Raphael Samuel Teatros de La Memoria

August 21, 2017 | Author: Anonymous W1vBbIE4uy | Category: N/A
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Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.  

TEATROS DE LA MEMORIA Volumen I PASADO Y PRESENTE DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA

Raphael Samuel

Traducción de Francisco López, Federico Corriente y Sandra Chaparro

UNIVERSITAT DE VALENCIA Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

74 BIBLIOTECA CENTRAL CIASIF.

ÍNDICE

DA 1 _S 3S 12 Prefacio: El trabajo de la memoria

MATRIZ

731) 44

NUM. ADQG 99* 57

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Agradecimientos por las ilustraciones

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INTRODUCCIÓN: EL SABER EXTRAOFICIAL

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PARTE I: RETROCHIC Reacondicionamiento Retrochic El retorno al ladrillo

69 105 147

PARTE II: RESURRECCIONES Resurrecciones Historia viva Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna. forma ni por ningún medio, ya sea ffitomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

167 201

PARTE III: PATRIMONIO HISTÓRICO Semántica Genealogías Sociología

241 267 285

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PARTE IV: NO HAY VUELTA ATRÁS

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Antipatrimonialismo Pedagogías Política

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PARTE V: FOTOGRAFÍAS ANTIGUAS

Título original: Theatres of Memory Primera edición: Verso, 1994 Raphael Samuel, 1994 De esta edición: Publicacions de la Universitat de Valencia, 2008 ü De la traducción: Francisco López, Federico Corriente y Sandra Chaparro Publicacions de la Universitat de Valencia http://puv.uv.es [email protected] Diseño de la maqueta: Inmaculada Mesa Ilustración de la cubierta: West Yorkshire Road, esquina con ChapelTown Road (junio 1957) Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera ISBN: 978-84-370-7362-0 Depósito legal: V. 5.363 - 2008

El ojo de la historia El descubrimiento de las fotografías antiguas Paisajes oníricos Escopofilia

371 395 409 425

PARTE VI: PELÍCULAS DE ÉPOCA El gótico moderno: El hombre elefante Al ritmo del Lambeth Walk El Dickens de los muelles «¿Quién llama tan fuerte?»: Dickens en el teatro y en el cine

443 453 465 479

POSTFACIO Híbridos

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Índice analítico

519

Fotocomposición, maquetación e impresión: Artes Gráficas Soler, S. L. www.graficas-soler.com Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

PREFACIO: EL TRABAJO DE LA MEMORIA

«El pasado no ha muerto. Ni siquiera ha pasado.» William Faulkner

La memoria, según los antiguos griegos, era condición previa del pensamiento humano. Mnemosina, la diosa de la memoria, era también la diosa de la sabiduría, la madre de las musas (concebidas durante las noches que pasó con Zeus en el monte Helicón) y por tanto, en última instancia, la progenitora de todas las artes y las ciencias, entre ellas la historia (Clío fue una de sus nueve hijas). Asimismo, la mnemónica, la ciencia del recuerdo supuestamente descubierta por el poeta Simónides de Ceos, constituía la base del proceso de aprendizaje. El lugar que Aristóteles le concedió entre las disciplinas del pensamiento no fue menos privilegiado. Aristóteles estableció una distinción entre memoria consciente y memoria inconsciente, llamando a la primera —la memoria que aflora de manera espontánea a la superficie— mneme, y a la segunda, al acto voluntario del recuerdo, anamnesis. Lo que Frances Yates, primera historiadora de la materia, llamó El arte de la memoria, pasó intacto a los romanos. Según San Agustín al final del Imperio, como antes conforme a Cicerón, la memoria era la madre de la pedagogía y la fons et origo del pensamiento. En un célebre pasaje de las Confesiones la compara con una «vasta sala» o «palacio» donde «se guarda todo el tesoro de nuestra percepción y experiencia». El arte de la memoria fue retomado por los escolásticos medievales (Santo Tomás de Aquino le dedicó un encendido elogio), y en el Renacimiento conoció una eclosión postrera, prestando (según Frances Yates) oculto sustento a las artes y las ciencias. El «arte de la memoria» tal y como se lo cultiva hoy en día, sea en el psicoanálisis, la historia oral o el «patrimonio histórico», probablemente guarda más puntos de contactos con la pintura y la poesía del romanticismo que con la mnemónica griega o la ciencia renacentista. Los «lugares en el tiempo» que aparecen en los «Versos escritos pocas millas más allá de la abadía de Tintern» de Wordsworth o la pasión conmemorativa de su ensayo sobre los epitafios hacen más al caso que la retórica rosacruz o la iconografía hermética. Los Poemas de la frontera escocesa y las novelas de Waverley, en especial El corazón de Midlothian, obras todas ellas en las que Scott sitúa al lenguaje y a las costumbres populares en el mismo corazón de la narración histórica, son asimismo textos esenciales. Aún más crucial resulta la noción de «resuEste documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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construía hilera a hilera, como una pirámide, para capturar las corrientes rrección», acuñada en la década de 1840 por el historiador francés socialastrales que descendían desde las alturas y ponerlas al servicio de la vida y la romántico Jules Michelet, autor de una historia que aspiraba a dar voz a los salud. Dicho teatro revelaba además la armonía oculta entre la esfera terrenal que carecían de ella y a dialogar con los muertos olvidados. La historia como y la trascendental. La torre —cuadrangular o circular— fue una figura muy acto de reparación titánico, capaz de rescatar a los vencidos del «olímpico importante en el caso de los rosacruces, lo mismo que en las cartas del Tarot, desdén» de la posteridad, tal y como la entendía E. P. Thompson, entraría en por cuanto los depositarios de la iluminación se proyectaron en el papel de esta categoría. Y lo mismo cabría decir de esas exposiciones «interactivas» visionarios: cuanto más alto ascendieran, más lejos alcanzaría su vista. Asiorganizadas por los museos, que recurren a ingenios animatrónicos para mismo, los excelsos planos de Giulio Camillo —autor del teatro de la memosimular las vistas y los sonidos del pasado y para convertir las reliquias o los ria renacentista por antonomasia, que según algunos se cuenta entre los artefactos materiales en muestras de «historia viva». modelos del «Globe» de Shakespeare— ofrecían (en palabras de Francis El arte de la memoria, tal y como se practicaba en el mundo antiguo, era Yates) «una visión del mundo y de la naturaleza de las cosas captada desde un arte de la visualización; se centraba en las imágenes, no en las palabras. las alturas, desde las propias estrellas e incluso desde las fuentes supracelesEl sentido de la vista era lo primero; nada importaba más que el elemento tiales de la sabiduría, situadas más allá de éstas» (p. 148). visual. Para almacenar y recuperar los recuerdos se precisaban signos exterEl «teatro de la memoria romántico» era mucho más introspectivo: en nos: «La escucha no garantiza plenamente la conservación de una cosa; sólo lugar de remontarse a las alturas, iba en busca de la luz interior. El cosmos le la vista le otorga seguridad». La primacía de lo visual resultó aún más proera ajeno; se concentraba en el yo individual y en el círculo de lo que resulta nunciada durante la Edad Media, cuando las imágenes se emplearon de forfamiliar. Sus paisajes mentales o sus lugares de la memoria recordaban, en la ma sistemática para grabar la historia sagrada en las mentes analfabetas y mayor parte de los casos, a los que aparecen en los «Anuncios de la inmortacuando los emblemas, como las medallas de los peregrinos o los recursos lidad» de Wordsworth: el hogar de la infancia. El romanticismo construía su heráldicos adoptados como indicadores del linaje genealógico, constituyeron edificio sobre las ruinas del tiempo. Su idea de la memoria tenía como preuna suerte de moneda universal. Mary Carruthers, en su apasionante libro misa el sentimiento de pérdida. Apartó el trabajo de la memoria de aspiración sobre la memoria medieval, afirma que el manuscrito iluminado, el vitral y la científica alguna, circunscribiéndolo al terreno de lo intuitivo e instintivo. La gárgola aparecieron, en primer lugar, por su valor mnemónico, y que la promente ya no era una atalaya sino un laberinto, un espacio subterráneo surcapaganda religiosa resultó efectiva gracias a la explotación de la «sinestesia», do por estrechos pasadizos y pasajes ocultos. La anamnesis, la capacidad de la apelación a todos los sentidos. recordar que se adquiría mediante el adiestramiento de la memoria y el ejerEn la mnemónica de Simónides, el trabajo de la memoria se centraba tanto cicio de la voluntad consciente, no cautivaba ya a la imaginación: lo que a en la imagen como en el lugar en el que se ubicaba. Esta operación no tiene ésta ahora le atraía era lo que Proust denominó «memoria involuntaria», los nada que ver con la antropomorfización del paisaje, como en la ecología traumas dormidos que afloraban a la vida en momentos de crisis. romántica, ni con el sentido de pertenencia a un territorio que sustenta ciertas Acaso el hecho de que la memoria y la historia se ubiquen a menudo en políticas modernas de la identidad y la pujante literatura sobre las «raíces». campos enfrentados sea un legado del romanticismo. La memoria, según Más bien implicaba una suerte de cartografía mental, en la que las señales Maurice Halbwachs, uno de sus investigadores más formidables del siglo xx, orientativas no venían dadas por el tiempo sino por el espacio y las cualidaes primitiva e instintiva; la historia tiene conciencia de sí. Aquella acude a la des ideales recibían acomodo simbólico. Si hablamos en términos menos mente de forma natural, mientras que ésta surge como resultado del análisis y abstractos, los lugares de la memoria recurrían para su representación a sarla reflexión. La memoria era subjetiva, servía como juguete de las emociocófagos y altares, sedes de las primeras formas de archivo histórico. A decir nes, a las que permitía todos sus caprichos, cediendo a sus impulsos; la histoverdad, el paisaje mnemónico fue fundamental en el caso de la cristiandad ria, al menos en principio, era objetiva, tomaba a la razón abstracta como occidental de la Edad Media, con su vasta red de caminos y mojones —«gruguía y sometía sus hallazgos a la demostración empírica. Allí donde la tas, manantiales y montañas»— destinada a los peregrinos, convenientemente memoria sólo puede trabajar con imágenes concretas, la historia tiene el localizados para el culto conmemorativo. La geografía sagrada, secularizada poder de la abstracción. Allí donde la memoria se deforma con el paso del en beneficio del Estado, desempeñaría un papel absolutamente crucial en la tiempo, la historia es linear y progresiva. La historia empieza cuando la construcción de las naciones y en la geopolítica de la expansión colonial. En el «teatro de la memoria» del Renacimiento, descrito a maravilla por memoria se desvanece. Jacques Le Goff, en Historia y memoria, apenas matiza estas antinomias. «Así como el pasado no es historia, sino el objeto de Frances Yates en su libro, la geometría de lo sagrado reemplazó a la geografía la historia, tampoco la memoria es historia, sino uno de sus objetos, un grado sacra. El acto de recordar se concibió como una suerte de ascenso a las estreelemental de su desarrollo» (p. 129). llas. En la tradición hermético-cabalista Este de documento las ciencias ocultas, el teatro se es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

La tesis de Teatros de la memoria, como la de muchos trabajos de etnografía contemporánea, sostiene que la memoria, lejos de ser un mero dispositivo de almacenamiento o un receptáculo pasivo, un banco de imágenes del pasado, es una fuerza activa y modeladora; que es dinámica —lo que hunde sintomáticamente en el olvido es tan importante como lo que recuerda— y que se relaciona de manera dialéctica con el pensamiento histórico, en lugar de ser algo así como su otro negativo. Lo que Aristóteles denominó anamnesis, el ejercicio consciente del recuerdo, era una tarea intelectual de la misma índole que la del historiador: una cuestión de cita, imitación, préstamo y asimilación. A su manera, se trataba de un modo de construir conocimiento. Sostengo asimismo que la memoria se encuentra históricamente condicionada; que sus tonalidades y sus formas cambian en función de las necesidades del momento; que lejos de transmitirse a guisa de «tradición» atemporal, muda progresivamente con el discurrir de las generaciones. Lleva la impronta de la experiencia, por mediada que esté. Está marcada por las pasiones dominantes de su época. Como la historia, es revisionista por naturaleza, y nunca resulta más camaleónica que cuando semeja impasible. Por lo que hace a la otra vertiente, la historia implica una serie de borrados, de enmiendas y amalgamas similares a las que Freud expone en su examen de los «recuerdos encubridores», en los que el inconsciente, mediante mecanismos de escisión, condensación, desplazamiento y proyección, transpone distintos episodios de una época a otra y materializa el pensamiento en imágenes. Por una parte, la historia fragmenta y divide lo que en origen podía presentarse como un todo, quitando un detalle descriptivo por aquí, una escena memorable por allá. Por otra, la historia compone. Integra lo que en origen podía ser divergente, sintetiza diferentes clases de información y contrapone distintos órdenes de experiencia. Insufla nueva vida en lo que estaba medio olvidado, como hacen los pensamientos oníricos. Y crea un relato sucesivo a partir de fragmentos, imponiendo orden en el caos y creando imágenes mucho más nítidas que realidad alguna. Teatros de la memoria pretende ser un texto abierto, destinado a diferentes tipos de lectores que lo lean de diferentes formas y atendiendo a diferentes objetivos. Pero aunque no aspire a hacer alarde de los tres volúmenes que lo componen, ni a imponerles una unidad de la que carecen, me parece útil señalar que los ensayos retornan una y otra vez a la idea de que la historia es una forma de conocimiento orgánico, caracterizada por la diversidad de unas fuentes que no sólo se remontan a la experiencia de la vida real, sino también a la memoria y al mito, a la fantasía y al deseo; que no sólo proceden del pasado cronológico archivado en los fondos documentales, sino también del pasado atemporal de la «tradición». El primer volumen —subtitulado «Pasado y presente de la cultura contemporánea»— se centra en los artefactos materiales, y trata del modo en que la historia se reescribe y se piensa con nuevos conceptos a consecuencia de los cambios habidos en el entorno, de las innovaciones en las tecnologías de restauración y de la democratización de la pro-

ducción y propagación del conocimiento. El segundo volumen —«Historias insulares»— trata de las versiones (radicalmente contrapuestas) del pasado nacional que compiten por imponerse en distintos momentos, en función de si la óptica adoptada corresponde a la ciudad o al campo, al centro o a la periferia, al Estado o a la sociedad civil. Se inicia con una serie de textos sobre «El espíritu del lugar», prosigue con «La guerra de los fantasmas» (acerca de política y memoria en la década de 1980) y concluye con una serie de alegatos relativos a «Historia, la nación y las escuelas». En el último capítulo se aborda la cuestión de la historia poscolonial. El tercer volumen, «El trabajo de la memoria», trata de las artes conmemorativas y de cómo dan cauce a la idea de progreso, al sentimiento de pérdida y al glamur del subdesarrollo. Concluye con una serie de capítulos dedicados a la interacción de memoria y mito en los testimonios orales, indagando, de manera crítica, en el uso dado a estos por el propio autor, y defendiendo que la subjetividad, como la propia historia, es un constructo social, una criatura o hija de su tiempo. Me he apoyado sobremanera en la historia oral para abrirme paso entre los movimientos de resurrección histórica aparecidos durante los últimos treinta años. Por ello quiero expresar mi gratitud a las siguientes personas: Patrick Fridenson, de Movement Social, y Gene Lebovics por su guía sobre son et lumiére; Michael Wildt, Dagmar Engel y Lyndal Roper por los historiadores «descalzos» de Alemania; Alessandro Triulzi y Carlo Poni por descubrirme la existencia del Museo de la Vida Rural de Emilia, uno de mis puntos de partida para hilvanar una reflexión crítica sobre mi propia aplicación de la «historia desde abajo»; Daniel Walkowitz y Eric Foner por la historia social de los Estados Unidos; Sallie Purkis, directora de Teaching History, por el «aprendizaje práctico» en las escuelas primarias; Elizabeth Wilson por su ayuda en el campo del retrochic; Simon Traves, editor de Alan Sutton, por su inmejorable exposición acerca de la publicación local de fotografías; Ruth Richardson por la campaña del Rose Theatre, la necrofilia y la época victoriana; Dan Cruikshank, Andrew Saint, Jane Priestman, Jules Lubbock, Ken Powell y Mark Girouard por cuestiones relativas al ámbito de la arquitectura; Su Clifford, de «Common Ground», por los materiales sobre campañas medioambientales; George Nicholson, del viejo GLC, y Mr. Pollard, del Consejo Municipal de Westminster, por el movimiento «alumbremos el Támesis» de la década de 1970; Pippa Hyde, del Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, por la campaña antihiedra de la década de 1930; Michael Stratten, director de programas en el Instituto Ironbridge, por servirme como guía del museo; John Naylor y Brian Southam por la historia de Batsford; Peter Addyman, Dominic Tweedie y Linda James por orientarme acerca de la tarea llevada a cabo por parte de las Sociedades Arqueológicas de York y de Jorvik; Peter Windett, de «Crabtree and Evelyn», por detalles sobre los planes globales de la compañía; Su Tahran, de «American Retro», por brindarme explicaciones sobre su tienda; John Seale, de «Past Times», por la historia sobre el crecimiento de la firma; Jon Gorman Jr., de G and B Arts, y Chris Edmonds por los materiales sobre competiciones de máquinas de vapor; Malcolm Gliksten,

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de Relic Designs, por la historia de la fiebre desatada por los espejos de pubs; y Richard Gomme, de Hugo Russell, por abrirme las puertas de sus almacenes, una de las mejores fuentes de objetos kitsch procedentes de pubs y de mercadillos. Bob Lloyd-Jones, de la Asociación para el Desarrollo del Ladrillo, B. J. Taylor, director administrativo de Blockleys, y Sir Andrew Derbyshire, arquitecto del centro Hillingdon, por la historia del ladrillo. Georgina Boyes, autora de La aldea imaginada, Vic Gannon y Alun Howkins, cantantes e historiadores, por el segundo revival de la canción folclórica; Mr. Amos y Les, de LASSCO, por el negocio del rescate arquitectónico; Denis Severs y Jim Howett por algunas de sus derivaciones; Joe Laurie por el proyecto de la Escuela Sevington; Richard Boston por la colección de recortes acerca de su Campaña en pro de la Cerveza Auténtica, llevada a cabo durante la década de 1970; Eileen Carnaffin, de la Biblioteca Pública de Gateshead, por la Ruta del Valle de Derwent; Sarah Quaile, del Archivo Administrativo de Portsmouth, por los materiales sobre las conmemoraciones navales de la ciudad; John James, de «Jason's Trip», por las fotografías que aparecen en las páginas 169 y 170 del libro, y por su hospitalidad y la de su familia a bordo de su barco; Robert Thorne por los materiales sobre el mercado inmobiliario de Londres; Bill Holbrook, de Kentish Ironworks, por los inicios de la limpieza de fachadas; George Matthews, bibliotecario del archivo del Partido Comunista, por el folleto de «March of History» reproducido en este volumen; Gordon House, Richard Hamilton y Clive Barker por su guía sobre el arte pop. Jennie Pozzi me confió un excelente relato autobiográfico sobre los albores del coleccionismo fotográfico; Audrey Linkman me abrió las puertas del archivo fotográfico de Manchester; y Roger Taylor, del Museo Fotográfico Nacional, fue una mina de información sobre programas de recuperación fotográfica. Peter Gathercole, del Colegio Darwin, Cambridge, ha sido un excelente guía en las cuestiones relativas al campo de la arqueología; James Mosley, el docto bibliotecario del Instituto St. Bride, fue un vade mecum de materiales impresos de carácter efímero; David Webb, del Instituto Bishopsgate, se valió de los poderes de su bibliotecario para descubrir todo tipo de fuentes inusuales de información, como hizo David Horsfield, del Colegio Ruskin, Oxford; Bernard Nurse, bibliotecario de la Sociedad de Anticuarios, sacó a la luz a algunos conservacionistas del siglo xvm; Malcolm Taylor, de Cecil Sharp House, me proporcionó un archivo completo de Ethnic y números sueltos de Heritage, publicación editada a ciclostilo en la década de 1950 por un club dedicado a la cultura tradicional. Stella Beddoe, de la Galería de Arte Brighton, me envió los excelentes materiales sobre Henry Willett y la colección de adornos para chimenea reunida por éste; Andy Durr me descubrió el mundo de la cerámica histórica. Olivier Stockman, de Sands Films, pese a nuestro desacuerdo a propósito de Little Dorrit, tuvo la gentileza de ayudarme a conseguir permiso para reproducir la foto de rodaje incluida en el libro. Andrew Byrne, de Spitalfields Trusts, escarbando en los escombros, consiguió la fotografía que figura en portada de la edición inglesa; Jinty Nelson me ayudó con el Tapiz de Bayeux.

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Mis estudiantes de Ruskin, que primero me iniciaron en el folclore de la industria británica, me han guiado luego por misterios contemporáneos como el New Age; los monolitos megalíticos de Avebury dejaron una profunda huella en mi ánimo gracias a Brian Edwards, que tiene la suerte de vivir allí. Gareth Stedman Jones, con su sospecha ilustrada frente a todo aquello que huela a irracional y su desprecio sistemático por la sensiblería que asocia con el Movimiento de Artes y Oficios, ha sido un punto de referencia tácito de muchos de los argumentos planteados en el libro; en el extremo opuesto del espectro epistemológico, Anna Davin, incansable adalid de las fuentes de conocimiento extracurriculares, me ha ayudado a considerar el proceso de aprendizaje —lo que los niños viven en la clase, en la calle y en su casa— como una especie de piedra de toque definitiva. Otro punto de referencia tácito de estos volúmenes es la posmodernidad y el intento de hurtarse al empirismo abstracto propio de la historia de las ciencias sociales. En lo que a esto respecta mis mentores y compañeros de viaje han sido Carolyn Steedman, Sally Alexander y Alex Potts, que han experimentado con nuevas formas de narración histórica tratando al mismo tiempo de mantenerse fieles a las tradicionales. Alison Light fue uno de los primeros acicates para emprender este trabajo: ha sido mi esposa y compañera de fatigas durante el proceso de escritura, pero también una voz crítica, severa y ejemplar. John Barrell realizó una lectura crítica enormemente valiosa de los textos sobre fotografía; Richard Gott, de The Guardian, Paul Barker, de New Society, y Gordon Marsden, de History Today, fueron los editores de mis textos sobre cine. Mi editorial, Verso, tiene la culpa o el mérito (si la lectura place al lector) de que un libro concebido como una recopilación de textos haya crecido hasta engrosar tres volúmenes y abrigar unas pretensiones tan ambiciosas. El grueso de los capítulos de esta primera entrega y de las dos siguientes fue redactado para Verso, y, específicamente, para mi editora en esta casa, Lucy Morton. En su trato con un autor dificil, que alternaba periodos en los que avanzaba retrocediendo, como si fuera un cangrejo, con otros en los que caía presa de la parálisis, mostró una extraordinaria tolerancia hacia mis cambios de rumbo; su juiciosa combinación de entusiasmo y espíritu crítico contribuyó tanto a ampliar el proyecto como a ponerle límites. Sin su paciencia y su tacto, pocos de los textos que componen estos volúmenes hubieran visto la luz. Dusty Miller, también de Verso, apoyó sobremanera la idea de que las imágenes fuesen parte esencial del libro. En unos tiempos en que los grandes conglomerados engullen todo cuanto hay bajo el sol y las editoriales independientes son la excepción que confirma la regla, es un placer contar con una casa en el Soho por la que los autores podemos dejarnos caer de vez en cuando, servirnos una taza de té y tener la certeza de que vamos a hablar con alguien a quien nuestro trabajo le interesa de veras. Spitalfields, Londres El Noviembre 1994

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INTRODUCCIÓN EL SABER EXTRAOFICIAL

1. LA MEMORIA POPULAR En manos del historiador profesional, la historia es propensa a presentarse como una forma de conocimiento esotérica. Convierte la investigación archivística en fetiche, como ha hecho desde la revolución —o contrarrevolución— rankiana en el campo del saber.' Cuando lo que está en juego son asuntos de interpretación, el desacuerdo puede darse a propósito de cuestiones aparentemente tan arcanas como los términos de un juramento de coronación,' la datación de un retrato real' o la correlación entre el rendimiento de las cosechas y las fluctuaciones de la nupcialidad campesina.' Los argumentos están cubiertos por un denso follaje de notas a pie de página, y los lectores legos que osan desenmarañarlos acaban enzarzados en una cábala de acrónimos, abreviaturas y signos. La disciplina histórica da pábulo a la endogamia, la introspección y el sectarismo. Los textos académicos se dirigen a un círculo de colegas relativamente restringido. En las tesis doctorales, lo más probable es que el problema abordado proceda del interior de la disciplina. Con frecuencia viene sugerido por «hiatos» que se le recomienda colmar al joven investigador, o por una concepción establecida que se le anima a cuestionar. La moda puede orientar la mirada de los investigadores; una nueva metodología puede despertar su entusiasmo; o pueden tropezar con una fuente virgen. Pero con independen-

' Peter Burke, "Ranke the Reactionary", en George C. Iggers y James M. Powell, eds., Leopold von Ranke and the Shaping of the Historical Discipline, Syracuse, 1990, págs. 36-44. Sobre algunos de los debates relativos al juramento de coronación de Enrique IV, locus classicus en la disputa sobre el supuesto «constitucionalismo» de los reyes Lancaster, véase S. B. Chrimes, English Constitutional Ideas of the Fifieenth Century, Cambridge, 1956. Margaret Aston, The King's Bedpost• Reformation and Iconography in a Tudor Group Portrait, Cambridge, 1993, es un magnífico ejercicio de habilidad forense que muestra el modo en que la propaganda religiosa del protestantismo estatal dio pábulo durante el reinado de la reina Isabel a la pintura retrospectiva de acontecimientos supuestamente históricos. 4 Peter Laslett, ed., Household and Family in Past Time: Comparative Studies in the Size and Structure of the Domestic Group over the Last Three Centuries, Cambridge, 1972; Pierre Goubert, Beauvais et les Beauvaisis, de 1600 á 1730, 2 vols., París, 1960; Emmanuel Le Roy Ladurie, Les Paysans de Languedoc, 2 vols., París, 1966. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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cia de esas particularidades, estarán trabajando en el interior de una forma de investigación vigente y se moverán dentro de sus límites (por mucho que se enojen). En todos esos casos la historia es su propia vara de medir y su piedra de toque. La balcanización de la materia y la multiplicación de las subdisciplinas, fenómeno surgido en los últimos veinticinco años, ha generado multitud de nuevas especialidades, cada una con su propia sociedad, sus cismas y secesiones. La voluntad de que la investigación especializada transite por caminos que nunca han sido hollados y de crear un espacio para asuntos que antaño permanecieron «fuera de la historia» —como la historia de las mujeres, la medicina «popular» o las ciencias ocultas— puede tener el efecto involuntario de desatar reivindicaciones de exclusividad sobre la propiedad del conocimiento, confinándolo al circuito de las publicaciones y los seminarios académicos. El carácter acotado de la disciplina se pone sobre todo de manifiesto en las páginas de las revistas especializadas, en las que las jóvenes promesas, idolatrando y demonizando por turnos, derriban del pedestal a sus mayores, y se libran conflictos edípicos. El simple hecho de publicar convierte de golpe al novicio en autoridad; pasado un año, los artículos reciben el calificativo de «pioneros», «fundamentales» o «clásicos». Los rivales académicos se enfrentan cual gladiadores, ora girando unos en torno a otros sin perderse de vista, ora embistiendo para asestar el golpe mortal. En los seminarios estos conflictos cumplen la función de un deporte sangriento; se siguen con aliento contenido. Apellidos perfectamente desconocidos fuera del cenáculo de iniciados resumen taquigráficamente estos o aquellos argumentos, y se emplean con la misma naturalidad que si fuesen palabras conocidas por todos. Estas tendencias autárquicas se reflejan en juicios harto tribales sobre quién es historiador y quién no lo es. Los biógrafos no cuentan, bien porque los asuntos que abordan son más literarios que históricos, bien porque optan por la narración antes que por el análisis. Los anticuarios, a juzgar por la frecuencia con que el sufijo «-ismo» se emplea en sentido peyorativo, pertenecen a otra especie, pese a que fueron los pioneros de la investigación archivística en la Ciencia Nueva de la Inglaterra isabelina tardía y del descubrimiento de la historia anglosajona.' Los historiadores locales son descalificados por la mirada de sus parroquianos como poco menos que ciudadanos de segunda. La historia oral tiene una reputación todavía más dudosa: los críticos la acusan de practicar un empirismo ingenuo en virtud del cual los hechos supuestamente hablan por sí mismos. Todas esas recusaciones descansan en el supuesto tácito de que el conocimiento se degrada cuanto más toca tierra. En el cenit están unos cuantos ele-

T. D. Kendrick, British Antiquity, Londres, 1950; Stuart Piggott, Ruins in a Landscape, Edimburgo, 1976, págs. 33-76; F. J. Levy, Tudor Historical Thought, San Marino, 1907, págs. 124-166; A. B. Ferguson, Clio Unbound: Perception of the Past in Renaissance England, Durham, NC, 1979, págs. 3-27, 78-125.

gidos que experimentan nuevas técnicas, desvelan fuentes inéditas de documentación y formulan hipótesis fascinantes. Son los hacedores de lo que el Profesor Elton denomina la historia «real», los pesos pesados de la profesión, que aguzan el ingenio para hacerse cargo de un conjunto de materiales en aparente desorden.' Sus hallazgos se enumeran en los textos académicos, se publican en las revistas especializadas y se amplían en las monografías sobre la materia. Luego, a un nivel inferior, están los libros de texto, que transmiten los hallazgos de la alta investigación al público estudiantil. Por debajo de éstos se encuentran los entusiastas, «neurocirujanos diletantes», como se los ha tachado; en el mejor de los casos «anticuarios» —acumuladores afanosos de hechos inconsecuentes—, en el peor, mitómanos. Acaso logren reunir algunos de los materiales brutos desde los que cabe construir la historia rigurosa, transcribiendo libros parroquiales o desenterrando restos arqueológicos; pero en tanto meros espigadores de hechos, están condenados a una visión unidireccional. Rondando por los márgenes están los comentaristas y los comunicadores, encargados de presentar versiones desfiguradas del estado actual de la disputa erudita al gran público. Como sucede con los autores de novela romántica de época o los ilustradores de libros de enseñanza primaria, parecen habitar otro planeta, a tenor de la atención que reciben en los salones de té del Instituto de Investigación Histórica. Todo esto supone una visión sumamente jerárquica de la constitución del conocimiento, y también muy restrictiva. Al convertir en fetiche el ejercicio de la investigación mientras ignora sus condiciones de existencia, no tiene en cuenta al enorme ejército de subalternos, sirvientas y amanuenses que, en todos los periodos, son como los fantasmas del trabajo histórico; e ignora los proyectos de conservación realizados por cuenta propia, como la «caza de túmulos» del siglo xvI o la reconstitución familiar en el presente, que brindan nueva orientación a las tareas de escritura e investigación, y proporcionan a los adeptos a la historia nuevos paisajes que explorar. Por lo que respecta a la pedagogía, no deja espacio al conocimiento que aparece de soslayo como producto del estudio de otra cosa: la geografía, por ejemplo, con cuya suerte la historia, desde el «descubrimiento» isabelino de Inglaterra,' ha estado indisolublemente unida; o la literatura, con la que la historia —en la época en que los grandes historiadores se admiraban como estilistas— se codeó a voluntad. Tampoco se toman en consideración las representaciones infantiles, el conocimiento histórico que el niño adquiere de forma gratuita e inconsciente en el curso de sus juegos o cuando se mete en la piel de personajes adultos, interpretando a un personaje histórico, como, por ejemplo, Lord Nelson, entor-

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G. R. Elton, The Practice of History, Glasgow, 1976. A. L. Rowse, The England of Elizabeth, Londres, 1951, págs. 31-65; E. G. R. Taylor, Late Tudor and Early Stuart Geography, 1583-1650, Londres, 1934. Richard Helgerson, Forms of Nationhood: The Elizabethan Writing of England, Chicago, 1992. 7

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nando los ojos por el extremo de un telescopio, disfrazándose de sheriff, asumiendo el papel del verdugo' o pretendiendo —fantasía alimentada por la televisión de la década de 1960— ser Soames e Irene en La saga de los Forsyte.9 Representar los horrores de la Peste al grito de «¡Saca a tus muertos!» fue al parecer uno de los divertimentos favoritos de aquellos que quedaron cautivados por Old St. Paul, de Harrison Ainsworth,m mientras que los juegos de guerra entre sajones y normandos o entre cabezas redondas y caballeros eran habituales si en lontananza se libraba una batalla campal." En Algo de mí mismo, Kipling relata un juego «figurado» de índole más solitaria, como si un náufrago, por así decirlo, representara las cuitas de otro. El autor describe la soledad de un niño de siete años muy desgraciado, en los Mares del Sur, a tres mil kilómetros de casa: Cuando mi padre me envió un Robinson Crusoe con grabados de acero puse por mi cuenta un negocio de trata de esclavos (los capítulos del naufragio no me interesaron nunca mucho), y establecí mi solitaria sede en un sótano húmedo. Mi utillaje era una cáscara de coco atada con una cuerda roja, un cofre de lata y una caja de embalar que mantenía a raya al resto del mundo. Así protegido, todo lo que quedaba dentro de la cerca era verdadero, aunque se mezclara con el olor de los aparadores mohosos. Si alguna tabla se caía, tenía que reanudar la magia.12 Otra gran ausencia en las consideraciones convencionales sobre la historiografía —pese a los recordatorios periódicos del importante papel que desempeñó en la percepción del pasado que tenía el medievo o la primera edad moderna y a las extensas glosas antropológicas que se le dedican en la actualidad— es la de la tradición oral.13 Mana de las profundidades —el inframundo de la historia— donde se mezclan memoria y mito, donde lo imaginario abraza a lo real. Como forma de conocimiento se adquiere sin orden ni concierto, a tontas y a locas, como en los proverbios o chascarrillos que los niños aprenden de sus compañeros de juegos, o en los incidentes y acontecimientos que

Daphne du Maurier, Myself When Young, Londres, 1977, pág. 29. Alison Light, recuerdos de niñez de la década de 1960. «Entonces un vecino que había comprado un lote de libros viejos por cuatro perras en un baratillo les prestó Old St. Pauls. La puerta del excusado no tardó en lucir una cruz de tiza y la carretilla rodaba por el jardín al grito de "¡Saca a tus muertos!"» Flora Thompson, La,* Rise to Candleford, Oxford, 1961, pág. 371; para una remembranza prácticamente idéntica, Daphne du Maurier, Myself When Young, pág. 30. " James Williams, Give me Yesterday, Llandysul, 1971, págs. 33-34, para una batalla de esas características. 12 Rudyard Kipling, Something of Myself, Harmondsworth, 1992, pág. 38 [ed. cast.: Algo de mí mismo, trad. Álvaro García López, Valencia, Pre-textos, 1998]. 13 Entre una extensa bibliografía, Elizabeth Tonkin, Narrating our Pasts: the Social Coastruction of Oral History, Cambridge, 1992; David Henige, Oral Historiography, Londres, 1982; Ruth Finnegan, Oral Tradition and the Verbal Arts, Londres, 1992; Jan Vansina, Oral Tradition as History, Londres, 1985. 9

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sólo se recuerdan a medias y que se emplean para llenar los huecos de un cuento." Se alimentan de la palabra oída antes que de la escrita, aunque a menudo, como sucede con toda clase de historias legendarias, el original figura en algún opúsculo o en alguna crónica. A primera vista la memoria popular es la perfecta antítesis de la historia escrita. Elude idea de determinación alguna y se aferra en su lugar a profecías, portentos y señales. Mesura el cambio genealógicamente, en función de generaciones en lugar de centurias, épocas o décadas. No tiene un sentido desarrollado del tiempo, sino que asigna los acontecimientos a los mitificados «buenos tiempos de antaño» (o los «malos tiempos de antaño») de la sabiduría tradicional, o al «érase una vez» del cuentacuentos.'5 En lugar de las «causas» y «efectos» del pedagogo o de la búsqueda de los orígenes y climaterios del erudito, establece contrastes acusados entre «ahora» y «entonces», «pasado» y «presente», nuevo y viejo. En lo que hace al detalle histórico, prefiere lo excéntrico a lo típico, lo sensacional a lo rutinario. Portentos y maravillas son aptos para su molienda; como lo cómico y lo grotesco. A Jorge III se lo recuerda porque se volvió loco; a Eduardo VII porque tuvo varias amantes; a Enrique VIII porque se casó en seis ocasiones y ejecutó a las esposas que le sobraban. La Burbuja de los Mares del Sur, la obsesión especulativa y el desastre financiero de 1720, es el único acontecimiento de la historia económica inglesa del que todo el mundo ha oído hablar; George Hudson, el rey del ferrocarril que quedó en la completa ruina, acaso sea el capitalista más célebre del siglo xix; mientras que Horatio Bottomley, el estafador de los bonos de guerra, sigue siendo una presencia viva en el Walhalla de la fama póstuma. Como dice el escéptico Lovel en El anticuario, «Los acontecimientos que causan una impresión más honda en los espíritus del común de la gente» no son los «progresos regulares» sino los periodos de miedo y tribulación: «Cuentan el tiempo por una tempestad, un terremoto o una temporada de confusión ciudadana».'> En las escuelas del siglo xix, en las que con anterioridad a la década de 1890 la enseñanza de la materia era la excepción y no la regla," a los alum-

14 Iona y Peter Opie, The Lore and Language of Schoolchildren, Oxford, 1959; Children 's Games in Street and Playground, Oxford, 1969. 15 Para algunos ejemplos, Linda Degh, Studies in East European Folk Narrative, Bloomington, 1978; Albert Bates Lord, Epic Singers and Oral Tradition, Ithaca, 1991. 1 ° Lovel añade: «se recuerda al feroz guerrero, mientras que los pacíficos abades se pierden en el olvido», Scott, The Antiquarv, capítulo 17. " «A mediados del siglo xix, en las escuelas voluntarias para pobres a menudo se enseñaba historia, hasta que el Código Revisado de 1861 hizo que la instrucción en esa asignatura se considerase superflua en comparación con las tres Rs que daban derecho a un título oficial. En la década de 1870 la historia volvió a incorporarse como materia para los últimos cursos de la enseñanza primaria, y como su enseñanza se consideró insatisfactoria, la ayuda de libros de lectura de tema histórico a menudo fue preceptiva en las Board Schools ("LCC Report on the Teaching of History", 1911, pág. 11). En el Código de 1900 la materia se declaró obligatoria por primera vez.» Valerie E. Chancellor, Histozy. for Their Masters: Opinion in the English History

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nos de primaria se les enseñaba un poco de historia, y luego se ponía a prueba su memoria por medio de un examen: ahí radicaba la razón de ser de esas tablas genealógicas de la monarquía inglesa que ocupan tanto espacio en los libros elementales y los epítomes. Aunque también podía darse el caso de que se impartiera como parte de lo que se dio en conocer como «cultura general», que incluía, por ejemplo, los orígenes de la bandera nacional, o los nombres y las fechas de pintores famosos." Pero el conocimiento de la historia, por lo menos la secular —otra suerte corría la sagrada, impartida de forma sistemática tanto en las escuelas dominicales como en las clases consagradas a la Biblia—,'9 se adquiría en el proceso de estudio de otra materia, o de formación en ella. A los niños se les daban a edad temprana, para que aprendieran a leer, libros de cuentos ambientados en el pasado, en lugar de los abecedarios que se impusieron con posterioridad. Así, por ejemplo, los Cuentos de historia de Inglaterra (1885), en un capítulo sobre el Acta de Unión entre Inglaterra y Escocia («gran bendición de ambos países»), coloca «Edimburgo», «Newcastle» y «Carlisle» en el apartado de palabras nuevas; destaca «u-nión» e «i-gual» como nuevo vocabulario y como palabras para la práctica de la dicción; y se siente obligado a definir el significado de «Parlamento» («asamblea nacional para el gobierno y la creación de leyes»). El siguiente capítulo, sobre el Agujero Negro de Calcuta, introduce novedades como las palabras «alcaide» y «tormentos»." En el caso de un grupo de edad ligeramente superior, se pueden elegir fragmentos de historia que sirvan de modelos estilísticos, al modo en que los discursos de Burke, Chatham y Canning —o Cicerón— se leían como perlas de la oratoria. Las baladas históricas o «layes», como se las llamaba a veces —uno de los grandes descubrimientos del siglo xix por lo que respecta a la escritura y la enseñanza de la historia—,2' eran un artículo de primera necesidad en las lecturas y los recitados que introducían el aliento del

Textbook, 1800-1914, Bath, 1970, pág. 28. En la escuela de la aldea de North Oxfordshire a la que asistía Flora Thompson «no existía la asignatura de historia como tal, pero se utilizaban libros de lectura de tema histórico que contenían relatos tan pintorescos como el del rey Alfredo y los bizcochos, el rey Canuto dando órdenes a las olas, la pérdida del White Ship, y Raleigh arrojando su capa al suelo para la reina Isabel». Flora Thompson, Lark Rise to Candleford, pág. 192. Marion Johnson, Derbyshire Village Schools in the Nineteenth Century, Newton Abbot, 1970, págs. 208-211 para algunas muestras de la enseñanza de la historia a mediados de la época victoriana. 18 Henry Smith, 1.000 Questions on General Knowledge, Londres, 1919. El señor Smith era director de la Chester Road Council School (Senior Boys), New Ferry, Birkenhead. '9 Véase C. R. Attlee, As It Happened, Londres, 1954 para el uso de la mnemónica como medio para aprenderse de memoria el árbol genealógico de los reyes de Israel. Véase también The Life of Joseph Barker, Written by Himself, Londres, 1885, págs. 53-54 para el aprendizaje de la Biblia como verdad literal, a la par con otras historias. 20 The Royal Story Book of English History, Nelson Royal School Series, Londres, 1885. 21 Véase Thomas Wright, Political Poems and Songs Relating to English History, Londres, 1859, para un historiador al que no se le oculta la importancia de las baladas. Las publicaciones de la Sociedad de Textos Ingleses Antiguos introdujeron las baladas anglosajonas en el corpus de la literatura nacional.

amor en clase; de hecho, hasta un manual básico tan adustamente instrumental como el Catecismo de la historia inglesa de Pinnock, publicado en 1822 y objeto de innumerables reimpresiones, abría cada sección con una balada. El historicismo del siglo xix se impuso fuera de las aulas. En las iglesias y capillas recién medievalizadas, así como en los ayuntamientos y en las estaciones de metro goticizantes, predominaba supuestamente la alta arquitectura cristiana del siglo xiii. En el anfiteatro de Astley, las re-presentaciones de la batalla de Waterloo, junto con la galopada de Dick Turpin a York y una versión ecuestre del Ricardo III de Shakespeare fueron durante medio siglo los números estelares del repertorio." En Los muchachos de Inglaterra de Guy Brett —la primera y más exitosa de las novelas de un penique— pomposas hazañas históricas producidas en serie y adornadas con suntuosas exhibiciones de antigüedades militares competían en popularidad con relatos de bravuconadas como las aventuras de Jack Harkaway;23 entretanto la serie de volúmenes sobre Reinas de Inglaterra publicada por Agnes Strickland (y los seis volúmenes de su vida de María Estuardo) prestaba el mismo servicio a la biografia cortesana, versión femenina de la historia monárquica que inspiraría a varias generaciones de novelistas románticas." En un plano más modesto, la hagiografía secular, centrada en la búsqueda del conocimiento a despecho de todo tipo de dificultades, o las Vidas de ingenieros, constituían el modelo del manual de autoayuda. Una muestra particular de aprendizaje extraoficial digna de destacarse, aunque sólo sea porque muestra el lugar de la historia en la oratoria tribunicia del siglo xix y su popularidad como instrumento de discusión política y moral, es el debate histórico escenificado. Como recurso dramático o herramienta educativa debía estar bien asentada en la década de 1820, porque la Oxford Union eligió como tema del debate de apertura de 1829 la siguiente propuesta: «La revolución de Cromwell ¿debe atribuirse a la conducta tiránica de Carlos o al espíritu democrático de la época?»." En el otro extremo del

22 Sobre Astleys, A. H. Saxon, Enter Foot and Horse: A History of Hippodrama in England and France, New Haven, 1968. 23 Los muchachos de Inglaterra empezó a publicarse en 1866. Agradezco a Louis James el préstamo de algunos volúmenes. 24 Sobre Agnes Strickland, así como sobre sus voluminosas obras históricas y su poesía caballeresca de corte romántico, existe una buena biografia, escrita por Una Pope-Hennessey y publicada en 1940. Empero, falta una visión global del mundo (o submundo) literario en el que ella y otras autoras se movieron; Norma Clarke, Ambitious Heights, Londres, 1990, retrato de las hermanas Jewsbury, Felicia Hermans, Jane Carlyle y su relación con el ambiente editorial a mediados de la época victoriana, proporciona un posible modelo que seguir. 25 H. A. Morrah, The Oxford Union 1823-1923, Londres, 1923, pág. 10. Agradezco a Brian Harrison esta referencia. En la Sociedad Wattlington para el Fomento del Progreso Mutuo, en febrero de 1852, tras lo que el secretario, lleno de entusiasmo, declaró que había sido el debate más trascendental de la historia de la ciudad (se desarrolló durante siete noches consecutivas), los jóvenes decidieron mediante voto con papeleta (el método más avanzado de su época) por amplia mayoría que «salvo por el hecho de permitir a veces que su religión degenerase en fana-

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espectro social, los trabajadores radicales de Birmingham, que formaron una Sociedad de Debate que se reunía los domingos por la noche en la Posada Hope and Anchor, Navigation Street (cuyos encuentros se celebraron sin solución de continuidad desde mediados de la década de 1850 hasta 1886) debatieron en junio de 1861 la siguiente propuesta: (la primera opción cosechó cuatro votos; la segunda, dos; la tercera, doce)." En la sociedad de debate de la Escuela Winchester, el único lugar en que la historia moderna tenía un lugar reconocido en los tiempos en que el joven Charles Oman era alumno de la institución, el primer discurso que pronunció éste fue una apasionada defensa de la ejecución de María Estuardo, «cuya muerte, espero haber demostrado, era absolutamente imprescindible para la causa del protestantismo en Europa». Su siguiente arenga respondió a la propuesta —rechazada por trece votos a favor y dieciocho en contra— «los efectos beneficiosos de la Revolución Francesa sobrepasaron con creces a los perniciosos»." El punto de partida de Teatros de la memoria no es controvertido; empero, con el retorno a la enseñanza de las materias tradicionales en las escuelas y la multiplicación de especialidades en el ámbito de la investigación avanzada, cabe insistir en que la historia no es prerrogativa del historiador, ni tampoco, como afirman los adalides de la posmodernidad, una «invención» de su cosecha. Se trata más bien de una forma social de conocimiento; la obra, en toda circunstancia, de un millar de manos. De ser así, los estudios sobre historiografía no deberían centrarse ni en la obra de un solo especialista ni en los enfrentamientos entre escuelas de pensamiento contrapuestas, sino en el conjunto de prácticas y actividades en el que se incrustan las ideas sobre la historia o que activan una dialéctica de relaciones entre pasado y presente. Desde esta perspectiva las exégesis textuales del tipo practicado por Hayden White en Metahistoria28 o por Stephen Bann en Las invenciones de la histo-

tismo y consentir la muerte del rey... sobre la faz de la tierra no ha existido mejor cristiano, espíritu más noble, guerrero más valeroso y hombre más constante (que Oliver Cromwell)». OxIbrd Chronicle, 4 de febrero de 1852. Para un estudio sobre el lugar de estos debates en la historiografia del siglo XIX, Raphael Samuel, "The Discovery of Puritanism: 1820-1914: a Preliminary Sketch", en Jane Garnett y Colin Matthews, eds., Revival and Religion Since 1700: Essays ,for John Walsh, Londres, 1993. Brian Harrison, "Pubs", en H. J. Dyos y Michael Wolff, eds., The Victorian City: Images and Reality, vol. 1, Londres, 1973, pág. 180. Se trataba de un club extremadamente radical que tuvo el coraje —en un debate celebrado el 11 de junio de 1871— de apoyar la Comuna de París. 27 Sir Charles Ornan, Meniories of Victorian Oxford and of Some Early Years, Londres, 1940, pág. 67. Philippa Levine, The Amateur and the Prqfessional: Antiquarians, Historians and Archaelogists in Victorian England, 1838-1880, Cambridge, 1986. 28 Hayden White, Metahistoty, Baltimore, 1973. Merced a un extenso estudio de lo que pomposamente dio en llamar «la imaginación histórica de la Europa del siglo xix» y por medio de un análisis de los tipos de «construcción argumental» ("emplotment"), White ofrece una tipología dividida en cuatro grupos, en la que las diversas clases de historia se adscriben a lo Romántico, lo Trágico, lo Cómico y lo Satírico (la obra de Michelet constituiría un ejemplo de la primera; la de Tocqueville, de la segunda; la de Ranke (cosa harto improbable), de la tercera; y la de Burckhardt —por mor de una interpretación que se desvía del uso común de la palabra,

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THE

H I STORY OF

SIR RICHARD WHITTINGTON THRICE

Lord Mayor of London.

PRINTED AND SOI D IN ALDER MARY CIIURCH YARD. Bow LANE.

La Historia de Sir Richard Whittington, tres veces alcalde mayor de Londres. Impresa y vendida en la parroquia de Aldermary. Bow Lane. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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THE HISTORY OF

JACK OF EWBURY CALLED

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ria, es decir, la lectura minuciosa de un número limitado de libros de referencia, resultaría menos apropiada que un estudio de su círculo de lectores, lo que la crítica literaria denomina «teoría de la recepción». Más pertinente sería incluso tratar de rastrear las fecundas dislocaciones que se producen cuando el conocimiento histórico se traslada de un circuito de aprendizaje a otro, como en las adaptaciones cinematográficas de los clásicos literarios, en las que la letra impresa se traduce en imágenes, o en los cómics que adaptan grandes relatos, como en esas historietas resumidas de grandes acontecimientos que aparecían en la contraportada de The Eagle en la década de 1950. Para llamar a la puerta de la memoria popular se requiere un orden de pruebas y un tipo de investigación diferentes.' La autobiografía, con su rico acervo familiar y su profusión de historias, leyendas y canciones que la abue-

THE CLOTHIER OF ENGLAND.

PRINTED AND SOLD IN LONDON. La historia de Jack de Newbuiy, llamado El Pañero de Inglaterra. Impresa y vendida en Londres.

de lo satírico). En otra clasificación cuatripartita, el autor argumenta, a tenor de su exégesis textual, que las estrategias narrativas del historiador se dividen en metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía (i.e., los célebres cuatro tropos de la retórica clásica). Así que lejos de ser, como dijo un admirador inglés de White, «una visión global sin parangón de la imaginación histórica del siglo xix», Metahistory se circunscribe a un número limitado de textos bien conocidos. White no tiene nada que decir de la comunidad académica o del público lector, o del itinerario variopinto de la historia en las escuelas (asunto muy bien documentado en lo que hace a la Gran Bretaña victoriana). Tras enunciar su fórmula y probar, al menos a su entera satisfacción, que Ranke, Michelet, Tocqueville y Burckhardt cumplen sus requisitos, renuncia a poner a prueba su plan con obras que quizá se le resistan. Nada tiene que decir, cosa curiosa en un americano, sobre la épica, que en el siglo xix halló en la conquista y colonización del Nuevo Mundo uno de sus grandes temas. Tampoco estudia la novela histórica, sin duda una de las fuerzas motrices de la percepción que el siglo XIX tuvo del pasado (desembarazarse de la influencia de Sir Walter Scodfue un paso importante en la formación de Ranke), ni el medievalismo decimonónico. Sobre el descubrimiento de la prehistoria, un acontecimiento tan capital como El origen de las especies en lo que hace al tiempo geológico, pasa de puntillas. No menciona los debates decimonónicos sobre el libre albedrío y el determinismo, ni las refutaciones de la teoría de la historia de los «grandes hombres», objeto de controversia popular en las décadas de 1850 y 1860, ni la interacción de las ideas de nación y raza, elementos cada vez más importantes para la nueva historia. En resumen, Whitc se muestra indiferente a la procedencia o a los contenidos de las distintas clases de historia del siglo xix: su trabajo se limita a las «estrategias tropológicas». La idea de una «metahistoria», de un gran relato que sustenta a cada obra concreta, es genial, pero si el objetivo consiste en analizar (propósito declarado de su libro) «las estructuras profundas de la imaginación histórica» o en identificar «los elementos artísticos del trabajo histórico», habría que ampliar el foco de atención al conjunto de prácticas históricas del siglo xix y a su relación con la literatura y el arte. 29 Keith Thomas, The Perception of the Post in the Modern England, Londres, 1983, es una obra pionera en el intento de incorporar la tradición oral al ámbito de la historia cultural; véase D. R. Woolf, "The `Common Voice': History, Folklore and Oral Tradition in Early Modern England", Past and Present, 120, 1988, págs. 26-54, para ilustraciones suplementarias. El autor sugiere que la tradición oral desaparece con el asentamiento de la investigación histórica de corte académico. Sobre el uso medieval de la oralidad, véase, sobre todo, M. T. Clanchy, From Memory to Written Record: England, 1066-1307,2' edición, Oxford, 1993; Antonia Gransden, Legends, Traditions and History in Medieval England, Londres, 1992, para los resultados derivados de una vida dedicada a las crónicas medievales. James Fentress y Chris Wickham, Social Memory, Oxford, 1992 [cd. cast.: Memoria social, trad. Carmen Martínez Gimeno, Madrid, Cátedra, 2003], tiene un enfoque medieval y etnológico. Sobre el mundo antiguo, véase Rosalind Thomas, Oral Tradition and Written Record in Classical Athens, Cambridge, 1989.

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la o el abuelo podría transmitir al niño que se sienta en sus rodillas, sería un punto de partida posible. John Aubrey, el brillante anticuario del siglo xvii al que, pese a ser monárquico, puede considerársele el creador de la idea de una «historia del pueblo» (y el descubridor, en su Wiltshire natal, de Avebury), sostenía que podía hilvanar una historia completa de Inglaterra desde la conquista normanda hasta el presente valiéndose de las baladas que le enseñó su aya. Empero, atribuía a la influencia de su padre su «inclinación precoz y vigorosa por las antigüedades». Aubrey lo describió como un hombre «chapado a la antigua». Seguía luciendo jubón y calzas, y portaba una daga, al estilo isabelino. Había vivido en la corte y le daba a su nieto pequeños detalles sobre ella, como el de la del hermano de Sir Walter Raleigh, Carew. Cuando era un niño, nos cuenta Aubrey en un breve autorretrato, «le gustaba conversar con los ancianos como si fueran Historias Vivientes».3° Otro posible punto de partida es el acervo local. La monumental obra de Pierre Nora, Les Lieux de Mémoire,' muestra que la historia pública puede destilarse de los rituales cívicos, la nomenclatura de las calles y la estatuaria política o literaria. Pero en lo que hace al saber extraoficial y la memoria popular, las peculiaridades del paisaje quizá constituyan un punto de partida mejor. Sabido es que los árboles son la morada de los espíritus, y las cuevas, la guarida de los contrabandistas. Los bloques de piedra hincados en el suelo (menhires, como se los llama en Cornualles y en Derbyshire Peak) están invariablemente vinculados a leyendas, al igual que los castillos y los monasterios en ruinas. Se dice que los árboles marchitos, como las casas vacías, están encantados. Lo que todo esto tiene de apasionante es el deseo irresistible de descubrir misterios e indicios en los fragmentos; el acervo, más que legarse o transmitirse, se urde y se amplifica, hasta no dejar ni una piedra sin leyenda. La obra de Alfred Williams Las aldeas del Caballo Blanco (1920), notable etnografía escrita por un obrero de Swindon convertido en folclorista y musicólogo, es una hermosa recopilación del acervo local, que ilustra perfectamente el modo en que tales historias pueden levantar el vuelo. Aquí tropieza con los restos de la leyenda artúrica, en los lugares donde supuestamente se alzó Camelot, allá trata del antiguo derecho de paso supuestamente obtenido por los monjes de la época anterior a la Reforma en beneficio de los pastores locales.' Los topónimos, así como las historias y leyendas que surgieron en torno a ellos y que a menudo adoptaron la apariencia de etimologías, han dado pábulo a una cantidad ingente de textos que en ciertos casos permite remontarse a la fuente original de los relatos, como sucede con los orígenes su-

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puestamente «hugonotes» de la nomenclatura de las calles de Spitalfields," y en otros seguir el modo en que los fragmentos se convirtieron en cuerpos narrativos. Los topónimos fueron la gran pasión de los filólogos y estudiosos de la cultura sajona del siglo XIX, así como tema perpetuo de controversia y disputa en el gran monumento de la erudición local, Notes and Queries." Posteriormente, la Sociedad Onomástica, fundada por Stenton y Maurer en 1922, elevó el estudio a cotas desconocidas; actualmente ha recibido nuevo impulso por parte de los estudios dedicados a los primeros colonizadores y asentamientos ingleses, con base en la arqueología. La historia natural, iniciada por Plot en su Oxfordshire (1677) y Staffordshire (1686)," constituye otro vasto yacimiento de acervo local. Como en el caso de los topónimos, los comentarios del siglo xix resultan particularmente provechosos: los escritos sobre historia local incluían siempre secciones dedicadas a la flora y fauna, y las sociedades arqueológicas del condado se desdoblaban en sociedades para el fomento del estudio de la naturaleza. Una espléndida fuente de acceso al acervo local y a esas ocurrencias «extraordinarias» y acontecimientos sensacionales que se graban en la memoria popular es el anuario del siglo xix. Espigado en su mayor parte de los periódicos locales, aunque a veces sazonado con testimonios orales y recuerdos de testigos, y a menudo dignificado mediante títulos como los de «Anales» o «Crónicas» del lugar en cuestión, ofrecen un paisaje radicalmente nuevo de los sucesos de la vida pública. Así, en los tres volúmenes de los Anales de Yorkshire, obra de Mayhall, el hito de la década de 1860 es la riada de Sheffield de 1864, que ocupa inconcebiblemente más espacio que el dedicado a cualquiera de las elecciones generales. El famoso combate de boxeo profesional entre Sayers y Heenan celebrado en 1860 es objeto de la máxima atención, como sucede en otros anuarios y diarios de la época.36

" Sobre los topónimos supuestamente «hugonotes» de Spitalfields: la calle Fleur-de-Lys (símbolo de la realeza, no hugonote) se llamó así por un pub; la calle Fournier, por un constructor del siglo xtx del mismo nombre; y la calle Wilkes, al parecer por iniciativa de algún miembro radical-liberal del Consejo de Obras Públicas de Whitechapel en sintonía con su época. Para pruebas al respecto, London County Council, Names of Streets and Places in the Administrative County of London, Londres, 1929, pág. 199; Adrian Room, The Street Names of England, Stamford, 1992; F. H. Harben, London Street Names: Their Origins, Significante and Historic Value, Londres, 1896. " Sobre Notes and Queries, véase las memorias de su fundador, J. Thom, el hombre que también acuñó el término «folk-lore». " Plot, que al parecer tomó como modelo de su trabajo el de Plinio, publicó su Historia natural de Oxfordshire en 1677. El plan de la obra situaba en primer lugar «los animales, las plantas y los enseres universales del mundo»; en segundo lugar, «las extravagancias y los defec" David Tylden-Wright, John Aubrey, A Life, Londres, 1991, págs. 15-16. Sobre la costumtos» de la naturaleza; por último, las trabas artificiales. En 1686 Plot publicó su Historia natural bre de cantar baladas que tenía su ama, Leslie Shepard, The Broadside Ballad: a Study in Oride Staffordshire. Plot fue el primer custodio de la colección Tradescant de curiosidades naturales gins and Meaning, Londres, 1982, pág. 54. cuando ésta se trasladó a Oxford para formar el núcleo original del Museo Ashmoleano. 3' Les Lieux de Mémoire, ed. Pierre Nora, 7 vols., París, 1984-1993. 36 John Mayhall, The Annals of Yorkshire from the Earliest Period to the Present Time, 32 Alfred Williams, Villages of the White Horse,Este Londres, 1920. Leeds, 1866, vol. II, págs. 196-231. documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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El «currículo oculto» que se adquiere en las escuelas —si la expresión se amplía hasta abarcar todo el espectro de saberes que no se incluyen en el programa de estudios— puede ser otro medio fructífero de indagar en las fuentes extraoficiales del conocimiento histórico. La atención podría centrarse, como en los estudios de los Opie y Lady Gomme, en las migajas de acervo que los niños aprenden en los pasillos y el patio de recreo, en los restos fósiles del pasado incrustados en coplillas, acertijos y trabalenguas. O en juegos de rol históricos tan rudimentarios como jugar al aro haciendo de «griegos» y «troyanos» en la década de 1890, o de «alemanes» e «ingleses» en su equivalente de 1916." En lo que hace al programa de estudios, bien podría ser que los niños aprendieran menos a fondo la historia que se enseña en horario lectivo, o a la que acceden por medio de lecturas dedicadas específicamente a la materia, que aquella otra en la que se forman mediante ejercicios escolares de otra índole. Modelar una trirreme romana, construir una cabaña sajona o fingirse un arawak —acaso la primera toma de contacto de los alumnos de enseñanza primaria con la idea de pasado histórico— merecería el título genérico de trabajo «temático».38 Los vestidos de época podrían ser objeto de una clase de dibujo; más adelante, el resumen mandado como trabajo en la clase de inglés bien podría servir de introducción a la magnificencia de la prosa victoriana o de la oratoria tribunicia. La historia —«el estudio lineal desarrollado mediante ejercicios de comprensión y dictado de apuntes»— ocupa un puesto secundario en la siguiente remembranza, en la que la autora recuerda los vínculos que le unían con el asunto que nos ocupa cuando estudiaba en una aldea de Dorset en la década de 1950: Un recuerdo destaca sobre el resto: el encanto de la figura un poco excéntrica de la maestra... espigada, de cabellos plateados, desmesuradamente enérgica, tenía un deseo insaciable de darle sentido al mundo, un mundo enteramente rural pero que con frecuencia se asomaba al mundo exótico del mito y la leyenda. Soy incapaz de darle siquiera una apariencia de orden a todo lo que aprendimos, pero puedo decir que aquella profesora excepcional sabía aprovechar todas y cada una de las oportunidades que se le presentaban. Dorset entero constituía un tesoro de estímulos históricos: allí abundan los castros y las fortificaciones, los fósiles afloran por doquier, hay casas solariegas de todos los tamaños, lugares con nombres fascinantes, antiguas cimas y rutas que las recorren, herramientas e instrumentos de pedernal ocultos entre macizos de flores...39

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En la actualidad, la televisión debe ocupar el lugar de honor en todo intento de cartografiar las fuentes extraoficiales de conocimiento histórico. Aparte de emitir documentales dramatizados y series de larga trayectoria como «Timewatch», no cesa de recorrer las sendas de la memoria ni de utilizar el pasado como telón de fondo. La reposición de películas antiguas —uno de sus productos típicos— ha convertido a estrellas del cine ya fallecidas, como Humphrey Bogart o Marilyn Monroe, en iconos culturales, tan atractivos y célebres, en lo que hace a su aspecto y sus maneras, como los ídolos de hoy en día. La televisión ofrece continuamente a los espectadores reconstrucciones del pasado recreadas en estudio. A menudo ambienta sus comedias de situación en escenarios de época (veinticinco años después de El ejército de papá, la Gran Bretaña del período bélico sigue siendo un marco predilecto). Aprovecha los aniversarios para programar retrospectivas y los óbitos como excusa para revisitar la obra de viejas celebridades y reciclar películas añejas. No sólo personaliza grandes acontecimientos recurriendo al biopic, sino que mezcla el tiempo personal y el tiempo histórico, como en el más exitoso y exportable de los blockbusters televisivos: la saga familiar. Podemos vislumbrar las dimensiones de los materiales históricos que se muestran en la televisión y la variedad de pseudónimos con los que se presentan si leemos la siguiente selección de programas ofrecidos por BBC 1 durante un fin de semana de 1981:40 Sábado 10.55 Por la senda de la memoria Filme de 1949 compuesto en su mayor parte por fragmentos de películas mudas famosas. 12.00 Detective genial. Filme de 1939 protagonizado por George Formby. Hi-De-Hi! 6.10 Serie cómica ambientada en la Colonia de Vacaciones de Maplin en 1959. Taras Bulba 6.40 Filme de 1962. Excéntrica película de género épico ambientada en la Ucrania del siglo xvi, filmada en Argentina y protagonizada por Yul Brynner y Tony Curtis. 8.55 Raíces Séptimo episodio de los trece que componen la saga de Alex Haley sobre un hombre en busca de sus raíces. Ambientada en Henning, Tennessee, 1882.

infantil del pasado, tanto en las «charlas con los viejos del pueblo en los pretiles» como en su propio acervo familiar: «...Mi abuela por parte materna era la menor de los dieciocho hijos engendrados por el propietario de una cantera de Purbeck que se bebió hasta la última piedra. 37 Eleanor Farjeon, A Nursery in the Nineties, págs. 385-386. Norman Douglas, Street Se puso a trabajar como criada a los 12 años, se trasladó a Londres y vivió una serie de situaGames, Londres, 1916, pág. 135. ciones y dilemas variopintos de los que hablaba sin tapujos... Hasta su muerte, a los 94 años, " Carolyn Steedman, "True Romances", en R. Samuel, ed., Patriotism: The Making and recordaba con lucidez el cambio de siglo y la tragedia personal asociada con la Primera Guerra Unmaking of British National Identity, vol. 1, Londres, 1989, pág. 28. Mundial». 3° Kate Moorse, "A Dorset Village School", en R. Samuel, ed., History, the Nation and the 40 El material utilizado aquí fue preparado por Susan Barrowclough y Raphael Samuel para Schools, Oxford, 1989. La tradición oral también ocupaba un lugar en esta precoz conciencia "Tclevision History", History Workshop Journal, 12, otoño, 1981. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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La charca de Londres Filme de 1950 producido por los Estudios Ealing con el que continúa el ciclo dedicado a películas británicas de los cuarenta y los cincuenta. Este retrato del Londres de posguerra conjuga el relato de una historia romántica y de un audaz atraco con el planteamiento de la cuestión racial, un asunto muy adelantado para su época. Viajeros en el tiempo Primer capítulo de una serie de seis consagrada a los primeros exploradores. Primera parte: «Hacia el sur con Shackleton, 1914». Centenario Quinto capítulo de los doce que componen esta saga sobre una tierra y sus gentes, ambientada en el Colorado de la década de 1860. Lo mejor de «Cantos de alabanza» Tercero de los siete programas con Thora Hird. El cortometraje que Thora incluye esta semana se ha rodado en una hermosa capilla de Orney construida por prisioneros de guerra italianos. La rebelde Filme de 1965 sobre una ambiciosa estrella cinematográfica de 1939. No somos salvajes — Somos personas El reportaje, parte de la serie «Everyman», filmado en la selva amazónica, examina el impacto de los misioneros en una tribu ecuatoriana. Descubriendo iglesias inglesas Cuarto episodio de una serie de diez. 4: «Los constructores de iglesias». En el Medievo la habilidad del albañil era tan respetada que cabía representar al propio Dios como el divino Arquitecto del Universo.

En primera instancia, la televisión nos ofrece un pasado absolutamente estático: un tiempo en que la familia era la columna vertebral de la sociedad, en el que nadie cuestionaba las virtudes «tradicionales» y todos sabían cuál era su lugar; un pasado indeterminado, un refugio retrospectivo de estabilidad que nos permite huir de los desórdenes e incertidumbres del presente. En segunda, todo en ella es movimiento, y giramos vertiginosamente en un caleidoscopio que no cesa de cambiar: recorremos cien años de historia de América en doce episodios; la Gran Bretaña de entreguerras cabe en seis huecos de una hora; Glasgow florece y se marchita en el transcurso de una serie. En tercera, el pasado se presenta como una cámara de los horrores, una secuencia de sucesos catastróficos de los que hemos tenido la suerte de escapar: se azota a los esclavos en el «pasaje medio»; las carretas que llevan a los condenados traquetean por las calles de París; los convictos caminan sin descanso por el patio de la prisión; unas familias parten del campo a la ciudad con sus enseres apilados en carros desvencijados; unos niños harapientos juegan entre la porquería mientras hombres con gorras pasan el tiempo caria-. contecidos en las esquinas de las calles y hacen cola en la oficina de empleo. Las ruinas humeantes son el indicio de Guernica o de los bombardeos alemanes sufridos por Londres; las máscaras de gas, de la Primera Guerra Mundial; las alambradas de púas y las chimeneas de ladrillo, de los campos de concen-

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tración. También ideológicamente la mezcla es indiscriminada. Por una parte la televisión exalta el papel del individuo en la historia: grandes artistas, famosos inventores, caudillos guerreros, magnates de periódicos, potentados del cine. Por otra —contra todo heroísmo— insiste en la primacía de la vida cotidiana y de la resiliencia familiar frente a las presiones externas. Los historiadores que desde el advenimiento del realismo decimonónico han adoptado como lema de su vocación la recuperación del pasado (por emplear la expresión engañosamente simple utilizada por Ranke), y cuya existencia profesional depende en última instancia del valor mágico concedido a las antigüedades, no están en posición de despreciar el gusto por las reliquias y las cosas del pasado, el apetito popular por las ficciones de atuendo o la moda del retrochic. Como maestros no podemos mostrarnos indiferentes a esas fuentes de conocimiento extracurricular que subvierten el proceso de aprendizaje, cambian su dirección o crean historias alternativas de su cosecha. Como historiadores deberíamos interesarnos en las condiciones de existencia de la propia historia y en los motivos por los que hay versiones de ella tan opuestas. La noción que del pasado tiene una época determinada es una cuestión tan histórica como lo que en ella aconteció; si la argumentación de Teatros de la memoria es correcta, ambos aspectos son inseparables. Si la historia se encarga de la conservación de los residuos del pasado, entonces la historia legendaria es un campo de investigación tan legítimo como, digamos, la política exterior de la época isabelina o las relaciones entre Iglesia y Estado.'" Dick Whittington, el niño pobre que hizo fortuna, o Tom Hickathrift, su predecesor anglosajón,42 forman parte de la historia británica en la misma medida que, digamos, el cardenal Beaufort con su sombrero rojo o el duque de Newcastle y sus burgos desolados; incluso más, si enfocamos la cuestión desde la perspectiva de los modelos para la formación de la personalidad. Pensemos en Jack el Matagigantes, al parecer nativo de Cornualles y, según la leyenda, encarnación de esa figura recurrente de la mitología nacional, el inglés nacido libre. Lo mismo sucede con los forajidos que protagonizan las leyendas medievales: lo que importa, como ha mostrado una generación de comentaristas históricos, no es tanto la localización precisa del relato original, aunque pueda identificarse, como el carácter proteico del mito.43 Por la misma regla de tres, una balada o una canción, una novela o un poema constituyen un documento histórico en la misma medida que un cartu-

41 Jennifer Westwood, Albion: A Guide to Legendary Britain, Londres, 1985; The Quest for Arthiw's Britain, ed. Geoffrey Ashe, Londres, 1972; The New Arthurian Encyclopaedia, ed. Norris J. Lacey, edición, Londres, 1991; Ralph Merrifield, The Anthology of Ritual and Magic, Londres, 1987, obra de un antiguo conservador del Museo de Londres. lona Opie, A Dictionary of Superstitions, Oxford, 1989. 42 Margaret Sputtford, Small Books and Pleasant Histories: Popular Fiction and its Readership in Seventeenth Centuty England, Cambridge, 1981, págs. 4, 29, 59, 247-249. 43 J. C. Holt, Robin Hood, Londres, 1982; Maurice Kern, The Outlaws of Medieval Legend, Londres, 1961.

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lario o un libro de cargo y data de la Casa Real. Si la literatura formara parte del estudio de la historia, los niños dispondrían de un conjunto de referencias harto distinto cuando considerasen, digamos, la idea de la monarquía o la historia de la familia nuclear. Frente a los panegíricos sobre el desarrollo de las libertades constitucionales se pararían a pensar en el hecho de que en las piezas históricas de Shakespeare apenas se menciona el Parlamento y que en El rey Juan no se dice ni una sola palabra sobre la Carta Magna. ¿No es Robinson Crusoe un excelente punto de partida para estudiar el individualismo inglés, la «cultura empresarial» o la colonización y los asentamientos ultramarinos? ¿No serviría Black Beauty como texto para iniciarse en el estudio de la cuestión de género y de clase en la Inglaterra del siglo x1x44 y como un medio tan pertinente para abordar los «valores victorianos» como Autoayuda, de Samuel Smiles? Si El progreso del peregrino ya no va a ser lectura obligatoria en las escuelas inglesas, ¿los historiadores no podrían pensar en adoptarlo? La memoria popular, si la estudiáramos tan detenidamente como los archivos históricos de índole más convencional, fijándonos en las diversas formas en que un relato se fragua en torno a un acontecimiento o personalidad concretos, quizá pusiera en cuestión la noción, tan cara a la «nueva ola» de la historia social de la década de 1960 y 1970, de que la historia cumple su vocación democrática cuando toma como objeto de investigación a la gente «corriente» y la vida «cotidiana». La memoria popular sugiere casi lo contrario: lo que atrae el interés de oyentes, lectores y espectadores es el acontecimiento asombroso y la personalidad que desafía los límites de la realidad; del mismo modo, el «amor verdadero» (como ha sostenido Carolyn Steedman) es la versión escapista de la historia que con toda probabilidad conquista la imaginación de los adolescentes. Cuando la vida «corriente» atrae como materia histórica acaso sea, como en la serie de televisión «Testigo del ayer», porque resulta, retrospectivamente, exótica. Las antologías de historia que vieron la luz en el siglo xix, e incluso los libros elementales y los epítomes, a menudo parecen más apegadas a la memoria popular que sus modernas sucesoras. Sus páginas delatan sensibilidad ante la faz humana de la política, incluso la voluntad de personalizar cuanto en ellas se abordara, como en la prensa amarilla de hoy en día. La noción de carácter poseía en ellas un peso enorme, y sus autores hurgaban con entusiasmo en la vida privada de los monarcas. Estaban hambrientas de anécdotas pintorescas y las cazaban al vuelo, tanto si eran apócrifas como si eran verdaderas. Les conmovía el espectáculo del sufrimiento, y en caso de necesidad se mostraban dispuestas a tomar partido por los enemigos del país si lo que estaba en juego era cuestión de honor: ese fue el caso de María

44 Raphael Samuel, "Black Beauty", en Norma Clarke y Adam Lively, eds., Nineteenth Century Children 's Literature (próxima aparición).

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Estuardo y de Juana de Arco,45 heroínas predestinadas por la novela gótica de la historia del siglo xIx, convertidas en figuras veneradas por jóvenes de ambos sexos; o de Saladino, el gran protagonista de uno de los episodios épicos que aparecían con mayor frecuencia en aquellos libros. Las «antologías» de historia que vieron la luz el siglo xtx también corroboraban la máxima de Sir Walter Scott, según la cual al público le causa mucha menos impresión la constatación del progreso que la del desastre. Tales antologías rebosan de episodios macabros y actos atroces. La Peste Negra y el Gran Incendio de Londres son, junto con la conquista normanda, los grandes acontecimientos de la historia de la nación. El asesinato de los princesitos en la torre ocupa normalmente un capítulo entero, junto con un conmovedor grabado que los muestra pacíficamente dormidos. La revolución francesa se describe como un gran guiñol, con las carretas que llevaban a los condenados y la guillotina como una especie de apocalipsis de sangre.46 Al menos desde el congreso celebrado en 1978 por Pasado y presente sobre «la invención de la tradición» y la publicación de las influyentes colecciones de ensayos de Hobsbawm y Ranger sobre el tema, los historiadores se han acostumbrado a pensar en las conmemoraciones como un engaño, como algo que las elites gobernantes imponen a las clases subalternas. Son un arma de control social, un medio de generar consenso y de legitimar el status quo por referencia a una versión mitificada del pasado. Los críticos del patrimonio han seguido su ejemplo tratando la nostalgia como un equivalente contemporáneo de lo que los marxistas dieron en llamar «falsa conciencia» y los existencialistas, «mala fe»; se esfuerzan en mostrar las falacias que conllevan los proyectos de restauración y las múltiples formas en que la versión canónica del pasado se esteriliza para eliminar de ella elemento perturbador alguno. Un enfoque más etnográfico, como el adoptado por la escuela de microhistoria de Gotinga, quizá considerara la invención de la tradición como un proceso antes que como un acontecimiento, y la memoria, incluso en sus silencios, como algo que las gentes construyen por su cuenta. En lugar de centrarse en el teatro del Estado o en las figuras de la mitología nacional, quizás entendiese más provechoso centrarse en las percepciones del pasado que encuentran expresión en las opciones de la vida cotidiana.

u Al azar, dentro de una extensa bibliogralla, cabe hacer referencia al drama histórico María Estuardo, escrito en 1872 por Montcrieff; a una historia de bolsillo publicada en Newcastle en 1860; y a la Historia y vida de María Estuardo, publicada en la serie «Historia para Jóvenes» de Clarke, 1850. Para un estudiante de Eton impactado por la reina, L. E. Jones, A Victorian Boyhood, Londres, 1965. " Véase Valerie Chancellor, History for Their Masters, pág. 63, citando un libro de W S. Ross publicado en 1872: «La cuchilla rechinó al hundirse en la hermosa María Antonieta», escribía el autor; más adelante refería «la palidez de aquellos dulces labios» y los ilustres bucles «empapados de sangre... Cuando la cabeza de Luis cayó en el patíbulo con un golpe seco, Europa se despertó gritando de su truculenta ensoñación».

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II. MANOS INVISIBLES Si la historia se concibiera como una actividad en lugar de como una profesión, sus practicantes serían legión. Hoy en día bien podrían incluir —si alguien se ocupara de cartografiar las fuentes de saber extraoficial— a los autores de ese nuevo y floreciente subgénero en el que los propios eruditos han empezado a hacer sus pinitos:" la novela de intriga histórica. Pueden mencionarse los ejemplos de Peter Lovesey, el maestro de la novela de detectives victoriana, cuyas exploraciones del Londres de luz de gas se apoyan en gran medida en descripciones decimonónicas de los bajos fondos," o de Ellis Peters, que en cada página de sus libros sobre Fray Cadfael introduce pinceladas de historia anglonormanda —por ejemplo, la «anarquía» del reinado de Esteban en la recientemente televisada Un cadáver de más— y recurre a manuscritos iluminados para la portada de sus libros." En toda arqueología de las fuentes extraoficiales de conocimiento histórico, los animadores de los Picapiedra, la familia de la prehistoria que mostraba los rudimentos de la vida paleolítica a los espectadores de televisión de la década de 1960 y que ahora ha tenido el privilegio de protagonizar una película, merecen sin duda, como mínimo, un proxime accessit. Monologuistas cómicos como Rowan Atkinson, cuya serie La víbora negra recreaba momentos legendarios de la historia británica para deleite de una generación de adictos a la televisión, deberían ser objeto de tanta atención como el detentador del trono regio. Habría que reconocer que los directores de los museos al aire libre y sus ingentes cuerpos administrativos han contribuido a

47 John Bossy, Giordano Bruno and the Embassy Affair, Londres, 1991 [ed. cast.: Giordano Bruno y el caso de la embajada, trad. José Manuel Álvarez Flórez, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1994]. Hace mucho tiempo, en uno de sus típicos pasajes comprimidos pero resonantes, el filósofo e historiador R. G. Collingwood señaló las afinidades entre las tareas de investigación y las historias de detectives de su época. R. G. Collingwood, The Idea cd. History, Oxford, 1946. 48 La descripción de la afición a caminar que invadió la década de 1870 y que aparece en The Detective Wore Silk Drawers, Londres, 1971, una de las mejores novelas de Lovesey, quizá proceda de la pluma de James Greenwood o J. Ewing Ritchie. 49 Las portadas de la serie de Fray Cadfael afirman que una porción de los beneficios se destina a la reconstrucción de la Abadía de Shrewsbury. He aquí una versión de los orígenes de la serie: «En 1977, Peters, un aficionado de toda la vida a la historia de su terruño, empezó a cavilar sobre un episodio histórico que incluía el traslado de los huesos de santa Winifred a la abadía de Shrewsbury. ¿Y si alguien hubiera aprovechado la ocasión para ocultar otro cuerpo? ¿Quién hubiera sido capaz de hacer tal cosa y por qué? ¿Quién sería capaz de descubrir el crimen? Y así nació Fray Cadfael, un hombre del renacimiento nacido en plena edad media que daría sopas con onda al señor Holmes en un concurso de astucia y lucidez. Soldado, marinero, cruzado y amante, entrado en la vida monacal a edad tardía y por voluntad propia, este nativo de Gales forma una pequeña compañía de monjes que se dirige a Gales para velar por las reliquias de Winifred», ed. Lesley Henderson, Twentieth Century Crime and Mystery Writers, 3' edición, Londres, 1991, pág. 849.

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despertar el apetito del público por el pasado en mayor medida que el más ambicioso jefe de departamento. Incluso podría encontrarse espacio para esos piratas de las excavaciones arqueológicas equipados con artilugios electrónicos, los detectores de metales, cuyos hallazgos han ayudado tanto a la ampliación del mapa de los asentamientos romano-británicos?' Incluso como género literario, la historia es obra de mil manos. Los libros, las monografías y los artículos de las revistas especializadas se apoyan en un ejército de autores fantasmagóricos. Aparte de los indexadores, los correctores de estilo y los lectores de pruebas —y, en los viejos tiempos, de los tipógrafos— sin los que un libro difícilmente podría existir, cabría aludir a las esposas de los eruditos, las cuales, aunque hayan leído cada frase del texto, seguramente sólo verán reconocido su trabajo mediante una simple mención de agradecimiento. Un ejemplo de lo dicho es F. J. Furnivall, figura histórica de la filología y fundador de la Sociedad de Textos Ingleses Antiguos, que al parecer se casó o trató de casarse no una sino dos veces en busca de una amanuense, y que alistó a un pelotón de ayudantes femeninas en sus empresas filológicas;5' James Murray, especialista en la cultura y lengua sajonas y primer director del Oxford English Dictionary, constituye otro." En lo que hace a la década de 1920, las invisibles manos de Clío deberían incluir a los musicólogos empleados por el Proyecto Musical de la Iglesia Tudor, que transcribieron las partituras catedralicias y examinaron cuidadosamente los archivos eclesiásticos en busca de manuscritos." Probablemente fueran también las de esas lectoras femeninas que Georges Gissing describe en New Grub Street, sepultadas en los rincones más oscuros del Museo Británico, trabajando como copistas en beneficio de los eruditos y los escritores?' Más diestras pero igualmente anónimas —sus nombres no aparecen ni en la portada ni en las entradas individuales— fueron las jóvenes licenciadas en historia, casi todas ellas medievalistas, que hicieron el trabajo de búsqueda en los archivos y de confección de fichas en los primeros años de la Historia del Condado de Victoria («unos cardos admirables», como las llamaba jocosamente J. H. Round, el amargado y viejo Tory* que les asignó dichas 5° Patrick Wright, "The Man with a Metal Detector", A Journey through Ruins: The Last Days of London, Londres, 1991, págs. 139-151. 51 «"Missy", como E llama a la muchacha, es su amanuense y se dedica a labores de transcripción; da también largos paseos junto a él y otras personas», escribió A. J. Munby a propósito de Eleanor Dalziel, la joven y hermosa doncella con la que Furnivall se casó en 1862. Derek Hudson, Munby: Man of Two Worlds, Londres, 1972, págs. 123-124. Veinte años después, Furnivall abandonó a su mujer por su secretaria y colaboradora de veintiún años de edad, Teena Rochfort-Smith. La historia de su trágico romance se relata en William Benzie, Dr. E J Furnivall: Victorian Scholar-Adventurer, Norman, Okla, 1983, págs. 29-31. 52 Elizabeth Murray, Caught in a Web of Words: James Murray and the Oxford English Dictionary, New Haven, 1977. 53 Claire Harman, Sylvia Townsend Warner: A Biography, Londres, 1991, págs. 38-43. 54 George Gissing, New Grub Street, Londres, 1891, capítulo 7. * Tory es el nombre con el que se denomina aún hoy a quien pertenece o apoya al Partido Conservador Británico. Se considera que el término se introdujo en la política inglesa a raíz de la

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tareas)." Por la misma regla de tres, un estudio sobre el medievalismo del siglo xix que pretendiera hacer justicia a esas manos anónimas, no solo tendría que referirse a la propaganda de Ruskin y Pugin y al trabajo de reconstrucción eclesial de Morris y compañía, sino también a las costureras, objeto de breve estudio por parte de Roszicka Parker en La puntada subversiva, que confeccionaron los paños de los altares, los tapices y los bordados para los interiores de las iglesias nuevamente ritualizadas.56 Si la atención se centrara, tal y como debiera, en la infraestructura de la investigación y en todas las personas dedicadas a la confección de archivos y fuentes, habría que hablar de los paleógrafos, que ponen nombre a lo anónimo y fecha a lo que no la tiene; del personal de los archivos, que planifica el cúmulo de solicitudes, el arriendo de los catálogos y los deseos de los solicitantes; de los catalogadores, que vuelven accesibles los fondos bibliotecarios al público lector; de los trabajadores del departamento de conservación, que obran milagros de reparación invisible. Los bibliotecarios, aunque en ocasiones se los trate corno a los pobres soldados de infantería de la profesión, tienen cierto derecho, hablando históricamente, a que se los considere sus estrategas. A veces realizan también funciones de bibliógrafos, señalizando caminos vírgenes hasta entonces. Se comportan como honestos intermediarios cuando conciertan el traspaso de una colección a manos públicas. Y a menudo han sido los protagonistas en lo que hace a la historia local. El movimiento de la década de 1890 y 1900, al que debemos una ingente cantidad de viejas fotografías y el registro topográfico de paisajes hoy en día desaparecidos, es un caso pertinente." Al parecer, los bibliotecarios de las ciudades y de las pedanías desempeñaron un papel crucial en la sustentación del movimiento; sus bibliotecas sirvieron como depósitos de las colecciones; mucho después, en las décadas de 1960 y 1970, realizaron una labor de primer orden en su difusión en la esfera pública, organizando exposiciones y publicaciones. El renacimiento que la historia local experimentó tras la posguerra fue animado de forma similar por los archivos administrativos de los condados. Si hay motivo para preocuparse por el futuro del saber histórico, el descuido de los servicios bibliotecarios, la diseminación de las colecciones de historia local, la desaparición del puesto de bibliotecario de historia local y la inminente reorganización de

crisis que suscitó la ley de exclusión de 1678-1681. Los Whigs eran partidarios de la exclusión de los tronos de Escocia, Inglaterra e Irlanda, de Jacobo de Cork, convertido al catolicismo, mientras que los Tories, conservadores y defensores de los intereses de los terratenientes, le apoyaban (N de los t.). " Archivos Históricos del Condado de Victoria, correspondencia de J. H. Round con H. A. Doubleday, 1900-1901. R. P. Pugh, "The Victoria County History, its Origin and Progress", en Victoria County History, General Introduction, 1970, págs. 4-5; W R. Powell, "J. Horace Round", en Essex Archaeology and History, vol. 12, 1980, pág. 30. 56 Roszicka Parker, The Subversive Stitch, Londres, 1984. 57 Para el movimiento «Examinar y archivar», véase la Parte V de este libro.

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los archivos administrativos de los condados constituyen una amenaza tan grande para la investigación como los recortes en la financiación de los doctorados. Los bibliógrafos también deberían incluirse entre las manos invisibles de Clío. En parte por la revolución en las tecnologías de información, en parte por la multiplicación de especialidades, los últimos años han sido testigos de una explosión en lo que hace al número y a la envergadura de bibliografías, mientras que la fiebre por las antigüedades ha dado pábulo a una proliferación extraordinaria de guías y prontuarios dirigidos a coleccionistas. Hace treinta años la bibliografía iba a la zaga de la investigación, cerrando filas con la publicación ocasional de algunos libros de mérito, como la de escritos sobre la historia de Gran Bretaña promovida por la Real Sociedad de Historia; hoy en día los bibliógrafos suelen tomar la iniciativa, haciendo que los recursos orientados al conocimiento se ocupen de materias y especialidades que los investigadores no han tentado todavía: los volúmenes de Martin Hoyle sobre la historia de los jardines hacen al caso." Una definición más generosa de la profesión de historiador acaso incluyera al enorme ejército de coleccionistas que, en el campo de la cultura material o en el de la letra impresa, a menudo se han anticipado a los pasos que la erudición tomaría con posterioridad. En el siglo xvii cabría mencionar el ejemplo de George Thomason, el librero de Londres que desde 1641 hasta 1662 formó una colección compuesta por unas 23.000 octavillas, pliegos y libros sobre la Guerra Civil, afanándose en conseguirlos tan pronto como salían de la imprenta y encuadernándolos hasta reunir 1.983 volúmenes, que constituyen la gran obra de referencia de todos los comentarios sobre los Niveladores y los Cavadores escritos en el siglo xx;" el de Samuel Pepys, cuya colección de baladas y volantes en letra gótica, depositada en el Magdalene College de Cambridge, fue al parecer una de las fuentes de inspiración de la versión de Lord Macaulay de «la historia desde abajo»;" y el de ese grupo de anticuarios regalistas, como Thomas Hearne y Edward Rymer, que produjo las antologías en las que bebieron varias generaciones de medievalistas."

58 Martin Hoyles, Gardening Books from 1560 to 1960, vol. I, Londres, 1994. Para 1995 se anuncia un segundo volumen, dedicado al tema de la política en los libros de jardinería. 59 G. K. Fortescue, ed., Catalogue of the Thomason Collection, 2 vols., Londres, 1908. Al parecer no fue hasta la explosión del interés por los niveladores —y del descubrimiento de los cavadores— a finales del siglo xix que las octavillas de Thomason fueron objeto de atención. G. P. Gooch, The History of English Democratic Ideas in the Seventeenth Centwy, Cambridge, 1889, fue una obra pionera en este campo. En la década de 1850, cuando David Masson hizo uso discreto de ellos para su espléndida vida de Milton, en el Museo Británico la colección de Thomason se conocía como «las Octavillas del Rey». David Masson, Life of Milton, Londres, 1859, vol. 1, pág. 456. 6° Catalogue qf the Pepys Library at Magdalene College, Cambridge, vol. III, Cambridge, 1980; The Pepys Ballads, ed. W G. Day, Cambridge, 1987. David C. Douglas, English Scholars, Londres, 1939, ofrece una exposición conmovedora de esas vidas.

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El descubrimiento de los materiales impresos de carácter efímero y su incorporación a los fondos de biblioteca y a las exposiciones museísticas —un fenómeno típico de la década de 1960— ha ampliado sensiblemente la noción de lo histórico, centrando el foco de la investigación en materias que antaño no se habrían considerado dignas. Se dice que el eminente historiador eduardiano Sir Paul Vinogradov exclamó: «¿Quién puede interesarse en una lista de la colada?», imprimiéndole a la expresión algo de ese desdén que Lady Bracknell muestra ante la idea de que alguien pueda nacer en una bolsa de viaje. Si tal condescendencia resulta hoy en día más extraña, es en parte porque la historia del feminismo y del movimiento gay ha situado los estudios sobre el cuerpo en la orden del día de la investigación de altos vuelos, y también porque la influencia de la fiebre por las antigüedades que se declaró en la década de 1960 propició que la noción de lo coleccionable se extendiera hasta los artefactos más humildes de la vida cotidiana. Con frecuencia se acusa a los coleccionistas de ser personas obsesivas, urracas humanas o carroñeros que se precipitan indiscriminadamente sobre cualquier objeto que pertenezca a su campo. Empero, como en el caso de los Tradescant, cuyas curiosidades de historia natural fueron el núcleo original del Museo Ashmoleano de Oxford," su impulsividad suele resultar profética. Espigando en lo que otros se empeñan en tirar a la basura o condenan a la incineración, ellos han sido los verdaderos arquitectos de nuestras bibliotecas, galerías y museos y, aunque sólo al segundo o tercer pase, los Svengalis de la investigación histórica. Henry Willett, cuya colección de ornamentos para chimenea o figuras de Staffordshire es el orgullo del Museo de Brighton, era un educador del pueblo que se forjó a sí mismo como museólogo. Coleccionaba especímenes biológicos y fósiles calizos con el mismo entusiasmo con el que atesoraba arte industrial. Al parecer tenía clara conciencia de la importancia sociológica de su colección de figuras de porcelana, y cuando la exhibió en público por vez primera, en 1879, las presentó como una especie de historia del pueblo: «En las repisas de las chimeneas de las casas de campo inglesas se pueden encontrar representaciones que sus residentes o sus antepasados admiraron, reverenciaron y en las que creyeron; prueba de devoción acaso más cabal que la observancia religiosa externa y muestra de fe más sincera que las confesiones salidas de sus labios; una especie de supervivencia inconsciente de los lares y penates de los antiguos». Más ambición y presciencia demostraba aún cuando decía a quienes visitaban su colección que la había reunido «para ilustrar el principio, o más bien el desarrollo de la noción, que afirma que la Historia de un País se puede rastrear en su cerámica casera»."

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1964.

Mea Allan, The Tradescants, Their Flowers, Gardens and Museum, 1570-1667, Londres,

63 Henry Willett, Introductory Catalogue of the Collection of Pottery and Porcelain in the Brighton Museum lent by Henry Willett, Brighton, 1879, pág. 3. Willett, defensor durante toda

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John Johnson, cuya colección de materiales impresos de carácter efímero —un millón de piezas individuales— ocupa un lugar de honor en la Biblioteca Bodleiana (por una ironía sintomática, los objetos desechados por la propia institución en la década de 1930 fueron una de las fuentes principales de la colección), parece que era también perfectamente consciente del valor de su tarea. Formado como egiptólogo, sabía que el más oscuro de los jeroglíficos podía transmutarse en hecho histórico sustancial. Su colección, reunida a lo largo de un periodo de cuarenta años, es un totum revolutum que ilustra todas las fases de la historia de la letra impresa y el uso comercial del elemento gráfico. La clasificación de los artículos en el momento de la cesión a la Biblioteca Bodleiana en 1968 prefigura algunas de las nuevas líneas de investigación que se abrirían en años posteriores: la tanatología, por ejemplo, en apartados con encabezamientos como «muerte» y «funerario», o el ámbito de los estudios sobre el cuerpo, que sólo hoy en día han empezado a adquirir independencia." Los estetas, más que los historiadores, son los responsables de forjar nuestras nociones de «épocas». Así, el vocablo «Regencia», tan provechoso para los autores de novela romántica de época y para los fabricantes de muebles de reproducción, al parecer nació como un neologismo empleado en la década de 1920 por los decoradores de interior; sólo hoy en día, con el interés renovado por la Holland House Whiggery, los historiadores profesionales han empezado a mostrar cierto interés por ocuparse de él. El gusto camp por la época victoriana fue un deporte aristocrático —y una moda metropolitana— dos décadas antes de que los historiadores sociales se hicieran cargo de «las gentes de la época victoriana» y de los «valores victorianos»." Kenneth Clark le dio expresión precoz al fenómeno en The Gothic Revival (1928); Cecil

su vida de las causas liberales, «por no decir radicales», era amigo de Richard Cobden, cuyos libros y textos donó a la biblioteca de consulta de Brighton en 1873. Ardiente partidario de la educación popular, encabezó lecturas públicas en el fórum al aire libre de Brighton, The Level. Su primera pasión coleccionista fue la geología, y el primero de una serie de catálogos impresos a título privado databa de 1871 y versaba sobre fósiles cretáceos (el volumen estaba dedicado a su amigo John Ruskin). Ecologista precoz, su siguiente aventura coleccionista se desarrolló en el terreno de la historia natural; hasta encontró dinosaurios y los huesos de un iguanodonte en Cuckfield, Sussex. La colección de cerámica de Willett, pensada como una ilustración de la historia popular británica, incluía cantidades ingentes de objetos militares (una de las pasiones más sorprendentes de Willett) y muestras tan recientes como las esculturas de yeso pintado realizadas por Randolph Caldecott, el conocido ilustrador de Punch, con motivo del caso Tichborne. Stella Beddoe, "Henry Willett (1823-1905): Brighton's Major Benefactor", Brighton Museum, octubre de 1933. 64 The John Johnson Collection. Catalogue of an Exhibition, ed. Michael L. Turner, Oxford, 1971. Tom Laqueur, "The John Johnson Collection in Oxford", History Workshop Journal, 4, otoño, 1977; Louis James, Print and the People, 1819-1951, Londres, 1976, se apoya a placer en la colección. 65 Sobre la fiebre victoriana de los primeros años treinta, Robert Graves y Alan Hodge, The Long Week-End: A Social History of Great Britain, 1918-1939, Londres, 1950; sobre la fiebre victoriana y los Bright Young Things, Christopher Sykes, Evelyn Waugh, A Biography, Harmondsworth, 1977.

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Beaton y la bohemia de alto copete de la década de 1920 experimentaron con él en sus sofisticadas fiestas de disfraces; John Betjeman, pionero de los viajes en el tiempo rumbo a épocas arrinconadas u olvidadas, les dio un anticipo a sus lectores del Daily Herald;66 mientras en Late Joys, convirtiendo una manida petulancia literaria en una especie de arte performance de gusto camp, Leonard Sachs empezó a montar el Music Hall Victoriano de los Viejos Tiempos.67 En época más reciente, el resurgimiento del Art Deco que se produjo en la década de 1960 y el dinámico negocio de los juegos de té de Clarice Cliff han sido algunas de las influencias subliminales que han reforzado los argumentos de esos historiadores revisionistas que subrayan la modernidad de la Gran Bretaña de entreguerras frente a su conservadurismo ancien régime. Los ilustradores arqueológicos y anticuarios, como los que adornaban las guías de finales del siglo xuili, fueron los avatares del medievalismo victoriano, y convirtieron los coros desnudos y arruinados de las ruinas monásticas en un espectáculo tan familiar como las casas señoriales. Thomas Pennant, anticipándose al descubrimiento de la geología y a la invención de la prehistoria, mandó ilustrar su texto con dibujos de megalitos." Más adelante, los ilustradores anticuarios se contaron entre los popularizadores más eficaces del medievalismo romántico de Sir Walter Scott. Constituyeron el centro de atención de obras tan influyentes como Monumentos sepulcrales de Gran Bretaña (1786-1799), de Gough, o Efigies monumentales, de Stothard." Cuando los eclesiólogos de la Sociedad Camden iniciaron su campaña de propaganda para promover el regreso al mobiliario eclesiástico de la Alta Edad Media, recurrieron con asiduidad a sus servicios. Las historias de condados elaboradas a principios y mediados del siglo xix llevaban también su huella, mientras que las transacciones de las Sociedades de Registro realizadas en las décadas de 1850 y 1860 concedían gran importancia a sus grabados de fuentes, naves y efigies. Los ilustradores populares también desempeñaron un papel crucial en el gusto por lo isabelino que se impuso a mediados de la época victoriana y en la invención de una «Alegre Inglaterra» de índole más protestante (y nacionalista) frente a la Inglaterra medieval descrita por Cobbett, Carlyle y Pu-

" Bevis Hillier, Young Betjeman, Londres, 1989. " Archie Harradine, "The Story of the Players' Theatre", en Late Joys, Londres, 1943. Concebido en origen por Peter Ridgeway e inspirado en los tiempos de la Regencia, el Player's Theatre intentaba volver a capturar el sabor de los reservados galantes de la década de 1830, pero acabó convirtiéndose en un pastiche de la revista musical de finales de la era victoriana. 68 Glyn Daniel, A Hundred and Fifty Years of British Archeology, Londres, 1975, págs. 30-31. John Michel, Megalithomania: Artists, Antiquarians and Archeologists at the Old Stone Monuments, Londres, 1983. 69 Charles Alfred Stothard, The Monumental Efigies of Great Britain, Londres, 1811-1833. Thomas Stothard, el padre de Charles Alfred, era un pintor destacado de temas medievales y desempeñó un papel crucial en la difusión de los tapices de Bayeux en Gran Bretaña.

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gin." «A Coming of Age in the Olden Times», de W. P. Frith —un lienzo repleto de personajes que muestra a un hacendado isabelino rodeado por una bandada de mujeres pertenecientes a su jubiloso arrendamiento, del que el Gremio de Artistas, en 1852, extrajo la plancha «An English Merry Making in the Olden Times»— fue una de las estampas más populares de la era victoriana.7' Las recuperaciones «arqueológicas» de Shakespeare, como las de Charles Kean,72 y los grabados de madera de John Gilbert (831 en total) para el Shakespeare de Boydel, «una de las obras ilustradas más memorables de Inglaterra», formó una idea típicamente victoriana de la época isabelina que se ha mostrado extremadamente tenaz." Pero lo que contribuyó con mayor fuerza a despertar el apetito por lo isabelino fueron los volúmenes del arquitecto John Nash, discípulo de Pugin. Sus Mansiones históricas, publicadas entre 1840 y 1844, y sus Residencias nobles de Inglaterra elevaron las casas señoriales al pináculo de la estima romántica y convirtieron a lo isabelino en lucero del alba de los indígenas." Otro banco de datos al que todo intento de elaborar una genealogía o arqueología de las fuentes extraoficiales del conocimiento histórico debería prestar atención sería la música. Las primeras historias, tanto en la Europa medieval como en la antigua Grecia, fueron las baladas, las cuales, a partir de Ulises, convirtieron a los simples mortales en dioses y héroes. También sirvieron como memoriales de guerra, en el caso de la batalla de Roncesvalles y acaso también en la de Maldon, otorgando una cualidad épica a lo que en el suceso de origen quizás fuera una escaramuza relativamente menor. Las baladas sirvieron como instrumentos mnemotécnicos en los recitados de genealogía y (según las consideraciones de John Aubrey) en el conocimiento de la

70 Para un estudio breve y excelente del gusto victoriano por lo isabelino, Alun Howkins, "The Discovery of Rural England", en Robert Colls y Philip Dodd, eds., Englishness, Politics and Culture, 1880-1920, Londres, 1986, págs. 70-71; Georgina Boyes, The lmagined Village: Culture, Ideology and the English Folk Revival, Manchester, 1993, págs. 34-35, 39, 70-71, para fases posteriores de la recuperación de lo isabelino. Sobre su influencia en la arquitectura, Mark Girouard, The Victorian Country House, Oxford, 1971, págs. 33-35, 55, 65. Sobre el ámbito de la tipografía, Cyril Baxter, "Andrew Tuer and the Leadenhall Press", Print in Britain, XI/8, diciembre de 1963, págs. 31-32; sobre la reinvención de antiguos tipos ingleses de letra, Talbot Baines Reed, A History of Old English Letter Foundries, Londres, 1952, pág. 249. El instituto St. Bride posee algunas muestras de espectáculos de "Ye Oldc Englishc Fayre", organizados con fines caritativos en la década de 1880, que daban una importancia excepcional a sus tipos ingleses de letra. La Sociedad Holbein de reimpresión de facsímiles (el primero se publicó en 1876) también ayudó a propagar los encantos de la letra Tudor. 71 Hilary Guise, Great Victorian Engravings, A Collector s Guide, Londres, 1980, pág. 8. 72 Sobre recuperaciones «arqueológicas» de Shakespeare en las décadas de 1840 y 1850, Michael Booth, Victorian Spectacular Theatre, 1850-1910, Londres, 1982, págs. 34-35, 47-59; J. W. Cole, The Life and Theatrical Times of Charles Kean, Londres, 1859. 73 Sobre Gilbert, Forest Reid, Illustrators of the 1860s, Nueva York, 1975, págs. 20-23; Edward Hodnett, Five Centuries qf English Book Illustration, Aldershot, 1988, págs. 123-125; John Jackson, A Treatise on Wood Engraving, Londres, 1861, pág. 561. 74 Michael Twyman, Lithographers, 1800-1850, Oxford, 1970, págs. 213-217.

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historia dinástica. También pudieron ser —si se aceptan las lecturas radicales de la leyenda de Robin Hood— depositarias de lo que el profesor Tawney llamó una vez «el comunismo sin doctrina de las aldeas de los campos abiertos». Desde un punto de vista historiográfico, uno de los ejemplos más notables del poder de las baladas, en lo que hace a la formación de la conciencia y a la creación de un relato histórico, fue el de los jacobitas, que se ganaron en gran medida el puesto que ocupan en la historia merced a las canciones de Lady Nairne. Escritas y compuestas en la década de 1820 —cénit del romanticismo paneuropeo y momento de la puesta de largo de los tartanes de las Tierras Altas escocesas— las canciones convirtieron la batalla de Culloden en unas modernas Termópilas y transformaron a Carlos Estuardo en un romántico fugitivo (Sir Harold Boulton escribió «Por los mares hasta Skye» en 1908). En la actualidad la música se antoja como un significante aún más poderoso. «The White Cliffs of Dover» se ha consolidado como una especie de himno nacional alternativo en todo relato sobre la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial; no deja de resultar sintomático que en la última y polémica celebración del cincuentenario del Día D no fueran la reina ni el primer ministro quienes hablaran en honor de los soldados caídos, sino la cantante Dame Vera Lynn. En el caso de los devotos de Casablanca, una interpretación de «As Time Goes By» cantada con voz ronca evoca recuerdos agridulces de la resistencia antifascista. «Adiós Dolly Gray» se ha hecho célebre como una especie de melodía identificativa de la Guerra de los Bóer; y al parecer ya era así en 1931, cuando Noel Coward la adaptó para la saga familiar inglesa de Cabalgata. En Francia parece que El tiempo de las cerezas desempeñó un papel similar para quienes deseaban honrar a los mártires de la Comuna de París. La música también ha colaborado en la efervescencia de las ansias de resurrección propia de nuestra época. La interpretación de música barroca y el empleo de instrumentos originales, iniciado por un pequeño grupo de arqueólogos musicales en la década de 1950, estuvo en condiciones de contar con un circuito de conciertos alternativo en la década de 1960; hoy en día tales interpretaciones pueden llenar el Royal Albert Hall. La restauración de bandas sonoras de películas antiguas —empezando por la experiencia megamusical del Napoleón exhumado de Abel Gance— es otro ejemplo imitado con asiduidad, mientras en la música rock los revivals se mezclan en tal medida con la creación de música nueva que a menudo es imposible saber dónde acaba el corte antiguo y dónde empieza el nuevo. Toda consideración sobre la historia que la entienda como una forma de conocimiento social deberá admitir el carácter abigarrado de su curso y celebrarlo. En la Edad Media —escribe R. W. Southern en su estudio sobre el resurgimiento histórico acontecido durante el siglo la historiografía abarcó a todos aquellos consagrados al proceso de recopilar y ordenar fueros, transcribir documentos, estudiar las inscripciones y los edificios monásticos, reunir textos antiguos, escribir la historia de los predios, compilar crónicas y vidas de santos. Por cada obra que ha llegado íntegra hasta nosotros hay miles de fragmentos desperdigados.

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Entre los vasallos de Clío también habría que incluir a los que trabajaron como guardianes de la memoria visual en la representación pictórica del pasado. Cabría citar como ejemplo a esas damas anónimas —según algunos comentaristas, anglosajonas y vinculadas a la abadía de San Agustín, en Canterbury, más que a un monasterio francés o a la corte de Guillermo el Conquistador— que tejieron el Tapiz de Bayeux, relato visual incomparable; o a los pintores eclesiásticos que convirtieron la historia sagrada en vitrales y frescos; o a los grabadores heráldicos que inscribieron el escudo de armas de las familias en sellos, insignias y torreones fortificados. En el punto de convergencia entre lo sacro y lo secular, el lugar de honor corresponde a los alarifes, tallistas y plateros que crearon para las iglesias estatuas de un realismo extraordinario —una especie de museo medieval de Madame Tussaut, como las ha descrito un comentarista— y que reprodujeron, en las misericordias, escenas de la vida lugareña. También debería mencionarse a los miembros de los gremios artesanos, encargados de la producción e interpretación de los autos, de los misterios y de esos dramas populares y pasos de carnaval que en la Alta Edad Media convirtieron los ritos ciudadanos en teatro de calle y anticiparon la escena isabelina. En la Edad Media la conservación de la memoria, por emular las admirables páginas escritas al respecto por Marc Bloch en La sociedad feudal o el examen más extenso y complejo de la obra de M. T. Clanchy sobre la transición que lleva de la cultura oral al registro escrito, era una actividad pública de la que participaba casi todo el mundo, aunque sólo fuera como testigo o —en el caso del exemplum del sermón— como oyente silencioso. Este era sobre todo el caso en lo que hacía a asuntos de costumbres y leyes, en los cuales, incluso tras el advenimiento de los documentos escritos, se otorgaba especial crédito al testimonio de los ancianos. Por otra parte, estaban los miembros de las fraternidades y ligas parroquiales que cuidaban de los libri memoriales y oraciones por los difuntos; los que dramatizaban historias bíblicas en las festividades litúrgicas; y el ingente número de los que daban crédito a las historias milagrosas postrándose ante las reliquias de los santos y los mártires. En lo que hace al siglo xix, cuando la historia descolló como un gran arte público y sus practicantes más aventajados disfrutaron del estatus de hombre de letras —si no a la par con los poetas, al menos por encima de los novelistas—, la atención debería centrarse en esas nuevas formas literarias que dejaron su impronta en el trabajo de los historiadores y marcaron el rumbo de su investigación. Sir Walter Scott, con sus héroes antiheroicos, sus escenas de la vida cotidiana y sus coqueteos con las hablas populares y regionales, sería uno de los grandes arquitectos del realismo histórico, mientras que en el extremo opuesto la atención debería dirigirse al submundo literario, en el que los gacetilleros mal pagados que relataban aparatosamente hazañas históricas para las revistas juveniles que se publicaban una vez al mes, el maestro de escuela menesteroso que redactaba biografías heroicas para los libros que se daban

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como premio en las escuelas dominicales y la mujer de letras que trataba de hacerse un hueco en la historia de la filantropía o de la difusión de conocimientos útiles sobrellevaban una existencia precaria. No menos pertinente para la conciencia histórica del siglo xix sería ese pequeño ejército de educadores populares que por medio de exposiciones y lecturas públicas o guías y libros elementales convirtieron la Gran Bretaña en un escaparate de historia natural, «fosilizando» cuando iban del siglo XIX de vacaciones a la costa, «arqueologizando» o «geologizando» cuando visitaemplazamientos históricos, coleccionando muestras de flora y fauna cuanban do se daban un paseo por el campo e instalando museos de historia natural en su casa. Una genealogía abarcaría desde el hacendado obsesionado por el pedigrí hasta el cantero o lanero educado a sí mismo, que todas las semanas recaba las columnas del periódico y las publicaciones periódicas, bien por sus descubrimientos literarios y biográficos, bien porque proporcionaban bases para la investigación local." Los numismáticos, como el gran Roach Smith de Londres, hombre de negocios que contribuyó a fundar un museo romano y a publicar una pequeña biblioteca de estudios romano-británicos a partir de los residuos hallados por los albañiles, pueden considerarse, retrospectivamente, como archivistas al servicio del futuro;" y lo mismo cabe decir de esas sociedades botánicas formadas por trabajadores y naturalistas de sábado por la tarde, cuyas alegrías incluyeron el descubrimiento de restos prehistóricos. Hoy en día la historia ya no se considera una rama de la literatura, aunque sólo sea porque los propios historiadores albergan otras ambiciones, como vincular su trabajo con la «teoría» o cuantificar sus hallazgos al modo de la ciencia. Ya no existe, como existió en el siglo xix, una escuela histórica de pintura. La conservación de la memoria es una función que se asigna paulatinamente a los medios electrónicos, mientras la conciencia actual del artificio de la representación proyecta una sombra de sospecha sobre la documentación del pasado. Empero, la historia como actividad masiva —o en todo caso como pasatiempo— posiblemente no haya tenido nunca más adeptos que en el presente, en el que el espectáculo del pasado despierta el tipo de atención que otras épocas prestaron a lo nuevo. La conservación, aparte de las dudas que suscita la noción de «patrimonio histórico», es uno de los grandes movimientos sociales y estéticos de nuestro tiempo. Los investigadores de las sociedades de historia familiar

75 w. J. Thomas, "Gossip of an Old Brookworm", Nineteenth Century, 1881, para notas autobiográficas escritas por el fundador de Notes and Queries (el mismo hombre que acuñó el término "folk-lore"). Catalogue qf the Museum of London Antiquities, Londres, 1854; 76 Charles Roach Smith, Illustrations of Rotnan London, Londres, 1859; Collectanea Antigua, 7 vols., 1848-1880. Las de Smith combinan remembranzas de sus correrías y amistades con comentarios Retrospections sobre restos romanos. Brian Hobley, "Charles Roach Smith (1807-1890): Pioneering ArcheoloThe London Archaeologist, vol. XIII, n° 22, 1975, págs. 328-333. Hay una escueta gist", en referencia a Roach Smith en The Amateur and the Prqfessional, de Philippa Levine.

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abarrotan los archivos administrativos. Vivimos —Teatros de la memoria espera demostrarlo— en una cultura histórica en expansión, en la que el trabajo de investigación y recuperación se extiende progresivamente a toda clase de esferas que en el pasado se hubieran considerado indignas de consideración, y en la que todos los nuevos órdenes de documentación resultan relevantes. Toda noción más pluralista de la profesión histórica, o que al menos guarde el respeto debido a esos subalternos sin los que las empresas históricas se irían a pique, debe otorgar algún espacio, como sostengo en los capítulos dedicados al «descubrimiento» de fotografías del pasado, a los documentalistas fotográficos, nueva raza de cliógrafos que debe su existencia a la revolución foto-litográfica de la década de 1960, en lo que hace a las publicaciones históricas de índole popular, o a esos libros de sobremesa y suplementos dominicales en color que han sido el principal medio de reproducción de la fotografía «antigua». Luego están los técnicos de televisión encargados de sincronizar la imagen y el sonido de los docudramas televisivos, los autores de guiones que adaptan clásicos de la literatura, los archivistas cinematográficos que seleccionan y empalman materiales de películas de antaño, las compañías independientes que pujan por la franja horaria de Timewatch. En otra esfera, en la que los proyectos de tipo «amateur» han transformado el mapa del conocimiento, la historia familiar ha dado lugar a una industria ingente, con un extravagante banco de datos en un extremo del espectro: el IGI (Índice Genealógico Internacional), archivo de almas difuntas financiado por los mormones que constituye la primera escala de los que buscan a sus antepasados. Una de las incorporaciones más destacadas a las filas de los guardianes de la memoria británicos —o al notable aumento que han experimentado en tiempos recientes— ha sido la multiplicación de minimuseos y de conservadores de colecciones propias surgidos al abrigo de la filosofía del «amateurismo». Las firmas comerciales, animadas por algún aficionado que forma parte de la plantilla (a menudo, al parecer, el Director), han echado mano de tales recursos para presentarse ante sus clientes, colocando vitrinas en la zona de recepción. La conversión de los hogares en una especie de santuario histórico en miniatura es aún más habitual, con viejas fotografías —ampliadas y enmarcadas— que hacen las veces de retratos de familia y ardillas victorianas de peluche que sirven como reliquias familiares de pega. También habría que aludir a las legiones de cazadores de gangas que con sus incursiones en mercadillos y toda clase de puestos de compraventa han creado nuevas categorías de objetos coleccionables o han confeccionado los archivos del futuro con los materiales efímeros del presente. El Museo de Walsall descubrió docenas de ellos en 1991, cuando organizó su primer «Festival de Exposiciones Populares», invitando a los coleccionistas de la zona a ocupar las salas del museo. Los «objetos de coleccionismo» desplegaron su enorme diversidad, empezando por el músico de jazz veterano y su colección de baterías antiguas y acabando por la cultura de dormitorio de los adolescentes y sus colecciones de bufandas de fútbol, fanzines o Madonnas.

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'" Mark Girouard, The Return to Camelot, Chivalty and the English Gentlenian, Londres, 1981. 10 Thomas Okey, A Basketful of Memories, Londres, 1930, págs. 17-18. «Mi yaya tenía muchos libros muy viejos y manoseados. Entre ellos estaba el Libro de los mártires de Foxe, con todas las eses impresas como efes y muchas imágenes de hombres y mujeres dignos de compasión que eran sometidos a torturas»; Shop Boy, pág. 24. La abuela en cuestión tenía una pequeña tienda de ultramarinos en Morriston, cerca de Swansea. '" Edward Hodnett, Five Centuries of English Book Illustration, Aldershot, 1988, pág. 31. Dentro de una extensa bibliografia, cabe hacer referencia a J. F. Mozley, John Foxe and His

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Hoy en día, la ilustración histórica, representada en el ámbito de la edición popular con fines educativos por editoriales como Kingfisher, Usborne y Dorling Kindersley —sucesores en la década de 1990 de los libros de «Ladybird»— es, a su modo, igualmente conservadora; alterna extravagancias como las que arrastraron al joven Samuel Bedford a los libros de buhonero —por ejemplo, «Cómo dibujar fantasmas, vampiros y casas encantadas»— con un «juego de batalla realista» de Buques de guerra en el que las naves vikingas se alternan con galones españoles de cuatro mástiles, o una serie de «viajes en el tiempo» que pasa de «Caballeros y castillos» a «Inventores y exploradores célebres». Las biografías heroicas a las que los lectores de The Eagle tuvieron acceso en las décadas de 1950 y 1960 —dedicadas, entre otros personajes, a Carlomagno, Alfredo el Grande y Juana de Arco— no hubieran estado fuera de lugar en los manuales de autoayuda y los libros dados como premio en las escuelas dominicales del siglo xix;112 las historietas de las revistas para chicas —ambientadas con frecuencia en el pasado— cultivan a pie firme el idioma de las «novelas con huérfano» de inspiración evangélica. Introduciendo variaciones en las biografías cortesanas y en las novelas románticas protagonizadas por la realeza, han explotado el filón de las historias sobre niñas huérfanas o perdidas, ambientadas ora en la Inglaterra victoriana, ora en tiempos de la Regencia, y en las que nunca faltan ni los auspicios de la aristocracia ni los pobres de solemnidad. Por ejemplo, «Sofía Seispeniques» (Mandy, 3 de marzo de 1984) cuenta la historia de una niña de doce años que deja atrás una vida marcada por la pobreza, los reformatorios y la mendicidad por obra del acaudalado Sir John Fielding, que se la compra a una pareja sin escrúpulos por seis peniques: de ahí su apellido. Cuando Sir John se marcha en viaje de negocios, sus malignos padres adoptivos tratan de secuestrarla, a la manera del Artful Dodger de Oliver Twist. «Angel» (Mandy for Girls, 26 de enero de 1985) presenta a una señorita victoriana, hija única de un rico

Book, Londres, 1940; William Haller, Foxe's Book of Martyrs and the Elect Nation, Londres, 1963. E. R. Norman, Anti-Catholicism in Victorian England, Londres, 1968, pág. 13, señala que la edición de 1875 del libro de Foxe incluía una imagen que mostraba la Matanza del día de San Bartolomé, cometida con posterioridad a la edición original. Warren J. Wooden, «John Foxe's Book of Martyrs and the Child Reader», en Children's Books of the English Renaissance, Kentucky, 1986, págs. 73-87. Agradezco a Carolyn Steedman esta referencia. 12 Frank Hampson, el creador del personaje de Dan Dare cuyas aventuras aparecían en The Eagle, alcanzó el apogeo de su carrera con una vida de Cristo en formato de cómic. En su autobiografía, Before I Die Again, Londres, 1992, Chad Varah, uno de los fundadores de los Samaritanos, no habla en exceso de su papel de autor de las historias publicadas en la contracubierta de The Eagle. En una vena más satírica y objeto de un culto que se ha extendido a los cursos de Cuarto y Quinto está Asterix, muy bien traducido del francés y cuya mezcla de tópicos, reproducciones de antigüedades y teatro del absurdo han convertido a la Galia romana —y a la migaja que quedó sin ocupar— en una suerte de paradigma de los movimientos de emancipación de hoy en día. (Las notas del final mantienen a Asterix en el ámbito de la educación; R. Goscinny y A. Uderzo, French with Asterix: The Complete Guide, Londres, 1993, lo recicla para los colegios.)

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banquero, que, aquejada de una enfermedad incurable, consagra los que ella piensa que son sus últimos días a conducirse como una buena samaritana en los barrios marginales de Londres. En Nikki for Girls (27 de abril), una malvada enfermera planea matar de hambre a una huérfana victoriana en provecho de un tutor perverso; en Judy and Tracy (5 de julio de 1986), Hetty Dean, florista del Londres victoriano, se convierte por arte de magia en princesa moldava. Empero, un examen más atento de cualquiera de esas imágenes revelará que son menos intemporales de lo que aparentan. Las reinas que nos observan desde los libros de «Ladybird» parecen la viva imagen de Julie Andrews o Anna Neagle: sus rostros resultan animados o estatuarios en función del papel que se les haya asignado. Asimismo, en el Libro de crónicas de la realeza de la historia inglesa —una popular antología publicada en 1883— todas las imágenes, con independencia del periodo que supuestamente representan, se parecen a las que se encuentran en los cuentos morales victorianos. Salvo por la inscripción «Señor, ten piedad», la «Calle de Londres durante la plaga de peste», con sus viviendas ruinosas y destartaladas, es puro Gustavo Doré (véase su Londres, una peregrinación, 1872). El joven rey Alfredo que, absorto en sus pensamientos, deja que los bizcochos se quemen, es sin lugar a dudas un muchacho, pero también un doble de la Alicia de Sir John Tenniel (y de Lewis Carroll). Geoffrey Chaucer, el poeta, y Eduardo III, su soberano, aparecen representados como merlines prerrafaelitas, con unas barbas que les llegan casi al suelo. Cuarenta años antes, en las ilustraciones con las que Charles Knight solía estimular las ventas de la Revista Penny, los filósofos y los poetas, lejos de aparecer hirsutos, apenas lucían bigote u otra clase de vellosidad superflua. La televisión, sobre todo quizás la dirigida a los niños, posee el don de lograr que los personajes históricos hablen con el tono del presente. De hecho fue bajo la égida de una serie televisiva que se mantuvo mucho tiempo en antena, Dr. Who, cuando nació la idea del regreso al futuro y del viaje en el tiempo, leitmotiv de la posmodernidad. En la década de 1970, las series para niños celebraban las hazañas de Ricardo Corazón de León y las Cruzadas (El talismán), resucitaban la Inglaterra anglosajona en Hereward el Despierto y mostraban a caballeros con armadura participando en justas medievales en Ivanhoe. En tiempos más recientes, gracias a su ecológica y popular Robin de Sherwood, la televisión para niños ha creado una especie de adorable forajido «New Age», amigo de un mago celta y experto oficiante de ceremonias druídicas. Un caso aún más llamativo es el de la reciente serie de culto Sharpe. Ambientada en la época de la Guerra de Independencia Española y repitiendo hasta la saciedad algunas canciones del periodo para que no quepa duda de que todo es real, su protagonista masculino, Sean Bean, parece el resultado de un cruce entre la bravuconería de un Errol Flynn, capaz de hacer que sus pérfidos y cobardes enemigos pongan pies en polvorosa, y la sensibilidad de una figura propia de D. H. Lawrence. El héroe se enamora de una guerrillera española que demuestra su condición de mujer emancipada acuchillan-

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do a un tipo en cada episodio, mientras el héroe abraza a su hija pequeña con el arrobo de un «nuevo hombre» educado en Islington. El arte de la memoria descrito por Francis Yates, arte cuya trayectoria se extiende desde la antigua Grecia hasta la Italia del Renacimiento y la Inglaterra de Shakespeare, posee una vertiente gráfica muy acusada.'" Surgido como instrumento retórico, en el Medievo se lo cultivaba como una suerte de equivalente visual del pensamiento. Se asociaba tanto a la producción como al almacenamiento de imágenes, así como a la ubicación de lugares de la memoria (esto es, cementerios y santuarios)."4 La memoria de palabras se convierte en memoria refractada a través de la memoria de cosas, y al cabo, cuando es absorbida por la filosofía oculta, de las figuras astrales.'" Los escribas medievales, con su pasión por instrumentos mnemónicos como el alfabeto visual, tenían el don de descubrir imágenes equivalentes a las proposiciones lingüísticas. En los manuscritos iluminados, las palabras duplican la naturaleza de las cosas; arraigadas en los humores de la vida cotidiana, la flora y la fauna de las glosas al margen o las cabezas de animales y las figuras donosas constituyen el contrapunto de los misterios de la religión o de los rigores de la ley."6 Los caballeros se anuncian por medio de la heráldica, «lenguaje de signos alternativo, propio del orden caballeresco, empleado para distinguir sus nombres»."7 La clase mercantil del Londres de la Alta Edad Media siguió sus pasos, «eligiendo como emblemas los mismos predadores que por lo común habían atraído a las familias nobles como símbolos de poder», aunque los pescaderos londinenses (según Sylvia Trupp) prefirieron el recurso a la iconografía cristiana.'" Las vidrieras contaban la historia de la Biblia mediante relatos compuestos por imágenes, y la vida de los santos se narraba en tabernáculos ornados en los que se repasaban sus padecimientos y milagros. Los frescos y los frisos representaban escenas de combates y mostraban efigies de los caídos en el campo de batalla.19 En consecuencia resulta lógico que Matthieu Paris, cuya Chronica Majora, compilada entre 1230 y 1251, constituye una las grandes historias medievales, fuese a un tiempo historiógrafo y artista. Su texto está ilustrado en abundancia con escenas apropiadas al caso, en muchos casos dibujadas (a lo que parece) por él, quien diseñó además un sistema de referencias gráficas concebidas como ornamento y como una suerte de índice alegórico. «Aquí vemos un pez, allá una cabeza de venado... y por doquier... el cuerpo de un animal dividido en

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dos mitades».129 «Tal era su destreza en el trabajo del oro, la plata y otros metales», escribió otro monje en 1400, «y en la pintura de imágenes que desde entonces no ha tenido igual en el orbe cristiano».12 ' Los anticuarios, inclinados a las formas excéntricas y raras, amantes de las curiosidades y con frecuencia apasionados por lo arcaico, han sido mucho más sensibles a lo visual que los historiadores.'22 Inspirándose con frecuencia en objetos exóticos o en ruinas y reliquias; empleando como fuentes primarias las inscripciones en cerámica o en bronce en lugar de la palabra escrita o impresa; y valiéndose de enseres funerarios o tesoros de monedas para reconstruir las trazas de antiguos asentamientos, los anticuarios se han interesado en exhibir y mostrar el objeto de su investigación y en escribir sobre él, mientras la ilustración, aunque sólo fuera por necesidades de la exegesis, ha formado parte de su obra publicada.'23 En las publicaciones decimonónicas, la letra gótica y las palabras arcaicas eran por lo común parte esencial de las portadas, mientras los adornos de los márgenes y marmosetes imitaban efectos propios del manuscrito iluminado del Medievo.' 24 La historia arquitectónica, la heráldica y la eclesiología, preocupaciones prioritarias de las sociedades arqueológicas y de documentación de los condados, otorgaban también un papel de primer orden a la ilustración, mientras la lectura ilustrada, valiéndose de «dioramas» de ruinas monásticas o de placas de viejas iglesias inglesas para su proyección en la linterna mágica, era al parecer la preferida por el gran público interesado en las antigüedades eclesiásticas.'25 En el caso de las editoriales populares, como las de William Hone, Robert Chambers y el egregio S. C. Hall, las ilustraciones eran lo que más atraía al público lector.'26 Los tres volúmenes del Libro de todos los días de Hone estaba

Richard Vaughan, Matthew Paris, Cambridge, 1958, pág. 211. George Henderson, Gothic, Harmondsworth, 1978, pág. 22. 122 «La idea de que la arqueología estaba profundamente vinculada con valores artísticos se hallaba muy extendida», escribe Philippa Levine en su interesante crónica sobre algunos practicantes decimonónicos de la disciplina. «Birch remataba sus descripciones afirmando que el valor de la arqueología radicaba en que "ayuda a la formación y el cultivo del gusto público"... John Marsden, a quien se concedió la primera Cátedra de Arqueología de Inglaterra, en Cambridge, habló en esa ocasión de la "conexión íntima entre los anticuarios y el poeta"». Philippa Levine, The Amateur and the Professional, pág. 90. 123 Glyn Daniel, A Hundred and Fifiy Years of Archeology, Londres, 1950, pág. 31. 124 La impresión anastática, un procedimiento facsímil inventado en la década de 1840, se utilizó por extenso en las publicaciones anticuarias, por ejemplo en las ilustraciones de las viejas iglesias inglesas. Geoffrey Wakeman, Victorian Book Illustration, Newton Abbot, 1973, 113 Frances A. Yates, The Art of Memory, Harmondsworth, 1978, págs. 124-127, 129-130 págs. 51-55. [ed. cast.: El arte de la memoria, trad. Ignacio Gómez de Liaño, Madrid, Siruela, 2005]. 125 Archivos de la Iglesia de San Juan Bautista, Bridgwater, libro de recortes del Rey. C. Bazell, 14 Ibíd., págs. 74-76. 15 Ibíd., págs. 210-212, 217-218, 225-226. 1988-1990, muestra la casa consistorial repleta con ocasión de una serie de tales conferencias. Agra116 M. T. Clanchy, dezco al Rey. C. Pidoux la exhumación de este y otros documentos del archivo parroquial. From Memory to Written Record, England 1066-1507, primera edición, 126 Hall, Book of British Ballads, Londres, 1842, contenía más de cuatrocientas xilografías Londres, 1979, pág. 229. 117 Ibíd., pág. 230. «y fue la primera obra de cierta envergadura en la que participaron los mejores artistas de la época». John Jackson, A Treatise on Wood Engraving, Londres, 1861, pág. 564. Se dice que ns Sylvia Thrupp, The Merchant Class of Medieval London, Michigan, 1962, págs. 252-253. 119 George Henderson, Hall, un empresario literario de mucho éxito, sirvió de inspiración para el personaje del Sr. Early Medieval, Harmondsworth, 1977, págs. 155-157. Pecksniff que aparece en Martin Chuzzlewitt. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. 120

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ilustrado con 436 grabados, dibujados con frecuencia por los propios anticuarios.'27 Charles Roach Smith, el boticario de la ciudad de Londres que formó un auténtico museo de restos romanos, contribuyó con sus propios aguafuertes a la publicación y popularización de su obra, mejorando los originales de manera que cada letra de las inscripciones romanas y cada tesela de los suelos de mosaico están en su sitio.'28 El también anticuario Thomas Wright ilustró sus andanzas y descubrimientos con una cantidad ingente de grabados y viñetas, nacidas (al parecer) de su propia mano. Le gustaban las «formas toscas» y tenía una vena humorística.'" (uno de sus dibujos muestra a los excavadores de cuevas protegiéndose de una tormenta bajo un quitasol);'" empero, parece que fue tan incapaz como Roach Smith de abstenerse de mejorar los originales al dibujarlos del natural. Los tres volúmenes de la Historia de Irlanda de Decker estaban ilustrados con grabados del presidente de la Sociedad de Acuarelistas: «La muerte de Brian Horu», «Richard Earl de Pembroke se despide de su hermano», «Enrique II consigue la bula papal»... '3' Su Historia de las maneras y sentimientos domésticos en la Inglaterra de la Edad Media, texto de enorme influencia, se basaba en escenas representadas en manuscritos iluminados del Medievo para ilustrar su crónica de las casas, los enseres, los vestidos, la comida y las diversiones.132 La ilustración histórica estuvo en la vanguardia de la introducción de la historia social en las escuelas elementales de la década de 1920. El Consejo de Educación, en sus Sugerencias para 1918, sostenía que los niños tenían necesidad del «elemento de la imagen».1" Los niños comprendían con mayor facilidad la cultura material —de la que las casas, la comida, los vestidos y los medios de locomoción constituían una muestra— que las cuestiones políticas y constitucionales de índole más abstracta; los artefactos materiales eran además —como mostraron los maestros progresistas— candidatos ideales para la educación «lúdica» y mediante el «trabajo manual» (esto es, modelar y dibujar) y para lo que dio en llamarse, por inspiración de Froebel y Dewey, «aprender con

'" William Hone, The Every-Day Book and Table Book: or Everlasting Calendar qf Popular Amusements, 3 vols., Londres, 1839. 128 Charles Roach Smith, Catalogue of the Museum qf London Antiquities, Londres, 1854; Illustrations of Roman London, Londres, 1859; Collectanea Antigua: Etchings and Notices of Ancient Remains, Illustrative qf the Habits, Customs and History of Past Ages,7 vols., Londres, 1848-1880. 1 " Wright era admirador y amigo de George Cruikshank. Una de sus muchas compilaciones se tituló A History of Caricature and Grotesque in Literature and Art, Londres, 1875. Para una semblanza interesante pero breve en exceso de Wright, Richard M. Dorson, The British Folklorists, A History, Londres, 1968, págs. 61-66. '3" Thomas Wright, Wanderings of an Antiguaiy, Londres, 1856, págs. 186-187. 131 Thomas Wright, The History of Ireland ,from the Earliest Period... to the Present Time, Londres, 1854, 3 vols. 32 Thomas Wright, A History qf Domestic Manners and Sentiments in England during the Middle Ages, Londres, 1862. 1 " R. D. Bramwell, Elementary School Work, 1900-1925, Durham, 1961, citando al Board of Education, Suggestions for the Considerations of Teachers, Londres, 1918.

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la práctica». Las maquetas de Stonehenge, las estancias «de época» y los frescos históricos se contaban, por lo que parece, entre los ejercicios preferidos por los alumnos de los primeros cursos de la época; y los libros que versaban sobre esos temas, como las historias de «Piers Plowman», estaban profusamente ilustrados con grabados y estampas históricas.'34 En cambio la Asociación de Historia, que en la misma época se constituyó como instrumento de orientación de los maestros y maestras de bachillerato superior, ofrecía paisajes surcados únicamente por líneas de texto, tanto en sus popularísimos panfletos como en su revista trimestral. Las prensas universitarias —cuyo número no dejó de crecer en esos años— no resultaban menos áridas, aunque cuando Oxford University Press publicó Open Fields, de los Orwin, el libro tenía como ilustraciones uno de los alicientes arqueológicos de la década de 1920: las fotografías aéreas.'" En una sociedad cada vez más consciente del valor de las imágenes y en la que los niños desarrollan una gran competencia visual a edades muy tempranas, las revistas especializadas se cuentan entre las escasas publicaciones en las que la ilustración histórica no ha calado aún. Los historiadores de arte son los únicos que utilizan las imágenes como fuente; nadie reclama que los seminarios y las conferencias introduzcan presentaciones de diapositivas. Según algunos, como quienes condenan los museos al aire libre o los parques temáticos, lo visual carece de valor porque se asocia con lo popular. Apetitoso para el ojo pero carente de rigor, se lo considera moralmente censurable, como una especie de equivalente pedagógico de las aventuras amorosas. «La historia desde abajo» —la «nueva ola» de la erudición, consagrada a rescatar a las gentes ignoradas de Inglaterra del «olímpico desdén» de la posteridad— no prestó atención al elemento gráfico. Envuelta en la revolución cultural de la década de 1960, permaneció no obstante atada a formas harto tradicionales de escritura, enseñanza e investigación. La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), obra de E. E Thompson, no contiene ni una sola imagen que aligere las ochocientas páginas de una historia que versa sobre algunos de los años más brillantes de la caricatura política inglesa. Sucede lo mismo con El mundo que hemos perdido (1965), de Peter Laslett, que ofrecía una versión más doméstica de la historia del pueblo. La historia social de la «nueva ola» incorporó las fotografías, tal y como se estudia en la Parte V de este libro, pero en virtud de la realidad que captaban más que de su valor o interés en cuanto imágenes; en resumen, porque se las consideraba portadoras de una verdad documental. La preocupación reciente de la historia por la «representación» y su tardío reconocimiento del giro deconstructivo experimentado por el pensamiento contemporáneo propician la posibilidad e incluso exigen que el interés en el elemento gráfico adquiera mayor calado; de que la política se estudie como una suerte de arte performance, y la religión como un drama litúrgico. Si el espíritu

'34 "The Exeter Exhibition of Handwork Illustrative of History", History, 7, 1923-1924; L. Logie, Self-Expression in a Junior School, Londres, 1928, págs. 57-59. 1 " C. S. y C. S. Orwin, The Open Fields, Oxford, 1938.

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de la posmodernidad desprende a las fotografías de toda noción de realidad, acaso quepa estudiarlas por la teatralidad de las apariencias sociales más que por su semejanza con la vida cotidiana. Con independencia de la elección que tomen los historiadores, cabe presumir que el elemento gráfico va a desempeñar un papel cada vez más importante en el ámbito de la reflexión y la investigación. En primer lugar, hay que considerar que cada vez accedemos en mayor medida a la información mediante dispositivos de índole visual, desde cajeros automáticos hasta discos compactos. Además hay que tener en cuenta que hoy en día, merced a los avances en la tecnología y en la recuperación de la información, la reconstitución y la ilustración históricas resultan incomparablemente más sofisticadas que en el pasado. El láser permite producir, en el ámbito de la construcción, copias rutilantes de las que no existe original; mientras, los ingenios animatrónicos han avanzado hasta el punto de crear un rostro que parece de carne y hueso a partir de una calavera vikinga del siglo x. Merced a la dendrocronología, los arqueólogos nos invitan a beber, hablando metafóricamente, con los hombres de la cultura del vaso campaniforme, mientras la ingeniería genética puede lograr —o eso parece— que vuelvan a existir especies desaparecidas hace mucho.'" Por último, y acaso por efecto de la quiebra de las ideas sobre un destino nacional, se constata la importancia creciente que los «lugares de la memoria» han asumido en las ideas sobre el pasado histórico. El paisaje, en especial las amplias zonas de éste por las que vela el National Trust,* es ahora el encargado de realizar el trabajo de la memoria que antaño llevaron a cabo sus gentes. La concesión de un valor histórico a las construcciones que se alzan en él —fenómeno abordado en el presente volumen de Teatros de la memoria— llama todavía más la atención, por cuanto despierta el apetito por la conservación de las raíces y al mismo tiempo implica con frecuencia el desahucio de sus moradores. Las casas viejas, antaño abandonadas a su suerte, ahora se aprecian como vínculos vivos que nos unen al pasado, y constituyen una especie de equivalente visual a lo que dio en llamarse «una apuesta por el campo». Hasta las casas completamente nuevas dan la impresión de estar habitadas, como pone de manifiesto la universalidad de esos estilos neovernáculos en los que los materiales locales, los «árboles maduros» y los arbustos frondosos otorgan un aspecto granado a la primera vivienda. A la inversa, como mostró Rachel Whiteread en la instalación que presentó en 1993, la casa de mediados de la época victoriana que ha quedado desierta, sin amarre, con los postigos cerrados, las persianas bajadas y vacía —una casa que se puede rodear, pero a la que no se puede entrar— acaso constituya el monumento más perturbador a la diáspora urbana.

PARTE

RETROCHIC

136 Michael Crichton, Jurassic Park, Londres, 1991 [ed. cast.: Parque Jurásico, trad. Daniel Ricardo Yagolkowksi, Barcelona, Plaza & Janés, 1992]. * Sociedad de Protección de la Naturaleza y Conservación de Sitios Históricos, organización altruista de carácter privado fundada Este en 1895 (N. de los t.). documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor.

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1. LA ESTÉTICA DE LA LUZ Y DEL ESPACIO Hace cuarenta años, cuando la fiebre del «hágalo usted mismo» afectó por vez primera a toda la nación, modernización y mejora del hogar eran términos intercambiables, de igual modo que la palabra «feo» solía asociarse con lo que se consideraba pasado de moda, y la palabra «victoriano», con lo que se tenía por caduco. La ideología imperante en aquella época era progresista y tenía la mirada puesta en el futuro; la estética dominante lo fiaba todo a la luz y al espacio. La novedad se consideraba como algo bueno en sí, como una garantía de cosas que resultaban prácticas y funcionaban a pedir de boca. La calefacción moderna brillaba por su eficiencia («En... las chimeneas de hogar abierto... sólo el 17% del calor se propaga por la estancia; el resto se pierde por el tiro»);' la fontanería moderna, como se le decía a quienes buscaban casa, «resulta grata al oído». La mansión victoriana, cuyo único mérito residía en que daba la posibilidad de dar lugar a un dúplex o a un bloque de apartamentos, era de por sí rimbombante, ventosa y culpable del delito de derrochar espacio: «se cae a trozos, se pudre y cuesta un dineral»2 fue el veredicto dictado contra las que fueron derrumbadas en Roehampton cuando el LCC construyó sus admiradas «colmenas». Las típicas calles de adosados, que antaño se habían construido de esta guisa en virtud de ordenanzas municipales, con sus diminutas casas y su carencia de luz y espacio, estaban listas para el derribo. Como los sótanos habitados y las casas de vecinos «dickensianas», se las consideraba caldo de cultivo de la tuberculosis. En los interiores domésticos, se hizo costumbre preferir los nuevos materiales —sobre todos fibras sintéticas— a los antiguos. Moquetas «confeccionadas según los últimos avances científicos» —en palabras del libro «Better Homes», de News of the World— estaban revestidas de caucho para hacerlas

News of the World Better Homes, ed. Roger Smithells, Londres, 1954, págs. 135, 165. "The Crisis in Town Planning", Universities and Lefi Review, I, n° 2, verano de 1957, pág. 38. "A Victorian interior with everything from aspidistra to whatnot, in what to us is the worst of taste", Everybodys, 10 de febrero de 1951; Alexandra Palace, "A Victorian architectural monstruosity", ibíd., 1 de septiembre de 1951; "The dreariness that is the legacy of the last hundred years", Mary Gilliant, English Style, Londres, 1967, pág. 100. Las casas del siglo xvin sólo se elogiaban en razón de sus características protomodernas o contemporáneas: luminosidad, simplicidad, autodisciplina contención. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia deyderechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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resistentes a las polillas y a la humedad.' Los asientos de los inodoros debían ser de plástico y no de madera: de ese modo resultaban más higiénicos y no acumulaban gérmenes. El tapizado tradicional, «con su acumulación diaria de polvo»,4 era mucho menos práctico para los artículos de tela decorativa que la cincha de goma Pirelli, los revestimientos de fibra de vidrio y la espuma de látex, «ligeros», «higiénicos» y «casi eternos».5 La espuma de látex también se recomendaba como relleno higiénico de los juguetes de los niños' y como alternativa para los colchones de muelles («Los colchones de espuma... no acumulan tamo ni polvo, y pueden lavarse en caso de necesidad».' Los cubrecamas de pabilo se recomendaban por la misma razón: «fáciles de lavar, no necesitan planchado, no dan ningún problema».8 A juicio del manitas (los dominios del «hágalo usted mismo» se consideraban en aquel entonces exclusivamente masculinos) las mejoras del hogar consistían por encima de todo en conseguir superficies uniformes. Las puertas se recubrían con chapa de madera dura para cubrir los paneles en los que se acumulaba el polvo y darles un aspecto estilizado. Los frisos y las molduras se desmontaban para pintar las paredes de un solo color: «las superficies homogéneas... hacen que las habitaciones parezcan mucho más amplias».9 Las tuberías del baño se ocultaban a la vista por considerarse antiestéticas, y la bañera de toda la vida, si el presupuesto lo permitía, se reemplazaba, por motivos higiénicos y estéticos, por una nueva, de fibra de vidrio, «que ni se descascarilla ni se oxida». «La bañera moderna, brillante y estilizada, es todo un invento... verdaderamente inmaculado... Las bañeras de las casas antiguas resultan deprimentes».10 Las chimeneas fueron eliminadas porque no servían más que para acumular polvo; en su lugar se instalaron calentadores de convección o radiadores. El hierro fundido, como Do It Yourself explicaba a sus lectores en octubre de 1958, podía romperse a mazazos. Antes de introducir ninguna clase de material, elimine las rebabas de hierro fundido. Primero quite todas las partes habitualmente desmontables y luego utilice el mazo para romper la placa de hierro fundido encajada tras la repisa. Aunque la placa es delgada y bastan algunos golpes secos para romperla sin esfuerzo, tenga cuidado... A menudo se trata de piezas compuestas... que tienen molduras ornamentales adosadas... mediante pernos y tuercas... Cuando se las golpea con el mazo, estas molduras son extremadamente peligrosas, ya que pueden

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salir despedidas en todas direcciones y causar heridas de gravedad. Yo tomo siempre la precaución de romper primero las molduras con sumo cuidado; una vez hecho esto, empiezo con la placa."

En la cocina —considerada en aquel entonces como un lugar donde se realizaban labores poco valiosas, que ocupaba mucho menos espacio del que tiene en las casas y los apartamentos de hoy en día— el gran objetivo que perseguían las mejoras era el «ahorro de trabajo». El manual «Better Homes» de News of the World recomendaba una «modernización gradual».' 2 El anticuado fregadero podía reemplazarse por un modelo de acero inoxidable. El aparador podía acondicionarse con puertas «empotradas». Lo más importante era obtener una superficie de trabajo continua y fácil de lavar. La formica —«la superficie con una sonrisa»— fue promocionada hasta la saciedad por tratarse, precisamente, de una mejora doméstica fácil de instalar y susceptible de transformar la suerte del ama de casa: «Desde el día en que el Laminado Plástico "FORMICA" entre en su cocina, su vida será más tranquila, más interesante y menos laboriosa. Puede pasarse toda la mañana preparando la comida en una mesa cubierta con "FORMICA" y limpiar en pocos segundos hasta el menor rastro. La superficie satinada de "FORMICA" ofrece lo mejor de sí cuando se la somete a un trabajo duro, y es impermeable a las marcas o a las manchas».13 También se aspiraba a que las ventanas fueran perfectamente lisas. Se prescindió de los cuarterones en beneficio de una superficie simplificada e inexpresiva, mucho más luminosa y fácil de limpiar. «Comunicar el interior con el exterior» era uno de los ideales arquitectónicos de la época. Se recurría con frecuencia a la ventana horizontal con marco metálico y a las hojas correderas que al abrirse se escondían en un hueco de la pared. «La pared sur del salón es... de cristal», afirma en tono admirativo un informe del Libro de las casas rurales de 1963, «con la parte superior compuesta por tres hojas que se deslizan con facilidad sobre rieles de latón».14 Cuando estalló la fiebre por la sustitución de las ventanas, a principios de la década de 1960, siguió una tónica similar. Se renunció a los bastidores por la frecuencia con que había que pintarlos y el peligro de que la madera se pudriese. Los marcos metálicos, de acero o aluminio, primaron en las cocinas. Las ventanas correderas de doble riel iban provistas de hojas lisas; los ventanales, de paneles gigantes.

" Do It Yourself, octubre de 1958. En ese mismo número se incluye una nota editorial que llama la atención sobre la Ley del Aire Limpio (Clean Air Act). «Cuando se piensa en los efecNews of the World Better Homes, pág. 184. tos perjudiciales de la contaminación atmosférica, en las enfermedades que conlleva y en la 4 Ibíd., pág. 73 (anuncio publicitario). progresiva destrucción que la mampostería histórica sufre por su causa —por no hablar de la s The Practical Householder, noviembre de 1956. horrible mugre que tiñe de negro nuestras ciudades—, la nueva Ley debería parecernos aconse6 Do It Yourself octubre de 1958 (anuncio publicitario). jable. Ya ha entrado en vigor, aunque quizá tardemos en observar sus efectos». House Beautiful Guide to Better Homes, Londres, 1961, pág. 101. House Beautiful, febrero de 1956. ' 2 News of the World Better Homes, págs. 102-103. 9 News of the World Better Homes, pág. 44. 13 Ibíd., pág. 91 (anuncio publicitario). The Country Life Book of Houses Today, Londres, 1963, pág. 15. Ibíd., págs. 106-107. Clifford, 14 H. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la Dalton reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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Uno de los placeres del manitas de aquel entonces era lograr que los muebles viejos pareciesen nuevos. Las mesas podían adquirir un aspecto «contemporáneo» quitándoles las patas y sustituyéndolas por escuadras atornilladas;I5 el deslucido y rancio vestidor podía adecentarse con una buena mano de Robbialac —«el retoque fácil de usar que brinda un rápido secado y deja las superficies relucientes como el diamante»—,'6 y los cajones, con tiradores de plástico de colores vivos. Tampoco era dificil dar un aire moderno a los cuartos de baño que se habían quedado anticuados: «Una bañera o un lavabo nuevos quizá resulten prohibitivos para el presupuesto familiar, pero las griferías modernas, en especial los grifos cromados, pueden ahorrarle mucho tiempo al ama de casa y realzar el aspecto general del cuarto de baño. Pocas mujeres tienen ya tiempo para pulir a diario los grifos de cobre».I7 Gracias a consejos de este tipo, los cuartos de los niños de aquella época tenían un aspecto resplandeciente. «Muebles viejos que resultan elegantes» es el título de un artículo de la sección «Para el padre» aparecido en Parents en abril de 1955: Un recurso artesanal empleado en la mejora del hogar que goza cada día de mayor popularidad es la utilización de chapas de colores alegres para renovar los muebles que están a punto de convertirse en cachivaches y transformarlos en efectos útiles y atractivos. Por ejemplo, el viejo armario que se muestra en la página contigua se compró en un baratillo por unos pocos chelines y se lo convirtió sin esfuerzo en un bonito armario para guardar juguetes, capaz de soportar el duro trato que a buen seguro recibirá en el cuarto de los niños. Sobre las puertas y los laterales se colocaron paneles de plástico que imitan la madera de arce de ojo de pájaro, mientras que la parte superior, los estantes y la base se cubrieron con plástico estampado de polvo de estrellas azul."

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Los primeros burgueses que se mudaron (no sin nerviosismo) a las ruinosas casas victorianas y las revalorizaron, así como los arquitectos y las constructoras que convirtieron las casas de inquilinos en apartamentos independientes, actuaron de forma similar, remozando viejos inmuebles para imprimirles un aire contemporáneo. Los interiores se destruyeron de manera sistemática para borrar todo vestigio del pasado. En las casas grandes, las cornisas y las molduras se cubrieron con falsos techos; en las pequeñas, se eliminaron los tabiques para dar a las habitaciones un aspecto más espacioso. Los suelos se enarenaron y se impermeabilizaron para otorgarles un aire moderno, «sobrio pero alegre». El «blanco crema» era el equivalente de los colores

que resulta forrar las anticuadas superficies de madera con el plástico laminado FORMICA, se comerá el mundo. FORMICA le da a su hogar una sensación de luminosidad y limpieza maravillosas. Las láminas de FORMICA ni se manchan, ni se desportillan, ni se agrietan; resisten temperaturas de hasta 155° y se limpian en un instante; se conservan nuevas y relucientes durante muchos años. ¿Qué tal si empieza por la mesa de la cocina? Gracias al adhesivo De la Rue, en menos de una hora dispondrá de una flamante mesa forrada de FORMICA, una alegría para los ojos en la que dará gusto comer y trabajar. Una mesa de 3 pies x 2 pies no le costará más de 35 libras. Puede comprar paneles de 1/16" en cualquiera de nuestros 13 modelos, a 5 libras el pie 15 "Contemporary Table Legs", Do it Yourself, octubre de 1958. cuadrado, o cortados a medida, a 5,9 libras el pie cuadrado. Consiga de forma gratuita los pros16 "A New Dresser for 2/9", Practical Householder, noviembre de 1956. pectos «Hágalo Usted Mismo» escribiendo a Thomas De la Rue & Co Ltd (Departamento de News of the World Better Homes, pág. 107. plásticos) Dept 39C, 84/86 Regent Street, Londres WI. FORMICA es la marca registrada del plásParents, abril de 1955, pág. 44. Agradezco a Sheila Rowbotham el préstamo de un ejemtico laminado fabricado por Thomas de La Rue & Co Ltd. (El amo de casa práctico, 1956). plar de lala revista. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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vivos de los interiores obreros; los estantes voladizos servían para ganar espacio. Se prescindió de las cortinas, a despecho de las leyes inglesas sobre moralidad pública, para que la luz entrara a borbotones por el día y por la noche transformara los comedores en escenarios. El menaje era minimalista: las piezas futuristas de cristal o de metal eran el contrapunto perfecto para los entornos tradicionales. La iluminación también era futurista: tubos fluorescentes en la cocina19 y en el escritorio una lámpara de flexo con la pantalla de metal perforado?' Los grifos, los tiradores y las perchas para los abrigos, así como la cubertería y la vajilla, no debían tener rebordes: «fáciles de usar y de limpiar, diseñados sin rebordes donde se depositen el polvo y el jabón».2' Si la parte trasera de la vivienda tenía una prolongación —como a menudo era el caso cuando las casas ubicadas en barrios antaño obreros se transformaron en residencias muy coquetas— podía rematarse con paredes de cristal que abarcaban desde el suelo hasta el techo, como si fueran las puertas corredizas de un patio. En las columnas de los periódicos dedicadas a la propiedad inmobiliaria, como en las páginas de Casa y jardín, la modernización, en lo tocante a los inmuebles de época, se valoraba invariablemente como positiva. Roy Brooks, agente inmobiliario que ejercía de árbitro del gusto y simpatizante de izquierdas, cuyos anuncios en el Sunday Times y el Observer —los «dominicales pijos» de Jimmy Porter— hacían las delicias de los conocedores y que fue uno de los primeros burgueses dedicados a la revalorización de las zonas más descuidadas de Londres, sabía vender los nuevos artilugios como un punto a favor de los inmuebles antiguos: recomendaba una casa de campo de estilo Tudor en razón de sus «suntuosos baños alicatados» y su «supercocina» con «doble fregadero». He aquí algunos ejemplos representativos de su estilo. CHELSEA. Reconstruida por iniciativa de la vista de lince de un agrimensor competente, esta casita de época tiene un salón realmente decente, 2 habitaciones convertidas en una... 4 dorms ideales, baño modrn de lujo & amplia cocina equipd a la últ.

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Toda arqueología del cambio de actitudes hacia el pasado debe detenerse en el Festival de Gran Bretaña de 1951. Celebrado en conmemoración del centenario de la Gran Exposición de 1851, tenía un sesgo decididamente modernista, substituyendo lo tradicional y lo apolillado por visiones de avance y progreso: «un gran paso adelante tras muchos años de pobreza y grisura». El pasado sólo estaba presente a guisa de anacronismo. La maqueta del cohete de Stephenson que adornaba el Domo de los Descubrimientos era el antecesor primitivo de sus aerodinámicos sucesores; el ferrocarril de Emmett, en el parque de atracciones de Battersea, con su título extravagante («El ferrocarril del Lejano Titubeo y la Ensenada de la Ostra») era una fantasmagoría obsolescente, demostrativa de que los ingleses tenían sentido del humor; la revista musical de los viejos tiempos, uno de los espectáculos nocturnos del Festival, mostraba que podían soltarse la melena y divertirse «moviendo el esqueleto». Las expectativas estaban puestas en que la gente se quedase admirada con las novedades: las relucientes ciudades del futuro, representadas por el polígono Lansbury; los productos de diseño industrial, exhibidos con orgullo en los puestos comerciales; los aparatos de cocina para ahorrar trabajo; las líneas claras de la arquitectura «funcional»; los colores alegres del estilo «contemporáneo». El pabellón de «Casas y jardines», que tuvo una influencia enorme en el campo del diseño, era un escaparate de lo nuevo; como se decía a los visitantes en la entrada, el pasado podía darse «por consabido»." Los fenómenos en torno a los que giraba el festival se propagaron merced al movimiento «Hágalo-Usted-Mismo» de la década de 1950. Contaron con el apoyo entusiasta del Consejo de Diseño Industrial, dirigido por dos apasionados de lo moderno: primero Gordon Russell y luego Paul Reilly. Fabricantes inquietos como Hille y diseñadores de vanguardia se hicieron eco de ellos y los promocionaron. El entusiasmo por lo moderno logró cruzar las barreras de clase. Revistas de diseño como Casa y jardín, dirigidas a un público selecto, lo abrazaron con tanto entusiasmo como News of the World o Ediciones Odhams, dirigidas a lectores de la clase trabajadora. Lo más sorprendente —a la luz de sus contribuciones posteriores al conservacionismo y, como sus críticos se lamentan, al resurgimiento de las fantasías aristocráticas— fue el respaldo de Country Life, el principal árbitro del gusto de la burguesía. En su Libro de casas de hoy en día de 1963 no figura ni una sola casa histórica ni un solo ejemplo de restauración: se dedica por completo a celebrar lo flexible, lo transparente y lo nuevo. En la casa de un médico ubicada

23 Festival of Britain, Exhibition of Architecture, Londres, 1951, pág. 69. «El pabellón dedicado a "Casas y Jardines" da el pasado por consabido, de manera que el visitante penetra sin demora en el hábitat natural del pueblo británico: las casas del presente». A Tonic to the Nailon: The Festival of Britain, 1951, ed. Mary Bonham y Bevis Hillier, Londres, 1976, ofrece una excelente retrospectiva de aquel acontecimiento e incluye remembranzas de muchas de las personas que contribuyeron a alumbrarlo; empero, minimiza el afán modernizador que alentaba en aquellos tiempos y acaso conceda más importancia al espíritu extravagante de los británicos que el propio Festival.

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en Cotswolds «todo es... absolutamente contemporáneo»; hasta la piedra de Cotswolds es sintética.24 Una casa de campo en Yorkshire —construida en el terreno de una granja demolida— es de diseño abierto y transparente, «mucho más confortable, utilizable, fácil y económica de mantener que la casa eduardiana a la que remplaza como hogar de la familia." Una casa de Rickmansworth provista de placas solares refracta el calor natural." La casa de un arquitecto en Surray es «el último grito» en paredes de cristal: «El señor Lovejoy decidió que el cuarto de estar debía contar con dos paredes de cristal, colocadas una frente a otra, para que esta parte de la casa fuera tan trasparente como un acuario».27 Las ansias de modernización —con su oposición de lo viejo y lo sucio frente a lo nuevo y lo limpio, y su entusiasmo por el artilugio destinado a ahorrar trabajo o espacio— permeó en la década de 1950 todos los ámbitos de la vida nacional, hasta el punto de convertirse en el acicate más importante del consumo en masa. Los detergentes en polvo, sometidos a una competitividad sin tregua y pioneros de la publicidad televisiva, se anunciaban como detergentes sin jabón, que permitían librarse gracias a la química de la untuosidad de los viejos jabones. Los nuevos materiales sintéticos causaron un gran revuelo: las utensilios de cocina irrompibles fabricados con Pyrex, los cubrecamas ajustables de Bri-Nylon («aislados con protector de polietileno»), el Vynair («el tejido que respira»). Los fabricantes de camisas, haciéndose un hueco en el mercado del Terylene, manufacturaron camisas que no hacía falta planchar y que hacían menos fatigoso el día de la colada. Las moquetas de nailon en bucle proliferaron; sus diseños geométricos multicolores daban a los hogares un toque luminoso y liviano. La estética modernizadora, abrazada sin reservas por los espíritus progresistas no sólo de Gran Bretaña, sino de los Estados Unidos y de Europa occidental, y que había surgido como una ramificación de la arquitectura social y de la estética radical de la Bauhaus, tenía también —y acaso ahí estuviera su talón de Aquiles— un sesgo masculino. Quizá no fuese accidental el hecho de que floreciera en una época que retrospectivamente puede verse como el verano indio de los trabajadores: corrían tiempos en que los ingresos conseguidos con las horas extraordinarias y las nuevas oportunidades domésticas que se le presentaban al manitas iban de la mano. Los arquitectos se elogiaban mutuamente por sus líneas «atrevidas y rotundas», su «audaz» minimalismo, la «elegancia precisa» y la resolución «nítida» y «ordenada» de los problemas de espacio, la intransigencia con la que se desembarazaban del desorden; y acaso no sea un accidente que, como ya sabrán los aficionados a las tendencias del hogar de finales de la década de 1950 y principios de la

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págs. 14-15.

Ibíd., pág. 24. 26 Ibid., págs. 36-39. 27 Ibíd., pág. 80. 25

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siguiente (o aquellos que vivieron las mastodónticas reconversiones de la época), uno de sus logros más característicos fuera la abolición casi absoluta de la cocina.28 «Bonito», en el lenguaje de los autores que escribían sobre diseño en aquella época, era un término casi peyorativo; cuando lo «decorativo» asomaba la cabeza, equivalía siempre a una corrupción del gusto. Vemos a Mary Gilliatt ir en busca de la quintaesencia del diseño inglés cantando las alabanzas de la residencia del joven Terence Conran en Suffolk por ser «positivamente rural pero sin un atisbo del ajado encanto de las casas de campo de toda la vida»;29 mientras en Jaynes Court, Bisley, Gloucestershire, elogia una «vieja casa de piedra de un lirismo notable» por su ausencia de cortinas, «que evita la tentación de la blandenguería», por «la férrea sucesión de reflectores enfocados hacia los cuadros», por «las formas deliberadamente agresivas» de las sillas de acero de color peltre «diseñadas por Roy Wilson»." El reverso del entusiasmo por lo nuevo era la idea de que lo viejo resultaba anticuado y debía dar paso al progreso. «Sólo mediante una reconstrucción exhaustiva y conforme a un nuevo diseño se lograrán los resultados deseados», escribía Geoffrey Moorehouse en La otra Inglaterra, libro publicado en 1964 dentro de la colección Penguin Special. «Por lo que respecta a las ciudades industriales del Norte y de las Midlands, son pocos los que no creen en los beneficios de echar absolutamente todo abajo y empezar desde cero, como ya se está haciendo, con enorme paciencia y previsión, en Sheffield». Las casas solariegas, loadas sin descanso desde la década de 1960 como la quintaesencia de lo inglés y como tesoros del arte nacional, se consideraban en la década de 1950 más moribundas, si cabe, que las decadentes man28 Cuando H. Dalton Clifford, que con el paso del tiempo acabaría convirtiéndose en el autor del Country Life Book of Houses Today de 1963, aconsejaba a los lectores de Homes and Gardens que se deshicieran de los árboles y la vegetación excesivamente exuberantes, compa-

raba el «ornato» y el «recargamiento» de las casas construidas a finales del periodo victoriano, o de las casas «tradicionales» edificadas en los extrarradios, con una mujer perdida. «Una casa sobrecargada de marquesinas, rejas de hierro fundido, placas, claraboyas, enredaderas, macetas en los muros y espalderas es como una mujer peripuesta: cabe sospechar que necesita todos esos adornos para que nadie se fije en la gravedad de sus defectos.» H. Dalton Clifford, "Put the Best Front on Your House", Homes and Gardens, agosto de 1953. 29 Mary Gilliatt, English Style, Londres, 1967, pág. 14. 3 " Ibíd., pág. 99. Cuando se trata de reformas urbanísticas también se muestra partidaria de una estética moderna: «La cornisa decimonónica es el único elemento que recuerda los orígenes de la casa», afirma para elogiar el trabajo del arquitecto encargado de remozar una residencia de Fulham Road. 31 Geoffrey Moorhouse, The Other England, Harmondsworth, 1964, pág. 59. Las zonas «en descomposición» —el cinturón interior de las ciudades, formado por la industria, el comercio y las viviendas de tiempos victorianos, entrado en un proceso de franca decadencia— fueron también pasto de los bulldozers. «Aquí, pese al hecho de que muchas de las casas no lleguen a ser tugurios, se respira un aire marchito, el diseño urbanístico resulta obsoleto, las factorías y las casas se mezclan de forma caótica, existe una fealdad opresiva y un desorden discordante que no pueden remediarse con unos cuantos parches aquí y allá. La única solución posible pasa por la reconstrucción completa del lugar.» "The Face of Britain, a Policy for Town and Country Planning", Socialist Commentary, 1961, reimpresión, pág. xii.

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siones victorianas de las zonas «en descomposición». En las películas británicas de aquella época semejan sepulcros decadentes —la Casa Satis de Grandes esperanzas—, mientras en la vida real parecían condenadas a que las adquiriese el Estado —como sucede en Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh—. W. G. Hoskins las describe así en su libro La creación del paisaje inglés, en 1955: Las casas solariegas se marchitan y se caen: es rara la semana en que no se ve algún anuncio en el que se informa de la venta y la dispersión inminente de una hacienda importante. Los contratistas de derribos se apoderan de la casa; los tractores y remolques del maderero invaden y arrasan su parque. Abajo con la casa; abajo con los inmensos árboles; el parque, antaño hermoso, queda ahora desnudo y herido. Si la casa está cerca de un pueblo, los responsables políticos se apiñan en ella, la convierten en una conejera de funcionarios de Esto y Lo Otro ataviados con sombrero negro, y el parque se convierte en la sede de un «excedente de población» —una expresión tan brutal como la realidad que describe—. A veces la enorme casa todavía se yergue en el parque arbolado, pero la ocupan lo que los lugareños llaman con desprecio «los hombres atómicos», completamente ajenos al resto de la humanidad, aunque no en el sentido en el que a ellos les gusta considerarse. Y si los responsables políticos son verdaderamente afortunados llenan las casas con sus papeles y sus sombreros negros, mientras las minas a cielo abierto de carbón o de hierro le dan el tiro de gracia al parque. Se sientan entonces frente a sus amplios escritorios y se solazan viendo que al fin se le saca a todo el máximo provecho. La democracia y la ciencia reinan juntas.32

II. NEOVERNÁCULO

Si la estética dominante en las décadas de 1950 y 1960 valoraba la luz, el espacio y los motivos decorativos de formas definidas —bloques de hormigón «diáfanos», líneas «austeras», paredes «homogéneas» con esquinas en ángulo recto, colores «atrevidos», diseños geométricos— la de las décadas de 1970 y 1980 apreciaba la calidez, la suavidad y la división en compartimentos; era un estilo más femenino que masculino. Si la primera concedió un lugar privilegiado a las superficies uniformes, las puertas corredizas, las paredes acristaladas y los diseños abiertos, la segunda adoptó como consigna lo que Oscar Newman, en un influyente texto, llamó «el espacio defendible»." Si la prime-

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W. G. Hoskins, The Making of the English Landscape, Harmondsworth, 1971, págs. 298-

299. 33 Oscar Newman, Defensible Space, Londres, 1973. Véase Alice Coleman, Utopia on Trial: Vision and Reality in Planned Housing, Londres, 1985, por lo que respecta al ataque sociológico contra la arquitectura moderna; Jane Jacobs, The Death and Life of Great American Cities,

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ra hizo virtud de la sencillez y se enorgulleció, con rigor de moralista, de su blanco «puro», su cristal «transparente» y su diseño «honesto», la segunda se caracterizó por su tendencia a la ensoñación, descubriendo posibilidades decorativas en los entornos menos prometedores, estetizando los objetos más grises de la vida cotidiana y embelleciendo las cocinas y los baños. Los diseñadores, huyendo del estilo internacional, adoptaron una paleta mucho más inglesa, cambiando los elementos señaladamente mediterráneos y modernistas —los colores agresivos y brillantes de «la estética contemporánea»— por tonalidades más rústicas, reminiscentes de las gamas vegetales pasadas de moda. Las casas adoptaron un aspecto acogedor: el pino veteado pasó del entarimado al aparador de la cocina y a la mesa del comedor, arrastrándose luego al piso superior e invadiendo los dormitorios. Los decoradores, dándoles a las nuevas boutiques un aire que recordaba al de los clubs y las casas solariegas, no eran menos apasionados de la caoba «oscura» y «suntuosa», alabada por su «calidez», su «dignidad» y su carácter «inveterado». (Sheila Pickles, fundadora de Penhaligon's, perfumería pretendidamente tradicional, y pionera en estas cuestiones, amuebló el local, conforme a sus postulados, con cajoneras herbolarias de antiguos farmacéuticos.) La iluminación se suavizó y se volvió más íntima, cambiando el fulgor de las lámparas de mercurio a alta presión y la transparencia desnuda del tubo fluorescente por la incandescencia color ámbar o naranja amarillento, equivalente lumínico del «aspecto meloso» de los suelos y los muebles de pino. El neón quedó eclipsado casi por completo, proscrito de la cocina en beneficio de luces silenciosas y empotradas, mientras los rotulistas también lo abandonaban y desaparecía de los letreros de las tiendas y de los carteles publicitarios. Los reflectores metálicos, como los de la lámpara Anglepoise, también cayeron en desgracia. En el cuarto de estar las lámparas de techo dieron paso a las lámparas de mesa y de suelo. En el dormitorio, las lámparas, en lugar de ser funcionales, adoptaron un aire de época: las que tenían forma de cofia gozaron de gran éxito en los catálogos por correo. El renacer de las velas, pese a ser una moda pasajera y minoritaria, merece mencionarse. Surgida probablemente (la etiología es digna de investigarse) entre las gentes sencillas y los artesanos contraculturales, a finales de la década de 1970 se convirtieron en uno de los productos más vendidos en las tiendas de regalo: las había extraordinariamente gruesas, de formas novedosas y «para el adviento»; luego vinieron los kits para fabricarlas destinados a los niños y los candelabros de Wee Willie Winkie.34 En la década de 1980 las velas eran de rigueur en las fiestas de los ricos. Los restauradores las adoptaron para que las mesas tuvieran un aire acogedor, concebido ex profeso o hecho a medida, ideal para encuentros románticos; y cuando se instalaron

Harmondsworth, 1964, y Robert Venturi et al., Learning from Las Vegas, Cambridge, Mass., 1986, por lo que respecta a la defensa de los «espacios excéntricos» y el «desorden vital». 34 El candelabro Wee Willie Winkie figuraba en el catálogo navideño de Save The Children.

candelabros de pared en el comedor y en los pasillos de viviendas «antiguas» sometidas a una nueva restauración, también entraron en el repertorio de las artes dedicadas al reacondicionamiento. En las telas decorativas las texturas dejaron de ser duras y pasaron a ser blandas; los dibujos se desprendieron de las líneas nítidas y afiladas del modernismo y adoptaron los bordes decorativos y los motivos florales del diseño tradicional. Los revestimientos de fibra de vidrio «duros al tacto» dieron paso al algodón estampado y resucitaron la cretona «de archivo». Los papeles pintados de William Morris y, cuando empezó a dedicarse a ellos," de Laura Ashley reflejaban los colores de las sillas y los sofás «victorianos». Las cortinas, que en los interiores modernistas de las décadas de 1950 y 1960 se habían desechado en beneficio de las ventanas desnudas o de los estores de tablillas metálicas, efectuaron un regreso espectacular, primero en forma de bandó victoriano y después —de manera acorde con la «estética de casa solariega» iniciada por John Fowler en los inmuebles del National Trust y popularizada por World of Interiors— en la de los estores drapeados o «de encaje», variante de la costumbre de vestir las ventanas como si llevasen miriñaque. Las líneas definidas también se batieron en retirada en el ámbito del paisajismo y del diseño de jardines, en que los enrejados con forma de arco y las plantas rastreadoras despertaban tanto entusiasmo como las jardineras de cemento en la década de 1960.36 Los árboles, desmochados sin piedad en las décadas de 1950 y 1960 por temor a que se convirtieran en trampas de luz," ahora podían exhibir todo su follaje. Los arbustos, que a principios de la década de 1960 se desbrozaban de forma habitual por considerárselos «antiestéticos», ahora crecían sin problemas: las nuevas urbanizaciones privilegiaron sobre todo la enredadora rusa y de Virginia a causa de su rápido crecimiento. Si el estilo de las décadas de 1950 y 1960 privilegiaba el plástico y utilizaba fibras sintéticas, obtenidas mediante procedimientos químicos, para la ropa, las

35 Anna Sebba, Laura Ashley, A Life by Design, Londres, 1990, pág. 104. Sanderson, la compañía de papel pintado, empezó a estampar diseños de William Morris en tela y papel pintado a juego en 1965. 36 En British Architectural Design Awards, 1984, Macclesfield, 1985, se encomian detalles como estos: «el restaurante y las salas de reunión se sitúan en el interior de un invernadero poblado de árboles semimaduros» (un nuevo centro municipal) (pág. 43); «vegetación de lujo» (proyecto de construcción de viviendas de protección oficial en Covent Garden) (pág. 103); «la vegetación... suaviza la confluencia de los edificios con el suelo», «paisajismo prolífico», «inmensa variedad de arbustos» (proyecto de urbanización de protección oficial) (pág. 111); «árboles completamente adultos» (atrio de un nuevo edificio de oficinas) (pág. 208); «patio interior ajardinado», «maceteros en los balcones» (un bloque de oficinas) (pág. 253). En "Improvements and Conversions", Housing Review, vol. X, n° 6, noviembre-diciembre de 1961, págs. 177-178, se muestran fotografías del «antes» y el «después» de las «mejoras» efectuadas por el ayuntamiento en algunas viviendas de época ubicadas en Leeds. «Con anterioridad a los trabajos de remozamiento y diseño paisajístico», dos pares de antiguas casas victorianas dan directamente a la calle, poseen distintas entradas y están rodeadas de exuberantes matorrales; «con posterioridad a los trabajos de remozamiento», la vegetación ha desaparecido y los sinuosos senderos han sido sustituidos por un pasillo geométrico.

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telas y la decoración, los árbitros del gusto de la década de 1970 convirtieron en fetiche lo «natural», lo «orgánico» y todo lo cultivado en el hogar; a juzgar por los suplementos dominicales, en que se anunciaba, a todo color, un abanico extraordinario de enseres fabricados a mano, disponibles en tiendas de regalo y galerías comerciales, o por los proveedores de muebles para el hogar, cabría suponer que la economía había vuelto a tiempos preindustriales. Anita Roddick, abanderando los «productos respetuosos con el medio ambiente» y declarando la guerra a la industria cosmética en su Body Shop, levantó un emporio multinacional a partir de las «sustancias tradicionales naturales», ofreciendo alheña en lugar de peróxido, píldoras herbales para conciliar el sueño y convirtiendo productos exóticos como la jojoba, el nerolí («destilado de flores de naranjo amargo») y la jijona en tintes, cremas hidratantes y champús." Laura Ashley, utilizando el algodón como tejido de moda -«algodón natural de calidad» «recién almidonado»-39 no se mostró menos insistente en el rechazo a emplear nada que no fuera cien por cien fibra natural. «Sin mezclas. Sin concesiones», les decía a los gerentes de sus tiendas cuando le rogaban que la ropa tuviera un poco de la rigidez de los tejidos sintéticos.40 El «Regreso a la Naturaleza» -la inflexión pastoral de finales de la década de 1960 y la década de 1970- reverberó también en el terreno de la construcción, donde la estética campestre se instaló en el núcleo del sueño urbano. Técnicas nuevas como el cultivo de arbustos en macetas propiciaron que los jardines de las casas adosadas de los barrios obreros recién renovadas adoptasen un aspecto respetable, mientras las macetas colgadas en las entradas de las casas, festoneadas con lobelias trepadoras, propiciaron que los tugurios de antaño semejasen una nueva Arcadia y se convirtiesen, en los anuncios inmobiliarios, en «casitas menestrales». «El encanto de las verdes frondas»4' brotaba entre los peldaños de las casas grises del siglo XVIII, mientras la vegetación cubría por completo los muros de los patios traseros, convirtiéndolos en salas de estar al aire libre. La instalación de calefacciones centrales propició un resurgimiento general de las plantas de interior victorianas y de los invernaderos de «estilo victoriano». Los atrios de los nuevos edificios de oficinas se desdoblaron en viveros o incluso -siguiendo el ejemplo de Coutts Bank, en el Strand- en jardines botánicos en miniatura. Los almacenes recién renovados lucían áticos o terrazas cubiertas. Los pubs techaron y acristalaron sus patios. En las zonas residenciales, la hiedra, la enredadera de Virginia y la glicina, desterradas como adefesios victorianos en las grandes labores de estilización de las décadas de 1950 y 1960, rodearon las ventanas de los semiadosados de entreguerras; los jardines traseros, dominados antaño por el " Anita Roddick, Body and Soul, Londres, 1991; Gilly McKay y Alison Cooke, The Body Shop: Franchising a Philosophy, Pan Books, 1986; Lynn Barber, "Fruitful Fidget", Independent on Sunday, 3 de marzo de 1991; "Anita Roddick", Observer, 26 de febrero de 1984. Sebba, Laura Ashley, págs. 93, 106. 40 Ibíd., pág. 114. 41 Roddy Llewellyn, Beautiful Backyards, Londres, 1985.

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césped y las losas de piedra, se llenaron de cenadores; los árboles adultos y los arbustos crecidos nunca faltaban en esas urbanizaciones parecidas a pueblos que las grandes constructoras adoptaron en la década de 1970 como alternativa a las nuevas casas. Que estos fenómenos tenían mucha fuerza lo prueba el hecho de que en los planes de regeneración urbana de la década de 1980 la creación de «zonas verdes» en la ciudad fuera el objetivo prioritario de los planes de creación de empleo, y que las Exhibiciones de Jardines (la primera se celebró en 1984) fuesen uno de los grandes remedios para los males de la urbe. El rechazo de los productos sintéticos y el retorno a materiales —supuestamente— tradicionales (la mampostería «de toda la vida», la madera «sólida», la piedra «natural») no fueron objeto de una promoción menos insistente en el terreno de la edificación y la construcción que en el ámbito del diseño y la venta de mercancías. Los edificios, según la nueva ortodoxia, debían proyectarse a escala «humana», a diferencia de las torres de apartamentos «sin alma» de la década de 1960. Su aspecto debía ser interesante, huyendo de lo repetitivo y lo monótono. A menudo se afirmaba vanamente que no debían aspirar a parecer «contemporáneos» sino eternos. Sus pioneros fueron los arquitectos de los ayuntamientos —al parecer, la última generación que hubo— que hicieron de la década de 1970 un veranillo de San Miguel de la vivienda protegida. Huyendo de la estética de la máquina —«estilos higiénicos, puritanos, despojados de adornos y... de referencias al pasado»-42 volvieron al estilo vernáculo y casero que Philip Webb en la Red House, Norman Shaw en Bedford Park, y Raymond Unwin en Letchworth y Hampstead Garden Suburb habían establecido como «típicamente inglés». Se convirtieron en adalides del ladrillo, «cálido», «amigable» y, comparado con el cemento, duradero. Como Sir Andrew Derbyshire escribió a propósito del Ayuntamiento de Hillingdon (1977) —buque insignia de la nueva moda, imitado a renglón seguido en los edificios de Correos y en las viviendas de protección oficial construidas por los consistorios— «La utilización de materiales de revestimiento propios de la villa —ladrillos y azulejos fabricados a mano— le otorga al edificio un color y una textura familiares, lo viste con esa superficie infinitamente variable de las cosas hechas a mano y, de paso, hace que necesite de muy poco mantenimiento». Estos arquitectos no estaban menos comprometidos con la estética de las casas rurales: «tejados graciosamente inclinados, puertas principales que invitan a entrar, jardines hogareños con árboles y arbustos». Sus nuevas construcciones —la última generación de la vivienda pública— se concibieron como aldeas urbanas y se diseminaron para asegurar la intimidad de sus ocupantes. La mixtura de casas de una sola planta y de otras de tres y cuatro dormitorios dio lugar a «variaciones interesantes» en el paisaje de tejados. Pequeños patios unidos por arcadas

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y pródigos en arbustos proporcionaban un espacio abierto al que sacar partido.43 El conservacionismo, que en la década de 1970 empezó a ser la palabra clave del nuevo desarrollo y a elevarse como un clamor unánime en la defensa de lo que poco a poco empezó a verse como un patrimonio histórico en peligro, puso lo autóctono y lo nativo por encima de todo lo demás. Los edificios, según la nueva estética, debían parecer orgánicos. En lugar de proclamar su «atrevimiento» e «intransigencia», a la manera de la arquitectura del Nuevo Brutalismo, debían ser reservados y pudorosos, mostrar respeto por sus antiguos inquilinos y reducir al mínimo la injerencia visual de lo nuevo. Debía dar la impresión de que habían crecido arraigados en la tierra, empleando materiales «regionales» y «mezclándose» con el entorno local o «reflejándolo». Así, en los Premios Británicos al Diseño Arquitectónico de 1984, se hizo el elogio de una nueva urbanización en Conwy, North Wales (un núcleo residencial situado en las afueras y formado por casas, bungalós y pisos), por transmitir «el aire de la arquitectura campestre autóctona de Gales»; sus tejados de dos colores (con «tejas de cemento») concitaron una especial admiración porque los colores recordaban a «los helechos de las colinas de los alrededores».44 Una piscina de Elswick, Newcastle, recibió un premio por motivos similares. Se trataba de una construcción posmoderna, asentada en soportes de acero, con una «superficie regular de placas de metal expandido» a guisa de techo y un gran cartel tipo Bauhaus que advertía a los bañistas de la profundidad del agua; empero, el Real Instituto de Arquitectos Británicos le concedió uno de sus seis premios por considerarla «una continuación de la tradición inglesa de jardines de invierno, invernaderos y soportales».45 Los arquitectos de edificios de oficinas, con el coronel Seifert en cabeza, entendieron perfectamente estas ideas (o al menos se percataron de la necesidad de asegurarse permisos de construcción) y se plegaron a ellas. Adoptaron el ladrillo como revestimiento o capa externa —a principios de la década de 1980 el «ladrillo de aspecto rústico» con mortero de color terracota se convirtió en un cliché visual— y usaron la piedra (o un hormigón que la imitaba) para la ornamentación. No sólo recuperaron materiales tradicionales: también recurrieron a formas tradicionales. Las ventanas, en lugar de desaparecer en los muros cortina, adoptaron forma de arco y tuvieron un frontón como remate, como en los tiempos en que no existían las casas prefabricadas. Las entradas, en lugar de mostrar al mundo un rostro inexpresivo, adquirieron una importancia enorme. En manos de los arquitectos posmodernos, que se sublevaban contra la monotonía de los muros vacíos, o de los arquitectos

43 Colin Ward, When We Build Again: Let's Have Housing that Works, Londres, 1985, pág. 118, respecto al Lillington Street State de Pimlico; British Architectural Design Awards 1984, pág. 107, respecto de Colbeck Mews, Islington. 42 Andrew Derbyshire, "Hillington Civic Centre", texto mecanografiado, 22 de noviembre 44 British Architectural Design Awards 1984, pág. 120. de 1977. Agradezco a Sir Andrew una copia del documento. pág. 11. en materia de derechos de autor. 43 Ibíd., Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación

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neoclásicos, que simulaban el esplendor del estilo paladiano, el aspecto de los edificios revestía un enorme interés: exhibían arcos románicos o columnas clásicas allí donde los tardomodernos hubieran optado por el espectáculo de un espacio abierto despojado de columnas; diseñaban los antepatios empedrados a modo de jardines; daban a los depósitos de agua la apariencia de torreones medievales. El auge del reacondicionamiento puede medirse por la aparición del mercado de recuperaciones arquitectónicas, que en 1988, cuando Refurbishment, suplemento de Building News, publicó su primer directorio, contaba con 181 compañías. Charles Brooking, que inició su colección de antigüedades arquitectónicas en 1968 «como un ejercicio de preservación pura y aplicada», parece que fue pionero en este ámbito. La Compañía de Recuperaciones Arquitectónicas de Londres se fundó en 1976. En 1982, las autoridades locales, inspiradas por la legislación conservacionista, empezaron a colaborar en el empeño: Los responsables de la planificación urbanística insisten a menudo en la utilización de materiales de segunda mano allí donde sea posible; algunos Consejos de Distrito y de Condado han creado Bancos de Materiales para futuros restauradores. Abingdon, Birmingham, Brighton, Cardiff, el Parque Nacional de Dartmoor, Lewes y Salisbury son buenos ejemplos al respecto. En Derbyshire, a los dueños interesados en obtener para sus inmuebles la categoría de edificio protegido se les pregunta si están en disposición de donar al banco del condado elementos estructurales y característicos recuperados del derribo. La concesión de ese título a menudo incluye cláusulas relativas a la recuperación de objetos importantes; empero, ante la imposibilidad de obligar a terceras partes mediante este documento, no queda más remedio que estipular de manera opaca nuevos emplazamientos para tales objetos. En algunos condados, como Cambridgeshire, las constructoras son tan conscientes de las ventajas de almacenar materiales de segunda mano que la existencia de un depósito municipal resulta superflua. Muchos contratistas de derribos tienen bien presente el valor de la recuperación y venden esos productos... a los constructores o a pie de obra. El recuperador profesional normalmente indica en el contrato de derribo los objetos que le interesan e incluye un acuerdo para adquirirlos por una suma determinada. Esto hace que el propietario obtenga una ganancia y que al contratista le interese conservarlos. Es importante recordar que la retirada sin autorización de materiales procedentes de una obra de derribo es, en sentido estricto, ilegal. El sector más sofisticado de este mercado pertenece al floreciente comercio de exportación a América, Japón y Europa de toda clase de productos, desde vidrieras hasta accesorios de pubs victorianos y ladrillos reutilizados. Y de hecho hay tal diferencia entre la oferta y la demanda que a la oferta del mercado legal ahora se suma la de una avalancha de ladrones que entra en las casas a robar chimeneas de estilo georgiano y que arramblan hasta con puertas. Algunas compañías

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de recuperación no hacen precisamente gala de respetar escrupulosamente los procedimientos de los permisos de obras en edificios protegidos."

La década de 1970 proporciona otro testimonio elocuente del atractivo del reacondicionamiento: el éxito del nuevo pub «pintoresco», que revictorianizaba lo que la modernización había reducido prácticamente a la nada. Propugnado de manera precoz, en fecha tan temprana como 1949, por la Architectural Review47 (que también construyó «La novia de Dinamarca» a partir de sus premisas);48 defendido con nostalgia por una miríada de escritores en The Saturday Book; y promovido a pequeña escala por Roderick Gradidge, en su calidad de arquitecto al servicio de los cerveceros, en Ind Coope,49 el pub tradicional era empero una pasión minoritaria, sentida al parecer en mayor medida por los estetas que por los grandes bebedores." A principios de aquella década, cuando se lanzó la Campaña por la Cerveza Auténtica, muchos creían que los pubs estaban en las últimas. «En los últimos años se ha producido una vergonzosa profanación de los interiores de los pubs», escribió Bevis Hillier en Las nuevas antigüedades (1977). «A medida que los grupos de fanáticos del "estilo de la casa" se apoderan de los pubs, la añeja suntuosidad del cristal esmerilado y de la caoba estilo "Reina Ana" da paso al plástico y al cuero artificial de color azul».5' En pocos años el proceso se invirtió, y cuando Nicholson's publicó su Guía de Londres (1981), los «pubs victorianos» se habían convertido en un cliché. La felpa carmesí sustituyó al plástico y al cuero azul artificial como el nuevo «estilo de la casa» de las Doce Grandes. Los visillos y las cortinas que ahora colgaban de las relucientes barras metálicas recurrían

" Saunders, Historie Houses Cornpanion, 1982, págs. 144-145. ° En octubre de 1949, Architectural Review dedicó un número especial a loar las cualidades del pub inglés; al año siguiente, su editorial publicó Inside the Pub, de Maurice Gorham y H. McG. Dunnett. La revista también apadrinó una competición, «La reconquista de la tradición del pub», en 1950 (el reportaje correspondiente puede leerse en el número de junio de 1950); volvió a la carga en 1955, cuando aclamó el nuevo interior de The Champion, Wells St W1, calificándolo como «el primer ejemplo de reacondicionamiento creativo de un pub ya existente», Architectural Review, febrero de 1955, pág. 135. 48 En la sobrecubierta del libro de Andrew Saint titulado Towards a Social Architecture: the Role of School Building in Post-War England, Londres, 1987, figura la hermosa estampa de una cumbre de arquitectos del sector público reunidos en "The Bride of Denmark". 4" Por lo que respecta al grupo de arquitectos que a principios de los años cincuenta decidieron recrear en Ind Coope los encantos perdidos de los antiguos pubs, véase Ben Davis, The Traditional English Pub, Londres, 1981, págs. 12-13. El autor nos informa de que el libro de Gorham y Dunnett «era una biblia para ellos». Agradezco a Roderick Gradidge su disposición a responder a mis preguntas sobre su trabajo. 5" A propósito de la Sociedad para la Preservación de la Cerveza de Barril, inmediata predecesora de la Campaña de Defensa de la cerveza Ale, véase Christopher Hutt, The Death of the English Pub, Londres, 1973, págs. 25-27; Richard Boston, Beer and Skittles, Londres, 1976, págs. 95-96. 51 Bevis Hillier, The New Antiques, Londres, 1977, págs. 202-203; Boston, Beer and Skittles, págs. 170-171.

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con prodigalidad «al tejido victoriano por antonomasia: el terciopelo»." Los accesorios de caoba o barnizados de ese color («un signo distintivo de los pubs victorianos») volvieron a instalarse en los mostradores y lucieron impolutos. Las pesadas bombas de mano volvieron también a escena sustituyendo a los grifos de fibra de vidrio aunque, en realidad, la cerveza se tiraba a presión en lugar de extraerse de los barriles. Los candelabros de pared y las lámparas de mesa reemplazaron a las luces del techo. Lo neovernáculo tuvo un papel de primera magnitud en el auge repentino de la propiedad inmobiliaria habido en la década de 1980. Las grandes constructoras adoptaron un estilo «rústico» para las casas de precio asequible y un estilo neogeorgiano para las viviendas de los ejecutivos. De hecho, si repasamos los anuncios de la revistas inmobiliarias —tan ajenas a las controversias arquitectónicas desatadas en la prensa de calidad— la «batalla de estilos» que se libraba en las ciudades dormitorio y en los suburbios no enfrentaba a «modernos» y «posmodernos», sino a lo «tradicional», lo «rural» y lo «Tudor».53 Según los folletos informativos, esas casas, «construidas al modo tradicional» (aunque casi siempre carecían de chimeneas) y con diseño «de época» (aunque con todas las comodidades modernas) transmitían el espíritu de la Vieja Inglaterra. Los tejados tenían una inclinación pronunciada; por ellos asomaban las ventanas de las buhardillas y a veces estaban «cubiertos con tejas» (las tejas eran de cemento), aunque sólo en algunas ocasiones éstas lucían también en la fachada. Los anuncios destacaban con frecuencia la mampostería de ladrillos: en el segmento superior del mercado se recurría a ladrillos «reutilizados» o de segunda mano para las obras de restauración. Los ladrillos de dos colores fueron los que más se utilizaron en las construcciones cercanas a los muelles de Londres, por reflejar «el estilo propio de la arquitectura ribereña tradicional de la zona» y combinarse con él; los «motivos de color rojo» establecían un «contraste interesante» con el amarillo. Los anuncios también destacan a veces la presencia de la madera: «entramado de caoba, puertas de maderas nobles y embellecedores de latón» dice uno. 54 En los terrenos sin edificar situados en zonas rurales, donde las grandes constructoras eligieron nombres campestres para bautizar sus urbanizaciones y pusieron de relieve rasgos tan característicos de las casas rurales como las chimeneas con poyo, se insistía mucho en el genius loci. Ideal Homes, la cuarta constructora de Gran Bretaña, afirmaba que su gama «Condal», lanzada al mercado en 1986, abarcaba todo el espectro de la tradición: «Miradores, ménsulas en los aleros, ventanas en arco, alféizares decorados, vigas al aire, lumbreras y óculos, preciosos soportales, acabados a la aguada». Prometían además reflejar o conmemorar las tradiciones de la región: «Se daba una importancia especial al hecho de que los estilos de las casas de nueva planta " Jim Kemp, Victorian Revival in Interior Design, Nueva York, 1985, pág. 23. "Homes in Formby", What House?, junio de 1988. " "Traditional Design", The House Buyer, febrero de 1990. 53

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se emparentaran con los del entorno del condado. Si Ideal Homes construía en Wiltshire una casa de "Gama Condal" cubierta de ladrillo, en Yorkshire edificaría una prácticamente idéntica pero cubierta con piedra de la zona, y en East Anglia levantaría una decorada con ese revestimiento de listones blancos popular en esas tierras desde hace unos siglos»." La estética «rural» no sólo dejó huella en el ámbito de la construcción, sino también en el terreno del diseño y la producción de mercancías, donde los festones de flores, ricos en largos zarcillos, suaves pétalos y capullos delicadamente abiertos resultaban tan ubicuos como los diseños geométricos lo habían sido en el apogeo de la modernidad. El diario rural de una dama eduardiana, éxito de ventas en todo el mundo gracias al auge de las flores prensadas, ejerció al respecto una influencia considerable. Proporcionó los motivos de una amplia serie de accesorios a juego, puso de moda la decoración con plantas o con flores de las cocinas «campestres» y confirmó a la broderie anglaise como poco más o menos que la tira decorativa por antonomasia. En la década de 1980 se lanzó al mercado una estética de «casa solariega» que tuvo éxito: se trataba de un romanticismo de aire rústico, tipificado por una amplia variedad de motivos repetidos en cenefa, sedas de colores intensos y damascos, un poco envejecidos y descoloridos. Su alternativa rústica o «Hedgerow» ofrecía flores salvajes en colores pastel." Los fabricantes de alta tecnología siguieron el ejemplo. Russell Hobbs adornó sus teteras eléctricas de «estilo campestre» con haces de trigo; su competidor, Swan, optó por las lobelias trepadoras." En los catálogos por correo, en los que hasta los despertadores tenían flores en los cantos, tales motivos resultaban ubicuos. Los teléfonos «de época» que proliferaron a partir de 1988, después de la privatización —chapados en oro, para darles un toque suntuoso, y fabricados en cerámica de Wedgwood, porcelana de hueso o cristal de Galway—, se vendían en los modelos «Cottage Garden», «Wild Tudor», «Country Meadow» o «Moss Rose»; los que preferían el mármol disponían de los modelos «Florentino» y «Milanés».

III. MODERNIZACIÓN ENCUBIERTA En la década de 1960, los años dorados de la estilización aerodinámica y la ingeniería de sistemas, todo cuanto perteneciera al pasado estaba en peligro: los arcos dóricos no estaban más a salvo (como lo prueba la reconstrucción de la estación de Euston) que las casas de vecindad y los tugurios dickensianos. Los urbanistas, resueltos a construir torres de apartamentos —lo que Le

The House Buyer, mayo de 1988. "Past Perfect", Hertfordshire Counttyside, junio de 1988. 57 Por lo que respecta a las teteras eléctricas inalámbricas «tradicionales», adornadas con motivos florales, The Kitchen, marzo-abril de 1990, pág. 112. 55

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Corbusier había llamado «la ciudad-jardín vertical»—, creían que los derribos eran un bien en sí mismos: eliminaban los edificios «obsoletos» y los diseños «anticuados», y desbrozaban el camino para realizar una amplia renovación, una «operación quirúrgica» (como la concibió Graeme Shankland, el carnicero del distrito octavo de Liverpool) destinada a cortar de raíz con lo marchito y lo muerto? Los especuladores inmobiliarios compraron calles enteras para construir sus edificios de oficinas, trampearon con los permisos de construcción para obtener ventajas urbanísticas, utilizaron métodos clandestinos para echar a los inquilinos que les molestaban y vaciar los edificios, y adoraron el fetiche de levantar edificios completamente nuevos y a la mayor escala posible. Las autoridades locales, con sus planes para acabar con los tugurios, tenían aún más ansias de espacio: entregaron cientos de viviendas a las fauces de las excavadoras y condenaron a las zonas en descomposición a lo que se llamó «planificación urbanística de áreas ruinosas». No respetaron nada que se interpusiera en su camino. Cuando esbozaron los planes de ampliación de las calzadas, expropiaron cuanto impedía la libre circulación del tráfico. Los ayuntamientos dieron luz verde a los nuevos pasos elevados y rotondas —bautizados como «cruces espagueti» cuando el público se volvió en su contra— por considerarlos catalizadores de la modernización, elogiándolos incluso por su belleza escultural. La construcción de torres de apartamentos buscaba sobre todo la ligereza y la levedad —«la sensación de espacio abierto»—, fetiches compartidos por los planes de mejora del medioambiente. Con el paso del tiempo tales prioridades dieron lugar a otras de carácter opuesto, tratando de remediar lo que se consideraba el desastre urbanístico de la década de 1960. El rechazo de las torres de apartamentos y el resentimiento gestado contra la política urbanística de los ayuntamientos, que estalló con motivo de la hecatombe de Ronan Point en 1968 (el derrumbamiento de una torre de apartamentos en el que perdieron la vida treinta y tres personas), precedieron a un desencanto del modernismo mucho más extendido, representado por las rondas de circunvalación de los ingenieros civiles y las lámparas de vapor de sodio de los departamentos por los que cruzaban las autopistas, así como por los pasos elevados y los desfiladeros de cemento armado de la arquitectura del Nuevo Brutalismo. Las áreas de demolición, que en la década de 1960 se habían considerado «zonas en descomposición», accedieron gradualmente al rango de «áreas de conservación», subvencionadas por las autoridades locales y protegidas por una legislación que, lejos de juzgar obsoletas las cosas del pasado, las coronaba con los laureles de la historia. Las «ventajas urbanísticas», que en la década de 1960 se habían cifrado en obtener terreno para llevar a cabo los planes de ampliación de las calzadas, ahora se

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Graeme Shankland, "The Crisis in Town Planning", Universities and Left Review, vol. I, n° 1, primavera de 1957, pág. 40. Véase también pág. 57, «...los campamentos urbanos de época victoriana continúan siendo el núcleo generador de las conurbaciones habidas en el siglo xx; son ellos los que nos impiden avanzar». Véase también James MacColl, Policy for Housing, Fabian Society, 1964, pág. 27.

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valoraban en función de las manifestaciones «de época» que el urbanista en potencia se comprometía a conservar o a restaurar. En los planes de mejora del medioambiente, las operaciones de rejuvenecimiento ahora consistían en revelar, subrayar o restaurar los detalles históricos, a diferencia de lo que había sucedido en las décadas de 1950 y 1960, en las que se había tratado de dar un aspecto moderno a lo anticuado. Las tareas exhaustivas de reconstrucción que se llevaron a cabo tuvieron una clara preferencia por la rehabilitación, la renovación y el injerto. Aunque se emprendieron algunas megaurbanizaciones, como ocurrió en las zonas ribereñas, el objetivo de la operación, por emplear la retórica de los arquitectos y constructores, consistía en conservar o incluso «mejorar» el carácter del entorno local. Las autoridades locales, culpadas por doquier de los desastres urbanísticos de la década de 1960, desempeñaron empero en la siguiente un papel de primer orden en el establecimiento del conservacionismo como alternativa práctica a los derribos y las demoliciones masivas. Apremiadas en primer lugar por la presión de las sociedades de recreo y de los grupos locales de presión e influidas, sin duda, por el mar de fondo del sentimiento conservacionista que en la década de 1970 se manifestó en todos los ámbitos de la vida nacional, los responsables urbanísticos empezaron a poner fin a los planes de derribo y a explorar las posibilidades de las alternativas graduales. Dotados cada vez de menos fondos por parte del gobierno central, y necesitados, por lo que respecta a las mejoras medioambientales, de atraer el interés de los constructores inmobiliarios o despertar el entusiasmo de los propietarios, descubrieron una tierra virgen para la iniciativa municipal. La Ley de Servicios Públicos Municipales de 1967 les concedió el poder de declarar «áreas de conservación», y la tradicionalización del paisaje urbano, más que su modernización, se convirtió en la tarea más importante de cuantas dependían de las autoridades locales. Los poderes urbanísticos, legislados en la misma ley, impulsaban a las autoridades locales a poner restricciones a las nuevas construcciones, como las promulgadas por el Consejo del Condado de Essex, imitadas por doquier, que obligaba a ceñirse a los estilos «vernáculos» regionales. Las subvenciones concedidas por las autoridades locales para mejoras de la vivienda, pensadas en principio para adecentar los inmuebles de calidad inferior, siguieron la misma pauta: desde finales de la década de 1960 se recurrió abiertamente a ellas para restaurar elementos «de época» y para lograr que los edificios «protegidos» fueran habitables. Allí donde sus predecesores, a principios de década, asesorados por los ingenieros municipales, habían construido rotondas y aparcamientos de varios pisos, las autoridades municipales de la década de 1970 pusieron su inventiva al servicio de la creación de zonas libres de tráfico. El mobiliario urbano, que tras el Festival de Gran Bretaña adoptó un aspecto «contemporáneo» merced a tubos de acero, accesorios de fibra de vidrio, plásticos multicolores y luces fluorescentes cuyo fulgor iluminaba la escena urbana, ahora, por el contrario, adoptó, de forma no menos sistemática, un aspecto antiguo, que en la década de 1980

desembocó en solecismos como los semáforos «georgianos» de Regent Street y los aparcamientos adoquinados de Monmouth. Estas influencias sometieron a los viejos inmuebles a un proceso de modernización y, a la par, a la adopción de un aire antiguo. Cuando las casas adosadas proliferaron como residencias «de época», ya no había que salir de la vivienda para ir al retrete, pues ahora disponía de cuarto de baño interior; contaban con lavabos lujosamente adornados allí donde las pasadas generaciones habían tenido que contentarse con una tina de zinc; tenían calefacción central de gas o de petróleo. Servían además como escaparate de las habilidades del restaurador: se recreaban en todos y cada uno de aquellos recovecos que los modernizadores de la década de 1950 habían aborrecido como depósitos de polvo, y resucitaron, a guisa de tesoros arquitectónicos, aquellos artefactos condenados antaño a morir martillados. Las obras en las viejas casas se hacían para «mejorar» sus características originales y hacer que pareciesen más tradicionales. En la lengua vernácula de Mundos de interior, adalid del buen gusto en la década de 1980, la restauración de las casas se hacía «con amor», «con tacto», «con sensibilidad» y «con encanto». Se rejuntaron las ventanas en arco; volvieron a instalarse contraventanas; las vigas de madera quedaron a la vista; los frisos y las molduras lucieron de nuevo en las paredes; se repararon los zócalos; las chimeneas, allí donde se habían retirado, volvieron a colocarse y a revestirse de grafito. Los rosetones, que en la década de 1950, cuando los techos victorianos resultaban «feos» y «demasiado altos», a veces se habían cubierto con poliestireno, ahora quedaban a la vista con fines decorativos, y se los pintaba de colores vivos o «agresivos» para destacar la obra de filigrana. Las cornisas, fabricadas a máquina a mediados de la época victoriana, cuando el enyesado ornamental empezó a producirse en serie, se trataron con la misma reverencia que si fueran techos de los hermanos Adam. En los vestíbulos de las casas eduardianas, la puerta principal recuperó sus vidrieras, y el suelo, sus azulejos pintados al encausto. En los lavabos, los grifos cromados, lisos y lustrosos, se sustituyeron por aparatosos grifos empotrados «de época», con acabados de cerámica o de latón, de acuerdo con los gustos y las posibilidades personales (en 1988, las ferreterías que abastecían a las constructoras vendían reproducciones por el módico precio de 20 libras esterlinas el par). En la década de 1980 la burguesía inmobiliaria, ese intrépido sector de la clase media que, durante treinta años, ha comprado casas de clase obrera en el centro de la ciudad, dio por sentado que la «recuperación del estilo» pasaba por devolver a las viviendas su esplendor de antaño. South Circular, la revista inmobiliaria de Battersea, informaba a sus lectores: «Con un poco de suerte es posible que la casa conserve disimulados algunos elementos que usted da por perdidos. A veces, ocultos bajo paneles rígidos de contrachapado pintado, sobreviven objetos originales: barandillas de madera torneada, puertas con paneles y hasta chimeneas. En caso contrario, pocas son las pér-

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didas irremplazables y las "mejoras" irreversibles».59 De improviso surgió una multitud de constructores «clásicos» capaces de atender las demandas de sus clientes. En el repentino auge inmobiliario que se produjo en la década de 1980, el ámbito de la restauración y de la rehabilitación de viviendas se perfiló como una rama próspera y diferenciada en el negocio de la construcción. Contaba con sus propias publicaciones, sus propios proveedores y una gama de establecimientos que ofrecían «consejo especializado» y accesorios «de época». Los signos que delataban la condición de sus ocupantes no se encontraban sólo en el interior de las casas reformadas, sino también en el exterior, en los números «Regencia» recién colocados en la puerta principal, en la aldaba «victoriana» de hierro fundido o en la «georgiana» de latón lacado, y, si había un antepatio, en las barandillas «de época» recién restauradas. Los agentes inmobiliarios, aunque tardaron en reaccionar —las compañías de créditos hipotecarios fueron durante mucho tiempo renuentes a conceder préstamos destinados a la compra de inmuebles antiguos—, emergieron en la década de 1980 como expertos en el campo del reacondicionamiento, otorgando a toda cosa que pudiera etiquetarse con ciertas garantías como «de época» tanta importancia como a un talismán. En sus catálogos se cantaban tales alabanzas de los «elementos originales» que más bien parecían hitos de un Recorrido Histórico, como si sus clientes, en lugar de compradores, fuesen turistas y fanáticos de la cultura que hubiesen ido a visitar alguna casa histórica. Los detalles decorativos más corrientes se describían como si tuvieran un valor incalculable. Un miserable aparador le otorgaba «carácter» a una habitación en la que lo único destacable eran sus molduras «de época». Los vitrales de la puerta principal se destacaban como un signo de distinción, a despecho de que fuesen a juicio de Robert Tressell, en Filántropos con pantalones harapientos, el epítome del mal gusto eduardiano. La chimenea de hierro fundido, instalada de nuevo, quizás, por el constructor o los vendedores, destruida a golpes y renegrida en las chatarrerías, era objeto de elogios tan encendidos como si se tratase de los mármoles de Elgin. «Hermosa habitación de época con ventanas dobles de guillotina desde el techo hasta el suelo... contraventanas en perfectas condiciones, galería ornamentada, chimenea de mármol con manto, dos radiadores dobles, zócalos y cornisas originales, puertas dobles en baño anejo», dice la descripción del dormitorio principal de una casa de Islington (la fotografía que lo acompaña muestra asimismo una cama de latón «original»)." «Espectacular habitación de techos elevados y zócalos altos», dice otro, referido en esta ocasión a un comedor. «Gran ventana de guillotina con contraventanas originales, chimenea original de época, flanqueada de azulejos. Moldura de zócalo, araña con conmutador de intensidad»."

" "Putting Back the Style", South Circular, marzo de 1989. " Folkard y Hayward, proyecto para una casa en Gibson Square NI, octubre de 1989. ' Ibíd., descripción de un «inmueble verdaderamente distinguido y con carácter» en Park6 holme Road, Hackney.

Pero los elementos «originales» quizá tuvieran menos importancia que la flamante gama de efectos de época. Podrían ponerse como ejemplos los accesorios para puertas «georgianos» y las tomas de luz «georgianas» que se instalaron por mor de las nuevas transformaciones, o los controladores de intensidad «georgianos» (utilizados en Hollywood para simular los tiempos de los Hanover) conectados a los candelabros —«georgianos» porque eran de latón en lugar de plástico y lucían un pequeño reborde—; las contraventanas de imitación, con hojas de tréboles talladas para atestiguar su autenticidad; los sanitarios «victorianos» del cuarto de baño, los electrodomésticos «victorianos» de la cocina. Algunos de estos elementos resultaban tan habituales y tan prominentes en las casas restauradas «con tacto» que se convirtieron en una suerte de iconos. Era frecuente que el cuarto de baño «de estilo victoriano» y la cocina «rústica» aparecieran en la sección inmobiliaria de los periódicos como si fuesen elementos originales; lo mismo sucedía con los suelos «desnudos» y los «accesorios de máxima calidad»." Aquel agente de la propiedad de Islington que presa del entusiasmo anunciara una «casa adosada de época victoriana, restaurada con gusto exquisito a su estilo georgiano original»63 acaso se excediese, pero no mucho más que ese rival que destacaba la presencia de una cocina «típica de casa de labranza» en una casa grande «excelentemente restaurada» de Canonbury.64 En lo que respecta a la mejora de los hogares de la clase obrera, la inclinación por los efectos de época no resultaba menos pronunciada que entre la clase media, como corroboran las puertas georgianas de cuatro o seis paneles, con montantes encastrados, signo prácticamente universal de la categoría de los habitantes de las viviendas de protección oficial recién privatizadas. Empero, es obvio que se trata de una estética del embellecimiento, mucho más susceptible de caer en extremismos: accesorios de puertas «estilo Tudor» y vigas de fibra de vidrio estilo casas rural, por poner como ejemplo dos populares líneas de productos de Texas Homecare; o muebles de televisión «estilo Sheraton» en los catálogos de compra por correo. Por otro lado, debe competir con un apetito insaciable por acceder a un mundo de lujo y ensueño, que tiene más que ver con la magia de las vacaciones que con el gusto por el efecto vernáculo: de ahí, quizá, los arcos españoles, las puertas «Algarve» y las tumbonas californianas. Una de sus manifestaciones contemporáneas más potentes es la fiebre de las vidrieras, que por obra y gracia de sus emplomados parece haberle dado un aspecto de celosía a todo cuanto se ve en los barrios de las afueras, desde las ventanas miradores hasta los paneles de los vestíbulos e, incluso, las puertas de los garajes." 62 Observer, 18 de octubre de 1987. 63 Observer, 20 de agosto de 1989. 64 Observer, 22 de junio de 1986. » "Let There Be Light", Practical Householder, marzo de 1990, por lo que respecta a la sustitución de puertas de garaje; South Side, marzo de 1989, por lo que toca a las rejas de seguridad que se adaptan a la elegancia de las ventanas emplomadas. En cuanto al boom generalizado de las ventanas de sustitución, Home Improvement, n° 8, 1988, págs. 28-32.

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El bricolaje, movimiento que empezó como una fuerza modernizadora, registra estas transformaciones del gusto. Los centros comerciales dedicados a la mejora del hogar, como B & Q y Texas Homecare, están repletos de recursos arcaizantes. Hay juegos de balaustres, postes y pasamanos automontables para el constructor de escaleras tradicionales, marcos de ventana a medida y parteluces con clips de ajuste para el cristalero aficionado. Los empapelados de vinilo están hechos para que parezcan damascos, los azulejos de las paredes —que cuentan a menudo con una sección propia— se inspiran en la cerámica victoriana (el alicatado es una de las tres actividades con más seguidores en el mundo del bricolaje). Los fabricantes de enyesados ornamentales, como Aristocast, ofrecen rosetones y cornisas, nichos y columnatas. Hay sujetacortinas para las cortinas con alzapaños, espejos con forma de arco para los vestíbulos, urnas griegas —de fibra de vidrio— para el patio, y en las secciones dedicadas a muebles de dormitorio automontables, un despliegue de estampas de época. Asimismo, The Practical Householder está hoy en día repleto de consejos regresivos, de exhortaciones para que los lectores vuelvan a instalar lo que sus predecesores de la década de 1950 habían tirado de buena gana al basurero; incluso se publica una revista —The Traditional Woodworker— dedicada en exclusiva al reacondicionamiento. «Las molduras, los frisos y las cornisas le dan un toque de estilo hasta a la casa más humilde», dice un artículo del número de marzo de 1990 de The Practical Householder: Los frisos son un medio ideal de animar la superficie anodina e insípida de la pared. El tamaño de los vestíbulos modernos no deja sitio para los muebles o las plantas. Sáquele partido instalando un friso a la altura de la cintura y utilizado arriba y abajo empapelados que contrasten entre sí. Si quiere obtener un efecto espectacular, emplee para la parte inferior un papel como la Lincrusta, con mucho relieve... Recurrir al esponjado o al trapeado para la parte de pared situada por debajo del friso puede ser también interesante. En un cuarto de estar, la colocación de paneles de madera bajo el friso creará un ambiente íntimo y cálido, o le dará un encantador toque de época a las viviendas más antiguas. Una moldura le dará la posibilidad de colgar cuadros en la habitación con ayuda de elegantes cadenas de latón." Merced al mobiliario urbano victoriano, o a la versión renacida y esteticizada que las tendencias más prestigiosas, como las dictadas por los nuevos barrios comerciales donde se ubicaron las tiendas de lujo, ayudaron a establecer como tradicional, el «reacondicionamiento» ayudó a dar forma y definición a una nueva lengua vernácula del espacio público, en la que el enclave

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de árboles o arbustos alineados, la marquesina cubierta y el cercado reemplazaron a los espacios despejados de la modernidad. Las autoridades municipales lo abrazaron con el mismo entusiasmo con el que en la década de 1960 habían acogido los depósitos de sal amarillos, los asientos con forma de hongo y las jardineras de cemento, instalándolos en áreas destinadas a la conservación como una especie de talismán de la historicidad, y empleándolos en las operaciones de cirugía estética de las principales avenidas como una especie de heraldo de la regeneración urbana. A finales de la década de 1980 eran un elemento tan ineluctable del paisaje urbano como las formas inspiradas en el Skylon lo fueron a raíz del Festival de Gran Bretaña. Podrían ponerse como ejemplo esas papeleras «de estilo victoriano» —octogonales, hexagonales o colocadas sobre peanas, en función de los gustos municipales, y a veces con el escudo municipal en relieve— que, en las calles de las zonas comerciales reservadas en los últimos tiempos a los peatones, sirven como depósitos de basura a prueba de vándalos; o los bolardos de hierro fundido, estriados o «de cañón», a veces con apariencia de fibra de vidrio, que sirven como mojones fronterizos de los centros urbanos remodelados (el laberinto de espacios de «recreo» de Leicester Square, que hace pensar en el de Hampton Court, los tiene a cientos). Los adoquines, que eran aún una suerte de revelación cuando los arquitectos del GLC empezaron las obras de remodelación del Covent Garden,67 y que los modernizadores de las décadas de 1950 y 1960 (como los fotógrafos del realismo social de la década de 1930) consideraban sinónimo de miseria urbanística, se incorporaron paulatinamente al repertorio de lo que las autoridades municipales denominaron «mejora medioambiental», prohibiendo a los vehículos de motor el acceso a ciertas zonas y devolviendo a calles entonces ruinosas el aspecto de lo que el Condado de Kensington, en sus planes de embellecimiento del mercado de Portobello Road, califica cordialmente de «grandeza victoriana»." Concebidas en principio, en los años veinte del siglo xix, como superficies apropiadas para los cascos de los caballos, hoy en día se utilizan habitualmente para pasear, a despecho de los obstáculos que presenta para los coches de niños o las sillas de ruedas, o del peligro que supone para los zapatos de tacón alto. Se utilizan en el diseño de los «jardines» y los antepatios ubicados en las caballerizas reconvertidas en viviendas y en las áreas de acceso restringido. En las zonas portuarias, delimitadas por barandillas o Gordon Cullen, que en su libro Townscape (Londres, 1961) supo combinar la apuesta por la modernidad de Architectural Review con la sensibilidad por el encanto de las ciudades, fue un persuasivo defensor del uso decorativo de los adoquines «para embellecer los paseos y las plazas, para llamar la atención sobre el carácter escenográfico de los lugares en los que transcurre la vida cotidiana» y, también, para disuadir a los automovilistas de circular por ellos (en las págs. 128-131 pueden verse algunos ejemplos). Sin embargo, acabaron utilizándose para darle «variedad» a la escena urbana, y no, como se hizo en los años ochenta, para otorgarle, en un abrir y cerrar de ojos, cierto sabor añejo. Todavía no se habían inventado los falsos adoquines, fabricados con cemento, que «imitan» a la piedra. Independent, 22 de noviembre de 1989. 68 «The Petrification of Portobello», 67

marzo de 1990, pág. 68. Un anuncio publicado 66 «Do-It-Yourself», Practical Householder, en el mismo número dice lo siguiente: «Ante la actual boga de lo victoriano, W. H. Newton ha Este documento es proporcionado al estudiante creado una completa gama de rodapiés, molduras y frisos decorados en ese estilo». con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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cadenas, logran que las antiguas dársenas industriales semejen muelles de pescadores. En las ciudades del patrimonio cultural o en las zonas protegidas (como en la que vivo) le dan incluso un aire vernáculo a los aparcamientos. La farola victoriana, indefectiblemente de hierro fundido (aunque hay muchas réplicas de acero o de aluminio pintado de negro) y con una luz acristalada que hace pasar la electricidad por gas (en una de las versiones que hay en el mercado, los fabricantes han conseguido incorporar un efecto tremuloso), es un símbolo mucho más ilustre del pasado.69 El Civic Trust, pionero en la campaña contra las farolas-horca y las lámparas de vapor de sodio, prefirió las luces empotradas como alternativa;" y el Consejo de Diseño, en fecha tan tardía como 1976, condenó los faroles victorianos por ser «afectados». Era mucho mejor, argumentaban, poniendo como ejemplo un paseo de Eton junto al río donde las luminarias modernas servían de contrapunto a una calle de época remodelada, apostar por el contraste que por réplicas cursis.7' La batalla librada en 1978 para la conservación del alumbrado de gas en Covent Garden, ganada por los tradicionalistas tras una formidable controversia pública y el respaldo de numerosas celebridades, fue al parecer un hito decisivo. El Ayuntamiento de Westminster, que había sido, junto al de Camden, el adalid de la electrificación, cedió al cabo. Tres años después, tutelando la unidad recién creada de «Diseño Urbano», el Consejo se embarcó en un ambicioso programa de remodelaciones, en el que el «mobiliario urbano coordinado», con los faroles victorianos en vanguardia, complementaron la restauración de las fachadas de época, la instalación de arcos ornamentales y la transformación de calles comerciales en «poblados» comerciales. A mediados de la década de 1980, lo que D. W. Windsor, empresa líder en el mercado, llamaba iluminación «histórica» ejercía una hegemonía indiscutida. Los técnicos de alumbrado y los responsables de planificación urbanística la adoptaron como algo natural, «para recuperar el encanto y la elegancia del alumbrado público de tiempos pasados»; entre tanto, en las áreas urbanas protegidas que estaban en manos de la burguesía inmobiliaria, las asociaciones de vecinos clamaban por ella. En la propia Westminster, los ingenieros municipales, tras convertir Parliament Square en una suerte de plató de Candilejas, de Charlie Chaplin, y South Molton Street en una columnata fin de siécle, han empeza-

« Para algunos ejemplos de iluminación pública a la que se le dio de nuevo un aspecto tradicional, véase el texto de Konrad Smigielski sobre el proyecto de mejora de la Leicester Art Gallery de 1967, incluido en Civic Trust, Conservation in Action 1972, págs. 42-43; The Mound, Edimburgo, 1959, Department of the Environment, New Life . for Historie Areas, 1972; también Poole, Dorset, «20 early local street lights rescued, converted to electricity, repainted and installed in Precint Area». 7° Civic Trust, Pride of Place, pág. 188: «Téngase en cuenta la posibilidad de encargar nuevos diseños en ocasiones especiales (pero, por favor, ni "rústicos" ni... "de época")». 71 Design Council, Street Furniture, 19767 , pág. 40, elogia los cambios introducidos en el Puente de Windsor por el proyecto de restauración, entonces recién concluido: «Las farolas pasadas de moda han sido sustituidas por modelos modernos y austeros».

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do a georgianizar el Soho, empleando soportes de pared y faroles colgantes para darle un aire de claustro a los pasajes y callejones de los que se pretende sacar partido. A este repertorio de efectos de época se ha sumado hace poco el pavimento de piedra de York, o en todo caso su versión barata, cortada a máquina en lugar de por su veta y perfectamente cuadrada en lugar de irregular, que hoy en día es la favorita de los planes de remodelación. El Ayuntamiento de Westminster, que en la década de 1980 se convirtieron en los líderes del retrochic municipal, parece que fue el primero en recurrir a él, con motivo de la nueva pavimentación de Queen Anne's Gate, iniciada en 1981; más tarde lo adoptaron para sus planes de ampliación de las calzadas, con pavimentos más anchos, bordeados de árboles o arbustos, para proporcionar «pequeños remansos de tranquilidad». A la altura de 1986, el pavimento de piedra de York parecía haberse impuesto a los adoquines como ejemplo de buen gusto. Así que cuando el Ayuntamiento de Bradford («en colaboración con inmobiliarias e industriales locales») inició la rehabilitación de «Little Germany», el «barrio comercial» histórico de la ciudad, se invirtieron cuatro millones de en la renovalibras esterlinas (subvención, al parecer, del English Heritage*) ción de las farolas, «en un diseño más respetuoso con el carácter victoriano de la zona» y en la colocación de un nuevo pavimento de piedra de York. La creación ex profeso de la Festival Square, delimitada por el pavimento de piedra de York, sirvió de catalizador en la regeneración del barrio. Los edificios se limpiaron «para darles un aspecto renovado», e incluso el aparcamiento (120 plazas, cuyo coste fue de 150.000 libras esterlinas) se sometió a una operación de embellecimiento: «Tiene jardineras, plazas con pavimento de ladrillo y paredes bajas de piedra rematadas por barandillas de hierro»." El Ayuntamiento de Westminster empleó una estrategia similar cuando en 1988 decidió salvar al Soho de las garras de comerciantes dedicados a negocios dudosos." Peter Heath, de la Sección de Diseño Urbano del Ayuntamiento, explicaba lo siguiente: «Utilizamos piedra de York para el pavimento y bloques de granito para la calzada, y los colocamos al mismo nivel para que la calle parezca peatonal. Eso hace que los conductores sientan que no deberían circular por allí, aparte de darle a la calle un aspecto remozado que le hacía mucha falta».74 Bajo el disfraz de época, mucho de lo que pasa por restauración no es más que modernización disimulada, extensión y continuación de los ideales que en la década de 1950 abogaban por los espacios abiertos, en lugar de inversión de aquellos. Implica cambios de propiedad, transformaciones de

* Organismo público del Gobierno del Reino Unido, encargado de la protección y el fomento del patrimonio histórico-artístico de Inglaterra. (N. de los t.) 18 de noviembre de 1988, págs. 40-42. «Bradford Darns», Building, enero de 1989. " Para algunas protestas, «Save our Soho», Evening Standard Magazine, Información verbal, Peter Heath, del Westminster City Council, 1990. 74

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función y operaciones de cirugía que logran darle un aspecto flamante a un inmueble rehabilitado, aun subrayando sus elementos de época. Los pubs donde se respira un aire tradicional de nuevo cuño constituyen un claro ejemplo al respecto. No han recuperado el serrín del suelo, las escupideras de la barra o las mamparas que separaban a los bebedores empedernidos del bar del salón y de la zona en que la gente bebía en los vasos que ellos mismos traían de sus casas. Al contrario, han optado por un cambio de clientela, de la que han excluido a los obreros con la «ropa manchada» o las «botas sucias» (en el lenguaje diplomático de los carteles), junto con el dominó y los dardos. Su aspecto de época, con sus blandas moquetas, sus medias cortinas de terciopelo y su iluminación íntima y tenue, es un intento harto logrado de darle un aire femenino —o burgués— al interior. Coincide con la invención del almuerzo frío y el auge de los almuerzos de negocios; se ha adueñado de muchos espacios reservados para hombres y ha propiciado que las cervecerías no teman ya la competencia de las vinaterías. El reacondicionamiento lleva asimismo la impronta de esa revolución de las expectativas que en las décadas de 1950 y 1960 hizo que el espacio vital dejara de ser un dominio inmutable y se convirtiera en un ámbito en el que los individuos podían dejar huella. Se trata a todas luces de un reflejo del enorme incremento de las viviendas habitadas por sus propietarios, que en 1952 representaban el 29% y en la actualidad constituyen el 64%. Asimismo, se ha beneficiado de los avances de la tecnología. En realidad, la idea de rehabilitación y remodelación hubiera sido impensable sin la llegada de la calefacción central, que volviera confortables estancias de enormes dimensiones y transformase las mansiones económicamente ruinosas y carentes de servicio doméstico en hogares factibles para la familia. Del mismo modo, la operación en virtud de la cual los cuartos de baño han adquirido un aspecto de época y un aire victoriano ha ido de la mano con la introducción de nuevas tecnologías que han logrado transformar un espacio álgido en una suerte de sauna y han introducido una variedad asombrosa de chorros de agua. La aparición de invernaderos de «Estilo Victoriano» —muy populares a finales de la década de 1980, sobre todo en los barrios residenciales, cuando se produjo un auge inesperado del mercado de la vivienda, y que abrieron nuevos horizontes en el mundo del bricolaje— a duras penas podría concebirse sin las ventanas dobles y su promesa de que las viviendas tengan una temperatura estable durante todo el ario." Otro proceso modernizador que ayudó en la explotación del patrimonio del pasado fue la Ley del Aire Limpio de 1958, que de manera retrospectiva puede considerarse como el impulso primigenio de esos planes de limpieza de la piedra y rejuntado del mortero entre los ladrillos que han sido el terminus ad quem de las políticas de renovación. Así como la conversión de las mansiones victorianas en inmuebles «de época»

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hubiera sido inconcebible sin la calefacción central, así la restauración de las fachadas «de época» —y la invención de los equipos de chorro de arena o de aire para la limpieza de la suciedad y de la mugre— tuvo como premisa la desaparición de las calderas de carbón y de los sistemas de calefacción de las casas basados en ese método. Las transformaciones destinadas a imprimir un sello «de época» se muestran tan inmisericordes con las limitaciones tradicionales del espacio como las oficinas de planta abierta y las tiendas y almacenes diáfanos. Los sótanos se abren al exterior y se amplían mediante techos corredizos. Los muros de carga se eliminan para convertir el cuarto de entrada y el del fondo de las casas adosadas en habitaciones diáfanas, esos amplios recibidores que ocupan un lugar de honor en los folletos de los agentes inmobiliarios. En las cocinas no hay indicios de rehabilitación de la antecocina, la recocina o el espacio reservado antaño a guardar los utensilios de cobre; al contrario, se prescinde sin falta de las divisiones internas, en tanto los lugares destinados a guardar la comida o los cacharros cobran un aspecto trasparente. «Las puertas y las ventanas tuvieron que cambiarse de sitio», dice una arrebatada crónica de Period Living que describe la transformación de tres habitaciones minúsculas de la parte trasera de una casa en una cocina tradicional. «Lo que hoy es la puerta trasera fue antes la ventana de la antecocina». La transformación de las buhardillas, en las que se instalaron ventanas en la parte frontal y en la anterior cuando antaño contaban como mucho con una claraboya, es un producto aun más palmario de esta estética de la luz y del espacio. También los invernaderos, aunque se vendan como «victorianos» y adopten con frecuencia un estilo gótico, pueden considerarse descendientes directos de los miradores de las décadas de 1950 y 1960, de los apartamentos «Span» de Eric Lyon y de las escuelas primarias con paredes de cristal concebidas por la arquitectura moderna, es decir: su objetivo es que lo de dentro se abra a lo de fuera, y que la división entre espacio interior y espacio exterior quede abolida. Y así como los victorianos abominaban de la luz del sol e impedían que penetrara en los invernaderos ubicándolos en un lugar sombrío y disponiendo una sobreabundancia de plantas, el invernadero moderno «tradicional» se vende como un oasis de luz natural: un fabricante lo anunciaba en Ideal Home como «una solana victoriana»," al tiempo que Traditional Interior Decoration declaraba que lo ideal era «la iluminación sin instalación eléctrica»." Así como las décadas de 1950 y 1960 lograron que lo viejo pareciese nuevo, las décadas de 1970 y 1980 no fueron menos habilidosas en crear lo que, con motivo de la salida al mercado del Independent en 1986 y de su cabecera, dio en llamarse «viejo nada más nacer»." La remodelación consiste tanto en

Ideal Home, julio de 1986 (anuncio publicitario). «Outside In», Traditional Interior Decoration, junio juliode 1988, pág. 71. mayo de 1988, págs. 83-84. The Making pf the Independent, Londres, 1980. Michael Crozier, en Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación materia de derechos de autor. 7°

«Conservatories», Practical Householder,

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ocultar las pruebas de modernidad como en multiplicar los efectos de época. Destierra sus calderas controladas por termostato al cuarto de la plancha o al lavadero. Las lámparas eléctricas se enmascaran a guisa de candelabros o se ocultan a la sombra de flecos. Las vigas de acero laminado, los hierros de doble T que se colocan en lugar de las paredes divisorias cuando se crea una habitación a partir de dos, se dejaron al principio tal cual; hoy en día lo más habitual es disimularlas con «prominentes» arcos, cortinas plisadas o columnatas, convirtiendo el cuarto de estar, merced a esa mampara, en una especie de proscenio. La ventana doble ha seguido un camino similar. Introducida cuando la estrella del modernismo era ascendente, constituía un perfecto ejemplo de la estética aerodinámica que primaba entonces. Hoy en día lo más probable es que se presente engalanada con vestidos de época, como marcos neogóticos en forma de arco y travesaños al estilo de las ventanas inglesas tradicionales de guillotina. De hecho es muy habitual que las ventanas dobles y las ventanas de guillotina victorianas se promocionen juntas. La cocina «campestre» o de «estilo campestre» es la gloria de estas artes: por así decirlo, destierra todo rastro de modernidad al espacio exterior, a despecho de que tal espacio sea —conforme a la nueva ecología del orden doméstico— la habitación de la casa con un equipamiento más caro y su instalación pueda llegar a costar setenta mil libras esterlinas.79 Los electrodomésticos modernos, por ejemplo los lavaplatos, se ocultan tras ingeniosas puertas hechas a medida, o, en el caso de la más costosa cocina «georgiana» o «Regencia», se cubren con paneles, revestidos como una librería. Un armario que abarca del suelo al techo —en un caso extravagante, diseñado al estilo medieval— oculta la nevera y el congelador. El robot de cocina está empotrado. Sólo la encimera —en pino «envejecido», fresno «tradicional» o azulejos de terracota— exhibe su presencia funcional. La unidad de descarga de desperdicios y el triturador de basura, ambos de tipo eléctrico, se ocultan debajo del fregadero; y el propio fregadero, en las cocinas mejor equipadas y más caras, es de cobre o de porcelana. En los anuncios no hay el menor rastro de que nadie cocine o de que haya que lavar los platos. " Arena of Oxford, que afirma que lleva fabricando muebles empotrados desde 1772, tiene el siguiente anuncio, más elocuente que un libro entero sobre el tema. Está tomado de The Kitchen, marzo-abril de 1990: COCINAS CLÁSICAS HECHAS A MANO

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La cocina campestre, fabricada y vendida en Gran Bretaña con diversos apelativos locales —los señoriales «Woodstock», «Chartwell» y «Balmoral», o el coqueto y repipi «Elizabeth Ann»— y en diversos modelos históricos, que abarcan desde el Renacimiento hasta el Art Deco," fue en origen un invento alemán; una derivación, al parecer, de la revolución en el equipamiento de las cocinas que se produjo en 1950 y, en términos más generales, de esa estilizada «vida moderna», cuyo anuncio en el Festival de Gran Bretaña había causado furor. Empezó como un fenómeno de los tiempos modernos, y aunque se les ha dado el clásico aspecto de una cajonera herbolaria y sus superficies homogéneas se fabrican ahora con madera, el principio básico de la superficie de trabajo continua —la superficie «al ras»— se ha mantenido intacto. Los principios compositivos son modulares y futuristas, y llevan hasta el extremo la idea del mueble empotrado que ahorra espacio. El éxito de la cocina campestre —fenómeno paneuropeo y trasatlántico— puede servir como recordatorio de que el reacondicionamiento, lejos de ser una vuelta al pasado, es un fulcro de cambio económico. A veces se tiene la impresión de que cuanto más nómada se vuelve el mundo de los negocios, más se complace en afectar un aspecto hogareño, reciclando antiguos nombres comerciales, renovando viejas posesiones y afirmando que fabrica productos clásicos. Las multinacionales trabajan en régimen de franquicia o hacen negocios por medio de firmas locales. Se despoja a las regiones de sus economías tradicionales, pero su imagen no cesa de venderse por medio de una versión embellecida de su pasado. El empeño implacable del gobierno en modernizar (y americanizar) la sociedad británica apela empero a un retorno a estilos tradicionales. Aunque la arquitectura neovernácula sea un estilo internacional que exhibe características idénticas en todas las galerías comerciales y recintos de oficinas, pasa por ser nativa y de cosecha propia. Desde una perspectiva más amplia, es posible considerar el reacondicionamiento como parte de un nuevo movimiento de los cercados en el que se produce una transferencia de población y de recursos de un sector de la economía a otro, y se instaura una nueva división social del espacio vital.81 La conservación se revela aquí como el epicentro de un nuevo ciclo de desarrollo urbano y, quizás, rural. Como la limpieza de las Highlands, desaloja a poblaciones enteras; como el proceso de cercamiento, modifica el régimen de asentamiento. Por una parte es la punta de lanza de la recolonización del

Llevamos 25 años diseñando cocinas. Este producto ha sido concebido para que pareciera que siempre había formado parte de la casa: una estancia acogedora no necesita adornos llamativos para lucir en todo su esplendor. En la 88 Algunos ejemplos tomados al azar: «Cocina de Estilo Renacentista Escocés» fabricada y fabricación de los muebles, para los que se ha utilizado pino envejecido, no se pintada a mano por Smallbone, Observer, 3 de octubre de 1987; «Roble "lavado" Inglés Victohan escatimado esfuerzos con vistas a lograr que su aspecto combinara con el riano... Trevor Moore... el amor a la tradición», The Kichen, marzo-abril de 1990; Caoba del resto de las superficies, ni para que los más modernos avances tecnológi«Georgiana», Kitchens Direct, Observer, 27 de julio de 1986; La Cocina Campestre Cotidiana cos adoptasen un aire discreto. El diseño presenta características prácticas y («captura la elegancia y el encanto clásicos de la era eduardiana»), County Homes, mayo de muy interesantes, como el mueble botellero, que ofrece un agradable contraste 1988; Elizabeth Ann, «la calidez del roble coñac», Country Living, junio de 1988; The National entre la madera pulida y la piedra labrada del suelo original. Todo ello como Trust Kitchen, Stately Homes, mayo de 1988. fruto de muchos años de dedicación al mundo de las casas antiguas, en las que 81 Michael Wallace, «Reflections on the History of Historie Preservation», en Susan Porter el tacto para la conservación y la experiencia adquirida tienen una importancia etlaal., Presentingenthe Past: and the Public, Filadelfia, 1986, pág. 196. Benson primordial. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando reglamentación materia deEssays derechoson deHistory autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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centro de las ciudades por parte del mundo de los negocios; por otra, cuando se produjo el inesperado auge inmobiliario de la década de 1980, parecía que antes de emprender algún tipo de destrucción verdaderamente significativa, el promotor necesitase el imprimátur de la Comisión de Bellas Artes (Fine Arts Commission) o del English Heritage que sancionase el carácter «imaginativo» de su plan. El reacondicionamiento también puede considerarse como un impulso de renovación: crea espacios públicos y sociales, descubre pasadizos disimulados y pasajes ocultos, habita de nuevo solares baldíos, revitaliza instalaciones superfluas. La nueva terminal de trenes de Liverpool Street, todo un éxito desde el punto de vista de la creación de un espacio social, que combina de modo fascinante lo viejo y lo nuevo, puede servir como antídoto contra la idea de que lo híbrido es por necesidad inferior a lo puro. Su remate, que ahora produce en el público viajero un efecto espectacular, es una marquesina victoriana de cristal, inspirada en las cubiertas de los andenes de la antigua estación de trenes de Liverpool Street, pero que ahora cubre toda la superficie de la estación. Cortada con láser y sujeta a la manera que se ha convertido en un cliché de la posmodernidad, pese a todo parece una de esas estructuras elevadas de Isambard Kingdom Brunel, o un Crystal Palace redivivo. Las enjutas sobre las que el tejado se levanta son de color azul y blanquecino para resaltar la complejidad de la greca gótica, y se reproducen a modo de motivo unificador en los herrajes decorativos de toda la estación. Sin embargo, aparte de los detalles de época, la estética reinante es absolutamente contemporánea, y su espíritu está más cerca de la terminal de un aeropuerto que de una estación de trenes. La estación mira hacia adentro en mayor medida que hacia afuera; presta más importancia a su galería comercial que a los andenes. En lugar de un hueco cavernoso, dedicado a los misterios del viaje y al poder del carbón y del vapor, nos ofrece un atrio desbordante de luz. En lugar de recodos y escondrijos nos ofrece una explanada homogénea. La vieja Liverpol Street era un laberinto de lugares oscuros; la nueva resulta comprensible de una sola ojeada.

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Lo retrochic ocupa un lugar incierto en la cartografía del gusto; no en vano hace acto de presencia en una serie de batallas estilísticas y saluda con una reverencia ora desde las pasarelas del negocio de la moda, ora desde los puestos de los «mercados de pulgas» (expresión, como la propia palabra «retrochic», que Inglaterra importó de Francia en los años setenta), ora en los dominios del arte pop. Desde un punto de vista estético, presenta una doble codificación: «pertenece al pasado pero en el fondo es moderno», como dijo en 1988 un gurú de la moda, el modisto londinense John Galliano.' Evoca juguetonamente un aire de época, pero sin duda pertenece al aquí y ahora, al igual que las moquetas y la iluminación tenue de esos pubs a los que se ha querido dar de nuevo un presunto aire victoriano, o las oficinas modernas con aire acondicionado que se ocultan tras fachadas supuestamente clásicas o neoclásicas. De rostro bifronte, mira tanto hacia atrás como hacia adelante: emplea las tecnologías más avanzadas para envejecer o «deslustrar» lo que de otro modo resultaría flamante, como sucede con el pino «envejecido» o con los pantalones vaqueros «lavados a la piedra»; hace remezclas de canciones o de álbumes «clásicos» de rock; recicla imágenes pertenecientes al pasado. En su vertiente más futurista, como en el estilo punk de instalación escultórica, lo retrochic da curso libre a algunos de los elementos más utópicos de la vida nacional, eso que cierto autor ha llamado hace poco «England's Dreaming».2 A diferencia de otras formas de revival, lo retrochic llegó de la mano de la tecnología. Al respecto, cabría mencionar la invención de la litografía, merced a la cual millones de personas pudieron acceder a las reproducciones facsímiles, o, en tiempos más recientes, la invención de la fotocopia en color, que permite a los fabricantes de artículos de regalo producir rótulos de época con un coste mínimo. La fiebre de los espejos de pub, que transmitió el aroma de las chamarilerías y de los puestos de Portobello Road al negocio de los objetos de regalo (en 1977, cuando el furor alcanzó su punto álgido, se producían cien mil espejos o más a la semana),3 se basaba en la imitación de

"Vivat Victoriana", Guardian, 6 de junio de 1988. Jon Savage, England's Dreaming: Sex Pistols and Punk Rock, Londres, 1991. 3 Richard Gomme, de Hugo Russell, la compañía de venta al por mayor cuyos enormes almacenes de Western Avenue una de las fuentes de provisión de chamarilería destiEste documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materiaconstituyen de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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espejos de cristal tallado mediante la aplicación de estampados por serigrafía o tampografía. La talla del cristal con rayo láser controlado electrónicamente ha permitido a los arquitectos de las nuevas terminales de tren obtener un efecto similar al logrado en el Crystal Palace (ante la nueva y maravillosa estación de Liverpool Street, el espectador es incapaz de distinguir dónde acaba la restauración y dónde empieza la nueva construcción);4 en una esfera tecnológicamente menos sofisticada, la «Pintura Mágica» o estarcido, inventada por Jocasta Innes,5 permite a los gentrificadores aficionados al bricolaje simular la atractiva decadencia (o la elegancia marchita) de lo que World of Interiors denomina «El aspecto de la Casa Solariega». Lo retrochic se basa en la explotación de un principio de inversión: descubre bellezas ignoradas hasta ahora en los pecios y las echazones de la vida cotidiana; eleva los desechos del pasado a la categoría de prendas clásicas o de ropa vintage; trata lo anticuado y anacrónico —e incluso sus imitaciones— como si fuera la última novedad. Transmuta los tinteros en lo que los catálogos de regalos dan en llamar «joyería de escritorio»; paga en las casas de subastas sumas de tres o cuatro cifras por viejos ositos de peluche,' uno de los escasos tipos de antigüedades, junto con la parafernalia de estrellas pop, cuyo precio o cuyo público no ha sufrido mengua durante la reciente recesión. Implanta el culto de las películas de Hollywood de serie B, los relojes de pulsera «de la era espacial», los cómics de Dan Dare, los patos voladores de cerámica. Resucita los chalecos de las coristas de Busby Berkeley (o de nada a la decoración de pubs de época, me dijo que su compañía hizo fortuna gracias a la fiebre desatada por los espejos de pub. Agradezco también a Mick Marshall, pionero en la materia, y a Malcolm Gliksten, de Relic Designs, sus recuerdos sobre el auge y declive del negocio. 4 En la estación de Liverpool Street se han instalado no hace mucho unas entradas profusamente decoradas en las que un medallón multicolor de hierro fundido exhibe las palabras "Great Eastern Railway". Parece que sus responsables hayan querido despojarse así del sentimiento de vergüenza acarreado por la extravagancia del nuevo diseño, como si la estación le hubiera dado la espalda no sólo a medio siglo de historia de BR (la "British Railways" de la nacionalización), sino también a la fusión que en 1922 dio origen a LNER (London and North Eastern Railway). 5 Jocasta limes, Paint Magic: The Home Decorator's Guide to Painted Finishes, Londres, 1981. 6 «La escasez de ositos de peluche fabricados por el alemán Steiff, durante muchos años los ejemplares más cotizados de su especie en los salones de subastas, ha propiciado que la demanda haya puesto los ojos en los ositos británicos: han bastado dos o tres años para que la cotización de estos últimos se duplicara. Bonhams organiza estos días dos subastas de juguetes, ositos y muñecas (cuyas casitas, por cierto, son también muy codiciadas). Casi todos los ositos saldrán a subasta el próximo miércoles a la una de la tarde en la sala que Bonhams posee en Chelsea: las estimaciones indican que un Steiff fabricado en 1907, en excelente estado de conservación, se venderá por una suma que oscilará entre las 1.800 y las 2.500 libras esterlinas, mientras que el precio de un osito británico de Farnwell, en óptimo estado de conservación, alcanzará un precio aproximado de entre 800 y 900 libras esterlinas.» Independent, 4 de septiembre de 1993. Véase también "Teddy Bears are Big Business", Collectables, octubre de 1993; Pauline Cockrill, The Teddy Bear Encyclopedia, Londres, 1993. Los ositos de peluche han invadido Oxford: "The English Teddy Bear Company" ocupa la tienda con doble escaparate aledaña a las Examination Schools (arrendada, en una fase previa de la historia de lo retrochic, por Frank Cooper y su negocio de mermelada "Oxford"), y campan a sus anchas en los escaparates de la tienda que Clinton's, el negocio de venta de tarjetas postales con sede en Cornmarket, posee en Market Street (la imagen de los ositos también adorna, por cierto, muchas de las tarjetas).

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Ziegfield Follies) y los convierte en prendas para ejecutivos; eleva los petos a la categoría de prendas de moda (en las colecciones presentadas en París durante 1989, pasaban por encarnar la estética «mecánico» de los años cuarenta); propicia que los chaquetones de paño de los barrenderos y de los marineros sean el atuendo que los atildados urbanitas lucen en las fiestas. Los grandes almacenes y las empresas de venta por correo no tardan en subirse a estos carros. Woolworth's dispone de un tiempo a esta parte de una colección de cosméticos y champús naturales, campestres y supuestamente elaborados con hierbas; sus prendas de moda, que hace treinta años hubieran sido confeccionadas con Terylene o Bry-Nylon, hoy en día se precian de ser algodón 100%. Debenhams ha lanzado «Fossil», flamante nombre para una línea de relojes a los que llaman «los Nuevos Clásicos Americanos»: «una colección de piezas elegantes y retro con un toque divertido, presentadas en auténticas cajas metálicas de época»; entre ellos se encuentra un modelo «esfera azul años cuarenta» decorado con un aeroplano y en el que figura la fecha «1953», y otro en el que aparece un bate de béisbol de la célebre marca Louisville Slugger. Desde el punto de vista léxico y según los diccionarios de neologismos, el vocablo «retrochic» es un término crítico acuñado por la vanguardia parisina. A principios de los años setenta fue empleado para describir la rápida difusión del gusto por el revival de estilos pertenecientes al pasado, tendencia por lo visto tan palmaria en el cine francés de la época como en el negocio de la moda. El crecimiento ingente del marché aux puces, probablemente la mayor congregación de curiosidades existente en el mundo entero, propició que le mode rétro abarcara, por extensión metafórica, todos los aspectos de la tradición, «desde el esplendor de Louis XIV hasta el mobiliario de acero tubular».' El término no tardó en penetrar en las islas británicas, donde ya en 1974 existía una tienda bautizada con el nombre de «Retro», así como en los Estados Unidos, donde al parecer coexistió, no sin tensiones, con una expresión un poco más antigua: «vintage chic». Malcolm McLaren, el Svengali de The Sex Pistols y artífice del punk, estaba absolutamente decidido a evitar todo lo «retro», como lo estaban los intérpretes y autores de las canciones de The Clash.8 Pero parece que en los círculos de música pop resultaba a la sazón tan dificil librarse de ese calificativo como lo es hoy en día. En 1979 Lucy Lippiard, crítica de arte neoyorquina comprometida con el feminismo y la vanguardia, lo definió como «un lobo reaccionario con piel de cordero contracultural»; el punk no era iconoclasta sino atávico; lo retro, adoptara la forma que adoptase, tenía la vista anclada en el pasado.'

' Nonie Niesewand y M. Lawrence, Encyclopedia of Interior Design and Decoration, Londres, 1988, págs. 94-95: el término «Retro» se define como «un tipo de moda basado en la resurrección de estilos pretéritos», en R. J. Herail y E. A. Louatt, A Dictionaly of Modern Colloquial French, Londres, 1984. England's Dreaming, págs. 61, 66, 232. ' Lucy Lippiard, "Reflecting in Retrochic", en Get the Message? A Decade ofArt for Social Change, Nueva York, 1984, págs. 173-178.

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IV/

40's blue face, £39.99

Fossil lace, £44.99

Do bemba me Introduces Fosal' WatchemA collactIon of-funky, rotro-stylo timo Aloco" volt" a sonso of humour, ; onearkir lo authontic parlad fin packaging

at DEBENHAMS Esfera fósil / Esfera azul años 40 / Una promoción GQ / Debenhams lanza la línea de relojes «Fossil». Una colección de piezas elegantes y retro con un toque divertido, presentadas en auténticas cajas metálicas de época / De mujer, modelo doble esfera / CHAPADOS A LA ANTIGUA / Rosa retro / Esfera con automóvil color plata y oro / EDICIÓN LIMITADA / OTRO PRODUCTO FOSSIL ORIGINAL / AUTÉNTICO FOSSIL / EL NUEVO CLÁSICO AMERICANO / EN DEBENHAMS /

Fotografía: hirn Platt.

Según los autores que escriben sobre el mundo de la moda, lo retrochic se inspira en los estilos del pasado reciente. Aunque este no tiene por qué ser el caso. El influjo de la Nueva Era propició la transformación de los objetos de cristal en accesorios de moda y de los zodíacos en uno de los artículos más vendidos en Hugo Russell, supermercado de objetos de imitación que suministra curiosidades de época a los pubs. Los objetos de cobre típicos del mundo rural y los adornos de latón para caballos, copiados de modelos victorianos y fabricados en la ciudad india de Morabad, son productos del pasado consagrados y habituales; la demanda de cabezas frenológicas, inspirada asimismo en el siglo xix, data de tiempos más recientes.1 ° El catálogo de Past Times, empresa de venta por correo que ha crecido a un ritmo vertiginoso y que vende también sus «colecciones históricas» en una cadena de tiendas de regalos selectos, ofrece entre sus productos un amuleto vikingo (réplica de un original perteneciente al Museo Nacional de Historia de Estocolmo), un alfiler del «árbol de la vida» inspirado en la cruz del siglo vil o vm que hay en la Catedral de San Pablo, y un disco compacto con música medieval que incluye villancicos y canciones navideñas. El catálogo juega con lo que las convenciones consideran retro (uno de sus productos es una reproducción de una radio de los años treinta; otro, un álbum de recortes de Picture Post); pero se remonta a los tiempos de los romanos y, de haberse podido salir con la suya, el propietario hubiese incluido réplicas de puntas de flecha neolíticas. Past Times toma como fuente de inspiración objetos originales que se encuentran en los museos y en las galerías de arte; la empresa hace un fetiche de lo facsímil: «Por lo general, nuestros artículos son réplicas auténticas o se inspiran en diseños de época». Así, por ejemplo, la joyería celta, aunque sea objeto de una «interpretación contemporánea», sigue la «tracería celta tradicional»; el «cárdigan Mil Flores» se inspira en los detalles de la tapicería medieval; la bufanda de seda «Fresco Romano» («estampada en Italia en exclusiva para Past Times») toma sus motivos decorativos de Pompeya y Herculano. Past Times dio sus primeros pasos en 1986, y abrió su primera tienda en Oxford. Fruto de la iniciativa empresarial de un grupo de estudiantes de posgrado (se dice que todos sus clientes son licenciados en Historia o en Historia del Arte), la empresa está presidida por John Beale, cuyos «Centros de Enseñanza para Niños» llevaron el principio de «aprender de la experiencia» a los comercios céntricos de las grandes avenidas. Y a pesar de dirigirse a un público mucho más adulto, Past Times también aspira, a su manera, a ser instructivo. Apunta a un sector del mercado que la compañía da en llamar de «regalos históricos», pero trata de ser (y es) «un poco más juicioso que el National Trust». En lugar de kitsch, ofrece lo que el catálogo denomina «regalos hechos con criterio» con los que obsequiar a la familia y los amigos, acompaña cada mercancía con «textos apoyados en investigaciones meticulo1 " Agradezco a Alan Taylor que me enseñase todos los artículos de Hugo Russell y me explicara su procedencia.

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sas», y escoge como modelo los mejores ejemplares de cada campo. Las reproducciones de los Mapas del Condado de Saxton se basan en la edición de 1579; los discursos bélicos de Churchill —en casete— proceden de las emisiones de la BBC. Se intenta que los juegos y los juguetes parezcan de época aunque sean nuevos. Entre estos se cuentan el juego de salón de los Anagramas, de época victoriana («Al formar palabras se ganan fichas»); el juego romano de la «Tabula» («extraordinariamente popular en todo el Imperio desde principios del siglo i d.C.»); y el «Juego Vikingo», precursor del ajedrez al que se juega con treinta y siete piezas (el Museo Jorvik de York también hace gran ostentación de los juegos vikingos).11 A Su Tahran, la propietaria de American Retro, tienda elegante y exitosa que se ha convertido en uno de los templos del consumismo gay, y cuya existencia no es el menor de los motivos por el que Old Compton Street ha revivido como los Champs Elysées del Soho, le interesan más las novedades que las antigüedades: tiene que ir siempre un paso por delante de un público joven que está al tanto de las últimas tendencias. Cuando en 1986 abrió sus puertas, la tienda contaba con una pequeña sección de ropa de segunda mano, el «furgón de cola» de una versión previa de lo retrochic. Hoy en día Tahran vende o artículos de fondo de almacén o las últimas novedades del mercado. Lo «retro» no se refiere a ninguna época en concreto: es un término perfectamente intercambiable con el de «clásico», etiqueta que la tienda otorga a toda cosa que haya sobrevivido a la prueba del tiempo: camisas de la Liga de la Hiedra con botones en el cuello, símbolo del buen chico o del aspecto «pijo»; camisas gruesas de leñador; prendas de punto inglés tradicional de John Smedley, fabricadas en Matlock, Derbyshire Peak; chaquetones de marinero; calzoncillos y camisetas «clásicos» (American Retro es famosa por ellos, según El libro de Sodoma, de Paul Hallam),12 además de complementos más esotéricos, como correas y cadenas. En los años ochenta, la tienda estaba pintada de negro y cultivaba el aspecto gélido y rígido del Art Deco; empero, en los últimos tiempos ha sufrido importantes reformas y, quizá por influencia de la Nueva Era, ha adoptado un aire más natural. Aquí lo viejo se presenta como camp, objeto de ridículo y de codicia, como un retro glamuroso de Joan Crawford, un crucifijo objeto de veneración o las fantasías del arte aberrante." A la vuelta de la esquina de American Retro se encuentra Black's, club literario semiprivado ubicado en Dean Street. Black's ofrece una modalidad muy distinta de retrochic, que satisface fantasías mucho más historicistas además de servir de abrevadero para los miembros menos pudientes de la

" Past Times Catalogue, otoño de 1993. Agradezco a John Beale, fundador de la compañía, la ingente cantidad de información que me proporcionó acerca de ella. 12 Paul Hallam, The Book orSodom, Londres, 1993, pág. 85. 13 Agradezco a Su Tahran, de American Retro, que me abriera las puertas de su negocio y me desvelara sus secretos.

república de las letras. Como el hotel Hazlitt's, cuya reciente apertura le ha dado un toque de urbanidad dieciochesca a la cercana Frith Street, el club ha dado los primeros pasos en la creación de una nueva versión de lo georgiano, que viene a ser la alternativa viril a las cortinas plisadas y a los lánguidos ornamentos de la estética de la casa solariega. Ni lo afectado ni lo desmayado tienen cabida aquí: los suelos están desnudos y picados, no hay cortinas en las ventanas, las sillas son de respaldo duro y están desperdigadas. Hay mesas en las que se puede (si uno es propenso a tales cosas) dar un puñetazo en medio de una discusión, o dejar la jarra de cerveza propinando un golpe seco; en el sótano hay un auténtico hogar de leña cuyo olor se propaga a los modelos de gas que hacen sus veces en los pisos superiores. Una serie de cuadros escogidos —grabados originales de Hogarth que reflejan el aspecto del interior— colgados de cadenas; la atmósfera lumínica creada por los candelabros de pared, perfectos para disimular la instalación eléctrica (en la casa de Denis Severs en Spitalfields, una de las fuentes de inspiración de Black's, sólo se usan velas de verdad), hace brillar con tanta fuerza el aura del pasado que los detalles y la cronología resultan irrelevantes. Las impresionantes chimeneas de mármol, fruto de las labores de rescate arquitectónico, invitan a sentarse a su vera y a dejarse llevar por musas de lo más urbano dando rienda suelta a toda suerte de quimeras históricas y literarias." En la zona este de Charing Cross Road, a varios centenares de metros de Hazlitt's y Black's, hallamos una reencarnación más moderna del pasado: Denmark Street. Conocida en los años cuarenta y cincuenta como «Tin Pan Alley»,* pero abandonada por los agentes musicales y los autores de canciones con la llegada del pop, de súbito se ha llenado de tiendas de música, que ocupan de parte a parte los dos lados de la calle; sólo una peluquería y una editorial griega osan perturbar su dominio. En mayo de 1990 los comerciantes formaron la Asociación Tin Pan Alley, presidida por Andy Preston —cuya tienda de guitarras antiguas ofrece una cornucopia de instrumentos electrónicos de los años sesenta—, que ha promovido una campaña para que la calle reciba el apelativo de «El Feudo de la Música»; no en vano el Ayuntamiento de Westminster ha concedido a Drury Lane el título de «El Feudo del Teatro» y a Gerrard Street, el de «Chinatown». En previsión del éxito de la campaña, el pub local ha sido rebautizado como el Tin Pan Alley Bar; asimismo, el club de blues y de folk de Andy, nacido al calor de la tienda de instrumentos clásicos, en el que tocan músicos que empezaron en la calle, ha contribuido a hacer realidad la presencia de la música en directo.''

14 Agradezco al fundador y propietario de Black's la hospitalidad que me brindó. * «El callejón de las cazuelas de hojalata», en referencia al sonido metálico que los músicos extraían de los instrumentos cuando interpretaban sus canciones ante los agentes musicales. En sentido más general, quizá también podría traducirse como «música ligera». (N. de los t.) 15 Agradezco al señor Preston la copia que me brindó de los manifiestos pertenecientes a la asociación de comerciantes de Denmark Street.

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A unos cuatrocientos metros de allí, al otro lado de Charing Cross Road, puede verse una versión más exhaustiva y antigua de lo retrochic, concebida por el departamento de edificios históricos del extinto Ayuntamiento del Gran Londres: el Covent Garden, prototipo de las tiendas selectas de los años ochenta. Aunque la mayoría de los comercios son de creación reciente, cultivan una imagen que retrotrae al pasado, con sus pequeñas ventanas de cuarterones y la exquisita caligrafía de sus rótulos. Hay tiendas de comida e incluso restaurantes que pretenden ser ingleses en lugar de franceses, como antaño; ofrecen con toda naturalidad ensaladas «camperas», quesos cheddar «tradicionales» y frivolidades «a la antigua usanza» como si fuesen manjares nacionales. Culpepper's, supervivientes de una etapa anterior del interés por la vida sana, vende remedios herbales tradicionales; la Body Shop ofrece otros más cosmopolitas. En Neal's Yard, Plunket's, la tienda de productos orgánicos, vende verdura de cultivo ecológico; la Mantequería de Neal's Yard, quesos ingleses «orgánicos» (aunque duros como piedras en comparación con el Camembert); la Farmacia de Neal's Yard (sin duda una de las fuentes de inspiración de Crabtree and Evelyn, la pseudoperfumería tradicional), champús elaborados con productos naturales.16 Lo retrochic ha actualizado poco a poco la noción de ropa «de época» y ha creado un mercado para ella entre el público joven y atrevido. Granny Takes a Trip,* jocoso nombre del progenitor del mercado de ropa de segunda mano de Londres (un año antes, en 1965, Harriet Love abrió en Nueva York la primera tienda de este tipo, Vintage Chic),'7 vendía recuerdos de «los Pícaros Noventa»: sombreros con plumas de avestruz, auténticos «zapatos de la abuela», casacas rojas del ejército a 3 libras esterlinas y, como figura en una guía del «Swinging London» publicada en 1967, «otras prendas históricas».18 Por influencia del revival (neologismo acuñado en los sesenta) del Art Deco, los sombreros flexibles de los años veinte reemplazaron al tocado Marie Lloyd; en la sección de ropa de caballeros, los uniformes de húsar de imitación que aparecieran en las películas La última carga y Yo fui el ayuda de cámara de Lord Kitchener dieron lugar a los pantalones Oxford y (en opinión de algunos) al archirreaccionario terno inspirado en La saga de los Forsyte o en Retorno a Brideshead. 19 En los años inmediatamente anteriores a 1977, los artífices del punk trataron de resucitar tanto los pantalones de pitillo He tomado este pasaje de "Exciting to be English", mi introducción al primer tomo de Patriotism: The Making and Unmaking of British National Identity, Londres, 1989. * «La abuelita se va de viaje», donde «irse de viaje» alude tanto al traslado físico que se hace de un lugar a otro como al «viaje» derivado del consumo de drogas alucinógenas. (N. de los t.) 12 Harriet Love 's Guide to Vintage Chic, Nueva York, 1982. 10 Piri Hallazz, A Swinger's Guide to London, Nueva York, 1967, pág. 119; Jonathon Green, Days in the Lijé: Voices from the English Underground, 1961-1971, Londres, 1988, pág. 219-221. 19 Elizabeth Wilson, Adorned in Dreams.. Fashion and Modernity, Berkeley, 1987; Elizabeth Wilson y Lou Taylor, Through the Looking Glass: A History of Dress from 1860 to the Present Day, Londres, 1989.

como los pantalones de bombacho y altos de cintura que triunfaron en la década de los cincuenta (pastiche de la primera tentativa de instaurar una Dallas y Dinastía, moda retro pop);2° en los años ochenta, por influencia de las prendas de los años cuarenta a las que daban derecho las cartillas de racionamiento fueron desempolvadas y revivieron como ejemplos precoces del «estilo ejecutivo». Como afirmó en 1985 un afligido —o quizá perplejo— anticuario de Londres: «Hemos llegado al punto en que lo anticuado y lo ultramoderno vienen a ser lo mismo: ni las antigüedades son demasiado añosas ni la moda contemporánea es demasiado nueva».21 Sin duda el ejemplo más destacado de esta historicización instantánea se encuentra en el mundo del rock y el pop, donde el ansia de nuevos sonidos no tiene más rival que la constancia con la que los antiguos se reciclan, se retro, al reinventan y se remezclan.22 Aquí se despliega un vasto mercado parecer en expansión constante, que cuenta con sus propias tiendas y puestos de venta, donde los discos se ordenan por estilos (Rockabilly, Pop, Psicodélica, Rock, Progresiva, Indie, Gótica, Heavy Metal), y sus ferias de coleccionistas, donde los adictos al vinilo babean ante las bellezas relegadas de los sencillos en formato de siete pulgadas. En la actualidad, existe media docena de compañías especializadas en la reedición de antiguas grabaciones y cintas de DJ añejas y raras; entre tanto, grandes compañías como EMI publican en CD álbumes de clásicos. En el maratón musical que las tiendas de Virgin proponen día y noche a sus clientes, los álbumes «clásicos» y las canciones «clásicas» gozan de tanta estima como los nuevos lanzamientos; las novedades disde discos anteriores. Los clubs, principales cográficas a menudo son remakes locales de baile, se convierten de forma casi inevitable en un viaje musical al pasado: en Button's, Great Russell Street, «un sitio de lo más guay» según de un tiempo a esta parte lo que se escucha son «clásicos de el Guardian, mediados de los ochenta»." El culto de los muertos vivientes se sitúa en una vena más necrófila. La se reestrena propia historia del pop —«tres décadas de música maravillosa»-24 una y otra vez; sus cantantes e intérpretes legendarios cuentan en muchos England's Dreaming, págs. 45 y SS. Dealing with Dealers: the Ins and Outs of the London Antiques Trade, Jeremy Cooper, Londres, 1985, pág. 128. revista mensual de 220 páginas, impresa en papel satinado y dedicada 22 Record Collector, «a los entusiastas del coleccionismo de grabaciones inencontrables, CDs, vídeos, parafernalia pop, etc», se hace eco de un gran número de ferias del disco y de tiendas de segunda mano. Los boletines informativos y los fanzines ocupan dos páginas de la sección dedicada a la recensión Head: «una bienvenida adide publicaciones; he aquí, por ejemplo, el elogio que se tributa a Record ción a la serie de fanzines sobre los Monkees que actualmente existe en el mercado», octubre de 1993, pág. 158; las ofertas y subastas ocupan unas cincuenta páginas, y la Collector, última página se reserva para la sección «Hace ahora 25 años», donde se ofrece un listado de 20

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los álbumes y sencillos a la sazón más destacados. " "The Guide", Guardian, 18-24 de septiembre de 1993. Introduction to Modern Archi" Virgin Radio, 22 de septiembre de 1993. J. M. Richards, tecture, Harmondsworth, 1946.

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casos con un número mayor de seguidores que las estrellas actuales (ahí está el macabro ejemplo, anunciado recientemente por la prensa nacional, de la tensión existente entre los entusiastas de Marc Bolan, agrupados en clubs de fans rivales —uno se denomina «Frente de Liberación Marc Bolan»-25 que se disputan los restos mortales de su difunto héroe). Se les dedican discos de homenaje; se ruedan biopics sobre sus vidas, a menudo trágicas y atormentadas; los publicistas los expolian para arrancarles fragmentos musicales o videoclips.26 El turismo roquero los ha convertido quizá en la fuente más prolífica de nuevos santuarios históricos y ha aportado savia nueva a los que ya existían (en el cementerio Pére Lachaise, la tumba de Jim Morrison tiene muchas más flores y visitantes que el Mur des Fédérés, donde están enterrados los mártires de la Comuna de París)." Bob Marley preside el carnaval de Notting Hill, como ya lleva haciendo desde hace años; entre las últimas novedades que llaman la atención se encuentra un flamante álbum nuevo de Jimi Hendrix «con más de cincuenta canciones de Hendrix y solos inéditos hasta la fecha»." Así como en las pasarelas lo retrochic desempeña un papel relativamente secundario, que a veces sólo atañe a los accesorios o al sesgo de las referencias, en el mundo de la música pop resulta sistemático y es consustancial a las tecnologías de grabación, los gustos del público y el ciclo vital de los grandes éxitos. Desde el punto de vista musical extrae su energía de la yuxtaposición y la asimilación de vocabularios absolutamente disonantes (del africano y el oriental al americano y al europeo), y se apoya tanto en la tradición secular de la canción como en los ecos más o menos intensos de su pasado más reciente; desde el punto de vista técnico, los sintetizadores electrónicos —instrumento por antonomasia de la reproducción mecánica de este arte— ponen a su disposición toda clase de modismos musicales: gracias a él, las voces de un coro celestial envuelven el ritmo urbano del rap. En lo tocante a los sentimientos o a eso que Raymond Williams denominase «estructura de la emoción», el pop cultiva trillados tropos poéticos. Sus letras —una suerte de lamento adolescente o infantil— dan testimonio del desgarro que produce el proceso de maduración. Recuerdan los buenos tiempos —«en 1957», «en 1963», «en los días del Ford Cortina»— y crean toda una panoplia musical enraizada en la idea de la inevitabilidad de convertirse en personas adultas y en la desazón que ésta conlleva. En otro plano, tienen " "Museum Exhibition Makes its Mark", Hackney Gazette, 10 de septiembre de 1993; "Glam-rocker or great artist?", Independent, 17 de septiembre de 1993. " «Elvis. Alemania. La época que nadie conocía. Por primera vez... metraje inédito, hallado recientemente, que nos muestra a la leyenda del rock durante su estancia en el ejército, cumpliendo con sus deberes militares y disfrutando de la vida civil. Banda sonora de... los Jordonaires». Cartel hallado en la estación de metro de Holborn, 23 de diciembre de 1993. 27 Christine King, "His Truth Goes Marching On: Elvis Presley and the Pilgrimage to Graceland", en Ian Reader y Tony Walker, eds., Pilgrimage in Popular Culture, Londres, 1993, págs. 92-106. 28 "Rilly Groovy", New Musical Express, 1 de septiembre de 1993.

reminiscencias del soneto de amor isabelino y de los poemas de amor cortesano («Por favor, perdóname, te amo sin remedio» era número uno en las listas de éxitos cuando estas líneas se escribieron). El amante infiel es otra figura recurrente y el héroe proscrito que «recorre el lado peligroso» —emotivo personaje de uno de los talking Blues más repetidos del pop— parece surgido de una versión transexual de la Ilíada. Lo mismo cabe decir de otras figuras clásicas como El Niño Perdido, el Viajero Solitario o el Amante Plantado. La canción de Mary Hopkins «Qué tiempos aquellos, amigo mío» —la expresión más concentrada que quepa imaginarse de la rememoración melancólica de un paraíso perdido—, que permaneció en las listas de éxito durante el largo y cálido verano de 1967, expresaba sentimientos que la poesía pastoral ha cultivado durante siglos y plagiaba su aire melancólico, nota por nota, de una canción tradicional rusa. «El amor, la frustración, la angustia postadolescente, la amenaza de la locura y las texturas sonoras más fascinantes y opulentas jamás trasladadas al vinilo», dice a bombo y platillo un anuncio publicitario de New Musical Express dedicado a la reedición «absolutamente primorosa» de un álbum de los Beach Boys de 1966.29

II Lo retrochic nació como antimoda; su culto se debió al hecho de ofrecer un espacio para el retorno de lo reprimido. Aspiraba a ser escandaloso, a ultrajar los círculos selectos por su falta de respeto hacia las pretensiones del arte serio, a mofarse del decoro público haciendo caso omiso de los límites convencionales determinados por el sexo o la clase social. Para los cartelistas y los diseñadores de portadas de discos de los años sesenta, las líneas sinuosas del Art Nouveau y los colores dayglo de la psicodelia eran una invitación a los placeres de lo perverso. A los artífices del punk, que revivieron los flequillos y las crestas de los Teddy Boys, o a sus primos hermanos de extracción más proletaria, los skinheads, que adoptaron el estilo de las botas Doc Marten y las camisas sin cuello de tiempos de sus abuelos, la idea de una moda anatematizada les resultó todavía más atractiva. Al mismo tiempo, por mor de toda una sucesión de inversiones dialécticas, lo retrochic se las ingenió para ir al ritmo de su época, o incluso adelantarse a ella, reflejando cambios estructurales en el gusto popular y anticipando o prefigurando nuevas sendas. La contracultura de los años sesenta fue excepcional vivero de un nuevo consumismo, más respetuoso con el medio ambiente: ahí están los muebles «de pino», los alimentos «sanos», las medicinas «herbales», los champús «naturales». Antes de transcurridos tres años, el punk, supuestamente anatematizado, había conquistado las pasarelas de todo el mundo. No es fruto del azar que hoy en día lo retrochic ejerza una 29 New Musical Express, 11 de septiembre de 1993.

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influencia de primera magnitud en esas ferias urbanas que son Portobello Road y Camden Lock —los mercados al aire libre más grandes de la metrópoli—, donde los jóvenes estilistas hacen sus primeras armas y se gestan los cultos musicales. Autores especializados en el negocio de la moda" afirman que lo «retrochic», o lo que a veces denominan «la industria de la nostalgia», fue un fenómeno propio de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Fechan su aparición en el rumbo nostálgico tomado por la contracultura a finales de los años sesenta, y llaman la atención sobre una serie de efímeros revivals acaecidos tras la fiebre del Art Nouveau, declarada en las postrimerías de aquella década. Empero, cada uno de esos revivals posee su propia prehistoria, que se diferencia, analítica y cronológicamente, de las demás. Lo neovernáculo, por ejemplo, el estilo por antonomasia de los años ochenta por lo que hace a las grandes constructoras, y, probablemente, la tendencia más influyente en el diseño y la promoción de mercancías, se remonta, por una parte, al cottage ornée de los años noventa del siglo xviii; por otra, al Movimiento de Artes y Oficios de William Morris y C. R. Ashbee; y, por último, al arte moderno británico surgido tras la guerra. Por lo que respecta a las artes gráficas de época, el intento de darle nueva vida o de imitar el estilo tradicional ya estaba consolidado en los tiempos del Festival de Gran Bretaña; de hecho, constituía una de las grandes pasiones de los ilustradores gráficos, los tipógrafos y los profesores de arte de vanguardia de aquellos años. El propio Festival optó adrede por utilizar la tipografía gótica y egipcia en sus exposiciones —un tipo de letra «graciosa» o «festiva» que contrastaba con la inapelable severidad de la Helvética—.3' En la Escuela de Bellas Artes de St. Martin, según el testimonio de una persona que estudió en ella entre 1950 y 1953, todos los profesores de vanguardia experimentaban con el tipo gótico y egipcio, imitando los aires del cartel de teatro victoriano. En lo que concierne a la promoción de mercancías, no sería dificil localizar anticipaciones de lo retrochic en la década de 1950. Laura Ashley, cuya «ropa romántica de fantasía» estaba en perfecta sintonía con el retorno a la naturaleza que se vivió en los años setenta, empezó a imprimir sus alberos («con un motivo victoriano típico») en fecha tan temprana como 1953; la primera remesa se agotó tan pronto en los grandes almacenes John Lewis, situados en Oxford Street, que cuando Ashley volvió a su piso de Pimlico (según una leyenda del mundillo), el teléfono no paraba de sonar, reclamando nue-

3° Kennedy Fraser, "Retro. A Reprise", en The Fashionable Mind: Reflections on Fashion, 1970-1982, Nueva York, 1982; Wilson y Taylor, Through the Looking Glass; Lucy Lippiard, "Reflecting on Retrochic", en Get the Message? Charles Hasler, "Preface", A Specimen of Display Letters Designed for the Festival of Britain, Londres, 1951; Nikolaus Pevsner, "Lettering and the Festival on the South Bank", Penrose Annual, 1952, págs. 28-33; Geoff Weedon y John Gorham, "English Fairground Decoration", Penrose Annual, 1973, págs. 41-45.

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vos pedidos." Por aquella época, Roy Brooks, agente inmobiliario que ejercía de árbitro del gusto y simpatizante de izquierdas, estaba sentando las bases de un nuevo negocio: el mercado de la propiedad inmobiliaria desvalorizada." Sanderson's empezó a vender (o, para ser más precisos, a revender) empapelados de William Morris, cuyos tejidos, en esos mismos años, empezaron a implantarse como el cortinaje predilecto entre las gentes de buen gusto. La fiebre de los productos vintage con fecha de caducidad arrancó un poco más tarde. Parece que fue sólo «a finales de los años cincuenta» cuando Portabello Road empezó a hacerse famoso, como santo y seña de los anunciantes y de los decoradores de interiores, y como gran emporio especializado en productos de estilo victoriano.34 Estas pasiones primerizas despertadas por lo retrochic respondían a gustos conscientemente minoritarios, excéntricos incluso. La prosperidad de los años sesenta les otorgó mayor resonancia, convirtiéndolas en una versión alternativa del consumismo, dominada por la nostalgia de una vida más simple. Fue entonces cuando «se disparó el interés del público en el coleccionismo de antigüedades»;" cuando los comerciantes empezaron a instalarse en Cotswolds (en 1955 no había una sola tienda de curiosidades en Burford; hoy en día abundan más que las carnicerías o las panaderías);" y cuando en Islington se sentaron los cimientos de Camden Passage como «el poblado de las antigüedades de Londres»." En ese mismo periodo, el etiquetado de los productos empezó a adoptar logotipos vintage; los «anuncios de antaño» hicieron su aparición en Oodles y Cranks, el nuevo restaurante de alimentación natural, como signo de la calidad artesanal de los productos. Parece que las postrimerías de los años sesenta fueron asimismo el momento en que se inició la producción en masa de mercancías inspiradas en las glorias de nuestro patrimonio cultural; en el que las fotografías «vintage» se implantaron en el mercado de las tarjetas postales; y en el que el mobiliario de pino «veteado», loado en un principio por su carácter moderno, empezó a venderse por su aspecto «campestre».

"Laura Ashley: Inspiration that founded an Empire", Daily Telegraph, 18 de septiembre de 1985. " Roy Brooks era miembro del Partido Laborista de Chelsea y Kensington. Simpatizaba sobremanera con la corriente de centro izquierda encabezada por Nye Bevan, y utilizaba la sección de anuncios inmobiliarios, de la que era redactor, para apoyar sus apuestas políticas e insultar a su elegante clientela. Sus célebres anuncios dedicados a residencias de época venidas a menos se encuentran reunidos en Mud, Straw and Insults: A Further Collection of Roy Brooks Property Advertisements, Londres, 1971, y Brothel in Pimlico, Londres, s.f. pág. 13. 34 Jeremy Cooper, A Complete Guide to London's Antique Markets, 32

° Ibíd., pág. 68. 36 Para una crónica acerca de la colonización de Burford por parte de los anticuarios, "Face to Face", Traditional Interior Decoration, junio-julio de 1988, págs. 39-43. "The Camden Passage market started in the mid-sixties, the brain-child of a local music 37 shop owner", Ronald Pearsall y Graham Webb, Inside the Antique Trade, Londres, 1974, págs. abril-mayo de 1968. 115-116; Cooper, Guide, págs. 59-68; "Camden Passage", Collectors World,

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Lo retrochic, por mor de su carácter teatral, su pasión por el disfraz y su inclinación al histrionismo, forma parte —y acaso sea fruto tardío— de esa veta extravagante, característica del gusto nacional británico, que los historiadores del diseño contemplan como una suerte de antífona a las penurias sufridas por Gran Bretaña durante la posguerra, y que se manifiesta en los Jardines de Recreo de Battersea del Festival de Gran Bretaña, más que en el Domo de los Descubrimientos. El propio Festival dio pábulo a muestras tan delirantes de la estética del absurdo como el pabellón de «El León y el Unicornio», que celebraba la grandeza y las «peculiaridades» del carácter nacional británico; los Jardines de Recreo de Battersea acogían a las «chicas de las naranjas» de Nell Gwyn, que, supuestamente, recuperaban el encanto perdido de Ranelagh, Vauxhall y el Cremorne. Fuera del Festival, pero íntimamente vinculada a él, cabe citar la inauguración en 1951, en Whitsun, de la primera línea ferroviaria que imitaba el estilo victoriano; el «revival» (¡cuatrocientos años después!) de los Misterios de York; y la celebración, por parte de la Galería de Arte de Whitechapel, de las «Artes Ingenuas», en especial las que se cultivaban cerca de las ferias y en la zona costera." Otra genealogía digna de atención es la del culto que las clases medias rinden a la infancia, con su celebración de un periodo de la vida magnificado por el paso del tiempo y su idealización de la guardería. En el ámbito del teatro, son buena muestra las reposiciones anuales de La isla del tesoro y Peter Pan; en el terreno de la etnografía, El saber y el lenguaje de los colegiales (1960), escrita por los Opies; y, en las salas de subastas, los extraordinarios precios alcanzados por objetos vintage de infancia como casas de muñecas y teatros de juguete. Las tiendas de regalos del National Trust —un fenómeno surgido hace dos décadas— también participan de ese culto. Aquí Beatrix Potter es objeto de una atención mucho más destacada, como escritora e ilustradora, que Shakespeare, Dickens o Scott y que Hogarth o Blake, respectivamente. Considerada durante muchos años como un dechado de elegancia (se la ha llamado «el Disney de las Clases Medias»), Beatrix Potter se ha ganado una nueva legión de admiradores gracias al reciente estreno en vídeo de sus Cuentos. Por lo visto, entre sus nuevos adictos se encuentran los niños de extracción obrera, lo que explicaría el hecho de que las galletas de «Peter Rabbit» se ofrezcan en paquetes de tamaño gigante en la sección de dulces de Woolworth's39 y se haya fichado a Jemina Puddleduck para enseñar a los niños a ir al baño: no en vano sus muecas adornan los rollos de papel higiénico que hay en las guarderías. En la publicidad retro, el recurso al pasado sirve para humanizar el presente y para sustituir una imagen personal por otra corporativa. Tanto en la serie de anuncios que ha puesto en marcha Levi's, protagonizada por actores " William Feaver, "Festival Star", Barbara Jones, "Popular Arts", James Gardner, "Battersea Pleasures", John Piper, "A Painter's Funfair", en Mary Banham y Bevis Hillier, eds., A Tonic for the Nadan: The Festival of Britain, 1951, Londres, 1976. " Septiembre de 1993.

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que representan tipos rurales de los años veinte, como en el anuncio televisivo del «paseo en bici» que Ridley Scott dirigiera en 1974 para Hovis —que tanto ayudó a que el sentimiento de nostalgia transmitido por esas imágenes de aspecto vaporoso se convirtiera en un motivo recurrente de la publicidad difundida en ese medio—, el sepia cumple la función de otorgar a las imágenes un carácter marcadamente sentimental. Pero con frecuencia la referencia al pasado también se utiliza para lograr un efecto cómico o agridulce, como en esas parodias de los maestros antiguos a las que Vodaphone ha recurrido en la guerra desatada por la implantación en el mercado de los teléfonos móviles. Un extracto de una vieja película de Harold Lloyd, El hombre mosca (Safety Last), en la que el cómico, para salvar la vida, se agarra a la esfera del reloj que corona el Empire State Building, fue durante muchos años el anuncio de una compañía de seguros, y gozó de inmensa popularidad. Una serie de anuncios puesta recientemente en marcha por Heineken se las arreglaba para presentar uno tras otro a Marilyn Monroe (salida de Con faldas y a lo loco), a un John Wayne sacado de una película del Oeste y a Humphrey Bogart. Ahora mismo despierta mucha admiración el pastiche realizado por la Mercury a partir de un noticiario rodado en los años cincuenta por Pathé, en el que las palabras y las imágenes no discurren sincronizadas, y un obtuso oficial trata de concentrar al resto de la tropa.4° Como cabe deducir de todo lo dicho hasta ahora, cuando lo retrochic imita o se apropia del pasado a menudo lo hace con tono de burla. El modo en que se apropia de toda clase de artefactos y los utiliza como iconos o emblemas resulta lúdico y teatral. Según los teóricos de la posmodernidad, a diferencia de formas previas de revival, a lo retrochic lo anima un impulso paródico. Se muestra irreverente con el pasado y no se toma del todo en serio a sí mismo. No se interesa por la restauración del detalle original, como el conservacionista, sino por el efecto decorativo, y escoge sus objetos en función de su capacidad de sorprender o divertir, no porque sean vestigios reales del pasado. De hecho, da la impresión de que lo retrochic prefiere con frecuencia los remakes a los originales, dedicándose de buen grado a la fabricación de réplicas, sin tratar de ocultar la procedencia moderna de éstos. Cuando imita o plagia, deja constancia de su maniobra; cuando toma algo prestado lo coloca, metafóricamente hablando, entre comillas; cuando se apodera de algún botín, confiesa su pillaje. En resumen, no pretende engañar a nadie provocando un sentimiento alucinatorio de identificación con el pasado; al contrario, cultiva un aire de desapego y de distancia irónica. Desde esta perspectiva, lo retro-

4° Correos, consciente de que la compañía telefónica Mercury y otros competidores de nuevo cuño andan pisándole los talones, ha resucitado el telegrama. En una desesperada apuesta por el mercado retro, ha decidido anunciarse mediante un cartel en blanco y negro donde aparecen dos jóvenes telegrafistas ataviados con casquetes. La leyenda proclama: «No hay nada como un telegrama para enviar un mensaje». Cartel hallado en la estación de Liverpool Street, 20 de noviembre de 1993.

RETROCHIC

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chic no está obsesionado con el pasado; al contrario, lo trata con indiferencia. Sólo cuando la historia ya no importa puede tratarse como un pasatiempo. Todo lo dicho, sin duda, es cierto en lo que respecta al arte pop, uno de los crisoles de la revolución cultural de los años sesenta; lo es asimismo, aunque de folina más sesgada, para lo retrochic. Al romper tanto con la pintura figurativa como con la abstracción y crear nuevas formas artísticas a partir de desechos, el arte pop yuxtapuso de modo iconoclasta el pasado y el presente, explotando para sus propios fines algunos hitos de la historia del arte, parodiando a los Maestros Antiguos o recurriendo a imágenes más modernas para burlarse de las pretensiones de los salones elegantes y poner de manifiesto las afinidades de la alta cultura con el kitsch. El arte pop mostró una voluntad precoz de utilizar con fines decorativos las marcas de productos tradicionales, los letreros esmaltados y, en general, los materiales impresos de carácter efímero; Alicia asomaba la cabeza en los montajes de Peter Blake más o menos como los bustos clásicos en los paisajes lunares de los surrealistas. En un registro más vampírico (por emplear la feliz expresión de Elizabeth Wilson,4 ' los carteles reciclaban fotogramas de películas antiguas, protagonizadas por estrellas del cine mudo; entretanto, las difuntas estrellas cinematográficas de los años cuarenta y cincuenta gozaban de una excelente salud en los cuadros de Andy Warhol y en la portada de Sergeant Pepper. La idea de que las antigüedades podían resultar divertidas —de que era su carácter pintoresco, chillón o estrambótico, más que su valor intrínseco o, en un sentido más convencional, su condición de obj ets d' art, lo que hacía que se vendieran— cimentó la fortuna de Portobello Road, convirtiendo las bagatelas victorianas en joyería «a la última» y las tazas que conmemoraban la coronación de los monarcas ingleses en objetos codiciados por los coleccionistas. Tomado en los años cincuenta por jóvenes sin recursos económicos que residían en pisos compartidos, Portobello Road se benefició, en la década de los sesenta, de la llegada de nuevos estilos de vida, más opulentos, así como de la insaciable demanda de utilería de época por parte de los fotógrafos de moda y de los estudios de cine y televisión. A finales de los años sesenta el recinto contaba con unos dos mil puestos y minitiendas. Muchos sólo abrían los sábados o lo hacían a tiempo parcial; pertenecían a expertos en objetos victorianos «insólitos» y «almacenados en buhardillas», que se especializaron en antiguallas tan poco estimadas hasta aquel entonces como las máscaras de gas de la Segunda Guerra Mundial, viejos rótulos de comercio, gramófonos de Edison y —cuando la fiebre del Art Deco adquirió velocidad de crucero— ceniceros cromados. «No se toman demasiado en serio a sí mismos», dice una guía de Portobello Road publicada en 1967, «y son muy capaces de vender tanto una ganga como una imitación sin saber de qué se trata en ambos casos».'

Elizabeth Wilson, "Second-Hand Films", Hallucinations: Life in the Post Modern City, Londres, 1988, págs. 97-104. 42 Ray Curtis y Amoret Scott, Portobello Passport, Londres, 1968, págs. 15-16.

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La ropa estrafalaria y la cerámica de imitación —aunque en su mayor parte réplicas en vez de originales, y fabricadas como objetos de recuerdo— también ayudaron a traer la prosperidad a Carnaby Street y a convertirla, durante un intervalo breve pero esplendoroso, en uno de los centros mundiales de la moda. De hecho, su tienda más famosa —«Yo fui el ayuda de cámara de Lord Kitchener»—, donde se vendían accesorios y objetos militares de imitación, estableció su primera sede en el extremo más atrevido de Portobello Road. En la moda de vestirse con trajes de época, difundida a finales de los años sesenta, había un elemento camp muy poderoso, que daba libre curso a la fantasía y al fetichismo, al tiempo que caricaturizaba o parodiaba los estereotipos de clase y género. Permitió que el narcisismo masculino se disfrazara de virilidad, mientras las mujeres se las daban de femme fatale merced a los trajes ceñidos que habían estado en boga en el Manhattan o el Mayfair de los años veinte. La interpretación del Sargento Troy ofrecida por Terence Stamp en Lejos del mundanal ruido (Far from the Madding Crowd) parece que ejerció tanta influencia en la moda masculina como la del personaje de Bathsheba encarnado por Julie Christie en el mismo filme, haciendo de la túnica escarlata y de los pantalones ceñidos del procaz húsar una suerte de uniforme del estilo de vida alternativo. Al parecer, la ropa que en un primer momento se consideró estrafalaria pronto pasó a tenerse por elegante. En 1967, según una guía de Portobello Road, el Art Deco era ya un estilo exquisito: No hay nada como un mercado callejero para encontrar prendas de hace treinta años que, con un par de retoques, te convertirán en la chica más elegante de la fiesta. Ahora que ha vuelto la estética de los años veinte, no pierdas de vista las creaciones con pedrería y flecos que se han puesto tan de moda. Si la etiqueta del modisto sigue dentro tendrás que pagar un poco más, como tuvo que hacerlo la persona que lo compró por vez primera. No te pierdas tampoco los accesorios que los acompañaban, los largos collares, las boquillas para fumar de medio metro o el abanico de plumas de avestruz. Los hombres también pueden convertirse en el centro de atención si tienen la suerte de encontrar un chaleco antiguo. Si es del siglo xviii llegará hasta los muslos y estará bordado con seda de colores resplandecientes... Los victorianos son más cortos y llevan solapa; los hay a rayas negras y amarillas, de cachemira o bordados en petit point, entre otros muchos modelos.43 Alice's, el célebre emporio de Portobello Road dedicado a la venta de objetos victorianos, cuyos locales están estratégicamente ubicados en la esquina con Denbigh Close y en cuya fachada luce un letrero a la vieja usanza, fue una de las primeras tiendas de Londres especializadas en armazones de latón para camas y muebles decapados victorianos, «libres de óxido y pin-

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Curtis y Scott, Portobello Passport, págs. 37-38.

tura gracias al baño de sosa cáustica del hermano Pete». Por su medio y el de tiendas similares, como las de Church Road, Marylebone, surgió esa estética de «madera de pino» —escandinava y moderna en sus orígenes, antes de convertirse en la encarnación de «lo victoriano» o de las «cocinas campestres»— que se impuso a los acabados de nogal o de caoba como símbolo del gusto nacional británico. A finales de los sesenta, Portobello Road, además de ser un vasto emporio donde se comerciaba con toda clase de objetos kitsch de entreguerras, fue también la capital mundial del movimiento hippy, amén de uno de los primeros feudos del culto Hare Krishna y vivero de la Nueva Era. El restaurante macrobiótico de Ladbroke Grove o la tienda de productos integrales Ceres formaban parte del mismo decorado al que pertenecían locales con nombres tan ocurrentes como Chip and Dale* o Dodo Designs.** Elizabeth Wilson, en su excelente libro autobiográfico, La escritura en espejo, ha descrito ese ambiente, propio de los ensueños inducidos por algunas drogas, tal y como era durante el apogeo del f/ower-power y en vísperas de los levantamientos estudiantiles de 1968: Por los cascarones agrietados de aquellas casas imponentes y ampulosas se propagaba el liquen dorado de una nueva cultura, de una excrecencia antaño inexistente que, en realidad, era un síntoma de decadencia. Todos los sábados, hombres y mujeres de largas melenas, vestidos con ropa suelta y holgada, atestaban las aceras de Portobello Road, formando una masa fluctuante, que iba recorriendo lentamente las tiendas de ropa de segunda mano, el puesto de ñame y yantén, los establecimientos de comida sana, los comercios «de coloquetas» —las tiendas de los hippies— que olían a varillas de incienso y a pachuli.44

Lo retrochic marcó las pautas de la cultura alternativa de los setenta y los ochenta. Las gafas «de la abuelita» con montura de alambre, como las de John Lennon —un artículo que, como su abrigo de astracán, se puso de moda en 1967 y estuvo en boga durante un breve periodo de tiempo—, pasaron a ser, a principios de los setenta, un accesorio típicamente trotskista, y, poco más tarde, los anteojos propios de los estudiosos y los hurones, estatuto que han conservado hasta el día de hoy. Los bigotes caídos, estilo Zapata, que luce George Harrison en la portada de Sergeant Pepper, fueron imitados por los working class heroes (entre ellos George Best, la famosa estrella de fútbol) y por los chicanos de la costa oeste de los Estados Unidos; convertido en un bigote de cepillo, de aire más agresivo, y combinado con la costumbre de ves* Nombre de dos ardillas de Walt Disney que juega con el apellido de uno de los grandes creadores de mobiliario ingleses del siglo xvm, Thomas Chippendale. (N de los t.) ** «Diseños Dodo», donde «dodo» hace referencia tanto al ave extinta de ese mismo nombre que habitaba en algunas islas del océano Índico como a la idea de «anticuado» y «tontorrón». (N. de los t.) 44 Elizabeth Wilson, Mirror Writing: An Autobiography, Londres, 1982, pág. 115.

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tirse con ropa de trabajo y de rasurarse el cráneo, dio lugar a la imagen clónica, asertiva y directa adoptada a principios de los setenta por muchos gays. En un sentido más amplio, la nueva moda de vestirse con ropa de época probablemente influyó de forma soterrada en la subversión de las ideologías sexistas, permitiendo que las gentes se vistieran con prendas del sexo contrario y disimulasen así su propia condición. Lo retrochic también ha influido sobremanera en el mundo empresarial. Las líneas sinuosas y el grafismo decorativo del Art Nouveau, que seguían resultando novedosos cuando se utilizaron para adornar la fachada de Granny Takes a Trip, se pusieron al servicio de todo tipo de negocios, desde la Body Shop, en el segmento «verde» del nuevo consumismo, hasta las tartas «escandalosamente buenas» de Mr. Kipling, en el segmento de las imitaciones de productos tradicionales. El Art Deco, adoptado tal cual por las corporaciones empresariales, ha seguido el mismo camino• ahí está esa figura móvil con aspecto de duendecillo («la maricona danzarina», según los críticos más inmisericordes) que decora las cabinas de British Telecom, o el Apolo de aire matissiano merced al cual las operaciones inmobiliarias de la Compañía de Seguros Prudential parecen fiables, amigables y humanas. De igual folina, en el ámbito de los medios de comunicación de masas, los colores fosforescentes de la psicodelia —un invento surgido de los espectáculos de luces que, con el paso del tiempo, se convirtió en el sello distintivo de la prensa alternativa— son ahora de rigueur tanto para la prensa seria como para los periódicos sensacionalistas.

III Desde un punto de vista económico, lo retrochic podría considerarse fruto de la prosperidad que trajo aparejada la posguerra. Aparece por vez primera el mismo año en que se celebra el Festival de Gran Bretaña, como una especie de burla fantasiosa contra los rigores del racionamiento de comida y vestido. En el transcurso de los años sesenta, estuvo estrechamente asociado al surgimiento de un consumismo alternativo en el que el tiempo libre importa más que el dinero, y en el que los árbitros del gusto proceden de una extracción social más culta que acaudalada. Su evolución posterior refleja el crecimiento tanto de las estrategias de marketing centradas en los nichos de mercado como de lo que en los años ochenta dieron en llamarse tiendas «de ocio», «lúdicas» o «especializadas». Ante todo, lo retrochic ha sacado partido del auge de los accesorios de moda alimentado por él mismo: joyas para lucir en la cintura, brazaletes y complementos como correas y cadenas, preconizados desde las pasarelas como medio idóneo de evocar un estilo «medieval».45

En su vertiente femenina (el 82% de la clientela de Past Times está formado por mujeres,46 que además constituyen el grueso de clientes de los puestos «de antiguallas» de Portobello Road y de Camden Lock), lo retrochic acaso esté ligado al incremento del poder adquisitivo femenino y a la creciente segmentación del mercado en función del sexo de los consumidores, dos fenómenos que han dado pie a la producción de nuevos tipos de mercancía, concebidos específicamente para las mujeres. Los productos de papelería destinados a usos sociales —apenas menos presentes en papelerías comerciales como Ryman's que en tiendas especializadas en tarjetas de regalo o en complementos— son un caso palmario, una especie de equivalente retrochic del papel de cartas perfumado tan apreciado por las damas del siglo xix. La atareada secretaria que acude a buscar tarjetas de felicitación no puede dejar de reparar en los monísimos tacos de notas, llenos de ilustraciones en las que aparecen casitas de campo, motivos de fauna silvestre o animales lanudos; en la agenda de cumpleaños, pensada para que nadie se olvide de hacer ese regalo u organizar esa fiesta que le hará quedar como un rey; en la placa personalizada, dotada de un letrero luminoso o móvil, que constituye para el oficinista lo que representaba para el gentilhombre la etiqueta ex libris. Entre toda esa panoplia de artículos destaca un clásico moderno de nuevo cuño, el portarretratos Art Nouveau, por lo visto tan adecuado para el dormitorio de los adolescentes como para el desván de la casa de campo que aparece en Casa y jardín o en Interiores de época. De un tiempo a esta parte, Past Times ofrece «Tarjetas de Arte Celta», «abrecartas con forma de espada celta», «papel de carta iluminado» con los Evangelios de Lindisfarne y —prolongación de la noción de gótico tardío— bolígrafos «Flor de Lis»." La ropa de deporte «clásica» —de producción reciente en su mayor parte, como sucede con las botas Doc Marten— viene a ser algo así como el equivalente masculino del potlatch femenino, aunque, por lo visto, sirva más para darse un capricho uno mismo que para obsequiar a los demás. Ahí están las camisetas de equipos de fútbol de los años setenta, cuando la era de los patrocinadores todavía no había visto la luz, que se venden en las tiendas de recuerdos junto a los fanzines y a la parafernalia de la música pop; las ediciones limitadas de camisetas que reproducen las que los jugadores lucen en el transcurso de los partidos de homenaje (la de Matt Busby, entrenador del Manchester United, muestra al héroe del día con sombrero de copa); los vídeos de David Twydell de clubs de fútbol extintos (el de Accrington Stanley es por lo visto el que goza de más éxito); y el nuevo mercado de alta costura dedicado a las zapatillas de deporte «con denominación de origen», que reproducen hasta el menor detalle los modelos de los años sesenta (el Soho cuenta con una tienda dedicada en exclusiva a ello)." Información proporcionada por John Beale, fundador y propietario de Past Times. Past Times Catalogue, otoño de 1993. 48 A propósito de las deportivas «vintage», "A Step-by-Step Guide to Trainers", Independent, 23 de octubre de 1993; "Puma vs. Adidas", Sky, octubre de 1993. 46

as "Exotic, Soft Mixture adds a Medieval feel to Martine Sitbon", Independent, 13 de octubre de 1993. Joanne Dubbs Ball y Dorothy Hehl Torem, The Art of Fashion Accessories, Nueva York, 1993, propone una historia en imágenes de los accesorios de moda en el siglo xx.

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Por lo que respecta a los fetiches de la industria cultural estadounidense, otro de los sectores en auge de lo «retro» en nuestros días, resulta también evidente el predominio de lo masculino. El uniforme a lo James Dean o a lo Marlon Brando —camiseta blanca, chaqueta negra de cuero, vaqueros— parece descender del movimiento de liberación gay de principios de los setenta, que adoptó un aspecto «viril» o «clónico» para desvincularse de los estereotipos afeminados del «marica». La «ropa de faena», comercializada como ropa «con denominación de origen» y como «clásico moderno», o vendida en los mercados de pulgas como ropa de segunda mano, se asocia con el aspecto «amo del mundo», viril y en contacto con la naturaleza. De dar crédito a algunos de los anuncios de ropa de trabajo de Timberland o de Rockport, uno pensaría que el varón británico estuviera a punto de salir disparado hacia el desierto de Arizona o a los pantanos infestados de caimanes de la Luisiana: Observe los tres tipos de calzado, fuerte y versátil, que les mostramos en estas páginas. En primer lugar, nuestra... tradicional bota impermeable, capaz de salir airosa de toda clase de desafíos. En segundo lugar, nuestras botas para excursionismo, cosidas a mano... Y, en tercer lugar, nuestras Weatherbuck, combinación del zapato informal clásico con... la tecnología impermeable más exigente... Nuestro Anorak Blue Ridge Mountain hace gala de la misma versatilidad. Tanto si sus pasos trituran el barro helado del Ártico como si sortean los charcos de tierras más benignas, nuestro calzado le protegerá de todas las inclemencias del Hemisferio Norte.' De un tiempo a esta parte lo chic vintage se ha apoderado de las relucientes novedades que vieron la luz en los años cincuenta, dando origen a la versión británica de uno de los fetiches de la cultura estadounidense: Fatboy's Diner, el vagón de comidas originario de Worcester, Mass., ha sido trasplantado con éxito a Spitalfields (en Covent Garden existe una versión alternativa). Mark Yates, joven emprendedor que hizo sus armas empresariales en el ámbito del «cáterin para eventos», es el artífice de este local, donde se invita a los clientes a «saborear un pedazo de historia», y se ofrecen, amén de clásicos del rock'n'roll, productos tan exóticos como patatas fritas sazonadas con pimentón, Hamburguesas Montañesas y el Especial para Jóvenes Sabuesos, con root beer («cerveza de raíces»)* como bebida predilecta de la casa para bajarlo todo." El auge de lo retrochic, sobre todo en su vertiente femenina, quizá tenga que ver con la emergencia de una cultura del regalo orientada al mundo de la

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Any remaining oubters may wish to heed that The Beatles also had a dreadful name. And 1 hear they did all right. Melody Maker, April 1993

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Los que todavía tengan dudas deberían recordar que también los Beatles tenían un nombre horrible. Y no creo que nadie tenga queja de ellos. Melody Maker, abril de 1993./ Los jueves en el Black Lion Kilburn High Rd / Un viaje de ida y vuelta desde Elvis hasta REM.

ACCRINGTON STANLEY. LAS MEJORES ACTUACIONES MUSICALES EN DIRECTO /

" "Our Name is Mud", Independent, 25 de septiembre de 1993. * Refresco carbonatado patentado por el farmacéutico Charles Elmer Hires y presentado por éste con gran éxito en la exposición del centenario de los EE.UU. de 1876. Sus principales ingredientes son gaulteria y vainilla, y suele llevar también canela y regaliz. (N de los t.) 5° Información y folletos proporcionados por Mark Yates, noviembre de 1993.

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oficina y al universo de las adolescentes.5' Lo retrochic se centra en gran medida en el mercado de los artículos de regalo, equivalente moderno de los «artículos de feria» que en tiempos victorianos y previctorianos se adquirían a modo de obsequios." Ese, sin duda, es el destino de esos dijes, camafeos y pastillas de jabón hexagonales, fabricados a guisa de miniaturas victorianas, que constituyen el sota, caballo y rey de las tiendas de regalos del National Trust. La Body Shop desembarcó a lo grande en el negocio de los artículos de regalo cuando añadió productos cosméticos a su gama de aceites y jabones herbales. En palabras de un entusiasta cronista de la historia de la compañía: «El cliente elige los productos y artículos de surtido, primorosamente expuestos en cestas con flores secas, que compondrán su cesta de regalo, antes de envolverla con plástico trasparente»." «La mejor calidad en loza, cristal y objetos de regalo», proclama un anuncio de Lawleys, el escaparate metropolitano de la loza de Wedgwood, la porcelana de Royal Doulton y el cristal de Limerick, con sede en Regent Street. Por lo visto las teteras de diseño, ofrecidas por las compañías de venta por correo y por algunas tiendas de museos, corren pareja suerte: «La mayoría sirve como obsequio... Elija una que haga juego con el pasatiempo favorito de la persona a la que piensa regalársela, como la pesca o la jardinería; una que tenga forma de gato para los amantes de los gatos; una con forma de globo aerostático para las personas con ambiciones». La tienda del Museo Británico, antaño minúscula y que en la actualidad ocupa una galería entera, ofrece «grandes regalos en miniatura»; la réplica del antiguo gato egipcio que cuesta 8 libras esterlinas ostenta el récord de ventas. La confitura «de fabricación casera», como la de Wilson, «el regalo con sabor a historia», o las «conservas» de Cartwright and Butler («elaboradas en Norfolk de forma artesanal»), se venden como recuerdo; la gente las compra porque la tapa está cubierta con una tela de algodón a cuadros y porque en el envase luce una etiqueta de época, aparte de por el hecho de que esa sustancia lábil que guarda en su interior no lleva conservantes. Durante los setenta y los ochenta, lo retrochic fue uno de los máximos vehículos de expresión de la cultura empresarial. Sus productos no sólo abastecieron el negocio del turismo, sino también el consumismo «alternativo» de la contracultura, las modas juveniles más «rebeldes» (en especial, el punk) y el nuevo narcisismo de la salud, ejemplificado por la Body Shop. En el negocio de los artículos de regalo no existen grandes compañías; al contrario, proliferan multitud de pequeños estudios y comercios: la feria del sector que se

5 ' Por lo visto la obra de David Cheal The Gift Economy, Londres, 1988, es prácticamente el único libro escrito por un sociólogo sobre un fenómeno venerado por la antropología. A semejanza de otros autores, insiste en el hecho (págs. 176-183) de que las personas que compran regalos casi siempre (e incluso sin el «casi») son mujeres. 53 En Victorian Fairings and their Values, ed. Margaret Anderson, Galashiels, 21978, pueden hallarse fotografías de esa clase. 53 Gilly McKay y Alison Corke, The Body Shop: Franchising a Philosophy, Londres, 1986; véase también Anita Roddick, Body and Son!, Londres, 1991.

celebra anualmente en Birmingham reúne alrededor de cuatro mil firmas en un espacio expositivo que ocupa veinte kilómetros (aparte de esta feria, existen otras dos de ámbito nacional; las internacionales se celebran en Fráncfort y Nueva York).54 El auge de las «tiendas de beneficencia», nacidas al calor de la filantropía de nuevo cuño de los años sesenta, trasladó el ambiente típico de los mercados de pulgas al mundo de las tiendas, permitiendo que la clase media «socialmente comprometida» penetrase en los misterios del estilo mientras se entregaba al simulacro de una labor social. En una línea más comercial, lo retrochic ha sabido cómo sacar provecho de los restos de temporada —el equivalente, en el mundo de la moda, de los libros de saldo— dando lugar a la creación de una panoplia de líneas lucrativas. Por lo visto las tiendas de beneficencia son un fenómeno paneuropeo y trasatlántico; de hecho, en los Estados Unidos, parece que el negocio de la ropa vintage surgió a raíz de las simpatías tercermundistas que aparecieron a mediados de los sesenta. Los mercados de pulgas son también un fenómeno internacional. Los mercados callejeros dedicados a la venta de antigüedades están representados en Ámsterdam por el Waterlooplein, donde «además de excedentes más o menos nuevos, se venden vajillas usadas, cajas de latón, discos de setenta y ocho revoluciones, muebles de la abuela, ropa del abuelo, sombreros y gorras; si busca con detenimiento, quizá hasta encuentre corsés para las damas»;" en París, el marché aux puces, que ya atraía la atención de los artistas en los albores del surrealismo, se ha convertido en el emporio de un negocio internacional a gran escala, donde lo mismo se venden fetiches de la industria cultural estadounidense recién salidos de fábrica que loza provenzal o cerámica bretona. El Rastro de Madrid, a juzgar por las fotografías, es primo hermano del Gloucester Green de Oxford, en tanto Camden Lock, provisto de un enorme surtido de fetiches estadounidenses, es por lo visto uno de los destinos prioritarios de los excedentes retro trasatlánticos. Lo retrochic, a menudo fruto imprevisto del capricho individual, desbroza empero el camino de los grandes negocios, adelantándose al surgimiento de nuevos tipos de mercancía o facilitando la transición hacia nuevas clases de comercio. Se mueve por grados, desde el mundo de los mercados de pulgas hasta el de las franquicias y contratas. Andy Thornston's, por ejemplo —equipo formado por un matrimonio que empezó en el negocio del salvamento arquitectónico en 1975—, se dedica en la actualidad a la fabricación de objetos de imitación para grupos hoteleros y cadenas de cervecerías distribuidas por todo el país, aparte de abastecer a parques temáticos y a museos al aire libre: entre sus clientes se cuentan la cadena de hamburgueserías McDonald's, el Metro Centre con sede en Gateshead, la Cámara de los Lores, el Museo Na-

54 Información proporcionada por John Beale, de Past Times, y Alan Taylor, de Hugo Russell, y extraída de catálogos comerciales. 55 A propósito de Waterlooplein, Klaartje Schweizer, "Nostalgia Like... A Fly", comunicación en ciclostilo, Amsterdam Conference on National Identity, 30 de septiembre de 1993.

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cional de Fotografía y Eurodisney.56 El proveedor de lámparas Christopher Wray, que inició su andadura profesional en un puesto del Mercado de Kensington, suministra modernos accesorios con un toque tradicional a una amplia gama de grupos de ocio y de viaje, al Victorian Inn y a lo que, con grandes dosis de imaginación, se denomina el «Poblado del Aeropuerto de Gatwick». Posee una factoría en Birmingham donde se utilizan «técnicas tradicionales de estampado» para producir accesorios de latón, y una fábrica de cristal en Wakefield, Yorks, que emplea «la tecnología más avanzada» para fabricar lámparas de luz indirecta a la antigua usanza." Durante los años ochenta lo retrochic contribuyó en alguna medida al auge de los tentempiés, creando una nueva gama de productos vintage: patatas fritas «artesanas», tortillas chip «tradicionales» y una ingente cantidad de galletitas y barritas crujientes que se vendían en las tiendas como comida sana. Los de la marca Phileas Fogg fueron los más sabrosos y, a juzgar por la buena acogida que tuvieron tanto en supermercados como en farmacias, de los que más éxito cosecharon; se fabricaban en un complejo industrial situado en las afueras de Gateshead, pero los paquetes exhibían una imagen del Tío Sam. Algunos ejemplos actuales son las «barritas Frusli» de Jordans" elaboradas —si damos crédito a la información de los paquetes— en un molino de Hertfordshire, las galletas saladas integrales de Sainsbury's manufacturadas por lo visto en una granja Art Deco, y el «almuerzo campestre» que ofrece Tesco. Desde un punto de vista comercial, lo retrochic no muestra signos de desfallecimiento. En el ámbito textil y en el negocio de la ropa, se afana en la promoción de una serie de clásicos, a los que denomina «intemporales» o «modernos», que hasta cierto punto constituyen una alternativa a los caprichos de la moda y encarnan de forma elegante y palpable la vieja fe burguesa en la vestimenta «sobria». Ahí está la proliferación extraordinaria de la llamada «ropa de campo», cuyo flamante nombre —como sucede con Barbersconfiere una especie de título honorífico a su portador. O, por circunscribir la buena nueva a un entorno más urbano, el chaquetón de paño —preconizado, según las circunstancias, bien como un retorno a la elegancia dieciochesca, bien como la prenda por antonomasia de los miembros de la marina en la vida civil, bien como la quintaesencia de lo chic en su vertiente proletaria— es en la actualidad objeto de culto por parte de quienes gustan de cuidar su imagen. Las deportivas de los años sesenta, imitadas hoy en día por los fabricantes ingleses y merecedoras del calificativo «vintage», han accedido a ese mismo estatus hace poco. Andy Thornton, Catalogue 10, 1990. 57 Christopher Wry Lighting Catalogue, s.f. (1992?). » Visita a Sainsbury's, Islington, 21 de septiembre de 1993. En cambio, a juzgar por la etiqueta de las galletas con cereales de Jacobs, «horneadas con trigo molido, copos de cebada y salvado», uno diría que han sido elaboradas en una iglesia rural. El motivo medieval que luce en los paquetes de las McVitie's Abbey Crunch («bajas en calorías y con todo el sabor de la avena») hace pensar que acaso fueran horneadas en una época anterior a la disolución de los monasterios. 56

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Por tanto, lo retrochic, pese a su apariencia local y vernácula, continúa siendo un negocio internacional. Los faroles victorianos de imitación se exportan a los cuatro puntos cardinales. Las películas de Merchant-Ivory, como los dramas de época producidos por Goldcrest en los años sesenta, son uno de los escasos productos que la cinematografía inglesa ha logrado exportar con éxito. Crabtree and Evelyn, la perfumería pseudotradicional que pone a disposición de una selecta clientela internacional «productos tradicionales ingleses» —sobre todo artículos de aseo personal y «comestibles»— y que utiliza sin rubor cajoneras herbolarias de imitación, posee trescientas tiendas en los Estados Unidos (el país donde surgió la idea de crear dicho negocio), ocho en Francia y tres en los Emiratos Árabes." En Camden Lock, con diferencia el mercado al aire libre más grande de Londres, y dedicado casi exclusivamente a la juventud, a los alumnos de enseñanza secundaria, a los estudiantes de las escuelas de bellas artes y, sobre todo, a los aficionados al rock duro, el pasado casi ha logrado confundirse con el presente. Antaño fue vivero del revival del Art Deco en los años sesenta y nido, en sus inicios, de las «artes étnicas»; hoy en día, cuando no ofrece lo último en moda callejera, está repleto de objetos de los sesenta y los setenta que hacen las delicias de los coleccionistas. «El equipaje del ayer» exhibe con orgullo su surtido de talegos; los puestos de música venden cintas insólitas de los primeros disc-jockeys; un maniquí de Boy George posa, ufano, junto a una tetera cromada; los bibelots de Batman se atesoran como si fueran Stevengraphs; la cerámica de Poole de estilo psicodélico fabricada en los años sesenta se exhibe como si fuera porcelana Spode del siglo xvm. Y la ropa «vintage» que los adolescentes, deseosos de estar a la última, se quitan unos a otros de las manos, incluye artículos de fabricación tan reciente como los tops de Biba o las bufandas de Mary Quant." En el negocio de la moda, que ahíja los zapatos con plataforma como si fueran el último grito y apadrina la licra como si fuera un invento reciente, el pasado y el presente se pisan los talones, de tal forma que es dificil saber dónde empieza uno y acaba otro. La estética «excedentes del ejército» disfruta de un breve auge en las pasarelas, que se han lanzado a imitar el estilo de los uniformes de civil, recurriendo para ello a las prendas utilitarias de los años cuarenta a las que daban derecho las cartillas de racionamiento y que en la década de los ochenta fueron uno de los modelos del estilo ejecutivo.61

59 Información proporcionada por Peter Windett, Director Creativo. La compañía dio sus primeros pasos en 1970, en Cambridge, Massachusetts, introduciendo en el mercado estadounidense productos encargados en Inglaterra. Observaciones realizadas durante una visita de comprobación llevada a cabo el 12 de septiembre de 1993. Camden Lock no figura en las guías de Londres publicadas en los años setenta. Charles Kean (Flight Bright, Londres, 1977, pág. 142) habla del «acertado plan de instalar puestos y tiendas de artesanía a lo largo del canal», pero afirma que el lugar sufre la amenaza de la inminente remodelación urbanística. A propósito del inmenso volumen de negocio de Camden Lock, véase Time Out Directory 1990-1991 y Time Out, 7 de julio de 1993. 61 Semana de la Moda de Milán, Guardian, 7 de octubre de 1993.

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Paul Smith, el árbitro del gusto de Covent Garden, no ha tardado en subirse a ese carro. Embarcado desde hace poco en el negocio de la venta al por menor de ropa de diseño, se ha adueñado de una factoría victoriana —R. Newbold de Derby, fundada en 1885, que durante muchos años fue la sastrería de la clase obrera uniformada— y ha investigado en sus viejos libros de patrones y de muestras para producir, utilizando el nombre de la venerable firma, la respuesta inglesa al desafio representado por los pantalones tejanos importados de los Estados Unidos y a la ropa de trabajo procedente de Australia. Su primera colección, cuyo precio no resulta precisamente barato, incluye una camisa utilizada por los agricultores de Lincolnshire, un chaquetón de paño (que cuesta 120 libras esterlinas) inspirado en el uniforme de los barrenderos de la ciudad de Westminster, y una camisa de la Oficina General de Correos. «El amor que le inspira la historia británica y la solidez de sus diseños parecen indicar que Smith se siente a gusto con su nueva empresa», escribe un periodista del mundo de la moda.62 En la música pop, la reedición en CD de muchos álbumes del pasado, el descubrimiento de grabaciones y cintas no comercializadas hasta el momento, como las de Jimi Hendrix, y el envejecimiento progresivo de muchos seguidores de rock duro y de heavy metal ha desatado una auténtica oleada de nostalgia. Los clubs promueven el revival de los años setenta, y en lo que hace a los nuevos lanzamientos, una canción reciclada de los Nuevos Románticos o de Glam Rock puede despertar tanto entusiasmo como lo último en Acid House. «Lo mejor de Boy George y Culture Club», dice un anuncio gigantesco recién colgado en la estación de metro de Marble Arch, que muestra, bosquejado y en amarillo difuminado, el rostro andrógino de la estrella: «diecinueve éxitos imperecederos. Cada palabra y cada nota te llegarán al alma... Disponible en CD y Cinta».63 Q, la revista de rock para adultos más vendida del mercado, auténtico fenómeno de ventas en los años noventa, puede considerarse con razón santo y seña de la moda retro, condición en la que acaso le aventaje otra publicación, Mojo, perteneciente a los mismos propietarios y dirigida al «fan de música rock de cuarenta-y-tantos-de-toda-lavida». La revista promete artículos extensos sobre nombres tan esotéricos como Blind Faith, el efímero supergrupo creado por Eric Clapton y Steve Winwood en los setenta; sus lectores ideales son aquellos que, con ayuda del último equipo de alta fidelidad, quieren revivir los grandes momentos del

62 «Yesterday's Style Worn with Today's Attitude», Independent, 11 de septiembre de 1993; «Sense of History in the Making», Observer, 12 de septiembre de 1993; «Elements of Style», GQ, octubre de 1993, págs. 26-28. 63 Octubre de 1993, publicidad de un disco lanzado al mercado por Virgin. «El homenaje a uno de los grandes talentos vocales del boom del pop británico de principios de los años ochenta... incluye la emisión en BBC2 de un documental sobre George, programada en noviembre, y la publicación de su autobiografía, Take It Like a Man, prevista para el próximo año», I-D, octubre de 1993.

punk. «Gente que todavía se entusiasme con The Clash y no con Andrew Lloyd Webber», dice uno de los nuevos editores.64 En el ámbito del drama de época, tal y como aparece representado en el cine y en la televisión, el pasado anda pisándole los talones al presente: por una parte, lo que se considera «de otra época» resulta cada vez más reciente; por otra, el presente ha descubierto las delicias de atribuir una supuesta modernidad al pasado. En Historias de San Francisco, serie basada en la novela de culto homónima y emitida recientemente en Channel 4, los años setenta se presentan como una era de inocencia perdida, en la que una serie de veinteañeros experimenta con novedades tan excitantes como las drogas o la homosexualidad. He aquí el anuncio de la serie publicado por The Independent: Los peinados proceden de Cagney y Lacey, los medallones son cortesía de Fiebre del sábado noche y los cuellos de camisa han sido diseñados por Pan Am. La gente dice cosas como «flipante», «despampanante» y «tranqui» con toda naturalidad. Para HISTORIAS DE SAN FRANCISCO (9 de la noche, C4), nueva serie de cinco capítulos, el San Francisco de los Setenta se ha recreado con una meticulosidad sólo vista hasta ahora en las adaptaciones de George Eliot rodadas por la BBC."

Al reciente documental de la BBC sobre el Submundo Londinense de los años cincuenta se le dispensó una acogida pareja: [El programa] debe aparentar que censura a los criminales que retrata, pero, de hecho, rezuma entusiasmo por ellos. Las primeras imágenes muestran algunas calles mojadas por la lluvia, un Jaguar antiguo y muchos planos rodados con un expresivo contraluz; la sensación de hallarse ante una secuela de El largo viernes santo se intensifica merced a la elección del protagonista de aquella película, Bob Hoskins, para el papel de narrador. En otras palabras, el atractivo irreprimible que desprenden los facinerosos queda reforzado por un verdadero despliegue retrochic: coches de policía con las sirenas en la parte frontal y malhechores que parecen sacados de una película de la Ealing. La nostalgia por los tiempos en que los criminales honestos solo llevaban cachiporras y estaban a la sombra sin recurrir al Tribunal de Apelación resulta evidente. Por mucho que lo intente, Hoskins no acaba de encontrar un tono que suene convincentemente desdeñoso. «Se precia de no haber obtenido ni un solo día de beneficios penitenciarios por buena conducta», dice a propósito de «Mad» Frankie Fraser sin ser capaz de reprimir el halo de respeto por los tipos duros que emana de una frase como esa. En un momento dado, Hoskins llega a hablar de

64 «"Mojo" Working to Capture Lucrative Market», Independent, 29 de septiembre de 1993. Q, que inició su andadura hace siete años, vende 172.000 ejemplares al mes. 65 «Case the Joint», Independent, 28 de septiembre de 1993.

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«la generación de ladrones británicos de posguerra» como si fuera un movimiento artístico merecedor de reconocimiento en The Late Show. Sin duda eran tiempos más ingenuos. «Se ha descubierto gran cantidad de chicle mascado», dice una voz, tipo Cholmondeley-Warner, extraída de los archivos de la BBC, «hecho que induce a las autoridades a pensar que los crímenes son obra de una banda de maleantes extranjeros, probablemente americanos». En realidad su autor era Eddie Chapman, un tipo encantador, experto en desvalijar cajas fuertes y responsable de la introducción de la gelignita en el mundo del hampa británica.66

algunas de las zonas más importantes en las que crece. Además se han recogido y almacenado semillas de flores silvestres y de gramíneas para su futuro uso. Para asegurar la supervivencia de algunas variedades poco comunes de orquídea, se han desarraigado con cuidado extremo y se han plantado en áreas protegidas como Warren George. Existe el proyecto de que las gentes de Chafford Hundred puedan pasearse y practicar senderismo recorriendo estas áreas de interés ecológico.

En Warren George habitan los animales y las plantas menos comunes de Chafford Hundred. Estamos trabajando para que Warren George sea declarado Reserva Natural Local y para que se lo dote de un parque público y de una zona de picnic que haga las delicias de residentes y visitantes... El plan ha sido fruto de la colaboración de los consultores ecológicos y paisajistas de Chafford Hundred con el Consejo para la Conservación de la Naturaleza y el Patrimonio Natural de Essex. La idea es que los colegios completen la educación que imparten a los niños con la frecuentación de este rincón de la naturaleza... Chafford Hundred es además una de las pocas fincas urbanizadas en las que viven tejones. Hemos realizado un gran esfuerzo en el diseño y construcción de zonas pensadas especialmente para que los tejones de Chafford Hundred puedan entrar en sus madrigueras y proveerse de alimento. Con este fin hemos creado pasadizos que cruzan las carreteras por debajo de la superficie para proteger a los tejones y que nada quede al azar.'

Parece que la difusión del consumismo ecológico ha dado nuevo impulso a lo retrochic. Contribuye a esa circunstancia la creciente fortaleza del vínculo existente entre la conservación del patrimonio, por una parte, y la protección y el mantenimiento de las reservas de fauna y flora, por otra. Como ya sucediera en el ámbito de la restauración y promoción de fachadas «de época», o como puso de manifiesto el papel desempeñado por el «reacondicionamiento» y la «restauración» durante la fiebre inmobiliaria de los años ochenta, el consumismo ecológico ha entrado a formar parte de la maquinaria del desarrollo urbanístico. A modo de ejemplo, he aquí el folleto publicitario de Chafford Hundred, «nueva urbanización que desborda vitalidad», situada en las inmediaciones de Grays, Essex, cuya promoción corre actualmente a cargo de un consorcio de constructoras de calidad: El cuidado y la previsión con que se efectuaron las distintas fases de la planificacion de Chafford Hundred lo han convertido en un lugar muy especial: una comunidad cuyo interés en la conservación del medioambiente resulta genuino. Por eso aspira a legar a las futuras generaciones de residentes un entorno único, donde la calidad y la comodidad de las residencias conviva con las maravillas del paisaje. La filosofía de Chafford Hundred se dirige a lograr un objetivo: posibilitar un nuevo tipo de relación entre el hombre y la naturaleza. Por eso cuenta con 250 acres de espacios naturales, donde tenga cabida una comunidad equilibrada y autosuficiente, en sintonía con la naturaleza. Cuyos residentes sientan que pertenecen a esta tierra y que aquí está su hogar... Chafford Hundred Limited ha comprendido que un enclave de estas características ofrece una oportunidad única de conservar y mejorar la ecología de la zona, creando un equilibrio genuino entre las necesidades del hombre y las de la naturaleza. El pastizal calizo, autóctono de Essex y extremadamente raro, no ha sido presa del urbanismo. Chafford Hundred ha dado una serie pasos encaminados no sólo a protegerlo, sino también a trasplantar

66 Reseña de Tom Sutcliffe, Independent, 17 de febrero de 1994. Véase también el editorial "Giving Gangsters a Touch of Glamour", en Independent, 18 de febrero de 1994.

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El consumismo de productos ecológicos brinda a las empresas la posibilidad de proclamar su inocuidad para el medio ambiente. En Saintbury's, una etiqueta informa a los clientes de que el atún se ha capturado con caña y cebo vivo, no con red, «evitando poner en peligro especímenes de otra clase»." Existe un gran número de artículos que lucen un aspecto vernáculo. Los fabricantes de pintura abundan en colores campestres, y proponen delicados tonos pastel en lugar de los colores primarios privilegiados por la estética mediterránea (o por la moderna); algunos de los que están en boga son el «beis trigueño», el «blanco rosáceo», el «verde helecho», el «prímula silvestre», el «minutisa» o el «hortensia». Los «colores variopintos del jardín» hacen también furor entre los fabricantes de tejidos. Las estanterías de los supermercados están repletas de artículos a los que trata de darse el cuño de lo tradicional: encurtidos «del labrador», cerveza «artesana», mostaza «de Wiltshire», pavos «de Norfolk», y una panoplia extraordinaria de quesos ingleses en tecnicolor, en los que un condado se distingue de otro por sus motas. Sainsbury's ofrece biscotes «adelgazantes con cereales» y «confitura

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Tower Hamlets News, 5 de agosto de 1993. Observaciones realizadas durante una visita a Sainsbury's, Islington, 21 de septiembre de

1993.

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exclusivamente elaborada con fruta». Tesco vende su propio almuerzo casero. Heinz ha renunciado al naranja y al marrón resplandecientes que lucían sus conservas en los años sesenta y ha optado en su lugar por los colores verdosos y amarillentos de sus encurtidos «del labrador». Los «huevos de gallina de la tierra de Shakespeare» —reclamo utilizado de un tiempo a esta parte por los carniceros del mercado cubierto de Oxford-69 pueden resultar un poco excesivos, pero no mucho más que las etiquetas de Sainsbury 's empeñadas en asociar la panceta con todos los elementos de un idílico paisaje pastoral --la iglesia cubierta de hiedra, el verde paisaje de la aldea, el rumor del río y hasta el almiar, desaparecido del campo inglés desde hace tres décadas—, pero nunca con los cerdos, y no digamos ya con la matanza. De hecho, si uno se tomara en serio las etiquetas de los productos, daría en imaginar que el país ha vuelto a los tiempos de la agricultura con azada, a tenor de la cornucopia de cestos de fruta, carretillas de hortalizas y derivados de la leche de vaca que el comprador contempla ante sí." En los años cincuenta, el mundo de la publicidad destacaba la presencia de aditivos químicos o sintéticos en la composición de los productos que anunciaba («RINSO deja su ropa MÁS BLANCA QUE SI FUERA NUEVA — contiene SOLIO»); en cambio, hoy en día insiste en el carácter «puro», «fresco» y «natural» de estos: las confituras están elaboradas «sin azúcar añadido» y los encurtidos están «libres de conservantes». En el siglo xix los empresarios ponían de relieve la modernidad y el perfil innovador de sus métodos —el molino harinero «de vapor», la factoría o el almacén gigantes y de varios pisos—; sus sucesores, no se sabe si por prurito ecológico o por timidez comercial, prefieren sugerir que sus productos, literal y metafóricamente, están «recién salidos de la granja». El artista de Sainsbury's ha dispuesto un arado tirado por dos caballos en la etiqueta de un bote de cebollas en vinagre; las galletas de mantequilla que se venden en ese mismo supermercado parece que hayan salido de la cocina de una casa rural. Lo retrochic también ha hecho fortuna en los dominios de la Nueva Era, territorio insólito regentado por la prehistoria y la arqueología, donde los alineamientos y los cristales priman sobre el poliesterino o la baquelita. Entre sus frutos más interesantes se cuenta el Festival de Glastonbury, que cuenta ya con veinte años de existencia a sus espaldas y que marca tendencia tanto en el campo de la música pop como en el negocio de la moda. Su influencia es también acusada en el ámbito de la joyería, como demuestran los collares

" «12 huevos frescos procedentes de las granjas que Reid's posee en la patria de Shakespeare. Puestos en Gran Bretaña», proclama la etiqueta. Agradezco a Jackie Cameron la copia que me ha proporcionado. 0

Sainsbury's se hizo famosa y se convirtió en el líder del sector de los supermercados porque en los años sesenta apostó por la carta de la modernización: los paquetes y las etiquetas de sus artículos lucían un aspecto ultramoderno merced a la perfecta combinación de la estética Bauhaus y del tipo de letra Helvética. Peter Dixon, responsable de aquel diseño, no da crédito al giro de ciento ochenta grados dado por la firma.

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y cadenas para la cintura que lucen signos zodíacos o rúnicos, los pendientes con forma de cruz celta o el hecho de que el karma de los años noventa haya vuelto a poner de moda los abalorios de los años sesenta. Por otra parte, el principio de «no perder de vista al enemigo» ha dado pábulo a que los gigantescos crucifijos de los cristianos devotos luzcan ahora sobre pechos impíos. En el propio Glastonbury, «Gothic Image» —una combinación de emporio comercial, negocio de venta por correo y centro de recursos— ha sido durante unos quince años sede de la cultura alternativa de la ciudad y oficina turística oficiosa de los senderos místicos del lugar. Casi todo el espacio comercial está copado por libros sobre... Glastonbury, el rey Arturo, los celtas, mitos y leyendas, misterios de la tierra, la Gran Diosa, chamanismo y astrología aborigen, transformación y crecimiento personal, adivinación y sanación. También se venden recuerdos de Glastonbury (como velas decoradas con las «hojas filosas» típicas del lugar), libros y juguetes para niños (pues se trata de una «tienda familiar»), joyería celta de plata, reproducciones de obje-

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tos del Neolítico, cartas celtas y Nueva Era, instrumentos para practicar el arte de los zahoríes, cartas del Tarot, música Nueva Era, una selección de péndulos... la bandera Global, incienso, camisetas con imágenes de círculos de las cosechas y unidades de «Tao, el Juego del Camino a la Armonía Divina»." Es posible que la aparición de la cultura gay imprima un giro aún más extravagante a lo retrochic. Hasta en sus tiempos de clandestinidad, cuando al menos por lo que respecta al gran público dicha cultura apenas resultaba distinguible de la bohemia de alto copete, las fiestas de disfraces high camp de Cecil Beaton se convirtieron en el vivero del gusto por lo victoriano. La salida del armario acontecida a finales de los años sesenta propició que tendencias gay como la moda de utilizar prendas de vestir propias del sexo opuesto o el uso de joyas por parte de los varones empezaran a filtrarse al resto de la sociedad. Sucedió otro tanto con el gusto sadomasoquista por la ropa de cuero y por el color negro. En los últimos tiempos, la imaginación gay, atraída por toda suerte de artificios visuales y excesos decorativos, ha empezado a calar en el entorno urbanístico, encabezando algunas de las aventuras más arriesgadas surgidas en el terreno de la decoración de época. El ayuntamiento de Manchester, desesperado por hallar algún atisbo de que los esfuerzos realizados en las labores de regeneración urbana no están resultando en vano, es un espectador benévolo de las tareas llevadas a cabo por esta comunidad, según informó Gay Times con motivo del éxito cosechado recientemente por el Festival Rosa: La zona habitada por la comunidad gay de Manchester es sin duda un espacio de lo más idóneo para organizar un festival gay en pleno día. Pero la suerte no es ajena a esta circunstancia. Los negocios y los bares gays florecieron primero en Bloom Street; corrían entonces unos tiempos en los que nadie se interesaba por los edificios de los suburbios ni por los almacenes abandonados que había en aquella zona. En la actualidad, todo Bloom Street está en manos gays, desde los bordillos de las aceras hasta los remates de las chimeneas; los heteros apenas hacen acto de presencia. El aparcamiento de Bloom Street fue el espacio donde se celebraron las competiciones deportivas del domingo, organizadas por los pubs, y las fiestas improvisadas por la noche, que duraron hasta la mañana del día siguiente. La vigilia de velas celebrada la medianoche del lunes en memoria de las víctimas del sida tuvo también lugar aquí y congregó a unas dos mil personas. En el transcurso de los últimos años la comunidad gay se ha extendido hasta Canal Street. Bares como el Manto y el New Inn han obtenido los permisos necesarios para disponer sillas y mesas en la

139 acera, al estilo de los cafés continentales. El ayuntamiento ha colaborado de buen grado para que el Dinero Rosa limpiase las aceras en las que hasta hace poco se pavoneaban las prostitutas; la calle ha vuelto a adoquinarse, y se han instalado farolas de las que cuelgan en verano macetas que desbordan vida. En el extremo opuesto de Canal Street está Sackville Park, espacio idóneo para la celebración de la merienda campestre y del concierto dominical del Fin de Semana Rosa. La cooperación policial durante todo el fin de semana también ha sido digna de elogio; las directrices del jefe de policía, David Wilmot, contrastan sobremanera con las que eran la norma en tiempos de James Anderton. Con la aprobación de la policía, los magistrados concedieron a los locales gays licencias nocturnas para el fin de semana; las calles próximas se cortaron al tráfico para crear así un espacio seguro. De hecho, la policía ha quedado tan impresionada con la animación del carnaval celebrado el sábado en el centro de Manchester que se ha planteado la posibilidad de participar el próximo año con su propia charanga.'

IV Hasta qué punto representa lo retrochic un fenómeno verdaderamente nuevo y no supone un mero retorno a formas pretéritas de pastiche o la reelaboración de éstas. Lo que antaño dio en llamarse «el arte de la copia» ocupa un lugar de honor en la gramática ornamental, tal y como la cultivaban los joyeros y lapidarios del antiguo Egipto, los pintores de vasos minoicos o los ilustradores y escribas medievales; no en vano la fabricación de réplicas ha sido siempre un puntal de las artes decorativas." La práctica del revival, el reciclaje de imágenes antiguas, la recuperación del patrimonio perdido, ha sido un motivo recurrente de la cultura europea desde el descubrimiento (o redescubrimiento) de la antigüedad clásica en el Quattrocento; más adelante, la imitación y emulación de los Maestros Antiguos fue parte esencial de la pintura de salón; en cambio, para Winckelmann y los artífices de lo que dio en llamarse neoclasicismo, la recuperación del «arte verdadero» tomó la forma de un retorno a la supuesta austeridad del gusto grecorromano.74 Aún más obvio es el caso de esas modas pasajeras a las que hoy se denomina «retrofruslerías», como el exótico cruce del gusto por «lo chino» y por lo medieval acontecido en los albores del revival gótico, o la pasión por el mundo egipcio que apareció en la década de 1820, auspiciada por la obra pionera de los arqueólogos de Napoleón. Resumiendo: en el ámbito de la estética, el

«A Tale of Two Cities», Gay Times, octubre de 1993. George Henderson, Early Medieval Art, Harmondsworth, 1977, págs. 15, 20, 38-39, 57, 59-63. " David Lowenthal, The Past is a Foreign Country, Cambridge, 1985, págs. 80-85, 100105, 301-305 [ed. cast.: El pasado es un país extraño, trad. Pedro Piedras, Tres Cantos, Akal, 1998]. 72 73

71 Marion Bowman, «Drawn to Glastonbury», en Pilgrimage in Popular Culture, eds. Ian Reader y Tony Walter, Londres, 1993; véase también «Love at the Fest site», Sunday Times, 4 de julio de 1993.

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KAPHAEL SAMUEL

empeño de la modernidad en convertir la novedad en fetiche no es sino la excepción; la práctica del revival, entendida como recurso al préstamo cultural o como producción de variaciones a partir de un tema clásico, da la impresión de haber sido más bien la norma. La idea de fabricar algo hermoso o extraño a partir de bibelots también es digna de veneración, aunque por lo visto el término objet trouvé se acuñó sólo en los años veinte. El movimiento Dada la explotó de forma iconoclasta y el surrealismo recurrió a ella como recordatorio de la existencia de un inconsciente visual mucho antes de que en los años sesenta lo abrazase el arte pop." Desde otro punto de vista, un anhelo de esa clase podría considerarse el último descendiente de lo que acaso constituya el principio esencial del arte cultivado por los pobres: el de fabricar algo a partir de nada, como sucede con el arte de la talla practicado por los marineros o con el arte del encaje al que se entregan las amas de casa ahorrativas. La recuperación de elementos arquitectónicos también tiene sus antecedentes, aunque en mi opinión la idea de que los materiales antiguos son casi por definición mejores que los nuevos data de hace unos veinte años. Se dice que los maravillosos salones de actos del siglo xvin que hay en South Molton, Devon, fueron trasladados piedra a piedra desde una casa solariega de Cornualles venida a menos, y que los feudos del siglo xvi se beneficiaron del saqueo sufrido por los monasterios y las capillas tras las disoluciones de 1536, 1539 y 1549. Según Dan Cruikshank, los contratos de obra del siglo xvin especificaban por lo común, en los casos en los que había que demoler un antiguo edificio, que los materiales debían reutilizarse (el edificio Queen Anne's Gate, en Westminster, reconstruido en 1770, fue uno de los beneficiarios de esta medida)." En las grandes reconstrucciones del siglo xix, sobre todo cuando éste tocaba a su fin y aparecieron los primeros indicios del surgimiento de un sentimiento proteccionista, abundan los ejemplos de elementos arquitectónicos venerables que, en lugar de ser pasto de la destrucción, se reutilizaron o se incorporaron a las nuevas construcciones. Uno de los casos más sabrosos es el de Swanage, donde John Mowlem, humilde lugareño que había hecho fortuna (en la década de 1860 se convirtió en el principal contratista de derribos de la metrópoli), instaló en su pueblo natal, a la sazón en fase de desarrollo acelerado como centro turístico costero, algunas de las mejores piezas que llegaban a sus manos: citemos, entre otras muchas, las farolas del Puente de Londres, un reloj iluminado, fabricado para la Gran Exposición de 1851, y el portal de Cheapside por el que se ingresaba en la Mercer's Company," reconvertida en la entrada del ayuntamiento de Swanage en 1881.

" Maurice Nadeau, The Histoiy of Surrealism, Harmondsworth, 1928, pág. 107 [ed. cast.: Historia del surrealismo, trad. Raúl Navarro, Valencia, Ahimsa, 2001]. 76 Dan Cruikshank y Neil Burton, Life in the Georgian City, Londres, 1990. 77 Los detalles más fascinantes de esta curiosa historia se encuentran en David Lewer y J. Bernard Calkin, eds., Curiosities of Swanage: or, Old London by the Sea, Yeovil, 1986.

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En el ámbito del diseño y de la promoción de mercancías es posible que la práctica del revival fuera el anverso de la manía por la novedad. Nadie recurrió de forma más sistemática a este procedimiento que Josiah Wedgwood, uno de los grandes popularizadores del neoclasicismo y, quizá, el pionero más famoso en el ámbito del sistema fabril. Wedgwood abrazó la austeridad clásica que caracterizaba al gusto artístico más avanzado y más aristocrático de su época, primero como por osmosis y luego merced al estudio sistemático de las urnas y de la estatuaria clásica: las piezas de cerámica que se producen hoy en día conservan aún su estilo. «Sólo me precio de haber tratado de copiar las bellas formas de la antigüedad, aunque no de forma absolutamente servil», escribió. «He puesto todo mi empeño en preservar el estilo y el espíritu, o si se prefiere, la elegante simplicidad de las formas antiguas, introduciendo en el transcurso del proceso toda la variedad de la que fui capaz, como Sir W. Hamilton me dice que es menester, pues ese es el único medio de copiar lo antiguo de forma cabal»." A mediados del siglo xix —los años de la fiebre del ferrocarril, de la reconstrucción de la Cámara de los Lores y de la inauguración de Trafalgar Square— la batalla de estilos se libró entre los goticistas y los clasicistas. En la Gran Bretaña de entreguerras gozó de gran predicamento un tipo de arquitectura concebida por diseñadores que incorporaba de una manera ineluctable elementos propios de lo retrochic. El Art Deco, saludado hoy en día como un estilo moderno, estuvo muy influido por la fiebre del arte egipcio, declarada a raíz del descubrimiento de la tumba de Tutankamón realizado por Howard Carter; las zonas residenciales convirtieron el estilo vernáculo en un auténtico fetiche, empleando a diestro y siniestro las vigas de madera a la vista, de estilo Tudor, en tanto las gentes sofisticadas del centro de las ciudades adoptaron lo que Colefax y Fowler dieron en llamar el estilo «Regencia». Hasta hace poco tiempo la práctica del revival se propagaba de forma escalonada y jerárquica: surgía entre pequeños círculos de entendidos que, con ayuda de acaudalados patrones, podían permitirse tales excentricidades. El neoclasicismo fue obra de estetas y eruditos. Es notorio que el revival gótico empezó como una especie de capricho aristocrático. El estilo Regencia, inventado en la década de 1920, debe su existencia a los decoradores de interiores de Mayfair, a Margaret Jourdain, la gran autoridad en mobiliario del siglo xviii,79 y, por supuesto, a Georgette Heyer, cuyo pastiche de Jane Austen hizo que varias generaciones de colegialas experimentasen los más elevados sentimientos. El gusto por la época victoriana fue en sus albores —los años veinte— una especie de pasatiempo para la burguesía;" sólo a partir 78 Adrian Forty, Objects of Desire: Design and Society, 1750-1980, Londres, 1986, pág. 24. Forever England: Feminists, Literature and 79 Sobre Margaret Jourdain, véase Alison Light, Conservatism between the Wars, Londres, 1991, págs. 34-36, 56, 61. 80 A propósito de las extravagancias de los años veinte y del retorno a la elegancia victoriana que se dio en esa época, Christopher Sykes, Evelyn Waugh: A Biography, Harmondsworth, 1977; Harold Acton, Memoirs of an Aesthete, Londres, 1948; Alan Bott, Our Fathers, Londres (¿,1932?), pág. 4.

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de los años cincuenta, cuando surgió la fiebre por el «servicio doméstico la época victoriana», se filtró hasta las clases populares. Por otra parte, también cabe afirmar que lo retrochic surgió de la nada empezando quizá a partir de la emergencia del fenómeno de los Teddy Boy de principios de los años cincuenta, aprovechándose del furor causado por e descubrimiento de nuevas clases de objetos coleccionables y de la democratización habida en ese campo. Las empresas dedicadas a su difusión estaban en manos de perfectos principiantes, como Gordon y Anita Roddick; de plagiadores y piratas de la imagen como Malcolm McLaren y la joven Vivienne Westwood; de empresarios carentes de escrúpulos, como algunos de los que se dedicaban al negocio del rescate arquitectónico. Los revivals pretéritos tenían el empeño de imitar lo grandioso; lo retrochic en cambio se inclinó por transformar lo vernáculo y lo popular en un fetiche. El negocio de la moda callejera ha convertido los restos de temporada en un recurso del que siempre cabe echar mano. El filón de los trastos viejos —esos objetos que han sobrevivido por caprichos del azar— ha sido excavado en abundancia por lo retrochic; los interioristas se precian de hacer sus mejores hallazgos en el fondo de los contenedores. Pero lo retrochic también difiere de formas pretéritas de revival en la medida en que se abstiene de adoptar una actitud sensiblera hacia el pasado; quizás ahí radique el motivo por el que algunos lo encuentran tan ofensivo. Carece de esa imperturbable seriedad que se identifica a menudo con lo victoriano; su encanto reside en cambio en sus coqueteos con lo incongruente y lo extraño. Sus gustos, extravagantes y eclécticos, funden en un crisol lo antiguo y lo moderno, dando cabida a una mezcolanza de estilos variopintos. Tan pronto se embute en un traje de época como se despoja de él, cruzando sin esfuerzo fronteras que para otros son insuperables. Trabaja como el raquero que recoge objetos desechados, no como el anticuario o el buen conocedor que colecciona joyas, atesora reliquias y rinde culto en el santuario de lo que el paso del tiempo ha vuelto venerable. No palpita con el glamur de lo obsolescente, como los góticos de finales del siglo xvüi, inspirándose en las ruinas de abadías cubiertas por el musgo; ni sueña, como los neoclásicos de aquellos tiempos, con restaurar la perfección y armonía helénicas. Tampoco se asemeja a aquellos conservacionistas pioneros que a finales de la década de 1940 se prendaron del espectáculo ofrecido por una halagüeña decadencia. Cuando apuesta por el «envejecimiento», como hace en la publicidad retro, en los pubs reacondicionados al estilo supuestamente victoriano y en los objetos kitsch de las tiendas de regalo, a menudo lo hace con un guiño de complicidad. A diferencia de lo que sucede en fenómenos culturales con los que se lo suele emparentar, como la restauración o la conservación, lo retrochic se muestra indiferente ante el culto de la autenticidad. No se siente en la obligación de guardar fidelidad al pasado; al contrario, su mayor deleite consiste en poner de moda lo anticuado. Difumina las fronteras que separan el original del remake. Se jacta de ser productivo, absteniéndose de imitar el pasado con

servilismo y reinventándolo, pergeñando a su manera los detalles del original que el paso del tiempo ha echado a perder. Como el realismo mágico, suprime las diferencias categoriales entre pasado y presente, tendiendo entre ambos un puente de doble sentido. Los objetos pueden pasar así de una esfera a otra, como piezas de ajedrez en el tablero. Se remontan al pasado o avanzan hacia el futuro como en los videojuegos. Un tapiz medieval puede proporcionar un «elegante toque gótico» a un rollo de papel de regalo; un dibujo renacentista «con un encanto evocador» sirve como envoltorio ajustado y de buen gusto para los regalos-sorpresa «florentinos» que se hacen en Navidad, provistos de amuletos de plata; e incluso —solecismo predilecto de la pasión contemporánea por las radios «vintage»— un estuche de baquelita de los años treinta sirve para dignificar un moderno minicasete. Contra lo retrochic pesa el cargo de dejarse deslumbrar por la superficie de las cosas, de interesarse más por el estilo que por la sustancia, de estar obsesionado con el lenguaje de las apariencias. Se lo acusa también de fraude, de crear, como dice Baudrillard en Simulacres et simulation, copias carentes de original, utilizando la hiperrealidad para camuflar la ausencia de lo real."' Asimismo —en lo que constituye un residuo de las jeremiadas contra el consumismo— se le imputa el mismo delito que a la conservación del patrimonio: la «mercantilización» del pasado, su instrumentalización en beneficio de intereses comerciales, la explotación de lo sagrado en el altar de lo profano. Lo retrochic elige sus objetos en función de su carácter divertido, extraño o bonito; tamaña frivolidad ofende a los tradicionalistas. Los estetas se avergüenzan de su disposición a saltarse las normas de los estilos sin el menor escrúpulo. Los conservacionistas lo acusan de utilizar las supervivencias del pasado con fines simplemente cosméticos, separando forma y función, y alentando la tendencia general a prestar atención sobre todo a «la fachada». También ofende a los paladines de la modernidad, que lo acusan de mirar al pasado y de tender al atavismo, como toda cultura que toca a su fin. Desde una perspectiva menos crítica, cabría valorar el éxito que ha tenido en la animación de lo inanimado. Al fin y al cabo, su yuxtaposición de lo viejo y lo nuevo —operación considerada por una escuela de pedagogía como elemento clave en intento alguno de lograr que el pasado despierte interés— excita los apetitos de la fantasía y el deseo. La presencia de lo retrochic en los mercados de pulgas o en las subastas callejeras informales ha contribuido a convertir a Gran Bretaña en una nación de coleccionistas, desbrozando así el camino no sólo de la recuperación del pasado reciente, sino también de su interpretación. El instinto histórico que condujo a la creación de un mercado abastecido por la parafernalia de la música pop y a la cimentación de una industria basada en la comercialización

81 Jean Baudrillard, Sinntlations, Londres, 1984; Umberto Eco, Travels in Hyperreality, Londres, 1987.

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de sus grandes clásicos quizá sea de un tipo diferente al que orienta los pasos del bibliófilo o del erudito; empero, si llega el día en que los años sesenta y 70 del siglo xx sean considerados como la era del rock'n'roll en lugar de la época de la «extinción del voto cautivo» o del «declive del poderío británico», por recurrir a dos de las etiquetas que gozan hoy en día de mayor predicamento, los futuros historiadores de las islas británicas se verán obligados a recurrir a los fanáticos del vinilo. En parte, la genialidad del retrochic reside en su capacidad de imbuir con el aura del pasado todo lo que toca, aun cuando el registro documental —o el arqueológico— únicamente pone en nuestra mano un puñado de cosas sin valor. Como el arte de la performance, sabe dotar de vida a un cuadro inerte —al modo de Sally Potter en su película Orlando— y crear toda una galería de personajes de carne y hueso, o, en su defecto, un elenco de simulacros cinematográficos verdaderamente persuasivos. En el ámbito urbanístico, lo retrochic, aunque extravagante en lo tocante a los detalles —e incluso, a ojos de los puristas, destructivo al respecto—, es capaz de reproducir con mayor fidelidad el espíritu de épocas pasadas, o en todo caso de intentarlo, suscitando mayor interés que las meras réplicas. «El salón de café de Thomas Gent», en York, recientemente inaugurado por el Jorvik Trust, es un ejemplo que hace al caso: con sus mesas pesadas y robustas, su entarimado completamente pintado (no hay ni rastro de pino decapado), sus ventanas desnudas y sus paredes oscuras, se sitúa en el extremo opuesto al ocupado por esa estética cursi y melindrosa que durante más de cincuenta años se hizo pasar por el epítome de la «elegancia georgiana». Un ejemplo más exuberante, que une el gusto gay o californiano por la fantasía y el exceso con la asombrosa sensibilidad por el hechizo de las miniaturas, es la casa construida por Denis Severs en Spitalfields, donde los grupos de visitantes espían una «decadente» historia de fantasmas. Aquí, las escenas de Hogarth cobran vida e informan en lo esencial las estancias de época, mientras que el servicio habita en buhardillas dignas de Dickens. Desde una perspectiva histórica, el relato que se desprende de todo esto resulta caprichoso; empero, desde un punto de vista estético —aunque sólo sea como incentivo para un compromiso histórico con las artes—, constituye un éxito irrefutable, un viaje mágico y misterioso que deslumbra al visitante con una sucesión de escenas infinitamente más memorable que las reproducciones facsímiles de supuestas estancias «de época» que se ven en los museos. Los historiadores profesionales no son precisamente los más indicados para mostrarse condescendientes con lo retrochic: tanto si estamos dispuestos a reconocerlo como si no, se trata de un fenómeno en el que estamos inmersos. También nosotros ponemos el pasado entre comillas, para marcar distancias con él, y a menudo buscando un efecto cómico o de extrañamiento. También nosotros queremos que nuestros escritos resulten evocadores; los más audaces o seguros de sí mismos, a falta de pruebas, se embarcan en diálogos imaginarios y hasta en ficciones. En todo caso, nuestra obra es siempre una

reconstrucción imaginativa del pasado, jamás —por más elaboradas que sean nuestras notas a pie de página— una simple imitación. Si tiene alguna validez el aforismo deslizado por Oscar Wilde en El abanico de Lady Windermere, según el cual sólo aquello que de veras es serio puede resultar frívolo, entonces quizá debiéramos considerar con mayor benevolencia los juegos de lo retrochic con el pasado. El elemento «camp» y «kitsch» presente en el arte pop de los años sesenta contribuyó en gran medida a crear un espacio para la imaginación donde pudiera alumbrarse la revolución sexual de los setenta y la «salida del armario» de minorías estigmatizadas hasta entonces. Quizá no sea descabellado suponer, de modo análogo, que lo retrochic preparó el terreno para una nueva estirpe de historias alternativas, que toman como punto de partida la chamarilería variopinta de la cultura material, los pecios y las echazones de la vida cotidiana.

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Recién limpiados con arena a chorro, los clásicos ladrillos amarillos de los primeros adosados victorianos londinenses —las áreas urbanizadas con arreglo a las ordenanzas municipales de la década de 1870— resplandecen por doquier. Las casas grises del siglo XVIII, despojadas de sus enlucidos y rejuntadas, se han convertido en residencias de época. Bloques de oficinas que hace veinte años hubieran exhibido sus muros cortina, los disimulan ahora con rojo neogótico. La «mampostería de ladrillo vista original» es una de las características de las reconversiones de esos almacenes reconvertidos en estudios, apartamentos u oficinas que pertenecen a la Categoría II de vivienda protegida, en tanto que el enladrillado «espina de pez» o multicolor otorga una especie de aire rústico a los inmuebles de reciente construcción que se alzan junto a ellos.' Asimismo, el ladrillo caravista de grano fino es uno de los principales atractivos de las construcciones realizadas en antiguas caballerizas y dotadas de patios anejos que ahora gozan de popularidad como viviendas de lujo en los cascos antiguos, «con hiladas de ladrillo rojo y arcos sobre puertas y ventanas» en el caso de Roland Way, South Kensington, «y... alféizares hechos de caliza de Portland».2 El neoclásico Quinlan Terry ha llevado este género de urbanización a una especie de última Thule en Tarrant Place, Marylebone, «un patio excepcional de casas realmente grandiosas ubicadas discretamente junto a la iglesia de Santa María»: el patio está adoquinado y cualquiera diría que las casas han sido transportadas directamente desde Downing Street. En la filosofía de la conservación arquitectónica, tal como se ha plasmado en época reciente, el enladrillado ocupa el espacio sagrado que Ruskin y los primeros góticos victorianos otorgaban a la mampostería. Combina el atractivo visual y un aspecto resistente con detalles exquisitos pero discretos, muros ' «Las ventanas emplomadas, las vigas de madera... los paneles de ladrillo "espina de pez" y los azulejos tipo casa rural incrementan el atractivo de los inmuebles», New Homes, marzo de 1989. «Los ladrillos londinenses originales color miel del interior han sido cuidadosamente limpiados con arena a presión»... "Dockland Shock", Traditional Interior Decoration, octubrenoviembre de 1987, pág. 136. «La conservación de los ventanales tipo almacén, con cristales múltiples y arcos, así como la mampostería de ladrillo vista original y los robustos pilares de metal, evocan el pasado histórico del inmueble», "Bronze Award", What House, marzo de 1989. "Silver Award... The Gilston", What House, marzo de 1989. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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pintorescamente irregulares con arcos y sofitos de corte impecable. La albañilería, considerada en el siglo xix como uno de los oficios más humildes de la industria de la construcción, netamente inferior al oficio de la mampostería y de más que dudoso estatus artesanal, se ha convertido en la marca de la autenticidad. Los propios ladrillos, modelados, extrudidos y cocidos de forma artesanal en una gran variedad de colores, texturas y formas, están considerados como objetos artísticos: por influencia del conservacionismo, ahora son los protagonistas de una de las ramas más florecientes del negocio del salvamento arquitectónico. El hecho de que las dos grandes épocas de las que se ha ocupado la conservación moderna —la georgiana y la victoriana— fueran también las dos grandes épocas de la construcción en ladrillo, ha hecho posible desalojar de su pedestal a la piedra y marginar otros materiales de construcción; por otra parte, el límite —cuando no la cima— de las ambiciones del conservacionismo en lo tocante a la preocupación por las fachadas de época, está en conservarlas, lo que supone un derroche extraordinario de atención en los muros exteriores.' En los distritos venidos a menos, los conservacionistas consagran lo esencial de sus esfuerzos a la restauración del enladrillado, con objeto de recuperar el presunto esplendor de antaño. Se rejuntan las hiladas en ruinas, se vuelven a alinear los muros hinchados, se inmovilizan las líneas de falla y se reparan los fragmentos rotos. Cuando hay que colocar ladrillos nuevos, se seleccionan de entre reservas antiguas para que hagan juego con los existentes y crear así la ilusión de una red sin fisuras. El injerto también sigue los principios de la reparación invisible, manteniéndose intactas las fachadas de época aun cuando las casas nuevas superan en número a las viejas. Con la ampliación de los inmuebles sucede otro tanto: en muchas áreas protegidas es condición indispensable para obtener permisos municipales que los añadidos y las alteraciones se hagan con reservas de ladrillo antiguo. Para los partidarios de la arquitectura «neovernácula» y «comunitaria» —cuyo representante más influyente ante el gran público es el príncipe de Gales—,4 el ladrillo representa un material artesano en la época de la producción en serie. Horrorizados por los edificios «sin rostro» de la arquitectura funcionalista, confieren al ladrillo cualidades poco menos que humanas. Es táctil, y posee textura y grano, en contraste con las superficies planas de la modernidad; es individual y extravagante frente a la uniformidad de la arquitectura moderna, y «cálido» frente a la frialdad del vidrio y el hormigón. Res-

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pira sin problemas, con naturalidad, en tanto que los bloques de cemento son propensos a la transpiración (una de las ventajas atribuidas al ladrillo es que hace innecesario el aire acondicionado). Envejece con elegancia, mientras que los muros cortina se manchan con el tiempo. El ladrillo madura y mejora con el paso de los años: lo moderno se deteriora. Para las grandes constructoras, máximas impulsoras de la arquitectura «neovernácula», el ladrillo cumple una función afín a la que desempeñó durante las décadas de 1920 y 1930 el entramado de madera Tudor para sus predecesores, los constructores especulativos de los semiadosados del período de entreguerras.5 Su carácter «afable» y «tradicional» aporta a un nuevo hogar lo que Heritage Potton denomina en uno de sus anuncios un «encanto acogedor».6 Se presta al almenado y a la variedad. En este caso el retorno al ladrillo no es sólo una cuestión de material de construcción, sino también de forma y de estilo, o de lo que se anuncia en la prensa y los folletos publicitarios como «detalles». En la actualidad hacen furor las «chimeneas con poyo» (hechas de ladrillo «natural»), y con más grandilocuencia todavía (allí donde se aspira al «estilo casa solariega»), las chimeneas abiertas de estilo neoseñorial.' Los «aleros decorados con azulejos»8 son un detalle habitual en las primeras viviendas de estilo rústico para jóvenes parejas, al igual que lo son asimismo los «tejados de dos aguas dobles» en las residencias neogeorgianas de estilo ejecutivo. Las grandes constructoras también recurren al ladrillo antiguo como fuente de capital simbólico y como forma de prestigio añadido. Las «reservas antiguas» o ladrillos «reutilizados» son uno de los rasgos característicos de sus urbanizaciones más prestigiosas. Así, en Dulwich Gate, la finca neogeorgiana donde los Thatcher compraron una casa para la vejez, todos los inmuebles están recubiertos con reservas de ladrillo reciclado londinense suminisPara una visión general detallada de los proyectos de construcción nuevos que recurren al ladrillo tradicional, véase Douglas Wise, "Urban Regeneration", en Brick Bulletin, 2/84, 1984. Acerca del derroche de ladrillo en Lillington Street, Pimlico, y la urbanización análoga en Marquess Road, Islington, véase el número de enero de 1975 de Brick Bulletin. En relación con Odham's Walk, Covent Garden, una admirada urbanización reciente obra del Greater London Council, véase Brick Bulletin, 4/83, octubre de 1983. Acerca de otro proyecto de Darbourne and Darke —realizado esta vez para una cooperativa de viviendas en Richmond, Surrey—, véase Brick Bulletin 2/86 (en el mismo número figura un ejemplo espectacular de ladrillo rojo nuevo en la Biblioteca Central de Reading). Debo agradecer a Bob Lloyd-Jones, de la Asociación para el Fomento del Ladrillo, semejante masa de datos acerca de los últimos progresos del ladrillo. El «ladrillo vista» es uno de los rasgos prominentes de las casas autoconstruidas de 6 "Heritage Potton", en particular en las chimeneas, «núcleo de todo hogar que rinde honores al patrimonio histórico», rematadas con una viga para colgar ollas. Cartera de trabajos de la «rectoría» de Heritage, Exhibición de hogares de época del Daily Telegraph, 26 de febrero de 1989. ' "Home is Where the Hearth Is", Building Homes Supplement, 2 de diciembre de 1988, pág. 37; "New Design Unveiled", Home Buyer, febrero de 1990; "West Midlands... Lovell Holmes", Home Finder, 1989, pág. 26. febrero de 1990. "Ted"Sussex", en What House, junio de 1988; East Kent House Buyer, Daily Mail, 25 de febrero 1989; National Housebuyers Exhibition del dington", Home Finder, de 1990.

3 En relación con la restauración de la terracota del Hackney Empire —como antes en el Royal Albert Hall— consúltense los catálogos y la cartera de trabajos de Shaw's of Darwen. Acerca del uso de ladrillo antiguo-nuevo en la restauración de monumentos industriales y placas conmemorativas, véase Ibstock, Decorative Brickwork, 1985. La preferencia del príncipe Carlos —que viene de muy atrás— por lo «hogareño» frente a lo grandilocuente, su fe en la «intimidad» y la «elegancia» de las urbanizaciones con patio interior y su firme defensa del empleo de materiales locales y propios de cada condado, así como de los «estilos vernáculos reconocidos», está muy bien expuesta en su Vision of Britain, Londres, 1984, págs. 15, 41, 72, 88, 113, 124-5. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor.

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tradas por un conocido comerciante de bienes reutilizados con sede en East London.9 Los «hogares de calidad con carácter» de Church, en Queen's Acre, Windsor, combinan los «ladrillos clásicos» con una gran variedad de procedimientos de envejecimiento: revestimientos de pedernal, tejas y vigas de abeto Douglas.10 La urbanización estilo Regencia de Berkeley Homes, en la Plaza de Santa María, Brighton, añade «puertas y ventanas colocadas de forma irregular» para «garantizar que se mantenga el carácter de época»." De forma aún más ambiciosa y para establecer un pedigrí imaginario, estas fincas suelen tomar prestado su nombre y personalidad de algún fragmento de mampostería de ladrillos en ruinas que proporciona un foco alrededor del cual se concentran las casas de nueva factura. Los establos y casas de labranzas antiguas, renovadas y restauradas, son uno de los elementos característicos de estas urbanizaciones tipo «patio» que gozan de popularidad a la hora de realizar construcciones en zonas rurales «vírgenes»; en la ciudad y en las zonas residenciales, da la impresión de que basta con cualquier trozo de mampostería de ladrillo antigua: es el caso de la urbanización Fairbriar, en King George's Square, Richmond, cuyos pináculos chapados en oro proclaman el aire de elegancia de un antiguo asilo de pobres.' 2 Para las inmobiliarias que se dedican a la construcción de oficinas y visten sus estructuras de acero y hormigón con capas de revestimiento, el retorno al ladrillo, aunque menos universal que en el campo de la edificación de viviendas, es ante todo una cuestión de orden cosmético. Aquí el ladrillo ocupa su lugar, junto con la piedra y el mármol, como elemento que proporciona un aire de dignidad a las nuevas edificaciones y disimula las construcciones realizadas a gran velocidad con una pátina de rusticidad. Los más ambiciosos —siguiendo el ejemplo de los cuarteles de bomberos y las oficinas de correos de la década de 1970— se inclinan por las torrecillas neogóticas y los tejados inclinados o hacen dramáticas declaraciones de principios en ladrillo rojo victoriano. Al igual que en las urbanizaciones de categoría, a los proyectos de construcción nuevos se les incorporan fachadas de época, y los almacenes abandonados hacen las veces de carcasa en la que se instalan las terminales informáticas y de aire acondicionado sin estropear la fachada principal ni la línea del horizonte. En Richmond Riverside, Quinlan Terry ha llevado esta

9 Quisiera darle las gracias a Carol Clark, de Lasdun, por esta información, así como por otros muchos detalles acerca del negocio de los ladrillos de segunda mano. "Where Nostalgia Finds a Home", Independent on Sunday, 4 de marzo de 1990. " "Sussex", Home Finder, 1989. «Se cuida mucho la elección de materiales. No es algo inusitado el empleo de viejas reservas de ladrillos y tejas de barro cocido para asegurar el mantenimiento del carácter de época, y en todo el país, allí donde resulta indicado, [Berkeley Homes] emplea materiales locales: piedra de Purbeck en Dorset, piedra de Cotswold en Bath, y pedernal y ladrillo en Hampshire, mientras en Sussex reproducen meticulosamente el estilo de las granjas autóctonas»; puesto de Berkeley Homes en la National Housebuyers Exhibition del Daily Mail, febrero de 1990. 12 "Past Historie, Future Perfect in King George's Square, Richmond", The Observer, 3 de octubre de 1987; información oral proporcionada por Fairbrother Homes.

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línea de reflexión al último extremo neoclásico, al ocultar un complejo de oficinas dotadas de aire acondicionado detrás de entradas abovedadas, disfrazar las torres de refrigeración como campanarios y las trituradoras de basura de torrecillas. La rehabilitación de mampostería de ladrillo antigua ha engrosado la cartera de trabajos de los agentes inmobiliarios con categorías enteras de edificios que hace diez o veinte años habrían sido consignados automáticamente a

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los bulldozers; ha transformado los almacenes en inmuebles cotizados," los cuarteles de bomberos en restaurantesH y hecho brotar como por arte de magia estudios, apartamentos y oficinas de las entrañas de los locales más inverosímiles. Las inmobiliarias lo han incorporado a su repertorio, haciendo de la restauración imaginativa —o adaptación creativa— el buque insignia de sus megaproyectos. La «renovación», categoría desconocida por las guías del sector de la construcción durante la década de 1950, es ahora uno de las principales actividades de la industria, y dispone de una publicación propia. Las empresas de limpieza, que se dedican a remozar edificios viejos, también son un fenómeno reciente. Hace treinta años, cuando comenzó a introducirse la limpieza con arena y agua a altas presiones, el número de estas empresas podía contarse con los dedos de una mano: en la actualidad hay unas ochenta sólo en la metrópoli. Una de las consecuencias de todo ello ha sido el comercio de ladrillos de segunda mano, que ha generado beneficios como caídos del cielo para los contratistas de derribos y suministrado a las empresas piratas (y a los operarios espabilados) sustanciosos ingresos extra. La industria de los materiales de construcción también da fe de la resurrección del ladrillo tradicional. En los últimos años, ha desarrollado una sofisticada tecnología de «volteado en máquina» y «envejecimiento» —que presenta ciertas semejanzas con el proceso de lavado a la piedra de los vaqueros— para simular los colores, las texturas e incluso las superficies quebradas de los ladrillos viejos. La empresa Blockley's, de Telford, una de las primeras empresas del mercado, ha convertido este proceso en todo un arte; reproduce no sólo los colores de los ladrillos tradicionales sino también sus defectos. Los ladrillos, secados al horno, se voltean y se envejecen antes de estar del todo cocidos. A los ladrillos diseñados por ordenador se les incorporan los defectos ya desde el principio. El popular modelo «Ironbridge» de Blockley's no sólo consigue lucir un aspecto desportillado, agrietado y con aristas desgastadas, sino que también lleva manchas de hollín. Por lo visto también existen ladrillos enmohecidos, para dar variedad o causar sorpresa y realzar el efecto vernáculo. A las constructoras que adquieren los ladrillos de esta gama se les ofrece «el atractivo tosco y el carácter especial del ladrillo reutilizado sin tener que apechugar con todos los inconvenientes de dicho material... al escoger el ladrillo Ironbridge, puede combinar el auténtico aspecto envejecido con la durabilidad, la resistencia a la intemperie y otras destacadas cualidades técnicas de las que Blockley's es sinónimo» Los ladrillos «Heritage» de Blockley's, «fabricados a mano, no por ordenador... en la planta más sofisticada de todo el país», lucen un aspecto igualmente «enveje-

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cido»: aparentemente picados por el desgaste y la lluvia, los hay en tonos morados y trigueños?' La gama «Olde English» de Redlands —especialmente diseñada para las «obras de conservación» y la «renovación urbana» en el norte y centro de Inglaterra— se comercializa con los nombres de diversos condados?' La empresa Nottingham Brick S.A., no satisfecha con el éxito de su ladrillo georgiano —«del color de la cerveza Oakham y con una fina textura rústica»— se ha remontado a los tiempos de la heptarquía con su ladrillo de revestimiento «Mercia», del que dicen que está inspirado en los túmulos funerarios de la era anglosajona."

II Durante la década de 1950, a diferencia de hoy, la estima que se tenía por el ladrillo era ínfima." Requería mucha mano de obra, era caro de poner y obstaculizaba los métodos de construcción modernos y el empleo de unidades prefabricadas. Engorroso y pesado, era el enemigo de la luz y del espacio. A ojos de una estética para la cual la mera idea de fachada era anatema, el empleo decorativo del ladrillo era algo especialmente detestado, y uno de los grandes objetivos de la arquitectura funcionalista fue deshacerse de él. Los aguilones y buhardillas eran innecesarios si se reemplazaban los tejados inclinados por tejados planos. Se podía prescindir de dinteles y arcos, y también de las ventanas de guillotina, forma «envilecida» que los modernizadores descartaron a favor de ventanas con marcos metálicos o paneles de vidrioi9 El hormigón, producto milagroso de la época, era dinámico y capaz de soportar pesos enormes sobre podios de lo más exiguo. El vidrio era una invitación hecha al sol.'" El ladrillo, en cambio, era claustrofóbico y encerra-

Blockleys Heritage Brick Collection and Portfolio 1990. Redland Olde English Range, carpeta de trabajo, 1990. La empresa Redland utilizó tejados de pizarra de Cambria para la construcción de una prestigiosa urbanización en el puerto deportivo de Brighton. "Good old Sussex by the Sea", What House, marzo de 1989, pág. 13; véase también House Improvements Journal n° 8, 1988. " "Facing Bricks", Building, 18 de julio de 1986. '8 Dice mucho de la mala reputación del ladrillo el hecho de que hasta W. G. Hoskins, uno de los grandes paladines de las construcciones vernáculas, pudiera engañarse hasta el punto de menospreciarlo de forma pública. «El ladrillo rojo es de una vulgaridad irremisible y no hay nada capaz de disimular su mezquindad», escribió en 1950, con ocasión de unos comentarios que dedicó a «las pequeñas ciudades manufactureras de calzado de Northamptonshire y Leicestershire». Por el contrario, «Los edificios de piedra son de una dignidad inasequible para el ladrillo, y cuando se ven ennegrecidos por generaciones de humo, esta dignidad queda realzada», W. G. Hoskins, Chilterns to the Black Country, Londres, 1951, pág. 41. Acerca de «secciones de aluminio extrudidas» y la «extrema transparencia» de un nuevo 19 13 Sería interesante averiguar en qué momento los «magníficos almacenes históricos» bloque de oficinas en Poole, véase Architectural Review, marzo de 1955, pág. 160. (como los denomina el príncipe Carlos en Vision of Britain, pág. 31) comenzaron a ser clasifi«Un ejemplo asombroso del valor decorativo del vidrio es el que nos ofrecen los cines 20 cados por vez primera. El de Oliver's Wharf, en Wapping, se dice que fue uno de los primeros del circuito Odeón. Los edificios están cubiertos de paneles de cristal opaco color crema de 0.6 que se reconvirtieron en estudios o apartamentos, hacia 1971. centímetros con listones negros de 2.54 centímetros; éstos acentúan el estilo contemporáneo de 14 O, como en el caso de Oxford, en espacios dedicados a albergar actuaciones públicas y día, mientras que porenlamateria noche luz reflejada Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación de la derechos de autor. produce un efecto de iluminación interior que centros artísticos. 15

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ba a los edificios en sus interiores en lugar de dejar que penetrasen los exteriores. La historicidad del ladrillo no lo redimía en modo alguno; más bien lo condenaba. Durante el siglo xix se le asociaba con fábricas de hechura carcelaria y almacenes, muros fríos y húmedos y pasadizos estrechos, humildes casas adosadas y miserables calles urbanizadas conforme a las ordenanzas municipales. El legado de la revolución industrial, de acuerdo con J. B. Priestley en English Journey, era «un páramo de ladrillos mugrientos».21 Los escombros dejados por los bombardeos parecieron señalar el fin de ese particular relato, y los reformadores de la vivienda de aquel entonces, con la brillante ayuda de los fotógrafos, nunca fueron más felices que cuando contrastaban la miseria «dickensiana» de las casas de vecinos y los suburbios con el mundo feliz de flamantes bloques de apartamentos blancos, jardines bañados por el sol y amplios espacios abiertos. La mampostería de ladrillo neovernácula también había caído en desgracia. Resucitado por Norman Shaw y el Movimiento de Artes y Oficios, y representativo, durante los primeros tiempos del Movimiento en pro de la Ciudad Jardín, de la visión de la Nueva Jerusalén, había quedado completamente envilecido, según los críticos (entre ellos la totalidad de los profesionales de la arquitectura) por las «cajitas rojas» del período de entreguerras, por las urbanizaciones «bungaloides» que estaban arruinando las costas y por las construcciones situadas a pie de carretera que, según los conservacionistas de las zonas rurales, estaban profanando la campiña inglesa. Aunque libres del estigma de la pobreza, estos fenómenos suscitaron tanta atención legislativa como las casas de vecinos y los suburbios. La legislación reguladora de los cinturones verdes de 1937 los restringió. La Ley de Planificación Urbana y Rural de 1947 pretendía ponerles fin en un futuro. En libros sobre arquitectura de la década de los años cincuenta, la «sencillez», las «buenas proporciones» y la «dignidad» de las viviendas de posguerra se contraponían a los «miradores recargados, los aguilones complicados y las maderas de imitación»" de los semiadosados de la década de 1930; los promotores privados, como puede comprobarse leyendo las columnas de Ideal Home e incluso

resulta a la vez deslumbrante y atractivo. Emplear el vidrio de este modo permite ahorros considerables, ya que es un material estructuralmente sólido en todos los sentidos. Se coloca con rapidez y suprime la necesidad de proceder a costosas redecoraciones; además, su superficie, lisa, dura e inmune a la suciedad, los gases y el humo, no requiere sino lavados muy esporádicos para mantenerse en perfectas condiciones» (anuncio), Architectural Review, mayo de 1955. Cf. "The Soho Project", obra del Glass Age Development Committee, un proyecto espantoso para convertir el Soho en una ciudad de cristal al que el Architectural Review le dedicó muchas páginas (marzo y abril de 1955). • 21 J. B. Priestley, English Journey, Londres, 1934, pág. 400. El programa electoral laborista de 1945, Let Us Face the Future (Afrontemos el futuro), se mostró tan severo en relación con las construcciones a pie de carretera como el CPRE (Council for the Protection of Rural England). 22 News of the World Better Homes Book, ed. Roger Smithells, Londres, 1954, pág. 12.

EL RETORNO AL LADRILLO

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Country Life, no estaban menos ansiosos por minimizar el uso del ladrillo que los arquitectos y planificadores públicos. El uso monumental del ladrillo tenía aseguradas las burlas de la gente distinguida, no sólo a causa de la ornamentación «inútil» que suponía, sino también, al menos en el terreno de la arquitectura civil del siglo xix, por sus pretensiones. La ornamentación en piedra era permisible, clásica incluso, siempre y cuando se acertara con el período. El ladrillo, en cambio, a menos que se empleara con fines utilitarios y domésticos, era un absurdo. Así, por mor de su ladrillo gótico rojo, San Pancracio era la más detestada de las terminales ferroviarias londinenses, mientras que los portales de caliza de Portland de Euston, su vecina neoclásica, pasaban desapercibidos. Algo parecido sucedía en la Universidad de Oxford, donde el ladrillo rojo del Buttersfield Keble College era objeto de burla universal (hasta los miembros del cuerpo docente se afanaban en desportillarlo), mientras que la fachada de parteluces de piedra del Balliol College —no menos representativa de las fantasías del Renacimiento Gótico— constituía una parte aceptada del paisaje urbano. Estéticamente, el aprecio por el hierro colado victoriano precedió a la valoración de la mampostería de ladrillo de la misma época en unas dos décadas. Resulta sintomático que cuando en 1949 se introdujeron los listados que otorgaban protección legal a edificios considerados «históricos», King's Cross, precoz ejemplo de arquitectura funcionalista, lleno de vigas de hierro colado por todas partes, fuera clasificado en la Categoría I, en tanto que el San Pancracio de Sir Gilbert Scott, «un batiburrillo de... clásico y gótico», fuese a parar a la Categoría III. En fecha tan tardía como 1966, los arquitectos de British Rail proponían demoler dicha estación y crear una explanada nueva." Las bellezas de la ingeniería victoriana, al parecer, ya estaban siendo alabadas por los arquitectos jóvenes durante la década de 1930, y cuando la propaganda pro-modernidad cobró ímpetu, la arquitectura industrial decimonónica ocupó el espacio de la imaginación que los renacentistas góticos del siglo xix habían otorgado a las catedrales medievales. J. M. Richards, el editor de la Architectural Review, consideraba a los ingenieros victorianos como el lucero del alba de la tradición funcionalista, contrastando la «sencillez» y la «sinceridad» de sus obras con los caprichos y pretensiones de la arquitectura «académica», esto es, las obras de los góticos y los clasicistas." Para Nikolaus Pevsner —quizá el más influyente de los propagandistas de la modernidad, y años más tarde, después de 1958, presidente de la Sociedad Victoriana— la obra de los ingenieros ferroviarios era el epítome de las virtudes funcionalistas: «franqueza en el empleo de materiales», líneas de construcción «ininterrumpidas» y declaraciones «osadas» y «categóricas». La arquitectura inglesa del diecinueve, escribió en Pioneros del diseño moderno 23 Informe Anual de la Sociedad Victoriana, 1966, pág. 7. Por lo visto, el doctor Curtis, arquitecto de British Rail, contrapuso la «vanguardista nave» de estación (King's Cross) al hotel «reaccionario» (San Pancracio). 24 J. M. Richards, Introduction to Modern Architecture, Harmondsworth, 1946, págs. 36-37.

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(1936), estaba basada en gran medida en el desarrollo del hierro, «primero el hierro colado, y luego... el hierro forjado»." El puente colgante de Brunei Clifton era «pura energía funcional oscilante describiendo una gloriosa curva para conquistar los más de doscientos metros que separaban las riberas del profundo valle»;" el Crystal Palace era «el ejemplo por antonomasia del hierro y el vidrio de mediados del siglo xix», «una profesión de fe en el hierro tan firme como el mayor de los puentes colgantes»." El gusto por la mampostería de ladrillo victoriana tuvo una difusión mucho más lenta, y aunque en la década de 1950 inspiró una modesta proliferación de escritos, en el descubrimiento de la arqueología industrial ocupó un segundo puesto frente al hierro. La Sociedad Victoriana, fundada en 1958, no se interesó por el universo de los chalets victorianos —al menos mientras estuvo presidida por Pevsner— y concentró sus esfuerzos en los edificios públicos y comerciales. Sus primeras batallas, como en general sucedería con las de los conservacionistas, tendían a centrarse en la cantería victoriana, siendo la más célebre la que libró en 1962 para salvar Euston Arch. La salvación del muelle de Albert Dock, en Liverpool, fue una de las primeras causas defendidas por la Sociedad; en 1968 ésta logró que fuera ascendido a edificio de la Categoría I, pero siguió estando amenazado durante la década de 1970, y sólo la crisis inmobiliaria de 1974 lo rescató del peligro de reurbanización. Por lo que respecta a la renovación de los almacenes, los bulldozers y los incendiarios sólo empezaron a dejarlos en paz con la aparición de los proyectos del tipo de los puertos deportivos de la década de 1980 y el «descubrimiento» de los muelles como el entorno ideal para el hogar perfecto (en fecha tan reciente como 1981 seguía siendo de lo más normal que los inmuebles de almacenamiento protegidos por la ley se vieran misteriosamente consumidos por el fuego). La limpieza de la mampostería de ladrillo fue incorporada de forma relativamente tardía al repertorio de las artes de la restauración, aunque en la actualidad sea algo tan común como la madera de pino decapada." Aún no había hecho su aparición cuando, durante la década de 1950, se «descubrió» el distrito de Canonbury, Islington; sin duda uno de los atractivos actuales de dicho distrito reside en que los edificios están tan manchados de hollín como cuando empezaron a trasladarse allí las clases acomodadas. Por lo visto, la limpieza del ladrillo no fue adoptada como parte normal de los procedimientos de restauración hasta la gentrificación* del Lambeth georgiano (la cual se

25 Nikolaus Pevsner, Pioneers of Modern Design, Harmondsworth, 1984, pág. 118. 26 Ibíd., pág. 128. 27 Ibíd., págs. 132-3. 28 Quisiera darle las gracias a Ian Clayton, de Haywards Heath, por la gran cantidad de información que me facilitó acerca del desarrollo del negocio de la limpieza de la mampostería de ladrillo. * Hemos optado por traer así al castellano la palabra inglesa gentrification siempre que hace referencia al proceso de transformación urbana en el que la población original de un sector o

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produjo en la década de 1970). La arena a presión, la técnica de limpieza de la mampostería de ladrillo más popular en la actualidad, se inventó en un principio para ser utilizada sobre piedra: la iniciativa partió, al parecer, de una empresa que en sus orígenes estaba especializada en la limpieza de los cascos de los barcos (la primera vez que se probó fue a comienzos de la década de 1960, cuando se remozó Horseguards Parade). El agua a presión también fue introducida en un principio para limpiar superficies de piedra, a partir de la adaptación de un aparato norteamericano empleado para la limpieza de automóviles. La limpieza de la Catedral de San Pablo (1960-61) sirvió en este caso de experimento de laboratorio; los chorros se utilizaron para limpiar las «partes recargadas» de la catedral, allí donde las púas de alambre de los cepillos podrían haber dañado la piedra. Sólo a partir de la limpieza del Albert Hall (1971-73) —un trabajo oneroso que se hizo viable gracias a una generosa subvención de la Comisión de Monumentos Históricos— pudo acceder una muestra destacada de mampostería de ladrillo victoriana a un tratamiento que desde hacía unos diez años era ya habitual cuando de cantería se trataba. Una vez adoptado, sin embargo, el procedimiento se difundió con rapidez. En el norte del país se vio asistido, a mediados de la década de 1970, por subvenciones gubernamentales destinadas a las áreas deprimidas, y lo hicieron suyo no sólo los conservacionistas locales, sino también las empresas piratas. En Leeds el efecto se dejó sentir tanto que en 1977 la sección local de la Sociedad Victoriana sintió la necesidad de dar la voz de alarma, haciendo notar que como resultado de las obras de limpieza, en el centro de la ciudad quedaban muy pocos edificios negros. Se había creado «una mayor conciencia pública de la calidad de los edificios más antiguos de la ciudad», pero en los casos en los que se recurrió a la limpieza con chorros de arena sobre todo, la estructura se resintió, y en algunos casos adquirió «un tono bastante espantoso».29 En lo que a conservación se refiere, podría calificarse de hito el paso de San Pancracio de la Categoría III a la Categoría I, acontecido a raíz de la agitación emprendida por la Sociedad Victoriana en 1968. Sin embargo, la reevaluación de la mampostería de ladrillo victoriana fue más bien uno de los efectos colaterales de la «gentrificación» y la rehabilitación de los adosados en lo que antaño fueron suburbios por parte de un estrato culturalmente ambicioso aunque un tanto insolvente de la clase media. Fueron las inmobiliarias locales, los comerciantes de madera de pino decapada, e incluso los tratantes en salvamento arquitectónico, los que establecieron las principales pautas y ofrecieron los modelos a seguir por los no iniciados. Más que impulsarlos, las áreas de conservación reflejaban dichos esfuerzos, siendo típico el

barrio depauperado y deteriorado es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo, como lo define la Wikipedia, y por aburguesamiento cuando se refiere más bien a la pérdida de las señas de identidad de la clase trabajadora. (N de los t.) 29 Sociedad Victoriana, Informe Anual, 1977, pág. 21.

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caso del municipio local que daba el visto bueno a un proceso que ya estaba casi terminado. En lo que se refiere a la mampostería de ladrillo «antiguo» de construcción reciente, el gran estímulo vino de la mano del revival —o el descubrimiento— de la arquitectura neovernácula, cuyos primeros artífices fueron, al parecer, paladines arrepentidos de la modernidad. Aunque en la actualidad se asocia con las grandes constructoras, fue el sector de construcción de vivienda pública el primero en aplicarlo. Un ejemplo que tuvo una merecida influencia fue el de Lillington Gardens, en Pimlico, intento deliberado de crear una arquitectura doméstica cerrada que contrastaba con las viviendas de protección oficial azotadas por el viento de la década de 1950." El Centro

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Cívico de Hillingdon (1976) fue un hito en lo tocante a la arquitectura pública, y creó un estilo que con posterioridad explotarían los supermercados (sobre todo Sainsbury's y Tesco), los promotores de edificios de oficinas y los centros comerciales. Y fue la guía de diseño que publicó el Consejo del condado de Essex en 1973 la que estableció la pauta seguida por las grandes constructoras. Quizá no sea por azar que dos de las nuevas aldeas vernáculas de la década de 1980, South Woodham Ferrers31 y Chafford Hundred —que reproducen no sólo los detalles de la construcción «tradicional» de casas rurales, sino que además pretenden ser aldeas del siglo XVII o XVIII por derecho propio—, se hallan dentro o en las cercanías de dicho condado.

III " He aquí el extraordinario homenaje que le rindió Nikolaus Pevsner al complejo en cuestión (Sociedad Victoriana, Informe Anual, 1972-3, pág. 3): AFINIDADES ELECTIVAS

Si disponen del tiempo, descubran la nueva extensión sur de la línea Victoria. Bájense en Pimlico y paseen durante cinco minutos —y hay que ver qué paseo es— y se encontrarán cara a cara con la iglesia de St James the Less, de G. E. Street, construida en 1860-61 gracias a la magnanimidad de particulares en los barrios bajos de Westminster. Quizá no consigan entrar, pero sólo por el exterior la caminata valdría la pena aun en el caso de ser mucho más larga. Eastlake, en su célebre History of the Gothic Revival in England, publicado en 1872, la calificó como «una de las iglesias más extraordinarias y originales de todo Londres». Ahora bien, yo no les habría hecho recorrer todo el camino hasta St James si allí sólo estuviese la iglesia. A decir verdad, lo que se ve desde la estación de Pimlico o —mejor aún— desde Vauxhall Bridge Road es la obra de Street más un suplemento, y éste es una gran urbanización de viviendas de protección oficial obra de la joven sociedad formada por Darbourne y Darke; dicha urbanización (que se llama Lillington Gardens, por cierto) ha sido diseñada de tal modo que su punto culminante se encuentra en la iglesia de Street. Los primeros bocetos fueron realizados en 1961, exactamente cien años después de la edificación de St James. He aquí el estilo arquitectónico de 1961 proclamando su aprecio por el estilo de 1860. Ni que decir tiene que para nosotros, victorianos comprometidos, se trata de algo muy gratificante, aunque tampoco debamos sorprendernos en exceso de constatar dicha simpatía. Al fin y al cabo, el estilo Gropius-Mies-SOM desapareció a la vez que los rostros sin barba ni bigote, y tanto 1860 como 1970 son generaciones barbudas. Pero esto es meramente circunstancial. Lo que ahora quiero hacer es documentar esta simpatía, y el mejor modo de hacerlo es citando a Eastlake y un artículo sobre iglesias urbanas escrito por Street y publicado en The Ecclesiologist en 1850 (XI, 227 y sig.). Para empezar, pues, St James está hecho de ladrillo, y Lillington Gardens también. Street apuntaba que a menudo «las iglesias urbanas están rodeadas con millares de ladrillos por todos lados». Así pues, ésta también lo está. Eastlake destaca la «deslumbrante distribución de franjas» que posee St James. Lillington Gardens presenta por todas partes un ritmo pautado por las bandas horizontales de hormigón que recorren los muros de ladrillo. No obstante, estas bandas son de color beige; las franjas de la iglesia tienen más colorido, e igual de coloridos son los motivos geométricos de la misma. A fin de garantizar la superioridad de la iglesia, Darbourne y Darke decidieron no competir con ella. Sin embargo, han echado mano de proyecciones, recesiones y diagonales súbitas para responder a la geometría más compacta de los

La era del ladrillo arrancó en este país con el Gran Incendio de Londres de 1666,32 y su hegemonía permaneció incólume hasta la década de 1940, cuando, no sólo conforme a la impronta de la arquitectura moderna o «funcionalista», sino también de la escasez que acarreó la posguerra en lo tocante a mano de obra y materias primas, fue desplazado por los sustitutos prefabri-

muros de la iglesia y en particular la de la aguja. Un «espacio pródigo en aristas» señala Eastlake (en el interior de St James): esas mismas palabras podrían referirse a uno de los motivos predilectos de la década de 1960. Y si Eastlake califica a Street de «incapacitado para la insipidez», yo diría exactamente lo mismo de Darbourne y Darke. El propio Street, hablando de las iglesias urbanas en general, resume la cuestión con estas palabras: «Hay ocasiones en las que la irregularidad se vuelve a todas luces necesaria, en cuyo caso es admirable». De modo que permítanme terminar declarando que Lillington Gardens es admirable, admirable en sí misma y admirable por la comprensión de los valores victorianos tardíos que encarna. (The English Vision: The Picturesque in Architecture, Landscape and GarDavid Watkin 31 den Design, Londres, 1982, pág. 199) nos ofrece una elogiosa descripción de South Woodham Ferrers, Essex, 1977-9, obra de la sociedad Holder and Mathias, e inaugurado por la reina Isabel en 1981, como «uno de los más rigurosos intentos realizados en los últimos tiempos para producir una especie de arquitectura folk pintoresca como reacción ante la falta de resonancias históricas de la arquitectura moderna». Sutherland Lyell (en Dream Cottages: From Cottage Ornée to Stockbroker Tudor, Londres, 1988, págs. 150-51) nos ofrece una valoración más crítica, y tras glosar sus encantos «cuasi-tolkienescos» y describírnosla como una de las más sensacionales urbanizaciones británicas neovernáculas, agrega unos cáusticos comentarios sobre el «aparcamiento de imposible vernaculización» que hay junto al centro comercial, el supermercado disfrazado de granja de Essex y el tejado «georgiano» de la gasolinera. 32 R. W Brunskill, que ayudó a promover la rehabilitación de la arquitectura vernácula durante la década de 1960, se ha dedicado al estudio de la cuestión: Brick Building in Britain, Londres, 1989; An Illustrated Handbook of Vernacular Architecture, Londres, 1987; Traditional Buildings of Britain, Londres, 1985; Vernacular Architecure of the Lake Counties, Londres, 1978. Para el siglo XVIII, véase Dan Cruikshank y Peter Wyld, "Brick", "Stucco" y "Stone" en Brunstone, ed., The Art of Georgian Building, Londres, 1975, págs. 178-197. Entre las obras previas al respecto, cabe hacer mención de Nathaniel Lloyd, A History of English Brickwork, Londres, 1925.

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cados. Sólo el desarrollo de los «edificios inteligentes» en el transcurso de las décadas de 1950 y 1960 —proceso que el diseño por ordenador está llevando a nuevas cotas— llegó a poner seriamente en entredicho su futuro. No obstante, el ladrillo ha sufrido muchas vicisitudes en el transcurso de su dilatada trayectoria y nunca le han faltado competidores de mayor prestigio: la mampostería en la construcción de iglesias y los remates de piedra y los pórticos en los edificios públicos y las oficinas comerciales. Incluso en el siglo XVIII, rara vez se confiaba en el ladrillo para soportar cargas, y en los modelos de casuchas más baratas no podía competir con materiales improvisados como el barro y la paja. En la era de la Regencia, el ladrillo se tapaba por lo general con estuco; en las postrimerías de la época victoriana, fue eclipsado por la caliza de Portland. A pesar del revival de lo vernáculo por parte del Movimiento de Artes y Oficios, quedó relegado sin lugar a dudas al ámbito doméstico. En general, el clasicismo eduardiano se inclinaba por la piedra, pese a que, como Lutyens, el arquitecto pudiera mostrarse favorable al ladrillo en lo que hacía al estilo rústico; en el período de entreguerras prevaleció una dualidad muy semejante, como puede comprobarse en los bancos y oficinas de correos neogeorgianos de la década de 1920. La filosofía de la construcción de una época cualquiera sigue itinerarios tortuosos. Refleja los cambios acaecidos no sólo en las nociones de higiene, sino también en la poética del espacio, en los ideales de orden doméstico como en los principios del diseño. Como desde hace mucho tiempo vienen insistiendo en mostrar los críticos y los comentaristas, es la encarnación del espíritu de la época, y lleva la impronta de los sueños y los dilemas de su tiempo. Algo por el estilo podría decirse del revival del ladrillo. Tiene que ver con un cambio radical en la política medioambiental, con el desplazamiento del fiel de la balanza urbanística del sector público al sector privado, y con el paso del predominio del arrendamiento a la vivienda en propiedad, rasgo no menos característico de los antiguos distritos de habitaciones amuebladas que de las fincas de los condados rurales. Se corresponde con una inversión generalizada del gusto que ha llevado a rehabilitar lo decorativo y pintoresco a expensas de lo funcional y utilitario. No obstante, también podría decirse que está ligada a factores exógenos como la containerización, que de golpe y porrazo transformó los muelles en zonas urbanizables. Es muy posible que el revival del ladrillo se deba más a los cambios sociológicos que a la estética. Lo que convirtió a los almacenes en inmuebles cotizados y transformó la conservación de las fachadas de época en la principal actividad de las promotoras inmobiliarias fue la recolonización empresarial de las áreas urbanas deprimidas. Asimismo, la formación de nuevas clases de habitantes —los «gentrificadores» de los cascos antiguos, las personas que viven en zonas verdes rurales alejadas de su lugar de empleo— es lo que ha hecho que la conservación pasara de la condición de sueño de esteta a la de inversión rentable. Muchos de los distritos o enclaves ahora designados como áreas de conservación no tienen nada de «históricos» en el sentido

arqueológico de la palabra. Lo que distingue a dichos distritos es la clase de gente que se ha instalado en ellos, y las pautas que presenta su ambición. La conservación es la moneda con la que operan para elevar de categoría sus viviendas y sus personas. Ésta transforma la más humilde de las moradas en una residencia de época, y convierte las fachadas en estructuras «históricas». En el seno de un intercambio triangular de prestigio, confiere pedigrí a la propiedad y raíces a los recién llegados, aunque sólo sea por poderes, y permite al mismo tiempo que los funcionarios municipales se apunten tantos «medioambientales» para lo que en caso contrario podrían ser zonas en vías de deterioro. También es posible que el ladrillo se haya beneficiado de los mecanismos de compensación que en los últimos veinte años han convertido el nacionalismo cultural en uno de los rasgos característicos del consumismo de diseño. El ladrillo se contrapone de forma implícita, y a veces de forma explícita, a las impurezas cosmopolitas de la modernidad. Para los promotores de la arquitectura neovernácula el ladrillo es el más «inglés» de los materiales de construcción: sincero y práctico, sencillo y sin adornos, refleja las virtudes nacionales. No es ostentoso, como el mármol, que viene de Italia o de lugares aún más distantes; no es artificial, como el hormigón que, quizá en virtud de sus asociaciones con la Bauhaus o con los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial, está considerado como algo vagamente alemán. La madera puede ser oriunda de Escandinavia o de los trópicos, pero el ladrillo es indiscutiblemente británico, y más en concreto —dado que los escoceses construyen en granito y los galeses en piedra— inglés. Ningún otro país del mundo, al parecer, posee tal variedad de barros cocidos para la construcción, ni tal cantidad de géneros característicos. El descubrimiento (o redescubrimiento) de la arquitectura vernácula, y la democratización de las nociones de lo que constituye el «patrimonio» (una de las características de la década de 1960), también ha contribuido a conferir una nueva dignidad al ladrillo. Desplazó la atención de lo monumental y grandioso hacia lo local, regional y doméstico. Mediante una extraña alquimia del gusto, la época actual ha dado en admirar precisamente aquellos rasgos del entorno edificado que en su tiempo o no despertaban interés o eran detestados. En los albores de la Inglaterra victoriana, como recordarán los lectores de David Copperfield, los almacenes —hoy transformados en viviendas y áticos de lujo— eran sinónimo de pobreza y mugre. Los establos elegidos para convertirse en viviendas destinadas a gente pudiente fueron antaño dominio de vaqueros, porquerizos y peones de labranza. En el siglo xix, aquellos que disponían de los medios necesarios disfrazaban con piedra la misma mampostería de ladrillo «vista» como signo de autenticidad y objeto de la mirada admirativa del conservacionismo. Cuando un antiguo asilo de pobres —las cárceles de indigentes de antaño— proporciona el foco simbólico de un complejo habitacional para ejecutivos, como sucedió en King George's

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Square, Richmond,33 y cuando unos urinarios públicos se reconvierten en estudio de diseño, como sucedió en Fulham, se hace evidente que estamos ingresando en un mundo al revés, en el que la antigüedad lo es todo y la discriminación de clase, al menos vista en retrospectiva, se ha vuelto irrelevante. La Ley del Aire Limpio de 1958 y la consiguiente ampliación de las zonas de prohibición de humos creó las condiciones de existencia para la rehabilitación del ladrillo de época, aunque no pueda considerarse como causa de ésta, y es posible que también contribuyese a desplazar la atención de los conservacionistas de la preservación de interiores a las estructuras históricas y las fachadas. La Ley del Aire Limpio también ha ayudado a incrementar la competitividad del ladrillo en relación con los muros cortina en el caso de los inmuebles de construcción reciente, permitiendo que el primero luzca, como en las urbanizaciones tipo «almacén», colores de recinto ferial —rojos, amarillos y naranjas— y haciendo que los segundos parezcan cochambrosos y faltos de gracia en comparación. El revival del ladrillo también podría considerarse como la cara presentable de la demolición exhaustiva de los tugurios y la reurbanización. Se produjo en el momento en que acres enteros de adosados victorianos y generaciones de inmuebles industriales caían ante los bulldozers. Ocupó el vacío ecológico dejado en el campo por la desaparición de los jornaleros agrícolas y la agricultura intensiva en mano de obra, y en la ciudad por el éxodo de la población autóctona y la sangría padecida por las ocupaciones y oficios tradicionales. Si en sus orígenes pretendía aferrarse a los vestigios de universos en vías de extinción, ahora aspira a reproducir el simulacro de un entorno que en época reciente se ha transformado hasta el punto de hacerse irreconocible, y regresar al mismo tiempo a un pasado más antiguo. Podría sugerirse la existencia de una relación inversa análoga entre el revival del ladrillo y el triunfo de los métodos de edificación rápida: aquél reapareció en el preciso momento en que la construcción de sistemas lo estaba dejando obsoleto. La cuestión también podría abordarse desde el punto de vista de la eugenesia urbana y preguntándose por el modo en que el retorno del ladrillo encaja con las fobias sociales contemporáneas. Cuando se lanzó por primera vez la idea de la demolición de los tugurios, los temores preponderantes tanto entre los reformadores de la vivienda de la década de 1950 como entre los higienistas sociales eran el hacinamiento y la tuberculosis; la gran solución era el aire libre, ya en forma de torres de apartamentos («ciudades en el cielo») o urbanizaciones de baja densidad de población en las afueras. Los temores dominantes de hoy son los relativos a la inseguridad, y el gran remedio, vigorosamente promovido desde comienzos de la década de 1970, es el del espacio «defendible» o «protegido». El revival del ladrillo ha corrido parejo a la renuncia a las grandes urbanizaciones a favor de las pequeñas, y a la " Anuncio aparecido en The Observer, 3 de octubre de 1987; información oral suministrada por Fairbrother Homes.

creación de nuevas formas del espacio urbano, o como prefieren considerarlo los arquitectos y promotores inmobiliarios, al revival de las antiguas: las casas de beneficencia isabelinas," los colegios de abogados de la época jacobea, las caballerizas o las plazas georgianas." Resulta interesante comprobar que no es la tradicional calle de adosados la que goza de favor en estos tiempos de obsesión por la seguridad, sino el recinto cerrado, la urbanización tipo patio, protegida del mundo exterior por verjas de hierro, puertas accionadas electrónicamente y una falsa torre de vigilancia o del homenaje." A este género pertenecen las «aldeas de embarcadero» que nacen en los muelles," así como las fincas amuralladas que aparecen en las zonas residenciales; incluso en Storrington, Sussex —una urbanización realizada por la gran constructora Wates en colaboración con Courtyard Historic Properties— los «pisos de estilo aldeano»." En cualquiera de estos casos, uno parece topar con aquello que Charles Jencks, el teórico de la arquitectura posmoderna, denominó «doble codificación»: significados de los que cabe decir que apuntan de forma simultánea al

" «La Asociación Inglesa de Patios posee una merecida reputación por la excelente calidad de sus urbanizaciones. En la actualidad son ocho los proyectos que tiene en marcha en todo el país. Las urbanizaciones construidas por esta compañía incorporan el tradicional patio interior de las casas de beneficencia, e incluyen adosados y patios de casas rústicas de dos plantas y pisos». "A Round-Up of the Latest Sheltered Housing Schemes", Home Finder, junio de 1988. " «Los planes de Bovis Retirement Homes para la construcción de veintitrés hogares de jubilados han sido aprobados por los urbanistas de West Oxfordshire... Ubicada en el interior del área protegida de Burford, la urbanización estará completamente ajardinada y combinará follaje nuevo con árboles y arbustos maduros, muchos de los cuales pertenecen a especies protegidas. Un impresionante arco abovedado dotará a la entrada al patio del estilo de unas caballerizas del siglo xvin», Oxfordshire Property Weekly, 15 de febrero de 1990. «Disfrute de la elegancia de nuestro patio georgiano», dice uno de los anuncios de Lovell Holmes para Stapleton Hall, edificio restaurado perteneciente a la Categoría II —al que se le han agregado dos alas nuevas— que se encuentra en Londres N4. «Aquí notarán una atmósfera georgiana, con ventanas de guillotina y puertas de entrada de seis paneles. Lo que constituye Stapleton Hall propiamente dicho sigue estucado. En el extremo del tejado se halla un antiguo campanario, plenamente restaurado, como el porche de los albores de la época victoriana.» Midweek, 15 de febrero de 1990. 36 Acerca de Sutton Square, Hackney, dotado de un arco georgiano que cualquiera tomaría por la puerta de entrada al parque particular de algún caballero, pese a que también cumple la función un tanto más utilitaria de ocultar las cámaras de televisión de circuito cerrado, véase Country Life, 6 de abril de 1989, que lo describe como «uno de los primeros proyectos donde los arquitectos jóvenes han logrado conducir a constructoras dadas a la especulación a un estilo georgiano más comedido». " Para las urbanizaciones Trafalgar House de Paddington Basin, véase "The Pleasure of Living by Water", Daily Mail, 23 de febrero de 1990. 38 «En una bocacalle de la calle mayor de este bonito pueblo, Wates tiene previsto construir treinta y un pisos de dos dormitorios en asociación con Heritage Properties. Los nuevos hogares se construirán en el emplazamiento de Chanctonbury House, donde se encontraban las antiguas oficinas municipales, y estarán al lado de la Abadía y la Iglesia de Santa María... Los inmuebles se dispondrán de tal modo que formen patios pequeños e íntimos donde los detalles georgianos se combinen con otros más propios de casas rústicas. Se habilitará espacio para aparcamientos y la urbanización entera estará ajardinada incorporando arbustos y árboles», "Sussex", Home Finder, 1989.

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futuro y al pasado." Así pues, mediante nuevas técnicas de limpieza y renovación, se comercializan edificios viejos como si fueran nuevos, a la vez que en virtud del «envejecimiento» o la erosión ficticia, se le enjaretan al público edificios completamente nuevos como si fueran tradicionales. Las fachadas, en cualquiera de los dos casos, están en flagrante contradicción con los interiores; el paramento exterior, aparentemente acabado a mano, camufla el equipamiento tecnológico del interior. Los muros, aun cuando parecen pura mampostería, no tienen como función soportar cargas, sino ser decorativos; la apariencia rústica oculta los arsenales de la electrónica. Quizá la «doble codificación» ayude también a resolver el misterio de cómo puede ser que lo vernáculo, aunque se comercialice como regional y local, tenga carácter internacional. Los tejados inclinados, aunque supuestamente autóctonos, tienen más que ver con los aguilones holandeses o los chalets tiroleses que con paisaje inglés alguno conocido. El pavimento de barro cocido —hormigón que hace el efecto del ladrillo— fue introducido en Inglaterra, al parecer, a imitación del alemán; la manufactura de ladrillos «patrimoniales» comenzó en los Estados Unidos, y fue de Australia de donde tomó su ejemplo Blockley's de Telford, al lanzar en 1985 su primera línea de ladrillo de estilo antiguo.4° Las reconversiones de almacenes comenzaron en el distrito del SoHo neoyorquino, y antes de que empezasen a ser adoptadas en Londres41 ya llevaban diez años formando parte integral del estilo de vida del Greenwich Village; por su parte, las urbanizaciones con puerto deportivo copan por doquier los antiguos muelles. Cabe hacer referencia, por último, al «Mas Provenzal», línea muy exitosa de kitsch francés de época; supuestamente se trata de la recuperación de la granja tradicional provenzal, aunque en realidad, con sus maderas «caravista» y su profusión de azulejos decorativos, es un pastiche de lo más moderno. Se ha extendido como un reguero de pólvora, no sólo en Provenza, donde apareció por primera vez en la década de 1970, sino por todo el sur de Francia: incluso se dice que se ha llegado a avistar en el extrarradio parisino.42 La mampostería de ladrillo neovernácula, en pocas palabras, puede hasta cierto punto presumir de ser el estilo internacional de nuestro tiempo, aunque los sentimientos que explota sean regionales y presuman de ser autóctonos.

PARTE II

RESURRECCIONES

30 Charles Jencks, The Language of Postmodern Architecture, Londres, 1986 [ed. cast.: El lenguaje de la arquitectura posmoderna, trad. Ricardo Pérdigo Náriz y Antonia Kerrigan Gurevitch, Barcelona, Gustavo Gili, 1984, ed. ampliada]; What is Postmodernism?, Londres, 1986. 40 Quisiera darle las gracias al señor B. J. Taylor, presidente-delegado de Blockley's, por esta información. Blockleys Clay Paving: The Total Concept, Telford s.f., pone de manifiesto de una forma impresionante el nivel de subvención existente por parte de municipios y empresas. Véase también "Clay Tile Revival", Building, 17 de enero de 1986. 41 Sharon Zukin, Loft Living: Culture and Capital in Urban Change, Londres, 1988, págs. 58-81. " Quisiera darle las gracias a Bertrand Taithe, de la Universidad de Manchester, por la documentación y las referencias que me proporcionó acerca de la granja «provenzal».

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En los últimos treinta años hemos sido testigos de un entusiasmo extraordinario y al parecer cada vez mayor por la recuperación del pasado de la nación, ya se trate del pasado real registrado en documentos históricos o de la historia intemporal representada por la tradición. La manía de la conservación, que apareció por vez primera a comienzos de la década de 1950 en relación con las vías férreas, impregna ahora todas las facetas de la vida nacional. En música abarca desde la conservación de instrumentos barrocos —un descubrimiento de comienzos de la década de 1960, cuando empezaron a organizarse conciertos de música antigua para los entendidos—' a las curiosidades y fetiches de la era pop, que llegan a generar ofertas de seis cifras en las subastas de Christie's o Sotheby's. En numismática, la manía de la conservación ha conferido a las fichas de comercio idéntico prestigio que las monedas romanas. La arqueología industrial —término acuñado en 1955— ha conquistado para las plantas industriales abandonadas o rescatadas el apelativo protector de «históricas». El número de monumentos antiguos declarados (doscientos sesenta y ocho en 1882 frente a los doce mil novecientos de hoy) también aumenta a pasos agigantados: entre ellos se encuentra ese flamante poblado industrial del siglo XVIII recién edificado, fruto por igual de inspiradas pesquisas y de la búsqueda de identidad histórica por parte de Telford New Town: Ironbridge. Las casas solariegas, que durante la década de 1940 estaban en las últimas, y figuraban como elementos de terror en las películas británicas de la época, atraen a cientos de miles de visitantes cada verano y han contribuido a convertir al National Trust (que durante los setenta primeros años de su existencia apenas fue otra cosa que un grupo de presión) en la organización de masas más grande de Gran Bretaña. Según se dice, se abren nuevos museos a un ritmo de uno cada dos semanas y, como por milagro, consiguen prosperar a pesar de los repetidos recortes en las subvenciones gubernamentales: en la actualidad hay unos setenta y ocho de ellos consagrados sólo a vías férreas.2

' Acerca de algunas de las dificultades y emociones involucradas, véase Harry Haskell, The Early Music Revival, Londres, 1988; Tess Knighton y David Fallows, eds., Companion to Medieval and Renaissance Music, Londres, 1992; Christopher Page, Discarding Images: Reflections on Music and Culture in Medieval France, Oxford, 1993. 2 Acerca del modo en que estos museos se han convertido en monumentos nacionales por derecho propio, véase la serie de sellos de correos de 1989 "Industrial Archaeology" de Ronald Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

Uno de los rasgos del giro historicista dado por la vida nacional —y también por la manía del coleccionismo— ha sido la actualización constante de la noción de período, y la reconstrucción de las líneas maestras del relato de la historia en contacto con el pasado reciente por oposición al remoto. Así, en los documentales para la televisión, como sucede en el caso de la trilogía de Paul Scott o las películas de Merchant-Ivory, el Imperio Británico tiende a enfocarse a través del prisma de The Last Days of the Raj. El año 1940 —que ha desplazado a 1688, 1649 o 1066 como drama central del pasado nacional— se ha convertido, según los gustos, en «el momento de máxima gloria de Gran Bretaña» o en punto de observación privilegiado para el examen de la decadencia nacional. Hoy en día los vigésimos aniversarios suscitan idéntico ceremonial y júbilo que los centenarios o sexagésimos aniversarios. Aquí resulta muy pertinente invocar la influencia de aquello que Fredric Jameson denomina «la nostalgia por el presente»:3 el deseo desesperado de aferrarse a universos en vías de extinción. De aquí en adelante quizá se produzca un incremento de las peregrinaciones roqueras y del número de santuarios pop; también es posible que se multiplique el número de ocasiones a conmemorar, como los cuadragésimos o quincuagésimos cumpleaños —celebrándose así la fragilidad del presente en lugar del pasado— y que la producción de mercancías conmemorativas crezca de forma explosiva. En muchos casos, el pasado amenazado por muchos proyectos de recuperación —caso de la profusión de museos «caseros» y los santuarios familiares— es el pasado más reciente, en contraste, pongamos por caso, con el revival decimonónico por los lobos de mar isabelinos, la caballería medieval o la arquitectura gótica. Al parecer, los sellos de correos británicos —que desde la revolución Benn-Gentleman de 1965-664 se propusieron representar pictóricamente a

Maddox, en la que figuran fotografías de Ironbridge, de la mina de estaño de St Agnes, Cornualles, del molino de New Lanark y un viaducto de Clwyd. Aparecen reproducidas en The Stanley Gibbons Book of Stamps and Stamp Collecting, Londres, 1990, pág. 76. Fredric Jameson, Postmodernism, or the Cultural Logic of Late Capitalism, Londres, 1992 [trad cast. José Luis Pardo, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991]. La revolución filatélica, según las numerosas entradas que le dedicó Benn en su diario, fue emprendida con ánimo modernizador. Quería suprimir la cabeza de la reina de los sellos de correos (objetivo que fue derrotado por la astucia de palacio y la indignación del «establishment»), democratizar o ampliar la iconografía de la vida nacional y reflejar del mejor modo posible la práctica del diseño contemporáneo. David Gentleman, su colaborador o co-conspirador —«aproximadamente de mi misma edad e... indudablemente uno de los mejores... diseñadores de sellos del país»— compartía el radicalismo de Benn, pero en lo artístico era descendiente del neorromanticismo inglés, y había sido formado por Edward Bawden. En sus diseños de sellos, así como en su mural "Elcanor Cross", que dotó a la estación de Charing Cross con un asombroso motivo medieval, así como en sus ilustraciones de las historias orales de Suffolk de George Ewart Evans, parece más próximo al espíritu de las ilustraciones de Walter Crane o de Thomas Bewick que de la modernidad del tipo Festival de Gran Bretaña o el pop art de la década de 1960. En cualquier caso, desde los tiempos de Benn en adelante, los sellos de correos han sido decididamente históricos, abalanzándose sobre las ocasiones conmemorativas, y ofreciendo una plataforma pública a entusiasmos tan historicistas como la arqueología industrial. Acerca

Fotografía de la época de estudiante de John James, justo antes de que organizara el primer «Jason's Trip» en Regent's Canal.

La esclusa de Camden, con el aspecto que presentaba más o menos en 1951. Otra fotografía del álbum privado del señor James.

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El trecho «Pequeña Venecia» del canal en torno a 1951.

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este país en lugar de hacerlo por medio de la realeza y los símbolos— se han incorporado por fin a los mercadillos, rastros y colecciones privadas de curiosidades y antigüedades. Una reciente serie de sellos de felicitación encaja de lleno en la categoría de lo que en los salones de subasta se conocen como «objetos de infancia». Diseñados por Newell y Sorrell, nos muestran a personajes de la literatura infantil, entre los que aparece Dan Dare, superhéroe de cómic de la década de 1950, que goza del mismo prestigio que Biggles, el célebre piloto de caza concebido por el capitán W E. Johns. Los Tres Ositos, que aparecieron por primera vez en The Doctor (1837) de Robert Southey, se codean con Rupert Bear, personaje que tenía viñeta propia en el Daily Express, y Paddington Bear, que vio la luz en 1958. Entre los modelos de conducta femeninos figura una Alicia bastante irritada, que todavía muestra trazas del gótico de Tenniel, y que contrasta con la dulzura de Caperucita Roja y de Orlando, el gato anaranjado. En el otro extremo del espectro cronológico se encuentran los seguidores de la Nueva Era y los agricultores biológicos, que proclaman su parentesco espiritual y material con los primeros moradores de las islas, los defensores del medio ambiente, que se denominan a sí mismos «Amigos de la Tierra», y los ecologistas, que meditan inteiminablemente sobre la cuestión de saber si la última era de armonía entre el hombre y la naturaleza fue la Edad del Hierro o la Edad Media. Todos ellos, cada uno a su manera, han contribuido a hacer mucho más palpable la presencia de la prehistoria. Puesto que toman en serio las leyendas y sostienen que éstas representan la tradición y la historia orales, a muchas generaciones de distancia, se proponen descubrir los paisajes ocultos y perdidos que figuran en aquellas. Las celebraciones del solsticio de verano, como el multitudinario festival al aire libre de Glastonbury o los rayes de los seguidores de la Nueva Era, reavivan los recuerdos de santuarios ancestrales y dan lugar a todo un entramado de nuevos lugares de culto. Gracias a la mediación de alineamientos, o lo que uno de los autores más críticos de la Nueva Era denomina «astroarqueología», todo camino viejo es susceptible de ser el vestigio de algún ancestral sendero británico.' De igual forma, los ecologistas, o al menos los sedicentes ecologistas de tendencia «Merlín», sostienen que los topónimos celtas y druídicos son indicio de asentamientos indíge-

de la pugna con el palacio de Buckingham, véase Tony Benn, Out of the Wilderness: Diaries 1963-7, Londres, 1987, págs. 218-20, 229-32, 234, 237, 279-82, 284-5, 287-8, 296-300, 313, 316-17, 364-5, 391-3, 408-9, 411-15, 420, 428-31. Acerca del historicismo de David Gentleman, véase su Britain (1982), su London (1988) y la piéce justificatif de su diseño para el andén de la Northern Line en Charing Cross, A Cross for Queen Eleanor• The Story of The Building of the Medieval Charing Cross, London Transport, 1979. Design in Miniature, Londres, 1972, es una obra autobiográfica, y A Special Relationship, Londres, 1987, un informe inesperadamente feroz dirigido contra la señora Thatcher y el presidente Reagan. Early British Trackways (1922) fue el primer libro de Alfred Watkins, el primero en sugerir la idea de los alineamientos. Jennifer Westwood, Albion, A Guide to Legendary Britain, LonUna foto de «Jason's Trip» en torno a 1956. 1985,laes un inventario pormenorizado dichas leyendas de un lugar a otro. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigacióndres, respetando reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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nas.6 En semejante óptica, los mojones antiguos se convierten, en pie de igualdad con Pompeya y Herculano, en supervivencias de antiguas civilizaciones, y los menhires de Land's End (si los interpretamos de forma correcta) en las cábalas de lo que cierto autor ha denominado «ciencia megalítica»,7 mientras que, por su parte, Cheesewring, en Bodmin Moor, sería «una de las maravillas de la ingeniería prehistórica».8 La Nueva Era tiene un seguimiento enorme entre la juventud. Encuentra eco en la música rock, y ejerce una profunda influencia en la medicina alternativa, las terapias holísticas y el activismo feminista radical. En los últimos tiempos ha mostrado su fuerza en el transcurso de las campañas ecologistas, incorporando su propia geografía sagrada a la lid, y lanzando faraónicas maldiciones sobre aquellos (como los constructores de autopistas) que perturban los huesos y el espíritu de los muertos, amén de recurrir al ocultismo, en forma de cánticos y amuletos, para aportar sabor rúnico a las manifestaciones y protestas. Así, la tribu de los Dongas (magia blanca) y los «Elfs»9 (los ecosaboteadores del Frente de Liberación de la Tierra), flanqueados por jinetes de la Nueva Era como los «ciclistas de Mother Urf»,1 ° estuvo al frente de las iniciativas tomadas en la batalla por Twyford Down, una acción tipo Greenham Common dirigida contra la ampliación de la M3, cuyas obras fueron invadidas por cientos de manifestantes. En el curso de la batalla, tan brillante como exitosa, librada por salvar Oxleas Wood, en el sudeste de Londres, «la mayor victoria lograda por los ecologistas en varios años», fue el Pueblo del Dragón, «grupo pagano que congrega a brujas, odinistas, druidas, magos y muchos otros elementos del renacimiento pagano que se está produciendo en Gran Bretaña», el que encabezó la resistencia: Desde hace dos años, los miembros del grupo se vienen reuniendo aquí para formar un anillo mágico protector en torno al bosque, amenazado por el proyecto de una autopista de seis carriles que forma parte del cruce fluvial de East London. Invocan a las fuerzas naturales y los espíritus de la tierra que creen que sobreviven en el corazón ancestral del bosque. A medida que la batalla legal para salvar la zona se vuelve cada vez más desesperada, los integrantes de Dragon tienen previsto intensificar sus acciones. El reciente paso de un grupo de presión de la industria del transporte —la British Road Federation— del lado de los disidentes, ha alentado a éstos y contribuido a aislar al Ministerio de Transportes. John Michel, A Little History of Astro-Archaeology — Stages in the Transformation of a Heresy, Londres, 1979. John Michel, The Old Stones of Land's End: An Enquiry into the Mysteries of Megalithic Science, Londres, 1974, citado con comentarios aceptablemente críticos, en Tom Williamson y Liz Bellamy, Ley Lines in Question, Tadworth, 1983. Williamson y Bellamy, Ley Lines, pág. 149, citando a Michel, A Little History. 9 Acerca del papel de los «Elfs» en la batalla por Twyford Down, véase «Explode a Condom, Save the World», The Guardian, 10 de julio de 1993. '° Catalyst, mayo junio de 1993.

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Hasta ahora, los miembros de Dragon habían intentado pasar desapercibidos en Shooter's Hill, donde se encuentra Oxleas Wood, por temor a que sus actividades paganas pudieran perjudicar a la campaña para interrumpir la construcción de la autopista. Ahora, sin embargo, comienzan a mostrarse menos circunspectos, y el sábado se reunirán bajo la luna llena para celebrar una sesión de concentración de energías y una procesión a la luz de las velas. Se trata de un grupo enérgico y variopinto de hombres, mujeres y niños, acompañados por los inevitables perros, que se reúne en un café cerrado con tablas que está situado en la cima de una colina que domina Oxleas Meadow. Unos cuantos costrosos, vestidos con ropa militar y botas sucias, se codean con abuelitas que lucen gorros rematados con borlas, madres jóvenes que empujan sillas de paseo, jovencitos que responden a nombres como «Cherokee», y un núcleo de personas de modales un tanto vehementes y con jerséis holgados que superan la treintena. Algunos llevan tambores, uno de los hombres ha traído una guitarra eléctrica equipada con altavoces portátiles, y una de las mujeres lleva una flauta. Entre la multitud se encuentra John, que vende artefactos mágicos y joyería en una librería «holística» de su propiedad en la vecina Dartford. Se unió a Dragon después de constatar la devastación ocasionada en Twyford Down, Hampshire, donde una ampliación de la M3 está destruyendo otro lugar sagrado. «Abrieron tumbas antiquísimas en las que había esqueletos de dos metros, y no cabe duda de que se está haciendo notar cierto efecto mágico», dice. «Ya son cuatro los trabajadores de las obras y los vigilantes jurados muertos por infarto. No creo que deba descartarse que las fuerzas ancestrales a las que han perturbado hayan tenido algo que ver.» John jugaba en Oxleas Wood de niño, y dice que quiere conservar la zona para las generaciones futuras. «Como pagano, considero sagradas la naturaleza y todas las formas de vida, y sin embargo vivo en una sociedad que considera la Tierra como un recurso a esquilmar», nos dice. Cree que la magia de Dragon puede influir sobre la gente, incluido el Secretario de Estado para el Transporte, John MacGregor, pero sólo si está respaldada por otro tipo de acciones no mágicas. «Es como cuando estás en paro; puedes sentarte e invocar toda clase de magia, pero como no bajes a la oficina de empleo, no dará resultado. Hay que ligar la magia al trabajo práctico, cosa que Dragon está haciendo muy bien»."

A su manera, los ecologistas pueden mostrarse tan entusiastas del neolítico como los seguidores de la Nueva Era. Así, Richard Mabey, en su interesante manifiesto, The Common Ground, evoca los tiempos arcádicos «hace unos siete mil años, cuando los pantanos aún no habían sido drenados», el clima era «agradablemente cálido», y alrededor de dos tercios de la superfi-

" «If You Go Down to the Wood Today», The Independent, 27 de mayo de 1993.

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cíe terrestre estaba espesamente poblada por bosques.12 Al igual que los partidarios de la Nueva Era, aunque por motivos diferentes, los ecologistas, agobiados por sus conocimientos sobre las especies en vías de extinción o amenazadas, tienden a convertir las reliquias y los vestigios en fetiches: montes «antiguos», praderas «con denominación de origen» ricas en hierbas aromáticas y medicinales, y bosques «seminaturales» o «ancestrales». Los funcionarios de Nature Conservancy han seguido su ejemplo, al hacer inventario de las especies amenazadas —«Patrimonio de la Naturaleza» es el título que reciben en Escocia— y señalizarlas con paneles de interpretación en los que se expone su historia. Por influencia de la nueva arboricultura, los bosques ancestrales, que en la década de 1960 parecían al borde de la extinción, reciben en la actualidad trato de monumentos históricos y son objeto de promoción en calidad de antigüedades naturales: «bosque virgen prehistórico», «reliquias del bosque originario».13 Hacia 1989, a consecuencia de una gestión cuidadosa y la resurrección del ancestral arte de la tala, además de la constitución de fundaciones de los bosques locales y nacionales, había más superficies boscosas «ancestrales» supervivientes que en 1975.' 4 Oliver Rackham, que algo tuvo que ver con esta expansión, además de ser su cronista, comenta lo siguiente al respecto: PROBLEMAS DE LA DÉCADA DE 1990

Al haber disminuido la presión sobre la tierra, la supervivencia de los bosques antiguos ya no está en entredicho. Sin duda, continuarán siendo erosionados por los intereses de la industria maderera, aunque gran parte de los daños así ocasionados se corrijan solos, y alguna vez caerán ante la construcción de carreteras o urbanizaciones. Pero el desplazamiento del acento puesto por el Nature Conservancy Council —el servicio estatal de conservación— de los Lugares de Especial Interés Científico al Inventario de Bosques Antiguos es un signo inequívoco de los tiempos. Durante la desesperada década de 1960, en el mejor de los casos se consideraba posible proteger alrededor de una décima parte de los bosques antiguos. Durante la década de 1980, aunque el sistema SSSI siga vigente, la clasificación de todos los bosques antiguos no representa de ningún modo una tarea imposible. Es,

'2 Richard Mabey, The Common Ground: A Place for Nature in Britain 's Future, Londres, 1980, págs. 69, 142. Este libro, escrito para el Servicio de Conservación de la Naturaleza, hace un uso brillante de la fotografía. El autor también pone de manifiesto una aguda conciencia de la historicidad del paisaje. 13 La Asociación de Arboricultura se constituyó en 1964 al mismo tiempo que un grupo de arboricultores constituía la Asociación de Arboricultores y Cirujanos de Árboles Británicos. Diez años después, ambas asociaciones se fusionaron para constituir la Asociación de Arboricultura. Environment World, marzo de 1992. 14 Oliver Rackham, Trees and Woodlands in the British Landscape, Londres, 1990, pág. 198.

además, más objetiva: la mayor parte de los bosques son antiguos o no lo son, pero ¿quién decide si un bosque posee suficiente interés científico para catalogarlo como SSSI? Existe un primer inventario casi completo, aunque sin duda se seguirá revisando durante muchos años, al igual que la lista de edificios históricos.0

La idea de reconstituir o establecer una conexión viva con la Gran Bretaña prehistórica también parece haber inspirado las rutas de senderismo desarrolladas por la Comisión de la Campiña.16 Así, la Ruta de South Downs, situada en el largo trecho que va de Eastbourne a Petersfield, «sigue el ancestral sendero empleado hace cinco mil años por los primeros itinerantes», en tanto que a lo largo de la Ruta de Cotswolds, «se pasa junto a muchos fortines en las colinas»." El Ridgeway, «una de las rutas comerciales prehistóricas mejor aprovechadas», fue uno de los modelos. En Wiltshire rodeaba Marlborough Downs hasta llegar al fortín de la Edad de Hierro del castillo de Barbury. En Oxfordshire se convirtió en la Ruta de Icknield. En Norfolk acababa en Grimes Graves, «las minas neolíticas de sílex de las que parece haber salido la mercancía principal transportada por dicha ruta»." En un sentido más general, existe un poderoso elemento histórico en las rutas ecológicas —o «rutas del patrimonio natural»— desarrolladas desde la década de 1960 como recursos pedagógicos, y en los últimos tiempos como reclamo turístico o vacacional. «Si tiene buena vista, mientras camina por senderos arenosos, quizá vea piezas de sílex desechadas por cazadores neolíticos», dice el folleto del Parque Forestal de Thetford, «una de las cunas de la historia británica».'9 El panel de interpretaciones de Reydon Wood, pequeña extensión de bosque ancestral que se encuentra cerca de Southwold y que en la actualidad está siendo talado por una fundación local, insiste con idéntico afán en llamar la atención sobre los terraplenes medievales. Los Senderos para Detectives de la Naturaleza del parque del condado de Derwent, Gateshead, cuentan con vestigios de antiguas forjas, azudes de molino y canales navegables." En la actualidad, la conservación del medio ambiente, causa minoritaria a comienzos de la década de 1960, cuando dicha expresión empezó a ser moneda corriente, y restringida en un principio a la protección —o la intención de proteger— monumentos históricos bien conocidos, es la salida favorita

Ibíd., pág. 205. Hugh D. Westacott, The Walker's Handbook, Londres, 1979; Long Distance Footpaths and Bridleways, Countryside Comission, 1975. Le estoy agradecido a Alun Howkins por esta referencia. Senlac Travel, «Long Distance Walk», 1992. 18 Martin Robertson, Exploring England's Heritage: Dorset to Gloucestershire, Londres, 1992. Los viejos puentes para caballos de carga y caminos de arrieros también parecen gozar de favor a la hora de trazar estas rutas de senderismo. 19 Folleto del Parque Forestal de Thetford, 1991. 2° Folletos del Parque Rural de Walk Country, 1993. 15

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para los impulsos reformadores presentes en la vida nacional; no sólo moviliza un inmenso caudal de esfuerzos voluntarios, sino que goza del apoyo/beneplácito de los políticos de todos los colores. En los proyectos de mejoría del entorno, ocupa el espacio ideológico que durante la década de 1940 se acordaba a la modernización y la planificación; por influencia de la ecología, ha extendido su actividad desde el entorno edificado a las reservas ornitológicas y de flora y fauna. En el entorno rural, el Woodland Trust, que comenzó su andadura en 1972, tiene ahora unos trescientos bosques a su cargo. El Consejo de Pequeñas Industrias en Áreas Rurales tiene la potestad para declarar zonas prioritarias para la reactivación de los oficios tradicionales. «Enterprise Neptune» lucha por proteger el «patrimonio» costero de la contaminación, mientras que el National Trust, a juzgar por las señales elegantemente estampadas que asedian al excursionista contemporáneo, se las ha ingeniado para poner bajo su custodia todos los puntos pintorescos del país. No menos sintomática que la protección del medio rural es la «historización» de las ciudades, que en la actualidad ha desplazado a la racionalización y la modernización como el objetivo supremo del idealismo municipal y el orgullo cívicos. Un ejemplo aparentemente exitoso es «Merchant City», en Glasgow: la restauración y renovación de un distrito de almacenes y talleres de mala muerte venido a menos hasta convertirlo en un distrito a un tiempo pre-industrial y posmoderno, que exorciza el recuerdo de los astilleros resucitando las glorias mercantiles de la era de Adam Smith a la vez que proporciona un escaparate a las últimas modas y un nuevo cuartel general empresarial a la tecnología de la información. Un ejemplo más macabro sería el representado por el Rhondda Heritage Park, edificado sobre los restos mortales de las minas recientemente clausuradas, en el lugar exacto donde hace menos de diez años los mineros declararon una huelga de brazos caídos. «Operación Cimientos», sociedad establecida por primera vez en el sudoeste de Lancashire y cuyos socios son el gobierno, los ayuntamientos locales y las empresas privadas, empieza ahora a generalizar tales obras de renovación. El ajardinamiento y el reciclado de viejas plantas industriales sirve para atraer nuevas inversiones y proyectos de desarrollo, lo que dota a los nuevos bloques de oficinas de un núcleo «patrimonial», y los vincula, por medio de museos y salas de conciertos, tanto a la historia como a las bellas artes. El giro historicista dado por la vida nacional se remonta a la década de los sesenta, cuando apareció como polo opositor frente a las modernizaciones de la época, aun cuando también llevase la impronta de éstas. Fue entonces cuando se puso en marcha el movimiento museístico, y cuando las autoridades municipales y de los condados asumieron proyectos de museos «populares», o «parques industriales» de forma generalizada, pese a que los conservadores de dichos museos, recién designados, y que tuvieron que trasladarse y reconstruir viejos edificios y plantas, estaban tan comprometidos con las tareas de montaje de los emplazamientos que el potencial de estos museos sólo empezó a quedar de manifiesto durante la década de 1970. El Consejo

del Condado de Durham se hizo cargo de Beamish Hall —el museo al aire libre cuyo parque temático, «La experiencia del Norte», atrae actualmente a unos trescientos mil visitantes anuales— en 1965. Frank Atkinson, el conservador cuyas inspiradas búsquedas están en el origen de éste, llevaba perfilando la idea desde al menos 1961, en el primer número de Industrial Archaeology, pero el museo no abrió sus puertas al público hasta 1971. Como muestran las cifras de admisiones, en cuanto se abrieron, los nuevos museos atrajeron numeroso público. Al final de la década de 1970, el English Heritage Monitor comentaba lo siguiente al respecto: En 1979, uno de los tipos de edificio histórico que capeó el temporal bastante mejor que la media fueron los monumentos industriales. Si se toman en consideración museos industriales como el Beamish y las vías de los ferrocarriles a vapor, el número de visitas a estas atracciones aumentó un 3%. Este resultado se basa en un muestreo realizado en setenta y siete distritos, entre ellos el Museo de Black Country, las vías férreas de North Yorkshire Moors, el Museo Minero de Peak District, el Molino de Viento de Sutton, el Museo de Barcos del puerto de Ellesmere, el Centro Ferroviario de las Midlands, la vía del ferrocarril a vapor Mid-Hants (también conocida como Watercress Line) y el molino de Otterton: el año pasado, todos ellos incrementaron su clientela en más de un 20%. Desde 1975, las visitas a monumentos industriales, como pone de relieve un muestreo constante en treinta y uno de ellos, han aumentado en un 12%, en comparación con un aumento del 7% en las visitas a edificios históricos de todo tipo. Durante ese mismo período, el número de visitas al Museo del Muelle de Hull Town, el Centro de Informaciones de Wedgwood y el Museo Nacional del Ferrocarril se incrementó en más del doble. Entre 1975 y 1979, el número de visitas registradas a monumentos industriales pasó de 2.576.000 en cuarenta y nueve emplazamientos a 6.567.000 en ciento trece emplazamientos. En conjunto, durante este período se registraron 7.879.000 visitas a ciento cuarenta y nueve emplazamientos. El tipo de monumento industrial que más visitas recibe son los molinos de viento y de agua, cuarenta y ocho de los cuales nos han proporcionado sus cifras de admisiones. No obstante, la Asociación para la Protección de Edificios Antiguos publica una lista de ciento ochenta molinos abiertos al público en Inglaterra, así que es probable que el número de visitas supere ampliamente el medio millón registrado. El tipo de monumento industrial más visitado son las vías de ferrocarriles a vapor, treinta y cuatro de las cuales atraen a un total de 2.880.000 pasajeros anuales. Por añadidura, existen al menos diecisiete museos ferroviarios o centros dedicados al ferrocarril, los cuales atraen a 1.717.000 visitantes. Los museos al aire libre, que ayudan a conservar inmuebles industriales obsoletos, también están incrementando cada vez más su popularidad. El de Beamish atrajo 316.000 visitantes en 1979, un incremento del 8% con respecto a 1978. El Museo de Black Country y el Museo de las Canteras

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de Creta de Amberley son ejemplos recientes de este género. Los centros de minas y las embarcaciones históricas también atraen elevadas cifras de visitantes.21

La educación medioambiental o los «estudios de campo» fomentados por el Consejo Escolar y los funcionarios de educación progresistas como una forma de «aprender por medio del descubrimiento» y marco idóneo para la realización de «trabajos», adquirieron una coloración historicista, y en efecto, las escuelas primarias de las décadas de 1960 y 1970 fueron quizá los principales organismos por medio de los cuales se hizo sentir la «nueva ola» de la historia social. En ambos casos, existía una fe bien arraigada en lo local e inmediato. Uno de los temas predilectos era «Los setos y la historia local», ya que (como sucede en la sinestesia) podía verse y tocarse al mismo tiempo, y sin embargo desembocaba sobre las cuestiones más candentes relativas al uso y distribución de la tierra. En 1969, el Servicio de Conservación de la Naturaleza puso en marcha un trabajo sobre setos con el objetivo de introducir los estudios de campo en los colegios y poner a prueba la geocronología, su nuevo método de fechado: El núcleo del trabajo consiste en examinar los diferentes tipos de setos existentes en todo el país, saber cómo se administran y qué clase de arbustos contienen. Y el tipo de preguntas de las que se espera obtener la clase de información requerida van desde preguntar a los encuestadores que den la edad de un seto en los casos en que se sepa, tomar nota de si éste fija los límites de un distrito, si se poda con tijeras o se acoda, y qué arbustos contiene la extensión de seto sometida a estudio. Desde el punto de vista de los colegios, éstos tienen mucho que ganar con la acumulación progresiva en el tiempo de datos relativos a la historia, la biología, la geografía y la geología de los setos de sus propios distritos. Los resultados así obtenidos podrían traducirse en una serie de mapas de colores que muestren la edad de los setos, la flora y los nidos de aves que contienen, todos los cuales podrían emplearse en las aulas como gráficos de pared y como material de demostración.22

Uno de los descubrimientos más asombrosos de la década de 1960 fue la historia familiar. Hacia el final de dicha década, con el desarrollo de las asociaciones de historia de la familia, surgió un movimiento que comenzó lite-

English Heritage Monitor, 1980, pág. 25. La explosión museística, aunque necesitó una década para arrancar, se vio enormemente facilitada por la Ley de Gobiernos Locales de 1964, que autorizaba a los consejos de los condados y a las administraciones municipales a fundar sus propios museos y dotarlos de servicios y de personal. Al parecer también fue con esta ley cuando los consejos de los condados empezaron a contratar arqueólogos, y luego a formar unidades arqueológicas. 22 «A Hedgerow Project for Schools», Amateur Historian, vol. 7, n° 7, 1969, pág. 269.

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ralmente en la puerta de casa, que no debía nada a influencias exteriores, y que, tirando de archivos, dio lugar a la erudición «amateur» más extraordinaria de nuestro tiempo. A comienzos de la década, la historia familiar era, al parecer, un fenómeno ignoto por parte de los historiadores universitarios (en el transcurso de una conferencia de Past and Present celebrada en 1962, Keith Thomas hizo un comentario de pasada sobre esta ausencia),23 y seguía navegando al amparo de la bandera aristocrática y heráldica de la «genealogía» cuando era practicada por aficionados y estudiosos a tiempo parcial. Y no obstante, Peter Laslett —un historiador que se fogueó en fenómenos populares durante la guerra mundial, trabajando en la Oficina del Ejército para Sucesos de Actualidad, y más tarde para el Tercer Programa de la BBC— estaba lanzando el grupo de Cambridge para el estudio de la población, iniciativa emprendida al margen de la BBC, que hizo de la «reconstitución familiar» el núcleo de su labor y que reclutó a cientos de voluntarios para la tarea de transcripción de los archivos parroquiales.24 Lejos de aspirar al establecimiento de un pedigrí ideal, estos genealogistas de la nueva ola se entregan a los placeres de la transgresión. Así, los historiadores de la familia de Orpington, Bromley y el noroeste de Kent, enloquecidos al parecer por la respetabilidad que les rodea por todas partes, echan mano del asesinato y el misterio como medio de garantizar que sus antepasados sigan dando la talla. Los últimos números del boletín de la asociación son decididamente macabros. «Asesinato o suicidio» se titula un artículo cuyo autor, insatisfecho con la investigación del forense acerca de una de sus tías-abuelas, indaga en la muerte por tuberculosis de la primera esposa de su abuelo. Otro artículo, que lleva el melodramático título de «Muerte por aplastamiento: colapso de un horno en Swanscombe», narra la muerte prematura del bisabuelo de uno de los investigadores." «Muerta durante el blitzkrieg», es una tercera crónica que nos ofrece el inventario de las prendas de ropa de una tía del autor («blusa blanca, falda azul, corsé rosa») e incluso de la dentadura de ésta." En otro terreno, y como reflejo del entusiasmo pedagógico de la década de 1960 por la realización de proyectos y el «aprendizaje práctico», la idea de la historia familiar fue adoptada en las escuelas por los maestros progresistas. David Sylvester, que más tarde llegó a Inspector de Su Majestad, le dedicó un largo capítulo en History for the Average Child (1968);27 otro Inspector de Su

23 «En Inglaterra el estudio de la familia sencillamente no ha empezado», Keith Thomas, conferencia acerca de «Historia y Antropología», reproducida en Past and Present, abril de 1963, pág. 15. 24 Institute of Historical Research, entrevistas con historiadores, Peter Laslett entrevistado por Keith Wrightson. Véase también The World We Have Gained — Essays Presented to Peter Laslett, ed. Lloyd Bonefeld, Oxford, 1986. 25 North-West Kent Family History, vol. 6, n° 9, abril de 1984. 26 North-West Kent Family History, vol. 6, n° 4, diciembre de 1992. 27 P. J. H. Gosden y D. W Silvester, Histoty for the Average Child, Oxford, 1968.

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Majestad, R. Wake, la recomendó en uno de los primeros números de Teaching History" como forma de defender el valor de la historia como asignatura autónoma: «Dos asuntos que siempre vale la pena proponer son "El día en que nací" y "Mi bisabuelo/bisabuela"». Los profesores de primaria y secundaria de Berskshire y Hampshire colaboraron en el proyecto formulado por Don Steel y Lawrence Taylor en Family History in Schools: An Interdisciplinary Experiment (1968). Hacia 1971, el nuevo entusiasmo pedagógico estaba lo suficientemente asentado como para figurar en el tiempo de emisión de la BBC2. El despegue de la «historia viva» y la nueva sed de la naturaleza «viva» estaban sobredeterminados, por decirlo en términos marxistas (o freudianos). En el caso del movimiento museístico, podría plantearse la hipótesis de la concurrencia de diferentes causas: en cierto aspecto, podría considerarse como subproducto o análogo del inesperado auge del mercado de las antigüedades durante la década de 1960, así como de la manía del coleccionismo que llevó a buscadores provistos de detectores a ponerse tras la pista de los artefactos más humildes. En otro, se benefició de la reforma de los gobiernos locales de 1962, que otorgaba a los consejos de los condados poder para nombrar a sus propios arqueólogos y hacerse cargo de los servicios museísticos. Y en un último aspecto —el paso a las exposiciones prácticas, despliegues interactivos y exposiciones vivas— podría considerarse como el paralelismo museístico o histórico de ese paradigma de la efervescencia de los sesenta: el «happening». En un principio, la conservación urbana cobró vida como reacción de alarma ante la revolución automovilística de la década de 1950 (en el curso de la cual se triplicó el número de propietarios de coches) y los grandiosos proyectos de construcción de carreteras que le siguieron. Obtuvo un impulso adicional de las grandes reconstrucciones de la década de 1960, y de la destrucción de los viejos barrios que allanó el camino a éstas. En sentido diametralmente opuesto —la política medioambiental y las relaciones de ésta con los cambios producidos en la distribución de la población activa— podría aludirse a la ampliación de la vivienda en propiedad a los inmuebles «de época», y a la colonización de áreas urbanas hasta entonces en decadencia por la clase media. En este caso, el auge de las sociedades de recreo estaría relacionado con el influjo de los recién llegados a los suburbios victorianos más antiguos, del mismo modo que la expansión de las asociaciones de protección y conservación de la flora y la fauna durante ese mismo período —notoriamente encabezadas por urbanitas— podría explicarse en parte por el incremento en los viajes de fin de semana y la proliferación de «segundas» residencias, es decir, de casas en el campo. El entusiasmo por las asociaciones voluntarias —reflejado en sus cifras de afiliados y en la disponibilidad de estos para asumir tareas voluntarias a tiempo parcial, no menos que en la " Roy Wake, «History as a Separate Discipline», en Teaching History, vol. 1, n° 3, 1970.

naturaleza de las propias causas— presenta una evidente afinidad con la nueva ola de organizaciones de beneficencia surgidas en la década de 1960, como Shelter y Oxfam, mientras que el espíritu militante frente a la amenaza parece cortado por el mismo patrón que el radicalismo de clase media que en esa misma década contribuyó a marcar tan a fondo la actividad política tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos. En lo que se refiere al auge simultáneo, sobre todo hacia finales de la década, de la historiografía «amateur», podría invocarse la hipótesis de un conjunto de causas muy distintas, en cuyo seno la relación pasado-presente fue reelaborada como forma de huir del aquí y ahora. No es por azar que la historia del movimiento obrero hiciera su aparición en la década precisa en que la clase obrera iniciaba su retirada secular de la vida política y en que historia local, al menos en lo que a escritura —y a menudo también lectura— se refiere, estuvo con tanta frecuencia en manos de residentes recién llegados (de la misma fuente extraían gran parte de su energía las sociedades de recreo locales), y en que la historia familiar ejerció un especial poder de atracción sobre los sujetos geográfica y socialmente desplazados, es decir, aquellas personas que sin la ayuda de la historia habrían sido genealógicamente huérfanas. Lo que alentó este nuevo entusiasmo," como reconocen las propias asociaciones de historia de la familia, fue el «sentimiento de desarraigo», que confería a los afectados por la movilidad territorial la dignidad del asentamiento inmemorial, a la familia nuclear una extensa red de parentesco y a los moradores de la urbe y el suburbio la posibilidad de reivindicar sus orígenes «rurales». Uno de los resortes del giro historicista dado por la vida nacional, así como de la multiplicación de proyectos de recuperación y la intensificación de las campañas y temores relacionados con el medioambiente, fue la vertiginosa sensación de proliferación de universos en vías de extinción, o de lo que se denominaba a comienzos de la década de 1960, cuando una exposición del Museo de Victoria y Alberto sobre dicho fenómeno efectuó una gira por todo el país, «Historia en Vías de Desaparición»." En el transcurso de la década siguiente, dicha sensación se vio agudizada por toda una sucesión de ansiedades de separación que iban afectando a un sector tras otro de la vida nacional, por la destrucción o la decadencia de las economías regionales y, en último lugar pero no por ello menos, por el auge de un nacionalismo cultural que apelaba al sentimiento de pérdida de lo autóctono.

29 Royston Gambier, presidente de la Federación de Asociaciones de Historia Familiar, citado en «Digging your Family Roots», Morning Star, 7 de julio de 1979. La exposición «Historia en Vías de Desaparición», que después saldría de gira, estaba ideada «para llamar la atención del público sobre la necesidad de inscribir en el registro los edificios viejos que estaba previsto derribar», Amateur Historian, vol. 5, n° 6, invierno de 1963, pág. 197. Resulta interesante comprobar que en 1963 el colmo de la ambición conservacionista fuera el registro; de momento no existía la noción de que los edificios amenazados pudieran ser salvados, es decir, clasificados y protegidos por ley contra la demolición y el vandalismo.

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Gran parte de estos proyectos surgió a partir de un sentimiento de urgencia, y los ha alentado la creencia de que, al margen de sus logros, están empeñados en una batalla perdida contra las usurpaciones del tiempo. Desde este punto de vista, Gordon Winter, al compilar su Country Camera y descubrir viejas placas de vidrio en el huerto de lechugas de una casa rural, o John Gorman, el tipógrafo-historiador que rescató de la incineradora viejos estandartes sindicales,31 pertenecen al mismo universo de lo imaginario que los grupos de presión de alto nivel del tipo «Salvemos el Patrimonio Británico», aunque aparte de eso sea muy poco lo que tienen en común. Es habitual que los proyectos de recuperación empiecen como operaciones de rescate, y en efecto, durante la década de 1970 lo que se denominaba la arqueología de «rescate» —una operación a lo Houdini en cuyo seno estudiosos y excavadores negociaban una especie de multipropiedad, y arrancaban sus hallazgos de las mandíbulas mismas de las máquinas excavadoras— convirtieron cada excavación en una cruzada y cada proyecto de demolición en una batalla campal en potencia. En la arqueología industrial, existe una determinación por dejar constancia de aquello que se está desmoronando; en las reservas de flora y fauna, por proteger a las especies amenazadas; en la conservación rural, por defender un patrimonio menguante del que los setos están desapareciendo a toda mecha e incluso los pantanos más remotos amenazan con convertirse en cosa del pasado. En el entorno edificado, la ideología básica de los conservacionistas era un sombrío maltusianismo que retrataba un panorama de sobrepoblación en el que unos recursos ya escasos se estaban agotando y las fuerzas de la destrucción se habían puesto inexorablemente en marcha. Dicho panorama estaba habitado por inmobiliarias especializadas en la construcción de oficinas, acechando como buitres y lanzándose en picado cada vez que aparecía un espacio vacío, por funcionarios municipales negligentes y poco dispuestos a recurrir a la legislación protectora a su disposición y por propietarios de inmuebles egoístas que realizaban alteraciones con independencia del carácter histórico del edificio. También había ingenieros de tráfico que levantaban los pocos adoquines que quedaban y luego asfaltaban la calzada. Proliferaban historias de terror en las que los contratistas de derribos realizaban su labor destructiva a altas horas de la madrugada o incluso llegaban a incendiar edificios históricos en los casos en los que existía una orden de conservación inamovible, y había otras en las que los propietarios de casas rurales amenazaban con convertir sus terrenos en parques temáticos, en que se jubilaban y se tiraban a los contenedores paneles de incalculable valor, y en las que domicilios residenciales acababan convertidos de forma ilegal en oficinas.

3 ' John Gorman, Banner Bright, An Illustrated History of the Banner of the British Trade Union Movement, Harmondsworth, 1976. Los «campos de batalla desaparecidos» son el centro de interés actual de muchas campañas, tanto de la recién formada Fundación para los Campos de Batalla como de iniciativas basadas en casos individuales, como los Amigos del Campo de Batalla de Naseby. «Our Backyard», The Observer, 10 de julio de 1990; «Objectors Fight to Save the Site of a Yorkist Victory», The Independent, 6 de agosto de 1993.

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II Conforme a influencias como éstas, la noción de «patrimonio» se ha ampliado y transformado hasta abarcar no sólo iglesias cubiertas de hiedra y prados comunales sino también las áreas de adosados, las casas de los guardabarreras, los mercados cubiertos e incluso los cascos viejos deprimidos; no sólo comprende vegas como las que pintó Constable, sino también maquinaria de vapor reensamblada y expuesta con el máximo cuidado en los museos industriales. Hace poco Historie Scotland y el Consejo Regional de Argyll y Bute aprobaron una partida de doscientas mil libras para reformar un urinario de caballeros sito en la isla de Rothesay: «La porcelana del pissoir del embarcadero es un ejemplo sobresaliente del trabajo de Cerámicas Twyford Cliffevale. Los urinarios, bautizados con el apelativo "Adamant" (categórico), están hechos de porcelana blanca con faldones de mármol negro falso, cuyas cisternas funcionan mediante tuberías de latón conectadas a depósitos que se encuentran por encima de la cabeza del usuario y provistos de paneles de cristal biselados»." La arqueología ha extendido el ámbito de la conservación y la recuperación a objetos por los que anteriores generaciones no habrían tenido interés alguno o que incluso habrían aborrecido. Un brillante ejemplo es el de la aplicación de la datación por radiocarbono al análisis del detritus impregnado de agua. Ampliando sus indagaciones de los restos geológicos a los residuos biológicos, los arqueólogos han conseguido pasar de la cultura material de la vida cotidiana a las intimidades de la comida de todos los días. Así, las letrinas de los fuertes de la Muralla de Adriano nos han entregado los particulares de la alimentación del soldado romano, comprendida ahí la relación proporcional entre el consumo de carne y verdura, en tanto que la mierda fosilizada de un rector del Oriel College de Oxford del siglo XVII nos ha revelado todo un menú de delicias gastronómicas, entre ellas mostaza, ciruelas, pimienta negra, manzanas, uvas o pasas, higos, frambuesas, moras, fresas silvestres, castañas y avellanas." Al animar a miles de personas a probar suerte con la museología, la manía del coleccionismo también ha contribuido, aunque sólo fuera de modo subliminal, a ensanchar la noción de lo histórico. Lo mismo cabe decir de los inspirados rastreos de los numismáticos, una de las grandes fuentes de las insignias de peregrinos medievales actualmente expuestas en el Museo de Londres. La fiebre desatada por los objetos de la época victoriana durante la década de 1950 (y que llenó las arcas de Portobello Road) ha elevado los objetos más humildes de la categoría de mobiliario doméstico a la de anti32 «Remozado de tres millones de libras para la Gents histórica», The Independent, 10 de mayo de 1993. " Environmental Ecology, A Regional Review, ed. H. M. C. Keeley, vol. 2, Londres, 1987, pág. 71.

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güedades. Si acaso, los objetos coleccionables sin valor intrínseco se cotizan más todavía. Las viejas señales esmaltadas se coleccionan en calidad de «joyería de vías públicas».34 Las cubiertas de ollas viejas disponen de una guía de precios propia (que incluye «copiosas notas acerca de cómo distinguir las reproducciones modernas de los artículos auténticos»." En Gloucester, Robert Opie ha dedicado un museo entero a las etiquetas de época y las latas antiguas impresas." El Museo del Comercio de Buckley's, en Battle, es «una singular colección de embalajes». Además de ampliar la noción de lo histórico, y de poner al alcance de la erudición (o de los entendidos), objetos desprovistos de valor intrínseco por los que anteriores generaciones no habrían sentido sino desprecio, la manía del coleccionismo también ha servido para actualizar de forma continua la noción convencional de «época». El «estilo suburbano», durante tanto tiempo ridiculizado por los esnobs, tiene ahora seguidores obsesivos, y al semiadosado del período de entreguerras se le dedican libros ilustrados de gran formato y exposiciones en las que se le rinde homenaje en calidad de «pequeño palacio».37 El Museo de la Baquelita, en East Dulwich, conmemora —además de los artículos de cocina del período de entreguerras— las glorias pretéritas del poliestireno, mientras que el Museo de Trerice alberga una exposición que ilustra la historia de la cortadora de césped. Los juegos de té de Clarice Cliff, que durante la década de 1930 tomaron Metroland* por asalto —un pastiche de modernidad producido en serie y adornado en el estilo suburbano— llegan a venderse a más de 100 libras en las salas de subastas, y a su autora le han rendido honores dedicándole una exposición en el Teatro Nacional." Por otra parte, los aparatos de telegrafía inalámbrica «clásica» del período de entreguerras, objeto de una notable exposición celebrada en el Museo de Victoria y Alberto, alcanzan cifras de hasta veinte mil libras cuando acaban en manos de tratantes especializados. Y como sabrán los lectores de Collectors Fayre, también existe un boyante negocio subsidiario de piezas de repuesto.

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Esta actualización de la noción del pasado ha sido fomentada y alentada por la multiplicación de los santuarios históricos. La tienda de mostaza Colman's (que lleva adosada un Museo Colman's) quizá no haya gozado del honor de ser clasificada como monumento histórico de la Categoría I, pero para gran parte de la gente que visita Norwich goza de idéntica estima, al menos en sentido turístico, que la catedral del siglo xv.39 Los objetos de interés de la Segunda Guerra Mundial se cuelan en los lugares más insospechados: sin ir más lejos, en el castillo —medieval en todos los demás sentidos— de Dover. En algunas casas solariegas afloran como atracciones turísticas y disponen de toda una categoría de museos recién establecidos y de santuarios, empezando por los recién abiertos Salones del Gabinete de Guerra, que se han sumado al Parlamento y a la Abadía como uno de los lugares de visita obligada de Westminster. La Segunda Guerra Mundial también es uno de los temas predilectos de las exposiciones de «historia viva» o «experiencia compartida» de los parques temáticos, en parte, sin duda, por la disponibilidad de grabaciones sonoras y metraje con el que realzar con «efectos realistas» la exposición de reliquias. Entre las incorporaciones más recientes de los recorridos patrimoniales del país se encuentran los peregrinajes pop. El museo dedicado a los cómicos Laurel y Hardy, en su lugar de nacimiento, Cumbria, acaba de duplicar su tamaño. El paso de cebra de Abbey Road, situado junto al estudio de grabación inmortalizado por la portada de uno de los álbumes de los Beatles, es, por lo visto, una meca para los turistas japoneses (durante su mandato como secretario del Ministerio de Educación, Kenneth Baker, en un arranque de populismo, se hizo fotografiar allí); The Cavern, en Liverpool —una reproducción de la bodega situada al otro lado de la calle y destruida por un incendio— recibe visitas tan emocionadas como si fuera el local auténtico.40 La gira por los estudios Granada, inaugurada en el verano de 1988, ofrece a los visitantes «un paseo por los sagrados adoquines de Coronation Street» y la oportunidad de fotografiarse en el exterior del Rovers Return, cuando no de disfrutar de una copa en el interior mismo del local. La más asombrosa de las puestas al día del pasado nacional es la que se ha producido en el campo de la arquitectura doméstica, en el que casi todo lo construido con anterioridad a 1960 es susceptible de ser etiquetado como «de época», comprendidos ahí, por lo visto, los refugios antiaéreos de la Segunda Guerra Mundial.' Hace cuarenta años, la gran mayoría de las viviendas del país se consideraban obsoletas. Los adosados, a no ser que fueran «georgianos», eran declarados viviendas insalubres de forma casi automática, «no aptos

" Christopher Baglee y Andrew Morley, Street Jewellery: A History of Enamel Advertising, Londres, 1978; y More Street Jewellery, Londres, 1982. Véase también The Ephemerist, publicación trimestral de la Sociedad de Materiales Impresos de Carácter Efímero. 35 Yesterday 's Junk, Tomorrow's Antiques, ed. James Mackay y John Bedford, Londres, 1977, pág. 124; A. Ball, The Price Guide to Potlids, Londres, 1970; David Griffith, Decorative Printed Tins, Londres, 1979. 36 Para una descripción, véase Debra Shipley y Mary Peplow, The Other Museum Guide, Londres, 1988, pág. 210. " Título de una espléndida exposición organizada en el Museo de la Casa Cristiana de Hendon, 22 de mayo-4 de octubre de 1987. Utilizaba la colección «Silver» de mobiliario de » Artículo sobre escapadas de fin de semana aparecido en el Wigan Evening Post, 30 de entreguerras, pero tuvo el tino de ver que muchos de los muebles de un semiadosado de entrejunio de 1993, que resumía los atractivos turísticos de Norwich, en el que figuraban la tienda y guerras habrían sido de segunda mano o heredados. el Museo de la Mostaza Colman's y se omitía cualquier referencia a la catedral. * Las áreas residenciales del noroeste de Londres. (N. de los t.) 40 Brian Southall, Abbey Road: The Story of the World's Most Famous Recording Studios, " Véase Leonard Griffin y Louis J. Meisel, Clarice Cliff: The Bizarre Affair, Londres, Cambridge, 1982; folleto turístico de Granada Studios, 1991. 1988; también Pat y Howard Watson, The Coulourful World of Clarice Cliff, Londres, 1992, 41 En el Museo de la Destilería de Nottingham hay uno expuesto. Para un ejemplo de una sobre las dificultades de su vida personal. En la obra de Cliff el interés por el arte histórico y el orden de conservación, Preservation: Dawn of the Living Dead, Cumberland, 1986. coleccionismo comenzó, al parecer, a raíz de una exposición realizada en Brighton en 1973. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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para ser habitados por seres humanos», en tanto que las mansiones victorianas, «ruinosas, antiestéticas... y completamente anti-económicas», eran consignadas a los bulldozers o convertidas en pisos modernos. Como escribió Stanley Alderson en Housing, edición especial de Penguin publicada en 1962: Ochenta años de vida es un plazo de vida razonable para una casa normal, incluso para una casa de buena calidad. La mayor parte de las casas construidas antes de 1880 no eran de buena calidad. No sólo no se habían establecido unos criterios mínimos de habitabilidad, sino que hasta la Ley de Salud Pública de 1875 tampoco se fijaron unas normas de construcción mínimas. No sería descabellado suponer que existen unos tres millones de viviendas que deberían ser derribadas de inmediato, y es casi inconcebible imaginar que no se hayan derribado antes de que cumplan cien años.42 En el momento de la modernización de la década de 1960, como antes había

sucedido en la época del Festival de Gran Bretaña, las ideas acerca de lo que constituía el confort doméstico se inspiraron en el extranjero: la calefacción central, en la Europa continental; las cocinas de ensueño, de diseño funcional y equipadas con aparatos electrónicos, en los Estados Unidos. Escandinavia marcó la pauta en materia de diseños de planta abierta y cubertería con mangos de teca. A las personas con inclinaciones artísticas pero poco peculio, las botellas de Chianti les proporcionaban candelabros, mientras que la alternativa moderna a las alfombras estaba representada por las esteras chinas. Los partidarios de la vida sencilla también se inspiraban en el extranjero, como sucedía con los artículos de cocina Le Creuset y las fuentes de horno provenzales, que lanzaron la brillante carrera de Habitat. Las primeras versiones de cocinas de pino —comercializadas en la actualidad como «victorianas», «georgianas» o «rústicas»— fueron publicitadas como lo último en diseño sueco. El conservacionismo se ha inventado una versión inglesa del hogar ideal que extrae sus estilos decorativos del pasado nacional y su idea del confort de los abarrotados interiores victorianos. En este ámbito, lo «chapado a la antigua», lejos de ser ignominioso, como lo era en la década de 1950, constituye una marca de autenticidad. Quizá resulte ilustrativo de la influencia de esta estética el hecho de que en los interiores que figuran en la serie voyeurística de The Observer, "A Room of My Own", apenas aparezca un hogar provisto de mobiliario nuevo. El número de edificios protegidos (es decir, «Edificios de Especial Interés Arquitectónico e Histórico») ha crecido a pasos agigantados, más que duplicándose en relación con 1982, y se aproxima ahora al medio millón (entre los recién incorporados a la lista se encuentran los pisos subvencionados por el ayuntamiento de Edimburgo en la década de 1920).4' Los

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edificios victorianos que temblaban ante el bulldozer están clasificados para ser conservados por norma, y los mismos rasgos que en la década de 1960 los condenaban como acumuladores de polvo sirven ahora para poner de relieve su calidad «original». Los suburbios de antaño, rehabilitados con mimo y cuidado, se exponen y se venden como residencias «de época» de un modo que recuerda el caso de las viviendas situadas en caballerizas en Mayfair y Chelsea durante la década de 1920. Podría decirse que la casa adosada —el adosado «inglés», como lo ha denominado con admiración un historiador reciente-44 goza de la misma estima que la casa solariega. No menos asombroso resulta el renacimiento de la casa de labranza (sin la presencia del jornalero agrícola, claro está). Durante la década de 1940, mucha gente consideraba estas casas —incluso autores rurales como George Grigson, y desde luego gran parte de los que las habitaban, que ardían en deseos de hacerse con un piso de subvención municipal— como barrios de chabolas rurales, sinónimos de oscuridad y humedad.45 A juicio del partido laborista, sobre todo, que hizo campaña contra las viviendas rurales ligadas al puesto de trabajo, se trataba de símbolos físicos de servidumbre. En la actualidad, prohibitivamente restauradas y desalojadas de sus habitantes originarios, estas encantadoras casas tradicionales son un talismán emblemático de lo inglés por antonomasia, proyectado en los folletos turísticos. No sólo se han rehabilitado las casas individuales, sino también —lo cual cuadra mejor con las ideas del patrimonio nacional— el «paisaje urbano», término acuñado por Gordon Cullen, especialista en arquitectura, y adoptado por el Civic Trust en sus proyectos de mejoría urbana de finales de las décadas de 1950 y 1960, y consagrado legalmente con ocasión de la Ley de Servicios Públicos Municipales de 1967, que autorizaba a las autoridades locales a declarar áreas de conservación. La primera de ellas en declararse, el centro histórico de Stamford, Kevsten, encajaba en una estética de la conservación bastante tradicional: se trataba de restaurar el núcleo medieval y Tudor de una vieja ciudad comercial, que fue remozado bajo la dirección del Civic Trust.46 Sin embargo, hacia mediados de la década de 1970, cuando el número de áreas de conservación comenzó a aumentar a pasos agigantados (en la actualidad se cuentan más de siete mil), las urbanizaciones victorianas más corrientes comenzaron a ser objeto de protección estatutaria por principio, a la vez que los equipos urbanísticos de los municipios hacían lo imposible para complacer a las sociedades de recreo locales.

Stefan Muthesius, The English Terraced House, Londres, 1982. «Las viviendas municipales y sus medios de vida más agradables»; Geoffrey Grigson, introducción, George Bourne, Change in the Village, Londres, 1955, pág. xv. «La vivienda ligada al puesto de trabajo en el campo está considerada por los trabajadores agrícolas, con razón, como uno de los máximos males de la vida rural», Partido Laborista, Our Land, The Future of Britain 1 Agriculture, Londres, 1943. 46 American Historian, vol. 7, n° 8, 1963, pág. 282. 44 45

Stanley Alderson, Housing, Harmondsworth, 1962, pág. 43. Véase Traditional Homes, mayo de 1988, para Northfield Gardens, «un clásico plan de vivienda municipal subvencionada del período de entreguerras». 42

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Al igual que en la ciudad, en el campo se ha producido una inmensa ampliación metafórica de la noción de «patrimonio». Por influencia del movimiento ecologista y de los temores medioambientales, el «paisaje», objeto privilegiado del entusiasmo del excursionista de antaño, y los «lugares pintorescos» —supremo objetivo de domingueros y aficionados al picnic— ocupa ahora el segundo puesto como centro neurálgico de las ansiedades ecologistas frente a los hábitats de fauna y flora y los parques naturales. La legislación protectora, que quedó restringida conforme a la Ley de Parques Nacionales de 1949 a doce «áreas de excepcional belleza natural», ha ido ampliando progresivamente el ámbito de su aplicación hasta el punto de invocarse de forma rutinaria (aunque no siempre con éxito) en el caso de las más humildes marismas o praderas. Se ha vuelto a permitir que crezcan árboles en riberas llenas de nutrias, que las autoridades fluviales de la década de 1960 —al igual que sus homólogos, los ingenieros de tráfico municipales— estaban empeñados en enderezar y despojar de estorbos antiestéticos. Los «bosques ancestrales» que durante la década de 1960 sucumbían ante el inexorable avance de las coníferas —y que en fecha tan tardía como 1976 aún podían ser cortados a capricho del granjero— ahora se talan de forma sistemática, tanto para eliminar a las especies intrusas como para dotar a las maderas nobles del espacio necesario para su crecimiento. Al igual que sucede en el caso del entorno edificado, se ha producido una constante actualización de la noción de lo histórico. En el caso de la campaña «Salvemos nuestros huertos», lanzada por la organización Common Ground en 1989, la variedad autóctona de manzana amenazada (la manzana inglesa, frente a los híbridos multinacionales) parece ser, en gran medida, hija de la horticultura victoriana. En algunos casos, los «bosques ancestrales» que los arboricultores, las fundaciones locales de la flora y la fauna y las autoridades locales pro-conservación han venido salvando con bastante éxito de manos de la Comisión de Silvicultura y los granjeros, apenas superan los doscientos años de edad, aunque si hiciéramos caso a los letreros y los paneles informativos, podríamos creer que se trata de reliquias prehistóricas. En más de un caso, los setos y acequias para cuyo mantenimiento ahora hay que sobornar o subvencionar a los granjeros, deben ser el legado del movimiento de los cercados que llegó a su punto culminante durante la era de las guerras napoleónicas. Los pantanos, centro neurálgico de algunas de las controversias más encarnizadas y las campañas ecologistas más persistentes, suelen ser más recientes todavía, como uno de los resultados fortuitos de la desindustrialización. Así, una zona pantanosa que se halla bajo custodia del National Trust en el condado de Durham, y que goza de gran favor entre los ornitólogos, tiene sus orígenes en la inundación de una antigua mina a cielo abierto; Lavender Pond, parque ecológico situado en la parte de Southwark del Puente de la Torre, tiene sus raíces en un antiguo muelle maderero (entre sus proyectos se cuentan la reproducción de praderas y pantanos llenos de flores silvestres, un molino de viento urbano, una reserva de mariposas y el primer «huerto de

setas» de Gran Bretaña).47 Por lo visto, una reserva ornitológica constituida hace poco en Suffolk surgió a partir de una especie de quid pro quo conservacionista a cambio de ampliaciones de los muelles de Felixstowe. Al extender sus averiguaciones al análisis químico de los restos biológicos y descubrir depósitos cargados de historia en las ubicaciones menos pensadas —algunos de los hallazgos recientes más espectaculares proceden, al parecer, de zanjas anegadas— la exploración arqueológica ha servido al mismo tiempo para ampliar las nociones heredadas de lo que constituye el pasado recuperable de la nación, proyectándolo tanto hacia atrás como hacia delante en el tiempo, y para dar mayor fuerza a la noción del paisaje como parte amenazada del entorno. Se han identificado, por ejemplo, unas tres mil aldeas —las aldeas «perdidas» de la Inglaterra medieval y moderna, despobladas por la Peste Negra y el movimiento de los cercados— en las que crestas y surcos, los vestigios visibles de la agricultura a campo abierto, se hallan a merced del arado en profundidad, mientras que las carreteras nuevas o las urbanizaciones amenazan con verter hormigón sobre los cimientos supervivientes. El drenado de pantanos, aunque suponga un desastre para las reservas de fauna y flora, ha arrojado tantos tesoros para las excavaciones arqueológicas como, por ejemplo, las vallas de una carretera prehistórica," mientras que el análisis de los restos de animales ha permitido trazar el mapa de antiguas rutas de pastoreo y trashumancia. Donde más evidente resulta la influencia de la arqueología en la actualización y ampliación de la noción de lo histórico es en el ámbito del paisaje industrial. Hace cuarenta años el término «industrial» era sinónimo de miseria, rémora del pasado que los ecologistas de aquel entonces —así como los urbanistas— soñaban en cubrir con césped (de forma semejante al modo en que, en el sueño utópico de Noticias de ninguna parte, de William Morris, Londres se destina a tierra de pastos y bosques). Al documentar uno de sus itinerarios de posguerra, W. G. Hoskins, el precursor de la «historia in situ», describió el Black Country* como un planeta oscuro, habitado por presos o dementes, que se extiende bajo una bóveda de humo: «chimeneas fabriles y torres de refrigeración, gasómetros y pilones, carreteras desiertas con cables de tranvía por todas partes, canales y vías férreas, canódromos y gigantescas salas de cine, amplias extensiones de páramos cenicientos, o un césped poco denso donde en mayo y junio florece el espino, única presencia del universo natural en todo este inmenso escenario». Los talleres de cerámica, de una fealdad «demoníaca», eran peores: «centenares de hornos con forma de botella, tiznados de negro por la mugre de generaciones y amontonados en grupos

47 David Nicholson-Lord, «Amenaza de cierre de las reservas naturales de los muelles», The Independent, 12 de mayo de 1993. 48 Geoff Wainright, «Archaeology and the Green Movement», English Heritage Magazine, diciembre de 1992. * «La comarcanegra», región situada en el centro de Inglaterra, que a finales del siglo xIx se había convertido en una de las zonas más industrializadas y contaminadas del país. (N de los t.)

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situados en su mayoría en el canal o junto a él, entre kilómetros cuadrados de calles llenas de pequeñas casitas de ladrillo ennegrecidas por efecto de las altas chimeneas, de las fundiciones de hierro o acero, del humo procedente de las innumerables vías férreas»." El descubrimiento de la arqueología industrial —término acuñado por Michael Rix y adoptado enseguida por los historiadores locales— no modificó de la noche a la mañana tales impresiones: en los principales trabajos e iniciativas de los primeros años de dicha disciplina, ya fuese en el campo de la documentación o de la conservación, las fábricas de vapor brillaban por su ausencia. Los molinos de viento fueron la gran pasión de Rex Wailes, funcionario del Ministerio de Obras Públicas responsable de los monumentos industriales durante la década de 1960. Los canales, que se remontaban a los primeros años de la revolución industrial, eran el tema predilecto de las primeras publicaciones de esta nueva rama del saber. Parece que en un principio los historiadores locales que aceptaron el reto de la arqueología industrial la consideraban como una prolongación de la historia preindustrial, en lugar de como una realidad histórica y estética por derecho propio. Cuando la Sociedad de Historia Local de East Yorkshire y el Grupo de Arqueología Industrial Conjunto de la Sociedad Arqueológica de East Riding unieron sus fuerzas en 1966, su primer proyecto fue un estudio de los molinos de agua del distrito.5° Ese mismo año, el Subcomité de Historia Local de la Sociedad de Arqueología Industrial de Lincolnshire realizaba un inventario de caminos de peaje y aduanas. Quizá fuera sintomático que la mayor parte de las sociedades locales activas en este campo durante los primeros años de su desarrollo radicaran en los condados del sur (es decir, aquellos que se habían librado del sistema fabril; entre los más prominentes cabe citar Poole, Salisbury, Cambridge y Rickmansworth), y que estos condados, además, tuvieran una representación excesiva en los primeros años de vida del Registro Nacional de Monumentos Industriales.51 La decadencia de la industria pesada, el cierre de minas y la destrucción masiva de empleo en la industria cambió todo eso. Hacia 1971 podía publicarse un libro ilustrado de gran formato con el expresivo título Our Grimy Heritage («Nuestro mugriento legado»), «un estudio ilustrado de las chimeneas fabriles británicas." Ese mismo año, el Consejo del Condado de Durham, que sólo tres años antes ocupaba el último lugar de la lista en el Registro de Monumentos Industriales, inauguraba su museo industrial al aire libre, consagrado a la transmisión de «la experiencia del norte». Con sus emocionantes recorridos en tranvía, cooperativas reales como la vida misma y cabrestantes de pozo minero, hacia el final de la década atraía doscientos mil visitantes al año, superando así a la catedral de Dur-

" W. G. Hoskins, Chilterns to the Black Country, Londres 1951, págs. 26-27. 5° Amateur Historian, vol. 8, n° 4, 1968-9, pág. 157. 5 ' Registro Nacional de Monumentos Industriales, Cuarta Lista, mayo de 1990. 52 Walter Pickles, Our Grimy Heritage, Fontwell, 1971.

ham. En el otro extremo del reino, en la parte occidental de Londres, la destrucción de la fábrica de Firestone, brillante ejemplo de Art Decó industrial, levantaba tantas protestas como si se hubiera tratado de Rollright Stones o Cleopatra's Needle.

III El pasado en cuestión —el «patrimonio histórico» cuyo legado los conservacionistas luchan por salvar, que los proyectos de recuperación pretenden sacar a la luz, y que el público turístico o los visitantes de los museos está invitado a «experimentar»— es en muchos sentidos nuevo. Aunque sea indiscutiblemente británico, o por lo menos inglés, se opone de forma radical a los relatos canónicos de «nuestra historia insular». Poco o nada tiene que ver con la continuidad de la monarquía, el parlamento o las instituciones nacionales británicas, como habría sido el caso hace cincuenta años, en los días de gloria de la Oficina del Ejército para los Sucesos de Actualidad, Westminster aún se consideraba como la madre de todos los parlamentos, y la «vía británica a la democracia» como la envidia del mundo entero. En dicho pasado apenas figura la colonización de ultramar, aunque al registrar de arriba abajo los archivos militares" (o los de presos)" en busca de antepasados desaparecidos, las asociaciones de historia familiar están poniendo los cimientos para el estudio de la diáspora británica. Las relaciones internacionales, uno de los grandes temas de los libros de historia que se empleaban en los colegios de antaño, tienden a aparecer sólo de forma intermitente y en función de sus repercusiones domésticas, lo que sería el caso, por ejemplo, del trabajo femenino durante la Primera Guerra Mundial o la experiencia de los refugiados durante la segunda. Por influencia de la ecología y de la obra pionera de Keith Thomas" y Oliver Rackham," la historia del medio rural ha sido reconceptualizada desde el punto de vista de la relación existente entre el hombre y el mundo natural; no parece estar lejos el día en que, en la historia de la revolución industrial, los ponis mineros ocupen tanto lugar como los aprendices del distrito. Aunque en buena medida la investigación superior siga dándoles la espalda, los restos físicos del pasado gozan de nueva proyección; asimismo, por influencia del conservacionismo, y quizá también de los movi-

" Simon Fowler, Army Records for Family Historians, Public Record Office, 1992; Michael y Christopher Watts, My Ancestor Was in the British Army: How Am I to Find Out About Him?, Asociación de Genealogistas, 1992; Norman Holding, More Sources on World War One, 2' ed. Birmingham, 1991. 54 David T. Hawkings, Criminal Ancestors: a Guide to Historical Criminal Records in England and Wales, Gloucester, 1992. " Keith Thomas, Man and the Natural World; Changing Attitudes in England, 1500-1800, Harmondsworth, 1983. " Oliver Rackham, The History of the Countryside, Londres, 1986.

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mientos de defensa de las formas de vida local, ha surgido un nuevo interés por la documentación de la arquitectura vernácula y la evolución del espacio doméstico. En esta nueva versión del pasado nacional lo que acapara la atención son los pequeños sectores en lugar de la sociedad en conjunto, el espíritu de las localidades antes que el del derecho consuetudinario o las instituciones del gobierno representativo. En un relato muy influyente, difundido por W G. Hoskins e impulsado por los topógrafos aficionados de la «historia in situ», la formación del paisaje inglés se convierte en el tema por excelencia de «nuestra historia insular», el palimpsesto en que se inscribe el pasado de la nación y se revela el genio del carácter y de la vida nacionales. Los arqueólogos, distinguiendo entre los núcleos de asentamiento dispersos y los concentrados, estudian dicho paisaje en relación con antiguos depósitos. Los historiadores agrícolas ubican las economías locales en tierras calizas o arcillosas, altas o bajas, en el campo o en el bosque, al identificar el patrón del arado. Los historiadores locales, al despejar las antiguas aldeas de los suburbios, redescubren los campos que subyacen a las calles. Los historiadores de la familia, siguiendo el árbol genealógico hasta llegar a alguna parroquia o asentamiento original, identifican la localidad con sus «raíces». El conservacionismo se apresura a hacer suyos estos conceptos, interpretando el entorno edificado desde el punto de vista del espíritu de la localidad y dotando a éstas de una personalidad que las autoridades urbanísticas tienen el deber de proteger. La industria turística hace otro tanto; en efecto, si nos fijamos en el hincapié que hacen los folletos turísticos en las diferencias regionales, o en el que hace la guía English Heritage en la geografía histórica de los inmuebles bajo su custodia, podría sacarse la conclusión de que Inglaterra sigue viviendo en los tiempos de la heptarquía y que la unión con Escocia jamás se produjo. Las autoridades locales, desesperadas por atraer inversiones, echan mano del pasado para promover una nueva imagen corporativa, intensificando estos efectos con fantasías de cosecha propia. El condado de Durham, como descubren los conductores que penetran en él por la A1, es «la tierra de los Príncipes-Obispos (es decir, jurisdicción palatina), mientras que para quienes siguen la ruta patrimonial de South Shields (más en sintonía con la modernidad), dicha localidad es el país de Catherine Cookson. Middlesbrough, el hogar de Imperial Chemical Industries, que tiene la desfachatez de promocionarse como «tierra natal del Capitán Cook», cuenta con una ruta patrimonial que acaba en las colinas de Whitby, mientras que Peterborough, que conoció una expansión a raíz del desbordamiento de los excedentes de población londinenses en los años de posguerra, acaba de ser resucitado como «una de las grandes ciudades romanas». Glasgow, por su parte, con sus almacenes y sus casas de vecinos recién limpiadas con arena a presión, es el «Bath victoriano». Esta nueva visión del pasado nacional remite a un «britanicismo urbano», e incluso lo tiene como punto de apoyo. El adosado goza del mismo prestigio

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que la casa solariega o la casa rústica, y los tranvías con denominación de origen despiertan idéntica emoción que las exhibiciones de razas hípicas de los distintos condados. El organillo de feria compite con el madrigal como representación de la música nacional. Entre los momentos heroicos del pasado nacional, «la experiencia del blitzkrieg» —un sensacional espectáculo de luces en el Museo Imperial de la Guerra y motivo predilecto de los parques temáticos— parece contar más que El Alamein o Trafalgar. Aun cuando se trata de lo bucólico, la ciudad mete baza: se utilizan las estaciones de maniobras en desuso como reservas ornitológicas, se transforman vías férreas abandonadas en praderas urbanas, se destinan los estanques de los patios traseros al mantenimiento de la fauna y los apicultores suburbanos producen una miel tradicional de mayor categoría que la cultivada por las abejas rivales, también alimentadas a la fuerza." Del atractivo que presenta todo esto para la imaginación da fe el hecho de que la mayor victoria ecologista en varios años, registrada en el momento en que este capítulo se entregaba a la imprenta, fue la batalla en pro de un emplazamiento para la flora y la fauna en el sudeste de Londres. En las representaciones del pasado nacional, el comercio goza de una visibilidad completamente novedosa. En las historias ilustradas (como las que reproduce la Hendon Publishing Company —Bolton As It Was, Blackburn As It Was— a partir de postales) la panorámica de la calle mayor ocupa el lugar de honor. En las maquetas y los libros con ilustraciones en relieve de la aldea «tradicional», el almacén de venta al por menor —o la oficina de correos del pueblo— ocupa el espacio simbólico que en otro tiempo correspondía a la iglesia parroquial. Una de las principales atracciones de los museos al aire libre y los parques temáticos son los comercios «de época». En el Museo del Castillo de York, pionero en este campo, se ha reconstruido una calle victoriana adoquinada, con fachadas completas rescatadas por el procedimiento del salvamento arquitectónico. «He aquí los fascinantes escaparates de un peltrero, un mercero, un boticario, un estanquero, de una tienda de porcelanas y de un monte de piedad. En la calle aguarda un coche de caballos y al otro lado de ésta hay un cuartel de bomberos, una posada de posta, una fábrica de velas de sebo, una tienda de productos de todo tipo y un banco.» En los museos industriales y al aire libre, las tiendas de cosecha más reciente también constituyen el elemento central. A los visitantes del Museo de Beamish

" «Wild Life in the City», Green Magazine, octubre de 1989; Bob Gilbert, The Green London Way, Londres, 1991. De un modo más general, Oliver Rackham sostiene que a estos bosques —vestigio de antiguas florestas reales— «con casi toda certeza les ha ido mejor bajo la urbanización que de haber permanecido rurales... Han sido amados y apreciados por una población numerosa y gestionados por una sucesión de gentes de buena disposición... la urbanización ha acarreado los problemas de perros, basura, caballos y pequeños abusos; pero todo esto es pecata minuta en comparación con los desastres de la reforestación que tantos bosques rurales han padecido». Oliver Rackham, The Ancient Woods of England: The Woods of South-East Essex, Rochford, 1986, pág. 108.

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se les lleva de un sitio a otro en tranvías esmaltados, y les atienden dependientes de comercio vestidos como en la década de 1920. En la tienda de la sociedad cooperativa de Annfield Plain, todas las cuentas se hacen en la Caja Registradora Nacional: «Un gran bote de mermelada de ciruela con hueso, 1/4d; un cuarto de libra de té de la cooperativa, 9d; una docena de huevos, 1/-; una libra de [queso de] Wensleydale, 1/5d; dos libras de azúcar granulado, 6d (la mayor parte de la gente la compraba en raciones de tres kilos y pico), y una libra de panceta curada de sabor suave, 10 1/2d». El nuevo modelo del pasado nacional, no obstante los esfuerzos del National Trust por promocionar una versión casa solariega de lo «inglés» por antonomasia, es inconcebiblemente más democrático que los anteriores: es más accesible a la «gente del común» y ofrece una forma de filiación más abierta. En efecto, aun en el caso de la casa solariega, ahora se presta mayor atención a la vida «debajo de las escaleras» (la cocina del servicio doméstico), mientras que los propios dueños (o los fideicomisos que allí residen) tienen que esforzarse por dar la impresión de que la suya es una existencia privada y que son gente «normal» que ejerce una ocupación «familiar». Las asociaciones de historia familiar, por medio de la práctica de la erudición «amateur» y llenando de investigadores las oficinas de registros y las bibliotecas de historia local, han democratizado la genealogía, considerando los contratos de aprendizaje como equivalentes simbólicos del escudo de armas y los certificados de bautismo como si fueran títulos de propiedad. A la hora de reconstruir sus raíces, invitan a la gente a mirar hacia abajo en lugar de hacia arriba, y a «no establecer vínculos con los nobles y los grandes» —como en los tiempos en que la sangre azul llevaba la voz cantante— sino por el contrario, a celebrar sus orígenes humildes." Descubrirse antepasados tejedores o arrieros, o averiguar que se es un «antiguo habitante del este de Londres desplazado», lejos de ser motivo de vergüenza, como en los tiempos en que las familias estaban atenazadas por el miedo a bajar de categoría, es cuestión de orgullo.59 Al final de una charla sobre historia de Londres que di ante la Federación de Asociaciones de Historia Familiar de West Surrey un londinense expatriado me confesó, con lágrimas en los ojos: «Mi abuelo cometió un asesinato en Commercial Road». Al trabajo, lejos de ser objeto de desprecio, como tantas veces fue el caso en el pasado histórico real, se le otorga una dignidad retrospectiva. En los museos industriales se conservan con el mayor cuidado los artefactos laborales, integrándolos en exposiciones «prácticas» interactivas en que artesanos ataviados con mandil ejercen su oficio y la maquinaria se desplaza con ayuda de ruedas y poleas; asimismo, en los museos-granja se fabrica mantequilla y los caballos aran surcos solitarios. En esta nueva versión de nuestra «historia 58 Don Steel, Discovering Your Family History, Londres, 1980; Stan Newens, «Family History Societies», History Workshop Journal 2, primavera de 1981. 59 Cockney Ancestor, verano de 1980, pág. 29; primavera de 1982, pág. 3.

insular», no sólo se ha rehabilitado y colocado en un lugar de honor al trabajo, sino también al tendero; éste ya no es aquella figura servil de las caricaturas decimonónicas, adulador de la clientela selecta, ni tampoco un melancólico Mr. Polly,* siempre al borde de la quiebra y retratado en íntima comunión (o riñendo) con sus compañeros de fracasos, ni tampoco el vulgar comercial retratado por el Culture and Anarchy de Matthew Arnold, sino más bien, como el pañero de toda la vida, un símbolo de «servicio bien informado y amigable». En los libros llenos de fotografías color sepia, aparece como una figura de autoridad, flanqueado por respetuosos ayudantes y rodeado de montañas de existencias. En los catálogos comerciales, reproducidos a menudo en facsímil en los últimos años —como el de Whiteleys de Queensway—, los tenderos figuran como «abastecedores universales». En las memorias infantiles de la historia oral se les recuerda con cariño como los proveedores de galletas rotas y frutas con desperfectos. Este nuevo modelo del pasado nacional no sólo es más democrático que los anteriores sino también más femenino y doméstico. Pone el acento en lo privado antes que en la esfera pública, y considera a los individuos como consumidores antes que —o además de— como productores. Aquí, en lugar del cetro y la espada, el símbolo de la vida nacional es el fuego del hogar, del mismo modo que los dechados y las cobijas se convierten en los portadores de la tradición. En manos de los demógrafos históricos, las grandes continuidades de la vida nacional ya no son el trono y el altar, ni, como en la interpretación «Whig» de la historia, el gobierno constitucional, sino la familia nuclear, rasgo por lo visto tan representativo de Ealing en el siglo xvi como de suburbio londinense actual alguno. La historia oral, «la memoria hablada del pasado» se ha ocupado fundamentalmente de la maternidad. Durante la década de 1970, empezando por las autobiografías de la vida laboral —principalmente masculina— cada vez ha ido concentrándose más en retratar la vida familiar, adoptando una perspectiva infantil sobre el pasado y una concepción de la sociabilidad radicada en torno al hogar. La naturaleza también ha sido feminizada. El entorno salvaje se considera como un hábitat cálido y vivificante en lugar de —como sucede en los apóstrofes de Wordsworth o los tropos de Byron— como un espacio lleno de montañas escarpadas y promontorios rocosos. Esta veta femenina se ha visto reforzada por las novelas románticas, género que en manos de su representante más popular, Catherine Cookson, toma la forma de la saga familiar. Incluso en aquellas novelas en las que parece que el tema central es la alta política, como las de Jean Plaidy, ésta se traslada a un drama de la vida cotidiana en el que se comprueba que las figuras más ilustres de la historia nacional están hechas de la misma pasta que los demás mortales. Los dramas de época también ofrecen una visión intimista, que hace accesibles a los constructores de imperios en virtud de sus matrimonios y amoríos.

* Personaje que da título a la novela de H. G. Wells (1910) del mismo nombre. O/. de los t.) Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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La reciente campaña de carteles publicitarios de la Torre de Londres, que se las ingenió para presentar ese símbolo por excelencia del poder real como un remanso de domesticidad, podría considerarse como una expresión estrafalaria —pero quizá por ello mismo sintomática— de este desplazamiento del imaginario:" EDUARDO I TIENE

14 HIJOS Y UN PALACIO DE 3 HABITACIONES.

CÓMO LE HABRÍA GUSTADO QUE HUBIERA SIDO AL REVÉS

En los tiempos que corren, hasta un agente inmobiliario se asombraría de saber que hubo un tiempo- en el que el palacio de Eduardo I se consideró «digno de un rey». Dotado con sólo tres habitaciones de modesto tamaño, debió resultar de lo más apretujado para un monarca con catorce hijos y un país que dirigir. Tras la muerte de Eduardo en 1307, el palacio fue utilizado como dependencia de los sirvientes de Enrique VIII, como enfermería e incluso como sede de las joyas de la corona. Ahora, por fin restaurado y abierto al público, tiene usted la oportunidad de ir donde jamás pudieron hacerlo sus pares de 1280, ya que Eduardo construyó el foso y el muro exterior de la Torre de Londres con el propósito expreso de no permitir el paso a los londinenses de a pie, a quienes irritaba con su desagradable costumbre de subir los impuestos. Qué poca vergüenza. ¿Acaso no se daban cuenta de que, además de financiar la conquista de Gales, el rey tenía catorce retoños que alimentar y calzar?... La visita comienza en la Torre de Lanthorn, donde los manuscritos de época, los artefactos, el decorado y la música le familiarizarán con el ambiente en el que se desarrollaba la cotidianidad palaciega. Mientras recorre la muralla, intente captar la diferencia entre las vistas de hoy y los paneles que ilustran el aspecto que ofrecían esas mismas vistas en 1280. Ahora acudamos al palacio medieval propiamente dicho. En primer lugar está la Torre de Wakefield donde, sentado en el trono, el rey urdió su plan para la conquista de Gales. Fíjese en el oratorio y las vidrieras mientras el Canciller insufla vida a la escena. Después pase a la torre de St Thomas, donde el rey comía y dormía. Si pregunta a la Dama de Honor cómo obtuvo su nombre la Torre, quizá le cuenten una historia de fantasmas. Aquí también podrá ver ejemplos de actividades típicamente medievales. La caligrafía y la elaboración de péñolas, quizá la fabricación de sellos reales y hasta una partida de ajedrez (el tablero y las piezas son medievales, pero, ¿qué hay de la táctica?). De ahí pasamos a la cámara del rey Eduardo, cuidadosamente conservada como yacimiento arqueológico... La Torre de Londres. Desborda historia.

60 Quiero darle las gracias a Mark Lunn, de Collett, Dickenson, Pearce and Partners S.A., que concibió el cartel para el texto del anuncio de la Torre de Londres.

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Para todo el que sea socialista, como el que esto escribe, resulta deplorable que estos entusiasmos por la resurrección del pasado, a menudo surgidos de proyectos históricos de tipo «amateur», imbuidos de hondas simpatías populares y no pocas veces de filiación radical (hasta la Sociedad para la Protección de Edificios Antiguos la fundó un socialista, y en sus primeros tiempos el National Trust era una especie de tapadera de los liberales), fueran reapropiados por los conservadores y reforzaran políticamente a la derecha británica en lugar de a la izquierda. No se trata, por lo demás, de una casualidad. El giro historicista dado por la cultura británica coincidió con la decadencia del laborismo como organización política de masas, con la desaparición —tanto en Gran Bretaña como en otros países— del socialismo como credo de la clase obrera, y con la pérdida de confianza histórica del partido laborista en la necesidad y la justicia de su propia causa, desilusión que se vio exacerbada por un creciente distanciamiento y desencanto en relación con su propio electorado. Al mismo tiempo, la disolución de la división en dos campos —el «ellos» y el «nosotros»—, la fragmentación de las clases en mil fracciones diferentes, el desmoronamiento de la barrera entre «alta» y «baja» cultura y el crecimiento de la permeabilidad entre ambas, despojó a lo «popular» de su potencial subversivo y propició su anexión por la causa conservadora. Quizá sea sintomático que fuera un gobierno conservador el que restableciera la asignatura de historia en los planes de estudio de las escuelas y que aunque en el transcurso del debate subsiguiente las voces radicales estuvieran en primerísimo plano en las escuelas y universidades, en los escaños de la oposición laborista de Westminster apenas se dijo ni pío. En el entorno edificado, la reacción contra las demoliciones exhaustivas y las torres de pisos, unido al auge del sentir conservacionista y el descubrimiento del «patrimonio histórico» en lo que hasta ese momento habían sido calificadas como áreas urbanas deprimidas hizo desaparecer de golpe aquello que, desde el nacimiento del partido laborista y en la imaginación de sus predecesores fabianos y del Partido Laborista Independiente, había constituido la esencia misma de la perspectiva socialista: la transformación del entorno edificado, el entierro físico de lo que se consideraba el legado de pesadilla de la industrialización victoriana y la anarquía urbanística. En otros países, tales cuestiones constituían un aspecto secundario de la causa socialista; en Gran Bretaña le eran consustanciales. También es posible que, sin darse cuenta, la historia popular allanase el camino a las apropiaciones más conservadoras del pasado nacional. Su predilección por el documento «humano» y el «primer plano» tiende a domesticar el contenido de la historia y hacer que la política parezca irrelevante, simple ruido exterior. El mismo éxito obtenido al rescatar a los pobres del «olímpico desdén» de la posteridad tuvo como efecto involuntario rehabilitar el pasado, abrir la nación de forma retrospectiva a los excluidos. El acento puesto en el «presupuesto familiar» y las estrategias de supervivencia de los pobres avalan los valores del buen gobierno doméstico. El reciclado de fotografías anti-

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guas —una de las características distintivas de la «nueva» historia social— también constituye un apoyo subliminal a las visiones conservadoras del pasado: no resulta fácil concebir la familia desde el punto de vista de la opresión y la inseguridad cuando las fotografías dan fe de su estabilidad y su armonía. Antes de que la señora Thatcher los incorporase a su plataforma política durante el período previo a las elecciones generales de 1983, los «valores victorianos» llevaban una veintena de años siendo rehabilitados ante la opinión pública, y en todo caso ante el gusto general. A ello contribuyeron en no poca medida los esfuerzos de historiadores radicales como Asa Briggs, que hizo una lectura positiva de las ideas e instituciones de la autoayuda, recordándonos que Samuel Smiles, lejos de ser un apologista de los personajes dickensianos Gradgrind y Bounderby, fue un médico radical e incluso, en calidad de director del The Leeds Times en 1839, un simpatizante del cartismo. Los suburbios victorianos resucitaron en forma de casitas restauradas: en la era de las torres de pisos, constituían el símbolo mismo de la vivienda a escala humana. Los motores de vapor y los pozos mineros, minuciosamente reconstruidos en los nuevos museos de la arqueología industrial, servían como vivo recordatorio de los tiempos en que Gran Bretaña fue la fábrica del mundo. En una vena más sentimental, el repentino auge de las antigüedades habido en la década de 1960 fomentó una revalorización de la vida familiar victoriana. Los rodillos pasaron de ser símbolos de trabajo duro a objetos de arte; los dechados y las pantallas de chimenea reemplazaron a Song of the Shirt,* de Thomas Hood, como emblemas de las labores de punto victorianas. Parece ser que en estos momentos se está produciendo una reevaluación análoga del período de entreguerras. Una época que, en la mitología del laborismo y en la memoria colectiva de la clase obrera más anciana, evoca el desempleo de masas y las pesquisas para determinar quién tenía derecho o no a una prestación, el Coronel Blimp y «el amor en los tiempos del paro». Ahora se nos presenta dicho período como la época en que la modernidad arraigó en la sociedad británica, en que las ideas progresistas comenzaron a avanzar paso a paso en las escuelas, y en que la industria aeronáutica y la ingeniería de precisión permitieron a Gran Bretaña aspirar al liderazgo del mundo. El semiadosado del período de entreguerras —durante tanto tiempo ridiculizado como construcción de mala calidad— está considerado ahora como un retoño del Movimiento de Artes y Oficios y pionero del hogar equipado para ahorrar

* Thomas Hood (1798-1845), La Canción de la Camisa (The song of the shirt), publicada como apéndice en la obra de Federico Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845. Reproducimos a continuación la primera estrofa: «Con los dedos cansados y consumidos / con los párpados pesados y enrojecidos / hallábase una mujer sentada / vistiendo harapos inhumanos / manejando aguja e hilo / ¡Coser!, ¡Coser!, ¡Coser! / En la pobreza, en el hambre y en la mugre / y pese a todo, con voz de dolorido acento / cantaba la Canción de la Camisa». Samuel cita varias veces la canción a lo largo del libro. (N. de los t.)

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trabajo. Hasta la sensiblería con la que Chamberlain recabó apoyo para su política de apaciguamiento durante la época del pacto de Munich se contempla ahora a la luz del horror inspirado por las barbaridades de la Primera Guerra Mundial. Yo no soy de la opinión de que los radicales deban insistir con demasiado encono en sus objeciones frente a todo esto, ya que según parece desprenderse de la controversia pública en torno a los «valores victorianos», no existen proposiciones históricas que estén a salvo de interpretaciones en sentido contrario. Si los radicales temen que el pasado se vea domesticado por las resurrecciones, y que la historia quede despojada de sus terrores al hacerse demasiado familiar, en el polo político o pedagógico opuesto hay gentes no menos convencidas de que la nueva historia está engendrando una nación de subversivos. He aquí la airada misiva de una de estas personas, publicada en un número reciente del Daily Telegraph: VUELVAN A COLOCAR A NELSON EN SU PEDESTAL

Distinguido señor: Recientemente tuve ocasión de visitar el HMS Victory en el astillero de Portsmouth, y quedé tan perplejo como desilusionado por el comentario que nos dispensó el guía. Recuerdo la fascinación que sentí de niño ante la descripción que nos ofreció el marino que en aquella ocasión hizo de guía; ésta abarcó no sólo la función de la dotación del barco y de las armas, así como las obligaciones de todos aquellos que navegaban a bordo de éste, sino también la batalla de Trafalgar y el lugar ocupado por ésta en nuestra historia. Ahora nos presentan al Victory como un mero trasto antediluviano. El guía hace hincapié ante todo en las espantosas condiciones soportadas por los hombres que se hallaban bajo cubierta y en los castigos impuestos a éstos por los oficiales, que vivían a cuerpo de rey en la cubierta superior. No se menciona en ningún momento que todos estos oficiales, Nelson incluido, se hicieron a la mar en calidad de guardiamarinas a edades tan tiernas como los diez años, viviendo y trabajando en las mismas cubiertas que la tripulación, y subiendo a las jarcias con los miembros de ésta para manejar las velas. En la Marina Real no se compraban grados, de manera que estos hombres no habrían podido llegar a oficiales sin dominar las cualidades marineras requeridas para la navegación y el combate. En la actualidad nos presentan la muerte de Nelson como poco más que un incidente acaecido durante la batalla de Trafalgar. Todo el que carezca de conocimientos de historia podría concluir que murió porque cometió la imprudencia de hallarse en la cubierta en ese momento. No se da ninguna explicación de por qué la nación ha tenido en tan alta estima a Nelson y a su buque insignia; tampoco se hace la menor referencia a su genialidad, a las innovaciones que empleó en

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materia de transmisión de mensajes o a las nuevas tácticas que le permitieron alzarse con la victoria en su batalla más grande. Esto resulta tanto más deplorable hoy en día, cuando son tantas las escuelas en las que apenas se enseña historia. Ahora, más que nunca, necesitamos a nuestros héroes nacionales.

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Jean Gordon, Petersfield, Hampshire.61

La recuperación del pasado histórico real va acompañada de la creación de otros pasados imaginarios, como los jardines «Tudor», las ferias de locomotoras de vapor victorianas y las calles comerciales eduardianas. En el campo nuevo y pujante de la arqueología aplicada, podríamos mencionar las ampliaciones incesantes de la Muralla de Adriano (en las afueras de Newcastle acaba de inaugurarse un nuevo tramo) y la construcción de reproducciones como la nueva Puerta Romana de South Shields, localidad que ahora tiene legión propia, el Quintagalorum, asociación destinada a la recreación del pasado histórico especializada en la instrucción militar del siglo tv que recluta a sus socios a escala local.' Como ejemplo más reciente, cabría citar el Tower Hill Pageant, el último de los museos tipo «casa del terror», que mezcla las emociones (y los sustos) del Tren Fantasma con la exposición de hallazgos arqueológicos. Aquí se dan la mano el género de erudición propio de los gabinetes de curiosidades y las nuevas modalidades de lo espectacular generadas por Disneylandia y otros parques temáticos norteamericanos. Fruto, por lo visto, de la inspiración de los conservadores del Museo de Londres, que se han servido de ella para ambientar algunos de los hallazgos más recientes de sus excavaciones arqueológicas, el Pageant es una operación sistemática de retroceso en el tiempo que comienza por un descenso al subsuelo en el transcurso del cual se muestran una serie de retablos vivientes que recogen, por medio de las impresiones de artistas o de maquetas, la evolución de Londres como cruce fluvial, ciudad portuaria y capital del país.2 El gusto por la «historia viva» también halla salida en la fundación de asentamientos históricos ficticios, y en el esfuerzo por mejorar los verdaderos allí donde queda un núcleo de restos materiales, dando lugar así a lo que

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«Cartas al director», Daily Telegraph, 14 de marzo de 1994.

' Roger J. A. Wilson, Guide to Roman Remains in Britain, 3° ed., Londres, 1988; Stephen Johnson, English Heritage Book of Hadrian 's Wall, Londres, 1989; "Vindolanda", Current Archaeology, vol 11, n° 8, marzo de 1992, págs. 344-349; Robin y Pat Birley, "Storm Over Vindolanda", Heritage Interpretation, 45, verano de 1990, págs 8-9. Véase también el What the Soldiers Wore on Hadrian 's Wall, publicación local de Henry Russell Robinson, Newcastle, 1976; The Armour of Roman Legions, Newcastle, 1980; J. N. Dore y J. P. William, The Roman Fort at South Shields, Newcastle, 1979. 2 Clive Orton, "Taking a Ride for the Past or the Past for a Ride", The London Archaeologist, vol. 6, n° 13, invierno de 1991, págs. 351-352.

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Barrie Trinder, uno de los artífices de Ironbridge, denomina «una comunidad industrial hipotética»,3 o en la reunión de artefactos históricos en zonas rurales, dotándolos de ilación narrativa. Uno de tales asentamientos modélicos es Cockley Cley, el poblado prehistórico que un terrateniente de Norfolk reconvertido en arqueólogo inauguró en los terrenos de su propiedad;4 otro de ellos es Warrham Percy, aldea medieval «perdida» y reconstituida, descubierta por Maurice Beresford, y que en la actualidad atrae a turistas deseosos de explorar los misterios de la agricultura basada en la rotación trienal de cultivos. También se ha producido una reciente erupción de asentamientos de chozas sajonas (el que se erigió en Battle, Hastings, para el noventa aniversario del Domesday Book* gozó de tal popularidad entre los visitantes que se conservó en ediciones posteriores). A una escala mucho más extravagante se encuentra Jorvik, la metrópoli vikinga perdida, «el museo o galería más célebre de Inglaterra situado fuera de Londres», donde los restos encharcados del York del siglo x y los sensacionales hallazgos desenterrados a lo largo de una excavación arqueológica de cinco años de duración han sido transformados en un espectáculo subterráneo de miseria urbana. Auxiliada por la peculiaridad del terreno, que conservó los restos subterráneos de la ciudad en una especie de cápsula anaeróbica, Jorvik ofrece —además del ambiente de los parques de atracciones— una galería conmovedora de las artes arqueológicas. Piezas de calzado milagrosamente conservadas se disputan la atención del espectador con cerraduras esbeltas y elegantes, joyas domésticas y de uso individual y una proliferación enorme de cestería variada. Uno de los primeros reclamos triunfales de Jorvik fue una reproducción de tamaño real de un vikingo en una letrina al aire libre, acompañada por malos olores de época que servían de aval de su autenticidad multisensorial. Entre los reclamos más recientes se encuentra la reconstrucción craneana de Eymund el Pescador, cuyos ojos hundidos contemplan fijamente a los espectadores acomodados en sus cronovehículos: se

3 Barrie Trinder, "A Philosophy for the Industrial Open-Air Museum", en Report of the Conference of European Associations of Open-Air Museums, Claus Ahrens, ed., Hargen-Detmold, 1985, págs. 94-95. 4 Cockley Cley Iceni Village and Museums, A Comprehensive Guide, s.c., s.f. * El Domesday Book (también conocido como el Libro de Winchester) fue el principal registro de Inglaterra, completado en 1086 bajo las órdenes del rey Guillermo I de Inglaterra, quien necesitaba información sobre el país que acababa de conquistar, para así poder administrarlo mejor. Uno de los principales propósitos del registro era conocer quién poseía bienes que podrían pagar tributos, por lo que el juicio de los asesores era decisorio, pues lo que quedaba registrado en el libro (las propiedades y su valor) era la ley, y no había apelación posible. El Domesday Book fue escrito en latín. El nombre «Domesday» proviene del inglés antiguo dom, que significa «cuenta» o «reconocimiento». Así, «domesday» quería decir literalmente «día de cuentas», queriendo significar que un lord tomaba reconocimiento contable de lo que poseía cada sujeto. Los cristianos del Medioevo creían que en el Juicio Final, como afirmaba en la Biblia el Libro de las Revelaciones, Cristo sometería a similar cuenta los actos de cada persona; por eso el término «doomsday» (del inglés doom, destino) también se refiere a este evento escatológico. (N de los t.)

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Arqueología en York. Otoño de 1992. Centro Vikingo de Jorvik.

trata de una colaboración de vanguardia entre arqueólogos, tecnología láser e informática, destreza escultórica y trabajo artístico en equipo, que recurre a una técnica —desarrollada por un hospital de Londres— para lograr que los cráneos procedentes de las excavaciones parezcan «de carne y hueso».5 Las «reservas naturales» de creación reciente, que han dado lugar a hábitats profusamente poblados de aves, a menudo situados en tierras baldías, y que han permitido recuperar especies desterradas por la agroindustria, podrían considerarse como parientes lejanos de la invención, mucho más reciente, de los asentamientos históricos, y hasta cierto punto incluso como sus precursoras. El trazado de las «rutas del patrimonio natural» comenzó en 1963, una docena de años antes de que los municipios establecieran rutas urbanas e itinerarios patrimoniales; por su parte, las reservas naturales precedieron a las

Jorvik Viking Centre, Guidebook, York, 1992, págs. 22-23. Para un relato detallado de las excavaciones de Coppergate, véase Richard Hall, The Viking Dig, Londres, 1984; acerca del lugar que ocupa Jorvik en la arqueología medioambiental y educativa, también existen varios artículos escritos por P. Y Addyman, director del York Archaeological Trust. Véase también su "Reconstruction as Interpretation: The Example of the Jorvik Viking Centre, York", en Peter Gathercole y David Lowenthal, eds., The Politics of the Past, Londres, 1990, págs. 257-264; véase también Peter Addyman y Anthony Gaynor, "The Jorvik Viking Centre, an Experiment in Archaeological Site Interpretation", International Journal of Museum Management and Curatorship, vol. 3, n° 1, marzo de 1984, págs. 7-18.

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áreas de conservación urbanas en aproximadamente el mismo número de años. A su modo, las reservas naturales constituyen una forma de «museo viviente»6 que crea un entorno protegido donde pueden florecer la vida animal y vegetal, a la vez que los visitantes pueden aproximarse al máximo a ésta mediante safaris, puestos y senderos de observación. Cuando se trata de los parques rurales y áreas de conservación de flora y fauna, que ya han arraigado como recursos didácticos y están consagrados a la interpretación de lo que unas veces se denomina «naturaleza viva» y otras «patrimonio natural», el lema de los conservadores, siempre solícitos con el usuario, es «toca y comprueba»: se hace todo lo posible para persuadir a los niños de que sumerjan las manos en los estanques, localicen a las mariposas, den caza a las polillas y examinen la naturaleza. Las reservas naturales, o —como también se les denomina— Lugares de Especial Interés Científico son «hábitats creados» típicamente artificiales, que a veces conllevan la renovación del césped viejo, las técnicas de «gestión del entorno natural»,' la irrigación de terrenos llanos. Especies avícolas raras acuden ahora a los llanos de Somerset, en invierno porque están inundados y en verano porque conservan la humedad.' Minsmere, la primera y más célebre de las reservas de la Real Sociedad para la Protección de las Aves, tiene su origen en una estrategia anti-invasión ideada durante la Segunda Guerra Mundial: la inundación de pistas de aterrizaje potenciales. La reserva fue ampliada mediante la conversión de acres antaño cultivables en un Estadonatura dotado de vallas electrónicas e incluso guardias armados para garantizar la seguridad de las avocetas.9 He aquí, procedente de otra parte de Suffolk, un anuncio acerca de una reserva completada hace poco tiempo: LA RESERVA NATURAL DE TRIMLEY, CASI TERMINADA

La Reserva Natural de Trimley, en la orilla norte del río Orwell, ya está casi terminada. Al cabo de dieciocho meses de meticulosas labores de construcción, la asociación para la protección y conservación de la flora y fauna de Suffolk ha conseguido proyectar y construir una reserva natural pantanosa de primera categoría. El responsable del Proyecto de la Asociación para Trimley, Roger Beecroft, ha declarado al respecto: «Hace unos dos años toda la zona sufrió una transformación en virtud de la cual dejó de ser un área de tierras de labranza cultivables y se convirtió en una mezcolanza de prados, marismas de pastoreo y lagunas en torno a un gran embalse central. Se han plantado árboles y arbustos y los cañaverales crecen con rapidez. Incluso hemos

creado un acantilado de arena para proporcionar áreas de reproducción a los aviones zapadores». El 1 de mayo se inauguró de forma oficial un Centro de Informaciones de la Reserva Natural, que junto con cinco puestos de observación de aves, ofrece a los visitantes las mejores instalaciones posibles para contemplar y disfrutar de la flora y la fauna."' En algunos casos, la «historia viva» consiste simplemente en el recurso a aparatos electrónicos para animar lo que de otro modo permanecería inerte, cual pueda ser el caso del canto gregoriano que (para aquellos que optan por el comentario en Walkman) acompaña a los wordsworthianos de nuestros días al hacer la peregrinación a la abadía de Tintern;" o «los gorgoteos y... el barullo de los operarios manejando los barriles» que por lo visto acompañan a los turistas durante las visitas al Scotch Whisky Heritage Centre de Edimburgo?' La exposición del Puente de la Torre de 1994, titulada «The Celebration Story, 1894-1994» destacaba sus máquinas monstruosas, pero también ofrecía al visitante —quizá de forma irónica— la posibilidad de solazarse con «toda clase de ANIMATRÓNICA, FANTASMAS HOLOGRÁFICOS, PARAFERNALIA ESPECTATRÓPICA», además con «ARTEFACTOS REALES».13 En otros casos, la historia viva pretende superar al original, agregándole en forma de reproducción y de facsímile lo que tendría que estar presente pero no lo está, como sucede, por ejemplo, con el mobiliario de las celdas monásticas, una de las tendencias que en la actualidad hacen furor en materia de interpretación de ruinas. Quizá encaje en esta categoría la restauración de «estanques históricos» como la vieja pesquería monástica que se encuentra en las inmediaciones de Bruisyard Hall, Suffolk," o la recreación del jardín decimonónico inaugurado en 1993 en Audley End,'5 fruto de una década de labores de investigación y construcción por parte de Patrimonio Inglés. Luego está la cuestión de la «estabilización» o «consolidación» de aquello que de otro modo amenaza con desintegrarse o caerse a pedazos. Aquí, al igual que sucede con la Muralla de Adriano, la estabilización tiende a metamorfosearse en proceso de embellecimiento e incluso de invención. Un ejemplo notable lo tenemos en el tratamiento aplicado a uno de los pocos monumentos a la fertilidad existentes en este país:'' Los automovilistas llevan décadas maravillándose ante el Gigante de Cerne —un grabado de un hombre de cincuenta y cinco metros en tiza, que se encuentra en las colinas de Dorset, cerca de Cerne Abbas-

Coast and Heath, a Free Newspaperfor the Suffolk Coastal District Council, 1992. Tintern Abbey Brochures and Guide, 1993. 12 Sunday Times, 10 de julio de 1988. 13 Letrero del metro de Londres, 4 de septiembre de 1993. Para una descripción, véase "Bridging a gap in London's History", Independent, 3 de noviembre de 1993. 14 East Anglian Daily Times, 2 de julio de 1993. 15 Ibíd., 30 de junio de 1993. 16 "Restored to Prominente", Independent, 26 de agosto de 1953. 10

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The Common Ground: A Place for Nature in Britain 's 6 Frase empleada en Richard Mabel, Future?, Londres, 1980, pág. 218. "The Butterflies Should Have a Ball", Independent, 21 de agosto de 1993. "Peace on the Levels as Farmers See the Green Light", Observer, 20 de junio de 1993. Simon Barnes, Flying in the Face of Nature: A Year on Minsmere, Londres, 1992, págs. 46-51. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

sobre todo por su anatomía colosal, especialmente impresionante en lo que concierne a las ingles. Ahora puedo desvelarles que hay algo más en lo que fijarse: una nariz. «La gente se ha acostumbrado tanto a ver el rostro sin nariz que ha acabado por creer que fue creado sin ella», dice Ivan Smith, portavoz del National Trust, a cuyo cargo se halla el monumento. «De hecho, dicho órgano —tradicionalmente una de las partes más llamativas del gigante por su índole prominente— se fue erosionando.» Un equipo encabezado por Martin Papworth, perito arqueológico del Trust, ha reconstruido la nariz, dotándola de veintitrés centímetros, retirando el césped circundante y reconstruyéndola con tiza. La mayor parte de los historiadores están de acuerdo en que el gigante icifálico —que, según parece, supera los dos mil años de antigüedad— es un símbolo de fertilidad. Es probable que la figura, que sostiene un garrote con el brazo derecho mientras extiende el izquierdo, represente a Hércules, de quien cabe suponer que tenía una nariz de grandes dimensiones. Los museos industriales y al aire libre hacen ingentes esfuerzos para mostrar sus exposiciones en funcionamiento. En las granjas-museo y los centros de interpretación rurales, donde se vuelven a erigir o a montar in situ viejos graneros y establos de época, los campos anexos se tratan como una extensión del espacio expositivo, con caballos de tiro arrastrando arados y trilladoras estacionarias. Los museos industriales no están menos deseosos de hacer ostentación de las capacidades de la maquinaria que funciona por medio de correas y poleas. Los propios artefactos —que para los parámetros contemporáneos son más bien gigantescos— suelen ser originales listos para el desguace a los que se ha insuflado vigor y vida. Pero lo habitual es que los hayan traído de algún otro lugar. El Museo de la Vida Rural, en Reading, uno de los primeros museos del trabajo, era una especie de totum revolutum: una reunión de plantas, herramientas, carromatos y artículos domésticos recogidos a lo largo y ancho del país (los registros agropecuarios históricos que exhibe el museo tienen idéntico carácter). Su ejemplo inspiró la apertura de otros, sobre todo en Lincolnshire y Essex.'7 Y tras los pasos de éstos llegaron los museos industriales. El Museo de Beamish, con sus áreas «mineras», «agropecuarias» y «urbanas», sus tiendas en funcionamiento, sus tranvías atestados y su enorme afluencia de visitantes, trata los edificios y plantas como otros tantos accesorios de utilería dispuestos en un decorado, trayéndolos de los rincones más apartados del nordeste de Inglaterra y trasladándolos a lo que hasta ese momento había sido un terreno rural. El depósito de locomotoras, el motor del cabrestante, el cabezal y el propio cabrestante pertenecían al Pozo n° 2 de la mina de Beamish, situado a escasos kilómetros de distancia; las pantallas de tamizado de carbón salieron de Ravensworth

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Park Drift, Gateshead, y el pequeño polvorín de la mina de Houghton proviene de las inmediaciones de Sunderland. La pequeña hilera de seis casas adosadas procede de Francis Street, Hetton-le-Hole." El complejo museístico al aire libre de Ironbridge, abierto al público en 1973 y declarado hace poco Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO amén de monumento histórico de la categoría I,19 representa un ejemplo aún más célebre de bricolaje histórico. Comenzó su andadura siendo poco más que la conjunción de un pequeño museo de empresa," un puente y una planta industrial en ruinas, al que durante el liderazgo empresarial de Neil Cossons fue agregándose no sólo un poblado de metalúrgicos a juego, sino cinco museos de «historia viva» suplementarios, entre ellos un Museo del Río, «que investiga la influencia de los ríos en el proceso industrial» y —atracción turística principal— Blists Hill, reproducción de una aldea victoriana que en la actualidad se ha convertido en un pueblo de edificios decimonónicos transplantados. Tanto las épocas como los lugares se mezclan sin orden ni concierto. La mina de arcilla ficticia, que se encuentra en el pozo de Madeley Wood, dispone de una rueda gigantesca para su pozo de extracción, tan tosca y primitiva como la que podría haber en un depósito de máquinas de finales del siglo xvm. La farmacia, que cuenta con innumerables estantes llenos de ampollas misteriosamente etiquetadas, parece salida de la fantasía de un envenenador de la era victoriana tardía, y la oficina del Lloyd's Bank —generoso donativo de dicha corporación, donde uno puede cambiar sus monedas del sistema decimal por moneda antigua— no desentonaría en ninguna de las avenidas eduardianas que se han conservado hasta el presente. El traslado de nuestras embarcaciones históricas —o, tratándose del Mary Rose, en Portsmouth, las operaciones de rescate de barcos naufragados— es en cierto modo el equivalente marítimo de la reubicación de la maquinaria agrícola y las plantas industriales. Ha hecho posible que todos los puertos del país reivindicaran su especial patrimonio marítimo y que hasta los proyectos de puertos deportivos más modernos lucieran una flamante pátina de antigüedad. Así, el primer navío transatlántico de hierro propulsado por hélices, el SS Great Britain, diseñado por Isambard Kingdom Brunel, construido en Bris-

18 John Weaver, Exploring England's Heritage, Cumbria to Northumberland, Londres, 1992, págs. 108-109. En el Museo al aire libre del Black Country, en Dudley, un letrero que se encuentra en el exterior del molino de Halahan dice: «No sobrevivió ninguno de los hornos originales, y el de la derecha fue construido por el museo siguiendo un antiguo diseño, con paneles de hierro forjados en Oldbury. El horno fue diseñado para utilizar carbón como combustible pero en la actualidad funciona con petróleo». Notas realizadas en el transcurso de una visita, agosto de 1993. 19 Ironbridge fue elegido como cuna de la revolución industrial en el artículo de 1955 en el que se acuñó el término «arqueología industrial». Seis años después, el solar seguía en un estado semidesértico. Véase la conmovedora descripción realizada por Ray Gosling en "Ironbridge", About Town, vol. 3, n° 10, octubre de 1993. 2" Kenneth Hudson, "Country Museums", Journal of Industrial Archaeology, vol. 1 n° 1, mayo de 1964, pág. 20, para las celebraciones del 250 aniversario en 1959.

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tol y botado en 1843, vegetó abandonado en las Malvinas, empleado como barco-almacén, hasta que en 1970 fue remolcado hasta Bristol, donde lograron devolverle su aspecto de 1843 al cabo de veinte años de esmeradas labores. En la actualidad honra con su presencia la zona urbanizada del muelle. En el puerto deportivo se encuentra atracada una pequeña flota de embarcaciones selectas de titularidad privada (junto a ella, el Centro del Patrimonio Marítimo nos instruye en la construcción naval en Bristol a lo largo de doscientos años, «como pone de relieve la importante colección de maquetas, cuadros y material de archivo reunida por los constructores navales de Bristol, Charles Hill e Hijos, y su predecesor, James Hilhouse).21 En Londres la «Colección de Embarcaciones Históricas» reunida por el Maritime Trust dignifica el Muelle de Santa Catalina, proyecto similar al de los puertos deportivos, inaugurado en 1977 y edificado sobre los restos mortales de las bodegas y los muelles de Thomas Telford. En Dundee, una muestra más reciente de este tipo de proyectos es la que representa «Discovery Point», centro para el estudio y la conservación del patrimonio que tiene como núcleo el barco que condujo a Scott a su cita con la muerte en el Antártico (entre las exposiciones anexas hay un iceberg antártico), inaugurado por el duque de Edimburgo el 30 de junio de 199322 (para no ser menos, en Aberdeen están construyendo un nuevo puerto del patrimonio marítimo, que alojará el último barco construido en dicha localidad, un museo de disfraces y una sala de cine nueva)." En un ámbito completamente distinto de la vida nacional, cabría señalar la boga actual de las recreaciones históricas, por ejemplo, en relación con la puesta en escena de los asedios y batallas de la Guerra Civil?' La Asociación Nacional de Sociedades de Recreación Histórica, organización paraguas fundada en 1991 que se esfuerza por fomentar la cooperación entre las diferentes «sociedades guerreras» (al igual que los grupos locales especializados en ser celtas o britanos antiguos, las sociedades de la Edad Media, «los indomables del mundo de la recreación», tienden a ser muy herméticas). La Federación de Justa de Gran Bretaña es el organismo oficial de representación de los apasionados de la Edad Media y está afiliada al Consejo de Deportes. El Novecientos Aniversario de la Batalla de Hastings sirvió de pretexto para emprender algunas iniciativas embrionarias en esta línea, y fue el gobierno quien corrió con los gastos de la exhibición militar y festiva." Por lo visto, el

2 ' Martin Robertson, Exploring England's Heritage, Dorset to Gloucester, Londres, 1992, págs. 108-109; Veryan Heal, Britain 's Maritime Heritage, Londres, 1988. 22 Dundee Evening Telegraph, 1 y 2 de julio de 1993; Dundee Courier, 2 y 3 de julio de 1993; Glasgow Herald, 30 de junio de 1993. 23 Aberdeen Evening Express, 29 de junio de 1993. 24 Kirsty Milne, "Fighting a Very Civil War", New Statesman, 20 de agosto de 1993, para una descripción de la Asociación Inglesa de la Guerra Civil (3.000 socios), escisión de principios de la década de 1970 de la primera de las «sociedades guerreras», The Sealed Knot. En septiembre de 1993, The Sealed Knot gozó de ese honor supremo que consiste en figurar en esa historia cotidiana del folklore rural, The Archers, de Channel 4. 25 "Pop History", Amateur Historian, vol. 7, n° 3, 1966-1967.

festejo tuvo tal éxito que veinte años más tarde lo repitieron para celebrar el novecientos aniversario del Domesday Book. En esta ocasión los festejos fueron organizados por Battle Promotions S. A., en asociación con English Heritage, organismo subvencionado por el gobierno que en 1984 asumió las competencias de la Comisión de Edificios Históricos. En Battle, «localidad donde se impuso por vez primera el dominio normando», y en las inmediaciones de la abadía fundada allí donde Guillermo obtuvo su victoria, «una aldea anglosajona especialmente construida para la ocasión» mostraba a artesanos y peones cultivando las artes del tiempo de paz y «llevando su vida cotidiana como lo habrían hecho en la era anglosajona». El efecto de conjunto quedaba realzado por la presencia de una feria anglosajona. El tapiz de Leek («bordado excepcional tejido en la década de 1880 a partir de calcos a la acuarela del tapiz original de Bayeux») sirvió como fuente de inspiración artística para las escenas de batallas. Durante la época del festival, los comisionados normandos se presentaban todos los días para llevar a cabo su inspección Domesday mientras, no lejos de allí, se alzaba un campamento de mercenarios normandos, se desarrollaba una carrera de caballos y un torneo normandos, se realizaban exhibiciones de cetrería y se representaban batallas.26 He aquí el resumen de algunas de las recreaciones históricas que ofreció English Heritage en los terrenos de su propiedad durante la temporada veraniega de 1993: Priorato de Gisborough, Cleveland (domingo, 18 de julio). Cetrería: espectaculares exhibiciones de vuelo que ponen de manifiesto el entrenamiento y los ejercicios a los que se somete a magníficas aves de presa, acompañadas por una charla sobre la historia del empleo de los halcones para cazar, y acerca de las diferentes especies y su conservación. Castillo de Beeston, Cheshire (sábado y domingo, 7-8 de agosto). En 1643, durante la Guerra Civil Inglesa, el castillo cayó en manos de los realistas. Vengan a ver a los soldados montar guardia, hacer la instrucción y disparar mosquetes y cañones mientras las mujeres que les hacen compañía cocinan y desempeñan las tareas cotidianas. Yacimiento romano de Corbridge, Northumberland (Bank Holiday Weekend,* 28 de agosto). El ejército imperial romano: un desfile de legionarios con coraza y tropas auxiliares, mostrando las tácticas que hicieron invencible a Roma. Castillo de Richmond, North Yorkshire (domingo y lunes festivo, 2930 de agosto). La vida en un castillo medieval: escenificación del día a día en una guarnición militar de finales del siglo xv, en la que se muestra cómo el personal del servicio cumplía con las tareas domésticas hace 400 años.

Out of Town, agosto de 1986. * En el Reino Unido, días de fiesta no oficial, en los que cierran los bancos. (N de los t.)

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Castillo de Carlisle, Cumbria (sábado y domingo, 18-19 de septiembre). Los casacas rojas de Wellington: soldados soberbiamente uniformados y muy bien adiestrados realizando maniobras de infantería ligera, mostrando tácticas, disparando mosquetes y haciendo vida de permiso durante la era de las guerras napoleónicas. Si existe algún hilo conductor común a todas estas operaciones de reconstrucción histórica es la búsqueda de la inmediatez, de un pasado palpable y visiblemente presente, ya sea por medio del «retroceso en el tiempo» para quienes disfrutan con el espectáculo y los sonidos del Gran Incendio en el Museo de Londres, o «paseándose entre la historia» para quienes sigan la vieja ruta de los caballos de carga junto a la Vía Penina. Según el lema adoptado por toda una serie de proyectos de recuperación, desde la restauración de canales y la conservación de locomotoras de vapor durante la década de 1950 hasta llegar a los centros para el estudio y conservación del patrimonio local y a las rutas urbanas actuales, en eso consiste la «historia viva». A fin de no permanecer inanimados y resultar inteligibles en su contexto «de época», los objetos han de ser vistos, tocados y devueltos a su hábitat original o a alguna reproducción verosímil de éste. Los acontecimientos deben representarse de tal manera que transmitan la experiencia vivida del pasado, y las casas solariegas deben estar ocupadas por familias para que los visitantes puedan experimentar su verdadero carácter." La «historia viva» debe muchísimo al entusiasmo autodidacta de los fanáticos de la mecánica que se pasan los fines de semana o las vacaciones de verano resucitando saberes perdidos, ya se trate de sacar vapor desde la plataforma del maquinista, de sortear el fango de las esclusas de los canales, de enredar con barcos o de comprobar qué tal se manejan con el arado de vapor. Las regatas de veleros de mástiles altos, iniciadas durante la década de 1950, que movilizan auténticas armadas de embarcaciones equipadas con todos sus aparejos y atraen a inmensas multitudes de espectadores cuando surcan las aguas de un estuario o echan el ancla en un puerto, son un fenómeno análogo. Hay que ubicar en una dimensión más teatral la puesta en escena de celebraciones y espectáculos históricos en los que los vivos suplantan a los muertos y se invita a los espectadores a hacer de figurantes. Aquí cabría mencionar las «fayres»* medievales y victorianas, que en la actualidad comparten las páginas de las guías de espectáculos veraniegos con las exhibiciones de

27 Para la idea de la casa solariega «habitada», Vita Sackville-West, English Country Houses, Londres, 1941; Anna Sproule y Michael Pollard, The Country House Guide, Londres, 1988; "Over a Hot Stove", Out of Town, agosto de 1986; Min Hogg y Wendy Harrop, The World of Interiors: A Decoration Book, Londres, 1988; John Cornforth, The Inspiration of the Past: Country House Taste in the Twentieth Centuty, págs. 91 y siguientes. * Grafía arcaica utilizada para dar sabor «de época» y utilizada con ánimo irónico por el autor. La gratia actual es fair. (N de los t.)

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caballos de tiro celebradas en los condados rurales y los conciertos programados en las localidades con catedral. Tampoco hay que olvidarse de los carnavales y festivales callejeros veraniegos (el de Notting Hill se ha convertido en el carnaval al aire libre más grande de Europa), ni de la proliferación de acontecimientos conmemorativos y aniversarios. Así, por ejemplo, en 1971 el centenario de Wandsworth y Putney Common (origen remoto de una de las legiones romanas de la actualidad) comenzó con una representación del hombre de la Edad de Hierro, tras lo cual su cuadro principal —los fusileros voluntarios de mediados de la época victoriana— pasó a representar placeres tan memorables como las furgonetas de Helados Wall's, que se detenían en las esquinas a vender su género para concluir con los refugios subterráneos de 1938." Armada 400, celebración de la famosa invasión fracasada durante la que se encendieron faros en la cima de los acantilados y Plymouth estuvo abarrotada de imaginarios lobos de mar isabelinos, dio un enorme impulso a los paseos en embarcaciones antiguas." La «historia viva» —a pesar de o quizá precisamente por tratarse de un oxímoron— es un tropo que no muestra indicio alguno de haber agotado la atracción que ejerce sobre nuestra imaginación. Los maestros siguen defendiéndola, como llevan haciendo desde los Proyectos de Historia del Consejo Escolar de la década de 1970, como forma práctica de aprendizaje. Ha sido incorporada a los engranajes y a la estrategia de la «interpretación del patrimonio»," de un modo análogo a la forma en que se recurre a la «naturaleza viva» y las rutas ecológicas para la conservación y gestión de la flora y la fauna. A la hora de organizar exhibiciones de cetrería y justas las mansiones solariegas invocan su nombre. Y ha sido adoptado como una especie de lema por los museos al aire libre y los museos del trabajo, que se desviven por ofrecerle al visitante una experiencia inmediata del pasado y presumir de verosimilitud en los detalles: «Arrástrese por una mina de carbón y arcilla y deambule por las calles del Halifax de 1850», dice el folleto publicitario de uno de ellos, antiguo molino textil «cuidadosamente reconvertido para reproducir las condiciones de trabajo, los sonidos y los olores del orgulloso pasado industrial de Halifax».31 Por lo visto, los principales consumidores de esos ejercicios de prestidigitación histórica son los niños. En la «experiencia» de las Colinas Blancas, en Dover, se invita a tomar al abordaje una galera romana, a trepar por las jarcias de un viejo transbordador y a abrirse paso con cautela entre las ruinas humeantes de una calle inglesa del año 1944.32 Durante la procesión de los deshollinadores del 1° de mayo, recientemente reinventada por el departamento

Wandsworth Common, 1971. 29 In Britain, julio de 1988. " David Uzell, ed., Heritage Interpretation, 2 vols., Londres, 1989. 3 ' Pennine Yorkshire Country Holidays, Holmfirth, 1992. 32 Observer, 21 de julio de 1991.

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de ocio y cultura municipal de Rochester, y escaparate nacional para la exhibición de la danza morisca, se tiznan de negro el rostro para acentuar su parecido con los muchachitos que trepaban por las chimeneas." En Kentwell Hall, Long Melford, Suffolk, meca para los fanáticos de todo lo Tudor, el grueso de los días de visita está copado por excursiones escolares —acuden unos treinta mil colegiales al año— que vienen a probarse disfraces de la época Tudor, a disfrutar (o asustarse) en el cepo, y a sumergirse en el ambiente de un festín de aquella época, interpretadp de forma solemne por un elenco local de actores tan identificados con su papel que parecen ajenos por completo a los espectadores." En los museos que han hecho suyo el santo y seña de la «historia viva» por iniciativa de conservadores dinámicos, ésta toma la forma de exposiciones audiovisuales, en las que se recurre a las impresiones de los artistas, a ampliaciones fotográficas o a reproducciones para exponer lo que debiera estar presente pero no lo está y así contextualizar los artefactos en el seno de un conjunto narrativo. En lugar de constituirse en templos que rinden culto al pasado, estos museos cultivan el fetichismo de la informalidad y prescinden de las vitrinas en favor de objetos accesibles, que a ser posible puedan manejarse y tocarse, animando a los visitantes a codearse con los ayudantes y reemplazando las salas de exposición por «estancias» íntimas. En lugar de reinar un silencio solemne, el visitante se ve asaltado por una cacofonía sonora. En las exposiciones dedicadas a mostrar el funcionamiento de los artilugios que albergan, la maquinaria se desplaza penosamente por medio de sus correas y ruedas, los maquinistas dan cuerda a los ejes, y los tenderos se apoyan en el marco de las puertas de sus establecimientos. Para intensificar el efecto realista, se recurre de forma asidua a grabaciones sonoras y al saber de los veteranos, que explican a los visitantes los complejos procesos que tienen lugar ante sus ojos. Hace ya unos años que la sala doméstica del Museo de Ciencia adoptó esta técnica: «Mientras contemplan la cocina decimonónica reconstruida, escucharán la voz de un miembro del servicio doméstico describiendo sus tareas». Asimismo, en el Museo de Oxford «se incluyen transcripciones de conversaciones con trabajadores jubilados en las exposiciones dedicadas a los lugares en los que trabajaron y a las herramientas que emplearon». Una operación de reencarnación más elaborada —promovida, por increíble que parezca, por la Oficina de Registro Público cuando, en 1986, puso en marcha una exposición para conmemorar el novecientos aniversario del Domesday Book— consiste en el recurso a la animatrónica, para dotar de movimiento y apariencia de vida a las maquetas, e incluso (caso de los escribas del

Domesday Book) para que éstas le dirijan la palabra a los visitantes. El recién inaugurado Museo de Ciencia del Instituto Wellcome ha ido aún más lejos: ha animado, ni más ni menos, reproducciones de esqíteletos. En los parques temáticos, cuyas exposiciones de «historia viva» adoptan la forma de retablos vivientes y se ofrcen a guisa de experiencia compartida, se insiste aún más en la inmediatez. La atracción principal del Parque Temático de Dobwalls, en Liskeard, Cornualles —galardonado con el Premio Sotheby's de 1987 al mejor museo de bellas artes de Inglaterra— es la «experiencia eduardiana». «Ambientada a finales de siglo, Jermyn Street cobra vida de nuevo, llenándose de tiendas, farolas y adoquines por los que pasear. Nada más volver la esquina, vemos escenas de la vida rural... ¡Imagínense una calle entera, igualita que en tiempos del abuelo! ¡Con tiendas de verdad y todo! Pura magia»." En el Parque Temático de Flambard, en Helston, desempeñan el papel de atracciones de la misma índole una «aldea victoriana» («secreta, auténticamente reconstruida a escala real, con tiendas, carruajes y modas») y «Gran Bretaña durante la blitzkrieg», retablo inaugurado por Vera Lynn («una calle de tamaño real en la época de la guerra», dotada de «una plétora de artefactos genuinos de aquellos días rebosantes de peligro)." En los museos de guerra —muy imitados en los parques temáticos— los generadores de humo suministran los acres gases del campo de batalla, los reflectores se alumbran con tecnología punta y las bengalas azules iluminan el fuego de artillería. Los visitantes del Museo Imperial de la Guerra hacen cola para gozar de la experiencia de encogerse de miedo en las trincheras, donde son bombardeados con efectos audiovisuales controlados electrónicamente; en la sala del Museo de Londres dedicada a la Segunda Guerra Mundial, se les posiciona en calidad de objetivos militares del blitz para que se sobresalten con el ulular de las sirenas y oigan el rumor del fuego de las baterías antiaéreas y el aullido de los explosivos de gran potencia. En Jorvik los vikingos desembarcan entre el rumor de los sintetizadores; en el castillo de Chepstow, donde todos los años los «cabezas redondas» ponen sitio a los realistas, se simula el aspecto y el sonido de las balas de cañón de los cromwellianos mediante baterías controladas electrónicamente. Quizá el ejemplo de las carreras de veleros de mástiles altos, que comenzaron en 1956 con el trayecto entre Torbay y Lisboa, y en el que participaron embarcaciones suecas, noruegas, danesas, holandesas, francesas e italianas —e incluso un cúter argentino— nos sirva como recordatorio de que la «historia viva», pese a apoyarse en el sentimiento localista, es un fenómeno transnacional, y de que muchas de sus iniciativas más importantes proceden del extranjero." Así, para sus reproducciones de la Muralla de Adriano en Vindo-

El Festival, que se celebra todos los años entre el 1 y el 3 de mayo, y que atrae a grupos de baile folklórico a Rochester, es un exitosísimo invento municipal de la década de 1980, ideado para hacer de Rochester una villa histórica. 34 Véase Adriana Caudrey, "Through the Time Tunnel", New Society, 4 de septiembre de 1987, para la descripción de un testigo ocular.

The Dobwalls' Theme Park, Brochure and Guide, 1988. Flambard's Theme Park, Brochure and Guide, 1988. 37 Torbay to Lisbon International Sail Training Ships Race, July 1956, Londres, 1956. Para una parte de la historia posterior, The Cutty Sark Tall Ships' Races, Official Programme, 1982. 35 36

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landa, por ejemplo, Robert Birley se inspiró en lugares como Saalburgo, «en la frontera romana del Rin»; el fuerte romano simulado de South Shields ha sido atribuido a una influencia similar." Peter Addyman, director y artífice original del espectáculo de Jorvik, afirma que la inspiración le sobrevino en el transcurso de una visita a una visita a ese monumento del conservacionismo norteamericano que es el Williamsburg ficticio del siglo xviii.39 El Museo Folclórico de Gales, inaugurado en St. Fagan's en 1958, tenía idéntica deuda con el ejemplo escandinavo de Skansen. En un sentido más amplio, la idea de las exposiciones «prácticas» e interactivas —idea rectora de la nueva museología— se basa en en el ejemplo del Deutsches Museum, fundado en Munich en 1903." Por lo visto, AUGBUT —la agrupación de asociaciones conservacionistas que llenan el puerto de Estocolmo con barcos de vapor rescatados y restaurados— es tan representativa del entusiasmo historicista en la Suecia actual como lo fue en la Gran Bretaña de los últimos cuarenta años la restauración de canales o la conservación de las líneas férreas de vía estrecha.4' Parece ser que la principal fuente de barcos de época recién fabricados son los astilleros holandeses. Los puertos escandinavos, por lo visto, están llenos de vikingos de fantasía (el pasado mes de abril, algunos de ellos intentaron escenificar una «invasión» de Grimsby), y quizá convendría tener presente también que fue un intrépido marinero noruego, Thor Heyerdahl, quien, sorteando los peligros del Pacífico Sur y tratando de establecer las ancestrales rutas marinas de los maoríes con su célebre balsa, el Kon-Tikki, suministró —no menos que el Hind de Sir Francis Drake— el prototipo originario del Gipsy Moth y de los regatistas británicos que dieron la vuelta al mundo a finales de la década de 1960 e iniciaron una nueva moda en lo tocante a recreaciones históricas en alta mar. El revival de los puertos históricos, y la rehabilitación del «patrimonio» de los muelles abandonados —ya se trate de las dársenas o de los canales y ensenadas— también es un fenómeno transnacional. Se da una afinidad electiva entre Albert Docks, en Liverpool —edificio actualmente clasificado en la categoría I, y centro de un complejo de ocio museístico-artístico que atrae más visitantes que la Torre de Blackpool— y urbanizaciones como Fishermens' Wharf, en San Francisco. En el caso del nuevo «museo vivo» de Chatham, donde los antiguos astilleros reales fueron transformados en centros co" Robin y Pat Birley, "Storm over Vindolanda", pág. 9; Johnson, Hadrian s Wall, págs. 131-132. 3' Entrevista con Peter Addyman, septiembre de 1993. Véase Legacy from the Past, A Portfolio of Eighty-eight Original Williamsburg Buildings, Williamsburg, 1971. 40 Svante Linquist, "An Olympic Stadium of Technology: Deutsches Museum and Sweden's Tekniska Museet", en B. Schroeder-Gudehus, ed., Industrial Society and its Museums, 18001900, París, 1992. 4' Quisiera darle las gracias a Sven Linquist, decano del movimiento sueco "Dig Where You Stand" («Excava allí donde estés»), por este dato y por otras muchas cosas. En Estocolmo, los barcos resultan de lo más visibles, al igual que Skansen, el museo al aire libre edificado en pleno centro de la ciudad.

merciales, oficinas ribereñas y un puerto deportivo. Las construcciones georgianas, restauradas junto a los astilleros, hacen las veces de un núcleo espiritual cuyo modelo originario fue el puerto de Baltimore, ejemplo espectacular de ciudad embarcada en una espiral descendente y devuelta a la vida por la resurrección de los almacenes abandonados, que en la actualidad atrae, según se dice, «más visitantes que Disneylandia». Otro buen ejemplo del carácter bifronte de tales urbanizaciones es «The Rocks», en Sidney, antiguo muelle restaurado en calidad de «cuna de Australia» con vistas al bicentenario de 1988, zona nebulosa que sirve a la vez de relicario del pasado nacional y como nueva frontera del futuro post-industrial. En un ámbito distinto, la iluminación mediante focos de los edificios históricos y extendida con posterioridad a las áreas de conservación del centro de las ciudades, el modelo original es francés: son et lumiére.42 Genial descubrimiento de la celebridad radiofónica Pierre-Arnaud de Chassy-Poulay, y promovida vigorosamente como modalidad de «museo sin fronteras» por André Malraux durante los años en que ejerció como ministro de Cultura de Charles de Gaulle, combina las sensaciones visuales del espectáculo de luces con un tipo de espectáculo dramático al aire libre que destaca los grandes momentos del pasado histórico de los edificios: en el caso de la Catedral de San Pablo, por ejemplo, el Gran Incendio de 1666 y el funeral del almirante Nelson. Dicha práctica fue importada en fecha tan temprana como 1958, y en la década subsiguiente se recurrió a ella en el viejo palacio real de Hampton Court y en media docena de catedrales (Durham, Canterbury, Cork, Hereford, la abadía de Westminster y San Pablo). Quizá sea éste el origen actual de la iluminación de las iglesias de relevancia histórica, rasgo tan espectacular del paisaje nocturno de East Anglia, así como de la línea del horizonte gótica de la Necrópolis de Glasgow durante el año en que ofició como Capital Europea de la Cultura. En 1994, el despliegue de luz y sonido fue el eje del gran espectáculo con el que se conmemoró el centenario de la Torre de Blackpoo1.43 Cabe preguntarse si en el transcurso de las décadas de 1970 y 1980 esa estética no ejerció una influencia subliminal en la iluminación de las dependencias municipales y de los pubs re-victorianizados. De lo que no existe duda alguna es de que el programa especial «alumbremos el Támesis» —que abarcó una extensión de más de tres kilómetros y medio de río desde el puente de Vauxhall hasta Lambeth y que dejó como legado para la posteridad no sólo la iluminación nocturna del Big Ben y del Parlamento, sino también del Victoria Embankment y de la ribera de Southwark— fue concebido como contribución londinense al Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico de 1975, y más concretamente a la reunión londinense de la Commission Internationale de l'Eclairage.

Le Mouvement Social, por sus conoci42 Quisiera darle las gracias a Patrick Fridenson, de mientos acerca de la política de son et lumiére; Robert Gittings, Son et Lutniére in St. Paul Londres, 1969. 43 West Lancashire Evening Gazette, 29 de junio de 1993.

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Cuando Londres decide celebrar y desplegar sus encantos, todo el mundo se entera. El plan de alumbrar el Patrimonio de Londres se formuló más o menos en 1974 y acabó siendo conocido como «alumbremos el Támesis». El objetivo era llenar al río de luz y vida por las noches, embellecerlo y gratificar a los residentes y turistas. La crisis energética, que atravesaba por aquel entonces uno de sus peores momentos, hizo pasar cierta vergüenza a los entusiastas promotores de la idea y suscitó importantes obstáculos. Ahora bien, a medida que se aproximaba la fecha del vigésimo quinto aniversario de la coronación de la reina Isabel, quedó patente que la iluminación nocturna de Londres contribuiría en gran medida al éxito de unas celebraciones que se esperaba que atrajeran a gran número de turistas. Uno a uno, los edificios de la ribera fueron alumbrados con focos, y se trabajó en los par-ques y jardines con vistas a que participaran del espectáculo nocturno, hasta que, una semana antes del acontecimiento, quedaron todos iluminados y el río en pleno centro de la City dejó de ser una carretera de aguas negras y se convirtió en una franja luminosa en la que todos los edificios, puentes y barcos desbordaban una luz radiante. Como se esperaba, los turistas llegaron por millares y regresaron a casa embelesados después de haber visto el nuevo Londres nocturno."

II Además de presagiar la «realidad virtual» de los juegos de ordenador, la «historia viva» podría considerarse como una reencarnación —o una nueva encarnación— de formas muy antiguas de juego. La recreación histórica, en particular, es una de las artes miméticas más ancestrales, y una de las fantasías infantiles más perennes y predilectas. Constituyó el eje de las ceremonias cívicas y de las procesiones de la Europa moderna," como antes lo había sido de las festividades de Corpus Christi." La Primrose League, primera organización política de masas femenina de este país, la practicaba a gran escala, al igual que las sociedades de ayuda mutua decimonónicas, con sus minuciosas procesiones y carrozas. La imitación de las figuras legendarias del pasado ha sido siempre algo consustancial a los rituales de resistencia y rebelión. A guisa de capricho o diversión aristocrática, y quizá también como afición popular —este último aspecto aún está pendiente de investigación histórica, y su reconstrucción requeriría una gigantesca labor detectivesca—, ha

conocido una boga recurrente en la vida inglesa. Al respecto cabría señalar las juergas del Hell-fire Club de la abadía de Medmenham,47 una de las primeras fuentes del revival gótico, o el Torneo de Eglington de la década de 1840, que Mark Girouard, en Return to Camelot, elige como hilo conductor de su estudio sobre el culto victoriano de la caballería." El ritualismo —el revival «católico» del siglo xix en el seno de la Iglesia anglicana— dio lugar a una avalancha de recreaciones históricas, tanto en lo referente a la medievalización de edificios eclesiásticos como a la restauración de antiguas liturgias. A escala más local, y a pesar de recurrir a la tecnología informática más avanzada, las maniobras de «simulación» tan brillantemente desplegadas en el Museo de Jorvik recuerdan sobre todo a los dioramas espectaculares que causaron tanta sensación en el Londres de principios de la era victoriana (The Shows of London, de Richard Altick, constituye una magnífica historia de dichos dioramas)." En tanto lema o concepto, el término «historia viva» fue acuñado durante la década de 1960, pero estuvo presagiado y precedido por una serie de movimientos orientados por el ideal de la resurrección, cada uno de los cuales se había ocupado a su manera de animar lo inanimado e insuflarle vida nueva a la tradición. En lo que a la instrucción escolar se refiere, la idea de lo que Margaret McMillan llamaba «educación por medio de la imaginación»" se remonta a la década de 1920, y comenzó a ser adoptada por los conservadores de museos más despiertos, como Marjorie Quenell, en una línea muy afín a la de los maestros progresistas. Durante las décadas de 1940 y 1950, Molly Harrison, la audaz conservadora del Museo Geffrye, en Hackney, y artífice de la idea de la «estancia de época», se sublevó contra el «silencio solemne» de los «inmensos salones de mármol», y convirtió su museo en un extenso taller y centro de actividades para los escolares del este de Londres." Quienes trabajaron con ella la recuerdan como «una mujer encantadora», «luchadora», «todo un personaje», cuyo máximo anhelo era educar. «Todo el mundo tiene algo que ofrecerle a los demás», solía decir, «algo que se les da bien»." La idea de la «calle de época» —una de las formas predilectas que el espectáculo de la historia viva cultiva con mayor ahínco en los parques temáticos contemporáneos— suele atribuirse con frecuencia al Museo del Castillo de

Daniel Mannix, The Hell-Fire Club, Londres, 1970. Mark Girouard, The Return to Camelot: Chivalry and the English Gentleman, Londres, 1981, págs. 87-110. 49 Richard D. Altick, The Shows of London, Cambridge, Mass., 1978. 5° Margaret McMillan, Education through Imagination, Londres, 1928. 51 Molly Harrison, citada por Kenneth Hudson, A Social History of Museums, Londres, 1975, pág. 76. 52 Para la descripción de la propia Molly Harrison acerca de este trabajo, véase Molly Harrison, Museum Adventure.. The Story of the Geffrye Museum, Londres, 1950; Changing Museums, Their Use and Misuse, Londres, 1967. 47

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44 R. W. Robson-Smith, "Light Up the Thames", International Lighting Review, vol. 27, n° 2, 1975. 45 Véase Glynne Wickham, Early English Stages, vol. 1, Londres, 1959, para el teatro callejero de la alta Edad Media y comienzos de la era moderna. 46 Véase Miri Rubin, Corpus Christi, The Eucharist in Late Medieval Culture, Cambridge, 1991, para un excelente estudio reciente.

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York, inaugurado en 1938 para dar realce dramático y pictórico a la asombrosa colección de antiguallas acumuladas a lo largo de un período de cincuenta años por el médico rural John L. Kirk. No obstante, contaba con un notable precursor: la calle de inspiración medieval e isabelina del «Viejo Londres» concebida con ocasión de la Exposición Internacional de la Salud que tuvo lugar en 1884. La exposición propiamente dicha —una especie de Casa y Hogar «avant la lettre»— se celebró en South Kensington, pero fue en el extremo oriental de la ciudad, en Bishopsgate, donde los visitantes fueron invitados a internarse en el pasado, en la única parte de la City que se libró del Gran Incendio de 1666 y donde aún quedaban en pie grupos de viviendas isabelinas, así como el Crosby Hall tardomedieval. Aquí se erigió una reproducción fabricada en cartón piedra de tamaño real de la antigua «Bishop's Gate», el acceso oriental a la vieja ciudad amurallada; «Whittington's House», construcción de estilo isabelino con celosías; y el cepo y el poste de los latigazos, que un souvenir fotográfico de 1884 nos presenta con inquilino barbudo y todo.53 La idea del paseo con sabor histórico es tan vieja como el concepto del coleccionismo de antigüedades. El Itinerary de Leland, compilado en la década de 1530 y ampliado por viajeros isabelinos posteriores, es una de sus fuentes originarias. El Survey of London, de John Stow, es otra, y el Britannica, de William Camden (así como el «descubrimiento» de Inglaterra por parte de los primeros historiadores de los condados), una tercera. A mediados de la era victoriana, cuando se lo conocía con el nombre de «paseo arqueológico», era, al parecer, uno de los pasatiempos favoritos de los estudiantes universitarios de Oxford con inclinaciones históricas, y tenía su equivalente entre quienes pasaban sus vacaciones en la playa buscando vestigios de la Creación entre las rocas. Sin embargo, el salto cualitativo de los monumentos antiguos a los paisajes urbanos modernos, o relativamente modernos, y de las antigüedades y curiosidades a fenómenos más contemporáneos, es bastante reciente. Los itinerarios de la Sociedad de Amigos de Londres, fundada por un director de escuela en 1935 y aún muy activa en la actualidad, no tenían la menor pretensión de interpretar el entorno histórico, y mucho menos de presentar el paseo como una forma de «historia viva». Cuando Bill Fishman, recién designado director del Bethnal Green Evening Institute, inauguró sus East End Walks en 1955, el momento culminante del itinerario era el punto donde en 1297 Eduardo I cedió el derecho de recaudar impuestos a la nobleza; no existía ninguna visita guiada del East End judío, que en años posteriores se convertiría en el gran objetivo tanto de los paseos como de la labor de investigación histórica de Fishman; fascinado por un pasado más antiguo, prefirió concentrarse en figuras gentiles como el general Booth, del Ejército de Salvación, que dio inicio a su misión en las afueras del Hospital de Londres, y en el doctor Barnardo.

53 Exposición Internacional de la Salud, 1884, Catálogo Oficial, Londres, 1884; A Souvenir Containing Six Permanent Photographs of the International Health Exhibition.

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La idea de un recorrido histórico o de viajar hacia atrás en el tiempo —quizá la forma más popular de recreación histórica en la actualidad y sin duda alguna una modalidad que ejerce un enorme atractivo entre el sector juvenil del público— parece haber cristalizado como forma de entretenimiento en 1951, año del Festival de Gran Bretaña.54 Jason's Trip (un recorrido por el canal desde Camden Town hasta Edgware Road, y que en años posteriores serviría de embajada oficiosa de la Asociación de Canales y Ríos Navegables, llevando el mensaje de ésta al corazón mismo de la metrópoli) fue inaugurado en mayo de 1951 como contribución al Festival, y atrajo de inmediato la atención gracias a las celebridades que le dieron su respaldo. En mayo de 1951 también se inauguró la vía férrea del Tal-y-llyn, la primera de esas líneas de vía estrecha que, en el espacio de muy pocos años, iban a convertir «la fantasía del vapor» en un verdadero santo y seña que abriría todas las puertas. La conservación de las vías férreas caló profundamente en la imaginación del público, pues evocaba memorias infantiles de vacaciones en la playa y ofrecía recorridos por las partes más pintorescas del país, sobre todo Snowdonia, la «reserva espiritual» de los primeros años del movimiento. La obsesión por la conservación de las vías férreas fue la primera pasión historicista de masas surgida en la posguerra. Su dependencia del esfuerzo voluntario y el acento que ponía en la experiencia compartida presagiaban los movimientos de «historia viva» de épocas más recientes. Suponía no sólo la recuperación de tramos de vía abandonados o agonizantes, sino también la puesta en escena bastante minuciosa de recreaciones históricas en las que los pasajeros adoptaban el papel de excursionistas victorianos o domingueros eduardianos, mientras el personal voluntario de la plantilla atendía la plataforma del maquinista y las garitas de señales, o (vestidos con el uniforme de la empresa) oficiaba de revisores, jefes de estación y guías. El cierre de líneas y estaciones que se produjo a raíz del Plan Beeching para la racionalización y modernización de la red abrió las compuertas de una auténtica inundación de objetos de interés ferroviario reubicados: asientos de andenes y salas de espera, señales de estación, farolas, relojes. En la estación de Bleadon y Uphill, en Weston-super-Mare, fueron reunidas unas cuatro mil piezas, entre ellas un «magnífico mingitorio de hierro colado de un siglo de antigüedad». La fantasía del vapor fue un descubrimiento de la década de 1950, un contrapunto a la «dieselización» de las locomotoras y la racionalización de

" La idea del trayecto histórico, como puede comprobarse a tenor de viejas fotografías de vacaciones, ya estaba bien asentada entre las actividades recreativas que se desarrollaban en la costa, fuera en forma de ferrocarriles en miniatura, carruajes de dos caballos para salir de paseo, o borricos por la arena. También cabe imaginar su origen en la cultura de lo ferial, donde las memorias de los viejos días de los carruajes servían de trasfondo escénico a los carruseles, los organillos y los caballitos. Un linaje más cercano podría ser el de las carreras de coches antiguos, donde L. C. T. Rolt, pionero de la restauración de canales y luego ideólogo del movimiento de conservación de las vías férreas, cumplió su etapa de aprendizaje como conservacionista. Para los «coches antiguos», véase Graham Robson, Motoring in the 30 Londres, 1979.

HISTORIA VIVA

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Derby, antes y ahora. Frank Rodgers.

A PHOTOGRA Recuerdos fotográficos. Jack Hulme.

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los tramos de vías; sin embargo, es posible que la fantasía de la vela, con todos sus placeres y terrores anexos, sea tan vieja como el advenimiento de la construcción de barcos de hierro. Como sabrán los lectores de El enigma de las arenas, ya se encontraba firmemente asentado durante el período que precedió al estallido de la Primera Guerra Mundial, a pesar de que el interés marítimo de la nación estaba presuntamente acaparado por los acorazados; en una vena más pacífica, en la que la vela se presenta como el más ecológico, natural y didáctico de los deportes viriles, cabría hacer alusión al ultraliberalismo de Vencejos y amazonas." Si pretendiéramos seguir la línea de fantasías marítimas que conduce hasta el capitán Hornblower, y que convirtió al Cutty Sark (en los tiempos en que éste apenas era más que un barco escuela) en símbolo de la grandeza nacional, La isla de Coral sería un posible punto de partida. Durante la década de 1950, la fantasía de la vela dio lugar no sólo a las «rutas de aprendizaje y aventura» del duque de Edimburgo, sino también a la construcción de los primeros puertos deportivos y a la invasión de los puertos pesqueros del sur por miles de marineros de fantasía, preparando los viajes alrededor del mundo que en la década de 1960 tuvieron como presunta misión demostrar que el espíritu aventurero no había muerto. En un primer momento la restauración de canales, que debutó en 1946 con la constitución de la Asociación de Canales y Ríos Navegables, fue obra de un reducido grupo de entusiastas. Enseguida adquirió vida propia, iniciando en los placeres ancestrales de la barcaza a un círculo cada vez más amplio de aficionados. Hacia 1950, logró atraer a unos cincuenta mil visitantes a una exhibición de barcos en Market Harborough. En los años siguientes demostró ser capaz de reclutar durante los fines de semana y el periodo vacacional a un ejército de voluntarios cuyo trabajo consistía en reparar esclusas, estabilizar terraplenes y reabrir vías fluviales abandonadas. En 1960, cuando el National Trust se hizo cargo de la gestión de las obras de restauración del canal de Stratford y Avon, las autoridades públicas ya estaban dispuestas a tomar cartas en el asunto, incluido, durante las etapas finales de esta obra de diez años de duración, el ministerio de Defensa.56 Haciendo un esfuerzo de imaginación, cabría sostener que los trayectos en tranvía (en la actualidad una de las facetas más populares de los museos al aire libre) se remontan a 1955, cuando los amantes del viejo tranvía de Aldwych, que atravesaba el centro de Holborn Kingsway, dieron el toque de retreta —y el último paseo— el día en que dicha línea se suspendió. Un origen

más justificado podría estar en las actividades de la Sociedad de Museos del Tranvía, fundada ese mismo año. En 1959 la sociedad se hizo cargo de la cantera de Crich, situada entre Matlock y Derby, como emplazamiento para el museo, reuniendo en él unos cuarenta tranvías, «modelos tirados por caballos, de vapor y eléctricos», y utilizando vías procedentes de muchos puntos distintos del país, «colocadas por los miembros y amigos de la asociación». En el verano de 1964 comenzó el transporte de pasajeros. Por lo visto, también los paseos históricos —aptos para volver sobre las huellas del pasado o emplearlas como mirador para dedicarse al estudio del paisaje— ya eran algo que se respiraba en el ambiente de la década de 1950. Los historiadores locales, alentados sin cesar por el profesor Hoskins a ponerse un par de recias botas y renunciar al aislamiento del cubículo de la biblioteca a favor de la libertad viril del campo abierto, salieron a la caza de aldeas desiertas (en 1935 sólo se habían identificado tres; en 1960 ya se habían localizado unas tres mil). Los pioneros de la arqueología industrial hacían caminatas de un yacimiento a otro, y se esforzaban por identificar viejos itinerarios de tranvía a medida que iban redactando sus inventarios. Durante la agitación que desembocó en la apertura de la Vía Penina, la Asociación de Excursionistas empezó a proponer la idea de reabrir vías antiguas como medio de ampliar el acceso al mundo rural, e iba de sí que cuando se descubrían senderos de largo recorrido, eran bautizados con nombres de resonancia histórica: en la actualidad la «Ruta del Peregrino», que no era más que un sueño cuando Powell y Pressburger rodaron Un cuento de Canterbury (1944), está abierto al público. En las ciudades, el auge de las sociedades de recreación local —uno de los rasgos característicos de finales de la década de 1950— y el crecimiento del sentimiento conservacionista engendraron una asombrosa proliferación de paseos arquitectónicos e históricos, que se concentran en los paisajes urbanos perdidos y hacen hincapié en los edificios y entornos amenazados. La Sociedad para la Protección de Edificios Antiguos empezó a promover los paseos en 1958; la Sociedad Victoriana, fundada en ese mismo año, los adoptó casi desde sus inicios, iniciativa emprendida por sus socios que en el transcurso de las tres décadas siguientes produjo un inmenso catálogo de sendas urbanas." El renacimiento de la historia local que arrancó durante la década de 1950 (la historia local dispuso a partir de 1952 de su propia publicación especializada" y a partir de 1960, con la fundación de David & Charles, de su

" En relación con «andar enredando en barcos» durante el período de entreguerras, véase E. Arnot Robertson, Ordinary Families, Harmondsworth, 1947, y Daphne du Maurier, Myself When Young, Londres, 1977, para el relato de una muchacha que aprendió a navegar sola. 56 Véase Ian Mackersey, Tom Rolt and the Cressy Years, Londres, 1985, para la prehistoria inmediata, y las autobiografías de Tom Rolt y Robert Aickman para dos descripciones enfrentadas; Canals Revived, The Story of the Waterway Restoration Movement, Bradford-on-Avon, 1979, es una historia breve muy útil. Para la dimensión relativa a la historia natural, véase Peter H. Chaplin, Waterway Conservation, Londres, 1989.

" «Desde el primer Festival de la City de Londres, la Sociedad Victoriana ha organizado recorridos anuales de la City de Londres para fomentar el interés por los mejores edificios eduardianos que se conservan y examinar las nuevas creaciones.» Sociedad Victoriana, ciclostilado, 1968. Quiero darle las gracias a David Lloyd por enviarme un registro de los itinerarios organizados por la Sociedad Victoriana entre los años 1975-1976. La Sociedad Victoriana dispone de un nutrido archivo de itinerarios urbanos procedentes de todo el país. 58 Se trataba de Amateur Historian. Cambió su nombre por el de The Local Historian con ocasión del vol. 8, 1968 ("The Amateur Historian or Local Historian", vol. 7, págs. 78-83, estudia

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propia editorial) también tuvo el efecto de hacer entrar en juego el ímpetu de la resurrección, en primer lugar en relación con los documentos escritos, después con los artefactos materiales, y por último, con el advenimiento de la historia oral, con la «memoria viva». Fue entonces cuando empezó a percibirse la nueva atención que recababa lo visual, sobre todo a finales de la década de 1950, con el descubrimiento y utilización de las fotografías antiguas, que en años posteriores constituirían uno de los puntales de las publicaciones locales. Aún más pertinente para el movimiento de la «historia viva» de los años subsiguientes fue la atención prestada el ámbito de lo doméstico. Como ejemplo de lo dicho he aquí el caso de la utilización por parte de W. G. Hoskin de inventarios autenticados con vistas a determinar el nivel de confort doméstico, la cantidad (o escasez) de la ropa de cama y la distribución del espacio doméstico: Redactados en general en un estilo muy de andar por casa, con muchas vacilaciones ortográficas, estos documentos proporcionan al historiador económico y social gran cantidad de información, y arrojan luz sobre muchos aspectos de la existencia de una forma inasequible para otra clase de documentos. Podemos seguir a partir de ellos el desarrollo de la arquitectura doméstica de la ciudad y del campo, habitación por habitación, a lo largo de un período de dos siglos y medio, la evolución del mobiliario y otros bienes domésticos de todo tipo, u observar los métodos de labranza y ganadería de distintas generaciones: los cultivos que se sembraban, los animales que se criaban, los utensilios y los edificios agrícolas; podemos penetrar en el taller del artesano para ver sus herramientas o en la tienda del algún pueblecito isabelino para comprobar las existencias. Los inventarios también nos suministran datos... una plétora de informaciones misceláneas que rebosan interés en razón de su misma minuciosidad: los cambios en el combustible utilizado para proporcionar luz, la vestimenta de las distintas generaciones y las diferentes clases de gente, los títulos de los libros que se podían leer en el estudio del párroco o en la cocina de la granja, los diversos tipos de bebidas almacenados en la bodega de la taberna, y a veces hasta los nombres de las vacas que pastaban en los campos ancestrales." La «historia in situ», «la primera de esas pasiones» propias de autodidactas

que reclutó las energías del historiador a tiempo parcial o «amateur», presagiaba la fascinación de la década de 1960 por lo visual. También trazó el mapa

los motivos del cambio). Durante muchos años, la revista se publicó bajo los auspicios del Consejo Nacional para los Servicios Sociales. El Departamento de Historia Local Inglesa de Leicester —el único con categoría universitaria en todo el país— fue fundado por W G. Hoskins en 1948. se W G. Hoskins, "The Leicestershire Farmer in the Sixteenth Century", en Essays in Leicestershire History, Liverpool, 1950, pág. 124.

del paisaje y la investigación de la arquitectura vernácula. Al aplicar el enfoque arqueológico a los sistemas agrícolas y el topográfico a los patrones de asentamiento, llamó la atención sobre un pasado que estaba presente de modo palpable: en la disposición del terreno, la inclinación de los tejados, las formas excéntricas de los lindes, senderos y aldeas. Penetró en los entresijos del trazado de las granjas, en la creencia de que la arquitectura vernácula (término que contribuyó a popularizar) albergaba un «tremendo corpus de pruebas» acerca de la historia local de cada parroquia. Estudió el sistema agrícola a partir de los datos biológicos suministrados por la vida vegetal, fechando cada grupo de setos a partir del número y la variedad de las especies de arbustos que contenía. Pidió a los eruditos que aplicasen sus conocimientos forenses para descifrar los restos visibles del pasado. Los esquemas geométricos que ocultaban los arados y los campos subyacentes a las calles (esas que estudió el profesor Hoskins en Wigston Magna) podían considerarse como una especie de pergamino en el que las generaciones extintas habían dejado impresa su huella, un manuscrito «sobre el cual se había escrito una y otra vez», que segregaba significados ocultos. Cada una de las piedras, sostenía (y demostraba) el profesor Hoskins, tenía una historia que contar: Hasta un seto cualquiera perdido en el campo puede tener una larga historia que se remonte a la grandiosa era de la colonización inglesa de los bosques y desiertos durante los siglos mi y mi... La más pequeña de las albercas o el manantial más alejado del pueblo posee un nombre ancestral que, en el caso de que pudiéramos conocerlo, iluminaría lo que le hace especial en el presente; el nombre que preside la tienda del pueblo quizá se encuentre recogido en el Domesday Book (e incluso es posible que sea aún más antiguo): hasta las cosas más sencillas esconden profundidades insondables.60

La «arqueología industrial», denominación acuñada por vez primera en 1955, y movimiento que creció a un ritmo vertiginoso en los años posteriores, trasladó tales inquietudes de la granja a la fábrica, y de la historia agraria a la de la minería de carbón, la extracción de minerales y la industria.(' Puso al día, además, la noción de los universos en vías de extinción. Allí donde la «historia in situ» se consagró a la historia medieval y moderna, la arqueología industrial acabó otorgándole el certificado de «patrimonio» a monumentos a la modernidad como las fábricas electrificadas de la década de 1920. Poseídos por la noción de una historia que pudiera, como dijo alguien, «verse, tocarse

60 W. G. Hoskins, Midland England, A Survey of the Country Between the Chilterns and the Trent, Londres, 1949, págs. v-vi. 61 En 1959, el Consejo para la Arqueología Británica organizó una conferencia de ámbito nacional con vistas a promover el asunto. En 1963 apareció el primer estudio regional, y en 1964 se publicó el primer número del Journal of Industrial Archaeology. Ese mismo año, el Ministerio de Obras Públicas emprendió su estudio nacional de los monumentos industriales.

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y fotografiarse»," cual presencia viviente, los arqueólogos industriales, al igual que los restauradores de los canales que les precedieron, no tardaron en probar suerte con el arte de la reanimación. Así, por ejemplo, el Consejo para la Conservación de las Antigüedades de Sheffield, fundado en 1957, se propuso salvar Shepherd Wheel (un taller que funcionaba con energía hidráulica) amenazado de derribo por la corporación municipal. Gracias al esfuerzo de los voluntarios, en el verano de 1962 este extraordinario molino fue completamente reacondicionado y abierto al público." A este éxito le siguió un proyecto mucho más ambicioso, «la tarea más importante emprendida hasta la fecha en el campo de la Arqueología Industrial»: la restauración de Abbeydale, aldea industrial del siglo xvin conservada en su totalidad, que contenía «un horno de crisol Huntsman's, una forja de palanca y una muela abrasiva hidráulicas, además de una forja de herrero, talleres y almacenes». Otro progenitor del revival de la década de 1950 —esta vez en el campo de la historia oral— fue George Ewart Evans, maestro reconvertido en etnólogo cuyo Ask the Fellows Who Cut the Hay (1956) anunciaba una biografía cumulativa y colectiva del obrero agrícola de East Anglia. Se trataba de un trabajo a escala tan local como el de Beresford y Hoskins. No obstante, versaba sobre personas más que lugares, y acerca de las culturas de los distintos oficios más que sobre la cultura material. Si Hoskins y Bereford tomaron como punto de partida los asentamientos medievales abandonados por causa de la peste, la despoblación y el movimiento de los cercados, Evans, pese a aspirar a la reconstrucción de un pasado más antiguo, extrajo sus testimonios de la memoria viviente: la de los jinetes y obreros agrícolas de Suffolk que le ofrecieron versiones de primera mano. Al igual que Hoskins, Evans era un hombre de izquierdas (de hecho, más aún que él, puesto que aprendió el oficio de escritor en los círculos comunistas) y siguió siendo un encarnizado radical hasta el final de sus días. También al igual que Hoskins, le preocupaba recobrar los recuerdos de los universos en vías de desaparición, si bien el punto de referencia no era el pequeño propietario rural, como lo había sido para Hoskins el regreso al mundo de sus antepasados de los siglos xvi y XVII, sino el universo de sus vecinos septuagenarios y octogenarios." Lark Rise to Candleford, la obra en tres volúmenes de Flora Thompson, memorias de una aldea victoriana escritas en una vena elegíaca y que transmiten con delicadeza tanto las impresiones acerca de la gente como acerca del lugar, presagiaba el revival desde una perspectiva femenina, anticipándose a las inquietudes de la «nueva ola» de historia social de la década de 1960.

Comunicado editorial, The Journal of Industrial Archaeology, vol. 1, n° 1, mayo de 1964, pág. 1. «Tocar el pasado» ha sido el exitoso discurso de ventas promovido por el Centro de Recursos Arqueológicos de York (ver el anuncio en Museums and Galleries, 1992). 63 IndustrialArchaeology, vol. 1, n° 1, mayo 1964, págs. 68-69. 64 George Ewart Evans, The Strength of the Hills, An Autobiography, Londres, 1983; Gareth Williams, Writers of Wales: George Ewart Evans, Cardiff, 1991. 62

Su publicación en 1954 en la serie World Classics marcó su ingreso en el canon como texto fundamental sobre el siglo xix; en 1974, una edición de Penguin la puso al alcance de un público amplio, y la publicación de una edición «ilustrada», con flores prensadas incluidas, la asoció, aunque fuera de modo muy ilegítimo, a lo que ya en la década de 1970 se conocía como la imagen Laura Ashley. Al utilizar la memoria no como elemento de distanciamiento sino como modo de permitir al lector asomarse al pasado a través del ojo de una cerradura y tratar a los habitantes de la aldea como seres familiares, dicho libro adoptaba la perspectiva de la infancia para hablar sobre un mundo en relación con el cual los escritos de los historiadores previos, al igual que los de los contemporáneos, se habían mostrado absolutamente inmisericordes y deficitarios. Cada una de estas pasiones por la resurrección del pasado posee una prehistoria cuya reconstrucción resultaría instructiva. En lo que respecta a la arqueología industrial, cabría hacer un seguimiento de las actividades extralaborales de Rex Wailes, funcionario del Ministerio de Obras Públicas que apoyó de forma entusiasta el nuevo movimiento. Durante unos treinta años libró una cruzada en solitario, documentando y rescatando los antiguos molinos de viento allí donde le fue posible, experiencia que puso al servicio del nuevo movimiento cuando hizo uso de su posición oficial para promover en 1962 el Registro Nacional de Monumentos Industriales." También debe hacerse referencia a las transacciones y actas de la Sociedad Newcomen, fundada en 1921; se trata de estudios históricos pioneros en el ámbito de la ingeniería británica, con la propia industria como fuente en muchos casos. Sus encuentros veraniegos, celebrados en algún paraje de interés histórico-tecnológico, estaban consagrados a la realización de visitas a lugares de trabajo y obras. Durante la década de 1950, adelantándose al advenimiento de los museos «vivientes» o «en activo», dicha sociedad comenzó a crear fundaciones: Una de estas se encarga del mantenimiento de un motor de balancín y su noria que se conservan en Stretham, en los pantanos que hay junto a Ely. Se trata del último ejemplo de las numerosas instalaciones parecidas que otrora fueron el principal medio de sacar agua de los panta-

65 En 1964 el Ministerio de Obras Públicas emprendió un estudio de alcance nacional centrado en las reliquias del desarrollo industrial, en colaboración con el Consejo de Arqueología Británica. Ese mismo año «a fin de abarcar una gama de materiales más amplia», rebautizó el Registro Nacional de Inmuebles como Registro de Monumentos Nacionales. Acerca de Rex Wailes, véase Kenneth Hudson, IndustrialArchaeology, An Introduction, Londres, 1964, págs. 34 y siguientes. Además de registrar molinos de viento, Wailes publicó media docena de libros sobre ellos, comenzando con Windmills in England, Londres, 1948, y The English Windmill, Londres, 1954. Quizá fuera éste el motivo por el que, como destacaron Neil Cossons y Kenneth Hudson en su Guía de 1971, «sin duda alguna los molinos de viento y agua han sido el grupo unitario de estructuras "industriales" que se ha beneficiado en mayor medida de una política de conservación de amplio calado» (Industrial Archaeologist's Guide, Newton Abbot 1971, pág. 57).

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a 1 VICI.H. VI V.H.

nos para llevarlos a los canales de drenaje. La otra fundación ha aceptado, de parte de la Comisión de Canales y Ríos Navegables, un motor tipo Newcomen construido en 1821 (después de haber estado en servicio en otro lugar) para bombear agua hasta el Canal de Coventry a su paso por Hawkesbury. El motor ha vuelto a ser ensamblado en un lugar prominente de Darmouth para que sirva de monumento eterno a Thomas Newcomen en el lugar de su nacimiento." III Fue a finales de la década de 1960 cuando se produjo la confluencia de estos movimientos de orígenes tan heteróclitos (en parte a raíz de dicha convergencia y en parte como consecuencia del impacto de las nuevas técnicas de restauración y exposición) y cuando comenzó a tomar forma el concepto de «historia viva». Al final de la década, y en sintonía con el auge del sentir conservacionista, esta noción empezó a desplazarse desde la periferia social y los sectores más excéntricos hasta ocupar el centro del escenario nacional. Los museos más emprendedores, como el Geffrye, apadrinaron la noción de itinerario histórico a fin de fomentar rutas locales, y también las escuelas la adoptaron como medio de promover el aprendizaje práctico. Las autoridades municipales empezaron a amparar las rutas en 1975, como contribución al Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico (con la asistencia de guías disfrazados en el caso de Chester, y mediante placas interpretativas ilustradas en el de la City de Londres). En 1977, año del vigésimoquinto aniversario de la coronación de la reina Isabel II, se inauguraron muchos itinerarios nuevos, entre ellos el Jubilee Walk, en el South Bank, con sus poemas sobre Londres grabados en las losas. En el Londres de la década de 1980 entraron en escena los empresarios piratas, además de los historiadores sin blanca, los arqueólogos en paro y los taxistas jubilados. En la actualidad los itinerarios londinenses ocupan casi una página entera en las guías del ocio. El número de mayo de 1993 de Time Out incluía los siguientes: «Beatles Magical Mystery Tour», «George Orwell e Islington», «Spitalfields antes del cambio», «El Lambeth de Charlie Chaplin», «Horcas, jardines y duendes», «El Londres de Bertie Wooster y Jeeves», «Los tugurios de Jack el Destripador», «Los oscuros ángeles de la muerte: plagas, pestes y panaceas», «Los protagonistas de Southwark Story: Shakespeare, Dickens, Chaucer y John Harvard», «El ángel, Joe Orton y Camden Passage». Las fotografias antiguas, panacea de editores fotográficos, documentalistas televisivos e instaladores de boutiques, así como de los compiladores de álbumes de fotos locales y los estudiosos de los siglos xix y xx, ayudaron a

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Dr. Stanley B. Hamilton, "The Newcomen Society and Industrial Archaeology", Journal

of Industrial Archaeology, vol. 1, n° 1, mayo de 1964, pág. 75.

L,L, 7

dotar de faz humana a la historia, además de estimular el gusto del público por los objetos de la era victoriana y los artefactos visuales del pasado reciente. En lo que respecta al gran público y los investigadores locales, las fotografías de época fueron un descubrimiento de la década de 1960, pese a que los entendidos y los fanáticos de las tarjetas postales llevaban ya algunos años coleccionándolas, y a que las bibliotecas locales, como se comprobaría después, dispusieran de alijos en sus almacenes. Las escuelas estuvieron entre los primeros en recurrir a ellas, incorporándolas en calidad de material didáctico y como fuente para la realización de diapositivas, en tanto los editores las utilizaron como portadas o ilustraciones en lugar de los grabados de época. Los conservadores de los museos recurrían a las fotografías de época para hacer ampliaciones con las que contextualizar objetos en entornos realistas. Al correr del año 1969, el gusto por las fotografias de época estaba lo bastante arraigado para que en la costa y los parques de atracciones se abrieran fotomatones «victorianos». Otro ejemplo del entusiasmo suscitado por la «historia viva» fue la reimpresión de textos en facsímile, que acabó por popularizarse durante la década de 1960. Su producción se vio enormemente facilitada y abaratada por la revolución reprográfica que se dio en el transcurso de esos años, en especial por la difusión de la fotolitografía. A mediados de la década, siguiendo el ejemplo de David & Charles —que conquistó un hueco para el mercado de libros dedicados a vías férreas y canales— y Adams & Dart, que cumplió una función parecida en lo relativo a las autobiografías decimonónicas (las «autobiografías de la clase obrera», como se las conocía en aquel entonces), las copias facsímiles ya se habían convertido en un producto habitual en los catálogos de las editoriales, y buen número de éstas se especializaron en dicho género, en especial Dover Publications, de Nueva York, cuya reimpresión en rústica del London Labour and the London Poor de Henry Mayhew contribuyó a hacer de dicho libro uno de los textos canónicos de la «nueva ola» de la historia social. La reimpresión en facsímile de documentos aislados, popularizada por las ediciones Jackdaw y sus materiales didácticos, constituyó un elemento auxiliar fundamental para la renovación de los programas de estudios y de los métodos de trabajos aplicados en la escuela primaria y los primeros cursos de las nuevas escuelas secundarias. La difusión de la grabadora portátil fue otro factor que facilitó la propagación de la «historia viva». Al igual que la reimpresión en facsímile, otorgaba un lugar privilegiado a la palabra hablada e incitaba a quienes optaban por ella a incurrir en el fetichismo de la autenticidad. Al final de la década, el testimonio oral, presentado como «memoria viva» o «voz del pasado» y recopilado como archivo con vistas al futuro además de como documento histórico de nuevo cuño, no sólo se había consagrado como forma alternativa de documentación histórica, sino también como género de documento que por su misma naturaleza estaba destinado a otorgar un lugar central a la «experiencia vivida». A medida que afloraba en una asombrosa variedad de contex-

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RAPHAEL SAMUEL

tos entre los años 1967 y 1971, el testimonio oral fue adoptado con entusiasmo por los proyectos editoriales autogestionados y por grupos de historia local como el «People's Autobiography of Hackney» mientras a escala nacional, la Sociedad de Historia Oral —fundada en 1970-71 por un grupo heterogéneo de escritores, presentadores de radiotelevisión e historiadores jóvenes— intentaba popularizarla en las universidades y los colegios. La BBC, uno de los primeros espacios sociales que conquistó, empezó a remover sus archivos sonoros en busca de la «voz del pasado», produjo la serie de televisión de Stephen Peet Yesterdays Witness, que se mantuvo durante años en antena, y, siguiendo el modelo de The Long March of Everyman (1971), comenzó a incorporar a sus documentales y comentarios los testimonios orales para crear así una suerte de contrapunto radiofónico." Una aportación algo más histriónica realizada por la década de 1960 al repertorio de la «historia viva» fue la organización de espectáculos históricos y el nacimiento o (renacimiento) del gusto por las recreaciones históricas, que los conservacionistas del ferrocarril habían presagiado durante la década de 1950, al vestirse con uniformes de la compañía y remedar o interpretar el papel de empleados del ferrocarril victoriano. The Sealed Knot,* la primera de dichas sociedades de recreación, fue fundada en 1968, y al parecer el gusto por los disfraces de época se impuso aproximadamente en los mismos años. En 1971 se constituyó la Ermine Street Guard, primera de las agrupaciones militares romanas, cuyo origen está en un grupo improvisado convocado para las fiestas y el desfile celebrados en Whitcombe y Bentham, parroquia de Gloucestershire situada en la Calzada Romana." La peregrinación anual a Burford en el Día de los Niveladores, gran concentración de la izquierda laborista, comenzó en 1974, y la «Semana de Dickens» —catalizador de la historización de Rochester-upon-Medway—,69 en 1979.

Theo Barker, ed., The Long March of Everyman, Harmondsworth, 1977, intentó darle forma escrita a una parte de dicho material, pero el verdadero objetivo de la serie —el equivalente radiofónico de los videojuegos— era el uso de la «radiofonía». * Nombre de una sociedad secreta realista que conspiró a favor de la restauración monárquica durante la Revolución Inglesa (1642-1649). (N de los t.) 68 Quiero darle las gracias a Nick Fuentes, de Cohors Octo, y a Charles Hayes, de la Ermine Street Guard, por la información que me proporcionaron acerca de las legiones romanas. 69 En 1972, Rochester (véase la Guía Oficial publicada ese mismo año) estaba «en constante crecimiento» como puerto y como centro industrial. Era la sede de algunos de los nombres más conocidos de la ingeniería británica: the Metal Box Company, C A V Aviation Electronics. El «giro historicista» de la ciudad comenzó en 1975, cuando la calle mayor, más bien venida a menos, fue declarada Área de Conservación, «en reconocimiento de la destacada significación histórica de la ciudad de Rochester». Fue por aquel entonces cuando la villa comenzó a denominarse a sí misma Rochester upon Medway. Inauguró el Dickens Festival —convertida hoy día en una gigantesca congregación que inunda la ciudad de visitantes— en 1979. Después llegaron el revival de un Festival de Deshollinadores de Rochester, celebrado durante tres días, del 1 al 3 de mayo, una semana navideña «dickensiana», una regata organizada a mediados de verano, un recorrido histórico «normando», cuatro áreas de conservación más y un montón de museos y de monumentos en los alrededores del astillero de Chatham.

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IV Aunque se practique en nombre de la verosimilitud, la historia viva se rige por una estética oculta. Su gestación —como consigna y como práctica— durante la década de 1960 puede considerarse como expresión o metáfora del culto por la inmediatez alumbrado en esos años. En este caso la insistencia de la nueva museología en la accesibilidad y en el recurso a las ayudas audiovisuales, que contribuye a convertir al espectador en un mirón del pasado, y en un testigo presencial de las transacciones y acontecimientos cotidianos, presenta afinidades evidentes con los docudramas televisivos y el cinéma-vérité de la década de 1960. Asimismo, las exposiciones interactivas de carácter «práctico» que derribaron las barreras interpuestas entre el objeto y el espectador y sacaron las piezas expuestas de la prisión de la vitrina, parecen congruentes con la revuelta más generalizada contra la formalidad y con pasiones culturales (o contraculturales) tan típicas de los años sesenta como el teatro circular, que rechazaba el proscenio a favor del espacio libre. Presagiaba las representaciones callejeras promovidas en el Teatro Nacional por la adaptación de Lark Rise to Candleford y The World Turned Upside Down, y brillantemente escenificadas en la versión de los autos sacramentales de Tony Harrison, en la que al público, en lugar de permanecer como espectadores pasivos, se le invita a confraternizar con los actores. También cabría hacer referencia a los paralelismos existentes con el arte de la instalación, la revuelta de los años sesenta contra la tiranía y la formalidad de los círculos de entendidos, que sacó los cuadros de los marcos y bajó las esculturas de sus pedestales, creando en su lugar objetos de arte que adoptaron la forma de exposiciones autosuficientes que podían tocarse y alrededor de las cuales se podía caminar. Asimismo, el empleo de la «voz en off» como medio de interpretar y animar las exhibiciones museísticas anticipó a y luego se inspiró en la «memoria viva» representada por la historia oral cuando ésta cristalizó, reclamándola como provincia propia y particular. La insistencia de la nueva museología en los entornos laborales «auténticos» y los detalles íntimos de los interiores domésticos tienen su equivalente en los documentos «humanos» de la revolución industrial (o de la Inglaterra eduardiana) cuyo descubrimiento es el orgullo de los historiadores," y en la primacía otorgada a la «experiencia vivida» (motivo de protesta para los críticos). En otro aspecto —el empleo de la fotografía en blanco y negro para proporcionar un marco vivo y un telón de fondo a los objetos exhibidos— la nueva museología quizá se viera afectada por las pasiones visuales de los fotógrafos de moda de la «nueva ola», con su

7" Royston Pike, Human Documents of the Industrial Revolution in Britain, Londres, 1966; Human Documents of the Victorian Golden Age, Londres, 1967; Human Documents of the Age of the Forsytes, Londres, 1969.

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apetito por el realismo granuloso y las ampliaciones, y su descubrimiento de la faceta pintoresca que ocultan las urbes. La locura por las recreaciones históricas que por lo visto levantó el vuelo a finales de la década de 1960 tiene cierto parentesco con el teatro callejero y los «happenings» de la contracultura de aquella época, aunque este paralelismo puede parecer traído por los pelos desde la creación de «sociedades guerreras» como la Ermine Street Guard, cuyos contingentes procedían de la Inglaterra profunda. Menos descabellados son los paralelismos entre las exposiciones de «historia viviente» organizadas por la nueva museología, y los sintetizadores, amplificadores y luces cegadoras de los conciertos de música pop. Quienes aspiraban a llevar las emociones de la historia a los jóvenes e inexpertos estaban más que ansiosos, por decirlo en la jerga de la época, por demostrar que estaban «en la onda» y por utilizar métodos de exposición que estuvieran al día. Como quizá sugiera el pasaje siguiente —extraído de un número de The Amateur Historian de 1966— incluso estaban dispuestos a adoptar el neologismo transatlántico de la «discusión grupal»: Historia Pop:

Otro noveno centenario —el de la batalla de Hastings— se celebra mediante exhibiciones de tiro con arco, regatas, canciones, bailes, una discusión grupal y otros eventos conmemorativos. El gobierno correrá con doce mil libras del total de los gastos. Por añadidura, se está instalando en Hastings una maqueta a escala de la batalla, de ochenta y ocho metros cuadrados, en una sala circular construida para ese fin, con un coste de más de doscientas mil libras. En Pevensey, donde se supone que desembarcó Guillermo, se desarrolla un simulacro de invasión escenificado por una flota de veleros de crucero.71 El éxito de la «historia viva» en los colegios —en los que se recurrió sin cesar a las diapositivas y las exposiciones audiovisuales como material auxiliar didáctico, en tanto grupos como «Teatro en las Escuelas» [«Theatre in Education»] popularizaban la idea de la recreación histórica— se debió en gran medida al movimiento progresista que se dio en la docencia inglesa. Por influencia de la «nueva historia», tal y como se desarrolló en las escuelas de formación del profesorado y los nuevos exámenes del bachillerato, la principal cualidad exigida a los alumnos de secundaria era la «empatía»: ver las cosas en términos que a los actores históricos reales les hubiesen resultado familiares. La historia ya no se centraba en las biografías de los grandes hombres, sino en registrar los sucesos de la vida cotidiana. La prestidigitación histórica también arraigó en los colegios, sobre todo en los de primaria, donde por fortuna el interés por la nueva historia concordaba con la ancestral inclinación por disfrazarse e interpretar papeles de adulto. «El día de la colada de la abuela» fue uno de los proyectos favoritos desarrollados por influencia

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Amateur Historian, vol. 7, n° 3, 1966, pág. 100.

de la historia oral, con tablas de lavar y tendederos traídos por los niños; otro fue «Un día en la vida de un colegial victoriano», y fue adoptado por los museos más emprendedores, que disfrazaban a los niños con trajes de marinero y mandiles y les ponían a trabajar en la pizarra, poniendo de manifiesto los rigores de la disciplina docente victoriana. La «historia viva» también se encontraba inmersa en el retrochic propio de la década de 1960; hacia el final de esos años sobre todo, cuando los «anuncios de antaño» comenzaron a aparecer como lo último en el ámbito del cartelismo artístico y cuando cobró auge la reproducción de objetos de la era victoriana (Dodo designs, fundada en 1966, produjo una ecléctica mezcla de kitsch revivalista, desde relojes de bolsillo victorianos a placas esmaltadas de las compañías de seguros de los siglos xvni y xix),72 el solapamiento ya llevaba todas las de convertirse en convergencia." La locura desatada a finales de los sesenta por la «ropa de la abuelita»,74 con su insistencia en los encajes victorianos, debió contribuir no poco a fomentar el gusto por la ropa de época (uno de los caprichos visuales a los que la recreación histórica se entregaba con mayor deleite), incorporada por los museos a sus exposiciones de historia viva cuando querían destacar el atuendo de sus ayudantes y guías disfrazados. Y cabría especular con el grado en que la inquietud de la historia viva por el pasado reciente no estaría en deuda con el revival del Art Decó promovido por la boutique vanguardista Biba." Otro conjunto de paralelismos es el que se dio con el mundo de los interiores. En este caso, los museos, lanzados en pos de la «historia viva», hicieron alguna contribución a lo que se convertiría en el credo dominante de la restauración y la renovación conservacionistas, a saber: para que los inmuebles «de época» sean fieles a sí mismos requieren interiores «de época» (y mobiliario urbano «de época») a juego. La idea de la calle comercial «de época» —fuente de inspiración de los distritos comerciales de categoría contemporáneos, y polo de atracción de los visitantes tan importante como los museos al aire libre y los parques temáticos— vio la luz en el universo museístico (uno de los originales, que sigue gozando de gran popularidad hoy en día, fue «Kirkgate», la calle comercial eduardiana de fantasía que se exhibe en el Museo del Castillo de York). Fue adoptada por el Civic Trust para los proyectos de mejora urbana que llevó a cabo en la década de 1960, por los arquitectos del GLC en sus diseños para el Covent Garden, y en la década de

72 Jennifer Harris, Sarah Hyde y Greg Smith, 1966 and Ali That: Design and the Consumer in Britain, 1962-1969, Londres, 1986. " Alma Sebba, Laura Ashley, A Life By Design, Londres, 1990, pág. 84. 74 Jonathon Green, Days in the Life, Voices from the English Underground, 1961-1971, Londres, 1980, págs 219-221; Jonathan Aitken, The Young Meteors, Londres, 1967, págs. 2325; Elizabeth Wilson, Mirror Writing, Londres, 1982, pág. 115. Ibíd., págs. 55 y 59; Bevis Hillier, The Style of the Century 1900-1980, Nueva York, 1983, págs. 208-211. «"Podríamos decir que Biba prácticamente inventó el Art Decó", afirma, no sin motivo», artículo sobre Barbara Hulanicki en World of Interiors, agosto de 1992, pág. 20.

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Z. J

1980 —cuando el mobiliario urbano victoriano empezó a proliferar por doquier— por los responsables de las políticas de conservación desarrolladas por las instituciones locales. Es posible que los museos desempeñaran además algún papel en la popularización del interior «de época»: las estancias de época del Museo Geffrye, en Hackney, bien podrían ser uno de los modelos, y las que organizó el Museo de Londres cuando se amplió y se trasladó a sus nuevos locales de London Wall, otro. Una iniciativa historicista emparentada con ésta, los diseños realizados por John Fowler con vistas a la restauración de los locales del National Trust, fueron el prototipo del aspecto «casa solariega» que afloró en las décadas de 1970 y 1980 convertido en líder del mercado de almohadones, cortinas y alfombras, y que entró en competición por el favor del público con el aspecto «casa rural» de los grabados de Laura Ashley y William Morris. A la inversa, cabría señalar el modo en que los directores y conservadores de los museos se inspiraron en las artes de los interioristas y los diseñadores —sobre todo en materia de «envejecimiento»— para dar aspecto «habitado» a sus estancias y exposiciones de época. Resulta particularmente interesante la moda actual de dotar a los edificios «históricos» —que a menudo no son más que caparazones vacíos cuando van a parar a manos de las autoridades museísticas— de toda clase de elementos domésticos. En nombre de la «historia viva», la interpretación de ruinas deviene poco a poco en reacondicionamiento. En conjunto, ya se trate de una cocina Tudor «restaurada», de una granja «reconstituida» o de una celda monástica «recreada», lo que cuenta es devolver al edificio su condición habitable, con toques hogareños como vara de medir de la autenticidad histórica. Cuando, por ejemplo, en 1988 English Heritage inauguró la Casa del Mercader Medieval en French Street, Southampton —milagrosamente conservada y meticulosamente restaurada a lo largo de un período de seis años, «tras siglos de alteraciones y de abandono»—, la equipó con flamantes enseres de manufactura artesanal, «fabricados de acuerdo con métodos y materiales de fines del siglo mil» (como remate del trampantojo, el conservador lucía un atuendo medieval)." El Fondo Arqueológico de York lleva comprometido desde hace años en una empresa similar con «Barley Hall», nombre con el que se bautizó a un grupo de edificios medievales de Coffee Yard. Los arqueólogos han logrado determinar por dónde discurrían los muros desaparecidos y dónde estaban el hogar central y otras instalaciones. Los arquitectos conservacionistas han ideado un plan para restaurar uno de los edificios como si fuera la casa de un mercader. Los archivos históricos han conseguido determinar que dicha casa tuvo un inquilino en el siglo xv, y la están equipando con reproducciones artesanales de los enseres que aparecen en un inventario autenticado de 1478: ya se han instalado cómodas y una mesa de comedor, e incluso tapices de reciente factura y colores profusos teñidos con glasto y granza que a ojos del lego no desen-

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Stately Homes, mayo de 1988.

tonarían en el departamento de mercería de Liberty's o el Shaker Shop de Chelsea." Otro cruzamiento, más democrático, es el que se da en relación con la poética de la vida cotidiana. Aquí la «historia viva» participó del gusto por lo vernáculo característico de la década de 1960, expresado en los artículos de cocina embellecidos, el cabello alborotado y el aspecto «natural». El entusiasmo etnográfico por la recuperación y exposición de los lugares comunes tuvo su equivalente en el arte pop de aquel entonces, que se maravilló ante el espectáculo de lo cotidiano y elevó los artículos más vulgares del comercio y el consumo —la célebre lata de sopas Campbell de Warhol, por ejemplo— a la categoría de iconos culturales. Su poética del trabajo manual estaba cortada por el mismo patrón que el revival de la artesanía y los movimientos de retorno a la naturaleza de finales de dicha década, una de las contribuciones más duraderas de la contracultura a la vida nacional. En otros aspectos, lejos de representar una vuelta al pasado, la «historia viva» podría considerarse como precursora de algunos de los conceptos predilectos —o tropos consustanciales— a la posmodernidad. En lugar de hechos, nos ofrece imágenes —hiperrealidades— en las que se falsea lo añejo para que resulte más palpable que el aquí y ahora." Lo cual implica un esfuerzo imaginativo deliberado, pues especula menos con nuestra credulidad de lo que nos invita a ser cómplices del artificio y abandonarnos a sus placeres. Renuncia a la épica y los grandes relatos en beneficio de las impresiones subjetivas y los saberes locales. Nos invita a jugar con el pasado y fingir que nos encontramos en él como en casa, haciendo caso omiso de las limitaciones espaciotemporales, y a revivirlas en el aquí y ahora. En lugar de depositar su fe en las apariencias, los artefactos visibles, las «pruebas... que pueden verse, tocarse y fotografiarse», lo hace en totalidades y abstracciones. Sustituye una historia de los grandes relatos o de las teorías del desarrollo evolutivo por una historia de momentos que pueden interceptarse y congelarse —como hace la novela posmoderna— en cualquier punto del tiempo. En lugar de constituirse en ser un hito en la conciencia de los vivos, el pasado se disuelve en mil perspectivas diferentes. En lo que respecta a la fascinación que la «historia viva» ejerce sobre los niños, habría que hacer algunas referencias al gusto por lo gótico y al uso que se hace de éste. Las cavernas abiertas al público, como Wookey Hole, donde la iluminación de última tecnología dota de dramatismo y relieve a las estalactitas y estalagmitas, son lugares que pretenden poner la carne de gallina."

" Barley Hall, Medieval Life in the Heart of Medieval York. Quiero darle las gracias a Charles Knightley, el responsable de la restauración, por debatir las dificultades del proyecto y proporcionarme copias de los inventarios en los que se basa la reconstrucción. " Umberto Eco, Travels in Hyperreality, Londres, 1987; Jean Baudrillard, Simulations, Londres, 1983. 70 Richard Fells, A Visitor's Guide to Underground Britain, Londres, 1989.

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Otros lugares buscan impactar utilizando medios tecnológicos menos sofisticados. En el Museo del Bosque de Epping, «entre las exposiciones favoritas de los niños se cuentan un cepo ensangrentado y cuadros de los castigos medievales que se aplicaban a los cazadores furtivos»." El Museo de la Tortura de Edimburgo «recoge la decapitación de Mary, reina católica de Escocia, y los aullidos de las brujas que murieron en la hoguera. Los visitantes pueden asistir asimismo a simulacros de ejecuciones." También en los colegios la «historia viva» parece inclinarse hacia lo morboso. «"Horrible". Ése fue el veredicto de dos criaturas de nueve años procedentes de Bermondsey tras visitar la viva reproducción de un aula victoriana en el museo de Livesey» (entre los objetos expuestos se encontraban bandas de castigo que informaban al mundo entero de que su portador era «un burro» o «un embustero»; entre las demostraciones prácticas, a una clase de niños «ataviados con mandiles y trajes de marinero victorianos» se le hizo practicar ejercicios de gimnasia sueca)." Según informaron los alumnos del último curso de un colegio vecino, en el Museo de la Infancia de Sudbury Hall los rigores del aula victoriana despertaban fascinación y horror, otro tanto sucedía con la triste suerte de los niños deshollinadores, que «padecían deformaciones en la columna vertebral, las piernas y los brazos, de tanto trepar por las chimeneas mientras sus huesos aún estaban en fase de crecimiento»." La «historia viva» nos dice tantas cosas sobre el presente como sobre el pasado. Conforme al espíritu de los tiempos —la inmediatez— su principal preocupación no radica en la política o la economía, asuntos sobre los que versaban los grandes relatos de antaño, ni tampoco, salvo de forma tangencial, en la religión (que suele estar ausente en las descripciones del pasado reciente), sino ante todo en la gran obsesión de la generación «yo, mí, me, conmigo»:* los estilos de vida. Hace hincapié en la esfera privada por encima de lo público. Cuando se sube a los escenarios, en el Translations de Brian Friel, por ejemplo, transforma la conquista inglesa de Irlanda en la historia de un amor frustrado. En el cine, la versión de Kenneth Branagh del Enrique V de Shakespeare convierte dicha obra en una especie de Hamlet, que versa sobre un príncipe que, como el actual heredero del trono, pretende llevar una existencia despojada de obligaciones públicas aun cuando se ve arrojado por las circunstancias al papel de monarca. Cuando no nos entretiene con «Novias de las Fuerzas Armadas», el Museo Imperial de la Guerra nos invita a compartir

80 Mike Levy, "Epping Forest Museum", en Let's Go With the Children to Essex, Bournemouth, 1988. 8 ' Observer, 21 de julio de 1991. 82 «Educational Drills; Liz Heron visits an exhibition on the History of Education», Times Educational Supplement, 11 de febrero de 1983; Wendy Cope, «Straight Backs and Straight Down», Guardian, 8 de octubre de 1982. 83 Francis Farrer, «Expedition through Victorian Childhood», Times Educational Supplement, 23 de septiembre de 1977. * «The "Me" generation», la nacida en la década de 1960. (N de los t.)

la experiencia de quienes han sufrido el trauma de la guerra. Su épica la protagonizan los avatares de las familias, no la guerra y la diplomacia; cuando trata de reconstruir los grandes relatos, recurre a la historia de un yo. A juicio del historiador profesional, la «historia viva» constituye una afrenta; no muestra el menor respeto ni por la integridad de los documentos ni por los acontecimientos históricos. Juega con los testimonios y las pruebas a serpientes y escaleras, reuniéndolos como si fueran fichas sobre un tablero. Considera el pasado como si éste fuera un presente inmediatamente accesible, una serie de objetos de exposición que pueden ser vistos, sentidos y tocados. Borra las distinciones entre la realidad y la ficción, y recurre a la tecnología láser y la animatrónica para autenticar sus invenciones y producir una amplia gama de efectos de realidad. Empero, la práctica de la «historia viva» —o en todo caso su objetivo— se corresponde en gran medida con los ideales de la erudición tradicional. La «reconstrucción controlada del pasado» de la que (según la expresión de G. R. Elton) tanto se enorgullecen los historiadores profesionales presenta evidentes afinidades con la idea de recreación histórica; en ambos casos, equivale a crear figuras de carne y hueso a partir de fragmentos. Podría decirse que aquello que Michelet denomina «resurrecciones» —el acto de resucitar a los muertos— fue el eje de la revolución decimonónica en materia de erudición histórica y el motor de la investigación basada en archivos; también cabría afirmar que cierto realismo romántico, en el que la idea de autenticidad se venera como un talismán, fue uno de los componentes estéticos más destacados de la llamada historiografía «científica» de Leopold von Ranke. Lo que Simon Schama, excelente exponente de tal técnica, denomina «descripción animada», podría considerarse como el equivalente (o casi) de la animatrónica; ésta recurre a una batería de artificios literarios para estimular el interés del lector, dar realce dramático a las pruebas y acentuar los efectos realistas. Empleamos las fechas como recursos coreográficos para congregar a nuestro elenco de personajes y moverlos de aquí para allá de acuerdo con los caprichos del autor (o del director). Las analogías y comparaciones, que se cuentan entre los expedientes más frecuentes utilizados por el historiador, y que constituyen con mucha frecuencia el armazón de las monografías, obligan sin duda alguna al escritor a viajar por el tiempo, remontándose siglos atrás o proyectándose en el futuro con el brío de un Dr. Who. Los historiadores tampoco somos reacios a aventurarnos en el goticismo contemporáneo, e invitamos a nuestros lectores a compartir pitanza con los desgraciados ocupantes de la celda de los condenados de Newgate (tema de dos importantes estudios en los últimos cinco años), a anotar las confesiones de los herejes o a escuchar las fantasías sexuales de las candidatas a brujas. En su afán por mejorar el original o compensar los silencios de la memoria, la «historia viva» va más allá de la mera inferencia a la hora de entrelazar fragmentos. Pero como lema, la «historia viva» fue mucho menos megalómana que la noción de historia «científica» —una de las ideas que echó por tierra-

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por no hablar de la de la historia como «disciplina». Prestó una atención mucho mayor a los pequeños detalles de la vida cotidiana que las distintas versiones de una «historia total» que hicieron furor en la década de 1950: las abstracciones empiristas de los científicos sociales, con sus historiogramas geométricos y sus estructuras sociales; las cliometrías de los historiadores de la economía, que reducían tremendas transformaciones sociales a garabatos en un gráfico; o la «larga duración» de los historiadores de la escuela de los Annales, que proclamaron sin ruborizarse que al margen de los procedimientos de cuantificación no había historiografía seria posible. Como llamada a las armas, la «historia viva» ha concitado mucho más entusiasmo que esas «nuevas» historias que de forma periódica suscitan pequeños revuelos en los seminarios de posgrado y luego se esfuman para siempre. En cuanto modalidad pedagógica, afloró en la década de 1960 como alternativa a esas áridas formas de erudición que en nombre de la modernización arrasaban con todo lo que tenían delante. Sirvió de buque insignia para la aparición del museo de «historia social», fenómeno transnacional de la década de 1970, y de un modo de hacer historia respetado, aunque también impugnado, en la esfera pública, así como para un movimiento conservacionista que se benefició del apoyo de las masas.

PARTE III PATRIMONIO HISTÓRICO

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SEMÁNTICA

La expresión «patrimonio histórico»* lleva una vida nómada. Viaja con frecuencia y arraiga —o vivaquea— en tierras que no se antojan demasiado propicias: en el «Triángulo de Gunnersbury», por ejemplo, corredor ecológico o porción de páramo que en el transcurso de los últimos años se ha convertido en uno de los principales santuarios de la flora y fauna londinenses;' o en Liverpool 8, zona antaño abandonada y en ruinas donde actualmente proliferan los recuerdos de los Beatles.' Fija su residencia tanto en calles anchas y angostas, como en palacios reales y apartaderos de ferrocarriles, en caminos junto a canales y plazas de ayuntamiento. Despliega su boato en los escenarios más variopintos: crea salas de conciertos donde antes había cervecerías, construye estudios minúsculos en antiguos almacenes. Abarca una asombrosa variedad de artefactos materiales, que no se restringe sólo a los techos de los hermanos Adams, sino que, por influencia del revival del Art Deco, incluye los rizadores de pelo creados por Marcel y los pies de lámpara con forma de mujer desnuda. Sobra decir que su manto protector se extiende a los castillos medievales, los baluartes romanos y las torres Martello; en virtud de la Ley de Vestigios Militares de 1986, los búnkeres y los nidos de ametralladora de la Segunda Guerra Mundial también se encuentran a su amparo.' Desde un punto de vista léxico, el término «patrimonio histórico» es lo bastante amplio como para dar acomodo a un batiburrillo de significados. La

* En inglés, heritage, expresión que casi siempre hemos traducido como patrimonio histórico, pero para la que, en alguna ocasión, no ha quedado otro remedio que emplear la otra acepción posible de la palabra inglesa, legado. (N de los t.) 1 David Goode, Wild in London, Londres, 1986, presenta una visión de conjunto, escrita por el fundador de la unidad ecológica puesta en marcha por el Gran Ayuntamiento de Londres; David Pate, Nature Conversation in Hounslow, Ecology Handbook 15, Londres, 1990, y M. Game et al., Ecology Handbook, 16, Nature Conservation in Ealing, Londres, 1991, ofrecen descripciones de esta zona, dedicada a la protección de la flora y fauna autóctonas. Ian Forsyth, Beatles Merseyside, Seaford, Sussex, 1991; David Bacon y Norman Mason, The Beatles' England, pág. 93, por lo que respecta a la Cavern Mecca, «lo más parecido a un centro turístico oficial dedicado a los Beatles en Liverpool que quepa imaginar»; John Platt, London's Rock Routes, Londres, 1985, págs. 81-92, por lo que respecta al Londres de los Beatles. 3 Timothy Darvill, Ancient Monuments in the Countryside, An Archeological Management Review, Londres, 1987, pág. 38; «Coastline Battle Launched to Save Wartime Relics», Independent, 31 de mayo de 1993, por lo que respecta a los nidos de ametralladora; «English Heritage», Report and Accounts 1987-8, pág. 23, por lo que respecta a las torres Martello. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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retórica política de antaño se sustentaba sobre una recreación de la historia en la que la idea de legado pivotaba alrededor de Dios, el Rey y la Ley: el trono y el altar. La interpretación whig de la historia tejía un relato distinto, en el que el término se refería a la extensión incesante de la libertad y al desarrollo de un gobierno representativo. En los estudios sobre los modos de vida tradicionales, tal y como quedaron definidos por Iorwerth Peate, fundador del Museo Folclórico de Gales en St. Fagans, el lenguaje, elemento transmisor esencial de la tradición de unas generaciones a otras, resultaba tan importante como la cultura material; se trataba de «un legado social»4 que debía estudiarse tanto desde una perspectiva etimológica como desde el punto de vista de «la lengua viva». «La memoria viva» fue uno de los estandartes exhibidos por la historia social de la «nueva ola» que se desarrolló durante los años sesenta, así como por ese ejército de genealogistas «amateur» que se empeñó en la búsqueda de sus «raíces» familiares. En cambio, los anticuarios del siglo xviii estaban fascinados por todo lo moribundo. En sus Reliques of Ancient English Poetry (1765) el obispo Percy se preciaba de haber resucitado una lengua bárbara y ruda; William Stukeley, pionero en el campo de la arqueología, estaba obsesionado por las ruinas celtas y druídicas.5 En Heritage, novela de tono más bien siniestro que Vita Sackville-West escribió en 1919, la aptitud eugenésica se valora en función del pedigrí, mientras en el horizonte se vislumbra la amenaza «de esa inquietante turba de analfabetos que empieza a levantarse», y la fuerza perdurable de la patria se cifra en la pureza racial de la gente de la tierra, «cuyas raíces son firmes y profundas».< En los círculos dedicados a la recuperación de la canción folk, en los que el término «legado» floreció durante el Revival de los años cincuenta,' al parecer sirvió como una forma alternativa de referirse a lo que Cecil Sharp y

Iorwerth C. Peate, Tradition and Folk Life. A Welsh View, Londres, 1972, págs. 134-139. Stuart Piggott, William Stukeley, An Eighteenth Century Antiquwy,, Oxford, 1950. 6 Vita Sackville-West, Heritage, Londres, 1919 [ed. cast.: El heredero, trad. Marta Pessarrodona, Barcelona, Icaria, 1989]. Suzanne Rait, Vita and Virginia, The Work and Friendship of V Sackville West and Virginia Woolf, Londres, 1993, págs. 41, 42, 46, 48, 49-53, contiene algunos pasajes reveladores sobre la «moral eugenésica» de la novela. Resulta razonable pensar que la expresión «patrimonio histórico» se utilizaba antes, de vez en cuando, como sinónimo de lo que por lo común daba en llamarse «tradición». Scrutiny, que en el transcurso de los años treinta constituyó una suerte de contrapunto crítico-literario frente al movimiento de recuperación de la Canción Folk, se refería a ésta como «un legado compartido por todas las clases sociales». Bruce Pattison, «Musical History», en Scrutiny iii: 4, marzo de 1935, pág. 374, citado en Georgina Boyes, The Imagined Village: Culture, Ideology and the English Folk Revival, Manchester, 1993, pág. 130. En el ambiente de los clubs que vio la luz durante los años cincuenta, parece probable que el término «legado» procediera, por trasplante, de los cantantes «progresistas» de los EE.UU. El periódico neoyorquino Sing Out y su Lift Every Voice. The Second People 's Song Book, Nueva York, 1953, lo utilizaban prolijamente; en las páginas de estas publicaciones, la canción folk constituye «el legado democrático de la canción». La fraternal carta enviada desde Nueva York, impresa en el segundo número de Sing (julio-agosto de 1954), emplea también el término en ese sentido. 5

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sus seguidores dieron en llamar «tradición».8 La adopción de la palabra fue obra de modernizadores que se preciaban de haber descubierto la balada industrial y de la voz de la ciudad, de todas esas canciones en las que reverberaba el latido de la lanzadera y de la jaula. Sus actuaciones no tenían lugar en gélidas iglesias, sino en pubs abarrotados y cargados de humo; y el acompañamiento no venía proporcionado por una dama sentada al piano, sino por un tipo que tocaba una guitarra o una tabla de lavar. En lugar de las decorosas indirectas de «Oh, No John, No John, No John, No», preferían expresarse con mayor crudeza. En Oxford, donde el «Heritage Club», fundado en 1956,9 fue uno de los viveros del Revival y sirvió de plataforma de lanzamiento para algunos de sus cantantes más famosos, la idea de tradición resultaba —según los parámetros de Cecil Sharp— ecléctica: incluía la armónica de jazz, las canciones de trabajo americanas y lo que se llamaba a la sazón blues «negro», amén de productos autóctonos como las canciones de brindis de Headington Quarry y las canciones del día de difuntos de Cheshire. A semejanza de los conciertos londinenses «Ballads and Blues», el Oxford Heritage Club tenía gustos musicales cosmopolitas. En sus albores dio cabida a miembros hindúes que cantaban y tocaban el sitar. Se organizaban conferencias sobre música popular balinesa y cretense. A. L. Lloyd, cantante-investigador cuyo descubrimiento de las baladas decimonónicas compuestas en las cuencas carboníferas otorgó a la canción «industrial» una di-

8 Ailie Munro, The Folk Music Revival in Scotland, Londres, 1984, ofrece una excelente historia del movimiento en Escocia. David Harker, Fakesong. The Manufacture of British 'Folksong' 1700 to the Present Day, Milton Keynes, 1985, presenta un relato invariablemente hostil (cf. también el texto del mismo autor «May Cecil Sharp be praised?», History Workshop Journal, xiv, otoño de 1982). The Imagined Village, de Georgina Boyes, brinda un comentario crítico más matizado, dotado de profundidad histórica y cultural. La autora muestra especial interés por la BBC de los tiempos de guerra y en el impulso dado por Country Magazine al segundo revival de la canción folk. La autobiografía de Ewan MacColl, Journeyman, Londres, 1990, consagra el capítulo 22 al recuerdo agridulce del revival y «a la nube de tabaco prácticamente impenetrable que envolvía a público y cantante». El Club «Heritage» fue fundado por algunos miembros de la Sociedad Cecil Sharp de la Universidad de Oxford, «en cuya opinión las canciones populares no recibían la misma atención que las danzas del mismo género». Véase la historia abreviada que figura en Heritage, Michaelmas, 1965. A Richard Mabey, que con el paso de los años llegaría a convertirse en un escritor comprometido con el medio ambiente, se le recuerda en el club como cantante de bluegrass . Información proporcionada por Tony Rose, enero de 1994. Tony Rose recuerda que el club era «de lo más ecléctico» y que en él «había de todo un poco». No he sido capaz de averiguar en qué momento exacto de los años sesenta el club abandonó las dependencias universitarias y halló acomodo en la «Baker's Arms» de Jericho. La Vaughan Williams Memorial Library de la Cecil Sharp House posee algunos números de Heritage, publicación que el club editaba a cicloestilo; uno de ellos ha logrado abrirse camino hasta la British Library. La Cecil Sharp House posee asimismo un fichero dedicado a Ethnic, publicación quincenal de índole más anglocéntrica pero no menos radical, que empezó a publicarse en 1959. La revista atacaba el estilo «exageradamente preciosista y refinado» desplegado por Cecil Sharp en sus interpretaciones de canciones populares, y celebraba los aires de renovación «llamados a insuflar mayor vigor y sencillez». Agradezco a Malcolm Taylor, bibliotecario de la Cecil Sharp House, que me pusiera tras esa pista.

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mensión histórica, habló allí sobre la música de los zíngaros rumanos, a cuya tarea de recopilación se había encomendado siguiendo el ejemplo de Béla Bartók. Paul Oliver era un invitado habitual, «que disertaba sobre diversos aspectos del Blues y la música africana». Por otro lado, la proyección internacional del Club no impedía que sus miembros organizasen viajes etnomusicológicos a las aldeas de Oxfordshire y Cotswolds, con el fin de recopilar canciones inglesas tradicionales.'' Uno de los estilos musicales más insólitos que surgió de la mano del «Legado» —y uno de los más importantes, porque dio origen al pop británico— fue el Skiffle," combinación «casera» de jazz, folk y canciones de trabajo, con acompañamiento de guitarra o de tabla de lavar. Su antecedente inmediato era el «legado de la canción democrática», procedente en su mayor parte de las canciones sindicales americanas de los años veinte, aderezadas con un toque del country and western cultivado por Woody Guthrie y con una pizca del blues negro de Muddy Waters y "blind" Sonny Terry. El Skiffle se presentó al mundo en un concierto de «Ballads and Blues» celebrado en 1954; al cabo de dos años, había más de 200 grupos tocando en pubs y espresso bars repartidos por todo el país, y el "2 i's" de Old Compton Street, donde Tommy Steele y más adelante los Rolling Stones darían sus primeros pasos, iniciaba su andadura en la música pop. A causa de su influencia en el segundo revival de la canción popular y en la formación de una Escuela Británica de Historiadores Marxistas, hay otro uso insólito del término «legado» que no carece de cierto interés: el que le dio el Partido Comunista.12 Adoptado en la época del Frente Popular y retomado en el periodo de la Guerra Fría, dicha utilización trataba de presentar el comunismo como un fenómeno propiamente inglés, como una fuerza vernácula y autóctona, heredera natural de siglos de lucha radical. John Milton y Oliver Cromwell, venerados como héroes épicos por el inconformismo radical del siglo xix, fueron dos de los grandes protagonistas de las manifestacio-

'" En los conciertos «Ballads and Blues», creados por lo visto como medio de recaudar fondos para el Daily Worker, actuaron el clarinetista de jazz Bruce Turner, el cantante de calipso Fitzroy Coleman, los dos Gorman («la Flauta y el Violín de Irlanda») y el cantante escocés Isla Cameron. Sing, 1/2, julio-agosto de 1954, 1/5, enero-febrero de 1955. " Por lo que respecta al Skiffle, John Hasted, Alternative Memoirs, edición privada, Itchenor, Sussex, 1992, es una mina de información. Las andanzas del Skiffle se iniciaron en 1954 en Sing, órgano dependiente del London Youth Choir, al que Hasted pertenecía, y prosiguieron, tras pasar por el crisol de la música folk, en la facción correspondiente de la Asociación Obrera de Músicos. A propósito de la evolución experimentada con el paso del tiempo por el Skiffle y su mezcla con el Pop, Dave Laing, Karl Dallas, Robin Denselow y Robert Shelton, The Electric Mese: The Story of Folk into Rock, Londres, 1975; y Charlie Gillett, The Sound qf the Cuy, Londres, 1983. 12

Respecto de esta utilización de lo que Gramsci había denominado lo «nacional-popular», véase Bill Schwarz, «The People in History: The Communist Party Historians' Group, 19461956», en R. Johnson et al., eds., Making Histories, Londres, 1982; Harvey J. Kaye, The British Marxist Historians, Oxford, 1984; y Raphael Samuel, «British Marxist Historians, 1880-1980», New Lel? Review, 120, marzo-abril de 1980.

nes que el Partido Comunista celebró durante el verano de 1936 con motivo del estallido de la Guerra Civil Española, convocadas con el lema «March of History»; entre los «hitos extraordinarios de la historia inglesa» que figuraban en las pancartas estaba la supuesta fundación del Parlamento llevada a cabo por Simón de Monforte en el siglo xm. El discurso con el que concluyó la marcha londinense (celebrada el 20 de septiembre de 1936 entre Tower Hill y Hyde Park) resulta representativo a este respecto. i3 Sobre Inglaterra se ciernen las figuras tenebrosas de las fuerzas reaccionarias, de la dictadura, de la encarnación de cuantas cosas e ideas repugnan a la vida inglesa: ¡el fascismo! El fascismo es la organización científica de la tiranía mediante métodos modernos. Restablece la Inquisición, que el pueblo inglés expulsó hace siglos de las fronteras del país. Idealiza y entroniza la violencia, la brutalidad, el terror. El Derecho Divino de los Reyes, el recurso a la tortura, la potestad de la policía secreta, la Cámara Estrellada, las patrullas de reclutamiento

'3 Archivos del Partido Comunista, «The March of English History. A Message to you». En el archivo se conserva el folleto de la Marcha Cartista que el partido organizase con el lema 1830 Chartism; 1939 Communism, con motivo del centenario de la Convención Cartista, así como un texto mecanografiado de 35 págs., «The Heirs to the Charter», redactado para la ocasión por el escritor Montagu Slater. Daily Worker, 30 de marzo de 1939, donde figura un artículo perteneciente a una serie destinada a la celebración del centenario, y T. Islwyn Nicholas, One Hundred Years Ago, Aberyswyth, 1939, ensayo del comunismo galés en esta línea. Geoffrey Trease, Conzrades for the Charter, Londres, 1939, fue una exitosa novela infantil escrita con ocasión del centenario, que logró combinar el fervor revolucionario con un fuerte sentido de pertenencia, especialmente en el caso de las aldeas metalúrgicas que fueron caldo de cultivo del Alzamiento de Newport de 1839. Ernie Trory, Between the Wars, Recollections of a Communist Organiser, Brighton, 1974, págs. 112-113, 151 y 158-159, e Imperialist War, Further Recollections of a Communist Organiser, Brighton, 1977, págs. 219-220, por lo que hace a los manifestantes de la «Marcha de la Historia» celebrada en Brighton. Trory, a la sazón responsable del Partido en Sussex, afirmaba que el condado poseía un «legado», cuyo origen radicaba en la figura del mártir protestante Deryk Carver; incluía en aquel legado a «el poeta de Sussex, Percy Shelley» (!) y recordaba a sus oyentes que Simón de Monforte había derrotado al rey en Sussex. El texto titulado «Susscx Manuscripts», incluido en la obra del mismo autor Mafilly About Books, Brighton, 1945, págs. 111-113, deja traslucir que, como en el caso de otros comunistas de su generación, en él había arraigado la idea de la existencia de un legado vernáculo local. Ralph Fox, «The Cultural Heritage», en Novel and the People, Londres, 1948, publicado tras la muerte del escritor en España, constituye un intento interesante de utilizar con fines políticos la noción de «tradición» acuñada por T. S. Eliot. La concepción que tiene Fox del legado, mezcla de modernismo, radicalismo y aires de Yorkshire —no en vano el escritor procedía de una familia de disidentes religiosos de West Riding—, dictamina que Cobb escribe la prosa más pura de la lengua inglesa, que Ulises es la novela por antonomasia, que Cumbres borrascosas, Jude el obscuro y El destino de la carne son los libros más importantes de su época, «todas ellas... desgarradoras... proclamas de una certeza propiamente inglesa: que la sociedad capitalista impide llevar una vida plenamente humana...». Por lo que respecta al uso que el Partido Comunista hizo de la noción de legado cultural durante la Guerra Fría, harto más interesado, «The U.S.A. Threat to British Culture», en Arena, junio-julio de 1951 (que resulta interesante a causa de la disertación de E. P. Thompson sobre «William Morris and the Moral Issues Today»), y «Britain's Cultural Heritage», ibíd., 1952. En esta última conferencia Roy Sear, a propósito de «Youth and Heritage», mostró su satisfacción porque la juventud de East Midlands «hubiera formado un grupo de danzas populares».

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forzoso, toda esa inmundicia que nuestros antepasados desterraron de la vida inglesa, volverá si el fascismo triunfa. El fascismo abolirá la libertad de pensamiento, la libertad de culto, la libertad de las mujeres y la libertad de formar sindicatos y partidos políticos. Nosotros, los comunistas del presente, os recordamos el legado de la larga lucha librada en Inglaterra en pro de la libertad para que os unáis a nosotros y juntos evitemos que la bota fascista aplaste esa libertad, y para que de la Democracia del presente surja la Mancomunidad del futuro, en la que el hombre no explote ya a su semejante. Nosotros, los comunistas, marchamos inspirados por el espíritu y la esencia de la tradición inglesa, con el afán de que la historia inglesa alcance nuevas cotas. Apelamos A TI, londinense de 1936, para que te unas a nosotros en la marcha hacia una Inglaterra Libre y Gozosa. En virtud de nuestra lucha por conservar las Libertades Civiles, por revivir el ímpetu y el espíritu de los pioneros del socialismo, por brindar ayuda a los trabajadores de las colonias, por resistir a la opresión de los patronos, de los empresarios, de la dictadura policial vasta y mezquina que censura las libertades públicas y abusa de ellas, continuamos la brega emprendida por nuestros antepasados... En virtud de nuestra movilización en ayuda del pueblo español, que combate por su vida y por la libertad, nos mantenemos fieles a la tradición democrática inglesa, que siempre apoyó a los luchadores por la libertad, tanto si se trataba de Garibaldi en Italia como de Abraham Lincoln en América. El fascismo y las fuerzas reaccionarias tratan de entrometerse en el camino del pueblo. Hay que impedir el paso del fascismo. Con vuestra ayuda NO PASARÁN. Inglaterra no puede volver al pasado ni seguir un camino decadente: debe marchar hacia el futuro y continuar su senda ascendente.

Durante la Segunda Guerra Mundial —proclamada «guerra popular» en 1940, cuando la invasión del enemigo se antojaba inminente— por lo visto surgió una versión patriótico-radical de la idea de «legado». Hasta el National Trust se hizo eco de ella produciendo, como parte de los preparativos para la celebración de su centenario, una película de propaganda acerca de sus actividades, titulada The People 's Land; para la banda sonora, requirió los servicios de un místico-radical, Ralph Vaughan Williams." El filme sirvió como modelo e inspiración de las películas realizadas por Humphrey Jennings en el transcurso de la guerra: Words of Battle nos muestra a unos pilotos de la RAF reunidos alrededor de un caza Spitfire mientras una voz en off declama el pasaje de Areopagitica en el que Milton describe a «una nación pujante y vigorosa» sacudiendo sus guedejas; en otro momento de la película, la placa que conmemora el hogar natal de Blake en el Soho se yuxtapone con el ruido progresivamente amortiguado de los pasos de unos escolares en

Ursula Vaughan Williams, R.VVV, A Life of Ralph Vaughan Williams, Oxford, 1964, pág. 245. Si desea consultarse un estudio cabal sobre la relación del compositor con la tradición, Wilfred Mellers, Vaughan Williams and the Vision of Albion, Londres, 1987.

el transcurso de su evacuación.'5 Our Time, publicación neorromántica y procomunista que en el transcurso de la guerra devino un lugar influyente de reunión de escritores, artistas y educadores, lucía un aspecto que procedía en gran medida de la idea de «legado»: para su cabecera recurría a una fuente tipográfica gótica que resultaba muy apropiada, y espigaba pasajes de Chaucer, Shakespeare y Wordsworth, amén de recurrir a otras fuentes mucho más evidentes (desde un punto de vista radical) como los Himnos del Ejército Parlamentario. La Oficina del Ejército para los Sucesos de Actualidad —el mayor empeño dedicado a la instrucción de adultos puesto en marcha en aquella época— invocaba también la idea de «legado» y recurría a los Debates Putney de 1647 para entresacar de ellos tanto los textos que proponía con fines didácticos como el concepto de una milicia ciudadana.16 Desde un punto de vista metafórico, el término «legado» ha sufrido una inflación enorme, a resultas de su extensión a entornos y artefactos que en el pasado se consideraban indignos de formar parte de la historia, bien porque eran demasiado recientes para llamar la atención de los estudiosos, bien porque se antojaban triviales o corrientes en exceso. Cuando, por ejemplo, el primer ministro John Major se convierte en abanderado de los «invencibles extrarradios verdes», metiéndolos en el mismo lote que «la cerveza caliente» y los partidos de cricket al atardecer, como parte de una Inglaterra que nunca cambiará, le da la espalda a más de noventa años de oprobio.'7 A despecho de innumerables muestras de desprecio social y literario (la mera mención de un sitio como Sidcup haría temblar los escenarios del West End), el Primer Ministro parece apostar deliberadamente por unos valores que ya no están de moda. Empero, bien pudiera ser que, a semejanza de la señora Thatcher y de los valores victorianos reivindicados por ella en 1983,18 el señor Major hubiese detectado la inminencia de un cambio en la sensibilidad de la opinión pública. El discurso del primer ministro encaja con la popularidad de la que disfrutan

15 Anthony W Hodgkinson y Rodeny E. Sheratsky, Humphrey Jennings, More than a Maker of Films, Hanover, EE.UU., 1982, págs. 55-56. Jennings simpatizaba con muchas causas y tenía un talento prodigioso. «Inglés hasta la médula» («English to his marrow», Our Time, julio de 1944, pág. 13), parece que se tenía por comunista y puritano, por lo menos en 1942, año en que rodó una película suya sobre los mineros del sur de Gales. En su obra, la invocación a la épica de Milton convive con la celebración de lo carnavalesco, combinación que brinda sus mejores resultados en Fires Were Started. La película, que transcurre en el momento más duro de los bombardeos aéreos alemanes, muestra a un grupo de bomberos cantando a coro alrededor de un piano, mientras el suelo tiembla bajo sus pies a causa del impacto de las bombas. 16 Brian Denny, «The Army Bureau of Current Affairs», tesis en historia, Ruskin College, 1994. Curiosamente, el historiador de la formación militar, cuyo aprendizaje pedagógico por lo visto se desarrolló en la Oficina del Ejército para los Sucesos de Actualidad (Army Bureau for Current Affairs), se remonta, en el título del libro, a 1643, año de creación del New Model Army. 17 John Major, discurso pronunciado en abril de 1993, citado en «The Roots of `Back to Basics' unearthed», Independent, 12 de enero de 1994. R. Samuel, «Mrs. Thatcher's Return to Victorian Values», en T. C. Smouth, ed., Victorian Values, A Joint Symposium of the Royal Society of Scotland and the British Academy, December 1950, Oxford, 1992.

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las vajillas «modernas» en los mercados de pulgas, con el revival que han experimentado de un tiempo a esta parte las aventuras de Guillermo Brown escritas por Richmal Crompton, y, quizá, con la creación febril de zonas verdes en las ciudades. En todo caso, no es casual que el discurso se haga público cuando aún no ha transcurrido un año desde la publicación de The Intellectuals and the Masses, de John Carey, brillante muestra de populismo literario que traslada a campo enemigo la batalla librada por la conquista de los extrarradios y le cuelga el sambenito a sus críticos eduardianos.19 Quizá el Primer Ministro, o la persona que le escribe los discursos, Gordon Reece, tuviera en su ánimo ciertas imágenes de Metroland, bien de la versión televisiva realizada en 1984 (editada en vídeo por la BBC), bien de los poemas de Betjeman en la que aquella se basó. Las «curiosidades» y los «objetos de recuerdo», durante mucho tiempo relegados en los museos al papel de cenicientas" y tratados como meros apéndices en los estudios arqueológicos,' se han convertido desde hace algunos años en líderes del mercado de subastas, dando lugar a una auténtica panoplia de artículos coleccionables. Las curiosidades también disfrutan de un puesto de honor en los nuevos «Heritage Centres» y museos de historia local. Así, por ejemplo, los turistas que visitan el centro Clare, en Suffolk, pueden contemplar «objetos de recuerdo de la era del vapor en Clare». El Museo de Dewsbury ha dedicado sus salas principales al tema de la infancia; además dispone de una clase escolar de los años cuarenta «para uso de grupos de estudiantes». El East Carlton Heritage Centre, en Market Harborough, presenta la historia de Corby New Town. El Fleur de Lis Heritage Centre, en Faversham, Kent, recrea una barbería eduardiana y una centralita de pueblo de los años cincuenta. El Museo Cater, en Billericay, consiste «fundamentalmente en una exposición de curiosidades locales, e incluye una enorme colección de fotografías del distrito realizadas a finales del siglo xix y princi-

i° «The Suburbs and the Clerks», en John Carey, The Intellectuals and the Masses. Pride and Prejudice arnong the Literary Intelligentsia, 1880-1939, Londres, 1992. 20 Peate, págs. 134-135, 139. 21 Ibíd., págs. 17, 20-21. En Somerleyton, Suffolk, una casa solariega desprovista del menor encanto que permanece abierta al público durante los meses de verano, el sitio de honor lo ocupa la plata de la familia, panzuda y fabricada a mediados de la época victoriana; la biblioteca, cuyos libros parece que nunca haya leído nadie; y el traje de armiño que alguien luciera en el Silver Jubilee de 1977. Los visitantes reparan sin remedio en una fotografia de Vogue fechada en 1953, donde aparece una tal señorita Somerleyton —a la sazón una debutante que trabajó como modelo para la crema facial de la casa Ponds—, pero es posible que les pasen desapercibidas las viejas herramientas, «a las que todavía se les daba uso allá por 1950», relegadas como han sido a un cobertizo donde hay un cartel que dice «curiosidades», único rastro de que el mantenimiento de la propiedad antaño dependía del trabajo de los sirvientes, jardineros y del resto del personal. Cuando se entra en el vestíbulo, uno se da de bruces con una muestra espectacular de pieles de tigre y con los cadáveres erectos de dos osos polares, abatidos —según se informa al visitante— en el transcurso de una expedición realizada a finales del xix por un antepasado de la familia. Una fotografia del gabinete de la señora Thatcher, dignataria que al parecer estuvo durante un fin de semana de safari en Somerleyton, añade otro toque crepuscular a la escena.

píos del xx. Dos de las salas han sido decoradas a guisa de dormitorio y salón de mediados de la era victoriana. El museo cuenta como atracción especial con una inmensa colección de coches de bomberos a escala, que abarca desde algunos de los primeros modelos hasta los fabricados en los años cincuenta»." En el lenguaje propio de la ecología, el término «patrimonio» se refiere a los espacios naturales vírgenes y a las reservas destinadas a la conservación de la flora y fauna. Tenemos un ejemplo en la tarea desarrollada por el Scottish Natural Heritage, que se ocupa en la actualidad de mantener y administrar las zonas de humedales —«uno de los últimos reductos de paisaje verdaderamente autóctono que quedan en este país»—;23 otro es la labor de protección del delfín nariz de botella y el empeño de salvaguarda de las marsopas llevados a cabo en el Moray Firth.24 Gracias a los planes turísticos del National Trust, el «patrimonio de los jardines» ha pasado a un primer plano, como por lo visto ha sucedido en otros países." Lo que en la Operación Neptuno se denomina «El Patrimonio Costero» abarca unas setecientas millas de costa, cuya limpieza y conservación se encuentran, de un tiempo a esta parte, a cargo del National Trust, que lo mantiene a salvo de la basura típica de las zonas de playa. Para los amantes de los paisajes literarios, el concepto de patrimonio torna sagrados los lugares que atesoran asociaciones artísticas. Entre tales apasionados se cuentan las sesenta y tantas celebridades artísticas y literarias que han firmado recientemente una protesta por «los ataques contra el legado artístico y literario» y el «expolio de un paisaje dotado de asociaciones literarias de valor incalculable»: los molinos de viento que se alzan en las inmediaciones de la casa parroquial Bronte en Haworth.26 La inflación experimentada por el concepto de patrimonio ha sido tan grande en el campo como en la ciudad. Las zonas susceptibles de sufrir daños medioambientales, que los ecologistas y los Amigos de la Tierra enarbolan como «patrimonio» digno de preservarse, abarcan hoy en día la totalidad del territorio nacional; ya no se limitan a las «áreas de belleza natural sobresaliente» que fueron objeto de la legislación de los Parques Nacionales promulgada en 1949 y de las campañas de acceso al campo que la precedieron, sino que se extienden asimismo a los humedales, refugios para las cigüeñas; a los eriales donde la hierba crece a su antojo, amenazados por los pesticidas; a los setos y las zanjas, desterrados en beneficio de un tipo de agricultura similar a la practicada en praderas naturales; y a especies en peligro de

22 Kenneth Hudson y Ann Nicholls, The Cambridge Guide to the Museums of Britain and Ireland, ed. rev., Cambridge, 1989; cf. también Museums and Galleries of Great Britain and Ireland, East Grinstead, 1994; y Debra Shipley y Mary Peplow, The Other Museum Guide, Londres, 1988. 23 «For Peat's Sake», Aberdeen Press and Journal, 2 de julio de 1993. 24 «Actor to Help Out Dolphins», Dundee Courier and Advertiser, 7 de julio de 1993. 25 Dusan Ogrin, The World's Heritage of Gardens, Londres, 1994. 2" «Windmills Around Haworth», Times Literary Supplernent, 18 de febrero de 1994.

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extinción como las lechuzas de los graneros y los murciélagos de los túneles. De hecho, es en el hábitat de la flora y fauna comunes, más que en las cumbres de las montañas o en los cabos agrestes, en donde fija su mirada el ojo sensible a la belleza del paisaje. El gobierno ha colaborado en la adopción de esas medidas, aunque fuera a rebufo de las acciones de protesta y movilización del voluntariado, a diferencia de lo sucedido en Francia, donde la iniciativa partió del Estado." Los instrumentos legislativos y ejecutivos han servido para ampliar el ámbito de lo que se considera digno de conservación. Así, por ejemplo, los restos arqueológicos, en virtud de la Ley de 1979, gozan de la protección del Departamento de Medioambiente, beneficiándose de la sanción oficial y de la seguridad relativa que les concede el hecho de haber sido declarados por el gobierno Áreas Medioambientales Protegidas, privilegio otrora reservado a los refugios de la flora y fauna. English Heritage, la cuasiONG creada en 1984 para que se ocupara de los monumentos y edificios históricos, tiene a su cargo aproximadamente unas 500.000 propiedades de las que es responsable última, y que no sólo abraza aldeas enteras, sino hasta todo un pueblo, situado en el distrito minero de Derbyshire, en Wirksworth. El Department of National Heritage, creado tras la resaca de la victoria cosechada por los conservadores en 1991, tiene competencias incluso más ambiciosas; de hecho, su empeño en controlar hasta el menor detalle del entorno urbanizado recuerda de manera siniestra los engranajes de la planificación urbanística llevada a cabo en la posguerra. Le patrimoine, primo francés del legado, tiene incluso ambiciones más ecuménicas y gustos más liberales? Coloca a resguardo de la protección legislativa y de la intervención estatal o regional no sólo los monumentos y edificios históricos, sino también un enorme abanico de artefactos culturales y materiales, por ejemplo álbumes familiares, cuyo comentario crítico e histórico ha dado lugar a ríos de tinta." Desde la creación del Musée des Arts et Traditions Populaires —herencia notoria del Frente Popular— ha tratado de proteger realidades intangibles como la medicina popular, los dialectos regionales y las canciones locales. La «Etnología» recibió reconocimiento institucional en 1978, cuando el Ministerio de Cultura nombró una Comisión especial que velara por ella.

27 Britain, 1993. An Oficial Handbook, págs. 189-197. 28 Las publicaciones francesas al respecto prescinden por fortuna de la pomposidad que aqueja a las obras británicas. Y demuestran mayor sensibilidad hacia los precursores dieciochescos y decimonónicos del concepto de patrimonio histórico. Cf. Francoise Choay, L'Allégorie du patrimoine, París, 1992; Jean-Michel Leniaud, L'Utopie ,francaise, essai sur le patrimoine, París, 1992; Marc Guillaume, La Politique du patrimoine, París, 1980. 29 Philippe Hoyau, «Heritage and the "Conserver Society": the French Case», en Robert Lumley, ed., The Museum Time-Machine: Putting Cultures on Display, Londres, 1988, pág. 28; Ministre de la Culture, Direction du Patrimoine, Programme d'action, 1984, págs. 5-11, 17-21; Regards sur le patrimoine, págs. 7-11 (prefacio de Jack Lang), 111, 116-117, 144, 225-239; Yvon Lamy, «Patrie, Patrimoines», G enés es ,11, marzo de 1993.

La noción de patrimoine se ha ampliado de forma progresiva en el transcurso de los últimos treinta años; tal y como ha sucedido en el caso británico, tal crecimiento ha implicado la modernización y puesta al día de la idea de lo que puede considerarse histórico, amén de la extensión de su base social. Cuando André Malraux, en calidad de Ministro de Cultura, inauguró en 1962 un ambicioso programa relativo al patrimoine, merced al cual el «Museo sin Fronteras» lograría que el pasado resultara accesible, recuperó el espíritu igualitario de sus años mozos, argumentando que los puestos de libros al fresco ubicados a orillas del Sena eran un elemento tan «histórico» del entorno urbanístico como Chartres o Notre Dame. Construcciones rurales como los lavaderos de las aldeas adquirieron la categoría de monumentos históricos en el transcurso de 1980, Año del Patrimonio; algunas extensiones más recientes se han centrado en el rescate de brasseries históricas. El Musée d'Orsay, abierto en 1987, es un panteón dedicado al arte industrial, sobre todo al de la belle époque. La «misión» encargada de la preservación del patrimoine fotográfico organiza coloquios y exposiciones internacionales sobre artistas como Willy Ronis y Eugéne Atget, cuya obra se enmarca en el París que va desde los años veinte hasta los primeros años de la posguerra; por otra parte, gracias al impulso modernizador de Jack Lang, Ministro de Cultura de los gobiernos socialistas de los años ochenta, el museo puso en pie un ambicioso programa de preservación y restauración de películas antiguas (las flamantes copias de L'Atalante y Les Enfants du Paradis se cuentan entre sus frutos).3° Desde un punto de vista estético e histórico, el concepto de legado es híbrido: refleja unas batallas estilísticas en las que toma parte y registra los cambios acaecidos en los gustos del público. La poética del trabajo, que dignifica las exposiciones de «historia viva» celebradas en los museos al aire libre y que, merced a las fotografías de trabajadores realizadas en tiempos victorianos, es uno de los motivos más utilizados en las portadas de libros, está en deuda con el Movimiento de Artes y Oficios surgido en la década de 1880. El Movimiento mostró una fe inquebrantable en las habilidades artesanales. También debe mucho, acaso incluso más, a la celebración del cuerpo masculino y la exaltación de la fuerza muscular que caracterizaron el «realismo poético» de documentalistas de los años treinta como Robert Flaherty y John Grierson. De hecho, a juzgar por las fotografías de ese periodo que circulan en la actualidad —en su mayoría centradas en escenas de trabajo al aire libre—, cabría suponer que los talleres victorianos no estaban poblados por zapateros y sastres tuberculosos, o por operarios abatidos, que a duras penas eran capaces de seguir el ritmo impuesto por las lanzaderas o las mulas, sino por una raza de gigantes.

" Ministre de la Culture, Direction du Patrimoine, Mission du Patrimoine Photographique, Progranune d'action, 1985, págs. 247-249.

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El concepto de conservación y las nociones de «legado» que lleva aparejadas siempre son un reflejo de la estética dominante. Podríamos citar a modo de ejemplos la insólita visibilidad adquirida por las tiendas y los mercados en las representaciones del pasado nacional, o la inflexión romántica sufrida por el mundo del comercio, que lo ha convertido en una suerte de contrapunto histórico del consumismo contemporáneo. Otro ejemplo: el entusiasmo que despiertan de un tiempo a esta parte los arbustos y las enredaderas resulta coherente con la rehabilitación de la moda victoriana. El paisajismo funcional de los años cincuenta y 60 no les había dado cabida. En los años treinta y cuarenta se abominaba de los arbustos y las enredaderas, y en particular de la hiedra, ya que se los consideraba enemigos del espacio y la luz;" para todos aquellos que se habían declarado contra la «iluminación tenue y devota» de la Iglesia Victoriana, eran los heraldos de la oscuridad y la claustrofobia. El fervor «georgiano» que surgió en los años treinta —gusto minoritario que llegó a su punto culminante con la fundación en 1937 del Grupo Georgiano (Georgian Group) y con la puesta en marcha de la campaña para salvar Bath— hacía gala de una firme creencia en el orden y la simplicidad, y con un gusto muy pronunciado por la falta de afectación, cualidad descrita en ciertas ocasiones como templanza o decoro arquitectónicos. Estas contracorrientes, avivadas por el nacionalismo cultural de los años treinta y quizá por un anticatolicismo residual, se aprecian en el siguiente texto, publicado en octubre de 1933 en el Monthly Report del Consejo de Protección de la Inglaterra Rural. A semejanza de Virgina Woolf en Orlando (o de la reina Mary en los terrenos del castillo de Windsor), el informe considera a la hiedra enemiga de la luminosidad y la belleza. También a semejanza de Bloomsbury y de la corriente progresista de los años treinta, se muestra decididamente progeorgiano, al tiempo que, tomando como referencia el césped o los setos de alheña típicos del extrarradio, exalta las virtudes del orden. El escrito se publicó originalmente, «con la aprobación del Arzobispo», en la Canterbury Diocesan Gazette:

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SEMÁNTICA EL CUIDADO DE LOS CAMPOSANTOS

Los árboles o arbustos que crecen junto a la iglesia deben vigilarse atentamente: acumulan sedimento verde en los muros del edificio y taponan los canalones con hojas muertas. Nada causa mayor daño a las lápidas y tumbas antiguas que la hiedra; debe arrancarse sin contemplaciones. Los túmulos hacen que las tareas de corte y cuidado del césped resulten más lentas y laboriosas. Allí donde sea posible deben colocarse a ras de tierra, aunque siempre respetando los deseos y sentimientos de los parientes. Quizá podría empezarse por las tumbas de las que ya nadie cuida... Los pórticos de entrada al cementerio y los restos de antiguos camposantos deben preservarse con especial esmero. Las puertas, las verjas o los muros de nueva construcción han de hacer gala de un diseño sencillo, antes sólido que ornamental. La cuestión relativa al tamaño de las cruces y lápidas merece atención especial. Los monumentos de grandes dimensiones, incongruentes con el entorno, a menudo desfiguran grandemente la belleza del camposanto; por tanto, ningún monumento destinado a un camposanto será objeto de encargo en firme hasta que la autoridad competente reciba y apruebe por escrito los planos en que figure el tamaño de la obra, los pormenores del texto y el tipo de letra elegida. (La longitud adecuada de una lápida es de un metro; la de una cruz, de un metro y veinte.) Cabe insistir en la importancia de emplear madera o piedra autóctona y mano de obra británica. El uso de mármol blanco italiano para la construcción de lápidas y cruces distrae la mirada, destruyendo la armonía y la sobria dignidad que deberían imperar en un camposanto. También son reprobables las flores artificiales colocadas en recipientes de cristal y la grava o los guijarros de mármol blanco, que nunca se instalarán sin contar con el permiso pertinente... Debe incentivarse el estudio del estilo y carácter de las lápidas construidas en el siglo xvtü, repartidas a lo largo y ancho del país. En muchos casos se trata de obras de arte muy hermosas. Su superficie resulta idónea para esculpir finos trabajos en bajorrelieve, en los que puede tallarse, si así se desea, una cruz. Tal solución es preferible a la cruz exenta, a menudo mal proporcionada, que hoy en día resulta habitual.

si Por lo que hace al frío húmedo y lóbrego que se abatió sobre Inglaterra con la llegada del siglo xIx y la «incomparable profusión» de hiedra que trajo aparejado, cf. Virginia Woolf, Orlando, capítulo V Sobre el uso que Steve Smith hizo de ese fenómeno, Novel on Yellow Los restauradores de iglesias que llevaron a cabo su labor durante la década Paper, Virago, 1991, págs. 13-14 (agradezco a Alison Light que me indicara la existencia de esta obra). Por lo visto, la reina Mary, la reina madre, fue una gran enemiga de la hiedra: de 1840 no sentían ninguna simpatía por el estilo georgiano («el non plus «Durante toda su vida detestó la hiedra; organizaba cuadrillas destinadas a borrar de las tierras ultra de la abyección»);" de hecho, los eclesiólogos de Cambridge, portavode Badminton la faz del "enemigo". En el transcurso de la guerra, se encargó en total de la limces arquitectónicos de aquellos restauradores ante la opinión pública, sostepieza de 120 acres». Cita de Marion Crawford, The Queen Mother, Londres, 1951, que figura nían que «desde el comienzo del reinado de Jorge I hasta el año 1820 no se en David Duff, Queen Mary, Londres, 1985, pág. 225. «Sin duda, la reina Mary estaba obsesionada por su lucha contra la hiedra. A su parecer, era un elemento destructivo.» Anne Edwards, construyó una sola iglesia digna de ese nombre»). A ojos de los partidarios Matriarch, Queen Mary and the House of Windsor, Sevenoaks, 1984, págs. 379-380. El mismo del revival gótico, la arquitectura clásica o neoclásica resultaba «pagana»; en libro ofrece el siguiente extracto de su diario: «Mañana deliciosa que pasamos arrancando la hiedra de los árboles de los jardines» (25 de septiembre). «Mañana deliciosa que pasamos arrancando hiedra de los árboles. Vimos arrancar una pared de hiedra con medio siglo a sus espaldas. Casi toda cayó como una manta» (26 de septiembre). Estoy extremadamente agradecido a Pippa Hyde, bibliotecaria del Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, por ponerme 32 James F. White, The Cambridge Movement; the Ecclesiologists and the Gothic Revival, tras la pista de esas obras. Cambridge, 1967, pág.en 91. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

el mejor de los casos se antojaba «mundana» o «apropiada para cuáqueros», pero se la consideraba alejada de los usos y costumbres eclesiásticos. «Un edificio como ese hubiera sido apropiado para albergar los combates de gladiadores o de animales salvajes celebrados en la antigua Roma, pero resulta profundamente indigno de una iglesia cristiana», escribió The Ecclesiologist a propósito de una de ellas, construida en 1797 en Banbury, North Oxon.33 El sueño de un retorno a la «arquitectura cristiana» de la Alta Edad Media, leitmotiv de los nostálgicos del arte gótico durante la década de 1840, se extendió a los camposantos. Aquí los eclesiólogos la emprendieron contra la práctica dieciochesca de colocar tumbas con inscripciones individuales, así como obeliscos o monumentos verticales. Un artículo de The Ecclesiologist publicado en enero de 1845 se lamentaba de que «aun cuando nuestras iglesias conservan en su interior numerosos monumentos antiguos» los camposantos se habían visto despojados de ellos, e invocaba el recuerdo de las frondas de antaño. ¿Qué aspecto tendrían en los tiempos antiguos los camposantos que hoy se nos muestran desfigurados? Bien, sabemos que entre las tumbas se erguía una enorme cruz de piedra, que un venerable tejo crecía a la intemperie, que a la entrada del cementerio había un pórtico de madera y, quizá, que un manantial brotaba en el interior del recinto o que un arroyo cruzaba por sus dominios También es probable que la espesura de las hermosas frondas se extendiera por doquier, de forma que la morada de los difuntos tuviera el aire sereno y retirado que le es menester.34 El camposanto que aparece en Almacén de antigüedades (1841), donde encuentran refugio la pequeña Nell y su abuelo —escena presumiblemente tan influyente en la formación del gusto victoriano por lo sepulcral como lo fuera la cena de los Cratchit en la celebración victoriana de las Navidades—,35 no tiene nada de pulcro y ordenado. Crece en el suelo una hierba tan tupida, cubierta por tal capa de hojas caídas, que los pasos de la pequeña Nell resultan inaudibles. Las tumbas son «de tiempos venerables», y la propia iglesia, para cuya construcción se utilizaron las ruinas de un monasterio como canteras de piedra labrada, es increíblemente antigua, «un lugar vetusto y fantasmagórico», «cuya grisura destacaba aun en medio de aquel paisaje descolorido». El sacristán es un tipo más viejo que Matusalén, que por lo visto encuentra su mayor placer en cultivar un bosque de árboles y arbustos. Ansía la llegada del día en que la fronda resulte tan densa que ya no pueda verse el

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Basil F. L. Clarke, Church Builders of the Nineteenth Century. A Study of the Gothic Revival in England, Newton Abbot, 1969, pág. 78. C£ también otra obra del mismo autor, The Building of the Eighleenth-Century Church, Londres, 1963, págs. 1-3, y ap. V, págs. 232-237. «On Monuments», The Ecclesiologist, enero de 1845, pág. 16. 3' The Old Curiosity Shop, capítulos XLVI, LII-LIII, LV, LXXII.

cielo. A Dickens le resulta indiferente que las tumbas de la cripta sean de mármol y no de puro roble inglés; por otra parte, lejos de reprobar la exuberancia de la hiedra —que, como la hierba alta, se ha apoderado del camposanto—, hace que los aldeanos la recojan, junto a bayas y acebo, para preparar el ramo funerario de la pequeña Nell. Dickens no hace ninguna referencia a ese espíritu de mejora del que en otros ámbitos —como el movimiento higienista de la década de 1850— estuvo presto a ser adalid. Para desplegar sus poderes mágicos, el camposanto precisa de la desolación del pleno invierno; es un lugar que debe permanecer en estado salvaje. El vínculo establecido entre la noción de patrimonio y el ámbito de las artes, institucionalizado y formalizado en la amalgama de los dos ministerios que los toman a su cargo, data de época reciente. Durante los años sesenta, con la excepción interesante de Snape Maltings, antiguo almacén y fábrica de cerveza reconvertido en sede del Festival de Aldeburgh, no existían salas escénicas de carácter «histórico», ni había planes megalómanos —como los relativos al shakesperiano «Globe» ubicado en Bankside— para hacerlos volver del reino de los muertos. Los teatros que se inauguraron en el transcurso de esa década, como The Belgrade, en Coventry, y The Crucible, en Sheffield, reivindicaban su condición ultramoderna. «El teatro circular» —iniciativa de vanguardia que causaba furor en aquellos años— no se gloriaba de ser descendiente de los anfiteatros griegos o romanos, o de las obras teatrales que en la antigua Inglaterra se representaban en el transcurso de las procesiones; al contrario, se lo aclamaba por constituir un escenario nuevo e informal. El Chichester Festival Theatre, con sus interiores de pino escandinavo, hacía alarde de su modernidad. El Teatro Nacional, con su escenario giratorio controlado electrónicamente y sus decorados, que descendían desde el telar o se elevaban desde el nivel del suelo, era una de las maravillas tecnológicas de su tiempo; por comparación, los teatros de Drury Lane, con sus fatigosas manivelas y poleas, parecían de época prehistórica. El propio edificio, con su tosca fachada de hormigón, no evocaba la tradición en absoluto. La decoración, minimalista, no sólo prescindía de las tonalidades doradas y carmesíes, sino también del proscenio. No había museo de antigüedades, ni placas en recuerdo de las glorias que actuaron en el Bankside, ni rastro de nomenclatura historicista que estableciera una continuidad con las compañías teatrales de tiempos isabelinos o jacobeos, o que mirase al pasado. Las veladas musicales que tenían lugar en el vestíbulo optaban por ofrecer música de jazz interpretada al saxo antes que madrigales isabelinos, en tanto el repertorio privilegiaba las producciones de Shakespeare en clave moderna. La asociación de la idea de «patrimonio» con la imagen corporativa ofrecida por las sedes de las grandes empresas resulta reciente, pero se ha extendido como un reguero de pólvora. Tiene su epítome en los recuerdos de Nelson que pueden admirarse en el nuevo cuartel general de Lloyd, edificio por otra parte ultramoderno, así como en la exposición sobre Florence Nightingale que da la bienvenida a los visitantes del Hospital de Santo Tomás. Entre las

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compañías de seguros de la Ciudad de Londres ha arraigado la costumbre de instalar un minimuseo en el vestíbulo o el pasillo de entrada, un poco al modo en que, en los viejos tiempos, los establecimientos de los barberos y de los tabacaleros lucían en la entrada, respectivamente, una barra vertical bicolor y un escocés con kilt tallado en madera, a modo de mascotas.36 Los Coutts, saga de banqueros de la aristocracia inglesa —se dice que algunos de sus clientes requirieron por vez primera sus servicios hace doscientos cincuenta años—, poseen uno de los ejemplos más extraordinarios de tales minimuseos. Creado en 1977, cuando el banco se trasladó a las flamantes instalaciones construidas para tal fin en el Strand, su minimuseo, en medio de la modernidad del atrio, estaba destinado a convertirse en un símbolo de abolengo. Al entrar en el vestíbulo, el visitante puede contemplar, amén de un tapiz de Voysey, una veintena de expositores; el lujoso despacho del director, situado en el cuarto piso, le ofrece una exposición en toda regla de retratos y plata. Aparte de hacer gala de los tesoros de la compañía —por ejemplo, la carta en la que Lord Byron solicita una extensión del crédito—, el minimuseo explota los recursos de la nueva museología. Una serie de ampliaciones fotográficas sirven como vistoso telón de fondo de los objetos expuestos. Se muestra una reproducción a tamaño natural de una joyería de 1692, con maniquís de cera de John Campbell, el fundador de la firma, y del duque de Argyll, «nuestro primer y más ilustre cliente». En virtud de otro fragmento de realidad simulada, vemos a un oficinista del siglo xtx sentado en el bufete de un colega. En el piso superior hay una reproducción a tamaño natural de la condesa de Burdett-Coutts, realizada a partir de una fotografía hecha en la casa familiar que los Coutts poseían en Piccadilly." Si pasamos al otro extremo de la escala social y nos fijamos en uno de los bastiones de la Inglaterra de clase obrera, cabe señalar el auge experimentado por los museos de los clubs de fútbol, cuyo número crece a pasos agi" En relación con `Wooden Highlanders', véase

Notes and Queries, vol. 162, 1932, pág. 404; ibíd., vol. 163, 1932, pág. 14; vol. 181, 1941, págs. 53-54. 37 Le agradezco a Tracy Earl, archivista de Coutts, la información que me dio sobre los expositores de Coutts, y a John Kcyworth, conservador del Banco del Museo de Inglaterra, la visita guiada y el relato que me hizo de ese interesante añadido a la City. Cabría localizar un antepasado más remoto en la exposición de placas antiguas de las aseguradoras de inmuebles y equipos de bomberos organizada en 1937 en la Chartered Insurance Institution de Aldermanbury, poco tiempo después de la creación del Firemarks Circle, y que actualmente pasa por el trance de una remodelación. Según parece, fue el modelo de esos minimuseos o exposiciones murales que hoy en día adornan las sedes de las casas de seguros. Las gentes que han visitado Spitalfields quizá hayan reparado en la exposición de antiguos uniformes de bomberos que puede verse en Fritzell International, situada en Folgate Street; por lo visto, la de Sharp's, en Lloyd's Avenue, resulta incluso más espectacular, puesto que el socio mayoritario es también un historiador de la materia. Cf. Brian Wright, The British Fire Mark, 1680-1879, Thetford, 1982. Agradezco al señor Wright la información sobre la proliferación de tales minimuseos. Las maquetas de barcos que se exhiben en las compañías de seguros marítimos, como la que luce en el escaparate de Ocean House, en Elder Street, Spitalfields, quizá sean un pariente cercano de esos minimuseos.

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gantados como consecuencia de la remodelación de las gradas. Los Glasgow Rangers atesoran lo que un visitante entusiasmado ha descrito como «un museo de fábula, una maravilla», «muy tradicional, con bastidores y paneles de madera, con un poco de olor a humedad». El Museo del Liverpool FC contiene una serie de recuerdos de los jugadores, una sección sobre «fútbol de los viejos tiempos» dedicada a Billy Liddell, otra consagrada a Bill Shankly, gerente del Liverpool en los años sesenta, y una amplia colección de insignias y regalos. Uno de los escasos trofeos exhibidos a modo de recordatorio del ambiente que se respira en el campo es una matraca de aficionado de aquella década. Empero, el nuevo museo de «historia viva» o «centro de visitantes» cuya inauguración está prevista para 1995, tras la remodelación del Kop, ofrecerá la posibilidad de disfrutar de la «experiencia» de hacer una visita al vestuario de jugadores y recorrer el túnel de acceso al campo, quizás al son de una grabación del rugido de la marabunta. El Museo del Arsenal, abierto al público el pasado otoño, exhibe toda la indumentaria deportiva de Alf Kirchen, el balón de fútbol recibido por el Club cuando ganó la copa de 1936, la camiseta que supuestamente perteneciera a Alex James (un hincha del Arsenal pagó por ella mil quinientas libras esterlinas en la subasta de artículos futbolísticos organizada el año pasado en Christie's), pitilleras y medallas de los tiempos de Plumstead, y un viejo par de botas de fútbol de los años cincuenta.38 El «patrimonio cultural» de la serie de libros editados por Routledge en su colección «patrimonio crítico», que cuenta ya con una larga trayectoria, estaba inspirado en la noción de «tradición» acuñada por Matthew Arnold. Brian Southam, que prohijó la serie y le dio nombre, encargándose asimismo de coordinar el primer volumen (una selección de textos críticos sobre Jane Austen), era un antiguo profesor universitario que había abandonado la docencia, experto en teoría literaria (entre sus posibles influencias se cuenta la obra de T. S. Eliot titulada Tradition and the Individual Talent, así como la figura de F. R. Leavis). John Naylor, el artífice de la colección, era un editor de Batsford que trabajaba en una editorial cuyo «pan nuestro de cada día» había sido, durante cerca de cuarenta años, la idea de «legado».39 La versión de «patrimonio histórico» desarrollada por Batsford en el transcurso de los años treinta era de índole topográfica. En algunas ocasiones se refería a la iglesia parroquial; en otras, a las viejas posadas («unos de los elementos más atractivos de la vida inglesa»); no obstante, lo más frecuente

" Agradezco a Ian Cook, del Arsenal FC, y a Brian Hall, del Liverpool FC, la información sobre los museos de sus equipos y de otros clubs de fútbol. Tower Hamlet News, 22 de julio de 1993, proporciona información sobre el Museo del Millwall FC, que tiene previsto exponer los billetes de tranvía que los espectadores compraban para llegar al campo, así como los equipamientos de los jugadores. 39 Agradezco a Brian Southam y John Naylor que compartieran conmigo sus recuerdos del nacimiento de la colección. El libro de Brian Southam sobre Jane Austen, publicado en 1968, fue el primero de la serie.

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SEMANTICA

es que estuviera vinculada con el encanto de lo vernáculo, como en Old English Household Life, de Gertrude Jeckyll. Tal y como hicieron los editores de History of Everyday Things, de Quennells, Batsford llevó a cabo una labor pionera encaminada a introducir en las escuelas una idea de tradición vinculada al Movimiento de Artes y Oficios. Por lo que se refiere a otro tipo de código, en concreto al lenguaje de los colores, Batsford cuestionó la omnipresencia estridente del rojo, el blanco y el azul, colores por antonomasia de la heráldica militar e imperial, recurriendo a los suaves colores pastel de las portadas fauvistas diseñadas por Brian Cook.4° Graham Wallas, especialista en ciencias políticas durante el periodo postfabiano* y autor de un libro al respecto escrito tras la Primera Guerra Mundial (Our Social Heritage, 1921), empleó el término en un sentido más amplio y abstracto, que maridaba nociones liberales y reformistas del bien público con otras de índole darwiniana relativas a la herencia y el entorno. Por una parte, el término «patrimonio» abarcaba los instintos sociales y las normas de conducta tal y como se manifiestan, digamos, en el hábito de la cooperación o en la aceptación de los deberes y derechos consuetudinarios; por otra, en un plano más intelectual, se refería a la influencia de las artes y las ciencias, al patrimonio cultural. En el ámbito del gobierno incluía tanto los derechos de representación como el deber de control social; en el laboral, circunscribía tanto la práctica sindicalista como la médica, la legal o la Para Canon Rawnsley, cofundador del National Trust y uno de sus propagandistas más prolíficos, el «patrimonio» estaba menos emparentado con la cultura que con la naturaleza. Este apasionado de Wordsworth residente en el Lake District, entorno que se negó a abandonar para hacerse cargo de un arzobispado, era un amante de los rincones apartados de la naturaleza. The National Heritage (1919), el libro que compiló para celebrar los primeros veinticinco años de actividad del National Trust, refleja ese talante de manera cabal. Rawnsley inicia su travelogue con un capítulo dedicado a la primera

Brian Cook, The Britain af Brian Cook, Londres, 1987, proporciona un relato fascinante a propósito del nacimiento de las portadas «favistas» de libros, que recurrían en abundancia al verde esmeralda y al rosa. 4°

* La Sociedad Fabiana, fundada en 1883, fue un movimiento intelectual y de clase media que en 1906 contribuyó (junto a otras corrientes del socialismo británico) a la fundación del Partido Laborista. Pretendía implantar un Estado «socialista» mediante reformas graduales y la conquista de la opinión pública, renunciando a los métodos revolucionarios. Como grupo, los fabianos se preocuparon de males y remedios específicos más bien que de una filosofía general de la sociedad o de la denuncia de la propiedad privada y de la percepción de rentas, intereses y beneficios. Hay quien les ha negado el calificativo de «socialistas», debido a su falta de interés por cualquier tipo de reconstrucción radical de los fundamentos de la propiedad en la sociedad. En política exterior eran partidarios del imperialismo y antiinternacionalistas, al considerar que la prosperidad del Imperio redundaría en la prosperidad de las clases trabajadoras. 4 ' Graham Wallas, Our Social Heritage, Londres, 1921; Martin Wiener, (N. de los t.) Between Two Worlds, the Political Thought of Graham Wallas, Oxford, 1971.

adquisición del Trust: Dinas Oleu (la fortaleza de la luz), el peñón de roca blanca que se alza majestuosamente sobre el estuario de Barmouth. Y lo concluye —«bajo imponentes chaparrones»— en el cabo «artúrico» de Baras, en Tintagel, ubicado en la costa agreste del norte de Cornualles, donde escucha el sonido agudo y estridente del mar que rompe a los pies del acantilado, contempla al halcón abatirse sobre su presa y, bajando la mirada desde lo alto del precipicio, observa los cormoranes negros y las blancas gaviotas sobrevolar el mar profundo. Rawnsley consagra dos capítulos enteros a las propiedades del National Trust en Exmoor, y sólo tiene ojos para ensalzar las glorias de las cañadas y las cavernas, de los brezales apenas arbolados y de las mesetas. La única casa señorial en la que se detiene está «destripada y destruida por dentro». No parece más interesado en las flores y los jardines, la gran pasión de los visitantes actuales del National Trust: la naturaleza salvaje es lo único que cuenta.42 A Countryman's England (1935), uno de los volúmenes escritos por Dorothy Hartley para la «Biblioteca del Patrimonio Británico» publicada por Batsford, es también ajena a la forma en que se expresa el gusto por lo bucólico en nuestros días. En sus páginas no hay rastro de iglesias cubiertas de hiedra, de aldeas rodeadas de fronda, ni tampoco (al modo de, digamos, las guías «Shell») de encantos pintorescos. El hilo conductor del libro es «La vida y el trabajo en el campo». A diferencia de lo que sucede en el cine documental británico, las fotografías no contribuyen a fundar una poética del trabajo, ni a mostrar paisajes impresionantes, como hacen las postales, sino a documentar las labores cotidianas; los bocetos que se incluyen —extraídos del cuaderno de notas de la autora— conceden un papel privilegiado a los instrumentos de trabajo: «almádena de montaña para elaborar mantequilla», «el tradicional cascajo empleado por los pastores», «colmenas de paja». La cosecha es el elemento definitorio del patrimonio rural. Kent y Hampshire son «huertos y vergeles» donde, a juzgar por las fotografías, los jornaleros trabajan sobre zancos. Otra foto, tomada en East Anglia, muestra una hilera de mujeres agachadas «que cavan con las manos para recolectar remolacha azucarera». La descripción visual de una granja avícola vallada con alambre prefigura a todas luces la cría de gallinas ponedoras en jaulas en batería, tal y como se practica hoy en día. Existe toda suerte de ingeniosos adminículos destinados a repartir, clasificar y distribuir el grano contenido en tolvas automatizadas. También hay básculas e instrumentos para administrar baños de polvo. El número de huevos se controla mediante el método ancestral del empleo

42 H. D. Rawnsley, A Nation's Heritage, Londres, 1920; por lo que respecta a su rechazo del obispado de Madagascar, National Trust Archives, Acc. 6 / 17, carta de Octavia Hill, 25 de noviembre de 1901; y Canon Rawnsley, An Account of his Li fe, de Eleanor E Rawnsley, Londres, 1923.

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de jaulas. De hecho, un ave de corral carece de vida propia; no es otra cosa que una apuesta económica.43

En la versión de la idea de patrimonio característica de los años treinta, el paisaje, a despecho de estar amenazado por las urbanizaciones de bungalós y desfigurado, según los conservacionistas, por excrecencias modernas como vallas publicitarias o torres de tendido eléctrico, todavía se consideraba como una extensión de terreno agreste y solitaria. Hasta el apasionado de las antigüedades o el amante de la naturaleza virgen consideraba que el pasado y el presente formaban un todo sin solución de continuidad. Por eso Hilda Coley, en Heritage of Wild Flowers (1935), empezaba su libro celebrando la longevidad y tenacidad de la materia que abordaba: «Así como nosotros descendemos de las gentes que vivieron otrora en esta tierra, las flores silvestres que contemplamos hoy en día descienden de las que arraigaron en ella hace cientos de años... Algunas... son exactamente idénticas a aquellas... mientras que el aspecto de otras ha sufrido ligeras variaciones». La perspectiva del crecimiento urbano resultaba relativamente tolerable a ojos de la autora: Hace cien años, o incluso hace solo cincuenta, en Gran Bretaña había muchas más flores silvestres que en la actualidad. Gran parte de las tierras en las que antaño crecían están ahora ocupadas por edificaciones: el número de factorías, tiendas y casas que existen hoy en día es muy superior al contado en el pasado. Las sendas estrechas y diminutas al amparo de cuya sombra crecían las flores silvestres más inusitadas y exquisitas han sufrido la poda de sus setos y la siega de la hierba que crecía a ambos lados del camino, con el propósito de convertirlos en carreteras en toda regla. La escasez de sombra y de terreno ha propiciado que sólo se conserven los tipos de planta más resistentes, privándonos de muchas de las clases más delicadas e infrecuentes. De nada sirve lamentarse; nuestras quejas no nos devolverán los días ni los usos que desaparecieron sin remedio. A muchos nos encanta dar un paseo en coche por el campo; en nuestra mano está conservar la belleza del paisaje eligiendo con tino las flores que cogemos y cuidándonos de no arrancarlas de raíz. También podemos hacer acopio de semillas pertenecientes a distintas clases de flores silvestres y plantarlas en las zonas menos pobladas de los setos vivos. Eso hará que en el futuro tanto nosotros como nuestros semejantes podamos disfrutar de una mayor belleza.44

43 Dorothy Hartley, A CountrymanS England, Londres, 1935. Dorothy Hartley escribió, entre otros muchos textos, una especie de Historia de las cosas cotidianas en miniatura y un libro sobre la cocina de Yorkshire. Un testigo recuerda así el momento en que la autora entró en la oficina de Batsford: se trataba de una «mujer de campo, alta y de aspecto indómito», «mezcla de priora y señora de un castillo», ataviada con un sayo negro muy largo, que pronunciaba las erres como ges, a la manera de las gentes de pueblo. Información proporcionada por John Naylor. 44 Hilda M. Coley, Our Heritage of Wild Flowers, Londres, 1935, págs. 9-10.

En 1940, la «hora más gloriosa» de Gran Bretaña, cuando el país resistía en solitario contra las tenebrosas fuerzas de la tiranía, cuando hasta su propia existencia como nación de repente estaba en juego, la noción de «legado» prendió como una mecha en lo que una serie de opúsculos propagandísticos dio en llamar «el espíritu y la armazón de las instituciones británicas» y en lo que los prontuarios y conferencias de la Oficina del Ejército para los Sucesos de Actualidad (Army Bureau for Current Affairs) denominaron «el talante británico»." El pueblo británico amaba la libertad, tenía «aversión innata» contra forma de coacción alguna y sentía predilección por el esfuerzo voluntario.46 Las libertades de las que gozaban los británicos se habían conseguido a fuerza de luchar por ellas y constituían «nuestro legado nacional». Westminster, «la madre de la asamblea legislativa», era la cuna de la democracia. El habeas corpus otorgaba a todos los súbditos el derecho a un juicio justo. El sistema de jurados era la envidia del mundo entero; en la propia Gran Bretaña, el imperio de la ley estaba asegurado por el compromiso público irrenunciable con el respeto a las reglas del juego.47 Londres, capital de la nación, «que jamás... había estado tan bella como bajo el ataque de los bombarderos»," gozaba de una estima muy especial por ser el objetivo principal del ataque enemigo. El heroísmo y la jovialidad de las gentes más humildes de Londres —la indiferencia estoica de la señora Mopp, la asistenta de clase obrera, frente a los «teutones», o el «todo va como una seda» de los taxistas, las conductoras de autobús y los agentes de policía— eran símbolos del coraje de toda la nación; la milagrosa supervivencia de la Catedral de San Pablo, el talismán de la voluntad que mantenía en pie al país. Revisar las películas del periodo, o los Postscripts (1940) de Priestley —las emisiones radiofónicas que realizó cuando el temor a la invasión alcanzó su cénit—, o los ensayos que Orwell escribió en 1940, es encontrarse con un país enamorado de sí mismo." Los encantos del carácter nacional eran objeto de una gran atención: la supuesta tolerancia de los ingleses, el exquisito trato que dispensan a sus semejantes, su extrema modestia, su amor por el espíritu deportivo. Una de las imágenes que alcanzó mayor predicamento mostraba un país habitado por una raza de bonachones excéntricos, descendientes directos de esos «perros rabiosos y hombres de Inglaterra» que, en los ripios salidos de la pluma de Noél Coward, marchaban precipitadamente bajo el sol del mediodía. Otra imagen predilecta sostenía que el país era en esencia como

45 La colección constaba de diez volúmenes y se publicó en Longman con el título de «British Life and Thought». Britain Today, n° 38, 4" J. E. Hales, British Education, citado en «The British Way of Life», febrero de 1941, pág. 16. n° 61, septiembre de 1941, págs. 2-3. 47 «The Life of a Nation», Britain Today, Londres, 1982, pág. 120. 48 Vera Brittain, England S Hour: an Autobiography, 1939-41, " Los dos siguientes párrafos proceden de la introducción redactada por el autor de estas líneas, «Exciting to be in English», que se encuentra en Patriotism, the Making and Unmaking of British National Identity, Londres, 1989, I, págs. xxiv-xxv.

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una familia que disputaba por cosas sin importancia pero que formaba una piña cuando había que afrontar algún problema grave. La franqueza, la claridad, la lealtad, la sinceridad, la credibilidad, la responsabilidad eran por lo visto la quintaesencia de las virtudes inglesas. Lo mismo cabía decir del idealismo (aunque los ingleses fueran reacios a admitirlo) y de su compromiso con los principios más elevados (aunque no lo proclamaran a los cuatro vientos). Prácticos y juiciosos, los ingleses, empero, estaban románticamente apegados a la tradición, a la «belleza inalterable» de la campiña inglesa, a «las casitas rurales» «junto a los campos de cereales». Infalibles cuando había que enfrentarse al enemigo, disciplinados cuando las circunstancias así lo precisaban, pero por lo demás una nación de individualistas, los ingleses preferían arreglárselas por sí mismos. Todas esas imágenes, a diferencia de las evocadas durante la Primera Guerra Mundial, resultaban eminentemente antiheroicas. Los ingleses no eran una raza superior sino un pueblo doméstico, más inclinados a las delicias hogareñas que a las conquistadoras. Su patriotismo era quedo; como los personajes ascéticos y heroicos interpretados por Leslie Howard, el combate les parecía aborrecible aun cuando resultaba necesario. Su sentido del humor, la capacidad de reírse de sí mismos, era, por lo visto, el arma secreta de los ingleses, la clave que ni siquiera todas las maquinaciones urdidas por los nazis en Pimpernel Smith lograban desentrañar. El arte de la jardinería, según el parecer que arraigó en Gran Bretaña durante la guerra (posiblemente por influencia de la campaña «Cavemos por la victoria» [«Dig for Victor3;»}), era una virtud específicamente nacional. A lo largo del periodo de entreguerras, la jardinería se había afirmado como el pasatiempo más cultivado por los ingleses, al amparo, por una parte, del súbito crecimiento de municipios en las afueras de las grandes ciudades y, por otra, del declive del servicio doméstico. En El león y el unicornio (1941), Orwell retrata a los ingleses como una raza de floricultores, y ve en la jardinería un ejemplo modélico del carácter discreto de la vida nacional. Noel Coward, a quien resulta imposible imaginarse cultivando puerros gigantes para participar en concursos de horticultura, invocaba el mismo tópico en sus emisiones radiofónicas de carácter patriótico, retomado más adelante en su guión de La vida manda (This Happy Breed, 1944), fábula sobre la vida familiar en Gran Bretaña durante el periodo de entreguerras. Para Frank Gibbons, padre de familia y dueño de una casa en Clapham, la jardinería brinda argumentos de peso a favor del conservadurismo. «En este país las prisas no gustan», le dice a su mujer:

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cambiar de golpe el curso de las cosas. Nosotros hacemos las cosas a nuestro modo. Quizá sea lento y resulte un poco aburrido, pero es y será siempre lo que más nos conviene. Hace cincuenta años, en el culmen de la fiebre productiva desatada durante la posguerra y en las postrimerías de «la hora más gloriosa de Gran Bretaña», la idea de patrimonio, asunto que hacía correr ríos de tinta y que alcanzó su máximo apogeo durante los preparativos del Festival de Gran Bretaña celebrado en 1951, no giraba alrededor de las ruinas (aunque participaran de ella), ni de las «curiosidades» y los «artículos de recuerdo» (sector de crecimiento de la industria del souvenir histórico que impera en la actualidad), sino más bien de lo que entonces se consideraban los encantos del carácter y la vida nacionales: el genio británico para la diplomacia, el amor británico por el respeto a las reglas del juego. La pompa estatal —como la procesión del Lord Mayor o la apertura del parlamento presidida por la Reina, e incluso la interpretación del himno nacional al final de las proyecciones cinematográficas y de las representaciones teatrales— tenía un peso enorme. La Cámara de los Comunes era «el santuario donde se conservan las libertades del mundo entero»; el Parlamento constituía «el resultado de mil años de... historia política»." Los setos eran «el elemento más característico del paisaje británico»; el cultivo de los campos daba fe de la fertilidad de la agricultura británica.51 Gran Bretaña era una sociedad de progreso construida sobre los sólidos cimientos de un pasado único. Así, por ejemplo, Our Historical Heritage, obra en tres volúmenes dirigida a estudiantes de enseñanza secundaria, presentaba la historia nacional «de un modo que anima a los alumnos a aprender más cosas sobre "la historia del gran logro de la humanidad"» (no en vano, las conclusiones finales del libro ostentaban el elocuente título de «Mirar hacia el futuro»)." En el momento de la celebración del Festival de Gran Bretaña, la fe en todo lo británico permanecía indemne, por lo menos según Everybodys, uno de los semanarios ilustrados que se publicaban en aquella época. Londres era todavía «el puerto con mayor tráfico del mundo» y el Festival brindaba a Gran Bretaña una nueva oportunidad de mostrarse al mundo como «líder en el ámbito del comercio, la innovación tecnológica y las artes»." El «eximio

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s' Beauty in Britain, Londres, s.f., pág. 10. En el mismo libro (pág. 30) se afirma que el Grand National es «la carrera de obstáculos más dura y formidable que se celebra en todo el

ETHEL: ¡Tú y tu obsesión con la jardinería! FRANK:

mundo»; también proclama a los cuatro vientos que los tradicionales centros de recreo que se alzan en la costa sur del país, Eastbourne y Bognor Regis, gozan de «gran renombre» en el ámbito de la industria del ocio «más avanzada» (pág. 38). 51 L. F. Easterbrook, «Life and Work on the Land», Our Way of Life, Twelve Aspects of the British Heritage, Country Life, 1951, pág. 122. 52 H. E Wolstencrafot y T. Davidson, Our Historical Heritage, University of London Press, 3 vols., 1950. 53 Hilda Marchant, "Here's The World's Front Door", Everybodys, 14 de abril de 1951 y 19 de mayo de 1951.

Es como la jardinería. Alguien dijo una vez que éramos una nación de jardineros. No andaba desencaminado. Nos dedicamos a plantar cosas, a verlas crecer y a estar atentos a los cambios atmosféricos.

Pero si es la verdad... Imagínate lo desastroso que sería si todas las flores, las verduras y las cosechas brotaran en un abrir y cerrar de ojos. Pues eso es lo que pretenden todos esos reformadores sociales:

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KAFHAEL SAMUEL

linaje industrial» de Tyneside garantizaba que un barco fabricado en sus talleres fuera «ejemplo de la mejor construcción naval que hoy en día puede encontrarse en todo el mundo»." Malcolm Campbell era «el hombre más rápido del mundo»." La revisión anual del «Queen Elizabeth» era «una de las mayores operaciones de limpieza general que se realizan en el mundo entero»." Tampoco la aeronáutica británica tenía rival. «Pese a los grandes reveses sufridos tras la guerra», el diseño y la perfección de la aviación británica resultaban «imbatibles», según un artículo publicado en febrero de 1951: cuando Sir Miles Thomas, el presidente infatigable de BOAC, regresó hace poco al país después de realizar un estudio pormenorizado de los métodos aeronáuticos americanos, declaró que Gran Bretaña iba, como mínimo, dos años por delante de los EE.UU., nuestro gran rival en la construcción de reactores de pasajeros. Hasta en los círculos aeronáuticos semioficiales de la propia Norteamérica corre desde hace más de un año el rumor de que Gran Bretaña le ha tomado la delantera, a ella y al resto de sus competidores, en la carrera aeronáutica de los aviones de reacción.57 Los primeros arqueólogos industriales, que veían «cosas de un gran interés y a veces de una gran belleza» en lo que a ojos de otra gente no eran más que escombros abandonados, fueron, según parece, espíritus optimistas. En una época de auge económico y pleno empleo, establecieron una asociación entre «el legado cultural del pasado» y los adelantos tecnológicos «del presente y del futuro». En opinión de Michael Rix, los Maltings de Dithirengton, en Shrewsbury, «el inmueble de estructura metálica más antiguo del mundo» (un edificio cuya existencia acababa de salir a la luz cuando en 1955 Rix acuñó la expresión «arqueología industrial»), era «el antepasado de los rascacielos de estructura metálica». Los viaductos construidos por Brunel y Stephenson constituían símbolos de que «lo industrial no es siempre sinónimo de fealdad», mientras las estaciones del Metro de Londres eran «algunos de los edificios más bellos construidos en Inglaterra durante el siglo xx». Coalbrookdale, «la cuna» de la Revolución Industrial, «todavía sembrada de monumentos», debía ser objeto de atención especial, dadas las consecuencias decisivas a las que estaba dando lugar en aquel entonces. Gran Bretaña, patria de la Revolución Industrial, está repleta de los monumentos que dejó tras de sí esa serie de acontecimientos extraordinarios. Cualquier otro país del mundo hubiera puesto los medios "Today on Tyneside", ibíd., 3 de marzo de 1951. Ibíd., 31 de marzo de 1951. " Ibíd., 17 de febrero de 1951. 57 «Britain's Strength in the Air», ibíd., 10 de febrero de 1951; cf. «...Bristol... uno de los mayores centros de fabricación de aeroplanos de la Gran Bretaña de hoy día» («...Bristol... one of the greatest manufacturing centres of aeroplanes in Great Britain today»), R. D. Way, Antique Dealer, An Autobiography, Londres, 1956, pág. 44.

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SEMANTICA

adecuados para inventariar y preservar esas construcciones conmemorativas, símbolo del movimiento que está cambiando la faz de la tierra; pero nosotros prestamos tan poca atención a nuestro patrimonio nacional que, con la excepción de algunas piezas de museo, despreciamos o destruimos sin piedad la mayoría de esos hitos." Hoy día, en cambio, el pasado no se considera como un preludio del presente sino como una alternativa frente a él, como «un país extraño». El «legado» se define por lo común en relación con las reliquias amenazadas: así sucede con los obstáculos anticarro y las defensas antiaéreas de la Segunda Guerra Mundial, de cuya protección se encarga el Grupo de Estudio de Fortificaciones, o con viejos campos de batalla como Marston Moor, que la Sociedad de Campos de Batalla trata de salvar de las garras de las empresas dedicadas a la construcción de carreteras. Desgajado de idea alguna relativa al destino nacional, el legado campa por sus respetos, asienta sus reales en enclaves históricos de reciente hallazgo, donde deslumbra con su pompa, y toma posesión de objetos de la más diversa procedencia: no sólo preciadas joyas, como el tesoro romano descubierto recientemente en Hokne, sino también semillas de manzana que los arqueólogos extraen como por arte de magia de excrementos prehistóricos fosilizados que han sobrevivido al paso del tiempo. En la lengua vernácula de Nature Conservancy, el «legado» es un término genérico que se refiere a todo tipo de entornos naturales amenazados: hábitats en peligro, como los escasos humedales que han llegado hasta nosotros, desecados para convertirlos en tierra de labranza; praderas donde crecen las orquídeas, destruidas por obra de pesticidas químicos; los pocos setos vivos que todavía quedan, arrancados para construir granjas fabriles y mecanizadas. English Nature (nombre actual de lo que otrora dio en llamarse Consejo de Conservación de la Naturaleza [Nature Conservancy Councilj) ha dedicado desde hace algunos años todos sus esfuerzos a la protección de los humedales, cuyo número no ha dejado de menguar. Al Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, organización de defensa del medio ambiente con mayor solera, no le preocupa menos la suerte de los bordes de los caminos: Los bordes de los caminos británicos son una parte vital y viva de nuestro patrimonio. Habitan en ellos muchas clases de plantas y animales... Pese a su extraordinaria riqueza medioambiental, están perennemente amenazados por la destrucción, el abandono y la imprevisión más absoluta.

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58 Michael Rix, «Industrial Archeology», en The Amateur Historian, vol. 2, n° 8, octubrenoviembre de 1955, págs. 225-226. No está de más reproducir el mensaje de la Sociedad Newcomen redactado para el primer número del Journal of Industrial Archeology, mayo de 1964, con el que daba a la publicación su calurosa bienvenida, aguardando con expectación el «festín» de información interesante «relativa sobre todo al periodo que vincula al patrimonio histórico del pasado con los avances tecnológicos del presente y del futuro».

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GENEALOGÍAS

Exactamente dónde, cuándo, cómo y por qué la noción de «patrimonio» adquirió la relevancia desproporcionada de la que goza en la actualidad es (o debería seguir siendo) un debate abierto. En lo que al entorno urbanizado se refiere, no existe una línea de continuidad. Antes de desaparecer bajo la pesada férula de los partidarios del revival gótico, la Sociedad de Anticuarios,' que en la década de 1850 tenía un Comité de Conservación, se consagró sobre todo a la protección de la arquitectura eclesiástica anglo-normanda. La Sociedad para la Protección de Edificios Antiguos, fundada por William Morris en 1878, y una de los principales protagonistas de las controversias medioambientales de la actualidad, también se limitó en sus primeros años a la arquitectura eclesiástica, aunque el periodo por el cual sentía la máxima admiración era bastante más tardío. Aunque consideraba la totalidad del entorno como feudo propio, el National Trust se preocupó, en consonancia con el espíritu de sus fundadores, por el acceso al mundo rural. Un buen número de casas solariegas fue a parar a las manos del Trust merced al azar de las herencias. No obstante, ni los inmuebles domésticos ni los locales comerciales entraban en sus competencias. La legislación conservacionista del período de entreguerras seguía centrada sobre todo en la protección de monumentos antiguos y se detenía abruptamente al llegar al año 1714. El sentir del público, de nuevo hostil a lo victoriano, era asimismo indiferente al estilo Regencia (denominación que los decoradores de interiores no acuñaron hasta la década de 1920) y también —al menos hasta que el Grupo Georgiano empezó a hacer campaña a favor de éste en 1937— al georgiano. Cuando el Regent Street de John Nash fue consignado a los bulldozers durante los años veinte, apenas suscitó un leve murmullo de protesta. Pocos años después, la Brighton Corporation acariciaba la idea de derribar el Brighton Pavilion, el más fastuoso palacio del placer que uno pueda imaginarse. En lo tocante a la protección de la naturaleza, cabe postular la hipótesis de un linaje mucho más largo y continuado. En los bosques de realengo, la vigilancia de la caza y los intentos de impedir los asentamientos de potencia-

1 Véase Archivos de la Sociedad de Anticuarios, Minutas del Comité Ejecutivo, 9 de noviembre, 7 y 14 de diciembre de 1854, 11 de enero, 8 de febrero de 1855, y Joan Evans, History of the Society ofAntiquaries, Oxford, 1956, págs. 309-312.

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les colonos ilegales se remontan a la era anglosajona;2 el deporte ancestral de la cetrería, «tan querido por tantos monarcas», desembocó en diversas leyes de protección de aguileras y anidamientos,3 y la historia de las pesquerías del interior no es sino una interminable sucesión de disputas en torno a la veda y la protección de los ríos.4 La inquietud por la continuidad de los suministros de maderas nobles para la construcción de barcos es tan antigua como las suscitadas por la Marina Real. Considerado desde ese punto de vista, John Evelyn, que en calidad de Comisario para la Restauración de los Bosques y las Selvas escribió Sylva, a Discourse of Forest Trees, es uno de los pioneros de la arboricultura y un aguerrido defensor de lo que en la actualidad tanto se cuida en calidad de bosque «ancestral».5 Otro linaje más explícitamente conservacionista que podemos reconstruir es el que vincula la protección de la naturaleza y la pasión decimonónica por la historia natural. Durante el siglo XIX, la botánica (y también la geología hasta cierto punto) despertaba el fervor de las masas, y movilizaba a grandes cotingentes de cazadores de especímenes, buscadores de fósiles de fin de semana y naturalistas domingueros;6 asimismo, durante la segunda mitad del siglo, la agitación en pro de la defensa de los animales puso en el orden del día legislativo la protección de determinadas especies. La primera ley de protección de la fauna —la Ley para la Conservación de las Aves Marinas— entró a formar parte del código legal en 1869, y fue seguida por otras muchas. A Charles Waterton, célebre terrateniente-naturalista de Yorkshire cuya casa de Walton Hall era una de las paradas favoritas de los viajeros de comienzos del siglo xix7 (el Home Tour of the Manufacturing Districts de Sir George Head da de ella una excelente descripción), se le atribuye la fundación de la primera reserva de fauna y flora, lugar de cría para lechuzas y estorninos que da cobijo por igual a raras plantas autóctonas y a exóticos ejemplares de flora sudameCyril Hart, Royal Forest, A History of Deans Woods as Producers of Timber, Oxford, 1966, es una crónica escrita por un guardabosques. En los Papeles de la Corona (Crown Estate Papers) de la Oficina de Registros Públicos se encuentra una plétora de detalles acerca de estas disputas, acaecidas en el siglo XVIII, que también pueden seguirse en los Documentos Parlamentarios impresos. George A. Goultry, A Dictionary of Landscape, Aldershot, 1991, págs. 192-193. Durante el siglo xix, el desarrollo de la pesca de arrastre propició que el conservacionismo se preocupase sobremanera por la industria pesquera de alta mar. Según relata Paul Thompson (en Living the Fishing, Londres, 1983, pág. 23) los pescadores costeros exigieron a las Comisiones Reales de 1863 y 1878 la imposición de limitaciones a la pesca de arrastre «en términos que presagiaban las medidas conservacionistas... que se imponen en la actualidad». Cf. Encyclopedia Britannica ed., XXX; 102/2: «Los más ardientes conservacionistas fueron incapaces de reconocer la importancia que tenía conservar la industria pesquera del salmón y del fletan». 5 La edición más reciente de este libro, redescubierto periódicamente, es de 1979. Lynn Barber, The Heyday of Natural History, 1820-1870, Londres, 1980, ofrece un relato atractivo; David Elliston Allen, The Botanists; A History of the Botanical Society of the British Isles, Winchester, 1986; Anne Secord, «Science in Popular Culture», History of Science, septiembre de 1994. Julia Blackburn, Charles Waterton, Conservationist and Traveller, Londres, 1980.

ricana. En otro ámbito, la Sociedad de Conservación y Pesca del Támesis, fundada en 1838 y todavía activa en la actualidad, puede reivindicar con cierta razón el título de primera sociedad de conservación organizada,' al igual que las asociaciones pesqueras de las Tierras Altas y las Islas escocesas estuvieron entre las primeras en el campo de la gestión del hábitat. Ya hacia el final del siglo, en 1885, se formó la primera asociación a escala nacional para la defensa de todas las formas de flora y fauna, la Sociedad de Selborne para la Protección de Aves, Plantas y Lugares Amenos.9 En lo que respecta a la flora y a la fauna, en 1886 se constituyó la Sociedad de Flores Silvestres, que en la actualidad cuenta con diecisiete delegaciones, y 1888, el año en que se aprobó la Ley de Consejos de los Condados, fue el mismo año en que se aprobaron las primeras ordenanzas locales y directivas a escala de los condados para la protección de plantas amenazadas. Por lo visto, la conservación de la naturaleza y la protección del hábitat estuvieron entre las prioridades del National Trust desde sus comienzos. Unas de las primeras iniciativas del Consejo fue dar los pasos necesarios para la adquisición de Wicken Fen, «única parte sin drenar del antiguo pantano de Wicken... y hogar de muchas especies de fauna y de la mariposa cola de golondrina». (Un entomólogo de Southampton, J. C. Moberley, vendió al Trust una primera franja de terreno «por la suma nominal de diez libras». Ya en 1911, los terrenos propiedad del Trust en Wicken, hinchados por las adquisiciones y las donaciones, alcanzaban los seiscientos acres.)1° Quizá una genealogía del patrimonio debería tratar de relacionar la defensa de la naturaleza con la idea de la conservación del entorno urbanizado. Lo habitual es que cada una de estas causas sea promovida o adoptada por grupos distintos de personas, y que legislativamente se las considere como si se dieran en esferas completamente separadas. Empero, podría sostenerse que la primera de ellas es el prototipo originario de la segunda. Sin duda, este ha sido el caso en época reciente, cuando el pesimismo neomaltusiano acerca de la desaparición de los recursos naturales y la alarma ecologista en torno a los residuos tóxicos, la lluvia ácida y el calentamiento global han impregnado con una sensación de urgencia las campañas medioambientales, al mismo tiempo que contribuían a definir el patrimonio como elemento amenazado. Cabría sostener que la protección de la naturaleza era aun más evidente durante las décadas de 1920 y 1930, cuando el Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, encabezado por su secretario honorario, el urbanista Sir Patrick Abercrombie, era, con mucho, el defensor del medio ambiente más influyente. El Oxford English Dictionary define al «conservacionista» como

Bob Smyth, City Wild Space, Londres, 1987. David Evans, A History of Nature Conservation in Britain, Londres, 1991. '° Gaze, Figures in a Landscape, págs. 71-72. J. C. Moberley, de Southampton, propietario de una franja de pantano de dos acres, se lo vendió al Trust por la bonita suma de diez libras. La finca, engrosada por muchos otros donativos, abarca ahora seiscientos acres. 8

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«aquel que aboga por la conservación de los edificios históricos o las antigüedades»," y la primera entrada data del año 1927; no obstante, como indican las frecuentes alusiones decimonónicas a las Leyes de Caza (Game Laws), la trayectoria de los conservacionistas en relación con las reservas de flora y fauna debe remontarse a fechas bastante anteriores. El término «conservación» se aplica esencialmente al ámbito de los recursos naturales, mientras que la «preservación» abarca la protección oficial otorgada a árboles y bosques, o la regulación de las áreas de pesca y navegación (un documento relativo a esta materia remite a una ley promulgada en 1490 por Enrique VII). El concepto de Área de Conservación fue introducido en la legislación protectora con motivo de una ley de 1932 destinada a poner fin a la creación de canteras o arados en profundidad en las inmediaciones de lugares como la Muralla de Adriano.12 Los primeros Monumentos Antiguos designados como tales por la Ley de 1882 eran rurales; estaban definidos como ruinas, y para poder optar a ser protegidos era requisito previo que estuvieran abandonados. Otra genealogía que valdría la pena investigar, aunque sólo fuera porque nos conduciría a los bajos fondos intelectuales de nuestro tiempo y a la intersección entre ciencia, magia y religión, es la que vincula al patrimonio y a la prehistoria. Se trata de un linaje que podría retrotraemos a las ensoñaciones druídicas de William Stukeley en el Stonehenge del siglo xvilli 3 o a la versión del Camelot artúrico de Godofredo de Monmouth, cuando no a las tierras de los magos celtas y los gigantes ancestrales británicos. Para aquellos seguidores de la «Nueva Era» que emplean los megalitos del West Country como coordenadas geográficas y los zodíacos como estrellas, la investigación de ese linaje y el recurso a la arqueología ocultista y los hipotéticos vínculos de los alineamientos existentes en Gran Bretaña con las que se encuentran en el Éufrates, el Nilo y el Ganges forma parte de la búsqueda de la clave de los misterios del universo." Pero también hunde sus raíces en más de medio siglo de místicos y visionarios de la naturaleza, entre ellos la plétora de artistas neorrománticos y escritores de las décadas de 1930 y 1940 para los que lo primitivo y lo prehistórico constituían la auténtica antigüedad clásica, la era de la poesía frente a la de la prosa. " Oxford English Dictionary, «preserve», «preservation», «preservation order», «preservationist», «conservancy», «conservation» y «conservationist». 12 Ello tuvo lugar con la Ley de Monumentos Antiguos de 1931, Boulting, en Jane Fawcett, ed., The Future of the Past, Attitudes to Conservation, 1174-1974, Londres, 1974, págs. 117118, 121. Cf. «En Dinamarca la protección de los monumentos antiguos... está regulada por la Ley de Conservación de la Naturaleza... y en muchos casos los medios de protección empleados son similares», Kristian Kristiansen, «Denmark», en Approaches to Archaeological Heritage, pág. 21. Stuart Piggott, William Stukeley,. an Eighteenth Century Antiquafry,, Oxford, 1950. 14 Cf. Tom Williamson y Liz Bellamy, Ley Lines in Question, Tadworth, 1983, para una descripción favorable por parte de dos historiadores del paisaje que son al mismo tiempo editores de Rural History. Peter Le Mesurier, The New Age Business. The Story qf the Continuing Quest to Bring Down Heaven on Earth, Moray, 1990.

GENEALOGIAS

El término «patrimonio» ha llegado hasta nosotros desde los tiempos del Antiguo Testamento (el Concordante de Cruden nos ofrece no menos de veintisiete referencias) y quizá fueran estas asociaciones bíblicas las que lo hicieron recomendable para la Comisión Imperial de Tumbas de Guerra cuando, al concluir su labor, ésta encargó un libro para dignificarla, y acordaron titularlo Patrimonio Inmortal en honor a los fallecidos en acto de servicio durante la Gran Guerra.15 La noción de patrimonio conserva residuos de creencias religiosas, si no en el sentido contemporáneo acordado a dicho término, sí en parte de la retórica asociada a él. Cabría aludir a la noción de recuperación de la inocencia perdida, en el caso de la limpieza de bosques ancestrales (de los que se eliminan parásitos como los plátanos), la renovación de edificios antiguos (cuyos detalles originales hacen las veces de tótems de autenticidad) e incluso (como en el caso de la actual replantación de Regent's Park) la restauración de senderos, rejillas y arbustos decimonónicos. Los graneros donde se almacenaba el diezmo se renuevan con tanto amor y devoción como si se tratara de catedrales,'' y los antiguos depósitos de locomotoras se restauran como si de templos de la ingeniería victoriana se tratara. En todos estos casos el pasado es la presencia invisible, la Sagrada Forma con la que comulgamos; en un espíritu muy afín, las «Rutas del Patrimonio Histórico-Cultural», al margen de que se abran paso por medio de un entorno creado por el hombre o natural, se emprenden como si de peregrinaciones se tratara. Podría decirse que el culto a los antepasados es un elemento implícito de todo proyecto histórico, en tanto la idea de conservar la fe en el pasado o de serle «fiel», es el espíritu que anima e impulsa toda clase de obras de restauración. La solidaridad con los muertos —o la realización de actos de desagravio hacia ellos— ha sido uno de los leitmotiv de muchos de los proyectos de recuperación «amateur» que tienen por objeto rendir homenaje a las penurias y padecimientos soportados por quienes antaño fueron excluidos de la historia. Quizá también sea uno de los motivos profundos de la indignación que se abate sobre quienes osan perturbar los restos del pasado que permanecen bajo tierra, sentimiento que en su expresión más extrema (como en el caso de la agitación suscitada en 1989 en tomo al Rose Theatre) llega a transformar los intentos de erigir edificios nuevos o de nueva planta en una especie de sacrilegio." Uno de los elementos religiosos más reconocibles en el fenómeno del patrimonio —aunque aquí sea Gaia, la madre de la Tierra, la que ocupa el lugar de Jesucristo o de Dios— es el que se destilan aquellas versiones radicales del

15 The Immortal Heritage. An Account of the Work and Policy of the Imperial War Graves Commission, Londres, 1937. 16 Véase la espléndida fotografía del Granero del Señorío de Harmondsworth en David Pearce, Conservation Today, Londres, 1989, pág. 159. 17 Campaña para salvar el Rose Theatre, Boletín, mayo-noviembre de 1989, publicado a diario mientras los promotores inmobiliarios habían empezado a repartirse los despojos del Rose, es un estudio bien documentado y, a la vez, de espíritu combativo.

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ecologismo que consideran al ecosistema o al planeta como el bien absoluto —lleno de sabiduría, benevolencia y clarividencia— y a la humanidad como el factor contaminante. El lenguaje de Greenpeace y de los Amigos de la Tierra se basa en presupuestos de similar calado. Como dice una de las epifanías favoritas, nosotros no heredamos la tierra, la recibimos en préstamo." El lenguaje religioso era, claro está, un elemento absolutamente central de la Sociedad Camden de Cambridge, los eclesiólogos del renacimiento católico de la década de 1840, de los que cabe decir que engendraron uno de los paradigmas en los que se apoyarían conservacionistas posteriores, atribuyendo a la ornamentación eclesiástica las cualidades sagradas que otros reservaban a la Palabra de Dios." La restauración de las iglesias fue su gran panacea para los males espirituales y sociales de aquella época. Allí donde sus adversarios evangélicos medían la vitalidad de la religión en función de la urgencia y vehemencia en la oración —o en el caso de Lord Shaftesbury, en función de las buenas obras filantrópicas— los eclesiólogos de Cambridge depositaban su fe en la estructura material de la misma Iglesia, y creían que por medio del retorno a la pureza del gótico decorado —el arte cristiano de la Alta Edad Media— devolverían a los fieles las certidumbres de una era de la fe. A pesar de que las voces más destacadas del conservacionismo victoriano, como las de Ruskin y Morris, fueran categóricamente protestantes y no cripto-católicas, éste reprodujo e incluso intensificó esta inclinación; es más, ésta nunca fue enunciada de forma más elocuente que por el propio Morris en el momento de la fundación de la Sociedad para la Protección de Edificios Antiguos. En 1877 escribió al Athenaeum para lanzar su fulminante y sonado ataque contra los falsos restauradores que creían cumplir una especie de misión divina al otorgar un aspecto aparentemente gótico a los coros, presbiterios y naves, argumentando que las iglesias no eran «juguetes eclesiásticos» sino —y esta fórmula habría encajado sin problema alguno en The Ecclesiologist— «monumentos sagrados del desarrollo y las esperanzas de la nación».2° De acuerdo con otro tropo —todavía muy en boga en el vocabulario político de antaño— el «patrimonio» es un término altisonante o poético que designa los derechos hereditarios, como los de la Ancient Constitution* que Coke y los adalides del derecho consuetudinario invocaban en el siglo xvii para impugnar las prerrogativas reales,21 o la tradicional tolerancia británica evoJames Lovelock, Gaia, A New Look at Life on Earth, Oxford, 1982. J. F. White, The Cambridge Movement; The Ecclesiologists and the Gothic Revival, bridge, 1962. Cam20 Athenaeum, 5 de marzo de 1877, citado por Charles Dellheim, The Face of the Past; the Preservation of the Medieval Inheritance in Victorian England, Cambridge, 1982, pág. 87. * Nombre oficial de la constitución no escrita británica o de sus orígenes míticos. Una recopilación de costumbre con valor jurídicamente vinculante de la Edad Media. 21 J. G. A. Pocock, (N. de los t.) The Ancient Constitution and the Feudal Law,. a Study of English Historical Thought in the Seventeenth Century, 2° ed., Cambridge, 1957. 18

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cada por Mr. Baldwin en 1934 para advertir del peligro del fascismo? De acuerdo con el Oxford English Dictionary este fue uno de los usos principales de dicho término en la época del inglés medio (entre 1100 y 1450 aprox.), cuando sirvió en ocasiones como sinónimo de derecho inalienable, otras como término grandilocuente para invocar una serie de libertades, privilegios e inmunidades, y de forma más esporádica, en el discurso religioso, como impronta de los elegidos, «los escogidos por Dios»." Durante la Edad Media, cuando se custodiaba con celo la independencia de los burgos frente a las exacciones de los magnates locales y las pretensiones del poder real, tales libertades y privilegios eran materia de rituales cívicos24 y de las «tradiciones inventadas» cuyo estudio ha hecho las delicias de una generación entera de historiadores. En el caso de Londres —la comuna de Londres, como se la llamaba en el siglo x111, tras conquistar el derecho al autogobierno—, para defender las libertades y leyes de la villa se invocaba el espíritu de Gog-Magog, los gigantes de la Antigüedad bíblica que supuestamente llegaron a las islas con los troyanos." En la campiña medieval, las inmunidades y derechos, como los de los arrendatarios libres de East Anglia, eran reivindicados en nombre de una titularidad especial o, en el caso de los hombres libres, por transmisión hereditaria." También había elementos patrimoniales en aquellos «derechos del común» que continuaron reafirmándose vigorosamente, como ha demostrado Jeanette Neeson, mucho tiempo después de que los cercados los hubieran reducido a la condición de letra muerta, o en las libertades," franquicias y derechos reivindicados en razón de fueros a menudo míticos por hermandades de trabajadores tan cohesionadas como los marmolistas de Purbeck, los canteros de la Isla de Portland28 o los mineros libres del Bosque de Dean." En tanto tropo literario, sentir expresado en letra impresa y buque insignia de los editoriales de prensa, diríase que el patrimonio es un fenómeno que

22 Stanley Baldwin, «Our Heritage of Freedom», The Menace of the Dictatorships — Speech Broadcast 6 March 1934, Londres. 23 Oxford English Dictionary, «Heritage». 24 Mervyn James, «Ritual, Drama and Social Body in Late Medieval English Town», en Society, Politics and Culture, Studies in Early Modern England, Cambridge, 1986. 25 Véase Gwen Williams, Medieval London, From Commune to Capital, Londres, 1963, para una descripción erudita y efervescente. Acerca de la procesión de Gog y Magog, véase Frederick William Fairholt, Gog and Magog, Londres, 1859. 26 Puede leerse una descripción tan extraordinaria como conmovedora de cómo se planteó esta cuestión ante los tribunales reales en R. H. Hilton, «Peasant Movements in England before 1381», Economic History Review, 2° serie, vol. 2, n° 2, 1949 [ed. cast. en: Conflicto de clases y crisis del feudalismo, trad. Enrique Gavilán, Barcelona, Crítica, 1988]. 27 Jeanette Neeson, Commoners, Common Right, Enclosure and Social Change in England, 1700-1820, Cambridge, 1993. 28 Raphael Samuel, «Mineral Workers», en Samuel, ed., Miners, Quarrymen and Saltworkers, Londres, 1977. 29 Chris Fisher, «The Free Miners of the Forest of Dean, 1800-1841», en Royden Harrison, ed., Independent Collier, The Coal Miner as Archetypal Proletarian Reconsidered, Hassocks, 1978.

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pertenece por entero al siglo xx. Con anterioridad a 1900 no aparecía ni en los catálogos de libros ni en los índices de publicaciones periódicas, pero a partir de esa fecha adquiere un ritmo galopante. Los editores comienzan a adoptarlo tanto como título de colecciones enteras como para libros individuales. Las cifras extraídas de los índices acumulativos del English Catalogue sólo recogen cinco usos del término antes del año 1900.30 En la década de 1920, dicho término se hallaba ya difundido por doquier. Los compiladores de antologías lo utilizaban para dignificar sus selecciones de novelistas y poetas, como en el caso de la serie lanzada por Sir John Squire y Arthur H. Lee en 1929. Los «geógrafos estéticos», siguiendo los pasos de Vaughan Cornish, lo adoptaron para disertar sobre las bellezas del «paisaje», y los topógrafos de los condados de los alrededores de Londres, durante sus paseos por los camposantos rurales o cuando se apoyaban en la barra de un hostal de carretera, recurrían a él como sinónimo de atractivo pintoresco." Los pedagogos de los años veinte —especie floreciente durante la era dorada de las escuelas de gramática y las ratas de biblioteca— consideraron que la idea de «patrimonio» constituía el medio idóneo de camuflar la naturaleza auténtica de sus manuales y se abalanzaron sobre ella, atrapando a los incautos con suculentos bocados antes de someterles a una batería de ejercicios de comprensión, pruebas prácticas y resúmenes históricos. Durante sus primeros años de vida, la serie «Patrimonio Literario», de Longman, fue seleccionada en su mayor parte por directores de colegio, con notas biográficas sobre los autores al final. Books in Print, publicado en 1960, atribuía unos ciento veinte títulos a dicha serie. Longman repitió el éxito de «Patrimonio Literario» lanzando una serie llamada «Patrimonio de Libros», dirigida, al parecer, a los últimos cursos de las escuelas primarias, y que incluía adivinanzas, rompecabezas, fotografías y «preguntas divertidas» al final de los relatos, mediante las que podía comprobarse el grado de comprensión de los niños." La más interesante de estas colecciones, y sin duda la más ambiciosa desde el punto de vista intelectual, fue «Patrimonio de la India», publicada en Bombay. Compilada por especialistas en sánscrito tanto ingleses como hindúes y con el asesoramiento no sólo de autoridades académicas sino también de eruditos-administradores y eruditos-misioneros (entre ellos Edward J. Thompson, novelista y padre del historiador y entusiasta admirador de Tagore, E. P. Thompson), la serie constituyó un esfuerzo de primer orden por sondear

" Las cifras decenales en las que se basa esta gráfica son las siguientes: 1881-90, I; 18911990, 4; 1901-10, 5; 1911-20, 11; 1921-30, 29; 1931-40, 18; 1941-50, 10; 1951-60, 25. El catálogo informático en línea de la British Library, que recoge cualquier aparición de heritage («patrimonio histórico», «legado») en un título, registra ochenta y nueve títulos en los que figura heritage en la década de 1921-30. 3 ' J. B. Priestley, ed., Our National Heritage, Londres, 1939, ofrece indicios suplementarios de cómo los nubarrones de la guerra en ciernes dieron un nuevo ímpetu a este género de literatura. 32 Whitaker's Reference Catalogue, 1938, pág. 574.

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los misterios de la religión y la filosofía indias, además de ser, si bien de forma tortuosa, un tributo a la antigüedad de la civilización india por parte de quienes eran, en teoría, sus conquistadores. Aquí la erudición y el respeto por la antigüedad fueron los cimientos que permitieron construir un terreno de encuentro entre hindúes y cristianos." La serie «Patrimonio de la India» quizá nos sirva para que no olvidemos que la India británica fue uno de los grandes laboratorios de gestación de prácticas conservacionistas. La India fue, al parecer, el primer país en organizar un sistema de protección de los bosques —de acuerdo con Nature,34 éste ya estaba a punto en 1884— y también puso en marcha la elaboración de un inventario de templos y ruinas unos veinte años antes de que Inglaterra aprobara la Ley de Monumentos Antiguos." Mucho antes de que los eclesiólogos de Cambridge pusieran manos a la obra a la tarea de restaurar las iglesias inglesas, los servidores de la Compañía de las Indias Orientales, con mucho tiempo libre a su disposición o simplemente seducidos por Oriente, habían emprendido operaciones destinadas a rescatar los restos arquitectónicos procedentes de la conquista mogola o a devolver a la vida los templos hindúes. El Museo de Lahore, punto de partida del Kim de Kipling —al parecer los habitantes de la ciudad lo denominaban la «casa de las maravillas»—,36 fue fundado en marzo de 1857 por un acaudalado parsi, Sir Jamesetjee Jeesebhoy, pero por lo visto fue durante el mandato como conservador del padre de Kipling cuando el museo adquirió la colección de escultura budista que lo hizo célebre en el mundo entero." Había cientos de piezas: frisos de figuras en relieve, fragmentos de estatuas y losas abarrotadas de figuras que habían recubierto las paredes de ladrillo de las stupas y viharas budistas de las tierras del norte, ahora desenterradas y catalogadas como «la joya del museo»."

" Además de entregar un volumen titulado Bengali Religious Heritage para la serie «Patrimonio histórico de la India», Edward J. Thompson publicó de forma independiente un tributo a Tagore, con el título de Tagore, Literature and Heritage. E. E Thompson, Alien Homage, Edward Thompson and Rabindranath Tagore, Oxford, 1993, ofrece un cálido retrato de la relación del padre del autor con los movimientos literarios y nacionalistas hindúes de la época. La serie «Patrimonio histórico de la India» da a entender que quizá fuera una figura menos aislada y acuciado por problemas de lo que creía su hijo. Para otro estudio, más breve, del lugar que ocupa en los estudios sobre la India, véase Richard Symonds, Oxford and Empire, The Last Lost Cause, Oxford, 1986, págs. 61, 114, 117-119. Véase también los excelentes pasajes del mismo autor acerca de los eruditos-misioneros, págs. 152, 501, entre ellos Verrier Edwin, que se marchó a la India con la Misión Christa Seva Sangha, se estableció entre los gondos, se casó con una muchacha de dicha etnia y abrió escuelas, dispensarios, una leprosería e industrias artesanales. 34 Nature, 26 de junio de 1884, 195/6, citado en el Oxford English Dictionary, «conservancy». " G. Mitchell, Guide to the Monuments of India, vol. 1; y Phillip Davies, Guide to the Monuments of India, vol. 11, Harmondsworth, 1990. 36 Rudyard Kipling, Kim, capítulo 1. 37 Robert Hampson, nota editorial, en Rudyard Kipling, Something of Myself, Harmondsworth, págs. 172-173 [ed. cast.: Algo de mí mismo.- para mis amigos conocidos y desconocidos, trad. Álvaro García, Valencia, Pre-Textos, 1998]. 38 Angus Wilson, The Strange Ride of Rudyard Kipling, Granada, 1979, pág. 59.

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De acuerdo con Patrick Wright, el patrimonio de la «Inglaterra perdida» es de carácter aristocrático-reaccionario, y representa la hegemonía de lo que él llama el «complejo Brideshead» sobre el espíritu, más progresista, del Estado del bienestar de la posguerra." Al tratar la casa solariega «no como una reliquia muerta, sino como poderoso símbolo de todo lo que se encontraba amenazado por la modernización y la reforma», la novela de Waugh («considerada en su momento como una broma intrascendente por muchos lectores») acabó por triunfar de forma póstuma. Por medio de la decisiva intervención del National Trust, que pasó de ser propietario de diecisiete casas en 1945 a ser titular de ochenta y siete en 1990, la casa solariega resurgió cual ave fénix de sus cenizas, se impuso como la quintaesencia de lo inglés en el mundo del diseño de interiores y suministró el tópico favorito tanto de los dramas de época televisivos como de las exposiciones de «historia viva» de los museos públicos. No obstante, si uno se remonta a 1944-45, la época en que el hastío de la guerra imprimió un giro nostálgico a los sueños de reconstrucción de la posguerra, descubrirá que Brideshead era sólo una de las Inglaterras perdidas en oferta. La del arte folclórico, esbozada con gran precisión en The Singing Englishman, de A. L. Lloyd (1944), era otra. La inquietante y evocadora secuencia inicial del Enrique V de Laurence Olivier, vista aérea del Londres isabelino y recreación de «historia viva» del estado de ánimo del populacho que ocupaba el gallinero del Bankside, contribuyó a que fraguara la idea de un teatro nacional, además de plantar las semillas de una locura resucitadora que estaba a punto de convertirse en realidad: la reconstrucción del teatro hexagonal del Globe. La Historia social de Inglaterra, de Trevelyan, uno de los grandes éxitos editoriales de 1944, trasladó a los lectores a una Inglaterra en la que las oscuras fábricas satánicas no eran todavía sino una sombra en el horizonte, en tanto el Plan del condado de Londres (1943) concebido por Forshaw/Abercrombie ofrecía un paisaje de ensueño rus in orbe en el que la metrópoli resurgiría de la prueba de la guerra como una ciudad de aldeas restauradas. Narrow Boat, de L. T. C. Rolt, otro gran éxito de ventas de 1944 cuyo atractivo residía en su apelación a la idea de paraíso perdido, mostraba una Inglaterra en la que los caballos de tiro ocupaban el lugar de los camiones, y los caminos de sirga, el de las carreteras principales. Los aficionados al cine quedaron extasiados con Tawny Pippit, incursión en el romanticismo rural llevada a cabo por el director izquierdista Bernard Miles, especie de preludio cinematográfico de Nature Conservancy y relato de supervivencia en el que a la flora y la fauna se le restituían sus derechos ancestrales." En Un cuento de Canterbury (1944), siniestra película romántico-conservadora de Powell y Pressburger ya en gran medida olvidada, en la que un " Patrick Wright, A Journey through Ruins, The Last Days oflondon, Londres, 1991, págs. 45-68. 40 Jeffrey Richards, «National Identity in Wartime Films», en Philip M. Taylor, ed., Britain and the Cinema in the Second World War, Basingstoke, 1988, págs. 44-48.

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terrateniente escandalizado se subleva contra el carmín y empluma a las muchachas locales por fraternizar con los soldados estadounidenses, sí que figura una especie de casa solariega.4' Pero éstas brillan por su ausencia en el largometraje Sé a dónde voy (1947), obra de los mismos realizadores, una historia de amor ambientada en las Tierras Altas y las Islas escocesas, en que la joven heroína, en el momento culminante del filme, abandona a su plutocrático prometido y opta por la vida sencilla, sentando la cabeza para vivir junto a su héroe-carpintero ribereño entre perros pastores y ovejas. Catriona, otra invención de la fantasía masculina Tory, que aparece periódicamente en la película, acompañada por sus canes, es una criatura de la noche, salvaje, anárquica, de belleza oscura y agitanada, tan opuesta como quepa imaginar a una matrona con collar de perlas, suéter y chaqueta de punto de los condados del Sur, o incluso a su prima deportista, ataviada con pantalones y botas de montar, que se dedica a participar en concursos hípicos en la gincana. La presencia de la casa solariega tampoco se hace sentir demasiado en Recording Britain, el extraordinario proyecto de acuarelas puesto en marcha durante los primeros días de la Segunda Guerra Mundial con ánimo de conservar para la posteridad una topografía pictórica de una Gran Bretaña en vías de desaparición.42 Kenneth Rowntree, cuáquero y objetor de conciencia, prefería los camposantos de las iglesias." Barbara Jones, dotada de un ojo excelente para lo grotesco, se especializó en caprichos arquitectónicos, entre ellos las maquetas a tamaño real de los reptiles del Jurásico que estaban entre las ruinas del Crystal Palace. Su única incursión en el terreno de lo monumental —profética desde el punto de vista de las campañas conservacionistas— fue una acuarela de Euston Arch.44 John Piper sí aportó algunos cuadros de casas solariegas, pero en realidad no constituyen sino ejemplos de lo que más tarde denominaría «grata decadencia»; cuando se trataba de plasmar el carácter perenne de la vida rural, optaba, al igual que otros en la misma época, por el granero medieval o moderno. Uno de los temas recurrentes de sus cuadros topográficos es un paisaje desierto e inhóspito en cuyo fondo se vislumbra un edificio en lontananza. En sus primeras acuarelas aparecen lugares como Dungeness (el paisaje lunar del estuario del Támesis, la reserva más antigua 41 «Curioso ejercicio potencial de propaganda, en el que la Vieja Inglaterra aparece bañada en un arrebol color de rosa de la época de la guerra», reza la breve reseña de Un cuento de ed., Londres, pág. 193). Las Canterbury incluida en la Guía Cinematográfica de Haliwell autoridades, según Basil Wright, «se mostraron reticentes» a exportar la película, cosa nada extraña, ya que el héroe es el magistrado-terrateniente, y el único soldado estadounidense bueno es el que se queda prendado de las casitas rurales de falso estilo Tudor y de la catedral de Canterbury. 42 David Mellor, Gill Saunders y Patrick Wright, Recording Britain. A Pictorial Domesday of Pre-War Britain, Newton Abbot, 1990, es un catálogo de la exposición del Museo de Victoria y Alberto, y constituye una descripción más matizada de la historia del proyecto que los paneles explicativos de la propia exposición. 43 David Mellor, «A History Outline», en Mellor et al., págs. 16-18. " Cf. el cuadro en ibíd., págs. 41, 57, 65-66, 96, 112, 120-121, 134 y sus Follies and Grottoes, Londres, 1953.

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de la Real Sociedad para la Protección de las Aves, que Derek Jarman habría de convertir en arte surrealista) o la mampostería sin mortero de Snowdonia. En lo que concierne a la construcción doméstica, lo que más entusiasmo le inspiraba, según contó a uno de sus colaboradores, era la casa rural de atractivo pintoresco: Dentro del universo de la arquitectura doméstica inglesa mi primer amor fueron los entramados de madera. Muchas de las peores obras del paisajismo inglés se han perpetrado por efecto de su influencia, aunque a mí me siguen gustando las acuarelas victorianas de casas rurales con tejados de paja y entramados llenos de jardines rebosantes de flores que pintaba Mrs Allingham, al igual que la propia casa de Anne Hathaway (a pesar del modo en que fue reconstituida para afrontar el siglo xx). Cuando yo era joven, se publicaron tres volúmenes de una serie titulada Casas rurales y granjas antiguas (uno dedicado a Surrey, otro a Kent y Sussex, y otro a Cotswolds). Estaban magníficamente encuadernados y contenían multitud de excelentes fotograflas realizadas por W. Galsworthy Davie con una gran cámara de placa, casi todas bajo un cielo cubierto, pero perfectamente enfocadas. Los textos eran obra de dos distinguidos arquitectos de la época de Lutyens y Jekyll, E. Guy Dawber y W Curtis Green, que los adornaban con meticulosos dibujos a plumilla de vierteaguas y otros detalles... De niño, anhelaba vivir en una casa hecha de madera con una planta superior en voladizo y chimeneas de ladrillo dispuestas de forma diagonal, por parejas, y con losas de piedra o tejas desigualmente erosionadas en el tejado.45 A juzgar por los numerosos libros que fueron uno de los productos derivados de la serie, así como por las pocas grabaciones que han sobrevivido en los archivos, la casa solariega no figura en absoluto en los programas de radio que, para los niños que crecieron durante la década de 1930 y comienzos de la de 1940, probablemente contribuyeron más que ningún otro elemento a convertir la campiña en objeto de deseo, verbigracia, el programa «Romany» del Children's Hour. Producida en los estudios de la BBC de la Región Norte, en Manchester, trasladaba a los niños a una imaginaria caravana gitana, y les enseñaba historia natural por medio de la voz de un descendiente auténtico de gitanos romaníes, el naturalista y ministro metodista J. Bramwell Evens. Dicho programa ponía mucho más interés en captar, por medio de grabaciones sonoras, los singulares tonos del canto de las aves —o el «guau, guau» del inseparable compañero de Romany, Raq— que ningún paisaje formado por la mano del hombre. Cuando hacían acto de presencia personajes humanos, al parecer eran escogidos —como el propio Romany— por su condi-

45 Richard Ingrams y John Piper, Piper's Places; John Piper in England and Wales, Londres, 1983, pág. 53.

ción de plebeyos, creando así el mayor contraste que pueda concebirse con las voces engoladas de los locutores de la BBC de la época." En toda genealogía del legado histórico y de los organismos que crearon un estado de opinión favorable a éste debería hacerse alguna mención de la BBC.47 Ésta fue la partera, a finales de la década de 1960, del nacimiento del movimiento de la historia oral y la creación de un archivo sonoro nacional. Después, el popularísimo programa televisivo The Antiques Roadshow contribuyó en gran medida a democratizar la noción de lo coleccionable, actualizar la noción de lo histórico y crear un público para los mercados de pulgas. Además de presentar la idea de historia oral a un público de masas, la duradera serie de televisión de Stephen Peet, «Yesterday's Witness», emitida por primera vez en 1968, dotó de rostro humano a la arqueología industrial. Algún tiempo antes, durante la década de 1950 y comienzos de la de 1960, las emisiones pedagógicas de la BBC habían convertido la llamada «balada industrial» —canciones en las que reverberaba el latido de la lanzadera y la jaula, registradas por Ewan MacColl y A. L. Lloyd— en iconos del pasado nacional tan célebres como lo fueron para Gran Bretaña «Greensleeves» o el «Blow the Wind Southerly» de Kathleen Ferrier durante la guerra. El programa Country Magazine, del Home Service, emitido por vez primera en mayo de 1942, puede reivindicar con cierta razón la condición de progenitor originario del segundo revival de la canción tradicional (en «As I Roved Out» figuraban intérpretes todavía vivos). Los programas «Ballads and Blues» de 1951,48 que mezclaban canciones de trabajo norteamericanas y británicas, anunciaron el comienzo del giro urbano e industrial experimentado por la noción de lo «tradicional»; más tarde, Charles Parker y Ewan MacColl trataron de fusionar la idea de lo folclórico con la de épica moderna.49 46 Se pueden encontrar sucintas descripciones de «Romany» en Paul Donovan, The Radio Companion, Londres, 1991, págs. 233-234; Denis Gifford, The Golden Age of Radio. An Illustrated Companion, Londres, 1985, pág. 247. El Archivo Sonoro del Noroeste conserva una casete de un programa corto sobre él, y la Biblioteca Pública de Wilmslow tiene su caravana aparcada en el patio de entrada. Eunice Evens, Through the Years with Romany, Londres, 1946, es una biografía; entre sus libros se encuentran Out With Romany (1937); Out with Romany Again (1938); Out with Romany by Meadow and Stream (1942). Evens era de origen romaní, y sobrino-nieto del célebre evangelizador Gipsy Lee Smith, así como pastor metodista por formación y vocación. 47 Acerca de los archivos sonoros, véase Jeremy Silver, «"Astonished and Somewhat Terrified", the Preservation and Development of Aural Culture», en R. Lumley, The Museum TimeMachine, Putting Culture on Display, Londres, 1988, págs. 170-196. El Archivo Sonoro Nacional dispone de un dosier acerca de los fundadores de la sociedad de historia oral; por mi parte, conservo un vivo recuerdo de sus fondos, que me ha servido para escribir el texto. George Ewart Evans, «Flesh and Blood Archives», Oral History, n° 1, 1973, sobre la ayuda prestada por la BBC para la realización de las grabaciones de historia oral de este escritor durante la década de 1950. 48 Véase Georgina Boyes, The Imagined Village, para un excelente ensayo al respecto. Francis Dillon, ed., Country Magazine; Book of the BBC Programme, Londres, 1949; A. L. Morton, «A. L. Lloyd, A Personal Memoir», en History and Imagination, Londres, 1991, págs. 314-315. a Ewan MacColl, Journeyman, Londres, 1990, págs. 331-336. En Birmingham hay un archivo Charles Parker.

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RAPHAEL SAMUEL

Durante la década de 1930, la BBC fue una de las voces públicas del Consejo de Protección de la Inglaterra Rural. Una serie de ocho charlas sobre la «Inglaterra en vías de desaparición», celebradas en noviembre y diciembre de 1933 y reimpresas en The Listener fueron ideadas, al parecer, con el propósito de colocar ante los ojos de las autoridades locales la política de planificación de dicho organismo. Seis años más tarde, el mismo orador, el popular locutor Howard Marshall, utilizó «La buena causa de la semana» para el lanzamiento de una campaña de recaudación de fondos para el CCIR." El famoso locutor Richard Dimbleby debutó en la radio en octubre de 1936 con un reportaje sobre la conferencia anual del CCIR en Torquay, y su segunda emisión tuvo por protagonista a una vaca de Hampshire llamada «Cherry»." El National Trust fue otra de las buenas causas capitaneadas por la BBC, y resulta asombroso comprobar cuántos de sus locutores más populares —sobre todo J. B. Priestley y C. E. M. Joad— se destacaron por sus actividades como conservacionistas." Cronológicamente hablando, el ecologismo cuajó como causa reformista y grito de guerra en el momento en que la expansión económica de posguerra estaba llevando la prosperidad a nuevas cotas. La manía por la conservación de las vías férreas surgió tras la estela de la modernización y la racionalización, como contrapeso a la desaparición de multitud de ramales de vía y vías estrechas. Más tarde fue la dieselización de las locomotoras —innovación técnica de mediados de la década de 1950— la que suscitó el «romance del vapor». Un punto de concentración más inmediato de la inquietud conservacionista —y estímulo originario para la formación de grupos de activistas locales— fue el grandioso programa de construcción de autopistas emprendido en la década de 1960. Durante la década de 1950, alentada por el fin del racionamiento de la gasolina y facilitada por el auge de las compras a plazos y la difusión de estilos de vida nuevos y más consumistas, la adquisición de vehículos se triplicó. Ya figuraba como uno de los malos de la película en Outrage (1955), el célebre ataque de la Architectural Review contra la expansión de los barrios residenciales, que presuntamente estaba desdibujando la distinción entre la ciudad y el campo, y amenazaba con convertir Inglaterra en un gigantesco Los Ángeles, llena de gasolineras y vallas publicitarias por todas partes, y con bosques de señales de tráfico en lugar de setos y árboles. Durante la década de 1960, cuando se puso en marcha la Campaña contra la Ronda de Circunvalación de Londres, a los ingenieros de tráfico —cuyos planes para la ampliación de avenidas devoraban calles enteras, que circundaban los centros de ciudad con sus rotondas y pasos elevados y que cortaban los barrios en dos con sus autopistas— se les consideraba como la avanzadilla de Satanás.

" Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, Monthly Report, noviembre de 1933, octubre de 1934, febrero de 1936, junio y julio de 1939. 51 Jonathan Dimbleby, Richard Dimbleby, A Biography, Londres, 1975, págs. 72-75. 52 Archivos del National Trust, Acc. 45, guión radiofónico, 10 de agosto de 1947.

GENEALOGIAS

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Los años sesenta, momento en que el ímpetu modernizador llegó a su punto culminante, en que el ritmo del cambio se aceleraba en todos los ámbitos de la vida nacional y el gigantismo se lo llevaba todo por delante, fueron también la década en que el ecologismo salió de la penumbra para enfrentarse tanto a los promotores inmobiliarios como a las autoridades. Derrotado con ocasión del contencioso en torno a Euston Arch en 1961-1962, y a despecho de parecer sólo una causa perdida más, cinco años después el ecologismo demostró tener fuerza suficiente como para incorporar la protección medioambiental al código legal por medio de una Ley de Servicios Públicos Municipales que convirtió las subvenciones para restaurar edificios protegidos (es decir, históricos) en una prioridad de las contribuciones municipales, y la creación de «áreas protegidas» en una nueva vocación del urbanismo municipal. La aprobación de la Ley de Conservación de la Naturaleza (Nature Conservacy Act) de 1970 impulsó de forma análoga la creación de reservas de flora y fauna. La década de 1960 fue testigo del rápido crecimiento en el número y la influencia de las sociedades de recreo locales, que a menudo vieron la luz a partir de campañas con un único fin que cobraban vida merced a la indignación producida por alguna orden de derribo o proyecto de ampliación vial, y que después fueron extendiendo su radio de acción hasta convertirse en grupos de presión para toda clase de fines: en 1957, en Gran Bretaña existían 213 sociedades de ese tipo; en 1977, sólo en Inglaterra, sumaban 1.167. Durante dicha década se formaron fundaciones regionales destinadas a la protección de la flora y la fauna y los grupos de presión ecologistas se transformaron en organizaciones de masas. El caso de la Real Sociedad para la Protección de las Aves, que vio la luz en 1899, es un ejemplo asombroso. Hizo campaña contra el comercio internacional de plumas pero sólo empezó a establecer reservas en Gran Bretaña durante la posguerra (es un ejemplo asombroso). El aumento en el número de sus miembros da fe tanto del inaudito poder de convocatoria que han adquirido los hábitats naturales de la fauna, como de la predisposición a tomar parte en lo que se había convertido en una de las principales pasiones nacionales, multiplicándose por más de diez en el decenio transcurrido entre 1960 y 1970 (periodo en el que pasó de tener 10.579 a 117.963) hasta llegar progresivamente a su nivel actual de 840.000." Desde el punto de vista económico, la difusión del sentimiento conservacionista parece estrechamente emparentado con la notable expansión del número de propietarios de viviendas (en 1961, el 29 por ciento de la población era propietaria de su hogar frente al 65 por ciento de la actualidad) y la euforia inmobiliaria que prosiguió de forma casi ininterrumpida en lo que a los precios de las casas se refiere de 1960 hasta 1990. Otra fuente del ímpetu ecologista fueron la contracultura de la década de 1960 y los movimientos de «regreso a la naturaleza», que quizá constituye-

" P. Lowe y J. Goyder, Environmental Groups in Politics, Londres, 1983.

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GENEALOGÍAS

ran su legado más perdurable. Oodles, la cadena de restaurantes vegetarianos que decoraba sus locales con motivos agrícolas y anuncios antiguos, y que contribuyó a popularizar el mobiliario de madera tosco como algo a la vez natural y «tradicional», se fundó en 1959, Cranks fue fundado en 1963; y Ceres (la primera de las tiendas de productos «integrales») en 1966; ya en 1968, las cooperativas y las comunas agrícolas «orgánicas» habían aflorado como representantes típico-ideales de una política de estilos de vida alternativos. Lejos de constituir el coto cerrado de estetas o de grupos minoritarios de militantes, como fue en los albores del conservacionismo, la noción de patrimonio, tal y como cuajó a finales de la década de 1960, era un capital cultural en el que todo el mundo estaba invitado a participar. Cuando, en 1968, la Asociación de Automovilistas lo adoptó como nuevo título de una de sus publicaciones anuales (una guía de «Castillos, casas y jardines» para automovilistas), por lo visto el motivo era el incremento en la demanda del turismo histórico, lo cual no sólo permitía sino que exigía una definición más democrática de las antigüedades. «Una rápida ojeada a sus páginas bastará para comprobar que las descripciones, no sólo de castillos, casas y jardines, sino también de museos, restos arqueológicos, pozos sagrados, molinos de viento, hospicios y otros puntos de interés demasiado numerosos para desglosar, justifican la impronta del nuevo título: Britain's Heritage».54 Una intención de índole claramente más democrática, envuelta en una retórica que ya no apela a los estragos producidos en el medio ambiente por la mano del hombre, sino a la posibilidad de brindar a todo el mundo un «acceso» igualitario a sus bellezas, es la que se desprende de la multiplicación de senderos públicos y rutas costeras siguiendo el modelo de la Vía Penina, a veces conforme a los auspicios de las autoridades locales, otras conforme a los del National Trust, y últimamente, merced a los vigorosos esfuerzos de la Comisión de la Campiña." Aquí puede constatarse el triunfo póstumo de una campaña de un siglo de duración en torno al acceso a la campiña y los derechos de paso, la reafirmación de los derechos del público sobre la propiedad privada. Si hubiera que designar una única instancia por cuya obra» el «patrimonio» dejó de ser una pasión y se transformó en una industria, no serían los propietarios de casas solariegas ni el National Trust, empeñado en rescatar la propiedad privada de la confiscación o la ruina, sino más bien las autoridades locales (muchas de ellas laboristas), los conservadores de los museos (muchos de ellos, a su manera, historiadores sociales de la «nueva ola») y las campañas ecologistas (todas ellas de algún modo radicales) que se aferraron

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a los Planes de Formación de Jóvenes y a la Comisión para el Empleo a fin de contratar mano de obra extra y remunerada. Así, el Museo de Ironbridge, en el momento de máximo desempleo, en 1981, tenía nada menos que a doscientas personas en plantilla de este modo, y hasta un proyecto tan modesto como Manchester Studies —auspiciado por un historiador social del Politécnico de Manchester— dio empleo a unos diecinueve investigadores en formación.

Automobile Association, Britain 's Heritage, Londres, 1968, pág. 5. Por extraño que parezca, pero también de forma comprensible dado que se trataba de la única fuente de subvenciones, se atribuye a la Comisión de la Campiña la apertura del nuevo tramo del Itinerario por la ribera del Támesis, un poco más allá de Southwark Bridge. 54

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SOCIOLOGÍA

Cuando Patrick Wright lanzó su ataque contra la noción de «patrimonio histórico», lo calificó de chic reaccionario y afirmó que simbolizaba el triunfo de la nostalgia aristocrática y reaccionaria sobre las tendencias niveladoras del Estado de Bienestar. Algo así como si Evelyn Waugh se vengara póstumamente de Clement Attlee.' Robert Hewison, haciendo gala de mayor crudeza, sostiene que la irrupción del «patrimonio histórico» se debe a una conspiración aristocrática urdida, en 1975, por los asediados propietarios de casas solariegas. Ante la perspectiva de la imposición de un impuesto suntuario y la toma de posesión de un gobierno laborista con el que simpatizaban poco, habrían creado un lobby de alto nivel para el que, al grito de «Peligra nuestro legado», recabaron el apoyo de la Cámara de los Lores, del National Trust y del Museo de Victoria y Alberto. En opinión de Hewison cabe situar los inicios de la «industria del patrimonio histórico» en la exposición «La destrucción de la casa solariega» organizada por el V&A en 1974.2 A veces, para descalificar al patrimonio histórico, se le tilda de criptofeudal (un gran soplo de aire fresco para gente distinguida venida a menos). Otras se afirma que es «profundamente capitalista»,3 si bien en una línea más postmoderna que proto-industrial. En una sociedad regida por el consumo, en la que todo tiene un precio y los valores del mercado no tienen rival digno de tal nombre, se «trafica» con la historia, convirtiendo el pasado en una mercancía más.4 El sufrimiento de la vida real acaba siendo un espectáculo turístico y se crean simulacros de un pasado que nunca existió. Los museos resul' Patrick Wright, On Living in an Old Country, Londres, 1985. La primera mención al argumento de «Brideshead» se encuentra en un artículo de la London Review of Books. Véase del mismo autor, A Journey Through Ruins, The Last Days qfLondon, Londres, 1991, págs. 45-67. 2 Robert Hewison, The Heritage Industry; Britain in a Clinzate of Decline, Londres, 1987. Richard Johnson, «Heritage and History», artículo ciclostilado presentado en Amsterdam el 2 de octubre de 1993. Cfr. Bill Schwarz, «Historical Patrimony and Citizenship: the English Experience», artículo ciclostilado presentado en la conferencia sobre Patrimonio Histórico celebrada en Sao Paulo el 13 de agosto de 1991, pág. 8: «El capital nunca había mostrado gran interés por la historia. De hecho, siempre prefirió destruir todo legado al que pudo poner la mano encima. Pero, actualmente, el capital también pretende organizarnos el pasado. Se han desplegado numerosas estrategias sumamente tecnologizadas para "recobrar" el pasado, en museos, parques temáticos, proyectos de restauración, etcétera. Hoy el capital re-presenta al patrimonio histórico o, dicho de forma más exacta y profana, se lo vende a los británicos y a quienes visitan la nación. Actualmente hay más gente empleada en hoteles y otros negocios turísticos en Gran Bretaña que en las minas de carbón y las fábricas de automóviles juntas». 4 Wright, passim. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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tan especialmente sospechosos al respecto. Forman parte del «negocio del ocio y el turismo» y, por tanto, mantienen estrechos vínculos con Disneylandia y los parques temáticos. Al parecer también son guerrillas al servicio de la propiedad privada: Un nuevo museo no es sólo un modo oportuno de reutilizar un molino o una fábrica en desuso. Se podría considerar que es una forma de inversión capaz de regenerar la economía local en decadencia en virtud del cierre del susodicho molino o fábrica. Por eso resulta relativamente sencillo hacerse con el capital necesario para crear un museo. Los proyectos museísticos son una forma muy útil de hacerse con un entorno en ruinas en el que, más tarde, se pueden realizar inversiones comerciales.' Cualquiera de las dos variantes anteriores convierte al legado histórico en una totalidad elocuente, en una red sin costuras. Se le da una conceptualización sistémica, proyectando un conjunto unificado de significados impermeables al cambio: lo que Umberto Eco denomina «hiperrealidad». Es una definición esencialmente conservadora aunque abarque y englobe asuntos pertenecientes al ámbito de la cultura popular. Unifica los materiales más dispares en un único cuerpo con una única cabeza. Coincide con la definición dada por un crítico del concepto de «historia cerrada», a saber, relato fijo que no admite subtextos ni contralecturas. Los prejuicios que despliega son más o menos consistentes, los mensajes están cifrados y los significados resultan claros. Política, cultura y economía conforman una sola pieza en la que se ve reforzada su mutua influencia, potenciándose los efectos de cada uno de los elementos. Pero también cabe considerar este legado histórico como un «proyecto»,6 cuando no directamente una conspiración, un complot incluso, y en último término una estrategia, «un proceso complejo y deliberadamente selectivo de recopilación histórica». Se trataría entonces de una «apuesta por la hegemonía», de una forma de poner el conocimiento al servicio del poder. Preserva la identidad nacional en unos momentos en los que se ve asediada por una incertidumbre ubicua. Es una forma de compensar el colapso del poderío británico. Desde un punto de vista exclusivamente cronológico, se podrían poner en duda estas simetrías. Eso sin considerar que el papel desempeñado por las casas rurales ha sido mucho mayor que el que cabe adscribir a las casas solariegas en la gestación de esa idea de la «Inglaterra perdida». Se podría plantear incluso que los proyectos y estrategias de recuperación no nacieron

Robert Hewison, «Commerce and Culture», en John Correr y Sylvia Harvey, eds., Enterprise and Heritage; Crosscurrents of National Culture, Londres, 1991. 6 John Correr y Sylvia Harvey, «Mediating Tradition and Modernity: the Heritage/Enterprise Couplet» en ibíd.

en un solo momento, sino que tuvieron su origen en muchos instantes diversos. Quien hace historia del patrimonio quizá pudiera recurrir a la noción braudeliana de «coyuntura» para diferenciar entre una carrera de coches antiguos (en sus orígenes, en los años treinta, cuando nadie podía permitirse el lujo de correr en un coche así, constituía un deporte aristocrático, y luego, a juzgar por una comedia de los Estudios Ealing, Genevieve (1953), algo propio de playboys de los alrededores de Londres, ataviados con pantalón de sarga y chaqueta esport) y las actuales carreras de «vehículos vintage», mucho más plebeyas, en las que compiten arados de vapor en campos llenos de barro, mientras los típicos órganos de feria atruenan con su música a los visitantes y los caballitos de madera no dejan de girar y girar en los tiovivos. La cronología también podría poner en cuestión los vínculos existentes entre el patrimonio histórico y la reacción conservadora. Desde esta perspectiva se podría llegar a la conclusión de que la llamada de atención sobre el «patrimonio en peligro», u otras fórmulas similares, lejos de reflejar la decadencia económica, cristalizó cuando se dio el pistoletazo de salida a las tareas de modernización emprendidas en la década de 1950. La mecanización de la agricultura en la posguerra, la incorporación de motores Diesel a los tractores y la desaparición de la estampa del jinete, bien pudo haber servido de inspiración negativa para crear museos «de cultura popular» y esa innovación, de finales de los años cincuenta y principios de la década de 1960, que fueron las «granjas-museo». La obsesión por preservar las máquinas de vapor que caracterizara a los años cincuenta, obviamente puede deberse a la reconversión al Diesel de los ferrocarriles ingleses, la racionalización de los servicios y la disminución de las vías secundarias. Y en lo que respecta al entorno urbano, probablemente fuera el asombroso incremento de los propietarios de automóviles (un rasgo típico de la «sociedad opulenta» de los años cincuenta) el que disparara todas las alarmas e hiciera pensar en la necesidad de preservar no sólo el entorno rural, sino también el urbano. Ya había muchos entusiastas del patrimonio histórico antes de 1975, momento en el que, tras la celebración en Gran Bretaña (al igual que en muchos otros países) del Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico, se empieza a utilizar el término de forma generalizada. La fascinación por las antigüedades ferroviarias es casi tan vieja como los ferrocarriles mismos. Como señala Bevis Hillier en Young Betjeman, en los años treinta era algo común entre los lectores del Daily Herald y las guías Shell.7 Eso sin tener en cuenta las réplicas en miniatura de la locomotora Puffing Billy o el elevado número de visitantes que acudía (como venía haciendo desde 1875) al Museo de Ciencia para ver el «Cohete» de Stephenson. La pasión por las factorías y plantas industriales antiguas se remonta al menos al Pioneers of Modern Design

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Bevis Hillier, Young Betjeman, Londres, 1988.

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de Nikolaus Pevsner (1935),8 en tanto que el arte zíngaro (o arte popular, como se le solía llamar en el Festival de Gran Bretaña por aquellos años) gozaba de muchos admiradores entre aquellos que se habían beneficiado de una costosa educación. Sobre todo a partir del momento en que Francis Groome, allá por la década de 1860, se escapó con su Esmeralda y se fue a vivir con los gitanos a Headington Desde el punto de vista de la economía y, más concretamente, de la historia económica, también podría cuestionarse la fecha 1974-5, poniendo de relieve que muchos de los proyectos de conservación requerían largos períodos de gestación. Por otro lado fueron los cambios en las condiciones materiales de vida los que hicieron que este tipo de proyectos resultaran concebibles. Las estadísticas sobre automóviles en propiedad (dos millones en 1949 y 17,5 millones en 1980) pueden dar cuenta del incremento del turismo atraído por los «lugares con historia».'' Y, si de los registros de centros como el Wigan Pier Heritage Center pudieran recabarse las cifras relativas al número de visitantes o las estadísticas sobre excursiones escolares, tal vez estaríamos en condiciones de desembarazarnos de la absurda idea de que los museos al aire libre son una especie de imán que atrae a los turistas extranjeros. En otro orden de cosas, la generalización de la calefacción central (documentada quinquenio tras quinquenio), el electrodoméstico moderno que más esfuerzo ahorraba y hacía la vida más confortable, tal vez fuera el «fantasma en la máquina» que diera pie a la restauración y el extraordinario incremento en el número de edificios históricos victorianos «protegidos» a partir de 1967. De golpe y plumazo, la calefacción hizo de gélidas residencias victorianas, destinadas a convertirse en apartamentos, deseables residencias de época. Cuando la economía disgrega conceptos abstractos como «capital» o «consumismo», indagando en los promiscuos y heterogéneos elementos que los componen, también puede ser un útil correctivo para aquellas teorías verticalistas que parten de la premisa de que la industria generada en torno al patrimonio histórico es una especie de conspiración o complot de las clases altas, a cargo de alguna suerte de inteligencia rectora. Por otro lado, la economía nos ha hecho prestar la debida atención a ciertos procesos moleculares de los que surge toda política cultural. Por ejemplo, señala que el mundo de los negocios ha sido capaz de beneficiarse o, al menos, de adaptarse a la tendencia a la rehabilitación de propiedades antiguas. O destaca la enorme velocidad con que se ha captado la importancia de nociones como la «de época» a la hora de lanzar al mercado todo tipo de productos o diseños. A juzgar por Nikolaus Pevsner, Pioneers of Modern Design . from William Morris to Walter Gropius, Harmondsworth, 1984, capítulo V, «Engineering and Architecture in the Nineteenth Century», págs. 118-47. Francis Groome, In Gipsy Tents, Edimburgo, 1880 [ed. cast.: Cuentos gitanos, Miraguano Editores, 2006]. 1 ° John Blunden y N. Currie, eds., A People's Charter? Forty Years of the National Parks and Access to the Countryside Act qf 1949, Londres, 1990, pág. 114.

quienes ocupan las casetas de esas ferias anuales de objetos de regalo en las que se comercia con mercancías de cierto valor histórico, el empresario-tipo suele ser un pequeño empresario, una mujer que dirige una franquicia, o sociedades formadas por esposos (o por parejas homosexuales). En todo caso, las grandes empresas brillan por su ausencia." Además, cadenas de tiendas que se nutren de la beneficencia y auténticos ejércitos de vendedores de mercados de pulgas mantienen viva y viven, a su vez, de la conservación del patrimonio histórico. También las granjas productoras de alimentos biológicos aportan su granito de arena, igual que las cooperativas dedicadas a la comercialización de alimentos sanos e integrales. La conservación del patrimonio histórico prima el trabajo y los servicios del artesano minorista, favoreciendo la supervivencia de la artesanía. Esta es una de las razones por las que, en los años setenta, los ayuntamientos comunistas de Italia promovieron con gran entusiasmo la conservación de los cascos antiguos de las ciudades (Bolonia fue uno de los ejemplos más citados).12 En Gran Bretaña la suerte de los artesanos depende también de la que corran las áreas protegidas de las urbes. A menudo se ofrecen contratos de arrendamiento de corta duración mientras los edificios de la zona están a la espera de ser rehabilitados o durante el prolongado período de tiempo en que se llevan a cabo las tareas de reconstrucción. Y también se habilitaron espacios de trabajo a rentas muy bajas para aprendices, lo que fomentó el resurgimiento de la artesanía en los años setenta. Además, los trabajos de restauración siempre han dado lugar a la creación de una plétora de negocios de vida efímera. Lo señala Bob West al referirse con hostilidad a aquellos que surgieron a la sombra del Museo al aire libre del Cañón de Ironbridge: «Unos se extinguen, otros resucitan, y aun otros se metamorfosean en ensueños varios sobre formas de vida autárquica».13 Conviene no olvidar a empresarios poco escrupulosos que, al modo de un pequeño ejército de decapadores, especialistas en tareas de envejecimiento, manufacturan curiosidades para los mercadillos, a los vendedores de souvenirs que, apostados a las puertas del Museo Británico, hacen florecientes negocios vendiendo elaborados facsímiles y réplicas, o a aquellos otros que piratean imágenes y se dedican a la venta ambulante de fotografías antiguas. También podemos mencionar a los historiadores en paro que malviven haciendo de guías en los itinerarios que transitan por zonas históricas, o a los capitalistas de poca monta que han inventado la variante del recorrido turístico por zonas donde antaño se cometieron asesinatos. Y hay que hablar asimismo de aquellos allanadores de moradas y expertos en " International Spring Fair, 1990, NEC, Birmingham, Oficial Catalogue and Buyers' Guide. 12 Mario Panizza, ed., Interventi nel centro storico, Bari, 1978; Giovanni de Franciscis, Ricerca per una metodologia d'intervento nei centri storici, Nápoles, 1975; Donald Appleyard, ed., The Conservation of European Cities, Cambridge, Mass., 1979. Bob West, «The Making of the English Working Past: a Critical View of Ironbridge Gorge Museum» en R. Lumley, ed., The Museum Time-Machine, Putting Culture on Display, Londres, 1988.

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demolición que, durante la euforia inmobiliaria desatada en los años ochenta, nutrían a los comerciantes especializados en artículos procedentes de las labores de salvamento arquitectónico con toda clase de objetos de diversos períodos.14 Mención aparte merecen los buceadores que venden a precios de mercado negro tesoros submarinos de los que, legalmente, debería disponer el funcionario de la Corona correspondiente." Y conviene no olvidar a quienes, utilizando detectores de metales, se han hecho con una gran reserva de insignias de peregrino y a los que cabe atribuir algunos de los hallazgos más sensacionales de Época Romana y los Tiempos Oscuros." Para la conservación del patrimonio histórico también se precisa de empresarios plebeyos. Podemos mencionar aquí a Fred Dibner, el contratista experto en demoliciones cuya colección era una parte esencial de las máquinas exhibidas en la Ferias del Vapor.17 O a Dai Woodham, el rey de la chatarra, cuyos cuatro acres de metal oxidado se convirtieron, en los años setenta, en uno de los mayores depósitos de locomotoras a los que las sociedades encargadas de la conservación de máquinas de vapor acudieron con mayor frecuencia." Desde un punto de vista más comercial podríamos hacer referencia al auge del mercado de objetos recuperados de edificios antiguos, un tipo de comercio que hoy cuenta con directorios en los que figuran más de cien entradas.19

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1990.

«Thieves Who are Stealing our History», The Evening Standard, 26 de noviembre de

Cito la frase de Peter Marsden, el arqueólogo marino. Sobre los buscadores de metal cfr. Patrick Wright, A Journey Through Ruins, págs. 13951. «Tesoro romano tasado en un millón setecientas cincuenta mil libras esterlinas», Evening Standard, 4 de noviembre de 1993: «Un jardinero retirado, aficionado a los detectores de metales, se ha convertido hoy en millonario cuando se supo que el tesoro que había encontrado valía un millón setecientas cincuenta mil libras esterlinas. Eric Lawes, de 69 años, hizo el mayor descubrimiento arqueológico romano de Gran Bretaña. El tesoro de Hoxne fue encontrado en unos campos de Suffolk en noviembre pasado. Hoy el National Heritage Department ha desvelado su valor mientras el señor Lawes y su esposa pasaban al anonimato». '7 Agradezco mucho a Michael Stratten, del Museo de Ironbridge, la información que me dio. 18 «Rust in peace», Daily Star, 3 de abril de 1981: «No parece que la ribera fangosa y desolada de un antiguo muelle de aguas profundas pudiera llegar a ser uno de los puntos calientes del turismo inglés. Pero más de dos millones de personas se han desplazado hasta allí desde distintas partes del mundo para ver un espectáculo gratuito que rivaliza con el de la Torre de Londres. Lo que se ve es chatarra: cuatro acres de terreno repleto de metal oxidado, esperando las oleadas de fuego prendidas por una antorcha y un final cruel en los hornos de la Compañía Británica del Acero. Pero lo cierto es que este montón de chatarra consta de antiguas locomotoras de los ferrocarriles británicos. Locomotoras de vapor jubiladas cuando, hace unos catorce años, la British Railways pasó a utilizar exclusivamente el Diesel y la energía eléctrica. Ya han pasado unas mil por las manos de Dai Woodham en el Barry Yard, sur de Gales. El encargado, de 61 años, dice: «Nunca adiviné lo que iba a pasar cuando compré la primera». 19 Adrian Amos procede de una familia de constructores del norte de Londres. En su tienda de antigüedades expone piezas procedentes de una iglesia deconsagrada de Shoreditch, escenario reciente de una película fantástica y otras representaciones, y otras procedentes de propietarios privados. 15

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Frente a los estereotipos negativos imperantes hoy en día, la adopción de una perspectiva sociológica para analizar el asunto del patrimonio histórico puede ser aun más devastadora que la económica. Y ello, tanto si partimos de esos híbridos en que se han convertido las identidades sociales contemporáneas como fruto de la mezcla y confusión entre elementos que antaño pertenecían a clases impenetrables, como si adoptamos esa perspectiva marxista que establecía una relación dialéctica entre lo imaginario y lo real sin caer en el reduccionismo de la teoría del reflejo. Podríamos empezar por señalar que, si consideramos 1975 un punto de partida, el auge de la industria gestada en torno a todo lo relacionado con el patrimonio histórico, lejos de anunciar una época de reacción feudal, coincide (tanto en Gran Bretaña como en otros países europeos) con el fin de las alineaciones políticas y el colapso de las bipolaridades. Durante este período asistimos a la presencia creciente (y en el caso de la Sra. Thatcher deliberada) de capas populares en el Partido Conservador. Sólo treinta años antes, McMillan había hecho alarde de copar su Gabinete con exalumnos de Eton pero, hoy en día, los ministros de acento cortante son más la excepción que la regla. Cuando los conservadores se hicieron con el poder en 1992, los diputados procedentes de centros educativos públicos eran mayoría por primera vez. Las disputas entre el gobierno, la Iglesia de Inglaterra, las universidades más prestigiosas, la BBC e, incluso, el poder judicial, han ido minando los pilares del establishment y han puesto en la orden del día la necesidad de incorporar a otras esferas a las capas populares. Puede que la limpieza de la fachada del Palacio de Westminster haya devuelto su antiguo esplendor a los arcos góticos que cubren los ventanales, pero no evitó que se relacionara a la Cámara de los Comunes con la corrupción y los escándalos de tipo sexual. El ataque desatado por la prensa contra una monarquía que hace menos de veinte años, cuando se celebraban los 25 años de reinado de Isabel II, aún suscitaba una reverencia casi religiosa, resulta de lo más significativo. La situación ha afectado incluso a las mansiones aristocráticas. Unos veinte años después de que «Salvemos el Patrimonio Británico» se lanzara en su rescate, se habían vendido 249 de las 1.400 casas solariegas presentadas en la exposición del Victoria&Albert de 1974.20 La popularidad que ha cobrado el patrimonio histórico y la rapidez con la que se ha extendido, también podría entenderse como un intento por escapar de los condicionamientos de clase. Al contrario que la herencia, vincula a unas raíces, ofreciendo algo parecido a la alternativa que el ecologismo brinda al reformador y el activista frente a las desgastadas rutinas de la política de 20 Giles Worsley, «A False Dusk», Country Life, julio de 1993, págs. 88-91. Hugh Massingberd, «Old Families in Old Houses is a Way to Preserve Them», Daily Telegraph, 3 de julio de 1993. El programa de «Salvemos el Patrimonio Británico» para la recuperación de antiguas casas de campo parece haber sido posible gracias a una desgentrificación cuya consecuencia fue que estas antiguas propiedades se convirtieran en espacios habitables modernos, muy a menudo apartamentos. De todo ello da cuenta Kit Martin en The Country House, To Be or Not To Be, Londres, 1982.

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partidos. Buena muestra de lo anterior sería el Covent Garden, esa Ruritania conservacionista que, en los años ochenta, se convirtiera en uno de los iconos mundiales del estilo, en una zona poco frecuentada por gente bien, donde se exhiben más homosexuales que gente con pretensiones. El patrimonio histórico permite, en este caso, que la esposa del Coronel y Judy O'Gray (o al menos a sus hijas) lleven la misma ropa vintage. Incita a los oficinistas y hombres de clase media, cuyas calderas gotean, a ejercer de mecánicos, a los marineros de agua dulce a jugar a ser marineros de verdad. El patrimonio histórico ofrece un hogar ideal en el que lo que cuenta no es el pedigrí sino todo lo que supone una época pasada; una morada que cabe embellecer merced a la invención de reliquias familiares. Pero, sobre todo lo demás, destaca el hecho de que, por medio de la historia familiar, nos proporciona una segunda identidad, permitiendo incluso a aquellos que ejercen las profesiones más aburridas y ordinarias darse el gusto de vivir la fantasía de ser algo totalmente diferente. Podemos relacionar asimismo el asunto del patrimonio histórico con el surgimiento de lo que, en otro contexto, Frank Parkin denominó: «radicalismo de clase media».21 Se trata de un rasgo compartido, en los años sesenta, por las universidades y los nuevos grupos radicalizados formados por trabajadores sociales y organizaciones caritativas de vanguardia. Pero, ¿acaso no se podría aplicar igualmente a la formación de sociedades para la conservación del arte y la arquitectura? ¿A la gestación de grupos partidarios de una mayor radicalización en el seno de organizaciones ya constituidas? ¿A la puesta en escena que rodea a las campañas con un único fin, como las que se organizaron en Londres contra la construcción de rondas de circunvalación? ¿Al incremento del número de organizaciones locales dedicadas a la preservación de la flora y fauna? ¿Y, sobre todo, al importante fenómeno del surgimiento de organizaciones ecologistas de masas?" Originalmente, la recuperación del Covent Garden fue obra de una Asociación Arquitectónica post-sesentayochista formada por estudiantes y activistas locales que empuñaron las armas contra lo que cabría calificar de monstruosa y exhaustiva tendencia a demoler para reurbanizar.23 Los arquitectos más izquierdistas de la administración londinense del Greater London Council planificaban hasta la necesidad de que las ventanas de Floral Hall estuvieran a la moda de la época de Dickens. Decidieron instalar farolas vic-

2 ' Frank Parkin, Middle-Class Radicalism: the Social Bases of the British Campaign for Nuclear Disarrnament, Manchester, 1968. 22 Gordon E. Cherry, The Politics of Town Planning, Londres, 1982 en relación al incremento de las campañas solicitando más servicios; John Tyme, Motorways vs Democracy, Londres, 1978 sobre la existosa resistencia a la construcción de autovías. 23 Brian Anson, Fight You For It! Behind the Struggle for Covent Garden, Londres, 1981 es el interesante relato de uno de los activistas. Terry Christensen, Neighbourhood Survival, Dorchester, 1979, ofrece otro testimonio. Judith Hillman, The Rebirth of Covent Garden: A Place for People, Londres, 1986 fue la última publicación del Greater London Council.

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torianas y recuperar el aire tradicional de las calles colocando empedrados de adoquines ante las entradas a los edificios. (Se trata del mismo organismo que se encargó de colocar farolas con delfines en el Embankment, de repintar y restaurar la forja de hierro de los puentes sobre el Támesis y de la construcción del Jubilee Walk.) El proyecto del Globe Theater, es decir, la reconstrucción del teatro de Shakespeare en (o cerca de) su emplazamiento original, debería estar finalizada en 1995. Se le andaba dando vueltas a esta posibilidad desde que, en la década de 1890, William Poel fundara la Sociedad Teatral Isabelina que pretendía representar a Shakespeare en sus condiciones originales. Posteriormente, la idea fue retomada por las compañías teatrales más progresistas y reapareció en el Plan para la Reconstrucción de Londres de 1943, en el que la visión utópica del futuro se mezclaba con el sueño de recrear las glorias pasadas que adornaron la orilla sur del Támesis en época isabelina y tiempos de Jacobo I. En un momento dado se pensó que el proyecto podía llevarse a cabo con motivo del Festival de Gran Bretaña. El actual proyecto, con más de treinta años a sus espaldas, es fruto de los apoyos recabados por un productor de Hollywood durante su exilio forzoso en el Londres de los años cincuenta, a causa de su inclusión en las listas negras?' La primera propuesta de conservación y restauración reglamentada, propugnada desde el extremo opuesto del espectro político e ideológico, fue la de acondicionar los canales. Se trataba de uno de los primeros proyectos que recabara el entusiasmo de la población londinense de posguerra e, inicialmente, partió de un pequeño grupo de disidentes culturales de derechas que, de hecho, funcionaba como un grupo de presión. Era una forma de diseñar un nuevo equilibrio partiendo de la evocación del mundo antiguo. Tom Rolt dio al movimiento su impulso inicial merced a Narrow Boat, éxito de ventas cargado de adrenalina cuya fuerza procede en gran medida de la fe en que el proyecto, una vez realizado, devolvería a Inglaterra su corazón imaginario. Un hombre que se casa por amor no una sino dos veces, se fuga con su amante, una gitana que vive en una barcaza del Támesis. Durante unos quince años lleva una doble vida. De día es un ingeniero mecánico; las noches las pasa como si fuera el tranquilo propietario de una de las barcazas del río. Rolt odiaba la industrialización o lo que denominaba «materialismo» y abrazó la causa de la agricultura orgánica. En High Horse Riderless, obra filosófica publicada en 1949, abogaba por la vuelta a una civilización cuyo fundamento fuera la tierra. En Narrow Boat no describe los canales como vías acuáticas 24 Andrew Gurr y John Orrell, Rebuilding Shakespeare's Globe, Londres, 1989 da una interesante versión sobre el radicalismo teatral a principios del siglo xx. Andrew Gurr y John Orrell, The Bankside Global Project, Coventry, 1983 y R. Mulryne y M. Shrewing, eds., The Bankside Project, Coventry, 1987. Si se quiere consultar un punto de vista más beligerante sobre lo que actualmente está sucediendo en el Bankside, cfr. los sesenta y siete puntos del Rose Theatre Campaign Newsletter, que salió a diario entre mayo y noviembre de 1989 (se pueden consultar en los archivos de la biblioteca de Bishopsgate).

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industriales, ni siquiera como las arterias secretas de la ciudad sino que se refiere a ellos como puertas hacia la tranquilidad. Su barcaza, la Cressy, avanza entre resoplidos a un ritmo tranquilo (una media de unas siete millas al día), meciéndose hoy por una ruta, mañana por otra, en un viaje pensado para ser pacífico y bucólico pero con algo de picaresca aventurera. La barcaza navega por un paisaje «siempre verde, siempre variable», haciendo altos frecuentes en el camino que, en ocasiones, duran «varios días» para explorar pueblos, campos, iglesias, mansiones aristocráticas y los misterios de innumerables esclusas y compuertas." Fueron necesarias muchas iniciativas locales para poner en el mapa a las áreas protegidas y es más que dudoso que, de no haberse aprobado la Ley de Servicios Públicos Municipales en 1967, los proyectos hubieran podido resistir los ataques envolventes del lobby de automóviles, los ingenieros de tráfico y los promotores inmobiliarios, grupos todos ellos que alimentaron la fantasía de que las ciudades estuvieran al servicio del tráfico rodado, tan propia de los años sesenta. Hay que decir que también han sido fruto de la iniciativa local las «rutas históricas» y los itinerarios diseñados para dar a conocer el patrimonio histórico. A veces eran obra de los conservadores de los museos; otras eran fruto del empeño de maestros de escuela o de las sociedades para la conservación del patrimonio histórico. Las autoridades municipales aceptaban estas iniciativas como contribución al Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico (1975) o el Silver Jubilee (1977). En 1977, cuando el Instituto de Turismo de Inglaterra empezó a publicar Heritage Monitor, se habían señalizado no menos de trescientas rutas." Los agricultores desempeñaron un papel fundamental en la génesis de las competiciones de máquinas de vapor. Tal circunstancia se debió, por una parte, al hecho de que en la vida real estaban acostumbrados a trabajar con artilugios imposibles; por otra, a que disponían del espacio necesario para almacenar las máquinas y, por último, a que el movimiento inició su andadura con exhibiciones de trilladoras y arados de tracción de vapor.27 Según la versión oficial de los hechos, refrendada por un libro impreso con fotografías, en las que aparecen los concursantes y un pequeño núcleo de espectadores, el acto fundacional de este tipo de actividades fue una competición celebrada en

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junio de 1950. El protagonista era Arthur Napper, pequeño agricultor de Appleford, Didcot, descendiente de generaciones de granjeros y ferroviarios. Hacia 1948, en la mayoría de las grandes explotaciones ya se utilizaban las cosechadoras combinadas y, aquellos que aún tenían trilladoras, las enganchaban a tractores para que tiraran de ellas... Arthur recuerda bastante vívidamente la mañana en que al despertarse pensó para sí: «no va a quedar ni un solo tractor de vapor en Berkshire». En ese mismo momento... bajó al depósito de Wilder. «Puedes llevarte el que quieras por cincuenta pavos», dijo John Wilder. «Te doy cuarenta y cinco», respondió Arthur. «Hecho»... Le puso el nombre de Old Timer.*"

Arthur apostó unos treinta y cuatro litros de cerveza a que Old Timer ganaría a la vieja máquina de su vecino. Se trataba de una competición casi privada pero atrajo la atención de la vecindad y, más tarde, se habló de ella en la prensa. Las locomotoras de exhibición (hoy en día una de las grandes atracciones de las ferias de motores de vapor) hicieron su aparición triunfal en 1957, cuando se celebró la primera competición a nivel nacional. El lugar de encuentro seguía siendo Appleford, y aún se clasificaba a las máquinas que tomaban parte en la competición según las tareas agrícolas para las que fueron diseñadas. A la tradicional carrera de obstáculos de tractores de vapor y las demostraciones de trilladoras en acción, se añadió una «exhibición de carga de madera». El elemento agrícola sigue revistiendo gran importancia en las Ferias del Vapor actuales que, en cierto modo, son una alternativa improvisada y carnavalesca a las ferias del condado. En la más importante de todas, la Great Dorset Fair de Blandford, la gente se reúne durante cuatro días en más de 750 acres de terreno. Asiste, aproximadamente, un cuarto de millón de espectadores y Michael Oliver, el granjero que, además de ser el propietario de los terrenos, organiza el acto, repite incesantemente una serie de demostraciones consistentes en arar, trillar y sembrar los campos circundantes con máquinas de vapor además de acondicionar una carretera con una apisonadora. Algo parecido ocurre en Keeting, Sussex, donde se celebra otra gran feria en la que el organizador, Richard Parrot, reserva setenta y cinco acres de terreno para exhibir las máquinas e insiste en trillar siete acres de maíz con una trilladora de vapor."

25 L. T. C. Rolt, Narrow Boat, Londres, 1944; High Horse Riderless, Londres, 1949; cfr. también sus autobiografías posteriores, Landscapes with Machines, Londres, 1971 y Landscape with Canals, Londres, 1977. 26 English Heritage Monitor, 1977. 27 Chris Edmonds, A Wager for Ale: The Story of Arthur Napper and the Origins of the Steam Traction Movement, Henley, 1985, pág. 26; A Little and Often, Henley, 1984 que contiene algunos recuerdos personales; Old Glory: Vintage Restauration Today es una revista de modas mensual que se vende en las tiendas de W H. Smith y John Menzies. Steaming es el boletín de la Traction Engine Societies. El movimiento es lo suficientemente amplio como para que haya cismas en su seno. Los aficionados a las máquinas agrícolas, especialmente trilladoras, celebran sus propias concentraciones por separado en Peel Mark, Manchester.

* Expresión empleada con frecuencia en descripciones del mundo rural o seudobucólicas, que viene a mentar algo así como «los viejos del lugar» y el saber que atesoran en virtud de esa condición. (N de los t.) 28 Edmonds, págs. 27-33, 60. 29 Agradezco a Jon Gorman esta información. El señor Gorman, hijo de John Gorman, el historiador e impresor y él mismo serigrafista, hace un show en las ferias con maquinaria agrícola. Pasó, de hecho, de su afición original por los coches de bomberos, a las labores agrícolas en los pantanos de Huntingdonshire. Jon Gorman, «The Abbot's Reformation», Old Glory 42, agosto dela 1993; "Threeenwent to de St.derechos Ives", ibíd., 48, febrero de 1994. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando reglamentación materia de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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Los aficionados a la mecánica, entusiastas de la ingeniería victoriana encadenados a sus mesas de despacho durante toda la semana laboral, pusieron el trabajo, la habilidad y el esfuerzo necesarios para conseguir que despegara el movimiento para la conservación de los trenes de vapor. Los más sofisticados ejercían de maquinistas y bomberos voluntarios. Los más empedernidos trabajaban en las naves devolviendo la vida a locomotoras moribundas y a cualquier otro tipo de material capaz de rodar. Parece que la reciente locura por resucitar y volver a poner en funcionamiento instalaciones de bombeo de agua, también se debe en gran medida a estos mecánicos de fin de semana. En algunos casos tales instalaciones se convierten en el núcleo de un museo industrial pero, en otros, se exhiben los artilugios como si fuesen un espectáculo en sí mismos. En las extáticas palabras de un admirador entusiasta del «Engineerium» de Brighton, la antigua bomba de agua que llevaba el líquido desde el valle hasta los Downs, era como «una mujer quitándose la ropa», «algo increíblemente bello... clásico»." Levant Beam Whim, la máquina de vapor más antigua del mundo fabricada en Cornualles y única superviviente de la famosa mina de estaño, fue rescatada de entre la chatarra (por el módico precio de 25 libras esterlinas) gracias al Comité para la Conservación de Máquinas de Vapor de Cornualles que, más tarde, pasaría a denominarse Sociedad Trevithick. En 1967 pasó a ser propiedad del National Trust pero, en 1984, la Sociedad Trevithick pidió voluntarios para limpiarla y hacerla funcionar. Milton Thomas, ingeniero de minas jubilado, experto en minería de roca dura, aceptó el reto. Había trabajado en África oriental y, posteriormente, dedicó veintiún años de su vida a la docencia en Petersborough antes de retirarse y volver a su Cornualles natal. Aquella «cuadrilla grasienta» compuesta por doce personas, «todos jubilados y todos auténticos cornualleses», tardó unos ocho años en lograr que la máquina volviera a funcionar y se convirtiera en la estrella de toda muestra de tecnología minera antigua.31

" Información oral, Andy Durr, Brighton. Se ha creado una fundación para devolver a la vida a la aun más maravillosa bomba de agua de Brede, cerca de Hastings. En este caso la iniciativa partió de John Loxley, director de los servicios de suministro de agua de los Southern Water Services. Cfr. «Go with the Flow», Guardian, 9 de febrero de 1994, en el que se reproduce un dibujo de Loxley en la estación de bombeo de Brede. El señor Loxley ha sido un gran aficionado a las máquinas de vapor durante toda su vida. Ya en 1956 era uno de los administradores de la Festiniog Railway y desciende de cuatro generaciones de ferroviarios. 31 Brian Jackman, «Full Steam Ahead», The National Trust Magazine, 1993, págs. 34-6. Agradezco enormemente esta referencia a Ella Westland de Gorrinhaven, Cornualles. Hay un aspecto sociológicamente interesante al que se ha hecho referencia de pasada y que merece la pena retomar explícitamente. Se trata de un fenómeno que, en ocasiones, ha recibido el nombre de «La tercera Edad» y parte de la necesidad de crear proyectos de conservación y preservación medioambiental para poder legar algo a la posteridad. Y, ¿qué se puede decir de esos grupos de mecánicos septuagenarios luchando durante diez años para volver a poner en funcionamiento una bomba de achique? ¿O a los maestros de escuela retirados haciendo de estrictos maestros victorianos en ejercicios sobre las roles históricos que se realizan en los museos? ¿O del representante sindical retirado y ex bombero activista Eddie Frow, quien, viajando en una caravana junto a su esposa Ruth, ha logrado reunir una de las mejores bibliotecas del país sobre fuentes históricas decimonónicas?

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Actualmente existen unos mil trescientos museos independientes, por lo que se puede decir que han tenido una gran influencia sobre la museología de la época." La vida de los museos independientes siempre ha empezado, desde tiempos de los Tradescant, con la acumulación obsesiva de tesoros realizada por un individuo." Éste reúne un pequeño grupo de simpatizantes que se encargan de sacar adelante el museo por sus propios medios aunque, a medida que éste va creciendo, acaban contratando empleados que trabajan medias jornadas. Más adelante puede que la propiedad y la administración se cedan a una fundación, al museo del condado o a las autoridades locales. Así, por ejemplo, el museo-teatro Covent Garden se formó a partir de una pequeña colección, la colección Enthoven, legada a la nación por su propietario y almacenada durante unos veinte años en el V&A. En la actualidad, el Lewisham Borough Council custodia la colección rival, la del teatro Mander-Mitchinson.34 El Museo de la Vida Rural de Norfolk, con sede en un antiguo hospicio del siglo XVIII, se creó gracias al esfuerzo de una Sociedad de Amigos compuesta casi exclusivamente por agricultores." La Sociedad de Motores de Molino del Norte, formada por un grupo de entusiastas, reunió una de las colecciones seminales del Museo de Ciencia y Tecnología de Manchester. A su vez, la sede del museo, declarada en 1983 el «primer parque del patrimonio urbano», se benefició del éxito obtenido por una campaña que se había puesto en marcha con el fin de preservar la estación terminal de una línea ferroviaria." Las autoridades locales de Manchester han vuelto a acoger al Museo de Historia del Trabajo. Una colección que inició su andadura de una forma muy modesta y que se exhibió únicamente en exposiciones itinerantes durante unos treinta años. En 1963, al cumplirse cien años desde que la reina Victoria concediera a la población el estatus de «municipio», la municipalidad de Reigate organizó una serie de actos conmemorativos. Dos concejales laboristas propusieron que la unión sindical celebrase una Exposición sobre la Historia del Sindicato y se pidió a Henry Fry que organizara la muestra. La exposición abrió sus puertas el día uno de mayo, siendo la primera vez que se exhibían públicamente piezas de la colección de Fry. La publicidad atrajo la atención de Walter Southgate que, tras leer sobre la muestra en el Reynold's News, escribió inmediatamente a Fry y sus colegas para informarles de que 32 Simon Tait, Palaces of Discovely: the Changing World of Britain's Museums, Londres, 1989, pág. 33. " Mea Allan, The Tradescants, Londres, 1964; Prudente Leith-Ross, The John Tradescants: Gardeners tu the Rose and Lily, Londres, 1984. 34 The Oxford Companion to the Theatre, Oxford, 1983, pág. 260; M. I. Williams, ed., A Directory of Rare Books and special Collections in the United Kingdom and the Republic of Ireland, Londres, 1985, págs. 280-1, 367. 35 Nick Mansfield, «The George Edwards Celebration» en Society for the Study of Labour History, «Labour History in Museums», Papers, Sheffield, 1988. 36 «The History of the Museum and Its Site», artículo ciclostilado, 1993, e información dada por el conservador, Gabriel Porten

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también él poseía una colección de la misma índole. El resultado fue que la sociedad amplió sus miras, cambió su nombre por el de Sociedad de Historia Sindical, Laborista, Cooperativa y Democráctica (TULC) y emprendió negociaciones para crear una fundación que se hiciera cargo de la colección de Walter Southgate, la base de un futuro museo. En esta etapa, TULC no pasaba de ser una pequeña empresa familiar. La colección se guardaba en uno de los dormitorios de la pequeña y abarrotada vivienda de Henry Fry en Reigate y en el garaje de Richard West, presidente de TULC. Fry no tenía teléfono en su casa, hacíamos las llamadas desde una pequeña cabina pública que había al final de la carretera y las recibíamos en el teléfono de Richard West que vivía algunas curvas más allá. La esposa de Henry Fry, Betty, aparte de compartir domicilio con su marido, dos hijas adolescentes y pilas de recuerdos brindaba su hospitalidad y refrigerios a los curiosos que les visitaban interesándose por la colección. A causa de la escasez de fondos, resultaba muy dificil organizar exposiciones. Los paneles eran de fabricación casera y, para escándalo de archiveros profesionales y conservadores de museos, los objetos se fijaban a los paneles con la ayuda de chinchetas y papel celo. Sin embargo a la Sociedad le fue yendo cada vez mejor y, en 1968, compró una pequeña casa en los suburbios de Reigate, en Cornfield Road... un hogar para lo que decía era «el primer centro dedicado a la historia visual del trabajo»." A orillas de la Ciudad Vieja se alzan una serie de museos y secaderos de redes maravillosamente conservados. Entre ellos se cuenta el Shipwreck Heritage Center de Hastings, uno de los mejores ejemplos de los modernos museos «amateur». En 1987 acometió la empresa un arqueólogo del Museo de Londres, Peter Marsden, cuya especialidad era, precisamente, la recuperación y restauración de barcos antiguos. Incapaz de encontrar un lugar seguro donde custodiar los antiguos cascos de madera que había sacado del lecho del río, y angustiado por la certeza de que «muchos de los maravillosos objetos» que se estaban sacando del lecho fluvial no recibirían la consideración que merecen los pecios históricos y serían mero objeto de comercio, creó su propio museo para exponer algunos de ellos, iniciar a los niños en los misterios de la arqueología marina y ofrecer un espacio donde pudieran custodiarse los hallazgos de buceadores y pescadores. (Una de las piezas clave de la colección Hastings es un ancla de piedra que el agua arrojó a la orilla. En la ciudad se dice que se trata de un «ancla romana», aunque el señor Marsden siempre se ha limitado a afirmar que era «muy antigua».)" El equivalente femenino de esa cruzada viril que parece ser la arqueología industrial es la conservación o reconstrucción de tiendas o aulas de época. " John Gorman, Images of Labour, Londres, 1985, págs. 12-13. " Agradezco a Steve Peak, de la Sociedad de Fomento de los Pescadores de Hastings, y al señor Marsden la información recogida en este párrafo.

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La mayoría de tales propuestas constituyen el núcleo de las exposiciones dedicadas a la «historia viva» organizadas en los museos. Son muy pocas las que logran formar un museo autónomo. El aula de Kate's Grove en Reading, mantenida como un «museo vivo» en el seno de una escuela primaria en funcionamiento, es un ejemplo de museo bien cuidado, «una fina muestra de arquitectura educativa seglar», cuyos edificios datan de 1872 y 1892. Es fruto de los desvelos de Wynne Frankum, que trabaja como maestra de primaria a tiempo parcial. Empezó su colección hace cinco años con todo lo que se tiraba en la escuela de Newbury donde enseñaba, dispuso el aula y la engrosó «molestando» a quienes trabajaban en otras escuelas, públicas o privadas, para que le permitieran disponer de los muebles viejos que estaban arrinconados en áticos y sótanos. «En un huerto encontramos un antiguo banco para cuatro alumnos. Muchas de las cosas que tenemos estaban guardadas bajo lonas». Resulta curioso que toda la actividad del museo gire en torno al equipamiento y los muebles destinados a reproducir un ambiente victoriano, que da pie a proyectos como el de «Un día en la vida de una escuela victoriana». Llaman especialmente la atención las pizarras para hacer cuentas y los cuadernos en los que los niños hacen ejercicios de caligrafía con sus plumines: A los maestros les gusta mucho enseñar historia haciendo que los niños representen ciertos roles... Hay que tener algo de actriz para ser maestra. Es bueno que los niños hagan cosas en vez de limitarse a leer sobre ellas. Entienden mucho mejor lo que era que te trataran de una forma tan increíblemente opresiva." La mayoría de los que acuden al museo hacen trabajos sobre la educación recibida por los niños de entre siete y once años, pero también nos visitan «bastantes niños» y algunos alumnos de secundaria que están estudiando la novela del siglo xix. Una de las mejores colecciones de materiales impresos de carácter efímero del país, esas pequeñas joyas de la imprenta que cumplen una función efímera o pasajera (incluido uno cuya reproducción contribuyó a popularizar el gusto por la tipografía victoriana en los años sesenta), proviene del feliz hallazgo de Robert Wood, maestro de escuela de Hartlepool y profesor de historia que, en 1958, dio en un edificio abandonado con una serie de pinchapapeles en los que halló los pósters, anuncios impresos y recibos de John

" Agradezco este relato a Wynne Frankum. En el Sevington School Proyect, cerca de Malborough, se hacen «ejercicios de representación» para enseñar «historia viva» en una antigua escuela del pueblo, cerrada desde 1913 y reabierta, como museo, en 1992. Joe Laurie, que está a cargo del museo, ha producido con Wynne Frankum The Victorian Schoolday, Wiltshire County Council, 1992.

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Proctor, uno de los impresores decimonónicos de la ciudad que montara su negocio allá por 1834." El panorama era casi indescriptible. En una enorme habitación y apilados hasta un altura de unos cuatro pies había pinchapapeles tan altos como árboles de Navidad, negros como el hollín. Al tejado no le quedaba prácticamente ni una teja, rezumaba agua de lluvia y la pintura del techo se había desprendido. Para que no faltara nada en medio de aquel espléndido desorden, algunas de las gaviotas que habían anidado en el lugar yacían muertas por ahí. Era una fría mañana de febrero, así que saqué de allí la pila de papeles más cercana y me la llevé, arrastrando por el patio, hacia el calor de la destilería, donde empecé a desprender las capas superiores de papel negruzco hasta que encontré algo que resultara legible. Tres o cuatro capas por debajo de la primera, el papel estaba limpio y me encontré mirando impresiones de prueba de billetes de ferrocarril emitidos por la Hartlepool Railway en 1837.

con las que seguía trabajando el señor Smail cuando se retiró. «Es como un auténtico viaje en el tiempo» dice una persona que trabaja en la imprenta haciendo demostraciones de linotipia. «Con todo lo que había aquí ya teníamos un museo del trabajo. El Trust [el National Trust of Scotland] no tuvo que hacer gran cosa».4'

El señor Wood, a quien los coleccionistas de materiales impresos de carácter efímero británicos veneran como a un héroe, dedicó los siguientes diez años de su vida a arrancar capas de papel empapado, separando lo aprovechable de lo irremediablemente perdido. La idea de que, en la medida de lo posible, habría que conservar los artefactos in situ da cuenta de las crecientes ambiciones del conservacionismo. Un hallazgo parecido, pero realizado veinte años después, no dio pie a reproducciones varias en edición facsímil de los trabajos de impresión más llamativos (como ocurriera con la colección del señor Wood), sino a una tarea más exhaustiva, a la creación de historia «viva». Maurice Rickards, el coleccionista de materiales impresos de carácter efímero descubrió en uno de sus paseos gran cantidad de libros de registro, pedidos y archivadores, además de ejemplares del periódico local, el St. Roman Standard, publicado entre 1893 y 1916. Las piezas fueron generosamente donadas por su propietario, impresor de tercera generación de una pequeña ciudad, a Smail's, imprenta perteneciente al Scottish National Trust y ubicada en Innerleithen, muy cerca de la frontera escocesa donde están expuestas al público. Los libros de registro contienen todos los albaranes, facturas y listas de precios de carteles que imprimió la firma desde el día de su fundación hasta el de su cierre, en 1986. «Eran como ardillitas, todo lo archivaban». Las máquinas (la más nueva una «Heidelberg» adquirida en Londres en los años cincuenta y la más antigua una preciada «Wharfedale» de 1900) son (con una única excepción) aquellas

4° Maurice Rickards, This is Ephemera, Collecting Printed Throwaways, Newton Abbott, 1978, págs. 33-4. John Lewis, Collecting Printed Ephemera, a Background to Social Habits and Social History, to Eating and Drinking, to Travel and Heritage, and just. for Fun, Londres, 1976, pág. 114.

4 ' Elizabeth Grieg, «The Day We Looked in on the Printer», The Ephemerist, junio de 1990, págs. 344-5. Agradezco a Alison Cox, tipógrafa y conservadora del museo, toda la información que me ha brindado.

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PARTE IV NO HAY VUELTA ATRÁS

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ANTIPATRIMONIALISMO

El término «patrimonio» se ha mostrado muy útil para las autoridades locales, que lo han empleado para promover planes de mejora urbana y obtener fondos gubernamentales destinados a crear empleo en el sector servicios. Ha sido uno de los buques insignias de los movimientos conservacionistas y ecologistas de nuestro tiempo. En casos como la campaña por la salvación de Oxleas Wood, ha constituido un elemento de movilización a la hora de plantar cara a las inmobiliarias y desafiar a los poderes establecidos. El patrimonio histórico también goza de las simpatías del gran público, al que no parecen inquietar las filípicas lanzadas contra él. Las ciudades «históricas» (entre ellas las villas recién historizadas como Rochester-uponMedway), los monumentos ancestrales (categoría que en la actualidad se extiende a los emplazamientos del patrimonio histórico industrial), los parques rurales, las granjas-museo y las reservas de flora y fauna son uno de los destinos por antonomasia de las excursiones dominicales y las escapadas de fin de semana, de una forma muy semejante al modo en que el espectáculo de lo nuevo, o las maravillas de la ciencia y de la invención, lo fueron en los tiempos en que las promesas de la modernización seguían incólumes (se dice que el día de Lunes de Pentecostés del año 1871 acudieron a Liverpool unos setenta mil visitantes para ver los nuevos almacenes). Durante las vacaciones estivales, los «recorridos misteriosos» y los paseos «históricos» aportan romanticismo a las localidades; los museos de historia viva y los parques temáticos ofrecen un gráfico encuentro con el pasado —que para algunos niños podría tratarse del primero— y las vías del ferrocarril de vapor ofrecen un viaje hacia atrás en el tiempo (el año pasado transportaron a unos cincuenta millones de pasajeros durante la temporada veraniega). Intelectualmente, sin embargo, el «patrimonio histórico» tiene muy mala prensa, y el reproche de que pretende mercantilizar el pasado y convertirlo en kitsch para consumo turístico está muy extendido. Ofende tanto a los estetas de derechas como de izquierdas, pero quizá sobre todo a estos últimos, que lo acusan de embalar y comercializar el pasado, amén de ofrecer una versión «Disney» de la historia en lugar del artículo genuino. Los puristas se han opuesto a los proyectos promovidos en su nombre, alegando que borra la línea divisoria entre el deleite y la instrucción y advirtiendo de que, al igual que sucedió con la restauración de las iglesias durante el siglo XIX, Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

reemplazará los vestigios reales por simulacros de unos originales que nunca existieron.' El patrimonio histórico también se ha convertido en uno de los principales chivos expiatorios de los «estudios culturales», y en ejemplo destacado de los complejos tutelares que la investigación crítica tiene por vocación desenmascarar. Se le asigna el papel de un «proyecto» ideado para anestesiar y «sanear» la memoria del pasado, y reducirla al mismo tiempo a algo inofensivo e inocuo en el presente. El antipatrimonialismo se ha convertido en uno de los deportes favoritos de la intelectualidad metropolitana, sobre todo de su sector literario. Apenas pasa una semana sin que sea objeto de invectivas en uno u otro de los periódicos «serios», y por descontado en The Independent, que se ha alzado en armas contra las restrictivas cláusulas impuestas a los propietarios de edificios «clasificados», y ha adoptado la costumbre de calificar a los funcionarios medioambientales de «policía del patrimonio histórico».2 Las páginas de arte de la prensa siguen su ejemplo. Para Tom Paulin, nunca falto de palabras malsonantes cuando de asuntos ucranianos se trata, y obrando en calidad de abanderado de una reciente conferencia patrocinada por The Independent sobre dicha cuestión, «La industria británica del patrimonio histórico es una repugnante colección de parques temáticos y valores momificados».3 Ni siquiera el periodista encargado de la sección de televisión del Independent se priva de aportar su granito de arena: «Habría que condecorar al crítico televisivo que puso a bajar de un burro al personaje del inspector Morse, calificándolo, en pocas palabras, de esnob aburrido, fatuo y con pretensiones intelectuales. Alguna relación debe de haber entre la enorme multitud de admiradores fervorosos, casi fanáticos, que congrega el detective interpretado por John Thaw y el reconfortante «efecto Brideshead» que destila el intemporal telón de fondo oxoniense de la serie».4

1 David Lowenthal, The Past is a Foreign Country, Cambridge, 1985, pág. 341 [ed. casi.: El pasado es un país extraño, trad. Pedro Piedras, Madrid, Akal, 1998]; Richard North, «Welcome to the Smile Zone», Independent, 17 de septiembre de 1988; George Hill, «Are We Forging Our History», The Times, 12 de marzo de 1992. 2 «Pensioners Forced to Remove Windows», Independent, 24 de agosto de 1993; «Do Not Pass Go», ibíd., 31 de julio de 1993; «Who Will Protect us From the Protectors», ibíd., 1 de diciembre de 1993; «Can We Have Our Square Back», ibíd., 15 de febrero de 1994; «Conservation, the Last Straw», ibíd., 28 de julio de 1993, es un aleccionador relato protagonizado por el dueño de una casa de Dorset, que instaló lo que a los responsables locales de English Heritage se les antojó un tejado extranjero inadmisible. 3 «Question of Real Value», Independent, 5 de octubre de 1993. Programación televisiva, Independent, 1 de mayo de de 1993. Me parece que este es un buen lugar para entonar una pequeña protesta, ya que parte del atractivo del personaje del Inspector Morse reside en su indiferencia ante los encantos de Oxford y, en efecto, parece que optar por hacer carrera como policía era una forma de rehuirlos. En cualquier caso, difícilmente cabría imaginar un mundo más opuesto al de Zuleika Dobson o el joven Charles Ryder que la milla cuadrada homicida del Inspector Morse.

A la industria del patrimonio histórico se le reprocha la intención de convertir el país entero en un gigantesco museo, de momificar no sólo el pasado sino también el presente, y de conservar la tradición en naftalina. En la actualidad, los subsidios a cargo del erario público con destino a Áreas Medioambientales Protegidas —en las que los granjeros reciben subvenciones para que conserven y acentúen los rasgos tradicionales del paisaje y del hábitat de la fauna y la flora— están siendo objeto de feroces críticas: de acuerdo con las fuentes de información de Whitehall, son posibles blancos para la próxima ronda de medidas de ahorro del Tesoro. En un sentido análogo, y aunque en este caso el ataque proceda más de la izquierda que de la derecha, al National Trust se le acusa de evitarle todo tipo de cargas a los propietarios de inmuebles históricos, ahorrándoles el engorro de lidiar con el coste de mantener sus negocios y peiinitiendo que éstos, por más insolventes que sean, continúen llevando una existencia cómoda y consentida, dándose a la buena vida y al lujo. Las intervenciones de las autoridades locales en materia de patrimonio histórico son objeto habitual de feroces ataques y burlas despiadadas, como si éstas tuvieran que ser siempre y por fuerza despliegues de mal gusto (un artículo reciente publicado en The Independent satirizaba a las autoridades municipales de York por construir un urinario público neogeorgiano, y otro publicado algún tiempo antes ridiculizaba a la City de Westminster por instalar semáforos «patrimoniales» en el West End).5 Se trata de uno de los escasísimos ámbitos de la iniciativa municipal en los que, por inverosímil que parezca, el número de empleos del sector público, en lugar de disminuir, se las ha arreglado para aumentar, y es posible que los críticos, aunque sean de izquierdas, hayan adoptado, como por ósmosis, el tono de una Nueva Derecha para la que la misma idea de lo público es sospechosa.' Según los críticos, el fenómeno patrimonial es síntoma de una sociedad enferma que, tras haber perdido la esperanza en el futuro, está «embelesada» u «obsesionada» con una versión idealizada de su pasado.' El giro historicista dado por la cultura británica, situado por ellos aproximadamente en 1975 —año en el que el término «patrimonio» emprendió su carrera inflacionista—, coincide con el comienzo de la recesión económica, la contracción de la industria manufacturera y la reaparición del desempleo masivo. La irrupción del fenómeno patrimonial levantó acta del derrumbamiento del poderío británico. También allanó el camino —o cuando menos podría considerarse que fue uno de sus cauces— al recrudecimiento de la tradicional tendencia inglesa al aislacionismo y la resurrección del nacionalismo como factor de peso en la vida política. Presagió y dio cauce al triunfo del thatcherismo en el ámbito de

«A New York but not a Better One», Independent, 7 de julio de 1993. Patrick Wright, «Our Island Store», Guardian, 1 de octubre de 1993, y Common Ground, Local Distinctiveness, Londres, 1993. David Cannadine, «The Past in the Present», en Lesley Smith, ed., Echoes of Greatness, Londres, 1988, pág. 10. 6

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la alta política. El fenómeno patrimonial, en suma, era un símbolo de la decadencia nacional, un tumor maligno que ponía de relieve tanto la solidez del ancien régime británico como el raquitismo de las alternativas radicales a éste. Equivalía a reconocer, según decía Robert Hewison en The Heritage Industry (1987), que la historia «se acabó».8 En el On Living in an Old Country, de Patrick Wright, el fenómeno del patrimonio histórico formaba «parte de la profecía cultural autocumplida de la decadencia nacional».9 Los historiadores se mostraron más que dispuestos a incorporarse a este coro del desdén, y acusaron a la industria del patrimonio histórico de parodiar el pasado y contraponiendo los sucedáneos del patrimonio histórico y el kitsch a las investigaciones presuntamente objetivas llevadas a cabo en el ámbito de la investigación superior.10 David Cannadine, que parece no cansarse nunca de lanzar pullas contra «la bazofia patrimonial» desde su refugio americano," acusa a la industria del patrimonio histórico de fomentar una mentalidad tipo búnker y de tratar de encerrar el país en una especie de burbuja temporal. Ya en 1983, la víspera de su emigración de estas tierras, había dado la voz de alarma. «No se había visto un culto tan difundido de la nostalgia desde la década de 1890 o la de 1930. Y en parte he ahí la explicación de lo que sucede: entonces como ahora, la crisis económica es la partera de la nostalgia, y el desencanto actúa como la madre del escapismo. Al igual que en épocas anteriores, en cuanto se arruinan los tenderos* nos convertimos en una nación de rumiantes».'2 A la hora de redactar sus recomendaciones para las nuevas directrices del plan de estudios, la Comisión de Trabajo para la Enseñanza de la Historia, muy comprometida con el estudio tanto de la cultura material como del entorno edificado, se sintió no obstante obligada a marcar distancias en relación con un término que había acabado por hacerse sospechoso, y propuso emplear en su lugar —distinción que en realidad no entraña ninguna diferencia— el de «herencia»: Hemos tenido buen cuidado de emplear lo menos posible el término «patrimonio», porque éste posee varios significados y corre el peligro de hacerse vago hasta el punto de perder toda utilidad. Desde un punto

Robert Hewison, The Heritage Industry, Britain in a Climate of Decline, Londres, 1987, pág. 141. Wright, On Living in an Old Country, Londres, 1987. I' David Starkey, en «A House fit to House our Nation's History», Independent, 28 de febrero de 1994, dio la voz de alarma ante una versión de la ley de Gresham según la cual, a su entender, la mala historia está reemplazando a la buena. «No cabe duda de que es posible tener demasiada historia de la que no interesa, demasiadas películas Merchant/Ivory sobre la Casa Solariega Británica, demasiados perfumes y jabones olorosos Crabtree y Evelyn Del-TocadorDe-Mi-Señora». " BBC Radio 3, «Nightwaves», 5 de enero de 1993. * Alusión a la célebre frase de Napoleón: «Inglaterra es una nación de tenderos». (N de los t.) 12 David Cannadine, «Brideshead Revered», London Review of Books, 31 de marzo de 1993; cf. también The Pleasures of the Past, Londres, 1989.

de vista histórico, quizá fuera más preciso el significado de la palabra «herencia», al llevar implícito «aquello que nos ha sido legado por el pasado»... En tanto todos los británicos participan en mayor o menor medida de una «herencia» común, también participan de «herencias» individuales, de grupo, familiares, etc., que pueden estar interrelacionadas. El estudio de la historia debería respetar y dejar claro el patrón de dichas herencias.13

Para muchos radicales el «patrimonio histórico» es una llaga en el cuerpo político que sostiene o impone una versión reaccionaria del pasado nacional, echa leña al fuego de caducas fantasías imperiales y lleva agua al molino de la nostalgia por un tiempo que nunca existió. Neal Ascherson expresó estas dudas de forma muy elocuente cuando, en una influyente serie de artículos publicados en The Observer, caracterizó el auge de la industria del patrimonio histórico como un fenómeno «de derechas» y lo acusó de hacer el juego a lo que no tuvo reparo en calificar —con olímpico desprecio de la evolución paralela que se estaba dando en relación con Historic Scotland— de «vulgar nacionalismo inglés»." El fenómeno patrimonial, argumentaba, era un mito reconfortante, la entropía ataviada con el traje de los domingos, la respuesta de la industria turística ante la decadencia económica secular: Donde antes había minas y molinos, ahora tenemos el Wigan Pier Heritage Centre, donde pueden ustedes pagar por atravesar a gatas la reproducción de una mina de carbón, ver a maniquíes fabricando clavos y ser invitados a «entrar» por actores y actrices disfrazados de proletarios decimonónicos. Gran Bretaña, país donde en los tiempos que corren se inaugura un museo nuevo cada quincena, se está convirtiendo en museo a su vez.''

Merece la pena reparar en el empleo del término «vulgar» por parte de Ascherson cuando protesta ante la desfachatez o la «arrogancia harto vulgar» de la pretensión de la historia viva de entrar en comunicación directa con el pasado. Quizá dicho epíteto parezca extraño en boca de alguien a quien se tiene públicamente por socialista, republicano y demócrata. Pero tampoco lo es tanto. En tanto aristócratas morales que batallan contra las lacras de la sociedad capitalista, los socialistas, al igual que los protestantes radicales que

13 Comisión de Trabajo para el Programa Nacional de Estudio de la Historia, Informe Final, Londres, 1990, págs. 10-11. 14 Neal Ascherson, «"Heritage" as Vulgar English Nationalism», Observer, 29 de noviembre de 1987. '5 Neal Ascherson, «Why "Heritage" is Right-Wing», Observer, 8 de noviembre de 1987. Para las últimas variaciones de dicho autor al respecto, véase «Reminders from the Past to Suspend our Disbelief», Independent on Sunday, 26 de abril de 1992; «It May not be Art...», Independent on Sunday, 2 de enero de 1994; «What Should We Preserve», Independent, 16 de octubre de 1993.

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les precedieron, a menudo han cargado las tintas al máximo cuando denunciaban la Feria de las Vanidades o lo que Aneurin Bevan llamó, durante su último gran discurso, el «materialismo vulgar» de la sociedad capitalista. 16 Y desde los tiempos de William Morris en adelante han sido propensos a llamar al orden a las masas por lo que otro gran dirigente socialista, Ernest Bevin, designó como la «miseria» de sus deseos. En el caso de Ascherson, dichas actitudes se ven exacerbadas por el esnobismo literario, por la fe aparente en que el único conocimiento verdadero es el que se encuentra en los libros. El fenómeno del patrimonio histórico es una estafa porque se apoya en las apariencias; al igual que la televisión en color, distrae la atención del pueblo llano de cuestiones más elevadas (o más profundas):

recuerdo y las tiendas de regalos transformaban el pasado en mercancía. A la altura de 1991, como induce a pensar este fragmento extraído de la programación televisiva, diversas propuestas acerca del patrimonio histórico competían entre sí en horario de máxima audiencia: Chronicle: Past for Sale? (BBC-2, 20:10) y Signals: Theme Park Britons (Channel 4, 21:15). Es una verdadera lástima para ambas partes que dos emisiones tan respetables sobre idéntico asunto estén programadas para la misma noche. Ambas versan sobre el patrimonio histórico, la industria de crecimiento más rápido del país, y con el modo en que en los centros para el estudio y la conservación del patrimonio histórico y los parques temáticos se embala y se expende nuestro pasado como si de comida rápida se tratase. Las dos ponen sobre el tapete el temor de que, a medida que los empresarios relevan a los museos de la tarea de informarnos acerca de nuestro pasado, la verdad histórica y las necesidades locales se sacrifiquen en aras del beneficio. Todo ello lo resume a la perfección un maravilloso plano de una ventana georgiana que aparece en Chronicle: está previsto que la casa desaparezca para hacer sitio a un Centro para el Estudio del Patrimonio Romano, donde se venderán antigüedades de imitación, y concebido por quien lo diseñó como una especie de «Eastenders romano».18

Aunque entretenga, el Museo Total es una mentira. La pretensión de abrir una ventana por medio de la cual acceder al pasado es una técnica que atrofia la imaginación, de forma muy semejante al modo en que la televisión en color atrofia la intuición, mientras que la radio, por el contrario —en virtud de su carácter incompleto—, la estimula de forma enormemente intensa... Afirmar que se es capaz de «recrear» la historia es de una arrogancia harto vulgar.17

Al «patrimonio histórico», pues, se le acusa de dar prueba de la ignorancia y la desenvoltura propias del arribista. Es, además, charro por definición y tan engañoso como la bisutería de Vanity Fair. La industria del patrimonio histórico es una estafa. Lo que le pasó a la gente que habitó estas islas en el pasado no es algo que pueda desenterrarse, pulirse y ponerse a la venta. El pasado, en parte porque se encuentra vivo en nuestro interior, no es recuperable en el mismo sentido que pueda serlo un broche de diamantes rescatado del Titanic. De ello se sigue que el ostentoso exhibicionismo con el que la industria del patrimonio histórico entona su «he aquí el pasado» no sólo es un engaño sino —más peligroso aún— una muralla que bloquea nuestra conciencia histórica y quiebra los lazos entre el pasado y el presente.

Tras el impulso inicial que recibió por obra de The Heritage Industry, la sátira publicada por Robert Hewison en 1987, y más aún por On Living in an Old Country, de Patrick Wright, el antipatrimonialismo no tardó en convertirse en carne sin hueso para los documentalistas televisivos, periodistas embarcados en safaris y articulistas de la prensa seria. Los universitarios (los universitarios radicales) aportaron su granito de arena y demostraron, al menos a su entera satisfacción y a la de quienes diseñan los cursos de Estudios Culturales, que los museos eran presidios para artilugios, y que los objetos de

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Michael Foot, Aneurin Bevan,

vol. II, Londres, 1973. Ascherson, «"Heritage" as Vulgar English Nationalism».

Cabría describir No hay vuelta atrás, la reciente exposición de la Photographer's Gallery —patrocinada por el Arts Council y ahora reproducida en forma de libro ilustrado de gran formato y acompañada por una introducción redactada por uno de los presentadores de The Late Show—,19 como la puesta de largo del antipatrimonialismo, una especie de popurrí de todos sus clichés. Obra de un documentalista especializado en fotografías en color, da un repaso a todos los blancos habituales siguiendo un itinerario ya muy trillado —una especie de recorrido antipatrimonial— que Robert Hewison fue el primero en señalar. Empieza por «La Experiencia del Norte» en el condado de Durham y de ahí pasa al Centro para el Estudio y la Conservación del Patrimonio Histórico «Tal Como Éramos», sito en Wigan Pier (lugar por antonomasia para suscitar las burlas desdeñosas de la metrópoli), finalizando con algún blanco más fácil de los condados del sur, en este caso «la tierra del compositor y musicólogo Sir Edward Elgar», en Worcester. No hay vuelta atrás, comentario fotográfico en torno a la «hiperhistoria», presentado como crítica «no sólo... de la industria del patrimonio histórico» sino también «de las nociones esenciales del alma de lo inglés», es un tour de force de repugnancia, al modo de Wegee y Diane Arbus, si bien en color en lugar de en blanco y negro, y que utiliza a gente normal (en su mayor parte

Programación televisiva, Independent, 10 de octubre de 1989. Paul Reas y Stuart Cosgrove, Flogging a Dead Horse: Heritage Culture and its Role in Post-Industrial Britain, Manchester, 1993. 18

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del norte de Inglaterra) en calidad de personajes grotescos en lugar de enanos y fenómenos de circo. La exposición «La Experiencia del Norte», en Beamish Hall, está representada por un hombre de mediana edad que bizquea incómodamente mientras mira por el ocular de una videocámara, y el Museo Brónte, en Hatworth, por un hombre obeso y su esposa, más obesa todavía, de pie junto a la tapia del camposanto con aspecto acalorado e incómodo. Ironbridge —«cuna de la Revolución Industrial» y nombrada recientemente Patrimonio de la Humanidad— está representado (vayan ustedes a saber por qué) por un hombre de cabellos blancos que se esfuerza por dominar a un Rottweiler que tira de la correa (en caso de que no lo hayamos entendido, el texto nos informa de que «parece un gauleiter»*). Dos ancianitas embobadas y boquiabiertas se sientan en la parte superior de un autobús panorámico que recorre el Albert Dock de Liverpool. En Eden Camp, parque temático dedicado a la Segunda Guerra Mundial en Malton (Yorkshire), un abuelo con sobrepeso —retratado desde abajo para darle un aspecto más siniestro, destacar la papada y exagerar el tamaño de sus manos— mira con ojos mortecinos al vacío, mientras el muchachito que está a su lado se aferra al «Juego de la Gran Guerra». En el Centro para el Estudio y la Conservación del Patrimonio Histórico de Wigan Pier, un jovencito que lleva una camiseta del ratón Mickey observa cómo una de las muchachas empleadas en la industria minera para separar la piedra del carbón empuja un carro lleno de este mineral. El Museo de Tranvías Antiguos de Crich, en Derbyshire, está representado por el torso sin cabeza de un chico vestido con unas bermudas de color lavanda, y la Abadía de Westminster por la vista de espaldas de un hombre calvo mirando al vacío. Aunque su intención sea oponerse al embalaje de la historia, No hay vuelta atrás es una producción muy pulida, que recurre a una amplia gama de estratagemas para hacer repelentes las imágenes que la componen. Los ángulos y los fotogramas están manipulados de tal forma que todas las fotografías parecen dislocadas; los objetos y los espectadores se yuxtaponen de tal forma que unos resulten menguados y otros parezcan mezquinos. Los objetos propiamente dichos no se nos muestran ni una sola vez: su existencia es la de una especie de comentario burlón sobre los personajes que los admiran. A la gente se la retrata en un estado de ensimismamiento y enajenación, al estilo de la fotografía vanguardista de la década de 1980; no se miran los unos a los otros ni miran a los objetos que se supone han ido a contemplar. Pese a que la mayor parte de las fotografías fueran tomadas al aire libre, la iluminación da la impresión de que han sido realizadas en un estudio, de forma que la gente aparece retratada en unos tonos rojizos que resultan un tanto antinaturales; las escenas de interiores están recortadas para transmitir una sensación de claustrofobia.

* Gauleiter.. Término utilizado por el Partido Nazi (NSDAP) para designar a sus «líderes de zona» (Gau). (N de los t.)

Tras la crítica de la industria del patrimonio histórico pueden hallarse residuos de las teorías conspirativas según las cuales el cambio histórico es orquestado por las élites dominantes y el gusto popular se encuentra a merced de lo que los radicales de las décadas de 1960 y 1970 dieron en llamar manipulación de los «medios de comunicación de masas». En Francia dicha teoría adoptó la sofisticada forma de la alta teoría contracultural desarrollada por Michel Foucault en relación con los complejos tutelares del saber y el poder, y que por lo que hace a la cultura museística fue cultivada por Pierre Bourdieu y Philippe Hoyau.2° En los Estados Unidos se trató más bien de una prolongación de la crítica radical del «consumismo» de los años sesenta.2' En Gran Bretaña, donde el auge de la industria del patrimonio histórico fue identificado con la victoria política de la Nueva Derecha, figuró en primer plano una concepción más tradicional de la clase dominante y se dijo que el «patrimonio histórico» representaba una especie de retorno de lo reprimido, una victoria de la reacción feudal. Se trataba de un «proyecto» o una «estrategia» (al menos eso decían los críticos radicales) puesta en marcha en beneficio de los ricos, privilegiados y poderosos, fomentada sin remisión por las élites gobernantes." Explotaba «la esencia de lo inglés» en su vertiente más castiza, coqueteaba con fantasías reaccionarias y amenazaba con imponer de forma hegemónica la versión «casa solariega» del pasado nacional (o incluso, como sostuvo el Birmingham Centre for Contemporary Cultural Studies, la del castillo de Warwick). En opinión de Neal Ascherson, auguraba la instauración de una mayoría parlamentaria conservadora permanente: La industria del patrimonio histórico, igual que el «plan común de estudios de historia» propuesto para las escuelas inglesas, impone a todo el mundo la versión de la historia de un grupo dominante y la declara inamovible. Uno de los rasgos del ancien régime feudal era el dominio de lo muerto sobre lo viviente. Sin duda, una de las características de un sistema político decrépito es la dominación del presente por parte de un pasado ficticio, constituido por parques temáticos y dramas de época.23

Desde el punto de vista pedagógico, la descalificación de la «industria del patrimonio histórico», pese a realizarse en nombre de la política radical, es bastante conservadora y se hace eco de algunas de las jeremiadas derechistas lanzadas contra la «nueva historia» en los colegios. Al igual que los videos,

20 Philippe Hoyau, «EAnnée du Patrimoine ou la Société de la Conservation», en Les Révoltes Logiques, 12, verano de 1980, traducido en R. Lumley, ed., The Museum Time-Machine. 21 Sharon Zukin, Landscapes of Power, from Detroit to Disney World, Berkeley, 1991. 22 Richard Johnson, «Reading National Heritage as Social Politics», documento ciclostilado, «The Making and Unmaking of the Patriotic Past», Ámsterdam, 1-2 de octubre de 1993; cf. y más en general la obra del grupo de la memoria popular del CCC de Birmingham, 1980-86. 23 Neal Ascherson, «Why "Heritage" is Right-Wing».

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las proyecciones de diapositivas o los ejercicios escolares de «empatía», se le acusa de distraer la atención de la historia y de ofrecer en lugar del artículo genuino una visión tipo «guía del Chef» o «viaje organizado» del pasado?' Suprime, o al menos eso simula, la distinción entre trabajo y juego, reduciendo a la condición de consumidores pasivos a quienes quizá estuvieran deseosos de aprender. Induce a las identificaciones espurias, despoja al pasado de sus horrores y lo convierte en un hogar ideal. Peor todavía (y a ojos de los puristas, blasfemia suprema), recurre a las artes interpretativas, como cuando recurre a actores y actrices disfrazados con trajes de época que se dedican a mostrar cómo funcionan los artilugios o a hacer las veces de intérpretes y guías. Las exposiciones «prácticas» e interactivas de «historia viva» de los museos son casi igual de sospechosas, pues ofrecen del pasado una visión ecléctica y a gusto del consumidor en lugar de explicarlo de manera coherente o narrarlo de forma progresiva. El reproche de vulgaridad podría considerarse como uno de los leitmotiv de la crítica de la industria del patrimonio histórico, y quizá explique la asiduidad con la que se incluye a ésta en la misma categoría que los parques temáticos, los teleñecos y Disneylandia. Está muy claro que su relación con el mundo del espectáculo ofende mucho a los bienpensantes y suscita su desprecio, pues mezcla lo sagrado y lo profano, la alta y la baja cultura. A la industria del patrimonio histórico se la acusa de trivializar el pasado, de jugar con la historia, de concentrar su atención en objetos indignos. Su predilección por el disfraz se considera infantil, y su relación con la industria del ocio y las vacaciones degradante casi por definición. Sin duda se trata de un desdén espontáneo, pero no parece descabellado poner de relieve la genealogía directa que lo vincula con aquellas nociones ancestrales sobre la «dignidad» de la historia contra las que arremetió Lord Macaulay cuando hizo un llamamiento a favor del reconocimiento de lo doméstico y lo demótico. Se supone que los hechos y la ficción, lo imaginario y lo real, al igual que lo sagrado y lo profano, han de estar siempre reñidos. En un contexto semejante ofende hasta la misma noción de espectáculo, con sus connotaciones teatrales y su dependencia del oropel. A ojos de sus detractores, la industria del patrimonio histórico también queda desacreditada, por su relación con lo que en los tiempos gloriosos del apogeo del esnobismo aristocrático se denominaba «comercio», y que en la teoría crítica posterior a la década de los sesenta o los Estudios Culturales suele calificarse de «consumismo» y presentarse como el Traje Nuevo del Emperador. A la industria del patrimonio histórico se la acusa de convertir la historia en argumento de venta, de explotar la nostalgia, de transformar el pasado en mercancía. En esto, como en otras cosas, No hay vuelta atrás se las sabe todas. Un eslogan de Brecht: EL PASADO ESTÁ A LA VENTA —que ocupa

24 Hugh Pearman, «"Wider Still and Wider". Uproar over Extension to Elgar Shrine», Sunday Times, 9 de mayo de 1993.

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toda una página— interrumpe el flujo de imágenes, y hace las veces de equivalente en blanco y negro de la voz en off. El cuadro «The Hay Wain», de Constable, aparece sobreimpreso con una llamativa etiqueta de precios color magenta que nos da a entender que, a noventa y nueve peniques la unidad, los tesoros del pasado son una verdadera ganga. En otra yuxtaposición irónica, un individuo de aspecto escrupuloso escruta un estante abarrotado de objetos de recuerdo, en que los estereotipos regionales, como el «Geordie»* y la «muchacha minera», están expuestos como maniquíes y reducidos a figuras semejantes a muñecas. El mensaje de fondo lo transmite con toda contundencia la doble página que cierra el libro. Tomado de la «tierra de Elgar», Worcester, superpone la «M» de un McDonald's a la mostachuda elegancia del maniquí de un sastre eduardiano y yuxtapone a un grupo de jóvenes modernos en vaqueros a los bobos envueltos en franela de una fotografía de críquet de época (los jóvenes modernos, fotografiados por detrás, parecen perchas sin rostro, gesticulando sin sentido en el vacío; los jugadores de críquet eduardianos, muy individualizados, y que sin duda estuvieron entre los primeros en alistarse como voluntarios en 1914, nos contemplan con todo el patetismo de los caídos)." Cabe argumentar que la industria del patrimonio histórico ofende no por su apego a la tradición sino por su modernidad, o, para ser más precisos, por su posmodernidad. Los estetas la condenan por su falsedad: se trata de una parodia del pasado en lugar de un retrato auténtico, y ya no digamos —el sueño dorado de todo conservacionista— un original. En otras palabras, y a despecho de la acusación de ofrecer una versión sentimental del pasado, a la industria del patrimonio histórico no se le reprocha que sea excesivamente histórica, sino que no lo sea bastante. Adolece de falta de autenticidad. Es un simulacro que pretende pasar por el artículo genuino. No escandaliza porque se muestre excesivamente reverente ante el pasado, sino al contrario, porque (a ojos de sus detractores, al menos) parece estar a sus anchas entre réplicas y pastiches. El esnobismo literario, la creencia de que sólo los libros son serios, y quizá también un cierto recelo ante lo visual, arraigado en la desconfianza puritana o protestante hacia las imágenes, también entra en juego. Los artilugios —ya aparezcan como imágenes en la pantalla del televisor, en los dramas de época o en las exposiciones de «historia viva» de los museos y parques temáticos— no sólo son inferiores a la letra impresa, sino irremediablemente superficiales ya que pertenecen por naturaleza al mundo de las apariencias. En este punto, vale la pena tomar nota de la preferencia de Neal Ascherson por la radio frente a la televisión y de su profunda aversión a las exposiciones patrimoniales al aire libre. Leer un libro es una tarea ardua y exigente, mien-

* Denominación coloquial de los habitantes de Newcastle. (N. de los t.) Flogging a Dead Horse.

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tras que el espectáculo —y aquí Ascherson sigue los pasos de cierta crítica cultural muy manida— se consume de manera pasiva. Lo primero es una actividad intelectual; lo segundo, un procedimiento mecánico e irreflexivo. El supuesto tácito es que no se puede confiar en el pueblo llano cuando hay fotografías de por medio, y que las imágenes seducen, mientras que la letra impresa solicita la participación de la inteligencia en su conjunto." Quizá una parte de la hostilidad que suscita la noción de patrimonio histórico quepa achacarla a la misoginia. En este sentido, quizá resulte significativo que los ataques contra la «mercantilización» del pasado vayan acompañados de tanta ojeriza por la cultura del regalo (casi exclusivamente femenina) y que los popurrís y artículos de tocador comercializados en las tiendas de regalos del National Trust sean objeto de particular escarnio." En el caso de No hay vuelta atrás, sin embargo, la repugnancia sexual no la suscitan las señoras que frecuentan salones de té, blancos ancestrales de la invectiva machista, sino el espectáculo ofrecido por la clase obrera del norte de Inglaterra, ya se trate de individuos jóvenes o mayores, de hombres o mujeres. A ojos de la cámara no resultan menos repelentes cuando sonríen que cuando fruncen el ceño, y cuesta imaginarles haciendo cosa alguna que pudiera dotarles de cierto atractivo o granjearles un mínimo de dignidad y respeto. Cabría invocar también un cierto desdén elitista. La idea de que, abandonadas a sus propios recursos, las masas son estúpidas, se regodean con placeres irreflexivos y tienen gustos ordinarios y repugnantes, es uno de los prejuicios favoritos del esteta, así como de sus predecesores, los moralistas y filántropos que, siguiendo la estela de The Anatomie of Abuses, de Philip Stubbes (1585), se levantaron en armas contra los rimbombantes atractivos de la feria de las vanidades. Tras la retórica radical de una exposición como No hay vuelta atrás no resulta dificil discernir ecos de la convicción arnoldiana de que todo lo que tuviera algo que ver con el comercio era «vulgar» por definición, de que las provincias eran forzosamente filisteas y de que el populacho era inculto. A esto se le superponen los conocidos estribillos a lo E R. Leavis, derivados de la crítica cultural de las décadas de 1930 y 1940, según los cuales la civilización de masas es en sí misma un factor de degradación, y que a medida que se somete a ella, el gusto popular se envilece." Reas, en conformidad con las enseñanzas de las escuelas de cine de las décadas de 1970 y 1980, aspira a impugnar la ilusión de la autenticidad y, en Ascherson, «Why "Heritage" is Right-Wing». El antipatrimonialismo es un deporte casi exclusivamente masculino, y una de las formas —quizá quepa sugerir— en que los literatos pueden hacer alarde de virilidad. La frecuencia con la que la faceta popurrí y de artículos de tocador del «patrimonio histórico» se elige como centro de todas las burlas es asombroso. ¿Será que la ofensa resulta agravada por las manifestaciones de feminidad o más bien que en algunos casos la causa originaria de la repugnancia era ésta? 28 Q. D. Leavis, en Fiction and the Reading Public (Londres, 1932), le rindió a la cultura popular el homenaje de tomársela en serio; la publicación trimestral Scrutiny (fundada en ese mismo año y cuyo redactor jefe fue Leavis hasta 1953) era más bien propensa a considerarla pura y simplemente como cosa de degenerados. 26

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ANTIPATRIMONIALISMO

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lugar de imágenes fijas, ofrecer una congregación de formas a la deriva impermeable a toda lectura simplista. Parece, además, que quiera subvertir las nociones sensibleras acerca de «la experiencia del norte» que la serie televisiva Coronation Street y la «nueva ola» de realismo de los años sesenta tanto contribuyeron a popularizar. Pero las figuras alienadas y absortas en sí mismas de Reas se ajustan a la ortodoxia actual de las escuelas de cine y remiten también a una iconografía más añeja, memorablemente representada por el parque de diversiones de Margate del O Dreamland de Lindsay Anderson y el Picadilly Circus del Nice Time de Alain Tanner, que pintaban la búsqueda de placeres prefabricados con colores repulsivos. Reas también se hace eco de esa antiquísima opinión de los bienpensantes acerca del envilecimiento cultural de las masas; su «industria patrimonial» es una especie de versión actualizada para la década de los noventa de las distracciones «mecanizadas» y «americanizadas» y de los espectáculos «estandarizados» y públicos «pasivos» que tanto J. B. Priestley, en el retrato que realizó de la industria del ocio en 1934, como John Osborne, en The Entertainer, contrastaron con los hilarantes números de variedades del music hall eduardiano.29 Los parques temáticos —doblemente insultantes porque al parecer llegaron hasta nosotros desde los Estados Unidos y porque vinculan la historia con la industria del ocio— son la gran pesadilla de los detractores. En tanto ingenios dedicados a seducir y corromper almas inocentes, parecen ocupar el espacio simbólico de los demonios populares que concibiera antaño la imaginación literaria, ahora transformados en gramolas y transistores, u —objeto predilecto de la bilis de Richard Hoggart en The Uses of Literacy (1957)— en algodón de azúcar y milk bars.*30 En la demonología contemporánea de izquierdas, los

J. B. Priestley, English Journey, Londres, 1934. * Bares que sólo venden batidos y helados. (N. de los t.) 36 Creo que vale la pena reproducir aquí la denuncia que Richard Hoggart hizo de un producto importado con anterioridad de los Estados Unidos (los milk-bars) como advertencia contra una hostilidad demasiado pronta ante lo foráneo e innovador: Al igual que los cafés que describí en un capítulo anterior, los milk-bars son indicio —por lo repugnante de sus adornitos a la última y su manifiesta ostentosidad— de un colapso estético tan absoluto que en comparación podríamos decir que la forma en que está dispuesto el mobiliario en algunos de los hogares de pobres de los que procede la clientela de dichos locales apunta a una tradición tan equilibrada y civilizada como la de una mansión urbana del siglo xviti. No estoy pensando en esos milk-bars que en realidad no son sino restaurantes de comida rápida en los que uno puede comer más rápidamente que en aquellos que tienen servicio de mesa. Más bien pienso en la clase de milk-bar —los hay en casi todas las ciudades del norte con más de, digamos, quince mil habitantes— que se ha convertido en lugar de cita nocturno para una parte de la juventud masculina. A algunos acuden muchachas, pero la mayor parte de los clientes son chicos entre los quince y los veinte años, vestidos con trajes entallados, corbatas estampadas y que caminan con los hombros caídos, a la americana. La mayoría de ellos no puede costearse un batido detrás de otro, y procuran que las tazas de té les duren una hora o dos mientras —y éste es el 29

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319 parques temáticos han llegado a convertirse en el último eslabón de una larga cadena de opiáceos destinados a las masas, junto a las colonias de vacaciones Butlin's y las salas de bingo de la década de 1950, el «entretenimiento enlatado» y las «películas de Hollywood» de la década de 1930, o lo que J. B. Priestley temía que habría de ser la «Blackpoolización»* de la vida y el ocio ingleses.31 Sus atractivos son engañosos y mecánicos por definición, los placeres que ofrecen son irracionales y en materia de gustos halagan el mínimo común denominador. Como dijo el autor de ciencia ficción E. L. Doctorow, estos entornos simulados no ofrecen sino «un breviario cultural para las masas... emociones irracionales como las que proporciona una descarga eléctrica, a la vez que hace hincapié en el rico vínculo psíquico del destinatario con la historia, la lengua y la literatura de su país. En un futuro próximo, en un mundo superpoblado en el que todos los aspectos de la vida de las masas estarán regulados, quizá esta técnica resulte útil en extremo como sucedáneo de la formación y, con el tiempo, incluso de la propia experiencia». En opinión del esteta, o en todo caso del automarginado social y el desafecto, la industria del patrimonio histórico es un dispositivo de envilecimiento cultural. No deja resquicio alguno para la contemplación o la soledad. Obstaculiza el ejercicio del discernimiento y del buen gusto. Ofrece placeres burdos y repugnantes; confunde lo elevado y lo ínfimo, el original y la copia, lo auténtico y el pastiche. Engendra una «contaminación de multitudes» en forma de un turismo de masas que confluye sobre los lugares sagrados, rodea

principal motivo que los trae allí— insertan moneda tras moneda en el tocadiscos automático. En cualquier momento dado hay unos doce discos disponibles; para escuchar el que se desea hay que apretar un botón numerado, seleccionado a partir de unos títulos con la correspondiente clave. Por lo visto, la empresa que alquila la máquina cambia los discos cada quincena; casi todos ellos son norteamericanos, «vocales» y pertenecientes a estilos de canto que van mucho más allá de lo que suele oírse en el Programa de Música Ligera de la BBC. Algunas de las melodías son pegadizas, y todas ellas han sido arregladas de tal manera que tengan la clase de ritmo más popular en la actualidad; se recurre mucho al efecto de «vacío cósmico» que proporcionan las cámaras de ecos. Están interpretadas con gran precisión y competencia, y la «máquina de discos» suena a todo trapo, de tal modo que el ruido que hace resulta más adecuado para inundar un salón de baile de gran tamaño más que una tienda reconvertida de la avenida principal. Los jóvenes presentes menean los hombros o se quedan mirando fijamente, con la misma desesperación que Humphrey Bogart, por encima de las sillas tubulares. Comparada incluso con el pub de la esquina, se trata de una forma de libertinaje de lo más pobre y pálido, una especie de enmohecimiento espiritual entre efluvios de leche hervida. Muchos de los clientes —como indican tanto su ropa y sus peinados como sus expresiones faciales— habitan en gran medida en un universo mítico compuesto por algunos elementos muy sencillos que consideran representativos de la vida estadounidense. (Richard Hoggart, The Uses of Literacy, Harmondsworth, 1977, págs. 247-248) * Blackpool: popular destino del turismo veraniego de masas británico. (N. de los t.) 31 J. B. Priestley, English Journey, edición de Penguin, págs. 249-255, 376.

tesoros artísticos con cadenas de visitantes, y transforma los monumentos antiguos en espectáculos con los que deslumbrar a los ignaros.32 Aunque la hostilidad de los historiadores hacia la industria del patrimonio histórico sea cualitativamente distinta a la de los estetas, no por ello está menos sobredeterminada. Toda nuestra formación nos predispone a privilegiar la letra impresa, a tener en relativamente poca estima lo visual (y lo verbal) y a considerar las imágenes como una especie de trampa. Los libros, con frecuencia desde muy temprana edad, son nuestros compañeros del alma; antes que por los museos, nuestro hábitat natural está constituido por las bibliotecas. En el caso de que utilicemos gráficos, siempre es con el fin de ilustrar, muy rara vez como texto principal; es significativo que, al igual que sucede con los artefactos materiales, ni siquiera disponemos de convenciones para indicar su procedencia en las notas a pie de página. El fetichismo de los archivos —fundamental en la revolución realizada por Ranke en los estudios históricos— refuerza dichos prejuicios y lleva a venerar los manuscritos de una forma digna de un talismán. Aun cuando el asunto que queremos estudiar sea la cultura material (caso, por ejemplo, del actual interés por el consumismo o los cambios en el empleo del espacio doméstico), para obtener pruebas somos más dados a recurrir a restos manuscritos, a inventarios autenticados o a presupuestos domésticos antes que a las exposiciones de los museos o hallazgos arqueológicos (el uso de un pañuelo de cambray por parte de Margaret Spufford para la reconstrucción del itinerario de un vendedor ambulante del siglo xvn constituye una excepción inusitada)."

" «SoHo... Disneyland for the Aesthete», Sharon Zukin, Loft Living: Culture and Capital in Urban Change, Londres, 1988, pág. 20, y «Disney World», en Landscapes of Power, págs. 221-224; «Theme Park Britain», Guardian, 16-17 de diciembre; Mark Lawson, «Taking the Mickey out of EuroDisney», Independent, 24 de agosto de 1994, respecto de la hostilidad suscitada en Francia. El veneno destilado por el habitualmente afable alcalde de Oxford ante la propuesta de un parque temático sobre «Alicia en el país de las maravillas» en las afueras de la ciudad capta muy bien la indignación que suscita la sola mención de la palabra «parque temático»: «El alcalde de Oxford y antiguo responsable municipal de urbanismo, John Power, dijo: "En este país sobran parques temáticos. Está fuera de los límites de la ciudad, así que no podrá denominarse una 'atracción Oxford': ya son demasiados los lugares que explotan nuestro nombre. La idea de un parque temático con Alicia como tema de fondo es repugnante. Alicia es un precioso cuento clásico con el que se han divertido generaciones enteras de niños. Es increíble que lo hayan convertido en un parque temático hollywoodiense. Apostaría a que Christ Church(*) tiene algo que decir al respecto"», Oxford Star, 1 de julio de 1993. Quizá sea sintomático del miedo y asco del que en la actualidad son objeto los parques temáticos —por lo visto en los Estados Unidos no menos que en Gran Bretaña y Francia— que el coco del Parque Jurásico de Steven Spielberg (el éxito de taquilla por excelencia entre los niños de la temporada 1992-1993), con anterioridad novela de culto, sea un millonario megalómano ansioso por dar un pelotazo financiero con sus monstruos prehistóricos reconstituidos. (*) Christ Church es una institución señera en el Reino Unido, uno de los colleges más importantes de la Universidad en Oxford, amén de Iglesia Catedralicia de la Diócesis de Oxford. W. de los t.) " Margaret Spufford, The Great Reclothing of Rural England; Petty Chapmen and their Wares in the Seventeenth Century, Londres, 1984.

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Diríase que las condiciones en las que se desarrolla la investigación contemporánea imponen un distanciamiento casi total con respecto al entorno material; es más, si hemos de dar crédito a las recomendaciones de ciertos académicos emigrados, resulta netamente ventajoso escribir la historia de Inglaterra desde el otro lado del Atlántico. Nosotros no salimos a realizar recorridos arqueológicos, como hacían nuestros antepasados victorianos, ni nos familiarizamos con la disposición del terreno —como recomendaban Marc Bloch y R. H. Tawney— calzándonos un par de recias botas. Es poco probable que cuando aún somos estudiantes nos pasemos los veranos enfrascados en los misterios de la numismática, como hizo el joven Charles Oman durante sus días de formación universitaria,34 o vigilando las posiciones de un campo de batalla, como hizo Thomas Carlyle cuando preparaba sus Letters and Speeches of Oliver Cromwell.35 Los que tienen conocimientos de informática saben arreglárselas para que en sus pantallas aparezca un listado transatlántico o de las antípodas, o descargar información desde una terminal sin tener que abandonar el estudio siquiera. Las labores de recuperación no forman parte de nuestras competencias académicas. No tenemos que rescatar pruebas materiales de las fauces de los bulldózeres, como los arqueólogos, ni llamar en nuestro auxilio a los submarinistas o los fotógrafos aéreos para localizar a una presa esquiva. Tampoco necesitamos órdenes de preservación para proteger nuestras fuentes de las arbitrariedades de la agroindustria, como sucede con los paisajes arqueológicamente sensibles protegidos por la Ley de la Campiña de 1979. Por suerte (o por desgracia) disponemos de una plétora de documentos y archivos, por lo que no vemos necesidad alguna de incrementar su número, sino que nos contentamos con ir a la zaga de los archivistas y bibliotecarios, y dedicar nuestras energías a enlazar unos archivos con otros o explotar documentos que yacían hasta ahora abandonados. Si exceptuamos a los estudiosos que se ocupan de los siglos anteriores a la conquista normanda y que, como los historiadores de la antigüedad clásica, dependen estrechamente de restos tan precarios como inscripciones grabadas en monumentos y túmulos funerarios, para nosotros las pruebas que aportan los artefactos materiales presentan muy poco interés. Quizá iniciemos a nuestros discípulos en los misterios de los registros de archivos, pero difícilmente en los de los cementerios o las excavaciones. Además de constituir todo un insulto a ojos de los más puntillosos, la noción de «historia viva» se halla aún más alejada de nuestras rutinas académicas. Nosotros no dedicamos los años sabáticos a reconstituir una calle de época, ni nos pasamos los fines de semana o las vacaciones de verano levantando vapor desde la plataforma del maquinista. Cuando tienen que poner a prueba sus teorías, los historiadores de la demografía ni se disfrazan de madres

Sir Charles Ornan, Memories ofVictorian Oxford and Some Early Years, Londres, 1941. J. A. Froude, Thomas Carlyle,. A Histoty of His Lite in London, 1834-1881, Londres, 1897, edn, vol. I. 34

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y padres victorianos ni se fingen supervisores de los pobres. Cuando sopesan los pros y contras de la cuestión de la maquinaria, los historiadores de la economía no se sienten obligados a participar en concursos de arados de vapor o de poner penosamente en marcha los motores de un parque de atracciones; asimismo, es improbable que cuando estudien las estadísticas del comercio de ultramar se sientan tentados de comprobar la velocidad de un clíper transportador de té tomando parte en una regata de veleros de mástiles altos o inscribiéndolo en una carrera por el mar del Norte y el Báltico o en una travesía del canal de la Mancha. Los expertos en el siglo XVII, enfrascados en sus propias guerras intestinas, no se apuntan a las recreaciones anuales del sitio del castillo de Chepstow o de la batalla de Marston Moor. Cabe la posibilidad de que la hostilidad de los historiadores hacia la industria del patrimonio histórico se vea exacerbada porque de algún modo se disputan el mismo terreno. A su manera, cada una de las partes dice representar el pasado «tal como fue», y podría decirse también que ambas están obsesionadas por la noción de «época», si bien una lo plasma por medio del zeitgeist y la otra por medio de iconos. La interpretación, prerrogativa de la historiografía basada en archivos, y la «recreación», ambición máxima de la industria del patrimonio histórico, comparten además el mismo parecer: que una atención escrupulosa al detalle resucita lo muerto. ¿Desempeña la envidia algún papel en todo ello? El fenómeno patrimonial cuenta con muchísimos seguidores y organizaciones de masas con cientos de miles de afiliados, mientras que el público cautivo que asiste a nuestras salas de conferencias o seminarios puede contarse en ocasiones con los dedos de una mano; pone en movimiento a decenas de miles de voluntarios; logra acceder a sustanciosos subsidios del erario público y reúne grandes sumas cuando apela a las inquietudes históricas del gran público; goza del mecenazgo monárquico y el apoyo de políticos de todo pelaje. Nutre campañas que gozan de popularidad y se encuentra en el meollo de la controversia actual en torno a la configuración del entorno edificado. Se muestra capaz de organizar festivales y espectáculos históricos, de obtener el patrocinio de las grandes empresas y de recabar sostén para sus proyectos de restauración. El patrimonio histórico levanta pasiones; es algo por lo que la gente está dispuesta a entrar en el ruedo de la discusión pública, como antaño estuvo dispuesta a volver sobre los aspectos positivos y negativos de la conquista normanda o la Guerra Civil Inglesa. Por los motivos que sean, la historiografía y la industria del patrimonio histórico suelen hallarse en bandos opuestos. A la primera se le asignan los dominios de la investigación crítica, y a la segunda la simple obsesión por lo antiguo, por clasificar y almacenar reliquias. La primera, o eso se nos dice, es dinámica y se centra en el desarrollo y en el cambio; la segunda es estática. La primera se centra en la explicación y en aplicar un escrutinio escéptico a los aspectos complejos y contradictorios de las fuentes documentales; la segunda se deja llevar por el sentimentalismo y se conforma con celebrar las cosas sin más.

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Si aplicásemos la parábola de la paja en el ojo ajeno, como mandan los cánones, serían pocas las prácticas de los historiadores que saldrían indemnes. ¿Acaso no somos culpables a nuestra vez de convertir el conocimiento en objeto de deseo? ¿Y uno de los efectos de nuestra actividad como historiadores —por no decir uno de sus objetivos— no es domesticar el pasado y despojarlo de sus horrores incorporándolo a los dominios de lo cognoscible? Los historiadores no están menos obsesionados que los conservacionistas por dotar de atractivo los asuntos que abordan. Quizá no embellecemos el pasado al modo de English Heritage o el National Trust, pero a la hora de atar cabos sueltos y eliminar excrecencias poco vistosas nuestra habilidad no tiene nada que envidiar a los funcionarios medioambientales o los conservadores de los museos. Recurrimos a detalles muy gráficos y a descripciones pormenorizadas para ofrecer imágenes mucho más claras de las que podría ofrecer realidad alguna. ¿Acaso no solicitamos de nuestros lectores, cuando los enfrentamos a una de nuestras reconstrucciones de época, una suspensión tan voluntaria de la incredulidad como las que exigen los espectáculos de «historia viva» de los museos al aire libre o los parques temáticos? ¿Acaso la monografía histórica no es, a su manera, una forma de envolver y embalar el pasado tan evidente como los dramas de época? ¿Y no echamos mano de estratagemas de trampantojo de cosecha propia para provocar una sensación de comunión con el pasado, recurriendo a los detalles «evocadores» como piedra de toque de la autenticidad? La presunta oposición entre «instruir» y «deleitar», y el supuesto tácito y nunca argumentado de que el placer es irracional poco menos que por definición, deberían someterse a discusión. No existe motivo alguno por el que debamos dar por sentado que la gente sea más pasiva cuando contempla fotografías antiguas o películas de archivo, palpa objetos expuestos en los museos, recorre rutas históricas o incluso compra objetos históricos de recuerdo, que al leer libros. Las personas no se limitan a «consumir» imágenes de la misma forma en que, pongamos por caso, compran chocolatinas. Como sucede con toda lectura, las asimilan lo mejor que pueden a las imágenes y relatos preexistentes. El placer de la mirada —la escopofilia, como despectivamente se la denomina— es de otro orden al que procura la letra impresa, pero no es necesariamente menos exigente en lo que hace a la reflexión y al pensamiento históricos.

PEDAGOGÍAS

Puede que a los historiadores les resulte más útil especular sobre las fuentes y la energía que se desprende del legado histórico, que adoptar una actitud condescendiente o unirse al coro de quienes recriminan a sus defensores y no cesan en sus quejas. Podríamos empezar por admitir el enorme esfuerzo académico invertido en los proyectos de restauración y alabar el coraje de quienes han arriesgado sus vidas (en el caso de los buceadores algunos han llegado incluso a perderla) para ampliar el horizonte de lo históricamente conocido. Habría que reconocer asimismo que, desplegando toda una panoplia de métodos y técnicas de trabajo de campo, quienes estudian el legado cultural despliegan tanta curiosidad intelectual como el historiador que trabaja en los archivos. Han tenido que estar dispuestos a suscribir meras intuiciones y arriesgarse a realizar proyectos de investigación y restauración que abarcan amplios períodos de tiempo. Por ejemplo, las excavaciones submarinas que permitieron recuperar, a la entrada del puerto de Southampton, el buque de guerra de Enrique VIII, el Mary Rose, han durado ya más de veinte años.' También habría que rendir tributo a los locuelos entusiastas y los coleccionistas-urraca que han convertido en coleccionables todo tipo de objetos nuevos. Aquí habría que mencionar a quienes, utilizando detectores de metales, parecen dar una semana sí y otra también con varias conurbaciones romanas inexploradas y antiguos asentamientos británicos. La prensa informa con entusiasmo sobre estos hallazgos, y la actividad de los buscadores se describe de forma muy gráfica y entusiasta en el libro de Patrick Wright: Journey through Ruins.2

' Alexander McKee, How We Found the Mary Rose, Londres, 1982, ofrece el relato de una operación de rescate que ha durado veinte años y en Margaret Rule, The Mary Rose; The Excavation and Raising of Henry VaTs Fiagship, Londres, 1982, se puede encontrar una relación del anegado contenido del buque y menciones al gran interés que revestía para el arqueólogo marino. Un relato crítico en Patrick Wright, Living in an Old Country, Londres, 1987, págs. 161-192. El autor no ofrece, en unas quince mil palabras, indicación alguna sobre el contenido del Mary Rose ni sobre lo mucho que tiene que aportar a la galería de buques históricos. Insiste en calificar el rescate del barco de incidente melodramático del imperialismo tardío, y lo pone al mismo nivel que la expedición a las Falklands de 1982. 2 Patrick Wright, A Journev through Ruins, Londres, 1991, págs. 139-154. Los buscadores con detectores de metales (hay unos 10.300 asociados al National Council for Metal Detectors) están a la espera de la aprobación de una ley propugnada por el Museo Británico, que acabaría con la tradición de que «quien encuentra algo se lo queda», The Times, 2 de marzo de 1994, pág. 6. Agradezco esta referencia Kate Hobson. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materiaade derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

JAMUEL

Además, los historiadores deberían tener en cuenta que hay áreas o prácticas en las que quienes estudian el patrimonio histórico juegan con ventaja sobre los investigadores y académicos centrados en los archivos. Hacen gala, por ejemplo, de una mayor agudeza visual y capacidad de observación. La forma propia de los estudios sobre el patrimonio histórico podría servir de aliciente para cuestionar esa mezquina preocupación por la letra impresa, uno de los legados de la revolución historiográfica rankeana, y una convención casi intocable a la hora de publicar monografías académicas o artículos en revistas especializadas. Si adoptáramos algunos de los procedimientos utilizados para estudiar nuestro legado histórico, podríamos empezar a adquirir todo un lenguaje visual, iniciarnos en el estudio de la cifra cromática, familiarizarnos con las paletas epocales. Podríamos llegar a convertirnos en investigadores en torno al reflejo de nuestra época; algo fundamental si se tiene en cuenta que vivimos en una sociedad de la imagen en la que muchos prejuicios históricos tenderán a reflejarse iconográficamente. La demografía histórica se ha basado, tradicionalmente, en el estudio minucioso de los registros parroquiales de enterramientos para reconstruir genealogías. Pero esta nueva perspectiva podría llevarnos a echar un vistazo a los osarios mismos, tal y como se hizo en el Proyecto Spitalfields, recientemente finalizado. 3 O podría sugerirnos la necesidad de llevar a los niños a los cementerios para familiarizarles con cómo se planteaban en el pasado las cuestiones relacionadas con la vida y la muerte.' Algo que, al parecer, ya están haciendo algunos maestros progresistas de primaria, apoyados con entusiasmo por los historiadores de los valores victorianos.' Puede que los estudios sobre el patrimonio histórico nos induzcan a unirnos a esas decenas de miles de conciudadanos que se familiarizan con la Edad Media mediante reproducciones de estelas funerarias, y a comprobar que existe otra forma de consolidar nuestro conocimiento sobre el pasado intentando, literalmente, retratarlo. Los estudios en torno al patrimonio histórico han hecho mucho más por la arqueología que la historia general. Pues se ha trabajado codo a codo con arqueólogos en todo tipo de excavaciones que han dado como resultado importantes hallazgos en el subsuelo, y el rescate de muchas piezas valiosas. Los estudios en torno al legado histórico comparten con la arqueología uno de sus mayores atractivos: lo que una serie de televisión actual denomina «historia en el umbral».6 También extrae de esta disciplina el sentido de ur-

3 Theya Molleson y Margaret Cox, The Spitalfields Project, Vol 2, The Middling Sort, York, 1993.

Información oral de Alice Prochaska del National Curriculum History Working Group. Stuart Rawnsley y Jack Reynolds, «Undercliffe Cemetery, Bradford», History Workshop Journal, 4, otoño de 1977, págs. 215-221. Los propietarios de molinos de Bradford, no contentos con exigir espacios privilegiados junto a los paseos centrales de los cementerios acabaron siendo enterrados como un dios/sol egipcio. 6 Time Team, una popular serie sobre arqueología emitida por Canal 4 en el momento en que escribo estas líneas.

gencia que proviene de la necesidad de rescatar piezas valiosas. Es el caso, por ejemplo, de los esfuerzos que está realizando la Real Comisión de Monumentos Históricos, en una carrera contra el tiempo, para registrar las cabinas que cobijaban las lámparas, los coladores de carbón, los baños y las cantinas de las recientemente clausuradas minas de British Coal.' La proliferación de museos en los años setenta y ochenta contribuyó a la institucionalización de una asociación entre disciplinas. Se crearon unidades de estudio en torno a las exposiciones de un museo concreto y la arqueología aplicada pasó a ser parte de la museología. En la actualidad, tanto el National Trust como English Heritage consideran las excavaciones auténticos laboratorios arqueológicos. Las dotan de plataformas de observación para seguir los trabajos pendientes y construyen centros para los visitantes («centros de información sobre el patrimonio histórico») en los que se exhiben algunas de las piezas halladas.' Para arrojar luz sobre las diferencias entre los estudios relacionados con el patrimonio histórico y la historia general, podemos pensar en un fenómeno como la Revolución industrial, estudiada por ambas disciplinas desde su propia óptica. Una recurre a la arqueología y la otra a la estadística, y el resultado son dos imágenes totalmente distintas a nuestro pasado nacional. Una generación de eruditos revisionistas, historiadores académicos tal vez influenciados por el estrepitoso declive de la industria pesada, intenta demostrar que la revolución industrial fue un mito y que el capitalismo británico nunca dejó de ser asunto de unos cuantos caballeros.' Desde su punto de vista no habría habido ningún tipo de aceleración de la economía británica entre 1760 y 1830, ningún sector industrial puntero, ninguna explosión demográfica privativa de esta nación.1 ° Según el señor Rubinstein, el más atrevido de los historiadores revisionistas, Gran Bretaña nunca fue una sociedad manufacturera e industrial sino una economía terciaria desde los inicios. No se convirtió en el «taller del mundo» entre 1760 y 1830. El sistema fabril que Marx y los escri-

«Fears for Lost Industrial Heritage in Rush to Redevelopment», Observer, 17 de octubre de 1993. Cfr. la serie «Education on Sites» de English Heritage. En Felbrigg Hall, propiedad del National Trust en Norfolk, existe una plataforma de observación desde la que se puede seguir el progreso de los trabajos, similar a las que se instalan en Londres cuando hay alguna excavación en curso. 9 N. F. R. Crafts, British Economic Growth during the Industrial Revolution, Oxford, 1985; N. F. R. Crafts, «British Industrialisation in an International Context», Journal of Interdisciplinary History, XIX, 1989; P. J. Cain y A. G. Hopkins, «Gentlemanly Capitalism and British Expansion Overseas», Economic History Review, vol. 39, Pt. IV, 1986, págs. 501-525; vol. 40, pt. I, 1987, págs. 1-26. Una de las más recientes formulaciones de la postura revisionista en Joel Mokyr, ed., British Industrial Revolution, an Economic Perspective, Nueva York, 1993. '° En el anuncio que puso el Museo del Cañón de Ironbridge solicitando un investigador experimentado se afirmaba que el éxito del museo se debía a «la creciente conciencia de lo que significó la historia de la Revolución Industrial para este país y para el mundo». Bob West, «Ironbridge», en Lumley, ed., The Museum Time-Machine, Putting Culture on Display, Londres, 1988, pág. 53.

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tores de la década de 1840 y 1850 bautizaran con el nombre de «industria moderna» fue una ilusión óptica. Los centros acumuladores de riqueza y las grandes empresas nunca salieron del sudeste; las enormes chimeneas eran algo marginal para la economía de este país. El norte, incluso en tiempos del «Coketown» de Dickens o de las «Five Towns» de Arnold Bennett, siempre fue mucho menos importante que el sur. Aquí no se amasaron importantes fortunas, el «hombre hecho a sí mismo» era una ficción. Los victorianos ricos no eran magnates del algodón o millonarios de Bradford, sino banqueros, rentistas y terratenientes sureños." Sin duda parece sensato lo que dicta el instinto a esas decenas de miles de conservacionistas que sí creen que ocurrió algo único cuando vio la luz el sistema fabril y consideran incluso más trascendental ese momento en el que, en los años sesenta y setenta, empezó la sangría de puestos de trabajo en el sector industrial. Quizá los historiadores profesionales se equivoquen al circunscribirse a los estudios cuantitativos, la estadística y al análisis contrafactual. No fueron los historiadores de la economía sino los entusiastas de las máquinas de vapor y los arqueólogos industriales los que devolvieron la vida a paredes semiderruidas y a las forjas oxidadas de los hornos; los que mantuvieron vivo o resucitaron el asombro que despiertan esos milagros de la inventiva que convirtieron a la Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo xix en el «taller del mundo»; los que reunieron todas esas máquinas ciclópeas y monstruos chirriantes que la introducción del diesel o la electricidad había condenado al vertedero. Quienes se ocupan del legado histórico oyen el latido de la tierra con mucha mayor intensidad que aquellos que se limitan a jugar con cifras. Además, tienen un contacto mucho más intenso con la experiencia comunitaria y la memoria popular. Ellos han reaccionado ante el colapso de las manufacturas y la desaparición de la industria pesada de forma exactamente contraria a la de los historiadores, ampliando el concepto de monumento histórico para que englobe edificaciones públicas de época victoriana como la depuradora de Abbey Mills o el capricho arquitectónico gótico de Sir Joseph Bazalgette en West Ham. O convirtiendo en atractivos museos al aire libre para los turistas zonas como Ruston en las que se exhiben viejas máquinas de vapor como el martillo de forja «Tiny Tim» (que pesa unas setenta toneladas) o viejos buques de guerra.12 Se han llegado a organizar exposiciones de grúas y perforadoras que se colocaban, a modo de esculturas, en viejos almacenes reformados o remodelados. En Lindisfarne, Holy Island y Bredeln, en las costas de Northumberland se pueden visitar hornos de cemento y cal, auténticos monumentos de esa época que los historiadores de la economía denominan

W D. Rubinstein, Men of Property. The Very Wealthy in Britain Since the Industrial Revolution, Londres, 1981; Capitalism, Culture and Decline in Britain 1750-1990, Londres, 1993. 12 John Gorman, «Photo Archive at Beamish Open Air Museum», History Workshop Journal, otoño de 1978.

proto-industrialización.n Las zonas peatonales que bordean los canales (un descubrimiento de los años cincuenta) son como una puerta trasera por la que acceder a un paraje de tiempos de la revolución industrial (en Oxford hay una que parece sacada de una escena de Joseph Wright cuando se enciende el horno de la forja de Lucy). «Lady Isabella», la noria elevadora de agua más grande del mundo, instalada en 1854, se ha convertido en uno de los grandes espectáculos para turistas de la Isla de Man." Y quienes visitan el molino de la familia Greg en Styal, Cheshire, propiedad del National Trust, se encuentran con una bomba achicadora de agua de proporciones no menos colosales. Gracias a las actividades de la Sociedad de los Años Treinta* y la renacida influencia del Art Decó, la Comisión de Monumentos Históricos se hizo cargo de los monumentos industriales del siglo xx. Cuando en 1979 se destruyó, en medio de acaloradas polémicas, la antigua fábrica de Firestone, no existía esta categoría; pero en 1983 había algo más de cien y su número se incrementa exponencialmente." En Orford Ness, reciente adquisición del National Trust en las costas de Suffolk, el visitante se acerca al emplazamiento de aquellos radares británicos «que desempeñaron un papel crucial durante la Batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial» y a la estación de investigación sobre armamento nuclear que mantiene el Atomic Weapons Research Establishment en Aldermaston.16 Hay un ámbito en el que los estudiosos del patrimonio histórico van muy por delante de la historia académica, dando un ejemplo que otros harían bien en seguir. Me refiero a la historia del medio ambiente. Es un campo en el que la historia natural y la investigación arqueológica han ido de la mano desde que, entre 1840 y 1850, se formaron las sociedades históricas regionales y los Field Clubs.'7 La historia medioambiental no se interesa por reinados o partidos políticos, sino por la tierra, los ríos y el mar. Los asentamientos dispersos y los núcleos habitados son sus piedras angulares, la taberna y la parroquia sus parlamentos. En la historia medioambiental el conocimiento local ocupa un lugar privilegiado. Su moneda de cambio son los vínculos territoriales, reales e imaginarios. Tanto si su objeto resulta ser una leyenda

Agradezco al distrito de Northumberland del National Trust la información sobre los hornos. L. S. Garrad et al., The Industrial Archeology of the Isle of Man, Newton Abbott, 1972, págs. 58-59 donde aparece una fotografía de Lady Isabella y otra de la ceremonia inaugural en 1854. * Thirties Society, fundada en 1979 para promover el estudio y la conservación de los edificios construidos tras el inicio de la Primera Guerra Mundial. En la actualidad se la conoce con el nombre de Sociedad del Siglo Veinte (Twentieth Century Society). (N de los t.) 15 Kenneth Hudson, The Archeology bf the Consumer Society. The Second Industrial Revolution in Britain, Londres, 1983. Royal Commission on Historical Monuments, Industry and the Camera, Londres, 1985. 16 «Trust Buys a Slice of Military History», Independent, 23 de junio de 1993. Stuart Piggott, «The Origins of the English County Archeological Societies», Ruins in a Landscape, Essays in Antiquarianism, Edimburgo, 1976, págs. 171-195 ofrece algunas ideas muy interesantes sobre las raíces eclesiológicas de las primeras sociedades históricas condales de época victoriana. 13

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viva, las tradiciones ancestrales o el contexto histórico, siempre está abierta al espíritu y a los encantos de las raíces. Desde el punto de vista de la geografía humana aporta una nueva conciencia de la historicidad, tanto del paisaje como del entorno urbano, y considera contingente lo que se solía concebir como permanente: el clima, la vegetación y la tierra, vinculando la actividad humana a la de la flora y la fauna. El interés por el patrimonio histórico también ha contribuido a dar gran importancia al hábitat, tanto en lo referente a la edificación como a su relación con el mundo de la naturaleza. Requiere de cierta obsesión por el detalle y fetichiza artilugios despertando una suerte de imaginación arqueológica (o anatómica) en relación con el diseño y la tecnología del hogar, dedicando a los utensilios de cocina, rizadores de cintas y lavabos (la fosa séptica de Sutton House, propiedad del National Trust recientemente abierta al público en Hackney, parece ser la atracción favorita de los visitantes) la atención que los demógrafos reservan para asuntos relativamente más abstractos como, por ejemplo, la tasas de hijos ilegítimos, las formas de transmisión patrimonial mortis causa o el número de miembros de una familia nuclear típica de la época." Llevado a sus extremos esto puede degenerar en una celebración, más o menos acrítica, de las artes propias del hogar, sin tener en consideración las condiciones en las que vivía el servicio y las obligaciones que tenía. Pero si los estudiosos del patrimonio histórico se dejan arrastrar por la arqueología actual pueden acabar analizando asuntos tan poco tranquilizadores como la incidencia de la tosferina, la historia de los dientes postizos o la calidad nutritiva de las gachas.19 Y por último, bien podríamos decir que el interés por el patrimonio histórico ha creado, o contribuido a crear, un espacio en el que pueda desarrollarse lo que los norteamericanos y australianos denominan «historia pública», es decir, la historia de esas formas institucionalizadas de autorrepresentación e interacción arraigadas no sólo en barrios, lugares de trabajo y oficinas, sino también en el nivel institucional, que sirven tanto para crear imaginarios que reafirman identidades minoritarias como para afianzar imágenes corporativas.

18 Molly Harrison, The Kitchen in History, Reading, 1972 parece ser el resultado de la labor realizada por el autor como conservador del Museo Geffrye, Hackney, pionero en la exposición de interiores domésticos ingleses y en la reconstrucción de «habitaciones de época». Marjorie Quenell, su predecesora en el Geffrye, es coautora de una History of Everyday Things en cuatro volúmenes. Véase también la trilogía de Lawrence Wright, Clean and Decent, Londres, 1960; Warm and Snug, Londres, 1962 y Home Fires Burning, Londres, 1964 parecen salidos de la nada. Christine Hardyment afirma que su interés por la historia doméstica empezó al encontrar un extraño objeto en forma de G en un taller de reparaciones del sur de Londres (Home Comfort, A History of Domestic Arrangements, Londres, 1992, págs. xn-xtu). From Mangle to Microwave, The Mechanization óf Household Work, Oxford, 1989 se basa en una colección de electrodomésticos del Museo de Ciencia de Londres, revistas de economía y revistas del hogar. Crispin Keith, A Teacher's Guide to Using Listed Buildings, English Heritage, 1991, Sallie Purkiss, A Teacher's Guide to Using School Building, English Heritage, 1992.

Sean cuales fueren los recelos que suscita entre los críticos de la cultura, el interés por el patrimonio histórico ha sido un gran éxito desde el punto de vista pedagógico. Ha hecho de la «historia en el umbral» un recurso didáctico más, dando cabida a nuevas formas de experimentación pedagógica como son el «aprender jugando», hilo conductor, desde los años veinte, de las tendencias educativas británicas más progresistas.2° Al desarrollar proyectos pensados en los años sesenta para trazar rutas por ciudades y entornos naturales, se ha dado un gran impulso a la mejora del conocimiento de lo local. Leer un edificio antiguo, empezando por las placas conmemorativas (si es que existen), o detectar tras una fachada moderna los signos de una ocupación anterior, puede ser una buena introducción a la idea de historia y un primer acercamiento a la deconstrucción. El Movimiento de Artes y Oficios impuso en algunas escuelas elementales inglesas la idea de que no se debía buscar cierto nivel de conocimientos a base de clases y tiza sino por medio del dibujo, tras una observación atenta, y la construcción de maquetas. En los grandes centros rurales de interpretación también se busca el elemento visual en el aprendizaje y, cuando se pide a los niños que buceen en los estanques o ejerciten sus habilidades para detectar hábitats, se les está convirtiendo en buenos observadores de la historia natura1.21 La conservación del patrimonio histórico y su primo hermano, el afán coleccionista, han contribuido al progreso de formas de estudio más físicas. Puede que, en algunos campos, hayan llegado incluso a demostrar que era posible un aprendizaje a partir de los objetos. Contamos con un interesante ejemplo, «Jackdaws», que llevó documentos históricos originales hasta el corazón de las aulas, imprimiéndolos en folletos como facsímiles. De esta forma se despertaba en los alumnos cierto gusto por las manifestaciones tipográficas «de época». La serie fue creada por un escritor Freelance e historiador que había trabajado en el radicalmente progresista Picture Post y creía firmemente en la importancia del material visual para la enseñanza. La serie empezó a publicarse en 1963 y tuvo tanto éxito entre los docentes que, en 1974, ya habían aparecido 130 títulos.22 En cierto modo, «Jackdaws» estaba íntimamente relacionado con esa locura por los materiales impresos de carácter efímero tan característica de los años sesenta que hiciera la fortuna de Portobello Road y desembocara en la manía de los pósters propia de esos años. Al reflejar la extrañeza de lo antiguo provocaban un gran impacto visual. Los

20 Marjorie y C. H. B. Quenell, cuya History of Everyday Things in England popularizó mucho este tipo de historia en los años veinte, eran fervientes discípulos de William Morris. 21 G. Binns, Brownsea Island. An Activity Book for Teachers, National Trust, 1992; Rural Landscapes: A Resource Book for Teachers, National Trust, 1992. 22 John Lewis, Collecting Printed Ephemera, págs. 97-98. El escritor en cuestión era John Langdon-Davies que inventó «Jackdaws» en 1962 cuando publicó la historia (con seudónimo) de la Cato Street Conspiracy, su forma de contribuir a la historiografía radical de los años de Peterloo.

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temas se elegían de forma muy conservadora, la propia de un editor convencional (el primer título publicado fue «la Batalla de Trafalgar»). Pero los responsables de los centros de educación, al igual que los de los museos, bibliotecas locales y las County Records Offices (encargadas de preservar todo tipo de registro histórico local), recibieron con entusiasmo una iniciativa que permitía diseñar materiales didácticos para aprender historia como si fuera bricolaje. Desde la proliferación de museos de los años setenta, la práctica docente se ha ido centrando más y más en el uso de artefactos, tanto originales como réplicas. Sobre todo, en las escuelas primarias en que la flexibilidad de los horarios aún hace posible el lujo de llevar a cabo proyectos colectivos, impartir asignaturas transversales relacionadas con el medio ambiente y experimentar con la capacidad de aprender haciendo cosas. La aplicación de un nuevo curriculum «marco» que incluía unidades sobre el estudio de la cultura material y daba gran importancia a la vista, el oído y el tacto, favoreció enormemente las visitas a museos y a graneros, destilerías o molinos restaurados. Las escuelas mismas han empezado a crear pequeños museos, reuniendo colecciones y ocupándose de su conservación, aunque sólo fuera como forma de lograr los nuevos objetivos pedagógicos propuestos." Las unidades de estudio de la historia local parten, por definición, de los restos visibles del pasado. "Invaders and Settlers" («Invasores y colonos») es una invitación a explorar yacimientos arqueológicos24 y "Ships and Shipping" («Barcos y navegación») una opción muy popular entre los chicos a los que excitan especialmente las visitas a los centros en los que se conserva el patrimonio marítimo." Según un artículo sobre el Museo Bass de la Cerveza de Burton on Trent: «Desde la aplicación del Currículo Nacional, los alumnos de las escuelas primarias visitan cada vez más a menudo los museos para analizar la vida en la Inglaterra victoriana». Los institutos de secundaria utilizan los servicios que ofrecemos, sobre todo para estudiar la revolución industrial y la de los transportes, así como la vida durante la Primera Guerra Mundial. Por medio de mapas, grandes maquetas, pinturas y la casa de postas recién amueblada, se aprecia con gran claridad la evolución de los transportes en

23 Paula Shaw y Janet Matthews, «Old and New — A Cross-Curricular Approach», Remnants, n° 18, otoño de 1992; B. P. Fox, «Accentuate the Positive», Remnants 29, verano de 1993, donde cabe encontrar valiosa información sobre museos privados montados por sus propietarios. 24 Peter Fowler, «Anglo-saxon Altitudes» en National Trust Education Suppl, 1992 y Nigel Spencer, «Investigating the Invaders», Remnants 17, verano de 1992, sobre la posibilidad de enseñar interpretando ciertos roles. 25 La National Curriculum History Working Party, cuyo presidente era un antiguo comandante de la marina, pasó un día visitando los buques y submarinos históricos de Portsmouth. «Ships and Shipping» parece haber sido una de las unidades didácticas recomendadas más exitosas. La información procede de Alice Prochaska.

Burton, se ve cómo se pasa de los coches de caballos al uso de los canales y, posteriormente, al ferrocarril hasta llegar, en el siglo xx, a la generalización de los motores diesel y los camiones. Pero también se muestra la importancia que tuvo esta evolución en los transportes para la principal industria de Burton, aparte de que se puede aprender mucho de los cambios en las rutas de comercio, tanto en el interior de Gran Bretaña como en el ámbito internacional, a medida que la destilería va cobrando mayor importancia. Los alumnos comprueban gráficamente por qué el antaño intenso comercio con el Báltico se desplaza hacia la India y Australia. La marca de cerveza Bass, que da nombre al museo, parece haberse comercializado en muchos sitios. Por ejemplo, los alumnos descubren en el museo que se pidió cerveza Bass durante el sitio de París de 1871 recurriendo a un mensaje introducido en un globo con tal fin. Se bebió en Balaclava y en el famoso Folies Bergéres, tal y como demuestra un famoso lienzo de Manet en el que cabe apreciar varias botellas de Bass colocadas, ostentosamente, sobre una mesa de ese local... También se hace patente el impacto de los cambios económicos sobre las condiciones de vida y de trabajo de familias y comunidades... analizando los diversos procesos de destilado, el tipo de gente empleada en esta industria (incluyendo la invasión anual de jornaleros agrícolas de East-Anglia) y la amplia gama de empleos relacionados con ella (en el siglo xix, Bass era una destilería autosuficiente que producía todo lo que necesitaba)... Se pueden analizar asimismo los cambios en las relaciones sociales. Contamos, por ejemplo, con numerosos testimonios sobre el incremento de la presencia femenina en los pubs y la resistencia que generara. En los ejercicios escolares pensados para resaltar el contraste entre «el antes y el ahora» se podría usar como ejemplo el proceso, auspiciado por Bass durante los años treinta, de convertir a los pubs en locales familiares y comparar esta dinámica con la imagen típica del bar eduardiano con sus escupideras y la niña pasando a recoger la cerveza para la cena de su madre.26

Existe otra práctica docente relacionada con el interés por el patrimonio histórico y el consiguiente auge de los museos. Sobre todo a nivel de escuelas primarias ha tenido gran éxito la técnica de la representación de roles históricos. A ciertos niveles educativos, el «hacer de victorianos» fue un proyecto de gran éxito en el que los niños se ajustaban a sus papeles, por ejemplo de criada victoriana sacudiendo alfombras bruñendo plata, representando el «día de la colada de la abuela», bordando, cosiendo o haciendo calceta cuando se escenificaba el día del ahorro en la economía doméstica. Una de las representaciones favoritas siempre fue «un día en una escuela victoriana» porque permitía hacer muchas cosas, por ejemplo, ejercicios de gimnasia sueca y

26 Ruth Watts, «Museums, History Teaching and Economic and Industrial Awareness», Journal of Education in Museums, 1993, págs. 20-24.

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calistenia, o utilizar pizarras en las clases de aritmética. Pero es que, además, incidía muy eficazmente sobre el sentido juvenil de la crueldad y la injusticia.27 Se insistía mucho en la severidad de la disciplina que se imponía a los niños y en los ejercicios mnemotécnicos: Good-Better-Best Never let it Rest Till your Good is Better And your Better s Best* 28

En los museos al aire libre se recurre con normalidad a la recreación histórica (a la que, en ocasiones, se denomina «interpretación viva»).29 Son actividades que promueven toda una nueva generación de monitores, instructores y guías cuyas habilidades dramáticas y capacidad docente no tienen nada que envidiar a la de maestro alguno. Viven en la localidad, normalmente se trata de maestros retirados o que trabajan a tiempo parcial, trabajadores en paro o voluntarios que eligen el papel que quieren representar y crean sus propios relatos. Así, no sólo transmiten información, sino que dan vida a un personaje. Basándose en su experiencia personal y en un conocimiento de la historia local," bien adquirido en la escuela, bien por medio de la tradición oral, enriquecen sus representaciones gracias a los comentarios de los mayores. Resultan muy eficaces, tanto pedagógicamente como en el plano histriónico, llevan la ropa de la época y manejan los objetos de entonces con soltura y aplomo y se prestan a responder a las preguntas de los visitantes. El «prestamista» del Museo de Black Country, Dudley, empezó basándose en las historias que circulaban por la localidad en torno a las bolas de latón que, tradicionalmente, colgaban los prestamistas ante sus establecimientos, narrando el origen de las tres del único negocio de este tipo que sobrevivía en la ciudad. Posteriormente inventó una historia para cada uno de los objetos de su tienda, hasta para los dientes postizos que, según explicaba, se podían empeñar los lunes y desempeñar los viernes ya que hasta el domingo no habría carne en la

Reading, 27 Wynne Frankum y Jo Lawrie, The Victorian Schoolday. A Teacher 's Manual, 1992. Agradezco a estos autores que me proporcionaran las carpetas que se reparten a los profesores que acompañan a los grupos de colegiales, así como mucha información sobre la representación de roles que tiene lugar en las aulas victorianas recreadas. Una de ellas se encuentra en un internado de Reading, la otra, en la escuela de una aldea sita en una finca de Wiltshire. * «Bueno, mejor, excelente / No dejes nunca descansar tu mente / Hasta que lo bueno sea mejor / Y lo mejor, excelente.» (N. de los t.) 28 Agradezco esta estrofa a Tony Wood del Sevington School Project. 29 Andrew Robertshaw, «From Houses into Homes: One Approach to Live Interpretation», Social History in Museums, vol. 19, 1992, págs. 14-20; Joy Anderson, Time Machines: The World of Living History, Nashville, 1984; Warren Leon y Margaret Piat, «Living History Museums», en Warren Leon y Roy Rosenzweig, eds., Historical Museums in the United States. A Critical Assessment, Chicago, 1989, págs. 64-97. 3° El autor se refiere a una visita hecha al Museo de Black Country en agosto de 1993.

PEDAGOGÍAS

mesa que masticar. La tendera de los años veinte que explicaba los misterios y signos del comercio de ultramarinos era una mina de información que afirmaba haber obtenido, en su mayor parte, de los propios visitantes del museo. La maestra, jovencita en la flor de la vida, tenía a una clase pintarrajeando pizarras. Una mujer fabricaba cadenas en la parte trasera, hablando con toda autoridad de su oficio y mostrando los rudimentos del arte de la herrería. El museo de Worcestershire y Herefordshire de Hartlebury no está subvencionado por una fundación, sino por las instituciones locales. No dispone de fondos suficientes para emplear, ni siquiera a tiempo parcial, a personal dedicado a mostrar el funcionamiento de los artilugios que en él se exponen, pero aporta algo para mantener en sus puestos a cuatro personas (tres exmaestros) que dirigen las representaciones de roles que se celebran en el museo mismo y hablan a los visitantes de los objetos que se exhiben (por ejemplo, objetos curiosos de la Segunda Guerra Mundial) construyendo en torno a cada uno de ellos un relato personalizado y todo un imaginario. «Realmente actúan, encarnan a los personajes.» Uno hace el papel de un capitán de navío victoriano («Ships and Shipping» para un nivel educativo 2); otro, el de un estricto maestro de escuela victoriano; hay también un mayordomo (que instruye sobre sus deberes a aprendices de doncellas y de ayudas de cámara); también se representa el personaje de Doris Dinsdale, ama de casa de tiempos de la Segunda Guerra Mundial. A todo ello se le ha dado un toque cosmopolita gracias a un artista gráfico masón que hace el papel de un constructor de pirámides egipcio del Imperio Medio.31 Por lo que respecta a los contenidos, no se ha demostrado que la recreación histórica de roles o los estudios basados en objetos tiendan a dar una visión aristocrática, tipo Retorno a Brideshead, del pasado nacional. Cuando, desde la izquierda, los críticos de los estudios sobre el patrimonio histórico piden más historia popular y una mayor atención a las diferencias de clase, reclaman algo que se lleva haciendo hace ya mucho tiempo. Por lo general, en los museos populares siempre se sitúa en un lugar de honor al campesino y el artesano. Y en algunas de las granjas-escuela y centros rurales de interpretación cuesta, a veces, un ímprobo esfuerzo de voluntad recordar que alguna vez existieron vicarios y señores que rigieron las vidas de aparceros, trabajadores y parroquianos. Infantes y no caballeros libran las batallas de pega que se representan, como las del Sealed Knot y las de las Civil War Societies. Pero lo cierto es que, en algunas escenificaciones de justas que se celebran en alguna que otra propiedad medieval de English Heritage, los combatientes van a caballo. Por tanto, la idea de patrimonio histórico, lejos de favorecer la hegemonía de una versión conservadora del pasado nacional, ha dado lugar a un giro copernicano que ha hecho jirones idea unitaria alguna (liberal, radical o con-

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' Información y folletos de Alison Lloyd, conservadora.

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servadora) de la historia. Culturalmente hablando, es una idea de signo pluralista. No elude nada, ni los típicos temas de conversación de sobremesa como el de los compradores de casas urbanas de entreguerras, no menos que las casas solariegas. En 1987, la Corporación para el Desarrollo Urbanístico de los Muelles* puso en marcha proyectos como la construcción de una réplica de tamaño natural del Mayflower, restaurar la mansión medieval de Eduardo III, crear un bazar de las Indias Orientales en el corazón de Rotherhithe y un Centro de Escandinavia en los Surrey Docks (en un antiguo astillero). Los especuladores de las inmobiliarias, inspirándose en los jóvenes y despreocupados surferos australianos y americanos querían convertir el estrechamiento del Támesis conocido como la Pool of London en un centro para hacer surf a la hora de la comida." Las ofertas de invierno de actividades educativas de Tatton Park, propiedad del National Trust en Cheshire, es aun más variada:

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Podríamos decir que, estéticamente, estas pedagogías relacionadas con el cuidado del patrimonio histórico son políglotas. Por un lado despliegan un claro registro cotidiano y familiar pero, por otro, tienen un lado gótico y siniestro. En algunos casos tenemos ruinas que han sido tan cuidadosamente maquilladas y rodeadas de aparcamientos que resulta casi imposible imaginar cómo eran antes. Pero en el extremo opuesto tenemos esos parajes protegidos, en tanto que santuarios de la vida en estado salvaje, llenos de hierbajos y cardos, de juncos que crecen en aguas estancadas convirtiendo la zona en el refugio ideal para aves zancudas. A los amantes de la arqueología les gusta ver sus excavaciones en estado puro, a medio reconstruir. Parte del atractivo de Jorvik reside en que, al final de la visita, se puede acceder a los laboratorios donde se tamizan los residuos. A los arboricultores que recuperan «podando» antiguas zonas boscosas, parece guiarles un gusto similar y acaban dando un aspecto semiderruido a las propiedades a su cargo. El National Trust, sin embargo, en su intento por eliminar todo lo que pueda resultar poco agradable a la vista, se inclina más por la eliminación de las arrugas que pudieran hacer menos acogedores los lugares a su cuidado.

Ironbridge ha recibido muchas críticas por edulcorar el pasado y hacer que la imaginación se centre más en la recién construida galería comercial victoriana de Blists Hill, que en las ruinas originales de hornos y viviendas de los trabajadores del acero. También se critica mucho el entorno. Lo que parecía el infierno en la tierra a los artistas apocalípticos de 1830 y 1840, cuando los martillos no paraban y los hornos parecían hogueras infernales, se ha convertido en un lugar bucólico. El resultado es que, al igual que sucede en Stonehenge, resulta imposible imaginar el aspecto original de un Ironbridge, hoy repleto de turistas y honrado con el título de patrimonio de la humanidad.34 Esto no sucede en las estaciones de bombeo de agua, mantenidas en funcionamiento por pequeñas cuadrillas de entusiastas como el «Engineerium» de Brighton. Deben su fama a la exhibición de potencia industrial. Y algo parecido sucede con los antiguos telares expuestos en los museos de Lancashire y West Riding, donde se dedica mucho esfuerzo al intento de reproducir el ruido y traqueteo originales. En Wheal Martyn, uno de los primeros museos industriales al aire libre, el encargado fue con anterioridad monitor deportivo. Junto a algunos conservadores del museo ha hecho realidad ciertas tendencias pintorescas como mantener un tanque lleno de juncos porque «no acababan de verse limpiándolo». En la Ruta Ecológica, atracción recientemente añadida a este museo industrial, se visitan algunos hábitats de naturaleza salvaje, y la Ruta de las Aventuras permite a los niños jugar a los «comandos» en antiguos vertederos cubiertos de maleza y colgarse boca abajo de una escala. Según uno de los conservadores a los niños les encanta todo lo nuevo. Les interesa mucho la vida de los niños al servicio de los trabajadores adultos («los niños se identifican con ellos») y les «impresionan mucho» la noria elevadora gigante, el lento siseo del motor de la bomba de agua, la visión del abismo (una vista desde lo alto sobre las fosas de arcilla que aún se explotan) y el calor y la humedad de la zona de hornos (aparentemente autorregulado) con sus luces rojas de aviso de incendios. El túnel que recorre las instalaciones es «muy estrecho, los niños tienen que atravesarlo en fila india» y resulta especialmente excitante para los más imaginativos o pusilánimes (uno de los pequeños afirmaba que era igual que «la guarida de un dragón»)." El Museo de Black Country es, al igual que el de Wheal Martyn, uno de los primeros museos industriales que se abrieron al público en el país. Sin embargo, aunque ya hace de eso más de veinticinco años, es un lugar donde la mitad de los proyectos están sin terminar. Cuando lo visité, en agosto de 1993, parecía una obra a medio hacer. El laminador está rodeado de enormes pilas de chatarra, al igual que la cuenca del canal. Un tranvía, de aspecto muy

* Docklands Development Corporation. En Inglaterra y Gales, las Development Corporations son organismos estatales encargados del desarrollo urbanístico de una determinada zona. (N de los t.) 32 Citado en Samuel, «Introduction», Patriotism, vol. 1. " National Trust, Educational Supplement, otoño de 1993.

" West, «Ironbridge», pág. 54; Malcolm Chase y Christopher Shaw. «The Dimensions of Nostalgia», en Chase y Shaw, eds., The Imagined Past, History and Nostalgia, Manchester, 1989, pág. 1. 35 Información y folletos de Charles Thurloe y Sarah Harbige de Wheal Martyn.

Entre octubre y marzo, cuando permanecen cerradas al público la mansión antigua y la granja, la finca se transforma y vuelve al pasado en una serie de días dedicados a la «historia viva», especialmente pensados para visitas escolares. Se ofrecen distintas opciones como cavar al igual que los evacuados que contribuyeron a la victoria, reconstruir la vida de los sajones en el parque, aparecer en calidad de campesinos del siglo xm ante la justicia señorial, o meterse entre bastidores haciendo de sirvientes durante los días de gloria victorianos de Tatton."

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urbano, desde el que se pide a los visitantes que no escupan al suelo, traquetea incongruentemente, pero de forma agradable, por una senda semirrural. La National School, donde los niños se entretienen con las pizarras, carece prácticamente de ornamentación, y los patios donde las mujeres herraban las cadenas, parecen vertederos. No se hacen demostraciones y el lugar está lleno de desechos oxidados. La decoración de la taberna es minimalista, no hay en ella ni el más pequeño rastro de los típicos esmaltes de la época. Lo único que da vida al lugar son los relatos de los guías. En las exhibiciones de máquinas de vapor, gran atracción allí donde se celebran, la suciedad se convierte en poesía, y quienes llevan sus viejas locomotoras hasta allí para pasar el fin de semana, renuncian a todas las comodidades, desayunan en las excavadoras y cenan en las locomotoras. Alguien ha calificado de fantasmagórica la escena de la última noche de la gran feria de Dorset en Blandford: setecientos cincuenta acres repletos de máquinas de vapor y fogatas, tiendas enormes y una fila de cien máquinas de exhibición, todas ellas en funcionamiento, organillos atronando con música y una gran afluencia de espectadores (un cuarto de millón de personas visitaron la feria a lo largo de los cuatro días que duró)." Los niños aportan su propia estética a este tipo de espectáculos, su propio horizonte temporal, sus propios recuerdos. Tienen puntos de comparación pasado/presente diferentes y, dicho de otra forma, su propio sentido de la historia. Son capaces de inventar dramas e historias sobre objetos aparentemente inertes. Se preguntarán lo que pesan las balas de cañón que pueden manejar a bordo del «HMS Victory» o qué altura tiene la noria elevadora gigante que ven en el molino hidráulico. Atribuyen a laberintos y cuevas propiedades siniestras. Los conservadores de mentalidad más abierta procuran explotar estos gustos, convirtiendo las rutas ecológicas en lugares aptos para la búsqueda de tesoros y transformando los recorridos históricos en paseos por enclaves misteriosos. En algunos casos, la atracción consiste en exhibir lo prohibido. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Vindolanda, fuerte de la Muralla de Adriano muy visitado, en el que las letrinas de los soldados son una de las grandes sensaciones de la exposición de «historia viva». A los conservadores de Snibston, el nuevo y exitoso «parque del descubrimiento», de Leicester, se les ha ocurrido la macabra idea de usar esqueletos humanos para añadir emoción a las exposiciones." Y en el Museo de Historia Natural de South Ken-

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Agradezco a Jon Gorman Jr, un expositor premiado, la descripción de la Blandford Fair. «Digging into the World of Discovery», Independent, 9 de febrero de 1994. Otros ejemplos en B. Gardner, «History, Mistery and Suspense», Junior Education 16 (11), 1992, págs. 26-27 y 29. La más famosa exposición para niños del Museo de Walsall es la macabra «Hand of Glory», supuestamente la mano de un criminal ejecutado en el siglo xvm. En Jorvik, la última sensación subterránea, realmente escalofriante, es el rostro reconstruido sobre una calavera del siglo x. 37

sington, la estrella de la exposición sobre dinosaurios es una muestra animada sangrienta en la que, gracias a la robótica, un Deinonychus devora a un Tenontosaurus." En Iceni, la antigua Aldea Británica de Suffolk, muy visitada por los escolares, la gran atracción es el gigante de Iceni, esqueleto de casi dos metros hallado en el yacimiento, que quizá sea la mejor prueba de que el lugar en cuestión es un asentamiento histórico. El propietario/conservador ha añadido, para no quedarse corto, una maqueta de un nido de víboras de los Tiempos Oscuros e imitaciones de cabelleras humanas pertenecientes a supuestos «prisioneros ejecutados».39 La «historia viva», lejos de domesticar o maquillar el pasado, hace mucho hincapié en las diferencias, siendo así que, a menudo, el marco en el que encuadra su discurso es el del contraste entre «entonces» y «ahora». Y es muy proclive a desenterrar horrores, elija como tema de estudio las oportunidades vitales, la disciplina social o la severidad de los antiguos códigos penales. Así pues, los museos navales muestran los peligros que albergan las profundidades y los militares las tasas de mortalidad en los campos de batalla. Todas las expectativas que suscita Jorvik giran en torno a la mugre en las ciudades del siglo x y, si prosiguen las excavaciones arqueológicas «a lo Spitalfields», es más que probable que surja una nueva generación de museos especializados en fenómenos como la muerte y la enfermedad. En la «historia viva» no sólo se aprecia la influencia de versiones bucólicas del pasado nacional, también hay elementos del primitivismo romántico y la modernidad gótica. Por tanto, se podría sugerir que la popularidad de los museos «oscuros» subterráneos se debe a lo excitante que resulta pensar en un descenso a los infiernos entre ruidos espeluznantes y olores de otras épocas. De ahí quizá también la frecuencia con la que los bombardeos aéreos de Londres realizados por los alemanes acaban siendo el núcleo de las exposiciones de «historia viva» de los museos de guerra y parques temáticos. ¿Será quizá también este uno de los elementos que explica el atractivo del Mary Rose, suerte de «Holandés Errante» emergido de las profundidades y tumba de cuatrocientos cincuenta marineros de época Tudor? En los paseos organizados por Londres resulta muy evidente este gusto por lo macabro. La ruta de Jack el Destripador ha acabado por confluir con atracciones de tanta solera como el Muelle de las Ejecuciones, Tyburn o los calabozos de la Torre. Existe un tour nocturno que cuenta con arqueólogos profesionales y conservadores de museo como guías conocido como «una espeluznante visión del lado oscuro del Londres histórico». Sale de la Galería Barbican a las ocho de la tarde y sigue los pasos de Jack el Destripador. Pero hay más. «Viaje en autobús hacia el asesinato» es la oferta nocturna de «Tra-

38 Time Out, 2 de febrero de 1994. 39 Información del conservador de Iceni, mayo de 1993.

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KA1-'HAEL SAMUEL

gical History Tours» que sale del Embankment a las siete de la tarde y ofrece un paseo especializado por lo sobrenatural y lo paranormal." Hasta el siempre formal National Trust parece estar dispuesto a caer en el sensacionalismo. Es el mayor administrador de casas encantadas del país y está descubriendo lo rentable que resulta organizar cacerías de criaturas de pesadilla. Se dice, por ejemplo, que el castillo de Scotney, en Kent, ha «estimulado enormemente la imaginación desplegada en los trabajos por los alumnos de las escuelas elementales de Kent». Quizá porque es un lugar que cuenta con un antiguo foso del siglo xiv, en el que existe una entrada a un viejo escondrijo para sacerdotes católicos de tiempos de las persecuciones isabelinas. Además, «se cuentan muchas leyendas sobre vampiros relacionadas con el castillo»." Las cuevas de contrabandistas también parecen ser de gran utilidad a las autoridades del National Trust responsables del diseño de programas educativos en torno al «patrimonio costero» (abundan tanto en Dorset como en Cornualles).42 Además, en estos tiempos post-cristianos en los que la Nueva Era adquiere arraigo entre los más jóvenes, se recomienda la visita a monumentos rituales como los círculos/altares de piedra o los túmulos funerarios, lo que el National Trust, propietario de los más célebres, denomina «emplazamientos rituales». En torno a ellos se pretende diseñar proyectos educativos sobre los mitos y su entorno."

POLÍTICA

El conservacionismo es una causa que históricamente debe al menos tanto a la izquierda como a la derecha. William Morris y Philip Webb, los fundadores de la Sociedad para la Protección de Edificios Antiguos, fueron socialistas. Los «cinturones verdes» —las áreas de exclusión que rodean a la ciudad y donde se prohibió a las inmobiliarias que construyeran— fueron creados durante la década de 1930 por el Consejo del Condado de Londres, encabezado en aquel entonces por el Partido Laborista. El nacimiento de los Parques Nacionales fue una iniciativa legislativa del gobierno laborista de Attlee, que también echó los cimientos legislativos de la protección medioambiental y de las reservas de flora y fauna. Desde la perspectiva del National Trust —como recuerda John Gaze, uno de sus administradores de fincas en aquel entonces— la arrolladora victoria laborista de 1945 fue algo inequívocamente beneficioso. En 1945, con la llegada al poder de un gobierno laborista por amplia mayoría de votos, sobre el Trust comenzaron a ejercerse influencias nuevas. Ningún gobierno se había mostrado jamás hostil al Trust; algunos se habían mostrado manifiestamente dispuestos a brindarle su apoyo, y ya hemos visto lo que pensaba Baldwin al respecto. No obstante, ahora había por primera vez un gobierno que no sólo estaba dispuesto a promover los intereses del Trust, sino también ansioso por hacerlo. En parte ello se debía simplemente a la convicción de que el Trust era Cosa Buena; su labor había estado muy en consonancia con la actitud de los fabianos de las clases medias educadas, cuya influencia en el Partido Laborista era tan poderosa. También existía la sensación de que el antiguo orden realmente había tocado a su fin, y de que valía la pena recoger del suelo algunos fragmentos dispersos de éste. Se consideraba que esta organización sería un instrumento útil para dicho fin y que, más adelante y en el momento oportuno, podría ser colocado bajo control del gobierno.'

40 Fue Michael Jones quien, en 1986, iniciara los tours históricos macabros que siguen teniendo mucho éxito a pesar del incremento de la competencia. La información procede de la señora Jones y el folleto de la Biblioteca de Bishopsgate. 41 National Trust, Educational Supplement, otoño de 1993. 42 National Trust, Rural Landscapes, pág. 39. " National Trust, Educational Supplement, otoño de 1992.

I John Gaze, Figures in a Landscape, A History of the National Trust, Londres, 1988. En 1946, Hugh Dalton, en aquel entonces ministro de Economía, estableció los Fondos para las Tierras Nacionales a fin de dotar de recursos a los Parques Nacionales —una de sus grandes pasiones, que adquirieron entidad legal merced a la Ley de Planificación Urbana y Rural de

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En Australia, y aunque la noción de patrimonio histórico fuera objeto de duras críticas durante las celebraciones del bicentenario de 1988, so pretexto de que fomentaba el racismo, parece ser que, al contrario, se ha mostrado útil para permitir que minorías hasta ahora estigmatizadas y subordinadas salieran a la luz. En efecto, la recuperación y reivindicación de la cultura aborigen parece haber sido el eje del movimiento de emancipación que acaba de cosechar una victoria tan rotunda en torno a la cuestión del derecho a la tierra en los Territorios del Norte.' Al menos una de las alas del movimiento conservacionista australiano tiene sus orígenes en las iniciativas «verdes» del sindicalismo izquierdista y de base de los obreros de la construcción. Tanto la designación de una Comisión de Investigación del Patrimonio Nacional en 1973 —que en 1976 condujo a la promulgación de la Ley Australiana del Patrimonio Histórico y a la posterior compilación de un registro de inmuebles protegidos— como el nombramiento de una Comisión de Investigación de los Museos y Colecciones Nacionales, que desembocó en la Ley de Museos de Australia de 1980, fueron iniciativas de las administraciones laboristas, y los grupos de acción directa medioambiental —como el que se comprometió con una formidable lucha en torno a las reservas naturales en Tasmania— eran de carácter ultrarradical. Un comentarista ha atribuido recientemente el éxito de estas campañas a un caudal de patriotismo radical: ...la predisposición de las administraciones laboristas, estatales y federales, a conservar los emplazamientos históricos amenazados de destrucción por parte de las inmobiliarias, fue un símbolo clave de este «nuevo nacionalismo» y de su compromiso con la representación de los intereses de «todos los australianos», frente a lo que se consideraban las actividades socialmente destructivas tanto de las corporaciones internacionales como de las élites domésticas.'

En los Estados Unidos, «patrimonio» es el elocuente nombre con que se bautizó a una de las fundaciones mejor financiadas de la Nueva Derecha, consagrada durante la década de 1980 a la lucha global contra el comunismo.

1948— y al National Trust. Este fue el Fondo al que «Salvemos el Patrimonio Británico» recurrió durante su batalla para salvar Mentmore a finales de la década de 1970. En Practical Socialism for Britain (1935), Dalton describió al National Trust como «socialismo práctico en acción». Al igual que muchos socialistas de su generación, Dalton era un entusiasta del excursionismo, y ya había cogido la costumbre de recorrer la Vía Penina algunos años antes de otorgarle protección estatal en tanto ministro de Planificación Rural y Urbana, en julio de 1951. Ben Pimlott, Hugh Dalton, Londres, 1985, págs. 218, 455-456, 553-554, 578-581. Una reciente exposición de arte aborigen, antiguo y moderno, celebrada en la Galería Hayward, ofrecía indicaciones clarísimas acerca del papel del arte, la historia y el patrimonio histórico en los movimientos de concienciación de los australianos nativos. Peter Stutton, ed., Dreamings, the Art ofAboriginal Australia, Nueva York, 1988, es un catálogo excelente. Tony Bennett, «Museums and "the People"», en Robert Lumley, ed., The Museum Time Machine, págs. 76-82.

POLI TICA

Sin embargo, dicho término ha sido adoptado de modo no menos asertivo por las iniciativas culturales del Poder Negro en el ámbito museístico, en tanto «afroamericano», el término adoptado desde la década de 1960 por todo tipo de movimientos de formación de conciencia de la población negra, pone de relieve la magnitud de la preocupación generada por la cuestión de las raíces históricas.4 En el terreno de la política convencional, las reurbanizaciones presididas por inquietudes conservacionistas, siguiendo la pauta de Lowell, Massachusetts, han sido la gran panacea del Partido Demócrata de cara al desmantelamiento industrial de los Estados del «cinturón de óxido». En los Estados Unidos el conservacionismo puede inspirarse en despliegues de fantasía histórica como Williamsburg (la vieja ciudad colonial de «historia viva» fundada en 1928), financiada por la fundación Rockefeller, o el Greenfield Village de Henry Ford, pero debe mucho también a las iniciativas culturales de la era liberal del New Deal, cuando se promulgaron las primeras medidas de protección legal de edificios históricos y se puso en marcha un extraordinario proyecto de etnografía subvencionada por el Estado federal, sobre todo en lo referente a la grabación de narraciones acerca de la vida de los esclavos y la recopilación de espirituales negros y blues.' En Francia, los vínculos históricos del «patrimonio» con la izquierda tienen sus orígenes en la propia Revolución Francesa. El término patrimoine fue acuñado por los jacobinos, en un arranque de inspiración del sacerdote igualitario Abade Grégoire, que lo empleó tanto para combatir a los iconoclastas y promotores de destrozos (fue también él quien inventó el término «vándalo» para estigmatizarlos) como para fundamentar la reclamación de los castillos, monasterios y palacios como propiedad de la nación.° Durante más de un siglo, la idea de patrimoine corrió pareja con la de la instrucción republicana y el fomento de la conciencia republicana, y abarcó todos los aspectos del patrimonio histórico, no sólo las «artes y tradiciones populares» (durante la época del Frente Popular se edificó un museo sobresaliente dedi-

Geoffrey C. Stewart y Faith Davis Ruffins, «A Faithful Witness: Afro-American Public History in Historical Perspective, 1828-1984», en Susan Porter Benson et al., eds, Presenting the Past, Essays on History and the Public, Filadelfia, 1986. Acerca de la defensa de la identidad afroamericana perdida por parte de Malcolm X, véase The Autobiography of Malcom X, Harmondsworth, 1968, págs. 41, 85, 276-277 [ed. cast.: Malcolm X: la autobiografía, trad. César Guidini, Barcelona, Ediciones B, 1992]; ed. S. Epps, The Speeches of Malcolm X, Londres, 1969, págs. 61-62, 77, 168-169. Véase Alex Haley, Roots, Londres, 1979 [ed. cast.: Raíces, trad. Rolando Costa Picazo, Barcelona, Ultramar Editores, 1988] para un intento ambicioso y muy logrado de convertir lo afroamericano en la base de una historia familiar. La novela de Alice Walker El color púrpura es un brillante relato de ficción escrito en esa misma vena. Michael Wallace, «Professionalizing the Past, reflections on the History of Historic Preservation» en Benson et al.; Charles E. Peterson, «The Historic American Buildings Survey: Its Beginnings», en Historie America, Buildings, Structures and Sites, Washington, 1983, págs. 7-21. 6 Para una espléndida crónica acerca del papel que desempeñó dicho término en la política cultural de la década de 1790, véase B. Deloche y J.-M. Leniaud, La culture des sans culottes, le premier dossier du patrimoine 1789-1798, París, 1989. Daniel Hermant, «Destructions et vandalisme pendant la revolution francaise», Annales, julio-agosto de 1978.

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cado a éstas),' sino también los castillos: cuando éstos fueron abiertos para los despliegues históricos de son et lumiére de la década de 1960, al menos algunos de sus promotores saludaron tal iniciativa como un triunfo ulterior del ideal republicano. En Alemania, donde los nazis se apropiaron de la Volkskunde de forma sistemática' y la emplearon para dar credenciales históricas a la idea de un alma racial, tanto los historiadores sociales de la «nueva ola» de la década de 1960 como la generalidad de los radicales de linaje ilustrado evitaron a toda costa cuanto tuviera la menor traza Volkisch. De igual modo, a raíz de la manipulación de movimientos anteriores por parte de los nazis, toda noción de «regreso-a-la-tierra» se contemplaba con profundo recelo. Empero, en la práctica, el entusiasmo que suscitó en los años setenta y ochenta la arqueología industrial en la República Federal sólo fue superado por Gran Bretaña; fueron los ',ander socialdemócratas los que tomaron la iniciativa de promocionar los museos del trabajo, del mismo modo que fueron también las municipalidades socialdemócratas las más generosas a la hora de poner en marcha y dotar de recursos a los centros patrimoniales urbanos, los proyectos de his-

Marcel Maget, «Á Propos du Musée des Arts, 1935-44», Genéses, IV, 1992. En el capítulo acerca de «Lecciones de otros países», redactado por Lord Howard of Penrith para el volumen conservacionista rural Britain and the Beast, compilado por Clough Williams-Ellis en 1938, figura un siniestro recordatorio de lo que esto significó (y de su capacidad de seducción). En dicho capítulo, Lord Penrith cita elogiosamente la ley para la protección de las bellezas naturales del Reich aprobada por el gobierno nacionalsocialista el 26 de junio de 1935, «firmada por el Führer y Canciller del Reich, Adolph Hitler» y refrendado por el general Goering y otros ministros. Hoy como ayer, la Naturaleza, tanto en el Bosque como en el Campo, es objeto del deseo, del goce y del solaz del pueblo alemán. El paisaje de la campiña, sin embargo, ha cambiado por completo durante los últimos años; en muchos lugares, su atuendo de árboles y flores se ha visto alterado por completo por obra de la agricultura intensiva y la forestación, así como por el desbroce de praderas y la plantación de coníferas realizados con miras estrechas. Muchas especies animales que habitaban el bosque y el campo han desaparecido con la desaparición del entorno que les era propio... Al estar ausentes las condiciones políticas y culturales imprescindibles para ello, la protección de los objetos de interés natural (Naturdenkmalpflege), que viene desarrollándose desde hace siglos, apenas podía efectuarse salvo de forma muy parcial. Sólo la transformación del Hombre Alemán ha podido crear las condiciones preliminares necesarias para un sistema eficaz de protección de la Belleza Natural. He aquí lo que comenta Lord Howard of Penrith al respecto: Al margen de la opinión intelectual o sentimental que nos merezca la filosofía política nazi, creo que todos estaremos de acuerdo en que en este preámbulo a una ley, que yo espero que en muchos aspectos se convierta en modelo a seguir por el resto del mundo, los redactores han plasmado de forma tan profunda como sentida una conciencia de las bellezas naturales de su país y la necesidad de conservarlas para el «deseo, el goce y el solaz» de las generaciones futuras. Quienes compartimos su punto de vista sobre esta cuestión aplaudiremos cuando menos la eficacia de las medidas tomadas para alcanzar este encomiable objetivo.

toria oral y las «exposiciones populares».9 La suspicacia histórica despertada por la mística de lo natural no fue óbice para que el movimiento verde fascinase a toda una generación de la izquierda estudiantil, ni para que éste pudiera presentarse, como lo hizo a ojos del disidente Rudolph Bahro, como alternativa a un comunismo históricamente agotado y en quiebra éticai°

II Cuando, en 1987, el patrimonio histórico comenzó a ser objeto de ataques en Gran Bretaña, resultaba bastante verosímil clasificarlo como un fenómeno reaccionario, sostener que encajaba perfectamente con la ideología dominante y la política hegemónica de la época, y considerarlo como una manifestación de ésta. Tras tres victorias electorales sucesivas en las generales, los conservadores se encontraban en la cresta de la ola, y la guerra de las Malvinas —que además de políticamente popular había sido un éxito militar— parecía marcar el regreso de un aislacionismo para el que soñar con la supremacía desaparecida servía de compensación por el hundimiento del poderío británico. Por la misma regla de tres, el auge de los museos —y en especial el de los museos industriales al aire libre— fue percibido como una compensación ante la decadencia de la economía británica y el traslado de las fábricas y de la producción a otros lares. Igualmente, durante la euforia inmobiliaria de la década de 1980, se pensó que la «gentrificación» —nombre con el que se bautizó la rehabilitación de los cascos viejos de las ciudades por parte de las clases medias— estaba engendrando una nueva clase de rentistas. El patrimonio histórico, en resumidas cuentas, era el thatcherismo en traje de época. Representaba la victoria póstuma del espíritu aristocrático sobre la tendencia niveladora y el potencial igualitario de los pactos político-sociales establecidos en la posguerra. En vista de la evolución posterior, además de reconocer, aun de forma tardía, las raíces populares de la noción de patrimonio histórico, asimilaciones tan categóricas e identificaciones tan peyorativas (desde la perspectiva radical) parecen exageradas. De entrada, el compromiso de los conservadores con el concepto de patrimonio histórico resulta muy superficial. Cuando Nicholas Ridley estuvo a la cabeza del Ministerio de Medio Ambiente, se mostró tan implacable a la hora de prescindir del parecer de los conservacionistas o de hacerles oídos sordos como todo desarrollista de los años sesenta, si bien él lo hacía so pretexto del carácter sagrado e inviolable de la propie-

Michael Wildt, «History Workshops in Germany», en R. Samuel, ed., History Workshop, A Collectanea, 1967-1991, Oxford, 1991. o R. Bahro, The Alternative in Eastern Europe, Londres, 1979 [ed. cast.: La alternativa: contribución a la crítica del socialismo realmente existente, trad. Gustau Muñoz, Madrid, Alianza Editorial, 1980]. Building the Green Movement, Londres, 1986.

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dad privada, absteniéndose de invocar los imperativos de la reurbanización integral. A ojos de la derecha, partidaria de la libertad absoluta de mercado, el carácter cada vez más restrictivo de la legislación medioambiental la hace detestable, en tanto la procedencia europea (o norteamericana) del ecologismo ofende a los aislacionistas del partido Tory. No cabe duda de que, desde un punto de vista capitalista, por mucho que incomode al lobby de las autopistas o a las inmobiliarias, lo patrimonial ha sido un éxito, o en todo caso, un proyecto con el que puede cohabitar. El mapa de los alquileres de Londres pone de manifiesto la existencia de primas mucho más elevadas para los inmuebles de Mayfair destinados a servir como bloques de oficinas —donde el ayuntamiento de Westminster ha incluido más de la mitad de los edificios en la clasificación de viviendas protegidas por su valor histórico-artístico, y el Grosvenor Estate defiende celosamente el trazado dieciochesco de las calles— que el de la City de Londres, donde, desde que a finales de la década de los cincuenta se pusieron en marcha las grandes obras de reconstrucción, la corporación municipal se ha mostrado aún más destructiva que los bombarderos de Hitler." Tampoco estaría de más señalar, claro está, el modo en que las inmobiliarias han aprendido a incorporar a sus obras de demolición cierto toque conservacionista; es más, a veces da la impresión de que para que pueda dar comienzo una obra integral de destrucción (pienso en la ciudad de los negocios edificada sobre las ruinas de las antiguas oficinas de la Compañía de las Indias Orientales en Houndsditch), son precisos los elogios de English Heritage o de la Comisión de Bellas Artes, para que pueda decirse que se prevé una reurbanización de lo más imaginativa. No obstante, y a juzgar por el torrente de críticas airadas contra la «retrofilia» publicadas en la prensa seria, entre los propietarios de inmuebles se está gestando una marea ascendente de protesta contra los encargados de la conservación del patrimonio histórico —un hatajo de estetas delirantes, se diría a veces, empeñados en regular hasta la forma de la última ménsula—, y cuando el lobby de las autopistas reemprenda su inexorable avance, como amenaza con hacer, es probable que el coro de recriminaciones vaya en aumento. Quizá la revocación de la orden de conservación de Mappin y Webb —el último edificio victoriano que quedaba en la Milla Dorada— y la negativa a concederle una a la estación eléctrica de Bankside (el gobierno ha vendido el solar a British Nuclear Fuels) sean indicio de la inversión de la tendencia (los recortes instigados por el gobierno en los servicios arqueológicos apuntan en la misma dirección). Pese a propugnar la vuelta a los «valores victorianos», la señora Thatcher, desarrollista implacable, no tenía reparos en emplear la palabra «victoriano» con ánimo peyorativo, ni en considerarla

11 Investigación a cargo de Hiller Parker. Market Briefing, junio de 1992. Agradezco a Robert Thorne que me facilitase una copia de este documento.

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como sinónimo de caducan. Sus epígonos han seguido su ejemplo. «No nos dedicamos al negocio de lo patrimonial», declaró la entonces ministra de Sanidad cuando, con gran escándalo de la opinión tanto médica como metropolitana, anunció que estaba decidida a seguir adelante con la decisión de cerrar el hospital clínico más antiguo y más prestigioso de Londres. Durante la década de los ochenta y del otro lado de la divisoria política, el «patrimonio histórico» le vino como anillo al dedo a las apuradas autoridades laboristas. Privadas de sus programas de construcción (que desde 1918 en adelante habían sido norte y guía del idealismo municipal), acudieron a la reurbanización encabezada por los consorcios, utilizando los edificios «históricos» como baza de negociación con las inmobiliarias —como hizo el ayuntamiento de Glasgow con su recreación de «Merchant City» o el de Southwark con el recién estrenado paseo del Támesis—, canjeando los permisos de obras por planes de mejoría medioambiental. Los ayuntamientos laboristas también acudieron al «patrimonio histórico» o a los proyectos relacionados con éste como nueva fuente de empleos en el sector servicios. En una situación dominada por los recortes presupuestarios y las medidas de ahorro impuestas por el Ministerio de Economía y Hacienda, se trataba de una de las poquísimas competencias de la iniciativa municipal donde los consistorios aún podían contar con apoyo exterior, si no del propio gobierno, al menos de la corporación del condado o de alguno de los florecientes entes semiautónomos del Departamento de Medioambiente. Muchos de ellos, confrontados durante la recesión de 1977-1983 con la decadencia de la industria local y el colapso casi total de la economía de la zona, acudieron a la conservación como la gran panacea para los problemas de las zonas deprimidas, Cabría argumentar que, de acuerdo con las pautas antes mencionadas, lo patrimonial y sus aliados han insuflado vida nueva —y dado una nueva forma óptica— a lo que durante las décadas de 1890 y 1900 recibía el apelativo de Evangelio Cívico. Se trata de uno de los escasísimos ámbitos en el que los gobiernos locales todavía pueden dar ejemplo, y prácticamente el único donde ha aumentado el número de empleos en el sector público. Teóricamente retrógrada y reaccionaria en apariencia, la conservación lleva por lo menos veinte años ejerciendo de imán para los disidentes culturales. Hace del utopismo algo verosímil. El grito de «Nuestro patrimonio histórico peligra» ha demostrado ser, con diferencia, la máxima fuerza de movilización —y de creación de redes de apoyo mutuo— de las campañas ecologistas. Sus causas gozan de popularidad, a despecho de que los activistas extraigan gran parte de su energía de la acartonada rectitud de determinadas minorías. De hecho, el «patrimonio histórico» es uno de los pocos ámbitos de la vida nacional en los que puede invocarse la noción de interés general sin levantar sospechas de intenciones partidistas, así como uno de los pocos en los que

12 Expuse este punto de vista en «Mrs. Thatcher's Return to Victorian Values», en T. C. Scout, ed., Victorian Values, Oxford, 1992.

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puede hacerse otro tanto con las nociones de lo ancestral y la posteridad sin tener que pasar vergüenza u obrar de mala fe. Puede presumir de logros reales, pues ha rescatado calles de las garras de los conductores y creado zonas sin tráfico rodado, además de reverdecido áreas urbanas deprimidas y restaurado —o creado— hábitats para la flora y la fauna. Lo que distingue al conservacionismo de otras cuestiones públicas —y quizá explique el radicalismo de muchos de los que adoptan sus causas— es su predilección por la acción directa. No aguarda a que se pongan en marcha tediosos procedimientos de representación o procesos jurídicos a menudo inalterables, sino que, al modo de los defensores de Oxleas Wood, deposita su fe en intervenir en el aquí y ahora. En una época en que la decadencia de los partidos de masas es tan secular como precipitada, y la política de partidos se ha convertido en gran medida en asunto de cúpulas que sólo miran por sí mismas, la política medioambiental es uno de los pocos espacios donde la acción individual y la participación colectiva pesan, y de ello sin duda es indicio que Greenpeace —o ya puestos, la Real Sociedad para la Protección de las Aves— tenga una lista de socios mucho más larga que el Partido Laborista y un grado de debate interno mucho mayor. El conservacionismo también deja cierto margen para la política de lo personal y para la acción unilateral del individuo; nos pide que pongamos en práctica sus preceptos en nuestra vida cotidiana y nos otorga cierto margen para decidir quiénes van a ser nuestros vecinos (se trata de un poder peligroso, que puede ser utilizado con fines etnocéntricos o clasistas, pero también es uno de los componentes ineludibles de toda forma de radicalismo popular). También cabría ver en el patrimonio histórico el legatario residual de la ideología de la planificación.13 Es intervencionista por naturaleza, y quizá ese sea uno de los motivos por los que en la actualidad concita tantos vilipendios. Al igual que la planificación durante la década de 1940 —aunque con base en la iniciativa popular y no en los dictados de una autoridad central— constituye un intento de crear un paisaje nuevo, tanto de forma indirecta, recurriendo a subvenciones para realizar mejoras, como de forma directa, por medio de planes de mejoría medioambiental. Y al igual que la planificación urbana y rural de los años cuarenta, se propone controlar el empleo de la tierra, limitar el ámbito de actuación del mercado e integrar lo antiguo y lo nuevo. Sus áreas de conservación, aunque menos estrictas a la hora de segregar zonas de actividad y áreas de residencia, podrían considerarse como retoños póstumos de esa criatura predilecta de los urbanistas de los años cuarenta, la «zonificación», y sus planes de regeneración urbana como descendientes de la reurba-

3 Bailly, The Architectural Heritage of European Cides, Cambridge, Mass., 1979, págs. 9798. English Heritage, dice un antiguo miembro del Departamento de Edificios Históricos del Ayuntamiento del Gran Londres, «es en la actualidad el único organismo estratégicamente eficaz para Londres... La única forma de interés publico a la que están dispuestos a prestar oídos los hombres de las inmobiliarias». Robert Thorne en el transcurso de un debate, enero de 1994.

nización integral de la década de 1960, aunque en nombre de una estética más tradicionalista que moderna. Pese a preocuparse de forma ostensible por la protección de un entorno particular, el conservacionismo suele incorporar intentos más o menos sistemáticos de mejora de éste, y con no poca frecuencia de transformación total, cual sería el caso de inventos tan brillantes como el Floral Hall de Covent Garden. También presenta cierta afinidad con los planes de reurbanización exhaustiva de la década de 1960. Subordina el interés privado a lo que considera de interés general. A su manera, es de espíritu bastante colectivista, al ser de la opinión de que los edificios nuevos no deben «desentonar» con el entorno y que han de armonizar con los que lo rodean." Ciertamente, esta predilección por la tematización y la integración constituye el fundamento de los argumentos históricos y estéticos esgrimidos en su contra. Sean cuales sean las críticas que susciten las áreas de conservación —muy atacadas por ser urbes históricas de mentirijillas, disneyficadas—, al menos suponen el reconocimiento de que el hogar ideal no empieza en el umbral de la propia casa, sino que remite a la totalidad del entorno, del que también forman parte —como sabían Ian Nairn y los autores del Outrage publicado por la Architectural Review (1955-56)— el mobiliario urbano, los quioscos, los bancos e incluso los árboles de hierro.'5 A su manera, por tanto, el «patrimonio histórico» también suscita interrogantes acerca de si el entorno debe ser objeto de planificación o no, y no sería descabellado suponer que parte de la aversión que suscita, aun cuando sea articulada por la izquierda, delate la impronta de ese horror a la planificación que aún no ha llegado al final de su ciclo.' Quienes se esfuerzan por desprestigiar al patrimonialismo deberían pararse a pensar en el hecho de que, tras una década y media en la que la privatización y el monetarismo se lo han llevado todo por delante, y cuando la idea misma de servicio público ha sido envenenada de raíz, la política medioambiental sea uno de los pocos ámbitos en los que la idea de lo público ha conocido desarrollos nuevos y radicales. No andamos tan sobrados de contraejemplos como para poder echar por la borda un ámbito para la ampliación de la esfera pública que goza de apoyo popular. Lejos de ser sinónimo de entropía o de estancamiento, el patrimonio histórico y el conservacionismo podrían considerarse como sectores en expansión de la cultura nacional. Desde un punto de vista económico, en una época en la que la microelectrónica está relegando a la obsolescencia casi todas las capacidades humanas, es uno de los poquísimos sectores de empleo intensivo que sigue ampliándose. En términos políticos, se apoya en una amplia base de proyectos de recuperación emprendidos por aficionados, en la que las ini-

" British Architectural Design Awards, Macclesfield, 1984. 15 Architectural Review, «Outrage», junio de 1955; «Counter-Attack», diciembre de 1956. 16 Peter Hall, Great Planning Disasters, Londres, 1980; Alice Coleman, Utopia on Trial, Vision and Reality in Planned Housing, Londres, 1985.

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ciativas locales suplen o hacen las veces de sucedáneo de las decisiones municipales o la intervención estatal. Hace hincapié en la innovación y la experimentación culturales. Contraponer el futurismo al afán de resurrección, calificando a uno de progresista y a otro de retrógrado, es una práctica habitual. Sin embargo, en términos históricos —como sucedió con el primer movimiento representativo de la modernidad inglesa, el Movimiento de Artes y Oficios de la década de 1880— podrían considerarse simbióticos, complementarios y antagónicos a la vez, e incluso como las dos caras de la misma moneda, cada una de las cuales levanta acta de una carencia palpable y dolorosa del presente. Resulta sintomático que ambas surgiesen como una manifestación de disidencia cultural y pusieran de manifiesto un rechazo radical del presente en beneficio de una alteridad idealizada o fantaseada. Desde este ángulo, el auge del patrimonio histórico-cultural podría considerarse un vehículo de búsqueda de lo utópico, un léxico para la expresión de deseos prohibidos u olvidados. Permite que la utopía ocupe el espacio mágico que la memoria otorga a la infancia y se constituye en promesa de una nueva era, más sencilla y más pura que el presente; conjuga lo práctico y lo utópico. Cuando, por ejemplo, durante el invierno de 1993-94, The Independent ofreció a sus lectores un premio de treinta mil libras esterlinas mientras les invitaba a enviarles una declaración acerca de cómo emplearían dicha suma para cambiar sus vidas —«haciendo realidad un sueño, quizá, poniéndose en situación de desempeñar un nuevo empleo o dar fin a un proyecto acariciado desde largo tiempo atrás»—, el participante ganador resultó ser un director de marketing de veintiocho años, ansioso por regresar junto a su hermano a la aldea de Grampound, en Cornualles, para ponerse al frente del negocio al que su familia se ha dedicado desde hace trescientos años, «uno de los dos únicos en toda Gran Bretaña que todavía utiliza métodos naturales de curtido mediante corteza de roble, que suministra cuero de la mejor calidad a los fabricantes de zapatos de alta costura»."

operación de ilusionismo histórico, de nostalgia por un pasado que nunca existió.'8 La genial sátira de Martin Wiener, The Decline of the Industrial Spirit, hacía extensiva dicha tesis al siglo xix y comienzos del xx, y convirtió al «ruralismo» en el villano de una obra que narraba la decadencia de Inglaterra.19 Por último, en 1987, Patrick Wright y Robert Hewison acusaron al National Trust de engrandecer a los propietarios de casas solariegas mientras a los demás nos inculcaba una actitud de deferencia sumisa y boquiabierta. A la luz de lo antedicho, quizá valga la pena señalar que a menudo se ha asociado la conservación rural tanto con la protesta social como con la disidencia cultural, como sucedió en el caso de Tomás Moro y el de los adversarios de los cercados durante el período republicano de la Commonwealth en la Inglaterra del siglo xvn, o más tarde, en el de Cobbett y Clare, durante la época de las revueltas del capitán Swing. A partir de la década de 1860, cuando empezaron a surgir de manera recurrente, y hasta época muy reciente, la conservación y el revival de lo rural —o la «reconstrucción rural», como se la denominó durante la década de 1920— fueron causas «progresistas», muchos de cuyos más ardientes defensores y representantes se encontraban en la vertiente radical del espectro político. La Sociedad para la Defensa de Tierras Comunales, Espacios Abiertos y Senderos, fundada en 1865 y antepasada lejana del National Trust, era una especie de fachada de los liberales, que sostenía las reivindicaciones de los aldeanos y de la plebe frente a los abusos e intromisiones de los terratenientes y las inmobiliarias." El abogado Robert Hunter, uno de los tres fundadores del National Trust, llevaba alrededor de treinta años tomando parte en litigios sobre las tierras comunales y alzándose con la victoria en batallas tan célebres como las libradas en torno a Hampstead Heath y el bosque de Epping. De joven se vio influido por el socialismo cristiano, aunque su adscripción política, ya fuera cuando trabajó por la conservación de las tierras comunales con John Stuart Mill o cuando lo hizo al servicio del gobierno con Henry Fawcett, lo situaba en la vertiente radical del

III En Gran Bretaña la crítica de lo patrimonial se ha mostrado especialmente severa en lo tocante a la noción de lo rústico, a la que considera irrisoria cuando no siniestra. La influencia de The Country and the City (1973), de Raymond Williams, que sostenía que el bucolismo era siempre un ejercicio de mala fe, ha pesado mucho en ese aspecto. En los tiempos de Ben Jonson (su texto de referencia es To Penshurst) fue el velo que encubrió la expoliación del campesinado; en los del propio Raymond Williams fue una patente de corso para el «reaccionarismo inconsciente». En ambos casos suponía una

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«Free to Save a Traditional Cornish Craft», Independent, 10 de enero de 1994.

'0 Raymond Williams, The Country and the City, Londres, 1975. 'V Martin J. Wiener, English Culture and the Decline of the Industrial Spirit 1850-1980, Cambridge, 1981. 20 Lord Eversley (G. J. Shaw-Lefevre), English Common and Forest, the Store of the Battle during the last Thirty Years for Public Rights over the Commons of England and Wales, Londres, 1894; Commons, Forests and Footpaths, Londres, 1910; W H. Williams, The Commons, Open Spaces and Footpaths Preservation Society, 1865-1965, A Short History of the Society and its Work, Londres, 1965; J. Rawlett, «Checking Nature's Desecration; Late Victorian Environmental Organisation», en Victorian Studies 22, 1983, págs. 197-222. Acerca del papel de C. R. Ashbee como miembro del Consejo del National Trust, véase Archivos del National Trust, Acc. 42/25-6, conferencias a pronunciar en los EE.UU. por Canon Rawley y C. R. Ashbee, 1899-1900. «Sydney Olivier es miembro del Comité Ejecutivo de la Sociedad para la Protección de las Tierras Comunales», nos informa una reseña de Fabian News, mayo de 1893, «...Se solicita de forma especial a los miembros que le informen de todos los casos de cercado de tierras comunales, bordes de caminos o senderos que puedan llegar a su conocimiento».

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RAPHAEL SAMUEL

liberalismo de mediados de la era victoriana.2 ' Octavia Hill, la segunda de las fundadoras del Trust, era discípula declarada de John Ruskin, su mentor, y en virtud de su entusiasmo por el aire libre y los espacios abiertos, se mostró crítica, y en ocasiones hasta hostil, con la noción de propiedad privada. Canon Rawnsley, el tercero fundador del Trust, también había sido influido por el socialismo cristiano de joven y fue un seguidor infatigable de John Ruskin, aunque quizá su beligerante defensa del Lake District, donde pasó toda su vida, debiera no menos al radicalismo Tory de Wordsworth.22 Parece ser que la agitación «antimigajas» de William Morris fue una de las causas que llevaron a la fundación del National Trust; una carta suya dirigida a Canon Rawnsley con fecha del 10 de febrero (¿1887?), que se encuentra en los archivos del Trust y que fue escrita en Kelmscott House, Hammersmith, transmite algo del espíritu combativo de los primeros años del conservacionismo organizado: En lo que se refiere a la Comisión sobre los derechos de paso, soy de la firme opinión de que mientras exista forma alguna de propiedad privada de la tierra nos hallaremos completamente indefensos ante los terratenientes. Si yo viviera en el campo, protestaría contra estas sabandijas y alimañas con tanta furia como el que más, pero si no le parece a usted una paradoja demasiado cruel, he de decir que no lamento que la gente adinerada padezca la tiranía del sistema, puesto que así es más probable que ésta llegue su fin. Queda suyo afectísimo, William Morris" El Movimiento de Artes y Oficios, según sus propias luces y las de sus admiradores e imitadores en el extranjero (entre los que se encontraba el gran arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright), estuvo integrado por partidarios de la modernidad y de la experimentación, encarnaciones vivientes de la luz, el espacio y la libertad.24 Fueron pioneros tanto de la indumentaria «ra-

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cional» como del hogar pensado para ahorrar trabajo; exaltaron la Vida Sencilla frente a las asfixiantes pretensiones de las convenciones de la época, la libertad de los espacios abiertos frente a la claustrofobia de los interiores victorianos. Baillie Scott y Raymond Unwin —este último, socialista revolucionario de formación— fueron reformadores en materia de vivienda, proselitistas de la arquitectura de la casa rural e inventores virtuales de la casa de dos plantas y sin servidumbre para la burguesía, así como del ideal de vivienda de la ciudad jardín para la clase trabajadora." Cecil Sharp, descubridor de la danza morisca y recopilador de canciones tradicionales, era fabiano, y en la obra que llevó a término en Headington Quarry en calidad de folclorista, se las ingenió para compaginar la notación musical con el proselitismo a favor del Partido Liberal durante la tormentosa época del People's Budget* y la crisis de la Cámara de los Lores.26 Percy Grainger, musicólogo que contribuyó enormemente a la difusión en las escuelas de la canción popular, era socialista, si bien de tipo racista nórdico;27 también lo era Mary Neal, que hizo algo similar en pro de la danza morisca. Durante el período de entreguerras, el «ruralismo» estuvo en gran medida en manos de progresistas, que se esforzaron sobre todo en resucitar los oficios en las aldeas (el discípulo de Tagore, Leonard Elmhirst, de Dartington, fue una figura representativa e influyente en ese sentido)" y en la oposición a las construcciones situadas a pie de carretera, enérgicamente coordinada por Clough Williams-Ellis,29 que congregó a su alrededor a un formidable contingente de escritores y artistas. Encajaba a la perfección con todo ello que en su propaganda, los laboristas presentaran las construcciones situadas a pie de carretera como una monstruosidad capitalista, arquetipo por excelencia de los males de la competencia desenfrenada.

y los Oficios, cf. el excelente Back to the Land, the Pastoral Influence in Victorian England from 1880 to 1914, Londres, 1982; Dennis Hardy, Alternative Communities in Nineteenth Century England, Londres, 1979; W H. G. Armytage, Heavens Below, Utopian Experiments in England, 1560-1960, Londres, 1961. 25 M. H. Baillie Scott, Houses and Gardens, Londres, 1900; Raymond Unwin y M. H. Baillie Scott, Town Planning and Modern Architecture at the Hampstead Garden Suburbs, Londres, 21 Véase Robert Hunter, Preservation of Commons, Londres, 1880, acerca de algunas de 1909; James D. Kornwolf, M. H Baillie Scott and the Arts and Crafts Movement, Londres, 1972. sus batallas con las compañías de ferrocarriles y los propietarios de terrenos. Véase Christopher * Una de las medidas más radicales y más conocidas del Partido Liberal y de Lloyd George Helm, Founders of the National Trust, Londres, 1987, para un retrato colectivo en conjunto fue la instrumentación del llamado presupuesto del pueblo, el people 's budget. Esta reforma conpoco esclarecedor. tenía principalmente dos elementos: por un lado, imponía un aumento en los impuestos de las cla22 Eleanor E Rawnsley, Canon Rawnsley, An Account of his Life, Glasgow, 1923. ses altas y, por otro, el excedente producto de esa medida se utilizaba para desarrollar un progra23 Archivos del National Trust, Acc. 6/4, carta de William Morris a Canon Rawnsley, fechama de subsidios populares. (N. de los t.) da el 10 de febrero de (¿1887?). Morris no participó en la fundación del National Trust, pero 26 Cecil Sharp House, Correspondencia Sharp, caja n° 2, correspondencia con William C. R. Ashbee, de quien puede decirse que fue en cierto modo su sucesor en el ala estética anarKimber. quista y comunitaria del socialismo inglés, sí lo hizo. Cf. Archivos del National Trust, Acc. 27 John Bird, Percy Grainger, Londres, 1982. 42/25-26, para el prospecto de las conferencias que pronunció para el Trust en los EE.UU. en 28 Acerca de Dartington, véase el excelente y afectuoso The Elmhirsts of Dartington, Londres, 1900; y Acc. 1/30 para una carta dirigida a Ashbee en 1987. 1982; cf. también Maurice Punch, Progressive Retreat, A Sociological Study of Dartington Hall 24 G. Taylor, The Arts and Crafts Movement, A Study of its Sources, Ideals and Influence on School, 1926-1957, Cambridge, 1977; Victor Bonham-Carter y W B. Curry, Dartington Hall, the Design Theor- y, Londres, 1980. Fiona MacCarthy, The Simple Life; C. R. Ashbee in the CotsHistoiy of an Experiment, Londres, 1958; Anthony Emery, Dartington Hall, Oxford, 1973. wolds, Londres, 1981. Elizabeth Cumming y Wendy Kaplan, The Arts and Crafts Movement, 29 Clough Williams-Ellis, England and the Octopus, Londres, 1928; ed., Britain and the Londres, 1991. Acerca de la faceta comunitaria del Movimiemnto de Recuperación de las Artes Beast, Londres, 1938; véase también su autobiografía, Architect-errant, Londres, 1971. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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Los primeros promotores del culto a la casa solariega —causa que en el período de entreguerras se daba prácticamente por perdida— también fueron, por curioso que parezca, «progresistas» en lo político, si no en su conservacionismo. Y en efecto, en fecha tan tardía como 1936, cuando el vicepresidente del National Trust era George Lansbury,3° el rescate de las casas solariegas condenadas al olvido se consideraba una causa más laborista que conservadora. Durante la década de 1930, la cantidad de asuntos internos socialistas que se ventilaron en el interior de casas solariegas fue muy notable, bien porque las habían convertido en centros de conferencias —como aquellos en los que el Partido Laborista Independiente, los fabianos y los liberales celebraban sus cursos de verano—, bien porque, al igual que Dartington Hall, Garsington o Hinton Manor (que acogió durante los años treinta a gran parte del futuro gabinete laborista),3 ' eran un destino de fin de semana para la intelectualidad radical. Quizá también porque, al modo del Easton Lodge de la condesa de Warwick durante la década de 189032 o la finca de Lord Faringdon en Oxfordshire (abrevadero del bevanismo durante la década de los cincuenta), había un aristócrata radical presente. Vita Sackville-West, que abogó por la casa solariega «orgánica» frente a la opción alternativa, más grandilocuente y palladiana, no tenía nada de progresista, pero es probable que su matrimonio le hiciera codearse tanto con laboristas como con conservadores; incluso con anterioridad a su relación amorosa con Virginia Woolf, al menos una de sus múltiples existencias parece haberse desarrollado en los márgenes del grupo de Bloomsbury. En todo caso, sus nociones acerca de la casa solariega «informal» parecen más afines a lo que en la actualidad se conoce como el «aspecto casa rural», afectuosamente caricaturizadas en el «Hogar, Dulce Hogar» de Osbert Lancaster, que a las fantasías romanistas de Sir John Vanbrugh.33 Sybil Colefax, cuya célebre tienda de Mayfair fue uno de los semilleros de lo que en la actualidad se conoce como «el aspecto casa solariega», cultivó en su otra faceta (la de anfitriona literaria) la amistad y el mecenazgo de escritores y artistas de

" El apoyo brindado por Lansbury al National Trust estaba en perfecta consonancia con la atención que dedicó durante toda su vida a las cuestiones medioambientales, con su promoción de las granjas escuelas y —como ministros de Obras Públicas en el gobierno laborista de 19291931— con su defensa de los centros de deportes acuáticos al aire libre. Raymond Postgate, The Life of George Lansbury, Londres, 1951. 31 Véase Nicholas Davenport, Memoirs of a City Radical, Londres, 1974, acerca del lugar ocupado por Hinton Manor en el XYZ Club, donde el joven Hugh Gaitskell hizo sus primeros pinitos en política. 32 Modern Record Office, Universidad de Warwick, Manuscritos. 74/6/2/105. La carta de la condesa de Warwick a Ben Tillet, 21 de diciembre de 1936, es un recordatorio conmovedor de lo que en otros tiempos significó Easton Lodge. 33 Vita Sackville-West, English Country Houses, Londres, 1941; Jane Brown, Vita 's Other World, a Gardening Biography of V. Sackville-West, Londres, 1985; para una versión hostil aunque interesante, véase Suzanne Raitt, Vita and Virginia, the Work and Friendship of V. SackvilleWest and Virginia Wolf, Oxford, 1993.

izquierda: junto a Nancy Cunard y la duquesa de Atholl, fue una de las aristócratas disidentes que apoyó a Spanish Aid y defendió la causa republicana durante la Guerra Civil Española. Ya en una vena más popular, los Parques Nacionales fueron una iniciativa política laborista," el excursionismo era uno de las principales componentes (aunque de forma no oficial) del estilo de vida socialista35 y la «libertad de deambular» fue objeto de campañas por parte de la izquierda.36 El excursionismo adquirió una base de masas en la época eduardiana, gracias a la Clarion League, organización juvenil de cuarenta mil miembros que combinaba los encuentros dominicales en bicicleta con el apostolado de la buena nueva socialista en los prados comunales. Durante el período de entreguerras, fue fomentado no sólo por los Woodcraft Folk —especie de versión mixta y antimilitarista de los Boy Scouts y las Girl Guides, que combinaba la propagación del pacifismo y de la mística de lo natural—,37 sino también por la Asociación de Albergues Juveniles, constituida en 1930, así como por ese gran ejército de excursionistas que en los días festivos y las vacaciones salía de caminata por las montañas y los brezales. El excursionismo ejercía un atractivo muy especial en el sector bohemio de la clase obrera, en tanto alternativa más bien intelectual al salón de baile, y por añadidura gratuita. Parece ser que dicho sector ocupó un lugar destacado entre quienes salieron en tropel de Manchester, Sheffield y Leeds en 1934 para ocupar en masa Kinderscout, una de las acciones que anunció la larguísima campaña para la apertura de la Vía Penina.38 Ninguna de estas pasiones de izquierda sobrevivió a la posguerra, pese a que (como observó un corresponsal del History Workshop Journal) en las carreteras rurales todavía pudieran verse ciclistas septuagenarios, «con las

34 John Sheail, «The Concept of National Parks in Great Britain, 1900-1950», Trans. Inst. of British Geographers, 66, 1975; Rural Conservation in 1nter-War Britain, Oxford, 1981. " Véase Ruth Adler, A Family of Shopkeepers, Londres, 1985, cap. XVIII, acerca de la manía excursionista que prendió entre la juventud judía de Stepney. 36 C. E M. Joad, A Charter for Ramblers, Londres, 1934; Joad, que devino en celebridad nacional durante la Segunda Guerra Mundial al convertirse en una de las estrellas del "Brains Trust" de la BBC, fue el elegido para compilar el homenaje rendido por la BBC al National Trust con ocasión del quincuagésimo aniversario de éste: véase Archivos del National Trust, Acc. 45 «The National Trust. Past Achievements and Present Activities», guión para el Tercer Programa de la BBC, 10 de agosto de 1947. " Para una espléndida y nueva crónica acerca de los Woodcraft Folk en relación con los misticismos de lo natural durante la década de 1920, véase Derek Edgell, The Order of Woodcraft Chivalry 1916-1949 as a New Age Alternative to the Boy Scouts, 2 vols., Lampeter, 1992. Véase también D. Prynn, «The Woodcraft Folk and the Labour Movement, 1925-1970», Journal of Contemporary History, 1983, vol. 8, págs. 79-95. " Véase Howard Hill, Freedom to Roam, Ashbourne, 1980. Véase Ewan McColl, Journeyman, An Autobiography, Londres, 1990, para la historia del joven mecánico de talleres cuyo «Soy excursionista», escrito para alentar la entrada no autorizada en propiedades particulares se convirtió, treinta años después, en uno de los himnos oficiosos del movimiento de los clubes de folk. John Lowerson, «Battles for the Countryside», en Frank Gloversmith, ed., Class, Culture and Social Changa, Brighton, 1980.

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posaderas en alto y moviendo los pedales como si de pistones se tratara», y que a las marchas a Aldermaston de 1958-62 siguieran acudiendo en masa excursionistas cargados con mochilas. Durante la década de 1960 los redactores de The New Statesman ya no se sentían obligados a escribir acerca de los asuntos del campo, como había hecho Kingsley Amis, o a redactar de vez en cuando una columna firmada con el pseudónimo Mr. Park; el laborismo, por su parte, cuando empezó a reparar en las cuestiones relativas a la conservación, mostró mayor interés por los servicios urbanos que por la integridad del mundo rural. Las pasiones de la contracultura de los años sesenta fueron mucho más metropolitanas que sus predecesoras del período de entreguerras (una de las consignas de International Times era «Hagamos de Londres una ciudad que funcione las veinticuatro horas»), y aunque organizara inmensos conciertos de música pop al aire libre, las excursiones no eran lo suyo. Con todo, la contracultura no dejó de tener su faceta artesanal. Los puestos de ropa «étnica» fueron la semilla originaria del actual megamercado de Camden Lock; los restaurantes macrobióticos y las tiendas de «alimentos integrales» promovieron el cultivo de productos «biológicos». Podría decirse que Cranks, el restaurante de alimentos naturales que abrió sus puertas en Carnaby Street en 1961 (y que utilizaba sólo «harina 100% integral, azúcar de Barbados sin refinar, huevos y productos lácteos de granja y fruta fresca»), fue pionero de algunas de las marcas vernáculas que se encuentran hoy en día en los anaqueles de los supermercados, mientras que la decoración, hoy ya consabida pero en aquel entonces revolucionaria —«cerámica de gres hecha a mano, robustas mesas de roble de color natural, baldosas sin vitrificar de color brezo, pantallas de lámpara trenzadas y fundas de asiento tejidas a mano»— presagiaba el aspecto de pino decapado. En un sentido más general, la idea del retorno a la tierra afloró de nuevo —no sólo como panacea medioambiental, sino también como utopía privada— gracias a la mística de lo natural, la meditación trascendental, las canciones nostálgicas y la ropa holgada de la era hippy, así como a las comunas, ocupaciones ilegales y asentamientos de los primeros estudiantes radicales que se marginaron de la sociedad por su propia voluntad (A. Rugby, Communes in Britain, 1974, retrata dicho movimiento en su primera etapa). En este contexto convendría señalar que en realidad Edith Holden, la llamada «dama rural eduardiana» de La felicidad de vivir con la naturaleza: el diario de Edith Holden (éxito de ventas internacional cuando fue publicado en 1977, y que, mediante una hábil concesión de franquicias, dio lugar a una vasta profusión de productos de la «dama rural eduardiana») no era en absoluto una dama rural, sino una socialista nacida en Birmingham, así como una artista un tanto afín por sus orígenes, su ocupación y su perspectiva vital a la Miriam de Hijos y amantes, de D. H. Lawrence.39 Entre semana, mientras se

" Josephine Poole, The Country Diary Companion, Londres, 1984, pág. 12.

dedicaba a compilar su «diario rural», ejercía de maestra en una escuela elemental de Birmingham; los domingos, siguiendo la estela de su padre socialista, enseñaba en la Birmingham Labour Church, en Hurst Street. Junto con su familia, también acostumbraba a asistir allí a los oficios religiosos de los domingos por la tarde, en los que (en palabras del investigador que se puso a rastrear las pistas sobre su vida) «todas las semanas hablaba un socialista». Al igual que Effie, su hermana mayor, Edith era una ferviente seguidora del Movimiento de Artes y Oficios, y por lo visto el Birmingham Art College, donde sus dibujos obtuvieron la calificación de «excelente», fue fundado por discípulos de William Morris." En la nota del editor a La felicidad de vivir con la naturaleza: el diario de Edith Holden, quizás escrita en defensa de la elección de un título tan oportunista,* se observa astutamente que el diario fue encontrado «en una casa solariega»; sin embargo, no hay testimonios que apunten a que la propia Edith Holden residiera jamás en una de ellas, ni mucho menos de que hubiera redactado su diario allí. Es más, en el diario no hay ninguna referencia a interior doméstico alguno: los versos se yuxtaponen de principio a fin con bocetos de flores. De hecho, su «diario» es muy afín a los de aquellos botánicos decimonónicos de clase trabajadora que (cosa de la que a veces se quejaban los sabatarianos) se pasaban los domingos recolectando especímenes o realizando bocetos al natural. En el diario no se halla el menor rastro de ninguna de las mercancías fabricadas utilizando su nombre; no se hace mención alguna de los accesorios para el dormitorio que Marks and Spencer aún tenía a la venta en 1987-88 (al año siguiente fueron reemplazados por el aspecto «Versalles») ni de la «cocina rural de la dama rural eduardiana» que compitió con la «Balmoral» y la «Elizabeth Ann» por llevarse la palma en las revistas ilustradas de publicación mensual, ni menos aún de las tarjetas «de la dama rural eduardiana» que se vendían en la sección de artículos de escritorio de los grandes almacenes W. H. Smith's y John Menzies.

IV Durante la década de 1930, el Movimiento Moderno en arquitectura y diseño fue de la mano de la organización de lobbys y grupos de presión conservacionistas. Sin duda alguna, el Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, fundado en 1926, era partidario de la ideología de la planificación, y

" Arthur Holden, el padre de Edith, fabricante de pinturas y de barnices, se hallaba «en dificultades financieras», y es posible que aproximadamente en la época en que ella compilaba su diario, la familia se viera obligada a trasladarse a una vivienda de las afueras, situada en una ciudad-dormitorio de crecimiento acelerado, a pesar de que «Edith siguiera estando a escasa distancia en bicicleta de los amados parajes de su infancia», ibíd., pág. 20. * The Country Diary of an Edwardian Lady. (N de los t.)

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consideraba la reconstrucción rural y la prevención de las construcciones a pie de carretera como el único modo de impedir una nueva expropiación de la campiña.'" También fue uno de los primeros defensores de la idea de los Parques Nacionales y apoyó la «libertad de deambular» de los excursionistas. De modo inevitable, se contó asimismo entre los primeros en abogar por el control del uso de la tierra, gran panacea colectivista para los males del mundo rural. Sir Patrick Abercrombie, Secretario del Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, fue el planificador más célebre de su época, discípulo de Geddes, y autor en 1943 de un proyecto utópico para la reconstrucción de posguerra verdaderamente excepcional, The County of London Plan. Durante el período de entreguerras, la modernidad y el revival también fueron inseparables desde el punto de vista estético. El «estilo regencia» —invención de los decoradores de interiores que se puso de moda a principios de la década de los treinta— fue presentado como correlato del Movimiento Moderno (resulta sintomático que fuera popularizado por Peter .Iones, los grandes almacenes ultramodernos de Chelsea).42 Lo mismo sucedió con las líneas supuestamente sencillas y la predilección por lo espacioso y aireado de la arquitectura georgiana. No menos influyente —era la filosofía dominante de la Asociación del Diseño y la Industria fundada en 1915— fue la combinación de la tradición del Movimiento de Artes y Oficios con la fe en la estética de la máquina, ya presagiada por el socialismo místico de W. R. Lethaby" en la Escuela Central de Artes y Oficios y adoptada en la década de 1930 por Nikolaus Pevsner en Pioneers of Modern Design (1935) así como por Herbert Read en Art and Indushy (1934), que llegaría a su apoteosis con los planes de «Racionamiento» durante la guerra y la fundación del Consejo de Diseño Industrial.

El CCIR, como muestran los ejemplares de la publicación mensual Reports, trabajaba de forma conjunta con organizaciones como el Consejo Nacional de Planificación Urbanística, y participó de forma plena en la presión parlamentaria para que se aprobara una legislación que regulase el uso de la tierra, los poderes de planificación y el acceso a la campiña. Para una interesante memoria acerca de la fundación del CCIR y su primera campaña en torno al Derbyshire Peak, consúltese el North West Sound Archive, entrevista con Garard Haythorn Thwaite, 17 de diciembre de 1991. «La Sociedad Fabiana, en cuyo seno se mostró muy activo hasta los ochenta y muchos años, fue el hogar espiritual de Skeffington-lodge», rezaba una necrológica dedicada al antiguo parlamentario por Bedford. «Durante muchos años fue secretario y presidente de la agrupación de Brighton y Sussex, que se encuentra entre las más activas de todo el país. Fue muy amigo de John Parker, Arthur Blenkinsop y Arthur Skeffington (no existe parentesco), todos ellos fabianos muy preocupados por el mundo rural, lo que le llevó a apoyar vigorosamente al Consejo de Protección de la Inglaterra Rural, del que fue secretario del comité de distrito de Brighton, a la Real Sociedad para la Protección de las Aves y a los Amigos del Lake District. Mucho tiempo antes de que ser ecologista se pusiera de moda, él ya lo era». Tam Dalyell, «Tom Skeffington-lodge», Independent, 26 de febrero de 1994. 42 John Cornforth, The Inspiration of the Past, Country House Taste in the Twentieth Century, Harmondsworth, 1985, págs. 146-147. 43 W. R. Lethaby, Home and Country Arts, Londres, 1924; Form in Civilisation, Londres, 1938; R. W S. Weir, William Richard Lethaby, Londres, 1938; Godfrey Rubens, Richard Lethaby, His Life and Work, Londres, 1986. 4'

J. M. Richards, fundador del Grupo Georgiano en 1937, y después editor durante largos años de la Architectural Review, amén de influyente popularizador de la modernidad, combinaba la fe en la planificación social con un enorme fervor por muchos frutos de antaño. Su Functional Tradition (1958) está consagrado a analizar y alabar edificios y plantas industriales tan de la primera hornada como el Albert Dock de Liverpool (en aquel entonces ya en estado ruinoso y en la actualidad clasificado como edificio de la Categoría I), Snape Maltings (más tarde adoptado por Benjamin Britten y Peter Pears para los Festivales de Aldeburgh) y las naves de los pescadores de Hastings, salvaguardadas hace poco para estos al cabo de una campaña de sesenta años de duración.44 «Es posible que este tipo de estructuras», escribe Pears acerca de las naves de almacenamiento decimonónicas, «parezcan demasiado modestas para merecer el nombre de arquitectura, pero ponen de relieve mejor que cualesquiera otras el gusto tan acertado como espontáneo —basado en lo robusto y sencillo— del que hicieron gala los ingenieros y las empresas constructoras del siglo xix»." Otra figura en la que merece la pena detenerse (por una parte porque fue el autor de la máxima contribución del conservacionismo a la historia del entorno arquitectónico y por otra porque ayudó a casar el amor por el estilo georgiano con la ideología de la planificación) es la de John Summerson, autor de Georgian London y en sus últimos años de vida conservador de ese extraordinario monumento al coleccionismo de antigüedades de finales del siglo XVIII que es el Museo Sir John Soane. Como Mandler ha demostrado en un estudio reciente, Summerson era hostil a lo que en una ocasión denominó «arquitectura Toiy». Apoyó a los académicos y arquitectos que se refugiaron en Inglaterra huyendo del continente europeo, y el neomarxismo de sus concepciones históricas ha sido atribuido a la influencia del Instituto Warburg. Además de constituir un ejemplar maridaje entre la historia económica y la estética, Georgian London es también una extraordinaria reivindicación de la ideología de la planificación y, a su modo, un breve tratado sobre su época, tan representativo como el Britain and the Beast y el Britain and the Octopus de Clough Williams-Ellis.4< Desde un punto de vista educativo amén de arquitectónico, lo patrimonial entró en escena como fuerza progresista. Así, las danzas folclóricas fueron introducidas en las escuelas eduardianas por profesores como Mary Neal, y constituyeron uno de los primeros experimentos en gimnasia rítmica, una for-

44 Para una crónica de esta campaña, realizada por quien la encabezó durante su fase más reciente y de mayor éxito, véase Steve Peak, «The Battle on the Beaches since 1945», en Fishermen of Hastings; 200 years of the Hastings Fishing Community, Hastings, 1985. 45 J. M. Richards, The Functional Tradition in Early Industrial Buildings, Londres, 1958, pág. 165. 4' Peter Mandler, «John Summerson, the Architectural Critic and the Quest for the Modern», en S. Pendersen y P. Mandler, eds., Alter the Victorians; Private Consciente and Public Duty in Modern Britain, Londres, 1994, págs. 229-246.

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KAPHAEL SAMUEL

ma de liberar los miembros del encorsetamiento victoriano.47 Así también, la artesanía —en forma de cerámica y carpintería— se fomentó como ejemplo de educación mediante el arte.48 Los Boy Scouts y las Girl Guides (o, en la estela del movimiento Laborista y Cooperativo, el Woodcraft Folk) encarnaban los principios del higienismo y el retorno a la Vida Sencilla (en la actualidad las acampadas en el bosque parecen desempeñar una función bastante semejante para los padres con inquietudes ecológicas). Más tarde, durante la década de 1950, la canción folklórica de cuño industrial fue adoptada por los promotores de «The New English» como forma de introducir en el temario escolar la «experiencia de la clase obrera» y aproximar el lenguaje de las aulas al de la vida cotidiana.49 En un principio, los museos al aire libre, que los críticos culturales del presente ridiculizan en tanto quintaesencia de la sensiblería y del conservadurismo aislacionista inglés, estuvieron durante la década de 1960 en manos de las jóvenes promesas vanguardistas de la profesión museística, conservadores deseosos de liberar las piezas de sus vitrinas y exponerlas en espacios abiertos y cambiantes. Según lo escrito por Barrie Trinder, uno de los fundadores del Museo del Cañón de Ironbridge, obtuvieron su inspiración estética del mejor diseño escandinavo: Los proyectos de la década de 1960 compartían muchas aspiraciones y utilizaban en gran medida las mismas expresiones para justificar su existencia. Todos ellos tenían que ver con los monumentos de la revolución industrial, con ofrecer oportunidades para el trabajo voluntario, con las visitas potenciales de grupos escolares y con el fomento de la artesanía. La expresión «museo al aire libre» se empleaba en un sentido muy semejante, como término que se creía que suscitaría una aprobación instantánea, aunque fueran pocas las personas que comprendieran sus implicaciones. Lo que mejor explica el entusiasmo despertado por los museos al aire libre es la moda por todo lo escandinavo que sacudió Gran Bretaña a finales de la década de los cincuenta y comienzos de los sesenta. Las estudiantes adornaban sus habitaciones con crista-

47 Véase Georgina Boyes, The Imagined Village, Manchester 1993, págs. 72-86, 94-95, 155-156, acerca de Mary Neal y el Espérance Club, el empeño más enérgico, si bien muy controvertido, por trasladar los principios del revival a la enseñanza en la escuela primaria. Roy Judge, «Mary Neal and the Espérance Morris», Folk Music Journal, V: 5, 1989, págs. 545-591. Cecil Sharp, Folk Singing in Schools, Londres, 1912. 48 Acerca de las ideas progresistas en la docencia inglesa durante el período de entreguerras, véase R. J. W Selleck, English Education and the Progressives, 1914-1939, Londres, 1972; Trevor E. Blewitt, ed., The Modern Schools Handbook, Londres, 1934; W Boyd y W T. Rawson, The Story of the New Education, Londres, 1965. u Véase S. Clements, J. Dixon y L. Stratta, Reflections, Oxford, 1963, y Things Being Various, Oxford, 1967, así como John Dixon, A Schooling in English; Critical Episodes in the Struggle to Shape Literary and Cultural Studies, Milton Keynes, 1991, págs. 150-154, para una crónica retrospectiva. En Things Being Various se incluyeron fotograbas en blanco y negro con un ánimo muy semejante al que llevó a incluir canciones folk en Reflections.

JJY

POLITICA

les ahumados y peluches; los platos de acero inoxidable eran los regalos de boda universales, y el Saab 96 despertaba una enorme admiración; toda una generación de cinéfilos estudiantiles consideró Fresas salvajes y Sonrisas de una noche de verano como cumbres del arte cinematográfico. Casi todas las escuelas primarias de la década de los sesenta evocaban de algún modo la escuela de Munkegard en Copenhague, y el arquitecto de ésta fue invitado a diseñar lo que acabaría por ser el edificio del siglo xx más espléndido de la Universidad de Oxford. Escandinavia era sinónimo de diseño de calidad en materia de edificación, mobiliario y tejidos, de interés serio por el arte y de un estilo de vida que en Inglaterra pasaba por ser completamente hedonista. Los museos al aire libre formaban parte de esta impresión general." En sus fases iniciales, el conservacionismo de posguerra fue un movi-

miento con el que el establishment tuvo poco o nada que ver. The Body Shop surgió a partir de la contracultura de Brighton;5' la Campaña por la Cerveza Auténtica fue iniciativa de unos borrachines radicales;" Covent Garden, en su forma actual, brotó a partir de una agitación «comunitaria» contra la ronda de circunvalación en la que desempeñaron un papel muy importante los estudiantes recién radicalizados de la Asociación Arquitectónica. Durante las primeras etapas de la agitación contra la ronda de circunvalación, los partidarios del marxismo deleonista figuraron en un lugar no menos prominente, al igual que lo hicieron, en época más reciente, durante las ocupaciones ilegales que bloquearon el camino a los constructores de carreteras. La idea de los «centros para el estudio y conservación del patrimonio histórico» la introdujo en este país un antiguo redactor del Daily Worker que, durante la transición de «rojo» a «verde», se convirtió en agente de prensa del Real Instituto de Arquitectos Británicos. Como escribió en una carta: A decir verdad, los centros para el estudio y la conservación del patrimonio histórico fueron creación mía. La inspiración para la idea de «interpretar» el entorno natural para una población urbana que había perdido contacto con la naturaleza la obtuve de los parques nacionales estadounidenses. En 1973-74, cuando estaba realizando —gracias a una beca Leverhulme— un estudio de la crisis de la arquitectura, se me ocurrió la idea de que la gente debería comprender tanto la historia como la forma en que realmente funcionan (incluyendo la asignación

5° Barrie Trinder, «A Philosophy of the Industrial Open-Air Museum», en Claus Ahrens, ed., Report of the Conference of the European Association of Open-Air Museums, Hargen-Detmold, 1985, págs. 87-95. s' Anita Roddick, Body and Soul, Londres, 1991; Gilly McKay y Alison Corke, The Body Shop, Franchising a Philosophy, Londres, 1986. 52 Richard Boston, Beer and Skittles, Londres, 1977. Agradezco a Mr. Boston que me permitiera leer el archivo de sus artículos semanales. Aparte de su interés en relación con los progresos de la CAMRA [Campaign for Real Ale], constituyen una fascinante crónica de los cambios acaecidos en las costumbres.

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del espacio social) los entornos en los que viven. Como miembro del comité para el Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico de 1975, convencí al Arts Council para que financiara tres «centros de interpretación arquitectónica» experimentales, y participé personalmente en la creación del centro de York. Sigo pensando que era una buena idea, aunque nunca me gustó la denominación «centro para el estudio y la conservación del patrimonio histórico», acuñada por Lady Dartmouth (en la actualidad condesa Spencer y —¡Dios le coja confesado!— suegra del príncipe de Gales). Siempre sostuve que el concepto de un centro en el que la gente pudiera aprender cosas acerca de su entorno no debería estar restringido a las «áreas de conservación» especiales y en ese sentido, ¡estoy encantado de que Wigan tenga uno!" En el extremo opuesto del espectro político, la conservación debe muchísimo a los disidentes culturales de derechas. A este respecto, James Lee-Milne, durante muchos años secretario del National Trust, que odiaba las tendencias niveladoras de la Gran Bretaña de posguerra y estaba decidido a colocar el rescate de las casas solariegas amenazadas dentro del ámbito de la obra del Trust, fue una figura claramente influyente (en el Journey Through Ruins de Patrick Wright se desentraña este personaje de forma muy esclarecedora); lo mismo cabe decir del corresponsal anarco-Tory para asuntos arquitectónicos del Daily Telegraph, Ian Nairn, uno de los primeros en ampliar la noción de «conservación» de la protección de la flora y la fauna al entorno urbanizado. La conservación de los ferrocarriles, primera de las obsesiones de resurrección de la posguerra, y quizá la que tuviera una base de masas más nutrida, parece haber prosperado por sus propios medios, y debe muy poco tanto a los estetas de derechas como a los intelectuales de izquierdas.

V Uno de los motivos por los que el patrimonio histórico no puede ser adjudicado ni a la izquierda ni a la derecha radica en que está sujeto a asombrosas transformaciones en el transcurso de lapsos muy breves. El conservacionismo no es un acontecimiento sino un proceso; se trata más del comienzo de un ciclo de desarrollo que (o además de) un intento de detener el paso del tiempo. El solo hecho de la conservación, aun cuando no pretende otra cosa que estabilizar, conlleva por fuerza toda una serie de innovaciones, aunque no sea más que para detener la «grata decadencia».54 Lo que comienza como opera-

" Carta enviada al autor por Malcolm MacEwan, 10 de octubre de 1987. En relación con otras actividades de MacEwan en este terreno, consúltese su autobiografía, The Greening of a Red, Londres, 1991. 54 «Grata decadencia», tema de un capítulo merecidamente célebre del Buildings and Prospects de John Piper, Londres, 1949.

ción de rescate para salvar reliquias del pasado se convierte de forma paulatina en una obra de restauración para la que hay que crear un nuevo entorno, a fin de transformar los fragmentos dispersos en un todo coherente. Las reservas naturales son, por definición, parajes bastante frágiles, que sólo la más atenta e intervencionista de las administraciones (que impida el paso a depredadores potenciales mediante vallas electrónicas y ponga en marcha complejas operaciones hidrográficas para mantener en óptimas condiciones el lodo) es capaz de mantener en estado salvaje." Las ruinas reconstituidas son, si acaso, más vulnerables todavía, pues se hallan expuestas tanto a la presión de las aglomeraciones de visitantes como a la mano embellecedora de los administradores del patrimonio histórico. En pocas palabras, el patrimonio histórico, lejos de ser un estado estacionario, no hace sino mudar continuamente su antigua piel y metamorfosearse en algo distinto. Cuando el término «arqueología industrial» fue acuñado por primera vez, se presentaba ni más ni menos que como una prolongación natural de la excavación tradicional, que identificaba los restos visibles del pasado y trazaba el mapa correspondiente. Se ocupaba más de las reliquias que del entorno. La aparición de los museos del trabajo, y el esfuerzo por reproducir un ambiente «de época» realista y total —no sólo fábricas, sino también tiendas; no sólo mulas, sino también corrientes del saetín; no sólo herramientas, sino también chimeneas— tuvo el efecto colateral de idealizar el proceso de trabajo y dotar de vida a lo inerte. Las personas encargadas de mostrar el funcionamiento de los artilugios expuestos en los museos de «historia viva», reclutadas entre trabajadores jubilados o cesantes, constituyen las mejores exposiciones. El herrero ante su forja es un monumento a la fuerza viril; el zapatero cosiendo con su punzón encarna al artesano de antaño. Los niños empleados en las hilanderías, que entran y salen de entre las máquinas, son milagros de la supervivencia. Lo que comenzó como una operación de rescate que se ocupaba de restos materiales, se vio elevado así, de forma paulatina, a glorificación del trabajo manual. «Viva la fábrica», rezaba el elocuente título elegido por Manchester Studies cuando, en 1979, organizaron una exposición fotográfica de interiores de molinos antiguos. Las exposiciones museísticas suponen un conjunto ulterior de desplazamientos, dado que, como sucede con toda exposición, hay que seleccionar los objetos en función de su capacidad expresiva, transformándolos en espectáculo público y agregándoles un relato público y a menudo también histórico. El Museo de la Vida Rural de Emilia es un buen ejemplo. Inició su andadura hace unos treinta años, en 1964, cuando Ivano Trigari, antiguo campesino empleado en una cooperativa agrícola de las inmediaciones de Bolonia, encontró una vieja herramienta de labranza semienterrada, conocida localmente con el nombre de stadura. Cuando la expuso, desató un brote

" Acerca de la reserva de la Real Sociedad para la Protección de las Aves en Minsmere, véase Simon Barnes, Flying in the Face of Nature; A Year in Minsmere Bird Reserve, Londres, 1992.

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de fiebre emuladora, y las festa della stadura —demostraciones del funcionamiento de las viejas herramientas manuales— se extendieron por toda la provincia en un ambiente al parecer bastante carnavalesco. Al ser institucionalizados y expuestos en un museo, con leyendas suministradas por el departamento de historia económica de la Universidad de Bolonia, los objetos presentaban un aspecto muy diferente: ya no se trataba de milagros, maravillas o curiosidades, sino de ilustraciones documentales de un relato de lo más previsible." El solo hecho de la conservación otorga valor estético, pues transforma los muros de los almacenes en paisaje urbano, las grúas en obeliscos y los callejones en rutas pintorescas. Dota al atraso de atractivo visual y convierte materias de estudio en objetos de deseo. Las «oscuras fábricas satánicas» ya no parecen tan horrorosas cuando se las expone en calidad de monumentos históricos o se las reconstruye en un entorno pintoresco. A nadie que visite el molino de Greg en Styal, Cheshire, propiedad del National Trust, dejará de impresionarle la gigantesca rueda hidráulica, todo un cíclope de las artes de Vulcano. Sin embargo, no hay residuos de algodón adheridos a sus muros, y los terrenos han sido ajardinados con esmero; los telares restaurados, pese a tener doscientos años de antigüedad, producen ropa de diseño moderna: en 1986, sin ir más lejos, «maravillosa tela de algodón, incorporada por la diseñadora de primera fila Pat Albeck a la Styal Calico Collection». La misma disonancia cognitiva aguarda a quienes visiten la vieja fábrica de Robert Owen en New Lanark, convertida en aldea protegida y entregada a artesanos modernos. Cuando los bienes que manufactura son presentados como productos artísticos, ya no cabe asociar la fábrica con la era de las máquinas, ni mucho menos con la «explotación». Así pues, el objeto histórico, por escrupulosamente que se lo conserve o, como a veces protestan los críticos, se lo momifique, está tan sujeto a los estragos del tiempo como todo organismo vivo. La restauración de canales comenzó como un intento de resucitar una cultura agonizante. En 1946, cuando se constituyó la Asociación de Canales y Ríos Navegables, seguía siendo imaginable —o casi— pensar en reactivar los canales para el transporte fluvial, así como (éste era el peculiar y ferviente sueño de Tom Rolt al escribir Narrow Boat) salvaguardar la «vida laboral autóctona» de los barqueros. Incluso un hombre mucho más pragmático como Robert Aickman, uno de los

56 Véase Alessandro Triulzi, «A Museum of Peasant Life in Emilia», History Workshop Journal, 1, primavera de 1976, págs. 117-120, para un informe acerca de los orígenes del museo. Yo he recurrido aquí a mis recuerdos y a las notas tomadas en el transcurso de una visita realizada en compañía de uno de los fundadores del museo en 1983. Curiosamente, la única estancia realmente abarrotada por los visitantes era la cocina, donde no se había hecho el menor esfuerzo por etiquetar los objetos, o por exponerlos de forma museológica siquiera. A mi guía pareció molestarle que los lugareños italianos mostraran mayor interés por las baratijas domésticas y culinarias que por la historia de la transformación agrícola que explicaban los principales paneles informativos.

fundadores de la IWA y presidente a tiempo completo de dicha asociación, creyó, al consagrarse a una «campaña agotadora para insuflar vida a un cadáver», que quizá estuvieran desborzando el camino de un segundo frente en el comercio interior." En la actualidad, cuando las dársenas de los canales se han convertido en escaparates del bucolismo urbano, en los que brotan centros de congresos, complejos de ocio, apartamentos de lujo y flamantes senderos adoquinados, y cuando la Asociación de Canales y Ríos Navegables presume de ser la única industria de ocio nacionalizada, los canales, pese a contar con más de un millar de edificios protegidos, parecen más un indicador del futuro que del pasado. Incluso en aquellos casos en los que los objetos han permanecido intactos, podemos tener la certeza de que se ven de otra manera, en parte a causa de los cambios en el entorno pero quizá todavía más por el cristal con que se miran. Así, en una época en la que, ante el impacto de la agroindustria, los nombres de los campos han pasado a la historia, la temática de la «historia in situ» amenaza con volverse tan abstrusa como lo era la de las «aldeas perdidas de la Inglaterra medieval» en los tiempos en que los profesores Hoskins y Beresford salían a pasear entre el barro. De igual modo, los jornaleros agrícolas —que todavía eran vecinos del lugar cuando George Ewart Evans" les acercó su grabadora— se han convertido en una especie en peligro de extinción. También las embarcaciones de los canales, «espléndidamente restauradas... y pintadas con los magníficos colores distintivos tradicionales de la feria victoriana» en lugar de pudrirse abandonadas a su suerte, resultan incomparablemente más «históricas» que cuando Tom Rolt empezó a hacer campaña a su favor. La desaparición, o poco menos, del trabajo manual pesado, y la sangría sin precedente de empleos en la industria, han transformado el significado de la arqueología industrial hasta volverla irreconocible. Durante los primeros años, y a pesar del nombre, la arqueología industrial se ocupó sobre todo de los antepasados de la revolución industrial, en particular de los molinos de viento y los canales. Más tarde, el declive de la industria pesada colocó las fábricas textiles de Lancashire y West Riding en el orden del día de los conservacionistas, y ya en fecha más reciente, la robotización e informatización del proceso laboral ha convertido en objeto museístico en potencia hasta al trabajo en cadena. El rescate de la torre de Oxo, en el South Bank, y la espectacular iluminación mediante focos de la fábrica Hoover —primero de los lugares que llaman la atención de quienes se aproximan a Londres desde el

" Véase Robert Aickman, The River Runs Uphill, A Story of Success and Failure, Burton-onTrent, 1986, para un relato personalizado. Véase Robert W Squires, Canals Revived, The Story of the Waterways Restoration Movement, Bradford-on-Avon, 1979, para una descripción más histórica. 58 George Ewart Evans, The Strength of the Hills, An Autobiography, Londres, 1983; véase Ask the Fellows Who Cut the Hay, Londres, 1956, para la primera de sus etnografías.

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oeste— da fe de la asombrosa puesta al día de los planes arqueológicos (los edificios protegidos más recientes datan ahora de la década de 1970).59 Las metamorfosis acaecidas en el ámbito del revival folclórico, aunque mucho menos evidentes en la esfera pública, son de carácter no menos asombroso. En sus orígenes, la obra inicial de dos cantantes y estudiosos afines al comunismo, A. L. Lloyd y Ewan McColl, quienes desenterraron prácticamente ellos solos un verdadero corpus olvidado de canciones industriales y a la vez fundaron un estilo particular de arte interpretativo, era de intencionalidad muy política. En lo musical, estaba emparentada de forma bastante estrecha con la Nueva Orleans del «revival» jazzístico, y fomentaba sus conciertos con el rótulo «Ballads and Blues», además de emplear un banjo de jazz e incluso un clarinetista, a modo de contrapunto moderno a la canción tradicional. En lo étnico, era bastante antiinglesa; gran parte de su repertorio y algunos de sus intérpretes más destacados procedían de la tradición baladista escocesa y del cancionero de la rebelión irlandesa. El léxico y el sesgo proletarios, tomados parcialmente en préstamo de las canciones de trabajo estadounidenses y en parte de las baladas de las zonas mineras autóctonas, era muy pronunciado: «canciones duras... compuestas por hombres duros... tan toscas y violentas como cuando fueron cantadas por primera vez». Ofrecían una visión más heroica que elegíaca del trabajo manual, y en efecto, al igual que la presencia de la voz del norte de Inglaterra en el cine británico de la «nueva ola», fueron muy aclamadas en tanto anuncio del inminente desembarco de la clase obrera en la cultura nacional. Aunque figurasen en él muchos de los mismos cantantes, el movimiento de los clubes de folk de la década de 1960 fue muy distinto. Seguía siendo muy político, y estaba estrechamente asociado a lo que se conocía como la política de la «protesta» (en Escocia el revival se produjo en conjunción con la campaña contra los submarinos nucleares de Holy Loch), pero la actitud política predominante era la del radicalismo burgués antes que la de un socialismo de cuño proletario. Las influencias transatlánticas eran más bien las de Joan Baez y Bob Dylan que las del Pequeño Cancionero Rojo de los Wobblies.* El vocabulario del jazz se abandonó a favor del rock, el banjo a favor

59 Véase Kenneth Hudson, The Archaeology of Consume,- Society; the Second Industrial Revolution in Britain, Londres, 1983, en relación con el giro dado por la arqueología industrial durante la década de 1930. * La aparición de IWW en Estados Unidos responde, en parte, a las mismas tendencias generales que dieron lugar al sindicalismo revolucionario en Europa occidental, con algunos rasgos específicamente norteamericanos: la existencia de la Frontera; la emigración a gran escala de obreros procedentes de Europa a fines de la década de 1880 y principios de la de 1900; la llegada al mercado laboral de un gran número de esclavos liberados después de la Guerra de Secesión (1861-65); la oposición encarnizada entre el sindicalismo de oficio, cada vez más conservador, y el sindicalismo de industria, y el debate sobre la política a adoptar frente a dichos sindicatos de oficios: introducirse en ellos para «socavarlos desde dentro» o crear un nuevo sindicato.

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del country and western, y en los clubes quien marcó la pauta fue el purista que actuaba sin acompañamiento. El Critics Group, con Ewan McColl como maestro, resucitó canciones del siglo XVIII y preindustriales, en tanto las grabaciones de Sam Lamer, pescador de Yarmouth, y de Harry Cox, jornalero agrícola de Norfolk, contribuyeron a inspirar el descubrimiento del legado alternativo de la canción rural inglesa. Gracias a las armonías vocales de la familia Copper —conservadas en forma impresa además de grabadas en vinilo y muy imitadas en los clubes— el revival acabó echando raíces en el Sussex profundo. Los propios clubes parecen haber servido como una especie de refugio para huérfanos sociológicos: la exclase trabajadora en cuyas filas surgió y fue reclutada en buena medida la nueva generación de cantantes.

VI En lo político, el patrimonio histórico, al igual que el conservacionismo, se origina en un nexo de intereses variopintos. Está estrechamente ligado a la lucha por el uso de la tierra y por el espacio urbano. Ya sea por atracción o por repulsión, su forma viene determinada por los cambios tecnológicos. Adquiere significados muy distintos según las culturas nacionales en las que arraiga, en función de la relación existente entre el Estado y la sociedad civil, y el grado de apertura o cerrazón de la esfera pública ante las iniciativas procedentes de las esferas inferiores o de la periferia. Desde cierto punto de vista es legatario residual de las campañas medioambientales de la década de 1960, de la revuelta estética contra el «gigantismo» y del redescubrimiento de la «Vida Sencilla». Desde otro, podría considerarse como el epicentro de todo un nuevo ciclo del desarrollo capitalista, como punta de lanza o vanguardia de la recolonización mercantil de las áreas urbanas deprimidas, como modelo de la producción posfordista de lotes pequeños. En la Europa Orien-

Durante las primeras décadas del siglo veinte, los Wobblies organizaron imponentes huelgas y rebeliones a lo largo de los Estados Unidos, desde Lawrence, Massachusetts, y Paterson, New Jersey, a Everett, Washington. Los Wobblies tuvieron un éxito extraordinario entre las vastas y móviles poblaciones inmigrantes, porque hablaban todos los idiomas de esa fuerza laboral híbrida y en perpetuo movimiento, sin establecer estructuras de mando fijas ni estables. (De hecho, las críticas principales realizadas por la izquierda oficial a los IWW fueron que sus huelgas, a menudo triunfantes, nunca dejaron tras de sí estructuras sindicales duraderas.) Las dos historias más aceptadas acerca del origen del nombre «Wobbly» ilustran ambas características del movimiento: su movilidad organizacional y su hibridez étnico-lingüística. Se supone que Wobbly se refiere por un lado a la ausencia de un centro y a la peregrinación flexible e imprevisible de su militancia, y por otro que el nombre deriva de las dificultades de pronunciación del dueño de un restaurante chino de Seattle con el cual se llegó a un acuerdo para alimentar a los miembros de la organización que pasaban por esa ciudad durante una huelga. Cuando el dueño del restaurante quería preguntar si alguien «era de IWW», se dice que decía «All loo eye wobble wobble?». El principal interés de la IWW era la universalidad de su proyecto. Trabajadores de todas las lenguas y razas del mundo (aunque de hecho sólo llegaron hasta México) y trabajadores de todas las ramas debían unirse en «Un Gran Sindicato». (N. de los t.)

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tal, por otra parte, donde la movilización y el recurso a la tradición fue cuando menos un aspecto tan importante de la política de la década de 1980 como en Occidente, el nacionalismo cultural y el retorno de la religión parecen más pertinentes que la reestructuración de la economía. En lo ideológico el patrimonio histórico también es un camaleón sujeto a asombrosas transformaciones en el transcurso de períodos de tiempo relativamente cortos. Al igual que el conservacionismo, a cuyas causas está ligado como por un cordón umbilical, es incapaz de mantenerse en estado estacionario y anda siempre metamorfoseándose en algo distinto. De ahí que muchas veces, insistir en la «fabricación» o «invención» de la tradición —la única forma que parece que tengan los antipatrimonialistas y deconstruccionistas de lidiar con las artes conmemorativas— resulte inapropiado. Insistir en las «estrategias» de élites presuntamente omnipotentes y omniprevisoras impide siquiera empezar a abordar la enorme masa de sentimientos preexistentes que subyace a los cambios radicales en las actitudes públicas y a las revoluciones en el gusto público. La idea de que la nostalgia es una enfermedad específicamente británica y que el auge de lo «patrimonial» a finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980 supuso un recrudecimiento del «aislacionismo» no saldría muy bien parada de un análisis comparativo. El conservacionismo es un fenómeno global, y hace ya unos treinta años que la noción del patrimonio histórico como entorno amenazado y como activo cultural susceptible de explotación, constituye uno de los rasgos característicos de las economías capitalistas avanzadas del mundo. Landmarks Conservancy lleva alrededor de veinticinco años clasificando inmuebles históricos de forma sistemática en Nueva York, y la Ley de Protección del Medio Ambiente de 1969 echó los cimientos de la arqueología industrial estadounidense. La idea de la Exhibición de Jardines es de origen alemán. Hace ya unos treinta años que la reutilización y conservación adaptativa e historicista de los locales comerciales e industriales es la punta de lanza de la recolonización mercantil de las áreas urbanas deprimidas, y resulta tan habitual en las orillas del lago de Zurich como lo es en Southwark Bankside.6° La protección de la naturaleza es un fenómeno aún más elocuentemente transnacional, y en efecto, cuando en 1961 Peter Scott lanzó la iniciativa a la que, más que ninguna otra, debemos la protección de nuestros bosques ancestrales y de los humedales que se han conservado hasta nuestros días, la bautizó con el nombre de Fundación de la Fauna y Flora Mundiales como reconocimiento de este hecho. Como de forma tan dolorosa han demostrado los desastres ecológicos de Rusia y Europa Oriental, la preocupación por el

60 Dan Cruikshank señala el interesante paralelismo con las primeras urbanizaciones de la costa inglesa, cuando, en tiempos de la Regencia, puertos pesqueros maltrechos como el de Brightensholme fueron convertidos en balnearios de moda, cultivando «vistas» y «panoramas» que dieran al mar en lugar de volverle la espalda.

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hábitat natural y el equilibrio del ecosistema es —al igual que la protección de los monumentos industriales— cosa de ricos, privilegio de las economías avanzadas, o al menos relativamente avanzadas. El Año Europeo de la Conservación («lo más cerca que el movimiento de protección de la naturaleza ha estado nunca de abrazar todos los aspectos de la conservación») se celebró en 1970, en el momento culminante del auge económico de la posguerra, cuando en los países de la CEE la palabrería acerca del «milagro económico» daba paso al temor al «recalentamiento» y cuando en Gran Bretaña el gobierno tenía que vérselas con los problemas generados por el «pleno» empleo. Los Amigos de la Tierra fueron fundados en los EE.UU. en 1969, la Convención del Patrimonio Mundial —bajo cuyos auspicios se organizó el Año Europeo del Patrimonio Arquitectónico de 1975— se celebró en 1971, el año en que se identificó por primera vez la tuberculosis en los tejones británicos y en que se fundó el Otter Trust. La Convención Internacional sobre Flora y Fauna, ratificada por Gran Bretaña mediante la Ley de Especies Protegidas de 1976, se celebró al año siguiente. El patrimonio histórico también está demostrando ser crucial para la construcción de las identidades poscoloniales; en efecto, la reivindicación de la devolución de los tesoros artísticos nacionales —saqueados durante dos o tres siglos por las potencias de la metrópoli— ha sido una de las consecuencias más importantes de la llegada a la mayoría de edad de los Estados recién independizados. Vía la mediación del turismo cultural, el patrimonio histórico ha permitido e incluso estimulado el surgimiento de una nueva categoría de naciones históricas, por ejemplo Sicilia, que ahora se nos aparece como una rama exterior de la Hélade o una provincia desgajada de Bizancio, en vez de como un lugar perdido y olvidado de la mano de Dios. Apoyándose en las diferencias culturales —como sucede con la exaltación del arte de los nativos norteamericanos o de las naciones en el seno de la nación, que desde 1976 ha sido el punto culminante del calendario de exposiciones en el Smithsonian Institute de Washington—, el patrimonio histórico contribuye a sustentar tanto una visión multiétnica del futuro como una versión más pluralista del pasado. Australia, que en estos momentos se rehace a sí misma por segunda o tercera vez en lo que va de siglo y está en vísperas de convertirse en república y emanciparse del yugo del legado imperial británico, representa un ejemplo particularmente asombroso —por no decir fascinante— de lo dicho. En su caso, la creación de una sociedad poscolonial, en la que tanto los historiadores como el patrimonio histórico han sido tan decisivos como elementos de toma de conciencia, ha ido de la mano de la reevaluación en bloque y del descubrimiento del pasado precolonial. En lugar de ser terca nullius —el estatuto formal de las antípodas preeuropeas antes de la sentencia conocida como «caso Mabo», dictada en 1993—, ahora atesora una historia de «rutas soñadas» que se remonta a veinte mil años atrás, para la que arqueólogos, geólogos, ecologistas y militantes proaborígenes están creando toda una nueva narrativa.

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PARTE V FOTOGRAFÍAS ANTIGUAS

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Todavía recuerdo la impresión que me produjo la primera fotografía decimonónica que vi. O al menos eso creo. Pero teniendo en cuenta que mi memoria abarca dos ocasiones diferentes y dos series fotográficas muy distintas, quizá la memoria me esté jugando una mala pasada en uno de los dos casos o en ambos. La primera ocasión (o quizá la segunda) tuvo lugar en 1965, en el transcurso de un seminario en el que nos habíamos reunido unos cuantos para que en Oxford ondeara el estandarte de la «historia alternativa». Alguien trajo a una de las sesiones unas fotos de los archivos de presos del xIx que Keith Thomas había encontrado por casualidad en la Oficina de Registros del Condado de Bedfordshire. Los rostros que nos contemplaban eran asombrosamente modernos; aparte de los historiales, lo único que nos recordaba que pertenecían al siglo xix y no al nuestro eran los pies que las acompañaban. Los hombres no llevaban barba ni bigote y no se veía ni una sola patilla; las mujeres (creo recordar que había dos) iban con la cabeza descubierta. Aquellos rostros resultaban desconcertantemente «humanos» o, mejor dicho, vulnerables. Era dificil representárselos como propios de proxenetas —el papel que se les otorgaba en Dickens— y más aún como representativos de las «clases peligrosas», los parias indigentes o el lumpenproletariado que tanto fascinó a los aprendices de historiadores sociales de la década de 1960, y que Louis Chevalier nos había enseñado a considerar como una de las patologías de la ciudad decimonónica.1 En aquel entonces yo no sabía que los inspectores de prisiones llevaban fotografiando sistemáticamente a los presos desde la década de 1850, y que fichar a los detenidos formaba parte de la labor científica de los forenses. Las fotos de Bedfordshire parecían más bien restos del pasado que habían sobrevivido milagrosamente y que nos permitían tener la rara fortuna de vislumbrar realidades que antaño fueron «hurtadas a la historia». Mi segunda fotografía victoriana —o, tal como lo recuerdo ahora, la primera— se remonta al verano de 1965. Había recorrido las oficinas de registros

' A este respecto, Classes laborieuses et classes dangereuses á Paris pendant la premiére moitié du xix siécle (París, 1958), de Louis Chevalier, fue el texto fundamental, aunque el auge simultáneo de los estudios sobre «anomalías» en la costa oeste de los Estados Unidos, así como la fascinación por el hampa victoriana británica durante la década de 1960, lleva a pensar que «clases peligrosas», término que Chevalier extrajo de las décadas de 1820 y 1830, tenía especial resonancia y atractivo para los disidentes culturales. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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y las casas parroquiales del norte de Inglaterra siguiendo la pista de los católicos irlandeses de condición humilde, sumergiéndome en declaraciones por disturbios, libros de visita pastoral y libros sacramentales. En la biblioteca Harris de Preston, donde pasaba yo las tardes cuando cerraba la oficina de registros, descubrí por casualidad unas reproducciones del Street Life in London (1877)2 de Thomson y Smith, que me llevaron a la fuente original: un libro muy poco conocido en aquel entonces, pero reeditado con posterioridad, que en la actualidad es una de las fuentes de esos grabados que adornan las paredes de los pubs «de época». Los rostros resultaban, si acaso, todavía más humanos que los de las fotografías policiales de Bedfordshire, y tan distintos como cabría concebir de las figuras espectrales que poblaban London: A Pilgrimage, de Gustave Doré y Blanchard Jerrold, libro que en aquel entonces se estaba poniendo en boga entre los historiadores dedicados al siglo xix.3 Los personajes de Street Life in London no acechaban entre las sombras, sino que destacaban vigorosamente en primer plano. En lugar de los malditos «palacios de ginebra» esbozados por el claroscuro de Doré, en él figuraban dos fotografías cautivadoras de los «parroquianos» de un pub de Whitechapel —un grupo mixto de hombres, mujeres y niños que charlaban amigablemente entre sí, sentados al sol en un banco del exterior—. Las fotografías habían sido reveladas en color sepia y con los contornos levemente difuminados (lo que ahora sé que tiene el nombre técnico de Woodburytype); en cambio, los fantasmagóricos grabados de Doré fueron realizados en blanco y negro. Los personajes de Thomson estaban perfectamente individualizados, y no solían aparecer más de dos o tres en cada grabado. Sus artistas callejeros, tocados con bombín, llevaban consigo instrumentos musicales auténticos: un violín, un arpa, un violonchelo, un trombón; su «mago» de los helados, sacando bolas de la cubeta, parecía un pariente próximo de los vendedores de helados «Para-Y-Cómprame-Uno» que recorrían las calles en enormes triciclos cuando yo era pequeño. El tipo que una imagen de la serie Seven Dial de Thomson muestra apoyado en el umbral, fotografiado con lo que parece ser un sombrero tirolés, tenía aspecto de haber salido de una película de George Raft. No menos desconcertantes resultaban las estampas que Thomson nos ofreció de Londres. Los vendedores callejeros, lejos de gesticular desaforadamente para captar la atención de las masas, como hacían en los mercados decimonónicos del sábado noche, en los que describían a voz en grito sus productos, atendían tranquilamente a clientes individuales, de una forma muy semejante a cómo lo hacen los vendedores de los puestos callejeros del West End contemporáneo; el comerciante de muebles de segunda mano fotografiado en Monmouth Street —ese emporio de distinción suprema venido a menos, inmortalizado en

2 John Thomson y Adolphe Smith, Street Life in London, Londres, 1877. Este volumen fue reeditado en 1973 por E. P. Publishers, East Ardsley, Wakefield, Yorkshire. 3 Reeditado en 1970 por Dover Publishing Company, Nueva York, con una excelente introducción escrita por Millicent Rose.

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las páginas de Cuentos de Boz— vendía algunos bastones de aspecto sólido que no habrían desentonado en una de las nuevas tiendas de pino decapado. Los personajes de Thomson presentaban un aspecto solemne, incluso melancólico, pero no generaban ninguna sensación de inquietud ni tampoco —a excepción de «the Crawler»— de pobreza abyecta. Resultaba dificil ubicarlos en el mismo universo que The Wilds of London (exploración melodramática de las «profundidades abisales del submundo» realizada por James Greenwood, que tanto fascinó a los lectores del Daily Telegraph de la década de 1870), Darkest England, del general Booth (libro en el que se sostenía que los pobres de Londres vivían peor que los caballos de tiro) o Gente del abismo, de Jack London. Mi emoción ante el nuevo descubrimiento estaba trufada de una sensación de culpa y de vergüenza. Allí estaba yo, presunto conocedor del siglo xix, dado que lo había estudiado durante tres años en la universidad y hasta había empezado a dar clases sobre él. Y no obstante, no había oído hablar siquiera de Fox Talbot y consideraba la fotografía —caso de que alguna vez pensara en ella siquiera— como un fenómeno del siglo xx. Peor aún (recuerdo haber pensado con remordimiento), ni siquiera se me había ocurrido preguntarme por el aspecto que tendría la gente del siglo xix. Nada me había preparado para encontrar en ellos la menor semejanza con mis contemporáneos. En retrospectiva, me doy cuenta de que tanto mi emoción como mi desasosiego eran previsibles. Al igual que el resto de historiadores sociales de mi generación, yo era completamente pre-televisivo y, es más, lo seguí siendo hasta hace siete años, cuando contraje matrimonio con una mujer moderna. Me educaron en una familia libresca y religiosamente comunista, en la que —pese a que mi madre se dedicaba a interpretar música en sus escasos ratos libres— no había lugar alguno para los placeres visuales, de los que nuestro hogar estaba completamente desprovisto; a juzgar por los parámetros de nuestro tiempo, debía de ser increíblemente lóbrego. En él había Van Goghs y Renoirs que yo le compraba a mi madre por Navidad o como regalos de cumpleaños; sobre la repisa del fuego de la cocina había un busto de J. V Stalin, y otro de Beethoven en la habitación de mi madre. Por lo demás, no había nada: ni un solo adorno. Yo veneraba las bibliotecas; en los hogares comunistas de mi infancia «la biblioteca» (aunque ésta sólo estuviera compuesta por dos estantes en una habitación amueblada) era un lugar sagrado. Con todo, sospecho que en tanto ateo inconmovible, habría considerado que complacerse con tipo de imágenes alguno constituía una involución rumbo a la magia y la superstición. (Se diría que mis mentores históricos fueron educados en una escuela muy semejante, y sus libros acusan una llamativa ausencia de referencias a lo visual, aun cuando los grabados y los bocetos podrían haber servido de ilustraciones harto elocuentes de lo que tenían que decir.) Los documentos que estudiaba a trozos en la universidad eran legales y constitucionales; el tema en el que había elegido especializarme —la Inglaterra de la década de 1840— se apoyaba en gran medida en los debates sobre la derogación de

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las leyes anticerealistas y los textos de los economistas políticos clásicos. Desde el punto de vista intelectual, el vade mecum de mis estudios universitarios fue Portrait of an Age, de G. M. Young, libro que nos cautivó incitándonos a prestar oídos a los victorianos (mediante la lectura de sus escritos) hasta que les oyésemos hablar' (la idea de la palabra hablada en la vida real —la historia oral— no estaba aún a la orden del día, aunque cuando apareció, en 1968-69, algunos nos aferramos a ella con el mismo entusiasmo con que nos aferramos a la fotografía, y en gran medida por el mismo motivo: porque creíamos que sin ella la historia estaba muerta). Mis nociones acerca de lo victoriano eran completamente literarias. Debían mucho a lecturas infantiles de Oliver Twist, David Copperfield y Grandes esperanzas, lo que se vio reforzado en 1965, por el primer encuentro con el Dickens «sombrío» de Nuestro común amigo y Dombey e hijo. Mi ignorancia de la pintura victoriana era total, cosa que en nuestro grupo de autoayuda de jóvenes historiadores de Oxford se intentaba remediar lidiando con los prerrafaelitas. No obstante, esta quiebra de los grilletes de lo literario no llegó al extremo de recibir con los brazos abiertos al arte popular (no creo que hubiera oído mencionar siquiera a Cruikshank, aunque sin duda tenía que haber visto sus ilustraciones para Cuentos de Boz). Por tanto, estaba muy poco preparado para una historia que incluyera «modos de ver» y que tomase el mundo de las apariencias como punto de partida. A esto había que añadirle la dificultad que entrañaba reconciliar la cámara indiscreta y los retratos íntimos que comenzaba a ver tanto con las nociones melodramáticas acerca de las «clases peligrosas» o las marxianas relativas a las «masas». Algunas otras fotografías que vi en aquella época no hicieron sino aumentar mi desasosiego: una imagen de los fusilados de la Comuna de París, boca arriba y con los ojos abiertos, tendidos en sus ataúdes;5 una inquietante muestra de arte evangélico garabateado en caracteres negros en relieve sobre la verja de un corral (fotografía vista en Hardy's Wessex)6 o los gitanos acampados en las marismas de Hackney en el Living London de G. R. Sims. A su manera, cada una de aquellas fotografiar constituía un vivo recordatorio de historias que inexplicablemente me habían pasado desapercibidas, y que no eran fáciles de asimilar a la historia con «H» mayúscula. Por otra parte, es imposible que yo fuera tan analfabeto en lo que se refiere al mundo de las imágenes como ahora creo haber sido. De niño, y a partir de los diez años de edad, fui un cinéfilo apasionado (no tengo ni idea de por

4 G. M. Young, Victorian England: Portrait of an Age, Oxford, 1953; publicado por primera vez como parte de una obra colectiva en dos volúmenes editada por G. M. Young en 1936. Dicha fotografía apareció en Jean Bruhat et al., eds., La Commune de 1871, París, 1960, pág. 273. Herman Lea, Thomas Hardy 's Wessex: Illustrated ftom Photographs by the Author, Londres, 1913. Las fotografías, prácticamente coetáneas a la redacción de Jade y de Tess, son de un interés excepcional.

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qué), y acudía al Everyman de Hampstead para disfrutar del «realismo poético» de Jacques Prévert, Marcel Carné y Marcel Pagnol; al Academy de Oxford Street para ver a los neorrealistas italianos (me impresionaron tanto que aún hoy me resulta dificil no imaginarme ese país como un gigantesco plató). Para ver cine de Hollywood iba al Odeon, al Swiss Cottage y al Gaumont, en Camden Town. Una lectura infantil de la revista fotoperiodística Picture Post (en el sótano guardábamos un enorme depósito de ejemplares) sin duda me preparó de forma inconsciente para asociar la fotografía con el realismo social y esperar que me ofreciera imágenes «positivas»; por otra parte, una visita a la exposición Family of Man en 19567 (todavía conservo el catálogo) debió preparar subliminalmente el camino para asociar la fotografía con nociones más generales de lo «humano». Fue este estado de ánimo el que explica que, cuando empezamos a redactar Universities and Left Review en 1957, uno de nuestros artículos estelares, obra de Lindsay Anderson, fuera una defensa de la exposición frente a sus detractores.' En aquel entonces éramos feroces partidarios del «Free Cinema» —la resurrección del documental británico llevada a cabo por Lindsay Anderson y Karel Reisz— y también echamos mano en abundancia de las fotografías de Notting Hill Street realizadas por Roger Mayne.9 En el transcurso de mis estudios de historia debí toparme por fuerza con fotografías victorianas. La cara de Mr. Gladstone me era sin duda conocida, y sabía (gracias a The Transition to Democracy, de O. F. Christie, que leí durante el sexto curso) que hubo un tiempo en que los mineros de Northumberland acostumbraban a colocar postales con su retrato en la repisa de las chimeneas de sus casas. En época más reciente, cuando andaba inmerso en London Labour and the London Poor de Mayhew (1851), había visto numerosos daguerrotipos (yo los consideraba grabados decimonónicos que tenían un nombre muy raro). Debo mencionar, por último, que quizás a raíz de la propaganda laborista de la época, desde mi primera infancia la noción de suburbio ejercía sobre mí una fascinación morbosa, de modo que todo lo que augurase la posibilidad de vislumbrar, cual voyeur, las profundidades abisales, me seducía de forma inmediata. Por tanto, las sombrías fotografías de Thomson y Smith, por más desconcertantes que resultaran, también venían muy a cuento.

La exposición dio pie a que Roland Barthes redactara uno de los ensayos pioneros de la deconstrucción; véase «The Great Family of Man», en su Mythologies, Londres, 1970, págs. 100-103 [ed. cast.: «La gran familia de los hombres», Mitologías, trad. Hector Schmucler, México, Siglo XXI, 1986, 6' ed.1. Lindsay Anderson, «Commitment in Cinema Criticism», Universities and Left Review, vol. 1, n° 1, primavera de 1957. " Las fotografías en cuestión comenzaron a aparecer en Universities and Left Review —unas de sus primeras plataformas públicas— a partir del n° 5. Hace poco fueron publicadas en The Street Photographs of Roger Mayne, Londres, 1993, colección basada en la exposición celebrada en el Museo Victoria & Albert en 1986.

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Mi ignorancia no me impidió reaccionar de forma entusiasta ante aquel descubrimiento ni comprar todo aquello a lo que pudiera echarle el guante. Al igual que otros, el Country Camera (1966) de Gordon Winter —quizá el primer libro que cautivó la imaginación del público en materia de fotografía victoriana— me emocionó sobremanera, y sospecho que influyó de forma muy marcada en la orientación de la primera etapa del trabajo del History Workshop. Nuestro primer seminario informal, que tuvo lugar en 1966, se tituló «The English Countryside in the Nineteenth Century» [«La campiña inglesa durante el siglo xtx»]; nuestro tercer seminario-cursillo a escala nacional se celebró en 1968 con el mismo título, y nuestro primer libro, publicado en 1975, se tituló Village Life and Labour. A partir del momento en que descubrimos a Henry Taunt,i° el fotógrafo de Oxford a cuya obra recurrimos para ilustrar nuestro panfleto del History Workshop de 1972, The Industrial Revolution and St. Giles Fair, obra de Sally Alexander, nos quedamos prendados de lo mucho que la fotografía podría contribuir a las publicaciones populares, y en la serie de libros del History Workshop se consagró mucho tiempo y energía a las láminas. Uno de los elementos desconcertantes que me condujo a embarcarme en el presente ensayo fue el reconocimiento tardío de que, dada nuestra ignorancia de los artificios de la fotografía victoriana, gran parte de lo que reprodujimos con tanto amor y anotamos (así lo creíamos) de forma tan meticulosa era falso: pese a que su forma era documental, su origen e intención eran retratistapictóricos. De ahí que (ahora que los veo) el grupo de segadores reproducido (en color sepia) en la sobrecubierta de Village Life and Labour, pintorescamente congregado en torno a unas gavillas del maíz, hubiera sido cuidadosamente dispuesto para asemejarse a una pintura de género, o que la imagen de un segador de Northumbria sea, a todas luces, un panegírico del trabajo. Tengo la impresión de que mi amigo Gareth Stedman Jones (o los asesores fotográficos de la editorial) fueron víctimas del mismo engaño. En la sobrecubierta de la edición en cartoné de su Outcast London figura uno de los grabados de Doré; en la edición de Penguin, de 1978, aparece el inmensamente popular «Poor Jo» de Rejlander, presunta fotografía de un golfillo callejero muerto de frío, en que hasta el último detalle era falso (Rejlander pagó a un muchacho de Wolverhampton cinco chelines por la sesión, lo vistió con harapos y le embadurnó la cara de hollín, como requería la ocasión)." o

Al igual que Frank Sutcliffe, de Whitby, y otros fotógrafos locales de finales del siglo xix, en la actualidad a Henry Taunt se le reedita continuamente. The England of Henry Taunt, ed. Bryan Brown, Londres, 1973, y The Thames of Henry Taunt, ed. Susan Read, Londres, 1980, son atractivas selecciones de sus fotografias. " Edgar Voxhall Jones, Father of Art Photography, O. G. Rejlander, 1813-1875, Newton Abbot, 1973, pág. 27; Beaumont Newhall, The History of Photography, Londres, 1969, págs. 246-247. En Stephanie Spencer, «O. G. Rejlander's Photographs of Street Urchins», Journal, Oxford Art vol. VII, n° 2, 1984 aparece una excelente y detallada descripción de esta imagen, y en Roger Taylor, «The Victorian London Photograph: Realities Recorded?», London Journal

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En conjunto, para la nueva ola de historia social, el descubrimiento de la fotografía fue un acontecimiento sobredeterminado; no es de extrañar que la adoptase de forma tan generalizada e inmediata. Estaba en sintonía con la búsqueda de documentos «humanos», una de las contraseñas de la «historia viva» tanto entonces como ahora. También respondía a nuestro insaciable apetito por la «inmediatez», permitiendo que nos convirtiéramos, de forma no sólo literal sino también metafórica, en testigos oculares del acontecimiento histórico. Anunciaba, además, una nueva intimidad entre los historiadores y su materia de estudio. Aunque sin llegar al extremo de permitirnos espiar el pasado pegando el oído a la pared (papel que no tardaría en asumir el testimonio oral), al menos nos dejaba verlo, como se dice en el lenguaje de la calle, «tal como era». Otro de los objetivos que parecía poner a nuestro alcance fue el de dar nombre y rostro a la multitud que hasta entonces había sido anónima, a aquellas «masas» que la nueva ola de historia social se había propuesto rescatar del «olímpico desdén» de la posteridad. Dada la variedad de sus escenarios y su predilección por la esfera privada en detrimento de la pública, la fotografía también resultaba especialmente atractiva para aquellos de nosotros que queríamos salir del universo de los motines y disturbios —la imponente topografía de La formación de la clase obrera en Inglaterra, de E P. Thompson— y dar mayor relevancia a lo que se denominaba (no sin una leve nota de condescendencia) la gente «común» y la vida «cotidiana». El annus mirabilis del revival fotográfico —el momento en que tanto en el aspecto institucional como en el estético, llegó a la mayoría de edad— fue 1972, el mismo año en que el Arts Council nombró a su primer Jefe del Departamento Fotográfico y en que la Galería Nacional del Retrato designó al primer conservador fotográfico del país. No obstante, en lo que concierne a las postales históricas y antiguas tarjetas de visita, parece que fue desarrollándose un mercado desde comienzos de la década de 1960, y para las fotografias de «interés ferroviario», incluso desde antes. Entre los historiadores profesionales, el descubrimiento de las fotografías antiguas estuvo precedido por una serie de pequeñas conmociones que colocaron la idea de lo visual en primer plano. En Leicester, única universidad inglesa en tenderle la mano a la historia local, el profesor Hoskins había abogado vigorosamente a favor de la «historia visual», aunque su punto de referencia fueran más bien la cultura material y el paisaje que la representación visual de éstos; entre 1963 y 1968, uno de sus colegas, el profesor Jack Simmons, puso en marcha una colección de libros titulada Visual History of England (de la que aparecieron ocho volúmenes), obra de diversos autores.12 En un contexto muy distinto, la British VII, n° 2, invierno de 1982, págs. 205-207, figura otra más general. Rejlander, sueco, había sido pintor antes de aficionarse a la fotografía, y sus fotografias estaban concebidas a modo de ejercicios de arte narrativo. 12 Dicha serie, «ideada para ofrecer una presentación iconográfica exhaustiva de la historia contemporánea británica», utilizaba de forma profusa litografías y grabados para sus ilustraciones. El volumen de W H. Chaloner y A. E. Musson Industry and Technology, publicado en 1963, sólo recurre a las fotografias cuando se trata de mostrar el trabajo fabril del siglo xx.

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RAPHAEL SAMUEL

Printing Corporation, alentada por A. J. P. Taylor, primer catedrático de historia en defender la causa de la fotografía, estaba reuniendo en la misma época una enorme selección de fotografías para su History of the Twentieth Gentwy, editado en varios volúmenes. El primer libro en el que las fotografías antiguas no se emplearon a modo de ilustraciones ni de pretexto para los comentarios del autor, sino como textos con enjundia por derecho propio, capaces de crear relatos con sustancia propia, fue el Country Camera de Gordon Winter, publicado por Country Life en 1966 y reeditado con posterioridad, primero por David & Charles y luego por Penguin. Dicho libro estaba en deuda, hasta cierto punto, con las románticas circunstancias en las que el autor llevó a cabo sus descubrimientos —según relataba en el prólogo, había rescatado algunas de sus viejas placas de vidrio del huerto de lechugas donde un jardinero las estaba utilizando como semilleros-13 y más aún con el nuevo apetito por lo visual que a partir de mediados de la década de 1960 se hizo sentir en todos los ámbitos de la vida nacional. El libro de Winter se publicó en un momento muy oportuno: coincidió con el nacimiento (o renacimiento) de lo que Ronald Blythe (cuya contribución a éste fue considerable) describió de forma mordaz como «el culto nacional a la aldea» ,i 4 la consolidación de un nuevo bucolismo en relación con el medio ambiente (lo que más tarde se denominaría ecología), y el auge de una nueva rusticidad en el diseño y la venta de mercancías. Aunque por una de sus vertientes la contracultura promovió la ciudad abierta las veinticuatro horas del día, por otra se fue volviendo ecológica y abrió la puerta a la agricultura «biológica» y a los fanáticos de la alimentación integral. Laura Ashley, que inauguró su primera tienda de moda en 1968, proyectó la imagen de la lechera como una especie de indumentaria nacional alternativa, en tanto la deslumbrante interpretación de Julie Christie en el papel de Bathsheba, en la versión cinematográfica de Lejos del mundanal ruido (1967), puso de moda el bordado inglés. Quizá esa fuera la razón por la que el libro de Winter tuvo numerosos epígonos (entre ellos dos volúmenes ulteriores escritos por el propio autor), mientras que sus predecesores (o primos mayores), el Victorian Panorama de Peter Quenell (1937)15 y el Grandfather's London de O. J. Morris (1956)16 habían desaparecido de la circulación pública.

13 Gordon Winter, A Country Camera, 1844-1914, Harmondsworth, 1973, pág. 9. 14 Ronald Blythe, Akenfield, Portrait of an English Village, Londres, 1964, pág. 16. '5 El libro de Quenell, que tenía por subtítulo «una visión de la vida y de la moda a partir

de fotografías contemporáneas», arrancaba con un capítulo acerca de «Los comienzos de la fotografía». 16 O. J. Morris, Grandlather 's London, 1956. Se trata de un libro desconcertante. Las fotografías fueron tomadas, al parecer, en Greenwich durante la década de 1880 para proyectarse en una linterna mágica durante el transcurso de una conferencia acerca de las condiciones de vida de los pobres. El pastor baptista que las encargó se las arregló para aparecer en algunas de ellas, y tanto por la temática como por el estilo presentan una asombrosa semejanza con Life' in London, de Thomson y Smith (1877). 0. J. Morris, el compilador del volumen, eraStreet historiador del transporte. Gracias a la asistencia prestada por Annie M. Bell, de Norwood, «mi principal

EL OJO DE LA HISTORIA

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Los colegios," sometidos a la influencia de pedagogías que exaltaban la «representación icónica», se mostraron mucho más dispuestos a acoger a la fotografía —y mucho más críticos y conscientes en el uso que le dieron— que los historiadores académicos, que avalaban con su prestigio y autoridad los libros ilustrados de gran formato y los artículos en color de los suplementos dominicales, pero no dieron un solo paso en el sentido de incorporar las fotografías antiguas como material docente o fuentes principales. Pero fue ante todo en las localidades donde en la década de 1970 arraigó el gusto por las fotografías históricas, lo que condujo tanto al descubrimiento de la obra de fotógrafos locales olvidados como a la vivificación de los fondos de las bibliotecas públicas, meticulosamente conservados pero hasta ese momento sin utilizar. Ese fenómeno coincidió con un cambio radical en los intereses de los investigadores, que dejaron de centrar su atención en los inicios de la era moderna —núcleo originario del renacimiento que la historia local inglesa experimentó durante la posguerra— y la pusieron en los siglos 'Kix y xx, y empezaron a indagar en las fuentes orales en lugar de en los manuscritos. El diluvio de libros «No nos olvidamos» procedentes de las imprentas locales y comunitarias, o en ocasiones de la biblioteca pública, puso el contenido de los álbumes familiares a disposición del gran público, caso de los libros publicados por Manchester Studies,' 8 Centerprise (Hackney) y Queenspark (Brighton). La serie de Batsford dedicada a los victorianos y eduardianos goza de mucha fama; empero, la serie publicada por la Hendon Publishing Company —presagio del inmenso proyecto emprendido en la actualidad por la casa Alan Sutton de Gloucestershire, que viaja sin descanso de una ciudad a otra—, dirigida por una sola persona, y cuya sede social se encontraba en un molino familiar abandonado, resultaba, en numerosos aspectos, mucho más interesante. Arrancó en los Peninos con un álbum dedi-

guía por una época... que ella recuerda de forma nítida», y el recurso a otras fuentes locales, logró llevar a cabo una asombrosa labor detectivesca en relación a cada una de las imágenes y ofrecernos unas glosas excepcionalmente informativas. Grandfather 's Greenwich, ed. Alan Glencross, Londres, 1972, es una selección posterior, realizada a partir de la misma serie de negativos. 17 Acerca de la adopción de la fotografía por las escuelas, véase P. J. H. Gosden y David Sylvester, History for the Average Child, 1968, págs. 62-63, donde se observa que la utilización de las imágenes como medio de instruir a los alumnos resulta más frecuente en la educación primaria que en la secundaria; P. J. Rogers, «The Power of Visual Presentation», en A. K. Dickinson et al., eds., Learning History, Londres, 1984; D. J. Steel y L. Taylor, Family History in Schools, Chichester, 1973, págs. 85-96; R. Unwin, The Visual Dimension in the Study and Teaching of History, Historical Association, 1981. 18 La exposición de Manchester Studies de 1982, «Family Albums», que detallaba el contenido, la fecha y la ocasión en la que fue tomada cada fotografía, y hacía uso abundante de las conmemoraciones festivas, fue el núcleo originario del ahora formidable «Documentary Photography Archive», compilado principalmente a partir de los álbumes familiares del distrito de Manchester. El Archivo fue fundado en 1985 y en la actualidad ocupa el mismo espacio que la Oficina del Registro de Manchester. Véase Audrey Linkman, «Today's Photographs, Tomorrow's History», en Rewriting Photographic History, ed. Michael Hallett, Birmingham, 1989, págs. 33-35.

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cado a la villa natal del dueño, Colne, abarcando ecuménicamente todo el país, aunque principalmente del Támesis para arriba. Impresa en semioctavo, la serie dependía casi por completo de las ventas locales, recurría a fuentes de la misma índole y reclutó las energías tanto de los historiadores del lugar como de los bibliotecarios de los pequeños municipios y de las ciudades. La colección se inició en 1971 con un solo título. Al año siguiente se publicaron en ella trece títulos nuevos; las ventas llegaron a su apogeo en 1976, cuando se publicaron veinticuatro títulos y trece reediciones. Hacia 1981 las reediciones alcanzaron en un año la cifra de treinta y siete, aunque como para entonces las obras publicadas sumaban ya ciento cuarenta y siete, los títulos nuevos iban menguando.19 Cuando los historiadores recurrieron por primera vez a las fotografías antiguas, pretendían modernizar su disciplina, introducir lo que se había quedado al margen y tender un puente entre el pasado y el presente, o por lo menos tratar de salvar de un salto el abismo que los separa. La fotografía prometía transformar nuestra materia de estudio, por decirlo en sentido metafórico, en sujetos contemporáneos, tan fisonómicamente reconocibles como si se tratara de nuestros propios retratos, fuesen cuales fuesen los contrastes en lo tocante a comportamiento y vestimenta. Era una forma de contemplar el siglo xtx con los ojos del siglo xx o, en palabras de un historiador de la fotografía, de ver «que el entonces también puede ser el ahora». Las cosas cambiaron a raíz del giro historicista sufrido por la cultura británica y del creciente desencanto con las promesas de la modernidad, punto de inflexión que cabe fechar aproximadamente a finales de la década de 1960. Las imágenes acabaron por ser seleccionadas —empezando por los propios historiadores— no como indicios del futuro que se avecinaba o como modos de apuntar a esas unidades superiores que trascienden la mera división temporal, sino en función de su aura «pretérita». A diferencia de los relatos históricos más convencionales, con su sucesión de acontecimientos o sus leyes de desarrollo y transformación, la historiografía que arropaba a las imágenes, tal y como aparecía en los proyectos escolares, las exposiciones museísticas, los suplementos dominicales en color y los libros ilustrados de gran formato, giraba en torno a una dialéctica del «ahora» y el «entonces», no del «antes» y el «después». En lugar de constituirse en preludio del presente, el pasado era una alternativa a éste, una imagen invertida de nuestro modo actual de vida, y las fotografías «de época» se seleccionaban en consecuencia.

Uno de los motivos por los que la exhibición de fotografías antiguas despertó tal entusiasmo por parte de las escuelas primarias y estas la adoptaron como medio de iniciar a los niños más pequeños en la noción de historia, radica en la representación gráfica de la alteridad." A los compiladores de álbumes y revistas ilustradas de historia local parece haberles guiado el mismo impulso. En ocasiones tal actitud adopta un carácter explícito, como cuando se publican fotografías antiguas en la prensa local contrastando dos imágenes tituladas «entonces» y «ahora» para ejemplificar la oposición entre el pasado y el presente. Aun sin llegar a tanto, se diría que a los redactores de pies de foto les cueste resistirse a recalcar dicha oposición, a veces con el propósito de hacer recuento de bajas (como en el Victorian and Edwardian London de John Betjeman)," y otras para dejar estupefacto al lector dejando constancia de la magnitud de un cambio reciente. «Liskeard Cornualles, circa 1914» reza uno de ellos, que acompaña a un relato familiar; «Una fotografía muy evocativa de la época. Nótese la sombrerería y la ausencia de tráfico rodado»." «La era pre-bikinis», dice otro, pie de foto de unas imágenes «indiscretas» de parejas besuqueándose en las playas de Yarmouth, realizadas por Paul Martin.23 El pie de una foto tomada durante la década de 1930, que muestra una pelea de patio de recreo, pone de relieve otro conjunto de dualidades que, aunque resulte harto iluminadora, parece estar no menos en deuda con el miedo a la falta de seguridad propio de nuestros días que con la voluntad de reconstruir el pasado. «Uno de los mayores contrastes con nuestra época», dice el pie, «está en la relativa formalidad de la que hacen gala los asistentes a un combate de lucha libre, así como en el grado de disciplina de los niños que forman ordenadamente junto a un cuadrilátero para púgiles jóvenes (y enguantados), espectáculo que sería harto improbable en la actualidad».24 Si tales fotografías hacen hincapié, como suele ser el caso, en la «normalidad» y la «cotidianidad», es porque, con el paso del tiempo y las transformaciones que ha conllevado, se han convertido retrospectivamente en curiosidades. La calle en la que no hay ni un solo coche a la vista, sino sólo alguna bicicleta esporádica o niños jugando a los aros, es un feliz patio de recreo, un lugar apto para pasear tranquilamente o bien el original retorcido de lo que en la actualidad es una autopista de seis carriles. La tienda con el tosco cartel en el escaparate y su dueño apoyado en el umbral se convierten en un emblema de individualismo, y el negocio de chapas esmaltadas de Mazawette Tea constituye un monumento a las mercancías que ya no están entre nosotros. Las vistas costeras recuerdan los tiempos en que la playa de Brighton estaba

19 Esta información me fue ofrecida por Henry Nelson, propietario de la empresa. Muchos de estos folletos —por ejemplo, «Vintage Middlesborough», o «Darlington As It Was»— van ya por la quinta, sexta, séptima u octava reedición. El primer folleto —sobre Colne— lo preparó Wilson Spencer, el bibliotecario de la ciudad, y bibliotecarios fueron también los compiladores de muchos de los volúmenes sucesivos. Buena parte de los volúmenes de Alan Sutton proceden de idéntica fuente. También debe hacerse mención de la serie «Old and New», de E. P. de Wakefield. En David Viner, «Is There Life and Tradition Yet?», Social History Curators Group Journal, 18, 1990-91, se expone una perspectiva general acerca de estas reediciones.

20 «Los maestros vienen empleando la foto-antítesis desde hace ya mucho tiempo para establecer contrastes marcados, por ejemplo, entre el pasado y el presente, entre el campo y la ciudad y entre distintas clases sociales», Steel y Taylor, Family History in Schools, pág. 93. 21 John Betjeman, Victorian and Edwardian London,from Old Photographs, Londres, 1969. 22 Don Steel, Discovering Your Family History, Londres, 1980, pág. 125. " Nicholas Bentley, Victorian Scene, Londres, 1968, pág. 267. 24 Muchachos boxeando. Referencia extraviada.

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abarrotada de un embarcadero a otro y apenas podía verse un guijarro, cuando Torquay (el «Nápoles inglés») era el lugar de vacaciones por antonomasia, los «viajes organizados» no existían todavía y en lugar de Sony Walkmans, en la playa había pierrots. A los niños de hoy, acostumbrados a la televisión y al technicolor desde la más tierna infancia, las fotografías antiguas, por mucho que se las presenten en nombre de la «historia viva», tienen que antojárseles inconcebiblemente remotas. El propio hecho de ser imágenes fijas las delata como criaturas de otra era, y su color, ya sean en blanco y negro o sepia, las estigmatiza indeleblemente como «de época». Los rostros que figuran en las fotografías de estudio —distantes, reticentes y contenidos, como los de quienes no están acostumbrados al ojo de la cámara— quizá den la impresión de pertenecer a otra raza. Las excursiones en carro, con sus prietas filas de domingueros apiñados para la fotografía en grupo, apenas podían ser más anacrónicas en una época en que el August Bank Holiday se está convirtiendo en poco más que un recuerdo del pasado. El efecto acumulativo de estos descubrimientos, al menos en la imaginación popular y (si bien de forma subliminal) en la de los historiadores, engendró una iconografía del pasado nacional (del pasado reciente, en todo caso) en la que el estilo de vida, antes que la política o la economía, se convirtió en protagonista de los grandes relatos históricos. Las fotografías antiguas ofrecían también toda una galería nueva de personajes nacionales, encarnaciones de fortunas familiares y arquetipos laborales. Los pescadores, que dadas las peculiaridades de la industria y de su modo de vida no figuran en absoluto en la historia social y económica al uso, ocupan el lugar de honor, con sus suestes, sus botas de marinero y sus suéteres de lana, siendo el grupo de trabajadores más fotografiado (y más pintado) del siglo xix inglés, y los protagonistas de uno de los textos fundacionales de la fotografía, las imágenes de Newhaven tomadas por Hill y Adamson en 1843. Se otorga más espacio a los empleados en la industria de fabricación de municiones de la Primera Guerra Mundial que a las «mecanógrafas», mucho menos exóticas. De un lado, estas fotografías hicieron mucho más visible el universo de la moda y la gente de postín, a aquellos a los que los victorianos denominaban «los Diez Mil de Arriba» (por la fidelidad con la que los álbumes acatan las convenciones y la coreografía de los retratos de sociedad, podríamos acabar pensando que los ricos se pasaban la vida entera jugando al croquet). Del otro, por así decirlo, emanciparon a los pobres, concediendo el espacio que le correspondía a la servidumbre y a los empleados del hogar —la categoría de empleados más nutrida de mediados de la era victoriana— y, guiadas por la búsqueda de lo anticuado y pintoresco, retornaron a la figura del vendedor callejero de una forma casi tan obsesiva como Henry Mayhew. En lo que concierne a la Gran Bretaña del siglo xix, dichas imágenes han tenido un efecto profundamente revisionista, desafiando a la historia y a la literatura en sus mismas guaridas, minando los estereotipos establecidos y reemplazándolos por otros. El comercialismo decimonónico, denunciado a

cuenta de sus chapuzas y sus imitaciones tanto por los Tories más tradicionalistas y aristocráticos como por los socialistas, resulta mucho más presentable cuando lo vemos ataviado en traje de época (hasta las bocanadas de humo de los farmacéuticos millonarios, enriquecidos a fuerza de traficar con porquerías y especular con el temor a la enfermedad, pueden inspirar un sentimiento momentáneo de benevolencia cuando vemos sus castizos anuncios decorando la parte superior de un ómnibus tirado por caballos). También la figura del tendero ha sido rehabilitada de forma retrospectiva, o en todo caso de manera plástica. Encarnado por el carnicero de una avenida principal —una de las ilustraciones favoritas de los libros de estampas locales—, es un Napoleón del comercio, flanqueado por un pequeño ejército de ayudantes y situado ante montañas de existencias, con la tienda a rebosar de pavos navideños. Asimismo, en la fotografía industrial —género adoptado con entusiasmo por los patronos victorianos y que respondía perfectamente al evangelio del trabajo— las tareas agotadoras y malsanas figuran en calidad de honradas labores. Retratado, aunque no fuera más que por las dificultades de la iluminación, en escenarios al aire libre y de exteriores, el trabajo de la época victoriana, captado por el ojo de la cámara, diríase heroico en retrospectiva, y quienes tomaban parte en él, aunque sólo se deba a la colocación de la cámara (los fotógrafos se encorvaban para realizar su labor), seres indómitos. En lugar del sastre patizambo sentado ante su mesa], del afilador tuberculoso de Sheffield tosiendo sin parar o de la costurera trabajando en la buhardilla como si la vida le fuera en ello, vemos al robusto herrero, cual Vulcano ante su forja, a los mineros reunidos para una fotografía en grupo, exhibiendo su natural diligente, y a peones de anchas espaldas realizando milagros de laboriosidad o descansando momentáneamente de ellos. En lugar de barcosataúd, vemos una profusión de mástiles, grúas y muelles de carga, de viejos y arrugados lobos de mar sentados en el malecón y de timoneles asomados al mar con gesto imperioso. Tal y como las retrataban los fotógrafos victorianos, las trabajadoras resultan, si acaso, aún más fornidas: operarias de la industria minera con los brazos en jarras, retratadas con la dignidad de los estudios de Wigan," o pescadoras de arenques escocesas, posando orgullosas junto a sus cestos. La fotografía dotó de rostro humano a la sociedad victoriana, y es posible que de paso contribuyera a rehabilitar los «valores victorianos», si no en la conciencia del público, al menos sí en sus gustos, a asociarla con las excursiones en carro y los picnics en vez de con los hospicios y las Leyes de Pobres. Aunque la expresión «valores victorianos» resultase ignominiosa a partir de la década de 1890, y en el discurso del progresismo a lo Bloomsbury fuese sinónimo de claustrofóbico y reprimido, lo cierto es que, vistos a través del ojo de la cámara, dichos valores aparecen bajo una luz mucho más

25 Acerca de la fotografía en Wigan, véase John Hannavy, Pictures of Wigan, Wigan, 1978, así como Working in Wigan Milis, Wigan, 1987.

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favorable. Los victorianos eminentes no parecían tan ridículos cuando se les retrataba en la apacible dignidad del estudio, y mucho menos cuando los retratos en cuestión se ejecutaban, como en la ahora ya célebre obra de Julia Margaret Cameron, en el mejor estilo del retratismo romántico." Los patriarcas victorianos dejaban de resultar aterradores al ser retratados en uno de los escenarios favoritos de la fotografia al aire libre, presidiendo un picnic familiar o asomados al césped. En lugar de los niños empleados en las fábricas textiles jadeando en torno a las máquinas de hilar, las litografías reproducidas sin cesar de las inspecciones de fábricas de la década de 1840, o las patéticas fotografías de niños bajando a la mina, vemos una hilera tras otra de artesanos con mandil, con la mirada fija en el objetivo y mostrando una dignidad inconmovible, salidos de las fotografías fabriles; a peones tomándose un respiro durante la construcción del Palacio de Cristal; a costureras encorvadas sobre sus tejidos, con la paciencia de una Griselda. Hasta los niños empleados en las fábricas quedan transfigurados. En uno de estos libros de reproducciones, figura una fotografia de una niña-obrera muy pequeña retratada junto a su familia en 1861: «Pese a lo exiguo de sus ropas», nos informa el omnisciente pie de foto, «todo nos habla de una dignidad virtuosa y ganada a pulso»." En el caso de la década de 1930, los años de la Gran Depresión (otro locus classicus en el redescubrimiento y reciclado contemporáneo de las fotografias de época), las posturas se invierten. Aquí la historia es revisionista, mientras que la fotografía encarna la opinión hegemónica. La primera cartografía los progresos de la modernización, el auge de las nuevas industrias, los adelantos en materia de salud pública, el desarrollo de la asistencia y los servicios sociales, la consolidación de una «opinión media», la nueva fe en la planificación y la difusión de una cultura del ocio en cuyo seno las distinciones de clase quedaron relegadas a segundo plano. Desde el punto de vista de la imaginación, nada de esto puede competir con una representación plástica de Inglaterra que —por motivos que tienen más que ver con los fotógrafos que con sus modelos— se aferra obsesivamente a las señas de identidad clasistas, no sale de los barrios pobres y hace caso omiso de las fincas rurales y de las zonas residenciales. La historiografía se muestra impotente para desalojar de la conciencia nacional estos iconos originados en la fotografía documental de la época, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos y Francia. Se han convertido en parte del repertorio internacional del arte, del modo en que la televisión y las revistas de gran tirada evocan plásticamente los años de la Gran Depresión: los rostros preocupados de los Worktowners de Humphrey Spender, contemplando con ojos desesperanzados las exiguas oportunidades que les ofrecía la vida y ejecutando mecá-

26 Véase el interesantísimo análisis de la obra de Julia Margaret Cameron realizado por Michael Bartram en The Pre-Raphaelite Camera: Aspects of Victorian Photography, Londres, 1985. 27 Alan Thomas, Time in a Frame: Photography and the Nineteenth Century Mind, Nueva York, 1977.

nicamente sus tareas cotidianas;" los personajes sonámbulos que pululan a medianoche por las calles del París de Brassa):;" los vagabundos de Bill Brandt, el parado de la esquina que rehuye la mirada de los niños, con la cabeza agachada y los hombros encogidos, arrastrando los pies mientras la niebla se acumula a su alrededor;" la recolectora errante de la serie «Madre itinerante» de Dorothea Lange, con una criatura en cada hombro llorándole sobre el cuello, cuyo semblante exhibe un gesto de dignidad imponente, digno de una pintura narrativa victoriana.3 ' Al igual que todo el mundo, los historiadores esperamos que una fotografia nos cuente una historia, y por tanto no estamos preparados para aquellas que en lugar de contarnos una historia nos cuentan dos o, peor aún (caso de las fotos de familia no identificadas, que quizá por ese motivo brillen por su ausencia en el reciclaje de fotografias antiguas), ninguna. A la hora de seleccionar ilustraciones somos propensos a optar por iconos, por imágenes que simbolizan una totalidad que las supera. La fotografía ideal debería ser transparente, un correlato objetivo de la verdad. Tenemos poca paciencia con las fotografías que guardan secretos: el único sentido que tiene recurrir a las imágenes es mostrar la historia «tal como fue». Las exégesis consisten por lo común en realizar una lectura atenta a fin de extraer de ella hasta el último detalle, no en identificar relatos reprimidos. Lo ideal es que una fotografia, si se elige bien —al igual que el testimonio oral o, ya puestos, el documento de archivo—, hable por sí sola. Matthew Brady, el fotógrafo norteamericano que convenció al gobierno federal para que respaldase la obtención de un testimonio visual de la Guerra de Secesión, describió la fotografia como «el ojo de la historia». Invocaba la historia en el sentido de Tucídides, como acto de conmemoración, de conservación de hazañas narradas que de lo contrario caerían en el olvido, de constatación destinada a la posteridad. Por lo común, el asunto se considera desde ese punto de vista, ya sea en los debates contemporáneos acerca del «realismo» y la «representación», o en esos, mucho más viejos (tan antiguos como

20 Humphrcy Spender, Worlaown People: Photographs from Northern England, 1937-38, Bristol, 1982. Se trata de las fotografías tomadas como parte de la investigación emprendida por Mass Observation en relación con Bolton. Véase también la autobiografía de Spender, «Lensman», Photographs 1932-1952, Londres, 1987. 20 La serie «Photofile», de Thames & Hudson, dispone de una colección asequible, si bien miniaturizada, de imágenes de Brassai. 3" Las innovaciones fotográficas de Bill Brandt —sus agrupaciones orquestadas y sus escenas coreografiadas, su empleo de la iluminación en clave alta y su predilección melodramática por las escenas nocturnas (o crepusculares)— van haciéndose más patentes con cada exposición retrospectiva. Acerca de la exposición más reciente y su valoración, véase Ian Jeffrey, Bill Brandt: Photographer, 1928-1983, Londres, 1993. Por lo visto, la famosa serie de televisión Upstairs, Downstairs [Arriba y Abajo] se basó en su obra de 1939, The English at Home, The Stoty of Popular Photography, ed. Colin Ford, Londres, 1989, pág. 26. S' 'Acerca de la serie «madre itinerante», véase Carl Fleischhauer et al., eds., Documenting America, 1935-1983, Berkeley, 1988, págs. 8, 16-17, 20, 25-26, 34, 36, 41-44, 68-70.

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Las fotografías que servían como recuerdo de las vacaciones parecen haberse escorado ya en fecha muy temprana hacia lo cómico, lo sentimental y lo grotesco. Los escenarios glamorosos o de ensueño invitan a realizar un análisis semiótico (o psicoanalítico) desde la perspectiva de la fantasía y el exceso: no menos cierto es que también podrían utilizarse como índice de las modas visuales del momento histórico. El ejemplo de arriba, extraído de una inmensa colección de álbumes familiares reunidos por Audrey Linkman, se encuentra disponible en la Oficina del Registro de Manchester.

Esta fotografia, una de las veinte mil recientemente depositadas por la Compañía del Canal de Navegación de Manchester, nos presenta a una categoría de trabajadores que hasta ahora había escapado a la atención histórica: los peones infantiles. A diferencia de las abyectas criaturas que pueblan los grabados fabriles, estos muchachos ofrecen un aspecto decididamente chulesco. Con las manos cruzadas despreocupadamente o metidas en los bolsillos, quizá estén interpretando el papel de adultos, y tienen más aspecto de ser aspirantes a aprendices del célebre ingeniero Isambard Kingdom Brunei que de esclavos asalariados explotados.

Cabe sostener que el retrato de familia, aunque exija posar, es más «natural» que esas fotografías tipo «cámara indiscreta» (que gozan de tanto predicamento como ilustraciones con valor documental) en las que el fotógrafo sorprende al fotografiado. Quizá la familia parezca acartonada, pero no posan para el espectador sino para ellos mismos; proyectan una imagen, por fantasiosa que ésta sea, de lo que creen ser. En la de arriba, el padre, apartando la mirada de la cámara, parece hallarse en comunión consigo mismo, y el muchacho situado a su diestra parece deleitarse en una discreta sonrisita.

El niño-mártir fue un personaje con gran poder emotivo en el movimiento de agitación fabril de las décadas de 1830 y 1840. Hace mucho tiempo que los grabados impresos por la Comisión Real sobre el empleo de niños en minas y molinos gozan de gran popularidad a la hora de ilustrar libros de texto escolares. El discurso narrativo transmitido por la fotografia industrial decimonónica —fomentada en gran parte por los patronos— era muy distinto.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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la propia fotografía) en torno a si la cámara tiene o no tiene la capacidad de mentir. Pero el descubrimiento de las fotografías antiguas y su explotación generalizada para crear un efecto-actualidad, ya sea en ilustraciones populares, fondos televisivos, exposiciones museísticas o como recursos docentes, plantea una cuestión completamente distinta: el significado retrospectivo que adquiere una imagen en el curso de su carrera ulterior, de tal forma que una fotografía tomada quizá con una intención de lo más trivial —un encuentro de ciclistas que tuvo lugar en julio de 1914, por ejemplo— se convierte en una fuente de emoción estética (y de reflexión). El poder de evocación de estas imágenes reside en lo contrario de lo que a simple vista podría parecer. Quizá pensemos que acudimos a ellas para conocer el pasado, pero lo que las dota de relevancia histórica y convierte unos residuos más o menos casuales del pasado en preciados iconos es el conocimiento que nosotros les aportamos. Abandonado a sus propios recursos, el «ojo de la historia» se encuentra a merced de lo que ve, y a falta de un método crítico, por rudimentario que éste sea, es más que probable que una fotografía antigua se emplee como si fuera una diapositiva, para mostrarnos, con todo detalle y verosimilitud, la historia «tal como fue». Si no queremos estar a merced de las imágenes, y queremos emplearlas para tejer nuevos relatos o abordar problemáticas distintas, hemos de ser capaces de distanciarnos críticamente de ellas. El análisis de géneros también sería de ayuda, no sólo a la hora de identificar, o tratar de identificar, los complejos imaginativos que sostienen los relatos fotográficos, sino también para poner de relieve las imágenes arquetípicas subyacentes: la matanza de los inocentes, como en esas fotografías de mayo de 1945 en Bergen-Belsen que, según constataron Susan Sontag" y Theodor Adorno entre otros, transformaron la conciencia histórica de toda una generación; los horrores de la guerra, como el representado por la criatura de Biafra que mama de un pecho marchito, o la mano que asoma en el campo lleno de cadáveres en Gettysburg; la libertad en las calles, como en las populares fotos tipo «cámara indiscreta» que tomó Paul Martin de los niños londinenses, retozando tras la estela de los carros dedicados a la venta de agua o colgándose de las farolas." Prestar atención a la ideología tampoco estaría de más. El culto victoriano a la noción de genio, y hasta la frenología, quizá, ayudaría a explicar la fuerza de los retratos realizados por Julia Margaret Cameron, dado que lo que ella se propuso, desde su magnífico Tennyson en adelante, fue transmitir la esencia de la grandeza por medio de sus modelos. Asimismo, el romanticismo aristocrático o byroniano podría ayudar a dar cuenta de su melenudo Herschel o de los mechones sueltos de su Ellen Terry. En época más reciente, lo que podríamos denominar «bucolismo urbano» —que desciende por una parte de la colaboración entre Utrillo y Atget, pintor y fotógrafo, respectiva-

32 Susan Sontag, On Photography, Harmondsworth, 1979, pág. 19 [ed. cast.: Sobre la fotografía, trad. Carlos Gardini, Madrid, Alfaguara, 2005]. 33 Bill Jay, Victorian Candid Camera: Paul Martin, 1864-1944, Londres, 1973.

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mente, que aunaron sus fuerzas para convertir las calles de París en un carrusel de diapositivas, y del music hall y el cabaret por otra— quizá ayudara a desentrañar algunas de nuestras imágenes fotográficas urbanas más imperecederas, como esas que se venden, en ediciones piratas, en los puestos de Covent Garden a altas horas de la noche, o esas que cuelgan de las paredes de los pubs como grabados de época. Es curioso que los historiadores, por lo común tan puntillosos en lo que hace a la utilización de los documentos como pruebas, tengan muchos menos reparos a la hora de fiarse de las fotografías, y consideren que reflejan los hechos de forma transparente. Quizá las acompañemos de pies para destacar aquello que —de cara a nuestros objetivos— nos parecen detalles reveladores,' pero no nos sentimos obligados a cuestionar (ni, ya puestos, a corroborar) la autenticidad de la imagen ni a indagar acerca de su procedencia, ni a especular en torno a por qué algunos personajes están presentes y otros, cuya presencia cabría haber esperado, están ausentes. Ni siquiera seguimos las reglas elementales de nuestro oficio, como averiguar el nombre del fotógrafo, las circunstancias en las que se tomó la fotografía o la fecha de ésta. En consecuencia, no tenemos forma —en contraste con lo que haríamos en caso de recurrir a un manuscrito o a una fuente impresa— de entrecomillar, en sentido figurado, las fotografías antiguas, ni, aun cuando las usemos para apoyar un argumento, de ponerles notas al pie ni referencias. Lo único que aparece es un simple crédito —«Colección Mansell», «Biblioteca Fotográfica Mary Evans», «Museo de la Vida Rural Inglesa»— como si los depositarios tuvieran la misma autoridad que una fuente. Al cabo de treinta años, seguimos sin disponer siquiera de un procedimiento académico consensuado que permita tratar las fotografías con la misma solemne seriedad que se le dispensa a fuentes mucho menos problemáticas. Como dijo mordazmente un conservador, a la mayoría de ellas se las trata como toallitas para los ojos." El uso que los museos hacen de las fotografías, por atenerse al argumento de Gabriel Porter, no es menos estrafalario. Así como los artefactos materiales se clasifican con mucho mimo, respetando escrupulosamente los criterios de antigüedad, género y procedencia, en cambio las ampliaciones o los apoyos fotográficos que dramatizan «la imagen del pasado» y recrean, quizás, algún lugar de trabajo o interior doméstico, se tratan como si no requiriesen explicaciones de ninguna clase. «En la colección de objetos [la cursiva es suya] cada artículo está identificado; la producción y el uso están documen-

" Con frecuencia la práctica de ponerle leyendas a las fotografías es muy «omnisciente», y da a entender que tenernos conocimientos de primera mano e información privilegiada acerca de los sentimientos y pensamientos más recónditos de los protagonistas. Como señala Michael Baxandall en un contexto distinto («Exhibiting Intention», en Ivan Kard y Steven D. Lavine, eds., Exhibiting Cultures; The Poetics and Politics of Museitin Display, Washington, 1990, págs. 35-36) tales etiquetas no son descriptivas «en ninguna acepción normal de la palabra»; son actos de interpretación que se pretende hacer pasar por elementos verbales auxiliares. 35 Roger Taylor, en el transcurso de una conversación con el autor, septiembre de 1992.

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tados; la adquisición por parte del museo se registra por medio de un documento de traspaso; se buscan materiales contextuales... Las imágenes del archivo fotográfico, sin embargo... hablan por sí solas». 36 Si hemos de utilizarlas como ilustraciones históricas o pruebas empíricas en relación con el pasado, las fotografías requieren crítica histórica. El análisis formal, realizado desde los puntos de vista de la composición, la iluminación y el encuadre —la gramática de la fotografía—, nos dirá algo acerca de lo que pretende la cámara en, pongamos por caso, la fotografía de trabajadores cuidadosamente coreografiada, la instantánea cómica de vacaciones, el retrato infantil estilizado. Las técnicas de enlace, que iluminan lo visible por medio de aquello que no se ve, y que ponen el acento en aquello que el encuadre deja fuera, quizá nos ayuden a reconstruir los contextos originales, como se ha procedido a hacer, siempre que ha sido posible, en el caso de la colección de álbumes familiares de Manchester. Los historiales delictivos o médicos podrían sin duda trastocar por completo el significado de las fotografías policiales decimonónicas. El análisis de géneros, como el que se aplicaría de forma rutinaria a un texto literario, podría utilizarse para explicitar las opciones estéticas que el fotógrafo tuvo o no tuvo a su disposición, digamos en las «panorámicas» de las avenidas principales (una de las imágenes predilectas de las reediciones actuales) o (una de las grandes ausencias) las de la historia natural. Ante todo, para no encontrarnos a merced del inconsciente óptico, semejante crítica tendría que abarcar también lo inmediato, e indagar las causas por las que determinada fotografía resulta atrayente desde el punto de vista contemporáneo. Las fotografías del siglo xIx, o al menos las que se han reeditado en los últimos años, se fabricaban conscientemente con vistas a producir determinados efectos narrativos o visuales. En el caso de las fotografías de exteriores, a menudo hubo que sobornar o pagar por su colaboración a los modelos o protagonistas, los cuales podían estar disfrazados para la ocasión —más o menos del mismo modo en que Curtis disfrazó a sus indios americanos— para darles un aspecto más tradicional. Como lo expresó un camarógrafo de 1872:

Hace unos días se me presentó la gran oportunidad de tomar unas fotos de la siega y recolección del heno, y no dudé un instante en aprovecharla. Me tomé grandes molestias a la hora de instruir a los jornaleros y disponer los carros y los caballos —además de otros accesorios— para que la composición quedara bien; después aguardé a que llegara el momento del día en que estimé que concurrían los mejores efectos de luz y sombra, y entonces fotografié la escena."

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Más dificultades planteó el caso —relatado en The Photographic News del 9 de octubre de 1885— de un zapatero con ideas políticas: Mi modelo... pasó por delante de la puerta de mi estudio, y al verle con un aspecto tan desaliñado, se me vino a la cabeza que si conseguía hacerle posar podría retratarle. Entablé conversación con él, y no tardé en descubrir que era zapatero de profesión y que su gran pasión era la política. Tras mucho insistir, conseguí hacerle entrar en el estudio, pero en cuanto me atreví a sugerirle directamente que posara para una fotografía, se fue derecho hacia la puerta. Enseguida arreglé la situación invitándole a una cerveza; hacerme con una caja de embalaje vacía, un cajón viejo y un poco de cuerda y cartón fue cuestión de dos o tres minutos. Lo más dificil de todo fue dejarle más desaliñado aún de lo que estaba, y cuando le pedí que se quitara el gabán se levantó de un salto y se negó diciendo: «No, así mis amigos no me reconocerían». La expresión que buscaba la obtuve alterándole con los últimos discursos (políticos); en el último instante le pregunté si se había enterado de la derrota del gobierno y la disolución del parlamento, lo que le llevó a estirar el cuello y preguntar: «¿Que el gobierno ha sido derrotado? ¿Dónde?» Entonces le retraté. El paso siguiente fue construir un taller de zapatería, cosa que hice en mi cuarto de revelado, y luego revelé la fotografía utilizando esta imagen como fondo."

Por mucha importancia que dieran a la espontaneidad y a los escenarios informales o naturales, los realistas sociales —o documentalistas fotográficos— de la década de 1930 estaban aherrojados por convenciones tan restrictivas e inflexibles como las de sus predecesores del siglo >0x. En las fotografías de la serie «Worktown»* de Humphrey Spender —la contribución de éste al estudio de Bolton realizado por Mass Observation** en 1937— lo habitual es que a los protagonistas se les vea de espaldas o de costado. Los retratados parecen preocupados o retraídos. Los rostros, cuando se ven en primer plano, están marcados por la inquietud. Abundan las imágenes de situaciones de hacinamiento, y en ningún otro lugar tanto como en el pub, donde los bebedores se encuentran literalmente acorralados. Las gradas del canódromo están abarrotadas de hombres con aspecto de galgos. Un plano largo de una

38 Ibíd., 9 de octubre de 1885, pág. 642. La fotografía en cuestión, «Strengthening the Understanding», fue premiada en el transcurso de la exposición anual de la Sociedad Fotográfica y reproducida en el número del 9 de octubre del Photographic News. Le estoy muy agradecido a Audrey Linkman por ambas referencias. * La «ciudad del trabajo». (N de los t.) ** Desde 1937 hasta los años cincuenta, trabajó en el Reino Unido una organización que, 36 Gaby Porter, «The Economy of Truth, Photography in Museums», con el nombre de Mass Observation, se dedicaba a la investigación social. Su propósito fue 1989, págs. 20-33. Ten/8, 34, otoño de estudiar las condiciones de vida, especialmente las de la clase obrera, y su labor dio como 37 «Useful to Artists», por «Only a Photographer», resultado una abundante documentación sobre cómo eran entonces los ciudadanos de aquel país. Photographic News, 19 de julio de 1872. de loslat.)reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación (N, respetando Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

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