Renouvin - Historia de Las Relaciones Internacionales - Tomo II

July 9, 2019 | Author: Carlo Francesco Auditore | Category: N/A
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Maqueta RAG La presente OD''(i se publicó onf;inalnL ::e en francés por!:: Lihrairie lfochctte. de :'arís, con el !itulo de H!STO!RE DE'> RELAT!ONS JNTERNAT'ONALES Edición original en espaliot, publicada por Ag11i/a1; S. A. de Ediciones. Juan Brai·o, 38. /\fadrid-1969.

PIERRE RENOUVIN HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES SIGLOS XIX Y XX TRADUCCION:

JUSTO FERNÁNDEZ BUJÁN, ISABEL GIL DE RAMALES, MANUEL SUÁREZ, FÉLIX CABl\LLERO. ROBREDO

2." edición, 1990 © Hachette, 1955 © Para la presente edición AKAL.editor, 1982 Ediciones 1\kezó con la oposición de aquellos grupos sociales cuyas aspiraciones e intereses se veían amenazados por la restauración de los regímenes tradicionales; y también con la de aquellos pueblos cuyos sentimiento~ se víeron desatendidos con ocasión del trazado de sus fronteras. Tales manifestaciones fueron, sin embargo, solamente esporádicas. Los grupos sociales amenazádos por las tendencias reaccionarias eran los campesinos-alH donde se habían beneficiado de las reformas subsiguientes a la difusión de las ideas de la Revolución francesa-, los comercian tes y los industriales-favorecidos por la disminución de la influencia de Jos grandes terratenientes-; y los intelectuales, seducidos por los principios de 1789. Pero la reacción de estos grupos era tnuy desigual. De hecho, los campesinos conservan, en la mayoría de los estados, las ventajas materiales que habían conseguido bajo el régimen francés (supresión de los derechos feudales y posibilidad de transmitir la propiedad): la restauración no les discutió las 'ventajas adquiridas. l Estaban más inquietos los artesanos, los comerciantes y los industriales? Ciertamente, deseaban poder desarrollar sus iniciativas sin temor a intervención de Ja burocracia; sustraerse de las trabas que, en Prusia y Austria, limitaban la libertad de empresa; obtener, dentro del marco de- la libertad de asociación, un régimen favorable a la actividad comercial; podían temer, también, que lós gobiernos restaurados practicasen una política aduanera influida por los intereses de la gran propiedad territorial, aunque, en muchos casos~n Italia del Norte, pqr ejemplo-, habrían de quejarse del sistema napoleónico, que beneficiaba a los productores y al comercio francés, en perjuicio de la actividad económica de los estados asociados o vasallos; Ja reconstrucci6n europea no soló les reservaba, pues, sinsabores. ¿Eran numerosos los verdaderos descontentos, los que sufrían bien en sus intereses inmediatos, bien en sus sentimientos 7 Nos faltan datos para juzgarlo cc>n exactitud. No es sorprendente que haya que contar entre ellos ~ los 11

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oficíales que sirvieron 1 n las filas de la Grande Armée, sin empleo ahora; o a los funcionar os que participaron en la administración francesa o en la de los gobie1 nos de los estados vasallos del Imperio francés. No es menos cierto que el restablecimiento de la preponderancia de la aristocracía y del clero :ue acogido con desconfianza por los intelectuales y por los dedicac os a las profes1011es liberales. Así. pues, esta oposición contab3. con cuadros. Pero ¿disponía de tropas? No lo parecía. Los adversarios ª'tí vos de ios regímenes restaurados eran poco numerosos en los estad· >S italianos. Trataban de agruparse en asociaciones secretas; pero es :as apenas ejercían acción sobre las masas. En los países alemanes, don je artesanos y campesinos parecían considerar como un mal inevitable ei estado de cosas distente. dicha oposición, sin embargo, tenía base! más amplias, debido, principalmente, al proselitismo de las Umver ;idades, cuyos profesores conservaban cierta libertad de expresión, a ,:ausa del crecimiento-en Renania, principalmente--Jitido orientaban sus preferencias. Pero l acaso habían sido estables. tales puntos de vista? En Rusia, donde la dirección de la política exterior pertenecía eclusivamente al Zar. las preocupa~i?ne~ eran l~s mismas en 1849 y 1850 que ·en 1848: impedir una mod1f1cac1ón radical del estatuto territorial de Europa central y, sobflt t?do, atajar el peligro de una insurrección polaca, posible consecuencia de una victoria de las nacionalidades. En Gran Bretaña, Palmerston seguía al frente de la política exterior, pero cada vez era más discutido, unas veces por la Corte, en la que el príncipe Alberto -un Sajonia-Coburgo--tenía sus opiniones personales sobre la política alemana; . otras por los jefes del partido conservador, y el secretario de Negoc10s extranjeros encontraba oposición incluso entre el personal diplomático. Así, la política exterior inglesa erq, incierta y blanda. En Francia, la elección-en lO de diciembre de 1848--de Luis Napoleón para la presidencia de la República colocó al frente del Estado a un hombre.de imaginación desbordada, que no dudó en seguir una política personal, mediante negociaciones secretas. La mayoría ·parlamentaria, adscrita a fos republicanos moderados en la Asamblea Constituyente, pasó al partido del Orden-coalición de conservadores católicos, or'canistas y legitimistas--después de las elecciones para la Asamblea legislativa (mayo de 1849). La República ya no estaba en manos de los republicanos y los demócratas no tenían otra esperanza que actuar

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mediante golpes de fuerza. Ciertamente, Francia no emprendería una guerra de propaganda republicana: Europa se había tranquilizado a tal respecto. Pero la presencia de Luis Napoleón no dejaba de inquietarla, pues el sobnno del Gran Emperador era forzosamente adversario de los tratados de 1815. Sin embargo, el presidente de la República no era aún el dueño de la situación. Sus ideas-lo mismo en la cuestión alemana que en la italiana-no eran las de los partidos de derecha, que formaban la mayoría parlamentaría. La política internacional de Francia r~sultaba, pues, activa y emprendedora, pero con frecuencia confusa, debido a las alternativas de las influencias divergentes. La política rusa era decisiva en la cuestión de Hungría. Schwarzenberg no se decidió a solicitar el apoyo de Rusia en mayo de 1849 sino después de muchas vacilaciones, pues temía' que Nicolás I reclamase una compensación. Pero el gobierno ruso no reclamó nada; envió un ejército de 150 000 hombres sin pedir contraprestación alguna. La .alternativa tenía importancia, pues hubiera podido pensar, por el contrario, en permitir que Austria se hundiese para recuperar su libertad de acción en los Balcanes. Su decisión, insoirada en el deseo de mantener el estatuto europeo de 1815 (en el q~e la existencia del Imperio austríaco era pieza clave), se debía también y sobre todo al temor de que la revolución húngara se extendiese a la Polonia rusa; como siempre, a partir de 1831, los emigrados polacos, desperdigados por Europa, fueron a ofrecer sus servicios a la irlsurrección y el ejército de Kossuth contaba entre sus filas un cuerpo polaco de 10 000 hombres mandados por Dembinski. Una victoria magiar tendría, pues, peligrosa influencia en los territorios polacos del Imperio ruso. La campaña rusa en Hungría, precedida por otra de corta duración en Vaiaquia que le sirvió de prólogo-al derrocar al gobierno provisional de Bucarest el Zar pretendía, sobre todo, aislar a Hungría-- constituyó, pues, una medida preventiva. El Gobierno húngaro pretendió parar el golpe mediante un llamamiento a Francia y especialmente a Gran Bretaña. Pero fracasó. ¿Por qué? Después de la elección de Luis Napoleón para la presidencia, el gobierno francés no quiso recibir, ni siquiera a título oficioso, al representante que Hungría había enviado a París. En las instrucciones dadas al embajador en Rusia, Tocqueville, ministro de Negocios extranjeros, solo manifestaba un interés mela11cólico por un asunto en que Francia habría de desempeñar un papel meramente pasivo: "El espíritu y la letra de los tratados no nos permiten ninguna intervención. Además, en el estado actual de Europa, la gran distancia que nos separa del teatro de la guerra nos impone cierta reserva." Y el gobierno francés se limitó a dirigir a Schwarzenberg recomendaciones anodinas: si el gol:'ierno imperial tratase a Hungría con demasiado rigor, correría el riesgo de que persistiera en el futuro una irritación molesta. Pero el primer ministro austríaco no se preocupó de ello.

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En Lor::fres, ::1 Gobierno de Kossuth realizó mayores esfuerzos; sus L'caron de agitar a la opinión pública, presentándole el espe¡uelo de ve:nta1as comerciales. Por su posición geográfica, por la cantidad y riqueza dé sus producciones, Hungría podía ofrecer grandes beneficios a la industria inglesa. Si el movimiento de independencia fra~asara, Austria seguiría monopolizando aquel mercado. Cuando apareció claramente la amenaza de una intervención rusa, los magiares llegaron hasta la súplica; ofrecieron a Gran Bretaña los puertos de Buccari, en el Adriático, y de Semlin, sobre el Danubio, mostrándose incluso dispuestos a renunciar a la república y a aceptar el rey que Gran Bretaña designase. Todo fue en vano. Palmerston siguió sordo a sus .súplicas. Sin embargo, en su correspondencia particular escribió que "el derecho y la justicia están de parte' de los magiares", y expresó su desagrado por la política de Schwarzenberg: "Ciertamente los mayores brutos que han tomado inmerecidamente el título de hombres civiiizados son los austríacos." Pero parafraseando la expresión de Palatsky, decía: "Si Austria no existiera, habría que inventarla." En el marco del sistema europeo "sería imposible-afirmaba-reemplazar a Austria por pequeños estados". Y si el Imperio de los Habsburgo perdiese a Hungría, ¿cómo podría sobrevivir? Los países austríacos sedan pronto absorbidos por Alemania y la expansión n,isa en los Balcanes no tendría contrapeso. Hungría, pues, quedaba abandonada por Austria y Francia, y la política rusa tenía libre' el paso. En la liquidación de la política italiana, la política rusa no desempeñó un papel activo. Fueron Francia y Gran Bretaña las que tomaron la responsabilidad. Pudieron hacerlo sin exponerse a grandes peligros durante todo el período de abril a agosto de 1849, en que el gobierno austríaco se halló en conflicto con Hungría. Después de la derrota de Novara, que impuso la abdicación a Carlos Alberto, Austria exigió del gobierno sardo, además de una indemni.zación de guerra y la conclusión de un tratado comercial, el derecho a ocupar la plaza fuerte de Alejandría; Piamonte quedó, pues, amenazado en su independencia. ¿Podía contar con alguna ayuda? El gabinete inglés se limitó a dar a Austria consejos de moderación. Pero Francia tenía un interés más directo que Inglaterra en evitar la extensión de la influencia austríaca en la Italia del Norte. Ocho días después de Novara (en 31 de marzo de 1849) la Asamblea votó un orden del día que autorizaba al poder ejecutivo para "garantizar el territorio piamontés mediante negociaciones y, si fuese necesario, mediante la ayuda de una ocupación parcial y temporal de Italia"; a fines de abril se pensó en enviar a Génova tropas de ocupación francesas si Austria mantenía sus pretensiones sobre Alejandría. La amenaza resultó eficaz. pues el gobierno austríaco renunció a una ocupación territorial (tratado austro-sardo de 6 de agosto de 1849). Pero ni Francia ni Gran Bretaña discutieron a Austria después de su victoria el derecho de conservar el Lombardo-Véneto y no dejaron concebir a ~gentes

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Manin ilusión alguna al respecto cuando este prolongó (hasta fines de agosto) la resistencia de Venecia. Tampoco se opusieron al restablecimiento de la influencia austríaca en Toscana, adonde volvió el gran duque el 25 de mayo, después de una intervención armada. Pero, con motivo de la cuestión romana, reapareció la oposición de los intereses franceses y austríacos. Después de la batalla de Novai:a era evidente que la república mazziniana constituida en Roma estaba condenada. La única cuestión consistía en saber si la restauración del poder pontificio sería obra de Austria, efectuándose, por consiguiente, en beneficio de su inflttencia. No era sorprendente,- pues, que el Gobierno francés quisiera oponerse, como lo había hecho Luis Felipe en 1832. En igual sentido, Luis Napoleón decidió el 22 de abril de 1849 el envío de un cuerpo expedicionario. No se trataba, al principio, de destruir la república romana por las armas, sino de preparar un compromiso: al regresar a Roma, el Papa establecería instituciones ~líticas liberales, y la población romana, tranquilizada por la presencia "de las tropas francesas respecto al peligro de brutales represalias, respetaría aquella restauración. Tal política fracasó, pues ni el Papa ni los jefes de la república romana se prestaron a una conciliación. ¿Debía abandonarse la partida? "Tendríamos que retirarnos-observó el agente diplomático francés cerca de la Santa Sede-, pero existe Austria." La expedición, pues, se mantuvo, aunque desviándose de su primitivo objetivo; el gobierno francés intentó aún que prevaleciese una solución compatible con el derecho de los pueblos (un plebiscito que permitiera a los romanos elegir entre la República y la restauración del poder pontificio) mediante la misión de Fernando de Lesseps; pero tuvo que inclinarse ante la voluntad de la Asamblea salida de las elecciones de mayo de 1849, en la que dominaban los católicos, deéididos a salvaguardar el poder temporal de la Santa Sede. El 30 de junio las tropas francesas tomaron a Roma y restauraron incon~icionalmente el poder temporal. ¿Cuál era el balance 7 El esfuerzo de los mazzinianos había resultado vano; pero el régimen pontificio solo se mantenía gracias a la presencia del cuerpo expedjcionario francés: estaba totalmente desacreditado ante los patriótas italianos, incluso ante los más moderados. Significaba la derrota del neogüelfismo. El mismo Gioberti, cuando publicó, en 1851, una nueva obra (Rinnovamento civile d'Italia), abandonó sus anteriores planes. La Casa de Saboya era, no obstante el doble fracaso sufrido en su lucha contra Austria, la única que aún estaba calificada para encarnar el movimiento nacional.. Aquella derrota moral del Papa era tan importante para la evolución futura de la cuestión italiana como la infligida por el cuerpo expedicionario francés a los republicanos .. Pero ¿cuál era el beneficio para los intereses franceses? Sin haberlo deseado, el gobierno francés se había convertido en guardián del Estado pontificio. asumiendo, pues, un papel arbitral, puesto que la formación de la unidad italiana era inconcebible sin la previa solución de la cuestión romana. No obstante, no podfa ejercer libre-

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mente aquel arbitraje por estar obligado a tener en cuenta la voluntad de los católicos franceses. En realidad, la presencia en Roma del cuerpo expedicionario asestó un golpe a la autoridad moral que Francia había conservado hasta entonces entre los liberales italianos. El gabinete inglés no podía menos de regocijarse de ello. Mientras que el año anterior se había opuesto a una intervención francesa en Piamonte, ahora se abstuvo de oponerse a la expedición a Roma, pues pensaba que Francia, al ayudar a las fuerzas reaccionarias, ~ompro­ metería su popularidad en Italia. Los acontecimientos confirmaron esos cálculos. Los asuntos alemanes eran los más complejos y también los más graves. Al par que el movimiento popular italiano fue destruido antes de que hubiese tomado forma, el estatuto de Europa central era objeto de ardientes discusiones, de 1849 a fines de 1850. El plan prusiano, inspirado a Feoerico Guillermo IV por Radowitz, volvía al proyecto de estado federal que la Asamblea nacional de Francfort no había podido establecer; pero ahora se trataba de llevarlo a cabo con el asentimiento de los príncipes y bajo Ja dirección de Prusia: programa de la Pequeña Alemania. El plan austríaco-o de Schwarzenberg-era el de una Gran Alemania, de la que formarían parte los territorios del Imperio austríaco; la dirección de los asuntos comunes se confiaría a un Directorio formado por representantes de Austria, Prusia y los Estados medios interesados en la continuación de un dualismo austroalemán, en el que veían la mejor garantía de su independencia. Después de haber sido aplastadas las fuerzas más activas del movimiento nacional, los proyectos de los diplomáticos tornaban a adquirir importancia. Aprovechándose de la guerra de Hungría, que paralizó la resistencia austríaca, el gobierno prusiano· propuso el 28 de junio de 1849 que una Conferencia de Príncipes estableciese una Constitución gel Imperio alemán. Unicamente Baviera, donde el clero cató!ico y los círculos de negocios se mostraban muy reservados, se mantuvo aparte. Pero tan pronto como Austria solventó la cuestión húngara con la ayuda rusa, Hannover y Sajonia se animaron a abandonar a Prusia. La Pequeña Alemania se disgregó. No obstante, Federico Guillermo y Radowitz se obstinaron, tratando de establecer, ante la imposibilidad de llevar a cabo su proyecto primitivo, una Unión restringida, en la que Prusia agruparía bajo su dirección a los pequeños Estados de la Alemania central; en enero de 1850 prepararon la reunión de una Asamblea constituyente, que. se reuniría en Erfürt. Schwarzenberg opuso su proyecto, al que se adhirieron Hannover, Sajonia, Wurtemberg y Baviera. Alemania se escindió en dos camoos. En el momento en que se reunía la Asamblea constituyente en Erfürt, el gobierno austríaco convocó en Francfort a los representantes de los Estados medios, .a los que se añadieron los de Hesse-Cassel y Hesse-Darmstadt. La crisis estalló én 1850, al producirse un incidente en Hesse-Cassel que originó una amenaza inmediata de conflicto. A la

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orden de movilización del ejército prusiano, más bien manifestación de temor que de fuerza, Schwarzenberg contestó con un ultimátum, y la política prusiana se hundió. El 29 de noviembre el gobierno prusiano, en el que Manteuffel había sustituido a Radowitz. aceptó la firma de los puntos de Olmütz, retiró su orden de movilización, .abandonó la Unión restringida y aceptó la reunión de una Conferencia general de los Estados componentes de Ja Confederación germánica encargada de reconstnúr el Bwzd. ¿En qué medida contribuyó a la retirada de Prusia ante Austria la política de las grandes potencias no alemanas? Gran Bretaña no desempeñó un papel activo. El gabinete se mostró, sin embargo, más favorable al plan prusiano que al austríaco. A principios de 1849, cuando la Asamblea nacional al~mana ofrecí? la corona .a Federico Guillermo IV, los conservadores mgleses manifes· taron su desconfianza, pero Palmerston no hizo objeción de principio y se declaró dispuesto a reconocer al gobierno imperial alemán, aunque proponiendo una condición irrealizable: el asentimiento de los soberanos alemanes. Después de la desaparición de la Asamblea nacional pensó que el plan prusiano era la menos mala de las soluciones: una unión más íntima de las potencias alemanas, bajo el patronato de Prusia, formaría una barrera sólida, preferible también, desde el punto de vista de los intereses económicos ingleses, a la Gran Alemania de Schwarzenberg. Pero se mostró más reticente cuando Prusia resucitó la cuestión de los ducados y volvió a emprender las hostilidades contra Dinamarca, resultando eficaz la presión que ejerció sobre el gobierno de Berlín para obligarle a cesar en ellas. Satisfecho con haber protegido de este modo los intereses de Gran Bretaña, no se opuso a Prusia en la cuestión de la Unión restringida. Pero cuando la crisis representó una amenaza inminente de conflicto armado--otoño de 1850--expresó claramente su deseo de evitar una guerra que, en realidad. no se mantendría localizada y que podría originar la intervención rusa en Europa central o la francesa en el Rin. En vano Federico Guillermo IV envió a Londres a Radowitz, en los comienzos de noviembre, para tratar de obtener una alianza; en vano 9freció sacn"ficar las cuestiones económicas a las políticas, por un reajuste de la tarifa aduanera de la Zollvereín, en beneficio del comercio inglés. El gobierno británico subordinaba sus intereses económicos a su anhelo de mantener el equilibrio continental. La política francesa no fue uniforme después de la elección de Luis Napoleón para presidente de la república. El partido del Orden era, generalmente, hostil a la política prusiana; su prensa combatía, en 1849, Ja solución imperial. 2n el otoño de 1850, Thiers afirmó en la Asamblea legislativa su simpatía por la causa austríaca. El ministro de Negocios extranjeros desconfiaba, asimismo, de los proyectos de Radowitz y del rey prusiano. En la primavera de 1849, Drouyn de Lhuys había parecido admitir una preponderancia de Prusia al Norte del

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Mein, per::i no la unidad de la Pequeña Alemania, que agruparía a los estados de:l Sur. Tampoco Tocqueville, aun deseando un refuerzo de la Confederación germánica-por temor a Rusia-quería una preponderancia prusiana. Pero Luis Napoleón tenía su política personal, dominada por el deseo de obtener la revisión de los tratados de 1815. En marzo de 1849, dejó entrever, en sus diarios. la posibilidad de una alianza con Prusia, a condición de que Francia recibiese una compensadón en la orilla izquierda del Rin: en el otoño del mismo año, tanteó el terreno, desde diferentes ángulos, enviando a Prusia a Persigny y haciendo nuevas proposiciones a Baviera: pero ni Berlín ni Munich dieron oídos a sus sugerencias, pues ambos gobiernos sospechaban las miras renanas de Francia. No obstante, esta política se afirmó en 1850, y, después de una nueva misión de Persigny en Berlín, Luis Napoleón se decidió a ofrecer a Prusia la _alianza francesa. en caso de guerra austro-prusiana (15 de junio), solicitando claramente, en concepto de compensación, la anexión del Palatinado bávaro. Pero el ministro prusiano en París rechazó, resueltamente, dicha sugestión: l cómo podría Prusia, que invocaba en su polftica el sentimiento nacional, desdecirse, aceptando la cesión de territorios alemanes? Así, cuando estalló la crisis de 1850, aun tomando precauciones militares en Alsacia. el presidente declaró que Francia permanecería neutral en una guerra austro-prusiana, mientras sus intereses no se vieran amenazados por una 'roptura del equilibrio. Llegado el momento, ¿en qué hipótesis pensaba intervenir? Estimaba, sin duda, que, eu caso de que Austria concediera ayuda armada a Austria, Francia tendría que apoyar a Prusia: tal eta la tesis que hizo exponer, el 17 de noviembre, en el periódico La Patrie. Pero, ante las protestas de la mayoría parlamentaria, e incluso de su ministro de Negocios extranjeros, no pudo emprender aquel camino. Sus ideas, pues, no tuvieron alcance práctico alguno. Unicamente Rusia, donde el Gobierno no había de contar, en absoluto, con la opinión pública, ejerció una acción importante en el desenlace de la cuestión alemana. El Zar, hostil, en marzo de 1849, a la solución imperial, lo fue también, en mayo del mismo año, al plan de Radowitz; pero tampoco quería favorecer una preponderancia austríaca en el conjunto de los estados alemanes. El interés de Rusia consistía en que continuara el estado de equilibrio entre Austria y Prusia. Esta podría dominar la Alemania del Norte, a condición de que los Estados alemanes del Sur entraran en la esfera de influencia de Austria. No obstante, cuando Federico Guillermo IV abandonó su proyecto primitivo y se contentó con la Unión restringida, que parecía estar de acµerdo con las pretensiones ·rusas, Nicolás I siguió desconfiando, porque no veía en aquel repliegue más que una táctica temporal. Sin embargo, eludió tomar partido, pues temía empujar a Prusia a los brazos de Francia. La crisis de 1850 le obligó, por fin,

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a decidirse, pues, por dos veces-a fines detos acuerdos comerciales (en el tomo V de la Histoire du Commerce).

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apenas má~ que en los empréstitos de los Estados extranjeros, paso a _se~ la p~·rnczpal comanditaria de numerosas empresas rivadas fe~rov1anas e mdustriaks, por ejemplo en Luxemburgo e ltPl. y en R l .. , , , n a usia, Y, e goo1erno estimulaba tales inversiones, porque facilitaban la exportac1on de productos metalúrgicos y de maquinaria, sm olvidar c_1ertamente el apoyo que las mismas podían conceder a la política extenor. La unió? er;itre polít~ca y economía parecía ser, pues, más estrecha que lo ~abia stdo antenormente; resultado lógiéo del aumento de interca?1?tos Y del papel desempeñado por los grupos de intereses que se o~:gmab~n en el marco expansionista del alto capitalismo. ¿Existía en e o un actor de paz o un motivo de rivalidades y conflictos entre l~~ E~ta?os7 Los após~oles del librecambio habían pensado que el est~f~Iectmtento de relaciones, económicas reforzaría las tendencias pac1 1ca~ en cuanto tav:orecen~ una __ solidaridad entre los producto;es, ~as~n o por alto la !nflu_encia que la competencia para la conquista e os. mercados podta ejercer en sentido inverso aunque esta "ompetencia no parece haber sido ciertamente muy gra~de en aquella '"éDo~ª· Per~ desde otro punto de vista, tales intereses ejercían dire~ta mfluencia ~n la .coyuntura política, al favorecer, dentro del movimionto de las nac1onahdades, las tendencias que constituían la gran fuerza trastornadora del estatuto territorial. b" Fbuerzas económica; y aspiraciones del sentimiento nacional se comma qn, c::implement~ndose, principalmente en los países alemanes· pero tar:ib1én ~n Italia: la solidaridad entre los intereses materiale~ de los mdustnales Y de le>s comerciantes pertenecientes a distintos Es t~~os Y el COJ!traste de est_a ':1-nidad de intereses y el fraccionamiento po 1ttco, favorecieron el movimiento unitario:



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N Pero ~ac~so aquellas. ~uerzas profundas fueron un factor decisivo 7 l . o habia sido. ya ~amfiesta su influencia con ocasión de los movimientos ~evoluc1onanos de 18487 Sin embargo había resultado inútil porque m en Alemania ni en Italia las aspiraciones nacionales habíad encontr_ado u~ hombre capaz de dirigirlas, porque el gobierno francés no hab1a qu~nd? o no se había atrevido a favorecer un trastorno del statuto. te.rntonal y por':lue el Zar había creído necesario desarticular os movumentos d · subversivos. Pero entre 1851 y 1870 se mam"festaron gra.n es camb10s. en la. conducta de los estadistas. Los factores decisivos de las relaciones mternacionales en Europa eran· 1 ° ue e ¡ do'· · · del · • qmovimienn os · ·' rei.nos que ya h. a bían mtentado en 1848 la dirección to nac10nal en !taha y en Alemania, los gobiernos recibían el imoulso de una v~luntad pe:sonal fuerte y clarividente; 2.º, que el Zar, a·! con:~ter la i~prudencta de renovar la cuestión otomana, perdió la ocas10n de arbitrar los problemas de Europa central, y 3.º, que la política

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francesa favoreció en lo sucesivo la ruptura del statu qua. Cada uno de ellos está ligado a las ideas y al temperamento de un hombre. A los cuarenta y dos años-noviembre· de 1852-Cavour fue nombrado presidente del Cvnsejo del reino de Piarnonte-Cerdeña. Por su ascendencia familiar, pertenecía a la nobleza piamontesa; pero por su madre, ginebrina. había estado sometido a otras influencias. Durante más de quince años, después de una corta permanencia en el ejército, donde sirvió como oficial de ingenieros, llevó una vida de gran terrateniente; sus viajes al extranjero-a Ginebra, a París, a Londres-ensancharon muy pronto su horizonte intelectual. En aquel período de su vida le interesaban principalmente las cuestiones económicas; no solamente se ocupó de mejorar en los dominios familiares los procedimientos de cultivo, sino que probó actividades industriales--creando una refinería-y P?rticipó también en los grandes negocios-fue uno de los que primero se ocuparon en Italia de. la construcción de ferro· carriles-y conocía el papel esencial desempeñado por la organización bancaria. De sus estancias en el extranjero traía observaciones referentes a la vida económica; ejemplo de- ello son sus artículos-en la Bibliotheque universelle de Ginebra-sobre Ja. cuestión del trigo en Inglaterra y de Ja política librecambista. Se presentaba entonces, ante todo, como técnico emprendedor y como hombre de negocios. Y pre· tendía no tener otras ocupaciones. "En cuanto a la política-escribía a un amigo suizo-, me importa un bledo." Pero en 1847 inició su vida oolftica, v íue uno de los fundadores del periódico Risorgimento, que t~rtía por'programa la independencia de Italia y el establecimiento en el estado sardo de un régimen liberal y parlamentario. Durante la crisis de 1848-49, sin embargo, vivió los acontecimientos solamente como periodista, cada vez más influyente, en verdad. A su llegada al poder era una figura nueva en el mundo político. Su designio nacional no consistía únicamente en la ambición de un ministro que quisiera engrandecer los Estados de su rezJ. Sentía •desde su juventud que el pueblo italiano se encontraba en un estado de inferioridad inadmisible debido a su fraccionamiento político, y expresó su convicción de la necesidad de regenerar a Italia, hacerla salir del frzago. En sus artículos de marzo de 1848 en Risorgzmento anunció que Europa "vería surgir una nueva gran potencia ... , la potencia italiana. la Italia constitucional y libre". La experiencia de 1848-49 le proporcionó el convencimiento de que tales objetivos no podrían ser alcanzados sin la ayuda de una de las grandes potencias occidentales. Aquella preocupación italiana seguía, sin embargo, estrechamente ligada en su imaginación a los problemas políticos y económicos ~el estado sardo. Deseaba practicar un régimen liberal, no solo porque era occidental. por su cultura y por todos los rasgos de su formacion intelectual. sino también porque creía q.ue un gobierno adquiere más fuerza cuando cuenta con el apoyo de la opinión pública. También

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estaba co~:\·encido de que las cuestiones econom1cas constituyen una maschera :~lia politica: el progreso de Ja organización de la producción y de los intercambios debía preparar el camino para la realización de sus designios, y la conclusión, inmediatamente d~spués de 1850. de tratados de comercio con Francia y Gran Bretaña sería, en su opinión, un medio de conciliarse las simpatías de dichas potencias. El liberalismo político y el liberalismo económico le parecían, pues, los medios de conseguir el ideal nacional. No parecía, sin embargo, haberse trazado un programa sólido y previsto sus fases. Hasta 1858 sintió el anhelo, pero persistió en sus dudas. No obstante, estaba dispuesto a aprovecharse inmediatamente de las circunstancias v se esforzaba en establecerlas. En suma, Cavour ·no estaba inflamado por una gran pas1on, pero era un gran parlamentario y un gran diplomático. Calculaba frfa y realísticamente y no se hallaba ligado a ningún sistema o doctrina. Se adaptaba a las necesidades del f!10mento y a las de tipo práctico con perspicacia y .sagazmente. pero también con prudencia. Poseía clarivídencia, preveía el posible encadenamiento de los sucesos, y en su acción manifestaba valor, fuerza de voluntad, audacia, rapidez de decisión y perseverancia notables. Bismarck no alcanzó el poder hasta septiembre de 1862. En los diez años anteriores ocupó puestos diplomáticos de primera fila-delegado de Prusia en la Dieta Germánica, primero; embajador en París y en San Petersburgo--en los que entró en --t:ontacto con los grandes problemas internacionales; contacto muy necesario, si se piensa en el papel que había desempeñado, de 1848 a 1850, en la política interior de Prusia, en la que había sido urio de los hombres más activos e inteligentes de la extrema derecha, y con un horizonte exclusivamente prusiano. ¿No había sido, acaso, uno de los que temieron ver perder al Estado de los Hohenzollern su fiso'nomía y su fuerza si se convertía en una parte de un gran Estado alemán? ¿No había aprobado lé: renuncia de Federico Guillermo 'IV a Ja corona imperial? Pero las responsabilidades que asumiera después en su vida internacional, ensancharon su horizonte. En Francfort se dio cuenta de los postulados fundamentales del problema alemán, y pensó que la lucha contra Austria sería fatal. En Petersburgo midió la debilidad del Imperio ruso. En París se acercó a Napoleón III y lo valoró. Sin embargo, cuando el rey le llamó a la presidencia del Consejo-septiembre de 1862-lo consideraba todavía como el dirigente de la extrema derecha, el hombre de hierro, más que el diplomático. Le otorgó el poder para resolver una crisis interior: conflicto entre el gobierno y la mayoría par!amentaria, respecto a las leyes de reorganización del ejército. Lo hizo con inquietud. Desde sus primeras actuaciones, Bismarck mostró la importancia de sus propósitos: anula'r el Parlamento, reorganizar el Ejército, como preámbulo para la acción exterior. En una conversa-

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c10n con el embajador de Austria se refirió, categóricamente, al problema del futuro de Alemania: era necesario que el estado de los Habsburoo se resignase, de grado o por fuerza, a no desempeñar más el papel que"' ejercía en los asuntos alemanes y que transfiriera su centro de gravedad a Pest. . . Desde aquel momento, la fisonomía de Bismarck (cuarenta Y, ~1ete años en 1862) se perfiló con los trazos que pronto se harían clasicos: voluntad de dominio, agudeza, fértil imaginación política, voluntad implacable. Su actitud confirmó l~ reputaci~n. que se le había asig.nado desde que fue miembro de la Dieta germantca; le agradaba de¡ ar a su oponente cortado, por la brusquedad de tono, la brutalidad de expresión, la afectación del desprecio a las reglas de der~cho; e.ra negligente hacia las formas corteses y acolchadas de la ~ipl~macia tradicional y manejaba la ironía y, a vec~s, el humor, anadi~ndoles un matiz ·de desprecio. Tales eran sus medios de lograr ascendiente ~bre su interlocutor. Pero aquella másc se convirtió, pues, en campo de rivalidad económica· de las grande· potencias. Pero la expansión occidental era lenta en la penetración d..;l país, porque se enfrentaba con una resistencia pasiva; . la 9!nastfa :onocía los peligros que para ella significaría una modermzacwn; los letrados, de entre los cuales se sacaban los funcionarios, seguían v viendo en el respeto a las tradiciones el desdén hacia las ciencias e rnctas y la convicción de la superioridad de las concepciones intelec1 uales chinas; la masa de la población desconfiaba de los extranjeros, a quienes despreciaba. III.

LA APERTURA DE INDOCHINA

La apertura de Ii tdochina, debida a la acción simultánea casi de Francia y de Gran J .retaña, fµe consecuencia de los acontecimientos di; ~bina. Sin duda, ~n sus orígenes no se expresó claramente el pro~sito. ~ero de hechc se estableció un Ia~o entre las etapas de la cuest10n chma y, la. pene1 ración en I.ndochina. Las condiciones en que se efec~uó esta ultima f1:1 ron muy diferentes de las que se produjeron por la misma época en Ch111a o en Japón, ya que, indudablemente el mercado indochino no podía ofrecer a la exportación de los product~s industriales europ~os sino beneficios limitados. Lo que determinó la acción de las potenc~as eur~peas fi:e sobre todo el deseo de adquirir en los flancos del Impeno Med10 cammos de acceso--los valles de los ríos indochinos-que permitieran al comercio penetrar en las provincias meridionales de, aquel. Para llevar ~ cabo tal programa, era necesario ocupar en la _remnsula bases de partida:. efectuar, pues, una conquista territorial; mientras que en China las potencias occidentales se contentaban a lo sumo con. ~P?derarse de alguna;; islas pró~imas, y en Japón no intentaron adq~1s1c1ón alguna de terntorios en el archipiélago nipón propiame¡te dicho. Aquella conquista se presentó como relativamente fácil porque Indochina carecía d~ unidad cultural y política. Entre sus po~ blac1o~es, unas, las de Camboya sobre todo, habían recibido la influ.enc1a de la ~i~ilización i.C:dia; otras-en Siam y Anam-eran de origen chmo, y, por ultimo,. las t~1bus mon~añesas d~ las regiones del Iravadi y d~I Saluén tenían ongen tibetano. St se prescmde de los pequeños princ1p~dos, que se repartían el valle medio y alto del Mekong, y de los sultana.tos malayos. ~e. la parte meridional de la península de Malaca, Indochm:i estaba d1v1d1da en cua~:o ~stados principales: Camboya, rein~ agonizante 9ue carecía de e1erc1to permanente; Siam, cuyos tres ~tllo?es Y n_i:d10 de ha.bi.tante~ se hallaban encuadrados en una organ~~a~tón pohttca y admm1strat1va completamente rudimentaria y cuyo e¡erc1to no representa~a una. fuerza organizada, a pesar de poseer armas d.e f17:g~ europeas; .Bn:manta, de población aproximada a la de Siam, sin e1ercito .reg~lar s1qm~ra, y Anam, el estado más poblado y poderoso, cu>'.'a orgamzactón política y administrativa estaba calcada de la de Chrna. Este último era el único que parecía hallarse en condiciones de

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EXTREMO OR!ENTE.-APERTURA

DE INDOUJINA

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oponer resistencia efectiva a la penetración de los blancos. ~n 1821 su soberano decidió expulsar a los escasos europeos establecidos en el país, y comó los misioneros franceses y españoles habían conserva~o. a pesar de esta orden, una activid.ad clandestina, ord~nó su persecución a partir de 1833. Pero las potencias europeas no teman que temer que la resistencia anamita fuese apoyada por los otros estados, pues Anam y Siam eran rivales en el Mekong medio, do?de a:nbos preten?fan ejercer su influencia sobre el principado de Vien Tian, y tamb1en en el bajo, donde Camboya parecía destina~o a de~apare.cer en_ beneficio de uno u -otro de sus vecinos; en fin, S1am y fürmama habian estado en conflicto durante mucho tiempo en el siglo xvm. El terreno presentaba, pues, aspecto favorable para las iniciativas europeas. Gran Bretaña puso sus miras en Birmania y Siam. En 1826, para oponerse a las am~nazas del rey de Birma~ia contra Chit~agong-facto­ ría inglesa en la costa oriental del golfo de Bengala-, envió .al delta del Iravadi una expedición militar, y obtuvo la cesión de Arak~n, en la región costera. En 1852, con ocasión de un incidente de poca importancia (el arresto de dos capitanes de la marina mercante inglesa), una nueva expedición inglesa se apoderó del delta del Iravadi y del puerto de Rangún, privando así de acceso al mar al reino birmano y obteniendo un medio de presión ~ue le permitiría establecer antes o después su supremacía comercial y su influencia en aquel. estado. Y k'.°r .el val!~ del Iravadi era posible el acceso al mercado, chino. Este éxito impulso al gobierno inglés a obtener nuevas ventajas, esta vez a expensas de Siam. Ante la amenaza de una demostración naval el rey de Siam, convencido de la futilidad de una problemática resistencia, entró en negociaciones. El tratado de 18 de abril de 1855 contenía disposiciones análogas a las que habían sido impuestas a China y al Japón: derecho de residencia en algunas ·ciudades, privilegio de ~xtraterritorialidad y fijación de tarifas aduaneras muy bajas (3 por 100 ad valorem). Como ya había sucedido en China, Siam concedió en los años siguientes las mismas ventajas a los Estados Unidos, a Francia y a la Zollverein germánica, esperando así que las influencias extranjeras equilibrasen unas a otras. El gobierno francés comenzó por fijarse en Anam. Como en la cuestión china, a los móviles económicos se añadían los religiosos y estratégicos: voluntad de proteger a las misioñes religiosas perseguidas y deseo de adquirir una base naval. Después de fracasar el envío de un negocíador-Montigny--para obtener libertad de apostolado misional y libertad comercial, Napoleón dispuso en el verano de 1858, no obstante las reticencias de sus ministros. una demostración naval ante Turane v en febrero de 1859 un desembarco en Saigón, sin que tal presión' decidiese al Emperador de Anam a negociar. A fines de 1860, cuando el cuerpo expedicionario que había intervenido en la marcha sobre Pekín quedó disponible, el gobierno decidió emplearlo en una operación en Cochinchina, y a partir de aquel momento ChasseloupLabaut, ministro de Colonias, y los almirantes, pensaron en un estable-

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cimiento cL'.iinitivo, pues les parecía indudable la i:nportancia c_;e podía tener la "i :'. fluvial del Mekong para las telacio:1es comerciales con China. Dic1·,as operaciones militares permitirían la conquista de las tres provincias meridionales de Anam. El tratado de 5 de junio de 1862, que confirmó la conquista, abrió al comercio tres puertos importantes-Turane entre ellos-y reconoció la libertad de apostolado de los misioneros. Cinco años más tarde la ocupación francesa se extendió a la Cochinchina occidental. Pero el principal interés del gobierno francés en la Cochinchína era por la desembocadura del Mekong, y este río-el alférez de-navío Francisco Garnier expresó la convicción de ello-permitiría el acceso al territorio chino. No obstante. Camboya cerraba el paso. Y por ello Doudart de Lagrée fue enviado-en agosto de 1863-a aquel pequeño reino, obteniendo fácilmente la firma de un tratado de protectorado, pues el rey de Camboya temía 'una invasión siamesa. En consecuencia, la vía del Mekong quedó abierta. Y a partir de 1865 el almirante de la Grandiere, gobernador de Cochinchina, confió en atraer hacia Saigón el comercio de las regiones interiores de la China meridional. Y hasta después de 1868, en que la misión de Doudart de Lagrée y Francisco Garnier demostró la imposibilidad de utilizar el Mekong, no se orientó hacia el río Rojo la busca del acceso al mercado chino. Ello plantearía la cuestión de Tonkín. En algunos años los grandes países europeos y los Estados Unidos habían adquirido en Extremo Oriente un papel preponderante, que durante medio siglo no les sería disputado. BlBLIOGRAFIA

Sobre la guerra elvll china y las expediciones franco-inglesas.-Además de las obras generales ya citadas, pág. 188, véase : J. CHESNEAUX : La

Révolution taiping d'apres quelques trcr vaux récenfs, en "Revue historique", enero 1953, págs. 33-58.-W. HA1L: Tseng Kouo-Fan and tire Taipíngs Rebe//ion, New Have, 1937.-TONG LrN TCHOUANG: La Dip/omatie fram;aíse t:t la Guerre des Taipíngs, París, 1951, tesis dactilogra fiada.-L. CoRDIER: L' Ex· pédition de Chine de 1857-1858, París. 1905.-Del mismo: L'Expedition de Chine de 1860. París, 1906.-J. FREDET: Quand la Chine s"o1Nrait. Charles de Montigny. París, 1953.

Sobre la politica de acercamiento del Japón.-La obra de J. MURDocH ) YAMAGATA A Hístory of Jopan, 3 >ols .. el t. IU, Londres, 1926, ofrece un estudio de conjunto. Sobre la situación del Japón en vísperas del es·

tablecimíento de relaciones: Y. TAK.EHOSI!!: The Economic Aspects of tire History o/ Civi/isatíon in Japan, t. III. Londres, 1929.-H. K. TAKA!IASHI: La

Place de la Révolution de Meiji dans f"Hístoire agraire du Japon, en "Revue Historique", octubre 1953, págs. 229· 271.--Sobre la influencia de los Estados Unidos.-J. TREAT: Japan and the Uníted States, Stanford Univers-ity, 1935.-FOSTER DULLES: Fifty Yearsüf A merican-Japantse Relotions, Nueva York, 1937.-J. WADE: American Foreign Policv towards Japan during tire nineteenth ~wturv, Tokio, 1938.-Sobre las consecuencla.S inmediatas de la influencia: C. YANAGA: Jopan since Perno, Nueva York, 1949.-N. IKE: Tire B~gínning of Po/itical Democracy i'n Jopan, Cambridge, 1950.'-G. SANSOM: Tire Western World and Jopan, Nueva York, 1950.-Hay que añadir a esto los escritos de los diplomáticos extranjeros, sobre todo lo~ de: E. SATOW: A Diplomat in Jopan. Londres, 1921.

C/tPITULO XVI LAS CUESTKüNES fülEDITERR.ANEAS

Entre 1858 y 1863, cuando se desarrollaba la políticá de expansión de las grandes potencias en Extremo Oriente, las cuestiones medite· rráneas constituían el tema central de la política internacional de Europa. Gracias al apoyo de Napoleón 111, el estado sardo logró poner bajo el cetro de la casa de Saboya a la península italiana, y la aparición del joven reino de Italia. abrió nuevas perspectivas para el futuro del Mediterráneo. Al propio tiempo, la perforación del istmo de Suez ¡oncedió a las rutas marítimas del gran mar interior una importancia preponderante en la vida económica del mundo. Las iniciativas de Francia fueron decisivas, lo mismo en un caso que en el otro. Y aunque amenazaban los intereses de Gran Bretaña, esta -se resignó. I. LA FORMACION DEL REINO DE ITALIA

Son demasiado conocidas las etapas para que sea necesario recordarlas detalladamente. La entrevista de Plombieres en julio de 1858 estableció las bases de una acción franco-sarda contra Austria, cuyos términos se precisaron en 1859 en un tratado secreto; la guerra de independencia italiana comenzó en mayo de 1859, pero Napoleón III le puso término el 11 de julio por el armisticio de Villafranca, antes .de haber realizado enteramente sus promesas. No· obstante ello, la política sarda no abandonó la partida, y su tenacidad obtuvo el asentimiento -expreso o tácito-del Emperador para. la anexión de los ducad?s de la Italia central y de la Romaña. El gobierno sardo pasó en segmda a la ejecución de la segunda parte de su programa, anexionándose en 1860 el reino de las Dos Sicilias, la Marca y Umbría. En 1861, cuando Víctor Manuel tomó el título de rey de Italia, la unidad ya se había realizado en gran parte; pero faltaban por adquirir Venecia, el !rentin.o Y.el esta· do de la Santa Sede, reducido a Roma y a un pequeno terntono. Tres cuestiones principales solicitan la atención al interpretar aquella crisis italiana: las bases nacionales de la política sarda, el papel de Napoleón IIl y la actitud de Gran Bretañ'a. El movimiento nacional italiano no era en 1859--como tampoco lo había sido en 1848-un movimiento de masªs. El campesino medio, que formaba el grueso de la pobla~ión: seguía en. actitud p~siva. Los patriotas italianos-lGs activos part1danos de realizar la unidad-se reclutaban entre los intelectuales, que tenían el sentimiento de los destinos 255

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nacionales y a quienes alentaban los recuerdos históricos; entre lo~ hombres de negocios e industriales que tenían jnterés en crear W1 mercado italiano; comerciantes, que veían abrirse nuevas perspectivas a medida que tomaba impulso en los diferentes estados de la península la construcción de ferrocarriles; en fin, entre los obreros y los artesanos, atraídos por la propaganda de Mazzini. Apenas es posible valorar el respectivo papel de las fuerzas sentimentales y de los intereses materiales. Pero es preciso consignar que si el impulso de la vida económica era c_onsiderable en Piamonte y en Lombardía,·mo lo fue en Toscana, en el estado pontificio ni en el reino de las Dos Sicilias. Sería, pues, demasiado arbitrario conceder una parte importante a las influencia,s económicas. La propagémda nacional se desarrolló en condiciones más favorables que antes de 1848, porque los militantes parécían estar ahora de acuerdo en la solución qúe debía adoptarse: unidad bajo la casa de Sabaya. El estado sardo era el único que había tomado parte activa en 1848-49 en el esfuerzo nacional, el único que arriesgó su existencia. Ello le hacía acreedor a las simpatías de todos los liberales de la península. Era también el lugar de refugio de todos los exiliados políticos de los otros estados italianos. Antes de 1848 la· solución sarda tenía competencias: el plan de los neogüelfistas y el repubJicano (1). Ahora ambos estaban atenuados. El neogüelfismo se desacreditó desde que Pío IX abandonara en 1849 la causa nacional. Y el obstáculo republicano parecía a su vez desvanecerse; Mazzini reconocía que únicamente la casa de Sabaya podía tener la oportunidad de realizar la unidad nacional. La unión de las fuerzas nacionales se efectuó, pues, en torno a la dinastía sarda. Pero el movimiento unitario continuó enfrentándose con la resistencia de los sentimientos particularistas, permanentemente alerta en un país en que el patriotismo municipal venía m.anifestándose de antiguo y en donde la estructura social era muy diferente de una región a otiiá. Y también tenía que contar con las de los soberanos, cuyos estados se veían amenazados de absorción por el estado sardo. Pero esta resistencia era desigual. El monarca de las Dos Sicilias estaba desacreditado. En los ducados de la Italia central los príncipes, barridos fácilmente por la tormenta de 1848, veían disminuida su autoridad después de la restauración. El obstáculo más grave era la existencia del estado pontificio. Aunque estuviera mal administrado y minado por la oposición liberal, principalmente en la Romaña, y a pesar d~ ser incapaz de reclutar entre sus habitantes una fuerza armada, el Papa conservaba sus oportunidades, porque el principio del .poder temporal. estaba en juego. Para su defensa podía contar con el alto clero de toda Italia y con la influencia que la jerarquía episcopal ejercía sobre las masas po· pulares, profundamente adictas a las tradiciones religiosas; contaba también, y sobre todo, con la presencia del cuerpo expedicionario fran(!)

Véanse antenormente, págs. 128 a 133.

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LAS

CUESTIONES

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cés, en Roma desde 1849. Y existía en lo: círculos conservado~e~ Y en parte del clero la tendencia a aceptar pasiv~mente los acontecimientos de 1849. qué tenía raíces profundas en el pais. . , . ¿Cuál fue durante aquellos años de expec~at1.v~ el estado de espmtu de Cavour? Sus ideas fueron inciertas al pn_n~1pio. En 1856 pens~ en efectuar una política de anexiones en benefic10 del estadp sardo, la idea de organizar en Sicilia un partido p~amontés que provocas~ una revolución y una secesión, los cuales originarían a su vez la u_r:iónf al estado piamontés, le pareció atrevida, pero nt:> abs~rda; tambien ue ob"eto de su atención la eventualidad de una anex~ó?. ~el ducado de p J En aquella época no parecía creer en la posibilidad de uníi sol ª~~;·de conjunto en la cuestión italiana; consideraba-en carta . a ~~tazzi-a Manin como un visionario que deseaba la "u?idad _de _Itaha · s" , pues no creía maduras .a las .poblaciones v otras qmmera .. italianas. Respecto a la forma 'que pudiera adoptar es~a Itaha, sus opm10nes :~a~ indecisas: ¿Estado unitario o confederación? Hsta . 1857 no di¡o ;, "Confío en que Italia formará un solo est~do, cuya capital será Ro~a., y para triunfar de las vacilaciones. organizó la propaganda. La Socze:a ·· l ncmona e, qu e se fundó por su iniciativa en l - de agosto dh de · d 1857, tema tapor lema Italia e Vittorio-Emmmwele, y ent~e sus a er_1 os se con ban republicanos: Manin. Garibaldi y ~ Farma, secreta~!~ general est~ '!t. v aunque la sociedad no tuviera agregados oficiales, La Fa U !IDO. , ' ¡ d" l . da rina estaba en contacto permanente coi_i c.avour, y a 1p omacia sar apoyó esta acción en los otros ~st~dos italianos. _ _ Si el objetivo final estuvo mcierto durante alguno:. anos, los mé todos políticos. por el contrario-; fueron cl~ramente f1¡ados en 1832. Cavour sabía que Ja realización, incl~so parc1~l, de su progr~ama no era ., ¡ -· la avuda de una potencia extran¡era y deseabr.. encontrar pos10 e ::.tn entre• las potencias accidenta 1es-p rancia · o Inglate-ra ste apoyo • - , OYº armado al movimiento preparado por los mazzinianos. Pero aunque puedan asociarse, tales iniciativas eran en el fondo rivales. Cuando salió de Génova para · Sicilia la expedición de los Mil-6 de mayo de 1860-, CaYour desarrolló un doble juego con Garibaldi; alentó bajo mano. la expedición--de la que no era autor-, pero la vigiló de forma que se convirtiese en beneficio para la Casa de Saboya, no para las mazzinianos. Cuando Garibaldi franqueó por su propia iniciativa el estrecho de Mesina-19 de agosto de 1860-y marchó sobre Nápoles, la política sarda acentuó la misma táctica: el rey escribió a Garibaldi para aprobar-en secreto-la expedición; pero el Gobierno de Turín pretendió adelantarse a la expedición garibaldina, ya enviando su escuadra a ocupar Jos puertos de Ja costa napolitana, ya tratando de provocar en Nápoles, con la complicidad del prefecto de policía, una buena revolución antes de la llegada de los Mil. Cavour tem-ía ser desbordado por un hombre que, conscientemente o no, podría convertirse en instrumento de Mazzini. "El rey perderá todo su prestigio, ya no será para los italianos más que el amigo de Garibaldi." En fin, cuando el Estado pontificio se encontraba en vísperas de una invasión, preparada por los partidarios de Garibaldi y de Mazzini (septiembre de 1860), que parecían haberse puesto de acuerdo, Cavour hizo entrar en Umbría a las tropas sardas, que, al propio tiempo que derrotaron en Castelfidardo al ejército de los voluntarios pontificios, eliminaban la amenaza que para la Casa de Saboya constituía la iniciativa de los republicanos. En realidad, los acontecimientos se precipitaron por la competencia entre la solución mazziniana y la sarda, al principio callada y después manifiesta. La acción de los jefes era, en una y otra parte, más importante que la de las corrientes profundas. Los votos conseguidos en los plebiscitos no debían hacer concebir ilusiones; de hecho, en muchas regiones Ja población había entrado pasivamente, según la expresión de Giacchino Volpe, en el nuevo Estado, y los dirigentes de la sociedad distaban mucho de ser favorables a la solución unitaria.

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iniciativas ital .anas no hubieran podido conseguir exito si el gob1arno sardo no hubií se obtenido el consentimiento al menos tácito de Francia, lo que logr 5 ser alcanzado debido a la 'rivalidad franco~ inglesa. En Villafranca la poli tica francesa parecía haber abandonado la causa italiana. Pero adía pensar, pues, que aún no se había pronunciado la última palabr l. Pero ¿cómo se conseguiría hacer aceptar a Napoleón III una soluciór: de la cuestión italiana-el Estado unitario-más amplia que el plan t1 azado en .etombieres y que podía hallar.se en contradicción con los intereses franceses? . L~ J>?lítica británica se hapía mostradq muy reticente en la cuest~ón italiana, en tanto que las iniciativas franceses· habían sido decis1.va_s. El gabinete inglés había temido, y aún temía, que Italia se convirtiese en un satéli~e de Francia.."De 1815 a 1859--escribió a la reina John Russell-Austria ha gobernado a Italia. Si los italianos tenían razón para lamentarse ?e ello,. Inglaterra no tenía ninguna para temer ~ue se ·;mplea~e esta .influencia contra los intereses británicos. Pero s1 _Francia ~omma las flotas reunidas de Nápoles y Génova, Gran Bretana tendra que defender sus posesiones de Malta, Corfú y Gibraltar." Cuan~o Napoleón puso término, prematuramente, a la guerra contra Austna, Gran Bretaña tuvo ocasión de volver a tomar la iniciativa· y ofreció al gobierno ,sardo sus ?1;1enos oficios: sin prometerle ayud~ a~mada:-:-ciue no estaria. ;n cond1c1ones de prestar-le concedía apoyo d~plo~at1co; y pronunctandose en fayor del principio de no intervencz6n, mtentó h~cer f~aca~ar ~na tentativa austríaca de desquite. No obstan~e, el gob1ern~ mgle~, aun favorable, lo mismo que en 1848, a Ja fo~a~16~ de un, re!no de la Alta _Italia, d~seaba la unidad, que n:~1f1car1a l~s ~ermmos ?e la. cuestió? med1terranea. Su objetivo consistía en sustitmr en Tunn la mfluencia francesa por la inglesa. El t~e~to de Cavour supo aprovecharse de aquella situación. fugó o parec1a JUg~r, la carta británica: "Le ha llegado el turno a Ingla~ terra de traba1ar Por causa italiana"; pero, al expresarse así, intentaba, sobre todo, mqmetar a Napoleón III y volverle a él. En_ la cuestión de la Italia central-Parma, Módena, Toscana, la Romana~avour obtuvo en seguida el asentimiento de Gran Bretaña (25 de. nov1e~bri; de 1859). ¿Por qué había de vacilar en concedérselo el gobierno mgles, que era favorabl.; al engrandecimiento del estado sardo Y que ~o te~ía por qué g_uardar miramiento alguno a la Santa Sede? La actitud mglesa contribuyó considerablemente a decidir a NapoI:ón Il~ .ª reconocer los hechos consumados-incluso Jos de la R~)Ilrnna-(dic1embre)_; n? ob~tante las serias dificultades que ello impltcaba para su po!f~tca mtenor, no quería correr el riesgo de que se estableciese una alianza anglo-sarda. Pero, a cambio del consentimien-

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"ij t'

to, Cavour habícz ncontraría fácilmente los recursos fmanc1ero~ nec~na. los traba1os y e . ·t 'n ia (180 millones de francos aproxi.madasanos la dt en: ~·t bl cido en, 1858 y el coste efectivo de entrecolmar el presupuesto ~s a e. mente) para En noviembre de 1869 se mauguro el canal. . a de· éxito indiscutible de la política francesa, consegu1ddo, N la o:ra. ra un . , d ocas vacilaciones. Incluso cuan o apo. uiso provocar el desconcir verdad, despues e no P león III p~ometió su ~poyo \~d~;f;;s:;;e~fosq solucionar el litigio met~nto ingles .. mtenta_n L~ ~~acidad de Fernando de Lesseps desempeñó más importante que la voluntad imperial.

~~a~~ere~~1~~á~c1~~e;~pel

· la perspectiva la aperPero desde el comienzo de los tra b a¡o~, h . l M de diterráneo . l . 1 tención de los gobiernos acia e e tu:a del! Las potencias mediterráneas debían pensar en onenta ) e . " . los flancos de la nueva i:uta naval. Gran pose_c:: puntos de f:p~~oAd~n. no tenía que realizar grandes esfuerzos. 862 comenzó a construir un trncvo puerto Y. nuevas rd reponderancia estrateg¡ca en o o stan l.'., ~ para ~ co.nso fortalezas en iba ai ar "Onsu ver Pt.ir e n \'1'a' de con1unicaciones . Malta , aquel i\.1edlterraneo que ~e F rancw . . . . y el 1·oven reino de Italia lo tenían mundiales. Por el contrano,

c,an~ ~~~ª~oj~.ª

BNreta~a'. q~: ~~sel

todo por hacer. · · t resó actiEn el Mediterráneo oriental_ ladpolSí~~~~ f'.~~~es~o~~v~~ ~eligiosos? ~ n 1860 en la cuestlon e · L . . b vame~k, .e , , d 'I tiempo atrás protectorado re1Ig10so so re Francia_ ~¡erc1a des. e mue 10 V 'vían mezclados con los árabes y c?n :os los catolicos maromtas, que¡ i_ d ¡·esuiHs y lazaristas contnbu1an drusos islamizados. Los co egios e . d 1861 Taª~~mfnistra~ asimismo_ a 1.a infiuenci~ intelectual f~~~~;:ª· a?et~at~~~· la vieja nvahdad entre rusos y mar . '" , en la que perecieron seis 'ó desembocó en una carn1cvna, c1 n turca:. . d meses más tarde, los árabes asemil maro111tas y dos rehg.~osos, ~'¡ c~f stianos el gobierno francés tuvo sinaron en Damasco a c:nco m . d ¡ 's víctimas. y anunció, en serios motivos para acuf dir e~. socorcrouerpeo ~xpecliciona~io para "resta.d ue se propon a env1c1r un · d d segu1 a, q " J u aciones humanitarias y al eseo , e blecer el orden '. A_ as preocolftica francesa en Levante, se añad1an confirmar la tr~~icio.n de. la_ pla rotección de los intereses católicos razones de pohtica rntenor ~ . p. M · ·· si·rv1·ó como comd', ¡ no siguiente en CJICO, en Siría, como suce. ~o e a "uri~so observar, no obstante, que, clerical francesa no se i!1teresaba pens?ción en visperasadla e ¡cue~tzo~\~~;a~ap~~;a a expe •

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apenas por la matanza de Damasco; y creía ver en la iniciativa gubernamental una maniobra destinada a desviar de los asuntos italianos la atención de los católicos franceses. También es posible, aunque no evidente, que los intereses económicos desempeñµsen un papel. Los industriales del ramo textil andaban a la busca, realmente, de materias primas; y el Líbano producía seda cruda y podría, quizá, convertirse en productor de algodón. Sin embargo, no existe prueba alguna de que dichos industriales originaran la intervención del gobierno. El verdadero motivo de la expedición fue, sin duda, la cuestión del canal de Suez. En el momento en que el Sultán se negó, obedeciendo a las instigaciones inglesas, a aprobar el acta de concesión del jedive, el gobierno francés deseó ejercer presión sobre la Puerta, amenazándola con favorecer Ja indeper.dencia- de Siria y del Líbano; y pensó, inclusive, en establecer allí un Imperio árabe, a la cabeza del cual podría colocarse a Abd-el-Kader. Naturalmente, aquellas perspectivas inquietaron al gobierno inglés, que temía que Francia estableciera su protectorado sobre Siria. Por el contrario, el gobierno ruso aceptó una intervención francesa, pero a condición de que tal principio de intervención pudiera aplicarse, en lo futuro, tanto en beneficio de los ortodoxos como en el de los católicos. Lo cual era un medio de suscitar de nuevo I~ cuestión del equilibrio, siempre en peligro, del Imperio otomano. No es necesario decir que Inglaterra, siguiendo su política tradicional, se opuso. Y esta política británica consiguió sus objetivos. Propuso la reunión de una conferencia internacional, que desechó las sugestiones rusas y que, aun concediendo a Francia un mandato de intervenczón, en nombre de las grandes potencias europeas, prescribió que Ja ocupación francesa no sería superior a seis meses. En realidad, el cuerpo expedicionario desembarcó en agosto de· 1860; y fue retirado en junio de 1861. La política francesa consiguió, solamente, que el gobierno otomano concediese al Líbano un estatuto administrativo que preveía el nombramiento de un gobernador cristiano y la designación de consejeros elegidos por los habitantes. Esto era suficiente para satisfacer los intereses católicos y para confirmar Ja influencia intelectual francesa. Pero el objetivo más importante no se había conseguido; en esta ocasión, como en tantas otras, Napoleón III no se atrevió a correr el riesgo de comprometer gravemente las relaciones franco-inglesas. En el mar Rojo, Ja iniciativa no pertenecía ünicamente a Francia, sino también a Italia. En 1859, él gobierno francés, con ocasión del asesinato de su agente consular en Aden, obtuvo del Sultán de Tadjurah la adquisición de la rada de Obock. cuya toma de posesión se efectuó en 1862. Francia conseguía con ello un punto de apoyo en la entrada meridional· del estrecho de Bab-el-Mandeb, sobre la ruta marítima que, después de la apertura del canal de Suez, se convertiría en el gran paso hacia el océano Indico. El gobierno italiano, a iniciativa de un misionero lazarista.. que había señalado en el Congreso de las Cámaras de

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LAS CUESTIONES MEDITERRANEAS.-lllBLIOGRAFIA

Comercio la ·importancia de un punto de apoyo en el mar Rojo, puso sus miras en Ja bahía de Assab, ,en I~ entrada Norte del estrecho; y tomó posesión de la misma, sin pensar todavía e'n el establecimiento de una verdadera colonia. Francia e Italia entraron, pues, en contacto con el Imperio etíope, cuyas vías de acceso al mar poseían: la cuestión del Africa oriental aparecía en el horizonte. ¿Puede pensarse que; entre otros tantos grandes designios, Napoleón III tuviera, en estas cuestiones mediterráneas, el de una política de vasta envergadura? Había manifestado la \ntención de ello. En una entrevista con Bismarck; en abril de 1857, dijo que el Mediterráneo estaba destinado a convertirse casi en un lago francés. Y si se consideran en conjunto todas sus iniciativas-el apoyo prometido Lesseps, en 1859; la coetánea expedición a Siria; los proyectos de intervención naval en Italia meridional; la política árabe en Argelia; y las tentativas cerca del bey de Túnez en 1860-se confirma la im)jl(esión de que aquella frase no había sido lanzada a la ligera. No obstante, ante la ausencia de un estudio crítico serio, es imposible estimar el lugar exacto que a estas preocupaciones mediterráneas les correspondía en el espíritu del Emperador, y si eran elementos de un plan de conjunto o tentativas esporádicas. Es preciso añadir. también. que el Emperador no insistió cuando, en cualquiera de dichas ocasiones, se encontró con la resistencia decidÍda de Gr::!ri Bretaña. Esta pru" dencia era necesaria, puesto que debía evitar entrar en conflicto-dentro de la línea de su política general--con aquella potencia. Pero también señalaba límites a sus designios: ¿Podría realizar en el Mediterráneo una "gran política", sin atraerse la resuelta hostilidad de Gran Bretaña?

a

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CAPITULO XVII

HEPERCUSIO:NES INTERNACIONALES DE LAS CIHSIS AMEHICANAS

EL

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