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September 8, 2017 | Author: Elizabeth Vargas Figueroa | Category: Penance, Religion And Belief
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LA VIDA SIMPLEMENTE

En este libro Roberto Lagos cuenta como fue su niñez, en dos mundos tan distintos como era el vivir cerca de un prostíbulo, rodeado de la gente que lo frecuentaba y luego entrar a un colegio de niños ricos, donde las reglas eran distintas y los valores también.

PRIMERA PARTE

LA

CASA DEL FAROL AZUL

I

En la ciudad, donde se encontraba el suburbio, era normal ver gente asomadas por la ventana, niños mugrientos, obreros cesantes, todos a la espera del paso del tren. Se encuentran muchas casas, entre ellas una amarilla con café y un farol, es el prostíbulo de la Doña Linda, donde hombres especialmente los mineros acudían a deleitarse con sus mujeres entre ellas, Rosa Hortensia, Clotilde, Matilde, La barata, la Ñata Dorila, la Vacunadora, por nombrar algunas. Entre los empleados del lugar se encontraba Menegildo, era el encargado de vigilar la entrada del prostíbulo y mientras se encuentra afuera, se rodea de niños que acuden a escuchar sus historias, entre ellos Roberto quién de a poco entró en ese mundo, creyendo que esa era la vida, se rodeo de prostítutas, delincuentes etc. Entre ellos el Diente de oro, el preferido de las mujeres, Roberto veía en él un ejemplo a seguir, se le hacia normal robar, ver personas peleando, sobrevivir en ese mundo por la astucia y la deslealtad. Sus maestros eran los que frecuentaban el lugar entre ellos el Diente de Oro, a quién lo vio pelear e incluso matar.

II

Cerca del prostíbulo había un conventillo donde vivía Rita, la lavandera de las prostítutas, tenía dos hijos Perico y Berta una niña de 10 años, su marido la había abandonado. Con Berta disfrutaba algunos momentos, él le llevaba libros y ella se los leía, de a poco fue aprendiendo a leer juntando las letras y preguntando sus sonidos.

Entre sus amigos estaban el Chucurro, el Tululo, el Saucino, con los cuales realizaba travesuras que más de alg[***]una vez le trajeron problemas, como el día que le llevaba unos dulces a Berta y se encontró con el Chucurro, quién lo molesto golpeándose mutuamente.

III

Al pasar los años Roberto volvía a recordar su niñez, volvía al pasado, recordaba la vieja Linda y a sus 12 mujeres, entre ellas Rosa Hortensia, la cual pasó a ser su amante luego que él se refugiara en su pieza para esconderse de los pacos, con solo 10 años tuvo su primer relación sexual. Después de ese acto dejó de interesarle Berta, pero de vez en cuando compraba algún cuento para ella. En cuanto a sus amigos estos se acercaban a él, solo cuando tenía dinero para gastar con ellos, en esos momentos no recordaba que su madre y hermanos no tenían para comer.

Un día Berta le escribió una carta, llena de ternura y amor, pero él cometió el error de leerla delante de sus amigos, ofendiendo con ese acto el cariño que antes sentía por ella.

IV

Un lunes en la noche llegó al prostíbulo un hombre preguntando por Doña Rosalinda Cuevas, quién era la vieja Linda, este hombre llamado Germán venía a pedirle un favor, Roberto trató de enterarse pero no pudo, se marchó y a la mañana siguiente al regresar se enteró que don Germán había traído a un joven llamado Arnoldo para que se ocultase ya que tenía problemas y lo buscaba la policía, pero nadie debía enterarse. Pero una noche como la curiosidad de Roberto era mucha, se ocultó en la pieza de la Ñata Dorila y vio

llegar a don Germán con una mujer, se trataba de Leticia quién venía a ver a su amado Arnoldo.

V

Por primera vez Roberto presenciaba una relación llena de amor, distinta a la que él estaba acostumbrado a ver en el prostíbulo por dinero. Esas personas se querían y sufrían por amor. Arnoldo trabajaba en un banco y robo muchas veces para jugar, perdió todo y ahora huía. Después de esa noche el joven se marchó.

VI

La vieja Linda recordaba su vida pasada con frecuencia, lo hacía con sus amigas cuando se encontraban solas, su aliada y consejera era la Vacunadora a quién mantenía en su casa por gratitud, por eso el día que esta murió, la vieja cerró el burdel por respeto, a pesar que era uno de los días que más dinero se ganaba y ordenó traer su cuerpo al prostíbulo para velarlo, ella corrió con todos los gastos, no les permitió a las otras mujeres atender clientes, los cuales tenían que marcharse, cosa que no les pareció a 3 de ellos que querían entrar a la fuerza, pero ella llena de arrojo tomó el arma de Menegildo y les disparó, después de eso regreso y se colocó al lado del féretro de rodillas a rezar.

VII

En una de las piezas del conventillo vivía Verónica Zapata, ella era inválida, tenía una hija Lucinda, la cual trabajaba en una fábrica de conservas. Un día llegaron los carabineros y le avisaron a la mujer que su hija había sido violada, ella se sintió morir, y se negó a recibir ayuda de sus vecinos. Una semana después regresó Lucinda del hospital, perdió su trabajo y con el tiempo descubrió que la violación dejo sus consecuencias estaba embarazada.

Cuando llegó el momento de dar a luz estaba sola con su madre inválida, Roberto al escuchar los gritos, fue a socorrerlas y busco a la vieja Linda para que la ayudara, esta sin pensarlo dos veces, corrió a prestar ayuda y cuando nació el bebé todas las mujeres fueron a verla llevándole cada una de ellas un regalito, Roberto se sintió orgulloso de lo que había echo y de ver a las mujeres actuar así.

VIII

Lo único que alejaba a Roberto de la calle era leer la historia sagrada y otros libros, incluso fue capaz de robar para tener dinero y así comprar otros tomos.

Un día jugando con sus amigos se dio cuenta que él era tan diferente a ellos, entendía otras cosas, como fue colocarle a su botecito el nombre “El Taimyr”, cosa que a sus amigos le pareció raro, él les explicó que era un buque que llegó del polo norte, lugar donde había mucho hielo, ellos se rieron, volviendo a su casa amargado, eso lo hizo entender que algo los separaba de ellos, y de a poco se alejaba, ni siquiera cuando lo invitaron a elevar volantines lo hicieron cambiar de idea y prefirió leer un libro, los muchachos lo golpearon y lo dejaron tan mal que incluso pensó en morir, no supo cómo llegó a su casa, estuvo con fiebre delirando durante nueve días, donde su madre lo cuido y sus hermanas lo acompañaron, cuando salió a la calle nuevamente no quería encontrarse con sus amigos. Sin embargo, se dirigió a ver a Rosa Hortensia, porque necesitaba sentir su apoyo y cariño, pero la encontró en la cama con el Saucino, ella se molestó y lo ofendió echándolo de la pieza, él no podía comprender la causa del maltrato y el engaño. Después de eso descubrió su realidad ya el burdel no lo quería. Ese día después del engaño de Rosa Hortensia se halló definitivamente con su alma.

SEGUNDA PARTE

LA VIDA TIENE OTROS CAMINOS

I

Roberto poco comentaba sobre su madre y hermanos, no quería mezclar ese mundo perfecto, con el mundo donde él se movía, estaba acostumbrado a conocer el hogar de sus amigos y se enteraba de la vida de sus madres, nada bueno por lo demás. La madre del Chucurro tenía un amante, y él la veía teniendo relaciones como un animal, llena de maltrato y falsedad. Por otra parte la madre del Tululo era distinta, ella vivía para su propia conveniencia, era odiada y temida. Así pasaba su vida junto a sus amigos, sacándolo muchas veces de quicio, ya que sabían que al nombrar a su familia, le tocaban su punto débil. Así fue que un día colocaron un letrero en la muralla con palabras en contra de su hermana Hilda, buscó al culpable hasta que dio con él, era el Chucurro agarrándolo a golpes.

II

Cuando Roberto recuerda a su padre, se siente vació, no recuerda mucho solo escenas vagas de su pasado, ve a un hombre que llega a su casa con un olor fuerte, va hacia la cuna y mira a su hermana menor Hilda, luego sale y su madre llora. En la calle lo ve nuevamente y le entrega unos billetes para su madre.

Él era tipógrafo, escribía poemas. En cuanto a su hermano Mauricio abandonó la casa cuando tenía 14 años, trabajó en muchos lugares y regresó cuando tenía 17, pero ese retorno no fue definitivo, a las dos semanas se marchó nuevamente. La casa quedó vacía, ya que con sus palabras se sentían viajar junto a él, por todos esos lugares donde había estado, Coquimbo, Antofagasta, Lota, Puerto Montt. Sentían que ellos habían viajado con él y soñaban en poder hacerlo algún día y llegar aún más lejos. Su hermano era un héroe para Roberto y se sentía tan orgulloso de él no había comparación en lo que había vivido su hermano y en lo que habían vivido sus amigos.

Su relación de hermanos era muy buena y todo junto a él se llenaba de risa a excepción cuando soltaba alguna palabrota que su madre con su innata limpieza de alma no soportaba. Ella defendía a sus hermanos de todo el contacto brutal de la vida, ni siquiera les permitía trabajar para que no se arriesgaran, prefería amanecerse lavando, pero cuando la abandono su fortaleza y viendo que no tenía esperanza de que regresara su marido, se vio

en la obligación de acceder a los ruegos de Estela para trabajar de costurera. Estela era callada, reflexiva, se conformaba con poco, el ideal de mujer para cualquier hombre. Hilda era la menor, era impetuosa y picara, supersticiosa, recurría frecuentemente a “Pilatos” para decidir algo. Sonia era devota de la virgen del Carmen, rezaba y suplicaba con devoción, pero cuando algo no le resultaba ponía la virgen de cabeza y la culpaba de sus errores y luego nuevamente rezaba y pedía perdón.

Su madre era esforzada, se las arreglaba para alimentar a todos sus hijos, con el poco dinero de Estela, incluso comía menos para dejarle a los demás. Roberto pensaba al verla que algún día él tendría plata de sobra para ella.

III

Por culpa de Mauricio y de su padre, la madre tenía un concepto erróneo de los hombres, y por eso con Roberto era exigente, pero tenía razón, mientras Roberto soñaba con imitar al Diente de Oro, sin darse cuenta que él también tendría una madre que sufría, comenzó a pensar demasiado y ya no sentía alegría de hacer las tonterías de siempre ahora prefería ser espectador y no el actor, los libros lo fueron labrando por dentro.

Un día descubrió un tesoro, que de primera no le tomó importancia, pero cuando ya había terminado de leer todos los libros que guardaba su hermana y sabía de memoria la historia sagrada y después de romper con Rosa Hortensia y las puertas del prostíbulo fueron algo prohibido para él, le volvió el recuerdo de aquella plaquita que vio un día “Biblioteca”.

En esa oportunidad vio muchos hombres leyendo y otros que salían con libros, entonces planeo ir al lugar y solicitar que le prestaran algunos libros. Al entrar se sintió tan poca cosa que estuvo a punto de abandonar el intento, pero todos lo miraban y allí muy lejos se veía un hombre de unos 40 años que leía, era el dueño de todo. Este hombre le pidió que se acercara, le preguntó que quería, si sabía leer y tomó un libro del estante y se lo mostró, le pidió que leyera un renglón, lo hizo de corrido, le pregunto donde estudiaba, a lo cual respondió que no iba al colegio y que había aprendido a leer con Rita juntando las letras. El bibliotecario le dijo que debía ir al colegio y le entregó el libro. Roberto se quedó con el corazón encendido de felicidad y gratitud.

Desde ese día supo que había realizado un acto infinitivamente más grande que parecerse al diente de oro.

IV

Ese hombre amable y cordial era un escritor, llegaron a ser grandes amigos, desde ese día empezaría a olvidar a sus amigos del suburbio. Todos estaban extrañados, incluso su madre, pero no hacia preguntas, prefería verlo en la casa leyendo, que recorriendo las calles.

Al ver nuevamente al bibliotecario, comentaban el libro leído y luego al conversar le preguntó por su tío Antonio, del cual en una oportunidad habían tocado el tema que era dueño del molino “El Mirador” y tenía mucho dinero. Después de eso se marchó. Tres días más tarde tuvo la explicación a esas preguntas del bibliotecario, cuando golpeo a la puerta de su casa el tío Antonio, quién llegó para decirle que lo mandaría a la escuela, que se había enterado que era muy despierto y que lee mucho, que él cancelaría todo, a la mañana siguiente deberían ir a su oficina. Tenía todo preparado, Roberto iría al Instituto Marista un colegio para niños ricos, le compraría el uniforme y ocuparía los zapatos de su hijo Leandro. Esos zapatos fueron un recuerdo infame de su vida, le apretaban los pies, no lo dejaban moverse con soltura.

Su tío nunca se había preocupado por ellos, pero el hacerse cargo de sus estudios tenía un objetivo, que le enseñara a su hijo Leandro, que no era bueno para los estudios y que cuando fuera grande y profesional, se encargara de sus tierras.

V

Llegó el primer día de clases, tomo sus cuadernos ya en el pasillo se sintió como un raro espectáculo y unos niños comenzaron a burlarse del curso en el que iba a ir, pero con suerte la campana sonó, porque estuvo a punto de correr tras ellos y golpearlos. En la sala ocurrió lo mismo, luego en el recreo, se agarró a golpes con unos que lo molestaban, cuando quisieron castigarlo un niño llamado Edilberto lo defendió y le ofreció su amistad, desde aquél

primer día sintió su apoyo y le enseñó muchas cosas. Se sentaron juntos. Pasaron los días y ya se sentía igual que ellos, incluso los superaba en todos los ramos.

Edilberto era un alumno mediocre y sin embargo sacaba buenas notas, le copiaba los resultados como quién hace uso de un derecho sin pedirlo por favor.

Los zapatos ya se habían domado y podía correr sin problema, cada grupo quería tenerlo como aliado, pero siempre elegía a Edilberto, era una forma de demostrarle su aprecio. Su traje empezó a envejecer y un día el hermano Cornelio al pasar revista de aseo, deseo exhibir ante la sala los parches de sus pantalones y lo presento de espalda a sus compañeros.

Lo ofendió incluso ofendiendo a su madre por no preocuparse de su vestimenta. Roberto cubrió sus lagrimas, al contarle a su madre lo sucedido, esta se llenó de valor y fue a reclamarle al tío Antonio y le solicito que le comprara otro uniforme y zapatos, no los de Leandro porque le quedaban chicos. Ella le reclamó por decidir colocarlo en una escuela para ricos y no en una pública. El accedió a la petición de su madre.

VI

Al volver a clases con su traje y zapatos nuevos y ante tamaña ofensa que había recibido lo hizo más cauto y desconfiado, entendió que sus compañeros apreciaban más la indumentaria que la inteligencia, incluso Edilberto, quién ese amargo día se había mostrado frió, volvía a acogerlo con una sonrisa amable, pero no se lo podía perdonar y en el primer recreo lo dejó de elegir y se llevó a su bando a los más mal vestido del curso.

Al fin de la semana se les informó que se prepararían para la primera comunión, iban a la iglesia, rezaban mucho. A través de la religión se enteró que existía el infierno tan terrible para castigar a los malvados, sobre todo cuando escuchaba las palabras del hermano Cornelio, y lo peor era que al infierno se llegaba por cosas que hasta ese momento para él eran exentas de

maldad, pero todo era pecado mortal y tenía un castigo.

Roberto salía deshecho, con ganas de lavar su alma, por todos los delitos cometidos y rezaba mucho, pedía no morirse sin haberse confesado. Al recordar su vida pasada, sus amistades, sus visitas al prostíbulo, sentía que era indigno de perdón y que el cura al oírlo, se espantaría. Al llegar el día de la confesión él era el más arrepentido.

Al fin lo llamaron y temblaba como una hoja, al darle la penitencia y solo recibir unos rezos a cambio de tantas ofensas se sintió defraudado pero al recibir la señal de la cruz en su frente, sintió la sensación de ver caer unas cadenas al piso.

La primera comunión fue un acontecimiento muy feliz, y lamentaba que sus compañeros no sintieran lo mismo, porque a él aquella gracia lo iluminaba entero. No quería jugar ni leer por respeto al señor que estaba en él. Tenía miedo de expulsar el huésped, pero aconteció lo fatal.

El día sábado aparecieron sus amigos el Tululo, el Chucurro y el Saucino, quiso esquivarlos pero no lo consiguió, lo llenaron de insultos y no se pudo contener y vació todo su vocabulario, lo dejaron hecho una basura y rompieron su ropa, no le dolían los golpes , pero si sentir que había perdido a dios.

Estuvo varios días sin poder volver a clases, al hacerlo, ya no tenía nada que perder, así que jugó, corrió y la amistad con Edilberto cambió, ya no lo estimaba y le exigía algo a cambio por dejarlo copiar los resultados de sus problemas. Después de un tiempo cuando un día le rompieron un cuaderno y Edilberto fue quién le dijo el nombre del culpable, entre la conversación lo invitó a su casa, a tomar once.

VII

El recuerdo de esa visita a la casa de Edilberto lo hizo ver la realidad, sintió

que lo rechazaban, todo en su amigo era distinto, había una diferencia tan grande entre ellos, que ni siquiera se atrevía a tutearlo. En el colegio eran iguales, hacían diabluras, pero en su casa las cosas cambiaban. Edilberto sabía que era superior. Esa casa tenía una claridad, que lo hacia notar todos los defectos de su vestimenta y zapatos.

Al entrar a su cuarto vio tantas cosas como para jugar, pero Edilberto no lo dejaba tranquilo y disponía de todo. Al mirar un payaso que le encantaba quiso tocarlo, pero este no lo dejo. A la hora de once estaban su tío Eduardo, su hermano mayor y su prima Gladis. Sintió con cada mirada de ella sus ofensas y burlas, desprecio. Los demás no se preocupaban de su presencia, eso le dolía mucho, lo hacia sentirse pequeño y sucio.

A Edilberto se le ocurrió la genial ideal que recitara, nadie lo tomó en cuenta y al terminar de hacerlo, el tío Eduardo le puso una moneda en sus manos, como quién entrega una limosna a un ciego. Enseguida en la pieza, tomó nuevamente el payaso, pero se lo quito, llamándolo estúpido. Sintió ganas de irse y aprovecho que entro la mamá, para decir que lo esperaban en casa. Ella le pidió a su hijo que le regalará un juguete, precisamente el payaso con el cual no pudo jugar, pero en vez de sentirse contento sintió ganas de llorar, era vergüenza.

En la casa no supo donde colocar el payaso, no le acomodaba ningún lugar, era demasiado limpio para estar allí y comprendió que ese juguete no era de allí, sintió rabia y lo reventó contra el suelo, sintiendo unas enormes ganas de llorar.

VIII

Una tarde al regresar a su casa encontró a su madre y hermanas llorando, no supo que sucedía hasta que Estela volvió del trabajo, ahí se enteró que Mauricio estaba preso por golpear a otro en una cantina. Debían sacarlo, fueron a la comisaría y Estela pagó la fianza. Ese dinero lo tenía para celebrar el cumpleaños de su madre, prometieron no decir que pagaron una multa.

Al pasar frente a una cantina Estela le ofreció una cerveza, ellos lo esperaron afuera y al salir un grupo de borrachos y uno molestó a Estela, Mauricio apareció dándole un golpe que lo derribó. Roberto se sintió feliz de que la defendiera. Llegó el día del cumpleaños, entre Estela y Mauricio hicieron una gran fiesta, llenaron la mesa de golosinas y una torta y al lado se encontraban dos paquetes de regalo. Su madre feliz los abrió era un vestido y un chal, con un par de zapatillas. Fue una cena cordial y alegre, interrumpida de vez en cuando por algún lagrimón. Mauricio le dio un abrazo y le entregó un atado de billetes y salió sin despedirse, al día siguiente supieron que había tomado un tren.

IX

Ya habían pasado tres meses desde que Roberto le enseñaba a Leandro, pero este era testarudo, siempre hacia lo contrario de lo que le enseñaba, pero a Roberto eso no le interesaba, solo esperaba el momento para tomar once, pero un día descubrió como interesar a ese energúmeno, empezó por relatarle las andanzas del “Taimyr”. Su tío y esposa se extrañaban del interés que demostraba Leandro, creían que saldría bien en los exámenes, pero sacó el penúltimo lugar en las pruebas finales.

Roberto tenía otros intereses en casa de Leandro, junto a ella en una casa vecina vivía Mariángela, que frecuentemente llegaba ahí para escuchar sus historias, esa niña era la encarnación de todos sus sueños, una tarde empezaron una relación, ella sucumbió al embrujo de sus palabras. Pero un día que Leandro tuvo que salir mientras Roberto contaba una de sus historias, este le pidió que no continuara hasta que el volviera, pero Mariángela le exigió que siguiera y a cambio de eso ella le daría un beso y antes de aceptar ya se lo había dado.

Al regresar Leandro se enteró que Roberto había continuado con la historia y se enojó mucho, golpeó a Mariángela y Roberto se metió a defenderla, la madre muy enojada lo echo de la casa por malagradecido y limosnero. Mariángela escucho todo, lo que Roberto le había ocultado. Desde ese día no pudo ir más, pero como Mariángela estudiaba cerca del Instituto Marista, ella lo citó en la plazuela para que terminara de contarle la historia. Desde ese día empezaron a juntarse, aquella maravilla iluminó su infancia, sus andanzas pasadas habían perdido todo prestigio. Cuando no lograba verla sentía una

congoja que le oprimía el pecho, su madre no sabía que le sucedía.

X

Pero todo aquello terminó de manera brutal, una noche al regresar a su casa se encontró con que Hilda tenía tifus, que la llevó al hospital, fueron largos días donde la casa estuvo abandonada y el dinero ya no alcanzaba, afortunadamente el tío Antonio corrió con los gastos. Pero el medico no tenía muchas esperanzas. Su madre no abandonaba la cabecera de la enferma y le pidió a Roberto rezar, el puso su fe en cada palabra y de pronto todos los enfermos coreaban el rosario. Sentía que algo grandioso crecía en el y afirmo que Hilda mejoraría.

Al día siguiente comenzó la recuperación, pero vino otros problemas, se debían 3 meses de arriendo y serían desalojados. Roberto sentía que no le servían de nada las buenas notas. Los pobres solo deben creer en el destino o en dios, no se podía recurrir al tío Antonio, porque ya había echo mucho con ayudar a Hilda.

Roberto salía en las tardes sin rumbo, pero un día al volver de empeñar el vestido de su madre, se encontró con un hombre que arrancaba de los pacos, éste le entregó una billetera y le dijo que la guardara, la escondió y se la llevó a casa. Estela la guardó sin antes ver a quien pertenecía, era de Pedro Ibarra, el dueño de los más grandes duraznales, había en su interior 630.000 pesos. Se guardarían hasta comprobar que no meterían en problemas a Roberto, al día siguiente cuando leyó el diario que no sabían a quién el ladrón le entregó la billetera, Estela decidió ocupar el dinero para pagar el arriendo.

Después de eso un día llegó el tío Antonio que venía a ofrecerle trabajo a Estela de cajera en su molino. Sonia podría trabajar cosiendo sacos y Roberto colocándole la marca del molino. Eso le pareció magnifico, pero enseguida pensó en Mariángela, ya que el molino quedaba muy lejos. Decidieron trasladarse al molino aceptando la proposición del tío.

Sus entrevistas con Mariángela ya eran irregulares, ella parecía un poco

lejana y esquivaba sus besos y esto concluiría por romper sus sueños. Cuando al fin pudieron verse, le contó su situación, pero él la escuchó aterrado decir “eso quiere decir que no volveremos a vernos, tal vez sea mejor”, buenas noches Roberto. Se fue sin siquiera mirarlo, y en la esquina se encontró con unos amigos y les indicaba con la cabeza el lugar donde estaba él, todos rieron.

Llego el día de la partida, sin recibir un mensaje, unas palabras de adiós, durante 2 noches estuvo en la plazuela esperando a que se compadeciera, pero nada. A las 7 de la mañana llegó el carretón para la mudanza, cargaron todo, el debió irse atrás con los hombres, como le indicó su madre, para que nada se perdiera y su hermana le puso unos maceteros en los brazos.

Desde ahí le echó la última mirada al barrio, una racha de viento le trajo la evocación del diente de oro, la vieja linda, Menegildo, la Rosa Hortensia. En ese momento comprendió cuantas cosas de su vida quedaban atrás. El veía alejarse el barrio rompiendo los hilos que lo ataban a su corazón. De pronto, levantó la cabeza y reconoció la plazuela donde se juntaba con Mariángela. En eso comprendió que pasaría frente a su casa, trató de ocultarse por si ella estaba allí, y efectivamente se encontraba conversando con su amiga Herminia y un cadete con modales tan finos como Edilberto. Ella ni siquiera se dio cuenta, no le avisó su corazón que él pasaba entre aquellos trastos. Fue el cadete quien les indicó el carretón y rieron mirando la miseria que pasaba, sin saber que se reían de él.

Y el vehículo siguió calle abajo, hasta hundirse en el campo que se abría como un paño verde y tierno para enjugar sus últimas lágrimas de niño…

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