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APORTES: REVISTA DE LA FACULTAD DE ECONOMÍA-BUAP.
AÑO VI NÚM. 18
APORTES
De nuevo los rendimientos decrecientes Rogelio Huerta Quintanilla
La ley de los rendimientos decrecientes es una regularidad empírica ampliamente observada más que una verdad universal como la ley de la gravedad. Samuelson y Nordhaus
Antecedentes Examinando el debate sobre los rendimientos crecientes y decrecientes que el Doctor Clapham reabrió con su artículo sobre las “cajas vacías” publicado en 1922 (famoso entonces, aunque poco conocido en la actualidad), una de las cosas que llama la atención es que los economistas discutían sobre la teoría económica y sus conexiones con la realidad económica de su tiempo. Por el contrario, en los manuales contemporáneos de microeconomía lo que llama la atención es que la materia que se expone versa sobre geometría y sobre los números que sustentan los trazos en la superficie de las coordenadas cartesianas. Por ejemplo, en el manual de Microeconomía de Pindyck y Rubinfeld, en el capítulo 7 titulado “El costo de producción”, la exposición incluye a los rendimientos decrecientes, ya se refieran al corto plazo como al costo promedio a
largo plazo. En el primer caso, el corto plazo, los autores mencionan que “se puede ver el efecto de la presencia de rendimientos decrecientes en el proceso de producción al observar los datos de los costos marginales” (subrayado mío); ellos explican que el costo marginal al principio es elevado porque hay pocos insumos y mucho equipo, pero que “Finalmente, el costo marginal aumenta una vez más para niveles de producción relativamente altos, debido al efecto de los rendimientos decrecientes” [Pindyck y Rubinfeld, 1995: 232]. Esta es conocida como la ley de los rendimientos decrecientes y opera en el corto plazo cuando alguno de los insumos es fijo. La demostración de la ley consiste en un cuadro numérico construido exprofeso (se trata pues, de los datos), y un gráfico que se desprende de la información de dicho cuadro y que representa la curva de costo marginal, tanto en su parte descenden-
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te como en la que es creciente. Como se sabe, a partir del cruce con el costo variable medio, esta parte ascendente del costo marginal representa la curva de oferta individual. El productor expresa sus intereses de mercado a través del costo marginal creciente en la medida en que aumenta su producción motivado por los aumentos de precio correspondientes. ¿Pero la realidad económica avala dicha ley? Aparentemente no es cosa que preocupe a los autores de libros de texto como el comentado; interesa más la coherencia lógica apoyada en el espacio geométrico y la formalidad matemática. Se seleccionan números ad hoc para respaldar los conceptos abstractos, pero la información empírica o incluso el sustento teórico de la ley, brillan por su ausencia. Aunque a Malthus y a David Ricardo los recordamos como los precursores de la ley de los rendimientos decrecientes, en realidad, según Birmingham, el primer enunciado claro de las leyes de rendimientos fue hecho por el francés Turgot en el siglo XVIII, aparecido en sus memorias, que probablemente fueron escritas en el año de 1768 [Birmingham, 1978: 58]. En esta breve referencia a los orígenes intelectuales de la ley, encontramos que en el año de 1815 fueron publicados por cuatro autores diferentes (West, Torrens, Malthus y Ricardo), sendos ensayos donde se hacían señalamientos sobre la renta diferencial de la tierra como una resultante de los elevados precios de los granos. Para los cuatro articulistas mencionados, la explicación de fondo de ambos fenómenos, es el principio de los rendimientos decrecientes: “Cada cantidad adicional de trabajo igual dedicada a la agricultura —explicaba enseguida West—
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genera un rendimiento disminuido... Mientras que es obvio que una cantidad igual de trabajo fabricará siempre la misma cantidad de manufactura” [Blaug, 1985: 112]. El mismo Blaug señala tres características de la ley de los rendimientos decrecientes que eran compartidas o sostenidas por los cuatro autores ya nombrados. La primera es que pensaban que esta ley “sólo se aplica a la agricultura”; la segunda es que es válida para el mediano y largo plazo aún con la inclusión del progreso técnico, y la tercera es que era resultado de la observación de la vida económica del campo. Blaug concluye: “... la mayoría de los economistas clásicos consideraban la ley de los rendimientos decrecientes como una simple generalización de las experiencias consuetudinarias, mientras que los economistas modernos la definen como una aseveración de lo que ocurriría si aumentáramos la cantidad de un insumo mientras se mantienen constantes todos los demás; la definición moderna no puede verificarse simplemente con una mirada al mundo real” [Blaug, 1985: 113]. David Ricardo partió de que los terrenos utilizados en la agricultura en cualquier país tenían una extensión dada, lo cual significaba que no podían ampliarse sus linderos y por ende eran una magnitud fija. Con base en tal apreciación, consideró que si a esa cantidad constante de tierras se le iba añadiendo más y más cantidad de trabajo, debido al crecimiento poblacional, este proceso iba a llegar un momento en que al añadir un trabajador más, el resultado productivo no mejoraría. ¿Qué quiere decir que no mejoraría? Que el producto obtenido con una unidad más de trabajo iba a ser menor que el obtenido con la unidad de trabajo
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anterior. O sea, que el rendimiento del trabajo tendería a bajar, luego de que se acumulara cierta cantidad del mismo. En la terminología moderna, esto quiere decir que la productividad marginal del trabajo, llegando a un punto de máximo aumento, finalmente tiende a bajar. Y se emplea la palabra “finalmente” porque algunos economistas llaman a esto, la ley de los rendimientos finalmente decrecientes porque cuando se incorporan las primeras unidades de trabajo a las unidades fijas de tierra, el producto marginal tiende a crecer y sólo después de cierta cantidad de unidades adicionales de trabajo, empieza a disminuir, hasta llegar a ser nulo. Ahora bien, la preocupación de Ricardo no se reducía a una relación técnica-operativa entre los insumos y la producción, pues buscaba una explicación amplia del origen de la renta de la tierra, es decir la explicación de un fenómeno económico real que afectaba a la sociedad en su conjunto. Esta fue una de las explicaciones que encontró: el producto marginal del trabajo en la agricultura sirve para fijar el precio de los bienes agrícolas; cuando se presentan los rendimientos decrecientes por la ampliación de la frontera agrícola hacia tierras menos fértiles, para responder a una mayor demanda de alimentos por el crecimiento demográfico, la producción obtenida en las tierras con menores rendimientos va a servir para fijar el precio, que obviamente va a ser más alto que en las tierras donde se tienen mayores rendimientos . El producto se va a vender a ese precio más alto y los que producen con rendimientos mayores se apropiarán de una renta diferencial (diferencia entre el precio y su costo marginal). En otras palabras, los propietarios de las tierras con mayor pro-
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ductividad del trabajo empleado, venderán al mismo precio fijado por las de menor productividad y obtendrán así una renta, dados sus costos menores. En el caso de Ricardo el fenómeno de los rendimientos decrecientes se refería a un problema económico real que preocupaba mucho en esa época, (son famosos sus debates con Malthus a este propósito). Este problema era el de la explosión demográfica y su incidencia en la posible incapacidad de las dotaciones fijas de tierras para producir suficientes alimentos a un precio que ya no generara rentas para los terratenientes. Era un asunto relacionado con la productividad decreciente del trabajo que se presentaba en el mediano o largo plazo como consecuencia de las dotaciones dadas de tierra y que repercutía en los ingresos de los rentistas agrícolas; éstos, desde el punto de vista de Ricardo, eran improductivos económicamente, pues sólo se apropiaban de una parte del ingreso nacional por ser propietarios. Cannan, en el capítulo V de su célebre Historia de la Teoría de la Producción y la Distribución, presenta y discute de manera amplia y extensa el debate teórico y las condiciones históricas en las que surgió y se difundió la ley de los rendimientos decrecientes en la “industria agrícola”. Llega a la conclusión de que dicha ley es pseudohistórica y pseudo-científica. Según Cannan, fue el Dr. Chalmers, “el primer escritor importante que atacó de frente la creencia de que el rendimiento de la industria agrícola ha disminuido por lo general y continúa disminuyendo como consecuencia del aumento de población” [Cannan, 1942: 188]. Esta ley, según el Dr. Chalmers, “no está de acuerdo con la verdad histórica”. Más adelante, Cannan expone que, desde Estados
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Unidos, H.C. Carey se mostró en contra de la teoría malthus-ricardiana, afirmando que “la experiencia demostraba que los aumentos de población siempre eran favorables a la productividad de la industria” [Cannan: 1942; 190]. En definitiva para Cannan, la regla general de los rendimientos decrecientes ni tiene demostración histórica ni se puede sustentar lógicamente, aún en la industria agrícola. La situación actual En el enfoque actual de los neoclásicos, los rendimientos decrecientes han sido reducidos a un problema técnico de la producción y su pretendida validez ha sido generalizada para cualquier proceso productivo. Inclusive en los manuales, su estudio se ubica en el capítulo sobre la producción, que es donde se revisan las relaciones técnicas o físicas del proceso productivo. Por ejemplo, al estudiar la teoría de la producción en el capítulo 6 de su libro de Microeconomía, Maddala y Miller nos definen formalmente la ley: “Si se mantienen constantes la tecnología y las cantidades de todos los otros insumos, según se utilicen incrementos iguales del insumo variable se llegará con el tiempo a un punto donde los aumentos de la producción comienza a declinar” [Maddala y Miller, 1989: 162]. Así también, en el ya citado texto de Microeconomía, de Pindyck y Rubinfeld, tercera edición, se afirma: “El producto marginal del trabajo (y de otros factores) es decreciente en la mayoría de los procesos de producción; para describir este fenómeno suele utilizarse la expresión “ley de los rendimientos decrecientes” en contextos anglosajones. La ley de los rendimientos decrecientes establece que cuando aumenta
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el uso de un factor (y los demás se mantienen fijos), acaba alcanzándose un punto en el que son cada vez menores los incrementos de la producción” [Pindyck y Rubinfeld, 1995: 175]. “La ley de los rendimientos decrecientes se aplica normalmente al corto plazo, período en el que al menos uno de los factores se mantiene fijo. Sin embargo, también puede aplicarse al largo plazo” [Pindyck y Rubinfeld, 1995: 176]. Como se aprecia, la ley se ha generalizado para la “mayoría” de los procesos de producción y se puede pensar, que son excepcionales los bienes producidos fuera de las condiciones de dicha ley. Dada esta generalización ya no hay que preocuparse, como lo hacía Clapham, por encontrar y clasificar a las industrias que estén bajo condiciones de rendimientos crecientes, decrecientes o constantes. Aún más, como la ley opera tanto en el corto como en el largo plazo, sale sobrando también la preocupación del profesor D.H. Robertson, al terciar en el debate sobre las llamadas cajas vacías: “Si se hubiese limitado el uso de la expresión “ley de los rendimientos decrecientes” para designar los resultados de: a) la aplicación de sucesivas dosis de un factor a una cantidad fija de todos los demás o, b) la aplicación de sucesivas dosis de todos los factores menos uno a una cantidad fija de este último, ¡cuántas confusiones superfluas sobre la aparición de una renta económica pura en las industrias manufactureras y qué lamentables confusiones sobre las enseñanzas de la ciencia económica respecto a la relación del progreso de la agricultura con el problema de la población se habrían evitado!” [Robertson, 1968: 133]. Es decir, para Robertson, era claro que la ley opera en el corto plazo, donde al menos uno de los
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factores es fijo, pero para el largo plazo está desechada, aún y cuando se trate de la agricultura. Es claro también, que para él, si la ley de los rendimientos decrecientes fuera válida en las industrias manufactureras, se tendría que dar cuenta en ellas de una renta económica pura, tal y como existe en el sector agrícola. Ahora bien, ¿por qué discutir nuevamente esta ley? La importancia teórica de la ley de rendimientos decrecientes reside en su respaldo a la curva de oferta. La pendiente positiva de la curva de oferta del mercado está apoyada en la parte ascendente de la curva de costo marginal, que a su vez se explica por los rendimientos decrecientes. Sin embargo en el corto plazo la ley no opera para la manufactura y los servicios, y actúa solamente en algunos tipos de producción agrícola, quiere decir que el costo marginal es constante y coincidente con el costo variable medio, lo cual le da forma a una curva de oferta también constante y sin sensibilidad a las variaciones de la demanda. En el corto plazo entonces, la curva de oferta es horizontal para la mayoría de los procesos productivos. Si en el largo plazo, los rendimientos son constantes o crecientes como resultado de las economías técnicas de escala, la curva de oferta de largo plazo es horizontal o tiene pendiente negativa. Robertson, al agradecer la reimpresión de su artículo, 26 años después de que lo publicó, afirma que con respecto al tema “hace ya largo tiempo que me he adherido al concepto de la curva (verdadera o hipotética) de oferta descendente a largo plazo con la condición de que en su deducción convendría eliminar el efecto de las grandes invenciones que no se deriven del volumen de la industria” [Robertson, 1968: 132]. Así pues,
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si los rendimientos decrecientes no son efectivos ni en el corto ni en el largo plazo, la curva de oferta no tiene pendiente positiva. En esto estriba la importancia de la rediscusión de la ley; su debate tiene que ver con las formas en que supuestamente funcionan los mercados. Ya desde 1926, Sraffa señalaba las serias deficiencias que mostraba “la curva de oferta basada en las leyes de los rendimientos crecientes y decrecientes” [Stigler y Boulding, 1968: 166]. El mismo Sraffa hacía referencia a las críticas acumuladas por la teoría de la oferta, pero aclaraba que la dispersión de las observaciones y enmiendas impedía apreciar el conjunto de las objeciones. En este mismo sentido, después de la crítica sraffiana a la teoría de la formación de precios con una oferta de pendiente positiva, se ha acumulado un sinnúmero de indicaciones para tratar de superar los errores que se cometen al aceptar sin más sus predicciones. Se trata entonces, de averiguar que queda en pie de la teoría convencional de la formación de precios, después de exponer los comentarios vertidos sobre sus limitaciones y errores lógicos. En la teoría neoclásica que se expone en los libros de texto que se elaboran continuamente en las universidades de los Estados Unidos, el capítulo sobre la teoría de la producción antecede al capítulo de teoría de los costos. Esto obedece a que la producción tiene sus leyes técnicas o físicas, que se pretende son independientes de los elementos monetarios. La manera como se combinan los factores de la producción o insumos para obtener un producto, responde a determinadas leyes tecnológicas que pueden expresarse en una función de producción. Se
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supone que existe una empresa promedio o típica (“representativa”, en términos de Marshall) y que la tecnología es accesible a cualquier empresa típica, y que de lo que se trata, es de aclarar las condiciones bajo las cuales esa empresa es eficiente; esto quiere decir, que dados los insumos, el objetivo es lograr el máximo producto posible, determinado por las leyes técnicas de la producción. La función de producción expresa todos los puntos eficientes. En el análisis neoclásico de la producción, desde Marshall se distinguen el corto y el largo plazo. Para el corto plazo, la ley de los rendimientos decrecientes es técnicamente la más influyente en las decisiones que sobre el nivel de producción tiene que tomar el empresario; en el largo plazo, los cambios en la producción son resultado de cambios en todos los insumos; cuando los insumos se modifican en la misma proporción los resultados en la producción dependen de los rendimientos a escala. Esta ley de los rendimientos a escala en el largo plazo, es el fundamento para explicar técnicamente la producción según la visión neoclásica. Así pues, la ley de los rendimientos decrecientes y la ley de los rendimientos a escala, son para la escuela neoclásica, la base para explicar técnicamente la producción, independientemente de los precios, de los mercados y de las relaciones monetarias. Manteniéndonos en el nivel puramente técnico del proceso de producción a corto plazo, cabe preguntarse en cuáles industrias podría considerarse que uno de sus factores de producción es constante. Esto depende en realidad de la definición de industria. Si por ésta entendemos a toda empresa que produzca algo, sin importar en cuál sector esté ubicada, entre más amplio sea el campo de
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cobertura del análisis, mayor será la probabilidad de que se encuentre un factor de producción fijo. Así, por ejemplo, si consideramos la agricultura de un país, en el corto plazo la tierra es un elemento constante, que al combinarse con otros variables dará lugar a rendimientos decrecientes. Pero si se parte de una definición estrecha de industria, aún en el corto plazo, el aumento de producción puede lograrse sin aumentar los costos de manera significativa, pues se puede conseguir el factor cuya disponibilidad inicial resulte limitada, atrayéndolo de otros sectores, que pueden desprenderse de ellos en dosis marginales sin afectar sus operaciones, y por supuesto sin que se pretenda aumentar la producción al unísono en todos los sectores [Sraffa, 1968]. Los rendimientos decrecientes sólo operarían en aquellas industrias donde se empleara completamente el factor de producción considerado fijo (suponiendo pleno empleo de los factores). Además, mientras más largo sea el período en cuestión (y con el aumento de la producción de la industria), crece más la probabilidad de que el factor de producción fijo se convierta en variable. Siguiendo, para concluir, con el razonamiento de Sraffa, la falta de explicaciones convincentes para entender por qué las industrias normales pueden aumentar o reducir sus costos de producción, lleva a plantear que “el costo de producción de los artículos producidos en régimen de competencia habrá de considerarse constante con respecto a las pequeñas variaciones de la cantidad producida” [1968, 170]. Por su parte, en el régimen de competencia perfecta teorizado por los neoclásicos, el productor es tomador de precios y por tanto enfrenta una curva de demanda
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horizontal. Esto quiere decir que al precio determinado por el mercado, cualquier productor puede vender la cantidad que produzca. Ahora bien ¿por qué no aumenta su producción? Por la simple y sencilla razón de que, rebasando su escala mínima eficiente, sus costos son crecientes es decir, porque más allá existen los rendimientos decrecientes. Sin embargo, en condiciones de competencia real, cualquier productor desearía aumentar su producción para vender más y ganar más mercado; todo productor sueña con apropiarse de todo el mercado que él pueda surtir. No obstante, en régimen de competencia perfecta el objetivo de la empresa no es el de aumentar su producción sino situarse en una posición de equilibrio maximizador de sus ganancias. Lo que parece absurdo es que el empresario en la teoría convencional, no busca producir más porque lo frena el incremento de los costos directos de la producción, cuando en realidad no lo hace por la dificultad de vender esa mayor cantidad producida. Para incrementar sus ventas tiene dos opciones no excluyentes: o disminuir el precio o realizar un mayor esfuerzo de ventas. Ambas significan costos pero no de producción. Si por el contrario asumimos, como es la realidad, que no existen los rendimientos decrecientes, el costo unitario disminuye al aumentar la producción como resultado de la absorción del costo fijo entre mas unidades se produzcan y, por tanto, la empresa estará en posibilidades de disminuir el precio. Pero, ¿lo hará? Trascendencias del debate Volviendo a las cajas vacías económicas del Dr. Clapham, vale la pena volverse a preguntar ¿qué tiene que ver la ley de los
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rendimientos, sean estos constantes, crecientes o decrecientes, con la realidad económica? ¿Podemos saber o sabemos qué industria o producción trabaja con rendimientos decrecientes? ¿En la manufactura o en la agricultura, o en la producción de materias primas existe algún producto que se elabore bajo condiciones de costos crecientes? El Dr. Clapham afirma “yo creo que el no haber aclarado debidamente que las leyes de los rendimientos nunca se han referido a industrias concretas; que las cajas están en realidad vacías; que no sabemos en este momento, p. ej., si el carbón o los zapatos se producen con rendimientos crecientes o decrecientes; creo, digo, que ha producido mucho daño” [1968, 118]. Esto quiere decir que los conceptos no tienen contenido, que son palabras vacías y que “A menos que se presenten perspectivas razonables de llenar las cajas vacías en futuro próximo, creo que la ciencia esencialmente práctica que es la economía se enfrenta con un grave peligro en la elaboración de conclusiones hipotéticas sobre, digamos, p. ej., el bienestar humano” [1968, 119]. Como podemos constatar, a pesar del tiempo transcurrido desde lo dicho por Clapham, no ha sido posible encontrar demostraciones empíricas irrebatibles de la teoría de los rendimientos decrecientes, aunque ésta ha conservado su presencia en todos los libros de texto de microeconomía. El propio Clapham concluye, de manera irónica, refiriendo lo que un analítico de su época le respondería: “(...) nuestra doctrina conservará su valor lógico y, permítasenos añadir pedagógico. (...) como usted sabe, resulta muy bonita en gráficos y ecuaciones” [1968, 118]. Antes de pasar a contrastar la teoría con
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la realidad, conviene reiterar que la preocupación sobre la enseñanza de la microeconomía viene dada porque los estudiantes se ven obligados a aprenderse categorías y nociones económicas que están vacías de contenido y que no les explican el mundo real. Esta no es una preocupación marginal (para no dejar este vocablo en manos de los neoclásicos), el premio Nobel Herbert Simon dijo: “Creo que los manuales de microeconomía/ son un escándalo. Creo que someter a jóvenes influenciables a este ejercicio escolástico como si dijera algo sobre el mundo real, es un escándalo ... No conozco ninguna otra ciencia que se proponga tratar fenómenos del mundo real y que parta a menudo de afirmaciones que están en flagrante contradicción con la realidad” [Barceló, 1990: 78]. ¿Y qué ocurre en el proceso de producción? Uno de los grandes interrogantes que debe hacerse a los textos de microeconomía, es el porqué presentan de manera separada el análisis de la producción del de los costos, y además el porqué deben de aprenderse primero las leyes de la producción. La respuesta es simple: en su afán de ser una teoría que se aplique o sea válida para cualquier tipo de proceso productivo, en cualquier lugar y en cualquier tiempo, los neoclásicos pretenden estudiar la producción con base en sus leyes físicas o naturales. Es decir, para ellos existen regularidades físicas inexorables en todo proceso de producción, independientemente de la existencia del dinero o de las relaciones monetarias; por tal razón, se puede estudiar la producción antes de contemplar sus costos. La teoría de los costos de producción en los textos neoclási-
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cos no es mas que una derivación de las leyes físicas que regulan la producción. Así, las formas del costo marginal creciente y del costo variable medio de corto plazo, son tan sólo expresiones derivadas de la ley de la productividad marginal finalmente decreciente y de las deseconomías de escala condicionadas por los rendimientos decrecientes. Obviamente, la idea de unas leyes físicas de producción, inamovibles y validables en todo tiempo y lugar, es, cuando menos, debatible para la ciencia económica, aunque tal vez no para otras disciplinas como la ingeniería; pero aún fuera de esto, se puede retomar la propia metodología neoclásica para intentar desmontar algunas de sus verdades “incuestionables”. Retomando la antes citada afirmación de West, acerca de que en la manufactura se obtiene la misma cantidad de producto con el mismo trabajo, es posible construir un escenario productivo que ejemplifique lo que realmente ocurre en el interior de una planta productiva, sea de bienes manufacturados, que de servicios o de algunos procesos primarios. Para el corto plazo, tenemos dos tipos de factores de la producción: los factores directos, que incluyen la mano de obra operativa y los materiales con que se elabora el producto final; y los factores indirectos, que incluyen máquinas, equipos y terrenos, así como a los empleados no operativos, ocupados en el área contable-administrativa y en la gerencia de la empresa. A los obreros se les puede contratar de dos formas: a destajo o por tiempo. Esta división de trabajo por tiempo y trabajo a destajo, puede ser asimilada a la concepción de estrategias de desarrollo tecnológico de
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la producción en serie contrapuesta a la producción artesanal. Más adelante se revisará esta perspectiva. Cuando el contrato es a destajo, el rendimiento o productividad del trabajador estará determinado por él mismo. Es claro que no todos los días tendrá fuerza, ánimo o disposición para laborar al mismo ritmo y que en algunos días su desgaste físico será mayor o menor a otros, pero al considerar un período de una semana o más de tiempo de trabajo, se puede afirmar que, en términos promedio, cada trabajador y el conjunto de trabajadores tendrán una productividad media más o menos constante. Si a los obreros se les contrata por tiempo, ya sea por día, semana, quincena o año, la situación dentro del proceso de producción no cambia mucho. La productividad de cada trabajador se medirá por el producto total que se obtiene con cierto número de trabajadores. El tipo de maquinaria y la cantidad de material incorporado al producto final, obligan de alguna manera, a la obtención de un producto promedio. No cabe duda que la fuerza de trabajo no es homogénea y que entre los trabajadores contratados existen diferencias de capacitación, habilidad y disposición para el trabajo, pero también es cierto que estas diferencias son potenciales y que en el trabajo realmente ejecutado, tienden a desaparecer por efecto del ritmo particular que establece el grupo de trabajo y/o los propios supervisores. El hecho es que, dentro de un grupo laboral, establecidos los puestos y el centro de trabajo, se establecen ritmos que rara vez se rompen, acarreando como consecuencia que el producto promedio por trabajador en activo se mantenga constante a través del tiempo. A veces, como ya se mencionó,
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habrá trabajadores que disminuyan su rendimiento, pero éstos serán cubiertos por los que tengan energías supletorias y en general el producto medio se mantendrá constante. En los casos en que se incorpore un nuevo trabajador y éste sea más productivo que la mayoría ya contratada, “por lo general se acomodará al ritmo reinante en la fábrica. Fuerzas completamente normales reprimirán en él toda tendencia a demostrar un celo excesivo que comprometa la situación establecida, la que se puede justificar si se mira como el ritmo de trabajo que deben mantener los operarios día tras día” [Andrews, 1949: 96]. Por el contrario, si el recién llegado es notablemente menos capaz que la mayoría, será despedido a menos que su presencia sea indispensable para la marcha de la empresa. En definitiva, los rendimientos físicos de los trabajadores dentro del proceso de producción, no tienen por qué variar, manteniéndose constantes dentro de los niveles de producción eficientes establecidos por el equipo de capital utilizado. Más adelante veremos ésto con detenimiento. Para terminar con los factores directos, se puede decir que, según las especificaciones de cada producto, éste requiere de determinada cantidad de material y no de otra, y si los métodos de fabricación no cambian, la cantidad de material empleado será siempre la misma. Lo mismo puede decirse del trabajo: la misma cantidad de trabajo producirá siempre la misma cantidad de producto. El elemento de la producción que hemos denominado directo ( la mano de obra más las materias primas y auxiliares), permanece en proporción constante en el rango eficiente de la planta productiva instalada. La cantidad de material empleado en cada
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unidad producida será la misma, no importa que se elaboren 10, 20 o 100 unidades, y el mismo trabajo, al producir siempre la misma cantidad, no muestra rendimientos decrecientes. En términos del producto físico, para el corto plazo, los factores directos en el proceso productivo tendrán un rendimiento constante. El uso de materiales por unidad es constante, y la cantidad de trabajo para elaborar una mercancía también es constante. En el corto plazo, el producto promedio del trabajo será una línea horizontal, igual que el producto marginal, el cual no jugará ningún papel en la elección del nivel de producción. El costo directo, que para propósitos de comparación con la teoría neoclásica, puede ser similar al costo variable medio, sería la utilización de cierta cantidad de trabajo y de materia prima para obtener un nivel dado de producto, multiplicados por sus respectivos precios de mercado o de adquisición por parte de la empresa. Cuando se compra el monto de materia prima para elaborar dicho nivel de producto, se adquiere en bloque y a un mismo precio, así como el salario entre trabajadores no debería cambiar si su desempeño es similar. El hecho es que en el caso del salario, la nómina que se paga debe ser la misma si se contrata mano de obra para producir el mismo nivel de producto. Con respecto a los factores indirectos de la producción, éstos pueden ser clasificados como sigue:a) la maquinaria y el equipo;b) los locales;c) los terrenos; d) el personal de oficina y e) la gerencia. Una vez que se define la cantidad de producto que se quiere elaborar, según las apreciaciones o información que se tengan
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del tamaño del mercado y de su expansión, se selecciona la maquinaria y el equipo que pueda dar esos rendimientos. Es claro que cada máquina está programada para producir una cantidad promedio mas o menos estipulada. Es decir, cada máquina se diseña para tener una capacidad productiva preestablecida. El empresario o el supervisor, saben lo que puede producir cada máquina en términos promedio y lo que significa el hacerla trabajar horas extraordinarias en cuanto a desgaste y mantenimiento. Esto quiere decir que en tiempos normales la máquina puede producir “x” cantidad de mercancías, pero que no aparecerán rendimientos decrecientes dentro de esos límites normales. Lo que sí puede ocurrir y de hecho ocurre, es que la máquina no sea usada al 100 por ciento de su capacidad, pues ésto depende de los movimientos cíclicos y/o temporales del mercado. En este sentido se puede decir que los empresarios, en previsión de los vaivenes de la demanda y de su crecimiento natural, normalmente compran máquinas que puedan producir más de lo que en un primer momento piensan vender, a lo que se llama tener lista una capacidad de reserva. Esta capacidad de reserva está aún más justificada por los tiempos muertos que la máquina requiere para su mantenimiento y reparación y por el tiempo que se necesita para solicitar, fabricar e instalar una nueva máquina. Normalmente la maquinaria se adquiere bajo pedido y especialmente con las estipulaciones que el comprador fija. Ahora bien, la importancia de mantener esta capacidad de reserva o capacidad ociosa planeada, es que resulta posible aumentar la producción con más insumos variables sin que el rendimiento descienda. Las
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horas de trabajo o los trabajadores que se emplean para hacer funcionar esa capacidad de reserva, tienen el mismo rendimiento que el trabajo que ya se venía aplicando a la máquina; para eso está diseñada. Lo que se quiere decir es que si con cinco horas de trabajo (físico y humano), el hombre y la máquina producen diez unidades, con el doble de trabajo, el producto será el doble. La productividad del trabajo se mantiene constante a pesar de que al factor fijo se le aplique más cantidad de trabajo, siempre y cuando la maquinaria contenga esa capacidad de reserva. Para concluir con los factores indirectos de la producción, diremos que los locales y los terrenos tienen también una capacidad de reserva acondicionada para afrontar la expansión de la demanda. Y la mano de obra indirecta se acomodará a las necesidades de la producción Las estrategias tecnológicas Las formas de organización del trabajo en la producción que el sistema de mercado ha desarrollado durante el siglo XX, han sido diseñadas para mantener constante la productividad del trabajo a lo largo de toda la jornada laboral. El taylorismo, el fordismo, el neofordismo, el toyotismo, la especialización flexible y otras formas de organización del trabajo dentro del proceso de producción, no son mas que esfuerzos para sostener un mismo nivel de productividad del trabajo y aún para aumentarla bajo las condiciones tecnológicas existentes. Desde el taylorismo hasta el neofordismo, la preocupación de los organizadores de la producción ha sido la reducción de los costos de producción. Desde la búsqueda de métodos que reduzcan los tiempos muertos
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del trabajo, hasta la construcción de las cadenas productivas con sus resultados de producción en serie y de producción masiva de mercancías, aparte de las innovaciones tecnológicas, el trabajo siempre ha sido organizado para incrementar su rendimiento, es decir para que un trabajador dentro del proceso de producción mejore sus resultados por hora de trabajo realizada. Lo que se quiere mostrar con ésto es que, aún manteniendo la tecnología, las formas de organización del proceso de trabajo al interior del proceso productivo han tenido como norma buscar los medios para que el trabajador promedio tenga, cuando menos, el mismo rendimiento durante todas las horas contratadas. Con la automatización y robotización de la producción, es más claro que el ritmo de trabajo está cada vez más impuesto por el funcionamiento y los tiempos de la maquinaria, de tal manera que con esto menos se esperaría que se presenten rendimientos decrecientes del trabajo dentro del proceso de producción. De acuerdo con Piore y Sabel, (1984) “...el deterioro actual de los resultados económicos se debe a los límites del modelo de desarrollo industrial que se asienta en la producción en serie: la utilización de máquinas especiales (específicas de un producto) o de trabajadores semicualificados para producir bienes estandarizados” [Piore y Sabel, 1990: 12]. La otra estrategia de desarrollo tecnológico, que es “potencialmente contradictoria” con la primera, regresa a los métodos de producción artesanales. Esto es lo que denominan especialización flexible, la cual “Se basa en un equipo flexible (polivalente); en unos trabajadores cualificados, y en la creación, por medio de la política, de una comunidad industrial que
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sólo permita las clases de competencia que favorecen la innovación. Por éstas razones, la difusión de la especialización flexible equivale a un resurgimiento de las formas artesanales de la producción que quedaron marginadas en la primera ruptura industrial” [Piore y Sabel, 1990: 29]. A lo largo de todo el sigloXIX, existieron y se desarrollaron estas dos clases de estrategias tecnológicas. En los Estados Unidos fue en donde más rápidamente se difundió el sistema de fabricación en serie que terminó por desplazar mundialmente a la producción artesanal. “Las primeras grandes empresas de producción en serie surgieron después de la Guerra Civil; desde finales del siglo XIX, esta forma organizativa se difundió rápidamente... En 1930, la mitad de la producción industrial de la economía americana provenía de éstas gigantescas compañías” [Piore y Sabel, 1990: 76]. ¿ Cuáles son entonces las características de la producción en serie y cómo se relaciona con los rendimientos decrecientes de corto plazo y con los rendimientos a escala de largo plazo? Veremos enseguida estas características con la intención de demostrar que en la producción en serie no aparece la productividad marginal decreciente ni tampoco las deseconomías de escala. La pregunta que tendríamos que responder es ¿por qué los teóricos neoclásicos de esa época, padres fundadores de la teoría actual, hicieron caso omiso de la que ocurría en los procesos reales de producción y construyeron conceptos y categorías que se alejaban de la realidad? Una de las principales características de la producción en serie es que busca incrementar la productividad. Esto significa que con los mismos recursos se obtiene mas
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producción. El principio determinante de la producción en serie es que “el coste de producir un bien podía reducirse espectacularmente sólo con sustituir las cualificaciones humanas necesarias para producirlo por maquinaria. Su objetivo era descomponer todas las tareas manuales en sencillos pasos, cada uno de los cuales pudiera realizarse con mayor rapidez y precisión mediante una máquina dedicada a ese fin que por la mano del hombre” [Piore y Sabel, 1990: 31]. Otra característica de la producción en serie es que requiere de grandes inversiones en maquinaria especializada. Esto implica, además de montos de capital financiero extraordinarios, un enorme costo fijo inicial para cualquier empresa. Lo que quiere decir que el tamaño de la empresa creció, que la escala de planta se expandió y que apareció la producción en masa estandarizada (a mediados de la década de 1880, en la industria de cigarrillos la producción de unas treinta máquinas podía saturar el mercado”) [Piore y Sabel, 1990: 77]. Entre los costos fijos, que son independientes del nivel de producción, se encuentran los desembolsos en “planta y equipo especializados que ya haya comprado y del trabajo especializado que ya haya formado” [Piore y Sabel, 1990: 79]. Si comparamos los costos medios de la producción artesanal con los de la producción en serie, lo importante en la primera son los costos variables, por los que la curva de costos medios variables sería una línea recta horizontal, mientras que en la producción en serie lo preponderante son los costos fijos, por lo que la curva de costos fijos medios es una curva suave que desciende conforme se va incrementando la producción hasta que se utiliza
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toda la capacidad productiva instalada. Al llegar a este punto la curva se eleva verticalmente o bien la producción, cesa. Otro aspecto importante de la producción en serie es que requiere de relaciones laborales que le permitan el control de los trabajadores. “(...) la estrategia laboral de las grandes empresas era una extensión de los principios básicos de la producción en serie. La descomposición de la producción en operaciones discretas sólo tenía sentido si las distintas operaciones podían reintegrarse en un todo, un proceso que primara fundamentalmente por la coordinación de la gestión” [Piore y Sabel, 1990: 94]. Lo que los empresarios querían era impedir la intromisión de los sindicatos en la gestión y en la coordinación del proceso de trabajo para que ellos se pudieran asegurar el control y mando sobre todas las operaciones internas que se necesitaban para mantener el ritmo de trabajo, y que este diera como resultado el nivel de producción predeterminado por la máquina especializada. Es decir, que el ritmo de trabajo no se modificara para asegurar un cierto nivel de producción con costos unitarios constantes y aún decrecientes. Para la producción en serie es determinante que los directivos de la empresa tengan el control del centro de trabajo. Este control tiene que ver con la utilización de las máquinas y herramientas, con las normas de reclutamiento y ascenso de los trabajadores y, lo más importante para nuestros propósitos, con la definición de los rendimientos laborales y las sanciones que se aplican cuando los trabajadores no cumplen con los rendimientos estipulados. El control del centro de trabajo está relacionado con el tipo de maquinaria que se usa. Los dirigentes del
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proceso de trabajo podrán asegurar un rendimiento parejo o constante si la maquinaria usada es más especializada y es específica para un sólo producto. Tendrán menos control si los trabajadores pueden organizar, según sus tiempos y costumbres, el flujo de la producción. La discrecionalidad de los trabajadores dentro del proceso de trabajo será mayor en la medida en que la maquinaria sea mas flexible y no sea ella la que imponga el ritmo de producción. Dadas las especificaciones de la maquinaria es más fácil para los directivos establecer metas de producción y definir puestos de trabajo con tareas claramente estipuladas. Los puestos y las tareas se definen tomando en cuenta las habilidades y destrezas de los trabajadores, así como los riesgos y responsabilidades que implica el proceso de trabajo en su conjunto. “La lógica del sistema de clasificación de los puestos de trabajo y de las normas de antigüedad y el proceso judicial por el que se supervisan deja atrapada una parte cada vez mayor de la vida fabril en una red de reglas tejidas con una malla cada vez más fina” [Piore y Sabel, 1990: 165]. La ley de los rendimientos decrecientes, también apela al cansancio físico de los trabajadores, (es normal encontrar como ejemplo en los libros de texto el caso similar de los estudiantes cuando preparan exámenes). Se afirma que la segunda hora de estudio rendirá menos que la primera y así sucesivamente, hasta que, después de varias horas de estudio, la capacidad de asimilación y retención o de atención, resulta nula. Cabe aclarar que en este razonamiento no se están negando los efectos del trabajo sobre el estado físico y mental del trabajador; lo único que se quiere señalar es que a pesar de éstos y de la fatiga o el cansancio, los
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procesos de producción se organizan para tratar de asegurar una productividad promedio constante de todos y cada uno de los trabajadores durante y a través de todas las jornadas de trabajo. Se organizan, pues, para que una hora de trabajo tenga el mismo rendimiento promedio que cualquier otra hora de trabajo, y para que un día de trabajo rinda, en promedio, lo mismo que cualquier otro día laboral, y para que además cada trabajador produzca lo mismo, no importando que Pedro sea contratado después que Juan o después de que se contrataron 3, 4 o 5 trabajadores, según se acostumbra ejemplificar en los manuales de microeconomía. Como colofón, podemos asegurar que para una empresa que utiliza sólo un tipo de tecnología, los rendimientos del trabajo en el corto plazo son constantes. Por lo tanto, la función de producción será una recta que parte del origen para ascender de manera constante hasta llegar a la plena utilización de la capacidad instalada. El producto medio y el producto marginal serán idénticos y estarán representados por una recta horizontal que muestra lo que se va agregando al producto, conforme se incorporan más unidades de trabajo a los factores fijos de la producción. De hecho, al no existir los rendimientos decrecientes, deja de tener sentido el concepto de productividad marginal. Éste fue ideado para explicar la parte esencial del comportamiento productivo de los factores, con una pretendida base técnica-operativa gobernada por la ley de los rendimientos decrecientes. Al no operar esta ley, es un sin sentido seguir pensando y estimando la productividad marginal de los factores de la producción. Para el largo plazo, la función de pro-
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ducción neoclásica o de competencia perfecta supone que la tecnología está disponible para todas las empresas, inclusive para las entrantes o de nueva creación. También supone que existe un tamaño óptimo de planta con el cual se obtienen los costos por unidad más bajos posibles. Ésto quiere decir que, mientras existan economías de escala, la firma o planta seguirá creciendo, hasta alcanzar un tamaño que será el más eficiente posible dada la tecnología disponible. Así, eficiente quiere decir que, con los recursos empleados, se obtiene el máximo producto posible. De esta manera, en el largo plazo la planta crecerá hasta alcanzar un tamaño que siga siendo acorde con las condiciones de competencia perfecta. Un tamaño que no interfiera para nada con el funcionamiento de los mercados de productos y de factores. Las variaciones en la demanda serán cubiertas por la entrada y salida de firmas, ya que las existentes seguirán produciendo lo que el tamaño óptimo les permite y las entrantes tendrán acceso a la tecnología existente para complementar la oferta requerida. Sin embargo, si abandonamos los supuestos restrictivos que exige la persistencia de la competencia perfecta, podemos encontrar que la consecución de economías de escala es un objetivo permanente en la mayoría de las industrias. El tamaño de planta óptimo fue una obsesión marshaliana que generó años de discusión académica (principalmente en Cambridge, Inglaterra), sobre la naturaleza y el tamaño de la firma representativa. El crecimiento desproporcionado de la firma y de la planta productiva, podría llevar a la desaparición de las condiciones de competencia perfecta. En efecto, el crecimiento ilimitado de la planta
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productiva, apoyado principalmente en la búsqueda de economías de escala, impide la prevalencia de los criterios de competencia perfecta pues da lugar al poder de marcado. En otras palabras, la existencia de las economías de escala de la planta productiva es contradictoria con los principios que sostienen la competencia perfecta. Hicks lo expresó muy francamente: “(...) un abandono general del supuesto de la competencia perfecta, una adopción universal del supuesto del monopolio, debe tener consecuencias muy destructivas para la teoría económica” [Hicks, 1952: 83]. En términos de la exposición diagramática, la persistencia de los rendimientos crecientes a escala, lleva al diseño de una curva de costos medios de largo plazo en forma de una “L” suavizada, expresando un continuo crecimiento de la eficiencia física de los factores de la producción. Las implicaciones teóricas de ésta búsqueda por mayores economías de escala, significan el abandono de la idea de un tamaño óptimo de planta con costos medios minimizados en el largo plazo, así como la construcción de una curva de oferta de largo plazo con pendiente negativa, esto es con costos decrecientes. Nótese que para dibujar los rendimientos crecientes a escala se recurre a una función de costos. Lo cierto es que aún un gráfico que contenga sólo dos factores de producción (como las isocuantas neoclásicas), puede expresar distintos tipos de rendimientos a escala con sólo variar las cantidades de factores y mostrar sus efectos en la variación —igual, menor o mayor— del producto. La representación geométrica acepta las tres posibilidades sin implicaciones aparentes para el razonamiento económico. Sin embargo, si nos fijamos en las
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curvas de costos medios de largo plazo, los resultados pueden ser más contundentes ante todo porque integra la realidad monetaria que no puede —ni debe— desvincularse de las condiciones técnicas y físicas de la producción. Por ejemplo, el ritmo de expansión de la demanda en un mercado particular tendrá repercusiones totalmente contrarias si la industria en cuestión tiene rendimientos crecientes a escala (los precios tenderían a bajar), a que si tiene rendimientos decrecientes (los precios tenderían a subir). Ahora bien, la teoría neoclásica reconoce la existencia de rendimientos crecientes a escala, aún cuando sus modelos de equilibrio se construyen principalmente sobre la suposición de rendimientos constantes. El problema radica en que su visión estática, basada en el equilibrio, no le permite reconocer y poner en el centro de su análisis el hecho de que el impulso del cambio económico dentro del proceso de producción, y también fuera de él, está dado por la obtención de rendimientos crecientes a escala. ¿Producción o distribución? Pero tal vez las fallas que le atribuimos a la teoría neoclásica de la producción no se deban tanto a sus propias limitaciones y lagunas, sino a que las respuestas que proporciona no son las que le preocuparon en sus orígenes y entonces tenemos que replantear, como hace Shackle, la siguiente interrogante: “¿A qué pregunta da respuesta la teoría de la producción?” [Shackle, 1976: 66]. En sus propias palabras: “Cuando consideramos esta 'teoría de la producción' y su procedimiento maximizador o minimizador, vemos que quedan completamente sumergidas y menospreciadas todas las de por
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qué o cómo conjuntos particulares de cantidades de agentes proporcionan cantidades particulares de producto. La teoría no se ocupa de las artes del agricultor, del carpintero o del sastre como tales. No es, en ninguna acepción plena del término, una teoría de la producción. Es una teoría de la determinación de los valores del cambio marginal de los servicios productivos, una determinancia cuya demostración hace posible la solución del problema de cómo el valor del producto puede distribuirse precisamente y exhaustivamente entre los agentes de la producción de acuerdo con un principio que puede pretender contar con la 'sanción del mercado'.” [Shackle, 1976: 67]. De acuerdo con lo anterior, la teoría de la producción neoclásica es en realidad una teoría de la distribución. Su propósito no es únicamente explicar por qué determinadas cantidades de insumos se convierten en determinadas cantidades de productos, sino ante todo, solucionar el problema de los mecanismos mediante los cuales el producto es repartido entre los que participan en su elaboración. Y no se trata sólo de aclarar los mecanismos, sino de justificar teóricamente por qué a cada agente o factor de la producción le toca la parte que le toca, estando todos los ingresos sancionados por el impoluto mecanismo del mercado. En este sentido se puede afirmar, que la teoría de la producción neoclásica es el eslabón que enlaza el mercado de los insumos o factores de la producción, con el mercado de los bienes y servicios que producen las empresas. La teoría de la producción neoclásica explica cómo se construye la oferta individual y por tanto la oferta del mercado con pendiente positiva, pero también resuelve el
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problema de la demanda de factores de la producción y la determinación de su precio (el salario y el beneficio). En otras palabras, así como existen leyes técnicas que definen la asignación óptima de los recursos en el proceso de producción, también existen leyes que determinan la contratación (cantidad y precio) de los insumos. Éstas últimas se basan en la productividad de los factores de la producción. Es la productividad del trabajo y del capital la que resuelve el problema de la distribución del ingreso. La teoría de la producción es en realidad una teoría de la desutilidad En la óptica neoclásica, la teoría de la utilidad marginal es suficiente, para explicar los intercambios de los individuos. Guiados por el principio de la maximización de la utilidad subjetiva, estos individuos optimizan sus decisiones y concomitantemente determinan los precios relativos de las mercancías para alcanzar el equilibrio. El lado de la demanda en el mercado se resolvió homogeneizando a los individuos consumidores mediante su búsqueda de la máxima utilidad al comprar bienes y servicios. Con la teoría de la utilidad marginal se estableció el vínculo entre el precio de las mercancías, la demanda de las mismas y la satisfacción del consumidor. Pero faltaba el lado de la oferta. Se requería una teoría que explicara la oferta del mercado tomando en cuenta los diversos costos de producción, y ésta tendría que ser compatible con la teoría de la utilidad. Para construir una teoría de la producción se recurrió a establecer que los costos eran en realidad una desutilidad. El costo de los factores de la producción es una desutilidad para los empresarios que los compran,
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teniendo una magnitud equivalente al sacrificio de la utilidad de los bienes que podrían adquirir con ese gasto (de aquí nace la idea del costo de oportunidad). En efecto, según Blaug, “La teoría del costo alternativo hacía depender de la utilidad tanto la demanda como la oferta, al imputar todos los costos a las utilidades sacrificadas” [Shackle, 1976: 610]. Pero se justificaba porque con esos factores productivos se crean bienes que tienen utilidad. Esta capacidad para generar bienes útiles tiene que ser recompensada. ¿Cómo? El sacrificio por la desutilidad tiene que recibir a cambio una parte de la utilidad creada. Según la aportación marginal de cada factor de producción, será lo que se reciba del valor total producido. Lo que aparenta ser un problema de costos y de producción, es en verdad un problema de distribución. Con el principio de la productividad marginal, los factores de la producción adquieren significado económico porque producen utilidad (contenida en los bienes y servicios). Los factores de producción son tomados en cuenta en la teoría de la producción no porque sean un costo (desutilidad), sino porque son un ingreso futuro es que en realidad, lo que se construyó así fue una teoría de la distribución de esos ingresos futuros. Como bien lo afirma Franco Donzelli: “...el principio de la utilidad marginal, en el momento en que explica el fenómeno de los costos, explica también automáticamente el problema de la formación de las rentas o de la distribución; dentro de la teoría neoclásica la distribución deja de ser considerada un capítulo aparte (como era dentro de la teoría clásica) y pasa a ser, para todos los efectos un aspecto de la teoría de los precios, carente de toda autonomía” [Donzell, 1985: 85].
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La “teoría de la producción” basada en los principios de la utilidad y la desutilidad marginal, del beneficio del consumo y de los costos de la producción, es una teoría del intercambio en donde si se quiere una utilidad se paga por ella y si se enfrenta una desutilidad se recibe un ingreso. La teoría de la producción es, entonces, una teoría de los precios de las utilidades y desutilidades que se intercambian. No es en absoluto una teoría de la producción basada en las condiciones físicas o humanas del proceso y por tanto no responde a las circunstancias reales en las que transcurre la producción. Por ello sus creadores no tomaron en cuenta la realidad productiva de su época, ni mucho menos sus seguidores incorporaron los cambios que han tenido los procesos de trabajo a lo largo del siglo XX. Ni en el corto plazo existen los rendimientos decrecientes del factor variable (normalmente el trabajo), ni en el mediano o largo plazo existen necesariamente los rendimientos decrecientes a escala. Éstos últimos pueden existir en algún tipo de producción que generalmente no es la producción más dinámica, ni es la producción que comanda estratégicamente el proceso de crecimiento, ni siquiera es la producción en serie que realiza la producción en masa o la tan en boga, especialización flexible.
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