Resumen - Silvia Ratto (2007) Indios y cristianos. Entre la guerra y la paz en las fronteras

October 13, 2017 | Author: ReySalmon | Category: Indigenous Peoples, Buenos Aires, New Spain, Colonialism, Unrest
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Silvia Ratto (2007) INDIOS Y CRISTIANOS. ENTRE LA GUERRA Y LA PAZ EN LAS FRONTERAS El gran malón de1853 El 12 de febrero de 1852, Juan Manuel de Rosas fue derrotado en los campos de Caseros por una coalición dirigida por su antiguo colaborador Justo José de Urquiza. De esta manera terminaba un período de más de 20 años en los cuales Rosas había sido la figura central de la política rioplatense y comenzaba una etapa de gran inestabilidad en Buenos Aires. En este contexto en la madrugada del 24 de febrero de 1853 los pobladores del sur de la provincia de Buenos Aires escucharon un sonido que hacia tiempo no se escuchaba, pues los gritos ensordecedores de los indios en son de guerra habían quedado en el recuerdo. Desde que Rosas concertó las paces con un gran número de indígenas en la década de 1830, la relación con los nativos se mantenía en una relativa calma. A pocas horas de iniciado el ataque, los indios se retiraron con ganado y cautivos. Pasada la conmoción inicial, comenzaron a difundirse las primeras noticias del malón. Los pobladores coincidían en que habrían participado más de 4000 indios en el mismo. Según los vecinos, el ataque había unido a fuerzas indígenas que, hasta el momento, habían mantenido su autonomía de acción y, además, se hallaban enfrentadas entre ellas. En efecto, el malón había sido dirigido por los caciques Calfucurá, Pichuin y los “indios amigos” del cantón de Tapalqué. Pero el rumor más impactante que difundieron los pobladores era que los indios “iban dando la voz de que lo hacían mandados por Urquiza con la orden de llevarse el ganado de esa parte de la provincia”. ¿Qué había sucedido en la provincia para que se pasara de una relación armoniosa con los indígenas a un ataque de esta naturaleza que no sólo convocaba a fuerzas indígenas muy diversas, sino que parecía involucrar a importantes personajes de la política local criolla? El episodio servirá como excusa para reformular algunas ideas muy arraigadas dentro de la historia argentina. Por un lado, la supuesta agresividad intrínseca de los indígenas. Por otro lado, una imagen pasiva de los nativos que responden en sus acciones a directivas procedentes del “mundo civilizado”. La relación entre indígenas y blancos estuvo marcada por una diversidad de contactos, donde el conflicto fue sólo uno de ellos. Al lado de él se desarrollaron vínculos pacíficos derivados del intercambio comercial, el trabajo indígena en estancias de campaña y matrimonios interétnicos. Pero las relaciones diplomáticas entre los indígenas y el mundo criollo se basaban esencialmente en relaciones personales entre los caciques y sus interlocutores criollos. De manera que, cualquier cambio en los individuos sobre los que se asentaba el vínculo, incidía, a nivel más general, en la misma relación. A su vez, el mundo indígena era un conglomerado de diversos grupos nativos relacionados entre sí por lazos de alianza pero también por fuertes rivalidades.

Un recorrido por el territorio indígena La campaña militar de Roca se conoce como la “conquista del desierto”. Con esta expresión se buscaba justificar la ocupación de un espacio que se consideraba escasamente poblado y con una economía que se basaba en el pastoreo, la caza y la apropiación de recursos. Pero el territorio indígena distaba mucho de ser un desierto. Éste se componía de espacios ecológicamente muy distintos, con diferentes recursos naturales y animales. A comienzos del siglo XIX, el espacio indígena pampeano era un extenso territorio con límites imprecisos. Partiendo de las últimas poblaciones criollas de la campaña bonaerense, se extendía una amplia llanura tachonada de tanto en tanto por arroyos y lagunas que desbordaban en momentos de crecida, produciendo fértiles campos de inundación. Hacia el sudoeste el relieve comenzaba a mostrar elevaciones que terminaban en las serranías de Tandilia y Ventania. Este espacio era una zona privilegiada para el cultivo y el pastoreo de ganado. Parte de este espacio era considerado el corazón del territorio habitado por los indígenas del sur de la provincia, y estaba limitado por el río Sauce y la costa del mar hacia el sudoeste y por la Sierra de la Ventana hacia el oeste. En medio de estas ondulaciones se hallaban depresiones del terreno, algunas de ellas de gran extensión, como las Salinas Grandes al este de la actual provincia de La Pampa. Las Salinas era un reservorio de sal aprovechado por distintos grupos indígenas y también por los vecinos de Buenos Aires. Pasando esta zona, y siguiendo dirección oeste, se entraba en una región de montes al sur de las actuales provincias de San Luis y Córdoba. La región era nombrada por los indígenas como Mamul Mapu que significaba país del monte en mapudungun. En esta área predominaban los algarrobos, caldenes, chañares y espinillos. Siguiendo hacia el oeste y el sur de la zona de montes se pasaba a amplias áreas semidesérticas, denominadas por los viajeros europeos que habían podido cruzarlas como “travesías”. Esta zona se caracterizaba por su aridez, suelos pedregosos y arenales. Más allá de las travesías, la geografía cambiaba sustancialmente dando paso a los fértiles valles cordilleranos. A ambos lados de la cordillera crecían bosques de araucaria cuyo fruto, el pehuen o piñón, era un elemento esencial en la dieta de los grupos que vivían en la región. Al sur de los espacios descriptos se encontraba la meseta patagónica. Esta región mostraba dos paisajes bien diferentes y contrastantes. La llanura patagónica se componía de terrenos secos y áridos que mostraban una suave pendiente hacia el Atlántico. Pero desde los Andes descienden los ríos Negro y Colorado, que quiebran la sequedad del terreno. En ambas márgenes crecían valles muy fértiles circundados por sauces de gran altura.

Un mundo indígena diverso pero interconectado

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Este espacio tan heterogéneo estaba habitado por grupos que habían desarrollado diferentes modos de vida. Al oeste de la cordillera habitaban los mapuches. Entre las actividades que realizaban se encontraba la agricultura, lo que había llevado a que estos grupos desarrollaran un modo de vida sedentario con viviendas permanentes. El patrón de asentamiento de los pueblos de la pampa y Patagonia era muy diferente. La economía de alguno de ellos se basaba en la caza y la recolección, lo que derivaba en la necesidad de moverse por el territorio buscando recursos. Pero esta movilidad no era caprichosa sino que seguía ritmos y rutas estacionales. Otros grupos habían desarrollado una economía pastoril, que daba mayor estabilidad a sus campamentos sin llegar a convertirse en plenamente sedentarios. Los motivos de los cambios de asentamientos tenían que ver con el agotamiento de campos y aguadas, indispensables para el alimento del ganado y para la misma población Dentro de las tolderías vivían también refugiados, desertores y cautivos procedentes del mundo criollo. Las funciones que cumplían estos personajes variaban mucho. En el caso de los cautivos el papel que cumplían dependía del sexo y de la edad. Los refugiados, por otra parte, eran individuos hispano-criollos que habían buscado refugio en las tolderías escapando de la justicia. Los indígenas estimaban mucho los conocimientos particulares que tenían estos personajes otorgándoles, en ciertos casos, un lugar de gran importancia en la toldería. Los gobiernos hispano-criollos intentaron categorizar a los pueblos indígenas con quienes se relacionaban dándoles nombres que en ocasiones reproducían la forma en que los mismos indios se nombraban y en otros referían al lugar en donde habitaban. Un ejemplo del cambio en la forma de nombrar a los indígenas es el de los mapuches. A inicios de la conquista se los llamó aucas, palabra que en quechua significa rebelde. Pero el nombre más común para los mapuches fue el de araucanos, debido a la zona que habitaban, comprendida entre los ríos Bío Bío y Tolten. Ésta recibió el nombre de Araucanía por la abundancia de araucarias que se encuentran en ella. Esos nombres difícilmente hacían referencia a una identidad étnica particular. Es que la fuerte conexión entre los grupos a ambos lados de la cordillera derivó en un profundo mestizaje biológico y cultural. En este proceso tuvo un papel fundamental la llamada “araucanización de las pampas” que consistió en la difusión de elementos culturales típicos de los grupos indígenas ubicados al otro lado de la cordillera que impactaron primero en la zona cordillerana, para bajar lentamente hacia las pampas. En un segundo momento la araucanización se expresó en el asentamiento poblacional de grupos trasandinos que, en ocasiones, se unieron a poblaciones nativas.

La economía y el poder en las tolderías La abundancia de ganado permitió incrementar los contactos a ambos lados de la cordillera. En este intercambio participaron la mayor parte de los grupos indígenas asentados en el espacio por donde transitaba el ganado. Con el tiempo cada uno de ellos se especializó en determinadas actividades. La intensificación del intercambio se verificó en un tránsito más constante de partidas de comercio, que fueron estableciendo rastrilladas o caminos que conectaban las regiones más importantes. De manera que a inicios del siglo XIX, las agrupaciones indígenas pampeano-patagónicas compartían un sistema económico que tenía un fundamento muy importante en el comercio de ganado y que había derivado en una especialización regional. Pero esa participación en los circuitos de intercambio no significaba la inexistencia de conflictos entre diversos grupos. El incremento de estos contactos comerciales llevó a que los conflictos se centraran precisamente en el control de zonas estratégicas para el desarrollo del comercio en gran escala. Además, el ganado cimarrón comenzó a agotarse en el siglo XVIII y, paralelamente, aumentó la demanda de ganado por parte de los grupos indígenas ubicados al oeste de la cordillera. Este doble proceso derivó en una modificación en las formas de apropiación del mismo. Las expediciones de caza dieron paso a malones que tenían como objetivo el ganado de las estancias rurales en las fronteras del Virreinato del Río de la Plata. Para que estos malones fueran exitosos se concertaban alianzas entre distintas agrupaciones. Entre los grupos indígenas de la región pampeana los caciques carecían de un fuerte poder sobre sus indios. La elección de éstos era realizada dentro del grupo y dependía de la habilidad que los candidatos al cargo tuvieran como líderes. ¿En qué se basaba la habilidad de los líderes indígenas? Las características de los liderazgos fueron cambiando a lo largo del tiempo. En los inicios del período colonial era importante que el jefe tuviera una buena capacidad de mando para organizar a importantes cantidades de guerreros. Poco después, esa capacidad de mando se extendió a la capacidad de garantizar exitosas campañas de apropiación de ganado en las estancias rurales. Hacia fines del período colonial la tensión entre la sociedad blanca y la indígena comenzó a retroceder, dando lugar a relaciones más pacíficas. El motivo del cambio se encontraba en la nueva política aplicada por la Corona española, que buscaba disminuir el costo de la guerra en sus dominios coloniales. En estas condiciones, el gobierno colonial decidió apostar al intercambio como forma de relación, manteniendo ciertas prohibiciones y regulando las formas del mismo. Estas nuevas condiciones de la relación modificaron asimismo las cualidades para ser un cacique exitoso. Ya no era esencial su capacidad guerrera, sino, por el contrario, la habilidad diplomática para negociar las mejores condiciones de relación con los gobiernos hispano-criollos.

Un poco de historia. Indios y criollos a inicios del siglo XIX Desde fines del período colonial, la relación entre los hispano-criollos y los indígenas del sur de la provincia de Buenos Aires había entrado en una etapa de relativa paz. Las relaciones no se limitaban a la faz diplomática. El intercambio mercantil era la principal esfera de contacto entre las dos sociedades. Esos intercambios se realizaban tanto en la ciudad como en diferentes puntos de la campaña. La posibilidad del cruce constante a uno y otro territorio lleva a que se deba replantear la idea de frontera como una línea que separa de manera rígida dos mundos culturales diferentes. Para mediados de la década de 1810, el incremento del comercio internacional incentivó a los productores bonaerenses a obtener mayores excedentes pecuarios que pudieran ser vendidos en el exterior. Pero para ello era necesario también incrementar las tierras en explotación. Esta necesidad llevó a algunos pobladores a cruzar el río Salado e instalarse en campos pertenecientes a los pueblos nativos.

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La tarea no sería sencilla pero tampoco imposible, y dependía de las negociaciones personales que realizaran los nuevos ocupantes y los poseedores de la tierra. De esta manera, en el espacio fronterizo se combinaban relaciones pacíficas y de negociación, que permitían la convivencia entre algunos indígenas y criollos. Negociación y conflicto eran las dos caras de una misma realidad en estos espacios donde el control del estado aún no se había afirmado.

La revolución entre los indios Las relaciones poco conflictivas comenzaron a resquebrajarse con la caída del gobierno virreinal y la guerra revolucionaria que le siguió. Este proceso de creciente conflictividad tuvo su lugar de inicio en el Reino de Chile y revela claramente el estrecho contacto que existía entre las poblaciones a ambos lados de la cordillera. Pero la llamada Guerra a Muerte entre realistas y patriotas no se circunscribió al territorio chileno, sino que se traslado hacia las pampas. Grupos mixtos de españoles e indígenas cruzaron la cordillera para establecerse en las planicies que se abrían al este. Esta migración de población desde el oeste cayó sobre los pueblos nativos de la pampa, creándose una nueva red de alianzas y conflictos por la ocupación de espacios estratégicos y por la apropiación de recursos. La presión simultánea de desertores patriotas, refugiados realistas e indígenas transcordilleranos, llevó a que los grupos originarios de la pampa comenzaran a mirar con mayor atención hacia los nuevos gobiernos revolucionarios buscando reconstituir los lazos diplomáticos que se habían desarticulado.

Una conflictividad en ascenso Desde mediados de la década de 1810, algunas incursiones indígenas en busca de ganado comenzaron a dejarse sentir sobre los establecimientos de la campaña bonaerense. A pesar de la mayor conflictividad esos ataques no habían producido una interrupción total de las relaciones cotidianas que se desarrollaban en la campaña. Durante los años 1819 y 1820 los ataques se incrementaron y la frontera norte cobró una especial significación. Los grupos nativos más cercanos a ese sector de la provincia se vieron presionados por varios frentes, todos los cuales intentaban captar fuerzas indígenas para sus propios fines. Por un lado se hallaba el jefe “chileno” Pablo Levnopán recién arribado a las pampas, que había entablado relaciones con algunos grupos ranqueles. Por otro lado, se incrementaba la presencia de desertores y de pobladores contrarios a la política del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Finalmente, se encontraba en las pampas el oficial chileno José Miguel Carrera y su tropa de soldados patriotas.

Mirando hacia el sur Mientras eso sucedía en el norte de la campaña, la frontera sur experimentaba un curso bastante diferente. El establecimiento del libre comercio fomentó la exportación de bienes que tenían una demanda creciente en los mercados europeos. Los principales rubros de exportación eran el cuero, algunos de sus derivados como grasa, sebo, crines y carne salada o tasajo. Hacia 1820 y en función de los mercados externos, uno de los objetivos prioritarios del gobierno bonaerense fue la expansión territorial hacia el sur para incorporar tierras fértiles que permitieran incrementar la exportación de productos pecuarios. Dicha expansión debía realizarse sobre un espacio ocupado por indígenas. La política de fronteras durante la primera mitad de la década de 1820 se caracterizó por seguir una línea oscilante que combinó acciones negociadoras con algunos grupos indígenas y expresiones de fuerza a través de expediciones militares. Esta fluctuante política se explica por el escaso conocimiento que el gobierno tenía sobre la complejidad del mundo indígena al sur de la provincia, que lo llevó a encarar acciones militares en represalia por malones sobre grupos que no habían participado en los mismos. Esta contradicción entre acciones diplomáticas y expediciones militares llevadas a cabo por el gobierno bonaerense produjo un gran desconcierto y desconfianza en los grupos indígenas de la región pampeana. Entre 1820 y 1824 a cada negociación de paz siguió una campaña militar que buscaba expandir o consolidar el territorio provincial. A este descontento generalizado por el curso de las relaciones diplomáticas se agregaba el hecho de que las mismas negociaciones de paz ignoraban un elemento central en estos encuentros, que eran los obsequios que los comisionados repartían entre los principales caciques y éstos luego distribuían a sus indios. Para los indígenas los regalos representaban una retribución por la amistad y las paces que se estaban aceptando; se cambiaba alianza por bienes.

La campaña en llamas Entre los años 1823 y 1825, la conflictividad fronteriza alcanzó un nivel sin precedentes. Las incursiones indígenas siguieron un ritmo estacional, incrementándose a partir de la primavera. Durante estos años se hizo evidente la imposibilidad del ejército provincial por detener la agresividad indígena y la escasa eficacia de las entradas en territorio indígena. La misma dificultad por obtener acciones exitosas se producía cuando eran los indios los que atacaban los establecimientos rurales de la campaña. Hasta 1825 los malones fueron constantes y los intentos de las tropas provinciales por contenerlos, sumamente infructuosos.

Rosas entra en escena En enero de 1826, Brasil declara la guerra a las Provincias Unidas del Río de la Plata por la incorporación de la Banda Oriental. Comenzadas las acciones militares, se temía que tropas brasileñas desembarcaran en la costa patagónica y trataran de captar a grupos indígenas de la zona. Estos acontecimientos llevaron a que se decidiera realizar un cambio radical en la política indígena, mudando el

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enfrentamiento por negociaciones de paz. Para esa tarea se nombró a Juan Manuel de Rosas como encargado de la Negociación Pacífica de Indios. Su elección se debía a las relaciones que él mismo había establecido, como productor, con algunos grupos indígenas del sur. El éxito de las negociaciones se debió, entre otros factores, a una mejor predisposición de algunos líderes por establecer paces debido a que nuevos contingentes indígenas cruzaron la cordillera con la intención de establecerse en los campos de pastoreo del este. Los indígenas volvían a encontrar un interlocutor válido. Además de las relaciones personales que lo unían a algunos jefes, éstos veían que nuevamente se estaban escuchando sus reclamos y existían respuestas concretas para algunos de ellos. Por otro lado, el otorgamiento de plenos poderes con que lo había investido el gobierno para estas negociaciones le permitían a Rosas ir delineando una relación muy personalizada con los caciques. Sin embargo, el arribo de nuevos contingentes del otro lado de la cordillera no derivó solamente en confrontaciones con las poblaciones nativas. La necesidad de obtener recursos para subsistir devino en una nueva oleada de malones sobre las estancias bonaerenses, produciéndose un regreso a las condiciones del período 1823-1825, aunque esta vez los protagonistas de los malones fueron otros. Esta situación decidió al gobierno a interrumpir la comisión pacificadora de indios y retornar a las expediciones punitivas con el objeto de repeler estos ataques. Resuelto el problema con los indígenas rebeldes el gobierno pudo retomar el curso diplomático iniciado por Rosas y las tratativas se centraron a partir de allí en un punto decisivo: la disputa por la tierra. Una vez que se lograron las paces con una cantidad apreciable de caciques del sur de la provincia, el gobernador Manuel Dorrego dispuso un plan territorial dispuso un plan de avance territorial que contaba con el acuerdo de las poblaciones nativas. La doble presión de que eran objeto algunos caciques por parte de la expansión territorial del gobierno y de los conflictos que los enfrentaban a otros grupos indígenas, los decidió a abandonar ciertos reclamos y garantizar otros más urgentes como el auxilio económico y militar que el gobierno estaba dispuesto a brindar. La contrapartida indígena fue la pérdida de su autonomía territorial y la participación militar en campañas punitivas hacia territorio indígena.

El Negocio Pacífico de Indios En 1829 Rosas fue elegido gobernador de Buenos Aires. En su primer mandato, que se extendió de 1829 a 1832, se dedicó a estabilizar y perfeccionar la política indígena desarrollada desde 1826. Sobre la base de los acuerdos previos se creó el Negocio Pacífico de Indios, que fue cambiando de contenido y extendiendo su alcance a una diversidad de grupos indígenas. El Negocio Pacífico estaba conformado por tres círculos concéntricos cuyo eje era Rosas y donde cada círculo representaba un tipo de contacto establecido entre el gobernador y algunos grupos indígenas. El primer círculo estaba constituido por los llamados “indios amigos” y se basaba en dos elementos centrales. Por un lado, la oferta a los indígenas de un asentamiento dentro del territorio provincial. En retribución por el auxilio que recibían en raciones y en protección militar, existía una serie de actividades que los indios amigos debían cumplir: tareas de chasques, acarreo de bienes, provisión de información, entrega de cautivas, etc. El gobierno no limitó su relación a aquellos grupos que se habían instalado en la campaña. También realizó alianzas con otras agrupaciones que mantuvieron su asentamiento en el territorio indígena, los que se pueden definir como el segundo círculo de “indios aliados”. La diferencia esencial con el grupo anterior radicaba en que los indios aliados mantenían su independencia territorial y política y seguían participando de la economía pastoril y comercial que los vinculaba con las agrupaciones del espacio pampeano y transcordillerano. La relación de los indios aliados con el gobierno se centraba en un contacto diplomático donde se esperaba que los primeros reportaran cualquier novedad de importancia sobre movimientos de grupos hostiles. El gobierno buscaba que estos grupos sirvieran de freno a posibles invasiones, evitando que las incursiones indígenas en procura de ganado llegaran a las estancias fronterizas. El tercer círculo del Negocio Pacífico comprendía una red diplomática que involucraba a algunos caciques del oeste de la cordillera. Este contacto permitía al gobernador conocer al dedillo los conflictos internos y las alianzas que unían a las diversas agrupaciones que iban llegando a las pampas desde el otro lado de la cordillera. Por este medio circulaba información pero también distintos tipos de obsequios que se enviaba a los caciques en pago por su tarea de informantes. De esta manera, el Negocio Pacífico representaba una complicada y extensa red de relaciones que unía al gobierno de Buenos Aires y a una diversidad de agrupaciones indígenas.

Una paz bastante costosa Para poder hacer frente a las raciones y obsequios que sostenían las relaciones con los indígenas era necesario disponer de recursos. El Negocio Pacífico contó con una partida presupuestaria propia destinada a los gastos de raciones y obsequios que se entregaban a los indígenas. Progresivamente, se paso de montos exiguos y de un registro de gastos sumamente disperso, a la creación, en 1833, de una partida presupuestaria denominada Negocio pacífico de Indios dentro del Departamento de Gobierno, que se mantuvo hasta la caída de Rosas. Los bienes entregados a los indios eran, fundamentalmente, ganado yeguarizo y vacuno y distinto tipo de artículos de consumo. La complejidad del sistema requirió de la concentración de muchas personas para un funcionamiento eficiente. El ingreso constante de nuevos grupos y la imposibilidad del gobernador de ocuparse personalmente de cada uno de estos casos llevó a la conformación de una suerte de jerarquización de los caciques amigos, dentro de la cual unos se presentaban como los representantes del gobierno para negociar y tratar las paces con nuevos grupos amigos.

El Negocio Pacífico en movimiento

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El esquema presentado muestra en términos ideales la relación que lentamente fue construyendo Rosas para mantener la estabilidad en la frontera. Sin embargo, este esquema mostró rápidamente sus límites. Entre los años 1831-1832, un contingente de cerca de 200 indios cruzó la cordillera dirigiéndose hacia las planicies del este. El episodio generó un entramado de alianzas y conflictos tanto en el territorio indígena como en la campaña bonaerense, que puso en movimiento los tres círculos del Negocio Pacífico. Pero no todos cumplieron de manera eficiente la función que se esperaba de ellos, provocando una reformulación de algunos aspectos de la política indígena. El gobierno fue consciente en esta coyuntura de que no podían mantenerse relaciones pacíficas con grupos indígenas tan diversos que, a su vez, mantenían conflictos entre ellos. Esta estrategia, además de ser excesivamente costosa, implicaba que el gobierno se situara en un lugar muy delicado, ya que debía responder por el pedido de ayuda militar que le realizaban grupos indígenas rivales entre si. Esta coyuntura también reflejó que en la relación con los indios amigos se debían definir de manera más clara las obligaciones de cada parte. Así se planteó la necesidad de sacar a los indios de las estancias e instalarlos en el espacio fronterizo para que cumplieran la función de defender la campaña. Esta nueva estructura probó ser eficaz y los indios amigos, de manera regular, pasaron a convertirse en milicias auxiliares del ejército provincial.

La expedición al sur de 1833-1834 La contracara de la política pacífica fue la organización de una expedición militar que debía atacar a los grupos indígenas que seguían hostilizando las fronteras. Esta campaña se desarrolló entre marzo de 1833 y enero de 1834 y fue convocada y organizada de manera conjunta por las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y San Luis. La misma tenía el objetivo de consolidar el espacio que se había incorporado al territorio provincial luego de las fundaciones de 1828 y, en palabras de Rosas, “decidir qué indios son amigos y cuáles no”. Del éxito de la campaña al sur dependía, para el gobernador, la consolidación del sistema de relaciones pacíficas que ya se había iniciado sobre la base de la trilogía de caciques amigos -Catriel, Cachul y Venancio- asentados por la frontera sur; más al sur la amistad con caciques tehuelches cercanos a Carmen de Patagones incentivaría el activo comercio que siempre los había unido al fuerte; los boroganos, asentados en las Salinas Grandes, actuarían como barrera de contención ante posibles ataques de grupos transcordilleranos. Para que el modelo funcionara a la perfección, sólo faltaba organizar algunas piezas sueltas: los ranqueles y los indios que constantemente arribaban del otro lado de la cordillera.

Rosas y los caciques: una relación muy personal Desde las negociaciones iniciadas en 1826 se comenzó a hacer evidente la intención de Rosas de hacer entender a los caciques que su presencia al frente de la política indígena era la única garantía de éxito. Una vez llegado al poder y con la instalación de indios amigos en territorio provincial, esta estrategia fue mucho más evidente. Este tipo de relación había llevado a la creación de un vínculo de fidelidad personal muy fuerte. Los caciques no se consideraban amigos del gobierno de la provincia de Buenos Aires, sino amigos personales de Rosas. Su fidelidad no era hacia el gobierno bonaerense, sino hacia la personalidad de Rosas.

Ni rosistas ni urquicistas En la década de 1840, el Negocio Pacífico fue perdiendo un elemento central de su esquema: la centralización de las relaciones de los caciques en la figura de Rosas. Los jefes que formaban parte de los círculos concéntricos que giraban alrededor del gobernador comenzaron a encontrar otros interlocutores con quienes vincularse. El mismo Rosas dejó de estar en el centro de la escena y delegó gran parte de la gestión de los “asuntos de indios” en sus principales colaboradores. Además, se exigió a algunos grupos de indios amigos que prestaran servicio militar de manera permanente. Éstos ya no serían convocados únicamente cuando se produjera un ataque sobre la frontera o un conflicto civil en la provincia, sino que se mantendrían movilizados en cuarteles generales de igual manera que las fuerzas provinciales. Estos cambios en el esquema de relaciones incidieron de manera directa en las antiguas lealtades y crearon otras nuevas.

La crisis de la “paz rosista” Hacia mediados de la década de 1840, la relativa paz que se había vivido en la campaña, perturbada intermitentemente por incursiones poco numerosas en procura de ganado, llegaba a su fin. Los partidos del norte de la campaña fueron los que primero experimentaron el cambio. Los grupos ranqueles padecían una fuerte crisis de subsistencia, lo que los urgía a enviar malones a las estancias fronterizas “obligados por el hambre”. Estas incursiones contaron con la participación de las fuerzas de Manuel Baigorria, coronel unitario que había buscado refugio entre los ranqueles a inicios de la década de 1830. Para la misma época, la situación en la frontera sur también empezó a resquebrajarse. En mayo de 1849 se informaba a Rosas que Calfucurá estaba realizando contactos con grupos indígenas de la frontera mendocina y transcordilleranos para realizar un ataque sobre la frontera, en lo que sería el primer intento por formar una coalición o confederación bajo su mando. El malón no llegó a realizarse pero representó el primer intento de Calfucurá por movilizar las redes que, con ayuda de las raciones del gobierno, había comenzado a tejer desde su asentamiento en Salinas Grandes.

La lucha por el indígena

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En febrero de 1852 la batalla de Caseros puso fin al gobierno de Rosas. El vencedor, Justo José de Urquiza asumió el gobierno de todas las provincias del Río de la Plata. Sin embargo, el 11 de setiembre de 1852, una revolución porteña llevó a la separación de Buenos Aires del resto de la Confederación Argentina liderada por Urquiza. ¿Cuál fue la posición de los indios amigos en este contexto? A diferencia de las coyunturas de 1829 y 1839, donde la colaboración indígena fue de suma importancia para definir los encuentros militares, la ayuda militar en el enfrentamiento que puso fin al gobierno de Rosas fue poco representativa. Con la separación de Buenos Aires del resto de la Confederación la existencia de dos poderes políticos diferentes y enfrentados entre sí generó nuevas posibilidades de alianza para los caciques pampeanos. De manera que el período 1852-1861, cuando se produjo la reunificación del espacio rioplatense con hegemonía bonaerense, se caracterizó por ser una etapa de alianzas, contraalianzas y conflictos que reflejaban el problemático escenario político tanto de la Confederación y del estado de Buenos Aires como de las principales agrupaciones indígenas.

De la paz a la guerra Desde octubre de 1853 hasta fines del año siguiente, distintos puntos de la campaña fueron escenario de los rasgos característicos de la vida en la frontera: comitivas indígenas enviadas por sus jefes para saludar al nuevo gobierno y establecer relaciones pacíficas, hospedaje, manutención y obsequios a las mismas en los fuertes y, por otro lado, esporádicos ataques a establecimientos rurales. La estrategia de Calfucurá en esta coyuntura fue de constante acercamiento al gobierno de Buenos Aires mediante el informe sobre posibles ataques y el ofrecimiento de ayuda militar contra indios maloneros. Pero el cacique no jugaba sus cartas solamente con Buenos Aires, pues, paralelamente, mantenía conversaciones con Urquiza. La paz dudaría poco. En el quiebre de la misma fueron fundamentales los cambios que se produjeron en el elenco de personas encargadas de los asuntos de frontera. Para el año de 1854, y por motivos diferentes, se estaba creando una situación de tensión en las relaciones entre los principales caciques amigos y el gobierno porteño: expropiación de tierras, negativa a la entrega de raciones, asesinato de un cacique amigo, parecen haber sido motivos de descontento que llevaron a una momentánea coalición de fuerzas indígenas, incluyendo a los grupos dependientes de Calfucurá. Sobre este escenario se agregó un nuevo cambio en el elenco de las personas a cargo de los asuntos de guerra, poco favorable para lograr un entendimiento con los indígenas. En enero de 1855, Bartolomé Mitre fue nombrado Ministro de Guerra y, desde ese cargo, decidió poner en práctica que venía elaborando para asegurar la campaña: la reorganización del ejército de línea y la fundación de colonias agrícola-militares para contener a los indígenas. Las fuerzas provinciales iniciaron una serie de ofensivas militares que resultaron en sendas derrotas. Luego de éstas, el gobernador de la provincia, Pastor Obligado, se trasladó a la frontera para organizar una nueva ofensiva militar con la que se esperaba acabar con los ataques indígenas. La campaña emprendida en febrero de 1856 y dirigida por Hornos, se definió en el encuentro de San Jacinto y fue adversa para el ejército porteño. En vista de esos acontecimientos el gobernador Obligado decidió iniciar personalmente negociaciones de paz con Catriel y enviar chasques a Calfucurá con el mismo objetivo.

Y de la guerra a la negociación Desde Carmen de Patagones, el comandante Villar elevó al gobierno una propuesta de paz que recogía las negociaciones sostenidas con Yanquetruz. El gobierno parece haber aguzado el oído y la paciencia, ya que en abril de 1857 se firmó un tratado que recogía las principales exigencias del cacique: sueldos para él, sus caciques y soldados iguales a los que se cobraban en el ejército provincial y un vestuario completo por año. A los sueldos se agregaron raciones en vicios y yeguas para toda la agrupación. Las negociaciones de Catriel fueron iniciadas en julio de 1856 desde el fuerte de Bahía Blancay luego trasladadas a Azul. El punto fundamental que llevó a las mayores discusiones fue el referido al territorio asignado a los indígenas. ¿Qué sucedía entretanto con Calfucurá? Luego de la campaña de Hornos, y hasta marzo de 1857, no se registraron malones en la campaña sur; el cacique se hallaba en los mejores términos con el establecimiento de Bahía Blanca y mantenía una fluida correspondencia con el lenguaraz Francisco Iturra. A pesar del inicio de negociaciones que Calfucurá sostuvo con autoridades de la frontera, no se llegó a la firma de ningún tratado hasta 1866.

El balance de fuerzas se invierte En 1859 las fuerzas porteñas fueron vencidas por las de la Confederación en la batalla de Cepeda. En el encuentro, y como ya era práctica cotidiana, participaron fuerzas auxiliares indígenas. En esos años, dentro de la política criolla, antiguas alianzas habían desaparecido y otras nuevas habían surgido, llevando con ellas sus vinculaciones con el mundo indígena. El posterior triunfo porteño en Pavón definió la unión de Buenos Aires al resto de la Confederación y el inicio del proceso de consolidación política y territorial del Estado argentino. A partir de entonces, el tema indígena fue considerado desde una perspectiva totalmente diferente. El contrincante que había disputado hasta ese momento la alianza con los caciques de la pampa y que había obligado a una política semejante de captación, había desaparecido. En este nuevo escenario Calfucurá, que había estado fundamentalmente vinculado con la Confederación, no pudo impedir que, como sucedió con Coliqueo, algunos de sus caciques decidieran apartarse de su mando y trataran de ajustar paces con el gobierno prefiriendo aceptar sus exigencias antes que mantener una posición de confrontación. La nueva inclinación de los grupos dirigentes criollos se hizo evidente ya durante la gobernación de Mitre en Buenos Aires con un cambio sustancial en el curso diplomático a través de la reducción significativa del presupuesto destinado al racionamiento de indios. Al asumir la presidencia, Mitre dejó sentada la necesidad de encarar un proyecto más global y definitivo en relación con la amenaza indígena sobre los establecimientos productivos de la campaña. En el transcurso de unos pocos años se firmaron más de veinte tratados con distintos caciques. Pero en los puntos acordados se hacia evidente el cambio en la relación de fuerzas con un deterioro de la posición indígena y mayores exigencias por parte del Estado provincial y nacional. Este cambio se expresó además en acciones concretas, como la creación de diez nuevos

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distritos rurales sobre territorio indígena durante 1865 y en la promulgación, dos años después, de la ley 215, que establecía el adelantamiento de las fronteras hasta el río Negro. Esta ley no pudo aplicarse de manera inmediata por el estallido de otros frentes de conflicto que desviaron los recursos del Estado: la guerra con el Paraguay (1865-1870) y la oposición de las montoneras del interior (1873-1876). Sin embargo, mostraba claramente que el objetivo de los nuevos dirigentes era el fin del trato pacífico y la expulsión de los grupos indígenas. Entre 1878 y 1879 se llevaron a cabo una serie de campañas militares sobre el territorio indígena que culminaron con la expedición hasta el río Negro dirigida por Roca [Silvia Ratto, Indios y cristianos. Entre la guerra y la paz en las fronteras; Editorial Sudamericana; Buenos Aires; 2007]

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