Reality
November 14, 2016 | Author: Premio Nacional de Crítica | Category: N/A
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portada
P.
el arte como «reality-show» programas televisivos que buscan nuevos talentos; exposiciones en grandes museos que amplían su nómina a golpe de audiencia; generaciones que hacían gracia y que ahora caen en desgracia. es el arte como «reality»
El modelo patético de reclusión para el éxito ha triunfado planetariamente. Eso nadie lo pone en duda. Si Sócrates quería –como toda la filosofía (uno de los más obstinados «ideales ascéticos»)– librarse de la cárcel que es el cuerpo, muchos de
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fernando castro flórez
nuestros contemporáneos desean estar encerrados en donde sea (una casa cutre, una isla o una así llamada «Academia») porque gracias a eso conseguirán algo más importante que purificar su alma: lograrán la fama instantánea. Unas podrán posar en pelotas,
más pronto que tarde, en una revista del ramo; otros, si están versados en el arte del parloteo provocador, acudirán como «invitados» a norias y otros espacios de «salvamento» para confesar cosas cuanto más sórdidas mejor. La cámara virtual está en la cabeza de todo el mun-
do. «Antes –escribe Baudrillard– en la época del Big Brother, se habría vivido esto como control policial, mientras que hoy ya no es más que una especie de promoción publicitaria». Todo viene del ready made duchampiano, por más que nos cueste aceptarlo; aquéllos que entregan su
«newspeak» (a la izquierda) se ha propuesto reflejar en el hermitage el poderío de la joven hornada de artistas británicos. su nómina se cerrará cuando saatchi nombre al ganador del concurso televisivo que ha preparado para la bbc-2. el guirigay del mundo del arte fue parodiado por Tom Donahue en «guest of cindy sherman» (arriba)
el deseo de ver. Cada día se propaga más el culto al voyeurismo y la estética de la espontaneidad populista, esos retazos de vida, reducidos al ridículo. Nos rodea el deseo imperialista de verlo todo, la obligación mediática de encontrar «testimonios estremecedores», aunque pro-
piamente tengan que crearlos. Hay una simulación constante de proximidad, es decir, hemos consumado la impostura de la inmediatez, pero acaso eso nos permite cobrar consciencia de que, finalmente, la pasión por lo Real supone una entrega a lo espectacularizado. El control ya es una forma del medio ambiente; el horizonte ha sido reemplazado por multitud de escaparates catódicos; aquél estado policial que Foucault analizara casi clínicamente ha mutado. El temor al Gran Hermano está abismado en la acumulación de infinitas secuencias, una parálisis que es consecuencia de la hiperactividad o, en realidad, resultado de un permanecer adormilado ante las pantallas escuchando todos los telé-
fonos, recopilando todas las huellas. Apenas existe una mínima resistencia frente a las estrategias del control generalizado y, por supuesto, la (des)información impone su ley sin ganga, ni desperdicio: todas las relaciones están hipercodificadas a través del imperialismo pretendidamente «comunicativo». un constante cacareo. Las programaciones televisivas, imponiendo un sistema represivo en el que el zapping carece prácticamente de sentido, clonan sus programaciones en torno a una estética de la gesticulación y de la (pseudo)transgresión. El panoptismo disciplinario ha terminado por entregarnos un raro deseo de
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psicodrama por televisión son los herederos del Portebouteilles, formas que aspiran a un estatuto especial de visibilidad (unos buscan el arte y otros, sencillamente, la fama). Estamos entrando en el arte actual en lo que denominaré una completa literalidad, donde todo tiene que ser mostrado. La estética de la obscenidad es el paradigma de una época narcolépsica.
ser vigilados, es decir, una lógica escópica (para sujetos entregados al sedentarismo domiciliario) en la que gana la alta definición de la transbanalidad. A falta de historias memorables, lo único que conviene recordar es que «esto está pasando». Da igual que un reportero esté metido en una cocina probando un arroz con bogavante o que un conductor acabe de saltar un ceda el paso y tengamos el placer de comprobar, en el control de alcoholemia (en directo, por supuesto), que tiene un pedo monumental. Lo decisivo es que nosotros estamos –gracias a todo el «buenrollismo mediático»– al otro lado de la «pantalla amiga». Cada cierto tiempo hay que reclutar a una tropa de cretinos para que la cosa siga en marcha. más de lo mismo. Como se advierte cierto cansancio de los realities por culpa de la sobredosis de streapers, transexuales, policías o maridos cornudos, algún ejecutivo «con ideas» ha planteado la posibilidad de hacer más de lo mismo sólo que con artistas. En realidad, todos los que frecuentan esos lodazales creen, en el fondo de su almita, que lo son. Pero ahora el asunto adquiere cierto nivel y no se pretende hacer un remake de Tú si que vales. Charles Saatchi, un reconocido «adicto» al arte contemporáneo, ha lanzado el concurso School of Saatchi para encontrar a la nueva «estrella del arte británico»; lo bueno es que en la campaña publicitaria reconocen que no hace falta tener ninguna habilidad especial:basta con tener suficiente cara dura y estar dispuesto a ser usado como un kleenex. En realidad, el publicista, como suele ser habitual, no ha in- »
P. el arte como «reality-show»
la iniciativa de saatchi es una copia de «art star», en la televisión de nueva york, una competición entre ocho artistas para conseguir una muestra individual
rollo tras rollo. Pasaban –y eso era, de verdad, digno de verse– de ese estado de «tertulianismo pretencioso» a fases de febril ejecución de lo que llamaban «piezas». Por supuesto, lo que hacían no tenía nada que ver con todo el rollo que desplegaban con anterioridad. La pose y, lo peor de todo, el servilismo abyecto eran constantes en la comuna de neófitos del «mundo del arte» americano. Bastaba que les llevaran al loft de un coleccionista para que entraran en trance. Parecía como si muchos de ellos estuvieran opositando para lameculos. Los pesimistas dirán que lo que vemos no es ni siquiera lo peor. Nuestra cultura del karaoke, en un eterno retorno aberrante, convierte en hit aquello de «la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar». Hemos sufrido una lamentable regresión infantil, semejante a la de la agonía de Hal 9000 la computadora homicida de Odisea del Espacio. Las parodias inacabables de lo que Gérard Imbert llama «postelevisión» nos introducen en un espacio turbio; como el del arte, tenemos que añadir sin pecar de apocalípticos. n
el nuevo «top ten» lo encabeza hans ulrich obrist (a la derecha), una lista en la que tienen mucho que decir los «curators» y los coleccionistas, como pinault (segundo por la derecha), y poco artistas de la generación hirst, como grayson perry (disfrazado de mujer). de hecho, el primer creador de esta nómina –en el puesto diez– es bruce nauman (arriba, en la bienal de venecia de birnbaum, también entre los grandes). en la otra página, otro de los que «pitan»: murakami
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» ventado nada. Su iniciativa es una copia de Art Star que se emitió desde Nueva York por el canal Films and Arts; se trataba de una competición entre ocho artistas para conseguir una exposición individual. Al frente del tinglado estaba Jeffrey Deitch, reputada salsa para todos los guisos (comisario, coleccionista, galerista...). A lo largo ocho capítulos realizaron distintas tareas que les encomendaron: hacer una performance, exponer sus ideas, ayudar al artista Steve Powers a realizar cartelones o soportar los «consejitos» de los profesionales del sector. La primera impresión que generaba la contemplación de este reality era, lisa y llanamente, la de un aburrimiento abismal, aunque una vez superado el estadio de la fosilización mental comenzaban a percibirse singulares detalles. Resulta que la ocupación principal de los aspirantes a geniecillos del arte era perorar sin pausa sobre cuestiones pseudo-filosóficas. Aquello era una reunión tremenda de pedantes que compartían algunas divinidades, la más mentada de todas, Derrida. Si bien no tenían grandes cualidades para desplegar argumentos consistentes, no cesaban en su empeño de citar la deconstrucción o el postmodernismo sin dejar de poner cara de estar absolutamente «iniciados».
el ser o no ser de damien la lista de «artreview» con las 100 personas más influyentes del arte ha hecho estragos. damien hirst cede el trono al «conseguidoR» hans ulrich obrist. ¿algo está cambiando?
laura revuelta
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Confieso que soy amiga de Damien Hirst en Facebook. Ningún honor, ni mérito; nada más fácil que hacerle la pregunta tipo de este método absurdo de amistad por internet, para que él, o a quien haya encargado la labor de contestarnos (más bien), diga que sí y te añada a la comunidad. Uno más en lista de los 4.822 amigos que tiene. Confieso también que no suelo colgar ni frase, ni pensamiento en el «muro» de su página –ni de ninguna–, pero suelo «cotillear» qué escribe la gente, y en la página de Damien Hirst, aunque parezca mentira, nadie ha hecho comentario –ni una frase de aliento, ni siquiera un insulto– acerca del descalabro que ha sufrido en la lista de las 100 personas más importantes del arte contemporáneo elaborado por la revista ArtReview en el número de noviembre bajo el título de «The Power 100». Ha caído del número uno en el que estaba el año pasado al puesto 48. Un poco más y se abre la cabeza. ¿Será consecuencia de que la enésima operación de marketing por él urdida ha sido un fiasco? El año pasado llegó con el cráneo de diamantes, cual Hamlet y el ser o no ser del arte contemporáneo en la mano, y la incursión en el mercado de subastas, desbaratando todos los precedentes (él, siempre él, puso su obra en venta sin intermediario alguno). Esta temporada otoñal decidió volver a la pintura para codearse con los grandes (Rembrandt, Tiziano, Fragonard, Bacon…) en la Wallace Collection de Londres, pero la justicia divina de la crítica y de la prensa le ha caído encima cual rayo. Le esperaban a la vuelta de la esquina: «Sencillamente, no sabe pintar». esta boca es mía. Ahora sí que es el ser o no ser de Damien Hirst. Pero en su página de «amigos» (o enemigos) Facebook nadie dice ni esta boca es mía. Ten colegas para esto: para que te guarden las espaldas o te nieguen la realidad de que te has precipitado al abismo. En Facebook no se da la cara, se hace la pelota (a lo mejor ahora me expulsan de la comunidad). Ya lo dijo en una entrevista Rafa Nadal, que no es un teórico del arte, pero sí otra persona acostumbrada a vivir en el sube y ba-
ja de los listados: cuando uno está arriba del todo, sólo hay un camino posible que es el de bajada. Pero una cosa es pasar al puesto dos, como le ocurrió a él, y otra muy distinta precipitarse escaleras abajo. Listas interminables de «amigos» en Facebook, un suma y sigue sin parar; listas de los más importantes en cualquier faceta de la vida; listas y más listas, cada año una nueva. Es El vértigo de las listas», como titula Humberto Eco su último libro (Lumen), que aparece en España por
en la lista, hirst cae del puesto uno del año pasado al 48. ¿será consecuencia del fiasco de su enésima operación de «marketing»: su vuelta a la pintura?
estas fechas, en el que no perdamos de vista esta frase: «La avidez de la relación nos empuja a leer también las listas prácticas como si fueran listas poéticas; en realidad, lo que distingue una lista poética de una lista práctica es sólo la intención con que la contemplamos». No sé si de una manera poética o práctica es como se ha de mirar el último listado de ArtReview. Tal vez de justicia poética, porque la revolución ha sido total. A rey muerto (Hirst) rey puesto (Hans Ulrich Obrist). ¿Y quién es Hans Ulrich Obrist para merecer esta triste condena de ser el primero de la clase según los señores de esta revista cuyos métodos de medición son también discutidos? (por discutir que no quede). Es el codirector de la Serpentine Gallery de Londres, ha trabajado con ArtBasel durante varios años, ha estado en España colaborando con la Fundación García Lorca cuando ésta decidió abrir las puertas al arte contemporáneo… Un hombre de perfil muy distinto al de Hirst. De esos que mueven los hilos en la sombra, cuya agenda de contactos es infinita y nadie le da un no por respuesta para participar en tal o cual proyecto, que siempre va con un cuaderno entre las manos donde apunta todo lo que le viene a la cabeza y dibuja de una manera compulsiva… hemos sentado la cabeza. ¿Será que el mundo del arte ha sentado la cabeza y ya no quiere más escándalos? No nos creamos el espejismo, porque mientras unos quieren poner orden en los listados –tal vez como golpe de efecto, más que otra cosa– otros, como Saatchi, quien también se ha desplomado en el ránking, monta un Gran Hermano del Arte para descubrir nuevos talentos que ofrendar a los dioses de la posteridad efímera. Lo que está claro es que en el vértigo de esta lista no son los artistas quienes parten el bacalao –para encontrar a uno tenemos que llegar al puesto número 10 (Bruce Nauman)–, sino los coleccionistas o los gurús al estilo Hans Ulrich Obrist. Glenn Lowry del MoMA; Nicholas Serota de la Tate; Daniel Birnbaum, encargado de la última edición de la Bienal de Venecia; el mega galerista Larry Gagosian; el millonario coleccionista François Pinault; otro que le anda a la zaga como Eli Broad… prosigue la enumeración. Para encontrar un efecto tan mediático como el de Hirst tenemos que llegar al puesto 17 con Murakami. ¿Dónde está la poesía en todo esto? Show must Go On, que dijo otro que no era teórico del arte. n
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