Responsabilidad Social Corporativa en Tiempos de Crisis

November 29, 2020 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Responsabilidad social corporativa en tiempos de crisis Bernardo Kliksberg Asesor principal de la Dirección del PNUD/ONU para América Latina y el Caribe y Director del Fondo España-PNUD “Hacia un desarrollo integrado e inclusivo en América Latina”. Es autor de numerosas obras entre las que destaca la escrita con el premio Nobel de Economía Amartya Sen, Primero la gente (Ediciones Deusto).

Las empresas con más oportunidades de crecimiento serán las que se involucren activamente en los problemas que afectan al conjunto de la sociedad. Esto será fundamental para volver a un clima de confianza que ayude a salir de la crisis.

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a denominada “ira de los ciudadanos” estalló en Estados Unidos. El detonante fue el caso de AIG. La mayor aseguradora del país, que se encontraba al borde de la quiebra, recibió en sucesivas etapas una cifra récord de 180.000 millones de dólares del estado norteamericano para salvarla, lo que hoy le convierte en su mayor accionista, ostentando ostentan do el 80% de sus acciones. En marzo de 2009 se descubrió que la empresa en cuestión cuestió n estaba pagando 168 millones de dólares en bonos, precisamente, a los ejecutivos de la división causante de los problemas: las operaciones de altísimo riesgo financiero llevadas a cabo por éstos tuvieron una gran incidencia tanto en los problemas de la empresa, como en los fuertes daños originados al conjunto de la economía. Refiriéndose a este hecho, el New York Times señaló el 20 marzo de 2009 que “era un insulto a las reglas básicas del juego limpio”. La sociedad era consciente de que la cantidad que estaba en juego era insignificante si se comparaba con la utilización de gran parte de los 180.000 millones de dólares, financiados por los contribuyentes, en base a criterios muy discutibles. Sin embargo, la atención se centró en los bonos, porque infringían todas las reglas del juego. De acuerdo con una encuesta de Gallup, el 59% de los estadounidenses estaba furioso por esta cuestión y otro 26% se encontraba molesto. Nada menos que el 76% decía que el Gobierno tenía que bloquear o recuperar el dinero. Este caso terminó de situar en el centro de la agenda pública el gran tema de la responsabilidad social corporativa (RSC) y la crisis. ¿Qué papel jugó jug ó la RSC en la crisis?, ¿qué debían solicitar los ciudadanos a las empresas en materia de RSC?, ¿cómo avanzar con ella? El tema no sólo atañe a Estados Unidos, sino que forma parte de los intensos debates sobre nuevas políticas reguladoras que se están desarrollando en las principales econoecon omías europeas, asiáticas y emergentes. El presente artículo procura explorar algunos de estos interrogantes y extraer conclusiones para la reflexión y la acción. En primer término, indaga sobre las causas de la crisis y el papel que en ella han desempeñado algunos agentes económicos. A continuación, muestra cómo, en esta coyuntura de crisis, la idea de RSC se encuentra en pleno proceso de cambio paradigmático. En tercer lugar, sugiere algunas líneas de trabajo en materia de RSC de cara al futuro.

Las causas éticas de la crisis Los indicadores no dejan lugar a duda. Han quedado atrás los discursos racionalizadores que planteaban que la situación actual obedece a una etapa más del ciclo eco-

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nómico o a un fenómeno similar a la crisis de ahorro y préstamos de Estados Unidos (1987-91) o la del sudeste asiático (1997-99), o la mexicana (1994-95). Las cifras son las peores desde el final fina l de la Segunda Guerra Mundial. El Banco Mundial y el FMI revisan sus estimaciones a la baja; se prevé que en 2009 el ProducPro ducto Bruto mundial se contraerá entre un 0,5% y un 1,5%; en Estados Unidos, el PIB caería un 2,6%, en la zona del euro, un 3,2% y, en Japón, un 5,8%. El crecimiento de China descendería de un 11% anual, a un 6%. Es la mayor crisis de los últimos ochenta años. En enero y febrero de 2009, la economía estadounidense destruyó 23.000 puestos de trabajo por día, perdió dos millones de empleos en 2008 y 1,2 millones en los dos primeros meses del 2009. La tasa de d e desocupación se disparó al 8,1%. En el Reino Unido esta tasa se

Una economía de mercado sin valores éticos puede ser portadora de altísimos riesgos situaba a finales de enero de 2009 en el 6,5%, la mayor desde 1997. En Francia se prevé una caída del PIB en 2009 del 1,5% y la pérdida de 300.00 empleos. La producción industrial fue, en enero de 2009, un 14% menor que la del año precedente. En Alemania, las exportaciones descendieron un 20% en enero de 2009 con respecto al año anterior. En España la desocupación desocupac ión llegaba a finales de 2008 al 13,8%. En Irlanda, el desempleo se situaría, a finales de 2009, en el 14%, tasa que ascendía al 4,3% en el 2006. ¿Cómo se desplomó la mayor economía del mundo, la de Estados Unidos, arrastrando en su caída a las principales economías mundiales? Las burbujas de las hipotecas subprime y de los derivados, y de otros productos financieros carentes de base real desempeñaron un papel crítico en la crisis. Se ha estimado que el volumen de derivados tóxicos es, por lo menos, cinco veces superior al de las hipotecas basura. ¿Cómo pudieron desarrollarse durante años estas burbujas que pusieron en riesgo los ahorros de la gran mayoría de los estadounidenses, y la estabilidad de las bolsas mundiales? ¿Qué factores posibilitaron y propiciaron esta situación? Se han producido una serie de déficits éticos de gran envergadura que han incidido en la situación. Una Un a economía de mercado sin valores éticos puede ser portadopo rtadora de altísimos riesgos, tal y como visionariamente lo

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predijo Adam Smith en textos, como, por ejemplo, The Theory of Moral Sentiments (1759), en los que enfatizaba acerca de la necesidad de que el mercado se base en valores éticos como “prudencia, humanidad, justicia, generosidad y espíritu público”. Entre las fallas éticas, se encuentran las siguientes: • Primera falla ética: el abandono por parte del Estado de su misión de proteger el interés colectivo en campos estratégicos. La política pública en Estados Unidos, desarrollada durante la presidencia anterior, desreguló activamente el mercado parafinanciero y debilitó severamente las instituciones regulatorias existentes. En nombre del “fundamentalismo de mercado”, como lo llamó el presidente de Francia, Sarkozy, Sarkozy, se dejó que los actores financieros “autorregularan” un mercado tan delicado y clave como el parafinanciero. Uno de los orientadores de esas políticas pol íticas Allan Greenspan, al ser interpelado en el Congreso estadounidense sobre los desastrosos resultados producidos por la desregulación, declaró: “estoy asombrado. Creímos que las instituciones financieras se autorregularían para proteger sus intereses y los de los accionistas, y no lo hicieron...T hicieron...Todo odo el edificio intelectual que construimos se ha venido abajo”.

La alta dirección de diversas empresas financieras de gran peso colocó a estas organizaciones en situaciones de elevado riesgo sistemático para favorecer la maximización de las ganancias a corto plazo El debilitamiento en extremo de la capacidad regulatoria del Estado tuvo entre sus expresiones límites el hecho de que la SEC fue incapaz de procesar las denuncias documentadas que desde 1990 se venían haciendo sobre el caso Madoff. Juan Somavia, director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), resume con precisión la situación: “La visión ideológica de la economía que sostiene que la desregulación siempre es la mejor política nos ha llevado a los problemas del sistema fi-

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nanciero. Esta visión sobrevaloró el mercado, infravaloró el papel del Estado y devaluó la dignidad del trabajo”. • Segunda falla ética: la conducta de los altos ejecutivos financieros. El caso AIG fue sólo la punta del d el iceberg. La desregulación salvaje creó un clima de “incentivos perversos”. Era posible llevar adelante casi con total impunidad lo que el presidente Obama ha calificado de “codicia desenfrenada”. La alta dirección de diversas empresas financieras de gran peso colocó a estas organizaciones en situaciones de elevado riesgo sistemático para favorecer la maximización de las ganancias a corto plazo. pla zo. Sus paquetes remuneratorios estaban ligados a los beneficios inmediatos de las empresas. Las intoxicaron de activos dudosos, aun cuando ello comprometía seriamente su futuro. Fue la acusación del Congreso contra Richard Rich ard Fuld, el entonces presidente de Lehmans Brothers, lo que llevó a la quiebra a esta empresa de ciento sesenta años de existencia. El presidente de d e la Comisión respectiva del Congreso, Henry Waxman, señaló que Fuld había cobrado, en los últimos años, quinientos millones de dólares. Además, cubrió su posible despido con un “paracaídas” de oro, una cláusula que figuraba en su contrato, en virtud de la cual se establecía la obligación de pagarle sesenta y cinco millones de dólares en caso de que la empresa prescindiera de sus servicios. Waxman le preguntó: “¿Es ésto juego limpio?”. Nicholas Cristoff, premio Pulitzer, dedicó en el New York Times una columna a Fuld, que llevaba por tituló: “Se necesita ejecutivo, 17.000 dólares por hora, no se necesita ser competente”. Su remuneración era 2.000 veces el salario sala rio mínimo (8,25 dólares la hora), que ganaban amplios sectores. Otra conducta digna de mención es la de John Thain, ex presidente de Merrill Lynch, que, tras ver cómo esta empresa era absorbida por otra con dinero del Estado, anticipó el pago de bonos por 4.000 millones a los altos ejecutivos. Asimismo, en plena crisis hizo redecorar su oficina por un importe total de 1.200.000 dólares, incluyendo una alfombra y una cómoda de 87.000 y 35.000 dólares, respectivamente. Además, estas conductas de los responsables de la alta dirección mostraron una total insensibilidad hacia la posible ira de los ciudadanos. Uno de tantas manifestaciones de esta “campana de cristal” fue la comparecencia en el Congreso de los presidentes de las tres grandes empresas del sector de la automoción, que acudieron con la finalidad de pedir deses-

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peradamente un rescate multimillonario. Se les preguntó, en primer término, cómo habían viajado de Detroit a Washington, a lo que ellos contestaron contesta ron que en avión privado. El coste c oste de este viaje era sesenta veces superior al de un vuelo en clase business. A raíz de estas actuaciones, se puso en cuestión todo un estilo de cultura corporativa, que era el antimodelo de la idea de RSC. Como reflejo de los sentimientos ciudadanos, el Presidente Obama denunció, en marzo de 2009, a las corporaciones que “utilizan el dinero de los contribuyentes para pagar sus remuneraciones, comprar objetos de lujo o desparecer en aviones privados”. Calificó de “ultrajantes” los pagos de cerca de 20.000 millones de dólares en bonos a finales del 2008 a altos ejecutivos de empresas de Wall Street con un desempeño deficiente, y como “el colmo de la irresponsabilidad” los pagos de AIG. • Tercera falla ética: el sesgo de las agencias calificadoras de riesgos. La función de las la s agencias es clave para los inversores: se ocupan de calificar los bonos y papeles que corporaciones y bancos emiten para obtener recursos de los inversores. El Congreso norteamericano las interpeló y enjuició severamente por su pésimo trabajo durante los años de las burbujas. David Segal describe así su operativa: “Pusieron su sello de aprobación en incontables subprimes y valores vinculados que ahora se describen como tóxicos. El problema, señalan los críticos, consistía en que cobraban de las corporaciones cuya deuda debían calificar, percibían millones en honorarios y tenían un incentivo financiero para poner notas altas a valores que no lo merecían. Por lo menos diez grandes empresas que quebraron o fueron rescatadas en el último año tenían calificación para la inversión. Era lo mismo que dar a pacientes con enfermedades mortales certificados de salud total. Moody’s calificó la deuda de Lehman Brothers con A2, días antes de que se presentara a la quiebra y le dio a la deuda no asegurada de AIG un rating de A3, más alto aún que A2, una semana antes de que el Gobierno se viera obligado a intervenir la empresa, en septiembre del año pasado”. Los vacíos éticos en las políticas públicas y la cultura corporativa amoral que, hoy, la opinión pública estadounidense y del mundo desarrollado critica severamente y para los cuales se demandan sanciones y cambios de gran calado, han causado daños profundos en vastos sectores a escala global. El presidente de la Comisión de Medios del Congreso norteamericano, Charles Rangel,

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lo sintetizó de la siguiente manera: “Los sueños fueron hechos añicos y las casas se han perdido, debido a que un reducido grupo de ejecutivos se hallaba motivado por codicia, en lugar de preservar el sistema del que América y el mundo dependen”. Contar con un trabajo decente, el gran derecho del que debería disponer todo ser humano como lo plantea pl antea la OIT, se ha transformado para muchos en inalcanzable. La OIT estima que el número de desocupados puede aumentar en el 2009 en cincuenta millones. La crisis que primero fue financiera y luego se transformo en económica, se convierte rápidamente en humanitaria. Está poniendo en grave peligro las la s metas del milenio fijadas por la ONU y aumentando las realidades de pobreza extrema y hambre del planeta. Nueva York York tiene el récord de los últimos treinta años de personas sin hogar –50.000–. Además, el número de personas que piden estampillas de alimentación para poder comer es el mayor en ese mismo período y muchos estadounidenses han dejado de comprar medica-

El premio Pulitzer Nicholas Nicholas Cristoff dedicó en el ‘New York Times’ una columna a Fuld, ex presidente de Lehman Brothers, que llevaba por tituló: “Se necesita ejecutivo, 17.000 dólares por hora, no se necesita ser competente competente”” mentos indispensables por no contar con los medios para ello. Como consecuencia de la crisis, c risis, la pobreza ha aumentado severamente a escala global, se suceden los estallidos sociales y la caída de varios gobiernos de Europa Oriental. Se solicita la introducción de cambios y de grandes planes de reactivación, una función reguladora seria y activa mediante políticas públicas, así como la revisión de la cultura corporativa.

Hacia un nuevo paradigma en responsabilidad social corporativa Las ideas predominantes sobre el papel de la empresa en la sociedad han cambiado drásticamente en los últi-

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mos años. Durante décadas, la visión con más preponderancia era la que sostenía que la única responsabilidad de la empresa privada era generar beneficios para sus propietarios, los únicos a quienes se debía rendir cuentas. Fue legitimada doctrinalmente por Milton Friedman, en un artículo en el que sostenía que perseguir un objetivo distinto era perjudicar el trabajo. Era la etapa de la “empresa narcisista”. Sin embargo, fuerzas sociales cada vez más amplias exigieron una perspectiva menos estrecha. En economías cada vez más concentradas, los impactos de las decisiones y acciones de las empresas líderes en los mercados recaen sobre el conjunto de la sociedad y unas pocas organizaciones son determinantes en la vida de ciudades y regiones enteras. Se pidió a la empresa que saliera de los marcos mar cos estrechos del narcisismo y surgió, así, la era de la “empresa filantrópica”. Crecieron las contribuciones de las organizaciones a causas específicas; se desarrollaron las fundaciones, estimuladas por desgravaciones fiscales, y la empresa se transformó en un agente activo en campos como, por ejemplo, el de la cultura, donde se centraron muchos de los esfuerzos filantrópicos, mediante el patrocinio de museos, expresiones artísticas de todo orden y universidades.

La crisis que primero fue financiera y luego se transformo en económica, se convierte rápidamente en humanitaria Sin embargo, ese modelo mostró sus limitaciones frente a una realidad cambiante. En el siglo XXI, fuerzas históricas emergentes exigen que la empresa vaya mucho más allá, de forma que se produzca una ruptura paradigmática con las visiones anteriores y se transforme en una organización con una alta responsabilidad social corporativa. Cuando los ciudadanos solicitan a la empresa un esfuerzo en materia de RSC, reclaman, al menos, los siguientes desempeños: 1. Políticas de personal que respeten respeten los derechos de los integrantes de la empresa y favorezcan su desarrollo. La RSC empieza por casa. Se trata de asegurar condiciones dignas de trabajo, remuneraciones justas,

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posibilidades de avance, capacitación, etc. Pero, al mismo tiempo, la idea incluye actualmente otros temas críticos, entre los cuales se incluyen la eliminación de las discriminaciones de género, plenamente vigentes en áreas como las remuneraciones y el acceso a posiciones directivas, y la cuestión del equilibrio entre familia y trabajo. La empresa no debe generar incompatibilidades con las funciones básicas, necesarias para llevar adelante una vida familiar plena, sino que, por el contrario, debe favorecerlas. A este respecto, las tecnologías modernas posibilitan el desarrollo de muchas ideas innovadoras. 2. Transparencia y buen gobierno corporativo. La información debe ser pública y continua, los accionistas deben tener posibilidades de intervención activa, los órganos de dirección deben ser idóneos y controlables, y es preciso eliminar los conflictos de interés. Un capítulo especial es el de las remuneraciones y los sistemas de incentivos, así como el control de los altos directivos. 3. Juego limpio con el consumidor. Se espera que los productos sean de buena calidad, los precios razonables y los productos saludables. saludables. En este último campo, muchas experiencias recientes han mostrado la presencia de graves problemas, que van desde los causados por ciertas exportaciones chinas, hasta los efectos perjudiciales para el organismo ocasionados por las comidas rápidas, con alto contenido de grasas gra sas ultra saturadas, y por los medicamentos nocivos, como lo ilustran los juicios masivos contra laboratorios labora torios farmacéuticos. 4. Políticas activas de protección del medio ambiente. En este sentido, las empresas deben convertirse en limpias desde una perspectiva medioambiental y colaborar de múltiples formas con la crítica agenda que tiene el mundo por delante en este campo. 5. Integración de aspectos que generan bienestar común. La expectativa es que la empresa privada colabore intensamente, mediante alianzas estratégicas con instancias públicas y sociedad civil, en el desarrollo de las políticas públicas que traten cuestiones esenciales para el interés colectivo, como, por ejemplo, la lucha contra co ntra la deserción escolar, la mejora de la calidad educativa, la reducción de la mortalidad materna e infantil, la inclusión de los jóvenes marginados, y otras similares. La empresa privada, además de aportar recursos, puede contribuir en los programas de utilidad pública mediante la gestión eficiente, canales de márketing, espacios en Internet, tecnologías avanzadas y muchas de sus aplicaciones específicas. No se le pi-

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de que reemplace la política pública que en una democracia tiene la obligación de garantizar la universalidad de la educación, salud, trabajo, e inclusión, sino que sea un aliado creativo y constante. 6. No practicar un doble código cód igo de ética. Debe existir coherencia entre el discurso de RSC y la práctica. Un ejemplo de incoherencia viene ilustrado por el desarrollo de prácticas de corrupción de funcionarios funcion arios públicos, con el propósito de lograr objetivos de negocio. Hasta 1999, año en que la OCDE penalizó la corrupción en algunos países desarrollados, se permitía la deducción fiscal de los sobornos como “gastos de negocio”. Además, las empresas multinacionales no deberían aplicar un código de RSC en los países desarrollados y otro distinto en países en desarrollo. Sería una cuestión muy grave, tal y como ha sucedido en algunos casos, que las organizaciones apliquen normas de conducta avanzadas en sus casas matrices y, sin embargo, empleen mano de obra infantil o degraden el medio ambiente en sus inversiones externas, sin ningún tipo de consideración. Fin de la enumeración La idea de RSC ha progresado mucho en los últimos años. La revista The Economist, por ejemplo, que hace pocos años veía de forma muy crítica la RSC, considera que “ha ganado la batalla de las ideas”, y que “con el tiempo será simplemente la manera de hacer negocios en el siglo XXI”. Detrás de este avance, hay fuerzas históricas estructurales que la empujan a diario. diario . En primer lugar, en las democracias, la sociedad civil se encuentra cada vez más articulada y es más densa y participativa. Los ciudadanos piden a voces un comportamiento ético de políticos y, crecientemente crecientemente,, de empresarios. Las ONG y la opinión pública han librado victoriosamente luchas de largo alcance, como la que llevaron adelante en defensa de la salud pública contra una de las concentraciones empresariales más poderosas, la de la industria del tabaco. Según Al Gore, premio Nobel de la Paz, la ciudadanía ha sido fundamental en la derrota de la tesis que sostiene que no hay un peligro medioambiental real, propiciada, entre otros, por empresas contaminantes. Hoy, la alarma es generalizada y el debate radica en cómo enfrentarse a este reto. En un artículo publicado en diciembre de 2006 en la Harvard Business Review, Porter y Kramer describen así las presiones ejercidas por la sociedad civil: “Muchas compañías se introdujeron en cuestiones de responsa-

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bilidad social corporativa después de quedar sorprendisorprend idas por las peticiones públicas, que les solicitaban una respuesta en temas que no consideraban como parte de sus responsabilidades empresariales. Los laboratorios han descubierto que, a pesar de encontrarse lejos de su mercado y de sus líneas de producción prod ucción primarias, se espera de ellos una respuesta a la epidemia de SIDA que asola África; además, se hace responsables a las l as empresas de comida rápida de los problemas de obesidad y malnutrición”. Por otra parte, los pequeños accionistas, muy inquietos a raíz de la caída de Enron –la séptima empresa de

Durante décadas, la visión con más preponderancia era la que sostenía que la única responsabilidad de la empresa privada era generar beneficios para sus propietarios, los únicos a quienes se debía rendir cuentas Estados Unidos llevada a una quiebra fraudulenta–, que les costó 60.000 millones de dólares en ahorros, están ahora en plena ebullición frente a la caída de las grandes instituciones financieras de Wall Street. Exigen, a través de los fondos de pensiones y de d e otras organizaciones en las que han invertido, un cambio sustancial en las reglas del juego, en el que el buen gobierno corporativo controlado se transforma es una reivindicación central. En tercer término, se halla el avance del consumo responsable. En Estados Unidos, como en otras economías desarrolladas, crece el “consumidor verde o ético”. Se estima en no menos de 110.000 millones de dólares el mercado norteamericano de consumidores que compran tomando en consideración si los productos de la empresa son saludables, si la propia organización es amigable con el medio ambiente, así como su grado de desarrollo en materia de RSC. Ciudadanos activos, accionistas indignados y consumidores responsables están empujando el cambio de paradigma en RSC. Han llegado para quedarse. Cuanto más progrese el irreversible y tan esperanzador proceso de democratización que viven amplias áreas del

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planeta, mayor será su presión e incidencia. Con su impulso, se ha cambiado totalmente la ecuación de Friedman: las empresas privadas con mayores oportunidades de alcanzar un buen rendimiento económico no serán las narcisistas, sino aquellas que apuesten por una buena política de RSC. Investigaciones de todo orden dan cuenta de la relación directa que existe entre el aumento de la RSC y el incremento de la competitividad, lealtad de los consumidores, posibilidad de atraer a los profesionales más capaces, productividad laboral y confianza en los mercados. En una encuesta publicada en 2005 en The Economist “sólo el 4% de los empresarios afirmaron que la RSC era una pérdida de tiempo y dinero”. La RSC es una exigencia ética de la sociedad, pero al mismo tiempo es el modo en que la empresa puede reciclarse para el siglo XXI, un siglo en el que deberá rendir cuentas no sólo a sus propietarios, como equivocadamente creía Friedman, sino a todos los involucrados, entre los que se incluyen sus propios empleados, peque-

Las empresas privadas con mayores oportunidades de alcanzar un buen rendimiento económico no serán las narcisistas, sino aquéllas que apuesten por una buena política de RSC ños inversores, consumidores, opinión pública y sociedad civil en sus múltiples expresiones. La crisis ha agudizado la necesidad de cambios perentorios en las ideas convencionales sobre el papel de la empresa en la sociedad. Lo ha entendido muy bien la Comisión Europea que, en marzo de 2009, reclamaba a las empresas “especialmente del sector financiero” fina nciero” una mayor atención a la ética y a las políticas de RSC. Sus conclusiones son similares a las de la última reunión del consejo del Global Reporting Initiative, autoridad mundial en informes de sostenibilidad. Ésta señala que, ante el hecho de que “con la falta de transparencia se ha fallado a los accionistas de las empresas”, es hora de reexaminar que la triple rendición de cuentas que exige en los balances –económica, social y medioambiental–, deje de ser voluntaria y pase a ser obligatoria.

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Suecia ya ha implantado esta obligación para las empresas participadas en más de un 50% por el Estado, y Dinamarca la está aplicando para sus 1.100 mayores empresas.

Una agenda para el cambio La RSC avanzaba poco a poco. Más de 3.300 organizaciones se han sumado al Pacto Global de la ONU que exige la aplicación de principios básicos por parte de las empresas signatarias en derechos humanos, libertad sindical, trabajo forzoso, erradicación del trabajo infantil, abolición de discriminaciones, medio ambiente y corrupción. Sin embargo, la crisis ha puesto de manifiesto las fragilidades que existen, la existencia de comportamientos alejados de la idea de RSC y el largo camino que queda por recorrer. Frente a la destrucción de una de las bases del funcionamiento del sistema económico –la confianza–, sectores muy amplios reclaman hoy nuevas reglas de transparencia, la puesta en marcha de esquemas de regulación serios y confiables, y la reestructuración integral de los ingresos de los altos ejecutivos, con techos incluidos, entre otras medidas. Amartya Sen, en un artículo publicado en el Financial Times el 10 de marzo de 2009, destaca, acerca del tema de la confianza, que una de las brechas agudas que mostró la crisis es la siguiente: “Existían muy buenas razones para que se produjera la quiebra de confianza que ha contribuido a la crisis. Las obligaciones y responsabilidades asociadas a las transacciones han sido, en los años recientes, más difíciles de seguir, debido al rápido desarrollo de los mercados secundarios de derivados y otros instrumentos financieros… La necesidad de supervisión y regulación ha sido mucho más fuerte en los últimos años. Sin embargo, el rol ro l supervisor del Gobierno de Estados Unidos se ha visto reducido drásticamente en ese mismo período, por la progresiva creencia en la naturaleza autorreguladora de la economía de mercado. Precisamente, cuando aumentaba la necesidad de supervisión del Estado, ésta se vio reducida”. Más que nunca se necesitarán altas dosis do sis de RSC para restablecer la confianza y superar la crisis. Las políticas públicas deberán estimularla y crear un marco en el que los incentivos perversos, que surgían de la desregulación salvaje, sean reemplazados por regulaciones regulacion es que garanticen el interés colectivo y normas de juego que favorezcan “incentivos virtuosos”. Por otro lado, es preciso que las la s empresas que continúan en la etapa puramente narcisista o filantrópica, atiendan al requerimiento de la sociedad y sigan el ejem-

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plo de aquellas que han incorporado la RSC en sentido amplio, es decir, no como una estrategia de márketing, sino como una política corporativa esencial. La RSC exigida de manera creciente por parte de la ciudadanía, implica, en el fondo, replantearse el propio papel de la empresa en la sociedad, hasta ha sta situarla como una de sus instituciones básicas. Precisamente por esta situación que ocupa, debe involucrarse plenamente en los problemas de la sociedad y situarse en primera línea para luchar contra ellos. Un punto clave será la formación en esta línea. El New York Times se plantea “¿No es hora de reconsiderar la formación que ofrecen las escuelas que imparten los MBA MBA?”. ?”. El decano de uno de éstos másters en Estados Unidos, al ver que casi todos los ejecutivos hoy cuestionados tenían en común haber cursado un MBA, comentaba: “Algo grande ha fallado. No podemos mirar hacia otro lado y decir que no es nuestro error cuando existe una falla sistemática y extendida en términos de liderazgo”. Khurana, profesor de la Harvard Business School, advierte que “una suerte de fundamentalismo de mercado tomó posesión de la educación empresarial. La nueva lógica de la primacía del accionista absolvió a la gerencia de cualquier otro tipo de responsabilidad que no fuera la de obtener unos resultados financieros”. En efecto, un estudio desarrollado por po r The Aspen Institute sobre graduados de algunos de los principales MBAs descubrió que, a medida que avanzaban en el máster, su preocupación ética tendía a debilitarse, en lugar de a aumentar. Cuando ingresaban en el MBA, el 68% creía que la principal responsabilidad de una corporación era maximizar el valor de los accionistas, cifra que se situaba en el 82% al finalizar fina lizar el primer año. Piper, impulsor de algunos cambios en los programas de la Harvard Business School, resalta que en los currículos de los MBA

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el énfasis está puesto en la “cuantificación, modelos formales y fórmulas, y se minimiza la aplicación de juicios y el debate sobre valores”; “como “como estas últimas materias figuran poco en el currículo, los estudiantes asumen que no tienen importancia”.

Cuando ingresaban en el MBA, el 68% de los alumnos creía que la principal responsabilidad de una corporación era maximizar el valor de los accionistas, cifra que se situaba en el 82% al finalizar el primer año La ausencia de RSC fue parte relevante de la crisis que hoy afecta gravemente a amplios sectores de la economía mundial. La discusión sobre la necesidad de la RSC ha quedado superada por los acontecimie acontecimientos; ntos; ahora, hace falta trabajar con vigor en su avance.

«Responsabilidad social corporativa en tiempos de crisis». © Ediciones Deusto. Referencia n.O 3445.

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