Rabia Stephen King

July 17, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Charles Decker es un adolescente de 18 años que sufre de esquizofrenia, al que quieren internar en un correccional por agredir a un profesor con una llave inglesa, provocándole un grave traumatismo craneal. Pistola en mano, y para que no lo encierren, secuestra a su clase toda una mañana. Para que la situación sea más llevadera Charles les cuenta parte de su infancia y su adolescencia; mientras, el ambiente empieza a caldearse entre los alumnos, y pronto comienzan a atacarse verbal y físicamente, contagiados de la demencia de Charles.

 

Stephen King Rabia

 

Para Pa ra Susan usan Artz y WG WGT T

 

Así, se entiende que cuando aumentamos el número de variables, los axiomas en sí no sufren cambios. SEÑORA JEAN UNDERWOOD  Maestr  Mae stra, a, mae maestr stra, a, toca la campana, mi lecc ión ttee rec recit itaré aré mañana,  y c uando llegue llegue e l final final del día habré aprendido más de lo que debía.

Cancioncilla escolar, C. 1880

 

STEPHEN KING HABLA HAB LA SOBR OBRE EL LAS AS NOVELAS NOVELAS Q UE PUB PUBLI LICÓ CÓ CON EL SE SEUD UDÓNIM ÓNIMO O DE RICHARD BACHMAN

« Entre Entre 1977 y 1984 publ publiqu iquéé ccinco inco no novelas velas con el seudóni seudónim m o de R Richar ichardd Bachman —acaba de confesar Stephen King—. Hubo dos razones por las cuales al fin me relacionaron con Bachman: en primer lugar, porque los cuatro libros iniciales estaban dedicados a personas próximas a mí, y en segundo lugar, porque mi nombre apareció en los formularios del registro de propiedad de uno de los libros. Ahora la gente me pregunta por qué lo hice, y aparentemente no tengo respuestas respuest as m muy uy sat satis isfa factori ctorias. as. Por suerte no he m matado atado a nadie, ¿¿verdad? verdad?»» . Mientras King firmaba unas novelas con su nombre auténtico, y otras con su seudónimo, también tenía conciencia de que su promedio de obras publicadas superaba los límites de lo normal. En el prólogo que escribió para una edición conjunt conj untaa de cua cuatro tro nov novelas elas ddee « Richard B Bac achma hman» n» , S Steph tephen en Kin Kingg expl explicó: icó: « Las cifras habían llegado a una cota muy elevada. Eso influyó. A veces me siento como si hubiera plantado un modesto paquete de palabras y hubiese visto crecer  una especie de planta mágica… o un jardín descontrolado de libros (¡MÁS DE CUARENTA MILLONES DE EJEMPLARES EN CIRCULACIÓN!, como se complace compl ace en pro procl clam amar ar mi edit editor)» . Kingg ha adj Kin adjudi udica cado do ppre recisam cisamente ente a su edi edito torr el e l nac nacimient imientoo de « Richard Bachm achman» an» , y lo ha hecho con un unaa alegoría alegoría ttíípicam picam ent entee hil hilara arant ntee y des desenfadada: enfadada: « Yo no creía est estar ar saturando saturando el m mer erca cado do com comoo S Steph tephen en King King… … pero m mis is edit editores ores sí lo pensaban. Bachman se convirtió en un elemento de transacción, para ellos y  paraa m í. Mis “edit  par “e ditore oress de Stephe tephenn King” se c om omporta portaron ron c om omoo una esposa frígida que sólo desea entregarse una o dos veces al año, y que le pide a su marido permanentemente cachondo que se busque una prostituta de lujo. Era a Bachman a quien yo recurría cuando necesitaba desahogarme. Sin embargo, eso no explica por qué experimentaba la incesante necesidad de publicar lo que escribíaa aunqu escribí aunquee no prec preciisara din dinero» ero» . Stephen King considera que sus novelas firmadas con seudónimo son si sincer nceras: as: « Por lo m menos, enos, las escrib escribíí con el cora corazzón, y con una energí ener gíaa que aahora hora só sólo lo puedo iim m agin aginar ar en sueños sueños»» . Y aañade, ñade, para term termin inar ar,, qu quee qui quizzá ha habría bría  publica  publi cado do las cinc cincoo novela novelass ccon on su pr propio opio nom nombre bre « si hubier hubieraa c onocido un poc pocoo mejor el mundo editorial… Sólo las publiqué entonces (y permito que se reediten ahora) porqu porquee sig siguen uen si siendo endo mis am igas» .

 

1

La mañana en que la armé era espléndida; una magnífica mañana de mayo. La hacían magnífica el hecho de que no hubiera vomitado el desayuno y la  presenc  pre sencia ia de la a rdill rdillaa que había c apta aptado do m i a tenc tención ión dura durante nte la c lase de álgebra álg ebra II II.. Estaba sentado en la fila más alejada de la puerta, la más próxima a la ventana, y acababa de ver es a ladeardilla en calidad. el césped. césped la Escuela Secundaria de Placerville primera NoElhay en éldenada que lo estropee. Se extiende hasta las paredes del edificio y dice: ¡Muy buenas! Nadie  —al m e nos e n los ccuatr uatroo c ursos que he pasa pasado do en la ES ESP P — ha int intenta entado do nunca separarlo del edificio con macizos de flores o hileras de pinos jóvenes o cualquier  otra chorrada por el estilo. Llega justo hasta los cimientos de hormigón y crece allí, guste o no. Es cierto que hace un par de años, en una reunión ciudadana, una vieja propuso que el ayuntamiento levantara frente al colegio un pabellón, con su monumento y todo, en memoria de los muchachos que habían estudiado en la Escuela Secundaria de Placerville y muerto en alguna guerra. Mi amigo Joe McKennedy, que asistió a la reunión, me contó que la propuesta no había encontrado más que inconvenientes. Ojalá hubiera estado allí. Por lo que explicó Joe, fue muy divertida. Se celebró hace un par de años. Creo recordar que fue aproxiim adam aprox adament entee eenn esa época cuando em pecé a perder el e l con conttrol rol..

 

2

De modo que ahí estaba la ardilla, correteando por la hierba a las 9.05 de la mañana, a menos de tres metros de donde yo me encontraba escuchando a la señora Underwood, que repasaba los conceptos fundamentales del álgebra en el día siguiente a un examen terrible que, al parecer, sólo habíamos aprobado Ted Jones y yo. Mi mirada estaba fija en ella; en la ardilla, no en la señora Underwood. Éstta eescri És scribi bióó en llaa piz pizarra arra:: « a = 16 16»» .  —See ñorita Cross —dij  —S —dijo, o, dándose la vuelta—, haga e l fa favor vor de explica explicarnos rnos qué significa esa ecuación.  —Signi  —S ignific ficaa que « a » e s iigual gual a diec diecis iséé is — —re respondi spondióó S Sandr andra. a. Mientras tanto, la ardilla corría por el césped de un lado a otro, con la cola en alto y unos ojillos negros que brillaban como perdigones. Un animal lustroso y gordo. Últimamente debía de haber tomado más y mejores desayunos que yo, aunque el de esa mañana se había asentado en mis tripas ligero y satisfactorio como nunca. No sufría retortijones ni acidez de estómago. Me había sentado muy bien.  —Bue  —B ueno, no, no está m a l —dij —dijoo la señora señor a Unde Underw rwood—, ood—, per peroo fa falt ltaa algo, ¿verdad? Claro que sí. ¿Alguien quiere explicar con más detalle esta fascinante ecuación? Levanté la mano, m ano, pper eroo llaa m ae aest stra ra señaló a Bi Bill llyy Sawy er er..  —Ocho  —Oc ho m máá s ocho —ba —balbuce lbuceóó éste.  —Explíquese  —Explí quese..  —Quieroo dec  —Quier decir ir que puede ser ser… … —aña —añadió dió Bi Bill lly, y, inseguro. Sus dedos acariciaron las letras grabadas en la superficie del pupitre: SM A DK, MIERDA, TOMMY 73—. Veamos, si se suman ocho y ocho, entonces…  —¿Quier  —¿ Quieree que le dej e m i li libro? bro? —inqui —inquirió rió la señor señoraa Unde Underw rwood ood c on una so sonris nrisaa vi vivara varacha. cha. El desayuno empezó a revolverse en mi estómago, de modo que me fijé de nuevo en la ardilla durante un rato más. La sonrisa de la maestra me recordó las fauces del escualo que aparecía en Tiburón. Carol Granger levantó la mano. La señora Underwood asintió con la cabeza.  —¿No  —¿ No se refie re fiere re a que ocho m á s ocho c um umple ple tam bién la e xigenc xigencia ia de exactitud de la ecuación?  —No sé a qué se re refie fiere re su com pañe pañero ro —repli —re plicó có la señor señoraa Unde Underw rwood. ood. Todo odoss pprorrum rorrum pi pier eron on en carc carcaj aj adas.  —¿P  —¿ P odría enc encontra ontrarse rse a lguna otra m ane anera ra e n que se c um umpli pliee ra tam bién la exigencia de exactitud? Carol inició la respuesta, y en ese preciso instante se oyó un aviso por el intercomunicador:

 

« Charles Dec Deckker er,, al desp despac acho, ho, ppor or fa favor vor.. C Charles harles Deck Dec ker er.. Gracias» Gra cias» . Dirigí la mirada hacia la señora Underwood, quien hizo un gesto de asentim asenti m ient iento. o. Empe Empezzaba a not notar ar el estóm estóm ago enc encogi ogido do y viej viej o. M Mee pus pusee en pie y salí de de la cclase. lase. Cuando lloo hice, la ar ardi dill llaa todavía todavía eest staba aba re reto tozzando. Me hallaba ya a mitad del pasillo cuando me pareció que la señora Underwood venía hacia mí con las manos en alto, como dos garras retorcidas, y su gran sonrisa de tiburón. Aquí no queremos muchachos como tú… Los chicos como com ttúú deben est estar en Gre Greenm enmantl antle… e… n el que reform atori atorio… anatorioo  par  para a oeenfe nferm rm os m me ear ntales pe peli ligrosos… grosos… DeOmeen odo ¡¡vete vete! ! o… O en el ssanatori ¡Fuera! ¡Fuera! Di media vuelta, llevándome la mano al bolsillo trasero en busca de la llave inglesa que ya no guardaba allí. El desayuno se había convertido en una bola dura y ardiente en mi estómago. Pero no tuve miedo, ni siquiera al ver que no estaba allí allí.. He leído ddem em asiados llib ibros. ros.

 

3

Me detuve en el baño para orinar y comer unas galletas saladas. Siempre llevo unas pocas en una bolsita. Cuando tienes el estómago mal, a veces unas galletas obran maravillas. Cien mil mujeres embarazadas no pueden estar equivocadas. Pensé en Sandra Cross, cuya respuesta en clase unos minutos antes había sido correcta, aunque incompleta. Me pregunté cómo había perdido los botones. Siempre desprendían de las blusas, las faldas y, cierta que la de había llevado aseunlebaile de la escuela, había perdido el botón de vez la cintura los tejanos, que casi se le habían caído. Antes de que se diera cuenta de ello, la cremallera se le había abierto hasta la mitad, descubriendo unas braguitas  blancas  blanc as que resul re sultaba tabann m uy incitantes. Aque Aquell llaa s bra braguit guitas as er eraa n a j ustadas,  blancas,  blanc as, li lim m pias. Era Erann inm inmac aculada uladas. s. Se c eñía eñíann a su ba bajj o vientre c on dulce suavidad y formaban pequeñas arrugas mientras hablaba… hasta que advirtió lo que ocurría y echó a correr hacia el baño de las chicas, dejándome con el recuerdo de las braguitas perfectas. Sandra era una buena chica, y si hasta aquel momento lo había imaginado, por Dios que entonces lo descubrí, porque todos sabemos que las buenas chicas usan braguitas blancas, no esa mierda neoyorqui neoy orquina na que se ve vende nde en P Place lacervi rvill lle, e, Maine. El señor Denver irrumpió furtivamente en mis pensamientos, apartando de ellos a Sandra y sus braguitas prístinas. Resulta imposible detener los  pensam  pensa m ientos; e l m a ldi ldito to asunto siem siempre pre sigu siguee pre presente sente.. Yo sentía una gra grann simpatía por Sandy, aunque ella nunca alcanzaría a comprender las ecuaciones de segundo grado. Si los señores Denver y Grace decidían enviarme a Greenmantle, quizá no volvería a ver a Sandy. Y eso sería terrible. Me levanté del inodoro, me sacudí las migajas de las galletas, echándolas dentro de la taza, y tiré de la cadena. Los retretes de las escuelas secundarias son siempre iguales; hacenn un rui hace ruido do ssem em ej ante al de un 747 al ddespegar espegar.. S Siem iempre pre m e ha re repeli pelido do ttirar  irar  de esas cadenas porque pienso que el ruido es claramente audible en la clase contigua y que todo el mundo se dirá: Bueno, ahí va otra descarga. Siempre he creído que un hombre debe estar a solas con lo que mi madre insistía en llamar  « lim on onada ada y chocol chocolate» ate» cuando y o era pequeño pequeño.. El retrete deb debería ería ser un unaa especie de confesionario. Pero te frustran. Siempre te frustran. No puedes ni sonarte la nariz sin que se enteren. Siempre tiene que enterarse alguien, siempre tiene que asomarse alguien furtivamente. Y hay personas como los señores Denver y Gra Grace ce que iinclu ncluso so re reciben ciben un sueldo sueldo ppor or hac hacerlo. erlo. La puerta del baño se cerró con un quejido a mi espalda y me encontré en el vestíbulo. Me detuve y miré alrededor. Sólo se oía el zumbido adormecedor que indicaba que volvía a ser miércoles, miércoles por la mañana, las nueve y diez, todo el mundo atrapado un día más en la espléndida telaraña pegajosa de mamá educación.

 

Volví al baño y saqué el rotulador. Me disponía a escribir en la pared algo ocurrent ocurre nte, e, com o « Sandra Cros Crosss llleva leva bragui braguitas tas bblancas» lancas» , cuando vvii mi ros rostro tro en el espejo. Tenía dos medias lunas moradas bajo los ojos, que estaban muy abiertos y blancos, las aletas de la nariz un tanto levantadas, y la boca formaba unaa lí un línea nea bl blanca, anca, re rettorcid orcida. a. Es Escrib cribíí « com comee m ierda» en la pared hast hastaa que el rotulador escapó de entre mis tensos dedos. Cayó al suelo y le di una patada. Se produjo un sonido detrás de mí. No me volví. Cerrando los ojos, respiré  prof unda y lentam ente hasta que re  profunda recc uper uperéé e l c ontrol. Lue Luego go m e dirigí eesca scaler leraa arriba.

 

4

Las oficinas de administración de la Escuela Secundaria de Placerville se hallan en la tercera planta, junto a la sala de estudio, la biblioteca y el aula 300, donde se imparte la clase de mecanografía. Al cruzar la puerta del piso desde la escalera, lo primero que se oye es el continuo tacatacata, que sólo se detiene cuando el timbre pone fin a la clase o la señora Green tiene algo que decir. Sospecho que normalmente noendice gran un cosa, pues delasUnderwoods máquinas de escribir  apenas se detienen. Hay treinta la clase, pelotón grises con cicatrices de combate. Están marcadas con números para que cada alumno sepa cuál es la suya. El ruido no cesa jamás, tacatacata, tacatacata, desde septiembre hasta junio. Siempre asociaré ese sonido a las esperas en el antedespacho de las oficinas de administración del señor Denver o el señor Grace, el original dúo de  borraa chine  borr chines. s. En cie cierto rto m modo odo la sit situac uación ión me re recc orda ordaba ba m uc ucho ho a eesas sas pe pelí lícula culass de la selva donde el protagonista y su safari se internan por el África más inexpl nexplorada, orada, y aquél di dice ce:: « ¿Por qué no ca call llar arán án esos ma mald ldit itos os tam tambores? bores?»» , y cuando los malditos tambores callan, el héroe observa la vegetación umbría y llena de rui ruido doss mis mistterio erioso soss y m urmura: « No me gu gust sta. a. Hay dem demasi asiado ado si sillencio encio»» . Había tardado en llegar al despacho, de modo que el señor Denver ya debía de estar preparado para recibirme, pero la recepcionista, la señorita Marble, se limit imitóó a son sonre reír ír m mient ientra rass me decía:  —Siéntate  —S iéntate,, C Char harli liee . El señor D Denve enverr eestará stará ense enseguida guida cconti ontigo. go. Así pues, m e senté en la bara barandi ndillla de separa separación ción,, jjunt untéé las m manos anos y esperé a que el señor Denver me recibiera. Y, ¡vaya!, en un asiento se encontraba un  buen am igo de m i padr padree , Al La Lathrop. throp. Ta m bién é l m e m iró de re reoj ojo. o. Tenía un maletín sobre las piernas y un montón de libros de texto de muestra al lado. Jamás le había visto con traje hasta entonces. Mi padre y él eran grandes cazadores. Solían abatir al temible ciervo de afilados dientes y la perdiz asesina. Yo habí habíaa ido ddee ca cazza una ve vezz con m mii ppadre adre,, Al y un par de aam m igos igos má más. s. F Form ormaba aba  parte  par te de la int intee rm inable ca cam m paña de papá par paraa « conve convertir rtir a m i hij hijoo e n un hombre» .  —¡Eh, hola! —saludé, dirigiéndole una gra grann sonrisa bobalicona. bobalicona . Por el respingo que dio, deduje que lo sabía todo sobre mí.  —¡Ah,  —¡A h, hola, Charlie! Desvió rápidamente la mirada hacia la señorita Marble, quien se hallaba enfrascada en el repaso de las listas de asistencia con la señora Venson, del despacho contiguo. No iba a encontrar ayuda allí. Estaba a solas con el hijo  psicc ópata de Carl De  psi Decc ker er,, el ti tipo po que c asi había m a tado al prof profesor esor de física y química.  —Visi  —V isita ta de venta ventas, s, ¿¿ee h? —pre —pregunté. gunté.

 

 —Sí, exa  —Sí, exacc to. —S —Sonrió onrió com o m mej ej or pudo—. S Sí,í, una ronda par paraa ve vender nder libros. libros.  —Es dura la ccom ompete petencia ncia,, ¿¿eh? eh? —Al Lathrop volvi volvióó a sobr sobree saltar saltarse. se.  —Bue  —B ueno, no, unas ve vecc es se gana gana,, otra otrass se pier pierde. de. Y Yaa sa sabes, bes, Char Charli lie… e… Sí, ya lo sabía. De pronto no me apetecía seguir incordiándole. Tenía cuarenta años, estaba volviéndose calvo y tenía unas bolsas de cocodrilo bajo los ojos. Iba de escuela e scuela en eescuela scuela en un B Bui uick ck fa fam m iliar iliar ccar argado gado de li libros bros ddee texto y ca cada da aaño, ño, en noviembre, salía de caza durante una semana con mi padre y los amigos de éste, allá por el Allagash. Y un año yo los había acompañado. Tenía entonces nueve años, y cuando desperté estaban todos borrachos y me dieron miedo. Eso fue todo. En cualquier caso aquel hombre no era un ogro, sino sólo un cuarentón calvo que intentaba sacarse unos cuartos. Y sí, le había oído decir que mataría a su espos esposa, a, per peroo no eran m ás que palabras. Después de to todo, do, era y o qu quien ien ttenía enía las m anos m anchadas ddee san sangre. gre. Sin embargo no me gustó el modo en que fijó la mirada en mí, y por un instante —sólo por un instante— le habría agarrado del cuello, habría acercado su rostro rost ro al m ío y le habría espetado: « ¡Tú, m mii ppadr adree y todos todos vuestros am igo igos, s, ttodos odos vos vosot otros, ros, ttendríais endríais que ir all allíí conmigo; todos deberíais ir a Greenmantle conmigo, porque todos estáis metidos en est e sto! o! ¡T ¡Todos odos lo estáis, todos todos form áis parte de esto!» . En cambio seguí sentado y le vi sudar, recordando los viejos tiempos.

 

5

Desperté sobresaltado de una pesadilla que no había tenido en mucho tiempo; un sueño en que me encontraba en un oscuro callejón sin salida, y algo me  perseguía,  per seguía, un m onst onstruo ruo som sombrío brío y j oroba orobado do que re recc hinaba y se ar arra rastraba straba… … un m onst onstruo ruo que m e vol volver vería ía loco si lo vveía. eía. U Unn m mal al sueño. No lloo había tenido desde desde quee eera qu ra pequeño pequeño,, y ahora y a eera ra un m muchacho uchacho crecido crecido.. Nueve Nueve aaño ños. s. Altrataba principio no dormitorio. reconocí el Era lugarmás donde me hallaba; seguro eraTenía que no se de mi pequeño y tenía lo un único olor diferente. frío y ganas de orinar orinar.. Un áspero eest stall allid idoo de ccar arca cajj adas m e hiz hizo dar un ssalt altoo en la ccam am a… aunque no ssee trataba de una ca cam m a, si sino no ddee un saco de dorm dormir ir..  —De m odo que e s una espe especie cie de j odida viej a —dec —decía ía Al La Lathrop throp al otro lado ddee la llon onaa que hhacía acía de pared—; precis precisam am ent entee « j od oder» er» es llaa palabra m más ás apropiada. De acampada. Estaba de acampada con mi padre y sus amigos. Y no había querido ir.  —Sí,í, per  —S peroo ¿¿cc óm ómoo te la le levanta vantas, s, Al? Es lo qu quee quie quiero ro sa saber. ber. Ése era Scotty Norwiss, otro amigo de papá. Su voz era pastosa, y empecé a tener m iedo ot otra ra vez vez.. Est Estaba abann bebido bebidos. s.  —See ncillam  —S ncillamee nte apa apago go la luz y m e im imaa gino que e sto stoyy c on la m uje uj e r de Carl Decker —respondió Al, y hubo otro estallido de risas que me hizo encogerme y dar un brinco en el saco de dormir. ¡Oh!, necesitaba orinar, mear, hacer limonada o como quiera que prefiráis llamarlo, pero no quería salir mientras estuvieran bebiendo y hablando. Me volví hacia la pared y descubrí que podía verlos. Estaban entre la tienda y la fogata, y sus sombras, altas y extrañas, se proyectaban en la lona. Era como una sesión sesión de li lint nterna erna m ágica. Observé la sombra de la botel botella la que pasaba de una m ano a ot otra. ra.  —¿S  —¿ Sa bes qué har haría ía si ttee pil pillar laraa con m i m muj ujee r? —i —inquirió nquirió mí pa padre dre a A Al.l.  —Pre  —P reguntarm guntarm e si nec necesitaba esitaba a y uda, proba probablem blemee nte —re —respondi spondióó Al, y de nuevo nu evo ooíí m ás carc carcaj aj adas. Las alargadas sombras de las cabezas se movieron arriba y abajo, adelante y atrás, como una nube de insectos. No parecían en absoluto seres humanos, sino más bien un grupo de mantis religiosas, y tuve miedo.  —No, e n ser serio io —ins —insist istió ió m i padr padre—. e—. En ser serio. io. ¿Sabé abéis is qué ha haría ría si sorprendiera a alguien con mi mujer?  —¿Qué  —¿ Qué,, Carl? —Éste eera ra Randy Ea Earl. rl.  —¿V  —¿ Veis esto? Una nueva sombra apareció sobre la lona; el machete de caza que mi padre siempre llevaba en las salidas al bosque, el que más tarde le vi utilizar para abrir  la tripa a un ciervo, clavándoselo en el vientre hasta la empuñadura y luego

 

cortando hacia arriba, con los músculos del antebrazo hinchados, derramando unos intestinos verdosos y humeantes sobre una alfombra de musgo y hierba. La luz de la fogata y la inclinación de la lona transformaban el machete en una espada.  —¿V  —¿ Veis a e ste hij hijoo de puta? Si pil pillo lo a un tipo tipo c on m i m ujer uj er,, le salto por la espalda y le ccorto orto ssus us atrib atribut utos. os.  —Y tendrá tendr á que m ea earr se sentado ntado eell re resto sto de de sus dí días, as, ¿no e s eso, Carl? Era la voz de Hubie Levesque, el guía. Me llevé las rodillas al pecho y las rodeé con los brazos. Jamás en mi vida había tenido tanta necesidad de ir al baño, ni la he tenido después.  —Desde  —De sde luego —a —asint sintió ió C Caa rl De Deck ckee r, m i padr padre. e.  —¿Y  —¿ Y qué har harías ías con tu m muj ujer er,, Car Carl? l? — —pre preguntó guntó Al La L a throp, que e staba m uy  borraa cho. Rec  borr Reconocía onocía su som sombra bra e ntre las dem ás. Se m ec ecía ía com o si e stuv stuvier ieraa sentado en una barca, en lugar de sobre un tronco junto a la fogata—. Vamos, ¿qué harías con una mujer que deja… que deja entrar a alguien por la puerta de atrás? ¿Eh? El machete de caza que se había transformado en espada se balanceó lentam entamente. ente. Lu Luego ego m mii ppadre adre dij dij o:  —Los cherok che rokee eess cor cortaba tabann la na nariz riz a la lass suy suyaa s. C Con on ello pretendían pre tendían ha hace cerle rless un coño en medio de la cara para que toda la tribu viera qué parte de su cuerpo les había creado problemas. Mis manos soltaron las rodillas y se deslizaron hasta mis genitales. Las mantuve allí mientras contemplaba como la sombra del machete de caza de mi  padree se m ovía despa  padr despacio cio hac hacia ia ade adelante lante y hac hacia ia a trá trás. s. Te nía unos ca calam lam bre bress terribles en el vientre. Si no me apresuraba a salir, terminaría por mearme en el saco de dormir.  —Corta  —C ortarle rless la nar nariz iz,, ¿eh? —dij —dijoo Randy —. Una idea m agnific agnifica. a. Si todavía toda vía lo hi hiciera cieran, n, llaa m itad de las m muj ujer eres es de Plac Placer ervi vill llee tend tendría ría una rraj aj a en los ddos os ssit itiios. os.  —Mi m uj ujee r no —re —repli plicó có m i padr padree e n voz baj a . La voz pastosa de la  borraa che  borr chera ra había desa desapar paree c ido, y las ca carc rcaa j a das que sig siguier uieron on a l c his histe te de Randy se interrumpieron de pronto.  —No, cla claro ro que no, Carl —m —murm urm uró Randy, incóm odo—. ¡Eh, m ier ierda! da! ¡Echem os uunn ttra rago! go! La sombra de m i ppadre adre le pa pasó só la bot botell ella. a.  —Yoo no le ccorta  —Y ortaría ría la na nariz riz —opinó Al Lathrop—. Y Yoo le aarr rraa nca ncaría ría su m maa ldi ldita ta cabez ca bezaa tra traid idora. ora.  —¡Eso es! e s! —a —asi sinti ntióó Hubie—. Bebe Beberé ré por ell e llo. o.  No podía agua aguantar ntar m á s. Me de desli slicc é fue fuera ra del sac sacoo de dorm ir y noté e l fr frío ío aire de octubre sobre mi cuerpo, desnudo salvo por un pantalón corto. Me pareció que la la ccol olaa se m e eencogí ncogía. a. Y lo ún único ico qu quee da daba ba vuelt vueltas as y vuel vueltas tas en m mii me ment ntee —  supongo que estaba medio dormido y que toda la conversación me había

 

 par ecido  parec ido un sueño, una c onti ontinuac nuación, ión, quiz quizá, á, de la pesa pesadil dilla la del m onst onstruo ruo del callejón— era que, de pequeño, cuando papá terminaba de ponerse el uniforme  salíía hac  sal haciia su trabaj o en Portl Portland, and, yo sol solíía aacos costtarm e eenn llaa cam a de m mii ma madre, dre,  dormir  dorm ir a su lado uuna na hora aant ntes es de de desay say unar unar.. Oscuridad, miedo, fogatas, sombras como mantis religiosas. No quería salir a aquellos bosques situados a cien kilómetros de la ciudad más próxima y ver a aquellos aquell os hombres hombre s bborrac orrachos hos.. Quería a m i ma madre. dre. Cuando salí por la abertura de la tienda, mi padre se volvió hacia mí, empuñando aún el machete de caza. Me miró y le devolví la mirada. Jamás he olvidado la escena; mi padre con una mata de barba pelirroja, una gorra de caza ladeada en la cabeza y el machete en la mano. La conversación se interrumpió. Quizá se preguntaban qué parte de la charla había oído; tal vez se sentían avergonzados.  —¿Qué  —¿ Qué diablos qui quier eree s? —pre —preguntó guntó mi pa padre dre,, enva envainando inando eell m maa che chete. te.  —Dale  —Da le un tra trago. go. Car Carll —propuso Randy, ccon on eell cconsi onsiguiente guiente c oro de risas. Al lanzó tal carcajada que cayó al suelo. Estaba completamente borracho.  —Tee ngo que ha  —T hace cerr pis —m —murm urm uré uré..  —¡Pues  —¡P ues ve y hazl hazlo, o, por eell am or de Dios! —exc —exclam lam ó m mii padr padre. e. Me adentré en la arboleda e intenté orinar. Durante un largo rato no quiso salir; era como una bola de plomo caliente y blanda en el bajo vientre. No tenía el pene más largo que la uña de un dedo, pues el frío me lo había encogido. Por  fin brotó un gran chorro humeante, y cuando hube terminado volví a la tienda y m e m etí en el saco de dormir. dormir. Nadie del grupo me m iró. Est Estaban aban ha habl blando ando de la guerra. Todos habían estado en la guerra. Mi padre cazó el ciervo tres días después, el último de acampada. Yo estaba con él. Le dio de lleno en el bulto del músculo entre el cuello y el lomo, y el animal cayó desmadejado. Nos acercamos al cuerpo. Mi padre sonreía de felicidad. Había desenvainado el machete. Adiviné qué sucedería a continuación y supe que iba a vomitar; no  pude e vit vitar ar ninguna de las dos cosa cosas. s. Co Coloca locando ndo un pie a c ada lado del vena venado, do, tiró hacia atrás de una pata trasera y le hundió el machete. Un rápido movimiento en sentido ascendente y los intestinos se derramaron sobre el lecho del bosque. Yo me puse de espaldas y devolví el desayuno. Cuando lo miré de nuevo, mi padre estaba observándome. No pronunció palabra, pero en sus ojos advertí disg disgus usto to y dece decepció pción, n, com comoo ot otras ras m uchas vec veces. es. Y Yoo tam tampoco poco habl hablé, é, pero, si hub hubiera iera si sido do capaz de hace hacerlo, rlo, le habría di dicho: cho: « No es lo qque ue piens piensas» as» . Ésa fue la primera prime ra y últi últim m a vez que sal salíí ddee ccaz azaa con c on mi padre.

 

6

Al Lathrop hojeaba los libros de texto, simulando hallarse demasiado ocupado  paraa habla  par hablarr conm igo, c uando el int intee rc rcom omunica unicador dor de la m esa de la señor señorit itaa Marble emitió un zumbido y ella me sonrió como si compartiéramos un gran secreto, algo sexual.  —Yaa puede  —Y puedess entra entrar, r, Char Charli lie. e. Me pusevenda en pie.  —Que vendas s esos li libros, bros, Al. El hombre me dirigió una sonrisa breve, nerviosa, falsa.  —Eso espero, espe ro, Char Charli liee . Pasé al otro lado de la barandilla y avancé entre la gran caja fuerte empotrada en la pared de la derecha y la desordenada mesa de la señorita Marble. Enfrente se alzaba una puerta con un gran cristal esmerilado en que había un rótulo grabado: THOMAS DENVER, DIRECTOR. Entré. Clarín n, el periodicucho de la escuela. Era un El señor Denver hojeaba  El Clarí hombre alt altoo y cadavérico ca davérico que se pare parecía cía li ligera geram m ente a Joh Johnn C Car arra radi dine. ne. Enjuto y calvo, tenía unas manos grandes, con prominentes nudillos. Llevaba la corbata aflojada afloj ada y el bot botón ón ssuperio uperiorr de la ca cam m is isaa desabrochado. La pi piel el del cuell cuelloo se veía irrit rritada ada y gri grisáce sáceaa por un exceso de afe afeit itado. ado.  —Siéntate  —S iéntate,, C Char harli liee . Me senté y junté las manos, como hago a menudo. Es un gesto que aprendí de m i ppadre adre.. Por la ve vent ntana ana si situ tuada ada detrás del sseñor eñor De Denver nver vi el césped, pero no el modo intrépido en que éste crecía hasta la misma pared del edificio. Estaba demasiado arriba, por desgracia. Quizá verlo me habría servido de ayuda, como dejar la luz encendida por la noche cuando uno es pequeño. El señor señor De Denver nver dej ó a un llado ado El Clar Clarín ín y se recostó en el sillón.  —Es un poco duro verse ve rse así, ¿¿no? no? Emitió un gruñido. El señor Denver gruñía muy bien. Si se celebrara un Concurso Nacional de Gruñidos, apostaría todo mi dinero por él. Aparté los cabell ca bellos os qque ue m e ca caíían sobre los ojos. El señor Denver tenía una foto de su familia sobre el escritorio, que estaba aún más desordenado que el de la señorita Marble. La familia parecía bien alimentada. Su esposa tenía cierto aire de cebón, pero las dos niñas parecían despiertas desp iertas com comoo bot botones ones de hot hotel el y no rec recordaban ordaban eenn nada a John John C Carr arradin adine. e. Dos chiquill chiqui llas, as, aam m bas rrubi ubias. as.  —Donsus Gr Grac acee ter term m inó ye lrecomendaciones inform e y m e con lo e ntre ntregó gó el detenimiento. j ue ueves ves pasa pasado. do. He estudiado conclusiones el mayor Todos somos conscientes de la gravedad del asunto, y me he tomado la libertad de di discuti scutirr eest stee tem temaa con John C Car arls lson. on.  —¿Có  —¿ Cóm m o está? —pre —pregunté. gunté.

 

 —Ba stante bien. Cre  —Ba Creoo que podr podráá rree incorpor incorporar arse se eenn un m mes. es.  —Bue  —B ueno, no, algo es aalgo. lgo.  —¿De  —¿ De ver veras? as? El señor Denver parpadeó deprisa, con la vista clavada en mí, como hacen los lagartos.  —No le m a té. Algo es aalgo. lgo.  —Sí.í. —El señor De  —S Denver nver sigu siguió ió m irá irándom ndomee fija fij a m ente—. ente —. ¿Ac Acaa so te gusta gusta ría haberlo hecho?  —No. Se inclinó, acercó el sillón al escritorio, me observó y, moviendo la cabeza, empezó a decir:  —Me siento incóm incómodo odo por tene tenerr que habla hablarte rte c om omoo voy a hac hacee rlo, Charlie. Incómodo y apenado. Trato con niños y jóvenes desde 1947 y aún no entiendo hechos como ése. Considero que lo que debo decirte es correcto y necesario,  peroo m e de  per desagr sagraa da tene tenerr que hac hacee rlo porque no c om ompre prendo ndo por qué m oti otivo vo ha sucedido una cosa así. En 1959 tuvimos aquí a un chico muy brillante que dejó malherida a una chica de primer curso de secundaria tras golpearla con un bate de béisbol. Nos vimos obligados a enviarle al Instituto Correccional de South Portland. El muchacho explicaba que la chica no había querido salir con él. Y lu luego ego sonreía. sonreía . El señor Denver meneó la cabeza.  —No se m oleste —dij —dijee .  —¿Có  —¿ Cóm m o?  —No se m oleste eenn tra tratar tar de ccom ompre prender. nder. No pi pier erda da eell su suee ño con eeso. so.  —Pee ro ¿por qué, Ch  —P Chaa rlie? ¿Por qué lo hic hicist iste? e? Dios m ío, eestu stuvo vo c uatr uatroo hora horass en el quirófano…  —« P or qué» e s una pre pregunta gunta que debe ha hace cerr e l se señor ñor Gr Grac acee —re —repli pliqué—. qué—. Él es el psiquiatra de la escuela. Usted sólo lo pregunta porque es un buen  principio para pa ra su se serm rm ón. N Noo quie quiero ro e scuc scuchar har m á s se serm rm ones. Estoy har harto to de sus serm ones de m ierda ierda.. S See ac acabó. abó. El ti tipo po pod podía ía seguir vivo o mor morir ir.. V Viv ive. e. Bien, pues me alegro. Usted haga lo que deba hacer, lo que haya decidido con el señor  Grace,, pero no ttrate Grace rate de eent ntenderm enderme. e.  —Entenderte  —Entende rte for form m a pa parte rte de m i tra trabaj baj o, C Char harli lie. e.  —Pee ro a y udar  —P udarle le a ha hace cerr su tr traba abajj o no for form m a par parte te del m ío —r —ree puse—. Así  pues, déj e m e dec decirle irle a lgo pa para ra e stablec stablecer er una buena líne líneaa com unica unicati tiva, va, por así decirlo.. ¿¿De decirlo De acuerdo? ac uerdo?  —De a cue cuerdo. rdo. Apreté las manos m anos con fuerz fuerzaa sobre eell regaz regazo. o. M Mee tem blaban. blaban.  —Estoy har harto to de ust ustee d, e l señor Gr Grac acee y todos los dem ás. Antes m e daba dabann miedo, y todavía me lo dan, pero ahora además me tienen harto y he decidido que no tengo por qué seguir aguantando. Ya no los soporto más. Me importa un

 

 bledo lo que usted piense piense.. No está usted e n c ondiciones de tra tratar tar conm igo, de m odo qu quee no se m eta. Se lo advierto. No est estáá ust usted ed eenn condicio condiciones. nes. Mi voz había aumentado de volumen hasta convertirse casi en un grito tembl tem bloroso. oroso. El señor De Denver nver em it itió ió un ssusp uspiro. iro.  —Quizáá lo c re  —Quiz reas as a sí, Charlie, per peroo las ley e s del e stado dice dicenn otra cosa cosa.. Después de leer el informe del señor Grace, supongo que estarás de acuerdo conmigo en que no te comprendes a ti mismo ni entiendes las consecuencias de lo que que hicis hiciste te eenn la cclase lase de dell señor Carlson. Es Estás tás trastornado, C Char harli lie. e. « Es Esttás trast trastorn ornado, ado, C Charl harliie» . « Los cherok cherokee eess lles es ccortaban ortaban la nariz nariz… … para que to toda da la tribu vviera iera qué parte de su cuerpo les les habí habíaa ccrea reado do pprobl roblem em as» . Las palabras sonaron de nuevo en mi mente, apagadas, como si surgieran de una gran profundidad. Eran como tiburones, como mandíbulas llenas de dientes que acudían a devorarme. Palabras con dientes y ojos. Fue allí y entonces cuando empezó a ocurrirme. Lo supe porque era exactamente lo mismo que me había sucedido justo antes del asunto del señor  Carlson. Las manos dejaron de temblarme, las palpitaciones de mi estómago remitieron, y noté todo mi cuerpo frío y tranquilo. Me sentí distanciado, no sólo del señor Denver y su cuello afeitado en exceso, sino también de mí mismo. Estaba Est aba casi ca si flo flotando. tando. El señor Denver había reanudado su perorata; hablaba sobre la necesidad de recib rec ibir ir asesoram asesoramiiento adecuado y ay uda ps psiq iqui uiátrica, átrica, pero le in interrum terrumpí pí::  —Mire  —Mi re,, viej viejo, o, váy ase a la m ier ierda da.. Dejó en el escritorio el papel que había estado repasando para evitar  m irarm e a la ca cara ra,, algú algúnn docume document ntoo de m i expedi expediente, ente, si sinn dud duda, a, eell todo todopod poder eros osoo expediente. expedi ente. El ggra rann expedient expedientee nort nortea eam m er ericano. icano.  —¿Có  —¿ Cóm m o? —exc —exclam lam ó.  —A la m ier ierda. da. No j uz uzguéis guéis y no se seré réis is jjuz uzgados. gados. ¿Algún ca caso so de locur locuraa en su fam ili ilia, señor Denver?  —Sólo  —S ólo pre pretendo tendo ha hablar blar de e sto contigo contigo,, Char Charli liee —af —afirm irmóó ccon on voz ttee nsa—. N Noo tengo intención de dejarme arrastrar a…  —… a prá pr á c ti ticc as se sexuale xualess in inm m ora orales les —term —ter m iné la ffra rase se por é l—. Ust Usted ed y y o a solas, ¿de acuerdo? El primero en correrse se lleva el Premio a la Mejor  Fraternidad de Estudiantes. Tóquesela, hombre. Llame también al señor Grace; eso será será aún me mejj or or.. Harem os un unaa ccam am a redo re dond nda. a.  —¿Qué  —¿ Qué…? …?  —¿No  —¿ No m e ha e ntendido? Algun Algunaa vez te tenía nía que salir todo, ¿n ¿noo e s ccier ierto? to? S See lo debe a sí mismo, ¿verdad? Todo el mundo necesita desahogarse alguna vez y tener a alguien sobre quien correrse. Usted ha asumido el papel de juez de lo que es bueno para mí. Demonios. Posesión diabólica. ¡Oh, Señor, Señor!, ¿por qué golpeé a esa chica con el bate? ¡El diablo me obligó a hacerlo, y ahora lo

 

lamento tanto! ¿Por qué no lo reconoce? Le complace disponer de mí. Soy lo m ej or que le ha suce sucedi dido do desd desdee 195 1959. 9. Me miraba boquiabierto. Le tenía bien cogido, lo sabía y me sentía muy orgulloso de ello. Por un lado, él quería seguirme la corriente, mostrarse de acuerdo conmigo; después de todo, era así como uno debía portarse con los  perturba  per turbados dos m e ntales. P or otro lado, com o é l ha había bía a firm ado, lleva llevaba ba m ucho tiempo tratando con niños y jóvenes, y la regla número uno en ese campo rezaba: « No lles es perm it itas as que ttee rrespon espondan; dan; sé rá rápi pido do en ddar ar órdenes y taj tajante ante en las cont contrarr rarrépl épliicas» .  —Cha  —C harlie… rlie…  —No se m oleste. Ta n sól sóloo int intee nto dec decirle irle que m e he ca cansado nsado de que se m astu asturben rben enc encima ima de m mí.í. ¡S ¡Sea ea un hhombre ombre,, po porr eell am or de Dio Dios, s, señor Denver! Y si no puede serlo, por lo menos abróchese los pantalones y sea un director cabal.  —¡Cállate!! —exc  —¡Cállate —exclam lam ó. Su rostro había adquirido un c olor roj o e nce ncendido—. ndido—. Tienes mucha suerte de vivir en un estado progresista y ser alumno de una escuela progresista, muchacho. ¿Sabes dónde estarías de lo contrario? Presentando tus documentos en un reformatorio, cumpliendo una condena por  agresión criminal. Y no estoy seguro de que no sea ahí donde deberías estar. Tú…  —Graa cia  —Gr ciass —i —inter nterrum rum pí. Los coléricos ojos azules del señor Denver clavaron la mirada en los míos.  —Graa cia  —Gr ciass por tra tratar tarm m e c om omoo a un ser humano hum ano aunque hay a tenido que enfurece enfure cerle rle par paraa cons consegui eguirlo rlo.. Ahora sí hhem em os avanz avanzado. ado. —C —Crucé rucé las pi pier ernas nas con aire indiferente—. ¿Quiere que hablemos de las expediciones en busca de  braguit  bra guitas as que tanto e scá scándalo ndalo c ausa ausaron ron e n la gra grann univer universid sidaa d donde ust ustee d estudi est udiaba aba cóm cómoo tratar ccon on ni niños ños y j óvenes?  —Tieness una lengua re  —Tiene repugnante pugnante —re —repuso puso él con pala palabra brass pausa pausada dass y m edit editadas—. adas—. C Como omo tu ce cerebro. rebro.  —¡Jódete!  —¡Jóde te! —exc —exclam lam é, y ec eché hé a re reír, ír, burlá burlándom ndomee de éél.l. El señor Denver enrojeció aún más y se puso en pie. Tendió la mano por  encima del escritorio muy lentamente, como si necesitara un engrasado, y me cogió del cuello de la camisa.  —Trátam  —Trá tam e con re respeto speto —m —maa sculló. R Rea ealm lmente ente había pe perdido rdido la sa sangre ngre fr fría ía y ni siquiera se molestaba ya en utilizar su auténtico gruñido de primera categoría  —. Pequeño Pe queño m isera iserable ble corr c orrom ompido, pido, mué muéstram stram e algún re respeto. speto.  —Le m ost ostra raría ría e l culo par paraa que le dier dieraa un beso —re —repli pliqué—. qué—. Vam os, cuénteme cómo eran esas expediciones de caza de braguitas. Se sentirá mejor. ¡Arroj ¡Arr ojadnos adnos llas as bra bragui guitas! tas! ¡Ar ¡Arroj rojadnos adnos llas as bra bragui guitas tas!! Me soltó y mantuvo la mano apartada del cuerpo, como si un perro rabioso acabara de agarrarse a ella.  —Saa l de aquí —e  —S —excla xclam m ó ccon on voz ronca ronca—. —. Rec Recoge oge los llibros, ibros, eentré ntrégalos galos eenn la

 

oficina y vete. Tu expulsión y tu traslado a la Academia Greenmantle se harán efectivos el lunes. Lo comunicaré a tus padres por teléfono. Ahora, vete. No quiero verte ni un segundo más. Poniéndome en pie, me desabroché los dos botones inferiores de la camisa, saqué un faldón por encima del pantalón y me bajé la cremallera de la bragueta. Antes de que el director pudiera reaccionar, abrí la puerta y salí dando trom rompi picones cones aall ant antedespacho. edespacho. La señori señoritta Marbl Marblee y Al Lath Lathrop, rop, qu quee conversaban unto al escritorio de la secretaria, levantaron la vista y dieron un respingo al verme. Evidentemente habían estado practicando el gran juego de salón norteamericano de En Realidad No Les Hemos Oído. ¿Verdad?  —See rá m e j or que se ocupe  —S ocupenn de é l —dije e ntre j ade adeos—. os—. Estába Estábam m os sentados, hablando de las cacerías de braguitas, cuando de pronto ha saltado por  encimaa de encim dell escrit escritori orioo y ha int intentado entado vviiolarm olarm e. Había conseguido sacarle de sus casillas, lo que no era poco, teniendo en cuenta que llevaba veintinueve años tratando con niños y jóvenes y que,  probablem  proba blem ente ente,, sól sóloo le queda quedaba bann diez par paraa re recc ibi ibirr la llave llave de oro del c aga agader deroo del piso inferior. El señor Denver arremetió contra mí desde la puerta del despacho; le esquivé con una finta y se quedó plantado en medio del antedespacho con un aspecto furioso, estúpido y culpable a la vez.  —¡Que  —¡Q ue alguien se ocupe de él! —ins —insist istí—. í—. Se tra tranquil nquiliz izar aráá cua cuando ndo se saque eso del cuerpo. Observé al señor Denver y, guiñándole un ojo, susurré:  —Arroj  —Ar roj adnos las br braa guit guitaa s, ¿¿eh? eh? Acto seguido pasé al otro lado de la barandilla de separación y salí lentamente del antedespacho mientras me abrochaba los botones de la camisa, remetía el faldón en los pantalones y me subía la cremallera. Tuvo mucho tiem iempo po para decir aalg lgo, o, pero per perm m anec aneciió en tot total al si silenci lencio. o. Comprendí que todo había funcionado al ver que el hombre no podía  pronunciar  pronunc iar pala palabra bra.. Se le daba m uy bien aanuncia nunciarr e l m mee nú de dell día por el sist sistee m a de megafonía, pero aquello era muy distinto…, deliciosamente distinto. Me había enfrentado a él precisamente con lo que él había afirmado constituía mi  problem a y se había m ost ostra rado do inca incapaz paz de dom dominar inarm m e . Quiz Quizáá e sper speraa ba que todo se solucionaría con unas sonrisas y unos apretones de manos, y que mis siete semestres y medio de estancia en la Escuela Secundaria de Placerville Clarín. Sin embargo, a pesar de lo terminarían con una crítica literaria de  El Clarín ocurrido con el señor Carlson y todo lo demás, el señor Denver no había esperado espera un com comport portam am ient o iirra rracion Aqu Aquel elvistas vocabul vocabular ario ioosas se re reservaba servaba  par  parede edesdo s de los re retre tretes, tes,iento j unto ccional. on al. esa esas s re revist as a squer squerosas que unopara j a mlas ás enseñaría a su esposa. Se había quedado paralizado, con las cuerdas vocales heladas. Ningu Ninguna na de las ddirectrices irectrices para el trato con el me menor nor perturbado ment me ntal al le había advertido que quizá algún día tendría que tratar con un alumno que le

 

ataca ría en eell ám atacaría ámbi bitto person personal. al. Y que eso le sacaría al instante de sus casillas, lo que le convertía en un ser   peligroso. ¿Quién podía saberlo mejor que yo? Tendría que protegerme. Estaba  prepar  pre paraa do par paraa eell llo; o; de he hecho cho lo eestaba staba de desde sde eell m mismo ismo m om omento ento eenn que llegué a la conclusión de que la gente podía —simplemente podía, repito— estar  siguiéndome y haciendo comprobaciones. Le di una oportunidad. Esperé a que saliera y me agarrara mientras caminaba despacio hacia la escalera. No deseaba la salvación. Ya había sobrepasado ese punto, o quizá nunca lo había alcanzado. Lo único que deseaba era reconocimiento… o, tal vez, que alguien trazara un círculo amarillo de apestado alrededor de mis pies. Pero no salió. Y por eso contin continué ué adelant a delantee y m e dej é ll llevar evar por m miis iim m pul pulso sos. s.

 

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Baj é por la esca escalera lera si silb lbando; ando; m e sent sentíía m uy bien. bien. A veces vece s llas as ccos osas as suceden aasí sí.. Cuando todo va mal, tu mente arroja todo a la papelera y se marcha un rato a Florida. Y se produce un repentino destello eléctrico (¡qué diablos!) mientras te quedas allí allí, m miirando ra ndo hhac acia ia atrás, hacia eell puent puentee que ac acabas abas de quem quemar ar.. Una chica a quien no conocía se cruzó conmigo en el rellano de la segunda  planta, chica a fe feaay ysostenía ll llee na de granos nos que lllibros evaba ba de unas ga gafa fass gra grandes ndes monturauna de chic concha un gra montón de lleva secretariado. Sentícon el impulso de volverme para observarla por detrás. Sí, sí. Por detrás podía haber  sido la propia Miss América. Era maravilloso.

 

8

El vestíbulo de la primera planta estaba desierto. Ni un alma entraba o salía. El único ruido que se oía era el zumbido semejante al de un avispero que llena por  igual todas las escuelas, tanto las modernas de paredes acristaladas, como las antiguas que apestan a cera para el suelo. Las taquillas se alineaban en hileras como silenciosos centinelas, con huecos aquí y allá para dejar sitio a un surtidor  de agua o la puerta de una clase. La asignatura de álgebra II se impartía en el aula 16, pero mi ropero se hallaba en el otro extremo del vestíbulo. Me dirigí hacia él y lo contemplé. Mi ropero. Así lo indicaba, CHARLES DECKER, escrito pulcramente por mi  propia m ano en una etiqueta de pa papel pel adhe adhesivo sivo Con Con-T -Taa ct propor proporcc ionado por la escuela. Cada mes de septiembre, durante el primer encuentro en la sala de reuniones, se procedía al reparto de etiquetas Con-Tact en blanco; escribíamos cuidadosamente nuestros nombres en ellas y, durante el descanso de dos minutos entre la reunión inaugural con los compañeros de curso y la primera clase del nuevo año escolar, las pegábamos en nuestras respectivas taquillas. El ritual era tan antiguo y sagrado como la primera comunión. El primer día de mi segundo curso, Joe McKennedy salió a mi encuentro en el abarrotado vestíbulo con su etiqueta Con-Tact pegada en la frente y una gran sonrisa bobalicona pegada en los labios. Cientos de horrorizados novatos, cada uno con su pequeña tarjeta de identificación amarilla prendida en la camisa o la blusa, se volvieron para contemplar aquel sacrilegio. Casi me dio un ataque de risa. Naturalmente Joe recibió un castigo por aquello, pero fue lo mejor del día para mí. Cuando lo recuerdo rec uerdo,, creo que fue lo mej or del año. Y allí estaba yo, entre Rosanne Debbins y Carla Dench, que cada mañana se empapaba en agua de rosas, lo que durante el último semestre no me había sido de gran ay ud udaa para m ant antener ener eell ddesay esay un unoo en el est estóma ómago go.. ¡Ah!, pero todo aquello quedaba ya muy atrás. Un ropero gris, de metro y medio de altura, cerrado con candado. Los candados se repartían a principio de curso junt j untoo con las etiq etiquetas uetas C Con-T on-Tac act.t. « Titu Titus» s» , el ccandado, andado, anunci anunciaba aba su nombre.. C nombre Ciérra iérram m e, áábrem brem e. S Soy oy Ti Titu tus, s, el ca candado ndado a ttuu sser ervi vicio. cio.  —¡Titus, viej viej o trasto! —m urm uré uré—. —. ¡Titus, tra trasto sto inút inútil il!! Tendí la mano hacia Titus y me pareció que se alargaba mil kilómetros hasta tocarlo, una mano al final de un brazo de plástico que se estiraba sin dolor. La superficie numerada de la negra cara frontal de Titus me contempló imperturbable, sin condenar mi actitud, pero sin aprobarla tampoco. Cerré los ojos un instante. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, como si unas manos invisibles tirara irarann de m í en direcc direccio iones nes opu opuest estas. as. Cuando vol volví ví a aabrir brir los ojos, tenía a Titus Titus entre los dedos. El abis abism m o se ha había bía cerrado. Las combinaciones de los candados de las escuelas secundarias son

 

sencillas. La mía era seis a la izquierda, treinta a la derecha y dos vueltas seguidas a cero. Titus era más conocido por su fortaleza que por su inteligencia. El candado ca ndado cedi ce dióó y salt saltóó en m mii m ano. Lo agar agarré ré ccon on fu fuer erzza, si sinn hace hacerr ade adem m án de abrir la puerta. En algún lugar del vestíbulo sonaba la voz del señor Johnson:  —… y los hesianos, que e ra rann m e rc rcee narios nar ios a sueldo, no e staba stabann dem a siado dispuestos a combatir, especialmente en un país donde las oportunidades para obtenerr boti obtene botines nes que super superar aran an los salar salario ioss previam ente eest stip ipulados ulados… …  —Hesiano  —He siano —susu —susurr rréé a Titus Titus.. Llevé Ll evé eell candad candadoo a la papelera m ás próxi próxim a y lo arroj arrojéé a ella. ella. Me cont contem em pló pló con aire inocente entre un montón de hojas de deberes desechadas y bolsas de desayuno vacías.  —… pero pe ro rec re c orda ordadd que los hesianos, c om omoo bie bienn sa sabía bía el ej é rc rcit itoo cconti ontinenta nental,l, erann formidabl era formidables m máqui áquinas nas ddee m atar alem alemanes… anes… Me incliné para recoger a Titus y lo guardé en el bolsillo de la camisa, donde formó un bulto del tamaño aproximado de un paquete de cigarrillos.  —Ree c uér  —R uérdalo dalo bien, Tit Titus, us, viej a m á quina de m a tar —m —murm urm uré m ientra ientrass desandaba el camino hasta mi taquilla. La abrí. En la parte inferior, formando una bola que apestaba a sudor, se encontraba mi uniforme de gimnasia, al lado de bolsas de desayuno, envoltorios de caramelos, un corazón de manzana que llevaba allí un mes y había adquirido un encantador color color m marr arrón, ón, y un ppar ar de andraj a ndrajos osas as zzapatil apatillas las ddee de deport portee ne negras. gras. Mi cazadora de nailon roja colgaba de una percha, y en la estantería superior  estaban mis libros de texto, todos excepto el de álgebra II.  Educ  Educación ación cívica. cív ica. Gobierno norteamericano, Cuentos y fábulas franceses y Salud , aquel encantador  manual para alumnos de cursos avanzados, un libro rojo, moderno, con un chico   una chica venéreas de escuela secundaria suprimida en la portada y la sección sobre enfermedades perfectamente a tijeretazos por decisión unánime del Consejo Escolar. Determiné empezar por este último libro, confiando en que se lo hubiera vendido a la escuela ni más ni menos que el viejo Al Lathrop. Lathrop. Lo ssaqué aqué de dell ropero, lloo abrí al aazzar entre « Los component componentes es básicos de la la nut nutrici rición ón»» y « Regl eglas as para eell ddiisfru sfrutte y la seguri seguridad dad en llaa natació natación» n» , y lo  partí  par tí en dos. No re result sultóó difíc difícil il.. N Ninguno inguno m mee costó gr graa n eesfue sfuerzo, rzo, salvo  Educac ión cívica, un contundente texto de Silver Burdett editado en torno a 1946. Arrojé todos los pedazos al fondo del ropero. En la parte superior sólo quedaban la regla de cálculo, que rompí por la mitad, una fotografía de Raquel Welch pegada con cinta adhesiva a la pared del fondo (la dejé donde estaba), y la caja de munición que guardaba guar daba detrá detráss de los li libros. bros. La tomé en mis manos y la contemplé. Originalmente había contenido cartuchos Winchester para carabina larga calibre 22, pero ya no. La había

llenado de balas que había cogido del cajón del escritorio de mi padre. En una  

 par ed de su despa  pared despacc ho había colga colgada da una c a beza de ciervo cie rvo que m e obser observó vó c on sus ojos vidriosos, demasiado llenos de vida, mientras yo sacaba la munición y la  pistol  pis tolaa , per peroo no dej é que su m mira irada da m e inquietar inquietaraa . No eera ra e l anim animaa l que m mii padr padree habíaa aabati habí batido do ddurante urante la ca cace cería ría a que m mee habí habíaa llevado cuando ttenía enía nueve años a ños.. Había encontrado la pistola en otro cajón del escritorio, detrás de una caja de so sobres bres com comer erciales. ciales. Du Dudo do ddee que se aacordar cordaraa de que ttodaví odavíaa tenía el arm a all a llíí. Y de hecho ya no la tenía. Desde luego que no. Estaba en el bolsillo de mi chaqueta. La saqué y me la coloqué en la cintura. No me sentía en absoluto como un hesiano, sin sinoo m ás bie bienn ccom omoo un W Wil ildd Bi Bill ll Hick Hickok ok.. Guardé las balas en el bolsillo de los pantalones y extraje el encendedor. No fumo, pero aquel objeto en cierto modo había despertado mi fantasía. Lo encendí, me agaché y prendí fuego a toda la basura que había acumulado en el fondo del ropero. Las llamas saltaron con avidez de las ropas de gimnasia a las  bolsas  bols as de de desay say uno, los e nvolt nvoltorios orios de c ar araa m elos y los re resto stoss de m is libros, libros, ll lleva evando ndo hast hastaa m í un atléti atlético co aarom romaa a sudor sudor.. Después, consi considera derando ndo que y a ha habí bíaa ll llegado egado dem asiado llej ej os, os, ce cerré rré la puerta de la taquilla. Justo encima de la etiqueta Con-Tact con mi nombre había unos  pequeños  peque ños respirade re spiraderos, ros, a tra través vés de los ccuale ualess m e lle lle gó el cr crepitar epitar de las llam llam as. Momentos después unas pequeñas puntas anaranjadas brillaban en la oscuridad, tras ra s llos os respi respirade raderos, ros, y la pi pint ntura ura gri griss del ropero em pez pezóó a cuar cuartearse tearse y sal saltar tar.. En ese instante salió de la clase del señor Johnson un chico con un pase verde  paraa e l baño. Cont  par Contee m pló el hum humoo que surgía aalegr legree m e nte de los respira respirader deros, os, m mee miró y echó a correr hacia el lavabo. No creo que viera la pistola; no corría tanto. Me encaminé hacia el aula 16, me detuve antes de entrar, con la mano en el picaporte, y miré hacia atrás. El humo salía ya en abundancia, y una mancha oscura, de puro hollín, se extendía por la puerta de mi ropero. La etiqueta Con-T on-Tac actt ssee había vuelto ma marr rrón, ón, y y a no pod podían ían di dist sting ingui uirse rse las lletra etrass que habían formado forma do m i no nom m bre. Dudo de que en ese instante hubiera en mi cabeza algo más que el habitual sonido de electricidad estática de fondo, ése que se oye en la radio cuando se aumenta el volumen al máximo sin haber sintonizado ninguna emisora. Mi cerebro, ce rebro, por así decirl decirlo, o, se se ha habí bíaa cconectado onectado a la re red; d; el ti tipej pej o con el so som m brero de apoleón que llevaba dentro tenía los ases en la mano y había decidido apostar. Volví la vista de nuevo hacia el aula 16 y abrí la puerta. Esperaba algo, pero no sabía sabía qué qué..

 

9

 —… a sí, se e nti ntiende ende que cua cuando ndo a um umee ntam os el núm númer eroo de variables, var iables, los axiom axio m as en sí no ssufre ufrenn cam bios bios.. Por eejj em plo… plo… La señora Underwood Under wood alz alzóó la la m irada, alarm ada, aall tiem tiempo po qque ue se aajj ust ustaba las gafass en la nariz gafa nariz..  —¿Tiene  —¿ Tiene ust ustee d un pase de aadm dmini inistrac stración, ión, sseñor eñor De Decc ke r?  —Síí —re  —S —respondí spondí,, y saqué la pistol pistolaa de la ccint intura ura.. Ni siquiera sabía c on ccer erteza teza si estaba cargada hasta que sonó el disparo. Le di en la cabeza. La señora Underwood no llegó a enterarse de qué le había sucedido, estoy seguro. Cayó de lado sobre el escritorio y luego rodó hasta el suelo. Y aquella expresión expectante jam j am ás se bo borró rró de su ros rostro. tro.

 

10 Cordura.

Uno puede pasarse la vida diciéndose que la vida es lógica, prosaica y cuerda. Sobre todo, cuerda. Y creo que así es. He tenido mucho tiempo para  pensarr en e ll  pensa llo. o. Y siem siempre pre vuelve a m i m e m oria la dec declar laraa ción de la señor señoraa Underwood antes ddee m orir: « Así Así,, ssee eent ntiiende que cuando aum aumentam entamos os el núme ro de var número variabl iables, es, llos os axio axiom m as en sí nnoo su sufre frenn ca cam m bios bios»» . Estoy Est oy rea realme lment ntee convencid convencidoo de eell llo. o. Pienso, luego existo. Tengo vello en la cara, luego me afeito. Mi esposa y mi hijo se encuentran en estado crítico tras un accidente de coche, luego rezo. Todo es lógico, todo es cuerdo. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, de modo que ponme un cigarrillo en la izquierda, una cerveza en la derecha, sintoniza Starsky y Hutch y escucha esa nota suave y armoniosa que es el universo dando vueltas tranquilamente en su giroscopio celestial. Lógica y cordura. Como la coca-c coca -col ola, a, la vid vidaa es así. Sin embargo, como tan bien saben la Warner Brothers, John D. MacDonald y la Long Island Dragway, existe un Mr. Hyde para cada feliz rostro de doctor  Jekyll, una cara oscura al otro lado del espejo. El cerebro tras esa cara nunca ha oí oído do hablar de hoj hojas as de af afeitar, eitar, plegar plegarias ias o llaa lógi lógica ca del uni univer verso. so. V Vuelves uelves de lado ese espejo y ves tu rostro reflejado con una siniestra mueca, medio loca, medio cuerda. cuer da. Los ast astrónomos rónomos deno denom m in inan an a la lín línea ea entre la luz y la os oscuridad curidad « el term inad nador» or» . El otro lado del espejo demuestra que el universo tiene la lógica de un chiquillo vestido de vaquero en la noche de Halloween, con las tripas y la bolsa de caramelos esparcidas a lo largo de un kilómetro de la Interestatal 95. Es la lógi ógica ca del napalm, la para paranoi noia, a, las bo bom m bas en la m aleta de eeso soss ára árabes bes feli felice ces, s, el carcinoma fortuito. Esta lógica se devora a sí misma e indica que la vida es un mono sobre un palo, que gira histérica y errática como esa moneda que se lanza al aire para decidi decidirr qui quién én paga el alm almuerz uerzo. o.  Nadie  Na die m ira ese otro lado a m e nos que sea pre preciso, ciso, y lo e nti ntiendo endo  perfe  per fecta ctam m e nte. Uno lo m ira si un borr borrac acho ho sube a su coc coche he en plena a utopi utopista, sta,  pone el vehíc vehículo ulo a c iento sese sesenta nta y e m piez piezaa a balbuc balbucee ar que su m uje uj e r le ha abandonado; uno lo mira si un tipo decide cruzar Indiana disparando contra los chicos que van en bi bicicleta; cicleta; uno lo m ira si su hher erm m ana dice « baj o un m om omento ento a la ti tienda enda y vuel vuelvo» vo» , y la m ata una bala perdid perdidaa eenn un asalt asalto. o. Un Unoo lloo mira ccuando uando oy eEs oye habl hablar ar ruleta, a su padre de cortar narizelajuego m am está á. manipulado no hace más que una y quien afirmellaa que lamentarse. No importa cuántos números haya, el principio de esa bolita blanca no sufre cambios. No digáis que es absurdo; es todo muy lógico y cuerdo. Y esa naturaleza extraña no sólo se halla en el exterior, sino también dentro

 

de uno, en este mismo instante, creciendo en la oscuridad como un puñado de setas set as m mágicas. ágicas. Ll Llám ám ala la « Cosa osa del S Sót ótano» ano» o el « Zorro ddee las M Melod elodías ías Anim Ani m adas» . Y Yoo lo con concibo cibo como m i di dinos nosaurio aurio pri privado, vado, enorm enorme, e, vis viscoso coso y lerdo, que recorre a trompicones los hediondos pantanos de mi subconsciente sin encontra encont rarr nunca un hhoy oyoo ddee bre breaa lo bbastant astantee gra grande nde para ccaber aber en él. Pero ése soy yo, y había empezado a hablaros de esos brillantes alumnos de la escuela que, metafóricamente hablando, bajaron a la tienda para comprar  leche y terminaron en medio de un robo a mano armada. Soy un caso documentado, carnaza de rutina para las rotativas de los periódicos. Me han concedido cincuenta cincuenta segun segundos dos en el not notiiciario de m ás aaudi udiencia encia y una columna y media en el Time . Y aquí me encuentro, ante vosotros (metafóricamente hablando, habl ando, ot otra ra vez vez), ), y os aseguro qu quee est estoy oy total totalm m ente ccuerdo. uerdo. Es cierto qque ue m e falta algún tornillo ahí arriba, pero todo lo demás funciona perfectamente, m uchas gracias gracias.. Así pues, ell ellos. os. ¿Qué eentendéis ntendéis por « ellos ellos»» ? He Hem m os ddee eest studi udiar ar ese punt punto, o, ¿¿no no os parec parece? e? « ¿Ti Tiene ene us usted ted un pase de adm admin inis istración tración,, señor Dec Deckker er??» , m mee pre pregun guntó tó ell ella. a. « Sí» , re resp spond ondí,í, y saqué la pi pist stol olaa del cin cinto to..  Ni siqu siquier ieraa sabía c on ce certe rtezza si eestaba staba c a rga rgada da hasta que sonó eell dispar disparo. o. Le di en la cabeza. La señora Underwood no llegó a enterarse de qué le había sucedido, estoy seguro. Cayó de lado sobre el escritorio y luego rodó hasta el su suelo. elo. Y aquell aquellaa expresió expresiónn expec expectant tantee j am ás se borró de su ros rostro. tro. Yo soy el cuerdo, soy el crupier, el tipo que lanza la bola en dirección contraria al giro de la rueda. ¿Y el individuo que apuesta su dinero a pares o nones? ¿Y la chica que se juega los cuartos a negro o rojo…? ¿Qué hay de ellos?  No exist e xistee m edida de ti tiee m po que eexpre xprese se la e senc sencia ia de nuestra vida, que m ida el tiempo entre la explosión del plomo en el orificio del cañón y el impacto en la carne, entre el impacto y la oscuridad. Sólo hay una inútil repetición instantánea que no demuestra nada nuevo. Disparé, ella cayó, y se produjo un silencio indescriptible, un lapso infinito, y todos retrocedimos un paso, contemplando cómo la bola daba vueltas y vueltas, saltando, vacilando, relampagueando un instante y siguiendo su marcha, cara o cruz, rojo o negro, pares o nones. Creo que ese momento terminó. De veras lo creo. No obstante a veces, en la oscuridad, pienso que ese espantoso momento fortuito y casual todavía dura, que la rueda aún gira, y que todo lo demás ha sido un sueño. ¿Cómo debe ser la caída desde lo alto de un precipicio para el suicida? Creo que una sensación cordura. Probablemente por eso gritan grit andebe hast ha staadeeell experimentar inst instante ante de estrellarse contra eldefondo.

 

11

Si en aquel preciso instante alguien hubiera exclamado algo melodramático, algo así com comoo « ¡Oh, Di Dios os m ío, vvaa a m atarno atarnoss a to todo dos!» s!» , llaa eescena scena habría habría term inado inmediatamente. Habrían salido de estampida como corderos, y algún tipo agresivo como Dick Keene me habría golpeado en la cabeza con el libro de álgebra y se habría ganado con ello el reconocimiento de la ciudad y el Premio al Ciudadano Ejemplar. Pero nadie pronunció palabra. Todos continuaron sentados en absoluto y aturdido silencio, observándome atentamente, como si acabara de anunciarles que me m e prop proponí oníaa expl expliica carr ccómo ómo consegu conseguiir pases para la últi últim m a sesi sesión ón del vi vier ernes nes en el e l cin cinee aall aire li libre bre de Plac Placer ervi vill lle. e. Cerré la puerta del aula, crucé la clase y me senté tras el gran escritorio. Las  piernas  pier nas m e fla flaquea queaban. ban. Estaba a punto de senta sentarm rm e o c a er al suelo. Tuve que apartar de un empujón los pies de la señora Underwood para hacer sitio a los míos en el hueco bajo la mesa. Dejé la pistola sobre su cuaderno verde, cerré el libro de álgebra y lo coloqué sobre los demás, que formaban una pila ordenada en un ángulo del escr escrit itorio. orio. Fue entonces cuando Irma Bates rompió el silencio con un grito agudo, un graznido semejante al de un pavo joven cuando se le retuerce el pescuezo la víspera del día de Acción de Gracias. Pero era demasiado tarde; todos habían aprovechado aquel inacabable instante para meditar sobre la vida y la muerte. adie se unió unió a su gri grito to,, e IIrm rm a eenmudec nmudeciió, com comoo si se ave avergonz rgonzar araa de chil chillar lar eenn medio de la clase, por grande que fuera la provocación. Alguien carraspeó. Algui Alg uien, en, al fond fondoo del aul aula, a, di dijj o « ¡Hum ¡Hum!» !» con un ttono ono levem ente cr crít ítiico. Y Joh Johnn Pocilga Dano se deslizó lentamente de su asiento y se desplomó, desvanecido, con un ruido sordo. Levantaron la la m irada hac hacia ia m míí ddesde esde la profundi profundidad dad de su so sorpre rpresa. sa.  —A e sto se le ll llaa m a da darle rle fue fuerte rte a uno —c —com omenté enté a fa fablem blem e nte. Se oyeron unas pisadas procedentes del fondo del vestíbulo, y alguien  preguntó  pre guntó si había explotado algo en e l labor laborator atorio io de químic química. a. Mientra Mientrass otro respondía que no lo sabía, se disparó la estridente alarma de incendios. La mitad de los los chi chicos cos de la clase em pez pezóó a ponerse en pie autom autom áti ática cam m ente.  —No es nada —af —afirm irmé—. é—. Sólo es m i rope ropero. ro. Le he pre prendido ndido fue fuego, go, nada más. Sentaos. Quienes se habían levantado ocuparon de nuevo sus asientos obedientemente. Busqué a Sandra Cross. Se hallaba en la tercera fila, cuarto pupitre, y no parecía asustada. asus tada. Pa Parec recía ía lloo qu quee eera ra,, un unaa buena cchi hica ca profun profundam damente ente excit excitante. ante. Fuera uera,, en eell césped, com comenz enzaban aban a ali alinear nearse se hil hiler eras as de alumnos. Lo Loss veí veíaa por  la vent ventana. ana. En ccam am bio bio la ar ardi dillla había desapar desaparec eciido. Las ardil ardilllas no si sirven rven par paraa el  papell de eespec  pape spectador tador inoc inocente ente..

 

Se aabri brióó llaa puer puertta, y así el arm arma. a. El sseñor eñor V Vanee anee asomó la ccabeza. abeza.  —Alarm  —Alar m a de ince incendio ndio —exc —exclam lam ó—. Todos… ¿Dónde está la señor señoraa Underwood?  —Largo  —La rgo —dij —dije. e. Él me miró. Era un tipo gordo con el cabello cortado al rape, como si alguien se lo hubiera podado cuidadosamente con una segadora de setos.  —¿Có  —¿ Cóm m o? ¿Qué ha dic dicho? ho?  —La rgo.  —Largo. Disparé contra él y fallé. La bala hizo saltar el borde superior de la puerta, esparciendo espar ciendo aast stil illas. las.  —¡Dios  —¡D ios m ío! —m —musit usitóó alguien eenn la prim primee ra fila. El señor Vanee no sabía qué sucedía. Creo que ninguno de ellos lo sabía. La escena me recordaba un artículo que había leído sobre el último gran terremoto de California. Refería el caso de una mujer que iba de habitación en habitación m ient ientra rass ttoda oda la ccasa asa ca caía ía en pe pedaz dazos os al alre rededor, dedor, gri gritand tandoo a su marid ma ridoo que hici hicier eraa el favor de desconectar el ventilador. El señor Vanee decidió empezar de nuevo.  —Hayy un ince  —Ha incendio ndio en el eedificio. dificio. T Tenga engann la bondad de de… …  —Cha  —C harlie rlie ti tiee ne una pist pistola, ola, señor Va nee —explicó Mi Mikke Ga Gavin vin ccon on eell m ismo tono que habí habíaa eem m plea pleado do ppar araa ha habl blar ar del tiem tiempo— po—.. C Cre reoo qu quee ser seráá m ej or… La segunda bala le alcanz alca nzóó en la garga gargant nta. a. Su ca carne rne se esparc esparció ió com comoo si fuer fueraa líquida, como el agua cuando se arroja una piedra. Retrocedió hacia el vestíbulo llevándo levándose se la m ano al ccuell uelloo y se despl desplomó. omó. Irma Bates volvió a chillar, pero tampoco nadie la secundó esta vez. Si hubiera sido Carol Granger, se habrían unido a ella muchísimos alumnos, pero ¿quién quería organizar un concierto con la pobre Irma Bates? Ni siquiera tenía novio. Además, todos estaban demasiado ocupados observando al señor Vanee, cuy a m ano ssee m ov ovíía cada vez m ás llent entam am ent entee so sobre bre la gargant garganta. a.  —Tee d. —T  —T —Tee d Jones ocupa ocupaba ba e l asie asiento nto m á s próxim próximoo a la puer puerta—. ta—. Ci Ciee rr rraa y echa el cerrojo.  —¿Qué  —¿ Qué c rees re es que está estáss hac haciendo? iendo? —pre —preguntó guntó T Ted, ed, m irá irándom ndomee e ntre a sust sustado ado  desdeñoso  de sdeñoso..  —Todavía  —T odavía no cconoz onozco co todos llos os de detalles talles —r —ree spondí spondí—. —. De todos m modos odos ccier ierra ra la puerta y ec echa ha el cerr cerrojo, ojo, ¿¿de de ac acuerdo uerdo?? Al fondo del vestíbul vestíbulo, o, una voz exc exclam lamaba aba::  —¡Es un ropero! rope ro! ¡Es un…! ¡Eh, P ete eterr Va nce ha sufr sufrido ido un infa infarto! rto! ¡T ¡Tra raee d agua! ¡Traed… ¡Trae d…!! Tedtejanos Jon Jones es sedesteñidos levantó levantó,, ce cerró la puer puerta ta y militar. pasó el cer cerroj rojo. o.unEraaspecto un cchi hico co aalt ltoo que vestía yrróuna camisa Tenía excelente. Siempre le había admirado, aunque nunca formó parte del circo en que yo viajaba. Conducía un Mustang que su padre le había regalado el año anterior y tampoco utilizaba billetes de aparcamiento. Lucía un peinado pasado de moda, y

tampoco utilizaba billetes de aparcamiento. Lucía un peinado pasado de moda, y  

apuesto a que era su rostro el que Irma Bates evocaba cuando sacaba furtivamente un pepino del frigorífico, ya de madrugada. Con un nombre tan norteamericano como Ted Jones, no daba lugar a confusiones. Su padre era vicepresidente del Banco de Placerville.  —¿Y  —¿ Y aahora hora qué? —preguntó Ha Harm rm on Jac Jackkson con tono de pe perple rplejj idad.  —Humm  —Hum m … —De —Dejj é otra vez la pis pistol tolaa sobre el c uade uaderno rno ver verde—. de—. Bi Biee n, que alguien algu ien reanime a P Pocil ocilga. ga. S See m ancha anchará rá la ccam am isa… isa… aún m más, ás, qu quiero iero decir decir.. Sarah Pasterne emitió una risita histérica y se llevó la mano a la boca. George Yannick, que se sentaba al lado de Pocilga, se acuclilló a su lado y le dio unos cachetes. Pocilga gimió, abrió los ojos, dirigió la vista a un lado y a otro y  por últim últim o dij dijo: o:  —¡Se ha c a rga rgado do a Bolsa Bolsa de Libros! Esta vez se oyeron varias risas histéricas. Estallaron por toda el aula como  palomit  palom itaa s de m aíz aíz.. La señor señoraa U Under nderwood wood ll llee vaba a toda todass sus c lase lasess dos ma maletines letines de plástico con un diseño de cuadros escoceses. También se la conocía por Sue Dos Pistolas. Pocilga se instaló en su asiento, tembloroso, volvió a desplazar la m irada eenn ttodas odas di direc reccion ciones es y se ec echó hó a ll llorar orar.. Alguien llamó a la puerta y, tras intentar abrir, exclamó:  —¡Eh! ¡Eh, los de aahí hí dentro! Parecía la voz del señor Johnson, el que un rato antes hablaba de los hesianos. Cogí la pistola y disparé a través del cristal reforzado con una tela de alambre. La  bala realiz re alizóó un lim limpio pio aaguj gujer eroo por e ncim a de la c abez abe za de dell se señor ñor Johnson Johnson,, quien desapareció de la vista como un submarino que se sumerge en zafarrancho de combate. La clase (con la posible excepción de Ted) contempló la escena con visible interés, como si se tratara de una buena película.  —¡Ahí  —¡A hí de dentro ntro hay a lgui lguiee n con una pist pistola! ola! —vocife —vociferó ró e l señor Johnson Johnson.. Se oyó un leve traqueteo mientras el hombre se alejaba gateando. La alarma de incendios continuaba zumbando ásperamente.  —¿Y  —¿ Y aahora hora qué? —preguntó de nue nuevo vo Harm Ha rm on Jac Jackkson. Era un chico menudo que habitualmente tenía una gran sonrisa torcida en su rostro; ahora, en cambio, parecía desvalido, perdido en el mar.  No enc encontré ontré re respuesta spuesta a su pre pregunta, gunta, de m odo que no le hice ca caso. so. F Fue uera ra,, los chicos se apiñaban inquietos en el césped, haciendo comentarios y señalando el aula 16 mientras la noticia pasaba de boca en boca. Poco después algunos maestros —los varones— los condujeron hacia el gimnasio, al otro extremo del edificio. En la ciudad empezóenaciclos aullarhistéricos. la sirena de incendios del edificio municipal, alzándose y apagándose  —Es com o el ffin in del m mundo undo —m —murm urm uró Sandra Cross. Tam poco encont encontré ré rrespu espuesta esta para eese se com comentario entario..

 

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Permanecieron en silencio durante, quizá, cinco minutos, hasta que los coches de  bombe  bom beros ros ll llee gar garon on a la esc escuela uela.. Me m ira iraron, ron, y y o les m iré iré.. Ta l vez todavía hubieran podido largarse, y hay gente que todavía me pregunta por qué no lo hi hicier cieron. on. « ¿P or qué no echa echaron ron a ccorre orrer, r, C Char harli lie? e? ¿Qué les hicist hiciste?» e?» . Al Alguno gunoss lloo  preguntan  pre guntan casi ca si con tem or, c om omoo si hubiera a lgo diabóli diabólicc o en m i int inter erior ior.. Yo no respondo. No contesto a ninguna pregunta sobre lo que sucedió esa mañana en el aula 16. Pero si tuviera que decir algo al respecto, afirmaría que han olvidado qué es ser joven, vivir en estrecha intimidad con la violencia, las habituales  peleaa s a puñeta  pele puñetazzos en e l gim gimnasio, nasio, las riña riñass en las dis discc otec otecas as de Le Lewist wiston, on, las crudas imágenes en la televisión, los asesinatos en las películas. En el cine al aire libre local la mayoría de nosotros hemos visto a una niña vomitar puré de guisantes sobre un sacerdote. Comparado con eso, la pobre Bolsa de Libros no era nada del ot otro ro m mund undo. o.  No tra trato to de j ust ustifica ificarr nada nada,, ¿entendido? Ac Actualm tualmente ente no eesto stoyy de hum humor or par paraa emprender ninguna clase de cruzada. Sólo pretendo plantear que los jóvenes norteamericanos viven rodeados de violencia, tanto real como imaginaria. Además, ese día me convertí en el centro de interés. ¡Eh!, Charlie Decker se ha vuelto loco esta mañana, ¿te has enterado? ¡No! ¿De veras? Sí, sí. Yo estaba allí. Era como ver Bonnie and Clyde, en el cine, salvo que Charlie se había vuelto m aj ara y no hhabí abíaa palo palom m itas de m maíz aíz.. Sé que los chicos pensaban que no les ocurriría nada. Sin embargo me  pregunto,  pre gunto, ¿¿dese deseaba abann ac acaso aso que m e ccaa rga rgara ra a alguien m ás? A la sirena de los bomberos se había unido un segundo sonido estridente que se acercaba con mayor rapidez. No era la policía. Se trataba de esa melodía histérica, parecida a los cantos tiroleses, que es la última moda en sirenas de ambulancias. Siempre he pensado que algún día los vehículos de servicios de em ergencia er gencia se vol volverá veránn un poco m más ás in intteli eligent gentes es y dej dejar arán án de aasu sust star ar a aquél a quéllo loss a quienes acuden a salvar. Cuando se produzca un incendio, un accidente o un desastre natural como yo, todos esos vehículos se dirigirán a la escena del suceso acompañados del sonido amplificado de los Darktown Strutters interpretando anjo Rag . Llegará ese día. ¡Oh, sí!

 

13

Dada la situación en la escuela, el servicio contraincendios de la ciudad decidió continuar adelante. El jefe de bomberos fue el primero en llegar; enfiló a toda velocidad la gran avenida semicircular de entrada al colegio con un Ford Pinto azul con cubierta transparente blindada. Lo seguía un grupo de bomberos que enarbolaban garfios y escaleras como si de estandartes de guerra se tratara. Más atrás avanz ava nzaban aban las bombas de aagua. gua.  —¿Le  —¿ Less dej a rá ráss entra entrar? r? —preguntó Jac Jackk Goldm Goldmaa n.  —El ince incendio ndio es ahí fue fuera ra —respondí —re spondí—, —, no aquí.  —¿Cerr  —¿ Cerraa ste la puer puerta ta de tu taquill taquilla? a? —pre —preguntó guntó Sy lvi lviaa Raga Ragan, n, una rubia maciza con dientes ligeramente cariados y grandes pechos cubiertos con una chaqueta de lana.  —Sí.í.  —S  —Entoncess yyaa se habr  —Entonce habráá aapaga pagado. do. Mike Gavin observó a los bomberos que corrían de un lado a otro y soltó una risita.  —Dos de esos e sos ttipos ipos a ca caban ban de c hoca hocarr —c —com omee ntó—. Qué gra gracioso. cioso. Los dos bomberos caídos en el suelo se incorporaron. El grupo se preparaba  paraa eentra  par ntrarr eenn el lugar de dell ince incendio, ndio, cuando sa sali liee ron a su enc encuentr uentroo dos figura figurass en traj ra j e de ccall alle. e. Uno er eraa el señor Jo Johns hnson, on, el S Subma ubmarin rinoo Huma Humano, no, y el ot otro ro el señor  Grace. Ambos empezaron a hablar atropelladamente con el jefe de bomberos, gesticulando. Unas largas mangueras con bocas relucientes estaban siendo desenrolladas de las bombas y arrastradas hacia la entrada principal de la escuela. El jefe de  bombe  bom beros ros se volvió hac hacia ia quienes quiene s re realiz alizaba abann la tar tarea ea y e xcla xclam m ó:  —¡Dee tene  —¡D teneos! os! Los hombres se detuvieron en mitad del césped, indecisos, con las bocas de las m mangueras angueras eenn llas as m manos, anos, com comoo falos m etáli etálicos. cos. El jefe de bomberos continuó conferenciando con los señores Johnson y Grace. El primero señaló el aula 16. Thomas Denver, el director del cuello excesivamente afeitado, se acercó a ellos corriendo y se incorporó a la conversación. Empezaba a parecer una reunión táctica en el montículo del itcher  en  en la mit m itad ad de la novena entrada.  —¡Quier  —¡Q uieroo irm irmee a ca casa! sa! —m —masc ascull ullóó de pr pronto onto Irm a Bates.  —Olvídaa lo —repliqué.  —Olvíd de bomberos de gesticulando; eló señor  GraEl Grace ce jefe cabece ca beceó ó iirrit rritado ado yseledirigió pu puso so uuna nanuevo m ano aensus el hombres, hombro. El j efe se vol volvi vió hacia Denver para decirle aalg lgo. o. És Éste te asin asinti tióó y corrió hacia la entrada pri princip ncipal. al. Moviendo la cabeza no muy convencido, el jefe de bomberos se encaminó

hacia su coche, rebuscó en el asiento trasero y sacó un espléndido altavoz de  

 pilas. Apue  pilas. Apuesto sto a que e n e l par parque que de bom bomber beros os debía de habe haberr ver verdade dadera rass discusiones para decidir quién se encargaba del aparato, pero ese día, evidentemente, el jefe imponía a todos su rango. El hombre apuntó el altavoz hacia la masa m asa de alu alum m no nos. s.  —Apárte  —Apá rtense nse del eedificio. dificio. Repito, apá apárte rtense nse del eedificio. dificio. Dir Diríj íjaa nse al ar arcé cénn de la avenida. Diríjanse al arcén de la avenida. Dentro de poco llegarán autobuses  paraa tra  par traslada sladarle rless a sus ca casas. sas. La esc escuela uela queda c er erra rada da dura durante… nte… —fue int nterr errumpido umpido por uunn bbre reve ve y entu entusi siasm asmado ado « ¡hurra ¡hurra!» !» —… durant durantee el resto del día. Ahora, por favor, apártense del edificio. Un grupo de profesores —esta vez tanto mujeres como hombres—  empezaron a conducir a los alumnos hacia el lugar señalado. Los chicos y las chicas volvían la cabeza, intercambiando comentarios. Busqué a Joe McKennedy entre la m ul ulti titu tud, d, pero no alcancé a ve verle. rle.  —¿P  —¿ P odem os ha hace cerr los debe debere res? s? —inqui —inquirió rió Melvin Thom Thomaa s con voz temblorosa. Todos prorrumpieron en carcajadas, sorprendidos por la pregunta.  —Adelante  —Ade lante —re —respondí spondí.. Tra Trass m e dit ditaa r unos segundos, a ñadí—: Si quer queréis éis fumar fum ar,, po podéis déis hace hacerlo rlo.. Un par de chicos se llevó la mano al bolsillo. Sylvia Ragan, en su papel de la señora de la mansión, sacó con delicadeza de su bolso un arrugado paquete de Camel y encendió un cigarrillo con despreocupada elegancia. Exhalando una  bocanada  boca nada de hum humo, o, aarr rroj ojóó la ce cerill rillaa a l sue suelo lo y estiró las pier pierna nass sin pr preoc eocupar uparse se  por la posición en e n que quedaba que daba su fa falda. lda. Se la ve veía ía ccóm ómoda. oda. Tenía que haber algo más, reflexioné. Estaba haciéndolo bastante bien, pero tenía que haber mil cosas en que no había pensado. En realidad tampoco importaba mucho.  —Sii te  —S te néis algún aam m igo o am amiga iga eespec special ial con quien que querá ráis is ssee ntar ntaros, os, ca cam m biad de asi a siento ento.. Pe Pero ro no in intent tentéis éis ace acerc rcar aros os a m í o a la puerta, por favor favor.. Un par de muchachos se acomodaron junto a sus parejas con movimientos rápidos y sigilosos, pero la mayoría permaneció inmóvil donde estaba. Melvin Thom Tho m as, que habí habíaa abierto el lliibro de áállgebra, no pare parecía cía capaz c apaz de conce concent ntra rarse. rse. Tení eníaa fij fijaa eenn mí llaa m irada. S See oy ó un leve « cli clic» c» m etál etáliico procedent procedentee de un rincón del techo del aula. Alguien acababa de poner en funcionamiento el si sist stem em a de in intercom tercom uni unica cadores dores de llaa eescuela. scuela.  —Hola. —Era —Er a la voz de D Dee nver nver—. —. Hola, aaula ula 16.  —Hola —dije —dij e .  —¿Quién  —¿ Quién ha habla? bla?  —C  —Cha harlie rlie De Deck e r.go si Se pr produjo odujo uncke lar largo silencio. lencio. Por ffin in lllegó legó una nueva pre pregunt gunta: a:  —¿Qué  —¿ Qué está suce sucediendo diendo aahí hí aba abajj o, De Deck ckee r? Medité la respuesta antes de hablar:

  Supongo Supongo que m mee he vue vuelt ltoo loco.  

Un nuevo silencio, aún más prolongado que el anterior. Al cabo, Denver  inquirió:  —¿Qué  —¿ Qué has he hecc ho? Hice un gesto a Ted Jones, que asintió educadamente.  —¿S  —¿ Se ñor De Denver nver?? —dijo.  —¿Quién  —¿ Quién ha habla? bla?  —Tee d Jones, señor De  —T Denver. nver. Ch Chaa rlie ti tiene ene un a rm a. Nos ha tom tomaa do c om omoo rehe nes. Ha m rehenes. matado atado a la señora Underwood, creo que tam tambi bién én al señor Vance Vance..  —Desde  —De sde luego que sí — —aña añadí. dí.  —¡Oh!  —¡O h! —exc —exclam lam ó el señor De Denver. nver. Sa ra rahh P a sterne dej ó esc escaa par de nuevo una risita.  —¿T  —¿ Te d Jones? —ll —llam am ó el director dire ctor..  —Aquí estoy —re —respondi spondióó él. Parecía un chico muy competente, desde luego, y al mismo tiempo algo distante; como un primer teniente que hubiera asistido a la universidad. Merecía la admiración de todos.  —¿Quién  —¿ Quién ha hayy e n el aaula ula aadem dem ás de tú y De Decc ker er??  —Un mom m omee nto —i —inter ntervine—, vine—, pa pasar saréé list lista. a. E Esper speree . Tomé la libre ibretta verde de la señora U Underwood nderwood y la abrí.  —See gundo sem  —S semestre estre,, ¿¿ver verdad? dad?  —Síí —confir  —S —confirm m ó Co Cork rky. y.  —Bien,  —B ien, eem m pec pecem em os. ¿¿Ir Irm m a Ba Bates? tes?  —¡Quier  —¡Q uieroo irm irmee a ca casa! sa! —espe —espetó tó Irm a ccon on tono desa desafia fiante. nte.  —Pre  —P resente sente —dije —dije—. —. ¿¿S Susan Brook Brooks? s?  —Aquí.  —¿Na  —¿ Nancy ncy Cask Caskin? in?  —Aquí. Continué con el resto de la lista. Había veinticinco nombres; el único ausente era Peter Franklin.  —¿Le  —¿ Le ha ocur ocurrido rido algo a P e ter Fra rank nkli lin? n? ¿Le has dispa dispa ra rado? do? —pre —preguntó guntó el señor señ or Denver Denver con calma calma..  —Tiene el sar saraa m pión —explicó Don Lordi. La inform a c ión provoc provocóó de nuevo la hilar hilaridad idad de todos. todos. T Ted ed Jones fr frunció unció el entrec entrecej ej o.  —¿De  —¿ Deck ckee r?  —¿S  —¿ Sí?  —¿V  —¿ Vas a de dejj ar arles les salir?  —De om ome —contesté. sté.  —¿  —¿P P ormqué qué? ?e nto no —conte En la voz del director se percibían una tremenda preocupación y un gran abatimiento. Por un instante casi sentí lástima por él, pero enseguida reprimí ese

sentimiento. Era como participar en una gran partida de póquer. Imagina a un  

tipo que lleva toda la noche ganando mucho, que ha acumulado un montón de fichas y, de repente, empieza a perder, no un poco, sino mucho cada vez; uno querría compadecerse de él, pero ha de olvidar ese sentimiento y lanzarse a por  él, o arriesgarse a una derrota completa. Por eso afirmé:  —Porque  —P orque todavía no he ter term m inado de ar arm m a rla a quí aba abajj o.  —¿Qué  —¿ Qué sig significa nifica eso?  —Signi  —S ignific ficaa que aquí seguire seguirem m os —re —respondí spondí.. Carol Gr Graa nger a brió los ojos oj os como platos.  —Decc ke r…  —De  —Llám a m e Char Charli liee . T Todos odos m mis is am amigos igos m e llam a n C Char harli lie. e.  —Decc ke r…  —De Levanté una mano frente a toda la clase y crucé los dedos índice y corazón. Luego insistí:  —Sii no me ll  —S llaa m a Ch Chaa rlie, dispar disparar aréé a aalgui lguiee n. Una pausa.  —¿Ch  —¿ Chaa rlie?  —Eso está e stá m e j or or.. —En la últ últim imaa fila, Mi Mikke Ga Gavin vin y Dick Kee Keene ne dis disim imulaba ulabann una sonrisa. Otros no se molestaban en disimularlas—. Tú me llamas Charlie, y o te llamaré Tom. ¿De acuerdo, Tom? Una nueva pausa. Larga. Larga . Larguí Larguísi sim m a.  —¿Cu  —¿ Cuáá ndo les dej ar arás ás sa sali lir, r, Char Charli liee ? Ellos no te ha hann hec hecho ho nada nada.. En el exterior, uno de los tres coches de la policía municipal, blanco y negro,  otro vehículo azul de la policía del Estado habían aparcado en el arcén de la avenida más alejado del edificio. Jerry Kesserling, el jefe desde que Warren Talbot se había retirado al cementerio metodista local en 1975, empezó a dirigir  el tráfico hacia la carr c arretera etera de Oa Oakk Hil Hilll Pond Pond..  —¿Me  —¿ Me ha hass oí oído, do, C Char harli lie? e?  —Sí,í, pe  —S pero ro no pue puedo do de decc írtelo por porque que no lo sé. Supongo que hay m ás poli policc ías en cam c am in ino, o, ¿¿verdad? verdad?  —Less ha ll  —Le llam am a do e l se señor ñor Wolfe —explicó e l se señor ñor De Denver nver—. —. Supongo que vendrán muchísimos más cuando se enteren con todo detalle de lo que está sucediendo. Usarán gases lacrimógenos y todo eso. Dec… Charlie. ¿Por qué llegar a una situación tan difícil para ti y tus compañeros?  —¿T  —¿ Tom om??  —¿Qué  —¿ Qué?? —pre —preguntó guntó c on tono quej oso.  —Saa ca tu fla  —S flacc o y apr apree tado c ulo a hí fue fuera ra y dile dile s que si alguien lanz lanzaa gase gasess lacrimógenos om algo recuerden rec uerden qui quién manda andaparecido ahora. aquí dentro, haré que lo lamenten. Diles que  —¿P  —¿ P or qué qué?? ¿P or qué hac haces es eesto sto?? Su voz delataba irritación, impotencia y miedo. Parecía un hombre que

acabar ac abaraa de descubri descubrirr que no tení teníaa a nadi nadiee a qui quien en ccar argar gar la rrespon esponsabi sabili lidad dad de los  

hechos.  —No lo sé —dije —dije—, —, per peroo segur seguroo que e sto super superaa tus c a ce cería ríass de braguit bra guitas, as, Tom. Y no creo que en realidad te preocupe mucho. Sólo quiero que salgas ahí fuera y les comuniq comuniques ues lloo qu quee ac acabo abo de dec decirt irte. e. ¿¿Lo Lo harás, T Tom om??  —No tengo alt a ltee rna rnati tiva, va, ¿ver ¿verdad? dad?  —Es cierto, cie rto, no la tiene tienes. s. Y algo m más, ás, T Tom om..  —¿Qué  —¿ Qué?? —pre —preguntó guntó c on voz vac vacil ilaa nte.  —Comoo proba  —Com probablem blemee nte habr habráá s adve advertido, rtido, Tom om,, no m e ca caes es m uy bien, per peroo hasta ahora no has tenido que preocuparte de verdad por mis sentimientos. En este momento, en cambio, ya no soy un mero expediente en el archivo, Tom. ¿Lo entiendes bien? No soy un historial que puedes cerrar cuando termina la ornada laboral, ¿te enteras? —Mi voz se había alzado hasta convertirse en un grito—. ¿Te has enterado, Tom? ¿Has asimilado ese detalle?  —Sí,í, C  —S Char harli liee —re —repli plicó có éél,l, abr abrum umaa do—, m mee he eenter nteraa do.  —No, todavía no, Tom om.. P er eroo y a te entera ente rará rás. s. Antes de que ter term m ine e l día, entenderemos qué diferencias existen entre las personas de carne y hueso y las hojass de papel de un expedi hoja expediente. ente. Y las di dife fere rencias ncias ent entre re rea reali lizzar tu trabaj o y que te ha hagan gan un unaa j ugarre ugarretta. ¿¿Qué Qué pi piensas ensas de eso, T Tomm omm y ?  —Cre  —C reoo que eestás stás enf enfee rm o, De Deck cker. er.  —No; creo cr eo que e stás enf enfee rm o, C Char harli lie. e. Q Que uería ríass dec decir ir eeso, so, ¿ve ¿verda rdad, d, Tom Tom??  —Sí.í.  —S  —Dilo.  —Cre  —C reoo que eestás stás enf enfee rm o, C Char harli lie. e. Era la voz maquinal y avergonzada de un niño de siete años.  —Tú tam bién ti tiee nes que ay udar un poco a ar arm m a rla rla,, Tom. om . Ahor Ahora, a, sal a hí fuera y expl explíícal ca les lo que ac acabo abo de decirte. Denver carraspeó como si se dispusiera a añadir algo más, pero un instante después el intercomunicador emitió un chasquido. Un leve murmullo se extendió  por la cla clase. se. O Obser bservé vé los rost rostros ros de los estudi estudiaa ntes ccon on aatenc tención. ión. S Sus us m mira irada dass er eraa n m uy frías y algo in indi dife fere rent ntes es (la sorpresa a vece ve cess actúa así; de re repent pentee uno ssee ve lanzado al vacío, como un piloto de un cazabombardero expulsado de la cabina  por su asie asiento nto ey e ctor ctor,, y pasa de una vida a burr burrida ida que par paree c e un sueño a  parti  par ticc ipar en un suce suceso so a brum a dor, sobre sobrecc a rga rgado do de re reaa lidad, lidad, y el ce cere rebro bro se niega a adaptarse a la nueva situación; lo único que cabe hacer es continuar en caída libre y confiar en que, tarde o temprano, se abrirá el paracaídas). Un recuerdo de la clase de gramática surgió en mi mente:  Mae stra,  Maestr a, mae maest stra, ra, to tocc a la campana, mi lecc ión ttee rec recit itaré aré mañana,  y c uando llegue llegue e l final final de dell dí día, a,

habré aprendido más de lo que debía.  

Me pregunté qué estarían aprendiendo ese día, qué estaría aprendiendo yo. Habían empezado a llegar los autobuses escolares amarillos, y nuestros compañeros pronto se hallarían en sus casas, siguiendo la fiesta frente al televisor  del salón o por los transistores de bolsillo; en cambio en el aula 16, la educación continuaba. Di un golpe breve y seco sobre el escritorio con la empuñadura de la pistola. El murmullo cesó. Todos me miraban con la misma atención con que yo les había observado momentos antes. Juez y jurado. ¿O jurado y defensor? Sentí ganas de de eecharm charm e a reír reír..  —Bue  —B ueno no —dij —dije—, e—, segur seguram am e nte he puesto a De Denver nver en su sit sitio. io. Creo que deberíam os charl char lar un poco. poco.  —¿En  —¿ En priva privado? do? —pre —preguntó guntó Geor George ge Y Yaa nnik nnik—. —. ¿¿S Sólo no nosotros sotros y tú? El muchacho tenía una expresión inteligente, vivaracha, y no parecía asustado.  —Sí.í.  —S  —Entonces,  —Entonce s, ser seráá m ej or que desc desconec onectes tes eell inter intercc om omunica unicador dor..  —Eress un m  —Ere maldito aldito bboca ocazza s —i —inter ntervino vino T Tee d Jones. George Ge orge se volvi volvióó hac hacia ia éél,l, do doli lido. do. Se produj produjoo un iincóm ncómodo odo ssil ilencio encio m mient ientra rass yyoo m mee poní poníaa eenn pi piee y ac accion cionaba aba la  pequeña  peque ña pala palanca nca baj o el a lt ltaa voz voz,, pasá pasándola ndola de « habla hablarr-ee scuc scucha har» r» a « escuchar» escucha r» . T Tomé omé asient asientoo de nu nuevo evo ttra rass el escrit escritori orioo e hice un gest gestoo de asentimiento al tiempo que miraba a Ted.  —De todos m odos y a había pensa pensado do en eso —m —mentí—. entí—. No de deber berías ías tomártelo así. Ted no replicó, pero me dedicó una extraña sonrisa que me hizo pensar si estaba est aba pre pregun gunttándos ándosee ccómo ómo sabría m mii ca carne. rne.  —Está bien —dije —dij e a la cclase lase en ge gener neraa l—. Qui Quizzá está estáss lloc oco, o, per peroo no dis dispar paraa ré contra nadie por discutir conmigo. Creedme, no temáis que os cierre la boca a tiros iros… … si siem em pre que no habl hablem em os todo todoss a la vez vez.. —No parec parecía ía que éése se fue fuera ra a ser  el problema—. Tomemos el toro por los cuernos. ¿Hay alguien que piense en serioo qu seri quee eenn cual cualqu quiier m ome oment ntoo me levant evantaré aré y le m ataré? Unos pocos se m ostra ostraron ron un tanto int intra ranqui nquilo los, s, per peroo na nadi diee re respon spondió dió..  —Está bien, porque no pienso hac hacee rlo. Senc encil illam lam ente nos queda quedare rem m os aquí sentados y les daremos un buen susto.  —Sí,í, cla  —S claro. ro. Se guro que la se señora ñora Unde Underw rwood ood sólo se ha lle lle vado un bue buenn susto  —repuso  —re puso T Ted. ed. En sus labios aún se dibuj dibujaa ba aaquella quella eextra xtraña ña sonr sonrisa. isa.  —HeLas tenido quehan hac hacer erlo. lo. Sé e s que difíc difícil il deelente entender nder, , per pero… o… he quiero tenido que que hacerlo. cosas salido así.que Igual con señor Vance. Pero todos estéis tranquilos; nadie va a barrer esta clase a tiros, de modo que no tenéis de qué preocuparos preocupar os..

Carol ar ol Granger levantó llaa m ano tím tím id idam am ente. Le hice un ges gesto to con llaa ccabeza. abeza.  

Era una chica lista como una ardilla. Delegada de la clase y candidata segura a  pronunciar  pronunc iar el dis discc urso de fin de a ño e n j unio; « Nue Nuestras stras re responsabil sponsabilidade idadess par paraa con la la ra razza negra negra»» , o qui quizzá « Esp Espera eranz nzas as para eell futu futuro» ro» . Y Yaa se había iins nscrito crito en una de esas e sas grandes uni universi versidades dades fe fem m enin eninas as dond dondee la gente si siem em pre se pre pregun gunta ta cuántas vírgenes vírgenes aallbergan sus aul aulas. as. S Siin em bargo, no po porr eeso so me ca caía ía m mal. al.  —¿Cu  —¿ Cuáá ndo podre podrem m os m mar arcc har harnos, nos, C Char harli liee ? Sus uspi piré ré y m e eencogí ncogí de hombros.  —Te ndre  —Te ndrem m os que eesper speraa r a ver qué suc sucee de.  —¡Per  —¡P eroo m mii m madr adree eestará stará m uy a sust sustaa da!  —¿P  —¿ P or qué qué?? —int —intee rvino S Syy lvi lviaa Ra Ragan—. gan—. Y Yaa sa sabe be dónde está estás, s, ¿¿no? no? Todos prorrumpieron en carcajadas, salvo Ted Jones, que no se reía. Yo debía vigilar a aquel muchacho, que seguía luciendo aquella sonrisa fiera. Era evidente que deseaba terminar de una vez con todo aquello. Pero ¿por qué? ¿Por una medalla al Mérito de la Prevención de la Locura? No parecía suficiente. ¿Para recibir la adulación de la comunidad en general? No parecía ése su estilo. El estilo de Ted era no destacar nunca demasiado. Era el único tipo, que yo supiera, que se había retirado del equipo de fútbol después de tres tardes de gloria en el campo durante su segundo año en la escuela. El redactor de deportes del  periodi  per iodicuc cucho ho loca locall le ha había bía de descr scrit itoo ccom omoo eell m mej ej or delanter de lanteroo que había salido de la Escuela Secundaria de Placerville. Sin embargo, Ted se había retirado de  pronto, sin da darr la m enor e xpli xplica cación. ción. Result Resultaba aba m uy sorpre sorprendente ndente y m á s aún el hecho de que su popularidad no hubiera descendido un ápice. Al contrario, se había convertido en el chico ideal. Joe McKennedy, que había sufrido durante cuatro años e incluso se había roto la nariz jugando de extremo izquierdo, me había comentado que las únicas palabras de Ted cuando el abatido entrenador le  pidióó explica  pidi explicacc iones por su a bandono fue fueron ron que el fútbol le par parec ecía ía un j uego  bastante e stú stúpido pido y que esta estaba ba segur seguroo de que e ncontra ncontraría ría un m odo m ej or de  pasarr el rato.  pasa ra to. Com Compre prender nderéé is aahora hora por qué le re respetaba spetaba,, per peroo m a ldi ldita ta sea si sé  por qué m e odiaba de aque aquell llaa m ane anera ra tan persona pe rsonal.l. Quiz Quizáá lo habr habría ía de descubier scubierto to si hubiera reflexionado más profundamente sobre la cuestión, pero las cosas se sucedían con gran rapidez.  —¿T  —¿ Te has vue vuelt ltoo loco? —pre —preguntó guntó de pronto Ha Harm rm on Jac Jackkson.  —Cre  —C reoo que sí —re —respondí spondí—. —. Según m e han e nseña nseñado, do, todo eell que m a ta a otro está loco.  —Bue  —B ueno, no, quiz quizáá de deber berías ías entr entrega egarte rte —sugi —sugirió rió Ha Harm rm on—. Y ac acudir udir a alguien que pudiera pudiera ay udarte. Y Yaa sabe sabes, s, uunn m médico… édico…  —¿T  —¿ Te e! refie re fiere reses que a unoeent ccom omo o tarme Gr Graa ce ce? ? on —int —inte rvino S Syyar lvi lvia a —. ¡D ¡Dios iosttin mío, easelaccer erdo doa repugnant repugnante! Tuv Tuve ntrevis revistarm e ccon él ecuando arroj rojé é aaquel quel int ter eroo ese viej vieja señora Green, y lo único que hizo fue mirarme de arriba abajo y preguntarme sobre mi vida sexual.

 —No es e s que la ha hayy a s tenido… — —re repli plicó có P at Fi Fitz tzger geraa ld.  

Todos rieron una vez más.  —Pee ro no eess asunto ttuy  —P uy o, ni de ééll —repuso Sy Sylvi lviaa de desdeñosa sdeñosam m e nte, aall tiem tiem po que arroj ar rojaba aba el cigarril cigarrillo lo al su suelo elo y lo pisaba. pisaba.  —Entoncess ¿¿qué  —Entonce qué va vam m os a ha hace cer? r?  —Arm  —Ar m ar una bue buena na —c —contesté—. ontesté—. Na Nada da m á s. Fuera, en el césped, acababa de aparecer un segundo coche de la policía municipal. Supuse que el tercero se habría detenido ante la cafetería para  prove e rse del vit  provee vital al c a rga rgam m ento de c af aféé y pasta pastas. s. D Dee nver habla hablaba ba c on un age agente nte estatal vestido con pantalones azules y cubierto con uno de esos sombreros casi tejanos que llevan habitualmente. A cierta distancia, en la avenida, Jerry Kesserling franqueaba la entrada a unos pocos coches a través de la barrera que impedía el paso; esos automóviles acudían a recoger a los alumnos que no habían tomado los autobuses. Cuando lo hubieron hecho, se alejaron apresuradamente. El señor Grace conversaba con un hombre trajeado que no reconocí. Los  bombe  bom beros ros fum a ban unos pit pitil illos, los, e sper speraa ndo que a lgui lguiee n les orde ordenar naraa a pagar paga r e l incendio o volver al parque.  —¿Tiene  —¿ Tiene esto algo que ve verr ccon on lo que que hicist hicistee a Ca Carlson? rlson? —pre —preguntó guntó C Cork orky. y.  —¿Có  —¿ Cóm m o voy a sabe saberr ccon on qué ti tiene ene que ver ver?? —re —repli pliqué, qué, ir irritado—. ritado—. Si supi supier eraa que me m e ha im impul pulsado sado a eest sto, o, prob probablem ablemente ente no lo hhabría abría he hecho. cho.  —Es por tus padre padr e s —i —inter ntervino vino de pr pronto onto S Susan usan Brook Brooks—. s—. De Debe be de habe haberr sido  por tus padres. padr es. Ted Jones solt soltóó un rruido uido groser grosero. o. Me volví hacia Susan, sorprendido. Susan Brooks era una de esas chicas que nunca hablan a menos que les pregunten, ésas a quienes los profesores siempre tienen que pedir que hablen más alto, por favor; una muchacha muy estudiosa, seria y bastante bonita, aunque no demasiado inteligente, de ésas a quienes no les  perm  per m it itee n aba abandonar ndonar los e stu studios dios norm ale aless por una c ar arre rera ra de sec secre retar tariado iado  porque alguno de sus he herm rm anos o her herm m a nas m a y ore oress ffue ue un estudiante brill brillante ante   los profesores esperan lo mismo de ella. En fin, una de esas chicas que sostienen el extremo sucio del palo con toda la gracia y los buenos modales de que son capaces. Generalmente se casan con un camionero y se trasladan a la costa Oeste, donde regentan restaurantes con mostradores de formica y escriben a los viejos amigos del este con la menor frecuencia posible. Se organizan una vida tranquila y feliz y se vuelven más bonitas cuanto más lejos va quedando la so som m bra de eeso soss hher erm m anos ma mayy ores ttan an bril brilllantes.  —Miss padr  —Mi padres… es… —dij —dijee , pala paladea deando ndo las pala palabra bras. s. Me pasó la cabeza queción había caza con padre cuando tenía por tenía nueve años. «contarles Mi expedi expedición de salido ccaz aza» a» ,depo por r Ch Char arles lesmiDeck Decker; er; su subt btíítu tulo lo:: « O ccómo ómo oí a m i padre padre expl explicar icar el asunt asuntoo de las narice naricess de las cherok cher okee ees» s» . Dem asi asiado ado re repug pugnant nante. e. Eché un vvis istaz tazoo a T Ted ed Jon Jones es y el arom a

 penetra  pene trante nte a ti tier erra ra m e ll llee nó la nar nariz iz.. Su rostro exhibí e xhibíaa una expr expree sión furiosa y un  

tanto burlona, como si alguien le hubiera metido un limón entero en la boca y luego le hubiera juntado las mandíbulas por la fuerza; como si alguien hubiera soltado una carga de profundidad en su cerebro y hubiese provocado en algún vi viej ej o barc barcoo hund hundid idoo una prolong prolongada ada y sini siniestra estra vibra vibración ción ps psíq íqui uica ca..  —Eso a firm an todos los li libros bros de psi psicc ologí ologíaa —continuaba diciendo Susan, despreocupada y ajena a mis pensamientos—. De hecho… De pronto, se dio cuenta de que estaba hablando (con un tono de voz normal,  en clas c lase) e) y enm enmudeció udeció al iins nsttante. Ll Llevaba evaba una bl blus usaa de ccol olor or jjade ade páli pálido, do, y los los tirant irantes es del su sujj etador se transparentaban com comoo ray as de ti tizza m edio bborrada orradas. s.  —Miss padr  —Mi padres… es… —r —repe epetí tí,, y volví a int inter errum rum pirm pirmee . Recordé de nuevo la expedición de caza, pero esta vez me acordé de algo m ás; hhabía abía despertado y vist vistoo m moverse overse las ram as sob sobre re la tens tensaa pa pare redd de lo lona na de la tienda de campaña. (¿Estaba tensa esa lona? Seguro que sí, pues mi padre se habíaa eencar habí ncargado gado ddee m ont ontarla, arla, y to todo do cuant cuantoo él hhac acía ía era tenso; j am ás una cuerda sin tensar, jamás un tornillo sin apretar). Sí, había visto moverse las ramas y sentido la urgente necesidad de orinar. Me sentí de nuevo como un niño  pequeño…  peque ño… y recor re cordé dé otra cosa que había suce sucedido dido hac hacía ía m ucho tie tie m po. No había hablado de ello con el señor Grace. Ahora estaba metido en un buen lío… además estaba Ted. A Ted no le importaba para nada todo aquello, o tal vez sí le importaba. Quizá Ted todavía podía ser… ayudado. Sospeché que era demasiado tarde para mí, pero ¿no dicen que aprender es bueno? Claro. En el exterior no sucedía gran cosa. Acababa de llegar el último coche de la  policc ía m unicipal y, tal c om  poli omoo espe espera raba, ba, proc procee dían a l re repar parto to de ca café féss y pastas. Era m ome oment ntoo de ccont ontar ar una hi hist storia. oria.  —Miss padr  —Mi padres… es… —e —em m pec pecé. é.

 

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Mis padres se conocieron en un banquete de bodas y, aunque quizá no tenga relació relac iónn con nada —s —salvo alvo qque ue uno cre creaa en los ppre resagi sagios os—, —, llaa m ujer uj er que ese día día se casaba murió quemada apenas un año después. Se llamaba Jessie Decker  Hannaford, y había compartido habitación con mi madre en la Universidad de Maine, donde ambas estudiaban ciencias políticas. Al parecer los hechos sucedieron del siguiente modo: el marido de Jessie había salido para asistir a una reunión en la ciudad, y ella, que se hallaba en el baño tomando una ducha, resbaló, recibió un golpe en la cabeza y quedó sin sentido; en la cocina un paño de secar platos cayó sobre un fogón encendido, y la casa ardió en un santiamén. Fue una suerte que Jessie no sufriera, ¿verdad? De modo que lo único bueno de aquella boda fue el encuentro de mi madre con el herm ano de Jessi Jessiee De Deck cker er Hannaford. Él era alfér alférez ez ddee na naví vío. o. Desp Después ués del  banquete,  banque te, pre preguntó guntó a m i m adr adree si le gustaría ir a bailar bailar,, y e lla lla a ce ceptó. ptó. Sa lier lieron on untos durante seis meses antes de casarse. Yo nací catorce meses después y he echado las cuentas muchas veces. Según mis cálculos, fui concebido poco antes o  poco despué despuéss de que la her herm m ana de m i padr padree a rdie rdiera ra viva con su gorr gorrit itoo de ducha. Había sido sido llaa da dam m a de hon honor or de m i ma madre. dre. He repa repasado sado ttodas odas llas as foto fotoss de la boda y, por muchas veces que lo haya hecho, siempre me producen una sensación extraña. Ahí está Jessie llevando la cola del traje nupcial. Jessie y su marido, Brian Hannaford, sonriendo en segundo plano mientras papá y mamá cortan el pastel. Jessie bailando con el cura. Y todas las fotografías fueron tom omadas adas cinco m meses eses antes ddel el iincid ncidente ente de la ducha y el paño ddee ccocin ocinaa sobre eell fogón encendido. Ojalá pudiera colarme en esas fotos en color y acercarme a ellaa par ell paraa dec decirl irle: e: « No lllegará legaráss a ser m mii tí tíaa Jessi Jessiee a m enos que no tom tom es una ducha en e n ausencia de tu ma marido. rido. Ten ccui uidado, dado, ttía ía Jess Jessie» ie» . Pe Pero ro es imposi imposible ble retroceder en el tiempo. Por falta de herradura, se perdió el caballo, y eso es todo. El caso es que nací, y eso es todo. Fui hijo único, pues mi madre no quiso tener más. Es una mujer muy intelectual; lee novelas inglesas de misterio, pero nunca de Agatha Christie —prefiere las de Víctor Canning y Hammond Innes—, además de revistas como The Manchester Guardian, Monocle   y The New York  ev iew o off Books Books . Mi padre, que continuó en la marina y terminó en el servicio de reclutamiento, representa mejor el tipo auténticamente norteamericano. Le gustan los Detroit Tigers y los Detroit Redwings, y se puso una cinta de luto en el  brazzo el día e n que m urió Vince Lom  bra Lombar bardi. di. No m iento. Y lee esa esass novela novelass de Richard Parker, ladrón. divertía a mi Donald madre, hasta queStark un díasobre no pudo másely le contóEso que siempre Richard Stark eramucho en realidad Westlake, que escribe novelas de misterio muy curiosas con su nombre real. Mi  padree hoj  padr hojeó eó una, y no le gust gustóó e n absoluto. De Desde sde entonc entoncee s ac actuó tuó c om omoo si

Westlake/Stark fuera su perro faldero favorito que una noche se había vuelto  

contra él y habí contra habíaa int intentado entado morder morderlle en eell cuell cuello. o. M Mii pprime rimerr rrec ecuerdo uerdo de infancia es que desperté en plena noche y pensé que estaba muerto hasta que vi las sombras moverse en las paredes y el techo, pues había un gran olmo frente a mi ventana y el viento agitaba sus ramas. Aquella noche en concreto —la primera de que que tengo rec recuerdo— uerdo— debí debíaa haber lun lunaa ll llena ena (« luna luna de cazado cazadore res» s» la lllam laman, an, ¿verdad?), porque las paredes estaban bañadas en luz y las sombras eran muy oscuras. Las sombras de las ramas semejaban grandes dedos que se movían. Ahora, al evocar aquello, me parecen dedos de cadáveres, pero entonces no  podía haber ha ber pensa pensado do aalgo lgo así, y a que sólo ttee nía tr tree s aaños. ños. Un niño ta tann pequeño pe queño ni siquiera sabe qué es un cadáver. Algo se acercaba. Lo oía al otro extremo del pasillo. Algo terrible se acercaba. Venía a por mí entre las sombras. Lo oía, crujiendo y crujiendo y crujiendo.  No podía m over overm m e . Quiz Quizáá no quer quería ía m over overm m e. No m e ac acuer uerdo do de e so. S Seguí eguí tendido, observando los tres dedos que se movían en la pared y el techo, y a la espera de que la C Cos osaa Que Cruj rujía ía llllegar egaraa ha hast staa m i hhabit abitac ació iónn y abriera la puerta. Mucho tiempo después —quizá transcurrió una hora, quizá sólo unos segundos  — c om ompre prendí ndí que que,, despué despuéss de todo, la Cos Cosaa Que Cruj Crujía ía no venía a por m í. O a l menos todavía no. Iba a por papá y mamá, cuya habitación se hallaba al otro extremo del pasillo. La Cosa Que Crujía se encontraba en el dormitorio de papá  mamá. Permanecí acostado, contemplando los dedos arbóreos, y agucé el oído. Ahora todo parece confuso y lejano, como debe verse una ciudad desde la cima de una montaña cuando el aire está enrarecido, pero muy real al mismo tiempo. Recuerdo que el viento susurraba contra el cristal de la ventana de mi dormitorio. Y recuerdo la Cosa Que Crujía. Recuerdo que mucho después oí la voz de mi madre, jadeante e irritada, y un poco asustada: « Bast astaa y a. C Carl» arl» . De nu nuevo evo el cruj crujiido do.. F Furt urtiivo vo.. « ¡B ¡Bast asta!» a!» . Un murmullo de mi padre. Y mi m i ma madre: dre: « ¡No m mee im import porta! a! ¡Me da igual igual si tú no! ¡Est ¡Estate ate qui quieto eto y déjam e do dormi rmir!» r!» . Entonces Ent onces lloo ssupe upe y vol volví ví a dorm irme irme.. La Cosa Cosa Que Crujía eera ra m i ppadre adre..

 

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adie dijo dij o nada. A Algu lgunos nos nnoo habían entendido el ssentid entidoo de m is palabra palabras, s, ssii ac acaso aso lo tenían; no estaba seguro de que así fuera. Todos seguían mirándome con expectació expectac ión, n, com comoo si esp esper erar aran an una últi últim m a fra frase se que cconv onvirt irtiera iera la hi hist stori oriaa en un  buen c his histe. te. Otros se m ira iraban ban las m a nos, e videntem ente a zora orados. dos. En ca cam m bio Susan Brooks se mostraba radiante y satisfecha. Era magnífico verla. Me sentí com o un agricul como agriculto torr que exti extiende ende eexcre xcrem m ento entoss y cosecha m aíz aíz..  Nadie  Na die ha hablaba blaba.. El rree loj zum umba baba ba c on va vaga ga dete determ rm inac inación. ión. B Baa j é la vista ha hacc ia la señora Underwood, que tenía los ojos entreabiertos, helados, viscosos. No  parec  par ecía ía m ás im importa portante nte que una m ar arm m ota que cie cierta rta vez había m a tado de un disparo con un arma de mi padre. Una mosca se limpiaba las patas sobre el antebrazo de la mujer. La escena me resultó un poco desagradable, y espanté al insecto. En el exterior, habían llegado cuatro coches policiales más. Otros vehículos estaban estacionados en la carretera, más allá de la barrera policial. Se había congregado una gran gra n m mul ulti titu tud. d. V Vol olví ví a sent sentarm arm e, m e re rest stre regué gué una m ej illa lla con la mano y observé a Ted. Él levantó los puños hasta la altura de los hombros y, so sonriend nriendo, o, ssee aapretó pretó llas as m manos anos para hace hacerr ccruj rujir ir llos os ddedos edos coraz corazón ón ddee am bas.  No dijo dij o nada nada,, per peroo m movió ovió llos os llaa bios bios,, y e n ellos lleí: eí: « Mierda Mierda»» .  Nadie  Na die se ente enteró ró de lo que ha había bía suce sucedido, dido, salvo é l y y o. T Ted ed par paree cía a punto de decir algo en voz alta, pero yo preferí mantener el asunto entre nosotros un rato más. Abrí Abrí llaa boca y com comencé encé a habl hablar ar de nu nuevo. evo.

 

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Por lo que recuerdo, mi padre me ha odiado siempre. Ésta es una afirmación que todo el mundo hace, y sé que suena falsa. Parece formulada por una persona malhumorada y fantasiosa. Es la clase de arma que siempre utiliza un muchacho cuando su padre no le deja el coche para la im portante portante ccit itaa en eell cin cinee al aire li libre bre con P Peggy eggy Sue, o cua cuando ndo llee advi advier erte te que le molerá a palos si suspende el examen de historia universal por segunda vez consecutiva. En estos tiempos luminosos en que todo el mundo considera que la  psicc ologí  psi ologíaa e s un don divi divino no pa para ra la pobre ra razza hum humaa na y su fija fij a c ión ana anal,l, y e n que hasta el presidente de Estados Unidos se toma un tranquilizante antes de la cena, constituye una manera magnífica de liberarse de todos esos sentimientos de culpabilidad del Viejo Testamento que le suben a uno a la garganta como el regusto de una mala comida de que hemos abusado. Si afirmas que tu padre te odiaba cuando eras pequeño, puedes salir y escandalizar al barrio, violar a una chica o quem quemar ar el bi bingo ngo ddee la esqui esquina na y, después, ppedir edir clem encia. Sin embargo nadie te creerá aunque sea verdad. Eres como el chico que exclam aba: « ¡Que viene el llobo obo!» !» . Y en mi ca caso so es cierto. Bueno, no resu result ltaa nada sorprendente después de lo sucedido con Carlson. No creo siquiera que mi  padree lo supi  padr supier eraa hasta entonc entonces. es. Aunque se pudiera pudier a a hondar e n sus m oti otivos, vos,  probablem  proba blem ente diría, ccom omoo m muc ucho, ho, que m e odiaba por m i propio bi biee n. Ti Tiem em po ddee m etáfora en el vi viej ej o corra corrall; ppara ara papá la vi vida da er eraa ccomo omo un val valio ioso so coche antiguo. Por ser precioso e irreemplazable, lo mantienes inmaculado y en  perfe  per fecto cto eestado. stado. Una ve vezz al aaño ño lo pre presentas sentas en la Exposición de Co Cocc hes A Anti ntiguos guos de la localidad. localidad. Jam Jamás ás per perm m it ites es que la m ín íniim a got gotaa de gra grasa sa eens nsucie ucie la gasol gasoliina, que el menor resto de tierra se cuele en el carburador, que se afloje un pequeño tornillo del eje propulsor. Debe ser revisado y engrasado cada mil quinientos kil ilóm ómetros, etros, y enc encer erado ado ccada ada dom domin ingo, go, antes del partido transm transmit itid idoo por televis televisió ión. n. El lem a de m i ppadre adre rrez eza: a: « Mant Mantenlo enlo tens tenso, o, ma mant ntenid enidoo a pun punto to»» . S Sii uunn páj pájar aroo ssee ccaga aga eenn el ppara arabri brisas, sas, se lim lim pi piaa aant ntes es de que pueda sec secar arse. se. Ésa era la vida de papá, y yo era la cagada de pájaro en el parabrisas. Papá era un tipo grande y callado, de cabello muy rubio, rostro que se encendía con facilidad y facciones que guardaban una remota —pero no desagradable—  semej sem ej anz anzaa ccon on llas as de un ssimio. imio. En vvera erano no ssiem iempre pre par parec ecía ía enfada enfadado, do, con llaa ccar araa roja por el sol y una expresión beligerante en los ojos. Cuando yo tenía diez años, le trasladaron a Boston, y sóloy,lepor veíalolos había estado destacado en Portland quefines a mídesesemana; refería, anteriormente era como cualquier   padree c on un tra  padr trabaj baj o de nueve a c inco, c on la dife difere rencia ncia de que su c am isa e ra caqui en lugar de blanca, y la corbata era siempre negra. En la Biblia se afirma

que los pecados de los padres recaen sobre los hijos, y quizá sea verdad. Pero  

 puedo aña añadir dir que tam bién c ay e ron sobre m í los pec pecados ados de los hij hijos os de otros  padree s.  padr A papá le resultaba muy duro ser jefe de reclutamiento, y muchas veces he  pensado  pensa do que habr habría ía sid sidoo m ucho m ás fe feli lizz estando desta destaca cado do eenn eell m maa r…, por no hablar de lo feliz que habría sido yo. Para él era como ver valiosos coches antiguos destrozados y oxidados, llenos de fango y abolladuras. Reclutaba a Romeos de escuela secundaria que dejaban tras de sí a Julietas embarazadas. Reclutaba a hombres que ignoraban dónde se metían y otros que sólo sabían de qué huían. Reclutaba a jóvenes hoscos que se veían obligados a escoger entre una reclusión en la marina o una reclusión en el correccional de South Portland. Admitía a asustados contables que habían sido calificados aptos y que hubieran hecho cualquier cosa para no tener que vérselas con los chinos en Vietnam, que  precisa  pre cisam m ente por a quel e ntonce ntoncess eem m pezaba pezabann su lar largo go m e nú eespec special ial de pene de soldadito norteamericano en salmuera. Y admitía a los expulsados de las escuelas, muchachos de mandíbulas siempre abiertas que debían ser entrenados antes de que supieran escribir sus propios nombres y que tenían un cociente intelectual similar a su talla de casco. Y allí estaba yo, en la casa, con algunas características aún por desarrollar  atribuibles a todo lo anterior. Menudo reto para él. Y debéis saber que no me odiaba sólo por estar allí, sino sobre todo porque no se hallaba a la altura del desafío. Quizá lo habría estado si yo no hubiese sido más el niño de mi mamá que el de mi papá, y si mi madre y yo no lo hubiéramos sabido muy bien. Mi padre m e ll llam am aba « el nniiño de m mam am á» , y qu quiizá lo era era.. Un día día de ot otoñ oñoo ddee 196 19622 ssee m e ocurrió arrojar piedras contra las sobrevidrieras que papá se disponía a colocar. Era un ssábado, ábado, a princi principi pios os ddee oc octu tubre, bre, y papá se de dedi dica caba ba a la ttar area ea igual igual qu quee se entregaba a todo, con una precisión metódica que excluía cualquier posibilidad de error err or o despi despilfarro. lfarro. Primero las sacó del garaje (habían sido pintadas la primavera anterior, de verde, a juego con los marcos) y las apoyó meticulosamente contra las paredes de la casa, cada una junto a la ventana correspondiente. Le recuerdo, alto y  broncee ado, c on su aspe  bronc aspecc to enf enfurr urruñado uñado baj o e l tibio tibio sol de octubr octubre, e, baj o el a ire  puro de octubre octubre,, tan fr frío ío com comoo los besos. Oc Octubre tubre eess un m mee s m magnífic agnífico. o. Yo estaba sentado en el último peldaño de la escalera del porche delantero, sin armar alboroto, contemplándole. De vez en cuando un coche pasaba ante la casa, subiendo por la carretera en dirección a Winsor o bajando hacia Harlow o Freeport. Mamá estaba dentro, interpretando al piano una pieza menor, de Bach, creo. Todo lolaque tocabahacia mamá sonar Bach. El viento a rachas, ora trayendo música missolía oídos, ora allevándola en otrasoplaba dirección. Cada vez que escucho esa piez piezaa rrec ecuerdo uerdo ese día. F Fuga uga de Bach para par a sobrevi sobrevidrieras drieras eenn La m enor enor..

Continué sentado, silencioso. Pasó un Ford de 1956 con matrícula de otro  

estado. Probablemente había venido para cazar perdices y faisanes. Un tordo se  posó al pie del olm olmoo que a rr rroj ojaba aba som sombra bra sobre las pa pare redes des de m i dorm itorio itorio por  las noches y picoteó entre las hojas caídas en busca de un gusano. Mi madre seguía tocando; la mano derecha ejecutaba la melodía mientras la izquierda m arca ar caba ba el cont contra rapun punto to.. M Mam am á int interpre erprettaba m agní agníficos ficos boogiewoogies cua  cuando ndo llee apetecía, lo que no era a menudo. No le gustaban y probablemente daba igual. Incluso sus boogies sonaban como si los hubiera compuesto Bach. De repente se m e ocurrió qu quee sería m ar aravil avillloso oso rom romper per to todas das aquell aquellas as ccont ontra ravi vidrieras; drieras; un unaa tra rass otra, primero los cristales superiores, luego los inferiores. Pensaréis que se trataba ra taba de un acto de ve venganz nganza, a, ccons onscient cientee o in inconsci consciente, ente, un modo de rrebelarm ebelarm e contra cont ra el orden y la lliim piez piezaa im impuest puestos os por m mii ppadre adre,, ssuu « todos todos a ffre regar gar la cubier cubi erta» ta» , pper eroo lloo cierto es qu quee no rec recuerdo uerdo haber aaso sociado ciado a m mii padre ccon on esa imagen en concreto. El día era claro y hermoso. Yo tenía cuatro años. Era un espléndi espl éndido do dí díaa de octubre par paraa romper rom per vent ventanas. anas. Me levanté, caminé hasta el borde del camino y empecé a recoger piedras. Llené los bolsillos delanteros de mi pantalón corto hasta que debió parecer que llevaba en ellos huevos de avestruz. Pasó otro coche, y lo saludé agitando la mano. El conductor me respondió. A su lado iba una mujer con un bebé en  brazzos.  bra Atravesé el césped, saqué una piedra del bolsillo y la arrojé con toda la fuerza posible contra la sobrevidriera colocada junto a la ventana del salón. Fallé. Saqué otra piedra y esta vez me coloqué mucho más cerca de mi objetivo. Un ligero escalofrío cruzó mi mente, perturbando mis pensamientos por un instante. o podía fallar. Y no lo hice. Rodeé la casa rompiendo contravidrieras. A la del salón sal ón ssiigui guióó la de la sala de m úsica; úsica; cuando hu hube be roto ést ésta, a, m e ac acer erqué qué para ver  a mamá, que continuaba tocando el piano. Llevaba unas braguitas azules, nada más. quegran la observaba, dio un brinco y setocando. equivocóYadeveis, nota; luego Al meadvertir dedicó una sonrisa cargada de leve dulzura y siguió ni si siqui quier eraa m e habí habíaa oído oído rompe romperr eell cristal cristal.. En cierto modo resultaba curioso: no tenía la menor sensación de estar  haciendo algo malo, sino sólo algo divertido. La percepción selectiva de los niños es algo muy extraño. Si las sobrevidrieras hubieran estado colocadas, jamás se m e habría ocurrido rompe romperlas. rlas. Estaba Estaba obs obser ervando vando llaa últ última cont contra ravent ventana, ana, la de dell taller, cuando una mano se posó en mi hombro y me obligó a dar la vuelta. Era mi padre. Estaba furioso. Jamás le había visto tan encolerizado. Tenía los ojos como platos y se mordía la lengua como si sufriera un ataque. Me asustó tanto que eché a llorar. Era como si tu madre se sentara a la mesa para desayunar con unaa m áscara de bru un brujj a pues puestta.  —¡Diablo  —¡D iablo de niño! Me asió por los tobillos con la mano derecha mientras con la otra me

apretaba el brazo izquierdo contra el pecho, y me arrojó al suelo con toda la  

fuerza de que era capaz. Quedé tendido, sin aliento, contemplando como la alarma y el arrepentimiento aparecían en su rostro y disolvían el estallido de furia. Yo era incapaz de hablar y llorar; notaba un intenso dolor en el pecho y el  baj o vientre vientre..  —No quer quería ía hac hacee rlo —dijo, a rr rrodil odillándose lándose j unto a m í—. ¿Est ¿Estás ás bien? ¿Es ¿Estás tás  bien, Chuck? Chuck? « Chu huck ck»» era com comoo me llam aba cuando j ug ugábam ábam os a pelo pelotta en el pat patiio trasero. Mis pulmones se agitaron en un jadeo espasmódico y vacilante. Abrí la  boca y solt soltéé un ffuer uerte te grit gr ito. o. El sonido m mee asustó, y el siguiente grito fue a ún m ás  potente. La Lass lágr lágrim imas as c onvirti onvirtiee ron todo e n prism prismas. as. El soni sonido do del piano se interrumpió.  —No debe debería ríass habe haberr roto esa esass venta ventanas nas —dijo m i padr padre. e. La fur furia ia reemplazaba de nuevo a la alarma—. Ahora, cállate. Pórtate como un hombrecit hombre cito, o, po porr eell am amor or de Dios Dios.. Me agarró aga rró de nuevo ppar araa ponerm e en pie con gest gestoo rudo en el m miismo ins instant tantee en que mi madre aparecía corriendo por la esquina de la casa, todavía cubierta sólo con las braguitas.  —Ha roto todas las contra contravidrier vidrieras as —explicó m i padr padree —. Y ponte algo encima.  —¿Qué  —¿ Qué suce sucede? de? —exc —exclam lam ó ella—. ¡O ¡Oh, h, Charlie! ¿Te has cor cortado? tado? ¿Dónde Dónde?? ¡Enséñame dónde!  —No se ha cor cortado tado —ase —aseguró guró pa papá pá c on voz disgu disgustada stada—. —. Tiene m iedo de recibir una buena paliza. Y tiene razones para temerlo. Corrí junto a mi madre y apreté mi rostro contra su vientre, percibiendo la su suave ave y rec reconfort onfortante ante seda de sus bragui braguitas tas y aspi aspira rando ndo ssuu ar arom omaa dul dulzzón. No Notaba taba la cabeza hinchada y carnosa, como un nabo. Mi voz se había transformado en un entrecortado rebuzno. Cerré los ojos.  —¿Qué  —¿ Qué está estáss diciendo? ¿Una paliz palizaa ? ¡Si eestá stá m ora orado! do! Co Com m o le hay a s hec hecho ho daño. Carl…  —¡Por  —¡P or eell am or de Dios! ¡E ¡Em m pezó a llorar en ccuanto uanto m mee vio aapar parec ecer er!! Las voces llegaban a mí desde arriba, como declaraciones amplificadas de las cim cimas as de las m mont ontañas. añas.  —Viene  —V iene un coc coche he —a —anunció nunció papá papá—. —. Entra a c a sa, Rit Ritaa .  —Vee n, ca  —V cariño riño —dij —dijoo m mii m maa dre dre—. —. Mam á. Sonríe a m a m á . Una sonrisa grande. Me apartó de su vientre y me enjugó las lágrimas de las mejillas. ¿Alguna vez os ha secado las lágrimas vuestra madre? En eso los poetas mediocres tienen razón; esyuna de lasr grandes experiencias de la vida, junto con el prim prim er parti partido do de fútb fútbol ol el prime primer sueño hú húm m edo.  —Eso es, car c ariño. iño. Pa Papá pá no que quería ría hace ha certe rte daño.  —Erann Sam Casti  —Era Castinguay nguay y su m uj ujer er —af —afirm irmóó m i pa padre dre—. —. Ahor Ahoraa les has

dado carnaz ca rnazaa para sus sus chis chism m orreos. Esp Esper eroo que…  

 —Va m os, C  —Va Char harli liee —m —murm urm uró m i m maa dre dre,, aasiéndom siéndomee la m ano—. T Tom omar aree m os un tazón tazón de cchocolate hocolate eenn la sali salita ta de ccost ostura ura..  —¡Una  —¡U na m ier ierda, da, tom tomar aráá ! —re —repli plicó có m i padr padre, e, lacónica lac ónicam m ente ente.. Me volví pa para ra m irarle. Co Conn lo loss puñ puños os cer cerra rados dos con fuer fuerzza, pe perm rm anec anecía ía in inm m óvi óvill fre frent ntee a la úni única ca contravidriera que había salvado—. Cuando le haya propinado la paliza que se m erec er ece, e, sól sóloo ttendrá endrá ganas de vom vomit itar ar..  —Tú no vas a dar una paliz palizaa a nadie —re —repuso puso m mii m madr adree —. Y Yaa le has dej a do medio muerto del susto… Al ins instant tantee papá se ac acerc ercóó a ell ellaa y, ssin in ppre reocuparse ocuparse y a de sus bbra ragui guittas, S Sam am o su espos esposa, a, la aagarr garróó po porr eell hombro hombro y señaló llaa sobrevid sobrevidriera riera de la ccocin ocina, a, hec hecha ha añicos.  —¡Mira!! ¡Fíja  —¡Mira ¡Fíjate! te! ¡El peque pequeño ño diablo se ha dedic dedicaa do a hace ha cerr e so, y tú le ofreces chocolate! ¡Ya no es un bebé, Rita! ¡Es hora de que dejes de darle el  pecho!  pec ho! Yo me agarré a la cintura de mamá, quien apartó el hombro de la mano que la agarraba. Por un instante aparecieron en su piel unas marcas blancas que, de inm nmediat ediato, o, se tornaron enca encarnadas. rnadas.  —Entra en c asa —dijo m a m á c on voz tra tranquil nquilaa —. Estás por portándote tándote c om omoo un estúpido, Car Carl.l.  —Voy  —V oy a…  —¡Noo m e digas qué va  —¡N vass a hac hacer er!! —espe —espetó tó e lla lla re repentinam pentinam e nte. Mi padr padree titubeó—. ¡Ve dentro! ¡Ya has causado suficiente daño! ¡Entra en casa o ve a  buscarr a alguno de tus aam  busca m igos y tom tomaa una c opa! ¡V ¡Vee a donde te pa pare rezzca ca!! ¡P ¡Pee ro sal de m i vi vist sta! a!  —Hayy que ca  —Ha casti stiga garle rle —af —afirm irmóó m i padr padree re reposada posadam m ente ente—. —. ¿Alguien te enseñó esa palabra en la universidad, o estaban demasiado ocupados llenándote la cabez caunas bezaa contravidrieras. con to toda da eesa sa basura libera li beral? l? La próxima vez rom romperá algo Destrucción má máss vali valios osoo que Y dentro de poco te romperá el perá corazón. desenfrenada…  —¡Lárga  —¡Lá rgate! te! Eché a llorar otra vez y me aparté de ambos. Por un instante quedé entre los dos,, ttam dos am baleándome baleándome.. Luego Luego,, m mii ma madre dre m e to tom m ó en brazo brazos, s, ddiiciendo:  —Está bien, ca c a riño. Mientras tanto yo observaba a mi padre, que había dado media vuelta y se alejaba a grandes zancadas, como un chiquillo enfurruñado. No fue hasta entonces, hasta que hube apreciado con qué dominio y asombrosa facilidad le había habí a desp despachado mi m madre, adre,mí. cuando em pecé a atreverm atreverme e a devol devolverun am i ppadre adre el odio queachado mostraba hacia Mientras mamá y yo compartíamos tazón de chocolate en la salita de costura, le conté cómo mi padre me había arrojado al suelo. Le expliqué que papá había mentido. Aquello hizo que me sintiera fuerte,

estupendo.  

17

 —¿Qué suce  —¿Qué sucedió dió lluego? uego? —p —pre reguntó guntó S Susan usan Brook Brookss ca casi si ssin in aliento.  —No gran gra n cosa —re —respondí spondí—. —. El asunto qque uedó dó olv olvidado. idado. Tras haberlo contado, en cierto modo me sorprendió que el suceso no hubiera salido de mi boca hasta entonces. Una vez conocí a un niño, Herk Orville, que se comió un ratón. Yo le reté a que lo hiciera, y él lo tragó. Crudo. Era un pequeño ratón de campo, y cuando lo encontramos no pareció tener herida alguna; quizá sencillam sencil lamente ente había m muerto uerto de vi viej ej o. La m adre de He Herk rk estaba tendi tendiendo endo llaa ropa mientras jugábamos sentados en la tierra junto al porche posterior. Por  casualidad se volvió para mirarnos en el instante en que el ratón se colaba en la  boca de H Her erkk, con la c abe abezza por de delante. lante. La mujer lanzó un grito —¡qué susto puede llevarse uno cuando un adulto lanza un grito!—, echó a correr y metió un dedo a su hijo hasta el fondo de la garganta. Herk Her k vomit vomitóó el ra rató tón, n, llaa ham hamburgu burguesa esa que había toma tomado do para alm almorz orzar  ar    una masa pastosa que parecía sopa de tomate. Mi amigo apenas había em pez pezado ado a pregunt preguntar ar a su m madre adre qué su suce cedí díaa ccuando uando fue ell ellaa quien devol devolvi vió. ó. Y allí, entre tanto vómito, el ratón muerto casi parecía un bocado sabroso. Comencé a relatar esa historia a la clase, pero luego consideré que sólo les produciría asco e inqui inquietud etud,, com comoo el ttem em a de lo loss cherok cherokee eess y las nnarice aricess de su suss muj er eres. es.  —Paa pá e stu  —P stuvo vo ca casti stigado gado dura durante nte unos días. Na Nada da m á s. No hubo divorc divorcio io ni nada por eell esti estilo. lo. Carol Granger se disponía a decir algo cuando Ted se puso en pie. Tenía la cara pálida como la nata, salvo por dos círculos encarnados en ambos pómulos. Sonreía. ¿He comentado ya que llevaba un corte de pelo pasado de moda, con fijador? Ted se lanzó a la acción. En la fracción de segundo que tardó en levantarse, tuve la impresión de que el fantasma de James Dean se levantaba, y el corazón me dio un vuelco.  —Voy  —V oy a quit quitar arte te de una vez eesa sa a rm a, ba basura sura —af —afirm irmóó sonrie sonriendo. ndo. T Tenía enía una dentadura dent adura bl blanca anca y perfec perfectta. Me esforcé esforc é pa para ra hablar hablar con voz tranqu tranquil ilaa y cr creo eo que lo cons conseguí eguí..  —Siéntate  —S iéntate,, T Ted. ed. El muchacho muc hacho no avanz avanzó, ó, y advertí cuánt cuántoo le cost costaba aba cont contener enerse. se.  —Me pone e nfe nferm rm o que int intente entess e cha charr la c ulpa de todo esto a tus compañeros, ¿sabes?  —¿Ac  —¿ Acaso aso he dicho que ffuer ueraa a…? —exc —exclam lam ó c on voz a guda, e stridente—. ¡Y ¡Yaa has m a tado a dos  per —¡Calla!  personas! sonas!  —Eress un chico m uy obser  —Ere observador vador —m —murm urm uré uré.. Ted hizo un movimiento nervioso con las manos, apretándolas a la altura de

las caderas, y comprendí que mentalmente acababa de agarrarme con la  

int ntención ención de ac acabar abar conm conmig igo. o.  —Dejj a esa arm  —De ar m a , Char Charli liee —ins —insist istió, ió, siem siempre pre sonriendo—. D Dee j a e sa pist pistola ola y  peleaa ccon  pele on los puños.  —¿P  —¿ P or qué te re reti tira raste ste del e quipo de fútbol? —pre —pregunté gunté e ntonce ntoncess c on tono amistoso. Resultaba difícil mostrarse amistoso, pero dio resultado. Se mostró sorprendido, repentinamente inseguro, como si nadie salvo el entrenador del equipo se hubiera atrevido nunca a preguntarle aquello. De pronto pareció darse cuenta de que era er a eell úúni nico co de la ccllase que se hall hallaba aba de pie. pie. Era como com o cuando uunn tipo advierte que lleva la bragueta abierta e intenta encontrar un modo de subirla sin que se note o cerrarla con naturalidad, como si fuera un acto divino.  —No te importa im porta —r —respondió—. espondió—. Dej a eesa sa pist pistola. ola. Sus pal palabra abrass so sonaban naban aabs bsol olut utam am ente m elod elodra ram m áti ática cas, s, falsas falsas,, y él lo ssabía. abía.  —¿T  —¿ Te nías m miedo iedo por tus pelotas? ¿Tem ías estropea e stropearte rte esa ca carita? rita? ¿¿Era Era eso? Irma Bates respiró hondo. Sylvia, en cambio, observaba la escena con cierto in interé teréss depre depredador dador.. Ted murmuró algo y, de pronto, volvió a sentarse. Al fondo del aula alguien sofocó una risita. Siempre me he preguntado quién fue. ¿Dick Keene? ¿Harmon Jackson? Observé sus rostros, y lo que encontré en ellos me sorprendió, incluso podría decirse que me conmocionó, porque percibí placer en ellos. Se había producido un enfrent enfre ntam am ient iento, o, un iint nter erca cam m bio bio de dis disparos paros verbal, por así decirl decirlo, o, y y o habí habíaa ganado. ¿Por qué les alegró tanto que así fuera? Es como uno de esos  pasati  pasa tiee m pos que a par paree ce cenn e n el supl suplee m ento dom domini inica call de dell pe periódico: riódico: « ¿P or qué se ríe esa e sa gente? Solu olución ción en llaa pá págin ginaa 41» . Pe Pero ro y o no tenía ni ninguna nguna págin páginaa 41 a m i dispos disposición. ición. Y es importante saberlo, ¿entendéis? He dado vueltas y vueltas al asunto, he ref refl lexio exionado nado ssobre obreseeell lloo conalto todo do el cer cerebro ebrotan queguapo m e queda, y no he encontra respuesta. Quizá debía propio Ted, y valiente, tanencont lleno rado dedoesellaa machismo natural que mantiene las guerras bien provistas de combatientes. Por  tanto se trataba de simple envidia, de puros celos. Era la necesidad de ver a alguien al mismo nivel que ellos, haciendo gárgaras en el mismo coro de escaladores sociales, parafraseando a Dylan. Quítate la máscara, Ted, y siéntate com o el rresto esto de nosot nosotros, ros, lo loss chicos del m mont ontón. ón. Ted seguía mirándome, y comprendí perfectamente que estaba casi intacto. Tal vez la próxima vez no sería tan directo. Quizá la próxima vez intentaría atacarme por el flanco. Tal vez sólo era el espíritu gregario. Atacar al individuo. PeroNo, noellosutil creí cambio así entonces, ni lo creo eso simplemente explicaría muchas cosas. en la balanza noahora, podía aunque explicarse como un rugido de emoción de la masa. Las multitudes siempre arremeten contra el extraño, el diferente. Pero el extraño era yo, no Ted. Ted era todo lo contrario, el

chico que cualquiera estaría orgulloso de tener en la habitación de juegos con su  

hija. No, se trataba de algo relacionado con Ted, no con los demás. Tenía que ser  algo relacionado con Ted. Empecé a notar unos extraños tentáculos de excitación en el vientre, semejantes a los que debe de sentir un coleccionista de mariposas al ver un ej em pl plar ar raro rar o revolo revolotear tear sobre sobre unos arbus arbusttos. os.  —Yoo sé por qué T  —Y Tee d dej ó el eequipo quipo — —dij dijoo una voz furtiva. Recorrí la clase con la mirada. Era Pocilga. Ted dio un brinco al oír la voz. Empezaba a mostrarse un tanto abatido.  —Pue  —P uess cué cuéntalo ntalo —re —repli pliqué. qué.  —Sii a bre  —S bress la boca boca,, te m a to —m —murm urm uró Ted c on pre prem m editada lentit lentitud ud mientras volvía hacia Pocilga su rostro con la extraña sonrisa. Pocilga parpadeó, aterrorizado, y se humedeció los labios con la lengua, indeciso. Probablemente era la primera vez en la vida que tenía el hacha en la mano, y no sabía si atreverse a descargarla. Naturalmente casi todos en la clase sospechábamos cómo había conseguido Pocilga aquella información. La señora Daño, que pasaba la vida visitando bazares, revolviendo tiendas y asistiendo a iglesias y cenas escolares, poseía el más agudo olfato de Gates Falls para los cotilleos. Yo presumía además que la señora Dano tenía el récord de escuchas telefónicas clandestinas por las líneas compartidas por varios abonados. Era una m uj ujer er capaz ca paz de sac sacar ar lo loss ttra rapos pos sucios sucios de ccualq ualqui uier eraa antes de que aallgui guien en tuv tuviera iera tiem iempo po ddee dec decir: ir: « ¿Te has eent nter erado ado de lo últ último de Sam Delac Delacort orte? e?»» .  —Yo…  —Y o… —em pezó a dec decir ir P ocilga. Y apa apartó rtó la vis vista ta de Te d c uando é ste apretó apr etó los puño puñoss en un ge gest stoo de im impot potenc encia. ia.  —Vaa m os, cue  —V cuenta nta —intervino Sy Sylvi lviaa Raga Ragan—. n—. No de dejj e s que eell chico de oro te asuste. Pocilga le dirigió una sonrisa temblorosa y luego explicó apresuradamente:  —La señor señoraa Jones e s a lcohóli lcohólicc a y se re recluy cluy ó en un sana sanatorio torio par paraa desintoxicarse. Tedsilencio. tuvo que ayudar entonces en la casa. Se produjo un  —Tee m a tar  —T taréé , P Pocilga ocilga —m asc ascull ullóó T Tee d, poni poniéé ndose eenn pie. Tenía la ca cara ra tan pál páliida ccomo omo la de un cadáve cadáverr.  —Vaa y a, e so no re  —V result sultaa nada a gra gradable dable —com enté enté—. —. Y y a lo dij dijist istee a ntes. Siéntate. Ted me dirigió una mirada feroz, y creí que iba a abalanzarse sobre mí. Si lo hubiera hecho, le habría matado. Quizá lo adivinó en la expresión de mi rostro. Siguió sentado.  —Bien  —B ien —continué—, por fin ha salido e l fa fantasm ntasmaa de dell a rm ar ario. io. ¿Dónde realiza la desintoxicación,  —Ca  —C a ll lla a —re —repli plicc ó é ste steTed? con voz apa apaga gada. da. Un m ec echón hón engom inado le ca caía ía so sobre bre la fre frent nte. e. Era la prime primera ra vez que le veía tan despei despeinado. nado.  —¡Ah!,  —¡A h!, y a ha salido —explicó P ocilga, a l tie tie m po que ofr ofrec ecía ía a Te d una

sonrisa indulgente.  

 —Ha s dicho que m a tar  —Has tarías ías a P ocilga —c —com omenté enté,, pensa pensati tivo. vo.  —Lo haré har é —m urm uró T Tee d. T Tenía enía los ojos oj os enr enroj ojec ecidos idos y c olér oléricos. icos.  —En tal ca c a so podrá podráss ec echar har la cculpa ulpa a tus padre padress —observé c on una sonrisa—. sonr isa—. ¿No sería un alivio? Ted tenía las manos aferradas al pupitre. Las cosas no se desarrollaban a su gusto. Harmon Jackson mostraba una sonrisa aviesa; quizá tenía alguna vieja cuenta cue nta pendiente con T Ted. ed.  —¿F  —¿ Fue tu pa padre dre quien la ll llee vó a l sana sanatorio? torio? —pr —pree gunté, de nuevo con tono amigable—. ¿Cómo empezó todo? ¿Llegaba siempre tarde a casa? ¿La cena quemada quem ada y tod todoo eso? ¿Tom omaba aba un ttra rago go al jjer erez ez de coc cocin inar ar al principio? principio? ¿Fue aasí sí??  —Le m a tar taréé —susurr —susurróó una ve vezz m ás. Estaba pinchándole —pinchándole hasta el límite— y nadie me pedía que le dejara en paz. Era increíble. Todos observaban a Ted con una especie de turbio interés, como si hubieran esperado desde el primer momento que escondiera algún asunto sórdido tras aquella fachada.  —Debe  —De be de ser duro esta estarr ca casada sada c on un banque banquero ro poder poderoso oso —aña —añadí—. dí—. Míralo de este modo; probablemente tu madre no se percataba de que estaba dándole tanto a la bebida. El alcohol puede dominar a cualquiera. Y no es culpa de nadie, ¿o sí?  —¡Basta! —espe —espetó tó T Tee d.  —Fíj  —F íjaa te, allí eestaba staba,, j ust ustoo ante tus na naric rices, es, per peroo poco a poco quedó fue fuera ra de control, ¿m ¿m e equivo equivoco? co? B Bastante astante de desagra sagradable, dable, ¿n ¿no? o? ¿De verdad ver dad pe perdió rdió el ccont ontrol, rol, Ted? C Cuéntanosl uéntanoslo. o. Desa Desahógate. hógate. ¿¿Iba Iba ac acaso aso dando tum tumbos bos ppor or la ca casa? sa?  —¡Basta! ¡Basta!  —¿S  —¿ Se sentaba borr borrac acha ha ffre rente nte aall te te levisor? ¿Ve ía bichos eenn los rinc rincones? ones? ¿O se contenía y no decía nada? ¿Veía bichos? ¿Los veía? ¿Se salía de sus casillas?  —¡Sí,  —¡Sí , eos ra po mruy desa desagra gradable dable! —bra —bram m ó de pronto Te dtú, frente ente ao!m¡A í, sesino! e cha chando ndo espu espum m araj ar aj por la boca—. ¡¡C Casi!ttan an de desagradable sagradable ccomo omo tú,fr asesin asesino! ¡Asesi no!  —¿Le  —¿ Le esc escribías ribías aall ssaa nator natorio? io? —pre —pregunté gunté ccon on ca calm lmaa .  —¿P  —¿ P or qué iba a hac hacee rlo? —re —repli plicó có c on fur furia—. ia—. ¿P or qué iba a esc escribirle? ribirle? Ella se lo buscó.  —Y tú no pudiste pudiste seguir j ugando a fútbol.  —¡Cerda  —¡Cer da borr borrac acha! ha! —exc —exclam lam ó Te d Jones. Carol Gr Grange angerr dej ó e sca scapar par un suspiro, y el embrujo se rompió. Los ojos de Ted parecieron serenarse un poco. Desapareció de ellos la luz roja, y Ted se dio cuenta de lo que había dicho.  —Me las pagar pa garáá s por eesto, sto, C Char harli liee —m —masc ascull ulló. ó.  —Quizá  —Quiz á . TDesde a l vezluego tendr tendrás ás tu muy oportunidad. —Sonre —Sonreí—. í—. Una c er erda da borr borrac acha ha como madre. suena desagradable, Ted. Él continuó sentado, mirándome. El enfrent enfre ntam am ient ientoo había term in inado. ado. Pudimos, al fin fin,, ccentrar entrar nuest nuestra ra atención

en otros asuntos, por lo menos de momento. Tuve la sensación de que quizá  

volveríamos a hablar de Ted. O de que éste volvería a saltar contra mí. En el exterior la gente se movía de un lado para otro, inquieta. El relo re lojj em it itió ió uunn zzum umbid bido. o.  Nadie  Na die pr pronunció onunció pa palabr labraa dura durante nte un la largo rgo ra rato, to, o dura durante nte lo que nos par paree c ió a todos un largo rato. Había muchas cosas en que pensar.

 

18

Sylvia Ragan rompió finalmente el silencio. Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada estentórea y prolongada. Varios chicos, entre ellos yo, dimos un  brinco. Te Te d Jones no; sseguía eguía a bsorto en sus pensa pensam m ientos.  —¿S  —¿ Sa béis qué m e gust gustar aría ía hac hacer er cua cuando ndo todo e sto hay a ter term m inado? —   preguntó.  pre guntó.  —¿Qué?? —dij  —¿Qué —dijoo P ocilga. P a re recc ió sorpre sorprender nderse se de habe haberr habla hablado do de nuevo. Sandra Cross me observaba con expresión muy seria. Tenía los tobillos cruzados como hacen las buenas chicas cuando quieren frustrar a los chicos que desean mirar bajo sus vestidos.  —Me gust gustaa ría publi publicc ar e sto sto en una re revist vistaa poli policc íac íacaa . « Sese esenta nta m inut inutos os de terror er ror con el pper ertu turbado rbado de Place Placervil rville» le» . Lo enca encargar rgaría ía a algu alguien ien qque ue escr escrib ibiera iera  bien, com c omoo Joe McK McKenne ennedy dy o P Phil hil Fra rank nks…, s…, o qui quizzá a ti, ti, Ch Chaa rlie. ¿Qué te pa pare recc e? Sy lv lvia ia sol soltó tó uuna na ccar arca cajj ada, y Poc Pocil ilga ga se uni unióó a ell ellaa dub dubit itati ativam vamente. ente. C Creo reo que Pocilga estaba fascinado por la ausencia de miedo de Sylvia, o quizá por su evidente sexualidad. Desde luego, Sylvia no tenía cruzados los tobillos. Fuera, en el césped, acababan de llegar otros dos coches de policía. Los  bombe  bom beros ros se reti re tira raban ban y a , y la ala alarm rm a de ince incendios ndios ha había bía enm udec udecido ido m inut inutos os antes. De pronto el señor Grace se separó de la multitud y se encaminó hacia la entrada principal. principal. Una leve bris brisaa agit agitaba aba la parte inferior de su am er eriica cana. na.  —Más c om ompañía pañía —anunc —anunció ió Co Cork rky. y. Me leva levanté, nté, m e a ce cerqué rqué a l interc ntercomuni omunicador cador y lo conecté de nuevo en « habl hablar-e ar-escuch scuchar» ar» . Lueg Luegoo vo vollví a sentarme, sudando un poco. En el próximo asalto me enfrentaría con el señor  Grace, que no era precisamente un peso ligero. Unos minutos después el hueco « clic» clic» anun anunció ció qque ue la llíínea eest staba aba aabi bierta. erta.  —¿Ch  —¿ Chaa rlie? — —dij dijoo el señor Gr Graa c e ccon on voz tra tranquil nquilaa , m modulada odulada,, segur seguraa .  —¿Có  —¿ Cóm m o está, ffull ullee ro? —repliqué.  —Bien,  —B ien, gr grac acias, ias, Ch Chaa rlie. ¿Y ttú? ú? ¿Có Cóm m o estás tú?  —Aquí, chupándom chupá ndomee eell dedo —re —respondí spondí.. Ri Risi sitas tas de los c hicos.  —Cha  —C harlie, rlie, y a habla hablam m os e n otra oca ocasió siónn de buscar busca r a y uda par paraa ti. ti. Ahor Ahoraa has cometido un acto antisocial, ¿estás de acuerdo?  —¿S  —¿ Se gún qué nor norm m as?  —See gún las norm a s de la socie  —S sociedad, dad, Charlie. P rim rimer eroo lo del señor Carlson, ahora esto. ¿Nos dejarás ayudarte? Estuve a punto de preguntarle si mis compañeros no formaban parte de la sociedad, pues allí dentro parecía demasiado afectado por lo sucedido con la señora Underwood, peronadie no podía hacerlo. Hubiera sido transgredir una serie de normas que apenas comenzaba a comprender.  —Cha  —C harlie, rlie, Cha harlie rlie —continuó el señor Gr Grac ace, e, c om omoo si e stu stuvier vieraa m uy

apenado—. Ahora depende de ti que puedas salir de ésta.  

Su voz no me gustaba. Llevé la mano a la pistola como si eso pudiera infundirme ánimos. Me desagradaba hablar con el señor Grace. Siempre encontraba la manera de confundirte, de hacerte sentir inseguro. Me había entrevistado con él muchas veces después de golpear al señor Carlson con la llave ing ingllesa y sabí sabíaa que re realm almente ente podí podíaa hace hacerte rte dudar dudar..  —¿S  —¿ Se ñor Gr Graa c e?  —¿S  —¿ Sí, C Cha harlie? rlie?  —¿Ha  —¿ Ha dicho T Tom om a la poli policc ía lo que le or ordené dené??  —¿T  —¿ Te refie re fiere ress al señor De Denver nver??  —Com  —C omoo quiera quiera.. ¿¿S Se lo ha ha…? …?  —Sí.í. Ha tra  —S transm nsmit itido ido ttuu m mee nsaj e .  —¿Ha  —¿ Hann dec decidi idido do y a ccóm ómoo van a dom dominar inarm m e?  —No lo sé, Ch Chaa rlie. Me int inter eree sa m á s sabe saberr si has de decidido cidido c óm ómoo vas a dominarte tú mismo. ¡Ah!, ya estaba intentando confundirme, como había hecho después de lo sucedido con el señor Carlson. Sin embargo en aquella ocasión yo me había visto obligado a reunirme con él; ahora, en cambio, podía desconectar el int nterc ercomunicador omunicador en eell mom ento en qu quee qui quisi sier era, a, aaunq unque ue no m mee sent sentía ía ca capaz paz de hacerlo, y él lo sabía. Además me observaban mis compañeros, evaluándome.  —¿Qué  —¿ Qué?? ¿Sudando un poc poco? o? —pre —pregunté. gunté.  —¿Y  —¿ Y tú?  —Baa h. S  —B Sois ois todos iguales —r —repuse epuse con una nota de am a rgur rguraa en la voz voz..  —¿De  —¿ De ver veras? as? En ttaa l ca caso, so, ttodos odos quere querem m os ay udar udarte. te. Era un hueso más duro de roer que el pobre Tom Denver, no cabía duda. Evoqué la imagen de Don Grace, un maldito hijo de puta bajito, siempre pulcro   aseado, calvo y con grandes patillas en forma de costilla de cordero, como  par  para a c om ompensa r; sol solía ía pipa usar llena cha chaqueta quetas de tweed    con coderas de ante y que siempre llevaba enpensar; la boca una de uns tabaco importado de Copenhague olía a mierda de vaca. Un jodementes, un opresor de cabezas en posesión de un  puñado de ins instrum trumee ntos inqui inquisit sitivos ivos.. P a ra eso e stán los psi psiquiatra quiatras, s, am igos y compañeros míos; su trabajo consiste en joder al perturbado mental, preñarle de cordura y parlotear mucho. Estudian en la universidad para aprenderlo, y todos los cursos y asignaturas son variaciones sobre un mismo tema: fastidiar a los  psicc óti  psi óticos cos por diver diversió siónn y diner dinero, o, sobre todo por diner dinero. o. Y si a lgún día te encuentras tendido en el gran diván del psicoanalista donde tantos te han  prece  pre cedido, dido, recue re cuerda rda e sto sto:: cua cuando ndo se c onsi onsigue gue la c ordur orduraa a pre presió sión, n, e l hij hijoo siempre se parece al padre. Además la tasa de suicidios es muy elevada. Consiguen que uno se sienta muy solo y con ganas de llorar; le impulsan a arrojarlo todo por la borda con la mera promesa de que le dejarán en paz durante un rato. ¿Qué tenemos?

¿Qué tenemos en realidad? Mentes como obesos aterrorizados que mendigan  

las miradas que se alzan en las terminales de autobús o los restaurantes y luego se desvían, desinteresadas. Mientras yacemos despiertos, nos imaginamos con sombreros blancos de diferentes formas. No existe virginidad capaz de soportar  las estudiadas manipulaciones de la psiquiatría moderna. Pero quizá no importaba. Tal vez ahora todas aquellas putas y picapleitos malintencionados seguirí segu irían an m i juego. j uego.  —Déjj anos aayy udar  —Dé udarte, te, Char Charli liee —dec —decía ía eell señor G Gra race ce..  —Sii os dej a ra  —S ra,, os esta estaría ría a y udando a vosot vosotros ros —af —afirm irméé c om omoo si la idea acabara aca bara de pas pasar ar po porr m i cabez cabeza—. a—. Y me niego niego a hace hacerl rlo. o.  —¿P  —¿ P or qué Ch Chaa rlie?  —¿S  —¿ Se ñor Gr Graa c e?  —¿S  —¿ Sí, C Cha harlie? rlie?  —La próxim próximaa vez que m mee ha haga ga una pre pregunta, gunta, ma m a tar taréé a aalgui lguiee n aquí aabaj baj o. Oí al señor Grace tomar aire, como si acabaran de comunicarle que su hijo había sufrido un accidente de tráfico. Aquel sonido delataba falta de confianza, y me sentí estupendamente. En el aula todos me miraban con gran tensión. Ted Jones levantó la cabeza despacio, como si acabara de despertar. Aprecié en sus ojos la familiar nube oscura del odio. Anne Lasky tenía los suyos abiertos como  platos, con c on eexpre xpresión sión asustada asustada.. Los dedos de Sy lvi lviaa Raga Ragann eejj ec ecutaba utabann un lento y vago paso de ballet  mientras   mientras hurgaban en el bolso en busca de otro cigarrillo. Y Sandra Cross me miraba muy seria, como si yo fuera un médico o un sacerdote. El señor señor Gra Grace ce vol volvi vióó a ha habl blar ar..  —¡Cuidaa do! —interr  —¡Cuid —interrum umpí pí al in instante—. stante—. P Piense iense m uy bien lo que va a de decc ir. ir. Y Yaa no estamos jugando a su juego. Entiéndalo bien. Ahora usted juega al mío. Sólo afirm acio ac iones. nes. T Tenga enga m ucho cuid cuidado. ado. El señor señor Gra Grace ce no hhiz izoo el me menor nor com comentario entario ssobre obre m mii me metáfora táfora de los juegos. En  —C ese instante  —Cha harlie… rlie… empecé a creer que le tenía. ¿No sonaba como una súplica?  —Muy bien. ¿Cree que podrá conse conserva rvarr su e m pleo despué despuéss de esto, señor  Grace?  —Cha  —C harlie, rlie, por el aam m or de Dios…  —Así está m uchísimo uchísim o m mee j or. or.  —Déjj ale  —Dé aless salir, C Cha harlie. rlie. Sálvate Sálvate.. P Por or ffaa vor vor..  —Habla  —Ha bla dem asia asiado do de deprisa. prisa. Muy pronto for form m ular ularáá una pre pregunta, gunta, y e so significará el fin para alguien.  —Cha  —C harlie… rlie…  —¿Dónde c um  —¿Dónde umpli plióó el ser servicio vicio m mil ilit itaa r?  —¿Qué  —¿ Qué…? …?

Un súbito súbito ssil ilbi bido do al int inter errum rum pir pir la ffra rase. se.  —Hass e stado a punto de m ata  —Ha atarr a a lgui lguiee n —dije —dije—. —. Cuidado, Don. P uedo  

llamarte Don, ¿no? Claro. Mide tus palabras. Don. Ya casi ca si le tenía. Iba a rom romperle perle en pedazo pedazos. s. En aquel instante me pareció que quizá podría acabar con todos.  —Cre  —C reoo que se será rá m e j or que m e re reti tire re de m om omento, ento, Charlie.  —Sii te lar  —S largas gas a ntes de que y o te lo orde ordene, ne, m ata ataré ré a a lguien. lguien. Lo que vas a hacerr es sent hace sentar arte te y re resp spond onder er a m is pregunt preguntas. as. La primera muestra de desesperación, tan bien disimulada como el sudor del sobaco en el baile de fin de curso.  —De ver verda dad, d, C Char harli lie, e, no de debo. bo. No puedo aasum sumir ir la rresponsa esponsabil bilidad idad de de… …  —¡Responsabilidaa d! —exc  —¡Responsabilid —exclam lam é —. ¡D ¡Dios ios m ío, lleva llevass habla hablando ndo de responsabilidad desde que te dejaron suelto en la escuela! ¡Y ahora quieres escurrir el bulto la primera vez que quedas con el culo al aire! ¡Pero soy yo quien conduce este trasto, y por Dios que vas a empujar el carro! O haré lo que he dicho. ¿Lo entiendes? ¿Lo has entendido?  —No esto e stoyy disp dispuesto uesto a pa participar rticipar e n un jjuego uego de salón cua cuando ndo las pre prendas ndas son vidas humanas, Charlie.  —Muchass feli  —Mucha fe licc idade idadess —re —repli pliqué—. qué—. Ac Acaa bas de de descr scribi ibirr la psiq psiquiatría uiatría m oderna. Ésa de debería bería ser la defini definición ción ddel el m manual, anual, Don Don.. T Tee diré diré algo; algo; me mear arás ás por  la ventana si te lo ordeno. Y que Dios te ayude si te pillo en una mentira. Eso significaría la muerte de alguien… ¿Estás preparado para desnudar tu alma, Don? El señor Grace respiraba entrecortadamente. Deseaba preguntarme si hablaba en serio, pero temía que respondiera con el arma, en lugar de con la  boca.. Que  boca Quería ría tende tenderr la m a no y desc desconec onectar tar e l interc intercom omunica unicador, dor, per peroo sa sabía bía que  podría oír e l e c o del disp dispaa ro e n e l edif edificio icio va vacío, cío, trona tronando ndo com o una bola de  bolicc he que sube por una la  boli larga rga pis pista ta de desde sde eell infie infierno. rno.  —Está bien —dije. —dijlos e. puños de la camisa. En el exterior los policías, Tom Me desabroché Denver y el señor Johnson paseaban inquietos, a la espera del regreso de su charlatán jodementes de la chaqueta de tweed . Interpreta mis sueños, Sigmund, rocíalos con el semen de los símbolos y hazlos crecer. Demuéstrame cuan diferentes somos de, por ejemplo, los perros rabiosos o los tigres viejos llenos de m ala sangre. Enséñam Enséñamee al hombre que se ocult ocultaa eent ntre re m is su sueños eños hhúm úmedos. edos. Ello Elloss tenían todas las razones para mostrarse confiados, aunque no lo parecían. En el sentido simbólico, el señor Grace era pionero del mundo occidental. Un opresor  con un compás. Le oía respirar entrecortadamente por la cajita enrejada colocada encima de mi cabeza. Me pregunté si había analizado algún buen sueño últimamente. Me pregunté cómo sería el suyo cuando la noche llegara finalmente.

  Está bien, Don. Vam Vam os allá.

 

19

 —¿Dónde c um  —¿Dónde umpli pliste ste eell servic servicio io milit militar ar??  —En el ej e j érc ér c it ito, o, Char Charli liee . Esto nnoo nos llleva levará rá a nada. na da.  —¿En  —¿ En ca cali lidad dad de qué?  —De m édic édico. o.  —¿P  —¿ P siq siquiatra uiatra??  —No.  —¿Cu  —¿ Cuáá nto ttiem iem po ll lleva evass ej e rc rciendo iendo la psiqui psiquiatr atría? ía?  —Cinco  —C inco aaños. ños.  —¿S  —¿ Se lo has com ido alguna ve vezz a tu m muj ujer er??  —¿Qué  —¿ Qué…? …? —Una pa pausa usa colé coléric rica, a, ate aterr rroriz orizada ada—. —. Y Yo… o… no eenti ntiee ndo eell sentido de la la ffrase. rase.  —La for form m ular ularéé de otra m ane anera ra.. ¿Ha Hass re realiz alizaa do alguna vez prá práctica cticass  bucogenit  bucoge nitaa les ccon on tu esposa?  —Me niego a re responder sponder a eso. No tiene tieness ni ningún ngún der deree cho.  —Tee ngo todos los der  —T deree chos, y tú, ninguno. Responde o m a tar taréé a alguien. Y recuerda, si mientes y lo descubro, mataré a alguien. ¿Has realizado alguna vez…?  —¡No!  —¡N o!  —¿Cu  —¿ Cuáá nto ttiem iem po ll lleva evass ej e rc rciendo iendo la psiqui psiquiatr atría? ía?  —Cinco  —C inco aaños. ños.  —¿P  —¿ P or qué qué??  —¿Qué  —¿ Qué…? …? Bi Biee n, porque m e gust gusta. a.  —¿Ha  —¿ Ha tenido tu e sposa aalguna lguna ve vezz un lí líoo con otro hom bre bre??  —No.  —¿Co  —¿ Conn otra m ujer uj er??  —¡No!  —¡N o!  —¿Có  —¿ Cóm m o lo ssabe abes? s?  —Porque  —P orque m e quiere quiere..  —¿T  —¿ Te ha he hecho cho tu eesposa sposa aalguna lguna ve vezz un buen rree paso de ba bajj os, Don?  —No sé qué quieres quier es de decc ir ccon on eso.  —¡Lo sabes sa bes pe perf rfee cta ctam m e nte!  —No, Charlie, y o…  —¿Co  —¿ Copiaste piaste eenn algún eexam xam en de la ffac acult ultaa d? Una pausa.  —R  —Rotundam otundamente ente  —¿En  —¿ En algún eexam xamno. e n de pr pregunta eguntass rá rápidas? pidas?  —No. Salt altéé rá rápi pidam damente: ente:

 —Entoncess ¿cóm o puede  —Entonce puedess dec decir ir que tu esposa nunca ha re reaa liz lizado prá prácc tic tic as  

 bucoge nitaa les cconti  bucogenit ontigo? go?  —Yo…  —Y o… Y Yoo nunca nunca… …C Char harli lie… e…  —¿Dónde  —¿ Dónde hicist hicistee eell ca cam m pam ento eenn el ser servicio vicio m mil ilit itaa r?  —En Fort… Fort… F Fort ort Benning.  —¿Qué  —¿ Qué año?  —No recue re cuer… r…  —¡Dim  —¡D imee el aaño ño o m mato ato a alguien!  —En 1956.  —¿Era  —¿ Erass sol soldado dado rraa so?  —Yo…  —Y o…  —¿Era  —¿ Erass sol soldado dado rraa so? ¿Er Eras as soldado?  —Era…  —Era … Era ofic oficial. ial. Pr Prim imee r te teni… ni…  —¡Noo te he pre  —¡N preguntado guntado eso! —exc —exclam lam é.  —Cha  —C harlie… rlie… ¡¡Ch Chaa rlie, por e l am amor or de Dios, ttra ranquil nquilíz ízaa te…!  —¿En  —¿ En qué aaño ño term inaste eell servic servicio io m mil ilit itaa r?  —En 1960.  —¡Dee bes se  —¡D servir rvir a tu patria se seis is años! ¡¡Estás Estás m mint intiendo! iendo! V Voy oy a m ata atarr aa… …  —¡No!  —¡N o! —vocife —vociferó—. ró—. ¡Estuve en la guar guardia dia nac nacional! ional! ¡En la guar guardia dia nacional!  —¿Cu  —¿ Cuáá l er eraa eell ape apell llido ido de solt solter eraa de tu m madr adre? e?  —Ga…  —Ga … Ga Gavin. vin.  —¿P  —¿ P or qué qué??  —¿P  —¿ P or…? No eenti ntiendo endo a qué te te… …  —¿P  —¿ P or qué su ape apell llido ido de solt soltee ra e ra Gavin? Ga vin?  —Porque  —P orque el aapellido pellido ddee su padr padree eera ra Gavin. Ga vin. C Char harli lie… e…  —¿En  —¿ En qué aaño ño hicist hicistee eell ca cam m pam ento?  —En 1957… no 1956. 1956  —Estás m intiendo. mint iendo. T Tee. he pil pillado, lado, ¿¿ver verdad, dad, D Don? on?  —¡No!  —¡N o!  —Hass dicho prim  —Ha primee ro 57.  —Me he c onfundido.  —Voy  —V oy a pe pegar gar un ti tiro ro a alguien. En eell vi viee ntre ntre,, cr cree o. S Sí.í.  —¡Charli  —¡Char liee , por eell am or de Dios!  —Que no vuelva a suce suceder. der. Era Erass sol soldado dado rraa so, ¿¿ver verdad? dad? En el ej é rc rcit ito. o.  —Sí…  —S í… no… Era ofic oficial… ial…  —¿Cu  —¿ Cuáá l er eraa eell segundo nom nombre bre de tu pa padre dre??  —John. Chas ha… Char Charli e, dom ve ínate. N No… o…  —¿  —¿S Se loCha… com idolie, alguna vez z a tu m muj ujer er??  —¡No!  —¡N o!

  Mie Mie ntes. Antes dij dijist istee que no sabías qué sig significa nificaba ba eeso. so.  —¡Tú m e lo explica explicaste! ste! —Gra —Grace ce re respiraba spiraba de for form m a e ntre ntrecor cortada tada—. —.  

Déj amee ir, C Déjam Charl harliie. Déj Déjam ame… e…  —¿A  —¿ A qué cconfe onfesión sión re reli ligiosa giosa per pertene tenece ces? s?  —A la m e todi todista. sta.  —¿F  —¿ Form as pa parte rte del ccoro? oro?  —No.  —¿Ac  —¿ Acudis udiste te a la eescue scuela la dom domini inica cal? l?  —Sí.í.  —S  —¿Cu  —¿ Cuáá les son llas as tre tress prim primee ra rass pala palabra brass de la Bibl Biblia? ia? Pausa.  —« En eell principio… principio…»» .  —¿Y  —¿ Y la pr prim imee ra lí línea nea del sa salm lmoo veintiuno? veintiuno?  —El… hum… « El S See ñor eess m mii pastor, nada m e ffalta» alta» .  —¿Y  —¿ Y se lo ccom omist istee a tu m muj ujee r por prim primee ra vez en 1956?  —Sí…  —S í… ¡No! ¡O ¡Oh, h, C Cha harlie, rlie, dé déjj am e eenn paz!  —El cam ca m pam ento, ¿¿qué qué aaño? ño?  —En 1956.  —¡Antes  —¡A ntes has dicho 57! —exc —exclam lam é—. ¡A ¡Ahí hí e stá! ¡V ¡Voy oy a volar la c abe abezza a alguien algu ien ahora m is ism m o!  —¡Dij  —¡D ijee 56, m aldita sea sea!! Vociferaba sin aliento, histérico.  —¿Qué  —¿ Qué le suce sucedió dió a Jonas, Don?  —See lo tra  —S tragó gó una ba ball llee na.  —En la Bibli Bibliaa se af afirm irmaa que er eraa un gr gran an pe pezz, Don. ¿¿Que Quería ríass dec decir ir eeso? so?  —Sí.í. Un gra  —S grann pez. C Clar laroo que sí. Cól ólera era lasti astim m era era..  —¿Quién  —¿ Quién cconst onstruy ruy ó el aarc rcaa ?  —Noé  —Noé. . hicist  —¿Dónde  —¿ Dónde hicistee eell ca cam m pam ento?  —En Fort Fort Benning. Se mostraba más confiado. Terreno familiar. Se sentía más tranquilo.  —¿S  —¿ Se lo has com ido alguna ve vezz a tu m muj ujer er??  —No.  —¿Qué  —¿ Qué??  —¡No!  —¡N o!  —¿Cu  —¿ Cuáá l es el últi últim m o li libro bro de la Bi Bibli blia, a, D Don? on?  —El Apocali Apoca lipsis psis..  —¿Quién  —¿ Quién lo esc escribió? ribió?  —Juan.  —¿Cu  —¿ Cuáá l es el se segundo gundo nom nombre bre de tu pa padre dre??

  John.  —¿Alguna  —¿ Alguna ve vezz has tenido una rree vela velacc ión de tu padr padre, e, Don? D on?  

Una risa extraña, aguda, por parte de Don Grace. Algunos chicos  parpade  par padeaa ron incóm odos al oírla.  —Hum…  —Hum … no…, C Char harli lie… e… N Noo puedo de decir cir que tuviera tuvier a ninguna.  —¿Cu  —¿ Cuáá l er eraa eell ape apell llido ido de solt solter eraa de tu m madr adre? e?  —Gavin.  —Ga vin.  —¿S  —¿ Se cue cuenta nta a Cris Cristo to entre los m á rtire rtires? s?  —Sssí  —S ssí… … Com omoo er eraa m etod etodis ista, ta, no est estaba aba dem demasi asiado ado seguro.  —¿Cu  —¿ Cuáá l fue su m ar arti tirio? rio?  —La cruz cr uz.. Morir ccruc rucifica ificado. do.  —¿Qué  —¿ Qué pre preguntó guntó C Cristo risto a Dios desde la cr cruz uz??  —« Dios m mío, ío, Dios m ío, ¿¿por por qué m e ha hass aba abandonado?» ndonado?» .  —¿Don?  —¿ Don?  —Sí,í, C  —S Char harli liee .  —¿Qué  —¿ Qué aca ac a bas de dec decir? ir?  —He dicho: « Dios m ío, Dios m ío, ¿por qué…? —Una pausa pausa—. —. ¡O ¡Oh, h, no, Charli harlie! e! ¡Est ¡Estoo no es jjus usto to!» !» .  —Hass hec  —Ha hecho ho una pr pree gunta.  —¡Me has tendido una tra tram m pa!  —Acaa bas de m ata  —Ac atarr a alguien, Don. Lo siento.  —¡No!  —¡N o! Disparé la pistola contra el suelo. Toda la clase, que había escuchado con una atención tensa, hipnótica, se echó hacia atrás. Varios chicos gritaron. Pocilga volvi vol vióó a desm desmay ay arse y ca cayy ó al su suelo elo con un sati satisfactorio sfactorio rui ruido do de ca carne. rne. No sé si el intercom intercomuni unica cador dor lo captó captó,, pero en rrea eali lidad dad no importaba. El señor Grac Gr acee estaba ll llora orando, ndo, ssol olloz lozando ando ccom omoo un ni niño. ño.  —Saa ti  —S tisfa sfacc torio —dije —dije,, sin dirigi dirigirm rm e a nadie e n par parti ticc ular ular—. —. Muy satisfactorio. Las cosas se desarrollaban magníficamente. Le dejé sollozar durante casi un minuto; los policías habían empezado a dirigirse hacia el edificio al oír la detonación, pero Tom Denver, confiando todavía en su psiquiatra, les hizo detenerse, de modo que, por ese lado, todo marchaba bien. El señor Grace  parec  par ecía ía un niño pe pequeño, queño, desva desvali lido do y dese desesper speraa do. Le había hec hecho ho j oder oderse se con su gra grann in inst strum rumento ento,, com o en una de esas eexperiencias xperiencias ext extra rañas ñas que se publ publican ican  Penthous nthousee Forum. Le había arrancado la máscara de brujo curandero y le en el Pe había hecho humano. Pero no se lo eché en cara. Errar es humano, pero  per donar e s di  perdonar divino. vino. Estoy Estoy re reaa lm lmee nte cconvenc onvencido ido de eell llo. o.  —¿S  —¿ Se ñor Gr Graa c e? —di —dijj e aall fin.  —Me voy —anunc —anunció ió Gr Graa c e. Lue Luego, go, ccon on un tono ll lloroso oroso y re rebelde belde,, aañadió—: ñadió—:

¡Y no podrás impedirlo!  —Está bien —asentí, —a sentí, ca casi si con ter ternura nura—. —. El jjuego uego ha ter term m inado, se señor ñor G Gra racc e .  

Esta vez no hemos jugado de veras. No ha muerto nadie. He disparado contra el suelo. Un silencio silencio llleno leno de j ade adeos. os. Lu Luego, ego, una voz ca cansada: nsada:  —¿Có  —¿ Cóm m o puedo eestar star se seguro guro de que lo que dic dicee s es ccier ierto, to, C Char harli liee ? Porque habría habido una estampida, pensé. En lugar de decir eso, hice una señal a Ted.  —Le habla Te d Jones, señor Gr Graa ce —dijo eell m muc uchac hacho ho con voz ddee autóm autómata ata..  —Sssí  —S ssí,, T Tee d.  —Ha dis dispar paraa do c ontra el suelo —inform ó Te d m a quinalm quinalmee nte—. Todos estamos bien. A continuación sonrió y siguió hablando. Le apunté con la pistola y cerró la  boca de inm inmedia ediato. to.  —Graa cia  —Gr cias, s, T Ted. ed. Muc Muchas has gr graa cia cias, s, m mucha uchacc ho. El señor Grace rompió a sollozar de nuevo. Después de un rato que pareció m uy, muy largo, ddesconectó esconectó el in intercom tercom uni unica cador dor.. Mu Mucho cho despu después és aapare pareció ció en eell césped, caminando hacia el grupo de policías apostados allí, con su americana de tweed   con coderas de ante, la calva reluciente y las mejillas encendidas. Avanz vanzaba aba con pa pasos sos llentos, entos, com comoo un aanciano. nciano. Me sorpre sorprendi ndióó lloo muc mucho ho qque ue m mee gust gustaba aba ve verle rle andar de aquell aquellaa m aner anera. a.

 

20

 —¡Vay a , tío! —e  —¡Vay —excla xclam m ó Richar Richardd Ke Keee ne desde el ffondo ondo de dell aula c on voz ca cansi nsina na  apagada. De pronto se oy oyóó un unaa voce vocecil cilla la que ref reflej lejaba aba fe fellici icidad: dad:  —¡Creoo que ha sido m agnífic  —¡Cre agnífico! o! Volví la cabeza hacia el lugar de donde había surgido la voz. Era una chica llamada Grace Stanner, una muchacha menuda que parecía una muñeca holandesa. Era bonita, de esa clase que atrae a los alumnos de los primeros cursos, que todavía se peinan el cabello hacia atrás y llevan calcetines blancos. Muchos revoloteaban siempre alrededor de ella en el vestíbulo, como abejas zumbonas. La cchi hica ca ll llevaba evaba j erséis aj ustado ustadoss y faldi falditas tas cortas. C Cuando uando cam inaba, todo el mundo se quedaba mirándola; como Chuck Berry ha afirmado en su  profunda  prof unda sabiduría, « es m a gnífico ver a a lgui lguien en lle lle var varse se los apla aplausos» usos» . P or lo que sabía, su madre no era precisamente una joya, sino una especie de mariposa de bar, entre profesional y aficionada, que pasaba la mayor parte del tiempo en Danny’s, el bar de South Main, a casi un kilómetro de lo que aquí, en Placerville, llam laman an « el rin rincón» cón» . Danny Danny’’s no ti tiene ene na nada da que ver con el C Cae aesar’ sar’ss Pa Pallac ace. e. En las ciudades pequeñas siempre hay mentes estrechas dispuestas a pensar que, de tal m adre, tal hij hij a. Grace Gra ce Stann tanner er ll llevaba evaba una rebec rebecaa rros osaa y una falda de color verde oscuro qque ue le llegaba a los muslos. Tenía el rostro encendido, como el de un elfo. Había levantado un puño cerrado hasta la altura del hombro en un gesto inconsciente. Aquel momento tenía algo de cristalino, de punzante. Noté que mi garganta se  ponía tensa. tensa .  —¡Adela  —¡A delante, nte, Char Charli lie! e! ¡Jóde ¡Jódeles les a todos todos!! se volvieron a un y otro muchas bocas abrieron,  per oMuchas  pero a m í nocabezas m e sorpre sorprendía ndía dem asia asiado dolado lo suce sucedido. dido.yY Ya a he explica explicado doseque esto es como la bola de una ruleta, ¿verdad? Claro que sí. En cierto modo —de muchos modos—, todavía seguía girando. La locura es sólo cuestión de medida, y hay mucha gente, aparte de mí, que siente el impulso de hacer rodar cabezas. Esa gente gusta de ver películas de miedo y acude a los combates de lucha que se celebran en el pabellón de Portland. Quizá lo que Grace había dicho tenía el sabor característico de esas cosas, pero la admiré por expresarlo en voz alta, sin reprimirse; el precio de la sinceridad siempre es muy elevado. La muchacha habíaa aasi habí sim m ilado perfe perfectam ctamente ente lo loss fun fundam damento entos. s. Adem ás era bon bonit itaa y deli delica cada. da. Irmatuve Bates se volvió hacia cone staba el rostro contraído indignación.  pronto la sensa sensac c ión de que ella lo que ocur ocurrié riéndole ndole adeIr Irm m a debía de De ser  casi ca si ca cattastrófi astrófico. co.

  ¡Tienes ¡Tie nes una boca ll llee na de m ier ierda! da!  —¡Anda  —¡A nda y que te j odan! —re —repli plicó có Gr Graa c e con una sonrisa. Lue Luego, go, ccom omoo si lo  

hubiera pensado mejor, añadió—: ¡Guarra! Irma se quedó boquiabierta, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas. Observé cómo se movía su garganta, probándolas, rechazándolas,  probando  proba ndo otra otrass nue nuevas, vas, busca buscando ndo pala palabra brass soe soecc es que hicier hicieraa n apa apare recc er ar arruga rugass en el rostro de Grace, que le hicieran caer los pechos diez centímetros sobre el vientre, que le hicieran surgir venas varicosas en aquellos muslos apretados y que le hicieran encanecer de golpe. Seguro que tales palabras existían en algún rincón  sóloo se trataba de eencont  sól ncontra rarlas. rlas. Por eso Irm a sigui siguióó esforz esforzándos ándosee por evoca evocarlas; rlas; con la mandíbula inferior caída y la frente prominente (ambas profusamente salpicadas de espinillas), parecía un sapo. Fin inalm almente ente lanz lanzóó su andana andanada: da:  —¡Golfa  —¡G olfa!! ¡¡De Deber berían ían m ata atarte rte a tiros, ccom omoo har haráá n con éél! l! Buscó más insultos. Lo anterior no bastaba para expresar el horror y la indignación que le había provocado aquel desgarrón en el tejido de su universo.  —¡Dee ber  —¡D berían ían m maa tar a todas las buscona busconas! s! ¡A ¡ A las busconas buscona s y a sus hi hijj a s! En la clase se hizo el silencio. Un pozo de silencio. Un imaginario foco iluminaba a Irma y Grace. Hasta las últimas palabras de Irma, Grace había sonreído ligeramente. De pronto su sonrisa se había borrado.  —¿Có  —¿ Cóm m o? —pre —preguntó guntó ssin in lleva evantar ntar la voz voz—. —. ¿¿Có Cóm m o has dicho?  —¡Golfa  —¡G olfa!! ¡¡Bus Buscona cona!! Grace Gra ce se pus pusoo en pi pie, e, com o ssii ssee dis dispus pusiera iera a re recit citar ar un poem poema. a.  —¡Mi madr m adree tra trabaj baj a en una la lavande vandería ría,, gorda de m ier ierda da!! ¡¡Y Y se será rá m e j or que retires lo lo qu quee aaca cabas bas de decir! Irma miró a ambos lados con aire de triunfal desesperación. Tenía el cuello reluciente y resbaladizo de sudor; el sudor nervioso de la adolescente maldita que  pasa los vier viernes nes por la noche e n ca casa, sa, viendo viej as película películass por televisión y viendo las horas; quien teléfono permanece eternamente mudo y pasar para quien la vozdedeésasu para madre es laelvoz de Thor; de ésa que se depila interminablemente la sombra de bigote sobre el labio superior; de ésa que ve una  película de Rob Robee rt Redfor Redfordd c on las am igas y otro día vuelve sola a l cine par paraa contem cont em pl plar ar de nuevo al ac acto tor, r, sent sentada ada ante la pantal pantalla la con las ma manos nos apre apretadas tadas y sudorosas en el regazo; de ésa que se agita ante una carta larga, escrita a John Travolta Travol ta y rara ra ra ve vezz envi enviada, ada, que gara garabatea batea baj o llaa luz parpadea parpadeant ntee y opresi opresiva va de la lám para de la m mesa esa de estu estudi dio; o; de ésa para qui quien en eell tiem tiempo po ssee ha converti convertido do en un lento y soñoliento trineo que conduce al fracaso, que sólo lleva a habitaciones vacías y el olor de viejos sudores. Sí, aquel cuello estaba reluciente y resbaladizo de sudor sudor.. No ooss engañaría, com comoo tam tam poco me engañar engañaríía a m í m ism ism o. Irm a abri abrióó llaa boca y aul aullló:  —¡Hij  —¡H ijaa de puta!

 —Muy bien —re —repuso puso Gr Graa ce ce,, que había e m pezado a a vanzar por e l pasill pasilloo hacia Irma, con las manos tendidas delante del cuerpo como la ayudante de un  

hipnotizador en pleno espectáculo. Tenía las uñas muy largas, pintadas de color   perla—.  per la—. V Voy oy a ar arra ranca ncarte rte los ojos, oj os, ce cerda rda..  —¡Hij  —¡H ijaa de puta! ¡H ¡Hij ijaa de puta! —ca —canturre nturreaa ba IIrm rm a. Grace sonrió. Sus ojos destellaban con un aire élfico. No caminaba deprisa,  peroo tam  per tampoco poco se hac hacía ía la rree m olona. No. A Ava vanz nzaa ba ccon on paso norm a l, re resuelta. suelta. Er Eraa  bonita,  bonit a, m á s de lo que había adve advertido rtido hasta e ntonce ntonces. s. Era c om omoo si se hubiera convertido converti do en uunn cam af afeo eo de sí m ism ism a.  —Muy bien, IIrm rm a —dij —dijo—. o—. All Alláá voy. T Tee aarr rraa nca ncaré ré los ojos. oj os. Irm a, rrepenti epentinam namente ente ccons onscient cientee de lo que sucedía, se eencogi ncogióó en su asi asiento ento.. o así la pistola, pero coloqué la mano encima.  —¡Basta! —int —inter ervine. vine. Grace Gra ce se detuv detuvoo y m e dirigi dirigióó una m irada inq inqui uisi siti tiva. va. Ir Irm m a se m ost ostró aali livi viada ada  también complacida, como si yo hubiera adoptado de pronto el aspecto de un di dios os j ust usticiero. iciero.  —Una hij hijaa de puta —c —com omee ntó al re resto sto de la c lase lase—. —. La señor señoraa Stanne tannerr dej a abiertas las las puertas de su casa ccada ada noche, cuando vu vuelve elve de la taberna taberna.. Y ella le sirve de ayudante en prácticas. Dirigi Diri gióó un unaa sonri sonrisa sa eenferm nferm iz izaa a Gra Grace ce;; uuna na sonri sonrisa sa que pre prettendí endíaa rreflej eflej ar una compasión superficial y mordaz, pero que sólo traducía su propio terror, vacío y  penoso. Grac Gr acee se seguía guía m mirá irándom ndomee ccon on aire inqui inquisit sitivo. ivo.  —¿Ir  —¿ Irm m a? —pre —pregunté gunté eeduca ducadam dam e nte—. ¿¿T Te im importa portaría ría e scuc scucha harm rm e, IIrm rm a? Y cuando me miró, comprendí lo que sucedía. Sus ojos poseían un brillo reluciente pero opaco. Su rostro mostraba unas mejillas encendidas pero una frente cerúlea. Parecía un disfraz aprobado para la noche de Halloween. Irma estaba a punto de estallar. Todo cuanto estaba ocurriendo había ofendido a la especie de murciélago albino que pudiera tener por alma. Estaba a punto de asce —B ascender nder dire rectam ctam al ciel cielo o caer pica cado infierno. infierno.  —Bien iendi —dij —dije e ente cua cuando ndo a mo bas fij fijaaen ronpi e ndomal í la m ira irada—, da—, bien, he hem m os de mantener el orden aquí. Seguro que lo entendéis. Sin orden, ¿qué tenemos? La selva. Y para conservar el orden, nada mejor que resolver nuestras diferencias de una m aner aneraa civi civilliz izada. ada.  —¡Escucha  —¡Esc uchad, d, esc escucha uchad! d! —e —excla xclam m ó Ha Harm rm on Jac Jackkson. Me puse puse eenn pi pie, e, m e aace cerqué rqué al enc encera erado do y tom tom é un pedaz pedazoo de ti tizza del estant estante. e. Luego dibujé un gran círculo sobre el suelo, de unos dos metros de diámetro. Mientra Mi entrass lo hac hacía, ía, ccont ontin inué ué pendiente de Ted Jon Jones. es. Fi Finalm nalmente ente vol volví ví al eescritori scritorioo  tomé asiento. Seña eñalé lé el ccírculo írculo con un gest gesto. o.  —Chicas,  —Chica s, por fa favor vor.. Grace se adelantó rápidamente, preciosa y perfecta. Sus rasgos eran suaves  herm os osos os.. Irm a perm permaneció aneció sen senttada, ccomo omo petri petrificada. ficada.

 —Ir m a —m  —Irm —murm urm uré uré—, —, vam os, Ir Irm m a. Ac Acaa bas de lanzar gra graves ves a cusa cusacc iones, ¿sabes?  

Irm a se m os ostró tró uunn ttanto anto sorprendid sorprendida, a, ccomo omo si el concepto « ac acus usac acio iones» nes» hubiera hecho estallar toda una nueva línea de pensamientos en su cabeza. Asintiendo, se levantó del pupitre al tiempo que se cubría la boca con una mano en un gesto de timidez, como queriendo ocultar una leve sonrisa coqueta. Avanzó lentamente por el pasillo hasta el círculo y se situó lo más lejos posible de Grace, con la mirada fija en el suelo, recatadamente, y las manos unidas a la altura de las caderas. Parecía un participante de un programa de artistas noveles que se di disp spone one a cant ca ntar ar Granada. De pronto recordé algo; su padre vendía coches, ¿verdad?  —Muy bien —dij —dijee —. Ahor Ahoraa , ccom omoo se ha insi insinuado nuado eenn la igl iglesia esia y la eescue scuela, la, un solo solo paso fuer fueraa del círc círcul uloo si signi gnifica fica la m uer uerte. te. ¿¿Entendi Entendido? do? Todos lo entendían. No era lo mismo que comprenderlo, pero resultaba su suficient ficiente. e. C Cuando uando uno dej dejaa de pensar, el concept conceptoo « com comprensi prensión» ón» cobra un sabor ligeramente arcaico, como el de una lengua olvidada o un vistazo por una cámara oscura victoriana. A nosotros, los norteamericanos, se nos da mejor  entender. Así resulta más fácil leer las vallas publicitarias cuando nos dirigimos a la ciudad la autopista más ochenta. alcanzar la comprensión m andí andíbul bulas aspor m mentales entales ddeben ebenaaabrirs brirseedeha hast staa ha hace cerrPara ccruj rujir ir llos os ttendon endones. es. En cam bio biolas el entendimiento puede adquirirse en cualquier estantería de libros de bolsillo de la nación.  —Bien  —B ien —dij —dije—, e—, m e gust gustaa ría que hubiera aquí e l m íni ínim m o de viol violee ncia física  posible.  posi ble. Ya hem os vist vistoo basta bastante. nte. Creo que las boca bocass y las m anos ser seráá n suficientes, chicas. Yo seré el juez, ¿de acuerdo? Ambas asintieron. Me llevé la mano al bolsillo trasero y saqué mi pañuelo rojo. Lo había comprado en la tienda de saldos de Ben Franklin, en el centro de la ciudad, y lo habíaaefecto habí llevado uunn producía par de vece veces a la eescuela, scuela, anudado al cuel cuello lo,, hast hasta a que m ha harté rté del que y sdesde entonces lo usaba para sonarme la e nariz. Burgu urgués és hast hastaa la m édul édula, a, aasí sí soy soy y o.  —Cua  —C uando ndo lo de dejj e c ae aer, r, em pezáis. Come Comenz nzaa rá ráss tú, Gr Graa ce ce,, y a que er eree s la agraviada. Grace asintió, radiante. Tenía dos rosas en las mejillas, como siempre decía mi madre de quienes mostraban unos colores subidos en el rostro. Irma Bates observó con timidez el pañuelo rojo.  —¡Basta! —exc —exclam lam ó Te d Jones—. Ha Hass dicho que no har harías ías daño a nadie nadie,, Charlie. ¡No sigas! —En sus ojos se advertía un brillo de desesperación—. ¡No sigas! Sin ninguna razón que pudiera adivinar, Don Lordi soltó una carcajada descontrolada.

 —Fue Irm  —Fue Ir m a quien em pezó, T Tee d Jone Joness —int —intee rvino Sy Sylvi lviaa Raga Ragan, n, aaca calora lorada—. da—. Si alg algui uien en ll llam am ase puta a m i ma madre… dre…  

 —P uta. P  —Puta. Puta uta aasquer squerosa osa —a —asin sinti tióó tí tím m idam idamee nte IIrm rm a.  —¡Le ar arra ranc ncar aría ía los oj ojos os si sinn pensa pensarlo rlo dos vec veces! es!  —¡Estás loca loca!! —espe —espetó tó T Tee d ccon on eell rostro e nce ncendido— ndido—.. ¡¡P P odría odríam m os de detene tenerr a Char harli lie! e! ¡Si tod todos os nos uuniésem niésemos, os, po podríam dríam os re reducirle! ducirle!  —¡Silenc  —¡Si lencio, io, T Tee d! —e —excla xclam m ó Dick Ke Keene ene—, —, ¿¿de de aacc uer uerdo? do? Ted miró alrededor y, al ver que nadie le apoyaba cerró la boca. Sus ojos aparec apar ecíían som sombrí bríos os y lleno lenoss de un odi odioo desbo desboca cado. do. M Mee alegré de que hubi hubiera era una  buena dis distanc tancia ia e ntre su pupit pupitre re y e l esc escritorio ritorio de la señor señoraa Unde Underw rwood. ood. Le dispararía a los pies si era preciso.  —¿P  —¿ P repar re parada adas, s, chic chicas? as? Grace Gra ce Stann tanner er m e de dedi dicó có una sonri sonrisa sa atre atrevi vida. da.  —Pre  —P repar paraa da. Irm a asi asint ntió ió.. Era una chica corpul corpulenta. enta. S See colo colocó có ccon on llas as piernas abiertas y la cabeza ligeramente gacha. Su cabello, de un color rubio sucio, formaba grandes rizos riz os que pa pare recían cían roll rollos os de pa papel pel hig higiénico. iénico. Dejé caer el pañuelo. La competición había empezado. Grace permaneció quieta y pensativa. Advertí que era consciente de hasta dónde podía llegar aquello y supuse que tal vez se preguntaba hasta dónde estaba di disp spuest uestaa a llegar llegar.. En aquel iins nstant tantee la am é. No… aam m é a am bas.  —Eress una va  —Ere vaca caburr burraa c hivata —espe —espetó tó Gra Gracc e, m ira irando ndo a Ir Irm m a dire direcc tam ente a lo loss ojos—. Ap Apestas. estas. De verda verdad, d, ttuu cuer cuerpo po apest apesta. a. Ere Eress un unaa guarra guarra..  —Bien  —B ien —int —intee rvine ccuando uando hubo ter term m inado—. Dale Da le una bofe bofetada tada.. Grace lanzó la mano y la descargó sobre la mejilla de Irma con un ruido seco, como de dos tableros al chocar. El impulso del brazo hizo que la rebeca se le subiera por encima de la cinturilla de la falda. Cork orkyy Heral Heraldd murmuró « ¡uh ¡uh!» !» . ol oltand tando o unhumilde gruñ gruñid ido, o, oIrm a ec echó hóEnllaa su ca cabez beza a hacia atrás, ysesuhabía ros rosttroformado se cont contra raj j o. Ya Sno parecía tímida. carrillo izquierdo una gran mar m arca ca roj rojiiza. Gra Grace ce incli nclinó nó llaa ccabeza abeza hacia atrás, exhaló un repent repentin inoo ja jadeo deo entrecortado y permaneció alerta. El cabello se esparcía sobre sus hombros, hermos herm osos os y perfec perfecttos os..  —Irm  —Ir m a por la aacusa cusación ción —dij —dijee —. Ade Adelante, lante, IIrm rm a . Irma respiraba pesadamente. Tenía los ojos vidriosos, con una expresión ofendida, y una mueca de horror en la boca. En aquel momento parecía la im agen m is ism m a de la ni niña ña a qui quien en nadie qu quiere. iere.  —Puta  —P uta —dijo a l fin, a par parente entem m e nte dec decidi idida da a continuar uti utili lizza ndo e l a salto que mejor resultado le había dado. Su labio inferior se levantó, cayó y volvió a levantarse, com o el de un pper erro—. ro—. Puerc Puercaa puta fol follado ladora ra.. Le dirigí un gesto de asentimiento. Irma sonrió. Era una chica muy robusta.

Su braz brazo, o, al llanz anzar arlo lo hacia aadelant delante, e, eera ra como com o un muro. Im pacto en la m ej illa illa de Grace y el ruido que se produjo fue como un crujido seco.  

 —¡O h! —e  —¡Oh! —excla xclam m ó una voz. Grace no cayó. La parte izquierda de su rostro enrojeció, pero ella apenas si se tambaleó. Al contrario, sonrió a Irma, que bajó la mirada. Lo veía y casi no  podía cre c reer erlo; lo; de después spués de todo, Dr Drác ácula ula tenía pies de ba barr rro. o. Eché un rápido vistazo al público. Todos estaban pendientes del espectáculo, hipnotizados. No pensaban en el señor Grace, Tom Denver o Charles Everett Decker. Observaban la escena y quizá veían una parte de sus propias almas reflejadas en un espejo agrietado. Era magnífico. Era como la hierba nueva en  primave  prim avera ra..  —¿Alguna  —¿ Alguna c ontra ontrarr rréplica éplica,, Gr Graa ce ce?? —pre —pregunté. gunté. Tra Trass los labios de Gr Grac acee asomaron unos pequeños dientes de marfil.  —Nuncaa has tenido una cita. Er  —Nunc Eres es re repulsi pulsiva va,, hue hueles les m al. P or e so sólo piensas en lo que hacen los demás, y todo lo vuelves sucio en tu mente. Eres una cucaracha. Le dirigí un gesto. Irma esquivó el golpe de Grace, cuya mano apenas le rozó el rostro. Sin em bargo aquéll aquéllaa eem m pez pezóó a ll llorar orar con una súb súbit itaa y tier tierna na desespera desesperación ción..  —Déjj am e eenn paz —gruñó—. No qui  —Dé quiee ro se seguir, guir, Ch Chaa rlie. ¡¡Dé Déjj am e en pa pazz!  —Ree ti  —R tira ra lo que ha hass di dicc ho de m i m madr adree —or —ordenó denó G Gra racc e ccon on voz inflexible.  —¡Tu m a dre es una c hupapollas! —exc —exclam lam ó Ir Irm m a c on el rostro c ontra ontraído. ído. Sus riz rizos, os, com comoo rollo rolloss de pape papell hi higiéni giénico, co, se bam bol bolea eaban. ban.  —Bien,  —B ien, cconti ontinúa, núa, IIrm rm a —indiqué. P Per eroo Ir Irm m a llora lloraba ba histér histérica icam m e nte.  —See ñor… —gimote  —S —gimoteó. ó. Alz Alzóó los bra brazzos y se c ubrió el rostro c on ter terrible rible lentitud—. Señor, querría estar muerta…  —Di que lo lame lam e ntas —ins —insist istió ió Gra Gracc e ccon on aire torvo—. R Retíra etíralo. lo.  —¡Y tú tam bién er eree s una c hupapollas! —re —repli plicc ó IIrm rm a detr detrás ás de la bar barric ricaa da que —Está formaban brazos. biensus —int —inte e rvine—. D Dale ale otra vez, Irm a . Es la últ últim imaa opor oportuni tunidad. dad. Esta vez Irma se impulsó con los pies. Observé que los ojos de Grace se convertían en dos rendijas y que los músculos del cuello se le tensaban como cuerdas. Encajó en el ángulo de la mandíbula la mayor parte de la fuerza del golpe, y su cabeza sólo se movió ligeramente. Con todo, aquel costado de su rostro rost ro quedó completam completamente ente roj rojo, o, como eell efec efecto to de una quem quemadura adura sol solar ar.. Todo el cuerpo de Irma se estremecía y agitaba con sus sollozos, que  parec  par ecían ían surgir de un prof profundo undo poz pozoo de su interior que j a m ás había ha bía sido explot explotado ado hasta entonces.  —No ti tiene eness na nada da —re —repli plicc ó e ntonce ntoncess G Gra racc e—. No e re ress nada nada;; sólo una c er erda da gorda y apestosa.  —¡Vam  —¡V am os, dale dale!! —anim —animóó Bi Bill ll Saw awyy er a l tiem tiem po que desc descar argaba gaba los puños

sobre el pupitre—. ¡Continúa hasta el final!  —Ni siqu siquier ieraa ti tiee nes am igas —aña —añadió dió Gr Graa c e, re respirando spirando prof profundam undam e nte—.  

¿P or qué te m ol olestas estas eenn seguir vi vivi viendo? endo? Irm a lanz lanzóó un gem gemid idoo agudo y débi débill.  —Yaa está —inform ó Gr  —Y Grac ace. e.  —Muy bien —a —asentí—. sentí—. Ahora golpéa golpéala. la. Grace Gra ce se prepa preparó; ró; Irm Irmaa sol solttó un chi chillli lido do y ca cayy ó de rodi rodill llas. as.  —¡Noo m  —¡N mee pe pegues! gues! ¡N ¡Noo me m e golpe golpeee s m más! ás! ¡N ¡Noo me m e golpe golpeee s…!  —Di que lo lame lam e ntas.  —No puedo pue do —gi —gim m oteó Ir Irm m a —. ¿¿No No sabe sabess que no pue puedo? do?  —Clar  —C laroo que pue puede des. s. S Ser eráá m ej or pa para ra ti ti.. Por un instante sólo se oyó el vago zumbido del reloj de pared. Luego Irma alzó la vista, y la mano de Grace cayó con sorprendente rapidez, produciendo una breve palmada, casi femenina, en la mejilla de Irma. Sonó como un disparo de calibre 22. Irma se apoyó pesadamente sobre una mano, y los rizos le cubrieron el rostro. rostro. Tras in insp spirar irar profunda y entrecortadam ente, exclam exclamó: ó:  —¡Está bien! bie n! ¡¡Está Está bien! ¡Lo rretiro! etiro! Grace retrocedió un paso con la boca entreabierta y húmeda, la respiración acelerada. Levantó las manos, con las palmas vueltas hacia arriba en un curioso gesto parecido al vuelo de la gaviota, y luego se apartó el cabello de las mejillas. Irma la miró, silenciosa e incrédula. Luchó por incorporarse de nuevo sobre las rodillas, y por un instante pensé que se disponía a ofrecer una plegaria a Grace. Por último, rompió a llorar de nuevo. La otra se volvi volvió hacia la clase, c lase, lluego uego hacia m í. La suave tela de su rebeca re beca se aj us ustaba taba a su suss exuberantes pechos.  —Mi m a dre folla —a —anunció—, nunció—, y y o la quier quieroo m mucho. ucho. El aplauso surgió de algún lugar al fondo del aula, quizá de Mike Gavin o ancy Caskin. Se inició allí, y enseguida todos lo secundaron, todos excepto Ted Jones y Susan Brooks, que con parecía demasiado contemplaba a Grace Stanner mirada radiante. apabullada para aplaudir y Irma continuó arrodillada, con el rostro entre las manos. Cuando la ovación cesó ce só (y (yoo habí habíaa m ira rado do a Sandra Cros Cross, s, qu quee batí batíaa palma palmass con gran lenti lentitu tud, d, como com o en un sueño), indiqué:  —Levánta  —Le vántate, te, IIrm rm a . Ella me observó titubeando, con el rostro contraído, sombrío y crispado, comoo ssii acabara com acaba ra de despertar de una pesadi pesadill lla. a.  —Déjj ala e n paz —i  —Dé —inter ntervino vino T Tee d, enf enfaa ti tizza ndo ca cada da pa palabr labra. a.  —Caa ll  —C llaa —or —ordenó denó H Haa rm on Jac Jackkson—. C Char harli liee eestá stá hac haciéndolo iéndolo m muy uy bien. Ted se volvió en su asiento hacia él, pero Harmon no bajó la mirada como habría hecho en cualquier otro lugar y momento. Ambos formaban parte del Cons onsej ej o Est Estudi udiantil antil,, dond dondee T Ted, ed, na natu tura ralme lment nte, e, siem pre había eejj er ercido cido el poder poder..

 —Le vántate,  —Levánta te, IIrm rm a —indiqué ccon on tono a m able able..  —¿V  —¿ Vas a m a tar tarm m e ? —susu —susurr rróó ella.  

 —Ha s dicho que lo sentías.  —Has  —Ellaa m e ha obli  —Ell obligado gado a ha hace cerlo. rlo.  —Pee ro aapuesto  —P puesto a que es ve verda rdad. d. Irma me miró con expresión estúpida por debajo del revoltijo de rizos como rollos de papel higiénico.  —Siem  —S iem pre lam e nto ttodo odo —re —reconoc conoció—. ió—. Por eeso so m mee rree sult sultaa tan difícil dec decirlo. irlo.  —¿La  —¿ La per perdonas? donas? — —pre pregunté gunté a Gr Grac ace. e.  —¿Eh?  —¿ Eh? —Gr —Grac acee m e m iró un poco aaturdida—. turdida—. ¡A ¡Ah! h! Sí Sí,, cla claro. ro. De pronto volvió a su pupitre y se sentó, con la vista fija en sus manos y el entrecejo fruncido.  —¿Ir  —¿ Irm m a? —di —dijj e.  —¿Qué  —¿ Qué?? La pobre muchacha me miraba con aire perruno, atemorizado, lastimero.  —¿Quier  —¿ Quieree s dec decir ir aalgo? lgo?  —No lo sé. Se incorporó poco a poco. Las manos le colgaban a los costados con gesto extraño, como com o si no ssupi upier eraa qué hac hacer er con ellas. ellas.  —Cre  —C reoo que sí quiere quieres. s.  —Tee sentirá  —T sentiráss m e j or cua cuando ndo lo ha hayy a s solt soltaa do, IIrm rm a —int —inter ervino vino T Tanis anis G Gaa nnon  —. A m í si siee m pre m e pasa pasa..  —Dejj adla e n pa  —De pazz, por e l aam m or de Dios —dij —dijoo D Dick ick Ke Keee ne desde e l ffondo ondo de la cclase. lase.  —No quier quieroo que m e dej e n en paz —exc —exclam lam ó de pronto Ir Irm m a—. Quier Quieroo hablar. —Se echó el cabello hacia atrás con gesto desafiante. Sus manos no  parec  par ecían ían e n a bsol bsoluto uto aalas las de gaviota—. No soy bonit bonitaa , no gusto a nadie y nunca he tenido una cit c ita. a. Todo Todo lloo que eell llaa ha dicho eess ver verdad. dad. Y Yaa está. Lassepalabras habían brotado muy deprisa, y mientras las pronunciaba su rostro había contraído, como si estuviera tragando una medicina desagradable.  —Cuida  —C uida tu a spec specto to un poco m ás —ac —aconsej onsej ó Ta nis nis.. Lue Luego, go, un tanto avergonzada, aunque resuelta, añadió—: Ya sabes, lávate, depílate las piernas y, hum, las axilas. Ofrece un buen aspecto. Yo no soy una belleza despampanante,  peroo no m  per mee que quedo do en ccaa sa todos llos os fines de sem ana ana.. Tú tam bién pue puedes des ha hace cerlo. rlo.  —¡Noo sé ccóm  —¡N ómo! o! Algunos chicos se mostraron incómodos mientras las chicas tomaban la iniciativa. Todas trataban con amabilidad a las demás. Se disponían a int nterc ercam am bi biar ar esas confe confesi siones ones fem enin eninas as que tod todos os llos os vvar arones ones ppar arec ecen en ccono onoce cer  r   tem er..  temer  —Bue  —B ueno… no… —T —Tanis anis se int inter errum rum pió e hiz hizoo un gesto c on la c abe abezza —. Vuelve aquí y siéntate.

 —¿Se cre  —¿S cr e tos a hora hora?? —inqu —inquirió irió Pa Patt F Fit itzzger geraa ld con una rrisi isita. ta.  —Exacto.  —Exa cto.  

Irma Bates regresó apresuradamente al fondo del aula, donde ella, Tanis, Anne Lasky y Susan Brooks iniciaron una especie de maquinación. Entretanto, Sylvia cuchicheaba con Grace, y Pocilga devoraba a ambas con la vista. Ted Jones fruncía el entrecejo con la mirada perdida. George Yannick grababa algo en la superficie del pupitre mientras fumaba un cigarrillo; parecía un carpintero atareado. Casi todos los demás contemplaban por las ventanas a los policías que dirigían el tráfico y conferenciaban en pequeños grupos, con aspecto desesperado. Distinguí a Don Grace, al bueno de Tom Denver y a Jerry Kess Ke sser erli ling, ng, el poli policía cía m uni unicipal. cipal. De pronto sonó un estentóreo timbrazo que nos sobresaltó a todos. También los  policc ías del eexter  poli xterior ior dier dieron on un re respi spingo ngo al oírlo, y dos sac sacaa ron las aarm rm as.  —Timbre  —Tim bre de ccam am bio de cclase lase —anunc —anunció ió Har Harm m on. Observé el reloj de la pared. Eran las 9.50. A las 9.05 me hallaba sentado en mi pupitre, junto a la ventana, observando a la ardilla. La ardilla ya no estaba, el  pobre Tom De Denver nver e staba per perdido, dido, y la señora señor a Unde Underw rwood ood había desa desapar paree cido definiti defini tivam vamente. ente. Pe Pens nséé eenn ell elloo y decidí que tam tambi bién én y o est estaba aba perdid perdido. o.

 

21

Ll Llegar egaron on ttre ress coches m ás de la pol poliicía eest statal, atal, adem además ás de un grup grupoo de cciu iudadanos dadanos de Placerville. Los policías intentaron alejarlos con más o menos éxito. El señor  Frankel, propietario de la joyería que llevaba su nombre, acudió en su flamante Pontiac Firebird y charló largo rato con Jerry Kesserling. Mientras hablaba, se ajustaba una y otra vez las gafas de montura de concha en la nariz. Jerry intentaba en vano desembarazarse de él. El señor Frankel era el segundo administrador municipal de Placerville y amigo íntimo de Norman Jones, el  padree de T  padr Tee d.  —Mi m adr adree m e com pró un anillo en su tie tie nda —explicó Sa ra rahh P a sterne mientras miraba a Ted con el rabillo del ojo—. Me dejó el dedo verde el primer  día.  —Mi m a dre dice que eess un estaf estafador ador —aña —añadió dió T Taa nis nis..  —¡Eh! —j —jaa deó P Poc ocil ilga—. ga—. ¡¡Ahí Ahí está m i m madr adre! e! Todos miramos. En efecto, allí estaba la señora Dano, hablando con un agente estatal; la enagua le sobresalía un centímetro por debajo del dobladillo del vestido. Era una de esas mujeres cuyas manos resultan más expresivas que sus  palabra  pala bras. s. Sus m anos re revolot volotea eaban ban y se agitaba agitabann com o bande bandera rass y, por alguna razón, me recordaron los sábados de otoño en el campo de rugby; agarrando… driblando… ¡falta en el placaje! Supongo que, en este caso, debería decirse « fa fallta en eell uuso so ddee las m anos anos»» . T Todo odoss llaa ccono onocíam cíam os ddee vis vista, ta, así com comoo po porr su fama; estaba al frente de la Asociación de Padres y Profesores y era miembro del consejo directivo del Club de Madres. Si se asistía a una cena celebrada con el fin de recaudar fondos para el viaje de fin de curso, o al espectáculo de danza Sadie H Haw awkkin inss en eell gi gim m nasio, o a la exc excursi ursión ón de turno, no er eraa ext e xtra raño ño encontra encontrar  r  en la puerta la señora siempre con slacom mano sonriendo como no exist exi stiera iera eelal ma mañana ñana y Dano, rec recogi ogiendo endo chi chisme smes como o llos ostendida, ssapos apos captu capturan ran m osca os cas. s. si P ocilg ocilgaa se rebul re bulló ló iinqui nquieto eto en eell pu pupit pitre re,, com o si nec necesit esitar araa ir aall baño.  —¡Eh, P ocilga, tu m a dre te ll llam am a ! —anunc —anunció ió Jac Jackk Gol Goldm dmaa n desde e l fondo del aula.  —Déjj ala que ll  —Dé llam am e —m —murm urm uró P ocilga. Éste tenía una her herm m a na m a y or, Lilly Dano, que estaba en último curso cuando nosotros estudiábamos primero. Era muy parecida a su hermano pequeño, lo que no la convertía precisamente en candidata al título de Reina de las Adolescentes. Un alumno de segundo, de nariz ganchuda, llamado La Follet St. Armand, empezó a rondarla y poco después la dejó con leunaenseñaron tripa como globo. La Follet se alistó la marina, suponer la un diferencia entre el fusil y laenespada; cuál donde sirve cabe para luchar, cuál para divertirse. La señora Dano no apareció en las reuniones de la

Asociación de Padres y Profesores durante los dos meses siguientes. Lilly fue enviada a casa de una tía en Boxford, Massachusetts, y poco después su madre  

reanudó sus actividades, con una sonrisa más expresiva que nunca. Una historia típica de una ciudad pequeña, amigos míos.  —Debe  —De be eestar star m uy pre preocupa ocupada da por ti —int —intee rvino C Caa rol Gr Grange angerr.  —¿A  —¿ A quién le im importa porta eso? —m —murm urm uró P ocilga c on air airee de indi indife fere rencia ncia.. Sy lv lvia ia Ragan le sonrió. Pocilga se ruborizó. ruborizó.  Nadie  Na die habló dur duraa nte un rrato. ato. Contem plam plamos os a la gente que se apiña apiñaba ba a l otro lado de las barreras de tráfico, de un amarillo brillante, que se habían instalado. Entre la multitud distinguí a otros progenitores. No vi a los padres de Sandra, y tampoco al grandullón de Joe McKennedy. Una unidad móvil de la WGAN-TV se detuvo ante la escuela, y uno de sus ocupantes bajó del vehículo, se colocó la credencial en la solapa e intercambió unas palabras con un policía. El agente señaló hacia la avenida. El hombre de la credencial regresó a la unidad móvil, y dos tipos se apearon y procedieron a descar des cargar gar eell equ equiipo ddee cám ara aras. s.  —¿Alguien  —¿ Alguien ti tiee ne un tra transi nsistor? stor? —pre —pregunté. gunté. Tre Tress m a nos se leva levantar ntaron. on. El receptor de Corky era el más potente, un Sony que guardaba en la cartera. Disponía de seis bandas, incluido el audio de televisión y la onda corta. Lo depositó sobre el escritorio y lo encendió. En ese instante se iniciaba el noticiario de las diez: « Em Empez pezam am os est estaa edici edición ón con llaa noti noticia cia de un alu alum m no de úl últi tim m o curso de la Escuelaa Secundaria de P Escuel Placer lacervi vill lle, e, Ch Char arlles Evere Everett tt Dec Deckker er…» …» .  —¡Evere  —¡Eve rett tt!! —e —excla xclam m ó alguien ccon on una rrisi isita. ta.  —Cáá ll  —C llate ate —ata —atajj ó T Tee d. P at Fi Fitz tzger gerald ald le sac sacóó la lengua. « Al ppare arecer cer ha su sufrid fridoo un at ataque aque de lo locura cura y en est estee m ome oment ntoo reti retiene ene a veintitrés compañeros de clase como rehenes en un aula de dicha escuela. Se sabe que unaha persona, Petermuerto. Vance, Se de treinta y siete profesorladeseñora historiaJean de Placerville, resultado teme que otraaños, profesora, Underwood, haya muerto también. Decker ha utilizado el sistema de intercomunicadores de la escuela para hablar en dos ocasiones con los re respon sponsables sables del centro. La li list staa de los rehenes rehe nes es la si sigui guiente…» ente…» . El locutor leyó la lista de asistencia, como yo la había recitado antes para Tom Denver.  —¡Hee salido por la ra  —¡H radio! dio! —exc —exclam lam ó Na Nancy ncy Cask Caskin, in, par parpa padea deando ndo y sonriendo, cuando llegaron a su nombre. Melvin Thomas lanzó un silbido. Nancy se sonrojó y le ordenó que callara. « … y Ge George orge Y Yannick annick.. F Fra rank nk P hil hilbrick brick,, jjef efee de la pol policía icía del estado de Maine, ha pedido a todos los amigos y familiares de los rehenes que  perm  per m ane anezzcan ca n a lej ados del esc escee nar nario io de los he hechos. chos. Se consider consideraa a De Decc ker una

 per sona peligrosa  persona peligrosa,, y el j e fe P hil hilbric brickk ha he hecho cho hinca hincapié pié e n que na nadie die sabe qué  podría hac hacer erle le esta estall llaa r. ““He Hem m os de pensa pensarr que el chic chicoo aaún ún se halla en un eestado stado  

de suma agitación y puede actuar con gran violencia”, ha declarado el jefe Philbri Phil brick ck»» .  —¿Quier  —¿ Quieree s ttoc ocar ar m i ar arm m a? —pre —pregunté gunté a Sy lvi lvia. a.  —¿Tiene  —¿ Tieness puesto el segur seguro? o? —re —repli plicó có eell llaa aall instante. instante. Toda la clase prorrum prorrumpi pióó en ccar arca cajj adas. Anne Lask Laskyy rió cubri cubriéndos éndosee la boca con las manos, intensamente ruborizada. Ted Jones, nuestro aguafiestas  parti  par ticc ular ular,, la m iró con eexpre xpresió siónn ce ceñuda. ñuda. « … Grac Grace, e, psi psiqui quiatra atra y tu tuttor escolar de P Place lacervi rvill lle, e, habló con Dec Deckker por el intercomunicador hace apenas unos minutos. Grace ha explicado a los periodistas que Decker le amenazó con matar a alguien en el aula si no abandonaba inm nmediat ediatam am ente el despacho ddesde esde do donde nde hhablaba» ablaba» .  —¡Menti  —¡Me ntiroso! roso! —exc —exclam lam ó Gr Graa ce Stanne tannerr ccon on voz m usi usicc al. Irma dio un pequeño respingo.  —¿Quién  —¿ Quién se cr cree e que e s? —pr —pree guntó Melvin, irritado—. ¿Ac Acaso aso piensa que las cosas quedarán así? « … ttam am bi bién én ha af afirma irmado do que que consi considera dera a De Deck cker er un chico con pper erso sonali nalidad dad esquizofrénica, posiblemente en sus unapresuradas grado que declara sobrepasa límites de la racio rac ionali nalidad. dad. Gra Grace ce ha ffin inali alizzado declaracion ciones eslosaasegurando segurando: : “En este momento, Charles Decker puede cometer cualquier barbaridad”. La policía de las las ciu ciudades dades vvec eciinas dde…» e…» .  —¡Vay  —¡V ay a m ier ierda da de ti tipo! po! —exc —exclam lam ó Sy lvi lviaa —. ¡¡Cu Cuaa ndo sa salgam lgam os de a quí y a me encargaré de contar a esos periodistas lo que sucedió realmente con Grace! Voy a…  —Caa ll  —C llaa y esc escucha ucha —int —intee rr rrum umpió pió Dick Ke Keene ene.. « … y Lewis Lewisto tonn han ac acudi udido do al llugar ugar de los los hechos hechos.. En est estee m om omento ento,, según el jefe j efe Phil Philbri brick ck,, la si situ tuac ació iónn es de espera espera.. Dec Deckker ha aam m enazado con ma matar tar si se se lanz anzan an ga gases ses llac acrimógenos, rimógenos, y estand estandooNiños en j uego vid vidaa de vei inti nticuatro niños os…» …» .  —« Niños» —re —repit pitió ió P ocilga—. e sto sto,la, niños lo ve otro. Te ha hannniñ apuña apuñalado lado  por la e spalda, Charlie. Niños. Ja. Mi Miee rda rda.. ¿Qué se habr habrán án figurado figura do que ocur ocurre re aquí? Yo…  —Está diciendo algo a lgo ssobre obre… … —in —inter terrum rum pió C Cork orky. y.  —No im importa. porta. Apa Apaga ga e so —orde —ordené—. né—. P a re rece ce m á s int intee re resante sante lo que dice Pocilga. Clavé en él m mii mirada m ás ac acer erada. ada. P Pocil ocilga ga señaló a IIrm rm a ccon on el pul pulgar gar..  —¡Y ésa se ccre reee que la vida la tr traa ta m maa l! ¡A ella! ¡Ja ¡Ja!! Soltó una risotada repentina y descontrolada. Sin que yo pudiera adivinar la razón, sacó un lápiz del bolsillo de su camisa y lo contempló. Era un lápiz  púrpur a .  púrpura  —Un lápiz B Bee -Bop —prosigui —prosiguióó P oc ocil ilga—. ga—. Supongo que son los m ás bar baratos. atos.

o hay manera de afilarlos porque la mina siempre se rompe. Desde que empecé primero de básica, cada año, a principios de septiembre, mamá vuelve a  

casa ca sa del su superm perm er erca cado do con una ca cajj a de plást plástico ico qu quee cont contiene iene dos doscient cientos os llápices ápices Be-B e- Bop. Y os jjuro uro que los gasto ttodos odos cada cur curso. so. Partió en dos el lapicero púrpura y se quedó mirando los pedazos que sostenía entre los dedos. A decir verdad, pensé que realmente parecían los lápices más  baratos  bar atos del m mundo. undo. Y Yoo si siee m pre he utili utilizzado los Eber Eberhar hardd F Fabe aberr.  —De m a m á —continuó P ocilga—. Es un re regalo galo de m a m á . Dosc Doscientos ientos lápices Be-Bop en una caja de plástico. ¿Sabéis a qué se dedica? ¿Además de esas cenas de mierda donde te dan un gran plato de hamburguesas con guarnición y un vaso de papel con zumo de naranja lleno de zanahoria rallada? ¿Lo sabéis? Mamá se dedica a participar en concursos. Es su pasatiempo favorito. Centenares de concursos y sorteos, continuamente. Se suscribe a todas las revistas femeninas y participa en los sorteos y las encuestas. Ya sabéis, « expliq explique ue por qué le gust gustaa lavar la vaj il illa la con tal pprodu roducto, cto, en aproxi aproxim m adam ente veinti vein ticinco cinco pal palabra abras» s» . M Mii hherm erm ana tu tuvo vo uuna na vez un ggati atito to,, y m am á no dej ó qu quee se lo quedara quedara..  —¿T  —¿ Te refie re fiere ress a la he herm rm a na que se que quedó dó em ba bara razzada ada?? —pre —preguntó guntó Cork Corky. y.  —No ó que seLilly lo que queda ra —re —repit pitió ióalP Poc ocil ilga—. ga—. c omo om o alna nadie die lo que quería ría, , lo ahogó en dej la bañera. ledara suplicó que menos lo Yllevara veterinario para que lo mataran allí, pero mamá aseguró que eso costaría cuatro dólares y no m erec er ecía ía la pena ga gast star ar ese dinero en un gatito gatito que no val valía ía nada.  —¡Oh,  —¡O h, pobre pobrecito! cito! —m —musit usitóó S Susan usan Brook Brooks. s.  —Lo j uro por Dios, lo hiz hizoo a ll llíí m ismo, e n la bañe bañera ra.. Y todos esos m a ldi lditos tos lápices. ¿Me comprará algún día una camisa nueva?, ¿eh? Bueno, quizá por mi cum pleaños. Y Yoo llee digo digo:: « Mam Mamá, á, debe deberías rías oí oírr lo qque ue dicen de m í los chicos. Mamá, Mam á, po porr el am amor or de Di Dios os»» , pper eroo el ellla ni siqui siquier eraa m e da una paga ssem em anal. Asegura que necesi nec esita ta el di dinero nero par paraa com comprar prar sel sello loss y parti participar cipar eenn llos os con concursos cursos.. Una camisa porplást miico cumpleaños montón de asquerosos Be-Bop en unanueva ca cajj a de plásti aall em empez pezar aryelun curso. Una vez conseguí conseguí uunn lápices em pleo pleo de repartidor de periódicos, pero me obligó a dejarlo. Decía que había mujeres de virtud virtud relaj ada que se aaprovechaban provechaban de lo loss chicos cuando llos os ma marido ridoss est estaban aban en el trabaj trabaj o.  —¡Oh,  —¡O h, Dios m mío! ío! —exc —exclam lam ó S Syy lvi lvia. a.  —Y los sorte sorteos. os. Y las c ena enass de la Asoc Asociac iación ión de P adr adree s y P rof rofee sore sores. s. Y los  bailes con c on ccaa rabina. ra bina. Si Siee m pre pe pegándose gándose a todo el m mundo. undo. S Siem iem pre dando j abón a todo el mundo y repartiendo sonrisas. Pocil Poc ilga ga vol volvi vióó la vi vist staa hacia m í y m e dedi dedicó có la sonri sonrisa sa m ás eext xtra raña ña que ha habí bíaa vi vist stoo en e n tod todoo eell dí día. a. Y y a había vist vistoo bastantes.  —¿S  —¿ Sa béis qué dij dijoo cua cuando ndo Lil Lilly ly tuvo que m ar archa charse rse?? Dij Dijoo que tendr tendría ía que vender el coche, el viejo Dodge que me había regalado mi tío cuando obtuve el

carnet. Repliqué que no estaba dispuesto, que el tío Fred me lo había regalado y que pensaba conservarlo. Ella me amenazó con encargarse del asunto si yo me  

negaba. Los papeles estaban a su nombre, y legalmente el coche le pertenecía. Dijo que no permitiría que yo dejara embarazada a alguna chica en el asiento trasero. ra sero. Y Yo. o. Dej Dejar ar em bara barazzada a una chi chica ca en el asi asiento ento trasero. Blandió una mitad del lápiz que acababa de romper. La mina sobresalía de la madera como un hueso negro.  —Yo.  —Y o. ¡¡Ja! Ja! La últ últim imaa c it itaa que tuve fue la e xcursió xcur siónn ccon on la c lase de oc octavo tavo de  básica.. Ase  básica Aseguré guré a m am á que no ve vender ndería ía e l Dodge Dodge.. Ell Ellaa dij dijoo que sí lo har haría. ía. Terminé vendiéndolo. Yo ya sabía que lo haría. No puedo discutir con ella. Siempre sabe qué replicar. Explicas una razón por la cual no puedes vender el coche, y ell ellaa te suelt suelta: a: « Ent Entonces onces ¿¿por por qué pasas tant tantoo rato en eell baño baño??» . Est Estáá absolutamente chiflada. Tú le hablas del coche, y ella te habla del baño. Como si te dedi dedica cara rass a ha hace cerr ccochi ochinadas nadas ahí dent dentro. ro. Es agobi agobiante. ante. Pocilga echó un vistazo por la ventana. La señora Dano había desaparecido de la vis vista, ta, y su hi hijj o prosig prosigui uió: ó:  —Tee a gobia, te agobia y te a gobia y, a l ffinal,  —T inal, sie siem m pre te venc vencee . Con lápice lápicess Be-Bop que se rompen cada vez que intentas sacarles punta. Es así como te agobia. yYesestan tan estúpida mezquinaque y estúpida… Ahogó allícuando mismo,vuelve al pobre gatito, todo el mundo se alríegatito de ella la espalda. ¿Y cómo me hace parecer todo eso? Me hace parecer aún más mezquino y estúpido que ella. A su lado, uno se siente como un pequeño gatito que se metió por casualidad en una caja de lápices Be-Bop y llegó a casa por  error. En el aula reinaba un silencio absoluto. Pocilga era el centro de la atención, aunque dudo de que él lo advirtiera. Se mostraba desanimado y resentido, con los  puños c er erra rados dos en torno a los peda pedazzos del lápiz que ac acaba ababa ba de rom pe perr. En el exterior un policía estacionó un coche sobre el césped, en paralelo al edificio, y unos pocos tras él, presumiblemente para hacer cosas secretas. Ibanagentes provistossedeapostaron armamento antidisturbios.  —No cre c reoo que m e im porta portara ra que m urie uriera ra —murm —m urm uró P Pocilga ocilga ccon on una br breve eve   horrorizada sonrisa—. Ojalá tuviera un arma como la tuya, Charlie. Si la tuviera, creo que la mataría.  —Tú tam bién te has vuelto loco —int —intee rvino Te d con voz pre preocupa ocupada—. da—. ¡Dios!, todos os estáis volviendo tan locos como él.  —No seas sea s tan cchinche hinche,, T Tee d. Era Carol Granger quien había hablado. En cierto modo resultaba sorprendente que no apoyara a Ted. Yo sabía que habían salido juntos varias veces antes de que ella se liara con su nuevo novio. Además, los hijos de las familias acomodadas suelen hacer buenas migas. Sin embargo, había sido ella quien qui en le ha habí bíaa dej dejado. ado. Est Estableciendo ableciendo un unaa analog analogía ía bast bastante ante torpe, y o em pez pezaba aba a

so sosp spec echar har que T Ted ed eera ra para m is com compañeros pañeros de clase lo qque ue Eis Eisenhower enhower par paraa los esforzados liberales de los cincuenta; aquel estilo, aquella sonrisa, aquel  

 progr am a , a quellas buena  program buenass int intenc enciones… iones… Ik Ikee tenía que gust gustar ar,, pe pero ro había en é l algo exasperante y un poco viscoso. Habréis advertido que yo tenía cierta fijación con Ted… ¿Por qué no iba a tenerla? Todavía hoy trato de entenderle. A veces parece que todo cuanto sucedió esa larga mañana no fue más que un producto de mi imaginación, de la fantasía de un escritor harto de alcohol. Pero ocurrió de verdad, y en ocasiones tengo la impresión de que el centro de todo ello fue Ted, no yo. y o. M Mee pare parece ce que fue Ted qui quien en transform transformóó a todo todoss en lo qque ue no er eran… an… o en lo que realmente eran. Lo único que sé con seguridad es que Carol le miraba desafiante, no como la tímida futura conferenciante de final de curso que hablaría de los problemas de la raza negra. Carol parecía enfadada y un poco cruel. Cuando pienso en la administración Eisenhower, me acuerdo del incidente del U-2. Cuando pienso en esa curiosa mañana, recuerdo las manchas de sudor que,  poco a poco, se e xtendían ba bajj o las axilas de la ccam am isa ccaqui aqui de Te d.  —Cua  —C uando ndo fina finalm lmente ente se lo ll lleve evenn —dec —decía ía Ted—, no encontra enc ontrará ránn e n é l m á s queTuna cabeza hueca. ed observaba con desconfianz desconfianzaa a Poc Pociilg lga, a, que seguía m mirando irando fi fijj am ente las mitades de su lápiz Be-Bop, sudoroso, como si los fragmentos que sostenía en las manos fueran las únicas cosas que quedaran en el mundo. Tenía el cuello sucio  pero,  per o, qué diablos, ¿¿aa quién le pr pree ocupa ocupaba ba su ccuello? uello?  —Tee aagobian  —T gobian hasta ac acaba abarr cconti ontigo go —m —murm urm ura uraba ba.. Arrojó los fragmentos de lápiz al suelo, los contempló y por último levantó la vista hacia mí con expresión extraña y apesadumbrada. Me sentí un poco incómodo.  —Taa m bién a ti te aagobiará  —T gobiaránn hasta aacc aba abarr cconti ontigo, go, C Char harli liee . Esper Esperaa y ver veráá s. Sea .produjo un, tenso en lael maula. Yo yempuñaba con mucha  pistola  pistol Si Sinn pe pensar nsar, sa saqué qué silencio la ccaa j a de unición coloqué tre tres s ba balas las eenn fuerza eell aarm rm la a, llenando de nuevo el cargador. La culata estaba sudada. De pronto advertí que la había est e stado ado aasi siendo endo por eell cañón, apuntándol apuntándoloo hac hacia ia m mí,í, nnoo hac hacia ia los chicos de la clase. Sin embargo nadie había hecho el menor intento de abalanzarse sobre mí. Ted estaba un poco encogido en su pupitre, con las manos aferradas al borde. De  pronto pensé que toca tocarle rle ser sería ía c om omoo ac acar ariciar iciar un bols bolsoo de piel de c ocodr ocodril ilo. o. Me  pregunté  pre gunté si Carol le habr habría ía besa besado do o toca tocado do alguna vez. P roba robablem blemee nte sí. La m era idea ccasi asi me pro provo vocó có náus náuseas. eas. Susan Brooks rompió a llorar de pronto.  Nadie  Na die la m iró. Obse Observé rvé a todos todos,, y ellos a m í. Ha Había bía e stado a siendo la pist pistola ola  por el e l ca cañón. ñón. Ell Ellos os lloo sabían, lo había habíann vis visto. to. Moví los pies, y uno rozó el cuerpo de la señora Underwood. Dirigí la mirada

hacia ella. Llevaba una chaqueta de cuadros escoceses sobre un suéter de cachemira marrón. Estaba empezando a hincharse. Probablemente su piel debía  

de tener el tacto de los bolsos de cocodrilo. El rigor, ya sabéis. En algún momento mi zapatilla había dejado impresa la huella sobre su suéter. Por alguna razón eso me recordó una foto que había visto cierta vez, en que aparecía Ernest Hem in ingway gway con un pi piee aapoy poyado ado so sobre bre eell cuerpo de un león muer muerto to,, un fus fusil il en la mano y media docena de porteadores negros sonriendo en segundo plano. De  pronto sentí la nec necee sid sidaa d de solt soltaa r un grito. Yo le había quit quitaa do la vida, la había abatido, abati do, le ha habí bíaa m eti etido do uuna na bala eenn llaa ccabeza abeza y habí habíaa m atado el álg álgebra ebra.. Susan B Brook rookss había re recostado costado llaa ccabe abezza sobre el pupi pupitre, tre, ccom omoo sol solíam íamos os hace hacer  r  en el parvulario durante la hora de la siesta. Llevaba un pañuelo azul desvaído en el cabell ca belloo qu quee la ffavorec avorecía ía m mucho. ucho. El est estóm ómago ago m mee dol dolía. ía. « Deck ecker er»» . Lancé un grito y apunté la pistola hacia las ventanas. Un policía del estado hablaba ante un altavoz de pilas. En lo alto de la colina próxima, los periodistas  prepar  pre paraa ban la lass cá cám m a ra ras. s.  —¡Dee ck  —¡D ckee r, sa sall con las m maa nos en aalt lto! o!  —Déjj am e eenn paz —musité.  —Dé Las manos empezaron a temblarme, estómago dolía antes cada vez más. Siempre he tenido un estómago delicado.yAelveces sentíame náuseas de haber  desayunado, antes de marcharme hacia la escuela. También las tuve la primera vez que salí con una chica. En cierta ocasión Joe y yo llevamos a un par de muchachas al parque nacional Harrison. Era un cálido y magnífico día de julio,  en el cielo había una ligera neblina muy alta. La chica que me acompañaba se llamaba Annemarie, así, todo junto. Era muy bonita. Llevaba unos pantalones cortos de pana verde oscuro, una blusa de seda con escote en forma de pico y una bolsa playera. Mientras nos dirigíamos hacia Bath, en la radio del coche sonaba un buen rock’n’roll. Brian Wilson, lo recuerdo. Sí, Brian Wilson y los Beach eaul» ch Boy s.ego Jo Joee sonreía. ccond onducía ucíaT su viej viejllas oM Mer ercury curylas az azul ul; ; aban ssiem iempre lo lllam lamaba « Sapo Az Azul » ,B yoys. lu luego Todas odas as ventanil ventanillas est estaba npre abiertas, yabay osuttenía enía eell estómago revuelto. Joe charlaba con su chica de surf, un tema muy acorde con la música de los Beach Boys. Era una muchacha muy bonita. Se llamaba Rosalynn y era hermana de Annemarie. Abrí la boca para decir que me encontraba mal y vomité en el suelo del automóvil, salpicando un poco a Annemarie en la pierna. No podéis imaginar qué cara puso. O quizá sí lo imagináis. Todos trataron de quitar importancia al asunto, de tomárselo a broma. « Siem pre dej dejoo qu quee los chi chicos cos me vo vom m iten encima en nu nuest estra ra prime primera ra cciita» . JJa, a, a. No pude reunir ánimos para nadar en todo el día. Tenía el estómago totalmente revuelto. Annemarie permaneció sentada en su toalla junto a mí casi todo el rato y se quemó con el sol. Las chicas habían portado un almuerzo  prepar  pre paraa do. Y Yoo sólo pe pensaba nsaba e n eell Me Merc rcury ury de Joe, apa aparc rcaa do aall sol todo eell día, y

en cómo olería cuando volviéramos. El difunto Lenny Bruce afirmó cierta vez que no hay manera de limpiar un moco de una chaqueta de ante, y yo podría  

añadir otra de esas grandes verdades de la vida doméstica: no se puede eliminar  el olor de vómito de la tapicería de un Mercury azul. Perdura durante semanas, durante meses, durante años incluso. Y realmente apestaba, como había sospechado mientras estábamos en la playa. Todos simularon que no lo notaban. Pero Pe ro apest apestaba. aba. « ¡S ¡Sal, al, Deck Decker! er! ¡No vamos a segu seguiirte el juego po porr m ás ttiiem po po!» !» .  —¡Basta! ¡Callaos!  Natura  Na turalm lmente ente no podían oírm oírme. e. N Noo quer querían ían oírm e . Ésa eera ra su jugada j ugada..  —Dejj adm e en pa  —De pazz. Mi voz voz son sonóó casi c asi com o un gem ido ido..  —Vaa n a acaba  —V ac abarr c onti ontigo go —dij —dijoo P oc ocil ilga. ga. Era la voz del de desti stino. no. IIntenté ntenté pensa pensar  r  en la ardilla, en cómo el césped se extendía hasta el mismo edificio, sin dejar  sitio a chorradas. No lo conseguí. Mi mente era como un espantapájaros a merced del viento. Aquel día en la playa había sido caluroso y radiante. Todo el mundo llevaba un transistor, y todos lo tenían sintonizado en una emisora distinta. Joe y Rosalynn habían practicado surf sobre unas olas verde botella. « Ti Tienes qu quiince inu nutteos os,inc , Deck Decker» er»  —S  —Sa aenes l de una vezm—m —me incit itóó T Te e d. .S Sus us m manos anos aagar garra raban ban de nuevo eell borde de dell  pupitre  pupit re—. —. S Sal al aahora hora,, m mientra ientrass tod todaa vía tiene tieness una oportunidad. Sy lv lvia ia se vol volvi vióó hac hacia ia éél.l.  —¿Qué  —¿ Qué te propone propones? s? ¿C ¿Conver onverti tirte rte en una e spec specie ie de hér héroe? oe? ¿P or qué? ¿P or  qué? Una mierda; no eres más que una mierda de tipo, Ted Jones. Ya les contaré…  —No me m e diga digass lloo que…  —… a ac a c aba abarr cconti ontigo, go, C Cha harlie, rlie, a agobia agobiarte rte.. Espera Esper a y … « ¡D ¡Deck ecker! er!»» .  —Saaorl ahora  —S ahora, Char harli liee . que le pone  —P  —Por ffaa vor,, C ¿n ¿no o ves poness ner nervios vioso…? o…? « ¡D ¡Deck ecker! er!»» .  —… las c e nas de la Asoc Asociac iación ión de P adr adree s y P rof rofee sore soress y toda e sa basur basuraa de…  —… a hace ha certe rte peda pedazzos si les dej as… « ¡D ¡Deck ecker! er!»» .  —… aplastarte apla starte y a c aba abarr cconti ontigo, go, C Char harli liee … « No qquerem uerem os verno vernoss forz forzados ados a di disp spara arar» r» .  —… hasta que e stés pre prepar paraa do…  —Dé j ale e n paz, T  —Déj Ted. ed.  —Sii su  —S supier pieraa is lloo que todos vosotros… vosotros…  —Caa ll  —C llad. ad.

« Sal fuera fuera»» . Apunté la pistola hacia la ventana, empuñándola con ambas manos, y apreté  

el gatillo cuatro veces. Los estampidos retumbaron en el aula como bolas de  bolicc he. El crist  boli cr istaa l de la venta ventana na esta estall llóó en m il peda pedazzos. Los poli policc ías desaparecieron de la vista, mientras las cámaras de televisión se arrojaban al suelo. El grupo de espectadores se dispersó, corriendo en todas direcciones. Las astillas de cristal brillaron y titilaron sobre la hierba verde del exterior como diamantes sobre el terciopelo de un escaparate, como gemas más brillantes que cualquier joya de la tienda del señor Frankel.  No hubo dispar disparos os de re respuesta. spuesta. Lo que dec decía ía aque aquell poli policc ía er eraa un ffaa rol. Y Yaa lo sabía; era mi estómago, mi maldito estómago. ¿Qué otra cosa podían hacer, sino echarse faroles faroles?? Ted Jones no j ugaba nin ningún gún far farol ol.. Y Yaa había rrec ecorrido orrido la m itad itad de dell pasi pasill lloo entre su asiento y el escritorio cuando al fin logré volver la pistola hacia él. Quedó  paraliz  par alizaa do, y noté que e staba segur seguroo de que iba a dis dispar paraa rle rle.. Su m mira irada da se perdió per dió en la oscuridad, oscuridad, m más ás all alláá de m is ojos oj os..  —Siéntate  —S iéntate —orde —ordené né.. Ted no se m ovi ovió. ó. C Cada ada uno de sus músculos ppar arec ecía ía petrifica petrificado. do.  —S  —Siéntate iéntate. Empezó a .temblar. Pareció empezar por las piernas y continuar luego por el cuerpo hasta extenderse por los brazos y el cuello. El temblor llegó a su boca, que empezó a sollozar en silencio. Luego le subió a la mejilla derecha, que pareció retorcerse retorce rse eenn un unaa m ueca ueca.. S Sus us oojj os, os, en ca cam m bio, bio, sseguí eguían an clavando llaa m irada eenn llos os míos. He de reconocer ese detalle, y con admiración. Una de las escasas cosas que dice mi padre cuando ha bebido un poco, y con la cual estoy de acuerdo, es que a los muchachos de esta generación les falta coraje. Algunos todavía tratan de iniciar la revolución colocando bombas en los lavabos del gobierno estadounidense, pero ninguno de ellos se atreve a lanzar cócteles molotov al Pentágono. Los—re ojospetí. de Ted, aunque llenos de oscuridad, me miraban con fijeza.  —Siéntate  —S iéntate —repetí. Ted Jones retrocedió y tomó asiento.  Ninguno de los presentes pre sentes había ha bía gr grit itaa do. Algunos se ha habían bían ll llee vado la lass m maa nos a los oídos y ahora las apartaban de ellos poco a poco, comprobando el nivel acúst ac ústico ico del aire. aire . Me palpé eell est estóm ómago. ago. S Seguía eguía aall llí.í. V Volv olvía ía a estar baj o control control.. El hombre del altavoz habló de nuevo, pero esta vez no se dirigía a mí. Recomendaba a la gente que presenciaba el espectáculo desde el otro lado de la avenidaa que se aapresurara avenid presurara a re reti tira rarse. rse. Todo Todoss llee obedecieron. Mu Muchos chos corrían con la espalda encorvada, como Richard Widmark en alguna película de la Segunda Guerra Mundial. Una ligera brisa se colaba por las dos ventanas rotas y arrastró un papel que Harmon Jackson tenía sobre el pupitre, arrojándolo al suelo. Harmon se agachó y

lo recogi rec ogió. ó.  —Cué  —C uéntanos ntanos algo, Ch Chaa rlie —pr —propuso opuso S Saa ndra Cross.  

 Noté que una sonrisa extr extraa ña se for form m a ba en m is labios. Quise e ntonar el estribillo de una canción popular, una sobre unos ojos azules bonitos, preciosos,  peroo no logré recor  per re cordar dar la letra letra;; proba probablem blem ente no m e habr habría ía atre atr e vido de todos modos. Canto muy mal. Así pues, me limité a mirarla, dedicándole una sonrisa misteriosa. Sandra se ruborizó un poco, pero no bajó la mirada. La imaginé casada con algún patán, con cinco trajes de dos botones y papel higiénico de color pastel, muy a la moda, en el cuarto de baño. Me dolió la inexorabilidad de su destino. Tarde o temprano todas descubren que resulta poco sofisticado menear el culo en el grupo de danza de Sadie Hawkins o esconderse en el maletero del coche para entrar sin pagar en el cine al aire libre. Entonces dejan de tomar  piz  pizzas zas  e introducir monedas en la máquina tocadiscos del bar de Fat Jimmy. Y dejan de besarse con los chicos en el huerto de los arándanos. Y siempre terminan pareciéndose a las muñequitas recortables de las revistas uveniles uveni les.. « Dobl Doblar ar por llaa pe pest staña aña A, llaa pe pest staña aña B y la pest pestaña aña C. Obser Observa va ccómo ómo se hace m ay or ante ttus us propi propios os ojos oj os»» . Por un iins nstant tantee pensé que ec echaría haría a ll llorar orar,,  peroo e vit  per vitéé tal indi indignidad gnidad pre preguntándom guntándomee si Sandr andraa tam bién lle lle var varía ía bra braguit guitas as  blancas  blanc as eese se día. E Era rann las 10.20. Enton Entoncc es eem m pec pecéé a ha hablar blar..

 

22

Yo ttení eníaa do doce ce años cuando m i ma madre dre m e ccompró ompró el ttraj raj e de pana. Par Paraa eent nton onces ces  papá y a m e había dej ado por im imposi posible, ble, y m i e xis xistenc tencia ia er eraa re responsabil sponsabilidad idad exclusiva de mi madre. Acudía a la iglesia los domingos y a las lecturas bíblicas los jueves por la tarde con el traje y una de mis tres pajaritas con cierre autom auto m áti ático. co. Abso Absollutam utam ente a la anti antigua. gua. S Sin in em embargo bargo jjam am ás habría pe pens nsado ado que me obligaría a ponérmelo para asistir a aquella maldita fiesta de cumpleaños. Intenté todo. todo. R Razon azonéé ccon on ell ella, a, aam m ena enacé cé con no ir, in incluso cluso llee m entí ddiciendo iciendo que la fiestaa se habí fiest habíaa anul anulado ado porqu porquee Carol ttenía enía la varice varicela. la. Una llam llam ada a la m madre adre de Carol aclaró que no era así. Nada dio resultado. Mamá me dejaba vestir como quisiera la mayor parte del tiempo, pero cuando se le metía una idea en la cabeza, no había manera de quitársela. Escuchad esto: un año, por Navidad, el hermano de mi padre le regaló un enorme rompecabezas rarísimo. Creo que tío Tom se había confabulado en eso con mi padre. Mamá realizaba muchos rompecabezas —yo la ayudaba—, y los dos hombres consideraban tal afición una pérdida de tiempo. Así pues, mi tío le envió un rompecabezas de quinientas  piezas  piez as que tenía un único a rá rándano ndano en la esquina infe inferior rior der derec echa; ha; e l re resto sto e ra  blanco,  blanc o, sin m ás dibuj dibujos os ni tonos de color color.. Mi pa padre dre se dester desternil nilló ló de risa a l ve verlo. rlo. « Vam os a ver si ere eress capaz de hacer éést ste, e, m madre» adre» , ddiij o. Siem pre llaa ll llam am aba « m adre» cuando cre creíía que llee habí habíaa hecho uuna na bbuena uena jugada, y eellla siem siem pre se enfadaba. enfa daba. El dí díaa de Na Navi vidad dad por la tarde, m am á se sent sentóó y vol volcó có las pi piez ezas as en la mesa de su dormitorio (para entonces, dormían en habitaciones separadas). Los días 26 y 27 de diciembre, papá y yo tomamos comidas preparadas para almorzar y cenar, y en la mañana del 28 el rompecabezas estaba terminado. Mamá le sacó una fotografía Polaroid para enviarla a tío Tom, que vive en Wisconsin. Luego recogió el rompecabezas y lo allí. guardó la buhardilla. Eso fue hace dos años, y por lo que sé todavía sigue Mi en madre era una persona agradable, culta y con buen sentido del humor. Trata bien a los animales y los mendigos que tocan el acordeón, pero no la incordies, o te lanzará una coz… generallm ente di genera dirig rigid idaa a la entrepi entrepier erna. na. Yo empezaba a irritarla. De hecho le repetí mis argumentos por cuarta vez,  peroo poco podía hac  per hacer er y a . La paj ar arit itaa m e rode rodeaba aba y a e l c uello de la ca cam m isa como una araña rosa con patas de metal ocultas, la americana me quedaba demasiado estrecha, y mamá me había obligado a ponerme los zapatos de punta redondeada, que eran los de lucir el domingo. Mi padre no estaba; había ido al  bar de Goga Gogann par paraa re recor cordar dar viej os ti tiee m pos con algunos am igos igos;; de habe haberse rse encontra encont rado do en ca casa, sa, hhabría abría di dicho cho qu quee m i aspecto era de « perfe perfecto cto orden ddee re revis vista» ta» . Y Yoo no quería pa pasar sar por idi idiota. ota.

 —Escuc ha, m am á …  —Escucha,  —No quiero quier o oír una pa palabr labraa m á s, C Char harli liee .  

Yo tampoco quería oír una palabra más, pero era yo quien se jugaba el título de Huevón del Año, Año, no ell ella. a. P Por or eso m mee vi forz forzado ado a re refunfuñar: funfuñar:  —Lo único que int intee nto eexpli xplica carte rte es que nadie a cudir cudiráá a la fie fiesta sta c on tra trajj e, mamá. Esta mañana he telefoneado a Joe McKennedy y me ha comentado que  pensaba  pensa ba lleva llevar… r…  —Caa ll  —C llaa y a —inter —interrum rum pió ssin in llee vanta vantarr la voz voz.. Obe Obedec decí.í. C Cuando uando m i m maa dre dice « call ca lla» a» , habl hablaa eenn sser erio io—. —. C Call alla, a, o no te dej dejar aréé sali salirr. Yo ssabía abía qué ssig igni nificaba ficaba eeso so.. « No ssali alir» r» abar abarca caría ría m mucho ucho má máss qque ue la fiest fiestaa de Carol Granger. Probablemente se refería al cine, el parque de atracciones de Harlow y las clases de natación del mes siguiente. Mamá es tranquila, pero tiene un pront prontoo terribl terriblee ccuando uando ssee la desob desobedec edece. e. Me aacordé cordé del rom rompeca pecabez bezas, as, que se titul itulaba aba « El úúlt ltimo imo ar arándano ándano del hu huerto» erto» . Aquel juego que la había puest puestoo de tan mal humor llevaba dos años encerrado en la buhardilla. Como alguno ya sabrá, en aquella época yo sentía cierta atracción por Carol. Le había comprado un  pañuelo  pañue lo con sus ini inicc iales y lo había e nvuelto y o m ismo. Mam á se había ha bía of ofre recido cido a hacerlo, pero no la dejé. Además, no se trataba de ninguna baratija de medio dólar. Era preciosidad queuna costaba cincuenta y. nueve centavos en la tienda Lewiston Lewist on J.una C C.. Pe Penney nney y tenía punt puntil illa la alre alrededor dedor.  —Está bien —gruñí—. Está bien, está e stá bien.  —Y no vuelva vuelvass a int intee ntar e ngaña ngañarm rm e —m —mee advirtió ccon on eexpre xpresión sión ce ceñuda—. ñuda—. Tu padre to todaví davíaa es m uy ca capaz paz de propi propinarte narte una buena pali palizza.  —No lo sa sabré bré y o… —r —repliqué—. epliqué—. Cada vez que esta estam m os j untos eenn la m isma habitació habi taciónn me lo re recuer cuerda. da.  —Cha  —C harlie… rlie…  —He de irm irmee y a , m maa m á —int —intee rr rrum umpí, pí, dando por zanj ada la conver c onversac sación—. ión—. Hast Ha staa lu luego. ego.  —¡Noolos  —¡N te epantalones nsucies! —exc —exclam lam ó c uando y o ca casi sideeestaba staba e n la puer puerta—. ta—. ¡N ¡Noo te te manches de helado! ¡Acuérdate dar las gracias cuando vay as! ¡S ¡Salu aluda da a la seño señora ra Granger!  No c ontesté a ninguna de e sas órde órdenes, nes, c onsi onsider deraa ndo que hac hacee rlo ser sería ía dar darle le nuevos ánimos para continuar. Me limité a hundir aún más en el bolsillo la mano en que no llevaba el paquete y bajar la cabeza.  —¡Pórta  —¡P órtate te ccom omoo un ca caballer ballero! o! ¡Señor!  —¡Y no em piec piecee s a ccom omee r ha hasta sta que lo ha hayy a he hecc ho C Car arol! ol! ¡Dios santo! Me apresuré a desaparecer de su vista antes de que decidiera echar a correr  detrás det rás de m míí para ccomprob omprobar ar si m e habí habíaa m eado enci encim m a. Pero no era un día para sentirme mal. El cielo estaba despejado, el sol

calentaba lo suficiente y soplaba una ligera brisa que hacía más agradable el camino. Estábamos en vacaciones de verano, y quizá Carol mostraría incluso  

cierto interés por mí. Naturalmente yo no sabía qué haría si Carol, en efecto, lo mostraba; quizá llevarla en el asiento posterior de mi bicicleta. En cualquier caso, a m e oc ocuparía uparía de ccómo ómo ccruz ruzar ar ese puente si llegaba a él. T Tal al vez sobree sobreest stima imaba ba las cualidades negativas del traje de pana. Si a Carol le gustaba algún actor que los us usara ara,, yyoo llee eencantaría. ncantaría. Entonces vi a Joe y empecé a sentirme de nuevo como un estúpido. Llevaba unos tejanos blancos muy gastados y una camiseta. Observé que me miraba de arriba abajo y fruncí el entrecejo. Mi chaqueta tenía botones de cobre con figuras fig uras eenn re reli lieve, eve, aabs bsol olut utam am ente pasados de m moda. oda.  —Vaa y a tra  —V trajj e —dijo—. P ar arec eces es ese e se tipo del progr prograa m a de La Lawr wree nce Belch, el el del acordeón.  —Myron  —My ron Fl Flore orenn —dije—. —dije —. Exac Exacto to Me ofreció ofre ció un chi chicle cle y re rettiré eell envo envolt ltori orio. o.  —Ideaa de m i m  —Ide maa dre dre.. Me llevé el chicle a la boca. Era un BlackJack. No lo hay mejor. Me lo pasé  por la lengua e hice globos con él. Volví olvíaa a sentirm sentirmee m ej or. or. Joe er eraa un am a m igo, eell único quecostumbres había tenido. ni le idea molestaban mis extrañas (por Nunca ejemplo,parecía cuandotenerme me vienemiedo una buena a la cabeza, tengo tendencia a hacer las muecas más espantosas sin siquiera darme cuenta; ¿no ppronun ronunció ció el sseñor eñor Gra Grace ce una confer conferencia encia aace cerc rcaa de cosas así en una clase? clase?). ). Yo superaba a Joe en el terreno intelectual, pero él me aventajaba mucho en cuestión cuesti ón de trabar am ist stades. ades. La m ay oría de los los chicos nnoo conce concede de ning ningún ún valo valor  r  al cerebro; un tipo con un cociente intelectual alto que no sabe jugar al béisbol, o al menos acabar tercero en una paja en grupo, es un cero a la izquierda. En cam ca m bi bioo a Joe le gus gustaba taba m mii modo de pensar pensar.. Nunca lo di dijj o, pero sé que era er a aasí sí.. Y como Joe caía bien a todo el mundo, sus amigos toleraban mi presencia. No  puedo dec decir irmque dorara ra a Joe McK McKenne ennedy, dy, pe pero ro sí algo pa pare recido. cido. Er Eraa c om omoo una droga dro ga para í. a dora Caminábamos mascando los BlackJack, cuando una mano se posó en mi hombro de pronto. A punto estuve de tragarme el chicle. Trastabillé y me volví. Era Dicky Cable. Dicky era un chico bajo y robusto que siempre me recordaba, en cierto modo, a una segadora de césped, una gran Briggs & Stratton con el tubo de escape abierto. Tenía una gran sonrisa cuadrada que exhibía unos dientes grandes, blancos blancos y cuadra cuadrados dos que enca encajj aban eenn llas as enc encíías com o llos os ddient ientes es de un engranaje. Parecían mascar y roer entre sus labios como las cuchillas de una segadora cuando c uando ggiran iran a tal vveloci elocidad dad que par parec ecen en no m overse. T Tenía enía aasp spec ecto to ddee com er ni comer niños ños.. Por lo qque ue y o sabí sabía, a, así era era..  —¡Hij  —¡H ijoo de per perra ra,, qué guapo va vas! s! —Dic —Dickky hiz hizoo un guiño de ccom ompli plicida cidadd a Joe  —. ¡Hij o de pe perr rra, a, eestás stás m máá s guapo que una m ier ierda da de búho!

Y me m e dio uuna na palma palmada da en la eesp spalda. alda. M Mee sentí m uy pequeño. Le tení teníaa m iedo iedo;; creo que sospeché que tendría que pegarme con él antes de que terminara el día,  

 que probabl probablem em ent entee m e eecharía charía atrás.  —Déjj am e la espa  —Dé espalda lda e n paz —dij —dijee . P er eroo él no eestaba staba dis dispuesto puesto a dej a rla e n  paz. Conti Continuó nuó dándom e palm ada adass hasta que lle lle gam os a ccaa sa de Carol. Mis peore peoress temores se vieron confirmados en el instante en que crucé la puerta. Nadie iba  bien vestido. Carol se hallaba e n m e dio de la habitac habitación ión y esta estaba ba re realm alm ente guapísima, radiante. Se la veía bonita y relajada, con una leve pátina de so sofis fisti tica cación ción en su adol adolesce escencia ncia aapenas penas ini iniciada. ciada. P robabl robablem em ente aaún ún lllo lora raba, ba, y le daban pataletas y se encerraba en el baño; seguramente todavía escuchaba discos de los Beatles y tenía una foto de David Cassidy, que aquel año estaba magnífico, en una esquina del espejo. Sin embargo no ofrecía en absoluto esa impresión, lo que me dolió y me hizo sentirme como un enano. Ataviada con un vestido marrón, reía entre un grupo de chicos, gesticulando. Dicky y Joe se acercaron para entregarle sus regalos, y ella rió y les dio las gracias. Dios santo, qué guapa estaba. Decidí m arc archarm harme. e. No qquerí ueríaa que m mee vi viera era con llaa paj arit aritaa y el ttraj raj e de pana con botones metálicos. No deseaba verla hablar con Dicky Cable, que a mí me recordaba una segadora pero que por lounas visto a ella le caíay escurrir muy bien. Como Lamont Cranston,humana me limitaría a nublar pocas mentes el  bulto.  bult o. T Tenía enía un dólar e n eell bol bolsil sillo, lo, una pr propina opina por habe haberr lim limpiado piado de hier hierbaj baj os el ardín de la señora Katzent el día anterior, de modo que podría entrar en algún cine de Brunswick si alguien me subía a su coche; allí, sentado en la oscuridad,  podría adm ini inistrar strarm m e una buena dosi dosiss de autoc autocom ompasión. pasión. Sin eem m bar bargo go a ntes de quee pudi qu pudiera era m arc archarm harme, e, la seño señora ra Granger m e vio vio.. No era m i ddíía. Im agi aginad nad un unaa falda plisada y una blusa de gasa translúcida sobre un tanque Sherman con dos torretas de cañones. Su cabello parecía un huracán, recogido en sendos moños a ambos lados de la cabeza y sostenidos de algún modo por un gran lazo de satén de un venenoso color  —¡Charli  —¡Char liee De Deck ckee r!amarillo. —cloque —cloqueó. ó. Y abrió unos brazos que parecían dos grandes rebanadas de pan. Por poco salgo corriendo presa del pánico. Era un alud a punto de desplomarse. Era todos los monstruos que han creado los japoneses reunidos en uno; era Ghidra, Mothra, Godzilla, Rodan y Tukan el Terrible cargando a través del salón de los Granger. Pero Pe ro eso no fue lo ppeor eor.. Lo peor fue que todo todo el mundo ssee volv volviió para m irarm e… La señora Gra Granger nger deposi depositó tó un bes besoo babos babosoo en m i me mejj illa illa y graz graznó: nó:  —¡Per  —¡P eroo qué gua guapo po estás! Y por un ins instant tantee tem í qque ue aañadi ñadier era: a: « Est Estás ás m más ás guapo qque ue una m mierda ierda de  buho» . Bien, no os torturaré con los detalles. ¿De qué serviría? Ya os habréis hecho una idea. Tres horas de puro infierno. Dicky se acercaba siempre que tenía

oportunid oportun idad ad con un « ¡P ¡Per eroo qu quéé guapo est estás!» ás!» . Un ppar ar de chicos se aproxi aproxim mó  paraa pre  par preguntarm guntarm e quién había m uer uerto. to. El único que per perm m ane anecc ió a m i lado fue  

Jo Joe, e, per peroo iinclu ncluso so eso me m olest olestóó un po poco. co. Le oí decir a m ás de un cchi hico co que m e dej ara ar a eenn paz paz,, lo qque ue no m mee gustó muc mucho. ho. M Mee hiz hizo senti sentirm rm e el ton tonto to ddel el pueblo. Creo que la única que no reparó en mi presencia fue Carol. Me hubiera molestado que me preguntara si quería bailar cuando pusieron los discos, pero más me molestó que no lo hiciera. Yo no hubiera podido bailar, pero la intención era lo que ccont ontaba. aba. De m odo qque ue dea deam m bul buléé por all allíí m mient ientra rass los los B Bea eattles cantaban The Ballad of John and Yoko  y  L  Lee t It I t Be , mientras los Adreizi Brothers cantaban ey, Mr. Sun  en su soberbio estilo desentonado. Ofrecí mi mejor impresión de maceta ambulante. Entretanto, la fiesta continuaba. Pareció que duraría eternam ente, qu quee lo loss años ppasar asarían ían com comoo hoja hojass arr arrastradas astradas por el vi viento ento,, que lo loss coches se convertirían en montones de chatarra, que las casas se habrían derrumbado, que los padres se habrían transformado en polvo, que las naciones habrían vivido períodos de auge y decadencia. Tuve la sensación de que aún seguiríamos allí cuando el arcángel Gabriel apareciera sobre nosotros con la trom rompeta peta del jjui uicio cio en una m mano ano y un ma matasu tasuegra egrass en la ot otra ra.. S See sirvi sirvier eron on hhelado elado  un gran pastel con la frase FELIZ CUMPLEAÑOS, CAROL en azúcar verde y rojo, y hubo Un ópar chicos propuso  per  pero o la señor señoraamás Gr Graabaile. nger lanz lanzó unadegr gra a n ca carc rca a j ada yjugar dij dijo: o: a hacer rodar la botella,  —No, ah, a h, no. ¡Oh, no! Por fin Carol dio unas palmadas y anunció que saldríamos todos al jardín  paraa j ugar a seguir a l re  par rey, y, eese se j uego que se basa en la ccuestión uestión m máá s ccaa ndente de dell m om omento ento;; ¿¿est estás ás prepar preparado ado para la sociedad del ma mañana? ñana? Todo el mundo salió al exterior. Vi a los invitados correr de un lado para otro  pasándoselo  pasá ndoselo bien, o hac haciendo iendo lo que se e nti ntiende ende por pasár pa sárselo selo bien c uando se forma parte de un grupo de jóvenes recién llegados a la pubertad. Yo me entretuve un minuto antes de salir, pensando que Carol tardaría un segundo en hace rlo,, pero ell hacerlo ellaa ffue ue de las pri prim m er eras as en di dirigi rigirse rse aall ja jardí rdín. n. C Crucé rucé la pu puerta erta y m e quedé en el porche, observando la escena. Joe permaneció a mi lado, sentado en la ba barandil randilla la del po porche rche con una pi pier erna na ccol olgando gando y la ot otra ra apoyada apoy ada en el e l suelo suelo,, y ambos contemplamos el ambiente de la fiesta. No sé cómo se las arreglaba para estar est ar si siem em pre donde y o m mee ccol olocaba ocaba,, sent sentado ado sob sobre re cualquier cualquier ccos osa, a, obs obser ervando vando..  —Caa rol eess una pr  —C pree sum sumida ida —dij —dijoo fina finalm lmee nte.  —No. Sólo Sólo está m uy ocupa ocupada. da. H Haa y m ucha gente gente..  —Una m ier ierda da —r —ree pli plicó có Joe Joe.. P Per erm m a nec necim imos os en sil silee ncio unos iinstantes. nstantes. Lue Luego go alguien algu ien exclam ó:  —¡Eh, Joe! Joe !  —Sii j uega  —S uegas, s, te ensuc ensuciar iarás ás e l tra trajj e y a tu m adr adree le da dará rá un a taque —af —afirm irmóó Joe.

  O dos añadí. aña dí.  —¡Vam  —¡V am os, Joe! Esta vez le llamó Carol. Se había puesto unos pantalones de algodón,  

 proba blem ente diseña  probablem diseñados dos por Edith He Heaa d, y se la veía a legr legree y bonit bonitaa . Joe m e miró. Se empeñaba en cuidar de mí, y de pronto me sentí más aterrorizado que nunca desde aquella noche en que desperté en la tienda de campaña durante la cacería con mi padre. Cuando llevas un rato bajo la protección de alguien, em pi piez ezas as a detest detestar ar esa situación situación;; adem además, ás, ttem em ía que Jo Joee m e odiar odiaraa algú algúnn dí díaa por  ello. En aquel instante, con mis doce años, no tenía muy claras tales ideas, pero las intuía.  —Vee —le aanim  —V nimé. é.  —¿Estás  —¿ Estás segur seguroo de que no pre prefie fiere res…? s…?  —Sí,í, sí  —S sí.. De todos m odos debo re regre gresar sar pronto a ccaa sa. Le observé alejarse, un poco dolido porque no se había ofrecido a acompañarme, pero aliviado también. A continuación me dispuse a cruzar el césp cé sped ed eenn di direc rección ción a la ccall alle. e. Dick Dickyy se fij fijóó en m mí.í.  —¿T  —¿ Te vas y a, gua guapit pito? o? Debería haberle respondido algo ocurrente, pero sólo fui capaz de decirle que se callara. Me cerró el paso como si hubiera estado esperando esa oportunidad, con su gran sonrisa las lianas lianas de la selva.de cortadora de césped. Olía a verdor y reciedumbre, como  —¿Có  —¿ Cóm m o has dicho, gua guapit pito? o? Todas las emociones de la tarde se acumularon en mi interior, y me sentí furioso, realmente furioso. Habría escupido al mismísimo Hitler. Así de furioso me sentía.  —He dicho que te ca call llee s. Apártate Apár tate de m i ca cam m ino. (En la clase, Carol Granger se cubrió los ojos con las manos… pero no me  pidióó que de  pidi dejj a ra el tem a. Se lo aagra gradec decíí en sil silenc encio io y la rrespe espeté té por eesa sa aacc titud). titud). Todos me miraban, pero nadie decía nada. La señora Granger se hallaba en el interior de la casa, cantando Swanee  a voz en grito.  —Quizáá piensas que puede  —Quiz puedess hac hacee rm e c allar —re —repli plicc ó Dick Dicky, y, m e sándose e l cabello engominado. Le aparté a un lado de un empellón. Estaba fuera de mis casillas. Era la  primer  prim eraa vez que m e sentía así. Era otro y o, otra per persona, sona, quien im impuls pulsaba aba m is acto ac tos. s. Y Yoo m mee lim limit itaba aba a se segui guirr sus iini niciativas, ciativas, nada m ás. Dicky se abalanzó sobre mí, asestándome un puñetazo en el hombro que casi me paralizó los músculos del brazo. ¡Qué daño me hizo! Era como si me hubiese golpeado una bola de nieve dura. Le agarré, porque nunca he sabido boxear, y le empujé hacia atrás. Su gran sonrisa humeaba, exhalaba el aliento hacia mi rostro. Con un rápido movimiento de pies, me pasó un brazo en torno al cuello como si se dispusiera a darme un

 beso, a l ti tiee m po que desc descaa rga rgaba ba una y otra vez e l otro puño sobre m i espa espalda, lda,  peroo fue com o si alguien golpea  per golpeara ra en una puer puerta ta m uy lej a na. Trope Tropezzam os c on una figura de piedra que representaba un flamenco y caímos sobre el césped.  

Dicky era fuerte, pero yo estaba desesperado. De pronto golpear a Dicky Cable se convirtió en mi única misión en la vida. Era como si hubiera venido a la Tierra para eso. Recordé el pasaje de la Biblia sobre la lucha de Jacob con el ángel y solté una risita demente ante el rostro de Dicky. Lo tenía debajo y me esforzaba por mantenerlo en aquella posición. De pronto se escurrió de debajo de m i cuerpo —er —eraa un ttiipo tter errib riblem lemente ente eescurrid scurridiz izo— o— y m e gol golpeó peó en eell cuell cuelloo con un brazo. Emití un breve grito y quedé tendido de bruces. En un abrir y cerrar de ojos, Dickyy se sent Dick sentóó a horca horcajj adas sob sobre re m i esp espalda. alda. Int Intenté enté darm e la vuelt vuelta, a, per peroo no lo lo conseguí. No lo conseguí. Dicky se disponía a sacudirme porque era incapaz de quitármelo de encima. Todo resultaba horrible y carente de sentido. Me pregunté dónde estaba Carol; contemplando la escena, probablemente. Todos debían estar  mirando. Noté que el traje de pana se desgarraba bajo las axilas y que los  botones m etá etáli licc os c on figura figurass gra grabada badass saltaba saltabann uno tra trass otro a m edida que m e arrast arr astra raba ba por llaa ti tier erra ra.. Pe Pero ro no llogré ogré darm e la vuelt vuelta. a. Dick Dickyy re reía. ía. M Mee aagarr garróó po por  r  la cabez ca bezaa y la gol golpeó peó cont contra ra el suelo suelo com comoo si de una pelot pelotaa se tratara. guapito!de —P —Pa asped—. med—. . Estrellit Estrellitas y e lto, sa sabor bor hier hierba ba e n la boca boca.. Ahora Ahor a era —¡Eh, y o llaa segadora cé césp ¡Eh,asguapi guapit eresde unala m monada! onada! Me cogió por el ca cabell belloo y m e hundi hundióó el rost rostro ro en eell césped. Empe Empecé cé a grit gritar ar..  —¡Estás hec hecho ho un auté auténti nticc o dandi! —exc —exclam lam a ba Dicky Dicky e ntre risas m ientra ientrass seguía aplastándome la cabeza contra el suelo—. ¡Tienes un aspecto estupendo! De pronto desapareció de encima de mí porque Joe le había arrancado de su  posición.  posi ción.  —¡Basta y a , m maa ldi ldita ta se sea! a! —vocifera —vocife raba ba Joe Joe—. —. ¿¿No No ve vess que y a eess suficiente suficiente?? Me puse en pie, llorando. Tenía el cabello sucio de tierra. La cabeza no me dolía lo suficiente para justificar las lágrimas, pero allí estaban. No podía contenerlas. loseexcedid presentes ese evit curioso perruno chicos cuando cuandTodos o se han xcedido, o, ytenían not notéé que evitaban aban aire m irarm e. Fi Fijjque abanadoptan la vis vista ta los en las puntas de sus pies como si quisieran asegurarse de que aún estaban allí. Miraban la valla cerrada con una cadena como para cerciorarse de que nadie la robaba. Algunos miraban hacia la piscina del jardín vecino por si alguien estaba ahogándose ahogándo se y nece necesi sittaba un rápi rápido do rescate. Carol se hallaba en primera fila y se disponía a avanzar un paso. Entonces miró alrededor para comprobar si alguien estaba dispuesto a seguirla, pero no encontró a nadie. Dicky Cable se pasaba un peine por el cabello. No se había ensuciado en absoluto. Carol movió los pies con gesto nervioso; el viento le agitaba la blus agitaba blusa. a. La señora Granger había dejado de cantar Swanee . Se encontraba en el

 porc he,, boqui  porche boquiaa bier bierta. ta. Joee se ac Jo acerc ercóó y m e pus pusoo uuna na m mano ano en el ho hom m bro bro..  —¡Eh, Charli Char lie! e! ¿Qué tal si nos vam os?  

Intenté apartarle con un brazo y sólo conseguí caer tendido al suelo.  —¡Déé j am e en pa  —¡D pazz! —espe —espeté té con voz ronc roncaa y fur furios iosaa . Má Máss que gritar gritar,, eestaba staba sollozando. En el traje de pana sólo quedaba un botón, que colgaba de la americana sujeto apenas por un hilo. Los pantalones estaban húmedos y manchados de hierba. Empecé a gatear sobre el césped aplastado, llorando todavía, en busca de los botones que habían saltado. La cara me ardía. Dickyy m urm Dick urmuraba uraba una rá rápi pida da letaní letaníaa que no ent entendí endí al ttiem iempo po qu quee se pasaba el peine por el cabello nuevamente. Reconozco que le admiro por ello. Al menos no ponía ponía ccar araa de coc cocodril odriloo ll llorón orón después de lo sucedido. La señora señora Granger se ac acerc ercóó a m í cam camiinand nandoo como un ppato ato..  —Cha  —C harlie… rlie… Char Charli lie, e, ccaa riño…  —¡Cállate,, viej a gorda  —¡Cállate gorda!! —exc —exclam lam é . No veía nada nada.. Todo apa apare recc ía borr borroso oso ante mis ojos, y todos los rostros parecían abalanzarse sobre mí. Las manos tendidas hacia mí semejaban garras. No alcanzaba a ver lo suficiente para encont enc ontra rarr eell resto de los bot botones. ones.  —¡Viej  —¡V iej a gor gorda! da! —re —repetí petí ante antess de sa sali lirr ccorr orriendo. iendo. tras se una casa desocupada la calleBajo Willow y decidí anteMe elladetuve hasta que hubieran secado las de lágrimas. la nariz tenía sentarme una capa de mucosidad seca. Desdoblé el pañuelo, me limpié y me soné la nariz. Se acercó un gato callejero e intenté acariciarlo. El animal rehuyó mi mano. Yo sabía exactamente cómo debía sentirse. El traje había quedado realmente maltrecho, pero no me importaba. Ni siquiera me preocupaba qué diría mi madre; probablemente más adelante llamaría a la madre de Dicky para protestar   por la c onducta de su hij hijo. o. En c am bio, sí m e pre preocupa ocupaba ba m i pa padre dre.. Le im imaa giné sentado, observándome detenidamente con cara de póquer y antes de preguntar: « ¿Cómo ha quedado el otro otro chi chico? co?»» . E ima giné imagi né msentado is m enti entira ras. s. Permanecí alrededor de una hora; planeé acercarme a la autopista y  poner el dedo, a la e sper speraa de que a lgui lguien en m e sac sacaa ra de la c iudad par paraa nunca volver vol ver.. F Fiinalme nalment ntee re regresé gresé a ca casa. sa.

 

23

En el exterior de la escuela parecía celebrarse una verdadera convención  policc ial. C  poli Coche ochess patrulla aazzules, vehíc vehículos ulos blanc blancos os del De Depar partam tam e nto de P Poli olicía cía de Lewiston, Lewist on, ot otros ros bl blanc ancos os y negros de Brunswi runswick ck y dos más má s de Auburn. Los agentes responsables de aquella exposición automovilística avanzaban de un lado a otro agachados tras los vehículos. Aparecieron más periodistas con cámaras equipadas con teleobjetivos que apoyaban como cobras sobre el techo de sus coches. Se Se habían iins nstal talado ado vall vallas as para detener eell trá tráfico fico en la ca carre rretera tera a am bos lados de la escuela, junto a una doble hilera de esos recipientes de queroseno que  producen  produc en tanto holl hollín ín y siem siempre pre m e re recue cuerda rdann esa esass bom bombas bas de los ana anarquistas rquistas que salen en los tebeos. Los empleados del Departamento de Obras Públicas municipal habían colocado un rótulo con la palabra DESVIACIÓN. Supongo que no tenían en el almacén nada más apropiado, como MARCHA LENTA. LOCO SUELTO, por ejemplo. Don Grace y el bueno de Tom Denver charlaban animadam anima damente ente ccon on un ttip ipoo enorm enorme, e, fforni ornido, do, qque ue vestí vestíaa uni uniform form e de la pol poliicía de dell estado. Dongesto parecía casi enfadado. tipoera fornido le escuchaba, moviendo cabeza en de negación. SupuseElque el capitán Frank Philbrick, de la  policc ía del esta  poli estado do de Maine. Me pre pregunté gunté si sa sabría bría que e sta sta ba ofre ofr e cié ciéndom ndomee un  blancoo per  blanc perfe fecc to. Carol Granger rompió el silencio con voz temblorosa y expresión avergonz ave rgonzada ada.. Y Yoo no habí habíaa contado aque aquell llaa hist historia oria pa para ra avergonz ave rgonzar arla. la.  —Yoo er  —Y eraa ape apenas nas una niña, Charlie.  —Yaa lo sé —re  —Y —repli pliqué qué c on una sonrisa—. Aque Aquell día e sta sta bas m uy bonit bonitaa . Desde luego, no parecías ninguna niña.  —Y me m e gust gustaba aba Dick Dickyy Cable.  —¿  —¿Inc Inclus luso o después despué de la ffiesta? iesta? Carol se azoró aúns más.  —Más que nunca nunca.. Asist Asistíí con él a la fie fiesta sta c am pestre de octa octavo vo cur curso. so. Lo encontraba muy… muy osado, supongo, e impetuoso. En esa fiesta campestre intentó… intentó propasarse, ¿entendéis?, y yo me dejé… un poco. Ésa fue la única úni ca vez qque ue sa salí lí con éél.l. Aho Ahora ra ni siq siquiera uiera sé por dónde aanda. nda.  —Está en e n eell ccee m ente enterio rio de P lac lacee rvill rvillee —explicó Dick Ke Keee ne c on voz neutra. neutra . La noticia me sorprendió desagradablemente. Era como si acabara de ver el fantasma de la señora Underwood. Todavía habría sido capaz de señalar los lugares donde Dicky me había golpeado. Pensar que estaba muerto me provocó un terror extraño, casi nebuloso. Al mismo tiempo percibí en el rostro de Carol un reflejoo ddee lo qu reflej quee y o ssent entíía. « Int Intent entóó pprop ropasarse asarse y y o me dej dejé… é… un po poco» co» . ¿¿Qué Qué significa eso para una estudiante destacada como Carol? Quizá Dicky la había

 besa do. Ta l vez incluso la había ll  besado. llee vado a un pra prado do a par partado tado y e xplorado el territorio virgen de sus pechos florecientes. En la fiesta campestre de octavo  

cur so. Di curso. Dios os nos valg valga. a. Dick Dickyy había sido os osado ado e impe impetuo tuoso. so.  —¿Qué  —¿ Qué le suce sucedió? dió? —pre —preguntó guntó Don Lordi. Dick habló lent lentam am ente:  —Le atr atropello opello un ca cam m ión. Resulta c urioso. Se sac sacóó e l ccaa rne rnett de c onducir e n octubre pasado y llevaba el coche como un loco, como un auténtico chalado. Supongo que quería demostrar a todo el mundo que tenía… pelotas, ¿entendéis? Conducía de tal manera que casi nadie quería subir al coche con él. Tenía un Pontiac de 1966, y se encargaba de todos los arreglos. Lo pintó de verde botella y hasta dibuj dibuj ó un as de espada espadass en la portez portezuela uela del copil copilot oto. o.  —Síí —conf  —S —confirm irmóó Melvin—. Vi e se c oche var varias ias vec vecee s e n e l parque par que de atracciones de Harlow.  —Le a copló sin ay uda un c am bio de m a rc rchas has He Heaa rst —continuó Dick Dick—. —. Carbura arburador dor de cuatro cil cilin indros dros,, leva leva de culat culataa y ca carburante rburante a inyec iny ección ción.. El coche ronroneaba. Zumbaba a noventa en segunda. Yo le acompañaba una noche en que tomó a ciento treinta la calle Stackpole en Harlow. Llegamos a las curvas de Brisset y empezamos a derrapar. Lo pasé fatal. Tienes razón, Charlie, cuando sonreía, teníapero un aire No sé se parecía realmente a una segadora Dicky de césped, desdeextraño. luego tenía un siaspecto muy extraño. Mientras derrapábam derra pábam os os,, nnoo ddej ej aba de son sonre reír ír.. Y repetí repetíaa una y otra otra vez: « Pue Puedo do dominarlo dominar lo,, pu puedo edo dom domin inar arlo» lo» . Y lloo consi consigui guió; ó; entonces le hi hice ce detenerse detene rse y vol volví ví a casa c asa ccam am inando. inando. T Tenía enía las ppiernas iernas com comoo ssii fueran de gom goma. a. » Un par de m eses despu después és le atropel atropelló ló un cam ión ión de repa reparto rto en Lewi Lewist ston on m ientras ccruz ruzaba aba la ccalle alle Lisbo Lisbon. n. R Randy andy Mi Mill llik iken, en, que iba ccon on él, dijo que D Dick ick no estaba bebido o colocado. La culpa fue del camionero. Le condenaron a tres m ese esess de prisi prisión, ón, pero Dick está m uer uerto to.. Es curioso curioso.. Carol parecía aturdida. Estaba muy pálida. Temí que se desmayara y, para desviar su atención hacia otras cosas, pregunté:  —¿S  —¿ Se enf enfadó adó cconm onmigo igo ttuu m maa dre dre,, Carol?  —¿Eh?  —¿ Eh? Ella miró alrededor con aquel aire desconcertado que solía adoptar y que resultaba tan gracioso.  —La ll llaa m é vie viejj a . V Viej iej a gorda, gor da, ccre reoo re recc orda ordarr.  —¿Eh?  —¿ Eh? —C —Caa rol a rr rrugó ugó la nar nariz iz;; cr cree o que luego sonrió a gra gradec decida ida al dar darse se cuenta de mi maniobra—. Desde luego, se enfadó y mucho. Pensó que toda la culpa de la pelea era exclusivamente tuya.  —Tu ma m a dre y la m ía aacc udían jjuntas untas a un cclub, lub, ¿¿ver verdad? dad?  —¿Al C  —¿Al Club lub de Le Lectur cturaa y Bridge? En eefe fecc to. —No había ccruzado ruzado las piernas, pier nas, y sus rodillas estaban algo separadas. Echó a reír—. Seré sincera, Charlie; tu madre

no me caía bien, aunque únicamente la había visto un par de veces y sólo habíamos intercambiado unos saludos. Mi madre siempre hablaba de lo inteligente que era la señora Decker, de lo bien que captaba el sentido de las  

novelas de Henry Jam novelas James es y cosas así así.. Y del esp esplénd léndid idoo ca caball baller erete ete que eera rass ttú. ú.  —Yaa sé, m á s guapo que una m ier  —Y ierda da de búho —ase —asentí ntí ccon on gesto ser serio—. io—. Mi m adre tam tambi bién én dec decía ía cosas pare parecidas cidas de ti ti,, ¿¿sabes? sabes?  —¿De  —¿ De ver verdad? dad?  —Es cierto. cie rto. De pronto me asaltó una idea que me produjo el mismo efecto que un  puñetazzo en la nar  puñeta nariz iz.. ¿Cómo era posible que no me hubiera dado cuenta antes, con lo que me gustaba dar vueltas a las cosas? Eché a reír, repentinamente complacido y con cierta amargura. Luego añadí:  —Apuesto  —Apue sto a que a hora entiendo por qué esa ins insist istee ncia e n que lle lle var varaa el traj e. Y Yaa sab sabes, es, trataban trataban de hacer de casame ca sament ntera eras. s. « ¿No forma formarían rían uuna na parej ita estup est upenda? enda?»» . « Hay qu quee pens pensar ar eenn uuna na des descendenci cendenciaa in intteli eligent gente» e» . Las m ej ores fam ili ilias j uegan a eso, C Car arol ol.. ¿¿Qui Quier eres es ccasar asarte te conm conmig igo? o? Carol ar ol me m iró bo boqui quiabierta. abierta.  —¿Ac  —¿ Acaso aso pr pree tendían…? —P —Par aree ció inca incapaz paz de ter term m inar la ffra rase. se.  —Eso cr eo. y se le escapó una risita. Después lanzó una franca carcajada. Lo creo. Ella sonrió consideré una ligera falta de respeto hacia los muertos, pero lo dejé correr, aunque, a decir verdad, la señora Underwood nunca estaba lejos de mis  pensam  pensa m ientos. Despué Despuéss de todo, ca casi si pisaba su ccuer uerpo. po.  —Ese tipo grandull gra ndullón ón viene hac hacia ia aaquí quí —anunció Bi Bill ll Sawy aw y e r. Así era. Frank Philbrick avanzaba hacia el edificio de la escuela con la vista fija al fre frent nte. e. De Deseé seé que lo loss fot fotógrafos ógrafos de pre prens nsaa le tom tom ar aran an eell lado lado bueno; qui quién én sabe, quizá querría utilizar algún retrato para las postales navideñas de aquel año. Entró por la puerta principal, oí sus pasos procedentes del fondo del vestíbulo, amortiguados, como si provinieran de otro mundo, y le oí subir a continuación hacia el despacho. Tuve el extraño pensamiento de que sólo allí dentro era una  persona  per sona rrea eal.l. T Todo odo cua cuanto nto había aall ot otro ro la lado do de la lass ventana ventanass er eraa pur puraa te televisi levisión. ón. El espectáculo eran ellos, no yo. Mis compañeros pensaban lo mismo. Lo leía en sus rostros. Un silencio. Clic. El intercomunicador.  —¿De  —¿ Deck ckee r?  —¿S  —¿ Sí, señor? El tipo respiraba pesadamente. Le oía aspirar y exhalar, como si fuera un enorme animal sudoroso. Nunca me ha gustado ese sonido. Mi padre hace lo mismo cuando habla por teléfono; te llega su profundo jadeo, hasta el punto de

que casi se puede percibir el olor a whisky  y Pa Palll M Mall all ddee su al alient iento. o. S Siiem pre m e ha parecido un acto antihigiénico y un tanto homosexual.  —En me m e nuda situac situación ión no noss has m mee ti tido, do, De Decc ker.  

 —Supongo que aasí  —Supongo sí es, señor señor..  —No nos entusiasma entusiasm a la idea de te tener ner que dispar disparar ar c ontra ti.  —A m í ta ta m poco, se señor ñor.. Y no le aacc onsej o que lo int intee nte. Un profundo profundo ja jadeo. deo.  —Bue  —B ueno, no, salgam os de una vez de duda dudas. s. ¿¿Cu Cuáá l es tu prec precio? io?  —¿P  —¿ P rec re c io? —re —repetí—. petí—. ¿¿P P re recc io? Por un instante tuve la impresión de que me había tomado por una interesante  piezaa de m obil  piez obiliar iario io pa parla rlante, nte, una sil silla la Morris, quiz quizá, á, equipada equipa da par paraa sumini sum inistrar strar a l  presunt  pre suntoo ccom ompra prador dor toda la inform a ción pe pertinente. rtinente. Al pr principio incipio enc encontré ontré la idea di diverti vertida. da. Luego m mee enfure enfureció. ció.  —El pre precc io por de dejj ar arles les e n li liber bertad. tad. ¿Qué quier quieree s? ¿¿S Salir por televisión? De acuerdo. ¿Hacer alguna declaración para los periódicos? Concedido. —Un  bufido, otro y otro—. Bi Biee n, hagá hagám m oslo y ter term m inem inemos os de una vez, a ntes de que esto se se cconvi onvier erta ta eenn una eensalada nsalada de ti tiros. ros. S Sól óloo ti tiene eness que dec decirnos irnos qué quiere quieres. s.  —Le quier quieroo a usted —re —respondí spondí.. El j a deo se int intee rr rrum umpió. pió. L Luego uego se re reanudó. anudó. Empez Em pezaba aba a ccris risparm parm e los nner ervi vios os..  —Tee ndrá  —T ndrás que eexpli xplic c ar arm e esoos —r —re e pli plicó eell trato. pol policía. icía.¿Le gust  —De  —Desde sde sluego, señor señor. . Pmodem hac hace ecó r un tra to. gustar aría ía hace hac e r un trato? tra to? ¿Intenta proponerme eso?  No hubo re r e spuesta. Sólo unos ja jadeos. deos. P Phil hilbric brickk salía eenn eell not noticiar iciario io de la lass seis cada ca da ví vísp spera era de una fi fiesta esta iim m port portante ante para lee leerr un me mens nsaj aj e del est estil iloo « por favor, conduzzca con prudencia» con ccierta condu ierta inept ineptit itud ud ttos osca ca que re resu sult ltaba aba fa fascin scinante ante y casi cautivadora. Durante el diálogo con él había notado algo familiar en su voz, algo que tenía cierto tufo a déjà vu. Por fin comprendí de qué se trataba. Era ese adeo. Incluso por televisión, sonaba como un toro dispuesto a montar un buen ej ejem em pl plar ar de vvaca. aca.  —¿Cuáá l es el tra  —¿Cu trato? to?  —Antes dígam e una cosa —re —repuse—. puse—. ¿Alguien a hí fue fuera ra piensa que tal vez decidiré comprobar cuánta gente soy capaz de matar aquí abajo? ¿Quizá Don Grace?  —Esa m ier ierda da de tí tíoo —m —murm urm uró Sy Sylvi lviaa aantes ntes de lleva llevarse rse una m a no a la boca boca..  —¿Quién  —¿ Quién ha dicho eeso? so? —rugió P Phil hilbric brickk. S Syy lvi lviaa palidec palideció. ió.  —Yoo —c  —Y —contesté—. ontesté—. T Tee ngo cie cierta rtass tendencia tende nciass tra transexua nsexuales, les, señor. —Pe —Pensé nsé que no sabría a qué me refería y estaría demasiado preocupado para preguntarlo—. ¿Podría re resp spond onder er a m i pregun preguntta?  —En efe e fecc to, ha hayy gente que te consider consideraa c apa apazz de cualqui cua lquiee r cosa que te pase  por la ca c a beza. Al fondo del aula alguien rió entre dientes. Creo que el intercomunicador no

lo captó.  —Muy bien, pue pues. s. El tra trato to es ééste; ste; ust ustee d ser seráá e l hér héroe. oe. Baje Baj e a quí, desa desarm rm ado, entre con las manos en alto, y dejaré salir a todo el mundo. Luego le volaré su  

odida ccabe odida abezza, se señor ñor.. ¿¿Le Le par parec ecee un buen trato? ¿Compra om pra?? Jadeos.  —Tieness una boca m uy sucia  —Tiene sucia,, m ucha uchacho. cho. Ahí aabaj baj o ha hayy c hica hicas, s, cchica hicass m muy uy óvenes. Irm a Bates miró alrededor, ssorprendi orprendida, da, com comoo ssii al algui guien en ac acabar abaraa de llam llamar arla la  por su nombre nom bre..  —El tra trato to —i —insi nsistí stí—. —. El ttra rato. to.  —No —dijo —dij o P Phil hilbric brickk—. P Podría odríass m maa tar tarm m e y seguir re reteniendo teniendo a los re rehene henes. s.  —Más j a deos—. P er eroo baj a ré ré,, si quieres. quiere s. Quiz Quizáá podríam os e ncontra ncontrarr alguna solución.  —Am igo —dij —dijee c on tono pac paciente—, iente—, si dej a ust ustee d de habla hablarr por ese micrófono y no le veo salir en un plazo de quince segundos, alguien probará el saborr de sabo dell pl plom omoo aquí abaj abajo. o.  Nadie  Na die par paree ció espe especia cialm lmee nte pre preocupa ocupado do por la per perspec specti tiva va de proba probarr el sabor del plomo. Más jadeos.  —Tus oportunidade oportunidadess de sa sali lirr de ésta con vida se re reduce ducenn ca cada da ve vezz m á s.  —F  —Fra rank nk,ndonará , señor áms ío, sale le ccon on vida de éést staa . Ha Hast staa m i padre lo sabe.  —¿Aba  —¿ Abandonar esanadie cla clase? se?sa  —No.  —Sii lo pre  —S prefie fiere ress a sí… —No par paree cía inqui inquieto—. eto—. Tiene Tieness a hí a un c hico llamado Jones. Quiero hablar con él. Me parec par eció ió bbiien.  —Tu turno, Te d —dije —dije—. —. Es tu gra grann oportunidad. No la desa desaprove proveche ches. s. Chi hicos, cos, Ted Ted va a j ugarse las pelot pelotas as aant ntee vue vuest stros ros oj ojos. os. Ted m miira raba ba fij fijam am ente el enrej ado negro ddel el iint nter ercom comuni unica cador dor..  —Soy  —S oy Ted Jone Jones, s, señor señor.. —En su voz voz,, el « señor señor»» sonaba m ej or or..  —¿S  —¿ Se enc encuentr uentraa todo eell m mundo undo bien ahí aabaj baj o, Jones?  —Sí, señor  —Sí, señor..  —¿Có  —¿ Cóm m o jjuz uzga ga la e stabil stabilidad idad de De Deck ckee r?  —Cre  —C reoo que e stá stá dis dispuesto puesto a todo, señor —conte —contestó stó Te d, m irá irándom ndomee di dire rectam ctamente ente a los ojos oj os.. En los suyos se apreciaba un destello fiero. Carol se mostró súbitamente irritada. Abrió la boca para protestar y luego, recordando quizá sus futuras responsabilidades como oradora de fin de curso y faro del mundo occidental, cerró ce rró la boca con gest gestoo brus brusco. co.  —Graa cia  —Gr cias, s, señor Jone Jones. s. Ted parec pareció ió absurdam absurdamente ente complacido por rec recib ibir ir el ttra ratam tamient ientoo de « señor» .  —¿Deck  —¿De ckee r?

 —Aquí estoy.  —Nos verem ver em os —af —afirm irmóó el poli policc ía ccon on un nuevo j a deo.  —See rá m ej or que le vea pronto —re  —S —repuse—, puse—, en quince segundos. —A  

continuación, como si acabara de ocurrírseme algo, añadí—: ¿Philbrick?  —¿S  —¿ Sí?  —Tiene ust ustee d una c ost ostum umbre bre asque asquerosa rosa,, ¿¿sabe sabe?? Ya m e había per percc ata atado do al ve ver  r  esos anuncios de seguridad vial que presenta en televisión. Jadea usted en los oí oídos dos de de los dem demás. ás. S Suu re respi spira ración ción su suena ena com o la de un ccaba aball lloo en ccelo, elo, Phil Philbrick brick.. Es una costumbre repugnante. Tendría que cuidar más esas cosas. P hil hilbrick brick cha chasqu squeó eó la lengua y re resopl sopló, ó, pensativ pensativo. o.  —Jódete, chico c hico —m —maa sculló por fin, ante antess de de descone sconecta ctarr eell inter intercom com unica unicador dor.. Exactamente Exactam ente doce segu segundo ndoss desp después ués apa aparec reció ió ppor or la puer puertta prin principal, cipal, cam inando inando con aire impasible. Cuando llegó hasta los coches estacionados en el césped, conferenció con los demás agentes. Philbrick gesticulaba de una forma exagerada. En la clase nadie habló. Pat Fitzgerald se mordía una uña con gesto reflexivo. Pocilga había sacado otro lápiz y lo estudiaba con atención, y Sandra Cross me miraba fijamente; parecía existir una especie de niebla entre ambos que la hacía resplandecer.  —¿Y  —¿ Yseelruborizó. sexo? —inqui —inquirió rió Carol de pronto. Cuando todos se volvier volvieron on par paraa mirarla,  —Yo,  —Y o, var varón ón —exc —exclam lam ó Melvin, y a l fondo de la cla clase se sonar sonaron on un par de carcaj car caj adas ma mascul sculiinas nas..  —¿A  —¿ A qué te re refie fiere res? s? —pre —pregunté. gunté. Carol tenía aspe aspecto cto de dese deseaa r habe haberse rse cosidoo la boca par cosid paraa no ha habl blar ar..  —Cre  —C reía ía que c uando a lgui lguien en e m piez piezaa a porta portarse rse… … bueno, y a sabe sabes… s… de m aner aneraa extraña… —S —See int inter errum rumpi pió, ó, tturbada. urbada. Susan Brooks se apresuró a tomar la palabra.  —Es c ier ierto to —af —afirm irmó—. ó—. Y todos vosotros debería debe ríais is de dejj a r de sonreír sonre ír.. Todo e l m undo ppiensa iensa que eell ssexo exo eess su sucio. cio. Y eso eess só sólo lo llaa m itad itad de la ccanc anció iónn por lo qque ue a nosotros nosotros respec respecta. ta. A nos nosot otros ros nos preoc preocupa. upa. Susan m miró iró a Car Carol ol con aire protector protector..  —Eso quer quería ía dec decir ir y o —asinti —asintióó la segunda segunda—. —. ¿Ere Eres… s… bueno, has tenido alguna algu na eexperiencia xperiencia desagradable?  —Nada,  —Na da, de desde sde que dej é de a costar costarm m e c on m am á —re —respondí spondí suave suavem m e nte. Una expresión de absoluto asombro se apoderó de su rostro, y luego comprendió que estaba burlándome. Pocilga soltó una risita cargada de tristeza y continuó observando su lápiz.  —No, en e n ser serio io —i —insi nsisti stióó C Caa rol.  —Bue  —B ueno no —dij —dijee c on el entr entrec ecej ej o fr fruncido—, uncido—, ha hablar blaréé de m i vida sexua sexuall si tú hablas habl as antes de la tu tuyy a.

 —¡O h…!  —¡Oh…! Se m os osttró sorprendi sorprendida da de nuevo nuevo,, pero aagradablem gradablemente ente en eest staa ocasió ocasión. n. Grac Gracee Stanner echó a reír.  

 —Te ha pil  —Te pillado, lado, Carol —brom eó. Yo siem siempre pre había tenido la im impre presión sión de que esas dos chicas no simpatizaban, pero Grace reía desenfadadamente, como si se hubiera borrado alguna desigualdad sabida pero nunca mencionada.  —¡Bravo,  —¡Bra vo, bra bravo! vo! —e —excla xclam m ó Co Cork rkyy He Hera rald, ld, ssonrie onriendo. ndo. Carol ar ol ssee había rrubori uborizzado por ccom ompl pleto. eto.  —Lam  —La m ento ha haber berlo lo preguntado. pre guntado.  —Vaa m os —anim  —V —animóó Don Lordi—, no te doler doleráá .  —See ente  —S entera raría ría todo el m undo —e —expli xplicó có Carol—. Y Yaa sé c óm ómoo los cchi… hi… cóm o la ge gent ntee ccome oment ntaa eesas sas cos cosas. as.  —See cr  —S cree tos —se burló Mi Mikke Ga Gavin vin c on un ronc roncoo susurro—, c ontad m ás secretos. Todo el mundo rió.  —No sois j ust ustos os —protestó Susan Susan Brook Brooks. s.  —Es cierto cie rto —ase —asentí ntí—. —. De Dejj é m oslo oslo..  —¡Oh!…  —¡O h!… No im importa porta —r —replicó eplicó Car Carol—. ol—. Hablar Hablaréé . Os contaré conta ré a lgo. Ahora fui yo quien se sorprendió. Todos la miraron con expectación. No sé qué esperaban en realidad; un que casoseterrible de envidia de pene, o diez noches con unaoírvela. Sospeché llevarían un chasco; nadaquizá, de látigos, cadenas o sudores nocturnos. Una virgen provinciana, inteligente, bonita y que quizá un día se largaría de Placerville y conocería una vida intensa. A veces las chicas como ella cambian en la universidad. Algunas descubren el existencialismo, la destrucción de las estructuras sociales y las pipas de hachís. Otras se limitan a integrarse en fraternidades femeninas de estudiantes y continuar el mismo dulce sueño que iniciaron en la escuela secundaria, un sueño tan corriente entre las bonitas vírgenes de ciudad pequeña que casi podría recortarse de un patrón de revista, como una blusa sin mangas o una faldita de deporte. Los chicos y chicas del estilo de Carol tienen un pero: si llevan dentro una fibra torcida, aparece; si no la llevan, uno puede descifrarlos con la misma facilidad con que resolvería una raíz cuadrada. Las chicas como Carol tienen un novio formal y gustan de un poquito de besuqueo (pero, como dicen The Tubes, « No me toq oques ues ahí ahí»» ), nada exagera exagerado do.. Uno esperaría m más, ás, ppero ero lo ssiient ento, o, es esoo es todo. Las muchachas de esa clase son como las cenas preparadas para ver la televis elevisió ión. n. Es Está tá bi bien, en, no m mee expl explay ay ar aréé m ás eenn este tem tema. a. Esas cchi hica cass so sonn un ttanto anto obtusas. Y Carol Granger ofrecía esa imagen. Salía en serio con Buck Thorne (el  perfe  per fecto cto hom hombre bre norte norteaa m e ric ricaa no). Buck e ra e l c entr entral al de los Ga Galgos lgos de Placerville, que habían logrado un récord de victorias en la temporada de otoño, hecho que el entrenador, Bob Stoneham, se encargaba de repetirnos en las

fre cuentes asam blea frecuentes bleass para pot potenciar enciar el espí espírit rituu com competi petiti tivo. vo. T Thorne horne er eraa un pat patán án  bonachón  bonac hón que pesa pesaba ba sus buenos cie cienn kil ilos; os; no e ra la c osa m á s brill brillante ante que camina a dos patas, aunque sí buen material para la escuela, desde luego, y  

 proba blem ente a Ca  probablem Carol rol no le ccost ostaa ba de dem m asia asiado do m maa ntene ntenerle rle a ra rayy a . He a dver dverti tido do que las chicas bonitas son también las mejores domadoras de leones. Además, siempre he tenido la sensación de que para Buck Thorne no hay nada más sensual que una entrada del repartidor de juego por el centro de la línea contraria.  —Soy  —S oy virge virgenn —dec —declar laróó Carol, desa desafia fiante, nte, sac sacáá ndom ndomee de m is pe pensam nsam ientos. Cruz ruzóó las ppiernas iernas com o para dem demos ostrarlo trarlo ssiim ból bólicam icam ente y luego, bbruscam ruscam ente, volvió a descruzarlas—. Y no creo que sea tan terrible. Ser virgen es como ser   buen estud e studiante. iante.  —¿De  —¿ De ver veras? as? — —pre preguntó guntó Gra Grace ce Stanne tanner, r, tit titubea ubeante. nte.  —Es pre precc iso e sfor sforzza rse por ser serlo lo —ac —aclar laróó Carol—. A eeso so m e re refie fiero; ro; hay que esforzarse por serlo. La idea parecía pare cía agra agradarle. darle. A m í me produ produjj o un esca escalo lofrío. frío.  —¿T  —¿ Te refie re fiere ress a que Buck nunca nunca…? …?  —¡Oh!,  —¡O h!, a ntes lo dese deseaa ba, y supongo que a ún lo de desea sea,, per peroo y o se lo dej é muy claro desde el principio. Y no soy frígida, ni puritana, es sólo que… —Se int nterr errumpió, umpió, busca cando ndo el m modo odo ter erm m inar in ar —dije la frase. fra se.y o.  —Que nobus quiere quieres s queda quedarte rte edde me bar barazada azada  —¡No!  —¡N o! —r —replicó eplicó eell lla, a, ccaa si ddee sdeñosa sdeñosa—. —. Lo sé todo re respec specto to a eeso. so. Comprendí un tanto sorprendido que estaba enfadada y molesta por serlo. La irritación es una emoción muy difícil de dominar para una adolescente  program  progr am a da. Car Carol ol aña añadió: dió:  —No vivo de li libros bros todo e l ti tiem em po. He leído todo ac acer ercc a del control de natalidad en… —Se mordió el labio al comprender la contradicción en que acababa aca baba de caer caer..  —Bien  —B ien —dij —dije, e, dando unos golpec golpecit itos os con la e m puñadur puñaduraa de la pist pistola ola sobre el cuaderno del escritorio—. Esto es grave, Carol, muy grave. Creo que una chica debería saber por qu quéé es vi virgen, rgen, ¿¿no no ttee pa pare rece ce??  —¡Yoo sé por qué!  —¡Y  —¡Ah!  —¡A h! —a —asentí, sentí, cor cortés. tés. Varias chicas la observaban con interés.  —Porque  —P orque… … Sil ilenc encio io.. S See oí oíaa el sil silbato bato de Jer Jerry ry Kesser Kesserli ling, ng, que dirig dirigía ía eell trá tráfico. fico.  —Porque  —P orque… … Carol echó un vistazo alrededor. Varias muchachas fruncieron el entrecejo y  baj ar aron on la vis vista ta hac hacia ia sus pupit pupitre res. s. En e se m om omee nto hubiera dado c asa y hacienda, como dicen los viejos labradores, por saber cuántas vírgenes había entre nos nosotros otros..

 —¡N o tené  —¡No tenéis is por qué m ira irarm rm e ! ¡N ¡Noo os he pedido que m e m ira irara rais! is! ¡N ¡Noo  pienso seguir habla hablando ndo de esto! ¡N ¡Noo tengo por qué hac hacer erlo! lo! —Me m iró con acritud—. La gente te machaca, te agobia si les dejas, como ha dicho antes  

Pocilga. Todos quieren rebajarte y ensuciarte. Mira qué están haciendo contigo, Charlie. Yo cre creía ía que no m mee ha habí bían an hec hecho ho nada hast hastaa ento entonces, nces, pero m antu antuve ve la boca cerrada.  —El a ño pasado, pasa do, poco a ntes de Na Navidad, vidad, pase paseaba aba por la c alle Co Congre ngress, ss, e n Portland, en compañía de Donna Taylor. Estábamos haciendo unas compras navideñas. Acababa de adquirir un pañuelo para mi hermana en PorteusMitchell, e íbamos charlando y riendo. Tonterías. Lanzábamos risitas. Eran aproximadamente las cuatro, y empezaba a oscurecer. Nevaba. Las luces de colores estaban encendidas, y los escaparates exhibían paquetes y adornos… muy bonitos… Y había un Santa Claus del Ejército de Salvación que tocaba la campana y sonreía en la esquina de la librería Jones. Me sentía muy bien; ya sabéis, el espíritu de la Navidad, y esas cosas. Estaba pensando que, en cuanto llegara a casa, me prepararía un chocolate caliente con nata batida por encima. Y entonces se acercó un coche y el conductor sacó la cabeza por la ventanilla y exclam excl amó: ó: « ¡Eh ¡Eh,, coñ coñiito!» . AnneenLasky un respingo. DeboGranger. reconocer que la palabra sonaba muy curiosa boca dedioalguien como Carol  —Exacta  —Exa ctam m e nte e so —conf —confirm irmóó a gria griam m ente ente—. —. Todo se rom pió, todo se vino abajo. Como cuando muerdes una manzana que parece sana y encuentras el agujer aguj eroo de un ggus usano. ano. « ¡Eh, coñi coñito to!» !» . Com Comoo ssii nnoo hu hubi bier eraa aall llíí nnada ada m ás, com comoo si o no fuera una persona, sino sólo un… un… —En su boca se formó una mueca tem bl bloros orosa—. a—. Y tam bién bién eeso so es com comoo ser una buena eest studi udiante. ante. Intent Intentan an m eterte cosas en la cabeza c abeza hast hastaa que está ll llena ena del ttodo odo.. Es ot otro ro aaguje gujero, ro, nada m ás. Nada más. Sandra Cross tenía los ojos casi cerrados, como si estuviera soñando.  —¿Sa béis? —dijo—. Me siento ra  —¿S rara ra.. C Cre reoo que… Deseé saltar y decirle que callara, que no se involucrara en aquel desfile de lo locos, cos, pero pe ro no podí podía. a. Repito epito,, no podí podía. a. Si y o no re respetaba spetaba m is ppropias ropias re regl glas, as, ¿q ¿qui uién én lo haría?  —Cre  —C reoo que eeso so explica todo —concluy ó S Saa ndra ndra..  —O cere ce rebro, bro, o c oño —af —afirm irmóó Carol con titubea titubeante nte buen hum humor—. or—. No hay m argen para m ucho más, ¿¿no no??  —A vec veces es m e sie sie nto muy vac vacía ía —a —adm dmit itió ió S Sandr andra. a.  —Yo…  —Y o… —em pezó a dec decir ir Carol. De pronto se volvi volvióó hac hacia ia Sa ndra ndra,, sorprendida—. ¿De veras?  —Sí.í. —La chic  —S chicaa m iró pensa pensati tiva va por los ccristales ristales rotos—. Me gust gustaa tende tenderr la ropa en los días de viento, y a veces me parece que sólo soy eso, una sábana

colgada del tendedero. Y trato de interesarme por diversas cosas… la política, la escuela… El semestre pasado participé en el Consejo Estudiantil… pero resulta terriblemente insulso. Y por aquí no hay minorías o cosas así por las que luchar   

o…, bueno, ya me entendéis, cosas importantes. Por eso dejé que Ted me lo hiciera. Obser Obs ervé vé aatent tentam am ente a T Ted, ed, que cont contem em plaba plaba a Sandra Sandra con expresión expresión severa severa.. Empezóó a ccaer Empez aer so sobre bre m í uuna na gran negrura. No Notté que la gargant gargantaa se me m e ccerra erraba. ba.  —Y no fue par paraa tanto —continuó Sandr andra—. a—. No sé por qué a rm a n tanto alboroto con eso. e so. Es… Sandra me miró con los ojos muy abiertos, pero apenas alcancé a verla. En cambio veía muy bien a Ted. Le tenía perfectamente enfocado. De hecho,  parec  par ecía ía e star rode rodeado ado por un extr extraa ño fulgor dora dorado do que re resaltaba saltaba sobre la os oscuridad curidad rec recién ién form formada ada aant ntee m í como un hhalo, alo, com comoo un aura sobrenatural. sobrenatural. Levanté la pistola con mucho cuidado. Por un instante pensé en las cavidades internas de mi cuerpo, en los mecanismos vivientes que funcionan sin cesar en la interminable oscuridad. Me disponía a disparar contra él, pero ellos dispararon antes contra contra m í.

 

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Ahora sé qué sucedió, pero entonces lo ignoraba. Allíí fuera se enc All encont ontra raba ba eell me mejj or fr francoti ancotira rador dor del est estado, ado, un ppol olicí icíaa llam llam ado Daniel Malvern, de Kent’s Hill. El Sun  de Lewiston publicó su foto cuando el episodio hubo terminado. Era un tipo bajito, con un corte de pelo estilo militar y  pint  pinta a deMalvern c ontable.seLedirigió había habíanncon eentre ntregado normgravera, e Mause Mauserar con m ira telesc telescópica ópica. Daniel elgado armauna eenorm una varios kilómetros de. distancia, y efectuó algunos disparos de tanteo antes de regresar a la escuela y situarse con el fusil escondido bajo la pernera del pantalón, tras uno de los vehículos policiales estacionados en el césped. Se tendió de bruces detrás del guardabarros delantero, oculto en la sombra. Comprobó la fuerza del viento m oj ojándose ándose eell pu pulgar lgar.. Nulo Nulo.. S See llevó la m mira ira telesc telescópi ópica ca al oj ojo. o. A travé travéss de la lente de treinta aumentos, mi figura debió aparecer grande como una excavadora. Ni siquiera había un cristal que le molestara con un reflejo, pues los había roto yo mismo un rato antes, al disparar la pistola para acallar al policía que utilizaba el altavoz. Un disparo fácil, pero Dan Malvern se tomó su tiempo. Después de todo, quizzá eera qui ra el ti tiro ro m ás im importante portante de su vid vida. a. Y Yoo no era un pl plato ato de ba barr rro. o. Mi Miss ttripas ripas se esparcirían por el encerado que tenía detrás cuando la bala hiciera el agujero. El crimen nunca queda impune. El loco muerde el polvo. Y cuando me incorporé, inclinándome un poco sobre el escritorio de la señora Underwood para descerrajar un tiro contra Ted Jones, llegó la gran oportunidad de Dan. Mi cuerpo estaba medio vuelto hacia él. Disparó y colocó la bala justo donde había esperado y deseado ponerla; en el bolsillo izquierdo de mi camisa, situado di dire rectam ctamente ente encim encimaa del m mec ecanis anism m o vi vivi viente ente de m mii cora corazzón. Y allí impactó contra el duro acero de Titus, el útil candado.

 

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Seguí empuñando la pistola. El impacto del disparo me envió hacia atrás, contra el encerado, donde la  bandejj a de la ti  bande tizza m e golpeó cr crue uelm lmee nte e n la espa espalda. lda. Los m oca ocasines sines de cue cuero ro salieron despedidos de mis pies. Caí al suelo de culo. Ignoraba qué había sucedido. Me ocurrieron demasiadas cosas al mismo tiempo. Un enorme dolor  me taladró el pecho, seguido de una súbita insensibilidad. Me resultó imposible respirar, y ante mis ojos aparecieron unas brillantes lucecitas. Irma Bates em pez pezóó a grit gritar ar con lo loss ojos ce cerra rrados dos,, lo loss pu puños ños apre apretado tadoss y el rostro rostro eenroje nrojecido cido  por la tensión. La veía lej a na e irre irreal, al, ccom omoo si salier salieraa de una m ontaña o un túnel. Ted Jones saltaba de nuevo de su asiento, o flotaba, con un movimiento  parsimonioso  par simonioso e irr irree al. Esta ve vezz se dirigía ha hacia cia la pue puerta rta..  —¡Haa n caz  —¡H ca za do a ese hij hijoo de per perra ra!! —S —Suu voz sonaba incr incree íbl íblem em e nte lenta y arrastrada, como un disco de 78 r.p.m. pasado a 33—. ¡Han dado a ese loco…!  —Siéntate  —S iéntate.. m e ya oy la ó, lo que en no m me sorpre sorprendió, ndió, pues aapena penass siLa ttenía enía aliento pa para ra hablar habla Ted No tenía mano el epicaporte cuando disparé. bala se estrelló en lar. madera, junto a su cabeza, y Ted se agachó. Al volverse, su rostro reflejaba diversas emociones; rotundo asombro, angustiosa incredulidad y odio furibundo, asesino.  —No es e s posi posible… ble… Estás…  —Siéntate  —S iéntate.. —Esta vez m e salió un poco m ej or or.. Quiz Quizáá había habíann pasa pasado do seis segundos desde que el impacto me había arrojado al suelo—. Deja de chillar, Irma.  —Tee ha  —T hann dis dispa para rado, do, C Char harli liee —dij —dijoo Gr Grac acee Stanne Stannerr ccon on toda ca c a lm lmaa . Miré hacia el exterior. Los El policías hacia el edificio. Abrí fuego dos veces y me obligué a respirar. dolor corrían volvió de nuevo, amenazando con hacer  estall est allar ar m i pecho.  —¡Atrá  —¡A trás! s! ¡¡Atrá Atráss o lles es m a to! Frank Philbrick se detuvo y miró alrededor nervioso, como si esperara una llamada telefónica del cielo. Parecía lo bastante confuso para intentar continuar  el avance, avanc e, de m odo qque ue dis disparé paré una vez m ás, apunt apuntando ando al aire.  —¡Atrá  —¡A trás! s! —e —excla xclam m é de nuevo—. ¡¡T Todos hac hacia ia aatrá tráss ahor ahoraa m ismo! Se retiraron con mayor celeridad con que se habían echado al suelo. Ted Jones avanzaba hacia mí. Aquel chico, sencillamente, no formaba parte del universo real.  —¿Quier  —¿ Quieree s que te vuele la ca cabeza? beza? —pre —pregunté. gunté. Se detuvo, per peroo su rostro

todavía lucía aquella expresión terrorífica, retorcida.  —Estás muer m uerto to —s —susurr usurró—. ó—. Ac Acaa ba y a de una ve vezz, m maa ldi ldito. to.  —Siéntate  —S iéntate,, T Ted. ed.  

El dolor de mi pecho era algo vivo, horrible. El costado izquierdo de la caja torácica parecía haber sido machacado por el martillo de plata de Maxwell de la canción de los Beatles. No me atrevía a mirarme por miedo a lo que pudiera encontrar. Toda la clase cautiva me contemplaba con expresión de preocupado horror.. El reloj m ar horror arca caba ba las 10. 10.55. 55. « ¡D ¡Deck ecker! er!»» .  —S  —Siéntate iéntate,el, T Ted. ed. Levantó labio en un rictus inconsciente que me recordó un galgo delgadísimo que había visto de niño en una calle muy transitada, tendido en el suelo con una herida mortal. Ted vaciló un instante antes de obedecer. Sendos cercos de sudor se extendían desde sus axilas. « ¡Deck ¡Decker! er! ¡El señ señor or Denv Denver er va a su subi birr al des despacho!» pacho!» . Era Philbrick quien hablaba por el altavoz, y ni siquiera la asexuada sexualidad del aparato conseguía ocultar la terrible conmoción que le dominaba. Una hora antes m mee habría sent sentid idoo com compl plac acid ido; o; aho ahora ra,, en ccam am bio, bio, no ssentí entí nada. « ¡Qu ¡Quiiere hab habllar cont contigo go!» !» . Tom salió de recibir detrás de un cocheenycualquier echó a andar por Parecía el césped lentamente, como si esperara un disparo instante. diez años más viejo. Ni siquiera eso me complació, ni siquiera eso. Me levanté levanté poco a poco, lluchando uchando cont contra ra el dol dolor, or, y m e ccalcé alcé los los m mocasin ocasines. es. Me tambaleé y tuve que agarrarme al escritorio con la mano libre para sostenerme.  —¡Oh,  —¡O h, C Char harli liee ! —gim —gimió ió S Syy lvi lviaa . Llené de nuevo el cargador de la pistola, esta vez apuntando hacia ellos (no creo que ni siquiera Ted supiera que no podía dispararse con el cargador sacado); lo hice con parsimonia para retrasar al máximo el momento de mirarme. El  pec ho m e latía dolorosam ente  pecho ente.. Sandr andraa Cross pa pare recía cía de nuevo per perdida dida en a lgún sueño difuso. El cargador se acopló con un chasquido, y bajé la vista hacia el pecho casi con despreocupación. Llevaba una camisa azul y esperaba encontrarla tot otalm almente ente bañada en sangre, pe pero ro no lo est estaba. aba. En medio del bolsillo había un gran orificio oscuro, rodeado de una rociada desigual de agujeros más pequeños, como uno de esos mapas del sistema solar  que m uestran los pl plane anetas tas gi gira rando ndo en torno al sol sol.. Me llevé la m ano aall bol bolsi sill lloo con m ucho cuid cuidado. ado. F Fue ue eent ntonces onces cuando m mee ac acordé ordé de Tit Titus, us, que había re rescatado scatado de la papelera. Lo extraje con suma delicadeza, y todos al unísono lanzaron un « ¡ahhhh!» ¡ahhhh!» , como ssii aca acabara bara de sserra errarr por por llaa m miitad a un unaa m muje ujerr o hu hubi biera era sacado un billete de cien dólares de la nariz de Pocilga. Nadie me preguntó por 

qué llevaba el candado en el bolsillo. Me alegré. Ted observaba a Titus con acrit ac ritud ud y, ddee pront pronto, o, me sent sentíí muy enfa enfadado dado con él. Y m mee pregunt preguntéé si le gus gustaría taría tom omar ar al pob pobre re Ti Titu tuss com comoo alm almuerz uerzo. o.  

La bala había destrozado el dial de plástico duro, enviando fragmentos de metralla a través de la camisa. Ninguno de tales fragmentos me había tocado. El acero tras la placa de plástico había detenido la bala, convirtiéndola en un mortífero capullo de plomo con tres brillantes pétalos. El candado había quedado retorcido, como si hubiera estado al fuego. El gancho semicircular se había derrettid derre idoo com comoo m melcocha. elcocha. La parte post posterior erior se ha habí bíaa abollado abollado,, pero la bala no la había aatravesado había travesado[1] [1].. ¡Clic! ¡Cl ic! eenn el int inter ercom com uni unica cador dor..  —¿Ch  —¿ Chaa rlie?  —Un mom m omee nto, T Tom om.. No m mee aatosi tosigues. gues.  —Cha  —C harlie, rlie, tiene tieness que…  —¡Cierraa esa m a ldi  —¡Cierr ldita ta boc bocaa ! Me desabroché la camisa y la abrí. Mis compañeros emitieron un nuevo « ¡a ¡ahhh hhhh!» h!» . Ti Titu tuss hhabía abía quedado iim m preso en m mii ppec echo, ho, que habí habíaa aadqu dquiri irido do uunn color púrpura muy subido, y la carne había quedado aplastada formando una cavidad que parecía lo bastante profunda para contener agua. No me gustaba lo que veía, como tampoco me gusta ver a los viejos borrachos con la bolsa de  pape l que c onti  papel ontiee ne la botella baj o la nar nariz iz,, ccom omoo éésos sos que siem siempre pre ronda rondann ccee rc rcaa del bar de Gogan, en el centro de la ciudad. La visión de mi pecho me provocó náuseas y volví a abotonarme la camisa.  —Tom  —T om,, esos ccer erdos dos han intentado m maa tar tarm m e.  —No pretendían… pre tendían…  —¡Noo m e venga  —¡N vengass c on lo que pre pretendían tendían o no hac hacer er!! —int —intee rr rrum umpí pí a voz en en grito, con un tono demente que aún me hizo sentir peor—. Saca tu viejo culo agrietado ahí fuera fuer a y di a eese se ca cabrón brón ddee P hilb hilbrick rick que ha eest stado ado a pun punto to de ccausar  ausar  un baño de sangre aquí abajo. ¿Me has entendido?  —Cha  —C harlie… rlie… —T —Tom om gim gimotea oteaba ba aall ot otro ro lado de dell inter intercom com unica unicador dor..  —¡Calla! Estoy har harto to de pe perde rderr el ti tiee m po contigo. A Ahora hora soy y o quien dice cómo se hacen las cosas, no tú, ni Philbrick, ni el inspector escolar, ni el mismo Dios. ¿Lo ¿Lo ha hass ente entendido? ndido?  —Cha  —C harlie, rlie, de dejj a que te eexpli xplique… que…  —¿Lo  —¿ Lo has eentendido? ntendido? —vocife —vociferé ré..  —Sí,í, per  —S pero… o…  —Muy bien. Sa l aahí hí ffuer ueraa , pue pues, s, y tra transm nsmít ítee le e ste m ensa ensajj e ; no quie quiero ro ver a él ni a nadie hac hacer er el menor m enor m movi ovim m ient ientoo du durante rante la próxi próxim m a hora. Na Nadi diee vol volverá verá a entrar para utilizar este maldito intercomunicador, y nadie intentará disparar  contra mí otra vez. Quiero hablar de nuevo con Philbrick a mediodía. ¿Te acordarás de todo, Tom?

 —Sí, Charlie. Está bien, Ch  —Sí, Chaa rlie. —P —Paa re recc ía aliviado y estúpido— estúpido—.. Ello Elloss sólo quieren que te explique que se ha tratado de un error, Charlie. A uno de los agentes se le ha disparado el arma accidentalmente y…  

 —Otra c osa m ás, T Tom om,, m muy uy im importante portante..  —¿Cu  —¿ Cuáá l es, Ch Chaa rlie?  —Es preciso pre ciso que c onoz onozca cass ccuá uáll es tu posi posicc ión re respec specto to a ese P hil hilbric brickk. El tipo te ha dado una pala y te ha ordenado que vayas detrás del carro de bueyes para recoger la mierda. Y precisamente eso estás haciendo. Yo le ofrecí la oportunidad de arriesgar el culo, pero se negó. Despierta, Tom. Imponte. Hazte respetar.  —Cha  —C harlie, rlie, has de e ntende ntenderr la ter terrible rible posi posicc ión en que nos has c oloca olocado do a todos.  —Lárga  —Lá rgate, te, T Tom om.. El señor Denver desconectó. Todos le vimos salir por la puerta principal y encam enca m inarse ha hacia cia los coches. P Phi hilb lbrick rick se aproximó a él y le pus pusoo llaa m ano en eell  brazzo. T  bra Tom om se la quit quitóó de e ncim ncimaa con ge gesto sto brusco. Muc Muchos hos de los chic chicos os echar ec haron on a reír r eír al verlo. Y Yoo no tenía tenía ánimos ni para re reíír. Quería eest star ar en casa, c asa, en en m mii cam a, soñando todo aquello.  —Saa ndra —dij  —S —dije—, e—, ccre reoo que eestaba stabass contándonos tu aff affai aire re de coeur  coe ur   con c on T Ted. ed. Éstee m e diri Ést dirigi gióó un unaa m irada sombría y m ascull asculló: ó:  —Sa ndy, no c uente  —Sa uentess na nada. da. Ch Chaa rlie sól sóloo pre pretende tende hac hacee rnos pa pare recc e r tan sucios como él. Está enfermo y lleno de gérmenes. No dejes que te infecte. Sandra sonrió. Cuando esbozaba aquella sonrisa infantil estaba realmente radiante. Experimenté una amarga nostalgia, no de ella, exactamente, ni de cualquier imaginaria pureza (las braguitas de Dale Evans y todo eso), sino de algo que no acababa de concretarse en mi mente. Fuera lo que fuese, me causaba un sentimiento de vergüenza.  —El ca c a so eess que m e a pete petecc e hac hacee rlo —r —ree pli plicc ó Sandr Sandra—. a—. Yo ta tam m bién quier quieroo arm arla ar la bu buena. ena. Si Siem em pre lo he qu quer erid ido. o. Eran las once en punto en el reloj. En el exterior parecía haber cesado toda actividad. Me había sentado a bastante distancia de las ventanas. Consideré que Philbrick me concedería la hora que había exigido. No se atrevería a hacer nada más por el momento. Me sentía mejor, y el dolor del pecho había remitido ligeramente. Sin embargo, notaba una sensación extraña en la cabeza, como si mi cerebro se recalentara como el motor de un gran coche de competición por el desierto. desi erto. En alg alguno unoss m mome oment ntos os casi me sent sentía ía tent tentado ado de ccree reerr ((vana vana presu pre sunció nción) n) que era yo quien les mantenía a raya, por pura fuerza de voluntad. Ahora, naturalmente, sé que nada había más lejos de la verdad. Esa mañana sólo tenía un rehén de verdad, ver dad, y er eraa T Ted ed Jon Jones. es.  —See ncillam  —S ncillamee nte lo hicim hicimos os —explicó Sandr andra, a, con la m ira irada da fija fij a e n e l  pupitre  pupit re,, sig siguiendo uiendo las m ar arca cass de la super superfic ficie ie de é ste c on la cuida cuidada da uña de dell

 pulgar. Obser  pulgar. Observé vé la ra rayy a de su ca cabello. bello. La ll llee vaba a un lado, c om omoo los cchicos—. hicos—. Ted me preguntó si quería ir al baile de Wonderland con él, y acepté. Ya tenía un nuevo novio. —Levantó el rostro hacia mí con una expresión de reproche—. Tú  

nunca me lo preguntaste, Charlie. ¿Era posible que me hubieran disparado en el candado apenas diez minutos antes? Tuve el loco impulso de preguntar si había sucedido realmente. ¡Qué extraños eran aquel a quello loss chicos y chicas!  —De m odo que fuim fuimos os a ll llíí y luego pasa pasam m os por la Cabaña Ha Hawa waiana iana.. Te d conoce al encargado, que nos preparó unos cócteles como los que toman los adultos. Resultaba difícil distinguir si en su voz había un tono de sarcasmo. El rostro de Ted exhibía una estudiada impasibilidad mientras los demás le observaban como si se tratara de un bicho extraño. Era un joven como ellos, apenas entrado en la adolescencia, y conocía al encargado de aquel antro. Corky Herald meditaba sobre aquel descubrimiento, que evidentemente no le agradaba en absoluto.  —Pee nsaba que no m e gustaría  —P gustaríann las c opas, pues todo e l m undo dice que el alcohol tiene un sabor horrible las primeras veces, pero lo encontré bueno. Tomé un ginf  ginfizz  izz , y las burbujas me picaron en la nariz. —La mirada de Sandra se tornó  pensati  pensa tiva—. va—. En la copa había unas paj it itas as de color roj o, y no sa sabía bía si eera rann pa para ra  bebe r o sólo se uti  beber utili lizza ban par paraa a git gitar ar e l ccom ombinado, binado, ha hasta sta que Te d m e lo aacla claró. ró. Pasam Pa samos os uunn ra rato to est estupend upendo. o. T Ted ed m e habl hablóó de lo m magní agnífico fico que re resu sult ltaba aba j ugar aall golf en Poland Spings, y prometió llevarme allí alguna vez para enseñarme a ugar, si me apetecía. Ted vol volví víaa a levant levantar ar y baj bajar ar el labio, labio, com comoo un pper erro. ro.  —No se portó por tó com como… o… com o un fr free sco, ¿entendé ¿entendéis? is?,, aunque m e dio un be beso so al despedirnos. No le noté nervioso al hacerlo. Hay chicos que se sienten muy mal mientras acompañan a su pareja a casa, dudando entre si darle o no un beso de despedida. Yo siempre se lo doy a todos, para que no se sientan mal. Y si son unos bobos o no m mee gustan, sencil sencillam lamente ente im imagino agino qu quee eest stoy oy lam lamiendo iendo un ssello. ello. Me acordé de la primera vez que salí con Sandy Cross y fuimos al baile habitual del sábado por la noche en la escuela. Me había sentido fatal mientras la acompañaba a su casa, dudando entre si darle o no un beso de despedida. Finalme inalmente nte no lo hi hice ce..  —Después  —De spués de ese día salim salimos os tre tress ve vece cess m á s. Te d er eraa m uy a gra gradable dable.. Siempre tenía algo ocurrente que decir, pero nunca contaba chistes verdes o cosas así. Nos besuqueamos un poco, nada más. Luego estuvimos una larga tem porada sin vver ernos nos fuer fueraa de ccllase, hasta eell pasado abril abril,, cua cuando ndo me pregunt preguntóó si quería ir con él a la pista de patinaje de Lewiston. Yo había querido invitarla al baile de Wonderland, pero no me había atrevido. Joe, que siempre consigue una cita cuando se lo propone, no hacía más que  preguntarm  pre guntarm e por qué no m e lanz lanzaa ba, y y o m e ponía ca cada da vez m máá s ne nervioso rvioso y le

decía que me dejara en paz. Finalmente reuní el valor suficiente para llamarla a su casa, pero tuve tuve que ccol olgar gar eell teléfono teléfono desp después ués del pprime rimerr ti tim m braz brazoo y corr correr er al  baño para pa ra vom vomit itar. ar. C Com omoo y a he dic dicho, ho, tengo un estóm estómago ago m uy delicado. delica do.  

 —Estába m os pasá  —Estábam pasándolo ndolo m muy uy bien cchar harlando lando cuando, c uando, de re repente pente,, un gr grupo upo de chicos se enzarzó en una discusión en medio de la pista —continuó Sandra—; chicos de Harlow y Lewiston, supongo. Se armó una buena pelea. Algunos se  pegaban  pega ban con los patines puestos, per peroo la m ay oría se los había quit quitado. ado. El encargado del local salió para anunciar que, si no paraban, cerraría inmediatamente. Muchos sangraban por la nariz y seguían patinando, propinando  pata  patadas los que había habían n caa ído suelo y con vocif vocife ra rando ndo cosa cosas s horr horribl iblee s.Stones. Mi Miee ntra ntras s tanto,dasel atocadiscos sonaba todoalvolumen laemúsica de los Rolling —  Sandra hizo una pausa y luego prosiguió—: Ted y yo estábamos en un rincón de la pi pist sta, a, ccerc ercaa de la pl plataform ataform a pa para ra el conj conjunt unto. o. Lo Loss ssábados ábados po porr la noche tienen música en directo, ¿sabéis? » Ent Entonces onces se ac acer ercó có pati patinando nando un chi chico co con una chaqueta negra negra,, el cabello largo y el rostro lleno de granos. Riendo, hizo un gesto a Ted al pasar junto a nosotros y exclamó: “¡Fóllatela, tío! ¡Yo lo he hecho!”. Ted lanzó el puño y le golpeó en un lado de la cabeza. El muchacho avanzó hasta la mitad de la pista, tropezó con los pies de otro patinador y cayó al suelo. Ted se volvió hacia mí, y los casi de se verdad, le salíancomo de las órbitas. Sonreía. Ésaenfue la única vez que le he vistoojos sonreír si estuviera pasándolo grande. » Ent Entonces onces T Ted ed m e dij dij o: “V “Vuelv uelvoo ensegui enseguida”, da”, y avanz avanzóó hast hastaa el ce cent ntro ro de la  pista,  pis ta, donde el c hico que nos había incr increpa epado do tra trataba taba de incor incorpora porarse rse.. Te d le agarró agar ró por llaa par parte te pos posterio teriorr de la cchaquet haquetaa y … em empez pezóó a agi a gitarle tarle hacia aadelant delantee   hacia atrás… y el otro no podía volverse… Ted continuó sacudiéndole; el melenudo movía la cabeza de un lado a otro, y se le rompió la chaqueta por la m itad. Ent Enton onces ces eexcl xclam am ó: “T “Tee m ataré po porr rom romperm permee m i me mejj or chaquet chaqueta, a, hi hijj o de  p…”. Te Te d volv volvió ió a sa sacudirle cudirle,, y e l chico se de despl splom omó. ó. P Por or últi últim mo T Ted ed le ar arroj roj ó a la cara el pedazo de chaqueta que le había quedado entre las manos y se reunió conmigo. Enseguida nos marchamos, y me llevó en el coche hasta una gravera que él conocía, cerca de Auburn. Creo que está en la carretera a Lost Valley. Y entonces lo hicim hicimos. os. En el asi asiento ento de aatrás. trás. Sandra volv volvíía a re recorre correrr ccon on la la uña las m mar arca cass ggra rabadas badas sobre sobre eell ppupi upitre. tre.  —No me m e dolió m mucho. ucho. P Pensa ensaba ba que m e dole dolería ría,, per peroo no. F Fue ue aagra gradable dable.. Lo explicaba como si estuviera hablando de una película de dibujos de Walt Disney, con animalitos simpáticos y parlanchines, con la diferencia de que en ésta el e l protagoni protagonist staa er eraa Ted Jon Jones. es. Por encima del cuello de la camisa caqui de Ted empezaba a asomar un  progresivo  progr esivo rrubor ubor que se le e xtendió por las or orej ej a s y las m e j illas. illas. Su rostro seguía encolerizadamente inexpresivo. Las manos de Sandra hicieron unos gestos lentos, lánguidos. De pronto

comprendí que su habitat natural debía de ser una hamaca bajo un porche en los dí días as m ás ccaluros alurosos os ddee agost agosto, o, con un unaa tem tempera peratu tura ra de treint treintaa y cinco grados a la sombra, leyendo un libro (o acaso mirando simplemente el aire caliente que se  

eleva del suelo), con una lata de limonada de la que surgía una pajita flexible, vestida con unos pantalones blancos cortos, cortísimos, muy frescos, y una breve camiseta de tirantes, con éstos bajados y pequeñas gotas de sudor como di diam am antes esparcidas por el nac nacimient imientoo de los ppec echos hos y el vi vientre… entre…  —Después  —De spués m e pidi pidióó disculpas. Se se sentí ntíaa incóm incómodo, odo, y m e com pade padecc í un poco de él. é l. R Repetía epetía que se ccasaría asaría conm conmig igoo si si… … en ffiin, si quedaba eem m bara barazzada. Est Estaba aba rea realme pre preocupado, deicó: m modo odo di dij j e:es« así Bueno, no nnos osdepreocupem os sin sin. m ot otilment ivo,nte Teeddy eddy» »ocupado, . Y él repl replicó: « Noque me ll llam am así; ; es no nom m bre ni niño ño pequeño» Creo que le sorprendió que lo hubiera hecho con él. Y no quedé embarazada. » En ooca casi siones ones m e si siento ento com comoo uuna na m muñeca uñeca,, nnoo como una person personaa re real. al. M Mee arreglo el cabello y de vez en cuando tengo que coser el dobladillo de una falda o cuidar cuid ar de los pequeños cuando papá y m am á salen a diverti divertirse rse una noche. Y todo todo se me antoja muy falso. Como si pudiera asomarme tras la pared del salón y fuera a descubrir que todo es de cartón piedra, con un director y un cámara  prepar  pre paraa dos par paraa roda rodarr la eesce scena na sig siguiente; uiente; ccom omoo si la hier hierba ba y el ccielo ielo eestuvi stuviee ra rann  pintaa dos eenn una lona lisa. Todo ffalso.  pint also. —Sandra m e m iró direc dir ectam tam ente ente—. —. ¿T ¿Tee has sentido alguna vez así, Charlie? Medité detenidamente la respuesta.  —No —conte —contesté sté a l fin—. No re recc uer uerdo do habe haberr tenido nunca e sa sensa sensacc ión, Sandra.  —Pue  —P uess y o sí. Y aaún ún m máá s despué despuéss de lo de T Ted. ed. P er eroo no que quedé dé pre preñada ñada.. Antes  pensaba  pensa ba que todas las chic chicaa s queda quedaban ban em bar baraa za das la prim primee ra vez, sin excepción. Imaginaba cómo sería comunicárselo a mis padres. Papá montaría en cólera y querría saber qui quién én había ssid idoo el hhijo ijo de perr perra, a, y m i m adre lloraría lloraría y di diría: ría: « Cre reía ía qu quee te había educado bi bien» en» . Es Esoo ssíí sería re real. al. M Más ás adelante dej dejéé de  pensarr en ello. No podía re  pensa recc orda ordarr e xac xactam tam e nte c óm ómoo ha había bía sido e so de… de tenerle… bueno, dentro de mí. Por eso volví a la pista de patinaje. El aula estaba en absoluto silencio. Ni en sus mejores sueños habría podido la señora Underwood imaginar que le prestaran tanta atención como la que recibía Sandra Cross.  —Un chic chicoo li ligó gó c onm onmigo. igo. Le dej é que ligar ligara. a. —Los ojos oj os de Sa ndra refllej aban un eext ref xtra raño ño ful fulgor—. gor—. Y Yoo ll llevaba evaba m i falda m ás ccorta, orta, llaa az azul ul celest celeste, e, y una blusa fina. Un rato después, salimos del local. Y esa vez sí pareció real. El chico no era demasiado considerado, sino más bien… inquietante. No le conocía de nada. No dejé de pensar que quizá era un maníaco sexual, que quizá llevaba una navaja, que acaso me obligaría a tomar droga, o que tal vez me dejaría em bara barazzada. Me sentí viva. viva. Ted Jones se había vuelto finalmente y observaba a Sandra con una cara que

 par ecía  parec ía tallada en m a der dera, a, con expr expresión esión de horr horror or y a bsol bsoluta uta re repuls pulsión. ión. Todo  parec  par ecía ía un sueño, una e sce scena na sac sacada ada de la Eda Edadd Media Media,, una obra tea teatra trall de oscurass pasio oscura pasiones. nes.  

 —Era un sába sábado do por la noche y toca tocaba ba e l cconj onjunto. unto. La m úsica lle lle gaba m uy amortiguada hasta el aparcamiento. La pista de patinaje no parece gran cosa desde la parte posterior; sólo hay cajas y embalajes amontonados, además de cubos de basura llenos de botellas de coca-cola. Tenía miedo, pero también estaba excitada. El chico respiraba de forma acelerada y me agarraba de la m uñeca con fuerz fuerza, a, com o ssii tem temiera iera que int intentara entara eescapar scapar.. Entonces… en esedeinstante horrible sentirse bramidotan gutural. Resultaba difícil creer queTed unalanzó persona mi edadunpudiera dolorosamente afectada afe ctada por algo qque ue no fuer fueraa la m muerte uerte de sus sus padres. V Vol olví ví a sent sentir ir adm admiración iración hacia él.  —El chico chic o tenía un viej o ccoche oche negr negroo que m e re recor cordó dó la adver a dvertenc tencia ia que m e hacía mi madre cuando yo era pequeña; si un desconocido me invitaba a subir a un automóvil con él, debía negarme. Aquello también me excitó. Recuerdo que  pensé;; ¿¿yy si m  pensé mee ra rapta, pta, m e ll llee va a una viej a ca cabaña baña del desie desierto rto y m e re reti tiene ene a llí llí  paraa pedir un re  par resca scate? te? Él a brió la porte portezzuela post poster erior ior y e ntré ntré.. Em Empe pezzó a  besarm  besa rm e . Te nía la boca a ce ceit itosa, osa, com o si hubie hubiera ra com ido  piz  pizza za. Dentro venden rac iones racio nes po porr veint veintee ccentavo entavos. s. E Em m pez pezóó a sobar sobarm m e y vi que m mee m anchaba la blu blusa sa  pizza za. Luego nos de restos de piz nos ttendi endim m os y m e levanté la falda para él…  —¡Calla! —exc —exclam lam ó Te d c on fie fiere rezza. Golpeó e l pupit pupitre re c on los puños cerrados, y todo el mundo dio un respingo—. ¡Maldita zorra! ¡No debes contar  eso delante de la gente! ¡Cierra esa boca o te la cerraré yo! ¡Eres…!  —¡Calla tú, Te ddy, o har haréé que te tra tragues gues los dientes! —int —intee rr rrum umpió pió Dic Keene con frialdad—. Tú ya tuviste lo tuyo, ¿verdad? Ted le miró boquiabierto. Él y Dick solían jugar juntos al billar en los salones recreativos de Harlow y, a veces, salían a ligar en el coche de Ted. Me pregunté si seguirí seguirían an siendo am igo igoss cua cuando ndo ttodo odo tter erm m inar inara. a. T Tenía enía m is dudas.  —El ti tipo po no olí olíaa m uy bien —continuó Sa ndra ndra,, c om omoo si no hubiera habido ninguna interrupción—. Pero era fuerte, más corpulento que Ted. Además, no estaba circuncidado. Eso lo recuerdo muy bien. Cuando echó hacia atrás el… el  prepucio,  pre pucio, y a sabé sabéis, is, su glande m e par paree ció una c irue iruela. la. P e nsé que m e dolería dolería,, aunque ya no era virgen. También pensé que podría aparecer la policía y detenernos,, pu detenernos pues es sabí sabíaa que lo loss agentes rec recorrían orrían el apar aparca cam m iento ppar araa aasegurarse segurarse de que nadi na diee robara tapacubos o cos cosas as aasí sí.. » Ent Entonces onces em pez pezóó a suce suceder der aalg lgoo curios curiosoo dent dentro ro de m í, ant antes es in inclus clusoo de que el chico me m e ba bajj ar araa las bragas. Jam Jamás ás había sentid sentidoo algo tan bu bueno. eno. O ttan an re real. al. —  Sandra tragó sal saliv iva. a. T Tenía enía eell ros rostro tro ence encendi ndido— do—.. Me aaca carició rició apenas, y m e corr corrí.í. Y lo más curioso fue que ni siquiera llegó a penetrarme. Estaba tratando de hacerlo, y yo intentaba ayudarle. No hacía más que frotarme su cosa contra el

muslo y de repente…, ya sabéis. Quedó encima de mí un minuto y luego me susurró sus urró aall oí oído: do: “P eque equeña ña zo zorr rra, a, lo has hec hecho ho a propósi propósito to”. ”. Y eso fue tod todo. o. Sandra hi hizzo un gest gestoo vago con la ccabe abezza antes de aañadir: ñadir:  

 —P e ro fue todo m uy re  —Pe real. al. Rec Recuer uerdo do c ada deta detall llee ; la m úsica úsica,, su m a ner neraa de so sonreír, nreír, el ruid ruidoo de la ccre rem m all aller eraa ccuando uando ssee la baj bajó… ó… ttodo odo.. Me dedicó aquella sonrisa extraña, soñadora.  —Aunque lo de hoy ha sido m mej ej or, Char Charli lie. e. Y lo extraño fue que no supe si me sentía enfermo o no. Creo que no, pero estaba muy cerca de ello. Supongo que cuando uno se desvía de la ruta principal, debe e star est armprepar preparado para descubrir r al? aalg lgunas unasurm cos cosas as curiosas. as.  —¿Có  —¿ Cóm o sabeado la ge gente nte descubri que e s re real? —m —murm uré uré.curios .  —¿Qué  —¿ Qué dice dices, s, C Char harli liee ?  —Nada…  —Na da… Observé a mis compañeros con atención. Ninguno de ellos parecía enfermo. Sus miradas poseían un brillo perfectamente sano. En mi interior, algo (quizá una herencia directa del  May  Mayfl flow owee r ) buscaba una respuesta a la pregunta de cómo había sido Sandra capaz de explicar todo aquello ante los demás, de relatarlo  pública  públi cam m ente ente.. Sin e m bar bargo go no vi e n la c a ra de m is com pañe pañeros ros de cla clase se una expresión que reflejara unos pensamientos semejantes. Habría podido encontrarlo en el rostro de Philbrick, o el pobre Tom Denver. Probablemente, no habría aparecido en el de Don Grace, aunque seguro que éste también lo habría  pensado.  pensa do. En m i fuer f ueroo inter interno, no, y pese a los noti noticia ciarios rios noc nocturnos turnos de televisión, y o mantenía hasta entonces la creencia de que las cosas cambian, pero las personas no. Me causaba cierto horror empezar a comprender que durante todos aquellos años había estado jugando a béisbol en un campo de fútbol. Pocilga seguía observando la desagradable silueta de su lápiz. Susan Brooks parecía dulcemente comprensiva. Dick Keene exhibía una expresión entre interesada y lujuriosa. Corky fruncía el entrecejo y mantenía baja la mirada mientras trataba de asimilar lo que acababa de escuchar. Grace se mostraba ligeramente sorprendida. Irma Bates seguía con su expresión ausente; creo que no se había recuperado de la conmoción sufrida al verme disparar. ¿Eran tan sencillas las vidas de nuestros mayores como para que el relato de Sandy pudiera constituir   paraa e ll  par llos os un m oti otivo vo de esc escáá ndalo? ¿¿O O lleva llevaban ban todos llos os pre presente sentess una unass vidas ta tann extrañas y llenas de un aterrador follaje mental que la aventura sexual de su compañera de clase no resultaba más excitante que obtener una partida gratis en la máquina del millón? Prefería no saberlo. No estaba en condiciones de valorar  implicaciones morales. Sólo Ted parecía enfermo y horrorizado, pero él ya no contaba.  —No sé qué va a suce suceder der —com e ntó Car Carol ol G Gra ranger nger de pronto, liger ligeram am ente  preocupa  pre ocupada, da, m ientra ientrass m mira iraba ba alr alree dedor dedor—. —. T Tengo engo m iedo de que todo esto ca cam m bie las cosas, y no me gusta. —Dirigiéndome una mirada acusadora, añadió—: Me

gustaba cómo estaban las cosas, Charlie, y no quiero que cambien cuando todo estoo term ine. est ine.  —¡Ah!  —¡A h! —r —respondí. espondí.  

Aquella clase de comentario no ejercía influencia alguna sobre la situación. Las cosas habían escapado a todo control. No había modo de negar tal realidad. Sentí el súbito impulso de reírme de todos ellos y declarar que yo había em pez pezado ado aquell aquelloo com comoo la atrac atracción ción pprin rincipal cipal y habí habíaa ac acabado abado si siendo endo el tel telonero onero de la función.  —Necc esito iirr aall baño —dij  —Ne —dijoo de pr pronto onto Irm a Bate Bates. s.  —Aguá  —Aguántate —repuse epuse.. Sy lv lvia ia sentate rrió ió.. —r  —Es j ust ustoo que c um umplam plam os lo prom etido —aña —añadí—. dí—. Antes a segur seguréé que os hablaría de mi vida sexual si también lo hacía Carol. En realidad no hay mucho que explicar, explicar, a m enos qu quee sepáis leer las llín ínea eass de la m ano. No obs obstant tante, e, hay una  pequeña  peque ña aanéc nécdota dota que quiz quizáá enc encontréis ontréis int intee re resante sante.. Sarah Pasterne bostezó, y sentí la súbita y penosísima necesidad de volarle la cabez ca bezaa de un di disp spar aro. o. Hay chicas qu quee van m uy depris deprisa, a, pero Dec Deckker sabe aspira aspirar  r  to todas das las colill colillas as de cigar cigarril rillo lo ppsí síqui quica cass de los ce ceni nice ceros ros de la m ente. Me vino de pronto a la cabeza esa canción de los Beatles que empieza:  Hoy he le leído ído llas as noticias, noticias, chico…

Y comencé com encé a habl hablar ar..

 

26

El verano antes del penúltimo curso en la Escuela Secundaria de Placerville, yo   Joe fuimos a pasar un fin de semana a Bangor con su hermano, que había conseguido un trabajo de verano en el Departamento de Higiene Pública de esa ciudad. Pete McKennedy tenía veintiún años (una edad fantástica, pensaba yo, que entonces estaba en dura pugna con esa cloaca abierta que significan los diecisiete) y estudiaba en la Universidad de Maine, donde intentaba licenciarse en inglés. Todo apu apunt ntaba aba a que sería un gran ffin in ddee sem semana. ana. El vi vierne erness po porr la noche m e emborraché por primera vez en mi vida, en compañía de Pete, Joe y un par de amigos del primero. A la mañana siguiente no tenía mucha resaca. Pete no trabajaba los sábados, de modo que nos llevó al campus y nos enseñó la universidad. Es un sitio realmente agradable en verano, aunque en un sábado del mes de julio no había muchas chicas bonitas que poder mirar. Pete nos contó que la m ay or parte de lo loss est estudi udiantes antes de vera verano no ssee lar largaba gaba a Bar Harbor Har bor o C Clear lear Lak Lakee los  Nos fi fines nes dispo de sem semana. ana. disponíam níam os a re regre gresar sar a c asa de P e te c uando éste se enc encontró ontró c on un conocido que se encaminaba cansinamente hacia el sofocante aparcamiento.  —¡Scragg!  —¡Scr agg! —exc —exclam lam ó P Pete ete—. —. ¡Eh, Scr Scraa gg! Scragg era un tipo grande que vestía tejanos descoloridos salpicados de  pintura  pint ura y una ccam am isa aazzul de tra trabaj baj o. Lleva Llevaba ba un bigote de color a re rena na y fum aba un pequeño habano de aspecto horrible que más adelante identificó como un auténtico autént ico S Sm m ok okyy Pe Perote; rote; oollía com o ropa int interior erior que se quem quemaa lent lentam am ente.  —¿Qué  —¿ Qué tal? —pre —preguntó guntó S Scr cragg. agg.  —Vaa m os ti  —V tira rando ndo —re —respondi spondióó P e te—. Éste es m i her herm m ano, Joe, y é ste e s su am ig igoo Ch Char arli liee De Deck cker. er. Os ppre resento sento a Scra Scragg gg S Simpson. impson.  —¿Có  —¿ Cóm m o va todo? —dij —dijoo Sc ra ragg, gg, e strec strechándonos hándonos la m a no par paraa después despué s olvidarse de nosotros—. ¿Qué haces esta noche, Pete?  —Pee nsaba ir aall cine ccon  —P on ellos dos dos..  —No lo hagas, haga s, Pe Pete te —re —repli plicc ó S Scc ra ragg gg con una sonrisa—. No lo haga hagas, s, chico. chic o.  —¿Ha  —¿ Hayy a lgún pl plaa n m mee j or? —i —inquirió nquirió Pe Pete, te, tam bién sonriendo.  —Dana  —Da na Col Collette lette ofr ofree ce una fie fiesta sta en la ca casa sa que sus pa padre dress tie tie nen ce cerc rcaa de Schoodic Point junto a la playa. Habrá un millón de chicas sueltas. Lleva material.  —¿S  —¿ Sa bes si Jer Jerry ry Moeller ti tiee ne hie hierba rba?? —pre —preguntó guntó Pe Pete. te.  —La últ últim imaa vez que hablé con é l, tenía un buen m ontón. Extra Extranj njee ra ra,, domést domé stica, ica, local… de todo, todo, salvo fil filtros tros para los los ca canut nutos. os.

 —Nos encontra enc ontrare rem m os allí e sta noche noche,, a m enos que suce suceda da aalgo lgo m muy uy gra grave ve —  asintió Pete. Scragg hizo un gesto con la cabeza y se despidió agitando la mano,  prepar  pre paráá ndose pa para ra re reaa nudar su ver versión sión de la fór fórm m ula m á s tra tradicional dicional de  

locomoción por el campus; el caminar indolente del aspirante a la graduación.  —Nos verem ver em os —di —dijj o m mientra ientrass se de despedía spedía de Joe y de m í. A continuación visitamos a Jerry Moeller, quien, según Pete, era el más importante camello del triángulo Orono-Oldtown-Stillwater. Procuré aparentar  tranquilidad cuando lo explicó como si fuera un experto fumador de Placerville,  peroo int  per intee riorm e nte m e sentía exc excit itaa do y bastante re recc e los loso. o. Según re recc uer uerdo, do, casi c asi esperaba encontrar al talérm Jerry sentado desnudo el retrete, unazo. cinta de goma atada y una hi hipod podér m ica ccl lavada en la venaenhi hinchada nchada del con ant antebra ebraz Jerry poseía un pequeño piso en Oldtown, que limita con el campus. Oldtown es una población pequeña con tres rasgos característicos; la industria papelera, una fábrica de canoas, y doce de los antros de peor fama de esta gran región risueña. También había allí un campamento de auténticos indios de las reservas, la mayoría de los cuales te miraba como preguntándose cuánto pelo te habría salido ya en el culo y si merecería la pena arrancártelo como si de una cabellera se tratara. Jerry no era uno de esos nefastos camellos que organizan su corte entre el hedor delnte incienso la m úsi úsica Ravi Shank hankar ar,, vestido si sino no un de ti tipo popies m menudo enudo ccon on yuna  per  perm m ane anente c om omoo yuna roda rodaj jca a de li lim mS ón. IIba ba a ca cabeza beza ra razsonrisa zonaba con toda coherencia. Su único adorno consistía en una chapa de color amarillo  brillante  brill ante c on la fr fraa se A LAS RUB RUBIA IAS S LES ENCANT ENCANTA. A. En lugar de Ravi y su insoportable sitar, disponía de una gran colección de música country , del género bluegrass. Al ver sus discos discos de los Gre Greenbria enbriarr Boy Boyss llee pre pregunt guntéé si hhabía abía oído a los Tarr Brothers. Siempre he sido un gran aficionado al bluegrass. Después de eso continuamos charlando. Pete y Joe permanecieron callados, un tanto aburridos, hastaa que Jerry sacó un pequeño cig hast cigarr arriill lloo envuel envuelto to en papel m mar arrón. rón.  —¿Quier  —¿ Quieree s e nce ncender nderlo? lo? —pr —pree guntó a P e te. Éste lo e nce ncendió. ndió. El ar arom omaa e ra intenso, casi acre, y muy agradable. Le dio una profunda calada, retuvo el humo en los pulmones y pasó el canuto a Joe, que expulsó entre toses la mayor parte del hum hum o que había aspi aspira rado. do. JJerr erryy se vol volvi vióó hacia m í.  —¿Ha  —¿ Hass oí oído do alguna ve vezz a los Cl Clinch inch Mount Mountaa in B Boy oy s?  —No, pero pe ro he oído hhaa blar de eell llos os —re —respondí spondí..  —Tieness que eescuc  —Tiene scuchar har esto —ac —aconsej onsej ó él—. Es de pr prim imer eraa , chic chico. o. Puso un LP de un sello discográfico desconocido. Llegó a mis manos el cigarrillo cigarril lo ddee m ari ar ihuana.  —¿F  —¿ Fum umaa s taba tabaco? co? —me pre preguntó guntó JJee rr rryy con aaire ire paterna pate rnal.l.  Negué  Ne gué ccon on la ccabe abezza.  —Entoncess aspira poco a poco, o no te eenter  —Entonce nterar arás. ás.

Di una lenta calada. El humo era dulzón, bastante pesado, acre y seco. Lo retuve en los pulmones y pasé el canuto a Jerry. Los Clinch Mountain Boys em pezaron pezaron a tocar  Blue Ridge Break B reakdow down n. Media hora más tarde habíamos dado cuenta de dos canutos más y  

 Russian an estábamos escuchando a Flatt and Scruggs en una cancioncilla titulada  Russi round . Me disponía a preguntar cuándo empezaría a notar los efectos y de  pronto adve advertí rtí que podía vis visua uali lizza r re realm alm ente los ac acorde ordess del banj o en m i cerebro. Eran brillantes, como largos hilos de acero y se movían hacia adelante  hacia atrás como piezas de un telar. Aunque el movimiento era rápido, podía seguirlo perfectamente si me concentraba lo suficiente. Intenté explicárselo a

Joe, me miró con perplejidad, los dos echamos a reír. Pete, tanto,quien estudiaba detenidamente una yfotografía de las cataratas del mientras Niágara colgada colg ada eenn llaa par pared. ed.  Nos quedam queda m os allí hasta ccaa si las ccinco inco de la tar tarde, de, y a l m maa rc rchar harnos, nos, yyoo estaba absolutamente colocado. Pete compró a Jerry treinta gramos de hierba, y emprendimos la marcha hacia Schoodic. Jerry salió a la puerta del piso para despedirnos y m e invi invitó tó a vis visit itar arle le de nue nuevo vo con alguno de m mis is dis discos. cos. Fueron lo loss úni únicos cos m mome oment ntos os rea realme lment ntee agra agradabl dables es que rrec ecuerdo. uerdo. El trayecto hasta la costa fue bastante largo. Los tres estábamos todavía  bastante coloc colocados, ados, y a unque P ete no tenía problem as par paraa c onducir, ningun ningunoo de nosotros parecía capaz de abrir la boca sin que le entrara la risa. También recuerdo que pregunté a Pete qué tal era Dana, la organizadora de la fiesta, y él se limitó a mirarme de soslayo con aire socarrón. Eso me hizo reír hasta que temí que me estallara el estómago. Todavía tenía la cabeza llena de música bluegrass. Pete había asistido a otra fiesta celebrada en el lugar en la primavera. La casa se hallaba al final de un estrecho sendero de tierra al pie del cual se alzaba un letrero donde se leía CAMINO PARTICULAR. Se oía el retumbar de la música desde casi medio kilómetro. Se habían reunido allí tantos coches que hubimos hub imos ddee aaparc parcar ar ba bast stante ante llej ej os de la ca casa. sa. Empecé a sentirme inseguro y cohibido (en parte debido a la hierba que había fumado, en parte a mi carácter); me preocupaba lo joven y estúpido que  parec  par ecee ría proba probablem blem e nte a todo a quel grupo de universitar universitarios ios.. Jer Jerry ry Moeller  tenía que ser un bicho raro en comparación con la mayoría. Decidí quedarme cerca de Joe y mantener la boca cerrada en todo momento. Tal y como se desarrollaron los acontecimientos, podría haberme ahorrado la inquietud. La casa estaba est aba aabarr barrot otada ada de ge gent ntee borra borracha, cha, drogada o am bas cosas cosas a la vez vez.. El ar aroma oma a marihuana flotaba en el aire como una niebla espesa, acompañado del vino y un guirigay de conversaciones, risas y música rock and roll . Del techo colgaban dos luces, una roja y otra azul, ques.me había  produc  producido ido el llugar ugar; ; la la de unaque c asacompletaban de la risa eennlaunprimera par parque que impresión de a tra tracc cione ciones.

Scragg nos saludó agitando la mano desde el otro extremo del salón.  —¡Pete  —¡P ete!! —e —excla xclam m ó una voz ca casi si junto a m i oí oído. do. Di un re resp spiingo y a punt puntoo est estuve uve de m orderm e la leng lengua. ua. Era una chica bajita, casi bonita, de cabello rubio muy claro, que llevaba el  

vestido más corto que yo había visto nunca; era de un color anaranjado fluoresce flu orescent nte, e, y ca casi si pare parecía cía tener vida prop propia ia baj bajoo llaa eext xtra raña ña il iluminación. uminación.  —¡Hola,  —¡H ola, Da Dana! na! —exc —exclam lam ó P e te por enc encim imaa del ruido—. Éstos son m i hermano, Joe, y su amigo, Charlie Decker. La chi c hica ca nos sal saludó udó a am bos bos..  —¿No  —¿ No e s una fie fiesta sta estupenda estupenda?? —m —mee pre preguntó. guntó. Cuando se m ovía, e l dobladillo  bra  braguit guitas. as. del vestido se balanceaba, enseñando el remate del encaje de sus Respon espondí dí que, en ef efec ecto to,, era er a una ffiiesta m magní agnífica. fica.  —¿Ha  —¿ Hass ttra raído ído algo bueno, P Pee te? Éste sonrió antes de mostrarle la bolsa de hierba. A Dana le brillaron los ojos. Se hallaba de pie a mi lado con la cadera apoyada despreocupadamente contra la mía. Noté el contacto de su muslo derecho y empecé a ponerme más caliente quee un alce m acho. qu  —Vee nid por aquí —indi  —V —indicó có D Daa na. Encontramos un rincón relativamente desocupado detrás de un altavoz y Dana de saclibros sacó ó un unaa de gra gran n pi pipa payde agua aadornada dornada ara arabescos bescos e una eest stantería antería baj baja, a, llena Hesse Tolkien, así comocon ejemplares deldde  Reader’  Re ader’ss Digest , que, sospeché, pertenecían a sus padres. Nos sentamos a fumar. La hierba pasaba mucho mejor en la pipa de agua, de modo que conseguí retener el humo más fácilmente. Comencé a sentirme muy colocado. Notaba la cabeza como si la tuviera llena de helio. La gente entraba y salía. Me presentaron a muchos óvenes, nombres y caras que olvidé rápidamente. Lo que más me gustó de esas  presenta  pre sentacione cioness fue que, ca cada da vez que se ac acer erca caba ba algún suj sujee to, Da Dana na se levantaba para agarrarle antes de que se alejara; al hacerlo quedaba ante mi vista aquella morada celestial apenas cubierta por el levísimo velo de sus  braguit  bra guitas as de nailon azul azules. es. Los pr prese esentes ntes intercam interc am biaba biabann discos. Y Yoo les obser observaba vaba ir y venir (algunos parecían hablar de Miguel Ángel, Ted Kennedy o Kurt Vonnegut). Una mujer me preguntó si había leído Violador de mujeres, de Susan Brownmiller. Contesté que no, y ella me informó de que era muy fuerte. Cruzó los dedos delante de los ojos para mostrarme cuan fuerte era y se alejó. Contemplé el cartel fluorescente de la pared de enfrente, que mostraba a un tipo con una camiseta de manga corta sentado frente a un televisor; al individuo le resbalaban lentamente los globos oculares por las mejillas, y en su boca había una gran sonrisa. sonrisa. B Baj aj o el di dibujo bujo se leí leíaa una fra frase: se: ¡MIIIERDA! ¡VIERNES POR LA NOCHE Y OTRA VEZ COLOCADO!

Observé a Dana, que cruzaba y descruzaba las piernas una y otra vez. Del remate de encaje de sus braguitas sobresalía ahora un poco de vello púbico, nueve tonos más oscuros que su cabello. Creo que jamás he estado tan caliente  

como entonces y dudo de que vuelva a estarlo en el futuro. Tenía un órgano que me parecía lo bastante grande y largo para saltar a pértiga con él. Empecé a  preguntarm  pre guntarm e si e l órga órgano no sexua sexuall m a sculino podía e stall stallar. ar. Dana Da na se volvi volvióó hac hacia ia mí y, de pronto, me susurró al oído. El estómago se me calentó al instante, como si acabara de engullir una enchilada. Un momento antes, la chica había estado hablando con Pete y un tipo que no recordaba me hubieran presentado. Y allí estaba, su aliento me en el canal auditivo.  —Saasusurrándome  —S l por la pue puerta rtaaltraser traoído, seraa y—indicó—. Allí Allí.cosquilleaba . La señaló. Resultaba difícil entender sus palabras, de modo que me limité a seguir con la mirada la dirección que indicaba su dedo. Sí, allí estaba la puerta. Una puerta real, sólida, palpable, con un gran picaporte. Solté una risita, convencido de que acababa de tener un pensamiento muy ocurrente. Dana rió su suavem avem ente jjunt untoo a m mii oído oído y dij dij o:  —Tee ha  —T hass pasa pasado do la noc noche he m irá irándom ndomee la lass pierna piernas. s. ¿¿Qué Qué sig significa nifica eso? Y antes de que y o pudi pudier eraa rrespon esponder, der, m mee dio uunn su suave ave beso en llaa m ej illa illa y un ligero em empu pujj ón ppara ara qu quee m e pus pusiiera en m marc archa ha hacia llaa puerta. Joeycon la mirada, pero no Tenía le vi por parte. Lo siento, Me Busqué puse enapie oí crujir mis rodillas. las ninguna piernas dormidas despuésJoe. de haber estado tanto rato sentado en la misma posición. Sentí el impulso de cruzar  el salón salón de punt puntiill llas, as, de sol solttar una estentórea estentórea ca carca rcajj ada y anunciar a los los presentes que Charles Everett Decker creía sinceramente que estaba a punto de echar un  polvo; que Charle Charless Eve Evere rett tt De Deck ckee r esta estaba ba a punto de rom per el velo de su virginidad. Pero Pe ro no hi hice ce nada de eeso so.. Salí por la puerta posterior. Me hallaba tan colocado y cachondo que estuve en un tris de caer desde casi diez metros de altura sobre la fina arena blanca de la playa situada bajo la casa. La parte trasera de ésta se alzaba sobre un escarpado promontorio a cuyo pie se abría una pequeña cala que parecía sacada de una postal. Un tramo de escalones erosionados por el aire y el agua conducía hasta ella. Avancé con cuidado, agarrado al pasamanos. Notaba mis pies a kilómetros de distancia. Desde allí, la música sonaba distante y se confundía con el rítmico batir de las olas hasta quedar casi c asi cubi cubier ertta por ést éste. e. La luna semejaba una fina raja de melón, y soplaba una levísima brisa. El  paisaj e poseía una hela helada da belleza, y por un ins instante, tante, pensé que m e había cola colado do en una postal en blanco y negro. La casa, arriba y a mi espalda, era apenas una  borrosa  borr osa sil silueta ueta.. Los ár árboles boles e sca scalaba labann e l prom ontorio a a m bos lados de los  peldaños;  pelda ños; pinos y a betos se aga agarr rraa ban a las grietas grie tas de los dos bra brazzos de roc rocaa

desnuda que cerraban la playa en forma de media luna, donde las olas besaban su suavem avem ente la are arena. na. Delant Delantee de m í apare aparecía cía eell At Atllánti ántico, co, tachon tachonado ado por un unaa rred ed vacilante de luces, reflejo de la luna. Mar adentro, hacia la izquierda, atisbo el  

leve bul bulto to de una is isla la y m e pre pregun guntté qui quién én aandaría ndaría por ell ellaa de noche, adem ás del vi viento. ento. Tal Tal pensam iento m e pr produjo odujo un li liger geroo esca escalo lofr frío ío.. Me descalcé descalcé y la esperé.  No sé c uánto tar tardó dó e n ll llee gar. N Noo ll lleva evaba ba re reloj loj y esta estaba ba dem asia asiado do coloc colocado ado  paraa calcular  par ca lcularlo. lo. Al poco em pezó a invadirm e la inqui inquiee tud, una sensa sensación ción que tenía algo que ver con la sombra de los árboles sobre la arena húmeda y compacta, sonido del viento. Quizá era el océano, enorme, malévolo, lleno de formas ydeelvida invisible y cubierto de aquellos leves destellos luminosos. Quizá no se debía a ninguna de esas cosas, o quizá a todas ellas y más. Fuera como fuese, cuando Dana me puso la mano en el hombro, la erección había desaparecido por completo. Era como si Wyatt Earp se internara en OK Corral sin su pistola. La chica me hizo volverme hacia ella, se puso de puntillas y me  besó. Noté el c alor de sus m uslos uslos,, per peroo de pronto no sign significa ificaba ba nada espe especc ial  paraa m í.  par  —Tee he vist  —T vistoo m mira irarm rm e —a —afirm firm ó—. ¿¿Er Eres es bue buenn chic chico? o? ¿Sa brá bráss ser serlo? lo?  —Lo intenta intentaré ré —re —respondí spondí,, sin sinti tiéndom éndom e un poc pocoo ridículo. Leión acaricié pechos ere cció erecc n seguí seguíaalos ausent ausente. e. mientras ella me abrazaba con fuerza. Sin embargo la  —No com ente entess na nada da a P ete —susurró, tom tomándom ándom e la m ano—. Me m a tar taría. ía. Él y y o est estam am os os… … lliado iados. s. Me llevó bajo los escalones, donde la hierba estaba fresca y cubierta de aromática pinaza. La sombra de los escalones formaba una especie de fría  persiana  per siana ccuando uando D Dana ana se quitó el vestido vestido..  —Es una locur locuraa —m —murm urm uró e xcitada xcitada.. P ronto rrodam odam os por e l suelo, y y o y a no llevaba mi camisa. Ella se ocupaba de la bragueta abierta de mis pantalones,  peroo m i pá  per pájj ar aroo pa pare recc ía habe haberse rse tom tomado ado el de desca scanso nso para pa ra e l de desay say uno. Da Dana na m e acarició, deslizó la mano bajo mis calzoncillos, y los músculos de esa zona se estre est rem m ecieron… ec ieron… nnoo de place placerr o repuls repulsió ión, n, ssin inoo con una eext xtraña raña especie de terr terror or.. Su m mano ano me parecía de go gom m a, fría, iim m perso personal nal y asépt aséptiica.  —Vaa m os —su  —V —susurr surraa ba—, va vam m os, vam os, vam os… Intenté pensar en algo excitante, en cualquier cosa. Recordé cuando miraba las piernas a Darleen Andreissen en la sala de estudio y ella se daba cuenta y se marchaba; la baraja de cartas porno de Maynard Quinn. Imaginé a Sandy Cross en ropa interior negra, muy erótica, y eso empezó a mover algo por allá abajo…  de pronto, pronto, ddee entre tod todas as las iim m ágene ágeness qu quee se agol agolpaban paban eenn m mii me ment nte, e, aapare pareció ció la de mi padre con su machete de caza, hablando de la solución nasal de los cherokees. (« ¿De qué? qué?»» , pregunt preguntóó C Cork orkyy Her Herald. ald. Le eexpl xpliiqué eenn que ccons onsiistía stía la

so solu lución ción nasal ddee los cher cherok okee ees. s. « ¡Oh!» , exclam exclamóó C Cork orky, y, y rea reanud nudéé m i relat relato). o). Aquello fue definitivo. Todo cesó, y el pájaro se me encogió de nuevo. Desde ese ins nstant tantee no hu hubo bo nada que ha hace cer, r, nada de nada nada.. Mi Miss ttej ej anos hacían com pañía pañía  

a mi camisa, y tenía los calzoncillos alrededor de los tobillos. Dana se estremecía debajo de mí; la sentía allí, tensa como la cuerda de un instrumento musical. Me llevé la mano a la entrepierna, me agarré el pene y tiré de él, como si  pretendier  pre tendieraa pre preguntar guntarle le qué suce sucedía. día. P e ro e l señor pene no rrespondía. espondía. De Desli slicc é la mano por la cálida conjunción de sus muslos, palpé su vello púbico, un poco cresp cre spo, o, asombrosam asombrosamente ente parec par ecid idoo al m ío ío,, in introd troduj ujee en eell llaa un dedo, expl explorando, orando, al tiempo pensaba. es dre el lugar. sobre hacen  brom a los que hom hombre bres s ccom omooÉste m i pa padre cua cuando ndoÉste sa salen lenesdeel cpunto aza o eestán stán eeln lacual bar barber bería. ía. Los hombres matan por esto; lo abren a la fuerza, lo roban o lo fuerzan, lo tom oman… an… o lloo dej dejan. an.  —¿Dónde  —¿ Dónde está está?? —susurró Da Dana na en voz a lta lta , j a dea deante—. nte—. ¿Dónde e stá? ¿Dónde…? De modo que lo intenté, pero era como el viejo chiste del tipo que intenta meter fruta confitada en la hucha. Nada. Y entretanto me llegaba el continuo y suave sonido del océano batiendo sobre la playa, como la banda sonora de una  película sentim sentimee ntal. Enton Entoncc e s m mee apa aparté rté a un la lado. do.  —Lo siento —dec —declar laréé c on m i voz sorpr sorprende endentem ntem ente a lta lta , estride estridente. nte. Oí suspirar a Dana. Un sonido breve e irritado.  —Está bien —asin —a sinti tió—. ó—. A vec vecee s suce sucede. de.  —A m í no —re —repli pliqué, qué, com o si de después spués de var varios ios m ile ile s de e ncue ncuentros ntros sexuales sexu ales fuera la pri prim m era vez en que m mee ffall allaba aba eell equ equip ipo. o. A lo lejos sonaba la voz de Mick Jagger y los Stones cantando  Hot Stuff  Stuff . Una de ésas ironías de la vida. Me sentía fatal, pero se trataba de un sentimiento frío, sin profundidad. La certidumbre de que era un afeminado me invadió como una marea. En alguna parte había leído que no se precisa haber tenido ninguna experiencia homosexual para ser un afeminado. Uno podía serlo sin tener  conciencia de ello, hasta que el marica oculto en el armario se abalanzaba sobre uno como la madre de Norman Bates en  Psicosis, una figura grotesca que se  pavoneaa y c ontonea con eell m  pavone maa quil quillaj laj e y los za patos de ta tacón cón de m am á .  —No importa im porta —insis —insisti tióó ella—. Pe P e te…  —Escucha,  —Escuc ha, lo siento… El Ella la me m e de dedi dicó có una son sonris risaa que se m mee aant ntoj ojóó artifi artificial. cial. Desd Desdee eent ntonces onces m mee he  preguntado  pre guntado si lloo er era. a. Me gust gustar aría ía ccre reee r que fue una sonr sonrisa isa since sincera ra..  —Es la hier hierba ba.. H Haa s ffum umaa do de dem m a siado. Estoy segur seguraa de que e re ress un aam m ante maravilloso cuando estás bien.  —Foll  —F ollee m os —propuse, y m e estre estrem m ec ecíí ante el soni sonido do ronco, ronc o, m orte ortecc ino, de mi voz.

  No repli re plicc ó Da Dana, na, incor incorporá porándose ndose . Y Yoo vuelvo a la ccasa asa.. Esper Esperaa un poco antess de subi ante subirr. Quise pedirle que se quedara, que me dejara probar otra vez, pero sabía que no podría aunque todos los mares se secaran y la luna se convirtiera en óxido de  

cinc. Dana se subi subió la la ccrem rem all aller eraa del vest vestid idoo y desapare desapareció. ció. Pe Perm rm anec anecíí al allí lí,, baj bajoo los escalones, y la luna me observaba atentamente, quizá esperando que em pez pezar araa a ll llorar orar.. Pe Pero ro no lloo hi hice ce.. Al cabo de un rato me vest vestíí y sacudí las hhoja ojass que se habían adherido a mi camisa. Luego ascendí por la escalera. Pete y Dana habían desaparecido. Joe se encontraba en un rincón, liado con una chica realmente despampanante que tenía las manos hundidas en la rubia cabellera de muando i am amiigo. Me essenté, aguardando agreso que lahacia ffiiestaB tter erm m inar inara. F Fin inalm almente concluyó. ó. C loss M lo ttre res em emprendi prendim m os el re regreso Bangor, angor, el a.am amanec anecer erente había habíconcluy a sac sacado ado a la mayor parte de sus trucos de la bolsa y un arco de sol encarnado asomaba  por e ntre las chim chimee nea neass de la her herm m osa fá fábric bricaa de c er erveza veza del c e ntro de la ciudad. Apenas hablamos. Yo me sentía cansado y malhumorado, incapaz de calibrar cuánto daño había sufrido esa noche. Tenía la penosa sensación de que era más del que realmente necesitaba. Subí por la escalera del piso y me derrumbé sobre el sofá cama del salón. Lo último que vi antes de dormirme fueron los rayos del sol que se colaban por las persianas y se posaban en la  pequeña  peque ña aalfom lfombra bra sit situada uada j unto al ra radiador diador.. Soñé con la C Cos osaa Que Crujía, com o cuando era pequeño. Yo, Yo, en m mii cam a; llas as sombras del árbol del jardín sobre las paredes y el techo; el sonido uniforme y siniestro. En esa ocasión, sin embargo, el ruido seguía acercándose más y más, hasta que la puerta del dormitorio se abrió de golpe con un terrible chirrido, como el soni sonido do ddee la m uerte. Era m i ppadre adre.. Ll Llevaba evaba en bra brazzos a m mii ma madre, dre, que tení teníaa la nariz hendida, abierta en dos, y la sangre rodaba por sus mejillas como pinturas de guerra guerra.. « ¿La quiere quieres? s? —preguntaba m i ppadr adre—. e—. Ven Ven y tóma tómala, la, iinút nútil il.. V Ven en y tómala» mala» . Luego la arrojó sobre la cama, junto a mí, y vi que estaba muerta. Entonces desper desp erté té grit gritando. ando. Y con una eere recc cció ión. n.

 

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Después de este relato nadie habló, ni siquiera Susan Brooks. Me sentía cansado. Al parecer no quedaba gran cosa que decir. La mayoría de los chicos y chicas miraba de nuevo hacia el exterior, aunque no había nada que ver que no hubiera estado allí una hora antes; en realidad había menos que ver, ya que los curiosos habían sidohabí alejados deejlaorzona. a la de bido que lan historia sexual de Sandra Sandra había a sid sidoo m mej que laLlegué m mía; ía; en llaa conclusión suy a ha habí bíaa ha habi do uun orgasmo. Ted Jones me miraba con la habitual intensidad (aunque de pronto creí adivinar que la repulsión había cedido paso a un odio radical, lo cual resultaba ligeramente satisfactorio). Sandra Cross seguía ausente en su propio mundo. Pat Fitzgerald se dedicaba a doblar meticulosamente una hoja de papel de ejercicios de matemáticas, dándole la forma de un avión aerodinámicamente defectuoso. De repente, Irma Bates declaró, desafiante:  —¡Nee cesit  —¡N ce sitoo ir aall baño! Dej é escapar un ssus uspi piro, ro, cuy cuyoo so soni nido do me rec record ordóó en gran m manera anera al de Dana Col ollett lettee eaque aquell llaa noche en Schoodi Schoodicc P oin oint,t, baj bajoo los esc escalones. alones.  —Ve  —V , pues. Irma me observó con incredulidad. Ted parpadeó. Don Lordi soltó una risita sofocada.  —Me m a tar tarías ías si lloo hicier hicieraa . Mirá Mi rándo ndola la fij fijam am ente, pregunté: pregunté:  —¿Ne  —¿ Nece cesit sitaa s ir al baño ba ño o no?  —Pue  —P uedo do agua aguantar ntarm m e —a —afirm firm ó ella, m alhum alhumora orada da.. Hinché Hin ché los los ca carril rrillo loss com comoo hace m i padre ccuando uando est estáá irri irritado tado..  —Escucha,  —Escuc ha, Irm Ir m a, ve a l ba baño ño o de dejj a de bailar en e l pupitre pupitre.. No quer queree m os ve ver  r  un charco charc o de orina baj o tu asi asiento ento.. Corky soltó una carcajada ante mis palabras, y Sarah Pasterne alzó la m irada, sorprendi sorprendida. da. Como si con ello quisiera fastidiarme, Irma se puso en pie y avanzó con paso firme y enérgico hacia la puerta. Al menos yo había conseguido algo: Ted la miraba ahora a ella, en lugar de a mí. Cuando Irma llegó a la puerta, se detuvo con aire dubitativo y puso la mano en el picaporte. Tenía el aspecto de la persona que acaba de recibir una pequeña descarga eléctrica mientras ajustaba la antena del televisor televisor y duda entre int intentar entarlo lo ddee nue nuevo vo o no no..  —¿No  —¿ No m mee dispar disparaa rá rás? s?  —¿V  —¿ Vas aall baño o no? —ins —insist istí.í.  No esta estaba ba segur seguroo de si dispar disparaa ría c ontra e lla lla . Todavía m e sentía m olesto ((¿¿o

celoso?) por el hecho de que la historia de Sandra hubiera resultado más atractiva que la mía. Tenía la impresión de que, en cierto modo, ellos habían ganado la última mano de la partida. Por un momento se me ocurrió la disparatada idea de  

que, en lugar de retenerles yo a ellos, la situación era la contraria; salvo en lo que se refería a Ted, naturalmente. Todos nosotros reteníamos a Ted como rehén. Quizá sí dispararía contra Irma. Desde luego, no tenía nada que perder. Acaso incluso resultaría conveniente. Quizá con ello me libraría de la desquiciada sensación de haber despertado en mitad de un nuevo sueño. Irma abrió la puerta y salió. No levanté la pistola del cuaderno situado sobre el escritorio. puerta delsinaula se cerró, Todos y oímos los pasos de Irma, avanzaba por La el vestíbulo, apresurarse. teníamos la vista fija enque la  puerta,  puer ta, c om omoo si algo incr incree íbl íblee hubiera asom a do su c abe abezza, hec hecho ho un guiño y desaparecido. Por lo que a mí respecta, experimenté una extraña sensación de alivio; una sensación tan difusa que jamás he podido explicarla. Los pasos se alejaron hasta hacerse inaudibles. Silencio. Esperaba que algún otro pidiera ir al baño, o ver a Irma Bates salir   presurosa  pre surosa por la puer puerta ta princ principal ipal de la e scue scuela la y lanz lanzar arse se de c abe abezza hac hacia ia la  primer  prim eraa página de un ccee ntena ntenarr de per periódi iódicos. cos. P er eroo no suc sucee dió nin ninguna guna de las dos cosas. Pat Fitzgerald sopló sobre las alas de su avión de papel para ver cómo vibraban. El sonido resultó perfectamente audible en toda la clase.  —Dejj a y a ese m a ldi  —De ldito to j uguete —exc —exclam lam ó Bi Bill llyy Sa wy e r irritado—. No se debe hacer hac er avio aviones nes de papel con las ho hojj as de la sala de estudi estudio. o. Pat no hizo ademán de lanzar el maldito avión. Billy no añadió ningún comentario com entario má más. s. De nuevo se oy oyeron eron pi pisadas, sadas, est estaa vez ace acerc rcándos ándosee aall aul aula. a. Levanté la pisto pistola la y apunt apuntéé con ella hac hacia ia la puerta. T Ted ed m e sonreía, sonreía, ccreo reo que sin sin dar darse se ccuenta uenta de ello. Obs Obser ervé vé su rost rostro; ro; estudi estudiéé sus fin finos os ra rasgo sgos, s, de una bellez bellezaa convencional; me fijé en su frente, tras la cual quedaban contenidos tantos recuerdos de los días estivales en el club de campo, los bailes, los coches y los  pec hos de Sa ndy ; a pre  pechos precc ié su ca calm lmaa , su sentido de la j ust usticia. icia. Y e ntonce ntoncess comprendí de pronto cuál era el meollo del asunto. Quizá aquél era el único asunto que había estado en juego durante toda la mañana. Y algo todavía más importante; supe que la suya era la mirada del halcón, y que su mano era de  piedra.. Aque  piedra Aquell c hico podía habe haberr sid sidoo m i padr padree , pero per o no im importaba portaba.. Ta nto é ste como Ted eran personas remotas y olímpicas, verdaderos dioses. Pero mis  brazzos e staba  bra stabann dem asia asiado do c a nsados par paraa der derriba ribarr tem plos. Yo no había sido modelado para ser un Sansón. Su mirada era franca, directa, temiblemente decidida; era la mirada de un  políti  polí tico. co. Cinco m minut inutos os antes eell so sonido nido de los ppaa sos no habr habría ía signi signific ficado ado una m a la señal, ¿entendéis? Cinco minutos antes los habría recibido con alivio, habría

dejado la pistola sobre el cuaderno del escritorio y habría salido a su encuentro, quizá con una mirada temerosa a la clase que dejaba atrás. En cambio ahora los  pasos m e a sust sustaba aban. n. T Tee m ía que P hil hilbric brickk hubiera dec decidi idido do aace ceptar ptar m i ofe oferta rta,, que hubiera hub iera acudi ac udido do para ce cerra rrarr la lín línea ea prin principal cipal y dej dejar araa inconclu inconcluso so nnuest uestro ro asunt asunto. o.  

Ted Jones m most ostra raba ba una sonri sonrisa sa de vorac voracidad. idad. T Todos odos los los dem demás ás aaguarda guardaban ban ccon on llaa vista fija en la puerta. Los dedos de Pat se habían quedado inmóviles en el avión de papel. Dick Keene miraba con la boca abierta, y en aquel instante aprecié en él por primera vez el parecido familiar con su hermano Flapper, un caso de cociente intelectual justo en el límite inferior de la normalidad que había conseguido terminar sus estudios en Placerville después de seis largos años. F realiz re alizaba enaba aaquell quellos os m mom entos uunn cur curso so deantenim pos posgra grado en la prisi prisión ón estatal delapper Thoma Thomast ston onaba y est estaba a punt punto o omentos de li lice cenciarse nciarse een nm manteni m do ient iento o de lavandería. Una sombra informe apareció en el cristal, difusa e inconcreta en la su superf perfici iciee rugos rugosaa y transl translúcid úcida. a. Mantu Mantuve ve la pist pistol olaa en aalt lto, o, y preparándome prepar ándome para disparar. Con el rabillo del ojo derecho veía a mis compañeros, que me observaban absortos, fascinados, como el último rollo de las películas de James Bond ond,, do donde nde el nú núm m er eroo de m muertos uertos aum aumenta enta de form a ccons onsid ider erable. able. Un sonido sofocado, una especie de gimoteo, surgió de mi garganta. Se abrió la puerta, y entró Irma Bates. Lanzó una mirada malhumorada alrededor, molesta de encontrar a todo el mundo observándola. George Yannick soltó una risiita y m urmuró: ris  —¿Adivin  —¿ Adivinaa quién viene a ce cenar nar??  Nadie  Na die rió; eera ra un c his histe te privado de Ge George orge.. Los dem á s cconti ontinuar nuaron on m ira irando ndo fi fijam jam ent entee a Irma.  —¿Qué  —¿ Qué nar narice icess e stáis m ira irando? ndo? —pre —preguntó guntó e lla lla , enf enfaa dada dada,, con la m a no to todavía davía en e n el picaporte—. A vec veces es la ge gent ntee nec necesit esitaa ir aall baño, ¿¿no? no? Cerró la puerta, avanzó hasta su pupitre y se sentó con gesto recatado. Era casi ca si me medi diodí odía. a.

 

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Fra rank nk P hil hilbrick brick fue puntual. « Cli lic» c» , y em pez pezóó a hablar por el e l interc intercom omuni unidador dador.. Su respiración no era tan pesada como antes. Quizá quería mantenerme apacig apac iguado. uado. O tal vvez ez hhabía abía re reflexi flexionado onado ssobre obre m i cons consej ej o al re resp spec ecto to y decidi decidido do seguirlo. segui rlo. C Cosas osas m más ás rrar aras as se han vist visto. o.  —¿De  —¿ Deck cke e r?  —Aquí estoy.  —Escucha,  —Escuc ha, ese dis dispar paroo per perdido dido que pene penetró tró ante antess por la venta ventana na no fue in intencionado. tencionado. Un agente a gente de Lew Lewis iston ton… …  —No nos pre preocupe ocupem m os por esos deta detall llee s, Fra rank nk —int —intee rr rrum umpí—. pí—. Nos has avergonzado, a mí y a todos los presentes aquí dentro, que han visto muy bien lo sucedido. Si tienes un mínimo de integridad, y estoy seguro de que así es, también tú estarás avergonzado de ello. Un silencio. Quizá el policía trataba de recobrar la calma.  —Está bien. ¿Qué ¿Qué quier quieres? es?  —No m ucho. Todo un e l vistazo m undo al saldrá a la una e n punto, dentr dentroo de exactamente… —Eché relojde de aquí la pared—. Dentro de cincuenta y siete siete m in inuto utoss según el re reloj loj de la clase clase.. S Saldrá aldránn si sinn un ra rasguñ sguño, o, lo ggar arantiz antizo. o.  —¿P  —¿ P or qué no ahor ahoraa m ismo? Observé a mis compañeros. El ambiente era tenso, casi solemne, como si entre nosotros se hubiera firmado un pacto con la sangre de alguien.  —Tee nem os que tra  —T tratar tar un últi últim m o aasunt suntoo aaquí quí dentro —dij —dijee c uidadosam e nte—. Hemos de terminar lo que hemos empezado.  —¿Qué  —¿ Qué sig significa nifica eso?  —No te importa; im porta; todos ssabe abem m os de qué se tra trata. ta.  No hubo un solo pa parr de ojos oj os que expr expresa esara ra ince incertidum rtidumbre bre.. Todos ente entendían ndían muy bien a qué me había referido, y eso era magnífico, pues nos ahorraría tiempo y esfuerzo. Me sentía agotado.  —Ahora,, P hil  —Ahora hilbric brickk, esc escucha ucha ate atentam ntamee nte par paraa que no hay a m ale alentendidos. ntendidos. Voy a explicarte el último acto de esta pequeña comedia. Dentro de tres minutos, se baj arán ar án tod todas as las persi persianas anas del aula.  —No hará ha ráss eso, De Deck cker er —exclam —exc lam ó el poli policc ía ccon on voz seve severa ra y sec seca. a. Dejé salir el aire entre los labios con un silbido. Qué hombre más sorprendente. No me extrañaba que le hubieran encargado aquellos anuncios sobre sob re seguridad vial.  —¿Cu  —¿ Cuáá ndo se te m ete eterá rá e n la c abe abezza que a quí m a ndo y o? —repli —re pliqué—. qué—.

Alguien bajará las persiana, no seré yo, Philbrick, de modo que si disparáis a quien qui en lo hhaga, aga, y a puedes colgarte la chapa en el culo y despedi despedirte rte de aam m bos bos..  Ninguna re r e spuesta.  —Quien c alla otorga —aña —añadí, dí, tra tratando tando de apare apa rentar ntar a legr legría—. ía—. Ta m poco y o  

 podré ver qué hac hacéé is, is, per peroo no pre pretenda tendass pasa pasarte rte de listo, listo, y a que si lo hac hacee s algunos de los aquí presentes lo pagarán. Si todo el mundo permanece tranquilo hasta que llegue la una, el asunto terminará satisfactoriamente, y tú seguirás siendo siendo un valient valientee policía. policía. ¿¿Qué Qué m e re respo spondes? ndes? Un prolongado silencio.  —¡Que  —¡Q ue m e ccuelgue uelguenn si no estás loco! —espe —espetó tó finalm finalmee nte.  —¿Qué  —¿ Qué e rreeque spondes?  —¿  —¿Có Cóm m om sé no ca cam m biar biarás ás de idea idea,, De Deck cker er?? ¿¿Y Y si luego dec decides ides espe espera rar  r  hasta las dos? ¿O hasta las tres?  —¿Qué  —¿ Qué m e rree spondes? —ins —insis istí tí,, inexora inexorable. ble. Un nue nuevo vo si silenc lencio. io.  —Está bien. Per P eroo si ha ha ce cess daño a a lguno ddee esos cchicos… hicos…  —Yaa lo sséé , m  —Y mee quitar quitarás ás eell ca carne rnett de eestu studiante. diante. A la m mier ierda, da, Fra Frank nk.. Le imaginé intentando encontrar una frase fuerte, rotunda y ocurrente que resumiera su pos posiició ciónn para la pos postteridad, eridad, al algo go co com m o « j ód ódete, ete, Deck Decker» er» , o « a to tom m ar por el culo culo,, Dec Deckker er»» , pero no ssee aatrevió trevió a so solt ltar arla. la. Después de to todo, do, allí dentro había niñas que no debían oír semejantes cosas.  —A la una —re —repit pitió. ió. El intercomunicador quedó desconectado de nuevo. Un momento después el  policc ía saltó por la puerta  poli puer ta principal princ ipal y atr atraa vesó e l cé césped sped hasta sit situar uarse se tra trass los coches.  —¿Qué  —¿ Qué a squer squerosas osas fa fantasías ntasías m asturba asturbatorias torias se te han ocur ocurrido, rido, Charlie? —   preguntó  pre guntó T Tee d, sonriendo todavía.  —¿P  —¿ P or qué no te queda quedass ccaa ll llaa dit dito, o, T Tee d? — —int intee rvino Ha Harm rm on Ja Jacc kson ccon on tono distante.  —¿Algún  —¿ Algún volunt voluntaa rio par paraa baj ar las per persiana sianas? s? —pre —pregunté. gunté. Va ria riass m a nos se alzaron. Señalé a Melvin Thomas y añadí—: Hazlo lentamente. Es probable que estén nerviosos ahí fuera. Melvin bajó despacio las persianas hasta el alféizar, y el aula quedó sumida en la penumbra. Unas sombras sin contorno definido se adueñaron de los rincones, como murciélagos hambrientos. El ambiente no me gustaba. Las so som m bras m mee poní ponían an m muy uy nervio nervioso so.. Señalé a Tanis Gamón, cuyo pupitre se hallaba en la fila más próxima a la  puerta.  puer ta.  —¿T  —¿ Te im importa portaría ría e nce ncender nder las luce luces, s, T Taa nis nis?? Me dedicó una tímida sonrisa antes de dirigirse hacia los interruptores. Un momento después los fríos fluorescentes arrojaron su luz, que no era mucho mejor que las sombras. Añoré el sol y la visión del cielo azul, pero no dije nada.

o había nada que decir. Tanis regresó a su pupitre y se alisó cuidadosamente la falda por detrás de los muslos al tiempo que se sentaba.  —Utiliz  —Util izaa ndo la oportuna fr fraa se de Te d —af —afirm irméé e ntonce ntonces—, s—, sólo queda una fantasía masturbatoria antes de volver al asunto central. O, si así lo preferís,  

 podem os de decir cir que nos que quedan dan dos m it itade adess de un todo. Se tra trata ta de la his historia toria del señor Carlson, nuestro último profesor de física y química; la historia que el viejo Tom Denver logró ocultar a los periódicos, pero que, como suele decirse,  perm  per m ane anecc e e n nue nuestros stros ccora orazzones. Y se tra trata ta tam bién de lo que suce sucedió dió eentre ntre m i  padree y y o cua  padr cuando ndo fui ca cast stigado igado ccon on la eexpuls xpulsión ión ttem em pora poral.l. Observé a mis compañeros mientras un dolor sordo y espantoso me laceraba la nuca.deTodo el de bruj mis omanos en aalgún momento. Me acordé ac ordé Mick Mickey ey asunto Mo Mous useehabía com comooescapado apre aprendi ndizz de brujo en la viej vieja pe pellícul ícula a de Dis Disney, ney,  Fantasía  Fantas ía. Yo había dotado de vida a todas las escobas, pero ¿dónde se había m eti etido do el vviiej o m ago am abl able, e, capaz de ddecir ecir « abrac abracadabra» adabra» al revés ppara ara detenerlas? Estúpido, estúpido. Ante mis ojos se arremolinaron innumerables imágenes, fragmentos de sueños y fragmentos de realidad. Resultaba imposible separar unos de otros. La locura empieza cuando uno no puede ver ya las suturas que mantienen unido el mundo. Por un instante creí que todavía existía la posibilidad de despertar en mi cama, sano y salvo, y aún —al menos— medio cuerdo, sin haber dado (o al menos, todavía no) el paso irrevocable; entonces todos los personajes de aquella especial pesadilla se retirarían a las cavernas de mi subconsciente. Sin embargo no habría habría aapos postado tado ggra rann cosa a que así fuera fuera.. Las manos morenas de Pat Fitzgerald manoseaban el avión de papel, m ovi oviendo endo los dedos, con la tris tristez tezaa de la m muer uerte. te. Entonces Ent onces em pecé a ha habl blar ar..

 

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o hubo hubo ni ningu nguna na rraz azón ón especial para que traj er eraa la llave ing inglesa lesa a la escue escuella. Ni siquiera ahora, después de todo lo ocurrido sabría precisar la razón más im portante. portante. El est estóma ómago go m mee dol dolíía si siem em pre, y solí solíaa sosp sospec echar har que la gente quería  peleaa rse c onm  pele onmigo, igo, aun c uando no er eraa así. Te nía m iedo de ca caer er desm a y ado durante los ejercicios de educación al recobrar encontrar oa todos mis compañeros alrededorfísica de y,mí, riendo el y sentido, señalándome… masturbándose en corro encima de mí. No dormía muy bien por las noches. Poco tiempo antes había tenido una serie de sueños condenadamente extraños y estaba asustado porque bastantes de ellos eran sueños húmedos, aunque no del estilo que hace que te despiertes con las sábanas manchadas. En uno yo cam ca m in inaba aba por el sót sótano ano de un viej viejoo cast ca stiillo llo que pare parecía cía sac sacado ado de una pelí película cula de la Universal. Había un ataúd con la tapa levantada, y cuando miraba en su interior veía a mi padre con las manos cruzadas sobre el pecho. Estaba vestido con su uniforme de media gala de la marina y tenía una estaca clavada en el escroto. Demadre pronto estaba abría los ojos y me miraba. Sus dientes sueño, mi aplicándome una lavativa, y yoeran le colmillos. suplicaba En queotro se apresurara porque Joe estaba fuera, esperándome. Sin embargo Joe estaba allí, mirando por encima del hombro de mamá, y tenía las manos puestas en sus  pechos  pec hos m ientra ientrass eell llaa m a nipul nipulaba aba e l pe pequeño queño bulbo de gom gomaa roj a que bom bombe beaba aba abonaduras en mi ano. Tuve otros, una serie interminable, pero prefiero no explicarlos ahora. Eran típicos sueños estilo Napoleón XIV. Encontré la llave inglesa en el garaje, en una vieja caja de herramientas. No era muy grande, y su mango, oxidado, parecía muy adecuado para mi mano, y su peso peso el jjus ustto para la fuer fuerzza de m i muñec muñeca. a. Cu Cuando ando la la descubrí era invi nvier erno, no, y o solía llevar cada día a la escuela un jersey muy holgado y largo. Una tía mía me envía dos cada año, uno por Navidad y otro por mi cumpleaños. Los confecciona ella y me llegan por debajo de las caderas. Así pues, empecé a llevar permanentemente la llave inglesa en el bolsillo trasero del pantalón. Iba a todas partes con ella. Si alguien se dio cuenta alguna vez, no dijo nada. Tener la llave en el bolsillo me ayudó a equilibrarme durante un tiempo, pero no mucho. Algunos días volvía a casa sintiéndome como una cuerda de guitarra tensada cinco octavas octavas po porr enc encima ima de su pos posici ición ón adecuada. Esos días días decía « hol hola» a» a mamá, subía a mi habitación y echaba a llorar o reír descontroladamente sobre la alm almohada ohada hasta que ccre reía ía que m is tri tripas pas ib iban an a re revent ventar ar.. Aquel Aquello lo me asus asustaba. taba. Cuando uno hace cosas así, está a punto para el manicomio. El día en que casi

maté al señor Carlson fue el 3 de marzo. Llovía, y las últimas nieves desaparecían convertidas en sucios regatos de agua. Supongo que no debo entrar  en detalles sobre lo sucedido, pues la mayoría de vosotros estaba allí y fue testigo de ello. Yo llevaba la llave inglesa en el bolsillo trasero del pantalón. Carlson me  

hizo salir a la pizarra para solucionar un problema; siempre he odiado tener que hacerlo, porque soy muy malo en química. Cada vez que tenía que salir al encerado, empezaba a sudar como un loco. El problema trataba de la relación  peso/esfuer  peso/esf uerzzo eenn un plano inclinado, no rrec ecuer uerdo do qué e xac xactam tam ente ente,, pe pero ro m e hice un lío. Recuerdo que pensé que Carlson tenía muy mala leche al hacerme salir  allí, delante de todos, para ponerme nervioso con una tontería sobre planos iolvidado ncli nclinados nadosexplicarlo qque, ue, en re reali alidad, dad, era unclase. prob problem lema a de ffís ísica. ica. P Probabl robablem em ente de se le había en la última Y entonces empezó a burlarse mí.habí Mea  preguntó  pre guntó si sabía c uántos e ra rann dos y dos, si había oído habla hablarr a lguna vez de la di divi visi sión ón con ppar arciales, ciales, uunn iinvent nventoo m mar aravil avillloso, oso, ddijo, ijo, « j a, j a, vay a un ce cere rebro bro tenem os aquí aquí»» . C Cuando uando m e eequi quivoq voqué ué por tter erce cera ra ve vezz, C Carlso arlsonn come coment ntó: ó: « Vay a, estoo es m agní est agnífico, fico, C Charli harlie, e, m agní agnífico» fico» . S Suu voz m e pare parecía cía idént idéntica ica a la de D Diick ckyy Cable, hasta el punto de que di media vuelta para ver si era él. Se le parecía tanto que, de manera inconsciente, me llevé la mano al bolsillo trasero, donde guardaba la llave inglesa. Tenía el estómago hecho un nudo y temí comenzar a vomitar vomit ar y dej dejar ar el suel sueloo perdid perdidoo con las gall galletas etas que había ccomido omido un rato ant antes. es. Golpeé el bolsillo de atrás del pantalón con la mano, y la llave inglesa cayó al suelo con un est e strue ruendo. ndo. El señor Carlson posó la vista en el objeto.  —Vaa y a, ¿qué eess eso? —pre  —V —preguntó, guntó, iinclinándose nclinándose pa para ra re recoge cogerla rla..  —No la toque —ordené —or dené.. Me agaché rápi rá pidam dament entee y la re recogí cogí..  —Déjj am e ve  —Dé verr eeso, so, Char Charli liee —insis —insisti tió, ó, tendiendo la m ano hac ha c ia m í. Me sentí como si fuera en doce direcciones distintas a la vez. Una parte de mi mente gritaba… gritaba de verdad, chillaba como un niño en un cuarto oscuro ll lleno eno de hombr hombres es de dell ssac acoo horribl horribles, es, sonri sonrientes. entes.  —No —dije. —dij e. Y todos todos m e m iraban.  —Sii no m e la das a m í, tendr  —S tendráá s que dár dársela sela m ás tar tarde de a l señor De Denver. nver. Tú decides —afirmó el señor Carlson. Y ent e ntonces onces m mee suce sucedi dióó algo muy curios curioso… o… En cada uno ddee nos nosot otros ros debe de existir una línea muy clara, como la que separa el lado iluminado de un planeta del lado lado de ssom ombras. bras. C Cre reoo qque ue esa lí línea nea se denom denomin inaa eell « ter erm m inador» inador» . Es una  palabra  pala bra m agníf agnífica ica par paraa de descr scribi ibirr qué m e ocur ocurría ría,, porque e n un ins instante tante m e se sentí ntíaa absolutamente excitado, y al instante siguiente estaba más frío que un témpano.  —Yoo sí te da  —Y daré ré a ti ti,, m aldito —re —repli pliqué, qué, ha hacie ciendo ndo sonar la pa parte rte super superior ior de la herram herra m ient ientaa eenn llaa pa pallm a de m i ma mano— no—.. ¿¿Dónd Dóndee qui quier eres es que te llaa dé dé??

Carlson me miró con los labios apretados. Con esas gruesas gafas de montura de carey que llevaba, parecía una especie de insecto enorme y estúpido. La idea me hizo sonreír. Golpeé de nuevo el extremo de la llave inglesa en la palma de la mano.  

 —Está bien, Cha harlie. rlie. Da Dam m e e so y sube inm inmedia ediatam tam e nte al despa despacc ho. Yo iré cuando term term in inee la clase.  —¡Una  —¡U na m ier ierda! da! —exc —exclam lam é , y e ché la llave hac hacia ia aatrá trás. s. El metal chocó contra la capa de encerado que cubría la pared e hizo saltar  unos fragmentos. El extremo de la llave quedó manchado de tiza amarilla. El señor Carlson, por su parte, dio un salto como si yo hubiese golpeado a su madre, en lugar cuál de aquel aquella máquina Por de eso tortura. Aquello demostró era elmaldito carácterencerado, de Carlson, os lo aseguro. propiné otro golpe gol pe ccont ontra ra el enc encer erado. ado. Y otro.  —¡Charli  —¡Char liee !  —Es un plac placer er… … golpea golpearr tu ca carne rne… … e n e l fa fango ngo del Mi Misis sisipí ipí —c —caa nturre nturreaa ba mientras, siguiendo el compás, descargaba golpes sobre la pizarra. A cada golpe que pegaba, el señor Carlson daba un brinco. Cada vez que el señor Carlson daba un brinco, yo me sentía un poco mejor. Análisis transaccional, amigo. Estúdialo. El Bombardero Loco, ese pobre desgraciado de Waterbury, Connecticut, debió ser el norteamericano mejor adaptado del último cuarto de siglo.  —Cha  —C harlie, rlie, m e ocupa ocuparé ré de que te eexpul… xpul… Me volví volví y com comencé encé a golp golpea earr la bandej a de las ti tizzas. Y Yaa ha habí bíaa prac practticado un  buen aguj er eroo en el e ncera nce rado; do; no re result sultaba aba una super superfic ficie ie dem asia asiado do dur dura, a, sobre todo cuando le tomabas la medida. Tizas y borradores cayeron al suelo levantando nubes de polvo. Yo estaba a punto de descubrir que puedes tomar la medida a todo el mundo si cuentas con un palo suficientemente grande, cuando el señorr Carls seño Carlson on me agar agarró. ró. Me volví hacia él y le asesté un golpe, sólo uno. Enseguida comenzó a manar  mucha sangre. Se desplomó, y las gafas de montura de carey saltaron al suelo y se deslizaron tres metros. Creo que eso rompió el hechizo; la visión de aquellas gafas resbalando por el suelo cubierto de polvo de tiza, dejando su rostro desnudo   sin defensas, con el aspecto que debía tener mientras dormía. Dejé caer la llave inglesa y salí de la clase sin volver la mirada atrás. Subí a las oficinas y expliq expl iqué ué ccuant uantoo ac acababa ababa de sucede sucederr. Jerry Kesserling me recogió en el coche patrulla, y una ambulancia condujo al señor Carlson al Hospital de Maine, donde las radiografías mostraron que tenía una fractura en la parte superior del lóbulo frontal. Según me enteré, tuvieron que extraerle del cerebro cuatro astillas de hueso; unas decenas más y podrían haberlas pegado con cola de carpintero para formar la palabra IDIOTA, y regalársela rega lársela en su aniv aniver ersario sario con m mis is m ej ores deseos deseos..

Luego vini vinier eron on llas as ccharlas; harlas; con mi padre padre,, el pobre T Tom om Denver, D Don on Grac Gracee y todas las combinaciones y permutaciones posibles de los tres citados. Mantuve charlas con todo el mundo, excepto con el señor Fazio, el conserje. Durante esas civilizadas conversaciones mi padre demostró una calma admirable —mi madre  

se encontraba totalmente alterada y recibía un tratamiento con tranquilizantes—, aunque de vez en cuando me dirigía una mirada helada, especulativa, que me hi hizzo comprender com prender que, aall fi final, nal, él y y o habl hablar arííam os en priv privado. ado. M Mee ha habrí bríaa m atado con sus propias manos sin el menor remordimiento. Estoy seguro de que en otra época m enos compli complica cada da lo habría hecho. También hubo una conmovedora escena en que pedí disculpas a un señor  Carlson envuelto en vendajes y con los ojos morados, a suha esposa, me m iraba con absolu absoluto to odi odio o (« y o… ttra rast stornado… ornado… no ssabía abíayqué hacía…, cía…, loque siento siento m ás de lo qque ue puedo expresar ccon on ppalabras…» alabras…» ), pero nadie se di discul sculpó pó conmigo  por habe haberr sid sidoo obj objee to de burla burlass e n la c lase de química quím ica m ientra ientrass sudaba a nte e l encerado con todos aquellos números que semejaban signos púnicos del siglo V. o recibí ninguna disculpa de Dicky Cable o Dana Collette; ni de la amistosa Cosa Que Crujía, que, mientras regresábamos a casa desde el hospital, me dijo con los labios apretados que quería verme en el garaje cuando me hubiera cam ca m bi biado ado de ropa. Reflexi Reflexioné oné sob sobre re esto esto úl últi tim mo m mient ientras ras m e qui quitaba taba la cchaqueta haqueta  m is me mejj ores pan panttalo alones nes ppara ara enfun enfundarm darmee unos tej anos y un unaa vieja ca cam m isa de franela. Pensé en no ir, en llargarm argarm e di direc recttam ent entee a la ccarre arrettera era.. Pensé en baj bajar  ar  al garaje y aceptar, sencillamente, lo que allí me aguardaba. Sin embargo algo dentro de mí se rebeló ante tal posibilidad. Me habían expulsado temporalmente de la escuela, m e habían teni tenido do cin cinco co horas ence encerra rrado do en llaa ccomisaría, omisaría, hast hastaa que m i ppadre adre y m i hhis istérica térica m adre (« ¿Por qué lo has hecho, C Charli harlie? e? ¿¿Por Por qué? ¿Por  qué?»» ) pa qué? pagaron garon la fianz fianza. a. La Lass ac acus usac acio iones nes habí habían an si sido do reti retira radas das por ac acuerdo uerdo conjunto de la escuela, la policía y el señor Carlson (no de su esposa, pues ésta habría deseado que me m e ccond ondenar enaran an a un míni mínim m o de di diez ez año años). s). Fuera como fuese, pensé que mi padre y yo teníamos una deuda pendiente. Por eso bajé al ggaraj araj e. Es un un rec recin into to húme húmedo do qque ue ape apest staa a ac aceit eite, e, per peroo está está m uy bien bien ordenado. Es el rincón favorito de mi padre, quien lo mantiene en perfecto orden de revista; un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar. La segadora de césped apoyada contra la pared, las herramientas de jardinería y ornamentación colgadas de sus correspondientes clavos; las tapas de los botes de clavos fijadas a las vigas del techo para poder abrirlos a la altura de los ojos; pilas de revistas atrasadas atadas Bluebook , True, Satur Saturday day Eve Ev e ning Post , y la furgoneta con cordeles,  Argosy, Bluebook, aparca apar cada da en su llugar ugar exac exactto, ddee ccar araa a la sali salida. da. Mi padre ya estaba allí, de pie, con sus pantalones caqui descoloridos y una camisa de caza. Por primera vez me percaté que empezaba a envejecer. Siempre había tenido el vientre liso como una tabla, pero ahora le sobresalía un

 poco. De Dem m a siadas c er ervezas vezas eenn eell bar de Goga Gogan. n. P Paa re recía cía tene tenerr m ás venillas en e n la nariz, formando pequeños deltas púrpura bajo la piel, y las arrugas en torno a su  boca y sus oj ojos os se ha habían bían aace centuado. ntuado.  —¿Qué  —¿ Qué está hac haciendo iendo tu m maa dre dre?? —pre —preguntó. guntó.  

 —Due rm e —r  —Duerm —respondí. espondí. Esos días mamá dormía casi todo el tiempo con la ayuda de una receta de Librium. Cuando tomaba tranquilizantes, su respiración era áspera y seca, y su aliento ol olía ía ccom omoo a sueños ra rancios. ncios.  —Bien  —B ien —dij —dijoo m i padr padre, e, asinti asintiee ndo con la c a beza—, tú te lo has busca buscado, do, ¿verdad? —Empezó a quitarse el cinturón—. Ahora voy a darte una buena paliza  —aña  —añadió. dió.—repli  —No —re pliqué—. qué—. N Noo lo hará harás. s. Se detuvo un iinst nstante ante ccon on el cintu cinturón rón a m edio sac sacar ar..  —¿Qué  —¿ Qué??  —Sii te  —S te acer ac ercc a s con eso e so en la m ano, te lo qui quitar taréé —adve —advertí rtí con voz ttré rém m ula—. Lo haré por esa vez que me arrojaste al suelo cuando era pequeño y luego m enti entist stee a m am á diciend diciendoo qu quee m e ha habí bíaa ti tira rado do yyoo so sollo. Lo haré por ca cada da vez que me cruzaste la cara de un bofetón por hacer algo mal, sin concederme una segunda oportunidad. Lo haré por esa salida de caza cuando aseguraste que cortarías la la nar nariz iz a m am á si la la eencont ncontra rabas bas con ot otro ro hombre hombre.. Mi padre había palidecido. Su voz temblaba cuando exclamó:  —¡Cobar de m e quetr  —¡Cobarde quetref efee ! ¿Aca ¿Acaso so cr cree eess que pue puedes des eecc har harm m e la cculpa ulpa de todo? ¡Explica esos cuentos a ese maricón de psiquiatra, al tipo de la pipa! ¡Pero a mí no me vengas con esas historias!  —Apestas  —Ape stas —re —repuse—. puse—. Ha Hass j odido tu m a trim trimonio onio y tam bién a tu único hij hijo. o. Ven e intenta pegarme si te atreves. Me han expulsado de la escuela. Tu esposa está convirtiéndose en una adicta a las pastillas. Y tú no eres más que un bebedor  empedernido. —Mi voz era ya un puro grito—. Ven aquí e inténtalo, imbécil de mierda.  —See rá m e j or que c alles, Cha  —S harlie rlie —am ena enazzó—, pues de lo contra c ontrario rio no sólo te castigaré, sino que tal vez desee matarte.  —Adelante,  —Ade lante, int inténta éntalo lo —r —ree pli pliqué qué a voz en grito—. Llevo tre trecc e años dese deseaa ndo acaba ac abarr ccont ontig igo. o. T Tee odio, cer cerdo. do. Entonces se acercó a mí como un personaje de una película de esclavos, con un extremo del cinturón de la marina enrollado en la muñeca y el otro, el de la hebilla, balanceándose en el aire. Lo lanzó contra mí, y lo esquivé. Me dio en el hombro, y la hebi hebill llaa gol golpeó peó el ttec echo ho ddee la furgoneta con un sonoro sonoro « clanc» , dejando una marca en la pintura. Observé que se mordía la lengua y tenía los ojos casi desorbitados, como el día en que rompí las contravidrieras. De pronto me pregunté si ése sería su aspecto cuando hacía el amor (o lo que pasaba por  tal) con mi madre, si eso era lo que ésta contemplaba cuando estaba inmovilizada

debajo de él. El pensamiento me dejó paralizado con un estallido de asco tal que ol olvi vidé dé pr prot otege egerm rm e del si sigui guiente ente golpe. La hebilla me recorrió el rostro de arriba abajo, desgarrándome la mejilla y abriendo en ella un largo y profundo surco. Sangraba a borbotones. Tuve la  

sensació sensac iónn de que la m it itad ad de la ca cara ra y el cuello re recibí cibían an un baño de agua tib tibia. ia.  —¡Oh,  —¡O h, S Señor eñor!! —e —excla xclam m ó—. ¡Oh, Señor Señor,, C Char harli liee …! Tenía el ojo de ese lado cerrado por las salpicaduras de la sangre, pero le vi venir hacia mí. Avanzando un paso, agarré el extremo del cinturón y tiré de él. o esperaba tal maniobra y perdió el equilibrio; cuando quiso dar unos pasos apresurados para recuperarlo, le puse la zancadilla y cayó al suelo de cemento m anchado de grasa. Quizá habí habíaa olvi olvidado dado qu que e yuna o y a tienda no tení teníaadeccuatro uatro años años,, qu que noancha teníadonueve añosQuiz ni áestaba encogido en campaña, cone ylaa necesidad imperiosa de orinar, mientras él soltaba aquellas risotadas con sus amigos. Quizá había olvidado, o no había sabido nunca, que los niños crecen recordando rec ordando cada ca da gol golpe pe y ca cada da palabra burl burlona ona o desd desdeñosa, eñosa, qu quee los niños niños cr crec ecen en  quier  qui eren en devora devorarr vivo vivoss a sus padres. Un breve gem gemid idoo áspero eescapó scapó de su boca cuando se desplomó en el suelo. Abrió las manos para amortiguar el golpe, y al instante me apoderé del cinturón. Lo doblé y lo descargué sobre su gran trasero caqui en un sonoro latigazo que, probablemente, no le hizo mucho daño; sin em bargo profi profirió rió uunn gri grito to de sorpresa, y y o so sonreí. nreí. M Mee doli dolióó llaa m ej ill illa al hace hacerlo. rlo. Real ea lm ente m mee ha habí bíaa de dest stroz rozado ado aquel llado ado de la ca cara ra.. Se puso en pie cautelosamente.  —Dejj a e so, Charlie —m  —De —maa sculló—. Ir Irem em os a l m é dico par paraa que te dé unos  puntos en la her herida. ida.  —See rá m e j or que salude  —S saludess a los m maa rine riness que pase pasenn a tu lado, si tu pr propio opio hij hijoo  puede der derriba ribarte rte e n una pe pelea lea —re —repli pliqué. qué. Aquello le enfureció, y se precipitó hacia mí, pero yo le crucé la cara con el cinturón. Se llevó las manos al rostro. Dejé caer el cinto y le asesté un puñetazo en el estómago con toda la fuerza de que fui capaz. Soltó un profundo jadeo y se dobló hacia adelante. Tenía el vientre blando, más aún de lo que había supuesto. De pronto no supe si sentir asco o pena. Me pasó por la cabeza la idea de que el hombre a quien realmente quería hacer daño estaba perfectamente a salvo, fuera de mi alcance, protegido tras una coraza de años y años que jamás podría franquear. Se incorporó de nuevo, pálido y mareado. Tenía una señal roja en la frente, en el lugar donde le había golpeado con el cinturón.  —Está bien —dij —dijo, o, dando m e dia vuelta. Co Cogió gió un ra rastril strillo lo de púas dura durass que colgaba de la pa pare red—. d—. S Sii así lloo qui quier eres… es… También yo tendí la mano hacia un lado para agarrar un hacha pequeña que sostuve en alto.  —Así lo lo quiero —r —ree spondí spondí—. —. Da un paso y te ccorto orto la ccabe abezza, si puedo. Y así permanecimos, frente a frente, tratando de adivinar si hablábamos en

serio. Luego él dejó el rastrillo, y yo solté el hacha. No hubo amor en el gesto, ni en la m irada que nos cruz cruzam am os. os. Él nnoo di dijj o: « Si hhubi ubier eras as teni tenido do el val valor or de ha hace cer  r  algo así cinco años atrás, nada de esto habría sucedido, hijo… Vamos, te llevaré al bar de Gogan y pedi pediré ré que te si sirvan rvan una ce cervez rvezaa eenn la la trasti trastienda» enda» . Y yyoo no  

dije que lo lamentaba. Había sucedido porque yo ya era lo bastante fuerte. Lo ocurrido m in inut utos os antes nnoo ca cam m biaba biaba na nada. da. Ahora desea desearía ría haberle m atado a éél,l, si tenía que matar a alguien. Su cuerpo tendido en el suelo, entre mis pies, habría sido sido un ca caso so clásico de despl desplazam azamiento iento de im impul pulsos sos agre agresi sivos. vos.  —Vaa m os —di  —V —dijj o—, a ve verr si te ccura urann esa her herida. ida.  —Iréé y o sol  —Ir solo. o.  —No. Tehizo. Te ll llee var varé é y o. Y así lo Acudimos al servicio de urgencias de Brunswick, y el médico me dio seis puntos en la mejilla. Conté que había tropezado con un tronco y me había cortado con una reja para la chimenea que mi padre estaba limpiando. A mamá le explicamos lo mismo. Y ahí terminó todo. No hemos vuelto a discutir ni hablar del tema. Jamás ha vuelto a decirme qué debo hacer. Seguimos viviendo en la misma casa, pero evitamos cruzarnos en el camino del otro, como un par  de gatos viejos. Sospecho que él estaría muy bien sin mí… La segunda semana de abril me adm admit itieron ieron ddee nuevo en la escuela ccon on llaa aadvertencia dvertencia de que m mii caso continuaba en estudio y tendría que entrevistarme con el señor Grace diariamente. Se portaban como si estuvieran haciéndome un favor. ¡Un favor…! Era com comoo si m e hub hubieran ieran aarroj rroj ado ot otra ra vez al gabin gabinete ete del docto doctorr Cali Caligari. gari. Las cosas no tardaron en empeorar; las miradas que la gente me lanzaba por  los pasillos, los comentarios que suponía se hacían sobre mí en las salas de  profee sore  prof sores, s, e l hec hecho ho de que nadie nadie,, exc excee pto Joe, quisier quisieraa hablar habla r c onm onmigo… igo… P or  otro otro lado, lado, yo no m mee m os osttraba m uy col colaborado aboradorr ccon on Grace. Sí, chi chicos, cos, llas as ccos osas as se torcieron m muy uy pront pronto, o, y desde enton entonce cess van de m al en  peor. Sin Sin e m bar bargo go siem siempre pre he sid sidoo m uy a stu stuto to y no olvi olvido do las lec leccione cioness que he aprendido. Desde luego, me sé al dedillo la lección de que uno puede tomar la medida a cualquiera si tiene un palo lo suficientemente grande. Mi padre agarró ese rastrillo con la intención, presumiblemente, de trepanarme el cráneo, pero cuandoo yyoo agarré el hacha ssee ar cuand arredró. redró.  Nuncaa he vuelto a ver e sa ll  Nunc llaa ve ingl inglee sa, pero pe ro no im importa. porta. No he vuelto a necesitarla porque no era un palo lo bastante grande. Hace diez años descubrí que mi padre guardaba una pistola en su escritorio. A finales de abril empecé a trae raerla rla a la eescu scuela. ela.

 

30

Eché un vistazo al reloj de la pared. Eran las 12.30. Expulsé todo el aire de mis  pulmoness m  pulmone menta entales, les, pre prepar parándom ándom e pa para ra la re r e cta fina finall de m mii ca carr rrer era. a.  —Y a sí term ina la saga saga,, ccorta orta y brutal, de Ch Chaa rle rless Eve Evere rett tt Dec Deckke r —anunc —anuncié ié  —. ¿Alguna ¿Alguna pr pree gunta? En el e l siento aula, ba baj j o ti, luz mlie ortec ortecina los fluoresc fluorescentes, entes, Su Susan san Brook Brookss sus susurró: urró:  —Lo por tila, C Char harli e . ina de los Fue la voz del fue fuego go eter eterno. no. Don Lordi me miraba con una voracidad que me recordó Tiburón  por  segunda vez en el día. Sylvia fumaba el último cigarrillo del paquete. Pat Fitzgerald se concentraba en su avión, practicando cortes y dobleces en las alas de papel; su habitual expresión entre divertida y taimada había desaparecido de su rostro, sustituida por una mueca que parecía tallada en madera. Sandra Cross se hallaba sumida aún en un plácido aturdimiento. Y Ted Jones parecía pensar en otros asuntos, quizá en una puerta que había olvidado cerrar cuando tenía diez años, o un perro perr o al que una ve vezz había pr propi opinado nado un punt puntapié. apié.  —Sii eeso  —S so eess todo, ha ll llega egado do e l m om omee nto de sac sacar ar las c onclusiones fina finales les de nuestra breve pero instructiva reunión —afirmé—. ¿Habéis aprendido algo hoy? ¿Quién sabr sabría ía eexpon xponer er las conclus c onclusion iones es finales? V Vea eam m os. Les observé. obser vé. Na Nada. da. T Tem em í que no re resul sultara tara,, que no pudiera re resul sultar tar.. T Todos odos ellos tan tensos y fríos. Cuando te haces daño a los cinco años, lo anuncias al mundo con gran alboroto; a los diez, lloriqueas, pero cuando cumples los quince empiezas a tragarte las manzanas envenenadas que crecen en tu árbol del dolor. Es el camino occidental hacia el conocimiento. Empiezas a meterte los puños en la boca para acallar los gritos, sangras por dentro. Ellos habían llegado ya tan lejos… Y entonces Pocilga levantó la vista de su lápiz. Sonreía, una especie de mueca furiosa, la sonrisa de un hurón. La mano alzada al aire, los dedos aún cerrados en  Be-bop-bop-a-lula, a-lula, sshe’s he’s my baby . to torno rno a su út útil il de eescritura scritura ba bara rato to.. Be Después resultó más fácil para los demás. Un electrodo empieza a formar el arco y chisporrotear y, ¡chan!, ¡mire, profesor, el monstruo ha salido de paseo estaa noche! est Susan Brooks fue la siguiente en levantar la mano. Enseguida la imitaron Sandra, Grace Stanner, que la alzó delicadamente, e Irma Bates, que lo hizo con idéntica suavidad. Las siguieron Corky, Don, Pat, Sarah Pasterne… Algunos sonreían levemente; la mayoría tenía una expresión solemne. Tanis, Nancy

Caskín, Dick Keene y Mike Gavin, estos dos últimos famosos en la defensa de los Galgos de Placerville; George y Harmon, que jugaban al ajedrez juntos en la sala de estudios; Melvin Thomas, Anne Lasky. Al final todos tenían la mano alzada, todos, menos uno.  

Escogí a Carol Granger considerando que se merecía ese momento. Cualq ualqui uier eraa ha habrí bríaa pens pensado ado que ell ellaa sería qui quien en m ás probl problem em as tendrí tendríaa pa para ra hacer  hace r  el cam ca m bi bio, o, para cr cruz uzar ar el term inador, po porr aasí sí decirlo, decirlo, pero lo habí habíaa hecho casi c asi ssin in esfuerzo, como una niña que se muda de ropa entre los arbustos al caer el crepús cre púsculo culo en la fiest fiestaa ccam am pestre pestre de la clase.  —Caa rol, ¿¿cc uál eess la re  —C respuesta? spuesta? Mientras las palabras se llevó un dedo al hoyuelo del mentón, y unabuscaba arruga apareció en suadecuadas, blanca frente.  —Hem  —He m os de ay udar —dijo al ffin—, in—, hem os de ay udar a m ostrar a Ted dónde se ha equivocado. Consideré que era una manera muy elegante de exponerlo.  —Graa cia  —Gr cias, s, C Caa rol. Ella se ruborizó. Observé a Ted, que había regresado a la realidad. Los ojos le brillaban de nuevo,, pero est nuevo estaa vez reflej reflejaban aban confusi confusión. ón.  —Cre  —C reoo que lo m e j or ser seráá que m e convie convierta rta e n una e spec specie ie de c om ombinac binación ión de juez y fiscal —anuncié—. Los demás seréis testigos, y por supuesto tú serás el defensor, def ensor, T Ted. ed. Éste lanzó una carcajada.  —¡Oh,  —¡O h, Señor eñor!! —exc —exclam lam ó—. ¡Char ¡Charli lie! e! ¿Quién te c re rees es que er eree s? Estás m á s loco qu quee un cenc cencerr erro. o.  —¿Tiene  —¿ Tieness algo que de decir cir?? —pregunté. —pre gunté.  —Conm  —C onmigo igo no te vale valenn truc trucos, os, Char Charli lie. e. No pienso dec decir ir una m aldita pala palabra bra.. Guardaré mi declaración para cuando hayamos salido de aquí. —Su mirada  barrió  bar rió al resto re sto de la c lase con air airee ac acusador usador y desc desconfiado—. onfiado—. Y tendré tendr é m ucho que contar.  —¿S  —¿ Sa bes qué les pa pasa sa a los ssoplones? oplones? —dije c on voz dura dura,, a lo Jame Jam e s C Cagne agney. y. Levanté la pistola, la apunté a su cabeza y grité—: ¡Bang! Ted lanzó un chillido. Anne Lasky Lasky rió alegrem ente.  —¡Cállate!! —e  —¡Cállate —excla xclam mó T Tee d.  —¡Noo m  —¡N mee diga digass que m e ccaa ll llee ! —r —ree pli plicó có eell lla—. a—. ¿De qué tiene tieness ttaa nto mie miedo? do?  —¿De  —¿ De qué…? Ted abrió la boca. Los ojos casi se le salían de las órbitas. En aquel momento sentí lástima de él. En la Biblia se afirma que la serpiente tentó a Eva con la m anzana. ¿¿Qué Qué ha habría bría suce sucedid didoo si Ted se hubi hubier eraa vist vistoo obl obligado igado a ccom omer erla? la? Ted se le levantó vantó del aasi siento, ento, tem tembl blando. ando.

 —¿De qué tengo…? ¿De qué tengo…? —  —¿De —S Se ñaló con c on un de dedo do tré trém m ulo a Anne Anne,, que no se encogió—. ¡Maldita golfa estúpida! ¡Charlie tiene una pistola! ¡Está loco! ¡Ha matado a dos personas! ¡Las ha matado! ¡Y nos retiene aquí como rehenes!  

 —A m í no —t —tee rc rció ió Irm a—. Y Yoo habr habría ía podido sali salirr.  —Hem  —He m os apr apree ndido aalgunas lgunas c osas m uy int intee re resante santess sobre nosot nosotros ros m ismos, Ted —intervino Susan con frialdad—. No creo que hayas servido de gran ayuda, cerrándote en ti mismo y adoptando ese aire de superioridad. ¿No comprendes que ésta podría ser la experiencia más significativa de nuestras vidas?  —Es un a sesino —ins —insist istió ió Ted con voz tensa—. Ha m a tado a dos per personas. sonas. Esto no espara la televisión. personas van muertas a levantarse y regresar a los camerinos esperar la Esas siguiente toma.no Están de verdad. Y él las ha asesinado.  —¡Asesino  —¡A sesino de aalm lmas! as! —m —maa sculló de pronto P Pocilga. ocilga.  —¿Qué  —¿ Qué pre pretende tendes? s? —pre —preguntó guntó Dick Ke Keee ne—. Todo e sto ha re rem m ovido la mierda de tu estricta vidita, ¿no es cierto? Pensabas que nadie se enteraría de que odiste con Sandy, ¿verdad?, ni de lo de tu madre. ¿Has pensado alguna vez en hacerlo con ella? Te crees una especie de caballero. Yo te diré lo que eres: un  paj il iller lero. o.  —¡Tee sti  —¡T stigo! go! ¡T ¡Tee sti stigo! go! —exc —exclam lam ó ale alegre grem m e nte Gr Graa ce ce,, a gita gita ndo la m ano—. Ted Jones compra revistas de chicas desnudas. Le he visto hacerlo en el bazar de Ronnie.  —¡Niega  —¡N iega e so, T Ted! ed! —re —retó tó Har Harm m on con una sonrisa pe perve rversa rsa.. Ted se revol re volvi vióó com o un oso atado a un post postee par paraa diver diversi sión ón de los llugare ugareños ños..  —¡Yoo no m  —¡Y mee m asturbo! —dec —declar laróó a voz en grito.  —Yaa —m  —Y —murm urm uró Cork Corky, y, asque asqueado. ado.  —Apuesto  —Apue sto a que e n la c am a a pesta pestass —apuntó Sy lvi lviaa . Mi Mira rando ndo a Sa ndra ndra,, agregó— agre gó—:: ¿¿Apest Apestaa eenn llaa ccam am a?  —No lo hic hicim imos os eenn la ca cam m a —re —respondi spondióó Sandr andraa —. Estába Estábam m os eenn un coc coche he.. Y todo term inó tan deprisa…  —Sí,í, m  —S mee lo ffiguraba iguraba..  —Muy bien —inter —intervino vino T Ted ed poniéndose e n pie. Sudaba udaba—. —. Me m a rc rcho. ho. Estáis todos locos. Les contaré… —Se interrumpió y, con una extraña y conmovedora falta de coherencia, añadió—: No pretendía decir lo que antes comenté de mi madre. —Tragó saliva—. Puedes disparar contra mí, Charlie, pero no podrás detenerme. Voy a salir. Dejé la pistola sobre el cuaderno del escritorio.  —No tengo int intenc ención ión de dis dispar paraa r c ontra ti, ti, Ted, per peroo déj am e re recor cordar darte te que aún no has cum c umpl plido ido con ttuu debe deberr.  —Es cierto cie rto —dij —dijoo Dick Dick.. Y cuando Ted había dado ya dos pasos hacia la puerta, Dick se levantó de su

asiento, avanzó presuroso y le agarró por el cuello. En el rostro de Ted se reflejó una absoluta sorpresa.  —¡Eh, Dick D ick!! —m urm uró.  —See aaca  —S cabó bó eso de « ¡e ¡eh, h, Dick Dick!» !» , hij hijoo de pe perr rraa .  

Ted intentó propinarle un codazo en el vientre, pero sus brazos fueron inmovilizados rápidamente hacia atrás, uno por Pat y el otro por George Yannick. Sandra Cross se levantó lentamente de su pupitre y se acercó a él recatada y tímida. Ted tenía los ojos desorbitados, como si estuviera medio loco. Saboreé lo que se avecinaba como se saborean los truenos antes de una tormenta de verano… y el pedri pedrisco sco qque ue a veces la ac acompaña. ompaña. Sandra se detuvo delante de Una expresión devoción cruzó su rostro y desapareció de él. inmediato. Tendiódeuna mano y burlona, agarró a taimada, Ted por  el cuello de la camisa. Los músculos de la garganta de Ted se hincharon al intentar apartarse de ella. Dick, Pat y George le mantenían inmovilizado. Sandra introdujo lentamente la mano por el cuello de la camisa caqui y empezó a abrirla, desgarrando los botones uno por uno. En el aula sólo se oía el leve tic tic de éstos al caer al suelo y echar a rodar. Ted no llevaba camiseta. Su carne era lisa, y Sandra se inclinó como si fuera a besarla. Ted le escupió en la cara. Pocilga sonrió por encima del hombro de Sandra, el mugriento bufón de la corte con la amante del rey.  —P odría sac  —Podría sacar arte te los ojos oj os —am ena enazzó a Te d—. ¿Te das cue cuenta? nta? P odría sacártelo sacá rtelos, s, ¡po ¡pop!, p!, com o si fuera fuerann ac aceit eitunas. unas.  —¡Soltadm  —¡Sol tadmee ! Char Charli lie, e, ha hazz que m e …  —¡Es un c opión! —dec —declar laróó Sar arah ah P a sterne sterne—. —. Siem pre m ira m is hoj hojaa s de respuestas respuest as en lo loss exám exámenes enes de fr francé ancés. s. ¡S ¡Siem iempre! pre! Sandra perm anecía fr frent entee a él, aho ahora ra con llaa m irada baj a y un unaa son sonris risaa dul dulce ce que apenas le curvaba las comisuras de los labios. El índice y el corazón de su mano derecha tocaron ligeramente el resbaladizo salivazo que rodaba por su mejilla.  —Mira  —Mi ra —susurró Bil Billy ly Sa wy e r—, aaquí quí ttengo engo aalgo lgo para ti, ti, guapito. Se acercó de puntillas a Ted por detrás y le tiró del cabello. Ted lanzó un grito.  —Y tam ta m bién m iente re respec specto to a las vue vuelt ltas as que c orr orree en c lase de gim gimnasia nasia —  explicó Don con voz ronca—. En realidad dejaste el fútbol porque no tenías narices para jugar, ¿verdad?  —Por  —P or ffaa vor —supli —suplicó có T Tee d—, por fa favor, vor, Char Charli lie. e. En su rostro había aparecido una sonrisa extraña, y los ojos le brillaban con las lágrimas. Sylvia se había sumado al pequeño círculo que lo rodeaba. Debió de ser ell e llaa qui quien en le aara rañó ñó llaa ccara ara,, aunque aunque no lllegu leguéé a verlo. Se m oví ovían an aallre rededor dedor de T Ted ed eenn una espec especie ie de da danz nzaa lenta que rresul esultaba taba ccasi asi herm os osa. a. Los dedos ppin inchaba chabann y est estiraban, iraban, se form ulaban ulaban pregunt preguntas, as, se lanz lanzaban aban

acusaciones. Irma Bates le introdujo una regla por la parte trasera de los  pantalones.  panta lones. De re repente pente su ca cam m isa se desga desgarr rróó por la m ita ita d, y los dos re retales tales volaron hacia el fondo del aula. Ted respiraba con profundos y agudos estertores. Anne Lasky empezó a frotarle el puente de la nariz con una goma de borrar.  

Corky se escurrió hasta su pupitre como un ratón, encontró una botella de tinta y se la arrojó sobre el cabello. Un montón de manos se alzaron como pájaros y le em badurnaron badurnaron enérgi enérgicam cam ent ente. e. Ted rom pi pióó a ll llorar orar y proferir ffra rases ses ext extra rañas, ñas, iinconexas. nconexas.  —¿He  —¿ Herm rm a no del a lm lma? a? —exc —exclam lam ó P a t Fitz itzger geraa ld, que, sonriente sonriente,, golpea golpeaba ba levemente los hombros desnudos de Ted con un cuaderno—. ¿Ser mi hermano del alma? ¿Un deanos ventaja? ¿Un? poco de almuerzo gratis? ¿Sí? ¿Eh? ¿Eh? ¿Her Herm m anos anos? ? ¿Serpoco herm del alma alma?  —Aquí ti tiene eness tu m e dalla, hér héroe oe —dij —dijoo Dick Dick,, a l tiem tiem po que leva levantaba ntaba la rodillla para gol rodi golpear pearle le en la entrepi entrepier erna. na. Ted lanzó un grito. Volvió la vista hacia mí. Sus ojos semejaban los de un caballo que se ha roto una pata al intentar saltar una valla alta.  —Por  —P or ffaa vor… por ffaa vooor, Char Charli lie…, e…, por fa favooor… vooor… Y entonces Nancy Caskin le metió en la boca un puñado de hojas de cuader cua derno. no. T Ted ed int intentó entó escupirlas, pero Sandra volvi volvióó a eem m but butírselas írselas en la boc boca. a.  —Esto te te ense enseñar ñaráá a no esc escupir upir —af —afirm irmóó con tono de rrepr eproche oche.. Harmon se arrodilló y le quitó un zapato. Restregó la suela contra el cabello entint enti ntado ado de T Ted ed y lu luego ego la estam estampó pó en su ppec echo, ho, ddej ej ando un unaa enorm enormee y grot grotesca esca huella en él.  —¡Prue  —¡P rueba ba uno! —gra —grazznó. Titubeante, casi con timidez, Carol se subió sobre el pie desnudo de Ted y le clavó el tacón del zapato. Se oyó un crujido, y Ted rompió a llorar a lágrima viva. Parecía suplicar detrás de la mordaza de papel, pero no había manera de saberlo con seguridad. Pocilga se adelantó como una araña y, de pronto, le mordió la nariz. Se produjo un repentino silencio. Advertí que había vuelto el cañón de la pistola, que ahora apuntaba hacia mi cabeza, pero, naturalmente, aquelloo no hhabría aquell abría sid sidoo jjugar ugar li lim m pio. pio. Descar Descargué gué el ar arm m a y la colo coloqué qué con cuid cuidado ado en el cajón superior, sobre la guía del curso de la señora Underwood. Estaba completamente seguro de que todo aquello no entraba en absoluto en el plan de clase para el dí día. a. Todos sonreían a Ted, que había perdido ya su aspecto humano. En un abrir y cerrar de ojos todos parecían dioses, jóvenes, sabios y dorados. Ted no parecía un dios. La tinta le corría por las mejillas en gruesas lágrimas de color azul oscuro. Le sangraba el puente de la nariz, y un ojo le brillaba de forma extraña, sin mirar a ninguna parte. Entre sus dientes sobresalía la masa de papel. Resollaba. La hemos armado buena de verdad, pensé. Ahora sí nos hemos lanzado de

ll lleno. eno. La clase se aabalanz balanzóó sob sobre re Ted.

 

31

Indiqué a Corky que subiera las persianas antes de que salieran. Lo hizo con movimientos rápidos y bruscos. En el exterior parecía haber cientos de coches  patrull  patr ulla, a, m il ilee s de pe persona rsonas. s. F Faa lt ltaa ban tre tress m minut inutos os par paraa la una una.. El sol me hizo daño en los ojos.  —Adiós —d ijee .m uró Sandr  —Adiós —dij —mur —murm Sandra. a. Creo que todos se despidieron antes de salir. Sus pasos produjeron un ruido curioso, lleno de ecos, mientras se alejaban hacia el vestíbulo. Cerré los ojos e imaginé un ciempiés calzado con zapatillas de baloncesto. Cuando volví a abrirlos, el grupo caminaba por el verde brillante del césped. Habría preferido que utilizaran el sendero, pues a pesar de todo lo que había sucedido, seguía siendo un césped magnífico. La última imagen que recuerdo de ellos fue que sus manos estaban manchadas de tinta azul oscuro. La gent gentee les rodeó. Un periodista, olvidando toda precaución, eludió a tres policías y corrió hacia los chicos. La última a quien vi ser engullida por la multitud fue Carol Granger. Me pareció que se volvía un instante, pero no estoy seguro. Philbrick echó a andar impasible hacia el edificio. Por todo el lugar destellaban los  fl  flashes ashes  de las cámaras fotográficas. El tiempo se acababa. Me acerqué a Ted, que estaba sentado, con la espalda apoyada contra el verde encerado y las piernas abiertas,  baj o el tablón de anunc anuncios ios,, ll lleno eno de a vis visos os de la Socie ociedad dad Mate Matem m ática de orteamérica que nadie leía nunca y tiras de comic de Snoopy (el colmo del humor, a juicio de la difunta señora Underwood), junto a un póster con el rostro de Bertrand Rus Russel selll y una cit cita: a: « La gra gravedad vedad por sí ssol olaa dem demuest uestra ra la exist existencia de Dios» Dios» . S Siin em bargo cua cualq lqui uier er est estudi udiante ante de cr crea eación ción aún no ggra raduado duado ppodrí odríaa haber explicado a Bertrand Russell que, según había quedado demostrado, la gravedad no exis existte; la Ti Tier erra ra,, sencil sencillam lamente, ente, aabs bsorbe. orbe. Me acucli ac uclill lléé j unt untoo a T Ted. ed. Le qui quité té de la boca la bol bolaa de hoja hojass de m matem atem áti ática cass arrugadas arr ugadas y la arr arroj ojéé a un lado lado.. T Ted ed em pez pezóó a babea babearr.  —Tee d.  —T Tenía la m irada pe perdi rdida. da.  —Tee d —re  —T —repetí, petí, al ti tiem em po que le daba unos golpec golpecit itos os e n las m ej illas. illas. Él se encogió, encogi ó, m mirando irando en to todas das di dire recc cciiones, alo aloca cadam damente. ente.  —Tee pondr  —T pondrás ás bien —dij —dijee —. Llega Llegará ráss a olvidar que e ste día ha existi existido. do.

Ted emitió unos sonidos inarticulados, plañideros.  —O quiz quizáá no. Quiz Quizáá apr apree nder nderáá s algo de e ste día, Ted, tal vez sac sacar arás ás  provecc ho de éél.l.  prove ¿Ac Acaso aso eess im impos posib ible? le?  

Lo era, tanto para él como para mí. La proximidad con Ted empezaba a  ponerm  poner m e ne nervioso. rvioso. El intercomunicador quedó conectado con el habitual clic. Era Philbrick. De nuevo oí su pesada respiración.  —¿De  —¿ Deck ckee r?  —Aquí estoy.  —S  —Sa a l con m manos anos eenn alto. Exhalé un las suspiro.  —Baa j a tú a busca  —B buscarm rm e , P hil hilbric brickk. Estoy agota agotado. do. Estos a rr rree batos psi psicc óti óticos cos suponen un verdadero desgaste físico.  —Está bien —re —repli plicc ó ccon on tono seve severo—. ro—. E Em m pezar pezarem em os a lanz lanzaa r gase gasess de dentro ntro de un m minu inuto to..  —See rá m ej or que no —r  —S —repuse epuse m ira irando ndo a Ted. Él no m e devolvió la m ira irada, da, que continuaba fija en el vacío. Viera lo que viese allí, debía ser algo muy sabroso, pues seguía babeando—. Os habéis olvidado de contar las narices. Si lo hubier hubi erais ais hec hecho, ho, ssabr abrías ías que tod todavía avía que queda da uno aquí, conm conmig igo. o. Est Estáá he herido. rido. Estoo úl Est últi tim m o er eraa un eufem ism ism o.  —¿Quién ees?  —¿Quién s? —pre —preguntó guntó Philbrick Philbrick..  —Tee d Jones.  —T  —¿Qué  —¿ Qué her heridas idas ti tiene ene??  —See ha lasti  —S lastim m a do un pi pie. e.  —No está e stá aahí. hí. M Mientes. ientes.  —Yoo nunca te m e nti  —Y ntiría ría,, P hil hilbric brickk. ¿P or qué iba a quer queree r estrope estropeaa r nuestra m aravil ar avillo losa sa re relación lación con una m menti entira ra??  No hubo respuesta. re spuesta. Un j ade adeo, o, un sopl soplido, ido, un ca carr rraa speo.  —Baa j a aquí —invi  —B —invité—. té—. La pist pistola ola e stá desc descaa rga rgada, da, guardada guar dada en el c aj ón de dell escritorio. Podemos jugar un par de manos de póquer, y luego podrás sacarme ahí fuera y contar a los periodistas cómo me atrapaste tú solo, sin más ayuda. Quizá publiquen tu foto en la portada del Time  si lo organizamos bien. Cli lic. c. P hi hilbri lbrick ck había descone desconectado ctado eell in interc tercom omuni unica cador dor.. Cerré los ojos y me pasé las manos por la cara. Lo veía todo gris, absolutam absol utamente ente gris. Ni ssiqu iquiera iera un destell destelloo de luz luz blanca blanca.. S Sin in qu quee vini vinier eraa a cue cuento nto,,  pensé en la Noc Noche heviej viej a, ccuando uando todo el m mundo undo se aagolpa golpa eenn Tim Timee s S Squar quaree y grita como chacales mientras la bola luminosa desciende por la columna, dispuesta a alumbrar con su débil resplandor festivo los trescientos sesenta y cinco días siguientes en éste, el mejor de los mundos posibles. Siempre me he preguntado cómo sería encontrarse en medio de una multitud semejante, gritando sin poder 

oír tu propia voz, con tu individualidad borrada momentáneamente y reemplazada por la ciega marea empática de la muchedumbre bamboleante, llena de airada expectación, cadera contra cadera, hombro contra hombro, junto a nadie en particular.  

Em pecé a ll Empecé llorar orar.. Cuando Philbrick entró por la puerta, dirigió la mirada a Ted, ausente y  baboso, antes a ntes de posa posarla rla en m í.  —En nombre nom bre de D Dios ios bendito, ¿¿qué…? qué…? —em —empezó pezó a de decir cir.. Hice ademán de buscar algo tras el montón de libros y plantas colocados sobre el escritorio de la señora Underwood.  —¡A  —¡Aquí quí ttiene ienes, pol policía icía de m ier ierda! da! —exc —exclam lam é . Él disparó tress,veces.

 

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A QUIENES CORRESPONDA SER INFORMADOS DE ESTE ASUNTO SEPAN Y CONOZCAN POR LA PRESENTE QUE: CHARLES EVERETT DECKER ha sido declarado culpable por el Tribunal Superior, en la vista celebrada hoy, 27 de agosto de 1976, del asesinato premeditado de Jean Alice Underwood, así como del asesinato  prem  pre m e dit ditaa do de John Downe Downess V Vaa nce nce.. Según han dictaminado cinco psiquiatras del estado, el citado Charles Everett Decker no puede ser considerado en el momento actual responsable de sus actos, por razón de desequilibrio mental. Por ese m ot otivo ivo est estee Tribunal ha dec decidi idido do que sea interna internado do en eell hos hospit pital al eest statal atal de Augusta, donde se le someterá a tratamiento hasta el momento en que se le reconozca responsable de sus actos. Firmo de m i ppuño uño y let letra ra la pre present sente. e. (Firmado) JUEZ SAMUEL K. N. DELEAVNEY. En otras palabras, hasta que la luna se llene de mierda.

 

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Informe interdepartam nterdepartament ental al DE: Doctor Andersen A: Rich Rich Gossage, Sec Sección ción Admin Adm inis istrac tración ión TEMA: Theodore Theodore Jon Jones es Rich: Todavía soy reacio a someter a tratamiento de choque a este chico, aunque no acierto a explicarme las razones. Considéralo un  presentim  pre sentimiento. iento. Na Natura turalm lmente ente,, no puedo dar com o j usti ustific ficaa ción « un  presentim  pre sentimiento» iento» ante e l conse consejj o de dire direcc cción ión o a nte el tío tío de Jones, que  paga la factur fa cturaa (la cua cual,l, en una ins insti titución tución priva privada da c om omoo Woodlands, no resulta barata, como ambos sabemos). Si no observamos avances en las  próximas  próxim as c uatr uatroo o seis sem a nas, ini inicia ciare rem m os la ac acost ostum umbra brada da tera ter a pia de electrochoques, pero de momento me gustaría continuar con el programa farmacológico habitual, completado con algunas drogas no tan habituales. He pensado probar con la mescalina sintética y la psilocibina, si tú lo autorizas. Will Greenberger ha logrado interesantes éxitos con pacientes semicatatónicos, como bien sabrás, y estos dos alucinógenos han desempeñado desem peñado un papel m muy uy import importante ante en dicha terapia. Jo Jones nes es un caso m uy extraño. ¡Mal ¡Maldi dita ta sea, si pud pudiéram iéram os est estar ar seguros de qué suce sucedi dióó en esa aula después de que ese individuo, Decker, mandara bajar las  persianas!  per sianas! El diagnóstico ha cambiado; estado catatónico profundo con signos de deterioro. Debono reconocer con toda franqueza, Rich, que no albergo las mismas esperanzas que hace unos meses respecto a la recuperación de estee m uchacho est uchacho.. 3 de noviembre de 1976.

 

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5 de diciem diciem bre de 197 19766 Querid Quer idoo Ch Char arli lie: e: Me han comunicado que ya puedes recibir correspondencia, de modo que he decidido escribirte unas líneas. Quizá has reparado en que la carta lleva matasellos de Boston; tu viejo colega ha dado por fin el gran paso, y ahora tengo dieciséis horas de clase semanales en la universidad de aquí, la U. B. (que signi significa fica Universo de Basura asura). ). T Todo odo es ba bast stante ante sos soso, o, exc excepto epto la clase de inglés. El profesor nos ha mandado leer un libro titulado  El  cartero siempre llama dos veces, que es realmente bueno, y he conseguido un sobresaliente en el examen. La novela es de un tal James Cain. ¿La has leído? Tengo intención de graduarme en literatura inglesa. ¿Cómo te suena eso? Debe ser influencia tuya, pues siempre fuiste el cerebro de la pareja. Vi a tu madre poco antes de dejar Placerville. Me comentó ya estás curado y que te quitaron drenajes hace tres que ssem em anas. Mecasi alegré m ucho de de saber saberl lo. T Tam amlos bién biénúltimos m mee eexpl xplicó icó qu quee apenas hablas. Desde luego, sería una gran pérdida para el mundo si cerra ce rrara rass el ppico ico y te pasara pasarass el ddíía eencogi ncogido do en un rincón rincón.. Aunque no he vuelto por Placerville desde que empezó el semestre, Sandy Cross me envió una carta con muchas noticias sobre todos los de allí. (¿Serán capaces esos cerdos de censurar esta parte? Apuesto a que leen todas las cartas que recibes). Sandy ha decidido no entrar en la universidad este año. Se limita a dar vueltas por ahí, esperando a que suceda algo, supongo. Salí con ella un par de veces el verano pasado, pero nota» noté é un dist ante.y.M Me e pidi pidió ó qu que dije dijera racedi «dió hol hola» a» ,Poc de ilga. m modo odo que «lahol hola» de poco par parte te di destante. Sand Sandy. Qui Quiz zá sepa sepas se llooteque su suce ó con Pocil ga. Nadie  podía c reer re erlo lo eenn P lac lacer ervil ville. le. Él y Dick Ke Keee ne [la pa parte rte que sig sigue ue ha sido sido censurada por los posibles efectos nocivos sobre la tranquilidad del  paciente]  pac iente],, de m a ner neraa que nunca se sabe por dónde va a salir la gente gente,, ¿¿no no te parec parece? e? El discurso de final de curso de Carol Granger fue publicado en la  Adolescente entess. Si revista  Adolesc Si nnoo rec recuerdo uerdo m mal, al, ssee titul itulaba aba « La int integridad egridad  personal  per sonal y una re respuesta spuesta norm al a ésta ésta»» , o a lguna tont tontee ría por el e sti stilo. lo.  Nos lo habríam habría m os pasa pasado do bien cr crit itica icando ndo ese tra trabaj baj o, ¿¿ver verdad, dad, Char Charli liee ? ¡Ah, sí! sí! Otra cosa; Irm a Bates está sali saliendo endo con un unaa especie de hippie

de Lewiston. Creo que incluso participaron en una manifestación cuando Robert Dole visitó Portland durante la campaña para las próximas elecciones presidenciales. Irma y su chico fueron arrestados, y les soltaron cuando Dole se hubo marchado de la ciudad. Supongo que la  

señora Bates no entiende nada de lo que está sucediendo. ¿Imaginas a Irma intentando agredir a Robert Dole con un cartel de Gus Hall, el comunista? Ja, ja, realmente me muero de risa. También tendremos que celebrarlo, Charlie. ¡Caramba!, a veces echo de menos tu maldito culo, muchacho. Grace Stanner, ese encanto de chica, va a casarse. El acontecimiento también ha causado sensación en la ciudad. Nos ha dejado pasmados. [Lo que sigue ha sido censurado con el fin de evitar   posibles e fectos  posibles fe ctos per perjj udiciale udicialess sobre el e quil quilibrio ibrio del pac paciente.] iente.] En cualquier caso, nunca se sabe qué clase de tonterías hará la gente, ¿verdad? Bueno, creo que esto es todo por el momento. Espero que te traten  bien, am igo, y que salga salgass de ahí cua cuanto nto a ntes. Y si por fin te perm per m ite ite n recibir visitas, quiero que sepas que seré el primero en la cola. Somos m muchos uchos llos os qque ue te aapoy poyam am os, os, C Charli harlie. e. T Tee apoy am os a top tope. e. La gente no ha olvidado, Charlie. Ya sabes a qué me refiero. Tienes quee creerme. qu Con ca cariño, riño, ttuu am igo, igo,

 

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Desde hace casi dos semanas no tengo sueños desagradables. Hago muchos rompecabezas. Me dan natillas de postre, y aunque me repugnan las como. Creen que me gustan. Así pues, vuelvo a tener un secreto. Por fin vuelvo a tener  un secreto. Mamá me ha enviado el anuario de la escuela. Todavía no lo he desenvuelto, quizá lo haga. Tal vez lo abriré semana de queúltimo viene. curso Creo que seré capaz depero mirar todas las fotografías de los laalumnos sin temblar en absoluto. Lo haré muy pronto, en cuanto me convenza de que no encontraré ninguna mancha en sus manos, que sus manos estarán perfectamente li lim m pi pias, as, sin rest re stos os de ti tint nta. a. Quiz Quizáá la próxima sem ana estaré seguro de eell llo. o. Respecto a las natillas, se trata sólo de un pequeño secreto, pero tenerlo me hace sent sentir ir me mejj or or.. Me hace sent sentir ir de nuevo com comoo un sser er humano. huma no. Eso es todo. todo. Ahora he de apaga a pagarr la luz luz.. B Buena uenass noches.

 

STEPHEN EDWIN KING. Nacido en Portland, Maine, Estados Unidos, 21 de septiembre de 1947, es un escritor estadounidense conocido por sus novelas de terror. Los libros de King han estado muy a menudo en las listas de superventas. En 2003 recibió el National Book Award por su trayectoria y contribución a las letras estadounidenses, el cual fue otorgado por la National Book Foundation. King, además, ha escrito obras que no corresponden al género de terror, incluyendo las novelas  Diff  Diffee rent Seasons, El pasill pasillo o de la muerte, mue rte, Los ojos del  dragón, Corazones en Atlántida y su aut  La Torre autod odeno enom m inad nadaa « m agn agnum um opu opuss» ,  La Oscura. Durante un periodo utilizó los seudónimos Richard Bachman y John Swithen.

 

Notas

 

[1]  Un año y medio más tarde vi por televisión un anuncio en que un tipo apunta con un fusil un candado colgado en un tablero. Incluso aparece un plano a través de la mira telescópica. El candado es de una marca conocida, no recuerdo cuál. El individuo aprieta el gatillo, y se ve saltar el candado, mellado y aplastado, con el mismo aspecto que el viejo Titus cuando lo saqué del bolsillo. El anuncio muestra lo que sucede a velocidad normal y luego lo repite a cámara lenta. La  primer  prim eraa y única vez que lo vi tuve que m ete eterr la c abe abezza entre entr e las pier piernas nas y vomitar entre mis tobillos. Entonces me llevaron a mi habitación. Y al día siguiente mi psiquiatra favorito, que había encontrado una nota referida al hecho, m e dijo: « Me he enterado de qu quee aayy er sufris sufristte una re reca caíd ída, a, C Charli harlie. e. ¿¿Qui Quier eres es que hablem hablem os ddee eelllo lo??» . Pe Pero ro no pu pude de hac hacerlo. erlo. Nun Nunca ca he si sido do capaz de habl hablar ar de ese asunt asunto. o. Hasta hoy. < <

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