Radio Sutatenza

November 12, 2017 | Author: Yovatar | Category: Colombia, Latin America, Bogotá, Radio, Leadership & Mentoring
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BOLETÍN CULTURAL Y BIBLIOGRÁFICO

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Un milagro menos Este año no hubo blancas garzas planeando por el valle, ni tampoco pudimos encontrar ese árbol raquítico que alargaba sus ramas a la espera de recibir, como si fuera el arca del diluvio, su último aleteo. Este año no vimos el cielo surcado de vuelos ni el atardecer fue el mismo sin su formación afilada, de flecha, y a las noches les faltaron ese estremecimiento de pájaros al fondo, ni tampoco pudimos escuchar la queja de sus picos alternándose en el silencio, entre chicharras, que repetían cada uno a su modo el desobediente palpitar de las estrellas. Este año no hubo nada que celebrar por el aire, migración magnífica, oleaje de alas, motivo alguno. Este año, María Antonia, el mundo tiene un milagro menos.

RAMÓN COTE BARAIBAR

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C U LT U R A L

j o s é d a r í o u r i b e e s c o ba r Gerente general

Y BIBLIOGRÁFICO

J U N TA D I R E C T I VA

j ua n c a r l o s e c h e v e r ry g a r z ó n Ministro de Hacienda y Crédito Público

c a r l o s g u s tav o c a n o s a n z j ua n j o s é e c h ava r r í a s o t o

BIBLIOTECA LUIS ÁNGEL ARANGO v o l u m e n x lv i • n ú m e r o 8 2 • 2 0 1 2

fernando tenjo galarza c é s a r va l l e j o m e j í a j ua n pa b l o z á r at e p e r d o m o a l b e r t o b o a da o r t i z

hernando bernal alarcón

Secretario Junta Directiva

h e r n a n d o va r g a s h e r r e r a Gerente técnico

gabriel gómez mejía

j o s é t o l o sa b u i t r a g o

Radio Sutatenza: puntos de partida para una historia

3

Radio Sutatenza: un modelo colombiano de industria cultural y educativa

5

Sutatenza: retos y sueños de un proyecto radial

43

La cultura escrita en sociedades campesinas: la experiencia de Radio Sutatenza en el Suroccidente colombiano

69

Promoción de la alfabetización en la frontera de los Llanos: la influencia de Radio Sutatenza y Acción Cultural Popular en el departamento del Meta, 1950 a 1990

93

El Campesino “Un semanario al servicio y en defensa de los campesinos de Colombia”

129

Hilaria: una vida al servicio de una causa

157

RESEÑAS DE LIBROS Índice Filosofía Ciencias políticas Psicoanálisis Periodismo Antropología Educación Ecología Geografía Arte Literatura Poesía Teatro Cuento Narrativa Crítica e interpretación Ensayo Biografía Historia

165 169 170 172 174 175 179 182 184 187 193 200 210 213 219 232 233 241 245

VA R I A La correspondencia de Camilo Torres y Radio Sutatenza, 1962

263

De la B L A A Catalogación de archivos patrimoniales: el caso de Radio Sutatenza

269

Gerente ejecutivo Subgerencias

aura hurtado

j o a q u í n f. b e r na l r a m í r e z Sistemas de pago y operación bancaria

pa m e l a a n d r e a c a r d o z o o r t i z Monetaria y de reservas

jane m. rausch

ángela maría pérez mejía Cultural

néstor plazas bonilla Industrial y de tesorería

l u i s f r a n c i s c o r i va s du e ñ a s General de servicios corporativos

josé arturo rojas m.

jorge hernán toro córdoba Estudios económicos

rocío villegas trujillo Gestión de riesgo operativo

t at i a n a t o r r e s á lva r e z

Auditor general

luis josé orjuela rodríguez m a r g a r i t a g a r r i d o o t oya Directora Red de bibliotecas

B O L E T Í N C U LT U R A L Y BIBLIOGRÁFICO Consejo editorial

m a r g a r i t a g a r r i d o o t oya sa n t i a g o m a d r i ñ á n r e s t r e p o pa b l o r o d r í g u e z j i m é n e z enrique serrano lópez m a r g a r i t a va l e n c i a d e l l e r a s Directora

ángela maría pérez mejía camilo umaña caro Diseño gráfico CANJE Y CORRESPONDENCIA Biblioteca Luis Ángel Arango / Adquisiciones

Cra. 5.a N.o 11-68 [email protected] Teléfono: 343 11 11 A. P. 359461, Bogotá SUSCRIPCIONES

Teléfono: 343 12 60 Diagramación

fernán gonzález

r . & g. d i m i t r ov Impreso por

legis s. a.

z u l m a a b r i l va r g a s

I M A G E N D E P O R TA D A

m a r í a i s a b e l p l ata r o sa s Impreso en Colombia Bogotá, D. C.

ramón cote baraibar

issn 0006-6184

Las opiniones expresadas en este boletín son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Poemas

Aurora López de López, auxiliar de la Escuela Radiofónica núm. 208 de la vereda Honda Arriba, enseña a escribir a su hija Rosalba. Granada (Antioquia).

En este número Radio Sutatenza: puntos de partida para una historia

el 2008 la Biblioteca Luis Ángel Arango empezó a recibir los documentos del archivo de Radio Sutatenza gracias a que Acción Cultural Popular (ACPO) decidió que esta invaluable fuente documental para investigadores debía estar al servicio del público. La campaña de alfabetización rural masiva que entre 1947 y 1994 realizó en el país Radio Sutatenza, fue en realidad una iniciativa pedagógica y de doctrina que se convirtió en una gran industria cultural, pionera en el uso de la multimedia, referente en Latinoamérica, y cuyo archivo ofrece innumerables posibilidades para la investigación histórica. N

E

Lejos de pretender abarcar el significado de lo que esta empresa de educación rural fue para Colombia, este número del Boletín Cultural y Bibliográfico propone algunas aproximaciones para contextualizar dicha iniciativa e invitar a los investigadores a usar el archivo que contiene información muy diversa en diferentes formatos. En este, se encuentran no solo el audio de los programas que transmitió la emisora durante cerca de cincuenta años, también están los guiones que se usaron, la colección completa del periódico El Campesino, los discos de las Escuelas Radiofónicas y las diferentes publicaciones que se hicieron, entre otros documentos. Tal vez uno de los tesoros inesperados es la correspondencia entre los líderes campesinos que impulsaban la alfabetización en sus regiones y los funcionarios de ACPO, quienes les contestaban religiosamente las cartas. En ese intercambio epistolar hay una fuente para la historia cotidiana, de los usos y costumbres, de la forma de hablar y de escribir del campesinado colombiano. La selección de artículos busca ser solo el comienzo de otras investigaciones sobre los múltiples temas que esta historia evoca. El material gráfico que ilustra los artículos pertenece al archivo recibido por la Biblioteca. Aunque enfrentamos grandes dificultades para lograr una precisa identificación de las imágenes, el registro fotográfico que seleccionamos le permitirá al lector evidenciar la magnitud de la labor desarrollada por ACPO en sus cuarenta y siete años de actividad. La Biblioteca Luis Ángel Arango agradece a Germán Vallejo su empeño en hacer posible la donación del archivo y a todas las personas que lo custodiaron durante años y lo organizaron; gracias a todos ellos llega intacto a nosotros. Hilaria Gutiérrez, líder campesina que cuando todos se fueron se quedó al frente del archivo y quien ayudó a su entrega, es una de ellas. Su historia cierra este número del Boletín, porque ella, mejor que nadie, es fiel testimonio de lo que significó Radio Sutatenza para los campesinos colombianos.

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Radio Sutatenza: un modelo colombiano de industria cultural y educativa H E R NA N D O B E R NA L A L A R C Ó N *

R A D I O S U TAT E N Z A Y SU CONTEXTO ORGANIZACIONAL fundación Acción Cultural Popular (ACPO), en un tiempo más conocida como Radio Sutatenza, fue una experiencia de innovación educativa orientada especialmente a los adultos campesinos de Colombia, bajo el concepto y la metodología de “las Escuelas Radiofónicas”, que funcionó desde 1947 hasta 1994, año en el cual murió su fundador monseñor José Joaquín Salcedo Guarín. Durante los 47 años de actividad utilizó la radiodifusión, el periodismo y diferentes metodologías de comunicación interpersonal y grupal para favorecer el conocimiento del alfabeto, del cálculo matemático básico, de las nociones necesarias para el fortalecimiento de la salud individual y familiar y la prevención de enfermedades, del aprendizaje de diferentes técnicas de producción agropecuaria orientadas al mejoramiento de la economía campesina y, por último, del desarrollo de valores, prácticas y comportamientos cívicos y religiosos aplicables en la organización familiar y comunitaria.

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El periodo comprendido entre 1947 y 1968 fue la etapa de crecimiento y expansión, que contó con el apoyo decidido de los párrocos rurales y de las autoridades civiles en el ámbito nacional, departamental y local. Entre 1968 y 1994 logró promover la Educación Fundamental Integral (EFI) en la totalidad del territorio nacional, mediante la instalación de emisoras ubicadas en Sutatenza, Belencito, Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Magangué; contó, además, con la Editorial Andes como empresa de avanzada en las artes gráficas para la producción de los materiales educativos, los cuales incluían el semanario El Campesino, las cartillas, los libros de la biblioteca popular y demás impresos, a lo que se sumó una organización pedagógica y de difusión cultural por medio de la operación de los institutos para formación de dirigentes y líderes, así como de educadores y promotores campesinos y el establecimiento de oficinas regionales. Esta tarea la realizó ACPO en coordinación con múltiples agencias del Estado y de la sociedad civil, como la Caja Agraria, el ICA, la Acción Comunal, la Federación Nacional de Cafeteros y con el apoyo del Ministerio de Educación a través de contratos de prestación de servicios para la instrucción de los adultos. A partir de esa época, y

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Página anterior: Escuela Radiofónica, 1953.

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Colombia. Sociólogo de la Universidad Javeriana, Ms Sociology of Development, University of Wisconsin. Su trayectoria profesional y laboral lo ha posicionado como un referente fundamental en la historia y conocimiento del proyecto de Acción Cultural Popular. Se desempeñó al interior de la organización como director del Departamento de Investigaciones, director del Departamento de Planeación y director de la Oficina de Relaciones Internacionales (1962-1982), época en la cual investigó y escribió sobre el uso de medios de comunicación social en programas de Cambio Social y Desarrollo Humano. En esta oportunidad fue miembro del gabinete de la Dirección General y apoyó al director fundador de ACPO, monseñor José Joaquín Salcedo en las actividades de diseño, presentación, seguimiento y evaluación de los continúa

Selección de materiales de la Biblioteca del Campesino.

Servicios de ACPO en el país.

proyectos en el ámbito nacional e internacional. Igualmente, ha ocupado cargos significativos en la administración de la educación pública en Colombia. Se resalta la dirección general del Icfes entre 1985-1986. Ha colaborado, además, como consultor de diferentes programas de desarrollo social y de manejo del conflicto en diferentes países latinoamericanos, trabajando con gobiernos e instituciones de fomento como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, la AID, la Unesco y la Organización de Estados Iberoamericanos. Es asesor de varias instituciones de educación superior y desde 1993 de la Asociación Colombiana de Universidades (ASCUN). Es autor y coeditor de varias publicaciones.

Muestra de la Biblioteca del Campesino en Sutatenza. Durante los años en que funcionó ACPO, se distribuyeron 4.430.139 ejemplares de los noventa y siete títulos editados.

debido a los conflictos con dirigentes políticos, religiosos e industriales, comenzó su decadencia, que tuvo como resultado la venta de la red de emisoras al sector comercial de los medios de comunicación y de las instalaciones de la Editorial Andes hacia finales de la década de los años ochenta. El contenido educativo de ACPO se resume en las cinco nociones básicas de la educación fundamental integral: alfabeto, número, salud, economía y trabajo, más espiritualidad, las cuales se difundían con la ayuda de los siguientes elementos de acción: clases radiales, cartillas, libros de la biblioteca, cursos de extensión,

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Directivos y trabajadores de ACPO en la quinta campestre donde funcionan las oficinas principales y los estudios de Radio Sutatenza en Barranquilla.

Centro de lectura y escritura en Cali.

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Mosaico de los primeros instructores del Instituto Campesino, 1954.

Margarita Majoré, una de los ochenta indígenas alfabetizados en la Escuela Radiofónica núm. 14, en Nutibara, Frontino (Antioquia), hace una demostración de los conocimientos adquiridos. Fotografía de Hernando Chaves H.

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Primer auxiliar inmediato.

Marcela, hija del ministro de Educación, Pedro Gómez Valderrama, aparece deletreando en una de las cinco cartillas de ACPO.

correspondencia, institutos campesinos, y se reforzaban mediante la organización local de las Escuelas Radiofónicas, con la participación de auxiliares inmediatos como apoyo a los maestros radiales en cada una de las Escuelas Radiofónicas y a través de la acción y asistencia técnica de dirigentes y líderes campesinos en las diferentes localidades. El objetivo de la educación dirigida a los adultos campesinos, además del desarrollo de las competencias personales de aprendizaje, estaba orientado a la puesta en práctica de comportamientos sociales que promovieran la transformación de las condiciones de vida y a obtener el bienestar personal, familiar y social. Por dicha razón, el conjunto de conocimientos se complementaba por campañas permanentes de mejoramiento de la nutrición y de la vivienda, de conservación del suelo y defensa de los recursos naturales, de incremento de la productividad de la economía campesina mediante mejores prácticas agropecuarias y el desarrollo de actitudes de trabajo en equipo y el favorecimiento de la recreación mediante el deporte; a lo anterior se agregaba la participación cívica a través de la creación de grupos de acción comunitaria y cooperativa. Con esta metodología de educación de adultos consistente en la convergencia de contenidos fundamentales aplicables al mejoramiento de las condiciones de vida de los campesinos EFI y del uso combinado de medios de comunicación (radio, periódico, impresos, discos y grabaciones) reforzados por comunicación interpersonal (correspondencia y auxiliares inmediatos) y por eventos grupales (Escuelas Radiofónicas, cursos de extensión, reuniones de auxiliares, institutos de formación y acción de líderes de extensión) se logró influir de manera directa en la vida de más de cuatro millones de campesinos colombianos.

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Helicóptero para la distribución de materiales educativos de las Escuelas Radiofónicas.

Reunión general de líderes de la educación campesina zona 1 en Sutatenza, 1976.

La innovación de ACPO no fue utilizar la radio para la educación, sino haberla complementado con una serie de mecanismos o elementos de apoyo educativo, entre los cuales el más sobresaliente fue la actividad de los miles de auxiliares inmediatos, voluntarios de la cultura, y deseosos de ayudar a los campesinos adultos a aprender por medio del simple seguimiento de las orientaciones que recibían del profesor que hablaba por la radio.

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El auxiliar de la escuela núm. 1 y representante parroquial en los días de vacantes enseñando a un alumno.

Materiales en diversos formatos utilizados por ACPO para impartir su enseñanza.

En cuanto a los servicios que ACPO prestó durante los 47 años de funcionamiento se hizo, en 1992, al final de la vida activa de la Institución, un resumen que se sintetiza en los siguientes datos1: • Se distribuyeron 6.453.937 cartillas de Educación Fundamental Integral en 955 municipios del país. • El periódico El Campesino editó 1.635 números consecutivos para un total de 75.749.539 de ejemplares. • Se respondieron 1.229.552 cartas provenientes de los alumnos y oyentes de las emisoras y de los lectores del periódico. • Se formaron 20.039 alumnos en el primer curso de los Institutos para Dirigentes Campesinos, de los cuales 3.521 realizaron el segundo curso de formación para líderes. • Se ejecutaron 4.365 cursos de extensión en 687 municipios del país. • Las emisoras de la cadena de Radio Sutatenza transmitieron programas durante un total de 1.489.935 horas. • Se repartieron 690.000 discos del sistema Discoestudio en conjunto con 170.000 cartillas, las cuales se hicieron llegar a 687 localidades.

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1. Tomados de un informe presentado al Gobierno Nacional por parte del doctor Luis Alejandro Salas, director de la División Cultural de ACPO y por Aurora Prieto, secretaria de la Dirección General.

Aprendizaje a través de Disco Estudio, curso básico de lectura y escritura.

Niños de las escuelas de Pasca (Cundinamarca) forman parte del programa realizado con motivo del Día de la Raza.

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Instituto Campesino Femenino para la formación de auxiliares parroquiales (vista externa del edificio y comedor), Sutatenza.

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Campesinos antioqueños que asisten al Congreso Campesino en Bogotá.

ACPO, como industria cultural, llegó a tener más de 1.200 funcionarios en sus diferentes empresas, en el ámbito central y regional, a saber: la Dirección General, integrada además por las Oficinas de Planeación y la de Relaciones Internacionales; la División Cultural, a cargo de la gestión educativa con sus secciones de profesorado, promoción, correspondencia, estadística; los institutos de formación campesina en Sutatenza (Boyacá) y Caldas (Antioquia) y las oficinas regionales; la red de emisoras de Radio Sutatenza con cinco centros en diferentes capitales del país; el periódico El Campesino; la Editora 2000 para la producción de los libros de la Biblioteca del Campesino y la Editorial Andes, con una empresa anexa para la impresión del Discoestudio y otros materiales. Contó con voluntarios de la cultura en más del 90% de los municipios del país, pues los representantes locales de Escuelas Radiofónicas y los auxiliares inmediatos actuaban sin retribución pecuniaria. Diferentes instituciones internacionales apoyaron la labor de ACPO. En el desarrollo de los contenidos de la EFI y en la producción de las cartillas recibió la asistencia

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Fiesta de la Cultura de las Escuelas Radiofónicas de ACPO en San Vicente de Chucurí (Santander).

Dossing Gottfried, director general de la Obra episcopal de la Iglesia católica alemana para la cooperación al desarrollo (Misereor) en compañía de alumnos de los institutos campesinos de ACPO en Sutatenza, 5 de noviembre de 1971.

de la Unesco a través de educadores, miembros de la Congregación de Hermanos Cristianos, enviados desde Francia. Estos mismos educadores apoyaron la creación de institutos campesinos ubicados en Sutatenza (Boyacá) y Caldas (Antioquia) para la formación de dirigentes y líderes campesinos. En el diseño, instalación y mantenimiento de la red de emisoras, recibió la asistencia técnica de la empresa Philips y del gobierno holandés, lo mismo que de la compañía RCA de los Estados Unidos. Para la financiación de la estructura de artes gráficas contó con el apoyo del gobierno y de la iglesia alemana a través de sus agencias de cooperación

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Afiche de la campaña Un libro por un huevo. A cambio de un huevo los campesinos recibían de ACPO un libro de la Biblioteca del Campesino.

internacional. De las agencias católicas alemanas Misereor y Adveniat, principalmente, lo mismo que en forma complementaria de Cebemo de Holanda, de Secours Catholique de Bélgica y de Catholic Relief Services de los Estados Unidos recibió apoyo para las becas completas (educación y manutención) que se otorgaron a 20.000 jóvenes campesinos que se formaron en los institutos campesinos y para los cursos de formación de expertos en educación radiofónica provenientes de trece países latinoamericanos: México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina. ACPO, además, participó como entidad implementadora en diferentes programas del Gobierno Nacional de Colombia financiados con recursos internacionales provenientes del Banco Mundial y del BID, como fue el caso de las Concentraciones de Desarrollo Rural. El interés de agencias de las Naciones Unidas y de diferentes organizaciones internacionales por conocer y evaluar el modelo de educación de adultos para el desarrollo rural puesto en funcionamiento por ACPO llevó a la realización de diversos estudios y a la publicación de varios documentos. Entre ellos cabe mencionar:

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En los primeros años de funcionamiento de ACPO la Unesco patrocinó una evaluación orientada a medir el impacto en la economía campesina de la educación radiofónica a través de las campañas de mejoramiento de la vivienda y del suelo2. El Banco Mundial promovió en la década de los setenta varios estudios de caso sobre experiencias relevantes de desarrollo rural, dirigidos en especial a sintetizar las lecciones aprendidas y a detectar las mejores prácticas de proyectos de desarrollo social. Escogió dos instituciones colombianas como paradigmáticas de dichas realizaciones: el Sena y ACPO3. Hacia finales de los años ochenta la AID de los Estados Unidos patrocinó diferentes estudios sobre innovaciones educativas relevantes. Al efecto financió un proyecto de evaluación intensiva realizado por el Learning Systems Institute de Florida State University, en el cual se analizó en detalle el modelo del uso combinado de medios de comunicación utilizado por ACPO y se detectó su incidencia en la transformación de las condiciones de vida de los campesinos4. Dado que el apoyo de la Iglesia y del gobierno alemán fue tan intenso e influyente en el desarrollo del modelo de ACPO y de sus actividades de formación de líderes campesinos, dicho gobierno resolvió patrocinar, a través de sus agencias de desarrollo, una evaluación crítica que cubría no solo los aspectos educativos, sino de manera muy especial los procesos organizacionales y los impactos de la orientación de la institución hacia los problemas del desarrollo5. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) patrocinó un estudio de evaluación orientado a verificar el impacto de ACPO en el desarrollo rural, con motivo de la participación de la entidad en el programa de las Concentraciones de Desarrollo Rural6. Aunque no directamente patrocinado por la FAO, pero dentro del modelo de educación y comunicación utilizado por dicha entidad, se realizó un análisis sumativo y comparativo de la influencia de ACPO en el desarrollo rural, cuando ya habían concluido las tareas de la entidad por parte de expertos que trabajaron en forma intensa en el mundo como funcionarios de esta entidad de las Naciones Unidas7.

JOSÉ JOAQUÍN SALCEDO GUARÍN Y LA CONSTRUCCIÓN DEL MODELO D E L A I N D U S T R I A C U LT U R A L La construcción y expansión del modelo de las Escuelas Radiofónicas como práctica pedagógica y de su funcionamiento como industria cultural se debió a la mente, capacidad de trabajo, constancia y dedicación de monseñor José Joaquín Salcedo. Él, como persona, fue un notable líder social reconocido en el mundo y, como gestor, fue además capaz de convocar un equipo humano múltiple y variado, con alto sentido de dedicación para la puesta en funcionamiento del modelo y para concretar en forma práctica la conjunción de una idea de desarrollo del potencial humano con una estructura operativa de avanzada y eficiente gestión empresarial. Es decir: Salcedo fue una persona y un equipo, y como tal no solo fue reconocido de manera amplia y apoyado, sino también en cierta forma temido y vituperado. Este parece ser el sino de los grandes líderes.

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2. S. Ferrer Martín, Muestra piloto de las Escuelas Radiofónicas Rurales, Unesco, 19581959, edición restringida publicada por ACPO; Departamento de Sociología, noviembre de 1967, 38 págs. S. Ferrer Martín, Acción Cultural Popular, Escuelas Radiofónicas de Sutatenza, estudio y evaluación de la obra, Bogotá, 1959 (informe no publicado). 3. Consúltense los siguientes documentos: Stephan Brumberg, “Colombia: A Multimedia Rural Education Program”, en Ahmed Manzoor, Philip. H. Coombs, Education for Rural Development. Case Studies for Planners, Nueva York, Washington, Londres, Praeger Publishers, 1975, 660 págs. Los estudios de caso señalados, y otros adicionales que los autores consideraron menores, dieron lugar a tres grandes publicaciones, que se citan en su versión en inglés: New Paths to Learning for Rural Children and Youth, preparado para el Unicef por International Council for Educational Development, 1973, 134 págs. Attacking Rural Poverty. How, Nonformal Education Can Help, una publicación del Banco Mundial, 1974, 292 págs. y Education for Rural Development. Case Studies for Planners, preparado para el Banco Mundial y Unicef, 1975, 661 págs. El estudio de caso fue analizado en profundidad por la Unesco en el documento: R. G. Havelock y A. M. Huberman, Solving Educational Problems. The Theory and Reality of Innovation in Developing Countries, Unesco, International Bureau of Education, Studies and Surveys in Comparative Education, París, 1977, 308 págs. 4. Robert M. Morgan, Liliana Muhlman y Paul H. Masoner, Evaluación de sistemas de comunicación educativa. Evaluación de un sistema de educación no formal a nivel nacional, Serie Educación Fundamental Integral 5, Bogotá, Editorial Andes, 1980, 300 págs. Véase también como estudios realizados con el apoyo de universidades estadounidenses: William G. Rhoads, et ál., Use of Radiophonic Teaching in Fundamental Education, The Roper Public Opinion Research Center, William College. continúa

Padre José Joaquín Salcedo Guarín.

Equipo de transmisión utilizado por José Joaquín Salcedo, Museo de Radio Sutatenza, 2012.

Equipos de transmisión que se conservan en el Museo de Radio Sutatenza, 2012.

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En el centro monseñor Augusto Trujillo Arango, arzobispo de Tunja, a la derecha José Joaquín Salcedo.

Salcedo nace el 8 de diciembre de 1921 en el municipio de Corrales (Boyacá). Es ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1947 y por mandato de su obispo, monseñor Crisanto Luque, se desplaza el 23 de agosto del mismo año a Sutatenza (Boyacá) para servir como asistente pastoral del párroco. A partir de ese momento el calendario de sus actividades personales se confunde con el de Acción Cultural Popular (ACPO), la obra que fundó en compañía de los campesinos de la región del Valle de Tenza. En la primera etapa la actividad se concentra en dicha región, donde convoca a los párrocos y a los campesinos, y hace la primera experimentación del modelo de las Escuelas Radiofónicas, tanto en el municipio de Tibirita, como en el mismo Sutatenza, con el apoyo decidido de José Ramón Sabogal, párroco de esa localidad, y quien posteriormente fuera subdirector general de ACPO. El 28 de septiembre de 1947 se realiza la primera transmisión cultural utilizando un radio pequeño de 100 vatios8. En 1949 se instala el segundo transmisor (de 250 vatios) y se aumenta el número de receptores utilizados por los campesinos; en septiembre se inauguran de manera oficial las Escuelas Radiofónicas por el Gobierno Nacional y el presidente de la República Mariano Ospina Pérez dirige una alocución a los campesinos de Colombia; en octubre Acción Cultural Popular obtiene Personería Jurídica Civil por Resolución núm. 260 del Ministerio de Justicia. En noviembre del mismo año Salcedo va a los Estados Unidos, y además de exponer ante las Naciones Unidas la importancia de la radiodifusión como medio para educar y alfabetizar al campesino, contrata con la General Electric la construcción de un transmisor modelo HT-1-A de 1.000 vatios y busca colaboración a fin de obtener materiales educativos para las Escuelas Radiofónicas. Luego, contrata con Holanda la construcción de un equipo transmisor de 25.000 vatios y la fabricación de 5.000 receptores de diseño especial destinados a las Escuelas Radiofónicas.

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Cooperative Research Project núm. 1.648, mayo de 1963; hermana Vincent Marie Primrose, A Study of the Effectiveness of the Educational Program of the Radiophonic Schools of Sutatenza on the Life of the Colombian Peasant Farmer (tesis doctoral), Saint Louis University, 1965; y Hernando Bernal Alarcón, “Effectiveness of the Radio Schools of Acción Cultural Popular of Colombia in Promoting the Adoption of Innovations”, The University of Wisconsin, 1967, 83 págs. 5. Véase al efecto: Stefan A. Musto et ál., Los medios de comunicación social al servicio del desarrollo rural. Análisis de la eficiencia de Acción Cultural Popular. Radio Sutatenza (Colombia), prólogo y glosas de Acción Cultural Popular (ACPO), Bogotá, Editorial Andes, 1971, 238 págs. Véase también Stefan A. Musto, Escuelas Radiofónicas. Modernización. Innovatividad y grado de desarrollo regional. Síntesis y comentario introductorio de los hallazgos de la investigación del Instituto Alemán para el Desarrollo sobre Acción Cultural Popular (ACPO): documento de Trabajo núm. 11, febrero de 1970, 32 págs. 6. Al respecto véase Eduardo Vélez, Carlos Rojas y otros, Evaluación de Acción Cultural Popular, informe a solicitud del BID, preparado por continúa

Inauguración de la sede de Acción Cultural Popular, del primer transmisor de un kilovatio y de los estudios. El acto contó con la presencia de Gustavo Rojas Pinilla, julio de 1950.

el Instituto SER de Investigaciones, Bogotá, 9 de abril de 1985, 194 págs. (más anexos). 7. Véase Colin Fraser y Sonia Restrepo Estrada, Communicating for Development. Human Change for Survival, Londres, Nueva York, I. B. Tauris Publishers, 1998, 294 págs. 8. Los datos históricos que se adjuntan en esta parte del documento se tomaron de la recopilación histórica de ACPO que realizó el profesor Lázaro Jiménez, quien actuaba como director de la Oficina de Estadísticas de ACPO. Fueron consultados y corregidos por el doctor Luis Alejandro Salas, M. D., quien fuera director de la División Cultural y por Flor de Suescún, directora de las Oficinas Regionales.

Central de Servicios de ACPO, Bogotá.

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Doña Luz Celina de Gómez en una clase en la Escuela Radiofónica de la familia Gómez García de la vereda La Bonita en Gómez Plata (Antioquia).

En 1950 se instala el tercer transmisor (1.000 vatios) modelo HT-1-A y la planta Diesel de 220 voltios; se inaugura en la población de Sutatenza el edificio de Acción Cultural Popular y los nuevos estudios de Radio Sutatenza en la denominada Casa Rectoral. La obra de ACPO se extiende a varios departamentos del país. A partir de estos primeros tres años, se entra en una segunda etapa de consolidación del modelo de educación a distancia a través de la radio, en la cual se pueden señalar los siguientes hechos: en 1951 se intensifica la campaña de alfabetización radial, con la distribución de la cartilla de lectura Leamos y escribamos, suministrada por el Ministerio de Educación Nacional. En 1952 se inauguran los nuevos transmisores de 25.000 vatios de Radio Sutatenza. En 1953 ACPO recibe asistencia técnica de la Unesco compuesta por los expertos doctor Adischesha, el hermano Idinael, experto en textos escolares y el hermano Fulgencio, técnico en ilustraciones de textos. Esta asistencia técnica se prolonga hasta 1957 y en ella se concreta la preparación y validación de la primera cartilla de lectura y el diseño de las láminas de lectura, escritura y aritmética. Los servicios de extensión de ACPO comienzan en 1954 por medio de los cursos campesinos, dictados en las veredas y campos por expertos en el medio rural. También se inicia la construcción del edificio de la Central de Servicios de ACPO en Bogotá (carrera 39 N.o 15-11). Se inaugura la emisora Radio Belencito, en Belencito (Boyacá), primera filial de Radio Sutatenza; se da comienzo a los cursos del Instituto de formación de líderes campesinos en Sutatenza, bajo la dirección de los Hermanos Cristianos de La Salle, y se legaliza el contrato con la compañía Philips de Holanda para la importación de 30.000 receptores destinados a las Escuelas Radiofónicas.

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Sutatenza (Boyacá) en los años cincuenta.

En el siguiente año, 1955, se instalan las nueve primeras oficinas seccionales de ACPO en diferentes ciudades de Colombia; se inician clases de las Escuelas Radiofónicas en los centros de Instrucción Militar del país, por convenio entre ACPO y el entonces Ministerio de Guerra; se hace entrega a los campesinos de Colombia de la primera edición de la cartilla experimental de Lectura de ACPO (3.000 ejemplares); el Gobierno Nacional aprueba el Plan de estudios de las Escuelas Radiofónicas por resolución núm. 2327; se inaugura la emisora Radio Sutatenza en Bogotá, segunda filial de Radio Sutatenza; se inaugura en Bogotá el edificio de la Central de Servicios con los talleres de imprenta, mecánica y radio, e inicia labores la Empresa Editorial de ACPO (Editorial Andes). En 1956 comienza las tareas de formación el Instituto Campesino Femenino de Sutatenza, bajo la dirección de las Hermanas de San Antonio de Padua, de nacionalidad Argentina; se inicia en Bogotá la construcción del edificio de ACPO, llamado cardenal Luque; se edita e imprime la segunda edición de la cartilla de Lectura de ACPO (250.000 ejemplares). En 1957 se trasladan las oficinas de ACPO del edificio de la Caja Colombiana de Ahorros al edificio cardenal Luque. En 1958 la Unesco, a petición del gobierno de Colombia, destaca el experto S. Ferrer Martín para realizar una evaluación de la labor e influencia de las Escuelas Radiofónicas. La misión se desarrolló entre el 14 de junio de 1955 y el 7 de junio de 1959. En el informe se lee: “[...] los resultados

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Sede de Editorial Andes.

obtenidos por las Escuelas Radiofónicas son apreciables en alfabetización, y mucho más importantes los obtenidos como consecuencia de la labor realizada para elevar el nivel de vida del campesino [...]”. Aparece la primera entrega del semanario El Campesino, que encontró una enorme acogida por corresponder a las necesidades prácticas del pueblo rural; primer periódico de su clase en América Latina y primero de su género en circulación en Colombia. En 1958 se realiza en la población de Sutatenza el Primer Seminario de Estudios sobre Problemas Rurales —Organización Campesina y Educación— con asistencia del presidente de la república Alberto Lleras Camargo; se suscribe contrato de servicios entre el gobierno de Colombia y ACPO, en el que la Institución se compromete a prestar servicios en la educación integral y fundamental del pueblo, de preferencia en la educación campesina, y que proporcionaría recursos para la siguiente etapa de desarrollo de ACPO. La tercera etapa, de consolidación y difusión del modelo de empresa cultural de ACPO, inicia a partir de 1959; año en el cual se inician los estudios sobre las cinco nociones de la Educación Fundamental Integral (EFI) que más tarde se concretarían en la publicación de las cinco Cartillas básicas para el pueblo colombiano. El año 1960 fue de expansión de infraestructura, se amplían los equipos de transmisión

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Mario López Cárdenas, vendedor de periódicos en Magangué (Bolívar).

radial con la inauguración de los nuevos estudios de Radio Sutatenza, de los nuevos transmisores de 50 y 10 kW y de la planta eléctrica de 380 kW. En 1961 llegan al país los primeros 10.000 receptores transistorizados, procedentes de la casa Philips y para uso de las Escuelas Radiofónicas y se inaugura la prensa de discos de ACPO, nuevo elemento de acción de la industria cultural. El siguiente año se entregan gratis a los estudiantes de las Escuelas Radiofónicas las primeras 500.000 cartillas de las cinco nociones básicas (100.000 de cada una); Salud, Alfabeto, Número, Economía y Trabajo y Espiritualidad en ceremonia presidida por el presidente de la república Alberto Lleras Camargo; se inicia el curso especial de cinco meses en el Instituto Masculino de Sutatenza, para 71 ex alumnos del mismo, con el fin de preparar grupos selectos de líderes de Escuelas Radiofónicas que después se distribuirían en el país con misión especial de servir a la Educación Fundamental Integral de los campesinos, además, se inaugura en el municipio de Caldas (Antioquia) el Instituto Campesino Masculino de ACPO para la formación de dirigentes campesinos, con una promoción inicial de cincuenta jóvenes. En 1963 se inició el servicio de líderes en las zonas rurales de setenta municipios del país; llegaron a Bogotá los primeros radiorreceptores transistorizados japoneses, marca Toshiba. El contrato fue de 100.000, en una operación financiera realizada [24]

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Viaje a instalar las primeras Escuelas Radiofónicas de Sutatenza (1948-1949).

Una de las primeras Escuelas Radiofónicas de Sutatenza (1948-1949).

en conjunto con la Federación Nacional de Cafeteros; entró en servicio la Emisora Radio Sutatenza en Medellín, tercera filial de Radio Sutatenza (590 kW) (HRZ – 10.000 vatios) bajo el auspicio económico de la Fundación Pro-bienestar Social de Medellín (Antioquia). En Bogotá tuvo lugar el Primer Congreso Latinoamericano de Escuelas Radiofónicas, con 170 delegados y 44 observadores de veintidós países. Como producto de esta reunión, surge la fundación de la Confederación Latinoamericana de Educación Fundamental Integral (COLEFI) y se crea el Instituto Latinoamericano de Comunicación de Masas.

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Oyente de Radio Sutatenza.

En 1964 se inició la Cruzada Cultural Campesina, misión de evaluación y de recopilación de información, en la cual el equipo de profesores de ACPO recorrió los campos de 120 municipios en distintas zonas del territorio nacional a fin de apreciar la efectividad de la acción y recoger información útil que orientara el trabajo institucional. Además, en el campo internacional se dictó el primer curso de expertos en la Dirección, uso y manejo de los medios modernos de comunicación social para su formación como líderes de América Latina, especializados en educación fundamental integral, en el Instituto Latinoamericano de Comunicación de Masas; y la Universidad de Fordham de Estados Unidos hizo público reconocimiento del mérito de ACPO y de sus emisoras de Radio Sutatenza. En 1965 se inició el curso especial para líderes regionales. Fue un tercer curso de diez meses para una primera promoción de directivos de la actividad cultural, seleccionados entre quienes hicieron los dos cursos anteriores y actuaron como líderes en zonas rurales. El objeto era prepararlos para asumir las funciones de dirección y administración de la empresa cultural, con el fin de crear una segunda generación de relevo en el manejo de la misma en manos de los propios campesinos. Además, se lanza el programa de los cien libros de la Biblioteca del campesino en acto presidido por el Embajador de Alemania Oster Mann van Roth, en Sutatenza (Boyacá), con el objeto de propiciar la lectura en las áreas rurales mediante la comercialización por sistema de trueque en lo que se conoció como Un libro por un huevo.

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Radio de las Escuelas Radiofónicas.

En 1966 se inició la Organización Regional de ACPO en veinte ciudades para el cubrimiento de todas las regiones del país mediante equipos integrados por una secretaria regional, un líder regional y un equipo de líderes locales. Este se consideró un paso definitivo en la entrega del manejo de la empresa cultural a sus propios beneficiarios, lo que desató movimientos contra dicha medida, en especial en el sector eclesiástico. En el ámbito internacional el gobierno de Alemania se vinculó al Proyecto Educacional de la Operación Antioquia, referente al Instituto Campesino de Caldas (Antioquia), en acto realizado en Medellín y presidido por el embajador alemán señor Oster Mann van Roth. Del mismo modo, se recibió la visita a ACPO Central de Servicios e Instalaciones de Radio Sutatenza en Bogotá de los presidentes de Chile y Venezuela, Eduardo Frei Montalva y Raúl Leoni, respectivamente. En 1967 se inició la campaña de san Isidro Agricultor como símbolo del hombre nuevo del campo latinoamericano. Se hizo hincapié en la necesidad de incorporar la ciencia, lo mismo que la adopción de innovaciones tecnológicas para la transformación del agro. Se inauguró el monumento a san Isidro en el municipio de Sutatenza, que fue esculpido por el maestro Luis Alberto Acuña. En dicha efeméride se reunieron en la población de Sutatenza altos dignatarios de las religiones anglicana, judía y católica, con el objeto de acentuar el papel ecuménico de las religiones en la promoción del desarrollo del campesino latinoamericano.

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El papa Pablo VI bendice la nueva Central de transmisiones del sistema de radiodifusión de ACPO en Mosquera y la ofrece a los campesinos para su educación.

Con esto se llegó al año 1968 que señala el ingreso de ACPO a su quinta etapa de madurez y gran desarrollo como modelo de industria cultural. El 23 de agosto se realizó el Encuentro campesino con el papa Pablo VI en el campo San José en Mosquera (Cundinamarca) y salieron al aire, como recuerdo de la primera visita de un papa a Latinoamérica, las cinco emisoras del Sistema de Radio Sutatenza con una potencia de más de 750 kW; las cuales fueron en parte financiadas por el gobierno y la iglesia de Alemania, en conjunto con el patrocinio de otras entidades europeas y estadounidenses. El modelo de industria cultural quedó configurado del todo a partir de esta fecha y comenzó a rendir frutos inmensos en beneficio de la cultura y la paz del pueblo campesino. Fueron veintiún años de construcción e integración de elementos y componentes culturales, tanto de carácter conceptual, como material y tecnológico, que al final constituyeron un sistema integrado de medios, reforzado por procesos de comunicación interpersonal y grupal al servicio de una educación de adultos concebida como “educación para la vida” y como “educación no formal”. Esto, en síntesis, fue lo que se entendió por la Escuela Radiofónica. Como ocurre con todas las etapas de madurez, fue en estos años de la historia de la institución ACPO cuando al mismo tiempo que se lograba influir de manera masiva en la educación de adultos, también se agudizaron los conflictos provenientes de diferentes sectores de la sociedad, que al final concluyeron con la desaparición del modelo. En la actualidad la personería jurídica de ACPO sigue vigente en razón de dar respuesta jurídica a algunos requerimientos por parte de sus pensionados y de sus deudores y adelantar algunos proyectos educativos en el ámbito nacional.

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Representantes de las Juntas de Acción Comunal de San José durante el encuentro con el presidente Carlos Lleras Restrepo, 29 de marzo de 1969. Fotografía de Héctor F. Urrea.

MADUREZ Y DISOLUCIÓN D E L A I N D U S T R I A C U LT U R A L D E A C P O Durante esta época de madurez que va desde 1968 hasta 1994, ACPO trabaja en conjunto con el Gobierno Nacional como entidad implementadora de proyectos de desarrollo rural, ejecutados por Planeación Nacional y por el Ministerio de Agricultura, en conjunto con instituciones del Estado como el ICA, la Caja Agraria, la Reforma Agraria y el Sena (1973 y 1978-1981). Realiza tareas orientadas desde la Presidencia de la República para fortalecer el programa de Acción Comunal del Ministerio de Gobierno (1960) y con el Ministerio de Comunicaciones y el Ministerio de Educación para ampliar el sistema de educación a distancia y fortalecer los procesos de educación de adultos (Capacitación Popular, 1968, y programa Camina y creación de la Universidad a Distancia, 1982-1986). Recibe innumerables visitas de instituciones extranjeras y de personalidades del mundo político y académico. En 1971 del director de la Unesco René Maheu en compañía de destacadas personalidades internacionales. En 1973 se recibe la visita a ACPO del escritor Alvin Toffler, autor de El shock del futuro y La tercera ola, entre otros; firma un pergamino recordatorio. En 1974, de nuevo visita a la población de Sutatenza en Boyacá, el director general de la Unesco AmadouMahtar M’Bow, en compañía del ministro de Educación, Juan Jacobo Muñoz, y del coordinador internacional del Proyecto Colombia-Unesco, Gustavo Malek. Se realizó una mesa redonda para facilitar el diálogo del Director de la Unesco con trescientos jóvenes campesinos. Se realizan, además, los estudios ya citados por parte del Banco Mundial, del Instituto Alemán para el Desarrollo, por la AID y por el BID. En el campo

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Luis Carlos Galán Sarmiento, ministro de Educación, explica a periodistas de El Campesino y Radio Sutatenza los alcances del nuevo estatuto para los maestros. Presentan proyecto Camina, 4 de marzo de 1972. Fotografía de Héctor F. Urrea.

Meurs T. Jark, embajador de los Países Bajos en Colombia, recibe de manos de los líderes de ACPO la bandeja que le obsequiaron en homenaje de gratitud, 15 de enero de 1970. Fotografía de Hernando Chaves H. (El Campesino).

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René Maheu, director general de la Unesco entre 1961 y 1974, visita la sede de ACPO. Bogotá, 21 de abril de 1971.

El escritor y futurista estadounidense Alvin Toffler firma pergamino en la sede de ACPO, a su lado Hernando Bernal (1973).

internacional se ejecutaron actividades de carácter académico con universidades estadounidenses como Florida International University y la Universidad de la Florida. Esta última implementa, en contrato con la AID, el estudio de evaluación para difusión del modelo de educación no formal de ACPO. Así mismo, se trabajó en contacto con la Universidad de Michigan y con la Universidad de

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Grupo de alumnos de la Escuela Radiofónica del barrio Altamira de Bogotá, en visita a las instalaciones de ACPO, marzo de 1975.

Clase de modistería.

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Escuela Radiofónica en Honduras.

Connecticut para la definición, estudio y evaluación de los procesos de educación no formal de adultos, y con la entidad World Education con sede en Nueva York y patrocinada por la ONU. Entre 1976 y 1979 se reciben recursos de la AID para evaluar y perfeccionar las metodologías educativas de educación no formal ACPO y para prestar servicios de capacitación y asesoría a diferentes países de la región. Algunos de sus productos, desarrollados en conjunto con la Facultad de Estudios Interdisciplinarios de la Pontificia Universidad Javeriana, fueron: Investigación sobre rediseño del currículo para líderes campesinos en los institutos y centros de estudio de ACPO; Análisis de necesidades y demandas de capacitación y asesoría para programas que en América Latina trabajan en acciones similares a las de ACPO; Modelo de capacitación en diseño de currículo, metodologías de trabajo y manuales y materiales complementarios de adiestramiento basados en la experiencia de ACPO. Se produjeron cursos y asesorías, para personal e instituciones de países de Latinoamérica, unos realizados en Colombia y otros en el exterior. Se efectuaron cursos y pasantías para personal internacional de muy diversas organizaciones provenientes de Brasil, Chile, Argentina, Paraguay Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela, Colombia, Panamá, República Dominicana, Honduras, El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, Haití y México. Los conflictos que condujeron a la disminución gradual del trabajo y la influencia de ACPO y a su desaparición como industria cultural, se centraron alrededor de tres áreas: problemas ideológicos con la jerarquía eclesiástica; problemas políticos con algunos sectores gubernamentales, y, problemas debidos a la competencia comercial con empresas del sector de los medios de comunicación. La primera área y la más profunda se desató por las divergencias en relación con la interpretación teológica del concepto de procreación responsable, que condujeron a que la jerarquía de la Iglesia colombiana pidiera a la Santa Sede y a las agencias católicas de ayuda en Europa que suspendiera sus aportes a ACPO. Los problemas políticos fueron de dos órdenes: uno relacionado con el hecho de que ACPO

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Instituto Campesino Masculino para la formación de auxiliares parroquiales, Sutatenza.

Instituto Campesino Masculino para la formación de auxiliares parroquiales, Sutatenza.

mantuvo su autonomía frente a los partidos y al mismo tiempo logró una enorme influencia en los sectores campesinos que podría haber sido utilizada para cambiar el panorama de posible elecciones de candidatos y, en segundo lugar, porque su propia influencia en los medios chocaba con los intereses de sectores y personas reconocidas como líderes políticos, dueños, además, de las cadenas radiales. Y en el aspecto comercial porque ACPO, debido a presiones de los mismos

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Granja de estudios, Sutatenza. Una de las áreas prioritarias de la enseñanza de ACPO fue la agricultura y el adecuado manejo de la huerta como forma de autoabastecimiento de las familias campesinas.

donantes y agencias que suministraban recursos para sus tareas educativas tuvo que entrar de manera decidida a transmitir publicidad en sus emisoras y a competir en el campo de las artes gráficas con el objeto de generar recursos para el mantenimiento de su tarea. Estos elementos conflictivos se incrementaron y se reforzaron en forma conjunta a partir de 1978, época en la cual monseñor Salcedo había tenido que fijar su residencia fuera del país, ante las amenazas de muerte recibidas de grupos guerrilleros y revolucionarios como el M-19, que lo consideraba en conjunto con José Raquel Mercado, líder sindical a quien sí pudieron asesinar, como un traidor a la causa de la liberación del pueblo. Durante los años de residencia en los Estados Unidos, Salcedo monta con la intervención de un grupo importante de venezolanos una entidad denominada Medios y Contenidos (MEDCON), con la cual y con el apoyo de las agencias de desarrollo, realiza tareas de transferencia y adecuación del modelo de industria cultural de ACPO en Venezuela, Honduras, República Dominicana y El Salvador. Publica en esa época dos libros, en los cuales deja constancia de los principios filosóficos y sociológicos que orientaron su actividad: América Latina. La revolución de la esperanza y América Latina. Interrogante angustioso9.

E L M O D E L O E D U C AT I V O , E M P R E S A R I A L Y C U LT U R A L D E A C P O : U N A I N N O VA C I Ó N Y U N A U T O P Í A La elaboración del modelo de las Escuelas Radiofónicas fue el resultado de la búsqueda de soluciones prácticas a problemas teóricos que se han planteado de manera permanente y que, por lo tanto, requieren solución, pero, para su ejecución pueden producir efectos que no siempre son aceptables ni aceptados. En la

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9. José Joaquín Salcedo et ál., América Latina. La revolución de la esperanza, Bogotá, Editorial Andes, Publicaciones Violeta, 1990, 260 págs. José Joaquín Salcedo et ál., América Latina. Interrogante angustioso, Publicaciones Violeta, Editorial Planeta Venezolana, 1991, 288 págs.

Escuela Radiofónica núm. 29 del auxiliar inmediato Clímaco Rosales (discapacitado), residente en el corregimiento de El Páramo, en Puerres (Nariño). Tiene siete alumnos y dirige su clase, 17 de septiembre de 1968. Fotografía de Héctor F. Urrea.

búsqueda de dichas soluciones operativas, ACPO desarrolló mecanismos innovadores. Los principales fueron: la elaboración de una teoría sobre el desarrollo social basada en la transformación de la mente humana; el movimiento cultural con fundamento en las organizaciones de base; la metodología de las campañas como praxis del aprendizaje; la utilización de los medios masivos en la educación de adultos, y la gestión empresarial aplicada a la organización educativa. El primer componente del modelo fue la construcción de una teoría y una filosofía propia sobre el desarrollo social. Esta quedó condensada en una frase que Salcedo utilizaba en forma permanente: “El subdesarrollo está en la mente del hombre”. Por consiguiente, al modificar la manera de percibir y de entender la realidad se obtendrá como resultado una nueva manera de ver e interpretar el mundo. El hombre se hará consciente de sus posibilidades, y al ejercitar las habilidades, las pericias y las competencias necesarias para transformar su realidad, estará en capacidad de utilizar su propio potencial para la transformación del mundo. Por lo tanto, la clave para el desarrollo social y el bienestar económico es el desarrollo del potencial humano, como forma de un nuevo humanismo generador del cambio y de la transformación del contexto histórico, social, económico y cultural. El segundo componente del modelo en lo correspondiente a la organización social fue la promoción de un movimiento cultural. Fiel a su concepto de que el subdesarrollo tiene una base intelectual en la forma como las personas visualizan su entorno y entienden las oportunidades que les brinda, Salcedo hizo desde el principio un esfuerzo para superar la simple visión individualista, y propició las condiciones para que a partir de la creación de una conciencia individual, esta se manifestara y se reforzara mediante la acción organizada de los grupos sociales. Por esta razón, en la comprensión de una dinámica social transformadora, adoptó

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Campesino hondureño que escribe por primera vez. El hombre que lo ayuda es un voluntario de la escuela rural de Tegucigalpa.

el principio de la organización de base, como un elemento fundamental para hacer que los cambios se realizaran y fueran sostenibles. Se creó lo que entonces se denominó como el movimiento de las Escuelas Radiofónicas, que si bien tenía su sustento en la organización local (parroquial o municipal) debería manifestarse en el panorama regional y nacional. Las campañas, como un método de trabajo propio de la práctica del desarrollo del potencial humano, constituyeron el tercer componente del modelo educativo de ACPO. Hicieron comprender al individuo el valor, la importancia y la necesidad de un mejor vivir. Lo impulsaron a mejorar los hábitos, costumbres y usos. La praxis de las campañas logró un mayor bienestar para el individuo, para la familia y para la sociedad. Mediante su aplicación, el campesino adulto realizó una serie de actividades de mejor vivir, las cuales propiciaron nuevos hábitos, costumbres y usos. El fin de las campañas fue mejorar o cambiar de manera simultánea los esquemas de pensamiento y de comportamiento y el medioambiente, al actuar sobre los valores individuales y sociales. El uso de los medios masivos para la desescolarización educativa fue el cuarto componente del modelo instrumental de ACPO. Contrario a lo que un grupo de expertos en educación consideran respecto a que el contacto directo y personal entre el profesor y los estudiantes es la única forma viable de educación, Salcedo propuso como innovación llegar a un número considerable de estudiantes mediante la utilización de medios de comunicación. La actividad formativa de ACPO cuando recurrió a los medios de comunicación de manera que se reforzaran mutuamente y además con el apoyo sistemático de procesos variados de comunicación interpersonal y grupal, ha adquirido visa de ciudadanía en muchos lugares del mundo. La educación a distancia, así entendida, supera el manejo de los factores de tiempo y lugar en los procesos educativos, que fue el presupuesto básico para la construcción del concepto tradicional de escuela, como aquel sitio en donde se regulan y manejan los ritmos propios de la

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Inauguración del monumento a san Isidro Agricultor, Sutatenza (1967).

enseñanza por parte de los maestros y educadores. Esto implicó también la definición de estrategias aceptadas e institucionalizadas de gestión educativa, para la administración in situ de los procesos escolares, en lo relacionado con el manejo de los currículos, de los maestros, de los estudiantes y de los recursos educativos. De esta manera, ACPO se adhirió a los procesos de transformación del mundo escolar que pretendieron un redireccionamiento en el énfasis educativo hacia el aprendizaje y hacia que dicho aprendizaje ocurriera en espacios abiertos, es decir, en los contextos de cotidianidad y de acuerdo con los ritmos, características y posibilidades de los estudiantes10. El quinto elemento del modelo fue la construcción de una empresa y de una industria educativa. Como norma general el objetivo de la organización y la gestión empresarial es, además de producir bienes y servicios que pueden ser utilizados por el público, incrementar con ello el lucro personal. Esto es aceptable desde el punto de vista ético y también encomiable. Utilizar las estrategias de la gestión empresarial moderna consigue por lo general el aumento de las ganancias en el marco de la eficiencia y la productividad. ACPO adoptó dichos esquemas de gestión empresarial e industrial, pero con el propósito esencial de acrecentar con los réditos de una acción productiva la posibilidad de prestar un servicio educativo y social de mayor extensión y calidad11. 10. Marshall McLuhan, “Classroom without walls”, en Edmund Carpenter y Marshall McLuhan, Explorations in communication, Boston, Beacon Press, 1960, 208 págs.

En síntesis, ACPO construyó una idea, un modelo y una metodología de acción que es motivo de estudio y de análisis para muchos intelectuales, investigadores y críticos, y que se convirtió en utópica y creó dinámicas de rechazo en relación con los siguientes asuntos:

11. Acción Cultural Popular, Acción Cultural Popular responde. La industria y el desarrollo social, Bogotá, Editorial Andes, 1973, 126 págs.

a) En su filosofía política: por concebir el logro de la igualdad en las relaciones sociales y el manejo del poder como resultado de la formación y capacitación de las personas. Esto implicó una crítica a la justicia social

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Monumento a san Isidro Agricultor, Sutatenza.

redistributiva, cuando esta no se fundamenta en la creación de una capacidad personal para el uso y reproducción de los bienes sociales y económicos. b) En su orientación educativa: por concebir la intencionalidad y la praxis educativa como desarrollo de la inteligencia y el potencial humano; como formación de la capacidad para la toma de decisiones propias y no impuestas, y como “creación de una mente autónoma” no solo a nivel individual, sino también colectivo. c) En su práctica pedagógica: por intentar desescolarizar la escuela, es decir, la estructura y el proceso educativo, para hacer que el aprendizaje ocurra en el contexto social de los individuos y de acuerdo con sus condiciones, posibilidades y capacidades. d) En su visión sobre la función de la Iglesia: al propender por una tarea institucional de la Iglesia orientada de manera fundamental hacia el servicio en la enseñanza (ite et docete) y hacia el desarrollo de la comunidad cristiana como pueblo de Dios, al mismo tiempo y en igualdad de énfasis quien recibe la tradicional función sacramental. e) En su concepción empresarial y de negocios: por concebir el manejo, organización y gestión empresarial no solo en su intencionalidad inmediata de incremento de la producción y de reproducción del capital, sino también como un paradigma transferible para la prestación de un servicio educativo y para la aplicación de los beneficios o réditos económicos solo con un sentido social. f) En la utilización de los medios masivos para la educación: adicionando una función que si bien es posible y aceptable en teoría, está en la práctica por fuera de los cánones establecidos para su uso actual, con orientación específica hacia la información, la recreación y la publicidad.

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Monumento a san Isidro Agricultor, Sutatenza (2012). Sobre los muros se tallaron las seis ideas que orientaron la vida y acción de monseñor Salcedo.

g) En la conceptualización sobre el desarrollo económico: cuando éste se piensa solo como el resultado de políticas y acciones impuestas por el Estado, muchas de ellas de carácter redistributivo; sin que en ellas intervengan las comunidades como grupos organizados, y las personas como sujetos capaces de organizarse. h) En su concepción sobre la cultura: como una tarea que se debe construir de manera cotidiana, en forma masiva y popular, y en la cual el cambio de valores y conceptualizaciones puede llegar a ser una de sus grandes características, y no como algo establecido, dado, fijo e inmutable.

A MANERA DE EPÍLOGO Monseñor José Joaquín Salcedo, después de una vida meritoria de 73 años, murió de cáncer (1994) en el Cider Center de Miami (Florida), fue sepultado en la población de Sutatenza, donde había iniciado su acción como asistente del párroco rural en 1947. Sus cenizas yacen bajo el monumento que él mismo dedicó a san Isidro Agricultor y alrededor del cual se grabaron en piedra las seis ideas que orientaron su vida y su acción, a saber: RESPONSABILIDAD Y LIBERTAD Creó Dios al hombre a imagen suya. A imagen de Dios le creó. Y los creó varón y hembra. Y los bendijo diciéndoles: dominad la tierra. (Génesis) DIGNIDAD Vale más el hombre por lo que es, que por lo que tiene. (Pablo VI) Todos los seres humanos son iguales en dignidad natural. (P. Int) El hombre está por encima de todas las cosas y sus derechos y sus deberes son universales e inviolables. (Vaticano I) JUSTICIA Es derecho y deber del hombre contribuir al progreso de la comunidad. (Pablo VI)

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Todo hombre tiene derecho a los bienes necesarios para una vida digna. (Mater et Magistra) El progreso de los unos no debe ser obstáculo al desarrollo de los otros. (Populorum Progressio) SOLIDARIDAD La asociación es una exigencia vital para lograr el bien común. (Juan XXIII) La solidaridad mundial debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos artífices de su destino. (Pablo VI) La convivencia debe fundarse sobre la verdad, la justicia, el amor y la libertad. (Juan XXIII) CULTURA La educación básica es el primer objetivo de un plan de desarrollo. (Pablo VI) El campesino debe aplicarse con empeño a perfeccionar su capacitación profesional. (Vaticano II) La cultura básica debe capacitar a todos los hombres para aportar su concurso a las tareas del bien común. (Vaticano II) DESARROLLO Los obreros de la tierra deben ser los primeros actores de su propio desarrollo. (Juan XXIII) El desarrollo económico debe ir acompañado por el progreso social. (Juan XXIII) El desarrollo es el nuevo nombre de la paz. (Pablo VI) Todo es vuestro. Vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios. (San Pablo)

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Sutatenza: retos y sueños de un proyecto radial GABRIEL GÓMEZ MEJÍA*

aparece la que será Radio Sutatenza en el dial de los inexistentes receptores radiofónicos de las casas campesinas de los habitantes del Valle de Tenza, en Colombia existían muchos sueños acerca de lo que debería hacer este medio de comunicación y, por supuesto, también de aquello para lo que no debería usarse.

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UANDO

Página anterior: Oyente de Radio Sutatenza.

Nacida en la mitad del siglo pasado, Radio Sutatenza —y la organización en la que se inserta, Acción Cultural Popular— desempeñó un papel importante en la modernización del país, en particular del país campesino, al tiempo que servía a intereses conservadores. Desde cuando aparece como medio de comunicación a comienzos de los años veinte, la radiofonía —para usar un término de la época— concitó muchos sueños y provocó otros tantos temores. A unos y otros no es ajeno el desarrollo de este medio de comunicación en Colombia y no son ajenos los que desde diversos lugares de referencia le dieron origen y desarrollo a mediados de los años treinta. Aquí daremos repaso a la forma como este proyecto radial llamado Radio Sutatenza y su correspondiente proyecto social, conocido como Acción Cultural Popular (ACPO), se hicieron eco de los sueños de cambio y transformación que desde su origen provocó el primer medio electrónico en la historia de la humanidad. Buena parte de los cuarenta años de historia que abarca este proyecto (19471987 aproximadamente) apenas aparecen como si fueran otro capítulo de esos míticos hitos que nos legó la historiografía del siglo pasado, y que de muchas maneras forman parte también del folclor nacional: somos el país más hermoso de Suramérica, tenemos las más hermosas esmeraldas de la tierra, nuestro himno nacional es el segundo más hermoso del planeta (curiosamente parece haber acuerdo en torno de La Marsellesa, como el primero), somos el pueblo más emprendedor y tenemos la primera experiencia de uso de la radio para alfabetizar a la gente1. La última afirmación es verdadera y aunque antes de Radio Sutatenza ya se conocían otras experiencias de uso pedagógico de la radio2 la experiencia colombiana fue innovadora no solo por el alcance geográfico y humano logrado, sino porque desarrolló un modelo educativo que superó las limitaciones propias del medio radiofónico al integrar a su estrategia de capacitación otros medios como

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Colombia. Comunicador social y periodista. Sus veinticinco años de vida profesional han estado ligados a proyectos de alcance nacional referentes a los medios de comunicación y en especial a la radio. Participó en el proceso de liquidación de Inravisión y en la creación y desarrollo de Radio Televisión Nacional de Colombia (RTVC) en donde se desempeñó como creador del proyecto Radiónica y del rediseño del proyecto comunicativo de Radio Nacional de Colombia. Fue Subgerente de Radio durante cuatro años (2004-2008) y Gerente General de RTVC (2009). Lideró la digitalización de las emisoras y formó parte del equipo que inició el proceso de implementación de la televisión digital en el país. Ha sido productor, periodista, conductor de espacios y realizador de materiales educativos y ha realizado investigaciones sobre el estado de las emisoras comunitarias y de interés público entre 2002 y 2003 (para el entonces Ministerio de Comunicaciones) así como investigación histórica sobre la experiencia de Radio Sutatenza y Acción continúa

Cultural Popular (ACPO). Fue responsable de dirigir y coordinar el equipo que elaboró y ejecutó las estrategias comunicativas del componente de Cultura Ciudadana en Bogotá, entre 1995 y 1997. 1. “En 1937 se publicó la obra de don Daniel Samper Ortega titulada Nuestro lindo país colombiano en cuya página 18 aparece esta exclamación del relator: ‘Que linda es nuestra patria... Me siento orgulloso de ser colombiano’. Toda la obra es un buen intento pedagógico de rebosamiento de la idea expresada en el título y del sentimiento expresado por el protagonista. El territorio de Colombia, en esos primeros años de la República Liberal, era visto por Samper y por los demás miembros de la generación del Centenario, Eduardo Santos, los Nieto Caballero, Sanín Cano, López de Mesa etc., como un Edén, pletórico de riquezas naturales...”. Tomado del texto virtual Fundamentos de gestión ambiental, consultado en http://www.virtual.unal. edu.co/cursos/IDEA/2010612/ contenido/colombia/capitulo 1/lecturas1/percepcion%20terri torio.htm 2. En Estados Unidos, la Radio Act de 1927 obligaba a las emisoras comerciales a destinar una parte de su programación para fines educativos (Díaz, 1984, pág. 71). También existieron programas educativos destinados a formar mano de obra para la industria en Canadá y el Reino Unido. 3. En el esquema de la Educación Fundamental Integral, a esta persona se le dio el nombre de auxiliar inmediato y eran líderes comunitarios que recibían formación en los Institutos Campesinos, para hombres y mujeres, que Acción Cultural Popular (ACPO) tenía en el municipio de Sutatenza (Boyacá).

Escuela Radiofónica, curso básico.

los impresos y, particularmente, al comprender la importancia del acompañamiento presencial, que se lograba gracias a la formación de personas que en cada municipio y vereda animaban el proceso3.

U N A P R O P U E S TA D E P E R I O D I Z A C I Ó N Ya en 1961 en un pionero intento de sistematizar los resultados de la experiencia de ACPO en la transformación de las condiciones de vida del campesino, el sacerdote Camilo Torres, en ejercicio de sus funciones como sociólogo, propuso una primera periodización de la experiencia, a la que habría que agregar otras etapas correspondientes al resto de la existencia histórica de la emisora. Solo como una incipiente hipótesis de trabajo se proponen los siguientes hitos en esta historia:

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Primer transmisor de 100 vatios, planta eléctrica y otros equipos de transmisión utilizados para los programas radiales, Museo de Radio Sutatenza (2012).

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Estudio, inauguración Radio Sutatenza.

1. 1947-1950. Llegada del padre José Joaquín Salcedo Guarín (1921-1994) al municipio de Sutatenza (Boyacá) como coadjutor de la parroquia; primeras transmisiones con un equipo de radioaficionado y proyecciones de cine en la plaza de la población. Posterior viaje a los Estados Unidos en donde encarga la construcción de un primer transmisor. Compra y distribución de los primeros receptores. Constitución de ACPO. 2. 1951-1960. Organización de ACPO en Bogotá, puesta en funcionamiento de los institutos de capacitación para hombres y mujeres en Sutatenza, publicación de las primeras cartillas y aparición del semanario El Campesino. 3. 1961-1973. Consolidación del concepto de Educación Fundamental Integral (EFI) y del modelo de trabajo de ACPO. Extensión del radio de acción nacional. Interacción entre el trabajo de ACPO y las políticas agrarias del Frente Nacional. 4. 1974-1987. Primeras muestras de agotamiento de la propuesta, cambio de relaciones con las autoridades colombianas. Intentos de revitalizar a ACPO en el gobierno de Belisario Betancur Cuartas (1982-1986) mediante la campaña de alfabetización Camina. Inicio del cierre que culmina con la venta de la emisora, la editorial y otros activos para finales de la década de los años ochenta. Al verificar que la emisora no fue sino uno de los instrumentos que conformaron la estrategia educativa y formativa de ACPO, vale la pena detenerse a constatar que más allá de la complejidad de todo el proyecto, la emisora se insertó desde su inicio en la puesta en antena de los sueños y retos que la radiodifusión representó desde su nacimiento.

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Cartillas y otros materiales de ACPO.

Instituto Campesino, Sutatenza.

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Depósito de pilas, ACPO en Bogotá.

Acto teatral del movimiento cultural de ACPO en Bituima (Cundinamarca), con motivo de la celebración de la Fiesta de las comprobaciones. Al acto concurrieron cerca de quinientas personas.

Tan complejo como el país y el mundo en el que nació y se desarrolló fue el quehacer de Radio Sutatenza. En este artículo se dará un vistazo a los sueños que acompañaron al nacimiento de la radio y la forma como ellos se plasmaron en mayor o menor medida en esta emisora y el proyecto que por ella se

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Acpomóviles. Eran utilizados para distribuir materiales e impartir enseñanza en los lugares más apartados del país.

daba a conocer, de manera particular en los dos primeros momentos indicados atrás (1947-1960).

LA RADIO CAMBIARÁ EL MUNDO En la década de los años veinte del siglo pasado nace la radio como medio de comunicación y genera grandes expectativas relacionadas con los cambios que llegaría a producir en la sociedad. Muchas de estas expectativas se cumplieron, aunque no de la forma prevista en el origen. Una de ellas, el papel educador y culturizante del flamante medio electrónico han tenido ecos que de manera periódica renacen, otras como los cambios en la vida política y los efectos en la vida cotidiana del oyente no han dejado de sucederse en su historia año tras año. En este contexto será útil ver los sueños que Radio Sutatenza despertó y realizó en sus casi cinco decenios de existencia.

M E D I O E D U C AT I V O Y C U LT U R I Z A N T E La capacidad de llegar a todas las personas sin más requerimiento que el acceso al sonido fue desde el principio el gran generador de expectativas para quienes desde sus primeros años observaron y perfilaron los alcances de la radiofonía. A diferencia de la prensa escrita, que exige saber leer y tener el tiempo exclusivo disponible para hacerlo, la radio no exigía de sus consumidores ninguna habilidad diferente de oír y permite compartir el tiempo dedicado a otras actividades con su escucha. Al seguir la inserción y crecimiento de la radio en los Estados Unidos, Susan Douglas (1997) cuenta cómo en editoriales de periódicos y en revistas especializadas en el tema, que aparecen casi a la par que la radio se vuelve un fenómeno de masas, hay la gran esperanza de que por las ondas sonoras se puedan divulgar conocimientos y saberes que estarían al alcance de cualquiera. Nos cuenta como El aspecto de la radio más universalmente alabado en la prensa es su capacidad para promover la unidad cultural en los Estados Unidos. ‘Ha nacido El día

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Escuela Radiofónica en la costa.

Primera discoteca de la emisora, Museo de Radio Sutatenza (2012).

de la cultura universal’, proclamaba el Survey. El autor de un artículo titulado ‘The Social Destiny of Radio’ mantenía que antes de la radiodifusión, el sentido de nacionalidad, la concepción de que todos los americanos eran parte de un solo país, era únicamente una idea abstracta, a menudo sin mucha fuerza. [...] ‘¡Si pudiese hacerse que esas pequeñas ciudades y pueblos tan distanciados unos de otros, tan relacionados nacionalmente y a pesar de ello tan inconexos físicamente, adquiriesen un sentido de intimidad, si pudieran ser puestos en contacto directo unos con otros! Esto es exactamente lo que la radio está consiguiendo’. [pág. 290]

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Hernando Bernal, rector de Unisur, Centro Regional de Educación a Distancia (Cread), en el barrio 20 de julio, Bogotá, 5 de abril de 1983.

En una línea similar podemos leer cómo, de acuerdo con el análisis de la sociedad colombiana que hace ACPO, se espera que de la combinación de la radio con otros medios4 surjan posibilidades de hacer de los pobladores rurales miembros activos de la nación. Hernando Bernal (1978), sociólogo que sistematiza y fundamenta conceptualmente la iniciativa de monseñor Salcedo nos dice que Los programas de ACPO están fundamentados sobre la creencia de que la población rural puede ser integrada en la corriente de la vida de la sociedad y particularmente que el campesino, o habitante rural, puede con educación y entrenamiento, jugar un papel activo en su propio desarrollo y puede pasar de ser el ‘hombre marginado’ a una posición participante en la sociedad general. [pág. 54]

Promover la unidad cultural gracias a la opción de escuchar lo mismo que oyen otros es el sueño de cambio que la radio alienta desde sus comienzos. Unidad cultural no basada en uniformizar, sino en ofrecer mediante la programación radial toda la variedad de la cultura universal es el complemento de este sueño. Los pioneros de la escucha sintonizaban una estación tras otra y la onda corta permitía ir de un idioma a otro y de un país a otro en un viaje sin fin muy similar al que muchos años después permitió el surgimiento de la web. Navegar es la metáfora que la red nos puso al alcance de la mano y gracias a esta navegación sin límites se ofrece el sueño realizable de estar globalmente conectado con todos y con todas las culturas. Pero este sueño y esta globalización fueron realidad desde comienzos de siglo para quienes tenían un receptor en sus manos5. Del mismo modo, en el mundo de la cultura la radio significó una revolución. La transmisión de conciertos y obras de teatro fueron los primeros recursos para ofrecer una programación al oyente; al inicio esta transmisión se realiza desde las salas tradicionales y después se efectúa en vivo, desde el auditorio o radioteatro6 del que se dotan la mayor parte de las nuevas emisoras7 y que forma parte de ellas hasta las décadas de los sesenta y setenta en las que este espacio desaparece para dar paso a la programación grabada o emitida sin presencia de público.

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4. En el proyecto de ACPO se integran la radio como principal vehículo de acción, con un periódico, cartillas, libros, grabaciones, correspondencia que sirve de canal de retroalimentación y, por supuesto, líderes de la comunidad formados para el efecto. Es la combinación de todos estos recursos los que permiten hablar de una escuela sin paredes, que recibe el nombre de Escuelas Radiofónicas, y también es el ignorar esta multiplicidad de medios lo que ha dado lugar a tantos equívocos al momento de considerar que todo el proyecto educativo de ACPO se reducía al uso educativo de la programación radiofónica. 5. Según Susan Douglas (1997, pág. 291) este sueño llegó también a la predicción de que gracias a la radio el idioma que terminaría unificando a toda la tierra sería el inglés, en un paralelismo con la Internet que no deja de sorprender. 6. Con el término de radioteatro se designa de manera simultánea la interpretación de piezas teatrales y el lugar en donde el público puede asistir a su interpretación en vivo, así como a la presentación de grupos musicales que también forman parte de la programación que se ofrece al oyente, en particular en tiempos previos a la grabación del sonido. 7. “Los auditorios representan el trasplante al mismo ámbito de la emisora de la experiencia recogida en los teatros y en los cines desde donde se desarrollaron las primeras audiciones específicamente radiales, con presencia de cierta cantidad de público al promediar el segundo lustro de los años 20” (Gallo, 1991).

ACPO utilizó todos los medios de transporte disponibles para asegurar la distribución de los materiales entre el campesinado colombiano.

Hugo Sarmiento entrega un radio de las Escuelas Radiofónicas a una campesina que salió favorecida en el programa de larga distancia. Fotografía de Hernando Chaves H., El Campesino.

Esta posibilidad de escuchar en el hogar lo mismo que quien ha pagado una costosa entrada es origen de la imagen que la radio gana desde su nacimiento como un canal fundamental y democrático de difusión de la cultura. En medio

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Grupo escénico transmitiendo en vivo desde los estudios de Radio Sutatenza en Bogotá.

de las discusiones sobre los efectos negativos de la cultura de masas que caracterizan al naciente siglo XX, para muchos la radio podría llegar a ser la forma de apartar al pueblo del entretenimiento barato de las salas de cine, de los parques de diversiones y de las ediciones de novelas baratas y por entregas. [...] las diferencias monetarias y de clase habían determinado, en el pasado, quién conseguía los buenos asientos en un concierto. Aquellos que ocupaban los asientos más baratos generalmente no podían oír muy bien la música. Con la radio, en cambio, todo el mundo oye la música ‘tan claramente como si ocupase el mejor asiento del auditorio’. Todo aquel que antes no podía asistir a tales conciertos ahora podía hacerlo. De esta manera la radio era vista como democratizadora de algunas de las ventajas antes disfrutadas por la gente bien, y portadora de los beneficios de la alta cultura de masas. [Douglas, 1997, pág. 292]

Así, entre los objetivos que ACPO define como aporte para superar los problemas sociales y económicos del país, y en particular del campesino, precisa entre otros: “Integración del campesino dentro de la sociedad a través de un pretender ‘disminuir las distancias sociales y tratar de asegurar que todos los ciudadanos tengan acceso a las oportunidades y servicios que la sociedad tiene para ofrecer y participar en ellos’” (Bernal, 1978, pág. 58). Este sueño de usar la radio para labores educativas y de formación masiva ya había sido puesto en escena antes de la aparición de Radio Sutatenza. Desde la llegada al gobierno de los liberales con Enrique Olaya Herrera en 1930, los sucesivos gobiernos de este partido, que la historiografía denomina República Liberal, impulsaron campañas de masificación de la cultura mediante la impresión y distribución masiva de bibliotecas con destino prioritario para los maestros de las escuelas públicas, caravanas que recorrían los pueblos realizando proyección de cine y con sucesivas actualizaciones del proyecto de una emisora pública que

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Cecilia Escallón y hermana en la rifa del Concurso de recetas de cocina.

culminaron con la inauguración de la Radiodifusora Nacional de Colombia en el gobierno de Eduardo Santos (Silva, 2005). Ya desde la década de los años treinta los debates en torno del uso y control de la radio se daban en Colombia al igual que en todos los países en los cuales este medio tenía presencia. En Argentina, por ejemplo, donde al igual que en Colombia el modelo de desarrollo de la industria siguió la ruta estadounidense de numerosas emisoras en manos de propietarios particulares, se dieron polémicas en torno del buen o mal uso de las ondas para realizar lo que se suponía debía ser su principal utilidad: la difusión de la alta cultura. Un autor argentino de los años cuarenta, Pedro de Paoli, ilustra la desilusión de muchos con el modelo comercial de la radio cuando decía refiriéndose a una de las más poderosas estaciones porteñas: Radio El Mundo inició sus transmisiones con programas de notable mérito artístico e intelectual. Pero a los pocos días la necesidad de anunciar jabones de quince centavos y de conquistar la atención de radioescuchas que solo

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Auxiliares organizan correspondencia que llegaba a Radio Sutatenza de todas las regiones del país.

Campesinos de Soatá (Boyacá). Periodista realiza entrevista que será transmitida a través de Radio Sutatenza.

conocen música de tango y escenas arrabaleras obligó a LR1 Radio El Mundo a renunciar a sus encomiables propósitos culturales [...] y la eliminación de sus artistas prestigiosos, transformar su programa en base a uno del más puro sabor ‘canyengue’ [...] todo ese portento, todo ese derroche de tecnicismo, hombres y capital, para que un cantor arrabalero, ramplón y analfabeto, vocifera ante el micrófono, como un sarcasmo, el tango de éxito: ‘Percanta que me amuraste’. [Citado por Gallo, 2001, pág. 48]

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Muestra de los diferentes materiales en diversos formatos utilizados por ACPO para impartir su enseñanza.

Frente a estas emisoras comerciales características de la radiodifusión estadounidense, se presentaban las radios en manos del Estado de los países europeos, tanto en su modelo propagandístico propio del estado soviético y copiado por los regímenes nazi y fascista, como en su desarrollo en gobiernos democráticos como el del Reino Unido o Francia, para citar dos ejemplos. De Sola Pool (1992), al comentar las condiciones para que Europa se defina por este modelo, explica que

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Las entrevistas a campesinos fueron materiales prioritarios dentro de la programación de las emisoras de Radio Sutatenza.

A finales de la Primera Guerra Mundial, la armada de los Estados Unidos lo propuso [el modelo de una radio en manos exclusivas del Estado] pero el Congreso lo rechazó inmediatamente. [...] En Europa la situación era totalmente distinta. Dos fuerzas convergentes aunque contradictorias hacía que pareciera natural que la radio fuera una función del gobierno. Estas fuerzas eran por un lado el conservadurismo de las oficinas de correos y por otro el crecimiento de la socialdemocracia. [pág. 102]

El ideal que representaban estas emisoras únicas, en manos del Estado, con el monopolio de la emisión se puede inferir de lo que nos cuenta De Sola Pool (1992): La calidad de la BBC ganó reconocimiento mundial. La plantilla era una élite universitaria. Llegar a ser locutor era algo a lo que aspiraba un intelectual, no un asunto por el que disculparse como en los Estados Unidos. La BBC era su organización, no simplemente un jefe. Y la programación lo reflejaba. El acento de élite y con conciencia de clase de la BBC se hizo una norma cultural así como una condición para el empleo. Probablemente, ningún otro sistema de radiodifusión en el mundo tenía tan buenas obras dramáticas, tan buena música y charlas tan serias como en la BBC... [pág. 107]

De forma similar en Colombia, el inicio de la radio dio lugar a discusiones que buscaban definir para qué se utilizaría y quiénes serían sus propietarios. Así, para cuando Radio Sutatenza surge ya se había consolidado un modelo que en general respondía a los criterios comerciales de la radio estadounidense, pero que era acompañado desde el Estado por la Radiodifusora Nacional de Colombia, creada solo ocho años antes de la aparición de Radio Sutatenza, aunque en realidad viene a consolidar lo que la HJN intentaba hacer desde el comienzo8. Nace como un proyecto de Estado, y aunque el discurso inaugural del presidente Santos dice

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8. “la situación resultaba ser que, para 1936, la vieja HJN [...] venía funcionando de manera normal y continua, con cerca de ocho horas de transmisión diaria, con música de diversos géneros, noticias científicas, informaciones de carácter general y ‘un noticiero político en que se dan informes generales sobre las medidas tomadas por el Gobierno y sus diversas actividades’ [citado de la Memoria del Ministro de Educación]. Y en 1938 la Memoria del Ministro de Educación consignaba que en los catorce meses anteriores se habían dictado 300 conferencias de historia nacional ‘referentes a los hechos interesantes de la República’, 345 acerca de temas educativos, 178 de divulgación literaria y 75 de agricultura y ganadería, agregando con cierto tono que hoy llamaríamos populista, que en el archivo de la emisora se encontraban más de doscientas cartas ‘escritas sin ortografía y con la letra torcida, que por estas razones son las más interesantes, y en las cuales se solicitaban ampliaciones sobre puntos tocados en las conferencias’” (Silva, 2005, pág. 74).

Escuelas Radiofónicas.

una y otra vez que no será usada con criterios partidistas, su carácter de instrumento de promoción de las ideas modernas no deja duda a otros sectores más conservadores acerca de las intenciones partidistas de sus promotores. Estos antecedentes explican el hecho de que una vez recuperado el gobierno por los conservadores en 1946 con la llegada de Mariano Ospina Pérez, muchos sectores

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Desfile de campesinos por las calles de San Miguel de Sema (Boyacá) con motivo de la celebración de la fiesta de la comunidad veredal, 23 de agosto de 1970.

de la Iglesia católica se hayan mostrado interesados en participar en el espectro para poner en antena otros puntos de vista, diferentes tanto de los radioemisores comerciales como de la Radiodifusora Nacional. De esta manera, entre finales de la República Liberal y mediados de los años cincuenta aparecen en diversos lugares del territorio nacional iniciativas radiofónicas operadas por la Iglesia católica en forma directa o por laicos con nexos directos con sus jerarquías. Así tenemos en 1941 la creación de Ecos de Pasto, en la que interviene la Compañía de Jesús; en 1947 nace Radio Sutatenza, ligada a la Diócesis de Tunja; en 1948 Radio Bolivariana, de la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín; en 1953 inicia labores Reina de Colombia en Chiquinquirá, bajo la dirección de la comunidad de frailes dominicos; y por último, en 1955 nacen en Bogotá las emisoras Mariana, bajo la dirección de los Agustinos y La Voz de María (después Emisora Kennedy) de una asociación de laicos del mismo nombre, pero puesta bajo la dirección de la Compañía de Jesús. En medio de estas emisoras es explicable que el interés de Radio Sutatenza haya estado orientado desde el comienzo hacia el público campesino. No solo porque las ciudades eran en general bien atendidas por la radio comercial, sino porque muchos sectores de la Iglesia católica veían con ojos críticos la ampliación de la población urbana y la naciente migración del campo a la ciudad como tendencias nocivas para la salud espiritual de los colombianos y en general para los valores cristianos. Radio Sutatenza se orienta en sus primeras épocas hacia la educación de los adultos y de manera específica a la alfabetización como instrumento para hacer llegar los valores de la Educación Fundamental Integral “pues constituye el presupuesto teórico que fundamenta toda la operación del sistema” (Bernal, 1978).

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Dicho en otros términos, la idea original de llevar a través de medios combinados de comunicación (radio, prensa, etc.), y reforzados por la intervención de los mismos usuarios del servicio, una serie de contenidos prácticos y sencillos que les ayudarán a superar sus condiciones de vida, es lo que constituye la Educación Fundamental Integral; y lo que ha dado origen tanto a ACPO como institución con vida jurídica propia, como a las múltiples acciones culturales que desarrollan los mismos campesinos. [Bernal, 1978, pág. 11]

MEDIO DE ENTRETENIMIENTO El tema del entretenimiento también es parte de los sueños que la radio despierta con su nacimiento. En esta línea es clara la diferencia entre el modelo de radiodifusión que se desarrolla en Europa y el que se propaga por el territorio estadounidense. En el Viejo Continente la radio (tanto en las democracias liberales como en la Unión Soviética y la Alemania nazi) se desarrolla como servicio del Estado, controlado por elites, bien de los partidos en el poder, como de intelectuales, según la situación política de cada país. Este modelo centralizado tiende a privilegiar las funciones educativas y culturizantes de la radiodifusión, con énfasis en lo que para el momento es cultura, es decir, alta cultura. La publicidad es entendida como avisos del Estado y promoción de actividades culturales y educativas. Mientras tanto, en los Estados Unidos, país de la iniciativa privada, la radio se desarrolla de forma similar a como lo hicieron en su momento los periódicos, como resultado de pequeños empresarios, que llevan las ondas hertzianas por todo el vasto territorio continental9. El gran motor de desarrollo es la publicidad comercial y con ella surge la necesidad de atender los gustos del oyente como forma básica de determinar los contenidos de la programación y de su mano los estudios de audiencia.

9. Este desarrollo tiene implícito el surgimiento de grandes empresas radiofónicas en las principales ciudades, en particular de la costa este, y posteriormente la aparición de cadenas y la formación de monopolios (De Sola Pool, 1992). 10. Hay que recordar que la Radio Nacional de Colombia se crea en 1940 y es a partir de este momento que la radio pública tiene presencia continua en el dial, aunque restringida su difusión en un comienzo a Bogotá, y con precaria presencia en el resto del territorio nacional durante buena parte de su existencia, hasta prácticamente el fin del siglo pasado. 11. Asociación Colombiana para el Estudio de la Población, 1974.

La radio estadounidense crece al lado de la promoción de las diversas músicas populares producidas por la industria fonográfica, que en Europa son virtualmente inexistentes. El jazz y el blues tienen en las emisoras sus grandes aliados y poco a poco, junto con otras formas musicales, se convierten en el eje de la programación, de la mano de las presentaciones en vivo de las big band y los cantantes que dan origen a la música popular. De esta manera el entretenimiento llega a ser el eje de la oferta radial en los Estados Unidos, mientras que Europa camina por otros derroteros (Díaz, 1984). Colombia, en este contexto, desarrolla su industria radiofónica a partir de la iniciativa privada, a pesar de la pionera instalación de la ya legendaria estación HJN, de propiedad del Estado, en 192910. En forma rápida las principales ciudades del país cuentan con varias frecuencias y para 1936 se habla de veintisiete estaciones distribuidas en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, entre las principales capitales, y ciudades como Pereira y Armenia que para la época podrían estar entre los cincuenta mil y setenta mil habitantes11, contaban con una o dos estaciones, a pesar de no ser capitales departamentales (Pérez, 1998). Cuando Radio Sutatenza nace la oferta de entretenimiento estaba consolidada con la presencia de radionovelas, programas de variedades con música en vivo,

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El radiorreceptor y los materiales distribuidos por ACPO fueron parte esencial en la vida diaria del campesino colombiano. Indio Rómulo en un día de trabajo en el campo.

Emeterio y Felipe, Los Tolimenses.

humor y concursos, además de radioperiódicos, que sirven de voceros a los diferentes puntos de vista partidarios a lo largo y ancho del territorio nacional habitado. No hay datos de audiencia, pero puede inferirse la buena acogida del naciente medio teniendo en cuenta el rápido y desconcentrado aumento de estaciones, así como el hecho de que el analfabetismo de adultos es alto, y la radio tiene

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la gran virtud de no requerir habilidades particulares para su consumo. En este campo, Radio Sutatenza no es ajena a la necesidad de entretenimiento en su programación y desde muy temprano aparecen programas de música, humor y radionovelas, aunque todos estos géneros orientados a servir al propósito educativo del proyecto. Personajes como Emeterio y Felipe, de importante presencia en la radio comercial, aportan con frecuencia temas musicales y humor en las ondas de Sutatenza, para solo citar un ejemplo.

L A R A D I O E N L O S VA I V E N E S D E L A V I D A P O L Í T I C A A finales de la década de los años cuarenta del siglo pasado el país vive diferentes formas de violencia política que afectan de muchas maneras a los medios de comunicación. En Colombia el periodismo tardó más años que en otros países para pasar de la prensa ideológica, de opinión y agitación política, al periodismo informativo que deja para las páginas de opinión la expresión de diferentes formas de pensar acerca del diario acontecer. Así mismo, la radio forma parte de este mundo en el que se confunden información con opinión y en el cual los hechos se informan como forma de atizar diferentes pasiones políticas. Radio Sutatenza, aunque no escapa al influjo de este mundo ligado a la violencia, si se plantea desde el comienzo como una alternativa diferente a las otras emisoras, no solo por su programación, sino porque vincula sus contenidos a temas prácticos de desarrollo rural y al mejoramiento material de sus radioescuchas.

E L B O G O TA Z O Y L A R A D I O Si bien no existe una relación directa entre el Bogotazo12 y la aparición de Radio Sutatenza, si puede plantearse la hipótesis de que los sucesos desatados a causa del 9 de abril repercutieron en la configuración del mundo radiofónico colombiano y en la aparición de muchas emisoras ligadas a la Iglesia católica como se mencionó atrás. Numerosos autores han mencionado las intervenciones que tuvieron los liberales en diferentes emisoras radiales con el fin de motivar el levantamiento popular contra el gobierno de Mariano Ospina Pérez y de convencer a los oyentes de la caída del gobierno y la vinculación activa del Ejército Nacional a la causa de los liberales. Desde informaciones falsas acerca de la caída del gobierno conservador y ascenso al poder de los liberales, hasta lecturas de proclamas que invitaban a la insurrección, pasando por la toma de los estudios de la Radiodifusora Nacional, son referenciadas en los textos que reseñan este acontecimiento que forma parte de los hitos de la historia política de Colombia en el siglo pasado13.

12. Revuelta popular desatada a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948.

Esta coyuntura política repercutió en el futuro de la radiodifusión colombiana de manera significativa porque el gobierno conservador tuvo la oportunidad, bien aprovechada, para meter en cintura a todos los concesionarios privados de frecuencias. Dos consecuencias directas se derivan de las decisiones gubernamentales. La primera, según Pérez (1998), fue

13. Al respecto véanse Abel (1987, pág. 154), Alape (1989a, pág. 33), Alape (1989b, pág. 57) y Pérez (1998, pág. 87).

[...] silenciar totalmente la radio a fin de evitar nuevos desbordamientos. [...] Las licencias de las emisoras, radioperiódicos y de los locutores fueron

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Luis Emilio Cruz, campesino que aprendió a escribir por medio de la Escuela Radiofónica que tiene en su casa del barrio Juan XXIII, Pamplona (Norte de Santander). En la fotografía aparece cuando escuchaba una clase a través del receptor Sutatenza, 24 de mayo de 1969. Fotografía de Héctor F. Urrea.

suspendidas mediante el decreto 1682 de mayo de 1948, disposición que estableció censura previa a las transmisiones radiales. [pág. 90]

Esto permitió al gobierno atender las consecuencias de corto y mediano plazo del poder que tenían emisoras y radioperiódicos en manos, muchos de ellos, de liberales. Otra consecuencia directa fue la formalización de un gremio de propietarios de estaciones de radio que consolidó el desarrollo del modelo estadounidense en la radiodifusión colombiana, al tiempo que logró de manera temprana el control estatal sobre el espectro radioeléctrico14 gracias a pactos firmados con los propietarios que habían visto el poder del Estado para sancionar a quienes no aceptaran las reglas de juego. Al respecto Pérez (1998) cuenta que: Los buenos resultados de los acuerdos entre gobierno y radiodifusores, hicieron que se institucionalizara el sistema mediante la formación de una asociación de carácter obligatorio, que recibía solo a las emisoras poseedoras de la licencia oficial y obligaba a las estaciones a pertenecer a la asociación. La agrupación obligatoria se plasmó en la Asociación Nacional de Radiodifusión, Anradio, capitaneada por los líderes de la actividad radial adictos al gobierno, y supervisada por José Vicente Dávila Tello, ministro de correos y telégrafos. [...] los estatutos originales de Anradio, elaborados por personas adictas al régimen y aprobados por el gobierno, se consideraron como un pacto de honor entre los radiodifusores y el gobierno, pero en la práctica, debido a la obligatoriedad de asociación, se constituyeron en una especie de ley orgánica de la radiodifusión. [pág. 91]

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14. Para citar solo un ejemplo, en la Argentina a pesar del desarrollo de la industria radiofónica desde la década de los veinte del siglo pasado con las correspondientes reglamentaciones, en el año 2001 el caos del espectro, así como la abundante presencia de emisoras ilegales, según Ulanovsky (2007), es objeto de “un informe de Susana Reinoso para La Nación [en el que] revela el estado caótico del espectro radioeléctrico: existen en el país cinco mil radio FM ilegales...”.

Camilo Torres Restrepo y Berta Corredor Rodríguez, Las Escuelas Radiofónicas de Sutatenza - Colombia, 1961.

El radio como agente de cambio permitió superar el aislamiento geográfico de los campesinos.

El Bogotazo no solo marca un punto de inflexión en la evolución de la vida política del país, sino que en la vida de la radio constituye también un cambio de los compromisos de las estaciones existentes con el Estado y da lugar a una presencia más activa de la Iglesia católica en las ondas radiales. En esta línea es notoria la diferencia entre las otras emisoras mencionadas atrás, que forman parte de proyectos más ligados a un modelo tradicional de uso de la radio que la asimila con el púlpito, y el proyecto de ACPO que no solo se plantea retos frente a la vida material de los campesinos que la escuchan, sino que los aborda con una mirada puesta en la difusión de innovaciones y en su capacitación para que ellos enfrenten dichos retos con sus propias herramientas.

LA DIFERENCIA Desde las primeras conceptualizaciones acerca del papel de la radio se ha dicho que educa, informa y entretiene; el punto de discusión siempre ha girado en torno de la dosificación de estas funciones y su traducción a programas específicos. En esa línea es importante anotar que el proyecto de Radio Sutatenza comprendió muy pronto que la sola emisión de conferencias y charlas, al estilo del modelo culto de la radio europea, no bastaría para interesar a unos campesinos con un muy bajo nivel de educación y con serias dificultades para interesarse en su propia formación. La programación de Radio Sutatenza, desde sus inicios, se liga de forma directa a la acción de los respectivos párrocos, al punto de que en el estudio que realiza el sacerdote Camilo Torres Restrepo, en 1960, clasifica a los municipios estudiados del valle de Tenza, según el nivel de compromiso del párroco con la actividad de

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ACPO y las Escuelas Radiofónicas. Y esta acción de los párrocos se encadena con el envío al municipio de Sutatenza, de hombres y mujeres que allí se forman para ser promotores de las Escuelas Radiofónicas, que constituyen el aspecto presencial de los planes de capacitación. Ya para 1960, en el estudio citado (Torres, 1961) aparece una incipiente evaluación de los “cambios producidos en las parroquias rurales que reciben influencia de ACPO” y en los puntos analizados es evidente que los efectos esperados de la Educación Fundamental Integral que se propone desde las ondas de Radio Sutatenza están directamente ligados a aspectos materiales y calidad del nivel de vida, en primer lugar, y a las actitudes frente al cambio que se derivan de este accionar. En cuanto a los cambios se evalúa la vivienda: sus estructuras básicas (paredes, pisos, techos), las comodidades básicas (cocina, depósitos, alcobas y camas), forma de vida (muebles, limpieza) y servicios (agua, letrina y lavadero). También se evalúan los cambios en aspectos como alimentación, higiene, agricultura y productos domésticos. Además, se evalúan los aspectos más cualitativos relacionados con el cambio de valores15, entre los cuales la relación con el receptor de radio es tomado como un indicador del proceso de cambio: La adquisición del radio-receptor de ACPO y el interés por oír sus programas marcan la primera etapa en los procesos del cambio. Para las gentes de las veredas la radio es un aparato exótico, inventado para distraer a las personas residentes en pueblos y ciudades. Nunca lo concibieron como un medio de difusión de la cultura, ni pensaron que ellos podrían recibir tal beneficio en sus propios hogares. Al entrar en contacto con este agente de cambio, las estrechas mentalidades campesinas se abrieron a más amplios horizontes y el anhelo de mejoramiento nació, se desarrolló y cristalizó en muchas obras, que aunque parezcan muy pequeñas son el resultado de un proceso continuo y eficaz. El aislamiento geográfico que ha mantenido alejado al mundo rural de los adelantos y transformaciones del mundo urbano lo neutraliza ACPO a través de sus programas y de sus campañas, pues educa y capacita a las familias campesinas a fin de que disfruten de una vida más digna, cómoda y feliz. [Torres, 1961, pág. 43]

LOS SUEÑOS DE LA RADIO Como se afirma al inicio, la radio generó muchos sueños sobre su utilidad para llevar cultura, educación y entretenimiento a la sociedad. La experiencia de Radio Sutatenza indica que logró en sus cuarenta años de existencia cumplir con estos sueños y que enseñó a muchas familias campesinas a soñar con la posibilidad de que su existencia podía ser mejor. La historia por escribir de la forma como esta emisora dio vida a esos sueños iniciando con un transmisor de radioaficionado en un pequeño pueblo de Boyacá y terminando con uno de los más poderosos sistemas de amplitud modulada que existió en Colombia, tendrá que sacar de la mirada mítica esta gesta que para muchos fue el origen de lo que en la actualidad conocemos como radios ciudadanas, comunitarias, populares y que para otros es la más exitosa experiencia de uso de medios de comunicación para cambiar la sociedad. Pero que para cada uno de los campesinos colombianos

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15. El texto de Torres toma de Orlando Fals Borda, La teoría y la realidad del cambio sociocultural en Colombia (1959), la siguiente definición: “El proceso de cambio es aquel que incluye las divergencias significativas en las formas tradicionales de vida (o en las pautas de conducta) que se transmiten dentro de una misma generación o de una generación a la siguiente por medio de la comunicación y la sociabilidad” (pág. 43).

Actividad de ACPO en amparo de niños.

que vio cambiar su mundo, que se constituyó en ciudadano y miembro activo de la sociedad en la que vivía gracias a su vinculación a un proyecto conocido como Acción Cultural Popular, esta historia tiene una moraleja que le indica que los sueños pueden ser reales.

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La cultura escrita en sociedades campesinas: la experiencia de Radio Sutatenza en el Suroccidente colombiano AU R A H U RTA D O *

INTRODUCCIÓN N Colombia, a mediados del siglo XX las habilidades de lectura y escritura continuaban siendo ajenas para buena parte de la población. El analfabetismo se mantenía como el común denominador de una importante porción de los grupos populares. A pesar del naciente interés de los gobiernos conservadores de la época por reducir el analfabetismo como una estrategia para prevenir una posible sublevación popular, la situación aún no lograba ser modificada en términos sustanciales. Las campañas de alfabetización emprendidas fueron de corta duración, sin lograr afianzarse como políticas del Ministerio de Educación Nacional, y las escuelas primarias no cubrían toda la población en edad escolar. Aunque el déficit de cobertura era común a las zonas urbanas y rurales, la situación era más aguda en el segundo caso, donde se interponían mayores obstáculos para el ingreso a la escuela. En muchas oportunidades la escuela rural no facilitaba el ingreso de la población menos favorecida, pues era frecuente que su cobertura se limitara a las cabeceras municipales y que el gobierno central no remitiera los suministros necesarios para su funcionamiento, obligando así a las familias a asumir dichos gastos. De este modo, quedaban sin mayores posibilidades quienes residían en las veredas más alejadas y aquellos que no contaban con una mínima solvencia económica (Helg, 2001).

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Página anterior: Escolares. Fotografía de El Campesino.

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Sin embargo, esta situación se vio renovada de manera profunda con el surgimiento de Radio Sutatenza en 1947, y su rápida mutación a Acción Cultural Popular (ACPO). Los programas de alfabetización emprendidos a través de la radio, junto con los procesos de formación de líderes comunitarios capacitados para ser mediadores culturales entre los alumnos y la organización, significaron el desarrollo de una mutación cultural profunda, a la manera de las transformaciones que vivieron las sociedades tradicionales estudiadas por Jack Goody (1996). Aunque es difícil pensar que estas sociedades fueran ajenas del todo a las redes

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Socióloga de la Universidad del Valle. En la actualidad se desempeña como profesora hora cátedra de la Universidad Autónoma de Occidente, como asistente editorial de la revista CS de la Universidad Icesi y como investigadora del grupo de Investigación Nexos del Centro de Estudios Interdisciplinarios (CIES) de la misma universidad.

Primera casa de ACPO. Aquí nacieron las Escuelas Radiofónicas en 1947.

de la escritura, sí es posible plantear que la conquista de un conjunto de habilidades que antes aparecían de manera escasa y distante introdujo nuevas formas de relacionarse con el mundo a partir de categorías y modos de clasificación hasta entonces desconocidos. ACPO, a través de sus Escuelas Radiofónicas (EE. RR.), significaba la posibilidad de suplir esta doble necesidad, al conjugar un programa especializado para la alfabetización de los sectores populares y el cubrimiento de las zonas más alejadas de los centros urbanos. El gobierno de Gustavo Rojas Pinilla adoptó la propuesta como una política educativa asociada al Ministerio de Educación. Esta alianza, sumada a la financiación obtenida por parte de organismos multilaterales como la ONU, en primera instancia, y posteriormente de la Unesco, permitieron que en pocos años ACPO se convirtiera en una organización que cubría buena parte del territorio nacional con campañas de alfabetización y de formación campesina en aspectos tan relevantes como el dominio de técnicas agrícolas, la higiene, la “procreación responsable”, entre otros. La complejidad organizativa que alcanzó ACPO le permitió implementar un modelo educativo que buscaba trascender la emisión de programas radiales, ya que brindaba un acompañamiento continuo a sus oyentes a través de las EE. RR. De esta manera, se crearon diferentes figuras de intermediación que permitían coordinar las actividades programadas por la organización en las veredas. Las EE. RR. estaban articuladas a las divisiones eclesiásticas de la Iglesia, de modo que los párrocos de los municipios estaban llamados a dirigir las actividades que éstas demandaban; para ello, en cada parroquia era seleccionado un grupo de campesinos que participarían como colaboradores en los procesos que demandaba el funcionamiento de las EE. RR. En primer lugar estaba el auxiliar inmediato, a quien se le asignaba la dirección de una o varias Escuelas. Su principal tarea era registrar la asistencia de los estudiantes matriculados y acompañarlos en la audición de las clases, ampliaba las

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Auxiliar inmediato en Escuela Radiofónica de la Central de Servicios de ACPO.

Algunos alumnos de la Escuela Radiofónica núm. 52 con la vaca Violeta durante la visita que realizó José Gregorio López, líder de la educación campesina.

explicaciones transmitidas y resolvía las dudas que allí surgían. En segunda instancia, se encontraba el representante parroquial, quien bajo la dirección del párroco estaba encargado de recibir y distribuir los materiales de trabajo, compilar las listas de asistencia de los estudiantes, recibir y enviar correspondencia con las directivas de la emisora, y organizar las reuniones que se realizaban cada mes

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Auxiliar inmediata consultando la Biblioteca del Campesino.

con los auxiliares inmediatos que dependían de la parroquia. Se trataba, entonces, de un intermediario entre la parroquia y la sede central de Radio Sutatenza. Por último, se hallaba el auxiliar parroquial, encargado de instalar y organizar las EE. RR. y de liderar las campañas educativas de extensión. Esta compleja organización permitía que los programas llegaran a la mayoría del territorio colombiano, e involucraran a un gran número de campesinos que se formaban para liderar estas actividades (ACPO, 1957). El modelo de las EE. RR. comprendía, además, el establecimiento de un programa de formación de líderes campesinos, con el fin de fortalecer la creación de grupos de colaboradores en las diferentes parroquias. Una vez seleccionados, los auxiliares parroquiales viajaban a Sutatenza, donde funcionaban el Instituto Campesino Masculino y el Instituto Campesino Femenino. Para 1957, en tan solo diez años, estos institutos ya habían formado 522 hombres y 442 mujeres, quienes asumieron el compromiso de retornar a sus veredas para apoyar el establecimiento y fortalecimiento de las Escuelas. Se trataba de un modelo de formación de líderes comunitarios inédito para la época, más si tenemos en cuenta que a pesar de los esfuerzos adelantados durante la República Liberal, el analfabetismo se mantenía entre una buena parte de la población campesina, y la escuela republicana aún no cubría todo el territorio nacional. Es importante destacar que si bien esta iniciativa ubicaba como uno de sus propósitos principales integrar al campesino a la vida social a través del “mantenimiento del espíritu cristiano” y “la vida parroquial”, al mismo tiempo buscaba formar ciudadanos que concibieran el mundo rural como una industria que posibilitaría el progreso y engrandecimiento de la nación (ACPO, 1957). Las modificaciones introducidas por el proyecto fueron novedosas pues, a diferencia de la escuela formal, los alumnos recibían las clases en su propia casa o en una vecina. Bastaba con la recepción de la onda radial y el establecimiento de un

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Martha del Socorro Barrera Duque, alumna de la Escuela Radiofónica núm. 53, vereda Palmira, finca Las Delicias, Cisneros (Antioquia).

auxiliar inmediato que guiara la audición de las clases, para la creación de una escuela radiofónica. Aunque las políticas culturales desarrolladas por ACPO involucraron diferentes dimensiones de la vida social, este trabajo se enfoca en el análisis de su influencia en las transformaciones de la cultura escrita en las sociedades campesinas de diferentes regiones del país. Con ello no se pretende medir la eficacia del proyecto al intentar cuantificar sus efectos a partir del número de personas que adquirieron las habilidades que supone el dominio de la lectura y la escritura, sino más bien las diversas prácticas de lectura y escritura a partir de la descripción de las nuevas formas de acceso a la palabra escrita, de los modos de aprendizaje que imponía la intermediación de la radio y de las relaciones que se construían en la correspondencia de seguimiento y apoyo que se generaba desde el programa. En lugar de una interpretación que clasifica en orillas opuestas el dominio de las habilidades de lectura y escritura frente al desconocimiento total de las mismas, privilegiamos las nuevas perspectivas de análisis que han modificado la misma noción de alfabetización y se llama la atención sobre el carácter gradual de los procesos de adquisición del alfabeto. Los diferentes grados de adquisición y dominio de la palabra escrita estaban en relación con la diversidad de las prácticas de lectura y escritura que generaban los diferentes niveles de formación ofrecidos por ACPO, que iban desde los cursos de formación elemental que comprendían la enseñanza del alfabeto y de algunos rudimentos de lectura y escritura, hasta los cursos de formación avanzada para líderes campesinos que comprendían un periodo de internado en los Institutos de Sutatenza, donde se ofrecía instrucción alrededor de las diferentes actividades pedagógicas y administrativas que posteriormente éstos debían desempeñar en sus veredas1. Es preciso mencionar que el propósito de este artículo se limita a presentar los resultados parciales de una investigación en curso sobre las transformaciones de la

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1. En este trabajo nos hemos valido de las orientaciones analíticas que ofrecen las obras de Roger Chartier (1994a, 1994b, 1999), Armando Petrucci (1999), Antonio Castillo Gómez (2002) y Jack Goody (1996), quienes a través de sus estudios ofrecen una variedad de temas que permiten captar la riqueza de la cultura escrita como terreno de análisis. Para el caso colombiano, la obra de Renán Silva (2005, 2006, 2008) constituye una referencia ineludible para comprender las transformaciones que los grupos mayoritarios de la sociedad vivieron en esta dimensión de la vida social durante la República Liberal, periodo que antecedió en términos temporales el surgimiento de Radio Sutatenza.

cultura escrita que introdujo ACPO en las sociedades campesinas. Aunque el archivo de ACPO ofrece una gran variedad de documentos sonoros, manuscritos e impresos que permiten rastrear dichas transformaciones, en esta etapa de investigación hemos privilegiado la correspondencia que intercambiaron los campesinos vinculados a los programas de alfabetización con los funcionarios de la organización. Esta herramienta constituye una fuente de gran valor investigativo, por ofrecer testimonios directos de los campesinos que se vieron beneficiados por los programas educativos de ACPO que remiten a la experiencia vivida. Dadas las dimensiones del archivo epistolar y de los objetivos exploratorios de esta etapa de la investigación, se seleccionó una muestra aleatoria, que en ningún caso pretende ser representativa, de cartas conservadas de los departamentos de Valle, Cauca y Nariño.

LA RADIO, LA LECTURA Y LA ESCRITURA A pesar de que la idea de aprovechar la radio como un medio para llevar las “luces de la cultura” a los grupos mayoritarios de la sociedad ya había sido implementada durante los años de la República Liberal con la creación de la Radiodifusora Nacional de Colombia (Silva, 2005), no se puede desconocer el carácter innovador que en este terreno mantuvo Radio Sutatenza. La creación de un escenario educativo alternativo a la escuela formal constituye una de sus invenciones más originales. Estamos hablando de la Escuela Radiofónica, una figura que suponía la redefinición de algunos elementos propios de la escuela formal, pues abría la posibilidad de establecer espacios de enseñanza en las casas de los campesinos, espacio en el que podían compartir niños y adultos la experiencia educativa, pero, además, donde alguien que tuviera conocimientos mínimos de lectura y escritura podía guiar las actividades dirigidas por el maestro a través de la radio. El modelo educativo de Radio Sutatenza abría la posibilidad para que las familias no solo se dispusieran a escuchar de manera conjunta los programas de radio, sino a organizarse como EE. RR. donde alguno de los miembros que tuviera conocimientos mínimos de lectura, o lectura y escritura, podía obrar como auxiliar inmediato. En la correspondencia remitida a ACPO por los auxiliares inmediatos y por los alumnos, encontramos múltiples referencias al respecto, lo que nos permite constatar que se trató de un modo extendido de organización de las EE. RR.; así, por ejemplo, el caso del auxiliar Abel Ordóñez, quien escribía desde Esmeraldas (Nariño), el 2 de mayo de 1970: Se matriculo mi escuela el pasado mes de marso soi yo el ausiliar tengo cuatro alunos que son mi mujer y tres yjos estamos estudiando el curso básico yse el tablero la huerta casera sintoniso susprogramas todos los días escucho perfectamente las clases.

Si bien en muchos casos se trató de una modalidad de aprendizaje de las habilidades de lectura y escritura circunscrita a la manera como estaba organizada la familia, es preciso destacar que las formas que adquirió fueron múltiples. Esto significa que no necesariamente la enseñanza estaba a cargo del jefe del hogar, en este caso se imponía como criterio el mayor grado de dominio de dichas habilidades. Era posible que incluso las mujeres mediaran en los procesos educativos de sus padres, así lo escribía María Leonor Moreno el 28 de octubre de 1970 desde El Carmen (Nariño), quien a sus dieciocho años se encontraba vinculada a ACPO como auxiliar inmediata y buscaba una beca para ingresar al curso de líderes en Sutatenza.

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Escuela rural.

Escuela Radiofónica. Auxiliar inmediato enseña apoyado en las láminas editadas por ACPO.

Le cuento que tengo matriculada mi escuela radiofónica en el curso básico, donde mis padres y mis hermano, están aprovechando muy vien las clases, y tengo mucho interés en enseñarle, emos recibido muchas enseñanzas [...]

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María Ángela Ortiz, auxiliar inmediata de la Escuela Radiofónica núm. 3 y dirigente campesina de Salazar de las Palmas (Norte de Santander).

Fiesta de la lectura de las Escuelas Radiofónicas de ACPO. Entrega de certificados a los alumnos de las escuelas de la vereda Calabozo, Rovira (Tolima), 22 de octubre de 1966.

Aunque la correspondencia en general no ofrece muchos detalles sobre las prácticas de enseñanza y aprendizaje que se desarrollaban en las clases, sí es posible inferir que los miembros del grupo familiar asumían el papel que les correspondía de acuerdo con su nivel de instrucción. Pero más importante aún, es la posibilidad de rastrear cómo el aprendizaje de las primeras letras (o la educación elemental) se replegaba al ámbito de la vida privada de los hogares campesinos,

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Carta de un campesino de Hatofrío (Sotará), junio de 1970.

sin excluir los niveles de formación que ofrecía la escuela formal. Hatofrío (Cauca), 11 de junio de 1970: Les contamos que fuimos alugna en la escuela radifonica número 69 en la que hacia como auxiliar mi papá Jeremías Moncayo, donde aprendimos a coneser las primeras letras y números de lo que hoy tenemos motivos de gratitud, haora estamos haciendo 2° año de primaria en la escuela publica: Nos toca a dos horas de camino a la escuela. Mi papá tiene matriculada la escuela familiar donde a prendemos a cultivar el jardín y la huerta casera.

En este punto es preciso detenernos. Si bien el modelo de las EE. RR. suponía una apuesta por modalidades de aprendizaje que operaban en el ámbito privado, no se trató de un espacio aislado que funcionara por fuera de dinámicas educativas

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Durante el curso los alumnos han efectuado numerosas prácticas, entre ellas, de encuesta rural. En la fotografía aparece un alumno de visita a un hogar campesino.

de mayor alcance. El interés por dar continuidad a los procesos educativos mediante el ingreso a la escuela formal es expresado con frecuencia. Así mismo, los programas de formación en los institutos para líderes de ACPO aparecen como un destino que muchos campesinos buscaban. Soy Auxiliar Inmediata y a mi Escuela Radiofónica #33 asisten 6 alumnos a los cuales les enseño como indica el método a los Auxiliares y les hago escuchar todas las clases que dicta el profesor durante la semana, y el día domingo que también asisten los alumnos, les doy clases de catecismo.

La asimilación de nuevas prácticas de escritura por parte de los auxiliares inmediatos suponía el dominio de la técnica de la escritura y la capacidad de consignar información relevante de forma sistemática en un soporte encuadernado como una libreta. Así, por ejemplo, Julio Muñoz escribía desde el municipio de Nariño (Nariño) el 20 de junio de 1963: “Le cuento que la libreta de apuntes se me perdio pero yo estoy llevando los apuntes en otros por ahora no le quito más tiempo y quedo pendiente a sus orientaciones”. El reconocimiento de la importancia de esta actividad, la persistencia de Julio Muñoz de continuar llevando sus apuntes en otros soportes —seguramente de papel— y la mención de este percance dentro del informe que rendía, nos permiten pensar en la trascendencia que ganaba esta práctica en la vida de los auxiliares inmediatos. Las transformaciones de la relación que establecían los auxiliares inmediatos con la lectura y la escritura, también pueden observarse en el deseo que manifestaban de conquistar un espacio independiente para las clases, así lo manifestaba en su carta Alfonso Bolaños, auxiliar inmediato de la vereda El Alto, en San Pablo (Nariño), cuando mencionaba que “También eztoi edificando huna pieza la cual

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Carta de Alfonso Lúligo, agosto de 1970.

me cerbira para la escuela”. No es difícil suponer que la construcción de una habitación en una casa campesina significaba un esfuerzo en términos de recursos, lo que sugiere una alta valoración a las actividades educativas que se desarrollaban. Pero, además, la separación de la EE. RR. de los espacios propios de la casa, al edificar una habitación independiente para las clases, permite captar cómo el mundo del lector empezaba a demandar de un espacio dentro de la vivienda del campesino. Sin embargo, no se trataba de un espacio cualquiera, las permanentes solicitudes de materiales y utensilios para las aulas por parte de los auxiliares dan cuenta de la elaboración de un conjunto de necesidades propias de las actividades de enseñanza del alfabeto, así lo manifestaba Alfonso, auxiliar inmediato de la vereda los Llanos en el Tambo (Cauca), esta para decirles que ise matricular mi escuela Numero 3 y estube escuchando las claces con 3 alumnos cuyos nombres son, zor Aida Polindara, Alirio Polindara,

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Alumnos del Discoestudio en la escuela El Ramal, vereda Monte y Pinal, en Pauna (Boyacá), noviembre de 1975.

Aldemar Polindara. Escuchamos las claces por 2 años seguido entre 1966 y 1967 durante los cuales aprobechamos muy vién dichas clases, y mandamos a contestar las comprobaciones y por medio de ellas recibimos los sertificados de alfabetisación. Pero luego suspendimos porque yo Auxiliar Alfonso Lúligo tuve grandes problemas y tuve que suspender las claces pero en adelante Dios mediante pienso volver a ingresar a buestras claces que son tan importantes. Con 3 alumnos que tengo conquistados bamos adelante si Dios quiere. Para lo cual les ruego el favor de embiarme si les es posible algunos útiles a la oficina.

El tablero constituía un elemento fundamental para el desarrollo de las clases; en las cartas las referencias a este elemento son múltiples, lo que nos muestra el esfuerzo de los campesinos por mantener un espacio cada vez mejor dotado para la enseñanza de la lectura y la escritura; Rosalva Insuaty Villota, auxiliar inmediato en La Loma (Nariño), describía en su carta del 10 de julio de 1970 los elementos que tenía la EE. RR. bajo su cargo.

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Escuelas populares dirigidas a niños y jóvenes para aprender a cultivar la huerta.

Nosotros estamos constantes de atender las esplicasiones que escuchamos que nos dan por medio de Radio Sutatenza y ya tenemos el Radio, tablero y la guerta casera y ya está vien organizada la escuela en la bereda Loma # 21.

PRESENCIA DEL LIBRO Y DE OTROS IMPRESOS Uno de los componentes fundamentales dentro del proyecto educativo de ACPO fue la producción de material editorial especializado en la educación del campesino. En pocos años fue creada la Editorial Andes, en la que se editaban textos tanto para los líderes campesinos, como para los alumnos de las EE. RR.; la correspondencia de unos y otros da cuenta del interés y entusiasmo que causaba este material. Álvaro Reyes, secretario general, escribía el 11 de marzo de 1963 desde Versalles (Valle): Me dirijo nuevamente a Uds. con el fin de pedir información a cerca de las “Cinco Cartillas”, pués les declaro no me ha sido posible conseguirlas en ninguna parte a las cuales me he dirigido, por lo tanto mi campaña al respecto a sido definitivamente si este elemento las Escuelas no pueden funcionar. Constantemente llegan los campesinos aquí a mi oficina a solicitar las tan ansiadas

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Carta de Álvaro Reyes, marzo de 1963.

Cartillas pero con tan mala suerte que aquí ni siquiera las conocemos. Yo me he dirigido a Pereira y a Bogotá y el mismo resultado he obtenido.

Las cinco cartillas que menciona Reyes formaban parte de lo que la Editorial Andes había definido como la Biblioteca del Campesino. Una colección de pequeño formato, diseñada con tipografía de gran tamaño y ambientada con imágenes, la cual abordaba los temas que se consideraban fundamentales en la vida de la población campesina. Lo más destacado es que las cartillas llegaron a ser valoradas por los mismos campesinos como un material necesario para el desarrollo de las clases, así lo manifestaba un auxiliar inmediato no identificado el 18 de marzo de 1970 desde la vereda de Yascual (Nariño): Los saludo por primera ves. Y soi auciliar de la Escuela Numero Nueve y tengo 9 alumnos en el curso Basico y estamos aprendiendo todas las clases que nos enseñan y tanvien se me acabo la separata y no tengo cartilla Bacica. De las demas ya nos llego.

La valoración de las cartillas por parte de los campesinos correspondía a diferentes estrategias emprendidas por ACPO para la promoción de la lectura; así, por ejemplo, se adelantó la campaña Un libro por un huevo, esto acompañado de

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Carta de auxiliar inmediato no identificado, marzo de 1970.

avisos impresos en gran formato ocupaba un lugar importante. Desde Ancuya (Nariño), escribía el 31 de marzo de 1963 Julio Fabio Muñoz: Le pido de una manera muy cordial que sigan sacando el reglamento de deportes en el periódico lo ah pedido los maestros y el programa de SIC no olbide de mandarme las graficas o cartelones de los elementos que tiene ACPO para llegar a la mente del campesino para dejar un cartelón de esas en cada parroquia el cartelón de las 5 cartillas les llama la atención pero dicen que sacaran un cartelón de todos los métodos y elementos que llega a la mente del campesino.

En muchos casos la Biblioteca del Campesino llegó a convertirse en un material de consulta permanente: Le cuento que yo de las cartillas de salud e aprendido bastantes cosas que no sabía y hignoraba de la cartilla de salud aprendís a usar el calzado a aser el

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Señora con cartillas, 19 de agosto de 1971. Escuela Radiofónica núm. 2. Fotografía San Antonio.

Escuela Radiofónica, Bagalal, Pasoantiguo (Norte de Santander), Amanda Acevedo de Capacho, Arquidiócesis de Pamplona. A través de los programas de Radio Sutatenza, construyeron la letrina y adelantaron los programas de siembra de café y frutales.

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Algunos títulos de la Biblioteca del Campesino.

Hasta una mula sirve de pupitre al campesino de la vereda Combia en Pereira. Fotografía de Tito A. Casas. Campaña con motivo de la alfabetización en Colombia.

Escuela Radiofónica núm. 41, vereda de La Laguna, Pasto (Nariño), funciona desde 1971, tiene diecisiete alumnos. Enrique Noé Guerrero es auxiliar inmediato, 15 de septiembre de 1968. Fotografía de Héctor F. Urrea.

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Prensadora de discos, Editorial Andes, Bogotá.

Colaboradoras de ACPO hacen la escogencia de las cartas del sorteo correspondiente al mes de agosto del concurso Escriba y gane del programa Larga distancia de Radio Sutatenza.

baño diario el aseo de las manos también aprendí a inyectar a aplicar indecciones a las personas. De la cartilla de la tierra también aprendi a aplicar indecciones a los animales. También trabajo con técnica abono los terrrenos para que los cultivos den muy buenos. De la cartilla creo en dios. Aprendi a

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portarme vien como se debe portar un cristiano como hijo de Dios...De la cartilla numero e aprendido a sumar a dividir a restar a multiplicar y a ser varios ejercicios de número. De la cartilla alfabeto le cuento que no puedo muy bien la puntuación pero poco a poco e de aprender. Le ruego el favor y perdona la molestia de que me regalara un libro que se llama diccionario ese libro enseña la gramatica y la lectura. [José Norbel Erazo Díaz, auxiliar, vereda el Vergel, La Unión (Nariño), 20 de diciembre de 1969]

Se trataba, entonces, de una política del libro que consideraba a los campesinos como un público con necesidades e intereses particulares. Una política que buscaba llevar este elemento hasta la propia casa del campesino. El archivo fotográfico de ACPO evidencia cómo el libro había ganado un lugar en el hogar del campesino. Los libros eran acumulados y, sobre todo, conservados en estanterías elaboradas con madera rústica, pero decoradas con mantas bordadas o protegidas por una cortina.

COMUNICACIÓN EPISTOLAR: ESCRITURAS DIFERENCIADAS La comunicación epistolar ocupó un lugar central en el proceso de expansión de las EE. RR. Dentro de la estructura organizativa de ACPO existía una división encargada de responder de manera individualizada la gran cantidad de correspondencia que llegaba de parte de los líderes campesinos vinculados a la organización (auxiliares parroquiales, líderes y auxiliares inmediatos), los alumnos de las EE. RR. y también de cualquier oyente de los programas de la emisora. En el caso de los líderes campesinos el carteo era el medio a través del cual rendían informes de sus actividades a la jefatura de la organización. Así, desde la sede central, los funcionarios encargados de responder la correspondencia llevaban un registro de cada uno de sus interlocutores, lo que les permitía enviar instrucciones y recomendaciones precisas y al mismo tiempo adelantar un seguimiento continuo del desempeño de los líderes en lo que les era encomendado. Así lo deja saber la carta enviada desde Bogotá por una de las funcionarias de ACPO el 6 de noviembre de 1968, a una de las líderes que trabajaba en Pamplona (Norte de Santander): Cuéntame una cosa, María Inés, qué te pasa que has dejado de ser frecuente en sus comunicaciones con la Jefatura?... He venido observando y también comparando cómo antes tus comunicaciones eran más continuas que ahora. Pues hace exactamente mañana un mes me enviaste la última carta y no he vuelto a recibir más. Dios quiera que más bien sean trastornos de correo y mis juicios emitidos sean de hecho errados.

Pero no se trataba solo de un cruce de correspondencia de carácter institucional, sino también de un medio de comunicación generador de amistades. En este caso, el éxito de hacer amigos a través de la palabra escrita guarda como uno de sus rasgos fundamentales el hecho de que se tejía una relación en el terreno de lo no probado, pues no necesariamente estaba antecedida de un reconocimiento personal. Los funcionarios de ACPO, profesionales en la comunicación epistolar, de manera permanente indagaban a los líderes por su situación personal utilizando un lenguaje cariñoso, dándole cabida a un vínculo amistoso. El 4 de diciembre de 1962 el padre José Ramón Sabogal, Director Nacional de las EE. RR. le escribía al señor Guillermo Quetama Parra, líder parroquial de Iles (Nariño):

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Carta de Benjamín Arturo Peña, 19 de mayo de 1969.

Carta de Alejandro Flores, auxiliar inmediato de Florencia (Cauca), quien escribió el 28 de noviembre de 1958.

[...] Lo felicito muy sinceramente por las capillas que bajo su dirección han construido en Bolívar. Espero que usted organice sus trabajos de tal manera que sirviendo a sus hermanos campesinos haga también su prosperidad cristiana personal y familiar. Mucho he lamentado la enfermedad de su padre y pido a Dios en mis oraciones por él. Le desea todas las bendiciones del cielo y los saluda con atención. JOSÉ RAMÓN SABOGAL Director Nal. de las Escuelas Radiofónicas

En este sentido, las cartas eran portadoras de palabras de aliento y estímulo para los líderes, llegaban incluso a convertirse en un elemento fundamental para aquellos que eran enviados a regiones diferentes a su lugar de origen. Así lo manifestaba Benjamín Arturo Peña el 19 de mayo de 1969, quien fue trasladado al municipio de Durania (Norte de Santander), Por primera vez me dirijo a usted para saludarlo y al mismo tiempo comunicarle que he recibido una vos de aliento al llegar a mis manos la carta escrita por usted, que viene con fecha del 16 de abril. La verdad es que durante este semestre que ya vamos a terminar es muy poca la correspondencia que he recibido y esto es de vital importancia para nosotros los lideres. Hay ocasiones me imagino, “será que se an olvidado de mi”? ... le comunico que he podido organizar un numero muy reducido de EE.RR. debido a que los problemas son muchísimos necesitaríamos muchas paginas para poderlos escribir.

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Esta forma de comunicación hacía que los líderes personalizaran su comunicación con la organización, la ausencia del interlocutor con quien se había establecido un vínculo fraterno era lamentada por Alejandro Flores, auxiliar inmediato de Florencia (Cauca), en la carta que escribía el 28 de noviembre de 1958: Reciba saludo de este auciliar que ase tiempos que no le escrebid yo solo escrebia con el hermano Jorge pero aorá estoy con un pesamé y un dolor que perdimos un buen hombre un buen religioso un buen concejero que nos a concejaba y nos correjia el error que yo no tego cuando olvidar al hermano pero yo creo el hermano esta en el reino de Dios.

Pero la posibilidad de establecer comunicación epistolar con la organización no era exclusiva de los líderes campesinos, los oyentes y alumnos de las EE. RR. en forma permanente escribían a los profesores que seguían a través de la radio, así como a los locutores de sus programas favoritos. Con frecuencia escribían para agradecer por la labor adelantada, solicitar una canción en una fecha especial como un cumpleaños, año nuevo, o enviar alguna copla transcrita para ser leída en el programa. En las cartas de los campesinos es común encontrar que las convenciones de escritura más formales, son reemplazadas o combinadas con palabras de amistad y cariño, lo que nos muestra una capacidad de escucha que permitía al mismo tiempo tejer lazos de amistad desde la distancia con los profesores y locutores que a diario oían a través del radiorreceptor. Así, por ejemplo, lo sugiere Laurentina Rodríguez, una campesina que escribía el 20 de mayo de 1970, desde la vereda La Resina, en Las Mesas (Nariño), a sus amigos del programa Buenos Días: Señores Locutores Programa buenos días Muy apreciados amigos En este grato momento los saludo y les deseo salud y feliz éxito en su labor educacional Quiero agradecerles por haberme complacido y por la carta que recibi Que varias veses he leido También lo que yo quiero. Con mi saludo especial a moseñor Salcedo y al padre Sabogal... a la Radio Sutatenza no la cambio por nada

Los nuevos alfabetizados, lejos de ser actores pasivos, se embarcaron en la aventura de la escritura y dirigían cartas a sus amigos de la radio. En estas relaciones muestran una transformación del sentido de proximidad, pues en lugar de los encuentros cara a cara, primaba la presencia del amigo a través de la voz y la palabra escrita recibida en una carta. La interlocución que permitía este puente comunicativo fue un elemento generador del entusiasmo por la escritura, así lo deja ver Octavio Caicedo cuando escribía desde Arbela (Cauca), el 29 de marzo de 1970: Me he reanimado al saber que mis coplas y poesías saldrán en el semanario El Campesino, eso me alegra mucho pues un pobre campesino como yo que apenas he tenido unos tres años de primaria en un rancho de pajas, y un solo año de Escuela urbana en el Distrito de La Sierra. Cea en mi juventud, siempre haber hecho algo por mi persona, y por mi patria pequeña que me vio nacer, verdad? Si todas mis coplas o composiciones son publicadas en el semanario Campesino, yo seguiré escribiendo siquiera una en cada mes. También mandaría escritas unas composiciones que yo he mandado para Estados Unidos de America del Norte, de las cuales tengo buenas contestas. Así también un primo mio va a escribir a Sutatenza.

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Carta de Octavio Caicedo enviada desde Arbela (Cauca), 29 de marzo de 1970.

Para finalizar, es preciso mencionar que si bien los programas educativos adelantados por ACPO mantenían como uno de sus principales objetivos alfabetizar a la población campesina del país, los efectos alcanzados estuvieron lejos de ser homogéneos. Es importante destacar que las habilidades de escritura adquiridas por los campesinos vinculados a la organización fueron diferenciadas, los diversos grados de dominio de la técnica aparecen registrados en la correspondencia enviada a la organización. La mejor posición de los líderes dentro de la estructura organizativa aseguraba un proceso formativo más intenso, pero además la adquisición de prácticas de escritura más especializadas. La caligrafía, la ortografía y hasta la forma de distribuir el papel en cada caso dan cuenta de los múltiples grados del dominio de la técnica, pero, además, la composición del mensaje brinda pistas importantes para captar la gran variedad de matices que estos procesos generaron entre la población campesina. Así, por ejemplo, mientras la correspondencia de los auxiliares inmediatos y los alumnos de las EE. RR. guardaba como un elemento común la sencillez de los mensajes que, en la mayoría de los casos, estaban llenos de imprecisiones, los campesinos que alcanzaron una mayor formación en los Institutos

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de Sutatenza y que llegaron a convertirse en auxiliares y representantes parroquiales desarrollaron habilidades de mayor complejidad.

REFERENCIAS ACCIÓN CULTURAL POPULAR,

Sacerdotes y seglares en la obra educación popular en Colombia: las Escuelas Radiofónicas y su labor de 1954 a 1957. Informe de la Dirección General de Acción Cultural Popular a la II Asamblea General de la Institución, Bogotá, Editorial Pío X, 1957. CASTILLO GÓMEZ, Antonio (coord.), La conquista del alfabeto. Escritura y clases populares, Gijón, Trea, 2002. CHARTIER, Roger, Cultura escrita, literatura e historia: coacciones transgredidas y libertades restringidas, México, Fondo de Cultura Económica, 1999. —— Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza Editorial, 1994a. —— El orden de los libros: lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Barcelona, Editorial Gedisa, 1994b. GOODY, Jack et ál. (comps.), Cultura escrita en sociedades tradicionales, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996. HELG, Aline, La educación en Colombia, 1918-1957. Una historia social, económica y política, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, Plaza & Janés, 2001. PETRUCCI, Armando, Alfabetismo, escritura, sociedad, Barcelona, Editorial Gedisa, 1999. SILVA, Renán, República Liberal, intelectuales y cultura popular, Medellín, La Carreta Editores, 2005. —— Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia, Medellín, La Carreta Editores, 2006. —— “El libro popular en Colombia, 1930-1948. Estrategias editoriales, formas textuales y sentidos propuestos al lector”, en Revista de Estudios Sociales, Bogotá, 2008, núm. 30, págs. 20-37.

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Promoción de la alfabetización en la frontera de los Llanos: la influencia de Radio Sutatenza y Acción Cultural Popular en el departamento del Meta, 1950 a 1990* JA N E M . R AU S C H ** [email protected] Traducción: Míriam Cotes Benítez

RESUMEN su momento de mayor apogeo, Acción Cultural Popular (ACPO)-Radio Sutatenza, una extraordinaria campaña lanzada por el padre José Joaquín Salcedo Guarín en 1947 con el fin de utilizar la radio para enseñarles a leer, a escribir y a mejorar sus condiciones de vida a los adultos campesinos analfabetos en Colombia, fue estudiada en forma cuidadosa y emulada por otros países de América Latina y de África. La bibliografía publicada sobre ACPO es extensa, pero como sus archivos solo se pusieron recientemente a disposición de los investigadores, muchos aspectos del programa todavía están por investigarse.

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El propósito de este ensayo es analizar su impacto en el departamento fronterizo del Meta después de la Violencia, teniendo en cuenta la situación de la región, los esfuerzos de la Arquidiócesis de Villavicencio para apoyar este movimiento, la participación de los llaneros en las actividades de ACPO y los problemas que contribuyeron a su cierre. En su tesis, “Radio Sutatenza y Acción Cultural Popular (ACPO): los medios de comunicación para la educación del campesino colombiano” (2009), José Arturo Rojas Martínez hace un exhaustivo resumen de las acciones de Radio Sutatenza, emprendidas en 1947 por el padre José Joaquín Salcedo para crear las Escuelas Radiofónicas (EE. RR.) con el propósito de enseñarles a los adultos analfabetos de Colombia no solo a leer y a escribir sino también a mejorar sus condiciones de vida y las de sus comunidades. En veinte años, el proyecto, que Rojas Martínez describe como “la más importante experiencia radial de la Iglesia Católica” creció

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Página anterior: Campesino escribiendo una carta.

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Agradezco a la doctora Margarita Garrido la cuidadosa lectura del manuscrito y sus útiles sugerencias.

** Estados Unidos. Doctora en Historia de la Universidad de Wisconsin y especializada en historia de Colombia y en estudios comparativos de regiones de frontera. Obtuvo su licenciatura en la Universidad de DePauw (1962). En la actualidad es profesora emérita del Departamento de Historia de la Universidad de Massachusetts y crítica de libros para la Inter-American Review of Bibliography y The Latin Americanist. Por más de cuarenta años ha dedicado sus investigaciones y estudios a Villavicencio y es autora y editora de varias publicaciones.

Padre José Joaquín Salcedo.

Miembros de la delegación ministerial enviada por el gobierno de la República de Senegal para estudiar la posibilidad de establecer el sistema colombiano de Escuelas Radiofónicas en su país. Fotografía de Jorge Pereira, 8 de junio de 1962. 1. José Arturo Rojas Martínez, “Radio Sutatenza y Acción Cultural Popular (ACPO): los medios de comunicación para la educación del campesino colombiano”, tesis de maestría, Bogotá, Universidad de los Andes, 2009, pág. 3.

hasta incluir más de 20.000 Escuelas Radiofónicas individuales con un estudiantado de entre 160.000 y 220.000 individuos1. Consolidadas en la Iglesia católica como ACPO, las lecciones transmitidas por Radio Sutatenza eran reforzadas por un periódico muy leído: El Campesino (1958-1990) y la publicación de cartillas, libros y discos fonográficos.

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Padre Abraham Builes de misión entre los indígenas tunebos de Arauca.

ACPO alcanzó su apogeo en los años setenta. Sin embargo, en los años ochenta comenzaron a surgir problemas que no pudieron superarse. Los desacuerdos entre las autoridades eclesiásticas, la competencia de emisoras comerciales de radio, los conflictos con revolucionarios de izquierda y el retiro de la financiación por parte del Gobierno Nacional y las agencias internacionales, forzaron a sus directores a disolver el instituto y a vender Radio Sutatenza a la cadena Caracol2. Puesto que en su momento de apogeo, educadores de distintas partes del mundo consideraban a Radio Sutatenza como una herramienta extraordinaria y práctica para educar a adultos analfabetos, sus métodos fueron estudiados con cuidado y emulados en otros países de América Latina y África. La bibliografía publicada sobre el instituto es extensa pero, como concluye Rojas Martínez, muchos aspectos de la experiencia de ACPO y Sutatenza aún están por investigarse3. Uno de estos aspectos es el impacto que las EE. RR. tuvieron en los habitantes de los Llanos Orientales, las grandes llanuras que se encuentran al oriente de la cordillera de los Andes. Esta región abarca el 22% del territorio colombiano, pero hasta mediados del siglo XX, era, en esencia, una región fronteriza, geográficamente aislada de la zona de montaña por las casi insuperables lomas de la cordillera Oriental4. El propósito de este ensayo es analizar el impacto del programa en una parte de los Llanos, el departamento del Meta, teniendo en cuenta la situación política, social y económica del territorio en la década de los cincuenta, los esfuerzos de la Diócesis

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2. Hernando Bernal Alarcón, ACPO, Radio Sutatenza: de la realidad a la utopía, Bogotá, Fundación Cultural Javeriana, 2005, pág. 68. 3. Rojas Martínez, óp. cit., pág. 94. 4. A partir de la década de 1840, las distintas Constituciones adoptadas por Colombia incluían administraciones especiales para las escasamente pobladas regiones de la periferia que eran distintas a las de departamentos más autónomos. De acuerdo con la Constitución de 1888, estas regiones eran designadas como intendencias o comisarías especiales. En 1950 había cuatro intendencias: Chocó, Amazonas, Meta y San Andrés, y seis comisarías: Arauca, Caquetá, Guajira, Putumayo, Vaupés y Vichada. Véase Jane M. Rausch, Colombia: Territorial Rule and the Llanos Frontier, Gainesville, University Press of Florida, 1999.

Familia Tabarez, Escuela Radiofónica, San José del Guaviare (Guaviare), zona 7.

de Villavicencio para introducir y apoyar el movimiento, el alcance y la participación de los llaneros en las EE. RR. y otras actividades de ACPO, y la continua influencia del movimiento durante el declive de ACPO en los años ochenta5.

E L M E TA E N L O S A Ñ O S C I N C U E N TA

5. Además de utilizar fuentes secundarias, este ensayo recurre a datos primarios recolectados en Villavicencio en los documentos personales de monseñor Gregorio Garavito Jiménez, ubicados en la iglesia del Templete, y en Bogotá en la Biblioteca Luis Ángel Arango donde consulté los archivos de Sutatenza que contienen correspondencia entre los estudiantes y ACPO, y el semanario El Campesino.

En los años cincuenta, la región geográfica conocida como los Llanos Orientales se dividía en cuatro unidades políticas. La intendencia del Meta, creada en 1909, tenía una extensión de 85.220 km2 de piedemonte y llanuras que iban hacia el oriente desde la cordillera y eran regados por los tributarios de los ríos Guaviare y Meta. Al norte se encontraban Casanare, una provincia del departamento de Boyacá, y la comisaría de Arauca, que marcaba la frontera con Venezuela. Al oriente se encontraba la comisaría del Vichada. Las cuatro unidades compartían un ambiente tropical alternadamente húmedo y árido en respuesta a las cambiantes condiciones climáticas y del terreno. Selvas densas rodeaban las cuencas de los ríos, pero la vegetación típica estaba constituida por pastos altos, selva esbelta y seca, y palmas dispersas. Pese al clima en extremo caliente y al pastizal tan poco atractivo, el ganado y los caballos que trajeron los españoles en el siglo XVI se adaptaron y prosperaron, reproduciéndose en forma libre y en grandes cantidades en las planicies y conformando la base para la particular subcultura llanera que había evolucionado hacia el siglo XVIII convirtiéndose en un rasgo distintivo de la región a comienzos del siglo XX. En 1950, la proximidad del Meta a la densa

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Escuela Radiofónica de don Luis Ignacio Cangrejo, vereda Hato Viejo, finca El Recuerdo, Arbeláez (Cundinamarca).

población de montaña de Cundinamarca, la importancia de los misioneros montfortianos, el impacto de la Violencia y las deficiencias en instrucción pública fueron aspectos que no solo separaron esta área del resto de la región, sino que también tuvieron una profunda influencia en el desarrollo de las EE. RR.

C E R C A N Í A A L A R E G I Ó N M O N TA Ñ O S A A diferencia de las otras tres unidades políticas de los Llanos, la frontera occidental del Meta está ubicada a 140 km de Bogotá, cuya extensa población ofrecía un mercado potencialmente lucrativo para el arroz, el plátano, la yuca y el maíz que se cultivaban en el territorio, al igual que el ganado de carne. A partir de mediados del siglo XIX, el único camino transitable que unía las zonas montañosas y la frontera de los Llanos era la carretera que bajaba de las empinadas lomas de la cordillera Oriental ubicada entre Bogotá y Villavicencio. Aunque cerrada con frecuencia debido a los deslizamientos de tierra en la temporada invernal, esta carretera era una agitada arteria comercial para los viajeros, los turistas y los potenciales pobladores de comienzos del siglo XX. La pavimentación de la carretera en 1936 y su apertura al tráfico de vehículos propició un flujo de colonizadores que triplicó la población de la intendencia que pasó de 17.733 habitantes en 1928 a 51.674 en 1938. El desarrollo de una vacuna contra la fiebre amarilla prometía un cierto control sobre un nuevo brote de la enfermedad que tuvo lugar en 19346. En los años cuarenta, Villavicencio estaba floreciendo. En su libro, East of the Andes and West of Nowhere, Nancy Bell Bates, una estadounidense residente en Villavicencio, señalaba que la ciudad se había convertido en la puerta de entrada a la “vasta pero subdesarrollada región de los Llanos”. Más diciente aún, según Bell Bates, era el hecho de que Villavicencio no era el típico pueblo colombiano

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6. Omar Baquero, “Departamento del Meta: historia de su integración a la nación, 1536-1936”, tesis de maestría, Bogotá, Universidad Nacional, 1986, pág. 93.

Carlos Mesa, delegado episcopal de las Escuelas Radiofónicas de ACPO.

ni el típico pueblo llanero dado que, con la apertura de la carretera y la llegada de aviones, “gentes y cosas de casi todas partes empezaron a arribar a allí”7. El transporte aéreo que menciona Bates operaba entre Bogotá y Villavicencio desde los años treinta, acortando el tiempo de viaje de seis horas por carretera a treinta minutos en avión. El establecimiento de emisoras de radio en Bogotá, que también tuvo lugar en los años treinta, redujo de manera dramática el tradicional aislamiento de los habitantes del Meta. En los años cuarenta, los receptores de radio operados con baterías les permitían a sus dueños oír noticias, música y radionovelas de Bogotá vía Radio Caracol y Radio Santa Fe. También podían sintonizar emisoras como Radio Rumbos y Ecos del Torbes procedentes de Caracas y San Cristóbal en Venezuela. En 1944, la primera emisora local, La Voz del Llano, comenzó a transmitir desde Villavicencio8.

7. Nancy Bell Bates, East of the Andes and West of Nowhere. A naturalist’s Wife in Colombia, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1947, págs. 179-180. 8. Departamento del Meta, Gobernación, Monografía, Villavicencio, Oficina de Planeación, 1972, pág. 11 (en adelante se cita como Monografía). 9. Alfredo Vázquez Carrizosa, El Concordato de Colombia con la Santa Sede: 12 de julio de 1973, Bogotá, Ministerio de Relaciones Exteriores, Italgraf, 1973, págs. 135; 165-173.

L A I M P O R TA N C I A DE LOS MISIONEROS MONTFORTIANOS El concordato con el Vaticano firmado por el presidente Rafael Núñez en 1887 y ampliado por la Convención de Misiones de 1902, le garantizaba a la Iglesia católica un papel dominante en la educación pública en Colombia. De acuerdo con el concordato, toda la educación pública “tenía que organizarse y orientarse de conformidad con los dogmas y la moral de la religión católica” toda vez que la Convención de 1902 les otorgaba a las órdenes religiosas autoridad absoluta para gobernar, vigilar, educar y controlar a la población indígena que habitaba en los territorios, y la jurisdicción sobre la educación primaria de todas las personas blancas e indígenas. Más importante aún: las autoridades eclesiásticas tenían el derecho a rechazar individuos postulados para cargos en el gobierno civil si consideraban que eran inadecuados o amenazantes para los nativos o para los misioneros9.

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10. Miguel Triana, Al Meta, Bogotá, Casa Editorial de El Liberal, 1913, pág. 40.

Exposición de cartulinas. Fotografía de Hernando Chaves H., El Campesino.

Según el sistema territorial adoptado por la Asamblea Nacional en 1909, el principal funcionario político del Meta era el intendente, asistido por dos jueces de circuito y una fuerza policial de veinticinco agentes. Por lo demás, cada municipio tenía un alcalde y un concejo de cinco miembros10. A pesar de este arreglo, los verdaderos líderes de la intendencia eran los misioneros montfortianos, que comenzaron a llegar a Villavicencio en 1905. Su cabeza espiritual era el ilustre señor doctor don José María Guiot, consagrado como obispo in pártibus of Augustópolis. Guiot ofició como vicario Apostólico a partir de 1908 y hasta que monseñor Francisco Bruls lo sucedió en 1939. Bruls continuó siendo la cabeza de la Iglesia en el Meta hasta su retiro en 198711. En los años treinta, cerca de treinta Padres de Montfort, la mayoría de ellos provenientes de Francia y Holanda, habían servido de párrocos en los pueblos de la intendencia o como misioneros de los indígenas en el Vichada y el Vaupés. La rama femenina de la orden, las Hijas de la Sabiduría, tenía conventos en Villavicencio, San Martín, El Calvario y Vichada. Las monjas les enseñaban a los niños en las escuelas y trabajaban en el hospital fundado en 1912. El monopolio de los misioneros montfortianos en la intendencia no se deshizo hasta 1921, cuando

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11. Los Padres de Montfort y las Hijas de la Sabiduría eran las órdenes, masculina y femenina, de la Compañía de María fundada en Francia en 1705 por san Louis-Marie Grignion de Montfort. Tres libros registran su trabajo en el Meta: José Aurelio Rozo Gutiérrez, S.M.M., Cien años en Colombia construyendo futuro: 1904-2004: Compañía de María-misioneros montfortianos, Bogotá, Ediciones Montfortianas, 2007; Bodas de plata misionales de la Compañía de María en Colombia: 1904-1929, Villavicencio, Imprenta San José, 1919 y Gregorio Garavito Jiménez, Apuntes para la historia de la Iglesia en los Llanos, 16261994 y presencia montfortiana, 1904-1994, Villavicencio, Imprenta Departamental del Meta, 1994.

los Hermanos de las Escuelas Cristianas fundaron una escuela para niños en Villavicencio12. Dado que no más de diez o doce religiosos trabajaban en la vicaría al mismo tiempo, su presencia en los distritos circundantes era tan tenue como la de los funcionarios oficiales. De otro lado, en Villavicencio, los padres montfortianos eran figuras poderosas. Especialmente activo era Mauricio Diéres Monplaisir, el primer coadjutor, notario eclesiástico, secretario de la vicaría, director de diversos trabajos sociales y supervisor escolar en ausencia del obispo. También editaba el periódico diocesano Eco de Oriente que comenzó a imprimirse el 15 de mayo de 1913 y siguió publicando noticias en la región hasta 1950. El regreso al poder nacional por parte de los liberales en 1930 no alteró el papel dominante que desempeñaba la Iglesia católica en los territorios, tal y como estaba establecido en la Convención de Misiones que se había renovado sin modificaciones en 1928. La reforma constitucional adoptada en 1936 fue un intento de supresión de las prerrogativas otorgadas a la Iglesia por el concordato de 1888, pero aunque los liberales pudieron cambiar la forma en que estaba redactado el acuerdo, no pudieron implementar las reformas después de la elección de Eduardo Santos en 1938. Como resultado, en este periodo se vivió un desacuerdo fundamental entre la pluralista y tolerante Constitución de 1936 y el concordato confesional de 188713. En ningún otro punto se hizo tan evidente este desacuerdo como en el gobierno de los territorios, asignado al Congreso por la Constitución de 1936, pero que, en virtud de la Convención de Misiones, siguió siendo un cuartel de las comunidades religiosas. Incluso después de que el Meta se convirtió en departamento en 1959 los misioneros montfortianos siguieron gobernando, vigilando y controlando a los indígenas. Supervisaban la educación primaria de todos los habitantes y eran los principales promotores del progreso social mediante un movimiento conocido como Acción Católica. Acción Católica se inspiraba en dos encíclicas papales: la del papa León XIII, Rerum Novarum (Nuevas cosas) publicada en 1891 e Il Fermo Proposito, promulgada por el papa Pío X en 1905. Ambos documentos invitaban a los católicos a organizar movimientos laicos para trabajar en el mejoramiento de la calidad de vida de los pobres y desposeídos. En 1922 el papa Pío XI fue más allá al promover la creación de organizaciones flexibles. En Colombia, el clero, consciente de los profundos cambios económicos y sociales que estaban teniendo lugar, fundó Acción Católica en 1933 como una forma de colaborar con los laicos en la difusión de los principios cristianos y su relación con los individuos, la familia y la sociedad14. 12. Informe, intendente del Meta, en Memorias del Ministerio de Gobierno, 1933, Anexos, 2:65. 13. R. R. de Roux, “La iglesia colombiana en el período 1930-1962”, en Enrique D. Dussel (ed.), Historia general de la Iglesia en América Latina (11 ts.), Salamanca, Cehila, Ediciones Sígueme, 1981, t. 7, pág. 529. 14. Rojas Martínez, óp. cit., pág. 16. 15. Rozo, óp. cit., pág. 66.

En la jerarquía eclesiástica uno de los más entusiastas promotores de este tipo de trabajo fue monseñor Crisanto Luque Sánchez, arzobispo de la Diócesis de Tunja, que organizó más de 150 sindicatos de obreros y campesinos y creó el Sindicato de Trabajadores de Boyacá. Por eso, era totalmente natural que monseñor Luque endosara de manera personal y completa el proyecto del padre José Joaquín Salcedo de desarrollar escuelas radiales en 1947. Aunque la evidencia es solo sugerente, parece que, de igual forma, en Villavicencio monseñor Guiot y, posteriormente, monseñor Bruls acogieron Acción Católica “como el deseo de empoderar a la población [...] pasarán las obras de promoción y progreso social, casi en su totalidad, de manos de los misioneros a la responsabilidad y manejo de laicos capacitados y facultados para tal efecto”15. A comienzos de los años cuarenta,

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Niños en actividades comunitarias.

monseñor Bruls organizó grupos de mujeres, hombres y jóvenes para apoyar la acción apostólica, y en 1947 el padre Antonio Jiménez implementó una rama de la Legión de María en el Vicariato Apostólico16.

LA VIOLENCIA Y SUS CONSECUENCIAS El periodo comprendido entre 1948 y 1958 vio el estallido de una terrible guerra civil conocida como la Violencia. El derrocamiento del gobierno de Laureano Gómez por el general Gustavo Rojas Pinilla ocasionó cambios en el Meta que influirían en las actividades de los montfortianos y prepararían el camino para la introducción de las Escuelas Radiofónicas. Luego del asesinato del líder popular liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 y la elección del conservador Laureano Gómez en noviembre de 1949, la violencia entre los campesinos se diseminó en los Andes colombianos y en las planicies del Orinoco en la medida en que líderes guerrilleros afiliados de manera no muy sólida al Directorio Liberal pelearon contra los grupos conservadores rivales para devolverle el poder a su partido. Dado que varias de las más sobresalientes bandas rebeldes establecieron su centro de operaciones en los Llanos, Villavicencio se convirtió en el cuartel general para los contraataques del Ejército. Puesto que los guerrilleros llevaron a cabo perversas vendettas contra supuestos simpatizantes del Partido Conservador y las luchas entre los campesinos se agudizaron, aviones pertenecientes al Batallón Vargas estacionados en el aeropuerto de Apiay en las afueras de Villavicencio, bombardearon en forma indiscriminada casas y fincas, matando civiles e indígenas que no tenían ninguna conexión con la guerrilla17. Esta insostenible situación obligó a cerca de 6.000 personas a abandonar el Meta entre 1949 y 1951. Otras 9.000 personas fueron asesinadas, pero el dramático descenso de la población fue compensado por la llegada, entre 1948 y 1965, de 16.000 nuevos inmigrantes al territorio, en su mayoría campesinos que huían de la violencia en la zona de montaña con la esperanza de colonizar tierras públicas en los Llanos y comenzar una nueva vida con sus familias18.

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16. Rozo, óp. cit., pág. 67. La Legión de María es la organización apostólica laica más grande de la Iglesia católica. Su principal objetivo es rendirle gloria a Dios mediante la santificación de sus miembros que se vuelven instrumentos del Espíritu Santo y realizan un programa equilibrado de oración y servicio. Véase http://www.legionofma ry.org/lom.html, consultada el 30 de agosto de 2009. 17. Tomás Ojeda Ojeda, Villavicencio entre la documentalidad y la oralidad, 1880-1980, Villavicencio, Edición Corocora Orinoquense, 2000, pág. 187. 18. Ojeda Ojeda, óp. cit., pág. 187.

Visita de Gustavo Rojas Pinilla y su esposa Carola Correa a una Escuela Radiofónica en 1957.

El 13 de junio de 1953, el teniente general Gustavo Rojas Pinilla, con el apoyo de casi todos los grupos políticos del país, protagonizó un golpe de estado militar que le puso fin a la presidencia de Laureano Gómez. Rojas de inmediato tomó medidas para acabar con la guerra civil declarando el 19 de junio una amnistía general para todos los que habían participado en la Violencia, excepto para los desertores militares. Los rebeldes involucrados en actividades de insurrección solo tenían que deponer las armas para retornar a la vida civil. Muchos líderes guerrilleros, incluidos aquellos que operaban en los Llanos, se acogieron a la amnistía. Entre julio y septiembre de 1953, más de 10.000 rebeldes aceptaron los términos del gobierno. “A finales del año, funcionarios de la restauración habían ayudado a cerca de 5.000 personas desplazadas por la Violencia a regresar a sus casas y ayudaron a otros 30.000 que habían huido a Bogotá y a otros pueblos y ciudades”19.

19. James David Henderson, Modernization in Colombia: The Laureano Gómez Years, 1889-1965, Gainesville, University Press of Florida, 2001, págs. 366-367. 20. Archivo Templete: monseñor Gregorio Garavito a José Paupini, nuncio apostólico, “Informe privado a la Venerable Nunciatura Apostólica en Colombia sobre posible creación de una Diócesis”, Villavicencio, 5 de enero de 1961, pág. 1. 21. Alberto Lleras Camargo, El Tiempo, 19 de diciembre de 1954, citado por Ojeda Ojeda, óp. cit., pág. 101.

La Violencia le pasó una cuenta de cobro a los esfuerzos de los montfortianos. Entre 1947 y 1954 la catedral principal de Villavicencio fue quemada y las iglesias y casas curales en las parroquias destruidas; un misionero fue asesinado y dos más tomados prisioneros20. Además, la perversidad de la lucha reveló que la educación cristiana que los religiosos habían querido proporcionar fracasó en evitar que los católicos se mataran entre sí. Tratando de explicar la ferocidad de la Violencia, un periodista escribió en El Tiempo: “Fallaron pues la escuela, el colegio, la universidad. Fallaron los sistemas educativos complementarios, fallaron el hogar y la educación moral religiosa de Colombia”21. En medio de esta lucha, monseñor Bruls autorizó a su secretario, el padre Gregorio Garavito, y a su hermano, el padre Elías Garavito, a iniciar una cruzada por el regreso a la cristiandad con el eslogan “Unidos en Cristo”. Uno de los primeros pasos fue la fundación de un nuevo pueblo, Montfort del Meta, en 1950, para atender las necesidades espirituales de la población ubicada a seis horas de San Juanito. En 1951, el padre Lucreciano Onofre inauguró un praesidium de la Legión de María en la catedral de Villavicencio y se establecieron ramas adicionales en otras parroquias. La renovación de la Convención de

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Misiones el 29 de enero de 1953 fortaleció aún más las actividades de los montfortianos, poco después de que monseñor Bruls autorizara al padre Elías Garavito para dar inicio a un programa de tres años que buscaba la reafirmación de la fe. En 1953 monseñor Rafael Sarmiento Peralta regresó a Colombia después de tomar cursos de desarrollo cristiano en Europa. En octubre, Sarmiento Peralta fue a Villavicencio, por invitación de Garavito, para ofrecer, como parte de Acción Católica, un primer cursillo al que asistieron mujeres y que se realizó en el Club Bavaria. Garavito mismo presentó los cursos a los campesinos en la vereda de San José y las parroquias de Montfort, El Calvario y San Juanito y en 1954 organizó un movimiento popular para instalar el impresionante monumento a Cristo Rey en El Redentor en las afueras de la ciudad, que serviría de símbolo de la fuerza viva del catolicismo22. En 1956 la Iglesia fundó una Escuela Normal de Señoritas. También, en ese año, los padres Gregorio y Elías Garavito comenzaron a transmitir un programa de radio, “Escenas de la vida de Cristo” desde las emisoras locales de Villavicencio: la Voz del Llano y Radio Villavicencio23. El clímax de estos esfuerzos fue la celebración del I Congreso Eucarístico en Villavicencio entre el 19 y el 22 de marzo de 1958. A este congreso asistieron representantes de todas las regiones24. Poco después de la clausura del evento, Garavito fundó el Seminario Menor del santo Pío X en Restrepo (Meta), para preparar los primeros sacerdotes diocesanos. Pese a este aparente resurgimiento del fervor religioso, Garavito, nombrado obispo auxiliar de monseñor Bruls en diciembre de 1961 se mostraba muy preocupado por el tremendo desafío que enfrentaba la Iglesia en el Meta. Como se lo explicó a los estudiantes el 23 de octubre de 1963, la Violencia “destruyó muchas vidas, produjo el abandono de los cultivos y la ganadería ante la inseguridad, redujo las actividades comerciales, envenenó los ánimos y dañó el ambiente acogedor [...] y dejó [...] un desencantamiento de la politiquería”. Garavito señaló que la población, estimada en 1951 en 100.000 personas, se había duplicado en los últimos diez años gracias al “inmenso torrente” de personas que llegaban del altiplano con la esperanza de comenzar una nueva vida. Los verdaderos llaneros que habitaron el Meta en 1937 eran casi imposibles de encontrar y fueron absorbidos por los cundinamarqueses, los boyacenses, los antioqueños, los costeños, etc., que arribaron al territorio con una educación mínima y un entendimiento escaso de la naturaleza de la agricultura y la ganadería en los Llanos. El resultado fue pobreza, enfermedad y pérdida del sentido de identidad común. Los miles de niños que abandonaban la escuela después del primer grado no tenían “ninguna perspectiva, sino la de meterse a un taller de mecánica de automotores” debido a la ausencia de instituciones que promovieran la educación profesional o vocacional. Aún peor, personas “sin Dios ni ley” se mudaron al Ariari en el Meta, para escapar a la Violencia en el Tolima, el Quindío y Caldas. En ese punto, Garavito advertía que, “el Ejército, la Iglesia y el Estado tienen que tratar con un tipo de colono díscolo [...] amargado por odios partidistas, por injusticias, llenos de prejuicios [...] tocados bastante de ellos por el morbo comunista o protestante”. Predijo que sin la ayuda del Gobierno, se desperdiciaría el potencial humano del Meta y que, especialmente en el Ariari, los militares tendrían dificultades para restablecer la paz25. A Garavito también le preocupaba la exitosa iniciativa política que promovió y erigió al Meta como departamento mediante la Ley 118 del 16 de diciembre de 1959, aunque el territorio no contaba con la población de 250.000 habitantes que exigía la Constitución. En 1961, a monseñor se le hizo evidente que esta elevación había sido prematura. La nueva entidad carecía de recursos fiscales y de

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22. Rozo, óp. cit., págs. 68-69; Joaquín Paredes Cruz, Departamento del Meta, Villavicencio, Cooperativa Nacional de Artes Gráficas, 1961, págs. 155-157; Garavito, óp. cit., pág. 63. 23. Rozo, óp. cit., pág. 70. 24. Garavito, óp. cit., págs. 62-63. 25. Archivo Templete: Gregorio Garavito, “Potencial humano del departamento del Meta”, Villavicencio, 23 de octubre de 1963.

José Ignacio Duque, agente distribuidor de El Campesino en Villahermosa (Tolima).

personal capacitado, una situación que se complicaba más por el hecho de que la población siempre estaba creciendo. El resultado fue la prestación deficiente de servicios públicos, administrativos y sanitarios. De acuerdo con Garavito, el Meta era como “un adolescente de 13 años, fisiológicamente precoz con complejo de subdesarrollo psicológico”26. Por lo demás, una vez el Meta se convirtió en departamento, los misioneros ya no pudieron hacerse cargo. Como resultado, a comienzos de 1961 se implementaron varios planes para transformar el Vicariato Apostólico en una diócesis. Garavito se opuso de manera vigorosa a este cambio, pero el Vaticano ignoró sus reservas27. El 11 de febrero de 1964 el Vicariato Apostólico de Villavicencio se convirtió en la Diócesis de Villavicencio y monseñor Bruls fue el primer obispo. Solo la sección del Ariari mantuvo su estatus de misión dado que el Vaticano la designó como una Prefectura Apostólica regida por los salesianos. Los misioneros montfortianos continuaron siendo una fuerza dominante en la nueva Diócesis (Garavito sucedió al obispo Bruls a su retiro en 1969) y en Ariari monseñor Jesús María Coronado actuó como el primer prefecto apostólico con jurisdicción sobre casi 140.000 habitantes de las parroquias de Granada, Fuentedeoro, bajo Ariari, vega del Ariari, alto Ariari y La Macarena28.

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26. Archivo Templete: Garavito, “Informe privado”, pág. 3. 27. Archivo Templete: Garavito, “Informe privado”, págs. 1011. 28. Garavito, óp. cit., págs. 3936; 73.

La conversión del Meta en departamento significó que el gobierno civil era responsable por la difusión de la educación pública en los dieciocho municipios, aunque los colegios católicos privados siguieron impartiendo educación. El Decreto 2364 de 1956 exigía a los departamentos que crearan escuelas, nombraran y pagaran a los profesores y distribuyeran textos escolares y otros materiales. Así mismo, ordenaba que se garantizaran oportunidades educativas para todos los niños en edad escolar y se reservara el 24% de los impuestos recolectados para el

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gasto en educación29. Una revisión de las estadísticas entre 1961 y 1970 muestra que aunque las escuelas administradas por la Iglesia continuaban siendo fuertes, la educación pública comenzó a florecer. En 1961 había 1.147 estudiantes en los colegios privados de primaria y 12.092 en las escuelas públicas. En 1970 eran 2.311 estudiantes en los colegios privados y 32.896 en las escuelas públicas30. Pese a la expansión de las oportunidades educativas, incluso en Villavicencio los estándares educativos no eran altos. Con frecuencia, el departamento fallaba en proporcionarles a las escuelas textos y otros materiales y se atrasaba en el pago a los maestros, que en su mayoría tenían una formación precaria. Los miembros de las clases media y alta tendían a mandar a sus hijos a colegios religiosos privados, mientras que los pobres estaban relegados a las escuelas públicas31. El censo de 1964 mostró que solo el 43,6% de los habitantes del Meta había accedido a la educación primaria y únicamente el 3,6% había completado estudios secundarios. Todavía más significativo es el hecho de que el 49% de la población era analfabeta32. Mientras que esta proporción de analfabetismo no estaba muy por encima del promedio nacional, las estadísticas respaldan la aseveración de Garavito de que el paso del Meta de intendencia a departamento había sido prematuro. Los misioneros montfortianos continuaron visitando las escuelas públicas dos o tres veces por semana para supervisar la educación religiosa y la enseñanza moral, pero pocos niños completaban la educación primaria y el desafío de alfabetizar al continuo flujo de inmigrantes adultos era bastante duro.

INTRODUCCIÓN Y PROGRESO DE LAS EE. RR. E N E L M E TA , 1 9 5 8 A 1 9 7 4 La cercanía del Meta a Cundinamarca, la fuerte influencia de los misioneros montfortianos, el impacto de la Violencia, la baja calidad de la educación pública y la alta tasa de analfabetismo fueron factores que se combinaron para que la introducción de las Escuelas Radiofónicas se convirtiera en una forma atractiva de llegarles a los adultos analfabetos. Dado que ACPO era una entidad de la Iglesia católica, los individuos a cargo del desarrollo de las EE. RR. en la Arquidiócesis de Villavicencio eran el padre Gregorio Garavito, primero como secretario del vicario apostólico del Meta, monseñor Bruls, y después del 11 de febrero de 1962 como obispo auxiliar de Villavicencio. El apoyo de Garavito a la labor de Acción Católica y sus enérgicos esfuerzos para llegar a la población rural sugerían que abrazaría el nuevo programa con entusiasmo, pero la llegada de las escuelas se retrasó hasta cuando una segunda emisora de Radio Sutatenza se estableciera en Bogotá en 1955 y sus transmisiones cruzaran los Andes para llegar al Meta. Por esta época, los Hermanos de las Escuelas Cristianas habían organizado institutos para formar auxiliares de radio y, tres años después, el 29 de junio de 1958 se publicó el primer ejemplar de El Campesino. La primera referencia a Radio Sutatenza en los documentos de Garavito es una carta sin firma, escrita desde Villavicencio, con fecha 2 de agosto de 1957, dirigida al R. P. Rafael Sarmiento Peralta, delegado del episcopado de Acción Católica. En la carta, el autor discutía la mejor manera de preparar cursos exitosos en cristiandad y recomendaba enfáticamente la colaboración con Radio Sutatenza. Garavito escribió: Esta poderosa emisora sintonizada por millares de campesinos colombianos, al mismo tiempo que vehículo de cultura, puede y debe ser como la radio

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29. Colombia, Una política educativa para Colombia (4 ts.), Bogotá, Imprenta Nacional, 1963, t. 1, pág. 44. 30. Monografía, págs. 19-21. 31. Ojeda Ojeda, óp. cit., págs. 104-107. 32. Monografía, pág. 19.

Padre José Ramón Sabogal con campesinos durante los actos celebrados el Día del Campesino en Cogua (Cundinamarca).

oficial de la ACC (Acción Católica Campesina). No solamente pueden dar cursos... sino que diariamente debieran difundirse boletines, noticieros, orientaciones, explicaciones de la liturgia del día o del domingo, enseñanzas no solamente de Cánticos de Angelis o la Misa Brevis... Es incalculable el bien que ha logrado hacer el Padre Ramón Sabogal con sus charlas familiares sobre el Catecismo y sobre el arreglo de la casita campesina... Eso es lo que aguarda y entiende la inmensa masa de nueve millones de campesinos. Es inmensa la ayuda de Radio Sutatenza para la formación de nuestros socios de ACC salidos del cursillo e ingresados en las filas de la A.C.33

En 1958 las EE. RR. eran muy activas en el Meta. El 24 de julio, Garavito, como director diocesano de ACPO, informó a Bogotá que funcionaban once escuelas con un total de 109 estudiantes. Seis de ellos estaban en la parroquia del Divino Niño, uno en las parroquias de La Catedral y Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y tres en Montfort. El 15 de junio de 1960 envió un segundo informe, más detallado, al directorio de ACPO. La Tabla que sigue relaciona la ubicación de las escuelas, los párrocos que las patrocinaban y los representantes y auxiliares de las parroquias.

33. Archivo Templete: carta sin firmar dirigida al R. P. Rafael Sarmiento, delegado del episcopado para la ACC, Villavicencio, 2 de agosto de 1957.

Villavicencio

Párroco

Representante

Auxiliar

Divino Niño

R. P. Martín Tieters

Floriberto Ramos

6 personas

Perpetuo Socorro

R. P. Antonio Jiménez

Froilán Rincón

Catedral

n/r

Restrepo

R. P. Francisco Rojas

n/r

Agustín Carrasco

Cumaral

R. P. Antonio Amézquita

n/r

n/r

Acacías

R. P. Luis José Beltrán

Jesús Garzón

4 personas

Guamal

Eliseo Achury

Reinaldo Hernández

4 personas

Montfort del Meta

R. P. Juan María Guiot

Hugo Parrado

10 personas

El Calvario

R. P. Pedro Beltrán

Roberto García

Roberto García

San Juanito

n/r

Miguel A. Jiménez

n/r

Guamal

n/r

n/r

n/r

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Froilán Rincón 4 personas

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Juan Francisco Cuadrado, líder, e Isidro Torres Vargas, representante, supervisando el funcionamiento de la Escuela Radiofónica núm. 90 durante una de sus clases. Guamal (Meta).

Según Garavito, los ocho párrocos que apoyaban a las escuelas en siete pueblos o veredas enfrentaban cuatro problemas. Primero, las largas distancias entre pueblos, el mal estado de los caminos y las fuertes lluvias impedían que muchos auxiliares pudieran asistir a las reuniones mensuales. En segundo lugar, los tubos de los aparatos de radio se dañaban con frecuencia quizás debido al uso de baterías de 90W en vez de baterías de 150W. En el Meta era difícil encontrar repuestos o baterías nuevas y las distancias entre los pueblos y la agencia de Philips en Villavicencio tornaba problemáticas las reparaciones. Los estudiantes frustrados resolvían comprar repuestos más baratos (y a veces mejores) en otras tiendas de artículos eléctricos o, si no conseguían baterías, abandonaban los programas de ACPO y vendían sus radios a otras personas. En tercer lugar, a muchos estudiantes potenciales de las clases por radio no les era posible asumir el sacrificio de asistir a clases todos los días bien por la distancia y el mal clima, bien porque pensaban que uno de sus hijos que asistiera a la escuela primaria les podía enseñar a leer y a escribir. Algunos creían que ya conocían el material del curso básico y querían ingresar a un curso más avanzado. Lo que mejor parecía funcionar era cuando los miembros de Acción Católica y los auxiliares organizaban cursos los lunes, que incluían lectura, escritura, matemáticas y religión. Dado que los campesinos tenían poco tiempo libre, preferían este arreglo. Por último, Garavito anotaba que como no había recibido los formularios para los exámenes no estaba en capacidad de proporcionar información sobre cuántos estudiantes en definitiva habían sido alfabetizados34. Cinco meses después del segundo informe de Garavito los expertos en agricultura de ACPO ofrecieron un curso de extensión entre el 20 y el 25 de noviembre de 1960 en El Calvario, Montfort del Meta, Restrepo y Acacías. Cuatro párrocos y 203 campesinos asistieron al curso. El informe, dirigido al padre Garavito con fecha de 16 de diciembre de 1960, era muy detallado porque los expertos evaluaron ranchería y agricultura en cada una de las cuatro parroquias, además de la situación general de los habitantes y el estado de las EE. RR. Elaboraron una lista de los problemas expresados por los campesinos y los anotados por los

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34. Archivo Templete: Gregorio Garavito al director de la diócesis de ACPO, Villavicencio, 15 de junio de 1960.

Grupo de campesinos de la región de Acacías y Guamal (Meta), visita la Central de Servicios de ACPO, diciembre de 1966.

párrocos. El resultado permitió fotografiar de una manera reveladora la situación social y económica de los asentamientos que rodeaban Villavicencio y los varios desafíos que enfrentaban las emisiones radiales. Las condiciones para la ranchería y la agricultura eran muy similares en El Calvario, Montfort del Meta (el nuevo pueblo colonizado por gentes que llegaban de San Juanito) y Restrepo. Los cultivos principales eran café, maíz, sagú, yuca, arracacha, alverja, haba, plátano y fríjol. La conservación del suelo era mínima porque los residentes extendían sus campos hasta las laderas de la montaña, una práctica que promueve la erosión. Sin fertilizantes, el rendimiento era bajo y, debido a la no aplicación de insecticidas, los cultivos se veían atacados por hormigas arrieras, palomilla en los cafetos, piojos, escamas y hormigas minadoras en los naranjos, pulgones y grajos en el cacao, tornillo del plátano, trazador y cogollero en el maíz y gorgojos en los granos. Otro problema era la falta de herramientas modernas de agricultura que obligaba a los finqueros a valerse en forma principal de sus machetes. Los hacendados levantaban ganado de leche y de carne en los pastos sin mejorar la hierba. Sus animales sufrían de nuche, garrapata, ranillas, diarreas, coccidiosis, garantón, fiebre aftosa, cabornes, renguera, peste boba, mastitis, gusaneras y hormiguillas, y los pollos y los cerdos padecían de diversas enfermedades. Pese a esto, los residentes de El Calvario enviaban a Villavicencio más de 5.000 quesos a la semana (y si el transporte hubiera sido más confiable, también podrían haber exportado leche). Su propia dieta consistía en esencia de yuca y plátano. El 90% de la población sufría de caries dentaria porque no consumían leche o huevos. Además, sufrían de problemas pulmonares, diarrea infecciosa, cólera, influenza y fiebre tifoidea. Los habitantes se quejaban de la falta de caminos regionales y locales, y la Caja Agraria no les ofrecía asistencia a los pequeños campesinos. En El Calvario o en

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Escuela Radiofónica. Aparecen, de izquierda a derecha: María de Jesús Rojas, tesorera; Filadelfo Silva, presidente y Blanca Lucía de Rojas, secretaria, integrantes de la Junta de Acción Comunal de la vereda El Palmar cuando examinaban los planos para el acueducto veredal que prestará servicio a quince familias y a la escuela rural. Villavicencio (Meta).

Montfort del Meta no existía puesto de salud, y en el de Restrepo tanto la consulta como los medicamentos eran muy costosos. Los residentes de El Calvario querían una instalación para almacenar los productos de la ganadería y la agricultura, pero en la mayoría de las parroquias la mayor preocupación era la necesidad de herramientas modernas, buenos caminos y mejores servicios de telegrafía y correo... Los tres párrocos mencionaban otros problemas: mientras que el R. P. Juan María Guiot planteaba que la gente de Montfort era muy religiosa, el padre Pedro Beltrán de El Calvario y el padre Ramos de Restrepo consideraban que los campesinos mostraban poca voluntad para trabajar y, con frecuencia, comenzaban un trabajo con entusiasmo pero rápidamente perdían el interés. El padre Ramos también señalaba que la falta de un puente sobre el río Jucavia complicaba el acceso a la Escuela Vocacional que quedaba cerca. La extensa parroquia de Acacías tenía otras dificultades, además de las que tenían El Calvario, Montfort del Meta y Restrepo. Los campesinos que se asentaron allí provenían de las montañas de Cundinamarca, Antioquia y Boyacá. Acostumbrados a cultivar el café, utilizaban técnicas apropiadas para las tierras de montaña pero que resultaban imprácticas en los Llanos. Allí ni el suelo ni el clima eran apropiados para el café y los árboles eran atacados rápidamente por “infinidad de plagas y enfermedades”. Para preparar el suelo, quemaban la hierba en las planicies ocasionando que se disminuyera la fertilidad, y carecían de las herramientas necesarias para cultivar el maíz y el arroz. El cultivo eficiente de cítricos requeriría una campaña permanente y rigurosa para eliminar las hormigas arrieras. Peor aún, el párroco, padre Luis José Beltrán acusaba a la gente de estar infectada por el protestantismo, enredada en políticas sectarias y padecer de alcoholismo. Según él, eran apáticos a la instrucción y hostiles a los sacerdotes.

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Escuela Radiofónica, Sutatenza núm. 1, sección Llanolargo (El Tambo). Fotografía de Dávila N.

Con excepción de Restrepo, las EE. RR. funcionaban en otras parroquias, pero no sin dificultades. Monseñor Guiot en Montfort estaba muy desilusionado por el desempeño de catorce auxiliares que, después de asistir al instituto en Sutatenza, no pudieron promocionar escuelas en sus pueblos. Aunque había dieciocho escuelas de familia funcionando, los auxiliares rara vez las visitaban y daban un ejemplo más bien negativo que positivo. En Acacías, los auxiliares no colaboraban con los curas para promover las escuelas porque trabajaban de tiempo completo en otras labores. No obstante, todos los domingos los sacerdotes vendían más de 350 copias de El Campesino a los habitantes que no eran necesariamente miembros de las EE. RR., pero a quienes les gustaba leer el periódico35.

E L T E R C E R I N F O R M E D E G A R AV I T O

Informe de la parroquia

Auxiliares parroquiales que trabajan

Auxiliares parroquiales que no trabajan

Juntas veredales

20

Asistencia de auxiliares

2

Reunión de auxiliares

Estudiantes

Cumaral 35. Archivo Templete: Carlos Vargas Venegas, director de la Sección de Cursos Campesinos, Bogotá, al padre Gregorio Garavito, 16 de diciembre de 1961.

Escuelas radiofónicas

Parroquias

En diciembre de 1961 Garavito produjo dos informes en los que evaluaba el movimiento de las Escuelas Radiales en el Vicariato de Villavicencio. Los dos informes no eran del todo coincidentes. El primero mostraba cuatro parroquias con 164 estudiantes en 45 escuelas:



1



2

-

1

2

8



1



3

2

-

San Juanito

12

67



11



1

1

6

San Pedro de Jagua

29

69



23



11

7

1

Total

45

164

4

36

4

17

10

8

Guamal

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Escuela Radiofónica núm. 10 de la vereda Meseta baja. Aura María Ríos de Medina es la auxiliar inmediata, dirigente campesina que aparece acompañada de su esposo, el carabinero Pedro Abel Medina Rozo, también dirigente campesino, el líder José Gregorio López y varios alumnos. Fotografía de Hernando Chaves H., El Campesino.

Estas cifras tal vez eran bajas porque Garavito indicaba que doce parroquias: Acacías, Castilla La Nueva, El Calvario, Medina, Montfort, Restrepo, San Isidro, San Martín, San Pedro de Arimena y en Villavicencio: Divino Niño, La Grama y el Perpetuo Socorro no habían respondido a la solicitud de información. Empero, un segundo informe titulado “Escuelas Radiofónicas Rurales 1961” listaba diez parroquias/municipios con 347 estudiantes en 59 escuelas con 60 auxiliares: Parroquias /Municipios

Escuelas Radiofónicas

Estudiantes

Auxiliares inmediatos

20

102

20

Cubaral

1

12

1

Cumaral*

2

14

2

Guamal*

2

13

2

Medina

2

9

2

San Martín

1

6

2

San Juanito*

9

52

9

Montfort

2

14

2

Acacías

4

41

4

Villavicencio

16

84

16

Total

59

347

60

San Pedro de Jagua*

* Parroquias incluidas en el primer informe.

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Acpomóvil visita el corregimiento de Veracruz, Cumaral (Meta).

El segundo informe mostraba a San Pedro de Jagua con disminución de nueve escuelas pero ganancia de 33 estudiantes; Cumaral con pérdida de seis estudiantes; Guamal con ganancia de cinco y San Juanito con pérdida de tres escuelas pero ganancia de quince estudiantes. Estas diferencias reflejan la fluidez en la naturaleza de las escuelas, pero el segundo informe, que es más comprensivo, es quizá la valoración más exacta del número de Escuelas Radiofónicas en el Meta en 196136.

36. Archivo Templete: Estadística parroquial del movimiento de las EE. RR., Vicariato Apostólico de Villavicencio, diciembre, 1961. 37. El Campesino, 19 de marzo de 1961. 38. Raquel Ángel de Flórez, Conozcamos el departamento del Meta (3 ts.), Bogotá, Fondo Rotatorio Judicial, Penitenciaría Central, 1962-1964, t. 1, pág. 103. A Castro lo sucedió Carlos Hugo Estrada el 4 de noviembre de 1961 quien ocupó el cargo hasta el 14 de septiembre de 1962, pero no inició una reforma educativa. 39. Archivo Templete: Eduardo Paduque al padre Garavito, Colonia Penal de Acacías, 7 de enero de 1962; Archivo Sutatenza: correspondencia, Zona 5, vol. 191, 1963: Enrique Guzmán G., Base Aérea de Apiay a ACPO, Bogotá, 17 de abril de 1963. 40. El Campesino, VI: núm. 453, 23 de abril de 1967.

En ese momento, el éxito de las EE. RR. atrajo el interés de los funcionarios civiles. El 19 de marzo de 1961, Camilo Castro, agrónomo y gobernador electo del Meta, les contó a los periodistas de El Campesino que consideraba la falta de educación como una de las principales causas de la Violencia. Por esta razón, al posesionarse planeó contactar a monseñor José Joaquín Salcedo de inmediato con el objeto de crear 500 EE. RR. para “extirpar ese grave problema de millares de campesinos analfabetas”37. Desafortunadamente, Castro gobernó el Meta por solo siete meses, un periodo que no le dio tiempo suficiente para realizar sus planes de alfabetización38. En los siguientes quince años, el desarrollo de las escuelas siguió dependiendo de los líderes religiosos. Garavito expandió el programa, abrió escuelas en la Colonia Penal de Acacías en 1962 y en la Base Aérea de Apiay en 196339. En 1966, los misioneros salesianos fundaron las primeras tres escuelas con cerca de cincuenta estudiantes en la Prefectura del Ariari. En trabajo conjunto con el líder local, Edilberto Jiménez, formularon un plan a tres años para organizar escuelas nucleares y formar auxiliares que enseñaran los principios básicos de ACPO en cuanto a la educación fundamental integral. En abril de 1967 había cincuenta Escuelas Radiofónicas en Ariari con 600 estudiantes adultos40. En 1974, poco antes del deslizamiento de tierra en Quebradablanca en la vía Bogotá-Villavicencio en el que murieron cerca de 300 personas y el cual interrumpió el transporte por varios días, monseñor Garavito dio una charla en la emisora local Ondas del Meta en la que resumió el trabajo de la Iglesia en el

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Auxiliares y dirigentes de la prefectura del Ariari.

departamento después de la Violencia y mencionó el impacto de ACPO, las EE. RR., las Juntas Veredales y el establecimiento de la Casa Cultural en Villavicencio en 1970. Señaló, con orgullo, que cuando el coro conformado por Radio Sutatenza en la Escuela Normal de Señoritas perdió el apoyo de los directores de ACPO, una líder local, Margarita Villanueva, lo reorganizó como la Coral Villavicencio que se hizo famosa en todo el departamento. Garavito cerró su charla con un llamado al Gobierno para que hiciera más por el departamento, cuyo destino todavía dependía de la facilidad de transporte entre Bogotá y Villavicencio41. Otra fuente de información sobre el progreso de las EE. RR. en el Meta proviene de la correspondencia entre los directores de ACPO en Bogotá y los sacerdotes, los auxiliares, los representantes provinciales y los estudiantes. Los funcionarios de ACPO animaban a los estudiantes a escribir cartas para practicar su recién adquirida alfabetización y respondían de manera escrupulosa a todas las misivas que recibían. Entre 1953 y 1967 recibieron y respondieron un total de 521.519 cartas42. Un resumen de la naturaleza de esta correspondencia refleja el progreso y los obstáculos de la campaña en el departamento. Es claro que la actitud de los curas de la parroquia era absolutamente crítica para el éxito de las escuelas. En los lugares donde los sacerdotes las apoyaban, los estudiantes mantenían el entusiasmo. Muchos practicaban su alfabetización escribiendo cartas a los funcionarios en Sutatenza. Otros solicitaban becas con el ánimo de asistir a los institutos de capacitación y convertirse en auxiliares. Los estudiantes participaban en las campañas de ACPO para construir letrinas, sembrar huertas, mejorar las casas, y construir caminos e instalaciones deportivas. Para dar solo un ejemplo, en 1967 el padre Ángel Martínez informó que en Ariari, gracias a Radio Sutatenza, un hombre de sesenta años de edad aprendió a leer y

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41. Archivo Templete: Gregorio Garavito, “Reportaje para Ondas del Meta”, s. f. 42. Rojas Martínez, óp. cit., pág. 66.

Funcionarios de ACPO organizan las cartas que llegan de todo el país a Radio Sutatenza.

ACPO distribuyó más de seis millones de cartillas y un millón de radiorreceptores.

a escribir en un mes. Agregaba que consideraba a las EE. RR. exitosas porque en lugar de hablar de teoría les daban a los campesinos información práctica43. 43. El Campesino, VI: núm. 453, 23 de abril de 1967.

De otro lado, los problemas con las escuelas también eran evidentes. La indiferencia de los curas párrocos complicaba el trabajo de los auxiliares para organizar

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Oyente de Radio Sutatenza.

y mantener las escuelas. Por ejemplo, en 1963, José Gregorio López estaba supervisando veinte EE. RR. en el municipio de Restrepo, pero informó que en Cumaral el párroco no lo apoyaba y que solo había podido organizar cinco escuelas44. Otras dificultades incluían la falta de cooperación de algunos de los auxiliares, los receptores de radio que se dañaban, la insuficiencia de materiales escolares y la preferencia de los campesinos por radios que les permitieran recibir emisoras distintas a Radio Sutatenza45. Las dos cartas que se resumen abajo son representativas porque muestran el progreso y los problemas que encontraban muchas de las escuelas. El 28 de septiembre de 1965 Luis María Agudelo, el representante de la parroquia de Montfort, le escribió a Eduardo Herrera de ACPO en Bogotá diciéndole que: En la parroquia hay 23 Escuelas Radiofónicas, pero algunas no están trabajando por motivo de daño en los receptores y demás anomalías: algunos de los auxiliares parroquiales no colaboraron con el líder; nos encontramos muy pocos que trabajamos, pero con la ayuda de Dios y el R. P. Padre José Acosta hemos podido organizar varias campañas. Hacemos la reunión de auxiliares y

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44. Archivo Sutatenza: Correspondencia, Zona V, vol. 192, 1963. 45. Archivo Sutatenza: Correspondencia, Zona V, vol. 192, 1963. Los radios originales que entregaba Radio Sutatenza solo podían recibir la señal de esa emisora.

Muestra de materiales educativos de la Biblioteca del Campesino.

transmitimos una charla a los campesinos por el parlante parroquial. Trabajamos en las campañas de letrinas, huertas caseras, arreglo de viviendas, arreglo de caminos, deportes y algunos otros de importancia. También estoy haciendo los formularios a los que quieren adquirir su radio en la Caja Agraria y también tengo entre manos la propaganda de los envíos de libros de la Biblioteca del Campesino. Pronto haré un pedido de estos libros tan importantes...46.

El 22 de julio de 1963, José Miguel Hernández le escribió al padre José Sabogal de ACPO que “la incomprensión, la infiltración comunista y las sectas de religiones evangélicas o protestantes son el obstáculo que detiene el avance de las EE. RR. en esta región”. Sabogal respondió con una entusiasta carta. “Siga trabajando —escribió—, No olvide que estamos librando una batalla y la victoria solamente se alcanza peleando con el valor, la energía y el arrojo de quien lucha por un sublime: extender el reino de Cristo por todos los campos y veredas”47.

L A S E S C U E L A S R A D I O F Ó N I C A S E N E L M E TA E N 1 9 7 4 : U N A VA L O R A C I Ó N 46. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 202, 1965. 47. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 192, 1992. 48. Colin Fraser y Sonia Restrepo-Estrada, Communicating for Development, pág. 155.

En los años setenta, ACPO y Radio Sutatenza alcanzaron el apogeo de su éxito. Era la red de transmisión más poderosa de Colombia con una audiencia calculada de diez millones de oyentes, una casa editorial, la segunda más grande del país, una fábrica discográfica y un moderno edificio de catorce pisos en Bogotá48. Un estudio compilado por Guillermo Torres revela que en 1974 ACPO manejaba

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un total de 11.799 Escuelas Radiofónicas con 45.696 estudiantes matriculados en Colombia; 209 de estas escuelas con 847 estudiantes estaban ubicadas en la Diócesis de Villavicencio y la Prefectura de Ariari. Aunque incluía a menos del 1% de la población del Meta, que ascendía a 279.927 habitantes, el departamento ocupaba el decimosexto lugar entre veintidós departamentos y el Distrito Capital de Bogotá en el número de escuelas y el decimocuarto en el número de estudiantes matriculados49. Estas cifras sugieren que pese al aislamiento geográfico del Meta, las EE. RR. tenían un desproporcionado impacto en el número de escuelas y de estudiantes participantes y aunque el porcentaje real de personas era bajo, los individuos que se matriculaban en los cursos de Sutatenza estaban profundamente agradecidos. Como Verónica Rey Pardo de Rey le escribió al padre Sabogal desde Acacías el 5 de febrero de 1967: Vamos a misa el domingo y regresamos temprano a la casa. Hay hoy nuestro radio que cuidamos como un tesoro de mucho valor. En esta vereda estamos procurando evitar toda clase de embriaguez. Hay un campo deportivo y los sábados hacen deporte algunos jóvenes de ambos sexos. También hay junta veredal... Nuestra escuela es Familia No. 19. Este año el auxiliar es mi esposo Waldo Rey50.

E L D E C L I V E D E R A D I O S U TAT E N Z A Y A C P O Desafortunadamente, la década que presenció el mayor éxito de ACPO también vio el comienzo de lo que sería su cierre en 1985 cuando los directores de ACPO se vieron obligados a vender la red de Radio Sutatenza a Caracol para pagar sus deudas y El Campesino dejó de publicarse el 16 de septiembre de 1990. ¿Por qué colapsó ACPO? De acuerdo con el ex director Hernando Bernal Alarcón la causa fue una combinación de dos factores: en primer lugar, el proceso creciente de modernización que animó a los campesinos a emigrar a las ciudades redujo el público objetivo de Radio Sutatenza y en segundo lugar, los conflictos entre ACPO y su patrocinadores iniciales, incluido el gobierno colombiano, la Iglesia católica y algunos grupos políticos que apoyaban un enfoque más desafiante del desarrollo y que inhibieron su capacidad de funcionar. El declive de Radio Sutatenza y ACPO en el Meta después de 1974 apoya la conclusión de Bernal Alarcón. Entre 1974 y 1990 el Meta fue quizá todavía más afectado por la modernización económica, política y social que otras partes de Colombia. Miles de personas siguieron emigrando a esta zona fronteriza y la población se duplicó al pasar de 243.464 habitantes en 1973 a 474.046 en 1985. Para acomodar el flujo de los recién llegados se incrementó el número de municipios de catorce a dieciocho, pero Villavicencio, con una población de 191.001 habitantes, siguió contando con más del 40% de la población total51. Las nuevas industrias, incluyendo la mecanización del arroz y el aceite de palma, reemplazaron al ganado como el principal producto de exportación del departamento y el descubrimiento de yacimientos de petróleo explotables en los años ochenta y los noventa atrajo nuevas inversiones y oportunidades de trabajo. Los campesinos, que al inicio dependían para su subsistencia de los cultivos de café, cítricos, soya, sorgo, yuca y maíz comenzaron a abandonar sus fincas para establecerse en Villavicencio y otros pueblos que estaban creciendo de manera acelerada como Acacías, VistaHermosa y Granada52. Es importante señalar que junto con estos cambios económicos, la llegada de los carteles de la droga y el resurgimiento de la violencia en los Llanos complicaron aún más la vida de los campesinos. Entre 1977 y 1980 los colonos de VistaHermosa

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49. Guillermo Torres Z., Resumen estadístico, 1974, ACPO, Boletín núm. 17, Bogotá, junio de 1975, pág. 61. 50. Archivo Sutatenza, Zona 5, vol. 221, 1967. 51. Colombia. La población en Colombia, 1973, XIV Censo Nacional de Población y III de Vivienda, 24 de octubre de 1974, Bogotá, DANE, 1980, pág. 5; La población de Colombia en 1985, Bogotá, DANE, 1990, págs. 147-148. 52. Rausch, From Frontier Town to Metropolis, págs. 174; 186188.

Hernando Bernal Alarcón, director general de ACPO; Joaquín Gutiérrez, director del periódico El Campesino y Jaime Zamora Marín, jefe de noticias de Radio Sutatenza.

53. En 1982 las Farc desarrollaron una nueva estructura militar conocida como el Ejército del Pueblo o EP, y a partir de ese momento se denominaron a sí mismas “Farc-EP”. 54. Para un resumen más completo de las fuerzas armadas en conflicto en el Meta, véase Reinaldo Barbosa Estera, “Frontera agrícola orinoquense: de la precariedad estatal a la crisis de derechos humanos”, en Conflictos regionales: Amazonia y Orinoquia, Bogotá, Fescol, Iepri, 1998, págs.155-195. 55. Archivo Templete: documentos con fecha 25 de agosto de 1987, noviembre de 1987; 17 de mayo de 1988; 18 de mayo de 1988. Los líderes se identificaron a sí mismos como Manuel Marulanda Vélez, Jacobo Arenas y Alfonso Cano. 56. Archivo Templete: Raúl Aguilera Enciso a Garavito, 30 de octubre de 1988. No hay registro de la respuesta de Garavito a dicha solicitud.

y Puerto Lleras, al sur del Ariari, comenzaron a cultivar marihuana. En 1986 se hizo un acuerdo entre los recién formados carteles de la droga que promovían el cultivo de coca en los Llanos y transferían tecnología al procesamiento y refinamiento de la droga, y las Farc-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) que garantizaban el orden interno e imponían un impuesto a los cultivadores y compradores53. En este punto, la guerrilla asumió la postura de proteger a los cultivadores, pero el colapso de un cese de hostilidades entre las Farc y el gobierno de Belisario Betancur causó la ira tanto del Ejército como de los grupos paramilitares contratados por los terratenientes para protegerlos a ellos y sus propiedades54. En 1987 y 1988 el arzobispo Garavito recibió varias comunicaciones de los miembros del Estado Mayor de las Farc-EP proclamando que su deseo de honrar el cese de hostilidades con las fuerzas del gobierno era imposible debido a las actividades de los paramilitares. Urgían al clero para que actuara como mediador entre las fuerzas en conflicto para traer la paz55. En contradicción con estas profesiones de paz se recibió una carta dirigida a Garavito por Raúl Aguilera Enciso, de San Martín, con fecha 30 de octubre de 1988. En esta carta, Aguilera Enciso le informaba a monseñor que un muy conocido señor de la droga, Gonzalo Rodríguez Gacha, había comprometido al alcalde y al comandante de la Policía de San Martín al igual que a su sacerdote, R. P. Joel Martínez. Como resultado, los ciudadanos de San Martín estaban siendo aterrorizados y forzados a presenciar el asesinato de una gran cantidad de personas inocentes a quienes Gacha acusaba de ser miembros de la Unión Patriótica. Aguilera, en nombre de sus paisanos, urgía a Garavito a tomar medidas para disciplinar o reemplazar al cura quien, como representante de la Iglesia, no debería verse como si estuviera contribuyendo o incluso condonando estas atrocidades56. El 15 de julio de 1990, El Campesino publicó un artículo denunciando la inseguridad del sector rural como

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el más grande problema que afectaba a los campesinos. Otros problemas, como la falta de electricidad, el atraso cultural, la desorganización administrativa, la falta de caminos, la tenencia de la tierra y la pérdida de los valores familiares también eran significativos, pero “la Violencia arruina el campo”57. En una tónica más positiva, dado que los radiotransistores baratos que traían de contrabando desde Venezuela inundaban los Llanos, las oportunidades para oír programas distintos a los transmitidos por Sutatenza se multiplicaron. Además de las emisoras nacionales como Caracol, Todelar y RCN que funcionaban en Villavicencio, después de 1974 hubo cuatro emisoras más: La Voz del Llano, Radio Villavicencio, Ondas del Meta y Radio Cinco, y dos más se comenzaron a implementar: Radio Macarena y Horizonte Llanero58. Como muchos de los campesinos de Colombia, los llaneros, después de un día de duro trabajo, preferían oír música o radionovelas que concentrase en aprender nuevas habilidades. Así mismo, la educación pública era más accesible. El 12 de julio de 1973, el gobierno colombiano y la Santa Sede establecieron un nuevo concordato que anulaba tanto el de 1887 como la Convención de Misiones de 1953. En desarrollo de este acuerdo, el Estado expidió la Ley 43 de 1975 que nacionalizaba la educación primaria y secundaria oficial incluyendo las escuelas en los territorios y en 1976, con el Decreto 102, reglamentó que los Fondos Educativos Regionales (FER) financiaran ambos niveles educativos.59 Bajo este arreglo, las órdenes misioneras firmaron contratos renovables por tres años con el Estado para controlar la educación en las áreas primordialmente habitadas por indígenas. Se quería tener dos tipos de escuelas: oficiales y privadas. El gobierno puso las escuelas oficiales bajo la dirección del Ministerio de Educación Nacional (MEN), mientras que las órdenes misioneras administraban la mayoría de las escuelas privadas. En 1984 el Meta tenía 137 escuelas urbanas con 2.481 profesores y 44.659 estudiantes y 369 escuelas rurales con 607 maestros y 17.812 alumnos60. Para satisfacer las necesidades del programa que atendía a más de 30.000 adultos analfabetos, el Gobierno promovió campañas de alfabetización como Camina y amplió los servicios ofrecido por el Sena para darles capacitación profesional a personas que ejercían oficios calificados o semicalificados61. Pese al aumento de oportunidades, en 1984 solo el 53% de los niños entre seis y doce años de edad estaba asistiendo a clases, una cifra baja incluso para los estándares colombianos. La mayoría de las escuelas tenían solo uno o dos salones y los pupitres eran insuficientes. Carecían de baños, agua potable, jardines o canchas deportivas. Había un alto porcentaje de deserción escolar. Con frecuencia, los niños repetían grados, en especial en las áreas rurales en las que iban a trabajar en las fincas de sus padres a una edad temprana, o provenían de familias pobres que se veían forzadas, por su precaria situación económica, a mudarse de un lado a otro62. Ya en 1975 Garavito se había dado cuenta del apoyo cada vez menor que la Iglesia católica le estaba dando a ACPO y a Radio Sutatenza. En julio de ese año recibió copia de una carta enviada a José Joaquín Salcedo por Augusto Trujillo Arango, arzobispo de Tunja y presidente del Consejo de Gobierno de ACPO. Después de reconstruir en forma breve la historia de ACPO como arma de la Iglesia católica, Trujillo Arango aclaraba que en la perspectiva del Consejo de ACPO, la campaña de planificación familiar que Salcedo estaba realizando vía Radio Sutatenza y El Campesino se oponía a la doctrina católica. Otras objeciones incluían la apertura de Salcedo de aceptar financiación por parte de instituciones seculares y su falta de énfasis en el catecismo católico. De acuerdo con

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57. El Campesino, 31: núm. 1.631, 15 de julio de 1990. 58. Hernando Téllez B., Cincuenta años de radiodifusión colombiana, Medellín, Editorial Bedout, 1974, pág. 262. 59. Diagnóstico geográfico Orinoquia colombiana (t. 2), Servicios sociales, salud, educación, Bogotá, Instituto Geográfico Agustín Codazzi, 1986, pág. 2. 60. Diagnóstico geográfico (t. 2), pág. 6. 61. Camina fue un programa implementado por el Gobierno Nacional para enseñarles a adultos analfabetos a leer por medio de la televisión y el Fondo de Capacitación Popular. Véase Diagnóstico geográfico (t. 2), pág. 13. 62. Diagnóstico geográfico (t. 2), pág. 9; Ojeda Ojeda, óp. cit., pág. 104.

Trujillo Arango, tanto el programa radial como el periódico desafiaban de manera abierta a la jerarquía católica y en especial a los sacerdotes, al punto que podría argumentarse que ACPO ya no era una institución religiosa, sino que se había convertido en una agencia de desarrollo en la cual no cuentan los distingos de credo político o religioso. La respuesta de Salcedo de estas críticas fue repetir que ACPO era una institución nacional con su base jurídico-eclesiástica en la Diócesis de Tunja, pero al final sus protestas no llegaron a nada63. La Iglesia le quitó la financiación a los programas y poco después ACPO perdió el subsidio financiero del gobierno colombiano y de las organizaciones internacionales. Salcedo mismo dejó a Colombia en 1975, pero siguió apoyando a ACPO y a Radio Sutatenza hasta su muerte en 199464.

A C T I V I D A D E S C O N T I N U A D A S D E R A D I O S U TAT E N Z A Y A C P O E N E L M E TA Los desafíos y controversias que enfrentaron Radio Sutatenza y ACPO en los años setenta y ochenta no parecen haber afectado la popularidad de ACPO en el Meta, al menos en algunos municipios. En 1977 El Campesino informó sobre una campaña especial de salud efectuada en San Juan de Arama. El Sistema Nacional de Salud envió doctores y un dentista para que atendieran a los pacientes y vacunaron a 150 niños contra la poliomielitis, la parálisis infantil, la fiebre amarilla y el sarampión. Al mismo tiempo, los técnicos del ICA (Instituto Colombiano Agropecuario) vacunaron perros, gatos y bestias65. Los directores de ACPO exploraron nuevas formas de hacer más accesibles las clases para los estudiantes. En 1980 introdujeron el Disco Estudio y Programas Básicos que ponían a disposición las clases transmitidas en radio en quince discos que podían comprarse con un tocadiscos portátil y las cartillas en cualquiera de las oficinas de ACPO o en la Caja Agraria local66. En 1982 El Campesino podía conseguirse con doce agentes en el Meta (la mitad de ellos sacerdotes) ubicados en Acacías, El Calvario, Granada, Fuente de Oro, Guamal, Lejanías, Puerto Gaitán, Puerto López, Puerto Lleras, Restrepo, Mesetas y San Martín67. 63. Archivo Templete: carta de Augusto Trujillo Arango, arzobispo de Tunja, a José Joaquín Salcedo, julio de 1975. 64. Salcedo viajó a Miami en 1975 pensando pasar un año en los Estados Unidos, pero se enfermó y sus doctores le recomendaron que no regresara a Bogotá. Siguió trabajando en Miami y en Nueva York escribiendo libros para promover la alfabetización hasta su muerte por falla cardiaca a los 77 años de edad. El Nuevo Herald de Miami publicó su obituario el 6 de diciembre de 1994. 65. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 288, 1977. 66. El Campesino 21: 3 de febrero de 1980. 67. El Campesino 23: 16 de mayo de 1982. 68. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 288,1977.

Los Hermanos de las Escuelas Cristianas mantuvieron sus institutos de capacitación en liderazgo hasta 1990. Muchas de las misivas de los metenses incluidas en la recopilación de cartas de 1977 a Sutatenza (el último año en que se archivó este tipo de materiales) pedían información sobre estos cursos o solicitaban becas para asistir. Por ejemplo, Carmen Elvia Santana le escribió al director de los Institutos Radiofónicos de San Francisco (Meta), entre el 9 de abril y el 28 de mayo de 1977 para informarle sobre su trabajo en la comunidad y hacer una lista de sus cualidades para asistir al Instituto de Liderazgo. Explicaba que en su vereda, San Isidro, “estamos trabajando con el patio deportivo como también organizamos en compañía de la líder un grupo de catequistas, los cuales asisten a las clases en el local de la escuela”. Un equipo de ACPO supervisaba las clases en las veredas de San Luis y San Antonio y en San Francisco funcionaba un curso en el que se utilizaban los discos. Carmen Elvia había trabajado por un año y medio como auxiliar inmediata en una escuela radiofónica con tres estudiantes que se reunían en su casa. Ella asistía de manera regular a las reuniones y en su último informe del 28 de mayo incluía una referencia del cura local, R. P. Pedro A. Beltrán, en la que le daba esperanzas de recibir la beca. Explicaba que “ya que [mis] aspiraciones son las de seguir luchando por mí, por mi familia, y comunidad para así sacar a mi pueblo un poco del atraso en el cual vivimos”68.

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Cecilia Cubillos, auxiliar inmediata de la Escuela Radiofónica núm. 8, es dirigente campesina y promotora de salud de la vereda Santa Bárbara, Guamal (Meta); en la fotografía aparece cuando vacunaba a una niña.

Cartas que se recibieron en Radio Sutatenza con motivo de la nueva programación de las emisoras, 5 de junio de 1969. Foto Hernando Chaves H.

La correspondencia de los campesinos a Sutatenza en 1976 y 1977 incluía cartas entusiastas de estudiantes y líderes de nueve municipios del Meta: San Francisco, La Macarena, Cumaral, Acacías, Puerto López, VistaHermosa, Medellín de Ariari, La Uribe y Cabuyaro. Queda claro en estas comunicaciones que un líder bien

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Familia Medina Ríos de la Escuela Radiofónica núm. 10 que funciona en la vereda Meseta baja, con su gallinero organizado de manera técnica.

Amparo de niños. Joven estudiante recibe preparación técnica sobre agricultura y ganadería, noviembre de 1968.

entrenado y dedicado era la clave de una campaña exitosa. De Puerto López, por ejemplo, había una numerosa correspondencia que recomendaba el trabajo de Juan Celis Ruiz, quien organizó las EE. RR. en torno al Disco Estudio en varias veredas. El 24 de mayo de 1977 María Teresa Pachón escribió su primera carta a Sutatenza planteando que había terminado el curso básico. Ella alababa el trabajo de Juan Celis Ruiz, “quien con su ejemplo está colaborando al progreso de nuestra querida Colombia. En mi hogar funciona la ER donde estudiamos cuatro hermanos y estamos reciviendo (sic) las visitas del Líder. Y estamos practicando las campañas y asido (sic) transformaciones en todos los oficios con que nos ganamos la vida. Como ya más o menos puedo leer y escribir, también domino las cuatro operaciones matemáticas...”69.

69. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 292, 1977. Aparentemente los locutores del programa radial “Buenos Días” dedicaban canciones que salían al aire porque hay muchas cartas en las que se pide que se toque una canción en honor a un miembro de la familia o un amigo. 70. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 292 (1977). 71. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 292 (1977).

En una carta del 9 de noviembre de 1977 Álvaro Macías Mora informó que había recibido las cartillas de educación fundamental mediante la asistencia de Celis Ruiz, quien estaba “trasformando nuestra querida Colombia”. Y agregaba: “También cuento que el movimiento radiofónico en esta comunidad está siendo un acontecimiento puesto que estos últimos días se ha logrado organizar 29 centros culturales en colaboración de las autoridades eclesiásticas, civiles y militares. Esperamos que ACPO nos siga contribuyendo con estos valiosos servicios como son el de líder y elementos de acción. Como esta es mi primera carta que envío, espero su amable contestación a la presente”70. Adelina Garzón escribió para alabar la visita de Celis Ruiz quien le ayudó a aprovechar las clases e incluyó un poema que había escrito: “Alegre canta el jilguero / en la oriya (sic) del morichal / Cuando escuchamos / las clases que nos da Acción Cultural”71. Simón Arias envió, desde Restrepo, una carta que señalaba un aspecto negativo el 27 de agosto de 1977. Arias indicó que dado que los campesinos ahora tenían

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Padre Alfonso Amarillo, María Mélida Nasner (líder), Dora Gómez (dirigente campesina) y Moisés Rozo Gutiérrez, con grupo de niños a quienes enseñan la catequesis. Acacías (Meta).

acceso a la educación primaria oficial, “no volvieron a las reuniones ni a seguir las clases por la Radio Sutatenza”. Por esta razón, había dejado de hacer reuniones o dar clases y solo seguía siendo agente de El Campesino72. De otro lado, Gonzalo Gutiérrez, de catorce años de edad y proveniente de Puerto López, escribió lo siguiente el 6 de octubre de 1977: “Estoy estudiando en la escuela oficial, y también estoy utilizando los elementos de acción, cartillas, periódico y los libros de la Biblioteca del Campesino. También estoy reciviendo (sic) las orientaciones de nuestro Líder Celis Ruiz complementando con las clases radiales. También ayudo todos los domingos a la distribución del periodo El Campesino”. Y continuaba: “Nosotros los jóvenes estamos convencidos que la educación fundamental integral será la redención de los campesinos de estas regiones. Por estas razones y muchas más es que esperamos de Uds. que se dignen seguir con sus valiosos servicios y que Dios les ayude para continuar esta gran obra redentora. También le cuento que en mi hogar todos somos radiofónicos desde que llegó a esta comunidad el Líder Juan Celis Ruiz”73. Celis Ruiz todavía continuaba activo en 1982 pues Omaira Triana escribió el 16 de marzo de ese año que estaba colaborando con el líder en dos escuelas en Lejanías, una con veinte estudiantes y otra en la que ayudaba a adultos a leer y escribir. Ese año, José Antonio Rosas, de Acacías, contó en su carta que el líder Reinaldo Numpaque recién había llegado y le estaba enseñando a la gente los elementos básicos de ACPO. “Actualmente estamos siguiendo las clases radiales de seis a siete de la noche para así lograr capacitarnos en algo para beneficio de nuestras familias y comunidad”74. De la misma forma en que un líder eficaz como Juan Celis Ruiz podía animar a los estudiantes, la ausencia de un líder era motivo de preocupación. Los estudiantes en La Uribe, Cumaral y Cubarral informaban que eran incapaces de estudiar debido a la falta de un líder. En respuesta a esta queja de parte de Arcenio Parra en Cubarral, un funcionario de Sutatenza en Bogotá escribió: “Lamentamos que el movimiento cultural de Escuelas Radiofónicas esté un poco decaído, por la falta de un Líder,

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72. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 292, 1977. 73. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 292, 1977. 74. El Campesino 23: 11 de abril de 1982.

Auxiliares y dirigentes de las Escuelas Radiofónicas sobre el puente del río Ariari.

pero por otra parte nos cuenta que las gentes son bastantes progresistas, sería interesante que en las reuniones se tratara de analizar esta situación y acordar formas de organización, para tratar de utilizar y aprovechar lo que hay al alcance y de esa forma dar pasos firmes en las actividades de estudio y trabajos de mejoramiento”75.

RESUMEN

75. Archivo Sutatenza: Zona 5, vol. 292, 1977.

Debido a los vacíos de información es difícil evaluar el impacto de Radio Sutatenza en el Meta en sus dos últimos decenios. De un lado, las cartas a Sutatenza y los informes en El Campesino indican que la población del departamento todavía participaba en los cursos que se ofrecían por radio y que muchas comunidades se volvieron más proactivas para hacerse cargo de asuntos locales como el mejoramiento de los caminos, la sanidad y la adopción de mejores técnicas de agricultura. Por otra parte, mientras que algunos sacerdotes continuaron apoyando a ACPO, otros ya no colaboraban y después del comienzo de 1974 no hay registros en los documentos de monseñor Garavito que muestren que el arzobispo estuviera comprometido de manera activa en la promoción de los programas. Claramente, en la medida en que Radio Sutatenza comenzó a decaer, programas oficiales dirigidos a las escuelas públicas y privadas y campañas gubernamentales como Camina empezaron a implementarse para satisfacer las necesidades de los adultos analfabetos del departamento. En uno de los últimos números de El Campesino, los editores, conscientes del éxodo masivo de la gente que se mudaba a las ciudades motivada tanto por la perspectiva de mejores oportunidades, como por el miedo a la violencia en el campo, le imploraban a los campesinos que se quedaran en su tierra y no se fueran a la ciudad: “Uds. campesinos, son los que le dan de comer a Colombia... Uds. y nadie más que sientan el orgullo de su magnífico trabajo. No vendan su tierra como lo hicieron en Boyacá los campesinos engañados que vendieron todo y se vinieron a Bogotá a vivir en un tugurio

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Materiales de Disco Estudio.

miserable, incomparablemente inferior a la bonita casa que tenían en el campo. Despierten, campesinos. ¡Únanse, campesinos! Aprecien su tierra; mejoren su tierra; mejoren sus cultivos. Uds. son los verdaderos dueños de Colombia...”76.

CONCLUSIÓN En conclusión, durante un periodo de treinta años Radio Sutatenza y ACPO promovieron un cambio de vida en un pequeño pero significativo porcentaje de campesinos en los Llanos, pero a medida que la organización perdió apoyo e ímpetu en los años ochenta dejó de responder a las tendencias sociales y políticas que tenían lugar en el departamento en el siglo XX. Pese a su cierre, los programas de radio que inició el padre Salcedo en 1947 demostraron la posibilidad de incorporar a la población rural de manera más completa a la nación al ayudarles a los campesinos a aprender a leer y escribir. Como argumenta Bernal Alarcón, el concepto básico que desarrollaron los fundadores de ACPO al utilizar el poder de los medios de comunicación populares para mejorar la educación y el bienestar de las personas continúa siendo válido y se sigue realizando de diferentes formas en el siglo XXI77.

T R A B A J O S C I TA D O S Material de archivo ARCHIVO SUTATENZA. Correspondencia usuarios y líderes ACPO, Zona 5, 1960-1977. ARCHIVO TEMPLETE. Monseñor Gregorio Garavito Jiménez. Documentos y correspon-

dencia diversos, 1960-1977.

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76. El Campesino, 32: núm. 1.623, 20 de mayo de 1990. 77. Bernal Alarcón, ACPO, Radio Sutatenza, pág. 113.

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El Campesino “Un semanario al servicio y en defensa de los campesinos de Colombia” J O S É A RT U R O R O JAS M . *

un domingo de 1958 el día que se empezó a distribuir el primer número del periódico El Campesino. Un medio de comunicación que adquirió, con el paso de los años, importancia nacional, pues influyó de manera decisiva en aspectos relacionados con la vida económica, política, social y cultural del campesinado colombiano.

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UE

La experiencia que inició con la puesta en funcionamiento de la primera emisora educativa, cerca al municipio de Sutatenza (Boyacá), se convirtió, pocos años después, en Acción Cultural Popular (ACPO), una institución de tipo social que utilizó los medios de comunicación para fomentar y propiciar la Educación Fundamental Integral. Esta enseñanza consistió en dar una serie de prácticas, ideas y contenidos a los beneficiarios de los cursos, para crear unas pautas de pensamiento, formas de comportamiento y actitudes que contribuyeran a generar competencias y capacidades para la gestión y solución de las necesidades propias del entorno. A través de la enseñanza en diferentes cursos, denominados nociones desde la Educación Fundamental Integral, los estudiantes adultos aprendían a leer y a escribir, matemáticas básicas, aspectos sobre el cuidado de la salud, el manejo de la economía, el trabajo y la espiritualidad1. En el informe enviado por ACPO a la Conferencia Episcopal de 1957 se previó trabajar en otras áreas de conocimiento y usar diversas herramientas. El semanario El Campesino, fue el segundo medio de comunicación en importancia utilizado por ACPO para implementar su enseñanza. Tuvo circulación nacional y se identificaba a sí mismo como el periódico del campesinado colombiano. Su primera edición tituló: “Un semanario al servicio y en defensa de los campesinos de Colombia”2. Su distribución se realizó, después de la habitual misa de domingo, en diferentes lugares del país desde el 29 de junio de 1958 y durante algo más de cuatro decenios. Junto con las emisoras de Radio Sutatenza, El Campesino formó parte del sistema de medios de comunicación utilizados para impartir educación en diversas áreas a quienes vivían en las zonas rurales. Este semanario llegó a los lugares más alejados del país y se distribuyó mediante una organizada red que incluía a los mismos campesinos.

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Página anterior: Luis Alberto Manotas, agente de El Campesino en Luruaco (Atlántico), vende veinticinco ejemplares.

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Colombia. Periodista de Inpahu y Comunicador Social de la Universidad de Los Libertadores, especialista en Diseño de Ambientes de Aprendizaje de la Universidad Minuto de Dios y Magíster en Historia de la Universidad de Los Andes. Investigador y docente universitario de cátedras relacionadas con la historia, el periodismo y los medios de comunicación, con trabajo investigativo sobre la historia de los medios de comunicación en Colombia, especialmente de los medios educativos y comunitarios. También se desempeña como consultor y asesor de organizaciones sociales en proyectos de divulgación, educación, promoción ciudadana y fortalecimiento de la democracia a través de medios de comunicación.

1. Francisco Houtart y Gustavo Pérez, Acción Cultural Popular. Sus principios y medios de acción, consideraciones teológicas y sociológicas, Bogotá, ACPO, 1960, págs. 43-50. 2. El Campesino, Bogotá, 29 de junio de 1958, pág. 1.

Primer número de El Campesino, domingo 29 de junio de 1958, año 1, núm. 1.

Monseñor Jorge Monastoque V., fundador del periódico El Campesino.

Con el paso de los años, ACPO se consolidó como una organización de carácter nacional que cubría amplios sectores de los departamentos de Antioquia, Atlántico, Bolívar y Boyacá, entre otros, con un total de 238.583 estudiantes y una circulación anual de El Campesino en 1964 de 3.388.542 ejemplares en todo el país3. El crecimiento en el número de estudiantes y el número de escuelas llevó a establecer un sistema de enseñanza que pudiera cumplir con los objetivos propuestos a través del tiempo, pero sobre todo, que lograra llevar educación a los sectores menos favorecidos. Desde 1960 y durante algunos años de la circulación del semanario, se difundió a través del periódico un diagrama de documentos de trabajo y de carteles en los que se podía ver los aspectos centrales y distintivos del modelo educativo de ACPO. Este incluía las nociones mencionadas, los medios de acción utilizados, y la organización regional y local de ACPO, ligada de manera estrecha a la formación de líderes y dirigentes campesinos y al posicionamiento de los auxiliares inmediatos como sujetos claves en la organización de las Escuelas Radiofónicas y de la institución en general4. 3. Stefan Musto, et ál., Los medios de comunicación social al servicio del desarrollo rural..., Bogotá, ACPO, 1971, pág. 100. 4. El Campesino, “La realidad de la situación actual de Acción Cultural Popular”, Bogotá, 27 de noviembre de 1988, pág. 7.

U N S E M A N A R I O PA R A E L C A M P E S I N A D O El periódico apuntaba fundamentalmente al reconocimiento del campesino y al fortalecimiento del papel de la Iglesia católica a través de la obra del fundador de Radio Sutatenza, monseñor José Joaquín Salcedo. En la primera edición se plasmó con claridad que las finalidades del medio apuntaban a: [130]

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En Escuela Radiofónica.

Primer Congreso Latinoamericano de Escuelas Radiofónicas, Bogotá. 1963.

— Contribuir a la revalorización de la vida rural, por parte de los campesinos en primer término, y de las otras clases sociales, con un concepto cristiano del trabajo del campo; — Servir de complemento a la obra en que está empeñada la Iglesia con la organización de las Escuelas Radiales5.

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5. Ibíd., pág. 2.

Myriam Parra, de Samaná (Caldas), y José del Carmen Garzón Velandia, de Guatavita (Cundinamarca), adelantan el curso de dirigentes en Sutatenza (Boyacá). Fotografía de Hernando Chaves H.

Práctica del curso de bordado.

En consecuencia, con la intención que emanaba del semanario, su uso contribuía a la formación de los conocimientos básicos del campesino, puesto que la adquisición del diario podía fortalecer el aprendizaje de la lectura; y la posibilidad de que el campesino se relacionara con el mundo exterior a través de este medio de comunicación. El Campesino era un mediador entre una clase excluida en forma tradicional de las decisiones y las clases dirigentes del país.

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El Campesino, 17 de agosto de 1958.

El Campesino, 4 de agosto de 1963.

Desde sus primeras ediciones, recogió temas de interés para el campesinado reivindicando el uso racional de la tierra, el derecho a una vida digna, la búsqueda del bien común y la defensa de la vida social, del desarrollo de la parroquia rural y del progreso. La pretensión del periódico era “Transformar al hombre, valorizar todas sus posibilidades individuales y colectivas; reestructurar la sociedad en Cristo”, considerada como “la amplia empresa que acomete este semanario en un mundo donde los hombres se asfixian de egoísmos”6. La vinculación directa de El Campesino con las Escuelas Radiofónicas garantizó en buena medida la adquisición del mismo, lo cual puede explicar que el tiraje anual aumentó de manera considerable año tras año. Lo que empezó en 1958 con una circulación de 29.800 periódicos, alcanzó en 1963 un total de 80.563 periódicos semanales.

L A S N E C E S I D A D E S Y L A N U E VA T E C N O L O G Í A PROPICIAN CAMBIOS El número de páginas de este semanario estuvo entre dieciséis y veinte y estaba conformado por tres secciones fijas: una de información general y orientación editorial, es decir, páginas que recogían información de todo el país sobre temas relacionados con la economía, la política o los hechos internacionales; otra, de servicios, divulgación y conocimiento de nuevas técnicas, que informaba sobre servicios que prestaban organizaciones como el ICA o la Caja de Crédito Agrario, además de publicar las nuevas técnicas para mejorar los cultivos o la cría de

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6. Ibíd., pág. 2.

Colección El Campesino, Museo de Radio Sutatenza (Boyacá), 2012.

ganado; y la tercera, de variedades y desarrollo, que consistía en la divulgación de campañas para el mejoramiento de ambientes familiares. Esta última sección era producida en un 80% por los propios campesinos, mientras las dos primeras eran elaboradas por redactores de planta y colaboradores permanentes. El Campesino llegó a tener corresponsales en diecinueve ciudades y en 722 poblaciones7. Aunque el periódico estaba dirigido hacia los campesinos, también abordaba temáticas que tenían que ver con las decisiones tomadas en las grandes ciudades del país o los hechos sucedidos en el ámbito nacional e internacional. Durante los primeros años de circulación, el periódico tuvo varios cambios, tanto en su formato como en el uso de sus colores y la tipografía. Dos años después de su fundación, se amplió el formato y empezaron a trabajarse varias páginas a color. En 1960 entró en circulación la primera edición en tamaño universal, similar al periódico El Tiempo. La experiencia en el uso de las tintas permitió que el semanario utilizara varios colores en fondos y titulares, esto hacía que los artículos fueran un poco más llamativos a los ojos de los lectores y así se propiciara un interés mayor por la lectura. Posteriormente, se presentaron diferentes transformaciones en el diseño y en la diagramación, algunos de estos cambios generados a partir de peticiones y propuestas de los mismos colaboradores del periódico. En general, las modificaciones obedecieron a la adquisición de nuevas tecnologías para la impresión y a las nuevas necesidades de los usuarios. Con la compra de una nueva rotativa en 1967, El Campesino, de manera paulatina, pasó al uso de la impresión offset mejorando en forma notable la calidad; hacia finales de 1974, la totalidad del periódico se imprimía a color con la mencionada tecnología8. 7. Informe a la Venerable Conferencia Episcopal, 1961 a 1964, Bogotá, pág. 32. 8. Emiro Martínez, Métodos de periodismo rural en el semanario El Campesino, Bogotá, ACPO, 1978, págs. 45-49.

La publicidad en las páginas del periódico tenía que ver al inicio con la labor desarrollada por las Escuelas Radiofónicas de ACPO, pero después se vincularon empresas como Seguros Bolívar, chocolate Corona o cigarrillos Pielroja, entre otras, que pautaban de manera constante. Algunos programas de Radio

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El Campesino, primera edición en tamaño universal, 18 de septiembre de 1960.

Voceador de prensa de El Campesino.

Sutatenza eran patrocinados, por eso aparecían también avisos en el periódico como el publicado en 1960, donde el logotipo de Texaco acompañaba el siguiente mensaje: “Radio Sutatenza invita a Uds. a escuchar los siguientes programas patrocinados por Texas Petroleum Company” y a continuación estaban los horarios de los programas culturales9. A medida que el periódico alcanzó mayor presencia nacional, la publicidad aumentó. Así mismo, la vinculación de ACPO con instituciones del Estado permitió que éstas pautaran para promocionar o divulgar sus servicios. Ese fue el caso del ICA, del Incora y de la Caja de Crédito Agrario10.

C O N T E N I D O S PA R A L A E D U C A C I Ó N Y L A A C C I Ó N Como se mencionó antes, el periódico estaba dedicado en especial al campesinado colombiano que se hallaba vinculado a las Escuelas Radiofónicas, constituyéndose en una guía que era leída, estudiada, repasada, coleccionada y consultada con frecuencia. Por medio de El Campesino, además de informar, se hacía seguimiento de los aprendizajes a través de ejercicios adecuados y actualizados. Su circulación semanal le permitía imprimir nuevos contenidos, complementando y actualizando los conocimientos del mensaje educativo y las acciones de la Escuela Radiofónica. El Campesino era un vehículo destinado a promover los cambios de actitudes, mentalidad y comportamiento a través de mensajes persuasivos, dentro de lo que ACPO consideraba como el desarrollo integral de los individuos. Por ejemplo, el

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9. El Campesino, Bogotá, 27 de marzo de 1960. 10. El Campesino, Bogotá, 17 de agosto de 1958.

Distribuidores de El Campesino.

3 de agosto de 1958, el semanario publicó un aviso en el que enunciaba algunas de las virtudes que debía tener un pueblo: Nuestro pueblo debe tener todas las virtudes cívicas, sociales y religiosas que hacen grande la vida de comunidad, pero de modo especial debe distinguirse por: • La cultura de todos sus habitantes. • El interés de todos por su progreso. • La unión de todos sus moradores. • La amabilidad, la gentileza y las buenas maneras para con los habitantes. • El cumplimiento de los deberes cívicos. • La preocupación por la Educación de la niñez. • El apoyo a las iniciativas provechosas para toda la ciudadanía. • La colaboración al mejoramiento de los servicios públicos11.

11. El Campesino, “Virtudes de un pueblo”, Bogotá, 3 de agosto de 1958, págs. 1-10. 12. El Campesino, “Se hará homenaje de las Escuelas Radiofónicas a Su Santidad el papa Juan XXIII este año”, Bogotá, 24 de enero de 1960, pág. 1.

Así mismo, se hacían campañas que eran publicadas a través del periódico en las cuales invitaban al campesinado para que mejorara sus viviendas, sus huertas, sus gallineros o se implementaran los servicios de acueducto y alcantarillado en sus hogares. Estas campañas se hacían por lo general en homenaje al papa, como la publicada el 24 de enero de 1960, que se titulaba “En este año homenaje de las Escuelas Radiofónicas a su Santidad Juan XXIII, las comunidades parroquiales prestarán y ofrecerán sus realizaciones”12. El periódico, ante las limitaciones propias de la radio como el tiempo de las grabaciones o la imposibilidad de una

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Grupo de voceadores de El Campesino en Amagá (Antioquia). Este grupo hizo posible que la parroquia de Amagá se situara a la vanguardia del movimiento campesino en la Arquidiócesis de Medellín.

interacción directa, publicó en sus páginas explicaciones de algunos temas a través de textos y gráficas que complementaban las clases radiales. El semanario dio cuenta de las informaciones relacionadas en forma directa con el campesino, con sus tierras, con la erosión o con la violencia que se manifestaba en diferentes zonas del país. En varias de las páginas de las diferentes ediciones, se publicaron noticias sobre lo que sucedía en las regiones del país, como información sobre los motivos generadores de violencia. El 20 de marzo de 1960 publicó un texto del obispo de la Diócesis de Armenia, Jesús Martínez, donde afirmaba en este sentido que: Todos estamos convencidos, agrega, de que entre los factores poderosos de la violencia, se cuenta la ignorancia religiosa en los diferentes campos sociales; por este motivo creemos, que en la extinción de la violencia, la colaboración más efectiva de las autoridades diocesanas debe ser, la de seguir intensificando, dentro de sus posibilidades, la más sólida instrucción religiosa de ricos y pobres, de niños y adultos, en todos los campos del apostolado13.

Pero no solo la falta de fe se consideró como un generador de la violencia, desde las primeras ediciones el semanario responsabilizó al comunismo de la situación en la que vivía el país. En distintas ocasiones publicó titulares como: “El comunismo fomenta la violencia en el Tolima”14 o “El comunismo respalda la violencia”15. Cuba, en especial Fidel Castro, China y Rusia, así como el Partido Comunista de Colombia y el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) fueron objeto de una agresiva campaña en contra por parte del semanario. Los artículos sobre el tema de violencia en el campo fueron recurrentes y aunque se hizo constante mención al comunismo, también publicaron los hechos de violencia, la muerte de campesinos y los desplazamientos que se dieron en diferentes regiones del país, ocasionados por la violencia partidista. Este tipo de titulares no eran nuevos en la prensa escrita del país; Marco Palacios reseña la alusión que El Tiempo hizo al comunismo en 1932, en la que mostraban una imagen de ellos como generadores de violencia16.

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13. El Campesino, “La violencia es una calamidad pública”, Bogotá, 20 de marzo de 1960, pág. 6. 14. El Campesino, “El comunismo fomenta la violencia en el Tolima”, Bogotá, 7 de septiembre de 1958, pág. 3. 15. El Campesino, “El comunismo respalda la violencia”, Bogotá, 17 de agosto de 1958. 16. Marco Palacios, ¿De quién es la tierra? Propiedad, politización y protesta campesina en la década de 1930, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, Universidad de los Andes, 2011, pág. 169.

Diploma de la Sociedad Interamericana de Prensa, a través del cual se otorgó el premio SIP-Mergenthaler a El Campesino, 1975.

Doris Restrepo vende El Campesino en la vereda Maracas de la parroquia de San José en Manizales.

A pesar de la situación social que se vivía en diferentes lugares de Colombia, el periódico resaltó la labor de quienes trabajaban la tierra, mostrándolos como: personas importantes para la economía del país, hombres productivos, seres cristianos y hombres fieles al campo. La imagen del campesino que ACPO buscó proyectar era la de un ser que mantenía los rasgos de la vida rural, pero que lograba trabajar en comunidad para buscar el desarrollo de los pueblos. Un hombre que a través de la formación en

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Lectores de El Campesino.

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Lectores de El Campesino.

Campesinos preparan encuentro con el papa (1968).

las Escuelas Radiofónicas podía forjar su destino y el de su comunidad, trabajando para que las condiciones de vida mejoraran. La idea de la construcción de una nueva estructura rural, estuvo fundamentada, según El Campesino, en que ésta se levantara sobre “el respeto a la persona, sobre el respeto a la familia, sobre el respeto a la vida, sobre el respeto a la conciencia, sobre el respeto a la propiedad, sobre el respeto a la autoridad, sobre el desinterés cristiano, sobre la amistad sincera, sobre la confianza mutua”17. Los campesinos en forma constante fueron reconocidos a través de las páginas del semanario. ACPO se esforzó por valorarlos como un grupo fundamental en la construcción del país. Uno de los avisos publicados mostraba a esta población como la más numerosa del país y la que más divisas producía, también como aquel grupo de hombres que más aportaba al Ejército para la defensa del territorio nacional18. Además, se resaltó la labor de monseñor José Joaquín Salcedo dentro del marco de las funciones que tenía como director de la Institución. En 1962, el mismo semanario publicó: En sólo cuatro años de vida, EL CAMPESINO ha llegado a constituirse en el PRIMER órgano popular de su género con la MÁS ALTA difusión nacional y como el PRIMER semanario cultural de América Latina. Al educar, orientar e informar al pueblo EL CAMPESINO está colocando a millones de colombianos en aptitud y capacidad de producir y consumir cada vez más cosas para vivir mejor. Este triunfo es el resultado del entusiasmo y del sentido de solidaridad social de miles y miles de dirigentes y trabajadores de los pueblos y veredas del país que escriben EL CAMPESINO, que leen EL CAMPESINO, que distribuyen

17. El Campesino, “Cartel: Qué representa el campesino colombiano”, Bogotá, 6 de julio de 1958. 18. Ibíd.

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Martha Palacios, alumna de la Escuela Radiofónica núm. 35 de la vereda La Gaviota, Darién (Valle), cuida las gallinas y la conejera.

EL CAMPESINO, que difunden EL CAMPESINO y que en este semanario encuentran cada semana un estímulo para trabajar por su propia dignificación y por la grandeza y prosperidad de la nación a la que pertenecen19.

De igual forma se difundió información relacionada con las actividades de instituciones como el ICA, la Caja Agraria, el Incora y la Federación de Cafeteros, que prestaban servicios directos de créditos, capacitación, organización comunitaria y diferentes apoyos a la promoción de la salud y el mejoramiento de la vivienda. Varias de estas instituciones estatales cumplieron papeles complementarios o similares a la acción desarrollada por Acción Cultural Popular, por tal razón, para el periódico El Campesino era importante publicar sobre esas actividades puesto que ellas también intentaban beneficiar al campesinado. De otra parte, a ACPO le servía mantener unas relaciones directas con estas entidades para de este modo contar con su apoyo en algunos de los programas que realizaba. Varias de las publicaciones mostraban la relación existente entre los programas de las instituciones del gobierno vinculadas al periódico y los proyectos que desarrollaba ACPO. Un ejemplo de ello fue la financiación que realizó la Caja Agraria para que los campesinos obtuvieran los radios que les permitían escuchar los programas producidos por Radio Sutatenza. Bajo el título de “Entusiasmo

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19. El Campesino, “Así triunfa el pueblo rural en su esfuerzo por redimirse”, Bogotá, 9 de diciembre de 1962, pág. 9.

Transporte de El Campesino.

por el nuevo servicio de la Caja Agraria”, El Campesino explicaba el programa de financiación: Han comenzado a llegar a nuestra redacción mensajes de varias comunidades rurales del país en los que se expresa el entusiasmo y reconocimiento por el programa de crédito de la Caja Agraria mediante el cual los almacenes de Provisión Agrícola de esa entidad han comenzado a distribuir los radio receptores transistorizados que permiten al pueblo rural participar en los programas de Acción Cultural Popular para su mejoramiento. Particular entusiasmo demuestran en los campos por las facilidades o plan de Crédito para la Cultura que ofrece ahora la Caja Agraria, mediante el cual se dan facilidades para que los habitantes de los campos puedan adquirir los receptores con una cuota inicial de 45 pesos y con plazo hasta de diez meses para pagar el valor total de este moderno medio de comunicación y educación20.

L A PA R T I C I PA C I Ó N D E L C A M P E S I N A D O CON EL SEMANARIO

20. El Campesino, “Entusiasmo por el nuevo servicio de la Caja Agraria”, Bogotá, 4 de agosto de 1963, pág. 1.

Una de las secciones donde los campesinos tenían mayor participación, sin que fuera la única, fue el correo campesino. Esta sección publicaba cada semana las cartas de los oyentes de la emisora y lectores del periódico. Las cartas tenían que ver con las clases radiales o con aspectos relacionados con el campesinado. Por ejemplo, un campesino del Huila le hacía saber al gobierno y a la opinión pública, por medio de una carta, la necesidad de que se instalara una sucursal de la Caja Agraria con la respectiva sección de ahorros en su pueblo; o las relacionadas, en el mismo periódico, con algunos de los aspectos de las Escuelas Radiofónicas, como el caso de un campesino de Antioquia, quien avisaba que si no había una rebaja en las pilas (baterías) de los transistores se vería en la obligación de privarse de la Escuela:

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El Campesino, Correo campesino. Domingo, 10 de enero de 1960.

Mis circunstancias económicas no me permiten seguir disfrutando de ese gran servicio, pues la pila hasta llegar a mí, me cuesta $48.00, con $4.00 que me toca pagar de transporte. ¿Y si no tengo que pagar repuestos por daños en el receptor, a cuánto se me eleva el costo de la escuela? Imposible, imposible. Mucho dolor me da tener que privarme de tan sabias enseñanzas pero no alcanzo21 (sic).

De esta manera, las epístolas se convertían en el medio utilizado por el campesino para socializar sus problemas y para evidenciar las necesidades de su entorno. La comunicación que llegaba a ACPO en relación con las Escuelas Radiofónicas era respondida personalmente y se utilizaba el semanario para publicar la respuesta. El propósito de la divulgación fue socializar los problemas del campesinado, pero también destacar aquellos escritos que tenían que ver con el trabajo desarrollado por las Escuelas Radiofónicas, por El Campesino y por ACPO en general. La publicación de cartas en este sentido era masiva y mayoritaria. Habitantes de todas las regiones del país enviaban misivas. Venían de municipios como La Calera, Sibaté o Tausa, cubrieron desde los departamentos de Boyacá y Cundinamarca hasta el Putumayo o la Guajira. Del Norte de Santander un campesino envió un escrito en el que destacó la labor del periódico: Respetuosamente me dirijo a ustedes enviándoles mi más efusivo saludo y para felicitarlos por su valiosa labor que han adelantando desde sus columnas a favor de la inmensa masa campesina del pueblo colombiano, con sus lecciones que trae cada semana, instrucciones y consejos, respuestas a sus preguntas y problemas que a diario presentan22.

Estas cartas se publicaron al igual que comentarios, coplas y reclamos. En el periódico también se divulgó todo lo relacionado con los cursos, sus horarios, las

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21. El Campesino, “Una rebajita”, Bogotá, 5 de octubre de 1958, pág. 12. 22. El Campesino, “Correo y colaboración”, Bogotá, 29 de mayo de 1960.

Corresponsal durante la Fiesta de la lectura en Cabrera (Cundinamarca).

Orlando Fals Borda y alumnos de sociología en San Pedro, Cunday (Tolima), 1962.

fechas de iniciación y los avisos de visita de los líderes o supervisores de las Escuelas Radiofónicas. El Campesino, más allá de contribuir en el engranaje de la Educación Fundamental Integral, adquirió importancia por sí solo, pues además de llegar a quienes formaban parte de las Escuelas Radiofónicas, de la misma manera fue leído

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por un buen número de colombianos. Por su amplia circulación nacional, se convirtió en uno de los medios más importantes de la Institución. Según ACPO, el periódico recibió “la mejor y más extraordinaria acogida, no sólo del pueblo agricultor, sino también de las clases dirigentes, que han visto en el semanario una respuesta a las más urgentes necesidades que el país tenía en ese campo”. Para finales de 1960 se editaron 74.000 ejemplares y según los propios estimativos, después del diario El Tiempo, era el periódico con mayor circulación en el país23. Fue tal su importancia en la institución y fuera de ella, que contó con personal propio desde el director hasta los periodistas y corresponsales, así como con un sistema de distribución que aseguraba que llegara a los diversos lugares del territorio nacional.

EL CAMPESINO Y LA REFORMA AGRARIA La carencia de tierras por parte del campesinado colombiano fue una preocupación de El Campesino y se hizo evidente en sus páginas incluso antes de que el gobierno de Alberto Lleras Camargo aprobara la Ley de reforma agraria en 1961. ACPO presionó a través de sus diferentes medios, en especial del periódico, para que se tuviera en cuenta el tema de la injusticia existente en cuanto a la tenencia de la tierra por parte de unos pocos y la necesidad de que se permitiera el acceso de los campesinos a la tierra productiva. Desde 1958, el semanario hacía alusión al tema y en su portada resaltaba, edición tras edición, la frase que rezaba “Los hombres sin tierra tienen derecho a la tierra sin hombres”24, recordando la cantidad de extensos terrenos no utilizados para el cultivo y el gran número de campesinos que carecían de tierras o que tenían pequeños minifundios donde no lograban producir lo necesario para acceder a los recursos que les permitiera cubrir sus necesidades básicas. Orlando Fals Borda, en su investigación El hombre y la tierra en Boyacá, planteó cambios institucionales para poder realizar una reforma agraria y una organización del mercado del trabajo, y la necesidad de que el país empezara a dotarse de un sistema de transporte que permitiera la movilidad de los productos y de los campesinos. Describía, entonces, como hasta ese momento, el transporte de los productos agrícolas “se efectuaba casi todo a espalda o sobre la cabeza de los seres humanos, en carretas de dos ruedas tiradas por bueyes o en pequeños vehículos de cuatro ruedas llamados zorras”25. Si bien el problema del acceso a la tierra por parte de amplios sectores campesinos se trató desde gobiernos anteriores, en forma especial desde el primer gobierno de la República Liberal en 1930, a cargo de Enrique Olaya Herrera, no se pudo consolidar una política clara durante los siguientes años. La violencia existente en el país, llevó a que la preocupación por los problemas sociales, sobre todo los del campesinado cobrara importancia26. La Iglesia, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado, empezó a hacer “llamados de atención sobre las condiciones de los sectores más desfavorecidos, en la creación de comisiones episcopales dedicadas al estudio de los asuntos sociales, así como en el interés por cuestiones que hasta entonces no habían merecido mayor cuidado, como el problema agrario”27. El periódico El Campesino denunció no solo la penetración del comunismo en el país y su posible influencia en el campesinado, sino también las condiciones en

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23. El periódico El Campesino del 29 de abril de 1962 muestra, en la página 16, una detallada lista de las poblaciones a donde llega el semanario acompañada del número de ejemplares enviados a cada una de ellas. Así mismo, hace un resumen del número de ejemplares por departamentos. Para esta fecha, El Campesino distribuye, según el registro publicado, un total de 118.042 ejemplares. 24. El Campesino, “Los hombres sin tierra tienen derecho a la tierra sin hombres”, Bogotá, 23 de noviembre de 1958, pág. 1. 25. Orlando Fals Borda, El hombre y la tierra en Boyacá. Bases sociológicas e históricas para una reforma agraria, 4.a ed., Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, págs. 191 y 192. 26. La investigación realizada por Marco Palacios, titulada ¿De quién es la tierra? Propiedad, politización y protesta campesina en la década de 1930, muestra las implicaciones de la Ley de tierras firmada en 1936 y los movimientos campesinos que se gestaron con el objetivo de buscar mejores condiciones para vivir en el campo. 27. Ricardo Arias, El episcopado colombiano: intransigencia y laicidad, 1850-2000, Bogotá, Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales (CESO), Ediciones Uniandes, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), 2003, pág. 195.

Emiro Martínez, periodista de El Campesino, en la vereda El Motilón, El Encano (Nariño).

que se encontraban los campesinos por la falta de recursos para cultivar, por la injusta remuneración, por el creciente desempleo o por la falta de tierra. Desde 1958, año en que se fundó el semanario, el tema de la reforma agraria se estaba discutiendo en el escenario político nacional. Sin embargo, no todos los movimientos y partidos políticos formaron parte de la discusión, pues el Frente Nacional había empezado a operar limitando “la oposición a disidencias de los partidos (MRL) o a movimientos ajenos a ellos (Anapo), pero formados por sus disidencias”28. En ese mismo año, la Conferencia Episcopal había señalado que era el momento para que se realizara una reforma agraria y social que permitiera una riqueza productiva más equitativa29. La presión ejercida por la Iglesia y por los medios de comunicación, en particular El Campesino, dio sus frutos. En 1959 el gobierno propuso fomentar la industria agropecuaria a través de un programa de utilización de tierras sin explotar, de entrega de tierras a los campesinos, de facilitación de asistencia técnica, de crédito a largo plazo con intereses reducidos, con el fin de poner en marcha una maquinaria adecuada para impulsar la agricultura y la ganadería. 28. Carlos Villamil Chaux, Reforma Agraria del Frente Nacional: de la concentración parcelaria de Jamundí al Pacto de Chicoral, Bogotá, 2011. Tesis de Maestría en Historia, Departamento de Historia, Universidad de los Andes, págs. 12 y 13. 29. Ibíd. 30. El Campesino, “La política agraria”, Bogotá, 1.° de febrero de 1959, pág. 3.

ACPO valoró a través de El Campesino dicha declaración, puesto que consideraba que la situación actual del campesinado no le permitía disponer de los recursos para “hacerle frente a las múltiples contingencias que lo rodean. Si es propietario de una pequeña parcela, cansada por el intenso laboreo, no encuentra facilidades para abonarla, ni crédito para adquirir herramientas, ni semillas, ni asistencia técnica, ni consejos oportunos para defender sus cultivos de plagas y enfermedades”30. Pero además, exhortó a la dirigencia del país para que apoyara el programa del gobierno, pues no respondía a los intereses políticos de un sector determinado sino que reflejaba una realidad nacional que era inquietante por la difícil situación económica. Para ACPO era importante evitar que por las rencillas, los intereses o las

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El Campesino, encuesta sobre reforma agraria, 24 de julio de 1960.

posiciones políticas se frustrara la posibilidad de que el campesinado accediera a beneficios relacionados con la explotación de la tierra, la asistencia técnica por parte del Estado y la posibilidad de adquirir créditos con facilidades. En su opinión, esas posiciones en forma obstinada habían “detenido el progreso del país”31. Ante la eventual posibilidad de que se abriera un camino hacia la reforma agraria, ACPO celebró las nuevas decisiones sobre política agraria y se mantuvo a la espera de los resultados que las medidas produjeran hacia el futuro. Cuando se iniciaron las discusiones de la reforma agraria, ACPO publicó en El Campesino las bases que consideraba como necesarias para una adecuada reforma. Estas eran: que fuera económicamente sana, moralmente justa, socialmente democrática y prácticamente moderna.

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31. Ibíd.

En la edición del 24 de julio de 1960 se imprimió una encuesta sobre la reforma agraria para que la contestaran los lectores. Esta constaba de cinco preguntas, las cuales tenían que ver con la situación económica actual del pueblo agricultor y se pidió la opinión del campesinado para saber qué consideraban ellos como conveniente para mejorar su situación. Además, se indagó, por medio de selección múltiple, sobre los aspectos en los que se esperaban soluciones y mejoramiento; entre las respuestas se pedía construir más escuelas, más carreteras, más caminos, más hospitales, abrir más fuentes de trabajo y destinar más préstamos en dinero. También se le preguntó al campesinado por la institución o instancia que consideraban podía hacer algo por ellos. Las opciones para marcar eran: el Gobierno, la Iglesia, Radio Sutatenza, el periódico El Campesino, el comunismo, el protestantismo, las juntas veredales, los partidos políticos, los sindicatos, los patronos, los hacendados, la masonería y la Caja Agraria32. La idea de la encuesta era dar a conocer las respuestas al Gobierno y al Congreso Nacional, e iniciar una campaña a favor de la reforma agraria. ACPO, a través de esta encuesta intentaba promover la participación. Durante 1960, las páginas de El Campesino y las instalaciones de ACPO fueron escenario de las discusiones y reuniones referentes al tema de la reforma agraria. El 28 agosto de ese año, el semanario publicó la noticia sobre el envío de un prospecto de reformas de la Federación Agraria Nacional (FANAL)33 a las cámaras legislativas, con el ánimo de que el Congreso Nacional las estudiara y las adoptara dentro de las discusiones sobre el tema de la reforma y como una solución a los problemas sociales y económicos del sector campesino34.

32. El Campesino, “Encuesta nacional sobre Reforma Agraria”, Bogotá, 24 de julio de 1960, pág. 1. 33. Fanal fue una federación fundada y apoyada por la Iglesia católica en 1946 con la intención de realizar acciones que aportaran a los problemas del país desde una perspectiva, especialmente los problemas relacionados con el sector agrario. 34. El Campesino, “La FANAL envía ante las Cámaras pliegos sobre Reforma Agraria”, Bogotá, 28 de agosto de 1960, pág. 1. 35. Carlos Lleras Restrepo en su explicación sobre el proyecto de reforma agraria en la revista Semana del 31 de octubre de 1960, confirmó como organismos representativos de los trabajadores rurales a la Iglesia, al Estado y al Ejército, y los denominó “factores reales de poder” por estar en contacto asiduo con los casi siete millones de trabajadores rurales que sufren una serie de problemas. 36. Semana, Bogotá, 31 de octubre de 1960, pág. 22. 37. Ibíd.

Así mismo, el auditorio de ACPO sirvió para que se dieran a conocer y se discutieran informaciones relacionadas con el tema. Los estudios realizados para dicho fin por un comité coordinado y dirigido por Carlos Lleras Restrepo, a petición del presidente Alberto Lleras Camargo, fueron dados a conocer el 24 de octubre de 1960 ante quinientas personas en el auditorio mencionado. El hecho de que este evento se realizara en las instalaciones de ACPO dejó entrever la importancia del papel de la organización en el marco de las discusiones de la reforma y la evidenció como una institución que representaba al campesinado, como un vocero de los intereses del sector agrario del país. Es claro que la posición de ACPO era privilegiada, pues era identificado como un actor principal en las discusiones sobre el tema, lo que le permitía intervenir, explicar y presionar para que los aspectos que consideraba importantes se incluyeran en los proyectos35. El trabajo realizado por Carlos Lleras Restrepo puso de manifiesto una estructura arcaica del factor primario de la producción y un atraso en el régimen de la propiedad rural que no había respondido a las necesidades y exigencias de la demanda de los bienes de consumo. Una de las preocupaciones del comité era la creciente aparición de sectores de personas “desocupadas, analfabetas, ambulatorias y exasperadas que constituyen el caldo de cultivo de los extremismos”36, por eso era necesario buscar soluciones de equilibrio, como las llamó Lleras Restrepo, para el buen funcionamiento de la economía, pero además para generar una producción que respondiera a las necesidades de los pueblos. La reforma agraria se convirtió en la alternativa para avanzar hacia un “sistema que permita modernizar la vida económica colombiana y aliviar las tensiones sociales acumuladas como producto del desajuste actual”37. El discurso de Lleras Restrepo mostró una posición común con la que expresó de manera continua El Campesino y que consistía en que la reforma agraria no solo

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Distribución de El Campesino.

Matías Gómez Gómez e hijos, lectores del semanario en Armenia.

se limitaba a la tenencia de la tierra y la distribución de la misma, sino que estas acciones implicaban tomar medidas en relación con la educación, la salubridad y las comunicaciones, temas que venía trabajando las Escuelas Radiofónicas a través de sus clases radiales. De las discusiones planteadas a través del periódico y en escenarios propios de ACPO, los enunciados iniciales del proyecto de reforma establecieron que un organismo administraría el plan y lo pondría en marcha. Los objetivos que tenía previstos dicho plan eran: a) Modificar las estructuras del sector para extirpar las concentraciones excesivas (latifundios) y evitar el fraccionamiento (minifundio) (sic); b) Dotar de tierras adecuadas a quienes no las posean y se dediquen a cultivarlas; c) Poner bajo cultivo las extensiones que hoy no lo estén y que sean susceptibles de explotación de acuerdo con los programas económicos globales; d) Acrecer el volumen de la producción agropecuaria y aumentar los índices de la productividad (rendimiento hombre-hora); e) Hacer fácil el acceso a la propiedad de la tierra de los pequeños arrendatarios, parceleros o aparceros (incorporan trabajo y dividen utilidades), y f) Preservar los cursos naturales y asegurar su empleo adecuado38.

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38. Ibíd.

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Si bien los enunciados del proyecto inicial de la reforma no trataron el tema de la educación, Lleras Restrepo sí había hecho mención de la necesidad de actuar con el campesinado analfabeto. Pero además, El Campesino fortaleció esa idea con la continua divulgación de declaraciones que reforzaron la necesidad de educar a la población para que la reforma funcionara. Entre otras, fueron publicadas las palabras de Eduardo Carbonell, gobernador del Atlántico, quien manifestó estar de acuerdo con la campaña de ACPO en el sentido de que el Gobierno debería “incrementar la educación entre las masas campesinas porque de nada va a servir la reforma agraria, si esta no llega a elementos que por su educación puedan hacer buen uso de ellas”39. En el marco del debate y discusiones sobre el tema de la reforma, El Campesino titulaba “Sufrimos la tragedia de ignorarlo todo y tanta nuestra pobreza y nuestra miseria que aunque nos repartieran tierras, no tendríamos cómo trabajarlas ni cómo sostenerlas”40. De esta manera, en el marco de las discusiones de la reforma, ACPO no solo se proyectaba como una institución que velaba para que los campesinos recibieran unas tierras donde pudieran cultivar los diferentes productos agrícolas, sino también, como un organismo dedicado a la educación. Así buscaba que la formación educativa del campesinado se incorporara en el proyecto de una Reforma Agraria Integral, como la denominaría ACPO, haciendo uso del término empleado dentro de su modelo de Educación Fundamental Integral. Es decir, la reforma agraria, además de tocar el tema de tierras y la producción, del mismo modo debía incluir todos los aspectos que estuvieran relacionados con el bienestar del campesinado. El Campesino, a finales de 1960, hizo circular en sus páginas una segunda encuesta sobre la reforma agraria, en la cual indagaba sobre lo que se esperaba del plan de tierras, de la forma como consideraban se podía aplicar la distribución, las clases de tierras que debían ser tenidas en cuenta para incorporarlas a la producción, y las zonas geográficas donde se debía realizar ese plan. A partir de las primeras respuestas recibidas, el semanario publicó artículos en los que desarrolló las propuestas de los lectores. Precisamente en uno de ellos mencionó cómo, debido a que los campesinos cultivarían otro tipo de frutos diferentes a los tradicionales, la repartición de tierras diversificaría la producción. Acompañada de dicha información, el texto mencionaba la necesidad de educar al campesinado en el cultivo de nuevos productos41.

39. El Campesino, “Sin educación la Reforma Agraria sería inoperante”, Bogotá, 6 de noviembre de 1960, págs. 1 y 3.

El discurso de reforma agraria unido al de la educación llegó a incidir tanto en la opinión pública y en el Gobierno que hasta el mismo ministro de Agricultura, Otto Morales Benítez, se refirió a la necesidad de darle un fuerte impulso a la educación rural popular para no terminar haciendo una reforma a medias42. Estas declaraciones fueron dadas en los primeros días de 1961, año en que se aprobó finalmente la Reforma Social Agraria por parte del Congreso Nacional, mediante la Ley 135. Los Estados Unidos apoyaron esta ley a través de la Agency for International Development (AID).

40. El Campesino, Bogotá, 28 de agosto de 1960, pág. 1. 41. El Campesino, “La repartición de tierras diversifica la producción”, Bogotá, 11 de diciembre de 1960, pág. 5. 42. El Campesino, “Sin un impulso a la educación rural popular estaríamos haciendo una reforma a medias”, Bogotá, 1.° de enero de 1961, pág. 3.

El artículo quinto de dicha ley, que rezaba: “Elevar el nivel de vida de la población campesina, como consecuencia de las medidas ya indicadas y también por la coordinación y fomento de los servicios relacionados con la asistencia técnica, el crédito agrícola, la vivienda, la organización de los mercados, la salud y la seguridad social, el almacenamiento y conservación de los productos y el fomento de las cooperativas”, contenía varios aspectos de los impulsados por ACPO en el sentido de que la reforma debería ser integral. La ley incluía la formación mediante

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la asistencia técnica, pero también la atención al campesinado en materias como la salud y la asociación. Sin embargo, para poder tener un protagonismo real y para que se realizaron proyectos en las áreas mencionadas, era necesario que se organizaran los Comités Municipales de Reforma Agraria creados mediante el Decreto 3177 de diciembre de 1961. Por eso, luego de aprobada la reforma, a través del semanario se publicaron artículos que invitaban y exhortaban a los campesinos a que presionaran la conformación de dichos comités y, por supuesto, para que formaran parte de los mismos. Consideramos indispensable hacer un llamamiento muy especial a todos nuestros lectores, en particular a los dirigentes campesinos y a los miembros de las Juntas Veredales, para que procedan sin dilaciones a exigir la pronta constitución en cada uno de los municipios de los Comités Municipales de la Reforma Agraria... Como podrán haberlo visto en el decreto publicado por nosotros en la edición anterior, en cada municipio funcionará un Comité de la Reforma Agraria, integrado por el Cura Párroco, el Agente de la Caja de Crédito Agrario, si existiere; 2 representantes del Concejo Municipal, que pueden ser concejales o no, de filiación política distinta, elegidos directamente por dichas corporaciones; y uno designado por las Juntas Locales de Acción Comunal. Los tres últimos tendrán un período de dos años contados a partir del primero de este mismo año de 1962, y dos suplentes numéricos que, en su orden, los reemplacen en caso de falta. Los dos primeros podrán designar delegados suyos que los reemplacen cuando no pudieran concurrir43.

Los Comités cobraban importancia en las diferentes regiones, pues aunque eran órganos consultivos, tenían como propósito el estudio de los problemas de la tenencia de tierras en la zona y los conflictos que se daban por tal causa, pero así mismo planteaban las posibles soluciones a tener en cuenta entre las cuales estaban la colonización, la parcelación o las concentraciones parcelarias. La participación del cura párroco, junto con los representantes de los concejales y el representante de la Junta de Acción Comunal, daba un amplio margen de maniobra y considerables posibilidades de incidir en las decisiones. Desde la aprobación de la ley el 13 de 1961 hasta mayo de 1962, El Campesino mantuvo en sus páginas la atención sobre el tema para que se realizaran las acciones necesarias y para que la ley de Reforma Agraria se ejecutara. Ante la lentitud de las acciones, el semanario empezó a publicar en su primera página un aviso que preguntaba: “¿Qué hay de la Reforma Social Agraria?”. El interrogante iba acompañado de una frase distinta cada vez. En la edición 200 del semanario, fue: “Esta es la pregunta que está interpretando la expectativa nacional de los agricultores ante la tan esperada aplicación de la Ley de reforma agraria”44, en la siguiente edición, la pregunta estaba acompañada de la frase: “En todo el país existe gran expectativa”, pero también incluía dos interrogantes más: ¿cuándo?, y ¿dónde?45 En la misma página, se seguía difundiendo la idea de que la reforma debía ir acompañada de la formación educativa; afirmaba allí que: “La tierra sin educación no vale”46. La campaña realizada por el periódico fue seguida de cartas de los lectores en las que reclamaban acciones concretas en torno a la reforma. Qué pasa con la Reforma Agraria? No sé cómo han transcurrido ya siete meses de su aprobación y sanción y en este Departamento, [Valle] ni siquiera suena y menos truena. Qué pasa? Este Departamento no es de Colombia? O

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43. El Campesino, “Los dirigentes rurales deben intervenir para que instalen los Comités de Reforma Agraria”, Bogotá, 21 de enero de 1962, pág. 1. 44. El Campesino, Bogotá, 13 de mayo de 1962, pág. 1. 45. El Campesino, Bogotá, 20 de mayo de 1962, pág. 1. 46. Ibíd.

aquí no hay pobres? O no somos humanos? Yo solicito al señor Director del Incora que se sirva mover los resortes en el Comité o Instituto seccional o como quiera que se llame, que fue organizado en Cali. Se sabe que fue organizado pero no pasó de allí. Ojalá que se den cuenta de que los montañeros de Colombia estamos despertando de ese sueño campesino y sabemos que nuestra patria nos tiene un porvenir reservado. Pero, qué es lo que pasa? Presido una junta veredal y todos sus afiliados son demasiado pobres. Y esperan que la Reforma Agraria se efectúe cuanto antes. Estoy dispuesto a reclamar a diario...47 (sic).

ACPO mantuvo un discurso en relación con el tipo de reforma agraria que debía efectuarse dentro de los principios generales de la ley, por ello publicó también una columna semanal denominada “Reforma Agraria Integral”, en la que daba indicaciones sobre cómo debían entregarse los créditos a los campesinos, e hizo hincapié en la necesidad de que el país fuera de propietarios y no de servidumbre. Su argumento fue que el progreso de la sociedad no podía estar basado en esa servidumbre puesto que el desarrollo agrario significaría transformaciones de la agricultura del momento y el sobrante de mano de obra debía ser destinado a la producción de otros bienes48. Además, edición tras edición, se hicieron reflexiones en varias áreas relacionadas con la reforma. Esta dinámica se mantuvo desde los primeros años de la aprobación hasta 1968, cuando se empezaron a implementar los proyectos regionales, como el de Nariño. Allí se inició un proceso de titulación de tierras, construcción de vías y vivienda, otorgamiento de crédito y asistencia técnica. Al mismo tiempo se constituyó la Cooperativa Agropecuaria de Nariño para el almacenamiento de los productos del campesinado de la región. Este proyecto fue destacado en las páginas de El Campesino por tener los principios básicos de la reforma, pero también por poseer los elementos esenciales que había planteado para que fuera una reforma integral49. La creación de nuevas instituciones como el Incora, la Caja de Crédito Agrario y el ICA, entre otras, llevó a un replanteamiento de las acciones de ACPO, pues estas prestaban servicios directos de capacitación y extensión agrícola, de organización comunitaria y de promoción de apoyo a la salud y al mejoramiento de la vivienda campesina. La sustitución de las labores desarrolladas por ACPO ocasionó que los recursos de la institución se redujeran, por eso la preocupación se concentró en la búsqueda de nuevos fondos y la atención frente al tema de la Reforma Agraria disminuyó en los años siguientes.

47. El Campesino, “Reforma Agraria”, Bogotá, 1.° de julio de 1962, pág. 12. 48. El Campesino, “Reforma Agraria Integral”, Bogotá, 18 de noviembre de 1962, pág. 6. 49. El Campesino, “Gran proyecto de Reforma Agraria”, Bogotá, 11 de agosto de 1968, pág. 4. 50. Villamil Chaux, op. cit., pág. 57. 51. Villamil Chaux, op. cit., pág. 98.

A pesar de las buenas intenciones, la oposición de algunos sectores del país no dejó que la reforma pasara más allá de una ilusión y esta fracasó. Entre 1969 y 1970, el Incora parceló casi la misma cantidad de tierra que en los años anteriores de funcionamiento del instituto, pero a pesar de ese hecho, Carlos Villamil Chaux afirma que el cambio en la estructura de la tenencia de la tierra no se produjo50. Así mismo, Villamil Chaux concluyó que: “La falta de consensos en un aspecto tan fundamental como el significado de la reforma, condujo a una falta de claridad en la decisión política que un programa de esta clase requería y, a la promulgación de una Ley llena de ambigüedades y contradicciones que claramente reflejaba esta situación. Generó una lucha permanente entre los defensores de las distintas tesis y no permitió que el programa se adelantara de manera rápida y eficiente”51.

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A partir de 1988 ACPO se vio en la necesidad de reducir personal y vender su maquinaria e instalaciones de manera gradual.

Las graves contradicciones en la política agraria del gobierno de Misael Pastrana Borrero, la disminución del presupuesto y la reducción del campo de acción del Incora incidieron para que la reforma se detuviera totalmente. En definitiva, el apoyo de ACPO al proyecto de reforma agraria no logró acabar con las grandes desigualdades existentes en el país, a pesar de que le apostó a iniciativas que combinaran los aspectos técnicos y las relaciones sociales del hombre dentro de su contexto, en la búsqueda de mejorar la calidad de vida y la productividad del campesinado.

EL OCASO DE ACPO Y EL CIERRE DEL SEMANARIO EL CAMPESINO Los enfrentamientos de ACPO con un sector de la Iglesia católica y con académicos afectaron de manera significativa sus ingresos, pero la situación financiera se resquebrajó aún más, unos años después, cuando un sector de los industriales del

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El Campesino, última edición, 16 de septiembre de 1990.

52. Hernando Bernal Alarcón, “Radio educativa para el desarrollo rural: el precursor Radio Sutatenza y Acción Cultural Popular, su influencia en la región”, en Radio y democracia en América Latina, Instituto para América Latina (IPAL), 1989, pág. 118. 53. Luis Zalamea, Un Quijote visionario, Bogotá, Jorge Plazas S. (ed.), 1994, pág. 214.

país se opuso al proyecto de la institución pues era un riesgo por el amplio cubrimiento nacional que tenía. Las grandes cadenas radiales “vieron en el incremento de la potencia de las emisoras, una seria amenaza para la publicidad de sus emisoras”52. Además, la exención de impuestos que tenía la institución por ser de la Iglesia y por realizar una obra social, llevó a que sectores como el de los impresores manifestaran su inconformismo, puesto que la posibilidad de competir así les era desfavorable. Tanto las emisoras, como parte del sector editorial “consideraban que la cadena Sutatenza era competencia desleal porque recibía ayuda del exterior, tenía contratos con el gobierno y además no pagaba impuestos. Y lo mismo se decía de la Editorial Andes y del periódico El Campesino”53. En 1978, Hernando Bernal Alarcón analizaba la situación económica de ACPO y afirmaba que los descensos paulatinos en el número de estudiantes y de los

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recursos obedecían en especial a las presiones económicas y vaticinaba que “habrá necesidad de tomar graves decisiones”54. Como consecuencia de las fuertes confrontaciones con la Iglesia católica, con determinados sectores industriales y a la crítica de la labor desarrollada en el campo de la educación, ACPO redujo en forma significativa sus ingresos y debió buscar recursos en procesos comerciales que lo llevaron a comprometer su patrimonio, a tal punto que se vio en la necesidad de empezar a vender de manera progresiva su maquinaria, sus instalaciones y a disminuir el personal, liquidando funcionarios y colaboradores. El Campesino mostró la difícil situación de la institución en el artículo “La realidad de la situación actual de Acción Cultural Popular”: “ACPO ha llegado a una situación financiera muy delicada por las circunstancias del país, la suspensión de ayudas, el endeudamiento y la demora de soluciones reales”55. A pesar de los continuos llamados para apoyar los servicios de ACPO realizados a través del periódico El Campesino, las deudas adquiridas hicieron inviable el proyecto de ACPO y mostraron la incapacidad de adaptarse a los nuevos retos, llevándola al cierre definitivo56. El medio impreso más importante del campesinado colombiano también sufrió las consecuencias de los problemas económicos; sin embargo, resistió hasta ser el último en desaparecer. La última edición del periódico El Campesino circuló el 16 de septiembre de 1990, en sus páginas prometió un pronto regreso.

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54. Hernando Bernal Alarcón, Educación Fundamental Integral. Teoría y aplicación en el caso ACPO, Bogotá, Acción Cultural Popular, 1978, págs. 110-111. 55. El Campesino, “La realidad de la situación actual de Acción Cultural Popular”, 27 de noviembre de 1988, pág. 2. 56. Durante 1988 el periódico El Campesino publicó artículos donde mostraba las distintas tareas que realizaba ACPO y pedía apoyo a las mismas para que continuaran; sin embargo, las ayudas en ese sentido no llegaron y cada uno de los beneficios recibidos por los campesinos fueron desapareciendo.

Hilaria: una vida al servicio de una causa* TAT I A NA T O R R E S Á LVA R E Z

Hilaria Gutiérrez Botello poco le importaron las distancias o el hecho de haberlas recorrido con libros, cartillas y un radio a cuestas. Su tarea como líder era apoyar el trabajo de las Escuelas Radiofónicas que Radio Sutatenza había instalado en cientos de municipios colombianos, y así lo hizo durante muchos años. Inspirada por el sueño de monseñor José Joaquín Salcedo, que se convirtió también en el suyo —el de brindar a todos los campesinos del país una educación integral que les permitiera mejorar sus condiciones de vida—, Hilaria se vinculó a Acción Cultural Popular (ACPO) y creyó en lo que para muchos era una “utopía”, trabajó en el campo, en las aulas y en las oficinas, vivió su auge y su declive y, cuando todo terminó, se dedicó a organizar y cuidar lo que quedó: un valioso archivo que desde 2008 reposa en la Biblioteca Luis Ángel Arango y que da cuenta de porqué Radio Sutatenza fue considerado “un hito de la radiodifusión mundial”.

a

Página anterior: Hilaria, al lado izquierdo de la fotografía, en la organización de la correspondencia, Bogotá (c 1972-1973).

*** En febrero de 1963 Hilaria partió hacia Boyacá desde su casa en la vereda El Cedral, de Gramalote (Norte de Santander), para asistir al curso de dirigentes campesinos que durante cuatro meses se impartiría en el Instituto Campesino Femenino de Sutatenza, una formación que le permitiría apoyar el trabajo de las Escuelas Radiofónicas que se habían instalado en las veredas de su pueblo. “Llegué a Sutatenza con un par de vestidos, el pasaje de regreso y unas pocas monedas para medicamentos, por si me enfermaba o por si hacían falta para algo. El curso en realidad era una beca. Los alumnos no debíamos aportar nada distinto a los deseos de aprender”, recuerda. Fue gracias al apoyo de su hermano, quien ya había participado en el proyecto de Sutatenza, que Hilaria logró cambiar su destino y resistir la tradición que reinaba en ese entonces, aquella que situaba a la mujer en los oficios domésticos, dejándola al margen de cualquier posibilidad de formación y progreso. Una vez finalizó el curso, de regreso en Gramalote, Hilaria fue designada representante parroquial del municipio; así empezó a coordinar el trabajo de otros dirigentes campesinos y el de otras parroquias como Salazar, Lourdes, Sardinata y Santiago. No todo fue fácil, en especial porque sus padres se oponían a las salidas frecuentes hacia otras veredas, y porque las distancias, dada la falta de caminos, se debían recorrer a pie y, a veces, sin muchas provisiones para resistir el cansancio.

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Este artículo se basó en la entrevista realizada por Tatiana Torres Álvarez, periodista de la oficina de Divulgación y Servicios Educativos de la Subgerencia Cultural del Banco de la República en febrero de 2012.

Durante la visita realizada a Sutatenza en febrero de 2012, Hilaria enseña la herramienta del Disco Estudio.

El trabajo realizado entre 1963 y 1967 le valió a Hilaria para ser enviada de nuevo a Sutatenza, esta vez para hacer el curso de líder local. Fue el mismo año en que monseñor Salcedo inauguró el monumento a san Isidro Agricultor (1967) y sobre el cual grabó las ideas que orientaron su trabajo (responsabilidad y libertad, dignidad, justicia, solidaridad, cultura y desarrollo) y el de los más de 23.000 jóvenes que como Hilaria se formaron como dirigentes campesinos bajo su instrucción. Monseñor nos decía que el hecho de que la institución hubiera sido fundada por un sacerdote, no significaba que nosotros debiéramos rezar tantos rosarios o tantas novenas, ni que anduviéramos por ahí con camándulas y escapularios. Él insistía en que la verdadera religiosidad se reflejaba en vivir en un hogar digno, en armonía con nuestras familias, donde todos nos alimentáramos adecuadamente y tratáramos bien los animales que nos prestaban servicio. A las mujeres nos repetía una y otra vez que debíamos estudiar y prepararnos muy bien para trabajar a la par de los hombres, que juntos nos complementábamos, y que nunca uno estaría por debajo del otro.

A partir de 1959 ACPO alcanzó su madurez y se desarrolló como modelo de industria cultural. Para ese entonces ya era frecuente ver extranjeros caminando por Sutatenza, ya sea que fueran enviados especiales de la Unesco, académicos estadounidenses, representantes de gobiernos europeos, o jóvenes de otros países de América Latina que se formaban como líderes campesinos. Una de las personalidades que Hilaria más recuerda —dada su religiosidad— es el papa Pablo VI, a quien conoció en 1968 cuando el pontífice, como parte de las actividades que se habían programado en el marco del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, visitó el municipio de Mosquera (Cundinamarca) a donde Hilaria fue enviada a prestar apoyo como parte del grupo de primeros auxilios. La excelencia, el compromiso y el amor que Hilaria sintió por el proyecto, fueron los principios que la motivaron a continuar en el proceso de formación en ACPO. Entre 1970 y 1971 participó en el curso de líder. Una vez culminado, fue enviada

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a trabajar tiempo completo a la Diócesis de Cúcuta, en las parroquias de los municipios de El Carmen de Nazaret, Santiago, San Cayetano y Cornejo. El trabajo en San Cayetano fue uno de los más difíciles de todos mis años como líder. La mayoría de los habitantes eran cristianos evangélicos y consideraban mi trabajo y el de ACPO como el de simples evangelizadores de una fe distinta a la suya. Al principio hubo bastante resistencia, pero como tantas veces nos dijo monseñor: ‘no debíamos rendirnos, ni esconder la cabeza como las lechuzas’, así que pedí ayuda al pastor, quien primero me abordó y de alguna manera probó mis conocimientos sobre la Biblia, y cuando se dio cuenta de que no era una campesina ignorante en materia religiosa, me ayudó bastante a cumplir mi tarea.

A eso, además, había que sumarle las rencillas entre el párroco y el alcalde, que dividían la opinión de los habitantes. Pese a todo, la experiencia en San Cayetano fue una prueba que Hilaria superó de manera satisfactoria, fue la primera vez que coordinó un curso de esta clase, que dirigió intervenciones, que habló en público, que moderó la conversación y tomó la vocería de los campesinos. San Cayetano sería el primero de los cientos de municipios que Hilaria recorrería. Normalmente, cuando un grupo de líderes llegaba a un municipio nuevo se instalaba durante alrededor de un mes, y dividían el trabajo de tal manera que pudieran visitar todas las veredas y a todos los campesinos que las habitaban. Los líderes eran enviados para apoyar y dinamizar el trabajo de las Escuelas Radiofónicas. Por lo general había una escuela instalada en cada vereda, y si no existía una, parte del trabajo que debía realizar el grupo era ponerla en marcha; también llevaban los materiales nuevos que producía ACPO para acompañar el aprendizaje (cartillas, libros o discos, así como un par de ediciones del semanario El Campesino). Salíamos muy temprano hacia las veredas y las recorríamos hasta las cuatro de la tarde más o menos, después citábamos a todos los campesinos que hubiéramos visitado en la casa cural o la escuela del municipio donde realizábamos una jornada especial que apoyara el trabajo de ese día: se presentaban diapositivas, videos, o se efectuaban talleres prácticos. Al final del mes, cuando ya se había visitado toda la región, se hacía un curso de extensión, donde se revisaba todo el trabajo hecho, se recogían las impresiones de los campesinos sobre los temas y las metodologías empleadas y, en general, se evaluaban todos los aspectos del proyecto radiofónico.

Cada año, monseñor Salcedo convocaba una reunión de líderes campesinos de todo el país, que se extendía por quince días, en la cual se recogían las conclusiones y las experiencias del trabajo de los jóvenes a nivel nacional. Con base en ellas se formulaban cambios o se generaban las estrategias de trabajo para el siguiente año, así como los contenidos educativos que se debían fortalecer o implementar. “Por ejemplo, en esas reuniones de líderes se tomó la decisión de implementar materiales específicos para cada región, es decir, escribirlos con jergas locales para hacerlos más cercanos a los campesinos”. Como parte de los programas de educación integral que ofrecía ACPO, se desarrollaron varias campañas de mejoramiento campesino, encaminadas a optimizar las condiciones de vida y el bienestar personal, familiar y social de los radioescuchas. Por ejemplo, campañas de nutrición, adecuación de viviendas, conservación del suelo y defensa de los recursos naturales, incremento de la productividad de la economía campesina, desarrollo de actitudes de trabajo, vida familiar, etc.

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Hilaria explica sobre la adecuación del Museo que adelanta actualmente en Sutatenza.

Se trataba de cosas que hoy en día podrían parecer obvias pero que en aquel entonces no se hacían, por ejemplo, utilizar zapatos. Yo misma siendo niña los empecé a usar porque mi papá escuchó en uno de los programas del padre José Ramón Sabogal (director del programa de Escuelas Radiofónicas y subdirector general de ACPO) que andar descalzos podría ocasionar enfermedades.

De estas campañas Hilaria recuerda dos de manera particular: Fogón en alto y Sorbo de agua. La primera motivó a los campesinos a construir sus cocinas con mesón, donde el horno y los fogones quedaran a una altura prudencial que les permitiera a las mujeres cocinar de pie, y prevenir así las enfermedades en los riñones que por lo general aquejaban a las campesinas. La segunda buscó la construcción de estanques de agua cerca a las cocinas, que facilitaran las tareas domésticas y evitaran —a las mujeres y los niños en forma principal— cargar el líquido desde pozos o nacimientos de agua lejanos. Hilaria consideraba que la efectividad de estas campañas dependía, en buena medida, del trabajo de los líderes campesinos, quienes durante el curso de formación aprendían, por ejemplo, a construir los fogones o los estanques de agua, y luego, durante su trabajo de campo, enseñaban a los campesinos la forma correcta y efectiva de hacerlo. Una de sus experiencias más gratificantes la vivió en Manizales, donde encontró un ambiente diferente y pudo comprobar el verdadero impacto que las Escuelas Radiofónicas habían tenido sobre los campesinos de la región. “La gente era más consciente del cambio, todo el mundo tenía su vivienda bien arregladita, bien ordenada, y los trabajadores se interesaban por aprender nuevas técnicas para mejorar la calidad de sus cultivos”, manifiesta. Sin embargo, fue en Caldas donde encontró por primera vez las huellas de la violencia. “En una vereda del municipio de Aguadas encontramos varias casas abandonadas. Preguntamos el motivo y simplemente nos dijeron que sus dueños tenían enemigos, que debieron dejar todo e irse a vivir a la ciudad”.

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Fogón en alto, otra de las campañas realizadas por los alumnos de la Escuela Radiofónica núm. 14; aparecen doña Libia Velásquez de Cano y dos de sus hijos.

Aunque nunca se sintió amenazada ni cohibida por ningún actor armado para realizar su trabajo, Hilaria recuerda que algunos de sus compañeros que efectuaban labores en el Caquetá, sí sabían que miembros de estos grupos asistían a las reuniones que ellos programaban y que “paraban oreja de todo lo que se decía”. En 1972, Hilaria fue enviada a Bucaramanga, donde coordinó el trabajo de las Escuelas Radiofónicas de San Gil, Barrancabermeja y de los municipios de Cáchira, La Esperanza y La Vega. El trabajo en esa región propició su encuentro con un grupo de sacerdotes llamado Golconda, que eran clérigos que orientaban su labor pastoral por lo que se conoció como la Teología de la liberación, y que no compartían las ideas de cambio social que proponía ACPO. “Cuando nos reuníamos con ellos nos decían que nuestro trabajo no producía ningún cambio significativo, que estábamos embobando a los campesinos, poniéndoles trampas para que su actitud no correspondiera a un verdadero cambio”.

DEL CAMPO A LAS OFICINAS Y LAS AULAS DE CLASE En 1973 Hilaria fue nombrada secretaria de la Oficina Regional de ACPO en Medellín, en la época uno de los cargos más importantes al interior de la organización. En la capital antioqueña desarrolló funciones de mayor responsabilidad, de tipo administrativo, y se codeó con los dirigentes de ACPO. Entonces ya era una mujer independiente, profesional en su campo, de ideas modernas y con una inquebrantable convicción por su trabajo. Unos meses después, en agosto de ese mismo año, dada su experiencia en el trabajo directo con los campesinos, fue trasladada a la Central de Servicios de

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Hilaria en la Villa de la Esperanza, sede de ACPO en Sutatenza, 27 de febrero de 2012.

ACPO en Bogotá, donde fue nombrada jefe de la Zona Territorios Nacionales. Posteriormente, participó en la actividad de correspondencia dando respuesta a la comunicación proveniente de algunas regiones del Valle, Buenaventura, Putumayo y Popayán. El género epistolar, como una estrategia de comunicación más personal y directa, fue otra de las grandes innovaciones de ACPO y una actividad más que desempeñó Hilaria. Las cartas se dirigían a programas determinados, con preguntas de todo tipo y sobre muchos temas, por ejemplo, amas de casa preocupadas porque sus esposos estaban sumidos en el alcoholismo o eran violentos en el hogar. O preguntas como: ¿Qué hacer con la vaca que se torció una pata? ¿Qué hacer para que prospere un cultivo? ¿A qué precio vender el maíz? Aunque no la viví directamente hay una anécdota que me conmueve mucho, es la de un hombre que seguía los programas de mejoramiento campesino que hacía el padre Sabogal en Radio Sutatenza, y que pese a que no sabía escribir, quiso contarle al sacerdote cuánto había mejorado su finca; entonces le hizo un dibujo donde se apreciaban los caminos, el jardín, la huerta, el establo y las otras herramientas de adecuación de vivienda que enseñaba el párroco a través de la radio.

Para contestar las cartas debía ser muy cuidadosa con las respuestas y con el lenguaje que utilizaba, debía cerciorarse de enviar toda la información que se solicitaba y con el mayor detalle posible. “Como la mayoría de las cartas que yo respondía provenían del Putumayo, muchas de ellas eran enviadas por indígenas uitoto —quienes también habían formado Escuelas Radiofónicas—, el lenguaje debía ser claro y sin modismos, porque muchos de ellos no hablaban español como primera lengua”. Tres años después regresó a Sutatenza y se vinculó a los institutos de formación de líderes, esta vez como docente. “Sin duda una de mis mayores satisfacciones al

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interior de ACPO. Recibir a estos muchachos, casi siempre muy tímidos, prepararlos y ver como cambiaban, como se hacían más seguros de sí mismos y como se volvían líderes”. Entre risas Hilaria recuerda que sus alumnos la llamaban “la profesora cuchilla”, porque era muy estricta. “Y así debía serlo, porque estos jóvenes debían formarse lo mejor posible, ellos serían los encargados de continuar todo este sueño”. Durante su estancia en los institutos, los alumnos conocían y analizaban los documentos de ACPO, además recibían clases de todo tipo, por ejemplo, estrategias de motivación a la comunidad, clases de liderazgo, de cooperativismo, de sociología, así como de técnicas aplicables a la vida campesina: vacunación, cuidado de plantas, elaboración de semilleros, trasplante y elaboración de abonos, etc. Cada semestre llegaban alrededor de 400 alumnos nuevos, no hubo un solo municipio colombiano que no enviara jóvenes a Sutatenza. Muchachos y muchachas muy fáciles de motivar, porque para muchos de ellos era la primera vez que alguien les decía que eran valiosos, que tenían cualidades, que los escuchaban, que tomaban en cuenta sus opiniones. Por eso para todos nosotros monseñor Salcedo fue como un papá, porque gracias a él nos sentimos útiles, construimos un proyecto de vida y de alguna manera ayudamos a otros campesinos a hacer lo mismo.

En la década de los ochenta, aunque fueron los años en que el proyecto alcanzó mayor reconocimiento internacional, fue el momento en que paradójicamente inició el declive de ACPO. Todo empezó en 1978 cuando monseñor Salcedo se exilió en Estados Unidos porque había recibido amenazas de muerte del M-19, sin él al frente empezaron los problemas entre ACPO y la jerarquía eclesiástica, y el gobierno, y las emisoras comerciales”, recuerda con nostalgia. A estos motivos habría que sumarle la popularidad creciente de la televisión, que disminuyó la cantidad de radioescuchas, y el desplazamiento forzado, que redujo la población campesina. Finalmente, en 1989, la estación dejó de transmitir y tres años más tarde los institutos de formación de líderes de Sutatenza se cerraron por completo, mientras a monseñor Salcedo la muerte lo sorprendió en el exilio el 2 de diciembre de 1994 en un hospital de Miami. De eso hace ya 23 años, ahora el Instituto Masculino es una sede de la Universidad Pedagógica, mientras el Instituto Femenino, el edificio que iba a ser sede de la Universidad Campesina —que nunca llegó a funcionar— y la sede de ACPO, desde donde se transmitieron los programas por muchos años, permanecen vacíos, al cuidado de un par de empleados de ACPO que hemos permanecido aquí, cuidándolos.

Desde 1993, su trabajo ha sido organizar lo que quedó del proyecto: un archivo de libros, fotografías, cartillas, discos, casetes, cartas, equipos y recuerdos que parecen infinitos. Ella los clasificó, les dio un orden y, para el caso de las fotografías, etiquetó a cada una de las personas que en ellas aparecían: sacerdotes, líderes, locutores, personalidades y alumnos, de quienes se sabe sus nombres de memoria. Con los aparatos, como los primeros radios, los micrófonos, los transmisores, así como las cosas personales de monseñor Salcedo, está adecuando el Museo de Radio Sutatenza, en la que fuera la primera casa del prelado.

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Hilaria tiene la esperanza de que las autoridades civiles y eclesiásticas, así como los habitantes de Sutatenza conserven el patrimonio que monseñor Salcedo les dejó y que cada uno, desde su papel, tenga sentido de pertenencia y ayude a cuidarlo. En 2008 ACPO donó el archivo de Radio Sutatenza al Banco de la República, que a través de la Biblioteca Luis Ángel Arango se responsabilizó de su catalogación y preservación. Hilaria confiesa que al principio no estaba de acuerdo con que se entregara el archivo y se opuso de manera rotunda a que se lo llevaran. Sin embargo, recuerda que después de conversar con funcionarios de la Biblioteca Luis Ángel Arango comprendió que era el mejor lugar donde podía estar. “Allá lo cuidan como corresponde y le dan el valor que tiene; además, está al alcance de los investigadores o de quien quiera consultarlo”. Cuando se le pregunta a Hilaria sobre cuál será su futuro, contesta con nostalgia, pero al mismo tiempo con la satisfacción del deber cumplido, que después de que se entregue a la Biblioteca lo que está pendiente del archivo y el Museo esté terminado, piensa volver a Gramalote, junto a sus hermanos y sus sobrinos que son su única familia. “Mejor dicho, pienso volver a lo que queda de Gramalote, porque en la pasada temporada de lluvias se le vino una montaña encima y lo destruyó casi por completo. Así son las cosas que nos pasan a los campesinos”.

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RESEÑAS m a r í a i s a b e l p l at a r o s a s

Viñetas FILOSOFÍA

jhon rozo mila

Cinco lecciones filosóficas sobre la alimentación humana Ensayos sobre antropofagia y buen comer en la filosofía antigua y medieval Felipe Castañeda

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CIENCIAS POLÍTICAS

s i lv i a m o n r o y á lva r e z

Historias de niños en la guerra Los caminos a la violencia. Vinculación y trayectorias de los niños en los grupos armados ilegales en Colombia Gustavo Andrade Martínez-Guerra

[170]

P S I C OA N Á L I S I S

jhon rozo mila

Literatura, psicoanálisis y enredología Goces al pie de la letra Belén del Rocío Moreno Cardozo

[172]

PERIODISMO

j u a n g u s t av o c o b o b o r d a

Crónicas compiladas por el maestro La pasión de contar. El periodismo narrativo en Colombia, 1638-2000 Juan José Hoyos (estudio preliminar y selección)

[174]

ANTROPOLOGÍA

santiago díaz piedrahíta

Medicina amazónica: métodos e historia Enfermedades, epidemias y medicamentos. Fragmentos para una historia epidemiológica y sociocultural Augusto Javier Gómez López y Hugo Armando Sotomayor Tribín

[175]

E D U C AC I Ó N

carlos sánchez lozano

Saber pedagógico y crítica a la democracia Pedagogía, saber y ciencias Javier Sáenz Obregón y otros Filosofía de la educación. De los griegos a la tardomodernidad Carlos Rojas Osorio Dificultades de la democracia. Bases de ética política Iván Darío Arango

[179]

ECOLOGÍA

leticia rodríguez mendoza

Los extremos pueden afectar el medio… Gobernabilidad, instituciones y medio ambiente en Colombia Germán I. Andrade et ál.

[182]

GEOGRAFÍA

ó s ca r t o r r e s du q u e

“Rescates” y enterramientos Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia José Manuel Restrepo

[184]

ARTE

b e at r i z g o n z á l e z a r a n d a

Dibujo y memoria: un complemento de la Comisión Corográfica Libreta de apuntes de Manuel María Paz Manuel María Paz

j u a n g u s t av o c o b o b o r d a

Botero de 56 formas Inolvidable Botero Manuela Ochoa y Felipe González (comps.)

m a r í a pa o l a r o d r í g u e z p r a d a

[187]

[190]

Un libro para la historiografía del arte moderno en Colombia Marco Ospina. Pintura y realidad Fundación Gilberto Alzate Avendaño

[191]

L I T E R AT U R A

luis germán sierra j.

La academia bien escrita Historias de escritos. Colombia, 1858-1994 Sergio Mejía y Adriana Díaz (comps.)

jaime jaramillo escobar

[193]

Picoteo sí, pero… Breviario arbitrario de literatura colombiana Juan Gustavo Cobo Borda

[195]

POESÍA

rodrigo zuleta

Historia y poesía Colombia en la poesía colombiana. Los poemas cuentan la historia Varios autores

b e at r i z r e s t r e p o r e s t r e p o

De amores y mucho más Del amor, del olvido. Antología temática Darío Jaramillo Agudelo

fernando herrera gómez

[203]

Nueva antología de una voz singularísima Érase mi alma. Antología Giovanni Quessep

rodrigo lombana

[200]

[207]

La poesía escalonada de Mario Rivero Poesía completa Mario Rivero

[208]

T E AT R O

enrique pulecio mariño

Dostoievski para nuestro tiempo La doble cara de la incertidumbre: Dostoievski en el Teatro Libre Ricardo Camacho y Patricia Jaramillo (adaptación)

[210]

CUENTO

jaime jaramillo escobar

Literatura ociosa Una daga en Alexanderplatz Manuel José Rincón Domínguez

ó s ca r t o r r e s du q u e

Rutina y distancia: el uno y el otro El amanecer de un marido Héctor Abad Faciolince

jimena montaña cuéllar

[213]

[214]

Relatos justos y diestros Nos queremos así Emma Lucía Ardila Jaramillo

[217]

N A R R AT I VA

a n t o n i o s i lv e r a a r e n a s

Ni siquiera la muerte Ni siquiera la lluvia Alberto Duque López

maría cristina restrepo

Las trampas de la nostalgia Como los perros, felices sin motivo María Castilla

míriam cotes benítez

[220]

Suicidio por exceso de palabras El nombre falso de un ser importante Germán Silva Pabón

m a r g a r i t a va l e n c i a

[219]

[221]

La inútil añoranza de la normalidad Litchis de Madagascar Aquiles Cuervo El ruido de las cosas al caer Juan Gabriel Vásquez Tres ataúdes blancos Antonio Ungar Suicídame Andrés Arias C. M. no récord Juan Álvarez

carlos soler

Pecado de omisión Justos por pecadores Fernando Quiroz

melisa restrepo molina

[223]

[226]

El arte laborioso de retratar la muerte El triunfo de la muerte Mauricio Bonnett

[229]

C R Í T I C A E I N T E R P R E TAC I Ó N

míriam cotes benítez

Haciendo poesía con la crítica Leer Brasil Juan Gustavo Cobo Borda

[232]

E N S AYO

j u a n g u s t av o c o b o b o r d a

García Márquez al micrófono Yo no vengo a decir un discurso Gabriel García Márquez

luis germán sierra j.

Sorpresas del pensamiento colombiano Pensamiento colombiano del siglo XX Varios autores

m a r c o pa l a c i o s

[235]

Reflexión política con convicción ética La reconstrucción de Colombia. Escritos políticos Alfredo Gómez Muller

ó s ca r t o r r e s du q u e

[233]

[236]

Últimos “trancos” del hereje y ortodoxo Germán Espinosa Herejías y ortodoxias Germán Espinosa

[237]

BIOGRAFÍA

luis germán sierra j.

Adiós a las solemnidades Adiós a los próceres Pablo Montoya Campuzano

[241]

míriam cotes benítez

Víctor Gaviria se revela una vez más Víctor Gaviria en palabras Luis Fernando Calderón (comp.)

[243]

HISTORIA

renán vega cantor

Cuando la realidad es tan horrenda que supera la ficción Vivir sin los otros. Los desaparecidos del Palacio de Justicia Fernando González Santos

renán vega cantor

Una verdad que incomoda El Palacio de Justicia. Una tragedia colombiana Ana Carrigan

renán vega cantor

[255]

¿Qué queda de los puertos en las ciudades? Ciudades portuarias en la Gran Cuenca del Caribe. Visión histórica Jorge Enrique Elías Caro y Antonino Vidal Ortega (eds.)

jhon rozo mila

[252]

Las respuestas de la historia Colombia. Preguntas y respuestas sobre su pasado y su presente Varios autores

vladimir daza villar

[249]

Los tiempos de El Tiempo Exclusión, discriminación y abuso de poder en El Tiempo del Frente Nacional. Una aproximación desde el análisis crítico del discurso (ACD) César Augusto Ayala Diago

j o s é e dua r d o ru e da e n c i s o

[247]

Nada nuevo bajo el sol Sindicalismo colombiano. Iglesia e ideario católico, 1945-1957 Álvaro Oviedo Hernández

j o s é e dua r d o ru e da e n c i s o

[245]

[257]

Territorio muisca, invasión española y comercio de la sal Sal y poder en el altiplano de Bogotá, 1537-1640 Ana María Groot

[262]

VA R I A fernán gonzález

La correspondencia de Camilo Torres y Radio Sutatenza, 1962

[263]

De la B L A A z u l m a a b r i l va r g a s

Catalogación de archivos patrimoniales: el caso de Radio Sutatenza

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RESEÑAS

Cinco lecciones filosóficas sobre la alimentación humana Ensayos sobre antropofagia y buen comer en la filosofía antigua y medieval Felipe Castañeda Universidad de los Andes, Bogotá, 2008, 240 págs.

Escribir sobre filosofía en un país no europeo y en un tiempo plagado de crisis no es fácil, mucho menos lo es seleccionar el asunto a tratar en dichos escritos. Por lo general, son las universidades dominantes en la civilización occidental las que dictaminan los temas más relevantes para filosofar, los cuales se enmarcan en ciertas disciplinas como la metafísica, la ontología, la epistemología, la lógica, la ética, la estética y la historia universal. Sin embargo, hay espíritus libres que se atreven a escribir sobre asuntos distintos a los oficiales, saliéndose un poco del camino recto trazado por la academia. Es el caso de Felipe Castañeda y su obra titulada, Ensayos sobre antropofagia y buen comer en la filosofía antigua y medieval, cuyo tema nodal es la alimentación humana como eje de las culturas, como incentivo para posicionarse sobre el mundo, como fuente de creencias, de códigos morales, de principios y de valores en una sociedad, así como objeto de reflexión filosófica un tanto sui géneris por lo poco estudiado en la academia dominante. El profesor Castañeda reúne cinco ensayos cuyo tema común es la alimentación de los seres humanos, desde el consumo de vegetales hasta la antropofagia; son cinco lecciones filosóficas a través de las obras escritas de cinco filósofos sobresalientes de la civilización occidental, en un lapso que comprende la antigüedad griega, la Edad Media y los albores de la modernidad. Aristóteles nos da la primera lección filosófica, y lo hace desde la perspectiva práctica de la ética y de

FILOSOFÍA

la política. Este filósofo griego ve la antropofagia como una expresión de bestialidad, pues el caníbal no actúa como humano y se convierte en un representante de la degeneración a la que podría llegar un hombre. Pero los griegos no pueden ser antropófagos porque según el orden político ellos son perfectos y gobernantes; son los bárbaros los que caen en esas conductas caníbales, en esos actos bestiales. Y así como los bárbaros (los no griegos) deben ser esclavizados por los griegos, de igual manera los caníbales serán esclavos por naturaleza. De esta forma se justifica la esclavitud y la guerra contra los pueblos bárbaros, principales proveedores de esclavos para uso de los encopetados griegos. Aristóteles vivió en el ombligo del mundo, en una Atenas imperialista, por ello justifica la esclavitud, y condena la antropofagia como una conducta fuera de toda ética posible, algo propio de bárbaros, de esos pueblos allende las fronteras griegas, de esas naciones vistas en lo político como tiranas y desordenadas. Para ello la naturaleza dotó al pueblo griego de superioridad racional, ética y política, para gobernar los otros pueblos a su manera, incluso esclavizándolos para poder disfrutar de la libertad: es la paradoja griega de la que se enorgullecen sus megalómanos filósofos. Porfirio nos entrega la segunda lección desde una perspectiva cristiana orientada hacia el ascetismo, por lo cual este filósofo del siglo III de nuestra era no ve como algo aceptable el consumo de carne (zoofagia), pues él reconoce en los animales una suerte de racionalidad, esto debido a su capacidad de sentir y de comunicarse con su propio lenguaje; en cierto modo se encontrarían emparentados con los hombres, también seres racionales. Por lo tanto, alimentarse de carne animal es algo semejante a hacerlo con carne humana, la zoofagia estaría así relacionada con la antropofagia, y esa conducta alimenticia no es válida para un cristiano, quien debería orientar su ascetismo hacia el encuentro con la esencia de sí mismo y de la realidad, es decir, que el hom-

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bre debe consumir vegetales y respetar la vida de los demás animales, de lo contrario se convertiría en un ser propenso a la violencia, a la destrucción y a la guerra. Esta perspectiva filosófica fue poco aceptada en el cristianismo, por lo cual Porfirio fue víctima de persecuciones en el Imperio romano de aquél entonces, y en lo filosófico fue refutado por otros autores cristianos. No obstante, Porfirio es un ejemplo de cómo el pensamiento filosófico puede llevar a un hombre a marginarse de la sociedad con la disculpa del ascetismo; mientras la mayoría come carne y bebe vino, el filósofo come vegetales y bebe agua de un recóndito manantial.

Agustín de Hipona nos ofrece la tercera lección desde una perspectiva antagónica a la de Porfirio, y en contraposición del maniqueísmo, doctrina filosófica ésta que aplica el “sello de la boca”, esto es, la prohibición del consumo de carne y de vino, porque el animal encarna el mal en su materialidad, pero el objetivo maniqueo es el logro del bien, la liberación de la luz para vencer la oscuridad; es ese dualismo fundamental del maniqueísmo entre los principios generales del bien y del mal, no hay alternativas terceras ni opciones más allá de ese par de valores supremos, por ello ha sido una doctrina muy criticada en la historia de la filosofía occidental, y Agustín de Hipona es su mayor

[169]

CIENCIAS POLÍTICAS

crítico desde la doctrina católica; su crítica es válida y tiene autoridad porque él ha sido seguidor del maniqueísmo durante casi una década, ello lo hace un profundo conocedor de las doctrinas maniqueas y por eso desde la perspectiva lógica las cataloga como absurdas, y desde la perspectiva práctica como una manera de vivir imposible para el ser humano: por el contrario, el hombre debe comer carne y beber vino, debe aceptar a Dios como sumo bien y único principio, incluso Cristo comió carne y bebió vino en honor de ese ser supremo. En esta parte hay que destacar el inmenso trabajo del profesor Castañeda, ya que hace una extensa exposición del maniqueísmo, luego muestra la crítica de Agustín de Hipona, para al final criticar algunos planteamientos de Agustín: como siempre ha sido, los filósofos se critican entre sí, polemizan y sonríen.

Tomás de Aquino es el autor de la cuarta lección, en la cual este filósofo heredero de Aristóteles muestra la importancia y el valor de la comida, de la necesidad de comer y de los límites éticos de la alimentación humana. El Doctor Angélico, como también llaman a Tomás de Aquino, desde su perspectiva angelical defiende la necesidad de comer como un derecho del hombre, y a la vez como algo natural. En estas disertaciones angelicales se agrega que Dios creó el mundo para usufructo

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RESEÑAS

del ser humano, para que la humanidad satisfaga sus necesidades básicas con miras a mantener la existencia, y en el caso de la alimentación ahí están los reinos animal y vegetal; comer carne y beber vino es aceptado por este filósofo angélico, pero desde la perspectiva ética todo tiene sus límites: no se debe comer en exceso (gula) y por mero placer, ni tampoco se debe dejar de comer (dieta desordenada); como diría el maestro Aristóteles, se debe buscar el punto intermedio, evitar los extremos y aplicar la racionalidad en el desarrollo del ser humano, en sus conductas y en sus quehaceres. Pero por más que la ley natural permita el derecho a comer, ello no justifica que un hombre se satisfaga consumiendo carne humana; la antropofagia es ubicada por Tomás de Aquino en el mismo nivel que la bestialidad o la sodomía, actos estos que van contra la naturaleza: el caníbal es tan bestia como el sodomita. Michel de Montaigne expone la quinta lección de una manera muy particular: toma la antropofagia como ejemplo de costumbre alternativa y contraria a la moral dominante que pretende imponer la civilización occidental, aun con la fuerza bruta de la guerra. El caníbal y el europeo tienen en común su tendencia bélica, estar en constante conflicto con otros pueblos para imponer sus costumbres. Es decir, que en el mundo no hay ni habrá una humanidad unificada y guiada por uno y solo un sistema de creencias y de costumbres, sino que por el contrario siempre ha habido diversidad de sociedades con sus distintas morales. Por consiguiente, la civilización europea no se debe imponer como la única válida en el mundo, sino que debe reconocer la multiplicidad de culturas, debe olvidarse de la guerra porque es un acto cobarde imponerse a la fuerza, y porque la guerra tiene semejanzas con la antropofagia que tanto critica y pretende eliminar. En eso radica la riqueza del mundo, en la pluralidad de perspectivas sobre la realidad, sobre el ser humano, sobre los dioses y sobre la comida.

Estas han sido, pues, las cinco lecciones filosóficas sobre la alimentación humana y otros temas relacionados con ella, a través de las obras de cinco prestigiosos filósofos de la cultura occidental. El profesor Felipe Castañeda ha demostrado con este quinteto de ensayos su profundidad investigativa reflejada en su claridad argumentativa a través de la escritura. Se debe destacar su esfuerzo por hacer estudios de filosofía antigua y medieval en el siglo XXI cuyo predominio de la tecnología nos hace olvidar del pasado para vivir un presente placentero con la esperanza de un futuro mucho más avanzado, una sociedad contemporánea que se adapta a la tecnolife que nos impone el monoculturalismo imperante, un imperio de la tecnología que trata de unificar lo diverso de la humanidad. Pero estudiar las filosofías antiguas, a veces milenarias, nos podría permitir comprender nuestra circunstancia presente, porque iríamos a las raíces mismas de la perspectiva contemporánea que se muestra como la única. JHON ROZO MILA

Historias de niños en la guerra Los caminos a la violencia. Vinculación y trayectorias de los niños en los grupos armados ilegales en Colombia Gustavo Andrade Martínez-Guerra Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Ciencia Política, Colección Prometeo, Bogotá, 2010, 169 págs.

El libro de Gustavo Andrade es resultado de una tesis de maestría y, como tal, señala algunas direcciones interesantes para nuevas investigaciones que, a su vez, posibilitarían una profundización en el tema de la vinculación de niños en la guerra o, mejor, una exégesis acerca de la

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RESEÑAS

participación de estos sujetos en diversas modalidades y manifestaciones sociales de violencia exacerbada. Uso la categoría sujetos de forma deliberada, inspirada en la elaboración del propio Andrade, pues en su estudio está implícito un tratamiento que evita cristalizar o negar tanto las trayectorias individuales como la capacidad de agencia de los menores desmovilizados. Esta premisa metodológica, sin que haya sido explicitada por el autor, hace que los resultados de la investigación, construida a partir de instrumentos cuantitativos, evidencien un potencial interpretativo bastante rico que permitiría, inclusive, una combinación de metodologías e instrumentos de investigación social en un futuro.

Una segunda parte del estudio de Andrade podría consistir, por ejemplo, en una exploración cualitativa en los contextos de procedencia y actuación —durante el periodo de inserción y/o reclutamientos en el grupo armado— de los niños y jóvenes o en el análisis de sus historias de vida, o sea, la particularización de las propias trayectorias criminales mediante la escogencia de determinados casos. Es necesario aclarar, no obstante, que esas son meras propuestas que la lectura del trabajo de Andrade inspira. A la cuestión de la agencia de los niños o de los niños como sujetos que, a mi

CIENCIAS POLÍTICAS

modo de ver, debe ser transversal en esta clase de estudios, volveré más adelante. El texto tiene el formato tradicional de un ejercicio académico consignado en una tesis. El primer capítulo contiene el marco teórico de la investigación; el segundo abarca el marco metodológico que especifica las características de la muestra (398 niños y jóvenes entre los catorce y dieciocho años, de los cuales 93 son desmovilizados y 305 conforman el grupo de control de la muestra), las variables del estudio y los modelos de estimación. Los factores de riesgo entre los jóvenes desmovilizados o “desvinculados” —categoría usada por Andrade—, divididos en los grupos de precoces y tardíos, y la relación entre los factores de riesgo y las trayectorias criminales son consignados en el tercer capítulo. Es importante tener en cuenta que la edad promedio de vinculación a un grupo armado de los niños precoces es de doce años, mientras que en el caso de los tardíos es de quince años. Finalmente, en la última parte del libro son descritas algunas de las trayectorias criminales susceptibles de ser generalizadas para el caso colombiano a partir de la muestra seleccionada, ya que los jóvenes proceden de veinte departamentos del país. Así mismo, se caracterizan tres trayectorias criminales que se catalogan como significativas. Las conclusiones del estudio se desarrollan en este capítulo y se sintetizan, con miras a futuras investigaciones, en la sección dedicada a las consideraciones finales. El autor anuncia, desde la introducción, que su pregunta está relacionada con la inquietud surgida del asombro que un 60% de los niños —menores de dieciocho años— que se vinculan a la guerra lo hacen de una forma voluntaria. Para el caso colombiano, basándose en estudios precedentes, la venganza se destaca como uno de los motores para el alistamiento en los diversos grupos armados, lo cual hace que las condiciones de pobreza y las carencias socioeconómicas, sin que sean factores desestimados o subestimados, no puedan considerarse como el

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motor para la inserción en un grupo armado. Como bien se retrata a lo largo del estudio, son ciertos acontecimientos y situaciones que los niños y jóvenes van escalando hasta vincularse a la “guerra” los elementos que muestran las complejas intersecciones entre factores individuales y contextuales, por lo que es posible distinguir tendencias de un orden más general. Por ello, justamente, la escogencia teórica de las “trayectorias criminales”. Esta opción analítica permite una localización en el momento de la toma de decisión, como sugiere Kalyvas al definir las “motivaciones expresivas” de los sujetos. Esta opción permite, en forma adicional, identificar los puntos de inflexión que viabilizan entradas tempranas o tardías hacia la criminalidad. Además, facilita la comprensión de las acciones criminales en una escala que puede conducir, o no, a la vinculación en grupos armados, catalogados por el autor como “insurgentes”, sin que se detenga en la justificación del uso de esa categoría: una ausencia importante en su análisis.

Dentro de las premisas metodológicas y analíticas del estudio es importante destacar dos elementos; se considera que los factores de riesgo están presentes en la niñez, pero ellos pueden activarse mediante otros que van surgiendo a lo largo de la vida de la persona, tornando las llamadas trayectorias criminales más complejas. La otra premisa que debe tenerse en cuenta en estudios venideros del mismo género es que los factores individuales y de personalidad —de propensión

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hacia la violencia— y los factores contextuales deben ser analizados al mismo nivel de los factores de protección, que también son accionados en diferentes etapas de la vida. Esta premisa es sustentada por medio de la muestra, pues muchos de los jóvenes tardíos no se alistaron de manera precoz en un grupo armado (entre los diez y los trece años), en gran medida, por las barreras desplegadas en su núcleo familiar. Sin embargo, el maltrato en casos de jóvenes que se alistaron después de los quince años es también un factor que los lleva a tomar la decisión. Esa tenue frontera, como bien destaca Andrade, entre maltrato y “disciplina” —en sus acepciones nativas— es, a mi modo de ver, uno de los campos en los cuales los estudios se deberían enfocar para desentrañar el mecanismo de reproducción de la propia “guerra”, como expresión nativa —con vertientes y variaciones locales — de ciertas formas de violencia en Colombia. La consideración de los niños y jóvenes como sujetos que tienen capacidad de decisión y acción —y agencia— queda demostrada de igual modo en este aspecto, aunque no sea un asunto examinado por el autor.

En el marco de la exposición de los resultados del estudio hay otros elementos que llaman la atención. Entre los jóvenes precoces, por ejemplo, el análisis de los factores de personalidad destaca que ellos se consideran “agresivos” y “mentirosos”, mientras que los individuos del grupo de control, oriundos de con-

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textos regionales y socioeconómicos similares, se conciben como esencialmente “miedosos”. Allí hay una barrera, una forma de contención social que, de todas maneras, no garantiza la no vinculación en un grupo armado porque, como bien anota Andrade, es en la adolescencia cuando se manifiestan comportamientos riesgosos, de abrupta transición —en la mayoría de los casos— que determinan el alistamiento. El tránsito del miedo, y de la temeridad —como su opuesto—, hacia el uso de las armas es uno de los procesos determinantes para el inicio de una “trayectoria criminal”. Vinculado a lo anterior, otro hallazgo interesante es que tanto los jóvenes del grupo de precoces, como los del grupo de tardíos, piensan que los barrios y veredas donde vivieron son inseguros, y reportan eventos que demuestran frecuencias altas de “desorden social” —noción usada por Andrade—. No obstante, esos mismos jóvenes resaltan la sensación de seguridad, el sentirse seguros en aquellos lugares. Sin que el autor se haya detenido en este aspecto, hay varios desdoblamientos de extrema importancia: en primer lugar, subyace el tema de la naturalización de la violencia y los niveles de tolerancia con relación a las manifestaciones y efectos de la violencia en una larga duración. Por otro lado, es posible que esa aparente paradoja de estos jóvenes responda a la imbricada relación entre las nociones de territorio —derivadas de las nociones nativas de guerra—, las dinámicas de ocupación y control de los grupos armados y las concepciones de alteridad que dibujan trayectorias a partir del par enemigo/aliado, tan común en los testimonios acerca del conflicto contemporáneo en Colombia. De nuevo, estoy apuntado posibilidades de análisis que se desprenden de los interesantes hallazgos de Andrade. La variable edad, desde la perspectiva de las “trayectorias criminales”, demuestra la importancia de la capacidad de agencia de los niños y permite vislumbrar sus plataformas de decisión, pues entre menor sea la edad de iniciación en acciones

delictivas, los años de las trayectorias también tienden a ser mayores. Es interesante notar, además, que las trayectorias, previas a la vinculación, el alistamiento o el reclutamiento — categorías con implicaciones diferenciadas no profundizadas por el autor— destacan la importancia y la frecuencia de las acciones violentas realizadas en grupo. Aquellos sujetos que cuentan con ese elemento en su recorrido tienden a tener una trayectoria criminal más larga, según las conclusiones del estudio. El alistamiento, en últimas, termina siendo un eje metodológico y analítico fundamental para comprender las dinámicas del conflicto en Colombia y para determinar los rostros, de una forma menos estereotipada, de quienes han conformado los bandos armados. Empero, Andrade hace una advertencia fundamental en la medida en que el alistamiento, desde la óptica de la historia de vida de los jóvenes desmovilizados, es solo un hecho intermedio en su trayectoria. Lo interesante es que ese contraste pone en evidencia una diferencia entre las posturas externas e internas a ciertas vicisitudes de la guerra y entre las formas como se viven las experiencias violentas. S I LV I A M O N R O Y Á LV A R E Z

Antropóloga. Doctoranda en Antropología Social, Universidade de Brasília (UnB)

Literatura, psicoanálisis y enredología Goces al pie de la letra Belén del Rocío Moreno Cardozo Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Escuela de Psicoanálisis y Cultura, Bogotá, 2008, 211 págs.

La posibilidad de relacionar la literatura con el psicoanálisis parece ser el objetivo primordial del libro aquí

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reseñado, una obra escrita por la profesora Moreno Cardozo, quien se presenta como psicoanalista, y con ello se debe leer este libro desde esa perspectiva y no tanto desde la literatura. Sin embargo, esta última es tenida en cuenta bien sea como fuente de donde se extraen algunos conceptos e ideas para el desarrollo del psicoanálisis, o como objeto-sujeto en el cual aplicar la teoría psicoanalítica; así, de una u otra manera, se podría establecer una relación entre lo uno y lo otro, pero dándole mayor importancia al psicoanálisis, pues la autora se sienta en el gabinete psicoanalítico para indagar a la literatura y descubrir lo que puede haber más allá de lo aparente y de lo consciente; ella no escribe como una maestra egresada de un prestigioso instituto de estudios hispánicos en Bogotá, sino que su escritura está limitada por el saber psicoanalítico adquirido en una renombrada universidad colombiana.

Uno de los conceptos claves del psicoanálisis es el de “sublimación”, del cual se muestra su origen estético, teniendo en cuenta las obras teóricas de tres filósofos europeos: Longino, Edmund Burke e Immanuel Kant, quienes en el tratamiento conceptual de lo bello y lo sublime establecen las raíces estéticas y culturales de donde brotará el concepto de sublimación en Sigmund Freud, de gran importancia para la teoría psicoanalítica. Es decir, que de la filosofía, madre de todas las ciencias, fructifican conceptos fundamentales para el desarrollo de la psicología y

PSICOANÁLISIS

de su hijo predilecto el psicoanálisis; de la teoría estética de los filósofos emerge, pues, un concepto nuclear para el sostenimiento teórico y clínico del psicoanálisis, se trata de la noción de sublimación, la cual tiene que ver con el deseo y la satisfacción en la mente del ser humano. En esta primera parte de la obra reseñada se observa una plausible relación entre filosofía y psicoanálisis, lo cual sirve como impulso para perseguir la posible relación entre literatura y psicoanálisis, entre la letra y el pan-sexismo, es decir, la escritura como sublimación del deseo sexual y sus diversas satisfacciones entre la humanidad. La profesora Moreno dedica cinco extensos capítulos al análisis literario de las obras de cuatro autores: Marguerite Duras, César Vallejo, Fernando Pessoa y Jorge Semprún, a quienes analiza utilizando conceptos de Sigmund Freud y Jacques Lacan, explorando novelas y poemas, descubriendo aspectos en esas obras que manifiestan deseos y sublimaciones de los escritores, y que expresan el goce que sienten con la escritura, o su uso como medio para el olvido, la memoria, el silencio; una literatura en la que confluyen el placer y el dolor, la ensoñación y la realidad, la imaginación y el hambre, la alegría y la pena, la mirada y lo mirado, la soledad y la muchedumbre, la cordura y la locura, entre otros antagonismos que destacan el sabor agridulce de la vida, de esa existencia humana plagada de contrastes, de conflictos, de esa dialéctica entre los opuestos que se distancian, o se entrelazan, o se complementan. No obstante, a veces la aplicación del psicoanálisis en la interpretación de la obra literaria es de difícil comprensión para el lector, por ello este tipo de análisis literario requiere de mucho esfuerzo y concentración, de lo contrario se terminará en un galimatías sin nombre y sin forma. En el último capítulo la autora muestra un posible nuevo campo de acción surgido de la intersección entre psicoanálisis y literatura, para lo cual ella se extiende un largo trecho de líneas y párrafos para desta-

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car la importancia del método, sin el cual no sería posible la relación entre esos dos saberes. Pero ese campo se nos antoja enredología, porque es evidente a lo largo y ancho del libro grandes dificultades de comprensión debido a la maraña de conceptos e imágenes retóricas, es decir, de expresiones poco explícitas sobre lo que en realidad quiere decir su autora. De esta manera, por ejemplo, un poema de Pessoa pierde su riqueza literaria y se convierte en un objeto-sujeto para aplicar el psicoanálisis según los dictámenes de su creador, Freud, y de su más insigne difusor en lengua romance, Lacan, y así de teoría en teoría, de interpretación en interpretación, el poema de Pessoa se hace incomprensible y se distorsiona su belleza original. La enredología que surge de dicha confluencia psicoanalíticaliteraria nos obliga a realizar varias lecturas de un mismo párrafo, pero después de cada relectura seguimos perdidos en un universo psicoanalítico que trata de enmarcar a un sol poético. Colocar límites psicoanalíticos a una obra literaria es poco atractivo para corazones libertarios que simplemente desean vivir y gozar con las letras, no teorizar ni conceptuar sobre lo que escribe un poeta o un narrador.

Establecer relaciones entre saberes aparentemente distintos se ha vuelto pan de cada día en las universidades, es una costumbre académica denominada interdisciplinariedad,

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PERIODISMO

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un sustantivo difícil de comprender dado su carácter enredológico. En cuanto a la posible relación de interdependencia entre psicoanálisis y literatura es ya un tópico en los estudios humanísticos, es algo que se viene haciendo en Europa desde hace varias décadas, y apenas en el siglo XXI se destaca en Sudamérica como una solución para interpretar la polifacética literatura universal (¿occidental?). Empero, se hace necesario superar toda enredología posible para facilitar al lector la comprensión literaria a partir del método psicoanalítico, y poner en práctica éste para descubrir lo mucho que se emparenta con la literatura; es una suerte de círculo hermenéutico que nos mantendrá al vaivén entre lo uno y lo otro, un dinamismo dialéctico que nos podría hacer cada día más libres. JHON ROZO MILA

Crónicas compiladas por el maestro La pasión de contar. El periodismo narrativo en Colombia, 1638- 2000 Juan José Hoyos (estudio preliminar y selección) Editorial Universidad de Antioquia, Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2009, 968 págs.

Dos nítidas partes componen este formidable libro. El estudio inicial de Juan José Hoyos (1953) que abarca hasta la página 150. A partir de allí, y hasta la página 962, la apasionante selección de lo que ha sido el periodismo narrativo en Colombia, el cual inicia con un fragmento de El carnero, de Juan Rodríguez Freyle. Desde el principio se advierte el doble carácter del autor. Un novelista que durante más de veinticinco años ha sido profesor de periodismo. Esto lo lleva a buscar el gozo con que atrapa la narración,

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viva, fluida, intrigante y a la vez el estudio de las características y evolución del género, en tan dilatado periodo de tiempo.

Que comienza con la bella y rica Inés de Hinojosa, “criolla de Barquisimeto”, quien no contenta con asesinar a su marido, don Pedro de Ávila, por culpa de su ciega pasión por “un Jorge Voto, maestro de danza y música”, animará más tarde a don Pedro Bravo de Rivera a asesinar a su vez a Jorge Voto, viviendo ya todos en Tunja. El final es dramático: doña Inés y don Pedro Bravo ahorcados y el sacristán de la iglesia mayor, Pedro de Hungría, cómplice, convertido en fugitivo culpable. Una buena muestra de las virtudes de El carnero, al fusionar ya crónica histórica con menudencias y rasgos humanos, en personajes inconfundibles. Resulta curioso que este sacristán y, más tarde, al presbítero homicida Juan Sánchez de Vargas inauguren una línea de eclesiásticos criminales que tendrá su apoteosis en el canónigo Armendáriz que en una Santa Fe de finales del siglo XVIII es recreado por el cronista de lo criminal por excelencia, Felipe González Toledo (Bogotá, 1911), quien con “La primera muela bicúspide superior de la derecha del prebendado” y Rosa Tabares, una rolliza mulata que se ganaba la vida “en el arreglo de ropas de estudiantes. Pero ganaba más, según las malas lenguas, prescindiendo de las ropas” (pág. 749), arma una de las más divertidas intrigas, con un narrador-detective de por medio. Similar caso al del “crimen de Aguacatal” (1873) de Fran-

cisco de Paula Muñoz, quien terminó por redactar un libro pionero sobre aquella famosa matanza, en Medellín, en la que seis personas de una misma familia fueron asesinadas a hachazos, un loco incluido. Ese periodismo narrativo tendrá así una larga secuencia de crímenes de toda índole, aparentemente resueltos o abandonados como enigmas irresolubles. Pero quizá la sobria crónica de Mario García Peña, en 1923, donde desde Sing Sing presencia como un ruso, Rabasovich, es electrocutado con dos descargas eléctricas por el robo de siete dólares a una señora y el asesinato de un policía, en duras épocas de crisis económica, constituye ya un eficaz alegato contra la pena de muerte, y logrado epílogo de esta secuencia de crímenes y justicia, que llega o no. Resarce o no. Queda pendiente o Dios cobra, por mano propia.

A los crímenes podemos añadir las semblanzas de figuras ilustres de la política, las letras, el teatro y los deportes, o aquellas crónicas concentradas en los desastres naturales. Las semblanzas trazan, en realidad, una historia de Colombia en sus grandes protagonistas (Rafael Núñez escribe sobre Tomás Cipriano de Mosquera y Alberto Lleras sobre Laureano Gómez, sin olvidar la separación de Panamá y la guerra con el Perú). Por ello, Núñez, al referirse a Mosquera,

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en 1883, quizá también esté pensando en sí mismo: “federalismo y centralismo, libertad y despotismo, tolerancia e intransigencia”. “El hombre se agita y Dios lo conduce” diría Carlos V y esa agitación es la que estas crónicas rescatadas mejor preservan y adoctrinan, en verdad. Tal Alberto Lleras al mostrar como la “roca, batida por la inconstancia de los vientos y las aguas” (pág. 641) que aparentaba ser Laureano Gómez, había sido “un filonazista sincero” luego de haber escrito un panfleto contra Hitler, o sería sincero cuando elogiaba a Alfonso López y a Eduardo Santos o “cuando acusaba a López de haber asesinado a Mamatoco y a Santos de sentarse sobre un charco de sangre”. Laureano Gómez, en definitiva, no es más que “un político que dispara hacia su objetivo, ciegamente, aplastando al que se ponga por delante”. Un político apenas, en esta Colombia volátil e inconstante que hoy exalta y mañana asesina.

Como el caso de la pormenorizada reconstrucción con que Arturo Alape (1938- 2006) siguió la historia del revólver “Smith & Weson”, calibre treinta y dos corto niquelado con que el aparente gaitanista que manifestaba “Hay que hacer fuerza para que gane el doctor Gaitán” (pág. 826) lo asesinaría tiempo después, al ser Gaitán “uno de los propagandistas de drogas, que

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van a los pueblos con culebras a engañar a la gente”. En ambos casos, era el mismo Juan Roa Sierra, quien trabajaba en una vulcanizadora de llantas, que “amalayaba ser pobre, por carecer de recursos para defenderse”, “con esa cara de hijueputa que uno tiene”.

manos en personajes inconfundibles. También texto didáctico para quienes estudian periodismo y para los lectores, en general, exhaustivo rescate de la crónica, el reportaje, la entrevista y el perfil de varios de los mejores escritores del país, tan apasionante de leer como útil para entendernos mejor a nosotros mismos. Periodismo, historia y creación fundidos en un solo volumen. J U A N G U S T AV O C O B O B O R D A

Medicina amazónica: método e historia

Aquí están, entonces, los viajes descubriendo Colombia y las infinitas revoluciones que la sacudieron, el coraje resistente de sus habitantes, como el admirable Horacio Ocón González, “de doce años y alumno de cuarto de primaria” (pág. 821) que sale a pescar con su padre, lo ve morir y preserva el cadáver de los ataques de los tiburones, para enterrarlo, por fin, en su pueblo para que tenga así “una muerte feliz”, en el ceñido y perfecto relato de Javier Darío Restrepo (1932). Para quienes aman la literatura, aquí están de cuerpo entero, en crónicas exhaustivas o reportajes incisivos Julio Flórez y Vargas Vila, Fernando González y Antonio Gómez Restrepo, Tomás Carrasquilla y Ramón Vinyes (visto por Alfonso Fuenmayor), Porfirio Barba Jacob y Álvaro Cepeda Samudio o la madre de Gabriel García Márquez, orgullosa no del Premio Nobel a su hijo, sino de tener una hija monja. Joyas que harían esta reseña infinita, citándolas todas. Recalquemos la claridad y erudición del prólogo, al analizar todas las épocas del periodismo y sus características y la utilidad como investigación histórica, llena de rasgos hu-

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Enfermedades, epidemias y medicamentos. Fragmentos para una historia epidemiológica y sociocultural Augusto Javier Gómez López y Hugo Armando Sotomayor Tribín Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales/SaludCoop, Bogotá, 2008, 360 págs., il.

Dividido en cuatro grandes acápites, este libro, lujosamente editado y en formato de 26 x 34 cm, presenta abundante información sobre las dolencias que, especialmente en el pasado, afectaron a varios grupos indígenas concentrados en la Amazonia colombiana, al tiempo que explica en que forma se trataba de curar dichas enfermedades. En el texto se hace un recorrido al pasado a través del cual el lector comprende la sabiduría y el grado de conocimiento que sobre las plantas y otros seres de la naturaleza hizo posible la existencia de estas culturas milenarias. El relato está enriquecido con numerosas notas, citas, cuadros e imágenes, muy bien seleccionadas, que lo complementan a la perfección y hacen de él una obra de consulta obligada para los interesados en el desarrollo de la medicina en nuestro medio, como para los interesados en la etnografía de la Amazonia.

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La primera parte se ocupa de las concepciones amerindias y de los métodos de curación empleados por los grupos indígenas de la Amazonia para controlar las enfermedades y las epidemias. Para entender estos conceptos resulta necesario comprender el increíble equilibrio existente entre los habitantes de las selvas y el ambiente que les rodeaba. Los pueblos indígenas, a través de los siglos, lograron adaptarse plenamente a su entorno y aprendieron a utilizar con gran eficiencia los recursos que les aportaba la selva tropical. Sobrevivieron, y aún sobreviven algunos grupos, merced a una horticultura itinerante en la que las prácticas agrícolas de corte y quema resultan eficientes en suelos anegables y sin verdadera vocación agrícola debido a la carencia de nutrientes. Este tipo de agricultura incluye desplazamientos periódicos y cíclicos y a veces un nomadismo más complejo donde se alteran los periodos de asentamiento con épocas de movilidad cuya meta es la de no agotar los recursos y utilizarlos de acuerdo con un calendario de cosechas muy eficiente.

En la agricultura de corte y quema, más que la riqueza del suelo, bastante precaria en la selva tropical, importan el calendario agrícola y el uso de las cenizas como abono. La dieta alimenticia, basada en la

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yuca brava, se complementa con la caza, la pesca, la recolección de frutos y semillas, además algunos productos obtenidos a través de un intercambio incipiente que en épocas remotas fue muy importante. Para el indígena, la selva es un territorio amigable y generoso, un don de los dioses, concepto contrario a las creencias que primaron por varios siglos, según las cuales la selva era un infierno verde, agresivo e inhóspito en el que abundaban las plagas y miasmas y las fieras constituían un peligro permanente. De esta absurda concepción, surgida en los relatos de algunos viajeros y misioneros, emana el errado concepto de rehabilitar las selvas e incorporar sus áreas al progreso acudiendo a la tala indiscriminada, a la desecación de los suelos y a la apertura de potreros para ampliar las zonas agrícolas con el fin de implantar en ellas técnicas convencionales, que si bien funcionan en praderas bien drenadas y con suelos ricos en materia orgánica, están condenadas al fracaso en las regiones selváticas, en las que la experiencia indígena milenaria ha demostrado que lo viable es ese tipo de agricultura itinerante de corte y quema, que no afecta el medioambiente y proporciona el sustento a estos grupos, casi siempre pequeños, plenamente adaptados a ella y les permite un bienestar mal entendido por el hombre blanco. Aceptando esto, podemos reconocer que los indígenas de la Amazonia poseen una cultura muy compleja, fruto de unas prolongadas experiencias, por completo diferente a la nuestra, y en la que el medioambiente se aprovecha con sabiduría porque se le respeta, porque se le conoce de manera plena y porque forma parte de un universo en el cual el hombre es una parte más de un engranaje armónico y equilibrado. Con la óptica que proporciona el asimilar estos conceptos, la selva aparece como un territorio amigo que aporta con generosidad lo necesario para llevar la existencia con dignidad, y que mediante una economía sustentable, aparte de alimentos ofrece multitud de plantas,

entre las cuales abundan las medicinales y no resultan raras las venenosas y las alucinógenas, indispensables para vivir en este ambiente y bajo estas concepciones míticas. Por ello, resulta oportuno el epígrafe con el que se inicia el primer acápite; allí se indica, cómo pasados cuatro siglos de investigación terapéutica metódica, debemos más a los indígenas, que a los sabios convencionales.

Merced a una cultura por completo occidental, no somos conscientes de la riqueza biológica que guarda la selva. La selva tropical es una formación vegetal que ha aportado a la humanidad multitud de productos acompañados de un acervo de conocimientos acumulados por muchas generaciones. A pesar de ello, la investigación botánico-farmacéutica de la cuenca del río Amazonas resulta pobre cuando se la compara con el número de especies que la integran y con aquellas que utilizamos para curar las dolencias del cuerpo y del espíritu. Los cálculos hablan apenas de un 1%. En los últimos años se ha fortalecido el concepto de conservar y proteger el medioambiente y de paso ha surgido un respeto hacia el conocimiento de los grupos indígenas. Los tratamientos de medicina alternativa han ganado terreno, pero siguen descalificados por la medicina académica, netamente alopática, y en la que los medicamentos deben producir un efecto contrario y diferente al que caracteriza la enfermedad. De esta manera, y por la abundancia de charlatanes y de falsos curanderos, se le presta poca atención a los medicamentos de origen vegetal, campo que requiere mayores investigaciones. La concepción indígena de la enfermedad es por completo diferente

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Cartillas básicas de Educación Fundamental Integral ARCHIVO ACCIÓN CULTURAL POPULAR

(ACPO)

BIBLIOTECA LUIS ÁNGEL ARANGO

Las ilustraciones de las cubiertas fueron realizadas por Francisco Perea Sabogal.

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de la nuestra. Para el nativo, las dolencias que afectan el cuerpo y el alma provienen de maleficios, los cuales, dentro de una percepción mitológica muy arraigada, pueden venir de los chamanes, que son quienes controlan el conocimiento, un saber que han heredado de sus ancestros. Ellos son depositarios de una fuerza mítica que hace posible encontrar el origen y la cura de las distintas dolencias. Los maleficios pueden también provenir de seres especiales que habitan la selva y que son capaces de encarnar en diferentes animales como el jaguar o la danta. Seres míticos como el mohán, la madre de agua o la madre de monte, se resienten cuando se incumplen las normas de conducta tradicionales o se cometen contravenciones en actividades como la caza, la pesca o la recolección de frutos y semillas. Ante un agravio, estos seres se valen de dardos invisibles que alteran el equilibrio y generan un castigo. Aparte de estos males de orden espiritual, las dolencias pueden ser causadas por accidentes o por mordeduras de insectos, serpientes u otros animales. Para combatir los desequilibrios de la naturaleza es menester recuperar la armonía y rescatar al enfermo de niveles inferiores en los que se halla postrado como castigo; ese rescate se logra a través de soplos, rezos y baños que sirven para restablecer el orden. En este proceso de restablecer el equilibrio, desempeñan un papel esencial las sustancias alucinógenas y psicotrópicas, pues gracias a su enorme poder hacen posible el contacto con el mundo sobrenatural. El chamanismo implica una fuerza espiritual. El chamán está conectado con las fuerzas espirituales que animan a todos los pobladores de la selva e intercede para que permanezcan en armonía. Él tiene la capacidad de organizar los diversos niveles cuando se desequilibran y generan males. La conducta del chamán incluye creencias y prácticas que explican las relaciones entre los seres y su naturaleza. De este modo, ejerce una función social y religiosa en la que se vale de las plan-

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tas alucinógenas y de otros elementos de origen animal o mineral que le permiten viajar al conocimiento de la causa de los males y de las enfermedades. Es él quien conoce el origen mítico de los elementos que requiere, sabe dónde se encuentran, en qué momento debe recogerlos, cómo debe prepararlos y cómo los va a administrar.

Los autores del libro enmarcan estos conceptos en un análisis de la región noroccidental de la Amazonia, vista a través de su poblamiento, del intercambio cultural con habitantes de otras regiones y en particular con los del área andina en el periodo prehispánico, intercambio que permitió una amplia circulación de productos y materias primas, paralelo al cual se difundió conocimiento. A pesar de este intercambio, aún a mediados del siglo XIX, las naciones indígenas conservaban su estatus; sus miembros lucían bien formados y sin trazas de desnutrición, mantenían su independencia, gozaban de bienestar merced a sus cosechas, a la caza, la pesca, realizaban alianzas matrimoniales, oficiaban sus rituales, celebraban fiestas y mantenían un sano intercambio. En el terreno de la salud y como lo demuestran diversos documentos, carecían de llagas o úlceras y no padecían de epidemias. Pese a los estragos causados por el contacto con los expedicionarios europeos, los

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traficantes de esclavos nativos y los misioneros, buena parte de los pobladores de la Amazonia colombiana permanecieron al margen de reducciones. Solo a finales del siglo XIX se dio inicio a la esclavización y a la destrucción sistemática de esas sociedades, problema acrecentado con el auge del caucho que conllevó la ruina y causó el exterminio de muchos grupos. En la actualidad, los que sobreviven están sometidos a la degradación de su entorno, a la presión de los colonos que invaden sus tierras y al desplazamiento generado por acción de la guerrilla, de los traficantes de drogas o de otros delincuentes que anhelan sus tierras para implantar cultivos ilícitos u organizar haciendas. Luego de tratar las concepciones, prácticas y respuestas de los indígenas frente a las enfermedades, vistas en una perspectiva histórica, y de analizar el contacto, el contagio de enfermedades y la destrucción de las sociedades indígenas de la Amazonia, los autores incluyen el relato de las enfermedades y epidemias en la óptica de un capitán andoque. Se trata de Fisi o Piedra, quien proporciona una visión actual y desgarradora de su experiencia. Su relato termina con estas palabras que recogen la mitología ancestral y el drama que viven los actuales pobladores de la selva frente a numerosos problemas: Por eso las personas que quieran tener familia tienen que conocer cómo van a defender, cómo van a curar, a cuidar a sus hijos. Así comenzó esa enfermedad de granos que les prende a los niños del pescado. Y así lo curó, por eso hay que conocer qué hierbas hay para curar.

El anterior relato se complementa con otro testimonio, esta vez acerca de un caso que data de 1979. Se trata de una carta dirigida a la hermana Carmen Sánchez del internado de Santa Teresita por el corregidor de La Chorrera. El funcionario se queja de la actitud asumida por la religiosa y por la desatención a un niño indígena mordido por una serpiente y cuya vida hubiese podido

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salvarse si se le trasladara a Leticia o se le hubiese administrado el suero antiofídico con oportunidad. Su texto es un claro ejemplo de las circunstancias y problemas que aún afectan a la población indígena, considerada por muchos como inferior o irracional, así como de la precaria atención prestada a los casos de salud en las zonas selváticas aisladas. El párrafo pertinente indica:

RESEÑAS

comercio mediante la organización de una expedición científica al Putumayo y de la búsqueda de nuevos productos susceptibles de ser comercializados.

La descortesía, los términos humillantes e insultantes de su carta son la prueba del indigno trato que la mayoría de las veces dan a los indios, pues si Usted tiene el atrevimiento de dirigirse tan altaneramente a la primera autoridad del Corregimiento por el hecho de que le hace un reclamo justo, ya podemos imaginarnos los modales que emplea para con ellos.

Un importante capítulo es el dedicado a la explotación de las quinas en el piedemonte amazónico. Conocidos son los problemas ecológicos, sociales y económicos generados desde la época colonial por la explotación, transporte y comercialización de la cascarilla, y sabidas son las enormes transformaciones creadas en los países productores. Los bosques fueron devastados y el auge generado por la explotación vino a menos con la decadencia del comercio por el agotamiento de las especies terapéuticas y por la competencia de los cultivos organizados en Java y en Ceilán. La crisis tuvo como consecuencia la decadencia del comercio y el despoblamiento de los centros de acopio. Este acápite se ilustra con el caso de los hermanos Reyes, quienes, a través de la compañía Elías Reyes y Hermanos, explotaron la corteza en las montañas de Nariño y del Putumayo y realizaron un interesante viaje iniciado en éste río para culminar en Brasil, recorrido que le costó la vida a uno de ellos. Rafael Reyes obtuvo los permisos de navegación por aguas brasileras para exportar las cortezas extraídas en la cuenca del Caquetá por el Atlántico. Años después, ya como presidente, quiso reactivar el

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El libro continúa con un interesante capítulo dedicado a la curación y al pensamiento mestizo. Para ello se vale del relato del presbítero Manuel María Albis, quien bajo el título “Curiosidades de la Montaña, y médico en casa”, hace una curiosa relación en la que incluye la observación de algunos materiales minerales y de especies vegetales de uso terapéutico, acompañado del “Espectáculo de la Naturaleza”, en el cual, de acuerdo con los meses, se establecen las propiedades de algunas piedras, junto con el “Lenguaje de las Flores”, tras lo cual describe varias prescripciones y remedios secretos basados en las propiedades terapéuticas de algunas plantas o de otras materias de origen animal como la hiel de caballo, el pellejo de culebra, el cuajo de cabrito o las piedras de cangrejo. Es éste un interesante prontuario equiparable con otros recetarios antiguos, en los que priman conceptos pertinentes a las doctrinas de los signos y de los humores. Cierra la parte correspondiente a los indígenas con comentarios sobre lo que fue la catástrofe demográfica sufrida por los pueblos de naturales entre los siglos XVI y XVIII como consecuencia de la colonización europea. El despojo de sus tierras, las

transformaciones culturales y sociales, la pérdida de sus valores espirituales y materiales, los impuestos y cargas que les fueron impuestos hasta llevarlos a la esclavitud y la aparición de enfermedades y episodios epidémicos para las cuales carecían de defensas, así como el deterioro de su entorno, afectaron de manera drástica a las poblaciones generando una verdadera tragedia que se repitió a partir de la segunda mitad del siglo XIX en las selvas de la cuenca del Amazonas como consecuencia de la ampliación de los mercados internacionales, la demanda de materias primas como la quina, el caucho y las pieles, la expansión de las fronteras agrarias y el desplazamiento de poblaciones de las tierras altas hacia los valles y zonas de colonización, circunstancias que impactaron a muchas tribus diezmándolas y llevando a la extinción a casi un centenar de ellas.

Para establecer el estado de salud de un enfermo se requiere conocer sus antecedentes personales, sociales y patológicos; para estudiar la salud de un pueblo es requisito fundamental saber su historia, su organización social y económica y sus relaciones. Con esa perspectiva, los autores asumen la historia epidemiológica del Gran Cauca, el impacto del progreso y las secuelas de las guerras. En esta parte se estudia el impacto de la pobreza entre las poblaciones indígenas y afrocolombianas sobre la base de la aparición de epidemias, la desnutrición, la carencia de higiene, el impacto de los agroquímicos, la explotación minera, los cultivos ilícitos, los cambios

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sociales, la alteración de los hábitos alimentarios, el alcoholismo, la sobrecarga de trabajo, el diagnóstico tardío, las guerras y los efectos del progreso. Es clara la relación entre la pobreza y el desarrollo incipiente con la aparición de las enfermedades. Los autores plantean un “racismo” disfrazado de indiferencia y marcado por la inercia o resistencia pasiva ante cambios necesarios en las formas de vida. A estos males se han unido en los últimos años el narcotráfico y la corrupción; la violencia y el despilfarro administrativo han convertido el homicidio en la principal causa de mortalidad, en desmedro de los cambios sociales que exige la situación. Concluye el libro con la presentación de la historia del istmo de Panamá como ejemplo del racismo y del impacto del progreso. Era natural que las sociedades del siglo XIX anhelaran el desarrollo y la modernización. Era la época propicia para abrir vías, que ocupaban manos ociosas y facilitaban el intercambio comercial. El único estruendo debía ser el de la pólvora al abrir minas o el de las locomotoras que llevaban materias primas y traían productos elaborados. La sociedad estaba cansada de las frecuentes guerras y anhelaba la paz y el progreso que darían paso a una nueva nación. Si bien las premisas eran válidas, se ignoraba que las guerras continuarían y que la apertura de vías y ferrocarriles traería problemas sanitarios y que al lado de quienes emigraban, se desplazaban plagas como el cólera o dolencias como la fiebre amarilla. Nunca se sabrá la cifra de muertos ocurrida durante la construcción del Ferrocarril de Panamá y del Canal. La malaria y la fiebre amarilla se ensañaron con los trabajadores. Esta calamidad sirvió para comprender que las enfermedades infecciosas no las contagiaban los miasmas, sino que se podían transmitir a través de vectores, por aguas mal tratadas o por alimentos mal conservados; por tanto, si estos factores se solucionaban se podían controlar. Quien lea este interesante libro, no recaerá en los conceptos expre-

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sados por Carlos Arturo Torres (1867-1911) al inicio de Idola Fori (1900), que fueron compartidos por toda la sociedad hasta hace cincuenta años y que si bien permitieron la colonización de las zonas andinas, tuvo y aún sigue teniendo muchas secuelas en el manejo de los suelos. Señala el humanista y filósofo: [...] en las vegas ardientes de nuestros ríos, no desbrozadas aún por el hacha del colono, crecen las plantas viciosas y las hierbas malditas envenenan el aire con sus efluvios de muerte; empero un día será que penetre el arado allí y del suelo exuberante que el esfuerzo del labrador trasformó, brote la cosecha de bendición.

que aparte de invitar al debate, enriquecen el problema con información inédita y presentan nuevos conceptos de trabajo. El primer paso del debate exige reparar en la orientación de la educación que deseamos construir, pues en esta decisión nos jugamos no solo la formación en los saberes y competencias requeridos para responder a un modelo económico determinado, sino en el modelo de hombre para la nueva sociedad.

SA N T I AG O D Í A Z P I E D R A H Í TA

Saber pedagógico y crítica a la democracia Pedagogía, saber y ciencias Javier Sáenz Obregón y otros Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales, Universidad Nacional y Facultad de Educación, Universidad de Antioquia, Medellín, 2010, 194 págs. Filosofía de la educación. De los griegos a la tardomodernidad Carlos Rojas Osorio Universidad de Antioquia, Medellín, 2010, 404 págs. Dificultades de la democracia. Bases de ética política Iván Darío Arango Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia, Medellín, 2010, 140 págs.

¿Qué tipo de educación y de democracia queremos para la Colombia de la segunda década del siglo XXI? Para responder de manera elaborada a estas preguntas contamos con el aporte de estos tres libros,

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Los autores de Pedagogía, saber y ciencias son radicales, esto es, parten de preguntar: ¿qué pedagogía?, ¿para qué sociedad?, ¿para enseñar qué ciencia? Ello implica, en consecuencia, volver a problematizar los conceptos centrales: para comenzar, la idea determinista de pedagogía: En nuestro país la reducción de la ciencia de la educación o pedagogía a la formación de maestros no solo ha llevado a que no sea vista como disciplina o como espacio de indagación sobre un problema específico como es el de la educación, sino a que esta se justifique a sí misma, cada vez más desde un punto de vista técnico, exhortativo y “esotérico”: desarrollar técnicas y estrategias, y hablar y promover la “vocacionalidad”. Esto último ha producido unas consecuencias en cierta medida desastrosas porque, por un lado, no ha permitido que se establezca un diálogo en términos académicos con las demás

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disciplinas y, por el otro, ha fomentado un imaginario del pedagogo en las universidades como aquel que está allí para solucionar problemas de docencia y de enseñanza. [pág. 142]

Esta primera aclaración es esencial para entender que la pedagogía va más allá de la escuela, de su carácter instrumental (la didáctica) y forma parte constituyente de la polis, esto es, que la subyace una naturaleza política, humanista y multidisciplinar.

“El hombre es lo que la educación hace de él” dice Kant. Y fue Kant mismo quien, a finales del siglo XVIII, estableció los límites científicos de las tareas de la pedagogía, y preparó un ámbito académico que luego con la Revolución francesa se aclimataría. “Kant —nos dice Humberto Quiceno— diferencia entonces entre el saber sobre el hombre, que es si se quiere, un saber universal; el saber sobre el individuo, que es un saber específico, y el saber hacerse a una individualidad, a una vida, a un estilo de vida o costumbres” (pág. 95). Con ello, como bien aclara Quiceno, Kant amplía el horizonte moral de la pedagogía que ya había determinado Rousseau en el Emilio (1762), libro que podemos considerar el primero que introdujo la problemática educativa en la Modernidad.

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RESEÑAS

La “constitución arqueológica” (el concepto es de Foucault) de la pedagogía como ciencia es problemática. En el ámbito griego, nos recuerda Rojas Osorio, el pedagogo —habitualmente en la base de la pirámide social— tenía una función limitada y esta enseñanza buscaba consolidar a una élite que debía establecer modelos de comportamiento cultural. De allí surgió la idea de que la pedagogía era un arte. La Iglesia, durante la Edad Media, retomó ese concepto y estableció el monopolio sobre el discurso, pero fueron los philosophes ilustrados quienes cuestionaron esa autoridad teológica sobre la educación. En Alemania, en particular, escribieron sobre temas pedagógicos, aparte de Kant, Schlegel, Hegel y Friedrich von Humboldt (pág. 110). La cientificidad social y los límites teóricos de la pedagogía definitivamente es validada y sus presupuestos establecidos por el sociólogo francés Émile Durkheim en sus Cursos de la Sorbona ofrecidos entre 1897 y 19021. La teleología de lo pedagógico consiste precisamente —nos recuerda Quiceno— en establecer un ideal de hombre a través de la educación. Educar es anticipar un tipo de sujeto que se prevé en relación con la sociedad en que vive. “Durkheim es quien enfrenta este problema: dar el justo lugar al hombre como objeto de investigación y en las diferentes posiciones que el hombre va a ocupar, ya sea como sujeto que educa, sujeto que es educado, sujeto social, sujeto cultural”(pág. 96). En Francia la Pedagogía se convierte a lo largo del siglo XX en campo de batalla ideológico: ¿ciencia o discurso político? Como detallan los profesores Olga Lucía Zuluaga y Javier Sáenz, en su extenso ensayo, la Pedagogía pierde después de la Segunda Guerra Mundial su campo autónomo disciplinar para dar paso a las llamadas Ciencias de la Educación, que en su opinión no son otra cosa que la burocratización institucional de lo pedagógico. De este modo —en su opinión— se clausura el debate humanístico que acom-

pañó a la Pedagogía desde la Revolución francesa, esto es, el tipo de hombre que quería construir una sociedad y se pasa al reduccionismo académico cartesiano: la pedagogía acaba por convertirse en un área de la psicología.

Después de mayo de 1968 surgieron en Europa propuestas renovadoras que indagaban sobre la episteme de la pedagogía. Quiceno reconstruye este debate y lo hace a propósito del carácter conservador de la escuela y el modelo educativo que ha acabado imponiéndose en Colombia: lo pedagógico reducido a la enseñanza y como problema exclusivo de los maestros. Con razón advierte que las ciencias de la educación uniformaron las preguntas y desviaron la atención del sujeto y las centraron en el objeto como una tecnificación discursiva: ¿Quién es un educador? ¿Puede ser un cura, un moralista o un funcionario? ¿Qué condición debe tener una institución educativa, puede ser estatal, laica, religiosa, terapéutica o qué cosa es? ¿El acto de educar, qué es? ¿Un cuidado, un enigma, una adecuación, un desarrollo, un progreso de la razón o qué cosa es? ¿Qué es aprender, enseñar, instruir? ¿Qué son todas estas cosas que la humanidad había construido durante siglos y que hoy vuelven a replantearse? ¿Qué son todos estos objetos a la luz de las nuevas rupturas, de los nuevos saberes económicos y

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sociales y de las nuevas relaciones de poder y saber? Y una última: ¿quién es el hombre? [págs. 101-102]

No es este el espacio para describir los diversos debates que han acompañado la constitución de la Pedagogía como ciencia y el carácter sociopolítico que la acompaña2, pero sí nos interesa centrarnos en un aspecto: ¿es posible pensar en una Pedagogía que vaya más allá de ser un aparato ideológico de reproducción y justificación de lo existente? Es decir, ¿es posible una Pedagogía que contribuya a la utopía?3. Esa raíz utópica de la pedagogía —pensar en el sujeto como posibilidad— se basa en un aspecto central: la ciudadanía. Mas la ciudadanía no es un valor abstracto, ni siquiera una forma de empoderamiento de derechos garantizados en la Constitución y las leyes. Supone una afirmación, una actuación en la vida cotidiana y en el deseo explícito de contribuir al desarrollo de la polis. El ejercicio de la ciudadanía garantiza que somos sujetos políticos y formamos parte activa de una sociedad.

El debate conceptual y la bibliografía sobre la democracia y la ciudadanía se han enriquecido en el último decenio, sobre todo después de la caída de los regímenes socialistas en Europa en 1989. Hasta ese momento los teóricos parecían empantanados en la dicotomía democracia

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capitalista-democracia socialista. Hoy, cuando la globalización sigue ganando un espacio geopolítico mayor, incluso en los países árabes y en la China comunista, el problema es otro, como bien lo advirtió Isaiah Berlin: ¿es posible un modelo de capitalismo en el cual la libertad no esté por encima de la igualdad?4. La igualdad jurídica se ha ganado en casi todos los países (salvo en aquellos en que persisten dictaduras de cualquier perfil); la igualdad social, no. Zygmunt Bauman lo ha expresado de una manera desoladora: [...] el compuesto explosivo que forman la desigualdad social en aumento y el creciente sufrimiento humano [...] tiene todas las calificaciones para ser el más desastroso entre los incontables problemas potenciales que la humanidad puede verse obligada a enfrentar, contener y resolver durante el corriente siglo5.

Si bien Colombia se suele presentar habitualmente en los medios de comunicación masiva y en el ámbito académico como un caso peculiar de democracia representativa capaz de resistirse a las tentaciones dictatoriales, es un país con dificultades para el “aprendizaje de la democracia”, como lo señala el profesor Iván Darío Arango en su libro (pág. 85). Parecería ser, entonces, que sufrimos otro tipo de “dictaduras”: violencia, intolerancia, desigualdad y una nueva no percibida en forma clara: el peso de la herencia hispánica que “[...] nos impide avanzar en el aprendizaje del valor de la igualdad y construir un sentimiento de identidad entre sectores sociales, por encima de otras lealtades colectivas tradicionales” (pág. 113). Arango, siguiendo el planteamiento de Berlin de revalorar el pensamiento político de contrailustrados como Vico, Herder, Hamann y De Maistre (pág. 113), insiste en que esa “carencia de sentimiento de identidad” mina la posibilidad de una democracia real y conlleva a la ausencia de un valor central de las sociedades liberales: el pluralismo. Arango traslada el problema a Co-

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lombia, y si bien precisa que en el país existen notorias injusticias en la distribución de la renta social, destaca que es más importante mantener la crítica, la libertad de opinión y de prensa (pág. 127). Frente a ese orden de prioridades, respondemos de manera enfática con el título de un libro: Más democracia, menos liberalismo6. Pero en lo que sí estamos de acuerdo es que... “[...] la falta de formas de participación y de organización social hacen que la sociedad sea una masa amorfa, sin identidad y sin principios morales; en último término, una sociedad desmoralizada, expuesta a los daños y a los abusos de los políticos y del mercado” (pág. 127).

Desde nuestra consideración, para evitar y enfrentar esa “falta de participación y de organización social” y la manipulación de “los políticos y el mercado”, es fundamental que desde el sistema escolar, pero también en las diferentes esferas de la vida social, se valide la importancia de una alfabetización para ejercer la ciudadanía que permita realizar la propuesta de Arango: democracia sin pluralismo es una dictadura disfrazada. Saber leer y escribir fue un capital simbólico de las élites a lo largo de la historia de la humanidad. Hoy, en cambio, hablamos de una alfabetización democrática. Ser alfabetizado para la ciudadanía crítica implica adquirir las competencias que permiten participar en la construcción de la sociedad y denunciar la injusticia latente en ella. Ciudadano es aquél

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competente para reclamar los derechos garantizados en la Constitución y en la ley7. Compartimos con el profesor Arango, entonces, la urgencia de que Colombia establezca un modelo de democracia utópico en que se supere “la disciplina de la mentira, de la uniformidad y del unanimismo” (pág. 127)8. Hay problemas que exigen ser mirados desde una perspectiva amplia, integral. El de qué tipo de pedagogías requiere Colombia y de qué modos podemos construir la democracia participativa, supone abrir el pensamiento a otros paradigmas. Es un tiempo de cambios, que invita a abandonar lugares comunes y dogmas. Los tres libros reseñados constituyen una invitación a estudiar con juicio, sin miedo ni reverencias, un futuro posible. CARLOS SÁNCHEZ LOZANO

1. El profesor Runge Peña advierte que no constituyen teoría pedagógica —en términos materiales, no son subdisciplinas de la pedagogía— las propuestas didácticas, por ejemplo, de Pestalozzi, Montessori, Freinet. Estas son consideradas “doctrinas”, conceptos con visos de “clara tendencia al fundamentalismo”. En Pedagogía, saber y ciencias, pág. 143. 2. Se puede hacer seguimiento de ese debate en el libro citado de Rojas Osorio, en especial los capítulos 3, 12, 15, 18 y 24. 3. Rojas Osorio enfatiza en el aporte que introdujeron Foucault y Bourdieu al considerar el sistema educativo como fuente de reproducción de lo existente. Foucault resalta que la “enseñanza es un gran aparato de enunciación” que legitima el poder (pág. 284); Bourdieu lo cuestiona como fuente de desigualdad del capital cultural: “El sistema educativo puede asegurar la perpetuación del privilegio por el solo juego de su propia lógica” (pág. 301). 4. Berlin no creía en soluciones unívocas a los dramas humanos y de allí su antipatía por los sistemas que contenían una solución absoluta, fundamentalista. “Tanto la libertad como la igualdad se encuentran entre las metas básicas que los seres humanos han buscado durante muchos siglos; pero la libertad total para los lobos es la muerte para los corderos [...]”, en Isaiah Berlin, El estudio adecuado de la humanidad, México, Fondo de Cultura Económica-Turner, 2009, pág. 13.

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RESEÑAS

5. Zugmunt Bauman, Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2011, pág. 33. 6. Ignacio Sánchez-Cuenca, Más democracia, menos liberalismo, Buenos Aires, Madrid, Katz Editores, 2010. 7. Parte de esta reflexión se origina en: Carlos Sánchez, “La escritura como dispositivo para el ejercicio de la ciudadanía”, en: Aletheia, Revista electrónica de Desarrollo Humano, Educativo y Social Contemporáneo, vol. 3, núm. 1, 2011, http://aletheia.cinde.org.co 8. En otro aparte de su libro, Arango señala tres aspectos que obstaculizan en su parecer la “consolidación de una sociedad democrática, pluralista y civilizada en Colombia: 1. La religión, que está del lado de las jerarquías y no de la igualdad. 2. La política, que está del lado de la concentración de poder y no del esquema moderno que reconoce el valor de la oposición. 3. Las costumbres, que están del lado del honor y su expresión exterior y no de la dignidad de la persona”, compárese pág. 120.

Los extremos pueden afectar el medio...

nuestro patrimonio ambiental. Seis de ellos, especialistas en análisis institucional y en gestión ambiental, presentan sus reflexiones en torno al Sistema Nacional Ambiental bajo el título Gobernabilidad, instituciones y medio ambiente en Colombia, publicación con la cual el Foro Nacional Ambiental celebra diez años de haber surgido como medio para expresar de manera libre las inquietudes sobre la responsabilidad del gobierno y de la sociedad civil, en el campo ambiental. Los autores analizan el desempeño del Sistema Nacional Ambiental (SINA) desde su creación en 1993, prestando especial atención al periodo comprendido entre 2002 y 2006. Gobernabilidad, instituciones y medio ambiente en Colombia es un libro para leer en forma detenida, con la certeza de encontrar en él un cúmulo de información relacionada con el ejercicio de la gestión ambiental en nuestro país. Su contenido es una especie de radiografía del Sistema Nacional Ambiental, en lenguaje académico, y como tal, es extremadamente riguroso. Su papel es diagnóstico.

Gobernabilidad, instituciones y medio ambiente en Colombia Germán I. Andrade et ál. Foro Nacional Ambiental, Bogotá, 2008, 553 págs.

La correcta administración de la riqueza ambiental de Colombia, el segundo país más rico en biodiversidad del planeta, y uno de los que cuenta con mayores recursos hídricos, ha sido una especie de piedra en el camino para muchos de los dirigentes del país a través de la historia. En Colombia, algunos por exagerado optimismo, creen que nuestra riqueza ambiental jamás acabará; otros, por desconocimiento, por apatía o por interés personal, prefieren creer que ya es demasiado tarde para pensar en protección, en conservación, o en uso racional de los recursos. Ambas posiciones tan extremas, contrastan con la de un grupo de conocedores del tema, seriamente preocupado por el estado actual de

El interés de Julio Carrizosa por el tema ambiental se refleja en el prólogo del libro, en el que hace un recuento de los cambios ecológicos, políticos, económicos y sociales ocurridos durante los quince años de existencia del Sistema Nacional Ambiental; y a través de una mirada retrospectiva a la vida nacional, en materia ambiental, resalta las razones que hacen de Colombia un país diferente, de extraordinaria

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RESEÑAS

complejidad física y biológica, características que, sumadas a los procesos sociopolíticos, dificultan la gestión ambiental en nuestro territorio.

La Cumbre de la Tierra realizada en Rio de Janeiro en 1992 y la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible de Johannesburgo 2002, enmarcan una década de avance y retroceso en materia ambiental en Latinoamérica. Manuel Rodríguez Becerra parte de los logros obtenidos por el sector durante ese periodo y analiza de manera comparativa el desempeño de Colombia y otros países latinoamericanos en materia de gestión ambiental. Establece que, aunque el fortalecimiento inicial de las instituciones y las políticas permitió restaurar valores ambientales fundamentales, el medio ambiente de los países de la región se ha deteriorado en forma notable, por factores relacionados con “el aumento de la escala de la actividad económica, los patrones de producción y consumo predominantes, muchos de los cuales son ambientalmente insostenibles, y la falta de una voluntad política para enfrentar adecuadamente los problemas ambientales” (pág. 69). Según Rodríguez Becerra, en el declive de la agenda pública de Latinoamérica inciden factores culturales, políticos e ideológicos propios de los países de la región y se refiere a los de mayor impacto como la fracasomanía, actitud que tiende a minimizar lo positivo de una política gubernamental y a exaltar lo negativo, generando predisposición en los gobernantes de turno, quienes en lugar de dar continuidad a las instituciones y políticas establecidas, prefieren modificarlas, cayen-

ECOLOGÍA

do en el reformismo, postura que cierra las puertas a la consolidación de procesos y desaprovecha la experiencia de lo construido, dejando en el preciosismo legal la responsabilidad de resolver los problemas que acentúan la fragilidad de las instituciones y de las políticas ambientales de la región. Para Rodríguez Becerra el crecimiento poblacional y la pobreza son al mismo tiempo causa y efecto del deterioro ambiental en América Latina. Esa realidad compartida, remarca la necesidad no solo de fortalecer y consolidar las instituciones y políticas ambientales, sino también la urgencia de diseñar estrategias que propicien el desarrollo sostenible. Es claro que tras la cumbre de Rio, el surgimiento de ministerios ambientales en América Latina es notable. Lo que no es claro, es su carácter preciso y su importancia como instituciones. Para establecer su papel y los alcances de su poder, es necesario localizarlos en su contexto, con el fin de establecer cómo las preferencias políticas afectan a las instituciones ambientales y cómo inciden en su desarrollo. Henry Mance explora el caso colombiano partiendo de la creación del Ministerio del Medio Ambiente en 1993, hasta llegar a la fusión y posterior consolidación del Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial. Para abordar su trabajo “Ascenso y declive del Ministerio del Medio Ambiente colombiano”, Mance se apoya en las teorías relacionadas con los factores que intervienen en el cambio institucional y gubernamental; se refiere a los procesos de reforma y consolidación y establece los criterios para evaluar el desarrollo de las instituciones ambientales, fijando como pautas la agenda institucional, la capacidad y el posicionamiento de las mismas. Dentro de su trabajo encontramos un detallado recuento del desarrollo histórico de las instituciones ambientales en Colombia antes de los años noventa, organismos que sentaron las bases para la creación del Ministerio del Medio Ambiente en 1993, durante el gobierno de Cé-

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sar Gaviria. Mance evalúa de manera comparativa el desempeño del ministerio durante los gobiernos de Samper y Pastrana y centra su atención en la reforma estructural adelantada por Álvaro Uribe, quien combinó el Ministerio del Medio Ambiente con partes del Ministerio de Desarrollo Económico para formar el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial, fusión motivada por “el compromiso del presidente de disminuir el déficit fiscal mediante la reducción del gasto público” (pág. 171). Mance afirma que la memoria institucional, las estructuras y relaciones que se construyeron durante las administraciones de Samper y Pastrana se rompieron en el gobierno de Uribe, realidad preocupante ya que la continuidad en la política resulta ser crucial para el desempeño de una gestión efectiva. Guillermo Rudas presenta un estudio sobre la asignación de recursos financieros a las distintas entidades del Sistema Nacional Ambiental, desde su estructuración. Como aclara el autor, su interés no es analizar la efectividad del gasto ambiental, sino hacer un seguimiento a las principales tendencias en la asignación de recursos nacionales y regionales, relacionándolas con las expectativas contempladas en el Plan de Desarrollo 2007-2010.

Rudas establece en su estudio que las tendencias de financiación de la política ambiental en el periodo comprendido entre 1995 y 2006 se inclinan primero, a la concentración de recursos en las regiones de mayor

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GEOGRAFÍA

desarrollo y mayor densidad de población, y segundo, a la marcada disminución en la asignación presupuestal. Resalta el debilitamiento financiero de la investigación y las bajas partidas que dificultan adelantar políticas ambientales en regiones muy importantes, pero de escaso desarrollo económico. Rudas concluye que la tendencia decreciente del presupuesto ambiental se refleja en el descenso de la inversión asignada al Sistema Nacional Ambiental, como lo demuestran las cifras que aporta en su estudio. El esfuerzo por establecer una institucionalidad ambiental regional en Colombia se concreta en las Corporaciones Autónomas Regionales, creadas como “administraciones independientes de las autoridades centrales, como parte de la estrategia de descentralizar el ejercicio del poder público en asuntos especialmente sensibles para la comunidad” (pág. 318). Francisco Canal Albán y Manuel Rodríguez Becerra analizan la historia de estas corporaciones, su trayectoria, su autonomía administrativa y financiera, su naturaleza jurídica y su desempeño en la aplicación de las políticas ambientales dentro del área de su jurisdicción.

El papel fundamental de la ciencia y la tecnología en el desarrollo de la gestión ambiental en Colombia fue reconocido por la ley desde la creación del Sistema Nacional

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RESEÑAS

Ambiental, al cual se incorporaron cinco institutos de investigación en áreas temáticas específicas. Estos institutos, concebidos como centros de reflexión, como sensores analíticos de los impactos del desarrollo sobre el medio ambiente, como gestores de modelos de aprovechamiento sostenible, son el objeto de estudio de Ernesto Guhl Nannetti, quien presenta su trabajo de manera detallada, analizando la trayectoria de los institutos de investigación, comparando los lineamientos que les dieron origen, con su desempeño y situación actual. Guhl Nannetti, aunque reconoce aportes de estos centros de pensamiento, estima necesario establecer prioridades con respecto a las líneas de investigación. Resalta la pérdida de interés en los asuntos científicos y tecnológicos por parte del Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial, situación que se refleja en la baja asignación de recursos, realidad que dificulta el desarrollo de programas de investigación de mediano y largo plazo. Germán Andrade, por su parte, examina la situación de Sistema Nacional de Áreas protegidas de Colombia, desarrollado con base en el modelo que se caracteriza por la exclusión de la presencia humana y su administración por medio de la acción del Estado. Este modelo, denominado convencional, se consolidó en el mundo occidental a mediados del siglo XX cuando se creía que el único factor de cambio reconocido en la naturaleza era la acción humana directa. Andrade se cuestiona si en la actualidad es correcta la aplicación de este modelo y considera que con el cambio climático en marcha, el diseño de las áreas de conservación deberán modificarse y con seguridad será necesaria la construcción de un nuevo modelo ecosistémico que se ajuste a los cambios en la naturaleza y en la sociedad. Beatriz Londoño analiza la acción de las Organizaciones no Gubernamentales ambientales colombianas, como actores representativos de la participación, consagrada como derecho en la Constitución de 1991.

Londoño considera que los espacios de participación se han venido restringiendo cada vez más por desconocimiento de las herramientas constitucionales y legales, pero también, por una estrategia de desmonte progresiva que favorece los intereses particulares de aquellos que ven en la gestión ambiental un tropiezo para el desarrollo económico. Gobernabilidad, instituciones y medio ambiente en Colombia examina la situación de los distintos componentes del Sistema Nacional Ambiental. Los autores reconocen los logros, resaltan sus debilidades y proponen soluciones, basadas en su conocimiento y experiencia en materia ambiental. Una consideración final: pienso que la importancia y seriedad del tema, no necesariamente exige tanta rigidez formal en su presentación. LETICIA RODRÍGUEZ MENDOZA

“Rescates” y enterramientos Ensayo sobre la geografía [...] José Manuel Restrepo Fondo Editorial Universidad Eafit, Medellín, 2007, 117 págs.

Se trata de una bella edición, por su formato, por su presentación exterior, por las ilustraciones y el mapa inserto, de la obra que fue publicada por entregas en el Semanario del Nuevo Reino de Granada, ya bajo la dirección del sabio Caldas en 1809. Su título completo era Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia y extraña que se haya suprimido, tanto en la contracarátula como en la “Nota a esta edición”, el artículo antes de la palabra “geografía” y que en la abreviación titular no se haya mantenido la referencia al tema específico del

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ensayo, esto es, la provincia de Antioquia. No son los únicos extrañamientos y faltas de información. Ignoramos en realidad si hay un editor a cargo (no sería muy presumible ni esperable que fuera el prologuista, como veremos), ni quién ni cómo ha realizado la evidente actualización ortográfica y sintáctica, pues la escueta nota editorial solo nos hace saber que el Ensayo... fue reeditado una vez como parte de una reedición completa del Semanario... en 1849 en París, aún en vida de Restrepo y con notas suyas, y que una edición de Minerva, de 1942, es una reimpresión (no nueva edición) de esta edición parisina. El texto que da pie a la edición de Eafit es el de esta misma edición francesa, con las notas de Restrepo, y no se nos dice si el propio autor hizo otras modificaciones al texto, a cuya andadura escritural y castellana le habrían pasado ya, mínimo, más de ciento cincuenta años. Quienquiera que sea el editor (Eafit, por supuesto, y su Colección Rescates, que ya revela una intencionalidad y un criterio) ha encargado para esta nueva y especial edición un prólogo (como se atestigua en los créditos y en la primera portadilla), que aparece firmado y ya en la primera portadilla general por Humberto Barrera Orrego. El prólogo ofrece una línea tan diversa de la temática y textual del propio Ensayo... que un reseñista de reediciones no puede dejar de detenerse allí sustancialmente, advirtiendo al lector que al menos la línea temática de la obra parece resultar obvia en el título completo: geografía, economía, industria y demografía de Antioquia, quizá añadiendo la obvia circunstancia de tratarse de un texto escrito en 1809 (o entre 1808 y 1809) y también con una perspectiva histórica y lo que hoy llamaríamos un enfoque sociocultural. Sabemos que el Semanario... de Caldas solía publicar monografías, que eran resultado de trabajos de campo en lo geográfico, lo climatológico, lo espeleológico y geológico, lo sociocultural, lo administrativo, lo sanitario, etc... de las distintas regio-

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nes del entonces Nuevo Reino de Granada, y muy en concordancia con los propósitos de la Expedición Botánica. El carácter monográfico de estos artículos no excluye para la época la intervención constante del autor con sus opiniones, sus recomendaciones, sus giros propios en lo expresivo y en lo analítico, y por ello la denominación de “ensayo” que patentiza el título no estaría lejos —dependiendo del personaje— de lo que hoy podemos considerar, siempre polémicamente, que es ese género, ese formato o esa postura expresiva en prosa. Sin embargo, el tema que nos detiene por el momento es justamente la figura del autor, José Manuel Restrepo, que es el auténtico “blanco”, en el sentido más figurado y a la vez preciso que podamos imaginar, del prólogo de Barrera Orrego.

Restrepo es una figura “establecida” (y no me refiero a los “héroes de latón dorado” de que habla el prologuista) de la historia de Colombia, bien como político y funcionario público en tiempos pre y posindependentistas y bien como historiador. Es poco conocida esta faceta del científico o tecnólogo, viajero y explorador que en cualquier caso —nos lo demuestra la obra en cuestión— se relaciona de manera íntima con su vocación de administrador (más que política). Barrera Orrego quiere partir, muy inusualmente, del bosquejo psicológico y privado en el retrato del personaje para hacer su propuesta sobre la figura pública, que, le pesara o no al propio doliente, siempre lo fue des-

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de los tempranos años del Ensayo... hasta el día de su muerte en 1863. Más de cincuenta años de vida pública, de función pública. Restrepo había nacido “en la parroquia del Envigado del distrito capitular de Medellín” a fines de 1781. Pero Barrera Orrego estrena su retrato, que es un bosquejo, decía (“Boceto”, dice el título del prólogo), y que no toca la obra reeditada (hay apenas dos medios párrafos de referencia a ella, así que... ¿“prólogo”?), con un fundamental punto de apoyo en la figura privada y las costumbres personales y familiares del autor. Escribe al inicio de su “Boceto a carboncillo de don José Manuel Restrepo”: “A lo largo de su vida se destacó por una exagerada rectitud” (pág. 8). No es, por supuesto, un comentario con matices, sino que, a continuación, el prologuista se dedica a demostrar lo literal de tal afirmación en diversos ámbitos: lo de lo exagerado y por tanto lo de la ambigua y sospechosa “rectitud” del personaje en cuestión, el autor de la obra “prologada”. El prólogo es, pues, de hecho, un ataque personal y no velado a la figura misma del autor (ni siquiera a sus escritos, pues no se hace uso de fuentes ni de los contextos documentales). Ya pocas líneas después, complementa su sentenciosa etopeya con dos anécdotas (omitiendo la fuente o las fuentes y por tanto su contexto): que era tan puntual en su paseo vespertino, que incluso si se durmiera por el camino su caballo “haría el trayecto con la precisión de un autómata” (pág. 8) y que una vez su secretario recibió un recado nocturno suyo, después de haber pasado todo el día con él, y tras acudir presuroso pensando que se trataría de algo urgente fue recibido por Restrepo con la frase “Para que ponga la pluma en su puesto, pues la dejó en otra parte” (pág. 9). Con dicho fehaciente material, Barrera Orrego empieza concluyendo (la conclusión que será mostrada y demostrada en el prólogo) que “No era la encarnación de la ley, pues ésta tiene por función vivificar: Restrepo se regodeaba en la letra de la ley. A esta inversión de

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papeles la llaman perversión” (pág. 9). Y, en fin, este ser “perverso” es el que es bocetado con esmero a lo largo de las veintidós páginas del prólogo de esta reedición. ¿Cómo nos ayudaría el señalamiento de esta perversión del carácter y de esta corrupción de la ley (en un funcionario público y escritor) a leer mejor o enfocar este Ensayo sobre la geografía? Abstrusa cuestión, pero que parece tener algunos hitos en lo ideológico y lo biográfico. Veamos: Perteneciente a una familia de terratenientes y comerciantes antioqueños, el muchacho José Manuel Restrepo debe ser enviado a Santa Fe (de Bogotá) para superar las precariedades de la indigente enseñanza en la provincia paisa. Superación que se concreta, al educarse en los claustros de San Bartolomé y Santo Tomás, obtener tempranamente títulos de doctor en derecho canónico, estudiar lenguas, geografía y literatura y ser tutelado por eminentes científicos y estudiosos, como el sabio Caldas, al lado de quien adquiere “algunas nociones de astronomía y geodésica” (pág. 14). Éstas últimas, la base de su trabajo de levantamiento de un mapa de la provincia de Antioquia, que es, como queda dicho, el punto de partida del Ensayo...

Pero el caso es que, bien relacionado en Santa Fe con políticos criollos (de diversas regiones), empezará a ocupar cargos públicos. Por allí,

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según el trazado biográfico-ideológico de Barrera Orrego, empieza el envigadeño a mostrar el cobre: todo comienza con un anticipo de veinte años, en la relación cercana que se establece entre Restrepo y José María del Castillo y Rada, para cuyo bufete de abogado trabaja el joven antioqueño apenas en el despertar de los primeros conatos independentistas y antes de la reconquista pacificatoria de Morillo y Sámano. Barrera Orrego recuerda entonces, para ya enfilar su prólogo en la dirección definitiva (la misma, no obstante, del hombre que “se regodeaba en la letra de la ley”), que “Restrepo se codearía con el brillante profesional costeño [Del Castillo y Rada] en el consejo de ministros de Bolívar, y como si se tratara de una fría partida de ajedrez, urdirían, junto con el general Rafael Urdaneta y Estanislao Vergara, la perdición del general José María Córdova” (pág. 15). ¿Alegato regionalista, muy a tono con el contenido del Ensayo...? Quién sabe, pero en cambio desde ahora y hasta el final del prólogo el bolivarismo y hasta el monarquismo de Restrepo estarán en la mira, serán el blanco. Líneas más abajo, Barrera trata de apoyarse en parte de la obra de Restrepo, “la Historia de la Revolución de Colombia [sic] y, sobre todo, [el] Diario político y militar, para descubrir la animadversión del ministro del interior [Restrepo] hacia su paisano, el hermoso general Córdova, animadversión que a veces raya en una ferocidad que desmiente la constante profesión de fe católica de Restrepo” (pág. 15). Por supuesto, no hay citas ni contextos que permitan sacar el tema del obvio bolivarismo de Restrepo (si, digamos, fue el propio Bolívar quien ordenó a O’Leary el asesinato de Córdova, después del levantamiento de éste contra aquél y la batalla de El Santuario), ni mucho menos relacionar toda esta línea episódica (y ante todo ideológica) con el Ensayo... Si así fuera, tal vez el prologuista nos hubiera hablado de cómo Restrepo describe físicamente su provincia de Antioquia, siempre des-

de la perspectiva de lo que un buen gobernador haría para mejorarla y a la vista de lo que pudo haber hecho diez años después, siendo ya en efecto él mismo gobernador administrativo de dicha provincia y teniendo como gobernador militar a Córdova, diez años antes de la “perdición” del “hermoso” José María.

Barrera Orrego prefiere luego seguir otro tipo de articulación entre vida y obra, pues anota la probabilidad de que realizando sus trabajos de campo para levantar el mapa (y por tanto escribir el Ensayo...) “hubiera conocido a la que, andando el tiempo, sería su mujer, Mariana Montoya Zapata” (pág. 17). Su mujer y otra de sus “debilidades” —¿o castigos?—, pues trasladada la pareja al mundo áulico bolivariano y decadente, santafereño, que Barrera se empeña en describir, y según la jocosa, incontinente y espontánea memoria del químico francés JeanBaptiste Boussingault, el ministro del interior habría sido convertido en cornudo (y con protagonismo del propio Boussingault), para propiciar así “la revancha de los instintos, la antítesis de la intachable figura pública” (pág. 24). O sea: su secretario no le será desleal por una vez que el hombre lo haga regresar de noche sólo para poner la pluma en su lugar, pero seguramente —y sobre todo probablemente, pues ni el protagonismo de Boussingault ni la veracidad de su solitaria intrigüela light consignada décadas después en París podrían ser demostrados— la pobre mujer que fuera desposada por este exageradamente recto prohombre, tendría por fuerza,

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al cabo de diez años o más de reglamentada convivencia conyugal, que desfogarse en el adulterio con hombres jóvenes: la “revancha de los instintos”. También, claro, forma parte de las “argumentaciones” del prologuista el asunto ideológico relativo a la tibieza y la ambigüedad de Restrepo frente al proceso independentista y su continuidad en la consolidación de una república libre (¿liberal?): los hitos no son muy dicientes ni novedosos como para ejercer un juicio histórico, a lo sumo un desenfocado juicio individual dentro de contextos obvios que, sin embargo, son eludidos por el prologuista: la participación de criollos terratenientes y moderados en la elaboración de los primeros —y tímidos— documentos de independencia (con la consecuente ambigua, y más bien pragmática, postura frente al rey de España), el apoyo incondicional a Bolívar antes y después de la Convención de Ocaña (lo cual más bien hablaría de lealtades que de deslealtades) y la, totalmente circunstanciada y efímera, consideración de una monarquía de origen europeo en la Gran Colombia. Todo ello merecería discusión y análisis, sin duda, en la rica entraña de la obra historiográfica y memorialística de Restrepo, pero ese análisis brilla por su ausencia, sobre todo por su inoportunidad en el prólogo de una obra como la que reseñamos. Así que cambiemos de tema, para seguir en él por la vía de la reedición.

El Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia va por supuesto más allá de acompañar el

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proceso del levantamiento cartográfico de la provincia, evento que, no obstante, es de capital importancia en el conocimiento y la reflexión identitaria de la “Colombia” (sus países) de la época. Como se ha dicho, aquí Restrepo escribe con el discurso de quien representa a un gobernante, consciente de la necesidad de intervenir políticamente (cultural, económica y físicamente mediante las obras públicas) y también con la minucia positiva del observador directo y el compilador de documentos. El punto de partida es, pese a la relativa prosperidad de los pudientes del valle de Medellín (Medellín, Envigado, Rionegro, Marinilla, Copacabana y Barbosa), la condición lamentable de pobreza o estancamiento del resto de los departamentos que la componen. Restrepo diagnostica que la mayor causa de dicha condición ha sido la dedicación casi exclusiva a la explotación del oro y la escasa variedad en la producción agraria, sumados a la despoblación, la falta de caminos y ciudades para fomentar el comercio y la desatención a “las artes”, que empiezan por la educación. En dicha exposición, Restrepo hace gala de su formación de criollo letrado, manifiesta en referencias y múltiples comparaciones con otros países y otras culturas, y en el uso mismo de la historia, pero también y, sobre todo, de su sentido práctico y sus experiencias de hacendado, de viajero, de explorador y hombre de provincia. Su prosa carece de adorno, pero también de circunloquios y de brotes líricos, justo por esa condición de originarse en un ideal de lo práctico (reciclo el concepto de Frank Safford) con proyección de transformación política, que es, en sentido estricto etimológico y también histórico, una propuesta económica, que supone el conocimiento íntimo del entorno, del territorio, y de la particularidad regional, doméstica. Es indudable que esta obra, presentada ahora como libro, es un auténtico “rescate” por lo que significa no solo como documento histórico sino en lo que tiene de reflexión identitaria y de vigencia en lo socio-

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cultural. Por ello mismo, es necesario llamar la atención sobre la responsabilidad editorial que entraña su publicación y sobre la contradicción que implica conjugar el “rescate” editorial con el enterramiento de la figura de su autor, puesto en el enrarecido trance de ser tratado (y por tanto su obra) como un “héroe de latón dorado”. ÓSCAR TORRES DUQUE

Dibujo y memoria: un complemento de la Comisión Corográfica Libreta de apuntes de Manuel María Paz Manuel María Paz Fondo Editorial Universidad Eafit, Universidad de Caldas, Editorial Artes y Letras, Medellín, 2011, 106 págs.

El hallazgo de una libreta en el cajón del escritorio de una secretaria del Museo Nacional de Colombia en la década de 1990 dio origen a unas ediciones facsimilares preciosas, para nada lujosas, de libretas de apuntes de pintores. Ante la imposibilidad de usar la fotografía, la intención de esos apuntes era variada: no se trataba de obras de arte del dibujo como es el caso de José Antonio Suárez, sino en unos casos el interés era científico o de memoria de acontecimientos o viajes. La historia es la siguiente: en épocas mejores del Museo Nacional, cuando se estaba intentando revisar, investigar y estudiar la colección, se encontró en el cajón del escritorio de una empleada del museo una pequeña libreta, la cual ostentaba número de registro. Por este detalle se deduce que la persona que la guardó allí no pensaba robarla, sino, al contrario, preservarla o esconderla de quienes estábamos encargados de cambiar la visión del Museo. La

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libreta contenía unos apuntes en lápiz de las memorias de la Guerra de los Mil Días del dibujante y grabador liberal Peregrino Rivera Arce. Con la libreta en la mano fuimos donde la directora, Elvira Cuervo, quien en ese momento se reunía con Juan Luis Mejía, director del Colcultura. Él con la sensibilidad que lo caracteriza, sugirió de inmediato publicar una edición facsimilar. Este proyecto se pudo realizar en 1999 cuando se conmemoraron los cien años de ese trágico acontecimiento. De este modo, se logró la primera joya de la cadena que ha permitido mirar esos desgastados y a veces no muy limpios cuadernos de artistas con otros ojos. El hallazgo actual no es menos importante. Por una grata coincidencia, el gestor es el mismo Juan Luis Mejía, hoy en día rector de la Universidad Eafit. Este cuaderno es muy aclaratorio de cómo actuaban los dibujantes de la Comisión Corográfica, empresa estatal, que tenía por misión reseñar el país región por región. Esta empresa, aunque fue decretada en 1839, solo pudo iniciarse entre 1850 y 1859.

Las acuarelas elaboradas para la Comisión Corográfica se clasifican como arte-ciencia. Este binomio pone en evidencia la capacidad de observación, la habilidad en las técnicas y se ciñe a la verdad del pedido científico. Los artistas colaboradores fueron tres extranjeros, el venezolano Carmelo Fernández (1809-1887), el inglés Henry Price

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(1819-1863), el francés León Ambroise Gauthier (1822-1901) y un único colombiano, Manuel María Paz (1820-1902).

Manuel María Paz, considerado el tercer pintor, nació en San Luis de Almaguer (Cauca) el 6 de julio de 1820 y murió en Bogotá el 16 de septiembre de 1902. A Manuel María Paz se lo clasifica como militar, dibujante, cartógrafo, topógrafo y fotógrafo. En realidad, dedicó su juventud y mayoría de edad a la milicia: a los diecinueve años estaba ya involucrado en una guerra civil, la de los Conventos o Supremos, cuando desde el sur se inició una revolución. Paz ingresó como guardia nacional para defender la legitimidad. Se puede afirmar que su primer oficio fue el arte de la guerra. Sirvió como ayudante de campo y secretario de Tomás Cipriano de Mosquera desde el 8 de agosto de 1840 hasta el 31 de diciembre de 1842. Allí compuso la letra de una canción en honor del militar y político caucano. Entre 1843 y 1845 estuvo a órdenes de Ramón Espina, quien solicitó en una carta muy elogiosa el ascenso a capitán del teniente Paz. En dicho documento se narran de manera minuciosa las batallas, acciones y escaramuzas en las que participó en gran parte del territorio colombiano y se muestran sus méritos como “la honradez”, la puntualidad, el “cumplimiento” en el servicio militar y la “pureza”, cuando tuvo que manejar los gastos secretos del Ejército. En los dos años siguientes fue ayudante de campo de Pedro Alcántara Herrán y otros generales; entre

1848 y 1849 pasó a órdenes del coronel Mendoza. Esta brillante carrera culminó en Panamá, donde no tuvo suerte con sus jefes y decidió pedir la baja, herido en su sensibilidad, el 3 de julio de 1849. Su carrera militar fue más larga que la de Carmelo Fernández, ya que permaneció en campaña militar desde Pasto hasta Panamá por espacio de diez años. Como Fernández, conoció la mayor parte del territorio colombiano, al recorrerlo como militar durante las guerras civiles. Probablemente su primer contacto con el dibujo científico fue su relación con el Colegio Militar fundado por Mosquera el 2 de enero de 1848. A su regreso del Ejército, en 1849, ejerció un cargo menor como ayudante cajero del director, el general de la independencia José María Ortega. Allí tuvo la oportunidad de conocer y aprender cartografía con el coronel Agustín Codazzi, inspector y profesor en dicho colegio. Se convirtió en un protegido de Mosquera y del geógrafo italiano. El 1.° de mayo de 1851 volvió a reincidir en la guerra, en la guerrilla de Guasca, cuando estalló la revuelta contra el presidente José Hilario López. El 20 de julio de 1851 le fue concedida la baja y al año siguiente contrajo matrimonio en Bogotá con Felisa Castro Bernal. En 1854 fue llamado por el Gobierno con el grado de sargento, para formar parte del Ejército durante la revolución de Melo. Al final de su vida fue llamado de nuevo para defender la legitimidad, durante la guerra civil de 1885 y se desempeñó como ingeniero militar hasta el 27 de noviembre de ese mismo año. Aunque su carrera militar fue larga, lo más importante de su vida fue su vinculación a la Comisión Corográfica. Durante un tiempo se sintió un poco en Bogotá la inquietud por la calidad de las láminas que realizaban los artistas para dicha empresa: según el investigador Efraín Sánchez, 1853 fue crítico para la selección de los pintores. En una carta Agustín Codazzi expresa su inconformidad por la intervención del gobierno:

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Ha llegado a mi noticia —dice Codazzi— que el pintor Sr. Torres ha asegurado que el año próximo seguirá con la Comisión Corográfica según se lo ha ofrecido el Presidente de la República [en ese momento Obando] [...] Paz fue el único de mis compañeros que me siguió en los lugares más enfermizos sin enfermarse [...] y aquí puede auxiliarme a poner en limpio los mapas. [...] Carmelo Fernández que podía no quizo y renunció ni yo lo insté para no lidiar una cabeza destornillada; el Sr. Price dijo que no sabía ni se ofreció siquiera ni yo tampoco lo llamé. Paz sabe hacerlo y se ha ofrecido. El Sr. Torres no entiende esta clase de trabajos, ni se ofrecerá. Pero hay más todavía con el Sr. Fernández tenía que lidiar con un loco lleno de caprichos, con el Sr. Price con un extranjero delicado no acostumbrado a nuestros malos caminos y posadas, con el Sr. Torres [con un bogotano —tachado] sería también una lidia pensar un hombre no hecho a los trabajos que tiene todavía que sobrellevar la Comisión1.

Es por eso que, en 1853, se conformó un comité integrado por José María Espinosa, José Manuel Groot y Luis García Hevia, tres artistas de gran prestigio, para revisar las acuarelas de la Comisión. El presidente de la República, José María Obando, según se deduce de la correspondencia, era partidario que se nombrara al pintor costumbrista Ramón Torres Méndez. Codazzi se negó enérgicamente, porque ya tenía como candidato a su discípulo en el Colegio Militar, Manuel María Paz a quien, al parecer, le había encargado con antelación el dibujo de algunas láminas2. Como se ha visto, su vinculación a la Comisión fue conflictiva; sin

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embargo, triunfó Codazzi, quien logró contratarlo con términos más estrictos que a los otros pintores. El contrato lo firmó el vicepresidente, encargado del poder ejecutivo, Manuel María Mallarino. Su recorrido cubrió gran parte del sur y oriente del país; fue el dibujante que más terreno colombiano recorrió, el que más láminas realizó y como se dijo, el único dibujante colombiano. Acompañó a Codazzi en el momento de la muerte (1859), tuvo la responsabilidad de terminar el Atlas geográfico histórico de la República de Colombia y supervisó la impresión en París. Al final de su vida, entre 1883 y 1884, dirigió la Academia Vásquez, como se llamó en su primera fundación, la Escuela de Bellas Artes. Las láminas de Paz son un gran inventario de usos, costumbres y objetos cuyos valores artísticos se recuperan con el afortunado hallazgo de “la libreta de apuntes”. Trató temas de etnografía y arqueología y mostró interés por el daguerrotipo y la fotografía. Siempre se le ha considerado como inferior a sus antecesores. No obstante, se le reconoce que “era habilísimo cartógrafo, dibujante escrupuloso y detallista”3 y fue reconocido por su capacidad para la topografía. Uno de los más interesantes problemas que presentan las láminas de Paz es la inclusión de los procesos fotográficos como apoyo. La historia del encargo de una cámara fotográfica que le hace a su antiguo jefe Pedro Alcántara Herrán, cuando éste se encontraba en Nueva York y la llegada del aparato a Barranquilla, a manos de Tomás Cipriano de Mosquera, no son solo un capítulo de la historia de la fotografía en Colombia sino de la Comisión Corográfica4. Sin embargo, no se identifican láminas de Paz a partir de fotografías, excepto una basada en un daguerrotipo ajeno, de George Crowther, del salto del Tequendama. Tampoco se observa esa presencia en la famosa libreta de apuntes. En 1855, año del encargo de la cámara fotográfica, ya Paz llevaba algunos años vinculado en

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forma extraoficial a la Comisión y seis meses de su contrato. Se debió sentir confundido con el trabajo de artista, que no conocía mucho y buscó en la fotografía el apoyo para sus carencias. Sin duda debió aprender los procesos fotográficos porque al final de su vida se sostuvo como fotógrafo.

Lo importante del hallazgo de la libreta es que en ella muestra de manera libre su habilidad para el dibujo. En la primera página se encuentra un rostro en acuarela que se sospecha es un autorretrato. En la plaza de Suaza se puede reconocer a Codazzi, con un aparato científico en la mano. En las hojas del álbum se encuentran cerca de treinta dibujos en acuarela y lápiz que pueden identificarse como bocetos para la Comisión Corográfica. En las últimas páginas muestra un dibujo de una serie de casas con los pórticos y tejados perfectos, tal vez Ambalema, semejante a las vistas de Bogotá en acuarela, de su autoría, que ha adquirido el Banco de la República en épocas recientes. Allí se observan sus dotes de dibujante de arquitectura. En otras páginas aparecen animales, en especial micos, que denotan su trabajo como dibujante de láminas zoológicas. Se observa al paisajista, al científico, al retratista. El cuaderno hallado da luces sobre el pintor científico y de cómo en el siglo XIX se impuso la pregunta sobre “cómo somos”. El

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tiempo le ha agregado valores a los dibujos de este álbum, con manchas y borrones acentuados. Allí están representados sus días de trabajo al lado de su jefe y maestro Codazzi. Esta libreta es el testimonio de una etapa de su vida, la más interesante sin lugar a dudas, en la que pone a prueba su sensibilidad, su habilidad y su mirada de hombre del siglo XIX. B E AT R I Z G O N Z Á L E Z A R A N DA

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rechazo público a manifestaciones como las acciones, intervenciones, instalaciones y videoarte o el anuncio de nuevos temas y nuevas muestras como la que se inauguró el 27 de octubre del 2011 en la galería Malborough de Nueva York, titulada Vía Crucis: la pasión de Cristo. A ella siguió, el 22 de marzo del 2012, la gran retrospectiva en el Museo del Palacio de Bellas Artes de México con 183 cuadros al óleo, dibujos, acuarelas y esculturas.

1. Efraín Sánchez, Gobierno y geografía. Agustín Codazzi y la Comisión Corográfica de la Nueva Granada, Bogotá, Banco de la República/El Áncora Editores, 1998, págs. 344-345. 2. Ibíd., pág. 351. 3. Gabriel Giraldo Jaramillo, citado por Pilar Moreno de Ángel, “Estampa de Manuel María Paz: militar, pintor y cartógrafo”, en Lámpara, núm. 91, 1983. 4. Eduardo Serrano, Historia de la fotografía en Colombia, Bogotá, Museo de Arte Moderno, Villegas Editores, 1983, pág. 33.

Botero de 56 formas Inolvidable Botero Manuela Ochoa y Felipe González (comps.) Laguna Libros, Bogotá, 2011, 293 págs.

El 19 de abril de 2012, Fernando Botero cumplió ochenta años. Como uno de los abrebocas para dicha celebración se publicó el libro Inolvidable Botero, una antología de textos sobre él y su obra a partir de 1949. Manuela Ochoa y Felipe González han reunido cincuenta y seis textos que abarcan notas y ensayos, entrevistas y polémicas, los cuales demuestran la vigencia controversial de su obra, aquí y en el exterior. Porque, en realidad, su pintura suscita tanto la admiración como el rechazo. El intento de comprensión como la presencia ineludible de la misma, en todos los ámbitos. Ya sea en las numerosas exposiciones en todo el mundo, Turquía o San Pablo y su reiterada figuración mediática, sea por sus generosas donaciones, su

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Pero el libro Inolvidable Botero está lleno de reveladoras sorpresas, como el hecho de que un autodidacta pintor antioqueño de solo diecinueve años de edad llame la atención, desde su primera exposición en las Galerías de Arte del fotógrafo Leo Matiz, en Bogotá, de generosos críticos como el austriaco Walter Engel y el polaco Casimiro Eiger, quienes lo saludaron con simpatía y lo respaldaron con constancia no una, sino varias veces. Casimiro Eiger, ya en 1951, redactó esta muy certera apreciación: “La fuerza de Botero reside en una cualidad muy rara, el excelente equilibrio de los volúmenes, de las masas plásticas consideradas no sólo en sentido espacial, sino en función de esa ceremonia peculiar que les confieren los distintos tonos y colores, vistos en su distinta intensidad” (pág. 16).

Es interesante estudiar como en un país al parecer aislado del mundo fueran un austriaco y un polaco, una argentina (Marta Traba) y un uruguayo (Aristides Meneghetti), un español (Clemente Airó) quienes ya a fines de la década de los años cincuenta dieran la batalla en pro de la innovación que su pintura representaba. Que Botero explicaba con claridad y que los seculares problemas que las grandes obras de arte, reunidas en los museos de España, Francia e Italia que visitó lo incitarán a dar una respuesta personal a lo que había admirado. Como dijo el propio Botero: “El claroscuro contra la idea de color, la fluidez lineal contra la plástica del color, el sentido espacial contra la idea de la superficie para decorar” (pág. 29). Ya desde entonces se harían notar algunos de los temas recurrentes de su pintura, como sería la versión propia de obras maestras, tal el caso de su célebre homenaje a Mantegna o sus variaciones sobre los bufones de Velázquez o las Monalisas niñas de Leonardo da Vinci, que considera como una manzana apenas cuyo misterio reside en sus ojos, no en su sonrisa. Con mucha claridad, Jorge Luis Borges, en su libro de entrevistas con Esteban Peicovich, mostró lo fecundo que era ser fiel a la tradición en las artes plásticas: Qué otra cosa han hecho los pintores, sino repetir a lo largo de los siglos, la Virgen con el niño, la Pasión, la Crucifixión. Qué otra cosa han hecho los escultores que repetir con variantes la misma estatua ecuestre o el mismo busto y eso ha bastado. Además, el hecho de usar argumentos ya conocidos tiene una ventaja, y es la que conocieron muy bien los dramaturgos griegos: que el espectador ya conoce el argumento, y entonces puede interesarse más en las variaciones personales de cada autor.

Esto mismo es lo que ha hecho Botero hasta hoy, al recrear a Piero della Francesca, Rubens o Van Eyck. A ello se añadiría otro tema conflictivo. Al rechazar los excesos

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de politización del muralismo mexicano, la pregunta sobre si la suya era una pintura latinoamericana. La respuesta la irían dando muchas de sus grandes telas en las cuales el color que emana de lo popular y la ironía que desajusta las pretensiones grandilocuentes de quienes se creían heroicos producían esos retratos individuales o en grupo del señor presidente y la primera dama, de las juntas militares o de los inmensos palacios presidenciales que han quedado como epítome e ilustración de un continente que padece, en forma recurrente, las dictaduras militares y que una larga serie de narradores (Asturias, Roa Bastos, Alejo Carpentier, Uslar Pietri, García Márquez) simbolizaron en el título de uno de ellos: Yo el Supremo. Eso fue lo que Botero logró representar de modo perdurable, al aliar desmesura con irrisión. Impacto visual con penetración psicológica.

Sería entonces el momento de mencionar aquellos escritores nacionales que como Estanislao Zuleta (1955), Jorge Zalamea (1959) o Eugenio Barney Cabrera (1961) estudiaron su obra. El trabajo de este último en Inolvidable Botero se une a la bella edición de la Universidad Nacional, también en el 2011, de una antología de sus textos críticos de 1954 a 1974 con el título de Eugenio Barney Cabrera y el arte colombiano del siglo XX (252 págs.). Con su artículo, Barney plantea el socorrido dilema entre arte puro y arte comprometido. Torre de marfil o testimonio impregnado por lo so-

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cial, político y, en definitiva, histórico del momento. Lo señala Barney con firmeza: en el siglo XX “el arte contemporáneo corresponde exacta y fielmente al régimen capitalista y burgués que le pertenece” (pág. 92). Allí se insertaría un Botero que al regresar de Italia ya busca esa quietud impávida que asegura la permanencia de sus figuras mientras, por otra parte, inicia ese proceso de deformación o inflación, que Barney llama “el absurdo de las formas”, el cual cuestionaría la mirada sea sobre los grupos familiares como las casas de citas, tan convencionales ambas en sus estereotipos de respetabilidad como de permisivo exceso. Pintura de “monstruos” se la llamó entonces (“Los adorables monstruos”, tituló Gonzalo Arango su crónica de 1964) que no deja de ejercitar un punzante aguijón de sátira social. Pero ese arte posee “dones monumentales, valores sugerentes, deformaciones formales que la sitúan directamente en el museo” (pág. 97). Tal como ha sucedido hoy en día. Ya en el 2004, la pintora Beatriz González, al hablar a partir de las sucesivas donaciones de Botero al Museo Nacional marcará otros dos temas fundamentales en su trabajo, insertado en lo local colombiano y en el dominio adquirido de un estilo: la religión y la violencia. Papas, obispos, arzobispos, cardenales, sacerdotes y nuncios, monjas y como antogonistas ineludibles, diablos que sobrevuelan con cuernos y colas integran uno de los más dilatados frescos del papel de la religión en la vida de América Latina, acompañado de una serie de opulentas y repolludas vírgenes y santas que bien pudieran surgir del arte colonial y que ahora se llamarán Nuestra Señora de Nueva York o de Colombia, de Cajicá o la nueva Santa Rosa de Lima (1977), algunas ofrecidas en el nido de un árbol, entre lluvias de flores y la concebida serpiente oprimida por su pie bendito. Todo un cosmos en torno a la fe y su papel en el orden social. Humor, no hay duda, pero también gozo de la pintura al exaltar la forma y lograr que el color haga compatibles los extremos más anta-

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gónicos de la paleta, como en sus infinitas naturalezas muertas, donde de sorbetes a morcillas y de frutas a ponqués, hay tal exaltación, regodeo y elogio de la vida misma y sus alimentos terrestres que se erigen como jubilosa exaltación de un tema clásico. Y recompensan, en alguna forma, el horror desnudo de sus series enfocadas a las masacres, guerrilleros o paramilitares, en Colombia, o la denuncia que fueron sus múltiples obras sobre las torturas estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib en Iraq serie del 2005. Que el ensayista y teórico estadounidense Arthur C. Danto llamaría “arte perturbador-arte cuyo punto y objetivo es hacer vívidos y objetivos nuestros pensamientos subjetivos más espantosos” (pág. 252). Un muy útil y bien hecho libro para apreciar y valorar mejor a uno de los grandes artistas de hoy en día, en sus ochenta años. Que a series ya clásicas, trátese de la corrida o el circo, ha brindado su revitalizador y fresco ángulo de visión, en la plenitud lograda de su estilo único. J U A N G U S T AV O C O B O B O R D A

Un libro para la historiografía del arte moderno en Colombia Marco Ospina. Pintura y realidad Fundación Gilberto Alzate Avendaño Alcaldía Mayor de Bogotá, Bogotá, 2011, 343 págs.

La Fundación Gilberto Alzate Avendaño de Bogotá presenta un nuevo libro editado bajo el Programa de Investigación del Arte Moderno Colombiano, liderado por su Área de Artes Plásticas. Se trata de Marco Ospina. Pintura y realidad, catálogo correspondiente a la exposición del mismo nombre, realizada entre el 17 de junio y el 15 de agosto de 2011.

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El libro se estructura en cuatro partes. La primera, contiene artículos de índole teórico, crítico e histórico sobre Marco Ospina (Bogotá, 1912-Bogotá, 1983) y su obra. La segunda parte presenta la producción visual artística de Ospina y su producción teórica consignada en ensayos y artículos de prensa. Luego, una tercera sección recopila de manera sistemática una serie de documentos que dan cuenta de la acogida del artista en su contexto histórico —a través de entrevistas y notas críticas de prensa y catálogos—. Finalmente, una cronología ilustra de manera transversal, la faceta privada del individuo con la progresión de su producción artística y evocando el circuito del arte en el cual se inserta.

Esta estructura de la publicación corresponde a los lineamientos de investigación curatorial histórica de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Ella retoma los parámetros aplicados de manera más o menos similar en los libros de sus proyectos previos: Cecilia Porras: Cartagena y yo, 1950-1970 (2009); Beatriz Daza: hace mucho tiempo, 19561968 (2008); Lucy Tejada: años cincuenta (2008) Plástica dieciocho, (2007), sobre Judith Márquez; y, Bursztyn-Salcedo: demostraciones (2007). Dichos parámetros son: 1. Los textos de valoración crítica desde el horizonte disciplinar contemporáneo, sumados; 2. Al catálogo visual de la obra producida por el artista, la cual habría sido presentada en la exposición de la Alzate; 3. La recopilación antológica de literatura de época, y 4. La cronología. En la colección de los libros citados, el de Marco Ospina es el que denota

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mayor solidez. Allí las categorías de tratamiento del tema son refinadas. La parte de textos (págs. 11-93) reúne seis artículos. Ellos abordan al sujeto de estudio desde un amplio espectro de análisis, a saber: se identifica al artista en el marco general de la producción plástica en Colombia, señalando la ruptura e innovación de la cual fue protagonista. Se le sitúa en un contexto cronológico de pares en el ámbito colombiano y de la región. Se resalta la importancia patrimonial de su obra, desde la perspectiva material e inmaterial, para con los países de Colombia y México. Se muestra la recepción y alcance de su obra ante la comunidad artística, académica y cultural nacional, con evocación particularizada de los actores públicos, privados, individuales y colectivos que intervienen en la escena. Se analiza la evolución artística creativa de Ospina en el marco histórico y político de Colombia. Se esclarecen las particularidades individuales del sujeto, tanto en sus prácticas sociales (relacionadas con su actividad docente, política y de analista crítico del arte), como en su ser político, sus convicciones y la coherencia de su actuar. Se cuestionan los paradigmas historiográficos sobre la lectura esquemática de una tendencia abstracta en oposición absoluta a una figurativa. Por último, se incorporan nuevas miradas a los cuadros analíticos gracias al escrutinio de las obras no emblemáticas de Marco Ospina, tradicionalmente ignoradas en razón de aquellas que marcaron hitos en la problemática estética de la modernidad en Colombia. Luego de presentar al lector este horizonte de análisis sobre el sujeto Ospina, el libro ofrece el “objeto” mismo de estudio. Es decir, la producción plástica de Ospina, con reproducciones en color de los cuadros, dibujos y acuarelas exhibidos en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño (págs. 95-135). Se trata de cuarenta policromías, cada una en página entera; una muestra antológica con piezas pertenecientes a colecciones públicas y particulares, provenientes de instituciones mu-

seales colombianas y mexicanas. Algunas de las piezas no son comúnmente accesibles al disfrute público, por lo cual es meritorio resaltar el trabajo curatorial de la exhibición y el registro visual que pretende conservar el libro para la memoria colectiva. La obra aquí reproducida corresponde al amplio periodo de 1943 hasta 1981 y contempla tanto trabajos artísticos de Ospina, como bocetos y proyectos de intervenciones arquitectónicas (murales, vitrales, etc.).

Reiterando lo dicho antes, adicional a la producción plástica de Ospina, el libro reúne también una serie de documentos que destacan la producción teórica y conceptual del artista (págs. 138-217). Ello permite al lector acceder a elementos minuciosos para una comprensión de conjunto del peso intelectual de Marco Ospina. La restitución de este acervo documental de catorce piezas escritas y publicadas entre 1948 y 1960, recogido en el libro, incluye el emblemático ensayo de Marco Ospina titulado Pintura y realidad de 1949 (págs. 138-170). Se reproduce fotográficamente a partir de la publicación de la época. La dupla producción plástica/producción teórica ostentada por el libro en su estructura editorial, es un gran acierto en relación con las otras publicaciones previas de la misma colección. El impacto y la acogida del trabajo de Marco Ospina en su contexto histórico se evidencian en el libro, gracias a la subsiguiente serie documental recopilada (págs. 219-295). Allí, el material es reproducido a partir de las publicaciones originales o es retranscrito desde la fuente

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misma. Se trata de entrevistas hechas a Ospina en diversas épocas, y de una selección de notas críticas publicadas entre 1949 y 1983. El ejercicio de rescatar el material documental esclarece la problemática del sujeto con su objeto, pero además, a través de esta investigación el libro ofrece al lector una visión panorámica sobre el circuito artístico colombiano de la época. Muestra los actores, las instituciones y las prácticas involucradas: los críticos del momento, los artistas coetáneos a Ospina con distinción generacional, las instituciones oficiales y salas que favorecían la difusión artística, los eventos de confrontación plástica, las instituciones de formación superior en artes, las publicaciones de prensa general —con filiación política diversa— y las revistas especializadas en las que se registraba y debatía de manera pública el hecho artístico.

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posiciones importantes, de artículos de prensa y de lugares de tertulias y socialización frecuentados por Marco Ospina. Tanto estas fotografías, como las imágenes que complementan las diferentes secciones de textos a lo largo del libro, son reseñadas en forma rigurosa y registradas con sus fuentes. Elemento significativo en el todo de la publicación. La pertinencia en el uso de las imágenes y en el rigor de la descripción de fuentes del material visual incluido, aunado a la calidad investigativa del libro, hacen de él, en conclusión, una publicación de valor para la historiografía del arte colombiano. Si acaso se añora algo, sería la falta de un índice onomástico que ya la colección de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño traía en algunas de sus publicaciones anteriores. M A R Í A PA O L A R O D R Í G U E Z P R A DA , P H D

La academia bien escrita

La misma sección de cronología (págs. 296-343) al cierre del libro, complementa la visión de conjunto antes propiciada. Ella aparece ricamente ilustrada con policromías de fotografías con retratos de Ospina, de su familia, de sus obras tempranas, de su taller, de su producción gráfica para carteles, de bocetos o estudios preliminares de algunas de sus obras y de salas con sus exposiciones individuales cuya relevancia fue significativa en el tránsito hacia la modernidad del arte en Colombia. De igual manera, aparecen fotografías de grupos de personas públicas y políticas relacionados con la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, de sus aulas de clase con estudiantes y de material documental de la Escuela de Bellas Artes. Se observan las infaltables portadas de catálogos de salones nacionales y de ex-

comiable. Se trata de rescatar y de dar a conocer estudios escritos sobre diversos aspectos de la cultura, que contribuyan con elementos inéditos, o casi. “En algunos casos, el estudio de un escrito logrará arrojar luz nueva sobre todo un momento histórico o sobre todo un género de la cultura escrita. Es un hecho que sobre algunos temas se escribe hoy en mayor soledad que sobre otros”, dice también en su presentación Santiago Mejía, compilador del libro al lado de Adriana Díaz.

Historias de escritos. Colombia, 1858-1994 Sergio Mejía y Adriana Díaz (comps.) Universidad de los Andes, Bogotá, 2009, 300 págs.

Historias de escritos. Colombia, 1858-1994 es un libro editado por la Facultad de Ciencias Sociales – CESO, Departamento de Historia de la Universidad de los Andes en 2009. Y es el primero de una serie, anuncian los editores, “dedicada a estudiar históricamente escritos colombianos significativos”. Así mismo, dicen que el hecho de que los textos presentes conformen este libro —y los venideros—, no indica, necesariamente, que hayan sido considerados excelentes por la crítica especializada, pues varios de ellos no han sido comentados hasta el presente. La intención de esta idea editorial, en todo caso, es bastante en-

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Historias de escritos no goza de una gracia particular como posible lectura para quien se acerque a él en forma espontánea, en busca de una lectura amena mediante la cual, además, aumente su caudal de conocimientos en un tema determinado. Más bien se trata de un típico libro académico universitario que se sumerge en aspectos de la cultura con una intención claramente académica y con un tratamiento en este mismo sentido, es decir, ciñéndose a unas normas de rigor científico y documental que, como se sabe, a menudo conducen a la densidad y al sopor. No obstante, el interés que suscitan los temas aquí tratados por la importancia en el desarrollo cultural y académico del país, y el tratamiento que han sabido darle sus autores en casi todos los casos, permite que el lector se sobreponga de aquel clima de sopor y logre dar con una lectura, al final, amena e interesada. Al hilo de lo anterior, es de anotar que cada capítulo de Historias de escritos consta de resumen, presentación, desarrollo del tema (con sus respectivos subtítulos), una completa bibliografía y, en ocasiones, un anexo. Aunque en una

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reseña no se puede dar cuenta de la totalidad del contenido de un libro extenso y exhaustivo como el presente, enunciaré sus capítulos y me detendré en algunos detalles, tratando con ello de darle al lector una idea cercana acerca de lo que se trata esta singular empresa editorial, anotando con antelación que a cada capítulo lo acompaña una o varias ilustraciones consistentes en fotografías y páginas facsimilares de publicaciones originales.

Los capítulos son: “Las Lecciones de aritmética y áljebra, de Lino de Pombo”, por Deisy Yanira Camargo Galvis; “La formación de ciudadanos neogranadinos en la obra escrita de Constancio Franco Vargas”, por Luisa Fernanda Rivière Viviescas; “Consejos para ser civilizado – Las recetas de El Estuche”, por Adriana Díaz; “Memoria de la infancia en Soledad Acosta, José María Samper, Baldomero Sanín Cano, Eduardo Caballero Calderón y Gonzalo Canal”, por Paula Andrea Ila; “Catálogos de objetos prehispánicos en las exposiciones colombianas de Madrid y Chicago (1892/ 1893)”, por Alejandra Valverde; “Las palabras están en situación - La revista Mito y sus intelectuales”, por Lina María Martínez Hernández; “Cine e historia - Confesión a Laura de Jaime Osorio”, por Juan Camilo Aljuri; “Fernando Vallejo y su vir-

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gen - Contra la fe pensar, contra la esperanza escribir y contra la caridad diatribas”, por Sergio Mejía. El valor innegable de una publicación como la reseñada es que a un lector y, por supuesto, a un investigador en cualquiera de las áreas tratadas, estos textos arrojan luces acerca de cómo empezaron muchas cosas entre nosotros porque el origen de los escritos rescatados por los compiladores es también el origen de un pensamiento sistemático, o por lo menos el punto de arranque de varios asuntos de la cultura académica. “Quizás esta serie sirva para que los colombianos comprendamos y aceptemos que las letras también son nuestras, que también han tenido un lugar en nuestra sociedad”, expresa Sergio Mejía. Yo agregaría que es la escritura, sobre todo, donde las culturas se afianzan porque ella es, de hecho, la reflexión y la sistematización de las ideas y es, por ende, el soporte de una cualificación en marcha. No es en la proliferación indiscriminada de textos, pero sí es en la opción de contar con una importante producción de escritos y de publicaciones donde se mide, en parte, el avance de una cultura, la mayor opción de entrar a verdaderos procesos de civilización y de democracia. Tal vez un ejemplo claro de lo anterior es el caso tratado en este libro acerca de “La formación de ciudadanos neogranadinos en la obra escrita de Constancio Franco Vargas”, artículo en el cual se pone de relieve la labor desarrollada por el educador y escritor Franco Vargas, quien en el siglo XIX impulsó la educación sobre la base del aprendizaje de la historia patria y la instrucción de la pedagogía cívica mediante la publicación masiva de obras escritas (Compendio de la historia de la revolución de Colombia [1881], Nociones de moral para el uso de las escuelas primarias [1883], Leyendas históricas [1887], entre otras) que, de otra manera, eran casi inalcanzables y de uso solo de una pequeña clase privilegiada. Su aporte invaluable apuntó a considerar la educación como la base de una sociedad justa y avanzada y la historia como maestra de ciudada-

nos. Una historia, es cierto, con el dudoso sello de la rectitud moral y los “valores patrios” que, de manera paulatina, las ideas liberales de nuevas sociedades civiles se han encargado de escrutar y de poner en términos de también nuevos conceptos y de necesarias críticas. Pero una firme convicción “de que la educación no es únicamente un derecho, sino también un deber de quienes viven en la república”. Otro botón de muestra de la pertinencia del libro en cuestión es el artículo escrito por Adriana Díaz acerca de “Consejos para ser civilizado - Las recetas de El Estuche”, una compilación de consejos de economía doméstica publicada por entregas entre 1879 y 1908 en Bogotá por Jerónimo Argáez bajo el seudónimo de John Truth. El Estuche recopiló, en cinco tomos, 6.041 entradas de conocimientos útiles aplicados a la vida práctica. Economía doméstica, consejos generales y recetas de cocina, guías para el buen gobierno del hogar, manuales de urbanidad y buen tono, secretos útiles para ser civilizados, todo ello compilado por su autor y tomado de “innumerables libros”, periódicos y revistas y autores de diferentes procedencias nacionales y extranjeras.

“Esta obra y otras más —afirma la autora del artículo— conforman una literatura de civilidad que hace énfasis en diferentes aspectos de la

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esfera privada, tema que ha sido poco estudiado entre nosotros”. El anexo que incluye este artículo se titula: “Consejo 6.292 de El Estuche: ‘La cocaína - Su preparación’; tomo 5, pp. 250-251”, y trata acerca de las bondades del alcaloide que “cuando es genuino y químicamente puro, tiene el poder de producir anestesia local, no solo en las membranas mucosas, sino también en la epidermis y a alguna profundidad de ella”. Y llama la atención sobre el interés general que existe alrededor del anestésico, así como que ningún médico de ideas progresistas se priva de servirse de sus efectos maravillosos.

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tivos interesados en aspectos importantes de nuestra formación cultural, dado que estos ensayos, en su mayoría, tienen picos altos de interés y amenidad que los hace dignos de un lugar privilegiado en el mundo académico. Pero también en ámbitos del conocimiento científico, social y artístico. LUIS GERMÁN SIERRA J.

Picoteo sí, pero... Breviario arbitrario de literatura colombiana Juan Gustavo Cobo Borda Taurus, Bogotá, 2011, 242 págs.

Subrayo la inclusión de este apéndice porque me parece una gran ironía si comparamos con el momento actual, y para evidenciar cómo han cambiado los tiempos. Lo que hace cien años fue un artículo de divulgación científica en procura de una mejor cultura en la vida ciudadana y de salubridad pública, hoy sería poco menos que un acto narcoterrorista digno de severos juicios y condenas en nuestro régimen paranoico. A pesar, pues, de lo dicho al principio de esta reseña respecto al carácter de los textos académicos en general, debo también afirmar, en este punto final, que Historias de escritos es altamente recomendable para espíritus curiosos e investiga-

Selección cronológica de cincuenta y una reseñas críticas, a modo de ensayo, entre los centenares con que Cobo Borda ha enriquecido el análisis literario. De ellas, cincuenta se refieren a obras y autores en prosa, y una a la revista Mito. Pese a que no se da noticia de la fecha inicial de publicación, su vigencia se manifiesta por los elementos conceptuales que le dan profundidad y permanencia, el rigor en la argumentación y la firma del autor. Aunque impropio resulta reseñar reseñas, se trata de un libro de reseñas, el cual debe ser reseñado en una revista de reseñas, a fin de dar noticia del mismo, como es el objeto de las reseñas. Y debe exponerse su contenido, que es lo que hacen las reseñas. En concordancia con su motivación, todos los ensayos son ejemplo de acierto selectivo, de juicio crítico, de síntesis analítica y de estilo expositivo. Sus principales escritores y artistas y científicos constituyen la Colombia digna de ser considerada como patria, porque representan el noble uso de la inteligencia contra la degradación que en todos los órdenes ha venido a dominar por la fuerza bruta de la sinrazón la vida de los colombianos.

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Se inicia el volumen con El Carnero, de Juan Rodríguez Freyle (1566-1638?), libro que circuló en manuscritos durante ¡221! años. Su primera edición data de 1859. El autor lo señala como el abuelo indudable e inolvidable de la literatura colombiana (seis páginas). Continúa con Jorge Isaacs (18371895) y su novela María: no hay otro libro colombiano con tan copiosa bibliografía. El mismo García Márquez, adaptándolo para la televisión en nuestros días, no ha trepidado en considerarlo como “un texto sagrado”, dice. (seis y media páginas). Nadaísmo contra romanticismo fue el lema de gonzaloarango, en oposición a los “textos sagrados”. Con el tiempo, los valores del pasado se sacralizan cuando se comprenden. Le pasará a Cobo Borda. Por laborioso. Sigue con don Rufino José Cuervo (1844-1911). “Fernando Vallejo —anota—, en marzo del 2007, en el núm. 76 de la revista El Malpensante, publicó su conferencia en la cual canoniza a Rufino José Cuervo como santo colombiano que no conoció el rencor ni la envidia, no tuvo puestos públicos y amó como un iluso el idioma español”. Fue “el encargado de volver a enseñar a la antigua madre patria la historia de su lengua” (dos páginas).

Puesto que la reseña debe sintetizar el concepto del ensayista sobre los autores tratados, resulta indispensable ilustrar con breves citas el comentario. Que sea la propia voz del autor del libro la que atraiga al lector por su erudición, el acierto de sus apreciaciones y su visión global del tema, así como la convincente argu-

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mentación sobre obras, épocas y personajes. De todo lo cual resulta un ameno compendio, de varia utilidad. Prosiguiendo con los capítulos, en su orden, de José María Vargas Vila (1860-1933), llamado “el Divino”, este párrafo concluyente: Lo leyó todo el continente americano, incluida esa península llamada España. Fue, sin lugar a dudas, nuestro primer best seller, mucho antes que Gabriel García Márquez. Era una fábrica de hacer libros: a más de cien ascienden los suyos. Auténtico fenómeno editorial: el primer escritor colombiano que se compraba en Europa mansiones o palacetes con sus regalías (seis páginas).

El inventario se prolonga con el somero estudio de los elegidos. Arbitrario sí, pero la arbitrariedad también puede ser un acierto si proviene de la decantada experiencia del maestro que ha llegado a ser Cobo Borda. Se inició con un grupo sospechoso para el nadaísmo, desde el punto de vista social e intelectual. Tras el largo y difícil aprendizaje, y hecho el análisis del siglo, unos y otros alcanzan su propósito. Baldomero Sanín Cano (18611957) como ensayista:

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no se lo tragó la selva. Podemos leerlo todavía con emoción y rabia, con curiosidad y afecto. No nos deja indiferentes. Aún vivimos en sus páginas, mucho menos truculentas y precarias de lo que pensaba el propio Arturo Cova. Recias y poéticas” (cinco páginas). César Uribe Piedrahíta (18971951) y Mancha de aceite. Su aporte documental no es menor que sus cualidades literarias; uno y otro logran revelar los modos del saqueo y su incidencia, tanto social como económica, tanto moral como sicológica. Denuncia y creación; un contenido novedoso dentro de una forma también original: he ahí el mérito de Uribe Piedrahíta. Un nombre y una obra que bien vale la pena rescatar (cuatro y media páginas).

Luis Tejada (1898-1924) y el periodismo. “¿Qué significa escribir en Colombia, a comienzos del siglo XX? La pregunta puede parecer presuntuosa, o superflua. De todos modos la respuesta de Tejada es una de las más interesantes: a través de un género menor —la crónica— nos ofrece su implacable visión. Por eso, hoy bien vale la pena volver a leer a Tejada: allí está el comienzo” (seis páginas).

Sin espíritu beligerante y con perfecta naturalidad, fue volviendo costumbre ese contacto con los libros, ese templado y sonriente escepticismo. Sus pasiones, intelectuales y sinceras, no descendían jamás al proselitismo. Las transmitía en una prosa sobria, informada, y aún hoy en día legible; atemperada siempre por una recóndita ironía.

Perfecta descripción, imposible de soslayar, si el propósito es ilustrativo (seis páginas). José Asunción Silva (1865-1896) y su novela: “Qué precisión, y a la vez cuánta evanescencia. Qué modo de decir, y qué manera de callar. Se trata, sin lugar a dudas, de un contemplativo con mirada sagaz y penetrante” (tres páginas). José Eustasio Rivera (1889-1928) y su novela. “A Rivera, caso único,

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Germán Arciniegas (1900-1999). Se refiere a uno sólo de los muchos títulos publicados por el historiador:

Cuando América completó la tierra. Dice: América, tierra de la libertad democrática, cuestiona el derecho divino de reyes y emperadores a ejercer su dominio absoluto. La reina de España, la reina de Inglaterra y el emperador de Francia vieron cómo un indígena mexicano, al mandar fusilar al emperador Maximiliano, rubrica con sangre una premisa fundamental: “El respeto al derecho ajeno es la paz” (dos páginas). José Antonio Osorio Lizarazo (1900-1964) y su extensa obra: “Fue fiel a una temática que, si bien en ocasiones puede resultar distorsionada por su énfasis en lo negativo, mantiene por lo general una modulación exacta: la de un escritor con evidente conciencia social que registra en sus páginas desiguales todo un proceso histórico” (seis páginas). Eduardo Zalamea Borda (19071963): “Como Ulises, precisamente, lo que importa son las aventuras corridas a lo largo del viaje y el placer de narrarlas al volver a casa. La novela, entonces, se constituye en el verdadero viaje” (dos páginas). Ernesto Volkening (1908-1982) y sus dos volúmenes de ensayos: “Los textos de Volkening se distinguen por ese cauteloso silencio de quien ha llegado a pensar, y a repensar una y otra vez, lo que expresa. Si la integridad personal es la medida de la virtud, y la imitación el vicio capital, Volkening, como crítico, es un ser singular” (seis páginas). Hernando Téllez (1908-1966) y Cenizas para el viento (1950): “La helada indiferencia con que los adultos realizan sus criminales tareas abrirá una grieta en sus mentes. Arrojará al rostro infantil lo absurdo del mundo. Los marcará a sangre fría, enseñándoles el mal o revelándoles los injustos límites de la exclusión. Del orden que margina y reprime” (cinco páginas). Eduardo Caballero Calderón (1910-1993). Se refiere a Memorias infantiles (1964), en el centenario del nacimiento del autor, y concluye: “Este libro se conserva fresco y digno de leerse o releerse. Es nuestro en la claridad de su prosa y en la

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contenida emoción que lo sustenta” (dos páginas). Daniel Caicedo Gutiérrez (19122003) y su libro Viento seco: “Las reflexiones del prologuista (Antonio García), nos pueden servir para situar, a partir de la literatura, el dramático conflicto que la violencia colombiana plantea entre justicia y venganza, y que todavía, tristemente, nos acosa. Quizás por ello, la novela es el espejo de nuestras tragedias y quizás, ojalá, de nuestras esperanzas”. Conclusión de Antonio García: “Los hijos de las víctimas de ayer son los verdugos de hoy, y los hijos de las víctimas de hoy serán los verdugos de mañana” (cinco páginas).

Además de la primera novela sobre la violencia, el vallecaucano Daniel Caicedo publicó la primera novela sobre la marihuana en Colombia, titulada Salto al vacío (1955). Y dejó inéditos cuatro libros, cuyos originales permanecen en poder de sus hijas, Ana María y Paula, residentes en Bogotá. Como ha sido tradicional en los médicos, también legó su hijo a la medicina, en la especialidad de cirugía estética. ¿Que no viene al caso? ¿Y qué es la literatura, sino cirugía estética? Este cronista coincidió con Daniel Caicedo en Barranquilla, Bogotá y Cali. Cierto día me invitó a ir a Buga, su ciudad natal, para visitar antiguos conocidos. Nos sentamos en una banca del parque principal, que tiene su nombre grabado como donación suya, y después de un momento de silencio me dijo, refiriéndose al joven hijo del dueño del

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parqueadero adonde habíamos ido a retirar el auto: “Estoy preocupado. Le vi la muerte en la cara a ese muchacho”. Regresamos a Cali en la tarde. Fuimos a guardar el auto. El joven había muerto en la calle, atropellado por un vehículo. Aún más: en Barranquilla, un día al atardecer, en el consultorio de Daniel, estábamos con un joven recién llegado de Cali, cuando una llamada de Madame Martin, la famosa vidente —la misma que aparece en la novela de Marvel Luz Moreno— requirió a Daniel para visitar a su hija enferma. Acudimos allá, y al llegar, Daniel nos presenta. Ella retiene la mano del joven por un momento, y le dice: “Llame a su casa. Su padre acaba de morir”. Así ocurrió. Conocí a muchos de los autores que presenta en el libro Cobo Borda, y podría aligerar el peso de esta reseña con interesantes relatos, pero sigamos: Nicolás Gómez Dávila (19131994). “Vivir con lucidez una vida sencilla, callada, discreta, entre libros inteligentes, amando a unos pocos seres”, tal era su ideal, pero detrás de esa existencia afable y sosegada iba a estallar un volcán arrasador en contra de todas las mentiras que nos paralizan. Aquella, por ejemplo, de producir, acumular y consumir dentro de la lógica perversa de un progreso aparente que ensució lo sagrado, arruinó la naturaleza y creyó, estúpido, que las catedrales habían sido construidas para incrementar el turismo (dos páginas). Alfonso López Michelsen (19132007). Cita a Hernando Téllez: “No cabe duda de que este libro (Los elegidos), no se podrá olvidar fácilmente, y que su testimonio se contará siempre entre los más valientes y eficaces que un escritor colombiano haya producido sobre el carácter nacional y el drama silencioso y terrible de la integración de sus clases” (cinco páginas). Elisa Mújica (1918-2003). Concluye así:

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Estas reminiscencias que ha escrito Elisa Mújica, con el título de Bogotá de las nubes, constituyen, sin lugar a

dudas, otro eslabón más de ese tejido, sólido pero visible, que ata el hoy con el pasado necesario. Con gracia y encanto, con dolor indudable, ella nos lo ha recordado, desde este confuso presente. Sus ojos miran hacia atrás, pero la validez de su análisis reclama la continuidad necesaria (siete páginas).

Pedro Gómez Valderrama (19231995): “Si la novela en nuestros amnésicos países es en tantas ocasiones mucho más fiel que la propia historia, también ella actúa como filtro catártico. En La otra raya del tigre, la raya que la voluntad le pinta con su empeño humano a la necesidad, muestra cómo la violencia nutre sus páginas con los horrores y desmanes de las guerras civiles, las de antes y las de ahora” (dos páginas).

Manuel Mejía Vallejo (19231998): “Si nuestra tragedia no es más que un melodrama, nadie la ha entendido mejor que Mejía Vallejo. Con esta obra (Aire de tango, 1973), realiza el primer epitafio válido de una época que sólo subsistirá gracias a su palabra. Es decir: a su música hecha lenguaje” (siete páginas). Aunque someros —por tratarse de reseñas—, los acertados análisis de algunas de sus obras, y la apreciación de conjunto, sólo se podían hacer desde la distancia del crítico de Bogotá, pues Mejía Vallejo continúa siendo paradigma en Antioquia. Álvaro Mutis (1923) y La nieve del almirante: Los crímenes europeos (lucha entre armagnacs y borgoñones) se repiten,

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triviales y envilecidos, en cualquier ranchería. Los móviles, quién lo duda, son los mismos: envidia y despecho, ambición y vanidad [...] Las ideologías revolucionarias han resultado otra forma de hacer negocios. La sorprendente actualidad política del libro no debe hacernos perder de vista su auténtica filosofía: un rechazo a toda idea de progreso. La aceptación de una fe laica. Ni el cielo, ni mucho menos la historia, acompañan al Gaviero (seis páginas).

Álvaro Cepeda Samudio (19261972). En dos páginas se refiere a La casa grande. Encuentra afinidades literarias entre Cepeda Samudio y García Márquez, e identidades temáticas originadas en la extensa zona Caribe y antillana, patente en los narradores de la región, sin que ello implique recíprocas influencias, sino la autenticidad particular de historia, geografía, mezclada población y análogas consecuencias a partir de similar cultura, costumbres y filosofía. Ocurre lo mismo en las demás regiones colombianas con identidad propia, de donde comentaristas malintencionados o envidiosos deducen irresponsablemente imitaciones y plagios (dos páginas).

Gabriel García Márquez (1927) y Cien años de soledad: “Si en el momento de su aparición se saludó junto con el amanecer revolucionario de una América Latina en pie de guerra, hoy la otra faz de ese heroísmo demente, promoviendo nuevas

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guerras para acabar con la guerra eterna, corrobora el desgaste de aquel eje y el rechazo explícito del propio García Márquez a la actividad guerrillera en Colombia” (cuatro y media páginas). Hernando Valencia Goelkel (1928-2003): “Prolonga, renueva y engrandece una valiosa tradición crítica colombiana, de Baldomero Sanín Cano a Hernando Téllez, y la lleva a su más alto esplendor” (tres y media páginas). Antonio Montaña (1932). Se refiere a este polifacético autor como “El sensible cuentista de Cuando termine la lluvia (1963), que ha logrado con esta novela ampliar la certeza de su escritura, siempre tan apegada a una sabia entonación realista, pero también capaz de cerrarla en ese final donde el absurdo cuestiona todas sus razones” (dos y media páginas). Helena Araújo (1934): “Cuando apareció su primer libro de relatos, La M de las moscas (1970), la crítica (cuál crítica) sólo emitió vaguedades intonsas temiendo, a lo mejor, su propia incapacidad para situar a quien había mantenido, con relativa coherencia, una línea de conducta analítica en torno al quehacer literario de esos años” (tres páginas). Nicolás Suescún (1937). Se refiere a un libro de cuentos, algunos de los cuales se comentan con detalle, aunque no se da el título del volumen. El párrafo final enfatiza la conclusión: De ahí que este libro sea la certeza convincente de que hay ya una posibilidad de variación en el registro básico de nuestras letras; no el campo, sino la ciudad; no el paisaje, sino la mente; no la adolescencia, sino la madurez. Y no hay duda, tampoco, de que a partir de este regreso a lo nuestro, es Suescún el más indicado para llevar a cabo tan urgente empresa (cuatro páginas).

Alba Lucía Ángel (1939): “El secreto de toda literatura quizá sea éste: que el misterio se conserve intacto en la esquela azul que yace dentro de la caja de malaquita, y que éste

nos haya permitido estar y no estar, concretándose y esfumándose, siguiendo siempre reglas estrictas; las de su propio arbitrio”. (tres páginas).

Marvel Luz Moreno (1939-1995). Autora de dos volúmenes de cuentos: Algo tan feo en la vida de una señora bien (1981), El encuentro y otros relatos (1992), y la novela En diciembre llegaban las brisas (1987), traducida al francés y al italiano. Pone en duda si Marvel Luz fue reina del carnaval en Barranquilla. Sí, lo fue, y por cierto, en pleno baile de coronación, ¿de qué cree usted que hablaba con Plinio Apuleyo Mendoza? Del Quijote de Avellaneda. Y por eso se casaron. Porque Plinio se dio cuenta instintivamente de que esa bellísima mujer iba a necesitar de él en un distante futuro. Y así fue. Lo cuenta García Márquez (tres páginas). Carlos Castillo Cardona (1940). Nacido en Barcelona, radicado en Colombia desde 1949. La reseña se refiere a una obra suya, de la cual no da título ni editor. Dice: “Es una novela hecha, como en la arquitectura posmoderna, con los restos de todas las novelas imaginables, entremezclándose, superponiéndose, adulterándose, y demostrando una vez más que la enumeración exhaustiva de tópicos no es conocimiento: es un artilugio para perdernos en ese laberinto feliz que es la lectura” (dos páginas). Miguel Méndez Camacho (Cúcuta, 1942) y su novela Malena: La lectura se convierte en un desafío arriesgado contra quienes creen manejar el poder y controlar todas

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las artimañas. Videos, guardianes y soplonas caerían ante esta mezcla impredecible de improvisación y astucia, ilusión y trapacería. El triunfo de Malena al hacer saltar la banca es el triunfo de una estratagema perfecta: aquella que burla la suerte y gratifica con el placer de una lectura deleitosa (dos páginas).

Elkin Restrepo (1942) y La bondad de las almas muertas (2009): Donde quizás el libro da su nota más alta es en cuentos como el que da título al libro, donde el matrimonio compuesto por Gabriel y Lucía aguarda en vano a Miriam, en un centro comercial. / Una línea estilística cruza el libro, en su concisión neutral de informe desapasionado, y otra lo hace a través de la exageración barroca de la farsa y la crapulosa marginalidad (dos y media páginas).

Fernando Vallejo (1942) y El fuego secreto (1986). Reseña de una página. Poco dice. Todo queda por imaginar. Sólo el autor sabe por qué (una página). Gustavo Álvarez Gardeazábal (1945) y Cóndores no entierran todos los días: “Novela menor sobre un personaje nocivo de la limitada vida política colombiana. [...] Habrá que esperar otros autores distintos de Álvarez Gardeazábal, y más omnicomprensivos procedimientos literarios para escapar, tanto al cerco de la violencia, como al de la retórica de García Márquez” (cuatro y media páginas). Antonio Caballero (1945) y su obra Sin remedio (1984): “Las quinientas páginas son un exceso, pero hay algo tan certero en sus diálogos exasperantes, y algo tan atroz en las descripciones nocturnas de Bogotá, que es, por cierto, el absurdo máximo lo que contribuye a darle algo de frescura a esa caída en la nada [...] Sin embargo, detrás de todo brilla el dolor”. Es la reseña más breve del libro: menos de una página. Luis Fayad (Bogotá, 1945) y su novela La caída de los puntos cardinales (2000). Da una visión amplia y nostálgica de quienes partieron del

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Líbano buscando un nuevo paraíso, una renovada Tierra Prometida (tres y media páginas). Álvaro Miranda (1945) y La risa del cuervo, que Germán Arciniegas llama “la mejor novela sobre la época de la independencia”. “Mostrar la sinrazón obsesiva de la lucha, cuando ya no se distinguen los motivos y sólo queda el mecánico acto de matar, confiere a este recuento un aire alucinado” (dos páginas). R. H. Moreno Durán (1945-2005) y una obra innominada, que el lector deberá identificar. “Una divertida sátira en verdad, que ‘establece un paralelo de fuerzas vivas’ entre mujeres y militares: ambos carecen de inteligencia; ambos nacieron para obedecer, aunque parezcan mandar” (dos páginas).

Darío Jaramillo Agudelo (1947) y Novela con fantasma (2002): Ella sola (la novela) debe convencernos de que los fantasmas existen. De que los fantasmas, como la ficción, simplemente transcurren, para deleite de quienes los leen, presos del hipnótico ritmo con que Darío Jaramillo nos atrapa en su trama imposible” (dos páginas). Fernando Toledo (1948) y su primera novela, cuyo título queda a la búsqueda del lector: “Es notable el modo como esta escritura, minuciosa y detallista, sabia de erudición histórica, también es capaz de recrear

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la lengua ladina, envolviéndonos con su torrencial flujo narrativo, propio de una primera, y ya bien lograda novela” (dos páginas). Jaime Manrique Ardila (1949) y Oro colombiano, novela escrita originalmente en inglés norteamericano: Manrique está, de algún modo, recreando tópicos convencionales (y no por convencionales menos afligentes) de nuestra realidad. Pero la literatura requiere de una mediación estilística y formal que aquí no se logra [...] Lástima, ya que las 35 páginas iniciales son de primer orden: las escribió con odio. No como las otras, con falsos afanes de denuncia y redención (cinco páginas).

Tomás González (1950) y Primero estaba el mar (1983), “una de las más logradas novelas recientes” (una y media páginas). Laura Restrepo (1950) y una novela no indicada por su título: “Esta indagación, hábil y recursiva nos ofrece, como saldo favorable de una escritora que latió con sus gentes, una visión de nosotros mismos: dio vida en la pareja central del libro a esos fantasmas recurrentes que nos agobian, con entrañable compasión y sobre todo con pulso firme de narradora eficaz” (tres y media páginas). Andrés Caicedo (1951-1977) y ¡Que viva la música! Una de las reseñas más extensas del libro (siete páginas), con información y comentarios sobre el autor y otras de sus obras. “Los seis años que Caicedo dice haber dedicado a la redacción de esas 150 páginas se referían, no a Mariátegui sino a sí mismo. A su inminente suicidio. Había jugado con la idea de convertirse a sí mismo en un mito, y el mito lo atrapó” (siete páginas). María Elvira Bonilla (1955) y su primera novela, cuyo título omite el ensayista: “Es el complemento casi, desde el punto de vista femenino, de un texto como ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo” (dos y media páginas). Pablo Montoya (1963) y su novela Lejos de Roma: “El logrado tono

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de la obra, su madura sobriedad, lleva a preguntarse por qué algunas de las más certeras y despojadas obras de la nueva narrativa colombiana abjuran de un presente sórdido y reflexionan sobre el hoy a partir de la lectura del ayer” (dos páginas). Mario Mendoza (1964) y Cobro de sangre: “El mapa sensorial que el personaje traza de Bogotá nos recuerda que esta obra no sólo es denuncia política o testimonio humano sobre la espiral letal que la venganza ejerce sobre quien la realiza, sino verdadera obra de arte” (dos páginas). Antonio García Ángel (1972) y Su casa es mi casa, primera novela del autor (2001): “Ligera y bien armada obra de suspenso, que contrasta de modo notable con una narrativa negra bogotana empeñada en acentuar los tintes sombríos y la inminencia apocalíptica” (dos páginas).

RESEÑAS

Mito (1955-1962), destacando sus colaboradores, los temas expuestos, y la filosofía que sirvió como derrotero a la famosa publicación, así como la influencia que se le atribuye para su época en Colombia, o más exactamente, en Bogotá. En realidad, su circulación era mínima, entre iniciados, con lo cual se demuestra la importancia de las élites por encima de los grandes tirajes. Lo mismo ocurrió con la revista Eco, de la Librería Buchholz. Cuando Tercer Mundo adquirió la Editorial Antares, los paquetes con la revista permanecían en el depósito. Por motivo no indicado, en varios de los capítulos se omite el título de las obras estudiadas. Esta reseña acata esa decisión. También falta en el libro una introducción explicativa del autor. La palabra arbitrario, en el entendido de que se entenderá, resulta insuficiente en una obra didáctica. Y algo sobra: los errores de transcripción, notorios en un tratado riguroso. No hay libro sin erratas, y menos cuando la computadora insiste en la corrección automática. Pero la gramática del escritor no puede ser la primaria elemental, que hoy se exige. JA I M E JA R A M I L L O E S C O BA R

Historia y poesía

Ricardo Silva Romero (1975) y una novela cuyo título se omite: “Todo un vetusto mundo de prejuicios clasistas, amantes más estables que esposas, y deseos congelados. [...] Verídicos trasuntos, en esta lograda ficción, de la ciudad indetenible e impetuosa que los parió y ya los olvidó” (una y media páginas). A más de narradores y ensayistas, el libro ofrece un artículo (siete y media páginas) sobre la revista

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Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia Varios autores Letra a Letra, Ministerio de Cultura, Fundación Confiar y BibloAmigos, Bogotá, 2010, 491 págs.

Hay libros que provocan cierta sospecha desde el comienzo. Eso fue lo que me ocurrió con la antología Colombia en la poesía colombiana, preparada por Joaquín Mattos Omar, Amparo Murillo Posada, Robinson Quintero Ossa y Luz Eugenia Sierra. Recibí el libro y ya la carátula —en la que la palabra Colombia aparece

escrita en letras más grandes que las demás— me produjo un extraño resquemor y me puse en guardia por dos razones. En primer lugar, no se podía descartar la posibilidad de que el libro no fuera otra cosa que una recopilación de poemas patrioteros. El otro peligro —dictado por el subtítulo que dice la poesía cuenta la historia de Colombia— era que los antologistas se hubiesen concentrado solo en la historia política y se limitaran a hacer una colección de poemas de combate, que sirven tal vez para ilustrar uno u otro episodio conocido pero que no agregan nada, o muy poco, a la comprensión de la historia y cuyo valor literario tiende a ser nulo. Tengo que admitir que esa prevención instintiva que sentí al tener el libro en mis manos me sorprendió pues antes, al conocer el título y el subtítulo de la obra, mi reacción había sido por completo distinta e incluso había sentido cierta curiosidad por ver como los compiladores lograban cumplir con la expectativa que despertaban con el subtítulo. No hay —y ese es un mérito— un exceso de poemas patrioteros. En cambio, la antología peca a veces por recoger poemas meramente anecdóticos. También hay algunos poemas —el caso del Nocturno de Silva es el más notable— cuya inclusión en principio es legítima, hubiera requerido una explicación más de fondo sobre su relación con la historia de Colombia. En general, más que una antología —en ella no hay descubrimientos que hagan que nadie se levante de la silla—, lo que pedía a gritos el proyecto de los antologistas era un ensayo que explicitara la relación entre poesía e historia. Sin duda, hay esbozos en esa dirección, en el prólogo y en algunas de las notas que, sin embargo, suelen quedarse a mitad de camino. El prólogo empieza estableciendo una dicotomía entre poesía e historia. De manera normal se tiende a creer, según los compiladores, que mientras que la poesía se ocupa de “la intimidad de los hombres”, la historia lo hace de los acontecimientos

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públicos. La poesía, agregan, se ocupa de lo que debió haber sido y la historia de lo que de verdad ocurrió. Los compiladores —tal vez con el propósito de romper esa dicotomía— proponen un abordaje doble de la historia y pretenden, a través de la poesía, leer la historia a través de los acontecimientos trascendentes, pero también a partir de aquellos que en apariencia son insignificantes. “En este libro —dice el prólogo (pág. XVII)— la poesía cuenta los hechos de la historia y la historia los hechos de la poesía”.

Sin duda, el propósito formulado es vago, demasiado general y por querer abarcarlo todo, al final se queda un poco en nebulosas. Es como si se hubiera partido de una sospecha obvia —la de que la poesía escrita en un determinado país, en este caso Colombia, tiene que ver algo con la historia del mismo— y luego no haberse atrevido a plantearse límites para plantear una hipótesis concreta de investigación. Pero vayamos a la idea de que la poesía se ocupa de lo que debió haber sido. La poesía tiene, en parte, que ver con los sueños y los anhelos pero —cuando se trata de una poesía digna de ser releída (aquí me refiero a la lírica), tiene que ver es con los sueños y los anhelos de los individuos, y no de las naciones o de alguna otra colectividad. Es más, muchas veces los sueños y los anhelos de los individuos se estrellan, precisamente, contra el país al que pertenecen y contra la histo-

POESÍA

ria que, para mal o para bien, les ha tocado en suerte. Es decir, si la poesía tiene que ver con la historia —y no cabe duda de que tiene que ver con ella—, la relación entre las dos suele ser una relación negativa. Por eso, no es extraño encontrar en la antología textos que podrían denominarse poemas contra Colombia. Tal es el caso de ¡Qué dicha vivir en este país tan bello! (pág. 313) de Nicolás Suescún (1937), y Colombia es una tierra de leones (pág. 379) de Juan Gustavo Cobo Borda (1948). El poema de Suescún aborda con ironía amarga el tema de la violencia en Colombia. Ya el título mismo es irónico y en el texto hay un contraste permanente entre los adjetivos y los adverbios que se usan y la realidad que se describe. De esa manera, el texto crea una tensión entre una realidad macabra y un lenguaje que trata de ocultarla: ¡Qué bueno vivir aquí donde los policías juegan a la [ruleta rusa no apuntando el revólver hacia su propia cabeza sino hacia la cabeza de los [adolescentes, donde los asesinos ríen al matar y acumulan cadáveres que tiñen los días de púrpura y nos cubren con un velo bermejo!

Cobo Borda, por su parte, en uno de los poemas colombianos tal vez más difundidos, usa como título un verso de Rubén Darío que luego contrasta de manera radical con la realidad que el texto evoca: País mal hecho cuya única tradición son los errores. Quedan anécdotas, chistes de café, caspa y babas. Hombres que van al cine, solos. Mugre y parsimonia.

En la antología pueden encontrarse otros poemas que, en forma directa

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o indirecta, pueden ser vistos también como ataques a una idea determinada del país o como una expresión de desagrado ante la realidad concreta que le tocó vivir al poeta. En ello caben desde composiciones políticas ocasionales, que solo con generosidad pueden ser calificadas de poemas, como Convención (pág. 33) de Francisco Ignacio Mejía Vallejo (1753-1833) o Congreso Federal (pág. 67), de Rafael Pombo (1833-1912), hasta textos que reflejan un malestar más hondo como Villa de la Candelaria (pág. 163) de León de Greiff (1895-1976) o A mi ciudad nativa (pág. 118) de Luis Carlos López (1879-1950).

En el segundo de los poemas, sin embargo, hay varios elementos adicionales que nos permiten abrir nuevos caminos a este análisis. En primer lugar, la actitud de rechazo al presente de la ciudad se hace en nombre de otro tiempo que tiende a ser heroizado: Fuiste heroica en los años [coloniales, cuando tus hijos, águilas caudales, no eran una caterva de vencejos.

Además, en el famoso verso final en el que se compara el cariño que se le puede tener a la ciudad con el que “uno le tiene a los zapatos viejos”, se deja claro que la diatriba contra Cartagena es formulada desde el afecto y acaso desde la convicción de que todo podría ser de alguna manera de otra forma. En otras palabras, se registra una realidad ante la que hay desagrado o rechazo —lo que es—, pero a la vez se insinúa otra realidad —que fue, que pudo haber sido o que puede ser— como contraste.

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Una tensión similar se observa en algunos de los poemas dedicados a Bolívar, al que se convierte en una especie de símbolo de un sueño frustrado. Los primeros poemas de esa naturaleza en el libro todavía están lejos de eso. Son dos ataques al Libertador formulados por Luis Vargas Tejada (1802-1829). Tanto en Las víctimas del 25 de septiembre (págs. 39-42), como en el Epigrama (pág. 44), Bolívar es visto como un tirano. En el primero de los dos poemas, además, sus enemigos, entre quienes se contaba el propio Vargas Tejada, son vistos como mártires de la libertad. En los dos casos, nos encontramos con dos poemas escritos por un militante político, en medio de una confrontación política concreta. El Bolívar que aparece todavía está políticamente activo y los poemas podrían clasificarse de notas editoriales en verso.

El valor documental de esos poemas es similar al que pueden tener otros textos de la época que registren la pugna entre bolivarianos y santanderistas pero no alcanzan, ni siquiera, a sugerir la dimensión mítica que tendría después Bolívar en la historia de Colombia e, incluso, en la historia de América. Otros poemas muestran como con el tiempo Bolívar pasó de ser una figura política del momento a ser una especie de mito que, desde un pasado idealizado, seguía presente en la dis-

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RESEÑAS

cusión pública de Colombia. Un primer síntoma de esa mitificación del Libertador en la antología es el poema El abrazo (págs. 61-63) de Ricardo Carrasquilla (1827-1886). Posteriormente, aparece Bolívar (pág. 65) de Rafael Pombo, en el que se hace un contraste entre el sueño de Bolívar y su grandeza, que se da por sentada, con la realidad del presente: “Padre tan grande de hijos tan pequeños”, dice Pombo en una actitud que se parece a la de Al pie de la estatua de José Asunción Silva, poema que se cita pero no fue incluido en la antología. Óscar Hernández (1925) en Simón metálico (págs. 278-280) agrega un elemento más al tema al mostrar la figura de Bolívar neutralizada por los cultos oficiales: A Bolívar le quemaron el alma los estatueros de las fundiciones. De aquí no das un paso, le dijeron [tres hombres cuando lo anclaron bajo un árbol y [un pájaro.

También, María Mercedes Carranza, en De Boyacá en los campos —poema no incluido en la antología, aunque, en un comentario se señala que en él hay un diálogo con Simón metálico— registra esa neutralización de Bolívar a través de los cultos oficiales, pero dejando abierta la posibilidad de romper esa neutralización, al insinuar, en tono menor, la posibilidad de una especie de regreso mítico de Bolívar. Ese poema, es preciso aclararlo, es de una época en la que era imposible predecir el irresistible ascenso del coronel (r) Hugo Chávez Frías. En todo caso, tanto esa insinuación de un posible regreso de Bolívar en un texto poético, como lo que implica hoy el movimiento bolivariano, tienen que ver con una interpretación que se podría llamar mítica de la historia. Hay casos ajenos a Colombia, como el del sebastianismo en Portugal, explotado por Pessoa en parte de su obra poética, o el del mito popular alemán del regreso de Federico Barbarroja, que responden a la misma estructura.

Las promesas del futuro se relacionan con sueños incumplidos del pasado y se intenta extraer de la historia una energía utópica. Otros poemas, que evocan personajes históricos convirtiéndoles en héroes, podrían ser leídos en la misma dirección. Pienso, para volver al libro que estoy reseñando, por ejemplo, en el poema de Jorge Artel sobre el 9 de abril —allí el héroe mesiánico es previsiblemente Gaitán— o en el poema de María Mercedes Carranza sobre el asesinato de Luis Carlos Galán. También, para volver al comienzo de estas reflexiones, el primero de los dos poemas de Vargas Tejada contra Bolívar pueden ser leídos desde esa perspectiva. En él, el héroe no es Bolívar, sino quienes conspiraron contra él en la noche septembrina o apoyaron de manera expresa o tácita la conspiración para derrocarlo y darle muerte. En todo caso, todos esos poemas permiten fijar momentos de la historia de Colombia en los que acaso hubiera podido darse un desarrollo diferente al que en verdad se dio. La historia posible, de las que se intentan extraer energías utópicas, se encarna en héroes derrotados y se representan en fechas que adquieren un carácter simbólico. Un paso más, en la misma dirección, es tratar de crear un discurso continuo que recupera esas energías y que muchas veces parte de la recuperación de voces presuntamente perdidas. En Latinoamérica existe la tendencia a ver en una posible recuperación del mundo indígena una apertura hacia una visión distinta de la realidad desde el que la historia podría haber sido distinta. En ello, a veces, hay mucho de exceso de corrección política, pero con frecuencia hay algo mucho más hondo, que va más allá del culto a lo indígena y que tiene que ver con la tendencia a buscar una especie de redención en culturas de origen no europeo. La antología arranca con seis textos sacados del legado indígena. Hay dos cosmogonías, una kogui y otra huitota, un Canto de solidaridad kuna, el Yuruparí desana, otra

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cosmogonía, y dos poemas a los ríos Cauca y Magdalena. Se trata de una decisión que puede o no compartirse, pero lo que sigue es algo que ya entra en el intento de crear una mitología: los compiladores intentan crear una especie de corriente secreta de la literatura colombiana y declaran la obra de García Márquez y la de Aurelio Arturo descendiente de los koguis (pág. 9) y ven la poesía social de autores como Jorge Zalamea, Darío Samper o Carlos Castro Saavedra como ecos del Canto de solidaridad kuna (pág. 11). Lo anterior, es una de las curiosas arbitrariedades interpretativas que a veces aparecen en la antología que abarca 186 textos —es claro que hubieran podido ser menos— y que hace un recorrido algo desordenado por la poesía colombiana tratando, en algunas ocasiones, de reconstruir la historia y la geografía nacional y en otras desviándose para incluir uno u otro texto que a los compiladores les pareció interesante.

a la lengua3 (1995), uno de Tratado de retórica4 (Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 1977), dos de Cartas cruzadas, y cinco poemas inéditos; la cuarta, Apariciones, con seis poemas del libro Cantar por cantar; la quinta, Encuentros, con siete poemas también del libro Cantar por cantar; y la sexta, Some present moments of the future, con dos extensos poemas de Cuadernos de música5 (2008). Prácticamente una muestra de toda su poesía, exceptuando aquella publicada en Historias6 (1974); y en Gatos7 (2005). La antología comienza en el verso “Ese otro que también me habita”8. No se trata solo del verso que abre la antología, ni tampoco del verso ganador del concurso “El mejor verso de amor de la poesía colombiana”. Sus implicaciones, así como las del poema completo, van mucho más allá: Ese otro que también me habita, acaso propietario, invasor quizás o [exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos, ese otro a quien temo e ignoro, [felino o ángel, ese otro que está solo siempre que [estoy solo, ave o demonio esa sombra de piedra que ha [crecido en mi adentro y en mi afuera, eco o palabra, esa voz que [responde cuando me preguntan algo, el dueño de mi embrollo, el [pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre, ese otro, también te ama. [pág. 9]

R O D R I G O Z U L E TA

De amores y mucho más Del amor, del olvido. Antología temática Darío Jaramillo Agudelo Luna Libros, Colección Creación, Bogotá, 2009, 106 págs.

La última edición de la obra poética de Darío Jaramillo Agudelo es una antología que gira en torno a diferentes formas del amor: al amor mismo, a su ausencia, a su imposibilidad. Es a partir de esta temática que el autor estructura el libro en seis partes. La primera, Poemas de amor, con catorce poemas del libro Poemas de amor1 (1986); la segunda, Amores imposibles, con veintiún poemas del libro Cantar por cantar2 (2001); la tercera, Cuaderno para olvidar, con dos poemas de Del ojo

En Colombia constatamos, al votar por este poema en el concurso que lideró la Casa de Poesía Silva, la presencia de un espacio para reconocernos, en el ámbito individual, como seres múltiples. ¡Qué paradoja! Lo uno y lo otro, como dijera Octavio Paz. El “yo poético” se hace presente en los doce primeros versos del poema: es “ese otro”, que se abre y se cierra en múltiples y desconcertantes aristas, como si se tratara de

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un juego de cajas chinas; de cada una de ellas va saliendo un ser que logra plasmar su incoherencia, su enajenamiento, el reconocimiento de su ambivalencia y ambigüedad. Es así como le permite a quien lee el poema encontrar las palabras para reconocerse en esa misma incoherencia. El poema consta de una sola frase, que en doce versos nos muestra al “yo poético”, colmado de fuerza expresiva. En un ritmo que va en picada, estamos a la espera, desde el primer verso, de saber qué pasa con esa frase que está en el aire, y no termina. Hasta que termina, en el treceavo verso, dando cuenta de un amor pleno.

La antología termina con dos versiones de Some present moments of the future. Se trata de dos poemas que encarnan la espera del ser que se ama, desde doce horas antes del momento de la cita, hasta llegar al encuentro en horas que van de dos en dos. Hay un tono coloquial que encontramos raramente en este libro: “/ Faltan doce horas para nuestra cita. /”. Versos fluidos contienen el deseo, la anticipación del roce de pieles, de juegos de amor, de erotismo. El segundo poema de esta parte es menos coloquio, y más juego: el de la cita hecha realidad. Termina en un pequeño verso de tres sílabas, “/ duremos /”, que contiene toda la eternidad que ya había anunciado tan solo unos versos antes.

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La apuesta entre estos poemas que abren y cierran la antología en el aspecto temático, por el amor: por decirlo primero, y al final por encarnarlo. En el medio, por conjurar en la página en blanco los amores pasados, y llevarlos al lugar del olvido; por jugar con los amores imposibles, hasta casi dominarlos; por hacer presentes los fantasmas, hasta hacerlos aparecer; por darle cabida en el poema a las maneras de materializar en el lenguaje el erotismo. Pero además, la apuesta en este libro es también formal: ¿desde qué formas poéticas hacer realidad ese recorrido temático? Aludir a estas dos apuestas será el propósito de la presente reseña.

RESEÑAS

poema, después de veinticinco versos libres en toda la extensión de la palabra (libres de rima, libres de número de sílabas, libres de estrofas), de la manera más olímpica le dice a quien lo escucha: “Hasta aquí tenemos ya un soneto, / razón por la cual es mejor no seguir/ adelante”. ¡Un soneto! (“[...] catorce endecasílabos que van dispuestos en el orden sucesivo de dos cuartetos y dos tercetos, con rima independiente [...]”9), cuando justamente ha hecho lo que ha querido, no solo con el número de sílabas y la composición, sino con el lenguaje y con el tono: es el de alguien que te da un consejo, así, de pasada, sin preocuparse de nada más. Juan Camilo Acevedo define ese tono como “desparpajado”, y lo describe así:

[...]” (pág. 33), “Recuerda usted, querido señor, esas / películas [...]” (pág. 39). Pero además, de este libro, hay que rescatar el poema La visita de Margarita Cueto a Medellín en 1969. No solo porque haremos un paralelo con el poema Libro de aventuras de la antología que en verdad nos ocupa, sino porque materializa el poder del lenguaje, para crear una atmósfera inmaterial capaz de borrar de la faz de la tierra cualquier lamento que alimente vigilias y noches de espera. Esto solo podrá entenderlo quien haya tenido que padecer las canciones de Margarita Cueto, quien las haya aprendido y repetido aún sin quererlo.

[...] sus poemas tienen una voz propia, una voz personal, una voz de una sinceridad metálica, una voz escueta pero profundamente musical. Los poemas de Jaramillo son las cartas del poeta. El tono de sus poemas, es el tono de las memorias, de la confesión. Siempre existe un interlocutor al que se dirige el poema [...]10.

De la poesía de Jaramillo Agudelo se ha dicho que es conversacional; que usa los registros del lenguaje coloquial, del lenguaje informal de la vida diaria, en contraposición al lenguaje propiamente literario. Creemos que esta afirmación es válida para algunos poemas de esta antología, a los cuales aludiremos más adelante. En cambio la palabra conversacional describe el lenguaje que Jaramillo Agudelo utiliza en su libro Historias, el cual quedó por fuera de la presente antología. Sin embargo, nos detendremos en él porque nos servirá de contraste para entender aquellos poemas que sí fueron escogidos, y para valorar unos versos que ameritarían mejor suerte. En los versos que reúne bajo el título “Instrucciones para escribir un poema”, ilustrativo de este libro, alude a la palabra instrucción como si fuera posible dar las normas para “fabricar” un verso. Y al final del

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Ya desde 1988, Rafael Arráiz Lucca no solo había definido el tono de la poesía de Jaramillo como “conversacional” 11, sino que al definirlo como tal, lo había inscrito en la corriente que lleva este mismo nombre. Tal vez no sea por casualidad que Jaramillo Agudelo le colocara como título al libro que contiene estos versos la palabra historias, entendida a nuestro modo de ver como aquello se cuenta, simplemente, sin preocupaciones trascendentales, sin filosofías existencialistas sobre el destino del hombre, sin protestas o reivindicaciones sociales. Porque habla desde el yo coloquial: “Uno debería aprovechar la poesía [...]” (pág. 15), “Uno a veces se vuelve trascendental [...]”, y termina aludiendo a Radio Santa Fe, al fútbol, a los cómics (pág. 17), “[...] No olvides el día que descubriste [...]” (pág. 25), “Siempre quisiste comenzar por el / principio [...]” (pág. 29), “No sé si a ustedes les pasa que se cansan

En la primera parte de la Antología temática, Poemas de amor, y en la segunda, Amores imposibles, encontramos un lenguaje depurado, contenido, mesurado: tanto en la extensión de los poemas, como en el uso de imágenes o la utilización misma del lenguaje: no más de dos o tres frases por poema, casi siempre desarticuladas. Los poemas comienzan por cualquier parte de la frase, no sabemos dónde estamos, ni lo que ocurre en esos lugares que aluden a otros lugares, de posibilidades que aluden a otras, como si se tratara de colas sin cabeza, de frases sin sujetos. Y es en estas dos partes donde encontramos el recurso de la reiteración llevado a su máxima expresión. Pero es importante acla-

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rar que no por tratarse de un recurso utilizado desde la poesía oral más antigua, como ayuda mnemotécnica básicamente en aquellos cantos de largo aliento, diremos que estamos en el terreno de lo conversacional. No. Aquí es más elaborado. En algunos casos la reiteración actúa como columna vertebral de un grupo de versos; pero en otros, la reiteración es su mismo cuerpo. Tal es el caso del poema doce de la primera parte: Todo tuyo siempre todavía. Tuyo todo por siempre hasta hoy y [luego, tuyo siempre porque para ser lo [necesito, siempre todo tuyo, siempre aunque siempre nunca [sea, todo íntegro tuyo siempre y hasta [ahora más el próximo nuevo instante [cada vez. [...] [pág. 21]

Cabe resaltar, además, de la primera parte, los poemas cuatro y siete, que fluyen de tal manera, que podrían ser descritos con la palabra levedad: “/ Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni / la noche; / un poema que omita los nombres de las flores, [...] /” (pág. 12).

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En la segunda parte, Amores imposibles, se ocupa de estos amores, utilizando la reiteración como juegos de palabras que se deslizan en el campo semántico de las palabras posible e imposible, como si tratara de conjurar al mismo tiempo el amor y el olvido: Un amor imposible es el más feliz [de los amores. O puede serlo. Basta que nunca creas que es [posible un amor imposible y esto hará la felicidad del amor [imposible. Puede que seas el amor imposible [de tu amor imposible. Pero esto es un milagro. [pág. 30]

Alude a estos amores como eternos, seguros, cómodos, disponibles, generosos, y crea música a partir de la reiteración de esas mismas palabras con las cuales los expresa. Se trata de amores sin olor, sin voz, sin distancia, que se invocan, se guardan, se resguardan, dándole sentido a la misma soledad. De manera que el canto se desplaza del ser amado, a esos amores que pueden resguardarnos de él, quitándoles corporeidad. De estos amores también se ocupa en la cuarta parte del libro, Apariciones. Y colocamos a un mismo nivel estos últimos poemas, entre aquellos que le cantan al amor imposible, porque al final de cuentas los destellos, los fantasmas, y las iluminaciones hacen de igual modo parte de esos amores imposibles. El poeta encarna, entonces, más que un amor, el concepto de amor imposible. Además del juego de palabras, encontramos en estos versos mesura: las palabras no sobran, no faltan. Están puestas allí para servirnos de “[...] guía de conocimiento o como una vía de emoción”, retomando las palabras que Jaramillo Agudelo utiliza en la entrevista que le concede a Mario Jursich12 cuando se refiere al oficio de escribir poesía. Conocimiento de los amores imposibles, emoción de poder contar con ellos. No hay traiciones, reclamos. Hay contención, sobre todo, en el mane-

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jo de la temática. Pero los amores imposibles, a pesar de haber sido descritos como cómodos (poema 8), benéficos (poema 14), curativos (poema 15), serenos (poema 18), se tornan inquietantes en el último poema (poema 21): “[...] / Los amores imposibles / —es tan evidente que siempre lo olvido— / son partes de ese mundo imposible / que es mi mundo verdadero. /” (pág. 50). En la tercera parte del libro, Cuadernos para olvidar, que empieza con el poema Te vas volviendo olvido es claro que el “yo poético” aún no ha olvidado. Certeza que tenemos al leer el mismo título en tres poemas más. Recurre a las coplas, a rimas muy precisas, al verso libre, al verso métrico: todo esfuerzo pareciera inútil. Pero hay un poema, Libro de aventuras, que se sale por completo del manejo que le da a la poesía, no solo en esta parte, sino en todo el libro. En él recurre, como en el poema de la visita de Margarita Cueto a Medellín, a la magia del lenguaje para deshacer entuertos, y a lo maravilloso de poder hacerlo. También, a la certeza del método: Para estos casos, uno se abre el [corazón. Y no se trata de metáforas. Toma las pociones mágicas y se [extiende sobre el suelo. La cabeza debe estar en dirección [al lugar por donde el sol se va y todo el cuerpo en reposo. En el instante preciso que usted [bien conoce debe recitar la fórmula secreta, con [la mente, sin que los labios la profanen. El bisturí actuará sobre el pecho [recorriendo el tatuaje de Silva y, en instantes, el corazón será visible. Por esta razón se recomienda no [fumar. Entonces, se necesita tino para [agarrar el vacío que se esconde al lado y ya no adentro del [corazón. Se trata de desalojar algo que el [corazón expulsó y que yace ahí, a su lado,

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algo invisible que no deja [acomodar el corazón. Saldrán una inasible burbuja de [hastío, los humores enfermizos de las noches de [espera y los celos, el aliento de las mentiras, la [pestilencia de las iras contenidas, los restos del deseo y de las [ansias. Se aconseja mantener abiertas las [ventanas para que todo se disuelva entre los [vientos de la noche y no envenene a nadie. Antiguas fórmulas obligaban a [extraer el corazón para pasarlo por aceite hirviendo. Ahora sabemos que lo esencial es [la vigilia, que lo esencial es la fórmula secreta. Y colocar la [cabeza etcétera. Sea fiel a los ritos. Olvido [garantizado. Hay que advertir que seguirán [momentos duros, que el dolor perdurará algunas [semanas y que tendrá síntomas de adicto. Todo esto es parte de la cura. Van a desaparecer las manchas de [la piel, las erupciones. Esto significa que el cuerpo estaba [habituado a unos venenos, que el alma agonizaba. Y la resurrección es lenta. Olvido garantizado. [págs. 61-62]

Como vemos, el poeta no escatima para presentar su método, en ironía, en humor, y en un frío y calculado realismo. La certidumbre que nos dan estos versos se establece a partir de un lenguaje al mismo tiempo coloquial y preciso. También de un lenguaje que fluye sin ataduras de ningún tipo: ni formales, ni tampoco conceptuales. Habla alguien que conoce el ritual, no hay duda; alguien que nos garantiza la idoneidad del procedimiento, como quien garantiza cualquier mercancía. Poema que también reconforta. Nos hace creer que es posible por medios físicos, extraer el dolor de la ausencia y, al hacerlo, nos permite creer que es posible igualmente conjurar cual-

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RESEÑAS

quier dolor del alma, como si se tratara de un dolor que pudiéramos extraer con solo seguir la fórmula.

amor, el erotismo. A través de reiteraciones de sonidos, de palabras, de versos, de ironía, de humor, de formas muy tradicionales, de formas novedosas. Como en una paleta, el autor escoge una muestra de lo que ha sido su oficio de ser poeta a lo largo de treinta y cinco años y la hace accesible al público lector: desde el primer poema está la preocupación de Jaramillo Agudelo por encontrar la forma poética, el lenguaje, el tono para su poesía; o diremos más bien que desde el primer poema está la preocupación de Jaramillo por trabajar el lenguaje y buscar, en plural, las formas, lenguajes y tonos para sus versos. B E AT R I Z R E S T R E P O RESTREPO

Investigadora del CRICCAL

La penúltima parte de la Antología, Encuentros, está compuesta de poemas de muy pocos versos que oscilan entre siete y tres: Afuera el frío viento el ocre del sol en el crepúsculo, el azul de un solo tono en todo [el cielo, y tú lejos, y tú lejos. [pág. 83]

En este caso el poeta le da un nuevo manejo al recurso de la reiteración, al repetir el mismo verso, dos veces. En el poema Conjuro, que precede la sexta y última parte del libro, Some present moments of the future, terminaremos el recorrido que nos hemos propuesto de Del amor, del olvido: Que el azar me lleve hasta tu [orilla, ola o viento, que tome tu rumbo, que hasta ti llegue y te venza mi [ternura. [pág. 89]

Las apuestas temáticas que el autor se hace van más allá del amor, del olvido, de los amores imposibles: quienes lean estos poemas encontrarán versos en los que se expresan además la ternura, los juegos de

1. Jaramillo Agudelo, Darío, Poemas de amor, Fundación Simón y Lola Guberek, Colección Literaria, vol. 17, Medellín, Editorial Lealon, 1986. 2. Jaramillo Agudelo, Darío, Cantar por cantar, Valencia, Pre-Textos, 2001. 3. Roda, Juan Antonio; Jaramillo Agudelo, Darío, Del ojo a la lengua, 1.a ed., Bogotá, Arte Dos Gráfico, 1995. Roda, Juan Antonio; Jaramillo Agudelo, Darío, Del ojo a la lengua, 2.a, Bogotá, El Áncora Editores, 1997. 4. Jaramillo Agudelo, Darío, Tratado de retórica —o de la necesidad de la poesía—, Cúcuta, Instituto de Cultura y Bellas Artes de Norte de Santander, Colección Casa de la Cultura, 1977. El jurado estuvo compuesto por María Mercedes Carranza, Pedro Gómez Valderrama y Giovanni Quessep. 5. Jaramillo Agudelo, Darío, Cuadernos de música, Valencia, Pre-Textos, 2008. 6. Jaramillo Agudelo, Darío, Historias, Bogotá, Ediciones La Soga al Cuello, 1974. 7. Jaramillo Agudelo, Darío, Gatos, Valencia, Pre-textos, Colección El Pájaro solitario, 2005. 8. Ganador del concurso “El mejor verso de amor de la poesía colombiana”, auspiciado por la Casa de Poesía Silva, en 1989, bajo el título “Poema de amor I”. 9. Baehr, Rudolf, Manual de versificación española (trad. y adaptac. K. Wagner y F. López Estrada), Madrid, Editorial Gredos, Biblioteca Románica Hispánica, 1969. 10. Acevedo, Juan Camilo, Revista Piedepágina, Bogotá, abril de 2007, pág. 40. 11. Jaramillo Agudelo, Darío, Antología poética (prólogo de Rafael Arráiz

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Lucca), Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, C. A., Colección Altazor, 1988. 12. La Estafeta del Viento, revista de poesía de la Casa de América, segunda época, edición digital, actualizada el 4 de marzo de 2009.

POESÍA

imaginaria (1998), El aire sin estrellas (2000), Brasa lunar (2004), hasta llegar a su última producción las Hojas de la sibila que abarca los poemas escritos desde 2004 hasta 2006.

Nueva antología de una vez singularísima Érase mi alma. Antología Giovanni Quessep Universidad de Antioquia, Medellín, 2009, 244 págs.

Ya no son pocas las ediciones que podemos encontrar de la obra de Giovanni Quessep. Ha habido desde hace un tiempo considerable casi que unanimidad en torno a su obra. También ediciones de editoriales privadas y públicas en Colombia que lo celebran; no pasa como hace unos veinte o treinta años que era un poeta conocido solo por una élite y por sus alumnos de La Divina Comedia, cursos famosos por su conocimiento erudito sobre la obra y por su amor al Dante. Hace poco el Fondo de Cultura Económica hizo una espléndida edición de su obra. Y ahora esta edición de la Universidad de Antioquia, que habrá de llevar al público universitario su poesía, para que su voz sea conocida como una de las más altas de nuestra lírica. Ha hecho bien la Universidad al otorgarle el IX Premio Nacional de Poesía por Reconocimiento a nuestro vate. Contiene esta publicación un bello prólogo de Santiago Mutis —Un acecho a la poesía de Giovanni Quessep— así como la selección, también hecha por él. Encontramos poemas de todos los libros publicados por el poeta: desde El ser no es una fábula (1968), Duración y leyenda (1972), pasando por Canto del extranjero (1976), Madrigales de vida y muerte (1978), Preludios (1980), Muerte de Merlín (1985), Un jardín y un desierto (1993), Carta

Es una voz singularísima la de Quessep. No hay entre los poetas colombianos ninguno a quien se le parezca. Su poesía está hecha de cuentos de hadas, de cantos de príncipes, de alondras encantadas, de castillos medievales, de doncellas en jardines enlunados. Hay en ella trozos de las historias de Las mil y una noches, pero también de la Biblia, de las distintas tradiciones del imaginar humano, de sus mitos, de las leyendas que habitan los mares, de Odiseo y de Penélope, y también de minotauros y de muchachas desnudas entre los alacranes del trópico. Es asombrosa esa manera en que los inmigrantes de tantas partes del mundo se han hermanado con estas tierras. Dentro de las muchas migraciones que constituyen nuestra nacionalidad, no ha sido poco lo que la de los sirio-libaneses nos ha aportado. En poesía, ya que estamos hablando de un poeta, son varios los nombres de los hijos de esos inmigrantes que nos han legado su lírica. Podríamos hablar de Meira del Mar, de Raúl Gómez Jattin, de Joaquín Mattos Omar y, por supuesto, y en primerísimo lugar, de Giovanni Quessep. No olvidemos tampoco, en la prosa, al muy entrañable Luis Fayad y su novela Los parientes de Esther. Querámoslo o no también en otras disciplinas, distintas a las artes,

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contamos con los descendientes de esos hombres que “dejaron junto al mar una tierra con cedros, con olivos” para decirlo con un verso de Meira del Mar. En el periodismo colombiano es fácil reconocer a dos destacados hombres de ese mismo origen y, detrás de las cámaras, en la dirección de cine y de series de televisión, en la actuación, etc., etc., para no entrar en la política, porque llegado ese punto, en más de un caso, ¡corremos el riesgo de salir chamuscados! Bueno, y chóquele a quien le choque, o gústele a quien le guste, ahí está también Shakira, hija de esa colonia, que no por ser exitosa tiene que ser necesariamente mala como suelen creer algunos. Son muchas las cosas que debemos a esa influencia. Desde algunas de las más bellas mansiones de la costa, con su arquitectura que nos recuerda los palacios de la Alhambra, hasta el humilde kibbe, y el suero costeño, un aderezo también de ese origen y que ya es nuestro. Desde antes, desde la invasión de ocho siglos por parte de los moros a España, ya todo en nosotros estaba permeado por esa cultura sabia y antiquísima. Y, por supuesto, la poesía. Oigamos nada más unos versos del autor del Canto del extranjero (un poema de los más bellos, misteriosos y musicales que a él le debemos). ME PIERDE LA CANCIÓN QUE ME DESVELA ¿Quién se ha puesto de veras a cantar en la noche y a estas [horas? ¿Quién ha perdido el sueño y lo busca en la música o la [sombra? ¿Qué dice esa canción entretejida de ramas de ciprés por la [arboleda? Ay de quien hace su alma de esas [hojas, y de esas hojas hace sus quimeras. ¿De dónde vienes madrigal, que [todo lo has convertido en encantada [pena?

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POESÍA

Ay de mí que te escucho en la [penumbra, me pierde la canción que me [desvela.

Quien no se estremezca con estos versos que pongo aquí como abrebocas, pierde para sí una de las más delicadas formas que puede darnos una lengua en todo su esplendor.

Como más de una vez, una única cosa habría que reprocharle a este libro: la poco decorosa edición. Yo no me explico por qué se esmeran en hacer libros feos si con el mismo presupuesto se pueden hacer libros bellos —como objetos, digo—. Ese color anaranjado, y esas letras desvaídas con la rayita en blanco vertical, lo despistan a uno. ¡Juro que al comienzo creí que era un catálogo de manejo de una computadora! Muy parecido era el diseño del manual de manejo de la tejedora Faisan 200 que le regalamos a mi mamá en un Día de la Madre cuando yo tenía ocho años. Por favor, para hacer libros, hay que tener en cuenta de qué se trata, el diseñador debe leerlos primero —o al menos echarles una ojeada—, pues el diseño debe ser dictado por el contenido. Pero bueno, aquí está el libro Érase mi alma de Giovanni Quessep para que sea leído, disfrutado y amado por muchos nuevos lectores de su poesía encantada. FERNANDO HERRERA GÓMEZ

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La poesía escalonada de Mario Rivero Poesía completa Mario Rivero Federico Díaz-Granados (ed. y prólogo) Sibila Editores, Sevilla, 2010, 600 págs.

El poeta sevillano Francisco José Cruz, una vez más se ha convertido en el promotor de la poesía colombiana en España. Desde su revista Palimpsesto en Carmona, la Casa de Poesía de Sevilla (su gran aporte a la cultura andaluza) y sus bellas ediciones sibilinas, Francisco Cruz ha sabido recoger las obras completas de las voces más importantes de la lírica colombiana actual: María Mercedes Carranza, José Manuel Arango y Mario Rivero. Me ocuparé, en esta reseña, del último libro de la colección Sibila. La historia de la poesía en Colombia ha tenido cultores de gran importancia para las letras y Mario Rivero (1935-2009) es uno de ellos. Su aporte a la lírica está en haber logrado una poesía urbana, de tono conversacional o coloquial que toma vuelos insospechados. A través de las frecuencias de un lenguaje lo suficientemente flexible, se apropia de diversas formas y voces y se deja moldear por estructuras fragmentarias como el collage y las crónicas que provienen del ritmo fotogramático. El lenguaje de Mario Rivero se contrapone al lenguaje elaborado de una poesía hecha para un lector instruido. Cultiva una poesía para un lector común por medio del desvertebramiento de la prosa (versolibrismo), del versículo bíblico, del tono antideclamatorio, sin métrica alguna. La imagen poética en Rivero adopta nuevas formas al integrar en sus versos elementos de otros campos discursivos. Esto provoca que el poeta se permita jugar con un lenguaje que incorpore elementos que no son propios de la literatura, como: la fotografía, las referencias

a películas, el uso de formas verbales propias del tango y el bolero. De esta manera se establece un diálogo, una relación conversacional entre aquellos elementos y su obra que le permite establecer un nuevo sistema de referencias o redes de sentido. Mario Rivero incluye en su poesía una nueva versificación, ya que incorpora un movimiento contrario al realizado en la poesía del siglo XIX y el Modernismo —la poesía en prosa— en el cual se quebraba ese sistema del verso para darle paso a lo prosaico y narrativo. Rivero convierte el verso en la manera de contar cosas del diario vivir, hasta el punto en que se pueda ir más allá de una denuncia social y se convierta en una forma de desvelar el espíritu del hombre contemporáneo. La obra se figura como una escalera discursiva en la que cada peldaño lingüístico es una búsqueda formal, la cual se observa por medio del recorrido de sus versos, donde se va dando sucesivamente, escalonadamente, lo estático y lo dinámico. El dinamismo —simultaneísmo— que se da con la continua renovación versal le permite entrar en constantes rupturas, que se ven reflejadas en la variación de sus estructuras — baladas, salmos, cantos— en cada uno de sus poemarios. La poesía escalonada se presenta en la obra del poeta antioqueño en tres etapas: la social, en la que se encuentran los títulos Poemas urbanos (1963), Noticiario 67 (1967), Vivo todavía (1971), Los poemas del invierno (1985), Vuelvo a las calles (1989), Poema con cámara (Camiri, 1967) (1997). Una segunda, íntima, con las obras Del amor y su huella (1992), Flor de pena (1998), ¿Qué corazón? (1999); y, por último, una mística: 5 salmos penitenciales (1999). Mario Rivero se convierte en un creador que no se puede apresar. El tono coloquial se muda a uno más íntimo; pero, a su vez, este último también se traslada hasta la exaltación mística por medio de un lenguaje que alude a lo sagrado. Por esta razón, el poeta es consciente de que es necesario que sea renovada su expresión verbal en cada una de las

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etapas por las que asciende su animismo. Esto le sirve para enunciar, con libertad, sus confrontaciones poéticas, la incorformidad consigo mismo. El lenguaje, al igual que sus temáticas, se va metamorfoseando. Esta metamorfosis poética se puede señalar en la diversidad de recursos que maneja Mario Rivero para evocar sus imágenes poéticas ante el lector. De este modo, el poeta rompe la sintaxis, destruye la morfología y se apoya en imágenes fotográficas (etapa social); pero, a su vez, utiliza el bolero o el tango y los incorpora en sus textos (etapa íntima) o nos lleva a un lenguaje sagrado, místico a través de sus salmos (etapa mística).

En primer lugar, es interesante observar cómo el poeta, en su ‘etapa social’, se basa en técnicas propias del lenguaje pictórico y cinematográfico para lograr expresarse a su manera. En ella lo importante es realizar una poesía urbana, la del compromiso con el ambiente que lo rodea entre las décadas de los años sesenta y ochenta. En este período la poesía de Mario Rivero estaba enfocada en la figura del poeta como testigo ocular, como flâneur. Poemas urbanos es un libro que se ubica en el surgimiento de la sociedad de consumo —años cincuenta— que generó un nuevo orden social, con la disposición de clases sociales y la creación de otras nece-

POESÍA

sidades. De esta manera, se convierte en una obra fundamental de su poesía comprometida ya que denuncia, por medio de la ironía, el ambiente social del mundo contemporáneo que lo rodea. El poeta es el testigo, el “desposado con la multitud” que observa las contradicciones de la sociedad, el que denuncia la desigualdad. La ironía es su principal arma: descripción de una ciudad fragmentada entre pobres y ricos, “los ojos de los pobres” que convergen en ese mundo laboral capitalista, atomizado y despersonalizado. En Poema con cámara (Camiri, 1967), por ejemplo, el eje articulador es la imagen del revolucionario argentino Ernesto “el Che” Guevara, imagen construida a partir de la secuencialidadsimultaneísmo entre los diversos poemas que se encuentran allí reunidos, a manera de collage, algo poco común en la obra poética de Mario Rivero. En este poemario se advierte la influencia de Ernesto Cardenal y de la poesía conversacional estadounidense (de corte beat), que utilizan la imagen fotográfica o cinematográfica en su escritura para hacer una crónica histórico-política de la sociedad que los rodea. Así, en Poema con cámara (Camiri, 1967), Rivero incorpora la imagen estática y cinética en sus páginas como parte de un todo poético dinámico. El exteriorismo, en este libro en particular, se puede observar a través de la utilización del poeta de elementos como datos informativos, signos de la escritura, la utilización de mayúsculas (para hacer más relevante alguna palabra), las comillas (referencia a algún dato informativo) y el uso de las imágenes, que están centradas en las últimas fotografías tomadas del Che Guevara después de su muerte. En segundo lugar, la ‘etapa intimista’ de Rivero se ve antecedida por el sentimiento, por situaciones o acontecimientos propios del hombre moderno, no de una manera personal, sino universal. Esta generalidad se observa en las temáticas que manejan sus poemas relaciona-

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das con la interioridad de los seres humanos. El sujeto lírico deja de ser testigo —estar afuera— y pasa a ser protagonista, ya que da lugar a lo íntimo, a lo subjetivo —estar adentro—.

La intención del autor está pues en crear universos de una profunda introspección. Los referentes de la ciudad (como en la etapa anterior) se dejan a un lado para dar paso a sucesos ya no del exterior, sino de lo interior, de lo sentimental —bolero, tango— y, por ende, de lo subjetivo que se contrapone a lo objetivo (social), hombre-masa. Por ejemplo, en los poemarios Del amor y su huella, Flor de pena y ¿Qué corazón? se advierte una constante en el empleo de términos que aluden a los sentimientos, a la subjetividad. De este modo, el amor, la pena y la duda se nos plantean, desde el principio de sus textos, para confrontarnos con el interior del poeta por medio de una autocontemplación del yo lírico. En este mismo sentido, lo amoroso se convierte en otra manera de formar nuevos universos que implican lo sustancialmente personal e íntimo, nuevos movimientos simbólicos, una psique que no comparte la heterogeneidad de los individuos, sino que se vuelca al mundo impenetrable de la subjetividad, de la descripción de lo personal. Lo anterior se puede percibir en su poema Tango para “Irma la dulce”, en el cual el encuentro amoroso e íntimo se traduce en una relación erótico-sentimental de un hombre y una mujer que tiene como final el fracaso. Inspirado en el filme Irma, la dulce (1963), de Billy Wilder, el poeta colombiano construye un

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T E AT R O

poema que no solo rinde homenaje al galardonado director, sino al universo arrabalero y parisino del boulevard que sirve de ciclorama para la película con énfasis en la mujer sola y amada por muchos. Finalmente, en esta secuencia escalonada de Mario Rivero, podemos observar también una poesía de lo sagrado, de lo místico. El poeta se aproxima a la divinidad, expresada como una mística que nos acerca al lenguaje utilizado en el ritual eucarístico; es la relación directa de un yo-poeta con una deidad pasiva que precisa escuchar algo que es más que una súplica. En su poemario 5 salmos penitenciales su etapa social y su etapa íntima se sintetizan por medio de un lenguaje sacro. En sus versos se advierte que lo más característico está en la intención que tiene el poeta de apelar a un Dios pasivo, a un Dios que ha olvidado su responsabilidad como creador. Por ello, al convertir sus textos en oraciones, el poeta se presenta como el sacerdote, el ser que va a dirigirse a la deidad para suplicar por nosotros y así pedir por cada una de las personas que se encuentran presentes en este mundo en el cual nos ha tocado vivir. La oración se torna parte de su lenguaje, pero ya no se trata de un lenguaje común, sino transformado en uno más elevado, aquel que se consagra en la liturgia. Es un lenguaje que no tiene la tonalidad coloquial de su poesía social e íntima, sino una tonalidad mística y sagrada. Con ello podemos observar cómo la gran cantidad de recursos de todo tipo que utiliza Rivero en su poesía forman en sí mismas una especie de “pastiche”, ensamblaje, montaje, reciclaje del cual se vale el poeta para la creación de nuevas imágenes que a su vez resultan en nuevas formas de expresión verbal, para lograr lo que se puede calificar como un gran “collage poético”. Mario Rivero ha sabido enriquecer su obra poética con afluentes diversos y ha logrado conjugar, con indudables aciertos, la tonalidad de géneros que son tan propios del acervo cultural latinoamericano,

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RESEÑAS

como lo son el tango y el bolero. Su quehacer lírico renovador siempre estuvo atento a la palabra precisa y a la enunciación adecuada que han hecho de su obra un claro ejemplo de inmensa humanidad, de una nostalgia profunda y un canto singularísimo al amor en medio de las desesperanzas. RODRIGO LOMBANA

Dostoievski para nuestro tiempo

Jaramillo. Presentadas las obras entre el 2009 y 2010 con público creciente, el Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes decidió editar las adaptaciones de las cuatro obras. El vínculo que relaciona los dos hechos culturales, teatro y libro, lo estableció Ricardo Camacho como profesor titular, por cerca de veinte años, de esa universidad. Sin duda la Universidad de los Andes comprendió el valor del proyecto y decidió dar los textos a la imprenta con un fin académico: éste sería un volumen que muy probablemente se integraría a los estudios de literatura de las sucesivas generaciones.

La doble cara de la incertidumbre: Dostoievski en el Teatro Libre Ricardo Camacho y Patricia Jaramillo (adaptación) Universidad de los Andes, Facultad de Artes y Humanidades, Departamento de Humanidades y Literatura, Bogotá, 2010, 161 págs.

Pocos retos tan exigentes se han presentado en la historia del teatro colombiano como fue el de adaptar para la escena las obras cenitales de Fiódor Dostoievski (1821-1881). La arriesgada empresa, orientada y promovida por Ricardo Camacho, embarcó a los integrantes del Teatro Libre en un incierto viaje al interior de la obra de uno de los más dramáticos y sombríos escritores del siglo XIX. Si el director, Ricardo Camacho, tenía un proyecto escénico para dar vida sobre las tablas a tan diversos personajes, también tendría que guiar a los actores en el intrincado laberinto que el argumento de sus obras supone, con el fin de que, inmersos en aquellos sórdidos submundos, comprendieran a cabalidad su sentido y emergieran de ese extraño viaje con las ideas claras y un categórico programa escénico. Pero antes, el programa implicaba la adaptación de lo que llegó a ser una tetralogía: Crimen y castigo, El idiota, adaptadas por Ricardo Camacho y Los hermanos Karamázov y Los demonios, adaptadas por Patricia

Habría que preguntarse por el origen y el sentido del proyecto que Ricardo Camacho emprendió con la elección de la obra de Dostoievski para añadir a su ya largo repertorio de dramas representados en el Teatro Libre. ¿Se trató de incluir a un autor canónico dentro de la política del Libre de representar a los clásicos? ¿O fue la fuerza irresistible que el escritor ruso, por íntimos motivos, ejerció sobre el director dando curso a la idea de que aquellos que se asoman a ese “agujero negro”, que es la obra del escritor ruso, terminan siempre “poseídos” por él? ¿O fue acaso el sistema escénico acabado implícito, con su condición dialógica, lo que favorecería tender un puente solido entre narración y teatro? ¿O bien, porque en esas novelas Ricardo Camacho encontró que Dostoievski habla en un lenguaje cifrado a nuestra época, es decir,

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a todas las épocas, pues si bien refleja un momento histórico concreto, más allá de esto, de lo que nos habla el escritor ruso no es también de la condición humana?

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del criminal, como de los personajes que forman parte de su mundo atormentado.

Crimen y castigo Las grandes contradicciones del ser humano, sus quimeras y sus abismos, sus raptos de demencia y lucidez, su necesidad de fe y su escepticismo y su demoniaca fuerza autodestructiva están en el núcleo de esta novela, cuya problemática moral lleva a su protagonista, Raskolnikof, a configurar un tipo del hombre que se pierde a sí mismo, pero quién, en la profundidad de su perdición, encuentra la luz que lo irá a redimir. La trama principal de Crimen y castigo es sencilla. De ahí su claro planteamiento escénico: un criminal, una víctima, el asesinato y la posterior investigación policial. Como se advierte en la parte argumental, se trata del vulgar asesinato de una avara prestamista y su hermana, un despojo humano, por parte de Raskolnikof. Lo extraordinario surge a partir de la configuración del carácter del protagonista, el excitado joven de miserable condición económica, para quien el crimen alcanza un sentido místico del que derivan sus profundas implicaciones morales. Lo decisivo aquí es la mentalidad del individuo, su complejidad psicológica, su oscuro mundo interior que lo hace cruel y siniestro en su extraña racionalidad. El retrato del asesino y la filosofía de sus acciones se pone de manifiesto por medio de los diálogos y sus largos soliloquios, piedra de toque para la acción escénica. En la confrontación con los otros personajes, la madre, la hermana Dunia, su novia Sonia, o bien frente al inspector que investiga el crimen, Dostoievski va construyendo ese universo rescatado de la confusa situación de la Rusia de finales del siglo XIX: los rápidos diálogos, su tono a la vez lúgubre, melancólico e irónico conforman la dinámica propia de la obra en la que Ricardo Camacho encontró el centro sobre el cual hacer gravitar escénicamente, tanto el drama

El idiota Esta obra supuso nuevos problemas y, por lo tanto, nuevos desafíos para su adaptación. Tanto por su extensión, como por la complejidad de su argumento y desarrollo, la dificultad residía en llegar a resumir, sin que la obra sufriera en su significado, una novela de cerca de cuatrocientas páginas en una obra dramática que apenas alcanza las 45 páginas. Imaginamos al director del Teatro Libre consagrado a la atenta lectura de la novela, tomando un camino que se habrá trazado de antemano como la ruta elegida para atravesar El idiota de principio a fin, por medios estrictamente escénicos. En pocas palabras, la obra escenifica aquello que más importa en la vida de los hombres, según el Dostoievski de aquella época (1869): la piedad. Y quien construye un universo en torno a esta idea central es el príncipe Muichkine. Camacho acertó en abrir la obra con el regreso del príncipe a Rusia después de un largo exilio. A partir de la fuerza que proporciona esta escena, la obra va a alcanzar un ritmo y un interés dramático que sabrá sostener a lo largo de las dos horas que dura la representación. Es, desde luego, un logro del director en la puesta en escena, pero también de la escritura del libreto. Por tal motivo es necesario señalar el hecho en donde quizás esté la clave del éxito de estas adaptaciones. Ellas fueron realizadas no

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por un escritor o un dramaturgo, sino por un director de teatro. Si su fin eran las altas cualidades del hecho escénico, lo fundamental estaría en función de todo aquello que contribuyera al espectáculo teatral, por encima, incluso del hecho literario. Este propósito se cumplió y por extensión quedó una adaptación digna de un buen dramaturgo. Erigió junto a Muichkine, el príncipe “idiota”, las estructuras menores y subyacentes del drama de la piedad, más que como expresión de la bondad humana, como resolución del eterno conflicto entre el bien y el mal, el odio y el amor, presente en toda la obra del escritor ruso. De aquí resulta que el drama de Muichkine, es una búsqueda casi desesperada de un orden moral superior, pero, y de ahí su tragedia, vivido tan solo intelectualmente, a pesar de su enorme bondad natural. Esta limitación está en el origen mismo del personaje, pues proviene de una enfermedad congénita por la cual estuvo recluido en un sanatorio en Suiza, semanas antes de su arribo a Moscú, cuando comienza la obra. Esta alcanza su mayor profundidad ante una trágica incertidumbre: ¿ese alto sentido moral proviene de una verdadera superioridad espiritual de Muichkine o es, simplemente, un síntoma de su desorden somático como consecuencia de la enfermedad? Los hermanos Karamázov Se ha dicho de ésta que es la más grande de las novelas escritas por Fiódor Dostoievski. Si no lo fuera habría que reconocer en ella su enorme ambición en lo relacionado con los niveles a los cuales podemos acceder en la literatura: en cuanto a su composición, riqueza literaria, complejidad tanto narrativa como psicológica, en el orden moral, en su poética implícita, en el enorme despliegue de personajes, etc. Adaptada por Patricia Jaramillo y ya bajo la escuela de Ricardo Camacho, su guía hubo de aportar elementos constructivos para ejecutar, con la solvencia que lo hizo, esta problemática tarea. La situación de

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entrada que nos presenta el novelista es simple. Se trata de una familia rusa que vive en una pequeña aldea, en donde se van a enfrentar, en una violenta enemistad, el padre y sus hijos. El núcleo familiar está compuesto por el viejo Fiódor y sus hijos legítimos Aliosha, Dimitri e Iván y por su hijo bastardo, Smerdiakov. Sometido a la autoridad paterna, Smerdiakov, arrastra su carácter de cínico libertinaje como herencia de su padre, fatal ejemplo para sus hermanos. Siendo Aliosha el único de ellos que se ve libre de la nefasta influencia paterna, no está libre, sin embargo, del frenesí sexual que caracteriza a aquella familia, pero si algo lo redime de esa esclavitud, es la fuerte influencia religiosa que sobre él ejerce el monje Zósima. Dos mujeres darán vida sobre el escenario a la intensidad del drama, Katerina y Grushenka, ambas enamoradas de Dimitri.

La adaptación retoma el hilo conductor que se desarrolla a partir del episodio en el que Dimitri se apropia de un dinero que le ha dado Katerina con el fin de remitirlo a un conocido en Moscú. Pero Dimitri, juerguista y dilapidador, se gasta buena parte de los rublos con Grushenka. En adelante Dimitri se entrega a la sórdida búsqueda del dinero perdido, mientras Fiódor, enamorado de la joven Grushenka, aguarda su visita. Para el viejo lascivo esta será la ocasión esperada que utilizará para entregarle tres mil rublos que ha dispuesto para ella como prenda de su pasión amorosa. Dimitri, que ha cultivado un violen-

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to odio hacia su padre y que lo ha alimentado con el rencor al haberse visto despojado de parte de su herencia materna, presa de los celos penetra esa noche en la casa de su padre con el fin de sorprenderlo con Grushenka. Pero grande es su desengaño cuando se convence de su error. No obstante, al otro día Fiódor aparece asesinado. Como el móvil pudo ser el robo de los tres mil rublos, el primer sospechoso será Dimitri. Incapaz de demostrar su inocencia, es condenado a veinte años de trabajos forzados. Más adelante nos enteramos que quien mató al viejo Fiódor fue su hijo y criado, el epiléptico Smerdiakov, quien se suicida no sin antes confesar su crimen a su hermano Aliosha. Siendo éste el drama central y el argumento que en términos dramáticos concretos está en el fondo de Los hermanos Karamázov, tan íntegramente llevado a la escena, es una depuración de la abundante prosa que interviene en el drama, como comentario social, político o moral, como descripción de atmósferas, o en forma de juicios sobre los personajes, pero también sobre cuantos elementos conforman el crudo realismo de Dostoievski. Estudiantes de bachillerato, incluso universitarios, y aquellos lectores a quienes intimida una obra de cerca de mil páginas, agradecerán al Teatro Libre este trabajo que los sitúa en el centro mismo de la novela, despojada ya de todo aquello que rodea el drama del parricidio, poniendo en manos del lector lo que se considera argumentalmente esencial de la obra de Dostoievski. Los demonios También adaptada por Patricia Jaramillo, la obra está dividida en veinte secuencias. Es, de la tetralogía, la que más se aproxima a las estructuras dramáticas propias del cine, arte de nuestro tiempo. Secuencias breves, con fuertes elipsis, con las cuales los saltos en el tiempo sirven para adelantar las acciones que verdaderamente cuentan a la hora de estructurar la historia sobre

el escenario, Los demonios es una crónica dramática del malestar social y político en que se van a propagar los acontecimientos que más adelante llevarán al pueblo ruso a las puertas de la revolución bolchevique. También es la obra cuyo contenido más se aproxima a los problemas de nuestro tiempo, de manera específica al terrorismo. Pero no son solo los acontecimientos externos lo que hace contemporánea a esta novela: su espíritu nihilista no es ajeno al propio del siglo XX. Esta es una de las novelas en la que Dostoievski se hace historiador de su tiempo. Como un cronista da voz a todos los implicados en la trama política que desarrolla a partir del crimen de un líder ideológico que se ha identificado con Necháiev. Pero también pone al lector ante los excesos ideológicos de unos y de otros, saca a luz las mentiras, las contradicciones y la falsedad, si da la palabra a unos, también deja que sus enemigos se expresen. Todos los implicados en la trama tiene su voz, pero la conclusión es desoladora: nadie es poseedor de la verdad, nadie tiene por completo la razón. Si hay responsables, ellos somos todos, puesto que no tenemos una visión equitativa de la existencia. Sin buenos ni malos, parece concluir Dostoievski, el mundo está movido por los intereses propios de “los demonios” que habitan a los hombres y nos impulsan a la mentira, los excesos, el egoísmo y la debilidad. Hablando de la actualidad que ha cobrado Los demonios en nuestro tiempo, el mexicano Christopher Domínguez Michael, escribió en Letras Libres: Los demonios es un campo magnético donde siguen batallando las fuerzas más poderosas de la mente moderna: la fe y la incredulidad, la ideología y la religión, el fin y los medios, la razón y su consecuencia extrema, el fanatismo. Y tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, la figura del terrorista regresó para adueñarse, teatral y todopoderosa, de nuestro imaginario. Las preguntas son obvias: ¿en qué medida los pilotos suicidas de Al Qaeda son la últi-

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ma transmigración de los posesos dostoievskianos? ¿Bin Laden es un avatar de Necháiev?

Con esta cita queda saldada la contemporaneidad de Los demonios y con ella la actualización de los clásicos en el escenario del Teatro Libre. Puesto que si bien es conocido el programa conceptual del Libre, en cuanto que se ha propuesto representar a los clásicos, esta tarea, más que realizarla por el puro prurito de ser clásicos, de parecerlo, o de ejercer cierta vocación arqueológica, de lo que verdaderamente se trata es de abrir a nuestro tiempo textos dramáticos de todas las épocas que resuenan aún en la nuestra, actualizando argumentos, temas y razones para ello.

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do. La daga tiene empuñadura de hueso humano. No es cosa que asuste. Existe un libro: Cuentos de terror. Sólo para niños. Los únicos que viven en un mundo de monstruos son los niños. Y los monstruos son los adultos. Para un niño de diez, el tío de treinta es dinosaurio. En el cuento se vende un objeto. Nada de abrazos, ni de besos. Si eso es lo que da título a la colección.

ENRIQUE PULECIO MARIÑO

Literatura ociosa Una daga en Alexanderplatz Manuel José Rincón Domínguez Panamericana Editorial, Bogotá, 2010, 122 págs.

Cuentos breves, sencillos, bien redactados, escritos con receta y astucia comercial para la frivolidad de determinado público, en una colección “Sólo para adultos”. Redactar es una cosa. Escribir es otra. Lo de “adultos” no es más que un gancho publicitario. Insinúa situaciones y escenas complejas. Que nadie desconoce. Vaya usted a un colegio, para que vea. Sólo un adulto se deja seducir por la palabra adulto, que le ofrece algo reservado. Los niños, como se dice, muertos de la risa. Da título al conjunto el último relato. Se refiere a la cacería de criminales nazis. Por eso la esvástica en la contratapa. Diagrama místico hindú de buen agüero. Adoptada por el nacionalsocialismo. Trama bien urdida. Coherente. Desenlace previsible. Texto relevante en el libro. Por eso, al final. Todo bien calcula-

En el penúltimo cuento, Las casas de la señora Oortman, tampoco nada de abrazos, ni de besos. Si es eso lo que asusta al autor. Una coleccionista de casa de muñecas y miniaturas. Mucho trabajo para conseguirlas. Luego todo se va desbaratando. Como siempre. Sólo que ella había comenzado su colección al día siguiente de casada. Cuando se dio cuenta de que algo debía hacer. El primer relato se ocupa de un voyerista. Título: El perro, el voyerista, la ambulancia y la vecina. Sólo mirar. De una ventana a otra ventana. Como todos los días, en todas partes. El perro es irreal, pero resultaba necesario colocar un perro ahí. Se trata de una técnica pictórica y cinematográfica. Cierto espacio debe ser equilibrado con un florero, una cortina, un jarrón, un perro. La vecina es joven y también bonita. A su lado se coloca el portón de un ancianato, con su respectiva ambulancia. La estridente ambulancia sale y regresa continuamente. Se perfila así un cuadro de luz y som-

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bras. En el lógico final, la sombra lo cubre todo. El segundo relato se titula Noche nórdica. Sucede en Copenhague, dividido en siete cuadros. Ella, él y su esposa. Nada al final. Cada uno para su casa. Ocurre a menudo, pero esta vez en Copenhague. Es el gancho del autor: escoger escenarios en Europa, como algunos europeos los escogen en América. Forma calculada de exotismo. Modo de decir: “Lalo estuvo aquí”. Y no pasó nada. El tercer relato, Una espina en mi rosa, se lee en París. Cursi el título, pero la cosa es con un pintor italiano. La burguesa casada, que se engaña con el amor de una aventura. De nada vale la comprensión del esposo. Parte con decisión a su ruina. La pócima para Valentina Kovarikova es el cuarto relato. Se busca el elíxir del amor y la felicidad. Y lo encuentran, que es lo peor, bajo cero en el invierno de Moscú. Sigue Los preparativos de Anastasia, en Suiza, con los delirios y pesadillas de un médico drogadicto. El sexto relato, Tres kilos de más, se refiere a una lesbi colombiana, condenada en España por tráfico de drogas. El recurso del autor: una entrevista periodística, y la acusada canta con la locuacidad nacional. El libro continúa con El vuelo del buitre, de nuevo en París, esta vez monólogo de un clochard en el resistero del verano, a más de cuarenta grados a la sombra. Describe las basuras de la ciudad. Nada de abrazos. Nada de besos. Es una colección “Sólo para adultos”.

Después del buitre viene La mano del ángel, situado en España, relativo a un quiromántico en Andalucía, que curaba enfermedades con manos de niño extraídas del cementerio a media noche. No

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asustaría esto a nadie en Medellín (Antioquia), donde a partir de las doce de la noche, hasta que canta el gallo, se presentan obras de teatro pánico en los cementerios, con lleno completo. No de difuntos, sino de aspirantes a difunto. La cantante del sol es el noveno relato, en el que un arqueólogo, examinando un sarcófago en el Museo del Louvre, descifra la historia de una sacerdotisa egipcia, sacrificada para conjurar la lluvia, según la leyenda. Nada de abrazos, ni de besos. Luego sigue El libro en el oasis, que empieza así: Mi abuela, Elizabeth, murió el 19 de febrero de 1986 a las once y diez de la noche. Fue durante la visita del cometa Halley, cuando el astro se encontraba en las cercanías de Capricornio, después de haber superado el paso del sol. Parecía como si hubiera quedado agotada por la soledad y el tiempo. Averiguar cómo abandonó el mundo, por poco me cuesta la vida.

Y estos son los doce cuentos y las invenciones que componen el libro. La reseña no puede ofrecerle más detalles. Sería como contarle a usted la película. Aquí al lado, en la librería del aeropuerto, se puede conseguir esta clase de libros para viajeros sonámbulos.

Conclusión: literatura ociosa. La literatura por la literatura. Surgió en el siglo XX, en manos de grandes escritores. Sin esa categoría, deviene en

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entretenimiento pasajero, para soñolientas salas de espera, para largos y monótonos viajes, para adaptarse al aburrimiento cuando las circunstancias atraviesan zonas muertas en el día. Algo extraño y paradójico hay en la publicación de libros: excelentes obras nunca alcanzan reconocimiento, mientras que la pacotilla domina con su triunfante mediocridad. JA I M E JA R A M I L L O E S C O BA R

Rutina y distancia: el uno y el otro El amanecer de un marido Héctor Abad Faciolince Seix Barral, Bogotá, 2008, 225 págs.

He aquí un libro de cuentos, o de relatos, que parece tener un hilo conductor con múltiples variantes temáticas: el amor como fantasma (es decir, el desamor), la soledad, el desencanto, la violencia ejercida contra otros y contra sí mismo, la pérdida de la identidad, la derrota o la declinación al cabo del tiempo. Lo que escribo en cursivas me sirve para enfatizar una cierta perspectiva de estos relatos, y que se refiere, en principio, a una distancia en el tiempo (entre un uno y un otro), pero también, a esa misma posible distancia en el espacio, cuando el uno y el otro parecen saber que ya no pueden ocupar el mismo espacio: el desgaste del espacio (o, puesto en términos teóricos o de mitocrítica, la pérdida de sacralidad del espacio) determina la necesidad de división del espacio: la distancia, la separación. Hay seres — bueno, en esta reunión de cuentos— que están cerca; otros están lejos; y otros, francamente solos, y, sin embargo, no dejan de proyectarse sobre otro u otros. Quiero empezar con un excelente cuento que me gustaría diera la pauta de la mirada y el estilo que atraviesa este libro. Me refiero a “Ju-

ventud, divino tesoro”. No quiero anotar aquí, a propósito del título, nada sobre la insistencia en todo el libro de recurrir a textos de la literatura (o del cine o la música) en diversas formas intertextuales. Me parece que no hay mucho misterio en ello, mucho menos cuando difícilmente se sale del pastiche y la mueca que remeda sin llegar a la parodia. En este caso, y en muchos otros, el intertexto (“Juventud, divino tesoro”, del poema de Rubén Darío) sólo pretende reforzar en lo temático la historia contada: “[Ya] te vas para no volver”, bastaría para entender ese refuerzo: la juventud pasa, pasa como valor, así que lo que queda es un antivalor: ¿madurez, vejez, decrepitud? Bueno, de eso se trata en este buen cuento de El amanecer de un marido: un hombre, si no viejo sí decrépito y lisiado (en lo físico y en lo moral), contempla una fotografía de sí mismo 32 años atrás, cuando apenas tenía dieciséis y era un apuesto y promisorio ejemplar de familia rica o pudiente, empezando estudios de arte en el exterior, rodeado de bellas mujeres —la que tomó la fotografía, sería, específicamente, su novia— y dueño, o más o menos, de un Lincoln Continental último modelo. La distancia entre el hombre decrépito y desmoralizado y el joven adolescente no se nos da desde el principio, se revela de manera gradual a través de la “historia” (de horas) del muchacho, en especial en lo que tiene que ver con todo el peso moral de esa distancia: por un lado, el de un ambiente enrarecido, decadente y perverso de jueguitos peligrosos, frívolos y eróticos que rodea al joven (¿decadentismo rubendariano?), y, por otro, el ambiente del solitario y amargado contemplador de la fotografía, que es escueto y se conforma con no menos escuetas y rápidas declaraciones del propio contemplador y narrador: “[...] soy un fracasado [...] no tengo otro oficio que el desencanto” (pág. 114). Claro, aquí el uno y el otro son el mismo, pero no tanto... Y por eso he elegido este cuento, maravillosamente construido y escrito, como aleccionador de

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una relación uno-otro que se da desde un profundo (y amargo) conocimiento, desde la entraña vivida, desde el corazón de la relación, aunque esa relación se limite (más eficaz todavía) a solo dos momentos en la vida de una persona: un aparente momento de esplendor juvenil, más bien adolescente, en octubre de 1972 en México, y el presente de la contemplación de la fotografía, 32 años después, que, como queda dicho, no tiene más contexto que el completo derrumbe físico y moral del mismo personaje. Pero la conexión entre uno y otro se logra de manera brillante mediante el uso ambiguado de la tercera persona y de la primera persona, es decir, como si el narrador en buena parte de la historia viera al joven que fue como otra persona. Eso no parece muy sorprendente. No lo es, pero entraña el meollo de la tragedia, el sentido todo del desencanto y de la ruina moral (aplicable a ambos lados del tiempo y del sujeto): justamente el de haberse convertido en un objeto, en dejar de ser sujeto para ser un otro de deseo, un simple símbolo que, en los sucesos ocurridos en octubre del 72, llega a tomar conciencia de su propia condición. Lo contundente del caso es que no termina declarándolo a través de prolijas, obvias y gastadas palabras como hacen la mayoría de los personajes de este libro, sino que lo expresa a través de una voluntad de suicidio que va en forma directa a la acción y, al final, con las muy económicas y poderosas declaraciones del hombre que observa 32 años después. Buena parte de las referencias e intertextos que merodean y nutren de diverso modo estas historias, pero sobre todo ésta titulada “Juventud, divino tesoro”, es de procedencia italiana, homenajes que sin duda nuestro autor hace a su ancestro materno y a su formación. En el caso del relato que nos ocupa no solo hay una próvida y relativamente declarada presencia del mundo final de La muerte en Venecia, novela, película y sencillísima relación de dos personajes, sino también la más ve-

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lada (¿consciente?) de un tratamiento temático-alegórico de la película y el texto de Teorema, de Pasolini. Aquí, quiero mostrar, las referencias no son meros pastiches (ni siquiera son obvias), sino que forman parte del mundo, hemos dicho, enrarecido, decadente, y al borde de la quiebra definitiva (más que la juventud), que sostiene la propuesta del autor (Faciolince; aquí me quedo con su segundo apellido) y la elección del recurso narrativo para establecer distancias entre sujeto y objeto, entre uno y otro, entre los dolientes seres de carne y hueso y su posibilidad de expresión y de comunicación (¡de persistencia!) a través del hecho literario o escritural.

“Juventud, divino tesoro” es de lejos el mejor cuento de este libro. El discurso narrativo y el discurso del personaje que es él mismo dos personajes en el tiempo crean una distancia de protesta frente a un estado de cosas, que no por manifestarse como derrota definitiva en la voz del hombre de 48 años deja de denunciar la causa real de tal decadencia. Si en La muerte en Venecia son necesarias varias lecturas alegóricas para interpretar las dimensiones históricas y culturales del tema de la enfermedad, que es la causante de que el viejo no pueda acceder al joven —y sin olvidar que en “Juventud, divino tesoro” el joven, llamado Tadeo, es nombrado una vez Tadzio, justo como el personaje de

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la novela de Mann y la película de Visconti, por su seductor de turno, un cantante de bambucos—, es decir, que el viejo pueda seguir siendo joven o volver a ser joven (el tema fáustico) con todas sus potencialidades artísticas, espirituales y corporales, en la “historia” central de unas cuantas horas en la vida de ese jovencito y hermoso Tadeo del relato de Faciolince podemos ver más claramente el esquema del modelo decadentista (antes que neorrealista) que puso en acción Pasolini en Teorema (y que más cerca nuestro vemos ejemplificado en ese “relato gótico de tierra caliente” que es La mansión de Araucaíma de Mutis): el jovencito atractivo que llega a una casa de “familia bien” y enloquece sexualmente a todos, hombres y mujeres. En “Juventud, divino tesoro” la casa de familia es parte del conflicto o la enfermedad, según se lo mire: es el ámbito de la sede de la Embajada de Colombia en México, lo cual implica que no sea del todo ajeno al espacio familiar, pues el padre de Tadeo Román, el joven, es agregado cultural de Colombia en México, así que la “razón” del espacio o escenario diplomático es familiar. Quienes allí concurren son factótums de la vida diplomática con sus mil banalidades y etiquetas (y ambiciones), pero en otro nivel entenderíamos la presencia de la cuasi-novia de Tadeo, Mónica, que ha sido invitada por aquél a la recepción que es el evento narrado. Mónica parece haber deslumbrado al adolescente Tadeo en particular por la riqueza de su familia: El muchacho no sabe si está enamorado de ella, cree que no, pero [...] pasaron juntos en Puerto Vallarta, en una casona frente al mar de la madre de Mónica. A Tadeo, no a mí, lo deslumbraron el lujo, la opulencia, el servilismo de la servidumbre, los sabores insólitos de las comidas exóticas [...]. [pág. 115; cursivas mías]

Ya vemos cuán familiar es la recepción y el espacio de la embajada, cuanto el imberbe hijo del agregado cultural se permite llevar sus propios

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invitados. En ese espacio, claro, Tadeo se convierte en ese “oscuro objeto del deseo” (pero no estábamos hablando de Buñuel, qué raro). Por supuesto, Mónica se lo quiere llevar a la cama, pero fuera de ese espacio. Pero la embajadora y un cantante invitado quieren seducirlo y comérselo allí mismo, intenciones que más o menos se materializan en frustrados conatos: la una desvistiéndosele y manoseándolo en una habitación, y el otro besuqueándolo y asediándolo una y otra vez con que “Te pareces al muchacho de Muerte en Venecia”. Hasta ahí el esquema del decadentismo europeo, tan italiano, que en la obra de Pasolini conduce a una suerte de despertar antiburgués de la familia burguesa. Porque lo que a Tadeo se le revela, junto con su condición de objeto sexual, es la dimensión de su impotencia, también asociada al mundo opresivo y superficial que lo rodea, el amor convertido, por ejemplo, en mera aventura lujosa (más que lujuriosa), en el placer de lo exótico, de lo extranjero, de lo diplomático. Está muy joven para que digamos, o su contemplador de 32 años después diga que este jovencito no era para nada superficial y que entonces, luego de una experiencia de sexo frustrado con su noviecita rica, tomó su Lincoln Continental, recogió a su padre (sin intención, claro... Claro que no) y condujo a mil hasta estrellarse casi volando en algún recodo de la carretera. “No sé si Tadeo quería matarse, pero en todo caso no pretendía matar a su padre, a mi padre. Todo se vuelve negro, sin recuerdos. Me quedó esta cicatriz, y una pierna menos. Mi padre nunca volvió a despertarse” (pág. 126). Yo creo que se cargó al padre bien cargado. Y es quizá la razón por la cual, a pesar de haber intentado luego una carrera como pintor, el adulto Tadeo Román ya no puede reponerse de su propia condición. El muchachito y el tullido se encuentran, íntimamente, en esta convicción, que no pretende volverse a nadie más para ser justificada o explicada. Termino mi lectura de “Juventud, divino tesoro” aludiendo a lo inne-

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cesario de las justificaciones, porque ellas parecen ser la tónica de la mayor parte de El amanecer de un marido. Otros cuentos que logran trabajar en la evocación y manejan en forma entrañable el tiempo vivido como parte de una experiencia real (me refiero un poco a esa idea de Erlebnis, que explota Benjamin para hablar del shock que se convierte en una estrategia para asimilar un mundo que nos agrede) nos gratifican con viñetas e historias que celebran mediante la necesidad de la palabra, el triunfo o la persistencia de la vida interior, incluso cuando esa persistencia es una respuesta a la violencia ambiente o a la rutina que nos impone desde afuera un mundo que no sentimos como nuestro y en el que vemos con claridad el desgaste y el sinsentido de los valores llamados “sociales”. Es el caso de cuentos como “Novena”, basado en el secuestro y asesinato de Gilberto Echeverri Mejía, y en el inicial “Álbum”, una entrañable visitación al recuerdo de una costumbre semanal que une a madre e hijo (el narrador; y toda la familia, a través de la presencia leitmotiv del álbum de fotografías), aunque se despida con el amargo sabor de una culpabilidad filial que sentimos más bien atada, como he dicho, al resentimiento que nos deja la atención que prestamos a un mundo ajeno, convencional y violento a un tiempo. Otro cuento que no deja de tener este toque de superación por el tiempo es “La señorita Antioquia”, a pesar de la distancia de la tercera persona, y no porque tenga una suerte de consolador final feliz (ni “Novena” ni “Álbum” lo tienen) sino porque, partiendo del cliché que podría suponer tomar una “figura” codificada socialmente (y muy en especial en la sociedad colombiana, donde las reinitas se dan silvestres), la protagonista y ex señorita Antioquia Manuela Marulanda es devuelta al mundo de la prosa de la vida, donde lucha mal que bien por desenvolverse como persona individual y por hacer frente a todos los “destinos” que parece imponerle su condición de ex reina y de mujer bonita y atrac-

tiva, y sin dejar de estar en el mundo prosaico y violento, pues Faciolince, o el narrador en tercera persona, rápido y económico a un tiempo, sabe bien que está trabajando con una clase de crónica social e histórica al puntualizar al comienzo “a principios de los noventa”. Y en Medellín, en Antioquia, que por supuesto es el trasfondo de muchos otros de los cuentos.

Sin embargo, la mayoría de los cuentos que componen este libro se pierden en prolijos y patéticos, y llorones, discursos del “hombre (o la mujer) común”, soltados en arranques y circunstancias a cual más extremos, en el supuesto de que expresan un sentimiento comunal (¿o universal?) de desencanto y de hastío frente al aburguesamiento de las emociones y los sentimientos, en general de las relaciones interpersonales, y en particular del amor y la relación de pareja. En esta “categoría” o en este propósito entran cuentos extensos (y no menos tediosos y melodramáticos) como “Memorial de agravios”, “Alguien oculta algo”, “Balada del viejo pendejo” (que en forma imperdonable Faciolince se trae de su novela Basura, donde podía conservar un “puesto” decoroso), “El verbo divino” y “El sosia”, aunque este último reduce el discurso resentido a los apartes (el

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cuento lo integran siete) en que el protagonista Arturo Posada le habla a un convidado de piedra y “amigo” llamado Aguirre para quejársele de que su novia solo lo quiere porque le recuerda a otro y para comunicarle al final quién resultó ser ese otro, a quien habían asesinado, por robarlo, unos años atrás, siendo, claro, amante de Elena, la actual novia de Arturo. Otros sketches narrativos breves desarrollan de manera más concentrada este motivo del desencanto/hastío, al menos de manera más discreta, acaso porque procede de una soledad sitiada y porque la resignación de sus personajes ha determinado “respetar” (muy entre comillas) la soledad y la mezquindad del otro, mezquindad que en todo caso es un dogma, probado por la propia desolación; me refiero a los textos “La fiebre en Tolú”, “En medio del camino de la vida” (Alighieri, a sus 33, nunca estuvo más aburrido observado por una mujer aún más aburrida), “El amanecer de un marido”, “Volver” (otro retorno a Italia) y “Mientras tanto”, que si bien no representa el discurso de un “amante” compungido, sí es el monólogo histérico de quien quiere pasar de la voz alta a la escritura (¿cuándo pasará?) para que quede constancia de lo obvio, o de lo que según él es obvio viviendo en un país como éste, “enfermo de odio”: que tarde o temprano vendrán a llevárselo, a masacrarlo, a torturarlo, a desaparecerlo, a volverlo mierda y a matarlo. ¿Para qué escribirlo? “Para nada, para dejarlo por escrito, para que en otras partes se sepa que este sitio maravilloso de la Tierra está habitado por personas inmundas [se nota el contagio] que ya perdieron toda compasión, que lo único que quieren es matar, matar, que viven como en una corrida y todos se creen toreros y todos los demás somos toros [...]” (pág. 224). La gran pregunta es qué tantos somos “los demás” y por qué estamos condenados a lamentarnos, y a que sean “los otros” los que den la imagen, los que hagan conocer la verdad. ¿Quién o quiénes escriben o histerizan este cuento? ¿Los demás o los otros?

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de esa afectividad, otra vida, no menos compleja que la nuestra. Por eso nos resentimos de que sea la voz del resentimiento la que nos hable en estos cuentos, una voz sin mediaciones literarias y por ello sin mediaciones éticas; cuando en forma razonable podríamos estar participando —y de hecho participamos, en un relato como el de “Juventud, divino tesoro”— de la literatura más madura y decantada de su autor. ÓSCAR TORRES DUQUE

Porque el tema crítico de estas exaltaciones incontinentes del discurso del “hombre común” es justamente el otro. Todos se quejan de un otro o unos otros que no han sabido hacerlos felices, que han sido crueles y egoístas, solo poco a poco reconociendo que ellos mismos otro tanto... Así que al final... Bueno, el final hay que hacerlo sobrevenir a la fuerza, o el final es el texto que aparece allí como escritura, rasguño, testimonio de la infamia. Al procedimiento incluso podríamos calificarlo de infamia literaria, que en el fondo consiste en un pretexto preliterario para darle estatus escritural o ficcional a lo que “todos” piensan, a lo que “todos” sienten. Todos. ¿Los demás o los otros? Claro, la pregunta realmente analítica debe hacerse por el personaje o personajes de los que emerge dicho tema, dicho pensamiento, dicho sentimiento. Estos personajes, en tanto tales, nos revelarán la concesión de un escritor a la trivialización de su oficio y de su compromiso ético en aras del mito (¿o el gancho?) del hombre (la mujer) común, de lo que nos pasa a todos y no queremos confesarnos, de lo que “todos” se confiesan algún día, al cabo del tiempo, cuando en realidad ya no queda ni rastro del otro, y no nos interesa que quede. Héctor Abad Faciolince es autor de un hermoso libro memorístico titulado, en alusión a un verso de Borges, El olvido que seremos; allí podría constatarse la infamia, cierta clase de impotencia, pero nunca una desatención al otro que forma parte de nuestra vida afectiva, y que no es solo un objeto sino sujeto

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Relatos justos y diestros Nos queremos así Cuentos Emma Lucía Ardila Jaramillo Fondo Editorial Universidad Eafit, Medellín, Colección Letra x Letra, 2007, 81 págs.

Es difícil lograr la sencillez y que ésta no parezca simple lisura o simpleza. Ni que denote exceso de pulcritud, torpeza o que sencillamente no se logre el tono deseado y el artesonado resalte la falta de maestría en tejer una historia corriente.

Emma Lucía Ardila presenta un libro con quince relatos breves. “Estos cuentos, como voces que dictan sus designios y que poco a poco se decantan para ser eco de la vida, hablan sobre amores, encuentros y desencuentros que los hombres tejen enredados en el vaivén cotidiano”

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define la misma autora. Breves relatos en los que está presente el desencuentro, física o mentalmente, la incapacidad de llegar al fondo, la búsqueda adolorida, los temores. Narraciones a veces sorprendentes que halan al lector y lo hacen partícipe, relatos invasivos, pero susurrados, atmósferas terribles pintadas con colores claros: Cuando el niño todavía era un bebé, lo llevaba a pasear en su cochecito para que recibiera el sol, todo el tiempo la gente se detenía a admirarlo, a decirme lo lindo que les parecía, yo aceptaba los cumplidos orgullosa; las cuñadas y mis hermanas me incitaban: ‘Mandá una foto del niño a las revistas, seguro que de inmediato lo llaman [...]. [pág. 34, Fetiche]

A pesar de los temores, la madre termina cediendo a la presión y permite que utilicen las fotografías de su hijo publicitando unos seguros en una gran valla. Tan fresca su carita, imposible no detenerse a mirarlo, no sonreír y sentirse orgullosa pero de la vanidad no queda nada bueno: [...] la abuela se sintió muy molesta y me anunció que aquello no era nada bueno y que la vanidad traía malas consecuencias; la sentencia de la abuela me puso muy nerviosa, me llenó de presentimientos y temores [...] por eso empecé a vigilarlas; sentía que tenían un poder que no podía explicar, que de ellas emanaba una energía, que me hablaban [...] y rezaba para que no les fuera a pasar nada [...] [...] Empecé a mirar al niño con ansiedad; si se demoraba en llegar del

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colegio me llenaba de nervios, si se caía o se golpeaba, peor; traté de tranquilizarme, de poner las cosas en su lugar [...] [pág. 35]

La zozobra sigue por un tiempo, la madre intranquila vigila las vallas, todos y cada día, revisa que no haya pasado nada. Un día, en un momento de descuido, algún vándalo le arroja una piedra y le hace un daño en la hermosa fotografía del niño sonriente y ella, aterrada, llama al colegio para preguntar por la salud del niño, ese ojo se veía tan mal. Pero no, el niño está bien, goza de buena salud. No obstante, la imagen ya no es tan sonrosada; ese agujero que dejó la piedra se ve tan mal, tiene que intensificar su vigilancia; el tiempo, la premura y el tráfico en su contra anuncian una fatalidad. Un día la llaman del colegio porque el niño ha sufrido un accidente y cuando ella lo recoge el niño tiene un ojo vendado, pero no es nada grave la tranquilizan. Qué casualidad, el mismo que dañaron en la fotografía del anuncio, pero es casualidad le reiteran, tiene que tranquilizarse. El tiempo de quitar las vallas es cada vez más cercano, ya están descoloridas y le parece que también su hijo en realidad se ve pálido; cada día ella está más angustiada, y su hijo y esa imagen más ligados. Al hacer su ronda cotidiana cree haberse equivocado de calle. ¿Dónde está? ¿A dónde han ido? [...] pero como a las cinco aún no regresaba, llamé al colegio y me dijeron que había salido a la hora de siempre, entonces llamé a la encargada del transporte y me dijo que el niño no se había subido al bus [...] ¡lo busqué por todas partes! caminando, corriendo, gritando, no estaba por ninguna parte [...] ...ya no sé cuánto tiempo llevo esperando su regreso, debo caminar y caminar, recorrer de parte a parte la ciudad, debes revisar cada valla, —me dice la voz— Yo sé que esa voz que oigo es la de mi hijo, yo la oigo [...] [págs. 30 y 40]

No menos sobrecogedor es La trampa. Un hombre y una mujer acuden a una cita en una casa, él como cliente interesado en adquirirla, ella con zapatos rojos de moño y cartera chillona, con esperanzas de conseguir trabajo en la empresa de comunicaciones que anunciaba tan buena remuneración. Cuando se dan cuenta están prisioneros, ni idea de quién, ni porqué, no hay razón. Las ventanas tienen rejas, los carceleros dan vueltas con armas alrededor, vigilantes. No hay teléfono. ¿Y quién los rescataría? Con seguridad nadie, pues no hay móvil, no son personas importantes, nadie los busca, ninguno daría nada por ellos. Están prisioneros, aunque hay suficiente comida; cercados por el miedo intentan sobrevivir, hasta que terminan apoyándose mutuamente, organizan oficios, quehaceres, construyen tiempos y palabras, asumen la situación. ¿Y cuándo salgan, cuando los suelten, qué será de ellos? Cómo será su realidad? ¿Cómo será su vida y si seguirán juntos, será sobre qué? ¿Qué podrían hacer?

Nos quedamos asombrados. Pese a que habíamos soñado con aquello cada día, el primer momento fue de desconcierto y luego sentimos una inmensa alegría. Nos abrazamos y corrimos a vestirnos, a recoger lo poco que cada uno tenía allí [...] Ya no podríamos vernos. Antes, aunque lo pensamos, no lo habíamos querido ni nombrar. Vivíamos al día, más bien sobrevivíamos, el uno apoyado en el otro, sin meditar en futuros. ¿Cuál futuro? Aquello que habíamos compartido no hacía parte de la vida real. Pero ahora cada uno debía tomar su rumbo [...]

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[...] Él hizo el gesto de cedérmelo y esperó hasta que me subí, entonces cerró la puerta y se alejó. Por el vidrio trasero del carro vi que también a él lo recogía un taxi. [págs. 53 y 54]

En Ceniza, una mujer siente que la ciudad está muerta; su alma se está convirtiendo en cenizas, y lo descubre cuando bajo un sol inclemente muerde una sabrosa fruta, la cual tiene que desechar por su horrible sabor y su centro podrido. Todos los habitantes y la ciudad, sus frutos, tienen el alma y su corazón cenicientos.

En Tango y en El parque aparecen el amor, el desamor, el desapego y la tristeza infinita en diferentes situaciones, pero para dejar el mismo sabor a ceniza y dolor. Emma Lucía Ardila estudió Filosofía y Letras en la Universidad Pontificia Bolivariana y es magíster en Filosofía con énfasis en arte de la Universidad de Antioquia. Nació en Bucaramanga, pero vive desde pequeña en Medellín. Ha publicado dos novelas y cuentos infantiles y es profesora en la Universidad Eafit y el Colegio Columbus School. Breves, justos, armados con destreza, entretenidos y desgarradores, algunos con un dejo de humor soterrado, acusan una autora consagrada y conocedora del terrible oficio de escribir. Ardila tiene un estilo propio que el lector debe descubrir sin dejarse contaminar por una estrecha reseña. J I M E NA M O N TA Ñ A C U É L L A R

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Ni siquiera la muerte Ni siquiera la lluvia Alberto Duque López Ediciones Gaviota, Bogotá, 2008, 119 págs. Cuando uno recorre todo el camino no debe sorprenderse si de vez en cuando cae sobre su culo. E. Hemingway

Amarilis se llama el personaje que monologa a lo largo de este relato, hecho para ser leído de un solo tirón. Ganador del Premio quinquenal a la creación literaria de Ediciones Gaviota en 2008, el relato mima, en efecto, la forma varia y libre del monólogo, según la herencia de Joyce. Particular característica de esta obra que quiere ser un homenaje al más bien sutil y austero Ernest Hemingway. Hablo desde luego del estilo, pues, la vida del escritor estadounidense se movió más bien entre “el furor y el ruido”, para usar una frase de quien fuera acaso su más connotado rival. La mujer, una ex empleada doméstica del escritor, que llegara a la legendaria finca Vigía, en Cuba, cuando apenas tenía quince años, habla, ya vieja y enferma, desde la habitación de un hospital al fantasma del mismo y éste le responde o le pide aclaraciones sobre algunas cuestiones que ignora o ha olvidado. Pasan entonces, en el desorden de las memorias seniles de Amarilis, las experiencias más conocidas del autor: su sentido de heroicidad manifiesto en la cacería, la pesca, los gallos, los toros, en sus mujeres, en su obsesión guerrera, en sus fiestas con visos pantagruélicos. Pero también aparece su carácter depresivo, herencia de un padre “cobarde” y de una madre “perra” que lo vestía de niña en añoranza de la hija que nunca tuvo y que lo llevaría al suicidio en la madrugada del 2 de julio de 1961. Acaso sea la búsqueda de una explicación para ese suicidio lo que justifica la memoria de la anciana y el ejercicio de Duque López, reconocido admirador del autor de El

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viejo y el mar, quien ya había ensayado una aproximación al mundo del novelista en un cuento de 1995. ¿Cómo un escritor que lo tuvo todo termina quitándose la vida? No hay una respuesta clara en la realidad. Pero en la novela, posiblemente la clave se halle en la combinación de dos ingredientes fuertes, como un daiquirí o un mojito, bebidas de coctel de las que tanto gustara: de un lado su Alzheimer, sugerido en la reiterada expresión “No lo recuerdo” y, de otro, sus genes suicidas, que ya habían cobrado la muerte del padre y de un tío y que se prolongarían en un hijo y en Margaux, la nieta más afamada, también suicida el mismo día que él, 35 años después.

En el monólogo de Amarilis no es el novelista quien tiene una respuesta, sino ella: ¿Por qué me maté? El único que lo sabe eres tú, Papá. ¿Tú, que estuviste tanto tiempo [conmigo, qué crees? Que ya no podías escribir, que estabas perdiendo la vista, que estabas muy enfermo de los [riñones, que tenías la piel llena de llagas por el sol de tantos años, porque ya no podías beber todo el whisky que querías, porque ya no podías comer toda la comida que querías, porque no podías cazar, porque te temblaban las manos, porque no podías pescar porque te lo habían prohibido, porque no podías leer, porque ya no te interesaban las [mujeres, porque te preocupaban los [impuestos, porque no querías ser pobre,

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porque estabas muy cansado de [todo, porque ya no te reías, porque ya no podías viajar, porque tus libros y tus artículos [eran destrozados por los críticos, porque los amigos te dieron la [espalda, porque preferías desnudarte y acostarte y quedarte cuatro días en la oscuridad sin comer ni beber y ni siquiera levantarte para ir al baño, por eso, Papá. [págs. 106-107]

No sabemos si es así o no en la realidad, pero es lo que sugiere el personaje que Duque López recrea a través de Amarilis, que como un oráculo habla con voz prestada: “[...] no estoy viva, soy un recuerdo de mí misma, solo me mantiene la adoración y la admiración y el amor y la fidelidad que siempre he sentido por ti” (pág. 117).

RESEÑAS

¿Cómo así? Claro, siempre buscabas la muerte O al revés, ¿no era la muerte la [que me buscaba a mí? Quizás. [pág. 115]

Un relato intenso, sin cortes, agitado e inquieto, como el escritor, que ni siquiera tuvo la paciencia para esperar a la muerte. Como él, me temo, sin embargo, que los lectores tengan la suficiente paciencia para asumirlo. A N T O N I O S I LV E R A A R E N A S

Las trampas de la nostalgia Como los perros, felices sin motivo María Castilla Editorial Planeta, Seix Barral, Bogotá, 2011, 245 págs.

Por eso creo que Duque López ha creado en esta obra un personaje no de novela, sino de tragedia, de esos que no admiten, que no se resignan al deshonor, a eso que Borges llamara “el ultraje de los años”. Porque incluso el Hemingway de este monólogo es más bien la sombra de Hemingway, la sombra que como la de Hamlet padre no puede descansar en paz, ni siquiera en el Más Allá: ¿Qué pasó? Fue algo que venías preparando, [desde muchos años atrás

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Sofía, una joven inteligente y poco convencional se enamora de Eduardo, sin sospechar hasta qué punto echará raíces en su alma esa relación. Pero Eduardo decide abandonarla valiéndose de un pretexto falsamente altruista, el de servirle a la humanidad en el África. Es ahí donde comienza la dolorosa peregrinación de Sofía en busca de una razón que le permita aceptar lo que ha ocurrido, y, en lo posible, olvidar aquello que las nuevas experiencias románticas no borran del todo. Apelar al recurso de la memoria, recrear una historia a través del recuerdo mediante la utilización de una herramienta esquiva, imprecisa, como la palabra, es un lugar común en la literatura. Algo que muchos autores ya han intentado, con mayor o menor éxito. Un riesgo que la autora de esta novela asume con la conciencia de correrlo, y de poder fracasar en el camino tortuoso, plagado de obstáculos literarios, que conduce al final de todo libro. Más peligroso aún, cuando el asunto que

se rememora es nada menos que un cuento de amor. Una historia ya vivida, pasada por el tamiz de los años, olvidada casi todo el tiempo, recordada de manera involuntaria las más de las veces, de manera consciente cuando se escribe, a fin de conjurar precisamente el paso del tiempo que amenaza con ponerle punto final a lo que ha dejado de ser. Es la tarea que asume Sofía, exiliada en otras latitudes, una joven que se adivina agraciada, indudablemente inteligente, con inclinaciones a la bohemia y a una vida de improvisaciones. El exilio no es el primero, pues ya una vez lo fue en su propia ciudad, cuando se refugió en la historia imaginaria de una abuela que habita en el centro de la capital, el marco para sus amores y sus desamores. Un lugar con historia, personajes y modos de vida no solo característicos sino únicos, y que reciben en medio de ellos a Sofía y a Eduardo, el hombre que le hará conocer el amor, la infidelidad, el olvido transitorio. El que le permitirá volver a comenzar, cuando todo se ha creído perdido. El que la llevará a un final inesperado, pero que no sorprende, porque estaba dentro de las posibilidades.

La ciudad que aparece en la novela está poblada de sitios que se transforman en símbolos, en invitaciones para explorar lo desconocido. Los preside el Teatro Embajador, metáfora del amor perdido con su desaparición, o mejor dicho, su transformación modernista en un multiplex, algo ajeno a su naturaleza, pero que obedece a las leyes del cambio que influye, no siempre de manera poética, en el desarrollo de

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los paisajes céntricos donde la protagonista se siente más a gusto, donde puede vivir sin que se le hagan preguntas sobre su identidad, su pasado o los sueños sobre el porvenir.

Hay que resaltar la manera como los personajes cobran vida en este libro. No sólo Sofía, la narradora, cuya personalidad se adivina tanto a través de lo que dice, como de lo que calla. Una mujer solitaria y aferrada a momentos que aportaron su cuota de felicidad, así como se aferra a Eduardo, el amante de ayer, un poco presente en los rostros de otros enamorados, figura inolvidable, devuelta a la realidad a través del lenguaje. Un personaje fantasmal en un comienzo, que va adquiriendo forma, carácter, consistencia, incluso una voz, pese a que se lo evoca sin permitírsele hablar. En el ejercicio de la remembranza, el tiempo en la novela de María Castilla adquiere más que nunca su carácter caprichoso, fluctuante, íntimamente ligado a lo psicológico. Tiempo cronológico y tiempo psicológico se entrelazan para darle mayor sentido al pasado que con frecuencia es más veraz, más tangible y real que el fugitivo presente. La obra de María Castilla es también una sutil reflexión sobre las trampas que nos tienden la nostalgia y el pasado, con su poder de transformar y enriquecer el presente. A tal punto, que no se sabe si la narradora oscila en su exilio entre la realidad y la fantasía, entre la locura y la cordura, entre el deseo y la saciedad. Extrañada ante la dolorosa exactitud de las imágenes que evoca el recuerdo, su mundo se llena también de erotismo, de ternura, de todo aquello que es contundente en un amor perdido para el cual, en su momento, cobraban valor pequeños objetos al parecer intrascendentes.

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María Castilla escribe con una prosa cuidada, en la que no sobra un adjetivo ni falta el verbo revelador, tan transparente como pueden ser en algunos momentos privilegiados las imágenes del recuerdo. Y ciertamente sabe crear una atmósfera de añoranza, de realidad comprimida en el tiempo, pero también de intriga, porque a medida que avanza en el relato, el lector no puede dejar de preguntarse, aunque sepa de antemano la respuesta, por el destino de un amor descrito con detallada minucia, con delicadeza y penetración psicológica. Como un ondulante telón de fondo, aparece y desaparece la gran urbe poblada de extraños personajes, de lugares característicos que obedecen a la impronta dejada por seres anónimos, indiferentes al drama que se desarrolla en el corazón de Sofía, a su necesidad de encontrar un asidero en la selva de cemento cuyo rumor no se detiene jamás, y que habla de otras vidas, de otros amores, de otros anhelos, no menos reales por ser desconocidos. En contraposición, y en una especie de equilibrio de la balanza, está el lejano continente poblado de criaturas exóticas, de niños desnudos y hambrientos, de hombres que nada poseen, lugar elegido por Eduardo para el abandono del amor, para la búsqueda de otras motivaciones. Un amante temeroso, aunque se sirva de un pretexto absurdamente altruista con el fin de escapar del fuego de una pasión que le resulta difícil de afrontar. Otro recurso explorado hasta la saciedad en la literatura, pero que en la novela de María Castilla adquiere frescura propia, merced a las reflexiones en torno a la dinámica del amor y el abandono, de la búsqueda y el rechazo, del recuerdo y el olvido, de la felicidad y la depresión. Desde la intimidad de un cine, una habitación, un ascensor o un bar en una calle bogotana, el espacio de la novela se amplía hasta llegar al mundo exterior, donde habita el abandono como símbolo de la impermanencia, pasando, claro está, por el territorio del cuerpo, que descubre sus secretos a través del ero-

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tismo y el placer, de la inocente desnudez en una playa cualquiera, del retozo en un lecho que más tarde se abandona sin mirar atrás. El cuerpo que vibra a través de las sensaciones, así como lo hace la ciudad con la actividad incesante de millones de anónimos habitantes.

Finalmente, cabe mencionar que así como Marcel Proust ahondó en el universo de las pasiones, el amor, el desamor, la acción corrosiva de los celos, María Castilla pormenoriza en las mismas a través de un detallado análisis, usando para ello una trama novelesca que crece en profundidad a medida que el tiempo fluye y las páginas se transforman en una advertencia de lo que será el punto final. MARÍA CRISTINA RESTREPO

Suicidio por exceso de palabras El nombre falso de un ser importante Germán Silva Pabón Alejandría, Bogotá, 2010, 316 págs.

Lo primero que me parece se debe hacer para escribir la reseña sobre El nombre falso de un ser importante de Germán Silva Pabón es reconstruir la historia que cuenta y la cual se queda perdida entre un montón de palabras, sepultada en la verbosidad. El relato es más o menos el que sigue: Un escritor que se dice a sí mismo un fracasado, pero que no por ello deja de tener ataques de narcisismo

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primario, decide suicidarse inducido por un amigo de sus últimos tiempos, un violador de niñas, un panadero erudito que hace con su masa figuras genitales y que termina matándose en un accidente de moto en un intento por eludir a la policía que está a punto de apresarlo por sus delitos. Nuestro escritor fracasado quiere lanzarse a tierra desde el campanario de la catedral primada de Bogotá y, si mal no recuerdo, desde el principio sabemos que lo hace y que fracasa en su intento de morir a manos propias.

El escritor fracasado, Campoamor, por su nombre falso, forma parte de un grupo de muchachos que se denomina Marcuse y que pasa la mayor parte de su vida filosofando sin rigor alguno sobre diversos temas de la vida, entre ellos dos prominentes: la muerte y las mujeres. Estos muchachos que, uno lo deduce, ya no lo son tanto, se comportan como el eterno adolescente: de todo despotrican, se emborrachan varias veces al día, tienen ínfulas de intelectuales, copulan cada que pueden, tienen arrestos homoeróticos, se acolitan desmanes infantiles y, ante todo, hablan en demasía de cualquier asunto. Campoamor es el peor de todos: sufre de verborrea aguda paralizante y da tantas vueltas y revueltas al tema del suicidio (como sobre todo otro tema) que, a lo último, uno tie-

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ne ganas de empujarlo para que deje de dilatar tanto las cosas y resuelva, de una buena vez, su situación. En el relato algunos mueren pero Campoamor, hasta el final del libro, sigue vivito y coleando (vivito y hablando habría que decir), salvado por un golpe de suerte de morir asfixiado entre las montañas de palabras que él ha levantado, palabras que, por lo demás, son bastante vanas, dichas solo para deleitarse con el sonido de la propia voz o el ruido de los dedos sobre el teclado del computador... Nada sucede al final: solo cosas que se dicen y que, en últimas, vienen de la nada y a la nada van. Como dice la canción de salsa de Willie Colón: “Las palabras son del aire, y van al aire”... Tanto los personajes del libro, como el libro mismo, son fuente inagotable de impaciencia. Para avanzar después de la primera hoja hay que tener una buena dosis de aguante con la vida, con la “literatura” colombiana, con los ejercicios experimentales y con el prurito de la posmodernidad desde cuyos presupuestos está escrito el libro o, por lo menos, así lo dice el autor/personaje cuando afirma cosas de este talante: Y fui criticado por los doctores de Marcuse. Pero finalmente se trata de novelas, porque nada ha evolucionado tanto como la novela, la cual ha adoptado a lo largo de su historia cientos de formas. Como el jazz, que también ha evolucionado sobremanera, manteniendo las reservas que lo hacen sublime, como música de vanguardia. Por lo general concibo la novela como una aglutinación de textos, muchas veces sin ninguna conexión entre ellos, sin ningún nexo que distribuya la parafernalia. Pero también escribo novelas hiladas, para las que me veo obligado a utilizar una máquina de coser en lugar de una de escribir. El modelo de desconexión lo tomé de la vida misma, en donde las cosas aparecen desconectadas unas de otras. Y claro, del pensamiento filosófico y del lenguaje del psicoanálisis. El sentido, en esa realidad, es puesto por el hombre mismo desde afuera; adentro —si se

mira bien— no existe ningún sentido. Y entre más distancia peor. Si uno se va alejando un objeto llega a parecerse a otro por más diferentes que sean. La teoría de los fractales lo pregona. Desde muy lejos todo es igual. [págs. 206-207]

Y así es el tono de todo el libro... Una avalancha de palabras ligadas entre sí por una lógica perversa que no resulta ni estética, ni informativa, ni contribuye en nada a la filosofía y que, mucho menos, es literatura. El discurrir del personaje por la novela, y para el caso de todos los personajes, es adornado con las vueltas y revueltas de Campoamor sobre el suicidio, los lugares comunes sobre las mujeres, el odio a la madrastra y el trauma subsecuente que ha causado, las borracheras de los protagonistas, sus ínfulas de erudición, las citas de canciones de rock y jazz de los años sesenta y los setenta y un lugar hecho absolutamente de palabras en el que residen los eternos muchachos de Marcuse. Puede ser que la novela actual no tenga que seguir la misma estructura de la novela de los siglos XIX o XX. También que el relato clásico no tenga ya nada que hacer y que lo que único que importe ahora sea la subjetividad de los personajes y sus incansables disquisiciones presentadas a manera de polifonía interior. Es posible que, como Campoamor lo insinúa, Germán Silva sea el Joyce colombiano y que El nombre falso de un ser importante sea el Ulises criollo. Puede que yo no haya entendido este experimento, largo, largo, que hace el autor. A lo mejor, como él mismo lo dice, es el lector quien tiene que armar el libro y el escritor no debe hacer ningún esfuerzo por decir algo y mucho menos para que lo entiendan. Pero si la consecuencia de la desaparición de la novela clásica produce textos de la índole de este de Germán Silva Pabón, creo que Dostoievski es mi mejor opción para no tener que rabiar con desesperación... Sin embargo, como cabe la duda, incluyo algunos apartes del texto para que el lector de esta reseña sea

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quien decida por sí mismo si decide adentrarse en las aventuras y desventuras de este joven Werther de los trópicos: A veces se necesita más fuerza para despejar el cielo de sus nubes, de sus cirros, de esa bandada de nimbos que trata de oscurecer aquellos momentos de insania en los que uno cree poder camuflarse para obtener las verdaderas ganancias. Y terminé preguntándome qué oculta intención tenía el artilugio. Llamarme Campoamor no podía ser solamente una veleidad. Me imaginé no llamándome de ninguna manera. Pero entonces, ¿cómo podría vivir siendo nadie, careciendo de nombre, de identidad? Es como no tener cara. Sin nombre se podía diluir al temperamento, el cuerpo, la conciencia en esa falta de identidad, de señales y de historia. Un anonimato absurdo. Disfrutaría de una rara libertad. [págs. 48-49]

¿Es esto una disquisición ontológica inteligente o un ataque de verborrea aguda paralizante? Mi respuesta: pura y dura verborrea. O esta otra parrafada, reveladora de lo que el personaje/autor piensa de su obra: En ese sentido Alonso y Henry Nocaut se referían a mí peyorativamente. Alonso me dijo una vez que mi literatura era demasiado adolescente, como si fuera un pecado o una debilidad. Pero afortunadamente Felipe Arrau emergió de la nada para instaurar una exaltación de mi literatura de vanguardia ingresando al futuro. Arrau se convirtió en el arquetipo de los que me entendían a carta cabal, y me defendían. Por eso lo estampé de manera magnánima en ‘Feka Sechorr’. Uno no puede aspirar a ser leído por seres humanos sino por dioses. [pág. 202]

Y bueno, tal vez yo no sea una diosa sino una simple humana. Por eso, tal vez, no soy digna de entrar en la casa de Campoamor/Germán Silva Pabón y, por eso, tal vez deba volver a Scott Fitzgerald, a Thomas

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Mann, a Jane Austen y dejar que sean otros lectores los que digan lo que piensan de El nombre falso de un ser importante. Yo no me siento capaz de agregarle más palabras a algo que ya tiene demasiadas. MÍRIAM COTES BENÍTEZ

La inútil añoranza de la normalidad

computadora. Fue divertido en tono menor, y definitivamente mucho más divertido que los tradicionales lanzamientos de libros (invitación —cientos de invitaciones impresas y enviadas por correo—, vino, dos o tres discursos elogiosos y más o menos aburridos, algún ex presidente, algún escritor, algún famoso). Fue, sobre todo, una marca leve (definitivamente no un hito) que servirá para señalar en el futuro un cambio de rumbo, nuevos aires, nuevos hábitos.

Litchis de Madagascar Aquiles Cuervo Editorial El fin de la noche, Buenos Aires, 2011, 91 págs. El ruido de las cosas al caer Juan Gabriel Vásquez Premio Alfaguara de novela 2011 Alfaguara, Bogotá, 2011, 259 págs. Tres ataúdes blancos Antonio Ungar Premio Herralde de Novela Editorial Anagrama, Barcelona, 2010, 284 págs. Suicídame Andrés Arias Ediciones B, Bogotá, 2010, 262 págs. C. M. no récord Juan Álvarez Alfaguara, Bogotá, 2011 Come writers and critics Who prophesize with your pen And keep your eyes wide The chance won’t come again The Times They Are A’ Changing Bob Dylan

Hace poco participé en un acto (¿una sesión? ¿una peña?) en torno a un libro de cuentos, Litchis de Madagascar, firmado por Aquiles Cuervo. Había público (tías y amigos y unos poquitos desconocidos; nada de adolescentes vociferantes pidiendo a gritos a Justin Bieber), en parte explicable por la cantidad de participantes: un guitarrista, dos poetas, el autor, dos lectores, una

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En realidad Litchis de Madagascar representa varias de estas nuevas tendencias (que en ocasiones son viejos hábitos recuperados). Para empezar, el libro fue publicado por la editorial argentina El fin de la noche —Aquiles Cuervo es colombiano y vive en París—, que se presenta en su página web como un sello que “integra la tecnología de edición más avanzada (PoD, distribución digital y libre acceso de lectura online) a la delicada paciencia para el armado de cada título”. Se puede descargar desde Internet, se puede conseguir en librerías en Bogotá (en una librería, al menos), se puede pedir por correo, se puede comprar en Amazon. Su autor, Aquiles Cuervo, se define a sí mismo como “ex actor y futuro bailador, [...] escritor de atmósferas [...]”, obsesionado con “el absurdo, el minimalismo y la espera”; y es, a su vez, la creación de Alberto Bejarano, científico político y estudiante de doctorado en Filosofía en la Universidad París VIII (escribe una tesis

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sobre Roberto Bolaño), y alguien que evidentemente se divierte “explorando los males de Montano y de Norma Desmond”, que entiende que la literatura tiene mucho de búsqueda (usaría la palabra “juego” si no hubiera ya sido despojada de todo entretenimiento por los teóricos de la formación en la primera infancia).

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no filmará”; o como Dominó, el primero, sobre un hombre mayor cuya vida queda suspendida para siempre con la muerte de sus padres veinte años atrás. Bejarano mueve los hilos de Aquiles Cuervo sin mucha ansiedad, siempre con una sonrisita bonachona. Y uno quisiera, al verlo y al leerlo, que se dedicara de tiempo completo a la literatura, y también que no lo hiciera. ***

Pero no basta con señalar que Litchis de Madagascar es el heraldo de los nuevos tiempos. Es, además, un buen libro: tiene doce cuentos y un prólogo —uno en el que Aquiles Cuervo se sacude sin esfuerzo la nacionalidad y aclara que su tradición literaria pasa por China, Europa y Tadó y que sus Litchis de Madagascar no deben ser asociados con forma alguna de “realismo mágico tardío”. Ninguno de los doce cuentos es prescindible o mediocre, ninguno cojea o decae a destiempo: escribir cuentos es una tarea tan precisa como escribir sonetos, y Cuervo domina el oficio. Atravesados por alusiones a la música y al cine (que tampoco encierran al escritor en una camisa de fuerza generacional), por guiños literarios como la aparición reiterada de los litchis, algunos de los cuentos son, además, increíblemente buenos y frescos; como Apéndice, sobre un malogrado director de cine que en su cama de enfermo recrea “un guión para un cortometraje que ya

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“Somos miembros de una generación que añora una normalidad que nunca ha conocido”, afirmó el poeta bogotano Fernando Vargas Valencia en una de las veladas litchianas, con palabras que se acomodan mejor a El ruido de las cosas al caer, la tercera novela de Juan Gabriel Vásquez y ganadora del Premio Alfaguara 2011. En la antesala de la historia ocurre un acontecimiento que habría sido improbable en el mundo normal con el que fantasea el poeta: muere en el valle del Magdalena, a mediados de 2009, un hipopótamo fugitivo. La historia arranca unos años antes, en 1996, cuando un hombre, Ricardo Laverde, se lamenta en un billar: “Qué culpa tienen ellos de nada”. La reflexión es provocada por los hipopótamos que se mueren de hambre en la Hacienda Nápoles de Pablo Escobar, pero podría referirse a la generación del narrador de la novela, marcada por esa violencia “cuyos actores son colectivos y se escriben con mayúscula”. Porque El ruido de las cosas al caer es lo que Alejandro Zambra llama “la literatura de los hijos”, una novela en la que esta generación cuenta por fin la historia desde su punto de vista. Vásquez no solo pone sobre el tapete de la discusión política el papel desempeñado por los integrantes de los Cuerpos de Paz en la expansión de los cultivos de marihuana y coca en Colombia, sino que responde a la pregunta, usualmente retórica, sobre el país que le dejamos a nuestros hijos. La respuesta —envuelta en la historia personal de

Antonio Yammara y Aura— es desoladora: una generación que ha crecido enferma de miedo es incapaz de amar. Gran parte de la fuerza de la novela se deriva de la confrontación entre este señalamiento y las conclusiones que surgen de la vida de Ricardo Laverde, un tipo “flaco, de piel reseca y uñas largas y siempre sucias, (...) incapaz de tener una conversación corriente, ya no digamos una relación”. Acostumbrados como estamos a la idea del héroe, a veces quisiéramos creer que Laverde, piloto de profesión (pionero del narcotráfico), ex presidiario y billarista, es ese hombre del poema de Kipling que lo arriesgó todo y lo perdió. Pero si algo hemos aprendido los colombianos en los últimos decenios es que ese personaje de Kipling en realidad no existe —y si existiera se parecería más a Pablo Escobar. Hoy, Ricardo Laverde sería un corredor de bolsa, por ejemplo, o un hombre de negocios, un cachorro de buena persona que juega con cosas que no tienen repuesto, como en la canción de Serrat; de esos que un buen día descubren, con genuina sorpresa y espanto legítimo, que no son más que engranajes en una maquinaria de muerte que tampoco los perdonará a ellos.

La voz de Vásquez en El ruido de las cosas al caer resuena clara, definida. El novelista se niega a ser considerado un exilado, pero la distancia claramente jugó a su favor a la hora de contar la historia desde la perspectiva de su generación. Es esa perspectiva la que le permite al narrador afirmar, sin lugar a dudas,

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que nadie es inocente, en una novela formalmente impecable y emocionalmente devastadora. *** La novela de Antonio Ungar, Tres ataúdes blancos, Premio Herralde de Novela, empieza donde termina El ruido de las cosas al caer. Las arandelas políticas de la historia son conocidas de todos los colombianos: el político que encabeza la oposición —Pedro Akira, voz de los desposeídos, único firme contendor del Señor Presidente don Tomás del Pito, Plenipotenciario Dignatario, Señor del Cielo y de la Tierra— es víctima de un atentado. Sabemos de qué y de quién habla Ungar porque estábamos ahí; lo que resulta absolutamente sorprendente es el tono: la inflexión burlesca tan característica de los bogotanos, siempre de la mano de la frivolidad —y en últimas tendiente a sostener el estado de cosas y no a censurarlo— en este caso ha cedido el lugar a una sátira en regla (“un refinamiento de la rabia y de la indignación [...] La protesta convertida en arte”).

el caos (provocado, como ya se dijo, por la cuerda, el padre y los balazos) se manifiesta bajo la forma de una sucesión de cocteles de vodka, hielo y hojas de menta: Así fue pues la mañana. Los dos primeros cocteles de menta en mi cabeza: ¿En qué puede estar pensando, tendido, así, pobrecito él, en la cama? ¿Qué puede ser más importante que yo (su propio hijo)? Quinto coctel: ¿Estará nuestra existencia como familia condenada a una aniquilación total? [...] Del sexto al octavo coctel la casa entera, vacía, fría, húmeda, metida en mi cabeza.

Después de los cocteles viene una propuesta indecorosa y la aceptación de dicha propuesta. En realidad la anécdota de Tres ataúdes blancos es inocua y en ocasiones increíble, pero el escritor se siente impelido a desarrollarla y llevarla hasta el final. Y más allá. No importa. Queda claro desde las primera páginas que estamos ante un escritor que en sus mejores momentos es Swift, el de La propuesta inmodesta, capaz de incomodar a sus lectores, de sacudirlos, de ofenderlos, y de obligarlos a admitir que tiene razón el escritor cuando lee la situación política en clave de farsa. ***

La cuerda rota de un contrabajo, un padre que se niega a comprar el pan y tres balazos en la cabeza de Akira son los detonantes alrededor de los cuales se organiza la trama. Ungar sabe muy bien que “A nuestro alrededor todo parece haber sido engullido por el caos” (en palabras de Murakami). En el caso del personaje principal de Tres ataúdes blancos —que nos recuerda al Ignatius J. O’ Reilly de La conjura de los necios—,

Si de Ungar se puede afirmar que se lo apostó todo al tono, de Andrés Arias, periodista y autor de Suicídame, se puede decir que se lo apuesta todo a la historia: es fácil imaginarlo sentado durante horas, escribiendo en forma ininterrumpida, sin ocuparse de la calidad del café, o de la falta de sol. Así visualizamos también a Antonio, el narrador de la novela, obligado al encierro, arrinconado: “Quizás después de leer esta historia que apenas comienzo, [mi esposa y mi hijo] me entiendan y vuelvan a hablarme. Esa es la única esperanza que me anima a continuar”. Arias, como Ungar, se ocupa de los acontecimientos más recientes de la historia de Colombia. Pero hasta ahí las semejanzas. Nadie se aburre

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en Suicídame, nadie se emborracha, nadie se enamora en realidad: no hay tiempo para tonterías en la vida de los periodistas que protagonizan esta historia, o al menos no hay tiempo para tonterías menores. Son las tonterías mayores las que mueven la narración y se encargan de seducir al lector.

En este caso, un periodista de edad madura despierta un día y descubre que lleva años adocenado y muerto profesionalmente; una jovencísima periodista, tan ambiciosa como talentosa, trabaja con igual intensidad en el avance de su carrera y en sus ideales políticos; el redactor de una famosa revista sacrifica su integridad profesional a sus aspiraciones políticas; una mujer teje en la cama los hilos que amarran la revista al palacio presidencial; y un presidente se empeña en mantenerse en el poder a toda costa. La historia mantiene en vilo al lector sin mayores sobresaltos formales, y el autor enjuicia con mucha valentía el ejercicio del periodismo, las prácticas autocráticas —responsables, entre otras, de la desaparición de la joven periodista—, y la ingenuidad política de una generación tan ocupada en rencillas insustanciales que no vio —no quiso ver— el comienzo del cáncer que acabó carcomiendo al país. *** C. M. no récord, de Juan Álvarez, es el único de los libros comentados aquí que no mira hacia atrás. Hay unas pocas personas mayores entre sus páginas, pero en general cumplen la misma función que los padres

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de Charlie Brown en los dibujos animados que a veces pasan todavía por televisión: hacen ruido de fondo. Así que los jóvenes protagonistas se dedican a lo suyo: territorios inexplorados, formas de vida diferentes, nuevas maneras de crear y de decir, de enfrentar un tiempo “que no pasa sino que salta”. La novela gira alrededor de tres personajes y de su conexión con la música: Daniel, el mayor, pianista clásico renegado e ingeniero de sonido; Lucas, profesor de música e intérprete de bajo eléctrico, y Vicente, el más joven, quien a lo largo de la obra descubre que la música es su vocación, que la trompeta es su instrumento, y que la mujer que cree amar se acuesta también con un cantante caribonito. Y sucede en una Bogotá que empezó a aparecer en la literatura hace unos pocos años, con la publicación de Opio en las nubes a comienzos de la década de los noventa. Es una Bogotá más dura, pero también mucho más fluida, menos jerarquizada, áspera y manejable al tiempo, una ciudad en la que la calle ha dejado de ser lugar de paso y ha pasado a ser protagonista; una ciudad inmensa y multifacética atravesada por busetas asesinas que llevan a los personajes de aquí para allá sin la preocupación de estar invadiendo territorios prohibidos: toda la ciudad es suya, si tienen el valor de apropiársela. Y así como son suyas las calles, es suyo el lenguaje —no de la academia, ni de la escuela. La fluidez de la ciudad es la fluidez del español de la narración: Álvarez pasa sin ningún esfuerzo aparente del registro maestro (“Daniel, mijo, ¿alguna carajada por este feudo?”), al registro celador (“Toca que le digan al señor edil”) y al registro compañero (“Quiubo, pirobos”) y nos obliga a sumergirnos, casi sin darnos cuenta, en esta nueva verdad: la academia ya no cuenta, y el bogotano se impone sin pudor ni vergüenza en la página escrita mostrando con los hechos de quién es la lengua. C. M. no récord señala la aparición en escena de una generación: “ellos, los nacidos en la espectral

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década de los setenta, etiquetados de importaculistas”, no se gastan los días hablando de política o haciendo bulto en manifestaciones manipuladas por el gobierno. Saben manejar el sistema a su favor cuando se puede, e ignorarlo cuando no se puede. Y si es necesario cambiar algo, lo hacen, en vez de quejarse. Evitan el drama como a la peste, pero no lo reemplazaron con el sarcasmo y el ingenio, como las generaciones precedentes. Eso bastaría como razón de peso para leer esta novela, si no fuera además gran literatura. *** P. D. Llegué a pensar que las letras colombianas jamás se recuperarían de la avalancha de pornomiseria que nos arrasó después de la liberación de Clara Rojas. Tenemos la literatura que nos merecemos, pensé, parafraseando la frase aquella según la cual tenemos la clase dirigente que nos merecemos. Los libros comentados demuestran que estaba equivocada, y me alegro.

Con Justos por pecadores, Quiroz fue finalista del II Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América 2008, subcampeonato que le reportó 50 mil dólares; el premio lo obtuvo Jorge Edwards; en 2007, en la primera versión del premio se escogieron a Pablo de Santis y Alonso Cueto, ganador y finalista, respectivamente. En 2009, la tercera versión otorgó el premio a la colombiana, nacionalizada española, Ángela Becerra y a Pedro Ángel Palou; tenemos entonces que Argentina, Perú, Chile, Colombia, España y México han aportado novelistas para este multinacional premio que al parecer se encargará de consagrar autores de todas las literaturas nacionales del castellano. Para los autores es positivo figurar en el podio de los premios que otorgan las editoriales; ello garantiza difusión asegurada en las comunidades donde se habla español. Sin embargo, ese estado de cosas no trasciende del departamento comercial de las compañías editoras, es más mercadotecnia que literatura y los autores lo saben.

M A R G A R I TA VA L E N C I A

Pecado de omisión Justos por pecadores Fernando Quiroz Editorial Planeta, Bogotá, 2008, 222 págs.

Tras el bachillerato en el Gimnasio Los Cerros y el pregrado en la Universidad de la Sabana, Fernando Quiroz publica la novela Justos por pecadores cuya temática principal gira en torno al Opus Dei. En esta Santísima Trinidad se enmarcan más de cuatro lustros consagrados a las escrituras, la periodística: Semana, El Tiempo, Gatopardo, Cambio, entre otros, y la novelística: En esas andaba cuando la vi (2002) y Esto huele mal (2006).

Además de tres novelas, Quiroz ha publicado: El reino que estaba para mí: conversaciones con Álvaro Mutis (1993), así como capítulos de libros, crónicas, cuentos y textos varios en antologías; bajo el seudónimo de Pepe Buendía —el mismo con el que presentó el manuscrito

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de Justos por pecadores para el premio—, y en compañía del seudónimo Sebastián de la Torre, alias Juan Lozano, publicó el texto Tipos de tipos & viejas de viejas (1997) compendio de test cuasi humorísticos. Dividida en 56 fragmentos sin títulos, Justos por pecadores cuenta la historia de Vicente Robledo, más o menos veinticinco años, joven numerario del Opus Dei y residente en una casa de la comunidad, quien al sospechar que recibe un tratamiento médico innecesario que lo mantiene sedado, entrar a escondidas a la oficina del director y tener acceso a su carpeta, descubre por una carta que le retuvieron que su padre tiene cáncer y que le queda poco tiempo de vida, por lo cual decide huir de la casa y de la comunidad en la que lleva viviendo poco más de diez años. Hurta tres documentos: la carta del padre, las fórmulas falsas y “un misterioso documento”, que al lector se le viene anunciando desde el reverso del libro. Su camino de huida, el paso por casa de su amigo Eduardo, el reencuentro con el padre y el descubrimiento del amor son el tronco por el que se desarrollará la trama de la novela. A primera vista la novela tiene elementos de best seller pese a no serlo. A la parafernalia cristiana, se suman: a) una prelatura personal automarginada en gueto, a cambio de una sociedad secreta; b) un documento con información confidencial, a cambio de un manuscrito misterioso; c) un adolescente mayor que se comporta como menor, en vez de niños; y d) cierto ámbito de conspiración y denuncia. Trata de ser un thriller en todas sus acepciones: suspenso, intriga, misterio, pero no lo consigue. Por su sencillez narrativa la historia del joven Robledo se lee con la rapidez con que se lee un best seller; más que frente a una compleja ficción que obliga una y otra vez a releer y volver atrás tras los detalles que se pasaron por alto, Justos por pecadores responde a los objetivos de la más genuina literatura de evasión: entretenimiento y diversión, aunque, justo es decirlo, dista mucho de la maestría narrativa de los

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autores de best sellers; por el contrario, la novela de Quiroz es ingenua y sus fallas son notorias, el título no se corresponde con la historia, la construcción queda en obra negra y la verosimilitud en duda.

Salvo unas cuantas oportunidades en que recurre a flash backs, la novela está contada en el orden cronológico temporal causa-efecto en que suceden los hechos narrados. El malestar de Vicente con la comunidad, la huida de la casa, la búsqueda de Eduardo, el encuentro con su padre, y lo acaecido en Cartagena, son episodios que se van acumulando a medida en que van ocurriendo —así lo hizo Quiroz también en sus dos primeras novelas—. No se desarrollan, además de la principal, otras tramas o historias paralelas, lo cual hace que el lector concentre la mirada de manera exclusiva sobre el protagonista y se descubra la arquitectura de la historia. Esto es evidente en lo que tiene que ver con el documento confidencial que el protagonista hurta y el cual al final de la novela devuelve por correo al Opus. Vicente penetra secretamente en la oficina del director, busca la fórmula médica que le ha recetado el doctor Arizmendi, quiere saber cuáles son las pastillas que lo mantienen adormilado. En la búsqueda de su carpeta, se topa con un documento marcado como confidencial

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que contiene un listado de 42 nombres; así narra Vicente el encuentro del documento: Quise revisarlo más a fondo, pero decidí que tendría que dejar de lado la curiosidad sobre las vidas ajenas si de verdad quería detenerme en la propia. En todo caso, motivado por esa especie de morbo que me despertaba el enorme sello con la palabra ‘Confidencial’ que se repetía sobre el papel con membrete, retiré el listado y lo guardé en el bolsillo de la piyama por si acaso tenía la poco probable oportunidad de estudiarlo con calma después de encontrar lo que buscaba. [pág. 22]

Tras guardar el papel, Vicente encuentra la fórmula médica que buscaba y la carta del padre que se le había ocultado, al leerla decide huir. Presentar la información en forma lineal y sin tramas paralelas no entrañaría ningún problema en otro tipo de novela, pero, como en este caso el lector ha sido informado desde la contratapa de la presencia de un “misterioso documento”, su lectura se concentra allí: ante la pregunta que queda planteada —¿Qué contiene el documento?—, se espera una respuesta y se lee en función de ella; los ojos del lector se mantendrán atentos a la información contenida en ese papel. En lo sucesivo, el manejo narrativo del documento que roba en la casa de la comunidad será errático. Vuelve a aparecer en casa de Eduardo después de cuatro días cuando al vestirse, [...] del bolsillo del pantalón asomaron los papeles que había retirado del archivador de la Dirección y no resistí la tentación de volver a revisarlos [...] mientras leía esas cifras enormes que aparecían al lado de cada nombre comprendí que en ese momento no tenía cabeza más que para pensar en lo que podría estarme esperando en Cartagena. [pág. 79]

es decir, que Vicente está protagonizando un misterio, planteando preguntas y retrasando las respuestas, pero además, está aplazando la

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revisión pormenorizada del material, en la página 22 para “estudiarlo con calma después” y en la 79 porque “en ese momento no tenía cabeza”, es decir, para el lector se genera tensión, esto es, expectativas que siente que se le dilatan. Pretendiendo distraer la atención del lector consigue lo contario, que concentre la mirada. Desde allí Vicente ignora, quizá en forma deliberada, el documento. Más o menos hacia la mitad de la novela se da un giro dramático interesante; Vicente se encuentra en Cartagena con un miembro de la congregación; cualquier lector reconoce que ante la desaparición de Vicente en Bogotá, con el análisis de la documentación sobre él, los directivos de la casa notarán la ausencia de la fórmula médica y de la carta del padre. Al revisar los documentos extrañarán, además, el listado sustraído por Vicente, quién debería saber que el encuentro no ocurre por azar y menos tratándose de la comunidad. González, el enviado, lo aborda y ante la petición: “no olvides llevar aquel documento que tomaste por equivocación” (pág. 117); a Vicente se le olvida su existencia: “¿a qué se refería con lo de aquel documento que tomé por equivocación? ¿Acaso a la carta de mi padre? ¿Acaso a la fórmula de doctor Arizmendi?” (pág. 117); se sabe que Vicente es maleable, distraído y hasta pusilánime; desde este momento no queda ninguna duda que también es tonto. El Opus vuelve a aparecer mientras Vicente comparte con Ana en un bar: “No supe en qué momento entraron al bar un par de hombres que nos miraban desde la barra de manera persistente, como si nos estudiaran, como si nos reconocieran, como si algo les debiéramos” (pág. 161), el lector sabe que son ellos, Vicente se molesta pero no lo descubre, el incidente queda ahí y vuelve veinte páginas adelante en el segmento número 45: Vicente y Ana comen en un restaurante, al final de la cena el mesero les lleva dos vasos de ron por cortesía de un hombre en la barra del local. Ana lo reconoce pero no recuerda con exactitud

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de dónde, Vicente reconoce que se trata de quien le incomodó antes. Ana entonces recuerda que vio al hombre en el entierro del padre de Vicente, esta pareja de ingenuos extraviados en una novela que no estaba para ellos, llegan a donde tienen que llegar, dice Vicente: “Después de barajar diversas hipótesis, cuando la botella estaba llegando a su fin, concluimos que posiblemente se trataba de algún conocido de mi padre que no nos había sido presentado, y que por lo tanto no debía de revestir peligro alguno” (pág. 180). Vicente no le presta atención al documento y debería saber que en su desaparición está lo que la comunidad no le perdonaría. El autor descuida las razones por las cuales el personaje no cae en cuenta que lo que más molesta al Opus es la pérdida de ese papel. Otro error de construcción pasa por el vínculo familiar; de un lado, el conflicto, la distancia y la necesidad de Vicente y su padre apenas se esboza. Vicente lleva más de diez años sin verlo, la ruptura se dio cuando entró a la comunidad, vocación que el progenitor no compartía, y de repente más de diez años después al saber de su estado e inminente muerte decide que va a buscarlo. Es decir, que el padre es un motor para abandonar la comunidad —así su concepto de hace diez años haya sido desestimado—, lo cual es creíble, pues los hijos sienten afecto por sus padres, y claro, es creíble también que una cosa piensa Vicente en su adolescencia y otra de adulto; no obstante, dada la importancia que tiene el padre, tanto en la entrada de Vicente en la comunidad como en su decisión de huir de ella, hacen falta elementos comunes en la prehistoria de la relación entre padre e hijo que permitan reconocer que siempre existió ese lazo indisoluble que ahora motiva a Vicente a abandonarlo todo. El acto de leer ficción entraña un pacto; a sabiendas que el texto que se va a leer es un embuste, el lector acepta “creerlo” siempre y cuando se cumplan dos condiciones, que sea “arrastrado” por ese mundo inventado lo que le impida recordar su

carácter falso, y que ese mundo sea creíble; el compromiso del autor es hacerlo verosímil. Si cualquiera de las partes no cumple la lectura será una experiencia fallida. Al igual que el tratamiento dado en la novela al ‘documento’ y la poca atención que le presta a éste el protagonista, tampoco es verosímil que el paso de Vicente de las entrañas de la comunidad a la vida “exterior”, ese renacimiento, no sea traumático. Si bien la presencia del amigo Eduardo, hace las veces de catalizador, también se extraña la ausencia de crisis en un personaje adulto que ha pasado más de diez años de disciplina, sin contacto con la familia ni con mujeres. Este detalle le resta verosimilitud a la novela; un protagonista plano a quien el tránsito, de una comunidad religiosa en que pretendieron lavarle el cerebro a la vida por fuera de ella, no le representa problemas. Vicente se adapta con facilidad y transita de la devoción al deseo sin traumatismos.

Los hechos de la historia tan solo se narran o se refieren, son más la escaleta de un periodista de diario que pretende organizar en forma narrativa los elementos de la historia “llenando”, que la textura estética de la ficción creativa; es una estructura desnuda que evidencia su fragilidad en el descubrimiento de los errores argumentales; es pobre el trabajo con los personajes, se

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extrañan matices y mayor riqueza dramática; el espacio es mero telón de fondo construido con lugares comunes: la ciudad vieja en Cartagena, Laureles en Medellín, el parque El Virrey en Bogotá. En conjunto, una historia en la que los cabos no están sueltos pero si muy mal atados.

Quiroz idea, planea y construye buenas atmósferas temáticas, pero comete el error de presentar la información con torpeza, restándole verosimilitud a la historia y produciendo con ello pérdida de interés por la trama. A través de su obra Quiroz está delimitando un estilo; hay constantes en sus novelas pese a que las dos primeras están mejor terminadas que Justos por pecadores. Las tres están divididas de la misma manera en fragmentos numerados y todas narradas en primera persona por el protagonista. Las tres tienen por protagonistas a hombres más o menos burgueses, de entre veinticinco y cuarenta años, más o menos tímidos, que se relacionan con las mujeres de forma parecida, catavinos aficionados, que se debaten entre asumirse contrarios o adaptarse a unos códigos protocolarios dictados por el origen de clase y la educación confesional, que soportan el incómodo peso de una pequeña burguesía, sus modos sociales, su normatividad familiar, personajes que por decisión u obligación rompen con un pasado: la superación del duelo, el matrimonio, la comunidad; personajes que rom-

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pen con las ataduras, animales en busca de respiro. Las tres son historias lineales en las que un personaje vive unas anécdotas marcadas por la presencia-ausencia de una mujer; aunque estructuralmente sus dos primeras novelas tienen un poco más de reto para el lector, pues son historias que construyen un nudo dramático de mayor cohesión, alrededor de la ruptura y pérdida del ser amado, y un nudo argumental más interesante, que el de Vicente rompiendo con el Opus; situaciones de interés dramático de las otras dos novelas, esto es, la crisis vital de los personajes sumada a la crisis en sus relaciones de pareja, se extrañan en Justos por pecadores. La bibliografía sobre el Opus es numerosa tanto a favor como en contra, en su mayoría se debe a autores españoles y por lo general los textos giran en torno a la divulgación descriptiva o a la experiencia positiva o negativa como miembro de la comunidad. La presencia del Opus en obras de ficción quizá sea más escasa aunque hay un precedente universal indiscutible en El código Da Vinci. A Colombia la comunidad llegó, siendo presidente Laureano Gómez, en 1951, mismo año de la primera Vuelta a Colombia, de las estrellas doradas en el campeonato de fútbol y del Batallón Colombia en la Guerra de Corea. Un texto sin firma publicado en la Revista Mito núm. 16 en 1957 advertía sobre los nexos de la comunidad con el poder político español del momento. Es interesante y valioso que un autor colombiano asuma de manera temática un tema universal como el de las comunidades religiosas, específicamente en este caso el Opus Dei; sin embargo, Quiroz pudo haber ido más allá de la pálida historia de ruptura de Vicente Robledo y explorar otro tipo de ficciones con más carne que hueso; en Justos por pecadores hay una esbozada (págs. 53-60): la historia que a Vicente cuenta Eduardo sobre nexos entre la comunidad religiosa, grupos paramilitares y ejecuciones extra judiciales. Escribir best sellers es un arte diferente al de escribir literatura; am-

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bos son asunto de estructura y asunto de contenido; pero, sobre todo, como cualquier arte, asunto de aprendizaje, en este caso, de lectura, de mucha lectura. El superventas también lee. CARLOS SOLER

El arte laborioso de retratar la muerte El triunfo de la muerte Mauricio Bonnett Editorial Norma, Bogotá, Colección La otra orilla, 2010, 312 págs.

No todo suspenso llega a su culmen con la resolución de un misterio. Hay situaciones cuya lógica macabra hacen que la revelación sobre cómo se desencadenaron los acontecimientos no satisfaga la pregunta incesante ante la inesperada llegada de la muerte. En El triunfo de la muerte la magia del relato de suspenso subvierte la naturaleza persecutoria entre víctima y victimario, trasciende el propósito tradicional de encontrar al culpable, y mediante la exposición de historias paralelas, se adentra en la psicología de los personajes y en su lucha contra la pérdida de la cordura en medio de un ambiente sofocante, en donde el pútrido olor de los muertos va trepando por sobre las cosas y engulléndolo todo, como si de hoyos negros se tratara.

La más reciente novela de Mauricio Bonnett, El triunfo de la muerte, combina la precisión del lenguaje

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con la experticia en el arte cinematográfico para generar un relato vívido en apelaciones sensitivas, juegos de luz e imágenes perdurables que penetran en la mente del lector y forman un universo narrativo coherente y sobrecogedor en el cual la muerte cobra protagonismo y se impone sobre los personajes.

Para Bonnett todo inicia con la lectura de la novela emblemática del francés Georges Perec, La vida instrucciones de uso, que despierta en él el deseo por producir una película. Bonnett empieza a escribir un guion cinematográfico. Afortunadamente para sus lectores, el guión se convierte en novela, su segunda novela, escrita en medio de proyectos cinematográficos y al lado de su amplio y exitoso recorrido por el mundo del cine. La novela de Georges Perec ejerce su influencia y suelta las riendas de la imaginación y la creatividad de Mauricio Bonnett, quien encuentra en ella el relato semilla para que su imaginación se desborde. En la novela La vida instrucciones de uso Perec expone las piezas de un rompecabezas, cada capítulo, o pieza del rompecabezas, narra la vida e historia personal de los inquilinos de un edificio, y entre ellas (capítulo XXXI de la segunda parte), aparece la inquietante historia de la joven pareja, François y Elizabeth Breidel, degollados en su casa sin señales de robo ni razones aparentes. La investigación lleva a la recapitulación de la vida de ambos personajes y se encuentra con un oscuro

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incidente en la vida de Elizabeth, que mientras estudiaba arqueología, es contratada por la señora Ewa Ericsson para que cuide de su hijo de cinco años. Perec resume el incidente así: La chica au pair encargada de bañar al niño, mientras descansa Ewa en su cuarto, lo deja ahogar, intencionadamente o no. Al darse cuenta de las consecuencias inexorables de este acto, decide huir inmediatamente. Algo más tarde, Ewa descubre el cadáver de su hijo y loca de dolor, sintiéndose incapaz de sobrevivir a él, se da muerte a su vez.

Sven Ericsson, el viudo que ahora ve su vida destrozada, decide invertir su vasta fortuna y el resto de sus días, en buscar a la niñera contratada para vengar la muerte de su esposa e hijo. En la novela de Bonnett, Sylvia, esposa de Mateo y madre de los gemelos Daniel y Francisco, es quien contrata a Gabriela para cuidar de sus gemelos y abre las puertas para el imperdonable error y descuido de Gabriela. El sobreviviente de los gemelos, queda como llaga abierta, como el emblema de carne y hueso de lo sucedido. Su presencia enfatiza la ausencia del otro. La culpa amordaza a Gabriela y la persecución de la conciencia es más pertinaz que cualquier sospecha externa. El remordimiento deriva en obsesión, en locura. “Dicen que el asesino siempre regresa a la escena del crimen. Y aquí está ella deshaciendo sus pasos, pero no para extasiarse en la contemplación de su delito sino, con suerte, para empezar a expiarlo”. La vida de quienes la rodean entra en el torbellino de angustia y de muerte que la acompaña. A su vez, la incomprensión de Mateo ante lo sucedido desemboca en desasosiego e inutilidad, en una dolorosa introspección que le revela sus vacíos y vileza. La vida de los personajes da un tropiezo y en vez de enderezarse sigue en caída franca a abismos insospechados. Tomando la historia de Perec en su esencia, presentando otras posi-

bilidades de la misma y con un desenlace que sorprende, Bonnett recrea una historia signada por la muerte, ese incomprensible fenómeno que parece atisbar tras cada esquina, que acecha y roe sobre el tedio de la vida rutinaria de los personajes, y éstos se van ahogando en su propia incomprensión ante la nada fulminante. Con los recursos de la novela de suspenso y una estructura de cajas chinas en la cual narración principal enmarca y reúne una multiplicidad de textos, Bonnett teje una obra en la que cada relato está dentro de otro y los personajes son quienes escriben los fragmentos que componen la obra final. Extractos de la biografía de Schubert, en sus momentos cercanos a la muerte, se intercalan con la historia trágica de los personajes y con una tesis sobre el Memento mori, una disertación sobre la frase latina “recuerda tu mortalidad” que logran mantener la tensión narrativa sin por ello ahogar al lector con la crudeza y rapidez de la prosa narrativa.

La novela tiene picos de tensión y momentos de relativo sosiego. La tensión narrativa nunca se desvanece ni llega a ceros, va dibujando un encefalograma en el que el lector sube montañas y baja colinas con gran avidez y absorto en la lectura de un suceso visto bajo la desnudez dolorosa de la incertidumbre que colma de ansiedad a los personajes. Lo inesperado se cuela por entre las paredes cerradas y derrumba realidades y sueños a futuro, las dificultades cotidianas salen a flote, los dramas de las historia de vida que se esconden detrás de toda cara se acumulan y ampollan la serenidad y la

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compostura de sus personajes, que estallan en brotes de irascibilidad y de odio contra sí y contra el mundo que no les depara la soñada historieta rosa. El lector queda expectante tras cada punto. En cada pausa hay un placer doloroso, un respiro en mitad de la lectura. Pero las ganas de continuar apremian, la historia invita a ser leída y lleva a los lectores a ser testigos de una tragedia que se desenvuelve y se multiplica.

Tal como lo devela Bonnett en una entrevista otorgada a la HJCK, la novela toma su nombre de una obra de arte, El triunfo de la muerte de Pieter Brueghel el Viejo expuesta en el Museo del Prado en Madrid que despliega una vista panorámica de la muerte trágica. La muerte ataca a los hombres por todos los ángulos, invadiendo sus vidas y recreando una imagen apocalíptica que se convierte en masacre con la devastación del ataque terrorista en la novela de Bonnett: “La brisa trae un olor a fulminantes. A lo lejos, en lo que debe ser el epicentro de la explosión, se levanta una columna de humo negro que la multitud contempla hechizada, como si fuera el manto de la Muerte ondeando desafiante sobre sus cabezas”. El arte se vuelve un referente de la mortalidad y parece formar parte de un engranaje secreto en la novela. Hay un cúmulo de pistas premo-

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nitorias que los personajes van encontrando sin llegar a captar en su totalidad, pero que intensifican la presencia de la muerte, su alarmante respiración clavada en la nuca de los personajes, en palabras del narrador, es “la muerte expandiéndose como una mancha de tinta por entre sus entrañas”. Los fragmentos de la biografía de Franz Schubert convergen alrededor de un posible encuentro con un Beethoven moribundo, y con el desmoronamiento de su propia vida al enterarse que padece de sífilis. La música de Schubert y la poesía de Goethe están cifradas por la muerte y su conjuro; el paseo por la casa de Sylvia Plath obedece más a la curiosidad sobre su suicidio que sobre su poesía, los poemas de Donne hablan de la muerte, los grabados de Zelenka llevan a la reflexión sobre la muerte en el arte y la poesía de Borges sirve para reflexionar sobre los momentos muertos del insomnio. Hay algo así como una macabra simetría entre lecturas, obras artísticas y circunstancias en la novela: [...] vivimos como si fuéramos inmortales, y el propósito del ars vanitatis es recordarnos que siempre, incluso en nuestra propia casa, nos acosa la sombra de la muerte. Según esa idea nuestros actos, nuestros gestos, nuestras palabras, conforman un dibujo invisible, un mapa de signos que obstinadamente ignoramos. [...] aquí la muerte está escondida entre los objetos que decoran la habitación [...] El espectador tiene que buscarla. Es una especie de cábala, de acertijo, que en este contexto sirve para establecer un contraste entre la vulnerabilidad de la doncella (que sostiene un libro en cuya carátula están inscritas las palabras sic transit gloria mundi) y la presencia soterrada pero irrevocable de la muerte.

El arte y la representación de la muerte dan atisbos a un arte poético escondido tras la misma narración:

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Quizás el deseo de representar a la Muerte se desprende de nuestro de-

seo de entender lo incomprensible, de medir lo inconmensurable, de ordenar lo que no tiene orden, de armonizar al espanto. Es un mecanismo de defensa, un consuelo. Es el espléndido subproducto de esa ambición y el gran fracaso de La Belleza.

La novela no se queda allí, sus posibilidades se extienden gracias a la complejidad de la narración y la composición cuidadosa que parece haber detrás. Bonnett toca las problemáticas del mundo contemporáneo como los ataques, el fenómeno de la inmigración y los enclaves culturales que se van formando en toda ciudad, así como la falsedad tras las relaciones y el imperio de la conveniencia sobre la autenticidad de los sentimientos. Con una vasta cantidad de referentes intelectuales, la obra raya en la erudición y descifrar cada pieza del misterio y de la compleja y maravillosa estructura de la novela, se vuelve secundario frente al gusto que genera la lectura de su prosa ágil, cautivadora y paradójicamente llena de vitalidad, aun cuando se encuentre hablando sobre la muerte. Los edificios, los transeúntes, la luz, todos han adquirido una cualidad espectral. Gabriela se siente como una sonámbula en un mundo de maniquíes, suspendida a una gran altura sobre una cuerda floja desde donde

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C R Í T I C A E I N T E R P R E TA C I Ó N

observa, uno a uno, a todos los miembros de la muchedumbre, seguidos por sus sombras, negras como fosas. Es el triunfo de la muerte. MELISA RESTREPO MOLINA

Haciendo poesía con la crítica Leer Brasil Juan Gustavo Cobo Borda Instituto de Cultura Brasil Colombia (IBRACO), Bogotá, 2009, 72 págs.

En este delicioso texto, Juan Gustavo Cobo Borda hace un recorrido personal por la obra de seis escritores brasileños de los dos últimos siglos: Machado de Assis, Jorge Amado, Clarice Lispector, Cabral de Melo Neto, Rubem Fonseca y Nélida Piñón. En su itinerario, Cobo Borda recrea la obra de estos escritores desde una perspectiva subjetiva que enriquece los textos y a la que se le podría aplicar, dándole la vuelta, una frase de Godard que defiende la acusación que con frecuencia se les hace a los críticos de arte de que son creadores frustrados: “Hacer cine no es sólo hacer películas”. Para este caso, diríamos que hacer literatura no es solo escribir novelas o poemas. La crítica literaria también puede ser una forma de hacer literatura como nos lo demuestra Cobo Borda en esta colección de ensayos cuya publicación como libro le da mucha alegría, dice él mismo, pues es una forma de “dejar constancia de [su] admiración por los escritores brasileños [y llegar] más allá de quienes escucharon sus [conferencias] en la sede del Instituto de Cultura Brasil Colombia [...]” (pág. 7), en cuyo contexto Cobo Borda hizo conocer estos ensayos. Para explicar el abordaje que hace de los libros de estos escritores, Juan Gustavo Cobo Borda aclara que “no es profesor ni académico” (pág. 7) y yo debo aclarar,

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RESEÑAS

mientras escribo esta reseña, que no soy una profunda conocedora de la literatura brasileña, apenas he leído uno que otro cuento de Clarice Lispector y dos novelas de Jorge Amado. Desde luego, esto es una limitación para leer la obra porque no me permite un diálogo informado con el autor de los ensayos. Sin embargo, desde la otra orilla, mi ignorancia también puede ser un elemento interesante, pues me permite dejarme llevar sin mucha resistencia por el universo del gran lector que es Juan Gustavo, a quien llamo por su nombre de pila, como si lo conociera, aunque nunca lo haya visto cara a cara. ¡Pero es que sí lo conozco! En mi adolescencia siempre fue un referente importante, uno de los pocos críticos literarios que había en el país en ese entonces, un gestor de la cultura cuando en ese tiempo ni siquiera se conocía esa expresión, el subdirector de revistas como Eco y Gaceta, un periodista cultural pionero y un poeta a veces admirado, a veces criticado, pero que igual era una inspiración para quienes que recorríamos las áridas tierras colombianas de aquellos años en busca de personajes de las letras que se atrevieran a ir, en sus apreciaciones y valoración de la literatura, más allá del maestro Valencia por dar solo el ejemplo más iconográfico de lo que se discutía por allá en los años setenta en las revistas de literatura en el país. Por eso, no puedo reseñar el libro de Cobo Borda sin referirme a lo que significa la crítica literaria como un valioso ejercicio intelectual, diría yo, o como un mal necesario, dirían otros. Ser crítico de arte no genera popularidad ni simpatía. Muchos creen que el ejercicio de leer a otros y analizar su obra es una manera fácil de llegar a un acuerdo con uno mismo sobre las frustraciones que tiene como escritor. Pero no es así: uno no lee cuidadosamente a un escritor o una escritora para librarse de los fantasmas de su propia falta de creatividad (¡ojalá fuera así de fácil!), sino porque le gusta el diálogo que se establece entre los libros y la gente, porque le apasiona

explorar los mundos que otros crean y, lo que me parece más importante aún, porque al leer desde la perspectiva crítica, el crítico se convierte en un guía, con quien con frecuencia se pelea y eso está bien, no solo para quienes consumen literatura (fea expresión pero muy útil), también para quienes la producen.

Volviendo a Leer Brasil, me parece emocionante la lectura y escritura que hace Cobo Borda de los escritores escogidos. Es emocionante, porque es literatura en sí misma, porque no se agota en un ejercicio de deconstrucción estructuralista como los que se hacen tanto ahora y que, aunque valiosos, en lo personal me resultan aburridos o incomprensibles, sobre todo, cuando los comparo con lo que hace Cobo Borda, cuyos textos me permiten contactarme con lo que siente y lo que piensa, con su propio mundo interior y su relación con los libros y lo que se mete y sale de ellos, que no son solo palabras, sino imágenes, sonidos musicales, nuevos significados, reconfiguración de realidades exteriores e interiores... Como ejemplo del tipo de textos críticos emocionantes que escribe Cobo Borda, cito los siguientes: Sobre Cerca del corazón salvaje, la primera novela de Clarice Lispector dice: Es tan intenso y perturbador el libro, tan inocente y cruel a la vez, tan

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y de lo desasosegante de la fantasía. Del egoísmo del amor, ‘perverso e ilimitado’ que terminaremos por aceptar pues nos da una vida ‘medrosa y acosada’, si se quiere, pero vida al fin. Algo de fábula milenaria, de voz que conoce las honduras de la carne y sigue el flujo sinuoso de su lenguaje, se desprende de estas páginas sabias. [pág. 72]

enceguecedor en su rica agudeza, que resulta difícil abordarlo. La heroína encierra en sí misma, en su monólogo tornasolado y veloz, un momento de luz, otro de sombra, tantas facetas de un mismo ser que alberga mucho dentro de sí, que no podemos detenerlo en una única imagen. [pág. 28]

Más adelante, sobre La araña, también de Clarice Lispector dice:

mera página y con sorpresa vi que faltan tildes, faltan comas, faltan palabras y hay frases muy forzadas desde el punto de vista gramatical que dificultan la lectura. Si el libro se reimprime, ojalá así sea, estos errores, que se vuelven ruidos en momentos poco soportables, deben corregirse para poder hacerle un mayor mérito a su contenido. MÍRIAM COTES BENÍTEZ

Este toque último, de final de telenovela, mostrará el interés de la autora por una estética del mal gusto, de lo feo, de los géneros menores, que revelan la otra faz de su indagación incesante sobre los vaivenes y contratiempos de una escritura que se sabe imposible para atrapar lo real, que se mira escribirse y se juzga con un ojo tan elevado como humorístico. Con ese golpe bajo, la vida retoma sus fueros, su insondable y espantosa arbitrariedad. Toda construcción se eleva sobre el vacío y de allí, fecunda paradoja, extrae su fuerza y la música grave y en ocasiones risueña con que este libro, desbordado, exhaustivo, minucioso en su puntillismo, nos cautiva y arrastra hacia un final, como todos, imprevisible. La muerte, es bien sabido, no tiene sentido. [pág. 35]

Sobre la poesía de Cabral de Melo Neto dice: Agua y piedra, negro y blanco, frutas que son casi ninfomaníacas en la entrega de su azúcar, ‘el absurdo y sus mil entonaciones’: todas las polaridades de la existencia se resuelven [en] una música callada. Si bien el Pernambuco de Cabral agoniza en la sequía, aquella bala, navaja o reloj, que roen al hombre en su interior, también logran transmitirnos un acorde, un ritmo. El minutero encantado de nuestros días. [pág. 58]

Sobre la obra de Nélida Piñón dice: De allí, de ese pozo ancestral de sangre y fuego, seguirán brotando relatos imprevistos, donde, desde la muerte, resurge el deseo. Nos hablará, así mismo, de la rutina conyugal

García Márquez al micrófono Yo no vengo a decir un discurso Gabriel García Márquez Mondadori, Bogotá, 2010, 151 págs.

Indudablemente, Juan Gustavo Cobo Borda hace poesía con su crítica que podrá no ser muy valorada por los académicos pues no gira en torno a una tesis, por así decirlo, pero a lectores como yo, que tampoco circulan por los pasadizos de las academias, este tipo de escritura nos deleita, nos convoca y nos invita, de manera especial en el caso de mi ignorancia que ya reconocí sobre la literatura brasileña, a sumergirnos de manera más disciplinada y gozosa en las páginas de los escritores a los que Cobo Borda les dedica estos ensayos... Sí. La publicación del libro cumplió con la misión que su autor le auguraba: llegarnos a aquellos que no estuvimos en las conferencias del Instituto de Cultura Brasil Colombia y conectarnos con ese amor de Cobo Borda por la literatura de Brasil. Una última cosa: pese a lo apasionante de los textos de Cobo Borda sobre literatura brasileña tengo que quejarme del descuido de la edición. No puedo creer que Juan Gustavo tenga mala ortografía ni cometa errores de sintaxis como los que aparecen en el libro. Desde la pri-

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Mi obsesión por los distintos modos del poder es más que literaria —casi antropológica— desde que mi abuelo me contó la tragedia de Ciénaga. Muchas veces me he preguntado si no es ése el origen de una franja temática que atraviesa por el centro todos mis libros. En La hojarasca, que es la convalescencia del pueblo después del éxodo de las bananeras, en el coronel que no tenía quien le escribiera, en La mala hora, que es una reflexión sobre la utilización de los militares para una causa política, en el coronel Aureliano Buendía, que escribía versos en el fragor de sus treinta y tres guerras, y en el patriarca de doscientos y tantos años que nunca aprendió a escribir. Del primero hasta el último de esos libros —y espero que en muchos otros del futuro— hay toda una vida de preguntas sobre la índole del poder.

Palabras de García Márquez a los militares colombianos en abril de 1996. La lectura era un vicio profesional. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fueron de sobra para poner muy en alto el mejor oficio del mundo, como ellos mismos lo llamaban. Alberto

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Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de la República, no era siquiera bachiller.

Palabras de García Márquez a los periodistas en octubre de 1996. Estos dos párrafos de García Márquez, tomados de sendos discursos suyos, muestran cómo la reunión de los mismos parece prolongar el tono de sus memorias hecho de recuerdos y anécdotas iluminadoras y le confiere un gran valor al libro con sus discursos permitiéndonos entrar en algunos de los núcleos claves de su tarea.

A los 83 años, Gabriel García Márquez (1927) reúne sus discursos. Después de una memorable carrera literaria que se inició con La hojarasca (1955) y El coronel no tiene quien le escriba (1958) y alcanzó su ápice en Cien años de soledad (1967), renovándose con El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) y El amor en los tiempos del cólera (1985), para culminar de nuevo con dos muy logrados textos, su revisión histórica de la figura de Bolívar, en El general en su laberinto (1989) y la autobiográfica Vivir para contarla (2002) tiene todo el derecho de recoger sus frutos. Para disfrutar de la añoranza de sus momentos culminantes y diseminar muchas perlas autobiográficas y muchas sentencias ilustrativas en estos veintidós textos. Son discursos

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escritos desde la perspectiva de un autor famoso, solicitados de manera indistinta desde los premios y distinciones otorgadas (Premio Rómulo Gallegos, Orden del Águila Azteca, Premio Nobel), hasta los foros y convocatorias, trátese del Grupo de Contadora, la Unesco, la Sociedad Interamericana de Prensa o el Congreso Internacional de la Lengua Española, enfocados a tratar temas de actualidad. Que bien pueden ir desde las armas nucleares y la ecología hasta la educación y el cine. Todos ellos desde la óptica de un escritor autodidacta, que sigue confiando más en la “clarividencia de los presagios” que en las virtudes de la ciencia y la técnica. El premio que Jorge Luis Borges no recibió, Jean-Paul Sartre rechazó y Samuel Beckett envió a su editor a recogerlo dio pie a Gabriel García Márquez para escribir su más célebre discurso: “La soledad de América Latina”, pronunciado en Estocolmo, el 8 de diciembre de 1982, al recibir el Premio Nobel. Una brillante y original interpretación de la historia y el carácter de América Latina, en contra de las tergiversaciones europeas y los dilemas de un mundo bipolar (Rusia-Estados Unidos) donde las tentativas de autonomía e independencia de América Latina no son tomadas en cuenta. América Latina, “esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda” (pág. 23). Este era un motivo recurrente de muchos de sus otros textos: el desafío mayor, para un escritor, ante la «insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida” (pág. 25) y volverla comprensible ante el mundo. Por ello no vacilará en afirmar: “el oficio del escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica”. Un oficio de terquedad y largo aliento, que combate el tiempo y lo incorpora a sus textos, en el dilatado proceso con que imagina y compone mentalmente sus obras, entre apuntes, esbozos y comienzos fallidos, como sucedió

con los diecinueve años que paso pensando Cien años de soledad. Otro dato clave sería la insistencia en los poderes de la poesía como fuerza reveladora de la realidad oculta o camuflada y motor de su obra. “Sus virtudes de adivinación” y su “permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”. De allí surgen dos de sus discursos más entrañables, en los que pinta de cuerpo entero a dos amigos y compañeros generacionales: Álvaro Mutis y Belisario Betancur. Allí se muestra como el presidente Betancur fingió eludir su destino de lector de poesía entre las arenas movedizas del poder y como “la hermosura quimérica y la desolación interminable” (pág. 82) de la poesía de Mutis se ha convertido en patrimonio universal: “Maqroll somos todos”.

No dejará, entonces, de reconocer otros hitos en su formación y sus lecturas, que bien pueden ir desde José Asunción Silva, “desvelado por el rumor de las rosas”, hasta Pablo Neruda y William Faulkner. Pero lo sugerente es como nos los devela, con un adjetivo, con una frase apenas, con una comprensión honda. La razón de estos aciertos la da cuando refiere un dialogo: “Mi compatriota Augusto Ramírez me había dicho en el avión que es fácil saber cuando alguien se ha vuelto viejo porque todo lo que dice lo ilustra con una anécdota. Si es así, le dije, yo nací ya viejo, y todos mis libros son seniles” (pág. 91). Pero la capacidad ilustrativa de la anécdota no es menor que lo vigoroso de sus reflexiones, ante los militares y los periodistas, o ante la creatividad de América Latina, en sus pintores y cineastas. Como él

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mismo lo dice: “los artistas, que al fin de cuentas no son intelectuales sino sentimentales”, son los que han mantenido identidad y continuidad de nuestro idioma, en medio de las borrascas y desfallecimientos de nuestra historia política. Y son ellos, como el propio García Márquez lo ejemplariza de modo emotivo y muy logrado, los que prosiguen “el sueño de una América independiente y unida”. A ello contribuyen de modo valioso estos discursos. J U A N G U S T AV O C O B O B O R D A

Sorpresas del pensamiento colombiano

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ginia Gutiérrez de Pineda. Es la primera camada, dicen en la presentación, de un total de cien que se proponen los editores, quienes afirman también que el proyecto total consta de cien protagonistas en la actividad intelectual de artistas, críticos, políticos y líderes populares. Y en 2008 vino el segundo tomo. Otros veinte autores, así: Álvaro López Toro, Débora Arango, Édgar Garavito, Enrique Pérez Arboleda, Fernando González, Gerardo Reichel-Dolmatoff, Guillermo Uribe Holguín, José Eustasio Rivera, Lauchlin Currie, Leopoldo Rother, Luis Duque Gómez, Luis Vidales, María Cano, Miguel Samper Agudelo, Montserrat Ordóñez Vilá, Nina S. de Friedemann, Pedro Morales Pino, Rafael Gutiérrez Girardot, Ramón Vinyes y Soledad Acosta de Samper.

Pensamiento colombiano del siglo XX Guillermo Hoyos Vásquez, Carmen Millán de Benavides, Santiago Castro Gómez y Alberto Flores Malagón (eds.) Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2 ts., 2007 y 2008, 582 y 472 págs.

En 2007 el Instituto de Estudios Sociales y Culturales, Pensar, de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, editó el primer tomo de Pensamiento colombiano del siglo XX, consistente en la presentación de veinte autores colombianos de relevancia nacional e internacional, a cargo de igual número de escritores, entre profesores, artistas y pensadores. La lista de autores es: Agustín Nieto Caballero, Antonio García Nossa, Baldomero Sanín Cano, Camilo Torres Restrepo, Carlos Arturo Torres, Ernesto Guhl, Estanislao Zuleta, Gerardo Molina, Gonzalo Arango, Ignacio Torres Giraldo, Indalecio Liévano Aguirre, Jorge Gaitán Durán, José María Varga Vila, Luis Carlos Galán, Luis López de Mesa, Manuel Quintín Lame, Marta Traba, Nicolás Gómez Dávila, Rafael María Carrasquilla y Vir-

Cito las listas completas, consciente de lo cansonas que son, porque es bueno que los lectores que no tienen noticia de este hecho editorial (que debe ser la mayoría, supongo) sepa de una vez de quiénes se trata y deduzca, como escribiré a continuación, la singular importancia del proyecto y se asombre, como yo, de la calidad de hombres y mujeres que han desempeñado un determinado protagonismo en la historia reciente de nuestro país. Viéndolos en conjunto y en perspectiva, es imposible no pensar en la fortuna que hemos tenido al contar con ellos, así como es imposible no ha-

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cerse preguntas (ociosas) en torno a porqué Colombia continúa sumida en tantos oprobios, tantos atrasos, tanta mala educación, tantos malos políticos y tanta pobreza (física y mental) si el país ha contado con seres humanos de tan alta calidad que han asumido papeles de trascendencia en nuestra vida en todos (todos) los aspectos: economía, pensamiento, filosofía, política, literatura, arquitectura, antropología, arte, crítica, líderes populares, etc. La respuesta a mi cándida pregunta puede darse en aquello de que “una golondrina no hace verano”. No obstante, terco, yo insistiría, dado que también es cierto que, además de estos, hay muchos otros como ellos, aquí y allá. Los dos tomos constan de ensayos bien escritos y documentados, en los cuales los personajes tratados quedan muy bien presentados mediante una lectura amena, a pesar de los dos gruesos volúmenes. En muchas ocasiones ocurre que el trato con este tipo de textos se hace pesado y obligante. Libros así en el país están concebidos sobre todo para académicos, historiadores y especialistas, lo cual los hace ajenos al interés general y, por ende, destinados al ostracismo o a la vanagloria de los temas aburridos de los especialistas. Hay que resaltar, pues, la atinada elección del comité editorial (Guillermo Hoyos Vásquez, Carmen Millán de Benavides, Santiago Castro Gómez y Alberto Flores Malagón) tanto en la designación de las personalidades a tratar, como en los escritores y profesores que escriben sobre dichas personalidades. Aquí vemos nombres conocidos ampliamente en el campo de la cultura, las letras y el arte, como Gonzalo Arango, Marta Traba, Jorge Gaitán Durán, Rafael Gutiérrez Girardot, José Eustasio Rivera, Débora Arango, Luis Vidales, Soledad Acosta de Samper y Fernando González, y nombres que le dirán apenas casi nada a muchos lectores, como Rafael María Carrasquilla, Álvaro López Toro, Lauchlin Currie, Ernesto Guhl, Leopoldo Rother y Luis Duque Gómez, para citar algunos

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que, por lo menos desde mi ignorancia, apena sí conocía, pero que, adentro ya de estos estudios biobibliográficos, he tenido muchos y gratos encuentros con quienes, desde orillas a veces no muy visibles, construyeron un importante pensamiento y contribuyeron con generosidad a sacarnos un poco del triste anonimato de nuestra ignorancia.

Imposible no mencionar a un Ernesto Guhl, geógrafo alemán (Berlín, 1915-Bogotá, 2000) que vivió muchísimos años aquí, investigador, profesor y traductor de gran importancia en el país, de quien se ha dicho que fue un alemán que enseñó a los colombianos a conocer su país, autor de obras como La geografía y su aplicación en las ciencias sociales y Los páramos circundantes de la sabana de Bogotá; a una Montserrat Ordóñez Vilá (Barcelona, 1941-Bogotá, 2001), profesora, crítica, investigadora y escritora quien, junto a Marta Traba y Beatriz González han constituido unas de las voces más altas en la crítica de arte y en la corroboración de una inteligencia y agudeza femeninas que nada tienen que ver con las acobardadas prevenciones que hicieron carrera en un tiempo ya un poco pasado, por suerte; a un Leopoldo Rother (Breslau, 1884-Bogotá, 1978), arquitecto que dejó huella como profesor e investigador que introdujo en el país el modernismo en la arquitectura, que ideó el Plan Maestro de la Nueva Ciudad Universitaria de la Univer-

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sidad Nacional de Colombia en su sede de Bogotá, y quien fuera maestro del gran Rogelio Salmona, de vital importancia en la inconformista concepción de la más reciente arquitectura del país. En fin, no puede ser exhaustiva la alusión a tantos nombres, pero no podría dejar de mencionar aunque solo sea de pasada los ensayos dedicados a figuras de tan vital importancia en el curso de nuestra historia reciente y de nuestra reciente literatura como el caso de José Eustasio Rivera (por María Elena Rueda) y su Vorágine como una obra crucial en la novela latinoamericana, o de Jorge Gaitán Durán, buen poeta y fundador de Mito, una de las dos o tres revistas que le cambiaron la manera de pensar a un país mojigato y conservador por las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, o de Nina S. de Friedemann, antropóloga, también precursora de un entusiasmo único en los estudios del ser colombiano y de porqué lo somos (lo cual no es poca cosa), de un Estanislao Zuleta, pensador y crítico que fustigó con impiedad el borreguismo de nuestra cultura y sembró en una juventud ávida semillas de inconformismo ilustrado, lejos de la pereza mental y de los comodines del café y la tertulia de sabiondos.

Un llamado de atención especial merece, en esta lista (inicial) de cuarenta nombres en la historia del pensamiento colombiano, la inclusión de siete extranjeros que, por distintas razones, recalaron en Colombia y ya no se fueron, o se fueron para

volver (el sabio catalán Ramón Vinyes tenía listas sus maletas en Barcelona para regresar a Barranquilla cuando murió súbitamente). Tal vez algo así nos deje concluir que un pernicioso y nefasto nacionalismo que ha rondado siempre en el país se deba más a las mezquindades oportunistas de políticos de todos los pelambres, que al espíritu abierto y liberal de la cultura, que debe considerarse como la más digna representación del alma de los pueblos. LUIS GERMÁN SIERRA J.

Reflexión política con convicción ética La reconstrucción de Colombia. Escritos políticos Alfredo Gómez Muller La Carreta Editores/Planeta Paz, Medellín, 2008, 128 págs.

Los cuatro ensayos de este libro político, escrito entre 2001 y 2007, ponen en el centro cuestiones esenciales de la cultura política colombiana como el papel del pasado que puede ser verdad factual o discurso que encubre la inhumanidad de la historia colombiana, o las relaciones de lo público y un proyecto democrático que debe pasar y comenzar por una reconstrucción colectiva. Es un texto de convicciones éticas que, en sus aspectos técnicos, escapan por completo a mi competencia. Pero como es una ética comprometida que invita de manera abierta al diálogo, quizá pueda comentar en forma somera algunas líneas gruesas de la propuesta, más en mi calidad de ciudadano, que de profesional que trabaja con el pasado. El título mismo es desafiante: “La reconstrucción”, en singular. Sobrada razón tuvo el autor en aclarar de entrada de qué se trata: Entendiendo la reconstrucción como transformación, los cuatro estudios

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que componen este libro parten de la convicción de que la (re) reconstrucción de lo público en Colombia implica una transformación de nuestra manera de relacionarnos, en lo público, con nuestro pasado, presente y porvenir. Implica en otros términos una manera de ‘temporalizarnos’ y de ‘historializarnos’ a través de nuevas políticas del pasado, del presente y del porvenir. [pág. 9]

Para alcanzar su propósito, Gómez Muller nos coloca en varios puntos de perspectiva: a) la memoria de las víctimas de violaciones graves de los derechos humanos (memoria que puede ser excluida o distorsionada en los discursos oficiales, por ejemplo); b) el lenguaje público que puede servir a una política de pacificación, es decir a la solución militar del ‘conflicto’, o, por el contrario, a la reconciliación y a la inclusión por la vía de la imaginación política y la política misma; c) la relegitimación del espacio público a partir de trasformaciones profundas en la cultura política.

Como historiador, estoy con Ricoeur et ál. y no con White en el asunto de las relaciones de la narración y el pasado (págs. 22 y siguientes). Relación que, más específicamente se funda en el nexo de archivo y narración. La ausencia de archivo nos ha privado de no disponer de una historia básica de La Violencia y tener, en cambio, abundante sociología. Al respecto, llamo la atención sobre el contraste de los archivos colombianos y los de Brasil, Argentina y Chile, o México, donde, la democracia

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ha permitido, de manera gradual, el acceso a los archivos secretos del orden público. Reitero que historiar el orden público con base en documentos oficiales en el crucial periodo de la Violencia es prácticamente imposible, toda vez que a comienzos de 1967 un grupo de altos funcionarios del Ministerio de Gobierno resolvió, aparentemente motu proprio, incinerar “79 sacos que contienen el archivo de los años de 1949 a 1958 con correspondencia ordinaria”. La jefe de Archivo y Correspondencia del Ministerio solicitó “retirar dichos sacos que solo contienen un archivo muerto. En esta oficina es imposible conservarlos. No hay espacio y el aspecto que presenta la oficina es horrible y el ambiente de olor insoportable”1. Los pocos documentos salvados de la pira dejan ver la extraordinaria importancia histórica de la documentación incinerada y, entre las tareas menores que ya no pueden acometerse está la reconstrucción de la trayectoria del formato de los reportes de la Policía al ministro de Gobierno. Ese acto “administrativo” cercenó, de una vez por todas, una parte sustancial de la “memoria” de los familiares de las víctimas y de la historia colombiana. Que estos hechos no llamen la atención de mis colegas profesionales, es algo que muestra la atonía moral del país y las dificultades en el camino de reconstruir el debate público, el lenguaje y los métodos políticos. La trayectoria de la “comisión de verdad” colombiana podría verse a la luz del tercer ensayo, “Políticas de verdad y ‘reconciliación’”, sencillamente para tener un punto de vista comparativo con procesos similares, pero también por las consideraciones generales del autor en relación con la verdad para la víctima: “verdad desnuda” y “verdad sentido” que, según el contexto inmediato, fundan la impunidad, la justicia (o perdón) o la reparación, todos estos términos entrecomillados. La Ley de Justicia y Paz, que es el contexto inmediato, como en la muñeca rusa de madera (matrioshka) está

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contenida en las fuerzas políticas que dan mayoría en el Congreso, en colaboración o no con el poder ejecutivo que maneja en forma discrecional (conforme a la Constitución) los asuntos de guerra y paz, (es decir, los Acuerdos de Santafé de Ralito) y, con el poder judicial que debe aplicarla “en derecho”, tema complicado porque está contenido en el Tratado de Extradición con los Estados Unidos. Este último párrafo es un ejemplo de las reflexiones a que puede dar lugar este libro controversial, denso, claro y valeroso. M A R C O PA L A C I O S

1. Ministerio de Gobierno, Acta núm. 1 del Comité de Archivo y Correspondencia, Bogotá, 1967. El doctor Mauricio Tovar del AGN me suministró amablemente copia.

Últimos “trancos” del hereje y ortodoxo Germán Espinosa Herejías y ortodoxias Germán Espinosa Taurus, Bogotá, Colección Pensamiento, 2008, 214 págs.

En verdad podemos leer este último libro de Germán Espinosa (Cartagena de Indias, 1938-Bogotá, 2007) —publicado póstumamente— como suerte de memorias y también de diario intelectual, en cualquiera de los casos signado por el avance ya incontenible de la enfermedad que lo acompañaría, tanto en lo temático como en el tono. Un interesante —y en este sentido encomiable— ensayo de estoicismo a ultranza. Esta, de hecho, es una primera clave en lo filosófico para entender y articular el título del libro, el ejercicio de un pensador estoico ante la muerte, y que, en tanto estoico, trata de mantener su independencia, su voluntariosa soberanía intelectual frente a

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cualquier corriente, moda o creencia codificada o tradicional. De allí la autoconsideración de “hereje”, que en el fondo Espinosa siempre reclamó para sí, y también la declaración de su derecho a coincidir con la tradición, con el pasado, con el sentido común y con la fe (de allí, diríamos, entonces también, su final percepción sobre la ortodoxia). Pero también, en cualquiera de los casos —y éste quisiera que fuese mi apodíctico, inicial y final, homenaje a su memoria—, la memoria y el diario de un irreductible animal literario que vivió desde su niñez, como fiel devoto, para la literatura, por ella y con ella. La literatura —en amplio sentido, como debe ser— fue para Espinosa un modo de vida, una visión de mundo y —en este libro doloroso y amargo es donde más se confirma— un verdadero sustituto de la religión, cuando no una religión en sí misma.

El libro está dividido en tres “trancos”, pero no sería fácil hallar una explicación estructural a tal división. Habría que añadir que antes del “Primer tranco” aparece una “Introducción”, escrita, firmada y fechada por Germán Espinosa, en que se declara, siendo mayo de 2007, que aún no ha empezado a escribir estas “reflexiones [,] relatos [ni] la aventura propiamente dicha” (pág. 12). Así que el libro, la reflexión, la aventura de relatar sus últimos días, empieza allí, antes del “Primer tranco”. Cinco meses después, Espinosa falleció en Bogotá, donde murió y donde permanecía recluido en casa escribiendo, las más de las veces dic-

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tando, leyendo, escuchando música, recibiendo ocasionales visitas, viendo películas o programas de televisión y pastoreando el dolor. El “Tercer tranco” es el más corto, y formalmente podríamos observar que termina en punta, si en realidad hubiera algún plan temático o expositivo. Pero no lo hay. Así que los trancos, que parecían proponer un orden a lo que el autor llama, también en la “Introducción”, “mero cuaderno de apuntes”, son más parcelas respiratorias, y de paso parcelaciones de un tiempo que se cuenta en reversa, con la casi plena conciencia de que alguno de los trancos, si no es el primero ya, será terminado por la propia muerte. Así parece haberse cumplido; y volviendo al último, ni tan en punta: una página antes del final, el autor cierra con un “Amén” el que viene a constituirse en el apartado —nota, apunte, reflexión, memoria, glosa, relato— más extenso de todo el libro, como si por meses hubiese vacilado en escribirlo y al final, ante la inminencia de su fin, decidiera ofrecerlo “al público” —a “algún guionista”—: se trata de un resumen, muy bien jalado, de la novela que ya no escribirá, ahora lo sabe: [...] pues sigo alimentando la idea de escribir la novela que, en este mismo libro, planteé un poco atrás. Ahora veo que la ley de probabilidades se inclina a indicar que, debido a mi mala salud, no voy a conseguirlo nunca. Por ello me he decidido a presentar en síntesis su argumento, en la esperanza de que alguien me ayude a convertirlo por lo menos en un guión de cine. [pág. 208].

Curiosa esperanza de este animal literario: el apartado se titula “Una película improbable”: ¿por qué esperar que el “argumento” sea convertido en película —pasando por guion de película— y no en la novela que justamente él habría escrito, ya concebida? Imaginar que “alguien” toma el argumento (que por cierto es de una riqueza históricoficcional maravillosa) para escribir su novela resulta un poco doloroso;

diríamos que injusto con Espinosa, y no faltarían quienes vieran en ello una modalidad de plagio (aunque entre un argumento y una novela hay mucho trecho). El propio Germán no quiso, dolorosamente, imaginarlo. Al escribir este apartado de su último libro, tuvo más bien la “esperanza” (“improbable”) de que la posteridad le recompensara tanto sacrificio, tanta vida consagrada a la literatura, con una película “con tales desarrollos argumentales [que] sólo podría ser financiada por Estados Unidos o por Europa [,] con miras a una improbable superproducción” (pág. 212). Y “Amén” (pág. 213). Ojalá “alguien” retome “la idea” y le dé a Espinosa todos los créditos del caso. Yo digo que se lo merece (no importa de qué clase de “recompensa” estemos hablando). Pero además este libro, pensado como libro, fue concebido y escrito —y no quiero cebarme en la frivolidad de su propuesta y desarrollo— con ese propósito: descargos, venganzas, reivindicaciones, para que la figura del escritor íntegro (en todos los sentidos) sea algún día puesta en su lugar por la posteridad. En efecto, en Herejías y ortodoxias, a despecho de su fragmentariedad, brevedad e incluso superficialidad, están presentes todas las dimensiones del escritor que era Germán Espinosa: el novelista, el cuentista, el poeta, el memorialista, el (auto)biógrafo, el polemista y, sobre todo, el ensayista. Recuerdo que en su primer y excelente libro de ensayos, La liebre en la luna, Espinosa abría con una referencia a una suerte de (¿falsa?) modestia profesional de Voltaire, uno de sus autores de cabecera (e incluso personaje de una de sus novelas), la del consejo a todo pensador de considerar la posibilidad de estar equivocándose. Esa consideración, en general, no parece ser la norma de oro del escritor Espinosa, pese a constantes y retóricas expresiones de humildad y relativismo. Pero esa obsesión con el tema de la humildad literaria tal vez tenga mucho que ver con lo que Espinosa veía como sus “herejías y ortodoxias”, más bien

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herejías y ortodoxias respecto de su propio mundo literario e intelectual, convertido en columna vertebral, en institución. Y al poner aquí la palabra “institución” quiero más bien sacar el dedo de la llaga (más bien que ponerlo) de nuestro autor y animal literario. Quien dedique su vida, honestamente, a la literatura, sabe que se trata de una dedicación que entraña una suerte de exclusividad, y ello implica una inmersión en el tiempo del solitario, el tiempo íntimo, el del diálogo con los libros, con las ideas, con el arte, con las tradiciones, con las palabras —que son tan seductoras y tiránicas—... Pero quizá este mismo animal literario podrá percibir que la obra literaria, una vez existente, reclama un puesto en el mundo. Su incómoda, su inadecuada existencia, incomprendida, ultrajada, ninguneada, ignorada, se ha convertido en la preocupación de estas páginas de Germán Espinosa, como si su obra de cerca de cuarenta libros fuese aún una deuda no saldada, una estatua que busca reacomodo, relocalización y, ante todo..., pide justicia. Justicia y comprensión ante la muerte inminente. Y nótese, como adición, que la obra no es solamente la obra ya escrita (y publicada), sino que incluso Espinosa se atreve a pensar en su obra no escrita: la de la “película improbable”.

Deudas no saldadas, venganzas aún no cumplidas, descargos, contraataques, justificaciones, reinterpretaciones de su propia obra en pos de dejarla al fin en el puesto que le corresponde. Todo ello pasa por

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las páginas de este libro a modo de breves anotaciones, rara vez dedicando más de dos párrafos al objeto de la precisión. Por supuesto, también están los temas, distintos de la propia obra, que se van enlazando en el universo de intereses intelectuales y literarios del autor, y es significativo ver cómo constituyen un mapa de obsesiones (que también podríamos rastrear en la obra). Pero el eje de Herejías y ortodoxias, en tanto libro de memorias definitivas y en tanto diario íntimo, es más el ajuste debido de cuentas en función de la restitución de la obra y la figura misma del autor. Es de lamentar que en este sentido Espinosa desperdicie tantas páginas en peleas estériles y extemporáneas, en triviales vindictas, como los mil y un desquites contra “Eduardo Obeso” (así ficcionalizado en Aitana), el crítico y profesor universitario que lo habría zaherido algunas veces, y cuya identidad se hace tanto más evidente cuanto más la disfraza, y al final, incluso, con ingenua alusión, la refiere a otros que han querido descubrirla, como si fuesen ellos los “perversos”: “En forma asaz perversa, un joven escritor me pregunta si ese personaje Eduardo Obeso [...] en la vida real no comparte su nombre de pila y su apellido con los que ostenta el aeropuerto de Manaos. [No] tengo conocimiento de cómo habrá sido bautizado el aeropuerto de Manaos” (pág. 198). Poco sutil “silencio ético”. Claro, en general Espinosa se calla el nombre de sus “enemigos”, que siempre parecen molinos de viento, o, como diría Borges, opinadores que no merecen refutación: la periodista que fue a entrevistarlo a propósito de la publicación a comienzos de los noventa de La lluvia en el rastrojo y empezó por preguntarle si había publicado antes algún libro; o el escritorzuelo de provincia que fue obligado por Arturo Camacho Ramírez a llamar a Espinosa por teléfono como desagravio por haber hablado mal de él en presencia del poeta; o el otro profesor universitario, de tendencia marxista (éste sí con nombre propio y también nominado “Doctor Cabezo-

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ta”), que insistía una y otra vez en mostrar los errores de una edición de La tejedora de coronas, a pesar de que el propio Espinosa le había aclarado que los errores no eran originales suyos, y que fue el mismo que escribió una tesis para sostener que “mi obra en su conjunto... ¡se escribió para respaldar las ideas políticas de Alfonso López Michelsen!” (pág. 136); o el amigo de una amiga (hasta ahí fue la amistad) que se atrevió, en una visita al “escritor moribundo”, a mencionar su falta de “éxito” en las ventas como razón de que le molestara que se publicaran resúmenes de su obra (como no les molesta a los autores muy reconocidos); en general todos los críticos obtusos que quisieron ver debilidades e incongruencias en su obra; los “colegas de generación [que] pusieron más en solfa” (pág. 141) relatos cortos como “La orgía” y “La noche de la Trapa”; el poeta Rómulo Bustos, que le mandó a decir que “se deje de andar posando de genio en todas partes. Que uno o dos de sus libros pueden valer algo, pero todo lo demás que ha escrito es muy malo” (pág. 16); o el otro reseñista que se refirió a Los oficios y los años diciendo que Espinosa mencionaba en sus artículos de periódico muchos “personajes importantes” para vanagloriarse de que los conocía, cuando Espinosa demuestra ahora que fue él más bien quien hizo el favor a muchos de ellos de mencionarlos en sus textos cuando nadie los conocía; o el periodista y en general el medio que declararon que “el autor de Cien años de soledad era el único colombiano con derecho a la inmortalidad” (pág. 48); todos los lectores que manifestaron reparos (todos impertinentes) a sus obras: que algunos de sus cuentos “parecen más bien meros recuerdos, o bien anécdotas sacadas de noticias de periódico” (pág. 75), que mueren demasiadas personas en sus “argumentos”, que salta fácilmente de lo realista a lo fantástico, etc...; los europeos que aún nos creen “realistas mágicos” y dignos herederos de las culturas prehispánicas, incivilizados, bárbaros y antropófagos; los Estados Unidos, el

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mayor Caníbal, Calibán, en la referencia arielina de Rodó; enemigos que son hasta los que rumorean cerca de él y en lo personal: que sus hijos lo han abandonado, que Josefina fue esto y aquello; y, por supuesto, también el “médico bisoño” que en diciembre de 2004 le ordenó una cirugía innecesaria que a la postre determinaría el mal definitivo que lo va llevando a la muerte en medio de dolores inenarrables. Al final, en todo caso, se trata de mostrar cómo él tenía razón, pero también cómo el odio y el resentimiento no lo abandonan, y entre otras cosas porque las páginas tienen el dolor como trasfondo, un dolor físico y sin tregua. Al referirse al “interrogatorio encarnizado” que le sostenía en un congreso de colombianistas el profesor Cristo Rafael Figueroa (que, de paso, es un alma de Dios...), Espinosa deja bien claro el carácter de todas estas vindictas: “Las heridas que se nos han inferido parece que resucitaran de tiempo en tiempo y sospecho que la razón de tal fenómeno estriba en que, por haber procedido de injusticias, el radio de su acción sigue siendo infinito. Nunca dejaré en mi fuero interno de inquirir, pues, en las razones que pudieron concurrir para ataques tan malignos como sufrí en otros tiempos (y sufro todavía) de parte de malquerientes gratuitos” (pág. 55). Y mucho más adelante, reflexionando sobre su camino a la misantropía, y a propósito de todos esos “malquerientes”, recuerda que su padre [...] citaba a algún versificador de nombre ignoto que, según él, escribió alguna vez: ‘Esta gente tan baldía, / siervos de la necedad, / estorban la soledad / y no facen compañía’. ¿Habré llegado yo, de buenas a primeras, a estos extremos de misantropía nada, nada excusable? ¿Podría llegar a ser creíble que desestimara una conversación con Roca, que no añorase ya aquellas pláticas de los sábados, al calor de whiskies rituales, con Moreno-Durán? [pág. 110]

Sus amigos sí declarados y sobrevivientes, por ejemplo el poeta Juan

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RESEÑAS

Manuel Roca y el narrador Óscar Collazos, podrían testimoniar en su homenaje sobre el valor y la estatura de dicha misantropía. Alias humildad, vanidad, odio, soberbia como nombres del talento literario.

No sorprende entonces que el autor no haya dejado de incluir la referencia a una encuesta de alguna revista sobre la función del odio en la literatura, y por supuesto encontrando y ejemplificando sus posibilidades positivas. Sorprende en cambio que a continuación haga su declaración de amor por Poeta en Nueva York de Lorca, sin vincularlo con el tema anterior, cuando el poemario del andaluz es uno de los libros más amargos y reconcentrados en el motivo del odio universal (superior en ello al propio Residencia en la tierra y hasta a La tierra baldía, otra joyita poética de declaración de odio a la humanidad y de amor por sus ruinas). Conmueve también, en el sentido de todo lo anterior, la necesidad de declararse frente a la eutanasia con estas palabras, claro, ya a la altura del tercer tranco: Si [esta] posibilidad me fuese planteada en el día de hoy, no autorizaría la eutanasia en mi caso, por dos razones: la primera, porque me es posible todavía justificar mi existencia, por la posibilidad de escribir; la segunda y principal, porque hay espe-

ranza aún de sacarme del sumidero en que me encuentro. Creo de resto que, si la segunda se aboliera, la primera dejaría de tener validez. [pág. 197; cursivas originales].

Pero tal vez habría que notar que entonces esta escritura terminal, por usar más bien un eufemismo, comporta su propia esperanza, y en especial si atendemos al tema religioso, nada desdeñable para Espinosa, y al título mismo que se ha escogido. A lo largo de las múltiples reflexiones, evocaciones y entradas enciclopédicas asistimos una y otra vez a la declaración de su fe en Dios (la idea que más le gusta es la del “Arquitecto del Universo”) y a su fe irrestricta en la espiritualidad como única dimensión verdadera de la humanidad (contra toda miseria de su condición: perversidad, mezquindad, crueldad, injusticia). Pero lo que Espinosa entiende por espiritualidad está claramente dado por lo que para él son los contenidos y las realizaciones del arte, la literatura y la cultura. Una religiosidad laica que entonces él prefiere llamar “espiritualidad” a secas, aunque su sentido esté más cerca del principio de placer avalado por epicúreos y estoicos que del cinismo penitente de los seguidores de Diógenes el Perro. Y escribe: “Caminos promisorios sólo puede abrir al ser humano la vía espiritual, siempre y cuando se desembarace de coyundas religiosas” (pág. 137). Me atrevo a pensar que nuestro escritor y mártir escribió casi hasta el final, en la medida en que las dolencias físicas se lo permitieron antes de incapacitarlo del todo, y en especial a su mente. O que la literatura misma le dio la “buena muerte” que tutta una vita onora, según el verso de Petrarca que tanto aman los sibaritas. Y helo ahí haciendo uso de esas extensiones de la propia escritura que son los libros y las enciclopedias. Haciendo uso de su manual de cultura general. Moviéndose con propiedad en mil y un escenarios de la historia y sus mil y una (y más) lecturas literarias. Entrando también y sin vergüenza en los terrenos del

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especialista para hablar de física, de astronomía, de psicología y psiquiatría, de teología y matemáticas. No es tiempo, claro, de darnos fuentes y de declarar al lector qué libros está leyendo y lo proveen de información y de motivos polémicos. El talante de este libro supone entender —y lo vemos— al autor como un hombre de libros al final de su camino, como un hombre que lleva en sí, aún, en su cabeza y en su alma, todos los libros, todas las lecturas, todas las escrituras y todos los diálogos que lo penetraron durante su vida de animal literario.

BIOGRAFÍA

improbable empleo conversacional, de frases castizas y arcaicas, de léxico bizarro, pungente y a veces de maravillosa precisión, y, claro, como ocurre siempre en el gran ensayista, de indeclinable “voluntad de estilo” (como decía Marichal), de denodada y voluntariosa presencia autoral (y autoritaria) en cada una de sus líneas. ÓSCAR TORRES DUQUE

Adiós a las solemnidades

los malos finales de las historias forzadas. Pero, además, estatuas, películas, novelas, poemas y retratos al óleo complementan la apabullante presencia de las historias y referencias de nuestros insignes héroes de la patria. En las expresiones del arte, vale decir, es donde, en tiempos más o menos recientes, encontramos otra manera de ver la ampulosa y ficticia narración que desde tiempos inmemoriales nos muestran quienes, de manera ingenua, han pretendido aleccionarnos con ejemplos de moral, valentía y probidad de parte de quienes se erigían como nuestros más preclaros salvadores.

Adiós a los próceres Pablo Montoya Campuzano Grijalbo, Bogotá, 2010, 166 págs.

En alguna ocasión, en este mismo Boletín, manifesté que Espinosa era un escritor decimonónico, cosa que debió molestarle pese a que yo lo decía más en función valorativa que descalificatoria. Espinosa será siempre reconocido por su lenguaje bizarro, retórico y ultraelaborado en lo sintáctico, un lenguaje que se inspira de hecho en la revolución y la marginalidad de la obra leogreiffiana, una figura que fue capital en la formación del cartagenero en momentos en que había que romper los moldes de la rimbombancia huera y el fraudulento discurso oratorio. “Morir en su ley” aquí significa ver cómo el escritor reconcentra en sus últimas escrituras no sólo las distintas dimensiones literarias en que se desarrolló su talento (aquí narra, hace crítica, esto es, ensaya, hace memoria personal y diario íntimo, crónica, polémica, sin olvidar dialogar en todo momento con la poesía), sino que además insiste con minuciosidad y esmero en su propio lenguaje, en su “estilo”, digamos, lleno de palabras de

Levantar una bibliografía sobre el tema de la independencia de nuestro país sería una gesta tan heroica, accidentada y defraudante como las que se narran en esas historias interminables en las que los próceres de la patria son seres más próximos a la divinidad que a los avatares propios de falibles mortales. Pasando por aquellas epopeyas elementales y floridas que nos inculcaron desde muy temprano en nuestra primaria y secundaria (ilustradas con nuestros “geniales” dibujos que copiaban las risibles —hoy risibles— imágenes de los adustos señores de enormes patillas, bigotitos, pelo engominado, peinado hacia adelante y flamantes charreteras con flecos que eran una delicia para dibujar), hasta las enciclopédicas e “investigadas” que pululan por doquier a manos de profesores, historiadores, escritores de oficio y académicos de pura cepa, pero que, en últimas, en su inmensa mayoría, dicen lo mismo, es decir, nos cuentan la historia de mártires, héroes y próceres que “dieron la vida por la patria”. Esa última frase es ya una suerte de mantra con el que se han pretendido simplificar y aliviar todas nuestras penas y desdichas, como en

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El libro Adiós a los próceres de Pablo Montoya Campuzano es, tal vez, el último (salió en diciembre) título de los varios que se publicaron en 2010 con motivo de los doscientos años de la Independencia, aunque sea apenas uno más de los muchos que se leen con tan socorrido tema. Pero es, sin duda, el más singular por el punto de vista que asumió el autor, lejos de cualquier compromiso: ni académico, ni patriótico, ni erudito, ni pretendidamente fidedigno. Más bien, puede tildarse de imaginativo, sarcástico, irreverente y mordaz. “Vacío e irrisión” dice el autor que encontró en el largo recorrido de lecturas y pesquisas por los intríngulis y personajes patrios para llegar a este grupo de veintitrés nombres que, de Nariño a Morillo, componen un conjunto en el que prima el certero conocimiento de sus vidas, aventuras y peripecias, pero, ante todo, prima la

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BIOGRAFÍA

descarnada biografía que no oculta la ridiculez, la mentira, la politiquería, la ignorancia y la caricatura de quienes, en las historias oficiales, son un cúmulo de virtudes y heroicidades. Montoya no hace apologías para satisfacer a quienes festejan y conmemoran a nuestros héroes, sino que escribe una suerte de semblanzas echando mano de ingredientes como las biografías y los documentos históricos que existen por doquier, pero pone otro tanto de su imaginación y de su inventiva porque, como digo, el autor no pretende complacer el gusto de aduladores y áulicos. “Lo que me atrae de la narrativa histórica es la imaginación abrazada a la invención apócrifa y no el respeto sacrosanto de los acontecimientos [...]”, dice en otro aparte de la presentación. Allí mismo refiere las influencias de Borges y de Vidas imaginarias de Marcel Schwob (1867-1905), también veintitrés semblanzas de personajes reales en escritura arbitraria. De Schwob y de su libro dice Borges, precisamente: “Inventó un método curioso: los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén” (del prólogo a Vidas imaginarias, Ediciones Orbis, 1986). El preciso comentario del argentino sobre Schwob cabe de manera perfecta al colombiano. Con la diferencia de que Montoya no “inventó” el método, sino que se lo apropió, lo cual es lícito, ya que en arte casi todo es producto del saqueo. Si no fuera así, estaríamos en manos de la aburrida originalidad, esa que no existe cuando se trata de verdadero arte. Para qué redundar en que saqueo y plagio no son, nunca, la misma cosa. En 2009 Pablo Montoya publicó Novela histórica en Colombia 19882008. Entre la pompa y el fracaso (Editorial Universidad de Antioquia), título que ya evidencia una dura crítica a la tradición novelística de nuestro país en torno al espinoso tema de los héroes y próceres, casi siempre amañado y tratado con ánimo, sobre todo, de aleccionar y de educar, obviando los pormenores, la

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RESEÑAS

letra menuda de los mil episodios que, mal que bien, tienen que ver con nuestro pasado. La pregunta: ¿De dónde venimos? no queda contestada en forma estricta si apenas nos basamos en aquellas historias y aquellos personajes que nos “pintan” de las gestas de independencia. Ese libro teórico de Montoya nos muestra el claroscuro de la narrativa histórica colombiana en los últimos veinte años y saca en limpio no pocas conclusiones que tienen que ver con la defensa de la imaginación y la libertad como elementos fundamentales a la hora de abordar los temas de la historia. Y allí quedan tendidas más de una de las obras aclamadas con largueza por la publicidad literaria, por los intereses editoriales y por la crítica proclive a caer rendida a los alardes poéticos y grandilocuentes, antes que al humor y a la crítica.

mudo”, “Francisco Antonio Zea, deudor”, “Jorge Tadeo Lozano, zoólogo”, “José María Cabal, ocioso”, “Simón Bolívar, bailarín”, “Francisco de Paula Santander, leguleyo”, “Manuela Sáenz, amante”, para citar ejemplos. Lo que sigue, en los relatos propiamente dichos, son frases cortas separadas por puntos seguidos (estilo acostumbrado del autor) que, en una técnica de atmósfera envolvente, va tejiendo las historias de no muchas páginas conformadas en un solo gran párrafo que da cuenta del personaje en cada caso. Entre la verdad y la ficción, entre el chascarrillo y la seriedad, entre la crudeza y la poesía discurren muchos de quienes, al fin, tuvieron el anhelo genuino del servicio a una causa libertaria y fueron presas del delirio, la ambición, la arbitrariedad y, en muchas ocasiones, la derrota y la muerte. Pondré dos botones de muestra para evidenciar lo que afirmo sobre esta escritura punzante e incisiva. De Francisco José de Caldas se pregunta en un momento dado: ¿Qué habría pasado si Caldas, por ejemplo, hubiera nacido en Francia o en Alemania o en Italia o en Suecia? Pues que habría sido un gran científico: una especie de Newton, de Galileo, de Linneo, de Buffon. Por morir a mitad de camino, y no publicar sus descubrimientos cuando debían publicarse para aportar al avance de las ciencias, Caldas llegó solo a ser el desmesurado sabio de una patria embobecida [...]. [pág. 58]

Es por lo anterior, entonces, que Pablo Montoya, como si se tratara de pasar de la teoría a la práctica, o de cobrarse una especie de deuda, escribió Adiós a los próceres. Para tirarles tomates a nuestros héroes, tal como se ilustra en la portada del libro. A todas sus “víctimas” les pone, en los títulos, un distintivo, oficio o característica después de sus nombres, un remoquete de los que poco o nada nos habían dicho en las biografías “autorizadas”: “Antonio Nariño, traductor”, “Manuel Rodríguez Torices, cantor”, “Pedro Groot,

Y de allí va a la atormentada y nunca fructífera vida del botánico y científico, acentuando su limitada condición en un medio provinciano, pobre e ignorante que nunca entendió ni, menos, patrocinó sus conocimientos. Sentencia el autor: Un país que ha pasado casi toda su vida gastándose su plata en guerras y más guerras —contra federalistas, contra liberales, contra conservadores, contra radicales, contra draconianos, contra gólgotas, contra comunistas, contra guerrilleros, contra

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paramilitares, contra narcotraficantes, contra terroristas—, qué va a tener dinero para la investigación. [...]. [pág. 59]

Y de Bolívar, a quien llama “bailarín”: Y la tierra. ¡Ah!, las extensas tierras americanas que les quitó con tanto denuedo a los españoles para dárselas, como premio a su valor, a sus caudillos colaboradores. Tal reforma agraria se la debemos también a su persona magnánima. Él, por supuesto, murió sin nada porque todo lo dio y de todo se olvidó en la persecución frenética de la celebridad. Amparados en tal abnegación franciscana, hay quienes lo veneran y lo ponen al lado de Jesucristo y don Quijote. Los que lo alaban hasta los hipos, los eructos y las flatulencias que emitió, dicen que, como genuino guía pueblerino, Bolívar jamás se arrepintió de sus fechorías [...]. [pág. 122]

Ahí tenemos a un Bolívar inédito en la pluma de un ironista, de alguien que se divierte escribiendo sobre las bellezas de la patria, antes que ponerse, solemne, la mano derecha al lado del corazón, gesto retórico y mentiroso como casi todo lo que viene de nuestros “defensores de la democracia”. El escritor que ríe ya había dicho de Bolívar que “La fragancia sincrética, más sus viajes que otorgaron un toque exquisito a sus maneras, y el saber bailar mejor que nadie la contradanza, atrajeron el fervor de las mujeres más apasionadas. Tuvo tantas amantes como condecoraciones y a todas parece que colmó [...]” (pág. 119). Al final de su crónica dice que uno de los militares que acompañaban a Bolívar en su lecho de muerte le contó (de esa manera el narrador se inmiscuye en la trama y se hace protagonista) que atrás del primer grupo de expectantes había otro, de “bardos noveleros”, y cita a José Martí, Guillermo Valencia, Miguel Antonio Caro, Fernando González, Álvaro Mutis y García Márquez, entre otros. Y que este último “hacía cuentas con su estilográfica sue-

BIOGRAFÍA

ca” (otra forma de romper el hilo cronológico y de poner al lector, de súbito, en tiempo presente, con temas de actualidad, lo cual también es propio de Montoya en varios de sus libros y relatos). Divertido, humano, ridículo, sagaz, valiente y dictador son adjetivos que le caben al libertador de Pablo Montoya. Es decir, un ser humano completico, no un mamarracho de tinta, papel y babas que es lo que hacen de él presidentes, políticos, guerrilleros y aduladores de oficio. Adiós a los próceres es un libro, finalmente, al margen de las preocupaciones trascendentales de un narrador. Escrito con la frescura y la libertad de quien quiere exorcizar los demonios que le acechan en empresas de otra envergadura, de otros calados. Casi todos los escritores necesitan escribir estos libros, suerte de paréntesis literarios, para curarse en salud. A veces, como en este caso, sale un libro para el humor y el divertimento, pero que, al mismo tiempo, es una certera estocada a la solemne verdad que sustenta las mentiras que hemos aprendido de memoria desde niños por cuenta de nuestra ignorante y sumisa educación.

es auténtica y dice mucho: refleja una visión de la vida, de la sociedad colombiana, de ese arduo mundo que se vive en este país. Aunque la obra cinematográfica de Víctor Gaviria habla de Colombia y, si se quiere, específicamente de Medellín y sus alrededores, no es una obra localista y mucho menos costumbrista como algunos la quieren hacer ver. Por el contrario, los dilemas que plantea, las revelaciones que hace, para utilizar las palabras de Víctor, dicen no sólo de un terruño y sus aberrantes habitantes, sino de la condición humana en general, que es, en esencia, la misma, aunque se haya nacido en este lugar o en el otro y en ésta o en aquella otra época.

LUIS GERMÁN SIERRA J.

Víctor Gaviria se revela una vez más Víctor Gaviria en palabras Luis Fernando Calderón (comp.) Instituto Tecnológico Metropolitano, Medellín, Colección Textos urbanos, 2009, 197 págs.

No voy a ocultar la gran admiración que siento por Víctor Gaviria como director de cine. Independientemente de que a unas personas les gusten o no las temáticas que aborda en sus películas, creo que es difícil negar que el director paisa tiene una obra y que esa obra

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Víctor Gaviria es un poeta y un naturalista, el más perfecto naturalista colombiano junto con Carlos Mario Aguirre del Águila Descalza, pues su obra revela —y vuelvo a la palabra que Víctor Gaviria utilizó para referirse a lo que quieren lograr sus películas en un seminario sobre guion que dictó hace algunos años— un mundo que para muchos está oculto o no han querido ver o que si ven juzgan sin compasión alguna. La poesía naturalista de Víctor Gaviria en sus películas es brutalmente cruda y compasiva. La revelación que ellas hacen deja al desnudo un mundo que duele, unos personajes que no tienen redención, una sociedad absurda, pero todo es

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mirado con empatía, con un deseo profundo de que su sufrimiento sea el detonante de su liberación y con la intención consciente o inconsciente de que en algún momento, así sea en sus películas, estos seres tengan un instante de felicidad. En Víctor Gaviria en palabras, Luis Fernando Calderón, el compilador, incluye textos del autor que así mismo se constituyen en una revelación y no ¡a Dios gracias! de la personalidad del poeta y director paisa ni de su biografía, sino de la profundidad de su obra, ya no solo cinematográfica, sino también literaria. La compilación, como lo aclara Calderón en el prólogo, está compuesta por un “singular mosaico” del que forman parte esclarecedores ensayos y crónicas, al igual que poemas de Víctor Gaviria.

En la primera parte encontramos un baúl de tesoros en el que se incluyen muchas preciosas joyas que forman un espléndido collar. Calderón arma un extenso e iluminador reportaje sobre diversos temas de la obra cinematográfica de Gaviria a partir de “la compilación de conversaciones, entrevistas, testimonios y respuestas que al autor ha concedido en varias ocasiones a diversos medios de comunicación” (pág. 10). En esta compilación, que hay que agradecerle al escritor Calderón pues nos ahorra vueltas y revueltas en archivos de diversas épocas, Víctor Gaviria cuenta cómo fue su llegada al cine, cómo se metió en la “temática social” y se decidió a trabajar con actores naturales, porqué en su trabajo hay una búsqueda de verdad y de revelación de esta verdad para el espectador, cómo son y cómo se relaciona el director con los actores naturales, cómo construye sus guiones cotidianos, porqué ha-

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blar de la violencia y cuál es el vínculo, en su caso estrecho, entre el cine y la poesía. Lo que dice Víctor Gaviria en palabras, sencillamente refuerza la revelación ineludible de que lo que él ha hecho y hace es una obra de arte. Desde luego, Víctor no es un teórico, ¡y no hace falta! Lo que él expresa no necesita, para comprenderse, lagunas de teoría que hay que atravesar de la mano de expertos o diletantes. Como sus películas, lo que Víctor Gaviria dice sobre ellas es directo, sin pompa y sin arrogancia alguna. Su obra, por brutal que sea, llama a la compasión, a la conmoción, a la empatía y a la revelación sobre la parte de nosotros que hay en sus personajes y en las situaciones que ellos viven. Algunos ejemplos de sus palabras: Mi llegada al cine fue bastante causal. Cuando estaba estudiando sociología y escribiendo poesía en una revista especializada de Medellín, Acuarimántima, recibí de regalo una camarita que mi hermana me envió de Chicago. Era una súper ocho milímetros; y como era barato filmar, comencé a buscar imágenes en las esquinas, en los baldíos del barrio, en donde crecían hierbas y arbustos sorprendentes [...]. [pág. 11]

En cuanto a la “temática social” de su obra, dice así: “Lo que llamamos temática social tal vez no sea sino la búsqueda de una dramaturgia colectiva” (pág. 13). En lo que se refiere a cómo y por qué actores naturales, expresa Gaviria: A esos niños los fui localizando, contactando, convenciéndolos de actuar en una película, en el mismo medio en que la película transcurría, o sea que al mismo tiempo que yo los conseguía también iba conociendo ese mundo de los niños de la calle [...] La vendedora de rosas es realmente como una reconstrucción del universo de esos niños. Me gusta utilizar la palabra universo porque me parece como romántica en el sentido de que es una realidad donde todo está rela-

cionado, como tejido, de alguna manera armonizada. Por muy pobre y horrible y brutal que sea ese mundo, yo pienso que más que una serie de hechos brutales, es un universo donde las cosas se corresponden y tienen sentido. [pág. 19]

¿Se podría encontrar algo más elocuente y menos arrogante? Es difícil. La manera en que Víctor Gaviria se refiere a su obra es simplemente directa, como directos son sus personajes y sus historias. No hay nada rebuscado porque al final, lo que se debe hacer es descubrir lo que está ahí y hacerlo arte para que pueda ser humanizado.

La siguiente parte del libro contiene dos ensayos sobre poetas paisas: José Manuel Arango y Helí Ramírez. De estos dos quizá el más conocido allende las montañas del valle de Aburrá es el primero. Su obra ha sido elogiada y ponderada en muchos semanarios y revistas especializados, y no tan especializados. Lo que escribe Víctor, entonces, sobre Arango, no es novedoso, aunque quizá lo fuera en el momento en que lo escribió —y esto toca adivinarlo porque al compilador uuups, se le olvidó poner de dónde era tomado el ensayo. Pero aquí la novedad no es el punto. Lo que este ensayo revela de nuevo es la sensibilidad del poeta que lee al poeta, que recrea sus signos, que se deleita con sus aciertos. Menos conocido es Helí Ramírez, el poeta obrero, el poeta de izquierda de quien, esto lo digo aunque sea una confesión vergonzosa, mucho nos burlábamos en nuestra época de la Universidad de Antioquia, dizque por lo prosaico de

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su poesía (si es que cabe una expresión así), por sus temáticas tan populares y porque metía cosas de su barrio en sus poemas. No era el tiempo del rap y, por lo menos yo, para no arrastrar a otros, no reconocía en lo urbano una fuente de inspiración poética. Para mí, sumergida en las profundidades del surrealismo paisa, tan enterada y enterrada en la poesía maldita que, como dice Sandro Romero en alguno de sus libros puede llegar a ser, en su versión criolla, poesía malita, tan deleitada con la psicodelia, no me había dejado tocar por lo urbano/cotidiano convertido en poesía (claro, ya sé que Bob Dylan lo había hecho, pero...). Igual. Con los años mi mirada sobre la poesía cambió y no fue por leer este ensayo de Víctor Gaviria sobre Helí Ramírez. Sin embargo, ahora, lo leo y sigo entendiendo cosas sobre la poesía urbana, sobre Helí Ramírez y sobre Víctor Gaviria, quien dice esto sobre el trabajo del poeta obrero: “Lo más frecuente entre nosotros es una poesía y literatura que se parecen a poesía y literatura. Siempre será indispensable que alguien escriba con esa espontánea indiferencia del que lo hace simplemente porque tiene algo imperiosamente que decir” (pág. 63).

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Cuando llegó a Liborina un nuevo rector para el Liceo, mi tío, de setenta y dos años, le enseñó alguna noche un pequeño violín que a los quince había hecho por su cuenta. El rector lo tomó entre las manos, lo miró, pero su única expresión fue la de señalar lo viejo que era. Un violín hecho por la fiebre de un adolescente de pueblo, de muestra del diminuto dibujo de un Larousse, que durante meses dio un sonido agradable, merece un comentario más justo. De allí la decisión de mi tío, en adelante, de apenas saludarlo. Decisión que indica una muy sabia susceptibilidad. [pág. 75]

¿El comienzo de otra película de Víctor Gaviria? Bien podría serlo. De esta forma transcurre el libro: poesía, revelación, brutalidad compasiva, simpleza frente a un mundo complejo, autenticidad en la mirada, arte. Por eso, recomiendo con énfasis que todos aquellos que quieren hacer cine, escribir poesía, redactar crónicas o, en fin, decir algo sobre su mundo interno viendo la realidad externa lean esta magnífica compilación de textos de Víctor Gaviria que Luis Fernando Calderón tan generosamente pone a nuestro alcance. MÍRIAM COTES BENÍTEZ

A los ensayos sobre poesía le siguen las crónicas que, más que serlo en sentido estricto, son cuentos cortos, relatos penetrantes sobre personajes de la infancia y de la adolescencia de Víctor, entre ellos uno recurrente, un tío suyo medio loco y medio raro que habita en un pueblo y toca violín en un instrumento que él mismo construyó. De nuevo, como en todo lo que hace Gaviria, la poesía está presente porque ésta no es solo escribir versos, como algunos creen, sino una mirada sobre el mundo. Otro ejemplo:

Cuando la realidad es tan horrenda que supera la ficción Vivir sin los otros. Los desaparecidos del Palacio de Justicia Fernando González Santos Ediciones B, Bogotá, 2010, 166 págs.

Los acontecimientos del 6 y 7 de noviembre de 1985 en Bogotá forman parte de una de las peores tragedias de la historia reciente de Colombia. Esta tragedia tiene múltiples dimensiones, por la cifra de víctimas, por la

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destrucción del Palacio de Justicia, por la impunidad con la que actuaron quienes ordenaron y ejecutaron la retoma militar de las instalaciones, por la censura a los medios de comunicación, por la inacción pusilánime de los altos dignatarios del gobierno de turno —empezando por el presidente de la república—. Algunos de estos aspectos son medianamente conocidos, pero hay otra tragedia, la más cruel de todas, que se proyecta hasta el día de hoy y que sigue sin resolución: la de los desaparecidos del Palacio de Justicia.

Apenas terminó la recaptura violenta del edificio en el centro de Bogotá, se inició el drama, agónico e interminable, de once familias que desde entonces buscan a sus parientes, los cuales trabajaban en la cafetería del Palacio, o la frecuentaban, y desaparecieron el 7 de noviembre de 1985. Esa fría tarde novembrina, como en los tiempos del Tercer Reich, once personas fueron desaparecidas en la Noche de Niebla del olvido. De ellos, nos han quedado sus nombres: Carlos Augusto Rodríguez Vera, administrador de la cafetería; Cristina Guarín Cortés, cajera de la cafetería y licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional; David Suspes Celis, chef; Bernardo Beltrán, barman y mesero; Luz Mary Portela León, quien reemplazaba ese día a su madre, que estaba enferma; Héctor Jaime Beltrán, mesero; Gloria Stella Lizarazo, manejaba el autoservicio; Ana Rosa Castiblanco, de 38 años y con embarazo de ocho meses, ha sido la única cuyos restos fueron identificados en una fosa común de Bogotá, el 7 de julio de 2001.

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Junto con estos trabajadores de la cafetería, desaparecieron, además, Norma Constanza Esguerra, proveedora de pastelería; Gloria Anzola de Lanao, una abogada que solía estacionar su automóvil en el parqueadero del Palacio de Justicia, y Lucy Amparo Oviedo de Arias, que esa mañana tenía concertada una cita con Alfonso Reyes Echandía, y lo esperaba en la cafetería. Estas once personas se suman a los de miles de colombianos que han desaparecido en los últimos decenios en este país. Lo peor de todo radica en que pese a la magnitud de ese drama, sobre el mismo reinan el silencio, la ignorancia, el olvido y la impunidad.

Por esa razón, todas las investigaciones, escritos y productos culturales que apunten a recordarnos la magnitud de la desaparición forzada en Colombia son de indudable valor. Eso es lo que sucede con el libro del joven escritor Fernando González Santos, quien nos brinda una reconstrucción novelada del drama de los desaparecidos del Palacio de Justicia. Estamos ante un libro bien escrito, con una prosa sencilla y directa, sin innecesarios giros lingüísticos, que se basa en una rigurosa y profunda investigación documental, lo que se nota en la precisión de los detalles relacionados con los sucesos del Palacio de Justicia, que coinciden punto por punto en forma minuciosa con los mejores análisis históricos y periodísticos que se han escrito al respecto. Desde este punto de vista, el texto podría verse como una investigación histórica o como una crónica periodística, que ha sido escrita de una forma meticulosa y fiel con respecto a los acontecimientos históricos. Pero, por supuesto, el libro es más que eso, porque junto a la veraci-

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dad histórica se encuentra la reconstrucción literaria, muy bien lograda por lo demás, del drama vital de uno de los desaparecidos del Palacio de Justicia, que en la novela aparece con el nombre de Ramiro Díaz, que corresponde en la vida real a Héctor Jaime Beltrán. Alrededor de este personaje se desarrolla la trama del relato histórico y novelado sobre los desaparecidos, al describir los pormenores de su vida personal y cotidiana hasta el fatídico día en que desapareció a la luz del día de los escombros del Palacio y fue llevado, primero, a la Casa del Florero y, luego, a una instalación militar, donde murió a consecuencia de las torturas a que fue sometido. El relato es tan fidedigno que nos encontramos ante algo así como, lo que en el siglo XIX se llamaba, un cuadro costumbrista, como cuando se relataba la vida cotidiana de los peones en las haciendas, o ante un cuento realista, como los de Máximo Gorki. Estas comparaciones no pretenden, ni mucho menos desvalorizar el trabajo que nos regala Fernando González Santos. Simplemente, recurrimos a esas comparaciones para resaltar la labor casi detectivesca y fiel a los hechos que ha realizado este joven escritor, lo cual no impide que emplee la imaginación para describirnos lo que sucedió a Ramiro Díaz desde el momento en que un comando del M19 incursionó en las instalaciones del Palacio de Justicia, pasando por las interminables veintiocho horas que vivieron las personas que quedaron mortalmente prisioneras en su interior, hasta llegar a los momentos posteriores de su captura ilegal, de su tortura y de su muerte. Al narrarnos este drama, González Santos nos muestra la torpeza y estrechez de miras de lo que podemos llamar la “lógica castrense” que no podía concebir que los trabajadores de la cafetería estuvieran allí el día de la toma del Palacio porque cumplían con su deber de trabajadores, sino que eran “subversivos disfrazados”. Esa “lógica castrense” solo podía proceder mediante la violen-

cia para destruir a quienes consideraba como sus enemigos. El carácter torpe y pedestre de esa “lógica castrense” se expresa en las palabras de un militar que aparece en la novela: “—¿No le parece raro, señor, que su hija siendo socióloga se haya encargado de la registradora de un restaurante? ¿Y no es más raro aún que quien les vende pasteles sea una doctora con estudios internacionales?”. Y el mismo militar, coronel para ser más precisos, le dijo a otro de los familiares: “—Pues en este sitio no tenemos a nadie que haya salido del Palacio de Justicia. Y si ustedes no sabían, les informo de una vez que los que dicen ser trabajadores de la cafetería son guerrilleros y nos quieren echar la culpa a nosotros. ¿Por dónde creen que entraron los uniformes y las municiones?”

El coronel cerró la conversación diciendo: “—Dejen más bien de buscarlos porque ellos cogieron fue para el monte” (pág. 65, resaltado nuestro). Magistral y contundente, porque en esas pocas frases está resumida la “lógica castrense” que no sabe nada de desempleo ni de supervivencia y que ve a todos los civiles que están a su lado como potenciales enemigos y subversivos, que deben ser eliminados en nombre de las instituciones y de la patria y cuyas acciones están justificadas de antemano por esos valores supremos de defensa de la tradición, la familia y la propiedad.

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Desde luego, lo acontecido con los desaparecidos del Palacio de Justicia no es un hecho accidental, sino “el producto de una máquina en movimiento debidamente planeada y organizada” (pág. 157). El otro aspecto que se recrea con sumo cuidado en esta novela es el de la tragedia de los familiares de los desaparecidos, todo su sufrimiento cotidiano desde el mismo instante en que comprobaron que sus esposos, hermanos, hermanas, padres, primos, sobrinos habían desaparecido. Todos ellos sufren una condena que arrastran hasta el final de sus días, la de vivir sin los otros, una condena que como una cadena de dolor llevan consigo miles sino millones de colombianos. Bety, la esposa de Ramiro Díaz, lo dice con profundo sentimiento: “quién se había tomado el derecho de condenarnos a vivir sin los otros” (pág. 157). Algunos dirán algo similar a lo que se ha dicho en forma reiterada sobre Cien años de soledad con relación a la Masacre de las bananeras, que ese hecho nunca existió y que solo ha sido producto de la imaginación desbordada de su autor. No sobrarán, en esa perspectiva, quienes digan que todo lo que menciona González Santos es una invención, que es producto de la ficción, o que es pura literatura. Eso difícilmente es defendible, por la sencilla razón que en Colombia la cruda realidad es tan inadmisible, que a la larga resulta ser más novelesca que la ficción más imaginativa. Para terminar, debe recalcarse un hecho en apariencia secundario pero pleno de significado. Una de las desaparecidas, Cristina Guarín, era licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional y el autor de este gran libro también es licenciado de esa misma universidad. Y aunque la protagonista del libro no sea la educadora que fue borrada de la vida y lanzada a las brumas del olvido, con esta obra se le está rindiendo un tributo a una persona que es parte entrañable de la memoria de la comunidad universitaria que forma

HISTORIA

educadores en el país, comunidad a la que también me enorgullezco de pertenecer. RENÁN VEGA CANTOR

Profesor titular, Universidad Pedagógica Nacional

Una verdad que incomoda El Palacio de Justicia. Una tragedia colombiana Ana Carrigan Icono Editorial, Bogotá, 2009, 362 págs.

La memoria se ha convertido en un tema importante, tanto en las ciencias sociales, como en la actividad política en muchos lugares de nuestro continente, porque ha sido una forma de resistencia y lucha contra la impunidad de los crímenes de Estado. Diversos países de América Latina sufrieron en carne propia crueles dictaduras, anticomunistas y de seguridad nacional, respaldadas por los Estados Unidos, tales como fueron los casos de Guatemala, Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, Bolivia, Paraguay, Nicaragua, Salvador, Haití, Honduras... En estos países se destruyeron a sangre y fuego procesos de democratización y/o de liberación nacional, borrando de paso cualquier posibilidad de construir otro modelo de sociedad que beneficiara a las clases subalternas. Por esta razón histórica, la reivindicación de la memoria y la simultánea lucha contra el olvido —promovido por los poderes dominantes a escala nacional en cada país y en el plano internacional por los Estados Unidos— se han constituido en un importante asunto político que apunta a rememorar la historia de los vencidos y a desenmascarar a los responsables de los genocidios que han enlutado a América Latina en los últimos decenios. En el caso de Colombia, en los temas de verdad y memoria ha co-

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brado especial significación uno de los hechos más traumáticos de nuestra historia contemporánea, como fue la toma y destrucción del Palacio de Justicia durante los días 6 y 7 de noviembre de 1985. Sobre este acontecimiento, —en medio de muchas dificultades y superando obstáculos de diversa índole— se ha librado una doble acción: por un lado, el intento de reconstruir la verdad de lo que aconteció en el interior del Palacio de Justicia y, por otro, la movilización de los familiares de las personas desaparecidas en la niebla de la impunidad de esos fatídicos días para establecer donde están sus deudos. Sin duda, estos procesos han dado un gran paso adelante con la publicación en español del libro de Ana Carrigan sobre la tragedia del Palacio de Justicia.

Ana Carrigan, una periodista colomboirlandesa, hace una significativa contribución a la historia y a la memoria del país, al rastrear la verdad de lo que aconteció durante aquellas fatídicas 28 horas de noviembre de 1985. Carrigan se obsesionó con el tema desde el mismo día de los hechos, porque estaba en ese momento en Bogotá, y pudo captar el tenso ambiente que se respiraba en la capital, mientras ardía el edificio que albergaba a lo más granado de la rama jurisdiccional. Desde ese momento, ha dedicado gran parte de su vida a desentrañar lo que allí sucedió, puesto que aún después de publicar la primera edición del libro en inglés, en 1993,

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continuó con la investigación, incorporando nuevos datos, testimonios y documentos a la versión del libro que se publica por primera vez en Colombia en el 2009. Sobre esta incesante búsqueda nos informa: [...] desde el fondo del palimpsesto de la invención y la distorsión impuesta sobre los hechos por los promotores institucionales, han venido saliendo a la luz pedacitos de la historia no contada: rasgados, desconectados, petrificados, como los fragmentos de una pesadilla viva y caótica; estos breves vistazos sobre la verdad de lo que ocurrió siguen persiguiéndome [...]. [pág. 19]

El libro fue escrito a partir de un cúmulo impresionante de fuentes, entre las que se encuentran testimonios de personas que salieron vivas, de puro milagro, del Palacio, entrevistas, expedientes judiciales, archivos de prensa, radio y televisión, documentación oficial y las grabaciones de las conversaciones de los militares que dirigían la retoma, que fueron conocidas por la autora desde finales del decenio de 1980, pero que en Colombia solo se hicieron públicas veinte años después de los sucesos. Un aporte documental significativo en el que se apoya el libro es el de la reconstrucción que hizo un equipo de Medicina Legal, cuyos nombres por supuesto se mantienen en reserva, que tuvo acceso a los cadáveres que llegaron desde el 6 de noviembre, y pocas horas después de que había concluido la masacre pudo ingresar al Palacio de Justicia, lo cual le permitió reconstruir, de manera técnica, el esquema general de lo acontecido allí dentro. Durante veintitrés años la autora fue acopiando información, datos, testimonios, para armar el rompecabezas de lo que sucedió dentro del Palacio de Justicia y reconstruirlo en forma verosímil. El libro está escrito con un lenguaje claro y directo, a la manera de una crónica periodística, que lo torna atractivo para cualquier lector. Es un texto distante de la falsa erudición y de los rodeos académicos, pero riguroso y muy bien documen-

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tado, donde se narra con pasión cada uno de los detalles del suceso, para brindarnos un cuadro completo, con todas las piezas del rompecabezas, de tal forma que nos hace revivir, con dolor, lo que pasó en el interior del Palacio de Justicia y en los lugares directamente relacionados, como el Palacio Presidencial y la Casa del Florero. En este trabajo, la autora no asume la postura facilista, típica de la mayor parte de los periodistas, del que no quiere comprometerse con su tema de estudio y pretende ser “neutral” y “objetivo”, sino que, por el contrario, con mucha humildad, recrea el drama humano que se vivió dentro del Palacio y reconstruye los sentimientos que experimentaron quienes terminaron encerrados en ese socavón de la muerte. El libro es un tributo a la grandeza de muchos seres humanos, que soportaron con dignidad sus últimos momentos vitales, entre quienes se encuentran funcionarios de la rama judicial, altos magistrados, guerrilleros del M-19, trabajadores y empleados anónimos del Palacio. Pero también, es una denuncia de la miseria y postración de personajes que ostentaban altos cargos en la dirección del país, y que se caracterizaron por su conducta pusilánime, acomodaticia y cómplice y copartícipe con la masacre que se estaba realizado a pocas cuadras de donde ellos se encontraban, es decir, en la sede presidencial. Además, la autora denuncia la manera como la casi totalidad de estos individuos, para lavarse las manos y salvar su responsabilidad, contribuyeron a construir la verdad oficial de lo sucedido. En ese sentido, este libro es un microlaboratorio, porque a la par que desmonta como si utilizara un fino bisturí, pieza por pieza, todas las mentiras de la versión oficial, va armando el rompecabezas de lo que sucedió, con pruebas y argumentos contundentes, que demuelen los prejuicios y falsedades que se vienen repitiendo sobre los sucesos del Palacio de Justicia desde hace más de un cuarto de siglo. Su esfuerzo no ha sido en vano, porque ha estable-

cido la verdad, una palabra a la que no le tiene miedo, porque sabe todo lo que se esconde tras la misma. Y el desciframiento de la verdad en el caso analizado tiene un profundo alcance, porque significa desmontar la historia oficial, basada en la mentira y la falsificación, que se urdió desde el mismo 6 de noviembre y contribuir a construir, como parte de la justicia histórica, lo que realmente sucedió, algo necesario para proceder contra los victimarios.

La trama del libro está presentada como si fuera una obra de suspenso en quince capítulos finamente construidos e hilvanados entre sí, que se inician desde mucho antes de los sucesos de noviembre de 1985. La autora nos traslada por otros lugares del país, como la costa Atlántica y al Valle del Cauca, donde se desenvolvió la vida de Andrés Almarales, el líder de la toma. Una cuestión interesante al evocar estos sucesos del contexto histórico del país radica en la forma como la autora analiza el impacto social de tres acontecimientos que marcaron la historia de la violencia colombiana en el siglo XX: la masacre de las bananeras (diciembre de 1928), el asesinato de Gaitán (abril de 1948) y la toma del Palacio de Justicia (noviembre de 1985). Para Carrigan, estos tres sucesos se encuentran ligados entre sí y en este sentido, la tragedia del Palacio no es un acontecimiento aislado, sino la expresión de una época, y por ello su reconstrucción es imprescindible para comprender esa época, que aún no termina. La autora reconstruye la preparación y antecedentes de la toma por parte de un comando del M-19, los planes que fallaron, la entrada en el

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Palacio y, con una minuciosidad digna de admirar y que atrapa al lector, lo acontecido durante 28 horas, tanto dentro del Palacio como en los entretelones del poder civil y militar. Sobre todos estos aspectos se brindan detalles que contribuyen a esclarecer el significado de los acontecimientos, constituyéndose en un libro imprescindible sobre la historia contemporánea de Colombia.

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según la autora, la tragedia del Palacio planteó una pregunta fundamental: “¿por qué, en una democracia constitucional que tiene una tradición de elegir líderes civiles, un país cuyas Fuerzas Armadas no conspiran para dar golpes militares, por qué es éste el país donde se libra la ‘guerra sucia’ más brutal del continente contra la oposición civil e inerme de un Gobierno que se llama democrático?” (pág. 342). RENÁN VEGA CANTOR

Profesor titular, Universidad Pedagógica Nacional

Nada nuevo bajo el sol Sindicalismo colombiano. Iglesia e ideario católico, 1945-1957 Álvaro Oviedo Hernández Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, Quito, 2009, 205 págs.

Este trabajo tiene un merito adicional, porque demuestra que la indiferencia y el olvido son el soporte de la impunidad, como ha sucedido en este país en los últimos decenios. Por ello, con amargura, la autora señala que a pesar de lo que estaba aconteciendo dentro del Palacio, que ardía en llamas, afuera del recinto “no pasaba nada”. No se paralizaron ni el comercio, ni las actividades privadas ni públicas, y en la noche del miércoles seis, mientras eran censurados los medios de comunicación, se transmitía en directo un partido de fútbol del campeonato nacional. Ese “no pasa nada” es el que ha permitido que, tanto sobre el Palacio de Justicia, como sobre gran parte de nuestra historia actual, reine un pacto de silencio y una “verdad oficial” sustentada en la falsedad y la impunidad que explica en gran medida lo que ha sucedido en el país durante los últimos veinticinco años. En otras palabras,

En un momento en que es evidente la crisis del sindicalismo y de las diversas organizaciones de los obreros se hace necesario investigar sobre diversos aspectos históricos del mundo del trabajo, para que ello ayude a entender los complejos orígenes de la situación actual de destrucción de las organizaciones independientes de los trabajadores. En Colombia, el campeón mundial de la violación de los derechos laborales, es todavía más importante estudiar aquellos temas que están ligados de manera directa con las raíces históricas de la intolerancia contra los trabajadores sindicalizados, que en gran medida nos remiten a lo que sucedió entre 1945 y 1957, cuando se consolidó, a punta de plomo y con el respaldo de pájaros y chulavitas, el sindicalismo clerical, una de cuyas banderas principales era la persecución de todos los que eran considerados como comunistas o sus aliados. Ese es el tema que pretende estudiar Álvaro Ovie-

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do, con poco éxito, en el libro que comentamos. En la introducción el autor menciona los aspectos teóricos y metodológicos que van a guiar la investigación, al señalar los conceptos básicos que va a emplear y los autores más importantes en los que se apoya, entre quienes destaca a Eric Hobsbawm y a Pierre Vilar respecto a sus precisiones sobre el sentido y alcance del término clase, en especial sus análisis sobre la clase obrera. Esta breve incursión teórica y metodológica es más o menos clara, pero lo que si es muy confuso es la hipótesis, o conjunto de hipótesis encadenadas, que menciona y que de manera textual dice: [...] en los sindicatos en el entramado de representaciones sobre su deber ser, su entorno y sus sentidos de pertenencia, lo dominante es el enfoque economicista y ‘apolítico’ de cuño religioso o partidista, de tendencia (¿?) por encima de los referentes de clase; en determinadas situaciones lo relativo a las condiciones de existencia como clase pueden estar en primer plano, en algunos sectores, por algún tiempo; el haber accedido a un comportamiento prioritariamente de clase en una situación, o serie de situaciones no garantiza que su comportamiento posterior esté signado por el mismo sentido de clase; bajo las mismas expresiones organizativas se presentan diferentes actores, con diferentes correlaciones de sus sentidos de pertenencia en diferentes momentos y espacios; el proyecto católico se hace hegemónico en este período (¿?) en el movimiento sindical, vinculado a las dictaduras y a la Guerra Fría, sin lograr un triunfo definitivo sobre la propuesta de una central clasista. [pág. 18]

Al parecer son cinco hipótesis, que se exponen de una forma muy curiosa y que cada una de ellas, se supone, corresponden a cada uno de los capítulos del libro. Al final, el autor no indica si esas hipótesis fueron demostradas o revaluadas en la investigación. Se esperaría que, para

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no complicarle la vida al lector, por lo menos el autor intentase presentar las cosas de la forma más clara que fuese posible, y dijera de manera directa si las hipótesis se verificaron o se desmintieron. Pero eso no se hace en ninguna parte.

El autor precisa algunos de los conceptos que guían la investigación, entre los cuales están los de ideología, imaginario e ideario. Por esto último, entiende un sistema de ideas en el que se incluyen “prejuicios, dogmas, misterios, juicios a priori, mitos, cuya existencia suponen procesos de interiorización y aceptación colectiva por parte de amplios conglomerados sociales, procesos que pueden parecer sospechosos a los ojos de un enfoque exigentemente racional (pág. 17)”. Esta noción de ideario católico es uno de los hilos conductores de todo el libro, porque aparece en forma reiterada en la esquemática exposición que realiza el autor y que, a menudo, se va por las ramas, distanciándose de su objetivo principal. No obstante, debe destacarse que la cuestión que concierne a la descripción el ideario católico es la parte rescatable del libro, porque se intenta una sistematización más o menos ordenada del cuerpo doctrinario que sobre el sindicalismo y los trabajadores construyen las jerar-

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quías católicas en Colombia, que, por supuesto, no tiene nada de original, sino que simplemente es la reproducción de lo dicho por diversos sectores de la Iglesia católica, empezando por el Vaticano, desde finales del siglo XIX. Antes de hablar del tema del ideario católico, digamos que, en general, en este libro no se hacen aportes significativos, ni de tipo empírico ni analítico, que contribuyan a ampliar de manera novedosa la historia del sindicalismo colombiano. El libro es, simplemente, una síntesis que reitera lo que ya se conoce sobre el origen y desarrollo del sindicalismo colombiano desde finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX. En ese sentido, el primer capítulo, “Características del movimiento sindical colombiano” (págs. 23-53), el tercer capítulo, “De la ‘república liberal’ a los regímenes conservadores” (págs. 93134) y el quinto capítulo, “Hacia el Frente Nacional” (págs. 171-189) son un simple recuento de cosas bastante conocidas, en las cuales no aparece algo nuevo que renueve la historiografía sobre los trabajadores colombianos. Lo único que se le abona al autor es el esfuerzo por sintetizar la información procedente de las principales fuentes secundarias que han estudiado el asunto. Esto no quiere decir que Oviedo no haya consultado fuentes primarias, sí lo hizo pero la forma como las aborda y las cita solo sirven para confirmar y complementar lo que han dicho los libros más conocidos sobre el sindicalismo, lo que en últimas significa que no se avance gran cosa. Los capítulos con más consistencia son el segundo, “El ideario católico” (págs. 55-91) y el cuarto, “Los trabajadores y las dictaduras” (págs. 135-169), porque en uno se intenta sistematizar los componentes centrales de las concepciones del catolicismo sobre los sindicatos y en el otro se hace referencia, aunque un poco superficial, a lo que le sucedió a los trabajadores durante la época de hegemonía del sindicalismo clerical. Para estudiar el ideario católico, el autor se apoya, de manera princi-

pal, en las Conferencias Episcopales y en otros documentos oficiales de las jerarquías católicas. En el cuerpo de doctrina que la Iglesia elabora sobre el movimiento sindical se van destacando desde finales del siglo XIX ciertos elementos distintivos que se reafirmaron en diversos momentos históricos del siglo XX, entre los cuales sobresalen la Revolución rusa, el ascenso del fascismo y la Guerra Civil española y, por último, la Guerra Fría. Entre esos elementos se destaca que las jerarquías proclaman y ubican a los enemigos de la Iglesia católica y contra los cuales se declara una guerra sin cuartel. Dichos enemigos son: la masonería, el liberalismo, el protestantismo, el anarquismo, el modernismo, el socialismo y el comunismo. Estos enemigos de la Iglesia son vistos como un bloque monolítico que no difieren en lo fundamental, porque su esencia estriba en que son abiertamente anticatólicos. Entre otras cosas, este también se convierte en un elemento característico de la ideología del partido Conservador, y por eso no sorprenden las similitudes y acercamientos entre el clero y los godos en importantes coyunturas de la historia colombiana, como a mediados del siglo XX, en plena época de la Violencia.

En este contexto, y tomando nota de la influencia de diversas corrientes revolucionarias en el seno del movimiento obrero en el mundo, la Iglesia católica decide participar en forma activa en la lucha por la hegemonía ideológica sobre dicho movimiento. Para ello se arma de un arsenal doctrinario y propone medidas organizativas con la finalidad

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de controlar a los trabajadores. Reivindica la propiedad privada como algo incuestionable, rechaza la lucha de clases y la acción directa de los trabajadores en los sindicatos, prohíbe que los trabajadores participen en organizaciones políticas y gremiales de tipo comunista. Así mismo, las jerarquías eclesiásticas reclaman la subordinación del Estado a la Iglesia y cuestionan a la educación laica como una “gangrena social”. Por supuesto, los jerarcas católicos están contra la libertad de enseñanza y la libertad de cultos y, en concordancia con esos presupuestos, propenden por un sindicalismo confesional y apolítico, pero militante a favor de los intereses de la Iglesia. En el terreno práctico esto se manifiesta en Colombia con el impulso a la Acción Católica Colombiana que es creada en 1933, con la finalidad expresa de impulsar un sindicalismo católico, regido por todos los preceptos del ideario confesional señalado antes. La Acción Católica es la base de lo que luego va a constituir la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC) en el decenio de 1940, la confederación sindical más importante en el decenio de 1950. Esto es posible, como bien lo plantea el autor, por la imposición del paralelismo sindical, que es apoyado por el partido Conservador y por la dirigencia del partido Liberal. En este sentido, el ideario católico genera, un tema que no desarrolla el autor de manera explícita, un sindicalismo extremadamente sectario e intolerante, anticomunista rabioso, clerical y plegado a los designios de la Iglesia y próximo a las filas del partido Conservador. Los miembros de ese sindicalismo, en especial los dirigentes y los curas, van generando un sentimiento de odio hacia todos aquellos que no comparten el ideario católico, a partir del cual se justifica la persecución de quienes son considerados como enemigos. Desde luego, y es de lo que trata el capítulo cuarto, la imposición del dominio de la UTC no se dio por la “buena gracia del Espíritu Santo”, sino que fue un resultado del cam-

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bio en la correlación de fuerzas a finales del decenio de 1940 y que llevó a la persecución y aislamiento de la CTC, influida por liberales y comunistas, al uso de la violencia para acallar a los trabajadores más radicales y para destruir las organizaciones sindicales más combativas. Hasta tal punto esto era evidente que no resulta raro que Vicente Andrade, sacerdote jesuita y asesor espiritual del sindicalismo católico, escribiera a comienzos de 1948 esta incitación al odio y a la violencia: “[...] en la lucha de vida o muerte que se ha iniciado ya hay una parte que le corresponde a la Iglesia: la de las ideas; pero hay otra que les toca a los hombres que aprecian la libertad y el honor: la de estar dispuestos a salir a las calles o a los campos de batalla, para no tener que morir como cobardes después de haber vistos profanados los hogares y destruida la nación” (citado pág. 132). Esta simplemente era una legitimación de los chulavitas y pájaros rurales, pero también de los matones urbanos para que liquidaran a liberales y comunistas.

De igual forma, debe resaltarse que una de las ideas más reiteradas del ideario católico era la del apoliticismo, por lo cual se entendía que los sindicatos no deberían estar influenciados ni por liberales ni por comunistas, pero ese apoliticismo era demagógico y falaz, ya que eran claros los nexos entre miembros del partido Conservador colombiano, la Iglesia y los sindicatos católicos. En

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el mismo sentido, debe considerarse la crítica a la lucha internacional de los trabajadores y a sus intentos de afiliarse a diversas organizaciones. Esto fue cuestionado a fondo por el sindicalismo confesional, porque, según sus voceros e ideólogos, eso mostraba su dependencia del comunismo internacional. Esto no fue óbice para que el sindicalismo clerical de Colombia se alineara en el terreno internacional con el sindicalismo impulsado por los Estados Unidos en el momento en que se iniciaba la Guerra Fría, lo cual ponía de presente que no eran tan apolíticos y “neutrales” en el plano internacional, como pretendían. En el estudio del sindicalismo católico en la época de la Violencia falta un análisis más amplio sobre la responsabilidad que tiene el clero no solo en la instigación del odio contra todos los que considera sus adversarios, y a los que se puede liquidar en nombre de los santos valores de la Iglesia, sino la forma particular como eso incidió en la persecución de los gaitanistas en las zonas urbanas después del 9 de abril y la limpieza que se generó dentro de los sindicatos, para depurarlos de liberales y, sobre todo, de comunistas, desde finales del decenio de 1940. Aunque Oviedo menciona a algunos de los dirigentes sindicales que fueron asesinados en esta época, no profundiza en el estudio de los mecanismos que usó el partido Conservador, con la complicidad de la Iglesia y de la UTC, en la persecución de los sindicalistas rojos, como sucedió, por ejemplo, en la zona petrolera de Barrancabermeja, en donde antes de la consolidación del sindicato que sustituyó a la USO, se procedió a perseguir y a asesinar a numerosos trabajadores. Esta es una dimensión de la Violencia poco investigada, y sobre la cual no existe mucha información. Para terminar, el libro de Álvaro Oviedo, que es una síntesis de su tesis doctoral, no puede considerarse como una novedad en el terreno de la indagación histórica, ni como un aporte al conocimiento de la trayectoria del movimiento sindical

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colombiano. Allí simplemente se encuentra, como un aporte marginal, una recopilación de algunos aspectos referidos al sindicalismo clerical, pero tampoco se profundiza en las implicaciones prácticas de su accionar, caracterizado por su intolerancia y anticomunismo, en la vida de las organizaciones sindicales independientes, ni de los principales líderes de esas luchas, muchos de los cuales fueron asesinados a nombre de los santos valores de la religión católica y escuchando, antes de ser asesinados, de los labios de sus verdugos Vivas a Cristo Rey. RENÁN VEGA CANTOR

Profesor titular, Universidad Pedagógica Nacional

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profesor César Augusto Ayala Diago: doctorado en una universidad de la antigua Unión Soviética, con una maestría en lingüística, lo que no es muy común en el medio de los historiadores, y con un importante récord de investigación y publicaciones que se remonta a 1991 cuando apareció su primer artículo en el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura1, núms. 18-19, del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, en la que el profesor Ayala se desempeña como docente e investigador. A partir de entonces recordamos por lo menos ocho títulos entre libros (cuatro) y artículos (cuatro).

Los tiempos de El Tiempo Exclusión, discriminación y abuso de poder en El Tiempo del Frente Nacional. Una aproximación desde el análisis crítico del discurso (ACD) César Augusto Ayala Diago Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2008, 363 págs.

En el reciente balance historiográfico que realicé para esta revista, mencioné los principales países en los que los historiadores colombianos han realizado doctorados: Francia, España y México se constituyeron en los países de mayor preferencia; igualmente esbozamos la dramática situación de los doctorandos, que una vez terminados sus estudios y obtener su respectivo título, previa investigación y redacción de la tesis, o bien no conseguían trabajo, o si lo conseguían, normalmente en una universidad, abandonaban los quehaceres de la investigación y la reflexión para cumplir funciones de administración académica, o en muchos casos no se veía un universo claro de investigación. No son estas las características del

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Así, desde 1991, nuestro autor en referencia ha construido, con la ayuda permanente de auxiliares y asistentes de investigación a quienes ha sabido instruir y orientar en la búsqueda de información, una sólida producción intelectual en la que se ha interesado por hechos y personajes un tanto olvidados por la moderna historiografía nacional: Gilberto Álzate Avendaño2 y Gustavo Rojas Pinilla3, preocupándose, de manera prioritaria, por recrear los inicios y desarrollo del Frente Nacional, como también por el desenvolvimiento de movimientos políticos alternos a este: el Movimiento Revolucionario Liberal4 (MRL) de Alfonso López Michelsen, y la Alianza Nacional Popular (Anapo), que

lo ha hecho un especialista en el análisis de terceras fuerzas, al punto de estudiar pequeños detalles5, de muy corta duración, propios quizá de una microhistoria, que muestran variadas posibilidades de investigación, contrariamente a una fuerte tendencia de creer agotado un tema tras la realización de una investigación y su respectiva publicación. La particular formación académica del profesor Ayala, como su compromiso y pasión por la investigación, y el no dar por terminada una temática sin haber tratado de desmenuzarla al máximo, se conjugan en el libro Exclusión, discriminación y abuso de poder en El Tiempo del Frente Nacional, en el que valiéndose de su formación en los métodos, estrategias y técnicas de análisis del lenguaje y de la semiótica, teniendo como referencia teórica principal los trabajos del holandés Teun van Dijk, y del argentino Eliseo Verón, entre otros, nos presenta, como herramienta, el análisis crítico del discurso (ACD), y lo aplica en los ejes o unidades de análisis del discurso: 1. Los editoriales, claro ejemplo de “la voz del poder, de los incluidos en el Frente Nacional, que aplasta la del adversario”6. 2. Los titulares de las noticias, que se convirtieron en “verdaderos actos de habla, herramientas ideales para manipular los datos”7. 3. Las noticias. 4. Las caricaturas, en especial las de Hernando Turriago Riaño (Chapete), Henry Laverde (Henry), Luis Fernando Vélez Ferrer (Velezefe) y Peter Aldor. Lo que le permite adelantar un juicioso análisis del discurso empleado por el periódico El Tiempo, que caracteriza como epidíctico, ya que se “argumenta desde el encomio y el encomio para un nosotros, y desde el denuesto o vituperio para ellos”8, para dirigir, orientar, formar y manejar la opinión pública colombiana en el proceso de las elecciones legislativas y presidenciales de 1962, todo ello presentado en una introducción, siete capítulos y una

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conclusión, analizado, a partir de una buena dosis de material gráfico (reproducción de caricaturas, fotografías, como de páginas, y artículos), que ayuda a comprender lo analizado y narrado en el libro, con finezas analíticas como determinar el valor de una noticia por el mayor o menor tamaño de letra de un titular, la cuidadosa observación de las fotografías y sus pies de página, la diagramación del periódico, la ubicación de la noticia, caricatura o fotografía, la extensión de la noticia, etc., o detalles técnicos como resaltar u oscurecer una fotografía o caricatura. Sin embargo, en algunos episodios del libro hay algunas equivocaciones, como en la página 66, donde se dice que el Bachiller Cleofás Pérez, fue un personaje creado por Chapete, cuando en realidad fue un seudónimo que utilizó Carlos Lleras Restrepo para adelantar algunos análisis, un tanto “libres”, de la realidad nacional, aunque quizá el caricaturista lo que hizo fue caracterizarlo. También, por momentos la lectura se hace lenta, quizá por el metalenguaje utilizado y la poca familiaridad del lector, teniendo que “repasar” con frecuencia páginas anteriores para entender los términos de análisis; obviamente que esta dificultad se soluciona, de manera parcial, con la reproducción de noticias, caricaturas, editoriales, y titulares que permiten al lector comprender mejor el contenido analítico.

De hecho, hasta el momento, nadie se había atrevido a analizar, con criterio científico, la actividad política propartidista y gobiernista del principal diario del país, cuando era

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un periódico familiar, dedicado, por decisión de su dueño Eduardo Santos Montejo y de su hermano Enrique, “Calibán”, exclusivamente al periodismo escrito, y defender el liberalismo oficial, que con el paso del tiempo, en especial durante el Frente Nacional, se enlazó con la del gobierno de turno. Los estudios previos sobre el MRL y la Anapo, le permitieron al profesor Ayala conocer en profundidad la época y tenerlos como base de análisis, toda vez que se constituyeron en los objetivos a atacar y desprestigiar por parte de El Tiempo, a lo que se sumó la candidatura disidente de Jorge Leyva y la posición en contra del Frente Nacional del laureanismo. Subrayando que en la coyuntura de 1962 fue determinante el anticomunismo que impregnó la prensa partidista, tanto liberal como conservadora, suscitada por la sovietización de Cuba, y una abierta posición proestadounidense, conjugadas en la defensa de la Alianza para el Progreso (APP), que fue la política oficial de los Estados Unidos para la América Latina, y que “significó la regulación de la cuestión social en el continente por vías distintas a la cubana”9, en cuya puesta en escena Colombia figuró como un lugar de prueba; como por el peligro del regreso de inconvenientes dictaduras en Latinoamérica. No obstante, debido al interés del periódico por desprestigiar a Rojas y consolidar el Frente Nacional, el Partido Comunista y sus militantes quedaron fuera del proselitismo liderado por el rotativo. En efecto, la campaña contra Rojas tuvo dos temporadas, la primera se inició el 4 de enero de 1962, y se alargó en primera instancia, hasta el 18 de marzo, es decir, hasta las elecciones parlamentarias, fue cubierta en 46 ítems, entre caricaturas, noticias, titulares y editoriales. Según lo aportado analíticamente por Ayala, fue muy bien planeada, dirigida y realizada por el principal rotativo del país, como la temporada de toros de comienzos de año, para demeritar al ex mandatario e ignorar el movimiento generado en torno a él, sin tener en cuenta

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ningún punto de vista distinto a defender el Frente Nacional. En efecto, el llamado movimiento Alianza Popular, que nació en 1961, y en el que se alistaron personalidades disidentes del liberalismo y conservatismo, y que desde su inicio tuvo a Rojas recorriendo en el país en permanente campaña de reivindicación personal. Se construyó un léxico, en el que abundaban las hipérboles, y los calificativos de peligrosidad y delincuencia, que continuaron utilizando los presidentes Guillermo León Valencia (1962-1966) y Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) para referirse a los anapistas.

El anticomunismo y la posición proimperialista se utilizaron en contra de la candidatura disidente de Alfonso López Michelsen, adicionándole un enfoque anticastrista; a partir de ellos, El Tiempo construyó “El enemigo externo, el adversario que necesitaba para la coyuntura que se vivía”, mientras que el enemigo interno fue la oposición al Frente Nacional encarnada al MRL, en ella fue fundamental, de nuevo, la figura de Carlos Lleras Restrepo, cercano, como el que más, a la casa Santos, cuando en una manifestación, el 20 de enero de 1962, en Cali, dijo que “Votar por López es perturbar al País”. Así, la campaña emprendida contra el MRL tuvo una evidente carga ideológica.

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La segunda parte de la campaña de El Tiempo, fue la correspondiente a la lucha por la presidencia de la república, arrancó el 19 de marzo, al día siguiente de las parlamentarias; se intensificó a partir del 25 de abril cuando el candidato oficial Guillermo León Valencia abrió su campaña presidencial; tuvo un punto alto cuando el 1.° de mayo el prohombre del periódico, Eduardo Santos, que desde la muerte de su esposa, Lorenza Villegas Restrepo, en marzo de 1960, se había marginado en forma voluntaria de la actividad política y pública, escribió un elocuente editorial en pro de la candidatura de Valencia; terminó el 13 de mayo con las elecciones presidenciales en las que resultó ganador Valencia con 1.636.081 votos, frente a 308.992 de Leyva, y 683.436 considerados como nulos (de ellos 624.863 correspondían a López Michelsen y 54.557 a Rojas Pinilla). Se centró en el ataque y desprestigio de las candidaturas de Rojas, que fue catalogada como “la repetición de épocas amargas para la patria”, de López Michelsen, simbolizada como la “amenaza marxista”, y la disidente, conservadora y laureanista, de Jorge Leyva, considerada como “sectaria”. Las aspiraciones de Rojas y Leyva (que por segunda vez se lanzaba) fueron atacadas y descalificadas por el pasado reciente de ambos personajes, íntimamente vinculados a la Violencia; mientras que en la de López no se tuvo en cuenta su oscuro pasado (léase los peculados de la Handel y el de la trilladora del Tolima), ni mucho menos su también brillante

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pasado (el ser hijo de Alfonso López Pumarejo, gestor de la Revolución en Marcha), salvo la alusión hecha en un discurso por Gloria Gaitán, su descalificación fue más normativista. A lo largo del sólido y bien investigado libro, basado en una magnífica e incontrovertible base documental analizada a la luz de una acertada herramienta de análisis, queda claro que el Frente Nacional no fue un acuerdo de tolerancia, más bien fue excluyente y discriminatorio, lo que dio lugar a un control permanente y un abuso del poder, de allí, quizá, la conformación de grupos de extrema izquierda. Así mismo, El Tiempo se convirtió en un elemento fundamental para construir una identidad frentenacionalista, y en su voz oficial, al punto que fue la fuente de orientación, en todo sentido, de los periódicos regionales que defendieron el acuerdo bipartidista. Su innegable poder le sirvió para “señalar que era lo bueno y que era lo malo y, sobre todo, de indicar que publicar, que no publicar y a quien marginar”10. Por ejemplo, muestra como el conjunto encadenado de editoriales, noticias, caricaturas y titulares, estuvieron encaminados, de manera tendenciosa, a desacralizar, con ironía y sátira, la imagen de Rojas Pinilla (Gurropín) que durante 1953-1957 se había fabricado por parte de la Dirección de Información y Propaganda del Estado (DIPE), buscando obstaculizar su avance en el proceso electoral. Al terminar de leer y observar el material contenido en el libro, quedan ciertas inquietudes, por ejemplo, en un pasado relativamente reciente las campañas electorales eran cortas, no como en la actualidad que comienzan casi en el momento mismo de terminar una jornada. Ahora bien, si un historiador dentro de 45 o 50 años adelanta un análisis similar al realizado por César Ayala, de, por ejemplo, el proceso de aprobación de la reelección presidencial de Álvaro Uribe Vélez, el más corrupto de la historia colombiana, basado en los mismos referentes de

análisis y en la misma fuente informativa, tendría muchos problemas pues de unos años a esta parte El Tiempo no es tan rico en información como en 1962, el trabajo de reportería actual no es nada parecido al que se hacia en esos años, las noticias aparecidas en la edición impresa no tienen la profundidad de aquel entonces, son una síntesis de la edición digital; en torno al hecho mismo de la reelección en las páginas editoriales se encuentran muy diversas opiniones. J O S É E D UA R D O RU E DA ENCISO

Profesor titular, Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) 1. “El discurso de la conciliación. Análisis cuantitativo de las interpelaciones de Gustavo Rojas Pinilla entre 19521959”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núms. 1819, 1990-1991, págs. 205-243, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Historia. 2. El porvenir del pasado: Gilberto Álzate Avendaño, sensibilidad leoparda y democracia. La derecha colombiana en los años treinta, Bogotá, Fundación Álzate Avendaño/Universidad Nacional de Colombia, 2007. 3. Resistencia y oposición. El establecimiento del Frente Nacional. Los orígenes de la Alianza Nacional Popular (Anapo). Bogotá, Colciencias/Universidad Nacional de Colombia, 1996. “Fiesta y golpe de Estado en Colombia”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 25, 1998, págs. 274-308, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Historia. El populismo atrapado, la memoria y el miedo: el caso de las elecciones de 1970, Medellín, La Carreta Editores/ Universidad Nacional de Colombia, 2006. 4. “El origen del MRL (1957-1960) y su conversión en disidencia radical del liberalismo colombiano”, en Archivo Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 20, 1995, págs. 95-121, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Historia. 5. “El Movimiento de Acción Nacional (MAN). Movilización y confluencia de idearios políticos durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla”, en Archivo Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 22, 1992, págs. 44-70,

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Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Historia. 6. Ayala Diago, César Augusto, Exclusión..., pág. 42. 7. Ibíd., pág. 41. 8. Ibíd., pág. 71. 9. Ibíd., pág. 194. 10. Ibíd., pág. 57.

Las respuestas de la historia Colombia. Preguntas y respuestas sobre su pasado y su presente Diana Bonnett Vélez, Michael LaRosa, Mauricio Nieto (comps.) Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia (CESO), Bogotá, 2010, 375 págs.

El libro es una compilación de catorce artículos de trece especialistas, con una presentación de Jorge Orlando Melo. De esta última hay que decir que en breves párrafos hace un apretado recuento de la relación económica y académica de los Estados Unidos con Colombia, en la que, a excepción de los quince años que mediaron entre la pérdida de Panamá y el restablecimiento de relaciones entre ambos países, Colombia siempre ha sido solidaria y sumisa a los mandatos del Imperio, la mayoría de los cuales en contra de sus propios intereses, y de las de otras naciones amigas y/o tercermundistas. Aunque no lo dice, sí queda explícita una pregunta que a algunos científicos colombianos nos ha rondado: ¿Por qué, siendo Colombia un incondicional aliado de los Estados Unidos, el mundo académico estadounidense no muestra un interés mayor por su incondicional y leal aliado? Al final, Melo da una clave, según la cual “Colombia es un país lleno de paradojas y contradicciones”, lo que muchos de los “colombianistas” han resaltado como la dificultad, o gran reto, a la hora de estudiar el país. Unas páginas más adelante (págs. 93 y 94), cuando Margarita Garrido analiza el

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Virreinato de la Nueva Granada, suministra otra clave a la pregunta implícita de Melo: “nuestro virreinato fue una entidad de segundo orden con respecto al de Nueva España (México) y el del Perú, de manera fundamental por no tener grandes imperios indios”. Es decir, que el imperio moderno, el de los Estados Unidos de Norteamérica, nos sigue considerando como una nación de segundo orden; en mi concepto, ese segundo orden no solo ha marcado nuestras relaciones académicas e intelectuales con la potencia, sino nuestra mentalidad y nuestra idiosincrasia. Somos conformistas en todo, solo un ejemplo, ahora que nos encontramos en las eliminatorias para el Mundial de Fútbol, se dice por parte de los especialistas que si bien nos va estaremos disputando el “repechaje” y, según parece, a ese objetivo le está apuntando la Federación de Fútbol y el cuerpo técnico. El conformismo es, pues, un efecto de ser una nación de segundo orden.

En cuanto a los compiladores los tres ya han hecho trabajos del mismo tipo, experiencia que les sirvió para construir la obra; la escogencia de los autores es acertada, es una buena mezcla de las diferentes generaciones de generaciones de historiadores, desde los fundadores de la Nueva Historia, hasta los de re-

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ciente generación. En general, se alejan de las tendencias y concepciones tradicionales impuestas por la Academia Colombiana de Historia, y presentan sugerentes y novedosos argumentos. Cada uno de los autores es especialista en la temática que se le encomendó. La mayoría de los artículos son síntesis de investigaciones y libros ya presentados, pero convenientemente actualizados. Es el caso del artículo de Fernán Enrique González, sobre la evangelización o conquista espiritual en la Conquista y la Colonia; el de Margarita Garrido, sobre la cultura política en la Nueva Granada del siglo XVIII; el de Rigoberto Rueda Santos, sobre las guerras de independencia y participación de las clases populares en la Nueva Granada; el de Germán Mejía, sobre el poblamiento de Colombia entre 1810 y 1910, estos dos últimos son los que más se alejan del patrón anotado, pues son una síntesis de trabajos relativamente recientes sobre la Independencia y el ordenamiento territorial. Se vuelve a la tendencia inicial en los de Mauricio Nieto, centrado en el desenvolvimiento de la ciencia durante el reinado de Carlos III, es decir sobre las Reales Expediciones Botánicas; el de Rafael Antonio Díaz Díaz, sobre los aportes de los afros a la sociedad colombiana; los dos de Luis Javier Ortiz, sobre la Regeneración y la Secesión de Panamá; el de Mauricio Archila, sobre movimientos sociales e izquierdistas colombianos en el siglo XX y el de Decsi Arévalo Hernández, sobre la economía colombiana en el siglo XX. Los artículos de Garrido, Nieto, Díaz y Archila, responden a tesis doctorales ya defendidas y publicadas, lo que garantiza su solidez; mientras que los de Guhl, al que me referiré un poco más adelante, y el de Rueda Santos, son, si me permite el término, de “construcción” o de “tránsito” para el libro; denotan autores que al parecer están madurando un texto más amplio. Los de González y Mejía son escritos por especialistas, pero no en el tema o en la época; González lo es en las

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relaciones entre el Estado y la Iglesia en el siglo XIX , mientras que Mejía lo es en la ciudad, pero su trayectoria investigativa, intelectual y académica, les permitió escribir buenos artículos con aportes y sugerencias importantes.

Los artículos que presentan problemas son los de Andrés Guhl, sobre el espacio geográfico colombiano, y el de Carl Henrik Langebaek, centrado en los grupos indígenas precolombinos, de la Conquista y la Colonia. Aunque buenos y con interesantes planteamientos, desequilibran el conjunto, pues dejan algunos cabos sueltos, que luego los otros autores tratan de amarrar y completar. Por ejemplo, los mencionados artículos son completados por Fernán González, cuando toca aspectos neurálgicos (págs. 65 y siguientes) que los autores en referencia dejaron de lado pero que son fundamentales a la hora de entender el poblamiento a partir de la Colonia: la Iglesia se estableció con mayor facilidad en las regiones donde se encontraban las encomiendas más ricas y numerosas, con mayor densidad demográfica y una organización social más compleja. Esta diferenciación regional de la presencia de la Iglesia en Colombia perdura aun hoy, aunque con algunas modificaciones. También toca un aspecto no muy tratado: el del aspecto religioso del mestizaje y en especial el

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sincretismo, que fue una estrategia de supervivencia de las tradiciones indígenas y afro. Así mismo, hace una rápida exposición de la reorganización territorial durante los Borbones, que complementa algunos cabos sueltos del artículo de Guhl, en especial, porque utiliza textos de la época (Relaciones de Mando, Visitas como las de Moreno y Escandón, Oviedo, etc.), como también obras clásicas como la de Virginia Gutiérrez de Pineda. El artículo que más presenta problemas es el de Langebaek, el cual es una mirada eminentemente arqueológica del poblamiento colombiano, lo que lo hace novedoso, pero muy alejada de su formación inicial de antropólogo y, sobre todo, de los innegables aportes de la historiografía colombiana; es así como la demografía que presenta es discutible, la parte precolombina es mejor tratada que la de la Conquista. Tanto el artículo de Langebaek como el de Guhl, tienen su complemento en el de Margarita Garrido quien, por ejemplo, se atreve a dar cifras sobre la declinación demográfica indígena, como del crecimiento de los sectores mestizos o de castas; contradice el artículo de Guhl, pues afirma y muestra que los historiadores, sin olvidarse del tiempo, sí se preocupan por el poblamiento del territorio. De lejos, los mejores artículos son el de Salomón Kalmanovitz, sobre las consecuencias económicas de la Independencia en Colombia, y el de Carlos Mario Perea, sobre la Violencia en Colombia durante el siglo XX . El de Kalmanovitz, independientemente del neoliberalismo que ha impregnado sus más recientes obras, entremezcla trabajos anteriores de su autoría, con una investigación en curso, lo que le da una frescura que no encontramos en otros, por ejemplo, las cifras que presenta sobre el PIB en la época colonial y posterior a la Independencia, son un elemento nuevo y útil dentro del análisis de la historia económica colombiana. De un tiempo a esta parte, el profesor Kalmanovitz ha escrito sobre las tenden-

cias tradicionales y nuevas de la historiografía colombiana, resaltando sus pros y sus contras; aquí continuó con esa línea, pero cuando tiene que ser crítico con los nuevos no le tiembla la pluma, como lo hizo (págs. 133 a 137) cuando establece distancia conceptual con los enfoques de los historiadores extranjeros Rafael Dobado, Gustavo Marrero y Leandro Prados de la Escosura, y es tajante al afirmar, en la página 136, que la economía no procede de forma lineal, siguiendo una trayectoria de largo plazo inducida por factores técnicos, demográficos, geográficos, o de distribución de factores, que se pueden estimar y explicar con métodos econométricos, sino que está incrustada dentro de un sistema político y social que tiene fuerte injerencia sobre ella.

Por su parte, el de Perea, es quizá el que más se ajusta al subtítulo del libro: preguntas y respuestas sobre su pasado y su presente, pues parte de dos preguntas, consideradas por él como acuciantes: ¿Por qué se ha prolongado tanto tiempo el conflicto armado y en razón de qué resulta tan escurridiza la paz? ¿Cuándo empezó el desangre y por qué tanta muerte no sirve para el inicio de un nuevo tiempo? A partir de resolver éstas, y establecer otras nuevas, desarrolla un interesante artículo que da cuenta de los cuatro episodios que han marcado el devenir histórico de Colombia en los últimos 110 años: la Guerra de los Mil Días, los enfrentamientos al inicio de la República Liberal (1930-1934), la Violencia de mediados del siglo XX,

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la violencia contemporánea de 1965 al presente mostrando la intensidad y persistencia del fenómeno violento, como su discontinuidad y continuidad; la conclusión última (pág. 338), que establece es desalentadora: “la paz será impensable sin un proceso desde abajo, desde un trabajo de artesanía en la reconstrucción del vínculo y la convivencia” ya que varios sectores de la clase dominante no están interesadas en ello, o si no véase las encendidas protestas y polémicas que se han generado a partir de los planteamientos del actual Gobierno en torno a la restitución de tierras, etc. Una gran virtud del volumen es que como el libro está orientado a un público amplio, no especializado, su virtud radica en que “cualquier hijo de vecino” nacional o extranjero, pues la obra ha sido o está en proceso de traducción al inglés, puede informarse, tener una visión bien argumentada y sólida de los hechos del poder, de la producción y del conflicto. Sin embargo, hacen falta algunos artículos para completar el cuadro: de la época colonial se echa de menos uno sobre la ocupación del territorio, y otro sobre las formas de trabajo colonial (encomienda, mita, hacienda, minería, etc.), el siglo XIX necesita uno sobre el proceso político y económico posterior a la Independencia hasta el arranque de la Regeneración, el siglo XX uno sobre la política. Tales carencias hacen que por momentos el lector quede un tanto desorientado. Por último, el libro está dedicado al profesor Jaime Jaramillo Uribe, con quien, como bien lo dice la dedicatoria, los historiadores siempre estaremos en deuda. En realidad, bien mirado, el volumen recoge muchas de las inquietudes que por años han acompañado al gran pionero de la Nueva Historia colombiana. Igualmente, el criterio de selección y escogencia de autores y temáticas, es similar a la que Jaramillo utilizó en el Manual de historia de Colombia (1978, 1979, 1980), existiendo una gran diferencia, en los treinta años que van del Manual a Colombia. Preguntas y respuestas, la historiografía colombia-

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na se ha profesionalizado, tecnificado y diversificado, gracias a la labor pionera de Jaramillo, de una manera impresionante. J O S É E D UA R D O RU E DA ENCISO

Profesor titular, Escuela Superior de Administración Pública (ESAP)

¿Qué queda de los puertos en las ciudades? Ciudades portuarias en la Gran Cuenca del Caribe. Visión histórica Jorge Enrique Elías Caro y Antonino Vidal Ortega (eds.) Barranquilla, Ediciones Uninorte; Santa Marta, Universidad del Magdalena, 2010, 539 págs., il.

Un viajero que llegase en su carro desde “los Andes” a Barranquilla deseoso de ver al mar se perdería porque no hay señalización que lo conduzca; así mismo, querrá ver el paso del río Magdalena por la ciudad, pero el río quedó escondido por la zona industrial. ¿Qué tan Caribe es Barranquilla? ¿Se sienten los habitantes de Maracaibo del Caribe? ¿En verdad, han construido su identidad alrededor del Caribe? Cierta historiografía ha querido construir un discurso de identidad alrededor “del Caribe”, “lo Caribe”. El libro que reseñamos se propone estudiar a Santa Marta y Cartagena como ciudades portuarias en forma comparativa con Veracruz, La Habana, Maracaibo y Trujillo (Honduras). Los editores de la obra son los investigadores de la Universidad del Magdalena, Jorge Enrique Elías Caro y Antonino Vidal Ortega, quien en la actualidad es investigador del Grupo de Investigaciones en Historia y Arqueología del Caribe Colombiano de la Universidad del Norte, ha publicado ya varias obras como Cartagena de Indias y la región his-

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tórica del Caribe, 1580-16401, con Álvaro Baquero Montoya ha compilado documentos claves del siglo XVI de Santa Marta, De las Indias remotas... Cartas del Cabildo de Santa Marta (1529-1640) y ha contribuido con la excelente trilogía acerca de la historia de Cartagena publicada por la sucursal del Banco de la República en esa ciudad. Además, Vidal fue el creador de la primera revista digital de historia de la costa Caribe, Memorias. Por ello, su trabajo se inscribiría en un proyecto de largo aliento para impulsar la disciplina histórica en Barranquilla, como lo ha venido haciendo la Universidad del Atlántico a través del pregrado en Historia y la revista Historia Caribe que ya se aproxima a sus veinte números consecutivos.

El texto que reseñamos, es la segunda obra, en verdad como editor y autor de un ensayo, publicada por el historiador sevillano en compañía del profesor de la Universidad del Magdalena Jorge Enrique Elías Caro y es resultado de las memorias de un seminario realizado en Santa Marta convocado por la Universidad del Magdalena y la Universidad del Norte que contó con investigadores de Cuba, España, México, Venezuela y Honduras. El título de la obra, Ciudades portuarias..., sugiere que se trata de la historia urbana de aquellas urbes moldeadas por el puerto o que éste haya sido el eje articulador de la ciudad, o que el trasegar de éstas, sus “imaginarios” tengan la impronta del puerto. No sabemos si los hombres

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del siglo XVIII consideraban a Santa Marta o a Cartagena de Indias ciudades portuarias, o sus identidades personales eran “Caribe”; lo cierto es que hoy un habitante de Santa Marta no la considera una ciudad portuaria, todo lo contrario, anhelan sacar al puerto de la ciudad.

Otra idea que se viene a la cabeza al leer el título de la obra es la existencia de una masa de trabajadores urbanos que laboran en el puerto o que un amplio movimiento social se haya originado allí. Por último, el título sugiere que se va a estudiar el desarrollo del puerto como infraestructura vinculado, por supuesto, al crecimiento económico de las economías latinoamericanas. Algunos de estos temas se tocan en la obra reseñada. ¿Qué tan novedosa es la obra? En términos cuantitativos podríamos decir que en una revisión del índice de la revista española 2 Revista de Indias desde 1996 a 2010 apenas se publicaron dos artículos3; de igual manera, en la revista Estudios de Historia Social y Económica de la Universidad de Alcalá de Henares, se publicaron entre 1988 a 1998 apenas cuatro artículos referidos al tema del puerto4 y la revista Anuario de Estudios Americanos entre 1974 y 2010 publicó un solo artículo acerca del tema del puerto, pero del Pacífico, de Lima5. Es decir, la obra recogida podría haber resultado novedosa y necesaria. Ningún investigador de estas publicaciones tituló su trabajo o enfocó el asunto como “Ciudades portuarias” o hizo mención de la “Gran Cuenca del Caribe”, se hacía necesario, por tanto, explicarle a los lectores porqué se acudía a un título tan

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homogeneizador, por decirlo de alguna forma. De igual manera, una publicación en Manizales titulada “Ciudades cafeteras de las montañas andinas”, generaría desconcierto entre los lectores. Los ensayos publicados abarcan una temporalidad que va desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, de allí que hubiese sido importante que en la introducción los editores hubiesen destacado, por una parte, el papel histórico de los puertos del Caribe para el comercio y la minería coloniales; por ejemplo, Juan Marchena escribe en un artículo acerca del puerto de Cartagena que “a estos puertos del Caribe se allegaban metales procedentes de regiones mineras a veces tan lejanas como Potosí o el Bajo Perú”. Por otra parte, en el siglo XIX, hubo un cambio sustancial espacial del crecimiento económico, el cual se polarizó hacia los litorales, hacia los puertos; el puerto de Buenos Aires fue el ejemplo clásico. Según Jorge Gelman, la “lotería de bienes”, es decir, tener recursos en el momento necesario, fue más importante que las variables institucionales, culturales y políticas en el éxito o fracasos económicos de las nacientes repúblicas6. ¿Qué pasó con la lotería de bienes en la Costa? Además, se requeriría haber llamado la atención acerca de las fuentes documentales como las que reposan en los fondos Guerra y Marina y Aduanas del Archivo General de la Nación de Bogotá para hacer una historia de las relaciones económicas de Cartagena con los puertos de La Habana, Santiago de Cuba y Manzanillo. En cambio, los editores nos recuerdan la relación de los puertos y la civilización humana, “los grandes cambios que está experimentando la actividad marítima mundial...”, lo cual le da mayor protagonismo a las ciudades portuarias, el TLC... Antonino Vidal Ortega colaboró en la presente obra acerca de la “ciudad portuaria” de Cartagena, con un documento interesante del siglo XVI, la “Relación del sitio asiento de Getsemaní y casas del que hace el gobernador y oficiales reales y capi-

tán Cristóbal de Roda ingeniero militar...”, que ya había sido publicado, pero que ahora presenta con un nuevo título: “Cartagena de Indias la ciudad-puerto y los hombres entre 1600 y 1650”. Me parece que este y el ensayo “Curazao y Riohacha: dos puertos caribeños en el marco del contrabando judío (1650-1750)” del historiador vienés Christian Cwik son los mejores trabajos que uno puede leer en este libro.

Podemos agrupar los artículos de la obra reseñada en económicos, como los referidos al importante puerto de La Habana colonial (“El puerto de La Habana: de principal enclave del comercio indiano a cabecera de una economía de plantación”, de Arturo Sorhegui D’Mares, quien es profesor de la Universidad de La Habana; “La Real Compañía de Comercio de La Habana. Su actividad por el puerto de Carenas”, de Mercedes García Rodríguez del Instituto de Historia de Cuba; “La conformación del circuito mercantil trasatlántico entre Cádiz, Tenerife, La Habana y Veracruz (1750-1850)”, de Abel Juárez Martínez de la Universidad Veracruzana). Por una parte, el artículo de Arturo Sorhegui abarca el largo periodo de 1561 a 1880, un tiempo rico en acontecimientos de la política imperial española. Así como señala el título del artículo, fundamentado solo en bibliografía, se describe de manera sencilla la transformación

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del puerto habanero de “enclave del comercio indiano a cabecera de una economía de plantación”. En verdad, no es un artículo de historia económica y no agrega nada nuevo al conocimiento de dicho periodo, salvo unas descripciones de la ampliación física del puerto habanero. Por otra parte, el trabajo de la investigadora cubana Mercedes García Rodríguez, “La Real Compañía de Comercio de La Habana. Su actividad por el puerto de Carenas”, no alcanza la calidad de la obra de Moreno Fraginals. Un caso de estudio de una Compañía digna de haberse incluido por los editores pudo haber sido el de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, que ponía el precio y comercializaba el cacao de los cosecheros del grano de la rica élite caraqueña en el siglo XVIII y lo enviaba por el puerto de La Guaira hasta el puerto de Veracruz. Robert James Ferry destaca, en un interesante artículo sobre la historia del precio del cacao7, los motivos de una rebelión antes de la Independencia. Según los propietarios de más de un millón de árboles de cacao, una fanega de cacao era comprada por la Compañía en el puerto de La Guaira por nueve pesos y vendida en el puerto de Veracruz a 52 pesos! La disminución tuvo, como diríamos hoy, un efecto dominó, puesto que la Nueva España era proveedora del metálico circulante en la Provincia de Venezuela y la baja del precio significaba menos monedas de plata.

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Además, la disminución del precio representaba menos ventas de esclavos por parte de la South Sea Company en Caracas (de doscientos esclavos en 1724 se pasó a vender a los cosecheros a más de quinientos en cada año de 1731 a 1734); aclara Ferry, “la participación comercial en Caracas de la South Sea Company había alcanzado un 25% en 1737 y 1738, mientras que en el resto de los puertos hispanoamericanos donde tenía sus asientos nunca había sido mayor del 5% del total de esclavos vendidos antes de 1727”8. El impacto que tuvo la disminución del precio del cacao y su percepción de la responsabilidad de la Compañía vasca fue enorme puesto que condujo a la sublevación de Juan Francisco de León en 1749 que intranquilizó a los Mantuanos, a los miembros de la élite de Caracas hasta 1810. El tema de la Compañía Guipuzcoana es de mucho interés en la historiografía venezolana como lo muestran los trabajos de Ramón Aizpurúa o Gerardo Vivas, entre otros. Sin embargo, los editores nos presentan el trabajo del historiador Germán Cardozo Galué, “Maracaibo: génesis y desarrollo de un puerto caribeño”, que es una versión de una obra del autor publicada en 1991! acerca del circuito comercial entre los ríos Zulia, Catatumbo y el puerto del lago de Maracaibo. Queda aún por escribir una historia de las relaciones históricas entre Riohacha y Maracaibo en medio del conflicto wayu o del comercio mestizo del dividivi. Los siguientes artículos clasificados, por comodidad, en el género de historia económica colonial también son, por una parte, los de los mexicanos Feliciano García Aguirre, “El puerto de Veracruz: de garganta de los reinos a circuito caribeño privilegiado” y el de Abel Juárez Martínez, “La conformación del circuito mercantil trasatlántico entre Cádiz, Tenerife, La Habana y Veracruz (1750-1850)”, pero no superan las expectativas historiográficas del lector informado acerca de lo que se produce en México.

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Es recurrente en la historiografía económica mexicana el tema del puerto de Veracruz, desde el viejo artículo de Pierre Chaunu9 de 1960, hasta la tesis doctoral de una discípula de Carlos Marichal, Matilde Souto Mantecón10 publicada en el 2001, cuya obra es una historia del Consulado de Comercio de Veracruz, el puerto que gozó de una gran actividad gracias a los 315 comerciantes que se movieron entre 1794 y 1824.

La autora calcula —a partir del impuesto de avería que cobraba el Consulado—, como medida del comercio, que por el puerto de Veracruz pasaba el 59% de las importaciones y el 78% de las exportaciones, por lo que este puerto colonial era el más importante y solo cedería esa posición a partir de 1810 al de La Habana. En fin, los logros de la historiografía económica colonial mexicana11 no se ven reflejados en los artículos acerca del puerto de Veracruz aquí publicados. Una veta interesante acerca del tema de los puertos del Caribe lo sugiere Brian R. Hamnett, quien afirma que el puerto de Veracruz desempeñó un papel importante en la cuenca del Caribe “hasta que los intereses del comercio de los angloamericanos los comenzó a desplazar y sacar del juego”. ¿Cómo fue el caso de los puertos del Caribe colonial y republicano de la Nueva Granada? ¿Cómo fueron los ciclos del comercio por los puertos de Cartagena, Santa Marta e incluso del importante puerto fluvial de la villa de Santa Cruz de Mompox?

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La historiografía económica, fiscal colonial y republicana se interesa por las redes sociales, mercantiles, las relaciones de negocios, las políticas aduaneras y fiscales de las nacientes repúblicas; cómo unos puertos declinaron a favor de otros gracias a la Guerra de Independencia, como fue el caso del puerto mexicano de San Blas12. Además, el tema de los puertos está relacionado con la creación de los Consulados de comercio y su papel como aglutinador de los intereses de las élites mercantiles. Un artículo que se anuncia en esta dirección es el de Raúl Román Romero, “La crisis del puerto de Cartagena de Indias: conflictos y fracasos de sus proyectos de desarrollo (1830-1848)”. No obstante, las conclusiones del breve ensayo han sido bastantes difundidas por los cultivadores de cierta historiografía escrita desde Cartagena, pero no fundamentadas: [...] entre 1830 y 1848, los proyectos impulsados por los sectores de la élite cartagenera con el objetivo de enfrentar la crisis económica que vivía el puerto y fortalecer un modelo económico exportador, apoyado en la producción agraria y en la capacidad del monopolio comercial del puerto de Cartagena, fracasaron en gran medida por las restricciones y trabas que puso el gobierno central para favorecer el fortalecimiento del Estado.

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Faltó aclarar del Estado “Andino”. Pero, ¿cuál “gobierno central” en 1830? ¿Cual “fortalecimiento del Estado” en 1848? ¿Cuál modelo económico exportador en 1830? Mientras no se escriba historia económica, historia de las fiscalidades e historia de los crecimientos económicos regionales, sería apresurado hacer dichas conclusiones que no superan las ideologías que ven el atraso económico de la costa de manera exclusiva en Santa Fe de Bogotá, en el “centralismo” entre ¡1830 y 1848! Como es obvio, muchos amantes del discurso del “Mar Caribe”, el “Gran Caribe” la “Región Caribe” “Somos Caribe” podrían encontrar inspiración en las conclusiones de Raúl Román. Un trabajo desde la historia social acerca del puerto de Cartagena en el siglo XIX es del distinguido historiador de la Universidad de Cartagena, Sergio Paolo Solano titulado “Un problema de escala: la configuración social del puerto en las ciudades del Caribe colombiano (1850-1930)”. El autor manifiesta que la historiografía se ha referido solo a aspectos “parciales” del puerto como el comercio, como “un sitio orillero, “se le reduce a la condición de un conjunto de cifras sobre el comercio internacional...”. Obviamente, esta sí es una reducción. No sé si el autor se refiere a los útiles trabajos de Anthony McFarlane y de René De La Pedraja acerca del comercio cartagenero en el siglo XVIII, pero no se podría decir que los citados estudios “reducen” al puerto cartagenero a “un conjunto de cifras sobre el comercio internacional”. Más aún, escribe el autor, que la historia de los puertos “del Caribe”, de sus ciudades, se ha visto como “un aditamento de las economías productivas del interior13 de Colombia”, es decir, de “los Andes”. Ahora bien, ¿Por qué la historiografía colombiana había circunscrito la historia, de las ciudadesportuarias de la costa, perdón “del Caribe”, “a la sola perspectiva económica”, como si fuese poco. La respuesta es sencilla, sucede que Colombia se formó “de espaldas al mar”,

afirma el profesor Sergio Solano. Entonces, ¿por donde entró el comercio durante trescientos años y en el siglo XIX? ¿Cuál fue la importancia del comercio cartagenero para la Nueva Granada? ¿Acaso Cartagena de Indias no recibía los Situados? ¿Cómo entonces que Colombia se formó a “espaldas del Mar”?

La historiografía de Cartagena, la del “primer “Caribe”, se ha escrito de espaldas a sus provincias, del Sinú, de Valledupar, de Riohacha. El país sí se formó de espaldas a los Llanos, del Chocó, de los indios de Pasto y de Boyacá, de los indios de la sabana de Bogotá, en fin, se formó de espaldas a sí mismo. La segunda razón que ha impedido que Colombia, haya despreciado el estudio de las ciudades portuarias, según el autor, es por “el alto precio en vidas y riqueza material que pagó en la lucha por la República”, lo que produjo, según el profesor Solano, “el ascenso y la hegemonía del interior andino”. En realidad, aún no existe un trabajo de largo aliento que permita cuantificar “el alto precio en vidas y riqueza material que pagó” Cartagena. A pesar de ello, la victimización de la costa ha servido como una forma de construcción del discurso de identidad costeño. Por otra parte, es muy arriesgado atribuir a la Guerra de Independencia el atraso de la historiografía costeña acerca de un punto, un enfoque tan concreto como el de las “ciudades portuarias”. En términos

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generales, la historiografía sobre Cartagena se ha desarrollado tan desigual, quizá, como en otras regiones. Luego de lo anterior, el investigador expone sus tesis de que el puerto en el Caribe colombiano, en el de Cartagena fue “el refugio de los sectores subalternos que de hecho lo dominaban”, lo que permitió “disputarle el protagonismo a la plaza central en la vida de la ciudad. Era a partir del puerto y no de la plaza central que la ciudad se reproducía”. Es que la ciudad, escribe el autor, “se formó alrededor de la Plaza de La Mar (de La Aduana)” no como en “los Andes”, que fue alrededor de la Plaza. Pero el impacto del “mundo portuario” del Caribe contribuyó en la configuración social a la creación de una “visión particular del mundo” no sujeta a la disciplina y al control social como sí fue común en la plaza central de las ciudades andinas. Este mundo idílico del Caribe portuario se vino abajo cuando los puertos de Cartagena y Barranquilla comenzaran a sacarse en los años treinta del siglo pasado de la ciudad y surgió la necesidad de un mayor control social.

En otra serie de artículos que podríamos calificar, también por comodidad, de “historia cultural”, está el ensayo de la historiadora de la Universidad de Huelva, Rosario Márquez Macías, “La actividad cultural en los puertos del Caribe en el siglo XVIII . El caso del comercio de libros”. Escribe la autora que con destino a la América colonial, “viajan libros de Cervantes, Quevedo, Gracián” y el Quijote, “pero también las obras de carácter religioso

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y hagiográfico”. Al hacer una nueva revisión de las publicaciones del último decenio se encuentran trabajos más interesantes en términos teóricos y metodológicos relacionados con el tema de la historia del libro, como son el aprendizaje de la escritura por parte de los caciques letrados en el siglo XVI14, o el uso de la escritura por los esclavos en los juzgados coloniales15. V L A D I M I R DA Z A V I L L A R

Universidad de Caldas

1. Antonino Vidal Ortega, Cartagena de Indias y la región histórica del Caribe, 1580-1640, Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Universidad de Sevilla, 2002. 2. Acudimos a estas revistas puesto que uno de los editores es investigador español y queríamos ver el desarrollo del tema en su país. 3. Deni Trejo Barajas, “Implicaciones del comercio por el puerto de San Blas durante la guerra de Independencia”, en Revista de Indias, vol. 66, núm. 238, 2006, en: http://revistadeindias.revistas. csic.es/index.php/revistadeindias/issue/ view/33; Allan J. Kuethe, José Manuel Serrano, “El astillero de La Habana y Trafalgar”, en Revista de Indias, vol. 67, núm. 241, 2007, en http://revistadein dias.revistas.csic.es/index.php/revista deindias/issue/view/68. Consultados el 7 de marzo de 2011. 4. Emiliano Gil Blanco, “El tráfico del puerto de Veracruz en 1572”, en Estudios de Historia Social y Económica de América, núm. 6, 1990, en http:// dspace.uah.es/dspace/bitstream/10017/ 5759/1/El%20Tr%C3%A1fico%20del 20Puerto%20de%20Veracruz%20en %201572.pdf; Jorge Abdalá Franco, “El tráfico marítimo por el puerto de Santiago de Cuba (1858-1868)”, en Estudios de Historia Social y Económica de América, núm. 6, 1990, en http:// dspace.uah.es/jspui/bitstream/10017/ 5946/1/El%20Tr%C3%A1fico%20 Mar%C3%ADtimo%20por%20el %20Puerto%20de%20Santiago%20 de%20Cuba%20(1858-1868).pdf; Emiliano Gil Blanco, “Interpretación del comercio de un puerto colonial novohispano durante un período de crisis, Veracruz (1587-1650)”. Consultados el 7 de marzo de 2011, en Estudios de Historia Social y Económica de América, núm. 14, 1997, en http://dspace. uah.es/jspui/bitstream/10017/5977/1/ Interpretaci%C3%B3n%20del%20 Comercio%20de%20un%20Puerto

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%20Colonial%20Novohispano%20 Durante%20un%20Per%C3%AD odo%20de%20Crisis,%20Veracruz %20(1587-1650).pdf; Rudolf Widmer Sennhauser, “Veracruz y el comercio de harinas en el Caribe español, 17601830”, en Estudios de Historia Social y Económica de América, núm. 13, 1996, págs. 107-122. 5. Teodoro Hampe Martínez, “La actividad mercantil del puerto de Lima en la primera mitad del siglo XVI, en Anuario de Estudios Americanos, núm. 42, 1985. 6. Enrique Llopis, Carlos Marichal, (coords.), Latinoamérica y España: 1800-1850. Un crecimiento económico nada excepcional, Madrid, Marcial Pons Historia, Instituto Mora, 2009, pág. 14. 7. Robert J. Ferry, “El precio del cacao, sus exportaciones y la rebelión en la Caracas del siglo XVIII. La prosperidad, la caída y el monopolio vasco”, en Lyman L. Johnson y Enrique Tandeter (comps.), Economías coloniales. Precios y salarios en América Latina, siglo XVIII, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992, págs. 339-366. 8. Ferry, op. cit., pág. 362. 9. Pierre Chaunu, “Veracruz en la segunda mitad del siglo XVI y primera mitad del XVII”, en Revista de Historia Mexicana, vol. 9, núm. 4, abril-junio, 1960, págs. 521-557. 10. Matilde Souto Mantecón, “Mar abierto. La política y el comercio del Consulado de Veracruz en el ocaso del sistema imperial”, en http://historiamexi cana.colmex.mx/pdf/13art_13_1968_18 039.pdf. Consultado el 18 de marzo de 2011. 11. Véase John H. Coatsworth, “La historiografía económica de México”, en http://e-archivo.uc3m.es/bitstream/ 10016/1742/1/RHE-1988-VI-2-Coats worth.pdf. Consultado el 26 de septiembre de 2010, Margarita Menegus Bornemann (coord.), “Dos décadas de investigación en historia económica comparada en América Latina”. Homenaje a Sempat Assadourian, México, El Colegio de México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Instituto de Investigaciones doctor José María Luis Mora, Centro de Estudios Superiores sobre la Universidad, UNAM, 1.ª ed., 1999; Antonio Ibarra, “A modo de presentación: la historia económica mexicana de los noventa, una apreciación general”, en http://codex.colmex.mx: 8991/exlibris/aleph/a18_1apache_media PL8ITKMIH8DAESMIUGDMF5I24 6BD9I.pdf. Consultado el 4 de abril de 2011. 12. Dení Trejo Barajas, “Implicaciones del comercio por el puerto de San Blas durante la guerra de Independencia”, en Revista de Indias, vol. 66, núm. 238,

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2006, págs. 711-736. Se puede consultar en http://revistadeindias.revistas. csic.es/index.php/revistadeindias/issue/ view/33 13. El resaltado es mío. 14. Jorge Augusto Gamboa Mendoza, El cacicazgo muisca en los años posteriores a la Conquista: del sihipkua al cacique colonial, 1537-1575, Bogotá, Icanh, 2010, pág. 601. 15. José Ramón Jouve Martín, Esclavos de la ciudad letrada. Esclavitud, escritura y colonialismo en Lima (1650-1700), Lima, IEP, 2005.

Territorio muisca, invasión española y comercio de la sal Sal y poder en el altiplano de Bogotá, 1537-1640 Ana María Groot Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Bogotá, 2008, 171 págs.

Cuando se habla de antropología se piensa en mitos, metáforas y poemas épicos que tratan de explicar los orígenes del mundo, de la humanidad y de los dioses, es decir, mostrar la perspectiva filosófica que pueda tener una etnia o una minoría que trata de mantenerse en contraposición del monoculturalismo imperante. Pero la antropología también trata aspectos de la cultura material de los pueblos, como su vivienda, su manera de vestir, la producción de bienes para el comercio, su organización sociopolítica y su sistema económico. Esta perspectiva material, aun cuando con un claro énfasis historiográfico, es la que se observa en el libro que se reseña aquí, una obra de la antropóloga e historiadora Ana María Groot, quien toma algunos elementos importantes de la cultura material del pueblo muisca para explorar y hacernos comprender cómo se desarrolló el negocio de la sal en los siglos XVI y XVII, justo cuando los invasores españoles se estaban imponiendo con su visión de mundo y con su violen-

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RESEÑAS

cia imperialista a favor y en nombre del rey de España. El territorio muisca fue fructífero y colmado de riquezas como el oro, la plata y la sal; era dominado por caciques y zipas, organizado en comunidades laboriosas y muy respetuosas de lo ancestral; y aunque había luchas entre ellos, siempre respetaron la tierra sobre la que estaban parados y viviendo. Pero llegaron los españoles con sus cruces y sus arcabuces, se impusieron a capa y espada, luego montados sobre caballos declararon esta tierra en plena madurez de los muiscas como una propiedad ultramarina de su majestad el rey de España, así como un territorio cuyos pobladores debían ser adoctrinados en la fe católica, apostólica y romana de su otra majestad el papa de Italia. Por ello, los indígenas, nuestros ancestros, se unieron y lucharon por defender su tierra, pero los españoles, nuestros otros ancestros, estaban mejor armados y vencieron, y esa sangre derramada de parte y parte corre hoy por nuestras venas mestizas. Entonces, dice la profesora Groot guiándose por los anales oficiales de la historiografía colombiana, surge la encomienda: los indígenas fueron repartidos en grupos para que los encomenderos los explotaran al máximo y los forzaran a trabajar para el rey, en este caso para producir la sal necesaria para el nuevo reino que se creó en América del Sur. La guerra, el trabajo forzoso y las enfermedades que trajeron los invasores desde Europa, terminaron por derrotar a los muiscas, su civilización milenaria fue destruida y, así, el imperialismo ibérico se estableció en estas tierras tropicales. La invasión española generó, además de una guerra de resistencia, un choque cultural entre la civilización amerindia y la civilización europea, lo cual fue notable en el proceso de producción de la sal en el altiplano de Bogotá, pues aquí sucedió un cambio estructural en el ámbito social, político y económico. Los indígenas fueron sometidos a la autoridad de un encomendero, quien los puso a trabajar día y noche en la ela-

boración de la sal, proceso éste que requería de mucho personal para sacar el aguasal, elaborar ollas de barro para la cocción de los panes de sal, traer leña de bosques lejanos para alimentar los hornos, y cuidar la hornada durante muchas horas: realmente un trabajo agotador el que les tocó hacer a nuestros antepasados indígenas en su propio territorio y con uno de sus mejores productos; son las injusticias de la historia donde sobresalen unos vencedores, mientras los vencidos guardan silencio y apaciguan sus deseos de venganza. De esta manera, la maestra Groot muestra cómo se logró el monopolio del negocio de la sal por parte de la corona española, la cual, a través de ordenanzas y de cédulas reales, trató de controlar al detalle cada grano de sal que se producía en el territorio muisca.

El comercio de la sal en el territorio muisca invadido y dominado por los españoles se desarrolló en un intercambio de costumbres, porque los indígenas hacían el trueque de sal por algodón y oro, mientras que los españoles pusieron a la sal un valor de cambio según la moneda utilizada en el reino de España. Por lo tanto, el comercio de la sal en el altiplano bogotano tuvo un carácter intercultural, pero con predominio de la cultura ibérica sobre la cultura amerindia. Es así como la profesora Groot muestra la forma como la corona española logra el monopolio de la sal en territorio muisca y en sus alrededores, por lo cual dicho gobierno imperialista establece tasas obligatorias a cumplir para abastecer a las comunidades de sal: para adobar los pescados en la ciudad de Honda, para condimentar alimentos básicos y para la explotación de plata en las grandes

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minas, como la de Mariquita. El comercio de la sal, además, requería establecer vías de transporte y distribución del producto, para ello se usaron mulas y se abrieron caminos a lo largo y ancho del territorio muisca, incluso más allá de sus límites. El libro aquí reseñado de la profesora universitaria Ana María Groot es una obra más de carácter histórico que antropológico, por ello no se comprende la causa por la cual los editores de la Universidad Nacional de Colombia lo han catalogado en la colección general de la Facultad de Ciencias Humanas como una obra de antropología. Hay que decir que no todo manuscrito que hable de pueblos indígenas es antropológico o etnográfico, menos aún, como en este caso, cuando las principales fuentes de investigación son los anales oficiales de la historiografía colombiana y suramericana. Por consiguiente, en este libro se ha conocido la faceta de historiadora de la profesora Groot. Hay que destacar de esta obra los recursos gráficos para hacerla más comprensible, pues en sus páginas el lector hallará mapas del territorio muisca, tablas de tributos y tasaciones referentes al negocio de la sal, láminas que muestran dibujos sobre la vida amerindia, y fotografías que ilustran el proceso artesanal indígena de producción de la sal, además de un extenso listado bibliográfico, en su mayoría con títulos en español, tan solo unos cuantos en inglés, e índices de nombres, de materias y de lugares, lo cual facilita de una u otra manera la lectura y la búsqueda de asuntos específicos o aspectos llamativos de la obra en mención. Es un libro claro, y eso demuestra la profundidad investigativa de la profesora Groot, y es algo muy valioso en su autora. Igualmente, se podría decir que es un libro importante para establecer un acercamiento a lo que fue y a lo que pudo ser la cultura muisca, y esto lo logra la investigadora estudiando un tema específico en un determinado tiempo (1537-1640), por lo cual llena un vacío y nos hace cada vez menos ignorantes. JHON ROZO MILA

La correspondencia de Camilo Torres y Radio Sutatenza, 1962 La corresspondencia cruzada entre el padre Camilo Torres, decano entonces de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), los monseñores José Joaquín Salcedo y Jorge Monastoque y el sociólogo Alejandro Bernal, de Radio Sutatenza, ilustran las tensiones que empezaban a surgir en el seno de la Iglesia católica en los años sesenta, que esa institución estaba muy lejos de ser internamente homogénea. Para los interesados en la biografía de Camilo Torres, este cruce de cartas muestra cómo él va endureciendo sus posiciones, que pasan de análisis críticos sobre la realidad nacional a una actitud de mayor compromiso político, al tiempo que va marcando distancias importantes frente a algunos sectores del clero.

Camilo se desempeñaba, a partir de junio de 1961, como decano y profesor de la ESAP, adonde había sido enviado en comisión por la Universidad Nacional de Colombia, cuando el cardenal Luis Concha Córdoba lo había obligado a renunciar a su vinculación a la Facultad de Sociología de la Universidad, institución en la que se había desempeñado también como capellán auxiliar (1959). Las presiones del cardenal obedecían a las polémicas que habían despertado sus acciones en respaldo de unos estudiantes expulsados de la Universidad Nacional, su apoyo a la huelga estudiantil de 1962 y su participación en el Movimiento Universitario de Promoción Comunal (Muniproc). Esas actitudes

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evidenciaban ya su creciente inconformismo frente al sistema político y universitario, lo mismo que su interés por ir creando un grupo de presión de las clases populares, que sería liderado por una red de universitarios y profesionales, críticos frente al sistema. Sin embargo, estas actividades de promoción no iban más allá del asistencialismo, ni sus trabajos sociológicos y económicos habían superado el enfoque funcionalista entonces en boga en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, ni el desarrollista dominante en la economía de la época. Ya en la ESAP, Camilo quedó encargado de impulsar los planes gubernamentales de la Acción Comunal y la Reforma Agraria, que lo llevaron a encontrarse con el mundo campesino: en esa línea, con la colaboración de Bertha Corredor1, realizó la evaluación sociológica de las Escuelas Radiofónicas de Acción Cultural Popular de Colombia (ACPO), creadas en torno a Radio Sutatenza, fundada en 1947 por el entonces cura coadjutor de la parroquia en ese municipio boyacense, el futuro monseñor José Joaquín Salcedo. Este trabajo, en esencia descriptivo, comparaba tres tipos de parroquia en las se desarrollaban esas escuelas (Guateque, Sutatenza y Manta), con base en referencias a trabajos de otras latitudes y los trabajos pioneros de Gustavo Pérez, todavía sacerdote en ejercicio y Orlando Fals Borda sobre el campesinado colombiano. La descripción de los problemas del mundo rural colombiano no daba lugar al optimismo: dispersión, aislamiento geográfico y cultural, tradicionalismo y atraso cultural. Pero destacaba, como algo positivo, que la intervención de las Escuelas Radiofónicas había sido providencial para producir cambios notables en las actitudes de los campesinos frente al progreso técnico y cultural. No obstante, este mejoramiento no respondía del todo a las necesidades objetivas y sentidas del campesinado; por ello, consideraba peligrosa una campaña de reforma agraria sin un plan y un equipo de expertos para orientar a los campesinos, pues si no se disminuía el desnivel entre expectativas y realizaciones, podría surgir un descontento contra ACPO y el gobierno, que podría

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conducir incluso a “un estado revolucionario violento”. Por eso, concluía que ACPO debería, en una etapa ulterior, dedicar su atención a “la reforma absoluta de estructuras”2.

En este contexto previo de críticas, se enmarca el cruce de cartas que aquí se publican: según Orlando Villanueva3, las inquietudes de los monseñores Salcedo y Monastoque giraban en torno a las acusaciones de Camilo Torres contra el periódico de ACPO, El Campesino, de amplia circulación en las parroquias rurales gracias al apoyo generalizado de los párrocos. Las cartas de monseñor Monastoque piden a Camilo precisar algunos de sus comentarios informales sobre las “equivocaciones” de las campañas del periódico (10 de marzo y 2 de abril de 1962). Entre esas dos misivas, Alejandro Bernal Escobar, encargado de la oficina de Planeación y Evaluación de ACPO, le escribe también a Camilo el 16 de marzo de 1962, para defender la originalidad y el alcance de los contenidos de las cartillas de educación fundamental, que algunos afirmaban eran copiadas de materiales del Ministerio de Educación Nacional. El 12 de abril de 1962, Bernal escribe de nuevo a Camilo, para pedirle su opinión sobre el tema. El 4 de abril de 1962, Camilo le responde a monseñor Monastoque, señala el carácter constructivo de sus críticas, que parten del aprecio por ACPO que ya había manifestado en sus análisis y aclara que se refiere a equivocaciones pastorales, como sus campañas anticomunistas, sus ataques a personas y no a sus ideas, la carencia de información suficiente para sus juicios y algunas afirmaciones calumniosas. Con res-

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pecto al incremento de la violencia y el odio dentro del campesinado, se apoya en personas que “parecen respetables e informadas”. Sobre esto, sería necesaria una encuesta de opinión y “una reacción de autocrítica cristiana a cargo de los responsables del periódico”. Esta carta hizo que el mismo monseñor Salcedo decidiera contestar de forma personal, en carta del 9 de abril de 1962, la misiva a Monastoque: empieza por celebrar que Camilo presente por escrito sus críticas, pero expresa sus dudas de que ellas tengan “carácter constructivo”, pues teme que estas críticas, que Camilo ha transmitido al cardenal Concha y a las directivas del Incora, estén ocasionando “graves perjuicios a la institución”. Cree que las críticas de Camilo a El Campesino como calumnioso y desinformado no obedecen a solo a diferencias de criterios, sino que Camilo está obligado a comprobar con hechos concretos sus acusaciones de “las graves faltas” que el periódico ha cometido contra los principios cristianos. También debe demostrar que la campaña anticomunista del periódico, que tanto le molesta, ha contribuido al incremento de la violencia. De lo contrario, sería él “el calumnioso”. Por eso, le pide revisar toda la colección de los periódicos publicados para que compruebe sus acusaciones y que responda a la carta de Bernal, quien le pedía probar que las cartillas de ACPO eran propiedad del Ministerio de Educación. La respuesta de Camilo, fechada el 23 de abril del mismo año, comienza por deplorar la reacción negativa de Salcedo ante sus planteamientos, inspirados por un interés cristiano, fraternal y sacerdotal en un problema común de la Iglesia de Cristo, que les compete a ambos. Pero, para no dejar trunco “ese diálogo en el Señor”, quiere precisar algunos aspectos oscuros como las acusaciones contra María Arango Fonnegra, los comentarios sobre los fondos, la organización interna y algunos programas del Incora, que desconocen los alcances de la ley de reforma agraria y las referencias al nombramiento de miembros del MRL en las directivas del Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (MOEC), que marcaba distancias frente al Partido

Comunista oficial, al que consideraba revisionista y reformista. En cuanto a las afirmaciones calumniosas, Camilo se refiere a la sindicación de Gerardo Molina como comunista, la financiación cubana del viaje de estudiantes al Coloquio de las juventudes en Moscú y la participación de la geógrafa Beatriz Masó, católica cubana, en cursos de adoctrinamiento del MOEC, acusación que la obligó a tener que abandonar el país. Sobre el impacto de las campañas anticomunistas de El Campesino en la reactivación de la violencia, sus afirmaciones se basan en testimonios de monseñor Germán Guzmán referentes a hechos violentos en El Convenio y los reclamos del padre Raúl Rocha, párroco de Tibacuy y Cumaca. Por último, con respecto al problema de las cartillas, Camilo considera fuera de lugar los reclamos de Bernal porque su petición informal de información a Salcedo sobre el particular tenía precisamente el objeto de defender a ACPO de unos rumores que había oído. Ante esas aclaraciones, monseñor Salcedo dio por terminado el intercambio epistolar notificándole a Camilo que el personal de ACPO se hallaba recopilando las informaciones correspondientes para presentar una acusación formal en su contra ante las autoridades eclesiásticas competentes: sus críticas estaban ocasionando “muy graves perjuicios” a ACPO, que sufría las consecuencias del entorno de Camilo, compuesto en su mayoría por “enemigos del clero y de las obras de la Iglesia”, quienes aprovechaban los comentarios críticos de Camilo como “una magnífica oportunidad en sus malas intenciones”. FERNÁN GONZÁLEZ

Sacerdote jesuita e investigador del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) 1. Camilo Torres Restrepo y Bertha Corredor Rodríguez, Las Escuelas Radiofónicas de Sutatenza-Colombia. Evaluación sociológica de los resultados, Bogotá, Friburgo, FERES y CIS, Bogotá, 1961. 2. Orlando Villanueva Martínez, Camilo. Acción y utopía, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Historia, Colciencias, Cindec, 1995, págs. 85-100. 3. Ibíd., págs. 101-102.

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De la B L A A Catalogación de archivos patrimoniales: el caso de Radio Sutatenza En el 2008 la Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA) del Banco de la República fue escogida por la Fundación Acción Cultural Popular (ACPO), promotora del proyecto Radio Sutatenza, para encargarse de la preservación, catalogación y clasificación del archivo de la Fundación, no solo con fines de conservación, sino también para que cualquier ciudadano interesado en temas como la educación a distancia, escuelas radiofónicas, vida del campesinado y educación rural, tenga acceso a los contenidos de estos documentos únicos y valiosos. Para el beneficio de investigadores, académicos y del público en general, la Fundación expresó que en cuanto a derechos de autor, no hay restricción alguna para la divulgación de la información, a la vez que autorizó la digitalización y/o microfilmación de los documentos.

El fondo de ACPO resulta de particular interés para el quehacer de la Red de Bibliotecas y en especial de la Sección de Catalogación y Mantenimiento —área responsable de organizar el archivo— en la medida en que la colección incluye materiales en diferentes soportes, lo cual plantea ciertas problemáticas y desafíos para su catalogación. En este escrito, después de describir los diferentes soportes presentes en la colección y de explicar los elementos que se deben tener en cuenta en la catalogación de ese tipo de archivos desde la perspectiva de las normas internacionales y desde la experiencia y políticas de la Red de Bibliotecas del Banco, se repasará cómo, desde la Sección de Catalogación y Mantenimiento, se resuelven las problemáticas que plantea el archivo de Sutatenza.

tenza (1947-1994). Al interior del proyecto, orientado de manera especial a los adultos campesinos del país, se desarrolló una compleja y variada programación cultural, que incluyó programas educativos de educación básica para principiantes y avanzados; programas para el refuerzo de la educación superior; programas institucionales dirigidos a promotores, líderes, corresponsales, radioyentes y miembros de organizaciones locales conectadas al proyecto; y programas de noticias, musicales y recreativos. Las emisoras de la cadena Sutatenza transmitieron un total de 1.489.935 horas de programación y de esa actividad quedaron libretos, videocasetes, películas en varios formatos y casetes de audio de las diferentes líneas de trabajo del proyecto (Bernal, 2005).

Composición del archivo En Colombia, la educación a distancia tuvo su proyecto principal y ejemplo de buena práctica para el resto del mundo en lo que se conoció como las Escuelas Radiofónicas de Radio Suta-

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Como parte de los productos de la oferta educativa de Radio Sutatenza, se elaboraron cartillas o libros de texto, el periódico semanal El Campesino, y una serie especial de libros bajo el nombre de Biblioteca del Campesino. Estas publicaciones las hacía por medio de la Editorial Andes, propiedad de la Fundación.

Como se constata en diversos trabajos académicos sobre el proyecto de Radio Sutatenza (Bernal, 2005) un tema de especial relevancia para el proyecto fue el relacionado con la retroalimentación que hacían los campesinos sobre la información que les llegaba y la formación que recibían. Esta retroalimentación se evidenció en las más de cien cartas que se recibían a diario y que contenían ejercicios, tareas y avances de campañas de trabajo colaborativo (las campañas giraron en torno a los temas de Conservación del suelo, Mejoramiento de la vivienda, Salud preventiva, Nutrición, Recreación y Procreación responsable). Las misivas también incluían sugerencias, coplas, preguntas sobre temas familiares y económicos, y algunas críticas por las deficiencias del proyecto o de otras entidades nacionales que impactaban de manera directa a sus comunidades. Todas estas cartas recibían respuesta personalizada, de lo que resultó un archivo epistolar extremadamente rico y único. De acuerdo con Bernal, a partir del proyecto educativo de Radio Sutatenza, ACPO distribuyó 6.453.937 cartillas de educación fundamental (en 955 municipios del país), editó 1.635 números consecutivos de El Campesino (del cual se distribuyeron 75.749.539 ejemplares) y se respondieron 1.229.552 car-

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tas provenientes de los campesinos, de los líderes rurales y de los radioescuchas. En resumen, el archivo está compuesto por diversos tipos de materiales que fueron producidos entre 1958 y 1989, y entre los cuales se encuentran los libretos empastados de los programas de radio emitidos por Radio Sutatenza, planos de Bogotá, de Sutatenza y de las instalaciones en que funcionaba ACPO, diapositivas, casetes de varios formatos, cartillas, discos de acetato, videos en VHS, fotografías, archivo epistolar de cartas recibidas y enviadas a oyentes, películas de 16 mm, libros de apoyo a los programas, hojas de vida de los estudiantes y una colección empastada del periódico El Campesino.

Dificultades para la catalogación del archivo Un archivo con las características de esta colección, presenta las siguientes problemáticas: 1. La composición misma del archivo por diversos formatos. 2. La mayoría de formatos corresponden a tecnología ya rebasada y no existen las máquinas para hacer la lectura o proyección de las mismas. 3. Algunos de los soportes tienen leve ataque biológico o están en mal estado de conservación, y ninguno de ellos está almacenado en unidades de conservación adecuadas. 4. Aunque la mayor parte del archivo está organizado por fondos (por ejemplo, zonas o programas de los cursos), existe una parte del material para el cual se requiere un examen detallado con el fin de determinar el tema o fondo al que pertenece. Esto es necesario resolverlo con el fin de ofrecer al usuario final la documentación organizada según la estructura conceptual con la cual fueron creados los documentos al interior del proyecto Sutatenza. 5. Se trata de documentos con un alto valor histórico y patrimonial, además de ser únicos; por política del Departamento Red de Bibliotecas, este tipo de material no se entrega para

catalogación externa, por cuanto el tiempo que se requiere para organizar el material es ingente. 6. Algunos de los documentos no tienen datos en el envase, lo cual dificulta su identificación.

¿Qué está haciendo la Red de Bibliotecas? En cuanto al procesamiento técnico del archivo, es necesario analizar el todo para determinar la manera de abordar la catalogación. Aunque hay subconjuntos documentales que por su soporte conforman de por sí una parte susceptible de abordar de manera separada, lo importante en este caso es mantener la unidad conceptual del proyecto como tal. Esto quiere decir, por ejemplo, que los kits como los de Disco Estudio y los de los programas principales, se catalogarán en un solo registro para que el usuario final pueda acceder a esta documentación con la lógica con la cual fue generada. Lo anterior no significa que colecciones con elementos independientes no deban ser catalogados de forma separada, tal como sucede con la colección de los libros editados, como aquellos que conforman la Biblioteca del Campesino. Cada uno de ellos tendrá su registro bibliográfico, pero tendrá la serie local de todo el archivo, así como la serie y/o colección a la que pertenece. En la Red de Bibliotecas se aplica el nivel dos de descripción de las Reglas de Catalogación Angloamericanas. Sin embargo, para el material sonoro se incluye un nivel adicional, en el que se registran todas las canciones y personas que intervienen en las obras, lo que proporciona una información más completa al momento de la búsqueda. Igualmente, para el caso de las videograbaciones, se hace un resumen descriptivo del contenido, política que aplica en este caso. Para recuperar todos los documentos del archivo se creará una serie local (una especie de nombre general que tiene por objetivo agrupar), que en este caso y por solicitud expresa de ACPO, se unificará bajo la serie local Acción Cultural Popular-ACPO. Aunque en la Red se aplica el Sistema de Clasificación Decimal Dewey

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para asignar la clasificación, para el caso de materiales especiales se utilizan signaturas alfanuméricas conformadas por un prefijo para cada tipo de soporte y un número consecutivo. Por ejemplo, los discos de acetato de larga duración (long play), están clasificados con el prefijo LP; luego del prefijo se coloca el número, así: LP0001, LP0002, LP0003 y así sucesivamente. Para el caso de las cartas, no se hace la catalogación de cada una de ellas, sino de las carpetas que las contienen, organizadas según criterio temático y cronológico, pero conservando la organización original por sectores. La solución para recuperar los contenidos del archivo epistolar, es elaborar índices que se coloquen en la Biblioteca Virtual y, además, puedan ser consultados en tomos físicos en la Sala de Libros Raros y Manuscritos. Esto es algo que la Red de Bibliotecas ha utilizado para archivos históricos que contienen manuscritos. Como complemento, una selección de las cartas puede ser digitalizada y catalogada para la Biblioteca Virtual. Cuando se trata de los archivos sonoros en tecnologías obsoletas, Astle y Muir (2002) explican que hay dos métodos básicos para preservar este tipo de material: 1. Conservar los equipos originales de reproducción, lo que requiere un esfuerzo de infraestructura y mantenimiento considerable; y 2. Migrar los contenidos a nuevos soportes y/o formatos con cierta periodicidad. En la Red de Bibliotecas, se aplica la segunda opción, pues como lo afirman Hernández y Caridad (2011), una de las estrategias básicas de acceso al patrimonio cultural es la digitalización, entendida como el conjunto de procesos cuya finalidad es convertir los documentos originalmente creados como análogos, en documentos en formato digital. En el ámbito de la documentación audiovisual, dicho proceso incluye la duplicación, entendida como un proceso de conversión de los datos contenidos en un documento, traspasándolos de un formato o soporte a otro. En este caso, esa actividad ya se comenzó a hacer con 430 casetes de audio, los cuales fueron transferidos a formato digital para su lectura en .wav, y cuyo acopio se está haciendo

en sistemas de almacenamiento masivo digital (DVD). No se utilizan formatos de reducción de datos (compresores como .zip), pues se aplican en este sentido las directrices para materiales audiovisuales y multimedia de la IFLA (Royan y Cremer, 2004), en donde se indica que la trasferencia de formatos analógicos a formatos digitales debe realizarse sin alteraciones o mejoras con respecto al contenido del documento original, pues precisamente el objetivo es mantener intacto el contenido.

Todos los materiales del Archivo Sutatenza son considerados documentos maestros (en lenguaje común se refiere a un documento original), lo que significa que luego de hacer algún tipo de intervención de conservación —desde hacer una limpieza con brocha, hasta procedimientos más elaborados con intervención de químicos— se guardan en carpetas, cajas u otro tipo de envases elaborados con papel desacificado, en el depósito destinado a los documentos maestros de la Red de Bibliotecas. Para el tema de conservación, la Red cuenta con una Conservadora Preventiva, quien hará el diagnóstico y ejecutará las actividades necesarias para la conservación del archivo. Debido al tamaño de esta colección, no es posible que toda la catalogación sea hecha por el personal de la Sección de Catalogación y Mantenimiento de la Red, y como se mencionó antes, un material bibliográfico de esta

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importancia patrimonial no se procesa con empresas de catalogación externa. Conscientes de dicha situación, la Dirección de la Red de Bibliotecas estableció un acuerdo con Radio Televisión Nacional de Colombia (RTVC), que ha mostrado un interés especial en la conservación y difusión de este archivo y comenzó la catalogación del material sonoro, tomando para ello los 430 DVD originados de casetes de audio. Como este material se está catalogando en el programa Mandarín, fue necesario hacer una prueba de importación de registros al sistema AbsysNET de la BLAA, la que resultó satisfactoria, pues los registros se pueden cargar sin necesidad de hacer conversión de datos. Una solución complementaria es la contratación de catalogadores dedicados de manera exclusiva al procesamiento de este archivo. Para el caso de aquellos materiales cuyo envase no tiene datos o se desconoce a cuál fondo, programa o proyecto de Radio Sutatenza tiene correspondencia, se entrevistará a una de las funcionarias que sobrevivieron a la liquidación de ACPO y que conoce el origen de conformación del archivo y quien, además, fue quien entregó uno a uno los documentos del archivo a los funcionarios de la Red de Bibliotecas. Como apoyo, se hará la transferencia de formato análogo a digital para determinar el contenido en cuanto ello sea posible. Según las directrices de la IFLA mencionadas antes, es necesario determinar con certeza el tipo de soporte original, que para el caso del Archivo Sutatenza, incluye alguno de los siguientes casos (teniendo en cuenta las fechas de existencia del proyecto): —Soportes mecánicos: como discos de surco ancho, utilizados hasta 1960; discos grabables de surco ancho y microsurcos, utilizados de 1930 a la actualidad; y discos de microsurcos o “de vinilo” (utilizados de 1948 en adelante). Los tres tipos de discos corresponden a formato analógico de sonido. —Soportes de cinta magnética: como discos de audio de carrete abierto a base de acetato de celulosa (utilizados de 1935 a 1960); discos de audio de carrete abierto a base de cloruro de polivinilo (empleados de 1944 a 1960) y discos de audio de carrete

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abierto a base de poliéster (usados a partir de 1959). Todos ellos, son formatos analógicos de audio y sonido. En cuanto a formatos analógicos/ digitales, están los casetes compactos digitales, videos de carrete abierto de una pulgada, VCR, VHS, U-Matic, Betamax, V2000, Betacam, D1 (utilizados desde 1961); los casetes de videos 8/HI8, Betacam SP, MII, todos ellos formato de video empleados desde finales de los años setenta.

Por último, para el caso del archivo de hojas de vida de los estudiantes (alrededor de 23.000) se mantendrá la organización original, esto es, por departamentos. Este archivo no tendrá el tratamiento archivístico tradicional, sino que será tratado como un acervo de documentos históricos, por lo cual su recuperación será mediante un índice.

A manera de conclusión Se resalta la importancia de que la Red de Bibliotecas del Banco de la República haya sido seleccionada para recibir la donación del Archivo de Radio Sutatenza, dada la importancia patrimonial de esta colección y la posibilidad que tiene la Red de poner este contenido a disposición del público. Si bien el proceso de catalogación y conservación es un desafío importante dada la complejidad y variedad de materiales

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y soportes, este caso ha puesto de manifiesto la importancia de trabajar colaborativamente con instituciones que se ocupan de material parecido y que tengan experticia en su conservación y catalogación, así como establecer proyectos internos que garanticen la descripción y catalogación de estas colecciones patrimoniales. Precisamente, por la cantidad de materiales y la complejidad de todo el archivo, el proceso de catalogación se hará en forma paulatina, aunque varias actividades se podrán realizar al tiempo, como la organización del archivo epistolar y la transferencia de los documentos sonoros y audiovisuales a formatos digitales. Se considera que en menos de tres años no se tendrá el archivo completo organizado y catalogado, pero a pesar de ello, en la medida en que se vaya avanzando en el proyecto se irá colocando al servicio el material procesado.

Referencias ASTLE, Peter J., MUIR Adrienne

(2002), “Digitization and preservation in public libraries and archives”, en Journal of Librarianship and Information Science, vol. 34, núm. 2, págs. 67-79. BERNAL ALARCÓN, Hernando (2005), ACPO Radio Sutatenza: de la realidad a la utopía, Bogotá, Fundación Cultural Javeriana. HERNÁNDEZ, Tony y CARIDAD, Mercedes (2011), “Preservación y digitalización de la documentación audiovisual”, en CARIDAD, Mercedes, HERNÁNDEZ, Tony, RODRÍGUÉZ, David, y PÉREZ, Belén, et ál., Documentación audiovisual. Nuevas tendencias en el entorno digital, Madrid, Editorial Síntesis, págs. 45-65.

ROYAN, Bruce y CREMER, Monika

(2004), Directrices para materiales audiovisuales y multimedia en bibliotecas y otras instituciones, The Hague, IFLA (IFLA Professional Reports, 84). Z U L M A A B R I L VA R G A S

Bibliotecóloga, MS. Tecnología Educativa Jefe de Catalogación y Mantenimiento, Departamento Red de Bibliotecas

Ramón Cote Baraibar (1963) Ha publicado, entre otros libros de poesía, los siguientes: Poemas para una fosa común (1984), Informe sobre el estado de los trenes en la antigua estación de Delicias (Caracas, 1991), El confuso trazado de las fundaciones (1992), Botella papel (1999) y Colección privada (2003), premio Casa de América de Madrid. En el 2008 obtuvo el XXIII premio Unicaja de Poesía de Cádiz (España), con su libro Los fuegos obligados. Además, es autor de los libros Diez de ultramar (Madrid, 1992), Goya, el pincel de la sombra (2005), Antología esencial de la poesía colombiana del siglo XX (2007); autor de los libros de cuentos Páginas de enmedio (2002) y Tres pisos más arriba (2008). Por otra parte, ha publicado los libros para niños Feliza y el elefante (2008), El gato izquierdo y Magola contra la ley de la gravedad (2010). Recopiló la obra periodística de García Márquez 19601990 (1997). Sus artículos sobre arte y literatura, así como sus cuentos y poemas han aparecido en diversas revistas nacionales e internacionales. Los poemas publicados en este número son inéditos.

b o l e t í n c u lt u r a l y b i b l i o g r á f i c o, v o l . 4 6 , n ú m . 8 2 , 2 0 1 2

Futbolistas en la playa A mi hija Alejandra A esa hora final de la tarde una docena de jóvenes jugaban un partido de fútbol frente a la playa del hotel. Mientras el sol se hundía cada vez más en el mar, sobre la orilla corrían a toda velocidad persiguiendo a gritos el balón y levantando entre sus pies descalzos una multitud de nubes de arena teñidas, traspasadas por una luz completamente roja, como si toda la playa ardiera bajo sus plantas, como si se hubiera declarado un incendio en medio de esta orilla al sur del Caribe. Los jugadores, desfiguradas sus sombras sobre las dunas, ignoraban que en ese mismo instante mi hija y yo los mirábamos desde una terraza, siendo testigos de esa tarde irrepetible cuando vimos entre las brasas, entre los últimos rayos de luz rasante de ese atardecer, en la arena de fuego fugaz, el momento en el que esta parte del mundo se convirtió en un lugar habitado por una docena de dioses sin camisa que nos señalaban que aquí en la tierra también era posible hallar el paraíso. RAMÓN COTE BARAIBAR

Anónimo francés [Niño con ganso] c 1920 Fotografía iluminada Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos

Exposición Los niños que fuimos: huellas de la infancia en Colombia Biblioteca Luis Ángel Arango 5 de octubre de 2012 a 11 de marzo de 2013

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