Resumen Primer Parcial Anorexia Bulimia y Obesidad Donghi
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RESUMEN PARCIAL Clínica de las Anorexias, las Bulimias y la Obesidad UNIDAD 1: INTRODUCCIÓN Prologo e introducción de “Innovaciones de la práctica… II” (Vazquez-Tendlarz) Si el deseo orienta, es porque se amarra a la Ley, solo así permite al amor hacer condescender el goce. Sin embargo, aquí radica un impasse fundamental de nuestra época: ella misma es anorexígena, pues confunde los Cuidados con el Don del amor, y atiborra con los objetos plus de goce. Hoy la violencia de las pulsiones no cuenta con ese dique para amortiguar su fuerza, y apunta al organismo, “Fragmentación” en lugar de “Castración”, que no solo enferma al cuerpo, sino que lo daña y lo pone en riesgo. Descubrimos al analista en intervenciones (con familiares, con AT, con los médicos tratantes, con nutricionistas, etc.) con estrechos márgenes de maniobra, cuyo objetivo es que el sujeto pueda finalmente hacer un trayecto analítico y se abra una posibilidad subjetiva. Lo que orienta la clínica hoy puede consistir en localizar “eso” que en determinado momento para un sujeto se suelta, se cortocircuita, en relación con el Otro. Esta localización aclara retroactivamente el elemento que hacía de unión, de atadura, y permite dirigir la cura operativamente, en el sentido de una nueva juntura que reordene el lazo social estorbado por el partenaire-alimento o su “nada” y que el deseo pueda fluir. Frente a la caída de los ideales, parece que el cuerpo bastara (a partir del plus de gozar procurado por el objeto positivizado en la bulimia y obesidad, o su vacío fetichizado en la anorexia) para resolver la cuestión de la satisfacción. Pero no la del deseo que no tiene anclaje o falta que lo cause. Recurrir a dispositivos donde el “saber-hacer-allí-con” tenga su lugar a través de la vacilación calculada de la neutralidad, puede hacer las veces de anclaje, de marco, para la incidencia de la castración y su falta causante. Una vuelta en banda de Moebius entre el psicoanálisis puro y el aplicado.
Comer todo, vivir para comer, y no alcanzar la saciedad: esta es la condición de fondo del sujeto posmoderno; se trata de un estado de bulimia y obesidad generalizado. La época y el mundo en que nos toca vivir ha producido una transmutación: la transformación de la falta, una transformación que obtura y no habilita el deseo. Y sin embargo, la falta es lo que constituye al sujeto como tal. La existencia siempre es falta de algo, desasosiego, desequilibrio. Justamente es a partir de esa falta que surge una oportunidad para que cada cual haga deslizar su propio deseo, y lo vuelva productivo: saber hacer algo con él.
En la bulimia, el alimento deglutido se transforma en el vómito: único límite que pone un corte. El vomitar puede tener la implicancia de un
Conviene recordar que no se nace con un cuerpo, sino que a este se lo construye, es una formación imaginaria no un organismo biológico dado. Este se puede construir, cambiar o perder. Para la bulímica, el vómito procura transmitir una sensación de unidad, de límite. Como contrapartida corresponde la problemática relación que la anoréxica guarda con su imagen del cuerpo. La anoréxica puede estar totalmente flaca y decir que se ve gorda. Queda en evidencia hasta qué punto la relación que el sujeto guarda con la imagen de su propio cuerpo no depende de cuestiones objetivas de la “realidad”. La clínica de las bulimias y las anorexias es una clínica plural: las anorexias y las bulimias. Resulta especialmente importante destacar el carácter transestructural de estas patologías. En cada anorexia, en cada bulimia, la dificultad emerge para abordar la singularidad de cada caso. Debido a esta situación, las anorexias se constituyeron como problemáticas contemporáneas que plantean y exigen respuestas novedosas por parte del analista. Nos encontramos con situaciones donde lo real de la clínica se manifiesta como esas “nuevas formas del síntoma”. Es a partir de aquí
que el analista podría plantearse cuales son las cuestiones preliminares a todo tratamiento posible de anorexias y bulimias.
En su elaboración acerca de las neurosis actuales, Freud establece una perspectiva interesante, que se refiere justamente al fracaso de la elaboración psíquica de la excitación sexual somática. Vale decir, que existe algo de lo real del goce que no admite su traducción al significante. Podríamos entonces sostener esta noción de lo irreductible en algunos casos de bulimia y anorexia. En toda la problemática de las anorexias y las bulimias existe una gama que se despliega entre el extremo de la escena el acting out, y el de dejarse caer que caracteriza el pasaje al acto. El acento demostrativo de todo acting out, su orientación hacia el Otro, debe ser destacado, a diferencia del pasaje al acto, que más bien involucra la separación tajante y el no querer saber nada del inconciente.
El analista solo puede intervenir a partir de una demanda, que ocurre cuando el sujeto se queda y busca ayuda. Esta es la diferencia que existe entre un síntoma médico y un síntoma analítico. Debe pasarse del rechazo alimentario que se muestra y que se ve, al enigma del deseo. Pueden distinguirse un rechazo neurótico y otro psicótico en las anorexias y bulimias. En la clínica de las neurosis, lo real del goce recibe un tratamiento por la operación de la metáfora paterna: el resultado es una castración del goce que inaugura simbólicamente el lugar del sujeto. En esta primera versión neurótica, hay por detrás una relación dialéctica: si la anoréxica no come, aun cuando quede cerca de las puertas de la muerte, negarse al objeto alimentario implica una demanda invertida: detrás del “no” obstinado de la anoréxica, puede esconderse un “sí”. Quiere que el Otro la escuche. Está interrogando acerca del amor. En este sentido, el rechazo alimentario es un escudo de defensa del deseo del sujeto. Busca ser el objeto que falta al Otro, y así hacer nacer en él un deseo. Busca que el otro le dé un signo de su amor. En cambio, en la clínica de las psicosis, se trata de algo totalmente diferente. Se funda sobre el odio y no sobre el amor. Es una aniquilación de la vida (y no una defensa del deseo o un artilugio para despertar al otro del amor). En la versión psicótica de la bulimia, lo que se pone en juego es comer todo: no hay allí un límite, el sujeto no puede decir que no. Hay un empuje a la devoración infinita. Un exceso de goce que no puede ser acotado, que se expresa como una forma pura de la pulsión oral. Distinguimos así una clínica de la falta (clínica de las neurosis) y una clínica del vacío (clínica de las psicosis). Esto permitirá trazar un camino distinto en relación a un tratamiento posible orientado en la dirección de la cura.
Del Vomitorium romano al ‘vomitivo’ doble mensaje contemporáneo (Donghi) Donghi plantea el acercamiento de tres términos con los tres registros de Lacan: alimentación/comer/necesidad de subsistencia (Real), cuerpo (Imaginario) y hábito (Simbólico).
Alimentación: En los comedores romanos existía un lugar especial que se denominaba “Vomitorium”: allí el comensal vomitaba para poder seguir comiendo. Era un ritual habitual, dado que todos los circuitos relacionados con la comida y el acto de comer se concebían como un arte, y al que comía como un artista. El Vomitorium era el lugar donde los artistas se reponían para seguir realizando su arte. Los significados que cada cultura da a la alimentación, tanto como a la necesidad, son una de las claves para pensar las desviaciones o trastornos que se suscitan. El estatuto actual de la alimentación se puede concebir desde tres perspectivas: a- Alimentación por necesidad y salud: se ingiere alimento para mantener la maquinaria del cuerpo funcionando. b- Consumo por gusto/placer: comer para darse gustos. Las comidas valen por lo que cada cual pueda poner como significado sobre esa comida (dentro del espectro mediático del consumo que condiciona los gustos). Se va más allá de la simple alimentación.
c- Bulimia (comer por Compulsión-Goce): es la posición extrema, que va más allá del principio del placer; no encuentra el tope ni en la necesidad/salud, ni en los ideales culinarios de los gustos.
Cuerpo: No siempre el cuerpo fue objeto de análisis y de culto (durante la edad media, por ejemplo, era simplemente el deposito del alma; recién con el renacimiento se comenzó a estudiar y contemplar el cuerpo). Hoy nos encontramos con dos modelos de cuerpo socialmente instituidos: a- El cuerpo deportivo/sano: se relaciona con la alimentación por necesidad y salud. Se busca un buen desarrollo del cuerpo, un cuerpo útil, para usar. b- El cuerpo auto-posesión de su imagen: se trata de inferir los nutrientes necesarios para lograr tal tipo de imagen corporal (que se adecue a un ideal social, o a veces personal). Es un cuerpo para contemplar y exhibir, para abusarse de él. Alimentar el cuerpo ya dejo de ser un medio para mantener la salud, sino que el cuerpo se transformó en un fin en sí mismo. Se busca modificar la imagen del cuerpo (como por ejemplo con cirugías plásticas).
Hábito: En la edad media el banquete era un momento festivo, una ceremonia ofrecida por el anfitrión destinada a mostrar su refinamiento y lujo de las clases nobles. En el renacimiento, con la burguesía, el comer pasa a la vida privada; la familia burguesa se instituye como tal gracias a prácticas como comer en una mesa, y encontrarse allí con la familia; el comer sigue siendo un ritual social, pese a que se vuelve uno privado. En la actualidad asistimos a la disolución de los rituales familiares. Son notablemente individuales, autoeróticos, sin sanción social. Esta es la condición de existencia de los rituales bulímicos, donde la relación al alimento no involucra al Otro (no hace lazo social).
Lewkowicz hablaba del sujeto engendrado por los estados nacionales, el ciudadano, y lo que lo distinguía: su conciencia. Un hombre era hombre, humano, en la medida en que estuviera en posesión de sus facultades concientes. En la actualidad el sujeto producido por el consumo tiene otro rasgo distintivo: la imagen. Ser hombre hoy es ser reconocido como imagen por otro que a su vez lo es. Se consume para poner ante el reconocimiento del otro. La imagen hay que mantenerla; todo el tiempo está siendo amenazada de ser perdida; no se adquiere definitivamente. No ser reconocido por su imagen priva del ser, al menos por el tiempo que demora la obtención del objeto de consumo necesario para tener la imagen. Hoy en día asistimos a la puesta en juego de un Doble Mensaje del que apenas podemos intuir los alcances: -
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Por un lado se ofrecen objetos listos para consumir en forma masiva e indiscriminada. Ya no hacemos una lista antes de ir al súper, en el mercado Esto explicaría, en parte, porque la se nos ofrecen los objetos antes que los deseemos. Se anorexia-bulimia tiene más pregnancia nos satura con una “Papilla Asfixiante” de la madre en las mujeres: debido a un discurso cultura. Al mismo tiempo se exige, sobre todo a las jovencitas, un “Ideal de Delgadez Extrema”. Se busca la privación, que entra en contradicción con el anterior mensaje de Atiborramiento.
Por un lado el mensaje es “Come”, y por el otro lado “Se flaca”. La respuesta no puede ser otra que quedar paralizadas entre el incorporar, el privarse, o luego de ambas acciones: vomitar.
social sobre el sujeto, que en los últimos años incentivo la importancia del cuerpodelgado. Indica el ajuste del cuerpo al ideal de feminidad transmitido por el discurso social. Sin embargo hay una cuestión estructural y no social que explica la pregnancia de
Apuntes para una transición de la subjetividad (Rodríguez)
Ciertas posiciones subjetivas, de difícil disposición al dispositivo analítico (que supone la neurosis de transferencia), nos confrontan con la tarea de repensar las articulaciones entre “la estructura del sujeto” y “la subjetividad de la época”. Lacan decía que era mejor que renunciara quien no pudiera unir su horizonte a la subjetividad de la época. Es esencial que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra. Pero entonces, si hay que estar a la altura de la subjetividad de la época ¿debemos caer en una búsqueda constante de la adaptación (lo cual riñe con la ética del psicoanálisis)? Pero si no nos adaptamos, por desatender la época en la que estamos, caemos en una abstracción por decir que la pulsión y la estructura (la cual es efecto de la pulsión y el Otro del lenguaje) son a-históricas. El sujeto padece de la época, por ello debemos estar a la altura de la subjetividad de la época. Cada época produce un padecimiento particular: un modo particular de vivir la pulsión. Este es el Mal-estar en la cultura; existe ahistóricamente, más allá del sentido propio que en cada época impera. Cada época constituye condiciones de posibilidad particulares para la formación de una subjetividad específica: la época freudiana era la época del Nombre del padre, y la actual es la época de la crisis del Nombre del padre (si bien transitar la época hace difícil teorizarla). Una época se define “por el tipo de malestar al que intenta dar respuesta (por los goces que tramita con sus regulaciones)”, y “por los malestares que en ese mismo intento produce (por los goces nuevos que se producen en ese movimiento de regulación, y que hacen necesarias nuevas regulaciones)”. Entran en juego un cierto Real y un determinado tratamiento Simbólico del mismo: tenemos que esclarecer estas dos cuestiones en cada época, para estar a la altura de las subjetividades que estas producen.
Lo que Rodríguez quiere situar son algunos factores elementales diferenciales entre Nuestra época, y un Momento lógicamente anterior: - Posición (Época lógicamente anterior) / Movimiento (Época actual): Nuestros días están especialmente afectados por el movimiento, por un acrecentamiento en la velocidad de los acontecimientos; esto hace caducar las cosas antes de que puedan ser incluidas en nuestra red simbólica. El sujeto contemporáneo se encuentra absorto ante la multiplicación de los goces, que se suceden a una velocidad mayor que la necesaria para incluirlos en una regulación simbólica que permita al sujeto situarse, decir donde está, hacerse nombrar. Incluso la ciencia aporta oportunidades de cambio, de movimiento, antes impensadas. Un saber y un hacer científico franquean los limites puestos por la biología; la ciencia forcluye la castración, abriendo la ilusión de que todo es posible, que todo puede adquirirse en el mercado. En la época lógicamente anterior se privilegiaba la Posición por sobre el Movimiento: el ideal ordenaba los lugares y cada quien sabía su lugar en el juego.
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Nombre del Padre (Época lógicamente anterior) / nombrar-para (Época actual): en nuestros días se verifica un desfallecimiento de la función paterna. La autoridad paterna ya no es el único modo de concebir el orden social, y a su vez es puesta en cuestión en todas sus formas: desde la familia hasta el estado han perdido su referencia al padre. Durante años, el padre (como agente de la castración) ordenaba los goces en torno a la lógica fálica; el trabajo de Freud esta signado por este ordenamiento. El significante ‘padre’ tenía un estatuto mayor por aquellos días. Sobre finales del siglo XX se asiste a un resquebrajamiento de la función paterna, lo cual Lacan ya observaba en 1974. Precisamente Lacan dice que asistimos a la sustitución del Nombre del padre por la función de “nombrar-para”. Aquí la madre basta por sí sola para designar su proyecto, para indicar su camino. Ser “nombrado para algo” es lo que en esta época se prefiere por sobre el Nombre del Padre. Ese poder del “nombrar-para” restituye un orden que es de hierro, precisamente porque el Nombre del Padre esta forcluido, rechazado (que Lacan situaba en el origen de las psicosis). Por
lo tanto, ese “nombrar-para” es el signo de una degeneración catastrófica, dice Lacan. Por lo tanto, al ordenador del Nombre del padre lo sustituye el “nombrar-para”.
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Represión (Época lógicamente anterior) / Forclusión (Época actual): en la época freudiana el conflicto estaba centrado en torno al ideal y la pulsión, lo que originaba una defensa contra esta última a través de la represión. Con los movimientos emancipadores de los 60’s se buscó evadir los poderes de la represión. La contemporaneidad ha ido relajando la tensión entre la pulsión y el ideal. Se ha ido virando de un modo de satisfacción regido por el NP y la represión, a una modalidad de satisfacción regida por un imperativo de goce (gozar ilimitadamente) lo cual provoca el rechazo de la función del NP. Las catastróficas consecuencias de esto es un orden de hierro, dado por consecuencia de la forclusión de esta función paterna. La madre basta por si sola para designar su proyecto. El deseo de la madre es un deseo que parece prescindir del frágil palito que detiene la mordedura fatal del cocodrilo. El deseo de la madre siempre produce estragos; estar bajo su órbita es estar dentro de la boca de un cocodrilo. Hay un palo de piedra que está en esa boca, trabándola por si se llegara a cerrar: el falo.
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Inconciente (Época lógicamente anterior) / Rechazo del inconciente (Época actual): en la época en la que suponíamos el reinado del Nombre del Padre y la represión, deducimos la operación del inconciente, y así tenemos sujetos permeables a la operación analítica, a la apertura del inconciente, a la producción de una neurosis de transferencia. Hoy en día nos vemos confrontados con sujetos con gran dificultad para establecer un lazo transferencial: su padecimiento no los interroga en el sentido de la implicación subjetiva, sino que les da consistencia. Sufren, pero el goce comprometido no se dialectiza en la trama significante. La falta en ser (propia de la estructura del hablante) se encuentra desdibujada tras la presencia incesante de un goce mortificador. Estos pacientes se hacen representar por su síntoma: “Soy adicto”, “Soy anoréxica”.
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Deseo/Ley (Época lógicamente anterior) / Ley del mercado (Época actual): El Nombre del padre, más la represión y el inconciente, fundan el campo del Deseo. Las transacciones del goce responden a la legalidad del deseo. La ley como prohibición de un goce implica la noción misma del deseo. El objeto esta originalmente perdido; ninguna adecuación sujetoobjeto es posible. Esta circunstancia que funda la paradojal (pues el objeto nunca se lo tuvo, por lo que nunca se perdió) y nostálgica ilusión de reencontrar el objeto perdido. El objeto perdido, mítico, juntaría el “Campo de la Necesidad” con el campo “Campo del Deseo”. Se busca en el Campo del Deseo algo que pertenece a otro campo: el de la Necesidad. El Amor recrea la ilusión de suturar la hiancia entre necesidad y deseo.
Esta secuencia que describe la constitución del objeto (que va desde la Necesidad al Deseo, y se articula en la Demanda del Otro) es un correlato de la falta en
Este siglo está caracterizado por la gran producción de gadgets, que son objetos de captación de goce, que se multiplican proporcionando una gama de posibilidades masturbatorias insospechada. Estos objetos tecnológicos permiten un cierto tipo de goce autoerótico; y en tanto se trata de objetos ‘para todos’, se da una homogeneización del goce. El éxito del sistema reside en homogeneizar el goce haciendo de los objetos de consumo (que propone como objetos de deseo) objetos necesarios. Si el psicoanálisis nos muestra un recorrido de la constitución del objeto que va desde la necesidad al deseo, la cultura actual nos propone el recorrido inverso, de los objetos de deseo al estatuto de la necesidad. Esta degradación del objeto al campo de la necesidad es la
consecuencia lógica del imperio del capitalismo: el objeto como mercancía, como objeto de consumo, se regula por las “Leyes” que el mercado impone.
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Ciudadano (Época lógicamente anterior) / Consumidor (Época actual): la figura del amo hegeliano rigió los distintos modos de agrupamiento colectivo desde la antigüedad hasta una época lógicamente anterior a la nuestra. El discurso amo funciona, aunque haga síntoma, hasta que los efectos del llamado Capitalismo tardío hacen estallar sus lazos en un proceso que va desde un efecto renegador de la castración (con un imperativo de gozar del objeto tecnológico), hasta un efecto forclusivo. El Estado-nación, post revolución francesa, instituyo un tipo subjetivo: el Ciudadano (un sujeto de derecho bajo la lógica del “para todos”). En la nueva trama, regida por la ley de mercado, la lógica del “para todos” deja de funcionar: ahora se trata de para todos los que puedan consumir. Surge entonces un nuevo tipo de subjetividad instituida: el Consumidor. Ya no son los ciudadanos los que tienen derechos, sino los consumidores.
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Estado-nación (Época lógicamente anterior) / Corporación (Época actual): la categoría del ciudadano era el tipo de subjetividad del “Estado-Nación”, cuya incidencia en el colectivo social está siendo agotada, y reemplazada por otra forma de agrupamiento acorde a la ley del mercado que es “La Corporación”. Basta con pensar que el presupuesto anual de muchas corporaciones es varias veces superior al PBI de un sinnúmero de países del tercer mundo.
La cultura, que desde luego siempre es malestar, se comporta como la madre de una anoréxica atiborrándonos con la papilla asfixiante de lo que tiene. Por lo tanto la respuesta subjetiva que puede darse a alguien que da lo que tiene, que confunde los cuidados con el don de su amor, es a nivel del ser. Ya no se trata de dar lo que no se tiene a alguien que no es, sino de dar lo que se tiene a alguien que es.
¿Qué es un dispositivo? (Donghi) Cada día aparecen más hombres y mujeres que llevan el nombre del tratamiento que realizan sobre sus cuerpos, en estrecha relación con un producto que rodea nuestras vidas en forma periódica: los alimentos (anorexias, bulimias, sobrepeso, obesidad, vigorexia, etc.). Llegan, o son traídos, por ese consumo. Categoría clínica confusa y compleja la de las compulsiones, ya que agrupa diversas subjetividades bajo el rasgo uniformizante de la ingesta, a riesgo de desconocer la heterogénea singularidad. ¿Qué podemos proponerles cuando llegan a nuestros dispositivos? En principio, un diagnostico que pueda distinguir: una adolescente que experimenta con recetas purgativas de cómo mantener su cuerpo esbelto, para seducir a su partenaire (donde hay franco lazo con el Otro), de una joven que se encierra a comer y a vomitar autísticamente en su habitación que le queda grande por la muerte de su única hermana gemela. Quizás para el psicoanálisis de nuestro tiempo el ofrecimiento consiste en posibilitar que cada sujeto pueda, a lo largo de una cura, ni más ni menos que volver a decidir acerca de su goce. Poder decidir de nuevo, con otro tipo de libertad. ¿De qué otra cosa nos podemos hacer responsables si no es de nuestra posición de goce? En ese sentido, a veces los dispositivos ocupan el lugar que otrora ocupaban las entrevistas preliminares a la entrada de un análisis: entendido como trabajo de implicación subjetiva. El abordaje de nuevas problemáticas implicó la invención de nuevos dispositivos o la mutación de los preexistentes. El psicoanálisis no es un método de tratamiento, ni una teoría, sino un discurso. Un discurso no es lo que se dice; no remite unívocamente al orden del habla; un discurso es lo que hace consistir a determinado tipo de lazo social (que no pre-existe, sino que debe ser inventado).
Hacer posible un duelo (Finaret)
El duelo es un tema importante en la clínica porque es parte ineludible de la experiencia humana: nos constituimos como sujetos en un proceso de alienación-separación, que se juega en el campo del Gran Otro. El Duelo Inicial se juega en este primer proceso de separación del Otro. Luego, el modo en que elaboremos las pérdidas significativas en el devenir de la vida llevara la impronta de cuan afortunados, o no, fuimos en nuestra constitución subjetiva. Un duelo detenido deviene en intenso padecimiento, aunque no haya ligadura conciente, o sea, anoticiamiento por parte del mismo. La posibilidad de que un sujeto pueda tramitar un duelo tiene que ver con la disponibilidad de sus recursos simbólicos e imaginarios para estabilizar la estructura luego de una pérdida significativa y dolorosa. Freud siempre se interesó por el carácter doliente del duelo. En el Manuscrito G relaciona al Duelo con la Melancolía, habiendo en ambos una perdida dentro de la vida pulsional que produce dolor. En Duelo y Melancolía, define al Duelo como “una reacción frente a la perdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces (patria, libertad, ideal, etc.)”. Sigue sosteniendo los enunciados anteriores, pero agrega un enigma: si el melancólico ha sufrido una perdida en el objeto: ¿Por qué aparece en su discurso como una perdida en el Yo? En estos casos el sujeto se ha identificado con el objeto perdido, y de ahí surge la dificultad para resignar el vínculo de amor, dado que debería renunciar a una parte de sí mismo. La posibilidad de hacer frente a semejante conmoción depende de la capacidad que tiene el sujeto para hacer uso de la falta, la cual a su vez depende del lugar privilegiado (o no) que se tuvo en el Otro constitutivo.
UNIDAD 2: CONCEPTOS Y FUNDAMENTOS La última cena - Capítulo 1: Lo lleno y lo vacío (Recalcatti) Nuestra posición desde el psicoanálisis consiste en considerar a los llamados trastornos alimentarios, no como enfermedades del apetito, sino como posiciones subjetivas. Por tanto la dirección de la cura no será la normalización de la función orgánica alterada, sino la escucha de la palabra del sujeto. PASION POR EL VACIO La comida se coloca como objeto causa. En realidad la pasión por el objeto comida (sustancia real) se revela como una “Pasión por el Vacío”. Pero no el vacío del estómago (vacío anatomizado que puede ser llenado con un objeto sustancia), sino aquel vacío que está en el corazón de todo sujeto desde el origen, que se sustrae a toda representación; aquel vacío que abre en el sujeto una falta radical, incolmable, que no puede ser saturada por ningún objeto. La anorexia-bulimia es una “Pasión por el Vacío” en el sentido que apuntan a alcanzar y conservar el vacío (pese a que la elección anoréxica sea el rechazo del objeto comida, y la bulímica el impulso a su consumo ilimitado). Se busca conservar el vacío debido a que es condición para que pueda existir el sujeto, su falta y por tanto su deseo. Tanto la anoréxica como la bulímica defienden ese vacío: la anoréxica dando todo su ser en hacerse ella misma vacío puro; la bulímica lo encuentra a través del vomito (haciendo vacío en su cuerpo: vacía el cuerpo del peso de la sustancia). Se demuestra que nada del orden de la sustancia podrá llenarla verdaderamente; su vacío no es el de un recipiente, sino el estructurado por la falta en ser. CASTRACION: PERDIDA DE GOCE El principio de castración conlleva la perdida originaria de goce por la entrada del sujeto en el campo del Otro. Se genera un menos, un vacío inherente en el sujeto como efecto de esta acción simbólica del Otro. Esta es la ley de la estructura: vaciamiento del goce del cuerpo como resultado del tratamiento significante. Ese tratamiento pulsional el cuerpo, lo agujerea, inaugura la falta. Es desde el lugar del Otro desde donde se efectúa el tratamiento significante del cuerpo. La alienación significante es eso: el sujeto debe pasar por el campo del Otro, inscribiéndose simbólicamente, pero a cambio de una perdida de ser, de una perdida de goce. Este residuo de goce es el objeto a. La anorexia-bulimia muestra eficazmente la función de este objeto; estas patologías están más allá del principio del placer: comer hasta reventar, o rechazar la comida hasta morir, son posiciones del sujeto que van más allá del principio del placer (búsqueda del placer y evitación del displacer). El goce producido en la anorexia-bulimia va más allá del principio del placer; para alcanzar su goce no dudan en poner en peligro su propia vida. Antes de las exigencias de supervivencia, se presenta esa atracción irresistible causada por el objeto a. PULSION ORAL La pulsión es una desnaturalización del instinto, una deformación del instinto causada por la relación del sujeto con el Otro. Por ello podemos diferenciar, en lo que respecta a la pulsión oral, la necesidad de comer de la búsqueda de satisfacción pulsional en la boca; chupar para alcanzar un goce del tipo sexual. La pulsión no demanda la satisfacción de la necesidad, sino otra satisfacción: no simplemente la necesidad de comer, sino la satisfacción libidinosa de la oralidad como zona erógena investida de la acción pulsional. La pulsión oral da vueltas en torno a un “Vacío”: su satisfacción no está en lo lleno que puede obtener de objetos, sino en la repetición de la vuelta en torno al vacío del objeto. Por ello el objeto primordial de la satisfacción está perdido desde siempre. La pulsión implica la imposibilidad estructural de alcanzar, de repetir, ese goce mítico de la primera satisfacción (debido a la acción del lenguaje no nos relacionamos con la Cosa misma, sino con sustitutos). El objeto perdido es un Vacío, una cavidad que será ocupado por objetos contingentes. Ningún alimento podrá nunca satisfacer la pulsión oral; por ello suponemos que hay un objeto que siempre falto y que la colmaría.
El objeto de la necesidad es un objeto que sirve para rellenar un vacío anatomizado, que se ubica en lo real del cuerpo, y que puede ser llenado. Pero el hombre trastoca el objeto de la necesidad: lo adorna, agrega guarniciones, especias, etc. Transfigura el objeto de la necesidad en objeto de la pulsión. El alimento se desvía de su origen natural; así se valoriza al máximo su función de objeto pulsional, y de satisfacción de una pulsión. Hay un hambre que ningún objeto puede calmar: el hambre del seno, que no es hambre de comida. Hambre del seno como significante del primer objeto (perdido de satisfacción). ENSEÑANZA ESTRUCTURAL DE LA ANOREXIA-BULIMIA No se come solo para aplacar el hambre entonces. Se come también para gozar, para satisfacer una pulsión. La enseñanza estructural de la anorexia-bulimia es que: se come el Vacío. Comer el seno es comer el vacío, pues el seno es el objeto perdido de la primera satisfacción. El seno al cual apunta la pulsión oral no es en realidad un objeto-sustancia, es un vacío. Adornar la comida para después comerla manifiesta cuán lejos estamos de buscar el objeto-sustancia que calme el hambre. Se está valorizando la ausencia, el punto vacío de la Cosa perdida, se valoriza el objeto-perdido-seno. El objeto de la pulsión es un vacío, y como tal no se puede comer, es imposible; entonces se crea el discurso gastronómico para sublimar ese vacío que hay en el centro del objeto de la necesidad. El discurso gastronómico intenta hacer entrar en un discurso simbólico lo imposible de comer: el vacío de la Cosa. Anorexia y Bulimia no son distorsiones del apetito, sino un modo de “recuperar el Vacío de la Cosa”, un vacío imposible de comer, pues es el fantasma del seno-objeto-perdido. La anoréxica lo hace encarnando tal vacío en el propio ser. La bulímica lo hace persiguiendo el vacío allí donde la consistencia imaginaria de la sustancia-comida (llenarse de objetos comestibles) devela la inconsistencia de un lleno imposible de lograr; a través del vomito revela un vacío que no se llena con sustancia-comida.
EL SUJETO SE ORDENA ALREDEDOR DE UN VACIO: AQUEL QUE EXCAVA EL SIGNIFICANTE, NO EL DEL ESTOMAGO El significante excava un vacío en el sujeto: allí se revela la falta en ser como soporte del deseo. La anorexia y la bulimia vacían al vacío de su “valor de falta”. Retorna el vacío a la anatomía del organismo: lo concretizan en el estómago, cuando en realidad es el “vacío real” el punto en torno al cual rotan las representaciones del sujeto. Lo real del vacío indica la pérdida del objeto del primer goce (la perdida de la Cosa como efecto del significante). La anoréxica-bulímica comete un malentendido: para ella no es el vacío el que hace a la jarra (lo que sostiene Lacan: al haber un vacío entre sus paredes, eso es una jarra; al perderse goce, y generarse un vacío, eso es un sujeto), sino la jarra la que contiene al vacío (remitiéndose al objeto-sustancia que está o no-está en el recipiente de la jarra, o en el estómago). En definitiva: anatomiza el vacío. El vacío del sujeto no se mide anatómicamente (como vacío del estómago o de la boca), sino que es estructural (efecto de la acción del Otro, del significante).
NECESIDAD-DEMANDA-DESEO Según Lacan la acción del significante cancela la Cosa; esto hace surgir en el centro de lo real un Vacío, el cual funciona de fundamento del deseo del sujeto (como causa de ese deseo). El deseo existe más allá de la necesidad; no está dirigido hacia los objetos-sustancia, sino hacia un objeto perdido desde siempre. Se constituye por la acción Otro materno, que deja al objeto-perdidoseno. Solo a través de los desfiladeros de la demanda el niño puede hacer satisfacer su necesidad; eso lo lleva al niño a inevitablemente pasar por el Otro para sobrevivir (transformado el grito en llamado). La dimensión de la necesidad queda así subordinada para siempre al significante: así se crea la demanda (que no es más que la necesidad modelada por el significante).
LA MESA DEL OTRO
Por lo dicho antes, se come siempre en la mesa del Otro; solo podemos comer si estamos en el campo del Otro. Quedamos bajo su órbita para siempre: asumimos reglas de convivencia, del estar juntos, del gusto, de la tradición familiar, etc. El alimento es desviado de la huella de la naturaleza, y va alienado al campo del Otro. Las anoréxicas-bulímicas tienden a romper la regla general de la convivencia: rehúsan comer, comen solas, devorando cantidades desproporcionadas de comida, comiendo fuera de horario. Apuntan a contradecir la ley de la alienación significante: se niegan a la mesa del Otro. Rechazan alimentarse (anorexias) o comen todo sin distinción de sabores, sea crudo o cocido (bulimia).
EL DESEO ES DESEO DEL OTRO El deseo del Otro indica deseo, no de alguna cosa, sino deseo de deseo, deseo de ser lo que puede faltarle al Otro, lo que puede cavar una falta en el Otro. El deseo es un más allá de la demanda. No existe satisfacción de la demanda que pueda satisfacer el deseo; cada satisfacción de la demanda deja un resto que no puede satisfacerse. Este resto es el origen del deseo.
UN OTRO QUE DA LO QUE TIENE, NO LO QUE NO-TIENE El sujeto anoréxico tuvo otro materno que siempre respondió con rapidez a sus necesidades, otro que se ocupó de asistirlo, pero omitió ceder (junto a la comida) el propio deseo, el propio amor. El Otro lo hartó de cosas, lo redujo a una bolsa vacía que debía rellenarse, a un objeto de su propio goce. Un efecto particularizante seria, en cambio, el resultado de la respuesta del Otro a la demanda de reconocimiento que el sujeto le dirige, más allá de la satisfacción de sus necesidades. El Otro materno de la anoréxica-bulímica respondió a la demanda de amor ofreciendo cosas, alimento. Respondió desde el registro del tener: dio aquello que tenía. Pero la anoréxica quiere del Otro, no aquello que tiene, sino aquello que no-tiene: quiere el signo de su falta. En este sentido la anoréxica muestra con claridad la heterogeneidad entre la dimensión de la demanda la del deseo. La anoréxica reclama no tanto al Otro de la demanda, sino al Otro del deseo. No basta que el Otro rellene el vacío de la necesidad con el alimento. El Otro satisface las necesidades del niño sin poder introducir una diferencia esencial respecto de la simple satisfacción de la demanda.
No existe un objeto capaz de cancelar el deseo; ningún objeto puede colmar esa falta que deja el objeto perdido. La anoréxica prueba colocarse del lado del deseo: ella desea nada; quiere comer la nada dice Lacan. Quiere exhibir la diferencia ontológica entre el Ser y el Tener. Exigiendo la nada descubre la raíz última del deseo: nada, ningún objeto, podrá jamás saturar la medida del deseo.
LA ANOREXICA HISTERICA El fundamento histérico de la anorexia es que la anoréxica exhibe con rigor el sacrificio del goce en nombre del deseo. La bella carnicera de Freud, ubicándose en una posición anoréxica, pone en jaque la demanda para sostener el propio deseo: su propósito de ofrecer un banquete fracasa, y por ello algo de su deseo se manifiesta. En la histeria el sujeto está dispuesto a jugar todo su ser por el deseo, inclusive dejándolo a este insatisfecho. Mantener el deseo insatisfecho es un recurso extremo del sujeto para poder ser en el deseo, y oponerse a su posible reducción a objeto de la necesidad. Para una mujer, “ser el falo” indica el lugar que debe ocupar en la relación con un hombre para no ser reducida a un mero objeto de satisfacción, para que pueda provocar no solo el empuje pulsional, sino más aún: ser la causa del deseo. En el sueño anoréxico de la bella carnicera el rechazo del alimento alude a la maniobra histérica del sujeto: repudio de la posición de objeto del goce masculino para indicarle la posición del sujeto como objeto que causa el deseo, sustrayéndose así a la posición de objeto de la satisfacción. Cerrarse a la dialéctica de la demanda para abrir la dialéctica del deseo; negarse como objeto de la satisfacción para adquirir el valor fálico de un objeto que vale porque no se lo puede poseer del todo.
CIRCUITO DEL GOCE Y CIRCUITO DEL DESEO Como se decía, la histérica busca evitar sufrir una degradación y convertirse en objeto del goce del Otro. Se busca convocar al Otro del deseo, en lugar del Otro que asiste. Más allá del acercamiento de la posición histérica con las anorexias-bulimias, en el interior del discurso anoréxico-bulímico se advierte una desarticulación estructural entre Deseo y Goce, que no responde completamente a la lógica del discurso histérico. La posición del sujeto anoréxico-bulímico es una posición signada por una forma de paralelismo estructural entre el circuito del goce y el circuito del deseo. El circuito del goce tiene que ver con la pulsión de muerte, con el más allá del principio del placer, con la compulsión a la repetición autística que tiende a excluir al Otro. El goce no se encuentra del lado del Otro; del lado del Otro, orientado hacia este, está el deseo, no el goce. El circuito del goce es autoerótico, No implica al Otro, solo gira en torno al cuerpo propio. El vómito puede cumplir más de una función: - Por un lado es funcional a un volver a comer, a las comilonas, porque vaciando el cuerpo del goce se lo prepara para un nuevo exceso. El vómito prefigura la acción de la función paterna, en tanto instaura un umbral, escribe un límite, un borde: “Mas no se puede, mas es imposible”. Esta encarnación es una suplencia fallida del Nombre el padre, introduciendo un umbral, que termina siendo más funcional al circuito del goce compulsivo: vomitando se prepara para otra comilona; no se logra la regulación simbólica buscada. La comida deviene un objeto transicional fallido; se busca abrir un espacio potencial entre el sujeto y la madre, permitiendo su separación, pero la comida no está en condiciones de cumplir esta tarea. Se revela insuficiente como objeto separador, porque contiene demasiado del Otro materno. -
En el caso de sujetos anoréxicos-bulímicos de estructura psicótica, el vómito puede tener la función esencial de conservar la propia unidad imaginaria amenazada por la sensación de fragmentación del cuerpo (causada por la deformación real del cuerpo provocada por la asimilación de la comida: el engordar, el que la panza se hinche). El vómito erige una especie de barrera respecto a otro maligno que se presenta imaginariamente en lo persecutorio del objeto comida.
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Por otra parte, puede ejercer la función de invertir la dirección del sujeto: no vomita para continuar comiendo, sino que come para continuar vomitando. El vómito puede revelar al acto de comer en su naturaleza pulsional más pura. La bulímica de hecho no come por comer, come para gozar. No de la comida, evidentemente, sino de la Nada que termina por encontrar, gracias al vaciamiento de sustancia hecho posible por el vomito
El problema de la clínica de la anorexia-bulimia está asociado a la dificultad de articular una demanda de cura verdadera, una demanda subjetiva. La organización cerrada, autística del goce, no entra en la dialéctica del deseo. El circuito del goce se impone al movimiento del deseo. El circuito del deseo no está cerrado sobre sí mismo, como el circuito del goce, sino que se halla abierto en dirección al Otro. La naturaleza intersubjetiva del deseo viene señalada por la formula “el deseo es deseo del Otro, es deseo de ser deseado”. Si el goce está cerrado en sí mismo (una plenitud que rechaza la alteridad del Otro), el deseo es una apertura al Otro. No es una plenitud, es un Vacío: el de la falta en ser. El deseo está radicado en la falta; es el modo en que la falta se presenta en la existencia. El circuito del deseo esta ordenado en torno a un Vacío. Este Vacío abre al sujeto en dirección al Otro, lo empuja a buscar en el Otro el modo para superar su falta, para encontrar una respuesta a su falta. La anorexia-bulimia es un modo de articulación del circuito del deseo: - Es una posición subjetiva que en la Anorexia tiende a mantener el espacio del deseo frente a otro materno invasor, que confunde constantemente la diferencia entre Deseo y Necesidad (un
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Otro que trata al deseo como si fuera necesidad de una cosa, desconociendo que el deseo es deseo del Otro, no de “papilla”). En el caso de la Bulimia se señala el impasse del deseo. Prepondera el circuito del goce por sobre el circuito del deseo; la crisis bulímica indica sumisión del deseo en relación al goce. Es solamente con la evacuación posibilitada por el vómito que el sujeto reencuentra el vacío, que no se transforma en falta, pues impulsa al sujeto a un nuevo rellenado. El vacío bulímico es un vacío que no tolera el tiempo. La voracidad bulímica es la tentativa de hacer coincidir el objeto-comida y la Cosa. El objeto comida toma el lugar del objeto que causa el deseo. En la crisis bulímica se eclipsa el sujeto; existe solo el devorar, una voracidad fuera de discurso. La Cosa es convertida imaginariamente en la comida, en cuanto objeto real no simbolizable.
ANOREXIA-BULIMIA: UN UNICO DISCURSO Desde nuestra posición ambas patologías conforman un mismo discurso, por ello privilegiamos el uso de la expresión “anorexia-bulimia”, del que es posible distinguir dos declinaciones: la anoréxica (presenta el dominio del Ideal, el dominio imaginario del Yo,) y la bulímica (presenta la Pulsión, la sumisión del sujeto bajo el impulso imperativo del goce). El “Si” de la bulimia y el “No” de la anorexia son modos en los que el sujeto se enfrenta con el Otro: la anoréxica con su No introduce una separación con el Otro; la bulímica parece abandonar el sujeto a la voluntad del Otro. El sujeto es impulsado al Ideal anoréxico del cuerpo-delgado, al dominio total de la Pulsión a través de la privación. Pero este dominio se debilita, se consume en las crisis bulímicas en las que el sujeto viene sometido a la irrupción real de la pulsión; entonces el vómito es la única chance del sujeto de reinstaurar el Ideal del cuerpo-delgado. Así se ve como la anorexia y la bulimia están relación de inversión (una se vuelca en la otra: del comer nada al comer todo) y de alternancia (porque a la afirmación maniaca del Ideal anoréxico, sucede el desbarrancamiento depresivo provocado por el hundimiento bulímico). Inversión y alternancia responden a una sola lógica, la lógica anoréxica: efectuar un domino del Ideal por medio de la privación. Cuando esta lógica se rompe por la crisis bulímica, entonces es el vómito el que recupera la esencia.
EL DESEO DE LARVA Lacan hizo dos definiciones esenciales de la anorexia, dos extremos del discurso anoréxico, como deseo de larva (anorexia como parasitismo del sujeto que rehúsa la falta y se hunde en un goce mortífero; un goce radicalmente masoquistico) y como instancia de separación (anorexia como afirmación del deseo del sujeto sostenido por la apertura de la falta del Otro; extracción de la falta del Otro como producción de la propia, supervivencia el deseo): -
Lacan estigmatizó el deseo anoréxico como “Deseo de Larva”. Se remarca el enlace de dos contrarios, el deseo y la larva (ausencia de movimiento, de vitalidad, de energía, de deseo; es la pasividad frente a la tensión vital de la existencia). La anoréxica apunta a anular el deseo, a aniquilarlo, a anestesiarlo. Pone en funcionamiento el poder de la pulsión de muerte desligada de la pulsión de vida, y así la vitalidad del deseo es reemplazada por el parasitismo de la larva. Lacan indica en la anorexia una posición del sujeto caracterizada de una nostalgia incolmable por el Otro materno que roza la atracción oscura hacia el abismo de la muerte. La posición anoréxica remite a una suerte de fijación del complejo del destete (un complejo arcaico, elemental, materno, que se encuentra en la base de todo). La anoréxica se mantiene firmemente amarrada al Otro; es eso que se encuentra como dependencia, complacencia hacia el Otro, falta de autonomía. Y todavía ella elige el rechazo anoréxico para salvar su deseo de ese mas-de-presencia del Otro.
El sujeto se haya empujado regresivamente hacia una re-fusión con la totalidad perdida. Lacan dice que el sujeto anoréxico se orienta a reencontrar la imago de la madre, aunque el precio sea su abandono a la muerte. La anorexia se ubicaría en la línea de esta búsqueda nostálgica de refusión con la imago materna. Esto está en línea con la pulsión de muerte, con un apetito de muerte, con un impulso regresivo. Es una posición nostálgica, melancólica. La anorexia entonces sería una suerte de abandono del sujeto a la muerte, para sustraerse de la ineludible escisión del Otro y a su perdida irreversible. El sujeto se rehúsa a aceptar el vacío abierto por la ruptura que el destete introduce en el sujeto (Lacan piensa esto con el termino de alienación significante). Esta es la posición melancólica del sujeto: anorexia como luto por el objeto y pasión sacrificial por volver a encontrarlo. El apetito de muerte, la nostalgia por lo entero antes del destete, indica un rechazo a la alienación significante. La anoréxica tiende a rechazar la dimensión de la falta que el significante abre en el sujeto. Tiende a rechazar la perdida de la Cosa. El truco consiste en hacerse la muerta para no encontrar la letalidad del significante. El truco es no desear nada, para sostenerse como sujeto de un deseo puro, no mellado por la castración. Es la aniquilación nirvánica del deseo.
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En otro texto, Lacan pone el acento en la instancia de separación que la anoréxica se encarga de sostener por el sujeto en relación al Otro. Esta es otra orientación de Lacan con respecto a la anorexia. El Otro harta al sujeto con la papilla asfixiante, dando lo que tiene, confundiendo los cuidados con el don de su amor. El niño así alimentado así, se orienta a rehusar el alimento y organizar su rechazo como un deseo (esto es la anorexia). Se rehúsa a satisfacer la demanda de la madre, para exigir que esta madre tenga un deseo fuera de él (el camino que le falta hacia el deseo). Aquí la anorexia está situada del lado de sostén del deseo del sujeto, y no como nostalgia de la Imago materna. Anorexia no es nostalgia del Todo, es “Procedimiento de separación” de un Todo que asfixia, que harta. La anorexia es esta sustracción el sujeto a la demanda del Otro que avanza como una marea incontenible. El riesgo de no poder separarse del Otro es una Psicosis o una Perversión: convertirse en objeto del goce del Otro (Psicosis) o el falo imaginario que cose y reemplaza la castración (Perversión). Contra estos destinos subjetivos, la anorexia se configura como un intento de suplenciar la función paterna que está en déficit para orientar el deseo materno. La anorexia queda así configurada como un síntoma de un accidente en el Edipo; como también, en una psicosis, puede ser una suplencia respecto al huevo dejado por una función paterna no inscripta en el orden simbólico. La anorexia es así sostenida por una exigencia del sujeto: que la madre tenga un deseo por fuera de él, porque este es el camino que le falta hacia el deseo. Hace falta hacer aparecer deseo en el Otro, ya que hubo una confusión entre cuidado y amor por parte de este. Por ello se requiere la anorexia como modo de separación de este Otro, funcionando así como suplencia del defecto en la producción de la metáfora paterna. Sustraer al sujeto de la papilla asfixiante del Otro, significa introducir la dimensión de la falta a través de la distinción entre necesidad y deseo (el deseo no se sutura con la satisfacción de la necesidad); diciendo no a la necesidad (la huelga de hambre anoréxica), el deseo viene a ser llamado en causa. Allí la Nada adquiere como objeto su valor particular. La anoréxica no es que “no como”, sino que “come nada”. Comer nada significa imponer al Otro la diferencia entre necesidad y deseo. A la demanda de amor del sujeto (demandar una presencia que oscile, y a
veces sea ausencia) no se puede responder con la lógica del consumo. No se puede leer cada demanda en términos de necesidad, pues excluimos el campo del deseo. La Nada opera aquí como objeto separador del Otro, que cava en el Otro el enigma de su deseo.
DESEO DEBIL El deseo de la anoréxica es un deseo débil. No existe deseo sin una pérdida de goce, sin un vaciamiento del goce del cuerpo, efecto de la acción del Otro sobre el sujeto. El Otro exilia al sujeto del goce de la Cosa; toda pulsión queda así destinada a girar en torno a un vacío (el objeto de la pulsión no se puede comer, no se puede devorar la Cosa). El par alienación-separación habla de: 1) Alienación significante (entrada del sujeto en el campo del Otro); 2) Separación (modo singular con el cual un sujeto se desengancha del Otro; es allí donde debemos situar el lugar del deseo como deseo de ser eso que falta al Otro). El sujeto intenta encontrar en el Otro lo que perdió en la alienación significante. Intenta encontrar en el Otro el objeto perdido. En este sentido el objeto de la pulsión es siempre nada, siempre un vacío; el vacío que el movimiento pulsional no puede rellenar, sino solo bordear. Es el mismo vacío que el sujeto se esfuerza por hacer surgir en el Otro. En la separación, el sujeto quiere hacer surgir en el Otro aquella parte de sí mismo que ha perdido. Es el Otro la causa de esta perdida, pero también es allí donde el sujeto va a buscar esta parte perdida (esa parte de goce que la acción alienante del Otro arrancó).
En la psicosis no existe el deseo propiamente dicho, pues el sujeto está constituido como objeto del goce del Otro. Esta alienado al significante, pero sin separación, permaneciendo como envuelto en el Otro,
La anorexia evidencia que el deseo humano es “Deseo de nada”. Esta es la verdad estructural sobre el deseo que la anorexia manifiesta. En la anorexia el deseo es débil, porque aunque se vacía para sostenerlo, no logra asumirlo. Se empobrece su deseo, se derrumba.
LA MADRE COCODRILO Lacan ilustra el deseo materno como la boca abierta de un cocodrilo, dentro de la cual está el niño. Así se personifica una madre insaciable, aterrorizadora, devoradora sin ley. La anoréxica realiza una estrategia defensiva frente al Otro devorador: se hace no apetecible, hecha solamente de huesos, para no correr el riesgo de ser devorada. El niño viene a ocupar el lugar del falo de la madre, ocupando un lugar de objeto-tapón para el Otro. El niño querrá ser el sustituto suficiente del falo para satisfacer al Otro y obtener así un reconocimiento como sujeto. Se identifica al objeto imaginario de este deseo materno: el falo. En las anorexias donde En las anorexias histéricas se da una identificación total del sujeto al falo imaginario del Otro. El rechazo de la comida busca sacudir al Otro, desengancharlo de la demanda y hacerle emerger el deseo. El canibalismo materno indica la tendencia a reducir al niño a objeto “comestible”, real, del propio goce.
Para ponerle limite al canibalismo materno, se pone en funcionamiento el significante edípico del Nombre del Padre (transmitido en la palabra de la madre, en su discurso), que funciona como palo que impide que la boca del cocodrilo se cierre y trague a su cría. Esta es la condición para que el niño no resulte el objeto-tapón de la castración del Otro materno.
prevalece un rasgo perverso, el sujeto faliciza su cuerpo en forma fetichista para cubrir de este modo la falta (castración) del Otro. Se convierte en el falo
En las anorexias-bulimias se evidencia una relación ambivalente del sujeto con el Otro materno: se busca separarse, sustraerse de su canibalismo materno (no comer para no ser comido); pero por el otro lado mantiene una relación simbiótica
Solo así se crea un lugar para el sujeto, sino queda como objeto del goce de la madre. La metáfora paterna introduce la función normativa y ordenadora de la castración, de la limitación del goce, y orienta el deseo de la madre hacia la incógnita fálica (separándola del objeto-niño). Una parte del goce del sujeto se pierde
irremediablemente, en cuanto la Ley prohibitiva de la castración impone la perdida de la Cosa (objeto mítico de la primera satisfacción), donde el objeto a constituye el residuo que el sujeto buscará toda su vida (por lo que funciona como la causa de su deseo).
IDENTIFICACION ADHESIVA La dependencia absoluta del Otro materno es un rasgo fenoménico recurrente: asume muchas veces la forma de estar pegado al Otro, un hacer como la madre para ser la madre (lavar los platos como la madre, limpiar como ella, cocinar, poner la mesa, hacer las compras, etc.). Esta es una identificación holofrásica, no simbólica. Se adhiere al Otro, disolviéndose en él, como si fuera ese Otro. No existe separación del Otro, se verifica una especularización con el Otro. La simbiosis es un modo de mostrar los efectos de la falta de la falta: es un todo lleno.
METAFORA PATERNA DEBIL El valor idealizante de la identificación anoréxica nos indica algo: un defecto en la articulación de la metáfora paterna. Algo de esta metáfora se inscribió demasiado débilmente. El deseo de la madre no estuvo suficientemente barrado, limitado, contenido por la función paterna. Pero no se trata necesariamente de una Forclusión del NP, sino más bien de una “Debilidad en el ejercicio de su función ordenadora respecto del deseo de la madre”. La Metáfora paterna se escribió débilmente.
La distinción estructural entre neurosis y psicosis permite aclarar cuando la anorexia-bulimia es una suplencia a la forclusión del Nombre del Padre (intentando una estabilización del sujeto, para no quedar a merced del goce del Otro), o cuando se trata del deseo del Otro y de su enigma (con el cual es sujeto se enfrenta neuróticamente, aunque en sus
La anoréxica transforma la imagen del propio cuerpo en la barra que encarna la función paterna. Por ello es necesario mucha delicadeza del analista al desidentificar al sujeto de esa posición, pues hay riesgo de que caiga en la boca del Otro. Siempre observamos una relación del sujeto anoréxico con el padre signado por la ausencia (ya sea por el Otro materno que no introdujo su función paterna normativa, que demuele y descalifica la palabra paterna, y su autoridad; el padre queda impotente, débil, castrado). La anorexia es una invención subjetiva para separarse del Otro, lo cual debería estar a cargo del NP. Se hace de un lugar no invadido por el Otro; sentirse invadida por la propia madre, impide construirse.
Seminario 4 (CAP 11) (Lacan) La frustración no es la negación de un objeto de satisfacción. Satisfacción quiere decir satisfacción de una necesidad. La frustración de una necesidad acarrea modificaciones diversas, más o menos soportables para el organismo, pero si hay algo evidente y confirmado por la experiencia es que no engendra el mantenimiento del deseo propiamente dicho. La frustración no es pues denegar un objeto de satisfacción. No obedece a eso. Sometámonos a tomar las cosas desde el principio: en la relación primitiva del niño con su madre. En el origen, la frustración solo es concebible como la negación de un don, en la medida en que el don es “Símbolo de amor”. No quiere decir que el niño haya hecho filosofía del amor. Quiere decir que de entrada se encuentra sumergido en un baño que implica la existencia del orden simbólico. El don implica todo el ciclo del intercambio en el que se introduce el sujeto tan primitivamente como puede ustedes suponer. El don supone todo el orden del intercambio en el que ya ha entrado el niño. El don se da o no se da al llamar. Lo demuestra la imagen freudiana del niño con su Fort-Da. Si la llamada es fundamental, fundadora en el orden simbólico, es en la medida en que lo reclamado puede ser rehusado. La llamada es ya una introducción a la palabra completamente comprometida en el orden simbólico.
El don se manifiesta al llamar. La llamada se hace oír cuando el objeto no está. Cuando esta, el objeto se manifiesta esencialmente solo como signo del don, es decir, como nada a título de objeto de satisfacción. Esta ahí precisamente para ser rechazado en cuando nada. El niño aplasta lo que tiene de decepcionante el juego simbólico mediante la incautación oral del objeto real de la satisfacción, en este caso el pecho. Lo que lo adormece de esta satisfacción es precisamente su decepción, su frustración, el rechazo que puede haber experimentado. La dolorosa dialéctica del objeto, a la vez presente y siempre ausente, en la que el niño se ejercita, nos lo simboliza aquel ejercicio genialmente captado por Freud. Es el fondo de la relación del sujeto con el par presencia-ausencia.
¿Qué ocurre en el momento en que interviene la satisfacción de la necesidad y sustituye a la satisfacción simbólica? Lo que desempeña aquí el papel esencial no es el objeto, sino el hecho de que la actividad ha adquirido una función erotizada en el plano del deseo, el cual se ordena en el orden simbólico. Se trata únicamente de lo que da lugar a una satisfacción sustitutiva de la saturación simbólica. Solo esto puede explicar la verdadera función de un síntoma como la “Anorexia Mental”. Ya les dije que la Anorexia Mental no es un “No-comer”, sino un “Comer nada”. Nada es precisamente algo que existe en el plano simbólico. Se trata de que el niño “Come nada”, algo muy distinto que una negación de la actividad. Frente a lo que tiene delante (la madre de la quien depende) hace uso de esa ausencia que saborea. Gracias a esta nada, consigue que ella dependa de él.
Cuando se introduce en lo real el vuelco simbólico de la actividad sustitutiva, la madre que hasta ese momento era sujeto de la experiencia simbólica, se convierte en un ser real. Como la madre puede rehusar eternamente, lo puede literalmente todo. Como ya les dije, en ella aparecerá por primera vez la dimensión de la omnipotencia, la omnipotencia del ser real de quien depende, de forma absoluta y sin recurso posible, el don o el no-don. Les estoy diciendo que la madre es primordialmente omnipotente, que no podemos eliminarla de esta dialéctica, que es una condición esencial para entender cualquier cosa. La madre constituye un campo virtual de nadificación simbólica, que dará a todos los objetos venideros, cada uno en su momento, todo su valor simbólico.
Cuando se produce el fenómeno del estadio del espejo, cuando el sujeto capta la totalidad de su propio cuerpo en su reflexión especular, experimenta más bien un sentimiento de triunfo. El carácter jubiloso de este encuentro es indudable. Por una parte, está la experiencia del dominio en la relación del niño con su propio yo/moi. Como la forma del dominio la obtiene el sujeto bajo la forma de una totalidad alienada de sí mismo, pero estrechamente vinculada con él y dependiente de él, hay jubilo. Cuando se encuentra en presencia de esa totalidad bajo la forma del cuerpo materno, se ve obligado a constatar que ella no le obedece. Cuando entra en juego la estructura especular refleja del estadio del espejo, la omnipotencia materna solo se refleja, y entonces hay en el niño sentimiento de impotencia. Aquí puede introducirse lo que mencione hace un momento cuando les hablaba de la Anorexia Mental. El único poder a disposición del sujeto contra la omnipotencia, es decir “¡No!” en el plano de la acción. La resistencia a la omnipotencia no se elabora en el plano de la acción bajo la forma del negativismo, sino en el del objeto, que se nos ha revelado bajo el signo de la nada. Con este objeto anulado, en cuanto simbólico, el niño pone trabas a su dependencia, y precisamente alimentándose de nada. Aquí invierte su relación de dependencia: él, que depende de esa omnipotencia del Otro materno, se convierte en su amo. Así es ella quien depende por su deseo, ella quien está a su merced, a merced de las manifestaciones de su capricho, a merced de su omnipotencia, la de él, del niño. En consecuencia, nos es muy necesario sostener que el orden simbólico es el lecho necesario para que pueda entrar en juego la primera relación imaginaria sobre la cual se produce el juego de la proyección y su contrario.
El término de regresión puede tener aquí una incidencia que no es la que ordinariamente se pone de manifiesto. El termino regresión es aplicable a lo que ocurre cuando el objeto real, junto con la actividad dirigida a hacerse con él, sustituye a la exigencia simbólica. El hecho de que el niño aplaste su decepción saturándose y saciándose con el pecho, o con cualquier otro objeto, le permitirá entrar en la necesidad del mecanismo que hace que a una frustración simbólica pueda sucederle siempre la regresión. Una le abre la puerta a la otra.
Ahora se trata de construir la siguiente etapa, y para eso tenemos que dar un salto. Hay que partir de la existencia de un falo imaginario. El falo imaginario es el eje de toda una serie de hechos que exigen postularlo. Hay que estudiar ese laberinto en el que habitualmente el sujeto se pierde y puede acabar siendo devorado. El hilo para salir de ahí es que a la madre le falte el falo, que precisamente porque le falta, desea, y que solo puede estar satisfecha en la medida en que algo se lo proporciona. La falta es aquí el principal deseo, si admitimos que esta es igualmente la característica del orden simbólico. Si el hecho de tener o no el falo imaginario y simbolizado adquiere la importancia económica que tiene en el Edipo, es por razones inscriptas en el orden simbólico. Esta es la razón tanto de la importancia del complejo de castración como de la preeminencia de los famosos fantasmas de la madre fálica. Antes de conducirles hasta la articulación de la dialéctica del falo, a su culminación y su resolución en el Edipo, quiero mostrarles que también yo puedo permanecer algún tiempo en los estratos preedípicos, a condición de guiarnos por ese hilo conductor que es el papel fundamental de la relación simbólica. En su función imaginaria, en la pretendida exigencia de la madre fálica, ¿Qué papel desempeña el falo? Si leen ustedes el artículo de Freud sobre la sexualidad femenina, verán que para la niña no se trata tan solo de que le falte el falo a ella, sino de dárselo a su madre, o de darle un equivalente, como si fuera un niño. Se trata del falo y de saber cómo capta el niño, de forma más o menos consciente, que a su omnipotente madre le falta fundamentalmente algo, y la cuestión es por qué vía le dará ese objeto que le falta. No lo olvidemos, en efecto, el falo del niño no es mucho más valeroso que el de la niña. Karen Horney supo poner de relieve el carácter fundamentalmente deficiente del falo del niño, incluso la vergüenza que esto puede producirle, el profundo sentimiento de insuficiencia que puede experimentar. Hay que tener presente la importancia de este descubrimiento que el niño hace sobre sí mismo, para comprender el valor exacto de sus tentativas de seducción ante la madre. En esta ocasión se producen siempre las primeras lesiones narcisistas, que son solo los preludios, incluso los presupuestos, de determinados efectos ulteriores de la castración.
La etapa crucial se sitúa justa antes del Edipo, en la relación primera de la que partí hoy y que he fundamentado, la de la frustración primitiva, y el Edipo. Para satisfacer lo que no puede ser satisfecho, es decir el deseo de la madre (que en su funcionamiento es insaciable), el niño, por la vía que sea, toma el camino de hacerse el mismo objeto falaz. Este deseo que no puede ser saciado, es cuestión de engañarlo. Precisamente porque el niño le muestra a la madre algo que él no es, se construye toda la progresión en la que el Yo/Moi adquiere su estabilidad. Nos encontramos aquí de nuevo con la posibilidad de la regresión. Esa madre insaciable, insatisfecha, a cuyo alrededor se construye toda la ascensión del niño por el camino del narcisismo, es alguien real (ella está ahí), y como todos los seres insaciables busca qué devorar. Lo mismo que el propio niño había encontrado en otro momento para aplastar su insatisfacción simbólica, vuelve a encontrárselo tal vez frente a él como una boca abierta. El agujero abierto de la cabeza de Medusa es una figura devoradora que el niño encuentra como una salida posible en su búsqueda de la satisfacción de la madre. He aquí un peligro que nos revelan sus fantasmas: ser devorado. Lo mismo encontramos en los temores de Juanito.
UNIDAD 3: ANOREXIAS Clínica de la falta y Clínica del vacío (Recalcatti) La tesis principal de Recalcatti es sostener dos clínicas diferenciales: la Clínica de la Falta, y la Clínica del Vacío. No se pretende recalcar la diferencia que existe entre Neurosis y Psicosis. Aun así, la Clínica de la Falta es la clínica de la neurosis: una clínica del deseo inconciente, de la represión y del retorno de lo reprimido, del síntoma y de la división del sujeto. Es una clínica que encuentra su terreno en las formaciones del inconciente. Con la Clínica del Vacío se pretende definir un aspecto crucial de la clínica psicoanalítica contemporánea: los denominados “nuevos síntomas” aparecen como irreductibles ante la lógica que preside la constitución neurótica del síntoma. Asume posiciones del sujeto que son difícilmente descifrables recurriendo al binomio Neurosis-Psicosis (y en la medida en que el síntoma no responde al esquema clásico del retorno metafórico de lo reprimido). Los nuevos síntomas parecen definirse, no tanto a partir del carácter metafórico, enigmático y cifrado que adquiere el retorno de lo reprimido, sino más bien a partir de una problemática que afecta directamente a la constitución narcisista del sujeto, y de unas prácticas de goce que parecen excluir la existencia misma del inconciente (en el sentido de que ese goce no se inserta en el intercambio con el Otro sexo, sino que se configura como un goce asexuado). Es un nuevo estatuto del goce, desvinculado del fantasma inconciente y del Otro sexo, radicalmente autista y en relación con técnicas y prácticas concretas de consumo. La Clínica del Vacío trata las formas y los modos de esta desconexión entre el Sujeto y el Otro. Trata las distintas declinaciones que puede asumir el rechazo del Otro en la época de lo simbólico contemporáneo. El centro de la Clínica de la Falta está constituido por el deseo: represión del deseo y retorno de lo reprimido en las formaciones cifradas del inconciente. La Clínica de la Falta es una clínica que encuentra su eje en el sujeto dividido como efecto de la incidencia del deseo. La Falta es un “Vacío nombrado”, un vacío al que se ha dotado de significante y símbolos, y por tanto en conexión con el Otro. Aun cuando nos enfrentamos a la elección del sacrificio y la privación (como en el caso de ciertas formas graves de anorexia), el sacrificio y la privación pueden aparecer como modalidades de goce que llegan a sexualizar la renuncia y la propia adhesión a la locura de una Ley moral despiadada, manteniéndonos en el campo de la Clínica de la falta. La privación anoréxica puede elegir el vacío como meta pulsional, pero este goce del vacío no anula en absoluto el sujeto del deseo. La falta no se puede llenar con ningún objeto, más bien la falta que toma la forma del deseo inviste al Otro, es falta como apertura al Otro. En efecto, lo que da vida al vacío es el deseo: es el deseo el que transforma el vacío en una falta. En los nuevos síntomas asistimos a la desarticulación del vínculo dialectico Vacío-Falta-Deseo. El Vacío no aparece ya en relación el Otro, a través del movimiento de apertura del deseo como expresión de la falta, sino que se presenta como disociado del deseo, y por tanto como innombrable. No es tampoco el Vacío del que la anoréxica goza en la privación. En este sentido, la clínica de los nuevos síntomas es radicalmente una Clínica del Vacío: su referencia central no es “el síntoma como formación de compromiso” entre el deseo inconciente y las exigencias del Otro social, sino “la angustia”. No es el síntoma como satisfacción del deseo inconciente, como mensaje cifrado y lugar inconciente del goce, sino la experiencia de un Vacío que aparece disociado de la Falta, de un Vacío que ya no es manifestación de la “falta en ser”, sino expresión de una dispersión del sujeto, de una inconsistencia radical del mismo. La expresión “Antiamor” es utilizada por Miller para definir la posición del toxicómano en relación con el Otro: el objeto perdido no cae en el lugar del Otro, y por lo tanto no mueve al sujeto a su búsqueda a través del Otro, a través de la demanda de amor dirigida hacia el Otro. El objeto perdido no se transfiere al campo del Otro, sino que se estaca de forma narcisista en el cuerpo del sujeto. El goce no sigue el camino del síntoma, sino el más directo de las prácticas y técnicas pulsionales que parecen excluir cualquier referencia a una satisfacción inconciente.
La Clínica del Vacío es una clínica el “Antiamor”: una clínica de la ausencia de transferencia en sentido radical. Si la transferencia es el indicativo de una atribución al Otro de lo que le falta al sujeto (la transferencia analítica encuentra su fundamento solo en la transferencia del objeto a, del objeto perdido, en el campo del Otro), en las nuevas formas del síntoma se asiste a un colapso de la transferencia, a la existencia de un circuito cerrado de la pulsión que suprime la dimensión del encuentro con el Otro sexo: el objeto de transferencia se convierte en un objeto de goce separado del Otro.
Las dos nadas de la anorexia (Recalcatti) La elección anoréxica es “La elección de la nada”, es la elección de comer nada. La anorexia es una verdadera pasión por la nada. Quiero nada, como nada, deseo nada, debo no sentir nada. Se trata de enunciados típicos del sujeto anoréxico en los que la “nada” se repite como un apremio constante. La anorexia se configura como un culto, un elogio, un fanatismo de la nada. En nuestra práctica mantenemos como central y decisivo del diagnóstico diferencial de la anorexia como criterio guía del tratamiento. La identificación del fenómeno anoréxico-bulímico es fácil de por sí. La anoréxica se evidencia como anoréxica; no hay enigma alguno. La evidencia de una causa eficiente, con toda la fuerza y la evidencia de una Causa primera. Tienden a nombrar la anorexia como una cosa, como la cosa que causa el mal que aflige al sujeto. No podemos conformarnos con la evidencia del fenómeno. Debemos, más bien, extraer del monocromatismo de los fenómenos típicos, el perfil cromático específico, particular, de la estructura subjetiva (cada anorexia en particular). Existen anorexias neuróticas, psicóticas y perversas. Una clínica estructural de la anorexia debe poder huir de la sirena de una “nueva estructura” y, en consecuencia, evitar confundir los rasgos típicos de una posición especifica del sujeto (como es la anorexia) con la atribución a los mismos del valor de índices estructurales. Se trata más bien de identificar el rasgo diferencial de la anorexia. El rasgo que nos permita captar su función de compensación, suplencia o incluso expresión del delirio subjetivo (como ocurre en ciertas psicosis), o bien su función de defensa del deseo que marca en general su declinación neurótica. Es pues, bajo el signo de una clínica diferencial de la anorexia como Recalcatti trata de distinguir Dos estatutos de la Nada, o lo que es lo mismo, de esbozar una Clínica diferencial de la Nada: 1- La primera nada: es la nada que manifiesta la esencia de la anorexia como maniobra de separación. Comer nada es, en efecto, un modo de cerrarle el paso al Otro, de reducir la omnipotencia del Otro a impotencia. Si en la infancia el sujeto se encuentra en un estado de impotencia fundamental frente a la omnipotencia del Otro (es el estatuto de objeto que el niño asume necesariamente respecto al Otro), con la adolescencia, a través del eje del rechazo, del “¡No!” al Otro, de la nada como objeto separador, el sujeto anoréxico arroja al Otro a una impotencia angustiada, y conquista una posición de supremacía imaginaria respecto de aquel. Es esta la estructura dialéctica de la anorexia que Lacan enfoca de forma sintética en el Seminario 4. La misma se expresa como un trastocamiento de las relaciones de fuerza entre el Sujeto y el Otro. A través de la Nada, a través del “comer nada”, la anoréxica abre un agujero en el Otro, puede entregar al Otro a la castración. La Nada aparece aquí entre el Sujeto y el Otro como ese objeto que el sujeto utiliza La satisfacción de la para zafarse de la demanda asfixiante del Otro. demanda jamás podrá llevar a cabo la realización del deseo. La anorexia ilustra de modo paradigmático esta irreductibilidad estructural
Es la Nada como escudo y como soporte del deseo. Es la Nada como aquello que preserva la diferencia estructural entre el deseo y la dimensión de la necesidad. El No de la anoréxica, el comer nada, se propone disociar la dimensión del deseo de aquella de la necesidad. Es una nada que funciona como defensa subjetiva del deseo.
La primera nada de la anorexia salvaguarda el deseo del sujeto operando su pseudo separación del Otro. Pseudo separación porque la separación anoréxica se consuma como pura actividad de negación como una oposición unilateral al Otro. En la anorexia la separación del Otro se configura como un modo para negar la dependencia estructural (simbólica) del sujeto con respecto al Otro. Es una separación que tiende a desligarse de la alienación significante. Es una pasión absoluta por la libertad en contra del vínculo impuesto por el significante.
La primer nada es pues una nada que debemos enlazar con la separación. El rechazo anoréxico es el acto que hace que surja la nada como objeto separador. Por eso Lacan puede escribir que en la anorexia el rechazo se orquesta como un deseo. Este tipo de rechazo no deja de ser un rechazo dialectico. No es pura exclusión del Otro, sino un rechazo que equivale a una llamada al Otro. Es la forma negativizada que puede asumir la demanda de amor una vez que ha chocado contra la ausencia de signo de amor en el Otro, contra un Otro que no ha hecho don de su propia falta. El rechazo defiende el deseo del riesgo de ser absorbido por la demanda. De aquí la afinidad de la anorexia con la histeria (como en el sueño de la bella carnicera: nada satisface más como el propio deseo de la insatisfacción perpetua). Esta primera nada puede dar paso, a lo largo de la cura, al amor edípico reprimido. Por ello a menudo podemos descubrir fácilmente en la historia del sujeto una decepción edípica (una frustración paterna de la demanda de amor), a partir de la cual el sujeto puede hacer de su cuerpo un instrumento de chantaje para con el Otro del amor. Es decir, puede convertirse en instrumento para chantajear al Otro: para empujar al Otro a dar, no ‘lo que tiene’, sino ‘lo que no tiene’, a hacer signo de su falta, a donar un signo de amor. Por estas razones, la primera nada está en relación con el deseo del Otro, es decir, con la exigencia de un signo de amor. En efecto la negación del alimento tiene lugar con la finalidad de hacer surgir ese signo de amor. El drama de la anorexia es que el signo y el objeto aparecen como escindidos: para hacer existir el signo de amor, aquella debe cerrar el paso al objeto, debe poder rechazar el objeto porque el Otro de la anoréxica no ha sabido efectuar la dimensión del don del objeto como aquello que hace signo de amor, sino que ha utilizado la oferta del objeto (de los cuidados). Para hacer que exista el signo de amor, la anoréxica debe poder negar, rechazar, el objeto. En la bulimia se verifica exactamente lo contrario: es a través del consumo infinito del objeto como la bulímica trata de compensar la frustración de la demanda de amor (la ausencia del signo de la falta del Otro). Pero ni todo el pan del mundo podrá constituirse jamás en signo de amor. 2- La segunda nada: caracteriza la dimensión psicótica de la anorexia, y de los casos denominados “graves”. Una nada que, al contrario que la primera, no está en relación con el Deseo del Otro, sino con el Goce del Otro. Mientras la primera nada funciona como “objeto separador”, esta segunda nada tiene un “carácter holofrásico/congelado”. Esta segunda nada no está en conexión con el Otro, sino que expresa un rechazo radical del Otro. No es tanto un escudo para el deseo, sino una decadencia de este, una degradación. En primer plano no está el deseo de nada, sino la reducción del deseo a nada. Modalidad autotrófica, asexuada, sin relación con el falo y la castración. Es la nada como aquello que permite ser, no como protección de la falta (como defensa del deseo), sino como pura aniquilación de sí. Esta segunda nada no define tanto una oposición del sujeto al Otro, un rechazo de la demanda del Otro para defender el deseo, sino un eclipse total de la demanda, una separación del sujeto de la demanda como tal. Lacan había intuido esta dimensión nirvánica de la nada, cuando se refiere a un “apetito de muerte” y a un “deseo de larva” que caracterizarían ciertas formas extremas de “Suicidio diferido” como son la anorexia y la toxicodependencia. Esta segunda nada no afecta al Otro sino al cuerpo del sujeto, en el sentido de que es el cuerpo del sujeto el que se nadifica. Esta segunda nada no indica ya una llamada al deseo, sino una “carrera hacia la muerte”, un empuje del cuerpo hacia su propia desaparición. No se trata del rechazo del cuerpo, de la anestesia del cuerpo sexual, de su desexualización, como en la anorexia histérica. La nadificación del cuerpo (que distingue los casos graves de la
anorexia) no puede reabsorberse en la lógica histérica del sacrificio extremo del cuerpo para obtener del Otro el signo de su falta. El denominado Principio de Nirvana, en la teorización de Freud, indica la tendencia del aparato psíquico a reducir a cero el nivel de tensión interna. Esta tendencia es moderada por el principio del placer, que se estructura sobre la imposibilidad de un restablecimiento integral del cero. En el fondo, es la esencia de la vida misma la que impide la reducción integral a cero. El principio del placer sanciona así la posibilidad de una homeostasis no destructiva: el aparato psíquico tiende a reducir al mínimo el nivel de excitación interna, persigue el placer y evita el displacer. Las neurosis se establecen en el conflicto entre el principio del placer y el principio de realidad; entre dos programas inconciliables: el de la pulsión y el de la Civilización. El principio de Nirvana no encaja con esta conflictividad. El principio de Nirvana no es un principio de división del sujeto, sino más bien un principio de identidad. En la clínica de los casos de anorexia graves, la anorexia no expresa la división del sujeto, ni se alinea de parte de la separación, sino que se configura más bien como una solidificación del sujeto. El principio de Nirvana es corregido por el principio del placer. La tendencia a la muerte, al cero, es modificada por la libido. El principio del placer es ya un tratamiento del principio de Nirvana; la pulsión de muerte resulta ahora unida con la de vida. La anorexia puede constituir un ejemplo clínico de la des-unión entre pulsión de muerte y pulsión de vida: ya no es el principio del placer el que modifica al principio de Nirvana, sino que este último se impone como tal, como expresión pura de la pulsión de muerte. Su ideal es el de una identificación total a lo neutro, a la insipidez. Para ellas lo mismo que entra debe poder salir del cuerpo, las entradas iguales que las salidas. Se destaca en primer plano la economía del goce que tiende al cero, una economía cerrada en sí misma, larval, dominada por un apetito de muerte sin freno. La mortificación no es simbólica, sino que apunta directamente a lo real. El cuerpo no es desertificado del goce por la acción del significante, sino que se convierte él mismo en un desierto que elimina el sabor de la vida: desvitalización no simbólica, sino real. Esta nirvanización es el modo de funcionamiento de las anorexias graves, a menudo estructuralmente psicóticas, que puede garantizarle al sujeto una estabilización imaginaria.
La última cena - Capítulo 2: “Vía estética” y “Vía moral” en la anorexia-bulimia (Recalcatti) La elección anoréxica oscila entre dos vías: - La Vía Estética: La afirmación exaltada de la imagen del propio cuerpo-delgado. Encuentra su fundamento en la fascinación narcisística que captura al sujeto en el espejo. - La Vía Moral: El rigor terrible que ésta impone al sujeto en la forma de una renuncia progresiva a la vida. Encuentra su fundamento en la figura tiránica y feroz del súper-yo como agente inconsciente del imperativo moral. EL CONTROL ANOREXICO-BULIMICO El principio fundamental de la clínica diferencia de la Anorexia-bulimia es: como respuesta al Otro de la demanda (anorexia-bulimia de base neurótica), o al Otro como pura voluntad de goce (anorexia-bulimia de base psicótica), la dimensión del Control inspira la existencia anoréxico-bulímica, dando origen a rituales obsesivos en relación a la comida. Por ejemplo: lavar y lavar los platos para impedir que las calorías queden pegadas. El ejercicio del control nos muestra la función de defensa del deseo del Otro, y también la función de defensa del deseo del Otro y aquella de autopuniciones por haber transgredido su ley. Son funciones asociadas a la estrategia moral del súper-yo, que se presenta como el centro del discurso anoréxico-
bulímico. Esta característica del discurso anoréxico-bulímico tiene su origen en el desacuerdo entre la Ley y el deseo. En el sujeto anoréxico-bulímico la Ley queda anclada al imperativo del Otro que es la única ley que se inscribió. Es por eso que se encuentran frecuentemente una madre intrusiva, seductora e irresponsable, carente de afectividad, y absolutamente pérdida en el propio narcisismo; o un padre en el que no se puede confiar, débil y temeroso, incapaz de sostener el significante de la Ley. Este despliegue del sistema familiar indica la dificultad del sujeto anoréxico-bulímico para contener la impetuosidad del Otro, ya que hay un defecto en la función paterna (que está llamada a limitar simbólicamente esta impetuosidad, a ejercer su función de separación subjetiva para evitar la anulación del sujeto; la anoréxica-bulímica busca defenderse de eso, abriendo un principio de separación del Otro que la función paterna no inscribió en letras claras, que solo esbozó). LA ESTETICA ANOREXICA El cuerpo anoréxico es vaciado de Pulsión, y rellenado del Ideal. Es un cuerpo sutil, etéreo; su faz sexual fue reemplazada por una geometría que aplasta todos los relieves y salientes. Pero aun así el cuerpo pulsional resiste: su fuerza pulsionante es constante; no se puede huir de la pulsión. La existencia misma del cuerpo pulsional es la continua refutación de su tesis: para la estética anoréxica el cuerpo debe ser sublimado en una Imagen Ideal (la chatura responde a este principio). El cuerpo, a pesar de todo, se muestra heterogéneo al Ideal. Su delirio por el cuerpo se quiebra por ese eterno exceso de carne que recuerda que la batalla continua.
La anoréxica revela algo esencial de la estructura de la pulsión: la raíz ultima el objeto pulsional es propiamente la Nada, porque la pulsión no se extingue en el objeto (en cuanto no existe un objeto capaz de saturar el hiato). El objeto de la pulsión es básicamente un Vacío, una Nada. Aquella Nada que, según Lacan, la anoréxica come; de esa manera eleva esa Nada a la dignidad de la Cosa. Las anoréxicas comen Nada, pero una Nada consistente: tiene el espesor de la consistencia
La anoréxica sigue un Ideal: el de una “Delgadez del cuerpo” que pueda alcanzar a borrar los relieves, a achatar las formas. Esta es la Vía Estética de la anoréxica. EL cuerpo-delgado de la anoréxica evoca la imagen de un cuerpo inmaculado, asexuado, extraño a la diferencia sexual. La virginidad anoréxica es el rechazo de la comida. Esto puede ser, en la lógica histérica, un modo extremo para no ser tomadas como objetos, sino como sujetos; la histérica rechaza esta degradación del sujeto a la posición de objeto. La sexualidad es traumatizante por ser gozado por el Otro, ser reducido por el Otro a un objeto de goce. Es por todo esto que la anorexia-bulimia suele darse en estructuras histéricas (es una patología afín a este discurso). ¿UNA ENFERMEDAD DEL AMOR? Amar significa “donar” al Otro nuestra falta: dar al Otro lo que no se tiene. Amar no es dar algo (como la comida), algo que se tiene, sino lo que nos falta: dar al Otro el signo de nuestra falta. En la anorexia-bulimia ha faltado el Amor como la disposición del Otro a ofrecer la propia falta. Ese Otro ha sido “pleno”, no marcado por la falta, que responde a las demandas del sujeto pero que no da el signo de su falta. No ha ofrecido su falta y por lo tanto no ha creado ese lugar particular para el sujeto: valer hacerle falta. A través del rechazo (de todo lo que viene del Otro en el orden del ‘Tener’), la anorexia es una maniobra de crear esta posición particular respecto del Otro. Se rechaza todo lo que el Otro tiene, para alcanzar eso que el Otro no tiene.
El amor es una demanda de signos, signos de la falta. El amor es demanda del signo de la falta: el Otro debe mostrar al sujeto cuánto vale para él, cuanto le hace
algo para el Otro, de Regalos, mucha comida, objetos materiales: toda la abundancia posible del tener no hace al amor.
La anoréxica está dispuesta a morir para lograr este amor del Otro, para Esto explica el origen de la cavarle una falta. Se busca provocar el amor del Otro con el riesgo de la anorexia como enfermedad muerte propia. Se busca dejar al Otro habitado por una falta. Lacan ya decía que la bulimia es una “compensación a la frustración de amor” (si no se ofrecen señales de amor, y solo cuidado de las necesidades, hay frustración de amor). La incorporación en exceso del objeto de la necesidad (el objeto-comida) vendría a intentar reemplazar la ausencia del don del amor.
La anoréxica elige hacerse invisible para volverse visible: hacerse ausente para el Otro para conmover su indiferencia y mostrar su amor. Pretenden, en particular del padre, ser vistas solo a causa de su “trastorno alimentario”; esto es lo último que garantiza al sujeto la única visibilidad posible frente al Otro. Al faltar el sentido del límite, del umbral, de la Ley, ante el goce (lo que es tarea de la función paterna inscribir) se intenta invocar la mirada del Otro que no ve, para que vea.
LA ESCENA PRIMARIA DE LA ANOREXIA El ‘cuerpo’ en psicoanálisis debe ser leído desde dos coordenadas: la Identificación y la Pulsión. La coordenada de la Identificación se refiere al campo narcisístico, y es esencial para la definición de la “Imagen del cuerpo”. Esta implica la percepción de la unidad corporal y el investimento libidinal-narcisístico de esta unidad. Lacan habla del efecto jubiloso del niño al encontrarse con esta imagen completa. Igualmente es evidente que esta completud de la imagen narcisística del cuerpo es ilusoria: esa completud están limitadas al nivel de la imagen.
El significante crea un vacío, una pérdida de goce. Produce la muerte de la Cosa. Se abre un vacío en lo Real, agujereando el cuerpo: se abre pulsionalmente siguiendo los bordes de las zonas erógenas descriptas por
y sensación de dominio
La tesis de Recalcatti con respecto a la posición del sujeto anoréxico-bulímico es que: se verifica una amplificación del “valor libidinal” de la imagen del cuerpo, y también del “efecto de dominio” que su constitución provoca en el sujeto. Esta ampliación es como si se volviera necesaria para el sujeto a causa de una dificulta relativa a la constitución de la imagen narcisística del cuerpo. La mirada del Otro, que debe acompañar el reconocimiento de parte del niño de la propia imagen especular, fue una mirada crítica, y no una mirada simbólica de sostén. No es casual que las madres de varias anoréxico-bulímicas parezcan tener una cuenta pendiente con la propia imagen. Son madres que viven la propia imagen como narcisísticamente defectuosa, y que asignan a la hija la tarea de completar con la imagen de su cuerpo ese defecto que les atañe. El Otro materno introduce así (en el corazón de la constitución el Yo) una rotura de la imagen, respondiendo a la imagen del niño, no con una sonrisa acogedora, sino con el rechazo. La mirada del Otro se burla, ofende, muestra un daño en la imagen.
La Escena Primaria de la Anoréxica se ubica en el espejo: concierne al momento inaugural de la constitución de una gestalt unitaria del sujeto. Algo de esta constitución estuvo perturbado. El Otro no se ofrece como especularidad simbólica buena, positiva, capaz de producir un reconocimiento; en cambio, destila una Mueca. Para reparar la Mueca del Otro es que la anoréxica elige amplificar el valor narcisístico de la imagen del cuerpo. La imagen distorsionada del propio cuerpo tiene su origen en la fijación de la Mueca del Otro. Entonces la anoréxica reproduce su escena primaria cada vez que se ve al espejo: hace una mueca que distorsiona la imagen del propio cuerpo.
En el espejo, el sujeto no encontró la sonrisa, la mirada, el sostén del Otro; en el espejo solo encontró la mueca del otro. Un juicio superyoico de descalificación del ser, de rechazo, de desplante. Es la misma mueca que el sujeto repite ante la imposibilidad de hacer coincidir su cuerpo real con la imagen ideal. La mirada del Otro, reducida a mueca, indica que el espejo en la anorexia no ha garantizado su función simbólica (la de permitir el reconocimiento del propio ser a través del Otro). Es por ello que se deberá buscar en el tratamiento una rectificación de esa mirada del Otro,
Ejercer el dominio de la imagen, a través de la voluntad de recuperar la exaltación narcisística del Yo Ideal, deviene el único modo para la anoréxica de sanar aquella antigua afrenta, para tratar de reducir la mueca del Otro.
ESTADIO DEL ESPEJO El sujeto entra al mundo en una encrucijada estructural, que le impone una especie de costura a través del Estadio del espejo. El cuerpo fragmentado, despedazado, disgregado, desprovisto de coordinación
motriz, a merced del Otro, encuentra su unidad ideal completa gracias al aporte de la imagen especular.
Hacer de la imagen del propio cuerpo un lugar investido libidinalmente nos deja frente a un Yo Ideal, que en la anoréxica se construye de manera
Algo de lo fragmentado en lo Real se recompone a nivel de lo Imaginario, de la imagen, a nivel del Ideal, a nivel narcisístico. Se repara la discordancia Real con una unificación y un dominio Imaginario. En la anorexia-bulimia esto se torna radical, en el sentido de “acentuación del efecto de ‘dominio imaginario’ que tal pasaje de fragmentación a unidad comporta para el sujeto.
La anoréxica-bulímica se cuida de la propia castración a través del cuidado de la imago. Mediante el dominio que ofrece la imagen ideal se vela por el cuidado de la división del sujeto, la anti-castración por excelencia. Esta es la Vía Estética de la anorexia: amplificar el valor libidinal del cuerpo para sustraerse al precio impuesto por la castración. Se Podemos equiparar el momento de la alienación a responde de esta manera frente al Otro sobre el que la infancia y el ser el objeto que le falta a la madre, se constituyó. Se intenta que el objeto no este y el momento de la separación con la adolescencia. perdido. En esta, el sujeto debe construirse el propio La anorexia es un modo de evitar el sacrificio fantasma y acceder a un propio goce particular; se simbólico de la castración (el poder del significante), separa de la identificación al significante de la mediante el poder de la imagen, mediante una demanda paterna. identificación idealizante. Existe un goce que atañe a la imagen (para Freud el Yo era un reservorio En la adolescencia suele comenzar la operación anoréxica como operación que se origina en la permanente de libido, de goce) indica la obstinación crisis adolescente para hacer frente a lo real de la del goce narcisístico. La percepción distorsionada y delirante del propio cuerpo encuentre quizás su fundamento en este goce de la imagen. La búsqueda anoréxica es la coincidencia imaginaria con el Yo-Ideal, que se ubica como el fundamento de la voluntad de adelgazamiento. Esta búsqueda está destinada al fracaso: aunque este reducida a un esqueleto viviente, siempre existe algún exceso de carne. La anoréxica no quiere otra cosa que querer coincidir con lo imposible. La imagen estética Ideal del cuerpo-delgado se transforma en el patrón del cual la anoréxica se convierte en sirviente. Lo que causa la fijación a la imagen (el Ideal fijado de la anoréxica) tiene que ver con que la imagen esta embebida en goce. Es lugar de un goce libidinoso.
En este punto resalta la función perversa/fetichista del cuerpo anoréxico: la imagen de ese cuerpo parece velar el corte de la castración. Se juntan el “sí existe la castración” con el “no existe la castración” respecto de la falta del Otro, respecto de la castración del Otro materno. El fetiche cubre el horror de la castración; es un plus de ver que encandila la mirada, anulando la visión del horror.
Se da la denegación de la castración como principio normativo que instituye la diferencia de sexos; tal denegación se hace evidente en la cancelación de los caracteres sexuales del cuerpo, como aplanamiento y nivelación de sus relieves erógenos. Un cuerpo
EL ESTRAGO ANOREXICO Freud, en los últimos años de su obra, había subrayado con insistencia el vínculo profundo que une a la niña con el Otro materno, y el impacto inevitable del proceso de sexualización femenina sobre este vínculo. Freud acentúa allí el carácter inerte, pegajoso y pasivo de la relación primordial de la niña con el Otro materno. A la relación amorosa con el Otro paterno (nudo central del Edipo femenino), Freud agrega la fijación originaria al Otro materno, como punto principal del desarrollo sexual en la niña. En consecuencia, el amor de la niña dirigido al padre, posee su raíz inconciente en la unión de la niña con la madre. Existe siempre en la niña un resto del vínculo, una huella indeleble que el Otro materno imprime sobre el sujeto. La problemática anoréxico-bulímica indica la incidencia de este vínculo originario con el otro materno en la estructura del sujeto, subrayado por Freud como el rasgo propio de la subjetividad femenina.
La anorexia-bulimia indica la permanencia del sujeto bajo el régimen del Deseo de la Madre, y al mismo tiempo el intento de subversión de este régimen. La penuria del padre deja a la niña a merced del Deseo de la madre; permite que este estrago llegue al colmo. La anoréxica reacciona a este vínculo de devoración con el Otro materno, introduciendo la Nada como objeto separador. Este discurso amoroso (irreductible en relación al régimen del goce fálico del tener, al cual tiende a consagrarse el hombre) explica la afinidad estructural entre anorexia y el género femenino. Estrago es la palabra que utiliza Lacan para indicar este drama que puede señalar la relación madrehija: relación de amor y de odio, devoración y rechazo reciproco, imposibilidad de separación e imposibilidad de la unión. El falo no es la X del deseo, sino que es la niña que puede encarnarlo, transformándose en un ídolo de oro, del cual la madre será su prisión eterna. La anorexia es en lo femenino también porque es un reflejo trágico de este vínculo devastador. La boca del cocodrilo de la madre fagocita al niño-falo, desconociendo la ley del padre. Como la drogadicción, anorexia y bulimia son opciones subjetivas alternativas a la vía edípica.
TENSION “IDENTIFICACION IDEALIZANTE”-“LO REAL DE LA PULSION”
La anorexia-bulimia es entonces una enfermedad del cuerpo a causa del Ideal; a causa de un pegamento al Ideal, a una identificación idealizante mediante la cual el sujeto anoréxico-bulímico apunta a sustraerse a la falta; a esa falta
Esta tensión constituye uno de los nudos esenciales del discurso anoréxico-bulímico. La posición del sujeto anoréxico-bulímico está consagrada a una restauración imposible de la Cosa. La función de la imago es la de ejercitar un domino sobre el impulso devorador de la pulsión, que es siempre canibalismo del Otro. Pero una vez superado el “umbral del cero” en cuanto al comer, se pierde la luna de miel imaginaria de la anorexia; superado el umbral, la anoréxica tiende lógicamente a convertirse en bulímica (y a través de la búsqueda bulímica busca el retorno a cero).
El elemento pulsional no es anulado por el Ideal; no puede ser anulado dada la fuerza constante de la pulsión. Pero todo esto se da en una oscilación circular entre: un primer tiempo anoréxico en que el Ideal somete a la Pulsión (la luna de miel del estadio del espejo); y un segundo tiempo bulímico del discurso anoréxico-bulímico donde se da un vuelco del poderío, y es la Pulsión que ahora supera al Ideal. La bulimia así se presenta como el quiebre del Ideal anoréxico. Lo que arruina la imagen es el resto libidinal, pulsional; es el objeto a. Lo que se busca es un movimiento de resistencia a la pérdida de goce que la acción del significante opera sobre el sujeto; la restauración narcisística de la anorexia: restauración de la Cosa a través del Ideal.
LA OTRA VIA DE OPERACIÓN: LA VIA MORAL La segunda Vía de la “Operación: gobierno anoréxico sobre la pulsión”, junto a la idealización estética de la identificación del cuerpo delgado, es: la señalada por la Culpa Moral. Es la vía que promueve el superyó. Es la vía del masoquismo moral. La civilización impone necesariamente un límite a la pulsión; esta no puede satisfacerse integralmente, sino que debe adaptarse a las exigencias del mundo externo. El superyó es un trabajo posterior sobre la renuncia pulsional (promovida por la civilización): representa una obediencia ciega a la ley, una renuncia pulsional especial en el sentido que la renuncia debe transformarse ella misma en una modalidad de goce del sujeto. Este es el programa del superyó: hacer de ‘la renuncia’ un goce, de ‘la renuncia a gozar’ un goce. El defenderse de la pulsión es en realidad un modo de gozar pulsionalmente.
En la bulimia, el esquema del superyó se presenta en su dimensión de puro imperativo de goce: la compulsión a la repetición de las comilonas intenta obturar la ‘falta en ser’ del sujeto, a través del aporte de la sustancia comida. El objeto perdido, el objeto a, esta encarnado imaginariamente en el objetocomida, que se convierte para el sujeto en el objeto causa del deseo. La bulimia es un intento desesperado por hacer coincidir el objeto con la Cosa. Así se anula la dimensión de la falta; se
RELACION ANOREXIA-MELANCOLIA La experiencia clínica evidencia que el desencadenamiento de la anorexia coincide muchas veces con la pérdida de un objeto de amor. La anorexia es una respuesta posible del sujeto al evento de la pérdida del objeto de amor. Hipótesis de Freud, que lo conducía a considerar la anorexia como una suerte de paralelo neurótico de la melancolía. En la anorexia, el luto por el objeto perdido imposibilita el intento mismo de realizar un trabajo de luto. La anoréxica reacciona al evento anclándose al objeto, convirtiéndose ella misma en momia, en icono viviente del objeto perdido. Experiencia que, según Lacan, invierte la dirección fundamental de la forclusión, ya que esta última indica un hueco en lo simbólico (el NP no se inscribió en el Icc del sujeto) que produce ciertos efectos en lo real (los fenómenos elementales); mientras que el trabajo de luto implica un hueco en lo real (el evento irreductible de la perdida) que promueve una movilización posible de lo simbólico. En la anorexia, esta movilización no tiende a producirse, debido a una fijación enigmática al objeto perdido. Lo que resulta enigmático a Freud es la imposibilidad de pasaje del duelo a su trabajo de elaboración. La melancolía subraya la inclinación del sujeto a la cronicidad del trabajo de duelo, fijando al sujeto a una repetición mortífera. Para el melancólico el objeto perdido esta investido narcisísticamente y su perdida sustrae al sujeto un sostén identificatorio esencial. Es una herida narcisística que no suele cicatrizar, porque el objeto perdido se llevó una parte del sujeto. Esta es la herida que la anorexia intenta curar con la investidura narcisística del cuerpo delgado, concebido como falo imaginario sustraído de la castración. La anorexia sostiene una posición de base melancólica: tiende a conservar la integridad del objeto, del objeto como siempre presente, no perdido. Este es el motivo que explica la particularidad actitud de estos sujetos a conservar los alimentos, a acumular comida. Tener el objeto en reserva, en la bodega, en la despensa, adentro de los zapatos, es un modo de negar su carácter estructuralmente perdido.
El sujeto melancólico opera una confusión entre el objeto y la Cosa porque repele la acción significante, porque rechaza la perdida de goce que el tratamiento significante introduce en el sujeto. El “empuje a la Cosa” indica la naturaleza extra-fálica (no marcada por la castración) del goce en el sujeto melancólico. Este impulso asume formas alternativas en la anorexia-bulimia: -
En la posición anoréxica, el sujeto elige la identificación con el objeto perdido en el sentido que encarna la muerte, deviniendo él mismo momia, icono espectral del objeto perdido. La anoréxica incorpora el vacío, se identifica ella misma a la Cosa. Conserva en el cuerpo el goce indestructible de la Cosa. El objeto perdido sobrevive en la imagen del cuerpo delgado.
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En la posición bulímica, en cambio, el empuje a la Cosa da lugar a una especie de canibalismo imaginario que devasta el semblante del objeto-comida, para llegar a la Cosa directamente: reencontrar a la Cosa del goce, a través de la destrucción del objeto (porque el objeto es un subrogado de la Cosa). Identificando la Cosa al objeto, la bulímica rechaza la perdida de la Cosa para buscarla maníacamente en los despojos del objeto.
La última cena - Capítulo 3: La Holofrase anoréxico-bulímica (Recalcatti) La anorexia ofrece al sujeto un nombre, un reconocimiento simbólico, una bandera; hay evidencia, más que enigma. Es un sujeto que se evidencia. Es evidente que la anoréxica es anoréxica. Pero el diagnostico de anorexia-bulimia no significa gran cosa por sí mismo, si no se acompaña de la individuación de la estructura que le corresponde. La clínica psicoanalítica se funda en lo particular del sujeto y no en lo universal genérico, que puede dar un manual diagnóstico. Se trata de individualizar, a partir de la serialidad monótona y genérica del fenómeno sintomático anoréxico-bulímico, una diferenciación a nivel de la estructura.
Es este nuestro punto de partida en la clínica: la evidencia anoréxico-bulímica encubre el aspecto diferencial de la estructura.
LAS DOS ALMAS DE LA ANOREXIA Es posible distinguir dos almas fundamentales en la posición anoréxica: - Alma histérica: dialéctica, intersubjetiva, que inscribe el rechazo anoréxico en el campo de la relación con el Otro. La anoréxica, orquestando su deseo como un rechazo, apunta a modificar la posición de un Otro que no sabe dar sino lo que posee. De esta manera intenta mantener la dimensión de la demanda separada de la del deseo, frente a otro que en cambio intenta aplastar la última sobre la primera. -
Alma fija: alma nerviosa de la anorexia, la que indica la “Inclinación Holofrásica del discurso anoréxico”, que tiende a desautorizar al Otro, congelando al sujeto en una identificación idealizante antidialéctica. Es este el fenómeno clínico reconocido por la clínica psiquiátrica, con rasgos delirantes, fuera-de-discurso del sujeto, que lo impulsa al rechazo de la comida para preservar una imagen del cuerpo adecuada al propio ideal narcisístico.
DIAGNOSTICO: ¿NEUROSIS O PSICOSIS? El problema el diagnostico será determinar la estructura que habita el discurso anoréxico-bulímica. Habría que presuponer siempre una estructura Psicótica de la anorexia-bulimia, al menos mientras no se pruebe lo contrario. A veces nos encontramos con verdaderas suplencias imaginarias respecto de una estructura subjetiva minada por la forclusión del NP. En estos casos, la anorexia-bulimia es una maniobra del sujeto para erigir una barrera respecto del Otro devorador, loco e invasor que quiere gozar del sujeto. La bulímica trata de mantener a distancia a este Otro loco a través de la evacuación compulsiva (a veces, si no logra vomitar, sienten la deformación o putrefacción de los órganos internos). Las vivencias de fragmentación y deformación del cuerpo aparecen cuando las barreras anoréxicas y bulímicas no son suficientes para contener el imperativo maligno del goce del Otro. La anorexia permite así a la psicosis mantenerse, no desencadenarse. Cuando en cambio la estructura subjetiva está incluida en el campo de la Neurosis, la anorexiabulimia funciona como una provocación dirigida al Otro, como una interrogación sobre su deseo. En la clínica de la neurosis encontramos versiones obsesivas o versiones histéricas, así como rasgos perversos, de la anorexia bulimia: -
Anorexia-bulimia Histérica: el tema central para el sujeto es como poder faltarle al Otro, es decir como poder escribir en el Otro una falta, como poder hacerlo desear. Toma a menudo la forma de un chantaje al Otro, porque la anoréxica-bulímica con estructura histérica quiere sentir que le falta al Otro, quiere empujar al Otro a pedirle que no se muera.
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Anorexia-bulimia Obsesiva: el problema para el sujeto es llegar a la destrucción del deseo del Otro; no quiere de ninguna manera que su cuerpo sea tocado por el goce. Es una especie de limpieza, de eliminación absoluta del goce, quiere despegar completamente el goce del cuerpo. Renunciando al deseo de modo definitivo, aniquilándose en la Imago, arriesgando la vida antes que dar una señal de su propio deseo al Otro, de mostrar su propia falta, antes que ser atrapado en la contingencia del deseo.
LA HOLOFRASE ANOREXICO-BULIMICA La clínica psicoanalítica clásica es una clínica construida sobre el valor metafórico del síntoma; el síntoma es un modo de retorno de lo reprimido, un retorno simbólico, un fenómeno de sentido. El trabajo en las neurosis es descifrar la cifra enigmática encarnada en el síntoma. Sin embargo, en el Seminario 11 Lacan introduce el concepto de “Holofrase” a propósito de la psicosis, de la
El signo, a diferencia del significante, produce identidad, condensa el goce, no reenvía a otro significante, sino que constituye una especie de anclaje identificatorio del sujeto volviéndose su enseña. En este sentido el signo encubre la división del sujeto y exhibe una especie de identidad tautológica, holofraseada. La “Anorexia” para la anoréxica es un signo, hasta el punto que una anoréxica afirma: “Soy una anoréxica” para poder nombrarse. Para poder evidenciarse como anoréxica. Sin embargo ese signo que ella encarna no abre a ninguna significación ulterior: es un signo
deficiencia mental, y de los fenómenos psicosomáticos, señala la existencia de otra clínica respecto a la construida sobre la primacía de la metáfora. La Holofrase, a diferencia de la Metáfora, no representa nada, en cuanto señala más bien el fracaso de loa acción significantizante de la metáfora. Un Holofrase es una Palabra-frase: no descomponible, congelada, petrificada. La escansión significante S1-S2 se coagula y hace bloque. Así, en ella el sujeto ya no está representado por un significante para otro significante, sino que se encuentra incluido como un monolito. No metaforiza al sujeto porque lo reduce a una “Identificación absoluta”. El sujeto queda encadenado al Otro, hace uno con el Otro. El fenómeno psicosomático no es un fenómeno de lenguaje, no es un fenómeno simbólico porque implica lo real del cuerpo, más que su disposición expresiva. Esto no significa que el fenómeno psicosomático no tenga sentido, sino que su sentido, en vez de tomar el camino de la metáfora, se encarna directamente en el cuerpo, en lo real de la lesión.
La clínica de la actualidad se caracteriza por la debilidad de la metáfora. La anorexia y la bulimia son ejemplos de estos; en modos diferentes, se repite en estas posiciones subjetivas un mismo motivo: el sujeto está vinculado “holofrásicamente” al Otro. Más precisamente, se trata de una inclinación holofrásica del discurso, que toma el lugar del ordenamiento metafórico y metonímico del lenguaje. En vez de síntoma y de su valor metafórico, encontramos la dependencia de la sustancia (bulimia) o una identificación idealizante que carece de dialéctica, absoluta, narcisística, mortífera (anorexia). El problema es que ni la sustancia ni la identificación idealizante asumen para el sujeto el valor enigmático del síntoma. Se imponen más bien como evidencia que obtura la división subjetiva. Una identificación que en sí misma no se vuelve síntoma para el sujeto. Este no se presenta como divido, desconcertado pro el retorno de la reprimido, sino más bien identificado monolíticamente (holofrásicamente) a su significante-Amo. A través de la sustancia-alimento la bulímica intenta hacer Uno con el Otro. A unarizarse, sustrayéndose de la división subjetiva. La rueda de la dependencia de la sustancia no abre a la dimensión de la falta, sino que apunta a obturarla. En la compulsión a la repetición de los atracones bulímicos el sujeto no construye ninguna metáfora: hay un empuje acéfalo, pulsional, a un goce en exceso, destructivo, que encadena al sujeto a una serie monótona.
La clínica evidencia una fijeza obstinada, sin dialéctica, de la posición anoréxico-bulímica. Algo no se mueve. En psicoanálisis el síntoma es analizable, interpretable, solamente si se sitúa en la transferencia, solo si se produce su transformación en enigma con valor de verdad para el sujeto, que se dirige a un sujeto supuesto saber en la transferencia. A un sujeto, el analista, supuesto poseer la clave de acceso al enigma cifrado del síntoma. La anorexia-bulimia parece plantear el problema de una “inclinación holofrásica del discurso” que se opone al trabajo analítico. Esta inclinación holofrásica del discurso provoca un efecto de bloqueo, de oxidación de la dialéctica discursiva, indicando un modo particular de la identificación por el cual la identificación misma se vuelve inanalizable. La Holofrase anoréxico-bulímica aparece como des-subjetivizada porque es el efecto de un defecto lógico en la separación entre el sujeto y el Otro. La des-subjetivización holofrásica del sujeto produce el congelamiento de la cadena significante anulando el intervalo entre S1 y S2. El sujeto queda entonces enredado con el Otro, hace uno con el Otro.
La Holofrase no es un fenómeno propio de las anorexias-bulimias, pero allí tiene una particularidad: la Holofrase anoréxica se realiza en el terreno de la identificación. La holofrasización del discurso se configura como “solidificación monolítica del sujeto a un solo significante Ideal”. La anorexia como auto-coincidencia imaginaria del sujeto con el Ideal, que excluye la división suscitada en el sujeto por lo real de la pulsión. Todo el goce de la anoréxica, el apetito de muerte del que habla Lacan, se deposita en la idealización narcisística de la imagen del cuerpo. La suplencia anoréxica al déficit de la función paterna adviene a través del Ideal, se cumple narcisísticamente.
La fragilidad de esta estructuración holofrasizada del Ideal se muestra con toda evidencia en el hundimiento bulímico de la anoréxica. Es la bulimia la que determina la disgregación de la identificación idealizada de la anoréxica. Un hundimiento que fractura la pantalla narcisística del Ideal, y revela la ajenidad interna de la pulsión. Un hundimiento que evidencia un goce carente de deseo. Un goce sin sujeto. El objeto-alimento es elevado a la dignidad de la Cosa. Es la Cosa. Y, como la Cosa, se revela como causa indestructible y objeto insustituible del deseo. La bulimia es irrupción de la pulsión que demuele el falso dominio del Ideal. La sustancia alimento hace las veces de la Cosa, sin entrar en el campo de acción del Otro.
TRATAMIENTOS POSIBLES EN LA ANOREXIA-BULIMIA La falta se reduce, para la anorexia-bulimia, solo a la falta de alimento. El deseo del Otro se sustituye con un objeto de goce que el Otro social permite conseguir fácilmente en el mercado. La falta que surge, en cambio, de la pérdida de la Cosa y que se estructura de acuerdo al orden de la castración, queda cancelada. La dificultad específica en la cura de la anorexia-bulimia es como presentificar la falta en la transferencia sin hacer precipitar al sujeto en una interrupción de la cura. Porque es justamente la falta que la anorexia-bulimia no soporta. ¿Cómo mover al sujeto de la compulsión al goce, a la interrogación por el enigma del deseo? Problema que se complica cuando la anorexia-bulimia podría ser el refugio del sujeto contra el precipicio de la psicosis.
El rasgo que más llama la atención del sujeto anoréxico-bulímico no es la división del sujeto, sino su solidificación holofrásica particular, una inercia profunda en la economía del goce que vuelve bastante problemática la introducción de un principio de histerización del discurso. El síntoma indica en el sujeto un punto de no-dominio, de no-coincidencia, empujando el discurso del sujeto hacia una histerización posible. En la anorexia, en cambio, nos enfrentamos a una especie de dominio del Ideal. La anorexia no hace síntoma para el sujeto. No hay anoréxica que formule una demanda de cura a partir de su anorexia, en el momento en el cual esta exhibe el triunfo exaltado de la identificación idealizante. Las anoréxicas que recurren al analista, o a las instituciones que trabajan en este campo, son anoréxicas que han extraviado la función narcisística de aquella identificación. Son, generalmente, anoréxicas ya bulimizadas, en las cuales la solidez de la identificación ha sido destrozada por las crisis bulímicas, y se conserva solo a través del ejercicio sistemático del vomito. La anorexia, por lo tanto, no hace síntoma para el sujeto. Todo lo contrario. La función lógica de la anorexia es ofrecer al sujeto una identificación que lo resguarde de la división. La anoréxica no es un sujeto dividido mientras se sostiene en la identificación idealizante al S1 de la anorexia. La anorexia está más del lado de la respuesta que del lado de la demanda dirigida al Otro. Es una respuesta al peligro de devoración del Otro cocodrilo, al canibalismo del Otro. Del lado de quien tiene el síntoma sin demanda, habrá que operar su rectificación para producir una demanda que lo sea verdaderamente, es decir una demanda subjetivada.
Los estigmas que surcan el cuerpo anoréxico quedan estetizados. Se vuelven signo del triunfo del Ideal. La imagen del cuerpo flaco recubre el sufrimiento del cuerpo. A menudo, uno de los primeros movimientos que es necesario desarrollar en la cura es el de hacer emerger lo real sufriente del cuerpo. Despegar el cuerpo sufriente del cuerpo imagen. Heridas, laceraciones, necrosis, agujeros, roturas, desgarros. El adentro del cuerpo interrogado con angustia: el sujeto quiere saber, angustiado, qué es lo que pasa por dentro suyo. Esto introduce lo real; a lo real de la muerte ante todo. Encuentros con el cuerpo que muere pueden ser fructíferos en una cura. Puede ser la experiencia de muerte de un ser querido, una enfermedad de alguien, o el encuentro con un cuerpo muriente en el hospital. La acción del analista no debe descuidar este contenido escandaloso del cuerpo mortal: debe poder presentificarlo justamente allí donde el diseño anoréxico querría cancelarlo. Hay que hacerle ver el
riesgo mortal del cuerpo. Así se opone la exterioridad estética de la imagen del cuerpo flaco, al interior obsceno y no dominable del cuerpo mortal.
El trabajo sobre la anorexia-bulimia implica un tratamiento preliminar sobre ‘la demanda’ y sobre ‘el goce’, porque como vimos aparecen posiciones del sujeto no reguladas por la metáfora sintomática, y por lo tanto no disponibles inmediatamente para la cura psicoanalítica. -
Sobre la demanda: quien demanda en el tratamiento de la anorexia-bulimia es una cuestión decisiva para verificar la posición del sujeto. La demanda anoréxico-bulímica, cuando existe, es un pedido de ayuda, y no una demanda de análisis. En otras palabras, es una demanda completamente aplastada por el “síntoma”, y por ello difícilmente transformable en una demanda de saber cómo lo es una demanda de análisis. Hay allí una demanda especialmente débil. Recalcatti propone dos maniobras en relación al tratamiento preliminar de la demanda: o
Rectificación de la oferta: los pacientes se dirigen al terapeuta con la expectativa imaginaria de encontrar un experto en patologías alimentarias. Colocan al terapeuta en la posición del Otro del saber. El sujeto se pone al costado, se elimina, y pone en primer plano el saber del Otro. Un saber supuesto imaginariamente como pleno y sin fallas. Se debe dar vuelta el aspecto imaginario de la demanda, de modo tal que el sujeto pueda reconocer su implicación en aquello de lo que se queja. Esta rectificación de la oferta adviene primero deshaciendo la ilusión del especialista en patologías alimentarias: “¿Qué demando si el que me escucha no es un experto en patologías alimentarias, sino más bien un experto en el inconciente?” Rectificar la oferta es la condición preliminar para que se articule una demanda.
o
Volver al sujeto un analizante: esta segunda maniobra preliminar sobre la demanda busca definir a un sujeto comprometido, ocupado, en el trabajo de análisis. La anoréxica desafía al Otro del saber; no se debe tomar el camino de la respuesta que obtura la demanda (pues encarnas al Otro del saber), sino que se debe dejar la demanda insatisfecha para que pueda articularse dialécticamente en la transferencia. Si respondemos con el saber que se nos demanda, obraremos como el Otro de la infancia que solo sabía responder con el alimento, con la papilla asfixiante, atragantando con respuestas, que obtura cualquier tentativa de deseo por las orillas de la demanda. En vez de movilizar el saber especializado del Otro, debe apuntar a poner a trabajar al sujeto. Debe poder producir la subjetivación del discurso; la condición mínima es el vaciamiento del Otro del saber. Si se sustrae el saber, el sujeto puede ponerse en la posición de quien trabaja, de quien busca la verdad que le concierne: un sujeto analizante.
-
Sobre el goce: el sujeto ha sido secuestrado por la sustancia-alimento. No hay una exigencia de saber, sino un pedido de auxilio suscitado por una dependencia que causa al sujeto un goce maligno. Es necesario entonces un tratamiento preliminar del goce. Es preliminar porque precede la operación de Rectificación subjetiva, que según Lacan es necesaria para hacer pasar a un sujeto por la puerta del análisis. Se trata de hacer posible una reducción, una atenuación del goce, de introducir en lo pleno del goce un elemento de vacío.
El tiempo preliminar al inicio de la cura sirve para producir, esencialmente, lo que Lacan llama “Rectificación de las relaciones del sujeto con lo real” o Rectificación Subjetiva. Se trata de rectificar las relaciones del sujeto con lo real, no con la realidad. Eso significa que lo que cuenta para iniciar un análisis es, no tanto la evaluación de la realidad (familiar, social, etc.) que circunda el sujeto. Lo real tiene que ver de manera exclusiva con el sujeto; en las entrevistas preliminares se debe poner en el
centro lo real del sujeto como irreductible a la realidad, porque es posible que la tendencia del sujeto sea la de mostrar que es justamente la realidad (familiar, ambiental, etc.) la que causa su sufrimiento, su infelicidad. ¿De qué se trata entonces la rectificación como operación preliminar a la entrada en análisis? Para Lacan esta indica una transformación dialéctica (una inversión dialéctica) del sujeto. Su contenido es sobre todo ético: “¡Mira cuál es tu parte en el desorden del cual te quejas!” Para que haya una posible rectificación de las relaciones del sujeto con lo real, debe poder manifestarse el sujeto dividido. La rectificación subjetiva tiene por objetivo abrir la división del sujeto, pero al mismo tiempo la condición para que el sujeto reconozca la parte que tiene en la producción de su sufrimiento es la división del sujeto. La rectificación subjetiva es una maniobra que concierne a la entrada en análisis e sujetos neuróticos y no psicóticos. Solo haciendo emerger la división subjetiva se puede dialectizar (des-holofrasizar) el discurso del sujeto. Pero tal división no es un dato de partida; se trata de construirlo. El sujeto debe poder ver los aportes que hace a la causa de su sufrimiento. Traducir el sufrimiento del que se queja el sujeto en los términos de un goce del cual es, en cambio, el promotor. Se trata de abrir un hiato entre el Yo y el síntoma, que aquí es evidentemente egosintónico, tendiendo a confundirse uno con el otro. Solo así podremos alcanzar la división subjetiva.
La cura generalmente arranca con el resquebrajamiento bulímico de la identificación idealizante de la anorexia, o a partir de su imposibilidad, que la anorexia percibe, de sostener por mucho más tiempo su identificación (falsa identidad narcisista). La cura inicia a partir de la vacilación de la certeza anoréxica, una bulimización de la posición anoréxica. Se debe buscar el desmantelamiento ético del narcisismo. La ajenidad debe dar lugar a la implicación, debe ser sometida a la inversión dialéctica; debe ser puesta de manifiesto como actividad del sujeto, y no como expresión de una suerte adversa. De todos modos el sujeto anoréxico-bulímico no renuncia tan fácilmente a la identidad imaginaria que le ofrece el síntoma.
Esta es una clínica que parece cuestionar la existencia misma del inconciente. La clínica de la anorexiabulimia ofrece un ejemplo de este cierre, de esa operación que tiende a cancelar, a suprimir la existencia del inconciente. La posición anoréxico-bulímica del sujeto se opone a la interpretación porque esta estructuralmente en déficit de enigma. Todo parece estar a la luz del día. No hay lugar para ninguna división subjetiva. ¿Cómo introducir el enigma del síntoma en un discurso que tiende a holofrasearse, a aplastarse en una tautología cerrada (“Soy una anoréxica-bulímica”)? El rasgo que más llama la atención en la posición anoréxico-bulímica es la evidencia (la evidencia de la piel y los huesos), no el enigma. En el discurso anoréxico, en el lugar de agente no está el sujeto dividido, sino la identificación idealizante del sujeto a la Anorexia, con las características de la Holofrase más que las de la metáfora sintomática.
Recalcatti propone que para articular una demanda de análisis, se debe hurtar algo de esa evidencia que trae el sujeto. Hay que robar evidencia, sustraer evidencia. El analista no debe responder al deseo de saber, no debe llenar, no debe saturar. Lo que llena y satura es el Otro de la anorexia-bulimia. Un posible uso de la interpretación produce el efecto de presentificar este Otro que no soporta la falta. La escucha no llena al sujeto con la papilla del saber: le reserva un lugar. Lo reconoce como sujeto. En el discurso anoréxico tenemos el S1 de la evidencia anoréxica que se encarna en la estética idealizada del cuerpo flaco, y en el imperativo moral del superyó “¡No comas!” que la sostiene. Es gracias a la primacía de la moral del deber ser que la anoréxica realiza su ideal estético del cuerpo flaco. Se debe pasar de la anorexia como significante-guía para el sujeto, a operador de su división. Esta exigencia implica la ruptura de la evidencia. A veces el resquebrajamiento del régimen anoréxico adviene por el lado de la crisis bulímica, donde el dominio del Ideal se resquebraja por el empuje de la pulsión. La crisis bulímica es un índice positivo pues abre a la división del sujeto.
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