Relatos Desde La Mesa Compartida - Dolores Aleixandre Parra

February 11, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Aproximación bíblica y catequética a la Eucaristía

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1.Relatos desde la mesa compartida. Dolores Aleixandre 2.Vocabulario básico para el cristiano. Álvaro Ginel 3.Santos de leyenda. Los 40 principales. José Fernández del Cacho 4.Dios deformado. Imágenes falsas de Dios. Enrique Martínez de la Lama 5.Iniciarse como catequista. Miguel Ángel Gil 6.Grupo y catequesis. Álvaro Cine¡ 7.Curso básico de pedagogía catequética. Eugenio González 8.Ser catequista. Hacer catequistas. Álvaro Ginel 9.Dichosos vosotros. Memoria de dos discípulas. Dolores Aleixandre 10.Iniciar en la oración. Dolores Aleixandre 11.La fe de los grandes creyentes. Dolores Aleixandre / luan J.Bartolomé 12.Esta historia es mi historia. Narraciones bíblicas vividas hoy. Dolores Aleixandre 13.Bienaventuranzas. Ricardo Lázaro Recalde 14.Los Sacramentos. Manuel Belimunt 15.Psicología y catequesis. Un estilo de educar. Ana García / Mina Freire 16.Moral y catequesis. Eugenio Alburquerque 17.Vocabulario Básico de Psicología y de Pedagogía. Crista Ruiz de Arana 18.Los salmos, un libro para orar. Dolores Aleixandre 19.Cuando vayas a orar... Guía y ayuda para adentrarse en la oración. Ma Dolores López 20.Descubrirla Biblia. Cesare Bissoli /Jordi Latorre 21.El Credo de nuestra fe. Antonio Cañizares / Ángel Matesanz

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22.La ética cristiana. Claves para catequistas y educadores de la fe. Eugenio Alburquerque 23.Texto nacional para la orientación de la catequesis en Francia y Principios de Organización. Conferencia de los Obispos de Francia 24.¡Dichosa catequesis! Tú incomodas a familias y parroquias. Gil les Routhier 25.Repensar la catequesis. Álvaro Ginel 26.Las diez palabras del Sinaí. Eugenio Alburquerque 27.Caminos para la fe. Líneas básicas sobre itinerarios de educación en la fe. Josep Ma Maideu Puig 28.Repensar la formación de catequistas. Álvaro Ginel Colección MANÁ DOLORES ALEIXANDRE, R.S.C.J.

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Aproximación bíblica y catequética a la Eucaristía

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Introducción. Una parábola de fondo 1. Como pan que se parte 2. El mejor de los vinos 3. En torno al cordero pascual 4. Leví y sus amigos 5. Ayunos y banquetes 6. Un puñadito de levadura 7. En las márgenes del camino 8. Un festín en el desierto 9. Sentados a la mesa de la sabiduría 10. Un mendigo a la puerta 11. Una misma copa, una misma suerte 12. Con la toalla ceñida 13. Cuando Jesús deseaba 14. Palabras de vida eterna 15. Celebrar la cena del Señor 16. Carta del discípulo amado a su comunidad

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Una párabola de fondo Unos granos cayeron en terreno pedregoso con poca tierra. Al faltarles profundidad, brotaron enseguida; pero al salir el sol se abrasaron y, como no tenían raíces, se secaron. (...) Otros cayeron en tierra fértil y dieron fruto: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. Quien tenga oídos que escuche (Mt 13,5-9). La imagen de la semilla que se abrasa porque ha caído en un terreno poco profundo, refleja bien lo que puede ocurrirnos a la hora de acoger la semilla de la Eucaristía. Es tan escasa nuestra tierra, que la vivencia eucarística corre el peligro de agostarse, de ritualizarse y resecarse, a falta de raíces antropológicas y bíblicas que le den savia y hondura. Preparar la tierra Las páginas que siguen no son una catequesis sistemática en torno a la Eucaristía, sino una «aproximación selectiva» a su misterio desde una perspectiva determinada: la de las actitudes y gestos que genera la experiencia de la comida compar tida.1 Pretenden «añadir buena tierra» al suelo en el que cae la catequesis sobre la Eucaristía, y ofrecer a catequistas y agentes de pastoral elementos de reflexión bíblica y antropológica, junto con sugerencias de actividades y celebraciones. Se trata de posibilitar que la semilla arraigue con profundidad y eche raíces hondas para llegar a dar fruto. Lo haremos escuchando «relatos en torno a la mesa compartida», es decir, dejando la palabra a personajes que podemos imaginar cercanos a diferentes escenas del Evangelio, relacionadas más o menos directamente con la Eucaristía. Procedemos de una tradición narrativa, y su lenguaje puede ayudarnos a dar razón de lo que significa reunirnos para celebrar al Señor muerto y resucitado. El objetivo no es, en primer término, profundizar en el sentido de cada parte de la celebración eucarística, sino buscar las actitudes de fondo que la fundamentan y la hacen posible: encontrarnos, recordar, entregar, ofrecer, compartir, bendecir, agradecer, entrar en comunión... Lo que nos importa no es «explicar un rito», sino seguir viviendo de las mismas raíces de las que nació la Eucaristía y traducirlas a nuestra existencia de hoy. De la mano de diferentes personajes, iremos acercándonos a la Eucaristía desde alguno de sus aspectos, sin pretender la tarea imposible de agotarlos, sin caer en la tentación de sembrar demasiado deprisa, hacerlo de una manera superficial, o impacientarnos porque no vemos brotar en seguida los tallos. La parábola nos ha puesto sobre aviso del peligro de lo que crece «en seguida», pero con pocas raíces. 13

En cada capítulo, además de la narración, habrá:

TIEMPO PARA LA PALABRA: textos bíblicos que están en el trasfondo del relato.

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS: textos de distintas procedencias que ayuden a profundizar en el tema central del capítulo.

TIEMPO PARA ORAR: sugerencias para la oración personal.

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE: ideas para trabajar el tema con niños, jóvenes o adultos.

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Memorias de una discípula Me llamo Susana, que en hebreo significa «lirio», y junto con los doce, María de Magdala, Juana, mujer de Cusa, mayordomo de Herodes, y otras muchas, pertenecí al grupo que seguía a jesús desde Galilea (cf. Lc 8,1-3). Éramos un movimiento extraño, muy distinto de los que solían agruparse en torno a los rabbís o maestros. Éstos no aceptaban nunca mujeres en su seguimiento y elegían sus discípulos sólo entre varones cultivados y de buena fama, cosa que no ocurría entre nosotros. Llevábamos una vida itinerante, recorriendo aldeas y poblados en los que Jesús iba anunciando la llegada del Reino. El contacto con él era como una ráfaga de libertad que, a su paso, hacía que todo recobrara vida y novedad. Eran tiempos de recreación, tiempos de entusiasmo desbordante, como si el vino que él había derrochado en Caná nos embriagase un poco a todos. «Algo nuevo está naciendo, la fiesta de bodas ha comenzado», decía él. Desde que se corrió la noticia de que había curado a algunos enfermos, la gente acudía donde él estaba y, si no podía entrar en la casa, esperaba a la puerta el tiempo que fuera necesario con tal de poder verle y tocarle o, al menos, desahogar ante él el peso de sus sufrimientos. Los que vivíamos cerca de él no podíamos comprender cómo tenía tiempo para todos, cómo podía abarcar con su atención y con su afecto a cada una de aquellas personas agitadas o abatidas por su enfermedad, empapadas de sudor y de polvo, agotadas por la caminata y la espera, hambrientas de su presencia y de su palabra. Pan al final de la jornada Un día, llegamos a una aldea al atardecer, después de una larga caminata a pleno sol que nos había dejado extenuados. No habíamos probado bocado en todo el día y, cuando entramos en la casa de los conocidos que nos ofrecieron cobijo, las mujeres nos pusimos a preparar la masa del pan y a cocerlo, mientras otros iban a comprar dátiles y aceitunas que lo acompañarían en la cena. jesús, entretanto, se había quedado fuera rodeado de la gente que había ido llegando. Escuchaba a cada uno, le preguntaba su nombre, tocaba sus heridas y se interesaba por sus fiebres, con la misma ternura con que una madre acariciaría y curaría las de su hijo enfermo. El contacto de sus manos, decía la gente, comunicaba sosiego y alivio; el aliento de sus palabras contagiaba ánimo y esperanza para seguir viviendo y luchando contra las fuerzas de la muerte. 16

Cuando le llamamos para comer, no hizo caso y continuó hablando, escuchando, acariciando. No parecía tener prisa, ni hambre, ni cansancio, y no entró en la casa hasta que despidió al último enfermo. Cuando tomó el pan aquella noche para partirlo y repartirlo, según su costumbre, todos nos dimos cuenta de que así era él: un pan partido y repartido, una vida devorada por todos los que tenían hambre de vivir, de ser amados, escuchados, comprendidos, sanados. Con la misma naturalidad con que repartía aquel pan, se repartía a sí mismo sin reservarse nada, sin guardarse nada, y entregaba a todos su tiempo, su afecto, su interés, su amistad. Las palabras de la oración de bendición nos parecieron nuevas aquel la noche: Bendito seas Señor nuestro, Rey del universo, que nos sostienes y das pan a todo viviente, porque tu misericordia es eterna. Tú preparas el sustento para todos los seres que has creado. Bendito seas, Señor, que sostienes a todos

TIEMPO PARA LA PALABRA

Cuando se puso el sol, le llevaban toda clase de enfermos y los endemoniados. Toda la población se agolpaba a la puerta (Mc 1,32-33).

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Una multitud, al oír lo que hacía, acudía a él. Dijo a los discípulos que le tuvieran preparada una barca para que el gentío no le estrujase. Pues, como curaba a muchos, se le echaban encima. (...) Entró en casa y se reunió tal multitud que no podían ni comer (Mc 3,10.20). Terminada la travesía tocaron tierra en Genesaret y atracaron. Cuando desembarcaron, lo reconocieron. Recorriendo la región, le fueron llevando en camillas todos los enfermos adonde oían que se encontraba. En cualquier aldea o ciudad donde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que los dejara tocar al menos la orla del manto. Y los que lo tocaban, se curaban (Mc 6,53-56).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Una vida entregada «Los nómadas y los escasos sedentarios han adoptado ya la costumbre de venir a pedirme agujas, medicinas, y los pobres, de cuando en cuando, un poco de trigo. Estoy abrumado de trabajo, pues quiero terminar cuanto antes un diccionario de tuareg. Como me veo obligado a interrumpir a cada momento el trabajo para ver a los que llegan, o realizar menesteres menudos, esto adelanta poco. (...) Para tener una idea exacta de mi vida, hay que saber que llaman a mi puerta por lo menos diez veces por hora, más bien más que menos, pobres, enfermos, viajeros, de suerte que, con mucha paz, tengo mucho movimiento.» (De las cartas del Hno. Carlos de Foucauld, 16-IX-1905 y 30-IX-1901) «El Hno. Carlos se fue dando cuenta de que lo importante no era pasar ratos de adoración, ni celebrar a todo trance la santa misa, sino ser como Jesús. Fue siendo progresivamente asimilado, por decirlo así, por la realidad eucarística, que expresa la oblación de Jesús a su Padre y el don de sí mismo en alimento a los hombres. En adelante sabe que la contemplación de Jesús en la Eucaristía, exige de él que se entregue to talmente al Padre y se deje comer por los demás, en una vida que sea prolongación de la Eucaristía.» (J.F. Slx)2 «Vivir la Eucaristía es entregarse a los otros, llegando a ser para ellos, por el amor y la contemplación eucarística, algo "devorable".» 18

(R.VOILLAUME)

TIEMPO PARA ORAR Imagina la escena de ese atardecer en Cafarnaún que narra Marcos. Mézclate entre la gente que se agolpa a la entrada de la casa donde se hospeda Jesús. Trata de poner rostros de hoy a esa multitud anónima del evangelio. Quizá te sientas pertenecer al grupo de los que llevan a otros hacia Jesús: nómbralos, aviva tu deseo de poder acercar a él a tanta gente que sufre y a la que querrías ayudar. Siéntete también del grupo de enfermos, contacta con tus carencias de fondo, con tu necesidad de sanación y reconstrucción. Cuando te toque el turno, acércate a Jesús y déjale preguntarte: «¿Qué quieres que haga contigo?», mientras te impone las manos. Piensa qué le contestarías si al final te preguntara: «¿Quieres compartir conmigo esta tarea de consolar y sanar heridas? ¿Estás dispuesto a ofrecer también tu vida, junto a la mía, "como pan que se parte"?».

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños ♦Poner en una mesita baja, o en el suelo, un pan sobre un pañuelo, con flores y una vela. ♦Pasar de mano en mano un bote pequeño con la etiqueta: «caviar», o «marisco», o la fotografía de algunos platos muy sofisticados y adornados. Se comenta la diferencia entre esos alimentos y el pan: éste representa lo cotidiano, lo accesible, lo que satisface la necesidad básica del hambriento, lo que se deja al alcance de todos y no se escatima. ♦Evocar expresiones como «el pan de cada día», «quitarle a alguien el pan», «esta persona es más buena que el pan», «dejarse comer»... 19

♦Recordar escenas del evangelio en que jesús «se dejaba comer» y también de personas cercanas que se dejan comer el tiempo, que se desviven por otros, que entregan, con la misma sencillez con que se da un trozo de pan, lo que son y lo que tienen. ♦Se pasa el pan y cada uno toma un pequeño trozo y, con él en la mano, en las manos abiertas, dice lo que quiere compartir con otros. Al final se comparte con el de al lado, y se termina con un canto. Con jóvenes ❑Escribir la palabra EUCARISTÍA con grandes letras y en vertical, e ir poniendo, al lado de cada letra, palabras o temas que ven relacionadas con la Eucaristía. ❑Poner en un mural la foto o dibujo de un puente y hacer la pregunta: ¿qué tengo que atravesar para llegar a la Eucaristía? (Dificultades, dudas, preguntas, resistencias...) ❑Preguntas a jesús: si tuviéramos ocasión de abordarle directamente, ¿qué preguntas le haríamos en torno a la Eucaristía? Con adultos ✓Cada participante dibuja un círculo en un papel y lo divide en sectores circulares (como porciones de una caja de quesitos) que representen proporcionalmente cómo reparte su tiempo de una semana: dormir, trabajar, comer, relacionarse, leer, orar, televisión, ocio, etc. ✓Ver juntos qué lugar ocupan los demás en ese «pastel del tiempo» y hacerse preguntas unos a otros. ✓Dibujar luego en grande el que imaginamos podría ser el reparto del tiempo de jesús en una semana de su vida pública y comentar los descubrimientos que se hayan hecho. Hacer ver que lo que importan son las actitudes de fondo que llevan a «vivir para sí mismo» o «vivir para los demás». ✓Terminar con una oración en la que se va pidiendo a jesús el parecerse a él en sus actitudes de entrega.

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Mi padre fue comerciante de vinos en Caná de Galilea y, desde pequeño, me habitué a escucharle dar su opinión al catarlos, después de permanecer unos instantes con los ojos cerrados para concentrarse en el sabor y el aroma de lo que probaba: -Este resulta muy afrutado...; este, demasiado áspero..., éste es de una cosecha espléndida... Sin darme cuenta fui aprendiendo yo también y, con el paso de los años, me hice indispensable en los banquetes y fiestas, no sólo de Caná sino de toda la comarca y, a veces, hasta de fuera de Galilea. Por eso, cuando Ana y Bartolomé, dos jóvenes de Caná, decidieron casarse y me pidieron que hiciera de maestresala en el banquete de su boda, acepté con gusto: conocía a los padres de ambos, comerciantes de buena posición, y estaba seguro de que no iban a regatear nada con tal de que la celebración fuera un éxito y los convidados estuvieran satisfechos. Habíamos preparado todo con esplendidez, incluso por encima del cálculo de invitados que esperábamos, pero cuando me di cuenta de que faltaba sitio en las mesas y que iba entrando más gente de la prevista, empecé a preocuparme. Vi a María de Nazaret, una amiga de la madre del novio y que por supuesto estaba convidada, pero, junto a ella, apareció tam bién su hijo jesús con su grupo de amigos inseparables, y cuando los vi llegar pensé: «Como cada invitado se traiga a sus parientes y a los amigos de sus parientes, las previsiones se nos vienen abajo...». Y eso fue lo que ocurrió: empezó a faltar vino y los sirvientes iban y venían nerviosos entre la gente, con sus jarras vacías. Yo estaba medio furioso medio avergonzado, pensando no sólo en mi fracaso, sino sobre todo en el disgusto de los novios y sus familias, que iban a ser recordadas como tacañas o, al menos, como poco previsoras, y su alegría se iba a ahogar en el agua que era la única bebida que ya podíamos servir. Vino para alegrar la fiesta De pronto, un sirviente se me acercó con un cacillo lleno de vino y me dijo que lo probara: lo hice y ¡era el mejor de cuantos había probado en mi vida! ¿Qué estaba ocurriendo? Me dirigí muy alterado hacia el novio y lo encontré con una copa en la mano. -¿De dónde ha salido este vino?, le pregunté. ¿Por qué no me has avisado de que guardabas para el final este vino, infinitamente mejor que el que hemos servido al 23

principio? Y si lo tenías, ¿cómo has permitido que pasáramos tan malos momentos, pensando que se había acabado? Se echó a reír mientras apuraba el contenido de la copa y me di cuenta de que el vino comenzaba a hacerle efecto. -Sé tanto como tú, me dijo, pero te aseguro que me da igual, que beban todos y se embriaguen en este día inolvidable... Yo seguía asombrado y busqué al sirviente que me había traído el vino: me contó que habían notado inquieta a María, la de Nazaret, al darse cuenta de que escaseaba el vino, y la vieron hablando en voz baja con su hijo que, al parecer, hizo un ges to de desentenderse del asunto. Entonces ella, inesperadamente, se acercó a los servidores y les susurró: -Mi hijo va a hablar con vosotros, hacedle caso aunque os parezca extraño lo que os diga. Fiaos de él y hacedlo. Entonces Jesús se levantó y les ordenó que llenaran de agua las tinajas: ellos, aunque atónitos, le obedecieron, y fue entonces cuando les dijo que me lo dieran a probar a mí. El festín mesiánico Miré a jesús sentado entre su gente, bebiendo y riéndose como todos, y de pronto me vinieron a la memoria palabras del Cantar de los Cantares que había escuchado más de una vez en la sinagoga:

¿No sería esta abundancia de vino un signo de los tiempos definitivos, de los desposorios de Dios con su pueblo? ¿No estaría llegando hasta nuestro pequeño rincón de Galilea la primera ráfaga del viento mesiánico, el anuncio de que habían acabado los tiempos de escasez y estábamos entrando en la era de la esplendidez y del derroche? No me atreví a acercarme a jesús, ni a intentar desvelar su secreto: pensé que lo importante no era saber sino saborear, no dominar ni controlar, sino asombrarnos, admirarnos, abrirnos a la irrupción del gozo y de la gratuidad. Y acogerlo con la alegría desbordante de la novia que espera radiante la llegada del 24

novio, y recibe de sus manos la copa del mejor vino de bodas.

TIEMPO PARA LA PALABRA Se sentirá alegre, como si hubiera bebido... (Za 10,7). Así saca él el pan de los campos y el vino que alegra el ánimo (Sal 104, 14). Alegría, gozo y euforia es el vino bebido a tiempo y con tiento. El vino y el licor alegran el corazón; mejor que los dos gozar del amor (Eclo 31, 28; 40,20). Amigo nuevo, vino nuevo; deja que envejezca y lo beberás (Eclo 9,15). Son mejores que el vino tus amores... (Cant 1,2). Nadie echa vino nuevo en odres viejos; si no, el vino reventará los odres y se perderán el vino y los odres. No, al vino nuevo, odres nuevos (Mc 2, 22).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Vino y pan en la Biblia «El Antiguo Testamento nos suministra una leyenda sobre el origen del vino, inventado por Noé después del diluvio (Gén 9,18- 28). El relato nos enseña dos cosas: primera, que el vino es espada de doble filo porque da alegría y quita el sentido, el vino despoja y deja inerme; segunda, que el vino o la vid inaugura etapas decisivas: la era después del diluvio, la entrada en la tierra prometida, que ostenta sus frutos en un gigantesco racimo, la era de Cristo inaugurada en su pasión, apuntando a su consumación celeste. El pan es humilde y sencillo, no se da importancia, se entrega sin presunción ni resistencia. El vino es la poesía, la propina, la fiesta. Pan y agua son indispensables pero 25

cuando se agasaja o festeja a una persona, se le ofrece pan y vino que equivale a convite, banquete. La palabra "propina" viene de pino, beber. Representa lo inútil de la vida y que, sin embargo, le da sentido y, sin ello, la vida quizá no valga la pena; lo inútil puede ser más importante que lo útil. El vino representa la poesía junto a la prosa; es como el color frente a un mundo en blanco y negro; es la música frente a rumores y ruidos; es la danza frente al caminar; es el juego frente al trabajo; es el arte y la artesanía frente a la simple técnica; es el humor frente a la seriedad. ¿ Qué vida es cuando falta el vino, que fue creado al principio para alegrar? (Eclo 31,33). El vino nuevo simboliza la novedad que trae Jesús: Lucas reconoce la dificultad de adaptarse a la nueva realidad. Nadie, acostumbrado al vino de siempre, quiere uno nuevo porque dice: Bueno está el de siempre (Lc 3, 39). Porque el vino significa el amor y tiene color de sangre, representa también el sacrificio, especialmente el sacrificio por amor, y nos sugiere la misteriosa relación que en el hombre tiene con ambas cosas. No es auténtico el amor que rehusa sacrificarse; no es valioso el sacrificio que no nace del amor.» (L.Alonso SCHOKEL)3

TIEMPO PARA ORAR Sitúate en Caná y colócate junto a una de las enormes tinajas de piedra llenas de agua que Juan, intencionadamente, dice que eran «de piedra, destinadas a las purificaciones de los judíos». Es su manera de hacer ver la rigidez pétrea y la inutilidad del agua a la hora de animar una fiesta. Siente todo lo que hay de agua encerrada e inmóvil en tu vida, todo aquello a lo que quizá das valor de «purificarte» o acercarte a Dios, pero que te deja frío y es tan incapaz como la piedra de movilizar tu vida. Contempla después la sala de bodas, después de haber circulado entre los invitados el vino que contienen ahora las tinajas: la preocupación se ha convertido en júbilo, hay una comunicación expansiva, se brinda por los novios... Reconoce y agradece todo lo que en tu vida se parece al vino, lo que te dilata y anima, lo que te da sentido de fiesta. Acércate a María y cuéntaselo. Pídele que te acompañe hasta donde está Jesús y que le susurre: «No tiene vino..., pero quiere hacer lo que tú le digas». Quédate un rato bajo la mirada de los dos.

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TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños Puede ser una buena ocasión para educar el sentido de los signos que hacía Jesús, recorriendo algunos de ellos y haciendo ver que lo importante no es que haga algo «milagroso», sino lo que provocan: alegría, abundancia, sanación, reconstrucción de las personas, etc. Con jóvenes y adultos Poner la palabra EUCARISTÍA en el centro de un mural o pizarra y en torno a ella dos círculos concéntricos. Repartir tiras de papel en las que están escritas con un color palabras como: sacramento, rito, sacrificio, liturgia, memorial; y con otro: alegría, bodas, fiesta, banquete, abundancia, derroche... Cada participante escribe en uno de los dos círculos la palabra que le ha tocado, según le parezca más o menos cercana a lo que significa la Eucaristía, y se comentan luego los resultados. Recordar el contexto festivo y de abundancia de los relatos evangélicos de comidas (Lc 5,27; 19,1-10;24,13-35.36-52...) y sacar consecuencias para nuestro talante cristiano hoy.

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¿ Por qué esta noche no es igual a las demás noches? En todas las familias judías, era el más pequeño de la casa el que hacía esta pregunta antes de comenzar la cena de Pascua. Yo esperaba todo el año con impaciencia a que llegara aquel día fascinante, el más importante de nuestro pueblo, en el que cada familia reunida celebraba con solemnidad la memoria de la salida de nuestros padres de la esclavitud de Egipto. Unos días antes, mi padre solía llevarme con él al mercado para comprar el cordero: tenía que ser macho, de un año y sin ningún defecto, y cuando lo escogíamos y lo traíamos a casa, yo me encargaba de darle de comer hasta que llegaba el día de sacrificarlo. Entonces comenzaban mis súplicas y mis protestas, porque me había encariñado con él y no quería que lo mataran; por eso me marchaba a jugar lejos de casa, o me tapaba los oídos para no oír sus balidos. De todas maneras, cuando llegaba el momento de la cena pascual, yo me olvidaba de mis protestas y de mis lágrimas, porque aquel cordero que mi madre había preparado con hierbas aromáticas y lechugas amargas, nos convocaba a todos en torno a una mesa en la que todo era fiesta y alegría. Después de las oraciones, los salmos, las bendiciones y el circular solemne de la copa, empezaba el banquete; comíamos hasta saciarnos entre risas, chistes y, finalmente, canciones y adivinanzas destinadas a los niños. Cuando empecé a asistir a la sinagoga, me impresionó mucho escuchar un lectura, tomada del rollo del profeta Isaías, en la que se hablaba de un servidor misterioso del Señor que «era llevado al matadero como un cordero y enmudecía mientras lo trasquilaban» (Is 53,7). Y también otra del profeta jeremías, quejándose de ser como un cordero manso camino del sacrificio (Jer 11,1). Siendo aún muy joven, conocí en el jordán al profeta Juan, y me sentí seducido por la fuerza de sus palabras y por la pasión con que anunciaba la llegada inminente del Mesías y la urgencia de convertirse y hacer penitencia. Me sumé a sus discípulos y viví con ellos en las cuevas próximas al Jordán, ayunando y recibiendo a los que venían a bautizarse. Ahí va el cordero de Dios 29

Un día en que yo había subido a Jerusalén, me dijeron que había venido a bautizarse desde Galilea un tal Jesús, pariente de Juan, y que éste estaba conmocionado por el encuentro. Al día siguiente, estando yo junto a Juan, hijo de Zebedeo, que era también discípulo del Bautista, vimos que nuestro maestro se ponía en pie, mirando hacia el camino que pasaba junto al río, y decía dirigiéndose a nosotros y señalando con el dedo a alguien que se alejaba: «Ahí va el cordero de Dios...». Era tan desacostumbrado en él aquel tono de honda conmoción, que Juan y yo nos levantamos llenos de curiosidad para ver el aspecto de aquel hombre que tanto impresionaba a nuestro maestro. Y como ya se alejaba, y a paso rápido, miramos a Juan y vimos en sus ojos que aprobaba nuestra decisión de irnos detrás de él para conocerle. Nos pusimos en camino creyendo que no se daría cuenta de que le seguíamos, pero, de pronto, se volvió y nos miró de frente. También nosotros nos detuvimos con timidez, como sorprendidos en falta. -¿A quién buscáis?, nos preguntó. No supimos contestarle, y yo traté de desviar la pregunta: -Maestro, ¿dónde vives tú? -Venid conmigo y lo veréis. Nos fuimos con él, y nos condujo a su casa, de una sencillez extrema. Él mismo nos preparó la cena y, sentados los tres alrededor de la mesa, nos pusimos a hablar. Y a lo largo de aquella larga sobremesa, viví la sensación de que el hombre al que habíamos seguido poseía una extraña fuerza de atracción capaz de apiñarnos en torno a él, como lo hacíamos en torno al cordero que nos congregaba cada noche de Pascua.

TIEMPO PARA LA PALABRA En aquellos días, el Señor dijo a Moisés y Aarón en Egipto: Este mes será para vosotros el principal, será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: El diez de este mes, cada uno procurará una res para su familia, una por casa. Si la familia es demasiado pequeña para terminarla, que se junte con el vecino de casa; según el número de comensales y lo que coma cada uno, se 30

repartirá la res. Será un animal sin defecto, macho, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y entonces toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Con algo de la sangre, rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne asada al fuego, acompañada de pan sin fermentar y verduras amargas. (...) Ylo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es /a Pascua del Señor (Éx 12,1-11).

Al día siguiente, estaba luan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a jesús, dice: -Ahí está el cordero de Dios. Se lo oyeron decir los discípulos y siguieron a jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, dice: -¿Qué buscáis? Respondieron: -Rabbí (que significa maestro), ¿dónde vives? Les dice: -Venid y ved. Fueron, pues, vieron dónde residía y se quedaron con él aquel día. Eran las cuatro de la tarde (In 1,35-40). Llegó el día de los ácimos en que había que sacrificar el cordero pascual. Entonces envió a Pedro y a luan diciéndoles: Id a prepararnos la cena de pascua... (Lc 22,8.13). Ha vencido el León de la tribu de Judá, el Retoño de David: él puede abrir el rollo de 31

los siete sellos. Entre el trono y los cuatro vivientes, vi que estaba un Cordero herido de muerte (...), y los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero. Y cantaban un cántico nuevo. -Eres digno de recibir el rollo y soltar sus sellos porque fuiste herido de muerte y con tu sangre adquiriste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación e hiciste de ellos el reino de nuestro Dios y sus sacerdotes. Me fijé y escuché la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los vivientes y los ancianos: eran miles de miles, miríadas de miriadas, y decían con voz potente: -Digno es el Cordero que fue herido de muerte de recibir el poder, la riqueza, el saber, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Y escuché a todas las criaturas, cuanto hay en el cielo y en la tierra, bajo tierra y en el mar, que decían: -Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza y el honor y la gloria y el poder por los siglos de los siglos (Ap 5,5.9-14).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Para la tradición judía, la noche de Pascua concentra todas las noches de la historia iluminadas por la fuerza liberadora de YHWH. La primera noche, cuando YHWH se manifestó en el mundo para crearlo. La segunda noche, cuando YHWH se apareció a Abraham que tenía cien años. La tercera noche, cuando YHWH se apareció a los egipcios en medio de la nube (...) y protegió a los hijos de Israel. La cuarta noche, cuando el mundo llegue a su fin para ser disuelto: los yugos de hierro serán quebrados, las generaciones perversas serán anonadadas, Moisés subirá en medio del desierto, el rey Mesías vendrá al frente del rebaño y su palabra marchará entre ellos y yo y ellos marcharemos juntos. Esta es la noche de pascua para el nombre de YHWH, noche reservada y fijada para la liberación de todo Israel a lo largo de generaciones. 32

(Targum del Pentateuco) En todas las generaciones, cada uno de nosotros tiene el deber de considerarse como si él mismo hubiera salido de Egipto, según está escrito: Ese día dirás a tu hijo: Esto es por lo que el Señor hizo en mi favor cuando salí de Egipto (Éx 13,8). No fue solamente a nuestros antepasados a los que el Señor rescató, sino que también a nosotros nos rescató con ellos. (Liturgia judía de la cena pascual)

TIEMPO PARA ORAR El relato de la vocación de los dos primeros discípulos en el evangelio de Juan, señala dos detalle preciosos sobre el dónde y el cuándo de su experiencia de encuentro con Jesús. Dedica un tiempo a hacer memoria de tu propia «geografía y calendario de gracia», de los lugares y momentos en los que has tenido algún encuentro con el Señor. Vuelve mentalmente a alguno de ellos y haz, desde ahí, un rato de oración, reviviendo la gracia que allí te alcanzó. Puedes también poner nombres evangélicos a tus experiencias de gracia: ¿cuál es tu Belén, Nazaret, Galilea, Tiberiades, Jerusalén, Getsemaní, Calvario...? ¿Cuál es tu momento de «cuatro de la tarde»?

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con adultos Cada uno puede exponer lo que significa para él ese extraño título de Jesús: «Cordero de Dios», y expresar su atracción o su resistencia ante ese lenguaje. Como el tema sacrificial se presta a interpretaciones equivocadas, se puede leer o repartir uno de estos textos y profundizarlo entre todos:

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De la ruptura al encuentro «El primer "enfermo de fraternidad", el ser más comprometido en la transformación de las relaciones humanas, el más constante y exclusivamente consagrado a "hacer comunión" es Cristo Jesús. No podemos decir que tenemos sus mismos sentimientos mientras no participemos en su fiebre de comunión. Esta pasión por la comunión, esta fiebre eucarística cuesta cara: supone una derrota permanente del propio egoísmo y un difícil avanzar contracorriente. El sacrificio de Cristo es el paso del mundo de la desunión al de la comunión, de la ruptura al encuentro, de una relación deteriorada a una relación renovada. Una cierta teología del sacrificio ha ensombrecido toda la belleza, la positividad y la universalidad de la Eucaristía. Nuestro auténtico y único drama es nuestra incapacidad de relación, de "hacernos uno". El último deseo de Jesús es una demanda dolorosa e insistente de que la pluralidad se convierta en unidad. Aquí está todo el sentido de su misión: Jesús ha venido a hacer comunión, única y exclusivamente.» (A. PAOLI)4 ¿Sacrificio o comunión? «Las categorías de holocausto y sacrificio no son las que explican mejor la Eucaristía. En Éx 24 aparecen las nociones de alianza, sangre y sacrificio, pero se trata de un banquete que es sacrificio de comunión. A éste nos remite la cena. Lo que importa es saber si el acto esencial del sacrificio es la inmolación o si es el banquete mismo, signo de la vida del grupo, vivificado por la fuerza de donde procede la vida. El concepto de sacrificio no es el de inmolación de víctimas, sino de ofren da personal, por la que se consagra toda la existencia y se hace de ella una donación amorosa a Dios y a los hombres. En esta concepción, el oferente y la víctima se identifican, y lo que se subraya no es el dolor y la muerte, sino la donación y la vida incondicionalmente entregada. No se trata de un rito sino de la vida; no de víctima, sino de ofren da de todo el ser; no de momentos, sino de toda la existencia. Se trata de responder con el mismo amor con que Dios nos ha amado, comprometiéndonos con el mismo proyecto de salvación, de vida y de comunión.» (M.DÍAZ MATEOS)5

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Cuando comencé a ejercer el oficio de publicano, sentía vergüenza y esquivaba el trato con los que antes habían sido mis amigos. Notaba sobre mí su desprecio y sus críticas, y me humillaba darme cuenta de que evitaban mi compañía; pero me decía a mí mismo que me importaba poco todo aquello, en comparación con el dinero fácil que estaba ganando. Por aquel entonces hice amistad con Leví, otro recaudador de impuestos que vivía situaciones muy parecidas a las mías y, juntos, junto a una jarra de vino, simulábamos reírnos del vacío que sentíamos a nuestro alrededor, aunque nuestras burlas no conseguían esconder nuestra amargura, ni disimular cuánto nos hería sentirnos tratados así. Hacía mucho que no veía a Leví, cuando un día vino a buscarme dando muestras de agitación y de una intensa emoción, y se puso a contarme, entrecortada mente, su encuentro con un tal Jesús de Nazaret: «-Desde que le conocí, me dijo, me di cuenta de que él era distinto de los demás, de que para él no contaba ni una sola de las distinciones que crean clasificaciones y separaciones entre nosotros. Y lo supe cuando vi que se sentaba a la mesa con todos: mujeres junto a hombres, libres junto a esclavos, gente de altos cargos junto a los que todos miran como inferiores, personas de reconocida pureza según los ritos de nuestro pueblo, al lado de impuros como nosotros, gente respetada junto a muertos de hambre. Ayer estaba yo sentado, como de costumbre, detrás de mi mesa, repasando mi lista de la gente que hacía cola delante de mí para pagar, cuando, al levantar los ojos para atender al siguiente, vi que era él quien estaba allí parado, mirándome. No puedo explicarte lo que sentí, era como si su sola presencia deshiciera barreras y derritiera distancias. Esperaba que me dirigiera una sarta de reproches por colaboracionista y explotador pero, en lugar de eso, escuché con asombro: - Levi, me haces falta, ¿quieres venirte conmigo? ¡Irme con él! ¿Te das cuenta de la locura que supone? Me vas a decir que estoy trastornado, y seguramente no te falta razón, pero, por favor, ven tú mismo a conocerle; esta noche doy una cena en su honor, antes de liquidar mi negocio para seguirle». Una cena inolvidable Sin salir de mi estupor, acudí a aquella cena en la que nos reuníamos todos los amigos de Leví, es decir, lo peorcito de Jerusalén: recaudadores, prostitutas, soldados romanos, 36

comerciantes de todas clases, cambistas, traficantes y más de alguno ya borracho antes de comenzar la cena. Jesús participaba de la alegría general, que iba creciendo según circulaba el excelente vino que Leví había sacado de su bien surtida bodega. Pero algo sentíamos los comensales que nos embriagaba mucho más que aquel vino: estar allí, rodeando a Jesús, hacía caer el fardo del «personaje» que cada uno llevábamos a cuestas y empezábamos a experimentar la libertad de no estar atados a ninguna jerarquía social, religiosa ni económica, ni a normas de pureza o de legalidad. Era como si él estuviera convencido de que esa comunidad de mesa podía romper las líneas divisorias que nos separaban a unos de otros, y su convicción nos contagiaba a todos la sensación de que algo absolutamente nuevo estaba comenzando. En la sobremesa, se puso a contar la historia de un hombre que tenía cien ovejas y, al contarlas por la noche, antes de hacerlas entrar en el red¡¡ en una noche de tormenta, se dio cuenta de que se le había perdido una. Se echó al monte bajo el aguacero para buscarla, y recorrió muchas leguas sin conseguir dar con ella. Casi de madrugada la oyó balar en lo hondo del barranco por el que se había despeñado, enredándose en unas zarzas; bajó a toda prisa, se la cargó a los hombros contentísimo y, a la vuelta, convocó a sus vecinos para celebrarlo y les dijo: -¡Felicitadme! ¡He encontrado la oveja que había perdido! Al terminar el relato, sacó la siguiente conclusión: -Así es Dios, vuestro Padre, y así se alegra cuando encuentra a uno de sus hijos perdidos. Uno de los comensales, que fue durante un tiempo discípulo de un rabino y conocía la historia, le recordó: -No has dicho que la oveja perdida era la mejor del rebaño y que por eso la quería tanto el pastor. Jesús le contestó: -No, las cosas con Dios no son así. Para él nadie necesita estar cargado de méritos ni de cualidades para ser querido, sino que su amor es como el de una madre que, entre todos sus hijos, prefiere al pequeño hasta que crezca, al enfermo hasta que sane, al que está de viaje hasta que vuelva a casa. Era una manera de hablar justo al revés de todo lo que habíamos oído muchos, cuando aún frecuentábamos la sinagoga y escuchábamos que Dios se complace en los justos y rechaza a los pecadores. Nos dimos cuenta de que estábamos ante otra manera 37

de interpretar la vida, la ley, las tradiciones, la relación con Dios y el futuro de nuestro pueblo. Todo estaba cambiando vertiginosamente y el centro de la espiral era aquella mesa en la que un grupo de gente que nos creíamos perdidos, empezábamos a darnos cuenta de que habíamos sido encontrados.

TIEMPO PARA LA PALABRA Siguiendo adelante vio jesús a un hombre llamado Mateo sentado ante la mesa de los impuestos. Le dice: -Sígueme. Se levantó y lo siguió. Estando Jesús en la casa, sentado a la mesa, muchos recaudadores y pecadores llegaron y se sentaron con Jesús y los discípulos. Al verlo, los fariseos dijeron a los discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con recaudadores y pecadores? Él lo oyó y contestó: -Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. Id a estudiar lo que significa misericordia quiero y no sacrificios. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mt 9,9-13). Todos los recaudadores y los pecadores se acercaban a escucharle y los fariseos murmuraban: -Éste recibe a pecadores y come con ellos. Él les contestó con la siguiente parábola: -Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el páramo y va tras la extraviada hasta encontrarla? Al encontrarla, se la echa a los hombros muy contento, se va a casa, llama a sus amigos y vecinos y les dice: «Alegraos conmigo porque encontré la oveja perdida». Os digo que lo mismo habrá en el cielo más fiesta por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse (Lc 15,1-7).

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TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Revolucionar el mundo «En sus comidas con pecadores, jesús pretende reconfigurar un nuevo mundo simbólico en el que la misericordia sustituye a la pureza. El sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6,36), sustituye al: sed santos como Dios es santo del Antiguo Testamento (Lev 19,2). El acceso a Dios no consiste en un proceso de separaciones y aislamientos. La misión implica una estrategia de misión, de acercamiento a lo que está fuera de las fronteras, de hospitalidad para con lo extraño, lo cual, a los ojos de las autoridades judías, significa la introducción del caos más absoluto (Han revolucionado todo el mundo, Hech 17,16). En realidad es la introducción de un nuevo orden simbólico.» (R. AGUIRRE)6 La esencia del cristianismo «Cuando Pablo luchó a favor de la comida en común con cristianos de origen pagano, estaba haciendo patente la voluntad salvífica universal de Dios. Dios, en efecto, quiere celebrar un banquete con todos los hombres (Is 25,6; Lc 14,21) y la Iglesia del futuro deberá hacer aún más clara esta voluntad divina si no desea traicionar a su Señor. Instruidos por la carta a los Gálatas, es legítimo afirmar que la esencia del cristianismo es synesthiein, comer juntos.» (F.MUSSNER)

TIEMPO PARA ORAR Relee la escena de la llamada a Levi, centrando tu atención en las dos mesas que aparecen e imaginando lo que hay en ellas. junto a la primera está un recaudador sentado y solo, y sobre ella están el dinero de la recaudación y las listas de deudores. En la segunda escena hay también una mesa, pero esta vez, en lugar de dinero, hay alimentos 39

y jarras de vino; en vez de un recaudador hay ya un discípulo, y en vez de estar solo, está junto a jesús y rodeado de gente que celebra un encuentro. Seguramente hay momentos en que te sientes dominado por el deseo de poseer, por la obsesión por las cosas. Recuerda qué tipo de sentimientos han acompañado esas situaciones. Pasa luego a la segunda mesa, siéntate junto a jesús, ábrete a la alegría de saberte acogido por él tal como eres y de estar mezclado con aquellos que parecen excluidos y alejados. Siente que es aquí donde está tu verdadera vida, pide a jesús que vuelva a llamarte a seguirlo cuanto te vea sentado en la otra mesa, la de las posesiones y la soledad...

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños o adolescentes Colocardos mesas: en una de ellas se pone dinero, o un talonario, y sobre la otra, manteles, platos, vasos, unas flores, como para una fiesta. Unos se sientan en la primera mesa y otros en la segunda y, después de un tiempo de silencio, dialogan defendiendo cada grupo por qué se sienta en esa mesa y qué ventajas tiene. Al final, hacer una oración preguntando a jesús «de parte de qué mesa está»... Evocarexperiencias de momentos vividos en los que hayamos dejado fuera del grupo a alguien, lo hayamos rechazado, no contar con él. Representarlo en mimo, y pasar a un segundo momento de acogida en que un bocadillo o un juego compartidos provocan en el otro la alegría de la pertenencia. Terminar con una oración en que se pide a jesús la capacidad de hacer amigos. Con jóvenes o adultos Después de leer la narración «Leví ysus amigos», preguntarnos: Cómoy con quiénes compartimos el banquete de nuestra vida. Aquiénes sentamos a nuestra mesa: la de nuestro tiempo, nuestra amistad, nuestros bienes, nuestro interés... -A quiénes excluimos y por qué. 40

Tratarde detectar qué dinamismos de inclusión están ya presentes y actuantes dentro y fuera de la Iglesia para adherirnos a ellos. Discurrir cómo podemos crecer en ese talante de incorporar, agregar, atraer, vincular... Proyectar «estrategias de inclusión», modos concretos de continuar, en lo corriente de nuestra vida, la experiencia de ser incluidos que vivimos en cada Eucaristía.

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Desde muy pequeño, escuché a mi padre las viejas narraciones de la Escritura y aprendí a leer en los rollos de pergamino donde conservamos escrita la Ley. Mi padre era jefe de la sinagoga de Hebrón, y fue él quien se ocupó de familiarizarme con las tradiciones y costumbres de nuestro pueblo. Recuerdo en especial cómo me fascinaba el relato del maná con que nuestros padres fueron alimentados por el Señor en el desierto (Éx 16); por eso, cuando cumplí doce años y me llamaron por primera vez para leer un texto profético en la sinagoga, escogí estas palabras de Isaías:

Yo había visto celebrar algunos banquetes en mi casa porque mi padre tenía muchos amigos y le gustaba ser espléndido con ellos. Y recuerdo, en especial, el que celebramos en las bodas de mis dos hermanos: con el ajetreo de los preparativos, un ambiente festivo invadía la casa, los amigos del novio acudían alegremente a acompañarle, una sensación de cordialidad iba creciendo entre los comensales que expresaban su alegría por el afecto con que se habían cuidado la calidad de los vinos y la abundancia de los alimentos... Quizá por eso me atraía aquella imagen del banquete que el Señor iba a preparar para todos los pueblos. De joven, anduve inquieto e insatisfecho e ingresé en la comunidad de los esenios, una secta judía muy estricta que vivía en el desierto con gran austeridad y prolongados ayunos. No duré mucho entre ellos porque me ahogaba el rigor de sus exigencias de pureza y los abandoné pronto. Conocí también a Juan Bautista junto al Jordán, un hombre enjuto, hecho como de raíces de árboles porque apenas comía, y escuché su 43

predicación que quemaba como el fuego. Unas palabras provocadoras Fue allí, en el Jordán, donde vi por primera vez a Jesús que había bajado a bautizarse y más tarde oí sobre él opiniones contradictorias: para unos era un embaucador, comilón y borracho, que se sentaba a la mesa con la peor gentuza y se atrevía a decir que la pasión de Dios es tener a sus hijos, sobre todo a los más perdidos, sentados junto a él en su misma mesa para servirlos él mismo, consolarlos y borrar de sus rostros la huella de sus lágrimas. Otros, en cambio, me animaron a acercarme a él, convencidos de que era alguien especial, incluso quizá el propio Mesías. Un día presencié la discusión que mantuvo con un grupo de fariseos que le reprochaban que ni él ni sus discípulos prac ticaban el ayuno: - ¿Cómo pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos?, les contestó Jesús, y aquellas palabras se me grabaron muy adentro. ¿Estaría queriendo decir que el banquete mesiánico había comenzado y que él mismo era el novio? ¿Significaba entonces que, para quien se acercaba a él, Dios y el hombre, el más allá y el aquí, el cielo y la tierra, cesaban de oponerse? Entonces, si el ayuno había dejado de tener sentido, ya no había que eliminar lo humano para alcanzar el cielo, ni oponer los sentidos y el espíritu... Me di cuenta de que era eso lo que yo andaba buscando, que era a ese Dios al que yo ansiaba descubrir: un Dios que nos invita a la vida como a un banquete de bodas, y que pide nuestra colaboración para preparar ese festín en el que haya sitio para todos. Decidí seguir cerca de aquél hombre en cuyas palabras había vuelto a escuchar la profecía de Isaías. Pero sólo más adelante, cuando lo mataron, llegué a saber lo que había querido decir sobre ayunar por la ausencia del novio. Y sólo ahora, al celebrar su presencia de Resucitado cuando partimos el Pan entre nosotros, empiezo a comprender que es él quien convoca a la fiesta, que es él quien enjuga nuestras lágrimas y lava nuestros pies cansados del camino. Y que es él mismo quien se nos da como Pan fraterno y como Vino nuevo del banquete, ya comenzado, del Reino.

TIEMPO PARA LA PALABRA

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Los discípulos de luan y los fariseos estaban de ayuno. Van y le dicen: - ¿ Por qué los discípulos de luan y los fariseos ayunan y tus discípulos no ayunan? Les respondió jesús: - z Pueden los compañeros del novio ayunar mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que arrebaten al novio, y aquel día ayunarán (Mc 2,18-20). ¿A quién compararé esta generación? Son como niños sentados en la plaza que gritan a otros:

Vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: está endemoniado. Viene este Hombre, que come y bebe, y dicen: mirad qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores. Pero la sabiduría se acredita por sus efectos (Mt 11,16-19).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS El acto central de la Iglesia «Sorprende que jesús haya querido dejar a su Iglesia, como acto central por el que quiere ser recordado, el acto humano de la comida. ¿Por qué la comida y no el ayuno? Porque parece que, según la mentalidad corriente en la época de jesús, el ayuno acercaba más a Dios que la comida. Pero lo que caracteriza el tiempo de jesús, no es el ayuno, sino la fiesta por la presencia del esposo (Mc 2,18-22). La comida compartida expresa mejor la novedad de ese tiempo, porque la comida es un sacramento y el Señor hace suya esa realidad humana del comer para expresar el sueño por el que dio la vida. 46

El memorial del Señor está asociado a la comida y no al ayuno, porque se revela un Dios diferente: el Dios de la vida que desea la vida del hombre.» (M.DÍAZ MATEOS)? Dios está próximo «El esposo y los invitados al festín significan que, para quien se acerca a Jesús, Dios y el hombre, el más allá y el aquí, el cielo y la tierra, cesan de oponerse. Mientras que la religión, que busca lo eterno, comienza por arrancar al hombre de la naturaleza y provocar en él una escisión, Jesús anuncia que su propia relación con Dios marca el fin de esa oposición, y permite al hombre redescubrir su verdadera identidad y unidad. Por eso se opone radicalmente a las prácticas habituales y ya no hay que eliminar lo humano para alcanzar el cielo, ni oponer los sentidos y el espíritu: desde ahora está permitido sobrepasar el foso que separa los deseos terrenos y las llamadas del Espíritu. A diferencia de la crueldad de tantos educadores utópicos, el mensaje de Jesús está adaptado al hombre y da pruebas de un realismo lleno de misericordia. Por eso los discípulos no ayunan mientras el esposo está con ellos. No deben renunciar al mundo para estar cerca de Dios. Descubren, por el contrario, a Dios próximo en los límites de esta tierra, y aprenden paciente y humildemente, a reconocer, día a día, la realidad de la gracia. Más allá de la separación y del desgarramiento, nuestra vida desemboca en una unidad fundamental y culmina en una alegría sin fin. Dios nos invita a la vida como a un banquete de bodas, el de la unión con Dios, consigo mismo y con el mundo. Por eso se presenta como el esposo: en su persona, la santidad de la vida reflorece y la sacramentalidad del mundo queda reafirmada.» (E. DREWERMANN)8

TIEMPO PARA ORAR Cuando los discípulos dijeron a jesús en una ocasión: - «Maestro, come», él les contestó: - «Yo tengo otro alimento que vosotros no conocéis. Mi alimento es cumplir la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra». (Jn 4,32-33). Ponte ante jesús y pídele que te explique qué quiso decir con esas palabras, lo que suponen para él los deseos y la «obra» del Padre que le «apetecen» y le sacian, eso que nos ocurre a nosotros con una buena 47

comida. Mira cuál es tu propia manera de situarte ante la voluntad de Dios: si sientes que «amenaza» tu vida o tus proyectos, o que te contraría en tu crecimiento vital... Pide a jesús llegar a vivirla, no como una exigencia o una imposición, sino como el sueño de Dios sobre ti que desea que vivas en abundancia. Fíate de que si haces de ella tu alimento, crecerá lo mejor de ti mismo y te llenará de alegría. Puedes terminar rezando el Salmo 23.

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con adultos Después de haber visto en video la película El festin de Babette, hacer una tertulia sobre ella: lo que más les ha impactado, qué transformaciones han descubierto en los personajes después de haber participado juntos del banquete, qué lectura «eucarística» podría hacerse... Con jóvenes Proponer que, después de trabajarlo en pequeño grupo, se presente en forma plástica (mural, mimo, símbolo, maqueta...), un proyecto que exprese cómo querrían que fuera el mundo en que vivimos y por el que quieren soñar y trabajar. Al acabar las presentaciones, el animador pone un mantel sobre la mesa, pan y vino encima, y sillas en círculo; lee el texto de Isaías y, después de un silencio, pide que cada uno vaya interpretando y traduciendo a situaciones de hoy el sueño de Dios sobre su mundo: pan para todos, relaciones igualitarias, consuelo, desaparición de exclusiones, alegría y relaciones amistosas y fraternas... Terminar expresando el propio compromiso para ir haciéndolo realidad.

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Nací en esta aldea de Nazaret hace más de 80 años, aquí me casé y aquí nacieron mis hijos. Cuando dejé la casa de mis padres para irme a vivir a la de mi marido, mis nuevos vecinos fueron José el carpintero, su mujer María y Jesús, su hijo, que entonces debía tener unos 8 años. A María la conocía de siempre, de encontrármela casi a diario en el camino hacia la fuente: era una muchacha siempre dispuesta a llevarte el cántaro si te adivinaba fatigada, siempre reacia a participar en los cuchicheos y murmuraciones de los vecinos, y que encontraba siempre cosas buenas en las personas de las que se hablaba. Ella misma había sido en un momento la comidilla del pueblo, cuando nos enteramos de que esperaba un hijo estando aún sólo desposada con José y, durante su embarazo, debió sufrir mucho al ver cómo en los corrillos de mujeres se hacía un silencio cuando aparecía ella, y cómo apenas contestábamos a su saludo. Ella llenaba su cántaro sin decir nada, y se alejaba después, con la soledad y el silencio como única escolta. El tiempo había pasado, ya nadie recordaba aquella vieja historia, y me alegré de tenerla por vecina y de poder comenzar con ella una nueva relación: yo le llevaba a veces leche de oveja del rebaño de mi marido, y ella me pasaba virutas y maderas del taller de José para encender mi horno. Su hijo jugaba con los míos y juntos se sentaban en corro en torno a María cuando al atardecer, a la puerta de la casa, les contaba viejas historias de nuestro pueblo, mientras remendaba la túnica gastada de José, o trataba de arreglar los rotos que Jesús se había hecho al trepar al limonero de mi patio. Un día tuvieron que marcharse los dos a un duelo en el pueblo de al lado, y me pidieron que me quedara con el niño porque era demasiado camino para él. Aquel día me tocaba amasar el pan para toda la semana, y le pedí que me ayudara: debía ser la primera vez que lo hacía, porque miraba con enorme atención, como quien está asistiendo a una ceremonia importante. Le dejé amasar un rato, y le vi disfrutar hundiendo sus manos torpemente en la masa y sintiendo cómo se le pegaba a los dedos. Le pedí que me trajera la levadura de la despensa y vino con un trozo enorme. Me eché a reír y le dije: -¡Con esto podría fermentar el pan de más de cien familias...! Mira, sólo hace falta este poquito para toda esta masa. Él mismo la mezcló con cuidado, y yo la cubrí después con un lienzo limpio para dejarla reposar. Salió a jugar al patio pero, de vez en cuando, dejaba el juego, entraba en la casa y levantaba un esquina del lienzo para ver si ya había crecido.

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-¿No estará ya, Juana?, me preguntó cien veces. Le expliqué que a la levadura hay que darle tiempo para que haga su trabajo, que no hay que tener prisa ni impacientarse, sino confiar en la fuerza secreta que hay en ella, capaz de levantar la masa, aunque parezca imposible. Mis palabras debieron convencerle, porque no volvió a entrar en la despensa hasta que le pedí que me ayudara a dar forma a los panes y meterlos en el horno. -Mira Juana, éste es como un pez del lago..., y éste lo estoy haciendo como si fuera la luna..., y éste es como una estrella... Los comimos aún calientes con un cuenco de leche recién ordeñada, y así nos encontraron María y José a su vuelta. Se sentaron a la mesa con nosotros, y Jesús les contó con toda clase de detalles su aprendizaje de panadero. -Hay que echar muy poca levadura porque, aunque sea tan pequeña, tiene mucha fuerza y puede ella sola con toda la masa. Pero hay que tener mucha paciencia, y no empeñarse en que crezca la masa enseguida, porque lo hace a su manera y no a la nuestra... Aprender de la levadura A partir de ese día, volvía de vez en cuando a ayudarme, antes de empezar a trabajar con José en el taller, hasta que éste murió. Luego eligió aquella extraña vida itinerante, y sólo volví a verlo el día en que volvió a Nazaret, y explicó en la sinagoga un texto profético causando mucho revuelo, tanto que estuvieron a punto de empujarlo por el despeñadero. Como imaginé el disgusto que debía tener su madre, entré en su casa para consolarla un poco: los encontré a los dos sentados a la mesa, y como me invitaron a hacerlo, yo también aproveché para intentar convencer a jesús de lo equivocado de su camino: -¿No te das cuenta, jesús, de que tú y tus amigos no vais a poder arreglar las cosas? Porque es verdad que andan mal, que la gente no se acuerda de Dios nada más que para pedirle cosas, que unos nos machacan la vida con su obsesión por las leyes, otros nos sacan los dineros a fuerza de impuestos, y otros lo quieren arreglar todo con revueltas y violencia. Y está muy bien todo lo de ese Reino del que tú hablas, pero tienes que darte cuenta de la poca fuerza que tenéis, de lo pocos que sois y de lo inútil que os va a resultar meteros en líos... -¡Ay Juana, Juana!, me contestó él, parece mentira que me digas estas cosas precisamente tú, que me enseñaste eso de que la levadura puede levantar la masa, 51

aunque sea muy poquita, y que hay en ella una fuerza escondida por debajo de sus apariencias de pequeñez... Y justo eso es lo que pasa con el Reino: que ya está aquí en medio de nosotros, fermentando la masa aunque no nos demos cuenta, y hay que ser pacientes y esperar... Aquel día no entendí del todo sus palabras, pero también ellas debieron hacer en mí un trabajo de transformación: después de muchos años y aunque soy ya muy vieja, me he unido al grupo de los que confiesan a jesús como Señor y parten el pan cada domingo para recordarle. Y voy aprendiendo, con ellos, a estar en medio del mundo como esa pizca de levadura con la que Él solía comparar el Reino.

TIEMPO PARA LA PALABRA Les contó otra parábola: «El Reino de Dios se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo. Es más menudo que las demás semillas pero, cuando crece, es más alto que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas. Les contó otra parábola: El Reino de Dios se parece a la levadura: una mujer la toma, la mezcla con tres medidas de masa, hasta que todo fermenta (Mt 13,31-33). Guardaos de la levadura del pan de los fariseos, y de la de Herodes (Mc 8,15). Nuestro Cordero pascual fue inmolado, que es Cristo. Así que hagamos fiesta, no con levadura vieja, ni con levadura de malicia y perversidad, sino con ácimos de pureza y de verdad». (1 Cor 5, 7-8).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Un signo de ruptura radical «La levadura de los fariseos es ese elemento que cierra, divide e incapacita para comer juntos. En cambio, el discípulo y la Iglesia que representa, deben ser levadura de 52

fraternidad abierta y universal. Salida de Egipto sin retorno, como lo sugiere la presencia en la pascua de pan sin levadura. La levadura es elemento que subraya la continuidad, un pedazo de la masa de hoy fermenta la de mañana, y así sucesivamente. Al no tener levadura, se trata de una masa nueva en ruptura radical con el pasado, como lo sugiere Pablo a los de Corinto. La comunidad cristiana es masa nueva y fermento del Reino que comienza. Toda Eucaristía implica esa exigencia de ruptura y de comienzo, es decir, de paso, de pascua.» (M.DíAz MATEOS)9 Levadura pascual

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(B.GONZÁLEZ BUELTA)10

TIEMPO PARA ORAR Prepárate para pasar un día en Nazaret. Lee la narración «Un puñadito de levadura», y pide a Jesús aprender junto a él lo que quiere enseñarnos en sus parábolas sobre la fuerza escondida de la pequeñez, cuando se abandona sin miedo entre las ma nos de Dios. Pide también que se abran tus ojos para descubrir los signos de vida y crecimiento que existen a tu alrededor. Siéntete tú también una pizca de levadura llena de una fuerza secreta y que puedes elegir dónde ponerla: o al servicio de la disgregación, de la división y de las apariencias (es la «levadura de los fariseos»), o a favor de la comunión, de la reciprocidad y el intercambio para hacer crecer todo lo bueno que encuentras en torno a ti y para crear relaciones personales, en medio de la masificación que sepulta en el anonimato y la despersonalización a tanta gente. Escucha la conversación de jesús con su vecina Juana y déjate convencer por sus 54

argumentos...

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños Con un poco de creatividad para resolver los «problemas técnicos», se podría hacer masa de pan con el grupo de niños, para que puedan hundir las manos en la harina, esperar el tiempo del fermento, y amasar para formar el pan. Si luego asisten a la Eucaristía, aunque aún no participen en ella, podrían al final compartir el pan amasado, como se hace en la Iglesia ortodoxa. Y esto es verdadera comunión para ellos, aunque aún no sea el pan del sacramento. También se puede dialogar con ellos sobre lo que nos enseña la levadura, e inventar entre todos un cuento en que la protagonista fuera «Doña Levadura» y contara sus experiencias. Con jóvenes y adultos Leer el texto que sigue, y comentar cómo va nuestra capacidad de contemplar los signos de crecimiento del Reino que se dan a nuestro alrededor, aunque sean tan imperceptibles como la mostaza, o tan lentos como los períodos de fermentación. «En esta noche de Navidad, podemos abrazar sin miedo toda la realidad de nuestro mundo, ofreciendo a la vez el ruido ensordecedor de todos los actos de destrucción, de violencia o de odio que agitan el mundo, y el imperceptible rumor de los innumerables gestos de amor, de vida compartida, de don de sí, seguras de que nuestro mundo está salvado. Entonces, en el silencio del corazón de Dios, contemplaremos maravilladas cómo acontece esta fantástica transformación en la que todo el poder de salvación que contienen esos gestos de amor, se libera y envuelve el mundo con un manto invisible, como un bálsamo vivificante derramado sobre sus heridas. Y nuestros labios susurrarán: Mundo, feliz Navidad...» (Felicitación de Navidad de las Hermanitas de Jesús. Roma 1996)

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Hace ya muchos años que no sé lo que es dormir bajo techo. Una racha de malas cosechas arruinó a mi familia, y yo me vine solo a Jerusalén, siendo aún joven, atraído por el lujo de la ciudad y esperando encontrar algún trabajo para sobrevivir. Las cosas me fueron mal también aquí, y ahora vivo pidiendo limosna y haciendo, de vez en cuando, algún trabajo duro y mal pagado. A pesar de ello no he perdido la fe en Dios, y hasta solía acudir el sábado a la sinagoga, asistiendo al culto desde un rincón, hasta que un día escuché estas palabras de un salmo:

Ese día sonreí con amargo escepticismo, porque no es ése el Dios que yo conozco: a mí me deja seguir hundido en el estiércol de la pobreza, y creo que es así como voy a morir; por eso no he vuelto a pisar la sinagoga ni el templo, ni creo que haya nadie capaz de hacerme retornar a ellos. Una tarde oí revuelo en la Puerta Hermosa: había llegado a Jerusalén el rabbí de Galilea que estaba dando tanto que ha blar. Lleno de curiosidad, me mezclé con la multitud para ver cómo era y qué decía, y me senté entre los que escuchaban la historia que estaba contando: -Se parece el reino de los cielos a un rey que quiso celebrar un banquete de bodas para su hijo, y envió a sus servidores a convidar a los invitados... (Como siempre, pensé yo. Otro que nos va a repetir la misma cantinela de que Dios premia ya en esta vida a los buenos colmándolos de agasajos y riquezas y deja en la cuneta a los pobres diablos como yo, llenos de pecados y miserias.) Pero el cuento que él contaba empezó a interesarme cuando oí que la gente importante que había sido invitada (fariseos, escribas, sacerdotes y gente de dinero sin duda), se negaban a participar en el banquete y ponían pretextos para acudir. Y el anfitrión se encontró con la cena preparada y el comedor vacío. (¿Qué hará ahora el rey?, me pregunté. Seguramente aplazará el convite mientras convence a los invitados 58

para que asistan. Suspiré con envidia y de nuevo me asaltó la rebeldía: ¿por qué mientras a unos les sobraba, otros pasábamos hambre? ¿Por qué más fiestas y banquetes para los que ya estaban saciados?...) Un final sorprendente Volví a prestar atención a la historia, y me quedé sorprendido ante el desenlace: el rey decidió sustituir a los convidados ausentes por los desconocidos de la calle, y envió a sus servidores a las plazas y calles de la ciudad para que trajeran al banquete a pobres, lisiados, ciegos y cojos. Salieron los siervos a las encrucijadas de los caminos y veredas, reunieron a cuantos encontraron y la sala quedó llena de convidados. Y comenzó la mejor fiesta que el dueño hubiera podido soñar (cf. Mt 22,2-10; Lc 14,15-24). En un sector de la multitud hubo un rumor de protesta, y muchos se levantaron del corro y se fueron indignados: eran fa riseos que siempre proclamaban convencidos que eran ellos los primeros invitados al banquete del Reino, y que los demás no tendríamos derecho ni a las migas que cayeran de la mesa. Estaban furiosos porque los invitados definitivos fueran gente de las encrucijadas de los caminos, y no les faltaba razón porque de todos es sabido el tipo de gente que deambulamos por esos lugares... Oía uno decir: -A este hombre habría que denunciarle y pararle los pies: su doctrina es peligrosa y contradice claramente lo que sabemos por la Ley... Sentados en torno al rey Sólo nos quedamos con él un pequeño grupo, entre los que reconocí a los que pedían limosna conmigo, a algún ladronzuelo del mercado, y a los que cada noche se arrimaban como yo a la muralla, buscando protección del relente de la noche. Quizá se habían sentido también aludidos por la parábola, y estaban tan sorprendidos como yo al saberse destinatarios, al menos imaginarios, del banquete de un rey. Jesús siguió hablando, ahora más relajado porque sólo le rodeábamos hombres y mujeres sin importancia, gente de los caminos, sin más posesiones que la túnica vieja y el par de sandalias que llevábamos puestas, y quizá con sólo un mendrugo de pan en la alforja. A medida que le escuchaba, algo iba cambiando dentro de mí, como si aquellas palabras me enderezaran y tuvieran el poder de devolverme mi dignidad. Todo lo que yo creía que era valioso y que daba categoría e importancia a un hombre: el dinero, la fama, el poder, la ciencia..., aparecía de pronto hueco y sin brillo, y Jesús nos lo hacía ver con la misma facilidad con que hasta el más ignorante sabe descubrir si una calabaza está vacía o un árbol sin savia.

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-Dios no le da importancia a nada de eso, decía, es el corazón lo que cuenta para él, y la verdadera dicha está en que vuestros nombres están escritos en el Reino de los cielos. Porque el Padre se revela a los que son humildes, los sienta a su mesa y les confía sus secretos... Y yo me iba sintiendo libre, humano, digno, como el hombre abatido del salmo, alzado de la basura e invitado a sentarse entre príncipes. Había anochecido y los hombres y mujeres que acompañaban a Jesús trajeron panes y aceitunas, y los repartieron entre todos. También nosotros sacamos las provisiones que llevábamos en nuestros zurrones y lo compartimos todo. Era un extraño festín con unos extraños invitados. Pero aquel anochecer al raso, mientras salían las primeras estrellas, los que rodeábamos a Jesús nos sabíamos huéspedes de un rey. Un rey sentado entre nosotros, que llevaba unas sandalias tan polvorientas como las nuestras, dormía también a la intemperie y, cuando hablaba, tenía el acento inconfundible de los campesinos de Galilea.

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Os aseguro que vendrán muchos de oriente y de occidente a sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios (Mt 8,11). Yo preparo a favor vuestro, como dispuso a mi favor mi Padre, un reino para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino (Lc 22,29-30).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Dos textos sobre la exclusión Hijo mío, Jacob, recuerda mis palabras y guarda los mandamientos de tu padre Abraham. Apártate de los gentiles, no comas con ellos..., pues sus acciones son impuras y todos sus caminos inmundicia, abominación y horror. (Libro de los Jubileos, 22,16) Éstos son los hombres famosos, los convocados a la asamblea. Que ningún hombre contaminado por alguna de las impurezas humanas entre en la asamblea. Y todo el que esté contaminado en su carne, paralizado en sus pies o en sus manos, cojo, ciego, sordo, mudo o contaminado en su carne con una mancha visible a los ojos (...), éstos no podrán ocupar su puesto en medio de la congregación de los hombres famosos. (Texto de Qumran) Habitantes de las márgenes

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«En la ciudad preindustrial, el centro estaba ocupado por los palacios, el templo y los lugares de residencia de la elite que suponía una pequeña parte de la población. Diversos grupos, diferenciados en función de su etnia o de su ocupación, tenían sus propios barrios, netamente separados a veces incluso amurallados. A medida que se acercaban a la muralla externa, normalmente las calles y casas eran mucho más modestas. Había gentes que durante el día podían entrar en la ciudad, pero que por la noche debían abandonarla y permanecían en torno a las murallas. Se trataba de gentes que desempeñaban oficios o profesiones de escaso prestigio, cuando no de mala reputación (...). En Lucas se llama a los pobres, lisiados, a los ciegos y cojos, es decir, a los pobres e impuros, y la llamada se realiza en los barrios de la ciudad donde vive la gente pobre, donde se cruzan las callejuelas, normalmente estrechísimas y llenas de lodo y piedras, que llevan a las partes periféricas de la ciudad. La invitación se dirige a los que no pertenecen a la elite urbana. Y se les invita a entrar justamente en el momento en que lo tienen más prohibido (de noche), y en la zona reservada a la elite, pero no para realizar sus trabajos serviles, sino como invitados a una cena. Pero la cosa no acaba ahí: los siervos tienen que volver a salir y esta vez para pregonar la invitación en los caminos y cercas, es decir, en el ámbito próximo a la muralla, donde pernoctaban forasteros y personas dedicadas a trabajos de mala reputación, que durante la noche tenían prohibida su permanencia en la ciudad. jamás se hubieran atrevido a entrar en la ciudad una vez cerrada la puerta por la noche y menos aún introducirse en el barrio residencial de la elite. (...) La comunidad cristiana no es cerrada y excluyente, sino abierta e inclusiva. En ella y en torno a la mesa, se congregan gentes de procedencias sociales muy diversas y esto crea dificultades muy serias para los ricos y los socialmente honorables. Participar en la comunidad cristiana implica romper con los valores establecidos, pertenecer a ella no contribuía a incrementar el prestigio y el honor, sino todo lo contrario.» (R. AGUIRRE)>1

TIEMPO PARA ORAR Dedica un tiempo de oración a contemplar algún encuentro de jesús con alguna de las personas o grupos que estaban en los márgenes de la sociedad de su tiempo: los no judíos (extranjeros, cananeos, samaritanos, romanos...), por no pertenecer a Israel, el 62

pueblo elegido; los enfermos, porque la enfermedad se consideraba efecto del pecado; los que no conocían ni cumplían los 613 mandamientos de la Ley, porque eran vistos como pecadores, en especial los publicanos; las mujeres y los niños, porque el modelo era ser varón y adulto. Mírale curando enfermos e imponiéndoles las manos; entrando en relación con extranjeros (la cananea, la samaritana, el centurión...); sentado a la mesa de Leví o de Zaqueo; llevando mujeres en su seguimiento y reconociendo en ellas su plena dignidad... Mira después en dirección a los márgenes de nuestro mundo y pregunta a jesús cómo puedes ser presencia suya ahí, cómo puedes poner todo lo que eres y tienes al servicio de la gente que hoy vive en condiciones de sufrimiento y pobreza.

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños Con una cuerda de saltar se puede hacer un círculo, unos están dentro y otros fuera. Se reparten papeles en los que pone: «soy rico», «soy blanco», «como todos los días varias veces», «voy a la escuela», «tengo casa»; o: «soy emigrante africano», «no tengo casa», «no puedo ir a la escuela», «vivo en la calle», «soy un parado», «tengo sida», «soy de raza gitana», etc. Cada uno, al coger el papel, se coloca dentro o fuera del círculo y estando ahí se cuenta la parábola del banquete y se dialoga sobre el proyecto de Dios de una mesa para todos y que incluya a todos los que están en los márgenes. Esta misma actividad se puede adaptar también a adultos o jóvenes.

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Nací en Betsaida hace catorce años y desde pequeño me acostumbré a ver a mi madre enferma. Alguien me contó que había llevado mal el tiempo del embarazo, que tuvo un parto difícil cuando yo nací, y que desde entonces no había conseguido levantar cabeza. La muerte de mi padre la puso aún peor y por eso, cuando oí a nuestro vecino Andrés hablar de jesús y escuché el testimonio de gente curada por él, decidí buscarle aunque fuera en el último rincón de la tierra, hasta conseguir que sanara a mi madre. Desde Cafarnaún me llegó el rumor de que andaba por allí y no lo dudé ni un momento: avisé a una vecina que se hiciera cargo de mi madre, y, como sospechaba que iba a pasar varios días fuera, eché en un hatillo cinco panes de cebada y un par de peces que yo mismo había pescado y secado junto al lago. Encontré pronto un reguero de gente que también le buscaba, y me uní a ellos mientras bordeábamos Tiberíades, hasta llegar a la orilla casi desértica donde acababa de llegar con los suyos. Éramos una muchedumbre enorme, y empecé a desalentarme al pensar que iba a serme imposible acceder al hombre del que quería arrancar el milagro. Estaba cayendo la tarde, y la gente empezó a estar inquieta. Muchos habían salido de sus casas sin provisiones, estába mos en despoblado y ya no había tiempo de volverse antes de que se les echara encima la noche. Me alegré de haber sido previsor y acaricié mi zurrón, una comida que, en medio de aquel desierto, valía más que el oro. Traté de acercarme al círculo más cercano a Jesús para ver si, el conocer a Andrés, me facilitaba el acceso a él y conseguía arrebatarle la sanación que andaba buscando. Al aproximarme, me di cuenta de que había elegido el peor momento: sus discípulos daban muestras de mucha inquietud y hablaban entre ellos en corrillos. Encontré a Andrés, pero apenas dio muestras de interés por mí: estaba hablando con otro y le decía en tono impaciente: -Te aseguro que este Jesús es imprevisible. Imagínate lo que se le ocurre decir ahora: ¡que demos de comer a toda esta gente! -¿Qué es lo que piensa?, dijo el otro, ¿que vamos a sacar de debajo de las piedras de este desierto, los doscientos denarios que harían falta para repartir pan a esta multitud? Cuando se comparte lo que se tiene Me asaltó, como un relámpago, la intuición de que mis reservas de alimento podían ser mi mejor baza para alcanzar mis propósitos, así que susurré por lo bajo a Andrés, 65

mientras ponía mi zurrón en sus manos: -Ten, ahí van cinco panes y dos peces. Dile a tu maestro que se los doy para que, al menos, podáis comer él y vosotros. A Andrés se le iluminó el rostro y, sin decirme nada, me agarró por el brazo y se abrió camino hasta el sitio donde estaba Jesús. Cuando lo vi de cerca, tuve la sensación de que era el único tranquilo en medio de tanto nerviosismo. Estaba en medio de un grupo de niños contándoles una historia que les hacía reír, y también él sonrió cuando vio que Andrés vaciaba mi zurrón delante de él diciendo atropelladamente: -Este muchacho tiene cinco panes y dos peces, así que, al menos podremos comer nosotros; pero me temo que la gente que se ha empeñado en venirse hasta aquí, va a tener que ayunar por hoy. Y no es que yo no quiera repartirlo, pero tú me dirás qué es esto para todo este gentío... Y cuando yo ya me veía sentado junto a jesús en el corrillo de sus amigos, comiendo con ellos y escuchándoles felicitarme por mi sensatez previsora (un marco excelente para hacer yo enseguida mi petición), vi que jesús se ponía en pie con mis panes y peces en sus manos, se acercaba a un grupo de discípulos, se los daba y les decía que se los repartieran a la gente que esperaba sentada y resignada. No me preguntéis lo que ocurrió a partir de ese momento porque jamás conseguiré explicármelo: sólo he entendido algo más tarde, cuando después de unos años, me junté al grupo de los que celebran a jesús como el Viviente y, en la fracción del Pan de cada domingo, releemos juntos las antiguas tradiciones sobre el don del maná en el desierto y volvemos a escuchar: Este es el pan que el Señor os da de comer... (Ex 16,16.19). A tu pueblo lo alimentaste con pan de ángeles (...) para que aprendan tus hijos queridos que es tu palabra la que mantiene a los que creen en ti... (Sab 16,20.26). Recordamos también lo que dicen que decía jesús: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, quien me come vivirá por mí... El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne... (jn 6,50.57). Y cómo se conmovía ante la miseria del pueblo que andaba maltrecho y derrengado, como ovejas sin pastor. Y experimentamos entonces lo que significan palabras como «compartir», «saciarse», «vida en abundancia», «banquete fraterno», «hacer lo que él hizo en recuerdo suyo...». Algunos os estaréis preguntando qué ocurrió con mi madre: jesús no hizo con ella ningún milagro y murió poco después. Pero yo ya no voy por la vida calculando, guardando y previniendo, sino aprendiendo a compartir, a entregar y a ofrecer, como le vi hacer a él. Y eso se ha convertido, para mí y para muchos, en el más asombroso de los milagros. 66

TIEMPO PARA LA PALABRA Moisés y Aarón dijeron a los israelitas: - Esta tarde sabréis que es el Señor quien os ha sacado de Egipto, y mañana veréis la gloria del Señor (...). Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas preguntaron: - ¿ Qué es esto?, pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: - Es el pan que el Señor os da para comer. Estas son las órdenes del Señor: que cada uno recoja lo que pueda comer, dos litros por cabeza para todas las personas que vivan en cada tienda. Así lo hicieron los israelitas: unos recogieron más, otros menos. Y al medirlo en el celemín, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos: había recogido cada uno lo que podía comer (Éx 16).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS El cántaro de harina no se vació, ni la aceitera se agotó, como lo había dicho el Señor por Elías (1 Re 17,16).

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(B.GONZÁLEZ BUELTA)12 Contar con Jesús «Jesús sorprende a sus discípulos con la orden de que sean ellos quienes se ocupen de dar de comer a la muchedumbre; nada habían hecho por llegar a esa situación, fuera de advertirla, y tenían que responsabilizarse de encontrar una salida. Su pregunta deja ver la imposibilidad de la tarea encomendada, la incapacidad para imaginarse el propósito de Jesús: mientras ellos piensan en lo mucho que les falta, Jesús está ya contando con lo poco que tienen. Así pretende el relator preparar al lector para que aprecie la magnitud del milagro y, al mismo tiempo, insistir de nuevo en la incomprensión de los discípulos que se guían sin contar con jesús, por más que lo hubieran ya experimentado. Para ellos, sólo contaban sus carencias, no el tener a jesús a su lado.» (J.J. BARTOLOMÉ)13

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TIEMPO PARA ORAR Adéntrate en la escena del signo de los panes (el Evangelio no habla de «multiplicación»), desde la perspectiva de los discípulos. Como ellos, tú vas acompañando a jesús y vives también su agobio al ver a tanta gente que no tiene qué comer; el mismo que hoy produce un mundo donde millones de seres humanos están privados del derecho a la vida y despojados injustamente de unos bienes que son de todos. Lo mismo que los discípulos, puedes tener la dificultad de no entrar en la lógica de jesús y, como ellos, puedes hablar de «despedir a la gente», como si fuera un problema ajeno a ellos; o de querer solucionarlo todo en términos económicos, comprando pan. Lo mismo que ellos, estás invitado a escuchar a jesús que no habla de despedir o de comprar sino de compartir. Ábrete a esa manera alternativa que tiene jesús de enfrentarse con las carencias, y que es la que tenemos que aprender en la comunidad cristiana. Pídele que te la enseñe, y discurre algún paso concreto, aunque sea pequeño, que puedes a dar en esa dirección.

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños Escribir en la pizarra las letras G R A y pedirles que las completen por delante y por detrás con otras letras o sílabas: (a-gradecer, gra-cias, gra-tis, gra-tuito, a-gradecimiento...). Hacer pegatinas en que aparezca alguna de esas palabras y evocar o representar con mimo situaciones, momentos, personas, gestos que vayan marcados por el signo de lo gratuito y, al final, leer el relato Un festín en el desierto. Comentarlo, dibujar los panes y peces en un mural, e ir poniendo las pegatinas en torno al dibujo, terminando con una oración en la que pedimos a jesús que nos enseñe a compartir gratuitamente y le damos gracias por los regalos que nos hace. Con jóvenes o adultos

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Comentar este texto: «Jesús mandó vivir como él, hacer lo que él, ser fiel al designio de Dios como él. Así fue todo su cuerpo, su realidad de hombre en la historia, un cuerpo entregado, y toda su sangre, la misma realidad de su ser desde la raíz de su principio vital, un proyecto de vida derramada por amor. Esta es la vida de jesús, esto celebra la Cena de despedida, así nace la vida eucarística de sus seguidores y así celebra la comunidad lo mismo que jesús. Cuando se hace lo que El, porque se vive lo mismo que Él, la misma realidad de jesús está presente entre los suyos: "Donde dos o tres se reúnen porque se aman, como yo les he amado, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Los que participan y viven del único pan, forman un solo cuerpo cuya cabeza o principio vital es Jesús» (1 Cor 12, 12ss). (J. BURGALETA)14

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Me llamo Tomás, de sobrenombre «el Mellizo», y pertenezco al grupo de los que nos fuimos detrás de jesús desde el primer momento, aunque tengo que confesar que no siempre de buena gana. Yo necesito tenerlo todo muy claro y comprobar las cosas por mí mismo, y eso con jesús era del todo imposible, porque él nos exigía una confianza absoluta en su persona y en su proyecto, y yo con frecuencia me sentía tentado de dar marcha atrás, o de pedir más garantías de las que él estaba dispuesto a ofrecernos. Uno de los días en que un fariseo amigo de Natanael nos había invitado a su casa, hubo, como de costumbre, tensión y malestar por ver quién ocupaba los lugares de honor. A mí no me causó extrañeza, porque me parecía normal aspirar al reconocimiento y a la alabanza pública. Por eso me quedé muy sorprendido al oír decir a jesús todo lo contrario: Cuando te inviten, ponte en el último lugar y así el que te invitó te dirá: Amigo, sube a un puesto superior (Lc 14,7-11). En el fondo, no me pareció mal porque, al final, la estrategia daba resultado; así que, en la siguiente comida que había convocado jesús en la casa de Leví que teníamos como nuestra, me apresuré a ocupar el lugar que me pareció más borrado y humilde. Cuando entró jesús, traté enseguida de que me viera y lo conseguí: se acercó a mí, según esperaba, y me invitó a situarme en la presidencia. Avancé a su lado, procurando que los demás no notaran la complacencia secreta que aquello me producía, y cuando, por fin, me encontré en el lugar que tanto valoraba, ¿qué diréis que hizo Jesús? Se acercó a mí con la jofaina y la toalla con que, según la costumbre, algún criado debía lavar los pies de los invitados y me dijo: -Tomás, entre nosotros es el que ocupa el primer lugar quien debe cuidar de sus hermanos y prestarles los servicios más humildes. Todos se echaron a reír, el primero de ellos el propio Jesús que, al verme tan confundido y enfurruñado, me dio una palmada en el hombro, me quitó la jofaina de las manos y nos invitó a reclinarnos a todos. Ver la vida desde el Padre Nunca podré olvidar lo que aprendí en aquella comida en la que el verdadero pan fue una palabra que nos enseñaba a ver las cosas desde el lado de su Padre:

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-Para él, decía jesús, el que se hace pequeño y humilde, es el más importante de todos y hay que tratar de parecerse a él en sus preferencias, su amor gratuito y su generosidad. Y nosotros sentíamos que el poder, el prestigio y la búsqueda de reconocimiento social saltaban por los aires y eran reemplazados por el servicio mutuo, el cariño fraterno y la reciprocidad generalizada. -En el ofrecer hospitalidad, como en el prestar, añadía, hay que ir más allá del interés cerrado del propio grupo. Por eso, cuando invitéis a comer, llamad a pobres, lisiados, cojos y ciegos, porque ellos no pueden pagaros, pero os pagarán en la casa de mi Padre. Al terminar aquella comida, nos dimos cuenta de que habíamos estado sentados a la mesa de la Sabiduría, y que aceptar al Dios de jesús desencadenaba en nosotros una nueva forma de actuar que conmocionaba y volvía del revés nuestros valores y los de nuestra sociedad. Y que, a partir de aquel momento, en el banquete de la vida, todo había quedado transformado.

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(Eclo 14, 20-27). Observando cómo escogían los puestos de honor, dijo a los invitados la siguiente parábola: Cuando alguien te invite a una boda, no ocupes el primer puesto; no sea que haya otro invitado más importante que tú y el que os invitó a los dos vaya a decirte que le cedas el puesto al otro. Entonces, abochornado, tendrás que ocupar el último puesto. Cuando te inviten, ve y ocupa el último puesto. Así, cuando llegue el que te invitó, te dirá: - Amigo, sube a un puesto superior. Y quedarás honrado en presencia de todos los invitados. Pues quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado. Al que lo había invitado le dijo: - Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque no pueden pagarte; pues te pagarán cuando resuciten los justos (Lc 14,2-14).

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TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Un comportamiento alternativo «En la última cena, lo mismo que en Lc 14, 7-11, donde los invitados disputan por los lugares de honor, se da el mismo comportamiento de los discípulos, imbuidos de la ideología dominante en el mundo. jesús no dice solamente que elijan el último puesto en la mesa, sino que ocupen el lugar del servidor, ellos que son los líderes de la comunidad.» (R. AGUIRRE)15 Dos tipos de sabiduría «Buenos días, dijo el Principito. Buenos días, dijo el vendedor. Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que apagaban la sed: tomando una por semana ya no se experimentaba la necesidad de beber. -¿Por qué vendes esas píldoras?, preguntó el Principito. -Es un gran ahorro de tiempo. Los expertos han hecho sus cálculos: se ahorran 53 minutos por semana. -¿Y qué se hace con esos 53 minutos? -Se hace lo que se quiere. Yo, se dijo el Principito, si tuviera 53 minutos libres, caminaría despacio hacia una fuente...» (A. de SAINT-EXUPERY)16 Un gesto para expresarse «El gesto mediante el cual jesús se manifiesta en la Eucaristía, es el gesto de la fracción del pan y del vino compartido. Este gesto es la Palabra en la que Jesús se expresa a sí mismo, por que ese gesto hace memoria del acontecimiento de su vida en el que eligió ser absolutamente perdedor, humanamente hablando. (...) La Eucaristía no es Palabra únicamente porque en ella se hagan lecturas, o se lean 75

textos de la Escritura, Palabra de Dios. La Eucaristía es Palabra porque Dios se dice en ella con su más verdadera identidad: por medio del gesto de la fracción del pan y del vino compartido, reconocidos como Cuerpo y Sangre de aquél en quien la Palabra de Dios se ha encarnado. La Eucaristía llama al hombre a «hacer memoria» de aquello que, en él, es su verdadera historia: su nacimiento a la vida de Dios. Dice a cada persona que su «carné de identidad», antes que el estado civil, el grupo sanguíneo o el patrimonio genético, debe evocar un nacimiento que es su verdadero nacimiento: el de todo ser humano en el corazón del misterio de vida que es Dios.» (M.ABDÓN SANTANER)17

TIEMPO PARA ORAR Hazte consciente de las «ofertas de sabiduría» (de buena vida o de «calidad de vida») que ofrecen los medios de comunicación y la publicidad: «saber vivir» es lo mismo que consumir, comprar, subir el nivel económico, poseer belleza o poder, mantenerse alejado del dolor, tanto propio como ajeno. Siéntate «a la mesa de la Sabiduría» junto a Jesús y entra en contacto con su modo peculiar de ver la vida. Fíjate en cómo enseña a «gestionarla» y qué pistas da para encontrar la felicidad: El reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, por la alegría, va, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo (Mt 13,44). Si alguien quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá pero, quien la pierda por mí, la salvará. ¿ Qué le aprovecha a alguien ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿ Qué precio pagará por su vida? (Mt 16,24-26). Pídele que te contagie esa sabiduría suya que hará de ti un discípulo...

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-Leer en alto o repartir este texto: «Jesús pone en cuestión las normas que rigen los banquetes y las relaciones de patronazgo. Un patrón invita a los de su propia casa o a los de su estirpe o clientes amigos y a personas influyentes, vecinos ricos. Estas gentes o devuelven la invitación o alaban y pregonan las excelencias del anfitrión. El banquete se rige por una reciprocidad equilibrada: se ofrece calculando recibir ventajas equivalentes. Banquetes de carácter cerrado y excluyente, fortalecen la solidaridad interna del grupo, buscan reafirmar la identidad del grupo y marcar las fronteras con los de fuera. La aceptación del Dios de jesús desencadena una nueva forma de actuar que conmociona y subvierte los valores establecidos socialmente». (M.DÍAz MATEOS) -Reflexionar y comentar qué nuevas formas de actuar y de subvertir los valores tendría que desencadenar la participación en la Eucaristía, y qué compromisos concretos podrían tomarse, personalmente o como grupo, en esa dirección.

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-¡Vamos, Andreas, saca más vino del que reservas en la bodega para las grandes ocasiones! Recuerdo aquel momento en que, riendo, salía buscarlo, contento de hacer ver a mis huéspedes hasta qué punto era capaz de agasajarlos en mis fiestas. Me gustaban esas muestras de ostentación, le iban bien a mi deseo de disfrutar de las riquezas con que Dios me había bendecido. Al pasar cerca de la entrada, vi a uno de mis criados empujando a un mendigo cubierto de harapos que estaba sentado en el umbral de la puerta. -¡Vamos, fuera!, dije también yo con desagrado, porque no me gustaba ver a aquella gentuza rondando mi casa... -¡Sólo quiero que me deis algo de las sobras de vuestro banquete, aunque sean las migajas que caen al suelo!, gemía él con voz lastimera. -¡Échale fuera!, ordené secamente a mi criado, mientras entraba de nuevo en la sala de la fiesta olvidándome del incidente... Cuando entré, uno de mis invitados contaba dichos de un tal jesús, un galileo de mala fama que estaba esos días en Jerusalén: -Imaginaos el cuento que le he oído contar: a la puerta de la casa de un hombre rico, que daba banquetes espléndidos (como éste, Andreas, que, por cierto, está siendo inmejorable...), se sentaba un mendigo andrajoso l lamado Lázaro, molestando siempre al dueño con sus quejas. Murieron los dos y, ¿quién diréis que fue a parar al seno de Abraham? ¡El mendigo! En cambio el otro se abrasaba en el seol, y clamaba pidiendo a Abraham que Lázaro le diera un poco de agua para apagar su sed... Y Abraham contestaba que era ya demasiado tarde para cambiar su suerte... (cf. Lc 16,19-31) ¿Qué os parecen las ideas del galileo? Todos reímos, porque sabíamos de sobra que las riquezas eran una recompensa de Dios por nuestra justicia, mientras que la pobreza del mendigo era, sin duda, merecida por sus malas acciones. Una historia con consecuencias Cuando se despidió el último invitado, me fui a dormir pero tuve una terrible pesadilla: me ardía la garganta de sed, mi lengua seca se me pegaba al paladar, y, desde el lugar pavoroso en que me encontraba, veía con claridad el rostro iluminado del mendigo que 79

había expulsado de mi puerta, sonriendo y mirando en dirección a un resplandor que yo no veía, pero que supuse provenía del rostro de Abraham. Y lo más aterrador es que me daba cuenta de que la situación era irreversible y no podía hacer nada por cambiarla... Me desperté sobresaltado, inundado de sudor y de angustia, y no pude volver a conciliar el sueño. Al amanecer, me eché a la calle buscando quien pudiera decirme dónde encontrar a jesús, sin saber aún hasta qué punto aquel encuentro iba a transformar mi vida... Han pasado muchos años y, aunque a él lo mataron, lo sabemos vivo entre nosotros. Ahora en el grupo de los que intentamos vivir haciendo lo que él hizo, nadie se sienta la puerta mendigando las migajas, porque en la comida fraterna en la que partimos el Pan, nadie es más que nadie, en ella se comparten el alimento y los bienes, y es imposible acumular porque siempre hay hermanos que necesitan ser socorridos. La fracción del Pan es para nosotros la manera concreta de crear fraternidad y de suprimir las barreras que las posesiones crean entre los hombres. Es entre nosotros mucho más que un rito, es nuestra manera de recordar a Jesús y con ese gesto, que nos reúne cada domingo para celebrar su Resurrección, expresamos nuestra preocupación porque coman los pobres y desposeídos de la comunidad. Y lo hacemos, no sólo por razones humanitarias, sino, sobre todo, por una exigencia de vivir lo que llamamos la koinonía, es decir, la comunidad de vida y de bienes que sabemos está en lo más hondo de la razón de ser de nuestra Iglesia. Y sabemos que, sólo cuando tratamos de vivir y compartir así, tienen sentido cantar los himnos de alabanza y de acción de gracias al Padre que brotan del corazón de nuestra asamblea.

TIEMPO PARA LA PALABRA Cuando el Señor, tu Dios, os introduzca en la tierra adonde vais para tomarla en posesión, ofreceréis vuestros holocaustos y sacrificios: los diezmos y ofrendas, votos y ofrendas voluntarias y los primogénitos de vuestras reses y ovejas. Allí comeréis tú y tu familia, en presencia del Señor, vuestro Dios, y festejaréis todas las empresas que el Señor, tu Dios, haya bendecido. (...) Cada tres años apartarás el diezmo de la cosecha del año y lo depositarás a las puertas de la ciudad. Así vendrá el levita, que no se benefició en el reparto de vuestra herencia, el emigrante, el huérfano y la viuda que viven en tu vecindad, y comerán hasta hartarse (Dt 12,5-7; 14, 28-29).

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TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Del individualismo a la fraternidad «La Eucaristía es el proyecto de jesús en camino, el proyecto de reconciliación que vino a vivir y a realizar, entre nosotros y con nosotros, en la tierra. La Eucaristía es ese movimiento de reconciliación que pasa por la mediación de las cosas. El gran tema que a todas las generaciones se les asigna como tarea a realizar y que nunca se realizará definitivamente, es el tema eucarístico: el tema de la igualdad entre todos los hombres, el tema de la relación y la reconciliación. La Eucaristía consiste en el paso de la desunión, la fragmentariedad y el individualismo egoísta, a la igualdad, la fraternidad y la comunión. Cuando un grupo que no era pueblo se hace pueblo, cuando esos individuos se han hecho comunión, han tocado en el centro de la felicidad. Porque la única felicidad humana consiste en amar verdaderamente y en ser verdaderamente amados.» (A. PAOLI)18 ¿Es irremediable que exista Lázaro hoy? «No dejar de creer que es posible organizar el mundo de otra manera. La "imposibilidad" actual es simplemente fáctica: no hay voluntad de hacerlo, estamos dominados por quienes no quieren hacerlo. Pensar que no hay alternativa o que es imposible, sería aceptar el "final de la historia", el fracaso de Dios y la derrota de los humanos. No esperar a que fracase el neoliberalismo para atreverse a denunciar los estragos que 82

provoca y su carácter antiético esencial. La lucidez profética consiste en declararlo ahora, no cuando, quizá muy pronto, sean los mismos directores del FMI o del Banco mundial quienes reconozcan su fracaso. Cuando esto ocurra, no faltarán profetas oportunistas que corearán lo que ahora, sumidos en un mar de perplejidades, no logran ver. Ser hoy, en ese sentido, continuadores de aquellas heroicas excepciones que se atrevieron a enfrentarse con el tráfico de esclavos de los siglos xvi-xix, cuando nadie, ni en la sociedad ni en las Iglesias, se atrevió a negar la supuesta legitimidad evidente del sistema esclavista dominante.» Propuestas para la coyuntura neoliberal. Agenda Latinoamericana 1998 Hacerse «guardián de los hermanos» Asistimos en nuestros días a una resistencia generalizada a relegar a la exclusión a quienes no siguen el ritmo de los triunfadores, a considerarlos como una rémora para los de la «primera velocidad». Cada vez hay más individuos, grupos, pueblos o países enteros que se quedan desenganchados del rápido ascenso de otros hacia las esferas del tener, el poder o el saber, y todo se justifica desde la necesidad de competitividad o desde las exigencias del mercado. A eso se une una exigencia a disfrutar de manera inmediata de aquello que se percibe como «acrecentador del yo» en la línea del placer, el confort, la seguridad o el bienestar. La inquietud o la preocupación por los demás se difumina, o llega a desaparecer, relegada a la periferia de una conciencia atrofiada por la ganga del egoísmo. Se trata de una dinámica perversa, en total contradicción con todo lo que podemos saber del Dios que «lleva a cuestas a sus hijos» (Is 63,9) y que convoca a cada uno a ser «guardián de su hermano» (Gén 4,9). Podríamos preguntarnos por nuestra disposición a seguir a Jesús en su decisión de «demorar» la obtención de la propia felicidad hasta que no alcance a todos. Es una actitud que desaloja de uno mismo a ese «okupa» que es la búsqueda del propio bienestar, y deja libre ese espacio para albergar la solicitud y la preocupación por los otros.

TIEMPO PARA ORAR Dedica un tiempo a recordar que el «sacramento del altar» y el «sacramento del hermano» son inseparables, y que Jesús está realmente presente en ambos. Después de 83

un rato de oración delante de la Eucaristía, sal a la calle a continuar orando, y trata de reconocer al mismo jesús, delante de quien has estado, presente ahora en las personas con las que te vas cruzando, especialmente en aquellas en que parece más escondido. Hazte consciente de que es el mismo movimiento de amor el que te hará contemplar a jesús allí donde está hoy: en la Eucaristía y en los hombres y mujeres más desvalidos y necesitados de afecto.

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con jóvenes o adultos •Repartir o leer este texto al que se podría poner por título: Las moradas de Lázaro, y comentarlo después, buscando su conexión con la Eucaristía. «Por "infiernos" entendemos los lugares donde está el marginado, el que no llega a constituir un "tú" y, a veces, ni un "yo". En ese infierno malviven los "otros": sin azufre pero con bastantes pretendientes oficiales a cielo deseosos de quemarlos, ahorcarlos, desterrarlos, alejarlos; o, cosa de otros más piadosos, tratarlos pero de lejos, fuera de nuestra vista, por aquello de que lo que no se ve no existe. Conocéis bien a los indeseables moradores del Averno: ancianos demenciados, turutas sin remedio, drogadictos, alcohólicos crónicos, gitanos, extranjeros no regularizados ni regularizables y todo un largo etcétera, cada vez más completo y complejo. El descenso no está reservado a algunos privilegiados. Es camino a recorrer por todo el que de verdad se empeñe en alcanzar las huellas del Nazareno: Fueron, vieron y se quedaron (Jn 1,39).» (J. L. SEGOVIA)19

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-¡Santiago, rema más aprisa! ¡Vamos, recoged esa red! ¡Tirad más fuerte muchachos...! Desde pequeño me acostumbré a escuchar los gritos y las órdenes de mi padre, Zebedeo, y, junto con mi hermano Juan, aprendí de él el oficio de pescador. Nunca fuimos a la escuela y, como nos criamos en un ambiente de gente ruda, mi carácter se fue volviendo hosco y, a veces, hasta violento. Nunca podría explicar por qué nos decidimos a seguir a jesús cuando él nos llamó, ni de dónde sacamos fuerza para abandonar todo lo que hasta ese momento había sido nuestra vida, para emprender junto a él una aventura incierta. Como era muy aficionado a bromear con nuestros nombres, un día, después de presenciar una bronca entre nosotros, comenzó a llamarnos «hijos del trueno» y a los otros del grupo les hizo gracia nuestro nuevo nombre. Nuestra familia no comprendía en absoluto la vida que llevábamos, y nos preguntaban en qué iba a parar todo aquello, si íbamos a conseguir algún beneficio económico, o si en aquél Reino del que Jesús hablaba con frecuencia, íbamos a ejercer algún puesto de importancia. La verdad es que, por aquel en tonces, tampoco nosotros entendíamos demasiado lo que estábamos viviendo, y por eso, cuando nuestra madre se plantó un día delante de jesús y le pidió con descaro que nos diera a Juan y a mí lugares relevantes junto a él en el gobierno de su reino, no nos importó demasiado porque, en el fondo, nosotros mismos lo estábamos deseando. También Jesús debía darse cuenta porque, en vez de contestarla a ella, se dirigió a nosotros y nos dijo algo que no pude olvidar nunca: -¡No sabéis lo que pedís! ¿Podéis beber la copa que voy a beber yo? -¡Podemos!, contestamos a la par Juan y yo. El rostro de jesús se volvió entonces sombrío y, mirándonos fijamente, dijo: -Sí, vais a beber de mi copa, pero el sitio a mi derecha y a mi izquierda es al Padre a quien corresponde concederlo... (cf. Mt 20,20-23). En muchas ocasiones, cuando estábamos a la mesa, yo me acordaba de aquellas 86

palabras sobre «beber de la misma copa» que era un dicho frecuente en nuestro pueblo y significaba la comunicación de un don único, la participación en una misma suerte, la vinculación en un idéntico destino. Pero, según pasaba el tiempo, pensar en ello me producía un escalofrío: me iba dando cuenta de que el cerco se estrechaba en torno a jesús, y de que su vida, y quizá la nuestra, corrían ya peligro. La hora de compartir su suerte La última vez que cenamos juntos, pronunció la bendición sobre el pan y sobre el vino con una especial gravedad y, al irnos pasando la copa unos a otros y bebiendo de ella, todos lo hicimos sabiendo que estábamos comprometiéndonos, solemnemente, a compartir la suerte del Maestro. Lo que ocurrió después, lo recuerdo como momentos de vértigo: la guardia irrumpió en el huerto, lo prendieron y se lo llevaron, mientras nosotros huíamos despavoridos, como ovejas que se dispersan cuando el pastor cae herido. No fuimos capaces de mantener nuestro juramento, y la copa del sufrimiento y de la muerte tuvo que beberla él sólo. Y ¡cómo lloramos por ello después, encerrados en el cenáculo durante aquel sábado interminable...! Cuando se dejó ver y tocar por nosotros, paralizados por el asombro y la incredulidad en la mañana del primer día de la semana, empezamos a comprenderlo todo: había sido constituido Señor, y nos ofrecía de nuevo y de manera definitiva, participar en su suerte de Resucitado, en su vida misma, en la nueva creación que estaba inaugurando. Seguía brindándonos su copa e invitándonos a entrar en comunión con él, a vivir también una existencia entregada por todos. Hoy estoy en Roma y corren ya rumores de persecución contra nosotros, pero he perdido el miedo: sé de quién me he fiado y estoy convencido de que me dará fuerza cuando llegue la hora de beber, por fin, la misma copa que él bebió. Porque entonces tendré la alegría de entregar mi vida derramándola como él, y mi suerte, como la suya, estará segura entre las manos del Padre.

TIEMPO PARA LA PALABRA Rut dijo a su suegra Noemí:

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-No insistas en que te deje y me vuelva. A donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios; donde tú mueras, moriré yo y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos (Rut 1,16-17). Salió el rey David a pie con todo el pueblo y se detuvieron en la última casa; estaban con él todos sus veteranos. Seiscientos hombres que le habían seguido desde Gat, marchaban delante del rey. Y dijo el rey a Ittay el guitita: -¿ Por qué has de venir tú también conmigo? Vuélvete y quédate con el rey porque eres un extranjero, desterrado también de tu país. Llegaste ayer y, ¿ voy a obligarte hoy a andar errando con nosotros, cuando voy a la ventura? Vuélvete, y haz que tus hermanos se vuelvan contigo y que el Señor tenga contigo amor y fidelidad. Ittay respondió al rey: -¡Por vida del Señor y por tu vida, rey mi señor, que donde el rey mi señor esté, para muerte o para vida, allí estará tu siervo! Entonces David dijo a Ittay: -Anda, pasa (2 Sm 15,7-22).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS En torno al término redentor La palabra hebrea Goel, redentor, liberador, reenvía a una costumbre familiar de Israel, codificada en el Pentateuco para evitar abusos: en caso de asesinato, era el pariente más próximo de la víctima quien estaba encargado de la venganza. Más ampliamente, era el responsable de la protección de los suyos, encargado de salvarlos, defenderlos de la injusticia, liberarlos de la esclavitud, pagando por ellos el rescate, y asegurar la posteridad a quien moría sin hijos (Dt 19,6-13). En el exilio, el Segundo Isaías presenta a Dios como el goel de Israel: si Dios libera a su pueblo es porque, a causa de la Alianza, ha adquirido vínculos de parentesco, de sangre con él: Yo te auxilio, dice el Señor, tu redentor... (Is 41,14). Decir que Dios es goel es afirmar:

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Queel pueblo de Dios estaba reducido a una impotencia total y no podía salvarse a sí mismo. Queel Señor se considera a sí mismo como el pariente más próximo de su pueblo y reconoce tener hacia él deberes sagrados (es el realismo de la Alianza). Queva a hacer lo necesario para restablecer la situación, para salvar a su pueblo oprimido y sin futuro, e incluso arrancarle de la muerte. Lo importante es el vínculo familiar que la palabra evoca. Cuando Jesús dice que ha venido para dar su vida en rescate por muchos (Mc 10,45), afirma que él es el goel, el redentor no sólo del pueblo, sino de la multitud, y por eso no duda en entregar su propia vida. No es bíblica la idea de que la redención consiste en que Cristo ha pagado al Padre derramando su sangre para aplacar su cólera, o satisfacer su justicia. Un Dios que aceptara herir a un inocente para salvar a los culpables, no tiene nada que ver con el Dios Vivo. Hablar de redención es hablar de la intervención amorosa y poderosa de Dios que, en Cristo, salva al hombre de lo que lo convierte en esclavo.

TIEMPO PARA ORAR Lo que jesús pide que hagamos en memoria suya es precisamente lo esencial de la Eucaristía: ofrecer la propia vida al Padre, entregarnos a los demás, «desvivirnos» por ellos (la manera más cotidiana de dar la vida...), romper algo de nosotros para que nazca vida... Puedes repasar junto a jesús cómo va tu «actitud eucarística básica», y preguntarte si la Eucaristía en la que participas la alimenta y fortalece, o si sientes el peligro de asistir a un rito que no te va transformando. Abre el Evangelio y busca alguna palabra, gesto o actitud de Jesús detrás de la cual podría haber dicho: Haced esto en memoria mía... Y habla con él sobre cómo puedes seguir viviendo hoy ese gesto en tu vida concreta, «en memoria suya».

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TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños Para iniciar en el signo, se puede poner una copa de cristal llena de vino y explicarlo así:

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(J. L. SABORIDO)20 Con jóvenes y adultos %izSe pone sobre la mesa una copa de cerámica con vino, una luz o flores junto a ella y, después de leer la narración, cada uno escribe en una hoja la frase: «Para mí, correr la misma suerte de jesús es...», y la completa. Se pone en común y se termina con una oración en la que se van leyendo algunos pasajes breves del evangelio, por ejemplo: «Yo estoy entre vosotros como el que sirve»; «El verdadero pastor da la vida por sus ovejas»; «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos»; «El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»; «El que quiera servirme, que me siga y, donde yo esté, estará también mi servidor»; «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas...». Después de cada frase, se deja un momento de silencio y se puede repetir: «Ayúdanos a compartir tu suerte», o «Llévanos contigo adonde vayas», o cantar el estribillo de algún canto («Señor, contigo iré...», «)untos andemos, Señor...»). Terminar pasando la copa y bebiendo el vino. Seambienta la sala poniendo un cántaro o un recipiente de barro volcado, se leen las palabras de la consagración del vino, y cada uno expresa lo que significan para él esas palabras, y también el gesto de volcar, derramar, vaciar, entregar, y su relación con la palabra «desvivirse», que es una manera cotidiana de expresar el dar la vida. 91

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Nací en Cafarnaún, un pueblo a la orilla del lago, y allí viví y trabajé muchos años hasta que me trasladé a Jerusalén e invertí mis ahorros comprando una casa en el barrio de los queseros. Era una vivienda amplia, con una gran sala en la planta alta y otra abajo donde instalé mi negocio de quesos, el oficio que había aprendido desde niño con mi padre. En mis años de Cafarnaún vivía cerca de la casa de Zebedeo el pescador, y me crié y jugué desde pequeño con sus hijos, Santiago y Juan. Dejé de verlos cuando me trasladé a Jerusalén, pero supe que habían dejado la pesca y a su padre, y que los habían visto en compañía de jesús, otro galileo de Nazaret, del que unos decían que era el profeta jeremías redivivo, otros que Elías, y otros que era un loco revolucionario que acabaría malamente en manos de los romanos. Un día volví a encontrarme con los dos hermanos en el mercado, y me hablaron con entusiasmo del Maestro, como ellos le llamaban, y del cambio que había dado su vida desde que lo conocieron. Era cierto que habían cambiado: tenían un fulgor nuevo en la mirada, como el de quien posee un secreto que le quema por dentro, y no hablaban de negocios, ni de mujeres, ni de cómo vengarse de los romanos que nos dominaban, sino de una nueva manera de vivir que su Maestro llamaba «Reino». Nunca he sido amigo de novedades, y bastantes preocupaciones tenía con sacar adelante mi familia y mi negocio, así que no les presté demasiada atención, pero me enteré otro día de que, por culpa de su Maestro, se había armado un tremendo alboroto en la ciudad: había irrumpido en el templo y había echado de él a los vendedores y a los cambistas, y en Jerusalén no se hablaba de otra cosa. Un gesto sorprendente Al llegar la fiesta de Pascua de ese año, recibí la visita de los dos Zebedeos: su Maestro, que debía haberles oído hablar de mí, me pedía la sala superior de mi casa para celebrar en ella la cena pascual. Intuí una situación de peligro en la que podía quedar implicado, y accedía regañadientes, sólo por no negar hospitalidad a mis paisanos. Llegaron al atardecer y subí yo también con ellos, por ver si necesitaban algo, y también por cierta curiosidad de conocer a Jesús. Puse como pretexto que tenía que disponer la jofaina, el jarro de agua y la toalla para que, según la costumbre, alguna mujer de las que les acompañaban, o un esclavo, les lavara los pies. Ninguno parecía dispuesto a hacerlo, e incluso, antes de reclinarse en torno a la mesa y escoger los puestos, vi que discutían entre ellos sobre quiénes debían ocupar los lugares de mayor importancia. 94

Ya iba a retirarme, cuando vi que uno de ellos, que supuse era el que les acompañaba en calidad de servidor, se quitaba el manto, se ceñía la toalla, y comenzaba a arrodillarse delante de uno del grupo para lavarle los pies. Se hizo un silencio repentino en la sala que sólo rompió la protesta de uno de ellos, que decía con fuerte acento galileo: -¡Maestro! ¿Lavarme los pies tú a mí? Me quedé perplejo: ¿Maestro? ¿Era entonces el famoso Jesús aquél hombre que se había ceñido la toalla? ¿Era verdad entonces lo que había oído comentar que él decía: En el Reino el más importante es el que sirve, y los grandes son los que se hacen servidores de los otros? A medida que seguía contemplando la escena, el asombro y el desconcierto se iban apoderando de mí: ¿qué modo de vida era el que enseñaba y practicaba aquél rabbí, y cómo se atrevía a sustituir los principios de honra o deshonra, de pureza o impureza, de patrocinio y preminencia que regían nuestro pueblo, por estos gestos de participación igualitaria, de ruptura de discriminaciones y jerarquías? Dejé la sala sin comprender nada. Entrada la noche, los oí cantar el himno de acción de gracias y los vi salir juntos en dirección al torrente Cedrón. Lo que ocurrió después lo conocemos todos y, los que más tarde nos decidimos a participar del Camino, seguimos recordándolo cada vez que nos reunimos a partir el Pan. Y también intentamos hacer, en memoria suya, lo mismo que él hizo: ceñirnos la toalla del perdón y del servicio mutuos, y tener como lugar de preferencia el que nos pone a los pies unos de otros.

TIEMPO PARA LA PALABRA Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos del mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando el diablo había sugerido a judas Iscariote que lo entregara, sabiendo que todo lo había puesto el Padre en sus manos, que había salido de Dios y volvía a Dios, se levanta de la mesa, se quita el manto y tomando una toalla, se la ciñe. Después echa agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida. (...) Cuando les hubo lavado los pies, se puso el manto, se reclinó y les dijo: ¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis maestro y señor, y decís bien. Pues si yo, que soy maestro y señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho (Jn 13,1-5.12-15). 95

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Sabéis que entre los paganos los que son tenidos por jefes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros, antes bien, quien quiera entre vosotros ser grande que se haga vuestro servidor, y quien quiera ser el primero que se haga vuestro esclavo. Pues este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos (Mc 10,41-45). Un fariseo lo invitó a comer. Jesús entró en casa del fariseo y se recostó a la mesa. En esto, una mujer pecadora pública, enterada de que estaba a la mesa en casa del fariseo, acudió con un frasco de perfume de mirra, se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con mirra. (...) Jesús, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: - z Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies; ella me los ha bañado con sus lágrimas y los ha secado con su cabello. Tú no me diste un beso; desde que entré, ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con perfume; ella me ha ungido los pies con mirra. Por eso te digo que se le ha perdonado mucho ya que siente tanto amor. Que al que se le perdona poco, poco amor siente. Y a ella le dijo: - Se te perdonan tus pecados. Los invitados empezaron a decirse: - ¿ Quién es éste que hasta perdona pecados? Él dijo a la mujer: - Tu fe te ha salvado. Vete en paz (Lc 7,1 -39. 44-50). Seis días antes de la Pascua judía, jesús fue a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado de la muerte. Le ofrecieron un banquete. Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María tomó una libra de perfume de nardo puro, muy costoso, ungió con ello los pies de jesús y se los enjugó con sus cabellos. La casa se llenó del olor del perfume. Judas Iscariote, uno de los discípulos, que lo iba a entregar, dice: - zPor qué no han vendido ese perfume en trescientos denarios para repartirlo a los pobres? (Lo decía, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como llevaba la bolsa, sustraía de lo que echaban.) Jesús contestó: -Déjala que lo guarde para el día de mi sepultura. A los pobres los tenéis siempre entre vosotros, a mí no me tenéis (In 12,1-8).

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Tener parte con Jesús «Juan, preocupado porque el único rito de la comunidad fuera celebrar la vida, en lugar del relato de los gestos de Jesús con el pan y la copa, pone el lavatorio de los pies como el gesto más significativo de la Cena. El que había servido a todos a lo largo de su vida, siguió fiel a ese servicio hasta la muerte para que los discípulos vivan lo mismo que él: Si yo os he lavado los pies, también debéis lavaros los pies unos a otros, porque os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho (In 13,14-15). Los discípulos fueron descubriendo que Jesús, en la Cena, celebró lo que había estado viviendo y lo que estaba dispuesto a vivir por el amor del Padre y de los hombres: su ser entregado por la vida del mundo: El pan que voy a dar es mi carne para que el mundo viva (In 6,51). Cayeron en la cuenta de que, quien no entraba por la dinámica del servicio al hermano, no tenía parte con Él (In 13,8). Y, al fin, aprendieron que hacer lo mismo que Él, no consistía en repetir materialmente los gestos de la Cena, sino en asimilar su vida entregada, viviendo entregados a los demás.» (J. BURGALETA)21

TIEMPO PARA ORAR Entra en la «habitación de arriba» de la casa en la que jesús está reunido con sus discípulos para comer juntos la cena de Pascua. Lucas dice que también allí discutían sobre cuál de ellos era el de mayor categoría (Lc 22,24-27), y sabemos por el evangelio de Juan que jesús realiza un gesto silencioso, como los que hicieron los Profetas cuando sus palabras no eran escuchadas y recurrían a acciones simbólicas. Contempla a Jesús levantándose, quitándose el manto, ciñéndose la toalla, tomando la jarra y la jofaina y poniéndose de rodillas delante de cada uno de los discípulos para lavarles los pies. Es su manera de estar ante «lo sucio» de los otros, ante sus defectos, sus fallos, sus pecados... Todo eso que a nosotros nos lleva a juzgar con severidad, a criticar, a distanciarnos, a él le impulsa a acercarse, a ponerse de rodillas para lavarlo y devolver al otro la posibilidad de continuar caminando. Escucha su diálogo con Pedro que se resiste, como tú, como casi todos nosotros, a entrar en ese «juego del Evangelio» en el que todo es al revés: Si no te lavo, no tienes parte conmigo... Graba en tu corazón esa ley del Reino: sólo «tiene parte con Jesús» el que se pone de rodillas a su lado para lavar los pies de los más pequeños. 97

Pídele al Padre y luego a María que «te pongan con su Hijo» precisamente ahí...

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños Empezar por la actividad de dibujar cada uno la silueta de su mano en un papel y recortarla. El catequista pone en la pizarra o en un mural la frase: ¡Échame una mano! y, de dos en dos, los niños van escenificando lo que para ellos significa, y los demás lo adivinan. Al final, narrar el lavatorio de los pies y dejar un silencio para que cada niño dé gracias por las veces en que Jesús «le ha echado una mano» y pida hacer lo mismo con los demás. Con jóvenes o adultos Después de leer la narración «Con la toalla ceñida», se puede reflexionar sobre la expresión: ¡Échame una mano! Se trata de un grito que otro nos lanza y que nosotros también lanzamos en muchas ocasiones. Pero para «echar una mano» a alguien, necesitamos tenerlas libres y podemos preguntarnos: ¿qué tenemos en ellas? ¿En qué las ocupamos? Pueden estar siempre dedicadas a retener, guardar, agarrar..., y entonces difícilmente podrán ayudar a los demás (se puede ir escenificando); pueden estar atadas (empapelárselas a uno del grupo con papeles y cinta adhesiva); o con guantes para protegernos y no mancharnos... El grupo puede seguir buscando ejemplos y situaciones, y evocar también actitudes de vida que pueden expresar las manos: violencia, súplica, ofrecimiento, compasión, ternura, generosidad, paternalismo, imposición ,amistad...11

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En la comunidad de Lucas alguien recordó, durante la fracción del Pan, un dicho de jesús antes de comenzar la cena de Pascua: ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua antes de padecer! (Lc 22,14). Joaquín, que había pertenecido a la secta de los esenios, conservaba una inconfesable respeto por los ayunos que había practicado en otros tiempos y reconoció que, en el fondo, hubiera esperado que las palabras de jesús poco antes de morir, hubieran sido más espirituales y solemnes. ¿De qué nos servía conocer su deseo de cenar con los suyos? Flavia, una mujer ilustre de Antioquía que había pedido el bautismo, reaccionó con viveza: -¿Cómo es posible que digas eso, Joaquín? Me parece que no has entendido nada del relato de la Cena ni de las palabras de Jesús. ¿No te das cuenta de que con ellas nos está invitando a «pasar a otra orilla», como a sus discípulos después del signo de los panes? Y que sólo desde esa «otra orilla» se puede entender que no está pensando sólo en comida y bebida, sino en todos los bienes que Dios nos ha dado, esos que nuestro deseo codicia tanto. Y sus palabras nos hacen descubrir lo que se escondía en su corazón: un deseo ardiente de dar y repartir, de ofrecerse y entregarse, como iba a hacer con el pan, y de derramar su vida, como iba a hacer con el vino. Yo he pasado muchos años de mi vida sin buscar más que poseer, acumular, y guardar para mí y los míos, y lo que me sorprendió y me atrajo de este Camino, fue escuchar que había habido alguien capaz de sanar nuestra ambición y transformar desde dentro nuestro deseo. Alguien que nos enseña a ver los bienes como algo que nos ha dado Dios para que los compartamos entre nosotros. Y en cada Eucaristía recordamos que eso fue lo que él hizo: compartir incluso ese bien que era él mismo, con la misma naturalidad con que partía el pan. Esto es lo que yo entiendo que jesús deseaba: que, al participar en su mesa, se nos vayan cambiando los ojos y el corazón para que, en vez de codiciar, sepamos descubrir que las cosas, cuando no se retienen sino que se comparten, esconden una fuerza secreta que hace surgir entre nosotros la comunión y la fraternidad. La seducción de las riquezas Intervino también Ana, otra mujer de la comunidad: -En una de las parábolas que cuenta Marcos en ese evangelio que ha empezado a circular por las comunidades, jesús dice que la semilla que un hombre sembró en el campo y cayó entre zarzas, no pudo crecer porque crecieron las zarzas y la ahogaron. Y, 100

cuando los discípulos le pidieron que se lo explicase, les dijo: Lo sembrado entre zarzas son los que escuchan la palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y el afán por todo lo demás, se les mete, los ahoga, y los deja sin fruto (Mc 4,18). Y eso me hace pensar que él era consciente de que uno de los enemigos más fuertes de su Reino es esa «seducción de las riquezas», que nos ahoga el amor y nos impide compartir fraternalmente. A todos nos llegaron muy dentro las palabras de Flavia y Ana. Por eso, cuando esa noche llegó el momento de la frac ción del Pan y empezamos a realizar el gesto de repartirlo entre nosotros, y a pasarnos la copa, fuimos más conscientes de que el Señor Resucitado estaba vivo y presente entre nosotros. Y a cada uno le llegó más adentro su deseo de hacer circular los bienes y de usarlos como lo que son: un instrumento de reciprocidad. Porque eso era lo que habíamos recordado al celebrar la Eucaristía, y a lo que nos habíamos comprometido al desear vivir así «en memoria de Jesús».

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Cuando llegó la hora, jesús se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta pascua antes de padecer...! (Lc 22,14).

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Aprender a desear Para el Nuevo Testamento el deseo es garantía de apertura a Dios: por eso la insatisfacción aparece siempre en situación de privilegio y son los dinamizados por él los que lo alcanzan y se sientan en su banquete (Lc 6,21 ; Mt 22), mientras que los satisfechos y ricos que confundieron el deseo con la satisfacción de necesidades, son despedidos con las manos vacías (Lc 1,53). -Aprender a orar equivale a aprender a desear: el «Padre nuestro», que resume las enseñanzas de jesús sobre la oración, es una pedagogía de los deseos (Mt 6,9-13; Lc 11,1-4); educa al discípulo a salir de la estrechez de los suyos y a adentrarse en la pasión de jesús por el nombre, el reino y la voluntad de su Padre. -Centrar el deseo significa liberarse de la codicia y la ansiedad: contar con el cuidado de Alguien mayor libera al seguidor de jesús de la inquietud, de la preocupación por llenar el hueco siempre abierto de sus pequeñas o grandes necesidades (Lc 12,22). -Hay que confrontar el deseo del Reino con la manera como se desean el dinero, el alimento o el amor humano. Por eso el evangelio habla de «atesorar tesoros en el cielo...» (Mt 6,19), de estar «invitados a un banquete de bodas» (Mt 22,4), de esperar con tensa vigilancia la llegada del novio (Mt 22,6). Y el discípulo es invitado a comprender, a través de estos tres símbolos básicos en los que se concentra lo más profundo del deseo humano, hasta qué punto el Reino colma todas sus expectativas. -Hay que aprender del Maestro a perder el propio deseo en el del Padre porque él decía: -Tengo otro alimento que es cumplir la voluntad de mi Padre (Jn 4,32); no he venido a hacer mi voluntad... (Jn 6,38); Abba..., no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú (Mc 8,26). Eucaristía y deseo «Quien se deja conducir por el Espíritu, logrará abrirse a esos horizontes de reciprocidad hacia los que le conduce lo más profundo de su deseo. En la medida en que, gracias a esta docilidad al Espíritu, vaya avanzando por este camino, su esfuerzo irá creando en él un ser humano cada vez más capaz de compartir con los demás. Este darse mutuamente la existencia por medio de relaciones de reciprocidad, se le irá transformando en sal que da a su vida el verdadero sabor humano.» (M.ABDÓN SANTANER)23

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TIEMPO PARA ORAR Contacta con tu experiencia, trata de responder con total sinceridad a la pregunta «¿Qué buscas?». Pregúntate: «qué deseo, qué ando persiguiendo, detrás de qué voy corriendo, de qué tengo hambre, cómo alimento mis deseos, cuáles son mis «deseos parásitos»... Puede resultarte liberador poner nombre a tus tentaciones de saciedad satisfecha y pedir a Jesús que mantenga despierto tu deseo de otro Pan diferente del que intentan vender hoy desde tantos mercados. Pon tus búsquedas, que revelan tus deseos, delante del Señor, sin juicios ni censuras... Lee despacio el salmo 63, repite, una y otra vez algunas de sus palabras:

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños Poner sobre una mesa toda clase de objetos: un bocadillo, su cartera, su «paga» o sus deportivas, y escenificar cómo todo eso se puede convertir en objeto de riñas y envidias, o en posibilidad de amistad. Terminar con una oración que adapte la del ofertorio. Con jóvenes y adultos •Leer el texto que sigue: «En uno de los cuentos hassidicos recogidos por Martin Buber24 y que tiene como título "El juego del escondite", se narra un episodio de la vida de Rabbi Baruch en el que uno de sus nietos, )echiel, jugaba al escondite con otro amigo. Después de esperar 104

mucho tiempo en su escondite, salió de él y, al no encontrar a su compañero de juego, se dio cuenta de que éste no lo había buscado desde el comienzo del juego. Fue llorando a contárselo a su abuelo y éste sintió que las lágrimas corrían también por sus mejillas al pensar: "Así dice el Santo, bendito sea: Yo me escondo y nadie me busca..."». •Comentar el cuento y dialogar sobre las propias experiencias de deseo y de búsqueda y también de haber sido deseados y buscados.

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«Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre. Pero había un fuego ardiente encerrado en mis huesos, hacía por contenerlo y no podía» (Jer 20,9). Cuando oí leer y comentar ese texto de jeremías en la fracción del Pan, sentí un estremecimiento. Eran palabras que yo misma hubiera podido pronunciar: también en mi vida, como en la del profeta, hubo un momento en que mis sentimientos coincidieron con los suyos. Pero de eso hace ya muchos años, cuando Juana, mujer de Cusa que había sido mayordomo de Herodes, y con la que yo tenía un parentesco lejano, me habló por primera vez de jesús. Ella, que se había quedado viuda recientemente, había tomado la decisión de unirse al grupo de los que seguían al profeta galileo, y un día pidieron a Cleofás, mi esposo, alojarse en nuestra casa de Emaús cuando iban de camino hacia Jerusalén. Fue allí donde lo conocí, y desde aquella sobremesa compartida con él, supimos que en nuestras vidas había irrumpido un elemento perturbador y que, a partir de aquel encuentro, nada podía seguir igual. Nadie nos había hablado como aquel hombre: poseía palabras que nos sacudían de nuestro letargo, nos convencían de que era posible vivir una vida distinta y nos invitaban a convertirnos en colaboradores en la tarea del Reino. Sin pensarlo mucho tomamos la decisión de irnos con él. Cuando más tarde algunos nos contaron cómo se habían incorporado al grupo, nos dimos cuenta de que a nosotros no nos había necesitado convocarnos: nos habíamos adherido a él como la hiedra al árbol, le habíamos seguido como las golondrinas siguen al verano. Pronto nos envió de dos en dos a anunciar que Dios estaba cerca, y eran tan tajantes sus exigencias que nos sentimos flaquear: había que ir sin provisiones ni defensas, con sólo un par de sandalias en los pies, como un símbolo de la simplicidad y la confianza desarmada con que había que emprender aquella aventura desconocida. Volver la vista atrás Superamos la prueba, pero más adelante llegó la verdadera crisis: después de que repartió panes y peces a aquel la multitud inmensa, le escuchamos palabras insólitas que pretendían arrastrarnos fuera de nuestros límites, más allá lo que, desde el respeto a nuestras tradiciones, podíamos soportar: «No fue Moisés quien os dio pan del cielo, es mi Padre quien os lo da. Yo soy el pan de la vida: el que acude a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed. Si no coméis la carne y bebéis la sangre del hijo del Hombre, no tendréis vida en vosotros...» Qn 6,32.53). 107

Aquello era demasiado. Es evidente que no entendíamos sus palabras en sentido literal: lo que nos resultaba intolerable es que situara su persona en lugar de la Ley, el pan que alimentaba nuestra vida de judíos fervientes; lo que era inadmisible era su atrevimiento de minimizar el maná, otro símbolo sagrado de nuestro pueblo; pero, sobre todo, lo que no podíamos soportar era aquella pretensión suya de totalidad, aquel querer hacerse alimento único de nuestras vidas. En el grupo hubo murmuraciones y escándalo y algunos, entre ellos Cleofás y yo, decidimos echarnos atrás (Jn 6,66). Volvimos a nuestra casa y tratamos de olvidar lo vivido: había si do un hermoso sueño que ya había terminado. Pero de día andábamos inquietos y de noche desvelados. La vida que habíamos llevado hasta ese momento nos resultaba vacía e insípida y nos sentíamos vagando sedientos y sin rumbo por una estepa. Decidimos volver y por el camino ensayamos el encuentro: -Maestro, le diríamos, ya no nos es posible vivir lejos de ti. Es verdad que sólo tus palabras nos mantienen vivos, que necesitamos cada día el maná de tu presencia. No hicieron falta nuestros discursos, nos acogió y volvió a contar con nosotros como si nada hubiera ocurrido. Por eso, cuando los poderes del mal y de la muerte lo vencieron, volvimos a sentirnos desfallecer de hambre en el desierto desolado de su ausencia y emprendimos de nuevo el camino hacia Emaús, esta vez, pensamos, sin posible retorno. Lo que ocurrió en aquel camino lo conocéis todos. En aquella posada, sentados alrededor de la mesa como la primera vez, el Resucitado partió el pan para nosotros. Y supimos, ahora ya para siempre, que el pan que estábamos comiendo era el de la Vida que nadie puede arrebatarnos.

TIEMPO PARA LA PALABRA

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Este es el pan bajado del cielo y no es como el que comieron vuestros padres y murieron. Quien come este pan, vivirá siempre. Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaún. Muchos de los discípulos que lo oyeron comentaban: - Este discurso es bien duro, ¿quién podrá escucharlo? (jn 6,59-60). Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: - ¿ También vosotros queréis marcharos? Le contestó Simón Pedro: - Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna On 6,6668).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Emaús hoy «A la exigencia de no buscar entre los muertos al que vive, responde el episodio de los de Emaús. La narración comienza diciéndonos que "aquel mismo día", porque puede ser cualquier día de la vida de la Iglesia, dos de ellos iban camino de un pueblo llamado Emaús. Es camino de Emáus, no de Jerusalén, donde están los once y los demás (Lc 24,9); es, por lo tanto, camino de la dispersión porque no se ha entendido el camino de Jesús. Por eso es un caminar con "los ojos cegados" y con tristeza del corazón reflejada en el rostro. Pero lo maravilloso es que "Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos". Se acerca a los que se alejan para acercarlos y, en su conversación, va al fondo de lo que los separa: el incomprensible camino de Cristo que ellos deben hacer suyo. Por eso la frase "estaban cegados y no podían reconocerlo" no sólo significa que no podían 109

reconocer ahora al compañero de camino, sino que no habían reconocido al que durante su vida había sido compañero de mesa y de camino, porque su camino terminó en un fracaso para él y para ellos: Nosotros esperábamos... Entonces este caminante extraño, que no parece estar al tanto de lo ocurrido en Jerusalén, les recrimina su dureza de corazón para creer y les interpreta los acontecimientos. El camino conduce a la mesa del encuentro y del reconocimiento. La palabra compartida ha ido creando entre los caminantes una empatía que hace arder el corazón en deseos de comunión y amistad: "Quédate con nosotros"... Acogen a un extraño y comparten el pan con él. Y esa mesa abierta a extraños es el signo privilegiado del Señor, que comía con extraños y los acogía a su mesa. En la reunión de los que parten el mismo pan se hace presente el Señor antes de hacerse presente en el pan partido. En ese momento la situación se invierte, el invitado parece convertirse en el anfitrión que preside la comida: "Recostado a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció". Las palabras proclaman la convicción de que, en la celebración sacramental de la fracción del pan, tiene la Iglesia el lugar privilegiado de la presencia del Señor. Los ojos se abren con la palabra proclamada y con la mesa compartida.» (M.DíAz MATEOS)25

TIEMPO PARA ORAR En un rato tranquilo, haz memoria de momentos o épocas de tu vida en los que has estado a punto de alejarte de jesús y de su comunidad, o incluso has llegado a abandonar por una crisis de fe, por rebeldía, por situaciones personales difíciles... Recuerda alguno de esos momentos y la experiencia que viviste de falta de sentido, de ausencia o lejanía de tu verdadero centro. Reconoce en la trayectoria de los discípulos de Emaús tu propia trayectoria de búsqueda de vida verdadera: ellos han vivido en su propia carne cómo huir de la cruz para asegurarse, traicionar para salvarse, alejarse decepcionados... Pero eso no les ha dado vida verdadera, sino insatisfacción y vacío. Recuerda también cuáles fueron los caminos misteriosos por los que volviste (o sientes el deseo de volver...) a Jesús: personas, acontecimientos, palabras... Y cómo el Resucitado se ha hecho tantas veces el encontradizo contigo para devolverte la alegría, la paz, el perdón, el sentido...

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Deja que fluyan en ti el agradecimiento y la alabanza por la vivencia, tantas veces renovada, de reencuentro con Jesús y su evangelio, por la alegría de hacer la experiencia de que es posible la relación auténtica con los demás, de que vale la pena luchar por un mundo más humano y fraterno. Repite una y otra vez: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna...

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con jóvenes o adultos Celebración de Emaús. Reunidos en la sala, se comienza la lectura de Lc 24,13-35 a tres voces: narrador, Jesús y los de Emaús. Siguiendo las escenas e interrumpiendo cuando parezca oportuno, se van viviendo los siguientes momentos: Salirde dos en dos a dar un paseo, y hablar de las dificultades que vive cada uno para reconocer a Jesús y abrirse a su gracia. Después de unos minutos, se pueden juntar con otros dos y hacer lo mismo. En un momento convenido, se vuelve a la sala. Despuésde un breve tiempo de silencio, cada uno comunica algún momento de su vida, alguna relación personal, o palabra del Evangelio en que se ha encontrado con jesús a lo largo de su vida. Sepuede terminar leyendo este texto y repitiendo el estribillo. ¡QUÉDATE CON NOSOTROS!

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Los de Corinto nunca tuvimos buena fama: cuando en cualquier lugar del imperio se hablaba de «vivir a la corintia», ya se sabía que se estaba aludiendo a las costumbres licenciosas de nuestra ciudad, a la que el tráfico de sus dos puertos y el culto a la diosa Afrodita, habían convertido en símbolo de conductas permisivas en todo lo sexual. Yo pertenecía a una familia acomodada de emigrantes judíos afincados hacía tiempo en Corinto, y que habían ido adquiriendo renombre como armadores de barcos de pesca. Desde pequeño me acostumbré a ver entre el servicio de mi casa a esclavos de color, traídos de Nubia y Etiopía, cuyos hijos habían nacido ya entre nosotros. Conocimos a Pablo de Tarso a su vuelta de Atenas donde, por lo que supimos después, había vivido un fracaso estrepitoso. Nos lo trajo una tal Damaris que había escuchado su discurso en el areópago y había abrazado el Camino. Nos impactó el apasionamiento con que hablaba de jesús como de alguien vivo, y la convicción con que afirmaba lo que «el Señor» (así lo llamaba él) le había comunicado: En Corinto tengo yo un pueblo numeroso (Hech 18,10). Al final de aquel mes que pasó entre nosotros, mi padre, de nombre Esteban, decidió que él con toda su casa, es decir, con su familia y servidumbre, abrazaríamos la fe y recibiríamos el bautismo. La predicación de Pablo estaba siendo fecunda y, al cabo de unos meses, fuimos bautizados por el propio Pablo, cosa que no solía hacer, en la noche de Pascua. Poco después recibió también el bautismo de manos de Apolo un nutrido grupo de catecúmenos, y recuerdo que mi padre comentó disgustado que había demasiada gentuza entre ellos: pescadores, cargadores del puerto y hasta mujeres de mala fama. Como teníamos una casa espaciosa, era en ella donde nos reuníamos cada semana para celebrar el día del Señor pero, como es lógico, no nos mezclábamos unos con otros: a la hora señalada iban acudiendo algunas familias conocidas que también habían recibido el bautismo. Los esclavos lavaban y perfumaban sus pies a su llegada y los introducían después en el comedor donde todo estaba preparado para un refinado y abundante ágape al que los recién llegados también contribuían con esplendidez. A veces, mientras cenábamos, surgían discusiones entre los más cercanos a Apolo y los partidarios de Cefas o de Pablo y cada uno defendía a su patrono con vehemencia. Los que no eran libres, nobles o ricos no participaban de nuestra cena, se quedaban 114

en el atrio y los criados sabían distinguir bien a quiénes debían hacer pasar a uno u otro lugar, ya que su sola indumentaria bastaba para separarlos. Al final nos reuníamos todos, siguiendo costumbres y convicciones que una religión razonable como la que acabábamos de profesar ratificaba sin duda, como un orden establecido desde siempre. Eso no es la Cena del Señor Por eso nos causó estupor lo que ocurrió durante la visita de Timoteo, un compañero de Pablo que él nos enviaba desde Efeso: a su llegada, no se dejó lavar los pies por el esclavo encar gado de ello y se negó a pasar a la sala donde le aguardábamos, dirigiéndose en cambio al atrio y mezclándose con el grupo de gente que allí compartía sus escasas provisiones. Su actitud provocó desconcierto y malestar entre la gente distinguida, y se acentuó aún más al ver que Timoteo entraba en el comedor seguido de aquella gente de baja extracción, y los invitaba a mezclarse con nosotros para escuchar juntos la carta que nos enviaba Pablo. Al comenzar su lectura nos pareció que estaba dirigida sólo al grupo de pobres: Observad, hermanos, quiénes habéis sido llamados: no muchos sabios en lo humano, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes bien, Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes, a los plebeyos y despreciados ha elegido Dios, a los que nada son, para anular a los que son algo». Pero lo que seguía nos implicaba a todos con un tono de severa preocupación: «Vuestras reuniones traen más perjuicio que beneficio (...) y cuando os reunís, no coméis la cena del Señor, pues unos se adelantan a consumir su propia cena y mientras uno pasa hambre, otro se emborracha. ¿Menospreciáis la asamblea de Dios y avergonzáis a los que nada poseen? ¿Y voy a alabaros? ¡En esto no os alabo! (1 Cor 11,17 y ss.). Y nos explicaba después la tradición que él mismo había recibido sobre la última cena del Señor con los suyos, y cómo debíamos seguir haciendo lo mismo en memoria suya. Al acabar la carta se hizo un prolongado silencio. Yo sentía en mí una lucha de sentimientos encontrados: por un lado el respeto a viejas costumbres aprendidas y, por otro, un vendaval de novedad que removía y hacía desaparecer barreras, divisiones y prejuicios. Y algo me decía que no era el único arrastrado por la misma fuerza. Eso me decidió a ponerme en pie, tomar un espléndido racimo de uvas de la mesa y rodear la sala hasta acercarme a un hombre mal vestido y de aspecto temeroso. Me senté junto a él y partí el racimo para ofrecerle la mitad. Él abrió su zurrón y sacó un puñado de dátiles que compartió conmigo: «-Los cogí yo mismo en el oasis de Engadí, junto al Mar de la Arabá, vengo de allí, de trabajar en las salina». Miré de reojo y vi a mi padre sirviendo vino a un estibador del puerto y tomando un poco del pez ahumado con pan de cebada que él le ofrecía, y lo mismo iba ocurriendo con otros invitados. Circuló una copa del excelente vino griego, y luego otra, y la sala se fue llenando poco a poco de murmullos y de risas. Algo estaba cambiando y todos lo sabíamos. 115

Como sabíamos también que al día siguiente seguiríamos amenazados por nuestras diferencias en forma de posesiones, honras o saberes, que tratarían de levantar de nuevo barreras entre nosotros. Comenzaba una gran lucha por hacer verdad en nuestra vida la fiesta de inclusión que ahora estábamos viviendo. Y que esta vez sí que era la Cena el Señor.

TIEMPO PARA LA PALABRA Al encomendaros estas cosas, hay algo que no alabo: que vuestras reuniones traen más perjuicio que beneficio. En primer lugar, he oído que cuando os reunís en asamblea, hay divisiones entre vosotros, y en parte lo creo; porque es inevitable que haya divisiones entre vosotros, para que se muestre quiénes de vosotros sois auténticos. Y así resulta que, cuando os reunís, no coméis la cena del Señor. Pues unos se adelantan a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se emborracha. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿ Menospreciáis la asamblea de Dios y avergonzáis a los que nada poseen? ¿ Qué puedo deciros?, ¿ voy a alabaros? En esto no os alabo (1 Cor 11, 17-23).

TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Vivir conforme a la tradición de Cristo «Nadie puede tomar parte en el alimento que llamamos Eucaristía si no vive conforme a la tradición de Cristo. Por eso, los que tienen bienes, vienen en ayuda de los que carecen de ellos. Por lo que comemos, bendecimos al Creador del universo por su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. El día del sol (el domingo), todos los habitantes de las ciudades o del campo se reúnen en un único lugar. Se leen los recuerdos de los apóstoles y los escritos de los profetas durante un tiempo conveniente. Al terminar la lectura, el que preside toma la palabra para llamar la atención sobre unas enseñanzas tan hermosas y exhortar a seguirlas. En seguida, nos levantamos todos y expresamos nuestras intenciones de oración. Después se trae pan, vino y agua y el presidente eleva de todo corazón al 116

cielo oraciones y acciones de gracias, y el pueblo responde por la aclamación: ¡Amén! Después se comparte y se distribuye a cada uno los alimentos consagrados y se envía su parte a los ausentes por medio de los diáconos. Los que son ricos y quieren ser generosos, dan espontáneamente, cada uno lo que le parece, y se entrega al presidente el producto de esta colecta para que él se encargue de socorrer a los huérfanos y viudas, o a los que por enfermedad o de otras causas pasan necesidad, como los prisioneros y los extranjeros. En una palabra, se atiende a todos los que lo necesitan. Y nos reunimos el día del sol porque es el primer día, aquel en que Dios separó la luz de las tinieblas para hacer el mundo y es el día en que Nuestro Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos.» (SAN JUSTINO. Siglo 11) Llegar a ser eucarístico «La Eucaristía modela no solamente a la Iglesia y a la comunidad de los cristianos entre ellos, sino también su manera de estar en el mundo que debe ser compartir y servir, en una tensión siempre renovada hacia la comunión entre los humanos y la transfiguración de la tierra. Porque cada uno está llamado a "hacer eucaristía" en todas las cosas (1 Tes 5,18) y convertirse en un "hombre eucarístico".» (O.CLÉMENT) ¿Dónde están nuestras comuniones? «No podemos, al mismo tiempo, beber del cáliz del Señor y del de los espíritus del mal; no podemos beber del cáliz de la vida consagrada al amor hasta la pasión, del testamento del Maestro arrodillado a los pies de los discípulos, del gesto del Siervo que entrega como herencia el testimonio del pan compartido, y comulgar al mismo tiempo con el espíritu del mundo que aplasta a los débiles, que abandona a los desesperados, que somete a los que dudan y que destruye a los que se desvían. Hermanos, sumergíos hasta el fondo, construid sobre el amor que llega hasta el límite. La casa resistirá entonces las tempestades y vuestra vida se desarrollará en comunión eterna con Dios.» (M .BASTIN)26

TIEMPO PARA ORAR 117

Después de leer el texto de 1 Cor 11,17-34, dedica un tiempo a reflexionar sobre las palabras: Cada cual se adelanta a comer su propia cena... (v. 21), en que aparecen expresadas las actitudes de ansiedad, posesividad e insolidaridad, el polo opuesto a lo que podemos llamar «la actitud eucarística». Ponte un rato delante de jesús para contemplar en él ese talante suyo de «adelantarse», pero no para pensar en sí mismo y en satisfacer su necesidad, sino en nosotros para alimentarnos, cuidarnos y darnos vida. Mírale tomando el pan en sus manos, no para comerlo él solo, sino para partirlo y entregárnoslo a nosotros. Pídele que grabe esa manera de ser suya «como un sello sobre tu corazón» (Cant 8,6), como un tatuaje en tus manos para que se vayan pareciendo a las suyas.

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con jóvenes o adultos Leer el texto de Corintios y, después de un tiempo de silencio, reconocer y pedir perdón por aquello que impide que nuestras eucaristías sean de verdad «la Cena del Señor»: divisiones, despreocupación por los débiles y excluidos, ritualismo... Agradecer lo que ya en ellas, aunque sea parcialmente, va en la línea de lo que jesús quería: comunicación, gestos de compartir, compromiso de ir trabajando por un mundo justo y en paz... Buscar y decidir un paso pequeño pero posible, que vaya creando entre nosotros la fiesta de la inclusión.

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Hijos míos: os he recordado muchas veces lo que oí del mismo jesús: -Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero hoy quiero añadir algo más acerca de aquella cena, la de la noche en que iba a ser entregado. Porque fue entonces cuando entendimos que l legaba el final del largo proceso del que habíamos sido testigos: habíamos caminado al lado de jesús, dormido a la intemperie y convivido con él; le miramos y escuchamos, nos fuimos familiarizando con sus gestos y asombrándonos ante sus reacciones insólitas, pasamos por momentos de escándalo y de rechazo, vivimos la tentación de dejar de seguirle y aprendimos, a fuerza de estar a su lado, el significado de hacer lo que él había hecho «en memoria suya». Fuimos haciendo la experiencia de vivir junto a alguien que era como pan partido y repartido, alguien que no se guardaba nada, que no se reservaba nada, que entregaba sin límites su tiempo, su escucha, su acogida y su compasión. A su lado supimos lo que era tener hambre y no disponer de tiempo para comer y presenciamos, atónitos, cómo invitaba a su mesa a todos los que nosotros, junto con toda la gente de bien de nuestro tiempo, rechazaba y dejaba en el margen, pensando que eso era lo agradable a Dios. Escuchamos las críticas de los fariseos y escribas y, a veces, secretamente, pensamos que no les faltaba razón en sus murmuraciones. Tuvimos que renunciar al ascetismo admirable que habíamos visto en Juan el Bautista y que ejercía tanta influencia en la gente: ayunar, abstenerse de vino, mantener un talante de rigor y austeridad. En lugar de todo eso, vimos al Maestro disfrutar con la comida y celebrar la alegría del vino cuando compartía mesa con nosotros y con toda la gentuza de excluidos, sus comensales preferidos. Entramos en crisis al oírle hablar del Reino como de un nuevo comienzo del todo imprevisible, que no se conquista a fuerza de puños sino que únicamente puede ser otorgado por Dios, Señor de la vida y de la historia. Nos desconcertamos al darnos cuenta de que no vendría por la violencia, la dominación o el poderío, sino por una oferta gratuita de comunión con Dios. Pero que esa comunión ya no se realizaba en el culto, sino que tenía como signo preferente un banquete familiar en el que los hermanos se sentaban juntos a partir el pan.

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Caímos en la cuenta de que ese Reino se presentaba, no tanto como promesa de futuro, sino como una realidad que empezábamos a vivir anticipadamente cuando nos sentábamos en torno a Jesús para comer festivamente. Cuando llegó la hora de la prueba y las sombras de la muerte envolvían ya al Maestro, le vimos tomar el pan en sus manos y romperlo, y entonces nos dimos cuenta de que todo él estaba en aquel pan, que toda su vida se vaciaba como el vino de la copa que él nos invitaba a beber. Y al escucharle decir: «Haced esto en recuerdo mío», supimos que en torno a aquella mesa, lo mismo que en torno a aquella vida, había comenzado otra manera de vivir y, desde aquel momento, el mejor modo de guardar la vida era entregarla por amor. Los que habéis aceptado nuestro testimonio y os habéis bautizado en jesús, estáis también llamados a acercaros a esa misma mesa y a recorrer el mismo camino. El pan y el vino están preparados y el Maestro está ya levantándose y ciñéndose la toalla para lavar vuestros pies. Dichosos vosotros que habéis sido invitados al banquete del Señor.

TIEMPO PARA LA PALABRA Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron vuestros padres. Ellos murieron; pero el que coma de este pan vivirá para siempre (Jn 6, 51 -58). Hijos míos, sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. Quien odia a su hermano es homicida, y ya sabéis que ningún homicida conserva dentro vida eterna. Nosotros hemos conocido lo que es el amor en que él dio su vida por nosotros. Pues también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Si uno posee bienes de este mundo y ve a su hermano necesitado y le cierra las entrañas y no se compadece de él, ¿ cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de veras (1Jn 3,14-18).

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TIEMPO PARA OTRAS PALABRAS Gestos que construyen mundo «Hay gestos y experiencias grupales que tienen la capacidad de construir mundo: de crear modelos donde los individuos y los grupos se reconozcan y con los que tiendan a identificarse. Tanto los aficionados a la música clásica que se reúnen para escuchar a Beethoven, como los amantes del rock que participan en los conciertos happening, tienen una experiencia semejante: tratan de reconocerse como parte de una comunidad en un modelo ideal compartido. Es una gran verdad que la acción que incluye en sí misma los más altos niveles de ética (el amor más grande que es la donación a los demás hasta el fin), y estética, (la armonía de todos reunidos en un solo Cuerpo y en un solo Espíritu; el contraste entre Palabra y silencio; la alegría, la súplica y la música), pueda llegar a crear y recrear un mundo, como hogar central y generador de lo que nos atrevemos a llamar comunidad cristiana. La Eucaristía posee en alto grado la fuerza de producir mundo: de crear y recrear en torno a ella la comunidad cristiana.» (J.M.ROVIRA I BELLOSO)27 El proyecto añorado por Dios «El hablar del "banquete del Reino" y no sólo de Reino, se debe a que la imagen de fiesta y del compartir una comida se ajus ta más a lo que puede significar este reinado de Dios. El Reino es un proyecto añorado por Dios para la humanidad. Es un proyecto que implica la paz, la justicia, la solidaridad, la igualdad y el amor como comienzo y colofón de todo. Es algo que comienza en la historia presente y culminará en el seno de Dios. Ahora bien, muchas de las parábolas de ese Reino tienen que ver con fiesta y banquete. Las bodas de Caná, más que ninguna otra manifestación, son el símbolo de ese Reino que ya ha comenzado desde que vino Jesús. ¡Y es banquete y son bodas y es fiesta y hay vino! Es decir, que la tónica del Reino no es otra que la de la vida superabundante de la fiesta que celebra el compartir de la humanidad que logra, por eso, multiplicar los recursos muchas veces escasos. Esto significa que la alegría y la paz, la vida, es la nota esencial.» 122

(C. CABARRÚS)28 La plenitud se asoma en este instante

(B.GONZÁLEZ BUELTA)29

TIEMPO PARA ORAR En el evangelio de Juan aparece con frecuencia la expresión: el discípulo a quien Jesús amaba, y en el relato de la Cena se nos dice que estaba recostado sobre el pecho de jesús (Jn 13,25). Y ese lugar «no está reservado», sino abierto para todo el que esté dispuesto a acoger la llamada del Maestro a hacerse discípulo suyo y tener parte en su intimidad, entrar en «afinidad» con él y, por lo tanto, con sus criterios, preferencias, valores y 123

opciones. El que se acerca a la interioridad de jesús y escucha el latir de su corazón, se contagia irremediablemente de su compasión y de su deseo de hacerse pan para la vida del mundo. Atrévete a correr el riesgo de pedir a jesús que te deje entrar en esa relación de intimidad con él, que puede transformar tu vida y hacer también de ti «pan partido» para otros.

TIEMPO PARA COMPARTIR Y CELEBRAR LA FE Con niños de poscomunión Pedirles que traigan un recordatorio de su primera comunión, ponerlos en un corcho o mural y comentar después para qué sirvió: para invitar, para reunir a la familia y amigos, para que lo guardaran y se acordaran al verlo del que se lo dio... Algo así hizo jesús, y su «recordatorio» es la Eucaristía. Pero aunque es eso, también es mucho más: es su manera de seguir vivo entre nosotros y de hacer posible que nos sentemos a su mesa, como se sentaron sus discípulos. Por eso decimos que es su «memorial» y que, cada vez que lo vivimos, «anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y esperamos su venida gloriosa». Con jóvenes o adultos Habiéndolo avisado con tiempo, cada uno trae al grupo un objeto con el que se identifica y se presenta a través de él. Hace circular su símbolo y va pasando en silencio por las manos de todos. Al terminar, el animador pone encima de la mesa un pan y hace la presentación de Jesús: «La noche en que iba a ser entregado, jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dijo: Así es mi vida, la pongo entera en este pan para que se convierta en vida para vosotros...» (Se puede leer también la narración «Sentados a la mesa» y comentarla.) Al final se hace circular el pan y cada uno toma un pedazo. Acabar leyendo este poema:

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(P. CASALDÁLIGA)30

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Colección SHALOM Libros para la lectura espiritual, la reflexión y la meditación 1.Calidad de vida y seguimiento de Jesús. Eugenio Alburquerque. 2.Todo por amor. Nada por la fuerza. Valentín Viguera. 3.Encuentros de gracia y liberación. Eugenio Alburquerque. 4.Lecturas sobre la Virgen. Bautista Araiz. 5.Quiero ser Palabra. Ricardo Arias. 6.Brille así vuestra luz. Thomas Menamparampil. 7.Obispos que hablan claro. Adolfo Olivera. 8.El ermitaño. José Luis Vázquez. 9.Memoria de la Pascua de Jesús. Eugenio Alburquerque. 10.Arrepentíos y convertíos. Maximiliano Calvo. 11.¿Quién me hará temblar? Manuel Ruiz. 12.Paciencia en el sufrimiento. Maximiliano Calvo. 13.Respóndeme Señor. Manuel Ruiz. 14.Rasgos de espiritualidad salesiana. Juan E.Vecchi. 15.Quién y cómo es Dios. Maximiliano Calvo. 16.Los niños humillados. Medardo Sánchez Tejero. 17.El hombre. Maximiliano Calvo. 18.Dios también es amor. Maximiliano Calvo. 19.Al Señor, tu Dios, adorarás. Maximiliano Calvo. 20.60 lecturas sobre la Virgen. Bautista Araiz.

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21.Frutos de otoño. Maximiliano Calvo. 22.Reflexiones sobre la vejez. Leo E.Missinne, M.Afr. 23.¡Mar adentro! Juan José Bartolomé. 24.Según se viva. Maximiliano Calvo. 25.Queremos ver a Jesús. Juan José Bartolomé. 26.Transformaos. Maximiliano Calvo.

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Colección ORACIONES Colección de libros de oraciones para rezar, en diversos ambientes y circunstancias, por personas de todas las edades 1.Orar en Cuaresma. Álvaro Ginel/Emeterio Sorazu 2.Oraciones de Adviento y Navidad. Rosa Mac-Mahón 3.Oraciones de Cuaresma. Rosa Mac-Mahón 4.Vía crucis dialogado. Charles Singer 5.Oraciones de Pascua. Rosa Mac-Mahón 6.Oraciones para catequistas y evangelizadores. Álvaro Ginel 7.Oraciones eucarísticas. Rosa Mac-Mahón 8.Orar en Adviento. Mari Patxi Ayerra/Álvaro Ginel 9.La oración en Cuaresma. Mari Patxi Ayerra/Álvaro Ginel 10.Oraciones para educadores cristianos. 130

Longinos Solana 11.La oración en Pascua. Mari Patxi Ayerra/Álvaro Ginel 12.Oraciones de todos los días y de los santos. Rosa Mac-Mahón 13.Querido Padre. José María Escudero 'La lectura del libro de RAFAEL AGUIRRE, La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales, Sal Terrae, Santander 1996, me dio la idea de aprovechar sus reflexiones desde una perspectiva narrativa. 2 Carlos de Foucauld. Itinerario espiritual, Barcelona 1988, 283. 3 Meditaciones bíblicas sobre la Eucaristía, Santander 1986, pp. 66-71. 4 Pan y vino. Tierra. Del exilio a la comunión, Santander 1980, pp. 29-36. 'El sacramento del pan, Lima 1996, pp. 186-192. 6 La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales, Santander 1994, p. 122. 7 El sacramento del pan, Lima 1996, pp. 124-129. 8 La parole et /'angoisse. Commentaire de 1'Évangile de Marc, París 1988, pp. 5961. 9 El sacramento del pan, Lima 1996, p. 174. 10 Salmos en las orillas de la cultura y del misterio, Santo Domingo 1993, p. 78. 11 La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales, Santander 1994, pp. 84-87. 12 La transparencia del barro. Salmos en el camino del pobre, Santander 1989, p. 44. 13 Marcos. Un manual de formación para el seguimiento, Editorial CCS, Madrid 1993, pp. 75-76. 131

14 Tomad, comed y vivid en el amor, Cuadernos Alandar 1, p. 14. 15 La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales, Santander 1994, p. 93. 16 El Principito, Madrid 1990, p. 32. 17 El deseo de Jesús. La Eucaristía como mesa, palabra y asamblea. Santander 1982, pp. 84-97. 18 Pan y vino. Tierra. Del exilio ala comunión, Santander 1980, pp. 17-25. 19 «Descenso a los infiernos o las moradas de la marginación», Boletín CEMI 44, Octubre 1995, pp. 10-13. 20 Para crecer con Jesús, Santander 1984, pp. 91-98. 21 Tomad, comed y vivid el amor, Madrid 1989, p. 12. 22 Cf. A.GINEL, Más allá de la palabra. Gestos y dinámicas para la catequesis, Madrid 1993, Editorial CCS, pp. 55-56. 23 El deseo de Jesús. La Eucaristía como mesa, memoria y asamblea, Santander 1982, pp. 36-37. 14 MARTIN BUDER, Les récits hassidiques, París 1963, pp. 157 y ss. 25 El sacramento del pan, Lima 1996, pp. 222-223. 26 Dios cada día (vol. 5), Santander 1990, p. 254. 27 Fe y cultura en nuestro tiempo, Santander 1988, pp. 175-179. 28 La mesa del banquete del Reino. Criterio fundamental de discernimiento, Nicaragua 1997, p. 151. 29 La transparencia del barro. Salmos en el camino del pobre, Santander 1989, p. 80. so Todavía estas palabras, Madrid 1989, p. 80.

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Index Introducción. Una parábola de fondo 1. Como pan que se parte 2. El mejor de los vinos 3. En torno al cordero pascual 4. Leví y sus amigos 5. Ayunos y banquetes 6. Un puñadito de levadura 7. En las márgenes del camino 8. Un festín en el desierto 9. Sentados a la mesa de la sabiduría 10. Un mendigo a la puerta 11. Una misma copa, una misma suerte 12. Con la toalla ceñida 13. Cuando Jesús deseaba 14. Palabras de vida eterna 15. Celebrar la cena del Señor 16. Carta del discípulo amado a su comunidad

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