Rev Psico Voces Del Pluralismo

July 11, 2017 | Author: Martha Isabel Burgos | Category: Psychoanalysis, Jacques Lacan, Theory, Science, Sigmund Freud
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Revista de Psicoanálisis EDITADA POR LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA

Voces del pluralismo

Tomo LXVIII | Junio–Septiembre | 2011 Número 2/3 Buenos Aires, República Argentina

ISSN 0034-8740

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Secretaria Administrativa SILVINA RICHICHI [email protected] Responsable de la Indización SARA HILDA FERNÁNDEZ CORNEJO Corrección VALERIA MUSCIO Diagramación y Armado MIGUEL ANGEL GRAMAJO Imagen de Tapa Técnica: Tinta // Título: Salón Butacas Autora: Hilda Clelia Catz www.hildacatz.com

Esta revista está incluida en el Catálogo LATINDEX, la Base de Datos LILACS y la Base de Datos PSICODOC

CORREO ARGENTINO CENTRAL (B) SUC. 10 (B)

Registro de la Propiedad Intelectual N° 56.921 Hecho el depósito que marca la ley 11.723

INTERÉS GENERAL Concesión N° 1.510 FRANQUEO PAGADO Concesión N° 13513

© Esta publicación es propiedad de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Rodríguez Peña 1674, (C1021ABJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: (5411) 4812-3518 / Fax: (5411) 4814-0079 Suscripciones: [email protected] / Home page: http://www.apa.org.ar Queda prohibida, sin la autorización escrita de la Asociación Psicoanalítica Argentina, la reproducción total o parcial de los artículos publicados en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Impresión: Cosmosprint, E. Fernández 155, (1870) Avellaneda, Buenos Aires, Argentina, en marzo de 2010.

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Revista de Psicoanálisis PUBLICACIÓN TRIMESTRAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA FILIAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA INTERNACIONAL (API) SOCIEDAD COMPONENTE DE LA FEDERACIÓN PSICOANALÍTICA DE AMÉRICA LATINA (FEPAL)

Comité Editor

Directora CLAUDIA LUCÍA BORENSZTEJN

Secretaria LILIANA NOEMÍ PEDRÓN MARTIN

Miembros del Comité Editor DARÍO ARCE SILVIA BEATRIZ BAJRAJ JEANETTE DRYZUN JUDITH GOLDSCHMIDT DE SCHEVACH EDGARDO ADRIÁN GRINSPON FERNANDO FÉLIX IMERONI JUDITH KONONOVICH DE KANCYPER GRACIELA MEDVEDOFSKY DE SCHVARTZMAN MARÍA LOURDES REY DE AGUILAR MARCELO DANIEL SALUSKY

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Miembros del Consejo Editor Internacional

Eduardo Agejas (Buenos Aires), Alcira Mariam Alizade (Buenos Aires), Madeleine Baranger (Buenos Aires), Elias M. da Rocha Barros (San Pablo), Carlos Basch (Buenos Aires), Ricardo Bernardi (Montevideo), Jorge Canestri (Roma), Guillermo Carvajal (Santa Fe de Bogotá), Fidias Cesio (Buenos Aires), Horacio Etchegoyen (Buenos Aires), Antonino Ferro (Pavia), Glen Gabbard (Houston), Leonardo Goijman (Buenos Aires), André Green (París), Aiban Hagelin (Buenos Aires), Charles Hanly (Toronto), Jürgen Hardt (Wetzlar), Max Hernández (Lima), Paul Janssen (Dortmund), Juan Jordán Moore (Santiago de Chile), Otto Kernberg (Nueva York), Rómulo Lander (Caracas), Jean Laplanche (París),

Lucía R. Martinto de Paschero (Buenos Aires), Norberto Marucco (Buenos Aires), Robert Michels (Nueva York), Thomas Ogden (San Francisco), Cecilio Paniagua (Madrid), Ethel Person (Nueva York), Andrés Rascovsky (Buenos Aires), Owen Renik (San Francisco), Lía Ricón (Buenos Aires), Romualdo Romanowsky (Porto Alegre), Anne-Marie Sandler (Londres), Gabriel Sapisochin (Madrid), Fanny Schkolnik (Montevideo), Evelyne A. Schwaber (Brookline), Marianne Springer-Kremser (Viena), Jaime Szpilka (Madrid), David Tuckett (Londres), José Luis Valls (Buenos Aires), Juan Vives Rocabert (México DF), Robert Wallerstein (Belvedere), Daniel Widlöcher (París), Paul Williams (Londres).

Comisión Directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidente: Vicepresidente: Secretaria: Secretario Científico: Tesorero:

Dr. Andrés Rascovsky Dr. Federico Luis Aberastury Lic. Mónica E. Hamra Dr. Eduardo E. Agejas Lic. Enrique M. Novelli

Vocales: Lic. Justa Paloma Halac, Dra. Victoria Korin, Lic. María Gabriela Goldstein, Dra. Lidia Bruno de Sittlenok, Dr. Gustavo Dupuy, Lic. Emma N. Realini de Granero, Dr. Daniel Schmukler

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Índice Editorial • Voces del pluralismo Comité Editor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VII • Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257 • El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico. André Green . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283 • Validez y validación del método psicoanalítico. Alegato sobre la necesidad de pluralismo metodológico y pragmático en psicoanálisis. Juan Pablo Jiménez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303 • Leyendo a Harold Searles. Thomas H. Ogden . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325 • Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit. Haydée Faimberg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347 • André Green: pasión clínica, pensamiento complejo. Hacia el futuro del psicoanálisis. Fernando Urribarri . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365 • Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier. Luis Hornstein . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395 • Análisis, pulsión y uso de objeto en D. W. Winicott. Julieta Bareiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415 • De la torre de Babel a los senderos fundadores. Algunas premisas para investigar en el proceso psicoanalítico. Controversias entre Marcelo Viñar y Ricardo Bernardi . . . . . . . . . . . . . . 427 • El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky. Jorge L. Ahumada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 461 • Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis. Ana María Viñoly Beceiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 477 • Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick. Didier Houzel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 495 • Acerca de la situación actual de la APA en relación a la teoría psicoanalítica. Willy Baranger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 507

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• Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo. Madeleine Baranger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 515 • APA: una experiencia científica institucional. Eduardo Agejas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 525 • ¿Puede ser neutral un psicoanalista? Reflexiones sobre el pluralismo teórico. José E. Fischbein . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 531 • Acerca del pluralismo. El Pluralismo en APA. Amada Lloret . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 541 • Psicoanálisis y Pluralismo. La institución herética. Gustavo Enrique Dupuy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 549 • El (des) encuentro de los tiempos. Paola Machuca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 559 Revista de libros • Hacer camino con Freud, Eduardo Braier Por Norberto Marucco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 585 • Pulsión de vida y pulsión de muerte, Cordelia Schmidt–Hellerau Por Juan Carlos Weissmann . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 589 Revista de revistas • Revista Docta. Asociación Psicoanalítica de Córdoba Por Mirta Noemí Cohen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 593

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Voces del pluralismo Cien hombres, juntos, son la centésima parte de un hombre Antonio Porchia, Voces1

En el libro editado por la APA con motivo del 40 aniversario de su fundación realizado por el departamento de Historia dice el prólogo de Jorge Mom que “la institución se constituyó alrededor de un proyecto aperturista; si se quiere de un pluralismo de proyectos que incluía naturalmente, un proyecto pluralista”. El pluralismo es entonces la marca en el orillo y fuente de debate en nuestra institución mucho antes que el tema apareciera con fuerza en la comunidad psicoanalítica internacional alrededor de los años 90. Por eso no es de extrañar que haya sido justamente de APA el trabajo premiado por IPA, a Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld, “Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso”, en el que los autores desarrollaran esta idea de lo riguroso, cuya construcción se basa en poner a trabajar los conceptos teóricos, delimitar convergencias y divergencias, en articulación con la actividad clínica, los estudios empíricos y los datos interdisciplinarios. Algunas preguntas que se plantean son si es posible lograr discusiones que generen avances en la cultura psicoanalítica. ¿Cuáles serían las capacidades que debería desarrollar un analista en su formación para que los procesos argumentativos sean fértiles y el pluralismo riguroso? En el año 2002 se realizó un encuentro internacional en Frankfurt. Los trabajos que allí se presentaron fueron publicados en el libro Pluralismo y Unidad, editado por la IPA. Uno de los textos es el de André Green: “El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico”. En él plantea que el pensamiento clínico es dialógico dado que se ocupa de la relación paciente-analista y siempre hay una brecha teórica que es fuente de dificultades. La investigación del psicoanálisis se basa en el estudio de lo inconsciente en la sesión analítica y Green presenta su divergencia con Peter Fonagy en otra versión de sus controversias. Critica, lo sabemos, la investigación en psicoanálisis con métodos directos (como la observación de lactantes), ya que entiende que exploramos el mundo interno por métodos indirectos a través del pensamiento, el lenguaje, los sueños, el juego, las fan1

Hachette Ediciones. Novena edición, 1973. Buenos Aires - Argentina

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tasías. Dice Green que si el material es simbólico, el instrumento debe poseer características simbólicas. Aboga por la Teoría de la Hipercomplejidad de E. Morin para sostener la idea de un pensamiento plural. Otro autor que se ha ocupado de este tema y que la Revista de Psicoanálisis ha publicado anteriormente es Juan Pablo Jiménez. En “Validación del método psicoanalítico. Alegato sobre la necesidad de pluralismo metodológico y pragmático en psicoanálisis”, con estilo claro presenta su visión de la problemática epistemológica que enfrenta el psicoanálisis en la actualidad. Propone desarrollar contextos de validación distintos al clásico método clínico, limitado a la situación analítica. Define la apariencia caótica del psicoanálisis moderno como efecto de la fragmentación teórica actual y aboga por el desarrollo de un pluralismo metodológico y pragmático donde propone la utilidad del conocimiento como criterio de verdad. Esto implica considerar los factores de cambio y éxito terapéuticos como criterio de validación. Hasta aquí la sección teórica donde el pluralismo es abordado como tema usando los calificativos que lo llenan de múltiples sentidos: riguroso, pragmático, crítico, mítico, en algunas de las voces que lo enuncian. En la sección que continúa veremos cómo autores nos hablan de otros autores, los piensan, los conectan, los hacen trabajar entre sí. Un pluralismo que vive, un pluralismo en construcción donde cabe la expresión: “Pluralismo, Work in Progress”. Thomas H. Ogden en “Leyendo a Harold Searles” nos contagia el entusiasmo que despierta la lectura de un autor de inigualable destreza en la transmisión de la experiencia psicoanalítica, describiendo con sutileza los estados emocionales tanto del paciente como del analista. Searles lleva la atención flotante y la libertad de pensar hasta las últimas consecuencias, no lo detienen los supuestos teóricos, lo guía la búsqueda de una experiencia auténtica y genuina. Percibe y desnuda en profundidad su propia experiencia en los bordes de la intimidad, como terapeuta, padre, hijo y esposo. Odgen nos muestra el pensamiento de Searles y sus ideas sobre el complejo de Edipo que difieren de las de Freud. En estas observaciones subvierte en parte lo establecido en la teoría hasta ese momento. Para finalizar descubre la complementariedad de la obra de Searles y la de Bion, mostrando cómo Searles otorga vitalidad y forma a los aportes teóricos y las abstracciones de Bion. Haydée Faimberg en “Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit”, presentado en el Congreso internacional realizado en Praga (2006) como tributo a Freud, revisita el concepto en Freud, Lacan, Laplanche y Pontalis, para fundamentar su propia elaboración y propone

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el concepto de temor al derrumbe de Winnicott como paradigma de su concepto ampliado de Nachtraglichkeit. Ejemplifica con el conmovedor relato de Kardiner sobre su análisis con Freud. Su propuesta cumple un importante papel en el proceso de “asignar nuevo sentido” – mediante interpretaciones – e incluso en el proceso de “asignarlo por primera vez” – mediante construcciones – a lo que “el analizado dice” y a lo que “no puede decir”. Su aporte nos ofrece un marco conceptual vinculado con la temporalidad psíquica inconsciente, que nos permite explorar y comprender cómo produce el psicoanálisis el cambio psíquico. Fernando Urribarri en “André Green: pasión clínica, pensamiento complejo. Hacia el futuro del psicoanálisis”, hace un recorrido de su obra dividiéndola en tres etapas, los comienzos, los años de madurez y finalmente lo que nomina como “el giro del año 2000”. Green es capaz de integrar el modelo Freudiano de la transferencia, el postfreudiano de la contratransferencia, con el de encuadre, verdadero fundamento para el despliegue de los otros dos. Partiendo del modelo implícito de la estructura encuadrarte como interfaz de lo intrapsíquico y lo intersubjetivo llega al modelo del encuadre interno del analista como matriz terciaria capaz de sostener un encuadre polisémico con posibilidades de entender diversas lógicas concomitantes entre sí. Si el encuadre clásico no es viable para un gran número de pacientes, Green propone que cuando el paciente no es capaz de asociar libremente y hay pobreza de simbolización, el encuadre ya no es un concepto compartido entre analista y paciente y deviene una noción interna del analista. Con “Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier”, Luis Hornstein re-vitaliza el aporte brillante de una autora cuya fidelidad a sus antecesores no le impidió producir sus propios desarrollos. Una autora que apela constantemente a la clínica para interrogarse acerca de sus límites y seguir avanzando. A través de sus “cuestiones fundamentales” elabora lo recibido de sus progenitores, especialmente Freud y Lacan y logra también su desasimiento. Su concepción, lejos de ser dogmática, invita a la reflexión y a la creatividad del lector. Hace una defensa de la pasión, de la pulsión de saber: “cuando nos identificamos con ese Freud dispuesto a cuestionar lo dado, nunca sentado en los laureles”. Julieta Bareiro en “Análisis, pulsión y uso de objeto en D. W. Winnicott”, reflexiona sobre la pulsión, la agresividad, el uso del objeto y la clínica psicoanalítica. Se refiere a la destructividad potencial que no sería producto de la pulsión sino un punto de partida. En la relación analítica describe la cuestión del objeto de uso que se relaciona con la agresividad potencial y

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señala que el hecho de que el analista se preste para ser usado denota una operatoria que posibilita la transferencia; tiene que ver con su ética y las posibilidades del fin de análisis. Muchos debates sobre el pluralismo se han conectado con el tema del psicoanálisis como ciencia y como investigación. Por eso retomamos esta polémica, en este caso en las voces de Viñar y Bernardi. El trabajo de Viñar “De la Torre de Babel a los senderos fundadores. Algunas premisas para investigar en el proceso psicoanalítico” poéticamente cuenta una historia a partir de la cual se pregunta el autor cuál es el concepto de ciencia que nos proponemos. La multiplicidad de teorías es un hecho en Psicoanálisis. El reconocimiento y revelación del Inconsciente que cada uno ha vivido alguna vez en su vida es punto princeps de la experiencia analítica. Nuestra práctica es un quehacer científico reglado, pero el objeto a aprehender es efímero, singular y a reinventar. El momento creativo se acerca más a la creación poética que al experimento científico. El intento de validez es a posteriori. Bernardi, que discute estas ideas, ha escrito una addenda 20 años después, para este número. Jorge L. Ahumada en “El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky”, revisa coincidencias y diferencias de Klimovsky respecto del refutacionismo ingenuo de su maestro Karl Popper. Partiendo del hecho innegable de que en la práctica de los científicos la pluralidad de métodos y de los aparatos conceptuales en las distintas disciplinas se da por descontada. Detalla luego el autor sus discrepancias respecto de ambos en cuanto a la validez general de la postura hipotético-deductivista que Popper y Klimovsky consideran válida para toda ciencia. Ana María Viñoly en “Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis”, revisa los conceptos de ciencia y psicoanálisis y considera que en ambos campos del saber, tanto uno como el otro constituyen fenómenos históricos que ocurren en un determinado marco social según las corrientes epistemológicas dominantes en cada época. Plantea que la investigación psicoanalítica se desarrolla en zonas de frontera, privilegiando el espacio transferencial en el cual el “texto” pasa a ser objeto de investigación. El psicoanálisis se basa en el campo bipersonal en el cual la práctica se articula con la teoría y la técnica y pone el acento en la necesidad de debates que aseguren un autentico pluralismo. Publicamos la participación de Didier Houzel en un panel del Congreso de observación de lactantes realizado en Buenos Aires en 2008, “Los cua-

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tro niveles de observación en el método de Esther Bick”, es una reflexión sobre la práctica de este método y su utilidad para el psicoanalista. El autor menciona diferentes métodos de observación y señala lo específico de la observación psicoanalítica en el método que incluye al observador participante como fundante de una ciencia de la subjetividad. La sección que comienza con el texto de Willy Baranger, “Acerca de la situación actual de la APA en relación a la teoría psicoanalítica” es un trabajo inédito expuesto en el año 1980 que describe la situación teórica en APA, la evolución del pensamiento freudiano y la influencia de Melanie Klein con sus importantes aportes teórico/ clínicos y sus excesos dogmáticos. En esa época la lectura de Lacan traía aires de renovación a la teoría psicoanalítica en la institución pluralista. Sin embargo, el dogmatismo no es privilegio de una teoría, ya lo sabemos. Es interesante leer ahora el trabajo de Willy, más de 30 años después y si cambiamos los términos kleiniano o lacaniano, por otros que cada uno elija, se aprecia su vigencia conceptual. Madeleine Baranger actualiza su pensamiento en “Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo”. Este escrito es parte de una exposición realizada en el Congreso de Atenas en 2010, en el cual esboza ideas acerca de los peligros del crecimiento y convivencia de nuevas ideologías y prácticas “psicoanalíticas”. Señala que cada una de las diferentes escuelas pone el acento en un punto de la comprensión psicoanalítica y realiza una descripción de la teoría del campo y del baluarte como modelo intersubjetivo, con las modificaciones y precisiones de los últimos años. Eduardo Agejas en “APA: una experiencia científica institucional”, relata una experiencia de diálogo entre colegas como secretario científico de APA. Explican el dispositivo que consiste en trabajar con un material clínico para exponer y contrastar los efectos del pluralismo teórico sobre el quehacer clínico del analista para investigar cómo el analista piensa teóricamente un proceso terapéutico durante y después de la sesión, cómo se ubica frente a las teorías y frente al material del paciente, cómo convergen y/o divergen los esquemas referenciales. José Fischbein en “¿Puede ser neutral un psicoanalista? Reflexiones sobre el pluralismo teórico”, nos invita a repensar la neutralidad del analista en el contexto histórico actual dentro del ámbito de una institución pluralista. Plantea que el analista no puede ser neutral, ni receptor pasivo de las asociaciones del paciente, sino que participa activamente en la selección, puntuación y significación del material desde sus esquemas teóricos que

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guían invisiblemente su accionar y que las distintas teorías generan diferentes campos en el trabajo clínico. Amada Lloret en “Acerca del pluralismo. El pluralismo en APA”, considera que el concepto de pluralismo en APA se define en el terreno de lo ideológico político. Para desarrollar estas ideas parte de la historia institucional de la Asociación Psicoanalítica Argentina tomando como eje el movimiento de escisión de los grupos Plataforma y Documento del año 1971 y el llamado Manifiesto del 1974. Ello se relaciona con datos que ubican al lector respecto de la realidad histórico política de nuestro país. Gustavo Dupuy en “Psicoanálisis y pluralismo. La institución herética”, ofrece una reflexión acerca del pluralismo en las instituciones psicoanalíticas. Para ello parte del proceso de la aceptación y la posible incorporación de las ideas del otro en cualquier ámbito. No obstante, la disposición al intercambio de ideas con aquel que no comparte las nuestras requiere la renuncia a las certezas que otorgan protección y seguridad para ubicarnos en la soledad de la búsqueda de la verdad “aún conociendo los límites de su logro”. Esa sería la apuesta del pluralismo. Publicamos la monografía premiada de Paola Alejandra Machuca, “El (des)encuentro de los tiempos”. El escrito transmite con claridad cómo el sujeto en cada etapa del proceso evolutivo – por ejemplo, el pasaje del narcisismo al Ideal del yo – tiene lugar dentro de un encuadre temporal que lo enmarca pero también lo construye. Finalizamos esta nota citando el párrafo con el que concluye el prólogo mencionado al comienzo: “En estos últimos años y atravesando diversas crisis la APA ha recreado el proyecto pluralista bajo el cual se fundó esta Asociación. El problema futuro – desde una perspectiva histórica – es el mantenimiento institucionalizado del mismo y su caracterización como movimiento original.” Creemos que este camino, quizás no el más transitado pero sí el más creativo, es el que elegimos. Comité Editor de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS Claudia Lucía Borensztejn Editora

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Dos caminos divergieron en un bosque amarillo, Y afligido porque no podría caminar ambos Siendo un solo viajero, estuve largo tiempo de pie Mirando uno de ellos tan lejos como pude, Hasta donde se perdía en la maleza. Entonces tomé el otro, imparcialmente, Y habiendo tenido quizás la elección acertada, Pues era tupido y agradable de caminar; Aunque en cuanto a lo que vi allí Hubiera elegido cualquiera de los dos. Y ambos esa mañana yacían igualmente, ¡Oh, había guardado aquel primero para otro día! Aun sabiendo la inexorable manera en que las cosas siguen adelante, Dudé si debí haber regresado sobre mis pasos. Debo estar diciendo esto con un suspiro Que en alguna parte envejece y hace envejecer, Dos caminos divergieron en un bosque y yo, Yo tomé el menos caminado, Y eso ha representado toda la diferencia.

The road not taken, by Robert Frost 1874 -1963 Two roads diverged in a yellow wood, And sorry I could not travel both And be one traveler, long I stood And looked down one as far as I could To where it bent in the undergrowth; Then took the other, as just as fair, And having perhaps the better claim, Because it was grassy and wanted wear; Though as for that the passing there Had worn them really about the same, And both that morning equally lay In leaves no step had trodden black. Oh, I kept the first for another day! Yet knowing how way leads on to way, I doubted if I should ever come back. I shall be telling this with a sigh Somewhere ages and ages hence: Two roads diverged in a wood, and I— I took the one less traveled by, And that has made all the difference.

Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso1 * Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

1. INTRODUCCIÓN: SOBRE EL PLURALISMO, SUS LENGUAS Y ARGUMENTOS Es una locura –conviene decirlo– lo que se puede hacer con el lenguaje: no solamente decir lo mismo de otro modo sino también decir otra cosa que lo que es. Paul Ricoeur Sobre la Traducción,2004, pag. 56

1.1. El psicoanálisis ha influido notablemente sobre la cultura y la subjetividad contemporánea ya que todas las producciones culturales han sido en cien años conmovidas por sus descubrimientos. Pero como señala André Green (2005) con precisión: “ la vocación universalista del psicoanálisis freudiano no lo dispensa de prestar atención a lo que ocurre puertas adentro, antes de lanzar un mensaje general que termine jaqueado por las diferencias culturales registradas en el seno de la comunidad psicoanalítica” (pág.100). Esto quiere decir que existe una comunidad y cultura psicoanalítica que entendemos como las producciones diversas de los psicoanalistas de diversas regiones e ideologías, sus vínculos, sus costumbres y sus instituciones, gran parte de las cuales devinieron en lo que se conoce como “movimiento psicoanalítico”. Hoy en día es observable un cierto detrimento del poder transformador del psicoanálisis y es sorprendente que cien años después se siga utilizando exhortativamente la noción de movimiento, que en su inicio ya era criticada por uno de sus fundadores. Así es que Ernest Jones (1954), en su famosa biografía de Freud, refiriéndose al nacimiento de la Asociación Psicoanalítica Internacional, del cual participó, escribe: “En esos años [1910] se inició lo que se dio en llamar el “movimiento psicoanalítico”, nombre este no muy feliz, pero empleado a la vez por amigos y enemigos” (pág.79, la cursiva es nuestra). 1 * **

Versión ampliada del trabajo ganador del Premio Especial Creación de la IPA (19102010) “Cien Años de Psicoanálisis: Subjetivación y Cultura” APA-Octubre 2010. [email protected] / Argentina Agradecemos los aportes bibliográficos de Nicolás Zukerfeld y Gilda Zukerfeld.

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Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

Por otra parte, es conocido que el momento fundacional estuvo plagado de rencillas entre los primeros grupos de psicoanalistas, como queda expresado en la carta que Freud envía a Ferenczi el 10 de Agosto de 1910, después del Congreso de Nuremberg de Marzo de 1910, que Jones transcribe: Las relaciones personales entre la gente de Zurich son mas satisfactorias que la de aquí en Viena, donde se hace forzoso preguntarse a menudo qué se ha hecho de la influencia ennoblecedora que el psicoanálisis ejerce sobre sus partidarios Con el reichstag de Nüremberg se cierra la infancia de nuestro movimiento; esa es mi impresión. Ahora tengo la esperanza de una juventud esplendorosa y feliz (pág. 82).

Esta expectativa de juventud “esplendorosa y feliz” atravesó muchas vicisitudes hasta instalarse en la cultura del siglo XX y en su madurez debe enfrentarse con los desafíos del siglo XXI. Pero cual marca de nacimiento de su propia constitución, la cultura psicoanalítica se desarrolló plena de rupturas y fragmentaciones que en las últimas décadas fueron caracterizadas como pluralismo. Su aspecto loable es la valoración de la diversidad, pero el rasgo preocupante del llamado pluralismo es cuando deviene en una suerte de racionalización benévola para aludir a una fragmentación abarcada por una “causa” común y vehiculizada a través de un “movimiento”. Es interesante saber que según la investigación histórica de Baños Orellana (2001), Max Eitingon –quien presidió dieciocho años la Comisión Didáctica Internacional, fijando los standards a todas las asociaciones– no tenía suficiente práctica clínica. Su importante influencia en el círculo alrededor de Freud provenía de su actividad económica-administrativa y de su actitud reverencial hacia el maestro, y no de sus aportes científicos. Pero a partir de aquí se desarrolla la “causa” que al tener un sesgo evangelizante en realidad favoreció las rupturas y le hizo perder algo de su “influencia ennoblecedora” y poder revolucionario dentro de la cultura contemporánea. Esta es una situación que ha evolucionado pese a los “libros negros” pero ha quedado un remanente de fragmentación que tiene efectos negativos en el desarrollo de la cultura psicoanalítica y en su poder transformador de la subjetividad contemporánea. 1.2. Y así es que surge la pregunta ¿es normal que la teoría y práctica analítica se encuentre fragmentada en escuelas, grupos y subgrupos que tienden – con cierto etnocentrismo – a considerarse a sí mismos el verdadero psicoanálisis? Si así fuera este trabajo intenta parafrasear en su título al del célebre libro de Joyce McDougall (1982) Alegato por cierta anormalidad. Anormalidad que titulamos “pluralismo riguroso” porque pensamos que los problemas son tanto la normalidad “normopática” de la fragmentación como la intenREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso.

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ción de normalizar mesiánicamente la diversidad en la unidad del dogma. Juan Pablo Jiménez (2004) también ha propuesto un alegato sobre la necesidad de un pluralismo integrativo donde plantea que: “En psicoanálisis, más que pluralismo – en realidad una descripción eufemística de la situación – existe una mera pluralidad o, peor aún, una fragmentación teórica, pues carecemos de una metodología que se aplique sistemáticamente a la confrontación de las diferentes teorías y posiciones” (pág. 665). En realidad, una metodología que confronte teorías y posiciones sería posible en la medida que la investigación sistemática (clínica y extraclínica) se incorpore naturalmente a la revisión crítica de las teorías y prácticas psicoanalíticas. No es casual que en el libro publicado por IPA (2003) sobre la problemática del pluralismo, la mayoría de sus artículos se ocupen de las distintas controversias sobre el valor de la investigación en psicoanálisis. En particular pensamos que la fragmentación teórica se vería mejorada a partir de la investigación conceptual, definida por Úrsula Dreher (2003) como “la investigación sistemática de los significados y usos de los conceptos psicoanalíticos, incluyendo sus cambios, en relación con los contextos clínicos y extraclínicos” (pág. 110, la cursiva es de la autora, la traducción es nuestra). Pero también cierta tendencia a un dogmatismo que descalifica pensamientos distintos y aplasta diferencias es parte de la “normalidad” del psicoanálisis actual y conspira contra lo que desarrollaremos en este trabajo como “pluralismo riguroso”. Creemos que su construcción depende entonces de poner a trabajar los conceptos teóricos, delimitar donde hay convergencias y divergencias2 y luego desecharlos o legitimarlos en articulación con la actividad clínica, los estudios empíricos y los datos interdisciplinarios. En verdad, la pluralidad de teorías y la variedad de recursos técnicos que hoy en día se ponen en juego en la clínica psicoanalítica provocan una enorme cantidad de problemas cuando deben comunicarse entre sí psicoanalistas de distintas culturas, estilos de formación o corrientes de pensamiento. Así es que se suele considerar ‘pluralismo’ a la convivencia más o menos pacífica con escaso intercambio. Por otra parte, los nuevos desafíos psicopatológicos y los desarrollos de otras disciplinas sobre problemáticas afines a las teorías y clínica psicoanalítica implican un permanente atravesamiento interdisciplinario. De este modo se ha producido – después de Freud y sus contemporáneos – más que una pluralidad, una fragmentación del conocimiento (Fonagy, 1999). En cierta forma es como si desde una “lengua materna freudiana” y algunos de sus “dialectos” iniciales (Vg. Abraham, Ferenczi) se hu-

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El último Congreso Internacional de Psicoanálisis IPA (Chicago, 2009) tuvo justamente como tema central las convergencias y divergencias en psicoanálisis.

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biera producido una diáspora que resulta en la convivencia de distintas lenguas (kleiniana, kohutiana, winnicottiana, lacaniana, etc.) y multitud de nuevos dialectos más o menos consolidados. Todas estas lenguas tienen sus términos teóricos, sus prácticas, sus autoafirmaciones como psicoanalíticas y sus códigos terminológicos de pertenencia. Así es que resulta difícil determinar en una discusión entre psicoanalistas cuándo se trata de diferencias en la apreciación de hechos clínicos de cuándo lo que se debate son diferentes interpretaciones teóricas de los mismos o lo que se pone en cuestión son sus intervenciones derivadas. Inclusive se torna muchas veces muy dificultoso establecer primero cuáles son los hechos, teorías e intervenciones para en un segundo momento plantear los acuerdos y desacuerdos con las mismas. 1.3. Estos problemas constituyen – a nuestro modo de ver – una cuestión epistemológica que ha sido tratada por diversos autores que oscilan entre actitudes amigables hacia la teoría y clínica psicoanalítica, pasando varios de ellos a críticas estimulantes y llegando otros, en muchos casos, a críticas descalificadoras que llegan hasta el rechazo absoluto3. No es nuestra intención describir esta historia sino intentar puntualizar que en definitiva las dificultades y malos entendidos producidos en las discusiones intra e interdisciplinarias pueden provenir de la necesidad de diferenciar qué se entiende por hecho, clínico o extraclínico (área empírica), qué se entiende por teoría (área teórica) y qué se entiende por intervención (área tecnológica). Es sabido que aquí se ponen en juego los entrecruzamientos entre el relato positivista, el relato hermenéutico y en la últimas décadas el llamado paradigma de la complejidad. De todas maneras, y con la intención de plantear un punto de partida, se puede pensar que existe cierto consenso en que los hechos – es decir lo fáctico – constituyen el conjunto de datos de la realidad accesibles a distintos dispositivos perceptuales y pasibles de ser descriptos o inferidos con suficiente verosimilitud. Se trata de los observables empíricos que mantienen su existencia independientemente del observador y que pueden describirse, compararse y eventualmente generalizarse. Las teorías constituyen, en términos generales, los conjuntos de nociones y conceptos que explican, interpretan o construyen los hechos, creando generalmente modelos y reglas de correspondencia para comprenderlos. Finalmente es comprensible considerar que las intervenciones sean el conjunto de acciones destinadas a producir algún efecto sobre los hechos. Se trata de las técnicas, es decir, lo que incumbe a todos los procedimientos que derivan de las dos áreas anteriores destinados a transformar o generar algo en una realidad determinada.

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Ver por ejemplo el llamado Libro Negro del Psicoanálisis.

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1.4. Por otra parte, es importante señalar que en la forma de expresar acuerdos y desacuerdos, tanto en el citado mundo interno como en relación al mundo externo al psicoanálisis, pueden utilizarse tanto argumentos que describan y fundamenten la propia opinión, como otros donde predomine –a veces con un particular estilo persuasivo– la calificación de la opinión del otro, generando niveles de discusión diferentes. Es conocido el papel que juegan aquí las disputas narcisistas en el sostenimiento de identidades o en el mantenimiento de cierto poder en detrimento de la producción de conocimiento. Es entonces necesario puntualizar que –como escribe Ricardo Bernardi (2003)– argumentar “ implica rechazar las certezas dogmáticas tanto como la incertidumbre universal o el ‘cada cual con su verdad’” (pág. 252). Y es sabido –como cita dicho autor– que existen argumentos con correspondencia con la experiencia empírica o que se fundamentan en su coherencia interna o valor heurístico, y otros que se sustentan solamente en la autoridad o prestigio. En este sentido, al primer tipo de argumentación lo entendemos como estipulativo ya que establece y fundamenta opiniones alternativas para expresar acuerdo o desacuerdo, con el sustento que da el dato empírico y/o la coherencia lógica. En cambio, categorizamos al segundo tipo de argumentación como calificativo ya que la autoridad y el prestigio suele implicar valoraciones y/o adjetivaciones que pueden llegar a ser ad hominem, tanto para expresar acuerdo como desacuerdo con la opinión del otro. Cuando se da este último caso con cierta intensidad o frecuencia, pensamos que en una discusión se corre el riesgo de que el proceso argumentativo quede en el Grado 0, donde, como escribe Bernardi4 (2003): “No hay controversia real: no hay puntos de debate que interesen a ambas partes o existen premisas que limitan el campo, quedando excluida a priori una de las posiciones (por ejemplo, cuando se dice “eso no es psicoanálisis”). Ya en el Grado 1 “[…] se parte de diversas posiciones todas ellas legítimas, […] pero este contacto es impreciso debido a dificultades u oscuridades en la comunicación”. Es recién en el Grado 2 “[…] donde los puntos en controversia están expuestos con claridad y existen posiciones diferentes acerca de ellos, pero los desarrollos argumentativos no pueden llevarse hasta el final por razones de orden práctico o porque se trata de cuestiones que resultan indecidibles por el momento”. Finalmente el mayor grado del proceso argumentativo (Grado3) es aquel “[…] donde el discurso argumentativo avanza lo suficiente para permitir una exploración adecuada de los fundamentos de cada posición y para lograr un cierto consenso sobre el estado de la cuestión y sobre los puntos de acuerdo y desacuerdo” (pág. 266).

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Inspirado en la ideas de Toulmin.

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El propósito general de este trabajo es entonces intentar dar respuestas provisorias a las siguientes preguntas: a) ¿Es posible lograr discusiones que generen avances en la cultura psicoanalítica teniendo en cuenta su enorme pluralidad? ¿Es la pluralidad existente una ventaja o un obstáculo para la comunicación interdisciplinaria? Y, como pregunta Bernardi, (2007): “[...] ¿cuándo funciona el pluralismo como factor de riesgo y cuándo de protección?” (tomado de www.aperturas.org) b) ¿Cuáles podrían ser las competencias o capacidades que un analista debería desarrollar en su formación y en su práctica para que los procesos argumentativos se tornaran fértiles y el pluralismo fuera entonces riguroso?

2. SOBRE HECHOS, TEORÍAS E INTERVENCIONES: UNA EXPERIENCIA SUGESTIVA “Estoy convencido de mi opinión, pero se que el convencimiento subjetivo no es una demostración de peso acerca de la corrección de una opinión” Ángel Garma. Carta Nº 8 a Otto Fenichel, Setiembre de 1941

2.1. En el contexto de seminarios sobre epistemología5 e investigación en psicoanálisis se les propuso a los 30 analistas participantes (veinte de ellos pertenecientes a instituciones de IPA) opinar y expresar sus acuerdos y desacuerdos con lo realizado por un analista en una primera entrevista con un paciente. La reseña de esta entrevista – que era parte de una supervisión – incluía la opinión del analista interviniente acerca de lo que él entendía que habían sido los hechos significativos de la misma, su teorización o interpretación y la intervención realizada. El material clínico, que constituyó el instrumento de esta investigación, era el de un paciente con una conflictiva bastante habitual (ver 2.1.1) y la consigna que se les planteó a los 30 analistas participantes fue que expresaran si estaban o no de acuerdo con lo que el analista interviniente denominaba ‘hecho’, ‘teoría’ e ‘intervención’, y que fundamentaran sus opiniones. El método utilizado de evaluación de las respuestas consistió en diferenciar ocho posibilidades de opinión: estar de acuerdo con lo que el analista denominaba hechos y en desacuerdo con sus teorías, estar en desacuerdo con los hechos y de acuerdo con su teoría o interpretación, estar de acuerdo con lo que denominaba hechos y teorías o estar en desacuerdo con ambos aspectos. Además cada una de estas cuatro opiniones posibles se subdividió en relación

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Clase de la Dra. Alicia Gianella en la Maestrría de Psicoanálisis APA-USAL

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al acuerdo o desacuerdo con la intervención realizada. Por otra parte, para categorizar los fundamentos y comentarios se los clasificó en argumentos estipulativos y calificativos de acuerdo a los criterios planteados en 1.2.

2.1.1. RESEÑA DE LA PRIMERA ENTREVISTA DEL ANALISTA X CON EL SEÑOR Y El analista X – en el marco de una supervisión – describe la primera entrevista con el Sr. Y de la siguiente manera: “El Sr. Y me llega derivado por un colega quien me comenta que es una persona que necesita analizarse porque –según dicho colega– no ha elaborado la separación de su mujer. Se trata de un hombre de 55 años, ingeniero, quien parece estar en una buena posición económica. Está vestido con un traje con corbata que le queda algo holgado y apenas se sienta me dice. “vengo por recomendación pero – discúlpeme – yo no creo mucho en los psicólogos”. Posteriormente, a medida que le voy preguntando, me describe que está “muy cansado” y que le cuesta mucho levantarse a la mañana para ir a trabajar a la empresa constructora. Relata que es el mayor de tres hermanos y que todos trabajan en la empresa que fundó el padre, quien falleció hace cinco años. Desde ese entonces él debe hacerse cargo de otras funciones “y hace un tiempo se generaron problemas que no me dejan dormir”. Me describe entonces episodios de insomnio con angustia que atribuye a las exigencias laborales. En un momento de la entrevista le pregunto por su familia actual y los ojos se le llenan de lágrimas: “Discúlpeme doctor, ¿o licenciado?, pero me cuesta hablar de mi separación. Ella tuvo razón en dejarme porque la verdad, ¿quién puede estar con alguien como yo?...”. Le pregunto cuándo se produjo la separación y a qué se refiere con su comentario y entonces dice: “Nos divorciamos hace dos años: ella se fue con su hijo de otro matrimonio. Decía que estaba cansada de alguien tan rígido. Yo me quedé solo...pero estaba bien. Ahora no se que me pasa, no tengo hambre; en realidad no tengo ganas de nada, a veces pienso que lo mejor sería morirse....”. Me relata que su madre falleció cuando él tenía cinco años y su padre se volvió a casar y que sus hermanos son hijos del segundo matrimonio de su padre: “Él no tuvo mas ganas de vivir, no se cuidaba. Hizo bien, cuando uno no quiere vivir ¿por qué tiene que seguir?”. En ese momento sentí que había cambiado el tono de su voz y su mirada, y le pregunté si tenía “pensamientos negativos”. Me respondió: “¿usted quiere saber si yo me quiero suicidar? Hoy no sabía si venir aquí o irme con el auto por la autopista...” . Le dije que lo veía muy deprimido, lo cité para una próxima entrevista y le sugerí que sería bueno pensar en consultar también a un psiquiatra para ver si es necesario que tome una medicación antidepresiva”.

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Interrogado el analista X acerca de cuáles considera que son los hechos (H) de la entrevista, cuales sus teorías o interpretación de los mismos (T) y cuales sus intervenciones (I), responde: (H):”Se trata de un paciente con una depresión” (T): “Pienso que, además de los duelos, debido al tono general, la anorexia y el insomnio, puede haber algo biológico (I) “Para hacer un análisis tiene que tomar un antidepresivo” 2.2. Los resultados mostraron en primer lugar que las opiniones de los analistas participantes abarcaron las ocho posibilidades diferentes con distintas prevalencias y se pudo constatar que casi el 30% estaba en desacuerdo con todo lo declarado por el analista que realizó la entrevista y el 75 % estaba en desacuerdo con su intervención. Por otra parte los argumentos utilizados por los analistas en sus comentarios sobre esta última fueron en un 60 % calificativos, 30% no hicieron comentarios y solo un 10% planteó argumentos que consideramos estipulativos. Ejemplos de argumentos calificativos fueron: “el analista se asustó”, “estuvo apresurado” o “reedita sus propias pérdidas”. Ejemplos de argumentos estipulativos fueron: “pienso que los hechos significativos son la anorexia y el insomnio”, “creo que la depresión es un diagnóstico teórico y no un hecho”, y también “la muerte de la madre es el hecho principal”, “mandado por otro es el hecho a tener en cuenta”. Estos resultados sugieren en principio la existencia de una diversidad importante de opiniones con un predominio del desacuerdo con el analista que realizó la entrevista. Es interesante señalar que el caso clínico correspondía a una situación bastante habitual en la práctica y estaba encuadrado en lo que puede llamarse ‘problemática depresiva’ (Winograd, 2005). En este sentido existe un contraste entre la variedad de argumentos de los psicoanalistas frente a cierta tendencia a la unanimidad que se supone tendrían los psiquiatras, en especial en cuanto la intervención psicofarmacológica. Por lo general sucede que, como es sabido, la aplicación técnica de un conocimiento implica una articulación entre el área empírica y el área teórica (ver Figura 1). Pero las prácticas clínicas muestran cierto sesgo hacia el dominio de lo empírico en la psiquiatría “ateórica”6 y otro sesgo equivalente hacia el dominio de lo teórico suele ser propio de la perspectiva psicoanalítica. Se desprende del simple esquema de la figura 1 que el progreso de una disciplina implica que su tecnología o método de desarrollar acciones sobre sus problemas siga el vector 1.

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Cuyo ejemplo paradigmático es la serie DSM.

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Fig. 1 Tendencias disciplinarias en salud mental

Área Teórica (Interpretación de los hechos)

Área Empírica (Hechos)

Área Tecnológica

1. Tendencia científica general 2. Sesgo psiquiátrico 3 Sesgo psicoanalítico

Esto implica también una metodología de recolección de los hechos para lo cual estos tienen que estar adecuadamente definidos. La fuente del problema, como señala Peter Fonagy (2003), “reside probablemente en cómo recabamos nuestra información. Como ya sabemos, la palabra datos no es el plural de anécdota” (tomado de www.aperturas.org). Por otra parte, el desarrollo de la noción de ‘evidencia’ problematiza aún más la intervención psicoanalítica en el campo de la salud mental. Esta noción se apoya fundamentalmente en la prueba empírica de modo que frente a ciertas manifestaciones clínicas un psicoanalista puede aferrarse a sus convicciones7 frente a las evidencias en contrario del modelo médico-psiquiátrico. En estas condiciones las preguntas que caben son: ¿Puede haber discusión interdisciplinaria? ¿Es razonable que en una discusión intradisciplinaria entre “lenguas psicoanalíticas” queden claros los fundamentos del acuerdo y del desacuerdo? ¿Es posible que dada una diversidad de pensamiento los argumentos utilizados en la discusión provoquen un cambio en el pensamiento del otro? Bernardi (2003) señala que : “[...] pluralismo es por tanto algo más que la simple convivencia de distintas ideas en una misma institución. Implica una interacción entre estas ideas (pág. 259)”. Pero ¿cómo se consigue una interacción fecunda? ¿Cómo se resuelve el narcisismo de las pequeñas diferencias freudiano, si a veces no está claro si existen tales diferencias o si éstas son inconmensurables? 7

Aquí vale la pena señalar la diferencia entre convicciones, es decir, creencias firmes pero modificables, y certezas, que implican el problema del fundamentalismo.

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Creemos – y este es un aspecto central de este trabajo – que son necesarias metodologías conversacionales que apelen a la racionalidad como asimismo cambios en las actitudes hacia el pensamiento del otro y hasta en rasgos personales. En el primer sentido es lícito esperar que de una conversación entre analistas sobre un determinado tema, se cumpla mínimamente con el principio cooperativo de Grice (1995). Este principio señala que en el intercambio es importante cumplir con las máximas de cantidad de información (ni más ni menos de la necesaria), de calidad (decir lo que se considera verdadero), relevancia (“ir al grano”) y modo (ser claro y con orden). Muchas discusiones entre analistas son en realidad largos monólogos llamados “aportes” que violan la regla de cantidad, de relación y de modo cuando practican la asociación libre fuera de contexto. Inclusive pueden violar la de calidad cuando se describe la clínica propia de acuerdo a las teorías oficiales sin considerar lo que –desde Sandler (1983) – se conoce como teoría implícita. Pero este trabajo se ocupa en particular del segundo sentido del problema, es decir de cómo se valora al otro en tanto diferente de uno, con una lengua o dialecto diferente y cómo puede adquirirse y desarrollarse la mejor competencia comunicativa. Pensamos que esto requiere un trabajo en la comprensión del otro y su lengua, lo que demanda un proceso de aprendizaje y también un esfuerzo en adquirir la capacidad plástica de modificar el propio pensamiento.

3. SOBRE LA COMPRENSIÓN DEL PENSAMIENTO DEL OTRO: RICOEUR, BABEL Y LA TRADUCCIÓN

“Por eso la llamó Babel: porque allí embrolló Yahvéh el lenguaje de todo el mundo” Génesis 10,31-32. (En Ricoeur, P.,Sobre la traducción, pág.45)

3.1 Aslan (2006) escribe que “es relativamente fácil señalar los límites entre la rigidez y la flexibilidad. Pero es más difícil señalar los límites entre la flexibilidad y el desorden”.Y además agrega que “el pensamiento subyacente a la idea del pluralismo psicoanalítico es que la verdad no es monolítica y que aspectos de ella pueden estar en otros esquemas referenciales”, pero que los peligros son el “Escila del babelismo” y el “Caribdis del dogmatismo cuasi-religioso” (pp.259-260) Este último monstruo es de fácil detección cuando utiliza permanentemente argumentos y citas de autoridad, pero también se esconde en la tarea imposible de unificar el lenguaje psicoanalítico en una suerte de esperanto de aspiración científica. Sin embargo, el “Escila del babelismo” constituye un problema más complejo: una cuestión es la diversidad de lenguas psiREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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coanalíticas que intercambian y otra cuestión diferente es la incomprensión entre las mismas con sus hablantes inmersos en sus sectas y sus propias contraseñas. De allí que Jiménez (2008), citando a Tuckett, comente la necesidad de desarrollar nuevos enfoques y argumentaciones razonadas, pues si no la alternativa es la Torre de Babel. Poland (2008), al estudiar los distintos problemas del aprendizaje institucional, señala que existen fundamentalismos donde “la vanidad supera a la curiosidad de una mente abierta” y que “tal vez el lenguaje sea el mayor invento de la humanidad, pero es también el más diabólico” (pág.727). Y citando a Boesky señala “la imposibilidad de encontrar una piedra de Rosetta para nuestra Babel pluralista (pág. 729)”. Jiménez (2005) en su trabajo sobre “búsqueda de integración” señala que el origen de esta Babel puede ser triple: “1) se utilizan las mismas palabras para referirse a diferentes conceptos; 2) a conceptos idénticos se le han dado nombres diferentes; y 3) existen numerosos términos que pueden ser validados sólo en el contexto de un marco teórico determinado” (tomado de www.aperturas.org). Es interesante observar cómo lo que señala Jiménez para el psicoanálisis es semejante a lo que describe Ricoeur para el lenguaje en general en el epígrafe inicial de este trabajo. Es claro entonces en los distintos autores la connotación negativa de la historia mítica de Babel. Pero en este trabajo creemos que este mito podría tener, además, otro sentido. 3.2. Paul Ricoeur en su texto Sobre la Traducción se ocupa del “desafío y felicidad de la traducción”, de “traducir lo intraducible” y de su tesis principal sobre el paradigma de la traducción. Es aquí donde planteará al menos varias cuestiones que entendemos útiles para el estudio del pluralismo en psicoanálisis y las discusiones intra e interdisciplinarias. La primera de ellas es diferenciar la traducción externa “en su sentido estricto de transferencia de un mensaje verbal de una lengua a otra” de lo que en un sentido amplio es una traducción interna como “sinónimo de interpretación de todo conjunto significante dentro de la misma comunidad lingüística” (pág 31). En el primer caso Ricoeur plantea el trabajo del traductor como una tarea de riesgo donde se sirve a dos amos, “al extranjero en su obra, al lector en su deseo de apropiación” (pág.19) y donde se debe atravesar lo que Antoine Berman (1981) llama “la prueba de lo ajeno”. No hay una traducción perfecta porque no hay una lengua originaria o pura que sea “horizonte mesiánico del acto de traducir” (pág. 39). Hay, eso sí, un deseo de traducir y un trabajo que Ricoeur compara con las descripciones freudianas del trabajo del duelo o del recuerdo. La diversidad de las lenguas, lejos de ser un castigo como supone el mito de Babel, está presente para que podamos atravesar la prueba y la experiencia de lo extranjero. Ricoeur señala con claridad que la interpretación tradicional del mito de Babel “[...] hace soñar hacia atrás, en dirección de una

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presunta lengua paradisíaca perdida” (pág. 33). Plantea entonces que no se trata de “una catástrofe lingüística infligida a los humanos por un dios celoso de sus logros” (pág. 42). Y demuestra su hipótesis estudiando el texto bíblico donde dice “Ea, pues bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo y desde aquel punto los desperdigó Yahvéh por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (pág. 45). Y Ricoeur entonces señala: “Vemos que no hay ninguna recriminación, ningún lamento, ninguna acusación [...] Es así como le gustaba decir a Benjamin. A partir de esta realidad de la vida, ¡traduzcamos!” (pag.45). Y remarca: “La traducción es entonces una tarea, no en el sentido de una obligación restrictiva, sino en el de lo que hay que hacer para que la acción humana pueda simplemente continuar, como afirma Hannah Arendt” (pag. 44). Se trata en realidad de un proyecto ético desde el momento en que ya no es más natural tener la misma lengua, pues ahora hay que convivir con la diversidad, con el otro diferente. Según Ricoeur esto es similar al asesinato de Abel “que hace de la fraternidad un proyecto ético y ya no un simple hecho de la naturaleza”. O sea, ya no es nunca más natural que hablemos-pensemos como el otro ni que lo veamos como un hermano-igual. Traducir es un trabajo y un deseo inscripto en el reconocimiento del otro como otro semejante y distinto. Pero hay resistencias a la traducción sobre las que Antoine Berman (1981) escribe: [...] toda cultura resiste la traducción, aún si tiene una necesidad esencial de ésta. La meta de la traducción –abrir a nivel de lo escrito una cierta relación con el Otro, fecundar lo Propio por la mediación de lo Extranjero– golpea de frente la estructura etnocéntrica de toda cultura, o esta especie de narcisismo que hace que toda cultura quiera ser un Todo puro y no mezclado” (pág 125, la cursiva nos pertenece, las mayúsculas son del autor).

¿Es posible que la cultura psicoanalítica pretenda ser “un Todo puro” y que resista entonces tanto el valor de la diversidad en su seno como la fecundación de otras disciplinas? Creemos que no y que además los intentos de hacerlo serían contraproducentes. No existe una “lengua [freudiana] paradisíaca perdida” ni ninguna otra que se entronice como el “verdadero” psicoanálisis. Existe – eso sí – una disciplina en movimiento con avances y retrocesos y la metáfora de Babel podría aplicarse a la fragmentación que implica la competencia de los narcisismos, pero no a la diversidad comunicable, es decir a la comprensión del otro. Por eso pensamos que la intención ética de comprender al otro y hacerse comprender por el otro es un núcleo duro de toda disciplina que se sustente sobre una mínima base racional. Y esto es viable porque, tal como escribe Ricoeur, “siempre es posible decir lo mismo de otra manera” REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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que es lo que sucede “cuando reformulamos un argumento que no ha sido comprendido” (pág. 52). Por otra parte, es necesario renunciar al ideal de la traducción perfecta, aceptando la equivalencia sin adecuación, es decir, hacer un duelo que a su vez “va de la mano de la felicidad de traducir”. Y es así que se practica lo que dicho autor denomina “hospitalidad lingüística” que consiste en “el placer de habitar la lengua del otro, compensado por el placer de recibir en la propia casa la palabra del extranjero” (pág. 28). 3.3. En el segundo caso – el de la traducción interna – Ricoeur la define junto con Steiner bajo el lema “comprender es traducir”, eje conceptual de su libro Después de Babel. Desde esta referencia Ricoeur plantea que “[...] ninguna lengua universal puede lograr la reconstrucción de la diversidad indefinible” (pág. 51). La diversidad existe al punto tal que en realidad “hay algo extranjero en todo otro” y además con “otras definiciones, reformulamos, explicamos, buscamos decir lo mismo de otra manera” (pág. 53). Esto implica un proceso de traducción intrínseco a la comunicación humana, cuyo efecto es comprender el pensamiento del otro. De acuerdo a esta perspectiva la lengua freudiana – con sus polisemias e idiosincrasia alemana – sería una “lengua prebabélica” en tanto fundacional e idealizada. El estudio indispensable de la obra freudiana con todas sus diferentes lecturas y traducciones permitió comprender, por ejemplo, el mecanismo del duelo y su relación y diferencias con lo que hoy la psiquiatría denomina depresión mayor. En la viñeta presentada en 2.1 se plantean distintas maneras de comprender lo que relata el analista X sobre el señor Y. ¿Pueden dialogar entre sí el analista A que considera que lo significativo de la entrevista es la “muerte de la madre”, con el analista B que considera que el analista X “se asustó”? ¿Podrían ambos dialogar con un psiquiatra que, evaluando síntomas como anorexia e insomnio, probablemente indicaría psicofármacos? Es posible – y necesario – que existan pensamientos diferentes pero que puedan articularse, como cuando un traductor conecta entre sí a hablantes de lenguas distintas. La clínica pone en evidencia, como señala André Green (1975), “que no sabemos lo que ocurre en el interior del paciente como no sea a través de lo que él nos comunica “[...] “pero podemos sortear nuestra ignorancia de este espacio interno por la observación del efecto de la comunicación en nosotros” (pág. 71). Y además que “no podemos pretender, es verdad, que eso sea lo que ocurre en el paciente, sino sólo que lo que ocurre en nosotros proporciona un homólogo, un análogo de aquello” (pág. 71). Y agrega que “la comunicación del paciente – diferente de lo que él vive y siente – se sitúa en el espacio transicional que se extiende entre él y nosotros” (pág 72). En este sentido la traducción funciona como un ‘tercero’ al modo de un ‘fenómeno transicional’, como ese campo intermedio que Winnicott describió

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tanto para el juego como para la creación científica. La traducción, entonces, deviene una puesta en relación que no toma partido: no hay un pensamiento o lenguaje “madre” y una lengua “niño”, sino un campo de producción de conocimiento sosteniendo la diferencia. Se trata de una tarea creativa que se produce en un vínculo cuyos resultados los perciben ambas partes. Sin embargo, para desarrollar esta comprensión –ahora entre diferentes analistas – no basta con tener la información de las distintas ideas teóricas y técnicas del [otro] analista o de la [otra] disciplina o corriente analítica. Se puede estar muy informado – hasta en el nivel de erudición exegética – y no poder traducir-comprender-intercambiar con el otro. El trabajo de traducir se aprende, se adquiere con cierto esfuerzo y con una intencionalidad de conocimiento y en ello se puede ser más o menos fiel al pensamiento del otro. A veces la traducción-comprensión es errónea, simplificadora o reduccionista; a veces es imposible traducir-comprender, imposibilidad que Ricoeur plantea con claridad. Pero un pluralismo de riguroso intercambio, generado en ese espacio transicional de comprensión del otro, necesita además de una actitud que se exprese como un rasgo personal con algo de lúdico. Y este término alude aquí al valor creativo que implica la discusión como juego intelectual en lugar del rígido modelo bélico de ataque-defensa8. Y esta posibilidad – pensamos – es solo factible si el pensamiento propio posee la suficiente plasticidad y es capaz de variar, es decir, de cambiar de acuerdo a lo que se percibe del pensamiento del otro.

4. SOBRE LA PLASTICIDAD DEL PENSAMIENTO PROPIO: TODOROV, CORTÉS Y LA IMPROVISACIÓN

Aquellos que no puedan comprender morirán. Aquellos que comprendan vivirán Libro Maya de Chilam Balam. (En Todorov,T, La conquista de América, pag.95)

4.1. Freud le escribe a Fliess el 1° de Febrero de 1900: “No soy en absoluto, un hombre de ciencia, ni un observador, ni un experimentador, ni un pensador. Por temperamento, no soy más que un conquistador, un aventurero, si quieres traducir esta palabra, con toda la curiosidad, la osadía y la tenacidad 8

Condición habitual de las presentaciones de tesis en los ámbitos académicos. Es interesante señalar que en una encuesta reciente de IPA sobre su funcionamiento al cumplir su centenario, existen varias preguntas que aluden a que dicha institución se ocupe de la defensa del psicoanálisis.

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de este tipo de hombres” (En Gay,1988, pág.16). Y es importante señalar que el término en itálica corresponde al original, que fue escrito en castellano, y que por tanto invita a pensar inequívocamente en el conquistador español, en la conquista de América. Tzvetan Todorov (1982) titula La Conquista de América. El problema del otro, a un libro cuya finalidad es, según su autor: “que no caiga en el olvido este relato, ni otros miles más del mismo tenor. A la pregunta acerca de cómo comportarse frente al otro no encuentro más manera de responder que contando una historia ejemplar: la del descubrimiento y conquista de América. Al mismo tiempo, esta investigación ética es una reflexión sobre los signos, la interpretación y la comunicación: pues la semiótica no puede pensarse fuera de la relación con el otro” (pág. 14).

Y ese otro es aquí el indio y su figura estelar, Moctezuma, que tantos interrogantes ha generado a los historiadores: ¿Por qué triunfó Hernán Cortés con sus centenares de hombres frente al imperio más poderoso de América y sus cientos de miles de guerreros aztecas? ¿Qué sucedió en este choque de culturas para que unos hombres ávidos de riquezas destruyeran a un pueblo entero que poseía una organización y adelantos culturales extraordinarios? El problema es complejo y no debiera simplificarse, pero la tesis de Todorov cuya fundamentación es exhaustiva consiste básicamente en señalar que: “de este choque entre un mundo ritual y un acontecimiento único resulta la incapacidad de Moctezuma para producir mensajes apropiados y eficaces. Los indios, maestros en el arte de la palabra ritual tienen por ello menos éxito ante la necesidad de improvisar, y esa es precisamente la situación de la conquista. Su educación verbal [la del indio] favorece el paradigma en detrimento del sintagma, el código en detrimento del contexto, la conformidad al orden en vez de la eficacia del instante, el pasado en vez del presente. Ahora bien, la invasión española crea una situación radicalmente nueva, enteramente inédita, una situación en la que el arte de la improvisación importa más que el del ritual. Es bastante notable, en ese contexto, ver que Cortés no solo practica constantemente el arte de la adaptación y de la improvisación, sino que también es consciente de ello, y lo reivindica como el principio mismo de su conducta” (pág. 107, las cursivas nos pertenecen)

Cortés, el conquistador, es entonces un improvisador9, es decir alguien que 9

La improvisación tiene además aquí el sentido que posee en el jazz. PeeWee Rusell, un eximio clarinetista de un conjunto de Louis Armstrong, cuando un estudiante de música

es capaz de cambiar de acuerdo a lo que comprende del mensaje del otro10. De este modo se abre a lo nuevo y busca respuestas nuevas para hechos diferentes. Como vemos, Todorov señala que Cortés es también consciente de su propio estilo de pensamiento y acción, y cita el propio relato del español cuando éste escribe “hay necesidad que a nuevos acontecimientos haya nuevos pareceres y consejos” (pág 107). Los aztecas, en cambio, viven en un rígido determinismo donde el sentido final de un hecho está dado desde el principio y los argumentos decisivos son de autoridad, no de experiencia. Es así que Todorov señala que “los aztecas están convencidos que las profecías se cumplen. El mundo se plantea de un modo sobredeterminado, todo es previsible y todo está previsto” (pág. 80). La relación del indio es con el mundo y toda su estructura ritual aspira a comprenderlo y a seguir sus designios. Pero Cortés, el conquistador, es especialista en relaciones entre humanos, y lo que le interesa es conocer al otro. Y tiene “la preocupación constante de la interpretación que darán los otros – los indios – a sus gestos”. Por otra parte es notable que “lo primero que quiere Cortés no es poseer, sino comprender; lo que le más le interesa son los signos, no sus referentes. Su expedición comienza por una búsqueda de información, no de oro” (pág.121). La diferencia con el otro estimula la curiosidad y la intención de comprenderlo para lo que es necesario modificar la rigidez del pensamiento propio. 4.2. Al contrario, el caso de Colón, el colonizador, es distinto. A él no le importa el valor intersubjetivo de la palabra porque el otro diferente es considerado un inferior al que hay que evangelizar y dominar. Su rigidez etnocéntrica se manifiesta por ejemplo cuando aprende la palabra “cacique”: trata de buscar qué significa en la lengua española por fuera del sentido que tiene para el indio. Es decir que no tiene en cuenta al otro, su lengua no posee la “hospitalidad lingüística” de Ricoeur, simplemente busca imponerse. No hay en este acto nada que se modifique en su pensamiento, no hay en él plasticidad al igual que Moctezuma, a pesar de ser de culturas distintas. De este modo es posible pensar la noción de “conquista” desde la perspectiva semiótica de Todorov aludiendo a la existencia de una posibilidad plástica de cambiar el pensamiento propio en función de una percepción empática del otro. Implica tanto convencer como dejarse convencer para lo

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le muestra la transcripción escrita de uno de sus solos improvisados dice: “Yo no toqué eso. Además no sabría como tocarlo” (En Hentoff ,1982). Gabbard y Ogden (2010) señalaron recientemente, en un trabajo sobre educación psicoanalítica, que hay que “atreverse a improvisar” porque la vitalidad del analista “puede depender de la voluntad y habilidad para improvisar y [...] dejarse improvisar por lo inconsciente de la relación analítica” (pág. 236).

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que es imprescindible primero comprender/traducir la lengua/pensamiento del otro. Este planteo es independiente de la intencionalidad, de modo que es conveniente aclarar aquí que el sentido de comprender al otro y poseer suficiente plasticidad puede tener las mas diversas intenciones: el dominio de un pueblo, la seducción amorosa, la venta de un producto, la apuesta correcta en un partido de póker… o lograr una discusión científica entre ideas diferentes para producir conocimiento para ambas partes. Como se comprenderá, lo último constituye el sentido principal de este trabajo. Pensamos entonces que para que la pluralidad no sea mera fragmentación es necesaria la articulación de dos dimensiones de la comunicación: la capacidad de traducir que, en el sentido de Ricoeur, significa comprensión, y el arte de la improvisación que, en el sentido de Todorov, significa plasticidad.

5. SOBRE LOS CAMINOS HACIA UN PLURALISMO RIGUROSO Una vez que un hombre empieza a reconocerse en otro ya no puede considerar a esa persona un extraño. Quiera o no, se ha establecido un vínculo. Paul Auster, La música del azar,1990, pág.62 Cuando uno toca con alguien que tiene algo que decir, aunque los dos difieran mucho estilísticamente, hay algo que se mantiene constante. Y ese algo es la tensión de la experiencia [...] un sentido de elevación [...] que los hace feliz. John Coltrane, (En Hentoff,N., 1982)

5.1. Eduardo Braier (2009) ha utilizado la noción metafórica de “camino” señalando su abundante uso en la obra freudiana (caminos de la terapia analítica, vía regia, caminos de las mociones pulsionales, etc.) citando la idea de Maldavsky que esta noción constituiría una metáfora más cercana a la aventura que a la rutina. En este sentido hemos señalado en 4.1 la descripción de Freud de sí mismo como conquistador/aventurero. Es legítimo pensar que en la historia del psicoanálisis hubo varios “aventureros” que, probablemente identificados con Freud, abrieron y recorrieron distintos caminos y de hecho generaron el pluralismo psicoanalítico. Pero éste se transforma en un problema relevante a partir de la ya legendaria obra de

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Wallerstein (1988, 1990) sobre la existencia de uno o muchos psicoanálisis y sobre la existencia del common ground. En realidad la historia de las instituciones psicoanalíticas muestra en principio que el pluralismo fue un logro importante para el desarrollo del psicoanálisis. Es conocida la necesidad histórica y fundacional de la instalación de una única lengua oficial que definiera el territorio y la identidad del psicoanálisis. Pero sus efectos administrativos y normatizadores en la formación y en la transmisión hicieron que otras lenguas fueran marginales o proscriptas y que se demoraran ciertos desarrollos. Desde este punto de vista, lograr la aceptación de la existencia de ideas diferentes convirtió al pluralismo en un vehículo de la libre expresión sin temor a ser descalificado, generando un efecto progresivo. Por otra parte, las particularidades y la expansión de la actividad clínica generaron la articulación de ideas de distintos autores – seleccionados por necesidad o gusto personal – para explicar e intervenir en distintos problemas clínicos. Un ámbito pluralista favoreció dicha posibilidad poniendo a trabajar distintas teorías como un componente natural de muchas prácticas actuales. Sin embargo, existe un aspecto preocupante del llamado pluralismo que, en definitiva, parece una suerte de racionalización benévola para aludir a la fragmentación abarcada por una “causa” común y vehiculizada a través de un “movimiento”. En este sentido Garza Guerrero (2002) señala que “nuestra disciplina psicoanalítica nace, evoluciona y, aún se inserta, en un entramado congregacionista que mezcla y ata en forma inextricable prerrogativas y funciones propias de movimientos y causas (Vg. cuasi-religiosas, ideológicas, societario-políticas), con prerrogativas y funciones propias de ciencias y profesiones académicas” (tomado de www.aperturas.com). 5.2. La citada mezcla ha tenido efectos generacionales en la formación de psicoanalistas. Es así que lo que se propone en este trabajo es el desarrollo de un pluralismo al que no se puede renunciar, pero sobre el que es posible construir cierta consistencia y rigurosidad de modo que el movimiento devenga en disciplina científica. En la medida que ya no sea necesario defender una causa sino generar conocimiento sobre el sujeto humano y sus producciones, el pluralismo adquirirá otro sentido. Pensamos que desde esta perspectiva no son necesarias convergencias artificiosas: no se trata de que todos los caminos conduzcan a Roma. Hay diversos caminos que conducen a distintos aspectos de la teoría y la clínica psicoanalítica y rumbo a diferentes articulaciones interdisciplinarias tanto con las disciplinas de la subjetividad como con las neurociencias. Pero lo que pensamos que es crucial es que se construyan senderos y puentes entre esos caminos que permitan ir y venir, con el confort que brinda el vínculo y con la felicidad del traductor de RiREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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coeur y del improvisador de Coltrane. Esta vincularidad permite definir al pluralismo riguroso como: a) La posibilidad de comprender el pensamiento del otro y flexibilizar o modificar el propio (traducción y plasticidad) b) La posibilidad de discutir dentro de un proceso argumentativo en grado 2 ó 3, lo que implica el predominio de argumentos estipulativos sobre los calificativos. Es obvio que a veces son inevitables los argumentos calificativos como parte del compromiso emocional en una discusión apasionada, pero es conveniente diferenciar la firmeza de los argumentos propios de la descalificación de los argumentos del otro. Por otra parte, el predominio de argumentos calificativos también obstruye el proceso argumentativo cuando son excesivamente elogiosos, práctica vincular muchas veces aplacatoria o hipócrita. A su vez, la descalificación puede adoptar diversas formas como puede observarse en el ejemplo que describe Bernardi (2003) en una presentación de Serge Leclaire. Este analista francés interroga en forma directa a su audiencia en estos términos, invitando a la controversia: “¿Se representan Uds. al cuerpo de otra forma que la de un recipiente provisto de algunas aberturas? [...] Si yo les planteo esta pregunta, es porque pienso que esta representación es ingenua en demasía y que, sobre todo, ella no corresponde a los datos psicoanalíticos de nuestra experiencia” (pág. 29, la negrita nos pertenece). Bernardi plantea que el primer argumento de Leclaire es el de la ingenuidad de la otra posición, lo que puede aludir tanto a falta de sofisticación como a insuficiente reflexión crítica sobre el tema. Por otra parte Leclaire no brinda los datos de la experiencia aludida con lo que – a nuestro parecer – la calificación tiende a obstruir la discusión pues el eje de la misma no es confrontar dos argumentos de igual nivel, sino a caracterizar a uno de ellos como inferior por su supuesta ingenuidad. En el mismo sentido – en el marco de una supervisión – Green (1994) le señala a la analista que presenta su material clínico11 el “[....] miedo que sintió cuando la paciente puso en evidencia la estructura de su conflicto fundamental, porque le presentó un Edipo grande como una montaña” (pág. 52, las cursivas nos pertenecen). Pensamos que independientemente del grado de verdad que pudiera tener esas afirmaciones – al igual que las de Leclaire en otro contexto – se tornan poco discutibles, no solo por la autoridad de quien las emite sino porque al ser calificativas suelen generar defensa o sometimiento. En el ejemplo

11 Caso Andrea presentado en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.

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que presentamos en 2.2. hay que recordar que el 60% de la argumentación utilizada para expresar desacuerdo con la intervención del analista fue con argumentos calificativos. No sabemos si frente al analista que ofreció su material estos argumentos serían los mismos, es decir, que no podemos predecir el grado de traducción y de plasticidad que se desarrollaría en una discusión personal sobre la entrevista del señor Y. Suponemos que si predominaran los argumentos estipulativos el proceso argumentativo probablemente evolucionaría a los grados 2 y 3. En la figura 2 puede observarse una reseña de lo desarrollado en este trabajo. Consiste en presentar la definición de pluralismo riguroso como la articulación de dos dimensiones, traducción (T) y plasticidad (P), que implican un gradiente que va desde la ausencia de ambas hasta su máxima expresión. De este modo se configuran cuatro zonas que se corresponden con los grados del proceso argumentativo (grados 0,1, 2 y 3) que representan el grado de evolución o involución de la articulación entre la capacidad de traducir/comprender (T) y la plasticidad y capacidad de improvisación (P) en una discusión intra o interdisciplinaria. Asimismo, el gráfico permite mostrar que el predominio de argumentos calificativos tiende a descender la controversia al grado 0, mientras que los argumentos estipulativos la ascienden a los grados 2 y 3. Por otra parte, es importante destacar la existencia de los puntos (A) y (B) que representan dos desfasajes en la capacidad T y en la capacidad P. El punto (A) representa una condición cuya expresión teórica extrema sería T sin P, es decir una actitud de erudición rígida y exegética que descarta el pensamiento del otro sin intercambio. El punto (B) representa una condición cuya expresión teórica extrema sería P sin T, es decir una actitud amorfa y sobreadaptada al pensamiento del otro sin intercambio tampoco. En ambos puntos (A) y (B) predominan los argumentos calificativos (descalificadores y aduladores) y el proceso argumentativo no podrá pasar del grado 0 al grado 1. Desde una perspectiva vincular A y B serían complementarios y corresponden a la problemática del narcisismo, donde un “amo traductor” que lo comprende todo es idealizado por un “acólito obediente” sin identidad propia, es decir una estructura de fascinación donde no hay comunicación posible.

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Fig. 2 Evolución e involución del pluralismo T GR 3 GR 2 Argumentos Estipulativos

GR 1 A GR 0 Argumentos Calificativos B

P

REFLEXIONES FINALES: PUENTES HACIA UN PLURALISMO RIGUROSO A un caballero, en una discusión teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El agredido no se inmutó y dijo al ofensor: “Esto, señor, es una digresión, espero su argumento”. Jorge Luis Borges (1933) Arte de Injuriar,, pág. 423

Es indudable que tanto el problema de la fragmentación como el del intento de integración forzosa tienen influencia en la actividad clínica y ambos aspectos constituyen tensiones permanentes en el seno de la cultura psicoanalítica. Es también indudable que el análisis personal, el autoanálisis y el análisis de la contratransferencia suelen impedir que el analista “arroje un vaso de vino al paciente”. Esta es justamente una cuestión que Joyce McDougall (1998) señala cuando plantea “[...] el respeto que tenemos por el sistema de valores personales de nuestros pacientes”, actitud que “[...] no practicamos necesariamente en nuestra relación con nuestros colegas” (pág. 301). Se trata, entonces, de que la relación analista-paciente por lo general mantiene ciertas reglas que a veces no se cumplen en la relación entre analistas. Muchas veces se tiene una mejor escucha del relato y de la asociación del paciente que de la opinión del colega al que se califica. Y es sencillo deducir que la capacidad de traducción/comprensión del material clínico y la plasti-

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cidad para modular la intervención sea más habitual en el vínculo terapéutico que en el profesional. A veces es más fácil lograr que un paciente diferencie sus fantasías de ciertos hechos en el proceso analítico, que lograr que un analista diferencie sus teorías de determinados datos empíricos en una discusión. La noción de pluralismo riguroso se funda entonces en la necesidad de construir puentes entre pensamientos y lenguas distintas, valorando la diversidad como algo enriquecedor que reduce la tendencia al dogmatismo (Coderch, 2006, Bernardi, 2007). No se trata de integraciones o consensos políticos, ni de “todo vale igual”. Se trata de un alegato en procura de una actitud equidistante de la búsqueda de una unidad paradisíaca y del mantenimiento de islas autovalidadas, que suelen ser las condiciones “normales” del movimiento psicoanalítico. Por otra parte pensamos que la construcción de puentes12 necesita de modelos de investigación clínica, conceptual y empírica para generar argumentos que se puedan discutir, y fundamentalmente requiere la capacidad de comprender el pensamiento del otro y poder modificar el propio. Estos puentes serán posibles cuando se puedan decir las cosas de otra manera (Ricoeur), cuando se pueda estar convencido de algo sin creer que eso significa demostrarlo (Garma), cuando sea fácil reconocerse en otro diferente (Auster), cuando se adquiera la capacidad borgeana de diferenciar una digresión de un argumento, cuando, finalmente, se descubra –como en el jazz– la tensión y la felicidad de trabajar en la diferencia.

RESUMEN La pluralidad de teorías que hoy en día existen en la clínica psicoanalítica provoca una enorme cantidad de problemas cuando los psicoanalistas deben comunicarse entre sí. Resulta difícil determinar en una discusión si se trata de diferencias en la apreciación de hechos clínicos o si lo que se debate son diferentes interpretaciones teóricas de los mismos o sus intervenciones derivadas. Se presenta una investigación donde treinta psicoanalistas expresaron sus opiniones sobre el relato de una entrevista hecha por otro analista en una supervisión, donde se establecieron dos tipos de argumentos: estipulativos y calificativos. Se plantea que este último tipo de argumento favorecería la fragmentación y/o las posturas dogmáticas. Se propone que son necesarios dispositivos de investigación sistemática y cambios en actitudes en el propio pensamiento y hacia el pensamiento del otro. Se desarrolla la noción de traducción/comprensión “post–babélica” de Ricoeur y la de improvisación/plasti12

Es asimismo la respuesta de Fonagy (2003) a las críticas de Green sobre las investigaciones en la primera infancia, señalando que estos investigadores desean trazar puentes hacia el psicoanálisis.

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cidad de Todorov. Se define al pluralismo riguroso como la posibilidad de comprender el pensamiento del otro y de modificar el propio (traducción y plasticidad), y de discutir con el predominio de argumentos estipulativos. Se ilustra con un gráfico la evolución e involución del pluralismo de acuerdo al grado de traducción y plasticidad en las discusiones entre psicoanalistas. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / PLURALISMO / INVESTIGACIÓN / PENSAMIENTO / TRADUCCIÓN / COMPRENSIÓN / FRAGMENTACIÓN

SUMMARY About psychoanalytic culture: a plea for a rigorous pluralism The plurality of theories that nowadays exists in the psychoanalytic clinic brings about a large amount of problems in the communication among psychoanalysts. It makes it difficult to determine, in a discussion, if the debate is based on differences in the appraisal of clinical facts or in different theoretical interpretations or its derivative interventions. It is presented a research in which thirty psychoanalysts expressed their opinions on the report of an interview done by another analyst in a supervision. The arguments were of two types: stipulative and qualifying. The latter would favor the fragmentation and / or the dogmatic attitudes. It is suggested that devices of systematic investigation and changes in attitudes in the own thoughts and towards the other’s thoughts are necessary. The notion of “after Babel” translation / comprehension of Ricoeur and the concept of improvisation / plasticity of Todorov are developed. The rigorous pluralism is defined as: the possibility of understanding the thought of the other and modifying the own (translation and plasticity), and of using mostly stipulatives arguments in discussions. The evolution and regression of the pluralism, according to the degree of translation and plasticity in the discussions among analysts, is represented in a graph. KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / PLURALISM / INVESTIGATION / THOUGHT / TRANSLATION / UNDERSTANDING / FRAGMENTATION.

RESUMO Sobre a cultura psicanalítica: em defesa de um pluralismo rigoroso A pluralidade de teorias que hoje em dia existem na clínica psicanalítica gera uma enorme quantidade de problemas quando os psicanalistas têm que comunicar-se entre eles. Em uma discussão é muito difícil determinar se se trata de diferenças ao se considerar os fatos clínicos, ou se o que se debate são diferentes interpretações teóricas

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dos mesmos ou das intervenções decorrentes. Apresenta-se uma pesquisa em que trinta psicanalistas deram seu parecer sobre o relato de uma entrevista feita por outro analista em uma supervisão, estabelecendo-se dois tipos de argumentos: estipulativos e qualificativos. Constata-se que este último tipo de argumento poderia favorecer a fragmentação e/ou as posturas dogmáticas. Propõe-se que são necessários dispositivos de investigação sistemática e mudanças nas atitudes do próprio pensamento e do pensamento do outro. Desenvolve-se a noção de tradução/compreensão “pós–babélica” de Ricoeur e a de improvisação/plasticidade de Todorov. Define-se o pluralismo rigoroso como possibilidade de compreender o pensamento do outro e de modificar o seu próprio pensamento (tradução e plasticidade), e de discutir com o predomínio de argumentos estipulativos. Acompanha um gráfico sobre a evolução e involução do pluralismo de acordo com o grau de tradução e plasticidade nas discussões entre os psicanalistas. PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / PLURALISMO / PESQUISA / PENSAMENTO / TRADUÇÃO / COMPREENSÃO / FRAGMENTAÇÃO.

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El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico1 * André Green

Es un gran honor para mí que se me haya solicitado dar una charla pública en el marco de esta excepcional y notable conferencia acerca del pluralismo de las ciencias, sobre la cual, como investigador, no se me escaparon algunos detalles. Por un lado, se me ha concedido el privilegio de ser el primer y único orador –como si se esperara algún mensaje de mí– en vísperas del simposio propiamente dicho, que comienza mañana. Por otro lado, frente al anuncio de mi charla hay una fotografía de Freud. Algunos pensarán que lo que está junto a mi nombre es mi retrato; o bien, si identifican a Freud, ¡tal vez piensen que hemos intercambiado nuestros nombres! Ésta es sólo a medias una broma. Cuando traté de comprender cómo es que se me había concedido este honor, tal vez di la impresión de que mi posición reflejaba la que podría haber ofrecido Freud si hablara desde la tumba... lo cual no es más que una pura expresión de deseos. No resistí la tentación de abrir el volumen 24 de la Standard Edition de sus obras completas, donde aparece el “General Subject Index”. Lo que encontré no me sorprendió. En ese repaso terminológico de la obra de Freud no se menciona la palabra research (investigación).2 Se me ocurrieron dos respuestas para esto, de las cuales la primera es de lejos la más importante. Freud no habló de investigación porque estaba seguro de que toda su obra era una investigación, y de que ni siquiera alguna ínfima porción de ella escapaba a ese rótulo. No sentía la necesidad de aplicar otro método a sus investigaciones. De ahí que no me sorprenda el título del trabajo de Alain de Mijolla, “Freud y la investigación psicoanalítica”. La segunda posible respuesta es que, en la época de Freud, esa investigación de la actividad

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2

Este trabajo forma parte del libro Pluralism and Unity. Methods of Research in Psychoanalysis, editado por la IPA en 2003 con las presentaciones de la Conferencia Internacional que sobre este tema se realizó en Frankfurt en septiembre de 2002. * [email protected] / Francia Sin embargo, figura la entrada “scientific research”, que remite a algunas páginas del volumen 17 y a varias del volumen 22 de las Obras completas. (N. del T.)

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psíquica era prácticamente inexistente. Veamos qué dice en el Esquema del psicoanálisis (1938): De lo que llamamos nuestra psique (vida anímica), nos son consabidos dos términos: el primer lugar, el órgano corporal y escenario de ella, el encéfalo (sistema nervioso) y, por otra parte, nuestros actos de conciencia, que son dados inmediatamente y que ninguna descripción nos podría transmitir. No nos es consabido, en cambio, lo que haya en medio; no nos es dada una referencia directa entre ambos puntos terminales de nuestro saber (pág. 143).

Cuando se publicó el Esquema, tanto en alemán como en inglés fue acompañado por fragmentos de otro trabajo de la misma época, “Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis”. Allí menciona el “efecto perturbador [que] produce el hecho de incluir nuestra ciencia algunos supuestos”, y agrega: “uno no sabe si contarlos entre los resultados de nuestro trabajo o entre sus premisas”. Esta observación sigue siendo de gran valor en la actualidad. La palabra que usó Freud para “premisas” es Voraussetzungen, que puede traducirse como “hipótesis”, “suposición” o “condición”. El Oxford Compact Dictionary da para hypothesis la siguiente definición: “1) Proposición tomada como base de un razonamiento. 2) Suposición tomada como punto de partida de una ulterior investigación basada en los hechos conocidos. 3) Premisa infundada (del griego hypothesis, fundamento)”. Una hipótesis está ligada a la conjetura, la deducción, la inducción o los “temas” (themata). Este último término, bastante inusual, requiere ser definido. En el artículo correspondiente del Dictionnaire d’Histoire et de Philosophie des Sciences, leemos: “Desde hace unos años se acepta cada vez más que las presuposiciones, que nada tienen que ver con los fenómenos y que en principio no son demostrables ni rebatibles, cumplen un papel determinante en la fase preparatoria de la investigación en las ciencias experimentales o humanas” (Gerald Holton, “Themata”). Así opinaban Albert Einstein, y también Heisenberg y Schröder. También podemos hallar este punto de vista en Kepler, Newton, Bohr o Steven Wainberg. Si atendemos a lo que manifestó Einstein – a saber, que sus convicciones eran más fuertes que los hallazgos de la ciencia de su tiempo, incluso al punto de negarse a reconocer otros hallazgos de la física que contradecían su teoría – nada nos impide poner esas mismas palabras en boca de Freud. Al comenzar sus “Trabajos sobre metapsicología”, Freud escribe: Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe construirse sobre conceptos básicos claros y definidos con precisión. En realidad, ninguna, ni aun la más exacta, empieza con tales definiciones. [...] Ya para REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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la descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas que se recogieron de alguna otra parte, no de la sola experiencia nueva. Y más insoslayables todavía son esas ideas –los posteriores conceptos básicos de la ciencia– en el ulterior tratamiento del material. Al principio deben comportar cierto grado de indeterminación; no puede pensarse en ceñir con claridad su contenido. Mientras se encuentran en ese estado, tenemos que ponernos de acuerdo acerca de su significado por la remisión repetida del material empírico del que parecen extraídas, pero que, en realidad, les es sometido. [...] Pero el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones (1915, p. 113)

La riqueza de lenguaje es incomparable, y en eso coinciden los psicoanalistas. La palabra “hipótesis” puede tener distintas acepciones: proposición, suposición, premisa infundada. En esto radica todo el debate. Por un lado, los psicoanalistas consideran que necesitan enunciados básicos que no pueden en sí mismos ser probados, suposiciones como punto de partida para el desarrollo de la investigación, mientras sus opositores consideran que se apoyan en premisas infundadas. En rigor, lo que actualmente se debate es el valor de la investigación clínica, entendida “una y otra vez” como la única base confiable. Se nos pide que probemos nuestras hipótesis, nuestras conceptualizaciones, y el resultado del tratamiento. He abogado por otro punto de vista y para ello he introducido el concepto de “pensamiento clínico”. En mi opinión, es erróneo considerar lo clínico como una suerte de aplicación de otros factores básicos que podrían ser investigados científicamente y alcanzar estatus teórico; entiendo que el término “clínico”, proveniente de la medicina, debe ser reexaminado al hablar de psicoanálisis. Resumiendo, creo que en el pensamiento clínico hay un tipo de causalidad específica y que no puede ser reducido a otras modalidades de pensamiento, más estrechamente ligadas a la ciencia. El tipo de desarrollo de los síntomas clínicos que se configura en las constelaciones psicoanalíticas indica una especie de racionalidad y de evolución que les son propias. Esta racionalidad fue el fundamento de la comunicación entre los psicoanalistas, que compartían una misma experiencia y también la convicción de que el llamado razonamiento científico objetivo no era apropiado para comprender la génesis, desarrollo, resultado, complicaciones y complejidades de lo que denominamos neurosis, psicosis, perversión, depresión, etc. El pensamiento clínico crea conceptos relacionados con los motivos de lo inconsciente y sus parámetros, la diversidad de las respuestas que estos parámetros provocan, su extensión, sus transformaciones, su racionalización, bajo la influencia de la contrainvestidura que, en ciertos casos, genera una desinvestidura. Una de las principales características del pensamiento

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clínico es que es dialógico; vale decir, no sólo se ocupa del paciente que padece, sino también de la persona –el analista– cuya tarea es escuchar ese padecimiento en la pareja que ambos forman, gracias a una clase muy particular de escucha y empatía. Hoy sabemos que es imposible tratar las cuestiones vinculadas con la transferencia sin tomar en cuenta la contratransferencia; tal es lo que nos dicen, cada una en su propio contexto, la teoría de las relaciones objetales y la de la intersubjetividad. Por otra parte, no importa la diversidad y profundidad con que respondamos a las preguntas y enigmas clínicos, siempre habrá una “brecha teórico-práctica” (Donnet) que será fuente de dificultades. Quiero decir que, según nuestra experiencia, ninguna teoría será capaz de abarcar el campo íntegro de la práctica psicoanalítica, y ninguna práctica psicoanalítica se amoldará total y exactamente a los límites de cualquiera de las teorías existentes. La causa reside en la naturaleza de la actividad psíquica. “Límites del alma: No podrás salir y encontrarlos, por más que el camino te lleve a ellos. El alma incluye un Logos profundo” (Heráclito, en Bisch, vol. 45). Éstas son las limitaciones aceptadas de nuestra disciplina, y promueven nuestra necesidad de saber algo más acerca de ella. Tal vez en muchos de los problemas que enfrentamos haya cierto grado de confusión. El psicoanálisis fue descubierto dentro del marco de la medicina. Fue un médico, que también poseía una avanzada formación científica, quien descubrió el inconsciente; y lo descubrió porque las enseñanzas de la ciencia eran desalentadoras, y el pensamiento clínico, muy limitado. Todos los psicoanalistas conocen el intento inicial de Freud de incorporar el pensamiento biológico en su “Proyecto de psicología” (1950 [1892-99]), que escribió (¡en su mayor parte mientras viajaba en tren!) para ayudar a Fliess a comprender, en su propio lenguaje, lo que Freud quería transmitirle, ya que sintió que Fliess tenía mucha reticencia al respecto. Y los psicoanalistas saben también que su próxima medida fue negar lo que había escrito (se opuso a que fuera publicado). Le volvió la espalda al “Proyecto” y, años después, escribió La interpretación de los sueños (1900), obra que reflejaba su auténtico pensamiento analítico. Incluso hoy, muchos científicos lamentan que Freud haya pasado de la fisiología a la psicología. Quisieran que corrigiéramos este error retrotrayéndonos a 1895, año de inspiración del “Proyecto”. Son incapaces de ver la diferencia que existe entre este último y el libro de 1900, y además critican las ideas de Freud sobre los sueños (Allan Hobson, M. Jouvet). Por suerte, otros científicos están mejor capacitados para entender lo que Freud quiso decir (Kustadt, 2001). Pero en lo concerniente a los psicoanalistas, La interpretación de los sueños es el primero de los libros de Freud, y quizá el más importante. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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No obstante, cuanto más avanzó Freud y cuanto más progresó la disciplina después de su muerte, mayor fue la conciencia de que los psicoanalistas tenían que apartarse de la medicina: aunque el psicoanálisis era una terapia, debía definírselo en sus propios términos. Obviamente, la medicina se basa en el progreso de la ciencia; vale la pena plantearse si también el psicoanálisis depende del progreso de la ciencia. Algunos de los principales autores psicoanalíticos (Bion, Winnicott, Lacan) han cuestionado que el modelo médico sea adecuado para el psicoanálisis. Siguiendo a Freud, los psicoanalistas a menudo se enorgullecen de llamarse “científicos”. Esto me recuerda una anécdota sobre un individuo que decía que iba a casarse con una hija de la familia real, y que el asunto ya estaba a medias formalizado. Cuando se le preguntó qué quería decir con eso, respondió: “Ya convencí a mi familia. ¡Ahora necesito convencer a la de ella!”. Por lo que yo sé, no son muchos los científicos que consideran a los psicoanalistas sus pares: en la mayoría de los casos, preferirían no tener ningún contacto con éstos. Aun en las mejores circunstancias posibles, hay un pluralismo científico. Tenemos investigación clínica, conceptual y empírica; el asunto es si estas diversas disciplinas, en el caso de no ser ciencias, están en un pie de igualdad con ellas, o si algunos psicoanalistas distinguen secretamente entre la ciencia auténtica, la investigación empírica, y otros campos – la investigación clínica y quizá también la conceptual – que serían pura “cháchara”. Si tomamos el caso de Freud, me parece obvio, como demostró hace mucho Jean Starobinski, que el psicoanálisis es una especie de águila de dos cabezas, una de las cuales nace de la medicina, la psiquiatría, la ciencia, en tanto que la otra tiene sus raíces en la cultura: la literatura, el arte, la historia de la civilización, etc. Recordemos que el descubrimiento del complejo de Edipo se debió no sólo a los pacientes a los que Freud analizó, sino también a su profundo conocimiento de la tragedia griega y a su familiaridad primero con Sófocles y después con Shakespeare. En términos actuales, podríamos pensar que esta distinción implicaría una complementariedad, dentro del enfoque psicoanalítico, entre las ciencias exactas y las ciencias humanas. La cuestión es muy compleja y el problema debe ser abordado. La primera conclusión que se extrae de estas observaciones –y es el sentido de este simposio– es que tenemos gran necesidad de... ¡investigar la investigación! No repitamos en nuestra disciplina lo que le ocurría a ese sujeto que buscaba las llaves de su casa, y que para eso se cruzó a la acera de enfrente, porque estaba iluminada, aunque sabía que las había perdido en la acera opuesta, donde era inútil buscarlas porque no se veía nada. Con el objeto de presentar algunas hipótesis de trabajo, debemos primero formularnos las siguientes preguntas:

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1. ¿Es tan seguro que el psicoanálisis es una ciencia? 2. Si no lo es, ¿a qué grupo de disciplinas pertenece? 3. ¿Qué clase de descubrimientos científicos pueden incorporarse al psicoanálisis? 4. Si ciertos avances científicos indican que determinados conceptos psicoanalíticos son indemostrables o aun falsos, ¿es esto condición suficiente para rechazarlos y descartarlos? 5. ¿Qué ciencias podrían servir como modelos para el psicoanálisis? 6. ¿Qué relación hay entre el psicoanálisis clínico y otras aplicaciones del psicoanálisis? 7. ¿Cómo debemos abordar la multiplicidad de teorías que han proliferado desde la muerte de Freud? 8. ¿Qué beneficios podemos extraer de los conceptos de la epistemología? 9. ¿Qué lugar ocupa el psicoanálisis en el estado actual de los conocimientos? Estoy bastante convencido de que todas estas preguntas son legítimas. Sin embargo, coincidirán conmigo en que la ouverture de hoy no puede abarcar todas las perspectivas que ellas abren. En septiembre de 1997 se llevó a cabo en el University College de Londres una conferencia presidida por Joseph Sandler en la cual Daniel Stern y yo expusimos nuestras opiniones sobre la investigación psicoanalítica clínica y observacional. Cuando Sandler decidió publicar una monografía para dar a conocer nuestra polémica (Sandler, Sandler y Davies, 2000), incluyó en el mismo volumen la controversia que yo había mantenido con Robert Wallerstein en el Newsletter de la Asociación Psicoanalítica Internacional (Green y Wallerstein, 1996). Supongo que mi presencia hoy aquí se debe a mis aportes a estos dos debates. No retomaré mis opiniones en detalle, porque se supone que son conocidas, y no he cambiado de modo de pensar. Peter Fonagy, estaba fuera de Inglaterra y no pudo asistir a la conferencia de 1997; esta vez está con nosotros y podrá decir cuánto discrepa conmigo, como lo ha hecho en anteriores ocasiones. Pero la semana pasada ambos nos encontramos en Munich y, cosa muy sorprendente, ¡estuvimos casi completamente de acuerdo! Tomaré sólo algunos de los nueve puntos que he enumerado y trataré de responder a ellos lo mejor que pueda. Los autores de la introducción a esta conferencia señalan correctamente que los temas que vamos a discutir son, en gran medida, el producto del Zeitgeist, del espíritu de la época. Al siglo XVII, del cual puede decirse que REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Freud fue el heredero, se lo llamó la Edad del Iluminismo; es posible que al siglo XX se lo conozca en el futuro como la Edad de la Ciencia. Sería ridículo cuestionar los beneficios que ha obtenido la humanidad gracias al avance de la ciencia, por más que también hayamos padecido sus defectos. Pero esto no basta: debemos ser conscientes de que los científicos no siempre han mantenido una postura clara. Con frecuencia practican un doble juego, y hay un especial ajuste de cuentas con el psicoanálisis: muchos de ellos piensan que los psicoanalistas son unos sinvergüenzas, y que Freud se lleva el Primer Premio entre todos ellos. (En esto comparten la opinión de M. Borch-Jacobsen, Frederick Crews, Peter Swales). ¿Por qué hablo de doble juego? Por un lado, los científicos no tienen ningún reparo en admitir que la ciencia es incapaz de abarcar todo lo que debe investigarse, y que sólo se aplica a una porción muy limitada de la realidad. Sin embargo, pese a aceptar esto, consideran que no existe ninguna forma de conocimiento salvo la que ofrece el método científico. En otras palabras: lo demás es pura ignorancia. Y por supuesto, en lo que a ellos atañe, el psicoanálisis es en el mejor de los casos la ilusión de un conocimiento, que trata de ocultar su verdadera ignorancia. Otra de las estrategias de los científicos consiste en admitir que lo que sabemos con certeza en la actualidad es lo que las ciencias han llegado a conocer hasta ahora, y el resto espera ser descubierto en el futuro. Ahora bien: en algunos campos, cuando el futuro no aporta ningún nuevo conocimiento, con suma frecuencia la reacción del científico es sostener que aquello que se ignora carece de importancia y puede soslayarse. Podemos hablar, pues, de una pretensión ilegítima de la ciencia de monopolizar ese conocimiento, considerado como cierto. Recordamos a Karl Popper y su The Logic of Scientific Discovery (1934), donde planteó sus ideas sobre la falsación. Tres hechos deben subrayarse: 1) Luego de que Popper declarara que el psicoanálisis no era falsable, Grünbaum aseveró que no sólo lo era... ¡sino que era falso! Grünbaum fue saludado con entusiasmo por los científicos y también por algunos psicoanalistas que compartieron sus críticas, pese a que todo lo que ha escrito sobre el psicoanálisis revela un flagrante desconocimiento de lo que yo llamo la “modalidad psicoanalítica de pensamiento”. 2) La reacción de ciertos científicos a la obra de Popper fue notable. Kuhn, Lakatos y Feyerabend, luego de analizar las opiniones de Popper, concluyeron que, en rigor, los científicos no trabajan como él aseguraba. Todos recuerdan todavía el provocativo enunciado de Feyerabend: “anything goes” (todo vale) (1975). 3) Debemos diferenciar tres procedimientos distintos: el pensamiento relativo al descubrimiento, el relativo a la demostración y el relativo a la verificación. Un análisis psicológico muestra que esos tres tipos presentan diferencias significativas. De todos modos, hay una generalizada convicción

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de que el único conocimiento digno de ese nombre es el de la ciencia. ¡Olvidémonos del arte! La idea de que distintos tipos de conocimiento puedan coexistir resulta para muchos inaceptable. Se piensa que el conocimiento que deriva de la cultura es entretenido o divertido, pero poco confiable. Si uno realmente quiere saber algo sobre la mente humana, es inútil leer a Shakespeare, y en cambio siempre será provechoso leer libros sobre la inteligencia artificial. Me doy cuenta de que mi opinión puede parecer exagerada, pero no estoy seguro de que, en última instancia, no sea esto lo que piensan los científicos. En un trabajo anterior (Green, 1991), publicado entre las ponencias de un Simposio sobre el Inconsciente y la Ciencia llevado a cabo en 1988 con los auspicios de la UNESCO, proponía distinguir entre el sujeto de la ciencia y el sujeto de la psique. El sujeto de la ciencia es el que puede encontrarse en el método científico; según Lacan, data desde Descartes. El sujeto de la psique contiene lo que pertenece al sujeto de la ciencia pero incluye también lo que no puede ser sujeto de la ciencia. Si un científico al que se le otorga el Premio Nobel cree, en su vida privada, en la religión (en cualquier religión), la tarea del sujeto de la psique es comprender cómo pueden coexistir en la misma persona ambos aspectos (el científico y el no científico) y ser parte de la estructura de su personalidad. Me sorprendió que muchos neurocientíficos se refirieran en dicho libro a William James, por quien tenían el mayor de los respetos; pero nadie recordó que el autor de The Stream of Consciousness [El fluir de la conciencia] y de The Psycho-Physiological Parallelism [El paralelismo entre la psique y la fisiología] fuera también el autor de Memories of an Occultist [Recuerdos de un ocultista], obra sobre la comunicación con espíritus a través de un médium, practicada por personas sentadas en torno de una mesa en la oscuridad. Su hermano, el novelista Henry James, era algo escéptico al respecto. Estas opiniones de William James no invalidan, a mi entender, sus interesantes conceptos sobre la conciencia; pero, como psicoanalista, no puedo menos que tratar en su conjunto estos dos aspectos de un filósofo que primero apoyó a Freud, pero terminó formulando la endeble declaración de que Freud tenía una obsesión sexual. Me viene a la mente un comentario de Bion que data del 28 de febrero de 1960: El recelo del científico ante el esfuerzo intelectual humano tiende a hacerlo anhelar la máquina, que tan a menudo parece un instrumento ideal de registro, con sus escalas rígidas, sus indicadores, sus pesos inmodificados, etc. Esta actitud, que en sí misma podría ser elogiable, nos lleva a especular si no estará trasuntando una sospecha frente a todo lo que tiene vida. ¿Cómo vamos a encontrar la verdad, a adquirir conocimientos, si por un lado los REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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hechos sólo pueden ser registrados por un objeto incapaz de formular un juicio o algo semejante a un pensamiento, y por el otro sólo puede pensar un objeto incapaz de registrar hechos? Tal vez esta dificultad no sea real en ningún sentido significativo, pero lo parece porque el método que se emplea para establecer el conocimiento, la verdad y la realidad lleva a la exageración falaz de algunos elementos del problema, con exclusión de otros. El progreso encuentra menos obstáculos si consideramos que el “conocimiento” remite a una relación, y que la verdad y la realidad remiten a ciertas características de los fenómenos mentales que son indispensables para mantener la salud mental (1992, pág. 146).

Pero por incuestionable que sea la autoridad de Bion, para un científico no basta. Afirmaría que lo cité únicamente porque comparto con Bion una misma ideología. No obstante, los científicos no parecen percatarse de que también ellos comparten una ideología. Por fortuna, no todos los científicos son igualmente estrechos de miras con respecto al psicoanálisis. Por ejemplo, Gerald Edelman, ganador del Premio Nobel, trata de explicitar en su libro Bright Air, Brillant Fire [Aire resplandeciente, fuego fulgurante] (cuyo título fue tomado de un verso de Empédocles), los supuestos subyacentes en cualquier teoría que se proponga. Examina el supuesto físico, el supuesto evolutivo, y lo que él llama el supuesto “de las qualia”. Debo citarlo en detalle porque sus observaciones son importantes: Las qualia son el conjunto de sensaciones, sentimientos y experiencias personales o subjetivos que acompañan el acto de conciencia. Son estados fenoménicos: indican “cómo nos impresionan las cosas” a los seres humanos. Por ejemplo, la “rojez” de un objeto rojo es una qualia. Las qualia son partes discriminables de una escena mental que tiene, empero, una unidad general. Varían en intensidad y claridad, desde “sensaciones elementales” hasta discriminaciones sumamente finas. Cuando acompañan las experiencias perceptivas, dichas sensaciones pueden ser muy precisas: en ausencia de percepción, permanecen más o menos difusas, no obstante lo cual son discernibles como “visuales”, “auditivas”, etc. En general, durante el estado de la vigilia normal, las qualia son acompañadas por un sentido de continuidad espaciotemporal. A menudo, la escena fenoménica incluye asimismo sentimientos o emociones, por más que sean tenues. Pero la secuencia efectiva de las qualia es sumamente individual y se basa en una serie de ocurrencias de la historia personal o de la experiencia inmediata. Dado que las qualia sólo son experimentadas en forma directa por individuos singulares, nuestra dificultad metodológica se torna evidente. No es posible construir una

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psicología fenoménica que pueda compartirse como se comparte la física. Lo que un individuo experimenta directamente como qualia no es compartible con otro individuo en calidad de observador. Un individuo puede describir su experiencia a un observador, pero dicha descripción será siempre parcial, imprecisa y relativa a su propio contexto personal. Además de que las qualia son fugaces, cualquier intervención destinada a examinarlas puede modificarlas de manera imprevisible. Por otra parte, en la experiencia subjetiva de cada persona influyen simultáneamente muchos procesos conscientes y no conscientes. Cada individuo puede tener una teoría personal sobre la totalidad de sus experiencias conscientes individuales, pero estas teorías jamás pueden ser científicas, ya que los demás observadores no tienen acceso adecuado a medios de control experimental que las afecten. Es una aguda paradoja: para hacer física, recurro a mi vida consciente, a mis percepciones y a las qualia; no obstante, en mis comunicaciones intersubjetivas, las dejo fuera de mi descripción, seguro de que otros observadores, dotados de su propia vida consciente, podrán llevar a cabo los procedimientos prescriptos y alcanzar resultados experimentales comparables a los míos. Cuando por alguna razón las qualia afectan las interpretaciones, se modifica el diseño experimental de modo de excluir tales efectos: se aparta la mente de la naturaleza. Sin embargo, al investigar la conciencia, ignorar las qualia es imposible (1992, pág. 114).

Estas ideas son absolutamente fundamentales para orientar la investigación psicoanalítica. Podríamos decir que la situación analítica ejemplifica el supuesto de las qualia en su forma más pura. Más aún: como psicoanalistas podemos ir más allá de lo observado por Edelman, ya que no sólo estamos interesados en una psicología fenoménica, sino en la actividad psíquica inconsciente. Para comprender el cuarto supuesto (el nuestro) –me refiero al supuesto del inconsciente– el analista debe confiar no sólo en lo que infiere del inconsciente del paciente, sino también del suyo propio en relación con aquél. Nos resulta claro, pues, que la investigación cuantitativa está muy lejos de ser adecuada para el estudio de lo inconsciente psíquico. No queremos decir con ello que se abandone la investigación cuantitativa relacionada con el psicoanálisis, sino que es periférica y tiene poca importancia, ya que el núcleo central de lo que se desea investigar es lo inconsciente. Por otro lado, cabe afirmar que la única condición indispensable para el estudio de lo inconsciente es la experiencia analítica, más específicamente, la sesión analítica (Green et al., 1997). En tal sentido, cabe afirmar que toda la práctica analítica es investigación permanente, aunque este tipo de investigación no se amolde a los criterios habituales del método científico. Sabemos que no es ésta la posición de Peter Fonagy, presidente del CoREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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mité Permanente de Investigación de la IPA. Más concretamente, él no coincide conmigo ni con otros cuando sostenemos que cualquier investigación debe tomar en cuenta la especificidad del método analítico (Fonagy, 2001). A menudo se dice que la ciencia no se caracteriza por su objetivo sino por su método. ¿No sería lógico confrontar el método científico con el psicoanalítico antes de decidir si son o no compatibles? En mi polémica con Robert Wallerstein, destaqué que lo más importante en la investigación psicoanalítica es lo que denominé la modalidad psicoanalítica de pensamiento. Algunas personas me preguntaron qué quise decir con esa frase. Sin pretender definirla en una enunciación concisa, me refiero a la experiencia que acontece en la mente de todo psicoanalista que escucha a un paciente asociar libremente y procura comprender, mediante el método analítico, lo que aquél quiere transmitirle. Gracias a la atención libremente flotante, el analista deja de lado el contenido manifiesto (que puede equipararse al contenido observable) y, por un lado, establece vínculos mentales entre los elementos internos de ese material comunicativo que llamamos “contenido latente intrapsíquico”, mientras por el otro examina sus comunicaciones, que llamamos “intersubjetivas”, con el paciente. Además, merced a ese material, el analista puede hacer referencia a lo que él escucha, piensa, siente, y a lo que se desplaza desde ese interior, a fin de establecer conexiones y relaciones entre distintas áreas: el lenguaje, la memoria, las fantasías (conscientes e inconscientes), los afectos, los estados corporales, las puestas en acto y acting out, las somatizaciones, etc. Cuando Fonagy afirma: “La mente, ya sea en un diván o en un laboratorio, sigue siendo la mente”, yo le preguntaría si cree que el descubrimiento de lo inconsciente pudo haberse producido en un laboratorio. La mente del laboratorio es esencialmente distinta de la mente del diván, así como ésta es distinta de la mente del que se dedica al arte, la ciencia, la filosofía, la religión, etc. Esta posición es congruente con la hipótesis de los vértices de Bion. Hasta ahora, debemos admitir que en su trabajo y en la comprensión de sus pacientes, lo que ayudó a los psicoanalistas han sido los escritos de los principales autores de la literatura psicoanalítica: aparte de Freud, y limitándome a los que ya no están vivos, todavía podemos leer con provecho a Abraham, Ferenczi, Melanie Klein, Anna Freud, Bion, Winnicott, Marion Milner, Piera Aulagnier, Jacques Lacan, por nombrar sólo unos pocos. Por otra parte, la investigación –que sólo recientemente ha sido desarrollada en gran escala– no ha contribuido de ningún modo significativo a la práctica o la teoría psicoanalíticas. Si no coinciden conmigo sobre esto, hay una manera muy simple de probarlo. Tomen, por ejemplo, la lista de referencias bibliográficas de los artículos publicados en los últimos diez años en International Journal of Psycho-Analysis y cuenten cuántas obras de

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investigación psicoanalítica son citadas por los autores. O, a la inversa: ¿cuántos trabajos sobre investigación psicoanalítica encontramos en las revistas de nuestra disciplina? ¿Dónde aparecen, quién los lee, con qué consecuencias? La cuestión no es saber si debe haber o no investigación psicoanalítica: la respuesta a eso es obvia. La pregunta es más bien: ¿Qué tipo de investigaciones deberíamos tener?¿Qué métodos tenemos que promover para equiparar la investigación psicoanalítica con la científica? Parece ineludible la siguiente conclusión: No existe una respuesta única, porque hay un pluralismo de las ciencias. A mi juicio, este pluralismo no está referido solamente a la investigación clínica, conceptual y empírica, sino que abarca además otras disciplinas. Empecemos por la investigación clínica. En vez de abogar por la primacía que debería tener esta clase de investigación, relataré la experiencia de un grupo de investigación de la IPA que he dirigido en los dos últimos años, el cual se ocupó de la contratransferencia en los trastornos de personalidad fronterizos. Con el fin de tener una visión amplia del problema, el grupo incluyó a dos colegas norteamericanos (Otto Kernberg y William Grossman), dos de América Latina (Jaime Lutenberg y Fernando Uribarri), dos del Reino Unido (Elizabeth Spillius y Gregorio Kohon) y dos de Francia (Jean-Claude Rolland y yo). Deliberadamente, a fin de que la comunicación entre nosotros fuera lo más amplia posible, el grupo incluyó a personas expertas en el tratamiento de los trastornos de personalidad fronterizos, algunas de las cuales trabajaban con pacientes internados y otras en su consultorio privado; había también colegas más centrados en las neurosis, entre los cuales algunos tenían experiencia con niños y otros no. Normalmente nos reuníamos dos veces por año durante todo un fin de semana; en cada reunión escuchábamos la presentación de un caso que previamente nos había sido enviado en forma escrita por su autor. Entre los integrantes del grupo había kleinianos, miembros del Grupo Independiente de la Sociedad Británica, colegas ligados a la teoría de las relaciones objetales o de la psicología del yo, freudianos franceses, etc. La gama de opiniones era muy vasta. Al poco tiempo de iniciar nuestros intercambios nos dimos cuenta de que nos dividían discrepancias significativas. Algunos opinaban que debía hacerse un diagnóstico y un pronóstico precoces para confirmar que estuviera indicado el tratamiento analítico, en tanto que otros pensaban que era preferible iniciar el tratamiento y ver cómo se podía comprender la problemática del paciente antes de desarrollar cualquier idea preconcebida. Sin embargo, al discutir el material de los casos, con frecuencia coincidíamos, en líneas generales, sobre la actitud técnica adoptada por el analista. En muchos otros casos teníamos grandes dificultades para comprender en qué se fundaba la interpretación del analista y su manejo del caso. Todos tuvimos oportunidad REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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de explicar las razones de nuestra manera de pensar, y resultó obvio que ésta sólo podía comprenderse examinando las tradicionales psicoanalíticas de la Sociedad a la que cada cual pertenecía. Y aun siendo ciudadanos de un mismo país, los analistas diferían en sus enfoques, no sólo como consecuencia de la personalidad de cada uno, sino además por su formación y por el modo en que habían aprendido a reflexionar sobre los problemas que enfrentaban. Algunos consideraban que era muy urgente llegar a un consenso, en tanto que otros, por el contrario, pensaban que no debíamos alcanzarlo demasiado pronto. En definitiva, diré que la tarea de este grupo, más que una investigación sobre pacientes fronterizos, resultó ser una investigación sobre nosotros mismos. La contratransferencia, al interponerse entre el paciente y el analista, era un buen tema. En mi opinión, el grupo evolucionó de una forma tanto o más promisoria de lo que se previó en un principio. Y me convencí, una vez más, de que antes de dirigir cualquier investigación sobre los pacientes como objetos, los analistas deben empezar por saber más de sí mismos en comparación con los otros. Para que una investigación tenga éxito, como sabemos, es muy importante que se realice con un corpus homogéneo. En otros términos, me parece que antes de ponernos a investigar cómo son los pacientes tiene prioridad que conozcamos con claridad cómo somos realmente nosotros, ya que vemos, comprendemos y tratamos a esos pacientes de diferentes maneras. Esto nos lleva, naturalmente, a examinar la utilidad de la investigación conceptual. Nuestro Presidente, Daniel Widlöcher, ha resuelto abrir un nuevo campo de investigación. Concuerdo en la necesidad de la investigación conceptual, pero, nuevamente, tenemos que preguntarnos cuál será su punto de partida. Considero imposible una investigación conceptual que no tenga sus raíces en la historia del psicoanálisis. Formularé la siguiente hipótesis para su discusión: sería interesante examinar toda la bibliografía psicoanalítica no sólo como un conjunto de libros, escritos, artículos, etc., sino como un organismo humano, por así decir, compuesto de cuerpo y mente, que nació con Freud pero ha cambiado en forma constante desde entonces y mucho más desde que él murió. Comprenderíamos entonces que los nuevos movimientos no surgieron de la nada sino que la mayor parte de las veces fueron una reacción de discrepancia con la corriente ortodoxa anterior. Por ejemplo, podríamos decir, muy esquemáticamente, que la teoría de las relaciones objetales nació para combatir la teoría freudiana de las pulsiones, a la que consideraba solipsista y centrada en sí misma. En otra dirección, la psicología del yo creía en la existencia de un yo autónomo en un área libre de conflictos, con lo cual se escapaba a la gravitación de las pulsiones y se cumplían a la vez fines adaptativos. Después de estos dos movimientos, renació el narcisismo con la psicología del self, de Kohut, que allanó el camino

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a la escuela intersubjetiva. El campo de batalla se trasladó luego a Europa y tras las controversias entre Anna Freud y Melanie Klein en Inglaterra, surgieron nuevas tendencias, promovidas por Bion –quien, partiendo de ideas más próximas a las de Freud, corrigió a Melanie Klein a su modo– y por Winnicott, quien introdujo el pensamiento paradójico y superó la diferenciación entre lo interno y lo externo. Para concluir este breve panorama, Jacques Lacan, en Francia, trató de encaminar el psicoanálisis por la senda del estructuralismo francés, conducido por la lingüística. Vemos que en esta esquemática historia que he trazado para ustedes hay, pese a la gran multiplicidad de orientaciones, una suerte de coherencia. Pero si bien no podemos dictar a la historia el curso que ha de seguir, al menos podemos tratar de comprender retrospectivamente sus movimientos. Debería ser tarea de la investigación conceptual indagar los diferentes significados que han tenido, para distintos grupos y en distintas épocas, las nociones básicas del psicoanálisis. Por ejemplo, ¿acaso la transferencia se entiende igual en todas partes? ¿Qué es, para la teoría psicoanalítica, un “objeto”? ¿Hay una concepción psicoanalítica del tiempo? El psicoanálisis, ¿es una psicología? En caso contrario, ¿qué es? Éstas son preguntas apremiantes que están a la espera de un conocimiento integrador. La investigación conceptual tiene que ser realmente conceptual, no sólo descriptiva. Tal vez tengamos aquí una oportunidad para crear una auténtica epistemología del psicoanálisis. Una vez aceptado que tanto la investigación clínica como la conceptual son prioridades importantes, paso a un tercer enfoque, que versa sobre los campos que merecen ser investigados. Veo diferentes opciones. Una de ellas –que tiene su origen en Freud, como hemos recordado al citar el Esquema– es el tradicional problema del cuerpo y la mente. ¿Es posible en la actualidad vincular entre sí los hallazgos sobre los procesos cerebrales y las actividades psíquicas? ¿O entre el aparato psíquico de Freud y el cerebro, como propone la concepción neuro-psicoanalítica de Mark Solms? Un intento de esta índole, ¿es pura ilusión, una utopía, o una hipótesis de trabajo? Al contrario de lo que opinan muchos colegas, creo que tiene enorme importancia estar bien informado sobre los descubrimientos de la neurobiología y, más aún, sobre la tentativa de construir una nueva epistemología, que abarque el saber de distintas disciplinas. Volveré a ocuparme de esto más adelante. Llegamos así al importantísimo y muy polémico problema de la investigación empírica y, más específicamente, de la investigación con niños. Es sobre este punto que Peter Fonagy y yo tenemos las mayores divergencias. Pero antes de continuar, me gustaría aclarar algo. Para mí, hay por lo menos tres Peter Fonagys. El primero es el hombre institucional; sobre este aspecto no diré nada, ya que no se presta al debate científico. El segundo Peter FoREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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nagy es el investigador. Admiro su vasta información y conocimientos, pero tengo algunas dificultades con sus ideas. Suelo discrepar con él en sus afirmaciones, elecciones y opciones, y criticar muchas de sus posturas, por ejemplo, cuando nos asegura firmemente que, según hoy “sabemos”, muchos de los factores que solíamos considerar creados por el medio tienen en verdad su origen en la herencia. Cuestiono esta posición con muchos fundamentos: Peter Fonagy se basa en una concepción de la herencia que no menciona el papel de la epigénesis, mientras que todos los pensadores interesantes de este campo procuran discriminar entre ambas. Además, confía en estudios cuantitativos, como los realizados con gemelos, en los que se examinan muy superficialmente los rasgos de carácter. La cuestión parece mucho más complicada y exige un examen más profundo. Si partimos de datos “conductuales-genéticos”, deberíamos señalar que la conducta no es un concepto de los psicoanalistas, sino de los conductistas. Se diría que Peter Fonagy II quiere estar en todas partes: en los genes, en las células, en el cerebro, en la conducta, y también, si es posible, en la transferencia. Ahora bien: ese espectáculo unipersonal no existe. La buena ciencia implica contar con un número limitado de parámetros controlables. Esta perspectiva, demasiado amplia, procura alcanzar una síntesis imposible. No veo relación alguna entre estas opciones teóricas y el material del paciente. Utilizando la expresión de Paul Whittle, estamos aquí ante dos placas tectónicas. Para un analista, el problema no es “herencia vs. medio”, sino “cómo opera la mente del paciente en la situación específica del tratamiento y qué reacciones (pensamientos, sentimientos) provoca en la mente del analista”. El problema que nos interesa no es el origen de las influencias, sino el resultado para la vida psíquica del individuo y la forma en que éste se relaciona con su vida interior. Fonagy, como muchos otros, cree en la teoría del vínculo. Quisiera expresar, en pocas palabras, mis reservas al respecto. El bebé no está vinculado con la madre, ni la madre está vinculada con el bebé. Ambos están enamorados uno del otro. ¿Para Peter Fonagy es lo mismo estar vinculado y estar enamorado? Estar enamorado no es estar vinculado: es estar irresistiblemente atraído, lo cual es algo muy distinto. Otro ejemplo de que se confía demasiado en la biología es el rechazo total de la pulsión de muerte que propuso Freud, por considerarla incongruente con el estado actual de nuestros conocimientos biológicos. En verdad, con el descubrimiento del fenómeno de la apoptosis, hoy sabemos que en algunos casos las células pueden recibir la orden de morir, o sea, de autodestruirse, cometiendo el llamado “suicidio celular” (Ameisen, 1996). Por lo tanto, no nos impacientemos; lo que hace un tiempo era una prueba en contra de un concepto psicoanalítico demuestra, años después, ser falso y se convierte en un elemento que lo avala.

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Pero lo que más le interesa a Peter Fonagy es el estudio del desarrollo. Aquí deben recordarse al menos dos hechos. En el estado actual de nuestros conocimientos, no hay acuerdo respecto de la teoría del desarrollo. El bebé observado por Spitz, Margaret Mahler, Daniel Stern, Esther Bick, Levobici, Emde o Winnicott no es el mismo bebé, y de un investigador a otros los hallazgos difieren en grado significativo. Las ideas de Winnicott sobre el objeto transicional y el fenómeno transicional, que constituyeron un avance fundamental no limitado al desarrollo, describieron rasgos importantes de la actividad psíquica del adulto. El segundo hecho es que en el psicoanálisis de Freud el concepto del tiempo es muy complejo y articulado, como he mostrado en mi libro sobre el tema (Green, 2002). La perspectiva del desarrollo es una entre diez, que aquí apenas puedo mencionar: la doble orientación de la actividad psíquica como progresión y regresión, la atemporalidad de lo inconsciente, la “posterioridad” o après coup (que Laplanche traduce al inglés como afterwardness), el efecto de las fantasías primordiales en la categorización de las experiencias, las teorías sexuales infantiles, la compulsión de repetición, el concepto de verdad histórica, etc. Parecería que después de Freud, en lugar de construir y articular el concepto psicoanalítico del tiempo –algo que Freud no hizo– algunas escuelas psicoanalíticas lo han reducido y simplificado a una concepción del desarrollo que ha empobrecido mucho la teoría de Freud. Por todas estas razones, no creo que la investigación orientada a este campo pueda ser muy útil para los psicoanalistas. No discuto el valor de estos hallazgos para la psicología infantil; pero el psicoanálisis no es biología ni sociología, y menos aún psicología. Como percibió Charles Sanders Peirce hace mucho tiempo, psíquico no es sinónimo de psicológico. Y aunque uno recuerde que Freud equiparó el psicoanálisis con una psicología profunda, aquí estamos más bien ante una psicología superficial. La psicología profunda, o sea, el estudio de la actividad psíquica relacionada con lo inconsciente, no tiene prácticamente ningún vínculo, a mi modo de ver, con la psicología. Sé que esta declaración encontrará muchas objeciones, pero, como decía Freud, “no hay remedio”. La observación no es algo muy apropiado para el psicoanálisis. La observación de la relación entre la madre y el bebé, o cualquier otra observación, sólo puede ver las manifestaciones externas de cada partícipe. Lo que se expresa exteriormente y puede observarse no es una traducción de lo que sucede interiormente, en el mundo inconsciente interno. Lo único que podemos “observar” son fenómenos psíquicos. Para explorar el mundo interno no tenemos instrumentos directos, sino sólo medios indirectos como el lenguaje, la expresión de los pensamientos, los sueños que se nos relatan, las fantasías que podemos conjeturar, los juegos que comprendemos o comREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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partimos. En otras palabras, como el material es simbólico, el instrumento debe poseer características simbólicas. Llegamos así al Peter Fonagy III: el psicoanalista clínico, mi colega. A este colega lo respeto y he podido mantener con él intercambios muy fructíferos, ya que concuerdo con la mayoría de sus comprensiones e interpretaciones. Pero para decir la verdad tal como yo la veo, aún no entiendo la conexión que hay entre Peter Fonagy II y Peter Fonagy III. Confío en que, a medida que transcurra el tiempo, este último evolucione en forma tal que Peter Fonagy II se aproxime cada vez más a Peter Fonagy III. En alguna medida, mi posición, que formulé tiempo atrás (Green, 1996), no es aislada. Más específicamente, coincide con las reservas manifestadas por muchos psicoanalistas franceses. En 2002, el Bulletin de la Sociedad de París (Perron, 2002) dio a conocer la opinión de doce colegas que expresaban sus divergencias con las normas y decisiones de los comités de la IPA. Desearía concluir esta conferencia con algunos comentarios finales que no he visto citados en nuestros círculos. Debemos tener conciencia de que en el último medio siglo el saber científico ha sufrido una revolución. No me refiero a las computadoras, la inteligencia artificial o el cognitivismo, sino a las áreas más generales de la epistemología. Un grupo de biólogos –entre los cuales mencionaré a G. Edelman, H. Atlan, H. Von Foerster, J. DidierVincent, F. Varela, A. Prochiantz– han promovido o defendido la teoría de la hipercomplejidad. Puede agregarse a esta lista al matemático R. Thom, y E. Morin ha estudiado extensamente el tema en los cinco volúmenes de The Method (1997-2001). Luego de leer su obra, pienso que Freud podría ser considerado un precursor de esta nueva tendencia. Morin distingue diferentes niveles: el vivir–el individuo humano–lo social–la especie. Las herramientas del pensamiento hipercomplejo presentan un carácter triple. Son: 1) hologramáticas: La parte está en la totalidad, que está en la parte. 2) recursivas: Las causas producen efectos, que retroactúan sobre las causas. 3) dialógicas: Unen entre sí los términos de una relación que es al mismo tiempo complementaria y antagónica. Estas herramientas organizan un pensamiento plural regulado por las leyes de la organización y la desorganización. Los niveles más altos de complejidad entrañan una estrategia más que un programa, la promoción de la creatividad. El resultado pone el acento en el pluralismo, la autonomía, las comunicaciones múltiples, una jerarquía de niveles de organización. La organización compleja incluye incertidumbre, libertad, desorden, an-

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tagonismo, competencia. Morin termina proponiendo que el individuo es el centro de la conciencia en y para la sociedad. “El cerebro-mente del individuo es más complejo que la sociedad, más complejo que la Tierra, más complejo que la galaxia” (Morin, 2001, pág. 107). En el fin está mi principio (T. S. Eliot) Traducción de Leandro Wolfson DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / PENSAMIENTO / CLÍNICA / CIENCIA / INVESTIGACIÓN. KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / THOUGHT / CLINICAL WORK / SCIENCE / INVESTIGATION. PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / PENSAMENTO / CLÍNICA / CIÊNCIA / PESQUISA.

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Nota de la correctora: Al traducirse el trabajo de Green, las citas de los textos de Freud en su versión castellana fueron obtenidas de las Obras Completas de Sigmund Freud traducidas desde el alemán por José Luis Etcheverry, Ediciones Amorrortu.

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Validez y validación del método psicoanalítico1 Alegato sobre la necesidad de pluralismo metodológico y pragmático en psicoanálisis. * Juan Pablo Jiménez

INTRODUCCIÓN La actitud adecuada para indagar sobre los fundamentos del método psicoanalítico es la escéptica, en el sentido original del término griego. Σκεπτιομαι significa “mirar cuidadosamente” (una cosa, o en torno), “vigilar”, “examinar atentamente”. Entonces, “escéptico”, originariamente significa “el que mira o examina cuidadosamente” antes de pronunciarse sobre algo. Freud hablaba de una exposición genética –en oposición a una dogmática– cuando en su discurso iba argumentando y fundamentando sus dichos. En mi presentación me restringiré sólo a algunos aspectos del tema de la relación del método con la realidad que se trata de conocer (o de modificar), asunto que se inscribe dentro del problema general de la validez (y de la validación) del método psicoanalítico. Dejaré sin tocar otros importantes tópicos como, por ejemplo, el candente asunto de la extensión de la aplicabilidad del método. Tampoco me adentraré en la discusión de si el psicoanálisis es o no es una ciencia, o de las condiciones que debería cumplir para poder ser considerado como tal (véase Strenger 1991; Wallerstein 1993). Antes de entrar en materia, debo referirme brevemente a dos cuestiones generales. Se tiene un método cuando se sigue un cierto “camino”, οδοσ, para alcanzar un cierto fin propuesto de antemano. Este fin puede ser el conocimiento o también el logro de algún bien determinado (p.ej., la “verdad” personal o la curación). Un método es, ante todo, un orden manifestado en un conjunto de reglas. Por definición, el método debe poder ser usado y aplicado por cualquiera que siga las reglas. Esta condición fue establecida por Descartes, cuando en su Discurso del método indicó que las reglas metódicas 1

Publicado en Aperturas Psicoanalíticas Revista Internacional de Psicoanálisis Nº 18 - 2004 y en la Revista Chilena de Psicoanálisis Vol. 21, Nº 2 - 2004

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[email protected] / Chile

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propuestas eran reglas de invención o de descubrimiento (reglas heurísticas) que no dependían de la particular capacidad del que las usara. Por cierto que un método dado puede ser usado mejor o peor, pero eso tiene poco que ver con el método mismo. Este punto cobra importancia cuando se considera la relación entre training analítico y aplicación del método. A veces pareciera que la aplicabilidad y la validez del método psicoanalítico se hace depender demasiado del hecho de haber sido “bien” analizado – lo que significa: largamente analizado por un analista didáctico reconocido por la IPA. En segundo lugar, hay que distinguir entre la heurística, esto es, el “método de invención o descubrimiento”, y la demostración de la verdad de lo descubierto (verificación). Esta última consiste en hallar la razón por la cual una proposición es verdadera. El método, en cambio, trata de hallar la proposición que se supone verdadera. Si bien el asunto de la verificación es un problema no simple que ha ocupado a muchos filósofos, es algo pertinente de plantear aquí, pues, en psicoanálisis, se tiende a confundir la heurística con la verificación de los enunciados y, a mi entender, existen fundadas razones para afirmar que esta confusión ha mantenido al psicoanálisis estancado durante décadas en su progreso.

PRÁCTICA CLÍNICA Y CONOCIMIENTO PSICOANALÍTICO Un amplio consenso sustenta la afirmación de que los conocimientos psicoanalíticos surgen de la llamada situación psicoanalítica y desde ahí hay que entender la definición que Freud dio en 1923 en el artículo de enciclopedia: “Psicoanálisis es el nombre: 1° De un procedimiento para la investigación de procesos anímicos apenas accesibles de otro modo. 2° De un método de tratamiento de trastornos neuróticos que se funda en esta investigación y 3° de una serie de conocimientos psicológicos logrados por tal vía que poco a poco crecen hasta amalgamarse en una nueva disciplina científica” (1923a GW, p.211; la traducción es mía). Lo primero que llama la atención aquí es que la definición de método se aplica tanto al procedimiento de investigación de los procesos inconscientes en la situación clínica, como al tratamiento mismo. Para Freud entonces, el carácter bifronte del método (hermenéutico y terapéutico) es único y específico del psicoanálisis. Sin embargo, si en un momento esta “preciosa conjunción” fue considerada “una ganancia científica” y el “rasgo más preclaro y promisorio 2

“La solución de los conflictos y la superación de sus resistencias sólo se logra si se le han dado las representaciones-expectativas que coinciden (tally en la S.E.) con su realidad interior [del paciente]” (Freud 1916-1917 p.412; la cursiva es mía).

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del trabajo analítico”, desde que Adolf Grünbaum (1984, 1993) criticara agudamente el uso del así llamado “argumento de la coincidencia” (2) para fundamentar la unión inseparable entre interpretación y cura, la afirmación del Junktim requiere de urgente reconsideración.

“En psicoanálisis existió desde el comienzo mismo una yunta (1) entre curar e investigar; el conocimiento aportaba el éxito (terapéutico), y no era posible tratar de enterarse de algo nuevo, ni se ganaba un esclarecimiento sin vivenciar su benéfico efecto. Nuestro procedimiento analítico es el único en que se conserva esta preciosa conjunción... Esta perspectiva de ganancia científica fue el rasgo más preclaro y promisorio del trabajo analítico.” (Freud 1927a AE, p.240; la cursiva y la traducción son mías).

Es fácil ver que en la definición dada por Freud se establece un encadenamiento triangular estrecho entre el procedimiento interpretativo, –psicoanálisis como hermenéutica–, el método de tratamiento, –psicoanálisis como terapéutica– y la serie de conocimientos psicológicos (y psicopatológicos) –psicoanálisis como ciencia. En este triángulo, la hermenéutica conduce a la terapéutica y ambas a la teoría; a su vez, la teoría se constituye en teoría de la técnica la que, en una suerte de circularidad, codetermina, ahora como heurística, a la hermenéutica y a la terapéutica. Toda la discusión posterior a Freud sobre la validez del método psicoanalítico como método clínico, se relaciona con el grado de autonomía –versus heteronomía– epistemológica que se le asigne a este encadenamiento. Freud tenía la fuerte convicción de que la observación clínica sola poseía la confiabilidad y la validez necesaria para sustentar el marco teórico y técnico del edificio psicoanalítico. Considérese la siguiente respuesta de Freud, en 1934, a Saúl Rosenzweig, quien le había enviado varios reprints de investigaciones experimentales basadas en hipótesis psicoanalíticas: “Estimado señor, he examinado con interés sus estudios experimentales para la verificación de proposiciones psicoanalíticas. No puedo dar mucho valor a tal confirmación porque la abundancia de observaciones confiables sobre las que tales proposiciones descansan las hace independientes de verificación experimental“ (citado Talley y cols. 1994, p.XIX; la cursiva es mía). Esta respuesta parece también mostrar que la distinción entre método de descubrimiento y procedimiento de demostración o verificación no era particularmente relevante para Freud. El fundador del psicoanálisis tampoco

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Strachey tradujo el término alemán (del ámbito jurídico), Junktim, por “unión inseparable”.

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parece haber considerado seriamente las diferentes exigencias metodológicas que surgen de la distinción entre método de descubrimiento de la verdad y demostración de la misma, por un lado, y utilidad de ese conocimiento, por el otro; es decir, las complejidades de lo que actualmente se llama investigación de la relación proceso y resultados. En las últimas décadas, sin embargo, el método clínico tradicional como la fuente única de conocimiento analítico ha sido objeto de muchas críticas, tanto desde fuera como desde dentro del movimiento psicoanalítico. Esto llevó a Wallerstein (1993, p.96) a afirmar que “el método... clínico ya no es suficiente como la única avenida para acrecentar el conocimiento psicoanalítico. Él debe ser suplementado con esfuerzos más rigurosos y sistemáticos de investigación sobre el proceso psicoanalítico según se despliega realmente, si es que hemos de tener una base de credibilidad para nuestros reclamos por el estatuto de ciencia”. En el mismo sentido, para Thomä & Kächele una teoría de la técnica psicoanalítica bien fundada exige distinguir entre los siguientes componentes independientes: Curación, obtención de nuevas hipótesis, prueba de las hipótesis, exactitud de las explicaciones y utilidad del conocimiento (1989 p.428). En este punto quisiera entregar mi opinión diciendo que la relación entre método interpretativo, terapia y ciencia psicológica es mucho más compleja de lo que Freud pensó. Creo que, de hecho, tanto el cambio terapéutico como la construcción de la teoría surgen también de otras fuentes, además de aquellas reconocidas por el modelo triangular descrito más arriba. En suma, sostengo que la técnica es más que la aplicación de la teoría y, al revés, que la teoría tiene también otros orígenes, más allá del diván. Más aún, creo que en la misma obra de Freud es posible mostrar que la definición de la enciclopedia es demasiado esquemática e ignora otros factores que influencian la práctica del cambio terapéutico y la construcción de la teoría psicoanalítica (Esman 1998). El punto crucial de los problemas epistemológicos del psicoanálisis parece estar precisamente en la compleja relación de la teoría con la práctica. Este fue un problema descuidado históricamente y al que actualmente se le da creciente importancia (Thomä y Kächele 1985 cap. 10; Fonagy & Target 2003 cap. 13). Fonagy & Target (2003 p.284) plantean cuatro condiciones que debiera cumplir la acumulación de observaciones clínicas para fundar adecuadamente la teoría psicoanalítica. Estas son: a) Una vinculación lógica entre la teoría y la técnica; b) un razonamiento deductivo en vez de inductivo en relación con el material clínico; c) un uso no ambiguo de los términos y conceptos, y d) la disposición a exponer más el trabajo clínico al escrutinio público. Por cierto, como espero que quede claro al final de esta presentación, ninguna de estas condiciones es cumplida adeREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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cuadamente por nuestra disciplina. En relación con el punto a), Fonagy & Target ofrecen seis argumentos a favor de la tesis de que la práctica psicodinámica no es lógicamente deducible de ninguna teoría clínica psicoanalítica. Estos argumentos son: 1. La técnica psicoanalítica se desarrolló en base al ensayo y error. 2. Los psicoanalistas reconocemos no entender cómo funciona el tratamiento 3. En cien años, la técnica de tratamiento ha cambiado mucho menos de lo que lo ha hecho la teoría. 4. Como sucede con el resto de las orientaciones terapéuticas, hay poca evidencia de que la efectividad del tratamiento analítico resida en sus intervenciones específicas. 5. La misma teoría puede generar diferentes técnicas, del mismo modo como la misma técnica puede ser justificada desde diferentes teorías. 6. Más que una teoría de la técnica, el psicoanálisis es una teoría general sobre el funcionamiento psicológico aplicado a la comprensión de los trastornos mentales y, en menor medida, a otros aspectos de la conducta humana (literatura, artes, historia, etc.) De este modo, la tesis general que constituye el trasfondo de mi presentación es que a lo largo del siglo veinte el método psicoanalítico sufrió un proceso de idealización que comenzó con el mismo Freud. En los últimos treinta años, sin embargo, esta idealización empezó a colapsar siendo progresivamente reemplazada por una cierta perplejidad, la que hace algún tiempo llevó a Robert Wallerstein (1988, 1990) a preguntarse si había uno o varios psicoanálisis y si acaso había un terreno común que unificara las diferentes escuelas de pensamiento psicoanalítico en los finales del siglo (véase Jiménez 2000).

VALIDEZ Y VALIDACIÓN DEL MÉTODO PSICOANALÍTICO Concentrémonos ahora en el problema de la validez del método psicoanalítico. Desde un punto de vista epistemológico, “validez” se refiere al hecho de que una proposición sea aceptada como verdadera; por “validación” en-

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tiendo el proceso según el cual se establece la validez de una proposición. En términos generales, es conveniente distinguir (como ya propuso Kant), entre la validez de un conocimiento y el origen de este conocimiento pues, aun cuando se admita que los conocimientos proceden de la experiencia, puede aceptarse que no todos los conocimientos son válidos en virtud de su origen en la experiencia. Aquí nos encontramos nuevamente con la pertinencia para el psicoanálisis de la distinción, introducida por Reichenbach (1938), entre el contexto del descubrimiento o generación de hipótesis y el contexto de justificación (verificación, demostración, validación) de las mismas, proceso que exige ir más allá de la mera validación clínica. Para RubovitzSeitz, la “validación interpretativa durante el tratamiento de pacientes depende de estrategias para detectar y corregir el error: chequear, revisar, comparar y seleccionar construcciones alternativas. [Con todo], –agrega–, una validación postanalítica definitiva, requiere de un registro del proceso analítico que el analista pueda estudiar sistemática y retrospectivamente tan detalladamente como sea necesario” (Rubovits-Seitz 1992, p.162). Esto significa que no basta afirmar que una teoría psicoanalítica o un enfoque técnico determinados surgieron de la experiencia clínica para aceptarlos como válidos. Más aún, desde un punto de vista actual, la afirmación de Freud de 1934 de que “la abundancia de observaciones confiables sobre las que tales proposiciones descansan las hace independientes de verificación” puede calificarse de dogmática. Es necesario insistir en este punto, pues el panorama actual del conocimiento psicoanalítico se caracteriza por su extrema pluralidad. A lo largo del último siglo, “el campo parece haberse movido desde una posición monista relativamente unificada dominada por Freud hacia una posición diversificada que acomoda diferentes perspectivas de otras figuras carismáticas” (Hamilton 1996, p.310).

FRAGMENTACIÓN DEL CONOCIMIENTO Y PLURALISMO TEÓRICO En todo caso, existe un grave problema en los procesos de acumulación de conocimiento clínico –el tercer pilar de la definición freudiana de psicoanálisis– que, de acuerdo con Freud, deberían “amalgamarse” hasta constituir una disciplina científica. A diferencia de otras ciencias, en psicoanálisis los conocimientos, más que acumularse ordenadamente, parecen “amontonarse” sin mucha “disciplina”, hasta el punto de que Fonagy (1999) habla de fragmentación del conocimiento psicoanalítico y Thomä de la “apariencia caótica del psicoanálisis moderno” (2000, p.821). En psicoanálisis, más que pluralismo –en realidad una descripción eufemística de la situación–, existe una mera pluralidad o, peor aún, fragmentación teórica, pues carecemos de REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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una metodología que se aplique sistemáticamente a la confrontación de las diferentes teorías y posiciones. Este desarrollo no parece haber sido previsto por Freud ni por la primera generación de psicoanalistas. Considérese esta cita de Ferenczi, escrita en el contexto de la introducción del análisis didáctico a fines de la década de los veinte: “En la técnica psicoanalítica ha habido mucho, y todavía hay, que ha creado la impresión de que implica un factor individual... Esto se ha debido principalmente a que en psicoanálisis parecía haber una “ecuación personal” que parecía ocupar un lugar mucho más importante del que corresponde aceptar en otras ciencias... A partir del establecimiento [del análisis didáctico], la importancia del elemento personal que corresponde al analista ha ido decayendo cada vez más... Tengo la impresión definida de que desde la introducción [del análisis didáctico] las diferencias en la técnica psicoanalítica tienden a desaparecer” (Ferenczi 1966 [1928], pp.78s, la cursiva es mía). La historia se encargó de desmentir esta predicción –que demostró no ser más que otra idealización. En la última década se han agregado importantes argumentos en contra de la posibilidad de construir una ciencia psicológica sobre la base de la acumulación y de la puesta en común de datos logrados a partir de la “escucha” de analistas individuales en sesión (véase Jiménez 1994). Al introducir la regla de la “atención parejamente flotante”, Freud pensó en un inicio en que era posible una “lectura” imparcial del “material” apoyado en las asociaciones libres del paciente. Sin embargo, poco después cayó en cuenta de la existencia de “puntos ciegos” que introducían un sesgo sistemático en la escucha analítica. La introducción del análisis didáctico debía entonces resolver ese problema. En palabras de Ferenczi: “Todo aquel que ha sido cabalmente analizado... llegará inevitablemente a las mismas conclusiones objetivas en la observación y el tratamiento del mismo material psicológico ‘crudo’ y adoptará, en consecuencia, los mismos métodos y técnicas para manejarlo” (Ferenczi 1966 [1928] p. 78; la cursiva es mía). Sin embargo, a finales de siglo existen buenos razones para afirmar que el núcleo “duro” con el que se topó Freud en sus Recomendaciones de 1912, a saber, los complejos resistenciales del analista o “puntos ciegos”, son estructuras cognitivas irreductibles, aún al análisis didáctico más largo y exitoso. Por razones de principio entonces, es imposible una escucha homogénea que conduzca al consenso colectivo. La razón última de esto parece estar en el hecho de que, aparte de lo que el paciente dice y hace en sesión –y que puede ser directamente observable–, todo el resto es inferido y pertenece a la esfera de la hermenéutica, del conocimiento interpretativo. Toda certeza en psicoanálisis y toda la teoría psicoanalítica, está entonces basada en tales inferencias, depende de interpretaciones.

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En todo caso, la falta de consenso entre analistas parece haber sido un problema ya en los inicios. A fines de los años veinte se pensó que el análisis personal obligatorio mantendría la unidad teórica y técnica del psicoanálisis, y desde entonces el sello de calidad pasó a llamarse “identidad analítica”. Por cierto, la institución psicoanalítica también “ayudó” delimitando los límites de la disidencia. En vez de buscar la solución del disenso en la reflexión epistemológica y en la aplicación sistemática de métodos externos de validación, se lo hizo depender demasiado del factor individual (y del análisis personal obligatorio). Todo esto lleva a pensar que en psicoanálisis predominó durante mucho tiempo una concepción monista, es decir, el supuesto de la existencia de una verdad psicoanalítica “única”. Este monismo parece continuarse hasta nuestros días a través de los incontables intentos –por cierto fallidos– de describir de manera unívoca la llamada “especificidad” del psicoanálisis. La misma argumentación se puede aplicar al concepto de “identidad psicoanalítica”. No es necesario agregar que, en psicoanálisis, la ilusión monista sólo puede sostenerse desde una postura dogmática, sea ésta entendida en cualquiera de las siguientes dos acepciones: (1) como la confianza absoluta –que no deja lugar a las dudas razonables– en el conocimiento logrado a través del método psicoanalítico clínico y en la efectividad de tal conocimiento en el trato diario y directo con los pacientes y (2) como la completa sumisión –sin examen personal– a unos principios o a la autoridad que los impone. Desde luego, el dogmatismo sólo se puede sustentar desde posiciones teóricas totalizantes. En su tiempo, Joan Rivière dijo de Melanie Klein: “Ella ha producido algo realmente nuevo en psicoanálisis, ... una teoría integrada que, aun cuando está en sus comienzos, da cuenta de todas las manifestaciones psíquicas ... y no deja ninguna brecha insuperable o fenómenos pendientes sin establecer su relación inteligible con el todo” (citada por Jordán, 2004). No parece temerario sospechar detrás del entusiasmo idealizador de esta analista, por lo demás, notable, un estado mental monista y dogmático, que adhiere con absoluta confianza a una teoría “integrada” (¿debiera decir “totalitaria”?) que pretendidamente lo ilumina todo. La confianza absoluta –y excluyente– en el método clínico como forma de validación ha tenido importantes consecuencias para el desarrollo de la teoría y de la práctica psicoanalítica, las que se pueden resumir en una sola palabra: aislamiento. El aislamiento auto impuesto, tanto de las ciencias médicas como de las psicológicas, es quizás el mayor obstáculo para que el psicoanálisis se haga un lugar en la mesa de la academia del siglo veintiuno. El desarrollo del psicoanálisis, independiente de los progresos de las ciencias neurocognitivas, ha conducido a una pérdida considerable de la validez externa de las teorías psicoanalíticas. Las dificultades de integración con las disciplinas vecinas y la splendid isolation (Freud) se ha visto reforzada por la REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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idealización del método psicoanalítico y del uso del estudio tradicional de caso único como medio exclusivo para lograr conocimientos. Si el psicoanálisis está basado en teorías y datos clínicos que se supone son inferidos de los eventos que se despliegan entre paciente y analista en el consultorio, entonces los informes sobre casos clínicos deberían formar el núcleo de la literatura científica psicoanalítica. Sin embargo, éste no es el caso: publicaciones de relatos más o menos completos sobre tratamientos analíticos escasean. De hecho, los datos clínicos de nuestra literatura tienden más y más a consistir en viñetas o instantáneas más que en relatos completos. Éstas sirven de apoyo a las más diversas y contradictorias teorías, las que, desde luego, se dan por fundamentadas antes de siquiera plantearse la pregunta de si son o no compatibles con afirmaciones surgidas en disciplinas vecinas o, por lo menos, en otros enfoques psicoanalíticos. La multiplicidad de escuelas psicoterapéuticas y orientaciones psicoanalíticas ha complicado enormemente el asunto de la validez del método psicoanalítico y abruma al clínico con una cierta presión a tomar posición frente a las corrientes de pensamiento. Basta presenciar una discusión basada en material clínico para comprobar que analistas de diferentes orientaciones llegan a conclusiones muy diferentes respecto de los contenidos mentales de sus pacientes. Esta tendencia a la fragmentación del conocimiento psicoanalítico va más allá de los límites de la Asociación Psicoanalítica Internacional y no tiende a disminuir sino, al revés, se amplía y colorea cada vez más: la pluralidad teórica y práctica en psicoanálisis es así una realidad incuestionable. Sesenta años después de la muerte de Freud, la diversidad dentro de la IPA es un hecho reconocido. Las diferencias de opinión ya no son zanjadas expulsando a los disidentes, como solía ser el hábito. La lucha del fundador y de sus discípulos por preservar la “unidad” del movimiento psicoanalítico es historia. Naturalmente, en la etapa de extrema pluralidad en que nos encontramos, la institución psicoanalítica debe enfrentar la tarea de encontrar métodos que puedan clarificar tanto las similitudes que definen el common ground como las diferencias entre las distintas posiciones. Uno de los límites del pluralismo está definido, precisamente, por la pregunta acerca del impacto de las teorías sobre el cambio terapéutico, pregunta cuya respuesta exige la aplicación de metodologías adecuadas. Esta observación es válida, pues, para muchos, el psicoanálisis se entiende como una empresa de auto conocimiento que se justifica a sí misma. La curación podrá llegar entonces “por añadidura”. Más aún, algunos opinan que el psicoanálisis ganó mucho al quitarse de encima el peso de la curación. Desde luego, tal postura tiene cierta legitimidad como regla heurística, pues cuando se trata de descubrir nuevas significaciones, es necesario desapegarse de las representaciones conscientes y mantener un estado mental de abertura.

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Pero, no importando lo que se diga, no es imaginable que un analista analice sin algunas expectativas de cambio en su paciente. Más aún, concuerdo con Gunderson & Gabbard en que “el establecimiento de metas terapéuticas claras es importante si se quiere que las terapias psicoanalíticas se desarrollen y mantengan su credibilidad”. En mi experiencia como supervisor también he observado tratamientos que serpentean interminablemente. “Algunas veces –agregan estos autores – tales tratamientos suelen justificarse recurriendo a la distinción entre metas ‘analíticas’ y metas ‘terapéuticas’”. Con todo, que el psicoanálisis no pueda desentenderse de su carácter y de su vocación terapéutica se debe también a motivos estrictamente epistemológicos. Hasta Paul Ricoeur, uno de los defensores del paradigma hermeneuticista en psicoanálisis, considera que el éxito terapéutico constituye un criterio autónomo de validación. Y esto es así, porque cada una de estas escuelas y orientaciones reclaman éxitos terapéuticos. Todas ellas alegan tener éxito en remover síntomas, en empatizar con sus pacientes y en entender la etiología de los trastornos que los llevaron a consultar. Además, la llamada “paradoja de la equivalencia” –según la cual hasta el momento no ha sido posible demostrar la superioridad terapéutica de algún tipo de psicoterapia – refuerza la afirmación de Grünbaum de que el psicoanálisis no ha aportado ninguna prueba de que sus resultados terapéuticos se deban a la verdad de las interpretaciones dadas a los pacientes y no al efecto placebo. Frente al hecho innegable de la pluralidad de teorías psicoanalíticas, nos queda la alternativa del pluralismo. En psicoanálisis, las distintas ideas rara vez entran en un contacto verdadero de modo de poder discernir la parte de verdad que cada una contiene, las teorías más bien parecen yuxtaponerse sin modificarse o, cuando sí se tocan, suelen mezclarse de manera idiosincrática y caprichosa. A mi modo de ver, un psicoanalista pluralista –y prefiero decir pluralista y no ecléctico, porque en español eclecticismo tiene un sentido peyorativo– es aquel que en su trabajo clínico integra aspectos plausibles de distintos orígenes, pero intentando –con una actitud reflexiva– mantener la coherencia, lo que de ninguna manera es tarea fácil. En un trabajo reciente, Jordán (2004) sugiere que la capacidad del analista de descubrir nuevas correlaciones trabajando en la sesión con su paciente, y con ello de analizar con “sentido común” (Bion), depende de su capacidad de “moverse” mentalmente entre dos o más sistemas teóricos. Por cierto, un psicoanalista pluralista no cree que una proposición pueda ser falsa y verdadera al mismo tiempo, o que todas las teorías sean equivalentes –no es un relativista– sino más bien asume que ciertas teorías no son mutuamente compatibles desde el momento en que describen diferentes realidades con supuestos y enfoques diferentes. Pero, precisamente, la capacidad de sostener en la mente distintas perspectivas teóricas sin cancelarlas prematuramente, crea las condiciones REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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para que surjan interpretaciones novedosas frente al emergente clínico. No es infrecuente que en las discusiones psicoanalíticas se plantee la cuestión de si acaso las diferentes teorías no pudieran haber surgido del tratamiento de diferentes tipos de pacientes. Si este fuera el caso, entonces las diferencias teóricas e interpretativas podrían ser atribuidas a descripciones de realidades diferentes, manteniéndose así a salvo la posibilidad de que exista una única interpretación posible frente a una situación clínica particular (monismo). Esto podría ser parcialmente verdadero; sin embargo, hay signos que apuntan a que el problema del consenso es mucho más profundo pues en la última década se ha confirmado que aún en el caso de material proveniente de un mismo paciente las interpretaciones varían considerablemente (Pulver 1987 1987; Bernardi 1989). Naturalmente, esto plantea la duda de si, en principio, es posible alcanzar un consenso clínico mínimo. Entonces, más que hablar de “pluralismo” en el panorama psicoanalítico actual, habría que hablar de pluralidad, diversidad o de fragmentación del conocimiento (Fonagy). El punto relevante para nuestra discusión reside no sólo en constatar la diversidad de teorías y enfoques psicoanalíticos, sino en preguntarse por la posibilidad de diálogo o articulación entre ellos pues, si el psicoanálisis pretende constituir una disciplina, la confirmación de que el conocimiento psicoanalítico está en un proceso de fragmentación creciente y sin vuelta atrás, lo condena a la dispersión y a su eventual desaparición. En cualquier caso, por razones de principio, en psicoanálisis el monismo no es sustentable y el dogmatismo debe dar paso a un moderado y sano escepticismo. Victoria Hamilton, en su fascinante libro sobre los procesos preconscientes del analista, afirma que “para hacer su trabajo, los analistas presionan en contra de lo desconocido, tanto en sus analizandos como en ellos mismos. Ellos no pueden desentenderse y tomar un respiro del compromiso emocional” –agregando que– “quizás más que cualquier otro profesional, los analistas deben llegar a ser maestros en el manejo de la incertidumbre” (1996 pp.312 y 311). Esto significa que, no importando la amplitud o la fuerza explicativa de las teorías que el analista pueda utilizar, siempre habrá áreas de escepticismo: “Nadie sabe realmente –afirma Hamilton–, incluso los pensadores más consistentes practican inconsistentemente y de maneras que son más personales e idiosincráticas. Hay demasiadas incertidumbres” (1996 p.317; cursiva en el original). Rubovits-Seitz (1992) describe 15 factores que contribuyen a las dificultades, limitaciones e incertidumbres de la interpretación clínica. Estos factores potencian el formidable problema del sesgo de confirmación, según el cual el analista se termina topando con lo que busca, creyendo que lo ha encontrado. Este es también el tema de la circularidad y de las profecías auto cumplidas, el problema del así llamado círculo hermenéutico (Thomä & Kächele 1975).

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Para Fonagy (1999), problemas relativos al razonamiento inductivo explican la sobreabundancia de teorización y la fragmentación del conocimiento psicoanalítico y son, en última instancia, responsables del aislamiento secular del psicoanálisis de las dos ramas mayores de actividad científica que pertenecen al mismo campo: la neurobiología y la psicología. La estrategia básica de construcción de teoría en psicoanálisis calza dentro del llamado “inductivismo enumerativo” (esto es, la acumulación de ejemplos consistentes con una premisa). Al tratar un paciente tenemos acceso a un conjunto de observaciones que surgen de la evaluación y evolución del proceso terapéutico. A partir de esta muestra, relevamos ciertas observaciones como “hechos seleccionados” y, en base a ellas, extraemos conclusiones sobre cómo se comporta generalmente nuestro paciente y sobre las razones de por qué lo hace de esa manera. El analista estará así predispuesto a fijarse en aquellos aspectos de la conducta del paciente y de la relación con él que hacen sentido en términos de los propios constructos teóricos privilegiados. Desde luego, estos últimos también han surgido de observaciones formuladas en las “teorías clínicas” de otros analistas, construidas a propósito de otros casos clínicos (Fonagy 2003, p.287). Klimosky nos enseña que el problema planteado por el método inductivo “es el de cómo es posible establecer leyes científicas, puesto que son proposiciones universales, en tanto que los datos que en cualquier momento poseemos son en número finito... La única solución consiste en admitir que cuando los datos son en número suficientemente grande y no hay ningún caso en contra, entonces es legítimo pasar a la ley y a la generalización. ... En la práctica científica hacemos inducciones, pero más bien para pasar de los datos a las hipótesis generales. Hacer una inducción –continúa Klimosky– no tiene valor probatorio, puesto que la muestra de datos, por grande que sea, no agota la población. Y es bien posible que fuera de la muestra esté escondida la oveja negra, el contraejemplo que invalida la generalización. En realidad, no hay ninguna inferencia correcta que permita verificar una generalización a partir de un número finito de datos. El método inductivo –finaliza Klimosky– pertenece al contexto del descubrimiento, ya que en sus aplicaciones lo que realmente se obtiene es una hipótesis, que no pasa de ser una conjetura que habría que investigar [por otros métodos] para saber si es o no válida” (2004, p. 67).

COHERENCIA Y CORRESPONDENCIA COMO CRITERIOS DE VERDAD EN PSICOANÁLISIS En psicoanálisis es posible encontrar enfoques hermeneuticistas –que defienden el punto de vista de la coherencia– en competencia con enfoques constructivistas –que sostienen la correspondencia como criterio último de REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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verdad (Hanly 1990). De acuerdo con la noción de coherencia, la verdad de las hipótesis interpretativas reside en el establecimiento de una “constelación confirmatoria” (Ricoeur, 1977) que junte los criterios de coherencia, consistencia interna e inteligibilidad narrativa. Carlo Strenger hace notar que de los escritos de los autores defensores del paradigma hermeneuticisma no es posible extraer más especificación de aquello en lo qué consiste la coherencia narrativa. Debo introducir aquí un breve excurso para entender más sobre la concepción hermeneuticista en psicoanálisis. El término se deriva de la palabra griega hermeneuo (yo explico mis pensamientos con palabras, expongo, interpreto, aclaro, traduzco). La palabra hermeneuo descansa sobre una raíz que aproximadamente significa “hablar”. El término “hermenéutico” fue acuñado a comienzos del siglo XVII para describir el procedimiento de la interpretación de textos. El desarrollo de la hermenéutica fue esencialmente influido por la exégesis de la Biblia. Las disputas de los teólogos con los expertos en hermenéutica queda documentada, por ejemplo, en el principio de Schleiermacher según el cual lo que se logra primero no es un entendimiento, sino más bien un malentendido. De este modo, el entendimiento como problema queda circunscrito a la epistemología: es necesario saber algo, tener un preconocimiento, antes de poder investigar algo. Hirsch expone así el problema del “círculo hermenéutico”: Sin embargo, si bien este modelo constructivo-correctivo sirve para guiar la validación en el trabajo clínico cotidiano, es decir, para el proceso interpretativo dentro de la sesión, de acuerdo con la estrategia de ensayo y error descrita por Rubovitz-Seitz, la coherencia narrativa no es suficiente como criterio de verdad para la validación de la teoría psicoanalítica como conocimiento nomotético. Además de demostrar coherencia interna, las proposiciones teóricas deben ser consistentes con el conocimiento generalmente aceptado, incorporado en disciplinas vecinas, y ser coherentes con él (Strenger 1991, p.186 ss). Por lo demás, desde el punto de vista del sentido común epistemológico este es un requisito estándar para cualquier teoría científica. “El círculo hermenéutico está basado en la paradoja de que debemos conocer el todo, de manera general, antes de conocer una parte, en tanto que la naturaleza de la parte como tal está determinada por su función en el todo más amplio. Por supuesto, desde que podemos conocer el todo sólo a partir de sus partes, el proceso de interpretación es un círculo. Las experiencias que interpretamos, deben, por compulsión lógica, seguir el modelo circular. Pero, desde el momento en que debemos, en algún sentido, preconocer el todo antes de que conozcamos una parte, entonces, toda experiencia está preconstituida por el contexto total en que es experimentada. En este modelo, es imposible poner entre

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paréntesis una parte de la experiencia y separarla del total de la vida experimentada. Lo que en un momento dado conocemos, lo conocemos “preconceptualmente” y está constituido por la totalidad de nuestro mundo y, ya que el mundo cambia en el tiempo, así también los objetos (para nosotros) cambian lo que el mundo preconstituye” (Hirsch 1976, vol. 1, p.5 cursiva en el original).

En contraposición con este círculo hermenéutico, como un círculo vicioso, Hirsch propone un nuevo modelo, sacado de la moderna investigación psicológica y psicolingüística, con cuya ayuda puede quebrarse el círculo, de tal manera que sea posible la validación. Esta es, según Hirsch, posible, cuando se parte de la idea de esquemas corregibles, en el sentido de Piaget: “Toda cognición es análoga a la interpretación, al basarse en esquemas corregibles, un término muy útil que he tomado de Piaget. El modelo de los esquemas corregibles es, creo, un modelo más útil y exacto que aquel del así llamado círculo hermenéutico. A diferencia de un preconocimiento inalterable e inescapable, un esquema puede ser radicalmente alterado y corregido. Un esquema plantea un rango de predicciones o expectativas que, si se realizan, confirman el esquema y, en el caso contrario, llevan a su revisión. El que este proceso constructivo-correctivo, de composición y de comparación, sea inherente a la recepción de habla, es algo que ya ha sido demostrado por los psicolingüistas, quienes han mostrado, por ejemplo, que las expectativas basadas en un esquema dado (una palabra), no sólo influencian la interpretación de los fonemas, sino que pueden causar que éstos sean radicalmente malinterpretados. Sin embargo, los fonemas inesperados pueden también conducir a revisar o corregir la palabra que esperamos. Aquí tenemos una evidencia muy fuerte de que los aspectos más elementales de la interpretación verbal siguen las mismas reglas básicas que nuestra percepción e interpretación del mundo, la cual ha recibido poca atención de la hermenéutica [en su teoría de la interpretación]. La universalidad del proceso constructivo-correctivo y de los esquemas corregibles en todos los dominios del lenguaje y el pensamiento, sugiere que el proceso mismo de comprender, en sí mismo, es un proceso de validación” (Hirsch 1976, cit. por Thomä & Kächele 1985, p. 23; cursiva en el original)

Parece ser entonces que la aplicación exclusiva del criterio de coherencia es el factor que ha conducido a la fragmentación del conocimiento en psicoanálisis. Entonces, si se quiere detener este curso no deseado, los procesos de validación de hipótesis psicoanalíticas exigen moverse hacia la búsqueda de una “coherencia ampliada” o correspondencia externa, esto es, de la validación en un contexto distinto de la situación analítica. Además, una inREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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terpretación amplia de la consistencia incluye la validación convergente y predictiva (Holt, 1961). El objetivo de ésta es expandir el “círculo hermenéutico” dando un paso más allá del texto, para encontrar consistencia con observaciones hechas en un “con-texto” diferente de aquel en el cual las hipótesis fueron generadas (Wallerstein 1993, Main 1995). El cambio de contexto está dado aquí por el uso de un método de investigación que no es el método psicoanalítico clínico (Thomä & Kächele 1975). El supuesto que subyace a esta búsqueda es que hay “algo ahí fuera” que, aun cuando seamos incapaces de aprehenderlo total y homogéneamente, actúa como un referente y como una condición a priori del diálogo psicoanalítico, tanto entre el paciente y su analista, dentro de la comunidad psicoanalítica, como también entre el psicoanálisis y el mundo académico y científico. En el mismo sentido, Fonagy (1999) propone algunas estrategias de validación. De entre ellas, sólo menciono la primera, titulada “fortalecimiento de la base probatoria (evidence base) del psicoanálisis”, de acuerdo con la cual el psicoanálisis “debería desarrollar vínculos más cercanos con métodos alternativos de recolección de datos, disponibles en las ciencias sociales y biológicas modernas”. De esta manera, “la convergencia de pruebas desde varias fuentes de datos (clínica, experimental, comportamental, epidemiológica, biológica, etc.) proveerá el mejor apoyo para las teorías de la mente propuestas por el psicoanálisis” (p.45). Recientemente Fonagy & Target han revisado las teorías psicoanalíticas más importantes y comparándolas sistemáticamente con los de investigación empírica en psicopatología evolutiva. Esta naciente rama de la psicología evolutiva promete ser un buena perspectiva de comparación (desde el “bebé observado”) para delimitar los alcances del llamado (por Stern) “bebé clínico”.

LA UTILIDAD DEL CONOCIMIENTO COMO CRITERIO DE VERDAD Si bien la estrategia de la correspondencia no puede ser subvalorada, la consideración del psicoanálisis como método de tratamiento –cuyo objetivo es el cambio terapéutico– nos exige recurrir además a otro criterio de validación, que sugiero considerar junto a los presentados por Hanly en 1990. Este es la utilidad del conocimiento como criterio de verdad. El psicoanálisis no puede ignorar su naturaleza y vocación terapéuticas (Sandler & Dreher 1996), no sólo por la necesidad de dar cuenta a la sociedad de sus resultados, sino también por razones estrictamente epistemológicas. Incluso Ricoeur, uno de los campeones de la defensa de la coherencia como criterio último de verdad y de la validez del paradigma hermeneuticista en

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psicoanálisis, considera que “el éxito terapéutico... constituye... un criterio autónomo de validación” (Ricoeur 1977, p.868).

El criterio de utilidad que propongo tiene sus antecedentes en una cierta tendencia de la filosofía contemporánea que se aproxima a una noción de verdad que, sin caer en un completo irracionalismo, procura evitar los problemas que suscitaba una concepción meramente intelectualista de la verdad. Esta concepción contemporánea de verdad se acerca a la noción bíblica de emunah, según la cual la verdad de las cosas no es un asunto de la relación entre la realidad y su apariencia (adequatio), sino de su fidelidad frente a su infidelidad. Entonces, lo verdadero se define en un contexto interpersonal, verdadero es quien es fiel, quien cumple sus promesas. Richard Rorty (2000, p.81), pragmatista moderno, plantea que “la contribución central [del pragmatismo] es su crítica a la idea que el conocimiento y la verdad deben ser entendidos en términos de conformidad con, o de representación exacta de las maneras como las cosas realmente son”. Rorty entiende esta crítica como un movimiento orientado a sustituir la razón, entendida como la facultad de monitoreo de la verdad que gradualmente conforma nuestras mentes a los contornos de lo realmente real, por la imaginación, como la habilidad de encontrar descripciones nuevas y más aprovechables de nosotros mismos y de nuestro entorno. Dentro de esta tendencia general, William James afirma que sólo hay cosas verdaderas que a la vez son principios prácticos y que se confirman como verdades por sus consecuencias: “La prueba última de lo que significa una verdad es, sin duda, la conducta que dicta o que inspira” (en “Philosophical Conceptions and Practical Results” [1898], citado por Ferrater Mora, 1969). La verdad resulta así de toda noción y de todo acto dirigido hacia el bien, es una forma o especie del bien. En contraste con la concepción de la verdad como correspondencia (más cercana al realismo) y a la verdad como coherencia (más cercana al idealismo y al racionalismo), la orientación vitalista y pragmática postula que una proposición es verdadera cuando “funciona”. Que una proposición “funcione” significa que nos permite orientarnos en la realidad y llevarnos de una experiencia a la otra. Así, ninguna proposición es aceptable como verdadera si no posee valor para la vida concreta. La verdad se concibe como algo esencialmente abierto y también como algo en constante movimiento. La verdad, en suma, no es nada “hecho” o “dado”, es algo que continuamente “se hace” dentro de una totalidad a su vez en proceso de “hacerse” constantemente. En esto, los pragmatistas siguen a Hegel, padre de la concepción dinámica, al afirmar que debemos concebir nuestro progreso moral e intelectual no como un acercarse progresivo a un objetivo preexistente, sino como un proceso de autocreación, que logra síntesis dialécticas siempre mayores y mejores, incorporándolas a nuestra autoimagen y ampliando de este modo el horizonte de REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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nuestro propio ser. En el mismo sentido, para Nietzsche, “la verdad no es un valor teórico, sino tan sólo una expresión para designar aquella función del juicio que conserva la vida y sirve a la voluntad de poderío.” “La falsedad de un juicio no es una objeción contra ese juicio. La cuestión es hasta qué punto estimula la vida, conserva la vida.” (Citado por Hessen 1938, p.49). Aun cuando Rorty sugiere que “el uso principal que la filosofía pragmática puede tener para el psicoanálisis es ayudar a detener la tendencia casi obsesiva de los psicoanalistas de plantearse cuestiones como “¿es el psicoanálisis un ciencia?”, “¿fue Freud un científico o un literato?” o “¿es posible verificar objetivamente los supuestos psicoanalíticos?” (Rorty 2000, p.822), lo que hace pensar que la posición pragmática pudiera desincentivar los intentos de aumentar la base probatoria del psicoanálisis, creo que la concepción pragmática de verdad es adecuada para describir la experiencia de cambio a lo largo del proceso psicoanalítico y, por paradójico que suene, para estimular la investigación empírica en proceso y resultado. La idea fundamental es preocuparnos más de los problemas que nos traen los problemas y de las soluciones a éstos, es decir, del asunto de la utilidad del conocimiento en psicoanálisis. En nuestra práctica clínica –sea en el encuadre psicoanalítico clásico o en amplio espectro de las psicoterapias psicoanalíticas– trabajamos con pacientes, a veces por largo tiempo y, a pesar de los fracasos terapéuticos inevitables, comprobamos que ocurren cambios positivos. Este proceso de cambio no parece ser tan sólo el producto del establecimiento de una buena relación terapéutica, sin perjuicio de lo importante que ésta pueda ser. Los psicoanalistas trabajamos con la asunción, que nos parece ver confirmada una y otra vez, de que en el curso del tratamiento toma lugar un proceso gradual de descubrimiento y de formulación de la “verdad” más íntima de nuestros/as pacientes. Analista y paciente sentimos que el progreso de este último se relaciona con una creciente comprensión de su vida mental y de su biografía. Esta es la experiencia que subyace a la creencia de que la cura no está basada en la creación de un útil mito ad hoc. Más bien, tendemos a pensar que la cura es la combinación de experiencias emocionales intensas inducidas por el trabajo interpretativo y por el logro de una coherencia narrativa que refuerza la plausibilidad de las interpretaciones. Al mismo tiempo, a mi modo de ver, tal concepción pragmática de verdad da apoyo a la investigación empírica contemporánea en psicoanálisis. En la etapa en que ahora se encuentra el psicoanálisis –de pluralismo extremo– debe enfrentar la tarea de encontrar metodologías que puedan clarificar tanto las similitudes que definen la base común como las diferencias entre las diversas posiciones. “Al formularnos nuevas preguntas, nos vemos enfrentados a los mismos antiguos problemas de cómo las teorías influencian el pensamiento y la acción terapéuticos” (Thomä 1999, p.821). En este sen-

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tido, los límites del pluralismo están definidos, precisamente, por la cuestión acerca de los factores curativos, cuya respuesta exige investigación empírica en proceso y resultados (Thomä 2000). Sin embargo, Carlo Strenger nos recuerda que, en psicoanálisis, “la comparación entre teorías y prácticas alternativas... es... más complicada de lo que un no pluralista pudiera suponer. Ésta incluye diferentes tipos de operaciones intelectuales. Por cierto, una de ellas puede ser la investigación empírica sobre la eficacia relativa de los enfoques terapéuticos. Sin embargo, aún aquí, entra a jugar una complejidad adicional. Dado que las formas de terapia pueden estar guiadas por perspectivas diferentes, pudiera no ser posible traducir la terminología de las unas en los estándares de salud mental de las otras. Por lo tanto, la comparación empírica directa debe estar precedida por la investigación conceptual cuidadosa de la cuestión acerca de los puntos en los que los enfoques son conmensurables (3). La posición pluralista implica que el resultado de tal investigación puede ser bastante frustrante y hasta es posible que no se pueda encontrar alguna base común de comparación” (1991, pp.160f; la cursiva es mía). A pesar de los riesgos y las dificultades, sugiero que el psicoanálisis contemporáneo no tiene otra elección más que asumir una posición pluralista que aplique estrategias de validación basadas no sólo en la coherencia y en la correspondencia, sino también en la utilidad del conocimiento como criterio de verdad.

RESUMEN El método psicoanalítico ha sido idealizado desde los tiempos de Freud como un instrumento válido y confiable de conocimiento y eficacia terapéutica. Sin embargo, en las últimas décadas esta idealización ha colapsado y, desde un punto de vista epistemológico, se hace necesario diferenciar entre el valor heurístico del método clínico y los procedimientos de validación de las hipótesis generadas a través de la aplicación del mismo. El conocimiento psicoanalítico contemporáneo muestra una enorme pluralidad de posiciones teóricas y prácticas. Se sugiere para el psicoanálisis contemporáneo asumir una concepción pluralista que aplique estrategias de validación que, además de la coherencia y la correspondencia, combinen la utilidad del conocimiento como criterios de verdad. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / PLURALISMO / MÉTODO PSICOANALÍTICO / VALIDACIÓN / VERDAD.

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SUMMARY Validity and validation of the psychoanalytic method. A plea for methodological and pragmatic pluralism in psychoanalysis Since Freud’s time, the psychoanalytic method has been idealized as a valid and reliable instrument of knowledge and therapeutic efficacy. However, this idealization has collapsed in recent decades and, from an epistemological viewpoint, we need to differentiate between the heuristic value of the clinical method and procedures of validation of the hypotheses generated by its application. Contemporary psychoanalytic knowledge exhibits an immense plurality of theoretical and practical positions. The author suggests that contemporary psychoanalysis needs to accept a pluralistic conception that is able to apply strategies of validation that would combine coherence and correspondence with usefulness of this knowledge as criteria of truth. KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / PLURALISM / PSYCHOANALYTIC METHOD / VALIDATION / TRUTH.

RESUMO Validez e validação do método psicanalítico. Em defesa da necessidade do pluralismo metodológico e pragmático na psicanálise. O método psicanalítico foi idealizado como um instrumento válido e confiável de conhecimento e eficácia terapêutica ainda no tempo de Freud. Entretanto, nas últimas décadas esta idealização colapsou e, do ponto de vista epistemológico, é necessário fazer uma diferença entre o valor heurístico do método clínico e dos procedimentos de validação das hipóteses geradas através da aplicação do mesmo. O conhecimento psicanalítico contemporâneo mostra uma enorme pluralidade de posições teóricas e práticas. Sugere-se que a psicanálise atual assuma uma concepção pluralista que aplique estratégias de validação que, além da coerência e da correspondência, combinem a utilidade do conhecimento como critérios verdadeiros. PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / PLURALISMO / MÉTODO PSICANALÍTICO / VALIDAÇÃO / VERDADE.

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Leyendo a Harold Searles1 * Thomas H. Ogden

En mi opinión, Harold Searles no ha tenido rivales en lo que concierne a su capacidad para transmitir en palabras las observaciones relativas a su reacción emocional frente a lo que ocurre en la relación analítica, y a su empleo de dichas observaciones para comprender e interpretar la transferencia-contratransferencia. Aquí haré una lectura detenida de algunos fragmentos de dos de sus artículos, “El amor edípico en la contratransferencia” (1959) e “Identificación inconsciente” (1990), con el propósito de describir (en su esencia, según creo) no sólo qué piensa Searles sino la manera en que piensa y la forma en que trabaja dentro del contexto analítico.2 Según Searles, ser receptivo ante lo que sucede en un análisis en un momento dado exige una exquisita sensibilidad con respecto a las comunicaciones inconscientes del paciente, y dicha receptividad a las comunicaciones inconscientes demanda que el analista desnude, en cierto modo, su propia experiencia inconsciente. La manera en que Searles se utiliza analíticamente a sí mismo entraña, con suma frecuencia, un desdibujamiento de la distinción entre su propia experiencia consciente e inconsciente, así como entre su experiencia inconsciente y la del paciente. Como consecuencia, los comentarios que le hace al paciente (y al lector) acerca de aquello que, según entiende, está sucediendo entre él y el paciente suelen ser sorprendentes para el lector, pero casi siempre resultan útiles a los fines del trabajo psicológico consciente e inconsciente tanto del paciente como del lector. Al examinar “El amor edípico en la contratransferencia”, me centraré en la forma en que, para Searles, una observación clínica inexorablemente precisa genera una nueva teoría clínica3 (en este caso, la reconceptualización del complejo de Edipo). Al leer “Identificación inconsciente”, sugeriré que Searles tiene una forma particular de pensar y de trabajar analíticamente, 1 * 2 3

Publicado en The International Journal of Psychoanalysis, 353-369 - Vol. 88, N° 2, 2007. [email protected] / Estados Unidos Este artículo es el quinto de una serie en la que he ofrecido lecturas minuciosas de algunos aportes analíticos fundamentales. Con anterioridad, me ocupé de obras de Winnicott, Freud, Bion y Loewald (Ogden, 2001, 2002, 2004a y 2006, respectivamente). Cuando hablo de teoría clínica, me refiero a propuestas de comprensión cercanas a la experiencia (formuladas en términos de pensamientos, sentimientos y conductas) de los

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que podría equipararse al proceso de “volver externa la experiencia interna” como quien da vuelta un guante. Con esto quiero decir que Searles transforma lo que fue una presencia invisible aunque sentida, un contexto emocional, en un contenido psicológico sobre el cual el paciente puede pensar y hablar. Lo que fue una característica innombrable, aterradora y presupuesta de los mundos interno y externo del paciente es transformada por Searles en un dilema emocional verbalmente simbolizado, sobre el cual la pareja analítica puede entonces reflexionar y dialogar. Por último, me ocuparé de la complementariedad que existe, a mi juicio, entre la obra de Searles y la de Bion. He comprobado que la lectura de Searles brinda un vibrante contexto clínico para entender los trabajos de Bion, y que la lectura de Bion ofrece un valioso contexto teórico para entender la obra de Searles. En especial, me centraré en la “conversación” (creada en la mente del lector) mutuamente enriquecedora entre el trabajo clínico de Searles y los conceptos de Bion sobre continente y contenido, sobre la necesidad humana fundamental de verdad y sobre la reconceptualización de la relación que existe entre la experiencia consciente e inconsciente.

1. EL AMOR EDÍPICO EN LA CONTRATRANSFERENCIA En las primeras páginas de su artículo acerca del “amor edípico”, Searles brinda una concienzuda reseña de la bibliografía analítica relativa al amor contratransferencial. Tower enunció lo que en su época era el consenso acerca de este tema: “Casi todos los autores que se han ocupado del tema de la contratransferencia [...] establecen en forma inequívoca que no debe aceptarse ningún tipo de reacción erótica frente al paciente” (1956; citado por Searles, 1959, pág. 180). Teniendo como trasfondo esta manera de sentir, Searles presenta una experiencia analítica que ocurrió hacia el final de un análisis de cuatro años (que él realizó en los comienzos de su carrera). Nos dice que, en un principio, la feminidad de la paciente había estado “considerablemente reprimida” (1959, pág. 182), pero que en el último año de este análisis “descubrí que yo tenía [...] grandes deseos de casarme con ella y fanfenómenos que se dan en el contexto clínico. Por ejemplo, la transferencia es una teoría clínica según la cual algunos de los sentimientos del paciente por el analista tienen su origen, sin que el paciente lo sepa, en otros sentimientos, que aquél vivenció en sus relaciones objetales reales e imaginarias, por lo común infantiles. Otras teorías psicoanalíticas, en cambio, que implican niveles más altos de abstracción (v. gr., el modelo topográfico de Freud, el concepto kleiniano de mundo objetal interno y la teoría de Bion sobre la función ) proponen, para pensar la forma en que opera la mente, metáforas espaciales y de otra índole. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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tasías de ser su marido” (pág. 183). El reconocimiento franco de esos pensamientos y sentimientos era muy poco habitual en 1959 y aún hoy es poco corriente en la literatura analítica. Una palabra tan común como “casarse” es extrañamente poderosa a raíz de sus connotaciones: enamorarse, querer formar una familia, querer compartir la vida cotidiana con el ser amado. Me parece sumamente significativo que las fantasías que describe Searles nunca incluyeran el coito (o cualquier otra clase de relación sexual explícita) con la paciente. Creo que esta característica de las fantasías searlianas es un reflejo de la índole de la vida de fantasía, consciente e inconsciente, del niño en el período edípico. Queda librado en gran medida al lector trazar este paralelo entre la experiencia analítica y la infantil, pero a mi juicio lo que nos sugiere Searles es que para el niño edípico la idea de “casarse” con su madre y ser su “esposo” es equívoca, misteriosa y excitante. “Casarse” con la madre/paciente de uno no equivale a tenerla como compañera sexual, sino más bien a tenerla toda para uno mismo toda la vida, a tenerla como la mejor amiga y la “esposa” hermosa y sexualmente excitante, a quien uno ama profundamente y por quien se siente amado del mismo modo. El texto de Searles no nos aclara en qué medida estos sentimientos y fantasías son conscientes, ya sea para Searles o, por extensión, para el niño edípico. A mi entender, esa falta de claridad es deliberada y refleja un aspecto del estado emocional de Searles (y tal vez del niño edípico) cuando es presa del amor edípico. En éste, su primer ejemplo clínico, Searles nos comenta que sintió turbación, culpa y angustia a raíz de este amor por su paciente. Cuando ella le dijo que estaba triste por el inminente final del análisis, él le respondió que se sentía ... más o menos como la Sra. Gilbreth en Más barato por docena,4 quien cuando el menor de sus hijos estaba llegando al final de su lactancia le dijo a su marido: “¡Sin duda va a ser muy raro no despertarse, por primera vez en dieciséis años, para darle de mamar a un bebé a las dos de la mañana!” (pág. 183).

La paciente pareció “sorprendida, y murmuró algo en el sentido de que pensaba que había crecido un poco más que eso” (pág. 183). En retrospectiva, Searles comprendió que al centrarse en las necesidades infantiles de su paciente, se estaba escapando, angustiado, de sus sentimientos amorosos hacia ella, como “mujer adulta que nunca sería mía” (pág. 183). El temor de Searles de reconocer ante sí mismo (e indirectamente ante la paciente)

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Se refiere al libro biográfico de Frank Bunker Gilbreth y su hermana Ernestine Gilbreth Carey, Cheaper by the Dozen, llevado al cine en dos oportunidades. (N. del T.)

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su amor edípico –por oposición al amor de un padre por su hija– provenía, principalmente, de que lo aterraba que el reconocimiento franco de dichos sentimientos generara ataques de sus mayores analíticos, tanto externos como internos: “Por mi formación, había llegado a sospechar sobre todo de cualquier sentimiento intenso del analista por su paciente, y estas particulares emociones [sus deseos románticos y eróticos de casarse con la paciente] me resultaban especialmente ilegítimas” (pág. 180). En su manejo del amor edípico en el marco analítico, pese a que en este caso fue sólo parcialmente exitoso, Searles plantea en forma implícita importantes cuestiones relativas a su propia experiencia de amor edípico por una paciente. ¿Qué es el amor “contratransferencial”, por oposición al “no contratransferencial”? El primero, ¿es menos real que el segundo? Si es así, ¿en qué sentido lo es? Por el momento, estas preguntas no tienen respuesta. Con el tiempo, al experimentar el amor edípico en la transferencia-contratransferencia como parte permanente de su labor analítica, Searles declaró que: ... fui preocupándome cada vez menos por estas reacciones mías, sintiéndome menos constreñido a ocultárselas al paciente; y cada vez estaba más convencido de que ellas no eran un mal augurio sino uno bueno en cuanto al desenlace de nuestra relación, y de que aumentan la autoestima del paciente si percibe que él o ella es capaz de suscitar tales reacciones en su analista. He llegado a creer que existe una correlación directa entre la intensidad afectiva con que el analista experimenta en sí mismo la conciencia de dichos sentimientos –y su imposibilidad de concretarlos– y, por otro lado, la maduración profunda que logra el paciente en el análisis (pág. 183; el subrayado es del autor).

Este pasaje ilustra la importancia de aquello que Searles deja sin decir en sus trabajos. No menciona para nada la idea central del artículo: a fin de analizar con éxito el complejo de Edipo, el analista debe enamorarse del paciente, al par que reconoce que nunca podrá realizar sus deseos. Por extensión, para ser exitosa, una experiencia edípica infantil exige que el padre o la madre edípicos se enamore profundamente del niño edípico sin dejar de ser consciente de que ese amor no puede sobrepasar el ámbito de los sentimientos. (En fragmentos como el citado, Searles genera, sin solución de continuidad, una teoría clínica a partir de la descripción clínica de la transferencia-contratransferencia). La presentación que hace Searles de su primer ejemplo clínico nos señala que en el amor edípico sano subyace una paradoja esencial: tanto en la infancia como en la transferencia-contratransferencia, el matrimonio anhelado es considerado a la vez real e imaginario. Se lo cree posible, pero al mismo REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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tiempo se sabe (y lo confirma el afianzamiento de los padres/analistas en sus respectivos roles) que nunca ha de suceder. En el mismo espíritu con que Winnicott (1953) concebía el vínculo con el objeto transicional, la pregunta “¿Realmente quiere el analista casarse con su paciente?” no se plantea jamás. El amor edípico de paciente y analista implica un estado mental que se halla suspendido entre la realidad y la fantasía.5 Los ejemplos clínicos que ofrece Searles en el resto de este artículo fueron tomados en su totalidad de su labor con esquizofrénicos crónicos. Sobre la base de su amplia tarea psicoterapéutica en Chestnut Lodge, creía que el análisis de esquizofrénicos (y de otros pacientes que sufren enfermedades psíquicas originadas en su temprana infancia) proporcionaba una manera particularmente fructífera de aprender la índole de la experiencia común a toda la humanidad. Searles declara que el trabajo analítico exitoso con tales pacientes conduce a una relación analítica en la cual no sólo se experimentan y verbalizan los aspectos más maduros del desarrollo (incluida la resolución del complejo de Edipo), sino que se lo hace con una claridad e intensidad transferencial y contratransferencial que es poco común al trabajar con pacientes más sanos. Al comentar el análisis de una esquizofrénica, Searles reconoce que le resultó desconcertante, en las últimas etapas del análisis, sentir en sí mismo fuertes deseos de casarse con una mujer “a quien sus propios compañeros de internación consideraban gravemente enferma, y para nada atractiva” (pág. 183). Pero precisamente lo que se requería de Searles era que fuese capaz de ver a esa paciente como una mujer hermosa y muy deseable. Searles pensaba que el hecho de abordar frontalmente sus sentimientos románticos por esta mujer (sin dejar de tener bien en claro que era su terapeuta) contribuyó a ... resolver una situación que se había vuelto estereotipada, en la que la paciente no cesaba de formularle al terapeuta demandas incestuosas, de un modo tal que estaba frustrando el examen de las dificultades de esta paciente por parte de ambos. [...] Cuando un terapeuta no se atreve, no digamos a expresarle al paciente estas reacciones suyas, sino ni a reconocerlas siquiera en sí mismo, la situación tiende mucho más a estancarse en ese nivel (pág. 184).

Lo que Searles sugiere es que al permitirle al paciente ver “francamente” (pág. 184) que suscita en el terapeuta el deseo de casarse con él o ella, no se exacerban las implacables “demandas incestuosas” de éste; más bien, el re-

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Para un examen y elaboración concienzudos de esta concepción del amor transferencial-contratransferencial, ver Gabbard, 1996.

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conocimiento del “amor romántico” por el paciente contribuye a “resolver” el estancamiento (el carácter repetitivo e inexorable de las demandas incestuosas) y a “liberar”, tanto en el paciente como en el terapeuta, sus respectivas capacidades para la labor analítica. Searles no se detiene en los fundamentos teóricos de sus hallazgos, pero al parecer el efecto terapéutico de que el terapeuta reconozca el amor que siente por su paciente no es concebido por él como una experiencia emocional correctiva, sino como la satisfacción de una necesidad evolutiva del paciente, la de reconocer quién es él o ella (por contraste con la satisfacción de un deseo erótico). Esto último llevaría a una excitación sexual creciente, en tanto que lo primero fomenta la maduración psíquica. Implícitamente –y sólo implícitamente– Searles postula que existe la necesidad evolutiva humana de amar y ser amado, y de ser reconocido como una persona individual cuyo amor se valora. Más adelante, Searles profundiza su examen del papel que cumplen los sentimientos de amor edípico del analista hacia el paciente partiendo de una compleja situación emocional que cobró relieve un año y medio después de que comenzara el análisis de un esquizofrénico paranoide a quien describe como un hombre “sensible, muy inteligente, físicamente apuesto” (pág. 185). Searles comenzó a sentirse inquieto ante sus sentimientos afectuosos por este individuo, que llegaron a alarmarlo en una sesión durante la cual “una radio no muy distante transmitía una canción romántica” (pág. 185). Comenta su súbita conciencia de que “le tenía más cariño a este hombre que a cualquier otra persona en el mundo, incluida mi esposa”, y agrega: “A los pocos meses, logré encontrar motivos ‘reales’ que me impedirían continuar indefinidamente con esta terapia, y el paciente se mudó a una zona lejana del mismo país” (pág. 185). Su hipótesis era que había podido soportar el sarcasmo y menosprecio del paciente, que reproducía en la transferencia su experiencia infantil de haber sido odiado por su madre, y a su vez odiarla. Lo que Searles no pudo “afrontar con valentía” (pág. 185) fue el amor generado en la transferencia-contratransferencia, cuyo origen era el amor prevaleciente [entre el paciente y su madre] detrás de una pantalla de rechazo mutuo” (pág. 185). En particular, fue este amor romántico por un hombre lo que aterró a Searles en ese temprano período de su carrera, tanto que fue incapaz de continuar trabajando con él. Nunca dejó de conmoverme esta descripción de Searles sentado junto al paciente mientras una radio emitía una canción romántica. Searles no le cuenta simplemente al lector lo que entonces ocurrió, sino que le muestra lo que pasó recurriendo a la experiencia de la lectura: recrea la ternura de esa música mediante el sonido de las palabras que usa.6 La frase “while we were”

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En lo que sigue, el autor no reproduce ninguna oración completa en inglés, sino sólo

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(tres monosílabos en los que se reitera el sonido suave de la “w” inglesa) es seguida por “sitting in silence” (unión de dos palabras bisílabas que comienzan ambas con el suave y sensual sonido de la “s”). La oración prosigue con un eco de las tres “w” de “while we were” en las palabras “away”, “was” y “when”, y finaliza con una frase de tres palabras que, unidas, explotan como una granada de mano: “including my wife”. En el núcleo de este desenlace está la palabra “wife”, la cual, con su propia “w” suave, transmite la sensación de que es la palabra presagiada todo el tiempo, la que estaba a la espera acechando en todo lo anterior. El suave movimiento sonoro crea, en la experiencia del lector, la sensación de calma que posee el amor mutuo de Searles y su paciente, en tanto que el pensamiento en que esa calma desemboca, “including my wife”, pone fin tajantemente a la serenidad ensoñadora de la escena. Así pues, en la propia experiencia de la lectura Searles recrea su súbita e inesperada alarma ante la coyuntura que se había presentado en el análisis. El lector no está preparado para esto y se pregunta si verdaderamente Searles habrá querido decir lo que dijo: que quería más a ese paciente que a su esposa. El carácter compacto de la frase “including my wife” colabora para que la respuesta a esa pregunta sea inequívoca: sí, eso es lo que quiso decir. Y la situación lo aterró tanto que precipitó un final prematuro del tratamiento. Creo que las alarmantes sorpresas, como la descripta, que Searles le reservaba al lector dan cuenta en buena medida de la intensa ira que tuvo fama de provocar en aquellos ante quienes presentaba sus trabajos. Searles se niega a quitarle a una experiencia sus bordes más filosos. Por eso, leer sus trabajos no significa llegar a comprender algo, sino ser brutalmente sacudido por algunas verdades desconcertantes sobre lo que uno siente por sus pacientes. Para Searles, las sucesivas experiencias de “despertar” a lo que uno siente en la relación analista-paciente son aspectos esenciales de la experiencia analítica misma. Cuando el terapeuta no es capaz de despertar ante lo que ocurre, suelen aparecer (tanto en el paciente como en el analista) las actuaciones internas y externas. También en este caso, estos fragmentos de teoría clínica están implícitos en las descripciones que hace Searles de su labor clínica. Otra experiencia analítica (unos años posterior a la que acabamos de comentar) implicó, asimismo, un amor edípico por un hombre, un esquizofrénico paranoide grave. Aquí Searles habla de la mezcla de ternura y de odio asesino que sintió hacia ese individuo:

las siguientes frases y palabras aisladas: “while we were” (mientras nosotros estábamos), “sitting in silence” (sentados en silencio), “away” (lejos), “was” (era), “when” (cuando), “including my wife” (incluida mi esposa). (N. del T.)

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Entre el tercero y el cuarto año de nuestro trabajo conjunto, él comenzó a decir que nosotros dos estábamos casados.[...] En una ocasión, tuve que llevarlo en mi auto para una de las sesiones, y me asombré [amazed] de abrigar hacia él una fantasía y unos sentimientos encantadores, a saber, que éramos dos amantes a punto de casarnos y que ante nosotros se abría todo un mundo maravilloso. Tuve visiones de que íbamos a comprar muebles juntos (pág. 185).

Ese detalle final de que iban “a comprar muebles juntos” transmite agudamente el entusiasmo que provoca, no la excitación sexual, sino planear una vida con la persona que uno ama. En el amor edípico, estos sueños –tanto del hijo con su madre o padre, como del paciente con su analista, o viceversa– no pueden concretarse con el objeto actual de amor: “Me colmaba el agudo percatamiento de que los deseos de este hombre, que llevaba internado catorce años, eran total y trágicamente irrealizables” (pág. 185). En este segundo ejemplo de amor edípico por un hombre, el amor que siente por el paciente no aterra a Searles, pero lo entristece. A esta altura de su artículo, me sorprende, pero no me conmociona, que Searles trasladara en su auto a un paciente por quien sentía amor y con quien tenía fantasías de casarse. Para usar la misma palabra que Searles, su capacidad para reinventar el psicoanálisis con este paciente me “asombró” [amazed], pero no me conmovió ni me horrorizó (ver Ogden, 2004, 2005). No sólo Searles creció emocionalmente en el curso de los trabajos que nos ha presentado hasta ahora, sino que tal vez yo mismo, como lector, haya madurado durante esta lectura. A mi entender, el artículo de Searles tiene un punto culminante cuando, hacia el final, habla de su experiencia como padre y marido. Citaré estos párrafos en su totalidad porque ninguna paráfrasis o conjunto de fragmentos pueden transmitir el efecto que crea el vigor de sus palabras, cuidadosamente elegidas: No solo mi labor con los pacientes, sino también mi experiencia como marido y padre, me ha convencido de la validez de los conceptos que aquí ofrezco. Con mi hija, que hoy tiene ocho años, tuve innumerables fantasías y sentimientos de amor romántico, perfectamente complementarias de su comportamiento seductor hacia el padre y de la manera romántica en que con frecuencia lo adoró desde que tenía dos o tal vez tres años de edad. A veces, cuando ella mostraba suprema confianza en sus coqueterías conmigo, el hecho de sentirme atrapado en sus encantos me preocupó un poco; pero luego, hace un tiempo, llegué al convencimiento de que esos momentos de nuestra relación no sólo eran encantadores para mí, sino que eran un alimento para su personalidad en desarrollo. Si una niña pequeña no se siente capaz de conquistar el corazón del padre, de ese REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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padre que la conoce tan bien y desde hace tanto tiempo, y con quien está ligada por lazos de sangre, razonaba yo ¿qué confianza en el poder de su feminidad podrá tener cuando crezca y sea una joven mujer? Tuve también la fuerte impresión de que los deseos edípicos de mi hijo, a la sazón de once años, encontraban una respuesta singularmente vivaz y sin reservas en mi esposa; y estoy igualmente convencido de que su franca y profunda atracción mutua es buena para él y enriquecedora para ella. Para mí tiene sentido afirmar que, cuanto más ama una mujer a su marido, más amará, análogamente, a ese muchachito que, al menos en un grado considerable, es la versión más joven del hombre a quien ella adoró tanto como para casarse (págs. 185-86; el énfasis es mío).

En este pasaje, Searles no hace sino enunciar, basándose en su experiencia, lo que “tiene sentido” para él en cuanto a los efectos emocionales mutuos de las personas. Expresar simplemente lo que “tiene sentido” sobre la base de la propia experiencia: no imagino una mejor manera de transmitir el núcleo del pensamiento analítico de Searles y de su forma de practicar el psicoanálisis. El movimiento del artículo en su conjunto, y de este pasaje en particular, transmite la sensación de una serie de fotografías, cada una de las cuales ha sido creada con más habilidad que la anterior, y capta mejor la esencia del tema que se desea fotografiar: la relación analítica. Las palabras e imágenes de este pasaje que más vívidas me resultan –y que a menudo me acuden a la mente durante las sesiones– son aquellas que utiliza para describir de qué manera su hija podía cautivarlo: “Si una niña pequeña no se siente capaz de conquistar el corazón del padre [...] ¿qué confianza en el poder de su feminidad podrá tener cuando crezca y sea una joven mujer?”. Pero a la vez que su hija lo enamora, su esposa, que antes había quedado en las sombras frente al amor que Searles sentía por uno de sus pacientes, ahora recobra su lugar en el amor que Searles y ella sienten el uno por el otro, fuente del amor edípico que ambos sienten por sus hijos. En la misma experiencia de escribir este artículo y de leerlo, hay un movimiento que va del hecho de ser cautivado por la persona que uno ama (edípicamente), a la “restitución” (Loewald, 1979, pág. 757) del amor adulto entre los padres como contrapeso o lastre que hace posible la experiencia edípica. A medida que avanza el artículo, el lector cobra creciente conciencia de las diferencias entre las concepciones del complejo de Edipo de Freud (explícita) y de Searles (en gran medida, implícita). Searles señala que, en su primera descripción del complejo de Edipo, la de La interpretación de los sueños (1900), Freud “reconoce más plenamente la participación de los padres en la fase edípica de la vida del niño” (1959, pág. 186) que en cualquiera de sus escritos posteriores. “Es regla que la preferencia sexual se imponga ya

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en los propios padres; un impulso natural vela por que el hombre halague a su pequeña y la madre favorezca al varón” (Freud, 1900, págs. 257-58, citado por Searles, 1959, pág. 186). Pero aun esta declaración del amor edípico de un progenitor por un hijo no es más que una pálida versión de lo que, en manos de Searles, es algo vibrante y vívido, que constituye gran parte de la riqueza de la vida humana, tanto para los niños como para sus padres. No obstante, el núcleo de la diferencia entre las concepciones freudiana y searliana del complejo de Edipo no radica aquí. Para Freud (1910, 1921, 1923, 1924, 1925), la historia del complejo de Edipo sano es la de un deseo sexual y un amor romántico triangular de un niño por uno de sus progenitores, y la de los celos, rivalidad intensa y deseos de muerte que le provoca el otro. Es la historia de la renuncia del niño, temerosa y culpógena, provocada por las amenazas de castración, a esos deseos sexuales y románticos, así como la historia de la internalización de esos padres edípicos amenazadores y punitivos en el proceso de formación del superyó. Para Searles, en cambio, es la historia de la experiencia que tiene el niño de un amor romántico y sexual recíproco con uno de sus progenitores (el deseo de “casarse”, de tener un hogar y una familia con él). Cierto es que hay rivalidad y celos hacia el otro progenitor, pero todo está mucho más apaciguado que en la concepción freudiana de los deseos de muerte del niño hacia éste. En la versión de Searles, la experiencia edípica del niño no culmina con sus sentimientos destruidos por las amenazas de castración, con sentimientos de culpa, renuncia obligada y vergüenza ante esos deseos sexuales y románticos que tiene que esconder. Por el contrario, el complejo de Edipo sano es una historia de amor y de pérdida, de un amor romántico recíproco entre el progenitor y el hijo, puesto a resguardo por el firme pero compasivo reconocimiento, por parte de ambos padres, de sus roles como tales y como pareja. Dicho reconocimiento ayuda al niño (y a los padres mismos) a aceptar el hecho de que es preciso renunciar a esa relación amorosa: Creo que también esta renuncia es, tanto para el niño como para el progenitor, una experiencia mutua, generada por la aceptación y reconocimiento de una realidad limitativa mayor, una realidad que no sólo incluye el tabú preservado por el progenitor rival, sino además el amor que el progenitor edípicamente deseado tiene por su esposo o esposa –amor anterior al nacimiento del niño y al cual éste debe, en un sentido, su existencia– (pág. 188).

De esta versión del complejo de Edipo el niño emerge con el sentimiento de que su amor romántico y sexual es aceptado, valorado y correspondido, y con el firme reconocimiento de la “realidad limitativa mayor” en la que REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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debe vivir. Ambos elementos –el amor y la pérdida– lo fortalecen psicológicamente. El primer elemento –el amor edípico correspondido– realza sus sentimientos de autovaloración. El segundo –la pérdida implícita en el final del romance edípico– contribuye a su reconocimiento de una “realidad limitativa mayor” (pág. 188). Esto último entraña una mayor capacidad del niño para reconocer y aceptar que sus deseos son irrealizables. Esta etapa de maduración tiene mucho más que ver con la consolidación del examen de realidad y de la capacidad para diferenciar la realidad interna de la externa, que con la internalización de una versión amenazadora y punitiva de los padres (o sea, con la formación del superyó). Para Searles, el “heredero” del complejo de Edipo no es el superyó, sino el sentimiento de que uno mismo es una persona capaz de amar y ser amada, que reconoce (con una sensación de pérdida) las restricciones impuestas por la realidad. En este pasaje encontramos una respuesta parcial a una pregunta antes formulada: para Searles, ¿el amor contratransferencial es menos real que otras clases de amor? La respuesta es, claramente, negativa. Lo que diferencia al amor contratransferencial de otras clases de amor es que el analista tiene la responsabilidad de admitir que el amor que siente por su paciente, o de parte de él, es un aspecto de la relación analítica, y que su habilidad radicará en hacer uso de tales sentimientos en la tarea terapéutica en que participa junto al paciente: Estos sentimientos [de amor por el paciente] le acuden al analista como todos los demás, sin indicadores que señalen de dónde proceden. Y sólo si está relativamente abierto a ellos y acepta que surjan en su conciencia tendrá posibilidades de averiguar [...] la importancia que puedan tener para su trabajo con el paciente (pág. 188).

La noción de que los sentimientos le acuden al analista “sin indicadores” es central en la concepción searliana del amor edípico en la contratransferencia, así como en su concepción general del psicoanálisis. La tarea del analista consiste, ante todo, en permitirse vivenciar en toda su intensidad emocional todo cuanto siente en el aquí y ahora de la experiencia analítica. Sólo entonces estará en condiciones de hacer uso analítico de sus estados anímicos.

2. IDENTIFICACIÓN INCONSCIENTE Pasaré ahora a “Identificación inconsciente” (1990), un importante pero poco conocido trabajo de Searles, publicado junto con un conjunto de 14 artículos de analistas más de tres décadas después que el que hemos visto sobre el amor

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edípico. Este segundo trabajo pone de relieve el pensamiento clínico de Searles en su forma más desarrollada. No hay duda de que en el artículo de 1990 habla la misma persona que en el de 1959, sólo que ahora es más sabia, más habilidosa en su trabajo y más consciente de sus limitaciones. En el artículo de 1990, Searles prescinde aún más que en el otro de la teoría psicoanalítica vigente. Por lo que pude discernir, sólo recurre en él a dos teorías analíticas: el concepto de “inconsciente dinámico” y el de la transferenciacontratransferencia. El efecto de este despojamiento de la teoría hasta un grado mínimo es que al leerlo genera una experiencia similar a la provocada por la lectura de la buena literatura: en ella se presentan situaciones emocionales en las que los personajes pueden hablar por sí mismos. El artículo se inicia con una metáfora: Mi objetivo principal en este capítulo es presentar una generosa variedad de viñetas clínicas en las cuales es dable detectar identificaciones inconscientes que se ramifican por debajo y por detrás de una identificación consciente relativamente simple y obvia, más o menos como sucede con las plantas marinas, que se extienden muy lejos, por debajo y por detrás de las pocas hojas que vemos en la superficie (1990, pág. 211).

En esta primera oración, Searles establece cómo concibe el vínculo entre las experiencias conscientes y las inconscientes en la relación analítica. La experiencia consciente es “relativamente simple y obvia” si uno ha desarrollado su atención lo suficiente para notarla en sí mismo y encuadrarla; “por debajo y por detrás” de ella se halla la experiencia inconsciente, que forma una continuidad con la anterior, así como las ramificaciones de la planta marina forman una continuidad con “las pocas hojas que vemos en la superficie”. Tal como yo la leo, esta metáfora implica que no es necesario ser un biólogo marino para notar algunas características de dichas plantas, pero cuanto más refinada sea nuestra percepción sensorial y mental, más probable será que logremos comprender cómo funciona la planta, y cómo ha llegado a funcionar de ese modo. Además, seguramente una persona con el ojo entrenado va a sentir más curiosidad, intriga y asombro ante lo que observa. Sin embargo, confío en demostrar, en mi repaso de este texto de Searles, que su empleo de dicha metáfora no consiguió captar lo más importante acerca de la manera en que piensa y trabaja. En su primer ejemplo clínico, Searles describe el tratamiento de una mujer de edad avanzada que durante muchos años no había tenido noticia alguna de su hija. Recibió una carta de ésta (que a la sazón tenía más de cuarenta años) y la trajo a sesión porque no sabía qué contestarle, entregándosela a Searles para que la leyera. Searles lo piensa un instante, y le responde: REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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“Siento que, como en realidad yo no soy usted, no me siento cómodo en cuanto a la manera de responderle” (pág. 214). Poco más adelante, se dirige al lector en estos términos: Lo más memorable de esta interacción fue, en realidad, que en el preciso momento en que iba a tomar la carta entre mis manos, sentí muy intensamente que no era correcto que la leyera, ya que no había sido dirigida a mí; teniendo en cuenta que la paciente me lo había pedido, la fuerza de esta inhibición me sorprendió. Seguimos hablando con ella y se me ocurrió decirle: “Pero me pregunto si, del mismo modo, usted siente que no es la persona a quien fue dirigida la carta”. Reaccionó confirmándomelo rotundamente y agregó que, a lo largo de los años, había hecho mucha terapia desde que se involucrara en la clase de cosas que expresaba la carta. En esencia, me corroboraba que mi sensación de no ser, en realidad, el destinatario de la carta tenía su contrapartida en una sensación análoga de ella. Aquí su confirmación se expresó con sentimientos tan contenidos, que inferí que había necesitado esa interpretación mía para poder conocer y expresar con toda claridad tales sentimientos (págs. 214-15; el énfasis es del original).

El suceso analítico aquí presentado gira en torno de la conciencia que tuvo Searles, un momento antes de tomar la carta, de que como no le había sido dirigida a él, la idea de leerla lo incomodaba. Basándose en este sentimiento/pensamiento, Searles hizo con esta situación algo que para mí es sorprendente: en su propia mente “volvió externa la experiencia interna” como quien da vuelta un guante, y así logró averiguar algo que le pareció auténtico para él, para el paciente, y para mí como lector. (Con respecto a mi metáfora de volver externo lo interno, importa señalar que, como ocurre en una cinta de Moebius, lo interno está continuamente en proceso de volverse externo, y viceversa). Searles tomó su sentimiento de que no era correcto leer una carta no dirigida a él (lo “interno”, en el sentido de que fue su propia reacción personal) y lo volvió “externo”. Con esto quiero decir que lo colocó en contexto, en la realidad emocional más amplia dentro de la cual vivenciaba lo que estaba sucediendo entre él y la paciente, y, por extensión, dentro de la cual la paciente se vivenciaba a sí misma en relación con su hija. Es precisamente esta clase de inversión la que más llama la atención y a menudo sorprende cuando uno lee a Searles: se produce un abrupto tránsito de la vida interior de Searles (su reacción emocional, extraordinariamente perceptiva, ante lo que está ocurriendo) al contexto psicológico invisible en el cual el paciente se vivencia a sí mismo. Quiero destacar que la inversión a la que me refiero no es equivalente a

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volver consciente lo inconsciente. Lo que hace Searles es mucho más sutil. En este ejemplo, la experiencia de la paciente de no ser ya la persona que su hija imaginaba no es un pensamiento o sentimiento inconsciente reprimido; más bien forma parte del entorno emocional interno en el que vive la paciente. Esa matriz, hasta entonces no nombrada, de su self pasó a constituir, en gran parte, lo que ella verdaderamente es ahora. En la interacción descripta, era preciso, en primer lugar, que Searles ejecutara en sí mismo una operación por la cual el contexto [context] se volvió contenido [content]: el contexto “invisible” de la percepción que Searles tenía de sí (por el hecho de no ser el destinatario de la carta) pasó a ser el contenido “visible”, pensable. En el proceso de pensar en voz alta, Searles alcanzó el sentimiento o la idea de que la paciente tampoco creía ser la persona a la que había sido escrita esa carta (“Seguimos hablando con ella y se me ocurrió decirle... ”, pág. 214), Aquí, Searles no estaba diciendo lo que pensaba, sino pensando lo que decía. O sea, en el propio acto de hablar, lo interno se volvía externo, el pensamiento se volvía habla, el contexto impensable se volvía contenido pensable, la experiencia se daba vuelta como un guante. Pasaré ahora a otro ejemplo en el cual Searles da vuelta análogamente la experiencia. Más adelante en el mismo artículo, comenta que en varias ocasiones alguno de sus pacientes lo saludaba al llegar diciéndole “¿Cómo está?”, y él solía sentir ... que me hubiera encantado poder descargarme y contarle [...] detalles sobre los miles de aspectos de cómo me sentía en ese momento; pero sabiendo que, dada nuestra verdadera situación allí, eso era imposible, yo reaccionaba a medias divertido, a medias con amarga ironía, diciendo “Fantástico” o haciendo meramente algún gesto de asentimiento (pág. 216).

Con el tiempo se le ocurrió, siempre en forma espontánea e impensada, que el paciente podía sentir algo similar, o sea, que en las circunstancias de ese momento le era imposible contarle a Searles cómo se sentía. Y ello debido a que “él [el paciente] siente que supuestamente tiene que ayudarme a mí” (pág. 216; el énfasis es del original), como sucedía en la relación que tuvo en su infancia con los padres. Al arribar a esta comprensión de la situación, Searles permanece en silencio, pero capta que lo que está ocurriendo “me habilita, pese a todo, a fomentar la creación de una atmósfera en la que el paciente pueda sentir que se lo trata con más paciencia y empatía auténticas que en el pasado” (pág. 216). En esta situación, Searles advierte que un aspecto decisivo del contexto de su experiencia emocional de ser el analista de ese paciente es que en reREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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alidad él (Searles) desearía ser el paciente en análisis. Al escuchar el tono amargo de su propia voz cuando responde a la pregunta/saludo del paciente, convierte un contexto impensable en un contenido pensable. Esta transformación lo habilita a comunicar (de modo no verbal) que ha comprendido la amargura invisible (callada) del paciente por el hecho de que no se siente con derecho a ser el paciente en su propio análisis. Nuevamente, emprende aquí la tarea psicológica de transformar su propio contexto emocional “interno” (su deseo de que ése fuera su análisis, como paciente) en pensamientos y sentimientos “externos” (pensables, simbolizados verbalmente). Esto contribuye a modificar la atmósfera de la relación analítica. El contexto antes impensable de la experiencia del paciente (su sensación de que ése no era su análisis) ingresa en un proceso en el cual es pensado conscientemente por Searles e inconscientemente por el paciente. Tomaré una porción del autoanálisis de Searles como último ejemplo de que su manera de pensar se caracteriza, en gran medida, por su singular procedimiento para volver externa la experiencia interna: Hace muchos años que disfruto cuando debo lavar los platos, y más de una vez tuve la sensación de que es una de las tareas en las que me siento totalmente cómodo e idóneo. Siempre supuse que, al lavar platos, me identificaba con mi madre, que cuando yo era niño lo hacía en forma de rutina. No obstante, en los últimos años [...] se me ha dado pensar que no sólo me identificaba con ella en la forma de lavar los platos, sino también en el espíritu con que lo hacía. Antes no me había permitido considerar la posibilidad de que también ella pudo haberse sentido crónicamente abrumada, sobrepasada más allá de sus fuerzas, a punto tal que esa actividad de lavar platos era el aspecto de su vida que la hacía sentirse perfectamente idónea y capaz de actuar con soltura (pág. 224).

Nadie más que Searles pudo haber escrito este párrafo, en parte porque revela un dominio exquisito del arte de penetrar en una experiencia consciente aparentemente común. Él sabe, como pocos analistas lo han sabido, que sólo hay una conciencia, y que el aspecto inconsciente de la conciencia no está detrás o debajo de ella, sino en ella. Paradójicamente, aunque lo sabe en su práctica y hace uso de ese saber en casi todos los ejemplos clínicos que presenta, jamás ha examinado en sus escritos (hasta donde estoy enterado) esta concepción de la conciencia. Por otra parte, en la primera oración del artículo de 1990, contradice expresamente esta idea sobre la relación entre la experiencia consciente y la inconsciente, al afirmar que las identificaciones inconscientes están “por debajo y por detrás” de las identificaciones conscientes. Sin embargo, creo que esta concepción (y la correspondiente me-

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táfora de la planta marina) no concuerda con la comprensión del vínculo entre la experiencia consciente y la inconsciente que tan magníficamente ilustra Searles en este artículo. A mi juicio, si se quisiera reflejar con más precisión lo que Searles demuestra en su labor clínica, debería decirse que la experiencia consciente y la experiencia inconsciente son cualidades de una conciencia unitaria, y que para tener acceso a la dimensión inconsciente de la experiencia no debe buscarse “por debajo y por detrás” de la experiencia consciente, sino en ella. Al describir su estado psíquico mientras lavaba los platos, Searles comenta el disfrute que experimentó durante años y su sensación “de que es una de las tareas en las que me siento totalmente cómodo e idóneo”, como una identificación con la forma, pero no con el espíritu, con que su madre lo hacía. El lector (y el propio Searles) es tomado por sorpresa cuando él se interna más hondamente en esa experiencia de lavar platos. Toma conciencia entonces de lo que ya “sabía”, pero no sabía: que su experiencia de lavar platos tiene lugar dentro de un poderoso, aunque invisible, contexto emocional de sentimientos de profunda insuficiencia. Searles transforma ese contexto antes impensable en un contenido emocional pensable: Antes no me había permitido considerar la posibilidad de que también ella pudo haberse sentido crónicamente abrumada, sobrepasada más allá de sus fuerzas, a punto tal que esa actividad de lavar platos era el aspecto de su vida que la hacía sentirse perfectamente idónea y capaz de actuar con soltura (pág. 224).

La verdad (y aun la belleza) de esta nueva comprensión que alcanza Searles con respecto a sí mismo y a su madre no le es sólo descripta al lector, sino que le es mostrada mediante imágenes y todo lo que ellas evocan. La imagen de Searles viendo de niño a su madre frente a una pileta de cocina llena de platos tapados por el agua jabonosa no sólo capta la experiencia de la vida diaria de un niño con una madre deprimida, sino que transmite una sensación de superficialidad emocional (marcada por la poca profundidad de una pileta de cocina) que su madre no se atrevía, o no podía, superar.

3. SEARLES Y BION Concluiré examinando brevemente la complementariedad entre el pensamiento de Searles y el de Bion, complementariedad que “descubrí” para mi sorpresa mientras escribía este artículo. Por su temperamento, Searles no se sentía inclinado a formular sus ideas en un nivel de abstracción que REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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fuera más allá de la teoría clínica (o no era capaz de hacerlo). En agudo contraste con él, Bion, centrado en el desarrollo de la teoría psicoanalítica, le transmite muy poco al lector sobre la forma en que utiliza sus ideas en el marco del análisis. Muy sumariamente, abordaré tres aspectos de la obra de ambos con los que el lector debería familiarizarse si pretende apreciar cabalmente la de uno o el otro.

CONTINENTE Y CONTENIDO Al examinar el proceder de Searles cuando una paciente le pidió que leyera una carta escrita por su hija, introduje la idea de que el pensamiento de Searles podría considerarse una manera de “volver externa la experiencia interna”: lo que al principio es un contexto vivencial invisible e impensable es convertido por él en un contenido experiencial sobre el cual él y el paciente pueden pensar y hablar. Sin que yo lo advirtiera, mi descripción metafórica del proceder de Searles se apoyó en el concepto de Bion (1962) del continente y el contenido.7 Este concepto permite reflexionar sobre la forma en que un contenido psíquico (pensamientos y sentimientos) puede avasallar y destruir la propia capacidad de pensar (el continente). La paciente de Searles tal vez experimentó sentimientos de culpa tan intensos que la limitaron en su capacidad de pensar cuánto había cambiado, y le impidieron someter tales pensamientos a una tramitación psíquica inconsciente. Searles pudo pensar (contener) algo parecido a los pensamientos impensables de la paciente, referidos a su propia culpa e incomodidad (la de Searles) por tener que leer una carta que no le había sido dirigida. Al comunicarle a la paciente que tampoco ella era la persona a la que la carta había sido dirigida, Searles la ayudó a contener/pensar sus propios pensamientos y sentimientos antes impensables sobre el crecimiento psíquico que había logrado. Al formular de este modo la manera de trabajar de Searles, estoy creando una perspectiva que falta en su obra, a saber, la concepción de la forma en que la interacción analítica exige en todo momento el vigoroso juego mutuo de los pensamientos de ambos partícipes y la capacidad de pensar los pensamientos propios. Al mismo tiempo, la extraordinaria habilidad de Searles para describir sus vaivenes emocionales en la transferencia-contratransferencia vuelve vívido el nivel experiencial del continente-contenido, de una manera que, a mi entender, no logró Bion en sus propios escritos.

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Examino este concepto en Odgen, 2004c.

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LA NECESIDAD HUMANA DE VERDAD Las elucidaciones de Searles sobre su labor clínica están impregnadas de una aguda sinceridad (para consigo mismo y el paciente). Vienen de inmediato a la mente algunos ejemplos comentados en este artículo: Searles reconoce para sí (pese a las presiones internas y externas que obran en sentido contrario), en medio de densas experiencias edípicas transferenciales-contratransferenciales, su intenso deseo de casarse con una de sus pacientes; cobra conciencia, alarmado, de que siente cariño por un paciente esquizofrénico, un cariño mayor que el amor que sentía por su esposa; reconoce su amargura por el hecho de no ser él el paciente que estaba analizando, y en consecuencia no tener derecho a decirle sin tapujos lo que sentía. Vale decir: sin lugar a dudas, Searles creía que enfrentar con franqueza la verdad de lo que ocurre en la relación analítica es un elemento indispensable del análisis. No obstante, le tocó a Bion formular esta conciencia clínica en un nivel más alto de abstracción, cuando afirmó que el principio fundamental de la motivación humana es la necesidad de saber la verdad sobre la experiencia emocional vivida. “El bienestar del paciente demanda un suministro constante de verdad, en forma tan ineluctable como su supervivencia física demanda alimento” (Bion, 1992, pág. 99). Searles es inigualable en su forma de demostrar en qué consiste esa necesidad de verdad en la transferencia-contratransferencia, y de qué manera ella plasma la experiencia analítica; Bion puso esta idea en palabras, la situó dentro de la teoría psicoanalítica en su conjunto, y generó una comprensión de la condición humana que tenía como núcleo dicha necesidad de verdad.

RECONCEPTUALIZACIÓN DE LA RELACIÓN ENTRE LA EXPERIENCIA CONSCIENTE Y LA INCONSCIENTE

En la descripción que hace Searles de su labor analítica se torna evidente que concibe la relación entre la experiencia consciente e inconsciente del analista de un modo muy distinto al corriente. Aunque no lo enuncia en forma explícita, le muestra al lector qué significa hacer uso de la conciencia en su totalidad, o sea, crear en el marco analítico las condiciones para que el analista perciba lo que ocurre en la transferencia-contratransferencia mediante un tipo de conciencia que se caracteriza por la falta de solución de continuidad entre la experiencia consciente y la inconsciente. Bion reconoció en sus escritos lo que Searles demostró en sus relatos clínicos, y aplicó ese reconocimiento para revolucionar la teoría analítica modificando de modo radical el modelo topográfico. La alteración que produjo en dicho modelo fue pasmosa; para mí, al menos, habría sido imposible imaginar el psicoaREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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nálisis sin la idea de una mente inconsciente que, de algún modo, estaba separada de (“debajo de”) la consciente. Las mentes consciente e inconsciente de Bion no son entidades aisladas, sino dimensiones de una conciencia única. La separación aparente entre ambas es, según Bion (1962), un mero artificio creado por la perspectiva desde la cual observamos y pensamos la experiencia humana. En otras palabras, lo consciente y lo inconsciente son aspectos de una entidad única vista desde distintos vértices (ver Ogden, 2004). Lo inconsciente es siempre una dimensión de la conciencia, ya sea que se lo pueda percibir fácilmente o no, así como las estrellas están siempre en el firmamento, ya sea que las oculte o no el brillo del sol. Bion (1962) desarrolló su concepto de “ensueño” (reverie) –un estado de receptividad ante la experiencia consciente/inconsciente propia y del paciente– al mismo tiempo que Searles hizo sus primeras descripciones (escritas en las décadas de 1950 y 1960) de su labor con esquizofrénicos crónicos, donde recurrió a un estado mental que desdibuja la diferenciación entre los aspectos consciente e inconsciente de la experiencia. Es imposible decir hasta qué punto influyó Searles en Bion o Bion en Searles. Searles sólo hizo referencia a los trabajos relativamente iniciales de Bion sobre la identificación proyectiva; Bion no lo menciona en absoluto en toda su obra. Sin embargo, espero haber demostrado que la obra de Searles se enriquece conceptualmente cuando se conoce la de Bion, así como la de este último cobra mayor vividez experiencial cuando se está familiarizado con la de Searles. Traducción de Leandro Wolfson

RESUMEN

Mediante una lectura detenida de dos artículos de Searles, “El amor edípico en la contratransferencia” (1959) e “Identificación inconsciente” (1990), el autor explora no sólo qué piensa Searles sino la manera en que piensa y la forma en que trabaja dentro del contexto analítico. Searles aplica una forma de respuesta emocional sensible a la transferencia-constratransferencia que supone una continuidad fluida de receptividad y de pensamiento consciente e inconsciente. Sus descripciones, inexorablemente sinceras, sobre los procesos concernientes a la transferencia-contratransferencia parecen generar en sí mismas una teoría clínica original; por ejemplo, implican una reconceptualízacíón de lo que significa el análisis exitoso del complejo edípico. Searles expone su propia forma característica de pensamiento e interpretación analíticos, que el autor describe como “volver externa la experiencia interna” como quien da vuelta un guante. En cada uno de sus ejemplos clí-

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nicos, transforma lo que había sido el contexto emocional invisible e innombrable de la experiencia del paciente en un contenido psicológico verbalmente simbolizado que se convierte en pensable y del cual se puede hablar. En la sección final del artículo el autor examina una importante (y para él inesperada) complementariedad entre la obra de Searles y la de Bion. La obra de Searles aporta forma clínica y vitalidad a las construcciones a menudo teóricas y abstractas de Bion, tal como el concepto continente-contenido, la necesidad humana de verdad, y la relación entre la experiencia consciente y la inconsciente. A su vez, la obra de Bion sitúa la de Searles dentro de un contexto teórico más amplio. DESCRIPTORES: AMOR / EDIPO / CONTRATRANSFERENCIA / IDENTIFICACIÓN / INCONSCIENTE / EXPERIENCIA EMOCIONAL / CONTINENTE / CONTENIDO / VERDAD.

SUMMARY Reading Harold Searles In a thoughtful reading of two articles by Searles, “Oedipal love in countertransference” (1959) and “Unconscious identification” (1990), the author explores not only what Searles thinks but also the way he thinks and the way he works in the analytic context. Searles applies a mode of emotional response sensitive to transference-countertransference involving a fluid continuity of receptivity and of conscious and unconscious thought. His descriptions, inexorably sincere, of processes concerning transference-countertransference seem in themselves to generate an original clinical theory; for example, they involve a re-conceptualization of the meaning of successful analysis of the Oedipus complex. Searles discusses his own characteristic mode of analytic thinking and interpretation, which the author describes as “making internal experience external” as if turning a glove inside out. In each of his clinical examples, he transforms what had been the invisible and unspeakable emotional context of the patient’s experience into a verbally symbolized psychological content that becomes thinkable and about which it is possible to talk. In the last section of his article, the author examines an important (and for him unexpected) complementarity between the works of Searles and of Bion. The work of Searles contributes clinical form and vitality to Bion’s often theoretical and abstract constructions, such as the concept of container-content, the human need of truth and the relation between conscious and unconscious experience. At the same time, Bion’s work situates the work of Searles within a broader theoretical context. KEYWORDS: LOVE / OEDIPUS / COUNTERTRANSFERENCE / IDENTIFICATION / UNCONSCIOUS / EMOTIONAL EXPERIENCE / CONTAINER / CONTENT / TRUTH. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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RESUMO Lendo a Harold Searles A partir de uma leitura detalhada de dois artigos de Searles, “O amor edípico na contratransferência” (1959) e “Identificação inconsciente” (1990), o autor explora não só o que pensa Searles, mas também a maneira como pensa e a forma em que trabalha dentro do contexto analítico. Searles aplica uma forma de resposta emocional sensível à transferência-contratransferência que pressupõe uma continuidade fluida de receptividade e de pensamento consciente e inconsciente. Suas descrições, inexoravelmente sinceras, sobre os processos inerentes à transferência-contratransferência parecem gerar em si mesmas uma teoria clínica original; por exemplo, implicam uma reconceitualízação do que significa uma análise bem sucedida sobre o complexo edípico. Searles expõe a sua própria forma característica de pensamento e interpretação analítica, que o autor descreve como “tornar externa a experiência interna”, algo parecido com virar pelo avesso uma luva. Em cada um de seus exemplos clínicos transforma o que havia sido o contexto emocional invisível e que não pode ser descrito sobre a experiência do paciente, em um conteúdo psicológico verbalmente simbolizado que se transforma em algo que pode ser pensando e do qual é possível falar. No final do seu artigo, o autor examina uma importante (e inesperada para ele) complementaridade entre a obra de Searles e a de Bion. A obra de Searles dá uma forma clínica e vitalidade às construções, muitas vezes teóricas e abstratas de Bion, como por exemplo, o conceito continente-conteúdo, a necessidade humana da verdade, e a relação entre a experiência consciente e inconsciente. Ao contrário, Bion situa a obra de Searles dentro de um contexto teórico mais amplo. PALAVRAS CHAVE: AMOR / ÉDIPO / CONTRATRANSFERÊNCIA / IDENTIFICAÇÃO / INCONSCIENTE / EXPERIÊNCIA EMOCIONAL / CONTINENTE / CONTEÚDO / VERDADE.

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Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit1 * Haydée Faimberg

INTRODUCCIÓN Este ensayo es un tributo a la concepción subversiva que propuso Freud sobre la temporalidad y la causalidad psíquicas. Tengo el convencimiento de que la noción de Nachträglichkeit subvierte realmente el concepto que tiene de la temporalidad psíquica el “sentido común”. Como sabemos, Lacan (1963, 1965) fue el primer autor que, al repasar el caso del Hombre de los Lobos, llamó la atención sobre la particular concepción de la temporalidad que tenía Freud, y que sintetizó en su concepto de Nachträglichkeit. En ese entonces, Lacan lo consideraba un mecanismo psíquico que sólo operaba en las psicosis. Laplanche y Pontalis (1964, 1967, 1985) pusieron de relieve la importancia de este concepto (traducido al francés como après-coup) como mecanismo psíquico general en el psicoanálisis. En este artículo retomaré algunas ideas sobre este tema expuestas en trabajos míos anteriores. Me he inclinado –al principio en forma implícita (Faimberg, 1985, 2005a) y luego de manera más explícita (Faimberg, 1993, 2005) – por utilizar un concepto más amplio de la Nachträglichkeit, que no coincide con el formulado por Freud al ocuparse de este tema. Creo, empero, que este concepto más amplio está presente en la labor clínica de Freud como base de un modo particular de interpretación que él llamaba construcción (Freud, 1937). Me propongo desarrollar esta idea en este artículo por primera vez. A tal fin, citaré un fragmento del relato que hizo Kardiner (1977) acerca de su análisis con Freud en 1921-22, y brindaré una reelaboración de mis puntos de vista que no había sido expuesta hasta 1

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Publicado en The Psychoanalytic Quarterly Vol. LXXVI, 2007 Nº 4, 1221 – 1240. Société Psychanalytique de Paris. Este trabajo fue presentado el 6 de mayo de 2006 como tributo a Sigmund Freud en un congreso internacional realizado en Praga, República Checa, para conmemorar el 150º aniversario de su nacimiento. La autora agradece a tres comentaristas anónimos de The Psychoanalytic Quarterly su atenta revisión y sus sugerencias relativas a una versión anterior de este artículo. [email protected] / Francia.

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ahora. Mediante el examen a fondo de una viñeta tomada de este caso clínico, confío mostrar que esa conceptualización más amplia del concepto no sólo es pertinente sino que además es fiel a la idea original que tenía Freud sobre la temporalidad psíquica. Mi alegato en favor de la ampliación de este concepto surge de mi propia experiencia clínica.2 También la he aplicado al reexaminar las comunicaciones de Winnicott (1974) sobre su labor clínica. Aquí volveré a una tesis mía anterior (que, por lo que sé, nadie formuló antes) según la cual el “temor al derrumbe” de Winnicott (1974) es paradigmático de este concepto ampliado de Nachträglichkeit (Ver Faimberg, 1998). La conceptualización más amplia que postulo desempeña un importante papel en la asignación retroactiva de un nuevo sentido (por lo común, merced a una interpretación) –o incluso a la asignación de un sentido por primera vez (por lo común, merced a una construcción) – a lo que el analizando dice y a lo que no puede decir. De este modo, en su significado amplio, la Nachträglichkeit es una operación propia de la situación clínica en el proceso psicoanalítico, gracias a la cual es posible explorar y comprender de qué manera el psicoanálisis produce el cambio psíquico. Se muestra así en primer plano la eficacia del psicoanálisis. ¿En qué momento del proceso psicoanalítico entra en acción la Nachträglichkeit? Lo hace en la situación clínica, foco del presente ensayo. O sea, siempre tiene lugar en el presente de la sesión y da valor retroactivo a una experiencia anterior. Ambos momentos temporales están ligados por una relación de sentido.

EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO Aunque el adjetivo nachtraglich (posterior) es corriente en alemán, el concepto de Nachträglichkeit (no como término en sí, sino como el concepto que en francés llamamos après-coup)3 no cobró la misma importancia en la cultura psicoanalítica alemana que en la francesa, donde la propia traducción llevó a reflexionar sobre él. ¡Por una vez, puede ser que algo no se haya per-

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En otro lugar (Faimberg, 2005) he ofrecido más detalles sobre mi manera de trabajar en la clínica. Allí mostré cómo se articula el après-coup con la escucha de la escucha del paciente, la reconstrucción de las identificaciones narcisistas inconscientes enajenadas en las que se superponen tres generaciones, y otros temas. Para comprender cabalmente cómo genera cambios estructurales, este concepto debe integrarse a otros conceptos psicoanalíticos. Esta integración merece, en sí misma, que se le dedique un ensayo. Expuse mis opiniones al respecto en Faimberg (2005).

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Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit

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dido en la traducción!4 Repitámoslo: para traducir Nachträglichkeit se ha optado en francés por après-coup, que, dicho sea de paso, también es de uso corriente en francés. Freud no escribió ningún artículo dedicado a este concepto y su primer uso de él es anterior a su descubrimiento esencial de la sexualidad infantil. En una conferencia de la Asociación Psicoanalítica Internacional sobre el diálogo intra e intercultural, llevada a cabo en París en 1998, se puso de relieve el papel central del après-coup en el psicoanálisis francés, a la vez que se destacaba que, en contraste, está ausente o tiene una importancia menor en otras culturas psicoanalíticas. He notado que desde dicha conferencia la cantidad de trabajos publicados sobre el après-coup aumentó.5 Bien pudo ocurrir que la conferencia fomentara el interés por el après-coup tanto entre los psicoanalistas que lo consideran un concepto fundamental para su pensamiento y práctica clínica, como entre aquellos otros que están comparativamente poco familiarizados con él.6

EMMA: UN CASO DE NACHTRÄGLICHKEIT Freud apeló por primera vez al concepto de Nachträglichkeit en el caso de Emma.7 Al describir la “proton pseudos histérica”, Freud (1895) señala que Emma está hoy bajo la compulsión de no poder ir sola a una tienda. Como fundamento, [dio] un recuerdo de cuando tenía doce años (poco después de la pubertad). Fue a una tienda a comprar algo, vio a los dos empleados (de uno de los cuales guarda memoria) reírse entre ellos, y salió corriendo presa de algún afecto de terror. Sobre esto se despiertan unos pensamientos: que esos dos se reían de su vestido, y que uno le había gustado sexualmente. [...] La exploración ulterior descubre un segundo recuerdo [...]. Siendo una niña de ocho años, fue por dos veces a la tienda de un pastelero para comprar golosinas, y este caballero le pellizcó los genitales a través del vestido. No obstante la primera experiencia, acudió allí una segunda vez. Luego de la se4 5

6 7

Aquí me refiero, desde luego, a la obra de Hoffman (1989). Entre los autores que se ocuparon de él antes de 1998 cabe señalar a Lacan (1953), Laplanche y Pontalis (1964, 1967, 1983), Le Guen (1982), Cournut (1997), Neyraut (1997) y Sodre (1997). Entre los que lo hicieron en la mencionada conferencia, estuvieron Laplanche (1998), Green (1998), Roussillon (1998) y Faimberg (1998). Agreguemos que la conferencia psicoanalítica para especialistas de habla francesa realizada en 2009 estuvo enteramente dedicada al concepto de après-coup. Este caso ha sido estudiado y discutido en detalle por Laplanche y Pontalis (1964), Le Guen (1982) y Neyraut (1997).

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gunda, no fue más. Ahora bien, se reprocha haber ido por segunda vez, como si de ese modo hubiera querido provocar el atentado. De hecho, cabe reconducir a esta vivencia un estado de “mala conciencia oprimente” (p. 4001, el subrayado está en el original).

Aquí Freud aún veía la sexualidad como algo que le sobrevenía al individuo desde afuera y constituía una primera escena. A esa altura –es decir, en la época de su teoría sobre la “proton pseudos histérica”– no pensaba que hubiera sexualidad en el niño; en cierto sentido, consideraba que éste era “inocente”.8 9 Freud entiende que la segunda instancia de este episodio, la segunda escena, tiene que ver con la pubertad, a la que Emma sentía como algo ajeno a ella. En cierta forma, el “desprendimiento sexual” (según las palabras de Freud) que el hecho despierta en ella también le provoca displacer; y atribuye este displacer al recuerdo del primer suceso, de la primera escena, cuando dicho desprendimiento sexual no era posible. La conclusión de Freud es la siguiente: ... la alteración de la pubertad ha posibilitado otra comprensión de lo recordado. [El subrayado es mío (H.F.)]. Pues bien: este caso es típico de la represión en la histeria. Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que sólo con efecto retardado [nachträglich] ha devenido trauma. Causa de este estado de cosas es el retardo de la pubertad respecto del restante desarrollo del individuo (p. 403].

Esto significa que la escena de la pubertad (escena 2) confiere un sentido retroactivo a la escena de la niñez (escena 1). Así pues, en la primera versión del trauma, la escena de la niñez estaba dormida o inactiva, porque Freud todavía no había descubierto la sexualidad infantil. Sugiero, sin embargo, que luego de haberla descubierto juzgó apropiado considerar la primera escena como un momento anticipatorio, en el cual dicha escena estaba activa, pero en forma inconsciente. La primera etapa del mecanismo de la Nachträglichkeit es un suceso que deja una huella. Esto es lo que Laplanche y Pontalis (1964, 1967, 1985) lla8 9

Uno o dos años más tarde modificaría su manera de pensar, al postular su teoría de la sexualidad infantil. Ver la nota al pie de Strachey en Freud (1895, 403, n. 21]. En mi opinión, cuando Ferenczi (1932) habla de la “confusión de lenguas” (o sea, la confusión entre la sexualidad del adulto y la búsqueda de afecto del niño), se refiere a esta teoría, aunque sólo en cierto sentido. Al igual que Ferenczi, Laplanche y Pontalis (1964) avalan la teoría freudiana de la seducción, a la que no juzgan incompatible con el concepto de realidad psíquica inconsciente, y proponen conservar ambas formulaciones. Como sabemos, Freud creó el concepto de realidad psíquica inconsciente una vez que hubo abandonado su teoría de la “proton pseudos histérica”. Ver Freud (1895).

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man un dejà la (ya allí), lo cual es algo que queda excluido de la psique pero permanece en su interior. Lo esencial aquí es que la segunda etapa, que sucede en un momento cronológicamente distinto, da sentido retroactivo a lo que ya estaba allí. Eso que “ya estaba allí” es lo que Freud denominaba las “reminiscencias que padece el histérico” (Freud y Breuer, 1895, p. 33]. Como señalaron con acierto Laplance y Pontalis (1967), sin ese “ya allí”, el mecanismo de la Nachträglichkeit no sería diferente del concepto de Jung sobre la fantasía del adulto atribuida en forma retroactiva a un momento de su niñez. El concepto junguiano de fantasía retroactiva (Zuruck-phantasieren) desconoce el descubrimiento de la sexualidad infantil, que como sabemos fue decisivo en la teoría de Freud. Resumiendo: en el funcionamiento de la Nachträglichkeit hay una etapa que llamo anticipatoria (la etapa del “ya allí”) y una etapa de asignación de un sentido retroactivo. Ambas etapas son necesarias y cuando me refiero a la Nachträglichkeit las tengo presentes a ambas. Volveremos a encontrar esta estructura en el concepto ampliado de Nachträglichkeit que deseo proponer.

AMPLIACIÓN DEL CONCEPTO DE NACHTRÄGLICHKEIT En 1896, Freud le escribió a Fliess: “... de tiempo en tiempo, el material preexistente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción” (p. 274]. Por lo tanto, si se adopta este punto de vista, estrictamente freudiano, la Nachträglichkeit debería definirse exclusivamente como “la asignación de un nuevo sentido a las huellas mnémicas”.10 En vista de que lo que a mí me interesaba era explorar los lazos narcisistas entre diversas generaciones, llegué a dar un nuevo sentido (y aun a asignarle un sentido por primera vez) a aquello que está en el origen del funcionamiento psíquico narcisista del analizando. Este sentido, conferido gracias a la Nachträglichkeit, me permitió escuchar al paciente y modificar su situación como sujeto respecto de algo que había acontecido en su psique en un período muy anterior, a veces incluso anterior al habla. De ahí

10

Modell adopta este concepto, y señala lo siguiente: “La profunda intelección de Freud según la cual la memoria se retranscribe de acuerdo con la experiencia posterior ha sido confirmada en un ámbito imprevisto. Gerald Edelman, que recibió el Premio Nobel por sus trabajos sobre inmunología, ha vuelto su atención a las neurociencias y ha propuesto una teoría revolucionaria de la memoria basándose en avances recientes en dicho campo. Según él, la memoria no es un registro del sistema nervioso central de carácter isomórfico con la experiencia del pasado, sino una recategorización de la experiencia” (pág. 16).

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que a mi entender dar un sentido retroactivo por primera vez no es, por definición, una “retranscripción” (como le dice Freud a Fliess). Vengo utilizando, pues, el concepto de la Nachträglichkeit con un significado más amplio que el que le dio Freud. Creo, empero, que este sentido ampliado es congruente con la idea que tenía Freud de la temporalidad y de la construcción, según he examinado en otro lugar (Faimberg y Corel, 1989), y según confío en demostrar en este trabajo para el caso de Kardiner, analizado por Freud. En lo que sigue, repasaré algunos aspectos de la labor clínica de Freud y de Winnicott a la luz de la noción ampliada de la Nachträglichkeit que propongo.

EL CONCEPTO AMPLIADO DE LA NACHTRÄGLICHKEIT Y EL «TEMOR AL DERRUMBE»11 El fenómeno que Winnicott (1974) denominó “temor al derrumbe” puede considerarse paradigmático de la Nachträglichkeit, siempre y cuando no restrinjamos el concepto a una retranscripción. Al referirse a la conferencia antes mencionada de 1998, en la que presentó su tesis, Rossi señaló: La ponencia de Haydee Faimberg [sobre Winnicott y el “temor al derrumbe”] fue un ejemplo perfecto de estilo de pensamiento intercultural, ya que articuló el concepto de après-coup con la premonición winnicottiana de un derrumbe que ya se ha producido. A partir de lo cual, en el análisis [esto equivale a] la construcción de un pasado que antes no existía como tal (1998, págs. 634-635).

Podría parecer inapropiado considerar que el “temor al derrumbe” sea un paradigma del concepto ampliado de la Nachträglichkeit, como lo hago, ya que Winnicott nunca se refirió a la Nachträglichkeit. Y en lo que atañe a la formulación explícita de Freud (la de que constituye una “retranscripción”), la noción de Winnicott no parece tener cabida. ¿Por qué insisto, entonces, en trazar este paralelismo? Como describí en obras anteriores (Faimberg, 1998, 2005), creo que el concepto ampliado nos permite considerar esta clase de temporalidad como una forma de funcionamiento que revela sucesos psíquicos tempranos y les da un sentido retroactivo. Esto es exactamente lo que hace Winnicott. A mi juicio, tales sucesos psíquicos tempranos son una presentación (Darstellung)a la que se le dará, por primera vez, 11

Por lo que yo sé, la Nachträglichkeit no había sido vinculado conceptualmente con el “temor al derrumbe” de Winnicott antes de la presentación de mi trabajo anterior (Faimberg, 1998).

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un sentido, una representación (Vorstellung). Indicaré a continuación por qué pienso que esto es justamente lo que hace Winnicott. Como sabemos, Winnicott escribió que algunos pacientes temen un derrumbe que, están convencidos de ello, ocurrirá inexorablemente en el futuro; y afirma que ese derrumbe que el paciente cree venidero ya tuvo lugar, en un momento en que no había, propiamente hablando, ningún sujeto que lo experimentara. Winnicott subraya la vivencia concomitante de desvalimiento (Hilflosigkeit) cuando habla de agonía primitiva. Establece un nexo temporal al decir que aquello que el paciente teme que sucederá ya ha sucedido. Propone una construcción según la cual esta agonía primitiva, cuyas huellas mnémicas son inaccesibles, se constituye como pasado. En un trabajo anterior señalé: Lo que acontece en el presente (temor al derrumbe) está ligado con lo que ya aconteció (agonía primitiva) mediante una relación de sentido. Y esta relación se establece como proceso de la Nachträglichkeit mediante una construcción. Considero que este proceso corresponde a la Nachträglichkeit en el sentido más amplio que propongo, y no en el que le da Freud en su carta a Fliess (1998).

En otras palabras, tal como yo entiendo el “temor al derrumbe”, para comprender la construcción de Winnicott y su concepción implícita de la temporalidad psíquica es indispensable este concepto ampliado de la Nachträglichkeit. La agonía primitiva es una presentación (Darstellung) de huellas inaccesibles; Winnicott le da un sentido retroactivo por primera vez, o sea, le da representación (Vorstellung). Reitero, entonces, lo dicho: mi concepto de Nachträglichkeit, que incluye el nexo con el “temor al derrumbe” winnicottiano, no se ajusta al concepto original de Freud de retranscripción.

EL CONCEPTO AMPLIADO DE LA NACHTRÄGLICHKEIT Y LA CONSTRUCCIÓN Veamos ahora la concepción freudiana de la temporalidad psíquica desde otro punto de vista. Se recordará que, según Freud, los sueños no predecían el futuro, aunque puede parecer que lo hacen debido a la particular relación que existe entre el deseo inconsciente y la temporalidad. En sus palabras: “En la medida en que el sueño nos presenta un deseo como cumplido, nos traslada indudablemente al futuro; pero este futuro que al soñante le parece presente es creado a imagen y semejanza de aquel pasado por el deseo indestructible” (1900, p. 608).

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Desde mi perspectiva, la temporalidad psíquica abarca lo que ocurre en la psique con el transcurso del tiempo.12 Para indicar la diferencia entre temporalidad y tiempo cronológico, Neyraut (1978) dice que si bien en el inconsciente no hay representación del tiempo, cuando el paciente habla el inconsciente se somete a la temporalidad en el proceso de manifestarse. Ejemplos de esta manifestación pueden ser un acto fallido o el relato de un sueño. Kardiner (1977) nos brinda un ejemplo de la forma en que Freud interpretaba la temporalidad psíquica frente al relato de un sueño. En su psicoanálisis con Freud, éste le dijo que una figura que aparecía en uno de sus sueños: “es una proyección al futuro de lo que usted efectivamente temía en el pasado. Por lo tanto, lo que usted temía no era lo que estaba por suceder, sino lo que ya había sucedido, y que usted no sólo había olvidado sino que temía recordar” (Kardiner, 1977, pág. 55; el subrayado es del original). Enseguida retomaré el análisis de Kardiner con Freud. También Riviere (1936) siguió a Freud al enunciar que lo que el paciente teme que sucederá ya ha sucedido: “Las peores catástrofes ya se habían producido; el paciente no quería permitir que esta verdad se volviera real en el análisis, no quería que él o ambos la ‘realizáramos’” (pág. 312; el subrayado es mío). Existe una correspondencia perfecta entre las concepciones de la temporalidad psíquica formuladas por Freud (tanto teóricamente como en su enfoque clínico), Riviere y Winnicott; y mi propia concepción, elaborada con Corel, concuerda con ellas (Faimberg y Corel, 1989; Faimberg, 2005). Hemos escrito que, en algunos casos, no hay nada que recordar; sólo la repetición permite que “al analizado se le presente una pieza de su historia olvidada” (Freud, 1937, p. 262] y proponer (mediante el Nachträglichkeit) una construcción que brinde un eslabón nuevo, sin antecedentes. Gracias a dicho eslabón, el pasado se constituye como tal y el paciente adquiere una historia, su historia. Tal es lo que yo entiendo por temporalización o historización (Faimberg, 1985, 2005). La construcción, esa “pieza de su historia olvidada”, es equivalente al “derrumbe que el paciente cree venidero [pero que] ya tuvo lugar, en un momento en que no había, propiamente hablando, ningún sujeto que lo experimentara” (Faimberg, 1998). Veamos ahora en detalle qué nos cuenta Kardiner de su análisis con Freud. Habían estado analizando la homosexualidad inconsciente. Freud le comentó que “el niño, al identificarse con la madre, abandona su identificación con el padre, y pone fin así a su papel de rival de este último. Esto le garantiza la protección permanente del padre y da respuesta a sus nece-

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Sometí a una mayor elaboración el concepto de temporalidad psíquica en mi análisis de un cuento de Italo Calvino (Faimberg, 1989).

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sidades vinculadas con la dependencia” (Kardiner, 1977, pág. 60). Luego, continúa diciendo Kardiner: Había dejado la última sesión sintiéndome tranquilo pero algo intrigado por estas ideas. Sin embargo, parece que el material relacionado con mi vínculo con la mujer comenzó a agitar un poco las aguas, porque tuve un sueño sobre una máscara, del cual me desperté aterrado. Este sueño estimuló asociaciones muy importantes, las cuales me llevaron a descubrir una fobia que había tenido de niño: la fobia a las máscaras y a las figuras de cera vestidas. Freud me preguntó: “¿Qué había en la máscara [del sueño] que lo aterrara tanto?”. Mi reacción espontánea fue decir que era su inmovilidad facial, su falta de expresión, el hecho de que no se sonriera ni se riera, de que estuviese inmóvil. Ya había tenido antes varios sueños en los que me veía a mí mismo en el espejo, y el rostro no reflejaba mi expresión emocional; o sea, yo podía sonreír o fruncir el ceño, pero en el espejo la expresión no cambiaba. Freud dijo que era posible que “la primera máscara que viera usted fuera el rostro de su madre muerta”. Cuando por primera vez pensé en esto, se me produjo un estremecimiento; pero las pruebas circunstanciales del sueño y mis asociaciones nos condujeron a la notable posibilidad de que yo hubiera descubierto a mi madre muerta cuando aún estaba solo con ella en la casa. Le dije a Freud: “Bueno, si usted quería alguna prueba del origen de la identificación con mi madre, aquí la tiene”. Todo parecía indicar que yo estaba solo junto a ella cuando falleció. Además, en esa época había una superstición corriente según la cual si uno estaba junto a una persona que moría, aspiraba el alma de esa persona, exhalada con su último suspiro. Cuando regresé a Nueva York, mi hermana me confirmó que así habían sucedido las cosas. Ella por entonces tenía edad suficiente, once años, para recordar los hechos con precisión [Kardiner tenía tres años] y me contó cómo había ocurrido todo. Dijo que ese día en particular no había pasado nada fuera de lo común, ya que mi madre, que padecía una enfermedad crónica, se quedaba habitualmente sola en la casa. Yo estaba con ella, jugando solo en el piso. Aparentemente, en un momento quise pedirle algo y la sacudí. No respondió ni reaccionó, y eso me aterró. Cuando mi hermana vino a almorzar, se encontró con mi madre muerta y conmigo llorando a solas en la habitación. “Bueno –comentó Freud–, por sus asociaciones es obvio que la máscara representaba el rostro de su madre muerta. A partir de entonces, todas las máscaras o figuras de cera fueron asociadas por usted con la muerte, y volvieron a provocarle el antiguo terror” (Kardiner, 1977, págs. 61-62; el subrayado es mío).

Vemos aquí que la construcción propuesta por Freud da un sentido re-

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troactivo tanto al sueño de Kardiner como a su fobia a las máscaras. En esta formulación, el supuesto básico de Freud parece ser que “ya hay algo allí”: el rostro imperturbable de la madre muerta. Construye entonces una pieza de verdad histórica, tal como se revela en la historia de la transferencia. En ese sentido, podemos decir que Freud se rige por la regla analítica que implica una epoché, un poner entre paréntesis como en la reducción fenomenológica. Dicho de otro modo, se suspende el juicio sobre el estatuto de realidad de la construcción del analista. Podemos agregar aquí el comentario de Laplanche y Pontalis (1964): el método psicoanalítico crea un nuevo campo, el campo de la palabra. Llamo verdades históricas a lo descubierto mediante una (re)construcción. Reservo el nombre de realidad externa, material a aquello que habitualmente se denomina realidad histórica. La realidad histórica puede conocerse como cualquier fragmento de información, sin necesidad de la reelaboración propia del proceso transferencial.13 Las verdades históricas construidas en el análisis de Kardiner, tal como él mismo las describe, son resultado del proceso de la Nachträglichkeit. Freud no le pide que ratifique o rectifique la correspondencia entre las verdades históricas que han descubierto juntos y la realidad material externa (la realidad histórica). Podemos agregar algo interesante con relación a la historia de la transferencia (positiva). Como dijimos, Kardiner le manifestó a Freud: “si usted quería alguna prueba del origen de la identificación con mi madre, aquí la tiene”; y luego se refirió a una superstición popular en su época (cabe señalar que esto podría coincidir con la idea freudiana de que la única manera de resignar un objeto es identificándose con él). Mi lectura de lo que Kardiner escuchó en las interpretaciones y construcciones de Freud es la siguiente. El movimiento transferencial lo había instado a Kardiner a buscar en la realidad externa lo que realmente había sucedido; pero en la misma sesión encontró, en sus propias asociaciones, lo que Freud llama “una convicción cierta sobre la verdad de la construcción” (1937, p. 267). La ansiedad de Kardiner por confirmar las verdades históricas que había descubierto en la sesión surgió de fuerzas inconscientes que tenían su origen en la transferencia con Freud.14 La respuesta de Freud fue formulada en términos tan vitales que creeríamos estar oyendo a un brillante analista contemporáneo. Vemos cuán importante y necesario es utilizar el concepto ampliado de Nachträglichkeit para comprender y valorar cabalmente lo que allí aconteció. 13 14

El concepto de verdades históricas ha sido examinado más atentamente en Faimberg (1995, 2005). En otro lugar (Faimberg, 1995, 2005) nos hemos extendido sobre los problemas vinculados con las verdades históricas y el solipsismo, así como sobre la correspondencia o falta de correspondencia entre la verdades históricas y la realidad externa.

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Recordemos las dos etapas que es necesario transitar para que este sea un proceso de Nachträglichkeit. La primera, que llamé “anticipatoria” (la del “ya allí”), es en este caso el rostro imperturbable de la madre. No se trata de una representación (Vorstellung) que pudiera retranscribirse en otra, como en la formulación inicial de Freud a Fliess, sino de una presentación (Darstellung). La segunda etapa es aquí el primer sentido retroactivo, la primera representación (Vorstellung) que le da Freud. Si tomáramos la Nachträglichkeit en su versión original de 1896, no podríamos apreciar su característica esencial de dividirse en dos etapas. Por otra parte, estos dos momentos temporales están unidos por una relación de sentido (Faimberg, 1993, 1998; Faimberg y Corel, 1989; Neyraut, 1997). ¿A partir de qué momento en el tiempo cobra efecto la Nachträglichkeit en el proceso psicoanalítico? Como vimos en el análisis de Kardiner, en la situación clínica siempre cobra efecto en el presente de la sesión, y desde ahí confiere sentido retroactivo a la experiencia previa. La segunda etapa – ejemplificada aquí por la construcción de Freud – ocurre en el presente de la sesión y da sentido retroactivo a la primera etapa: a lo que “ya estaba allí”, el rostro imperturbable de la madre. Ese carácter “imperturbable” es la relación de sentido que le permite a Freud proponer su construcción. (Señalemos al pasar la sensibilidad de Freud ante lo dicho por Kardiner, que se expresa en el estilo de su construcción). Repasemos brevemente la secuencia con el fin de descubrir esa relación de sentido sobre la que Freud basa su construcción, a la luz de mi concepto del après-coup ampliado. Kardiner sueña con una máscara; sus asociaciones lo llevan a descubrir un sueño recurrente y su fobia infantil a las máscaras. “¿Qué había en la máscara que lo aterrara tanto?”, le pregunta Freud. Kardiner responde: “su inmovilidad facial, su falta de expresión, el hecho de que no se sonriera ni se riera, de que estuviese inmóvil”, y luego asocia con el sueño recurrente, en el cual “me veía a mí mismo en el espejo, y el rostro no reflejaba mi expresión emocional; o sea, yo podía sonreír o fruncir el ceño, pero en el espejo la expresión no cambiaba”. Kardiner nos transmite que en el sueño hay una distancia entre los diversos afectos que él exhibe y el rostro imperturbable del espejo. En la obra de Winnicott encontramos apoyo para esta manera de ver esa sesión. Refiriéndose al estadio del espejo, de Lacan, Winnicott (1967) dice lo siguiente: el espejo son los ojos de la madre, que reflejan la forma en la que ella ve al niño. En el caso que examinamos, el espejo muestra que los ojos de la madre reflejan que ella ya no ve a su hijo: se vuelve aún más comprensible, entonces, la inferencia de Freud de que estaba muerta. Puede decirse que la muerte de la madre existe como tal por primera vez (en la psique de Kardiner) después de la construcción de Freud, después de que ha operado el proceso de la Nachträglichkeit.

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Aquí vemos que Freud emplea implícitamente un concepto ampliado de la Nachträglichkeit, ya que otorga un primer sentido a algo que anteriormente carecía de todo sentido articulado. En otras palabras, el proceso de la Nachträglichkeit hace que la primera escena – la del “ya allí”, la muerte de la madre – cobre existencia en la psique de Kardiner como verdad histórica, y se vuelva luego la condición de posibilidad del cambio psíquico y de la comprensión de la eficacia del psicoanálisis. A raíz de la construcción de Freud, la muerte de la madre pasa a existir como tal en la psique de Kardiner, tiene lugar luego un proceso de desidentificación (ver Faimberg, 1985, 2005) y el propio rostro de Kardiner cobra vida. Comparemos lo dicho con lo que nos haría creer una percepción de la temporalidad propia del sentido común, a saber, que en la muerte de la madre “está” la explicación de los sueños recurrentes de Kardiner y de su fobia a las máscaras. En sí misma, la muerte de la madre (cuando Kardiner tenía tres años) no puede en absoluto pronosticar lo que sucederá en la mente del niño. Los sueños recurrentes y la fobia sólo pueden explicarse por el proceso de la Nachträglichkeit (luego de la reelaboración a que dio lugar la construcción de Freud). Por eso, pienso que el concepto de Nachträglichkeit constituye una conceptualización subversiva de la temporalidad inconsciente en la situación clínica. En otro capítulo de su libro, Kardiner señala que no aceptó la interpretación de Freud sobre su homosexualidad inconsciente. En el pasaje que estamos considerando, la acepta en cierto aspecto, y en otro aspecto sus asociaciones dicen, de hecho: “No es que yo quería renunciar a la rivalidad con mi padre; lo que me llevó a la identificación con mi madre fue su muerte”. Y es precisamente la construcción de Freud la que le permite a Kardiner expresar creativamente su rivalidad edípica contradiciendo, en cierto modo, la interpretación anterior de Freud. Un ámbito que merece ser explorado es el del carácter de las “huellas” (lo que está “ya allí”, la presentación) y cómo se relaciona con el sueño recurrente de Kardiner y su fobia.15 Dentro de los límites que impone el presente trabajo, sólo diré que Freud propone una construcción, un nexo sin 15

En este trabajo, considero equivalentes estos cuatro términos o frases: huellas, “ya allí”, algo excluido de la psique, y presentación (Darstellung). También son para mí equivalentes representación (Vorstellung) y retranscripción. Nuevos estudios podrían examinar cómo se articulan estos conceptos a la luz de los problemas que plantea el relato del análisis de Kardiner. Por ejemplo, la presentación del rostro imperturbable de la madre muerta parece haber sido transcripta en otras representaciones: la máscara del sueño que precedió a la sesión, y antes aún en las máscaras y figuras de cera temidas en la niñez, así como en la propia expresión facial imperturbable del analizando cuando se mira en el espejo en su sueño infantil recurrente.

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antecedentes, entre el antiguo terror del paciente y las representaciones que le están asociadas.

PROBLEMAS DE TRADUCCIÓN Luego de este detallado análisis de la Nachträglichkeit, tal como lo comprendemos nosotros, procederemos ahora a enfocar las consecuencias teóricas y clínicas de las diversas traducciones que se han dado de este término. Strachey lo tradujo como deferred action [literalmente, “acción diferida”], con el propósito de transmitir la idea de un nexo entre dos momentos.16 Pero esta noción de lo “diferido” puede sugerir una concepción cronológica lineal de la temporalidad. Por otro lado, expresa un “antes” y un “después”, o sea, una dirección del tiempo, semejante a una flecha que apunta en cierta dirección, y falta en ella la dirección inversa, la retroactividad, presente en cambio en aprés-coup.17 Agreguemos que no hay, ni en inglés ni en francés, una palabra que exprese el movimiento bidireccional implícito en la Nachträglichkeit. Strachey eligió una de las direcciones y se inclinó por deferred action; Lacan eligió la otra y adoptó “retroactividad”. Le Guen (1982) observa con acierto que antes de haber un après-coup (un después) tiene que haber un avant-coup (un antes). Las distintas versiones adoptadas pueden reflejar una forma particular de concebir la temporalización y la causalidad psíquica. Como ya he señalado, el concepto de Nachträglichkeit subvierte la idea de la temporalidad que nos señala el sentido común. Para éste, lo que está antes es la base, en general, de lo que viene después. La Nachträglichkeit implica una dirección causal según la cual la asignación de un sentido en la sesión del presente (considerado futuro, como en el temor al derrumbe futuro) construye el pasado. A su vez, este pasado abre la posibilidad de construir un futuro, estableciendo de esta manera una forma específica de causalidad psíquica, en la cual la “causa” es entendida como una condición de posibilidad, pero no como un nexo entre un término y otro. La angustia primitiva de Winnicott (1974) se vuelve el pasado y se crea una apertura hacia el futuro.

16 17

Dice Laplanche que la traducción deferred action es correcta en algunos casos. Para examinar los diferentes sentidos de la palabra en la obra de Freud, consúltese Laplanche (1998) y Green (2000, 2002). Para evitar esta significación de lo “diferido”, Thoma y Cheshire (1991) propusieron retrospective attribution [“atribución retrospectiva”] y Laplanche, afterwardsness [nota de haydee faimberg: aunque se que suena muy raro Laplanche escribe, es seguro, afterwardsness].

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CONCLUSIONES PROVISIONALES Podríamos preguntarnos si las ideas expuestas en este artículo son teóricamente esenciales para comprender lo que los psicoanalistas ya hacen, o si estaría más cerca del propósito de este trabajo afirmar que, al tomar en consideración tales ideas, sobreviene un cambio en nuestra escucha psicoanalítica. Esto nos lleva a esta interesante pregunta: ¿cómo trabajaban los psicoanalistas antes de que se crearan determinados conceptos? Refiriéndose a ciertas ideas introducidas poco tiempo atrás, Glover (1931) manifestaba: “Cuando suceden tales avances, es probable que nos preguntemos: ‘¿Qué sucedía en nuestros casos clínicos antes de que nosotros estuviéramos en condiciones de aprovechar estos nuevos conocimientos?’” (pág. 397; el subrayado es mío). Yo diría que si las ideas que aquí he expuesto le resultan significativas a un analista, es porque se refieren a algo que éste ya hace como tal. Además, pueden conferir un nuevo sentido a los problemas de los que se ocupa o ayudarlo a resolver nuevos problemas. Al mismo tiempo, esta perspectiva puede sugerirle formas innovadoras de escuchar al paciente y, de ese modo, generar cambios cualitativos en algunos análisis. Es interesante especular sobre la forma en que se leerá este artículo a la luz de diferentes experiencias psicoanalíticas y la clase de preguntas a las que puede dar lugar. En lo que a mí respecta, el concepto ampliado de la Nachträglichkeit está en el centro mismo de mi pensamiento y de mi escucha psicoanalíticos.18 Se presenta este interrogante: la presente perspectiva, ¿aumentará el interés por las construcciones en el análisis? Strachey (1934), Loewald (1960) y muchos otros analistas han abordado el tema de qué es lo que cambia en la tarea psicoanalítica. Aquí solo me he ocupado de una dimensión de este problema: la temporalidad psíquica y el concepto ampliado de la Nachträglichkeit. Llegamos así a lo que considero una de las conclusiones provisionales de este trabajo, abierta a futuras indagaciones. Según confío en haber transmitido, el concepto más amplio de la Nachträglichkeit que he propuesto cumple un importante papel en el proceso de asignar nuevo sentido, retroactivamente (en general, mediante las interpretaciones) – e incluso en el proceso de asignarlo por vez primera (en general, mediante las construcciones) – a lo que el analizando dice y a lo que no puede decir. En este sentido amplio, la Nachträglichkeit actúa en la situación clínica, en el proceso psicoanalítico, y nos da un marco conceptual vinculado con la temporalidad psíquica inconsciente para explorar y comprender cómo produce el psicoanálisis el cambio psíquico. Lo que está en juego es nada menos que la eficacia del psicoanálisis. Traducción de Leandro Wolfson 18 Ver, en especial, los capítulos 2, 3, 4, 8 y 10 de Faimberg (2005). REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit

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RESUMEN La autora propone un concepto ampliado de la Nachträglichkeit freudiano, el cual cumple un importante papel en el proceso de asignar nuevo sentido, retroactivamente (en general, mediante las interpretaciones) – e incluso en el proceso de asignarlo por vez primera (en general, mediante las construcciones) – a lo que el analizando dice y a lo que no puede decir. La Nachträglichkeit nos da un marco conceptual vinculado con la temporalidad psíquica inconsciente para explorar y comprender cómo produce el psicoanálisis el cambio psíquico. Se señala que el “temor al derrumbe” de Winnicott es paradigmático de este concepto ampliado de Nachträglichkeit. Se expone un ejemplo clínico, basado en el análisis de Kardiner con Freud, con el cual la autora apoya su convicción de que su propuesta es fiel a la concepción que tenía este último sobre la temporalidad psíquica y la construcción. DESCRIPTORES: RESIGNIFICACIÓN / CONSTRUCCIÓN / MIEDO / DERRUMBE / TEMPORALIDAD / SENTIDO / CAMBIO PSÍQUICO. AUTOR–TEMA: FREUD SIGMUND / WINNICOTT DONALD / KARDINER ABRAHAM.

SUMMARY A plea for a broader concept of Nachträglichkeit The broader conceptualization of Nachträglichkeit proposed by the author can play an active part in the process of assigning new meaning retroactively (usually through interpretation) —and even giving a meaning, for the first time (usually through construction)— to what the analysand says and cannot say. It gives us a conceptual frame of unconscious psychic temporality with which to explore how psychoanalysis produces psychic change. Winnicott’s “Fear of Breakdown” (1974) is paradigmatic of this broader conceptualization of Nachträglichkeit (see Faimberg 1998). A clinical example is presented (Kardiner 1977) to illustrate why the author believes that her proposal remains true to Freud’s (1937) conception of psychic temporality and construction. KEYWORDS: RE-SIGNIFICATION / CONSTRUCTION / FEAR / COLLAPSE / TEMPORALITY / MEANING / PSYCHIC CHANGE.

AUTOR–TEMA: FREUD SIGMUND / WINNICOTT DONALD / KARDINER ABRAHAM.

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RESUMO Argumento a favor da ampliação do conceito de Nachträglichkeit A autora propõe uma ampliação do conceito de Nachträglichkeit freudiano, o qual tem um importante papel no processo de estabelecer retroativamente um novo sentido (em geral, através das interpretações) – e inclusive no processo de estabelecê-lo pela primeira vez (geralmente, mediante as construções) – sobre o que o analisando diz e o que não pode dizer. A Nachträglichkeit nós dá um marco conceitual vinculado com a temporalidade psíquica inconsciente para explorar e compreender como ocorre a mudança psíquica na psicanálise. Destaca-se que o “temor ao desmoronamento” de Winnicott é paradigmático da ampliação do conceito de Nachträglichkeit. Apresenta-se um exemplo clínico, baseado na análise de Kardiner com Freud, através do qual a autora demonstra convicção de que sua proposta é fiel à concepção que Freud tinha sobre a temporalidade psíquica e a construção. PALAVRAS CHAVE: RESSIGNIFICAÇÃO / CONSTRUÇÃO / MEDO / DESMONORAMENTO / TEMPORALIDADE / SENTIDO / MUDANÇA PSÍQUICA. AUTOR–TEMA: FREUD SIGMUND / WINNICOTT DONALD / KARDINER ABRAHAM.

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André Green: pasión clínica, pensamiento complejo. Hacia el futuro del psicoanálisis. Post-facio al libro de André Green, Ilusiones y desilusiones del trabajo psicoanalítico (París, 2010). * Fernando Urribarri

En este nuevo libro de André Green es posible destacar tres dimensiones principales. Una dimensión clínica que concierne a las desilusiones en el proceso analítico, y que da lugar a un pensamiento clínico sobre el encuadre, sus potencialidades metaforizantes y sus puestas en jaque. Una dimensión metapsicológica, centrada en la cuestión de la destructividad, que desemboca en la formulación novedosa de una “interiorización de lo negativo”. Una dimensión histórica que plantea la cuestión de la crisis del psicoanálisis post-freudiano y que propone un nuevo paradigma contemporáneo: freudiano, pluralista, extendido, complejo. Desde el lugar transicional del Postfacio (a la vez interior y exterior a la obra que acompaña) nos proponemos dar cuenta de estos tres ejes, abriéndolos a la reflexión acerca de lo mucho que proponen al debate sobre los actuales desafíos para el futuro del psicoanálisis. Illusions et desillusions corona la etapa actual del recorrido intelectual de su autor, inaugurada por lo que propongo denominar “el giro del año 2000” (en consonancia con el “giro de los años 20” destacado en la obra de Freud por André Green). Para dar cuenta de la riqueza de esta etapa y el lugar que en ella ocupa este libro me propongo en primer lugar esbozar panorámicamente el desarrollo de la obra y el pensamiento de su autor. Luego abordaré los dos principales ejes temáticos que este libro presenta y que caracterizan la producción en esta etapa: la investigación de la destructividad y el desarrollo del pensamiento clínico contemporáneo. En este segundo tramo, voy primero a abordar la original re-conceptualización de la pulsión de muerte del autor de “El trabajo de lo negativo”, de la que voy analizar ciertos escritos destacados de su última etapa. Luego me ocuparé del pensamiento clínico en el contexto del desarrollo *

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del modelo contemporáneo: un modelo terciario, que en la perspectiva de André Green está centrado en la conceptualización del encuadre (y el encuadre interno del analista). Por último, para esclarecer desde un punto de vista metapsicologico el pensamiento clínico, voy a enfocarme en el concepto de estructura encuadrante: noción clave que propongo considerar como el modelo teórico implícito de la clínica “greeniana” (Urribarri, 2005).

1- EL ITINERARIO DE ANDRÉ GREEN: UNA VISIÓN PANORÁMICA La cuestión de lo contemporáneo -primero como pregunta y luego como proyecto- atraviesa, motoriza y define la obra de André Green. Desde su temprana intervención en el coloquio de Bonneval de 1960, “El inconsciente freudiano y el psicoanálisis francés contemporáneo” (1972) pasando por Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo (2002), y llegando hasta hoy, esta cuestión impulsa y orienta su trabajo. ¿En que consiste la cuestión de lo contemporáneo? Dicho muy simplemente, en reconocer el reduccionismo teórico y los impasses prácticos causantes de la crisis de los modelos post-freudianos, y en afrontar el desafío de superarlos. Por ello el recorrido de casi medio siglo de la obra de nuestro autor comporta la elaboración de un modelo teórico y clínico personal, a la vez freudiano y original, que articula una renovación del método psicoanalítico, una extensión del campo clínico y una reformulación de los fundamentos metapsicológicos. Veremos que esta perspectiva histórico-conceptual es clave para entender esta obra y este nuevo libro. Y para comprender por qué desde el “giro del año 2000” el citado modelo personal es profundizado como parte de, y aporte para, un nuevo paradigma psicoanalítico contemporáneo. En algunos escritos anteriores propuse diferenciar tres etapas para historizar el pensamiento de André Green: lacaniana, post-lacaniana y contemporánea (o “con Lacan”, “después de Lacan” y “más allá de Lacan”)1. Ahora voy a optar por un punto de vista más clásico: el que distingue tres épocas en el itinerario de los grandes autores. La de los comienzos, la de madurez y, por fin, la época “tardía”.

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Para un análisis de la obra de A. Green en relación a la historia del psicoanálisis francés (en particular con respecto a Lacan y al movimiento postlacaniano), ver F: Urribarri (2008, 2009).

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1960-1970. LOS COMIENZOS: UN PENSAMIENTO FREUDIANO PLURALISTA , UN CAMPO CLÍNICO EXTENDIDO. Desde el comienzo de los años 60 hasta fines de los 70 vemos el nombre de André Green surgir, destacarse y establecerse como autor con sus temas propios de interés, su perspectiva personal y su estilo. A partir de un notable interés por los desafíos de la clínica en los límites de la analizabilidad, se delinea una identidad freudiana de base y un pensamiento plural que se va enriqueciendo con las influencias de “sus” autores post-freudianos (Lacan, Winnicott y Bion) junto al intercambio con sus contemporáneos (especialmente con sus colegas del movimiento post-lacaniano como Laplanche, Pontalis, Aulagnier, Anzieu, etc.). Emerge un estilo que sintetiza pasión clínica2 y pensamiento complejo. Inicialmente André Green se inscribe, con espíritu heterodoxo, en el renovador “retorno a Freud”. Desde 1960 a 1967 participa en el seminario de Lacan y en el pequeño grupo que estudia con él la correlación de su teoría con la clínica. Cuando el autor de los Escritos pasa de autor renovador a jefe de un movimiento dogmatico, Green se distancia prefiriendo conservar su identidad freudiana pluralista. Consecuentemente profundiza el diálogo con las obras de Winnicott y de Bion (con quien cultiva una relación personal) en las que encuentra una estimulante libertad para explorar, extender y profundizar el fundamento freudiano. Su primer artículo decididamente original es “Narcisismo primario: ¿Estado o estructura?” (1967). En este introduce la teoría del “narcisismo negativo” (complemento del narcisismo positivo formulado por Freud) y la noción de “estructura encuadrante” constituida por los mecanismos de la alucinación negativa de la madre y el “doble retorno” de las pulsiones. Designa entonces como “trabajo de la muerte” lo que llamará más tarde “trabajo de lo negativo”. Estas ideas, enriquecidas por la lectura de la teoría bioniana del pensamiento, desembocarán en una teoría de la “psicosis blanca” expuesta en L’enfant de ça (en colaboración con J.L.Donnet, 1973). En el mismo año publica El discurso viviente: la concepción psicoanalítica del afecto, posiblemente el libro más representativo de esta etapa, pues estudia su tema profundizando en Freud, revisando los aportes post-freudianos (Hartmman, Klein, Lacan), y proponiendo conclusiones personales. Green concibe al afecto como modo de simbolización primaria y postula “la heterogeneidad del significante psicoanalítico”. Inscribe al afecto en una lógica de la hete-

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“Pasión clínica” es una expresión referida a André Green que debo a J-B.Pontalís (2009, Comunicación Personal)

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rogeneidad que caracteriza y motoriza al proceso de representación (“la función básica del psiquismo”) por la tensión irreductible entre la fuerza y el sentido, lo económico y lo simbólico, lo estructural y lo histórico. De este modo se diferencia y procura ir más allá del modelo lacaniano que reduce el Inconsciente al lenguaje y excluye el afecto de la teoría y de la clínica. En las conclusiones finales afirma que “el psicoanálisis contemporáneo se propone fundar teóricamente las contribuciones post-freudianas”. Los desafíos y las singularidades de la clínica contemporánea son los temas de “El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre analítico”, su escrito para el congreso internacional de Londres en 1975. El estudio de la historia de la evolución paralela de la teoría y de la técnica analíticas lo lleva a esbozar la distinción de tres movimientos, a los que corresponden tres modelos: hoy podemos nombrarlos freudiano, post-freudiano y contemporáneo. Pero es interesante señalar que en ese entonces este tercer modelo (definido sucintamente por “la investigación del funcionamiento representativo dentro del encuadre analítico”) es más que nada un proyecto, de un movimiento nuevo con el que Green se identifica. Me parece importante subrayar que la perspectiva “contemporánea” introduce y considera clave el concepto de encuadre (retomando a Winnicott y a Bleger), al que luego articula con los de transferencia y contra-transferencia como parte de un esquema terciario del proceso analítico. El de encuadre es un concepto doble, a la vez epistemológico y técnico: se lo define como condición de posibilidad de la constitución del objeto analítico, de su recorte teórico y de su transformación práctica. Green señala que pese al aparente establecimiento empírico y artesanal del encuadre por Freud, lo cierto es que “el sueño es el modelo (metapsicológico) implícito del encuadre (1974)”. En base a esta elucidación centrada en el estudio de la producción representativa en el encuadre, nuestro autor puede definir y abordar lo que denomina como estados en los límites de la analizabilidad. Luego en 1977 hace del límite mismo un concepto (definido como zona de transformaciones: entre instancias psíquicas, entre psique y soma, entre el sujeto y el objeto); y propone un modelo específico del funcionamiento limítrofe centrado sobre cuatro mecanismos de base: el clivaje, la desinvestidura, la expulsión a través del acto y la somatización.

1980-1990: LOS DECENIOS DE LA MADUREZ DE LA PRÁCTICA EN LOS LÍMITES A LOS FUNDAMENTOS DE LA TEORÍA . A comienzos de los años ochenta una serie de artículos, que serán reunidos en Narcisismo de vida, narcisismo de muerte (1983) y en De locuras privadas REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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(publicado primero en inglés en 1986, luego en francés en 1990 en una versión diferente y extendida con el subtitulo “Psicoanálisis de los casos limites”), desarrollan y consolidan la concepción original del funcionamiento, y del tratamiento, de los casos limítrofes dando cuenta de una profunda transformación del campo analítico. Las clasificaciones psicopatológicas se subordinan a la consideración de (los límites de) la analizabilidad. Y la analizabilidad misma ya no depende tanto del diagnóstico del paciente sino de las características y posibilidades singulares de cada par analítico, de la relación entre un paciente y un analista determinados. Consecuentemente la “locura privada” se define en la relación analítica, se expresa en los movimientos de la transferencia y de la contra-transferencia, según la singularidad del campo y del proceso. En el programático artículo “Pasiones y destino de las pasiones” (1981), se distingue la locura de la psicosis (y también del “núcleo psicótico” propio del modelo anglosajón) por el rol central de las pulsiones (y las fantasías) sexuales arcaicas. Es propuesto allí un “mito etiológico” que apunta a explicar el origen del doble conflicto limítrofe, narcisista, del Yo con las pulsiones del Ello y las pulsiones del objeto. En un esfuerzo de elucidación de los casos limítrofes, “El doble límite” (1982) propone un modelo que conjuga la consideración de una tópica ampliada (intra e intersubjetiva) y los efectos dinámicos del “objeto-trauma” (a la vez sexual y narcisista) en el encuadre. Apoyándose en una reciente “teoría de la triangularidad generalizada con tercero sustituible” (que atribuye la función tercerizante al “otro del objeto”, que puede o no ser el padre, (1981) el articulo “La madre muerta” (1983) presenta el complejo transferencial del mismo nombre, construyendo una figura paradigmática del pensamiento clínico contemporáneo. Todos estos escritos le hacen ganar a Green, incluso internacionalmente, una reputación de especialista en los casos límite y la práctica contemporánea. La teorización del “narcisismo negativo (o de muerte)” apunta a esclarecer conceptualmente y orientar técnicamente la clínica de lo que denomina “la serie blanca”: “correspondiente a la alucinación negativa, al duelo blanco, al sentimiento de vacío, entendidos como resultantes de una desinvestidura masiva y temporal del objeto primario (expresión de la destructividad de la pulsión de muerte ), que ha afectado la estructura del narcisismo primario y que deja marcas en lo inconsciente bajo la forma de agujeros psíquicos” (1983). Las descripciones kleinianas del odio y la eventual reparación del objeto son postuladas como posteriores o secundarias respecto de este trauma narcisista primario. El lenguaje en psicoanálisis (1983) constituye una obra decisiva en la evolución de su autor. Expone en ella una teoría específicamente psicoanalítica del lenguaje dentro del encuadre (“la palabra analítica desenluta el

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lenguaje”). Para ello, además, elucida el fundamento metapsicológico del método y de la práctica analítica. Articula su teoría de la representación (doble representancia, doble significancia, doble referencia) con una concepción de la polisemia del encuadre (que reúne las polaridades del narcisismo, de lo dual y de los triangular/edípico) y postula la transferencia como “doble” (sobre la palabra y sobre el objeto). Por último esboza la dinámica del proceso psicoanalítico según el esquema del doble retorno de la pulsión: “El análisis consiste en el retorno sobre si mediante el rodeo por el otro semejante”. Los años 90 están principalmente marcados por una potente innovación conceptual y por la sistematización de su concepción teórico-clínica general. La innovación comporta la introducción de dos “meta-conceptos” o ejes conceptuales. En 1990 André Green introduce la noción de terceridad, con la que renueva su visión de la simbolización, en tanto permite articular y profundizar una serie de nociones “terciarias” previas (desde la “teoría de la triangulación generalizadas” hasta los procesos terciarios, pasando por “las formaciones intermediarias”). Poco tiempo después es publicado su libro posiblemente más original: El trabajo de lo negativo (1993). La elaboración de sus dimensiones estructurante y des-estructurante va desde la especulación más “abstracta” sobre las pulsiones destructivas hasta la consideración más “concreta” de las situaciones límites de la clínica, pasando por una revisión global de los mecanismos de defensa y la concepción del Yo. Dos o tres años después, La Causalidad psíquica (1995) y La metapsicología revisitada (1996) responden a la expectativa de numerosos lectores que desean una presentación de conjunto del pensamiento teórico de André Green. Desde nuestra óptica se pueden descubrir allí los “nuevos fundamentos metapsicológicos greenianos”. Estos se componen, esquemáticamente, de cinco ejes: 1) El par pulsión/objeto, que articula lo intrapsíquico y lo intersubjetivo; 2) La teoría generalizada de la representación, que amplía la teoría freudiana para incluir en ella el cuerpo y el pensamiento, el Otro y la realidad; 3) La tópica ampliada, correlativa de la extensión precedente, apoyada en la noción de límite, que articula el doble conflicto yo-ello y yo-objeto/Otro; 4) La terceridad: eje meta-conceptual que va de la teoría de la “triangulación abierta con tercero sustituible” hasta los procesos terciarios; 5) El trabajo de lo negativo. Estos ejes tienden a consolidar una visión del psiquismo como esencialmente complejo (convergente con la perspectiva epistemológica de E.Morin (1994)): abierto, heterogéneo, procesual y poiético. Se puede ver el despliegue y profundización de esta nueva síntesis en dos obras importantes: Las cadenas de Eros (1998), que culmina la etapa de madurez y, muy especialmente, en El tiempo fragmentado (2000) que inaugura y representa una nueva etapa. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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EL GIRO DEL AÑO 2000: HACIA UN NUEVO PARADIGMA CONTEMPORÁNEO. El “giro del año 2000” está marcado por el reconocimiento de la crisis del psicoanálisis y el proyecto de un nuevo paradigma. Sin desconocer sus aspectos externos (sociales, etc.) desde el punto de vista específico de la historia del psicoanálisis la crisis es definida como crisis de los modelos (y los movimientos) post-freudianos a causa de su dogmatismo intelectual, su reduccionismo teórico, su esquematismo técnico y sus impasses frente a los desafíos de la clínica actual. André Green señala que la crisis del psicoanálisis post-freudiano es una crisis “melancólica”: tiene la marca del duelo interminable por la muerte de Freud. De manera sintomática, cada autor post-freudiano importante ha querido remplazarlo como figura principal, cada movimiento militante ha buscado revivir la situación originaria de los pioneros y del padre fundador. La psicología del yo, la psicología del self, los movimientos kleinianos y lacanianos han repetido el mismo proceso que consiste en instituir su propio modelo reduccionista, en convertirlo en dogma, en generalizar una técnica particular e idealizar un jefe de escuela. El proyecto contemporáneo, según Green, aspira a superar esta dinámica repetitiva. En lugar de un “discurso” o de un “sistema” greeniano, en lugar de un nuevo ideolecto, apunta a construir una nueva matriz disciplinaria, una articulación de ciertas preguntas y ciertas ideas directrices para orientar un programa de investigación que reconozca y aborde los desafíos específicos de la etapa actual. Una de las claves del movimiento contemporáneo que lo diferencia de sus predecesores es la construcción de una posición histórica (e historizante) de filiación pluralista con Freud. Postula como fundamento epistemológico el distanciamiento ineludible y potencialmente fecundo con el padre fundador y su Obra. Sostiene que toda relación con ésta está irremediablemente mediada por el recorte y las opciones de cada corriente. Es desde esta perspectiva que es ahora posible distinguir en la historia del psicoanálisis tres grandes etapas y movimientos a los que corresponden tres tipos de modelos teórico-clínicos (esbozados en 1975): freudianos, postfreudianos y contemporáneos. En una aproximación sintética, podemos considerar que la matriz disciplinaria contemporánea se funda sobre cuatro ejes. El primero es una lectura contemporánea de Freud, “crítica, histórica y problemática” (Laplanche, 1986), que vuelve a situar la metapsicología y el método freudianos como fundamentos del psicoanálisis. El segundo propone una síntesis crítica y creativa de las principales contribuciones post-freudianas, así como una apertura al diálogo pluralista con las diversas corrientes actuales. El tercero corresponde a una ampliación de los límites de la analizabilidad, a una

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extensión del campo clínico que considera a las “estructuras no-neuróticas” como los casos paradigmáticos de la práctica actual (en correlación con la subjetividad actual) y por lo tanto del modelo teórico-clínico. El cuarto es un modelo clínico “terciario”, que integra los modelos freudianos (centrado en torno a la transferencia) y postfreudianos (centrado en torno a la contratransferencia) a partir del concepto de encuadre analítico (a su vez apuntalado en el “encuadre interno” del analista como matriz terciaria/tercerizante de simbolización). Además, en este nuevo modelo, el vocabulario freudiano se establece como una lingua franca y un common ground. Orientado “hacia un psicoanálisis del futuro” (2003), el giro del año 2000 comporta en el recorrido de André Green un doble trabajo, individual y colectivo. Es preciso destacar su comprometido rol en la creación y animación de un movimiento “colectivo” (trans-institucional y pluri-generacional) que comienza con la preparación y el lanzamiento simultáneos de diversos proyectos: un número especial internacional de la Revue Française de paychanalyse, “Corrientes del psicoanálisis contemporáneo” (una especie de Atlas o de cartografía del psicoanálisis frente a la crisis, construida colectivamente con contribuciones de todas las regiones y corrientes); un histórico Coloquio Abierto del la SPP que por primera vez en la historia reúne en el anfiteatro de la UNESCO a representantes de las dos instituciones de la IPA (SPP, APF), del Quatrième Groupe y de la corriente lacaniana no dogmática (SFP, EA) en torno a la cuestión del “Trabajo psicoanalítico” (tentativa inédita de reunificación del campo analítico pluralista); la creación de un grupo internacional de investigación (con colegas de Nueva York, Londres, Buenos Aires y París) sobre el tratamiento de las estructuras no neuróticas, que es tal vez el primer proyecto de investigación cualitativa en IPA (Green 2007). Otras intervenciones, publicaciones y coloquios fueron también realizados por (o con) nuestro autor. Me permito destacar dos en los que he participado: “Los desafíos del psicoanálisis contemporáneo: En torno a la obra de André Green”, el consagratorio Coloquio Internacional de Cerisy (Urribarri, 2005), que es el primero en la historia de esta centenaria institución que se dedica a un psicoanalista vivo. Y por último la producción colectiva quizás más importante: la publicación bajo la dirección de André Green de Los nuevos caminos de la terapia psicoanalítica (2007), un volumen de 908 páginas que incluye contribuciones de treinta y cuatro analistas franceses y extranjeros, una verdadera “Summa” del psicoanálisis contemporáneo. Si la producción colectiva apunta a construir el nuevo horizonte científico de problemas y de hipótesis que definen el campo contemporáneo esbozando su nueva matriz disciplinaria y su programa general de investigación, el trabajo individual de Green comporta una doble vertiente, complemenREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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taria: por un lado, de reflexión y de propuestas para esa matriz contemporánea; por otro, de profundización de sus propios temas de investigación y de su modelo personal. Ambas vertientes pueden reconocerse en dos importantes obras publicadas en el mismo año. Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo (2002) es una respuesta personal a los desafíos y a las preguntas claves de la crisis del psicoanálisis. En su primera parte, esta obra se enfoca en las problemáticas de la práctica analítica actual, y en la segunda parte resume los principales ejes conceptuales del pensamiento de su autor en tanto aportes (al trabajo colectivo) para responderlas. El libro procura brindar a la vez un panorama del campo contemporáneo y una brújula para orientarse. (Se podría hablar de las “ideas directrices para un paradigma contemporáneo”). El pensamiento clínico (2002) es una obra teórica de peso. Cada uno de sus textos profundiza los grandes temas y líneas conceptuales del pensamiento de su autor. Encontramos allí dos ejes mayores que marcan la temática de sus principales escritos de este período. El primero corresponde a una renovada y renovadora reflexión acerca de la clínica, que apunta a desarrollar un nuevo modelo clínico terciario, un modelo específicamente contemporáneo (al que dedicaremos una sección especial más adelante). Este eje se expresa mediante la introducción de la noción de “pensamiento clínico”: “El pensamiento clínico es definido como el modo original y específico de racionalidad surgido de la experiencia práctica. Corresponde al trabajo de pensamiento puesto en marcha en la relación del encuentro psicoanalítico” (2002). El segundo eje temático de esta etapa corresponde al estudio de la destructividad: abarca desde el trabajo de lo negativo en las estructuras no neuróticas (denominación que tiende a reemplazar la de “casos límite”) hasta la revisión de la teoría de la pulsión de muerte. El artículo “La posición fóbica central”(2002) conjuga magistralmente los dos ejes mencionados al presentar un modelo de la asociación libre y un estudio de una singular modalidad de trabajo de lo negativo anti-asociativo. El último artículo del volumen, “La crisis del entendimiento psicoanalítico” (escrito a modo de conclusión del mencionado número internacional de la Revista Francesa de Psicoanálisis), re-significa el conjunto del libro inscribiéndolo claramente al interior del proyecto contemporáneo. Como el lector habrá podido notar, estos ejes temáticos y este horizonte conceptual son aquellos que encontramos también en Ilusiones y desilusiones del trabajo psicoanalítico. Nos parece oportuno, entonces, abordarlos con mayor detalle.

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2- LA

INVESTIGACIÓN GREENIANA ACTUAL: DE LA DESTRUCTIVIDAD AL MODELO CLÍNICO TERCIARIO.

2.I- LA DESTRUCTIVIDAD Y SUS DESTINOS: REVISIÓN Y REFORMULACIÓN DE LA PULSIÓN DE LA MUERTE

André Green señala que se ve “en la obligación de reconocer lo bien fundado de la última teoría pulsional de Freud separándome al mismo tiempo del conjunto teórico en el cual Freud la insertó” (2003). Consecuentemente reivindica la idea freudiana de una destructividad radical pero procura reformular la teoría de la pulsión de muerte. Entre los problemas teóricos y clínicos que plantea la investigación de la pulsión de muerte es posible precisar dos preguntas que atraviesan el trabajo de André Green. Una es: ¿Cómo es que la pulsión de muerte opera en el aparato psíquico? Y la otra es: ¿Qué deviene la teoría del narcisismo con respecto a los conceptos de la última teoría de las pulsiones? Podríamos decir, un poco esquemáticamente, que la primera pregunta será abordada mediante la conceptualización del trabajo de lo negativo. Y que para responder a la segunda va a complejizar la teoría del narcisismo con la introducción del par “narcisismo de muerte/narcisismo de vida”. En una primera y elemental aproximación general, digamos que el autor de “El trabajo de lo negativo” (1993) concibe básicamente a la pulsión de muerte como fuerza de des-investidura, y no como expulsión, ataque o agresión que son avatares posibles pero “secundarios”. En su forma primordial la des-investidura afecta al proceso mismo de ligadura, a su movimiento y, luego, a sus componentes (representaciones, objetos, tramas, “vías colaterales”). Y en el límite puede afectar los propios basamentos organizadores del psiquismo: es el narcisismo de muerte (en tanto des-investimiento de la propia estructura y unidad narcisista primaria). Desarrollando esta visión Green propone para el segundo dualismo pulsional freudiano una reformulación mediante el par nocional función objetalizante y función desobjetalizante. De este modo procura dar un rol central al objeto en la dinámica misma del desencadenamiento y la operatoria de la pulsión de muerte. Se trata de una perspectiva procesual, consubstancial al par metapsicológico pulsión-objeto. La pulsión de muerte no puede entenderse exclusivamente en términos pulsionales, y mucho menos si estos arrastran el reduccionismo a un “automatismo repetitivo”, o el biologismo incoherente de una “tendencia al retorno al estado inorganico” (que propone una causalidad biológica para un proceso psíquico). Tampoco es posible en términos de relación de objeto (“envidia primaria”, “sadismo”, etc.). Para Green es mediante la articulación de lo intrapsíquico y lo intersubjetivo que puede elucidársela. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Señalemos por último que va a proponer la denominación de “pulsiónes de destrucción”(2003), con una doble orientación, interna y externa, para reemplazar el problemático término freudiano. En esta “aventura de lo negativo” (parafraseando el título de su libro sobre Henry James) constituye un hito la sintética ponencia de 1984 “Pulsión de muerte, narcisismo negativo, función desobjetalizante” (incluido en “El trabajo de lo negativo”). Conviene recordarla antes de abordar los desarrollos innovadores del “giro del año 2000” que toman la posta: “Proponemos la hipótesis de que la meta esencial de las pulsiones de vida es el asegurar una función objetalizante. Esto no significa solamente que su rol es crear una relación con el objeto (interno y externo) sino que se revela capaz de transformar estructuras en objetos. Dicho de otra forma […], puede hacer advenir al rango de objeto lo que no posee ninguna de la cualidades, propiedades o atributos del objeto a condición que una sola característica se mantenga en el trabajo psíquico realizado: la investidura significativa.[...] En el límite, es la investidura misma la que es objetalizada. […] En contraste, la meta de la pulsión de muerte es el cumplir tan lejos como sea posible una función desobjetalizante por la desligadura”(1996)3. Para dar cuenta de la reflexión y reformulación de la pulsión de muerte que marca el “giro del año 2000” vamos a reseñar brevemente ciertos escritos destacados de esta etapa: los libros “El tiempo fragmentado” (2000), “¿Porqué las pulsiones de destrucción o de muerte?” (2007), y el artículo, sintético y conclusivo, “La muerte en la vida” (2001).

EL TIEMPO FRAGMENTADO: LA COMPULSIÓN DE REPETICIÓN Y EL ASESINATO DEL TIEMPO En El tiempo fragmentado (2000) la elaboración de una teoría de la heterocronía psíquica (el árbol del tiempo) da lugar al estudio en profundidad de la compulsión de repetición. “La descarga de la repetición - se lee ahí – intenta hacer el vacío en el seno del aparto psíquico. En este sentido la compulsión de repetición es un asesinato del tiempo”. Según el autor la compulsión de repetición mortífera no puede reducirse a un juego pulsional del sujeto. Debe dejar de ser vista como un automatismo. Tampoco puede confundirse con la repetición propia del deseo inconsciente, de la pulsionalidad deseante. La repetición mortífera es una compulsión a des-hacer. En contraste con el

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Al leer este párrafo del Post-facio André Green me propuso insertar la siguiente indicación: “El concepto esencial es el de transformación”.

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“fuera-del-tiempo” que caracteriza la repetición del deseo inconsciente, a la compulsión mortífera corresponde un “anti-tiempo”. En este contexto se realiza una original relectura, y una decisiva articulación, de los dos grandes modelos freudianos, de la primera y la segunda tópica. Se propone distinguir entre dos grandes modos de funcionamiento. Uno se denomina “modelo del sueño”: corresponde a la primer tópica y al funcionamiento neurótico, centrado en el deseo inconsciente y caracterizado por el trabajo de las representaciones de cosa y de palabra guiadas por el principio de placer. El otro se denomina “modelo del acto”: corresponde a la segunda tópica y al funcionamiento no-neurótico; basado en las mociones pulsionales del Ello y centrado en la disyuntiva entre la ligadura simbolizante o la descarga/evacuación directa a través del acto (agieren), que cortocircuita la representación, y abre el camino a la compulsión repetitiva. Clínicamente estos dos modelos tienen una correlación con la posibilidad de usar, o no, el encuadre como espacio potencial para la simbolización. (Lo cual remite a su vez, como veremos luego, al funcionamiento, o no, de la estructura encuadrante). El autor de “La diacronía en psicoanálisis” propone considerar la compulsión de repetición como un estado que subvierte el dominio del principio del placer a raíz de un fracaso que este habría sufrido en las condiciones de su instauración, y que implican fallas del objeto primario. Desde el punto de vista del par pulsión-objeto la compulsión de repetición más allá (¿o más acá?) del principio de placer surge de la imposibilidad de elaborar una solución aceptable, compatible, entre el funcionamiento pulsional y el funcionamiento del objeto primario. No se trataría tanto de imaginarla como expresión directa de un impulso o meta destructiva “originarios” sino como un estado o dinámica resultante de una temprana situación traumática. Green la sitúa después de los dos tiempos primordiales indicados por Freud en “Más allá del principio de placer”: el momento de la ligadura originaria (preparatoria de la instauración del principio de placer) y el momento mismo de la instauración del principio del placer que en estos casos fracasa precozmente (o colapsa más tarde). Este estado no sería generador ni de una regresión, ni de una fijación, ni de una defensa, sino de una subversión de la lógica del psiquismo, una subversión de las metas fundamentales de la relación entre el yo originario (narcisista) del niño, apenas diferenciado de sus pulsiones, y el objeto primario. Subversión que en la clínica podemos reconocer en la lógica paradojal y auto-destructiva predominante en el funcionamiento limítrofe. Paradojas que involucran directamente a un Yo (tercer polo fundamental, entre la pulsión y el objeto, de este modelo complejo): “la compulsión de repetición triunfa cuando el Yo es incapaz de tolerar una decepción de la realidad (del objeto externo) o una intensificación temporal de la investidura pulsional”. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Para Green hay que comprender la compulsión de repetición bajo el doble ángulo de una imposibilidad de renunciar a la satisfacción inmediata y de una tentativa de expulsión (de la frustración/dolor) afuera del espacio psíquico. La repetición mortífera apunta a una suerte de descarga negativa (opuesta a la acción específica tanto como a la satisfacción fantaseada/alucinatoria) en la modalidad del agieren: un actuar que busca extinguir la presión pulsional, el afecto doloroso, la impotencia pasivizante que acerca/anticipa al desamparo. El sujeto renuncia a conservar la huella de la experiencia psíquica que podría brindar un objeto al pensamiento, una salida por la vía de la representación y la objetalización. La huella del trauma ha dejado una herida que cualquier investidura que la integre al proceso representativo amenaza con re-abrir. Función y proceso de representación son atacados. Incluso las huellas mnémicas mismas pueden ser atacadas, volviéndolas inaccesibles al trabajo psíquico, instaurando una suerte de “memoria amnésica”. (Esto explica la antigua afirmación de Green de que en las estructuras no neuróticas hay un trastorno funcional de la representación de cosa, inhabilitada a cumplir su función nodal de puente entre la pulsión y el lenguaje). Por eso más que de una compulsión a repetir Green sostiene que se trata de una compulsión a des-hacer, a desligar. En la que predomina “el modelo del acto”: el agieren cortocircuita el pensar, desteje la trama simbolizante, bloquea la puesta en sentido y aplasta el espacio de la representación. Se dibuja la imagen de un funcionamiento en circuito cerrado, que gira en el vacío que ella misma crea. Esta cerrazón de la repetición delata su naturaleza solipsista y la liga a ciertas formas extremas del narcisismo (negativo). Así, Green retoma su tesis de El trabajo de lo negativo referida a los fracasos del análisis, donde postula el rol del narcisismo mortífero, combinado con, y camuflado detrás, del masoquismo (originario) de la reacción terapéutica negativa. Para encontrar una salida Green sostiene que el problema mayor es el del paso desde una ligadura intrapsíquica (anudada narcisistamente y consolidada por repeticiones sucesivas) hacia otra nueva ligadura, inter-subjetiva, objetalizante: esta implica romper el círculo del eterno retorno, pero hace correr el riesgo de renovar el trauma que estuvo en el origen de la formación repetitiva. Dicha apertura a una nueva (quizás inédita) ligadura intersubjetiva, sólo el analista sería susceptible de ofrecerla proponiéndose al analizante como objeto que está abierto y acoge lo aleatorio, lo imprevisible, de la experiencia, incluyendo el riesgo de fracasar. En palabras de Green: “Todo el secreto del trabajo del analista consiste en dejarse destruir sin resistir – tanto como eso sea posible y sin dejar de pensar/interpretar – para que la operación destructiva sea útil”. Es decir para que la energía mortífera, desobjetalizante (narcisismo negativo) se ligue y se entrame con un poco de libido sádica dirigida al objeto. “Es entonces por

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un desplazamiento o transferencia de la ligadura primitivamente intrapsíquica – que se descarga cuasi automáticamente a fin de que nada se conserve – que se procura la creación de una ligadura inter-subjetiva, mediante la cual la relación (transferencial) puede objetalizarse. Es entonces cuando el juego de la representación se recupera, se extiende, se enriquece, se diversifica – se vuelve vivo, en suma.”

“¿POR QUÉ LAS PUSIONES DE DESTRUCCIÓN O DE MUERTE?”: RE-INTRODUCCIÓN DEL NARCISISMO El libro “¿Por qué las pulsiones de muerte o de destrucción?” publicado en 2007 cubre el vasto campo de su tema: revisa los trabajos de Freud de 1919 a 1938, los estudios post-freudianos, las descripciones de las estructuras clínicas no neuróticas y su rol en el “malestar cultural”. Ilusiones y desilusiones puede en parte ser leído como la continuación que prolonga y completa este libro con el cual constituye un díptico contemporáneo sobre la destructividad y sus destinos. El núcleo más original de esta publicación emerge de la relectura de Más allá del principio del placer (Freud, 1919). Ésta propone “descubrir” en Freud una nueva comprensión acerca de las relaciones entre pulsiones de vida y de muerte que destaca el rol del narcisismo (positivo). Green se concentra en el primer capítulo donde Freud “se apresta a formular una nueva dialéctica que opone las fuerzas de muerte (o destrucción) con la libido (narcisista primero, luego objetal). Queremos detallar los pensamientos subyacentes a este desarrollo porque según nuestro conocimiento él [Freud] no lo llegó a hacer.”(2007) He aquí el pasaje freudiano en el cual se inspira el pensamiento de Green: “Partimos de la gran oposición entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte. El amor de objeto nos muestra una segunda polaridad de este tipo, la del amor (ternura) y del odio (agresión) ¿No hay lugar aquí para formular la hipótesis de que el sadismo es, propiamente hablando, pulsión de muerte que ha sido rechazada del yo por la libido narcisista, de tal manera que esta [destructividad] no aparece sino al nivel de [la relación sádica con] el objeto?” (Freud, 1920). Nuestro autor subraya que Freud señala el origen pulsional destructivo del sadismo dirigido al objeto, y propone que primero esta destructividad habría amenazado con aniquilar al sujeto. Consecuentemente introduce la idea de una resistencia a la destructividad gracias a la fuerza de la libido narcisista. Nuestro autor concluye que el “poder narcisista” se esfuerza por hacer triunfar la vida, se aboca en sus fases iniciales a impedir que el sujeto caiga presa de la destructividad, que le impediría toda organización y estructuración psíquica. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Según Green la hipótesis explícita propuesta por Freud en este trabajo, que postula una ligadura originaria, precursora y condición de la instauración del placer como principio, se revela sostenida por la idea subyacente de que es el narcisismo primario el agente necesario de este proceso. “Recordemos –escribe Green – que el yo no puede construirse sino sobre un fundamento de placer purificado. Este placer que debe existir bajo una forma “pura” para que el Yo se constituya se opone a la destructividad. En contraste lo que no es expulsado “purificadoramente” del Yo y ligado bajo forma de sadismo o agresión constituirá un residuo mortífero (masoquismo originario, narcisismo negativo) que, durante la vida, estará al servicio de las tendencias autodestructivas del individuo.” A los ojos de Green, el rol que Freud le hace jugar al narcisismo es tan crucial como inusual: es el primer andamiaje psíquico, que resiste los asaltos de la pulsión de muerte. El narcisismo es a la vez el agente y el resultado del primer triunfo de las pulsiones de vida en su lucha contra la pulsión de muerte. Cito el texto greeniano: “El narcisismo echa la muerte, le impide aniquilar la vida. El narcisismo busca consolidarse en tanto primera forma de investidura del Yo que querría asegurar la victoria de Eros. Al final de esta batalla, la libido sexual objetal estará en condiciones de desarrollarse según las conocidas fases de su evolución. El amor de objeto deviene la meta más fundamental [del aparato psíquico].” Luego Green concluye con admiración y entusiasmo: “Freud, en dos frases, dice todo esto.” ¿En qué deviene entonces la teoría del narcisismo en relación a los conceptos de pulsión de vida y de pulsión de muerte que le suceden? Contra la doxa que considera esta teoría superada, Green demuestra que “el narcisismo es una piedra angular en la teorización de la pulsión de muerte”. Así profundiza la articulación del narcisismo y la pulsión de destrucción como un eje teórico para orientar la investigación contemporánea de las estructuras no neuróticas y los fracasos de la cura.

“LA MUERTE EN LA VIDA”: LAS PULSIONES DE DESTRUCCIÓN CON ORIENTACIÓN INTERNA Y EXTERNA La fuerza de este artículo (2003) proviene de un trabajo de síntesis que desemboca en una rigurosa puntuación sobre la pulsión de muerte. El artículo comienza con un balance que permite revisar los aportes personales del autor sobre este tema, así como sus posiciones con respecto a Freud. Los puntos de encuentro son numerosos: el reconocimiento de la validez de la última teoría de las pulsiones; la articulación de las nociones de intrincación y desintrincación pulsional; la validez de las referencias al masoquismo, al sen-

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timiento inconsciente de culpa y a la reacción terapéutica negativa para dar cuenta de la repetición más allá del principio de placer. Entre las divergencias, podemos citar: la sugerencia de una rectificación terminológica que propone remplazar la expresión “pulsión de muerte” por la de “pulsiones de destrucción” (con una doble orientación, interna y externa); el rechazo de la pulsión de muerte como tendencia teleológica a la descarga completa de las tensiones apuntando al retorno al estado inorgánico; una duda sobre el carácter primero de la orientación interna (masoquismo originario), “porque en este punto el análisis de lo interno aparece como el resultado de un movimiento hacia el exterior no terminado e invirtiéndose sobre sí mismo”; un cuestionamiento a propósito del carácter regresivo espontáneo de la pulsión en los campos independientes del principio del placer. Después de este balance, Green desarrolla una serie de reflexiones que sintetizaremos. Para él, la pulsión de muerte: - No existe en un estado de actividad permanente, sino que se instala a continuación de una serie de frustraciones, vividas en silencio o en una ruidosa agitación. - No tiene, con respecto a las pulsiones de vida, ni una supremacía, ni una subordinación, ni una irreversibilidad. -Depende en gran medida de la relación con el objeto. Pues si una de las funciones del objeto es contribuir a la intrincación de las pulsiones, los fracasos del lado del objeto pueden provocar reacciones de desintrincación que favorecen la expresión de las pulsiones de destrucción. -En el análisis, la pulsión de muerte puede ver sus efectos modificados favorable o desfavorablemente. Es de todos modos ilegítimo poner en la cuenta de la pulsión de muerte todos los fracasos del análisis. “Estos puntos – concluye Green – deberían permitir que me desmarque suficientemente de la especulación freudiana, sin por ello renunciar a poner el acento sobre una destructividad fundamental que entra en conflicto con las pulsiones de vida”

2.II- EL PENSAMIENTO CLÍNICO CONTEMPORÁNEO:

Puede decirse que, en el movimiento contemporáneo, a la investigación de la destructividad le “responde” dialécticamente la introducción de pensamiento clínico –que conlleva una extensión y renovación del trabajo psíquico del analista y de su creatividad en la práctica. El modelo clínico contemporáneo, como lo hemos señalado, apunta a integrar los aportes, y a superar los límites e impasses, de los modelos freuREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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diano y post-freudiano4. Esquemáticamente puede señalarse que en el modelo freudiano la teoría se centra en el conflicto intra-psíquico (entre deseo y defensa); las psiconeurosis de transferencia constituyen el cuadro clínico paradigmático, de referencia, que ilustra y confirma el modelo; la práctica apunta al análisis de las resistencias y la cura pasa por la disolución de la neurosis de transferencia. Por su parte, los modelos post-freudianos desplazan el foco de la teoría sobre el objeto (en unas regiones como relación de objeto, en otras como lazo estructural con el Otro/otro) desarrollando una perspectiva predominantemente inter-subjetiva o relacional; correlativamente la técnica se modifica acentuando el rol central del analista (del objeto del la transferencia): en la corriente anglosajona se prioriza la contra-transferencia y en la lacaniana se destaca el deseo del analista; en la clínica el funcionamiento psicotico (y secundariamente el de los niños) es tomado como referencia central, paradigmática. El modelo contemporáneo propone una nueva síntesis o matriz disciplinaria. La teoría concibe al sujeto psíquico como proceso heterogéneo de representación que simboliza las relaciones en y entre lo intrapsiquico (centrado en la pulsión) y lo inter-subjetivo (centrado en el objeto). En la clínica los casos límites devienen los nuevos cuadros paradigmáticos, lo cual promueve la exploración/extensión de los límites de la analizabilidad y de las posibles variaciones del método. La introducción del concepto de encuadre inaugura un esquema triádico (encuadre/transferencia/contratransferencia) del proceso analítico. Dificilmente pueda exagerarse la importancia de la innovación que constituye y promueve la introducción del concepto de encuadre (Winnicott, Bleger, W.y M.Baranger, J.L.Donnet, J.Laplanche, A.Green, R.Rousillon). El encuadre se distingue de la mera situación material y se concibe como una función constituyente del encuentro y del proceso analítico. De naturaleza transicional (entre la realidad social y la realidad psíquica) el encuadre es institución y puesta en escena del método analítico, de su núcleo dialógico y de su matriz simbolizante. El encuadre instituye el espacio analítico, que es un tercer espacio que hace posible el encuentro y la separación (la discriminación) entre el espacio psíquico del paciente y el del analista. Contención y distancia: el encuadre delimita el espacio potencial que hace posible la comunicación analítica. Su estatuto es a la vez clínico y epistemológico: el encuadre es condición de la constitución del objeto analítico (Green), objeto tercero, distinto del paciente y del analista, producido por la comunicación de cada pareja analítica singular. 4

Para un desarrollo detallado de estos tres modelos clínicos remito a mi contribución al libro del grupo de investigación de IPA acerca de las estructuras no-neuróticas creado por André Green (Urribarri, 2007).

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Desde el año 2000 el autor de “El pensamiento clínico” produjo, como nunca antes, numerosos trabajos de conceptualización de los fundamentos de la técnica y de la clínica: acerca de la contratransferencia, el proceso, la interpretación, y muy especialmente, del encuadre. Estas teorizaciónes están ligadas a posiciones polémicas, que apuntan principalmente a sostener el carácter psicoanalítico de la práctica con variaciones del encuadre -como la “psicoterapia analítica”, o el trabajo “cara a cara”. Green propone distinguir en el encuadre entre una fracción variable y una fracción constante. La fracción constante corresponde a la “matriz activa”, de naturaleza dialógica, constituida por la asociación libre del paciente acoplada con la escucha flotante y la neutralidad benévola del analista. Matriz dialógica que forma el núcleo de la acción analítica con independencia relativa de las formas de trabajo. La fracción variable constituye una suerte de “estuche protector” de la matriz activa, y corresponde a las disposiciones materiales, secundarias, tales como la frecuencia, la posición del paciente, y los diversos aspectos del contrato analítico. El encuadre, sostiene Green, deviene una herramienta diagnóstica. La posibilidad de usar o no el encuadre como espacio analítico potencial en el que seguir la regla fundamental, permite evaluar las posibilidades y dificultades del funcionamiento representativo. Con pacientes no-neuróticos, entonces, se fundamentan las modificaciones del encuadre (menor frecuencia de sesiones, posición cara a cara, etc.) para establecer las mejores condiciones posibles para el funcionamiento representativo. Pero estas variaciones debidas a la imposibilidad o inadecuación de aplicar el encuadre psicoanalítico tradicional conservan una referencia en el trabajo psíquico del analista, a lo que más se acerca al modelo de la cura: el encuadre interiorizado por el analista en su propio análisis, disponible como encuadre virtual antes que como protocolo concreto. La diversidad de la práctica, con sus encuadres variables, encuentra su unidad (a la vez su fundamento y su condición de posibilidad) en el “encuadre interno del analista” (2000) como garante del método. En contraste con la idea de que las psicoterapias psicoanalíticas son variantes más simples y superficiales de trabajo analítico, estas son reconocidas en su complejidad y su dificultad. Del lado del analista se pone de relieve la necesidad de un trabajo psíquico especial para hacer representable, pensable, analizable el conflicto psíquico situado en los límites de la analizabilidad. Por ejemplo: la escucha debe combinar la lógica deductiva (del modelo freudiano) con una lógica inductiva. En la formulación de la interpretación se explicita su carácter conjetural, utilizando el modo condicional o interrogativo, para permitir que el paciente tenga un “margen de juego”, pueda tomarla o rechazarla. Frente al mutismo (de cuño lacaniano) y la traducción simultánea (de inspiración kleiniana), la matriz dialógica del método vuelve a ser valorizada y profundizada. La noción de diálogo analítico cobra un reREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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lieve conceptual, y no sólo descriptivo. En ambos casos – psicoanálisis o psicoterapia – puede decirse que el objetivo es similar: la constitución o despliegue de un encuadre interno (o interiorización del encuadre), mediante el cual el núcleo dialógico (inter-subjetivo) del análisis devenga una matriz intrapsíquica reflexiva (Urribarri, 2005). He propuesto considerar que el psicoanálisis contemporáneo piensa el trabajo psíquico del analista como un eje conceptual terciario, que incluye la atención flotante y la contratransferencia como dimensiones complementarias (Urribarri, 2007). En este contexto surge la noción de “encuadre interno del analista” concebido como matriz representativa pre-consciente. El trabajo psíquico del analista articula una serie de dimensiones y operaciones heterogéneas (escucha, figurabilidad, imaginación, elaboración de la contratransferencia, memoria preconciente del proceso, historización, interpretación, construcción, etc.). Su funcionamiento óptimo es el de los “procesos terciarios” sobre los cuales se fundan la comprensión y la creatividad del analista. En este contexto la contra-transferencia es redefinida: en lugar de la noción post-freudiana “totalizadora” (que subordina la totalidad del funcionamiento del analista) aparece el concepto de contra-transferencia integrada o encuadrada. De “concepto-marco” pasa a ser un concepto “enmarcado” en esta concepción más amplia y compleja del trabajo psíquico del analista. La introducción del concepto de encuadre inaugura un esquema triádico (encuadre –transferencia- contra-transferencia) del proceso analítico: si la transferencia y la contra-transferencia son el motor, el encuadre constituye su fundamento. En esta perspectiva el encuadre es polisémico, conjugando diversas lógicas a las que la escucha debe estar abierta: de la unidad (del narcisismo), del par (madre-bebe), de lo transicional (de la ilusión y lo potencial), de lo triangular (de la estructura edípica). Concordando con esta polisemia del encuadre la posición del analista es también múltiple y variable: no puede ser ni predeterminada ni fija; ni como padre edípico ni como madre continente, etc. El analista debe jugar, tanto en el sentido teatral y musical como lúdico, en función de los escenarios desplegados en la singularidad del campo analítico. Puesto que el inconsciente “habla en diferentes dialectos” el analista debe ser “políglota”. Para concluir esta breve reseña podemos recapitular ciertas ideas que definen al modelo clínico contemporáneo como terciario: El objeto analítico, objeto tercero formado por la relación analítica. El encuadre, elemento tercero, de estatuto transicional. El trípode del proceso analítico: transferencia / contra-transferencia / encuadre. El encuadre interno del analista, garante de la terceridad, cuando el campo analítico tiende hacia una dinámica dual, bidimensional. El trabajo psíquico del analista, eje conceptual terciario que incluye la atención flotante (perspectiva intrapsíquica, análisis de contenido) y la con-

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tratransferencia (perspectiva intersubjetiva, análisis de la relación y del continente) subordinándolas a una más amplia y compleja gama de operaciones en la que se destaca la imaginación (la creatividad) psicoanalítica. Los procesos terciarios, núcleo del trabajo psíquico del analista, de su pensamiento clínico.

2-III- LA

ESTRUCTURA ENCUADRANTE: EL MODELO TEÓRICO IMPLÍCITO DE LA CLÍNICA

GREENIANA

Para André Green la representación es la función básica del psiquismo, y en consecuencia deviene la “representación-meta” del psicoanálisis. Al consignar los nuevos fundamentos metapsicológicos mencionamos la “teoría generalizada de la representación”. Agregaremos ahora que esta teoría posee dos ejes conceptuales complementarios: uno corresponde a la extensión de los tipos de representación (abarcando desde el representante psíquico de la pulsión hasta el lenguaje) y la diversificación de los procesos que ponen en juego (procesos originarios, semióticos, terciarios, etc.). Esta acentuación de la heterogeneidad, de lo procesual y lo poietico tiene su complemento en la teoría de la terceridad que postula la puesta en relación y la mediación como función psíquica de base. Estas ideas convergen en una “lógica de la heterogeneidad” (1998), núcleo dinámico en el que se apuntala el pensamiento clínico. El otro eje corresponde a las condiciones de instauración y funcionamiento (a la vez intra-psíquicas e inter-subjetivas) del proceso representativo: está centrado en la noción de “estructura encuadrante”. Vamos a ocuparnos de este concepto, al que propongo considerar como el modelo teórico implícito de la clínica en André Green -en el mismo sentido en el que éste sostiene que el sueño es el modelo teórico implícito del encuadre para Freud (Urribarri, 2005) De este modo retomo por mi cuenta la indicación capital que se puede leer, justamente, en las “Aperturas para la futura investigación” con las que concluye El trabajo de lo negativo: “La estructura encuadrante no es perceptible en tanto tal, sino a través de las producciones a las cuales da lugar en el encuadre (clínico)”. Y luego agrega: “¿Cómo no decir que es aquí donde encontramos la justificación profunda del encuadre analítico, tanto de su necesidad como de su función de revelador del encuadre interno que preside los destinos de las esferas perceptivas y representativas?”.

LA CONSTITUCIÓN DE LA ESTRUCTURA ENCUADRANTE Desde 1967 André Green elucida y desarrolla la concepción freudiana del narcisismo primario, considerándolo como una estructura fundamental del REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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aparato psíquico (y no solamente como un estado o como una fase en el desarrollo libidinal). En esta perspectiva, el narcisismo primario permite la separación primaria, constituyendo la estructura encuadrante del psiquismo como una matriz de sentido que anuda una doble dimensión pulsional e identificatoria. La estructura encuadrante es concebida como el resultado de la interiorización del sostén materno primario, gracias a los mecanismos del doble retorno de las pulsiones y de la alucinación negativa de la madre. Encuadre materno carnal, corporal, constituido en el cuerpo a cuerpo de la relación. “La pérdida del pecho, contemporánea de la aprehensión de la madre como objeto total, que implica que el proceso de separación entre el niño y ella se haya efectuado, da lugar a la creación de una mediación necesaria para atenuar los efectos de su ausencia y permitir su integración en el aparato psíquico […]. Esta mediación es la constitución, al interior del yo, del encuadre materno como estructura encuadrante” (1967). Recordemos un aforismo greeniano: la psique es la relación entre dos cuerpos de los cuales uno está ausente. “La madre, dice André Green, es tomada en el encuadre vacío de la alucinación negativa y deviene estructura encuadrante para el sujeto mismo (1967)”. La alucinación negativa crea un espacio potencial, blanco, para la representación y la investidura de nuevos objetos. Esta estructuración es también el resultado del mecanismo de defensa, anterior a la represión primaria, del doble retorno de la pulsión (vuelta sobre la persona propia y transformación en lo contrario) que redirige hacia sí el circuito de la investidura fusional del objeto transformándolo en organización narcisista primaria. Apuntemos otro aforismo: el sujeto es lo que queda cuando se ha retirado el objeto. A la vez que produce la separación primaria, del adentro y del afuera, del sujeto y del objeto, este proceso delimita (esboza) dos sub-espacios internos, que están separados pero conectados (por lo que Green los compara con una cinta de Moebius). Esta delimitación interna corresponde a la diferenciación entre los investimientos pulsionales (eróticos y destructivos) y los investimientos narcisistas (ideales), sublimatorios y yoicos de meta inhibida. En otros términos: una discriminación narcisista primaria entre polo pulsional y polo identificatorio. Es importante subrayar la idea greeniana según la cual la constitución del límite interno-externo se ve redoblada por la primer separación internointerno -en la que podrá apoyarse la represión primaria, y a la va a consolidar mediante un clivaje estructural. (Justamente puede decirse que en los casos límite el fracaso relativo de esta estructuración diferenciada del psiquismo determina las fallas en la organización narcisista y los conflictos limítrofes expresados por la doble angustia de intrusión y de abandono).

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Green revisa y propone completar la secuencia propuesta por Freud en “La negación” (1924). La constitución narcisista de la estructura encuadrante del yo es considerada como una etapa intermedia necesaria en la evolución desde el “Yo de placer purificado” hacia el “Yo de realidad definitivo”. “No se trata todavía de un yo-realidad definitivo sino de un yo capaz de formar representaciones de cierta duración y de jugar con esas representaciones” (1982). Podríamos denominarlo un “Yo-representancia”. Este origen evolutivo intermedio va a instituirse como organización intrapsíquica de un espacio intermediario: la estructura encuadrante puede ser definida como un espacio transicional intrapsíquico. Es la primer formación intermediaria entre la pulsión y el objeto. “La estructura encuadrante funciona como una interfaz entre lo intrapsíquico y lo intersujetivo. Es justamente la articulación de estas dos dimensiones la que constituye el hilo del continente” (2001, comunicación personal). En tanto núcleo de la subjetividad, la organización narcisista primaria construye una intersección y mediación entre el sujeto y el objeto, dando lugar según Green a la creación de objetos narcisistas, transicionales y transnarcisistas, que superan la oposición entre lo narcisista y lo objetal (como el objeto analítico). Profundizando en esta línea propone la idea de que la estructura encuadrante es la sede o plataforma de la función objetalizante. La perspectiva greeniana postula la emergencia del sujeto psíquico como resultado de la creación de una organización narcisista primaria que articula lo pulsional y lo identificatorio. Apuntalada sobre el narcisismo materno, esta organización crea (y es creada por) una estructura encuadrante que es al mismo tiempo plataforma de investidura y espacio de representación. Fuente del “Yo-sujeto” (1983) o del “linaje subjetal” (2002), la organización narcisista es la matriz de la auto-organización psíquica y funciona como una interfaz, un espacio tercero, intermediario, con una autonomía relativa entre el par pulsión-objeto. Ella instituye así la estructura terciaria del psiquismo según las triadas pulsión-yo-objeto, pulsión-representación-objeto y sujetoobjeto-Otro del objeto. “Creo que podemos considerar que en el interior de los límites de la estructura encuadrante, aquello que la estructura encuadra, encierra, limita, es un espejo. Este sería el primer estadio posterior al blanco (...). Si hablo metaforicamente de espejo no es en relación a la imagen sino porque la estructura encuandrante constituye la matriz de la auto-referencia y la reflexividad. La reflexividad es parte de todo proceso no-evacuativo, no-desimbolizante. De hecho pienso que la estructura encuadrante es fuente de una doble auto-reflexibidad. Una reflexibidad global (de uno consigo mismo) y una reflexibidad interna local, de las diferentes instancias y componentes encuadrados entre sí” (Green & Urribarri, 2001). REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Estas indicaciones acerca de la estructura encuadrante como matriz de simbolización primaria resultan más claras si precisamos ciertas correlaciones, aunque sea esquemáticamente. La reflexividad global corresponde a la “función de auto-observación del afecto” (1973), que a nivel de la organización narcisista primaria puede referirse a lo que Green denomina “afecto de existencia”. (O, en contraste, al sentimiento de vacío que provocan las fallas de esta). En cuanto a la reflexividad local puede entenderse como una fuente del pensamiento, definido como “representación de la relación entre representaciones”. (A su vez ambos tipos de “reflexividad” corresponden a las formas matriciales de los procesos terciarios). Por último digamos que estas ideas abstractas revelan fácilmente su valor clínico si pensamos que la asociación libre requiere del desdoblamiento reflexivo: el analizante debe verbalizar sus asociaciones y simultáneamente debe escucharse y debe poder asociar acerca de sus propias asociaciones. Este segundo aspecto implica una receptiva reflexiva, un reconocimiento (como subjetivo) de lo que le viene a la mente. Es justamente en este nivel en el que constatamos una grave interferencia en las estructuras no-neuróticas, en las que los procesos terciarios son atacados por la escisión. Resumamos las principales características y funciones de la estructura encuadrante: 1) Es la matriz organizadora del narcisismo primario, estructura de base del psiquismo, que permite (y sostiene) la separación con respecto al objeto; 2) Establece el continente psíquico mediante un doble límite Yo-pulsión y Yo-objeto, y funciona como interfaz entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo; 3) Es la primera formación intermediaria entre las pulsiones y los objetos, constituye un espacio transicional interno, crea el espacio potencial de la representación; 4) Es asiento de la función objetalizante y de los procesos terciarios; 5) Es la matriz de la auto-organización psíquica en la cual auto-investidura y auto-representación convergen en un principio de unidad-identidad primaria que establece un polo identificatorio, condición de la subjetivación de la pulsión (polo de auto-referencia que podrá dar lugar a la reflexividad y el reconocimiento).

LA ESTRUCTURA ENCUADRANTE COMO MODELO: EL ENCUADRE , EL PENSAMIENTO CLÍNICO Y EL ENCUADRE INTERNO DEL ANALISTA . 1- La representación y lo irrepresentable. Green propone completar el modelo freudiano, centrado en la satisfacción alucinatoria de deseo, acoplándola a la alucinación negativa. Ésta es el reverso invisible, la condición y el complemento de la representación inconsciente. La estructura encuadrante como núcleo de la organización narcisista constituye una matriz que

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reúne el trabajo de lo negativo y la emergencia representativa (la desinvestidura de la percepción que crea el espacio en blanco, como una pantalla, en el que el film de la fantasía podrá proyectarse). La representación como investidura (de la huella mnémica) es precedida (y posibiltada) por la desligadura, según un modo complementario a aquel del símbolo, y la ausencia (del objeto simbolizado). Se representa lo que está ausente. Definida como la representación de la ausencia de representación, la alucinación negativa de la madre es, en este contexto, constitutiva de la categoría intrapsíquica de la ausencia, condición de posibilidad y soporte de la representación. La ausencia es una dimensión intermedia entre la presencia y la pérdida. Posibilita la articulación de las dimensiones intrapsíquica e intersubjetiva. La ausencia es concebida como el origen y el indicio de la terceridad: la ausencia del objeto es la fuente del otro del objeto, referencia germinal al tercero, al “padre”. Esta teorización propone lo irrepresentable ya no solamente como un límite a la ligadura representativa o figurativa, como es el caso del representante psíquico de la pulsión, sino como una alteridad radical de la representación: su otro complementario o antagonista. Ahora lo irrepresentable corresponde al “blanco” de la alucinación negativa como expresión de la desinvestidura: expresión – ligada o desligada – de la pulsión de muerte, es decir, de un trabajo de lo negativo cuyo espectro incluye tanto la descorporización y la abstracción normales como el clivaje y la desinvestidura patológica. Esta conceptualización de la desligadura introduce un modelo general del funcionamiento psíquico (y de la simbolización en particular) según la tríada: ligadura-desligadura-religadura. Desde esta perspectiva la comunicación analítica puede reevaluarse, considerando la complementariedad en la técnica analítica del silencio y el discurso. En este sentido puede fundamentarse la critica, por un lado, del mutismo (y la “regla de silencio” de ciertos lacanianos) por cuanto desconoce su efecto de desligadura mortífera en las estructuras no-neuróticas. Y por otro de las intervenciones tipo “traducción simultanea” que ignoran la dimensión elaborativa del silencio. Encontramos aquí el fundamento teórico de la revalorización de la dimensión dialógica del trabajo analítico. 2- La estructura encuadrante y el encuadre. André Green ha demostrado que el sueño constituye, en Freud, el modelo implícito para la creación del encuadre analítico. A su vez nuestro autor propone la estructura encuadrante como fundamento (del modelo) del sueño. Es decir que la estructura encuadrante es la condición del (espacio y del trabajo del) sueño, que a su vez es el modelo del encuadre analítico (y de sus posibles variaciones). De este modo pone en juego una serie de pares conceptúales complementarios cuya articuREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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lación (y homología) fundan el modelo del encuadre. A saber, muy esquemáticamente: representación/ausencia, realización alucinatoria/alucinación negativa, sueño/pantalla blanca del sueño, asociación libre/encuadre analítico. A la vez debemos recordar la tesis según la cual el proceso analítico se define como “retorno sobre la persona propia mediante el pasaje por el otro semejante”: ahora podemos reconocer fácilmente en esta referencia (al “doble retorno” de la constitución del narcisismo primario) el rol de la estructura encuadrante como fundamento (o modelo teórico implícito) de la clínica. Esta perspectiva permite echar luz sobre el díptico de los dos modelos, del sueño y del acto que Green (2000) propuso para dar cuenta de las diferencias entre las perspectivas teórico-clínicas derivadas de la primera y de la segunda tópicas freudianas (a las que correlaciona a su vez con las diferencias entre el análisis de estructuras neuróticas y no-neuróticas). Veremos que estos modelos se enriquecen al referirlos al funcionamiento o al dis-funcionamiento de la estructura encuadrante. Lo cual, además, permite esclarecer el rol del encuadre en la situación analítica clásica, y sus impasses (y variaciones) en las situaciones en los límites de la analizabilidad. En el modelo del sueño (realización y enmascaramiento del deseo inconsciente) las representaciones son un dato de base del psiquismo: crean las “cadenas de Eros” al ligar y articular la pulsión, “encadenándola” al proceso representativo. Esto supone que la función continente de la estructura encuadrante está lo suficientemente bien establecida como para que el análisis pueda concentrarse en el contenido según un eje primordialmente intra-psíquico. La clínica se funda así sobre la compatibilidad existente entre representación de cosa/representación de palabra, reunidas transferencialmente en la asociación libre. El proceso se articula según el trípode “encuadre / sueño / interpretación”. Ligado a la segunda tópica – en la que se observa el reemplazo del inconsciente por el Ello – el modelo del acto (agieren) se centra sobre la moción pulsional y los fracasos de su ligadura con la representación. (Ahora la ligadura representativa es un resultado posible pero ya no un dato de partida). El trauma y la compulsión de repetición mortífera toman el lugar de la realización de deseo. La referencia a las fallas en la relación con el objeto primario y, correlativamente, a la prevalencia de un narcisismo de muerte se vuelven centrales. La estructura encuadrante como espacio de representación es desbordada por un funcionamiento evacuativo, proyectivo, des-simbolizante. Lo irrepresentable hace irrupción en la escena analítica y pone en jaque tanto la asociación libre como la atención flotante. En estas situaciones el modelo de la estructura encuadrante da fundamento teórico y orienta las variaciones del encuadre y de la técnica. La construcción del continente psíquico y del preconsciente como espacio transicional interno, y asiento de los procesos terciarios, se vuelve una condición para el análisis del contenido.

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Es en este contexto donde, como referente de la técnica, el sueño (la interpretación del contenido latente) es remplazado por el juego (la co-construcción del sentido en el espacio inter-subjetivo como condición para su introyección en, y estructuración de, lo intrapsíquico). Por ejemplo, en las situaciones en las que se hace conveniente el trabajo “cara a cara”, en las que constatamos que la sobre-investidura de la percepción funciona como una contra-investidura de la representación. La apuesta del juego analítico a la representación apunta a la interiorización (que contenga la compulsión evacuativa) en la actualidad de la sesión. El eje interpretativo centrado en lo intrapsíquico debe articularse con –y en cierta medida desplazarse hacia – lo intersubjetivo. Prioriza un “trabajo del límite” que busca correlativamente delimitar/construir fronteras internas (formaciones intermediarias entre las instancias) y externas (entre el Yo y el objeto). Por eso hemos sugerido que el proceso se organizaría según otro trípode: “encuadre interno / acto / interiorización” (siendo esta interiorización el resultado tópico del proceso dinámico de la re-ligadura mediante la figuración y representación). 3) El pensamiento clínico y el encuadre interno del analista. Del lado de la escucha, del trabajo psíquico del analista, el modelo implícito de la estructura encuadrante apuntala (y se revela en) el surgimiento de las ideas de pensamiento clínico, de “matriz activa del encuadre” y del “encuadre interno del analista” (2000 y 2002). La siguiente cita de Green permite apreciar la decisiva relación entre estructura encuadrante y el encuadre interno del analista: “En la idea del encuadre interno hay algo del orden de lo intrapsíquico y algo que permite la integración de lo intersubjetivo. Retomando lo que señalamos a propósito de la estructura encuadrante, podríamos pensar que el encuadre interno es una interfase interno-externo. Los procesos terciarios, incluidos en la escucha analítica, son probablemente aquellos que juegan un rol decisivo en el encuadre interno. El fundamento de ese encuadre no puede ser otro que la estructura encuadrante del analista mismo, que por la vía de su análisis personal deviene fuente de una nueva reflexibilidad, soporte del encuadre interno. Si definimos la estructura encuadrante como lo que permite constituir la singularidad (es decir, la separación con respecto al otro, la reflexibilidad y la autoreferencia), podemos pensar que el encuadre interno constituye, por la vía del análisis personal del analista, una matriz activa a la singularidad del otro, a su alteridad radical.”(Green & Urribarri, 2001). El punto de partida es el reconocimiento de que el encuadre clásico no es viable para un gran número de pacientes. La perspectiva greeniana propone valorizar e investigar el rol del pensamiento clínico cuando el paciente ya no es capaz de asociar libremente; cuando la posibilidad de simbolización y de REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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elaboración requiere un trabajo suplementario (de figuración e imaginación) del analista. En estas situaciones Green sostiene que “el encuadre ya no es un concepto compartido entre el paciente y el analista; este deviene una noción interna al analista. Es él quien tendrá que evaluar aquello que escucha en relación a una falla del funcionamiento del encuadre que sólo él está en condiciones de percibir y comprender” (2001, Green, Comunicación personal). Es decir que el encuadre interno del analista está encargado de sostener la cualidad metaforizante de la comunicación analítica. En otros términos: el encuadre interno es el garante de la terceridad. Procura sostener la continuidad de la procesualidad transformacional de la relación analítica. Incluso si durante mucho tiempo esta permanece como virtualidad contenida en la mente del analista. El encuadre interno del analista es la sede (o la fuente) del pensamiento clínico, en el que Green destaca el rol de los “procesos terciarios”: trabajo del preconciente del analista que le permite poner en relación los componentes y las diversas vetas del material analítico. El modelo implícto de la estructura encuadrante (como interfaz de lo intrapsíquico y lo intersubjetivo) introduce para el trabajo psíquico del analista un esquema dinámico de la generatividad del discurso en la sesión: a la heterogeneidad del discurso del paciente, a las relaciones de la fuerza y del sentido que componen la transferencia, responde con la polifonía de la imaginación analítica. Su brújula sigue la dialectica continente/contenido, a través de los procesos representativos e identificatorios. El trabajo psíquico del analista busca cartografiar los movimientos de las representaciones, las investiduras y las contrainvestiduras en la sesión. Apuntalado en un modelo triádico del funcionamiento psíquico procura hacer pensable, incluso en las situaciones limítrofes, una dinámica mínima sujeto-objeto-otro del objeto, y seguirla en el discurso asociativo como una expresión de las relaciones pulsión-representación-objeto. Espero que estas líneas puedan contribuir a esclarecer las principales ideas que André Green ha desplegado en su obra en general y en este libro en particular. Y especialmente a apreciar su valor para afrontar los desafíos actuales y futuros del psicoanálisis, desafíos que requieren de grandes dosis de pasión clínica y pensamiento complejo. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / CRISIS / CLINICA / NARCISISMO PRIMARIO / ENCUADRE / TERCERIDAD.

AUTOR–TEMA: GREEN ANDRÉ. KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / CRISIS / CLINICAL WORK / PRIMARY NARCISSISM / SETTING / THIRDNESS. AUTOR–TEMA: GREEN ANDRÉ.

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PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / CRISE / CLÍNICA / NARCISISMO PRIMÁRIO / ENQUADRAMENTO / TERCEIRIDADE.

AUTOR–TEMA: GREEN ANDRÉ.

Bibliografía Freud, Sigmund, (1919) Más allá del principio de placer, Amorrortu editores, O.C., vol XVI. Green, André. (1967) “Narcisismo primario: estado o estructura?” en Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, Amorrortu Editores, 1986. —— (1973). El discurso vivinte. La concepción psicoanalítica del afecto. (Siglo Veintiuno, 1975). —— (1974) “El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre psicaonalítico”, en De locuras privadas, Amorrortu Editores, 1990. —— (1977) El concepto de límite, en “De Locuras privadas” Amorrortu Editores, 1990. —— (1981), “Pasiones y destino de las pasiones: sobre las relaciones entre locura y psicosis”, en De locuras privadas, Amorrortu, 1990 —— (1981-B) “El Edipo: mito, estructura y modelo” en “La deliason”, La deouverte, 1987. —— (1982) “El doble límite” en La teoría de Freud y la nueva cínica psicoanalítica, Amorrortu, 1994. —— (1983) La madre muerta, en Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, Amorrortu Editores, 1986. —— (1983b) El lenguaje en psicoanálisis, Amorrortu Editores, 1993. —— (1990). De Locuras privadas” Amorrortu Editores 1990 —— (1993) El trabajo de lo negativo”, Amorrortu Editores1996 —— (1995), La Causalidad psíquica, Amorrortu Editores 1997. —— (1996) La metapsicología revisitada, EUdeBA, 1996. —— (1998) Las cadenas de Eros, Amorrortu Editores, 1999. —— (1998b) “La representación y lo irrepresentable: hacia una metapsicología de a clínica contemporánea. Entrevista a André Green, por Fernando Urribarri” Revista de Psicoanálisis, Nº Especial Internacional, 1998. —— (2000) El tiempo fragmentado, Amorortu Editores, 2002. —— (2000b) El encuadre y su interiorización por el analista, Revista Zona Erógena, Nº49, 2001. (2001) Entrevistas con Ferando Urribarri, preparatorias del libro “Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo” (2002). Inéditas. Un extracto ha sido traducido en la Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 2009, Nº3. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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—— (2002) Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo, Amorrortu Editores, 2004. —— (2002-b) El pensamiento clínico, Amorrortu Editores, 2007. —— (2003) “Reflexiones para un momentote pausa. Hacia un psicoanálisis del futuro”, en “El trabajo psicoanalítico”, PUF, 2003 —— (2007) Porque las pulsiones de destrucción o de muerte?, Itaque, 2010. —— (2007b) Resonante on suffering, ed.A.Green, IPA, London, 2007. Morin, E. (1994) Introdcucción al pensamiento complejo, Gedisa, España. Pontalis, J-B., (2009) Comunicación personal, París, 2009. Urribarri, Fernando. (2002) “Para introducir el pensamiento terciario”, en Pensar los límites, Delachaux, 2002. —— (2005) Urribarri, F. y Richard, F.: Autour de l’Ouvre d’André Green”(PUF, Paris, 2005) . —— (2005b) “El encuadre contemporáneo de la representación” en (Urribarri 2005). —— (2007) “El trabajo psíquico del analista y los tres conceptos de contratransferencia”, en Resonancias del sufrimiento, Green, A. Compilador, editado por IPA (trad. en Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 2009, Nº3). —— (2008) “Après Lacan: père et filiation analytique chez André Green” en D. Cupa, Le Père dans la culture contemporaine,Paris, PUF, 2008). —— (2009) Después de Lacan: del poslacanismo al psicoanálisis contemporaneo” Rev. de Psicoanálisis , 2009, N4.

Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier * Luis Hornstein

“Pensamientos vivos. Son superficies sensibles, pieles apenas rozadas, oscuros repliegues; más que un cuerpo de pensamientos, bonachón y entrado en carnes, una zona de contactos de fronteras erosionadas. Basta una sola cita, un argumento ajeno repetido, un libro mencionado o una obra entera para el borramiento de su nombre propio. Su circulación, su desviación, su transferencia a un lugar lejano al contexto que los vio nacer y la audacia misma de sus usos, contrariamente a las instrucciones de uso de una didáctica de los textos, integran en su conjunto – después de abandonar a su autor, pero antes de ser embalsamados por un corpus – toda la erótica del pensamiento […]. Se abre así una zona de no-derecho entre censores de origen y propietarios futuros, una zona llena de intersticios al amparo de la cual, lejos de los guardianes de la Obra, los textos serán puestos en práctica: se inscribirán a lo largo de ciertas trayectorias, tatuarán cuerpos, inaugurarán prácticas y congregarán comunidades inéditas”. (Cusset, F, 2003)

Historizar. Una parte de nuestra historia es la historia de nuestras lecturas. ¿Cómo hemos leído a Freud, a Klein, a Lacan, a Winnicott, a Piera Aulagnier, a los autores norteamericanos contemporáneos, a los argentinos? ¿En busca de desviaciones? ¿En busca de confirmación de una idea previa? ¿Para cumplir con nosotros o con un programa de estudio? ¿Crispados, tensos, o con buen humor? Hace unos años que nos dicen que el psiquismo es abierto, que la historia es abierta (a menos que uno la cierre). ¿Nos hizo leer mejor? ¿Qué es una lectura productiva de Freud? Es una lectura retroactiva no desde 1939 sino desde 2011. En una época se descalificaba a aquel que leía a diversos autores como “ecléctico”. El eclecticismo es malo sólo cuando se hace una ensalada de autores. Es bueno cuando respeta la diversidad y se advierten los ejes conceptuales de distintos autores. El fanático de un solo autor considera que los otros son triviales o desviacionistas. *

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Freud y su obra configuran una identificación que remite a una filiación simbólica. Una identificación primaria, no con su persona sino con su modalidad de interrogación. Un psicoanalista hereda una tradición, cuyo núcleo es una identificación con Freud, con ese investigador que dice: “No creo más en mi neurótica”. Ese no creer, ese no quedar fijado a lo ya dicho-ya escrito, no anuncia apatía sino creación. “Ya no creo en mi neurótica pero tengo la sensación de un triunfo más de que una derrota“ (1897, p. 285). Lo investido es él mismo como sujeto de esa pulsión de saber. Anticipa un conocimiento ulterior como premio a un trabajo intelectual que no evita la autocrítica referida a lo pensado, pero no a lo pensante; referida a lo descubierto, pero no a aquello por descubrir. No nos resignemos a ser alelados discípulos crónicos, ni a deponer el entusiasmo, la pasión. Hay pasión cuando nos identificamos con ese Freud dispuesto a cuestionar lo dado, nunca sentado en los laureles. En cambio, si nos dejamos achatar por el gran hombre, la pulsión de saber será reemplazada por la idealización. Hay beneficios secundarios para el psicoanalista que idealiza: elude un duelo y un trabajo, un trabajo que angustia cuando todavía no es coronado por una producción. El deseo de no tener que pensar es la victoria de la pulsión de muerte que convierte al pensamiento en ecolalia. Nace de una agorafobia intelectual y de un anhelo de seguridad en las certezas “teóricas”. El trabajo de filiación implica abrir un futuro al pasado, oponiendo un olvido pasivo al olvido activo. El pasivo es el de los fundamentos. Perpetúa todo lo que tiene un valor de origen. El olvido activo es lo que Nietzsche denominó la fuerza del olvido. Ese “hacer lugar a lo nuevo” cumple una función liberadora, evitando la parálisis debido al exceso de memoria. Dilucidar la genealogía de un desarrollo teórico requiere, además de delimitar el álgebra de su coherencia interna, situar históricamente las instituciones y las prácticas que presionan sobre las teorías y que constituyen el “saber”. Es evitar la ilusión teoricista que supone que el psicoanálisis se agota en sus conceptos; como si estos surgiesen y se desarrollasen puros e incontaminados a partir de psicoanalistas también puros1. Me parece que somos demasiado triunfalistas. Que cuando Klein está de moda somos fanáticamente kleinianos para pasar, poco después, cuando la

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¿Existe la pureza? En sentido material puro es lo limpio, lo que no tiene mancha. El agua pura es agua sin mezcla, un agua que sólo es agua y, por lo tanto, es un agua muerta, lo cual dice mucho sobre la vida y sobre una cierta nostalgia de la pureza. La pureza es imposible: sólo podemos elegir entre diferentes tipos de impurezas, y a esto se lo llama higiene. La pureza esta del lado de la muerte o de la nada. El agua es pura cuando no tiene gérmenes, ni sales minerales. Es, por lo tanto un agua que sólo existe en nuestros laboratorios.

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moda decae, a demonizar al kleinismo, olvidando los núcleos duros, incluso para seguir discutiendo con ellos. No queda nada de Klein, queda poco de Piera, para hablar de Kohut a veces hay que disculparse. Pero esa falta de reconocimiento del otro se paga con la pobreza de las propias teorías. Sin embargo, la Argentina es un buen lugar para sacarles el jugo a las distintas escuelas. Antes de la aventura con Hitler, los japoneses habían enviado sus jóvenes a Occidente para aprender, para dejar de ser importadores. La importación nos vuelve pasivos cosmopolitas y un poco frívolos e infantilizados por un eterno período de latencia (Lerner y Sternbach, 2007). Los pasajes de una hegemonía teórica a otra no resultaron de un debate teórico-técnico sino producto de lo que Bourdieu (2007) llama doxósofos: los expertos en opinión. En nuestro país, después de instaurarse una hegemonía, suele desencadenarse una escalada de ortodoxias con su consecuente ecolalia reiterativa. Los momentos fértiles fueron los de ruptura de una hegemonía2. La práctica es la piedra de toque. En sus lecturas, en sus escritos, el psicoanalista puede seguir sus inclinaciones. En la práctica, en cambio, debe poner entre paréntesis sus intereses teóricos en beneficio de la singularidad del tratamiento. ¿Cómo intentar investir la totalidad de la clínica? Digo intentar, porque cada uno lo logra en distinta medida. Un psicoanalista es una trayectoria, un río turbulento, que es algo muy diferente al desagüe de las aguas servidas. Él también procesa. Procesa sus lecturas, su experiencia clínica, su propio análisis, su participación institucional. Procesa y es procesado. Así, va complejizando su escucha, liberándola de una teorización insuficiente o de una teorización tan sistemática que deja de ser teorización flotante. Construir una historia crítica y problemática del psicoanálisis es obligatorio, al menos para nosotros. Una tarea que requiere el aporte de muchos. No se trata de improvisarse sociólogo sino de reflexionar sobre la inserción social del psicoanálisis. Nadie es etnólogo en su propia sociedad; pero es fundamental entender el psicoanálisis como un conjunto teórico-práctico cuya lógica de difusión y cuyas funciones en relación con el conjunto de prácticas que con él coexisten dentro del mismo campo social hay que dilucidar. Sin academicismos. El academicismo faja brazos y piernas. Actúa como si las escuelas fueran eternas, como si la tradición nunca hubiera variado. Daña la libertad, la originalidad, la invención y la audacia. Es el gusto 2

Para dilucidar estas vicisitudes deberíamos asimilar lo que los historiadores llaman estudio de las mentalidades. Una mentalidad no es sólo el hecho de que varios individuos piensen lo mismo: este pensamiento, en cada uno de ellos, está de diversas formas, marcado por el hecho de que los demás lo piensen también. “No se trata de un problema de historia de las ideas, sino de sociología de la creencia” (Veyne, 1974, p. 91).

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inmoderado por el estilo culto o universitario: una forma de dirigirse a los de la propia parroquia antes que al lector interesado en el tema propuesto3. Es posible construir un psicoanálisis contemporáneo abierto a los intercambios y al desafío que impone lo sociocultural. Es posible producir un pensamiento teórico que, anclado en la clínica, sea capaz de desafiar dogmatismos y certezas de parroquia. El psicoanalista no se alimenta sólo de psicoanálisis. Vean, si no, la lista de los autores leídos por Freud, poetas, filósofos, médicos, historiadores, políticos, biólogos. Los de su época. Vean cómo mantiene el timón en el mar embravecido de tanta lectura, que a otro llevaría al eclecticismo o a la dispersión. Podemos atribuirlo a su genio. Prefiero atribuirlo a su coraje, no menos indudable. ¿Cuáles son las condiciones de producción de subjetividad, por qué uno es lo que es? La cultura trama prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideología y prohibiciones. Y a la vez la cultura las destrama. Antes las instituciones ahogaban al individuo, lo encorsetaban. Ahora el deterioro institucional lo deja a la intemperie, sin puntos de referencia. El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales aporta un esclarecimiento particular sobre los conflictos “personales”. Permite deslindar los elementos de una historia propia y los que comparte con todos aquellos que han vivido situaciones similares. Todos vivimos en un cóctel cuyos ingredientes son contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares. Año 2011. ¿Hay una crisis de valores? ¿Cómo orientarnos en este laberinto? Están en crisis los marcos morales heredados de las grandes confesiones religiosas, pero también los valores laicos con que se pretendió sustituirlo (ciencia, progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas). Este politeísmo de los valores, genera una alarmante ausencia de brújulas éticas ¿qué efectos tienen en la subjetividad? Fugacidad y frivolidad de los valores. ¿En qué o en quiénes podemos creer hoy? El deterioro de valores

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“No soy un aficionado, sino un profesional, entendiendo por esto que mi profesión me da de comer. Por tanto, pertenezco a un gremio que tiene sus rituales, su jerarquía y su pequeño terrorismo interno. Mis más estrechas relaciones se establecen con mis colegas, con los maestros, con los compañeros que me ayudan y con los aprendices a los que enseño. Hablamos entre nosotros de nuestras prácticas, en nuestro lenguaje de estudio. Intercambiamos, como es debido, el resultado de nuestras investigaciones, al contar detalladamente las recetas que utilizamos y el camino que seguimos. Este comercio nos hace más eficaces y, por otra parte, es agradable. Sin embargo, estoy convencido de que nuestra profesión pierde su sentido si se repliega sobre sí misma. Creo que la historia no debe ser consumida principalmente por los que la producen. Si las instituciones en las que se asienta nuestra profesión parecen estar hoy en día en tan mala situación, ¿no será por ese mismo repliegue, por haberse separado tanto del mundo?” (Duby, G. 1980, p. 38).

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colectivos incide en los valores en la infancia, instalados en la infancia, pero que siempre se actualizan como un software. El que pretenda negar esta crisis tiene que encerrarse en un bunker que lo proteja de esta crisis multidimensional (política, social, económica y ética) (Hornstein, 2011). Los valores han quedado por el suelo, desmitificados, relativizados, despreciados, y sobre todo, acusados. Se los acusa de contingencia y de versatilidad. Pero, paradójicamente, esos muertos están vivos y la noción de valor se escribe entre líneas, cada vez más, en nuestros discursos (Binde, 2004).

PIERA AULAGNIER A VEINTE AÑOS DE SU MUERTE En todo país el psicoanálisis enfrentó obstáculos. En ninguno salió ileso, sin tener que transar o, como decimos nosotros, sin formaciones de compromiso. En Estados Unidos las resistencias mayores procedieron de la medicina; en Francia, de la filosofía. Las dos principales resistencias (Freud, 1925). A la tumba de Piera Aulagnier va cada vez menos gente. Parece natural. No es tan natural que dejen de leerse sus libros, de comentarse sus ideas. ¿Nos habrá ganado la apatía? No es asombroso que ideas todavía productivas vayan a parar al museo, como si fueran heladeras obsoletas, autos sin airbag o videograbadoras. Piera Aulagnier es una de las autoras que mejor ilustra el panorama del psicoanálisis francés de las décadas del 70 y 80. Piera contó con el respaldo de un psicoanálisis francés que estaba liberando del dogma toda una constelación conceptual (el conflicto, la historia, lo corporal, la historia identificatoria y la realidad). Que retornaba a la clínica y, por lo tanto, no sólo interrogaba “los límites de lo analizable” sino que avanzaba hasta ellos. Que replanteaba la cuestión terapéutica, con su ingrediente de esperanza, abandonada ya la tontería de considerar la ilusión como tontería4. Y a ese psicoanálisis Piera contribuyó con sutileza y fuerza (Rother Hornstein, 2004).

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En el lenguaje corriente ilusión quiere decir muchas cosas: creencia, fantasía, proyecto, etc. Acá tratamos de darle un significado preciso. Lo primero será separarla de la noción de error. Los errores saltan a la vista. Las ilusiones falsas no. El error es una carencia (de conocimiento). La ilusión, un exceso de creencia, de imaginación. Hacerse ilusiones es tomar los propios deseos por la realidad. Puedo equivocarme sin que sea en función de mis deseos (entonces se trata de un error, no de una ilusión). La ilusión, aunque pueda ser falsa, y aunque lo sea la mayoría de las veces, no es error. Es una creencia: “Llamamos ilusión a una creencia cuando en su motivación esfuerza sobre todo el cumplimiento de deseo” (Freud, 1927, p. 31). Parafraseando a Althusser: Sólo una concepción ideológica de la sociedad ha podido imaginar sociedades sin ideologías, sólo una concepción ilusoria de la humanidad ha podido imaginar una humanidad sin ilusiones.

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Uno de sus principales méritos es haber explicitado las trampas de la difusión de un saber que devino ideología de la intelligentsia parisiense. La divulgación del psicoanálisis hizo que, en ciertos casos, el compromiso analítico se formalice entre dos creyentes del psicoanálisis: el primero (analista), por ser heredero de un saber; y el segundo (analizando) por ser heredero de una cultura que concede un sitio a ese saber (1979). Esa pretransferencia corre el riesgo de convertir a la experiencia analítica en un ritual. “Cuando se observa lo que hoy se pretende práctica psicoanalítica, cuando se advierte la parte que ocupa en el discurso de buen número de sus practicantes la ideología, la repetición y las estereotipias, se tiene la impresión, a despecho de una aparente referencia a los mismos postulados de Freud, de estar contemplando un traje de arlequín que, lejos de aportar al análisis un sabor festivo, le quita toda alegría y todo valor” (1986, p. 28). Piera Aulagnier retoma “cuestiones fundamentales”: la psicosis, el yo, lo pulsional, la realidad, el pensamiento, la interpretación, el proyecto terapéutico, la pasión, la alienación. Retrospectivamente podemos ver un hilo conductor: la noción de “trayecto identificatorio”. Como cualquier trayecto, exige equipaje, exige conceptos. Piera nos aporta sus herramientas: proyecto identificatorio, enunciados identificatorios, identificante e identificado, principio de permanencia y cambio, conflicto identificatorio. Tal como el yo de su teoría, su teoría tuvo que ser primero enunciada para poder ser enunciante. Y su teoría fue un trabajo de filiación, una elaboración de lo recibido del progenitor, y entonces también un desasimiento. Por eso tomar de Lacan no le impidió recelar de sus turbiedades institucionales y observar críticamente su práctica, contagiadas las unas por las otras. Hasta 1968, Piera Aulagnier desarrolla temas psicopatológicos. Después, es la suya una sutil reflexión sobre la relación teoría-práctica. Y finalmente, hasta el último día, una revisión de la metapsicología que fructifica en La violencia de la interpretación (1975), Los destinos del placer (1979), El aprendiz de historiador y el maestro-brujo (1984) y Un interprete en quéte de sens (1986) (Hornstein, 2004). En sus primeros trabajos, las referencias mayores son aún lacanianas: el deseo del Otro, la castración simbólica, el Nombre del Padre, la primacía del significante. Progresivamente emergen sus propios conceptos: violencia primaria y secundaria, sombra hablada, portavoz, proceso originario, pictograma, proyecto identificatorio, enunciados identificatorios, contrato narcisista, causalidad interpretada, pasión de transferencia, yo historiador, interpenetración, y tantos otros. Los fundamentos no son los diez mandamientos. Los Grunbegriffe no son axiomas sino conceptos pensables, pasibles de creatividad. Ella no pierde de vista la clínica, y entonces su creatividad no es ese fantaseo que le agradecemos al literato. “La práctica no puede ser sino teórico-clínica” (1984, p. 19). REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Este enunciado resume una convicción que la llevó a subrayar la implicación de la teoría en la escucha (“teorización flotante”) y de lo escuchado en la teorización. Como entender “teorización flotante”. ¿Qué ideas son las que “flotan”? ¿Las de un solo autor? ¿Las de varios? ¿Un solo autor implica dogmatismo? ¿Varios autores implica eclecticismo? Piera Aulagnier hizo sus opciones. Leyó a Freud, a los posfreudianos y, por supuesto a Lacan, con quien se analizó y de cuyas instituciones fue miembro. Porque Freud no basta, estuvo con Lacan. Porque Lacan embelesa y subyuga, buscó y encontró la libertad. Supo evitar que las lecturas freudianas y posfreudianas y el horizonte epistemológico ejercieran con su pensamiento esa “violencia secundaria” no menos nociva que en el infans. Reinterrogó los fundamentos que rigen la metapsicología, la nosografía y la práctica para problematizarlos. A pesar de su postura crítica a Lacan nunca dejó de reconocer su deuda teórica: “A Lacan le debemos la importancia que han llegado a tener en la teoría analítica los conceptos de simbólico y de imaginario; también le debemos un cuestionamiento del psicoanálisis y una teoría acerca de la identificación de la cual la nuestra ha tomado lo esencial” (1975, p. 114). Todo sujeto quiere saber si ha contribuido a forjar una historia o si no ha hecho otra cosa que contarse historias. P. Aulagnier habló de un “pequeño trozo de inmortalidad” (1979). Es la prolongación del proyecto identificatorio. El yo está dispuesto a morir pero quiere creer que algo de sí mismo permanecerá”. Ello lo obliga a prever un juicio que sólo será formulable después de su muerte: Una vez escrita la última línea, no solamente el libro ya no es modificable, sino -y esto es más importante- el autor ya no tiene la posibilidad de gravitar sobre el juicio, sobre la interpretación de sus eventuales lectores. Podemos continuar esta metáfora y decir que el yo como autor del libro de su vida no solamente querría tener la seguridad de que lo van a leer, sino que querría prever conocer lo que pensarán de él sus lectores póstumos (1979).

Dependerá entonces de sus lectores actuales, la respuesta a ese interrogante en lo que a P. Aulagnier concierne. A 20 años de su muerte retomaré algunos de los que, a mi juicio, son sus aportes más relevantes. ¿Acaso las teorías tienen fecha de vencimiento? ¿Qué determina que se mantengan vigentes? ¿Depende de su valor o de un “marketing” eficaz? Son interrogantes que quiero compartir con ustedes.

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ENCUENTRO Y PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD La historicidad que concierne al psicoanálisis se vincula al escenario edípico ya que éste determina: la escena primaria (como interrogante acerca del origen), el embarazo (inclusión ligadora del hijo al cuerpo de la madre), el parto (disyunción del cuerpo materno), la relación con el pecho (fusión debida a la prematurez), la constitución del yo (separación individualizante), la triangulación edípica (articulación de las relaciones entre prohibición separadora y reunión por identificación con el rival), la sublimación (conjunción con el mundo cultural), la adolescencia (como duelo separador de los padres), la elección de objeto (encontrar al objeto es reencontrarlo) y, nuevamente, la escena primitiva (pasaje a la maternidad-paternidad) (Green, 1983). La escena primaria une lo biológico y lo simbólico, un enigma que aspira a desentrañar el origen vinculando nacimiento, concepción y filiación. La escena primaria recorre momentos fecundos en los que se reconocen diferencias: entre dos sujetos; entre padre y madre; entre deseo y demanda; entre ser hombre y ser mujer. “¿Cómo nacen los niños?” La curiosidad es una interrogación sobre el origen. Las teorías sexuales infantiles son producidas por el niño desde su indefensión y su desconcierto. Primer desconcierto: que nazca un niño. Acontecimiento traumático que desborda sus posibilidades de simbolización. El niño, en sus primeras construcciones fantasmáticas, había otorgado omnipotencia a la madre. Ha llegado la hora de cuestionarla. Descubre la existencia de un tercero, deseante y deseado por la madre. Y al relativizar la omnipotencia materna se resignifica la escena primaria asumiendo la triangularidad edípica. En los comienzos ese “otro lugar” será asignado por el deseo materno. Pero luego el padre tiene que jugarse y decidir qué puede ofrecer el hijo a la madre como placer y qué le está prohibido. Ese “otro lugar” testimoniará la presencia de un padre y de un deseo no sometido al poder materno. La relación del padre con su hijo arrastrará huellas de la relación con su propio padre. En el padre el deseo de muerte, reprimido, será reemplazado por el anhelo consciente de que su hijo llegue a ser aquel a quien se le da el derecho a ejercer la función paterna en el futuro. Mediante la violencia primaria, se le impone al niño una elección, un pensamiento o una acción que son las del deseo materno. Una violencia a un paso del exceso. Si el exceso se consuma, no más autonomía. En general la violencia es acotada porque la madre renuncia a detentar el lugar de fuente única de placer. El deseo consciente de hijo condensa diversas representaciones inconcientes. La madre fue dando pasos: ser el objeto de deseo de la madre — tener un hijo de la madre—, aceptación de la diferencia de sexos —tener un REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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hijo del padre —dar un hijo a un padre —y al ser madre, anhelar que su hijo se convierta en padre o madre. La madre es portavoz. Comenta al conjunto de las manifestaciones del niño, así como es portavoz de un orden histórico-social. La ilusión de una concordancia perfecta – entre lo que la madre cree que el niño piensa y lo que éste piensa – se rompe cuando el niño habla. El discurso materno anticipa. Transforma en formulable parte de lo indecible de lo originario. Lo originario y primario incorpora materiales que han sido metabolizados por la psique materna. Alucinar el pecho es procesar lo que amamantar significa para la madre. La sombra hablada condensa enunciados que testimonian el anhelo maternal concerniente al niño. Ilustra lo verbalizable de lo que el niño representa para el deseo inconsciente. A esa sombra hablada se dirigirá su discurso (Aulagnier, 1985). La mirada materna está marcada por su relación con el padre del niño, por su historia infantil, por su represión, por su cuerpo. Antes de devenir el yo, ya el bebé propone al investimiento de la madre su cuerpo. Su realidad corporal marca un límite a la omnipotencia materna y la hacen dudar. No. No conoce todas sus necesidades, no puede adivinar siempre lo que él espera. Convicción que habrá sido esa ilusión necesaria, sin embargo, para que ella pueda anticipar al yo que habitará ese cuerpo. Ese “yo anticipado” al que se dirige el discurso materno, inscribe al niño en un orden temporal y simbólico (Aulagnier, 1985). El “deseo de hijo” es heredero de un pasado, pero apuntando a un futuro que ningún hijo real puede saturar. Distancia deseable entre el “deseo de hijo” y del deseo por este hijo. La madre otorga deseo pero se niega a ser donante del objeto. La madre es única, pero el niño no lo es para la madre. Si bien es investimiento privilegiado, no es exclusivo, ya que ella mantiene otras relaciones, su interés por otras actividades y su investimiento narcisista. El niño no puede repartir sus investimientos. La madre los acapara, excepto ese que él destina a su propio cuerpo. Observemos una madre con su recién nacido. ¡Qué avidez la del bebé! En él sólo hay necesidad imperiosa. En ella apenas se nota, hasta tal punto está transfigurada por la ternura. El niño toma; la madre da. En él está el placer corporal; en ella, la alegría. La madre imagina por anticipado para su hijo un proyecto que lo ubica como padre o madre futuro. El niño hereda, entre otras, dos relaciones libidinales: la de la madre con su propio padre y la que vive con aquél al que le dio un hijo. El padre es el primer representante del “discurso del conjunto”. Es un referente que garantiza que el discurso materno con sus anhelos, sus exigencias, sus prohibiciones sean acordes a lo socio-histórico.

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LA TÓPICA “Multiplicidad de las personas psíquicas”: es así como Freud le transmite en 1897 a Fliess su idea de una tópica. En esa carta insiste: “El hecho de la identificación admite, quizá, ser tomado literalmente” (p. 292). Freud no conceptualizará esa “multiplicidad de las personas psíquicas” hasta un cuarto de siglo más tarde. La tópica freudiana es una pluralidad de instancias. Además del inconsciente reprimido, postulará lo inconsciente represor: aspectos inconscientes del yo y del superyó. El superyó tiene un patrimonio energético diferenciado y es definido “como una real y efectiva constelación estructural y no como una abstracción” (1932, p. 60). La tópica contiene heterogeneidad de inscripciones, así como la combinación de representaciones y de afectos. Aulagnier saca a la segunda tópica freudiana del pantano en que había caído al incorporarle elaboraciones de Lacan. El yo de Freud es complejo, tiene muchas funciones: control de la motilidad y de la percepción, prueba de la realidad, anticipación, pensamiento. Y también: desconocimiento, racionalización, defensa compulsiva. El psicoanálisis norteamericano redujo su complejidad, para quedarse solo con las funciones autónomas del yo, con su adaptación a la realidad. La oposición entre un yo-función (propenso al adaptacionismo) y un yo-representación (condenado al desconocimiento) elude la tarea de construir una metapsicología del yo que dé cuenta de la duplicidad que lo constituye. Reducir el yo a su función adaptativa implica sacrificar su dimensión historizante. Recíprocamente, hacer del yo una imagen engañosa implica subestimar su función dinámica. La tópica de Aulagnier no es una mera relectura de Freud, ni tampoco una adición de Lacan a Freud. Al recuperar la complejidad de la segunda tópica freudiana e incorporarle elaboraciones de Lacan, produjo una tópica diferente. No sólo retoma la oposición entre representación de palabra y de cosa, sino indica las modificaciones aportadas por el lenguaje. Aulagnier también le otorga un valor esencial a lo originario caracterizado por la ausencia de toda referencia que permita separar entre un polo subjetivo y un polo de exterioridad. Teorizó acerca de las relaciones entre el yo y el sujeto. El yo tiene una organización que lo diferencia de las otras instancias. El sujeto, en cambio, desborda la división en instancias y subvierte la posibilidad para el pensamiento de constituirse en organización autónoma y de no estar sometido más que a sus propias leyes. Las instancias obran cada una por su cuenta y persiguen finalidades que les son propias. Cada una implica la existencia de un mundo propio, de objetos, de modos de relación, de valoraciones que le son particulares (Hornstein, 1988). REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Aulagnier no acepta una heterogeneidad total entre sujeto y yo. La oposición entre simbólico e imaginario es interna al yo. La distinción entre simbólico e imaginario diferencia ese núcleo estable del yo de todas las figuras contingentes a las que reviste su proyecto identificatorio. Otro punto de divergencia es el lugar del pensamiento, la realidad y la historia en la teoría psicoanalítica. En tanto para Lacan la verdad del sujeto está del lado del insconsciente, el pensamiento como aprehensión ordenada y comunicable es desvalorizado. La inteligibilidad del mundo no sería otra cosa que un engaño imaginario que viene a enmascarar aquello que en la relación del sujeto con lo real excede el registro de la representación. La tópica de Aulagnier tiene tres instancias con sendos modos de representación: el proceso originario (el pictograma), lo primario (la fantasía) y lo secundario (representación ideica). El proceso primario resulta del reconocimiento de una diferencia entre dos espacios y dos deseos. Sus momentos fecundos imponen una serie de diferencias: entre dos espacios psíquicos; entre los dos representantes de la pareja parental; entre el deseo y la demanda; entre ser hombre y ser mujer, y por último, entre significación primaria y secundaria. Cuando los tres espacios se han constituido, toda información impuesta por el “afuera de la psique” será metabolizada por todas las instancias. Para el proceso originario, todo existente es autoengendrado por la psique. Para el primario, todo existente es efecto del poder del deseo del Otro. Para el secundario, todo existente tiene una causa que el discurso podrá conocer5. El yo anhela que lo “afuera de la psique” se adecue a sus construcciones. Pero lo “afuera de la psique” desmiente ciertas interpretaciones del yo sobre las causas de sus placeres, de sus sufrimientos, de sus metas. Tal resistencia obliga a que el yo reconozca esa realidad que difiere de la fantasía. El vivenciar actual no puede ser pensado bajo una modalidad solipsista. Se trata de encontrar relaciones entre los hechos (responsables de experiencias significativas) y las fantasías en el interior de las cuales se produce la inscripción de esos hechos. A esa imbricación de hechos y fantasías se le añaden las interpretaciones (insoslayables) del yo. La realidad psíquica es producto del mundo representacional así generado. ¿Cómo pensar una teoría del yo que no niegue lo insoslayable del conflicto? La Otra escena no concierne solamente a la prehistoria del yo, sino también a lo más actual de su historia. El proceso secundario establece una causalidad entre los fenómenos. El primario tiene un atributo de certeza. En cambio, la

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Remito al lector al capítulo “La subjetividad y lo histórico social” donde me extendí sobre los procesos originarios, primarios y secundarios (Hornstein, 2004).

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interpretación que elabora el yo requiere verificaciones diversas. La duda pone entre paréntesis el investimiento del enunciante y se centra en el enunciado. El yo, en adelante, no acepta una idea o la rechaza en nombre del placer o del sufrimiento que le acarrean, ni tampoco por el “valor” del enunciante. Los enunciados serán sometidos a la prueba de lo verdadero o de lo falso. Se instituye otra instancia que deberá desempeñar el papel de garante y no otra cosa que su ausencia es lo que reproduce la alienación (Hornstein, 1991).

TRAYECTO IDENTIFICATORIO La complejidad de la historia libidinal e identificatoria y sus bucles recursivos es casi traumática. Nos aturde. Nos paraliza. Echamos mano a nuestros mecanismos reduccionistas. O bien, como Ulises, nos atamos al mástil salvador de la clínica. Y seguimos pensando, asociando, dando palabras. Intentando dar cuenta. La crianza consiste en dar a un hijo primero raíces (para crecer) y luego alas (para volar). En las primeras relaciones un bebé puede experimentar la seguridad o bien el terror y la inestabilidad. En las posteriores un niño puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado. Algunos niños experimentan un equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobreprotección que los infantiliza (Hornstein, 2011). El yo resulta de la historia de las elecciones de objeto. Freud había descripto la identificación triangular en los síntomas histéricos y a la identificación narcisista le agrega una identificación primaria. Pero subraya: la identificación edípica no es sólo narcisista. No lo es porque introduce en el yo al tercero y no objeto investido. El niño ocupa lugares condicionados por el deseo materno, lugares que no propician la ruptura del vínculo sino su preservación. La identificación no es algo que ocurra de una vez y para siempre, sino un proceso que prosigue en todo vínculo investido (Hornstein, 2003). La segunda tópica concluye en los vasallajes del yo. Pobre cosa amenazada por peligros procedentes del ello, del superyó, del mundo exterior. Visión pesimista que será revisada en Inhibición, síntoma y angustia donde Freud establece un amplio cuadro de la actividad estratégica del yo y critica a una cosmovisión psicoanalítica que exagere la endeblez del yo. En 1926 salió al cruce de la lectura tendenciosa que algunos discípulos habían hecho: Entonces es atinado preguntar como se compadece este reconocimiento de la potencialidad del yo con la descripción que esbozamos, en el estudio ‘El yo y el ello’, acerca de la posición de ese mismo yo. Describimos ahí los vasallajes del yo respecto del ello, así como respecto del superyó, su impoREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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tencia y su apronte angustiado hacia ambos, desenmascaramos su arrogancia trabajosamente mantenida. Desde entonces, ese juicio ha hallado fuerte eco en la bibliografía psicoanalítica. Innumerables voces destacan con insistencia la endeblez del yo frente al ello, de lo acorde a la ratio frente a lo demoníaco en nosotros, prestas a hacer de esa tesis el pilar básico de una ‘cosmovisión’ psicoanalítica6 (P. 91).

Para muchos analistas el psicoanálisis ha devenido una cosmovisión que genera un universo ideológico que se engendra a sí mismo y que impone su idealidad sobre la clínica en lugar de sostener con ella un diálogo constante. Freud afirmó que el yo estaba sometido a vasallajes. Pero algunos entendieron que el yo estaba condenado a la pasividad negando la arquitectónica freudiana del aparato psíquico. Allí donde Freud hablaba de dependencias algunos descubrían una debilidad que era el signo de una inferioridad ontológica. El niño se va apropiando de una historia que se suma a las representaciones pictográficas y fantasmáticas. Las miradas de los otros le proponen al yo representaciones identificatorias que lo ayudan a consolidar su construcción identificatoria. El griego ha dicho que no nos bañamos dos veces en el mismo río. Cambian el río y el sujeto. La alteración es una condición del trayecto identificatorio. Uno se convierte en algo distinto (deviene otro) sin dejar de ser uno mismo, mientras que la alteridad es la condición de los vínculos no demasiado impregnados por el narcisismo. Cada fase histórica ofrece satisfacciones suficientes e insuficientes. Suficientes para que el niño presienta que la siguiente le ofrecerá otras; insuficientes, para que se preserve su interés por nuevos placeres (Hornstein, 1993). Al investir el futuro, la madre realiza una segunda anticipación. Y el niño que, apropiándose de representaciones identificatorias y su correspondiente investidura narcisista (primera anticipación) se había convertido en enunciante, también retoma por su cuenta la segunda acción anticipadora (Kaes, 1998). El yo ideal, que comenzó respondiendo al deseo materno, avanza en su construcción identificatoria. Y puede avanzar porque las relaciones de objeto resignadas produjeron identificaciones con aquellos que sustituyeron a las figuras parentales, porque las propuestas del discurso social devinieron enun-

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“Una cosmovisión es una construcción intelectual que soluciona de manera unitaria todos los problemas de nuestra existencia a partir de una hipótesis suprema; dentro de ella, por tanto, ninguna cuestión permanece abierta, y todo lo que recaba nuestro interés halla su lugar preciso. Es fácilmente comprensible que poseer una cosmovisión asi se cuente entre los deseos ideales de los hombres. Creyendo en ella uno puede sentirse más seguro en la vida, saber lo que debe procurar, cómo debe colocar sus afectos y sus intereses de una manera más acorde al fin” (Freud, 1932, p. 146).

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ciados identificantes. El ideal del yo implica proyecto, rodeo, temporalidad. Frustraciones y gratificaciones “óptimas” impulsan al niño a desprenderse de ciertas satisfacciones y lograr otras. El ideal del yo articula narcisismo y objetalidad, principio de placer y de realidad.

LA TRAMA PULSIONAL En el encuentro boca-pecho el otro es causa de la desaparición de la necesidad y causa del placer erógeno. La madre ofrece un pecho deseante, historizante e historizado. Transmite palabras, caricias, gestos, cuidados. El bebé tiene momentos fusionales con la madre, pero pasa largos períodos a solas. Esa alternancia entre fusión y separación es esencial y de su ritmo depende que el otro sea presencia estructurante en vez de presencia arrasante. Ya los cuidados maternos ejercen un mensaje socializante. La madre lo confronta a una realidad que todavía el niño no está en condiciones de entender. Pero cada hora lo está un poco más. La madre (los padres) nunca está en el justo medio. Se le va la mano de un modo u otro. Exceso de sentido, de excitación y de frustración. Exceso de gratificación y protección. El bebé necesita que la madre le filtre y le atempere los estímulos externos y que lo ayude con los internos. Que sea capaz de decodificar lo que él “oscuramente” transmite y de comprender que él necesita estimulación y quietud. Tanto la sobreestimulación como la subestimulación puede hacer que la autonomía se trabe (Rother Hornstein, 2006). En el trabajo de representación se relacionan pulsión y afecto, representación de cosa y de palabra. La representación no es un correlato psíquico de lo corporal. Supone un trámite de los “ruidos” del cuerpo y de los “ruidos” de la cultura, de la historia, del lenguaje, trámite que transforma el ruido en información. Entre el cuerpo biológico, el erógeno y el mundo representacional hay heterogeneidad y metabolización. Freud opone pulsiones de vida y de muerte. Las pulsiones de vida congregan las de autoconservación y las sexuales (objetales y narcisistas). Tienen por meta encontrar soluciones transaccionales que contemplan las exigencias contradictorias entre autoconservación, libido objetal y narcisista teniendo como horizonte las mudas pulsiones de muerte. “La meta de Eros es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón” (1938, p. 146). Analizo la frase: a) la conservación como una de las metas; b) su carácter expansivo crea “unidades” más grandes; c) la ligazón, que sostiene tanto la conservación como el carácter expansivo. La conservación se realiza a través del carácter creador componiendo formaciones más complejas. La creación de lazos se opone a la pulsión de muerte. La permanencia del pasado se opone a una reREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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novación que borrara el pasado. La pulsión de muerte desinviste al objeto, desinvestidura que amenaza a todo sustituto. “Deseo de no deseo”: será la meta de la pulsión de muerte, aspira a la desaparición de todo objeto que pueda provocar, por su ausencia, el surgimiento del deseo (Hornstein, 2006). El cuerpo es investido por el yo como origen del placer, producto del cuerpo a cuerpo con el otro y con el discurso del otro sobre ese cuerpo (el cuerpo hablado). Este cuerpo-placer es lo primero con que cuenta el yo. El placer erógeno es condición del placer narcisista o identificatorio. Pero el yo tiene tratos también con el cuerpo-sufrimiento. En esta antinomia entre investidura y desinvestidura se despliega la vida psíquica. Tánatos representa las fuerzas de la desligadura, del rechazo, del odio: “Todo ocurre como si el tener que representar, como corolario del tener que desear, perturbase un dormir anterior, un antes ininteligible para nuestro pensamiento y en cuyo transcurso todo era silencio”7 (Aulagnier, 1982). La pulsión de muerte se actualizará desinvistiendo al objeto. Y no es desvestir un santo para vestir otro ni a rey muerto, rey puesto. Esa desinvestidura amenaza todo objeto, todo encuentro, toda experiencia que para poseer existencia psíquica exigen la actividad de ligadura propia de Eros. Lo deseado no es la muerte, sino ese antes del deseo. Eros puede imponerse sólo si la espera de placer no se prolonga. Por el sufrimiento, que promueve desinvestidura, puede colarse la pulsión de muerte. Sólo con sufrimiento se diferencia entre realidad y fantasía. Pero el exceso de sufrimiento puede desinvestir la causa del sufrir. Si se preserva un proyecto erótico se puede investir ulteriormente. No otra cosa es el trabajo de duelo. La memoria es un sistema múltiple de huellas que se reactualizan y se retraducen unas a otras en los diversos sistemas. Si bien Freud conceptualizó la represión como una falta de traducción, introdujo un “más allá del principio de placer” en el cual predomina lo traumático, la desligadura y lo vinculó a la pulsión de muerte. La represión implica un olvido conservador: lo reprimido perdura en la psiquis8, mientras que la pulsión de muerte desin-

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Las interpretaciones actuales de la pulsión de muerte hacen evidente el estallido del campo posfreudiano. “Por lo que concierne a la pulsión de muerte, señalemos que ninguno de los sistemas teóricos posfreudianos hace suya la letra de la teoría freudiana (p. 66).” Green, propone la hipótesis de que la perspectiva esencial de las pulsiones de muerte es la desobjetalización; “esta cualificación permite comprender que no es solamente la relación con el objeto la que se ve atacada, sino también todas las sustituciones de éste” (Green, 1986, p. 66). “La agencia representante de pulsión se desarrolla con mayor riqueza y menos interferencias cuando la represión la sustrajo del influjo conciente. Prolifera, por así decir, en las sombras […]. Esta ilusoria intensidad pulsional es el resultado de un despliegue desinhibido en la fantasía y de la sobreestasis (Aufstauung) producto de una satisfacción denegada”. (Freud 1915, p. 144)

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viste y destruye las huellas. Produce huecos de memoria que dificultan el trabajo de rehistorización. De ahí que la tarea del psicoanalista no consista solo en recuperar una historia sino en posibilitar simbolizaciones estructurantes (Hornstein, 2003). A la pulsión de muerte algunos psicoanalistas la han borrado de la teoría. Otros psicoanalistas la endiosan. La endiosan tanto que no saben cómo explicar lo nuevo. Pase lo que pase, todo, lúgubremente, es una reactualización de lo que ya se vivió en la infancia. No hay vivencias nuevas, ni vínculos nuevos. La compulsión de repetición es una simbolización que se repite. Pero ¿toda simbolización está condenada a la repetición? Después de Freud, el énfasis puesto en la pulsión de muerte ha impedido discernir cómo el interior de la repetición está afectado por la diferencia. Esa simplificación del psicoanálisis convirtió las determinaciones infantiles en fatales. Si todos los analizandos están en manos del Destino, ¿para qué analizarlos? ¿Solamente para ayudarlos a soportar el Destino? Tal como lo pienso, un tratamiento psicoanalítico implica el advenimiento de lo nuevo. Habrá que optar entre un psiquismo determinado y un psiquismo aleatorio. Habrá que desbaratar falsos dilemas: orden/desorden, sistema/acontecimiento, permanencia/cambio, ser/devenir. Acostumbrarse a lo impredictible, a lo azaroso, al desorden, como lo hacemos en la clínica (Castoriadis, 1977). Agradezcamos a los filósofos de la teoría de la complejidad que nos ayudan a pensar lo actual, en la teoría y en la clínica, como nunca fue pensado antes. Un bucle autoorganizador reemplaza la linealidad causa-efecto por la recursividad. Los productos son productores de aquello que los produce.

LO HISTÓRICO SOCIAL El yo no es innato, el yo nace de otro. Tiene como referencia su propia historia, pero también las miradas ajenas: articulando su propio reconocimiento y el reconocimiento que le brindan los otros. Las imágenes que “devuelve” el otro acerca de quién es yo logran (a veces, no siempre) hacer menos angustiante la interrogación. Pero la duda está siempre presente y las certidumbres acarrean el riesgo de cierta mutilación de la movilidad identificatoria. Cada vez más los enunciados que se refieren al yo y lo definen ya no dependen del discurso de un otro, sino del “discurso del conjunto” (Aulagnier, 1975). Gracias al narcisismo trófico, el yo mantiene la cohesión, la estabilidad (relativa) del sentimiento de sí y la valoración del sentimiento de estima de sí. El narcisismo trófico nutre al psiquismo: conforma al yo, los ideales, las ilusiones y los proyectos. (Hornstein, 2000) REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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El yo inaugura un tiempo historizado. El niño va ingresando en espacios extrafamiliares que lo enfrentan a nuevas exigencias, a un discurso diverso a aquel que había predominado hasta entonces. El yo va por más. Exige nuevos espacios y nuevos destinatarios. Les demanda placer y reconocimiento narcisista. El primer espacio es el familiar. El segundo es, para el niño, el medio escolar; para el joven, la relación con los amigos, y para el adulto, el medio profesional. Un tercer espacio de investimiento es lo histórico-social y, en particular, una subcultura con la que se comparten intereses, exigencias y esperanzas (profesión, comunidad, clase social). La subjetividad no está aislada ya que interactúa con el medio a través de un constante intercambio. La noción de internalización era tan cómoda que debió llamarnos la atención. Hoy por hoy es insostenible. Pero ya en “Duelo y melancolía” (1917), o sea, hace muchos años, Freud había postulado que el sujeto está en un proceso de autoorganización permanente (p. 248), lo que hoy llamamos un sistema abierto. Freud lo dijo. No es una lectura proyectiva. Si no lo escuchamos, si lo escuchamos pero no lo entendimos, si no lo pusimos en práctica, fue porque no pudimos. El sujeto no es un átomo social, sino una “unidad heterogénea”. Una subjetividad encarnada y socializada, biológica y simbólica. Lo histórico social no es una simple fuerza exterior: impregna al niño desde el nacimiento un conjunto de ideologías y prácticas. El conjunto incluye normas, valores, lenguajes, herramientas, procedimientos y métodos de hacer frente a las cosas y hacer cosas. Lo social transforma la materia prima humana en sujeto social (Castoriadis, 1997). Hubo una concepción ingenua de la historia. Vino a reemplazarla una concepción desencantada. Para algunos filósofos agoreros, no existe lo social-histórico, el pensamiento y la praxis lúcida. En un comienzo, el pensamiento postmoderno atrajo a las minorías (mujeres, afroamericanos, homosexuales, etc.), con su entusiasmo por el derecho a ser diferente. Sigamos buscando, porque el mero alentar las diferencias nos conduciría a un pulular de soledades. “Dios ha muerto, el sujeto ha muerto, y yo no me encuentro nada bien”, decía un graffiti. ¿Estamos en contra del posmodernismo? La modernidad identificó la inteligencia con la razón, cuya meta es la universalidad, y la posmodernidad con la creación estética, pura diferencia. No tenemos por qué optar. Hace rato que se dice que la inteligencia consiste en resolver problemas. ¿Qué problemas? Los problemas que nos importan son complejos, afectan varias galaxias: miedos, esperanzas, amores, odios. Pensar que jugar bien al ajedrez es una demostración de inteligencia mientras que plasmar una vida afectiva feliz es un asunto sentimental, bueno, pensar así quizá no sea pensar (Hornstein, 2011). El que tenga una praxis lúcida, que desmienta tanta posmodernidad. Tendrá que estar al día en su concepción del sujeto. No para reflotar el orondo

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personaje de la modernidad, aquel tipo consciente, autónomo, transparente para sí mismo dotado de libre albedrío y dueño de su destino. Hoy el sujeto navega en un mar de contradicciones, donde no faltan “márgenes de maniobra”. Los márgenes de libertad no implican ausencia de coerciones sino, por el contrario, que las coerciones son muchas y variadas. En consecuencia la subjetividad es llevada a tomar decisiones, a elegir dentro del espacio creado por las contradicciones que lo atraviesan. El sujeto es un sistema abierto en tanto lo autoorganizan los encuentros, vínculos, traumas, realidad, duelos y él recrea aquello que recibe. Es un sistema cerrado, con poco y nada de abierto, en algunas patologías (melancolía, paranoia). Y todo sujeto tiene algo de sistema cerrado. Al sistema cerrado lo debemos distinguir del “sujeto encerrado” por teorizaciones “encerrantes” que suponen que no hay novedades, que no hay azar. DESCRIPTORES: TEORIA PSICOANALÍTICA / SUBJETIVIDAD / PULSIÓN / PROYECTO IDENTIFICATORIO.

AUTOR–TEMA: AULAGNIER PIERA. KEYWORDS: PSYCHOANALYTIC THEORY / SUBJECTIVITY / DRIVE / IDENTIFICATION PROJECT. AUTOR–TEMA: AULAGNIER PIERA. PALAVRAS CHAVE: TEORIA PSICANALÍTICA / SUBJETIVIDADE / PULSÃO / PROJECTO IDENTIFICATÓRIO.

AUTOR–TEMA: AULAGNIER PIERA.

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Análisis, pulsión y uso de objeto en D.W. Winnicott * Julieta Bareiro

La clínica del psicoanálisis ha presentado diversos desafíos desde las propuestas desarrolladas por Freud a finales del siglo XIX. Uno de sus mayores aportes fue la conceptualización de la pulsión y sus efectos no sólo en la subjetividad, sino en el plano mismo de la praxis analítica. La definición de la pulsión de muerte planteada en Más allá del principio del placer en 1920 produjo un nuevo dualismo pulsional que condujo por un lado, a una nueva manera de comprender la clínica y sus avatares, y por el otro, una manera inédita de advertir el malestar en la cultura. Este famoso “giro de 1920” provocó una serie de reacciones contrapuestas en relación a su recepción. Roudinesco y Plon señalan que: “la repercusión iba a ser inmensa, tanto por sus efectos sobre el pensamiento filosófico del siglo XX, como por las polémicas y rechazos que esta tesis suscitaría en el seno mismo del movimiento psicoanalítico” (2005, p. 887). A pesar de su carácter controversial, seguidores de Freud tales como M. Klein y J. Lacan, que destaco entre otros, aceptaron y desarrollaron esta última elaboración sobre las teorías de las pulsiones. Así, por ejemplo, para M. Klein (1930) la pulsión de muerte emerge desde el origen de la vida. Y Lacan (1964), por su parte, la considera bajo la perspectiva de lo real. De esta forma se abrían para el futuro del psicoanálisis singulares maniobras y reflexiones clínicas a partir de los últimos aportes freudianos. Sin embargo, esta aceptación, al igual que en 1920, no iba a resultar unánime. En sus contribuciones sobre el desarrollo de la subjetividad y las relaciones de objetos, Winnicott cuestiona la variante genética de la pulsión en general y la legitimidad de la pulsión de muerte, en particular. Este trabajo se presentará de la siguiente manera: en el primer punto se desarrollará la forma en que Winnicott conceptualiza la pulsión. En un segundo punto, cómo piensa la cuestión de la agresividad y en el tercero, cómo el analista aparece en relación a la destructividad potencial en su emergencia

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como objeto de uso. Finalmente, en las conclusiones se intentará dar cuenta de las tres partes trabajadas.

1. LA PULSIÓN EN WINNICOTT Un punto importante en la obra de Winnicott es su interpretación de la pulsión. Se puede entender que acepta esta noción pero, curiosamente, no le otorga el mismo sentido que Freud. Para Winnicott, lo originario es la pareja de crianza y aboga por la idea de que al comienzo no hay un bebé en soledad, sino fusionado con otro. Los procesos de integración son los que, paulatinamente, van dando lugar a la fuerzas pulsionales. Aquí, el concepto de ego va a incluir la pulsión1: “En las primerísimas fases del desarrollo de un niño, por tanto, la funcionalidad del ego debe ser tomada en calidad de concepto inseparable del de la existencia de la criatura en tanto que persona. Podemos hacer caso omiso de la vida instintiva que pueda haber aparte de la funcionalidad del ego, ya que la criatura todavía no es una entidad que viva unas experiencias. No hay id alguno antes del ego” (1965 p. 65).

Nótese cómo se subvierte la idea de que al comienzo habría una pulsión originaria y dual tal como plantea Freud. Para Winnicott, al inicio el bebé se encuentra en un estado de pura necesidad de ser cuidado y de dependencia al ambiente. La problemática de la pulsión recién surge a partir de la integración del ego como cambio cualitativo. Incluso, plantea que de no mediar éste, la cuestión pulsional “puede ser tan externa como puedan serlo los truenos o los golpes. El ego de la criatura está haciendo un acopio de fuerzas y, por consiguiente, acercándose a un estado en que las exigencias del id serán percibidas como parte del ser, en lugar se serlo como factores ambientales” (1965, p. 171). Para este autor, primero están las necesidades de ser y existir y luego las satisfacciones de la pulsión. Es decir, no es la satisfacción instintiva el factor primordial para que un bebé empiece a ser.

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Sin embargo existe un problema terminológico: la traducción de trieb por instinct o drive. Levin de Said establece que Winnicott “denomina instinto (instinct) a las poderosas mociones biológicas (drive) que van y vienen en la vida del bebé y del niño y que demandan una acción. No obstante, no considera necesaria una clasificación del instinto. Sí le importa “la elaboración imaginativa del funcionamiento corporal”, concepto intrínsecamente ligado con el de “ausencia”. Dicha idea posee imágenes cercanas al concepto de trabajo de la pulsión de Freud como exigencia de trabajo” (2004, p. 90).

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Sin embargo también reconoce que esta fuerza está al comienzo de la existencia del bebé, incluso en la misma gestación2. Se trata de una energía que va desde la musculatura hasta caminos cada vez más sofisticados, como la creación de objetos. Al comienzo: “está basada en las funciones relacionadas con la alimentación. Predominan intereses vinculados a la boca y las manos, y, gradualmente, a las funciones excreticias también. A los cinco meses, al relacionar la excreción con la alimentación, el bebé adquiere una inicial visión de su mundo interno, que se experimenta como vivencia psicosomática y se extiende a lo largo del cuerpo. Todas las funciones tienden a poseer una cualidad orgiástica, en tanto incluyen fases de excitación y preparación locales” (1968, p. 31).

A medida que el infante crece estas experiencias corporales, más la relación con el ambiente, van dando lugar a vivencias más sutiles3. Así, toma valor la cuestión del self como una unidad integrada, que en varias ocasiones Winnicott acerca a la noción de Yo4. No obstante, este Yo no es el de la instancia psíquica freudiana. Tiene más relación con los procesos de maduración en el sentido de la identidad. Cuando de la no-integración se avanza hacia una progresiva integración, crece lo que denomina núcleo del propio ser como fuerza motora. Ésta avanza en un continuo devenir desde la pura potencialidad del ser5. Sin embargo, lo originario tiene que ver con estas condiciones de vivir y que, en todo caso, la experiencia –incluida la de la fuerza pulsional– no existe sin un yo que la posibilite. La inversión de la metáfora del caballo que utiliza Winnicott para distanciarse de la sobredeterminación pulsional de Freud resulta ilustrativa. En “la localización de la experiencia cultural” de Realidad y Juego (1971) se pregunta qué se entiende por vida y cuándo es que un sujeto comienza a ser. Desecha la idea de que lo instintivo domine y advierte sobre la peligrosidad que implicaría para los fenómenos

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“Existe una pulsión biológica tras el progreso” (1979, p. 38). Habría en la cuestión pulsional en Winnicott una fuerza biológica, por decirlo así, más cercana a Freud que sin embargo no es sin la historicidad propia del sujeto que le da marco y sentido. “Esta confusión hace que muy frecuentemente la manera que usa Winnicott el término “yo” sea intercambiable con el vocablo más propio de self. Es excepcional que Winnicott se refiera al yo como una provincia o instancia psíquica a cargo de otras funciones, y lo emplee en cambio cuando quiere destacar que un proceso es subjetivo, no impersonal, es decir, que hace comparecer a alguien. Pero estos virajes que se dan sin avisar y sin tomarse el trabajo de una explicitación pueden confundir al lector” (Rodulfo, 2009, p. 230). Hay que recordar que una parte central del ser queda, en términos de Winnicott, nointegrada y es lo que da lugar a lo informe.

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transicionales. La figura no es que el caballo domine al jinete, sino que el jinete es quien domina finalmente al caballo. El interesante corrimiento que hace Winnicott de la teoría tradicional psicoanalítica es que el acento está en la creación y no en el instinto. Rodulfo, por ejemplo, opina que Winnicott: “rehúsa hacer comenzar las cosas por el Ello. Para él la idea de una instancia impersonal, de una pulsionalidad anónima (y no sólo descentralizada), es totalmente incompatible con la idea de experiencia que, como tal, no puede ser sino un índice de subjetividad-subjetivación. Debería haber introducido allí, entonces, su propio término de self. En lugar de eso, vuelve la segunda tópica contra sí misma, enfatizando que sin Yo no hay experiencia, y que el Ello es relativo a este Yo” (2009, p. 230).

Otros autores, como Levin de Said (2004), entienden que la cuestión de la pulsión freudiana aparece vinculada a la fuerza vital, que encuentra comparable a las mociones eróticas y agresivas que recorren diversos caminos. En este sentido, plantea que el vocabulario winnicotteano utiliza más la idea de impulsos instintivos que el término pulsión. Y que éstos, en todo caso, se encontrarían más ligados a los elementos masculinos. Por su parte, Davis y Wallbridge deducen que “como el Ello de Freud, el propio ser central de Winnicott es la fuente de energía y espontaneidad. Pero Winnicott no otorga la misma primacía que Freud a las pulsiones sexuales y agresivas: las considera más bien tributarias de los procesos de maduración (…) Winnicott entendía que, antes que pudiera hacer uso alguno de esos instintos, tenía que estar como una persona vivenciante, por más rudimentaria que fuera” (1981, p. 45). Es claro que en la recepción de la obra habría acuerdo en cuanto a lo no originario de la pulsión. En su lugar se ubica la cuestión del núcleo del ser como fuerza vital y al desarrollo del yo como mediador de las experiencias pulsionales. Para comprender un poco mejor esto, hay que tomar en cuenta que Winnicott rechaza la idea de una pulsión de muerte. Para él, el organismo no “busca morir a su manera”, sino “estar vivo, cuando lo encuentre la muerte” (1987, p. 42). Aquí no habría lugar para lo tanático que, contrapuesto a las pulsiones de vida, “tiende a la reducción completa de las tensiones; es decir, a devolver al ser vivo al estado inorgánico” (Laplanche y Pontalis, 1967, p. 336). Por el contrario, la idea de muerte en Winnicott no partiría del ser, ya que éste busca la continuidad, sino que tendría el sentido de reacción frente a una falla extrema del ambiente. Lo novedoso es que en lugar de un dualismo pulsional propone una agresividad primaria. Ella contiene componentes amorosos como destructivos que al comienzo lo son “por azar”. Aquí lee a Empédocles para entender que el dualismo pulsional no es sino: REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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“…uno de los fenómenos integradores del desarrollo de la fusión de lo que aquí me permitiré a mí mismo llamar instintos de vida y de muerte (de amor y de discordia en Empédocles). El eje de mi argumentación es que la primera moción es, en sí misma, una sola, es algo que yo llamo destrucción, pero también podría haber llamado moción combinada de amor y discordia. Esta unidad es primaria. Es lo que sale a relucir en el bebé, por los procesos naturales de maduración.” (1989, p. 292).

Lo que se encuentra en este pasaje podría pensarse como un giro conceptual que ubica a la agresividad como fuerza vital. Esta fuerza agresivamente amorosa sólo lo es como potencialidad. No habría antítesis entre vida o muerte, ni mezcla ni desmezcla pulsional. Es una potencia que incluye tanto a una como a la otra, pero orientada hacia una creatividad que toma impulso de esa misma agresividad. Aquí entra la cuestión del ambiente como marco y sostén. Un ambiente lo suficientemente bueno da lugar a la experiencia del ímpetu vital. Los objetos, si todo va bien, son creados y potencialmente destruidos por esta fuerza: “No es dable enunciar esta unidad mocional, sin hacer referencia al ambiente. La moción es potencialmente destructiva, pero que lo sea o no dependerá del objeto: ¿el objeto sobrevive; o sea, conserva su carácter, o reacciona? (…) En este grado extremo de provisión ambiental, el bebé prosigue siguiendo una pauta de desarrollo de su agresividad personal, que sirve de telón de fondo a una continua fantasía (inconsciente) de destrucción” (Winnicott, 1989, p. 292).

El sentido de la frase sugiere que: a) la pulsión como fuerza adquiere un cariz de agresividad creadora primaria; b) ésta permite la continuidad de la existencia y la constitución de los objetos y; c) no es sin el ambiente. Asimismo, la agresividad resulta dadora de alteridad en la medida en que el objeto resista esta potencia. Vale decir, instaurar la diferencia yo/no yo. Para dar cuenta de ello, Winnicott lee en Fairbain que la libido es buscadora de objeto. De ser así, concluye, la satisfacción de los impulsos está vinculada a la culminación una vez que habría encuentro entre objeto y sujeto (Levín de Saíd). En la medida en que el objeto resiste –es decir, sobrevive– este encuentro nunca es total. Más que el objeto de satisfacción lo que hace a la alteridad es un objeto de oposición. La agresividad del lado del niño hace un corte en la fusión con el objeto subjetivo. Esta disrupción depende de un objeto que se distinga con relativa ajenidad. Si el objeto sobrevive el niño convive con otros objetos distintos de él. La agresividad se mantiene como un continuum que, en tanto creatividad vital, permite habitar el mundo de manera personal.

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Por último, como se ha mencionado antes, la agresividad instintiva y sus avatares hace al problema del diagnóstico: si la experiencia de destrucción fue con complicidad del objeto –por decirlo así– para ser destruido, el niño puede experimentar la actividad creadora en un mundo junto con otros. Sin embargo, si el ambiente reacciona, “el bebé jamás puede experienciar esta raíz personal de la agresión o fantasía destructiva, o hacerla suya, o ser movida por ella; y, por consiguiente, jamás puede convertirla en la destrucción inconsciente, en su fantasía, del objeto libidinizado” (Winnicott,1989, p. 293). En este sentido, el problema de la psicosis se relaciona con etapas primitivas del orden de la necesidad de ser y de experiencias con objetos que sean algo más que proyecciones6. Para Winnicott, en las psicosis hay un fracaso del ambiente que hace que el sujeto se halle subsumido a una relación de objeto desprovista de alteridad.

2. AGRESIVIDAD Y USO DE OBJETO El problema de la agresividad ha sido pensado tradicionalmente como reacción frente al principio de realidad. Para Winnicott, la agresión o destructividad no están del lado de la pulsión tanática freudiana7. Tampoco acepta que la concepción kleiniana de la envidia del objeto bueno (parcial o total) conduzca a la destructividad desde el comienzo de la vida. A su juicio, la agresión se podría reconducir a la motilidad prenatal del infante8. Y en todo caso, posibilita la inclusión del otro (la madre) en la relación del cuerpo con las experiencias originales de amor. La paradoja está en que el bebé no se percata de ello debido a la fusión original que no distingue entre uno y otro9. A su vez, la agresividad remite también a variantes funcionales subjetivas. Está íntimamente relacionada con la capacidad de usar objetos, lo que implica la aceptación de la existencia de éste como perteneciente a la realidad compartida. Para ello debe darse el pasaje de la relación de objeto (objeto

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La etiología de estos trastornos nos lleva inevitablemente a etapas que preceden a la relación triangular. “El extraño corolario es que en la raíz de la psicosis hay un factor externo” (Winnicott, 1989, p. 293). “El concepto de instinto de muerte se podría caracterizar como una reafirmación del principio del pecado original” (Winnicott, 1971, p. 100). “A los impulsos del feto, a lo que concurre al movimiento por contraposición a la quietud, a la condición viva de los tejidos y a las primeras muestras de erotismo muscular. Aquí necesitamos de un término como fuerza vital” (Winnicott, 1968, p. 103). “Todos estos impulsos agresivos en el recién nacido pueden ser vividos por la madre como crueles, hirientes o peligrosos, pero no existe intencionalidad en ellos” (Bouhsira y Durieux, 2004, p. 116).

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subjetivo) al uso de objeto (objeto de uso). El proceso sería el siguiente: “El sujeto se relaciona con el objeto y luego el sujeto destruye al objeto (en cuanto se vuelve exterior) y después el objeto sobrevive a la destrucción por el sujeto. Pero puede haber supervivencia o no. El sujeto dice al objeto ‘te he destruido’ y el objeto se encuentra ahí para la comunicación. En adelante el sujeto dice ‘¡Hola objeto!’ ‘Te he destruido’ ‘Te amo’ ‘Tienes valor para mí por haber sobrevivido a tu destrucción por mí’ ‘Mientras te amo te destruyo constantemente en mi fantasía’ (inconsciente) Aquí comienza la fantasía para el individuo. Entonces el sujeto puede utilizar el objeto que ha sobrevivido (…) Gracias a la supervivencia del objeto el sujeto puede vivir una vida en el mundo de los objetos (…) A partir de entonces, cuando se ha llegado a esta etapa, los mecanismos proyectivos colaboran en el acto de percibir que hay objeto (¿) ahí, pero no son la razón de que el objeto se encuentre ahí” (Winnicott, 1971, pp.121-122).

Para Winnicott, la paradoja de la destrucción y supervivencia del objeto conduce al reconocimiento de la realidad y a la distinción entre lo íntimo y lo externo. La destrucción es un logro porque el niño ha asumido el riesgo de la agresividad y asume también la tolerancia a la ambivalencia. Tal como concebía el proceso, la utilización del objeto no es la explotación de éste sino el desarrollo del potencial creativo. Esta relación con el objeto (que puede ser destruido en la fantasía pero a la vez sobrevive en la realidad) autoriza al sujeto a sentirse libre para ser creativo y para experimentar tanto su propia autenticidad como la del objeto. La capacidad de destruirlo indica la de vivir creativamente como ser separado (Bouhsira y Durieux, 2004). Aquí Rodulfo considera que para lograr la separación que hace “a lo mío y lo que es distinto de mí” el objeto debe resistir en el sentido de mostrarse ajeno y diferente. Es a partir de este logro o fracaso que Winnicott va a pensar las consecuencias clínicas10. Nótese la importancia del ambiente en este tipo de experiencias. Davis y Wallbridge plantean que el uso de objeto se escenifica en una secuencia en tres tiempos: “yo”; “yo/no-yo” y “no-yo” con

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Rodulfo afirma que “de no manifestarse alguien que oponga resistencia a la manipulación, alguien que no se deje tratar de cabo a rabo como objeto –o como Winnicott llama objeto subjetivo –aquel hallará muy dificultadas las cosas. Es imprescindible que algo del otro en el otro se comporte como distinto. De nuevo paradójicamente esto debe darse en la experiencia de fusión. La diferencia debe ser creada en el seno de ella, no se la puede encontrar como un dato de la realidad, ya que la realidad puede ser por entero colapsada fantasmáticamente” (2009, p. 152-153).

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insistencia en este último porque indica la supervivencia del objeto. A partir de allí, bajo el proceso de destrucción y supervivencia, el objeto se vuelve usable y disponible. Esta cualidad se hace extensible al uso de un mundo de objetos, personas y cosas permanentes. El paso de la relación al uso hace que la agresividad dirigida a la destrucción mágica pueda ser sobrellevada por el niño en la medida en que se vuelve capaz de tolerar su propia agresividad. Para Davis y Wallbridge: “En el curso del tiempo el niño pone su conducta destructiva bajo control y utiliza su agresividad, que tanta espontaneidad y fuerza vital conlleva, no sólo al servicio del odio (y en consecuencia al amor, que es el otro lado de la medalla), ni sólo contra lo que verdaderamente amenaza desde el exterior, sino también para realizar sus propósitos y metas en la vida y para conservar un sentimiento de realidad. Entretanto es la pauta de desarrollo de la agresividad personal que proporciona el fondo de una continuada fantasía inconsciente de destrucción la que guía el crecimiento por uso de objetos” (1981, p. 91).

Sobre este tema el aporte del Grupo canadiense de estudios sobre Winnicott dirigido por Melded-Posner y colaboradores es el siguiente: “Para Winnicott, sin agresividad no hay amor y no puede haber sujeto ni objeto; así como tampoco realidad y creatividad. Al comienzo, la creatividad y la agresividad existen de modo potencial; en el individuo sano se vuelven realizaciones. El reconocimiento de la agresividad personal y del potencial de destructividad de alguien, la aceptación de esa destructividad así como el reconocimiento de sus orígenes y de sus lazos con el amor primitivo, conducen a la posibilidad de vivir creativamente y con entusiasmo. Juntas, creatividad y agresividad desempeñan roles profundos y fundamentales. En el niño, dinamizan el desarrollo y el crecimiento. En el adulto, hacen posible una existencia de autenticidad” (2004, p. 129)

Ahora bien, lo que se puede establecer es la relación que existe entre la agresividad primaria, la alteridad y la constitución de los objetos. Es posible hallar la misma correspondencia en el modo en que Winnicott entiende su clínica. En efecto, el modelo de análisis y de todos aquellos elementos que le pertenezcan están inspirados en esas primeras vivencias del lactante y su entorno. El camino que el niño hace hacia el desarrollo de su propia subjetividad es semejante a lo que se pone en juego en el encuadre analítico. La problemática que todo paciente lleva a su tratamiento implica de alguna manera cuestiones referidas a la propia existencia. Winnicott entendía que REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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en los inicios de la vida se ponían en relación los vínculos entre el mundo y el niño y que ambos iban constituyéndose recíprocamente. En el análisis, entonces, esa particular relación vuelve a manifestarse a través del lazo entre analista y paciente. Dentro de esta relación vuelve a ponerse en juego la cuestión del uso.

3. EL USO DE OBJETO COMO “MOMENTO” DEL ANÁLISIS Si Winnicott establece que todo análisis se desprende de la posibilidad del paciente de usar objetos, y que la tarea del analista es provocar, por decirlo así, su uso ¿es el uso un momento ineludible en la clínica? Winnicott diría que sí. Este pasaje se ubica en la clínica winnicotteana sobre el pivote de la transferencia, en virtud de que el analista está “allí para ser usado” (1971). La frase indica, al menos, dos cuestiones: presencia (allí) y función (para ser usado). La primera se ordena a partir de la máxima freudiana de que no puede haber transferencia ni sepultamiento de ella in absentia o in effigie (1912), fórmula que alude a que la labor analítica es dentro de ese mismo setting y no por fuera de ella. Aquí, emerge, winnicotteanamente, el análisis como un juego de a dos. La segunda parte (para ser usado) describe que el trabajo del analista es el de llevar al paciente a la experiencia de uso. Esto es: ser objeto de la experiencia de destrucción y sobrevivir a ella, acontecimiento que permite desde la edición11 de experiencias en los trastornos psicóticos y border, hasta la transferencia en el sentido clásico, por decirlo así, de las neurosis. En el tratamiento uso, toma el prototipo de lo que “el bebé hace de la madre en una experiencia sana con ella” (Winnicott, 1989, p. 279). Esta imagen remite a cuestiones vinculadas a la madre objeto y a la madre ambiente, que han sido señaladas en los puntos anteriores. Lo importante de destacar, en definitiva, es qué hace que el análisis sea posible. Winnicott advierte que prolongados tratamientos nunca fueron analíticos si el analista nunca facilitó la cuestión del uso, lo que plantea como diferencia entre uso y no-uso. El primero alude a las posibilidades de transferencia y trabajo terapéutico, mientras que el segundo sería un autoanálisis. Aquí, la posibilidad del analista de ser usado y su supervivencia se ponen en juego en un momento crucial del análisis: su establecimiento. Esta experiencia debe ser sostenida por el analista y atravesada por el paciente en este sentido: uso de objeto alude a la capacidad

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Nemirovsky plantea la edición que, diferente a la reedición transferencial, “posibilita el registro de lo aún no vivenciado, para la posterior integración en el self” (2007, p. 199).

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del paciente; y objeto de uso, a las habilidades del analista. Ambos términos no son idénticos, pero sí familiares: pertenecen a una lógica analítica donde las dos partes asumen desafíos inherentes a sus propios roles12. Esta idea resulta fecunda en la medida en que habría un momento, o momentos, donde la cuestión del uso denotaría cierta habilitación al trabajo terapéutico. En efecto, todo análisis presentaría, bajo transferencia, experiencias donde se ponen en juego la agresividad, la alteridad y la tolerancia del ambiente. La suma de estos factores se conjuga en el problema de la existencia mediante la destructividad potencial. Sin embargo, Winnicott percibe que el desafío es inherente a todo tratamiento y resulta un reto que todo analista debe tanto propiciar como resolver. Si esto es posible, algo de la alteridad se pone en juego y, entonces sí, la agresividad puede encontrar un curso creativo y el analista puede ubicarse como objeto de uso en transferencia. El usar y sus consecuencias señalan tanto un cambio en el horizonte del análisis, como de su progreso y fin. Estos momentos estarían enfatizados por la apuesta, por decirlo así, del analista a ser usado13. Winnicott explica que usar significa hasta gastarlo (1989, p. 279), frase que adquiere sentido en términos transferenciales. Esta idea sugiere cierta pérdida de la significatividad de la figura del analista a lo largo del tratamiento y, a su vez, la emergencia de la “capacidad de jugar a solas, en presencia de alguien”, por parte del paciente. Que el analista se desgaste como objeto, indica cierta decadencia de su valor, lo que sugeriría una dirección hacia un fin del análisis, en la medida que el paciente va “soltando” esa dependencia al ambiente terapéutico. Vale recordar que, para este autor, “el vivir mismo es la terapia que tiene sentido” (Winnicott, 1971, p. 119).

4. CONCLUSIONES En este trabajo se intentó realizar un recorrido en el cual a partir del modo en que Winnicott entiende la agresividad se organiza la clínica. Si bien rechaza el carácter originario de la pulsión y, sobre todo, la conceptualización de una pulsión de muerte, llama la atención cómo la agresividad tiene un factor nodal no sólo en la subjetivación del niño winnicotteano, sino en la praxis misma. Esta destructividad potencial, creativa y creadora, posibilita12 13

“¿No ocurre acaso que antes del pasaje hacia el uso, el paciente (sujeto) protege al analista (objeto) de ser usado? En el caso extremo, el sujeto queda con un objeto ideal, o con un objeto idealizado, perfecto e inalcanzable” (Winnicott, 1989, p. 280). “Y quizás el mayor cumplido que puede hacérsenos es que somos a la vez encontrados y usados” (Winnicott, 1989, p. 279).

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dora de la alteridad, no es producto de la pulsión. Novedosamente en Winnicott se constituye como su punto de partida. Esta idea indica que la pulsión no tiene el mismo carácter a priori propuesto por Freud. Sólo en la medida en que la pulsión logre integrarse al ego adquirirá el valor energético y de empuje conceptualizado tradicionalmente por el canon psicoanalítico, lo que implica una subversión de la lógica freudiana. En la constitución de los objetos la pulsión ya integrada al ego permite no sólo la posibilidad de crear, sino de establecer relaciones de alteridad creciente con el mundo y los otros. Este proceso es posible en la medida en que la agresividad somete a prueba la exterioridad y supervivencia de los objetos. En la relación analítica la cuestión del objeto de uso pone de nuevo en relieve esta agresividad potencial. En ella se escenifica la existencia y permanencia del analista y las posibilidades del análisis. Que el analista se preste para ser usado no sólo indica una operatoria que habilita la transferencia, sino que señala su ética y las posibilidades del fin de análisis.

RESUMEN El presente trabajo tiene por propósito articular una serie de conceptos y fenómenos propios de la clínica psicoanalítica, tales como análisis, pulsión, y uso de objeto. Y particularmente, como éstos se articulan en el psicoanálisis desarrollado por D.W. Winnicott. Justamente, a la hora de definir la agresividad y la cuestión del uso en la praxis, el autor inglés nos propone una novedosa manera de comprender la clínica y teorizar la pulsión freudiana. DESCRIPTORES: PULSIÓN / AGRESIVIDAD / USO DEL OBJETO / YO / INTEGRACIÓN / NECESIDAD / SER.

SUMMARY Analysis, drive and use of the object in D.W. Winnicott The purpose of this paper is to articulate a set of concepts and phenomena in clinical psychoanalysis, such as analysis, drive, and use of the object. And particularly, how these concepts are articulated on D. W. Winnicott s psychoanalysis develop. Precisely defining the aggressiveness and the issue of use in practice, the English author proposes a new way to understand the clinical and Freudian instincts theorizing KEYWORDS: DRIVE / AGGRESSIVITY / USE OF THE OBJECT / EGO / INTEGRATION / NEED / BEING.

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RESUMO Análise, pulsão e uso do objeto em D.W. Winnicott O presente trabalho tem como objetivo articular uma série de conceitos e fenômenos próprios da clínica psicanalítica, tais como análise, pulsão e uso do objeto. E, especialmente, como estes se articulam na psicanálise desenvolvida por D.W. Winnicott. Justamente, na hora de definir a agressividade e a questão do uso na práxis, o autor inglês nos propõe uma nova maneira de compreender a clínica e teorizar a pulsão freudiana. PALAVRAS CHAVE: PULSÃO / AGRESSIVIDADE / USO DE OBJETOS / EGO / INTEGRAÇÃO / NECESSIDADE / SER.

Bibliografía Bouhsira, J y Durieux, M.C. (2005): Winnicott insólito, Buenos Aires, Nueva Visión. Davis, M y Wallbridge, D. (1981): Límite y espacio, Buenos Aires, Amorrortu. Freud, S. (1912): “Sobre la dinámica de la transferencia”. O.C. Tomo XII, Buenos Aires, Amorrortu. —— (1915): “Pulsión y destinos de pulsión”. O.C. Tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu. —— (1920): Mas allá del principio de placer O.C. Tomo XVIII, Buenos Aires, Amorrortu. Klein, M. (1930): “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo” O.C. Tomo II, Buenos Aires, Paidós. Lacan, J. (1964): Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós. Laplanche, J. y Pontalis, J.B (1967): Diccionario de Psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires Levin de Said, A. (2004): El sostén del ser: las contribuciones de D. W. Winnicott y Piera Aulagnier, Buenos Aires, Paidós. Melmed-Posner y col. (2004): “Agresividad y creatividad” en Winnicott insólito, Buenos Aires, Nueva Visión. Nemirovsky, C. (2007): Winnicott y Kohut: nuevas perspectivas en psicoanálisis, psicoterapia y psiquiatría. Buenos Aires, Grama. Rodulfo, R.: (2009): Trabajos de la lectura, lecturas de la violencia. Paidos, Buenos Aires Winnicott, D. W. (1965): Los procesos de maduración y el ambiente facilitador, Buenos Aires, Paidós. —— (1968): La familia y el desarrollo del individuo, Buenos Aires, Hormé. —— (1971): Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa. —— (1979): Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia. —— (1980): El hogar, nuestro punto de partida, Paidós, Buenos Aires, 2006 —— (1987): El gesto espontáneo, Buenos Aires, Paidós, 1990 —— (1989): Exploraciones Psicoanalíticas I, Paidós, Buenos Aires, 1993

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De la Torre de Babel a los senderos fundadores. Algunas premisas para investigar en el proceso psicoanalítico. A José Bleger y Octave Mannoni * Marcelo N. Viñar

PRÓLOGO Nieto de una esclava africana y de un escritor y traductor de dialectos chinos, Wilfredo Lam, pintor cubano, conquistó la Europa culta de posguerra y se le considera uno de los mayores pintores del siglo. Lo conocí en el ocaso de su vida, fui a su casa como médico a “tratarlo” de una depresión consecutiva a un accidente vascular que lo dejó hemipléjico. Lo que voy a narrar me lo dijo una mañana de domingo y creo que es una clave para aprender sobre “investigar en el proceso psicoanalítico”. Lam me admiraba porque en el agobio de su derrumbe yo le había aportado una pastilla buena y eficaz, una sonrisa cálida y una palabra pícara y cómplice en su lengua de infancia, en la tierra del exilio. Yo lo admiraba por su estatura de pintor y su trayectoria de hombre. Esa mañana, luego de mi insistencia durante meses, Lam tenía delante de sí un boceto con su trazo característico y genial. Se fue dando que quería conversar sin dejar de pintar ... me hizo ver que cada trazo le hablaba, como evocación de un episodio infantil o reciente ... esta figura era su abuela, la narradora de los cuentos para dormir, el leit motif era vencer al Hombre Blanco y vengarse. Tal trazo era el arma, disimulada, tal otro la paz pletórica, consecutiva al combate. Poseído cándidamente en esa escena, que evoqué y convoqué mil veces, fui entendiendo que el cuadro, en la fijeza de su permanencia plástica, es el resultado de una interpelación con mil vaivenes: el primer trazo le habla, le propone y exige una dirección y le proscribe otras. El trazo una vez trazado, ya no es pasivo sino exigente y de modo coloquial interpela y hostiga al autor. *

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Esta interpelación a veces se encarna en una figuración antropomórfica; otras, el trazo es más abstracto, funciona como en imperativo de un código. Mientras esto iba transcurriendo Lam parecía revivir y se reía, excitado. Años después, tratando de escribir un artículo, me di cuenta que el proceso es el mismo, que al principio contamos con eso que racional y pomposamente llamamos plan de trabajo y luego, en el camino, el texto inicial es un interlocutor que nos manda a seguir caminos inesperados. En el resultado final, luego de parir el texto, cuando vienen (a veces) los elogios, la decepción y la crítica, de los otros o uno mismo, vemos que lo que más apreciamos y permanece no estaba en el proyecto inicial sino que fue un hallazgo del camino. Lam, su tela y un testigo. Yo, mi texto y ustedes como destinatarios; es la terna mínima que con un cuarto elemento, esencial, que es la historia, la lengua y la cultura a la que pertenecemos, da lugar a un producto humano que llamamos texto, olvidable o inolvidable, perecible o inmortal. Este pequeño cuento aporta a mi intención y entender cuatro pilares mínimos pero necesarios para investigar en el proceso psicoanalítico. Si la historia que narro cumplió para mí función de acto analítico, un vector sin duda no despreciable, viene del hecho de que nadie fue a buscarlo. Irrumpió de modo inesperado en el trastocamiento de posiciones de una situación relacional que anticipaba con una cierta funcionalidad de roles: se trastoca en otra que nadie (?) supuso antes. Nadie quiere decir aquí, que a diferencia del acto pedagógico, no hay en el acontecer un autor intencional y un destinatario de la transmisión. Existe el sujeto de un entre dos, íntimo, descentrado de las conciencias, que no cesamos de buscar y de tener, de amar y de evitar. Un autor, un destinatario personalizado para quien el texto es producido, un código cultural compartido y la emergencia de algo inesperado y esperado son cuatro facetas insoslayables de esta unidad de base. Sabemos que el descentramiento de la conciencia y el Sujeto dividido que de allí resulta son el punto princeps de la investigación freudiana. Dos concepciones del inconsciente oscilan en la trayectoria de Freud y los continuadores optamos a veces por privilegiar alguna de ellas, otras por mantener la fluctuación y mantener la definición en suspenso. Una, entender al inconsciente como tierra incógnita a reconquistar: hacer consciente lo inconsciente, llenar por rememoración las lagunas mnésicas y restituir al sujeto la unidad y la armonía perdidas. Otra, entender al inconsciente como un orden radicalmente heterogéneo, que desde siempre y para siempre hostigará al Sujeto, y donde la “curación” o los cambios en análisis se definan por el acceso a un nuevo discurso que habilita al reordenamiento de posiciones subjetivas. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Las nociones de sentido o significación e interpretación no coinciden en ambas concepciones. Una pide la resolución del conflicto, la otra su reformulación. La compatibilidad o contradicción de ambas posiciones, puede ser tema de debate, en la interminable aporía entre saber y curar, entre procedimiento terapéutico y/o de investigación.

INVESTIGAR EN EL PROCESO PSICOANALÍTICO. “il arrive plus souvent qu’ on ne le dit qu’ on choisse de parler moins de ce qu’ on sait que de ce qu’ on voudrait bien savoir.”1 Octave Mannoni: Un commencement qui n’en finit pas ( transfert interpretation, theoríe)

“Hay entre la pura estupidez y la más grande inteligencia, una cierta afinidad, en el sentido de que ambas no buscan más que lo real absoluto.” Schiller, citado por Marcuss en Eros y Civilización.

Aunque ciertos temas de Epistemología y Psicoanálisis son reiterados y monótonos, alguna noción de ciencia y experiencia es necesaria para transitar el tema. Como su tratamiento metódico llevaría a un tratado (que excede el tiempo y mi capacidad) propongo aquí una reflexión parcial y fragmentaria, sin volver sobre lo más trillado de algunos problemas que me parecen elementales pero nodales. Mi deseo es que la explicitación permita superar algunos equívocos y esclarecer nuestros consensos y disensos.

1. ALGUNOS PRELIMINARES EPISTEMOLÓGICOS Quisiéramos que la distinción entre saber ordinario y conocimiento científico fuesen tan ciertas y claras como la distancia entre cielo e infierno. Ya en los albores de la filosofía griega, fuente del pensamiento occidental, se parte de esta distinción oposicional entre apariencias y esencial y se ins-

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“Ocurre con más frecuencia de lo que decimos que elijamos hablar menos de lo que sabemos que de eso que nos gustaría saber.” (La traducción me pertenece)

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tauran dos vocablos diferentes, Doxa y Episteme, para que la pureza de la ciencia no se contamine. En ese código e imperativo cultural, surgirá la distinción categorial y valorativa entre el bios theoretikos (el hombre consagrado al pensar y las ideas) y el bios politikos (el hombre inmerso en la Ciudad y el tumulto del acontecer). Sólo el primero tendrá acceso a la verdad y podrá ser consejero del Príncipe y el Tirano, afirma Platón. ¿Cuánto tributo pagamos aún a esta oposición entelequial? ¿Fatalismo de un tributo a los orígenes? El axioma del positivismo de exigir para la ciencia criterios de causalidad y verificación que logren un saber universal y objetivo, prescindente del observador, dejan mal parado al psicoanálisis y todas las ciencias del hombre. Estas estarían en estado incipiente, infantil y accederían a una cientificidad adulta cuando se someten a los criterios y parámetros de las ciencias naturales y matemáticas. A esta ilusión maniquea del positivismo del siglo XIX, ¿qué concepto de ciencia podemos proponer? Vamos aprendiendo que el genio y la capacidad resolutiva de una disciplina dependen más de su manera de plantear sus problemas y paradigmas que de la manera de resolverlos. Vamos aprendiendo que la adequatio res-intelecto, que fue durante siglos la brújula y meta ideal de toda empresa de conocimiento, parece hoy ser una utopía definitiva en todas las ciencias, que la adecuación entre el universo y nuestra representación mental de sus objetos es y será siempre limitada. Que, entonces, lo real del mundo que captamos – sea espontáneamente, sea con rigor y sofisticación observacional – no será (y no podrá ser) más que una construcción transitoria y precaria de aquello que llamamos la realidad y de lo real. Los límites y fronteras entre verdad y ficción que estaban tan asegurados en el siglo de las luces (en el empirismo positivista) se nos desbaratan. Todo lo cual no obsta para que una cierta aproximación de saber humano, falible y modesto, nos proporcione algún grado de eficacia clínica y nos otorgue un cierto disfrute en la tarea. El problema que se ha convenido transitar – el de la relación entre la experiencia y sus fundamentos – es pues, más viejo que el psicoanálisis mismo y con más o menos talento y conocimiento; actualizamos posiciones clásicas en la historia de la epistemología. Hoy día las posturas se pueden esquematizar en una antinomia: los que buscan hacer entrar al psicoanálisis en los criterios de la ciencia natural de observación y toman como problema eje al tercero no comprometido, la justificación de una verdad más allá de quien la enuncia y sus corolarios de objetivación. Otra postura, más afín a mi pensamiento, es la de buscar en la experiencia misma los criterios que sostengan la investigación, cuyo cogollo es – a mi entender – el punto de extinción de la racionalidad. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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El dilema es freudiano y atraviesa su obra; Freud nos lega no sólo sus hallazgos sino sus interrogantes y enigmas y los herederos hurgan más en uno u otro saco del tesoro freudiano. La diferencia de posturas es radical, probablemente irreconciliable. Con esas diferencias pueden llevar a la guerra de religiones, que en nuestro caso son arrogantes escisiones. O podríamos tratar de pensar que los enemigos de creencias son también seres inteligentes y buscar nutrimos – en la fobia o el odio de las diferencias – de cómo sus fundamentos y modelos cuestionan nuestras hipótesis.

2. TEORÍA Y CREENCIA . La situación analítica crea la intimidad de un entredós2 donde todo pasa (o puede pasar) sin que nada pase, frase que acuñaron Madelaine y Willy Baranger, que define, con brevedad telegráfica, el ámbito de la experiencia analítica (objeto de nuestra investigación). Espacio de intimidad, por lo tanto de violencia actual o virtual, proclive entonces a la repetición en transferencia que permitirá, si todo funciona como esperamos, reconectarnos con los aspectos más indeseados y diabólicos de nuestro ser. Para investigar hoy en psicoanálisis con el legado freudiano, es menester no olvidar que el fundador trabajó con otro marco epistemológico, con otros a priori y prejuicios que conformaban un ideal de ciencia diferente del nuestro. Por consiguiente (y voy a decir un lugar común) continuarlo no consiste en repetir la certeza de sus hallazgos, sino a lo sumo imitar su condición de infatigable explorador del pensamiento; de localizar aquello que estaba, pero no podía ser dicho o pensado. Recordemos esta enseñanza de la etimología: tradere es la raíz común de tradición y traición. A pesar de ello estamos hartos de constatar, salvo en nosotros mismos, el uso religioso de la teoría, de la buena teoría freudiana. Cada uno se siente el mejor lector de la palabra soberana del Maestro; y desde allí clama la herejía. Así posicionados, haremos pedagogía o religión, nunca psicoanálisis. Con este punto de partida y bajo la cobertura de divergencias teóricas, el anatema reemplaza la controversia y en su lugar aparece la Torre de Babel y las guerras de prestigio de cuya rentabilidad no dudo, pero sí de su interés teórico.

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En Nuevos Fundamentos para el Psicoanálisis (1989) Jean Laplanche retoma este punto de partida.

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He leído que este escándalo ocurre en todas las comunidades científicas y mi intención no es la diplomacia de una paz beata (la vida es conflicto y la historia es combate) sino que la guerra sea menos fastidiosa y estúpida y consiga algún fruto. Sin duda esta coyuntura histórica es determinante en la adopción del contenido y estilo de mi contribución. Hoy día, la multiplicidad de teorías es un hecho en Psicoanálisis y la verdad estallada plantea otros problemas que la verdad sagrada y unitaria. En la precariedad de nuestra posición en la sesión en vez de transitar nuestras falencias, solemos muchas veces utilizar el saber disponible con una vocación totalizante y totalitaria, donde la ciencia opera en el lugar de la religión, marcando de certeza nuestro discurrir y nuestra acción. Dice A. Didier Weill que en el enfrentamiento entre el herético y el inquisidor, lo que éste odia es la capacidad de aquel de pensar fuera de la doxa y el manual. De mantener una tensión y un intervalo con la creencia y la verdad consensual, de decirse como sujeto, en su capacidad de tener una palabra propia, lógica que jamás es totalmente evidente. En los humanos, el reconocimiento de la castración es frágil y transitorio. Aunque Copérnico, Darwin, Freud y tantos otros hayan asestado golpes irreversibles a nuestro amor propio, individual y colectivo, es ostensible el contraste entre la precariedad constituyente de nuestra posición en la sesión y la arrogancia en el debate académico, contraste que quizás no sea casual sino causal. Es freudiana la noción de vincular el derrumbe de creencias al pánico, y no es malo revertir sus afirmaciones sobre la iglesia y el ejército a nuestras cofradías analíticas. Deconstruir las certezas y restituir la precariedad y oscuridad de los orígenes es un punto nodal de la operación que inventa Freud; si lo hacemos en análisis con las figuras parentales, por qué no intentarlo con nuestra filiación teórica. Es Hanna Arendt, en La Vida del Espíritu, (1978), quien argumenta la distorsión al pensar que comporta el someterse a la tríada religión, autoridad y tradición. Puede empobrecerse la fidelidad a Freud haciendo que su teoría anticipe la resolución del caso y este ilustre y glorifique su teoría; circularidad tautológica que asfixia la investigación. Dicho así, nadie aprobará, pero pienso que es una entropía que no exorcizamos fácilmente. A los riesgos de sacralización de la exégesis freudiana debe oponerse (como en todo quehacer científico) la exigencia de guardar una coherencia con la experiencia que la funda. En todas las ciencias del hombre éste es un requisito para no diluir su especificidad, para no desdibujar al objeto que su método construye. La distinción lacaniana entre discurso del maestro y discurso universitario me parece aquí pertinente. El fundador está solo ante su enigma y su creREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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atividad. El seguidor, desde Freud lo somos todos, tiene ante el descubrimiento una posición híbrida, de facilidad y dificultad. Para posesionarse de ese momento instituyente, que Octave Mannoni (1967) designa con el nombre de análisis original, tenemos que lidiar con un tercer componente: el discurso instituido por la palabra del maestro. De aquí que la teoría en psicoanálisis funcione como instrumento pero también como obstáculo y resistencia a lo inédito. R. Major recuerda del Malestar en la Cultura: “ ... el constante antagonismo entre la identificación requerida para cimentar el vínculo social mediante la desapropiación subjetiva y la desagregación de ese vínculo en el movimiento de reapropiaciones y repliegue, donde el rasgo de Sujeto, se distingue del rasgo del objeto en el Sujeto.” La teoría y la institución buscan la comunión, la experiencia analítica apunta al relieve de lo singular. ¿Cómo anudar estas moscas por el rabo? Dificultad pues renovada para restituir la especificidad de nuestro objeto de búsqueda. Esto nos importa al presente con urgencia. La coyuntura histórica de 1990 conjuga el prestigio y la difusión del mensaje freudiano con una demanda social creciente en salud mental. No se trata de distinguir el psicoanálisis puro del impío, sino de discernir la demanda social de la exigencia epistemológica; ambas legítimas. No se trata de legitimar abusivamente ciertas prácticas en desmedro de otras por intereses comerciales, sino de mantener la distinción, siempre útil entre psicoanálisis y medicina, sin confundir sus lógicas. La práctica analítica nació en contrapunto con el discurso médico y discernirlos no es fácil, pero es necesario guardar una coherencia con la experiencia fundante. ¿Habrá consenso y acuerdo en la manera de designarla y semiotizarla? ¿Cómo caracterizar y definir el objeto del psicoanálisis? En ciencias humanas nominación y referente son en tal grado solidarias que la postulación materialista de Freud respecto de que los hechos clínicos son el pilar y las teorías o especulación apenas la cornisa del edificio, parece hoy una premisa imposible de cumplir. A riesgo de echar leña al fuego de la Torre de Babel, pero en la intención de esclarecer consensos y disensos, va mi propuesta, que más que original, pretende pasar en limpio algunos nudos de confusión habitual.

3. DE LA EXPERIENCIA . El proceso analítico apunta a reconocer las determinaciones inconscientes que conforman los modos de pensar, las conductas y las elecciones de un sujeto; a reconocer esa parte de su ser que lo trabaja a su pesar, las raíces

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irracionales de sus construcciones lógicas, los núcleos de sin-sentido e insensatez que hacen posibles sus sistemas de significación. Entiendo, como muchos, que la experiencia de revelación y reconocimiento del Inconsciente, que cada quien ha vivido alguna (s) vez (es) en su diván, es el punto princeps de la experiencia analítica y por lo tanto, un cimiento de la teorización. La ruptura de la secuencia lógica e intencional por un pensamiento (representación) inesperado, parásito e intrusivo, o por un error certero (lapsus, olvido) me parece el cogollo de la experiencia analítica. Provoca primero un desorden y luego reordena la percepción que tenemos de nosotros mismos. Pienso que ahorraría algunos equívocos establecer la convención de si llamamos proceso analítico a todo lo que pasa en análisis o a este momento puntual. Que designemos este tiempo privilegiado con el nombre de análisis original, insight psicoanalítico o tiempo mutativo de Stratchey (1934); que sea provocado por la interpretación del analista, por sueño, una agravación sintomática o cualquier otra circunstancia, es un momento que se somete mal a una descripción o semiología precisas. Justamente porque aparece o irrumpe allí donde la consistencia de nuestro mundo racional y transmisible se deshilacha o desvanece, allí donde el sujeto no es el amo de sus pensamientos sino esclavo de sus apariciones. Un punto de turbación, en la palabra o en el cuerpo, sin duda de ambos al unísono, nos dice con certeza que esa es una fuente de acceso al laberinto del Ser. La salud, siguiendo a Leriche, es el silencio de los órganos: nadie habla su euphea, pero sí su disnea. La experiencia analítica emerge en la disfunción del discurso y saca al cuerpo de su silencio funcional. La extrañeza y ajenidad de su contenido compiten con la seguridad, de que me está dirigido y se inscribe en mi historia. En la etimología griega y latina de fantasía (phantazo = yo me aparezco), hay aparición y espectáculo. La noche de Hamlet con el ánima de su padre no define precisamente el lugar de un cogito racional. Hacer de este tiempo experiencial, íntimo y único, un conocimiento transmisible, ha sido para los analistas una preocupación constante, siempre lograda a medias y fallada otro tanto. La sorpresa y el asombre fueron señalados por Freud como su rasgo más inequívoco: “Nunca lo hubiera pensado”. Diría descriptiva o semiológicamente que se caracteriza por una vivencia contradictoria: tiene simultáneamente el carácter de algo nuevo, insólito e inédito y de reencuentro con algo familiar: un saber opaco sabido desde siempre, desde los horizontes de la infancia. Tiene una tonalidad afectiva intensa, que puede ser de deslumbramiento, o despliega una zona lúgubre y de zozobra. Lo que precede queda enmarcado en la ambigüedad de una REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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candidez y credulidad en la veracidad de las representaciones emergentes, con sobresaltos de sospecha y de rechazo por su absurdo. Es la coexistencia del absurdo y de la pertinencia de ese absurdo en mi pensar, lo que desencadena un trabajo de búsqueda perentoria de una respuesta cuya característica oracular, enigmática, promete la verdad en el puerto de destino. Lugar donde jamás se llega, lo que no impide el deleite y la riqueza del viaje. En esa experiencia aprendemos que los humanos vivimos dos historias y destinos, la que queremos y creemos construir y la que se (nos) hace a pesar nuestro. El síntoma se constituye en el abismo de la incompatibilidad de esas dos historias, como punto de fijeza, tenaz, reiterativo. El trabajo de análisis busca romper esa estereotipia, tozuda y estúpida y trazar puentes en ese abismo, que aunque frágiles y efímeros, permitan reformular el repertorio de conductas y expectativas. Los momentos de análisis original son difíciles, escasos y efímeros. Esta rareza nos enfrenta a dos riesgos antagónicos. Cuando ocurren, la navegación en el océano del inconsciente se hace más llevadera y se abre el riesgo de la embriaguez de la certeza. Más difícil es cuando logramos que ocurran. Se hace difícil soportar la ignorancia y perplejidad a que su ausencia nos somete y es quizás allí donde el acto analítico arriesga desvirtuarse en proceso pedagógico, adoctrinante. Ese carácter íntimo y único de la experiencia fundante tiene como corolario que las categorías de generalización y modelización no puedan seguir las pautas de otras disciplinas. Entre el Edipo y mi Edipo no hay las mismas relaciones que entre la manzana de Newton y la Ley de la gravedad. En ciencia natural la predicción es una virtud, en psicoanálisis es mortífera. Lo inacabable del texto y de sus variantes son la brújula y la meta y no la estandarización explicativa que puede ser un ideal en ciencia. El reconocimiento de la universalidad de la estructura, que constituye la genialidad del paradigma freudiano, no puede rebatirse y coincidir punto a punto con la singularidad de su actualización que es lo que interesa. Es menester no confundir el andamiaje formal con el producto. Probablemente Adan y Eva hicieron el amor como nosotros, pero si tengo la respuesta y se me esfuma el misterio, me quedo sin la capacidad de descubrir. Si nuestra práctica es un quehacer científico (reglado) una diferencia es que el objeto a aprehender es efímero, singular y a reinventar cada vez. El momento creativo a transmitir por la teoría se avecina más, entonces, a la creación plática o poética, que al experimento científico reproducible. Con lo que, en la orilla opuesta de la ciencia, la distinción a establecer es con las experiencias iniciáticas, mágicas o religiosas. No veo otro índice que la precariedad e incertidumbre para marcar la diferencia. Magia y religión no se cuestionan, el psicoanálisis carece de sentido fuera del cuestio-

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namiento. Magia y religión son totales y definitivas, el saber analítico es puntual, efímero y precario como el gozar. Pero esta fulgurancia episódica ordena toda la experiencia. Nadie cultiva el rosal por la planta sino la rosa. Restablecer la especificidad siempre amenazada es un trabajo de la experiencia analítica siempre a renovar. El único criterio de validación es a posteriori: en un tiempo ulterior es cuando ambos miembros del par analítico pueden constatar que eso indeseado y diabólico que emerge ha podido cambiar nuestra historia personal en el sentido de riqueza y fecundidad y hacer nuestro destino un poco más disfrutable y menos idiota. Lo que precede apunta a desterrar algunas hierbas parásitas que perturbaron nuestra reflexión. Quiero indicar al menos dos: - El mito del individuo aislado, sujeto autoengendrado de sus pulsiones, el aparato psíquico, como mónada definible en sí misma. - La homologación de nuestra práctica a las nociones de observación empírica de las ciencias naturales.

4. EL PSICOANÁLISIS, QUÉ CIENCIA Y QUÉ SABER El concepto tradicional de ciencia (conocimiento objetivo, generalizable, verificable) no nos sirve y pienso que nos ha hecho daño. La necesidad de justificarnos como ciencia y mimetizar su lógica no nos ayuda y nos distrae. Además, el modelo de ciencia positiva y método empírico que presidió la reflexión freudiana ha caducado. ¿Qué racionalidad existe para definir un espacio del conflicto y el deseo? El vínculo entre el hecho clínico (supuesto dato de observación) y las ideas que lo hacen comprensible debe ser pensado de otro modo y reformulado. La deutung no es hacer aparecer lo latente bajo lo manifiesto, lo profundo bajo lo superficial, la esencia bajo la apariencia; no es un gesto de desciframiento o traducción que lleve a un vértice de sentido primordial o al surgimiento de una categoría causal homóloga a las esencias de Parménides (libido, idea latente). La paradoja y nuestra sorpresa es que el modelo de ciencia natural bajo el que quería cobijarse el primer Freud como meta e ideal de progreso, también evolucionó en la dirección de incluir la indeterminación y lo aleatorio como punto clave de la modelización. Las fronteras entre dato e idea son más complejas y problemáticas que lo que pudo admitir la ciencia experimental; no sólo en Psicoanálisis con la imputación de subjetivismo que padeció, sino hasta en la física de partículas donde ya se discute si el objeto “visible” observado pertenece al universo tal cual es o si es inducido por el método que introduce el investigador. Dice REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Sélika A. de Mendilaharsu que si el acceso a la realidad fuera pleno, si se diera una objetividad pura que permitiera prescindir de las teorías, el problema de la divergencia no se plantearía. En efecto, las teorías son sólo aproximaciones a múltiples incógnitas que la realidad plantea sin dejarse jamás aprehender por completo. En ciencias naturales todo el dispositivo metodológico se orienta a la aprehensión de un objeto unificado, reificado, que no surge del discurso y no comunica por sí mismo. La biología humana y sus aplicaciones en medicina se ocupan del hombre como fenómeno natural, desde la exterioridad de una cosa, intransitiva. Desde esta condición del objeto el observador contempla y habla de una cosa. Hay un solo sujeto cognoscente. M. Bakhtine designa esta postura como forma monológica de saber, no aplicable a las ciencias humanas. En este saber el rol de las palabras es auxiliar y accesorio. La reflexión de Michel Foucault (1975) sobre el dispositivo panóptico de Bentham ha mostrado el efecto dañino de esta postura de observación objetivante en el campo de las ciencias humanas y pienso que ciertas formas de terapéutica de vocación normalizadora que se ejercen en nombre del psicoanálisis no están exentas de esta amenaza. La postulación de neutralidad y la exigencia de asimetría funcional (que el campo lo ordenen las fantasías y deseos del paciente más que los del analista); cuya concreción más simple se plasma en la metáfora o mito del analista espejo, comporta el riesgo de constituir el espacio analítico sobre la escandalosa falsedad del modelo panóptico. ¿De qué manera y a partir de qué elementos se posiciona el analista como investigador? M. Bakhtine postula una diferencia radical entre ciencias humanas y ciencias naturales y matemáticas: la postura de pertenencia y de repliegue frente al campo que se estudia y la operación de conocimiento tiene metas diferentes en unas y otras. Es entonces una falacia poner a las ciencias humanas en situación de subdesarrollo respecto a las ciencias duras y lo que se requiere es reconocer la especificidad del acto de conocimiento. En ciencias humanas, sostiene Bakhtine, la realidad inmediata o hallazgo de facto que empuja a la creación de un objeto a estudiar es un texto en el sentido amplio de materia significante. El objeto de ciencia se constituye para establecer, transmitir e interpretar este hallazgo: el hombre es productor de textos, sea palabra, grafismo, gesto, símbolo (esta afirmación tiene lugar décadas antes de los enunciados del estructuralismo francés y de la obra de Lacan). Texto: es el objeto de la cultura, el rol de las palabras es crucial en ciencias humanas; mientras que es instrumental y accesorio en las ciencias de la naturaleza.

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A partir de este origen, la operación de conocer se califica de otro modo y la aporía entre saber subjetivo y saber universal pierde su sentido original: No es la convalidación de cualquier solipsismo, pero tampoco la de exactitud, sino la de penetración expresiva. El ideal de conocimiento en la ciencia natural es la exactitud, la coincidencia de la cosa con la representación y consigo misma: el ideal es A=A’ y A≠B. Esto es confirmar en la naturaleza la lógica aristotélica de identidad y no contradicción, es el propósito o meta del acto de conocimiento en ciencias naturales. Esta operación es inútil cuando el referente es un texto. El ser expresivo y hablante no coincide nunca consigo mismo, es inagotable en el desplazamiento de sentidos y significaciones. Justamente con Freud definimos la enfermedad (automatismo o compulsión de repetición), cuando este movimiento de desplazamiento queda capturado en la fijeza de la cosa automática y muerta. Que el referente sea un texto y no la cosa sin voz e intransitiva del fenómeno natural, comporta que no hay posibilidad de observación objetiva, sino un peculiar modo de relación entre el cognoscente y la cognoscible. Bakhtine llama principio dialógico a esta exigencia ineludible para el investigador en ciencias humanas de ser modificado por el objeto que estudia, a este mínimo de dos sujetos en la operación de conocimiento (diferencia sustancial con los objetos de la naturaleza que se brindan a una forma monológica de saber). Es partir de este principio común a todas las ciencias del hombre que el psicoanálisis podrá definir su especificidad como campo de conocimiento. Bakhtine diferencia el principio dialógico en relación al de intersubjetividad y de empatía (einfülung), porque la distinción a buscar “no es de naturaleza psicológica sino semántica”. Sus precisiones son útiles para reflexionar el trabajo analítico: “La meta es acceder al “núcleo creador” del texto, a superar su extrañeza sin asimilarlo totalmente. No se trata de duplicar la experiencia de uno en otro, sino de traducir una experiencia en una perspectiva axiológica diferente”. En este desarrollo que voy transitando, la especificidad del psicoanálisis radicaría, a partir del dispositivo (setting), y más allá de él, en privilegiar la función de la opacidad y del resto (ombligo en el modelo del Sueño), de nombrar lo que no estando en el texto, lo determina. En la reflexión pasional sobre sí y sobre el otro que el proceso analítico despliega, se engendran momentos de descubrimiento o conocimiento. Allí la función analítica consiste en localizar aquello que se produce como resto y opacidad, y focalizando ese no-saber promueve un nuevo movimiento discursivo. Estamos tentados de sostener que la experiencia analítica extrae su fuerza y eficacia de la fecundidad de un equívoco y su definición certera queda (y debe quedar) suspendida. El paciente cree que el analista, como el médico, el shaman o el curandero, tiene un saber disponible para aliviar su malestar o sufrimiento. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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El analista cree que hurgando en su historia íntima y en la ficción y verdad de sus orígenes, el paciente podrá re-adueñarse de momentos o fragmentos de esa historia donde se anclaron sus zonas de disfrute y sufrimiento, podrá saber algo más de las representaciones y creencias que empecinadamente lo empujan a sus automatismos y compulsiones, a la tenacidad de las repeticiones que alejan o impiden esa incertidumbre creativa que define la condición humana. El psicoanalista cree pues (aunque reivindiquemos lo obvio) en la psicogénesis del síntoma y en el poder de las palabras, en la capacidad humana, descubierta o revalorada por Freud, de transformar el síntoma en un texto y de hacer de lo mórbido algo humano.

5. APUNTES SOBRE TRANSFERENCIA. LA NEUTRALIDAD Y EL PODER DEL ANALISTA. “Expectativa confiante” en el saber del otro, que no es residuo remanente actuante y actual de aquella indefensión (desvalimiento, hilkflogiskeit) original y fundadora, donde el desamparo hizo del otro la fuente de todo saber y significación. La certeza, como núcleo inaugural, que la maduración irá penosamente desmontando en un trabajo que jamás llega a su término. Lo que califica pues la especificidad del psicoanálisis es un ámbito de locura convenida entredós, que llamamos espacio transferencial. Es en ese espacio donde el discernimiento de límites entre creencia y saber, entre engaño y verdad, escapa a definiciones precisas. ¿Qué otra definición clara tenemos de la transferencia, sino la definición negativa de falsa conexión? Nos manejamos pues en la fragilidad de un saber surgido o basado en una falsa conexión y esta falsedad no es contingente ni accidental, sino intrínseca y constitutiva del proceso que desencadena y posibilita. Constatamos en el quehacer que esta relación de engaño y veracidad es una condición paradojal fundadora, única y privilegiada, para repetir entre - dos (aunque en la relación dual siempre esté presente y actuante el tercero singular y plural) aquello que Freud describió en términos de pulsión, censura y represión. Para amplificar o magnificar las grietas o abismos entre el parecer de la vida socializada y adaptativa y el ser con rasgos monstruosos e inmundos, que no se muestra al mundo y difícilmente a sí mismo, pero que está allí, en nosotros, insistiendo alucinatoria y empecinadamente. Todo lugar de saber es intrínsecamente lugar de poder. El poder del analista nace de esa atribución de saber, afín a la religión y a la magia, inherente a la sugestión y al acto educativo. La condición de que un poder sea analítico es no ejercerlo a otros fines, postula O. Mannoni, condición

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sine equa non. El sometimiento voluntario a la locura al que se atienen, lúcidamente o por un gesto espontáneo de placer o irreflexión, los miembros del par analítico está a su vez sometido al imperativo ético de no poder ser utilizado más que a los fines del análisis. Allí donde todo pasa, sin que nada pase. Pero de modo ostensible o subliminal todos caemos una o mil veces en la tentación del poder de saber y los nudos de corrupción son siempre los mismos; el amor y la institución. Quizás el acto interpretativo encuentre una razón de su eficacia en el hecho mismo de ser una operación de resta: sustracción de un crédito de poder que no se ejerce, sustracción de un crédito de saber que elude la respuesta y empuja al protagonista a partir la propia. Alteridad y alteración allí donde la fascinación invita al mimetismo, allí donde la verdad consensual cesa y comienza la soledad y la violencia. Este fin deseado cede muchas veces terreno a la gemelaridad identificatoria, impostura muchas veces erigida como fin del análisis. Aunque quizás el trabajo con psicóticos y fronterizos sea un límite a lo que precede, considero que sin embargo constituye una exigencia absoluta para las estructuras neuróticas y perversas. La neutralidad es la pieza conceptual a la que apelamos como contrapunto o antídoto de estas tentaciones. Sólo que el uso del concepto ha padecido una distorsión, ha sido entendido como una asepsia, como una prohibición o proscripción de jugar con el paciente su-nuestra locura. La neutralidad analítica nada tiene que ver con ser neutro, distante o prescindente. La neutralidad comporta una proximidad casi hasta la incandescencia – lo que sin duda conlleva padecimiento – y sólo desde allí implica una operación activa, tanto más activa cuanto que su ideal es ser muda (no explícita), una operación activa de renuncia y desistimiento a los valores, ideales, deseos y preferencias del analista, para así liberar el terreno al deseo conflictual del analizando. Meta límite y utópica al punto que a veces he preferido enunciarme, como propósito discriminativo, que fingir una opacidad visible, que invita a la sugestión disimulada. Falsa conexión también en el sentido de que es una relación pasional que nace y vive en y con el compromiso de extinguirse; con la exigencia (utópica) de desaparecer sin dejar rastros. Amor a término, destinado a la extinción; carácter que establece una diferencia absoluta con toda otra forma de vínculo confesional, cuya naturaleza es no querer cesar, y la ruptura, cuando existe, es accidental pero no constitutiva. Carácter que sólo comparte con el vínculo edípico, vínculo también destinado a la renuncia y al fracaso y que florece sólo para ser sepultado. Esta finitud por contrato es un imperativo ético y la naturaleza diferencial no es de tiempo sino de lógica. El fin del análisis, fin en la doble acepción REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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de meta y de terminación, es poder concluir, al revés de otras relaciones íntimas o confesionales cuya vocación es permanecer. La discriminación a que apuntamos no es adjetiva, hace a la naturaleza misma del proceso. La reformulación de la posición subjetiva y el acceso a un nuevo discurso comporta imperativamente el duelo de la relación analítica. Desarmar la trampa que nosotros mismos montamos: Disolución o resolución de la Transferencia.3 El análisis es el aprendizaje de la separación, decía hace varias décadas Pichon-Rivière, con lo que no hacía más que reformular el descubrimiento freudiano del juego del carretel, cuyo tiempo lógico fundamental es el pasaje de un universo fusional a otro de mediaciones lúdicas y fonéticas, matriz de la simbolización. Este advenimiento al lenguaje que es tratado en M. Klein como pasaje dialéctico de la posición esquizo-paranoide a la depresiva y por Lacan, como transición del cuerpo despedazado (morcele) al estadio del espejo y sujeto hablante (parlêtre). Lo que aquí me importa es poner de manifiesto cómo ningún modelo teórico elude de un modo u otro este punto crucial donde superamos o no la condición fusional (psicótica) que nos funda, ese retardo del individuo psíquico respecto al biológico. Antes de ser uno somos dos, en una relación transitiva de inclusión recíproca, de identidad gemelar reversible, espejo sin alteridad, cuyo mito de referencia es Narciso en su doble carácter vital y mortífero. El proceso analítico que propicia el éxtasis de la contemplación intimista puede querer ahorrarse el duelo de su propia extinción. El deleite de la dependencia pasiva de una figura idealizada es un desenlace frecuente, hipócritamente exitoso. El fin del análisis- meta y terminación es un tiempo de actualización de la prohibición edípica, restablecimiento de la discontinuidad y la alteridad allí donde había consentimiento y asentimiento sin limites. Marcelo N. Viñar Febrero de 1990.

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Eludimos por su vastedad el tema de los criterios de curación. Sólo quiero apuntar, por su ruidosa actualidad, esta cuestión del carácter efímero y finito de la relación de análisis y los mil subterfugios, los mecanismos denegatorios y renegatorios para eludir y anular el imperativo de finitud. La didactización aparece a este respecto por su frecuencia, un tema necesario y difícil, a interrogar. En la operación de cuestionamiento con que hemos caracterizado el proceso analítico, con el énfasis puesto en la incertidumbre y la sustracción, algunos pilares axiomáticos o dogmáticos deben persistir incólumes. El de la finitud y la prohibición de actuar el cuerpo erótico me parecen mandamientos esenciales e ineludibles; no sólo en sus formas de transgresión ostensible y escandalosa, sino en sus formas subliminales y racionalizables.

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“Parler à quelqu’ un c’ est accepter de nes pas l’ introduire dans le système de choses ou des êtres à connaître. C’ est le reconnaître inconnu et l’ accueillir étranger, sans lòbliger à rompre sa difference. En ce sens, la parole est la terre promise où l’ exil s’ accomplit en séjour, puisqu’ il ne s’ agit pas d’ y être chez soi, mais toujours au dehors, en un mouvemenrt où l’ Etrenger se délivre sans renonver. Parler, c’ est en définitive, chercher la source du sens sans le préfixe que les mots exil, exode, existence, extériorité, étrangetçe, ont pour tâche de déployer en des modes divers d’ expériences préfixe qui nous désigne l’ écart et la séparation comme l’ origine de toute valeur positive.”4 Maurice Blanchot: L’ Entretien infinit (Gallimard, pag. 185 et 187)

RESUMEN Este texto fue concebido como relato al tema: “Investigar en el proceso psicoanalítico”, abordado en el último congreso de FEPAL. La multiplicidad de esquemas referenciales post-freudianos comunican entre sí con dificultad creciente por su concepción y semántica diversas. Apuntando a la discusión y controversia, el autor presenta su propia perspectiva tratando de localizar puntos álgidos y equívocos de la conceptualización. Intenta una semiotización de zonas cruciales de la experiencia analítica para luego esbozar los implícitos epistemológicos que mejor le convienen y los que a su entender la violentan. Parte de la noción de campo bipersonal (W. y M. Baranger) y entiende que el psicoanálisis no se acomoda al método observacional de las ciencias naturales. Presenta como alternativa la intertextualidad y el principio dialógico de M. Bajtin. Alguna puntualización sobre transferencia, neutralidad, interpretación y poder del analista surgen como consecuencia de la perspectiva adoptada. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / TEORÍA / CREENCIA / VERDAD / CIENCIA / SABER / NEUTRALIDAD / PODER.

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“Hablarle a alguien, es aceptar de no introducirlo en el sistema de cosas a saber o de seres a conocer. Es reconocerlo desconocido y acogerlo extranjero, sin obligarlo a romper su diferencia. En ese sentido la palabra es la tierra prometida, donde el exilio se realiza como residencia. Porque no se trata de estar allí, en la palabra, como en casa, sino de serle siempre exterior, en un movimiento donde el Extranjero se entrega (o libera) sin renunciar a sí mismo. Hablar es, en definitiva, buscar la fuente del sentido en el prefijo que las palabras exilio, exterioridad, extrañeza, tienen por tarea desplegar en modos diferentes de experiencias. Prefijo que nos designa en el intervalo y la separación como el origen de todo valor positivo.” (La traducción me pertenece)

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SUMMARY From the Tower of Babel to foundational paths: Some premises to investigate in psychoanalytic process This text was conceived as a contribution to the subject: “Investigate the Psychoanalytic Process”, discussed at the last FEPAL congress. The multiplicity of post-freudian frames of reference communicate with each other with increasing difficulty due to the diversity in their conception and semantics. Aiming towards discussion and controversy the author presents his own perspective, trying to localise hot spots and misunderstanding in conceptualisation. He attempts a semiotisation of crucial zones in analytic experience enabling him to later trace the epistemological implications which better serve and those which in his view work against it. Parting from the notion of bipersonal field (W. and M. Baranger) the author understands that psychoanalysis is not suited for the observational method of natural sciences and presents intertextuality and the dialogical principle of M. Bajtin as an alternative. Some precisions contransference, neutrality, Interpretation and the analyst’s power appear as a consequence of the perspective adopted. KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / THEORY / BELIEF / TRUTH / SCIENCE / KNOWLEDGE / NEUTRALITY / POWER.

RESUMO Da Torre de Babel para o início do caminho. Algumas premissas para serem analisadas no processo psicanalítico. Este texto surgiu como um comentário sobre o tema que foi tratado no último congresso da FEPAL: “Investigar no processo psicanalítico”. A multiplicidade de esquemas referenciais pós-freudianos estabelece entre si uma dificuldade que cresce devido a diversidade na concepção e na semântica. Visando a discussão e a controvérsia o autor apresenta a sua própria perspectiva tratando de localizar pontos álgidos e equívocos da conceitualização. Tenta uma semiotização das zonas cruciais da experiência analítica e logo trata de esboçar os implícitos epistemológicos que melhor lhe convém e aqueles que, em sua opinião, são transgressores. Ele parte da noção do campo bi-pessoal (W. e M. Baranger) e acredita que a psicanálise não se encaixa no método observacional das ciências naturais. Apresenta como alternativa a intertextualidade e o princípio dialógico de M. Bajtin. Como resultado da perspectiva adotada surge alguma pontualização sobre transferência, neutralidade, interpretação e poder do analista.

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PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / TEORIA / CRENÇA / VERDADE / CIÊNCIA / SABER / NEUTRALIDADE / PODER.

Bibliografía Acevedo de Mendilaharsu S., y Mendilaharsu C. De los discursos y el lenguaje Arendt, H. (1978). La vida del espíritu, Barcelona, Paidós. Bakhtine, M. Estética de la creación, México, S XXI, 1995. Baranger, M. y W. (1961-62): La situación analítica como campo dinámico. Rev. Uruguaya Psicoanál., t. 4, n. 1. Blanchot, M (1969) L’ Entretien infinit, Paris, Galimard. Foucault, M (1975), Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo XXI. Gil Quinteros, D. Apunte sobre la muerte, la libertad y el deseo. Laplanche, J. (1989) Nuevos Fundamentos para el Psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu. Mannoni O. (1970). Freud, el descubrimiento del inconsciente, Buenos Aires, Nueva Visión. _____ Un commencement qui n”en finit pas. Le Champs Freudien. Ed. du Seuil, Paris. Nieto, M. y Bernardi, R. (1984) La Investigación en Psicoanálisis. Revista de Psicoanálisis, T. XLI. Nº 5. Pichon Riviere, E. (1971): Del Psicoanálisis a la Psicología Social, Buenos Aires, Galerna. Strachey, J. (1934). Naturaleza de la acción terapéutica del psicoanálisis, Rev. Psicoanálisis, 5, 951-983, 1948. Todorov, T. (1977). Teorías del Símbolo. Ed. du Seuil, Paris, 1989. Weill, A. D, Los tres silencios. Comunicación personal.

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COMENTARIOS AL TRABAJO DE MARCELO VIÑAR * Ricardo Bernardi

El texto de M. Viñar trasmite una experiencia largamente sentida y meditada acerca del análisis. El lector se siente movido a reflexionar sobre sus propias experiencias y surgen entonces las zonas de acuerdo y de desacuerdo, estimuladas por los desafíos que plantea el texto. Primero los acuerdos. Creo que Viñar logra con maestría colocar en primer plano cosas que son esenciales a la experiencia clínica del análisis: su carácter de trabajo `entre dos’, lo inaprensible de los momentos de apertura del inconsciente, el papel del saber y del no-saber, etc. En realidad, más que de acuerdo se puede hablar de admiración ante su capacidad para transmitir el carácter experiencial íntimo de los momentos fundantes del análisis. Viñar se compara en esta tarea con un artista: «Lam, su tela y un testigo. Yo, mi texto y ustedes como destinatarios.’ Desde esta perspectiva es posible aceptar ciertas pinceladas excesivamente acentuadas o unilaterales (por ejemplo la definición de la interpretación como ‘operación de resta’, etc.), Si reconocemos que todo análisis tiene un lado de arte, también podemos concederle al analista la posibilidad de expresarse, por momentos, con la libertad del artista. En todo esto concuerdo con Viñar. El problema comienza cuando debemos considerar al análisis como tarea de investigación. Quisiera examinar este punto con cierta detención. Coincido con Viñar en que el trabajo del analista durante la sesión no cumple con los requerimientos de una estrategia de investigación empírica. No es posible ni deseable que lo haga. Pero tenemos que enfrentar las consecuencias de este hecho y preguntamos para qué y en qué sentido debemos seguir hablando entonces de ‘investigación . Para Viñar se trata de renunciar a fundar nuestras especulaciones en la experiencia clínica. ‘En ciencias humanas, nominación y referente son en tal grado solidarias que la postulación materialista de Freud: ‘los hechos clínicos son el pilar o cimiento y las teorías o especulación apenas la cornisa del edificio’ parece hoy una premisa imposible de cumplir’. Pero entonces la clarividencia de cada uno respecto a lo que es fundante del análisis se vuelve la única regla. ¿Quién pone nombre a las cosas? Colocados en esta pendiente es difícil evitar los argumentos de autoridad y que cada quien sea el inquisidor de las opiniones ajenas. *

[email protected] / Uruguay

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Ricardo Bernardi

Viñar es consciente de este peligro y busca distinguir al psicoanálisis de las experiencias iniciáticas mágicas o religiosas. Recurre para ello a la posibilidad de cuestionamiento: esta última sería exclusiva del análisis. Pero esta argumentación me parece insuficiente por dos motivos. En primer lugar el cuestionamiento no es ajeno a la experiencia religiosa: ¿qué mayor experiencia de cuestionamiento, precariedad e incertidumbre que las ‘noches oscuras’ de los místicos? En segundo lugar, de lo que se trata precisamente cuando se habla de investigación es de definir cuáles son los criterios que guían este cuestionamiento. Creo que seria importante conocer la opinión de Viñar sobre este punto, porque responde a una necesidad de nuestra disciplina. Los psicoanalistas hemos producido multitud de hipótesis, pero hemos discutido mucho menos de dónde proviene nuestra certeza o sobre qué criterios compartidos podemos fundamentar nuestras evidencias. No me queda clara la posición de Viñar frente a este problema de los criterios de evidencia. Parece optar por una solución de tipo hermenéutico, pero su recurso a la noción de `texto’ como `objeto de la cultura’ me parece que crea complicaciones innecesarias. ‘Texto’ hace referencia a un nivel propiamente lingüístico, mientras que el descubrimiento freudiano, como dice Benveniste, abarca también fenómenos de orden infra y supra lingüístico. Todos los fenómenos corporales (de naturaleza analógica) y los relativos a la liberación de afectos encuentran en la noción de texto un lecho de Procusto. Volviendo al meollo del problema ¿a qué llamamos ‘investigación’? En cada análisis, paciente y analista exploran una tierra incógnita. No se le pide a un explorador que sea un geógrafo. Puede, si lo prefiere, dar cuenta de sus descubrimientos al modo de un artista. Pero tenemos demasiados relatos divergentes y no sabemos si están hablando de las mismas cosas y hasta dónde usan sistemas de coordenadas similares. ¿Por qué no aceptar una indagación minuciosa de estos relatos con todos los recursos metodológicos disponibles? ¿Y a qué denominar ‘investigación’? ¿A toda exploración o especulación personal, del mismo modo que decimos que un artista está investigando determinada técnica, o un filósofo investiga los alcances de una idea? Este uso amplio crea un equívoco porque en psicoanálisis la palabra investigación fue introducida por Freud con toda la connotación y el peso que tiene en otras disciplinas, para designar el método que permite llegar a conocimientos nuevos a través de procedimientos rigurosamente especificados y consensualmente válidos. Creo que para avanzar en este punto es necesario distinguir el tipo de indagación que es posible realizar durante la sesión, de las diferentes formas de investigación que pueden ser realizadas a posteriori de la sesión, con el material registrado. Durante la sesión el analista trabaja más cerca del modo del artista, y para su descripción son útiles los modelos hermenéuticos, fenomenológicos o literarios. Pero con el material registrado nada obsta para REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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que puedan realizarse diferentes tipos de investigación, incluso aquellas que requieren una base empírica y metodológica rigurosa. Pero aunque M. Viñar se circunscribe a la investigación en el proceso analítico, por momentos parecería que reprobara todas estas investigaciones incluyéndolas dentro del positivismo francés del siglo XIX. En este punto hubiera sido mucho más útil que en vez de dirigir la discusión hacia Comte hubiera tomado como interlocutores a los trabajos actuales de Thöma, Kächele, J.P. Jiménez, Bergeret, Kemberg, Cramer, Moser, Weiss, Luborsky y Canestri, entre otros. Cada día más es a esto a lo que se hace referencia cuando se habla de investigación en psicoanálisis y es necesario definir la posición que se toma a este respecto. En igual o mayor grado me hubiera gustado conocer la opinión de Viñar sobre las investigaciones sobre material registrado realizadas en el Río de la Plata (Liberman, Nieto, etc.), no sólo porque, habiendo participado en alguna de ellas, valoraría mucho en lo personal esta opinión, sino porque en estos países del Sur donde todos somos un poco hombres mirando al Norte resulta crucial dialogar entre nosotros para mantener la continuidad de nuestra propia historia. La vieja amistad con M. Villar ha hecho que accediera con placer a su pedido de que le expresara mis comentarios a su trabajo. Espero que el echar a rodar acuerdos y desacuerdos, interrogantes y reparos, sirva para continuar abriendo caminos al pensamiento de cada uno de nosotros

RESPUESTA A RICARDO BERNARDI Marcelo N. Viñar

Tanto o más que los elogios (fraternos) quiero agradecer a Ricardo Bemardi los puntos controversiales y de desacuerdo que bien formula. La noción de Texto a la que apunto encuentra en ese desacuerdo entre mi postulación y sus objeciones, una buena, si no la mejor, ilustración. Siguiendo a M. Bakhtine y su principio dialógico, los criterios de evidencia y de verdad (dicho esto con la rapidez de un comentario breve) se generan en el lector tercero, si es que tenemos la suerte de tenerlo, que piensa, que busca en los argumentos de Bernardi y en los míos y sobre todo cuando un lector supera la aporía de nuestra contradicción de modo convincente. Quiero decir que no hay punto óptimo de objetividad, ni verificación posible, sino criterio histórico justo o arbitrario, de adoptar una fundamentación y excluir otra. Mientras tanto el criterio de verdad es controversial y señala un espacio

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de discontinuidad que estimula la indagación de uno y otro punto de vista. Quiero decir (polémicamente) que la noción de certeza, en el sentido fuerte que tiene en ciencias naturales, no es necesaria y hasta es contraproducente. En mi trabajo tengo pocas o ninguna certeza, aunque haya logrado con mis analistas, con mis pacientes y con algunos colegas momentos de ‘criterios compartidos de nuestras evidencias’. Mientras llegue el geógrafo buenos son los exploradores. La metáfora me gusta, y en clínica psicoanalítica una y otra postura son necesarias en alternancia. ¿Qué es la clínica y la metapsicología freudiana si no un esfuerzo para integrar de manera fecunda al explorador y al geógrafo? Es claro que el descubrimiento freudiano abarca fenómenos infra y supra lingüísticos. Pero son psicoanalíticamente semiotizables cuando pueden ser capturados en una textualidad. Antes están allí, pero recién son psicoanalíticamente discernibles cuando analizando o analista los pueden arriesgar como texto. Vale la pena la lectura de los historiales primitivos (Emmy o Isabel) desde esta perspectiva, donde es elocuente el pasaje de la noción de síntoma a la de texto. Hoy, en los confines del psicoanálisis (en la psicosis y en las organoneurosis) nos arriesgamos a barruntar los puentes entre síntoma y texto. En una fórmula feliz y elocuente Lacan dice que el síntoma es un sufrimiento que aspira a la palabra. Lo más simple, obvio y conocido para aprehender la diferencia del objeto entre ciencia natural y humana es el ejemplo de la muerte o del morir. Diferencia radical y no sólo de perspectiva. Para la biología o la medicina las reglas que ordenan el envejecer que conduce a la muerte producen un saber positivo, objetivable acumulativo. En las ciencias humanas producen materia textual: mitos, religiones, rituales o ansiedades. La muerte es en tanto nos hace pensar, temer, sufrir, en suma hablar. Se puede estar preparado para aceptarla la víspera de que ocurra o ser hipocondríaco en plena salud; el valor de existente objetivo no es el mismo que en la Naturaleza. Es cierto que en el análisis ocurre mucho más que un intercambio textual y que no todo es semiotizable en el discurso. Es cierto que el cuerpo y el gesto hablan más de lo que podamos comprender. Es cierto que en la experiencia analítica se viven muchas cosas antes o además de las representables como trauma discursivo, ya que cuando lo vivencial es representable la mitad de la partida está ganada. Me parece válida la crítica de que la noción de texto está insuficientemente elaborada. Esto se debe a que es una noción problemática y difícil y a que aún tropiezo con mi ignorancia. Es un balbuceo de comienzo de una investigación a proseguir. Es claro que no disiento con Benveniste sobre los fenómenos supra e inREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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fralingüísticos, sino que destaco el aporte de Bakhtine sobre la diferencia entre las ciencias naturales, donde hay ventaja, conveniencia o necesidad en la reificación del objeto, y las ciencias humanas, donde la operación objetivante no es factible o es al menos limitada. Debemos interrogar sus consecuencias donde hay necesariamente sujetos cognoscentes y cognoscibles de cuya intertextualidad surge el objeto de conocimiento. Baranger hablaba hace más de dos décadas de insight bipersonal y señalaba como una de las dificultades de la epistemología freudiana la construcción de una metapsicología unipersonal a través del descubrimiento en un campo bipersonal. Bernardi me pide opinión sobre una serie de autores que conozco mal y sobre la investigación a posteriori de la sesión. En la explosión bibliográfica actual es difícil optar entre profundizar una orientación y mantenerse disponible para una erudición más universal, como si yo le reprochara Ricardo Bernardi no compartir mi descubrimiento con Bakhtine. Si bien le prometo estudiar más los autores que cita también le advierto que quizás sea una promesa vana. Conozco y estudié sus trabajos, los de Nieto, Acevedo de Mendilaharsu, Garbarino y Gil. Y los que producen los jóvenes. El trabajo de la segunda escucha me parece un ejercicio valiosísimo, aunque dejar en suspenso las teorías me parece casi una utopia. Yo elegí ser hombre del Sur y a pesar de los desencuentros quiero seguir siéndolo y concuerdo con él en que es esencial dialogar entre nosotros y no sólo mirar hacia el Norte: porque mirando hacia el Sur, entre otras cosas, las estrellas son más numerosas y el cielo más deslumbrante. Gracias por la crítica, ojalá aprendamos a aprender de la controversia y evitemos la guerra de creencias.

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Addendum 20 años después Ricardo Bernardi

A raíz de la invitación de la Revista de Psicoanálisis para que agregara un comentario actual al diálogo que mantuve con Marcelo Viñar para la Revista Uruguaya de Psicoanálisis, releí lo publicado en aquel momento, lo que me llevó a repensar los problemas discutidos entonces a partir del camino que he recorrido durante estas dos décadas. No sabría afirmar con certeza en qué medida Marcelo Viñar continúa sintiéndose representado por lo escrito en aquel momento, aunque es probable que para ambos mucho de lo que dijimos entonces continúe hoy vigente. Es también inevitable que hayan surgido nuevas reflexiones y la ocasión actual parece, pues, propicia para pasar revista no sólo a las ideas expresadas en aquel momento sino también a los desarrollos ulteriores. Releer el texto de Marcelo Viñar y reencontrar su prosa elocuente y persuasiva, hecha de pinceladas fuertes y emotivas, me produjo el mismo placer que la primera vez que lo leí y que me producen sus textos. Marcelo Viñar busca transmitirnos su experiencia del psicoanálisis a través de esas pinceladas dejando, como Lam, que los trazos se unan siguiendo su propia lógica, pues los momentos creativos del psicoanálisis, en su opinión, se avecinan más a la creación plástica o poética que al experimento científico. Como en aquél momento, puedo dejarme ganar por la seducción de esta forma de escritura. Pero también constato que, al igual que entonces, así como puedo seguirlo en mucho de lo que afirma, no puedo acompañarlo en las conclusiones que extrae o en las generalizaciones a las que arriba tomando unos aspectos y excluyendo otros. Muchas pinceladas me producen la impresión de favorecer la contraposición de posiciones que se vuelven antinómicas por ser presentadas en forma parcial y extrema, cuando un examen más detenido podría mostrar matices, polaridades articuladas dialécticamente, o zonas de validez restringida que se dan en el interior de conjuntos más amplios. Como consecuencia de la afirmación unilateral de ciertos aspectos, quedan en la penumbra o directamente excluidos otros aspectos, que sin embargo forman también parte de la complejidad del psicoanálisis actual. Pero la lectura me llevó a una segunda constatación, más agradable. Si bien en este tiempo nuestras divergencias probablemente se hayan profundizado, o tal vez simplemente desplegado, esto no afectó la amistad que nos une ni el respeto y REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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la valoración mutua. Como dice el dicho, una cosa no quita la otra: amigos de Platón, pero no por ello menos amigos de buscar cada uno su verdad. La presentación original que dio origen a la discusión fue titulada por Marcelo Viñar: “De la Torre de Babel a los senderos fundadores. Algunas premisas para investigar en el proceso psicoanalítico”. La referencia a la Torre de Babel destaca un problema de entonces y también de hoy: existen en el psicoanálisis actual múltiples enfoques teóricos y técnicos y no disponemos de criterios compartidos que nos permitan ponernos de acuerdo en base a qué criterios examinar cuál es el grado y las condiciones de validez de cada uno de ellos. Más aún, es difícil decidir, incluso, en qué medida los espacios conceptuales propios de las diferentes posiciones teóricas y técnicas pueden ser considerados coincidentes, complementarios, contradictorios, o pertenecen a paradigmas inconmensurables, entre los cuales no es posible poner de manifiesto la existencia de congruencia lógica o compatibilidad semántica. Este es, sin duda, un buen punto de partida para preguntarnos qué es lo que puede aportar la investigación frente a esta situación y, más en concreto, qué tipo de investigación resulta más útil frente a qué tipo de problema. Esta última pregunta marca el camino que yo hubiera seguido y que de hecho estuvo presente en los itinerarios que recorrí en estas dos décadas. Pero creo que el trabajo de Viñar marca otras prioridades. La segunda parte del título pone de manifiesto el camino que el trabajo propone: el retorno a los “senderos fundadores”, es decir, al momento en el que “el fundador está solo frente a su enigma y su creatividad”. Coincido plenamente en que un analista tiene que tener una experiencia analítica que le permita entender de qué trata el análisis. Pero más allá de esto: ¿de dónde surge el privilegio epistemológico de los momentos fundadores? Freud se pasó toda su vida yendo de unas a otras ideas buscando mejorar sus formulaciones originales. Su preocupación estaba puesta en lograr una mayor comprensión del funcionamiento mental que permitiera que el análisis fuera más eficaz en su intento de comprender y promover el trabajo con los pacientes para lograr el cambio psíquico. Estaría de acuerdo con el retorno a esta preocupación y, por tanto, a partir de la Babel actual de propuestas teóricas y técnicas, las preguntas que se me abren son en qué medida estas distintas propuestas ayudan a un trabajo analítico que beneficie más al paciente a lograr los cambios que busca en el análisis. El privilegio otorgado por Marcelo Viñar a los momentos fundadores conlleva además una paradoja que formula de este modo: ¿cómo posesionarse del momento instituyente si ya está convertido en discurso instituido? F. Roustang había señalado una paradoja similar con la que se encontró Freud: ¿cómo lograr discípulos que fueran a la vez fieles y originales? La solución a la que arriba Marcelo Viñar (siguiendo probablemente ideas de

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J. Lacan) es que en el psicoanálisis no se trata tanto de alcanzar un conocimiento instituido (como el discurso universitario), sino de “localizar aquello que se produce como resto y opacidad y focalizando ese no saber promueve un nuevo movimiento discursivo”. Se privilegia, pues, la tarea de “nombrar aquello que no estando en el texto lo determina”. En el comentario a Viñar que escribí hace 20 años señalé las limitaciones que me parecía que tenían las analogías surgidas a partir de la noción de texto. Recuerdo que en Uruguay la obra de Lacan había sido intensamente leída durante las décadas de 1970 y 1980, que fueron los años de mi formación, y que en el momento de escribir ese comentario, yo estaba en realidad revisando la utilidad clínica de muchos de esos conceptos. Pese a los aspectos fascinantes de las ideas de Lacan, encontraba que ellas podían restringir o sesgar la comprensión de las situaciones clínicas o resultar engañosas debido a la multivocidad de sentidos encerrados en formulaciones que, tomadas literalmente, resultaban contradictorias con la experiencia. Por eso la metáfora o modelo del texto me resultó insuficiente: un texto maltratado no sufre de igual manera que un paciente mal tratado. Hoy día continúo pensando de esa forma, a lo que se suma una nueva reticencia, en este caso hacia las implicancias de la metáfora del analista como artista, identificado con el pintor que asienta sus trazos en la tela. J. Ahumada señaló con razón que la influencia del pensamiento postmoderno (y de sus raíces provenientes de Nietzsche) llevó a jerarquizar la función del analista como vate, uniéndose esta función vática con la postulación de un creacionismo verbal. Creo que en este punto conviene abrir una serie de preguntas sobre la naturaleza de nuestra indagación como analistas (o autores que reflexionamos sobre nuestra tarea analítica) ¿descubrimos o creamos? ¿somos observadores de hechos científicos o narradores cuya palabras son inseparables de lo que se describe? Desde la perspectiva de Marcelo Viñar “nominación y referente son en tal forma solidarios que la postulación materialista de Freud: ‘los hechos clínicos son el pilar o cimiento y las teorías o especulación apenas la cornisa del edificio’ parece hoy una premisa imposible de cumplir”. Mi punto de vista es el opuesto: nominación y referente están a mayor distancia uno del otro y en mi opinión, la afirmación de Freud conserva plenamente su valor. Los hechos continúan siendo el cimiento, aún cuando sea necesario reconocer que su apreciación debe ser reconsiderada desde una perspectiva más amplia y en el marco de un contexto epistemológico más complejo. Sabemos, hoy día, que como analistas no podemos pretender ser un espejo que refleja el inconciente del paciente. Más bien construimos trabajosamente junto con él diversas vías de acceso a su realidad intrapsíquica e interpersonal, que lo hace sufrir y que necesita ser modificada. Que se produzca este proceso de transformación es lo que da mayor poder de convicción a nuestras espeREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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culaciones. No es lo mismo hablar sobre algo que transformar algo. No aspiramos a hacer filosofía ni literatura de ciencia ficción a partir de lo que nos inspiran los pacientes. Como dice J.P. Jiménez1, el proceso de validación clínica es un proceso continuo y amplio de co-construcción de la realidad intersubjetiva de analista y paciente. Que este discurso sea coherente (o, si se prefiere, agrego yo, artísticamente creativo) puede ser necesario, pero no es suficiente. Es además necesaria la validación pragmática que surge de la comprobación de los efectos del análisis en el paciente, corroborada por estudios de proceso y resultado realizados a partir de diferentes perspectivas y fuentes de información. La noción de campo dinámico o de entredós de W. y M. Baranger, que Marcelo Viñar subraya con razón, se complementa con la necesidad de una “segunda mirada” sobre el proceso, que es también señalada por los Baranger. Este es uno de los desafíos que quisiera destacar, pues constituye uno de los campos que me parece que requieren mayor atención, para lo cual es necesario dar a la palabra experiencia su sentido más consistente. En este momento estoy trabajando en un Comité de la IPA sobre observación clínica que ha puesto el énfasis en la necesidad de observar los cambios que ocurren en un análisis buscando ampliar y hacer más sensible esta segunda mirada sobre el proceso, distinguiendo diferentes niveles: a) describiendo a nivel fenomenológico el cambio tal como es vivido a través del proceso transferencial y contratransferencial; b) distinguiendo las diversas dimensiones o dominios en los que ocurren las transformaciones y c) examinando en un tercer nivel las hipótesis explicativas del cambio propias de las diversas perspectivas teóricas existentes. La distinción entre estos niveles se pierde si equiparamos el acto de nominación con el referente. Por más que sea indudable que las teorías condicionan nuestra percepción y nuestra apreciación de los hechos, es también cierto que las comprobaciones que nos impone la experiencia, muchas veces en forma inesperada, pueden cuestionar y echar por tierra nuestras convicciones previas. Por eso hecho y relato no son lo mismo. Auschwitz no es simplemente una narración que pueda tener diferentes versiones: aunque nos sea difícil de indagar, comprender, o incluso representar cabalmente lo que ocurrió allí, eso existió en la realidad. Marcelo Viñar en diferentes escritos mostró la necesidad de recuperar la memoria sobre lo que sucedió en nuestros países durante la dictadura y ciertamente esta recuperación de la memoria tampoco constituye para él una simple construcción de relatos. Sin embargo, en algunos momentos de su argumentación parecería que los valores de objetividad, evi-

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Jiménez, J.P. (2009). Grasping Psychoanalysts’ Practice in its Own Merits. Int. J. PsychoAnal., 90:231-248

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dencia y realidad quedaran totalmente del lado de un positivismo estrecho y trasnochado, del cual es mejor desprenderse. Sin duda el positivismo pertenece al pasado, pero los criterios mencionados, de objetividad, validación y realidad, continúan vigentes. Llegamos así al punto central de la discusión. Voy a transcribir extensamente una cita de Viñar, porque creo que está en la raíz de la discrepancia. Hablando de la relación entre verdad y ficción, o más específicamente sobre la experiencia y los fundamentos, dice: “Hoy día las posturas pueden esquematizarse en una antinomia: los que buscan hacer entrar al psicoanálisis en los criterios de la ciencia natural de observación y toman como problema eje al tercero no comprometido, la justificación de una verdad más allá de quien la enuncia y sus corolarios de objetivación, validación y verificación para legitimar el valor de cientificidad. Otra postura, más afín a mi pensamiento es la de buscar en la experiencia misma los criterios que sostengan la investigación, cuyo cogollo es – a mi entender – el punto de extinción de la racionalidad”. Como dije antes, puedo coincidir con mucho de lo que Marcelo afirma, pero no con lo que excluye. La antinomia que señala me parece que encierra un paralogismo de falsa oposición y que toma la parte por el todo cuando excluye posiciones complejas a partir de la invalidez de algunos elementos, sin considerar si los otros no siguen siendo válidos. Estos procedimientos se repiten a lo largo del texto, que avanza en muchos momentos por medio del planteo de dicotomías que conducen a elegir opciones que parcializan el campo. Creo que en realidad es necesario colocar un “y” inclusivo (aunque discriminado y cauto) en muchas partes donde el texto coloca un “o” antinómico. Justamente por investigar fenómenos que se sitúan en el punto de extinción de la racionalidad (del paciente y del analista, como observadores-participantes de una co-construcción problemática) conviene abrir todas las vías posibles de investigación. Esto supone recurrir a distintas metodologías, respetando las exigencias internas de cada una de ellas, examinando críticamente hasta dónde pueden dar cuenta de los fenómenos peculiares sobre los que trata el psicoanálisis pero también permitiendo que estos fenómenos se iluminen por el entrecruzamiento de perspectivas, en parte concordantes y en parte contradictorias, haciendo posible de ese modo percibir mejor las fortalezas y debilidades de cada forma de aproximación y también los interrogantes y caminos aún sin respuesta que se abren hacia el futuro. El psicoanálisis como disciplina no necesita optar entre pertenecer a las ciencias humanas “o” a las ciencias naturales. Tampoco está “entre” el determinismo y la hermenéutica. La riqueza y complejidad del psicoanálisis radica en su pertenencia a ambos campos, como ocurre con la realidad humana. Intentaré mostrar a continuación que, con pleno derecho, el psicoREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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análisis debe enfrentar problemas y preguntas que pertenecen a cada uno de estos campos y que por tanto tiene el derecho y la necesidad de elegir el método más apropiado a las cuestiones que debe enfrentar. Estas cuestiones están primariamente determinadas por su función de beneficiar a los pacientes, lo que le permite ampliar el conocimiento sobre el padecimiento humano. El punto central de mi tesis es, pues, que el psicoanálisis encierra preguntas múltiples que requieren también el recurso a múltiples metodologías. Entre ellas las relacionadas con el campo específico de la clínica o práctica psicoanalítica ocupan un lugar privilegiado, pues tienen que ver no sólo con la tierra materna de la que surgió el psicoanálisis a partir de su vocación por brindar beneficio a los pacientes. Pero las preguntas que plantea la clínica, y que deben ser exploradas en la práctica analítica, se entrelazan con cuestiones relacionadas con campos vecinos, como intentaré mostrar más abajo. No se trata por tanto ni de aceptar un solo método como útil para esta tarea, ni tampoco, en el otro extremo, de confundir diferentes dominios conceptuales o metodologías de investigación. La investigación actual, con toda razón, promueve la triangulación de las perspectivas, o sea, la confrontación crítica de investigaciones que provienen de múltiples marcos de referencia, metodologías, preguntas para investigar e investigadores. Esta confrontación de perspectivas permite la validación externa de las hipótesis de una disciplina, y, en forma más amplia facilita la fertilización cruzada de los conocimientos y lo que Whewell y luego Wilson denominaron consiliencia del conocimiento. Nuestra práctica clínica se ha vuelto multiforme y por más persistente que sea la propuesta de definir el psicoanálisis en función del encuadre, en realidad la mayoría de los analistas sienten que realizan tratamientos que son psicoanalíticamente significativos y útiles para el paciente en condiciones de encuadre externo muy variadas. Pero también es cierto que no todo vale, lo cual obliga a encontrar criterios que guíen la práctica. Una opción (que fue la históricamente dominante) es la de derivar estos criterios de modelos ideales de lo que es o debe ser el análisis. Creo que la propuesta de Marcelo de volver a los senderos fundadores y a la experiencia del cuestionamiento y del no saber, aunque diferente de las propuestas tradicionales, conserva la idea de fidelidad a modelos ideales como forma de distinguir lo que es y no es psicoanálisis. Estoy de acuerdo en conservar esta inquietud por realizar tratamientos que mantengan lo esencial de los descubrimientos originales, pero esto es sólo una parte del problema. El otro, o más bien dicho en plural, los otros criterios que propongo tomar en cuenta provienen de la evaluación directa de los efectos que nuestras intervenciones producen en los pacientes, en nuestras condiciones actuales y concretas. Como señalaba Bleger, no sólo importa estudiar qué es lo que el análisis se propone lograr con los pacientes,

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sino comprobar qué es lo que logra realmente y, agregaría, cómo podríamos incrementarlo. Para avanzar en este camino no es sólo necesario mantenerse en contacto con las fuentes y las experiencias fundadoras, sino también investigar el problema como empírico, desde un punto de vista conceptual, abierto a múltiples perspectivas. Creo que las investigaciones que se están realizando actualmente desde estas premisas, que son más amplias que las que postula el trabajo de Marcelo Viñar, traen aportes sustanciales en diversos campos a los que me gustaría pasar revista aunque fuera en forma somera. Para poder discutir sobre investigación en psicoanálisis es necesario dejar en claro de qué estamos hablando. No encuentro otra forma de referirme a esto que contar, al modo de una breve hoja de ruta, algunas de las investigaciones o campos de investigación que en los últimos años me han parecido más relevantes para el psicoanálisis. Estas investigaciones abarcan diferentes campos a los que me referiré a continuación: el campo clínico, el humanístico, el de la investigación empírica de proceso y resultados, el del desarrollo y el de las ciencias. No pretende ser una enumeración exhaustiva ni enciclopédica. Abarca investigaciones que nos involucran a todos los analistas (por ejemplo, la investigación clínica) y otros tipos de investigación que requieren especialización y mayor dedicación (en cualquier profesión sólo un porcentaje no muy alto de personas se dedica a la investigación). La transmisión de la investigación clínica tal como se practica habitualmente (en forma de fragmentos o viñetas que ilustran o fundamentan las propuestas o innovaciones teóricas) continúa estando en la primera fila de lo que debe ser considerado investigación en psicoanálisis. Pero, al tener en cuenta tanto lo que pude observar en mi experiencia como editor de publicaciones psicoanalíticas, como los comentarios a trabajos psicoanalíticos (sobre todo los comentarios que se hacen en los corredores), debo decir que muchas de estas investigaciones clínicas o teórico clínicas no resultan convincentes para el lector. Esto se debe a diversas razones, pero quisiera referirme en especial a una de ellas, que suele pasar desapercibida y que se refiere a un campo controvertido: la investigación diagnóstica. Cuando trabajamos en el consultorio o escribimos una presentación científica sobre un paciente necesitamos hacer uso inevitablemente de ciertas categorías psicopatológicas y diagnósticas, pero al mismo tiempo queremos preservar la singularidad de cada paciente y tememos que el diagnóstico solo pueda ser usado en forma de rótulo que desvirtúa la singularidad. Empero, como diagnosticar no es etiquetar, sino conceptualizar, y no podemos referirnos a ciertos fenómenos sin conceptualizarlos, el resultado es que cada uno se construye su propio sistema diagnóstico con categorías demasiado generales, usadas en forma idiosincrática y borrosa. Sin embargo, la investigación clínica, para poder comparar sus resultados, necesita dimensiones que estén definidas operaREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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cionalmente dentro de un marco conceptual sistemático, y que posean validez, confiabilidad y utilidad clínica comprobada. A esta dificultad interna del psicoanálisis se sumó un segundo obstáculo, proveniente de la insuficiencia e inadecuación, hoy día universalmente reconocidas, de las categorías que el DSM-IV utilizaba para el diagnóstico de la personalidad. Esto hace especialmente importantes los cambios que están ocurriendo en este momento, tanto a nivel de los sistemas diagnósticos psiquiátrico (DSM-5) y psicoanalíticos (PDM: Manual de Diagnóstico Psicodinámico, y OPD-2: Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado). A nivel de la investigación clínica estos cambios abren perspectivas extremadamente interesantes, pues la evaluación dimensional de los niveles de funcionamiento mental (ya reclamada por J. Bleger hace cuatro décadas) y que ahora introducen los tres sistemas diagnósticos mencionados, permite apreciar aspectos esenciales para el trabajo psicoanalítico y psicoterapéutico y también evaluar mejor los cambios terapéuticos logrados. Es importante señalar el altísimo grado de concordancia que existe entre estos tres sistemas en la evaluación del funcionamiento mental2. Muchas de estas dimensiones fueron incorporadas por el modelo desarrollado en el marco del Comité de la IPA al que me referí más arriba para proponer formas de evaluar las transformaciones que ocurren realmente en los análisis. Lo dicho en el párrafo anterior no implica renunciar a la aproximación a lo singular, único e insaturado, de nuestra comprensión del paciente. En este campo la intersección con las humanidades y las ciencias sociales, en especial las metodologías de análisis cualitativo, puede ser enriquecedora. La literatura y el arte nos muestran ciertos aspectos de la experiencia humana desde una luz nueva. Numerosos analistas utilizaron las herramientas de la hermenéutica para comprender mejor las narraciones que surgen en los análisis y las metáforas que utilizamos. Muchos otros procedimientos de investigación comunes con otras ciencias sociales han sido utilizados, en especial la investigación cualitativa. Desde el punto de vista empírico sistemático, los estudios de proceso y resultados realizados en los últimos años también se han mostrado fructíferos para el psicoanálisis. Tanto investigaciones específicas, como las de R. Sandell3, así como meta-análisis de resultados, entre los que se destaca el de

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Bernardi, R (2010). DSM-5, OPD-2 y PDM: Convergencias y divergencias entre los nuevos sistemas diagnósticos psiquiátrico y psicoanalíticos. Revista de Psiquiatría del Uruguay. 74:2, 2010. Las mismas convergencias fueron señaladas en un Panel sobre este tema que tuvo lugar en el Congreso de la IPA en México (Agosto de 2011) Sandell, R., Blomberg, J., Lazar, A., Carlsson, J., Broberg, J., Schubert, J. (2000). Varieties of Long-Term Outcome Among Patients in Psychoanalysis and Long-Term Psychotherapy:

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Leichsenring4 y numerosas obras de P. Fonagy, H. Kaechele y otros, han ofrecido comprobaciones metodológicamente incuestionables de la efectividad de los tratamientos psicoanalíticos. Los resultados son convergentes incluso utilizando diferentes criterios de evaluación, fuentes y contextos. Esto no sólo tiene importancia ante los responsables de los seguros y sistemas de salud. Al clarificar la efectividad del psicoanálisis, han abierto a su vez el camino para la indagación de nuevas preguntas, sobre las que ya es posible ir vislumbrando algunos resultados: ¿Qué tratamiento es efectivo para qué paciente? ¿Realizado en qué condiciones? ¿Cómo se produce el cambio y a través de qué mecanismos? Esta última pregunta tiene especial importancia dada la situación actual Babel señalada por Marcelo Viñar: ¿Hasta dónde nuestras divergencias teóricas conducen a diferentes resultados en los tratamientos? Y si los resultados son similares, como es muy probable que lo sean: ¿Hasta dónde estamos discutiendo lo que es realmente relevante para los efectos del análisis, o sea, para el paciente? Por último, cabe también señalar que hoy sabemos que un porcentaje significativo de pacientes (4% a 10%) empeora por la psicoterapia. Freud ya había identificado algunos de los factores que podían llevar a este resultado, pero están menos explorados los que dependen del analista. Los eventos adversos ocurren en todo tipo de tratamiento, y en el caso del psicoanálisis sería importante una mayor investigación respecto a cómo se producen y por tanto, a la forma de evitarlos. Estos estudios me llevaron a jerarquizar algo que aprendí de Marta Nieto y que después encontré en otros pioneros del psicoanálisis en nuestra región: que importa estudiar no sólo en modelos ideales (cómo creemos que las cosas deben ser), sino también en procesos comprobables (cómo son realmente). Desde hace mucho encuentro fascinantes a este respecto los estudios del desarrollo, y en especial la confrontación entre el bebé reconstruido por el psicoanálisis y el bebé observado a través de múltiples metodologías. Por supuesto, en esta confrontación no se trata de elegir una metodología frente a otras, sino de comparar sus resultados, dejando que emerja lo que cada una de ellas hace posible comprender, así como lo que no logra incluir. Estos estudios me resultaron útiles para poder contribuir, desde el campo universitario, a estudios del desarrollo en condiciones sociales desfavorables. Hoy en día el psicoanálisis ha vuelto a ocupar un lugar en el mundo de la salud mental infantil a través una mejor comprensión de las interacciones tem-

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A Review of Findings in the Stockholm Outcome of Psychoanalysis and Psychotherapy Project (Stoppp). Int. J. Psycho-Anal., 81:921-942 Leichsenring, F., Rabung, S. Effectiveness of Long-term Psychodynamic Psychotherapy. A Meta-analysis. JAMA. 2009; 301(9):932-933.

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pranas, y de nociones tales como la de apego, mentalización, interacción y sintonías madre-bebé, etc. Conviene también señalar el interés actual por estudios de caso único5 que combinan distintas perspectivas para abordar el tratamiento de un paciente. Quisiera, por último, decir una palabra sobre el campo de las neurociencias: ¿Pueden aportar algo relevante al psicoanálisis de hoy? Es un tema polémico, pero el hecho de que exista una revista y una asociación de Neuropsicoanálisis indica que existen al menos numerosos colegas que piensan que sí. Quiero señalar sólo dos aspectos relevantes para las investigaciones. La relación entre el cerebro y la mente ya no puede ser pensada a partir de los modelos filosóficos clásicos (monismo, dualismo, interaccionismo). La plasticidad neuronal y los cambios en la expresión génica a partir de factores ambientales obligan a considerar nuevos modelos más sofisticados, como era el de Freud, que se podría considerar como un monismo de doble aspecto (M. Solms). Pero el cambio mayor es que ya no tiene sentido hablar de un reduccionismo de lo mental a lo cerebral. Sin duda el cerebro condiciona el funcionamiento de la mente, pero ni el cerebro ni los genes determinan totalmente y por sí solos cómo somos. Más aún, dada la plasticidad cerebral y la forma en la que el cerebro se modifica en función de las experiencias vividas, los neurocientistas se están preguntando cómo el cerebro se convierte en quien somos (LeDoux). En este aspecto el psicoanálisis puede ofrecer a las neurociencias modelos más complejos que los que ofrece la ciencia cognitiva. Se ha comprobado que la psicoterapia modifica al cerebro6. Todo sugiere que la modificación que produce la psicoterapia se produce en parte en forma similar a los psicofármacos (regularizando áreas disfuncionales) y en parte en forma distinta, por caminos diferentes (de “arriba hacia abajo”, esto es, de la corteza hacia la base, en la psicoterapia, y a la inversa en los fármacos). En este momento existen investigaciones7 que procuran indagar los correlatos neurofisiológicos del cambio estructural postulado por los trabajos clínicos psicoanalíticos, sugiriendo que se producirían cambios tales como modificación de umbrales, regulación descendente fronto-límbica, activaciones de redes asociadas, etc. Si observamos estudios de la neurobiología del desarrollo realizados desde una perspectiva psicoanalítica, como 5 6

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Kaechele, H., Schachter, J., Thoma, H. (2009) From Psychoanalytic Narrative to Empirical Single Case Research. Implications for Psychoanalytic Practice. Routledge. New York. London. Etkin, M.; Pittenger, C. Polan, H. J.; Kandel, E. R. (2005). Toward a Neurobiology of Psychotherapy: Basic Science and Clinical Applications. J Neuropsychiatry Clin Neurosci 17:145-158 Ver por ejemplo: Josephs, L, Bornstein, R. F. (2011). Beyond the illusion of structural change: a process priming approach to psychotherapy outcome research. Psychoanalytic Psychology, 28:3, 420-434

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los de Schore8 encontramos correspondencias entre algunos de los procesos involucrados, como se podría prever desde la teoría. Resulta sorprendente comprobar cómo un mismo fenómeno, en este caso el cambio psíquico, puede ser explorado desde diferentes perspectivas y metodologías, como si se tratara de un puzzle en el cual algunas piezas van coincidiendo y otras no, lo que plantea nuevos desafíos. En los párrafos anteriores sólo pude ofrecer una selección muy personal de algunos de los temas donde se abren para el psicoanálisis investigaciones fecundas para su futuro. Sin duda no todos estarán interesados en ellas, así como muchos campos seguramente escapan a mi atención o posibilidades. Pero presenté este resumen personal para señalar aspectos del desarrollo actual de la investigación que no deben quedar en principio excluidos o marginalizados. ¿Son específicamente psicoanalíticas todas las investigaciones relevantes para el psicoanálisis? ¿Lo es M. Bakhtin9, a quien sigue en algunos aspectos Marcelo Viñar? Creo que cometeríamos un error si confundiéramos la noción de especificidad con la de un aislamiento que lleva a la autosuficiencia y a la endogamia. Si las instituciones psicoanalíticas se volcaran en forma unilateral hacia las humanidades o hacia las ciencias naturales estarían limitando al psicoanálisis. Ello haría que todo un sector de los trabajos interdisciplinarios y los procesos de fertilización cruzada con otros campos del conocimiento se dieran por fuera de las instituciones psicoanalíticas, que perderían así un importante impulso innovador. Por eso, si bien estoy plenamente de acuerdo con el trabajo de Marcelo Viñar acerca de mantener vivos y abiertos los senderos fundadores, entendiendo esto no debe constituir una vuelta del psicoanálisis hacia sus orígenes, sino una apertura a la pregunta originaria de cómo se pone mejor al servicio del beneficio del paciente. La investigación no es sino una mirada desde múltiples prismas para comprobar en qué medida esto es así y qué nuevos desafíos nos esperan. Agosto de 2011

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Schore, A. N. (2005) Back to Basics: Attachment, Affect Regulation, and the Developing Right Brain: Linking Developmental Neuroscience to Pediatrics. Pediatr. Rev. 26;204-217 M. Bajtín (o Bajtín – Voloshínov) formularon severas objeciones al psicoanálisis (Bakhtin, M. M. A critique of Marxist apologies of Freudianism. Soviet Psychology, Vol 23(3), Spr 1985, 5-27). Esto no ha impedido que se diera un diálogo fértil entre sus ideas y la de autores tales como Winnicott, Lacan, Fonagy, o, en este caso, Marcelo Viñar.

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El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky1 * Jorge L. Ahumada

En la práctica de los científicos la pluralidad de las ciencias se da por descontada: un físico no supone ser químico ni menos aún biólogo, ni un biólogo presumirá de ser antropólogo o sociólogo. Los muy disímiles campos de la empiria condicionan la diversidad de las ciencias, y en cada una de ellas crece día a día la subdivisión de campos: así, dentro de la biología, un biólogo molecular no supondrá ser etólogo. Va de suyo también que la diversidad de los campos de la empiria y de las disciplinas de la ciencia se acompaña inevitablemente de una pluralidad de sus métodos. Esta autonomía de los métodos y los campos de las disciplinas no excluye confluencias e intercambios, dándose muchos descubrimientos importantes en la interfase de campos hasta entonces desconectados. Otro es el panorama visto desde la filosofía de la ciencia, esto es, desde la epistemología. Partiendo de sus albores en la antigüedad griega, al surgir la geometría con los pitagóricos, la aspiración a la certeza de los conocimientos empíricos – certeza alcanzable sólo mediante la geometría y la matemática – asumió un tinte religioso que luego heredaron la epistemología e importantes corrientes de opinión en las ciencias, fundamentalmente en la física, que devino la ciencia madre de la cual, en la búsqueda de unidad y certeza por detrás de la diversidad y el caos, se alimentan los otros campos empíricos. Así, la exultante exclamación de Galileo de que el libro del Universo está escrito en lenguaje matemático, afirmación donde asientan los positivismos, se hace eco de la noción epistémica central de los pitagóricos, de Demócrito, de Arquímedes y de Platón, para quienes la formalización geométrica estaba en el núcleo de la ciencia.

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Basado en parte en la alocución, representando a APA, en la mesa “Klimovsky y su visión del psicoanálisis”, los otros panelistas fueron los Dres. R. Horacio Etchegoyen (APDEBA), Eduardo Issaharof (SAP) y Samuel Zysman (APDEBA). Homenaje al Prof. Gregorio Klimovsky, Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, 26 de septiembre de 2009. [email protected] / Argentina

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La disyunción entre la pluralidad metodológica y epistémica de las ciencias que dan por descontada los científicos en su tarea, y la visión filosófica, unitaria, de la ciencia, centrada en la formalización, está viva aún hoy, pues una versión formalista del conocimiento científico, el hipotético-deductivismo de Karl Popper, juega entre nosotros el rol de saber epistémico aceptado. Vale pues examinarlo, en las idas y vueltas que en torno a su pensamiento tuvo ese paladín de sus ideas que fue Gregorio Klimovsky. Formado en las matemáticas y la lógica matemática, Klimovsky advino a la epistemología a través de un popperiano ardoroso, Mario Bunge: desde entonces, afirma su discípulo Eduardo Flichman, “lleva consigo un Popper internalizado, con el que se pelea y reconcilia permanentemente” (2004, p. 17). Indagar su evolución respecto de la epistemología popperiana me permitirá considerar los límites del método hipotético-deductivo, sostener la pluralidad de los temas epistémicos y esbozar la ubicación epistémica del psicoanálisis. Tras su expulsión de la Universidad de Buenos Aires luego del golpe militar de Onganía, Klimovsky contactó con nuestra disciplina en los grupos de estudio de la Universidad de Catacumbas. Hasta entonces, dice, tenía prejuicios contra el psicoanálisis, pero su visión cambió radicalmente ante problemas epistemológicos cuya estructura lógica y semántica es, según sus palabras, muy diferente de los abordados hasta entonces: los de la lógica, la fundamentación de las matemáticas, las ciencias físicas y naturales (2004, p. 26-27). Se convirtió así en defensor epistémico del psicoanálisis, a contrapelo de su maestro Popper y de Bunge, quienes desde un logicismo y formalismo a ultranza asumieron el combate contra el psicoanálisis como una cruzada contra el infiel, estigmatizándolo una y otra vez bajo el rótulo de pseudociencia. Popper, Bunge y también Klimovsky adhirieron no obstante a un principio epistémico en común: la primacía del método hipotético-deductivo vigente en la física y en última instancia derivado de la geometría, método donde es central la noción de reducción a variables. Aclarando mis distancias con la atribución de primacía epistémica a la lógica y al método hipotético-deductivo, pues pienso con Charles Peirce que la lógica aprende de los muy diversos campos de las ciencias al menos tanto como las ciencias pueden aprender de la lógica, me centraré en la resultante del encuentro de Klimovsky con los muy diferentes problemas epistémicos que, según reconoce, presenta el campo de lo psíquico, problemas con los que lidia el psicoanálisis. De allí emerge su aporte más personal, el pasaje desde el método hipotético-deductivo en versión simple que signa la postura de Popper, hacia el método hipotético-deductivo en versión compleja presentado en su libro Las desventuras del conocimiento científico (1995). Sostiene allí (p. 211) que el método hipotético-deductivo sería, quizás junto con los métodos estadísticos, una estrategia general para el ordenamiento, la funREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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damentación y la propagación del conocimiento, en principio aplicable a todo tipo de problema, de investigación y de disciplina, siendo la clave de toda labor científica. Tal es, afirma, la médula del pensamiento de Popper en La lógica del descubrimiento científico (1934). Pero la versión simple del método hipotético-deductivo mereció objeciones, dice, por no reflejar la complejidad de las estrategias científicas reales. Los enunciados usados en cualquier investigación incluyen muchos otros más allá de la teoría considerada, pues toda teoría emplea conceptos presupuestos provenientes de teorías y disciplinas anteriores, cuyo sentido se da por conocido y aceptado. Ahora bien, pregunta: ¿qué ocurre cuando una consecuencia observacional de una teoría resulta falsa? La versión simple, popperiana, del método hipotético-deductivo, que Lakatos llama refutacionismo ingenuo, daría por refutada la teoría, debiendo descartarse al menos una de sus hipótesis fundamentales, pues una sola refutación destruye la afirmación simultánea de todos sus principios, descartando la teoría. Pero, anota Klimovsky, dado que la teoría que intentamos confrontar apoya en un marco de teorías anteriores que se dan por presupuestas, y apoya además en hipótesis sobre el material a trabajar, las hipótesis colaterales que divide en subsidiarias y auxiliares, nos encontramos con que las discrepancias observacionales pueden corresponder a cualquier nivel. Por ende, sostiene, “el método hipotético-deductivo en versión compleja concibe a una teoría científica como formando parte, según el contexto y las circunstancias, de una red de hipótesis vinculadas con el material de trabajo, con teorías presupuestas y con observaciones que pueden ponerse en duda y ser responsables de las refutaciones”(1995, p. 239). Se enrola así Klimovsky, y él lo señala, en lo que Lakatos llama un refutacionismo sofisticado. Mientras que en el refutacionismo ingenuo de Popper las teorías se descartan al refutarse alguna consecuencia observacional, en el refutacionismo sofisticado del método hipotético-deductivo en versión compleja las teorías deben reexaminarse en sus distintos niveles y dimensiones, y pueden ser modificadas aquí o allí, pueden asimismo descartarse pero en cualquier caso son susceptibles de reaparecer de otras maneras y en otras dimensiones conceptuales. En tal desarrollo conceptual Klimovsky se aparta de las enseñanzas de su maestro Popper, ubicándose en un más allá respecto de la postura del falsacionismo ingenuo popperiano. Queda abierto, empero, un magno interrogante: ¿es legítimo tomar al método hipotético-deductivo como eje de la ciencia en toda empiria, el campo de lo psíquico inclusive? La noción de una epistemología general, tal como la plantean tanto Popper como Klimovsky, implica una petición de principio: que el método hipotético-deductivo ostenta primacía en todos los campos de las ciencias. Cabe subrayar que su empleo en cualquier campo de indagación empírica involucra un paso previo: la reducción a variables

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homogéneas proyectables como las que puso en marcha la ciencia física, desde Arquímedes y sobre todo desde Galileo. Acarrea, pienso, un equívoco el uso del término “ciencias naturales”, que arriesga atribuir similar estructura a áreas tan disímiles como la mecánica de los cuerpos celestes, esto es la astronomía, y el comportamiento de las muy diversas especies animales en sus medios naturales, la etología. Que la astronomía y la etología sean “naturales” por corresponder ambas a la naturaleza no implica que sus características estructurales se asemejen al punto de que las estrategias y métodos exitosos en el estudio de la mecánica de los cuerpos celestes regirán lo que ocurre en otros campos. Ante la hegemonía del pensamiento fisicalista en todo ámbito un filósofo inglés, Bernard Williams, advierte: “Se dice que el naturalismo acepta lo que aceptan las ciencias naturales. Pero, ¿es la biología una ciencia natural? Si la biología lo es, ¿lo es la etología? Si lo es la etología, ¿qué sucede con la etología de los seres humanos, que incluye a la cultura? Nos topamos ahí con una vuelta de tuerca pues el naturalismo supone representarlo todo -las plantas, el comportamiento animal, las culturas humanas- en términos de una ciencia natural que se supone universalmente aplicable, la física. El naturalismo quedó así atado al proyecto del reduccionismo fisicalista. El reduccionismo fisicalista es un emprendimiento enteramente implausible, y es inaceptable que, por ejemplo, se ligue a él lo concerniente a un enfoque naturalista de la ética. Debemos apartarnos del reduccionismo. Los temas del naturalismo no conciernen a la reducción sino a la explicación. Desde ya, me doy cuenta de que así queda casi todo abierto” (2002, p. 22-23).

Consideremos dos exposiciones clásicas del método hipotético-deductivo. En su libro La Explicación Científica Braithwaite sostiene “El estudio de la naturaleza de una teoría científica es ... el estudio de la naturaleza del sistema deductivo empleado en la teoría” (1953, p. 22). Por su parte, y aún admitiendo que no hay división precisa entre el conocimiento corriente y el conocimiento científico, Ernest Nagel postula en La Estructura de la Ciencia que “con ayuda de un pequeño número de principios explicativos, puede mostrarse que un número indefinidamente amplio de proposiciones acerca de dichos hechos constituye desde el punto de vista lógico un cuerpo de conocimiento unificado” (1961, p. 4). Que el explicandum sea consecuencia lógicamente necesaria de las premisas explicativas, sostiene Nagel, “vale como paradigma de cualquier explicación ’genuina’ ... la forma ideal adonde deberá apuntar todo esfuerzo de explicación” (1961, p. 21, cursivas mías). En similar orientación había inscripto décadas antes Popper su hipotético-deductiREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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vismo, donde la ciencia sólo acepta enunciados universales organizados en un sistema axiomático: los enunciados del más alto nivel de universalidad son los axiomas, de los cuales se deducirán los enunciados de menor nivel, que también deberán ser estrictamente universales (1934, p. 54-55). El hipotético-deductivismo asume como modelo general válido para toda “ciencia natural” la estructura de las ciencias exactas plenamente formalizadas, ante lo cual distinguiré con firmeza dos versiones epistémicas muy diferentes acerca de las ciencias naturales, término que utilizo en plural para recalcar su diversidad: 1) un fisicalismo reduccionista regido por el deductivismo bajo las nociones de “variable” y “ley natural”. El supuesto de base es que la ciencia física asume prioridad y que su estructura epistémica será eventualmente aplicable a todo campo de indagación, incluso al campo de lo psíquico. Así Descartes, extremando el reduccionismo que caracteriza al enfoque hipotético-deductivo, equiparaba los animales con máquinas adscribiéndoles una estructura enteramente mecánica sin intelecto ni afectos, restringiendo lo psíquico a la cogitación conciente y la voluntad humanas. 2) un naturalismo amplio que acepta desde el punto de vista epistémico el cambio y la dependencia del contexto, así como la importancia de indagar en los supuestos, inevitables pero de ningún modo incorregibles, que aporta el investigador. Al contrario del fisicalismo reduccionista esto implica, como vimos, que casi todo queda abierto. En este sentido amplio del término naturalismo, donde casi todo queda abierto, Freud inscribe al psicoanálisis en las ciencias naturales. De hecho, dice el filósofo norteamericano Stephen Toulmin (1990, p. 151), fue tarea de Freud y los psicoanalistas poner plenamente en jaque la equiparación cartesiana de lo psíquico con la cogitación consciente, y de la razonabilidad con la razón formal. Que las epistemologías clásicas definan como ciencia sólo lo abarcable por sistemas deductivos formales lleva a que Popper deba reconocer (1994) que desde sus criterios acerca de qué es ciencia y qué pseudo-ciencia no hay modo de aceptar los planteos de Darwin como pertenecientes a la ciencia. Con lo cual, para ser coherente con los criterios que signan su demarcacionismo, ¡Popper debiera condenar a Darwin a los abismos de la pseudo-ciencia a los cuales condenó una y otra vez a Freud! Si bien Klimovsky aclara que simpatiza con el reduccionismo como estrategia metodológica hasta el punto de plantear como una suerte de obligación moral emplearla sistemáticamente (1995, p. 277), admite también, y esto me parece de importancia mayor, que “adoptar actualmente dicho enfoque no ayudaría en absoluto a la investigación psicológica o socioló-

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gica” (p. 279). La contraposición de estos dos asertos que pudieran parecer contradictorios, el segundo de los cuales rompe con el logicismo de su maestro, refleja a mi entender su sensibilidad ante el hecho de que, para decirlo en términos de Peirce, lo psíquico es en sí mismo de naturaleza inferencial, y es por ende harto esquivo a las ambiciones de reducción. Prueba de dicha sensibilidad respecto de la capacidad inferencial de lo psíquico es su referencia, en su libro final, Mis diversas existencias. Apuntes para una autobiografía, a los experimentos de Wolfgang Köhler en la isla de Tenerife en la década del 30 acerca del proceso de “Eureka”, el proceso de descubrimiento de lo nuevo en el chimpancé, aceptando Klimovsky como evidente que el chimpancé reflexionó a partir de captar una estructura, los palos susceptibles de ser enchufados, en función de su objetivo, obtener el cacho de bananas (2008, p. 232). El tema de fondo radica pues en qué admitir como “empiria”. Ocurre que lo que tanto el logicismo popperiano cuanto esa otra forma de hipotético-deductivismo, el llamado empirismo estricto, admiten como “empírico” se restringe a las magnitudes supuestamente homogéneas, válidas en todo contexto, independientes y mensurables, esto es, a las variables “proyectables” que hallan cabida en los sistemas deductivos formales y son aptas para la predicción punto-por-punto. Nada de eso, desde ya, vale para el psicoanálisis, ni tampoco para amplias áreas del estudio de los seres vivos donde entra centralmente en juego alguna forma de intencionalidad, como ocurre con la etología: en el abordaje de vastísimos terrenos de la empiria los conceptos empleados por las ciencias están lejos de ser “claros y distintos, indudables”, como pretendió imponer a toda ciencia en su Discurso del Método (1637) Descartes quien, no olvidemos, era desde el cuño geómetra. Ilustrando que nuestros conceptos científicos suelen no ser claros ni distintos, ni mucho menos indudables, Darwin sostuvo en El origen del hombre que no hay modo de distinguir en forma neta a lo largo de la evolución de las especies entre la noción de instinto y la noción de razón, debiendo esto evaluarse en cada caso según las circunstancias (1879, p. 96-97), y sostuvo asimismo que las diferencias psíquicas entre el hombre y los animales superiores, aunque grandes, lo son más de grado que de cualidad (p. 151). No es necesario abundar en cuanto al naturalismo amplio de Freud, que está en la base no sólo de su postura epistémica sino también de su postura clínica: baste recordar su afirmación en “El Yo y el Ello” (1923) en cuanto a que el Yo es primeramente y por sobre todo un Yo corporal. A contrapelo de la atemporalidad que rige el hipotético-deductivismo, fue con la obra de Darwin, indica el filósofo de la historia Roger Collingwood (1946, p. 129), que la naturaleza accedió por fin a la dimensión histórica. En los campos de las ciencias naturales donde juega la intencionaliREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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dad, y no sólo en el psicoanálisis, vale lo que Barbara Tuchman señala de la historia, que la contradictoriedad es parte de lo que está en juego, y no simplemente un conflicto a nivel de las evidencias (1978, p. xvii). Adentrándonos en las cualidades de universalidad de los enunciados que signan el hipotético-deductivismo surgido en la geometría con los pitagóricos y retomado luego por la física del siglo XVII, veamos cómo plantea un lógico prominente de la segunda mitad del siglo XX, Willard Quine, el tema de cómo la ciencia accede a ir más allá del sentido común: la respuesta es, en una palabra, ’sistema’. El científico introduce sistema en su indagación y escrutinio de las evidencias. El sistema, además, dicta las hipótesis mismas, siendo bienvenidas las hipótesis que conducen a una mayor simplicidad en la teoría toda... la simplicidad misma, en algún sentido de tan difícil término, cuenta como un tipo de evidencia (1954, p. 233-234). Añade Quine que ante la complejidad el epistemólogo debe purificar el lenguaje de la ciencia, y para ello “comienza por eliminar lo que se conoce como términos indicativos (Goodman) o particulares egocéntricos (Russell): ‘yo’, ‘tú’, ‘esto’, ‘aquello’, ‘aquí’, ‘allí’, ‘ahora’, ‘entonces’, y términos similares. Debemos claramente hacerlo para que las verdades de la ciencia puedan ser literalmente ciertas independientemente del autor y de las circunstancias de su enunciación. Sólo así, en realidad, podremos ser capaces de hablar de las sentencias, esto es de ciertas formas lingüísticas, como verdaderas y falsas. En tanto y en cuanto retengamos los términos indicativos no serán las sentencias sino solamente los diversos eventos de su enunciación lo que podrán ser verdaderos o falsos” (1954, p. 235).

La eliminación de los términos indicativos tiene como ventaja, sostiene Quine, lograr un tipo de objetividad adecuada a los fines de la ciencia, pues “la verdad se vuelve invariante con respecto al enunciador y a la ocasión. Al mismo tiempo logramos un propósito técnico: simplificar y facilitar un departamento básico de la ciencia, esto es, la lógica deductiva” (1954, p. 235). Cabría replicar a tal reclamo de eliminación de los términos indicativos o particulares egocéntricos partiendo de un trabajo suyo ulterior, “Los límites del conocimiento”, donde afirma que “La relación del lenguaje con la observación es siempre sesgada, pero la observación es lo único que puede anclar al lenguaje” (Quine 1970, p. 67). En el estudio del campo de lo psíquico, la eliminación de los términos indicativos en pro de la aplicabilidad de la lógica deductiva destruye cualquier anclaje posible del lenguaje en la observación: destruye, en términos de Reichenbach (1938, p. 107) las “re-

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laciones constitutivas” de aquello que se indaga. Se abroga así toda posibilidad de descripción de las experiencias personales y con ello el campo de estudio mismo. En cuanto a la necesidad irreductible del empleo de los términos indicativos, o si se quiere de los particulares egocéntricos, en la construcción de descripciones de la experiencia personal, sirva como testigo un niño de veinte meses de edad hilvanando uno de sus primeros relatos, que logra vehiculizar de modo efectivo en su complejidad semántica pese a carecer de sintaxis alguna que no fuera la mera secuencia de las palabras: la narrativa de ser atropellado el día anterior por una niña de cuatro o cinco años de edad, ante quien se cruzó cuando ella se hamacaba en la plaza. La niña, hábilmente, le puso un pie en el pecho, haciéndolo volar por el aire y tirándolo al suelo en un mar de llanto; enseguida sus padres lo habían llenado de besos para calmarlo. Relataba el niño una y otra vez: “Nené - nena - pata - PAM - buah, buah - chuik, chuik”, inicialmente riéndose a carcajadas. El primer término, “Nené”, era su forma de referirse a sí mismo, siendo por ende un término indicativo o un particular egocéntrico; pero también los otros términos, nena, pata, PAM, etc., son indicativos pues obviamente referían a una niña y a una pierna particulares, a un golpe particular, a un llanto particular y a los besos de sus padres en una ocasión también particular. Toda experiencia es personal. Que el carácter traumático de la experiencia no se agotaba fácilmente en el acto de relatarla se muestra en el hecho de que el niño reiteró durante varios días la narrativa ante cada uno de sus interlocutores relevantes, y en que por momentos pegaba un salto durante el relato cayendo sobre un pié, transformando en sus gestos lo pasivo en activo, ubicado en el rol agresor de la niña. No extrañe que a partir de sus lineamientos eliminativos afirme Quine que los términos acerca de lo psíquico son demasiado vagos para ser útiles en ciencia (1954, p. 243): en similares bases eliminativas de abrogación de lo personal asentó Popper a partir de 1934 su idea platonizante de una ’ciencia sin sujeto cognoscente’. Comentario aparte merece su aserto de que “lo que es cierto en lógica es cierto en psicología” (1979, p. 6), pues tamaño apriorismo prescinde de las más elementales precauciones en cuanto a cómo se genera el conocimiento empírico. Así, nos advierte un hipotético-deductivista prístino como Braithwaite que si bien puede darse una completa similitud estructural entre un sistema puramente deductivo (tal como la lógica) y un sistema deductivo científico, existe no obstante una diferencia irreductible entre las proposiciones de la lógica y la matemática, por un lado y las de cualquier ciencia natural por otro, pues las primeras son lógicamente necesarias y las segundas son lógicamente contingentes: en las ciencias naturales el orden epistémico va desde abajo hacia arriba, en sentido contrario al orden lógico, pues la experiencia, y no la lógica, es lo decisivo (1953, p. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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351-353). Va de suyo que abordar el magno hiatus epistémico que separa la abstracción pura – que rige las matrices del lógico – de lo concreto del modus operandi de la mente del bebé (o del adulto) requiere la indagación in situ del mismo. La visión epistémica de un naturalismo amplio cuestiona de plano no sólo la aplicabilidad a todos los campos de la empiria de la reducción a variables y del hipotético-deductivismo, sino también la dicotomía de los neokantianos desde Dilthey hasta Cassirer, instituida a los fines de legitimar el estudio de las ciencias históricas, entre ciencias nomotéticas, las ciencias de la naturaleza entendidas al modo abstracto de la física, y ciencias idiográficas, las ciencias de la significación que estudian lo particular y serían características de lo humano. Como enseguida veremos, las nociones de intencionalidad y de significación resultan indispensables para el conocimiento etológico y además, lo cual importa en nuestro campo y a nuestros fines, la intencionalidad y la significación rebasan ampliamente los límites del lenguaje a los cuales tienden a acotarse en las filosofías hermenéuticas. Valga al respecto la tenaz distinción que sostuvo Freud entre dos niveles harto disímiles: las Dingvorstellungen, las presentaciones-cosa cuya significación se da en sí en vez de representar, y las Wortvorstellungen, las presentaciones-palabra, siendo a nivel de las primeras, de la presentaciones-cosa, donde entran en juego las significaciones centrales para el psicoanálisis. Mencioné ya, ejemplificando, que más allá de la fidelidad a sus lealtades epistémicos, la sensibilidad de Klimovsky se abre a la existencia de diferencias sustantivas entre la índole de los procesos abordables por los métodos del fisicalismo, y la índole de los procesos psíquicos, el impacto duradero que tuvieron en él las investigaciones de Köhler acerca del proceso de “Eureka”, el proceso cogitativo de descubrimiento en el chimpancé. En un terreno central para el psicoanálisis, el área de los impulsos y los afectos a ellos ligados, e ilustrando las diferencias sólo de grado en la construcción de los afectos entre los animales superiores y los seres humanos que refería Darwin, tomaré un ejemplo de altruismo en hembras de chimpancé que describe una primatóloga pionera, Jane Goodall (1989, p. 6). Patti, una adolescente recién migrada al grupo (las hembras adolescentes tienen libre pasaje entre los grupos) se embarazó, pero luego el bebé desapareció. Catorce meses después parió nuevamente, y allí mostró con el bebé el tipo de comportamiento que muestran las madres criadas en cautiverio en condiciones traumáticas: no tenía idea de cómo manejarse con el bebé, al punto de arrastrarlo golpeando su cabeza en el sueldo, con lo cual dentro de la semana el bebé murió. Al nacer otro bebé, Tapit, su madre pareció haber aprendido algo, sea de su experiencia con el anterior, sea de observar a otras hembras, pero mostraba anomalías tales como dejar de pronto solo al bebé. Se acercó entonces Gigi, una mona ya mayor a

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quien los investigadores pasaron a llamar “la tía”, quien acompañaba a Patti en forma habitual, supliendo sus falencias al punto de que durante las recorridas del grupo Tapit estaba tanto o más tiempo con ella que con su madre. Esta situación se prolongó hasta que el infante llegó a la edad de cuatro años; poco después su madre se embarazó nuevamente y Gigi retomó su papel con la nueva cría, pero para entonces las cualidades maternales de Patti habían evolucionado, dice Goodall, pasando a ser una excelente madre. ¿Sería plausible acaso enmarcar los hechos de esta breve descripción – la presunta traumatogénesis en la infancia de Patti, la traumática crianza de sus sucesivos bebés, la percepción de dicha traumática crianza por parte de Gigi y su sostenido acercarse en función de ayuda, la ulterior evolución de las cualidades maternales de Patti – en la postulación cartesiana de los animales como estructuras mecánicas? Es más, ¿hay algo en los procesos descriptos que se preste a la reducción a variables independientes homogéneas, mensurables, universalmente aptas para la proyección más allá del contexto y por ende aptas para la deducción rigurosa? ¿Hay chance alguna de aplicar a la descripción de los sucesos arriba descriptos, sin destrozarlos en el proceso, las cualidades que exige Quine del lenguaje de la ciencia, cualidades que transpone a la empiria a punto de partida en la universalidad y la atemporalidad del lenguaje de la lógica formal y de las matemáticas? Podemos sí apreciar en nuestro breve ejemplo de una observación etológica que lo psíquico, incluyendo en primer lugar lo psíquico afectivo, es en sí mismo inferencial, lo cual vale tanto para los gruesos fracasos inferenciales de Patti en el trato de sus primeros bebés cuanto para la apreciación por parte de Gigi de la necesidad de ayuda, así como para la ulterior capacidad de Patti de evolucionar aprendiendo de la experiencia apoyando en dicha ayuda. Estamos pues ya aquí, en pleno campo de la observación de las conductas animales, ante un universo irreductiblemente intencional, relacional, personal e inferencial, a más de instintivo; un universo donde en un decurso histórico eventos únicos evolucionan en dimensiones harto esquivas a la predicción. Nos hallamos lejos pues de la visión cartesiana de los animales como máquinas y lejos también de la regularidad de variables, universalidad y atemporalidad que signan el universo de la mecánica física, el ámbito del Sistema del Mundo donde implantó sus formalizaciones el método hipotético-deductivo. Hace ya tres décadas un matemático volcado a la biología, René Thom, advirtió que la aproximación reduccionista, que requiere aislar entidades inmutables, fracasa en gran número de situaciones, en particular ante el fenómeno casi universal de una jerarquía de los niveles de organización (1980, p. 89). No queda pues, en amplios terrenos de la empiria y más aún en el psicoanálisis, otra opción que abandonar las estrecheces del hipotético-deductivismo y de la reducción a variables, buscando otras epistemologías para REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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explicitar en la mayor medida posible una epistemología del método psicoanalítico. Pasar, esto es, del método hipotético-deductivo de la física a un más modesto y más variopinto método inferencial, por más que Klimovsky objeta (1995, p. 96) que la inferencia carece del rigor de la deducción: como señalé más arriba, acceder a un lenguaje que haga viable el rigor de la deducción estricta requiere abolir los términos indicativos o particulares egocéntricos, esenciales para nuestro campo. El tema es demasiado amplio para desarrollarlo aquí y me referí a diversos aspectos del mismo en mi libro Descubrimientos y refutaciones. La lógica de la indagación psicoanalítica (1999): baste señalar, retomando mi breve relato etológico, que allí todos los actores – Patti, Tapit, Gigi – actúan como, y en función de, particulares egocéntricos y según contextos particulares; tal como enfatiza Freud en Totem y Tabú y tendemos con demasiada frecuencia a olvidar, “en el principio era la acción” (1913, p. 161). Valga la salvedad de que no todos los grandes lógicos han sido logicistas en cuanto a suponer que las muy diversas variedades de la empiria se atienen por naturaleza a las cualidades de la lógica formal, entre ellos cabe ubicar, además de Aristóteles, a Whewell, Peirce, Russell y von Wright. En el falibilismo de Charles Peirce, que toma la noción de experiencia como punto de partida, la indicación (el señalar, la deixis, la ostensión) es tan indispensable como irreductible, pues el index asume el carácter de la experiencia presente (Sebeok 1995, p. 224). Peirce reconoce que “las diferentes ciencias se manejan con diferentes tipos de verdad” (1901, p. 87), y señala que “todo conocimiento empieza con el descubrimiento de que hemos mantenido una expectativa errónea de la cual hasta entonces apenas habíamos sido conscientes” (1901, p. 88); una emoción, la sorpresa, aporta ahí, dice, la indicación instintiva de nuestro error lógico. Establece así el rol nuclear de la contrainducción en las ciencias, aunque dicho vocablo recién fue acuñado medio siglo después por el lógico finlandés G.H. von Wright (1957). Refuerza Peirce esta consideración crucial afirmando que “la experiencia es nuestro único maestro” (1903, p. 153). Es a partir de la idea de experiencia que debemos ir construyendo una epistemología del psicoanálisis donde se haga lugar propio a lo intencional, lo relacional, lo personal y lo inferencial, a más de lo instintivo, lo histórico y lo subjetivo. Traté de mostrar que el método hipotético-deductivo se ubica en las antípodas del modus operandi del psicoanálisis, tanto del método clínico, donde en la indagación de las experiencias las estrategias contrainductivas juegan un papel nuclear, cuanto de la ardua elaboración de construcciones conceptuales a partir del trabajo clínico. Cuando abordamos el ámbito de lo psíquico, sostiene Peirce, nos enfrentamos con espinosos problemas de inferencia cuya resolución deberá darse, y en esto coincide con Freud, de un

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modo indexal u ostensivo partiendo de casos particulares. Cabe agregar que en la indagación del psicoanálisis clínico el abordaje de estos problemas de inferencia a partir de situaciones particulares ocurre a mi entender a dos voces, pues el trabajo clínico del psicoanálisis es inferencial en un doble sentido, implicando un doble trabajo de las evidencias emergentes en dichas situaciones particulares, por parte del analizado y por parte del analista (Ahumada 1999, 2005, 2006). Me parece oportuno enfatizar la centralidad de atender a las particularidades que entran en juego en el terreno de lo psíquico en estas épocas donde se da en el interior del psicoanálisis una fuerte corriente de opinión que, apropiando para sí el nombre de investigación empírica, define lo empírico desde la matriz del método hipotético-deductivo, adjudicando prioridad epistémica a la investigación sistemática de variables por sobre la investigación clínica. Consecuencia de tal priorización es, por ejemplo, la creciente popularidad entre los psicoanalistas de la distinción, surgida en las neurociencias, entre una memoria procedimental y una memoria explícita, distinción que, como considero en detalle en otro lugar (Ahumada 2011), cae ante la más elemental observación. Sirva como ejemplo del hipotéticodeductivismo que permea las posturas de la autodenominada investigación empírica en psicoanálisis un reciente cuestionamiento de uno de sus adalides, Peter Fonagy, criticando el hecho de que “la práctica clínica en psicoanálisis no resulta lógicamente deducible de la teorización psicoanalítica con que contamos hoy” (2006, p. 72). No debiera preocuparse mayormente por ello, pues en ninguna ciencia concreta la práctica es deducible a partir de sus teorizaciones: va de suyo que si las prácticas de la indagación científica fueran lógicamente deducibles de la teoría, dichas prácticas de indagación evidencial resultarían redundantes. Ateniéndome al tema del pluralismo epistémico y metodológico de las ciencias sin entrar en ese otro magno tema, el panorama del pluralismo dentro de nuestra disciplina, estas líneas detallan mis discrepancias y coincidencias con la epistemología de Gregorio Klimovsky. Quiero, para finalizar, agradecer a nuestro ilustre ausente habernos transmitido como pensador, como docente y como custodio de los valores republicanos, un ejemplo de vida. Agradezco al Dr. Pablo Cristiani y al Lic. Eitan Gomberoff su lectura y sugerencias

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RESUMEN El contacto de Gregorio Klimovsky con la epistemología, tras su actividad en matemáticas y lógica matemática, se dio a través del logicismo popperiano. Su ulterior contacto con el psicoanálisis, cuya problemática epistémica es, nos dice, muy distinta de la de las matemáticas y la física, derivó en su contribución más original, el pasaje desde el falsacionismo ingenuo del método hipotético-deductivo en versión simple que signa la obra de Popper, hacia el falsacionismo sofisticado del método hipotético-deductivo en versión compleja donde las teorías son susceptibles, a partir del contacto con el material de estudio, de ajustarse y modificarse en cualquiera de sus diversos niveles. El presente trabajo considera luego las cualidades y límites del hipotético-deductivismo centrándose en una crítica de la reducción a variables cuando se la asume como postura general de la ciencia a aplicar en todos los campos. Se plantea que para amplios campos de la empiria y desde luego para el psicoanálisis se requiere un pluralismo epistémico que otorgue un lugar adecuado a las características del objeto de estudio. En el caso de lo psíquico el objeto de estudio no es susceptible de abstracción pues es irreductiblemente personal, intencional, relacional, inferencial, histórico y subjetivo. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / CIENCIA / EPISTEMOLOGÍA.

SUMMARY The pluralism of science: A tribute to Gregorio Klimovsky After a career in mathematics and mathematical logic Gregorio Klimovsky met epistemology through Popper’s logicism. Later on, his contact with psychoanalysis, of which the epistemic issues are, he acknowledges, quite different from those of mathematics and physics, led him to his best contribution in passing from the naïve falsationism of Popper’s simple version of hypothetico-deductivism to the sophisticated falsationism of a complex version of the hypothetico-deductive method where theories may, upon contact with the object of study, be adjusted or modified at any of their several levels. The present paper goes on to consider the characteristics and limits of hypothetico-deductivism, focusing on a critique of reduction to variables as a general scientific strategy to be applied in all fields of empiry. In order to make adequate place for the characteristics of their objects of study, it is here sustained, epistemic pluralism is a must for ample fields of inquiry, and no doubt for psychoanalysis. Whenever psychic processes are involved the object of study is irreductively personal, intentional, relational, inferential and historical, as well as subjective, and being such it does not lend itself to abstraction. KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / SCIENCE / EPISTEMOLOGY.

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RESUMO O pluralismo das ciências. Homenagem a Gregório Klimovsky O contato de Gregório Klimovsky com a epistemologia, depois de sua atividade com as matemáticas e com a lógica matemática, aconteceu através do logicismo popperiano. Seu posterior contato com a psicanálise, cuja problemática epistémica é, afirma ele, muito diferente das matemáticas e da física, resultou na sua contribuição mais original, a passagem do falsacionismo ingênuo do método hipotético-dedutivo em uma versão simples mencionada na obra de Popper, para o falsacionismo sofisticado do método hipotético-dedutivo em versão complexa, onde as teorias são susceptíveis, a partir do contato com o material de estudo, de ajustar-se e modificar-se em qualquer de seus diferentes níveis. O presente trabalho leva em consideração as qualidades e limites do hipotético-dedutivismo focalizando-se em uma crítica da redução a variáveis quando é assumida como postura geral da ciência a ser aplicada em todos os campos. Propõese que para os amplos campos da empiria, e certamente para a psicanálise, exige-se um pluralismo epistêmico que estabeleça um lugar adequado às características do objeto de estudo. No caso do psíquico o objeto de estudo não é susceptível de abstração, pois é irredutivelmente pessoal, intencional, relacional, inferencial, histórico e subjetivo. PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / CIÊNCIA / EPISTEMOLOGIA.

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Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis * Ana María Viñoly Beceiro

El constante debate sobre la relación entre ciencia y psicoanálisis ha comprometido desde siempre nuestros intercambios, llevándonos a reflexionar y a buscar conexiones entre estos dos campos del saber que constituyen, ambos, fenómenos humanos colectivos que surgen y se desarrollan en determinadas sociedades. Whitehead (1938) plantea que la ciencia forma parte del proceso de racionalización planetaria impulsado por Occidente, siendo de observación corriente la influencia mutua entre ciencia y sociedad, y en esta articulación el factor temporal ocupará un lugar relevante. Desde nuestra perspectiva ha sido constante el esfuerzo por inscribir al psicoanálisis dentro del marco general de la ciencia establecida y tradicional, más allá de que el sujeto de la ciencia y el sujeto de la psique no se presenten como idénticos, puesto que el primero aborda un sujeto purificado mientras que el segundo no. Es así que el saber científico intenta prescindir de la subjetividad poniendo el acento en la racionalidad y la objetividad de su tarea, a diferencia del psicoanálisis que busca la expresión de lo subjetivo a través de la producción del discurso analítico. Ambos, ciencia y psicoanálisis, constituyen fenómenos históricos que ocurren en un determinado marco social. Se trata de entidades históricas que no han existido desde siempre y para las cuales las ideas de método, conocimiento y teoría que las sustentan fueron cambiando según las ideologías epistemológicas dominantes en cada período. La pregunta que persiste es si puede considerarse ciencia al psicoanálisis. Suele decirse que el mismo padece de una insuficiencia importante en sus métodos de objetivación, tanto de su práctica como de sus conclusiones teóricas (Baranger, 1997). Sin embargo, algunos epistemólogos, como Gregorio Klimovsky, afirman que:

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“el psicoanálisis reúne en su esencia la fuerza de sus ideas temáticas propias, con el poder que confiere el método científico (...) si para la escuela althusseriana una teoría científica (el método científico sería el instrumento para producir teorías científicas) es un conjunto de definiciones nítidas de conceptos que puedan ser usadas por el científico....lo que realmente interesa, desde el punto de vista de los cánones del método hipotético deductivo, es si el psicoanálisis tiene un tipo de estructura y de requerimiento metodológico que le de cientificidad” (1997, pp. 187-188).

Este autor considera que la obra freudiana puede leerse de diferentes maneras. Ahora, si esa lectura se realiza de un modo que ordene sus afirmaciones según nexos lógicos, se podrá demostrar que aquellos se adaptan al método hipotético deductivo, evidenciando una notable claridad de pensamiento. La dificultad reside en que no puede hablarse de una sola teoría psicoanalítica, salvo que se considere que la palabra teoría no se refiere a un determinado conglomerado de hipótesis, sino a una familia de posibles estructuras de carácter hipotético deductivo, entre las que habría diferentes variedades de hipotetización, según el momento a considerar. En un sentido lógico estricto puede pensarse que en Freud las teorías cambian a lo largo de su obra y, haciendo un corte de carácter sincrónico en el pensamiento freudiano, se torna evidente que no se trata de una sola teoría, ya no por razones que hacen al progreso de la misma sino por razones de estructura. Quizá sea más exacto afirmar que en psicoanálisis encontramos diversas teorías superpuestas y que en él conviven diferentes tópicos y problemas, por lo que hay que considerar que su cuerpo teórico está constituido por distintas teorías relacionadas entre sí, donde algunas presuponen a otras mientras que otras, a su vez, resultan independientes. En este punto de la pluralidad teórica reside uno de los problemas metodológicos más importantes que enfrenta el psicoanálisis. Otra cuestión a tener en cuenta está en poder discernir qué estructura y qué rigidez deductiva presentan estas teorías que se usan al mismo tiempo en nombre de la pluralidad. Hay que considerar que ciertas hipótesis sostenidas simultáneamente incluyen contradicciones en sí mismas que conducen a afirmaciones que parecen describir algo, sin hacerlo en absoluto. Esto lleva al problema de la inconmensurabilidad entre las teorías en el sentido de Kuhn: es decir que por el hecho de partir de premisas distintas, esas teorías carecerían de medida común (Bernardi, 2003). Trabajos como los de Klimosvsky nos ayudan a comprender que lo que hace científica a la teoría freudiana es el tipo de conexión que presenta con REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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aquellos hechos clínicos observables que estaban allí antes de la investigación y que son los que la impulsan y determinan, de la misma manera que puede verificarse cómo, de sus hipótesis y por deducción, pueden explicarse los hechos observados. En definitiva, la obra freudiana formula hipótesis que implican consecuencias observacionales, y estas mismas consecuencias observacionales dan lugar a predicciones y explicaciones de nuevos hechos. El uso por parte de Freud de argumentaciones explicativas permite poner de relieve que para él la modalidad explicativa-predictiva de una teoría tiene valor por la relación de ésta con la experiencia. Con esto se ubica a la experiencia en su justo lugar y se subraya que en el método científico será la conexión de las hipótesis con la experiencia lo que le dará a una teoría el carácter de conocimiento. De este modo puede sostenerse que la estructura del psicoanálisis se basa en el método hipotético-deductivo, que la estructura profunda de las investigaciones freudianas es la misma que puede encontrarse en otras investigaciones clásicas, y que la cientificidad metodológica existente en los artículos freudianos es análoga, desde esta perspectiva, a la de otros campos de la ciencia. Se abre también una reflexión sobre el carácter disciplinario y el carácter profesional del psicoanálisis, ya que en la consideración de cualquier disciplina se deberá tener en cuenta dos fases: una que concibe a toda disciplina como un conjunto de procedimientos y técnicas que son utilizados por una comunidad científica para abordar problemas teóricos y prácticos; otra a partir de la cual se la puede considerar como una profesión con un conjunto de instituciones, roles y personas, cuya tarea es aplicar y/o mejorar los procedimientos y técnicas de la misma. Los criterios que permiten delimitar la noción de disciplina también implican la posibilidad de enunciar el conjunto de problemas que se pretenden resolver, las metas que se pretenden alcanzar y los modos explicativos que reúnen a un conjunto de personas en torno a esos problemas.

ALGUNAS APROXIMACIONES EPISTEMOLÓGICAS Hoy resulta complejo encontrar el hilo que articula ciencia y psicoanálisis. Los propios epistemólogos no logran pleno acuerdo acerca de cuál es el conjunto de rasgos que caracterizan esencialmente al método científico, tanto desde la postura extrema del conocimiento empírico representada principalmente por Popper (1962), como hasta el enfoque centrado en la cuestión histórica y sociológica, de la cual la mejor expresión se encuentra en la epistemología de Kuhn (1971).

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Para encontrar una respuesta a la cuestión habría que definir qué se entiende por ciencia y qué por psicoanálisis. Se puede afirmar que cuando se habla de ciencia se hace referencia al método científico, a sus teorías y/o a sus investigaciones, así como cuando se habla de psicoanálisis se delimita la cuestión al método psicoanalítico de teorización y al método psicoanalítico de tratamiento, siendo ambos aspectos del psicoanálisis definibles como pertenecientes a la categoría de ciencia. En el momento actual existen diferentes enfoques epistemológicos. Por una parte una posición ortodoxa domina el panorama, por la otra encontramos una serie de modelos heterodoxos, muy distintos entre sí, los que no han alcanzado todavía suficiente consenso para oponerse al punto de vista principal. Algunos autores como Suppe (1974) denominan a la idea ortodoxa del método científico ‘concepción heredada’; idea que representó el intento más refinado de sentar los fundamentos de un neo-positivismo que constituyó una de las expresiones más acabadas de la concepción disociada del hombre con respecto a sus emociones, acciones, experiencias, productos culturales, su propio cuerpo y la realidad social en la que estas cuestiones se ponen en juego. El énfasis recayó en la propuesta de la base empírica como dadora de significado a los niveles teóricos, la creencia en la existencia de un lenguaje observacional neutral, la imagen acumulativa del desarrollo científico, su confianza ciega en las soluciones técnicas y científicas y la total exclusión de las ciencias sociales de la categoría de ciencia (Lores Arnaiz, 1986). En honor a la verdad, esta concepción heredada coincide con el método hipotético deductivo, basado en un lenguaje que admite la distinción entre métodos empíricos u observacionales por una parte, versus términos teóricos o no observacionales por el otro, lo que permite hablar de tres niveles de hipótesis: enunciados observacionales, es decir enunciados singulares o muestrales que hacen a la casuística con vocabulario descriptivo empírico; enunciados empíricos generales, es decir leyes empíricas; y enunciados teóricos que poseen al menos un término teórico. En esta manera de pensar el método científico, lo fundamental reside en el proceso de contrastación, que permite evaluar las hipótesis enfrentándolas con la práctica, y en los procedimientos inductivos, que permiten pasar de los datos de la práctica o la observación al nivel de las hipótesis. En relación a esta concepción del método científico, el psicoanálisis cumple con los requerimientos de deductividad, contrastabilidad y análisis semántico de las teorías, lo que le confiere estatuto científico. En oposición a esta concepción positivista, el pensamiento europeo produjo otras alternativas epistemológicas antipositivistas como son las obras de Putnam, Toulmin y Kuhn. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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De este movimiento resulta el concepto de paradigma de Kuhn (1971), que se enuncia como aquella sistematización que permite poner de relieve ciertos núcleos de una determinada concepción del hombre, de la estructura social, de la naturaleza y sus interacciones. Como sistema posee una existencia puramente ideal, puesto que es imposible que todos los integrantes de una comunidad científica se rijan totalmente por él, pero esta noción de paradigma sería una elaboración sistemática de intuiciones, emociones, estilos, experiencias, valores y teorizaciones que han ido surgiendo a lo largo de un período histórico con respecto al sujeto y su actividad. Quizá algunos de estos componentes se encuentran explicitados en determinadas teorías, mientras otros pueden permanecer inconcientes entre distintas personas de esa comunidad científica, aunque operantes en sus conductas y actitudes. La formulación de un paradigma tendrá como función hacer explícitos esos diversos elementos y buscar sus interrelaciones a través de un intercambio basado en argumentaciones válidas. Estas sistematizaciones tienden a presentar de manera unificada un cúmulo de elementos heterogéneos en función de la concepción integradora del hombre.

EL PROGRESO DE LAS IDEAS De un modo progresivo va emergiendo detrás de esa visión positivista una propuesta más dialéctica que apunta a pensar otra concepción del hombre, relacionándolo con la estructura social e histórica en la cual le toca vivir. La teoría freudiana constituye uno de los esfuerzos más interesantes de revinculación entre el sujeto y su realidad, lo que lo lleva a enfrentar la cuestión de si el psicoanálisis pertenece al orden de la ciencia y, de ser así, si habrá que incluirlo dentro de las ciencias naturales o de las ciencias humanas. En las ciencias naturales todo el dispositivo metodológico se encuentra al servicio de la aprehensión y comprensión de un objeto unificado que no surge de la experiencia dialogal y que no comunica nada por sí mismo. En ellas la investigación recae sobre la cosa sin voz e intransitiva de la naturaleza. En el psicoanálisis, el dispositivo metodológico estará al servicio de encontrar al hombre como productor de textos, palabras, grafismos, es decir productor de símbolos que hacen a la transmisión de un discurso cargado de sentido, donde el objeto de estudio queda claramente diferenciado de aquel que interviene en el fenómeno natural. Como plantea Viñar (2002), para nuestra disciplina el objeto de ciencia se constituye de y por la interacción de dos sujetos en la operación de co-

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nocimiento donde predomina el principio dialógico que refiere a la imposibilidad de una observación objetiva y sí a un peculiar modo de relación entre el cognoscente y lo cognoscible. Desde esta perspectiva tanto el rol de la palabra, en primera instancia, como el de las otras modalidades de comunicación, adquieren un papel crucial en la definición de la pertenencia del psicoanálisis al orden de las ciencias humanas; mientras que estos conceptos comunicativos resultan accesorios y tan solo instrumentales en el registro de las ciencias naturales. En las ciencias naturales prevalece el proceso de racionalización, o sea el proceso de reconocimiento de la conexión esencial dentro del aparente aislamiento de los detalles abstraídos, y esta racionalización se presenta como el reverso de la abstracción en tanto que el proceso de abstracción se puede revertir dentro del área de la conciencia. La racionalización será, entonces, el intento siempre parcial de recuperar la realidad concreta dentro de la disyunción promovida por la abstracción, y en este caso la meta estará en lograr la recuperación de la realidad concreta en el campo de la conciencia. Aquí predomina la “explicación” en la que actúa una sola conciencia, un solo sujeto; donde el principio monológico hace del objeto algo objetivable, esa cosa a la cual el observador contempla, explica y para la que busca una coincidencia exacta entre ella y su representación. En las ciencias humanas la realidad inmediata que moviliza a la creación de un objeto de estudio es siempre el texto, producto de la cultura. En este caso predomina la “comprensión” que involucra a dos sujetos y que queda marcada por el carácter dialógico del encuentro en el cual el observador inevitablemente resultará modificado por el sujeto que estudia y por el cual quedan incluidos dos sujetos en esa operación de conocimiento (Bajtín, 2002). Será Morin (1995) con su teoría del pensamiento complejo, quien proponga pensar al psiquismo como conectado a otro, como un sistema abierto y, en ese sentido, en constante renovación. Así, el autor propone una nueva definición de paradigma en la cual plantea que éste es un tipo de relación lógica que abarca inclusión, conjunción, disyunción y exclusión entre cierto número de categorías maestras. Estas ideas tienden a sostenerse en una ontología que destaca “la relación” antes que “la sustancia”, que pone el acento en aquello que emerge y reconoce las interferencias como fenómenos construidos, heterogéneos y dotados de cierta autonomía. Así quedan englobadas diferentes dimensiones del saber, lo que permite que ciertos mecanismos psíquicos pertenezcan a los terrenos de lo conciente y de lo inconciente al mismo tiempo. En psicoanálisis, la complejidad permite sostener un cambio en la organización psíquica a partir de una progresión que conduce a un nuevo ordenamiento, siempre producto de la situación analítica bipersonal. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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LA INVESTIGACIÓN PSICOANALÍTICA La investigación psicoanalítica se desarrolla en zonas de frontera, en los límites de otras disciplinas como son la lingüística y la filosofía, con las que se comparte ese objeto de ciencia que es el “texto”, única realidad inmediata, realidad de pensamiento y de vivencia, que constituye el punto de encuentro y de partida para las ciencias humanas, entre las cuales se comparte el objeto de estudio aunque pueda variar la finalidad de la intención investigadora. La especificidad del psicoanálisis, más allá del dispositivo, radica en privilegiar ese espacio transferencial donde todo pasa sin que nada pase, pero en el cual se despliega un texto, allí mismo en ese encuentro entre dos, donde lo ofrecido adquiere una nueva y peculiar textura a partir de la complejización progresiva que el texto va experimentando. Todas estas reflexiones generan una fuerte interrogación sobre si la ciencia puede estudiar fenómenos tan irrepetiblemente individuales como son los que ocurren en el proceso analítico, y lo que resulta complejo de determinar es de qué manera y a partir de qué elementos se posiciona el analista como investigador. Bajtín plantea que la ciencia puede ocuparse de estos fenómenos ya que en toda ciencia el punto de partida son las individualidades irrepetibles para luego, en un segundo momento, estudiar la forma específica y la funcionalidad de las mismas. El texto como realidad primaria, como enunciado, permite la aproximación al sujeto social que se expresa a través de él, y en esa interrogación y plática compartida, o sea en ese diálogo no concluido acerca de cuestiones, transcurre el auténtico proceso investigativo. Existen dos momentos que definen al texto como “enunciante”: su proyecto como intención y la realización de éste. Las interrelaciones dinámicas entre estos momentos, la lucha entre ellos, las divergencias que se suscitan, determinan el carácter irrepetible, significante y sígnico del texto. Siempre la reproducción de éste por otro sujeto será un acontecimiento nuevo e irrepetible en la vida del texto y constituirá un nuevo eslabón en la cadena histórica de esa comunicación discursiva, en la cual las relaciones dialógicas y los elementos extralinguísticos promueven el enriquecimiento del enunciado. Todo sistema de signos, es decir toda lengua, puede ser descifrada, o sea traducida a otro sistema de signos, pero el texto nunca puede ser traducido hasta el final porque no hay un texto de los textos, potencial y único (Bajtín, 2002, pp. 301-305). Lo esencial del texto se desarrollará siempre entre dos sujetos y la meta del proceso analítico residirá en acceder al núcleo creador del mismo y superar su extrañeza sin asimilarlo totalmente, ya que no se trata de duplicar la vivencia

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de uno en otro, sino de enunciar esa experiencia desde una perspectiva axiológica diferente. De esta manera el psicoanálisis, en su práctica, procede a la objetivación de lo subjetivo a través de la producción de un discurso. Cabe abrir aquí una pregunta sobre qué tipo de saber se genera en esta experiencia dialogal que es la experiencia analítica, y en qué se diferencia y distingue de otras experiencias humanas, también de matriz dialogal. Lo singular del encuentro analítico reside en que, desde los albores de la vida psíquica, la matriz dialógica organiza la pregunta humana sobre: “¿quién soy”?, pregunta que no hace a la lógica del yo consigo mismo, sino que está referida a otro esencial. Ese “¿quién soy?” estará siempre mediado por otro, a quien se necesita y a quien se acude para encontrar sentido. Uno de los principales descubrimientos freudianos reside en que esta pregunta que existe desde siempre y que comienza como una curiosidad del hombre sobre sí mismo, requiere de un otro, de ese “tú” a quien se le reclama un “tú sabes”, a quien se le atribuye un saber que organiza la situación analítica en la fecundidad de un equívoco, el de saber. El sujeto acude en su creencia de que el otro sabe y que es ese “tú” a quien se interroga con el “tú sabes”, el que podrá liberarlo de la trampa de su repetición compulsiva. La creencia del analista reside en pensar que su escucha de las repeticiones del sujeto, que su escucha de las características con las que aquél teje sus vínculos y relaciones, le permitirá una reformulación del texto primario. El sujeto y el encuentro sólo tendrán, entonces, futuro en la palabra. Y si la promesa de ser ocurrirá en el tiempo futuro de una articulación significante, no debe sorprender que el pasado sea también un futuro que se construye sobre un antes que no era. El tiempo psíquico se presenta como una causalidad circular cerrada como una noria al fenómeno de la compulsión de repetición, o abierta al espiral de la resignificación elaborativa. He aquí la riqueza del concepto freudiano de Nachtraglichkeit y la consideración de que el psicoanálisis es el aprendizaje de la separación, reflejado en ese descubrimiento freudiano que es el juego del carretel, cuyo tiempo lógico fundamental es el pasaje de un universo fusional a otro de mediaciones lúdicas y de palabras, matriz de simbolización.

LA IRRUPCIÓN DE LO INCONSCIENTE No podemos ignorar la crisis y la subversión que en las estructuras establecidas y tradicionales de la ciencia desata la producción de la hipótesis de lo inconciente. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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El pensamiento occidental promovió la racionalidad humana como base fundamental del hombre desde su condición de sujeto parlante y debería haber sido esta condición la que le hubiera permitido acceder a su propia verdad y a la verdad del otro, lográndose la plena dilucidación de los más finos secretos de la constitución del ser. La revolución freudiana cuestiona esta ilusión de verdad absoluta en la medida que la hipótesis del inconciente demuestra la precariedad de ese ser racional-parlante, cuando pone de manifiesto la falacia de la verdad de la palabra. Con el descubrimiento de lo inconciente, aquella promesa de acceso (por la palabra) al saber, a la objetivación plena, termina siendo un mito creado por el que habla y que se delata y se revela en el surgimiento de los fantasmas y síntomas histéricos y obsesivos, así como en las producciones psicóticas. La palabra misma en lugar de decir lo que la cosa es, será siempre vehículo de una interrogación. Y si como psicoanalistas privilegiamos sobre el contenido manifiesto al contenido latente, es porque sostenemos que la palabra hace referencia a un nuevo enigma que interroga aquello que no ha sido dicho. La emergencia de lo inconciente acontece en la medida que se establece esa relación entre el sujeto que interroga y el otro de los orígenes que interviene en la constitución de la subjetividad, determinando las marcas que hacen a las identificaciones estructurantes. Cabe subrayar que la palabra que constituye el objeto del psicoanálisis es la palabra intercambiada entre dos en el campo analítico, y será éste el espacio y el lugar en el que se despliegue el discurso transferencial. Siguiendo a Kristeva (1985) se puede afirmar que este discurso transferencial constituye una nueva historia de amor, un discurso que deja de lado su carácter intelectual para pasar a ser básicamente discurso portador de afectos. Es así como el lenguaje adquiere una característica metafórica que lo enriquece, puesto que la metáfora está al servicio de permitir decir algo de lo indecible. Cuando la pobreza del lenguaje no alcanza para designar impresiones o emociones, ocurre esa operación mixta de adicción y sustracción de semas, esa operación de sustitución de un particularizante por otro, con la condición de que ambos tengan un generalizante común. Es éste el trabajo de la metáfora. En esta construcción analítica de una historia entre dos, que es construcción cultural del texto, la cotidianeidad va cargando de signos compartidos a la fantasía inconciente que sostiene al campo. Y en este discurso analítico encontramos funciones claves del lenguaje: la función emotiva de traslación de afectos, la función connativa de apelación

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al otro, la función temporal en la transmisión de algo histórico del después, por la permanente reescritura de la experiencia vivida y ahora compartida.

REFLEXIONES PARA COMPARTIR Reflexionando sobre estas cuestiones se puede afirmar que si bien el psicoanálisis mantiene como tronco medular a la teoría freudiana, la multiplicidad de teorías que se despliegan en el desarrollo posterior muestran un grado tal de dispersión entre las teorizaciones y las experiencias subjetivas que sustentan estas teorizaciones, que se torna difícil mantener a nuestra disciplina dentro del marco de las ciencias clásicas, corriendo el riesgo de quedar en el nivel de las casi-ciencias o en el nivel de las artesanías, como decía W. Baranger (1991). Una pregunta que se reitera gira en torno a los modos en que se pueden encuadrar, dentro de una metodología compartida, esas singulares modalidades experienciales que involucran fenómenos de identificación y que hacen a la transmisión del psicoanálisis. La restricción en la comunicación de experiencias subjetivas constituye uno de los principales escollos a vencer, generando inseguridad en cuanto a la validación intrínseca de los conocimientos analíticos. Esta cuestión se revierte cuando se puede definir el material de objetivación para el psicoanálisis, el material básico para su investigación, que está representado por la situación analítica que tiene en sí misma un carácter esencialmente bipersonal siendo allí donde se encontrará la base experimental de esta ciencia (Baranger, 1997). El examen sistemático de lo que ocurre en la situación bipersonal analítica, es decir el examen del texto resultante de lo enunciado por uno y de lo interpretado por el otro, será de aquí en más el material de investigación del psicoanálisis. Partiendo de la experiencia dialogal deberemos aplicar a nuestro campo de investigación principios epistemológicos válidos para esta singular y original situación en la que el campo de actuación es el campo bipersonal, limitado temporalmente y con características funcionales particulares a cada uno de los dos centros que constituyen este campo. W. Baranger lo expresa de esta manera: “El psicoanálisis debe, fundamentándose en su práctica, desentrañar sus propios principios de objetivación y aceptar su rol de ciencia (en muchos casos privilegiada) del hombre. Debe aceptar su carácter de ciencia de un diálogo (es decir de psicología bipersonal), su carácter de ciencia REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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interpretativa y aceptar que se fundamenta sobre un determinismo estructuralmente superior (más complejo) y no causal, con leyes esencialmente originales y técnicas de validación distintas de las que rigen en las ciencias de la naturaleza” (1997, p. 154).

Siguiendo estas propuestas, se puede sostener que la prueba de objetivación directa y decisiva en psicoanálisis se basa en el campo bipersonal y en la apertura del mismo por aquella interpretación que, al generar un cambio psíquico, promueve una transformación en el paciente y en el campo analítico. Toda interpretación implica dos cuestiones, una traducción del texto y una reducción del significante al significado. Traducción y reducción conllevan sistemas de referencia que dan lugar a una teoría científica. Ahora, resulta necesario volver a interrogarse sobre la obra freudiana, no sólo por las complejidades que presenta sino también para cotejar las convergencias o divergencias que muestran los desarrollos posfreudianos con los conceptos fundantes del psicoanálisis. El campo de la práctica se articula y superpone, en parte, con el campo de la teoría y de la técnica. Es por ello que la práctica del psicoanálisis debe estar firmemente ligada a una teoría que la fundamente. Pero si esta articulación se debilita, la práctica adquiere un carácter tecnoempírico que apunta tan sólo al producto con la intención de satisfacer una demanda o carencia, quedando por fuera de una auténtica estructura científica. Y será este carácter tecno-empírico el que permita, al mismo tiempo y en paralelo, el crecimiento de una “teoría” que le es inmanente y que comienza a colisionar, desde su propio desarrollo empírico, con la teoría central (Gianella, 2006). Insistir entonces en los conceptos básicos del psicoanálisis no es profesar un acto de fe, sino evitar que el mismo quede subsumido a cualquier otra ciencia que lo cobije al darle sustento en su propio marco y que promueva, de esta manera, su dilución. La íntima articulación entre práctica y teoría se sostiene en esa verdad que no debe buscarse en ningún otro lugar que no sea el propio discurso científico que el psicoanálisis sostiene. Así, pierde fundamento toda posición que proponga la realización de un buen ejercicio clínico basado en una teorización endeble, tanto como aquella otra que sostenga que una teoría sólida puede prescindir de la práctica clínica. Subrayando el lugar de privilegio que ocupa la correcta articulación entre teoría y práctica, se pueden considerar dos caminos en el desarrollo de la teoría psicoanalítica: uno en extensión y otro en intensión. 1-Los cambios y desarrollo en extensión agregan conceptos a la teoría central que a veces quedan incluidos en ciertos conceptos anteriores y que otras veces estimulan la creación de auténticos conceptos nuevos.

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Esta extensión de la teoría promueve un crecimiento periférico y expansivo que da lugar al surgimiento de nuevas terminologías que pueden suplementar o complementar la teoría original. Aquí tienen cabida los llamados nuevos aportes teóricos, clínicos y técnicos, así como ciertas articulaciones con otras disciplinas. Estos cambios en extensión permiten la creación de subsistemas parciales que, con mayor o menor independencia del sistema original, pasan a constituir esquemas referenciales. La cuestión depende de si estos esquemas soportan la auténtica confrontación con el sistema original o si pasan a constituir lenguajes sostenidos por el discurso científico de determinados grupos políticos. Se trata de esquemas referenciales que soslayan, frecuentemente, su conflictivo ligamen con la teoría psicoanalítica. Si bien es cierto que la teoría debe permitir el despliegue de nuevos y auténticos aportes, como se encuentra en ciertos desarrollos posfreudianos, el riesgo reside en que muchos de estos esquemas surgen del ejercicio “intuitivo” de una práctica que bastaría para validar que en tal o cual momento se utilice este o aquel esquema referencial. De este modo nos encontramos en el resbaladizo terreno donde ciertos términos teóricos y ciertas propuestas técnicas sirven como cobertura de algunos modelos empíricos de discutible formalización. Cabe afirmar, por todo esto, que los desarrollos en extensión incluyen los aspectos más ideológicos de la ciencia psicoanalítica frente a los cuales se debe mantener un criterio crítico de alerta. 2-Los cambios y desarrollos en intensión siguen un movimiento opuesto a los anteriores. Al centrar su óptica en la teoría original promueven un retorno centrípeto a los conceptos esenciales en el intento de lograr su adecuada discriminación, en la búsqueda de los nexos lógicos entre ellos, en el trabajo de establecer diferentes ordenamientos y jerarquizaciones. En psicoanálisis, por sus características de joven ciencia que busca un lugar en el campo científico, estos movimientos intensivos resultan fundamentales para lograr la adecuada ubicación de los conceptos que sostienen a la teoría. Pero será de la apropiada basculación entre ambos tipos de desarrollo, extensivos e intensivos, que se irá construyendo esta ciencia psicoanalítica que debe ser pluralista en el sentido de permitir la integración de nuevos esquemas siempre que éstos puedan ser cotejados, para su integración, con lo medular de la teoría (Spilka, 1997). En cuanto al valor del aporte de otras disciplinas al psicoanálisis, como ser la semiótica, la lingüística, la epistemología, la literatura, también se puede considerar en ellos un uso en extensión y otro en intensión. La primera modalidad conlleva el peligro de que partes de la teoría psicoanalítica queden subsumidas a los postulados de alguna otra disciplina, ya REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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que el intento de articulación determina muchas veces la pérdida de la auténtica especificidad de los conceptos. Como ejemplo de esta cuestión se puede tomar el uso en extensión del lenguaje desde la lingüística. Éste puede ser considerado instrumento de comunicación que da cuenta tan solo de la interacción entre dos sujetos, buscándose en él la comprensión de las acciones que se dan entre los dos participantes y obviándose aquello que es fundamental para el psicoanálisis: su función de significante de la cadena discursiva que da cuenta de la irrupción del inconciente y del deseo. En cambio, el uso intensivo el lenguaje es expresión del surgimiento de lo inconciente, pero en el sentido de que el sujeto pasa a ser “sujeto de inconciente”, sujeto abrazado por esa producción inconciente que aflora con el lenguaje y que da cuenta de una de las ideas centrales de Freud cuando plantea la existencia no-subjetiva de una parte del psiquismo. La existencia de un inconciente que en su materialidad, y en oposición a un yo que no es sólo el efecto de un punto de cierre en la cadena significante en la cual se está jugando la posición del sujeto, permanece como realidad pre-subjetiva que da cuenta de lo irreductible de su modo de funcionamiento, ajeno a toda significación e intencionalidad. (Bleichmar, 2005, pp. 117-123). Original idea freudiana del inconciente, considerado como un conjunto de representaciones en las cuales no hay un sujeto que esté definiendo, bajo los modos de la conciencia, la forma de articulación representacional. Planteada de esta manera la cuestión será necesario especificar cuáles son los nuevos aportes teóricos que los múltiples desarrollos posfreudianos ofrecen a la teoría psicoanalítica, así como también poder reconocer el enriquecimiento que la misma experimenta desde aquellas otras ciencias afines, tales como la semiótica, la lingüística, la antropología , la historia, entre otras. Y si el planteo que se quiere sostener es el de un auténtico pluralismo, éste se logrará subrayando el verdadero sentido de la cuestión que pasa por hablar unos con otros y no unos a otros. Las diferentes lecturas pueden conducir a construir diversos esquemas referenciales, pero se deberá trascender la segmentaria selección que puede dar origen a una falsa pluralidad para lograr integrar y articular entre sí las convergencias que estas lecturas presentan, en el intento de lograr una síntesis superadora del pensamiento que promoverá su complejización y su crecimiento.

PARA TERMINAR Mucho camino queda por recorrer en esta compleja articulación entre psicoanálisis y ciencia. La epistemología reflexiona sobre qué métodos utiliza una ciencia, cómo

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se construyen las teorías, qué anclaje presentan ellas en los hechos observables, cómo se justifican las mismas, cómo cambian y surgen nuevas teorías mientras otras dejan de tener vigencia. Vale pensar que los métodos y los procesos científicos son siempre contingentes. La prueba está en que en este último siglo cada cambio epistemológico dio lugar a diferentes sistemas de creencias y cada uno de ellos fue modificando la manera de mirar la totalidad, lo que permitió poner en cuestión los fenómenos que antes se consideraban relevantes, facilitando que se fueran ajustando y adoptando viejos y nuevos modos de investigación. Estas modificaciones en las perspectivas científicas de nuestra cultura impactan e influyen sobre la consideración del psicoanálisis como ciencia y sus métodos de investigación. Distintas ideas se entrecruzan y buscan, cada una de ellas, responder a este desafío de dar cuenta de la cientificidad del psicoanálisis. Algunos sostendrán que el psicoanálisis es en sí mismo una ciencia por derecho propio, autónomo de las otras ciencias por sus características esenciales, con su propio tema, el inconciente, y sus propios métodos para dar explicación del mismo. Otros destacan el peligro del aislacionismo, especialmente a partir del diálogo establecido con las neurociencias, y postulan la necesidad de que el psicoanálisis se abra a un pluralismo metodológico que le permita su integración al medio académico (Jiménez, 2006, p. 638). Esto no constituirá en sí mismo un problema siempre que las diferentes convicciones que debatan sean capaces de sostener una constante y auténtica competencia discursiva entre ellas, único modo de asegurar un pluralismo válido que enriquezca las ideas.

RESUMEN Este trabajo revisa los conceptos de ciencia y psicoanálisis y considera que en ambos campos del saber, que constituyen fenómenos históricos que ocurren en un determinado marco social, las ideas de método, conocimiento y teoría van cambiando según las corrientes epistemológicas dominantes en cada período. Formula la pregunta de si puede considerarse ciencia al psicoanálisis para luego enumerar distintas posiciones que buscan darle respuesta. Plantea que la investigación psicoanalítica se desarrolla en zonas de frontera y que, desde una posición determinada, la especificidad del psicoanálisis radica en privilegiar un espacio transferencial en el cual el texto que en él se despliega pasa a ser el objeto de investigación de esta ciencia que se encuadra en el marco de las ciencias humanas. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Subraya que la prueba de objetivación directa en psicoanálisis se basa en el campo bipersonal y en la apertura del mismo mediante la interpretación, considerando que el campo de la práctica se articula con el de la teoría y el de la técnica. Así pueden considerarse dos caminos en los desarrollos teóricos: uno en extensión, otro en intensión con sus peligros y aciertos. Concluye poniendo el acento en la necesidad de debates que aseguren un auténtico pluralismo. DESCRIPTORES: CIENCIA/ PSICOANÁLISIS / TEORÍA / MÉTODO / INVESTIGACIÓN / OBJETO DEL PSICOANÁLISIS / CAMPO.

SUMMARY Some reflections on the scientific character of psychoanalysis The author reviews the concepts of science and psychoanalysis, and considers that both fields of knowledge constitute historical phenomena occurring in a given social frame, and that ideas of method, knowledge and theory gradually change depending on the epistemological currents dominant in each period. She formulates the question whether psychoanalysis may be considered science, and then enumerates different positions that attempt to answer it. She proposes that psychoanalytic investigation develops in frontier zones and that, in a certain position, the specificity of psychoanalysis resides in the priority given to the transference space in which the text that develops therein becomes an object of investigation of this science that is framed in the framework of the human sciences. The author emphasizes that the proof of direct objectivation in psychoanalysis is based on the bi-personal field and its aperture through interpretation, since the field of practice is articulated with the fields of theory and of technique. Thus, two roads may be considered in theoretical developments: one in extension and another in intension with its dangers and successes. She concludes by stressing the need of debates that will ensure authentic pluralism. KEYWORDS: SCIENCE / PSYCHOANALYSIS / THEORY / METHOD / INVESTIGATION / OBJECT OF PSYCHOANALYSIS / FIELD.

RESUMO Algumas reflexões sobre o caráter científico da psicanálise Este trabalho revisa os conceitos de ciência e psicanálise e considera que, em ambos os campos do saber, constituem fenômenos históricos que ocorrem em um deter-

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minado marco social, as idéias de método, conhecimento e teoria vão mudando de acordo com as correntes epistemológicas dominantes em cada período. Formula-se a pergunta se é possível considerar a psicanálise como ciência, para logo depois enumerar as diferentes posições tentando dar uma resposta. Propõe-se que a investigação psicanalítica se desenvolve em zonas de fronteira, e que a partir de uma posição determinada, a especificidade da psicanálise implica em privilegiar um espaço transferencial no qual o texto onde se encontra passa a ser o objeto de investigação desta ciência, enquadrando-se no marco das ciências humanas. Salienta que a prova de objetivação direta na psicanálise está baseada no campo bipessoal e na abertura do mesmo mediante a interpretação, considerando que o campo da prática está articulado com o da teoria e o da técnica. Dessa maneira, podem ser considerados dois caminhos nos desenvolvimentos teóricos: um em extensão, o outro em intenção com seus erros e acertos. Conclui enfatizando a necessidade de debates que garantem um autêntico pluralismo. PALAVRAS CHAVE: CIÊNCIA / PSICANÁLISE / TEORIA / MÉTODO / PESQUISA / OBJETO DA PSICANÁLISE / CAMPO.

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Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick1 * Didier Houzel

El método de Esther Bick es un método de observación. El sentido etimológico de «observar» es «seguir escrupulosamente» el desenvolvimiento de un fenómeno. En esta forma entiendo, pues, la observación según la plantea Esther Bick: seguir escrupulosamente todo lo que tiene lugar a lo largo de cada sesión de observación. Ahora bien, a mi juicio los fenómenos observables acontecen en varios niveles que es preciso distinguir. El primero es el del desarrollo del niño, a quien vemos adquirir poco a poco nuevas capacidades sensoriales, motrices, afectivas, sociales y cognitivas. El segundo nivel es el de la significación que se puede atribuir a los mensajes emitidos por el niño, mensajes que recibimos como una expresión de su experiencia subjetiva consciente e inconsciente. El tercero es el de los intercambios entre el bebé y su entorno, la frecuencia de las interacciones, sus cualidades y estilo. El último nivel es el de las proyecciones inconscientes que hacen el padre o la madre sobre sus relaciones con el niño, nivel que ha sido calificado por Léon Kreisler y Bertrand Cramer (1981) de «interacciones fantasmáticas». Pienso que la observación de un bebé debe asignar su justo lugar a cada uno de estos niveles, lo que les propongo examinar más en detalle e ilustrar con una sesión de observación de un niño de 18 meses. Antes, quisiera señalar que el método que practicamos comparte con otros métodos de observación algunos de los niveles que he mencionado. Su exposición me permitirá resaltar mejor las especificidades del procedimiento puesto a punto por Esther Bick. Propongo clasificar los métodos de observación del niño en tres categorías: experimental, etológico y psicoanalítico. El método experimental parte de una hipótesis que será preciso confirmar o invalidar. El protocolo experimental debe hacer posible controlar todos los parámetros significativos vinculados a la hipótesis en cuestión, de tal ma1 *

Trabajo presentado en APA, en el Congreso de Observación de Bebés, realizado en agosto de 2008. [email protected] / Francia

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nera que la variación buscada y cuantificada de uno de esos parámetros pueda ser puesta en relación con el resultado de la experiencia. El ejemplo más conocido de este tipo de observación es el de las experiencias que pusieron de manifiesto las competencias del recién nacido. El método experimental tiene dos características: el dominio de la situación corresponde al experimentador, y los datos de observación son objetivos; no se da cabida, pues, a ninguna interpretación subjetiva del observador. La ventaja ostensible de este método es precisamente la de que permite obtener datos objetivos, en general cuantificables, datos que podemos poner en relación de causalidad con otros fenómenos como, por ejemplo, la maduración del sistema nervioso. Pero tiene el inconveniente de que, debido al carácter artificial de la situación observada, los datos obtenidos no son situados en el contexto de la vida del niño. Como se sabe, Esther Bick debió practicar este tipo de observación para su trabajo de tesis, realizado en Viena en la década de 1930 bajo la dirección de Charlotte Bühler. Quienes la conocieron cuentan que decía haber tenido la impresión de dejar escapar algo esencial, cuando debía observar las reacciones recíprocas de dos niños de 2 años y medio y calcular la velocidad de dichas reacciones mediante el uso de un cronómetro. Pese a las reservas manifestadas por ella respecto del método experimental, podemos pensar que éste la proveyó de una rigurosidad de la que jamás se apartó. El método etológico conserva esa misma dimensión objetiva, pero renuncia al dominio de la situación observada. Se trata de observar seres vivos, tanto animales como humanos, en su medio de vida natural, sin modificar este medio. Puede decirse que la etología vio la luz a comienzos del siglo XX precisamente para ordenar de otra manera los datos experimentales acumulados en materia de fisiología animal. Esta vez, el propio observador se dirige al medio en el que viven los seres que quiere observar. Ahora no los confina en una situación artificial, como lo hace el método experimental. En cambio, mantiene la exigencia de registrar lo observado del modo más objetivo posible. Los datos se recogen con ayuda de grabadores, cámaras, enumeraciones, anotaciones directas. Pienso que en el método de Esther Bick subsiste una huella del método etológico: la observación se realiza en el medio natural, o sea, en el caso del bebé, el domicilio familiar, en el del niño pequeño, los diferentes lugares que frecuenta (el jardín de infantes, la guardería, etc.). Me pregunto en qué medida esta influencia del método etológico sobre la infant observation se debe en parte al primer análisis que hizo Esther Bick con Michael Balint, eminente representante de la escuela húngara de psicoanálisis que, como es sabido, prestaba gran interés a las investigaciones etológicas. ¿Veremos también en su caso huellas de una influencia de John Bowlby, quien derivó de lo etológico su teoría del apego? De hecho, entre 1948 y 1960, John Bowlby y Esther Bick colaboraron desempeñándose REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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en la Tavistock Clinic de Londres. No creo estar minimizando los méritos de Esther Bick cuando procuro encontrar las fuentes que la inspiraron, todo lo contrario. Me parece que es una marca de genio saber tomar lo mejor de lo transmitido y utilizarlo de manera creativa. De buena gana le aplicaría yo esta célebre frase de Newton: “Si pude ver tan lejos, es porque me había encaramado sobre hombros de gigantes”. El método psicoanalítico es el tercer método de observación y constituye, desde luego, la principal referencia de Esther Bick. No cabe ninguna duda de que Freud fundó el psicoanálisis sobre la observación. Ciertas escuelas, aun habiendo presumido de una estricta ortodoxia freudiana, se apartaron de esta dimensión empírica. Ello hizo que algunos psicoanalistas condenaran el método de observación de bebés con el pretexto de que lo importante no es el bebé real, sino el bebé imaginario tal como lo reconstruye la exploración psicoanalítica. Creo poder afirmar que Freud no habría estado de acuerdo con esta condena, pues pedía a sus discípulos observar a sus hijos pequeños y transmitirle los datos de sus observaciones, lo cual nos valió la maravillosa historia del pequeño Hans. Ahora bien, aun coincidiendo en que el psicoanálisis es una ciencia de observación, queda por establecer de qué observación se trata. Freud no hacía las distinciones que he propuesto, a punto tal que llegó a calificar al psicoanálisis de ciencia natural al mismo título que la biología. Hoy día, nadie estaría ya de acuerdo con esta asimilación de ambas disciplinas. Hay una especificidad de la observación psicoanalítica, especificidad que volvemos a hallar plenamente en el método de Esther Bick: esta vez, el observador no es exterior a su campo de observación, está totalmente implicado en él. No observa solamente fenómenos que tienen lugar ante él, sino que también debe observarse a sí mismo mientras observa. Practica lo que el antropólogo y psicoanalista francés Georges Devereux llamó “observación participante” (1967), expresión que volvemos a hallar bajo la pluma de Esther Bick cuando describe al observador como “…un observador participante privilegiado y por este hecho reconocedor”. Siempre me sorprendo cuando oigo hablar a investigadores de objetivar los fenómenos subjetivos. El término técnico que emplean es “naturalizar”. En realidad, “naturalizar” la subjetividad equivale a eliminarla. Es como si la psicología moderna confiara sólo en los métodos objetivos y cuantificables: un fenómeno que se pueda abordar por estos métodos merece ser examinado, de lo contrario se lo expulsa del campo de la ciencia tachándolo de puramente subjetivo. Esto implica desconocer los notables esfuerzos realizados desde fines del siglo XIX por filósofos, psicólogos, psicopatólogos y psicoanalistas, dirigidos a construir una ciencia de la subjetividad; es decir, a tomar en cuenta con seriedad, y de manera en parte reproducible, experiencias subjetivas del ser humano que a partir de entonces dejan de acan-

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tonarse en el universo, fascinante sin duda, pero oscuro e incierto, de la metafísica. La observación participante es uno de los elementos de respuesta necesarios para fundar una ciencia de la subjetividad: el observador ya no se considera exterior a su campo de observación, lo cual significa que admite la existencia de una influencia recíproca entre lo que observa y lo que él mismo siente. Su tarea es observar escrupulosamente esta reciprocidad a fin de dar un sentido a los fenómenos observados. La metapsicología clásica describe esta influencia recíproca mediante los términos de transferencia y contratransferencia. Abordajes más recientes hablan de “campo psicoanalítico” (W. y M. Baranger, 1961 A. Ferro, 1990), de co-pensamiento (D. Widlöcher, 1998). La idea que se va abriendo paso es que lo explorado por nosotros en una referencia psicoanalítica no es algo que preexistiera a la observación sino, más bien, una propiedad emergente (Varela, 1999) del campo creado por la observación misma. En verdad, no se trata de una idea que Esther Bick haya expuesto claramente, pero hace al fundamento de su método, sobre todo por la exigencia de instalación y respeto de un marco que permita observar fenómenos inesperados y dar sentido a todo lo que se ha observado dentro de sus límites, es decir, dentro del “campo de observación” así creado. Existe, pues, una especificidad de la observación psicoanalítica. Aquí no hay ninguna hipótesis que verificar, e incluso se evita cualquier variación de los parámetros en juego. Se trata de recoger todo cuanto se manifiesta en el interior del marco de observación, y ello a través de los canales sensoriales del observador pero también por otros modos de registro, sus emociones, su actividad imaginaria, su pensamiento: otros modos que constituyen una receptividad psíquica consciente e inconsciente. He propuesto agregar a la atención consciente la noción de “atención inconsciente” para describir esa receptividad psíquica que no se limita a recoger datos por medio de nuestros cinco sentidos. El ejercicio de dicha “atención inconsciente” supone un marco riguroso en cuyo seno todo lo que se expresa, más allá del medio por el que lo haga, lenguaje, silencios, mímicas, tensiones y aflojamientos musculares, comportamiento, funciones fisiológicas, etc., podrá ser recogido y conservado a la espera de una elaboración que venga a dar sentido a posteriori. Volvamos a los niveles de observación enunciados poco antes. Seré breve en cuanto al primero, el que corresponde a la maduración del niño, a su desarrollo sensoriomotor, cognitivo, lingüístico, etc. Creo que el método de Esther Bick añadió un elemento esencial al conocimiento de las etapas del desarrollo infantil al mostrar que se inscribía necesariamente en una relación con el otro y que no tenía lugar cuando las características de esta relación no lo permitían. Un bebé que puede juntar su hemicuerpo derecho con su hemicuerpo izquierdo uniendo sus dos manos, y que luego junta sus manos REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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reunidas con el espacio de su boca, muestra haber experimentado en la relación de amamantamiento con su madre un vínculo sólido que le permite unificar los subespacios de sus experiencias sensoriomotrices, derecho, izquierdo y medio, como lo mostraron los estudios de André Bullinger (2002), pero también la imagen de su propio cuerpo, al que vienen a inscribirse los diferentes aspectos de su experiencia relacional, como lo mostraron los espléndidos trabajos de Geneviève Haag sobre «La mère et le bébé dans les deux moitiés du corps» (1985). El segundo nivel de observación es el de los modos de comunicación del bebé que al comienzo sólo dispone de una reducida paleta de posibilidades expresivas: las variaciones de sus estados de vigilancia, sus gritos y lalaciones, las variaciones de su tono muscular, sus movimientos todavía globales y poco coordinados, sus mímicas, su mirada y el contacto de su boca y manos con el pezón-pecho o el biberón. En este punto, remito al artículo princeps de Esther Bick (1968), que ilustra maravillosamente la manera en que ella daba sentido a todo lo que el bebé expresaba de su experiencia y de los mecanismos arcaicos de defensa que utilizaba para luchar contra la desorganización. Dar sentido a lo que expresa así el niño desde el comienzo de su vida extrauterina es la condición básica para el desarrollo de su psiquismo. El tercer nivel es el de las interacciones entre el niño y su entorno. Esther Bick insistía en la localización de patterns específicos de cada díada madre/bebé en sus interacciones: “El aspecto más apasionante de los seminarios a lo largo del año escribe es probablemente la oportunidad de desgajar, en la maraña formada por el material, ciertos hilos conductores del comportamiento que parecen especialmente significativos de la experiencia que tiene el bebé de sus propias relaciones de objeto”. Daba el ejemplo del bebé Charles, que tenía una relación claramente diferente con cada uno de los dos pechos de su madre: mientras mamaba con avidez del primer pecho, daba golpecitos sobre el segundo; cuando mamaba de este último, lo hacía suave y lentamente colocando su otra mano alrededor de su boca en forma de trompeta. El observador nota que, más tarde, este mismo bebé, en el momento de dormirse, “exploraba (con la mano derecha) el contorno de su ojo y su sien, mientras mantenía el pulgar izquierdo dentro de su boca. Luego, progresivamente, su mano izquierda se ponía en trompeta y entonces se dormía de golpe”. Maravilloso ejemplo de interiorización de la relación con el objeto que pasaba por la inscripción en el cuerpo. Por lo que conozco de Esther Bick, ella no menciona explícitamente el último nivel de observación, el de las «interacciones fantasmáticas». Creo que se refiere a él de manera implícita cuando dice, a propósito de la observación del bebé K. y de las difíciles relaciones entre su madre y él: “…el grupo seminario encontró que había signos de una mejoría manifiesta, prin-

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cipalmente en el hecho de que la madre fuese capaz de hablarle al observador de sus angustias de adolescente respecto de su capacidad para ser madre”. Corresponde a Léon Kreisler y a Betrand Cramer (1981) el mérito de haber denominado «interacciones fantasmáticas» a las proyecciones de cada progenitor, sobre su relación con sus hijos, de un pasado no elaborado, no simbolizado. Sin que el progenitor lo sepa, el sexo del niño, su puesto en la fratría o tal o cual de sus características traen aparejada una repetición de patterns relacionales más o menos traumáticos conocidos por él durante su propia infancia con los personajes clave de su entorno. Más arriba he mencionado el hecho de que la madre del bebé K. haya podido hablar de sus angustias de adolescente, pues sus proyecciones sobre el hijo se atenúan en la medida en que las dificultades de la infancia o de la adolescencia pueden expresarse, pensarse, elaborarse.

ILUSTRACIÓN CLÍNICA Daniel tiene 18 meses en el momento de la observación que voy a resumir. No hubo observación durante las tres semanas previas, porque la madre se hallaba indispuesta y luego la familia se ausentó por quince días. El día en cuestión, Daniel recibe con su madre a la observadora en la puerta del departamento, pero a su saludo responde nada más que con una tímida sonrisa y un refunfuño. La madre explica que él esperaba a su padre, como sucede cada vez que oye sonar el portero eléctrico. Agrega que no quiere hablar porque durante las tres semanas transcurridas tuvo dolor de garganta y teme que le duela al hablar. Llega el hermano mayor de Daniel y se instala ante la televisión tras haber saludado a la observadora. La madre describe con detalles la evolución de Daniel durante esas tres semanas: su dolor de garganta, el hecho de que ya no toma su pulgar pero que cuando se despierta por la noche le cuesta mucho volver a dormirse, también que él mismo se quita el pañal y hace pipí de pie imitando a su hermano mayor, así como el placer que le causa pasearse completamente desnudo por el departamento. Daniel se acerca entonces a la observadora y le acerca un juguete: se trata de un cubo en el que está dibujada la figura de un monstruo y que, al oprimirse un botón, expresa cólera y exhibe unos grandes dientes. La madre ofrece un refresco a la observadora. Daniel bebe un poco de su vaso. La madre le da entonces un vaso para él mientras le recomienda no escupir tras haber bebido. Él se aproxima a su hermano y bebe su agua, pero dejando caer unas gotas en el suelo. Luego vuelve a la cocina. La madre le pregunta si no escupió agua al piso. El hermano mayor tantea el suelo, lo REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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encuentra húmedo y dice a la madre que Daniel ha escupido en el suelo. Se pone a secarlo. La observadora tiene la impresión de que la madre y el hermano mayor se ocupan juntos de un Daniel revoltoso. Daniel vuelve entonces hacia la observadora con su vaso en la mano y hace el gesto de brindar con ella, al tiempo que vierte un poco de su vaso en el de la observadora. La madre, riendo, explica que los dos tienen la costumbre de hacer esto. Propone a la observadora cambiarle su vaso. Anteriormente, la madre había expresado el temor de que la observadora sintiera asco por las deyecciones de Daniel. Pensaba que por eso no lo tomaba en sus brazos. El hermano mayor intenta llevar hacia sí la atención de la observadora y le propone un juego de cartas, pero la madre consigue apartarlo de este propósito y le sugiere mirar televisión. La madre y los dos varones miran televisión un rato juntos. Se trata de un programa para niños que a Daniel le gusta mucho. La madre señala que él juega con los personajes de la serie y lo invita a tomar uno de esos personajes, que se encuentra en la mesa vecina. Él se dirige entonces hacia la cocina, a donde la madre lo sigue. Invita entonces a la observadora a presenciar una comida, pues Daniel ha dicho que tenía hambre. La observadora nota que Daniel no se instala en su silla alta de bebé, sino en otra. La madre le explica que Daniel no quiere ir más a la silla alta. Después de comer, Daniel se acerca a la ventana y mira al exterior. La observadora teme que se caiga y se le acerca para tenerlo del brazo. Le sorprende que la madre no se muestre inquieta. En ese momento Daniel se agacha y presenta todos los indicios de estar defecando. La madre lo nota y lo invita a seguirla para cambiarlo sin invitar a la observadora a que los siga. La observadora pregunta si puede ir, cosa que la madre confirma mientras dice haber temido que la incomodara el olor. Una vez cambiado, Daniel toma sus juguetes: un autito y un camión que pone en las manos de la observadora, quien comprende que él le pide que los reúna. La madre invita al hermano grande a venir a jugar con Daniel. Daniel toma otra caja de juguetes, que vuelca sobre el suelo. La madre explica que esos juguetes pertenecían a su propio hermano más pequeño y que éste no quería que ella jugara con ellos. Los trajo de una reciente visita a casa de su madre pero deplora que sus hijos los hayan roto. Los coloca en su caja. La observadora señala que estos niños están a cargo de recuerdos, cosa que la madre confirma. El hermano mayor vuelve entonces a la carga y propone de nuevo un juego de cartas a la observadora. La madre quiere interponerse, pero la observadora acepta, con la impresión de que tiene que darle un lugar al mayor. La madre se aleja, un tanto desorientada, diciendo a la observadora que había querido ayudarla.

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Daniel tiene una nueva deposición. La hora de observación ha terminado. El mayor quiere retener a la observadora para mostrarle cómo anda la computadora y con ese fin abre la puerta de una habitación que parece ser el escritorio de la madre. Daniel se precipita hacia ella, pero su madre le prohíbe entrar. Hay una señal de connivencia entre la madre y el mayor con el significado de que él podrá quedarse en esa habitación que está prohibida para Daniel. Daniel vuelve a la sala de estar y arroja una pelota por la ventana abierta. La madre se lo lleva para cambiarlo mientras pide al mayor que verifique si no tiró alguna otra cosa.

COMENTARIOS Es importante atender al hecho de que entre esta observación y la precedente hay un intervalo de tres semanas. ¿Esta ausencia de la observadora favoreció el dolor de garganta de Daniel? Algo malo ocupó el lugar de esa presencia en el espacio de su boca. Daniel espera a su padre y parece identificar más o menos a cualquier tercero con el padre. A esta edad, los niños, sobre todo los varoncitos, tienen marcada avidez de relaciones con su padre, seguramente para protegerse del peligro de sentirse engullidos en el universo materno. Daniel parece intimidado por la llegada de la observadora, todo se presenta como si la reconociera aun sin estar del todo seguro de que sea la misma persona que antes de interrumpirse las observaciones. La madre tiene necesidad de contarle a la observadora todos los progresos realizados por Daniel durante ese período: hace pipí de pie, parece descubrir con orgullo su sexo de varón cuando se pasea desnudo, etc. Ella nota que Daniel tiene miedo de algo, pero lo atribuye únicamente a la angina que sufrió, sin establecer ningún nexo con la incertidumbre que él puede experimentar al volver a ver a la observadora tras el intervalo. ¿No expresa Daniel algo de su miedo cuando le trae a la observadora el juguete con un monstruo? Escupir en el suelo es quizá otra versión del mismo problema. ¿Acaso para recuperar la buena relación con la observadora, Daniel necesita evacuar algo malo ligado a su prolongada separación? El mayor trata de diferenciarse de Daniel tomando un lugar de chico grande identificado con el adulto, en connivencia con la madre cuando viene a decirle que Daniel escupió y luego limpia el piso. Pienso que cuando Daniel viene a brindar con la observadora expresa que se ha reconciliado con ella. Es en ese momento cuando la observadora parece tomar conciencia de la fantasía de algo malo que es preciso evacuar. Daniel lo expresa con su defecación, que despierta en la madre la fantasía de algo que podría asquear a la observadora. Vemos también que lo “malo” REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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en cuestión puede ser vinculado a la rivalidad entre los hermanos. La voluntad de Daniel de identificarse con los grandes vuelve más difícil para el mayor la diferenciación con el hermanito, el bebé, de lo que resultan sus intentos por captar la atención de la observadora, intentos más o menos coronados por el éxito. La fantasía de algo “malo” se reactiva con la larga ausencia de la observadora, pero seguramente tiene raíces más profundas en la relación madre/hijo y en la propia historia de la madre. Todo se presenta como si ésta no pudiera decodificar ciertos mensajes expresados por Daniel, sin duda por estar demasiado ligados a la rivalidad fraterna y a la fantasía de escena primaria. El juego de Daniel con el autito y el camión que él pone en las manos de la observadora, ¿no tendrá relación con una fantasía de escena primaria inquietante? Es interesante señalar que, justo después, la madre refiere recuerdos de su infancia y de sus relaciones con su hermano menor, mientras trata de reconducir al mayor al nivel del pequeño y de hacerlos jugar juntos. ¿No hay aquí una “interacción fantasmática” ligada a una proyección sobre sus hijos de aspectos mal elaborados de la relación con su hermano? La observadora parece alcanzada por estas proyecciones cuando piensa que el mayor tiene necesidad de que ella lo tome en cuenta y acepte jugar a las cartas con él.

CONCLUSIÓN Espero haber ilustrado con este ejemplo la intrincación de los cuatro niveles de observación que describí anteriormente: el nivel del desarrollo (inicio de control del aseo esfinteriano, imitación del mayor y de los adultos), el nivel de decodificación de los mensajes emitidos (representado lo malo a evacuar por el juguete-monstruo, la escupida al suelo, las defecaciones), el nivel de los patterns interactivos en el seno de la familia (la connivencia entre la madre y el mayor para controlar lo que hay de inquietante en los aspectos arcaicos del psiquismo expresados por el bebé Daniel), y por último el nivel de las interacciones fantasmáticas (la rivalidad de la madre con su propio hermano, proyectada sobre sus hijos y vivida por la observadora en su contratransferencia). Cada uno de estos niveles de observación podría ser abordado por otro método o en otro marco. Sólo el método que nos dejó Esther Bick nos permite captarlos del natural, vincularlos entre sí y ponerlos en perspectiva. Traducción del texto Irene Agoff

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RESUMEN El trabajo se propone examinar los niveles de observación que se dan en el método de observación de bebés de Esther Bick. El 1o es el del desarrollo del niño a quien vemos desarrollar sus capacidades. El 2do es el de la significación, que se atribuye a los mensajes emitidos por el niño, el 3ro el de las interacciones del bebe y su entorno, el 4to es el de las proyecciones inconcientes que hacen el padre o la madre sobre sus relaciones con el niño. Llamado por Kreiler y Cramer como “interacciones fantasmaticas”. Este es un metodo de observación psicoanalitico siendo otros métodos el experimental y el etológico. El psicoanálisis utiliza el método psicoanalítico de observación, y la especificidad de la observación consiste en la inclusión del observador como objeto de observación. Se denomina observación participante y es uno de los elementos fundantes de una ciencia de la subjetividad. DESCRIPTORES: OBSERVACIÓN DE NIÑOS Y LACTANTES / DESARROLLO / NIÑO / MENSAJE / INTERACCIÓN.

SUMMARY The four levels of observation in the Esther Bick Method The author proposes to examine the levels of observation in Esther Bick’s method of observation of infants. The first is the observation of the development of the infant, whose developing capacities we see. The second is the level of meaning attributed to the messages emitted by the baby. The third is the level of interactions between the baby and the environment; the fourth is the level of unconscious projections by the father or mother on to their relationship with the child, referred to as “fantasmatic interactions” by Kreiler & Cramer. This is a psychoanalytic method of observation, other methods being the experimental and the etological methods. Psychoanalysis uses the psychoanalytic method of observation, and the specificity of this observation consists in the inclusion of the observer as an object of observation. This is called ‘participative observation’ and is one of the foundational elements of a science of subjectivity. KEYWORDS: OBSERVATION OF CHILDREN AND INFANTS / DEVELOPMENT / CHILD / MESSAGE / INTERACTION.

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RESUMO Os quatro níveis de observação no método de Esther Bick Este trabalho se propõe a examinar os níveis de observação que ocorrem no método Bick de observação de bebês. O primeiro consiste no desenvolvimento da criança onde podemos observar o progresso de suas capacidades. O segundo é o do significado atribuído às mensagens emitidas pela criança, o terceiro é o das interações do bebê com seu entorno, o quarto é o das projeções inconscientes que o pai ou a mãe fazem sobre as suas relações com a criança, sendo chamado por Kreiler e Cramer como “interações fantasmáticas”. Este é um método de observação psicanalítico, mas há outros como o experimental e o etológico. A psicanálise utiliza o método psicanalítico de observação, e a especificidade da observação consiste na inclusão do observador como objeto de observação. Denomina-se observação participante e é um dos elementos fundantes de uma ciência da subjetividade. PALAVRAS

CHAVE: OBSERVAÇÃO DE CRIANÇAS E LACTENTES / DESENVOLVIMIENTO /

CRIANÇA / MENSAGEM / INTERAÇÃO.

Bibliografía2

Baranger, W. y Baranger, M.(1961). La situación analítica como campo dinámico. Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 4(1), 3-54. —— (1969). Problemas del campo psicoanalítico. Buenos Aires: Kargieman. Bick, E. (1967). Notas sobre la observación de lactantes en la enseñanza del psicoanálisis. Revista de Psicoanálisis, 24(1), 97-115. Bick, E. (1968). The experience of the skin in early object-relations. The International Journal of Psycho-Analysis, 49(2-3), 484-486. Bullinger, A. (2002). La richesse des écarts à la norme. Enfance, 54(1), 100-103. Devereux, G. (1967). Reciprocidades entre observador y sujeto. En: De la ansiedad al método en las ciencias del comportamiento (pp. 43-61). México: Siglo XXI, 1977. Ferro, A. y Bezoari, M. (1990). Elementos de un modelo del campo analítico: los agregados funcionales. Revista de Psicoanálisis, 47(5-6), 847-861. Haag, G. (1985). La mère et le bebé dans les deux moitiés du corps. Neuropsychiatrie de l Enfance, 36, 1-8. Kreisler, L. y Cramer, B. (1981). Sur les bases cliniques de la psychiatrie du norrisson. La psychiatrie de l enfant, 24(1), 223-263. 2

La lista bibliográfica se basa en una búsqueda realizada por Margarita Zelaya, Bibliotecaria de APA.

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Acerca de la situación actual de la APA en relación a la teoría psicoanalítica Willy Baranger

Desde su fundación, la APA se ha caracterizado, si uno la compara con otras instituciones psicoanalíticas, tanto por su creatividad como por la amplitud de sus enfoques y la multiplicidad de las corrientes teóricas que coexisten en ella. Estas características iniciales se han acentuado con el crecimiento cuantitativo y cualitativo de sus miembros. Mientras la obra de los fundadores se iba desarrollando fueron surgiendo muchos otros valores y se produjo una diversificación creciente de las líneas de investigación y de las posiciones teóricas. No trataré, por lo tanto, de enumerar estas tendencias múltiples ni de rendir justicia individualmente a las personas que las encarnan. Los treinta y cinco tomos de nuestra Revista hablan por sí mismos, amén de muchas otras creaciones1. El intento mío surge de una mirada retrospectiva sobre la evolución de la APA en el último tiempo en materia de teoría psicoanalítica. Hace algunos años hicimos ya un intento de definir nuestras características distintivas en un Symposium sobre la “Escuela Argentina”. Sentimos que, desde entonces, ha tenido lugar una evolución rápida, y que hemos cambiado mucho. Las crisis de los últimos años nos obligan a volver a pensar acerca de nosotros mismos: se trata de crisis institucionales, es cierto, pero, en nuestro campo, la historia de la teoría y la historia institucional se entremezclan de tal manera que uno no puede, sin falsear los hechos, atribuir la causalidad última, ni a la evolución teórica, ni a la dinámica institucional.

CRISIS DE IDENTIDAD No es casualidad que la IPA haya reunido en Haslemere (Gran Bretaña) en 1976, a un grupo de analistas oriundos de las distintas partes del mundo para examinar la actual crisis de identidad del análisis y de los analistas en sus dis1

Este dato permite ubicar en 1980 la conferencia mimeografiada de Willy Baranger cedida para su publicación por Claudia Lucía Borensztejn.

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tintos aspectos. No basta reconocer que la de analista es una “profesión imposible” ni eludir el problema por la pertenencia a una institución (la IPA) que, si bien ha sido fundada por Freud y ha tenido hasta días pasados la casi exclusividad de su herencia intelectual, ha perdido en la actualidad este monopolio de hecho. No sólo lo ha perdido por la multiplicación de escuelas psicoanalíticas fuera de la IPA, sino por al riesgo permanente de involución que acompaña la actividad analítica. Como carecemos de una piedra de toque para determinar si un cambio es evolutivo o involutivo, si una nueva formulación teórica abre una perspectiva fecunda o constituye el primer paso hacia una desviación esterilizante, nuestra cualidad de analistas se encuentra siempre en tela de juicio. Recién con la perspectiva del tiempo pudimos saber que Freud tenía razón en su polémica con Jung, o con Rank, o con Ferenczi. Y recién podemos saber que tal o cual intento de sistematización o de desarrollo del pensamiento de Freud, por bien intencionado que sea y por leal que sea el discípulo que lo emprende, desemboca en una involuntaria traición. Tampoco existe un límite preciso entre lo que es análisis y lo que deja de serlo. Así hemos visto a ciertos colegas, animados por el deseo de abrir el psicoanálisis hacia el campo de lo sociológico, llegar a renunciar a sí mismos como psicoanalistas sin conseguir en el otro campo el enriquecimiento teórico que apetecían. Tal renuncia no se vuelve evidente sino después de recorrido el camino, cuando el retorno se revela imposible. Más aún, los progresos auténticos realizados en una dirección se pagan a menudo con un retroceso en otros aspectos, de manera tal que uno pierde por un lado lo que gana del otro. Buen ejemplo de ello sería el descubrimiento por Melanie Klein del fenómeno de identificación proyectiva, y la pérdida subsiguiente, en su obra, de la riqueza de los fenómenos descritos por Freud bajo el nombre de identificación. Este juego correlativo de ganancia y pérdida simultáneas se observa también en la profundización aportada por Klein al conocimiento de los procesos de clivaje descritos por Freud: estas nuevas formas en que un proceso psíquico puede volverse inconsciente tienden a sustituir el concepto de represión, que aparece al final del proceso como una forma especial y tardía de clivaje, y pierde así su especificidad. En esta operación teórica hemos experimentando una doble pérdida: por un lado el concepto de represión primaria, imprescindible para Freud, desaparece del todo, así como su función en la constitución misma del inconsciente; y, por otro lado la dimensión de la memoria y de la historicidad tiende a esfumarse del trabajo analítico. Se tiende a configurar una forma de análisis extratemporal en la cual los acontecimientos concretos de la historia del sujeto pierden su importancia en aras del universo siempre presente de las fantasías inconscientes. La ilusión de progresar cuando uno, en realidad, retrocede; la falta de límites y de definición de lo que es realmente analítico; el sacrificio de conREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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ceptos valederos adquiridos, en el proceso de creación de conceptos nuevos e igualmente valederos, provienen del status particular del psicoanálisis como ciencia, es decir de la paradoja intrínseca de una ciencia del sujeto (cf. Lacan y Leclaire). Este malestar en la teoría no es cosa nueva y explica, más que el “autoritarismo” de Freud o que el “afán parricida” de sus discípulos, los avatares de las primeras épocas del desarrollo del psicoanálisis. Está en la esencia misma del psicoanálisis el encontrarse constantemente en un problema de identidad que por momentos se vuelve agudo y hace crisis. Las escisiones pasadas y recientes en el seno del movimiento analítico, más allá de su aspecto anecdótico, o de los conflictos personales y grupales que inciden en ellas, no son sino una forma —drástica, impropia, costosa, inoperante— de tratar de salir de esta incomodidad teórica esencial. Coinciden por lo general con el establecimiento de un mito grupal — una imagen de sus integrantes como “los verdaderos”, “los puros”, “los detectores de la verdad”, “los verdaderos herederos de Freud”, etc... que tiende a cristalizarse en una ortodoxia teórica y en un sistema de formación destinado a eliminar toda veleidad crítica de la mente de los impetrantes. Las instituciones psicoanalíticas se debaten, por lo tanto, entre dos exigencias contradictorias: por un lado, la necesidad de creación teórica, es decir, necesariamente, de progresos en línea divergentes, bajo pena de estancamiento y resecación; por otro lado, la exigencia de una cierta cohesión teórica, sin la cual la idea de una transmisión del conocimiento analítico se vuelve ilusoria. En el pasado, la solución adoptada en muchos lugares fue intentar compensar el carácter aleatorio de las teorías con la exigencia de ortodoxia impuesta a sus miembros, adoptando el consenso institucional como paliativo de la endeblez teórica. Si la crisis de identidad del psicoanálisis y de los psicoanalistas, en su forma potencial o en su forma aguda, es constante e intrínseca, la respuesta que le hemos dado en la APA no carece de originalidad.

LA PARADOJA DE LOS DISCURSOS MÚLTIPLES Hemos llamado a esta respuesta “pluralismo científico”, o “pluralismo teórico”. Ya lo hemos notado: la pluralidad de tendencias teóricas existe desde el principio, en nuestra institución como en las otras. Era un hecho molesto que tratábamos de soslayar de una manera o de otra. “En el fondo, pensamos todos lo mismo cuando se trata de un caso clínico”, se escuchaba decir. Piadosa ilusión. Otros decían: “Detrás de la diversidad de los lenguajes, nuestra experiencia es la misma” (¡cómo si una experiencia ubicada esencialmente en un nivel de lenguaje pudiera ser indiferente a la diversidad de los idio-

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mas!). O, en otra variante: “tal autor no ve tal evidencia porque está “mal analizado”, o porque “no ha superado tal conflicto personal”, o porque “no escucha sino su propia campana”, o porque “tiene resistencias”, etc... todo lo cual puede ser cierto pero no atañe a lo esencial del problema. Nuestra originalidad consistió en reconocer abiertamente la existencia de los discursos múltiples y la inexistencia de pruebas decisivas susceptibles de convalidar la supremacía de un discurso sobre los demás, y de sacar las consecuencias tanto institucionales como formativas de tal reconocimiento. Con ello hemos renunciado a la ilusión de un saber acumulativo, como si el edificio teórico del psicoanálisis se fuera levantando en forma paulatina por agregados sucesivos de nuevas elaboraciones teóricas y de nuevas experiencias clínicas. En apariencia nos hemos ubicado en una situación de riesgo: si un grupo humano de cualquier índole se define en función de un discurso común a sus miembros, nuestra ubicación teórica parecería prometernos un destino de fragmentación ineludible. El concierto podría volverse cacofonía y hundirse en la confusión de los idiomas. Sin embargo, estamos convencidos de que se trata de un riesgo menor: la cristalización del discurso grupal lleva en sí la certidumbre de la involución porque disimula —a duras penas— el riesgo, pero no lo evita. No escasean, en la historia del psicoanálisis, ejemplos de tales cristalizaciones e involuciones. Sabemos por demás que los discursos se desgastan con el uso y pierden su valor de verdad. Desde el momento en que el “acceso del paciente a la posición depresiva” se vuelve el “happy end” obligado de todo trabajo de análisis clínico, es que el concepto de posición depresiva ha perdido parte de su vigencia. Otro riesgo que se nos señala en forma iterativa se refiere a la formación. ¿Cómo vamos a formar a nuevos psicoanalistas sin un cuerpo de conocimientos claro, coherente y sistematizado? ¿Cómo vamos a evitar la improvisación y la arbitrariedad en el nivel clínico? A lo cual se podría contestar “¿cómo vamos a trasmitir en nuestra enseñanza una unidad que no existe en nuestra teoría?”. Aquí también tuvimos que sacar las consecuencias de la pluralidad de los discursos. Formarse analíticamente implica, de parte del impetrante, un riesgo, el mismo que tendrá que enfrentar en toda su carrera ulterior, y su tendencia natural es negar la existencia de este riesgo, aferrándose al cuerpo doctrinario más sencillo y con la mayor coherencia posible. Por ello pensamos que lo mejor que podemos hacer es enfrentarlo desde el principio con la pluralidad de los discursos, reconociéndole la responsabilidad de sus elecciones y de su formación. El discípulo, cuando habla como analista, no habla en nombre del maestro, sino en su nombre propio, y asume la responsabilidad de lo que dice. Reconocer la pluralidad de los discursos, ubicarnos en la posición de riesgo constante de error o de involución que ello implica, no significa una REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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posición de escepticismo, ni frente al análisis como terapia, ni frente a los conocimientos analíticos. No creemos que todos los discursos analíticos sean equivalentes, ni que la elección de uno por preferencia a otros sea indiferente ni potencialmente inocua. Por suerte, el conocimiento de las polémicas pasadas y de las líneas de pensamiento que llevaron a callejones sin salida y quedaron descartadas nos proporciona — con tal que sepamos aprovecharlo — un indicio más seguro acerca de lo que no debemos hacer, con tal que no “reinventemos” con un nuevo nombre uno de los errores descartados (como pasa no pocas veces). Nos cuesta menos reconocer un error como tal que descubrir una nueva verdad. Reconocer nuestra posición en el medio de un entrecruzamiento de discursos es también aceptar nuestra participación en una polémica de discursos, lo que no forzosamente quiere decir en una lucha de grupos. En esta polémica nos adscribimos a movimientos de pensamiento que nos antecedieron y nos acompañan en otras partes del mundo, que contribuyeron a nuestra formación misma.

EN BUSCA DE ANTEPASADOS Si bien la “escuela Argentina” se ha ubicado siempre, en forma muy explícita, en una línea freudiana, varios de nosotros describiríamos la tendencia general de la APA en la actualidad como un “retorno a Freud”. En efecto, el mayor cambio teórico entre nosotros en estos últimos años ha consistido en una renovación de los estudios freudianos. No se trata exactamente del mismo “retorno” que ha servido de lema a la “Escuela freudiana” de París, ya que el punto de llegada que motivó el retorno era muy distinto. En nuestro caso, teníamos que lidiar con dos dificultades que se convertían en fuentes de muchos errores: la primera, que compartimos con todos los colegas de lengua castellana, era la herencia de los errores de comprensión y de traducción cometidos por López Ballesteros. Se trataba antes que todo de volver al texto de Freud, de saber con precisión lo que había escrito, aplicando al estudio de su obra los métodos de crítica comparativa que son imprescindibles en el estudio de cualquier escrito. Se nos revelaba entonces un Freud nuevo, en parte desconocido, para quien el concepto de nachträglichkeit tenía vigencia, que podía declarar sin que sea un absurdo que “la identificación con el padre era anterior a cualquier elección de objeto”, y que había oscilado a lo largo de su obra entre soluciones opuestas para el mismo problema teórico (el narcisismo, por no citar más que uno). Al mismo tiempo, empezábamos a valorar de nuevo una cantidad de escritos de Freud que habíamos tendido a relegar como “menos impor-

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tantes que otros” (los seis primeros capítulos de la “Interpretación de los sueños”, “La psicopatología de la vida cotidiana”, “El chiste” y muchos otros). La segunda fuente de errores de lectura provenía de que tendíamos a leer a Freud a través de Klein, como si Freud fuera un antecesor de Klein, y no Klein una sucesora de Freud. En cierta época, el estudio de la obra de Freud en seminarios parecía un rodeo, interesante por cierto, pero prescindible, para llegar al estudio de Klein, que debía servir de fundamento a la actividad clínica del candidato. Tomábamos como asegurado que los mismos términos tenían el mismo significado en Freud y en Klein, pasando por alto la rebelión de los textos de Freud en contra de semejante equiparación. ¡Cuántos errores ha podido engendrar la creencia ingenua que, cuando Freud y Klein escriben la palabra “objeto”, ambos se refieren a lo mismo! En nuestra genealogía hemos vuelto a descubrir nuestra filiación con respecto a Freud, pero ya no se trata del mismo Freud, de tal manera que, cuando ciertos colegas se definen como “freudianos”, no les falta el derecho a considerarlo, en parte, como una novedad. Pero ¿qué pasa con Klein? Durante decenios, en los círculos internacionales, presentarse como psicoanalista argentino equivalía a recibir, con o sin razón según los casos, la etiqueta de “kleiniano”. El motivo de esta fama era la difusión importante del pensamiento kleiniano en la APA, que precedió con mucho su llegada al continente europeo y a Norteamérica. Con todo, éramos “kleinianos” bien particulares. Nuestro alejamiento geográfico tuvo la ventaja de mantenernos relativamente apartados de las vicisitudes internas del grupo kleiniano de Londres, y de sus relaciones polémicas con las otras tendencias. Primero, fue un kleinianismo cambiante: estricto en un comienzo, bioniano en parte después. Además, podíamos tomar distancia con respecto a ciertas posiciones de Klein misma y de sus discípulos. Citaré como ejemplo la cuestión de la contratransferencia. En franca divergencia con el grupo de Londres, aceptamos en general la existencia de la contratransferencia como un fenómeno normal susceptible de ser utilizado como instrumento en la comprensión de la situación analítica y en la actividad interpretativa. Otro ejemplo sería nuestra aceptación de ciertas prácticas psicoterapéuticas derivadas del psicoanálisis, como la psicoterapia analítica de grupo. Sobre todo, escapamos desde el principio a la disyuntiva Freud o Klein, ineludible para los kleinianos de Londres, debido a las polémicas en las cuales se veían involucrados. La predominancia de la tendencia kleiniana en el interior de la APA pudo parecerse, por momentos, a un amago de establecimiento de una “ortodoxia” institucional, nunca demasiado estricta, hay que reconocerlo. Correlativamente al redescubrimiento de Freud, y siguiendo una especie de movimiento pendular, surge una reacción iconoclástica con respecto a REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Klein, como si todo nuestro pasado como analistas hubiera sido un error. En ello corremos un riesgo de automutilación. Tanto kleinianos como nokleinianos, hemos sido influenciados por la teoría y por la experiencia kleinianas. Existe en ellas algo concreto y viviente que ha contribuido poderosamente a la formación de nuestra identidad. Sin hablar de los invalorables aportes de M. Klein al análisis de niños, no podemos prescindir de su descripción del mundo terrorífico imaginario de la fantasía inconsciente, de su discriminación de las grandes formas de angustia, de su estudio de los mecanismos esquizoides, de las defensas maníacas, de los procesos de duelo, de su teoría de las posiciones o del objeto —para citar tan solo algunos de los ítems en los cuales la referencia a Klein se impone a cada paso de nuestro trabajo clínico. Ya es tiempo de que tomemos la distancia necesaria para ajustar nuestras cuentas con la teoría kleiniana, para encarar las dificultades de su metapsicología, eventualmente para reformular ciertas de sus conclusiones, pero sin dejar perder lo auténtico y perdurable de su experiencia. El factor de cambio teórico que ha influido sobre nosotros en los últimos tiempos en la forma más decisiva puede resumirse en el nombre de Jacques Lacan. Fue para muchos de nosotros como la aparición de un cuerpo extraño: la de un autor objeto, en otras latitudes, de la polémica más acalorada, caracterizada por su estilo personal de acceso voluntariamente arduo, elíptico, alusivo, gongorista que trastorna nuestros hábitos de pensamiento, pero, al mismo tiempo, aporta una serie de evidencias masivas e ineludibles y nos obliga a leer a Freud y a mirar nuestra experiencia de un modo distinto. Lo menos que produjo sobre nosotros el impacto del pensamiento de Lacan fue “despertarnos de nuestro sueño dogmático”. Sabíamos todos que nuestro campo, como psicoanalistas, es el lenguaje y nuestra herramienta, la palabra, pero no se nos había ocurrido sacar de esta evidencia las implicancias que encierra. Sabíamos que, cuando analizamos, nos estamos dirigiendo a alguien, a un sujeto, pero no advertíamos con suficiente claridad que cuando teorizamos acerca de él, lo tratamos como si fuera un objeto. Sabíamos que “el yo es el lugar del desconocimiento” (de la represión, de la negación, del clivaje...) pero admitíamos con tranquilidad que el fin del proceso analítico es reforzar el yo. En estos puntos, y muchos más, Lacan nos enfrenta con nuestras contradicciones, y nos obliga a volver a pensar nuestras teorías. No nos obliga a ningún embanderamiento (además, difícilmente concebible —tratándose de un pensamiento en perpetuo movimiento y reacio a toda sistematización cerrada — pera esto es el problema de la “Escuela Freudiana de Paris”, no el nuestro). Uno no puede cambiar de teoría (y por ende de práctica) como cambia de casaca, pero sí puede aprovechar los impactos teóricos originados en el mundo exterior a fines de su propio progreso.

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En este punto me parece residir lo esencial del bullicio teórico que reina actualmente en la APA: no podemos ni debemos renunciar a nuestros propios aportes; no podemos perder nuestra experiencia kleiniana, tenemos que buscar nuevas síntesis. DESCRIPTORES: INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA / ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA / PLURALISMO / DISCURSO / HISTORIA DEL PSICOANÁLISIS / TEORÍA PSICOANALÍTICA. KEYWORDS: PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / ARGENTINE PSYCHOANALYTIC ASSOCIATION / PLURALISM / DISCOURSE / HISTORY OF PSYCHOANALYSIS / PSYCHOANALYTIC THEORY. PALAVRAS CHAVE: INSTITUÇÃO PSICANALÍTICA / ASSOCIAÇÃO PSICANALÍTICA ARGENTINA / PLURALISMO / DISCURSO / HISTÓRIA DA PSICANÁLISE / TEORIA PSICANALÍTICA.

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Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo1 * Madeleine Baranger

El título del Congreso es tan general que podría dar lugar a una exposición bastante completa de todo el psicoanálisis, lo que nos exige precisar qué preferimos tratar. Me parece importante, de todos modos, subrayar que se trata por lo menos de una evolución – indicada por el término “contemporáneo” – o de una revolución, si ponemos el acento sobre una oposición y quizá con un proyecto de valuación de la práctica actual. Me siento tentada de revisar las posibles causas y las modalidades de tal evolución. Cuando me preguntaron de qué tema pensaba hablar, respondí rápidamente “¡El futuro del psicoanálisis!”. Tenía ganas de retomar una contribución mía en el congreso de Berlín, demasiado escueta por las circunstancias, en la cual consideraba preocupaciones y dudas sobre derivaciones actuales o pretendidos progresos que podían, si no lo advertíamos a tiempo, desvalorizar y casi aniquilar, lo que la mayoría de nosotros entendemos como psicoanálisis tanto en las teorías como en su práctica. Mencioné entonces, citando a otro introductor, el Dr. Bergman, la multiplicidad de escuelas en que se diversifica el psicoanálisis y el peligro que podía entrañar una lucha entre sendos representantes, cada uno deseando ser reconocido por su propia escuela y su pensamiento original, con desprecio y crítica correlativos de los otros autores y la tentación de eliminarlos descalificándolos. Este peligro no puede sino haberse incrementado considerablemente por el ritmo acelerado de nuevas ideologías y prácticas “psicoanalíticas”, muchas de ellas alejadas en distintas formas de los conocimientos transmitidos por Freud y sus discípulos inmediatos. Se requiere de nosotros un estudio mucho más preciso, y aún sofisticado, de su relación con las teorías y técnicas psicoanalíticas “clásicas” si las seguimos considerando básicas.

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[email protected] / Argentina Conferencia de Madeleine Baranger en el Congreso realizado en Atenas, en octubre de 2010, cuyo tema fue «El porvenir del psicoanálisis»

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No pretendo que podamos aquí hacer una lista de las desviaciones y novedades, pero sí quizá precisar algunos aspectos para analizar en cada caso y apreciar su alejamiento mayor o menor del psicoanálisis aprendido y practicado tradicionalmente por nosotros. También, y sobre todo, dentro de los aportes supuestamente nuevos a los cuales podemos entender como un desarrollo natural y creativo, lo que en definitiva es lo que se espera como crecimiento en una disciplina determinada. No citaré de nuevo aquí los criterios enunciados por Freud, pero al no tener más a Freud para que opine, si nos consideramos sus sucesores, sus discípulos y, como tales, psicoanalistas, en nuestros estudios, desarrollos, pensamientos y en nuestra práctica declarada, deberíamos confiar más en nuestro juicio. La organización misma de este congreso y en general de todas las reuniones científicas internacionales apuntan a que nuevas ideas y concepciones puedan ser reconocidas como desarrollo legítimo bienvenido y enriquecedor para una disciplina compartida. Frente a la multiplicidad de “escuelas” apreciamos que cada una, para poner el acento sobre un punto preciso de la comprensión psicoanalítica, se fundamente en elementos proporcionados por el paciente: sueños, asociaciones en as sesiones, también su aspecto físico y su presentación general, sus conductas observables o las que relata y, más que todo, su sentir, en la medida que puede reconocerlo y se permite comunicarlo. Dentro de las múltiples comprensiones que nos pueden enfrentar a propósito de la clínica (diagnóstico), pero también de la elaboración (metapsicológica) y de la práctica, tenemos que preguntarnos qué condiciones nos permiten dialogarlas e incluirlas en nuestro pensamiento o al contrario, cuáles nos constriñen a rechazarlas de inmediato como incompatibles y amenazas para nuestra identidad de psicoanalistas. Este rechazo es casi automático cuando lo sostenido por algún colega revela concepciones que comprometen o contradicen demasiado nuestra ideología, a la cual queremos y consideramos coherente. El fenómeno se observa con mucha frecuencia en otras disciplinas pero tengo la impresión de que la reacción es más intensa entre psicoanalistas. ¿Será porque el psicoanálisis con o sin nuestro querer y acuerdo conscientes, involucra una concepción del ser humano y de su destino? No seríamos analistas sin el anhelo y la construcción de un concepto así. Ya se que el psicoanálisis reemplaza para muchos lo que los mitos religiosos aportan a la sociedad. El título mismo del foro afirma un cambio (¿será solo diferencia o evolución?) entre el psicoanálisis generalmente practicado y teorizado ahora («contemporáneo») y el descubierto por Freud, desarrollado por él mismo y sus discípulos. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Un buen punto de partida para nuestro estudio puede ser una revisión de la historia del psicoanálisis, de su objeto y su método. Reconocemos que el psicoanálisis fue creado por Freud para pacientes que requerían de un terapeuta comprensión e intento de alivio para un sufrimiento o malestar al cual no se podía atribuir una causa biológica o cultural: por más que se invocaran y se intentaran cambiar estos contextos no se modificaba la enfermedad. Se suponía entonces que la causa perturbadora provenía del psiquismo. Freud inventó un modo de acceder a él (fue la asociación libre) para estudiarlo y descubrió qué relaciones y acontecimientos del pasado calificados de “traumáticos” podían ser considerados causantes de las perturbaciones actuales. Si esta hipótesis convencía al paciente cuando era comunicada, le permitía retrotraer a un ámbito distinto del actual los acontecimientos traumáticos recordados por él mismo o reconstruidos por el analista si no los recordaba. El paciente se podía liberar en parte de sus consecuencias y de su malestar y acceder a un estado psicológico algo normalizado y menos sufriente. En esta descripción de cómo fue inventado el psicoanálisis ya notamos los descubrimientos que la práctica reveló a Freud. Hemos citado hasta ahora la hipótesis de que diversos trastornos por los cuales lo consultaban se debían a influencias remotas muchas veces olvidadas (Freud las llamaba “reprimidas”), que habían ocurrido en la infancia. Junto con esta hipótesis también fue el descubrimiento de que el paciente, aún sin conocerlas, se sentía obligado a repetirlas. “Represión” y “compulsión a la repetición” fueron los dos primeros descubrimientos que la práctica reveló a Freud. El primero podía corresponder a una intuición del terapeuta proveniente de experiencias consigo mismo (nada menos que su autoanálisis) y de la observación de otros sujetos. El segundo era la comprobación in vivo y en carne propia del primer descubrimiento. Es obvio que el psicoanálisis de nuestra práctica actual no se conforma con señalar como responsable de una evolución (buena o mala) a los primeros objetos del niño (padre y madre y el ambiente general de su infancia), evolución que podía complicarse más todavía por relaciones posteriores nefastas. El psicoanálisis actual pone el acento en lo intersubjetivo: quedará a cargo de nosotros definir este término. Freud reconoció tempranamente que las perturbaciones del paciente atribuidas a una historia negativa y ya constituyente de su personalidad tendían a repetirse en su vida ulterior y causaban gran parte de sus dificultades con otras personas, con sus “objetos”. Es lo que Freud llamó “transferencia”, un fenómeno común que el analista se proponía estudiar para descubrir los antecedentes dañinos de las quejas y trastornos del paciente.

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Cuando el enfermo se dirige al terapeuta en busca de curación también tiende a repetir con este nuevo objeto elegido como importante las relaciones “traumáticas” con sus primeros objetos, sus propias reacciones, actitudes, fantasías y vicisitudes vividas en el pasado. Al analista se le recomienda mantenerse imparcial y “objetivo”, pero recibe a diario las embestidas de actitudes y afectos “transferidos”, a veces muy agresivos, otras veces erotizados o idealizados, que lo incomodan y pueden perturbarlo conciente o inconcientemente. Es lo que el psicoanálisis llama “contratransferencia”. Esto incluye la actitud benévola del analista como lo deseable en una relación medico-paciente, pero también las reacciones esperables en su sentir a todo lo expresado y manifestado por el paciente, muchas veces también sin palabras. Hace 50 años cuando se señalaba a un analista por un caso clínico que había contestado o actuado “contratransferencialmente” era casi una acusación y, en todo caso, daba lugar a la recomendación, volver a analizarse para conocer y controlar mejor su inconciente. A medida que se estudiaba más profundamente la relación analítica, se entendía que esta no era solo producto del enfermo, sino que el analista con toda su personalidad estaba implicado en el proceso psicoanalítico, pudiendo tanto favorecerlo como sabotearlo. La meta de la investigación ya no es la mente (y la vida) del paciente, se ha transformado en un estudio muy preciso y detallado de la relación analista-paciente. No es que se haya descubierto recién entonces la importancia del intercambio. Ya en el comienzo Freud recomendaba a los futuros analistas someterse a un psicoanálisis previo para asegurar en lo posible que fallas o complejos personales no se manifestaran en el trato con el analizado. El término “intersubjetivo” nos advierte de la diferencia con la primera concepción del psicoanálisis invitándonos a compararlo con la definición tradicional. El título implica que se trata de una evolución ya no de un paciente determinado y de su historia desde el nacimiento, sino que está pidiendo un estudio de la evolución del psicoanálisis mismo y de su cambio a partir del estudio individual de la patología de un sujeto por un terapeuta para llegar al estudio y comprensión de la relación analista-paciente, de sus avatares y posibles resultados. El objeto de investigación es ahora la pareja formada por el analizado y su analista, su evolución como pareja, con sus dificultades y aportes posibles a la comprensión del paciente consultante, que sigue siendo el justificativo (pretexto del encuentro psicoanalítico). Es un estudio mucho más complejo que el mero psicoanálisis del individuo y trae a luz muchas preguntas nuevas. Esta evolución del psicoanálisis no fue prevista ni estaba planeada en sus REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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comienzos. Sin duda se produjo espontáneamente y casi naturalmente a raíz de los descubrimientos que se sucedían en la práctica. Después de la hipótesis de la represión, fue el descubrimiento de la transferencia ya citado, acompañado por el de la compulsión a la repetición y después el de la contratransferencia. En el psicoanálisis contemporáneo, estos descubrimientos permiten ya desde hace tiempo que el analista infiera e interprete aspectos de las relaciones primarias no relatados ni recordados por el paciente. Como Freud mismo lo había notado, estas interpretaciones pueden producir en el paciente el mismo alivio de su patología que el reconocimiento de recuerdos concientes e inconcientes. Es obvio que actúa en este caso – así tiene que ser – una relación muy particular con el analista, quien por la misma transferencia representa según los momentos objetos primarios confiables y/o frustrantes y persecutorios. Por la interpretación de la transferencia de los aspectos dañinos pueden liberarse recuerdos y afectos positivos que ya transfieren mayor confianza a los padres en el comienzo de la vida. La recomendación al analista de ser imparcial y objetivo tenía en cuenta la repetición inevitable de las experiencias traumáticas y apuntaba a que su actitud no confirmara las circunstancias negativas proyectadas por el paciente. El analista no es el observador de un fenómeno físico o material del cual intenta comprender el mecanismo. Tiene que vigilarse y controlarse a sí mismo como participante de la situación que se propone modificar. La neutralidad reclamada al principio está reemplazada por otro tipo de comunicación. No sabemos si hoy todavía algún analista o grupo de analistas se atiene exclusivamente al primer modelo de tratamiento. Lo que escuchamos y leemos da la impresión de que, tanto teoría como técnica, responden al nuevo modelo “bipersonal” de la relación psicoanalítica, que Gibeault resume: “De lo unipersonal a lo intersubjetivo”. El trabajo psicoanalítico gira ahora alrededor de dos centros: el paciente y el analista. No se trata ya de una persona enfrentada a sí misma, analista mediante, sino de dos personas interactuantes y complementarias. Transferencia y contratransferencia son consideradas una producción artificial de la técnica analítica imprescindible para la evolución del tratamiento y su resolución. Jorge Canestri describe con mucha precisión el psicoanálisis actual como “cambio de la perspectiva que progresivamente hizo pasar el enfoque de los acontecimientos vitales y de la patología del paciente a un análisis de la situación, la relación y el proceso psicoanalítico. La compleja configuración resultante del trabajo conjunto de analista y analizando se concibe en forma diferente según las variadas teorías psicoanalíticas; ya terminó creando un

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nuevo objeto de estudio… el psicoanálisis de la segunda mitad del siglo puede conceptualizarese (no exclusivamente) como la ciencia que trata de esta nueva y única figura de la intersubjetividad”. Varios analistas o grupos psicoanalíticos trabajan con esta nueva visión del tratamiento y se la puede inferir a menudo en la presentación de material clínico como mutación de perspectiva. Citaré unos pocos analistas que dan cuenta de esta nueva posición ideológica con las diferencias esperables citadas por Canestri. Thomas Ogden despliega la idea de que en el tratamiento funciona un sujeto tercero del análisis que llama “el tercero analítico intersubjetivo”. O simplemente “tercero analítico” que es casi completamente un fenómeno inconsciente. Considera que el movimiento dialéctico de la subjetividad individual (el analista y el analizando como sujetos separados, cada uno con su propia vida inconciente) y de la intersubjetividad (vida inconciente que la pareja psicoanalítica crea conjuntamente) es un fenómeno clínico central del psicoanálisis, comparable a la unidad madre-niño, aún separados. No se trata de separar los elementos constitutivos de la relación, sino de describir la naturaleza específica de la experiencia de esta interacción inconciente. Esta tercera subjetividad es producto de las subjetividades separadas de analista y paciente en la situación psicoanalítica y adquiere una vida propia. Cesar y Sara Botella centran su concepción sobre un estudio pormenorizado de los acontecimientos de la sesión, concebidos como una cierta analogía con un estado intermedio entre vigilia y sueño. Proponen una concepción metapsicológica de la formación del pensamiento a partir de las primeras expresiones de la pulsión. Insisten sobre el concepto de “trabajo en doble”, que permite que el analizando acceda a la representación por la unión de dos psiquismos complementarios. Christopher Bollas describe también una zona intermedia entre las subjetividades del paciente y del analista. El analista encarna un rol transformacional, que remeda la función transformacional de la madre con el bebé (cita a Winnicott). La terapia ofrece a los pacientes un espacio y una relación que facilita el compartir de la cultura secreta madre-niño. Los interaccionistas discuten sobre todo si es posible una cierta objetividad del analista en el encuentro psicoanalítico a pesar de su irreductible subjetividad. Me gustaría citar también aquí a Michel de M’Uzan con su descripción de la “quimera” (La bouche de l’inconscient, 1978), donde profundiza los orígenes de la interpretación y de sus destinos metapsicológicos, articulándolos con un funcionamiento mental propio del analista: “El analizando y su analista forman una suerte de organismo nuevo, en cierto modo como un monstruo, una quimera psicológica con sus propias modalidades de funcionamiento. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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Nosotros propusimos la “teoría del campo” como un intento nuevo de dar cuenta de la experiencia clínica del intercambio. La noción de campo no es ajena al pensamiento de Freud que describe la situación analítica como “campo de batalla” o “tablero de ajedrez”. Nuestro punto de partida fue la observación de la situación analítica y de su evolución, tanto en una sesión como en todo el proceso, para tratar de determinar su configuración como tal. Queríamos entender los acontecimientos y logros del tratamiento en su relación con este campo particular (y quizás producidos por éste): una estructura espacial y temporal y sus propias leyes evolutivas incluyendo una esencial ambigüedad. EI reconocimiento siempre mayor de la contratransferencia apuntaba a ver en el analista, no solo un observador y estudioso del paciente, sino un participante completo del proceso. Siguiendo una sugerencia de Bion, que la pareja analítica constituye un pequeño grupo en el cual funcionan mecanismos semejantes a los de los grupos más grandes, reconocimos en la pareja “los supuestos básicos” descritos en los grupos grandes. Entendimos que remitían a la concepción kleiniana expuesta por Susan lsaacs (1952) de una fantasía inconciente básica que subyace a la relación psicoanalítica y contribuye, en cada momento, a estructurarla. No es una suma ni combinación de fantasías individuales, es un conjunto fantasmático creado por la misma situación de campo. Está arraigado en el inconciente de cada uno de los integrantes, incluyendo zonas importantes de su historia y de la personalidad de cada uno. Es por intermedio de esta fantasía y de sus transformaciones, cuando se la comprende e interpreta, que se produce la dinámica del proceso, del cual podemos entonces deducir características de ambos integrantes, activas y actuantes desde su propio inconciente determinante de su funcionamiento psíquico y de su destino. Ponemos el acento sobre el concepto de estructura y de su relación con una fantasía inconciente básica en vez de buscar factores externos causantes y responsables. La “teoría del campo” se distingue de otras teorías y perspectivas de interacción porque insistimos sobre este concepto de estructura (evocamos la fenomenología de Merleau-Ponty) que se constituye en la relación psicoanalítica (sostenida por una “fantasía inconciente básica” de la cual participan analista y analizando). Jorge Canestri califica esta concepción como “descripción de lo observable e hipótesis sobre lo no-observable”. Lo que no hemos pensado es de dónde recibe esta estructura el poder para producir efectos propios de movilización y transformaciones, mas allá de las contribuciones particulares de los integrantes. Quizá otros autores nos puedan ayudar a profundizar nuestras teorías e hipótesis. Recuerdo aquí un relato de Green (1974) en un congreso de Lon-

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dres: “El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre analítico”. Presentaba dos propuestas impactantes: que el objeto del psicoanálisis es la construcción del objeto analítico, y que la función del encuadre analítico y sus relaciones con el funcionamiento mental de cada uno se debía a los efectos de simbolización que allí se desarrollan. Estructura corresponde a encuadre si aclaramos, como lo hace Green, que el encuadre incluye un contrato que atribuye funciones asimétricas al analista y al paciente y que rige al mismo tiempo su funcionamiento mental por las limitaciones y exigencias. Esta estructura está por encima de estos integrantes, a la vez que los engloba; la entiendo como el “tercero”, que Green considera necesario en toda relación para darle la movilidad que podrá llevar a la simbolización. Green atribuye esta función de tercero primero al objeto analítico, formado por la reunión de los dobles de cada uno. Después al espacio transicional potencial creado entre ambos y finalmente al encuadre mismo, enunciador de las reglas y resultado de ellas. Así entendido, el encuadre fomenta el movimiento hasta la simbolización porque la contención impuesta a la satisfacción obliga a tomar sustituciones metafóricas y metonímicas que podrán llevar a la mentalización. Desde su principio, la situación analítica está organizada coma metáfora, es decir, como símbolo y mítica. El poder del campo, entendido como estructura, es precisamente su construcción como símbolo. Ese peso simbólico se expresa en cada momento en lo que llamamos la fantasía inconciente básica. Entiendo de este modo la afirmación de F. Hermann “la historia convencional que cada uno cree suya exhibe ahí sus raíces míticas”. Podemos preguntar ahora qué cambios se producen o son necesarios en esta nueva (ya muy cambiada) concepción y práctica del psicoanálisis: sus ventajas, dificultades e inconvenientes con su repercusión sobre cada uno de los integrantes de la pareja psicoanalítica. Green afirma que los cambios más importantes son los del analista. Probablemente porque podemos prever los del paciente, sus comportamientos y reacciones conocidas, por nuestro aprendizaje del psicoanálisis, especialmente sus “resistencias”, llamando así todo obstáculo que se opone al progreso y a la prosecución del tratamiento. Sus orígenes y mecanismos son múltiples. El analista por su misma formación ha aprendido los modos de superarlas. Hemos descubierto hace tiempo una resistencia de la cual participa el analista y que amenaza el tratamiento en mayor medida. Notábamos en ciertos pacientes un especial reparo en abordar algunos temas. Pueden ser recuerdos o afectos dolorosos, pero también la relación con objetos o ideoREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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logías especialmente valorados o idealizados. Los pacientes evitan mencionarlos y ni siquiera nombran una palabra que los podría evocar por asociación. El analista se somete a la prohibición aún de nombrarlos, hasta darse cuenta de golpe, o porque se lo señala un supervisor, de esa evitación. Ese reconocimiento lo debe llevar a analizar su relación con ese tema para modificar su propia resistencia. Constatar este fenómeno, que llamamos “baluarte”, fue una de las observaciones que nos llevaron a construir la “teoría del campo”. En relación con la frecuencia muchas veces desconocida de los baluartes, tengo a veces la impresión, frente a un material clínico, que se desconoce o se olvida mencionar su relación con la sexualidad por la fácil derivación hacia los mecanismos psicológicos conocidos y descritos por la psicología académica. El reconocimiento de un baluarte, conciente o inconciente, implica para el analista, más que otras dificultades con el paciente, la obligación de recurrir a una “segunda mirada”, retomar su autoanálisis, que se supone empezó en su formación y pedir ayuda a un colega analista si nota su insight muy disminuido o cuestionado. DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / INTERSUBJETIVIDAD / CAMPO PSICOANALÍTICO / FANTASÍA INCONSCIENTE / BALUARTE.

KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / INTERSUBJECTIVITY / PSYCHOANALYTIC FIELD / UNCONSCIOUS FANTASY / BASTION.

PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / INTERSUBJETIVIDADE / CAMPO PSICANALÍTICO / FANTASIA INCONSCIENTE / BALUARTE.

APA: una experiencia científica institucional * Eduardo Agejas

El objetivo de esta presentación1 es transmitir una experiencia institucional, próxima a la temática planteada en este plenario. Con la intención de explorar las convergencias y divergencias en el pensamiento clínico-teórico psicoanalítico venimos instrumentando en la Secretaría Científica de APA, desde el año pasado, dispositivos para favorecer el intercambio entre colegas sobre dichas cuestiones, a partir de un material clínico, configurando lo que hemos dado en llamar un “Taller elaborativo institucional”. Quiero en primer lugar describir nuestro modo de trabajar y, en segundo término, algunos resultados que considero pertinentes para un panel como el que hoy nos convoca. Durante el año pasado desarrollamos reuniones donde, en un primer turno, dos colegas exponían, en 15 minutos cada uno, algunas ideas sobre la problemática a tratar. Este primer encuentro versaba sobre las observaciones clínico-teóricas que el material elegido les generaba a los panelistas. En las reuniones siguientes se repetía este proceder pero sobre ejes temáticos, de orden teórico, basados en el material en cuestión. En dichas reuniones el moderador, terminadas las dos exposiciones, realizaba dos o tres preguntas que les formulaba a los participantes, con la característica que cada una de ellas debía estar armada sobre la base de ambos desarrollos. Eran dos o tres preguntas, las mismas para ambos expositores, para contribuir a generar un diálogo entre ellos. Después de abrir la palabra al público presente, pasábamos a encuentros en grupos reducidos que, como era de esperar, arrojaron una dinámica distinta y una producción que difería, en parte pero de modo significativo, de la que se generaba en la reunión general. A lo largo del año trabajamos sobre tres materiales clínicos y realizamos un total de 12 encuentros. Este año estamos probando una modificación consistente en que en el panel central un colega presente un escrito de unos 20 minutos y que otro colega haga comentarios y preguntas sobre dicha producción. Este último recibe el escrito con varios días de anticipación. El cambio aspira a lograr un mayor diálogo. * 1

[email protected] / Argentina Presentación sobre “Poder, locura, cultura”, en el VIII Congreso Argentino, realizado en Rosario en el año 2010.

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Paralelamente a estas actividades concretamos otras, donde se dialogó sobre temas de una mayor especificidad teórica, por ejemplo las convergencias y divergencias entre el concepto de enactment y el de ‘conocimiento relacional implícito’ con relación a la teoría del campo de los Baranger, las ideas de Bleger y Racker y algunos aspectos de la obra de Lacan. Para este año están en marcha encuentros sobre vínculos inconcientes en Aulagnier y Kaës y sobre los fundamentos epistemológicos del concepto de estructura en Fairbain y Lacan. Luego de trabajar con 4 materiales y realizar 16 reuniones pudimos observar algunas constantes que queremos transmitir en este Congreso:

1) ¿QUÉ ENTENDEMOS POR MATERIAL CLÍNICO? La actitud de los colegas con respecto a qué se entiende por material clínico se puede agrupar del siguiente modo: a- Algunos colegas pueden trabajar con el material presentado sin necesidad de recabar más datos de contexto, ni insisten en la necesidad de abundar en datos históricos. b- Otros necesitan mayor información sobre el contexto del paciente. c- Un tercer grupo requiere más datos sobre la historia del paciente. En general todos pueden trabajar pero hacen referencia a sus necesidades. Algunos pocos se inhiben concientemente ante la situación. Resalta particularmente el hecho de que la postura de los opinantes no está sujeta a una determinada corriente de pensamiento. Se trata de posiciones particulares, de relativa relación con la teoría sustentada. Ante esto nos preguntamos qué implicancias pueden tener estas posiciones, si es que las tienen, en relación con la forma de ejercer la clínica y la investigación en el proceso analítico: algunos acentúan el aquí y ahora, otros toman muy en cuenta los aspectos relacionales y, finalmente, un tercer grupo valoriza especialmente la psicosexualidad infantil. Como dije antes, estas son formas preponderantes y no excluyentes; la posición sostenida no necesariamente tiene correlación directa con una teoría dada.

2-LA RELACIÓN ENTRE LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA Un segundo tema que dio origen a muchos intercambios es el de la relación entre la teoría y la práctica. Es interesante resaltar que salvo aquellos colegas REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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que adhieren firmemente a una corriente de pensamiento, el resto, la mayoría, si bien tiene inclinación por una posición hace uso de más de una teoría. Vale hacer notar que a este nivel teórico, muy cercano a la observación clínica, la utilización de diferentes modelos en general no arroja discordancias significativas en quien los desarrolla, aunque sus implicancias a niveles de mayor abstracción ofrezcan progresivas divergencias. Los participantes utilizan fragmentos de diferentes corrientes de pensamiento que enfocan la cuestión sobre la que opinan, y en el nivel que estamos considerando ayudan a una mejor comprensión del fenómeno clínico. Con respecto al efecto determinante de la teoría en la práctica, un grupo de colegas sostiene que la misma determina la clínica, una afirmación que es puesta en duda desde distintas perspectivas. Una de las más importantes fue que el acercamiento al material clínico no es sólo teórico, sino que requiere tomar en cuenta elementos que están más allá de la teoría, por ejemplo, ciertos conocimientos culturales que, de no darse, pueden llevar a entendimientos teóricos erróneos. Se remarcó, por otra parte, que la teoría es un escalón ordenador, pero secundario a un proceso de escucha que reúne aspectos varios de la mente del analista, sobre todo inconcientes, siendo la teoría una parte de ellos. Esto se aprecia mejor en quienes hacen uso de una pluralidad conceptual, aunque lo sostienen también algunos colegas que adhieren a una determinada corriente de pensamiento.

3- PSICOPATOLOGÍA Y DIAGNÓSTICO Si bien podemos considerar que hay bastante acuerdo respecto de los puntos centrales en la problemática del paciente en un nivel descriptivo, la situación comienza a divergir a medida que se plantean mayores niveles de abstracción y, a partir de los mismos, las posiciones acerca del modo en que debería accionarse clínicamente comienzan a ser controversiales. Es de hacer notar la existencia de cierta discrepancia entre lo recién dicho y lo anteriormente afirmado en el sentido de la influencia de la teoría en la clínica, discrepancia que parece sostenerse cuando el analista comienza a teorizar Es así que a nivel de las consideraciones psicopatológicas llama la atención la existencia de posiciones marcadamente diferentes. Parecería que cada corriente de pensamiento permite focalizar ciertos aspectos con mayor precisión, pero a la vez deja un resto sin incluir o incluido con poco peso. En todos los casos las opiniones se fundamentan en el material y responden a aspectos existentes en el mismo, no existiendo procedimientos arbitrarios en la elección de los puntos de apoyo en que se sustentan. Para dar un ejemplo: en temas como bisexualidad e identidad, en un sentido general o más

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específico, relacionado con lo sexual, se generaron posturas polares que, a menudo, parecían ser, ante todo, expresión de un deseo de sostén de una posición, pues no se ponían en juego las premisas, en todo caso se enunciaban. Se trata de un tema al que me referiré más adelante. Estas diferencias permitieron observar perspectivas discordantes acerca de qué se entiende por los aspectos más delicados de la patología del paciente, por ejemplo cuestiones de orden pregenital versus posicionamientos alrededor del Edipo, trasladándose a los diagnósticos. Por ejemplo, puede un caso considerarse neurótico, mientras otros colegas sostienen que existen en el paciente disociaciones con dinámicas neuróticas, perversas, pudiendo incluso considerarse a estas últimas como defensa ante una dinámica psicótica. Este panorama nos lleva a preguntarnos qué sostiene tan importantes diferencias, ¿señalan discrepancias de fondo en cuanto a la teoría y su aplicación a la nosografía o es ésta muy laxa?, entendiendo por tal que el grado de solidez que unifica el ordenamiento tiene una insuficiente coherencia. O bien ¿se tratará de perspectivas distintas que muestran aspectos en el paciente que se visualizan mejor desde ciertos ángulos con respecto a otros, pero que coexisten en el mismo sujeto? De ser así, ¿por qué determinados colegas acentúan unos en detrimento de otros, mientras que otros proceden a la inversa? Incluso podemos plantearnos si el psiquismo, en su complejidad, no puede ser abarcado en grado suficiente por nuestros modelos de pensamiento y tendemos a trabajar con disyuntivas que en el caso concreto no son tales. Por ejemplo en un caso se sostuvo que las tendencias homosexuales del paciente se sostenían en la preservación del vínculo con la madre, mientras que otros colegas decían que era en la búsqueda de un padre. Este planteo de opuestos que se presentó así, ¿será tal?, ¿necesariamente una tendencia anula a la otra en la mente del paciente? Posteriormente haré algunas consideraciones sobre estos interrogantes, pero quisiera antes hacer unas puntualizaciones que se constituyen en obstáculo en este trabajo de exploración.

4-FACTORES QUE PERTURBAN EL DEBATE a- La doxa

Entendemos por tal el conjunto de creencias y de prácticas sociales que son consideradas normales en un contexto social y son aceptadas sin cuestionamientos. Se las reconoce habitualmente como criterios y formas de proceder socialmente válidos. Allí reside su eficacia simbólica: la doxa es una condición para mantener el estado de cosas existente en una sociedad. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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A esto debemos agregar que la comunicación humana tiende en gran parte a lograr un efecto de acción más que transmitir información. Esta tendencia a la acción sobre el otro pone en juego los elementos constitutivos del poder, inherente a todo ser humano, sin necesaria conciencia de ello. Nos encontramos con una clara expresión implícita de poder, un fenómeno que probablemente explique por qué es tan difícil que se pongan en debate las premisas que sostienen diferentes posiciones. En nuestra disciplina estos hechos se evidencian en nuestros intercambios como obstáculo a la presencia de nuevas ideas para el conjunto y como disposición previsible en cuanto a la aceptación de un discurso, de modo que puede tornarse condicionante del mismo. De todos modos, no se trata de un fenómeno restringido al desarrollo de ideas dentro de nuestro despliegue teórico. También la doxa de nuestra cultura influye a su vez, poniendo obstáculo a una libre expresión discursiva. b- Algunos planteos equívocos

El modo de abordar ciertas problemáticas se constituye en obstáculo en sí mismo, más allá de las dificultades intrínsecas al mismo. Lo ilustraré con un ejemplo: suele discutirse la oposición entre el deseo del analista y la contratransferencia. Para complicar las cosas esta polaridad ha ido adquiriendo valor político, el de pertenencia a un bando. Sin embargo, basta hacer una mera reflexión sobre el estado actual del concepto de contratransferencia para que inmediatamente nos demos cuenta de que no es unívoco. Abundan las distintas formas de entender qué abarca dicho concepto. Incluso para algunos colegas es un concepto estrecho, parcial, que hasta debería descartarse, no por lo que implica en tanto participación subjetiva del analista, sino porque reduce su alcance. Entonces nos preguntamos cómo seguir debatiendo en base a posiciones polares donde al menos uno de los términos es multívoco. Surge la pregunta de si no sería conveniente plantear que en realidad lo que estamos discutiendo es el lugar que ocupa el analista en la cura o como queramos denominarlo. Vayamos al título que nos reúne.

5-EL PSICOANÁLISIS BABEL RESISTENCIAL

Y SUS DIFERENTES TEORÍAS: APERTURA EPISTÉMICA O

En primer lugar quisiera plantear unas preguntas, ¿Qué buscamos cuando abordamos esta cuestión? ¿Vamos tras una teoría que, a partir del diálogo entre analistas, vaya surgiendo y nos dé pautas con alguna certeza de verdad

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única o queremos establecer un diálogo, para que el proceso de clarificación que se vaya produciendo provoque un mayor entendimiento de las distintas maneras de pensar la clínica y la teoría de nuestra disciplina, sin aspirar a las unificaciones? Por todo lo que he expuesto sobre la experiencia exploratoria que venimos realizando en APA y aunque, como es de esperar, nuestra propia metodología implique un sesgo, creo que podemos decir que el estado actual de nuestra disciplina tiende a indicarnos la coexistencia de diferentes modelos que dan cuenta de la clínica y que se expresan a través de diferentes corrientes de pensamiento. Por otra parte, no es la nuestra la única rama del conocimiento humano que se encuentra en esta situación. De modo tal, si bien en algunos momentos parecería que estamos en una Babel, en otros parece existir una convivencia potencialmente rica de acercamiento a las problemáticas que constituyen nuestro quehacer. Creo que no estamos en condiciones de zanjar definitivamente la pregunta implícita en el título de este panel. Es evidente que necesitamos desarrollar y alentar investigaciones que favorezcan un mayor entendimiento de nuestra concepción de la clínica y la teoría, sin aspirar a unificaciones, al menos por el momento. DESCRIPTORES: INVESTIGACIÓN / MATERIAL CLÍNICO / TEORÍA PSICOANALÍTICA / TÉCNICA PSICOANALÍTICA / DIAGNÓSTICO / PLURALISMO.

KEYWORDS: INVESTIGATION / CLINICAL MATERIAL / PSYCHOANALYTIC THEORY / PSYCHOANALYTIC TECHNIQUE / DIAGNOSIS / PLURALISM.

PALAVRAS CHAVE: PESQUISA /MATERIAL CLÍNICO / TEORIA PSICANALÍTICA / TÉCNICA PSICANALÍTICA / DIAGNÓSTICO / PLURALISMO.

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¿Puede ser neutral un psicoanalista? Reflexiones sobre el pluralismo teórico * José E. Fischbein

INTRODUCCIÓN Esta presentación tiene el objetivo de repensar el postulado freudiano referido a la neutralidad del psicoanalista en el contexto histórico actual y dentro del ámbito de una institución pluralista en la que conviven distintos marcos teóricos a los que se adhiere por cuestiones de elección conceptual además de subjetivas. El psicoanálisis no puede repudiar la subjetividad del analista para la comprensión del campo clínico y, sin embargo, ésta se hallaría escotomizada en la propuesta de neutralidad. Y es aquí donde se juega la antinomia de neutralidad- “objetividad” o selección-percepción consciente y sopesada de partes del discurso. La percepción de un hecho depende de las redes conceptuales del observador. Si estas redes no son puestas en juego, lo que aparece es el caos o la perplejidad. Si el observador no logra diferenciar y contrastar las diferentes redes conceptuales, nos encontramos ante la saturación del campo por sus preconcepciones teóricas. Las premisas guían hacia ciertos datos y excluyen otros, por lo tanto el analista neutral no existe, como tampoco existe la base empírica pura. No hay campo analítico sin teorías del analista y éstas satisfacen tanto sus aspectos racionales como emocionales. El analista no puede nunca ser neutral ya que es un observador que en forma activa, aunque no necesariamente consciente, selecciona los observables clínicos de la sesión. El psicoanalista que puede dirigir su mirada desde diferentes perspectivas teóricas puede enfrentar aquellos escotomas que si estuviera sumergido en una única teoría no percibiría. Cada teoría influye, selecciona y privilegia datos para evaluar lo que examinará. El dato analítico no fluye solamente de las asociaciones del paciente, también se encuentra en la escucha del ana-

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lista que lo busca, y esta escucha está condicionada por los presupuestos teóricos de este analista y de su grupo. Un ejemplo podría ser la concepción del sueño como una realización de deseos, o como un intento de resolución de la situación traumática. Podemos pensar que cuando un analista cambia sus teorías no sólo resignifica un mismo material, sino que además hace una selección distinta del material a partir de su nueva escucha en el campo clínico. De lo anterior surgen algunas reflexiones, que enunciaré como preguntas: ¿Se puede hoy homologar a la teoría psicoanalítica con el estado de la teoría de la época en que Freud enuncia el concepto de neutralidad? ¿Cómo entendemos la neutralidad en el estado actual de múltiple teorización psicoanalítica? ¿Qué es la neutralidad? ¿Es un modelo compartido por la comunidad psicoanalítica? ¿De qué creencias, hipótesis, valores y vivencias se compone? ¿Qué implicancia y operatividad tiene en la clínica? ¿Cómo influyen las teorías en la selección y la significación de datos clínicos? ¿Es el material lo que el paciente le trae y se le impone como hecho al analista o lo que éste puede percibir y seleccionar de aquél? ¿Es acaso un armado conjunto? ¿Es lo mismo pensar en datos aportados por el paciente a lo seleccionado por el analista? ¿Qué ilumina o deja en la oscuridad cada teoría y cuáles son las raíces comunes?

DESARROLLO DE LA PROPUESTA a) La neutralidad y las teorías Podríamos empezar consultando qué nos dice sobre lo neutral el diccionario de la lengua española: “no es ni de uno ni de otro; que entre dos partes que contienden permanece sin inclinarse a ninguna de ellas. Dícese de personas y cosas que no se inclinan a un lado ni a otro”. Interesante punto de partida para un grupo de psicoanalistas, en tanto permite preguntarnos desde esta posición ideal cuáles son los márgenes ante los que hemos sido invitados a mantenernos equidistantes. Y, a pesar de la complejidad de la cuestión, hay una salida apriorísticamente simple: si nuestro campo de trabajo es el conflicto, es no elegir nosotros una de las partes en oposición. Lo que ya no resulta tan simple es definir las categorías de elementos que participarán en las oposiciones conflictivas. Podríamos enumerar una larga lista de pares que entran en conflicto: pulsiones, lugares psíquicos, instancias, identificaciones, posicionamientos sexuales, la bisexualidad, y podríamos seguir. Ante la multiplicidad de elementos frente a los que se nos REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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invita a ejercer una neutralidad podemos decir que es una tarea ardua la que se nos encomienda. Más aún si nos ubicamos en una postura de respeto por la subjetividad del paciente; entonces podemos llegar a pensar, también apriorísticamente, que la neutralidad es prácticamente un imposible. Para incursionar en el concepto de neutralidad debemos interrogarnos sobre nuestra concepción epistemológica de la relación del observador en el campo científico con su objeto de observación. Desde sus orígenes, el psicoanálisis defendió una posición que lo diferenció de métodos sugestivos y estimuló entre sus practicantes la prescindencia de toda influencia deliberada sobre el paciente. Su objetivo fue siempre el estudio del funcionamiento inconsciente dentro del marco de la situación transferencial. La neutralidad del analista deja de lado todo intento de influir intencionalmente en el paciente, permite la observancia de la regla fundamental, así como la de abstinencia, eludiendo cualquier reproche de manipulación del analista. Esta norma – que no ha perdido vigencia – necesita de todas formas una revisión. Si bien Freud ya se había referido a la actitud del psicoanalista frente a su material de observación, tanto en el libro de la histeria (1895), como en el de los sueños (1900[1899]) y en los historiales (1901-1914), la idea de una supuesta neutralidad queda enunciada en los artículos técnicos del año 1912. Esta neutralidad difícil de mantener, aún para Freud mismo, está inscripta en ideas científicas vigentes en ese momento. La neutralidad es una recomendación instrumental y operativa que tiene como objetivo la conducción del tratamiento. Los consejos que Freud brinda tratan de preservar al objeto de su estudio de las distorsiones del observador, pero tienen un sesgo defensivo ante las críticas por la sugestión del analista y la creación de lo inconsciente como una inducción de algo inexistente para el sujeto. Las nociones de “objetividad” y “experiencia fija y neutra” teñían el ideario freudiano. Un observador que quedara por fuera del hecho de observación y no lo influyera era una idea predominante en la ciencia positivista del siglo XIX. Entramos en este momento en una serie de contradicciones lógicas, que incluso son exacerbadas desde el seno mismo del desarrollo freudiano. La propuesta de objetividad de una ciencia empírico-positivista colisiona con el ideal de subjetivación que es la propuesta del análisis. El estudio de la realidad psíquica lleva al desarrollo de una creciente apuesta por la subjetivación, que choca con el ideal de objetividad. Con su aporte al descubrimiento de lo inconsciente Freud queda inmerso en esta contradicción, contradicción de la que sale con su invitación a continuar a ultranza con el trabajo analítico, que dará por resultado un mayor saber objetivo sobre la subjetividad a través de la indagación sostenida de la realidad psíquica. El objeto del conocimiento dentro del psicoanálisis es la concepción que el analista tiene sobre el psiquismo del sujeto.

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Podemos hacer una doble lectura del concepto de neutralidad. La primera sería la del dato por sí mismo, considerado como un hecho aislado. Constituye un ejemplo de esta lectura la definición que figura en el diccionario de Laplanche y Pontalis (1967). Allí leemos que la neutralidad es: “una de las cualidades que definen la actitud del analista durante la cura. El analista debe ser neutral en cuanto a los valores religiosos, morales y sociales, es decir, no dirigir la cura en función de un ideal cualquiera, y abstenerse de todo consejo; neutral en cuanto a las manifestaciones transferenciales y neutral en cuanto al discurso del analizado, no otorgando a priori una importancia preferente, en virtud de prejuicios teóricos, a un fragmento o a un determinado tipo de significaciones” (p.266).

La segunda lectura es la que incluye el contexto histórico, que determina e influye en forma significativa el armado de un esquema teórico, que a su vez permitirá una lectura del hecho clínico. Esta postura forma parte de las corrientes actuales en epistemología donde el observador, en nuestro caso el psicoanalista, ni es objetivo ni es a-histórico. Los datos empíricos no son ni fijos ni estables; su selección y significación dependen de los presupuestos teóricos sesgados por la subjetividad del observador. Si bien nos formamos en el preconcepto de la existencia ideal de un observador neutral, hoy pensamos que lo que un hombre percibe es aquello para lo que está preparado para percibir. En la percepción no sólo intervienen sus puntos ciegos regidos por sus conflictos y defensas, sino además las mallas conceptuales que seleccionan los estímulos desde lo aprendido. Estos procesos de percepción, selección y significación funcionan fuera de la conciencia. Los esquemas teóricos subyacentes ordenan los datos, les otorgan significaciones y van condicionando estrategias pragmáticas para el desarrollo del proceso terapéutico. El analista atado al mandato freudiano de los “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico” (1912) es puro deber y conciencia, y marca ya una contradicción con el descubrimiento de Freud del sujeto comandado por el pulsionar inconsciente; en todo caso, nos ubica en uno de los márgenes del conflictivo trabajo que es analizar. El otro margen es el impacto del paciente sobre el sujeto analista. Cuando traíamos al comienzo la idea de neutralidad como un posicionamiento entre dos puntos, sin tomar partido ni aproximación hacia uno u otro, planteábamos una situación en la cual el analista es un tercero en el escenario psíquico del paciente. Tomar posición en relación con un sólo margen crea el peligro de encallar en una trampa especular con el material que aporta el analizante o con la idealización del esquema conceptual propio. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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b) La neutralidad y la subjetividad El establecimiento del campo transferencial pone en juego la subjetividad no sólo del paciente, sino también del analista. La pregunta que se impone es: ¿Cómo acceder a una propuesta voluntaria y consciente en un campo dispuesto por la díada asociación libre-atención flotante para que emerjan las formaciones de lo inconsciente en el discurso? A lo largo de la historia del pensamiento freudiano encontramos cuatro postulados básicos en relación con el tema de la neutralidad. Son las recomendaciones sobre la presencia de la díada atención flotante/ asociación libre en el campo transferencial y la prescindencia por parte del analista de imponer ideales, anhelos pedagógicos e intenciones de sugestión. Dice Claude Le Guen (1988) en “Necesidades y riesgos del control de la regresión”: “Una de las mayores dificultades del trabajo psicoanalítico es que el psicoanalista debe mantenerse neutro y, al mismo tiempo, intervenir para cambiar algo en el paciente” [...] un doble riesgo amenaza de continuo: o la ineficiencia por exceso de neutralidad o el condicionamiento por abuso de intervención. Ahora bien el deslizamiento del control al constreñimiento puede ser rápido” (pp. 749-754).

Con Le Guen concordamos que con el uso de la contratransferencia el modelo de la asepsia quirúrgica ha quedado en desuso. Entre nosotros una propuesta en relación con el tema de la neutralidad en el campo clínico fue enunciada en el año 1961/62 por W. y M. Baranger en “La situación analítica como campo dinámico”. Se expresa en ese escrito: “La situación analítica tiene por lo tanto que formularse no como situación de una persona frente a un personaje indefinido y neutral – al final de una persona frente a sí-misma – sino como situación de dos personas indefectiblemente ligadas y complementarias mientras está durando la situación, e involucradas en un mismo proceso dinámico. Ningún miembro de la pareja es inteligible sin el otro (p. 129) (...) El otro (analista) se compromete a tratar de entender el primero, y de proporcionarle, mediante la interpretación una ayuda para resolver sus conflictos, se compromete a la discreción y a la abstención de todo intervencionismo en la vida “real” del otro”. (p. 131). (…) [El analista] no puede ser “espejo” porque un espejo no interpreta. (…) Se exigen de él actitudes en cierto modo contradictorias o por lo menos muy ambiguas” (p. 140).

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Otro aporte importante en nuestro medio fue el de Enrique Pichón Rivière, con el concepto de E.C.R.O. (Esquema Conceptual Referencial y Operativo). Ubica la praxis psicoanalítica en una configuración mutua, dialéctica entre instrumento y objeto de conocimiento. Él definía al E.C.R.O como un conjunto organizado de conceptos referidos a un determinado universo de discurso que permite una aproximación instrumental al objeto de estudio siendo una condición del mismo la conciencia por parte del observador de la presencia explícita o implícita de la presencia actuante del E.C.R.O. Todo E.C.R.O tendría un aspecto supra-estructural dado por los elementos conceptuales y otro infraestructural constituido por los elementos emocionales, vivenciales, aportados por la experiencia de vida, que determinan la búsqueda y la forma de abordaje del objeto de conocimiento. Pichón Rivière remarcaba la necesidad de que el E.C.R.O fuese consciente para el analista en su actuación clínica. Freud planteaba algo similar cuando insistía sobre la necesidad de un reconocimiento consciente del motivo de un acto del analista que modifica la modalidad habitual de trabajo con ese paciente. Es necesario que reconozca a priori su funcionalidad en el desarrollo del tratamiento. Sólo así es válida una intervención que se aleja de lo convencional. Convengamos que la neutralidad y adhesión a los esquemas llevadas a cabo sin saber lo difícil o hasta imposible que es mantenerlas puede constituir una esterilización y vaciamiento del campo transferencial. Es el momento en que debemos repensar y reevaluar el concepto de neutralidad en el campo del psicoanálisis. Nos permitimos cuestionar el concepto ubicándolo en el momento actual, tanto de la ciencia en general, como dentro del complicado desarrollo post-freudiano. La polifonía dialogal de una institución psicoanalítica pluralista nos lleva a cuestionar la objetividad del hecho clínico para pasar a tener en cuenta como éste se constituye de acuerdo a lo que conceptualiza y selecciona cada grupo de analistas. A lo largo de más de un siglo hemos pasado de la concepción del observador objetivo al del observador que percibe y elige desde sus teorías dominantes. Un observador que ya no es pensado como un espejo, sino como un filtro que deja ver lo que puede buscar desde sus conocimientos. ¿Acaso no afirmamos, en el campo teórico psicoanalítico, que sólo encontramos al objeto que previamente ha sido investido? Por lo tanto, hoy diríamos que la atención flotante, actitud básica para ser impactados por las formaciones del inconsciente de lo que el paciente dice, flota dentro de las concepciones teóricas de cada analista y condiciona su escucha. Entonces cuestionamos la neutralidad tal como fuera planteada en 1912 pues ésta queda teñida del color teórico del esquema referencial del analista. En epistemología se conoce esta posición con el nombre de “la carga REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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teórica de los hechos”, que pasan a ser seleccionados y saturados por las ideas que los sustentan. Perdemos la tranquilidad de lo absoluto que brinda una concepción empírico-positivista sobre el dato objetivo para ganar confianza en la subjetividad del observador y en el rescate de la singularidad de cada campo transferencial. Las distintas teorías aprendidas e introyectadas por un analista actúan como representaciones inconscientes que guían la escucha y configuran la realidad clínica. La significación de un hecho y la orientación de un proceso terapéutico responden, a veces sin saberlo siquiera el analista, a un guión inconsciente que está dado por las teorías, las instituciones y la pertenencia u oposición a tal o cual marco teórico. Todo psicoanálisis sigue, a sabiendas o no, un texto que lo guía. A más de un siglo de desarrollos pasamos del paradigma freudiano como paradigma único, al apoyo que éste da a los desarrollos que surgen de él. La técnica psicoanalítica ha sufrido revisiones y cambios desde que fuera enunciada por Freud. Todos buscamos confirmación a nuestras propias teorías tanto en la clínica como al dialogar con otros colegas. La idea de que un analista percibe, selecciona, significa y sostiene el campo clínico desde su esquema referencial no es fácil de aceptar, como es probable que tampoco sea fácil trabajar en otros medios con el concepto de “lo Inconsciente”. Sin el texto teórico subyacente el campo clínico se vuelve confuso e ilegible. Por lo tanto, el esquema referencial es una guía orientadora que aporta operatividad, una lógica y la semántica para el campo clínico que ese esquema crea. Un analista no halla más de lo que sus conocimientos le permiten encontrar. Las conexiones significativas que se descubren en el discurso del paciente derivan de las premisas de su esquema teórico. Éste que es inconsciente en un sentido descriptivo, orienta la escucha y hace que aparezcan coincidencias en la lógica, el lenguaje y conexiones entre los analistas que lo comparten. Entre distintos grupos es necesario establecer correspondencias que no siempre son fáciles de establecer. Con analistas que adhieren a un esquema unívoco, con el que se corre el riesgo de auto-validar su clínica, nos tropezamos con una situación análoga a la existente en el momento en que Freud recomienda la neutralidad, momento del paradigma freudiano como única teoría existente; es decir, la necesidad de incrementar la auto-observación para no caer en la fascinación de un esquema indiscutible. La existencia de tensión y conflicto entre teorías en un esquema pluralista, que adviene con los desarrollos post-freudianos, no sólo genera enfrentamiento y confrontación, sino que además permite crear nuevas combinatorias para los obstáculos y anomalías del campo clínico. A su manera Freud creó, y nos legó, el modelo de poner en duda su descubrimiento cuando la clínica le hacía obstáculo.

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CONCLUSIÓN Desde mi postura actual diría que el psicoanalista neutral no existe, que no es un receptor pasivo de las asociaciones del paciente sino que participa activamente en la selección, puntuación, y significación del material desde sus esquemas teóricos que funcionan guiando en forma invisible su accionar. Estas ideas llevan a plantear que siempre existe una selección que nos aleja del ideal positivista de la neutralidad. El analista está lejos de ser un espejo. Lo que ve y refleja del paciente es lo que le permiten aprehender sus concepciones teóricas. Distintas teorías generan diferentes campos en el trabajo clínico.

RESUMEN El autor propone revisar el postulado freudiano referido a la neutralidad del psicoanalista dentro del ámbito de una institución pluralista y en el contexto histórico actual. Plantea el par objetividad – subjetividad. La primera es inherente al concepto freudiano de neutralidad y la segunda es rescatada y remarcada por el psicoanálisis. La subjetividad estaría escotomizada en tal propuesta de neutralidad. La percepción de un hecho depende de las redes conceptuales del observador y sus premisas teóricas lo guían hacia ciertos datos y excluyen otros. En la percepción, no sólo intervienen los puntos ciegos del analista, regidos por sus conflictos y defensas, sino además las mallas conceptuales que seleccionan los estímulos desde lo aprendido y elegido. El esquema teórico participa activamente en la selección, la puntuación y en el hallazgo de las conexiones significativas en el discurso del paciente. Por lo tanto, el autor sostiene que, en el contexto teórico actual, el material clínico se basa en las elecciones teóricas o teorías implícitas de cada analista. El autor concluye diciendo que si la teoría marca la percepción del material, puede inferirse que el psicoanalista neutral no existe, como así tampoco la base empírica pura. DESCRIPTORES: PSICOANALISTA / NEUTRALIDAD / PERCEPCIÓN / TEORÍA / OBSERVADOR / SUBJETIVIDAD / ECRO.

SUMMARY Can a psychoanalyst be neutral? Some reflections on theoretical pluralism. The author suggests revising the Freudian premise regarding the psychoanalyst’s neutrality within a pluralistic institution in the current historical context. He sets forth the objectivity-subjectivity pair. The former is inherent to the Freudian conREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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cept of neutrality, while the latter is retrieved and underscored by psychoanalysis. Subjectivity would be scotomized by the above proposal of neutrality. The way a fact is perceived depends on the observer’s conceptual network. His theoretical assumptions lead him to select certain data while excluding others. Perception is influenced by both the analyst’s blind spots – governed by his conflicts and defenses – and the conceptual web which selects the stimuli generated by what has been learnt and chosen. The analyst’s frame of reference takes an active part in the selection, highlighting and finding of meaningful connections in the patient’s discourse. Thus, the author maintains that in the present theoretical context, clinical material is based on the theoretical options or implicit theories held by the analyst. As a conclusion, the author claims that if the theory lays down the perception of the clinical material, we may infer that the neutral analyst does not exist. Likely, there is no pure empirical basis. KEYWORDS: PSYCHOANALYST / NEUTRALITY / PERCEPTION / THEORY / OBSERVER / SUBJECTIVITY / ECRO.

RESUMO Um psicanalista pode ser neutro? Reflexões sobre o pluralismo teórico O autor propõe revisar o postulado freudiano referente à neutralidade do psicanalista no âmbito de uma instituição pluralista e no contexto histórico atual. Estabelece o par objetividade x subjetividade. A primeira é inerente ao conceito freudiano da neutralidade e a segunda é resgatada e ressaltada pela psicanálise. A subjetividade estaria escotomizada nesta proposta de neutralidade. A percepção de um fato depende das redes conceituais do observador e suas premissas teóricas que o direcionam para certos dados e excluem outros. Na percepção, não só intervêm os pontos cegos do analista, regidos pelos seus conflitos e defesas, mas sim também pelas malhas conceituais que selecionam os estímulos do que foi aprendido e escolhido. O esquema teórico participa ativamente na seleção, na pontualização e na descoberta das conexões significativas no discurso do paciente. Portanto, o autor afirma que, no contexto teórico atual, o material clínico está baseado nas escolhas teóricas ou nas teorias implícitas de cada analista. O autor conclui dizendo que se a teoria marca a percepção do material, pode-se inferir que não existe o psicanalista neutro, como também não existe a base empírica pura. PALAVRAS CHAVE: PSICANALISTA / NEUTRALIDADE / PERCEPÇAO / TEORIA / OBSERVADOR / SUBJETIVIDADE / ECRO.

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Bibliografía Baranger, M: (1961-62) Problemas del Campo Psicoanalítico. Buenos Aires, Kargieman, 1969. Cap. VII; La situación analítica como campo dinámico. Casares Julio, (1984) Diccionario Ideológico de la Lengua Española. Barcelona, Gustavo Gili, 2° Edición. Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española (decimonovena edición) 1972. Freud Sigmund: Obras completas, Amorrortu editores. (1976) Trabajos sobre técnica analítica. (1911-1915) Tomo XII Juri, Luis J.: (1999) El psicoanalista neutral-un mito? Homo Sapiens. Rosario. Laplanche, J. y Pontalis, JB (1987). Diccionario de psicoanálisis. Madrid, Labor. Le Guen. C. (1988) “Necesidades y riesgos del control de la regresión”. Revista de Psicoanálisis, T. XLV, N°4 Pág.749-754. Pichón- Rivière, E. (1970) El concepto de E.C.R.O; En: Del psicoanálisis a la Psicología Social, Buenos Aires, Nueva Visión, 1997. p. 215-220.

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Acerca del pluralismo. El pluralismo en APA1 * Amada Lloret

PLURALISMO IDEOLÓGICO Este tema supone una imprescindible vuelta a nuestra historia institucional. Sabemos que el tema del pluralismo adquiere protagonismo en APA a partir del llamado manifiesto de 1974. Esos años fueron precedidos por una primera crisis interna, la separación de los grupos Documento y Plataforma, en 1971, que constituyó la primera ruptura con el alejamiento de alrededor de 30 miembros y 20 candidatos. Se la ha considerado marcada por una posición político-social fuertemente activada frente a la situación del país2, que a su vez hacía eco en distintas posiciones respecto de la formación dentro de APA. La teoria y práctica analíticas eran cuestionadas y debían incluir la perspectiva marxista de la sociedad: en este sentido era ya una línea de pensamiento que modificaba la teoria “madre” freudiana. Así expresaban su posición los colegas: “No cuestionamos al Freud científico que nos muestra como la ideología de la clase dominante se trasmite, a través del superyo, de generación en generación y vuelve lerdo al hombre en su capacidad de cambio. Pero cuestionamos al Freud ideológico de la sociedad como dada y al hombre como fundamentalmente incambiable”...Cuestionamos una práctica que tenga, conciente o inconscientemente esta finalidad...” (1971, p. 14-15) El conflicto que atravesaba la institución se veía como ideológico-político y no específicamente científico, por ello también se cuestionaba “el aislamiento de las instituciones psicoanalíticas, sus estructuras verticales de poder y el liberalismo aparente de su ideología.” (p. 15) En rigor es de los psicoanalistas –por el hecho de su misma profesión–

1 * 2

Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) [email protected] / Argentina Recordamos que transcurren: el gobierno de facto de Lanusse (71-73) y los gobiernos electos de: Campora (Mayo-Julio 73) Lastiri (Julio-0ctubre 73)/ Perón/ (Octubre 73Julio74)/ -Martínez de Perón (Julio 74-Marzo 76) (marcados también por la figura de López Rega)./ El gobierno militar-El Proceso (1976-1983) Recién en 1983 retorna la democracia con la Presidencia electa de Raúl Alfonsín.

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de quienes se espera una actitud no autoritaria, y es pertinente pensar que esto tiene que ver con cuál psicoanálisis operamos, tanto como el modo en que lo transmitimos, de allí el pluralismo considerado ideológico en un sentido más amplio. Me he detenido en esta primera escisión porque de ella debemos retener la cuestión de lo ideológico que marcará el llamado Manifiesto del 74, en él se defiende un “Pluralismo ideológico”* no nominado como científico ni teórico como sucederá posteriormente. Colegas en formación referían que a veces las mismas teorías se mezclaban, sosteniendo situaciones de poder en una traspolación inadecuada. Podía suceder, aunque esto no era una política institucional establecida, que las teorías y las posiciones técnicas que estaban en juego en ese momento, por ejemplo, el pensamiento kleiniano y/o la escuela inglesa como se la llamó más tarde, fueran tomadas por algunos como soporte para una forma de pensar, que podemos llamar ideológica, pero es imprescindible aclarar que no se desprendía de ella, es decir, no era el pensamiento kleiniano el que lo autorizaba sino el uso que se hacia de su teoría a tales fines. Desde esta óptica, el pluralismo que se defendía tenía también un carácter ideológico en cuanto a la formación, ligándose a posiciones de poder. Asimismo, este deseo de pluralismo se jugaba en la introducción de nuevas corrientes, que vehiculizaban una posición más abierta institucionalmente, como se vera en la siguiente cita del “Programa para una reestructuracion de la APA”. Allí leemos: “Por esto nos parece esencial el mantenimiento y reconocimiento explícito de un ‘pluralismo ideológico’ dentro de cualquier institución psicoanalítica. Queda claro que este pluralismo no carece del todo de limites; se trata de un pluralismo analítico y limitándose a él nos cabe reconocer esta situación, no solo en la teoria, sino en nuestro modo concreto de funcionar, inclusive y ante todo en el nivel de la formación analítica” (1982, pp. 67, 68).

Se trata de una posición institucional que propicia las formas de transmisión y las teorías mismas como expresión de una ideología más democrática y adquiere un límite: se refiere al análisis en su expresiones teóricas y a la formación analítica. Pese a triunfar la posición que Madeleine y Willie Baranger junto con Jorge Mom habían explicitado, la implementación pluralista no fue plenamente posible en ese momento terminando con la escisión de la Institución. Desplazadas a veces a esquemas referenciales, parecía entonces que las teorías no podían convivir cuando eran más bien dos esquemas de conducción político-institucional los que no podían convivir, o que no encontraron en ese momento histórico-institucional la manera de lograrlo. Como se señala REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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en el texto ya citado, el pluralismo de teorías en la institución no fue suficiente para asegurar un pluralismo de hecho: “la institución no resistió la transformación...” (1982, pp. 77) Más allá de las teorías, la esencia del cambio pluralista se expresa en la aceptación de un marco de diferencias que me parece fundamental recordar. “Es lógico y natural que coexistan en una misma institución analítica grupos de orientaciones científicas distintas; es lógico que estos grupos se concreten en grupos de poder; es lógico que formen... grupos coyunturales en pro o en contra de algo, es lógico que se formen grupos de filiación analítica, y otros grupos, es lógico que muchas personas no pertenezcan a ningún grupo. Lo que no es lógico es que cada uno de estos grupos pretenda detentar el monopolio de la verdad o ‘no poder coexistir’ con grupos de distinta orientación o de distinta índole”. (pp. 77-78) Una consecuencia de estos cambios llevó a una currícula mas libre y a la creación de un estamento de candidatos, la Mesa de Candidatos, que con el tiempo se transformó en el primer Claustro de Candidatos. Si me he extendido en la cita de hechos que algunos de los lectores quizás conozcan, es porque creo que nos permite reflexionar una vez más en que los analistas tenemos una riquísima teoria y método para producir modificaciones psíquicas con sus vitales consecuencias, y que a los límites propios de toda teoría se suman con su propio vigor los que puedan tener tanto los analistas como los analizandos.

PLURALISMO CIENTÍFICO En algún momento el “pluralismo ideológico” pasó a llamarse “pluralismo científico,”2 nominación que se ha mantenido hasta la actualidad. Pese a estar consagrada por el consenso general, no puedo dejar de señalar que a mi parecer esta expresión encierra un cierto sinsentido, ¿qué tiene que ver un pluralismo con lo científico? ¿La existencia de diferentes teorías o posiciones teórico-clínicas en psicoanálisis puede ser calificada de científica? Aún cuando se pudiera entender que su sentido es que tales posiciones se encuadran en un marco científico, sigo pensando que es más adecuado hablar de pluralismos teóricos; entonces deberemos examinar la cientificidad o no de tales teorías, entendiendo el término científico como aquello que va de acuerdo a la ciencia, de acuerdo a lo conocimientos adquiridos por un método determinado, o a diferentes marcos

2

Desconozco el momento en que se produjo ese cambio de nominación.

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o paradigmas. Así, serán las teorías científicas o no, pero no el pluralismo. Pluralismo es, pues, a mi entender, aceptar un conjunto de teorías sobre un tema, opuesto a la teoría única, como expresión tanto de reconocimiento de nuestros limites personales como de la libertad de pensamiento. ¿Es el pluralismo consecuencia de la complejidad del objeto de estudio? ¿Son diversos acercamientos a aquello difícil de conocer o, tal vez, lo que en un punto resulta incognoscible? No se trata de verdades, sino de conceptos fundamentales para que una ciencia sea tal, y con los cuales necesitamos acordar para seguir formando un conjunto coherente de pensamiento que llamamos psicoanálisis: el inconsciente y sus características, la sexualidad infantil, la historia, la transferencia, el mundo pulsional... El pluralismo es, pues, teórico, como expresión de la libertad de pensamiento, que es el núcleo de nuestra teoria y práctica clínica. Carlos Mario Aslan (1988), en un trabajo en el que examina nuestro pluralismo, con agudeza clínica y saber teórico puso el acento en el método psicoanalítico como uno de los elementos “del fundamento común”, así como en las teorías compartidas básicas, como los procesos inconscientes, señalando además que hay un fundamento común en los mismos analistas que tiene que ver con su misma formación, en especial su propio análisis. Este carácter “sutil” y “difícil de definir”… “consiste principalmente en una especial actitud, interna y permanente, de plantearse los problemas; no es una idelogía común y tampoco una Weltanschauung, aunque quizá tenga algo de ambas”. Y en un sentido similar también Horacio Etchegoyen señala: “Es también un hecho indiscutible que es una ciencia.., y un saber que mantiene su unidad en la pluralidad. Más allá de la diversidad de nuestro pensamiento hay algo que nos une a todos y tal vez sea una forma particular de escuchar y de responder, que llamamos interpretación. Todos los analistas aceptamos un psiquismo inconsciente y todos la sexualidad infantil y el complejo de Edipo...”. Entonces, el pluralismo no es sin límites. Debemos considerar como un elemento de alto valor institucional el poner en juego y examinar la validez de la multiplicidad teórica, cuál es el punto de lo único y lo múltiple, cuáles son los fundamentos sin los cuales una teoría no es psicoanálisis, planteamientos que aunque no tengan esperanza de respuesta unívoca, tienen el valor del cuestionamiento en sí mismo, motor del crecimiento de nuestras teorías.

¿ERA FREUD PLURALISTA? Esta pregunta responde más un deseo de abrir modalidades de pensamiento que a la posibilidad de darle respuesta. Aunque no he examinado aquí esta cuestión de un modo exhaustivo, quiero REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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señalar algunas líneas posibles de cómo pensar el pluralismo. Dado que en vida de Freud no existían otras escuelas – implico en esto un conjunto teórico complejo – que se atribuyeran un modo diferente de pensar y conceptualizar abarcando la complejidad teórica y no solo parcialidades, aunque sí muestras de esa tendencia en cuestiones más puntuales, podemos señalar en base a ellas que la preocupación de Freud se centraba en el temor de las distorsiones que su pensamiento pudiera sufrir, y ningún deslizamiento era considerado nimio en este terreno, “su terreno”, que tanta lucha le había representado; así sus reflexiones aunque limitadas pueden ser también líneas de encuadre para nuestras discusiones. En ese punto sólo mencionaré dos citas que incitan a pensar. “Cuando las diferencias de opinión rebasan cierta medida, lo mejor es separarse y seguir cada quién su camino, en particular si la diferencia teórica tiene por consecuencia un cambio en la práctica.” (1932, p. 132) “Es casi un carácter universal de estos movimientos de secesión apoderarse cada cual de cierto fragmento tomado de la riqueza de motivos del psicoanálisis e independizarse sobre la base de ese patrimonio usurpado...”(1932, p. 133). Freud no se anda con vueltas, el psicoanálisis es “su” riqueza y no la dejará en manos ajenas, no a la usurpación de los títulos del psicoanálisis, sí a la aceptación de inevitables otros rumbos. También en el uso de las palabras era riguroso en defensa de su teoría, “..primero uno cede en las palabras y después, poco a poco, en la cosa misma” (1921, p. 87) Creo que, por otra parte, la política de difusión del psicoanálisis que interesaba mucho a Freud no estuvo ajena a un juego de tolerancias y límites. Pero es sólo a partir del desarrollo del pensamiento freudiano, reelaborado por diferentes autores, que el pluralismo se hace posible en las Instituciones de formación psicoanalítica. La misma pregunta acerca de la posición pluralista podríamos plantearnos respecto a Klein, Lacan, Winnicott... y tal vez sea posible extenderla a cada psicoanalista que conforma su propio pensamiento identificándose y formándose con alguna corriente que le da su marco de pertenencia teórica sin por ello excluir otras líneas de pensamiento y su propia conceptualización. Un tema no menor es el lugar que ocupa hoy la teoria freudiana, si por un lado es considerado el fundamento, y esto se ve reflejado en las exigencias curriculares de formación, por otra parte pareciera que pluralismo es tal en cuanto se oriente básicamente hacia otras teorizaciones: así, permanecer en el pensamiento de Freud, y no sólo considerarlo como un momento de origen, se sindica como anacrónico. No confundamos pluralismo psicoanalítico con toda teoria que se aparte o reconstruya el pensamiento freudiano. Me importa agregar que sostenerse en las ideas y palabras de un creador como Freud también es un acto creativo, es la aceptación de la creatividad de otro.

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Esta “creatividad” del lenguaje es también lo que trabajamos junto con el paciente, es un soporte central de nuestro trabajo, no tenemos interpretaciones “listas para usar”.

¿Y POR QUÉ EL PLURALISMO...? Para acotar, ya que este tema no tiene cierre, encuentro en la posición de Winnnicott un marco de comprensión de por qué el pluralismo llegó para quedarse. Winnicott en una carta a M. Klein, pone el acento sobre la necesidad creativa que se expresa en el lenguaje personal, en el modo de dar expresión al pensamiento propio, se trata de decir la palabra que tiene sentido para el analista, “Lo primero que quiero decirle es que puedo advertir cuán molesto resulta que cuando algo se desarrolla en mí por mi crecimiento y mi experiencia analítica, deseo expresarlo en mi propio lenguaje. Es molesto porque yo supongo que todo el mundo quiere hacer lo mismo, y en una sociedad científica uno de nuestros objetivos es encontrar un lenguaje común. Sin embargo, este lenguaje debe mantenerse vivo, ya que no hay nada peor que un lenguaje muerto.” (1990, p. 88). En relación a esto, no podemos dejar de referirnos al carácter de hermenéutica que tiene el psicoanálisis en su práctica, en su escucha e interpretación, que se asientan en un lenguaje propio y compartido a la vez, sin dejar de ser por ello propios de una ciencia rigurosa en su conceptualizaciones, sin lo cual no tendría sentido. Es así que sólo a partir del desarrollo del pensamiento freudiano, reelaborado por diferentes autores, se hace posible el pluralismo en las Instituciones psicoanalíticas, y en este caso particular que examinamos en APA. Se suelen mencionar las diferentes lecturas de Freud en el fundamento del pluralismo. Sin embargo, mi mirada es también la de las “múlltiples escrituras de Freud”, en el sentido de su riqueza de ideas y conceptos que conforman una red que permite ingresar por diferentes vías y establecer diferentes relaciones, ellas habilitan así una lectura también múltiple. Por ejemplo, sus dos tópicas fundamentales, y en general todos sus textos, pueden ser leídos a través de diferentes articulaciones, o bien desde diferentes enfoques sin por ello apartarse de su texto, y éstas habilitan una multiplicidad de lecturas que también poseen un límite: cuando hacemos referencia a la red, aludimos a una contención protectora de la dispersión y el sinsentido. Pienso entonces que sólo a partir del desarrollo del pensamiento freudiano reelaborado por diferentes autores es que el pluralismo se hace posible en las Instituciones psicoanalíticas, y en este caso particular que examinamos en APA. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

Acerca del pluralismo. El pluralismo en APA

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E. Morin nos ha ofrecido con su conceptualización sobre el pensamiento complejo un modelo de comprensión de las teorizaciones pluralistas en psicoanálisis. “Uno de los axiomas de la complejidad es la imposibilidad, incluso teórica, de una omnisciencia... el pensamiento complejo está animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento.” (2001, p. 23)

RESUMEN Se examinan los distintos sentidos que el pluralismo ha tomado dentro de nuestra institución, APA, puntualizando el parecer de la autora sobre la concepción pluralista a partir del pensamiento mismo de Freud. DESCRIPTORES: PLURALISMO / INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA / IDEOLOGÍA / CIENCIA.

SUMMARY Concerning pluralism: Pluralism in the APA The author examines the different meanings pluralism has acquired in our institution, the APA, and describes her opinion concerning the pluralistic conception in the light of Freud’s thinking.. KEYWORDS: PLURALISM / PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / IDEOLOGY / SCIENCE.

RESUMO Sobre o pluralismo. O Pluralismo na APA Examinam-se os diferentes sentidos do pluralismo na nossa instituição, a APA, pontualizando a opinião da autora sobre a concepção pluralista a partir do próprio pensamento de Freud. PALAVRAS CHAVE: PLURALISMO / INSTITUÇÃO PSICANALÍTICA / IDEOLOGIA / CIÊNCIA.

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Bibliografía Aslan, CM El fundamento común en psicoanálisis, Revista de Psicoanálisis 1988-N° 4. Asociación Psicoanalítica Argentina- 1942-1982 “Programa para una reestructuración de la APA” Definición Ideológica. Cuestionamos. Documentos de crítica a la ubicación actual del psicoanálisis. Buenos Aires, Granica, 1971. / Pg 14-15 Etchegoyen, H El futuro del psicoanálisis entre el pluralismo y la unidad. Psicoanálisis internacional. API Volumen 18/ 2010. Freud, S.(1921) Psicología de las masas y análisis del yo. Buenos Aires, Amorrortu. (1932) Nuevas Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 34, Buenos Aires, Amorrortu. Morin, E. (2001): Introducción al pensamiento complejo, Barcelona Gedisa. Winnicott, D.(1990) El gesto espontáneo, Buenos Aires, Paidós.

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Agradezco a los Dres Olga Belmonte Lara y Fernando Weissmann, candidatos de APA en el momento de los cambios, por sus comentarios y aportes.

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Psicoanálisis y Pluralismo1 La institución herética * Gustavo Enrique Dupuy Hay muchas variedades de psicoterapia, Y muchos caminos para aplicarla. Todos son buenos si llevan a la meta de la curación.

(Freud, 1905)2

Podríamos decir que una primera manera de pluralismo tiene que ver con la convivencia en una institución de colegas que sostienen distintos marcos teóricos referenciales. Si nos alcanza esta modalidad estaríamos más en el terreno de la tolerancia de la vecindad. En una sociedad en un pueblo multiétnico puede ocurrir que cada etnia tenga sus colegios, sus templos, sus sociedades y si avanzamos, casi sus medios de transporte, o que el compartir el tren no sea más que eso mismo. Podría ser también que cada uno vaya aprendiendo del otro alguna palabra e incorporando al uso cotidiano ciertos modismos, o pasos de baile, el tarareo involuntario de una música “ajena”. En el reconocimiento del semejante, en la diversidad, podría ocurrir que un día sea horadado el espíritu de cuerpo y que alguno del grupo A diga que en tal discusión sintió verdadera curiosidad por lo dicho por un B. Que en una forma de contagio o aprendizaje otros entiendan que un B puede aportar al pensamiento de un A. Si esto se hace conciente y se puede poner en palabras alguno del grupo A y quizás del B también se pondrá a pensar, y descubrirá que el propio mundo puede conmoverse sin sucumbir. Un tercero descubrirá la riqueza de esta nueva modalidad. En la discusión uno va a redescubrir que cada vez que se estudia y se aprende un nuevo concepto toda la estructura se conmueve, cada nueva idea que “entra” interactúa con nuestro conocimiento y se vuelve a armar/enriquecer nuestra existencia. Este

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Hereje: Del gr. Haireticós (partidista/sectario) en el sentido de yo elijo, yo escojo, yo abrazo una idea. [email protected] / Argentina Si bien me interesó incluir esta afirmación de Freud, en su artículo continúa precisando las formas de la terapia psicoanalítica y sus fundamentos.

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enriquecimiento reside entre otras cosas en la capacidad de incrementar nuestra capacidad de elegir, de comprender y comprender-nos. Casi en el modelo del juego de ajedrez, que un peón varíe su posición hacia otro de los sesenta y cuatro casilleros del tablero es capaz de conmover las reglas de fuerza de todo el juego. En la medida que avanzamos en este esquema poco a poco vamos descubriendo que la sencilla, clara, taxativa diferencia entre A y B va dejando de ser tal. La diferencia quedará si es un proceso continuo ya como a y b, esto es, como señal de la singularidad, no como pertenencia sino haciendo diferencia subjetal.3 En este proceso que nos lleva a pasar de hacer ser con A, descubrirse “b”, hay, necesariamente una serie de cambios. En las ideas devenidas cuerpos inconmovibles se estructura la defensa fálica: ser más, tener más, ser/tener la verdad, el legado directo, verdadero portador del apellido. La idea del otro es ofensa, obstáculo a nuestra existencia. No es infrecuente tampoco que el sostenimiento de un cuerpo de ideas esté respaldado por aplicaciones más concientes del narcisismo como el aferrarse al poder que da ser el referente de tal o cual autor. Para una institución, renunciar a ser quien fija la currícula de su instituto y pasar de una pertenencia teórica única al pluralismo implicó, necesariamente una renuncia al narcisismo de sus dirigentes. Esta renuncia no es diferente de aquella imprescindible para el ejercicio del psicoanálisis cuando hacemos eje de nuestra teoría de la técnica y de nuestra ética en la “vía del levare” (Freud, 1905, p. 250), cuando abandonamos el lugar del “que sabe” y del consejero del mejor vivir. Así planteado, en APA la reforma del 74 no es un proyecto sino un principio ético rector. Una forma de garantía. Cuando se habla de la necesidad de actualizar la reforma a la vista del proyecto actual, creo que, al no ser aquella modificación institucional producto de un nuevo reglamento sino de un cambio de posición ético, no amerita su re/reforma sino nuevas maneras de formulación de las actividades científicas. Y esto es lo que ya lleva años de laborioso esfuerzo. ¿Por qué algo que es aplicación de una convicción deviene en trabajo? Desde la perspectiva de la física trabajo es la fuerza necesaria para mover un cuerpo, éste tiene su propio peso, además está comprendido por la inercia que es la resistencia. Lo notable de este estilo es que hace surgir nuevos aires en el trabajo, algunos realmente francos, favorables, otros con apariencia de nubes de tormenta.

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El neologismo es mio.

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El intento de radicalización del pluralismo, como una práctica activa, (me gusta abusar del neologismo de Cabral), es puesta en escena de la TOLERANSIA (2009). Lo que encontramos en este ejercicio es que, cuanto más radicalmente se trabaja el pluralismo con más virulencia se ponen en evidencia las resistencias a éste, aún en muchos que intelectualmente han jugado su convicción y existencia sobre el tema.

¿UN PSICOANÁLISIS ACTUAL? La idea que el diván, las cuatro sesiones semanales y que el análisis transcurre en la interpretación de la transferencia es “de antes” implica de hecho la creencia de que debemos ir haciendo evolucionar la teoría acorde a nuestras “adaptaciones” del presente, sin animarnos a descubrir que muchas de ellas no son otra cosa que la renuncia a observar y analizar nuestras propias resistencias. Aún así surgen, como siempre, teorías que justifican estos cambios. Siempre las “nuevas verdades” vienen avaladas por nuevos asertos teóricos. Pero como son palabras que avalan nuevas praxis, el pluralismo, para serlo, debe poner a jugar la discusión acerca de ellas.

PLURALISMO O “TODO VALE” Hace años hablábamos con un colega acerca de que es más fácil llenar las horas del consultorio en épocas de crisis económica y gran cantidad de oferta psi con tratamientos más light. Creo que es cierto ya que la razón está íntimamente ligada a que el trabajo psicoanalítico lo es contra resistencia del paciente y, fundamentalmente, del analista. Nuestras propias resistencias conducen a veces a aumentar la oferta, y si el paciente no busca psicoanálisis, podemos ofrecer alguna técnica alternativa. No estoy hablando de un camino en el que a veces acompañamos al paciente desde su demanda por su padecer hasta el ingreso al trabajo psicoanalítico. Hay veces en que el sufrimiento del paciente es tan importante que arrasa la palabra, en este caso veremos como opera el psicoanalista. En tiempos en que algunas disciplinas biológicas van descubriendo incluso validaciones a las hipótesis freudianas enunciadas en el ‘Proyecto’ y posteriores, si pensamos en los sabios de la antigüedad que abarcaban en su búsqueda todas las disciplinas de lo humano, vemos que la curiosidad de quien se interroga es siempre pluralista y siempre avanza venciendo resistencias.

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EL LÍMITE DE LA TOLERANCIA Estamos autorizados para pensar a Freud como ejemplo de pluralismo. Cabe en sus textos el del acápite de este trabajo en que la tolerancia hace eje en la mejoría del paciente sin importar el camino a seguir. Vemos a lo largo de su obra la interacción con toda la intelectualidad de la época e incluso expresarse con admiración hacia otros autores que, habiendo tomado algunos puntos de su teoría, llegan a conclusiones en cierta medida diferentes. El apoyo a Groddeck es un ejemplo. Fuera del proceso de elaboración de la teoría y ya en el ruedo del “movimiento psicoanalítico” también lo podemos leer como un apasionado e implacable defensor de las premisas del psicoanálisis en contra de quien pudiera edulcorar los tratamientos o la etiología de las neurosis.

PLURALISMO Y ECLECTICISMO4 La importancia de diferenciar ciertos excesos del eclecticismo del concepto de pluralismo es fundamental ya que la institución psicoanalítica, a mi entender, debe fijar ciertas premisas acerca de los acuerdos básicos que nos permiten pensar al psicoanálisis y, desde ese lugar, contemplar la riqueza que implica la convivencia de intercambio activo de los distintos referentes teóricos del psicoanálisis. El eclecticismo tiende por definición a una síntesis que intenta borrar aristas y por momentos pasiones de opuestos. Podríamos decir que es conciliadora y tendría de esta manera un mayor consenso en los que creemos en la bondad como herramienta (me incluyo en la ironía). Pero… acá es donde trato de ser fiel a la idea que motivó este trabajo, es justamente la reivindicación del desacuerdo lo que enaltece al pluralismo. Y así fue como Dios nos hizo a su imagen y semejanza, es la frase que en un bello dibujo de Fontanarrosa, un hipopótamo mamá le dice a su hijito. La importancia de este dibujo radica en que refleja la apetencia de cada hombre que aborrece la renuncia de ser el hijo dilecto de Dios, ser Dios mismo. Nos muestra por el absurdo la banalidad de esta apetencia. La infinita proliferación de instituciones psicoanalíticas, aún en agrupamientos que comparten la adhesión al mismo referente teórico muestra al estilo del narcisismo de las pequeñas diferencias que ésta responde a diversos amos. 4

Tendencia de la mente de un pensador a conciliar las diferentes visiones o posiciones tomadas con relación a problemas; o bien un sistema en filosofía que busca la solución de sus problemas fundamentales seleccionando y uniendo lo que considera como cierto en las varias escuelas filosóficas.

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La idea del pluralismo está íntimamente ligada desde su virtud y desde su obstáculo al concepto de verdad. La convicción acerca de la existencia de “una verdad” es ferozmente conmovida por el pluralismo.

PLURALISMO Y VERDAD SON METAS A LAS QUE SÓLO SE PUEDE TENDER Aún quienes estamos convencidos del pluralismo como la única modalidad valida compatible con la institución psicoanalítica, vemos una y otra vez como la resistencia nos pone obstáculo. La intolerancia siempre asienta en la creencia acerca de la existencia de “la verdad”, de una verdad que se posee o a la que se puede arribar. Gianni Vattimo dice: “… el hecho de no tener más la ilusión de lo que es la verdad, es casi como decir adiós a la violencia. (…)Es decir, la verdad objetiva pertenece a quien ostenta el poder. (…) La ideología de la criminalización del disenso es la que triunfa en la globalización. Y ése es sin duda uno de los motores del discurso sobre la verdad. ¿Por eso concluye que la verdad absoluta es más un peligro que un valor? Lo que quiere decir, ya no hay verdad absoluta. ¿Cómo hacemos? Para vivir en sociedad, necesitamos un acuerdo.” (Pavón, 2011)

El sostenimiento de la incertidumbre, de la discusión permanente, de la apertura nos va dejando en orfandad y, por lo tanto, presa de una angustia que nos impulsa casi naturalmente hacia el refugio de las certezas, los fundamentalismos y las creencias duras. Podríamos por ejemplo armar un ejército de analistas que defiendan con las armas el valor de la incertidumbre valga la figura casi ridícula.

PLURALISMO Y ESPÍRITU DE CUERPO El espíritu de cuerpo es una posición de orgullo de pertenencia que pone límite a la búsqueda de toda verdad. Digo con precisión que que la verdad no exista no implica la renuncia a su búsqueda como posición de la ética y de la ciencia. En opinión de Cabral, en la pertenencia institucional alcanza la conciencia de “lo fraterno” para que el que queda afuera devenga enemigo. El dominio de la incertidumbre y la convivencia de toda subjetividad psicoanalítica producen caída de las fronteras. Extienden los límites de nuestra casa a la casa de todos. La orfandad referida arriba implica de hecho una

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pérdida y la tentación permanente de caer en las certezas. ¡Qué representación tan perfecta de la resistencia! El obstáculo al pluralismo es la resistencia, de la misma naturaleza que lo es la que convoca al trabajo psicoanalítico.

ALGUNAS IDEAS ACERCA DE LA INCERTIDUMBRE No estamos hablando de la ausencia de ideas ni de conocimientos. Tampoco de la ausencia de principios que nos unifican entre “los psicoanalistas”. El tema es qué cantidad de certezas albergamos, ya que éstas, contrariamente, se convierten en nuestro refugio y, finalmente, en la cárcel de nuestro pensamiento. Cuando nuestros esquemas referenciales se convierten en columna vertebral del ser, toda objeción, toda invitación a confrontar con otras teorías deviene en peligro cierto para nuestra existencia, para nuestra integridad. El otro es otro de amenaza, aquí se funda al estilo de su utilización religiosa la idea de que el concepto de hereje pasa de ser una virtud a ser un pecado. Hereje, desde sus orígenes quiere decir “el que elige”. Pocas palabras pueden ser tan substanciosas para el psicoanálisis ya que su objetivo tiene que ver con la posibilidad de incrementar la libertad del sujeto, en este sentido promover a un hombre que elija, fundamento de la subjetividad. Julia Kristeva (2009) Habla de esa increíble necesidad de creer que nos acompaña en la vida como tributaria del sentimiento oceánico y de la identificación primaria previa a toda catexis de objeto. “ “Yo” (je) sólo soy si soy reconocido (a) por una autoridad amada” (pag. 21) El modelo del Cartel creado por Bion y Rickman en 1942, que es luego tomado por Lacan, (Laurent 1996) tiene una premisa fundamental, la ausencia de coordinador y otra que se refiere precisamente a lo que quiero decir, el objetivo no es acordar sino lograr un intercambio que permita a cada participante preguntarse a través de las intervenciones propias y del otro. La producción escrita en este sistema es individual y, repito, la premisa es la renuncia a una conclusión común, el sostenimiento del otro singular. Hay dos temas fundamentales que producen las fracturas en las instituciones, la primera no es la que nos ocupa hoy y tiene que ver, al estilo de lo que suele verse en la naturaleza, con el hecho de que un organismo, al adquirir cierto tamaño, excede la posibilidad de mantenerse uno sin burocratizarse en exceso. La que sí nos interesa es la que nos permite ver la infinidad de instituciones psi que tenemos en Buenos Aires, muchas de las cuales perfectamente podrían ser parte de la nuestra o, agruparse entre sí ya que hay argumentos teóricos que los unen, más no es así, en la mayoría de los casos en virtud de la posición de quienes sostienen estas ideas. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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En el ambiente de la infancia con vecinos de familias religiosas, la condición del ateo era la del extraño, la de quien no tenía bautismo, y era enunciado como una falta, algo del orden del defecto. De cualquier manera, aùn sin necesitar de verdades de la religión algo de la certeza se filtraba en esta condición, aunque los beneficios, la conjura del miedo a la muerte y de la muerte misma fueran inconscientes. La certeza que se filtraba era la del ateismo como idea fuerza. Si recorremos el concepto de bautismo, tiene el sentido de la consagración previo perdón de dios por el pecado original, tal como otros ritos iniciáticos tienen el sentido de quedar protegidos, albergados por un ser superior representante del padre supremo. De manera similar actúa la pertenencia a una institución. Hace poco vi el prospecto de unas jornadas en cuya la lista de participantes, que adherían teóricamente a un autor, cada nombre estaba seguido del nombre de la institución a la que representaba, algunas poco numerosas y otras menos aún. Los nombres institucionales figuraban como los apellidos de los estudiosos colegas que presentaban sus ponencias. El nombre del autor al que todos adherían no alcanzaba para reunirlos creativamente bajo un techo. Considero que esto no es ni bueno ni malo, pero es interesante puesto que, a mi entender, aporta a esta idea que proponemos.

PLURALISMO, DEMOCRACIA Y DEMOS-KRATOS5 La verdad no se vota. A nadie se le ocurriría someter a votación el punto de fusión del hielo. Sin embargo, cuando proponemos una institución pluralista, estamos hablando de una institución democrática en el sentido de promover la participación de todos sin segregar a quienes piensen diferente el psicoanálisis. El aspecto democrático, desde lo formal, se satisface con la elección periódica de sus dirigentes. Quienes detentan la responsabilidad de la conducción no se arrogan, o, no deben hacerlo, detentar la verdad y constituir la única fuente teórica y clínica del psicoanálisis.

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La democracia no otorga razón, sólo protege a la primera mayoría de no ser gobernada por minorías. En El enemigo del pueblo de Ibsen, vemos hasta qué punto la mayoría puede decidir por la abolición de la verdad. Si tomamos el discurso de Bruto y Marco Antonio en Julio Cesar de Shakespeare vemos la labilidad de la decisión de la mayoría atrapada por la seducción del discurso del líder y la independencia absoluta de verdad y/o bondad con lo que triunfa.

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Cuando nuestra institución decide abrir el juego a través de la reforma del 74, se produce un sismo tal como si no fuera otra cosa que una religión instituida. El punto es que la Reforma no es un nuevo reglamento sino que, muy por el contrario, abre a la diversidad. Abre la puerta a todos los autores psicoanalíticos o a todos los autores a los que alguien llame psicoanalíticos. La reforma en sí, desde su letra es como un sistema autolimpiante, me animo a decir tal como el psicoanálisis. Desde la física, el trabajo siempre es contra la resistencia. El trabajo psicoanalítico también lo es, en él la resistencia no es obstáculo sino su misma materia. De la misma manera que la incertidumbre es un bien inestable ya que, tal como en un pozo el agua tiende a nivelarse, la libertad es un camino ya que en cada esquina amenaza la tentación del refugio de las creencias y del espíritu de cuerpo. ¿No nos genera acaso cierta rivalidad la presencia de otras instituciones? ¿No es acaso la política psicoanalítica, claramente y a la vista, un juego en el que el poder tiene su protagonismo? Este protagonismo ¿está siempre amparado en las férreas y sinceras convicciones, o no será que es fácil ver las apetencias narcisistas, los juegos de nombres y protagonismos en el interjuego institucional? Y, puertas adentro, en un sistema pluralista tal como trabajamos arduamente por sostener en APA, ¿no vemos acaso en grupos, la tendencia a armar pequeñas familias? Recordemos la cita de Cabral, mencionada más arriba, “alcanza con que aparezca el concepto de lo fraterno para que el ajeno devenga en enemigo”. Decíamos antes que la incertidumbre es un estado inestable, no lo es menos la libertad y el pluralismo, ya que sumen a quien adhiere a la máxima orfandad, sin bautismo, sin la protección de ser recibidos al final del camino por quien nos salve de la muerte. No me cabe la menor duda de que algunas instituciones que siguen a un autor y líder serían impensables si no fuera porque la enorme mayoría de los miembros adhieren incondicionalmente al líder. Aún en caso de que esto sea un análisis correcto de la situación, me parece que la verdadera libertad de pensamiento es el más inestable de los estados y requiere que sigamos insistiendo varios años más y al mismo tiempo curándonos a nosotros mismos de las tentaciones de la verdad.

HEREJE VIENE DE “HAIRESIS” SIGNIFICA EL QUE ELIGE Producto del uso desde el fundamentalismo doctrinario, queda claramente asimilado “el que elige” como impertinente, equivocado, desacertado, inREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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jurioso, agresivo, subversivo, palabra ésta alrededor de la cual podríamos fundamentar toda esta discusión. El fundamentalismo en la teoría o en la clínica psicoanalítica dentro de las políticas institucionales, ¿no es acaso hijo del mismo padre omnipotente y dueño absoluto de la verdad? Y así fue como estando Galileo Galilei, renunciando a sus convicciones y a sus creencias ante los señores de la Iglesia… Con el pede calpestrando la terra, ha detto6 E PUR SI MUOVE

RESUMEN El trabajo hace un recorrido por los conceptos de pluralismo ideológico e institucional, eclecticismo, democracia, verdad. El planteo central apunta a demostrar que el pluralismo como ejercicio pleno de la tolerancia con intercambio activo con otros referentes teóricos es interferido por las mismas resistencias que vemos en el ejercicio del psicoanálisis. Que la posición de pluralismo pleno exige la permanencia en la incertidumbre como posición y que este es un estado inestable que vacila permanentemente tendiendo a la búsqueda de certezas como refugio de la propia existencia. Que la búsqueda del pluralismo y de la verdad es una posición aún conociendo los límites de su logro. Que el camino del pluralismo no difiere de la convicción con que se sostiene la posición analítica acerca de la Vía di levare. DESCRIPTORES: INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA / VERDAD / TOLERANCIA / INCERTIDUMBRE / DEMOCRACIA.

SUMMARY Psychoanalysis and Pluralism. The heretical institution. The author reviews the concepts of ideological and institutional pluralism, eclecticism, democracy and truth. The central thesis aims to demonstrate that pluralism, as a free exercise of tolerance with active interchange with other theoretical referents, encounters interference from the same resistances found in the practice of psychoanalysis. Thus, a position of full pluralism requires us to hold to a position of uncertainty, an unstable state

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Con el pie golpeando la tierra, ha dicho. Sin embargo se mueve

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that constantly vacillates and tends to search for certainties as a refuge for existence. The search for pluralism and the truth is a position, even as we recognize the limits of its achievements. The road of pluralism is no different from the conviction supporting the analytic position in regard to the ‘via del levare’. KEYWORDS: PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / TRUTH / TOLERANCE / UNCERTAINTY / DEMOCRACY.

RESUMO Psicanálise e Pluralismo. A institução herética. O trabalho trata sobre os conceitos do pluralismo ideológico e institucional, ecleticismo, democracia e verdade. O objetivo principal é demonstrar que o pluralismo como exercício pleno da tolerância com intercâmbio ativo com outros referencias teóricos sofre as mesmas resistências que vemos no exercício da psicanálise. Que a posição de pluralismo pleno exige a permanência na incerteza como posição e que este é um estado que não é estável, que vacila permanentemente na busca de certezas como refúgio da própria existência. Que a busca do pluralismo e da verdade é uma posição embora conheça os limites de sua conquista. Que o caminho do pluralismo não difere da convicção com que se sustém a posição analítica sobre a “Via di levare”. PALAVRAS

CHAVE: INSTITUÇÃO PSICANALÍTICA / VERDADE / TOLERÂNCIA / INCERTEZA

/ DEMOCRACIA.

Bibliografía Cabral, A. (2009). Lacan y el debate por la contratransferencia, Buenos Aires, Letra Viva. Corominas, J (1961) Diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos. Enciclopedia Católica Copyright © ACI-PRENSA Nihil Obstat, March 1, 1907. Remy Lafort, S.T.D., Censor Imprimatur +John Cardinal Farley, Archbishop of New York. Freud, S. (1905), “Sobre psicoterapia”. O.C., T. VII, pag. 249., 1978, Buenos Aires, Amorrortu. Groddeck, G. (1919) El libro del ello, Sudamericana, 1978, Buenos Aires. Kristeva, J. (2009) Esa increíble necesidad de creer, Buenos Aires, Paidos. Laurent, E. 1996 La pragmática del grupo y el más-uno, Más uno n° 1. EOL, Bs. As., Julio. Pavón, Héctor, Entrevista a Gianni Vattimo, publicada el Clarín del 4 de junio de 201 REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

El (des) encuentro de los tiempos. Del Tiempo del Apremio de la Vida al Tiempo del Deseo. Del Tiempo del Narcisismo al Tiempo del Ideal1 * Paola Alejandra Machuca

I- INTRODUCCIÓN A lo largo de la historia, la relación del ser humano con el tiempo ha sido experimentada y pensada de distintos modos, dando origen a múltiples conceptualizaciones. El enigma sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de una existencia hecha historia, ha desvelado al sujeto desde siempre. El tiempo simbólico es el punto de amarre de la subjetividad, el horizonte desde el cual el hombre puede pensarse a sí mismo en una continuidad existencial. Por este motivo, nos propondremos desarrollar algunas de las temporalidades presentes en la obra de Sigmund Freud, intentando establecer un diálogo fecundo con algunos de sus trabajos. En la primera parte de la monografía abordaremos el paso del tiempo del apremio de la vida al tiempo del deseo. Para ello trabajaremos sobre la descripción freudiana de la primera vivencia de satisfacción, cuyo resto es la atracción hacia el objeto de deseo. Las fallas en las funciones anaclíticas de los padres dejarán al infans a merced de la tensión de necesidad y con un déficit a nivel de las representaciones. Lo no inscripto quedará como hueco no historizado y lanzará al sujeto a la repetición ciega. En relación a esto, también reflexionaremos sobre la función del placer y de la frustración en la génesis de la representación del tiempo, categoría que sólo puede ser pensada en el espacio potencial entre el infans y el objeto materno. Así, el objeto perdido lanza al ser humano a la búsqueda incesante de su reencuentro, para lo cual será necesario que éste haya podido aceptar que aquélla se realice a través de objetos sustitutivos. Esto último presupone al menos dos condiciones: que haya predominado el placer en el encuentro con

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Premio “Baranger-Mom” 2009-2010, a la mejor monografia individual y/o tesis individual realizada por los colegas en formación del Instituto de Psicoanálisis “Angel Garma” de la Asociación Psicoanalítica Argentina [email protected] / Argentina

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el otro, previo a su pérdida, y que el sujeto pueda tolerar el dolor por su ausencia. En este sentido, veremos cómo la posibilidad de construir una historia y temporalizar la experiencia implica la aceptación de los duelos que la vida conlleva. Asimismo, trabajaremos con la hipótesis de que la construcción de la temporalidad coexiste con la estructuración psíquica. En la segunda parte, analizaremos el paso del tiempo del narcisismo al tiempo del Ideal del Yo. Mientras que el narcisismo tanático buscará desmentir el paso del tiempo y la aniquilación del deseo configurando un tiempo circular y repetitivo en un eterno presente, el Ideal del yo, en tanto sustituto del narcisismo infantil y heredero del Complejo de Edipo, se constituirá como organizador de una temporalidad prospectiva. El duelo por el yo ideal y por los padres de la infancia, le permitirá al sujeto la búsqueda de un objeto exogámico y la posibilidad de situarse en un tiempo trascendente y simbólico, encontrando su lugar en el tiempo de las generaciones. Por ello, terminaremos con algunas reflexiones acerca del tiempo de la finitud. En nuestro recorrido nos encontraremos con el memorioso Funes, el joven Narciso y la ninfa Eco, y finalmente, con el astuto Ulises. Estos personajes de la mitología y de la literatura representarán distintas posiciones subjetivas en relación a los propios deseos omnipotentes, las que darán origen a diferentes temporalidades.

II- DEL TIEMPO DEL APREMIO AL TIEMPO DEL DESEO ACERCA DE LOS ORÍGENES: EROS Y ANANKÉ Podemos considerar la primera vivencia de satisfacción descripta por Freud en el Proyecto de psicología (1895)2 y luego en La Interpretación de los sueños (1900), como un mito de los orígenes del psiquismo humano, un intento por dar respuesta al enigma que plantean los comienzos del sujeto. Aquella descripción permite explicar el proceso por el cual los estímulos endógenos se ligan a representaciones y devienen en deseos gracias a la acción efectiva y deseante de un otro. De esta manera, podemos trazar el paso del tiempo del apremio de la vida al tiempo del deseo. El tiempo del apremio corresponde a la tensión de necesidad, y es previo a cualquier ligadura representacional. Está caracterizado por la necesidad de descarga de la excitación, por la urgencia y la perentoriedad. Es un tiempo fragmentario, instantáneo y fugaz. 1

Para mi lectura del Proyecto… fue de gran utilidad el trabajo que Valls, J. (2004) realiza sobre el mismo.

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La vivencia de satisfacción3 en la que el otro, como asistente ajeno, realiza la acción específica en lugar del infans desvalido, deja tras sí un entramado de huellas que constituyen ya una red representacional de cierta complejidad. Así, lo que era pura cantidad biológica (tiempo del apremio) adquiere la cualidad que le confiere la representación. La presencia amorosa y el deseo de vida de la madre rescatarán al infans del más allá arrepresentacional cuantitativo, lo liberarán de la inmediatez del instante y le regalarán el tiempo del deseo. Y entonces, el primer grito del niño devendrá en llamado a su madre.

EL (DES)

ENCUENTRO DE LOS TIEMPOS

Asimismo, podemos considerar aquella vivencia como el (des) encuentro entre los tiempos del sujeto y los del otro: encuentro entre el tiempo histórico del objeto, y el sujeto y su desvalimiento, que en el tiempo dará origen al tiempo. Entrecruzamiento de una pluralidad de tiempos: el actual y real, el del deseo del objeto; el del apremio de la vida del infans; el de las generaciones que lo precedieron y que lo ubican en un sistema de filiación; el cultural y social; los tiempos y ritmos del cuerpo pulsional y erógeno. Distintos antes y ahoras que se irán entretejiendo de una forma singular en el tiempo subjetivo. Es en estas temporalidades heterogéneas donde se irá estructurando el psiquismo. El tiempo simbólico será la transformación de aquel primer tiempo inscripto en el cuerpo a través de los intercambios entre el niño y su madre. Así, si la repetición caracteriza la temporalidad propia de las pulsiones, la temporalidad del cuerpo erógeno va a estar marcada por aquél primer otro, que erogeniza y se sustrae de la satisfacción prometida. Y es en este sustraerse del objeto que se crea el tiempo de la espera y el anhelo de reencuentro con el objeto amado. Para ello será necesario que la propia madre esté atravesada por la castración simbólica. En este sentido, el juego de presencia-ausencia con la mamá representado por el juego del Fort-Da, va a inaugurar un espacio-tiempo potencial donde serán posibles ulteriores discriminaciones, así como el poder tolerar progresivamente la espera al transformar la tierra desolada de la ausencia, en promesa de futuros encuentros. La presencia del otro como portadora de vida, su ausencia como sinónimo de muerte dado el desamparo inicial del infans, proclaman la necesidad del otro para la existencia, pues el objeto es tanto contingente y condicional, como necesario.

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Esta vivencia estaría conformada por la sensación placentera, la imagen mnémica del objeto y de las acciones realizadas junto a él.

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Es interesante observar que Freud (1905) señala que el carácter rítmico de los estímulos es una de las condiciones que éstos deben cumplir a fin de producir placer. De la misma forma podemos pensar que el juego de presencia-ausencia que la madre propone también debe seguir un determinado ritmo. Así, la ausencia introducirá una diferencia, un corte en la experiencia temporal subjetiva, pero al comienzo aquélla no tendrá que ser demasiado extensa para que pueda sostenerse la representación del objeto y el deseo a ella ligado, y para que la experiencia total pueda inscribirse en el registro del placer-displacer. Los ritmos en las experiencias de placer y de frustración remiten a su vez, a la serie continuidad-discontinuidad. El otro tiene una presencia discontinua, del mismo modo en que existe una dis-continuidad entre el sujeto y el objeto. Así, los espacios entre las experiencias de placer y de dolor, entre los encuentros, las ausencias y las esperas, van construyendo un tiempo heterogéneo, grabando sus marcas, componiendo ritmos, dibujando secuencias. Son estas marcas, en su articulación, las que permiten tanto la experiencia de continuidad en el sujeto como la de cambio.

EL TIEMPO DEL DESEO Y EL TIEMPO DE LO INASIBLE En la Carta 52 Freud hace referencia a “aquel otro prehistórico inolvidable a quien ninguno posterior iguala ya” (1896, p.280). Aquel primer otro anterior a toda palabra, y por eso prehistórico, deja su marca indeleble en el sujeto. Así, el objeto perdido-causa del deseo traza las huellas en las que se insertarán los objetos sustitutivos. Es la falta de identidad de los objetos ulteriores con aquel otro primordial, por el imposible retorno de lo igual, la que lanza al sujeto a la repetición. Esta paradoja marcará la temporalidad humana, la que se constituirá en la irresoluble dialéctica entre lo antiguo y lo nuevo, entre la repetición y la creatividad. Y es en esta diferencia entre el placer anhelado y el posible, entre lo que se pierde y lo que se recrea, que se engendra el tiempo futuro. Entonces podemos afirmar que el tiempo del deseo es también el tiempo de la esperanza y de la espera. Por el contrario, el narcisismo como expresión de la pulsión de muerte buscará el retorno a la fusión con el otro prehistórico en un movimiento circular y repetitivo. En el Proyecto Freud describe la vivencia de dolor y el dolor con una explicación metapsicológica predominantemente económica. Esta doble referencia podemos pensarla como correlativa a una distinción entre ambas. Sostiene que en la primera se constituye una vivencia cuyo resultado es la inclinación a desinvestir la imagen mnémica del objeto hostil y la tendencia REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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a la descarga, y la opone a la experiencia de satisfacción, cuyo “resto” es la “atracción hacia el objeto de deseo” (p.367). Es decir, en ambas vivencias existen representaciones aunque de significado opuesto, las que se inscriben dentro del principio placer-displacer. Mientras que “el dolor deja como secuela en psi unas facilitaciones duraderas, como traspasadas por el rayo…” (p.352), como resultado de cantidades hipertróficas que perforan los dispositivos-pantalla. Definido así, el dolor sería pura cantidad no cualificable y sin representación psíquica, y podríamos ubicarlo del lado del trauma puro. Por lo tanto, si en los orígenes de la vida el objeto, por su ausencia o por su hiperpresencia, no cumple la función primaria de protector antiestímulo, deja al niño a merced de la tensión de necesidad con la consiguiente tendencia a repetir la vivencia de desamparo, la avasalladora invasión cuantitativa y con un déficit a nivel representacional. Así, lo no inscripto queda fuera del tiempo, y lanza al sujeto a la repetición ciega y a un dolor sin nombre. En este sentido, Baranger, Baranger y Mom (1987) describen al sujeto del trauma puro como un sujeto sin historia o con huecos no historizados. Si no predominó el placer en las experiencias con el objeto, previas a su pérdida, el duelo no podrá realizarse por la imposibilidad del individuo de simbolizar la ausencia, y el sujeto quedará anclado en el Tiempo del Ananké. Por otra parte, podemos pensar que en toda historia subsistirá algún resto que se “resiste” a la historización y que retornará en la repetición.

LAS HUELLAS DEL TIEMPO “…Una cosa que vimos en cierta época, un libro que leímos, no sólo permanece unido para siempre a lo que había en torno nuestro; queda fielmente unido a lo que nosotros éramos entonces.” M. Proust. El tiempo recobrado

La historia humana se irá inscribiendo en distintas temporalidades, las que obedecen a registros heterogéneos e inalcanzables en su totalidad por la conciencia. Este descubrimiento freudiano se opone a la idea de un tiempo homogéneo, lineal y progresivo. En la Carta 52 Freud piensa la memoria como el resultado de múltiples inscripciones de la experiencia en un sistema de diferencias entre representaciones, el que estará encarnado en un cuerpo pulsional (Canteros, 2007). En dicho texto Freud describe el permanente trabajo de transformación que realiza la memoria, sin que por ello las inscripciones pierdan sus características originales. Postula que existen al menos tres transcripciones: los signos

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perceptivos, las representaciones-cosa y las representaciones-palabra. Rousillon (2006) plantea que cada reinscripción es una forma de memoria de la experiencia anterior y que cada nuevo nivel representacional implicaría una transformación cualitativa respecto al anterior. Los continuos reordenamientos y retranscripciones4 permitirán alcanzar nuevas producciones de sentido y resignificaciones a través del tiempo (evolución de la libido, zonas erógenas con su correspondiente relación de objeto, desarrollo cognoscitivo, etc). El lenguaje hará posible el recuerdo (memoria re-memorable) así como la percepción conciente de la actividad psíquica, lo que permitirá que los pensamientos también puedan ser recordados. Por ende, a partir de la adquisición de la palabra, la experiencia podrá ser albergada en el registro de lo simbólico. Esto último supone un trabajo de metaforización del objeto y el poder tolerar el dolor por su ausencia. En este sentido, la palabra cumple una función intermediadora entre el sujeto y el objeto, y le ofrece al hombre tanto la posibilidad de recordar como la de situarse y comprenderse en un tiempo histórico. Si lo que predominó en el encuentro con el otro fue el placer, crecerá el acervo representacional del sujeto (pues toda representación es siempre relacional), y se complejizará el aparato psíquico. Varios años más tarde Freud dirá que el fin de Eros consiste “en producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón” (1938 p.146); podemos pensar que ésta es también la función materna. Pero cada nueva marca puede no alcanzar a inscribirse por completo en los sistemas simbólicos. Así, las huellas mnémicas al ser investidas podrán devenir representaciones y articularse en fantasías o subsistir como marca, como resto inasimilable de la experiencia. En la Carta 52 Freud trabaja la“falta de traducción” entre los distintos sistemas, ésta implicaría la conservación del modo de funcionamiento del tiempo primero de su inscripción. Por ende, podríamos afirmar que el déficit simbólico o las fallas en la inscripción psíquica alterarán la construcción de la temporalidad: el sujeto subsistirá en la inmediatez del instante o requerirá de la presencia efectiva y continua del objeto, de quien también dependerá para la organización de su propia temporalidad, buscando repetir de esta manera la modalidad vincular que predominaba en la época previa a la adquisición del lenguaje. Lo dicho anteriormente nos permite afirmar que la construcción de la temporalidad coexiste con la estructuración psíquica, pues es en la inscripción misma de las experiencias que se irán construyendo, sincrónica y dia-

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Luego Freud (1915) dirá que lo que existe es una inscripción investida de un modo diferente, una mudanza en la investidura.

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crónicamente, el tiempo y el espacio. Asimismo, las distintas formas de memoria y temporalidades, no deben ser entendidas desde una perspectiva evolutiva; antes bien, cada una de ellas complejizará y enriquecerá el aparato psíquico. Lo interesante de la propuesta freudiana es la posibilidad de una continua historización de las inscripciones5. La historia singular y la forma en que el sujeto se vinculará con el tiempo no son pensables sin tener en cuenta los modos en que se van inscribiendo, repitiendo, re-memorando y resignificando los acontecimientos de su vida, y éstos siempre estarán atravesados por el deseo. Freud (1900) dirá que sólo un deseo puede impulsar a trabajar a nuestro aparato psíquico. Podemos pensar que se recuerda para conservar algo de lo perdido, para recrear algo de lo añorado, para luego poder olvidarlo y al fin, para reencontrarlo, pero de otro modo.

ACERCA DE “PRINCIPIOS”, IDENTIDADES Y TEMPORALIDADES Retomemos una vez más la descripción de la vivencia de satisfacción. Freud sostiene que luego de haberse constituido esta primera experiencia, y al reaparecer el estado de tensión, se va a recatectizar la imagen del objeto que procuró la satisfacción de la necesidad y se producirá una alucinación. Pero en la satisfacción alucinatoria de deseo perdura el estado de excitación, y si se desencadena el acto reflejo será inevitable el desengaño. Esto coloca al psiquismo frente a la necesidad de representarse tanto los aspectos placenteros como displacenteros del mundo exterior y de los objetos, así como la de postergar la satisfacción a fin de poder actuar sobre ellos en su búsqueda de placer. La acción inhibitoria del yo impedirá la recatectización de aquella primera imagen del objeto, el proceso secundario privilegiará la ligazón entre las representaciones independientemente de las intensidades de éstas. De allí en más sólo serán posibles realizaciones vicariantes del deseo. Lo dicho anteriormente nos conduce a plantear el papel de la frustración para el desarrollo del psiquismo, y por ende, para la génesis del deseo y de la representación. Freud (1925) sostiene que es la pérdida del objeto que procuró la satisfacción objetiva la que determina la instauración del principio de realidad. De esta manera, aparece nuevamente esta doble dimensión del objeto, la madre erogeniza (vivencia de satisfacción) y prohíbe y se sustrae (aplazamiento de la 5

Viñoly Beceiro (2006) desarrolla el concepto de temporalidad historizante, que correspondería a un tiempo reflexivo capaz de promover un “movimiento progrediente de ligadura y complejización” (p.235).

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satisfacción y su búsqueda en un objeto sustitutivo). La insatisfacción que resulta de la sustitución del principio del placer por el principio de realidad constituye a su vez un fragmento de la realidad objetiva misma (1911, p. 229), y marcará inevitablemente el encuentro con el objeto. Pero el hombre aceptará dentro de sí cierta cuota de displacer e insatisfacción a cambio de la promesa de un placer futuro y del amor de los objetos de los que depende (tiempo del deseo). Freud nos advierte sobre la dificultad del hombre para renunciar a las antiguas fuentes de placer; una parte de los procesos psíquicos quedará ligada al placer de lo primario y sustraída de la relación con la realidad6. En este sentido, es interesante observar que en la primera teoría pulsional y del aparato psíquico es la sexualidad la que va a problematizar la relación del hombre con el tiempo. Luego esto se complejizará con las hipótesis acerca del narcisismo, la pulsión de muerte y la segunda teoría del aparato psíquico, como luego desarrollaremos. La primera vivencia de satisfacción con el objeto abre el camino para dos tipos de repetición: la de la identidad de percepción (proceso primario) y la de la identidad de pensamiento (proceso secundario). La primera representa el camino más corto para la satisfacción pues conduce desde la excitación hacia la completa carga de la percepción, buscando la identidad con la primera vivencia de satisfacción. Este modo de funcionamiento mental tiende a desconocer las diferencias, y a configurar un espacio donde el futuro se presenta como el retorno del pasado, y la alteridad, como una identidad7. Es un tiempo reversible donde las categorías temporales se condensan, replicando la unidad fusional imaginaria entre el sujeto y el objeto. La acuciante búsqueda de identidad empobrece el aparato. Por el contrario, la identidad de pensamiento le permite al hombre soportar las postergaciones que la cultura le impone habilitando la dimensión del tiempo futuro. El principio de realidad requiere de representaciones discriminadas y sucesivas y que, por lo tanto, puedan ser ubicadas en un orden temporal, así como en relación a lo semejante y a lo distinto. Por ende, el principio de realidad implica la aceptación de la búsqueda de satisfacción con un objeto sustituto en una identidad de pensamiento, por oposición a la pura repetición de lo mismo. Así, cada sustitución complejizará el aparato.

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Freud (1911) señala que la represión de la sexualidad infantil “es el lugar más lábil de nuestra organización psíquica” (p.227-28), a ello contribuyen tanto el autoerotismo como el período de latencia. Esto permite siempre la posibilidad de una “regresión” y el repliegue sobre el objeto de la fantasía. Cabe recordar que en esta primera época, la repetición va a estar en relación con la pulsión sexual y con el principio del placer. Lo reprimido de la sexualidad infantil va a retornar en el presente a través de las formaciones de compromiso. Hornstein, (1990), trabaja la relación entre ambos principios y la temporalidad. También véase Galende (1992).

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Es interesante notar que la experiencia subjetiva del tiempo como devenir está en íntima relación con la idea de cambio y de movimiento en relación al objeto, lo que también presupone poder tolerar la no coincidencia entre el recuerdo y la vivencia actual. Tales ideas nos revelan la existencia de un desarrollo en el que no se cancelan los modos primeros de funcionamiento, sino que coexisten diferentes dimensiones en los procesos psíquicos, con temporalidades heterogéneas (aunque de distinto predominio). Entonces, podemos distinguir esquemáticamente: una temporalidad del proceso primario propia del Inconciente, con una tendencia a la repetición en una identidad de percepción, con la consiguiente alucinación del objeto de la vivencia de satisfacción, caracterizada por la libre circulación de la energía, el constante presente (tiempo a-histórico) y la supremacía del principio del placer. Y la temporalidad del proceso secundario regida por el principio de realidad, caracterizada por la energía ligada, la búsqueda de la satisfacción en un objeto sustitutivo en una identidad de pensamiento, propia del Preconciente-Conciente, y que corresponde al tiempo sucesivo y por ende, a la distinción entre las categorías temporales. Por ende, la posibilidad de recordar supone operaciones que implican un salto cualitativo (representacional), y energético (energía ligada). Finalmente, podemos recordar que Freud (1924, p.247) ubica la génesis de la representación del tiempo en la discontinuidad de las inervaciones de investidura desde el interior hacia el sistema Prcc-Cc, a la inexcitabilidad periódica del sistema percepción. Sostendrá que es el Yo, en virtud de su nexo con el sistema percepción, el que establece el ordenamiento temporal de los procesos anímicos y los somete al examen de realidad (1923, p.5556; 1932, p.71).

III- DEL TIEMPO DE NARCISISMO AL TIEMPO REAL FUNES: EL TIEMPO DETENIDO. Al decir de Borges (1944), Funes encarna al precursor del superhombre, expresando el anhelo narcisista: “(…) Tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo (p. 489)”. Apresado en la im-posibilidad de olvidar, se pierde en el laberinto de sus recuerdos: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo.” (p.488) En su memoria nunca falta recuerdo alguno, pues esto denunciaría la incompletud. Capturado en la atemporalidad del eterno instante, en su atiborrado

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mundo sólo existe la inmediatez de los detalles: “Cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas… (p. 488)”. Así, en-ajenado frente a un caudal de sensaciones, su propia imagen se esfuma al contemplarse en el espejo en el que sólo percibe diferencias. Por ello Funes exclama: “Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras... (p. 488)” Agobiado por un pasado que no es posible conservar a distancia de la conciencia, no puede desechar nada. La posibilidad de acceder a un pensamiento claudica ante la totalidad empírica y simultánea a la que asiste como espectador solitario: “(…) No sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado (p. 489)”. Exiliado del universo metafórico, las representaciones advienen a un automatismo de repetición. Es la monotonía del reloj que se ha detenido, marcando las horas muertas de un hastiante presente. Por lo tanto, podríamos afirmar que la inmovilidad es el precio que ha debido pagar quien ha renegado del duelo por los propios deseos omnipotentes. La repentina adquisición de esta memoria omnisciente lo ha alejado de los “demás cristianos”, desmemoriados, dejándolo “tullido” para acceder a una temporalidad que contenga recuerdos de experiencias afectivas significativas. Así, el “precursor del superhombre” deviene antihéroe, extranjero de un tiempo que le pertenezca.

EL TIEMPO DEL NARCISISMO “El frontispicio del castillo advertía: Ya estabas aquí antes de entrar Y cuando salgas no sabrás que te quedas.” Jorge L. Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan.

A partir de “Introducción del narcisismo” (1914), y años más tarde en obras como Más allá del principio de placer (1920), Psicología de las masas y análisis del yo (1921), “El yo y el ello” (1923) o El malestar en la cultura (1930), Freud realiza un giro en su forma de pensar el vínculo del hombre con la temporalidad. En “Introducción del narcisismo”, articula el concepto de narcisismo con la teoría de la libido, definiéndolo como “el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación” (p.72). En el comienzo no habría una unidad comparable al yo, por lo tanto tiene que agregarse al autoerotismo “una nueva acción psíquica” para que el narcisismo se constituya. Considera al narcisismo como una fase intermedia entre el autoerotismo y el amor objetal, en la que el yo en su totalidad se toma como objeto de amor (narcisismo primario). Freud sostiene que la investidura liREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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bidinal del yo es a las investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópodos. Pero mientras que en las neurosis se conserva el vínculo erótico con los objetos en la fantasía, en patologías como la parafrenia, la libido sustraída de los objetos es reconducida al yo (narcisismo tanático). Freud descubre de este modo la potencialidad alienante de la libidinización del yo. El yo que tenía como una de sus funciones la de la adaptación a la realidad y la autoconservación, alberga en sí mismo fuerzas de repetición fundando una temporalidad inmanente, circular y a-histórica. Así, mientras el narcisismo infantil coincidirá con los momentos constitutivos del sujeto y será el guardián de la vida, el narcisismo patológico lo conducirá a la locura o a la muerte. En El yo y el ello, Freud advierte que cuando el yo se arroga la condición de único objeto de amor “trabaja en contra de los propósitos de Eros, se pone al servicio de las mociones pulsionales enemigas” (1923, p.46), corriendo el riesgo de sucumbir él mismo. Este yo constituido en el vínculo con el objeto y que debe soportar cierta “alienación” originaria, puede ser creador de nuevos vínculos por renuncia narcisística, o destruir todo lazo de intimidad y confianza con el otro. Esta potencialidad regresiva del yo lleva al sujeto a la anulación del tiempo y al deseo de muerte del deseo, revelando así su lazo con la pulsión de muerte. El comienzo beatífico del ser humano halla su expresión en el mito del paraíso perdido, es decir, antes de que el hombre se hallase arrojado al devenir temporal, a la “caída” en el tiempo histórico, y por lo tanto, al sufrimiento y a la muerte. Aquel anhelo narcisista busca desmentir la irreversibilidad del tiempo y retornar a la fusión narcisística con la madre de la prehistoria personal, la que encuentra su modelo en la satisfacción alucinatoria de deseo. Aquella nostalgia por la unidad imaginaria con el objeto conduce al sujeto a quedar exiliado en un espacio y tiempo ajenos, en un movimiento circular, monótono y repetitivo en relación al otro8. Esta ilusión echa amarra en la creencia de la existencia de un tiempo fuera del tiempo. Así, la regresión hacia lo mismo del narcisismo ejerce su fascinación mortífera empujando al sujeto a la soledad; es el reloj que se ha detenido en la hastiante fijeza de un instante igual a sí mismo. 8

Esta temporalidad está bellamente representada en la obra “Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por seis corneas virtuales provisionalmente reflejadas en seis verdaderos espejos.” (1972-73, Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueras), inspirada en Las Meninas de Velásquez. En ella Dalí es tanto el objeto de su admiración como el rey; Gala es reina e infanta. Dalí pinta a Gala y a sí mismo delante de un espejo, donde él- se-ve mientras pinta y ve la mirada de ella-mirándolo a él. En este cuadro convergen tres miradas: la de Gala, la de Dalí y la nuestra, o la de Dalí pintor y espectador de su obra. La sucesión de espejos utilizados replican las imágenes y multiplican las miradas, en donde el espacio se define como proyección de otro, en un tiempo que reverbera sobre sí mismo.

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Por lo tanto, podemos afirmar que el destierro del paraíso perdido y mítico implica el advenimiento de la sexualidad y de la muerte: el hombre queda sujetado al tiempo. Es en este saber que adviene en sujeto del tiempo y se hace histórico. En el narcisismo patológico toda relación con lo extraño se constituye como amenaza. Es el modo de funcionamiento de la identidad de percepción, donde la búsqueda de lo idéntico concierne a hechos que no pudieron ser elaborados psíquicamente, retornando como automatismo de repetición. En esta temporalidad existe un predominio de lo simultáneo donde lo actual y lo pasado se yuxtaponen o confunden, generando representaciones indiscriminadas y sincréticas: es el tiempo simultáneo y paradojal. Si la pérdida del objeto constituye al sujeto como deseante, son los desplazamientos, los movimientos y los cambios en relación al otro, los que le permitirán al ser humano construir su experiencia del devenir temporal. Los desencuentros entre los tiempos del sujeto y los del otro también se hacen intolerables, pues resquebrajan la ilusión de la común-unión entre ambos. Por lo tanto, toda experiencia de cambio o duelo9 puede conducir al sujeto a la búsqueda regresiva de un objeto que suture la herida narcisista, que obture cualquier carencia y que se constituya como garante incondicional de la vida. Este es el tiempo del Ananké, del apremio de la vida, del perentorio reclamo hacia el otro para existir, de lo contrario, el sujeto podrá precipitarse en el vacío. El encuentro con la falla del objeto confronta al sujeto con su propia vulnerabilidad. Así en la frustración quedan cuestionados simultáneamente el otro omnipotente, omnisciente y sostenedor y el sujeto sostenido e invulnerable, his majesty the baby.

EL TIEMPO EN LA METAMORFOSIS DE NARCISO10 Cuenta el mito que al nacer Narciso, Tiresias le advierte a su madre que aquél tendrá una larga vida si no llega a conocerse. Es así que crece sin co9 10

En este sentido Fischbein y Vinocur de Fischbein (1998) definen al objeto narcisista como un objeto antiduelo. En “La metamorfosis de Narciso” (1937, Tate Gallery, Londres), Dalí eterniza la figura de Narciso con la cabeza inclinada sobre una de sus rodillas, mientras su silueta se refleja en el agua. Del otro lado se observa la réplica de la imagen transformada en una mano que sostiene un huevo, de él surge la flor de Narciso. Entre ambas imágenes se ubica un grupo de personas de distintas nacionalidades, los “heterosexuales”, quienes intentan acercarse al joven mítico, pero él los rechaza. En un poema dedicado a Gala, Dalí confiesa que será ella, su “nuevo Narciso”quien cuando la “cabeza estalle” lo salvará de su destino, dando lugar a la metamorfosis que da nombre a la obra:

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nocer su verdadera imagen, ensimismado en sus propios pensamientos y ajeno a cuanto lo rodea. Entre sus pretendientes se encuentra la ninfa Eco, quien estaba condenada por la furia de Hera a repetir siempre la voz del otro. Al conocer a Narciso no puede sino amarlo en silencio. Luego de un encuentro en que él la desprecia, Eco se retira a su cueva donde permanece quieta hasta convertirse en parte de la piedra. Pero Némesis escucha su dolor y logra que en un día caluroso, Narciso se incline a beber en un arroyo. Al encontrar allí su imagen reflejada, queda extasiado y enloquecido de amor, ahogándose al intentar re-unirse con aquella imagen. Otras versiones del mito relatan que Narciso deja de alimentarse, absorto en la contemplación de aquel objeto maravilloso que las aguas le devolvían. Finalmente, su corazón deja de latir de desesperación por este amor imposible. En el lugar de su muerte nace la flor que lleva su nombre, flor que crece en las orillas de los ríos reflejándose siempre en ellos. En el mito, el encantamiento de Narciso por su propia imagen se devela como pasión de muerte, y es en el amor a sí mismo donde desfallece el deseo. Eco se encuentra cautiva del pensamiento y de la voz de un otro que la habita en una identificación alienante, dejándola sin un espacio y un tiempo propios. Ella sólo puede ser la doble imagen sonora de un otro, su eco… Luego de haber sido letalmente herida en su amor por Narciso, la ninfa se consume de pasión en una identificación mimética con un objeto que no puede resignar, convirtiéndose en piedra; esto último también como metáfora de un tiempo fijo e inmóvil. Podemos pensar que la fascinación de Narciso representa la búsqueda por recuperar lo irremediablemente perdido: la identidad primera con el objeto originario, desmintiendo toda diferencia y anulando cualquier distancia, sostenida en la promesa imaginaria de amor eterno. Y aquel intento desesperado lo precipita vertiginosamente en la muerte. Así el niño maravilloso muestra su cara más siniestra. El violento abordaje del objeto transforma a Narciso-cazador en Narciso-cazado. Ignorante de que se trata de la propia imagen reflejada, se ama a sí mismo, y en el deseo de devorar al otro, el yo se precipita sobre sí: “la sombra del objeto cae sobre el yo”. La segunda versión del mito describe cómo en la fascinación mortífera que ejerce el objeto narcisista, Narciso pierde la noción del devenir temporal, y las categorías temporales se condensan en un agonizante presente. A medida que transcurre el relato, observamos cómo este joven mítico se interna en un camino cada vez más regresivo, que lo conduce a la desinvestidura de la realidad y del propio cuerpo. También podemos conjeturar que Narciso queda capturado en el narci-

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sismo tanático de sus padres, el que se plasma como inexorable destino. Así, Narciso encuentra su muerte en las aguas de su padre, el dios-río Cefiso, lo que podría representar la entrega pasiva y absoluta al padre primitivo. Ese otro que se les impone como destino a Eco y a Narciso, también es lo familiar de antaño, el doble que pertenece a los confines de lo ominoso y que, destinado a permanecer oculto, ha salido a la luz, lanzándolos a la muerte. Así, será el amor el que preserve la vida, pues como advierte Freud: “Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar” (1914, p.82).

EL TIEMPO DEL IDEAL “Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo” Fausto.

Podemos definir el Ideal del Yo como el resultado de la confluencia del narcisismo y de las identificaciones con los padres, con sus sustitutos y con los ideales sociales y culturales (Laplanche y Pontalis, 1981). En “Introducción del narcisismo”, Freud considera al Ideal del Yo como una instancia intrapsíquica de origen narcisista y la diferencia de la instancia de censura y autoobservación. Esta última cumple la función de comparar al yo actual con el ideal tomado como modelo. Así, el Ideal del Yo sería el destinatario del narcisismo infantil y representaría una fuente importante de autoestima. Además del papel que cumplen las críticas parentales sobre el niño y la constitución del juicio de realidad, quizás podamos afirmar que es por el amor y por la vida que el hombre renuncia a la satisfacción narcisista de la que gozó en la infancia “en la que él fue su propio ideal”. Freud siempre ha sostenido que amar preserva al yo y preserva la vida: sólo Eros podrá neutralizar las fuerzas defusionantes del narcisismo y del superyó sádico. Por lo tanto, la formación del Ideal no sólo implicaría la internalización de la ley o la represión de las pulsiones parciales, sino también una transformación de la vida pulsional, un ennoblecimiento (Freud, 1915, p.284). Pero aquella renuncia nunca es completa ni incondicional y el hombre buscará recuperarla en la nueva forma del Ideal del Yo. Éste, como sustituto del narcisismo infantil, se constituye como promesa de aquello que el sujeto imagina alguna vez haber sido, y que ha debido perder, proyectando su cumplimiento en un tiempo siempre futuro. Lo perdido lleva así el sello de lo REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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imposible y habilita paradójicamente la dimensión de la esperanza y del deseo. En este sentido, el Ideal se revela como organizador de una temporalidad prospectiva y de tensión expectante, por oposición a un tiempo que reverbera sobre sí mismo, propio del narcisismo. Es en el proyecto que el futuro atesora donde el sujeto se descubre como creador de nuevos lazos, al abrigo de los cuales la existencia se temporaliza y alcanza su sentido. Por lo tanto, podemos afirmar que esta re-conquista implica un auténtico trabajo psíquico de transformación y de elaboración, lo que a su vez promueve la creación de nuevas instancias, pues toda complejización del aparato mental “tiene por condición un suplemento de componentes eróticos” (1923, p.43). En el “Yo y el ello” (1923) aparece por primera vez el término superyó, y Freud lo utiliza como sinónimo del Ideal del yo. Años más tarde, en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1932) va a considerar al superyó como una estructura global que abarca tres funciones: la autoobservación, la conciencia moral y el ideal. En el “Yo y el ello”, Freud sostiene que el superyó es el heredero del Complejo de Edipo y que constituye una enérgica formación reactiva frente a las mociones pulsionales del ello. De esta forma, el niño resigna la satisfacción de sus deseos edípicos amorosos y hostiles, sustituye las investiduras de objeto por identificaciones e interioriza la prohibición. A través de aquella renuncia buscará preservar la posesión fálico narcisista y el amor de aquellos a quienes ama. Por lo tanto, si bien el Ideal del Yo es heredero del narcisismo originario, también lo es de los primeros vínculos con los objetos, y en virtud de él, el sujeto cuidará del otro de la misma forma en que lo hizo con sus objetos de amor en la época del sepultamiento del Complejo de Edipo. Vivir, dirá Freud, tiene para el yo el mismo significado que ser amado por el superyó, y lo será a través del cumplimiento del Ideal. Pero en este amor se revela el juego de fuerzas y de tensión permanente entre del deseo que nos liga a los otros y el narcisismo, entre la unión y la pasión devoradora, entre el tiempo prospectivo y trascendente y el tiempo circular e inmanente. Asimismo, por su origen el Ideal tiene un fuerte enlace con las adquisiciones filogenéticas del ello, con la herencia arcaica del individuo. Las huellas de la historia vivenciada por las generaciones que nos precedieron es conservada11 y transmitida ejerciendo un efecto de coacción en el presente del individuo. Freud afirma que: “cuando el yo extrae del ello (la fuerza para)

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Freud se ocupará extensamente de la herencia arcaica en Moisés y la religión monoteísta (1939), pags. 90, 94 y 97.

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su superyó, quizás no haga sino sacar de nuevo a la luz figuras, plasmaciones yoicas más antiguas, procurarles una resurrección.” (1923, p.40) Freud postula con su hipótesis acerca de la herencia arcaica la existencia de la inscripción de un contenido no histórico que trasciende al individuo singular. Al respecto, es interesante recordar que en la tragedia griega, la locura (átè) del personaje se revela como una fuerza demoníaca (daímòn), como el poder ominoso de una mácula que, nacida de faltas antiguas, se trasmite de generación en generación. Todos estos términos se refieren a una fuerza cruel que alcanza al culpable del crimen y a su descendencia. La ira de Edipo es la mácula, y sus hijos poseídos por un daímòn serán llevados al fratricidio: “No soy yo quien te engendra. Son los muertos. Son mis padres, sus padres y sus mayores… Siento su multitud. Somos nosotros/ y, entre nosotros, tú y los venideros hijos que has de engendrar.” J. L. Borges, Al Hijo

En Tótem y Tabú (1913) esta herencia queda enlazada a su tesis de la horda primitiva y del asesinato del padre; esto posee varias derivaciones y consecuencias. Según la construcción freudiana, el padre primitivo asesinado se transfiguró en padre muerto idealizado. La comunidad fraternal totémica implicó la renuncia a la herencia del padre y el respeto a la prohibición que éste instituía como ley igualitaria, debiendo conservar el recuerdo del crimen e imponer su expiación. Así, la renuncia sensual a la madre y la elevación del padre muerto a la función de ideal marcó el progreso en la espiritualidad. El crimen contra dios-padre encuentra su figuración en la noción de pecado original, a partir del cual la muerte entra en el mundo y el hombre es arrojado al devenir temporal. Así, aceptar la muerte del padre de la prehistoria personal confronta al sujeto con la soledad frente a la propia muerte. Por otra parte, si bien el Ideal sustituye el sometimiento al padre arcaico, también en tanto heredero del parricidio subsiste en él un resto que remite a aquel acto de violencia. Entonces, el ideal puede tomar la vía del exceso, como lo demuestran los fanatismos o la divinización del otro. De esta manera, en la identificación con el padre edípico quedará siempre un resto del vínculo arcaico con el padre que podrá retornar. Freud (1932) advierte que la diferenciación entre el yo y el superyó es la última desde el punto de vista filogenético, y por lo tanto, la más crítica. El superyó se encuentra más alejado del yo del sistema percepción y estará en íntima relación con el ello, por lo cual esta instancia encarnará también la resistencia al cambio. En la 31ª Conferencia Freud observa que: “La humanidad nunca vive por REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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completo en el presente; en las ideologías del superyó perviven el pasado, la tradición de la raza y del pueblo, que sólo poco a poco ceden a los influjos del presente, a los nuevos cambios; y en tanto ese pasado opera a través del superyó, desempeña en la vida humana un papel poderoso” (p.63). En este sentido, el tiempo del sujeto se desplegará entre la continuidad y la discontinuidad respecto de las generaciones que lo precedieron. Apropiarse de la historia de estas identificaciones le posibilitará acceder a un lugar diferencial respecto a sus antecesores, rompiendo con el tiempo repetitivo y circular. Para ello el sujeto necesitará realizar el duelo por los antiguos lazos incestuosos con sus padres y la búsqueda de un objeto exogámico. Gracias a este auténtico trabajo psíquico, la historia del sujeto se temporalizará al poder encontrar su lugar en el tiempo de las generaciones. De lo contrario, el individuo quedará exiliado de su experiencia, capturado en la temporalidad de sus ancestros y en las aspiraciones narcisistas de sus padres. Así, todo intento de transformación de lo heredado podrá ser vivido como una amenaza que conmueve el frágil edificio de las certezas narcisistas. A través de la instancia superyoica, el yo se apodera del complejo de Edipo sometiéndose simultáneamente al ello. La severidad y crueldad del superyó y las exigencias de perfección del Ideal deben su origen a la intensidad del complejo de Edipo, a la dificultad para renunciar al narcisismo infantil, a las identificaciones con las primeras imagos parentales, y a la desmezcla pulsional producto de la identificación. La prohibición edípica implica tanto la renuncia a los objetos incestuosos como la salida exogámica. En este sentido, la ley que el padre instaura como representante de la cultura, va a desarticular la identidad primera con la madre pre-edípica, lo que significará una nueva diferenciación en lo psíquico por la constitución del Ideal del yo-Superyó así como una discriminación en relación al otro. Por lo tanto, esta ley simbólica le permitirá al sujeto rescatarse de la prisión narcisista y lanzarse a la búsqueda del objeto del deseo, invistiendo el tiempo futuro. Por consiguiente, es en el interior de las coordenadas trazadas por el Edipo y las relaciones y prohibiciones que él establece, que es posible que el hombre pueda acceder a una historia propia, historia de sus objetos de amor y de sus ideales, limitando así el dominio de lo primario. Entonces, lo pre-edípico podrá ser resignificado e historizado a partir de él (temporalidad del apres coup), o se actualizará como desorganización, y pérdida del objeto y de todo ideal. Por ende, podemos afirmar que cada duelo y sustitución realizada por el sujeto, complejizará el aparato psíquico, enriqueciendo la experiencia subjetiva del tiempo. En Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Freud considera que

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el superyó del niño es un caso logrado de identificación con la instancia parental. En este sentido, el superyó de los padres encarnaría una estructura de valores, preceptos y prohibiciones que trasciende a los actores individuales. Del mismo modo, la doble prohibición edípica atravesará también a los progenitores, y los ubicará como sujetos que han decidido renunciar ellos mismos al placer ilimitado. Entonces, el niño se podrá identificar con estos padres que han resignado la satisfacción incestuosa por amor. Freud (1914) afirma que el punto más espinoso del sistema narcisista, la inmortalidad del yo, ha ganado su seguridad refugiándose en el hijo, y que el amor parental no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres. Por lo tanto, esta vez por amor al hijo los padres deberán hacer una nueva renuncia, y será ésta la que ubicará al niño en el devenir de las generaciones, continuando con la cadena de la filiación. Al despertar del sueño de inmortalidad, y reconocer la propia finitud, el padre descubre que tiene aún un don para ofrecer a su descendencia: la matriz de la filiación. En este sentido, el tiempo de la filiación es un tiempo finito, simbólico y trascendente. El nombre y el apellido son portadores de sentidos dentro de una genealogía, promoviendo identificaciones. El ser humano se inscribe en un discurso ancestral a partir del deseo de sus predecesores, encontrando allí los trazos que le permitirán la conquista de las significaciones que atañen al origen de su existencia. La filiación protege al hombre de la desligadura y la discontinuidad, uniéndolo a una familia, una cultura y a un tiempo histórico. En el reconocimiento de la brecha entre lo alcanzado y lo anhelado, entre el yo y el ideal, se abre el campo del deseo. Esto implica no sólo tolerar la pérdida de la perfección narcisista, sino también poder soportar la tensión expectante entre la ilusión de su realización y su incumplimiento. La aspiración siempre vigente a recuperar el narcisismo perdido de la infancia representa para el sujeto el riesgo de anular toda diferencia, y por ende, buscar la satisfacción en el presente inmediato desinvistiendo el tiempo futuro. Freud sostiene que en el curso del desarrollo el superyó se irá enriqueciendo con las exigencias e ideales sociales y culturales, distanciándose progresivamente de los objetos originarios y volviéndose cada vez más impersonal. Así, la impersonalización del ideal implica el reconocimiento no sólo de la propia castración, sino también la de los padres de la infancia, y por ende, ubica a todos los personajes de la trama edípica en un tiempo finito que los trasciende, pudiendo reconocer tanto lo que se le debe a la historia como la promesa que el futuro atesora…

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EL TIEMPO DE LA FINITUD La posibilidad de situarse en un orden de filiación confronta al hombre con su propia finitud configurando una temporalidad que lo trasciende como individuo. Al encontrar su lugar en el tiempo de las generaciones, se hace conciente que sufrirá el mismo destino de quienes lo precedieron. El hombre es el único ser vivo que sabe que su vida, así como la narración que hace de ella, tendrá un límite. Este saber implica un punto de quiebre en la continuidad imaginaria en que su ser se sostenía. La percepción de lo irrecuperable puede arrastrarlo al “dolorido hastío del mundo” melancólico o a la “revuelta contra esa facticidad” (Freud, 1915, p.309). La experiencia subjetiva del tiempo estaría bellamente representada en los relojes dalinianos12: el reloj lánguido que parece derretirse, el reloj sólido de un tiempo que ha permanecido quieto, la corrupción y la finitud representadas por las hormigas...13 Así, estas imágenes se constituyen en metáfora del tiempo que perdura y del que se desvanece, del que se pierde y del que se recobra, del tiempo que se detiene y del que encuentra su destino mientras se extingue… El duelo anticipado por la vida que faltará, también puede articularse en escenas posibles que otorguen sentido a la vida misma y por ende, producir un cambio en la posición del sujeto respecto a su propia narración. Entonces, será el efecto de aquella verdad la que podrá humanizar el tiempo de su existencia14. La transitoriedad nos confronta con nuestra propia incompletud y la de aquellos a quienes amamos. Pero Freud descubre el valor de la transitoriedad, precisamente, en su exigüidad en el tiempo. La importancia del otro y de lo otro encuentra únicamente su alcance en la significación que ha tenido para nuestras vidas y es independiente de la duración absoluta. El recuerdo, testigo de la pérdida, también nos permite asir lo efímero y transformar lo fugaz, haciéndolo sobrevivir dentro de nosotros. Freud nos advierte sobre el duelo que la transitoriedad conlleva. El desasimiento de la libido de sus objetos de amor es un trabajo sumamente doloroso, pero también el duelo tiene su propio tiempo: “cuando acaba de renunciar a todo lo perdido, se ha devorado también a sí mismo, y entonces nuestra libido queda de nuevo libre para, si todavía somos jóvenes y capaces de vida, sustituirnos los objetos perdidos por otros nuevos ... (p. 311)”15. Más

12 13 14 15

Al respecto véase “La persistencia de la memoria”, Salvador Dalí (1931, MOMA, N. York) Cf. Swinglehurst, E. (1996) Sobre el desarrollo de este tema véase la enriquecedora lectura que realiza Milmaniene (2005) acerca del sujeto, el tiempo y la muerte. La transitoriedad. En este bello artículo encontramos una enunciación sobre la teoría del duelo, que Freud había escrito unos meses antes, aunque se publicara dos años después.

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la imposibilidad de duelar aleja con ella al placer. Será el amor a la vida el que nos permitirá atravesar el duelo y continuar. En “Nuestra actitud hacia la muerte” (1915), Freud plantea que ésta ha sido siempre un enigma para el hombre. Éste no puede concebir la propia muerte ya que es irrepresentable, en el inconciente cada hombre se cree inmortal. Advierte que a lo largo de la historia, el ser humano ha intentado eliminar la muerte de la vida o de reducirla de necesidad a contingencia. Pero el dolor por la muerte del ser amado hizo que el hombre ya no pudiera alejarla de sí. Aquél le revelaba la posibilidad de la propia, pues el otro encarnaba tanto una parte de su yo como un fragmento de ajenidad. Así, el conflicto afectivo que despertaba el ser querido condujo al hombre primitivo a reflexionar. Podemos pensar que aquel anhelo por el otro y el dolor de su ausencia desnuda al sujeto y al objeto en su falta. Pero paradójicamente, es este mismo deseo el que sostiene la relación con el otro aún en la soledad, ayudando al hombre a atravesar su propia falta de respuestas. Aquel deseo de eternidad se encuentra bellamente relatado en el mito de Sísifo. Cuando Zeus le mandó a Tánatos como castigo, Sísifo logró encadenarlo y, durante algún tiempo, ningún hombre hubo de morir. Del mismo modo, las religiones se ofrecen como espacio privilegiado para la negación de la muerte, dando albergue a la ilusión de inmortalidad. Así, las representaciones sobre la vida y la muerte, como en un juego de espejos, están ligadas al nacimiento. En numerosas creencias religiosas encontramos la idea de morir para luego renacer a una nueva vida. Esta convicción también subyace en los mitos y ritos iniciáticos de regreso al útero materno, en los que se repiten simbólicamente la gestación y el nacimiento (Eliade, 1955) Este universo de creencias se organiza en la desmentida de todo límite: de la ausencia, de la muerte y por lo tanto, de la falta; de esta manera se niega la irreversibilidad del tiempo. Este anhelo narcisista busca apartar al yo del devenir temporal, y retornar así a un idealizado y eterno equilibrio. Pero el cuerpo en su vitalidad y en su realidad, en su potencialidad y en su cansancio, expresa el devenir y confiesa su irreversibilidad. Los distintos semblantes de la finitud: el esfuerzo, la enfermedad, la vejez, interpelan al hombre sobre su relación con los límites, denuncian sus carencias y temporalizan su vida. Este tiempo que en su devenir se nos muestra en su otredad, en su ser inasible, se hace humano al asumirlo en las huellas de lo que se ha perdido y en los sueños que será capaz de albergar. “La génesis de la vida sería, entonces, la causa de que esta última continúe y simultáneamente, también de su pugna hacia la muerte; y la vida misma sería un compromiso entre estas dos aspiraciones.” (Freud, 1923, p.42)

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ULISES: EL HÉROE QUE HA PODIDO REGRESAR La Odisea relata el regreso de Ulises a su tierra luego de una prolongada ausencia por la guerra. Este poema épico representa un canto de fidelidad a las raíces y al deseo, a la memoria de la propia identidad. La relación entre lo natal y la tierra, es decir, la transferencia del amor del ser humano por su madre, están bellamente representadas en este viaje. El origen guarda un íntimo vínculo con la identidad, por eso la búsqueda de su patria y de su linaje será el objetivo de este héroe. En este sentido, la Odisea es un viaje de regreso hacia una meta que es causa del movimiento y sostén de la tensión del relato. Aquélla encuentra sentido y valor a partir de su cumplimiento. Esta heroica aventura soñada por Homero, va a estar atravesada por la dialéctica entre la memoria y el olvido. Así pues, olvidar el regreso es el riesgo que deberá superar Ulises en el viaje que ha decidido emprender, peligro que estará encarnado principalmente en las figuras de la ninfa Calipso y de las sirenas. Mientras Ulises guarda celosamente en su interior la memoria de su tierra, en Itaca, Penélope punto a punto, vuelve a anudar en el entramado de sus días cada uno de sus recuerdos. Telémaco irá tras los pasos de su padre y ante la imposibilidad de recordarlo, tendrá que reconstruir su historia. Los pretendientes de Penélope han olvidado a su rey e intentan ocupar su lugar. Es el amor de quienes lo recuerdan el que preserva al héroe del olvido, y por lo tanto, de la muerte. Durante su ausencia, Ulises vive en quienes conservan su memoria y muere en cada eclipse del recuerdo, mas retorna en el accionar de los distintos actores. Así, el recuerdo y el olvido revelan un campo de fuerzas actuantes y actuales. Cada ser mítico se constituye como metáfora de algún peligro que Ulises deberá superar con astucia, no claudicando en su deseo ni quedando atrapado en sus vivencias terroríficas. De esta manera, buscará creativamente salidas al encierro que le propone el destino. El seductor canto de las sirenas intenta cautivar a Ulises, ofreciéndole la posibilidad de ser omnisciente como un dios. Le prometen un tiempo fuera del tiempo. Mas la hybris16 en el hombre es castigada con la muerte, como lo atestiguan los huesos de los antiguos marinos en las playas. Podemos pensar aquí que la voz materna escondería una trampa bajo los vestidos de Eros. Entonces lo natal, aquella tierra sin nombre, y el cuerpo materno como pri16

Uno de los conceptos fundamentales en el mundo griego es el de hybris que significa: soberbia, arrebato, desenfreno, violencia o daño. Su significación originaria es acción que perjudica a alguien. La peor ofensa para los dioses es “no pensar humanamente” y aspirar a poseer atributos divinos desconociendo los límites humanos.

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mera morada, representan el símbolo de la vida pero también conllevan un riesgo potencial. El canto de las sirenas se constituye en señuelo para el yo y para el pensamiento con la promesa de un placer ilimitado que sólo podrá ser pagado con la alienación y con la muerte. Ante la advertencia de Circe, Ulises decide renunciar al sueño de inmortalidad y no perece ante el engaño. El deseo que lo une a quienes ama y que anhela volver a reencontrar, así como el recuerdo17 de su propia naturaleza, lo preservan de la trampa narcisista. Ulises se-reconoce en su finitud y se sabe vulnerable, por ello pide ser sujetado al mástil por sus compañeros, quienes así lo rescatan. Ulises ha podido regresar. Mas el regreso de Odiseo ya nunca será al mismo lugar, pues él y quienes lo aguardan no son lo que habían sido, el tiempo ha transcurrido... Y así, como Ulises, nos descubrimos en el no-saber, en estar nosotros también en camino.

IV- ALGUNAS CONCLUSIONES A lo largo de nuestro recorrido hemos intentado desarrollar algunas de las temporalidades presentes en la obra de S. Freud. Podemos considerar que cada una de ellas representa distintas formas en que el sujeto se enfrenta con su propia falta, ya sea que ésta signifique la pérdida del objeto originario, la castración o la propia finitud. En este sentido, el tiempo puede ser entendido como la circunstancia de un predicado donde el hombre se subjetiviza. A los fines expositivos, podemos decir esquemáticamente que a partir del encuentro del ser humano con su semejante, cuyo modelo es la primera vivencia de satisfacción, quedarán inaugurados dos modos de funcionamiento mental que subsistirán a lo largo de toda la vida, y que representarán diferentes temporalidades. Estos son los correspondientes al circuito del deseo y al sistema narcisista. Como hemos dicho, la presencia amorosa de la madre rescatará al bebé del más allá arrepresentacional cuantitativo del tiempo del apremio de la vida, y lo acogerá en el universo del deseo y de la sexualidad. En la primer vivencia de satisfacción se produce la inscripción de la primera relación con el objeto, y al mismo tiempo, se trazan los caminos y las cualidades de su ulterior búsqueda. Freud (1900) dirá que el deseo es un camino abierto de una vez para siempre, y que sólo él puede empujar al psiquismo a complejizarse. 17

Podemos considerar el recuerdo en una doble acepción: el recuerdo como rememoración del ausente y el recuerdo como conocimiento de sí, como memoria de la propia identidad.

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Las presencias y las ausencias de la madre marcan la existencia de un tiempo que desde el inicio está hecho de ritmos y de discontinuidades. Así, al abrigo de estos encuentros entre el infans y su madre, se irá dibujando un espacio para el deseo, que no es otro que el tiempo de la espera del reencuentro con el objeto amado. Pues, volvamos a subrayarlo, el objeto es tanto contingente y condicional, como necesario. Pero aquel objeto se constituirá como tal en su pérdida. Esto plantea la función de la ausencia del objeto y de la frustración en la génesis de la representación y del deseo, y por ende, del tiempo. Así, la temporalidad propia del deseo supone una renuncia a la búsqueda de la identidad con el objeto, y por consiguiente, el poder tolerar el dolor por la brecha entre el placer anhelado y el posible. La aceptación de la frustración, de la decepción y de la ausencia, hace posible que el sujeto pueda representarse los aspectos tanto placenteros como displacenteros de la realidad y del vínculo con el otro, así como postergar la satisfacción inmediata. Por lo tanto, el narcisismo constituirá un obstáculo para aquel trabajo de duelo. La capacidad para aceptar la pérdida del objeto no sólo abre la posibilidad de su búsqueda en objetos sustitutivos en una identidad de pensamiento, sino que también habilita la experiencia del tiempo sucesivo, por oposición a la pura repetición de lo mismo. En este sentido, podemos afirmar que la representación de tiempo siempre estará en relación a los cambios y movimientos en relación al objeto. La alteridad irreductible del otro confronta al ser humano con un tiempo otro, que es también el tiempo del deseo del otro. Así, la sucesión de encuentros y desencuentros con el objeto posibilitará tanto la experiencia subjetiva de unión y continuidad vital, como la de cambio y discriminación. Por el contrario, en el narcisismo tanático se buscará recuperar la mítica unidad originaria con el otro, configurando un tiempo circular y repetitivo, en donde las frustraciones y los duelos estarán ausentes por resultar intolerables. Mientras que en el campo del deseo el objeto lleva el sello de lo imposible lanzando paradójicamente al sujeto a su búsqueda en un tiempo futuro; el objeto narcisista obtura la aparición de todo deseo y anula el tiempo. Eco y Narciso quedan capturados en el tiempo del otro prehistórico inolvidable, que no se ha podido duelar, y por ende, sustituir y que se les impone como destino de alienación y de muerte. Éste es también el tiempo de las culpas sacrificiales, de las deudas eternas o el del volver a sentir (resentir) la injuria narcisista. Así, mientras Funes y Narciso han renegado del duelo por los propios deseos omnipotentes, Ulises representa la salida creativa de una subjetividad que se constituye como deseante al reconocerse en su humanidad. La odisea de este héroe es la historia del compromiso con un deseo. Las ligaduras que lo rescatan

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son las del reconocimiento de su finitud, así como las de su anhelo por los que ama. Por lo tanto, podemos afirmar que el viaje de Ulises encarna la larga travesía que todo ser humano debe realizar hacia el otro, y ésta lleva el nombre de deseo. Como en este héroe, la propia existencia cobra sentido al ligarse a un proyecto en virtud del cual se investirá a los otros y al tiempo futuro. En este sentido, el Ideal del yo se revelará como organizador de una temporalidad prospectiva y trascendente. La vida del sujeto se temporaliza al encontrar su lugar singular en el tiempo de las generaciones. Para ello deberá realizar el duelo por el narcisismo infantil y por los objetos incestuosos, así como reconocer el don recibido de quienes lo precedieron y que entonces podrá ofrecer a su hijo por amor. Se despliega así el tiempo simbólico de la filiación. El trabajo de duelo que implica el sepultamiento del complejo de Edipo, devela las distintas caras del desvalimiento humano, ya sea la de su prematurez o la de su vulnerabilidad ante el otro prehistórico y ante las exigencias pulsionales. Es en el interior de la trama edípica, en las relaciones y prohibiciones que ella establece, donde el ser humano se hace histórico rompiendo con la lógica dual pre-edípica. Por el contrario, la dificultad para realizar los duelos que el paso del tiempo conlleva, eclipsa la diferencia generacional prevaleciendo la temporalidad propia del narcisismo. Entonces, predominará un tiempo centrado principalmente en el presente con la consiguiente desinvestidura de proyectos, y la búsqueda inmediata de realizaciones personales, desdeñando todo esfuerzo que se haga en pos de un ideal. La desmentida de la diferencia generacional y del paso del tiempo configura un espacio donde el futuro se presenta como el retorno del pasado, y la alteridad, como una identidad. La historia del hombre se irá escribiendo en estas distintas temporalidades, que en su coexistencia y entrecruzamientos complejizarán el aparato psíquico. Por ello la historia que escribimos con el paciente, y la que intentamos reconstuir con él, no es una crónica. Estas múltiples dimensiones temporales, que expresan distintas formas de funcionamiento psíquico, también posibilitan nuevas articulaciones de sentido donde cada quien pueda construir un fragmento de verdad atravesada por el tiempo, y por ello siempre provisoria y siempre sorprendente. Tanto en su historia personal como la de la humanidad, el hombre va resignando ilusiones y creencias, aventurándose en nuevas conquistas y aprendiendo a reconocer en los inevitables límites que la realidad le impone, el acceso a un tiempo propio y singular; éste es el tránsito de la indefensión a la capacidad de pensar. Así, la muerte del “his majesty the baby” (héroe) necesita análogamente la muerte de los padres omnipotentes (dioses y semidioses), atravesando el dolor de saber-se castrado, finito y mortal. REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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DESCRIPTORES: TIEMPO / DESEO / SATISFACIÓN / PLACER / FRUSTRACIÓN / NARCISISMO / IDEAL DEL YO.

KEYWORDS: TIME / DESIRE / SATISFACTION / PLEASURE / FRUSTRATION / NARCISSISM / EGO IDEAL.

PALAVRAS CHAVE: TEMPO / DESEJO / SATISFAÇÃO / PRAZER / FRUSTRAÇÃO / NARCISISMO / EGO IDEAL.

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Revista de libros Sección a cargo de Silvia Bajraj

Hacer camino con Freud EDUARDO BRAIER

Lugar Editorial: Buenos Aires, 2009. Prologar un libro es un privilegio muy grande. Aceptar la invitación generosa de un autor para participar de tan significativa empresa implica convertirse en testigo del alumbramiento de una obra y, por tanto, la enorme responsabilidad de estar a la altura de la feliz circunstancia así como de la aventura intelectual que el lector está dispuesto a emprender al abordar el texto. Mucho más si el anfitrión es un colega con la trayectoria científica, la solvencia teórica y la pericia clínica de Eduardo Braier. En principio, y dando testimonio de mi propio entusiasmo como lector de estas páginas, puedo asegurar que seguir el recorrido por los caminos de Eduardo Braier junto a Freud es una experiencia impactante. Nos recibe un autor lúcido, inquieto, que nos acompaña en la revisión de la obra freudiana a la vez que construye la propia, y nos muestra con meticulosidad sus cimientos, su estructura, el andamiaje de sus elaboraciones teórico-clínicas: Hace camino con Freud mientras honra su pensamiento leyéndolo reflexivamente, rastreando sus huellas conceptuales, de-construyéndolo en la clínica, discutiéndolo a la

luz del desarrollo del psicoanálisis postfreudiano, iluminando algunas de sus zonas oscuras, enalteciéndolo con su inteligente mirada crítica. Presenciar este diálogo trasciende lo fascinante como espectáculo, ya que invita al lector a interesarse por participar activamente de ese trabajo de reflexión. También convoca a desandar el camino recorrido por este autor “transoceánico” que nunca deja de ser “de aquí” y “de allá”: por el arraigo que denota el compromiso con su propia formación como analista, y por la libertad que inspira (y se respira en su enorme amplitud de mira) para seguir nutriendo permanentemente el pensamiento psicoanalítico, y permeabilizando fronteras en la clínica. Por si el lector no ha tenido la buena fortuna de escuchar a Braier tocar el piano, me animo a advertirlo de algo que quizás descubra por sí mismo al leer estas páginas: Eduardo Braier es un intérprete enorme. Para la música como para el psicoanálisis posee el conocimiento que le permite entender y leer con solvencia las más diversas partituras. Y puede también traducir en los signos de su pentagrama teórico (con particular creatividad) aquello que resuena desde la escena clínica develando el teatro privado de las fantasías, de los traumas y sus ecos repetitivos, de los silencios atronadores de la destructividad, de

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aquello que se expresa más en el “tempo” y la ligadura que en las notas mismas en el proceso de representación, o aquello que – aún representado – se rebela a poder ser definido dentro de una determinada estructura. En ese encuentro casi mágico entre lo que inventa quien crea los sonidos, lo que paren el ejecutante y su instrumento, y lo que ensueña el alma de quien escucha, se produce la esencia de esa música en cuya creación todos esos elementos participan. Así también lo que devela la riqueza psicoanalítica del pensamiento de Braier es su particular capacidad para encontrar armonías y discordancias entre lo que del sufrimiento humano aparece en las historias de vida, lo que halla oportunidad de reactualizarse en el encuentro clínico entre paciente y analista por vía de la transferencia, y lo que se problematiza en la teoría y debe “ponerse a trabajar” conceptualmente. Braier nos expone sus medulosas reflexiones acerca de cinco hipótesis freudianas controversiales: la pulsión de muerte (con todo aquello que la implica, y que implica una frondosa apertura de caminos en la literatura psicoanalítica postfreudiana), las fantasías originarias (y su referencia necesaria a “lo otro” que precede a la génesis – filogénesis versus el peso del objeto – y su impronta en el derrotero pulsional y la construcción fantasmática del psiquismo), el problema del apres- coup (en su dimensión de elaboración retroactiva, re-significación en clave psicosexual, de reorganización psíquica, y de inauguración de una dimensión de temporalidad compleja en el psiquismo: tiempos lineales, a-tempora-

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les, sucesivos, continuos, discontinuos, simultáneos, alternativos, fragmentados, etc.), la identificación primaria (que trae los ecos de la importancia del objeto, y de las identificaciones patógenas, tanáticas, que acercan lo destructivo al psiquismo proveniente de las figuras parentales), y la represión originaria. Todos estos enunciados surgen de la reflexión metapsicológica inspirada en la experiencia clínica y alumbran el importante campo de las patologías narcisistas no psicóticas, de la desmentida y la escisión; en fin, todos los desarrollos acerca del concepto de “estructuras no-neuróticas”. A través de todas sus reflexiones teóricas y clínicas Braier arriba a un replanteo del problema de la técnica y de la teoría de la técnica en la “clínica contemporánea”. Si bien reconoce la vigencia de las propuestas técnicas de Freud para abordar ciertos requerimientos de la clínica, se define amplio para aceptar algunas “innovaciones” respaldadas metapsicológicamente, que sirvan para dar cuenta de una práctica acorde a los desafíos que plantea el nuevo milenio en nuestros consultorios: abordar la patología actual, la carencia de representaciones y la necesidad de ligadura de aquello aislado por el trauma. Se aboca así al análisis de lo irrepresentable y vuelve a surgir el problema de las huellas mnémicas y las distintas clases de repetición: algunas donde retorna lo reprimido, otras que contienen heridas narcisistas que repiten el más allá del principio del placer (las huellas mnémicas que yo denominé “ingobernables” intrincadamente unidas a la pulsión de vida y la pulsión de muerte). Ante esto

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el analista ¿debe ofrecerse en principio como objeto para posibilitar el establecimiento de una ligadura que, de no ocurrir, se convertiría en tanática? Bien vale aquí seguir el derrotero de pensamiento de Eduardo Braier en relación al tema de la sugestión en psicoanálisis. Trauma y repetición: Temas de enorme significación y vigencia que Braier subraya especialmente y cuya revisión seguramente atrapará al lector (desde el planteamiento y las reformulaciones que tienen ambos conceptos en la misma obra de Freud, hasta la actualidad en que dos Congresos Internacionales se han dedicado a ellos). Recogiendo el aporte de Angel Garma sobre los sueños (que serían en realidad la evocación de una situación traumática encubierta por un deseo) Braier re-fundamenta la dimensión estructural y potencialmente estructurante de lo traumático. Se inscribe entonces entre aquellos analistas que pensamos que la estructuración del psiquismo y la psicopatología dependen de una relación dialéctica entre el papel de la pulsión y el papel del objeto; y a su vez esta posición lo ubicará en la clínica tomando debida cuenta de la importancia a la persona del analista, de la contratransferencia y, en síntesis, del trabajo del analista. La repetición aparecería entonces como la expresión que vehiculiza estos traumas “más acá“y “más allá” del principio de placer; y aquí plantea su interesante hipótesis de una repetición comandada por todo el aparato al mismo tiempo, y no sólo por el Ello. Así va esbozando una suerte de clínica del trauma temprano, de lo arcaico, de lo primitivo, que se corresponde con angustias de aniquilamiento, de intrusión y separación,

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en las que predomina el mecanismo de la desmentida, y el problema de lo irrepresentable; y una clínica del trauma sexual e infantil, pasible de representación, vinculado a la seducción, donde predominan el mecanismo de la represión o las fallas de éste, signado por la temporalidad del apres coup, y por el análisis del “teatro de las fantasías”. Dentro de ésta última “clínica del trauma sexual e infantil” se inscriben los capítulos sobre las fantasías de seducción en la histeria femenina y las fantasías “perversas”. Braier explora con una rigurosidad sanamente envidiable las vicisitudes de la teoría de la seducción en Freud, sus propios puntos de vista explicitados en los capítulos precedentes sobre las fantasías de los orígenes, la seducción material y fantaseada (esa creada “por” la pulsión y que crea “a” la pulsión), la puntualización de una posición intermedia que, sin negar el efecto patógeno del trauma sexual y real de la seducción, tampoco ignore la presencia e influencia de las fantasías para estimar sólo el factor traumático; y el tema de las fantasías originarias, protofantasías, o “seducción heredada” que brinda la estructura fantasmática que yace bajo la represión originaria. Braier da cuenta del despliegue dramático de todo este universo fantasmático en la relación transferencial y nos lo ilustra con las dos riquísimas viñetas clínicas de Delia y Berta que revelan el carácter desiderativo, defensivo y resistencial de estas fantasías de seducción en el vínculo analítico. Respecto a las fantasías “perversas” en la histeria femenina (concientes, reco-

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nocidas como tales por una persona que no es ni psicótica ni perversa, que no afectan el juicio de realidad, que en su contenido manifiesto refieren a deseos pregenitales y de naturaleza incestuosa) Braier también enriquece sus reflexiones con la ilustración de dos viñetas clínicas, profundiza en consideraciones acerca del papel de la escena primaria en la teoría psicoanalítica, pormenoriza en la caracterización de estas fantasías “perversas”, e hipotetiza acerca de su génesis y su papel en la estructuración y organización del psiquismo. Yo quiero invitar muy especialmente al lector a “recoger el guante” de lo que Braier deja planteado en los puntos suspensivos del último párrafo de su capítulo 11, tras formular una serie de interesantísimas preguntas en torno a las cruciales diferencias que establece entre las fantasías de seducción y las fantasías “perversas” en la histeria. Allí nos convoca y nos implica en una reflexión actual y renovada para la demanda clínica de hoy. Su último capítulo, a través del análisis de las tribulaciones erótico-amorosas del personaje literario de Begoña, ilustra detallada y deliciosamente las conceptualizaciones psicoanalíticas que ha venido desplegando acerca de las fantasías en esta suerte de “nueva” histeria ubicada en una especie de “territorio de transición” entre la neurosis y la perversión. A esta altura de mi lectura del libro de Braier, no me caben dudas de que Eduardo es un hombre generoso. Lo es cuando nos acerca a la complejidad de la comprensión metapsicológica la contundencia del hecho clínico. Es generoso al mostrarnos cómo piensa mientras trabaja, y eso es muy valorable habida

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cuenta de la resistencia que muchos analistas tienen a develar su clínica. También lo es cuando se apasiona como lector y nos entusiasma con cierta complicidad febril en la exploración de la Begoña de Delgado. También es realmente noble cuando reconoce las fuentes teóricas en las que abreva y valora con parejo respeto y reconocimiento las ideas de otros que lo han inspirado (los maestros, los pioneros, los contemporáneos interlocutores desde diversas latitudes del psicoanálisis, y los colegas-pares a quienes ha leído y con quienes ha dialogado e intercambiado ideas por igual). Es éste un mérito singular que nos dice mucho más de la persona del autor que de su admirable erudición. Y también es magnánimo en la claridad expositiva que prodiga al lector, en su cuidadoso interés por acompañarlo mientras “hace camino” en la reflexión psicoanalítica y por dejarlo a solas, respetuosamente, cuando se le abren los múltiples interrogantes y cuestionamientos que él mismo estimula. Por todo ello cabe agradecer y festejar este “reencuentro en el camino” con Eduardo Braier y su obra. Leerlo es descubrirlo en la frescura del analista experimentado que no ha perdido la capacidad de sorpresa ni de reformulación de lo ya aprendido; es escuchar en sus reflexiones teóricas la compleja armonía de su melodía y el resonante vibrar de su sutil instrumento clínico. Por eso también estoy gustoso de invitarlo a usted, lector, a sumarse a este apasionante recorrido que, seguramente, lo inspirará como a mí para continuar dialogando de manera íntima con este autor tan sugerente. Norberto Marucco

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Pulsión de vida y pulsión de muerte Un consistente y formalizado modelo de la teoría pulsional y estructural del psicoanálisis CORDELIA SCHMIDT–HELLERAU

Life Drive and Death Drive, Libido and Lethe: A Formalized Consistent Model of Psychoanalytic Drive and Structure Theory. New York, Other Press, 2001. La autora es ph.D distinguida en psicología, psicopatología, filosofía y literatura. Analista didacta y supervisora en la Sociedad Psicoanalítica Suiza, miembro de la Sociedad Psicoanalítica Americana y miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Boston y del Instituto Psicoanalítico de New England, East. Ejerce su práctica privada en Brookline, Massachusetts y posee varias publicaciones sobre metapsicología, actualidad en psicoanálisis y psicoanálisis aplicado. El punto de partida para los siete años que le llevó esta obra fue encontrar contradicción entre los conceptos freudianos de pulsión de muerte y agresión. El libro es el resultado de sus estudios de los textos Freudianos, los post-Freudianos y sus críticas. La Introducción tiene como subtítulo “Metapsicología: ¿superestructura o fundación del psicoanálisis?” . El planteo de la Dra. Cordelia SchmidtHellerau es mantener los primeros desarrollos freudianos en forma consistente a través de salvar las aparentes inconsistencias y contradicciones mediante el señalamiento de los diferentes niveles de desarrollo que va rastreando en la obra de S. Freud.

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En la parte I denominada “Fundación del modelo” desarrolla un análisis de los escritos de Freud desde 1895 a 1905, fundamentalmente el “Proyecto de una psicología para neurólogos”, el capítulo siete de la “Introducción a la interpretación de los sueños” y los “Tres ensayos para una teoría sexual”. Resalta que la unidad básica de desarrollo del aparato psíquico está sustentada en el acto psíquico, el cual está compuesto por tres elementos: la pulsión (drive), la percepción y el polo motor. Esta unidad básica es la que se va reproduciendo en distintos grados de complejidad en la medida que se va desarrollando el aparato psíquico. Este interjuego muestra el dualismo pulsional que en principio ha establecido Freud en pulsión sexual versus pulsión de autoconservación, unidad básica que constituye un switch (cambio/ interruptor) que establece estructura. La autora realiza un exhaustivo análisis del “Proyecto de una psicología para neurólogos”. Parte de subrayar que Freud en su esquema general establece que el proceso psíquico corresponde a leyes específicas (lógicas y matemáticas) que pueden ser representadas, a un nivel formalizado, en un modelo. Considera el principio de inercia, el sistema phi, el psi, el principio de constancia. En el segundo teorema principal la teoría neuronal describe la direccionalidad de la conducción, aferencia, la neurona como switch y eferencia. Señala que con la “facilitación” Freud encuentra una respuesta inicial a la cuestión de cómo el sistema que construyó puede aprender y armarse un sistema mnémico, para luego construir bloques de organización jerárquica. Resalta cómo a través de la satis-

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facción de necesidad produce una teoría sobre el origen de la relación de objeto, lo que le requiere plantear el sistema “omega” y la función del habla, para completar con el “principio de realidad”. En el análisis del capítulo 7 de La interpretación de los sueños, donde establece la construcción del aparato psíquico, señala que la hipótesis fundamental que desarrolla Freud es que los eventos psíquicos están determinados. La autora continua combinando los dos textos Freudianos y obtiene un modelo nuevamente constituido por tres pilares: el sistema pulsional [drive system (D)] que provee estímulo interno; el sistema perceptual (P) que recibe estímulos sensoriales (exógenos) que luego son almacenados como imágenes objetales en las huellas mnémicas y el sistema motor (M) que es responsable de la descarga y cuyas imágenes motoras también son recordadas en las huellas mnémicas. Desarrolla luego la relación del deseo con la resistencia y la censura, aclarando que la “censura (como el deseo) es en realidad un concepto clínico, que cuando es usado a fines metapsicológicos, debe ser visto, nuevamente, como una unidad agregada o patrón de excitación cuyo resultado es forzado direccionalmente. Considera de este modo que los términos “deseo” y “censura” tal como los usa Freud, están en la misma relación antagónica entre sí como pulsión y represión. La “salud mental” es la expresión de un dinámico y estable equilibrio dentro del aparato psíquico. En la parte II “Elaboración del modelo” desarrolla un análisis de los escritos de Freud desde 1910 a 1915. Partiendo de “Las perturbaciones psíquicas de la visión” de 1910, reflexiona sobre REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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el dualismo pulsión de vida / pulsiones de autoconservación (o del yo) así como la relación entre pulsión e idea, definiendo la represión como una pulsión, específicamente como la pulsión opuesta a las otras pulsiones relevantes. Señala la autora que tanto en el proyecto como en el capítulo 7 de La interpretación de los sueños, Freud utiliza el hambre como paradigma de pulsión y describe para ello el patrón fundamental “estímulo endógeno – objeto externo- acción específica”. Analiza la distinción entre alucinación, fantasía y sueño, para la autora “lo que Freud denomina “principio de realidad” no es un principio nuevo o diferente, sino un nuevo nivel de complejidad o estructura con una modificada ley de switch; es solo un principio de regulación, es decir el principio de homeostasis (el principio de placer de Freud)”. Cuando incluye “Introducción del narcisismo”, la autora resalta que la concepción del narcisismo incluye un aspecto pulsional y un aspecto estructural y las huellas mnémicas resultantes, que al principio forman distintos grupos de ideas pertenecientes a pulsiones sexuales (objetos parciales en el sentido de unidades parciales yoicas y unidades parciales objetales), son unificadas “en orden de obtener el amor objetal”. Este primer objeto resultante de tal unificación (asociación) no es aún objeto externo sino el propio cuerpo del sujeto o propio sí mismo (Freud usa self). Cordelia Schmidt-Hellerau señala que de esta forma se desarrollan dos caminos (Tracks): el yoico y el objetal. A esta altura la autora efectúa un resumen que dice: “Hemos basado la fundación estructural de nuestro modelo del si-

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guiente modo. En la base del sistema jerárquico subordinado del sistema pulsional encontramos las dos pulsiones antagónicas, las pulsiones de autoconservación y las pulsiones sexuales; en la base del sistema perceptual colocamos las fuentes pulsionales (biogénico y zonas erógenas con los componentes pulsiones establecidos desde ellos); mientras que en la base del sistema M están las imágenes motoras – como son denominadas en el Proyecto – es decir los patrones de acción específica, o representación de acción”. Ya ha incorporado aquí todos los estudios publicados sobre metapsicología escritos por Freud, por ello puede incluir los afectos como descarga dentro del sistema M, al igual que las representaciones palabra desde las representaciones cosa. En uno de los cuadros con que la autora ejemplifica, resalta la organización de los sistemas P y M en diferentes niveles de complejidad especificando los enlaces intermedios, básicamente para el sistema P es: P1 fuente pulsional (biogénica y zonas erógenas); P2 representación objetal [Yo (Objeto) Objeto (YO)] y P3 representación cosa. Para el sistema M es M1 representación de acción (acción específica), M2 representación de afecto y M3 representación de palabra. Continuando con el desarrollo del modelo resalta la organización del sistema inconsciente, preconciente y consciente, al que agrega un sistema pre-inconsciente como zona previa o más allá del proceso primario que se sumerge en la teoría de la de-somatización a la exclusivamente somática, o sea una región psíquica previa diferente o un nivel distinto de regulación homeostá-

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tica. Quedan así establecidos cuatro niveles Preinc. Inc. Prec y Cc y la autora señala las vinculaciones entre ellos . En la Parte III toma los textos de “Más allá del principio del placer”, “El Yo y el Ello”, entre otros. Comienza resumiendo lo desarrollado hasta ese momento diciendo: “Hemos dividido todo el sistema constituido por la psique en cuatro sub-sistemas Preinc, Inc, Prec y Cc, cada uno caracterizado por diferentes y sucesivos niveles superiores de organización, resultado del aumentado número de operaciones de switch (combinaciones). De esta forma cada complejo estructural, operando en su propio nivel de integración funcional (cada nano sistema, micro sistema, subsistema y macro sistema), tiene definido su propio estado de equilibrio y, su propio y específico rango de estabilidad dinámica. La autora especifica: “Lo que es correcto –es decir, lo que constituye equilibrio– para un sistema (digamos el Inc) puede perfectamente no ser apropiado para otro (el Cc) para el cual constituye una salida del equilibrio”. Este es el punto de partida freudiano para este período en el cual el conflicto y su resolución toma el centro de su estudio. La Dra. Cordelia Schmidt-Hellerau explica que: “En vista a la tendencia quiescente de la pulsión de muerte…, sugiero que a la energía que se adscribe a ella la denominemos lehte, término prestado de la mitología griega. Lehte significa olvido; lleva ese nombre un río en el Hades o en las fronteras de lo real de la muerte. La mitología griega, a la que Freud recurrió tantas veces en su elección de sus términos teóricos, puede venir nuevamente en nuestra ayuda, pues me parece que lethe satisface todo

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aspecto que requiere lo establecido por Freud de un término que denota la energía de la pulsión de muerte, como mostraré ahora. Lethe es un término análogo y equivalente a libido, y el hecho que signifique olvido (represión) es consistente con nuestro constante énfasis en la dirección (-) interna de la pulsión hacia el inconsciente; el término lethe, a través de la imagen de un río, evoca la idea del flujo de energía de la pulsión, dado que el río Lethe fluye desde el mundo de los vivos hacia el de los muertos. El nombre lehte también toma en cuenta el último requisito postulado por Freud para la pulsión de muerte, en el relevante plano de significado. Expresa precisamente lo que hemos determinado y establecido desde el principio en el nivel formal de la metapsicología, es decir, la tendencia (-) ‘energética’ de una pulsión, que ahora ha sido posible demostrar en la tendencia quiescente de la pulsión de muerte en la versión final de la teoría pulsional. El término lethe es consistente con el lenguaje metapsicológico, puesto que no hay objeción para hablar de una catexia lethica y, last but not least, lehte es usado en todas las lenguas precisamente en nuestro sentido: llamamos a alguien de comportamiento letárgico, y hablamos de letargo a una condición deletérea y de una dosis letal de una sustancia particular, tal como una droga”…. En una nota al pie, la autora aclara (pg. 209) “… Dado que este libro intenta concebir la metapsicología como una teoría del vínculo entre procesos psíquicos y somáticos, la presente concepción de estructura como un switch ó, si ustedes quieren, como una serie jerárquica y operativamente organizada REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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de switchs en una base integrada dentro de un sistema dinámicamente estable, fue deliberadamente realizado de modo lo más parsimonioso posible”. Hecha esta aclaración pasa a resaltar cómo concibe la formación del Ideal, del superyó, de las identificaciones, etc. dentro del modelo establecido, con los distintos niveles de organización del yo, así como las distintas etapas evolutivas de la libido, la bisexualidad, el complejo de Edipo completo en sus vertientes sexuales y de autoconservación. La autora concluye el apartado señalando: “Freud llama una presentación metapsicológica, una aproximación que describe los procesos psíquicos en sus aspectos dinámicos, topográficos y económicos. Por último en “Perspectivas: la metapsicología como concepto puente” Cordelia Schmidt-Hellerau efectúa una comparación del modelo cerebral de A. Luria con el modelo metapsicológico de la mente, aclarando que a posteriori encontró aun más vínculos con los aportes del Dr. Solms. Es una obra impactante por su consistencia y seriedad, plantea y permite una re-lectura de los textos freudianos que entusiasma y abre nuevas posibilidades de pensar los procesos psíquicos, así como los psicopatológicos desde una óptica enriquecida y vita. Juan Carlos Weissmann

Revista de revistas Sección a cargo de Liliana Noemí Pedron Martin

Revista Docta Nº 6, septiembre 2010. Asociación Psicoanalítica de Córdoba

Tener en las manos el ejemplar Nro. 6 de la revista Docta de la primavera de 2010 es un placer para el lector. El título elegido “Alteridad” está inspirado en uno de los ejes temáticos propuestos por el congreso de Fepal: “Transferencia-Vinculo-Alteridad” realizado en el año 2010 en la ciudad de Bogotá. Para la edición de la revista fueron convocados psicoanalistas, dibujantes, pintores, antropólogos y filósofos, entre otros profesionales. Desde la tapa hasta los variados dibujos, caricaturas y pinturas de autores famosos sentimos que tenemos en las manos un objeto de arte. En este número de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba vemos toda la creatividad y el ingenio puestas al servicio de la trasmisión del psicoanálisis. Luego de la sección novedosamente denominada F(r)icciones, en la sección “Palabras Cruzadas” se publica una entrevista a Colette Soler realizada por Federico Ossola Piazza, un comentario realizado por Tomás Leivi sobre la autora y un adelanto del texto: Lacan, I inconscient réinventé de la misma Colette Soler.

El Dossier, que más adelante describiremos, comenta, en la primera parte, la Viena freudiana y en la segunda presenta ensayos de diversos especialistas sobre el concepto de alteridad. Me voy a remitir a la primera parte de la revista que recibe el nombre de F(r)icciones pues escriben psicoanalistas de distintas corrientes y latitudes. Allí nos vamos a encontrar con analistas europeos y latinoamericanos representantes de diversas escuelas. Cristina Blanco piensa al yo como un proceso en devenir y lo ubica en la categoría de sujeto enlazado al tiempo y a la historia. Comenta el devenir del sujeto entramado en múltiples configuraciones con una estabilidad relativa. El mismo está descripto como un sujeto relacionado al cambio. Blanco destaca que en tanto el sujeto tienda a desplazar las investiduras de objeto por investiduras narcisistas y autoeróticas se produce un efecto que trabaja en el sentido de la pulsión de muerte. Carlos Barredo en la experiencia de la alteridad, al referirse a la curación dice: […] no se busca en la cura la supresión total de los síntomas como acontece en el modelo médico que tiende a la restituto ad integrum de un estado de normalidad propuesta o salud propuesta, sino del pasaje de la miseria neurótica al infortunio común, la parte que nos toca en el inerradicable malestar en la cul-

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tura.”(p. 24). Más adelante, al referirse a la regla fundamental, agrega: […] “no se alcanza por medio de una búsqueda intencional sino dejándose llevar para acceder a lo que se esconde en los laberintos del relato del analizante y sólo se revela parcialmente.” (p. 25) Más adelante la autora, Claudia Lara, plantea que el deseo incestuoso no pertenecería a un estado natural universal, sino cultural particular y que la organización conyugal crearía las condiciones para la estructuración de una sexualidad incestuosa. Por el motivo anterior y coincidiendo con la afirmación de Roudinesco afirma que la familia actual se encuentra en desorden. Para ello se basa en el estudio de una comunidad china “Mouso” formada como una organización matriarcal en la cual las mujeres están al mando. En otro artículo de esta suculenta revista Janine Puget, a partir de distintas viñetas, nos ayuda a repensar y discernir para aclarar presupuestos y prejuicios que traen los pacientes al consultorio. Puget comenta cómo interviene el marco referencial de cada uno al operar terapéuticamente. Este sería el lugar que damos a los recuerdos, a la historia, al presente, a las parejas, a la repetición y a lo que nos sorprende. Por último, nos alerta sobre la dificultad de escuchar al otro que es condición necesaria en la vida cotidiana y fundante de nuestra actividad. Otro artículo de esta sección es de esos que hay que tener siempre a mano. Se trata del texto de Carlos Tabbia, colega del grupo psicoanalítico de 1

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Barcelona, quien hace un análisis del “concepto de intimidad en el pensamiento de Meltzer” Carlos Tabbia nos dice que “La intimidad, que posibilita la creación de la familia interna, que nos permite descubrirnos, que se sostiene en el diálogo con los objetos internos y que no se siente ofendida por la privacidad ajena.[…] Una caracterización mas precisa de una relación íntima es aquella en la que ambos participantes se constituyen como continentes mutuos, que a través de la reverie posibilitan el desarrollo del vínculo que los hace crecer como personas y como pareja (conyugal, paterno-filial, científica, analítica, amistosa, etc.).Por eso mismo creo que la intimidad que permite el desarrollo de la personalidad y de los intereses que trascienden a la misma pareja es la que está basada en la “reciprocidad estética” con predominio del vínculo K.” (p. 48). En otro párrafo establece una diferencia entre intimidada y complicidad. Me sorprendió, dice Tabbia, cuando Meltzer1 nos propuso la intimidad como una de las tres dimensiones para comprender la estructura de la personalidad. También establece que los límites y la distancia son condiciones fundamentales para las relaciones íntimas. Afirma que si la distancia entre dos objetos es excesiva o no existe porque se superponen es imposible establecer una relación. Las relaciones necesitan de la distancia, para la intimidad; es tan dañino el aislamiento como la fusión. Es necesario encontrar la distancia óptima. En este punto habla sobre la relación del padre en la familia y sobre la búsqueda de identidad en el adulto joven.

Durante los seminarios desarrollados en el Grupo Psicoanalítico de Barcelona (1986-2002).

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Completan esta sección de F(r)icciones el artículo de David Kreszes “Un silencio invocante”; el de Stefano Bolognini: “Contratransferencia y atmósfera: una sesión con Antonia”. En este último se propone que el analista es consciente de su no saber y ésta es paradójicamente su fuerza. Bolognini afirma que en una supervisión es más importante darse cuenta qué está sucediendo en lugar de establecer fórmulas teóricas generales. El autor habla de una comunicación inconsciente entre el analista y el paciente, situación que considera preocupante pero al mismo tiempo fascinante. A través de “Una sesión con Antonia” se plantea como tarea analítica fundamental transformar lo representado en pensado. Por último, completan esta sección el artículo de Mónica Andreoli, Julio Avalos, Niris Peralta, Amalia Giorgi y Cristina Aguirre titulado ”El niño de los imanes y la distancia óptima”. En la primera parte del Dossier la revista invita a distinguidos intelectuales que completan otras áreas que hacen al quehacer psicoanalítico. Nos muestra a los personajes centrales de la Viena de Freud representada con pinturas de Klimt y Schiele. El artista plástico Jorge González opina que Gustav Klimt pintó a la sociedad de su época tratando de sacar del atraso cultural a Viena y que con un rasgo romántico encontró en los desnudos femeninos una de sus más recurrentes fuentes de inspiración. Sebastián Bauer, licenciado en artes, habla de Schönberg de quien dice que “… la figura de Schönberg condensa como ninguna otra el ciclo completo de lo que se conoce como música contemporánea…(…) … está constituido en el par consonancia-disonancia que

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es lo que le confiere posibilidades expresivas en una condición apriorística.” (p. 125). La arquitecta Susana Mijelman se refiere a Viena como “la capital de la verdad y la simulación” (p. 128). En la segunda parte del Dossier, como lo anticipáramos, la filósofa Diana Sperling escribe un sesudo trabajo acerca de la alteridad que es producto de un seminario dictado en Córdoba. El sociólogo francés David Bretón es el autor de un estudio clínico sobre las escarificaciones deliberadas. Para ello hace uso del Blog de Clemencia. “Al principio era sólo por diversión” dice Clemencia refiriéndose a los cortes en la piel, “…era muy suave y me hacía bien. Después se fue agravando, para evacuar toda mi tristeza tenía que hacer más fuerte, tenía que tocar más de cerca la muerte.” Las cortaduras, dice Bretón, perturban más que otras conductas porque se rompe el carácter sagrado del cuerpo (p.172). Por último, en las entrevistas realizadas a destacados psicoanalistas en conmemoración de los cien años de IPA leemos a Eizirik, Bleichmar y a Etchegoyen entre otros. Este último nos dice sin remilgos “La excomunión de Lacan fue un error de la IPA, la historia demostró que ese analista era una personalidad descollante del psicoanálisis”. Finalmente quisiera cerrar este comentario con las palabras del Dr. Abel Fainstein quien plantea: “Se trata de buscar las maneras de entusiasmar a más gente con la práctica del psicoanálisis que seguramente no va de la mano de regulaciones estandarizantes.” (p. 213). Mirta Noemí Cohen

Los autores Rubén Zukerfeld: Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro Titular en función didáctica de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis (SAP). Profesor Titular Maestría en Psicoanálisis APA-USAL. Profesor Titular Maestría en Psiconeuroinmunoendocrinología Universidad Favaloro. Premio Fepal 2002. Premio IPA a la Investigación en Psicoanálisis 2005 y 2009 Raquel Zonis Zukerfeld: Profesora Adjunta de Psicofisiología Universidad Maimónides. Miembro Fundador y Profesora Instituto Psicosomático de Buenos Aires. Coordinadora área psi del Instituto Argentino de Psiconeuroendocrinología Premio Fepal 2002. Premio IPA a la Investigación en Psicoanálisis 2005. André Green: Ex presidente de la Sociedad Psicoanalítica de Paris y ex vice-présidente de la IPA. En su formación y recorrido se destacan su relaciones con J. Lacan (en los 60), con Bion (en los 70) y con sus congéneres del movimiento post-lacaniano como J. Laplanche, P. Aulagnier y J-B. Pontalis con quien colabora en la Nouvelle Revue de Psychanalyse. Profesor Invitado en “Freud memorial chair” de la Universidad de Londres, Profesor Honorario de las Universidades de Buenos Aires y de Moscú. Autor de mas veinte libros, traducidos en numerosos idiomas, entre los que se destacan “Narcisismo de vida, narcisismo de muerte”(1983), “De locuras privadas”(1990) y “El trabajo de lo negativo”, “Ilusiones y desilusiones del trabajo psicoanalítico”(2010). Juan Pablo Jiménez: Profesor titular y Director del Departamento de Psiquiatría Oriente, Facultad de Medicina, Universidad de Chile. Analista en función didáctica, Asociación Psicoanalítica Chilena. Visiting professor, University College London. Miembro Comité de Integración Conceptual IPA, ex presidente de FEPAL. Thomas H. Ogden: una delle figure più in vista del campo psicoanalitico contemporaneo, è condirettore del Center for the Advanced Studies of the Psychoses, membro della facoltà del San Francisco Psychoanalytic Institute e supervisore e analista al Psychoanalytic Institute of Northern California. Analista Personal y Supervisor en el Instituto Psicoanalítico de Carolina del Norte y miembro del cuerpo docente en el Centro de Psicoanálisis de San Francisco. Haydée Faimberg: analista con función didáctica de la Société Psychanalytique de Paris (SPP) y de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Ejerce en París. Sobre la base de su concepto de ‘escucha de la escucha’ creó un método de discusión clínica utilizado en la Federación Europea de Psicoanálisis, IPA, y otros ámbitos. Desde 1993 es copresidente del coloquio clínico anual franco-británico. Recibió en 2005 el premio internacional Haskell F. Norman.

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Fernando Urribarri: Profesor Invitado del Doctorado de Psicoanálisis de la Universidad de Paris X (Francia). Coordinador del “Espacio Andre Green” de la APA. Desde 1996 trabaja con André Green: en proyectos de investigación (IPA 2000-2004) y en la preparación de sus libros “Ideas Directrices”(2002), “Ilusiones y desilusiones”(2010), “Del signo al discurso” (2011) y “Desafios de la clínica psicoanalítica”“(2012) –varios de los cuales ha prologado. Dirigió la revista Zona Erogena (1989/2001) la “International Conference: Rethinking Autonommy” en Columbia University of New York. Ha publicado en revistas y libros en USA, Inglaterra, Francia, Italia, Brasil, España, Uruguay y Chile. Es co-editor de “En torno a la obra de Andre Green”(PUF, 2004). Julieta Bareiro: Lic. en Psicología (UBA), Prof. de Psicología (UBA), Maestranda de la Maestría en Psicoanálisis (UBA), Doctoranda en Psicología (UBA). Becaria UBACyT de Maestría. Becaria UBACyT de Doctorado. Miembro de proyectos de investigación UBACYT y CONICET. Docente en “Psicología, Ética y Derechos Humanos, Cát. II” y “Escuela Inglesa, Cát. I” Facultad de Psicología –UBA. Luis Hornstein: Premio Konex de platino década 1996-2006: psicoanálisis. Publicó varios libros: Teoría de las ideologías y psicoanálisis (Kargieman); Introducción al psicoanálisis (Trieb); Cura psicoanalítica y sublimación (Nueva Visión); Cuerpo, Historia, Interpretación (comp.) (Paidós); Práctica psicoanalítica e historia (Paidós); Narcisismo (Paidós); Intersubjetividad y Clínica (Paidós); Proyecto terapéutico (comp.) (Paidós); Las depresiones (Paidós); Autoestima e identidad (Fondo de Cultura Economica). Marcelo Nelson Viñar Munichor: Doctor en Medicina, Facultad de Medicina, Universidad de la República, Uruguay. Psicoanalista, Miembro Titular y Didacta de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay, miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Master en Psicoanálisis, título otorgado pero el Instituto Universitario de Posgrado en Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Actualmente Presidente de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay (APU), y Presidente Honorario de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FLAPAG). Ricardo Bernardi: es médico psiquiatra y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Uruguaya (APU) donde ha desarrollado funciones de supervisor, docente y analista del Instituto de Psicoanálisis. Es actualmente Editor Latinoamericano del International Journal of Psychoanalysis y Vice Chair del International Research Board de la IPA. Fue Chair del Comité de Programa del 43º Congreso Internacional de Psicoanálisis (Nueva Orleans, 2004). Recibió el “2003 International Journal of Psychoanalysis Best Paper Award”, el “Sigourney Award” (1999), el “FEPAL Award” (1992) y el Premio de la Academia Nacional de Medicina de Uruguay. Fue Profesor Titular y Director del Departamento de Psicología Médica de la Facultad de Medicina y Profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República de Uruguay.

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Jorge Ahumada: Miembro titular con función didáctica de APA. Miembro de Honor de la Sociedad Británica de Psicoanálisis. Premio Mary S. Sigourney (Nueva York, 1996), Premio Konex 2006. Autor de trabajos publicados en ocho idiomas, algunos de ellos reunidos en Descubrimientos y Refutaciones. La lógica de la indagación psicoanalítica (Madrid, Biblioteca Nueva 1999), en The Logics of the Mind. A clinical view (Londres, Karnac 2001) y en Insight. Essays in Psychoanalytic Knowing (Londres, New Library of Psychoanalysis, en prensa). Didier Houzel: (Francia) Nació en 1938. Es Profesor Emérito de Psiquiatría del Nino y del Adolescente en la Universidad de Caen y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Francesa. Ha sido galardonado con el premio Frances Tustin 2002. Ha trabajado con varios psicoanalistas kleinianos, James Gammill en Paris, Donald Meltzer en Londres y Frances Tustin en Amersham. Madeleine Baranger: Francesa, especialista en Letras Clásicas egresada de la Universidad de Toulouse. Formada en el Instituto de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), Miembro Titular de la APA y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API) y miembro de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL). Entre 1954 y 1965, junto con Willy Baranger formaron la Asociación Psicoanalítica Uruguaya. Desde 1966 dicta seminarios y realiza actividades didácticas y administrativas en la APA. Es coautora, junto con Willy Baranger, de Problemas del campo psicoanalítico (Buenos Aires, Kargieman, 1999). Ha publicado numerosos artículos en revistas nacionales y extranjeras. Eduardo Agejas: Médico Psicoanalista. Especialista en Psiquiatría y en Psicología Médica. Miembro titular con función didáctica de la APA. Miembro pleno de la IPA. Secretario Científico de APA. Miembro del Board para Latinoamérica del IJP. Docente autorizado de la Facultad de Medicina de la UBA. Ex Director de la Revista de Psicoanálisis. Ex Coordinador del área de Formación Permanente de la APA Ana María Viñoly Beceiro: Médica psicoanalista. Miembro titular en función didáctica del Instituto de APA. Miembro pleno de IPA. Ex Vicepresidente y ex Directora del Departamento de Psicosomática de APA. Profesora del Instituto de Psicoanálisis de APA. Especialista en abordaje psicoanalítico de patologías psicosomáticas (Universidad CAECE). Co-autora de los libros “Gemelaridad. Narcisismo y Dobles” (Ed. Paidós) – “Psicoanálisis de Niños y Adolescentes” (Ed. Kargieman) José Fischbein: Médico, Universidad de Buenos Aires (UBA), Especialista en Psiquiatría; Master en Psicoanálisis, Universidad Nacional de La Matanza (UNLAM); Miembro Titular con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA); Especialista en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes (IPA); Socio de Honor de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG); Miembro del Consejo Académico de la Maestría en Psicoanálisis, UNLAM. Profesor Titular de Seminarios de Postgrado

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Los autores

Amada Lloret: Psicopedagoga. Licenciada en Psicología. Curso doctorado. (UMSA). Miembro Adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro de la Comisión para el Interior del país. Miembro Equipo de Clínica de Postentrevistas. Centro Racker. Miembro electo del Comité de Publicaciones de la Revista de Psicoanálisis de APA 2000-2002. Gustavo E. Dupuy: Médico psicoanalista. Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Ha sido docente en la UBA y discutido en diferentes foros nacionales e internacionales temas de ideología médica en la relación médico paciente tomando a la persona con discapacidad como “el otro paradigmático”. Paola A. Machuca: Licenciada en Psicología. Miembro Adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro Fundador y ex Secretaria General del Centro de Estudios Psicoanalíticos de Asunción (1er Centro Aliado de la Asociación Psicoanalítica Internacional). Colaboradora docente en distintos cursos universitarios (Asunción y Bs As). Premio Baranger- Mom

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

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