Ramsés II La Verdadera Historia - Christiane Desroches Noblecourt

March 18, 2017 | Author: Ziro | Category: N/A
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Christiane Desroches Noblecourt Ramsés n La verdadera historia Ediciones Destino

Christiane Desroches Noblecourt Ramsés II

Título original: Ramsès II. La véritable histoire

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Diseño de la cubierta: Jordi Salvany Mapas, croquis e índices: Elisabeth David Las ilustraciones son propiedad de la autora Fotografía de cubierta: Vigilante junto a la estatua de Ramsés II, Luxor (© Index). © Éditions Pygmalion / Gerard Watelet á Paris, 1996 © Ediciones Destino, S. A., 1998 Enric Granados, 84. 08008 Barcelona © de la traducción, Juana Bignozzi, 1998 Primera edición: septiembre 1998 ISBN: 84-233-3032-X Depósito legaFB. 37.012-1998 Impreso por Romanyá Valls Verdaguer, 1. Capellades (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain

A los maestros de los escritos ramésidas Sir Alan Gardiner, Charles Kuentz, Jarosláv Cérny Kenneth Kitchen.

¿POR QUÉ VOLVER A ESCRIBIR SOBRE RAMSÉS?

Este libro, según la verdad histórica conocida hasta hoy, no tiende a la evocación de la vida diaria en Egipto en la época de Ramsés, en la que la imaginación muy a menudo prevalece sobre lo real. Mi propósito es, simplemente, enmarcar dentro de lo po­ sible el fenómeno Ramsés, fascinante para algunos, e irritante para los espíritus impacientes que chocan con la fraseología enfá­ tica de los antiguos textos oficiales, con alabanzas ditirámbicas hacia el soberano, y con la exageración de las diferentes hazañas comentadas. Al igual que a menudo me dediqué a desmitificar la «vengan­ za de Tutankhamón», las exposiciones delirantes sobre cierta «ciencia misteriosa de los faraones», o también el «secreto de las pirámides», mi intención ha sido, con una actitud semejante, la de presentar a nuestro héroe con todo el rigor científico posible, donde no tenga lugar lo subjetivo, y describirlo, en grandes lí­ neas, como lo recordaron recientemente algunos de mis colegas ya sea en el curso de exposiciones precisas pero sucintas, apareci­ das en manuales, como las de Nicolás Grimal' o de Claude Vandersleyen2 o en obras dedicadas a ese gran personaje; citaré natu­ ralmente, y antes que nada, la obra de Kenneth A. Kitchen,3 que podía permitirse esa hazaña después de reunir una cantidad im­ presionante de escritos contemporáneos concernientes al rey y a sus antepasados inmediatos.4 Esta base esencial de referencias sigue siendo la mejor, y de una gran utilidad. Agregaré que la cronología todavía un poco discutida en cuanto al desarrollo del reinado, una vez establecida por Kitchen, me parece la mejor y cuadra muy bien con la de los 9

soberanos cercanos del Egipto ramésida. Naturalmente, la he adoptado. Entonces, se preguntarán ¿por qué volver a escribir su histo­ ria? Porque el azar, o el desarrollo de los acontecimientos, me ha permitido cruzarme a menudo con testimonios sobre nuestro hé­ roe, un héroe del que quisiéramos comprender su personalidad íntima. Durante casi treinta años, frecuenté muchos de sus tem­ plos y busqué su razón de ser. Cuando hacia 1954 Egipto proyectaba edificar la Gran Presa — Sadd el-Aali— , para formar el inmenso lago Nasser destinado a contener el agua de la inundación anual necesaria para la vida del país, se vio que los templos de las diferentes épocas que ja­ lonaban las orillas de la Nubia egipcia, corrían el riesgo de desa­ parecer. Al contribuir a su estudio y salvación, durante más de veinte años, me interesé especialmente por los que Ramsés había consagrado entre la 1.a y la 2.’ Catarata del Nilo. Desde entonces me he planteado muchos interrogantes. Por ejemplo ¿por qué en esa zona de escasa población y donde, ade­ más, todos los hombres válidos iban a ganarse la vida al Egipto metropolitano, nuestro faraón había hecho erigir o excavar a lo largo de unos 390 kilómetros siete impresionantes «casas divi­ nas»? Se trata de los templos de Beit el-Wali, G erf Husein, Wadi es-Sebua, Derr, Meha e Ibchek (los dos speos de Abu Simbel), y Aksha (al norte de Sudán). Encontrar la razón de ser esencial de esas fundaciones, en esas épocas lejanas donde los templos no se erigían para el uso de los fíeles, sino para mantener inteligente­ mente la «máquina divina», planteaba un problema serio, digno de ser elucidado. Tuve la rara oportunidad de acercarme con frecuencia a esos santuarios lejanos casi abandonados que nadie, ni aun los egiptó­ logos, visitaba desde la edificación de la primera presa, a comien­ zos del siglo. Nuestros esfuerzos tuvieron éxito y los templos se traslada­ ron de 120 metros por encima del nivel del mar, más hacia el oeste, en las últimas orillas nubias que subsistían, a 180 metros por encima del mar. Entonces, con mi equipo de colegas france­ ses que dependía principalmente del CNRS,5 y los colegas egip­ cios del CEDAE,6 continué el trabajo sobre el excepcional faraón y los mensajes que quería entregar, en su magnífico Templo de M i­ llones de Años: el Rameseo.7 Creo haber podido detectar algunos 10

de sus móviles, y las ruinas cercanas me permitieron, además, reconstituir el primer mammisi independiente del templo, erigi­ do por Ramsés para su madre Tuya y para Nefertari, la Gran Es­ posa real. También estaba el Valle de las Reinas: de necrópolis princi­ pesca en la XVIII dinastía, se convirtió en la de las grandes damas de la familia ramésida y de algunos príncipes. También allí hay mucho para cosechar. Además tuve la suerte de volver a des­ cubrir la tumba de Tuya, madre del faraón, lo que me permitió aclarar varios puntos históricos. Y finalmente también se puso en el programa la tumba del faraón, en el Valle de los Reyes, saquea­ da en la Antigüedad. En 1975, una nueva incitación volvía a acercarme a Ramsés: nuestro ministro de Cultura, Michel Guy, de acuerdo con su ho­ mólogo egipcio, me pidió que organizara en París una exposición sobre el faraón, sólo con los monumentos que se conservaban en el Museo de El Cairo. De inmediato surgió la personalidad de Ramsés, hijo de Setos, cuya historia se podía evocar muy bien: ¡un rey con sesenta y siete años de reinado efectivo, a los que hay que agregar el tiempo de corregencia con su padre! No existe, en el curso de las treinta dinastías egipcias, un monarca del que se pueda seguir la existencia casi año a año como sucede con Ramsés. Era la ocasión para reagrupar la cosecha de nuevas informaciones recogidas en Nubia y Tebas, en especial en sus fundaciones, y de esbozar algunas respuestas a tantos interro­ gantes acumulados a lo largo de los años. También era necesario animarse a abordar el tema del Éxodo, objeto de tantas fabulaciones... Durante la preparación en el Museo de El Cairo de esta expo­ sición (que luego iría a Canadá y Estados Unidos) el estado alar­ mante de la momia del viejo faraón me incitó a iniciar gestiones que desembocaron en la curación en París de esta prestigiosa reli­ quia amenazada de destrucción. Los siete meses en los que Ram­ sés fue auscultado, y luego curado, en el Museo del Hombre fue­ ron benéficos. La cura de la que fue objeto lo liberó de un temible Daedalea Biennis, pero los innumerables análisis practicados nos entregaron secretos que ningún texto antiguo — son tan poco lo­ cuaces sobre la persona del faraón— , hubiera podido proporcio­ narnos. Y de esta manera, el aporte de esos largos años de estudio me 11

permitió reunir, y por lo tanto agregar, algunas piedras al edificio ya alzado a esa gran figura insignia. No es necesario apelar, lo que evidentemente es más cómodo, a la imaginación para recons­ truir la existencia de una de las más asombrosas personalidades del mundo de la Alta Antigüedad. En este caso, de alguna mane­ ra, sería traicionarlo. Por cierto que aún subsisten zonas de sombra, pero veremos que la aplastante realidad de la vida de Ramsés, y la atracción apasionada que suscita, superan todas las ficciones, por brillantes que sean, que pudieran surgir de la mente de un novelista.

Al frente: Rostro de la estatua derrum bada de Ram sés 11, en palmar de M it-Rahine.

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El Valle del Nilo hasta la unión del Nilo Blanco y el Nilo Azul

I

EL ÚLTIMO MILAGRO DE RAMSÉS

Julio de 1213 antes de nuestra era: el día de año nuevo

Se había celebrado el decimocuarto jubileo del faraón, la so­ lemne ceremonia de confirmación del poder que tenía lugar des­ pués de treinta años de reinado. Durante todas las ceremonias, y desde que había superado los noventa años, el soberano ya no abandonaba su palacio de Pi-Rameses, la encantadora residencia del norte. Él, cuya longevidad no cesaba de prolongarse, había visto morir a tantos de sus hijos, que estaba profundamente doli­ do. Varias veces, muchos de sus hijos habían desaparecido: en este momento le era difícil recordar sus nombres y confundía a Meriatum — muerto cuando su real padre tenía setenta y un años— con el príncipe Ramsés, el valeroso general muerto cuatro años después, cuando él ya hacía cincuenta que reinaba. Tres años más tarde, a los setenta y ocho años, perdía al príncipe here­ dero Setherjepeshef, hijo mayor de la Gran Esposa real Nefertari, que había llegado al Bello Occidente. La última prueba fue, sin em­ bargo, la muerte de su favorito — el duodécimo príncipe herede­ ro pretendiente al trono— , el sensato y piadoso Jaemuese, Sumo Sacerdote de Ptah en Menfis: ¡Ramsés, que tenía entonces ochen­ ta años, hacía cincuenta y cinco años que ocupaba el trono de Egipto! Cuando designó a su decimotercero eventual sucesor al trono, 15

el príncipe Mineptah, hijo de Isisnofret, segunda Gran Esposa real, los más cercanos al faraón decidieron precipitar el ritmo de los grandes jubíleos regeneradores y celebrarlos a partir de en­ tonces cada dos años, para proporcionarle un rejuvenecimiento. Así se sucedieron, durante los últimos diez años del reinado, de diez a catorce fiestas sed: fueron organizadas por el visir del sur, Neferrenpet, asistido por Hori, al parecer, uno de los nietos de Ramsés. En esas condiciones, por qué el faraón de gloria legenda­ ria no podía beneficiarse con ciento diez años de vida, atributo de los sabios. ¡Todos parecían esperarlo! También el anuncio del nuevo año se había vivido con gran esperanza en todo el país. La estación cálida, shemu, estaba por terminar, los cuatro meses durante los cuales la tierra de Egipto se había secado progresivamente, tocaba a su fin: se esperaba con fervor la llegada del agua fresca y pura, el agua de la inundación que debía producirse después de los últimos cinco días del últi­ mo mes de la estación, los Suplementarios que luego los griegos llamaron los «Epagómenos».' Eran temibles esos momentos en que los miembros de la futu­ ra familia osiríaca iban a nacer del seno de Nut, la bóveda celeste: durante este período podía suceder cualquier cosa. Era recomen­ dable permanecer al abrigo de su casa. Las arrasadoras flechas de Sejmet, la imprevisible de cuerpo tan suave, pero de amores tu­ multuosos y con una cabeza de leona poco amena, podía provo­ car la peste, el mal aire — la malaria— acechaba. Por lo tanto, se estaba seguro de una inundación abundante para ese comienzo del año sesenta y siete del reinado del gran Ramsés. Como de costumbre, el visir había informado regular­ mente a palacio del régimen del Nilo desde comienzos del mes de mayo, cuando el río estaba en estiaje, o sea que presentaba su nivel más bajo. La subida de las aguas se vigilaba en varios pun­ tos del país pero, sobre todo, desde el Dyebel Silsila, donde el Nilo, después de haber atravesado en último lugar Nubia, llega­ ba a Egipto. Cerca de las grandes estelas de las capillas ramésidas creadas en el acantilado occidental, se habían arrojado las ofren­ das a las aguas para que las hiciera propicias para la vida del país.

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Se desata la inundación La víspera de la fecha esperada, la Noche de Re — la «noche vieja»— se celebró de manera entusiástica. Cada edificio, cada casa respondía, en la tierra, al brilln de las estrellas, con la multi­ tud de lamparillas encendidas en sus puertas. Y luego, en ese pri­ mero de año de la estación ajet, poco después del 18 de julio de 1213 antes de nuestra era, el agua se desató en un resplandeciente calor atemperado por los benéficos vientos etesios que, viniendo del norte, rizaban la superficie del río y hacían más lento su cami­ no hacia el mar. Desde lejos, se oía como un murmullo, el sonido de las arpas que, desde el fondo de los templos, acogían el renacimiento del mundo: más apremiante, el m urmullo de los cantos de alegría planeaba por encima de todo el país. En las ciudades y pueblos, se hundían los diques de tierra que obstruían los canales secos, para que el agua reaparecida de pronto volviera a expandirse, a pesar de que los campos estaban cubiertos por los aluviones fe­ rruginosos rojizos del lejano Atbara etíope. La tierra de Egipto se convertía en un mar en el que multitud de barcas, floridas y decoradas con banderolas, bogaban al son de los tamboriles y del doble oboe. Era primero de año: cada uno, con sus vestimentas de fiesta,2 a menudo estrenadas para esa cir­ cunstancia, iba a buscar agua nueva para bebería, también para conservarla en jarras donde se decantaría, y hasta para enviarla más allá de los límites del país, a manera de talismán y prenda de fecundidad. También se bebía mucho «vino nuevo», el del Delta, de El-Fayum, y hasta el néctar más raro de la isla de Sehel, cerca de Asuán, porque la llegada de la inundación coincidía con la vendimia: así se celebraba ruidosamente el primer día del primer mes del año, el mes de Tot, el de la ebriedad (Tej). En el techo de los templos, desde antes del alba, los sacerdotes habían instalado la estatuilla del culto divino, sacada de su naos chapada en oro, expuesta de cara al este para que el beso del sol naciente pudiera recargarla con la energía divina. El nacimiento del nuevo año se proclamaba de terraza en terraza, desde la sali­ da excepcional del astro que aparecía una vez por año en la zona del cielo en que la estrella Sotis (Sirio) volvía a ser visible después de setenta días de eclipse. Esta estrella, conocida todavía hoy como la más brillante de la constelación del Can Mayor, se evoca18

Escena de «pesca m ilagrosa» durante la inundación. (Pintura tebana)

Nave con la cabina de un señor. (Tumba tebana de Menenna)

ba con la forma de una perrita con la cola «ensortijada», cuya imagen se ofrecía como regalo para el primero de año, desde la protohistoria hasta la dominación romana del país, en el momen­ to de los fuertes calores, por eso el nombre de canícula (calor de perrita, canícula). Sin embargo, en palacio, en el mayor secreto, los médicos (Sinu), los mismos que tantas veces habían sido enviados por el faraón a la cabecera de los príncipes de los países de Asia, ansio­ sos de beneficiarse con el concurso de esos brillantes expertos, estaban impotentes ante un moribundo. Aquel a quien el pueblo había tomado la costumbre de llamar, desde hacía mucho, con un matiz de familiaridad Sesu,3 agonizaba. Sin embargo, para el país y para los pueblos en los que había sabido inspirar respeto hacia Egipto, el que iba a morir había encarnado: el Glorioso sol de Egip­ to, la Montaña de oro y de electro, el pienso de Egipto, el Elegido de Re en la barca del sol, el Dios perfecto, hijo de Amón, la Imagen perfecta de Re, la Estrella del cielo, el Sol de los Príncipes, el Sol de todos los países, el Toro potente, el Protector de Egipto, El que doblega a los países ex­ tranjeros, el Grande en victorias, Señor de las Dos Tierras...

El rey ha muerto... Privado de sus últimas fuerzas, sin dominar el funcionamien­ to de los siete gloriosos orificios de su cabeza (dos ojos, dos ore­ jas, dos narices, la boca), doblegado por implacables dolores que doblaban su cuerpo hacia delante, el rey del Alto y Bajo Egipto Usermaatre Setepenre, hijo del sol Ramsés Meriamón, iba a exha­ lar su último suspiro precisamente en ese decimonoveno día del primer mes de la estación de la inundación, al día siguiente del primero de año tradicional. J Apenas se difundió la noticia, en ese período de excepcional alborozo hubo que dar el anuncio in extremis, los gritos de duelo pesaron bruscamente sobre los cantos de alegría. ¿Era posible? Cómo el hijo del dios en la tierra, héroe en su invencible juventud, imagen de la fuerza, de innumerable progenitura, garante de la fecundidad del país, el que había asegurado a Egipto tantos largos años de paz, el Gran Halcón, acababa de volar, la carne divina iba a volver a reunirse con la fuerza inicial de la que había salido. Alrededor del moribundo estaban reunidos los últimos hijos

que le habían dado sus Grandes Esposas reales, los de las esposas secundarias, y los numerosos nietos conducidos por el decimo­ tercero de sus herederos, Mineptah, su sucesor designado, naci­ do de la Gran Esposa real Isisnofret. El recuerdo de su bien ama­ da Nefertari, sueño de su juventud, primera Gran Esposa real y madre de los primeros príncipes herederos, muerta hacía cuaren­ ta años, parecía haberse borrado de su memoria. Sin duda Bintanat, de edad avanzada, su hija mayor y hermana de Mineptah, presente a su lado, había llegado unos días antes desde la resi­ dencia de las Damas reales, situada en El-Fayum, acompañada por Henutmire, una de las últimas princesas reales herederas, también confirmada Gran Esposa real. Entre los altos funcionarios de palacio que se hallaban en la cabecera del rey, muy pocos habían conocido su juventud, con excepción del anciano Sumo Sacerdote de Amón, Bakenjonsu, ya que el anciano visir Paser, que había colocado en la augusta fren­ te del nuevo faraón, el día de su coronación, las dos pelucas de la realeza, asimiladas a las dos diosas tutelares Nejabit el buitre y Uadyet la cobra, ya no estaba. Para Paser, convertido al comienzo de su ancianidad en Gran Sacerdote de Amón, el faraón debía cumplir el ciclo previsto por el dios. En efecto, había recordado que esas ceremonias, en las que participó siendo muy joven, se habían producido en el curso de la estación bendita de la inunda­ ción (ajet), sólo con una breve diferencia, es decir, entre el quinto y el undécimo día del tercer mes, sesenta y siete años antes: Hapi, que hace hinchar las aguas, iba a ordenar perfectamente el des­ tino terrestre del más ferviente de sus defensores. La excepcional longevidad de Ramsés aumentaría su gloriosa leyenda. En esa XIX dinastía, hubiera habido que buscar en los archivos de los templos, en lo más profundo del secreto de las Casas de vida, para encontrar los documentos que habían registra­ do el centenario de Pepi II de la VI dinastía. Por el contrario, los sucesores de Sesu se referían a la duración de su reinado, que deseaban poder igualar. Así, Ramsés IV expresaba, en una estela dedicada en Abido, el deseo de conocer un reinado tan largo como el del rey Ramsés, el Gran Dios, en sus sesenta y siete años.

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¡Viva el rey! La muerte de cualquier faraón podía provocar una ruptura del equilibrio cuyas insoslayables consecuencias era necesario evitar. Para paliar estos peligros temibles, el príncipe Mineptah, de unos cincuenta años, ya fogueado por una larga regencia al lado de su padre, fue, según la regla, inmediatamente entroniza­ do, esperando la investidura de la coronación, prevista para des­ pués del largu período de duelo y los fastuosos funerales. La noche del deceso, el cuerpo fue confiado a los sacerdotes momificadores para que iniciaran la preparación de los setenta días, con el fin de que el despojo del difunto transformado en Osiris pudie­ ra abordar el viaje de ultratumba en busca de eternidad. Iba a empezar el tiempo del duelo silencioso. A los gritos estridentes de las lloronas, a los gemidos expresivos de los hombres acuclilla­ dos, con la cabeza en las rodillas, sucedían los penosos momentos de postración. Mineptah, los príncipes y los notables se habían deja­ do crecer la barba, dando así a sus rostros un aspecto voluntaria­ mente descuidado.

Los embalsamadores Para recibir la primera purificación, Ramsés primero fue tras­ ladado a una capilla ligera, la Tienda de Purificación, cerca del tem­ plo de Ptah sin duda, donde, en un concierto de encantamientos salmodiados, el cuerpo fue rociado con el agua vivificadora.4 Luego los sacerdotes lo instalaron sobre una tabla de momifica­ ción en el «Lugar Puro», la Uabet, donde con gran secreto, bajo la responsabilidad del Superior de los misterios, que representa a Anubis,5Jefe del Pabellón divino y divino embalsamador, los ofi­ ciantes llamados Ut iban a afectar provisoriamente su integridad física quitándole el cerebro y las visceras, crimen sacrilego pero necesario, después de haberlo lavado con agua mezclada con na­ trón. Hicieron una incisión en el costado izquierdo del rey, sin duda con un cuchillo de sílex, de obsidiana, o de «piedra de Etio­ pía», para retirar los órganos que, después de ser lavados, fueron embalsamados. Volvieron a poner e¡ corazón en el tórax, así como los riñones, porque Dios sondea los corazones y los riñones. Además, el corazón, sede de la conciencia, debía pasar la prueba 23

el día del Juicio, como todos los súbditos del faraón. En cuanto a las visceras, serían depositadas momificadas en pequeños sarcó­ fagos de oro con la imagen del difunto. Luego los colocarían en vasos de alabastro donde cada órgano contenido sería identifica­ do con uno de los cuatro hijos de Horus: Hapi, Amset, Duamutef y Kebehsenuf,6 cuyas cabezas esculpidas en alabastro, pero con la efigie de Ramsés, servían de tapones. Las panzas de esos reci­ pientes, según el ritual, fueron colocadas bajo la protección de cuatro entidades femeninas: Isis, Neftis, Neit y Selkis, relaciona­ das con los cuatro puntos cardinales. Luego depositaron los va­ sos tapados en un cofre también de alabastro, que en los cuatro ángulos tenía, en relieve, la imagen de las cuatro diosas ya pre­ sentes en los vasos. Es probable que el conjunto fuera colocado, a su vez, en una pequeña capilla de madera dorada, en los ángulos de la cual volverían a encontrarse las estatuillas de las cuatro dio­ sas. Este complemento esencial de la momia, para la recomposi­ ción física del rey, debía acompañarlo en la tumba, rodeado del «mobiliario funerario». Entonces había que sumergir los despojos reales en un baño de natrón,7 para que desaparecieran las grasas y todas las ma­ terias putrescibles, y luego limpiarlos con el mejor vino de palma. Escurrido y secado, el cuerpo desembarazado de sus impurezas fue trasladado entonces, en un lecho de paja fina, al Per-Nefer o Casa del rejuvenecimiento. Allí, bajo la responsabilidad del jefe de los embalsamadores, el Canciller divino, los especialistas inicia­ rían la momificación de Ramsés con el arrollamiento de preciosas bandas del lino más fino, tejido en los talleres del Gran Harén de las Damas reales de Mi-ur, en El-Fayum, no lejos del lago Moeris. Estas últimas se inspiraban en la obra de Isis que había hilado los cordones preciosos utilizados por Neftis para los elementos de esa red profiláctica, artesanado sagrado considerado como pro­ cedente de una especie de magia universal.' Los sacerdotes que aplicaban las vendas, le habían devuelto a Ramsés, con pequeñas almohadillas de lino perfumadas, los relieves esenciales desapa­ recidos con las grasas. Los labios fueron remodelados y bajo las pupilas cerradas se habían colocado ojos falsos. La nariz, con el cartílago afectado por el paso de los ganchos destinados a extraer el cerebro, fue enteramente rellenada con granos de pimienta,8 mientras que el Sacerdote-lector, portador del papiro que contie­ ne el ritual sagrado, no dejaba de recitar las fórmulas de protec24

Colgante con el nombre de Ramsés proveniente del «Tesoro funerario» de su hijo Jaemuese.

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Dos brazaletes de oro y lapislázuli, con el nom bre de Ramsés. (M useo de El Cairo)

Fabricación de la máscara funeraria de una momia a la que se coloca el sudario.

ción. Un anillo de oro mantenía el corazón sólidamente unido a la parte superior izquierda del tórax, que fue enteramente tapizado con hojas de tabaco silvestre picadas, pegadas con resinas odorí­ feras. Entre las plantas que lo rellenaban, innumerables flores de manzanilla — muy probablemente mezcladas con numerosos amuletos de oro y terracota barnizada de color turquesa— , aña­ dían su sutil aroma protector.9 Y finalmente como Osiris herido de muerte por el Maligno, ahogado y privado de su miembro procreador que el pez siluro se tragó, el cadáver había sufrido, en el curso de una escena dra­ mática mimada, la ablación del pene que, momificado, fue vuelto a colocar en su lugar en previsión de su futuro despertar.

La momificación de Ramsés En los talleres, los orfebres se habían dedicado a las joyas fu­ nerarias: largos collares ornados con escarabeos símbolos del alba de la resurrección, barcas divinas, diosas tutelares que flan­ queaban el ojo-U dyat que evoca la plenitud reencontrada, imáge­ nes erguidas de Osiris con los cetros de la realeza, colgantes en forma de pilonos de templos enmarcando las imágenes de Isis y Neftis que preparan la animación del misterioso pilar-dyed, todo estaba listo al lado de los amuletos, y de las grandes siluetas de genios alados recortadas de planchas de oro, destinadas a ser deslizadas en los pliegues de las vendas, en los lugares precisos donde se habían quitado los órganos. Cada vez que se depositaban amuletos o se colocaban joyas, los oficiantes recitaban una plegaria apropiada. Un cinturón de oro y perlas multicolores «tejidas» mantenía sobre el abdomen del rey su legendaria daga con mango adornado con dos cabezas de hal­ cón enfrentadas, la que tan a menudo aparece en las estatuas del soberano, como se podía ver en el gran coloso de Menfis. Dediles de oro protegían las extremidades de sus pies y sus manos. t Llevaba anillos en todos los dedos; los más armoniosos con decoraciones que evocaban las imágenes del ojo sagrado, del loto de donde surge el sol, o del escarabeo: este último motivo estaba montado sobre una base de manera que la cara interior pudiera utilizarse como sello, con una fórmula profiláctica, o también con el nombre y la imagen del faraón. 26

Los largos cabellos de Ramsés, sedosos y extrañamente sua­ ves, blanqueados por la edad pero ligeramente pasados por hen­ na (igual que los dedos de los pies y las manos), no habían sido alterados por la calvicie, a pesar de la edad avanzada del sobera­ no. Un turbante plano de oro fino envolvía la cabeza. Sin embar­ go, no habían logrado fijar, a la altura de la frente, las dos formas animales erguidas de las diosas primordiales, el buitre y la cobra, que debían ayudar a la reconstitución del difunto10con el aspecto de su radiante juventud. La saliente muy pronunciada de esas insignias era incompatible con la colocación directa sobre el su­ dario de la pesada máscara-peto de oro macizo que debía cubrir la cabeza y el torso de la m om ia." Entonces deslizaron esas dos insignias debajo del sudario, contra cada una de las piernas de la momia. Por el contrario, los dos animales de la realeza que ador­ nan el frente del primero y del segundo sarcófago momiforme estarían rodeadas por la pequeña «corona de justificación»12 he­ cha de hojas de persea y pétalos de loto azul. Así, desde el co­ mienzo de su odisea por el más allá, Ramsés recibiría el viático que le aseguraría el reconocimiento de su legitimidad solar con­ firmada por la prueba del juicio. Largas bandas de lino «ataban» el cuerpo en su mortaja, antes de que fuera introducido en los diferentes sarcófagos realizados según el ritual.13

Sarcófagos y capillas Los miembros de la familia fueron entonces invitados a la «colocación en los sarcófagos»: las Damas reales rodearon el cue­ llo y los hombros del rey con guirnaldas florales trenzadas con hojas de persea desde la mañana, pero que se conservarían secas durante siglos, mientras no fueran puestas en contacto con el aire. Después de la colocación de la máscara-peto de oro, la mo­ mia fue depositada en el primer sarcófago, también de oro maci­ zo, que luego ocupó su lugar en un segundo sarcófago de madera chapada en oro e incrustada con pasta de vidrio que imita la tur­ quesa, el lapislázuli y la cornalina. Finalmente, un tercer sarcófa­ go exterior recibiría todos esos «encajonamientos». Era de made­ ra dorada, y su cuerpo, como el de los otros dos ataúdes, llevaba el decorado grabado en grandes alas protectoras dispensadoras 27

Barca funeraria de Tutankham ón equipada con su cabina. (M useo de El Cairo)

Las lloronas rodean la cabiiv» funeraria que boga hacia la necrópolis.

del «aliento de vida». Ramsés ya estaba dispuesto para llegar a la necrópolis real donde dormían sus predecesores desde el co­ mienzo del Imperio nuevo. Completada la momia y el primer «adiós al muerto», Mineptah, nuevo faraón, fue provisoriamente a Tebas, y tal vez a la ori­ lla izquierda, a la residencia preparada por Ramsés, en el recinto del templo jubilar, el Rameseo, donde tantas veces se habían cele­ brado los ritos anuales de confirmación del poder real.14 Tenía que asegurarse de que las importantes ceremonias de los funera­ les, organizadas por el visir del sur, en esa época alcalde de Te­ bas, Neferrenpet, se desarrollarían según el antiguo ritual y con todo el fasto deseado.

Ramsés deja su capital Al este del Delta, en las orillas de las Aguas de Re, a la altura de Pi-Rameses, la gran nave funeraria de sesenta codos de longitud, fabricada para las exequias del rey, todavía estaba en el muelle. Se había colocado en ella un cubo que protegía los sarcófagos y el cuerpo real. Ese navio-catafalco estaba adornado con altos tallos de papiro que recordaban las marismas primordiales en las que estaban los «manes» de Ramsés. Rodeando el aparato funerario y asistiendo a la última Gran Viuda, lloronas arrodilladas o de pie, elevando los brazos al cielo, ofrecerían, durante todo el recorrido desde el este del Delta hasta Tebas, el cuadro emocionante del dolor. La embarcación real de Mineptah remontaba la corriente a la cabeza del cortejo fluvial. La seguía el remolcador destinado a sirgar la nave funeraria provisto también de una ancha vela hori­ zontal de dos vergas, tejida con decoraciones multicolores. Se­ cundando la acción de los remos, contribuiría a afrontar mejor las aguas del tercer mes de la inundación (octubre de 1213 antes de nuestra era), aumentadas por los aluviones y con la corriente du­ plicada. Las otras naves del cortejo habían sido cargadas con el inmen­ so mobiliario funerario del rey; pero en ellas también habían ocu­ pado un lugar los miembros de la familia, los altos funcionarios y los sacerdotes funerarios. Desde el comienzo del desfile fluvial, los ribereños, campesi­ nos y ciudadanos, alertados por la noticia de su inminente paso, 29

se habían amontonado en las orillas: el espectáculo que se de­ sarrollaba era sorprendente. No sólo el fasto de la tripulación fas­ cinaba a los espectadores, sino que en la orilla del agua los gritos de duelo de las mujeres, algunas poniéndose polvo del suelo en la cabeza, respondían a los cantos mortuorios de los bateleros con los estribillos tradicionales y todo contribuía a prolongar la pre­ sencia del eterno Ramsés que no dejaba de dominar Egipto. Se hizo una escala de dos días a la altura de Abido, santuario de Osiris en cuyo mundo Ramsés acababa de integrarse: no había que dejar de pedir la indulgencia del dios mártir. Después de los ritos preliminares de investidura, el Sumo Sacerdote Unennefer y su hijo Hori subieron a bordo de la barca real para escoltar al difunto hasta el Valle de los Reyes (la Gran Pradera). Más al sur, a la altura del inmenso templo de Amón, y en el muelle cubierto por las aguas de la inundación, el Sumo Sacerdote Bakenjonsu y todo su clero rodeando a Mineptah acogieron al difunto Ramsés y su cortejo. Sin duda, en el gran patio de ese templo de la reale­ za, y antes de la sala hipóstila, se había desarrollado un primer simulacro de juicio del muerto, al final del cual el veredicto pro­ nunciado por los poderosos contemporáneos de Ramsés decidió su eventual estadía en el mundo de los justos. Luego la flotilla, aún más imponente, porque estaba rodeada por las barcas de los notables tebanos, bogó por la inmensa extensión de agua de la creciente, que cubría la llanura occidental de Tebas. Dejando, al sur, los colosos del templo de Amenhotep III («de Memnón»), llegó directamente al desembarcadero del Rameseo, en esa re­ gión del Imentet donde la estadía de los muertos se hunde en el misterioso, insondable dominio de la gran Hathor. En el seno del templo jubilar, se mimó el recuerdo de los ritos funerarios más arcaicos, marcado por los cantos, las danzas (entre ellas la de los muu de Buto, con gorro de cañas), en el curso de la evocación del indispensable peregrinaje a las ciudades santas... Luego, por últi­ ma vez, esos lazos sagrados dispensaron al muerto las ondas be­ néficas con las que fue irradiado, durante sus sesenta y siete años de reinado, por intermedio de sus imágenes que adornaban los pilares de los dos vastos patios, representándolo como Osiris y luego como sol naciente.

30

la necrópolis real Y finalmente, al alba del día prescrito, partió el desfile fúnebre para llegar a las tumbas de sus «antepasados». Siempre en razón de las aguas que recubrían la tierra de Egipto hasta el límite de las arenas, la escolta fluvial vuelve a avanzar, para llegar lo más cer­ ca posible del largo camino que parte del norte de la cadena de los templos jubilares para hundirse en el dyebeh se necesitaron horas para descargar no sólo los pesados sarcófagos encajonados, sus catafalcos y sus andas, sino además el conjunto, más reduci­ do pero análogo, que contenía los vasos canopos, todo el mobilia­ rio: asientos, cofres, grandes lechos de transformación con for­ mas de animales, vasos de alabastro con los ungüentos, cestos de ropa, cofres llenos de joyas rituales, objetos de todo tipo, instru­ mentos y juegos, vestimentas y joyas, bastones, arcos y carcaj, grandes jarras con los mejores caldos de las bodegas del rey,15 estatuillas rituales doradas o bituminadas, y varios juegos de trescientos sesenta y cinco figuras que representaban, para cada día del año, al rey momificado (las shuabtis) pero adornado con diferentes coronas, destinadas a integrarlo en adelante en el mundo osiríaco del que reaparecerá, al año, como el nuevo Horus. Estos preciosos elementos, completados con ofrendas de ani­ males momificados en sus sarcófagos, fueron confiados a los Grandes del reino, funcionarios, amigos y servidores del rey que los cargaron a sus espaldas. Y el cortejo se puso en marcha. El trineo que soportaba el catafalco estaba arrastrado por bóvidos, y precedido por clérigos que desparramaban leche en el suelo. Seguían, lentamente, los dolientes, agrupados detrás de los dos visires con la cabeza rasurada, y los Nueve Amigos del rito apoyados en altos bastones, con la cabeza ceñida por ínfulas de duelo blancas. Venían luego los portadores de los altos tallos de papiro, numerosas lloronas con las vestimentas manchadas por el polvo ael camino que desparramaban sobre su cabeza, des­ peinadas, expresando una vez más ruidosamente la desespera­ ción. Finalmente, el largo cortejo alcanzó el comienzo del Valle del Oeste, allí donde Nebmaatre, el tercer Amenhotep, había construido su «morada eterna». En los dos lados del paso rocoso, el cortejo desfiló delante de los dos cuadros que Paser había he­ cho grabar en la superficie calcárea cuando, joven visir del sur, .

3)

Cortejo fluvial delante del puerto de Karnak. (Tumba tebana de Neferhotep)

Cortejo funerario dirigiéndole a la necrópolis (Pintura tebana >

I

Desfile del mobiliario funerario. (Tumba de Ramsés)

vigilaba la preparación de la tumba de su señor. En un lado es­ taba representada la vaca Hathor, patrona de occidente, entre cuyos cuernos encerraba el disco solar dominado por dos plumas de avestruz. En el otro, se veía una escena análoga pero con Paser arrodillado delante de la imagen de Hathor que entre sus cuernos tiene el disco solar dominado por dos altas remeras de halcón, emblema de Sotis. Una de las representaciones de Hathor acoge­ ría en su seno al rey muerto, en el corazón de la necrópolis occi­ dental. La otra, por el contrario, lo llevaría hasta su despertar cós­ mico, al este de Tebas, anunciado por la resplandeciente estrella del año solar. En ese lugar se abandonó el tiro de bovinos para que los Grandes de la corte pudieran ellos mismos arrastrar el catafalco en su trineo hasta la entrada de la necrópolis.

La tumba del rey El plano de la tumba,16 preparada poco después de la corona­ ción, se asemejaba más al de la sepultura de Amenhotep II, con la forma general de escuadra, que al plano de las siringas (del grie­ go syrinx, «flauta de caña». Nombre dado por los griegos a las tumbas de los faraones en Tebas) excavadas en la montaña según un eje prácticamente único, adoptado para Setos I, el padre del difunto Ramsés, y para Mineptah, su sucesor inmediato. ¿Por qué Ramsés había desdeñado ese «eje solar»? La impresionante caja funeraria de alabastro fue introducida al final de los trabajos. Las paredes de la siringa, cubiertas por escenas en que el soberano estaba en perpetuo diálogo con las formas divinas del más allá, mostraban ilustraciones muy vivi­ das cuando, al pasar, los portadores de antorchas iluminaban el traslado del tesoro funerario, es decir, de alguna manera, el mobi­ liario del que venía de celebrar su himeneo místico con la Gran Diosa, en las entrañas de la cual era recibida su momia. La larga sucesión de corredores — cuya decoración mural re­ cordaba las diferentes etapas del recorrido del sol, al que se asi­ milaba el difunto, durante las doce horas de la noche— , conducía a una primera sala con cuatro pilares. Era la Sala del Carro, flan­ queada por dos anexos laterales, donde los oficiantes deposita­ ron los carros del rey — uno totalmente chapado en oro— , en los 33

que el rey Sol, prefiguración de Apolo, expulsaría a las nubes ma­ léficas y recorrería, victorioso, las regiones donde el Maligno de­ bía ser combatido. Luego los corredores retomaban, como evocan sus paredes en finas viñetas, todo el misterioso ceremonial de la Apertura de los ojos y de la boca de la momia, y también estatuas del difunto rey. En el extremo había una ancha sala rectangular llamada Sala de la Verdad, adecuada para mantener el equilibrio de la extraordina­ ria red profiláctica que rodeaba el despojo del gran rey, en ade­ lante justificado, y muy pronto reanimado por el aliento. Después de esa sala, el plano de la siringa formaba un ángulo recto. Por una puerta abierta en uno de los costados, la Sala de la Verdad comunicaba con el inmenso cuarto de la tumba, la Cámara de Oro, centro de la tumba, con ocho pilares, y flanqueada por tres gru­ pos de anexos de diferente importancia. Al entrar en la Sala de Oro, el primer cuarto pequeño a la derecha tenía las paredes de­ coradas con la escena del Libro de la Vaca Celestial. Este mito, que apareció por primera vez en la tumba de Tutankhamón, tiene gran interés ya que puede considerarse la versión egipcia del Di­ luvio. Estaba ilustrado con una vaca, con el vientre tachonado de estrellas, imagen de la bóveda celestial cerca de la que circula una barca: la de Re, el sol envejeciendo. Los hombres se complotaron contra el demiurgo. Para castigarlos, éste les envió a Hathor, transformada en una leona enfurecida, que se embriagó con su sangre. Para que la humanidad no fuera destruida, Re hizo des­ parramar en el suelo cerveza coloreada con ocre rojo: Hathor se emborrachó bebiéndola, y todo volvió al orden. Pero, cansado de los humanos, el demiurgo se fue al firmamento, sobre las espal­ das de su hija Nut, la vaca estrellada, pero declaró: «Yo no había ordenado que hicieran el mal, pero es su corazón el que desobe­ deció lo que había dicho».17 La segunda pequeña pieza lateral de la derecha está adorna­ da, en el fondo, por un nicho que contiene la parte inferior de una estatua (sin duda Osiris). Estos locales estaban atestados con un extraordinario mobilia­ rio ritual, vasos canopos que contenían las visceras, shuabtis, es­ tatuillas de genios para escoltar los avatares del difunto, embar­ caciones variadas, y todos los elementos del tesoro funerario, desde ungüentos, vestimentas, adornos, ofrendas alimentarias, maqueta de «Osiris germinante», estatuas reales de madera, de

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Í Plano de

la tumbd de Ramsés II. (Dibujo F. Babied)

betún y doradas, imágenes del gran perro negro de Anubis, a la vez símbolo y organizador del pasaje hacia la eternidad, bajo la protección de su señor: Osiris. En el centro de la Sala de Oro, el gran ataúd de alabastro acaba­ ba de recibir los fondos encajonados de los diferentes sarcófagos, mientras que la momia, colocada de pie delante de la entrada de la tumba, iba a ser objeto del último rito: el de la Apertura de la boca y de los o/os,18 que debía devolverle el uso de todos los sen­ tidos. Este acto esencial iba a ser ejecutado por el sucesor del rey en el trono. Mineptah, vestido con el despojo del guepardo y con el jepresh recubierto de piel probablemente de avestruz, con sanda­ lias de piel blanca, utilizaba los numerosos utensilios colocados a ese efecto cerca de él en un banquito. El gesto último, que cerraría ese «adiós al muerto», debía cumplirse por medio de un hacha, que recordaba la silueta de un muslo de bóvido que, en el norte del cielo, representaba a la Osa Mayor.

Minrfrtah. d r a n M e im h ip d r Ram**« [|. (Musco d r El Cairo)

II LA EXTRAÑA ODISEA DE UNA MOMIA REAL

El adiós al faraón

A pesar de los gemidos de la Gran Viuda, que se agarraba a las piernas de Ramsés, ese hermoso viajero partido hacia la tierra de la eternidad, y que le suplicaba que no la abandonara, los sacerdotes se hicieron cargo de la momia, volvieron a colocar en su cabeza y hombros la máscara de oro y, luego, la bajaron otra vez a la sirin­ ga y la depositaron en los sarcófagos encajonados: pusieron las tapas una tras otra y la pesada losa bajó lentamente sobre el ataúd. Una fina tienda de lino transparente, salpicada de rosetas de oro, sostenida por cuatro picas chapadas en oro, cubría el con­ junto sobre el que se iban a edificar las cuatro capillas divinas.1En efecto, alrededor de la Sala de Oro, contra las paredes grabadas con capítulos de los libros sagrados Aquello Que Está en el Mundo Subterráneo, o del prestigioso Libro de las Puertas — libro postamarniano— , se depositaron provisoriamente numerosos paneles de madera dorada. Recubiertos de textos y representaciones fu­ nerarias propias de los ritos reales, esos elementos que se reuni­ rían alrededor de los sarcófagos tenían, entre otros, el papel de evocar, en su forma reconstituida, las capillas esenciales para el devenir del difunto: en dos ejemplares podía reconocerse la ar­ caica capilla de la Madre primordial del sur, Nejabit el buitre; una tercera capilla tomaba la forma del muy antiguo santuario de Ua41

dyet, la cobra, Madre primordial del norte. Estas dos entidades podrían acompañar al difunto durante todo su periplo por el mundo subterráneo y, además, se las recordaba en todo el apara­ to funerario. Una cuarta capilla que debía englobar a las otras tres tomaba la forma de un gran pabellón de la fiesta sed,' la fiesta de los grandes jubileos renovados a partir del año 30 de su reinado. Su papel iba a ser el de contribuir a la regeneración y a la perpe­ tua renovación del difunto. El cortejo reducido a los oficiantes esenciales salió de la sirin­ ga evitando el pozo profundo preparado no lejos de la entrada y con un doble fin: evocar la marisma que el candidato a la eterni­ dad debía atravesar, pero también captar las aguas de las lluvias diluvianas, raras pero devastadoras (detalle único: sus paredes tenían un comienzo de decoración). Retomando el largo corredor que los devolvía al aire libre, los sacerdotes pudieron ver, graba­ das en la pared, la representación de las diferentes fases de la ceremonia de la Apertura de la boca y de ¡os ojos y, más cerca de la salida, se detuvieron unos instantes ante las Letanías de Re el sol, para salmodiar algunos pasajes.

El banquete funerario

En el exterior, en el valle, se había levantado una gran tienda, donde asientos y pequeños veladores permitirían a los miembros de la augusta asamblea participar en el banquete funerario. Los convidados fueron adornados con collares de flores naturales que tenían, todas, una relación simbólica con los ritos de la su­ pervivencia. Con el mismo espíritu también fueron gratificados con flores de loto odoríferas. La comunión con el difunto se ase­ guraba principalmente con la absorción de vinos espiritosos que provocaban la ebriedad y engendraban el éxtasis divino. Cerra­ ban los ritos, que podían provocar el enfrentamiento con la terri­ ble — pero también deleitable— «hada» de la muerte, y también del amor, una Hathor temida pero deseable a la vez, cantos y danzas a menudo lascivas. Un simbolismo más discreto — y más poético— de estas prácticas había sido evocado en algunos ele­ mentos del mobiliario funerario: así, la viuda estaba representa42

da en el papel cumplido por Isis después de la muerte de Osiris, su esposo. Al despertarlo de su letargo, le devolvía momentánea­ mente su virilidad para que la pudiera fecundar con el nuevo sol. En lo más profundo de esos ritos, Hathor e Isis no representaban más que los diferentes aspectos de un mismo y potente símbolo.

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Tumba o cenotafio de los hijos de Ramsés: primera etapa de las excavaciones em prendidas por K. W eeks (finales de 1995). Estatua de Osiris que dom ina el primer nivel de la estructura, en fase de descombram iento.

Al dejar la necrópolis, el cortejo pasó al lado de la entrada de la gran tumba colectiva (Kher-en-Ahau)3 donde Ramsés había he­ cho preparar, en niveles subterráneos, innumerables pequeñas capillas rupestres con los nombres de sus numerosos hijos, entre ellos, Amenherjopeshef, Ramsés, etc. Los sucesores del gran rey nunca vivieron el largo período de paz que atravesó Egipto después del tratado con los hititas en el año 21 del reinado de Ramsés. En el curso de la XX dinastía, el tercer Ramsés4 logró salvar su reinado de una invasión más te­ mible todavía que la de la coalición realizada por Muwatalli. Por el contrario, el país, infiltrado por una disimulada penetración libia, y debilitado por malos Nilos —y por lo tanto malas cose­ chas— , tuvo que soportar el enceguecimiento del poder central y de una administración a menudo muy desfalleciente. Sufrió en­ tonces un empobrecimiento y un deterioro moral que permitie­ ron muchas exacciones.

El saqueo de la tum ba

En la región tebana principalmente, donde las autoridades lo­ cales debían oponerse a los prevaricadores y esforzarse por fre­ nar el hambre, se empezó a violar — y a saquear— las tumbas reales, verdaderas cavernas de tesoros. La de Ramsés II fue vícti­ ma de un intento de penetración en el año 29 de Ramsés III, y luego de intrusiones salvajes desde antes del reinado de Ram­ sés IX,5 al igual que el precioso equipamiento de su templo jubi­ lar, el Rameseo. Fue necesario interrogar con los procedimientos más radica­ les a los culpables de las depredaciones, entre ellos un tal Paykamen, para que confesaran su crimen y denunciaran a sus cómpli­ ces. Hasta ahora, no se salvó ninguna tumba conocida de la Gran Pradera, exceptuando la pequeña «reserva» de Tutankhamón. Las momias reales, casi totalmente privadas de su equipamiento fu­ nerario, en su conjunto fueron desenvueltas groseramente por los saqueadores, para arrancar joyas y revestimientos de oro. También vaciaron prioritariamente los hermosos vasos de ala­ bastro, para recuperar los preciosos ungüentos... ¡y algunos con­ fesaron haber tomado los deliciosos vinos de los faraones! Los sacerdotes y el alcalde de Tebas decidieron entonces reu­ nir la mayoría de los despojos reales en dos de las más bellas tumbas del Valle de los Reyes, la de Setos I y la de Amenhotep II, cuyos accesos podían ser fácilmente vigilados.6 Así, la mayoría de los cuerpos de los faraones de la XVIII a la XX dinastías, muy maltratados, rodeados de pobres restos de los fastuosos m obilia­ rios funerarios,7 se volvieron a enterrar pero sin ninguna pompa: ¡la época no daba para más! Durante el reinado de los reyes sacer­ dotes de la XXI dinastía, dos siglos más tarde, las momias casi desnudas fueron envueltas en un pobre sudario de lino bastante tosco, y los preciosos adornos desaparecidos reemplazados por guirnaldas de hojas y flores naturales (principalmente hojas de persea y loto azul). Los «salvadores» reutilizaron los sarcófagos menos deteriorados: depositaron la momia de Ramsés en uno bien conservado pero privado de sus revestimientos de oro, que abrigó sin duda el cuerpo de su abuelo Ramsés I. Este «salva­ miento» se ejecutó en el año 6 de la Era del Renacimiento», el deci­ moquinto día del tercer mes de la estación peret (invierno-prima44

vera), muy probablemente bajo la responsabilidad del Sumo Sacerdote Herihor, durante el reinado fantasma del noveno Ramsés, hacia el año 1090 antes de nuestra era. Poco tiempo después, a pesar de una vigilancia sin duda pre­ caria, los intrusos volvieron a entrar en la tumba de Setos I, espe­ rando encontrar algunos restos del tesoro: y otra vez maltrataron a la momia de Ramsés. El Sumo Sacerdote de Amón, Pinedyem I, la hizo reparar en el año 10, fecha escrita en el sudario a la altura del pecho. Tal vez fue en ese momento cuando los sacerdotes deslizaron en las manos del sarcófago real momiforme los pobres cetros de madera de palmera, el azote y el cayado de Osiris, mo­ desta alusión a las magníficas insignias originales, de oro y pasta de vidrio lapislázuli.

El escondite real

Se demostraba, pues, que la siringa de Setos I ya no era un emplazamiento seguro, mientras que la tumba de Amenhotep II quedó preservada y sólo la sacó a la luz Víctor Loret en 1898. Había que encontrar un lugar secreto para proteger las tristes re­ liquias, un lugar alejado de la necrópolis real verdaderamente muy cerrado y muy apartado. Las autoridades buscaron el em ­ plazamiento adecuado en la depresión de uno de los grandes cir­ cos que bordean el pie oriental de la montaña dominada por la Santa Cima en forma de pirámide, frente a la llanura tebana. Su elección recayó en el hipogeo,8muy probablemente saqueado, de la oscura reina Inhapi, donde ya se había puesto a seguro la mo­ mia de Amenhotep I, su esposo divinizado, patrón de la necrópo­ lis. Para que no la descubrieran los saqueadores eventuales, se decidió elegir el camino más rápido, el más discreto pero también el más peligroso: pasar por la cima de la montaña en vez de se­ guir el largo camino demasiado expuesto que desembocaba en la llanura y costear luego Deir el-Bahari. El peligroso traslado se hizo en el curso de tres noches: una inscripción en los muslos del sarcófago momiforme donde yacía Ramsés señala que el despla­ zamiento se realizó en el año 10, cuarto mes de la estación peret, el decimoséptimo día del reinado del faraón Siamón (979-960 a.C.). 45

Ramsés y sus pares estaban escoltados por algunos muy altos funcionarios sacerdotales, entre éstos Anjefenjonsu, Nespakashuty y el Jefe de los sellos de la necrópolis. Se hizo coincidir el acontecimiento con las exequias del Sumo Sacerdote de Amón, Pinedyem, enterrado en los mismos lugares con su propio mobi­ liario funerario. Se grabó entonces una nueva acta en la punta de la cabeza del sarcófago de Ramsés; en ella se dice que los ritos fueron celebrados por otro grupo de sacerdotes, entre ellos Dyedjonsuiuefanj, Unennefer y Efenamon en el año 10, el mismo cuar­ to mes, pero el vigésimo día. Este «escondite» no tenía nada en común con los fantásticos palacios subterráneos de paredes tapizadas con imágenes divi­ nas y representaciones irreales que trazan los avatares del Hijo del Sol en el universo transitorio de sus pruebas en el mundo de los muertos. Primero los sacerdotes bajaron los sarcófagos a un pozo de 12 metros de profundidad y 2 metros de anchura. Luego, los «mozos de cuerda» tomaron un corredor de 1,40 metros por 1,80 metros de diámetro, excavado en la piedra calcárea tebana. Des­ pués de 7,5 metros, doblaron en ángulo recto para tomar otro corredor de 60 metros que desembocaba en una cueva oblonga de 8 metros, sin ninguna decoración. ¡Es de imaginar las dificul­ tades que tuvieron para introducir los voluminosos sarcófagos!

¡2.830 años después!

L

Las pruebas que debió pasar Ramsés para llegar a su eternidad acaban de cesar provisionalmente, y durante un período de dos mil ochocientos treinta años. Volverían a surgir al final del siglo XIX de nuestra era por obra de nuevos atracadores de tesoros de la región, instalados en las antiguas tumbas de los nobles tebanos. Treinta y seis años después de que Champollion realizara el sensacional desciframientro de los jeroglíficos (1822), Auguste Mariette, convertido en Egipto en el bajá Mariette,9 creó el primer servicio de protección de los monumentos faraónicos en ese país donde los inspectores del Servicio de Antigüedades empezaron a vigilar y frenar los pillajes modernos de las venerables necrópolis en beneficio de marchantes y coleccionistas aficionados a ese pa46

sado fabuloso. Aun antes de que lo sucediera Maspero, la región tebana continuó aportando a los «anticuarios», entre 1871 y 1874, series de objetos reunidos que provenían de tesoros funerarios,10 y papiros que se remontaban a la XXI dinastía. Una investigación confiada a dos de sus colaboradores, los inspectores H. Brugsch y Ahmed Bey Kamal, terminó el 6 de julio de 1881 (¡una vez más la época de la inundación!) con el descubrimiento de una banda de saqueadores provenientes de una familia de Gurna (Tebas oeste), y del célebre «escondrijo de Deir el-Bahari» donde éstos, según las necesidades, sacaban como de un generoso banco las reliquias que venderían. Fue, sin duda, durante ese período cuando los saqueadores to­ maron del escondrijo los magníficos vasos de terracota barnizados de un azul intenso, decorados en tinta negra con motivos florales y cartuchos de Ramsés II, salvados del saqueo y que los sacerdotes depositaron cerca de los despojos del faraón. En forma de situlo (vaso ritual, de cuello ancho y alto, de fondo ovoidal, provisto de asa), todavía contenían paños que habían servido para la momifi­ cación del rey. Poco tiempo después del descubrimiento del escon­ dite, pasaron al mercado de antigüedades. Los únicos vestigios prodigiosos conocidos hasta hoy del mobiliario funerario del gran rey, se conservan, desde 1906, en el Museo del Louvre." A la vista de ese penoso Saint-Denis de los faraones del Impe­ rio nuevo, amontonados en el siniestro panteón del circo de Deir el-Bahari, la emoción fue indescriptible. Había que actuar rápida­ mente para evitar una eventual intervención de la gente del pue­ blo, beduinos que desde hacía generaciones se habían establecido en las antiguas tumbas vecinas. De El Cairo12 enviaron refuerzos de policía. La extracción de los sarcófagos, a menudo enormes, se hizo en cuarenta y ocho horas... pero a la luz del día. Y su traslado hacia Luxor se terminó el 11 de julio. Tres días después llegaba el barco enviado por Maspero, que apenas terminó la carga, partió inmediatamente hacia El Cairo. La noticia de este descubrimiento se extendió como reguero de pólvora y la decepción de los saqueadores de momias fue muy grande; pero entre Luxor y Kuft, en el momento en que el barco bajaba por el río, como en los funerales de la época de sus an­ tepasados, los fellahin manifestaron su profunda y deferente consternación, yendo a las orillas del Nilo, donde las mujeres lan­ zaban gritos de duelo y desparramaban polvo sobre sus cabellos 48

Dibujo de la momia de Ramsés revestida con su nuevo sudario, florecido en la XXI dinastía.

La mom ia liberada de las vendas y agredida por los saqueadores como la vio el jedive de Egipto en 1886. (M useo de El Cairo)

y los hombres disparaban los fusiles: ¡Ramsés había recuperado el homenaje de su pueblo!

Ramsés en El Cairo En compañía de los despojos de los más grandes de su época, la momia de Ramsés fue depositada en el Museo de Bulaq.13 El ministro de Trabajos Públicos en ese momento, Ismail Eyub, hizo construir una gran sala concebida para recibirlos. Otro ministro, Majmud Fahmy, ordenó, en 1882, hacer doce vitrinas para prote­ ger a las momias más presentables. Y finalmente el coronel Scott M oncrieff proporcionó los créditos necesarios para revestir de ma­ dera las paredes a las que estaban adosadas. Estos retrasos en los arre­ glos para su conservación provisional ya habían afectado el es­ tado de las momias reales que — dejando de lado los destrozos causados por los bandidos— hasta entonces no habían sufrido agresiones climáticas o microbianas, debido a la perfecta seque­ dad de la montaña tebana. En adelante, Ramsés yacía cerca del Nilo, de una humedad extremadamente nociva durante el período de inundación. Se produjo otro episodio en la escalada de riesgos que debía en­ frentar Ramsés. El jedive de Egipto, S.A. el bajá Mohamed Tewfik deseaba, a pesar de los testimonios grabados en los sarcófagos, ase­ gurarse de la identidad exacta de esas momias y principalmente de la de Ramsés II, por lo que se empezó entonces a «desvestirla». El primero de junio de 1896 (= 28 shaaban 1303 de la hégira), a las nueve de la mañana, empezó la ceremonia, en presencia de diecisiete ministros o altos personajes del reino, orquestada por Gastón M aspero asistido por Émile Brugsch y Urbain Bouriant. No se necesitó más de un cuarto de hora, escribe Maspero, para quitar la banda de lino rojizo y los sudarios que sostenía. Los tejidos con los que los sacerdotes de la XXI dinastía habían vuelto a envolver a la momia, eran bastante toscos, pero en el que cubría el pecho, el nombre del rey, escrito por orden de Herihor, confir­ maba la identidad del cuerpo. Lo poco que subsistía de las vendas iniciales, dejadas por los ladrones, eran de un lino tan fino que Maspero pudo compararlas inmediatamente con la muy transpa­ rente muselina de la India, ligera, blanda y suave al tacto. Cuando en 1907 Pierre Loti visitó el actual Museo de El Cairo, adonde se ha­ 50

bían trasladado los fondos de Bulaq, fue introducido de noche en el primer piso, ante los cuerpos reales que estaban allí «deposita­ dos». Frente a la momia de Ramsés, a la débil luz de la linterna que sostenía Maspero, supo por este último que en el momento en que, delante del jedive, apareció la ilustre figura, fue tal la emoción, que los grandes personajes se atropellaron como un rebaño y volcaron al faraón. Loti agregaba a su rela’to: Además, hizo hablar mucho de él, el gran Sesostris, desde su instalación en el museo. Un día, de pronto, con un gesto brusco, en medio de los guardias que huían, aullando de miedo, levantó la mano que todavía está en el aire y que no quiso bajar. Luego se produjo, en sus viejos cabellos de un blanco amarillento y a lo largo de todos sus miembros, la eclosión de una fauna cadavérica muy hormi­ gueante que necesitó un baño completo de mercurio,14 Depositadas en la sala donde las había visto Loti, estas mo­ mias estaban al abrigo de miradas indiscretas, porque el público no podía visitarlas. Luego, un día de 1935, no se sabe por qué razón, cuando se fue Pierre Lacau, director del Servicio de An­ tigüedades, fueron relegadas al salón de la casa que acababa de abandonar ese alto funcionario del gobierno egipcio. Cuando le sucedió el canónigo É. Drioton, se encontró a esos desafortuna­ dos cuerpos en el salón de la casa, edificada a la entrada del mu­ seo y en la que iba a vivir. El canónigo se preocupó de que las trasladaran al mausoleo, todavía vacío en esa época, preparado para recibir el cuerpo de Saad Zaghlul. Cuando se decidió destinar esos locales a su des­ tinatario, las momias volvieron al Museo de El Cairo: la curiosi­ dad de unos pocos huéspedes de honor o de algunos egiptólogos, sólo podía satisfacerse levantando las cortinas violetas que cu­ brían sus vitrinas conservadas en una sala cerrada al público.

Hay que curar a Ramsés

Nuevo drama: hace unos veinte años, las autoridades del Mu­ seo de El Cairo decidieron volver a exponer las momias reales. La humedad ambiente, que desprendían los visitantes, agravaba aun más las condiciones climáticas de esta peligrosa exposición detrás de un cristal y en vitrinas no estancas. Después empezaron 51

a afluir los pedidos para radiografiar los cuerpos, la cabeza y so­ bre todo la dentadura de los faraones. Se los permitió sin que se reunieran las condiciones de conservación adaptadas al desarro­ llo de ese trabajo científico. Las momias corrían el riesgo de sufrir un fatal deterioro. El olor que se desprendía, en especial de la momia de Ramsés, no recordaba en nada los aromas de resina y de ungüentos que la habían perfumado en otro momento. Mien­ tras estuve en El Cairo para preparar la exposición Ramsés el Grande (París, 1976), me esforcé para que buscaran la causa de ese fenómeno. En el lugar faltaban los medios y gente autorizada me aconsejó que intentara hacer curar a Ramsés en París. Se deci­ dió entonces apelar al decano L. Balout, director del Museo del Hombre, y al profesor J. Dorst, director del Museo de Historia Natural. Pero para realizar esa operación y sacar de Egipto a unos de sus faraones para que «fuera a Francia a consultar a los médicos», antes que nada era necesario obtener el acuerdo de los dos presidentes Anuar el-Sadat y Valéry Giscard d'Estaing y ade­ más que el gobierno francés tomara a su cargo a Ramsés. Rodeado por los cuidados del personal técnico del Museo de Historia Natural y del Museo del Hombre, nuestro rey fue prepa­ rado para el viaje. Pedí que pusieran a mi disposición un Bréguet, un avión militar francés. El 26 de septiembre de 1976, Ramsés dejó el Museo de El Cai­ ro en un camión escoltado por soldados al mando de un general llamado... Ramsés. La gran arteria que llevaba al aeródromo era la interminable avenida... Ramsés. Soplaba un viento de 150 kiló­ metros por hora, lo que ofrecía condiciones poco favorables para un vuelo que debía garantizar a su augusto pasajero contra cual­ quier sacudida perjudicial para su equilibrio. Pero había que con­ tar con nuestro «hacedor de milagros», esos milagros que tan bien y oportunamente habían servido a la gloria de nuestro hé­ roe. Una vez más la suerte estuvo de su lado. En el momento de despegar, el viento se calmó bruscamente. Aproveché para pe­ dirle al piloto que hiciera pasar a Ramsés por encima de las pirá­ mides. El director de los laboratorios del Museo de El Cairo, el doctor Shauky Nakhla, que no se separó de Ramsés durante su estadía de siete meses en el Museo del Hombre, no daba crédito a sus ojos: ¡milagro de los tiempos modernos! Tres mil ciento no­ venta años después de su muerte, Ramsés, salido de las tinieblas de la tumba pasaba por encima de la única de las Siete Maravillas 52

La representación oficial recibe a Ramsés a su llegada a Bourget-Dugny: Alice Saunier-Seité, ministra de Universidades, el general com andante de la casa m ilitar del presidente Giscard d'Estaing, el embajador de Egipto S.E. Hafez Ismael, el com andante de la base m ilitar de Bourget-Dugny.

del Mundo que se había preservado. El avión luego se adelantó tanto al sobrevolar el M editerráneo que debimos hacer una larga escala en Istres para respetar el horario indicado por el protocolo. A las 17 horas, Ramsés llegaba a la base aérea del Bourget-Dugny para un recibimiento a la medida de su rango.

Ramsés en París

En presencia de la ministra de las Universidades, Alice Saunier-Seité. delegada por el presidente de la República, del jefe de la Casa militar del presidente, y del embajador de Egipto S.E.M. Hafez Ismaíl, la Guardia republicana rindió honores: el gobierno egipcio podía estar seguro de que Francia recibía con el respeto debido y la discreción pedida, al más antiguo e ilustre jefe de Estado que venía a curarse al corazón de París. En el camino tomado por el cortejo que llevaba los despojos de Ramsés al Museo del Hombre, no pude resistir la tentación de efectuar, al lado de Ramsés, la vuelta al obelisco, en la plaza de la Concordia. Ese monolito de granito rosa es una de las dos «agu­ jas» de piedra erigidas por orden de Ramsés II delante del templo de Luxor. Cargado de historia y simbolismo, el monumento fue ofrecido a Francia por Mehemet Ali: Jean-Franqois Champollion, en efecto, había devuelto a Egipto tres mil años de su pasado.

El faraón y sus ciento diez sanadores

Durante siete meses, del 26 de septiembre de 1976 (¡una vez más la época de la inundación!) hasta el 10 de mayo de 1977, Ramsés fue huésped de París y más especialmente del Museo del Hombre entre el Trocadero y la torre Eiffel. Se le dedicó una sala especial, estéril; el decano Balout había reunido para detectar el agente que lo atacaba y salvarlo, al igual que para su nueva presentación, a ciento diez colaboradores, to­ dos honorarios, sesenta y tres de ellos investigadores científicos.15 Dentro de las medidas de seguridad establecidas por el gobierno egipcio, se utilizaron los medios más sofisticados para interrogar 54

a

e

a. Radiografía de la cabeza real que perm ite distinguir los granos de pimienta introducidos en la nariz (radiografía Dr. Masard). b. Curvas de nivel fotogram étricas del perfil de Ramsés. (Foto IGN) c. Con el pantógrafo, restitución del rostro de Ramsés gracias a las curvas de nivel. (Foto IGN) d. La mano de la mom ia deteriorada por los ladrones. e. Recuperación de esa mano.

a ese prestigioso testigo de la Alta Antigüedad. Se pudo saber entonces que la altura del rey sería de 1,75 metros aproximada­ mente y que su muerte se produjo alrededor de los ochenta y cinco años (según las pruebas históricas se sitúa la muerte del rey hacia sus noventa años). Ramsés era de piel blanca, de un tipo mediterráneo cercano al de los beréberes africanos. En el momento de su momificación, llenaron su torso con nu­ merosos productos desinfectantes: los embalsamadores utiliza­ ron un fino «picadillo» de hojas de Nicotiana L., encontrado en las paredes internas del tórax, al lado de depósitos de nicotina, con seguridad de la misma época de la momificación, pero que plan­ tean problemas, porque, al parecer, ese vegetal todavía era desco­ nocido en Egipto. También se encontraron en la caja torácica cen­ tenares de miles de pólenes de una planta de la familia de la manzanilla, al igual que salvia, ranúnculos, mezclados con goma adragante, hojas de tilo y plátano... y hasta algunos pólenes de algodón silvestre, todos vegetales del Delta. Las prospecciones endoscópicas permitieron detectar en la cavidad abdominal frag­ mentos de tejidos hechos de hilos azules y de oro, colores simbó­ licos de los faraones. El cuello todavía mostraba huellas de pieles de bulbos de un tipo de narciso de olor embriagador. La radiografía de las mandíbulas y la extensión de los premo­ lares permitieron refutar las observaciones rápidas hechas en el momento del descubrimiento: el rey había sufrido lesiones den­ tarias importantes y al final estuvo afectado de una paraodontolsis. Por otra parte, gracias a la xerorradiografía, en la cabeza de Ramsés se pudieron ver, casi obstruidos, los vasos sanguíneos. Esto permitió imaginar, apoyándose en las pruebas, la manera penosa en que se movía, inclinado hacia adelante, apoyado en su alto bastón, afectado por una invasora espondiliartritis anquilo­ sante, al menos durante los últimos veinte años de su reinado. Una comprobación conmovedora: en la sala de trabajo del Museo del Hombre donde se transportó a la momia para ser irra­ diada. hice exponer sobre la pared la ampliación de la fotografía del rey difunto en su carro, esculpido en la sala-patio del gran templo de Abu Simbel. La comparación del perfil de la momia, con nariz prominente, aguileña, y un mentón corto y saliente, con el perfil de Ramsés hacia los treinta años, retratado en la Nubia egipcia, a más de 1.350 kilómetros de distancia y después de más de 3.200 años, era impresionante. 56

Otra indicación preciosa: Ramsés primero fue momificado en el norte de Egipto, cerca de su capital Pi-Rameses. Los granos de arena, originarios del desierto, pero también del mar, todavía peados a sus cabellos, completaban las informaciones reunidas, re­ lativas a los lugares donde se trabajó en el cadáver, al comienzo del proceso de momificación: debió de ser el Delta, en un lugar alejado del Nilo, y más bien en la proximidad de los campos por­ que no se encontró ningún polen de las plantas acuáticas, sino los pólenes pesados de los cereales. Por el contrario, huellas de gra­ nos de cuarzo, provenientes de los minerales pesados del Alto Egipto' aportan las pruebas sobre el medio probable, en la orilla izquierda de Tebas, donde los sacerdotes se esforzaron por sub­ sanar los destrozos provocados por los saqueadores de hipogeos.

Una revelación inesperada e importante

Ahora hay que abordar un punto de extrema importancia y prestar atención a las investigaciones muy avanzadas sobre la magnífica cabellera del rey, todavía suave y sedosa que, des­ pués de haber sido cepillada delicadamente, recuperó su forma natural en armoniosos y anchos bucles. Apenas lo desenvolvie­ ron, Maspero había comprobado, efectivamente, que esos cabellos, blancos, habían sido teñidos con henna; ese hecho era innegable. Al parecer habría otra razón en el origen de la pigmentación peli­ rroja de los cabellos que todavía subsistían en la base del cráneo: parecía que estábamos ante su color natural, ya que sabemos que ese lugar es el último en decolorarse en el curso del envejecimien­ to del individuo, cualquiera sea su color original. En caso de que el glorioso faraón presentara un mechón pelirrojo (tal vez here­ dado de sus ascendientes inmediatos), el descubrimiento tendría un interés excepcional. En efecto, los que en el antiguo Egipto poseían, por desgracia, ese sistema piloso, que recordaba el color de las arenas estériles y el del pelaje de los animales del desierto, eran considerados seres un poco diabólicos, seres tifonianos, con­ sagrados al Tifón de los antiguos, el dios Set. Se los llamaba peyo­ rativamente las form as pelirrojas. En el famoso Libro de los Sueños sus sueños se analizan en un capítulo especial como los de los 57

compañeros de Set. Sin embargo, al comienzo de la XIX dinastía, dos faraones cuyos reinados están intercalados entre los de los primeros Ramsés han sido llamados Setos (es decir, el de Set). Hay que recordar con qué real ostentación Ramsés, el segundo de su nombre, celebra la forma divina de Set, del que dice han salido sus antepasados. Hasta llega a asociarla al Baal de los asiáticos; se observa que Set aparece en el mito solar, no sólo como la imagen de la perturbación necesaria para el desarrollo de las estaciones, para el equilibrio de las fuerzas cósmicas, sino sobre todo como el aliado del astro en cuya barca sube para defenderlo mejor del Maligno. En efecto, el demonio, el único verdaderamente recono­ cido no es Set, sino Apofis, la peligrosa serpiente. No es sólo un mal necesario, Caín, Calibán, sino que se afirma como el aspecto fuertemente dinámico de lo divino que expande sus favores so­ bre Egipto. ¿Ramsés se había visto obligado a exorcizar, a los ojos del pue­ blo, el temible prejuicio, o el peligro que evocaba generalmente el aspecto flamígero de su cabellera? Así pues, lejos de enmascararla ¿nuestro faraón la habría hecho aceptar sublimándola? Permítasenos adelantarnos un momento al desarrollo de su historia. Según la conclusión de los trece especialistas, entre ellos ingenieros y médicos del Laboratorio de Identidad judicial, del Instituto textil de Francia, de la sociedad L'Oréal — que declara­ ron que podían afirmar con casi total certeza que el color inicial de Ramsés era rojo— , inmediatamente reconocimos la importan­ cia de este descubrimiento inesperado, que aclaraba las opciones y la actitud a veces provocativa del gran rey. En efecto, valorizar una particularidad física que podía agobiar a alguien menos sutil que él, convertir un aspecto nefasto en el objeto que sublimaba la entidad temida, no era una victoria menor. Porque lejos de en­ mascarar lo que, en otras épocas, podía denunciarse como una desventaja, incitó a su pueblo a considerar el pelo rojo que lo se­ ñalaba como la demostración de su origen setiano, expresión di­ vina presentada como benefactora de sus padres... ¡sin duda, los primeros pelirrojos de la familia real! A la vez que evita declararlo claramente en los textos, «ma­ niobra» de manera que su inhabitual sistema piloso ilustra una bendición especialmente dispensada por Set, una de las necesa­ rias emanaciones del sol. ¡Ese hacedor de milagros manipulaba con destreza una diplomacia muy psicológica! 5tl

Los cabellos blancos de Ram sés que m ilagrosam ente continuaban siendo sedosos. (Foto Tassigny)

Set protege la barca del Sol, oponiéndose a la serpiente Apofis. (Papiro funerario, Museo de El Cairo)

La enferm edad que afectaba a la m om ia

Al obtener la autorización del gobierno egipcio para «curar» a Ramsés, se prometió que ninguna publicidad rodearía la presen­ cia del rey en París, y que no se haría ninguna experiencia con la preciosa reliquia: todas las investigaciones y estudios para detec­ tar el mal susceptible de haberlo agredido se harían... desde el exterior. Es así que se cortó la tela rugosa sobre la que la habían colocado en su sarcófago moderno, después de su llegada a El Cairo, en trozos entregados a los diferentes especialistas que es­ tudiaban el problema. En definitiva, fue un ingeniero químico de origen egipcio, que hacía prácticas en el Laboratorio de criptogamía del Museo de Historia Natural, J. Mouchacca, el que determi­ nó no el microbio sino, entre unas sesenta especies que mostraban una actividad de los hongos reciente e intensa, el Daedalea Biennis, especie de hongo que proliferaba en la espalda del faraón.

La curación del rey

Esta comprobación permitiría considerar el tratamiento que debía prescribirse: de entrada se descartó la utilización de gas, o de productos químicos susceptibles de agredir a la momia. Que­ daba la radiación gamma (cobalto 60). Después de numerosas ex­ periencias con momias que ya estaban en el Museo del Hombre, efectuadas en el Centro de Estudios Nucleares de Grenoble, se decidió la radioesterilización. De esta manera los despojos de Ramsés, que habían recibido todos los cuidados de sus «enferme­ ros», volvieron a colocarse en el sarcófago (restaurado) donde lo habían depositado los sacerdotes de la XXI dinastía. Colocada en una vitrina estanca fabricada a tal efecto, la irradiaron los inge­ nieros del Comisariado de la Energía Atómica, Centro de Estu­ dios Nucleares de Saclay. La víspera de la operación, el presidente Giscard d'Estaing, acompañado por la ministra Alice Saunier-Séíté, vino a saludar al faraón, que había reencontrado toda su imponente nobleza y su serenidad, y a presentar sus felicitaciones a todos los que habían 60

El ingeniero De Tassigny tomando las últimas m edidas de la momia. (Foto CEA)

Esquemas que establecen la regular densidad de la irradiación en todos los mintos del cuerpo de la momia. (Foto Tassienv CEA.)

Base m ilitar de Bourget-Dugny: la mom ia irradiada en su burbuja de protección y su embalaje, recubierta con la tela bordada con las plantas heráldicas del faraón. (Ch. Desroches N oblecourt y André Noblecourt)

El precioso cargam ento va a en trar en ei avión Transal!.

contribuido generosamente a la salvación de un huésped tan ve­ nerable. El regreso del faraón a El Cairo se realizó, al igual que para su llegada, en un avión militar francés, un Transai; volví a escoltar­ lo acompañada por el decano Balout y el ingeniero De Tassigny, autor de los cálculos destinados a realizar la irradiación de la mo­ mia. Yo había hecho preparar por el equipo de tapiceros del Louvre un magnífico paño que cubriría la gran caja que contenía la momia en su vitrina: un terciopelo azul lapislázuli forrado en tafetán color oro, los dos colores de la realeza faraónica. En la cabeza y en los pies se habían bordado, con hilo dorado, las dos plantas heráldicas del antiguo Egipto, el falso «lis» y el papiro, símbolos de las dos madres primordiales y tutelares que velarían sobre el faraón hasta que renaciera en la eternidad. Ramsés curado volvió a ocupar su lugar entre los suyos en el corazón del viejo museo, a la espera de que esté listo el cenotafio que se prevé para recibirlo dignamente, rodeado de la casi totali­ dad de los faraones que reinaron durante las tres dinastías que contribuyeron a la grandeza del Imperio nuevo.

M useo de El Cairo: a través de la burbuja se quita el em balaje de la momia. (Foto M useo de El Cairo)

Rostro de La reina Hat*hen*nt. (Metropolitan Muscum, Nueva York)

El general Horemheb recom pensado por orden de Tutankham ón. Convertido en faraón, hizo figurar el ureo real en su frente. (Tumba civil de Horemheb-Saqqara)

III EL NACIM IENTO DE UNA DINASTÍA

Algunos soberanos de la XVIII dinastía

Tutankhamón (h. 1340-1331), el último heredero de los sobe­ ranos responsables del esplendor y de la proyección de Egipto, en la XVIII dinastía, acababa de desaparecer. Es verdad que no fueron semejantes ni tan valerosos como esos faraones de co­ mienzos del Imperio nuevo, príncipes del sur que expulsaron del país a los invasores hicsos: Seqenenre, Kamose, Amosis (1550­ 1525). Luego se destaca el glorioso Tutmosis, el tercero de su nombre (1479-1425), capaz, en diecisiete campañas asiáticas, de asegurar a Egipto un poderío incuestionable y una muralla con­ tra las intrusiones que llegaban del este. Durante los períodos de respiro, Hatshepsut, la mujer faraón (1479-1457), hizo reparar las destrucciones, devolvió a su país la alegría de vivir, y restableció relaciones pacíficas y comerciales con los lejanos correspondientes de su tierra. Después del implacable guerrero que fue el «rey atleta» (Amenhotep II), la necesidad de conquistas protectoras se hizo al parecer inútil, y llegó en seguida el «siglo de oro», el de Amenhotep Nebmaatre (1386-1349) cuyo reinado se considera aún hoy en día como el de la belleza, de un lujo contenido nunca igualado, de la creación artística de una graa a sutil, y también de la búsqueda de una espiritualidad que in­ tenta desprenderse de un dogma demasiado pesado. 65

Sin embargo, remitiéndose a la historia de esas épocas lejanas es raro encontrar en los historiadores modernos, respecto de los dos valerosos señores de Egipto, un homenaje explícito a las Da­ mas reales que tuvieron un papel importante. Pero los faraones no las olvidaron. Acaso Amosis no erigió, para su madre Amosis una espléndida estela en Abido, en la que glorificó la acción esen­ cial de esta última durante los combates contra los hicsos, como notable regente, precavida y activa en la retaguardia de las tro­ pas. Además le concedió la primera condecoración militar otor­ gada a una mujer: las tres moscas del valor.' Más tarde, los contemporáneos de Hatshepsut nunca le repro­ charon — como algunos egiptólogos lo han hecho en nuestros días— haber sido la usurpadora, la madrastra en el peor sentido de la palabra, de Tutmosis. En realidad, al ocupar el lugar de un fa­ raón, al que tenía derecho (hija del rey y de la Gran Esposa real, princesa heredera), respecto del niño Tutmosis, «bastardo» de una concubina, es evidente que supo actuar como una regente despabi­ lada, que lo preparó para las responsabilidades de un fuerte poder. Y el período de Amenhotep III no hubiera sido lo que fue sin la presencia extraordinariamente eficaz de su esposa Tiy, en el ámbito de las artes y del pensamiento de su época,2 y también sin la influencia que ejerció en parte importante de la «reforma» que marcó tan profundamente el remado de su hijo Amenhotep IVAjenatón (1356-1340). La experiencia de éste, tendente a alejarse de una interpreta­ ción «farragosa» del concepto de lo divino y a acercarse a una verdad «cósmica», en una palabra «la aventura amamiana» del reformador, hubiera podido no ser acortada y violentamente combatida de haber estado acompañada por un espíritu político ejecutor, preocupado por la seguridad de las fronteras, por el mantenimiento de las antiguas alianzas y por una seria vigilancia ante el ascenso de ciertas potencias extranjeras.

El final de un linaje

Después del reinado del que se ha podido llamar peyorativa­ mente el gran herético, y aun «el depravado», el linaje de los 66

-nhotep estaba terminado. Un príncipe Tutmosis, el mayor * i tercer Amenhotep, había muerto muy joven. El segundo (Ajetón) acababa de desaparecer. Y del tercer heredero, soberano fantasma, Esmenkare, sólo podemos imaginar un reinado o una eventual corregencia de dos años: ¿1342-1340? Y finalmente el cuarto vástago, educado en la ciudad de Ajen a tó n (Tell el-Amama) creada por el reformador, en su época era conocido con el nombre de Tutankhatón. Se vio obligado a subir al trono hacia su décimo aniversario (1340-1331). Sus mentores, el vizir Ay y el general Horemheb, debieron restablecer las relacio­ nes más... diplomáticas con los sacerdotes de Amón, profunda­ mente frustrados por la ruptura de la Corona con el dios dinásti­ co impuesto por Amenhotep IV-Ajenatón. Los templos heréticos fueron cerrados muy rápidamente, luego desmontados, y según los textos, el joven rey tomó las coronas en la Heliópolis del sur (Hermontis o Ermant al sur de Tebas): se convirtió entonces en Tutankhamón.3 Después de diez años de un reinado a menudo ejercido por interpósita persona, le sucedió el viejo visir Ay (1331-1327) sin gloria y como para asegurar una corta transición.

Un general faraón

Subió entonces al poder el general Horemheb (1327-1295).4 ¿Qué derechos tenía a la corona? Su innegable valor, y la seguri­ dad, garantizada por su fuerte personalidad, para un Egipto que carecía de un guía valeroso. Residente en Menfis, cerca de las guarniciones antaño activas, durante el pálido reinado de Tu­ tankhamón había reprimido algunas rebeliones en Canaán, cerca de la frontera oriental, y respondido a los pedidos de socorro de los antiguos aliados del faraón que imploraban protección. O sea que podía hacer valer un lazo... dinástico, de relativa elasticidad, porque se había casado con una tal Mutnedyemet, muy probable­ mente hermana de la hermosa Nefertiti. Esta última, muy amada P°r Amenhotep IV-Ajenatón, tenía rango real por su matrimonio c°n el segundo hijo de Tiy; todavía ignoramos todo sobre sus ° n genes, sin duda egipcios, porque su nodriza Ti, gran dama de 67

la corte, era la esposa del jefe de la caballería del rey, convertido en el visir Ay, luego sucesor de Tutankhamón. El faraón Horemheb, militar y administrador de alma, resta­ bleció el orden y la seguridad en un Egipto desfalleciente: su céle­ bre edicto contra los prevaricadores5 subraya sin miramientos la amplitud del «dejar pasar» en el país, las graves negligencias, la corrupción y el desprecio de las leyes. Con la mano de un buen jefe, Egipto recuperó la estima y el respeto del extranjero. El entorno de Horemheb, sus colaborado­ res, habían sido elegidos con el más riguroso discernimiento. En­ tre ellos, el rey había reparado sin duda en el más brillante, un joven militar de nombre Parameses, muy pronto convertido en comandante de las tropas. Era hijo de un tal Setos, originario, como se verá6 — su nombre podría indicarlo— , de la zona fronte­ riza oriental del Delta, uno de los feudos del dios Set. Era la región en que había estado implantada la ciudad de Ávaris, convertida en la capital de los invasores hicsos. El lugar está situado en las Aguas de Re (la rama del Nilo más oriental del Delta) en dirección a la ciudadela de Tjaru (Silé: ¿el-Qantara?) en los Caminos de Horus,7 punto de partida de la ruta costera que atra­ vesaba el país de Canaán: allí Set era reconocido como el Baal de los asiáticos. La población evidentemente mezclada contaba con elementos autóctonos, pero también con otros habitantes de oríge­ nes hicsos, integrados desde hacía tiempo con los nativos, también ellos a veces originarios de Canaán y de países más lejanos. Dar a su hijo el padrinazgo de Set era probablemente querer marcar sus raíces locales, pero también recordar sus vínculos familiares. Parameses debía de ser un poco más joven que el soberano: subió todos los escalones de su carrera militar al lado del faraón, cuya primera preocupación había sido devolver al ejército el pode­ río necesario para la defensa de los intereses de Egipto fuera de las fronteras. Superando las funciones que antaño ocupaba su padre, llegó a superintendente de las caballerizas reales. Luego fue natu­ ralmente promovido al cuerpo de elite de los carros. Convertido entonces en conductor de carro, Horemheb le confió uno de los puestos más envidiables: enviado real a los países extranjeros, para transmitir los correos diplomáticos. Luego fue nombrado general. El faraón le confió entonces el mando de la fortaleza de Tjaru,8 puesto fronterizo por donde pasaban todas las expediciones milita­ res que se dirigían a Oriente. Más aún, el nuevo cargo de Superin68

tendente de las Bocas del Nilo le confería el deber de tener a su cargo la seguridad del norte del país, tanto al este como al oeste

El visir Parameses

El ejercicio de todas esas responsabilidades, tan notablemente cumplidas, incitó a Horemheb a designarlo visir,9 otorgándole además el título de Diputado de todo el País, en el norte y en el sur, lo que muy probablemente lo condujo a vigilar los múltiples trabajos de desmontaje, transformación e innovaciones arquitec­ tónicas en el templo de Karnak. En efecto, para no atraer la ven­ ganza del alto clero de Amón, Horemheb hizo desmontar el gran templo y todas las capillas en honor del globo de Atón, erigidas al este de Karnak por Amenhotep IV al comienzo de su reinado. Una gran parte de sus elementos10fue, al parecer por orden de Parameses, enterrada en el interior del pilono construido en el reinado de Horemheb (el IX pilono). También, por permiso real, recibió el honor de hacer figurar al pie de la torre oriental del pilono las dos estatuas que lo representan en cuclillas, vestido con su amplio traje con collar de visir, dones de Su Majestad. Fi­ nalmente cuando Parameses fue investido príncipe heredero de todo el país, la suerte estaba echada. De hecho, acababa de ser designado para suceder un día a Horemheb — el antiguo compa­ ñero de armas de su padre Setos, simple comandante de tropas— porque el faraón no tenía heredero, y Parameses, por el contrario, tenía la ventaja de poseer un hijo activo, Setos, que hasta podía ser nombrado en esa época segundo visir." Esta investidura se celebró con gran pompa. Recibió el anillo de sello portador del título, en presencia de los altos funcionarios; las danzas y los cantos lo acompañaron hasta su vivienda donde las festividades se prolongaron en familia. Su esposa era la dama Sitre; se le conocía un hijo, Setos,12 que llevaba el nombre de su abuelo, muy probablemente ya casado con la joven, Tuya, hija de Raia, lugarteniente de carros, y de una cantante de Amón, Ruia. Algunos vestigios en las paredes del templo de Karnak pueden hacer suponer que habría tenido un hijo, muerto en el curso de su adolescencia.13 Pero nació otro varón, al que siguiendo la costum70

____ La reina Sitre, en su tumba del Valle de las Reinas.

bre le pusieron el nombre de su abuelo: Ramsés. Sin duda, a par tir de esa época Parameses se hizo llamar Ramsés, suprimiendo el artículo demostrativo Pa que lo hacía demasiado vulgar.

A dvenim iento del primer Ram sés

En 1295, Ramsés, hijo de Setos y Tuya, debía de tener cinco años cuando el faraón Horemheb murió. Asistió a la coronación de su abuelo, faraón reinante en la Tierra del Sur y del Norte, el pri­ mer Ramsés Menpehtire. Este último se convertía en el antepasado fundador de la nueva dinastía, la XIX, la de los ramésidas. Para integrarse en el linaje de los faraones precedentes, Men­ pehtire eligió en la necrópolis real abrigada por la Santa Cima, la Gran Pradera (Ta-sejet-aat, que hoy se llama el Valle de los Reyes), al oeste de Tebas, el lugar donde hacer excavar su hipogeo. Su­ ponía que los artesanos de la corporación de la Plaza de la Verdad14 (la Set-Maat, el actual Deir el-Medina), creada por el fundador de la XVIII dinastía, tendría amplio tiempo para preparar una pro­ funda siringa que recibiera sus reales despojos. Además, innovó: fundador con Sitre de una dinastía, deseó que su reina pudiera beneficiarse de una tumba en una necrópolis destinada a recibir a las reinas de la dinastía nueva, lo que no había sucedido antes. El príncipe Setos fue tal vez el encargado de encontrar el empla­ zamiento más apropiado. Su elección fue un wadi que se abría am­ pliamente sobre la llanura occidental tebana, al sur del Valle de los Reyes, la Set-heferu, que en la actualidad se llama el Valle de las Reinas. Era una necrópolis ya utilizada para recibir las sepulturas de pocos y muy altos funcionarios, y de los niños reales de la dinas­ tía precedente. El lugar montañoso estaba dominado, no ya por una cima en forma de pirámide natural que recordaba el miembro crea­ dor, sino por la Santa Gruta, consagrada al gran principio femenino Hathor, en el seno de la cual eran recibidos todos los difuntos. Luego, el nuevo faraón inició la realización de uno de los proyectos con los que había soñado mucho tiempo, desde que era visir: continuar la obra arquitectónica del tercer Amenhotep Nebmaatre, en Kamak, y celebrar así, a los ojos de los sacerdotes de Amón frustrados y por cierto maltratados durante la aventura

amamiana, el regreso al dogma amoniano. Delante del pilono de Amenhotep (el III pilono en la actualidad), el gran patio, desde el final del reinado de Horemheb, había recibido en su centro una avenida de doce columnas muy altas — dominadas por capiteles papiriformes abiertos— , análogos a los de Tutankhamón en Lu­ xor. Hizo terminar la columnata y empezó a flanquearla con series de elementos menos altos y con capiteles papiriformes cerrados: los trabajos empezaron por el ala norte. Su proyecto, continuado por su hijo Setos y por su nieto, el segundo Ramsés, era el de edifi­ car una sala muy amplia que recordaba un inmenso bosque de papiros, como se la puede ver actualmente en el gran templo de _ Kamak. Todavía no se había realizado la decoración pero, en los muros antaño adornados por orden de Horemheb, reemplazó el nombre de su antiguo señor por su propio nombre y apellido.15

El príncipe Setos, Estrella de la Tierra

En esa época, Menfis era la capital de los militares donde el , .general Horemheb, convertido en faraón, había puesto orden en toda la organización desfalleciente. Setos secundaba a su padre L agotado por una larga y eficaz carrera. En realidad, cumplía a su lado la función de corregente, y le agradaba que declararan: «Mientras era Re-el sol radiante en el alba, yo estaba a su lado como una estrella lo está de la tierra».™ También quiso dar prueba de autori­ dad en las antiguas comarcas vasallas, en las que se encuentran Kharu, Dyahy, y los fenju que habían sido desleales con su país durante el debilitamiento de Egipto. También era necesario que pagaran regularmente los cánones, porque los alcaldes de las ciu­ dades extranjeras dominadas debían pagar impuestos a la Co­ rona, y sobre todo al gran templo de Amón, en cada Año Nuevo, como sus colegas de las ciudades egipcias, y dar también una parte de su trabajo.17 Como nos lo deja suponer más tarde el gran Ramsés — de­ seoso de mostrar con todos los artificios su extraordinaria preco­ cidad— , no debería asombrar que el príncipe Setos haya hecho participar a su joven hijo, en esa época de siete años, en esa incur­ sión al país asiático, costeando la costa mediterránea hasta el sur 74

Interior de la tumba de Ramsés I, en el Valle de los Reyes: en el extrem o derecho, ataúd funerario del rey. (Archivos A. Piankoff)

Tumb .1 de K jrm és I: detalle d e la serpiente Mehen y sím bolo de la* doce horas de la noche, que debe tragar. (Foto Diradour)

de Fenicia (los fenju). Los cautivos hechos en Canaán, siempre acompañados de sus mujeres e hijos, aumentaron el personal del templo de Buhen (en la 2.a Catarata, en la Baja Nubia egipcia). Al frente de la expedición estuvo Setos que hizo erigir dos estelas conmemorativas del acontecimiento,'8 mientras que Ramsés I, en ese segundo año de su reinado, residía en Menfis, vigilando de cerca la fundación de su nueva capital, Pi-Rameses (el dominio de Ramsés).

El primer Ramsés en el Valle de los Reyes

Murió poco tiempo después de haber confirmado a su hijo como corregente oficial: apenas había reinado dos años,19pero, en realidad, había compartido con Horemheb el peso y la eficacia del poder durante largos años. Ramsés el Primero (Menpehtire) fue enterrado en el corazón de la Gran Pradera, en una tumba sin terminar, menos importante que lo que hubiera deseado, pero en la que había extractos de una nueva recopilación de textos fune­ rarios reales: el Libro de las Puertas. Muy probablemente había contribuido a su redacción en la época de Horemheb. Sobre un fondo gris azulado, el decorado vivamente coloreado todavía presenta en la actualidad una sobria elegancia. Sitre, su esposa, debió de seguirlo poco después al dominio de Osiris: su pequeña tumba de la Set-Neferu (Valle de las Reinas) fue rápidamente adornada con algunas representaciones en lí­ neas negras, realzadas por toques rojos. Acababa de nacer la era ramésida.

Rosira del umMafpi de Rimata I • que se volvtô a entem r a R i n a ti. (Museo de El Cavo)

IV

LA CORREGENCIA DEL PRÍNCIPE RAMSÉS BAJO EL REINADO DE SETOS I 1294-1279 ANTES DE NUESTRA ERA

El ejemplo del padre

Todos los egiptólogos están de acuerdo en reconocer al bri- 1 liante príncipe Setos, coronado hacia sus treinta años, la inten­ ción de proyectos grandiosos y las capacidades para realizarlos, j Antes que nada debía lograr la adhesión de los diferentes cleros que podían equilibrar el peso de los profetas del Amón tebano. Así, en su coronación, hizo acompañar su nombre con el epíteto amado de Ptah, que lo unía con Menfis. Se declaraba también la imagen de Re (en la tierra), la luminosa forma divina adorada en Heliópolis, sin descuidar el título de Toro poderoso apareciendo de­ lante de Tebas, tomado de uno de §us modelos, el gran conquista­ dor que había sido el tercer Tutmosis. Pero Setos no olvidó las notables realizaciones arquitectóni­ cas de Amenhotep, el faraón de Tiy, rey del siglo de oro y del encanto. Seleccionó los mejores artistas, confió en los arquitectos herederos de un ancestral arte de construir, y se esforzó por su­ perar la obra de sus predecesores. Primero fue su fundación de Abido. Luego había que continuar la edificación de la gran sala hipóstila de Karnak. En la Gran Pradera, su tumba es el hipogeo mas profundo y más suntuoso de todo el valle. Su reinado sería el 79

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, «Renacimiento» desde todo punto de vista, además la mayode sus inscripciones fechadas estaban precedidas por esta

mención. por cierto, debía de haber entre los numerosos capítulos de su vasto programa, una razón determinante que lo incitaba a colo­ car su reinado bajo el signo del renacimiento. En principio, obse­ sionado por la gloria y las realizaciones de su gran «antepasado» Tutmosis (III), antes que nada proyectaba reconquistar la provin­ cia (siria) de Amurru, perdida en la época amarniana. Y final­ mente, como presagio favorable para su reinado y para la funda­ ción de su dinastía, no podía dejar pasar la ocasión de subrayar explotándola— esa renovación de Egipto materializada en la ce­ lebración de un período sotíaco, que debió de producirse hacia 1314-1313: muerte de Horemheb y advenimiento de Ramsés I. Este fenómeno sólo se producía cuando coincidían el calenda­ rio solar, el de los templos y los trabajos agrícolas — correspon­ dientes a los 365 días y 1/4 que separaban cada inundación del río— , y el calendario de las administraciones, en las que el cuarto de día no se contabilizaba y perdía así un día cada cuatro años. Para que los dos ciclos se encontraran, había que esperar 1.460 años (es decir, 365 x 4). Había entonces un milagroso primero de año, porque los dos calendarios se celebraban el primer día del primer mes de la primera estación del año (ajetl la estrella Sotis y el sol aparecían al alba, casi en el mismo momento y en un inter­ valo muy corto, anunciando la inundación inminente. Día de milagro, presagio de períodos favorables donde todo volvía a encontrarse «en su lugar», augurando la bendición del divino sobre el país y el reino del faraón. Setos aprovechó este acontecimiento que le tocaba tan de cerca. Esta atmósfera tan di­ námica impregnó toda la primera juventud de Ramsés. Una pre­ ciosa estela, conservada en el Louvre, nos lo muestra sentado en un almohadón, con el dedo en la boca, con el mechón de cabellos de la infancia en un costado, como un niño de corta edad. Ya lleva un largo kilt plisado como los rayos del sol, a la moda amarniana que sube por la espalda; la banda real con el ureo ya adorna su frente. Delante de él, el nombre de coronación: Usermaatre, parece indicar su estado de soberano desde la infancia. Otra pe­ queña estela, también en el Louvre, en esquisto verde, nos infor­ ma que el autor, su preceptor, educó a Su Majestad desde los co­ mienzos. 81

El padre y la madre de Tuya, HK^rm de Sctu» I (Según ('•¿hallal

La reina Tu ya, com o «portarnseña». (Colección privada. E E U t J ' Tila, escriba real, preceptor d e Ramsés, adorando la triuiudad: Ptah-Haractes-Am ón.

La madre real T u ya, seguida de su yerno f'iia y de su hija Tía

Este preceptor era un joven muy valioso, un tal Tiia, hijo de n u a h s u , promovido a escriba de la mesa del Señor de las Dos tierras: era, pues, jefe del abastecimiento de palacio. Ese gran administrador que, más tarde, se convirtió en uno de los respon­ sables del templo de Millones de Años de su señor,2 supo por cierto hacerse apreciar por la familia real, ya que se convirtió en el yerno de Setos I — por lo tanto cuñado del futuro rey— , porque le autorizaron a desposar a la princesa Tia. Su familia, sin duda, estaba muy próxima al difunto Horemheb, ya que sus dos monu­ mentos funerarios, uno construido por este último cuando tenía el grado de general, y el de la pareja principesca, están uno al lado del otro en la llanura de Saqqara.3 La geografía fue la rama en la que el escolar iba a sobresalir: altos funcionarios, oficiales de caballería, visir, todos hablaban al faraón de las expediciones guerreras preparadas al Oriente Pró­ ximo. Ramsés niño estaba totalmente familiarizado con las ciuda­ des de las provincias de Canaán, de Kharu y de Dyahy, de Upi (Siria Sur), las plazas fuertes que había que recuperar en el país de Amurra, y sabía que los guerreros hurritas que vivían en Mitanni habían sido vencidos por Tutmosis (III) Menjeperre en el curso de su octava campaña asiática. Escuchaba hablar de la ciu­ dad de Yenoan, sabía de oídas que en Betsán una inscripción (la segunda) recordaba los éxitos militares de su real padre. Y tam­ poco ignoraba que era necesario reprimir los disturbios de Gali­ lea. Ya podía diferenciar entre los turbulentos shasus y algunos apirus que a veces venían a vendimiar los viñedos reales. Un día escuchó al visir Nebamón hacer alusión a la gran expedición que debía poner en condiciones las ciudadelas y los pozos egipcios que jalonaban la gran ruta comercial de la costa fenicia, a través de Tiro, Sidón, Biblo, Simyra... Y ya había escuchado el nom­ bre de los más temibles enemigos, los hititas. En palacio se habla­ ba de una lucha larga y áspera: y el principito ya aspiraba a com­ partir las expediciones punitivas al mando del faraón. Muy pronto se presentó la ocasión. Los textos nos informan ' ^Ut'- Para empezar, se le otorgó un título honorífico a la edad de diez años: comandante en jefe del ejército. Hacia los doce años parece ser que acompañó a su padre en el curso de una acción *^ resiv a contra los libios, esos tehenu y esos mashauash del oeste Delta. Poco después, Setos, en el curso del quinto año de su remado, decidió que su hijo, de trece años, participara en el com83

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contra los hititas que habían bajado de Anatolia a Siria. Era ^ o ca sió n para intentar recuperar Amurru y la ciudad de Qa­ desh antaño conquistada por Tutmosis III Menjeperre. El príncipe Ramsés quedó marcado por esas batallas, deslum­ brado por la toma al asalto de la ciudadela de Qadesh, y muy emocionado por la inauguración de una estela de victoria erigida en la ciudad conquistada: estaba orgulloso de ese padre, valiente heredero de una nueva dinastía que había probado la nobleza de Su sangre «retomando la antorcha» y restituyendo al trono él, el setiano, lo que antaño el faraón tutmósida había sabido conquis­ tar para su país. Pero esta victoria era provisional. Setos había afrontado el poderío creciente de los hititas, personificado en un joven monarca con carácter: Muwatalli, príncipe de Hatti (Jeta). Poco después, este último recuperó la ciudadela, que volvió a quedar englobada en el feudo hitita. Un entendimiento provisio­ nal — y de lo más confidencial— puso fin al conflicto. Sin embargo, Ramsés, ese joven pelirrojo impetuoso, con el mentón voluntarioso heredado de su madre, la reina Tuya, no olvidaría tan pronto ese fracaso aunque su padre, en contraparti­ da, se hubiera asegurado posiciones estables para el arraigo co­ mercial y la expansión de su país, en las regiones interiores y so­ bre todo costeras, hasta el límite de Tiro al sur de Fenicia.

La infancia de un superdotado

A veces es difícil comprender y reconstruir la historia de los acontecimientos porque los testimonios antiguos están fuerte­ mente teñidos por el énfasis y el mito. A menudo, en la actuali­ dad, se considera que Ramsés tuvo en sus expresiones fuertes tendencias a una orgullosa y pesada exageración, y hasta se ha nombrado la megalomanía. Podríamos quedar atrapados por ese juicio sin remisión, si no se tuvieran en cuenta dos factores esenClales. El primero es remitirse a la época en que suceden los acon­ tecimientos y referirse a la generosa facundia de los habitantes de la tierra de Egipto. El segundo es particularmente político y proP10 del hombre Ramsés y del cálculo tendente a un programa balizado a lo largo de su existencia: antes que nada crear e impo-

Setos I acom pañado del ¡oven Ram sés, delante de la lista de lo» nombres de

su personaje fuera de la norma, un ser excepcional hecho ra ganar. Se le descubre dominador pero benevolente, inspi­ r o por Dios, ya que es de su misma esencia él, el advenedizo, un pelirrojo, aparentemente no querido por Horus, salido de Set, ro sin embargo hijo del sol en la tierra, amado por Amón y nara decirlo en pocas palabras hombre del milagro. Cómo, entonces, no poner el énfasis en su infancia excepcio­ nal de superdotado, capaz, desde su más tierna edad, de secun­ dar a su real padre. En este espíritu se concibió la famosa gran inscripción dedicatoria de Abido, a la que hay que referirse,4 gra­ bada por orden de Ramsés a la entrada del templo fundado por Setos en el ámbito osiríaco de la ciudad santa. Ramsés había vis­ to, en ese lugar frecuentado por el más vasto y popular de los peregrinajes, la ocasión de confiarse a la posteridad. Tomando el texto al pie de la letra, sería fácil imaginar al jo­ ven prodigio recién salido de la cuna cuando su padre quiso sen­ tarlo a su lado en el trono. Pero hay que tomar todo en cuenta... no dudamos del acontecimiento — es tan raro que un recuerdo histórico de esa época lejana se haya conservado— , pero reduz­ camos su aicance. Al recorrer ese relato de gran importancia para la historia de la corregencia,5 y para el mismo Ramsés,6 se com­ prende que es muy verosímil que Setos haya querido afirmar el impacto de su dinastía naciente valorizando la formación y la im­ portancia del príncipe heredero. Es seguro que el acontecimiento relatado tuvo lugar. Pero Ramsés debía de tener más edad. Sin duda, la real precocidad de su hijo incitaba a Setos a con­ fiarle oficialmente algunas responsabilidades; así nadie podría cuestionarle su derecho a la corona. Es muy probable que Setos se haya inspirado en lo que Horemheb reservó a Parameses al nom­ brarlo su sucesor: Príncipe heredero del todo el país.

La corregencia

El acontecimiento debió de producirse en el período de paz ^guíente al acuerdo — según una costumbre muy común entre ■°s hititas— concluido con Muwatalli y, probablemente, entre el an° 7 y 8 del reinado. El príncipe Ramsés debía de tener quince 87

años. El soberano, delante de todos los grandes de su reino y l0si representantes del pueblo reunidos, probablemente, en el vasto patio del templo de Menfis, como rey presentó a su hijo a su lado para la investidura. Al comentar el acontecimiento con insistencia enfática, Ram-'* sés, dejando planear una duda, se ingenia para declarar su legiti­ midad: «Salí de Re... mientras que mi padre Menmaatre (Setos I) me crió. El mismo Todopoderoso me hizo grande, cuando yo era niño hasta que reiné. M e hizo don del país cuando yo estaba (todavía) en el casca­ rón. Los grandes se prosternaron (olieron el polvo) ante m í cuando fui instalado en tanto que hijo mayor, como Príncipe heredero en el trono de Gueb. Cuando mi padre apareció en público, era un niño en sus bra­ zos, y refiriéndose a mí, declaró: “Coronadlo como rey, que yo pueda contemplar su vigor (nefru: brillo) mientras viva a su lado". [Entonces se acercaron] los chambelanes, para colocar la doble corona en mi ca­ beza7 A sí hablaba de m í cuando estaba en la tierra: “¡Dejadle organizar este país! ¡Dejadle administrar! ¡Dejadle mostrarse al pueblo!". Así ha­ blaba... porque el amor que le inspiraba estaba en sus entrañas. Me gra­ tificó con una familia proveniente del harén real, igual que con el pa­ lacio: me seleccionó esposas... y concubinas...».

¿Por qué justificarse?

En ciertas cosas inverosímiles de este relato se capta la insisten­ cia de Ramsés en presentar el acontecimiento de manera que san­ cione desde el comienzo su real estado de Príncipe heredero, lo que me parece excesivo si no hubieran existido dudas al respecto. Parece evidente que el texto de esta inscripción se inspira en el de la coronación de Hatshepsut que figura en el templo jubilar de la reina, en Deir el-Bahari. Allí aparece acompañada por su padre delante de los dignatarios. Sin embargo, se comprueba una diferencia esencial.8 Tutmosis I esperó que su hija se convirtiera en una encantadora jovencita para coronarla, pero no la hizo su corregente. Ramsés, por el contrario, se presenta como un invero­ símil fenómeno de precocidad, pero insiste en el hecho de que fue instalado como hijo mayor, Príncipe heredero, en el trono de Gueb, como si quisiera mostrar que había recibido sus prerrogativas y no que le hubieran sido dadas desde el comienzo. Ante la inmen- J 88

'1

Setos I derriba al jefe libio. La imagen, a la izquierda, del príncipe Ram sés se volvió a grabar sobre las huellas de una silueta anterior. (Según J. H. Breasted, Kam ak)

Primer plano de la superposición de las dos im ágenes representadas detrás de Setos I. (Según J. H. Breasted, Kam ak)

sa lista de los nombres de los faraones, los «ancestros», en Abido el principito está representado acompañando a su padre y rin diéndoles homenaje. Esta insistencia de Ramsés por justificar su legitimidad per. siste aún en el tercer año de su reinado; hace decir a sus cortesa­ nos en la Estela de Kubán: «Cuando todavía estabas en el cascarón formabas ya proyectos en tu calidad de Príncipe heredero. Estabas infor­ mado de los problemas de las Dos Tierras cuando eras muy joven, cuan­ do todavía llevabas al costado el mechón de cabellos de la infancia. Eras jefe del ejército, siendo un jovenzuelo de diez años». El gran egiptólogo estadounidense de Chicago, James Henry Breasted, adelantó una hipótesis. Basándose en un relieve del muro exterior de la sala hipóstila de Karnak, donde se ve, detrás del carro de Setos la silueta de un principito (?), martillada y reemplazada por la del pequeño Ramsés, Breasted sugería que esta sustitución sería la prueba de que Ramsés habría asesinado a su hermano mayor, para ocupar su lugar.9 Esta hipótesis no pue­ de sostenerse si nos referimos a la escena del templo jubilar de Setos en Gurna, donde el cuadro de la coronación de Ramsés por Amón, en presencia de su padre Setos I, prueba que había un perfecto entendimiento entre padre e hijo. Tal vez todas estas justificaciones estarían dirigidas simple­ mente a un candidato al trono, fuera de la familia de Ramsés, descendiente olvidado de los últimos reyes de la XVIII dinastía. De cualquier manera, el martillado de su silueta, después de ha­ ber sido admitido a figurar en una pared de Karnak, muestra la victoria definitiva de los ramésidas.10 Hechas las rectificaciones de ciertas cosas inverosímiles, sur­ ge que el joven recibió las coronas y su nombre de coronación en ese momento. En efecto, a partir de esa época, cuando los textos alu­ den al príncipe corregente, le aplican su nombre de coronación, que todo soberano investido recibe en ese momento. Una inscrip­ ción dejada en Sinaí, en las minas de turquesa, por Ashahebsed, copero de Setos I, es un excelente ejemplo: Sé loado, oh Soberano, rico en tropas y carros, Menmaatre Setos (I) y su hijo real UsermasíU R£n (poderoso es el orden cósmico de Re), amado de Hathor..., Ramsés (II).12

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El m undo del corregente

El palacio del corregente, sin duda, fue edificado en la ciudad ¿ e Menfis, y encantadoras nobles damas de la corte fueron pues­ tas al servicio de las dos primeras Grandes Esposas reales de Ramsés, sin duda elegidas por Setos y Tuya, ayudadas por el su­ perintendente del harén, Hormin.13 No ha llegado hasta nosotros ninguna información que nos permita adivinar el origen de esas nobles damas. Hasta hoy ni un solo documento nos ha entregado los nombres de sus padres; ningún texto aclara su condición. Se sabe que una de ellas se lla­ maba Nefertari y la otra Isisnofret: dos nombres perfectamente egipcios. La primera, cuyo encanto y belleza fueron cantados por Ramsés, debió de ser de salud frágil: ocupó el primer lugar al lado del rey, pero parece haber desaparecido alrededor de los años 24-25 de su reinado. La segunda, por el contrario, Isisnofret, todavía estaba viva después del año 40 de su reinado. Muy pronto, ambas dieron a Ramsés su primer hijo. Nefertari tuvo un hijo, que en seguida llamaron Ameniuenamef (Amón está a su derecha), mientras que Isisnofret tuvo una hija, Bintanat (Hi­ ja de la diosa Anat). ¿Por qué poner a su hija bajo la protección de una diosa asiática? ¿Isisnofret sería una princesa siria criada en el harén real? Ningún indicio nos permite responder a este interro­ gante. Pero hay que señalar hasta qué punto el culto de las divini­ dades asiáticas había penetrado en las costumbres egipcias, sin tener en cuenta las expediciones militares realizadas por Egipto en Canaán o en Amurru. Por otra parte, muchos extranjeros, ins­ talados desde hacía varias generaciones en el país, habían hecho carrera, porque no nos cansaremos de repetir que los hijos de ese país del Nilo, si bien siempre fueron profundamente patrio­ tas, nunca fueron xenófobos. En su adolescencia, y esto continuó durante su madurez, Ramsés estuvo rodeado de altos funciona- \ nos egipcios a los que se unieron personalidades de origen ex­ tranjero. Paser,14 hijo del Sumo Sacerdote Nebneteru, muy joven cham­ belán de Setos y nombrado Jefe de los secretos de las Dos Se­ ñoras, es decir, guardián de las coronas reales, es seguro que asis­ t o a la entronización del príncipe corregente. Es probable que ••aya colocado el pschent sobre la cabeza del heredero real. Cerca 91

A m am antam iento de Ram sés por Anuket, que hace alusión a su esencia divina. (Templo de Beit el-W ali)

Evocación de la coronación del joven corregente Ramsés, por Set y Horus. (Templo pequeño de Abu Simbel)

Ramsés II enseña a su hijo m ayor a dom ar al toro salvaje.

El corregente Ram sés persigue a los beduinos shasou. (Tem plo de Beit el-W ali)

El visir, seguido del príncipe heredero y del virrey de Nubia, 1 '"-en ta a Ram sés-corregente los vencidos asiáticos. (Tem plo de Beit el-Wali)

del príncipe estaba Imenemipet,15 su amigo de la infancia. Por el contrario, Ashahebsed, el que durante el año 8 inscribió las ala­ banzas de sus dos señores en las montañas del Sinaí, sin duda no era de origen egipcio. Sin embargo, fue promovido a la alta fun­ ción de enviado real a todas las tierras extranjeras. Al igual que el general Urhiya, nativo del norte de Siria, dio a su hijo el nombre cananeo de Yupa. Uno de los que más tiempo hacía que estaba al servicio del faraón era el Jefe de las pinturas del templo de Kar­ nak, Didia, cuyo antepasado Pedubaal había ido desde Canaán a Egipto seis generaciones antes.16

Las actividades del corregente

Ramsés, corregente, no tardaría durante el octavo año de rei­ nado en trabajar en los despachos enviados a su padre por Imenemipet, virrey de Nubia. Se trataba de una rebelión que se pre­ paraba en el país de Cush (actual Sudán), en la tierra de Irem, al oeste de la 3.a Catarata. Durante el invierno de 1287 antes de nuestra era, Setos puso a punto una estrategia que permitió a un destacamento de carros, que acompañaban a la infantería, redu­ cir la rebelión en siete días. Finalmente Ramsés vio llegar a Tebas, de donde habían partido las órdenes, a poco menos de un millar de cautivos acompañados por un amplio botín de productos afri­ canos. Este tipo de represión no era, sin embargo, bastante vasta como para iniciar al corregente en los enfrentamientos que lo es­ peraban en años futuros, con rudos adversarios perfectamente organizados. Durante todo el noveno año de su reinado, el faraón Setos vigiló personalmente la edificación del templo en Abido. Para fa­ cilitar el aprovisionamiento de oro necesario para equipar su san­ tuario, mejoró la suerte de los mineros de sus expediciones me­ diante la perforación, con éxito, de un pozo profundo en el desierto entre Edfu y el mar Rojo, en los wadis Mia y Abbad, y en consecuencia hizo excavar el speos de Redesiyeh. Recayó entonces en el príncipe corregente la vigilancia del vasto programa arquitectónico. Estaba el palacio de Pi-Rameses, al este del Delta, los santuarios con los que quería jalonar Egipto, 94

Ramsés, escoltado por dos príncipes, persigue a los rebeldes de la Alta Nubia.

Regreso de un herido al pueblo de los rebeldes. (Tem plo de Beit el-Wali)

Desfile de los cautivos, de sus familias y sus tributos.

Am enhirunem ef, hijo mayor de Ram sés, el visir y el virrey Imenemipet, presentan tributos a Ramsés-corregente.

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Decoración del virrey de N ubia, rodeado de productos de Nubia recolectados por él.

O ficiales egipcios aportan piezas de orfebrería e introducen a prisioneros de la Alta Nubia y anim ales d e tributo. (Templo de Beit el-W ali)

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y también los monumentos tebanos. En la orilla derecha, en Kar­ nak, en el inmenso dominio de la realeza, consagrado a Amón, estaba la gran sala hipóstila en construcción, y en la orilla izquier­ da, su templo de Millones de Años en Gurna, en el que había un lugar al sur reservado al recuerdo del primes Ramsés: señalemos que el nieto no omitió, con la complicidad de su padre, hacer re­ presentar en las paredes su propia coronación ante Amón. En compañía de Paser, recientemente promovido a visir del sur, fue también objeto de su particular atención la gran siringa prepara­ da para Setos. Los trabajos de arquitectura se completaban con la reunión de los materiales necesarios para su embellecimiento. Y esto abarcaba tanto las canteras de granito de Asuán, para las estatuas y obeliscos y su transporte fluvial, como la supervisión de las entradas de oro manufacturado para hacer una estatua de su padre con ese metal precioso. Todas estas inspecciones procuraron al príncipe regente, en­ tre el año 9 y 10 (debía de tener entonces entre diecisiete y diecio­ cho años), la ocasión de acercarse a la corporación de artesanos tebanos de gran talento, y descubrir sus trabajos. Sus obras eran casi siempre anónimas (reencontraremos esas costumbres en nuestra Edad Media). Sin embargo, la época ramésida naciente rompería un poco esa práctica. Han aparecido nombres, descu­ biertos sobre todo en las excavaciones que exhumaron el pueblo de los artesanos de las tumbas reales tebanas, la Set-Maat, actual Deir el-Medina.17 Siempre en compañía de Paser, encargado del fastuoso mobiliario del templo de Karnak, de los tesoros funera­ rios reales, y también responsable de la tumba real, y por lo tanto a la vez de la corporación de obreros dedicados a su preparación, Ramsés Usermaatre tuvo la ocasión de ver la obra de Sennedyem y, en su juventud, la del que se convertirá más tarde en el más brillante Jefe de equipo: Neferhotep.

El Valle de los Reyes

Bajo la dirección de Sennedyem, los artesanos trabajaron en las sepulturas de Setos I y de Tuya. Los planos que habían sido sometidos al faraón no presentaban nada en común con los de las 97

Setos I recibe, de manos de Tot, la im agen de las dos Diosas Tutelares destinadas a asegurarle la supervivencia. (Templo de Abido)

tumbas de la familia real de comienzos de la dinastía. Para Setos, una inmensa siringa de casi cien metros de largo18 que se hundía en las rocas calcáreas del Valle de los Reyes. Con la decoración esencialmente reservada a los soberanos, el contenido de los li­ bros funerarios evocaría las etapas del sol que reconstituía su energía durante las horas de la noche, mientras los genios pobla­ rían los caminos misteriosos que a través de meandros conducen al renacimiento. Aparecería la larga serpiente Mehen de cuerpo ondulado, con los repliegues dominados por el recorrido del dis­ co incandescente, mientras que el faraón mantenía un perpetuo diálogo con los dioses. En una de las paredes del largo corredor, se trazarían todas las etapas de la Apertura de los ojos y la boca de la momia. Ramsés consultaba las escenas que se reproducirían en las pa­ redes, representadas en un papiro que le había mostrado el jefe de dibujantes. Los canteros, que muy a menudo trabajaban con cince­ les de sílex que había que afilar diariamente, acababan de terminar la excavación del corredor y de los cuartos, dejando entonces el campo libre al kadja19 encargado de recubrir las paredes con una capa de yeso fino. Ramsés se sintió asombrado al comprobar que no se veía ninguna huella del hollín de las antorchas utilizadas en la iluminación. Los pintores-dibujantes Pashed y Baki le mostra­ ron entonces la sal que colocaban alrededor de la llama para hacer desaparecer el humo. En la capa lisa de yeso, el Escriba de las imá­ genes20 trazaría los dibujos. El escultor21 (el que lleva el cincel) to­ maría entonces el relevo, y reproduciría las decoraciones y los tex­ tos en finos relieves que luego serían coloreados. Retuvieron su atención tres cuadros que le parecieron origi­ nales: en principio, una majestuosa vaca de pie con sus cuatro patas, y bajo el vientre de ella reconoció barcas que circulaban y dominaban a los personajes que caminaban. Nebneteru, padre de su amigo Paser, que a comienzos del año 11 sería nombrado Sumo Sacerdote de Amón, le explicó que se trataba de la ilustra­ ción del Libro de la Vaca Celestial, relato en el curso del cual la humanidad había estado a punto de hundirse debido a su impie­ dad — versión nilótica del Diluvio— y fue en definitiva salvada por la clemencia divina. Había también la imagen de cuatro personajes de tipos y cos­ tumbres diferentes: cuatro etnias representadas por igual y entre las que se encontraban los egipcios. La primera expresión de este

humanismo había aparecido en la tumba de Ramose en Tebas, en la época de la corregencia Amenhotep III-Amenhotep IV/Ajenatón, donde el egipcio, el africano, el asiático y el libio, uno al lado del otro, saludaban al más joven rey.22 Ramsés sabía que ése había sido uno de los grandes temas pregonados por aquel a quien los sacerdotes de Amón querían hacer olvidar. Secretamente seduci­ do por la «aventura amarniana», quiso que ese cuadro formara parte de la decoración. Y finalmente un tercer tema ya apasionaba al joven corregen­ te: el paso del tiempo marcado por los astros y las constelaciones representadas en el cuerpo estirado de Nut, bóveda celeste hecha mujer. Una inmensa composición — el techo astronómico— do­ minaría el Cuarto de Oro, el que recibiría la momia del rey en su pompa de eternidad. Estaba previsto que la tumba de Setos se terminara en los tres años siguientes.23

El V a lle de las Reinas

Más al sur, Ramsés no dejó de visitar el Set-Neferu (Valle de las Reinas), donde la Primera Esposa real de la dinastía — su abuela paterna— había sido inhumada. Había que inspeccionar el comienzo de la excavación de la tumba destinada a su muy venerada madre Tuya. En principio, se había fijado el emplaza­ miento en el borde de la terraza rocosa que iba disminuyendo en dirección a la Santa Gruta y que dominaba todo el valle. El plano de la sepultura, muy geométrico y armonioso, en dos niveles, llevaba por dos escaleras sucesivas, a dos salas subterrá­ neas principales. La última, muy vasta, con cuatro pilares, debía recibir el cuerpo de la soberana. El proyecto de decoraciones reli­ giosas muy diferentes, al igual que los textos, estaba sacado del Libro de los Muertos. Ramsés sabía que su madre estaba muy cerca de la tan fina y radiante Nefertari, madre de su primer hijo, Amenhirunemef. También aprovechó esta inspección para elegir, al lado de la sepultura materna, el emplazamiento que reservaría a su bienamada. % De regreso en Menfis después de una larga estadía en el sur,

f el príncipe coronado encontró a su familia floreciente. Isisnofret, ya madre de Bintanat y de un pequeño Ramsés, acababa de dar a luz a otro niño particularmente vigoroso al que llamó — en re­ cuerdo de su reciente estadía en Tebas, y tal vez de su tío bisabue­ lo 24ja-em-Uaset, lo que quiere decir: el que aphrece en Tebas. Una de las hijas que Nefertari recientemente había dado a luz, Merietamun, aunque de muy poca edad, presentaba ya la belleza y la elegancia de su madre. Ramsés acababa de cumplir veinte años, y seguía impresionado por su estadía en el Alto Egipto, transcurri­ da con Paser al lado de los maestros de obras de los grandes tem­ plos, y de los decoradores tebanos. Por su parte, Setos seguía con su programa: no contento con incluir en éste el proyecto de la mayor sala hipóstila que existe en Egipto, ordenó, en el undécimo año de su reinado, edificar una en el templo del Dyebel Barkal, J santuario de Amón de Napata (Cush-Sudán).25 Ramsés no olvidó la región de las Aguas de Re, rama oriental del Nilo, en el Delta, cerca del lago donde antaño Amosis había expulsado a los hicsos. Allí, Setos hizo agrandar el pequeño pa­ lacio de su padre. Ramsés secundó entonces a su padre deseoso de embellecer la real morada. La ciudad de Menfis donde vivían los ceramistas más experimentados poseía los famosos talleres donde los corregentes hicieron realizar las tejas y lajas barnizadas con tintes variados, pero en las que dominaba el azul turquesa.26 Éstas enmarcaban las puertas y ventanas del palacio; elementos análogos cubrían el suelo del dosel bajo el que Su Majestad cele­ braba audiencias y que también estaba adornado con rampas de acceso bordeadas por grupos profilácticos hechos del mismo ma­ terial tornasolado.

El corregente guerrero

La paz entre Egipto y sus posesiones exteriores, aparentemen­ te lograda, empezó a ser frágil, según los informes de los mensa­ jeros que dejaban presentir cercanas perturbaciones, tanto en el sur como en el este: convenía reducirlas rápidamente. Sin duda, Setos confió a su hijo, que ya tenía veintidós años, el mando de una pequeña expedición preventiva a Canaán y a los parajes in101

vadidos por los beduinos shasus. Lo seguro es que le encargó, hacia el decimotercero o decimocuarto año de su reinado, que recibiera oficialmente en su lugar los tributos de los países de Uauat y sobre todo de Cush (Baja y Alta Nubia). El papel del corregente tomaba efectivamente una importancia -i tan grande que fue autorizado a conmemorar esa promoción per­ sonal en las paredes de un hemispeos excavado en el acantilado nubio, a sesenta kilómetros al sur de Asuán, en la actualidad Beit el-Wali.27 En esas paredes, Ramsés aparece totalmente como fa­ raón. En el patio al aire libre, la pared norte está esculpida con relieves que resumen las campañas asiática y libia. Se puede ver a Ramsés en el ardor de su juventud, pasando por encima del arcón de su carro para expulsar a un enemigo, además aterrorizado por su león de batalla. Más lejos, es atacada una ciudadela asiática. Pero, con seguridad, el espectáculo todavía más rico en deta­ lles tomados del natural, es el largo registro esculpido, y antaño policromo, que presenta de izquierda a derecha en la pared sur, el desarrollo de la acción cumplida en la Alta Nubia. Primero, el ataque a una tribu de un tipo africano muy marcado, perseguida por las fuerzas armadas del faraón guiadas por Ramsés, de pie en su carro; por primera vez, está acompañado por dos de sus hijos. El mayor Amenhirunemef, hijo de Nefertari, tenía alrededor de cinco años, y Jaemuese un año menos: cada uno de los niños, montado en su propio carro, estaba asistido por un escudero con­ ductor. La carga al galope provoca la desbandada completa entre los rebeldes. Transportan a un herido; hombres y niños se preci­ pitan al pueblo, donde las mujeres se dedican a preparar la co­ mida al aire libre. Luego es el interminable desfile de los tributos llevados o con­ ducidos por los vasallos: el aporte de los animales de Africa, leo­ nes, jirafas, guepardos, gacelas, monos cercopitecos... y los pro­ ductos que adornarán la vida en Egipto: colmillos de elefantes, plumas de avestruz, madera de ébano, muebles fabricados en el lugar en el más puro estilo egipcio, pieles de animales, especias, todo tipo de piedras semipreciosas, y finalmente el oro en bolsitas, el oro en anillos, y hasta «piezas montadas» decorativas de orfebrería... Los dos principitos introducen el desfile de esas ri­ quezas, acompañados por el virrey de Nubia, el viejo Imenemipet, prosternados ante Ramsés triunfante en su trono, y por el visir Paser.

Esta campaña de Nubia ¿tuvo lugar realmente en esa época, o hay que ver en esa escena el recuerdo de una expedición punitiva del año 8 al país de Irem (Cush)? Los tipos sudaneses de los habi­ tantes que huyen abundarían en favor de esta hipótesis. En el año 8, época de su matrimonio, es evidente que el príncipe no podía aludir a progenitura alguna, pero en el momento en que se hizo el cuadro habría mezclado los dos períodos, el del año 8 en el que habrían sucedido los acontecimientos, y el del año 13-14 cuando los príncipes tenían respectivamente cinco y cuatro años. Lo mis­ mo sucede con los acontecimientos de la pared norte, tal vez no serían más que el recordatorio de las expediciones asiáticas y li­ bias en las que había acompañado a su padre.28

El ascenso hacia el poder

Tal es la lección histórica que nos entrega el primero de los siete principales santuarios fundados por Ramsés en Nubia. Pa­ rece que constituye, antes que nada, el manifiesto de su inminen­ te toma personal del poder, y del momento de la decadencia de Setos I, muy probablemente afectado en su salud. El fondo del speos, primitivamente excavado en la piedra de gres, presenta a Ramsés solo, rindiendo homenaje a las formas divinas y, en defi­ nitiva, haciendo la ofrenda real y suprema de Maat, el equilibrio y el dinamismo en todo, constante preocupación del faraón, cuya presencia y eficacia debe asegurar. Para que nadie ignore su esencia divina, se le ve aparecer, en el santuario, dos veces como niño rey, pero con el jepresh del rei­ no, amamantado por Isis y por Anuket la salvaje, que reina en las cataratas. Con tales antecedentes y después de tales hazañas, ¿cómo podría dudarse de que es digno de conservar las coronas? Entre su decimocuarto y decimoquinto año de reinado, Setos I, del que se podía creer que estaba en la plenitud de sus fuerzas, murió bruscamente al parecer, casi a los cincuenta años: fue hacia el final del tercer mes de shemu (el fuerte calor del verano). Ram­ sés acababa de cumplir veinticinco años.

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natural Ram** por s u padw (Tum ba tcb an j'

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El visir Pasti que asistió a la coronación y puto a su sHSut U doblr corona (ri psctoeol)

V LA CORONACIÓN

El Ascenso al trono

Setos Menmaatre, sucesor del general. Caballerizo real de Parameses, convertido por gracia de Horemheb en el primer Ramsés, habría muerto, al parecer, entre el decimocuarto y el decimo­ quinto año de su reinado. Su hijo y corregente, un nuevo Ramsés, se afirmaría como el digno heredero de una familia de valerosos soldados formados en el rigor de las armas y en la disciplina de palacio. Se presentaba entonces, para quien había ocupado el puesto de corregente desde sus años jóvenes, la última etapa por la posesión absoluta del trono: pasar las pruebas de la coronación y conocer los misterios de la investidura suprema. Al día siguiente del deceso de su padre, el vigésimo séptimo día del tercer mes del verano (shemu), al alba, se proclamó inme­ diatamente su ascenso. Entonces había que esperar los setenta días de preparación para el desarrollo de la ceremonia grandiosa en la Gran Pradera (Valle de los Reyes) de la inhumación que de­ bía tener lugar al comienzo del segundo mes de la inundación: hacia mediados del mes de agosto de 1279 antes de nuestra era.1

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El m om ento de forjar su personaje

Todo estaba listo, en Menfis y en Heliópolis, para el que ya entronizado se preparaba para esta impresionante iniciación: se"' iba a convertir entonces, verdaderamente, en el poseedor de la Doble Corona. El faraón sería, cualquiera que fuese, el hombre consagrado a las vicisitudes terrenales, por lo tanto limitado en el tiempo; pero, investido por una doble naturaleza, sería también aquel cuya irradiación participaba de lo divino, del orden cósmi­ co: las ceremonias de coronación (ja = aparición solar) marcarían el comienzo real de los años de reinado. Durante la víspera precedente a la reaparición de la luna y en el alba de la coronación, Ramsés pensaba en su destino. Por cier­ to, era hijo de rey, pero sentía imperativamente la necesidad, pa­ sadas las festividades, de hacer consagrar un largo texto (ciento dieciséis líneas), para afirmar con una solemnidad acentuada sus derechos indiscutibles a la herencia del trono de Horus. ¿Quería enmascarar circunstancias perturbadoras surgidas en el momen­ to en que su padre lo había honrado con el título de corregente?2 ¿O esencialmente quería hacer olvidar el origen militar de su fa­ milia surgida de una zona fronteriza en una etnia casi impura? Algo es cierto, lo raro de su origen: el nombre de Setos, dos veces llevado por sus antepasados inmediatos, no había aparecido en la onomástica real egipcia desde comienzos de la época faraónica. Consagrado a cierto aspecto de la encarnación divina ilustrada por Set, al parecer ese nombre había sido utilizado sólo por pri­ mera vez en la historia de Egipto,3 a partir de Amenofis III4 y al comienzo del período amarniano. Además, la rojez de sus cabe­ llos lo clasificaba inevitablemente en la categoría de seres seda­ ños. También contaba entre sus antepasados con altos funciona­ rios cuyos vínculos con el círculo del reformador de Am ama eran conocidos: hasta se recordaba que su tío abuelo, Jaemuese,5 había estado casado con la dama Taemuadysy, superior del harén y hermana del virrey de Nubia Huy, compañero de infancia de Tutankhamón.6 Desde Horemheb, los nuevos dueños del país no habían mos­ trado real animosidad contra la época amamiana; el corregente Ramsés había hecho utilizar discretamente en el hemispeos de Beit el-Wali, el procedimiento de «relieve en hueco», innovación 106

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muy apreciada por los escultores amarnianos, que procuraba a las imágenes esculpidas el juego solar de sombras y luces adecua­ do para hacer más real las escenas representadas.7

Convertirse en faraón

Era necesario desconfiar de ese mundo que representaba el feudo amoniano de Karnak, y vigilar para mantener continua­ mente el equilibrio de esa real fuerza con el peso de los cultos consagrados a los otros aspectos de lo divino. Ramsés construía su personaje y pensaba utilizar los medios más audaces para que se admitieran las reformas necesarias para la evolución de su país, adaptadas al mundo extranjero que se le había abierto. Todo se basaba en la credibilidad que sabría inspirar a esos sujetos sensibles al carisma del buen señor. Por lo tanto, había que forjar su leyenda, y superar por medio de hazañas milagro­ sas el prestigio ganado por sus predecesores: ¡se dedicaría a ello! Por otra parte, la época se prestaba. El período sotíaco que se producía cada mil cuatrocientos sesenta años había empezado en 1313 antes de nuestra era,8 y ya le había permitido a Setos I apoyarse en una Renovación de los nacimientos9 muy especial, que reforzaba su poder. Ramsés pensaba utilizar al máximo y de una manera más tangible esta oportunidad. Entre el año 1313,10 cuan­ do habían coincidido los dos calendarios, y la fecha de su corona­ ción, 1279, sólo había treinta y cuatro años de diferencia. El calen­ dario civil perdía un día cada cuatro años, y los dos sistemas, en la época de la coronación, sólo diferían en unos días, una semana a lo sumo. Nuestro faraón además podía pasar como el sobera­ no en cuyo reinado Egipto se beneficiaría de ese fenómeno excep­ cional. Además, poco tiempo antes de la muerte de su padre, había rechazado, en una breve batalla naval, la invasión de los shardana, aliados de los libios, esos «guerreros del m ar»" que trataban de invadir el Delta. Había hecho prisioneros que confió a sus oficia­ les para que los transformaran muy rápidamente — ¡oh mila­ gro!— en preciosos mercenarios fieles a sus nuevos amos. Este programa ya trazado del futuro seguía manteniendo a 107

Usermaatre en la expectativa de esos días impresionantes tan es­ perados, ya desde su iniciación, investido de los secretos que re­ gían el universo, el cielo se estremecería, la tierra temblaría cuando tomara posesión del reino de Re. Sólo se han conservado algunos relieves que representan el acto primero y el desarrollo esencial de la ceremonia, es decir, la purificación del príncipe y la imposi­ ción de las coronas por las divinidades tutelares, en las paredes de los templos que se remontan al Imperio nuevo. Las fuentes escritas relativas a esas ceremonias capitales de la realeza debían de ser secretas, y con un ritual que las preservara. El desarrollo de ese recorrido iniciático se repetía durante la Confirmación del poder real celebrada cada año, el primero de año, en los Templos de Millones de Años de los reyes, al menos desde el comienzo del Imperio nuevo, y muy probablemente mucho an­ tes. Por suerte, en el Museo de Brooklyn'2 de Nueva York se con­ serva un papiro que menciona este ritual.

La purificación del príncipe Desde los primeros resplandores del alba, sacerdotes ceremo­ niales entraron en el palacio, para el despertar de Ramsés, y lo llevaron en silla de manos delante de la puerta del pilono del templo,13 donde el ritual del «Bautismo del faraón» constituiría la base preliminar de las ceremonias. Estos ritos debían cumplirse delante de algunos muy altos funcionarios. Parece que la reina no estaba presente. Cuatro sacerdotes, uno con la máscara del halcón Horus, el otro la del ibis de Tot, y la de Set, con un animal todavía no iden­ tificado que recordaba la cabeza del orictéropo y a veces la del asno, y finalmente el que personificaba a Dun-auy (El de las alas desplegadas), que enmarcaban al rey al sur y al norte, y luego al este y al oeste. Con un aguamanil de oro vertieron en la cabeza y los hombros de Usermaatre la libación sagrada representada por un chorro discontinuo formado por los signos anj y uas, que resu­ men la irradiación solar (Horus le lava el rostro. Set se lo frota). Asi purificado por esta santa aspersión que emana de los cuatro pun­ tos cardinales, Ramsés recibiría nueve veces la unción de los óleos sagrados, protección segura contra cualquier ataque del mal. Son los ungüentos de los santuarios venerables del Alto y 108

El rey (Setos 1) transportado en la silla de porteadores, hacia el lugar de la coronación. (Abido)

Bajo Egipto. También hacen que los carros del faraón se benefi­ cien con la protección mágica de Isis. — El primer gran ungüento debe dar a la piel real una calidad divina. — Los dos siguientes identificarán al rey con el dios solar sen­ tado en un estrado con escalones. — El cuarto y el quinto evocan las dos barcas solares que, de día y de noche, vehiculan el astro de vida. — El sexto tiende a asimilar el faraón a Atum..., etc. — Y, finalmente, el noveno ungüento está destinado al kilt real, insignia de su función.'4 Esos ungüentos, que contienen polvos de los minerales esen­ ciales,15 cubrían enteramente el cuerpo del hombre en transfigu­ ración, y lo impregnaban de las energías surgidas de la materia inicial.

La fase de amamantamiento Iba a comenzar una segunda fase de los ritos, cuyo reflejo se encontraba en la escena del amamantamiento a veces representa­ da en las paredes de los templos donde el faraón, intencional­ mente representado con una talla pequeña pero vestido como so­ berano, era amamantado por una imagen divina femenina. Esta escena mimada debía confirmar la esencia de Ramsés alimentado en el seno universal, y habiendo recibido de esa manera el aguade-la-vida .16 A partir de allí, todo origen humano desaparecía del contexto real.

Revestimiento de adornos e imposición de las coronas En el santuario, el oficiante encargado de la persona real ha­ bía tomado en sus manos una larga estola de lino rojo. Ésta lleva­ ba, trazadas en tinta, treinta imágenes de coronas blancas y trein­ ta imágenes de coronas rojas, decoración que se completaba con la silueta de Ptah, señor de Menfis y de los jubileos reales. Las franjas de esta estola debían anudarse sesenta veces, y luego colo­ carse alrededor del cuello de Ramsés. Luego se depositaban en las manos del rey dos cetros: el anj y el uas, signos solares que

Coronación de Ram sés II protegido por las Dos M adres Tutelares. Aquí el pschent se lo colocan Horus y Tot. (Karnak)

Bastones con los extremos inferiores adornados con im ágenes simbólicas de la nocividad que el faraón debe «arrastrar por el polvo». (Tesoro de Tutankham ón, El Cairo)

Piramidión del obelisco de H atshepsut c°n la im agen de Amón colocando a la reina el jeperesh, insignia de la función (iaut) c*e Atum. (Templo de Karnak)

El halcón de Horus cierra sus alas sobre la nuca de Quefrén. (M useo de El Cairo)

también servían para escribir la leche divina, tan simbólicos que los utilizaba Amenofis IV para designar la acción so la r' Usermaatre recibe además dos adornos frontales — la diadema seshed, a la que estaba fijado el ureo, y el shesep y el pesado contra* peso de collar, el meany. el que da la vida divina. Luego se fijaban en la estola de lino rojo numerosos amuletos. Ramsés recibiría después las sandalias puras de piel blanca v L sobre todo el bastón de los países extranjeros que afirmaría, en el momento de las procesiones rituales, su dominio sobre las fuer­ zas del mal. Podemos recordar escenas protectoras donde las imágenes de diferentes etnias que agredieron a Egipto son domi­ nadas por el faraón que las amenaza con su arma: puede recono­ cerse al africano y al asiático. Dos bastones con los extremos infe­ riores curvos y esculpidos con las imágenes de esos dos tipos humanos están depositados, efectivamente, en el mobiliario fu­ nerario de Tutankhamón.18 — Luego los oficiantes procedían a vestir al faraón. Para una ac­ ción tan rica en símbolos, no se trataba de revestir a Ramsés con una de esas magníficas túnicas de lino plisado que aparecen en profusión en los guardarropas principescos desde comienzos de los reinados de Tutmosis IV y luego Amenofis III. Eran de rigor los adornos de las primeras épocas. Usermaatre, con el torso des­ nudo, debía llevar simplemente el kilt cuyo modelo real era el de Narmer,19 el primer faraón de la era histórica. Entonces, sentado en un asiento arcaico colocado en un estra­ do, Ramsés, de nuevo enmarcado por Horus y Tot (o Set), papel siempre representado por sacerdotes que le aportan la corona blanca del sur y la corona roja del norte, va a recibir el pschent, compuesto de la reunión de esas dos coronas.20 Las dos diosas (o madres) primordiales, Nejabit (a menudo representada por un buitre) y Uadyet (la cobra hembra sagrada), son evocadas por dos sacerdotisas sentadas al costado de Ramsés; ellas le equili­ bran el pschent en la cabeza.21 Los sacerdotes, con capuchas en forma de cabeza de halcón y de cabeza de perro, que personificaban los genios de las ciudades de Pe22 y de Nejen,23 procedían entonces, con gestos rítmicos de los brazos, a acoger al rey: eran las evocaciones de los lejanos antepasados del rey. Luego, en la capilla que reproducía el aspec­ to del santuario primitivo de Nejabit, el Per-ur (la Casa Grande) y en la de Uadyet y del norte, el Per-neser (la Casa de la Llama) o 112

nu le presentaban al recipendiano peinados litúrgicos vanar aue se depositaban sucesivamente en su cabeza, entre ellos coTona-attf de Re, flanqueada por plumas de avestruz, la diad*.n, , seshed, la corona-henu, la corona peluca ibes y los cubre pe­ lucas de lino, entre ellos el nemes. Y finalmente, después de hacerle una reverencia al señor de Karnak, Amón equilibrará en la cabeza del recién iniciado el je■,rresh de piel de avestruz, impropiamente llamado «corona de euerra», que luego el faraón llevará a diario, y que testimonia la ‘función de Atum, conferida para ejercer la realeza.24 Amón, senta­ do en su trono, corona de esta manera al rey arrodillado y de espaldas para que el dios pudiera ponerle la mano en la nuca. A partii de entonces, al faraón transfigurado por los ritos de paso y situado fuera del tiempo, se le dice: La tierra te es dada en su longi­ tud y en su anchura, nadie la comparte contigo.

Se establece el protocolo Había llegado el momento de atribuirle su protocolo, forma­ do por los cinco grandes nombres que regirán el programa de su reinado, y que establece el escriba real de la Casa de la vida, Samut.25 En primer lugar había que considerar: a/ el «nombre de estandarte», inscrito encima de la imagen del recinto del palacio dominado por el halcón de Horus: se eligió el epíteto de Toro potente amado de Maat; b/ luego, bajo la protección de las dos madres tutelares sim­ bolizadas por el buitre y la cobra, se convierte en: El que protege Egipto y somete a los países extranjeros; c/ llega el título de «Horus de oro»: será Rico en años, grande en victorias. En cuanto a los dos últimos nombres, están contenidos cada uno en un cartucho oval, que termina en el shenu que alude a la órbita del sol: d / el primer cartucho, precedido por el título Rey del sur y del norte, es la simple repetición del nombre que se le atribuyó cuan­ do fue coronado corregente de su padre: Usermaatre, Poderosa es Maat (factor de cohesión, energía esencial para la armonía uni­ versal) del sol, al que, en los próximos años, Ramsés agregará Setepenre, Elegido por el sol;26 113

A m ón-Atum y Seshat inscriben los nom bres de coronación de Ramsés en los frutos del árbo U sh ed — Rameseo. (Dibujo Sabri)

v/ el segundo cartucho contenía su nombre de nacimiento, \és que su madre había pronunciado en el momento de su cimiento. Mucho más tarde, el rey lo hará escribir Ra-mes-su. 113 El Sumo Sacerdote recordó al que así se había transformado los ritos milenarios, que los cinco nombres canónicos, esen^ l eS para cubrir toda la personalidad supraterrestre del rey, se habían reunido por primera vez bajo el reinado de Pepi II, al final del Imperio antiguo. Ese gran nombre entonces será enviado, por decreto, a las diferentes provincias del país. Toda la liturgia sagrada, pronunciada en el curso de esas lar­ gas ceremonias, había exaltado a Ramsés que imperceptiblemen­ te sentía que pasaba a otro mundo. Era el momento elegido para transmitirle la herencia milenaria.

Transmisión de la herencia milenaria

o

No \x

Ramsés iba a prestarse a la unción con ládano y a que le colga­ ran del cuello los amuletos profilácticos, ritual ejecutado esta vez a los acentos del himno a Horus. El acto más importante, la co­ munión, será cumplido por el sucesor de Setos. Debía tragar una imagen simbólica comestible modelada en miga de pan, que recordaba el signo jeroglífico de la función (iaut), que previamente le habían marcado en la mano con la goma-resina humedecida con saliva. Debía declarar que el poder de gobernar le pertenecía: Emblema-iaut dibujado en la mano. Emblema-iaut hecho de miga de pan que ha sido masticada. ¡No se la dará ningún humano! Y cuando le sea ofrecido el emblema-iaut de paz, dirá, cuatro veces: «El emblema-iaut de Horus es de él». ¡Su poder de gobernar es de él! «Es fortalecido por iaut, cuando lo come.»27 Había que evocar entonces la época pasada del reinado anterior. Se había modelado un disco con humus de la zona inunda­ da de los campos, con el que se habían mezclado, una vez más, Signo iaut que sirve para escribir la palabra «función» (primitivam ente con,erido al faraón por Atum).

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diferentes elementos minerales, aunque ciertas insignias reales, destinadas a indicar el poder conferido, estaban colocadas en el cuello de Ramsés: imágenes de un halcón, una abeja28 y cetros. Luego se hizo la ofrenda de siete imágenes divinas de la Casa de la vida del templo, en arcilla y con forma animal con una llama que les salía de la boca. Ya llegada la noche, le impusieron a Ramsés una especie de incubación, que lo introduciría en una nueva existencia, la de su reinado. Se había preparado un lecho en el santuario. Se le entre­ garon al rey cuatro sellos de madera. Dos tenían el nombre de Gueb,29 uno la imagen de Neit,30 y un último llevaba el nombre de Maat. Está escrito que esos sellos fueron entonces colocados debajo de la cabeza del rey cuando estaba acostado; Usermaatre ya había en­ trado en semiletargo. Después de este simulacro de muerte simbólica, el «desper­ tar» rodearía a Ramsés de una extraña atmósfera mágica (el re­ cuerdo de esas pruebas de iniciación en parte llegaron a Occiden­ te y todavía hoy se encuentran en el ritual de fraternidades o sociedades filosóficas). Antes que nada, el nuevo soberano fue colocado en un trono misterioso construido sobre una piedra natural­ mente profiláctica (recuérdese la piedra angular, «la piedra de Escocia» colocada ritualmente bajo el trono del soberano de Gran Bretaña el día de su coronación). Ramsés debía tener en una mano el disco de humus, y en la otra muy probablemente una golondrina. Luego, el encargado de la ceremonia traía el halcón de Horus. La golondrina tenía el papel de maldecir a los que pu­ dieran atacar a Horus, mientras que el halcón le anunciaba a Ho­ rus que su herencia acababa de ser transmitida: Dirás a Horus que el faraón está aquí, dedicado a consolidar su posición. Para que el beneficiario del nuevo reinado destinado a épocas gloriosas consiguiera la protección debía desarrollarse un último rito: el de la destrucción de todas las fuerzas nocivas, ejemplifica­ da por la decapitación de dos series de siete plantas. En principio, el rey debe sentir su olor, antes de cortar la cabeza de cada una de ellas. Entonces se podía vestir al faraón con un traje de lino rojo revestido de amuletos profilácticos. Luego Ramsés volvía a la Casa de la vida para recibir la ofrenda de nueve pájaros vivos, de especies diferentes, mientras colgaban de su cuello un halcón de oro, un buitre de frita esmaltada y un gato de turquesa. Entre los pájaros podían reconocerse al halcón. 117

el buitre, un milano, la oca del Nilo, un pájaro mesyt, una golon­ drina, una grulla, todos protectores. En un momento dado, se desplegaban las alas del halcón, luego las del buitre detrás de la nuca del rey (ceremonia eternizada por la célebre estatua de Quefrén, conservada en el Museo de El Cairo).

El árbol-ished y la longevidad del faraón Esta imponente escena de la coronación que se desarrollaba en el secreto del templo era el ritual más importante de toda la realeza, y debía repetirse cada primero de año, en grandes líneas, _para renovar su eficacia. Para Ramsés la primera etapa debió de­ sarrollarse en Menfis. Sin duda, la liturgia terminó en Heliópolis, en uno de esos patios sagrados donde el hermoso árbo\-ished (una persea) recibía todos los cuidados. Los egipcios sabían que los frutos de las perseas, que bordeaban los canales, maduraban poco antes de la llegada de la inundación, como para augurar un buen primero de año. Una de las conclusiones de la coronación consistía en inscribir todos los nombres de los faraones en los frutos del árbol sagrado.31 Ramsés estaba sentado en el trono ar­ caico delante de la persea cuyos frutos, en ese año de la corona­ ción, presentaban un volumen excepcional. Detrás de él se había materializado la figura de Atum, el autodemiurgo que le asegu­ raba la perpetuidad de su poder en la tierra. Armado con un cála­ mo,32 el Señor de los orígenes,Mcon noble gesto, trazaba en uno de los frutos que sostenía en la mano el nombre de coronación: Usermaatre Setepenre.M Frente al rey, Seshat, Señora de las escrituras y soberana de los libros — seguida de Tot, la inteligencia divina— , realizaba el mismo rito en otro fruto, mientras tenía en la otra mano el signo de los jubileos prometidos para millones de años. Esta escena está representada en una pared de la sala astronómi­ ca del templo real de millones de años, en el Rameseo. Ramsés tam­ bién la hizo reproducir, con algunas variantes, en su speos de Abu Simbel. El faraón aparece arrodillado delante del árbol sa­ grado, recibiendo la bendición de Haractes y el signo de las fies­ tas sed (jubilares). Detrás de él, Tot inscribe su nombre Usermaatre en los frutos del ished.35 r~ Abandonado el recinto sagrado, la fiesta abarcaba todo Egip­ to. El rey, sin duda, se había prestado a los ritos celebrados en 118

r público,

prefigurando los trabajos de Hércules, derribando al toro salvaje, persiguiendo a los crueles avestruces, traspasando con sus flechas lejanos y grandes blancos, etc. Luego desfilaría en su carro chapado en oro, como el sol, en medio de su pueblo cuya alegría se veía reforzada por la clemencia del nuevo soberano ^ q u e había levantado numerosas condenas (¡la amnistía!).

La gran fiesta de Opet

El alborozo volvió rápidamente después de los quince días en el curso de los cuales se celebraba el Año Nuevo — después de la llegada de la inundación— , ya que, en ese período en que la acti­ vidad era mucho más lenta por la feliz invasión de las tierras por el agua benefactora, la fiesta de Opet ese año se celebraría duran­ te veintitrés días, en el mes de septiembre en Tebas.36 Era la ocasión, para todos los ribereños, de percibir durante un desfile fastuoso la barca sagrada, de una riqueza increíble, que transportaba la imagen de Amón, seguida por dos embarcacio­ nes de la diosa Mut y de Jonsu, la imagen del dios-hijo. La proce­ sión se desarrollaba entre el santuario de Karnak y el de Luxor, más al sur, donde el señor de Tebas celebraría en el templo, du­ rante más de once días, su himeneo con la diosa, su paredra, y la renovación de su ka. Tomando el canal paralelo al Nilo, más cercano al templo de Karnak, las barcas divinas eran colocadas en grandes embarca­ ciones fluviales y remolcadas durante tres kilómetros por los fie­ les y la tropa: durante todo el trayecto eran objeto de admiración y devoción.37 En ambas orillas bailaban y cantaban; las mesas ten­ didas desbordaban de frutas, flores, bebidas, hasta el atrio donde las naves sagradas, llevadas por los sacerdotes en angarillas, eran depositadas en sus capillas respectivas, delante del pilono de Amenofis III, donde desembocaba la gran columnata erigida bajo Tutankhamón y terminada por Horemheb.38 Como el Sumo Sacerdote de Amón acababa de morir, Ramsés decidió dirigir él mismo todo el desarrollo del panegírico. Se puso, pues, la piel sacerdotal de guepardo pero, hecho único en los anales de Egipto, la leyenda escrita que acompañaba la escena

Fiesta de Opet: Sacerdotes, tocadoras de sistro, arpistas y acróbatas sagrados. (Capilla de H atshepsut, Kam ak)

Desfile de los bueyes de la fiesta. (Luxor, patio de Ramsés II, archivos Maspero)______________________________

Fiesta de Opet: en el canal paralelo al Nilo, entre K am ak y Luxor. La barca del rey acom paña a las barcas divinas. En el registro inferior: desfile de soldados. (Luxor, época de Tutankham ón)

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Etapa de la gran fiesta Opet entre K am ak y Luxor: la salida de la barca de Jonsu llevada por sacerdotes. En el registro inferior, las pequeñas

representada le da el título de Primer profeta de Amón, el Rey del sur y del norte, Ramsés Usermaatre.39 f El joven e impetuoso soberano, con fogosa voluntad conforta­ da por la transfiguración de la coronación, desde esos días y du­ rante los treinta primeros años de su reinado, tendría una activi­ dad sin límites. Durante los misterios del himeneo divino en el santuario del templo de Luxor (Ipet-resyt = el harén del sur), el rey había hecho que le abrieran las salas secretas de los archivos de la Casa de la vida del templo de Amón,40 para conocer los misterios de la divina irradiación de Tebas, Túmulo original de la creación dominio de Amón-Re. Así supo que el ojo divino derecho era Heliópolis del sur (Hermontis) y que el ojo izquierdo era Heliópolis del norte. Este intento de sincretismo marcaba una nueva etapa en el programa trazado por el soberano.41

El rey constructor

El faraón, acompañado por su real compañera predilecta, Nefertari, bendecida por el dios por haberle dado su primer hijo, celebró la fiesta de Min, garantía de ricas cosechas. Hará aún más: convocará a sus arquitectos y les ordenará que hagan los planos para un inmenso patio porticado enriquecido con esta­ tuas, que englobe las capillas de las barcas, delante del templo de Luxor. Un imponente pilono42 cerraría el recinto sagrado, con el patio adornado por colosos y dos obeliscos.43 Usermaatre también pensaba trazar en el suelo, sin tardanza, las líneas de su futuro templo jubilar, en la orilla izquierda de Tebas. Le parecía que el mejor lugar era el que lindaba con el pequeño edificio que, poco antes de la muerte de su padre, había proyectado erigir para su madre Tuya, que le gustaba llamar '— Mut-Tuya, manera hábil de sugerir que esa madre procedía de la paredra de Amón.

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Plano del Tem plo de Amenhotep III agrandado por Ram sés II. Luxor (el patio anterior).

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Primera etapa de la fachada del pilono de Ram sés II en Luxor (cara sur del prim er pilono). (Dibujo Sabri)

Segunda etapa del decorado de la fachada del pilono de Ramsés en Luxor: el rey hizo agregar dos grupos de estatuas de pie, a la derecha y a la izquierda de los obeliscos (patio de Ramsés, Luxor, foto Fathy Ibrahim).

La elección de un nuevo Sum o Sacerdote de A m ón en Karnak

I

¡Amón, ese aspecto oculto del divino (Imen = el oculto) cuyo poderío había que restaurar oficialmente, sobre todo en la me­ dida en que su temible poder... sacerdotal sería controlado por la Corona! Había que proceder, pues, al nombramiento de un nuevo Sumo Sacerdote, después de la muerte de Nebneteru,44 a quien Ramsés había representado la fiesta de Opet. El entorno del joven faraón se prestó complaciente al rito de selección de los candi­ datos. El mismo Amón debía elegir a su nuevo sumo servidor, me­ diante su oráculo, que finalmente aceptó el nombre de Nebunenef entre los de todas las personalidades presentadas. El elegido debía abandonar sus funciones de Sumo Sacerdote de Onuris en This y de Hathor en Dandara y luego dirigir en Karnak, con la mayor habilidad, la diplomacia de Ramsés. Se producía entonces el regreso de las barcas sagradas hacia Karnak. Debían tomar el camino de tierra, jalonado de capillasestaciones donde las naves, depositadas con las cortinas abiertas, ofrecían a la multitud el espectáculo de pequeñas estatuas chapa­ das de oro e incrustadas con piedras raras, soportes de la fuerza divina e invisible. Los sacerdotes con largos trajes de lino blanco y el cráneo rasurado llevaban las pesadas barcas brillantes en an­ garillas mientras que los caballos del tiro caracoleaban en el cor­ tejo. Nefertari seguía escoltando al faraón, y los niños reales, montados en sus pequeños carros personales, estaban confiados a los cuidados de los conductores bajo la autoridad del Caballe­ rizo real, Imenemipet, íntimo del faraón, y que en los primeros años del reinado sería nombrado Superintendente de caballe­ rizas.

Otras construcciones

Como en ese período esencial no podía recorrer toda la ex­ tensión de su dominio, Usermaatre encargó a su virrey de Nubia, Iuny, de señalar una nueva actividad de la construcción en el sur, 124

testimonio de su advenimiento al poder. Estaba confirmada defi­ nitivamente la nueva residencia de los virreyes: Aniba (Miam), en la Baja Nubia, seguiría siendo la ciudad-depósito de las riquezas que llegaban de África, pero la autoridad del faraón debía en ade­ lante mostrarse más al sur, en la Alta Nubia (o Nubia sudanesa, llamada por los egipcios el vil país de Cush); la nueva capital de Amara que Imenemipet acababa de fundar por orden de Setos, en la orilla occidental, se expandiría rápidamente. Usermaatre también encargó a su virrey que al norte de la 2.aCatarata, echara las bases de un proyecto que serviría al grandioso programa del inquieto príncipe: inspirarse a la vez en la obra de Amenhotep III, y apoyarse en nuevas fundaciones arquitectónicas, para demos­ trar la grandeza de su reinado y la indiscutible naturaleza divina de la pareja real, señor y benefactor del país. Iuny debía elegir el lugar favorable para excavar dos grutas sagradas, ilustrando la acción cósmica de los señores del país, superando el mensaje de los templos de Soleb y Sedeinga, erigidos en Sudán y donde pla­ neaba todavía el recuerdo de Amenhotep Nebmaatre y de su su­ blime Tiy, donde se habían celebrado numerosos jubileos del rey. Iuny eligió dos cerros rocosos que respondían exactamente a los deseos de Usermaatre, el de Meha y, ligeramente al norte, el de Ibchek, modesto lugar de culto de Hathor. La última visita a Tebas también fue por el templo de Karnak: los trabajos emprendidos por Setos Menmaatre se detuvieron después de la muerte del rey y las festividades de la coronación de las de Opet. Ramsés hizo que se retomaran de inmediato para que la inmensa sala hipóstila pudiera permitir rápidamente el de­ sarrollo del fastuoso culto amoniano, contando con la hábil ges­ tión de Nebunenef para ahogar eventuales desbordamientos en ese poderoso mundo sacerdotal.

Prim eros actos del reinado

Antes de dejar Tebas, el faraón reunió a sus principales fieles: su jefe del tesoro, sumo recaudador de los impuestos y controla­ dor de las rentas y a los altos funcionarios, elegidos entre sus amigos de juventud, algunos de los cuales eran de origen asiático 125

(¿acaso su padre ya no juraba por Baal?). Confió a Paser, su visir el cuidado de informar sobre el conjunto de los recursos del país, y sobre las diferentes categorías de los innumerables funciona­ rios al servicio de la administración. Y finalmente le confirmó una de sus tareas esenciales, como intermediario, para que reina­ ra la equ.dad: entregar a su soberano un informe cotidiano sobre su gestión y sobre el estado del río.

Sem a-Tauy de Ram sés II, adornando los costados de los tronos del rey. Fachada del Gran Tem plo de Abu Sim bel. Los genios de la inundación reúnen las dos plantas heráldicas que aseguran, cada año, la renovación del país y del faraón.

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VI

LOS CUATRO PRIMEROS AÑOS DEL REINADO

Coronado en Menfis, dominio de Ptah, señor de los jubileos, consagrado en Tebas por el mismo Amón, confirmado en la fun­ ción de Atum por Atum en Heliópolis, en ese momento a Ramsés le faltaba subrayar su presencia como ocupante del lugar de Horus, en el augusto dominio de Osiris, en Abido, junto a los presti­ giosos edificios deseados por su padre y que aún estaban en obras.

La designación del Sumo Sacerdote de Amón

También había que terminar las salas de los santuarios dedi­ cados al fundador de la dinastía, Ramsés Menpehtire. Todo con­ curría para que en su camino de regreso al norte, Abido fuera una etapa importante: ¿no debía anunciar personalmente al nuevo Sumo Sacerdote de Amón, Nebunenef, la feliz sentencia del oráculo que lo designaba aliado del faraón en el poderoso domi­ nio tebano? En el curso de este primer año de su reinado, el vigé­ simo tercer día del tercer mes de la estación ajet (inundación), Ramsés Usermaatre, siempre acompañado de Nefertari, de la fa­ milia real, de los principales miembros de su corte y del Consejo de los Treinta, desde la «ventana de la aparición» del palacio de la residencia real que estaba al lado de cada gran templo, dio a co129

“Ro Sdau». Montaña occidental de Abido que recuerda el lugar donde el sol poniente entro en el dominio de Osiris. (Foto A. VVjre)

Ramsés, acom pañado de Nefertari, procede a la designación de N ebunenef como Sum o Sacerdote de Amón en Karnak. (Tumba de Nebunenef, Tebas-Oeste)

nocer, con todo énfasis, la feliz elección del dios a su nuevo sumo servidor, delante de un auditorio atento. El acontecimiento, que para éste marcaba el punto culminante de su carrera, fue repro­ ducido fielmente en su tumba, porque había sido elegido, no sólo prefiriéndolo a todos los profetas de los dioses y a todos los dig­ natarios de la Casa de Amón, sino también a todo el personal de la Corte y al Jefe de los soldados :1 (líneas 6 a 16) Su Majestad le dijo: «En adelante eres Sumo Sacerdote de Amón. Su tesoro y sus graneros están bajo tu sello. Eres el jefe de su templo y la administración está bajo tu autoridad. Los bienes (el templo) de Hathor, señora de Dandara, estarán a partir de ahora bajo la autoridad de tu hijo,2 así como las funciones de tus antepasados... ... Coloqué delante (Amón) a todo el personal de la Corte y al Jefe de los soldados; se le nombraron también a los profetas de los dioses y a los digna­ tarios de su casa, mientras se mantenían delante de su rostro. No estuvo satisfecho con ninguno de ellos, excepto cuando le dije tu nombre. Sírvele bien, ya que él te ha deseado. Sé que eres capaz de hacerlo... ... Amón es un dios poderoso, que no tiene igual, que sondea los corazones, que explora las almas, él conoce el fondo del corazón». (líneas 22-23): Luego Su Majestad le dio sus dos anillos de sello y su bastón de electro, ya que se convertía en Sumo Sacerdote de Amón y Di­ rector del Doble Granero, Director de los trabajos, Jefe de todos los gremios en Tebas. Se envió un Enviado real para anunciar en todo el país que le había sido entregada la Casa de Amón y que todo el personal estaba en las manos de Nebunenef.3

Los monumentos de Abido

En el curso de ese paso por el conjunto de los edificios consa­ grados a Osiris, hacia la Escalera (milenaria) del Gran Dios al lado de la cual, desde hacía tiempo, se acumulaban las estelas de los fieles, Ramsés comprobó que no existía lugar de peregrinaje más propicio donde dejar para la posteridad las huellas de su historia maravillosa: la imagen de ese ser fuera de lo común que se esfor­ zaba por modelar. Decidió, pues, atribuir a su padre las declara­ ciones relatadas, con tantos elogios, en la inscripción de la que ya se habló respecto de su infancia.’ Dio orden, naturalmente de que

▲ Ramsés I ante la gran ofrenda funeraria para su renovación anual, en el m om ento del regreso de la inundación evocada en el registro inferior. (M etropolitan Museum, Nueva York)

^ Tot presenta a la momia de Setos I la im agen de las dos Diosas Tutelares, con miras a su renacimiento. (Templo

terminaran el edificio deseado por su padre y de que se asegura­ ra el servicio del culto. Pero en adelante no se olvidó de fundar su propio templo en ese lugar de veneración. Y hay un detalle importante: el edificio se construiría totalmente en piedra caliza mientras que en todas las otras partes los monumentos de Ramsés tienen cimientos de gres. Además, los relieves fueron tratados de la manera clásica, y no en «huecorrelieve» como en sus otros monumentos. Ese hijo respetuoso de la memoria de Setos extendía su vene­ ración a los antepasados que quería hacer suyos. Nuevo episodio en su busca de legitimidad, se empeñó en hacer restaurar las se­ pulturas muy antiguas de los primeros reyes de lo que, al pa­ recer, ningún descendiente se había ocupado. Creó un servicio que debía vigilar las restauraciones y controlar el reparto de las ofrendas. Mucho más tarde su ejemplo fue seguido por su hijo número doce, Jaemuese, cuando este último — arqueólogo de alma— se dedicó con eficacia a los antiguos monumentos dete­ riorados de la necrópolis de Saqqara o de Guiza. Además, en el templo de Setos, donde algunas paredes todavía no estaban total­ mente decoradas, decidió hacerse representar niño, al lado de su padre, delante de la lista impresionante de los antepasados de la Corona, para sostener con insistencia sus derechos al trono.

Los trabajos de Pi-Rameses

De regreso en Pi-Rameses donde los trabajos de ampliación ganaban en amplitud, el faraón reunió a sus arquitectos para en­ cargarles que crearan el centro de la ciudad mediante cuatro ma­ jestuosos edificios. Al norte de la antigua ciudad meridional de Avaris antaño ocupada por los hicsos, subsistía el templo de Set y los vestigios del templo de Setos que debía agrandarse. El puerto de la futura capital estaba situado no lejos de allí, donde se unían el brazo del Nilo llamado las Aguas de Re, al oeste, y las Aguas de Avaris, al este, que atravesaban el lago de la Residencia, al que estaba unido el recuerdo de la batalla naval entre el liberador y los invasores. O sea, que Pi-Rameses estaba rodeado de agua. Ramsés había ordenado la construcción de su palacio y tres san133

Las estelas del Nilo del Dyebel Silsila. Se arrojaban ofrendas al río en el m om ento del estiaje. (Grabado del siglo xix)

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Posición de las cuatro divisiones en el momento del ataque. (Croquis E. David)

brazos vigorosos, y el vían de batalla le fue confiado, Su Majestad partió en dirección al norte, e hizo una buena partida en el quinto año, el segundo mes de la estación del verano (fines de mayo), el noveno día. Su Majestad pasó la fortaleza de Tjaru, poderoso como Montu en su aparición, todos los países extranjeros temblaban delante de él, y sus jefes aportaban sus tributos... El ejército costeó los estrechos desfiladeros, como si tomara ¡as rutas de Egipto.

(De Tjaru a Qadesh) Cuando los días pasaron, Su Majestad estuvo en (Pi-)Ramsés-Meriamón, la ciudad-que-está-en-el-Valle-de-los-Cedros. Y Su Majestad conti­ nuó hacia el norte, como Montu, señor de Tebas, y atravesó el vado del Orontes31 con la primera división de Amón (que) dio la victoria a Usermaatre Setepenre.

(La coalición del vencido de Qadesh) Su Majestad llegó a la ciudad de Qadesh y mientras el vil vencido de Qadesh había llegado y reunido a todos los países extranjeros hasta los con­ fines del mar. La tierra entera de Hatti (hitita) había llegado, igual que la de Naharina, Arzawa, Dardani, la de Keshkesh, de Masa, de Pidasa, la de Aruwen (?), las de Karkisha, Luka, Kizzouwadna32 (Qodé), Karkemish, Ugarit, Kady, toda la tierra de Noukhashshé, Moushanet (y) Qadesh. No dejó abs­ tenerse a ningún país, (ni aun) los más lejanos, y sus jefes estaban con él. Cada hombre con su infantería y sus carros superaba, cada uno, cualquier límite. Corrían por montañas y valles: eran como las langostas, debido a su multitud. (Pero) no le quedaba más dinero que el que retiró de sus bienes y que dio a los países extranjeros para que vinieran a combatir con él.

(Posición del ejército egipcio) Entonces, el vil vencido de Qadesh, junto con ¡as numerosas naciones extranjeras que estaban con él, se encontraban reunidos y listos al noreste de la ciudad de Qadesh, pero Su Majestad estaba solo, teniendo a su lado a sus seguidores —la división de Amón marchaba tras él—, la división de Re atravesaba el vado en los suburbios del sur de la ciudad de Shabtuna.33 a una distancia de un iteru34 del lugar donde estaba Su Majestad y la divi160

sión de Ptah estaba al sur de la ciudad de Aronama; la división de Set marchaba al costado de la ruta. (Además) Su Majestad había armado su «fuerza de choque».35 Estaba reunida en la orilla del país de Amurru.

(El ataque de los asiáticos) Pero el vil vencido, jefe de Hatti, se encontraba en medio de su ejército que estaba con él, pero ctue no vino para combatir, de miedo a Su Majestad. Sin embargo había lanzado sus hombres y caballos pasando la multitud como (los granos) de arena: tenía tres hombres en un solo carro36que estaba equipado con armas e instrumentos de guerra. Habían sido reunidos para ocultarse detrás de la ciudad de Qadesh, y en ese momento llegaban del lado sur de Qadesh y cortaban el ejército de Re por la mitad, mientras llegaba: ya no supo dónde prepararse para combatir. Por eso la infantería y los carros de Su Majestad quedaron desamparados, mientras que Su Majestad estaba al norte de la ciudad de Qadesh, en la orilla oeste del Orontes. Se fue a informar a Su Majestad del ataque. Entonces Su Majestad apareció en gloria como su padre Montu; endosó el equipo de batalla y se puso su corselete.37Estaba como Baal en su momen­ to; el gran atelaje que transportó a Su Majestad era «Victoria-en-Tebas»,3* de la gran cuadra de Usermaatre Setepenre, amado de Amón.

(El choque) Entonces Su Majestad partió al galope y entró en la horda de los venci­ dos de Hatti, solo, sin nadie con él.39 Su Majetad se puso a mirar alrededor de él y vio que lo rodeaban 2.500 carros, compuestos por los mejores guerre­ ros de los vencidos de Hatti y de las numerosas regiones extranjeras que estaban con ellos, de Arzawa, de Masa y de Pidasa, habiendo tres hombres por carro, actuando con fuerza, mientras que no había ningún oficial su­ perior conmigo, ni carros, ni soldados del ejército, ni escuderos, mi infante­ ría y mis carros se habían dispersado delante y no había quedado ni uno para combatirlos.

(Recurre a Amón) Es el momento en que Ramsés, no viendo ya ninguna salida humana, se vuelve hacia la forma divina cuya división dirige. Otros soberanos siguieron su ejemplo...

¿Es el papel de un padre ignorar a su hijo? ¿He faltado hacia ti?...... ¡En nada desobedecí lo que me has ordenado! ¿Te harás cargo, oh Amón, de estos asiáticos tan viles y tan ignorantes de Dios? ¿No te he erigido nume­ rosos monumentos, y colmado tu templo con mis botines? ¿No construí para ti mi Casa de Millones de años? Te he ofrecido todos los países juntos para enriquecer tus ofrendas e hice sacrificar para ti diez milla­ res de cabezas de ganado y todo tipo de hierbas aromáticas Construí para ti grandes pilones, y erigí sus astas, yo mismo, aportando para ti obe­ liscos de Elefantina; yo mismo hice de cantero y conduje por ti naves en el Gran Verde,40para aportarte productos de los países extranjeros ¡Haz el bien para quien se dirige a Ti!

(El llamado es escuchado) Apelé a ti, mi padre Amón, cuando estaba en medio de multitudes que no conocía. Todos los países extranjeros estaban en contra de mí. es­ tando solo nadie conmigo, mi numerosa infantería me había abandona­ do, y ninguno de mis carros me buscó......No cesé de llamarlos, ninguno de ellos me escuchó. Pero Ramsés, de pronto, cree haber sido escuchado por Amón. Su plegaria cambia de tono: reconfortado y confiado, como tocado por la gracia, exclama: Encontré a Amón más útil que millares de soldados de infantería, que centenares de millares de carros y aun que diez mil hermanos e hijos unidos en un solo corazón Oh, Amón, no he sobrepasado tu voluntad. Rogué en los confines de los países extranjeros y mi voz alcanzó la ciudad de Heliópolis del sur.*' Encontré a Amón cuando lo llamé Me llama detrás de mí, como si estuviéramos frente a frente: «Estoy contigo, soy tu padre, mi mano está contigo, soy más útil que centenares de miles de hombres. Soy el señor de la victoria»...... Habiendo escuchado el mensaje de Amón, y confortado por la protección divina, Ramsés estuvo seguro de que acababa de pro­ ducirse un milagro.

(El milagro) Encontré otra vez mi corazón fortalecido, y (sentí) mi pecho alegre...... Era como Montu. ¡Tiraba a mi derecha y capturaba a mi izquierda! A sus

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ojos, era como Sutej (Set) en acción. Veía los 2.500 carros, en medio de los cuales me encontraba, derrumbándose ante mi atalaje. Ninguno tenía más de una mano para combatirme; todos sus brazos eran débiles, eran incapa­ ces de disparar ¡No tenían el valor de sostener sus jabalinas! Los veía hundirse en el agua como se hunden los cocodrilos. Yo sembraba la muerte entre ellos como quería. De ellos, el que caía no podía volver a levantarse.

(Contraataque hitita) Pero el vil jefe de los Hatti estaba en medio de su infantería y de sus carros, mirando el combate de Su Majestad, solo, sin tener su infantería, ni sus carros Hizo venir a numerosos jefes, cada uno con sus carros equi­ pados con sus armas de guerra: el jefe de Arzawa, el de Luka, el de Dardani, el jefe de Karkemish, el jefe de Karkisha, el de Alepo, y a sus hermanos reunidos en un lugar. Su total eran 1.000 carros que se precipitaron en el combate. M e puse delante de ellos y siendo como Montu los forcé a sentir el vigor de mi mano, en un momento, haciendo una carnicería entre ellos, atacados en el lugar. Uno de ellos, llamando a su compañero, decía: «¡No es un hombre el que está entre nosotros, sino Sutej grande en fuerza, Baal en persona! Huyamos ante él, y salvemos nuestra vida, que podamos (to­ davía) respirar! Mirad que las manos y todos los miembros del que osa acercarse a él se debilitan y se vuelve incapaz de tomar un arco o unas jabalinas...». ¡Su Majestad los perseguía como un grifón! ¡Los mataba y no me de­ tenía!

(Arenga de Ramsés a su ejército) Alcé la voz para llamar a mi ejército diciendo: «¡Resistid! ¡Alto los co­ razones, ejército mío, que podréis admirar mi victoria! ¡Sólo (porque) Amón fue mi protector!».

Vemos que Ramsés se olvida que relata su combate y que to­ davía está en la contienda. Sabe captar la ocasión para dirigir a su ejército el sermón que merece, aprovechando de paso para su­ brayar su generosidad respecto de él: «¡Qué cobardes son vuestros corazones, mis conductores de carros! No hay ninguno (que sea) digno de confianza entre vosotros. ¿Hay alguno, entre vosotros, para el que no haya hecho una buena acción? No aparecí

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como señor cuando erais pobres: os hice oficiales superiores en virtud de mi buen hacer, cada día, instalando al hijo en el bien de su padre, suprimiendo todo mal existente en este país. (Hasta) liberé a vuestros servidores y os di otros que habíais hecho prisioneros. Os he hecho vivir en vuestras ciudades, sin obligación de cargas militares, y también a mis conductores de carros. Los he devuelto a sus pueblos diciendo: "¡Volveré a encontrarlos como hoy en el momento de ir al combate!". ¡Pero mirad! Ni un hombre quedó entre vosotros para tenderme la mano cuando combatía El crimen que mi infantería y mis carros han cometido es mayor de lo que se puede decir.» Veis, Amón me ha dado la victoria, mientras ninguna infantería y nin­ gún carro estaba conmigo Estaba solo, ningún oficial superior me si­ guió, ningún conductor de carro, ningún soldado de mi ejército, ningún capitán. Los países extranjeros que me observaron pronunciaron mi nom­ bre tan lejos como las comarcas desconocidas A todos los que apuntan en mi dirección se les desvían las flechas en el momento de alcanzarme.

(El ejército se reagrupa hacia el campo) Luego, cuando mi infantería y mis carros comprobaron que yo era como Montu, (que) mi brazo (era) poderoso y que Amón mi padre estaba con­ migo, permitiéndome despedazar a los países extranjeros, entonces empeza­ ron a volver al campo para pasar la noche, en el momento del atardecer, y encontraron a todos los países extranjeros en los que yo había entrado ya­ ciendo en su sangre, hasta los valientes guerreros (del país) de Hatti, hasta los hijos y los hermanos de su jefe......

(Alabanzas del ejército a Ramsés) Entonces mi ejército empezó a alabarme Mis oficiales superiores empezaron a magnificar mi brazo poderoso, y mis conductores de carros orgullosos de mi reputación declararon: «¡Qué excelente guerrero que rea­ nima el corazón! ¡Tú has salvado a tu infantería y a tus carros! Tú eres el hijo de Amón Tú has devastado el país de Hatti con tu brazo poderoso... ... Un rey combate por su ejército el día del combate Eres grande en victorias en presencia de tu ejército, frente a todo el país. Sin jactarte, prote­ giendo Egipto y doblegando a los países extranjeros. ¡Has quebrado la es­ palda de Hatti para siempre!».

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(R e s p u e s ta d e R a m sé s )

Así habló Su Majestad a su infantería, a sus oficiales superiores, al igual que a sus conductores de carros:....... «¿Es que un hombre no se agranda en su ciudad cuando vuelve y se ha comportado como valiente en presencia de su señor? ¿No os habéis dado cuenta en vuestros corazo­ nes que soy un muro de hierro? ¿Qué dirá la gente cuando oigan que me habéis abandonado, solo sin nadie, y que no vino hacia mí ningún oficial superior, capitán o soldado para tenderme la mano, cuando combatía?» He vencido a millones de países extranjeros, estando sólo (con) mi atala­ je: Victoria-en-Tebas y Mut-está-satisfecho, mis grandes caballos. En ellos encontré el apoyo cuando estaba solo, combatiendo a numerosos países extranjeros. Yo mismo, continuaré dándoles de comer su alimento, en mi presencia, cada día, cuando esté en mi palacio. Fue a ellos a los que encontré en medio de la batalla con mi caballerizo Menna, los coperos de mi casa que estaban a mi lado, mis testigos en lo que concierne al combate......

(Al día siguiente del combate) Cuando ¡a tierra blanqueaba de nuevo, pasé revista a las filas, con miras al combate. Estaba listo para combatir como un toro enfurecido Entré en las filas, combatiendo como cae un halcón (sobre su presa) y Aquella42 que estaba en mi frente hizo caer a mis enemigos Estaba como Re cuando aparece triunfante ai comienzo de la mañana, y mis rayos quemaban el cuer­ po de los rebeldes, y uno de ellos le gritó a su camarada: «Prepárate, cuidado, no te acerques a él. ¡Mira! Sejmet la grande es la que está con él En cuanto alguien se le acerca, un aliento de fuego quema su cuerpo ».

(Muwatalli pide el armisticio) Entretanto, el viejo jefe de Hatti envió (un mensaje) rindiendo homena­ je a mi nombre como el de Re, diciendo: «Eres Sutej, Baal en persona. Tu terror es una antorcha en la tierra de Hatti». Entonces mandó a sus envia­ dos con una carta en la mano, con el gran nombre de Su Majestad, dirigien­ do saludos a Su Majestad de la residencia de Re-Haractes, el toro poderoso amado de Maat, el soberano que protege su ejército Un muro para sus soldados el día del combate, el rey del Alto y Bajo Egipto Usermaatre Setepenre, el hijo de Re, león, señor de brazo poderoso, Ramsés Meriamón, do­ tado de vida eterna: «Tu servidor habla y hace que se sepa que eres el hijo de Re, salido de su 165

cuerpo. Te ha dado todas las tierras, reunidas en un lugar. En cuanto al país de Egipto y al país de Hatti, están contigo, están bajo tus pies. Re, tu noble padre, te los ha dado Mira, tu poderío es grande, tu fuerza es pesada sobre el país de Hatti. ¡Es bueno que hayas matado a tus servido­ r e s c o n tu rostro salvaje vuelto hacia ellos, y que no hayas tenido piedad! Pasaste ayer matando a centenas de millares. Has venido hoy y no has deja­ do a ningún heredero.'* ¡No seas duro en tus acciones, rey victorioso! ¡La paz es mejor que combatir, déjanos vivir!».

(Respuesta de Ramsés) Entonces Mi Majestad fue clemente, siendo como Montu en su época, cuando su ataque le dio el éxito. Luego Mi Majestad hizo que me trajeran a todos los jefes de mi infantería, de mis carros y a todos mis oficiales su­ periores, reunidos en un lugar, para hacerles escuchar el contenido de lo que se me había escrito. Mi Majestad les hizo escuchar esas palabras que el vil jefe de Hatti me había escrito. Entonces dijeron con una sola voz: «¡La paz es extremadamente buena, oh señor nuestro dueño! No hay que condenar una reconciliación cuando la haces tú, porque ¿quién te resistirá el día de tu furia?».

(El regreso a Egipto) Entonces Mi Majestad ordenó que esas palabras fuesen escuchadas e hice un repliegue pacífico en dirección al sur. Mi Majestad se volvió en paz hacia Egipto con su infantería y sus carros, estando con ella toda vida, estabilidad y dominio El poder de Su Majestad protegiendo a su ejérci­ to, y todos los países extranjeros rendían alabanzas a su hermoso rostro. Habiendo llegado a Egipto en paz en Pi-Ramsés-amado-de-Amón-grande-de-victoria, y permaneciendo en su palacio de vida y dominio, como Re está en su horizonte, los dioses del país vinieron a él, honrándo(lo) y dicien­ do: «Bienvenido, nuestro hijo bienamado, rey del Alto y Bajo Egipto, Usermaatre Setepenre, hijo de Re, Ramsés Meriamón».......... Lo gratificaron con millones de fiestas sed, para siempre en el trono de Re, todas las tierras y todos los países extranjeros estaban prosternados debajo de sus sandalias para la eternidad, sin fin.

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El boletín de Q adesh — relato m ilitar

Todo el énfasis en la angustia de un jefe abandonado, de­ sesperado pero determinado a vencer, luego la embriaguez de la victoria, y también la amargura, se encuentran en este texto dicta­ do por Ramsés a su escriba Pentaur, cuatro años después de esa excepcional jornada de combate. Deliberadamente, los episodios de los informadores encargados de lo que llamaríamos en la ac­ tualidad «la intoxicación», han sido borrados del relato. Es ver­ dad que Usermaatre Setepenre sabía que no iban a servir a su gloria y que habrían subrayado su increíble imprudencia. Sin em­ bargo, inmediatamente después de su regreso, el faraón había dado orden a sus más próximos testigos de los acontecimientos — entre ellos, por cierto, sus coperos y probablemente su caballe­ rizo Menna— de volver a relatar los episodios principales y de inspirar con ellos a los escultores encargados de ilustrar esta in­ verosímil batalla, la primera en la historia en la que se puede se­ guir la táctica desplegada y conocer la disposición de los dos ejér­ citos .45 De hecho, los testigos militares que vivieron esas horas trágicas inspiraron el boletín militar fechado el día del enfrenta­ miento. El texto es sobrio y lacónico, acompañado de comenta­ rios ilustrados que se refieren a los incidentes vividos. Sobre la base de esos documentos, que son lo más cercano posible a lo real, se puede hacer el esfuerzo por reconstruir en grandes líneas la jornada de Qadesh, reintroduciendo en ella los desdichados incidentes silenciados en el poema.

La partida del ejército

Cuando Ramsés, en su carro tirado por el tiro preferido de su gran caballeriza, Víctoria-en-Tebas y Mut-está-satisfecho, dejó su ca­ pital, llevó a sus cuatro divisiones hacia Amurru. Delante de la división de Amón, el faraón estaba precedido por sus oficiales superiores que rodeaban la gran estaca con cabeza de cordero, insignia de la primera división, sólidamente fijada en un primer vehículo. Inmediatamente detrás iban los 2.500 hombres de la di­ 167

visión. El faraón estaba rodeado de sus coperos, que formaban en parte su escolta con los shardana, su guardia personal. El visir (¿el del norte?) — cuyo nombre en ninguna parte se cita— también estaba presente, con los oficiales generales, que también han que­ dado en el anonimato. Los miembros de su familia que formaban parte de la expedición eran sus hijos mayores que le habían dado las dos Grandes Esposas reales: sus nombres aparecen en los di­ ferentes cuadros del boletín. En el momento del ataque en el cam­ po, se cita el nombre de una Esposa real: Mutnefer. ¿Será una confusión del escriba por Isisnofret, segunda Gran Esposa real? Parece ser más bien que esta Mutnefer formó parte del «harén de viaje», habiendo sido preferida entre las esposas secundarias, porque los textos precisan que es necesario poner en lugar aparte a los Hijos reales y a los de Mutnefer. Detrás de la división de Amón iba la de Re (o Pa-Re), luego la de Ptah. Y finalmente la división de Sutej (o Set) cerraba el largo desfile guerrero. Según fechas minuciosamente anotadas, ese cuerpo expedi­ cionario tardó un mes, día por día, para llegar a los paraies de la ciudad de Qadesh: desde el noveno día del segundo mes del ve­ rano (shemu) del año 5 (mayo-junio), hasta el noveno día del tercer mes del mismo verano, es decir, junio-julio de 1274. La intendencia afectada a cada división estaba encargada de la ali­ mentación y del material de vivac colocado en carros tirados por bóvidos (¿búfalos?) y asnos. Cada división había recibido sus planes de batalla y, antes de partir de Pi-Rameses, se les había informado de las diferentes eta­ pas que jalonarían el camino. Gaza, evidentemente, fue una de las primeras. Ramsés subió a lo largo de la costa, tal vez más allá de Tiro, hacia Biblo. De allí se comunicó con las fuerzas naharinos46 que había instalado unos meses antes en previsión de su regreso. Sin duda, los envió hacia la desembocadura del Eleuterio, más al norte, para que, poco después (por cierto, el trayecto se calculó con precisión), costearan ese río en dirección a Qadesh, no lejos de su nacimiento. La reunión de los e:4rcitos se produjo el día indicado, como se verá, y con toda felicidad. El ejército, abandonando la costa, debió de dirigirse entre el Líbano y el Antilíbano, por la depresión de Beqqa, para llegar no lejos de Damasco (región de Upi) y de la estación administrativa fundada por Ramsés y llamada Pi-Rameses-del-Valle-de-los-Ce168

dros, en Amurru, dejando detrás a los vasallos de Canaán 47 La di­ visión de Amón alcanzó las primeras alturas montañosas en la orilla este del Orantes y pasó la noche, la víspera de la batalla, en el lugar que en la actualidad se llama Kamirat el-Harmal.

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Fragmento del poema de Pentaur, escrito en hierático, adornado con el croquis de los caballos.

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dote de Amón, Nebunenef. Pero, desde entonces, la coronación lo había convertido definitivamente en el hijo de dios, y se pre­ sentaba cada vez más como el héroe de Qadesh. En la «casa» de Amón, había elegido la pared exterior sur de la sala hipóstila para esculpir allí el desarrollo en imagen del bole­ tín (este tema, más tarde, fue reemplazado por otras escenas gue­ rreras). El mismo tema se trató a lo largo de la zona suroeste del templo. En Luxor, en el exterior de los patios y en la cara norte de las torres del pilono, hizo evocar tres veces las fases principales del boletín, entregadas así a la contemplación de las multitudes.

Tem plo predilecto: el Ram eseo

Después de la travesía del río, se detuvo en su templo de M i­ llones de años, el Rameseo, llamado así por Champollion, pero que

Plano del templo y sus anexos. Abajo, a la izquierda, vestigios de un palacio local de Ramsés. A la derecha la sala hipóstila, el m am misi de ia reina Tuya.

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en época tardía, cuando Diodoro de Sicilia visitó Egipto, se consi­ deraba la tumba de Osymandias.9 Era el santuario más querido de Ramsés con los de Abu Simbel. Lo había llamado El palacio de Usermaatre Setepenre que se unió a Tebas en el ámbito de Amón,10 La arquitectura estaba casi íntegramente terminada,11 pero no toda la decoración. A su alrededor, completaban el ámbito nume­ rosos almacenes en los que empezaba a acumularse el tesoro del templo; en los costados norte, oeste y sur, inmensos graneros con techos abovedados recibían las reservas de cereal para la retribu­ ción de los sacerdotes y de los obreros de la necrópolis, pero tam­ bién todo el material para enriquecer el mobiliario ritual y los elementos de culto, y una gran cantidad de presentes ofrecidos a la Corona el primer día del año. A esto se agregaban algunas vi­ viendas de sacerdotes, despachos administrativos, laboratorios, la biblioteca, la Casa de la Vida que incluía un vasto scriptorium. En el ángulo sureste había un taller al aire libre, para tallar los vasos sagrados y las estatuas que los sacerdotes animarían con la aper­ tura mágica de los ojos y de la boca. Caminos de losas permitían una agradable circulación. Finalmente, en el ángulo sureste se ha­ bía construido el pequeño palacio del rey, con el fin de recibirlo en el rito anual de la regeneración. El recinto debía de estar deli­ mitado en las partes norte, oeste y sur, por una avenida doble de esfinges con cuerpo de león: en el oeste, las esfinges tenían cabeza humana, y protegían con sus patas una estatua del faraón de pie. Al norte y al sur, estarían dotadas de cabezas animales. Se habían respetado las tres partes tradicionales del templo, precedidas por un inmenso pilono con dos torres trapezoidales. Pero la primera parte tenía dos patios en lugar de uno solo. La segunda parte la constituía la sala hipóstila, y la tercera un conjunto de salas que rodeaban el santuario. El mismo Ramsés había estudiado el plan de esta arquitectura, cuya construcción comprobaba, pero había pedido que se esperara su llegada para decidir sobre el conjunto de la decoración de las paredes. Y es así que eligió representar, en el segundo patio, en el re­ gistro inferior de la pared oriental la evocación de la batalla de Qadesh, mientras había pedido que se aplazara la decoración de la pared interior occidental del pilono porque, junto a una nueva representación de Qadesh, lo reservaba para esculpir allí sus fu­ turas campañas sirias en Canaán y Amurru.

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a. Uno de los pilares osiríacos de Hatshepsut en Deir el-Bahari. Sus manos sostienen los cetros osirianos y los signos solares b. Estatua de Am enhotep IV desnudo y privado de su sexo, en la actitud osiriana, Karnak-Este. (M useo de El Cairo) c. Estatua de Am enhotep IV, en la actitud osiriana pero con el traje de los vivos (kilt real y piernas desnudas). (M useo de El Cairo)

Ajenatón y Nefertiti distribuyendo recom pensas. Por encim a de ellos, el globo solar con los rayos que terminan en manos que tienen los signos solares ¡X y

Ramsés se inspira en las innovaciones de Amenhotep IV Una de las razones por la cual había ido a Tebas era la inclina­ ción que desde su juventud sentía hacia la aventura amarniana. Ésta presentaba múltiples fases y había dejado huellas en la inter­ pretación dada, como se ha visto, a la imagen de Amón. Pero, por otra parte, estaba el dogma osiriano, que regía los ritos funera­ rios, progresivamente accesibles a todo el pueblo de Egipto, y cuyo misterio pesaba sobre el comportamiento de los fieles. Al faraón se le presentaban numerosas contradicciones, aun antes de su corregencia, y progresivamente fueron desapareciendo en el curso de las entrevistas con los sacerdotes-sabios de las Casas de la Vida, y en especial con los de Hermópolis cuya sabiduría le puso en claro la experiencia de Amenhotep IV, saldada con un aparente y dramático fracaso. Estaba persuadido de que la noción divina de Atón, el giobo solar, estaba presente en Egipto desde la noche de los tiempos; no había sido inventada por Amenhotep IV, sino que éste había que­ rido darle una imagen más... científica. Sabía también que las di­ ferentes formas de lo divino, que en todas las épocas habían po­ blado los templos, sólo tendían a hacer más accesible al común de los mortales la infinita variedad del poder creador, como la pro­ fesaba el himno a Amón después de «la herejía».

Osiris, visto por Amenhotep IV En una palabra, Usermaatre Setepenre había captado real­ mente el combate de Ajenatón. ¿Cómo continuar atribuyendo al reformador el rechazo del mito osiriano, cuando se había hecho representar en la actitud de Osiris, con las piernas juntas (o sea, estático), los brazos cruzados sobre el pecho, y con las manos sos­ teniendo las insignias del dios: el cayado y el azote? Y había he­ cho de éste el ornamento de los «pilares osiríacos» de su gran templo a Atón, al este de Karnak, al comienzo de su «herejía». ¿No había hecho preparar su aparato funerario, ataúd, sarcófago destinado a recibir la momia «osiriana», acompañado con las esenciales estatuillas funerarias, los shuabti, tan típicamente de acuerdo con los ritos clásicos cuyo primer beneficiario había sido el mismo Osiris, el dios mártir? La existencia de estos famosos 202

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«pilares osiríacos» del rey herético, pregonando el culto a Atón con exclusión de cualquier otro, en principio se le presentó a Ramsés como una inverosímil contradicción. Se había informado, había consultado los archivos secretos, y por fin había encontra­ do la respuesta. No existían dos verdades fundamentales y opuestas, la que tendía sin cesar a profundizar mejor los secretos de las fuerzas vitales y la que sondeaba los misterios de la muer­ te: sólo había dos caras de un fenómeno único y continuo. Vida y muerte, una no funciona sin la otra, una complementaria de la otra, englobando todas las manifestaciones de lo divino. La animación creadora, positiva, y la negativa, lo estéril, lo inerte, una sucediendo a la otra en un movimiento continuo, ejemplificadas por el día y la noche, la claridad y las tinieblas, cuya sucesión ininterrumpida constituye la eternidad: Amenhotep IV-Ajenatón quiso comentar, por cierto, esta realidad cuya simplicidad constituía su incomparable grandeza. Esperaba ha­ cer desaparecer cierta ambigüedad, una ignorancia sostenida por los mitos: estos últimos, destinados a hacer comprender las gran­ des leyes de la naturaleza, a menudo las habían confundido, y aun alejado de su tema original. Es así que se necesitaba ser un gran entendido para percibir a través de la leyenda osiriana tan poética, toda la verdad cósmica oculta en el encadenamiento de las anécdotas que contenía.

Los pilares osiríacos En los templos, los famosos pilares osiríacos, compuestos por un pilar cuadrado delante del cual el rey estaba encerrado en su envoltura funeraria de Osiris, habían aparecido en el Imperio medio. La estatua del rey estaba fijada en la actitud de un dios muerto momificado, pero de pie, teniendo entre sus manos los cetros de Osiris. Para comentar el completo significado de esta imagen, en relación con las ceremonias jubilares del primer día del año, que se desarrollaban en los templos de Millones de años, había que demostrar que era el símbolo de las fuerzas en letargo de donde surgiría un nuevo vigor. De esta manera, Amenhotep IV se decidió a subrayar los dos aspectos sucesivos revestidos por el faraón en el curso de las ceremonias de reafirmación del poder real, revelando en el mismo momento, y de una manera cruelmente 203

Segundo patio del Ram eseo, bordeado de pilares osiríacos clásicos. En el fondo, la sala hipóstila.

a. Primer plano de un pilar osiríaco clásico del Ram eseo. (Foto Fathy Ibrahim) b. El primer patio está adornado con pilares osiríacos solares. M uy deteriorados, en el Rameseo, se puede contem plarlos en la sala-patio de Abu Simbel. El kilt real a veces es más voluminoso. Estas imágenes ramésidas pueden estar flanqueadas por m iem bros de la familia real.

realista, el verdadero misterio que rodeaba esos mitos osirianos celebrados en gran secreto en el ámbito del dios en Abido.12 Este misterio siempre había sido cuidadosamente enmascarado por el sudario del dios mártir, cuya úitima herida había provocado la pérdida de la virilidad. Descomponiendo el drama en sus dos fases esenciales, Amenhotep IV tuvo la audacia de hacer esculpir, para evocar la fase negativa, su efigie desnuda y emasculada, osando de esta manera correr el velo sostenido celosamente por un clero preocupado por sostener el mito secreto. Alternando con esta provocadora imagen, privada de su sudario, y con el pschent osiriano, la efigie del rey con su vigor renovado, aparecía, en el segundo tipo de pilar, con el torso desnudo y con el kilt del rey vivo, cuyos diferentes tocados recordaban todos los ornamentos solares. El escándalo, por cierto, debió de sacudir al clero de Amón, tan conformista en materia de liturgia, pero, sin duda, los sacer­ dotes de Osiris nunca perdonaron la ofensa a las prerrogativas de la poderosa Abido y esto, tarde o temprano, sería la perdición de Ajenatón. Sin embargo, la idea se había abierto camino, y desde entonces pareció cada vez menos posible admitir una oposición entre la noción de Re y la de Osiris: de hecho, la demostración realizada por Amenhotep IV respondía al célebre fragmento del Libro de los Muertos:'3 En cuanto Osiris es ayer, y en cuanto Re es mañana.

La «reforma» vista por Ramsés Esta reforma audaz, traducida hasta en la arquitectura, no es­ capó a Ramsés. Al ordenar la construcción del Rameseo, en la orilla izquierda de Tebas, con sus hombres de confianza, Nebunenef, Sumo Sacerdote de Kam ak,14 Unennefer, Sumo Sacerdote de Osiris en Abido, y el letrado de la región, el escriba Ramose, muy cercano al visir Paser, consideró los medios para retomar más discretamente, sin chocar al conjunto del clero, esta brillante demostración de los ritos de regeneración. Ramose le había suge­ rido que tomara como modelo lo que ya había debido de inspirar a Amenhotep IV, y que el arquitecto Senmut, un precursor de la reforma, había realizado para la reina Hatshepsut: las manos de la imagen momiforme de la reina en su gran galería de pilares 205

osiríacos en Deir el-Bahari que sostenían, efectivamente, no sólo los cetros osirianos, cayado-heqat y azote-nejaja, sino también los dos signos solares, anj signo de vida y uas aliento y fuerza solar, que Amenhotep IV a su vez colocará entre las pequeñas manos en las que terminan los rayos de Atón. Sin embargo, Ramsés pre­ fería mucho más utilizar las dos imágenes concebidas por Amen­ hotep IV, menos intelectuales, más explícitas, pero despojándolas del realismo amarniano. Por lo tanto, hizo agregar un segundo patio al plano previsto inicialmente para su templo: uno de ellos debía estar bordeado por un peristilo adornado con los pilares osiríacos tradicionales que recordaban el estado del soberano al comienzo de la cere­ monia de regeneración, es decir, envuelto en el sudario; el otro patio, de arquitectura semejante, también estaba rodeado de pi­ lares, pero en ellos la imagen del rey, que seguía con los pies jun­ tos, estaba vestida con el kilt de los vivos, y llevaba el tocado solar. Estas imágenes del rey renovado estaban flanqueadas por estatuillas de los niños reales. Cuando Usermaatre Setepenre, después de que su nave fue abordada en el muelle del templo, cruzó la gran puerta del pilono del Rameseo, su satisfacción fue total cuando vio sus efigies en imagen «solarizada», tal como la multitud podría admirarlas al salir del santuario, una vez reno­ vada para todo el año. Después de haber contemplado su inmen­ so coloso flanqueando el montante sur de la puerta, al fondo del patio, y comprobado los preparativos para la erección del coloso norte,15 pasando entonces por un segundo patio antes de abordar la sala ancha de columnas papiriformes, pudo encontrar la ima­ gen real momificada que se alzaba en cada pilar. Al igual que las precedentes, estas estatuas medían 16 codos: la altura de la inun­ dación ideal. Volverán a encontrarse estas dimensiones en Abu Simbel, principalmente en los pilares osiríacos de la sala-patio. Más que nunca, la estatuaria participaba en la significación y efi­ cacia del rito sobre el recorrido del faraón, durante las fiestas del Año Nuevo. Por cierto, el templo egipcio refleja en la tierra la imagen de ese mundo donde el demiurgo ha situado al hombre: la casa de dios, colocada sobre el túmulo de la creación, debía materializar los conceptos más amplios. Inspirándose en los intentos de sus predecesores — como la columnata de Luxor cuyo entorno nunca se terminó— luego de la elaboración de la inmensa sala hipóstila 206

de Karnak, de proporciones gigantescas, decidió dar un sentido concreto a la gran sala central con columnas de su templo perso­ nal.16

El símbolo principal de la sala hipóstila Cada regreso de la inundación marcaba el comienzo de un nuevo año, formado por tres estaciones de cuatro meses, de don­ de todo el país, hombres y animales, conseguía los medios para su existencia. Este ciclo, cuya regularidad deseaban ardientemen­ te los egipcios, había sido, desde hacía milenios, dividido en doce meses de treinta días (más cinco días y 1/4 suplementarios) que formaban, a razón de tres «semanas» de diez días cada una, los treinta y seis decanatos de las tres estaciones. Por todos los me­ dios había que incitar, alentar, rogar para que la revolución de los meses se produjese y el año acabara automáticamente con la apa­ rición tan esperada del agua nutricia. Ramsés había querido que su sala hipóstila pudiese constituir el armazón del ciclo perfecto, los doce meses materializados en las doce colum nas17 papiriformes con capiteles abiertos. En el flanco de cada una de esas columnas, el rey aparecía en triunfo, haciendo ofrenda a una forma divina. Estaba escoltado por la imagen de su ka, genio que evocaba su potencial divino, que lle­ vaba en la cabeza la «bandera» con el nombre de Horus del fa­ raón. Las doce columnas estaban flanqueadas, de una parte a la otra, al este y al oeste, por dieciocho columnas más peque­ ñas, también papiriformes, pero con capiteles cerrados. De esta manera, el año estaba escoltado por sus treinta y seis decana­ tos. Este circuito solar debía, naturalmente, desembocar en la m a­ terialización del día de Año Nuevo, en el relieve de la sala si­ guiente.

La sala astronómica Una gran puerta con cornisa, dominada por un ancho friso de signos que evocaban la eternidad solar,18 frente a la columnata central, comunicaba la sala hipóstila con otra sala rectangular adornada con ocho columnas con capiteles papiriformes cerra­ 208

dos. Esta sala puede ser llamada «astronómica» debido a la parte del techo sostenida por cuatro columnas en la parte norte, ador­ nada con símbolos de constelaciones y dominada por un verda­ dero calendario lineal. Su desarrollo se hizo de este a oeste y em ­ pieza, al este, contra la pared común de la sala hipóstila y la astronómica, cerca de un gran tragaluz horizontal destinado a dejar pasar una luz oblicua sobre la decoración celestial.

El calendario Usermaatre Setepenre había dado instrucciones precisas: el calendario estaría dispuesto de tal manera que la indicación del día de Año Nuevo ocupara el centro del techo,19 y marcara el co­ mienzo de la primera estación, ajet, formada por los cuatro meses durante los cuales la inundación cubría las tierras arables del año, hasta las arenas de los desiertos libio y arábigo. Luego venía la segunda estación, peret (invierno-primavera), y sus cuatro meses durante los cuales el labrador tenía tiempo de preparar la tierra rica en aluviones nuevos, surgida del agua, y sembrarla antes de preparar el comienzo de las cosechas. Shemu constituía la tercera parte del año, en el curso de la cual se terminaba de reunir el producto de los cultivos antes de que llegaran los fuertes calores, con su cortejo de sinsabores bastante temibles, pero que termina­ ba con las felices vendimias y el anuncio del año nuevo. En el Rameseo, el diseño del calendario empezaba, pues, con los dos últimos meses del invierno-primavera, y terminaba con los dos primeros meses de la misma estación. Las órdenes de Ramsés se habían seguido escrupulosamente. El lugar del día de Año Nuevo figuraba exactamente en medio del calendario, entre el cuarto mes de la estación shemu (el verano) y primer mes de ajet (inundación). Inmediatamente debajo, el eje del día Año Nuevo está enmarcado por la imagen de Orion y de Sotis, la estrella mi­ lagrosa que reaparece al alba en el horizonte oriental del cielo después de setenta días de invisibilidad.20 Inmediatamente des­ pués, a su lado surgía el sol levante. Ese amanecer helíaco de la estrella Sotis (alrededor del 18 de julio) estaba seguido por la lle­ gada de la inundación. Siempre siguiendo el eje norte-sur del calendario, en la parte baja del techo, estaba representada la imagen del cinocéfalo de 209

Centro del techo astronóm ico, desde Sotis y Orion arriba, hasta el mono de Tot en el pilar-dyed, que representa la llegada de la inundación, el día de Año Nuevo.

Curvando la línea que indica el mes del año en el techo del Rameseo, se llega a la sucesión, en el mismo orden, de los signos del zodíaco que dominan el nártex de la basílica Santa M agdalena de_

20 d e diciem b re 2 0 d e en ero Capricornio 2 0 d e noviem bre 2 0 d e diciem b re Sagitario

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20 d e octubr 20 d e noviem bre E scorpio 2 0 d e sep tiem b re 2 0 d e o ctu b re Libra

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2 0 d e a g o s to 2 0 d e se p tiem b re Virgo 2 0 d e julio 2 0 d e a g o sto L eo

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Inundación d el día d e Año Nuevo 2 0 d e junTcT 2 0 d e julio Cáncqr_ 2 0 d e m ayo 2 0 d e junio Géminis 20 d e abril 2 0 d e m ayo Tauro

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Tot, el señor del tiempo, sentado frente al pilar-dyed,21 y mirando hacia el sur.22

El día de Año Nuevo



Y del sur es de donde llega el agua tan deseada, anunciada por la estrella Sotis. Con esta nueva imagen científico-simbólica Ramsés señalaba también allí la enseñanza que quería eternizar en su templo.23 Este último se basaba en una verdadera mecánica celeste, de engranajes perfectamente estudiados: los doce meses, las tres estaciones, los treinta y seis decanatos vibraban en el gres solar con el que se había construido su santuario. En la sala astro­ nómica las paredes mostraban, entre otras, la imagen del árbolished, concebido para provocar perpetuamente su renovación cí­ clica, cuya energía que provenía del dios (¡todavía había que pro­ barlo, como veremos!) era la garante de la vida del país. Esta sala astronómica presentaba, también en bajorrelieve, en la pared oriental, la procesión de barcas del genio real, de la santa de la necrópolis real (Amosis-Nefertari), de la tríada tebana (Amón-Mut-Jonsu), y de Imenet. Hecho interesante: las más grandes y pesadas eran las de Jonsu y de Imenet, porque las lle­ vaban veinticuatro sacerdotes, mientras que las otras estaban colocadas sobre angarillas sostenidas, cada una, sólo por diecio­ cho sacerdotes. Ese primer día del año, Ramsés Usermaatre antes que nada quería subrayar que era el del regreso del agua divina que tenía en sí todas las esperanzas de vida, y con la que se expre­ saba Amón-el-oculto hermanado con Re-Haractes. Esa agua, traí­ da por el efecto solar, que simbolizaba la llegada de la barca de Amón-Re, era la que Ramsés quería alentar para que alcanzara las fronteras meridionales de Egipto, allí donde iría hacia las ro­ cas sagradas de Ibchek y Meha, al norte de la 2.a Catarata nubia.

Un reloj de piedra Entre los símbolos astronómicos, las 24 horas de la aparente revolución solar no deben haber escapado a las preocupaciones reales: podría proponerse la búsqueda de una mención a las 24 horas en las tres salas sucesivas de ocho columnas del santuario 212

(siendo la primera de ellas la «sala astronómica»), edificadas pro­ longando el eje de la sala hipóstila. No hay que olvidar que esos locales, en gran parte, habían sido reservados para la Confirma­ ción del poder real, celebrada cada año, y que no sólo el día, sino también la noche — durante la cual el rey reposaba en un lecho ritual— , constituían el marco final para la regeneración cíclica del faraón.24

El santuario y la juventud real Todas las etapas del rito reservado al faraón para esta ceremo­ nia esencial habían sido cuidadosamente estudiadas por Usermaatre Setepenre. Se había preocupado por hacer acondicionar, al sur de la tercera parte de su templo (el conjunto de las piezas

Constelación del Can M ayor cuya estrella más brillante es Sotis (Sirio). La imagen de Sotis-Isis, en el techo astronómico del Ram eseo. Perrita protohistórica y su equivalente de la época romana de Egipto: imágenes populares que aparecen a fines de julio, lo que inspiró el nom bre de canícula (canícula: perrita).

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reservadas al santuario), los locales donde, integrándose a los di­ ferentes períodos vividos por la naturaleza por estaciones ritua­ les, aseguraba al país sus víveres, mediante el fenómeno de la «magia simpática». En las salas osirianas, situadas al suroeste, en un bajorrelieve, se lo veía revivir sucesivamente las tres estacio­ nes del año osiriano, maniobrando primero el arado: en esto hay que reconocer, de alguna manera, su responsabilidad de asegu­ rar la extensión de los cultivos. Luego, con la hoz en la mano, cosechaba, materializando de esta manera el éxito de las cose­ chas. Entonces, después de los fuertes calores, llegaba el día de Año Nuevo, simbolizado por la imagen de Hapi la inundación: Ramsés lo honraba para que los cuatro meses de ese maná ex­ tendido sobre todo el país pudieran asegurar el despertar de la naturaleza. En la parte opuesta, al noreste, las salas «solares» debían san­ cionar el despertar anual, garante de la perpetuidad en todas las formas, y hacia donde convergían todos los ritos.25 Puede com­ probarse con qué método y qué lógica Usermaatre Setepenre supo concordar todo un complejo arquitectónico con la armonía de las grandes leyes cósmicas, para incitarlas a no desviarse hacia el caos tan temido.

Amón protege a Ramsés Había otros temas para tratar en ese Palacio de Millones de años que Ramsés quería compartir con Amón-el-oculto. ¿El dios, a pe­ sar de todas las trampas, no le había dado una protección sobre­ natural? También la pared sureste de la sala hipóstila fue reserva­ da para una suntuosa decoración que mostraba al faraón recibiendo la harpe26 victoriosa de manos del señor de Karnak en toda su majestad, acompañado por Mut su paredra. Naturalmen­ te, se otorgaba prioridad a las escenas de la batalla de Qadesh que el faraón quería hacer grabar en el pórtico noreste del segundo patio y en la cara occidental del primer pilono. Pero recordemos que ordenó a los decoradores que esperaran sus próximas cam ­ pañas previstas en Canaán y en Amurru para ilustrar los éxitos futuros, que esperaba fueran completos.

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Ram sés (III) cum pliendo ritualm ente los «trabajos agrarios», en las salas osirianas de su templo jubilar.

Introducción de la familia La familia del rey, cuando acababa de cumplir treinta años, se había enriquecido ya con una numerosa progenie. Después de Abu Simbel, se repetía el hecho nuevo en un templo: un doble registro, a ambos lados de la puerta de la sala hipóstila que con­ ducía a la sala astronómica, ya había sido consagrado, al norte, al desfile de sus hijas y, al sur, a la lista, igualmente enriquecida sin cesar, de los príncipes. Además, los nombres respectivos de los hijos, grabados en columnas verticales estaban acompañados, cada uno, por una columna vacía, destinada a recibir inscripcio­ nes complementarias a medida que crecieran los príncipes. Así puede observarse que el nombre número trece, el de Mineptah, joven príncipe, fue completado después del año sesenta y siete del reinado de Usermaatre Setepenre con la indicación de los tí­ tulos y del nombre de coronación del que ya había enterrado a cierto número de sus hermanos.27

Los artesanos del Rameseo Era el momento de recompensar con plata y oro al director de los trabajos Penre, el Jefe del cuerpo de policía-m edyay, que traba­ jaba desde el comienzo en el Rameseo, el arquitecto Imeneminet y sus adjuntos los grandes capataces, y todas las corporaciones de los diferentes oficios, por la obra notablemente realizada que ya mostraba, en parte, la policromía sobre el fondo blanco, que tenía por objeto animar los relieves y altorrelieves, como en todos 215

los edificios religiosos. Tampoco había que olvidar a los que ha­ bían sido responsables de la mano de obra egipcia, y en esa época también extranjera. Entre estos últimos estaban los apirus, algu­ nos de ellos traídos como prisioneros de Canaán por Setos I. A menudo eran mandados por militares, los iefes de los cuerpos de policía-medyay, que también tenían nubios entre sus tropas. Imenemipet, Supervisor de los trabajos en el Rameseo, como jefe de los soldados y de los apirus, era uno de ellos. Ramsés también debía dirigirse al jefe medyay, Hatiay, cuyo padre erigió las enor­ mes estatuas del Rameseo28 y participó en la instalación de los colosos, al sur del segundo pilono. Un poco más tarde, levantaría las astas delante del templo de Amón. Usermaatre Setepenre, de­ seoso como estaba de interesarse por la suerte de los que lo ha­ bían servido, quiso agradecer también a otro jefe medyay, valeroso gendarme encargado de asegurar el orden en el país, Iuny, que debió de haber contribuido mucho a la construcción de la sala hipóstila. Al lado de Ramsés estaba Tiia, al que después de su corona­ ción había nombrado intendente del tesoro y del ganado del Ra­ meseo. Tiia esposo de su hermana, era una referencia, pero no había dudado en colocar a hombres de origen extranjero, otros nubios, en puestos de confianza en la administración del Rame­ seo, como Ramesesemperre. En realidad, este cananeo, originario de la localidad de Zin-Bashan, debió de ser educado, después de su llegada (con el nombre de Ben-Azen) como botín de guerra, en la escuela kep, en el palacio o en el harén. Se había convertido en uno de los más fieles servidores del faraón. Más tarde, otro fun­ cionario, también de origen extranjero, se convirtió en jefe inten­ dente del Rameseo: Yupa, hijo del general Urhiya,29 que sucedió a su padre en ese cargo.

Los móviles ocultos de Ramsés

Durante su estadía en la orilla izquierda de Tebas, Usermaa­ tre Setepenre se había dado cuenta de que, si bien la mayoría de las estructuras de su templo se habían construido con bloques de gres extraídos de las canteras del Dyebel Silsila, reemplazados por elementos de granito rosa, granito negro y alabastro cuando 216

Ram eseo: en el fondo de la sala hipóstila, Ramsés recibe, de manos de Amón, el jepesh de la victoria. En el registro inferior, desfile de los primeros hijos de Ramsés. (Foto Fathy Ibrahim)

la simbología lo imponía, los jefes medyay no habían dudado en tomar de los templos jubilares vecinos, de la XVIII dinastía, el material que podían así conseguir fácilmente. El excavador inglés Quibell, que desde 1898 trabajó en el lugar, descubrió numerosos vestigios con los nombres de Amenhotep II, Hatshepsut, Tutmosis III y IV. También encontró cimientos provenientes de la capi­ lla de Anubis en Deir el-Bahari. Más de tres mil años después de ese pillaje, pudo devolver a su lugar las piedras sacadas del do­ minio de Hatshepsut. A mi vez, entre 1968 y 1980, cuando inves­ tigábamos en el terreno y yo estudiaba el templo, pude observar en los anexos las columnas fasciculadas de caliza, provenientes del mismo templo de la reina y, también en los anexos, losas de la misma piedra. Cuando se les dio la vuelta, esas losas mostraron un decorado de estrellas que probaba que habían pertenecido a un techo de santuario; pero no era posible devolverlas a su lugar primitivo, porque ya formaban parte de la construcción de Usermaatre Setepenre. En el caso de que Ramsés fuera informado de los «préstamos» tomados del santuario de la gran reina, ¿habría entonces que atri­ buirle una responsabilidad en los martilleos y destrucciones sis­ temáticas que afectaron profundamente el Dyeser-dyeseru (la ma­ ravilla de las maravillas), en la que desde hace un siglo trabajan egiptólogos y arquitectos, para reconstruirla? La respuesta surgi­ rá, sin duda, al mirar más de cerca el gran desfile de los antepasa­ dos reales presentado por Ramsés, en el templo de Abido y en el Rameseo. En este último templo, la presentación de las estatuillas de los supuestos antepasados del rey, llevados por sacerdotes, incluye, en lo que concierne a los reyes del Imperio nuevo, las efigies de todos los que reinaron hasta la época de Ramsés, con excepción de Hatshepsut, y de los protagonistas de la época amarniana: Amenhotep IV-Ajenatón, Esmenkare, Ay y Tutankhamón. La lista continúa con Horemheb. ¿Cómo explicar semejante omisión? Sin duda, fue porque im­ portaba hacer concesiones a los cleros de Amón y de Osiris. Las iniciativas de Hatshepsut y de Amenhotep inspiraron a Ramsés; quería que fueran adoptadas, pero «disfrazándolas», enmascaran­ do sus fuentes; por lo tanto, era un deber reprobar visiblemente a los autores. Así puede comprenderse mejor por qué el monumen­ to de Deir el-Bahari y la ciudad de Ajetatón fueron víctimas de destrucciones durante el reinado de Usermaatre Setepenre.

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Nefertari (vestigios) y su suegra Tuya, tocando sistros y dirigiéndose hacia el mammisi. (Sala hipóstila del Rameseo) Mapa de los países de Uauat y de Cush, desde Asuán hasta la 3.* Catarata.

templo ptolem aico de M edinet Habu: reutilización de un cim iento proveniente del mammisi de Tuya: escena de teogamia.

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RAMSÉS Y EL LENGUAJE DE LOS TEMPLOS II EL MAMMISI DEL REY EN TEBAS RAMSÉS Y LOS TEMPLOS DE NUBIA

El mammisi del rey

La reina madre Ramsés siempre tenía una preocupación en el corazón: la ve­ neración y el reconocimiento que testimonió sin cesar a su madre Tuya. Esa gran dama de casta militar y noble, convertida en rei­ na, había conocido la vida activa antes de abordar, al lado de un valeroso príncipe, los deberes de la realeza. Desde su juventud había secundado a este último, y por lo tanto estaba mejor prepa­ rada que las princesas reales para asum ir responsabilidades cuando Setos, coronado faraón, guerreaba en Siria, o en el vil país de Cush. Desde que su hiio reinaba lo asistía como antes lo había hecho con su esposo: a su regreso de Qadesh Ramsés estaba muy impresionado por esto. Era la razón por la que representó, oficio­ samente, durante diez años, el papel de corregente durante las ausencias, casi siempre por asuntos guerreros, de su hijo. Para esta madre y esposa excepcional, que en su devoción el padre y el hijo comparaban con Amosis, madre y esposa de libe­ radores, Setos y su corregente el príncipe Ramsés habían puesto las bases, en la orilla izquierda de Tebas, de un edificio cuyos 221

depósitos de fundación marcaban claramente la identidad de los fundadores. A la muerte de Setos, Ramsés hizo reiniciar los trabajos y am­ plió el programa. No sólo el templo estaría consagrado a su ma­ dre (Hizo este monumento para su madre, se lee todavía en las pocas huellas del edificio que quedan en el lugar), sino que reservó allí sitio para Nefertari y la «cohorte» de sus hijos, como lo testimo­ nian los vestigios encontrados. Ramsés también tenía la intención de consagrar ese templo al mito del nacimiento real, que debía hacer olvidar que en el mo­ mento en que la Dama Tuya lo trajo al mundo, no pudo ser visita­ da por Amón el genitor: por lo tanto, había que recrear el aconte­ cimiento que debía de hacer al niño engendrado por el dios, por el misterio de la teogamia.

La teogamia Desde la época de las pirámides, las alusiones, en la literatura a falta de los relieves de templos desaparecidos, permitían des­ cubrir la noción de teogamia, ese acto por el cual el dios reempla­ zaba al faraón en el momento del himeneo real: de esta manera, el niño que nacería se convertía en hijo del dios. Remontándose con seguridad al comienzo de los tiempos, esta teogamia se perpetuaría a lo largo de la realeza faraónica... y aun más allá.1Sólo el espíritu divino, fecundador, podía cambiar de aspecto. En la V dinastía, asumía forma de Re.2 En el Imperio nuevo, el genitor tomó el aspecto material de Amón. De esta manera, la reina Hatshepsut, hija de Tutmosis I y de la reina Amosis, fue engendrada por el señor de Tebas. Todavía puede verse debajo de la columnata nor­ te del templo de Deir el-Bahari, a pesar de los martilleos, la suce­ sión de los relieves donde están representadas las etapas esencia­ les del milagro, a partir de la escena del himeneo, luego la del anuncio del prodigio a la reina, el nacimiento del niño divino en­ carnado y de su ka, hasta la presentación del niño a su augusto padre. En el templo de Luxor se conserva una escena análoga: allí había una sala consagrada al encuentro carnal de Amón y de Mutemuya, madre del futuro Amenhotep III, el constructor del san­ tuario. Hasta esa época, en el mismo templo, un solo local estaba 222

d a. «El anuncio» hecho a la reina, por Tot. b. Jnum crea, a su vez, al niño divino y a su Ka. c. La reina conducida hacia la sala de parto. d. Ya liberada la reina, las nodrizas amam antan al niño y a su Ka. e. El niño divino y su Ka presentados a su genitor Amón. Templo de Luxor.

reservado a esta evocación de la divina aventura que santificaba el origen supraterrestre del faraón. Esto sucedía en el secreto del santuario. Es probable que Setos, y Ramsés con seguridad, rom­ pieran la tradición. Su intención de extraer la sala de la teogamia del edificio principal tenía el objeto de amplificarla y de integrar­ la en un santuario total. Al darle esta importancia visible para todos, y esta autonomía, al enriquecer el santuario con locales suplementarios, también podían beneficiarse con los rayos divi­ nos la familia y los descendientes representados en los relieves. También debe ponerse en el activo de Ramsés el hecho de que, por su voluntad, acababa de crearse un nuevo tipo de san­ tuario, que se creyó que sólo aparecía en la época grecorromana, en forma de una capilla del nacimiento de Horus hijo de Isis (con­ fundido con el faraón). O sea, que el primer mammisi existió en época de Usermaatre Setepenre, para evocar su nacimiento mila­ groso. Ramsés había trazado los planos de su Palacio de Millones de años de manera que la sala hipóstila estuviera flanqueada, al norte, por su mammisi. Hice este descubrimiento en 1970, cuan­ do dirigía los trabajos en ese lugar.

Cómo se reconstituye un monumento desaparecido En los enrases del monumento, del que sólo subsisten algunas bases de columnas y, en el suelo, las huellas de ciertas paredes, observé una piedra, hundida en los cascotes provenientes de una rampa de acceso, que llevaba la inscripción, ya citada, Hizo este monumento para su madre... Varios años después, un fragmento de capitel de una columna hathórica me indicó el estilo del monu­ mento, consagrado a una entidad femenina. Los vestigios de los nombres de Ramsés y Nefertari me permitieron progresar en mi búsqueda. Entonces sólo me quedaba remitirme a los elementos arquitectónicos que tenían representaciones relacionadas con es­ cenas de teogamia ramésidas, vueltos a utilizar en un edificio tar­ dío, no lejos de allí, en Medinet Habu. Hundidos en las paredes, incompletos, colocados al revés, se veía un trozo de la escena que representaba el himeneo real, o también la presentación del niño a su divino padre, además de una parte del desfile de las hijas reales, o la parte inferior del desfile de los hijos. Por todas partes había bloques del techo con textos de la fundación para la reina 224

madre Muí-Tuya. Finalmente, el marco de una puerta estaba he­ cho de trozos de un capitel hathórico dominado por los nombres de Ramsés y de Muf-Tuya. Este rompecabezas arquitectónico desvelaba, a trozos, el cuerpo y el alma del santuario donde Ram­ sés se había revelado hijo de Amón. Las ruinas dispersadas lleva­ ban todavía el nombre de la principal beneficiaría: Mwf-Tuya, luego el de Nefertari, y el de los hijos del hijo del dios... muy pronto deificado en la tierra.3

La promoción de una reina

Elevación de la fachada reconstituida del mammtsi de Ramsés, paralela a la del vestíbulo de la sala hipóstila del gran templo de Ramsés.

¿Este edificio era perfectamente original? ¿La inspiración no procedía, en este plano como en tantos otros, del gran antecesor de nuestro héroe en materia de innovación del culto, a saber, Ajenatón? Si nos referimos a los relieves todavía visibles en las pa­ redes de las tumbas de los señores amarnianos, como la de Huy,

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gran chambelán de la reina viuda Tiy, se descubre una escena edificante: Ajenatón, teniendo la mano de su madre, la lleva hacia un edificio cuyo elemento central lo constituye un patio a cielo abierto, bordeado de un peristilo con cinco columnas laterales. El patio, reconstituido en el mammisi del Rameseo gracias a las ba­ ses de las columnas, debía de tener el mismo aspecto. Así pues, el mammisi, convertido en un monumento inde­ pendiente que glorifica el himeneo de Amón y de Muí-Tuya, fue obra de Ramsés, sin duda influenciado por su secreto inspirador. También en este tema hizo más que su predecesor. Los primeros soberanos se glorificaban con seguridad de su divino genitor; pero ninguno hasta entonces había sugerido o reivindicado la esencia divina de su madre. Ramsés parece haber intentado la experiencia. ¿No agrega casi siempre el nom bre de Mut, paredra (divinidad asociada) de Amón, al nombre inicial de su madre? Son frecuentes las citaciones de M uí-Tuya, en vida de la reina, hasta llegar a utilizar el nombre de la diosa para crear familiar­ mente el diminutivo Muty. Todos estos matices en la expresión permiten descubrir muchas veces la determinación de Usermaatre Setepenre de borrar sus orígenes no sólo civiles, sino hu­ manos.

Reina viuda y Gran Esposa real En el fondo del pequeño templo había dos capillas reservadas a las dos grandes damas de comienzos del reinado: la reina ma­ dre Mwf-Tuya y la Gran Esposa real Nefertari, madre del príncipe heredero. Como una transición entre el templo de Millones de años y el mammisi, las imágenes de las dos reinas estaban representa­ das a la entrada de la sala hipóstila,4 las dos tocando el sistro-nao5 y dirigiéndose hacia el pequeño templo consagrado a ellas. Algu­ nos detalles de sus tocados, por sí solos, cuando se saben des­ cifrar las formas y los símbolos, permiten descubrir el momento de sus existencias en el cual el cincel del escultor fijó sus imáge­ nes. Las dos llevan en la cabeza grandes plumas rectas. En una de ellas sólo aparecen plumas: estamos en presencia de la viuda, con la fecundidad dormida. Por el contrario, el tocado de Nefertari, que camina en primer lugar, está completado por los altos cuer­ nos afilados que enmarcan el globo solar: es el ornamento tipo 227

P in o r in u d e A bu “sm b c l El gran lem pio de Riiruéü U, excavado en ri promontorio de M eh j «JefertAri, excavado en ri pronrwmlom» de Ibchek. y cl pcqucfto (empio de la r iin i New

de Sotis, la estrella que, cada año, regenera el año y al soberano. El avance de los trabajos en el Rameseo seguía el ritmo de­ seado, y el faraón pensaba volver a Tebas, para comprobar su progreso, después de las futuras campañas sirias. Sin cesar, nue­ vos relieves registraban nuevas etapas en la gesta del rey. El últi­ mo toque en el mammisi sería la construcción de dos rampas de acceso a la terraza, que no pueden ser anteriores al año 8 de su reinado.6

Hacia un nuevo mensaje arquitectónico

Antes de volver a su radiante capital nórdica, Usermaatre Setepenre debía tomar el camino de la provincia nubia para conti­ nuar su programa de edificación de santuarios dedicados a las formas protectoras de su imperio, de las que dependía la anual manifestación de Hapi, la inundación creadora.

Ramsés v los templos nubios proyectados

Habiendo dejado la Heliopolis del sur, Ramsés volvió a subir por el río en su navio real. Cuando apareció el estrechamiento de las dos orillas, en el Dyebel Silsila, allí donde había hecho erigir una gran estela en honor de Hapi, en los primeros años de su reinado, Usermaatre Setepenre supo que había llegado a la zona de la 1.a Catarata.

Asuán Era verdaderamente la puerta de África. Desde siempre, Sie­ na. que actualmente llamamos Asuán, constituía el gran mercado de todo el continente. Allí se codeaban las etnias más d: pares, se hacía el trueque de productos, de una increíble variedad, llega­ dos de las zonas más meridionales. Estaban juntos los soldados 229

de las guarniciones del faraón, provenientes de la división de Amón generalmente con base en Tebas, y los policías-medi/ay de temible autoridad, garantes del respeto y del orden. En el valle existía un importante movimiento del oro extraído de las minas nubias y casi siempre tratado en el lugar, que controlaba el gober­ nador de la provincia. Varios almacenes enviaban regularmente al norte todo lo que las tribus — o el trueque— habían reunido en los vastos depósitos bajo la responsabilidad del virrey de Uauat y de Cush, es decir la Baja y la Alta Nubia (siendo esta última el futuro Sudán), encar­ gado de mantener el orden y de recibir, cada año, los impuestos en especies: en principio, el oro, en discos o en polvo entregado en pequeños saquitos, las maderas preciosas más variadas, cao­ ba, palisandro, ébano, traídas en largos troncos, o en arcos, es­ cudos, o muebles debidos a la habilidad de los ebanistas de la Baja Nubia, formados desde hacía siglos por artesanos egipcios. Desfilaban también, ante los ojos admirativos, pieles, huevos y plumas de avestruz, colmillos de elefantes, piedras semipreciosas, animales para el jardín exótico de Su Majestad: cercopitecos, hamadríades, guepardos, panteras, leones, jirafas... Y como los nubios se consideraban maestros en la construcción naval, nume­ rosos navios fabricados no lejos de Kubán llegaban a Asuán antes de dirigirse a la metrópoli.

La llegada de Nefertari Nefertari, cuya nave había alcanzado a la del rey, vivía mo­ mentos excepcionales en ese clima de una sequedad luminosa, donde las enormes rocas de granito rosa, ennegrecidas por la ero­ sión, recordaban a flor de agua a manadas de elefantes. La isla de Abu, que los griegos llamaron Elefantina, estaba habitada por los notables del país, cuyas casas floridas rodeaban el templo donde eran veneradas las imágenes locales del divino: Satet y Anuket rodeados de Jnum con cabeza de carnero, ese «africano» que con los aluviones y las aguas de la catarata creaba, en su torre de al­ farero, la humanidad. Todavía existía la ciudadela, pero su pre­ sencia tan necesaria en el Imperio medio ya casi no tenía sentido.

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Reconstitución de la fortaleza de Buhen. (Wadi Halfa) Doble puerta fortificada en la cara oriental de la fortaleza. (Dibujos de W. Emery)

El país de U a u a t Los presentes ofrecidos a la pareja real no cesaban de afluir, pero había que levar anclas y aprovechar el período de las aguas altas del Nilo para cruzar la 1.a Catarata, y recorrer, siguiendo el itinerario establecido por el virrey de Nubia, Iuny, un trayecto deseado por el faraón. Las grandes ciudadelas de la época de la penetración egipcia, de explanadas profundas, con las torres almenadas, jalonaban to­ davía las orillas de este estrecho país de Uauat (Baja Nubia), cuya población se había vuelto muy pacífica. Estas fortalezas ya no servían para proteger los pequeños poblados — guarniciones y viviendas— , y sobre todo los templos egipcios, de los ataques de los beduinos, en especial los del desierto arábigo. La primera parte de este viaje río arriba terminaría, en la orilla derecha, en el comienzo del Wadi Allaki que llevaba a las minas de oro, cerca de la ciudad de Baki (Kubán), donde el rey había hecho erigir la famosa estela de la excavación del pozo destinado a los mineros, donde subsistía todavía la enorme y alta fortaleza del Imperio medio. No lejos, y en la orilla izquierda (occidental), los soberanos pudieron contemplar el templo, historiado con tan armoniosos relieves de colores brillantes, erigido por orden de Tutmosis III. El estilo muy puro de las esculturas era tan cuidado como el de un monumento análogo, erigido por orden del mismo soberano en Elefantina.

El hemispeos de G erf Husein Esta región septentrional del país de Uauat era la elegida por Usermaatre Setepenre para hacer excavar, en el futuro, un hemis­ peos en honor de Ptah de Menfis y de Pi-Rameses, patrón de una de las divisiones de su ejército y miembro del gran cuerpo divino: sería el emplazamiento conocido en nuestra época con el nombre de Gerf Husein. Pálido reflejo de Abu Simbel, la decoración, por cierto, fue realizada por artesanos locales.

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Colum na protodórica, en *•"' interior del speos de Beit el-W ali

Nicho al fondo del speos de Beit el-W ali, que contiene las estatuas de Ramsés,

__________________________________H p T n n m v H p A n n k e t . _____________

Speos y hemispeos Los grandes templos del Delta y de Tebas tenían bases de pie­ dra y estaban precedidos por imponentes pilones de dos torres con forma de trapecio, cuyo simbolismo mitológico era el de po­ ner al mundo, cada mañana, el sol. Las tres partes de la morada divina (exceptuado el patio) estaban recubiertas por techos que formaban terrazas. El conjunto constituido por el templo propia­ mente dicho y por los anexos estaba rodeado por altas murallas de ladrillos de tierra crudos, que les daban el aspecto de un bas­ tión. La casa divina, en Egipto, no era un punto de mira como podían concebirla los griegos, tampoco era accesible a todos como lo fueron nuestras catedrales. El Palacio divino estaba con­ cebido, antes que nada, para mantener la «máquina cósmica», servido con ese fin por un personal jerarquizado, especializado, incluidos los criados, rodeados de sabios de todas las disciplinas, pero de ninguna manera abierto al público. Ramsés conocía la innovación arquitectónica introducida por Hatshepsut en su monumento de Deir el-Bahari, ese templo esca­ lonado cuya última terraza daba a las capillas excavadas en la montaña a la que estaba adosado el edificio. El templo-gruta en el Medio Egipto, el Speos Artemidos, también fue inventado por Hatshepsut. Más tarde, Setos I retomó el tipo de gruta, que hizo cavar en Redesiyeh en el camino a las minas destinadas a aportar el oro a su templo de Abido. Porque de las entrañas de la roca surgía la fuerza, la base mineral constituía la verdadera matriz de la creación.7 En las orillas nubias, Ramsés hizo construir para el transporte divino, estaciones que tomaron el aspecto de speos (grutas) o de hemispeos dedicados a las cuatro formas divinas. En Pi-Rameses los santuarios velaban sobre los cuatro puntos del horizonte. Re­ cordemos que ya al final de su corregencia Ramsés hizo acondi­ cionar el pequeño santuario de Beit el-Wali, según el tipo de he­ mispeos. Como veremos, las cuatro originales fundaciones proyecta­ das en Nubia por Usermaatre Setepenre debían estar en estrecha relación con el fenómeno de la inundación y constituirían la más evidente demostración de la acción real en íntima relación con las fuerzas de las que dependía Egipto. Ramsés esperaba la mayor eficacia de ese programa que, de ninguna manera, debía borrar el 234

impacto del culto de la acción solar implantado mucho antes, y materializado en los cuatro Horus de Nubia: Horus de Baki (Kubán), Horus de Miam (Aniba), Horus de Meha (Abu Simbel) y Ho­ rus de Buhen (Wadi Halfa, en la frontera con el país de Cush, cerca de la 2.a Catarata). Así pues, Usermaatre Setepenre hizo cavar en gruta una parte del santuario dedicado a Ptah, a 100 kilómetros al sur de Asuán, al norte de Kubán y en la orilla izquierda. Delante, un patio ador­ nado de pilares osiríacos con la efigie del rey con el traje «de los vivos» recordaría la innovación ejemplificada por Amenhotep IV y retomada en el Rameseo.

Paisajes de Nubia Cuanto más subía el cortejo hacia el sur más verde se volvía el paisaje de Nubia. Palmeras datileras, palmeras-dum y mimosas silvestres olorosas salpicaban las orillas: cada poblado estaba em­ bellecido por la presencia de un majestuoso sicomoro, adorno de la plaza del pueblo a la sombra del cual hablaban calmosamente los viejos. Mujeres y niños acudían al río para admirar el desfile de las barcas reales con las velas adornadas con dibujos geométri­ cos y follaje, tejidos con hilos de colores; las embarcaciones estaban escoltadas por las del virrey de Nubia y de la guardia oficial. El número de nubios adultos, por el contrario, era extre­ madamente reducido porque la mayoría de los hombres del país de Uauat estaban enrolados en el ejército egipcio o empleados en la administración del Alto y Bajo Egipto, y aportaban además una muy activa y honesta servidumbre. Nefertari buscaba en vano, en el horizonte de la orilla izquier­ da que desfilaba ante sus ojos, las encantadoras capillas funera­ rias coronadas por piramidiones, tan numerosas en la región tebana a la que, desde su infancia, estaba muy unida. Estos nubios, ganados por la civilización egipcia, no dejaban de seguir fieles a sus raíces y a sus tradiciones. De regreso a su país, eran enterra­ dos a la manera nubia, muy simplemente, en una piel de cabra. Sólo algunas elites — muy raras— se hacían enterrar según la moda egipcia, en una gruta-capilla tallada en la roca, como un tal Hekanefer, hijo de un jefe nubio, educado en la escuela de palacio (el kep), y compañero de clase de Tutankhamón, que había vuelto 235

a su Nubia natal, en los alrededores de Aniba, la capital en esa época, para ejercer las funciones de gobernador.

Wadi es-Sebua Los barcos hicieron un alto — se lanzaron las amarras y se cla­ varon las picas— en el lugar de llegada de las caravanas que ve­ nían del desierto libio occidental. El sitio presentaba las condicio­ nes requeridas para asentar allí, en los años futuros, un gran templo dedicado al poderoso Amón, al que los viajeros con los destinos más diferentes implorarían como el Amón de los Caminos. Este santuario, también un hemispeos, «salvado de las aguas» como la mayoría de los templos nubios, en la actualidad lleva el nombre de Wadi es-Sebua, el Valle de los Leones, debido a las esfinges que componen su dromos.8 Ramsés pensaba utilizar la decoración cuando llegara el momento, para expresar las etapas de su divinización y su crónica familiar que no cesaba de evolu­ cionar.9 Antes, en ese mismo sitio, Amenhotep III había consagra­ do a Amón un pequeño hemispeos, contra el que se erigiría el nuevo santuario.

Amada La región más cercana, hacia el sur, hacia la que navegaban los soberanos, presentaba en ese entonces un interés casi arqueo­ lógico. En efecto, la pareja real se había detenido a la altura de Amada, también en la orilla izquierda, la más luminosa, engala­ nada con arenas doradas, para visitar el delicado santuario erigi­ do por tres faraones sucesivos de la XVIII dinastía, Tutmosis III, Amenhotep II y Tutmosis IV. Los relieves del fondo del edificio, realizados durante los reinados de Tutmosis III y Amenhotep II, eran una revelación para Ramsés, y esperaba reencontrar en ellos la decoración de las grandes siluetas divinas que ilustraban las fundaciones religiosas de Tutmosis III vistas en su recorrido, en Asuán o en Baki (Kubán), o las de la parte anterior del templo que visitaba, terminado por Tutmosis IV. En el fondo del edificio, las paredes presentaban escenas en miniatura que recordaban, con detalles poéticos, las ceremonias rituales del culto, y las etapas 236

a' P*ano del templo de Amada. b Amad*: Isis-Escorpión a >raza a Tutm osis IV.

C in tra d e la gran estela h istó rica

principales de la fundación del templo. La policromía era de una calidad excepcional. Al igual que Ramsés lo reprodujo regular­ mente en Nubia, la parte sur del templo estaba consagrada a Amón, y la otra estaba reservada a Re-Haractes. Al fondo de la última sala central, una majestuosa estela cubier­ ta de jeroglíficos incrustados de pigmentos azul lapislázuli ocupaba toda la altura bajo la cintra. Consagrada por Amenhotep II, evocaba las represiones de las que había sido autor, después de sus cam­ pañas al Oriente Próximo, y el ejemplo que quería dar a las pobla­ ciones del vil país de Cush, hacia donde se dirigía. Ramsés sabía las dificultades que también él iba a encontrar cuando se viera obligado a volver a guerrear en esas regiones, pero por el mo­ mento lo que retenía su atención era la imagen de la barca sagra­ da que dominaba toda la escena, y delante de la cual Amenho­ tep II hacía una ofrenda de vino. La estela estaba fechada en el año 3, tercer mes de la estación de verano (shemu), el día quince, es decir, quince días después de la llegada normal de la inunda­ ción. El vino de la vendimia, siempre asociado al final del ciclo y a la renovación del año, era la ofrenda tradicional para provocar este último acontecimiento. La fecha no era, pues, fortuita, la de­ coración de la estela tenía relación con lo que se esperaba de ese exvoto: alentar, cuando no provocar, la llegada del agua bien­ hechora. Amón y Re, sentados uno al lado del otro en la barca sagrada, evocaban con su imagen la fuerza oculta que se manifes­ taría por la acción del sol. Este edificio era, pues, antes que nada, la estación para la barca divina que traía la inundación, en el cur­ so de su camino hacia los santuarios metropolitanos y la tierra de Egipto.

Las estaciones de ¡a barca Se había producido el «detonante», el mensaje de los santua­ rios que tenía la intención de consagrar en las orillas nubias aca­ baba de tomar su forma definitiva: los cuatro principales santua­ rios con los que Usermaatre iba a dotar a Nubia serían inmensas estaciones para la barca divina de Amón-Re, que simbolizaba la llegada de la inundación y que había franqueado la 2.a Catarata en su camino hacia Egipto, para devolverle la vida. Pero estarían los dos promontorios de Ibchek y de Meha (Abu Simbel) para re­ 238

velar el misterio del día de Año Nuevo, asegurarle su funciona­ miento regular, y asociar la acción de la pareja real al fenómeno que dispensaba la vida a su reino. Antes de dejar Amada, Usermaatre había dado orden de res­ taurar los relieves donde la imagen de Amón había sido martilla­ da por el celo de los servidores del globo de Atón, en la época de Amenhotep IV-Ajenatón. Las torpes restauraciones, todavía visi­ bles en la actualidad, muestran un trabajo rápido, confiado a ar­ tesanos sin grandes preocupaciones estéticas: lo esencial fue aportar una nueva prenda visible al clero de Amón. Pero, de to­ das maneras, Ramsés había dado al señor de Tebas otra dimen­ sión, y subrayado la real identidad atribuida desde entonces a esa fuerza oculta.

El país de «La Dorada» Entre Amada y Miam,'0 Nefertari estaba deslumbrada por el esplendor del paisaje. Ya nada le recordaba los tintes de un verde azulado que tenían los cultivos en el riente Delta. Tampoco era la palidez de las arenas del dyebel tebano, de la orilla izquierda, dominado por la cima santa bajo la protección de la cual los ar­ tesanos del faraón cavaban y decoraban las «casas de la eterni­ dad». El aire tan luminoso de Nubia, lejos del polvo y el humus levantados por los vientos de primavera, parecía contenido en el cristal más puro. La nave de Nefertari avanzaba por un río de largas estelas color turquesa, amatista o peridoto, según las horas y los días. A la llegada del crepúsculo, siempre muy breve, el cielo y el agua unidos se convertían en oro líquido, atravesado por una delgada hoja brillante proyectada por el sol que moría. La reina comprendía por qué la evocación de esta región estaba siempre unida al oro. Es verdad que los yacimientos eran ricos, pero las mismas arenas parecían cubiertas por él. Esas regiones habitadas por la leyenda de la Lejana," Hathor con múltiples ros­ tros, la de la muerte, pero también la de la que devuelve la vida, habían legado a la diosa uno de sus nombres: Hathor era la Do­ rada, la Nubet.

239

Miam y Toshka Las rocas ennegrecidas por la eterna erosión limitaban esas in­ terminables y estrechas bandas costeras, y tomaban formas pira­ midales. El terreno cultivable, en la orilla izquierda del Nilo, se­ guía alargándose: la flotilla iba a llegar a la región de la capital de Uauat, la ciudad de Miam, hasta esa época residencia del virrey. Hacía poco que Ramsés había dado orden de desplazar más al sur el feudo de su administración, al país de Cush. También llamaron Pi-Rameses a esta nueva residencia. Parecía oportuno subrayar de esta manera una presencia egipcia oficial en esas regiones del nor­ te de Sudán, el antiguo país de lam, pobladas de guerreros de una original y ruda civilización, poco inclinados a integrarse en las costumbres, más amenas, de sus conquistadores. Iban a pasar la zona de Toshka. Desde el Imperio antiguo era un punto de llegada de las caravanas que partían de Asuán, y atravesaban las arenas con sus asnos, de oasis en oasis. La región era conocida por sus canteras famosas. No sólo se extraía diorita — de este material es la estatua de Quefrén, en el Museo de El Cairo— , sino también de allí provenía, entre otros, el jaspe. Con sus pequeñas embarcaciones, llegaron los mineros a rendir ho­ menaje a la Gran Esposa real.

El-Lessiya En la orilla derecha, las rocas empezaban a tomar cierto relie­ ve: los soberanos habían pasado delante de la gran gruta de elLessiya, otra discreta fundación de Tutmosis III cuyas paredes estaban cubiertas por relieves que ilustraban las ceremonias esenciales de la confirmación real el día de Año Nuevo. Sin em ­ bargo, en todos esos santuarios Ramsés no encontraba ninguna alusión, ningún rasgo personal concerniente al reinado y al en­ torno de sus predecesores, fuera de la estela de Amenhotep II que acababa de admirar. Un poco más al sur, saludó la inscripción que su padre, el valiente Setos, había hecho grabar en la roca. Usermaatre se juró superar ese rigor, esa rigidez, humanizándola y haciendo participar a los miembros de la familia real en la ima­ gen inmutable e impersonal del faraón, siguiendo una vez más las iniciativas del gran reformador. 240

Antes de la llegada de los soberanos al muelle de Miam, el gobernador y los notables, con sus embarcaciones adornadas con hojas de palmera-dwm, se habían presentado llevando presentes como homenaje de bienvenida, ante el cortejo real.

El artesanado de Nubia La antigua capital seguía siendo el gran almacén donde tran­ sitaban los productos traídos del gran sur. Poseía numerosos ta­ lleres de ebanistería, orfebrería y pellejería. Se realizaban de ma­ nera notable sillones, sillas y taburetes, con las maderas duras de África, incrustadas de marfil y chapadas en oro. Se hacían para el palacio cojines recubiertos de piel de guepardo, colas de ceremo­ nia sacadas de los despojos de las jirafas y de los toros, y magnífi­ cas sandalias, un poco levantadas para proteger los dedos. Algu­ nos objetos de tocador y, sobre todo, las extrañas «piezas montadas» de orfebrería dominadas por las estatuillas de niños nubios que trepaban a las palmeras-dum, se cincelaban con gran éxito: las producciones más hermosas acababan de ser ofrecidas a los soberanos junto con la ritual ofrenda de los célebres dátiles del país del oro.

Derr e Ibrim En la orilla derecha, antes de llegar a Aniba, un pueblo,'2 Korosko, era el punto de partida de la inmensa pista de caravanas que evitaba la gran curva del Nilo y que terminaba directamente en Sudán, más o menos en el sitio hoy llamado Abu Hamid. Esta ruta oriental era el lugar elegido por Ramsés para indicar a su virrey de ese momento, Iuny, dónde convendría consagrar una fundación a Re-Haractes: el actual hemispeos de Derr.13 Los emplazamientos de los futuros hemispeos consagrados a Ptah, Amón, Re-Haractes ya estaban designados. Quedaba la cuarta entidad divina del programa: Set, el patrón de la cuarta divisióh del ejército. Ese señor de los ancestros ramésidas, de al­ guna manera estaba encarnado en la persona de Usermaatre Setepenre, el pelirrojo, combatiente intrépido, defensor de la barca solar:14 se confundía con el soberano, en el lugar sagrado d elb ch ek 241

hacia el que se dirigían Ramsés y Nefertari y donde se veneraba el Horus de Meha. Luego los soberanos pasarían, al sur de Derr, delante de la imponente roca de Ibrim, al pie de la cual se habían excavado tres nichos-capillas, cada uno de una sola pieza, en honor de las ma­ nifestaciones divinas locales y de los tutmósidas. La más típica, adornada como las otras dos con la estatua del soberano flan­ queada por dos imágenes de dioses excavadas en la masa rocosa del fondo, era la de Amenhotep II. Su virrey, Usersatet, le rendía homenaje con todos los productos de Uauat y de Cush. La entrada de esas grutas, como la de el-Lessiya que había visitado más al norte, y como la apertura del pequeño templo rupestre de Horemheb caían a pico en el Nilo, un poco al sureste de Ibchek, las tres estrechas y sin ningún rastro de decoración ex­ terior. Había llegado el momento de quebrar el misterio y de ha­ cer resplandecer el gesto del rey-milagro.

Abu Sim bel

La admiración de Nefertari Para Nefertari, acababa de llegar el día esperado. Desde la coronación, sabía que su faraón, superando todo lo que se había hecho antes, proyectaba crear dos santuarios-grutas completa­ mente subterráneos (y no ya hemispeos), donde le habría reser­ vado una participación en los ritos esenciales más que en cual­ quier otra parte. Ramsés y ella serían los actores, en simbiosis con dos elementos necesarios para la vida de Egipto. Y para hacerlo serían integrados en el mundo de los dioses, que no dejaría de dispensarles las radiaciones necesarias para mantenerse en él. Pero la reina no podía haber imaginado el espectáculo que se ofrecía a sus ojos. Los dos promontorios rocosos, Meha y Ibchek, el del sur más imponente que el del norte, ya habían sido excavados en la caliza rosa local, muy frágil, pero las puertas de acceso no se presentaban como simples aperturas sin decoración, reservadas a las capillas-grutas. La fachada en altorrelieve del más importante speos, el de Meha al sur, recordaba la de los templos construidos 242

sobre cimientos. Es verdad que la reina no veía las torres de pilonos clásicas, sino cuatro fantásticos colosos sentados, cada uno de veinte metros de alto, que enmarcaban la puerta, todo incluido en un único marco arquitectónico en forma de trapecio, dominado por un friso de veintidós cinocéfalos de pie, adorando al sol.15 Nunca había visto maravilla semejante, cuyas prestigiosas deco­ raciones superaban a la del pilono levantado por Amenhotep III, al oeste de Tebas, adornado solamente con dos colosos.16 Los ar­ tesanos ya habían esculpido los cuerpos de esas gigantescas es­ tatuas que encarnaban ciertos aspectos divinos del rey, cada una dotada de un nombre específico. Todavía estaban puestos los andamios para permitir a los mejores escultores de los talleres rea­ les, reunidos en Nubia, «modelar» los delicados rostros.

El promontorio de Ibchek, al norte Al norte, el pico de Ibchek ofrecía un cuadro muy diferente. La fachada, que presentaba una inclinación, un «desplome», la for­ maban seis nichos colocados en dos grupos que enmarcaban la apertura del speos. La reina percibía, desde lejos, seis estatuas esculpidas en la roca, que ocupaban, en una altura de unos ocho metros, cada uno de los nichos. El trabajo estaba más avanzado, porque la fundación presentaba proporciones mucho más redu­ cidas que las del speos sur. Al acercarse, reconoció a cada lado de la entrada dos estatuas del rey de pie, cada una encuadrada por dos de los hijos que ella había puesto al mundo, el mayor, Amenhirjopshef, y Meriatum, también de pie los dos, pero de tamaño más pequeño. El escultor había dado visiblemente a esas dos es­ tatuas reales un aspecto muy hierático, que difería del de otras efigies. Ramsés explicó a la reina que su estilo subrayaba su natu­ raleza de «coloso», representando cada uno un epíteto real perso­ nificado, una especie de hipóstasis.17Sus nombres estaban marca­ dos en sus hombros. El del sur era Heka-tauy-amado-de-Amón, el del norte, Re-en-hekau-amado-de-Atum, al que Ramsés tenía predi­ lección: ese Sol-de-los-príncipes-amado-de-Atum se encontraba tam­ bién grabado en uno de los colosos sentados de la fachada Meha, y en un coloso osiríaco de la sala-patio.18 Era el mismo de uno de los colosos de Luxor, de otro del Rameseo,19 de uno de sus regi­ mientos y de uno de sus barcos. 243

En el extremo sur de la fachada, una estatua del rey un poco más alta que las otras lo representaba de pie, rodeado por los príncipes Meriatum y Meryre. En el extremo norte, los dos niños reales flanqueaban la estatua del rey, llevando el tocado Ta-tenen. Entre los dos grupos con la imagen del faraón, en las partes norte y sur de la fachada, Nefertari veía su propia silueta radian­ te, dominada por el tocado de Sotis, como si surgiera de la mon­ taña en un impulso irresistible. Estaba acompañada, a su derecha y a su izquierda, por las dos princesas Merietamun y Henutauy. Detalles de importancia saltaron a sus ojos: sus representaciones tenían exactamente el mismo tamaño que las del rey, y además, las estatuillas de sus hijas eran más altas que las de sus hijos. Era muy grande la audacia de Ramsés. El homenaje rendido al papel eminente representado por la femineidad quedaba subrayado con gran brillo. El virrey Iuny, contemporáneo del rey Setos, a quien sucede­ ría muy pronto Hekanajt, había supervisado los progresos de los trabajos en el speos norte. En conclusión, había hecho grabar en la roca, a la izquierda de la gruta sagrada, un gran cuadro que ilustraba el homenaje que rendía al faraón, donde se declaraba, con orgullo, originario de Heracleópolis. Al guiar a los soberanos por la obra en plena actividad, los llevó hasta la terraza del gran speos.

El promontorio de Meha, al sur Desde allí la visión era totalmente diferente: los cuatro colo­ sos estaban esculpidos sentados, rodeados de dos grandes damas reales, dos príncipes y seis princesas todavía solteras, lo que hace suponer que en la época en que se elaboró la composición del grupo, la familia era recordada en la época del primer cuarto del reinado.

La fachada Nefertari y la reina viuda Mut-Tuya eran honradas dos veces cada una, luego los dos hijos mayores de las dos Grandes Espo­ sas reales. Pero la reina Isisnofret no estaba representada como en 245

Plano del templo de Ramsés II.

el Alto Egipto en esa época. Se habló mucho sobre este fenómeno: algunos imaginaron un drama de celos entre las dos Grandes Es­ posas, y la evicción de Isisnofret. ¡Otros la han hecho morir antes de la edad! Pero hay una razón sin duda esencial que hay que tener en cuenta: Nefertari había puesto al mundo al hijo mayor, príncipe heredero, Amenhirunemef convertido en Amenhirjopshef. En esta fachada, el lugar de cada uno de los miembros de la familia real señala la importancia que tenían a los ojos de Ramsés, que quiso hacer de los santuarios de Ibchek y de Meha el memorial resumido de su obra. Es así que enmarcan al coloso sur situado cerca de la puerta de entrada, primero Nefertari y del otro costa­ do, la estatua de la reina madre. Cerca del coloso norte, paralela­ mente, Nefertari, luego la pequeña princesa Bakenmut, hija de Isisnofret. Y entre las piernas del primer coloso sur, de pie, soste­ niendo un flabellum, había sido esculpida la imagen del hijo mayor,20 mientras que el primer coloso norte presentaba delante de él al príncipe Ramsés. hijo de Isisnofret. Entre las piernas del segundo coloso sur se encontraba la re­ presentación de la pequeña Isisnofret II, que llevaba el nombre de su madre, y a cada lado del coloso otras dos hijas de Isisnofret, Bintanat, la mayor y Nebettauy. Quedaba el segundo coloso nor­ te. Entre sus piernas estaba representada la pequeña Nefertari II, 246

nue también llevaba el nombre de su madre. A la izquierda es­ taba Merietamun, hija mayor de Nefertari, y en el extremo dere­ cho, otra estatua de la reina madre Mut-Tuya. El equilibrio entre todos estos personajes estaba sabiamente dosificado. Primacía a la madre del príncipe heredero, al igual que a la reina madre. Al sur, prioridad al hijo mayor de Nefertari y a la hija mayor de Isisnofret. Al norte, el hijo mayor de Isisnofret, el príncipe Ramsés, y la hija mayor de Nefertari. Se respetaban las precedencias. El genitor divinizado, con expresiones creativas transportadas a lo colosal, reinaba con grandiosa solicitud, tal como el genio crea­ dor del río, sobre el grupo familiar: honor a la maternidad, im­ portancia subrayada de la femineidad, aunque en realidad, el nú­ mero de príncipes era igual al menos al de princesas. Dos grandes ausentes: el padre venerado, pero difunto, y la otra Gran Esposa real del momento, que reaparecerá más tarde; todo esto puede suscitar muchos interrogantes.

La sala-patio Franqueada la estrecha puerta de entrada, la primera sala subterránea evocaba el patio al aire libre, con pilares osiríacos de templo clásico, excepto que Ramsés, en la actitud osiriana, llevaba el kilt de los vivos. En las paredes, las escenas guerreras que afir­ maban la preocupación del señor de Egipto por expulsar el mal fuera de sus fronteras, estaban casi terminadas. El jefe de los de­ coradores por medio de Ashahebsed, hombre del rey, copero mayor del faraón, encargado según sus propios términos, del acondicionamiento de la Morada de Millones de años cavada en la montaña/' había aportado en papiros los croquis, que trazaban las etapas esenciales de la batalla de Qadesh. Los dibujantes habían empezado a reproducir la escena en toda la pared norte de la sala. La pared sur de la sala-patio, que estaba enfrente, debía contener otras imágenes de conquistas «protectoras», referidas a las primeras hazañas del rey. En primer lugar, la toma de una ciudadela siria donde el faraón aparece en su carro, acompañado de tres de sus hijos: Amenhirjopshef, Ram­ sés y Pareherunemef, cada uno en su pequeño carro individual. Sigue el exterminio de un jefe libio, cuadro tomado de una escena análoga que figura en Karnak, pero donde el héroe es Setos I. Y 247

finalmente la pareja real podía admirar luego, siempre represen­ tada en grandes relieves, la imagen del soberano victorioso, ins­ talado con suprema majestad en su carro, acompañado de su león; delante de él, dos hileras de prisioneros originarios del país de Cush, que aludían sin duda a la represión ejercida en Irem, en el momento de la corregencia. Estas escenas, al igual que la pre­ sencia de niños reales, hablan muy bien en favor de la fecha de fundación de los speos, contemporáneos de los primeros años del reinado.22 En conclusión, en los cuadros militares del sur, Ramsés rendía el homenaje de sus conquistas cusitas a la pareja divina Amón-Mut. El registro decorativo que dominaba la escena del desfile de prisioneros cusitas terminaba con un cuadro tan origi­ nal como importante. Se podía admirar a Amón de Napata, en su santuario rupestre. Bajo su imagen sentada pasaba el cuerpo de una inmensa cobra, que se alzaba entre Amón y Ramsés honran­ do la forma divina, con seguridad la imagen del Nilo serpentean­ do desde su nacimiento, listo para dispensar su inundación sobre la Tierra del faraón.23 Después de la contienda de Qadesh, Usermaatre Setepenre se presentaba delante de Haractes e lusas — una de las formas «de seducción» tomadas por la divina Hathor— , arrastrando dos filas de prisioneros hititas.

Consagración por Ram sés de ofrendas a Amón-Nil de Napata.

Una vez más, el faraón quiso subrayar la importancia dp su progenie, ya numerosa en esa época (años 6-7 del reinado). En la parte inferior de las paredes que enmarcaban la puerta de entra­ da aparecían, esculpidos, los desfiles de los primeros hijos (colo­ cados ritualmente al sur) y de las primeras hijas (lógicamente al norte). La igualdad es casi perfecta, sin embargo los hijos (de dos esposas) sólo eran ocho: Amenhirjopshef, Ramsés, Pareherunemef, Jaemuese, Montuherjepeshef, Nebenjaru, Meriamón y Setmuia. Usermaatre verificó que hubieran trazado bien la silueta de nueve hijas, acompañadas de sus nombres: se encontraban las imágenes estereotipadas de Bintanat, Bakenmut, Nefertari (II), Merietamun, Nebettauy, Isisnofret (II), Henutauy, Urnyro y Nedyemetmut.

La sala hipóstila La sala hipóstila que seguía a la sala-patio, tenía como objeto principal mostrar en las paredes sur y norte la representación de la barca de Amón —adornada con la cabeza del carnero sagra­ do— , y la de Re, con cabeza de halcón, barcas a las que la pareja real debía rendir homenaje. Los relieves todavía no estaban es­ culpidos, pero Ramsés quiso explicarle a Nefertari que esas dos imágenes previstas de barcas eran, en realidad, una sola. Era, de hecho, la barca de Amón-Re... descompuesta; por otra parte, un zócalo en el mismo suelo, delante del santuario, debía recibir a esa única nave de culto. También estaban previstas en las pare­ des de esta última sala, al sur la imagen de la barca de Amón-Re y al norte la de Ramsés, él también deificado. En esta última ima­ gen se podía reconocer a la de Haractes. También en la pequeña capilla rupestre al sur del gran templo, en la pared sur, la barca de Amón estaba reemplazada por la de Tot, que evocaba la inun­ dación que él dominaba y traía, como el mismo Amón, en la que el rey se encarnaba. Esta amalgama no desconcertaba a Nefertari, suficientemente iniciada en el sincretismo ramésida. Además, esta simbología se le hizo aún más tangible cuando Ramsés y sus arquitectos, secundados por Ashahebsed, verificaron delante de ella la orientación del gran templo en relación con las cuatro es­ tatuas que debían adornar la pared occidental del santuario. 250

Te—T

La iluminación del santuario El eje había sido calculado para que, dos veces por año, el primer rayo del sol naciente llegara primero a una de las estatuas sentadas previstas en la pared del fondo del santuario. También se proyectó que se esculpieran en la masa rocosa, de sur a norte, las efigies de Ptah, Amón, Usermaatre Setepenre y finalmente Re-Haractes. En razón del movimiento del sol, que salía cada día un poco más hacia el norte a medida que se acercaba el solsticio de verano, y un poco más hacia el sur al acercarse el solsticio de invierno, esos rayos sólo penetraban profundamente en el tem­ plo durante dos períodos del año. Del 10 de enero al 30 de marzo, existe el «barrido» solar, y los rayos toman el eje del templo el 20 de febrero iluminando progresivamente tres estatuas. Luego, entre el 10 de septiembre y el 30 de noviembre, la penetración directa hasta el eje del santuario se produce el 20 de octubre. El 20 de fe­ brero, pues, la iluminación empieza por la estatua de Amón: la luz se posa luego en la figura del rey. Por el contrario, el 20 de octubre, el sol ilumina primero la estatua de Re-Haractes y luego se dirige a la estatua de Ramsés. Así, las dos formas divinas trans­ miten sucesivamente al soberano, dos veces por año, esa irradia­ ción necesaria para mantener su naturaleza habitada por lo divi­ no, y que podría perder en intensidad en el curso del año. De esa manera, el rey era iluminado por Amón y Re, la barca de ellos y su barca, y esta barca debía volver a bajar el Nilo el día de Año Nuevo: es la imagen, el símbolo del genio de la inundación. En cuanto a la estatua de Ptah — el dios que surge de las tinieblas y las hace surgir— , sólo su hombro izquierdo es tocado por el sol.

El papel del speos pequeño Sólo existían esos períodos mágicos del año durante los cuales el milagro se manifestaría en el promontorio elegido por User­ maatre. El santuario de Hathor, dedicado a la reina, debía ser el complemento de otro acontecimiento mayor. La gruta con capite­ les hathóricos, dedicada a la femineidad, donde los relieves es­ tallaban literalmente en encanto y juventud como en ninguna otra parte, evocaba a los soberanos al comienzo de su reinado, y su aspecto juvenil agregaba poesía al santuario. Este último tenía 252

una definición muy precisa, expresada en conclusión por la ima­ gen de la vaca sagrada Hathor en el fondo del santuario, alusión directa a la renovación anual del rey, unida al regreso de la inun­ dación, y que parecía hacer salir de la montaña. Para hacer esto, los ritos debían pasar, en una primera etapa, por la persona de la soberana, en esos lugares predilectos. En una de las paredes, apa­ recía, recta y esbelta, recibiendo de Hathor (el ero) y de Isis (la maternidad) la corona de Sotis, la estrella desaparecida luego vi­ sible de nuevo para provocar la aparición del sol a comienzos del año. Por eso el nombre del speos, grabado en columnas de jero­ glíficos en la fachada, había sido compuesto por el faraón en estos términos: Nefertari por amor a la cual sale el sol. Y finalmente, el buen funcionamiento de este camino cósmico estaría garantizado por el altar solar proyectado al norte del gran speos. Habiendo comprobado la elaboración de esta gran escena donde se desarrollaría, al final de los trabajos, el espectáculo cós­ mico cuyos actores esenciales serían ella y Ramsés, Nefertari vol­ vió a tomar con su faraón la dirección del norte de Egipto, hacia Pi-Rameses, su capital soñada.

■ Interior del pequeño templo de Nefertari a. La reina ofrece papiros y toca el sistro-puerta para Anuket. b. Nefertari cumple el m ism o rito. c. Nefertari sostiene el flagelo y toca el sistro cintra. d. Dibujo de uno de los pilares hathóricos de la primera sala del templo.

lago Tiberíades Yenoan Betsán

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itinerario hacia Horeb situado en Madian •intento de penetración de los hebreos en la i letra Prometida

Mapa que muestra los diferentes eventuales cam inos del Éxodo.

XI

DESPUÉS DE QADESH

Moab y Edom

Esos meses pasados en el Alto Egipto y en Nubia, felizmente habían duplicado el ardor combativo de Ramsés. A su regreso, muy pronto se dio cuenta de que las noticias sobre el desarrollo de la batalla de Qadesh se habían difundido a través de Canaán y qué estado de ánimo provocaban en el comportamiento de los antiguos vasallos de la «Doble Corona», al igual que en las agita­ ciones de los incorregibles shasus. Desde finales del sexto año de su reinado, no le resultó fácil rechazar a esos nómadas hacia el este, fuera de Canaán; pero so­ bre todo se dedicó a que los vasallos de Canaán pagaran los im­ puestos debidos, establecidos desde Tutmosis III, que ya habían sido «retomados» por Horemheb y sobre todo por Setos I. La verdadera preocupación de Usermaatre era Palestina oriental, al este y al sui del mar Muerto, donde las poblaciones de Moab y Edom (Seir) habían tomado conciencia de su identidad y rechazaban la tutela egipcia. A cualquier precio había que redu­ cir la resistencia de esas regiones demasiado cercanas a las fron­ teras egipcias, que sin cesar eran capaces de perturbaciones de todo tipo y estaban ganadas por la hábil propaganda hitita,2 para poder emprender luego la reconquista de Amurru, estado bisa­ gra esencial para precaverse de una nueva coalición. Ramsés ha257

bía juzgado a su hijo mayor en el combate: había llegado el mo­ mento de confiarle una importante responsabilidad en la estrategia que pensaba aplicar. Era en 1273-1272 antes de nuestra era, en el séptimo año de su ■ reinado y Ramsés tenía treinta y dos años. El primer objetivo era ahogar las resistencias en los territorios que cercaban am plia­ mente el mar Muerto. Para hacer eso, partiendo de las colinas de Nejeb, dos divisiones debían unirse en Moab. El príncipe Amenhirjopshef iba a llevar a sus tropas hacia el este y hasta el sur del mar Muerto, y al subir se apoderaría en Edom (Seir) de Rabath Batora (la antigua Butartu). Ramsés atravesó, en el otro sentido, el centro de Canaán al oeste del mar Muerto, subió hasta el límite norte, dejando Urusalin (la futura Jerusalén) a su izquierda y lue­ go, volviendo a bajar por el este del mar Muerto, en la actual Jordania, tomó la ciudad de Dibon. Avanzando hacia el sur, se unió a su hijo mayor, que parece haberlo esperado en Butartu, mientras se esforzaba por pacificar la región. El camino estaba libre para subir directamente, o casi, hacia el norte, sin encontrar resistencia notoria, en dirección de la provin­ cia de Upi, que Ramsés había perdido después de la batalla de Qadesh. Se detuvo en Temesq (otra Pi-Rameses, en la actualidad , Damasco) para llegar, al parecer, a la ciudad de Kumidi. Este iti­ nerario se llamó «La ruta del rey».

¿El Éxodo se produjo con Ramsés II? (1272-1271) Estos combates, cuyo punto de partida era el norte del Sinaí, hicieron nacer cierta efervescencia en la región. Los beduinos shashus, y sobre todo los seminómadas apirus, «los polvorientos» (hapirus en los textos cuneiformes, que se acercan a heperer, he­ breos), se transmitían de generación en generación relatos, muy pronto amalgamados, transformados en leyendas. ¿Hay que si­ tuar en esta época — el reinado de Ramsés— el origen del Éxodo, y sobre todo tal como señala la Biblia, como un acontecimiento verdaderamente histórico, por lo tanto vivido? Nada preciso hay en los textos egipcios, pero muchos que han sobrevivido desde la época de Usermaatre Setepenre, nos autorizan a creerlo. Pero el nombre bíblico de la ciudad Ramsés puede relacionarse con la de Pi-Rameses, para la construcción de la cual se sabe que fueron 258

Mapa de Oriente Próximo durante las guerras de Ramsés. (Croquis E. David)

reclutados los apirus,3 con los soldados del rey, para tirar las piedras al pilono del palacio de Ramsés II,4 y a muchos otros monu­ mentos.

¿Moisés era egipcio? El nombre de Moisés, originado en Mosé (mes = hijo, mesy = poner al mundo, etc.), constituye igualmente la desviación del nombre muy egipcio cuya primera parte está formada por un nom­ bre divino: 7'ofmes, Ramsés, etc. Muchos egipcios, en la XIX di­ nastía, llevaban el nombre de Mes (o Mosé). Es verdad que en esa época, al igual que en la XVIII dinastía, los prisioneros asiáticos podían ser empleados en los grandes trabajos de excavación y construcción de tumbas reales y santuarios. Por otra parte, los prisioneros de guerra no eran los únicos de los que se esperaba una eficaz mano de obra: muchos asiáticos y beduinos perfecta­ mente libres llegaban para que los contrataran como obrerospeones, como los apirus para hacer los ladrillos y romper las pie­ dras para las construcciones5de Pi-Rameses,6 o como temporeros para las vendimias.

Los obreros extranjeros del faraón Algunos de ellos y ciertos prisioneros liberados se quedaban definitivamente en Egipto y, sobre todo, sus hijos eran educados a la egipcia. Los hijos de los jefes extranjeros que seguían las ense­ ñanzas del kep de palacio, o del harén real, volvían a su país for­ mados en la cultura egipcia. Muchos hacían carrera en el país: a veces se los encuentra en el entorno inmediato del faraón. Por lo tanto, no es imposible que Moisés haya sido uno de ellos, de quien los Hechos de los Apóstoles7 dice que habría sido instruido en todas las ciencias de los egipcios, y llegó a ser varón poderoso, tanto en palabras como en obras, después de haber sido educado en la corte hasta la edad de hombre (Éxodo 2,10-11). No hay que olvi­ dar que el egipcio es conocido por haber sido, en todas las épo­ cas, nacionalista, sin caer nunca en la xenofobia. Han subsistido ejemplos en la documentación escrita de la XIX dinastía, donde nos enteramos, por ejemplo, que una dama egipcia, después de 260

liberar a tres de sus «esclavos» los había adoptado.8 Así que no es en absoluto imposible que Moisés hubiera sido presentado como hijo adoptivo de la hija del faraón.

¿Obreros indispensables? Hay que preguntarse, entonces, en qué criterios serios es posi­ ble apoyarse para legitimar tal éxodo de trabajadores extranjeros (¡de un país de cucaña que añoran mil veces!), éxodo al que se habría opuesto el faraón, llegando hasta perseguirlos, mientras sus preocupaciones inmediatas y mayores eran de un orden más elevado que las que tenían que ver con una mano de obra en defi­ nitiva reemplazable. De hecho, no existe ningún acontecimiento relatado por los documentos egipcios que haga alusión a una partida — o a una expulsión— de extranjeros del país en esa épo­ ca; a lo sumo podría suponerse una amalgama, en la leyenda, con la expulsión de los hicsos, tropas de asiáticos que ocupaban el país, organizada, y muy armada en el momento en que los prínci­ pes de Tebas los habían expulsado, al comienzo del Imperio nue­ vo. En último lugar, tal vez puede adelantarse la hipótesis, si se sitúa el comienzo del Éxodo durante el período preliminar a la expedición de Ramsés y de Amenhirjopshef para el cruce del Nejeb hacia Edom: la razón pertinente que habría podido empujar al faraón a negarse a dejar partir a los apirus era que eventualmente podían ser susceptibles de hacer una alianza con los shasus, lo que podría obstaculizar el movimiento de las tropas egipcias.9

¿Las plagas de Egipto?10 Entre las «plagas» infligidas a Egipto, al parecer para que el faraón dejara irse a los hebreos, la Biblia cita las cenizas que ha­ brían caído sobre el país. Tal vez recuerdan un ejemplo tomado del lejano cataclismo de la que fue víctima en gran parte la isla de Santorini," y que causó en el entorno perjuicios anexos conside­ rables, entre éstos la proyección de materias volcánicas que ha­ brían podido alcanzar el norte de Sinaí.12También hay que contar con fenómenos que se explican por las crecidas del Nilo, durante el período que rodea los días epagómenos y los daños de la diosa 261

lejana:13 epidemias, pestes de animales, proliferación de ranas, aguas del río que toman el color de la sangre, etc. También apare­ cen, en el texto bíblico, detalles que no pertenecen ni a las cos­ tumbres ni al entorno egipcio. Como la muerte de los hijos varo­ nes, aplicada a los mayores, que podría ser asiática, y hasta fenicia, pero de ninguna manera del país del faraón.14 En cuanto a la lluvia de langostas, muy nocivas en todo el norte de África, en Egipto generalmente se las considera benéficas porque luchan contra ei mal. Se lo encuentra en la decoración profiláctica de las tumbas desde el Imperio antiguo; presta su forma a los recipien­ tes para ungüentos, y hasta se lo llega a comparar con los bravos soldados de las cuatro divisiones armadas del faraón.15 Es verdad que Usermaatre Setepenre fue padre de un número impresionante de hijos; y perdió varios hijos antes de los treinta años. Hacer referencia a lo que se ha convertido en una leyenda es fácil. Pero no hay que perder de vista que su hijo mayor Amenhirjopshef estaba lejos de haber muerto al comienzo del reinado, ya que parece haber participado en los intercambios diplomáti­ cos, poco antes del año 21, que preparaban el tratado de paz entre hititas y egipcios.

El parecer de los egiptólogos Hay una impresión que se desprende por sí sola: surge des­ pués de este breve análisis que el relato en cuestión es el resulta­ do de una reunión de hechos independientes unos de otros, que se remontan a diferentes épocas, recogidos muy tardíamente y que es probable que se refieran a un acontecimiento muy menor, en todo caso a los ojos de los egipcios, que se habría puesto de relieve para armar un relato «heroico» coherente. El historiador K. A. Kitchen,16 que está bien situado para afirmar que El éxodo bíblico no encuentra eco alguno en las orgullosos inscripciones de Ramsés, tendría tendencia a situar un eventual recuerdo de lo que se ha llamado el Éxodo durante el reinado de Ramsés II, como un «incidente sin futuro», aunque desagradable: los hebreos, más tarde, lo habrían transformado en un acontecimiento memorable. Por su lado, M. Bietak,17que desde hace años interroga el yaci­ miento hicso de Avaris, considera que los protoisraelitas habrían formado parte de los shasus citados en los textos egipcios, pero 262

piensa que el Éxodo, sea lo que fuere, debió de producirse antes del quinto año del reinado de Mineptah. En cuanto a D. Redford,18 hasta llegó a pensar que los «histo­ riógrafos bíblicos» no conocían muy bien la historia en general, y en especial la manera en que los egipcios gobernaban Palestina. Considera que la leyenda del Éxodo no refleja la situación del Egipto de las XVIII y XIX dinastías, sino más bien el período de la XXVI dinastía. Según él, el redactor conocía la topografía del Del­ ta durante esa dinastía y el comienzo del período persa. Su con­ clusión, en todo caso, es que sólo hay que aceptar las grandes líneas del relato, cuya redacción es tardía. Vemos que los elementos sobre los que reflexionar son ex­ tremadamente débiles y bastante poco concluyentes: el punto de vista de uno de los últimos autores que trató el problema, J. Méléze-M odrzejewski,19 se une a las pertinentes investigaciones de H. Cazelles:20 la misma conclusión a la que habíamos llegado en 1976, al organizar la exposición Ramsés II, en el Grand Palais, en París.21

El Éxodo: intento de reconstrucción En definitiva podría llegarse a la conclusión, teniendo en cuenta algunos estudios realizados con la mayor prudencia y ob­ jetividad, que si hubo escaramuza y tal vez conflicto, entre las autoridades del faraón y un grupo de trabajadores de origen se­ mítico que abandonaron su trabajo y huyeron de Egipto, el acon­ tecimiento tomó una dimensión mayor para los apirus (sin duda, los futuros hebreos), que los sitúa en el origen de la historia. Vea­ mos cómo, en las líneas siguientes, se puede intentar reconstruir la aventura: sea como fuere, estaría ligada indiscutiblemente al Egipto ramésida, basándonos en lo que acaba de analizarse bre­ vemente. El faraón, desde el comienzo de la XIX dinastía, tuvo gran cuidado en las relaciones que debía mantener con sus vecinos. Jóvenes semitas, de alto rango, educados a la egipcia, a menudo fueron adoptados y confiados a la educación dispensada por las princesas del gran harén. Muy pronto asimilados, serán utiliza­ dos en las relaciones con los diplomáticos extranjeros. Moisés era, con seguridad, uno de ellos. Se convirtió luego en un gran 263

personaje en el país de Egipto, gozando del favor de los cortesanos del faraón y de su pueblo.22 ¿Cómo situar los acontecimientos que le conciernen? Moisés es testigo de severos castigos que un capataz inflige a uno de sus compatriotas (no estaba, pues, completamente «integrado» como se dice ahora); esto pasó en el momento en que Setos I inició los trabajos de Pi-Rameses. Moisés se interpuso entonces entre el obrero y el capataz al que hirió mortalmente. No se entregó prisionero y huyó por mie­ do a ser juzgado y sufrir eventualmente la suerte de los que atentan contra el rebaño de Dios. Podemos imaginar su odisea en el país de Madián (por lo tanto conoce bien las rutas del desierto), sabemos de su unión con la hija del Sumo Sacerdote de la región, el acontecimiento de la zarza ardiente, y la orden sobrenatural que recibió de llevar a los hebreos (¿apirus?) fuera de Egipto (Éxodo 3, 13-15). La muerte de Setos I se produjo justo23 para que Moisés inten­ tara volver a Egipto, únicamente, al parecer, para cumplir las ór­ denes divinas que recibió, sin tener en cuenta las repercusiones eventuales en el país: el nuevo rey que no había conocido José24 lo recibirá de nuevo. Creemos adivinar que el nuevo faraón, Usermaatre Setepenre, había ignorado, o perdonado, la muerte del capataz de la que era responsable Moisés. Este último recuperó pues un lugar preeminente al lado del señor de Egipto, y bien pronto se permitió pedirle permiso para llevar a su pueblo a tres días de marcha por el desierto, para hacer un sacrificio. No es, por cierto, un guerrero (le deja ese papel a Josué) pero, seguro de su autoridad, del lugar que ocupa en palacio, y de la inspiración de su dios, parece que no tomó en cuenta lo que el faraón hu­ biera tenido derecho a reprocharle. Asesinato de un egipcio, pri­ vación súbita de una mano de obra a la que Egipto había abierto sus puertas,25 y desdén completo por las circunstancias que atra­ vesaba el país después de la pérdida de Amurru, las hostilidades en sus fronteras y los complots urdidos por los hititas. En verdad, había con qué irritar al faraón, y esto fue lo que pasó. Pero Moi­ sés, aprovechando circunstancias según él favorables, se opuso violentamente al faraón y, amenazador, al parecer cubrió Egipto de plagas frente a las cuales el soberano se vio obligado, en defi­ nitiva, a doblegarse. Resultaría que Moisés también habría des­ conocido la autoridad y la determinación de Ramsés, ocupado ' en preparar con Amenhirjopshef el inmenso movimiento envol­ 264

vente que englobaba el norte de Nejeb, Canaán, Moab y Edom. Se produjo entonces la salidad de Egipto, después de la su­ puesta muerte del hijo mayor del faraón, que constituye la segun­ da plaga de Egipto. Los hebreos (¿apirus?) fueron entonces expul­ sados > Es el relato yahvista que los hace partir directamente de Pi-Rameses (= Ramsés) después de que Moisés les recomendara, entre otras cosas, llevarse los tesoros que pudieran reunir. La tro­ pa se dirigió, entonces, por el camino de los filisteos, en dirección a Cades (al sur de Nejeb y no de Qadesh), pero recibió orden de volver hacia atrás.27 Los hebreos subieron en dirección a Baal-Safon (Ras-Kasrum). El lugar se consideraba peligroso. Vientos violen­ tos acumulaban allí las arenas, el lago parecía desaparecer, po­ dían ahogarse en las arenas movedizas, verdadero «mar de ca­ ñas» donde los carros del faraón hubieran podido hundirse. Entonces los «expulsados» se hundieron en el desierto de Shur. Existe una segunda tradición, la elohísta, adepta al Éxodo-hui­ da. Parece más lógica, porque rechaza la utilización de la ruta de las fortalezas de la costa mediterránea, mucho más vulnerable para los apirus porque estaba jalonada de ciudadelas egipcias. En ese caso, los que huían se habrían dirigido hacia el sur, en di­ rección al oasis de Ayun Mussa (Fuente de Moisés) y luego al oa­ sis de Paran,2* lugar de cultura semita que había provisto a los egipcios de obreros para las minas de Serabit el-Jadim, donde se extraía turquesa. El monte Horeb estaría aún más al sur. Cuando se recorren esos parajes de una belleza impresionante, rodeados de montañas casi irreales donde parece soplar el Espíritu, el lugar todavía da la sensación de estar predestinado a entregar un men­ saje. Pero no se conoce con certeza el lugar del peregrinaje judío antiguo en el Sinaí. Los yahvistas sitúan el monte Horeb, el de la revelación a Moisés, no lejos de Cades, en el Dyebel Halal. Los elohístas lo colocan en el sur, dominando con su mole inspirada el lugar don­ de más tarde se levantó el monasterio-fortaleza fundado por Justiniano, que en el siglo XI fue consagrado a santa Catalina, mártir en el año 296 de nuestra era. Grupo expulsado o grupo en fuga, como lo definió el reveren­ do padre De Vaux,29 las dos tradiciones se habrían agrupado ha­ cia Cades, antes de entrar en Canaán. Sin embargo, los huidos to­ davía deberán vivir penosas aventuras, entre ellas la hostilidad del rey de Edom (Seir), que les negó el paso, después de que hu265

bieran vencido a los amalecitas,30 al sur de Nejeb. Por lo tanto, se vieron obligados, subiendo hacia el norte, a bordear Edom y Moab, y a vencer a los amonitas... Desde el monte Nebo adonde por fin llegaron los hebreos, después de cuarenta años de cami­ no, de «milagros» y pruebas, Moisés, antes de morir, pudo perci­ bir Urusalim y su «Tierra Prometida». En el estado actual de nuestros conocimientos, donde no se pueden comparar la cronología, prácticamente fiable, establecida para el reinado de Ramsés, y la del relato bíblico hasta hoy inexis­ tente, parece azaroso establecer una fecha precisa para el Éxodo. Algunos indicios permitirían colocar el acontecimiento al co­ mienzo del reinado de Ramsés II. La lógica diría que fue el período durante el cual, en el año 7 de su reinado, Ramsés y Amenhirjopshef habrían efectuado su doble expedición «puniti­ va» hacia Edom y Moab.31 Pero los indicios siguen siendo débiles; aunque hay un detalle importante: esta expedición guerrera coin­ cide con los disturbios de los hebreos con Edom, y algunos pun­ tos de su trayecto en esas regiones a las que hace alusión la Bi­ blia.32 En todo caso, parece bien difícil colocar la época del Éxodo en los años siguientes, ya que la región en cuestión estaba de nuevo controlada por las fuerzas del faraón, y éste había llevado sus esfuerzos guerreros lejos de sus propias fronteras, para la recon­ quista de Amurru.

Los vecinos libios

Después de Qadesh, apenas Ramsés decidió la reorganiza­ ción de su ejército, se instalaron bases de entrenamiento en la zona occidental del Delta, bastante cerca del mar, allí donde en todas las épocas se producían esporádicamente incursiones de los seminómadas libios en la frontera. Eran de temerse amenazas de peligrosas penetraciones. Ya no se trataba, pues, de esperar el regreso eventual de esos acontecimientos, sino de prevenirlos equipando a esa región, en varios centenares de kilómetros — más allá del emplazamiento moderno de El-Alamein— , con una cadena de castillos fuertes análogos a los encargados de la 266

defensa de Nubia, o de los que formaban el Muro del Príncipe, en labran ja oriental del Delta. Los movimientos y las operaciones de las tropas egipcias, al mando de oficiales formados en una táctica modernizada, permitieron conocer mejor el terreno, y el compor­ tamiento de los que lo recorrían en dirección a Egipto. Gracias a esta actividad, inteligentemente dirigida, fue posi­ ble elegir los mejores puntos estratégicos para implantar las ciudadelas. Las investigaciones realizadas en esas regiones, hace unos cuarenta años, por el egiptólogo egipcio Labib Habachi, re­ velaron la existencia de tres de esos fuertes, que englobaban como de costumbre edificios para las tropas, la casa del coman­ dante de la plaza, y un templo.33 Hasta se conoce el nombre de un responsable del fuerte exhumado en Zawiet Um el-Rajam, a más de 300 kilómetros de la rama occidental del Nilo, en el Delta. Era el escriba real, comandante de ejército Nebre.34

Ramsés, los canteros y los artistas

Entre su inspección en las fronteras de Libia, la expedición que preparaba con el mayor cuidado para reconquistar las ciuda­ des de Galilea y el castigo que reservaba a los rebeldes de Amurru por su traición permanente, Usermaatre Setepenre se dedica­ ba a prospectar él mismo las canteras. Quería, en efecto, poner sus canteros a trabajar en la extracción de las magníficas piedras u destinadas a embellecer los templos con prestigiosas estatuas. No hacía sino ejercer, una vez más, sus talentos excepcionales, adecuados para conducir hacia el filón que ningún otro hubiera podido detectar, pero también seguía la línea que había decidido tomar para aplicar y difundir las innovaciones de su notable pa­ dre en el ámbito social. Es así como aparecerán en los textos su preocupación por el bienestar de los artistas, y el cuidado que poma en retribuirlos lo más equitativamente posible, en ese país de naciente humanismo. En el año 8, el segundo mes de la estación invierno-primave­ ra, el octavo día, empezó su prospección en las canteras. Después de homenajear a la forma divina venerada en Heliópolis (Haractes) y a la matriz mineral (Hathor), fue al desierto cercano a la 267

Montaña Roja, el Dyebel Ahmar: Fue entonces cuando Su Majestad encontró un enorme bloque, como no se había descubierto igual desde el reinado de Re: ¡era más alto que un obelisco de sranito! Éste podía permitir la fabricación de un nuevo coloso, del que precisa hasta el nombre: Ramsés-amado-de-Amón, el dios, y respecto del cual in­ dica que ha confiado la realización a obreros de elite, hábiles con sus manos. Los detalles dados sobre el tiempo de ejecución sobrepa­ san lo que se pueda imaginar en cuanto al esfuerzo normal de los artesanos. Para cumplir esa hazaña, hubo que emplear sólo un año, mes más o menos, ya que el trabajo se terminó en el año 9, el tercer mes de la estación invierno-primavera, el día dieciocho. Ese coloso bienhechor afirmaría la divina protección real so­ bre todo el país, mientras el faraón iba él mismo a fortificar las fronteras, asegurándose más allá de ellas la neutralidad de Amurru, estado bisagra que debía proteger a su país de la codicia hitita. Usermaatre Setepenre no se limitó evidentemente sólo a «po­ ner en el mundo» a ese nuevo coloso. También buscó alrededor, entre las venas de cuarcita, y encontró las que se parecen a la madera-mery, de color rojo, para tallar estatuas para el templo de Ptah (de Menfis); se les dieron nombres (inspirados) por el Gran Nombre de Su Majestad: Ramsés-amado-de-Amón, hijo de Ptah. Otras estatuas (fueron) para el templo de Amón-de-Ramsés-amado-de-Amón y el tem­ plo de Ptah-de-Ramsés-amado-de-Amón en Pi-Ramsés-Grande-en-Victoria. Precisa, para más información: Colmé el templo de Re de nume­ rosas esfinges, estatuas, estatuillas del faraón prosternado presentando un vaso, y del rey sosteniendo una mesa de ofrendas. Todos detalles por cierto exactos, porque conciernen a obras destinadas al Sa­ grado, al que no se puede mentir. Al dejar el Delta, Usermaatre Setepenre no olvidó el sur del país, tan querido para él, y fue a la isla Elefantina y más arriba de ésta, allí donde la última barrera impuesta al camino del Nilo, antes de su entrada en Egipto, estaba formada por masas graníti­ cas. Reparó en las distintas canteras y apenas descubiertas les dio nombres. Así: cantera de Ramsés-amado-de-Amón-amado-como-Ptah, cantera de Usermaatre-Setepenre-soberano-de-las-Dos-Tierras, cantera de Ram esuK-amado-de-Amón-amado-como-Re. Precisó también que una gran vena de granito negro, detectada en este último empla­ zamiento, estaría reservada a colosos sentados cuyo pschent (doble corona; estaría tallado en cuarcita. 268

Para completar este relato donde se adivina la preocupación de Ramsés por representar plenamente su papel de padre del país por el bienestar del cual debía velar, se comprueba que lo a c o m p a ñ a con una exposición sobre su satisfacción ante un tra­ bajo planteado en las mejores condiciones, y del anuncio de una justa retribución, bien merecida. El hecho podría parecer trivial, y aun superfluo en la actualidad, pero no se puede olvidar que el texto de donde provienen estas informaciones se remonta a 1272­ 1271 antes de nuestra era: ¡más de tres mil años nos separan de él! Así declara Usermaatre Setepenre: Me comprometo a responder a todas vuestras necesidades para vosotros, los graneros desbordarán de trigo, para que no paséis un solo día sin alim ento Pensando en vosotros colmé los almacenes de todo tipo de cosas: pan, carne, dulces, equipos, sandalias, vestimentas, ungüentos en grandes cantidades, para untar vuestras cabezas cada día de reposo.36 Puse a vuestra disposición lo que puede protegeros de la escasez: pescadores para aportar los pro­ ductos del Nilo, y muchos otros, jardineros para las verduras, alfareros que trabajan en el torno, que hacen recipientes capaces de refrescar vues­ tra piel durante el calor... y la canícula 37 Durante la ausencia prevista del soberano, el programa de los trabajos estaba bien trazado: la actividad sería benéfica para to­ dos, porque la generosidad de las retribuciones aseguraría el bie­ nestar de numerosos trabajadores.

La reconquista de Siria

La reciente expedición al sur de Palestina había dado sus fru­ tos: habían comprendido, en Galilea y en Canaán, que Ramsés iba a retomar el combate con una total determinación; también la resistencia a la llegada del faraón fue limitada. Al final del octavo año, y durante el noveno de su reinado, hacia T271 a.C., User­ maatre Setepenre pudo avanzar fácilmente a lo largo de la costa, tan lejos como a Simrya, pasando por los puertos reconquistados de Akko, Tiro, Sidón, Beirut, Biblo, Irqata; parece ser que los hititas no se opusieron al regreso de los egipcios eTTesos lugares del sur de Fenicia. Al norte de Gaza, Ramsés recuperó Ascalón (que más tarde 269

Ramsés III arrasará por completo) y algunas otras ciudades cananeas, como Bethanat, Merem, Sherem, que probablemente se habían rebelado contra Usermaatre Setepenre. Luego, subiendo hacia el norte de Amurru, Ramsés evitó Qadesh, que sin embargo siguió siendo para él una verdadera espina en el corazón, esa ciu­ dad frente a la cual se había producido uno de esos milagros a los que estaba tan acostumbrado, pero que no pudo volver a tomar. Sufría también al ignorar la suerte reservada a la estela triunfal que su padre Setos el Primero había hecho erigir en el interior de la ciudad, en honor de su victoria. Se juró inspirarse en esta ini­ ciativa, y dejar su huella personal más al norte, más allá del Éufrates, región que los hititas ocupaban, y donde las tropas egipv*.. cias no habían penetrado desde hacía 120 años.

Primera toma de Dapur Entre las victorias — bastante temporales— en el activo del faraón a finales del año 8, la de la ciudad de Dapur, al sur de Alepo, en el territorio de la ciudad-estado de Tunip,38 es la más hermosa (y sin embargo muy transitoria) conquista, respecto de las pequeñas ciudadelas tomadas en el camino: dieciocho de esas ciudades capturadas habían estado representadas en la cara occi­ dental del primer pilono del Rameseo (macizo norte) y catorce son todavía visibles.39 De todas las ciudades fortificadas que, sensibles a la propa­ ganda hitita, se habían levantado, la de Dapur era la más impor­ tante a los ojos de Ramsés: por sí sola podía evocar el éxito de la reconquista tanto más por cuanto al estar situada al noroeste de Qadesh, Dapur40 constituía la plaza fuerte de la zona de penetra­ ción hitita más septentrional a la que había podido llegar. Dos veces había hecho de la toma de la ciudad un cuadro glorioso: en el templo de Luxor, en la pared occidental del primer patio,41 y sobre todo, hecho notable, en la sala hipóstila de su templo jubi­ lar, el Rameseo. En ese prestigioso espacio reservado a los actos religiosos (pero marcado por los desfiles de sus ya numerosos hijos), todavía puede contemplarse esta escena de batalla, anima­ da por un movimiento endiablado, en la que el rey hizo revivir las diferentes etapas desde el asalto hasta la rendición de los jefes de la ciudad.42 270

La primera batalla de Dapur. Rameseo. (Dibujo Sabri)

Lj cindadela d e Dnpur.

En la pared sureste de la sala hipóstila aparece el espectáculo. A la izquierda, en tamaño heroico, el rey conduce sus dos ca­ ballos mientras dispara sus flechas sobre un amontonamiento de enemigos muertos, caídos de sus carros en la huida hacia la ciudadela, representada en el costado derecho de la escena. En la confusión el caballo que mal pudo salvar de su atalaje destruido, o, más cerca del carro real, un vehículo enemigo en el que están caídos sus dos ocupantes agonizantes. Vestidos con largas túni­ cas estrechas, los enemigos de Ramsés presentan todos el tipo hitita, con mentón huidizo y pesado mechón de cabellos sobre la espalda: ostensiblemente Usermaatre Setepenre deseó mostrar que se había enfrentado a los hititas. El humor no está ausente de la escena y, al igual que para las numerosas representaciones de la batalla de Qadesh, una punta de ironía rompe lo trágico de la contienda central. Así, en la cima de la hecatombe de los enemi­ gos, se puede reconocer a los de un carro arrastrado hacia la ciudadela al galope de sus caballos: los dos ocupantes se vuelven en dirección a Ramsés que los persigue, empeñado en tomarlos de blanco: una flecha, y véase lo irrisorio, acaba de alcanzar el trase­ ro de uno de ellos. La derecha del cuadro está reservada a la imagen de la ciudadela, de un tipo muy diferente del de las plazas fuertes egipcias y aun amonitas (cf. la de Qadesh). Ésta es asaltada por soldados egipcios y por los shardanas. En la base se distinguen cuatro tipos de pantallas cónicas en forma de caparazón, sostenidas por pi­ quetes. Están alzadas para proteger a cuatro jóvenes hijos de Ramsés, que parecen querer participar en el asalto. Son Meriamón, Imenemuia, Setos y Setepenre. Otros dos príncipes, cuyos nombres no se indican, trepan, con el escudo en la mano, por una gran escalera para alcanzar el segundo piso de las fortificaciones. Los últimos niveles están ocupados por los últimos defensores, que tiran con el arco y lanzan piedras. Algunos, alcanzados, caen de las almenas con la cabeza hacia abajo, mientras que, de costa­ do respecto de la contienda, tres sitiados de tipo hitita, uno de los cuales quema incienso, piden gracia, mostrando de esta manera que la ciudadela va a rendirse. Entonces se desarrolla el último episodio: la escena de la capi­ tulación. Dos de los hijos mayores de Usermaatre Setepenre, Jaemuese y Montuherjepeshef, se preparan — o hacen como que se preparan— para degollar a los jefes enemigos, mientras que un 273

venerable viejo, acompañado por portadores de ofrendas y de ganado con cuernos, implora con dignidad a los príncipes. En la cima de la ciudad fortificada, el oriflama está atravesado de fle­ chas, confirmando de esta manera la invasión de la ciudad (mien­ tras que el oriflama de Qadesh donde Ramsés no pudo penetrar flotaba libremente en las murallas). Los bajorrelieves fueron realizados con un sólido sentido de la composición, por los mejores artistas que supieron unir una gran libertad de expresión con la suprema elegancia: la acción fue estu­ diada en sus más ínfimos detalles. Parece seguro que Ramsés dio instrucciones muy precisas y supervisó la ejecución de esa obra maestra, cuando regresó a Egipto. Sin embargo, no abandonó la plaza conquistada al norte de Qadesh a los confederados antes de hacer erigir allí su propia estatua, que había tomado la precaución de cargar en el equipo trasladado por la intendencia. Cinco de los seis príncipes cuyos nombres se indican en la escena son hijos de Isisnofret, el sexto, Setos, fue puesto al mundo por Nefertari.43 Otros dos han permanecido anónimos.

La recompensa de los guerreros

Durante los combates del octavo año, en Galilea y en Amurru, soldados egipcios y mercenarios de origen extranjero, entre ellos los shardanas, se habían mostrado a la altura de todas las situacio­ nes. Los sermones virulentos que Ramsés habría dirigido a oficia­ les y simples combatientes, después de la batalla de Qadesh, ya no correspondían. Era un ejército disciplinado, motivado... y vic­ torioso. Al igual que en su país Rabia sabido reconocer la excelen­ cia de sus artesanos, ahora era necesario recompensar y asignar una renta a oficiales y soldados. Usermaatre Setepenre iba a dis­ tribuir tierras, pero sobre todo, en su regreso en el año 9, iba a honrarlos en público. Para esa ocasión se grabaron numerosas estelas, en las que todavía se puede admirar la imagen del rey de pie sobre las rodillas de uno de sus colosos — muy a menudo el que tenía el nombre de Re-en-hekau (Sol-de-los-Príncipes)— ,** dis­ tribuyendo copas, objetos y collares de oro a sus valerosos milita­ res, y esto en medio de la alegría general. 274

Cintra de la Estela del año 8. (M useo de El Cairo)

Ramsés subido a una de sus colum nas lanza diferentes objetos preciosos a los militares (parte inferior de una estela dp O antírl íMu«on rio *

La contraofensiva de los confederados

N o parece que, durante esa última campaña de Ramsés en el norte de Siria, el hitita Mutawalli, sin duda cercano a su muerte, tuviera la intención o la posibilidad de reunir una nueva coa­ lición. Sin embargo, está fuera de duda que había enviado re­ fuerzos a sus aliados del norte de Amurru y de Naharina (el Hanigalbat), principalmente a los príncipes de Alepo y de Karkemish (el tipo étnico perfectamente hitita de los que Ramsés combatió en Dapur da prueba de ello), pero esto no había basta­ do para proteger la fortaleza. Sin embargo, después de la partida del faraón y su regreso a Egipto, la pequeña guarnición egipcia dejada en el lugar no pudo oponerse al asalto de los aliados veci­ nos de Hatti, y la plaza fuerte fue recuperada. En cuanto a la efi­ gie de Ramsés, fue capturada, a falta de poder aprisionarlo a él mismo.

Reconquista de Dapur A Ramsés se le presentaba la ocasión de partir, una vez más, con sus tropas, para afirmar la presencia del poderoso Egipto en ese punto estratégico del Oriente Próximo. Ya tenía treinta y cin­ co años e intentaría recuperar la fortaleza ahora, pensaba, que la muerte de Muwatalli que acababa de producirse, podría debilitar el ardor de los príncipes sirios. Hacia 1270-1269 a.C., volvió a pa­ r sar cerca de Nahr el-Kelb, donde hizo erigir una tercera estela. 1 Furioso, condujo un ataque tan precipitado apenas llegó al lugar que bajó de su carro y, a pie, se plantó delante de la ciudadela como lo muestra el relieve del templo de Luxor y atacó con su disparo poderoso, a la cabeza de sus hombres. Durante las dos primeras horas, en su determinación de ven­ cer, hasta se olvidó de ponerse su cota de malla, precisa el texto. Su invulnerabilidad milagrosa y legendaria le sirvió una vez más. Parece que no fue víctima de ninguna herida, y que de nue­ vo pudo entrar en Dapur. No se sabe si los defensores prudentes preservaron la estatua del faraón, y pudieron volver a ponerla en 276

Algunas ciudades rebeldes recuperadas a los asiáticos. (Rameseo)

Segunda batalla de Dapur. Luxor. (Según W reszinski)

su lugar en testimonio de sumisión, para lograr la clemencia del vencedor. Por el contrario, es seguro que después de la partida del faraón, las ciudades sirias volvieron a caer en la órbita del muy poderoso y cercano vecino. El rey de Karkemish virrey de los hititas en Siria, se convirtió entonces en el adversario de Ramsés.

La muerte de Muwatalli Es permitido suponer que en esa época, Usermaatre Setepenre debió de lamentar haber prestado poca atención a las proposi­ ciones de paz hechas por Muwatalli después de Qadesh. El mo­ mento no era favorable para la realización de ese proyecto, cuando el Sol de Hatti acababa de morir, y su sucesor, el hijo de f—una concubina, había subido, al parecer indebidamente, al trono. 1 Ese príncipe, Urhi-Teshub, entronizado con el nombre de Mursil III, era un personaje sin envergadura, que estaba celoso de su tío Hatusil de fuerte personalidad: lo alejó al norte del reino. Mursil III empezó a reinar en una atmósfera de intrigas y bajezas, 1 limitando su acción personal a las estrictas fronteras de su reino. Sin embargo, frente a la dura oposición siria y demasiado ale­ jadas del territorio egipcio, las valientes incursiones armadas de Ramsés no podían garantizarle posiciones estables en esa región. Su gran antepasado Tutmosis III, luego de diecisiete campañas militares, se había asegurado en ese sector el control necesario para la seguridad de su país. El Hatti no tenía, en esa época, las mismas miras territoriales. Mucho más que antes, Usermaatre Setepenre consideraba que la diplomacia le aseguraría una seguridad superior a la que po­ dían proporcionarle sus valerosas expediciones, costosas en hombres, en detrimento de la felicidad y de la prosperidad de su pueblo. Mucho más sensato era consolidar las posiciones seria­ mente logradas, y aprovechar las disensiones entre los hititas, lo que le valdría un statu quo más allá de la zona que no tenía los medios para controlar de manera constante. Durante los seis años que siguieron, la acción de los goberna­ dores egipcios reemplazó progresivamente las represiones arma­ das. De esta manera pudieron mantener el orden en Canaán y en una parte de Amurru.

X II

EL LARGO CAMINO HACIA LA PAZ

El bienestar del país

En el año 10 de su reinado, Ramsés tenía treinta y cinco años. De regreso de una nueva campaña siria, ya no alimentaba en realidad la esperanza de reconquistar Amurru por las armas: estaba resuel­ tamente inclinado hacia una solución más diplomática, para evitar los acontecimientos que, temprano o tarde, podrían amenazar sus fronteras. Muy al tanto de las dificultades creadas por el adveni­ miento de Urhi-Teshub. que ascendió al trono de los hititas con el nombre de Mursil III, y contando con la lucha entre el sobrino y el tío — Hatusil, realmente digno de dirigir el país— Ramsés sabía que por esto mismo iba a tener un relativo respiro en sus posesiones del Oriente Próximo. Y lo aprovechó, más aún porque sus diligentes observadores en el extranjero, en primer lugar Imeneminet, lo te­ nían informado de los objetivos expansionistas de Asiria hacia los países vasallos del Hatti, principalmente el Hanigalbat. Los impuestos llegaban regularmente a sus receptores, tanto en el país como en los despachos de los gobernadores de Asia y del virrey de Nubia. Las Dos Tierras vivían en la opulencia y todo estaba en calma en las dos partes de la Tierra negra: Kemi,xque los asiáticos ya llamaban Misr. Durante el duodécimo año de su reinado, acababa de termi­ nar en Karnak el pontificado de Nebunenef, Sumo Sacerdote (su 279

verdadero título era Primer profeta) de Amón. Ramsés, que llegaba a sus treinta y siete años, procedió a nombrar al nuevo titular en la persona de Unennefer, padre de su fiel Imenemimet. Al regreso de esta ceremonia en Tebas, no dejó de visitar las obras de los templos con los que, progresivamente, enriquecía su territorio: le interesa­ ba especialmente el de Ajmin. La ciudad había sido el hogar de la familia de Tiy, Gran Esposa de Amenhotep III, de la que conocía la indiscutible influencia que había ejercido sobre su hijo, el cuarto Amenhotep. Alrededor del templo principal de la ciudad, los sacerdotes-sabios, en relación estrecha con el clero de Hermópolis (Jemenu, la ciudad de los ocho), formaban un núcleo de estudios as­ tronómicos donde había sido instruido Anen, el hermano de Tiy. También Ramsés II había consultado los trabajos de esos infatiga­ bles investigadores en el momento de la fundación de sus templos, principalmente los de Abu Simbel y el Rameseo. Usermaatre decidió erigir otro santuario en la ciudad: él mis­ mo visitaría las nuevas canteras, cuando estuvieran edificados los pilonos, para adornarlos con colosos que lo representaran ro­ deado de sus hijas mayores, principalmente Merietamun, que ya figuraban, muy jóvenes, en la fachada del speos de Meha, pero que habrían alcanzado la edad de convertirse en Grandes Espo­ sas reales cuando se terminara la construcción del nuevo templo.2 Tres años más tarde, en el decimoquinto año de su reinado, Ramsés señaló una vez más su presencia en el sur y, bajando el río, se había detenido en Abido donde, regularmente, el Sumo Sacerdote de Osiris, otro Unennefer, le consagraba una estatua de oro, como el mismo Ramsés lo había hecho con su propio padre.

La rebelión en Irem

Aun antes de que hubiera llegado a Pi-Rameses, un mensajero del virrey de Nubia, Iuny, lo alcanzó para informarle de los dis­ turbios que se manifestaban en la lejana Irem, en la región de la 3.a Catarata donde, sin duda, la presencia eficaz — o bien­ hechora— del virrey no se había hecho sentir desde el comienzo del reinado... como no fuera por la presencia de agentes (idenus) recaudadores de impuestos. Como de costumbre, la reacción de 280

Usermaatre Setepenre fue inmediata. Envió fuerzas armadas acantonadas en Tebas, tomadas de la división de Amón, y delegó a la cabeza de sus tropas, al lado del virrey, a cuatro de sus hijos que estaban realizando su entrenamiento militar en Menfis, entre ellos Setmuia3 y Jaemuese. Para servir de ejemplo en el país de Cush, Usermaatre Sete­ penre ordenó que figurara en las paredes de la gran puerta de la nueva residencia del virrey, en Amara-Oeste, el balance de la ex­ pedición represiva: la captura de 7.000 rebeldes en un lapso muy corto. Las felicitaciones del faraón a su virrey fueron matizadas ya que se rogó a este último que inspeccionara más regularmente la provincia del gran sur, donde ningún otro incidente volvió a producirse.

Elección de hijo real para la guerra

El hecho de que el hijo mayor de Ramsés, Amenhirjopshef, no hubiera participado en los sitios ni en las batallas de Dapur, ni en la represión de lrem, hace creer que el príncipe heredero pudo desaparecer de la escena — al menos públicamente— después de la gran expedición palestina de los años 7-8 (1272-1271 a.C). Por el contrario, esta ausencia podría acreditar la intención de User­ maatre Setepenre de poner en primer lugar a los hijos de Isisnofret, en ocasión de la toma de Dapur, mientras que los hijos de Nefertari ya habían tenido ocasión de hacer sus precoces pruebas en Qadesh: Amenhirjopshef alertando al campamento en el mo­ mento del ataque y Pareherunemef (el tercer hijo de Nefertari) enviado con el visir a la división de Ptah, para apresurar la llega­ da de refuerzos. Este último príncipe fue declarado Primer valien­ te del ejército y llevó el título de primer conductor de carros del rey, al igual que el quinto hijo, Montuherjepeshef. En cuanto a la represión de los incidentes de lrem, que no ha­ bían sido tan graves como para requerir la presencia real, había hecho participar en ella de manera equitativa a Setmuia, su octa­ vo hijo, nacido de N efertari, y a Mineptah, su decimotercer hijo, nacido de Isisnofret, que no figuraba en la lista de los hijos en Abu Simbel, cuando fue esculpida en una pared de la sala-patio. 281

En lo que concierne, sin duda, al más docto de los hijos reales, Jaemuese, hijo de Isisnofret, que muy pronto había sido especta­ dor de los combates de Nubia, y representado en Beit el-Wadi, efectivamente había tenido un papel en el momento de la rendi­ ción de la ciudad de Dapur, pero entró muy pronto al servicio de Ptah de Menfis. A los veinte años, convertido en Sacerdote-sem y rápidamente apreciado por el Sumo Sacerdote (el Jefe de los Ar­ tesanos), iba a participar en el año 19 del reinado, al lado del visir Paser y del hijo mayor de Isisnofret, el general Ramsés, su herma­ no y segundo hijo del rey, en el amortajamiento fastuoso del pri­ mer toro Apis muerto durante el reinado de su padre.

La diplomacia de Ramsés y los conflictos en Oriente Próximo

Los servicios de informaciones de Usermaatre observaban con la mayor atención la lucha, primero solapada, y luego abier­ tamente sostenida por Mursil III y su tío Hatusil. La ruptura defi­ nitiva entre los dos hombres se produjo cuando el sobrino se ins­ taló en la capital Hattusa, e intentó privar a Hatusil de los últimos pequeños Estados en los que todavía reinaba, excepto el centro de Hapkis sobre el que brillaba con eficacia Hatusil no podía so­ portar tales afrentas, y decidió someter la actitud agresiva de su sobrino al juicio de la diosa Ishtar de Samuha y del dios del tiem­ po de Narik. Rodeado de sus partidarios, Hatusil se opuso luego a los ataques de Mursil III (Urhi-Teshub) y lo hizo capturar en Sa­ muha. y luego, como prueba de clemencia lo envió simplemente al exilio a Nujashshe al sur de Alepo, en el norte de Siria, en vez de condenarlo a muerte. Ramsés seguía personalmente, y con satis­ facción, las intrigas urdidas por el irreductible sobrino de Hatu­ sil, que encontró eco hasta en la corte de Babilonia, aunque el hitita se vio obligado a deportar a su sobrino traidor a la zona de U m rit (Ras Shamra), más al oeste, en la costa mediterránea: im­ prudente generosidad... Durante ese tiempo, Usermaatre Setepenre había establecido una alianza con el rey de Babilonia Kadashman-Turgu; luego in­ tentó acercarse a Salmanasar I. señor de los asirios. En el año 18 de su reinado, aprovechando una situación muy propicia para 282

I

Sum o Sacerdote de Ptah en Menfis, presenta al Toro Apis, cuyas exequias celebra, el material para la «apertura de la boca y de los ojos».

a. Estatua monumen de M eryt-Am ón, reciei descubrimiento en Ajm (Caliza policron b. Estatua colo de Ramsés, com o portaestandar flanqueado de la estatua de Bintan hija de Isisnofret. (Wadi es-Sebi

sus proyectos, y que al parecer se le presentó fortuitamente, Ramsés «aceptó» acoger en Egipto a Mursil III, «escapado» de nuevo de su exilio, y que, al parecer, había pedido asilo al faraón. ¿Se puede suponer que Usermaatre supo maniobrar para llegar a esta situación? Hatusil podía temer un nuevo conflicto de su so­ brino, apoyado esta vez por un enemigo muy poderoso. Pero es­ taba seguro de la lealtad del rey de Babilonia, Kadish; este último tomó, en efecto, la decisión de romper las relaciones diplomáticas con Egipto, y hasta propuso castigarlo junto con los hititas: lo que Hatusil rechazó orgullosamente... y con cierta nobleza. Ramsés poseía, en todas esas tierras, una baza de importancia que había decidido jugar contra el hitita. Sentía que había llegado la hora de una posible revancha, tan esperada, y empezó a movi­ lizar a sus tropas, con las que contaba para arrastrar a sus vasa­ llos a Betsán y a Meggido, en Canaán. Esperó firmemente en Betsán los signos precursores de un ataque proveniente de la nueva coalición hitita, que sin embargo no se producía. Decidió enton­ ces señalar su nueva estadía fuera de las fronteras con otra estela ;n Betsán, en el año 18, el primer día, el cuarto mes de la estación primavera-invierno. Como de costumbre, no le ahorraba alaban­ zas. Los sabios cálculos de K. Kitchen precisan que esto sucedió en febrero de 1261 antes de nuestra era.4

Retroceso obligado del hitita

Siempre en guardia, Ramsés seguía esperando la reacción hitita. Comenzó el decimooctavo año de su reinado y las noti­ cias, transmitidas por informadores confiables, lo colmaban de tranquilidad. Asia Menor en su totalidad sufría perturbaciones considerables. Primero fue el papel representado por Shattuara II, príncipe de Mitanni (Hanigalbat) que actuó como renegado. Después de jurar fidelidad a Asiria, primero traicionó al rey Salmanasar I para burlar al hitita con su aliado el rey de Karkemish. f El asirio los atacó, destruyó por completo a la gloriosa Karke­ mish, al igual que a otras nueve ciudadelas de importancia, y sa­ queó ciento ochenta colonias. Salmanasar I hizo, en total, entre 14.000 y 15.000 prisioneros y de esta manera puso definitivamen­ 284

te bajo su tutela Hanigalbat cuya civilización había aportado ra­ diantes princesas al harén de Amenhotep III. Sin haber alzado las armas, Usermaatre aprovechaba una nueva coyuntura favorable para garantizar la seguridad de su país. En esa situación, las fronteras de Asiría se unían al norte del Éufrates a las de los hititas, que también se habían apoderado de provincias sirias. Ramsés sabía que Hatusil, a la defensiva, ya no podría atacarlo: tenía, pues, ante él una nueva acción diplomática que cumplir, más aún por cuanto signos precursores le hacían suponer que su adversario se disponía a tomar contacto con hábi­ les embajadores oficiosos, encargados de asegurarle al rey hitita sus eventuales intenciones pacíficas.

Nuevas Grandes Esposas reales

El gran rey acababa de festejar su cuarenta y cuatro cumplea­ ños, en el año 19 de su reinado, en 1260 antes de nuestra era. Poseía un número bastante impresionante de esposas secundarias, egip­ cias pero sobre todo asiáticas, y también hijas de los jefes del país de Uauat, tan fecundas unas como otras: y ya eran innumerables las concubinas que poblaban las casas de las Damas. Naturalmen­ te el harén de Mi-ur, cerca del poético lago de El-Fayum, dirigido por la reina madre, abrigaba las fastuosas viviendas de las Gran­ des Esposas reales, de los principitos y de las primeras hijas reales, nacidas de esas Grandes Esposas. Pero en las provincias había im­ plantados otros harenes que recibían la visita del faraón: el de Menfis estaba dirigido por un tal Imenmes. Sus dos Grandes Esposas reales Nefertari e Isisnofret ya le habían dado numerosos príncipes y princesas, algunos de los cuales, de salud delicada entre los hijos de Nefertari, dejaban adi­ vinar la débil constitución de la madre del heredero. Los prime­ ros hijos que había querido hacer figurar en las fachadas de los dos speos de Meha y Ibchek, y en el interior de la sala-patio de Meha, se habían convertido en adultos.5 Las dos hijas mayores, para seguir el protocolo religioso que se remontaba a antes de las pirámides, serían llamadas a repre­ sentar junto al faraón el papel que la hija del Demiurgo había 285

tenido con Atum. Recibirían a su vez el título de Gran Esposa real, sin por eso poder «destronar» en absoluto a sus madres ve­ neradas. La hija mayor de Isisnofret, Bintanat, sería la primera en ser entronizada. Fue en el mismo año en que se terminaron las grutas sagradas de Meha y de Ibchek, en el país de Uauat. En la decoración del gran speos, donde Ramsés quería eternizar los instantes esenciales de su vida, sólo quedaba libre una de las ca­ ras del tercer pilar suroeste: en honor de este acontecimiento, re­ cibió la imagen esculpida de la princesa, cuyo nombre está acom­ pañado por su nuevo título: Hemet-nesut-uret, Gran Esposa real. Pronto le seguiría la entronización de Merietamun, hija mayor de Nefertari. Todas las paredes y pilares de la sala-patio, reservados a la «crónica familiar» digamos, estaban totalmente decorados. Por eso, el nuevo virrey de Nubia, Hekanajt, repre­ sentó la doble escena en una de las paredes de la montaña de Meha, recordando la muy reciente entronización de la princesa ante el faraón; y ya que el lugar no estaba medido en la pared rocosa, fue la ocasión de acompañar la imagen de Merietamun, la elegida, con la de su respetable madre Nefertari. La estela, tallada directamente en la roca,6 tiene así dos registros superpuestos. El registro de abajo, siempre consagrado — según las reglas de la implantación de la decoración— a lo que está más inmediata­ mente cercano al espectador, muestra a Nefertari sentada en su asiento real, recibiendo el homenaje del virrey. La reina tiene en la cabeza el tocado de Sotis: dos altas plumas delante de las cuales el globo solar está flanqueado por dos cuernos afilados. Se reconoce el tocado de las Grandes Esposas reales en la plenitud de su fecun­ didad, dispuestas, como Sotis, a poner en el mundo la encamación solar. En el registro superior, haciendo ofrenda a la tríada divina, Ramsés acompañado de Merietamun recién promovida, que lleva en la cabeza sólo altas plumas y la imagen del sol: los cuernos afila­ dos de Sotis y de la fecundidad todavía no son su atributo.7

La inauguración de Meha y de Ibchek

La familia real se transformaba progresivamente y, cercanas a las dos Grandes Esposas reales, dos emanaciones directas del fa­

raón reforzaban así, la virilidad del delegado divino en la tierra. Mientras que Usermaatre se había preocupado de que Nefertari e Isisnofret nunca estuvieran representadas juntas, le agradó hacer representar colosos gemelos flanqueados respectivamente de dos imágenes de Bintanat y dos imágenes de Merietamun.8 El grupo familiar reunido alrededor de Ramsés estaba consti­ tuido en ese momento por cuatro Grandes Esposas reales, pero antes que nada por la reina madre, luego príncipes y otras prince­ sas, nacidos de las dos primeras Grandes Esposas. En ese año deci­ monoveno de reinado, todos iban a asistir a las festividades de la inauguración de los dos speos de Abu Simbel, también llamado el acto de Entregar la casa a su dueño, ceremonia que en este caso re­ vestía un carácter muy particular, debido a la naturaleza misma de los santuarios y al papel excepcional que les correspondía.

El mensaje de los templos Cada año, cuando la estrella Sotis (Sirio) volvía a resplandecer en el horizonte, después de setenta días de invisibilidad, hacía aparecer cerca de ella al sol. Era la renovación del astro (encarna­ do en el faraón), y el regreso de Osiris (que se prolongaba en la imagen de su hijo Horus), manifestándose en las aguas fecundadoras de Hapi, la inundación. El mantenimiento de ese fenóme­ no, de carácter cíclico, debía estar garantizado por la acción del faraón, cuyo papel esencial era asegurar su desarrollo infalible con ritos apropiados. Es así que Usermaatre había decidido, al crear al norte de la 2.a Catarata las dos grutas sagradas, cerca del sector donde el Nilo entraba en la Nubia egipcia, instaurar el lu­ gar mítico donde se produciría el milagro del día de Año Nuevo. El comienzo del año (18-20 de julio) conciliaba la reaparición de Sotis, la renovación del sol — es decir, la salida helíaca de Sotis— y la llegada providencial de la inundación. Como materialización del proyecto de carácter cósmico de Usermaatre, los dos santuarios, fuera de su mensaje histórico, eran perfectamente complementarios para ilustrar el fenómeno sin el cual Egipto no existiría. Su presencia, en ese lugar, antes que nada debía evocar ese encuentro — o más bien ese nacimien­ to— del astro renovado al comienzo del año por la divina estrella que ya se llamaba, hace cinco mil años, la estrella del Can.9

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Transform ación d« N eíeru ri en Sotis (Sirio) por los cuidados de Hathor e Isis, en la colina de Ibchek, Pequeño Tem plo de Nefertari. (Abu Simbel, norte)

Ram sés y Nefertari hacen ofrenda a «la Grande» (Tueris) por una feliz renovación anual. (Abu Sim bel, Ibchek)

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Entre dos pilares hathóricos, la Vaca Hathor hace aparecer al rey renovado. (Fondo del templo de Ibchek)

Santuario: enm arcando la puerta, los genios de la inundación salen de la gruta de Ibchek después del encuentro de Isis-Sotis y Re-Haractes.

El sol se encarnaba en Ramsés, dominando la puerta del gran templo; también aparecía con el aspecto de un atleta con rostro de halcón de Horus, apoyándose en dos signos jeroglíficos: la po­ tencia (divina) user y el equilibrio maat. Sobre la cabeza del hom­ bre había un globo, Re: así aparecía Usermaatre-Re, el nombre de coronación de Ramsés. En cuanto a la estrella Sotis, Ramsés había querido que su rei­ no la reconociese en la persona de Nefertari,'0 la que había traído al mundo al heredero del trono, Amenhirjopshef. Para represen­ tar ese papel, había sido investida con dos formas femeninas de lo divino: Hathor e Isis. Esta transformación se reprodujo en una escena cuya sobria composición, pero también la elegancia, el en­ canto, la gracia y la belleza a la vez nunca fueron igualadas.11 Todo, en la gran gruta de Ibchek donde está representado ese ava­ tar divino — personajes, ofrendas, flores, plegaria de la pareja real a Ta-Uret (la Grande) para obtener el feliz nacimiento (del año)— , todo evoca la femineidad.

El espectáculo Después de las ceremonias misteriosas del santuario, dos ac­ tores esenciales del drama cósmico, Usermaatre y Nefertari, mima­ ban el rito final, al alba del día establecido, delante de las dos grutas, en presencia de los sacerdotes del Nilo y de los grandes de la corte que rodeaban a la familia real. Entonces la inundación se manifesta­ ba con una corriente impetuosa aumentada por los aluviones abisinios. Se los evocaba, dentro de la gruta de la reina, con dos imágenes del genio nilótico surgiendo de las entrañas de la roca y dirigiéndo­ se a la salida del santuario, sosteniendo entre sus manos una mesa de ofrendas adornada con todos los productos de Egipto}2 En la fachada de Ibchek, la luminosa estatua de Nefertari, lle­ vando con majestad impresionante el tocado de Sotis, parece sur­ gir como la estrella del horizonte, mientras que, dominando la entrada del gran santuario, Ramsés-Re-Haractes aparece como el astro del día en el firmamento. Entonces la divina barca de Tot, la del Tiempo, conservada en la sala excavada en la roca y en el exterior, al sur del templo, iba a ser colocada en la nave real que la llevaría hacia Egipto, símbolo de la inundación provocada por el faraón confundido con sus

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padres Amón y Re, en compañía de los cuales se sentaba en el fondo de su santuario de Meha. La acogida de esta barca se feste­ jaba en Tebas, a la llegada del agua. En el Rameseo, las naves de formas divinas, serían sacadas del templo en angarillas llevadas por los sacerdotes, para ir a darle la bienvenida a la fuerza oculta que volvía a manifestarse. Al final de la ceremonia, Ramsés iba, solo, ante el speos de Ibchek, para contemplar más de cerca el último coloso sur, que lo representaba: era, efectivamente, un poco más alto que las otras cinco estatuas de la fachada. Había pedido que esa imagen estuvie­ ra ligeramente diferenciada por su tamaño. Ese coloso medía, en efecto, de la planta de los pies hasta el límite13 de su corona blanca (la jedyet), exactamente dieciséis codos:’4 la altura de las aguas de la más benéfica de las inundaciones. Ramsés era, pues, el garante del agua, y se confundía con ella. Ese cuerpo real de dieciséis codos era la imagen del poderío mágico de la inundación ideal. Además, Usermaatre Setepenre había pasado delante del al­ tar solar, al norte de Meha, disimulado por un pequeño pilono sin puerta. La distancia entre las dos torres se abría, en el interior, sobre un ancho altar enmarcado por dos pequeños obeliscos, que soportaba a cuatro cinocéfalos que, de pie, adoraban al sol. Con­ tra la pared, al norte, una capilla contenía la estatua de un in­ menso escarabeo dominado por el globo solar — imagen de Haractes— y la del cinocéfalo sentado de Tot coronado por la Luna creciente. Con la espalda hacia el norte cada uno de los dos ani­ males estaba simbólicamente orientado para que el mono que evocaba la luna estuviera al este, el lugar por donde sale para tomar el relevo del sol (el escarabeo) que se hunde por occidente. La luna y el sol sucediéndose es el circuito cerrado: es la eterni­ dad. Al alba, en ese comienzo de año, antes de tomar el camino de regreso, Ramsés subiría los pocos escalones del altar y, con la cara hacia el este, haría aparecer el nuevo sol entre los dos obelis­ cos, garantizando así la eterna revolución del tiempo cíclico.15 Volviendo frente al gran speos, en la explanada liberada de todos los que habían asistido a la extraña ceremonia destinada a mimar el milagro cósmico, Ramsés se quedó contemplando sus inmensos colosos sentados, entre los miembros esenciales y vivos de su familia: padre nutricio de un linaje sin fin, otra versión de la divina inundación que quería encarnar para que Egipto viviera... Los rostros sublimes de las imágenes gigantescas lo fascinaban. 292

En su última visita al lugar, sólo estaban recortadas, y casi en­ mascaradas por los andamios. Ahora dominaban, con los ojos ha­ cia abajo, hacia él, en la espléndida certeza de materializar real­ mente lo divino que lo habitaba. Bruscamente, frente a esa sublime grandeza, Usermaatre Setepenre sufrió un violento vér­ tigo, y se sintió infinitamente vulnerable...

Regreso a las realidades terrestres

Antes de retomar la dirección del Delta, la parada en Tebas permitió a Ramsés y a la familia real entrar en el gran patio del templo de Luxor, que los arquitectos del rey terminaban. Acaba­ ban de ser erigidos dos colosos del rey16 entre cada una de las columnas que rodeaban el patio. De pie, con el nemes a menudo dominado por el pschent, la efigie real estaba flanqueada, en la parte meridional del primer patio, por las imágenes de tres de las cuatro Grandes Esposas reales. Sólo faltaba Isisnofret, ausente al igual que en los otros templos tebanos y en todos los templos de Nubia. Por el contrario, su hija mayor, Bintanat, nueva Gran Es­ posa, figuraba en un buen lugar, al igual que la más reciente de las Grandes Esposas, Merietamun, nacida de Nefertari, de la que había otra representación repetida contra uno de los colosos de pie, delante de la torre occidental del pilono. Las tres Grandes Esposas fueron luego admitidas en las salas secretas del templo, porque mantenían lazos muy estrechos con el ka real17 al que es­ taba dedicado el santuario.

Las tratativas de paz

A su regreso a Pi-Rameses, el faraón supo que nobles viajeros hititas habían llegado a la capital nórdica y habían tomado contac­ to con el Despacho de Asuntos extranjeros. Los informes que no ha­ bían dejado de enviarle sus observadores en la corte de Hatusil le confirmaban las maniobras para precaverse de las intenciones asi-

rias y para esforzarse por neutralizar una eventual agresión egipcia. Había, pues, que hacer sentir una relativa calma en las posi­ ciones egipcias respecto del adversario principal. El regateo tra­ dicional fue utilizado por el lado egipcio, y las exigencias de Ramsés, pérfidamente informado por Urhi-Teshub, fueron estu­ diadas con paciencia, y cierta dignidad, por Hatusil. Los dos so­ beranos terminaron por ponerse de acuerdo en una solución de compromiso aceptable por las dos partes, beneficiarías en defini­ tiva de ventajas apreciables. Es verdad que Ramsés debía abandonar el sueño de poseer Qadesh y dominar Amurru; pero como contrapartida los egip­ cios podrían circular de nuevo libremente por la ruta comercial que, siguiendo la costa, terminaba en Ugarit, frente a Chipre. Quedaba reforzado el protectorado egipcio en toda la región y el país de Kemi recuperaba la totalidad de sus derechos sobre los puertos fenicios. Hatti vigilaría Amurru, Upi seguía siendo neu­ tral, y Egipto conservaba sus derechos sobre Canaán. Era tan cla­ ro que ni se hablaba de fronteras. Y finalmente, entre Hatti y Egipto, se firmaría un tratado solemne de paz. Durante casi dos años, los mensajeros circularon entre los dos países (con un mes de duración como mínimo para realizar el trayecto),18 hasta que se establecieron las líneas generales de un acuerdo.

El tratado de paz

Entrega y aspecto de la tablilla El texto del tratado — el primero conocido de la historia— fue redactado en babilonio, lengua diplomática de la época. Al pa­ recer, según las expresiones utilizadas, fue obra de los juristas de Hatusil, fogueados en las fórmulas precisas de su país, y en una práctica corriente. Pero fue preparado en colaboración con tres eminentes hombres de leyes egipcios, delegados del faraón. Los miembros de ese comité mixto tomaron entonces el camino de Egipto, cruzaron Siria con sus carros, escoltados por hombres de armas, y fueron haciendo etapa en las ciudadelas arrasadas pocos años antes por incesantes y estériles conflictos. Llegaron a Pi-Ra-

meses en el año 21 del reinado, unos treinta días después de su partida de Hattusa (Bogazkkóy) y se presentaron en el palacio de ceremonias el vigésimo primer día del invierno, hacia noviem­ bre-diciembre de 1259 antes de nuestra era: Usermaatre Setepenre tenía entonces cuarenta y seis años. Ese día, Su M ajestad se encontraba en la ciudad de Pi-Ramsés, hacien­ do lo que agrada a los dioses. Llegaron los tres enviados reales de Egipto al igual que el primer y el segundo enviados reales de Hatti, Tili-Teshub y Ramose, y el enviado de Karkemish, Yapulisi, llevando la tablilla de plata que el gran soberano de Hatti, Hatusil, enviaba a Su Majestad el faraón Ramsés-amado-de-Amón, para pedir la paz.

Era una gran tablilla de plata, muy brillante, grabada en las dos caras con signos cuneiformes. En el centro de la tablilla, Ramsés podía ver el gran sello del Estado hitita: ¿Qué hay en el centro de la tablilla de plata? En el anverso, la imagen en relieve de Set abrazando una efigie del Gran Príncipe de Hatti, rodeada por una inscripción que decía esto: «El sello de Set, soberano del cielo, el sello del tratado hecho por Hatusil, el gran señor de Hatti, el poderoso hijo de M ursil» ¿Del otro lado? Un relieve con un retrato de la diosa de Hatti, que abrazaba a una figura femenina que repre­ sentaba a la gran soberana del país, rodeada por una inscripción que decía: «El sello de la diosa-Sol de Arinna, la soberana del país, el sello de Pudujepa, el gran soberano del país de Hatti, hija del país de Kizwatna, sacerdotisa de la ciudad de Arinna» ......

Majestuoso, dominando la sala en su trono chapado en oro e incrustado con piedras semipreciosas y con pasta de vidrio con los colores de la cornalina, la turquesa y el lapislázuli, Usermaatre Setepenre, con el jepresh, rodeado de Paser y de los más eminentes de sus consejeros, llamó a su escriba-intérprete para que la traduc­ ción del tratado le fuera inmediatamente comunicada, y pudiera compararla con la versión en lengua egipcia que ya tenía. Después de unas ligeras modificaciones aportadas al texto ba­ bilonio, las copias en papiro se depositaron en el Despacho de Asuntos extranjeros, y se trasladó a tablillas de arcilla la versión definitiva, siempre en babilonio: fueron confiadas a una misión diplomática encargada de entregarlas, en su palacio de Hattusa, al soberano hitita Hatusil. Este último hizo depositar el texto 295

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egipcio a los pies del dios Teshub, mientras que en Heliópoiis, el faraón hizo colocar la tablilla hitita bajo los pies de una estatua del dios Haractes. Y finalmente Ramsés dio orden de que el precioso documen­ to, el primer tratado internacional de la historia, fuera grabado en Tebas, en jeroglíficos naturalmente, en las paredes de Karnak — donde fue descifrado por primera vez por Champollion, que todavía no conocía la existencia del Hatti— , y también en el Rameseo, cerca de la escena de la batalla de Qadesh Parece eviden­ te que las paredes de los templos de Pi-Rameses debían de tener una versión, pero las excavaciones, ejecutadas en un lugar arrasa­ do y ganado por los cultivos modernos, todavía no han revelado nada sobre este tema.19

Contenido del tratado Este tratado proponía, antes que nada: Fraternidad hermosa y paz. Es, en sus grandes líneas, un pacto mutuo de paz, de no agresión recíproca, de extradición y de tratamiento humano de los extradi­ tos, así como de asistencia mutua contra cualquier agresor. Trata, finalmente, de la alianza de las familias reinantes para asegurar el respeto del principio de legitimidad.20Su contenido presenta rasgos de derecho internacional aún vigentes en la actualidad. Señalemos que las susceptibilidades se respetan meticulosamente, porque cada uno de los dos soberanos precisa que su interlocutor había sido el primero en tomar la iniciativa de la gestión... Si las versiones hitita y egipcia implican algunas ligeras va­ riantes, los dos textos están, sin embargo, en perfecto acuerdo, en las partes en común que se conservan. Éstas presentan una vein­ tena de parágrafos que conciernen a los puntos esenciales, y se refieren varias veces al acuerdo celebrado con Egipto en la época en que Shuppiluliuma, contemporáneo de los reyes amarnianos, reinaba en Hatti. Acontecimientos muy graves habían puesto este acuerdo a prueba, cuando el príncipe Zannanza, su hijo, a quien la viuda de Tutankhamón había pensado en hacer su espo­ so, fue asesinado camino de Egipto, muy probablemente por or­ den de Horemheb.21 Éstos son, comparados, los pasajes importantes de la intro­ ducción contenidos en los dos textos.22 296

H.ittus.v la a u d a d e U y las rmir.ilU* (Según A . Kitclten)

Sello hitita, el de Mursil y el de Tudkalia IV donde también figuran el rey y la reina.

Texto del tratado Redacción hitita

Traducción egipcia

El tratado de Riamasea-maiAmana (Ramsés-amado-deAmón), el gran rey del país de Egipto, el héroe, con Hatusil, el Gran rey, el rey del país de Hatti, su hermano, para establecer la paz hermosa y la fraternidad her­ mosa en las relaciones de los grandes reinos entre ellos para la eternidad, esto es lo que dice: Riamasea-mai-Amana, el gran rey de Egipto, el héroe, el nieto de M in-pah-taria (Menpehtire = Ramsés I), el gran rey, el rey del país de Egipto, el héroe, a Hatusil, el gran rey del país de Hatti, el hé­ roe, hijo de Mursil, el gran rey, el rey del país de Hatti, el héroe, nie­ to de Shuppiluliuma, el gran rey, el rey del país de Hatti, el héroe. Ve, ahora, he dado la fraterni­ dad hermosa y la paz hermosa entre nosotros, para dar la paz hermosa y la fraternidad hermosa en las relaciones del país de Egip­ to con el país de Hatti, para la eternidad.

El tratado que el gran señor de Hatti, el héroe, hijo de Mursil, el gran señor de Hatti, el héroe, el nieto de Shuppiluliuma, el gran señor de Hatti, el héroe, hizo re­ dactar en una tablilla de plata para Usermaatre Setepenre, el gran rey de Egipto, el héroe, el hijo de Menmaatre, el gran rey de Egipto, el héroe: Ese tratado de paz y de frater­ nidad honesta, que da la paz y la fraternidad entre nosotros, gra­ cias a ese tratado entre Hatti y Egipto para la eternidad.

Acuerdo para un nuevo tratado

[redacción hitita degradada]

298

En lo que concierne a Muwatalli, el gran señor de Hatti, com­ batió al gran soberano de Egipto. Cuando sucumbió a su destino, Hatusil tomó su lugar en el trono de su padre Hoy se ha puesto de acuerdo en un tratado para es­ tablecer la relación que Re ha he­ cho entre la tierra de Egipto y la tierra de Hatti, para alejar las hos­ tilidades entre ellos, para siem­ pre... Que los hijos del gran señor de Hatti estén en paz y fraterni­ dad con los hijos de los hijos de Ramsés...

Un pacto de no agresión Riam asea-m ai- Amana, el gran

rey de Egipto, no debe atacar el país de Hatti para saquearlo, por toda la eternidad. Hatusil, el gran rey del país de Hatti, no debe ata­ car el país de Egipto para sa­ quearlo, por toda la eternidad......

... El gran señor de Hatti nun­ ca violará la tierra de Egipto para saquearla. Usermaatre Setepenre, el gran rey de Egipto, nunca inva­ dirá la tierra de Hatti para sa­ quearla...

Renovación del antiguo contrato

Ve, la orden por toda la eterni­ dad que Shamash y Teshub han dado para el país de Egipto con el país de Hatti, de mantener la paz y la fraternidad para que no nazca la enemistad entre ellos. Ve, Ramsés, el gran rey, el rey del país de Egipto, lo suscribe para extender el bienestar a partir de este día. Ve, el país de Egipto y el país de Hatti, están en paz y fraternidad, eternamente.

En cuanto al antiguo tratado en vigor en la época de Shuppiluliuma, el gran señor de Hatti, al igual que el tratado permanente que data de la época de Muwatalli, el gran señor de Hatti, mi pa­ dre, en este momento lo suscribo. Ve, Ramsés, el gran rey de Egipto, mantiene la paz que ha concluido con nosotros a partir de este día...

La defensa común Si un enemigo viene al país de Hatti, y si Hatusil, el gran rey, el rey del país de Hatti, envía un mensajero para decirme: «Ven a socorrerme contra él», que Ram­ sés, el gran rey, el rey de Egipto, envíe sus soldados y sus carros y masacre a su enemigo, asumien­ do la venganza por el país de Hatti.

Sucesión en el trono hitita El reino del país de Hatti debe volver al hijo de Hatusil, el rey del país de Hatti, en el lugar de

Si cualquier enemigo ataca los territorios de Usermaatre Sete­ penre el gran rey de Egipto, y este último envía su mensajero al gran señor de Hatti para decirle: «Ven en mi socorro y marchemos con­ tra él», el gran señor de Hatti irá en su socorro y masacrará al ene­ migo. Sin embargo, si el gran señor de Hatti no quiere ir a combatir­ los en persona, enviará sus tropas y sus carros para batir a los ene­ migos. [texto demasiado degradado]

299

Hatusil su padre, después de nu­ merosos años de reinado. Si los grandes del país come­ ten hechos contra él, el rey del país de Egipto debe enviar sus soldados y sus carros para casti­ garlos... (A partir de aquí sólo se cita la traducción egipcia porque la redacción hitita está demasiado degradada o ha desaparecido.) Extradición de los refugiados poderosos Si un hombre importante huye del país de Egipto y llega al país del gran señor de Hatti, o a una ciudad, o a una región que pertenezca a las posesiones de Ramsés-amado-de-Amón, el gran señor de Hatti no debe recibirlo. Debe hacer lo que sea necesario para entregarlo a Usermaatre Setepenre, el gran rey de Egipto, su señor. Extradición de simples refugiados Si uno o dos hombres sin importancia huyen y se refugian en el país de Hatti para servir a otro señor, no deben poder quedarse en Hatti; hay que devolverlos a Ramsés-amado-de-Amón, el gran rey de Egipto. Amnistía para los refugiados Si un egipcio, o aun dos o tres, huyen de Egipto y llegan al país del gran señor de Hatti en ese caso, el gran señor de Hatti los aprehen­ derá y los devolverá a Ramsés, gran soberano de Egipto: no les será reprochado su error, su casa no será destruida, sus mujeres y sus hijos salvarán la vida y no se le matará. No se les infligirá ninguna herida, ni en los ojos, ni en las orejas, ni en la boca, ni en las piernas. Ningún cri­ men les será imputado (sigue la cláusula de reciprocidad de la parte hitita, tomando exactamente los mismos términos). Dioses de los dos países testigos del tratado En lo que concierne a las palabras del tratado que el gran señor de Hatti intercambió con el gran rey de Egipto Ramsés-amado-de-Amón, están inscritas en esta tablilla de plata. Estas palabras, mil dioses y mil diosas del país de Hatti, y mil formas divinas masculinas y femeninas las han escuchado y son sus testigos: el sol macho señor del cielo, y el sol hembra de la ciudad de Arinna. 300

Set de Hatti, Set de la ciudad de Arinna, Set de la ciudad de Zippalanda, Set de la ciudad de Pittiyarik, Set de la ciudad de Hissaspa, Set de la ciudad de Saressa, Set de la ciudad de Haleb (Alepo), Set de la ciudad de Luczina, Set de la ciudad de Nerik, Set de la ciudad de Nushashe, Set de la ciudad de Shapina, Astarté de la tierra de Hatti. ... la diosa de Karahna, la diosa del campo de batalla, la diosa de Nínive la reina del cielo los dioses señores del juramento ... la soberana de las montañas y de los ríos del país de Hatti, los dioses del país de Kizwatna, Amón, Re y Set, las formas divinas mascu­ linas y femeninas, las montañas y los ríos del país de Egipto; el cielo; la tierra; el gran mar; los vientos; las nubes, la tempestad. [ji protección del tratado

En lo que concierne a las palabras que están grabadas en esta tablilla de plata de la tierra de Hatti y de la tierra de Egipto, las mil formas divinas de la tierra de Hatti y las mil formas divinas de la tierra de Egip­ to destruirán la casa, la tierra y los servidores de quien no las respetara. En cuanto al que respete estas palabras inscritas en esta tablilla de plata, hitita o egipcio, y las tenga en cuenta, las mil formas de la tierra de Hatti y las mil formas divinas de la tierra de Egipto le asegurarán pros­ peridad y vida, a su casa, su país y sus servidores.

Primeros resultados Las huellas del sello hitita habían impresionado mucho a Usermaatre Setepenre. ¿Acaso no contenían la imagen de Set pro­ tegiendo al rey hitita, Set el patrono de su familia, Set el pelirrojo como él, tan poderoso en el país hitita con el que acababa de ha­ cer una alianza, al que Hatusil no había dudado en citar excepcio­ nalmente once veces, mientras que las otras formas divinas sólo aparecían una vez en el texto? Y además, otra innovación era que una de las caras del sello oficial del reino hitita estaba reservad? a la reina, considerada la igual de Hatusil, soberano del país. Enton­ ces, para mostrarse tan liberal como el hitita, Ramsés subrayó que las mujeres de su familia tenían un lugar en los asuntos de Es­ tado:23 Tuya y Nefertari debían mostrar el interés prestado a esos intercambios diplomáticos y entrarían en correspondencia con la reina Pudujepa. El faraón recibió con gran pompa esta tablilla de plata, metal 301

tan escaso en las orillas del Nilo. Las palabras de respeto que ro­ deaban la mención de los nombres de los dos soberanos testimo­ nian la estima recíproca en que se tenían los que se consideraban ya los dos señores de Oriente Próximo, «tratando en pie de igual­ dad absoluta». Pero el espíritu que todavía reinaba entre los dos antiguos antagonistas — realmente dos grandes hombres de Es­ tado— no hubiera permitido su encuentro, que no sabemos si alguna vez se produjo, a pesar de los lazos de familia que un día los unirían. Pero sí hubo festividades en los dos países; un intercambio cortés de felicitaciones y unos primeros presentes fueron trans­ mitidos por mensajeros vigilantes. Ya que, en ese Estado hitita de costumbres de un modernismo muy... indoeuropeas, la reina compartía las más eminentes responsabilidades del soberano. Pudujepa, paralelamente a Hatusil que escribía a Ramsés, se diri­ gió a Nefertari (Naptera en babilonio), ignorando a Isisnofret, la otra Gran Esposa real; le expresó su satisfacción por la paz frater­ na que en adelante uniría a los dos países. Para responder a pa­ labras tan calurosas, Nefertari llamó a uno de sus intérpretes del ministerio de Relaciones con los países extranjeros, que transcribió en cuneiforme babilonio su respuesta a Pudujepa:24 Entonces Naptera, la gran reina de Egipto dijo: «Para Pudujepa, la gran reina de Hatti, mi hermana, hablo así. Para mí, mi hermana, todo va bien, con mi país todo va bien. Para ti, mi hermana, que todo vaya bien. Ve, he apreciado que tú, mi hermana, me hayas escrito a propósito de las relaciones de buena paz y de fraternidad en las que han entrado el gran rey, el rey de Egipto, y su hermano el gran rey, el rey de Hatti. Puedan el dios-Sol y el dios de la Tempestad (Set) aportarte la alegría; pueda el dios-Sol hacer que la paz sea buena y otorgue la fraternidad al gran rey, el rey de Egipto, con su hermano el gran rey, el rey de Hatti, para siempre. Estoy en amistad y en relación fraterna con mi hermana, la gran reina (de Hatti) hoy y para siempre».

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El príncipe heredero m odifica su nom bre

La reina madre Mut-Tuya, a su vez, había dirigido misivas de una gran nobleza a los soberanos hititas; el visir Paser25 natural­ mente también, ya que había contribuido a los intercambios de puntos de vista preliminares a la redacción definitiva del tratado. En los archivos de la capital hitita, milagrosamente encontrados, figuraban entre otros la contribución epistolar del príncipe here­ dero egipcio, pero el nombre no era el mismo. Ya no se trataba de Amenhirjopshef, sino de Setherjepeshef. Algunos historiadores, sin duda apresuradamente, imaginaron que el primero había muerto. Pero ningún documento permite afirmarlo, tanto más por cuanto ese hijo mayor de Ramsés ya había cambiado una pri­ mera vez de nombre.26 De Amenhirunemef, tal como acompaña por primera vez a su padre a la guerra, el niño que estaba entonces bajo el aura protec­ tora de Amón, luego de la batalla de Qadesh se convierte en Amenhirjopshef: el que recibe de Amón su arma victoriosa. Después del tratado de paz por el cual las relaciones con Hatti acercaron el imperio de Ramsés a ese otro gran país que venera a Set, patrón de Hatti y de tantas de sus ciudades, pareció oportuno reempla­ zar el nombre del dios tebano por el de Set, el ancestro de la gens en el nombre del príncipe heredero. Este último estaba llamado a mantener numerosas relaciones con su «padre» hitita; por otra parte, el príncipe escribió sin tardanza al señor de Hatti, no sólo para felicitarlo, sino también para decirle que había mandado pre­ sentes a mi padre, con el enviado Parijanaua. Las cancillerías difundieron la noticia de este tratado de paz; se enviaron cartas oficiales a los Estados con los que Hatti y Egip­ to mantenían relaciones diplomáticas. El tema de Urhi-Teshub había sido motivo de ruptura con Babilonia, fiel a su pacto con los hititas. Y Hatusil también quiso advertir al rey de Babilonia Kadashman-Turgu de su nueva posición respecto de Egipto: A propósito del acuerdo con el rey de Egipto, tema sobre el que me ha escrito mi hermano, escribo a mi hermano esto: el rey de Egipto y yo hemos hecho alianza y nos hemos convertido en hermanos, por eso seremos los dos enemigos de un enemigo de cada uno de nosotros, y seremos amigos de un amigo de cada uno de nosotros.

El tratado de paz avanzaba, y la situación así creada condujo muy pronto a la reanudación de las relaciones entre Egipto y Ba­ bilonia: luego, Ramsés acogerá a una princesa babilonia en su ha­ rén y finalmente, Hatusil terminó por entenderse con Salmanasar I de Asiria.’ Pero fue necesario que pasaran los años para que el diferendo interno, siempre latente entre Ramsés y Hatusil respec­ to de Urhi-Teshub, se desvaneciera. La susceptibilidad del se­ gundo se había irritado con la actitud del primero, que no quiso aplicar una cláusula del tratado y entregar al tío el fugitivo impe­ nitente.

Retrato de la reina Tuya, encontrado en su tumba. (Tapón de vaso canopo, M useo de Luxor)

Jarra de vino proveniente de la tumba de Ramsés II, que lleva una inscripción que da la fecha 22.

Vestigios de la «denominación controlada» (en hierático) relativa al vino contenido en la jarra.

i

non O V

X III

RAMSÉS EN LA MITAD DE SU VIDA

La muerte de la reina madre

Poco tiempo después de que se hubiera sellado la paz entre los dos países, Ramsés experimentó grandes inquietudes: su ma­ dre Mut-Tuya daba grandes signos de debilidad. Los sensatos pareceres de la viuda habían pesado siempre y felizmente, en el comportamiento de su hijo, y de forma reciente al establecer las condiciones del tratado. Se había opuesto con gran firmeza para suavizar los excesos de orgullo de su real hijo, y se había esforzado para que se retiraran ciertas cláusulas elabo­ radas por Ramsés, bastante hirientes y que podían hacer fracasar el entendimiento. Ella sola había sido capaz de obtener cambios en el texto propuesto. El esfuerzo por lograrlo había afectado su corazón. Las inquietudes, luego la emoción, y la inmensa alegría ante el acontecimiento producido después de tan larga espera, jalonada de pruebas, hicieron el resto. En el año 231 de su reinado, Usermaatre Setepenre iba a cum­ plir cuarenta y ocho años: estaba en el apogeo de su poderío. Aca­ baba de realizar un proyecto que deseaba desde el conflicto de Qadesh: la paz total para su país y el entendimiento esencial y halagador, frente a los vecinos, con el adversario más poderoso de la época. Sin embargo, ese Sol de Egipto, que doblega a los países extranje307

ros, el elegido de Re en la barca del sol, la estrella del cielo, el sol de los príncipes, la montaña de oro y electro, el grande en victorias, la imagen perfecta de Re, el toro potente, el pienso de Egipto... no era más que un hombre solo, hundido, un huérfano: acababa de perder a aquella por la que sentía tan profunda veneración, la gran dama Tuya, su madre.

En el Set-Neferu La sepultura de la reina madre había sido cavada y preparada desde hacía mucho tiempo en el Set-Neferu, que después de Champollion llamamos el Valle de las Reinas.2 Era la primera de una hilera de siringas situadas en el flanco occidental del wadi, donde serían inhumadas primero, hacia el sur, la reina madre y luego, hacia el norte, Nefertari seguida de las hijas de Ramsés que se convirtieron a su vez en Grandes Esposas reales (con excep­ ción de Henutauy, nacida de Nefertari), para terminar por la últi­ ma, casi desconocida pero muy querida por su abuela, Henutmire.3

La tumba de Tuya Era un modelo de equilibrio, de proporciones muy armonio­ sas. Tenía dos niveles subterráneos, accesibles cada uno por una escalera también tallada en la piedra caliza. La primera «bajada» conducía a una cámara rectangular, flanqueada por dos peque­ ñas piezas laterales. Luego, una segunda escalera, en el mismo eje que la primera, bordeada de dos banquetas hechas en la roca, llevaba a una vasta sala también rodeada por anchas banquetas talladas en la caliza de las cuatro paredes, hechas en la montaña en el momento de la excavación de la tumba. Las decoraciones, en gran parte, habían inspirado las de la última morada de Nefer­ tari, preparada poco después de la de Tuya. En el momento en que pude encontrar en el Valle de las Rei­ nas esta tumba «perdida», sus dependencias subterráneas esta­ ban casi totalmente colmadas por los vestigios de varias capas de sepulturas instaladas en la siringa, ya saqueada una primera vez antes del final del Imperio nuevo. Amontonadas unas sobre 308

otras, los estratos funerarios mezclados con cascotes y cenizas de las inhumaciones, quemadas antes de cada nueva utilización, re­ velaban ocupaciones «salvajes» hasta la época romana. Sin em­ bargo, en cuanto a las paredes, algunas pocas sombras de relieves eran los únicos testigos casi mudos del marco prestigioso prepa­ rado para la querida madre del rey. Pero interrogándolos con el encarnizamiento y la paciencia propios del arqueólogo, los pocos indicios que subsisten permi­ ten hacer revivir algo de esos esplendores olvidados. Cuando las piezas fueron totalmente vaciadas, capa tras capa, lo que duró varias temporadas de excavaciones, se pudo comprobar que esta tumba, como todas las otras sepulturas del Set-Neferu, estaba he­ cha en una muy mala piedra caliza. Esta particularidad obligó a los artistas a no esculpir, como en el caso del Valle de los Reyes, por ser las paredes muy quebradizas, sino a revestirlas con una capa de yeso fino, sobre el que modelaron la decoración antes de policromarla.4

El estado de la tumba Los violadores sucesivos de la tumba, que destruyeron el re­ vestimiento de las paredes para neutralizar con él la puerta mági­ ca, dejaron algunos pocos testimonios más resistentes que otros. Es así que en la primera sala, una pared conserva todavía las reli­ quias de una gran decoración donde domina la imagen de la cima tebana, la del dyebel, frente a la cual un inmenso signo de occidente, el Imentet, indica que se trata de la necrópolis, dominio de Osiris. Cinocéfalos adoradores del sol suben por los diferentes pliegues de la montaña, para venerar al astro del renacimiento hacia el que se elevan. En otra parte, se distinguen unas pocas siluetas de personajes divinos, pero sobre todo la imagen de la reina, en forma de una esfinge5 haciendo ofrenda de un ungüento. Uno de los descubri­ mientos más importantes de esta tumba está concretado en los nombres y títulos de la difunta, que en muy pocos lugares siguen siendo legibles en las paredes: Madre real Tuya. En ninguna parte se menciona la apelación Mwf-Tuya, que a Ramsés le había gusta­ do conferir a su madre durante su existencia terrestre, y en todas las paredes y techos de los mammisi. Se había esforzado sin cesar 309

por afirmar la naturaleza excepcional de su madre, lo que la habi­ litaba a recibir los favores de Amón para poner al mundo «por él» a su heredero terrestre. Había hecho aún más, ya que algunos monumentos la presentaban como salida de Mut, o asimilada a ella,6 paredra de Amón, por eso su nombre de Mut-Tuya, un muy hábil juego de palabras, ya que Mut también significa madre. Pero no se puede engañar al mundo divino en el que entran los difuntos. La dama Tuya, madre real, volvió a ser incuestiona­ blemente, para aquel al que nada puede ocultársele, simplemente Tuya. Este simple nombre, acompañado de sus títulos, también se mencionaba en todos los objetos hallados en la tumba. Cuando se retiró el inmenso montón de los depósitos de la ocupación de más de un milenio, el nivel antiguo contemporáneo del de Ramsés apareció a una altura de apenas 0,30 metros, don­ de se amontonaban, entre desperdicios de todo tipo, los restos quebrados del mobiliario funerario de la reina madre, los que ha­ bían sido abandonados por los primeros saqueadores. Así se po­ día reconstituir grosso modo la utilización de las diferentes cáma­ ras de la sepultura.

Antecámara, anexos En el primer nivel, la antecámara y el anexo de la izquierda debían de haber recibido, antes que nada, los vasos canopos des­ tinados a contener las visceras momificadas, y las estatuillas fu­ nerarias o shuabti7 que evocaban a la muerte como Osiris, confun­ dido con la fuerza de la inundación, contribuyendo de esta manera a trabajar después de su muerte por la fertilidad del país.8 Importantes fragmentos me permitieron reconstruir tres de los magníficos vasos canopos del más fino alabastro, con inscripcio­ nes en pasta azul lapislázuli, con el nombre de la M adre real Tuya. La suerte quiso que se conservara una de las cuatro cabezas-tapo­ nes, que representaba a la figura de la reina:9 es de una rara deli­ cadeza. Vista de frente, su aspecto de gracia y de extrema juven­ tud es impresionante. Pero, de perfil, se pueden comprobar los daños de la edad, traducidos sobre todo por cierto abotargamiento en la parte inferior del rostro. En cuanto a los shuabti subsistentes, a menudo rotos, en frita 310

e s m a lta d a azul claro, los más ritualmente simples, llevaban sólo

el nombre de Tuya; bajo sus pies cifras en tinta negra mostraban que habían sido numerados. Pareciera que la pequeña pieza de la derecha, en ese primer nivel, estaba más bien reservada a las grandes y elegantes jarras de vino. Se pudieron reunir importantes fragmentos, con su ape­ lación controlada, entre ellas la que proporcionó la fecha del año 22 del reinado de Ramsés.

l a cámara funeraria Esta sepultura fue dotada de un tesoro por lo menos tan rico (si no más) como el de Tutankhamón, repartido en el suelo de todas las piezas, y en las banquetas. El segundo nivel compren­ día, antes que nada, la cámara funeraria, adornada con cuatro pilares que recordaban los cuatro puntos cardinales, en el centro de los cuales estaba el gran sarcófago funerario de granito rosa que debía recibir la momia de la difunta con sus diferentes envol­ turas doradas y de oro puro. Bajo el sudario y a lo largo del en­ voltorio de bandas de lino, se habían deslizado una cantidad de joyas profilácticas, sin olvidar los dediles de oro, para las manos y los pies. De ese viático mágico nada subsiste, salvo los frag­ mentos del sarcófago, tallado en el más hermoso granito rosa de Asuán y cubierto de textos y de genios de la familia osiriana, in­ crustados y también pintados con los colores tradicionales, ama­ rillo, rojo, verde y azul. Alrededor, se habían colocado los objetos y el material más preciosos, necesarios para la última transformación de la difunta. Lo testimonian los fragmentos de recipientes de alabastro, con decoración en relieve, a veces floral, y a veces con los nombres de Setos, el difunto esposo, del hijo y la nuera preferida; Ramsés y Nefertari. Estos vasos y cubiletes habían contenido los ungüentos más refinados y los perfumes más reputados del país. Otros lle­ vaban escritos con tinta, en su panza, los nombres de los aceites que contenían. También había pequeñas «cucharillas para ma­ quillaje»; una de ellas, en alabastro, conservada intacta, había sido esculpida en forma de pato con el cuerpo vaciado. Un ha­ llazgo inesperado fue el de tres importantes fragmentos de un frasco para perfume de vidrio perfectamente transparente.10 Varios 311

vestigios más de frascos para perfume eran de vidrio opaco, for­ mado por varias capas superpuestas de pasta de diferentes colo­ res, obtenido con un trabajo de torno. Entre todas esas emocionantes reliquias rotas, pero tan evoca­ doras, figuraba un frasco fragmentario, cuya forma primitiva ha­ bía sido la de un corazón. En frita esmaltada azul turquesa oscu­ ro, de 5 centímetros de alto, tiene una inscripción que sirve para aclarar un problema imposible de resolver, a falta de prueba ab­ soluta, hasta el momento de este hallazgo: en color negro estaba escrito en el flanco Gran Esposa real Bintanat. A partir del año 22­ 23, esta hija de Ramsés e Isisnofret había sido investida de esta función que, hasta entonces, sólo se le reconocía hacia el año 38 del reinado. Y finalmente fragmentos de inmensas vasijas pan­ zudas, en fina terracota rosácea, de ancha abertura bordeada de un grueso burlete, constituían las reliquias últimas de los cofres de ropa blanca de la viuda. La última morada terrestre de Tuya, aunque espantosamente saqueada, desfigurada, usurpada y transformada durante unos diez siglos, había aportado con ínfimos vestigios varios testimo­ nios esenciales para la reconstrucción de la historia.

Opulencia de Egipto

Cuando las exequias de Tuya, hacia el año 23 de su reinado, Usermaatre Setepenre debía de tener cuarenta y ocho años. Ya tenía decenas de hijos; los más numerosos eran los que le habían dado sus reinas secundarias y concubinas. Algunos ya habían muerto, mientras que uno de los hijos de Nefertari, Pareherunemef, Mensajero del rey en Qadesh, debió de entrar también en el reino de Osiris alrededor del año 20. Poco tiempo después, Usermaatre fue a inspeccionar los traba­ jos del templo de Derr, en el país de Uauat, consagrado a Haractes. Pero esta fundación todavía no estaba totalmente decorada. Entre los años 23 y 26, faltan detalles sobre la existencia y las actividades de los miembros de la familia real; por el contrario, son numerosas las pruebas de la opulencia que se extendió por el

312

Templo dr Derr RiiiM s «Mr ri AiUO * W

país, sin hablar de las riquezas que se acumulaban especialmente en el templo de Amón en Tebas.11 Durante el reinado del gran faraón, los jefes más brillantes del tesoro de Su Majestad, afecta­ dos a la recolección de impuestos, pero también, como contrapar­ tida, a la distribución entre los innumerables funcionarios de una retribución justa, fueron Panehesi y luego Suty. Veamos, a título de ejemplo, una carta de Panehesi dirigida a Hori, sacerdote de Amón en Tebas, para informarle del estado de las rentas de su dios, en el único Delta del país,12 en 1256 antes de nuestra era: El escriba real y jefe del tesoro... en la región del norte, Panehesi, al sacerdote de Amón, en la ciudad del sur, Hori: «¡Salud! La presente carta te informa del estado de los dominios de Amón que están bajo mi responsabili­ dad en las tierras del norte... hasta los límites del Delta; en los tres brazos del río: el Gran Río (central), el río del oeste y las Aguas de Ávaris (o las Aguas de Re, en el extremo del Delta). Envío por ¡a presente las listas de cada hombre que trabaja allí, con mujeres e hijos... He establecido sus impuestos... en el año 24, el vigésimo primer día de la estación de verano, bajo la majestad del rey. Para informar al sacerdote Hori sobre cada hombre, en relación con su trabajo, a saber: Labradores: 8.760 hombres, que producen cada uno 200 sacos de cebada. Vaqueros: cada hombre se ocupa de 500 animales. Cabre­ ros: 13.080 hombres... Responsables de los animales de vluma: 22.430 hom­ bres que vigilan cada uno 34.230 aves. Pescadores:... su precio corresponde a 3 debens13 de plata anuales. Arrieros: 3.920 hombres que guardan cada uno (?) 2.870 animales. Cazadores de onagros: 13.227, que cazan cada uno (aproximadamente) 550 animales...». K. A. Kitchen calculó que las rentas correspondían a un millón y tres cuartos de sacos de cebada cada año, aproximadamente seis millones de bovinos, como de cabras; y millones de cabezas de caza de plumas en las marismas del Delta. También hay que agre­ gar once millones y cuarto de asnos y siete millones y cuarto de onagros que había que capturar. Comparándolos con otros datos, estas cifras parecen concordar con las posibilidades del país. No olvidemos que indican una parte de los recursos del templo de Amón, luego distribuidas diariamente al innumerable personal que dependía de él. Habría que agregar además lo que se extraía de las minas de oro, los recursos en electro natural, encontrado en cantidad en el país de Punt, pero que los químicos y metalúrgicos egipcios sabían elaborar, y muchos otros productos exóticos que el faraón donaba generosamente para el tesoro del templo, para 314

el o r n a m e n to de los objetos de culto, los chapados e incrusta­ c io n e s de las barcas sagradas, las puertas de los santuarios...

Dos hijos de Ramsés

Alrededor del año 25, el hijo mayor de Usermaatre Setepenre fue promovido a general de ejército, función que ocupó desde el año 25 al año 50 de su padre (entre 1254 y 1229 antes de nuestra era). Sin embargo, los anales no son pródigos al respecto. La mis­ ma discreción rodea al príncipe Meriatum, decimosexto hijo del rey, puesto al mundo por Nefertari. Una vez se habló de él, en el año 8, cuando acompañó al copero mayor del rey, Ramsés-Ashahebsed,14 en el curso de una expedición a las minas de turquesa del Sinaí. Acababa de ser nombrado Sumo Sacerdote de Re en Heliópolis, y ejerció ese cargo durante veinte años.

Cambio de virrey en Nubia

Cuando empezó el vigésimo sexto año del rey, fue nombrado un nuevo virrey de Nubia, para reemplazar a Hekanajt. Ramsés eligió a un tal Paser que le había recomendado su querido amigo Imeneininét, primo de este último. Por otra parte Paser había vi­ sitado en Uauat y en el país de Cush a su tío, el comandante de las tropas en Nubia, Pennesuttauy, y a su hijo y sucesor, Najtmin. Tenía excelentes informadores en ellos, lo que representaba para Ramsés una garantía importante. El nuevo «gobernador» debía ejercer sus funciones en Nubia hasta el año 38.

La muerte de la Gran Esposa real Nefertari

Ramsés debería pasar una nueva prueba. Después de la muerte de la reina madre Tuya, Usermaatre Setepenre estaba

profundamente afectado por la salud de la bella Nefertari. La rei­ na no dejaba de desmejorarse, sin que los sinus (médicos)15 más reputados, con una ciencia conocida más allá de las fronteras y que muchos extranjeros iban a consultar, pudieran descubrir su enfermedad y curarla. Ni el mismo médico jefe de la residencia de la reina, Kahai, hijo de Huy, cuyos hermanos figuraban tam­ bién entre los mejores especialistas del país, lograron salvar a la soberana. Nefertari-mery-Mut murió, muy probablemente, durante el vigésimo sexto año de reinado de Ramsés, que entonces tenía cin­ cuenta y un años. Los dos duelos, tan próximos a él, que habían afectado al faraón en el espacio de tres años, le recordaban muy cruelmente que, aunque era hijo del dios encarnado en la tierra, no por eso dejaba de ser un hombre de carne y hueso, un hombre que sufría en la espléndida soledad de un soberano, poderoso, dotado de una familia de número generoso. Muchas veces había vigilado el acondicionamiento de la siringa destinada a su ama­ da, por am or a la cual se levanta el sol16 delante de los promontorios de Meha e Ibchek, el día que la había entronizado como encarna­ ción de Sotis. Las lamentaciones fúnebres las dirigían las grandes lloronas, las hijas de la reina: Merietamun, Henutauy, Bakenmut y Nefertari II. Se supo que Nefertari iba a llegar al ámbito celestial de la estrella, y nada la reemplazaría jamás en la tierra. Durante la preparación de la momia, Ramsés se dejó crecer la barba en signo de gran duelo, al igual que los hijos de la reina: Setherjepeshef el mayor, Setmuia el octavo, Setos el noveno, Meryre el undécimo y Meriatum el decimosexto.

La tumba de la reina Reina y soberana, nadie podía dudarlo, Nefertari se presenta­ ba sola, sin asistencia, ante su destino, en compañía de las formas divinas encargadas de acogerla y juzgarla.

El estilo de la tumba La siringa de Nefertari tomaba la forma general de la de su suegra, la reina viuda, cerca de la cual reposaría. Al igual que esta 316

a. La reina jugando al senet su pasaje por las pruebas. b. Plano y corte de la tumba de Nefertari.

c.

El fénix del eterno retorno.

d. M omia de la reina durante las pruebas del «pasaje», protegida por Isis y Neftis.

última la tumba fue violada y el mobiliario funerario saqueado; la momia fue despedazada por los impíos en busca de oro y un­ güentos preciosos. A principios de siglo la misión italiana reen­ contró la tumba y los pocos vestigios rescatados de los descom­ bros se conservan en el Museo de Turín.17 Si el mobiliario funerario fue saqueado — como se esperaba— y si su contenido es difícil de imaginar en la actualidad, las pinturas de una ex­ traordinaria calidad que cubrían las paredes fueron preservadas, por uno de esos milagros propios de la gesta de Usermaatre, de quien Nefertari fue la bienamada. Constituye la más hermosa y la mejor conservada de las sepulturas del Valle de las Reinas, y pre­ senta en sus paredes las más excepcionales pinturas conocidas de esa época. Ramsés había querido que los despojos de su reina pudieran reposar en el otro universo, también dominado por las estrellas, mientras su «alma» entraba en su residencia celestial: la totalidad de los techos de la tumba recuerdan ese mundo del más allá, ese pasaje hacia la eternidad. En todas partes la soberana es acogida por elegantes formas divinas que rivalizan en nobleza con la re­ presentación de Nefertari. Sin embargo, sus imágenes, estáticas, y los colores nítidos, sin matices, utilizados para pintarlas, con­ trastan con la silueta casi carnal de la reina; en ese corto instante, la pintura decorativa se transforma en un arte realmente inde­ pendiente: las sombras aparecen sobre el cuerpo de la reina con las mejillas ligeramente maquilladas; la transparencia del lino plisado de las largas vestimentas blancas deja percibir un cuerpo modelado que estalla de juventud. Cuando, en el vestíbulo, se la ve mover los peones del juego del senet (= del pasaje), no vemos con quién juega porque lo hace con lo que constituye, en el «pur­ gatorio» que debe atravesar, las pruebas y los elementos nocivos contra los que debe luchar Nefertari — y ganar— para acceder a la felicidad.

La galería inclinada La profunda galería inclinada que da acceso a la cámara fune­ raria no sigue el eje de la antecámara, como en la tumba de Tuya, sino que toma una dirección oblicua. En las paredes de la galería, vemos a la hermosa reina haciendo ofrenda del vino de la ebrie318

a. La reina conducida por Horus, hijo de Isis. b. Nefertari presenta el vino del éxtasis divino, p aia Hathor, pasaje de la m uerte al amor. c. Transform ación por Isis y Neftis de N efertari-O siris en Nefertari-Sol.

Vista general de la cámara funeraria: en prim er plano, los sacerdotes encargados de los ritos, en el fondo dos de los cuatro pilares, adornados del dyed, que velaban sobre la momia y su equipam iento. ▼

c

dad divina, ante la forma femenina de Hathor que se apresta a acogerla en su seno y a hacerla renacer en la vida eterna. Hasta esta última transformación, Nefertari será asistida por Anu­ bis, con aspecto de perro negro, que es a la vez su guía por los meandros del mundo subterráneo, y también el aspecto de la di­ funta en mutación.

La sepultura El segundo nivel (inferior) de la tumba lo constituye la gran sala con cuatro pilares, entre los cuales bajaron el gran ataúd de granito rosa. Al entrar en esa sala, la primera decoración visible, en las caras de los dos primeros pilares, representaba a dos ofi­ ciantes reales en traje sacerdotal, pero con el mechón de pelo al costado propio de los príncipes, y revestidos con piel de guepar­ do. Están listos para acoger a la momia. Sin duda, representaban ese papel los dos hijos mayores de Nefertari, todavía vivos en esa época: Setherjepeshef, el príncipe heredero, y Meriatum, el Sumo Sacerdote de Re en Heliópolis. Una vez cerradas sobre la momia las tapas sucesivas de los sarcófagos, y colocado en su lugar la del ataúd de granito, la suer­ te de la difunta quedaba confiada a los cuatro inmensos signos Dyed, que decoraban totalmente la cara interior de los pilares, los más cercanos al sarcófago. Subiendo la escalera, los oficiantes lie- / garon al primer rellano, y se dirigieron hacia la única pieza lateral de ese nivel, introducida por dos representaciones de Nefertari con la forma de Osiris, con las carnes verdes por los granos de la germinación, pintadas a cada lado del pasaje. Era un Osiris muy especial, en el que se podía descubrir la personalidad velada de la reina en mutación, gracias a la presencia del gran cinturón rojo, de lino encañonado, que adorna todos sus vestidos. Luego los oficiantes pasaron por el ancho vestíbulo donde volvían a apare­ cer las imágenes de la soberana, vestida con sus más bellos ata­ víos, «tomada a su cargo» por las formas divinas y, dirigiéndose hacia la sala de su renacimiento, fueron guiados por las estrellas de cinco puntas del techo.

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Regreso hacia la luz Esta pieza evoca la última etapa del periplo que debía reco­ r r e r Nefertari antes de transformarse del estado de Osiris al del sol. Las bandas de lino que envolvían su momia son presentadas a Ptah, señor de los jubileos y de las reapariciones. Luego hace sacrificio a Tot con cabeza de ibis, presentándole la tablilla del e s crib a , para obtener el dominio de los textos sagrados, mientras que en la misma tablilla la imagen de la rana Hekat le asegurará la perpetua reaparición. Luego, Nefertari ganará el poder sobre los siete años de «va­ cas gordas»,18los siete años de generosa inundación, regularmen­ te renovada y representados en una pared: participará así, como benefactora, en la existencia del país. Finalmente, como conclu­ sión, una extraordinaria imagen simbólica la representa, momiforme y munida de la cabeza verde del carnero, dominada por un espléndido disco rojo, símbolo del sol muerto en renovación.19 Esta alegoría evoca a la vez a Osiris-Sol en letargo, y al futuro sol dispuesto a reconstituirse. Es la traducción pictográfica de la cé­ lebre frase del capítulo 17 del Libro de los Muertos: En cuanto a Osiris, es ayer, en cuanto a Re, es mañana. Última etapa de Nefertari en el mundo transitorio de la muer­ te, ya está pronta para manifestarse en la fuerza solar, al alba de su eternidad.

Aparece Isisnofret

Coincidencia, o fenómeno intencionalmente expresado, entre los años 24 y 30 aparecen, en el Alto Egipto — y según nuestro conocimiento, por primera vez— , la imagen y la mención de Isis­ nofret, acompañada por los miembros más cercanos de su fami­ lia. En una pared de granito de la región de Asuán, una estela rupestre presenta a Ramsés delante de Jnum, señor de la Catara­ ta, acompañado de Isisnofret, que hasta ese momento pertenecía al mundo de las sombras, y de Jaemuese, luego de Bintanat, su hija mayor, del general Ramsés, su hijo mayor y, en la lista de los príncipes, segundo hijo de Usermaatre, y por último del decimo321

tercer hijo y finalmente su sucesor, Mineptah.20 Tal vez, antes de esa época, ocupa un lugar de primer plano en la decoración ofi­ cial de los palacios y templos de Menfis y de Pi-Rameses, lejos de Tebas, pero todavía no ha aparecido ningún vestigio en las rui­ nas, muy removidas, de la prestigiosa capital. Aunque pareciera que a partir de la desaparición de Nefertari se levantó el tabú. Un poco más tarde, volverá a encontrarse otro grupo familiar alrededor del rey y de Isisnofret: así es cómo, en el Dyebel Silsila, se ve representado al faraón haciendo la ofrenda de Maat a Ptah. Delante de él, el sacerdote-seíem Jaemuese. El rey está seguido por Isisnofret y por Bintanat. En el registro inferior, figuran el Escriba real y el general Ramsés, y el decimotercer hijo Mineptah.21 Estas representaciones, sin embargo, son raras y epi­ sódicas. Pero los hijos de Isisnofret le serán fieles, principalmente Jaemuese que le levantará monumentos y exvotos. En Saqqara y cerca del Serapeo, los fragmentos arquitectónicos encontrados22 últimamente permiten suponer que el Sumo Sacerdote de Ptah, Jaemuese, debió dedicar un monumento a su venerada madre Isisnofret.

Un enigma por resolver La reina ausente reaparecía, pues, a partir de la muerte de Ne­ fertari, pero no después de la muerte del hijo mayor de ésta. ¿Por qué se la dejó de lado? Es difícil admitir que una rivalidad, tal vez muy comprensible, entre las dos Grandes Esposas reales haya podido influenciar hasta ese punto a Ramsés, para quien cada una de las opciones públicas, cada uno de sus monumentos, tenía un valor esencial de mensaje. A falta de una mejor comprensión, en todo caso parece seguro la importancia dada desde el comienzo a Nefertari, que le había dado su primer hijo, y no a ese primer hijo, en esa época todavía presunto heredero. Por otra parte, en los títulos otorgados a sus primeros hijos, persiste cierta imprecisión que no permite discer­ nir cuál debe ser considerado como heredero presunto. Pero hay algo cierto, Ramsés, contrariamente a su padre Setos, aparente­ mente nunca designó corregente. Y también pareciera que no se aplicaron disposiciones análo­ gas para el segundo dúo de Grandes Esposas reales, ambas, es 322

verdad, hijas de Usermaatre Setepenre, Bintanat y Merietamun: así es como se las encuentra representadas en estricto paralelo en los dos colosos del rey provenientes del templo de Heracleópolis 23 Si en esa época Isisnofret todavía estaba viva se había con­ vertido en la reina madre.

Un nuevo Sumo Sacerdote de Amón

En el curso de los años, el brillante visir Paser había acumula­ do tareas cada vez más absorbentes, entre su lujosa residencia de Pi-Rameses y sus despachos de Tebas, aunque no por eso aban­ donó la responsabilidad de las necrópolis reales de la orilla iz­ quierda y de sus famosos artesanos. Entre otros, había asumido el culto particular de los colosos reales, imágenes divinas del fa­ raón. f Aliviar de esas tareas demasiado pesadas a tan fiel servidor, mayor que él y de constitución menos fuerte, se había convertido en la mayor preocupación de Usermaatre, que ya tenía cincuenta y dos años. La desaparición del Sumo Sacerdote de Amón, el Pri­ mer Profeta Unennefer, padre de Imeneminet, permitió proponer |- el pontificado al mejor de los visires. Antes de dejar sus funcio­ nes, en el año 27 del reinado, Paser volvió a visitar a todo el equi­ po de obreros de las necrópolis reales, sobre el que siempre había - velado.24 Participó en la última Hermosa fiesta del Valle (la fiesta para el despertar de los muertos) que celebraban bajo su autori­ dad, el segundo mes del verano. Acompañó con devoción a la barca divina durante la procesión, que en su recorrido entró en el Rameseo, y fue depositada en la sala hipóstila. Allí fue recibida por Ramsés, encargado de incensar la nave sagrada de Amón, la Userhat, cuando llegaba para su estadía en el templo jubilar.25 Luego Paser fue al camino que, desde la llanura occidental, al pie del dyebel, conducía a través de un wadi seco hacia al de la Gran Pradera. En la unión con un wadi secundario, el Valle de los Monos (Gabbanat el-Gonsud), llamado todavía Valle del Oeste, eli­ gió, en el flanco de la montaña de caliza, una roca con una su­ perficie que recordaba el marfil viejo pulido, que bordeaba el ca­ mino, e hizo grabar dos cuadros en forma de grafitos, con los que 323

_ En una roca de Asuán: Ramsés, Isisnofret, Jaem uese. El general Ramsés, la princesa Bintanat y el príncipe Mineptah rinden hom enaje a Jonsu, señor de la Catarata.

Gruta del Dyebel Silsila. Ram sés ofrece M aat a Ptah. Está precedido por Jaemuese, seguido de la Gran Esposa real Isisnofret y de la princesa Bintanat; en el registro inferior, el general Ram sés y Mineptah.

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En el curso de la «Hermosa Fiesta del Valle», Ramsés inciensa la barca de Amón seguido por el visir Paser.

a. Paser invoca a H athor de Occidente, que acoge a Ramsés. b. Paser invoca a H athor de Tebas (Sotis), que devuelve la vida a Ramsés. (Grafitos:Tebas oeste)

quería confirmar la protección post mortem acordada a su señor para su morada eterna, sobre la cual no había dejado de trabajar. En una parte, su plegaria por Ramsés se dirigía a la vaca sagrada, símbolo de Hathor, patrona de la necrópolis, la gran madre que recibía al desencamado en su seno, asimilado a la tumba cavada en la montaña, y preparaba de esa manera el nuevo sol que vuel­ ve a formarse en ella. Bajo este aspecto hathórico la cabeza de la vaca está dominada por dos plumas de avestruz con la punta doblada, enmarcando al sol. En la otra parte, Paser, siempre arro­ dillado y rezando, se dirige al mismo animal, pero simbolizando a la diosa a punto de poner al mundo a Ramsés-Sol, renaciendo en el horizonte de Tebas. El bóvido tiene entonces, en su cabeza, las plumas rectas y los altos cuernos de Sotis.26

Asuntos internos: Ramsés hace aplicar el Maat

Para suceder al irremplazable Paser que, con él, había forma­ do su reino, Usermaatre Setepenre llamó a Kahai, entronizado visir del sur y del norte. Fue el comienzo de la época en que la paz más allá de las fronteras y la opulencia consolidada en el país dejaron el campo libre para ciertas codicias detectadas en el com­ portamiento de algunos altos funcionarios, encargados de los bienes acumulados en los templos y en los almacenes reales. En el curso de los años 28-29 del reino, estalló un verdadero escánda­ lo27 en la región occidental de Tebas, denunciado por el muy es­ crupuloso escriba Hatiay. Éste había observado con paciencia el manejo de la esposa de un personaje bastante importante, que sin ninguna razón válida iba a las reservas de un almacén real de la orilla izquierda, para hacer «extracciones». El honesto Hatiay decidió plantear una queja ante el tribunal: «¿Por qué — precisó— visita tan a menudo el almacén del faraón, sin que los controladores sean advertidos?». El tribunal realizó una investigación preliminar, y se vio que la dama era, en efecto, la esposa de un opulento responsable de los almacenes donde se guardaban los bienes de varios templos jubilares (Palacios de Millones de años) de la orilla izquierda. Se sospechó, y luego se descubrió, que ese notable no había resistido 325

la tentación de retirar regularmente «muestras», seleccionadas en ese maná a su cargo. Al tener toda la confianza del visir, había sido promovido a inspector de rebaños en el norte del Delta, don­ de la calidad del ganado era muy apreciada, en razón de la rique­ za de los pastos. La fuente de beneficios era demasiado buena para desaparecer con la salida de su antiguo responsable: la mu­ jer y la hija continuaron con las extracciones... en nombre del que ya no ejercía la responsabilidad del puesto. El faraón, siempre deseoso de ejercer una fuerte vigilancia en todo su territorio, fue alertado en seguida: no era cuestión de ocultarle semejante acción. El asunto se trató muy seriamente, porque si no se reaccionaba rápido y con el mayor rigor ante tales acontecimientos, surgirían otros casos que desestabilizarían el or­ den del país,29 Maat, el equilibrio del que era garante y ^ o r el que sin cesar debía hacer ofrendas al Creador. Por lo tanto, encargó nada menos que al príncipe heredero, Amenhirjopshef converti­ do en Setherjepeshef, rodeado de grandes dignatarios, que presi­ diera la Gran Corte de justicia ante la que fue convocada la poco escrupulosa señora. Entonces empezó el proceso: «Danos la razón por la cual has abierto dos salas del almacén del dominio real, sin que fuera advertido el controlador». Entonces ella contestó: «Los lugares en los que entré estaban controlados por mi marido». Los jueces entonces le replicaron: «Tu marido estaba en el lugar para su administración. Ahora ya no tiene esa función, ha sido nom­ brado en otro puesto: la inspección del ganado en el norte del país. Has cometido un delito». Y así se arregló el problema. La investigación luego reveló que los robos cometidos por las dos mujeres, pero también por el hombre antes de su cambio de puesto, eran considerables: 20.000 celemines de cereales, cuadrú­ pedos entre ellos 30 toros y 10 cabras y luego 30 aves; 30 carros con su equipo, 1.300 trozos de mineral de cobre, 424 vestimentas de lino, 440 sandalias de cuero, jarras de vino diferentes (entre las que debían figurar las elegantes botellas de vino de Chipre). A esos latrocinios se agregaron otros, reprochados al nuevo controlador de los rebaños del Delta, cuando fue llamado a su vez ante el tribunal: «Ve, el mismo faraón envió a un oficial de transporte y dos hombres para detener a tu mujer y a tu hija. Fueron llevadas por un jefe de la Gran 326

Caballeriza de Ramsés [antes del] jubileo, para seguir los términos del do­ presentado al faraón. Así ve que tu mujer ha abierto los almacenes del templo del difunto (el primer) Tutmosis. Ha robado 200 debenes de cobre, 300 rollos de lana? 5 jarras de vino de granada, 10 frascos de cobre, 4 "picos" de cobre y 3 calderos (también) de cobre, (y) los ha depositado en cum ento

tu almacén. (En consecuencia) ha sido detenida y nunca conocerá la libertad...» La mala fe y el cinismo eran naturales en el hombre; pero en presencia de esos indiscutibles latrocinios, contestó con altanería, en un verdadero contraataque digno de figurar en los anales de los procesos actuales. No dudó en jurar ante los asesores y ju­ rados, cuestionando a los mismos guardias, reprochándoles los hurtos de los que él era acusado. Luego proclamó bien alto su inocencia: Jurando por el Señor, ante los magistrados, y diciendo: «Si se encuentra cualquier cosa en los almacenes de mi padre (durante la preparación de) la fiesta,30 pagaré el doble. Si se prueba que lo que falta está en mi poder, ¿se traerán esas sustracciones hoy mismo a las cuatro grandes salas (de justi­ cia)? Pero son los guardias de los bienes del faraón, tanto unos como otros, los que se han apoderado de esos bienes. Hablaré de esto ante el faraón —mi buen señor— cuando haga su aparición en la fiesta del jubileo, porque el año pasado ya me acusaron». (Y entonces) los jueces tomaron en cuenta su declaración y empezaron a interrogar a los guardias por su lado. Por desgracia no se conservó la continuación de los aconteci­ mientos. Pero es probable que el proceso fuera expeditivo, ya que el faraón se ocupaba él mismo de reprimir con fuerza y sin demo­ ra31 la quiebra del buen funcionamiento de una de las institucio­ nes fundamentales de su país. Por cierto, se produjeron numero­ sos arrestos, porque no se puede hacer desaparecer, sin testigos ni cómplices, una enorme cantidad de sacos de cereal, 1.300 blo­ ques de mineral de cobre, toros, etc. El número de arrestos, y la gravedad de las penas, no se limitaron simplemente a los tres miembros de la familia en cuestión.

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Asuntos extranjeros: el comienzo de una amistad

La Alianza con Hatti, sin ninguna duda, procuró a Egipto una estabilidad interior y una seguridad notable en sus relaciones con los países extranjeros: lo que Ramsés se dedicó a mantener con rigor y vigilancia. Se había comprendido que atacar a Egipto se­ ría, al mismo tiempo, provocar la reacción de Hatti, preocupado por hacer honor al tratado y a la palabra dada. ¿Existía una armo­ nía tan idílica entre los dos grandes? Por cierto, menos de lo que se suponía al firmar los acuerdos. En principio los intercambios entre Egipto y Hatti empezaron a manifestarse en el plano co­ mercial; luego, gracias a estos últimos contactos, los hititas no dejaron de recurrir a la ciencia de los egipcios, en los campos en los que sus investigaciones no igualaban a las de ellos. Los prime­ ros en brillar en el país de Hatti fueron los farmacéuticos de las orillas del Nilo con múltiples plantas medicinales. Ninguna tierra podía igualar una producción de lino tan transparente como los maravillosos tejidos egipcios. Ningún orfebre era tan hábil en la creación de joyas tan armoniosas y elegantes como los egipcios. Por contrapartida, Egipto poseía pobres minas de hierro, mien­ tras que la provincia de Kizwatna de donde era originaria la reina Pudujepa, disponía de una industria muy rica. Ese metal le era indispensable al faraón para modernizar sus tropas que, como prevención, debía equipar con sólidas espadas, cascos y armadu­ ras (de torso) capaces de enfrentarse a esos pueblos — los futuros invasores del mar— de los que, por el momento, lo defendían los hititas. También era necesario que Asiría siguiera segura de la gran fuerza del faraón. En lo que concierne a la actitud de los dos antiguos antagonis­ tas, los documentos que subsisten hasta hoy hacen suponer que Usermaatre Setepenre no pudo desprenderse de la arrogancia con que a menudo había tratado a los pequeños Estados de Oriente Próximo. Tuvo que darse cuenta de que su nuevo ad­ versario estaba hecho de la madera de un noble sabio, y que era en vano jugar al más fuerte. Para calmar su arraigado orgullo, ya no tenía a su lado el freno salvador constantemente accionado por la reina madre, ni la dulce presencia de Nefertari que tan bien sabía calmar sus arrebatos. El papel de Hatusil — como el de Pu­ dujepa— fue saber abordar al exaltado faraón, y mostrarle, a ve-

ces con mucha firmeza, la eficacia de la justa medida que debía observar en sus relaciones. El tono de algunas misivas, encontradas en la corresponden­ cia intercambiada por los soberanos, deja entrever precisiones que emanaban de Hatusil, a las que el egipcio respondía con al­ gunos halagos y una profesión de fe,32 para enmascarar sus pasos en falso, visiblemente temeroso de perturbar el buen entendi­ miento; éste es un ejemplo que da el mismo Ramsés: Acabo de enterarme de lo que mi padre me escribe de esta manera. «¿Por qué me escribes, tú, mi hermano, como si no fuera más que uno de tus súbditos?». Me ofendes, hermano mío, cuando escribes «como si no fuera más que uno de tus súbditos». Veamos, has hecho grandes cosas en todas las tierras: eres, con seguridad, el gran rey de las tierras de Hatti. El dios del sol y el dios de la tempestad te han otorgado el sentarte (en el trono) de tu abuelo. ¿Por qué te escribiría como a un súbdito? Recuerda que soy tu herma­ no, tú deberías hablar con palabras calurosas. Así «puedes sentirte bien cada día». Pero, en lugar de eso, pronuncias palabras insensatas que no son dignas de un mensaje.33 De toda su correspondencia surge la gran diferencia de ca­ racteres entre los dos soberanos: el sabio, paciente, pacífico Hatu­ sil, y el arrebatado, tumultuoso, pero también místico y hábil, Ramsés. Sin embargo, con el tiempo y la experiencia común, sa­ brán dar la imagen del entendimiento y la paz.

XIV

JUBILEOS Y PRODIGIOS

El primer jubileo del año 30

En el año 29 de reinado, todo Egipto se preparaba para rendir homenaje al faraón, que iba a cumplir cincuenta y seis años. Su Majestad no mostraba todavía ningún signo que abogara en fa­ vor de la recuperación de sus fuerzas físicas, pero era imperativo celebrar la gran fiesta-sed en ocasión del trigésimo año de reina­ do. No todos los faraones llegaban a él y algunos, en razón de circunstancias todavía no aclaradas, vivieron antes de ese térmi­ no esas muy antiguas festividades. Los ritos de la lejana prehisto­ ria, indispensables para revigorizar al viejo jefe debilitado por los años, se enriquecieron muy pronto con otros móviles. Es verdad que las fiestas del día de Año Nuevo contribuían cada año a man­ tener en el faraón la herencia del influjo divino, que afirmaba el potencial de su poder real. Cuando llegó el momento de la gran fiesta de los treinta años, repetida luego cada tres años, el faraón debía pasar, durante las pruebas, por el estadio de la incorporación total con el dueño de la vida (Osiris), para reinar en el trono de los vivos.1Al igual que para todas las ceremonias vinculadas a ceremonias secretas, los documentos que podrían hacerlas comprender constituyen alu­ siones difíciles de interpretar. Hasta hoy, la reconstitución de la fiesta sigue siendo imposible. Debemos limitamos al análisis de 331

algunas representaciones que han transgredido el mutismo de los sacerdotes, y a partir de las cuales sólo se percibe un pálido reflejo de los acontecimientos. Una de las pocas y mejores alusio­ nes a esas festividades y misterios se conserva en una pared en­ tera de la tumba de Jeruef, contemporáneo de Amenhotep IIP (XVIII dinastía). Más tarde, de la época de Osorcón II (XXII dinas­ tía), en el siglo ix antes de nuestra era, el templo de Bubastis3 aportó ciertas ilustraciones que evocan escenas análogas a las re­ presentadas en la tumba de Jeruef. Esto permite imaginar algu­ nas etapas esenciales del rito mantenido durante cinco siglos, hasta el momento de la fiesta-sed de Ramsés. Para esta ceremonia, Usermaatre Setepenre hizo construir en Pi-Rameses una inmensa sala decorada con fasto. Muy probable­ mente, los relieves que adornaban las paredes de las capillas de alrededor debían de hacer alusión al aspecto general de los miste­ rios; todavía no se los ha encontrado. En todo caso, se sabe que las ceremonias y festividades se preparaban con un año de ade­ lanto, y duraban todo un ciclo del Nilo. Este jubileo (fiesta-sed) debía ser oficialmente «proclamado» por las más importantes au­ toridades sacerdotales del país, relacionadas con ese ritual en es­ pecial, y por el jefe del gobierno. Fueron pues los príncipes Jaemuese, Sumo Sacerdote de Ptah, señor de los jubileos, y Kahai, el nuevo visir, los que anunciaron el acontecimiento. Abarcaba todo el país y si bien las ceremonias religiosas esenciales para User­ maatre se desarrollaron en Pi-Rameses y luego en Menfis, tam­ bién fueron celebradas hasta en Nubia, en los templos de Abu Simbel y de Aksha. «La utilización del milagro», que tan bien sabía utilizar, y que jalona la existencia de Ramsés, volvió a aparecer en ocasión de ese aniversario de los treinta años de reinado: fue un providen­ cial «año de vacas gordas».4 Asi, un escriba ponía en sus notas: Gran inundación para el primer jubileo de Ramsés Meriamón, que aporta el codo (es decir, la decimosexta). Ningún dique puede resistirla: (¡as orillas que retroceden hasta el) dyebel desbordan de peces y caza.

Escenas entrevistas en Pi-Rameses Se ve, en líneas generales, hasta qué punto Hathor, la gran señora, por el seno de la cual deben pasar todos los candidatos a 332

la renovación, representa un papel esencial con Ramsés, al igual üue con su esposa oficial. Muerta Nefertari, debe plantearse una pregunta. ¿Isisnofret, madre de Jaemuese, que ordena el jubileo, fue llamada a representar al lado del rey el papel de Hathor, y B in ta n a t el de Sotis? ¿O bien las segundas Grandes Esposas rea­ les B in ta n a t y Merietamun, representaron las dos diosas que en­ marcan a Su Majestad, en su trono, al comienzo de las festivi­ dades? Ramsés apareció en la puerta de su palacio, y entre su brillan­ te escolta de dignatarios figuraban también los miembros de la tripulación de la barca, porque una parte de las ceremonias debía desarrollarse en el lago de la residencia, principalmente durante la noche. Desde el comienzo se distribuyeron recompensas carga­ das de significación simbólica: figuras de patos y peces en oro y en plata, al igual que pañuelos verdes. Cada uno, ocupando su lugar ritual, fue alimentado con el desayuno del rey; algunos ha­ bían sido designados para remolcar las barcas, día y noche, lleva­ das de esta manera al pie de los escalones del trono. Llegó enton­ ces el momento de las libaciones servidas en el palio real, para que el soberano continúe viviendo, hechas por las hijas de los mentiu, probablemente hijas de los príncipes beduinos o asiáticos; soste­ nían en sus manos vasos de oro y aguamaniles de electro. Bailarines y músicos ejecutaron luego un concierto ritmado, acompañado con especie de pantomimas acrobáticas y bailadas. Se elevaron los cantos en ese día que debe ser exaltado, y los músicos entonaron el himno a Hathor: Ven, habrá para ti júbilo en el crepúsculo y música por la noche. Oh, Hathor, estás exaltada en la cabellera de Re5 porque el cielo te ha dado la profunda noche y las estrellas. ¡Grande es Su Majestad cuando ella está calma! Adoración a la Dorada cuando brilla en el cielo... ¡Oh, Majestad, ven! Ven y protege al rey... Manténlo en salud en el lado izquierdo del cielo. Para que sea feliz, próspero y con buena salud en el horizonte. Cuando el rey, acompañado de la reina, salió del palacio, lle­ vaba el traje corto del jubileo, que dejaba al aire las rodillas. Des­ pués de la ceremonia de amarrar la barca de la noche, el soberano participó en la procesión por el agua, verdadera navegación ri­ tual. Entonces entraron las princesas de la familia real, eran las hijas reales amadas por él, que tocaban sistros con las cantantes de

El faraón con traje jubilar, flanqueado por Hathor y la reina en Sotis.

El rey y la reina saliendo del palacio para ir a las cerem onias jubilares. En el registro inferior: libaciones hechas por las mentiu (hijas de los príncipes extranjeros)

Partida de la pareja real en la barca de la noche. En

el re e is tro inferior: d an zas ritu ales d e las m nipres Hp Ins n asis

A.món. Agrupadas como las hijas de los mentiu, los sistros que te­ nían en la mano estaban dominados por la imagen de una puerta de templo, que simbolizaba mejor que un discurso la salida des­ pués de los ritos, es decir, el pasaje hacia un estado nuevo.6 Todos los oficiantes acompañaron a la pareja real cuando su­ bió a la barca de la noche. Esto debía constituir el comienzo del viaje simbólico, una procesión náutica que debía efectuarse si­ multáneamente con la llegada del Gran Nilo: la inundación (Hapi-aa). Los genios del jubileo fueron transportados en la embarca­ ción. Al alba, la apertura de su boca7 se hizo en la barca solar, acompañada de ofrendas de ganado grande y pequeño.

El rito esencial en Menfis Parece que uno de los capítulos finales de todo el misterio de la gran fiesta jubilar consistía, para el faraón, en la erección del pilar-dyed, emblema por excelencia de Osiris en el momento de su resurrección. La escena debía de desarrollarse al sur de Guiza, en la Shetyt (o Shetayt) del dios Sokar,8 Ramsés, seguido de la Gran Esposa real y de las princesas, del misterioso sacerdote-sefem y del jefe de la casa de los artesanos, iba a proceder él mismo, al alba, a la erección del pilar-dyed: ese pilar representaba el ka (ar­ dores genésicos latentes); también las princesas iban a presentar­ le objetos sagrados adecuados para la renovación por la acción de la bella Hathor:9 A ti, Ka, (he aquí) el sistro (sonoro) para tu cara suave, y el collarmenat, luego el sistro-puerta cuando te levantas, o pilar-dyed augusto, Osiris-Sokar, señor de Shetyt, pilar-dyed de Osiris, el grande, que reside en Shetyt. El canto del coro masculino tenía el fin de ritmar los pasos rituales de los bailarines, mientras que Ramsés, llevando en las manos las cuerdas atadas al gran pilar-dyed, levantaba lentamen­ te el emblema del ciclo cumplido en los cuatro puntos cardinales del mundo organizado. Entonces las dobles puertas del mundo sub­ terráneo estaban abiertas para Osiris-Sokar. Las voces volvían a elevarse:

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El faraón

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La pareja real rrcilxr
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