RESUMEN Margaret Mead - Sexo y Temperamento
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MARGARET MEAD – SEXO Y TEMPERAMENTO EN TRES SOCIEDADES PRIMITIVAS Resumen #1 INTRODUCCIÓN Antes de nada apuntar que la monografía que me propongo analizar engloba tres investigaciones que Margaret Mead llevó a cabo por separado en tres sociedades diferentes de Nueva Guinea, y fueron escritas y publicadas como monografías independientes. Por la estrecha relación que une dichas obras, y por coincidir en la cuestión que estudian y el método empleado, en 1939 fue publicada una nueva edición que reunía estos trabajos bajo el título de “Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas”. OBJETIVO E HIPÓTESIS QUE PLANTEA El objetivo que se propuso la autora en su investigación etnográfica de estas tres sociedades de Nueva Guinea fue el de “descubrir en qué medida las diferencias temperamentales entre los sexos eran innatas o hasta qué punto estaban determinadas culturalmente, y además investigar en detalle los mecanismos educacionales en sus conexiones con estas diferencias” (Mead, 2006: 153). La hipótesis que defendió la autora en sus trabajos fue la idea de que la cultura, y no la biología, es la principal fuerza que define la personalidad individual, abordando un asunto complejo: el grado de maleabilidad y flexibilidad de la naturaleza humana, concluyendo que “la naturaleza humana es maleable hasta extremos casi increíbles” (Mead, 2006: 4). RESUMEN Y ARGUMENTACIÓN SOSTENIDA En esta obra Mead compara a los pueblos Arapesh, Mundugumor y Tchambuli de Nueva Guinea. En cuanto a la sociedad Arapesh de las altas montañas, Mead describe a estos habitantes como hombres y mujeres cuyos comportamientos y actitudes eran sorprendentemente similares. Presenta a estas personas como extremadamente apacibles, cariñosas y afectivas, y tanto hombres como mujeres encuentran un gran placer en el cuidado de los niños, en la cooperación y en atender las necesidades de los otros De acuerdo con ella, se da un solo género, el que en la cultura occidental categorizamos como femenino. Los Arapesh desconocen cualquier tipo de diferencia comportamental en las relaciones sexuales entre hombres y mujeres: los varones no son "espontáneamente sexuales" y las mujeres "ajenas al deseo", sino que ambos sexos se interesan por lo erótico después de que surja un "profundo interés afectivo ni precedido ni estimulado por el sexo. Según la descripción de Mead, los habitantes de este pueblo, no se encuentran sometidos a presiones sociales para que hombres y mujeres se dediquen a tareas distintas. La ocupación es una decisión individual que no tiene relevancia para el grupo y está libre de los imperativos de género. El único deber que no puede ser olvidado por nadie es el de cuidar a los niños y a las niñas Más tarde río arriba, se encontró con la tribu de los Mundugumor, cuya cultura de cazadores de cabezas y canibalismo contrastaba fuertemente con los hábitos de los arapesh. Constituyen el prototipo de pueblo antisocial, donde el sistema de parentesco de cuerda (en el que los hijos pertenecen al grupo de la madre y las hijas al grupo del padre) genera constantes tensiones que hace de los miembros de esta sociedad seres agresivos, desconfiados y crueles, con una sexualidad violenta. El sexo mundugumor es violento y rápido y deja en los amantes las huellas de su desenfrenada y dolorosa pasión en forma de rasguños, cardenales y ropas desgarradas. Las malhumoradas madres mundugumor no desean descendencia ni son afectuosas con ella y el período de lactancia se caracteriza por
el enojo. Entre los Mundugumor, existe un solo comportamiento de género, el que tradicionalmente hemos categorizado como masculino en la cultura occidental. Los varones eligen mujer tanto como las mujeres eligen marido y tanto los hombres se muestran agresivos y violentos, como las mujeres también comparten este temperamento. En la tercera tribu estudiada, los Tchambuli, Mead encuentra una inversión de los roles y temperamentos de género propios de Occidente. Las mujeres se muestran dominantes, con un comportamiento impersonal, siendo ellas las que dirigen. Se dedican a la pesca y a la manufactura de mosquiteras. A los varones los presenta como subordinados emocionalmente a la mujer dedicados la mayor parte de su tiempo a vestirse y maquillarse i confeccionar vestidos para las danzas rituales. Según la autora, las mujeres son las que tiene el poder y mayor presencia en el ámbito público, al ser las encargadas de comerciar con sus productos, principalmente el pescado, que cambian por otros bienes. Ellas permiten a sus maridos comprar en el mercado e intercambiar productos son en ocasiones puntuales, pero ellos necesitan la autorización de su esposa para hacerlo, por lo que se puede decir que son las que ostentan el poder económico en el grupo, careciendo ellos de todo poder de decisión. Con todo esto, Mead argumenta que entre los tchambuli, a las mujeres representan el género considerado masculino en la sociedad occidental y a los varones, el género considerados por nosotros como femenino. Así Mead, tras haber llevado a cabo estos tres estudios, concluye que si las actitudes temperamentales que hemos categorizado tradicionalmente como femeninas (pasividad, sensibilidad, comprensión, emocionales, maternales, etc.), en estas tribus se adscriben al sexo femenino, o bien a ambos, o bien a ninguno de los dos sexos. Esto sugiere que los trasgos que hemos venido denominando como femeninos y propios de la mujer, y como masculinos o propios del hombre se han construido basándose en el sexo. Esto rechaza la idea de que sean innatos a las personas, resaltando que se trata del resultado de distintos condicionamientos de la infancia y de la determinación cultural. Se trata de creaciones culturales, que son aprendidas durante el desarrollo de las personas moldeando su personalidad. MÉTODOS Y TÉCNICAS EMPLEADAS La metodología empleada por Mead en “Sexo y temperamento”, al igual que en sus otros estudios, es el método por excelencia propio de la antropología, el trabajo de campo. En sus viajes y estudios de estos pueblos tradicionales de Nueva Guinea, convivía con sus habitantes durante un largo periodo de tiempo, en el que realiza un trabajo de investigación etnográfica basado en el enfoque epistemológico introspectivo vivencial en descubrimientos científicos. Parte de una motivación inicial y de una teoría implícita que no conduce a la construcción de una teoría general. Presenta unas secuencias operativas definidas por la selección de un contexto específico, la categorización observacional de un problema, utilizando meticulosas técnicas y estrategias para le recolección de datos, entre las que destacan la observación participante y estudios en profundidad. Los instrumentos y herramientas empleadas consisten en entrevistas, cuestionarios, grabaciones, cuadernos de notas, cámaras fotográficas, micrófonos, máquinas de escribir, etc. Margaret Mead también era muy dada a emplear métodos de clasificación muy elaborados como paquetes de grandes fichas de colores diversos, utilizando colores determinados para notas sobre temas diferentes, como la economía, la religión y la organización social. Su principal aportación fue el uso de la fotografía como técnica ilustradora. La autora fue pionera en el uso del cine para grabar la vida tribal. En compañía de su pareja conyugal y profesional, Gregory Bateson, sacó unas 25000 fotografías fijas con una cámara Leica y unos 7000 metros de película de 16 mm con el fin de estudiar las sociedades tradicionales de un modo novedoso.
RELACIÓN ENTRE ASPECTOS DE LA MONOGRAFÍA Y NUESTRA CULTURA Independientemente de que en los pueblos descritos en esta monografía puedan existir múltiples semejanzas y diferencias entre sus habitantes y nuestra cultura en el modo de vivir, me centraré en destacar aquellas que se refieren a las diferencias o similitudes en la educación y el temperamento entre hombres y mujeres. A pesar de que los hombres y mujeres sean bien distintos entre los arapesh, los mundugumor y los tchambuli, y entre cada uno de ellos y los de nuestra cultura, creo que existen diferenciaciones basadas en el género en estar tres sociedades primitivas. Es cierto que algunos hombres arapesh muestran características que nosotros categorizaríamos de femeninas, y que entre las mujeres mundugumor un temperamento que definimos como masculino, pero identifico también algunos aspectos que denotan que también existen algunas diferenciaciones de género similares a las que se hacen en Occidente, que pone en entredicho la supuesta igualdad o inversión de los roles en estas tribus. Como consiste más bien en elaborar una crítica desde mi punto de vista, me extenderá más a fondo en el apartado de “críticas a la monografía” sobre esta cuestión. CRÍTICA OCCIDENTAL La crítica de Margarete Mead a la cultura occidental en “Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas” se encuentra latente a lo largo de toda la obra. En ella se manifiesta una oposición a los postulados que en ese período histórico imperaban en los países occidentales, y que aún en la actualidad, se encuentran presentes en algunos sectores de la sociedad. Con este estudio se propone desmitificar la idea de que el temperamento masculino y femenino, correspondientes a hombres y mujeres, son características naturales. En contraposición pretende corroborar la teoría de que es la cultura y la educación las que moldean los caracteres de ambos sexos. Por ello, Mead se propone demostrar a través de la descripción de estos tres pueblos de Nueva Guinea, cómo lo que categorizamos como femenino y propio de las mujeres, y como masculino y particular de los hombres en nuestra sociedad, no coincide en otras culturas. Es la prueba evidente de que si no es universal, es la cultura la que determina estas construcciones. Esto supuso una fuerte crítica en un contexto en el que las diferencias entre los sexos y la correspondencia natural entre sexo y género se daba por supuesta dentro de la disciplina antropológica y otras ciencias. RELACIÓN DE LA MONOGRAFÍA CON LA ASIGNATURA En la asignatura que aquí nos toca, Fundamentos de Antropología II, en la que se nos presenta una Teoría e Historia de la Antropología, estudiando las diferentes corrientes que funcionan en la disciplina, se hace imprescindible la figura de Margaret Mead, una de las antropólogas más influyentes de su tiempo que llegó hasta los círculos intelectuales, haciendo accesibles sus trabajos a todo el público e, incluso, a la prensa popular. De ahí que se le dedique en nuestro Manual de Fundamentos de Antropología Social un capítulo (Capítulo IX), como una de las principales representantes y fundadora de una subdisciplina antropológica, la Escuela de la Cultura y la Personalidad, junto a Ruth Benedict, ambas discípulas del padre de la antropología norteamericana, el maestro Franz Boas.
Además hay que destacar la relevancia de sus aportaciones y postulados en la antropología, para temas tan debatidos en clase como la paz y la violencia. Ante los debates surgidos en torno a estas cuestiones, me parece oportuno reflexionar sobre la violencia y sus causas y las armas para la paz, desde una perspectiva como la que defiende Mead, parándonos a pensar en qué medida es la cultura y la educación y no la biología la que determina la agresividad y las conductas violentas de los individuos. A raíz de este ejercicio, podemos plantearnos alternativas a una cultura sin violencia, ya que si es la cultura la que determina tales actos, es susceptible de cambio y renunciar a los presupuestos biologicistas que justifican dichas conductas, ya que si evidencian que es algo innato, no podrían introducirse transformaciones. Como antropóloga feminista, encuentro en la riqueza de sus trabajos y su obra, un material que nos induce a abordar las causas del sexismo y a cuestionar la construcción social de las diferencias de género para iniciar un camino hacia la igualdad. Al desmitificar la idea de que las diferencias entre los sexos son fruto de la biología, defendiendo que son un producto de la cultura y la educación, nos abre un camino esperanzador de que la igualdad entre los sexos es posible y necesaria, sobre todo en un contexto actual, en el que el patriarcado tiene consecuencias tan devastadoras para las mujeres (violencia de género, tráfico sexual…). UBICACIÓN DE LA MONOGRAFÍA EN UNA TEORÍA ANTROPOLÓGICA Margaret Mead, junto con su colega Ruth Benedict, fue discípula de Franz Boas, considerado el fundador de la antropología norteamericana y de la corriente del particularismo histórico. Esta corriente defendía que no existían explicaciones universales aplicables a todas las culturas, sino que cada una es el resultado de un proceso histórico único, postura basada en el relativismo cultural, valorando por igual a todas las culturas. Hizo una fuerte crítica al racismo, postulando que existían muchas más diferencias entre individuos de una misma raza, que entre diferentes culturas y concluyendo que esas diferencias culturales eran las que separaban a los grupos y no las raciales. Así, Mead desarrolla junto a Benedict una nueva subdisciplina antropológica creada por Boas, la Escuela de la Cultura y la Personalidad, influida por el conductismo, por la Gestalt y por el psicoanálisis de Freud. Margaret Mead introdujo en los años 30 una nueva perspectiva antropológica que denominó “el enfoque intercultural”, postulando que es la cultura y no la biología, la principal fuerza que define la personalidad individual. Llegó a la conclusión de que la naturaleza humana tenía un grado de maleabilidad hasta límites insospechados. Fueron determinantes las aportaciones de esta corriente a la antropología y a la psicología social. A lo largo de sus viajes, estudiaba la vida de otros pueblos tradicionales, para luego comprar sus conductas y creencias con los de la sociedad norteamericana. Enfocó la cultura como un comportamiento aprendido y estudió especialmente las instituciones de la transmisión cultural a través de las generaciones. Sus trabajos de campo y estudios en el Pacífico Sur, incluyendo Samoa y Nueva Guinea, apoyaron lel planteamiento de que era la cultura la que determinaba la variabilidad de los comportamientos y personalidades de los individuos y, más concretamente, entre hombres y mujeres. Se trata de un apoyo al determinismo cultural: es la cultura la que determina. El punto de vista de Mead introdujo una revolucionaria perspectiva a cerca de los problemas sociales que preocupaban en la época de la Depresión de la sociedad norteamericana: la ruptura de la familia, el sexo y la adolescencia en los jóvenes, el creciente índice de divorcios, las tensiones entre hombres y mujeres, así como las aventuras extramatrimoniales. La importancia del trabajo de Mead reside en que demostró que no existe correspondencia natural estricta entre sexo y género y que lo hizo en una época en la Antropología daba esta correspondencia por supuesta.
CRÍTICA DE LA MONOGRAFÍA Primero me gustaría hacer una pequeña alusión a las principales críticas que ha recibido la obra de Mead, aunque no concretamente por “Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas”. La más conocida y fuerte de las críticas que se le hicieron viene de la mano de Derek Freeman quien publicó “Margaret Mead y Samoa: la construcción y destrucción de un mito antropológico”. En dicha obra el autor pone en tela de juicio los argumentos sostenidos por Mead, a quien achaca no conocer siquiera el propio dialecto del pueblo samoano. Tras la discusión que despertó el trabajo de Freeman, muchos antropólogos concluyeron que la verdad absoluta, probablemente, nunca se conocería. Por otro lado, muchos consideraron la crítica de Freeman muy cuestionable, por el hecho de que el autor no publicó la obra hasta la muerte de Mead, de forma que ella no pudiera rebatir sus argumentos, y porque en el transcurso en que Freeman realizó su estudio, desde la investigación de Margaret Mead, la cultura samoana se había transformado considerablemente. En cuanto las críticas que le haría a la obra desde mi propia perspectiva, la lectura de “Sexo y temperamento” me suscitó cierto desconcierto ante la aparente igualdad o inversión entre los sexos que Mead describe entre estas tres tribus de Nueva Guinea. A pesar de no estar completamente segura de mi interpretación, me parece encontrar ciertas equivalencias entre aspectos de las mujeres de estos pueblos y las de nuestra cultura occidental. Me refiero la supuesta ausencia de subordinación de las mujeres arapesh y mundugumor en ciertos ámbitos. Vayanmos por parte, parafraseando algunas citas de la propia Mead, que me llevan a desconfiar de su argumento, aunque sólo en parte: “Las niñitas continúan siguiendo los pasos de la madre; aprenden a no especular, a fin de que la desgracia no se cierna sobre todos. Adquieren un hábito de pasividad intelectual, más pronunciado en ellas que en sus hermanos. Todo lo que es extraño, lo que no tiene nombre –sonidos, formas que no resultan familiares-, está prohibido a las mujeres, cuyo deber es guardar cuidadosa y tiernamente su función reproductiva. Esta prohibición las aparta de todo pensamiento especulativo y también del arte, porque entre los arapesh, el arte y lo sobrenatural, son partes de un todo” (Mead, 2006: 78). Es evidente la similitud entre la descripción de las mujeres arapesh y ciertas características adjudicadas tradicionalmente a la mujer en nuestra cultura, que desvela cierta subordinación o inferioridad. Presenta a las mujeres, que no a los hombres, como sujetos pasivos a las que está prohibido pensar, con la amenaza de que si lo hacen, se cernirá el mal sobre todos, ellas deben cumplir su papel reproductor y el mejor de los artes está solo en poder de los hombres. En el argumento de Mead se sostenía que cada cual escogía sus tareas libremente, suponiendo una elección individual, y hablaba de la existencia de un solo género. Sin embargo, en este y otros enunciados yo no aprecio exactamente eso: “Las niñas aprenden a aceptar todo pasivamente, para sentirse seguras en la vida. Pero con los niños ocurre diferente. A éstos no se les prohíbe la curiosidad… Para la niña de diez años, que se sienta recatadamente entre su madre y su suegra, el horizonte se ha cerrado, pero a su hermano no le sucede lo mismo” (Mead, 2006:79). “El joven arapesh cuida del crecimiento de sus esposa. Del mismo modo que el padre se impone al hijo sólo por haberlo alimentado, el hombre reclama la atención y devoción de su mujer, no porque la haya comprado o ella sea legalmente de su propiedad, sino porque él ha contribuido con los alimentos que forman su cuerpo” (Mead, 2006: 87). Podría interpretarse como el deber que tiene la mujer a obedecer a su marido por el hecho de que éste es quien la mantiene. En lo que se refiere a la tribu de los mundugumor, también presume de la existencia de un solo género, el aquí denominamos masculino. Pero también hay ciertas diferencias ya que el resultado de que la mujer se enoje por estar embarazada, puede estar relacionado con el
trato que recibe por parte del hombre, que la repudia. En cuanto a la agresividad y la lucha, los hombres pelean por las mujeres y las mujeres eluden y desafían, que no es lo mismo. Además, entre los tchambuli, por ejemplo, sólo se aprecia la virginidad femenina, mientras que sólo se cualifica a los hombres para usar armas. A pesar de estas puntualizaciones, es cierto que en la sociedad arapesh ambos sexos muestran interés por el cuidado de los niños, con un carácter sensible y afectuoso. Del mismo modo, entre los mundugumor, se observan ciertas características temperamentales, como la agresividad, que en nuestra sociedad se consideran masculinas. También es verdad que las mujeres tchambuli son las principales encargadas de mantener económicamente a su grupo, además de detentar la autoridad sobre los hombres, en general. Con esto quiero decir, que a pesar de que a través de la monografía de Margaret Mead se puedan identificar desigualdades entre los géneros similares a las que se dan en Occidente, la obra muestra cómo ciertas características que en nuestra cultura consideramos propias de las mujeres y las calificamos de “femeninas” y otras propias de los hombres, consideradas “masculinas”, en otras culturas no sucede de forma similar, pudiendo realizar hombres y mujeres roles que en nuestra sociedad occidental no les corresponderían según la construcción de género. Esto es la demostración de que si lo femenino y lo masculino en Occidente, no es universal y extensible a otras culturas, no puede ser innato y natural, sino algo construido, producido desde la sociedad, aprendido y, por tanto susceptible de cambio. Por esto último, aunque “Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas” no esté exenta de críticas, lo verdaderamente relevante de la obra y lo que se da su valor, es la aportación que da al debate naturaleza/cultura, más aún en el contexto en el que fue publicada. SUGERENCIAS PARA UNA HISTORIA DE LA ANTROPOLOGÍA La perspectiva introducida por Mead en la década de los 60, supuso un hito histórico en el pensamiento intelectual y antropológico. En un contexto en que Hitler ascendía al poder y en el que el racismo y el sexismo se propagaban entre los continentes, ella intenta dar prueba de que los hombres y las mujeres de todas las culturas eran inherentemente iguales, pero que las diferencias de personalidad adscritas a los sexos había sido resultado de procesos culturales y no algo innato. Es una fuerte crítica al los postulados biologicistas, que defienden que la biología es la que determina las diferencias entre los individuos. Esto supone un aporte muy importante en este momento histórico, al desbancar esta creencia. Por estos motivos, Mead indudablemente merece un lugar en la Historia de la Antropología, cuando un momento intelectual tan crítico y delicado donde se expandía el debate naturaleza versus educación, esta antropóloga feminista va a oponerse a dogmas como los de Spencer y Darwin que impregnaban la política de Europa, defendiendo la “ley del más fuerte” y justificando las diferencias, el colonialismo, el capitalismo, sexismo y racismo. Mead combatirá, en este ambiente político, siguiendo a su maestro Boas, con la idea de que la cultura moldea la personalidad y la conducta y que las diferencias étnicas y de género se debían a la educación. No obstante también defendió la existencia de unas pocas diferencias biológicas entre los sexos. Además fue una de las precursoras de los estudios antropológicos sistemáticos sobre el género o construcción cultural de la identidad sexuada, para revelar la construcción sexual de las diferencias en las conductas y personalidades masculinas y femeninas. Esto la enmarca dentro de la Historia Antropológica como una de las primeras antropólogas feministas que realizará aportaciones teóricas en este ámbito.
FORMULACIÓN DE PREGUNTAS
-¿Realmente existe un solo género entre la sociedad arapesh? ¿Y entre los mundugumor? -¿Hasta qué punto es la cultura la que determina las conductas y temperamento de las personas, o hasta qué punto influye la naturaleza/biología? ¿Qué aporta cada una a la construcción de la personalidad? -¿Son universales las desigualdades de género? -¿Qué puede aportar la antropología para la consecución de la igualdad entre los sexos? -¿Cuál es el origen del patriarcado? -¿Podemos ser objetivos a la hora de juzgar si hay desigualdad de género en una sociedad distinta a la nuestra?, ¿O nos dejamos llevar por los significados que en nuestra cultura se da a ciertos roles practicados por hombres y mujeres?
Resumen #2 Margaret Mead Antropóloga norteamericana graduada de la universidad de Barnand College; cursó estudios en Psicología, hecho que se hace evidente en su trabajo por la búsqueda de los aspectos temperamentales dentro del comportamiento social, a demás de ser alumna y cercana de Franz Boas, quien fundó la escuela antropológica norteamericana con un enfoque en “cultural y personalidad” ya que su teoría se basa en la idea de la particularidad del comportamiento y conducta de cada grupo humano en relación a su historia, mas no en las generalidades que establecían la cultura y la sociedad en forma de leyes naturales. Animada por Franz Boas y Ruth Benedict, durante la década de los veinte y los treinta, Mead sale de EE.UU para empezar su amplio trabajo de campo en Samoa, las islas del Almirantazgo y Nueva Guinea, donde vislumbra la influencia de los aspectos construidos culturalmente dentro del temperamento individual. Durante la segunda guerra mundial y el periodo de post-guerra, Margaret Mead estudia las relaciones entre el "carácter nacional" y las instituciones y estructuras sociopolíticas de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, a demás de continuar enfatizando en las diferencias culturales y personales de una forma diacrónica, diferenciado del estudia sincrónico característico del funcionalismo malinowskiano. En 1935 Margaret Mead viaja a Nueva Guinea con el fin de convivir con los aborígenes de tres culturas diferentes y mostrar como el sexo y el temperamento de los individuos no responde a una fuerza biológica que los homogeniza a todos como hombres y mujeres, sino que responde a una construcción imaginaria, la cultura; igualmente enajenante respecto a idea de la existencia de un temperamento innato en cada individuo. Para esto, es importante ver el contexto en el que se ha desarrollado la sociedad, es decir, identicar el presente como una muestra de una tradición ancestral en la que las antiguas generaciones construyeron una forma de relacionarse con el entorno y los de su especie según una deliberada preferencia por algunas de las cualidades del ser humano; de esta forma, vemos como los aborígenes arapesh valoran el pacifismo y la comunión frente a otros valores como la guerra y el individualismo. Así mismo, Margaret Mead señala la importancia en el entendimiento de las distintas etapas formativas (niñez, adolecencia, adultez, matrimonio) y la educación que se implementa. Los arapesh se caracterizan por tener una conciencia en función del otro, de esta forma se valora la ayuda al niño que está en proceso de crecimiento y aprendizaje o al mayor que no cuenta con las mismas capacidades; de esta forma, Margaret Mead se refiere a esta tribu como una cultura con un sentido maternal. Sin embargo, es interesante resaltar que en comparación con la cultura occidental, que frente a este caso clasificaría a los arapesh como femeninos, los arapesh no cuentan con una división de los sexos según diversas
características de género, tanto hombres como mujeres resaltan el pacifismo, la cooperación, atención al otro y a demás se valora el cuidado y atención al hijo, único trabajo que es característico tanto de los hombres como de las mujeres, de esta forma se asegura la trascendencia y la preservación de la cultura. Es interesante resaltar el hecho de que los futuros matrimonios sean elegidos por los padres desde la infancia de los niños, llevando a la niña a vivir desde temprana edad con su prometido creando lazos de hermandad. Esta situación es un claro hecho que justifica la exaltación por la protección de unos con otros. Continuamente Mead nos traslada a la comunidad mundugumor, hecho que contrasta completamente con la vivencia aparesh, ya que estos sobresaltan cualidades más competitivas, violentas, celosas y de rivalidad. Los munduguro cuentan con un sistema de parentesco de cuerda, las madres y su linaje cuidan del hijo varon y los padres de la hija, este hecho sobresalta la rivalidad entre los individuos que ven a un enemigo en personas de su mismo sexo. A diferencia de los arapesh, que entendien el proceso de amamantamiento de sus hijos como un momento importante para la construcción de lazos y seguridad, para las madres munduguro este momento es visto como de infortunio, para las mujeres la descendencia no es un hecho valorado. Dentro de las características munduguro, la agresividad, la ambición, la competividad, son vistos como el ideal temperamental de ambos sexos, de esta forma una mujeres busca estar con un hombre que sobresalte estas cualidades y viceversa; a demás de la condición caníbal de esta tribu, este hecho es el reflejo del tipo de sexualidad munduguro, caracterizada por la profunda carnalidad violenta, nuevamente en contraste con la arapesh, en la cual el sexo no es de gran relevancia. De esta misma forma, en contraste con occidente, la cultura munduguro respondería a unas características masculinas. Finalmente, los aborígenes tchambuli responden a una tradicional patrilineal, que al igual que en occidente, relega el papel de dominar al que es productivo económicamente, sin embargo, los tchambuli, a pesar de poseer nominalmente la casa, la familia y la esposa, las mujeres son las encargadas de la producción económica, por lo tanto es ella quien tiene el rol dominante y la que toma las decisiones en la sociedad, el hombre no está en capacidad de hacerlo. A diferencia de las otras dos culturas, los tchanbuli cuentan con una división de las funciones sexuales, en este caso, la mujer es la encargada de pescar y de tejer mosquiteros, por lo tanto de traer el sustento para el hogar, un rol masculino dentro de occidente; el hombre, por otra parte, se encarga de los cuidados de la casa, cuenta con un temperamento sensible y dependiente hacía la mujer, rol femenino para occidente, es el hombre el encargado, si su mujeres así lo dispone porque normalmente es ella quien lo hace, de realizar intercambios comerciales con los productos que su esposa teje, motivo de gala y celebración para el cual se prepara.A demás de esto, el hombre se dedica al trabajo artístico, parte fundamental dentro de la organización social munduguro. Socialmente, las mujeres son quienes crean alianzas, se reúnen y forman grupos de trabajo construidos por un mismo fin, ya que finalmente son ellas las que mantienen la economía de la tribu, mientras que los hombres son un poco mas parcos y desconfiados entre sí. Tras comprar cuatro tipos de culturas apartadas espacialmente, podemos ver claramente como la concepción del temperamento sexual responde a una construcción que no está relacionada con los hechos biológicos, sino por el hecho de que el ser humano tiene el poder de crear cultura y con este representar el mundo y organizarlo según las ideas más valoras. Sin embargo, es necesario aclarar que a pesar de modelar individuos en un ejercicio de endoculturación, hay deseos subjetivos que no necesariamente responden a ese rol asignado, Margaret Mead se refiere a este tipo de “impulsos” que responden a un temperamento innato del individuo, como la inadaptación. Dentro de los cuatro tipos de sociedades se pueden distinguir personas que no responden al mismo tipo de
temperamento que el resto de los habitantes sin encontrar una necesaria justificación a este hecho, simplemente corresponde a una forma de ver y entender su mundo. Sin embargo, a pesar de que en algunas culturas el inadaptado sea valorado por tener unas características diferentes, a esta persona no le queda más que el sentir frustración y rechazo, ya que las estructuras socioculturales se mantienen por ese sentimiento colectivo alienante que los unifica. Dentro de las cuatro culturas, podemos ver como el inadaptado es el que responde a una cualidad opuesta a la que se “profesa”; una persona que responde con impulsos agresivos o tiene un temperamento violento o busca la dominación dentro del grupo social, es una persona inadaptada dentro de la sociedad arapesh, opuesta a la idea munuguro, que no puede tener un temperamento dócil, sensible o permitir la socialización por su misma sobrevivencia dentro del grupo. Igualmente ocurre con los tchanbuli, una mujer que tenga un temperamento dócil y sumiso, va ser una mujer desapercibida dentro del grupo, mientras que el hombre neurótico e histórico generara un conflicto para la comunidad. Margaret Mead realiza su estudio dentro de estas comunidades debido a su estructura de organización simple que permite ver estas relaciones de una forma inteligible. Es intenso analizar sociedades complejas en donde la diversidad cultural es mucho más amplia dentro de un mismo territorio por ejemplo, sin embargo, dentro de occidente, específicamente en Colombia, responder a ideas de temperamentos es complejo, pero de inadaptados puede ser muy sencillo. Al igual que vemos los diversos mecanismos de protección frente al inadaptado dentro Nueva Guinea, en Colombia también es muy claro que el inadaptado es todo aquel que tenga una idea critica, todo el que responda frente a la opresión, si es que hay oportunidad, todo el que declare su libre sexualidad, todo el trabaje con su cuerpo, se drogue, todo el que no afecte la libertad de los demás, es un inadaptado que fácilmente puede ser asesinado, entonces, de que vale un mundo en donde todos tengamos que ser estrictamente iguales y no podamos defender la individualidad como un matiz más dentro del gran espectro cultural? De que vale declarar la pluridad racial y cultural sino podemos defender nuestra subjetividad? Al igual que señala Margaret Mead, no se trata de simplificar las relaciones y eliminar cierta estratificación dentro del complejo sociocultural, pero si se trata de valorar la subjetividad que nos muestra todo el tiempo cada uno de nosotros es el otro que tiene lugar y derechos dentro del mundo.
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