dirige el servicio religioso al que asisten los principales vasallos.  A s í es que hoy, ho y, prim pr im ero er o de ene ro, vo s dirigíais el canto en representación de vuestros vasallos como los otros tres Señores lo dirigían en represen tación de los suyos. Durante muchos años vuestro padre celebró este rito y  desde hace tres años lo celebráis vos. Esto es todo. — Anótalo Anótalo — orden ordenóó Rolli Rollins. ns. Y  mientras el criado escribía, se arrella nó aquél en la butaca, para con los

ojos cerrados revisar el ceremonial de aquel día. De pronto preguntó: ■ — ¿Q uién e ra aquella jov en que cuidaba del fuego? El criado respondió: — La V irgen V estal, estal, cuya sola sola obli obli gación es mantener vivo el fuego sa grado en los altares. Es un memorial de la ceremonia practicada en Roma, donde las vestales mantenían encen dido día y noche el fuego sagrado, del que se distribuían ascuas para alimen tar los hogares. Ahora es un símbolo de la comunidad de intereses, de la sa grada confianza y del amor al próji mo. Nuestra vestal es virgen y debe mantenerse virgen hasta que llegue a la edad legal para contraer matrimo nio. Habita no lejos de aquí, en el cas tillo de vuestro primo que fué a com

 bat  b at ir en las la s leg ion es del leg ad o del Papa y... — No volvió de la guerra. guerra. L o com prendo. — No volvió y nadie ha sabido más de él; pero vos cuidasteis de su joven esposa de modo que... — Como si hubiera hubiera sido mi mujer. mujer. También lo comprendo. ¡La esposa de mi primo! Muy extraño, y sin embargo muy  familiar le parecía todo esto a Rollins, quien quien prosiguió prosiguió preguntando: — Dime otra cosa y cuida de de ano tar exactamente la respuesta. ¿Cuál era el motivo, la causa del gran festín que se celebró esta mañana en el salón de arriba? Sorprendido el criado de la pregun ta miró fijamente a su amo y res pondió :

— Pues qué, qué, ¿ no diste vo s mismo la orden y trazasteis ayer mismo el plan de tal fiesta para el deporte de la cetrería? Invitasteis por medio de  vu es tro tr o her ald o a las dam as y caba ca ba lle  ros de la nobleza provincial, porque es el día de vuestro cumpleaños. Segu ramente no lo habréis olvidado. El día en que os posesionasteis del señorío de la ciudad de Bellcastle y de la provincia de Aveyron. — Anota todas todas estas circunstan circunstan cias, y me parece que ya está todo. Pero no; espera un momento. Dime. ¿Estoy casado? Si lo estoy ¿quién es mi mujer? — No, mi señ or; porque porque os habéis habéis dedicado exclusivamente a la protec ción y cuidado de lady Rollins la mu  je r de vu es tr o pr im o; per o to da vía ví a sois joven y tenéis tiempo de casaros

para perpetuar la sangre y el nombre de vuestros antepasados, que siempre fueron nobles.  Ano  A no ta da est a respu re spu est a, el cria cr iado do se levantó, y dejando el pergamino so  bre  br e el velad ve lad or, or , se ma rchó rc hó con el re ca  do de escribir. Rollins cerró fuertemente la puer ta, arrolló el pergamino, sentóse en la silla, cerró los ojos y se puso a medi tar sobre lo que se le había revelado, mucho más de lo verbalmente expues to. De uno u otro modo debe ahora comprender lo no dicho. *

*

*

Durante una hora estuvo Rollins sentado en la silla, pensando y soñan do, hasta que poco a poco notó una sensación de ardimiento a la par que

un cambio en su cerebro y sistema nervioso denotaba que se iba modi ficando su conciencia. La primera sensación definida fue que sus ojos veían luz; y después el cansancio de las piernas que le incitó a mudar de posición, y al deslizarse los pies del taburete y tocar el suelo, la sacudida del cuerpo le hizo abrir los ojos y vió la lámpara eléctrica jun to a su cabeza. Era la luz de su mesa de estudio. El fuego seguía ardiendo en la chimenea. Volvía a ser el moder no Rollins norteamericano. Estaba en su casa. Levantóse de la poltrona y vió que aún tenía el Dietario entre manos. La clave de los ayeres. Se paseó nerviosa mente por el gabinete con las manos a la espalda sin soltar el Dietario, mur murando tan inconscientes comenta

rios que parecían hijos de una mente todavía perpleja y vacilante.  A l re vi sa r su últ im a ex pe rie nc ia, ia , recordó los postreros incidentes de ella: el criado que anotaba las respues tas en el pergamino que se había pro puesto con serva r. ¡ Oh , si fue se posi  ble co ns er va r una un a co sa tan ta n co nc re ta y  material del pasado y retenerla en el presente!  A ct u al iz a r una realidad. Plasmar en la densa materia del pre sente la etérea elaboración de un sueño. Los antiguos alquimistas asegura  ban que esto era er a posible pos ible,, y Ro llins lli ns sa   bía  bí a que sus actu ac tuale ale s suc eso res, res , la mo mo  derna Fraternidad de los Rosacruces existe hoy día con sus logias y miem  bro s ac tiv os, os , cie ntist nt ist as y adep ad eptos tos re  sidentes sidentes en va rias ciudades ( que pro siguen secretamente sus estudios y 

afirman que conocen las leyes de la transmutación del ensueño en rea lidad. Únicamente los rosacruces eran ca paces de explicar cuanto Rollins ha  bía  bí a expe ex perim rim entad en tad o dura du rante nte las últim últ imas as  ve intic in tic ua tro tr o hora ho ras, s, y aun que era er a d if í cil relacionarse con los rosacruces, pensaba Rollins que una vez conven cido de su visión, no descansaría has ta encontrar quien le introdujera en el seno de un grupo de rosacruces. De nuevo se sentó en la poltrona  y casi ca si autom au tom ática át ica m ente en te abrió ab rió el D ie ie  tario. No había vuelto más que tres o cuatro hojas, cuando se sorprendió al ver en las dos páginas que tenía de lante un escrito que a una y otra abar caba. Eran las respuestas anotadas por el criado con su mismo carácter de letra.

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