Rabade Romeo Sergio - Teoria Del Conocimiento

March 28, 2017 | Author: Erick Morales Torrez | Category: N/A
Share Embed Donate


Short Description

Download Rabade Romeo Sergio - Teoria Del Conocimiento...

Description

V r

T

p

e

a

h

o

D

F

é

S

p

o

r e e X

t

a

t

o

t

u

S

a

h

o r

u

q

u

e

e

Diseño de cubierta Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.

1." edición 1995. 2.' edición 1998. 3."" edici&p;Í002. 4.a e~ncjoW2óto. ©Sergio Rábatte"Ro'rnero, 1995 .

.;

.

.~

.~

~

~

.

© Ediciones 'Ab.í. S. A., 1995 Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.; 918 061 996 Fax: 918 044 028

www.akal.com ISBN: 978-84-460-0550-6 Depósito legal: M. 27.797-201 O Impreso en Lavel, S. A. Humanes (Madrid)

Teoría del conocimiento Sergio

Rábade

®

a k al

Romeo

Índice general

Nota preliminar . . . . . . . . . . . . . . . . . .

7

l. Prenotandos a una teoría del conocimiento

9

l. l. Hacia el planteamiento del problema del conocimiento, 9. 1.2. Perspectivas actuales del problema del conocimiento, 11. 1.3. ¿Tiene sentido una teoría general del conocimiento?, 13.

II. El punto de partida de la teoría del conocimiento; la actitud crítica. . . U. l. Planteamiento, 17. II.2. Funcio nes de la actitud crítica, 19. U.3. Algunos

17

perfiles de la actitud crítica, 21. 11.4. Reflexión final, 27.

III. Caracteres y noción de conocimiento.

. . . . . . . . . . . . . . . .

31

111.1. El conocimiento como actividad humana, 32. III.2. Caracteres del conocimiento, 33. III.3 . La relación sujeto-objeto como característica fundame ntal del conocimiento, 37. III.4 • . Noción provisional de conocimiento, 39.

IV. Experiencia y conocimiento.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

43

IV. l. Marco ge neral, 43. IV.2. 1mportancia de la experiencia como dimensión humana y como sustrato del conocer, 44. IV.3. Hacia la noción de experiencia. Caracteres de la experiencia, 46. IV.4. Principales mediaciones en los procesos experienciales, SO. IV.5. Experiencia y conocimiento sensoperceptual, 53. IV.6. ¿Una definición de la experiencia?, 55

V . El planteamiento trascendental del conocimiento: los elementos a priori

57

V. l. Insuficiencia de l planteam iento experiencia! del conocimiento, 57. V.2. Introducción al a priori en Kant, 58. V.3. Noció n y función de los elementos a priori, 60. V.4. Niveles de a priori en Kant, 62. V.5. La apercepción trascendental, 68. V.6. Conclusión, 68.

VI. Planteamiento trascendental desde la conciencia y el sujeto. . VI. l. El planteamiento trascendental, 71. VI.2. ¿Sinonimia entre conciencia

71

y sujeto?, 74. Vl.3. Hacia la noción de sujeto, 76. Vl.4. Del sujeto sustancial

al sujeto trascendental, 77. VI.S. El sujeto trascendental, 79. VI.6. El sujeto trascendental en Kant, 79. VI. 7. El sujeto trascendental en Husserl, 80.

VII. Sujeto y cuerpo

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

85

VII. l. Introducción, 85. VII.2. Actitud de la filosofía respecto del cuerpo, 87. VII.3. La redención del cuerpo, 89. VII.4. De qué cuerpo tratamos, 91. Vl1.5. Funciones gnoseológicas del cuerpo. El cuerpo en función subjetuaJ, 93.

VIII. Consideración del conocim iento desde la dimensión social del hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

97

Vlll.l. Introducción, 97. VIII.2. Importancia para el conocimiento de la dime nsión social del hombre, 99. VIII.3. Vehículos de interconexión entre hombre y sociedad, 103. VIII.4. El condicionamiento social del conocimiento, 104. VIII.S. Carácter apriórico de los condicionamientos sociales, 108.

IX. Lenguaje y conocimiento

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

11 1

IX.l. La importancia de la perspect iva lingüística, 1 11. IX.2. Importantes funciones cognoscitivas del lenguaje, J 12. IX.3. Un modelo en la relación de conocimiento y lenguaje: Wittgenstein, 1 15. IX.4. El punto de vista lógicosemántico en el Tractatus, 116. IX.S. El punto de vista semántico-pragmático desde las Investigaciones fi/osóf¡cas, 118. IX.6. Desarrollo posterior a Wittgenstein, 120.

X. Obj etividad y veJ:dad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

123

X. l. Importancia del tema, 123. X.2. El objeto de conocimiento, 124. X.3. Apunte sobre el desarrollo de la teoría del objeto en la modernidad, 128. X.4. Reflexión conclusiva sobre el o bjeto, 130. X.S. La verdad: planteamiento general, 131 . X.6. Panorámica general de planteamientos y concepciones de la verdad, 132. X. 7. Consideración gnoseológica de la verdad, 134.

XI. Verdad, certeza y crite rios.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

137

XI. l. Introducción, 137. XI.2. La certeza. Diversos ámbitos, 138. XI.3. El criterio. Planteamiento general, 141 . X1.4. Algunas referencias históricas, 142. XI.5. La evidencia y sus insuficiencias, 146. X1.6. Pluralidad de criterios de la certeza o verdad, 148.

XII. Conocimiento y racionalidad.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

151

XII. l. Introducción, 151 . XII.2. Aproximación al concepto de razón, 152. XII.3. Racionalidad y racionalización, 155. XII.4. Racionalización y categorías, 158. XII.5. Formas de racionalización, 160.

XIII. Los límites del conocimiento.

163

XIII. l. Planteamiento del problema, 163. Xlll.2. Configuración histórica de la noción de límite, 165. XIII.3. Consideración teórica del límite, 170.

XIV. El conocimiento y lo irracional.. . . . . . . . . . . . . . . . . . XIV. l. Presencia y actualidad del t ema de lo irracional, 175. XIV.2. Múltiples pe rs pectivas en el planteamiento de los irracionalismos. 177. XIV.3. Algunos datos históricos sobre lo ir racional, 183. XIV.4. Aproximación a la noción de irracional, 190.

175

Nota preliminar

Este libro, como salta a la vista por sus dimensiones, es un libro de carácter general sobre la Teoría del conocimiento. Cada uno de los temas que se exponen en los diversos capítulos merecería, prácticamente en todos los casos, una monografía más voluminosa que este libro. No pretende ser más que una introducción al estudio del conocimiento. Este carácter introductorio obliga a acercarse a los problemas funda~ mentales en la teorización del conocimiento, pero, al mismo tiempo, no exige, e incluso impide, la exposición exhaustiva de cualquiera de tales problemas. La selección de esos problemas, como necesariamente tiene que ser, está hecha desde la perspectiva de quien escribe el libro. Caben otras perspectivas, pero, desde cualquiera de ellas, sería difícil excluir nin; guno de los problemas a los que vamos a dedicar nuestra atención . Sí cabría incluir otros distintos o, acaso, convertir en problemas fundamen; tales algunos que aquí casi se quedan en simples referencias. El libro es -porque nos parece que tiene que ser- temático e históri; ca al mismo tiempo. Comulgamos con la opinión de quienes estiman que el recurso a la historia es imprescindible en el estudio y análisis de los grandes temas de la filosofía. Y el conocimiento es uno de esos grandes temas. Sin embargo, la historia es, fundamentalmente, un expediente de ayuda en la explicación de los temas. Y esta apelación a la historia adquie; re, en nuestro caso, especial relevancia en el diálogo con los grandes auto, res de la modernidad y del pensamiento contemporáneo, a los que, con todo derecho , corresponde el título y el mérito de haber sido los auténticos

7

creadores de la teoría del conocimiento. De ahí que no deba extrañar el diálogo con autores como Descartes, Locke , Hume, Kant, Husserl, filo~ sofías linguísticas ... N o es que contemos sólo con ellos, pero ellos tienen asegurada la presencia en este libro. Tratamos, no obstante, de que el diálogo con esos filósofos no exceda las exigencias de sus aportaciones a la configuración y acla-ración del tema concreto que se está estudiando. Así tiene que ser, si, según es nuestro deseo, el libro debe ser accesible a los estudiantes universitarios. Dada la ubicación de la disciplina de Teoría del conocimiento en los actuaLes planes de estudio de las universidades españolas, los alumnos deben ir simultaneando el estudio de esta disciplina con el de la filosofía moderna; y, por lo que se refiere a la filosofía contemporánea, es posible que , en el momento de asomarse a la teoría del conocimiento, sea bastan~ te exiguo el conocimiento que se tenga de filosofía contemporánea . Por eso, en muchos casos, hemos renunciado a posibles análisis de pro~ fundidad en aras de la claridad requerida para facilitar la comprensión mínima, pero suficiente, de los problemas que constituyen .los diversos temas de estudio .

8

I

Prenotandos a una teoría del conocimiento

1.1. HACIA EL PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

Que el problema del con ocimiento sea un problema que h a conquistado un puesto central y que ha ido ganando ámbitos de proyección en la filo, sofía moderna y actual, es evident e, como evidente es que el desarrollo mismo de la filosofía, desde Descartes hasta hoy, ha multiplicado las facetas y aristado los contornos del problema del conocimiento. Pero, aunque sea la filosofía moderna la que ha conferido novedad e importancia al proble, ma, ello no significa que haya estado ausente en etapas anteriores del pen, sar filosófico. En efecto, resulta normal que en una cult ura como la n ues, tra, en la que se definió al h ombre como el "anima l que posee lógos", el problema del conocimiento hubo de n acer con la cultura y con la preocu, pación por el hombre que esa cultura ostenta. Lo que sucedió es que, con la modernidad , se convirtió en núcleo y raíz del pensar, presentando múl, tiples encam aciones en los d iversos sistemas críticos que se fueron suce, diendo. Para el pensar antiguo y medieval era, en términos gen era les, un pro, blema subsidiario. La razón está en que, básicamente, se trataba de un pen, sar ontológico y, como tal, anclado en el ser, quedando, en tal caso, tanto el problema del conocimiento del ser como la actividad del ser que con oce, como algo apendicular y consecuencia!. Dicho en palabras que se h acen eco de Aristóteles: se pregunta origin almente qué es el ser y no qué es el conocer, ni tampoco, salvo contadas excepciones - sofistas, Sócrates, por ejemplo-, qué valor tiene nuestro conocer y nuestro h ablar del ser. A esto se suma, por otra parte, que, al ser el pen sar antiguo y medieval un pensar

9

desde el vector de la semejanza, al propio conocer se lo interpretaba, desde esta perspectiva, como asimilación, en la que la actividad cognoscitiva y el sujeto cognoscente se plegaban al ser en una reproducción asimilativa "for, mal", en el sentido aristotélico del término: conocer es conocer formas, "informarse". Con la modernidad el enfoque del problema del conocimiento va a cambiar radicalmente, al convertirse en el punto originario y originante de todo el filosofar. El conocimiento es el elemento fundamental en las rela, ciones del hombre con lo "otro". El método analítico de la modernidad, en sus diversas formas, va a someter el conocimiento al bisturí de considera, ciones críticas rigurosas: a) o bien desde un examen de la razón pensante y de sus contenidos/ideas (racionalismo); b) o bien desde La experiencia como generante de los contenidos de conocimiento y como conformadora de las leyes que los agrupan o combinan (empirismo); e) o bien desde la síntesis constituyente que trata de "dosificar" lo dado por la experiencia y lo puesto por el sujeto que conoce (Kant). Por otra parte, no conviene olvidar que este nuevo enfoque sólo se h ace cabalmente comprensible si no se deja de lado la ciencia que se desarrolla en sincronía con el nuevo estilo de pensar. Una c iencia a la que la filosofía vuelve los ojos en un cierto mimetismo que tiene su mejor campo de ejer, cicio en el plano metodológico. Así, el saber matemático -no las diversas disciplinas matemáticas cultivadas por Viera, Cavalieri y Fermat- será el troquel sobre el que se configure el análisis racional de la filosofía conti, nental que va de Descartes a Leibniz, al igual que la físico-matemática de Boyle y de Newton será la pauta del método empírico con el que tanto los clásicos del empirismo como la mayoría de los ilustrados irán a la búsqueda de las leyes de los fenómenos, búsqueda que dejará insatisfecho a Kant y le exigirá el revolucionario esfuerzo de una fundamentación trascendental de las leyes del conocimiento científico. Asimismo, es imprescindible no olvidar que, en el enfoque moderno del problema del conocimiento, el interés se centra más en el conocimiento en cuanto actividad y contenidos de un "yo" o de una conciencia que en las . cosas sabidas o conocidas. Y ello es as(, al menos en buena medida, porque progresivamente, por imposición epocal, se va admit iendo que el "conocer cosas" se debe encomendar a las ciencias que se van particularizando, míen~ tras que la filosofía, sobre todo en su planteamiento originario, debe reser, varse como inenajenable el "conocer del conocer". Por eso -insistimosla función modélica de la ciencia se cumple y absuelve en e l terreno del método, pero n o en la configuración y delimitación de los contenidos de la filosofía. El filósofo, si n o renuncia, sí recorta sus aspiraciones a saber de la

10

naturaleza, para cen trarse en un "saber de sí mismo", anucleando cada vez más ese saber en torno a la conciencia-sujeto, a la razón cognoscente. Si le pedimos prestada una idea a Kant, diremos que no se interesa por los hechos de la razón, sino por la razón misma. Kant es el autor donde estas perspectivas adquieren perfiles de rigor nunca alcanzados hasta entonces, llevando a culminación la potenciación del sujeto con sus estruct uras aprióricas, como veremos en cap(tulos poste~ riores.

1.2. PERSPECTIVAS ACTUALES DEL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO ¿Cuál es la situación actual? Pues bien, frente a la t radición de esos dos siglos de pensamiento gnoseológico moderno, el problema del conocí~ miento se ha enriquecido y también se ha complicado. Exponemos suma~ riamente la situación. El enriquecimiento advenido a la consideración actual del problema del conocimiento se ha originado tanto desde el campo estricto de la filosofía, como desde o tros campos afines o limítrofes con la filosofía. Desde el campo estricto de la filosofía, la mayor aportación teórica ha llegado desde la fenome nología. En efecto, el método fenomen ológico ha contribuido tanto a una mejor descripción de los procesos del conocer, como, incluso, a una nueva comprensión del papel del sujeto o de la concien cia. Todo está en la línea trazada por Kant, pero se aquilatan posturas. Al margen de esto, la fenomenología hizo definitivamente de la intencionalidad uno de los elementos del que no cabe prescindir en cualquier intento de comprensión del conocimiento. Una intencionalidad entendida como arco abarcante de los tres elementos que, según Husserl, integran el esquema fundamental del conocer: ego-cogito-cogitatum, yo-pienso-lo pensado. Un cogitatum (lo pensado) aprehendido y, al mismo tiempo, constituido "en sentido" en el pen~ samiento desde el Yo, como foco de irradiación de sentido. Tampoco cabe ignorar que, a pesar del rigor crítico con que Husserl realizó tales plantea~ mientos, e llo, sin embargo, no lo llevó a un trascendentalismo alejado de la realidad, ya que, aparte de su imperativo de que hay que volver a las cosas mismas, se debe subrayar la importancia que confirió al mundo de la vida (Lebenswelt). Otra aportación importante para la compren sión actual del problema del conocimiento viene del ámbito de las filosofías lingüísticas, tanto de las de carácter formalista, como de las que centraban sus análisis en el len, guaje ordinario. A unque h abremos de ocuparnos de esto en su momento, se pueden adelan tar algunas observaciones. La punta de lanza fue el forma;

11

ii5-mo que ha irrumpido con fuerza en el pensamiento contemporáneo. No hay novedad en la presencia de los formalismos. La n ovedad está en el rigor de tales form alismos y en la amplitud de su aplicación, unido todo e llo a una cierta actitud de exclusivismo inquisitorial protagonizada, en su día, por el neopositivismo lógico. Si el rigor es siempre bueno, no lo es, en cambio, el empobrecimiento del conocimiento, cuando el con ocimiento válido se reduce únicamente al lecho procústeo de las proposiciones analít icas o de las proposiciones empíricas susceptibles de verificación. Por eso, el formalismo extremo se agotó en su propia esterilidad, dejando paso a la pluralidad de juegos de lenguaje y al análisis del lenguaje ordinario. Todo ello · ha llevado a subrayar, en algunos casos muy innovadoramente, las estrechas relaciones entre conocimiento y lenguaje, destacando la dimensión verbal de nuestro conocer, sin que, por supuesto, se h aga preciso reducir el conocimiento a sus expresiones. Este encuentro entre filosofías del lenguaje y teorías del conocimiento se hizo especialmente interesante y fecundo desde el campo de la semántica y de la pragmática. Entre las aportaciones que pueden parecer periféricas a las disciplinas filosóficas nucleares, no cabe dejar de lado la Sociología del conocimien to. Este enfoque del conocimiento, que apareció con enorme pujanza, tanto a uno como al otro lado del Atlántico, aunque se haga preciso reconocer que ha perdido fuerza en los últimos años, ha dejado, sin embargo, una profunda impronta en los planteamientos gnoseológicos. En primer lugar, por el reconocimiento del fuerte impacto que ejercen en nuestro conocimiento los con dicionantes sociales, tanto en cuanto a los contenidos como en cuanto a la valoración de los mismos; y, en segundo lugar, por el carácter trascendental que se h a concedido a algunos de estos condicíonamíenos sociales, según se echa de ver, por ejemplo, en determinados representantes de la Escuela de Frankfurt. Hoy no cabe hablar del conocimiento humano sin tener en cuenta el contexto social en el que el sujeto individual se desenvuelve. Por otra parte, también desde una c ierta periferia, ha in cidido sobre el modo de plantear el conocimiento la psicología cognitiva. No podía ser menos, aunque la novedad deba calificarse sólo de relativa, ya que, sin caer en psicologismos de ningún tipo, no cabe duda de que no es posible una adecuada comprensión del hecho dei conocimiento, si no se tiene en cuen~ ta la perspect iva psicológica en los procesos mediadores que van desde la recepción de un estímulo perceptual hasta los conceptos, ideas, juicios, etc., del más destilado ejercicio de la inteligencia o razón. En consonancia con lo que estamos diciendo, cabe afirmar que la ínter~ pretación actual del hecho del conocimiento está sometida a una doble

12

tensión: por una parte, el acrecentamiento de la importancia que se con~ cede a la experiencia, en alejamiento de intelectualismos o formas de racio~ n a lidad que tendían a volver las espaldas a la experiencia sensoperceptual como fuente originaria de los datos cognoscitivos. La atención hoy dedica~ da a la percepción certifica esta orientación. Pero, por otra parte, los rigorismos de ciertas formas de aná lisis tienden a situar el estudio del hecho del conocimiento en puntos o momentos distantes de ese foco original del con ocer, es decir, de la experiencia, con peligro de empobrecimiento de los contenidos de nuestros actos y contenidos cognoscitivos. A esta doble ten sión se suman otros factores que no pueden menos de comp licar el acercamiento al hecho del conocimiento. Un ejemplo claro es la enem iga que se ha declarado al sujeto con todas las teor ías de la deconstrucción, que, b ásicamente, es deconstrucción del sujeto y, por tanto, del sujeto cognoscente. Con ello la relación sujeto- objeto, considerada frecuentemente como la primera etapa en la explicación del con ocí, m iento, deja de ser un presupuesto claro para devenir en problema. De ah í que las múltiples maneras con las que el trascendentalismo h abía sentado sus cuarteles en la teoría del conocimiento deban ser sometidas a revisión, ya que la mayor parte de las perspectivas del t rascendentalismo se referían a las estructuras y din amismo del sujeto. Así, por eje mplo, se hace preciso incorporar a la subjetualidad cognoscitiva la corporalidad , el contexto social y la dimensión lingüística. Tampoco debe olv idarse que la explicación del con ocimien to no pre, tende hoy ser una búsqueda de certezas, ni siquiera, al men os in recto, de la verdad. Se admiten diversas formas de verdad, según las perspectiva en que el estudioso se sitúe. Por eso, más que de verdad del conocimiento, se habla de objetividad, entendida como la capacidad que tienen mis actos de cono, cimiento de revelarme algo de la realidad. Y, por supuesto, esa realidad que se me revela no es, en principio, de carácter esen cial, ya que el conocimiento, tanto por los datos de experiencia donde se origina, como por las mediaciones a las que tales datos deben someterse, está en los antípodas de las revelaciones esencialistas, propias de gnoseologías instaladas en el rea, lismo natural o ingenuo. 1.3. ¿TIENE SENTIDO UNA TEORÍA GENERAL DEL CONOCIMIENTO?

Pudiera parecer una pregunta superflua, ya que una respuesta negativa haría inútil el propósito de escribir este libro. ¿Es clara, enton ces, la res, puesta afirmativa? Evidentemente, sí lo es en nuestro caso, pero esto n o n os d ispensa de algunas explicaciones o justificaciones.

13

Partamos de una afirmación que n o con viene perder de vista: la división de la filosofía en las diversas disciplinas filosóficas, tal como acontece en la universidades españolas, tiene mucho de convencional, por más que no se pueda negar su carác ter práctico y sus consecuencias didácticas. Pero, de hech o y de derecho, muchas zon as de las fronteras entre tales disciplinas son frecuentemente borrosas. Y esto acontece, n o sé si de forma especial, con la teoría de l conocimiento. En efecto, es borrosa su fron tera con determinados problemas de la lógica y, sobre todo, de la meta- lógica. Comparte, asimismo, algunas zonas con la psicología en el estudio de diversos temas, particularmente en la necesaria referencia que la teoría del conoc imiento t iene que h acer a los procesos de conciencia. A su vez, la filosofía del lenguaje trata, sobre todo desde la semántica y la pragmática, problemas que son comunes con la teoría de l conocimien to. La p ropia metafísica, entendida en sen tido generoso, se aden tra por territorios de los que se ocupa también la teoría del con ocimien to. E incluso, según dejamos apuntado, la sociología, como sociología del conocimiento, se ocupa del conocimieto desde una perspectiva social. De ahí que nuestra disciplina, - reconocidas sus estrechas relacion es con todas estas asign aturas, deba configura r los perfiles que, sin separarla, la distingan de las demás. Pero h ay algo más: el problema de la epistemología o epistemologías y su relación con la teoría del con ocimiento. La denominación "teoría del conocimien to" es hoy, por ejemplo, una denominación prácticamente in existente en el mundo anglosajón. Ha sido sustituida por la "epistemología" 1. Y el problema puede n o ser de puro nombre, sino que, en él, podemos estar ante el propósito de eliminar una teoría general del conocimiento en favor no tanto de una epistemo logía gen eral, ya que en este caso sí podríamos estar ante una simple cuestión de nombre, sino que estaremos ante la disolución de la teoría general del conocimiento en las múlip les epistemologías de los diversos saberes. Frente a esto, en el ambiente continental hay una clara distinción entre la teoría del conocimiento o gnoseología, como estudio básico y general del con ocer, y la epistemología, que, si t ien e un cierto carácter general, equivale a la exposición de la con cepción y métodos de todo saber cien tífico, y, si es una epistemología particular, se referirá en exclusiva a un derterminado ámbito científico o ciencia concreta: así, puede haber una epistemología de las ciencias formales, de las ciencias sociales, de la física, de la biología, etc. La pregunta que se impon e es: ¿hacen inútil las epistemologías la teoría general del conocimiento? A n uestro juicio, radicalmen-

1 Cfr.

BUNGE, M., Epistemología. Ariel, Barcelona, 1980, pp. 13- 27.

14

re no. Cada epistemología se refiere a un terreno acotado del conocimiento y, en su tratamiento, da por sabido lo que es conocer, clases de conocimiento, procesos cognoscitivos, objetividad, etc. En rigor, cada epistemología está haciendo aplicación a ese ámbito del saber de un cúmulo de presupuestos, de cuya explicación o justificación el epistemólogo se consiJ.era dispensado. Por consiguiente, hace falta alguien -el teórico del conocimiento-- que se encargue de estudiar, aclarar y justificar todo eso que el epistemólogo tiene que dar por supuesto. En consecuencia, n o sólo tiene sentido, sino que es necesaria la gnosevlogía: una disciplina filosófica que, dentro de la división convencional de la filosofía, se encargue de preguntarse en qué consiste eso que llamamos conocimiento, sin poner en cuestión el h echo mismo del conocer, ya que éste es un hecho primitivo, del que cualquier intento de justificación supon e ya la aceptación del h echo mismo. A partir de ah(, como esperamos que d desarrollo de este libro haga ver, h ay que enfrentarse a muchos problemas: formas y sentidos del conocimiento, valor de los diversos conocimientos, subjetualidad y objetividad, relación del conocimiento con la realidad , etc. Podríamos proponer esto mismo de una manera bastante distinta: la teoría del con ocimiento, como la mayoría de las disciplinas filosóficas, tiene como objeto de est udio al h ombre en su naturaleza y en sus aspectos din ámicos. La teoría del conocimiento se encarga de uno de esos aspectos dinámicos: el con ocimiento como puerta de comunicación del hombre (mente, conciencia, inteligencia, razón ... ) con lo "otro". El hombre se sien te y se \"ive como ser abierto a lo "otro", entrando en relación con lo "otro". No sería pertinente decir que el conocimiento es la única puerta de comunicación, ni ~iquiera, en algunos casos, afirmar que es la más importante. Pero sí podemos decir que es una puerta privilegiada. Y el privilegio consiste en que, pese a errores y defectos, es la vía de com unicación de la que cabe un mayor control. Si recogemos la caracterización del hombre por ellógos que n os legaron los griegos, en teoría del conocimiento vamos a estudiar la dimensión "lógica)! del hombre, sin despreciar otras que, sin embargo, no son objeto de este estudio . Más aún: hay que aceptar que no hay una pura actividad "lógica" o racional, sino que el hombre actúa como un todo. Pero, reflexiva y analíticamente, podemos desglosar esa dimensión y considerarla, según nos parece que es, como la principal y la rectora en muchas actividades del h ombre a las que, por eso mismo, llamamos cognoscitivas. No h ay pretensión alguna de reducir el hombre a razón, pero a la gnoseología le corresponde destacar esa dimensión.

15

Si toda la filosofía puede ser vista como una "digestión" racional de la realidad, enfrentándose interrogativamente con ella y tratando de descifrar el ::.entido o sentidos de eso que llamamos el mundo -material, espiritual, humano ...- hay, sin duda, aspectos importantes de ese enfrentamiento con la realidad que son competencia indelegable de la teoría del conocimien, to. Podemos comprobarlo en preguntas tan radicales como éstas: ¿qué sé de la realidad? ¿cómo sé que sé algo de ella? ¿cómo voy a decir algo de ella, si no sé si sé algo? Ahora bien, todas esas preguntas y muchas más que cabría añadir las hace un "yo" desde su mente, conciencia o razón. Por lo tanto, el acerca, miento cognoscitivo a la realidad presupone o, al menos, debe ir concomí, tante con preguntas similares sobre ese "yo", en una vuelta reflexiva hacia la interioridad para autoconocerme y medir mis fuerzas en el conocimiento de lo "otro". Es decir, el sujeto que conoce, por muchas que sean las deter, minaciones o condicionamientos a que esté sometido, es el yo. En él acon, tece ese h echo primario, original e indiscutible que es el conocer. Es una actividad del yo y, sin el autoconocimiento de éste, nos embarcaríamos por rutas inseguras hacia la explicación del conocimiento.

16

11

El punto de partida de la teoría del conocimiento: la actitud crítica

11. 1. PLANTEAMIENTO

Toda teoría del conocimiento, incluso aunque quisiera reducirse, con un planteamiento alicorto, a una mera descripción del conocimiento y de sus diversas formas, tiene que ser una teoría crítica, tanto en el sentido etimo~ lógico griego de discernimiento y enjuiciamiento, como en el sentido del semantema habitual de "crítica" como análisis valorativo, tanto positiva como negativamente, del conocer. Pues bien, si la teoría del conocimien~ to ha de ser crftica, la actitud con la que la debemos iniciar tiene que ser una actitud crítica. Desde ella hay que arrancar, y con ella de la mano hay que seguir a lo largo y ancho de todos los caminos que conduzcan nuestros pasos hacia el análisis y estudio del conocer en sus diversas formas, niveles, elementos y estructuras. Destaquemos que es una actitud, es decir, una toma de posición, un c ier, to tomar distancia de espectador frente al conocimiento. Esta actitud exige un esfuerzo reflexivo, porque se trata de enfrentarse con el conocomiento desde el conocimiento m ismo. No se trata, sin duda, de d iscutir el hecho del conocimiento, ya que tal discusión sería suicida. Es aceptar el hech o, pero sin prejuzgar, de entrada, su naturaleza, sus diversas posibilidades, su valor. De ahí, pues, que la actitud crítica se configure como actitud refle~ xiva, por la cual, dentro del conocimiento, planteamos un meta- conocí, miento, es decir, un conocer del conocer. No es su propósito poner en cues, tión el valor espontáneo y vital del conocer. En efecto, al margen de la actitud crítica, seguimos otorgando nuestra confianza al conocimiento, dando por descontado que el mundo, que las cosas, son tal como nos apa,

17

recen. Esta confianza espontánea en el conocimiento con la que operamos en la vida cuotidiana es la actitud natural. Ahora bien, incluso en la actitud n atural, la confianza que otorgamos al conocimiento t iene sus quiebras. H asta el h ombre menos crítico descubre día a día muchos errores en sus con ocimientos, descubre que certezas que le parecían indiscutibles se h an convertido en erróneas o que ha habido que relegarlas a la inseguridad de la duda. Y esto acontece tanto respecto de la certeza o seguridad en el conocimiento como respecto de la objetivi~ dad, porque, con frecuenc ia, descubrimos en nuestro conocer una enorme disparidad entre los contenidos de nuestros conocimientos y las cosas que suponemos "representadas" en esos contenidos. Es decir, sin necesidad de situarnos en posiciónes críticas, hay que aceptar fallos en el conocimiento. Luego, incluso en la actitud natural, no cabe una confianza absoluta en nuestro con ocimiento. Ante esta situación , se hace, sí n o necesaria, al menos posible y oportu~ n a una pregunta auténticamente crítica: ¿n o estarán sujetos a error todos nuestros conocimientos? ¿Cómo sé cuáles son verdaderos y cuáles n o lo son? Parece, sin embargo, que h ay conocimientos en los que alcanzamos seguridad y de cuya objetividad como reveladores de la realidad, dentro de ciertos límites, no parece normal adm itir dudas: basta referirse a la exis~ tencia de múltiples conocimientos científicos comprobados, por ejemplo, en expe rimentos, o confirmados por sus aplicaciones técnicas. En canse~ cuencia , parece que hay conocimientos fiables y conocimientos que no son susceptibles de esa fiabilidad. Acepto unos y rechazo otros. Pero, de entra~ da, puedo n o saber c uáles son las razones para aceptar unos, ni cuáles me llevan a rechazar los otros. Este estado de ignorancia o de duda debe conducirnos a una necesaria actit ud cautelar frente al conocimiento en general, antes de entrar a analí~ zar ningún ámbito de conocimiento concreto. Tal actitud cautelar es ya actitud crítica. Pero el teórico del conocimiento necesita profundizar en ella. Esta profundización n o debe circunscribirse al an álisis de los errores o dudas con que nos encontramos frecuentemente, sin o que necesita llegar, en la medida de lo posible, a la raíz última de la posibilidad del error y de la duda. Para ello es necesario h acerse problema de qué es el conocimiento, cómo se gesta, qué valor tiene , cuál es su capacidad reveladora de lo "otro", o sea, de la realidad. Es dec ir, no dar por sabido o por válido nada en nues, tro conocimiento, mientras n o an a licemos por qué consideramos sabido lo sabido y válido lo válido.

18

11.2. FUNCIONES DE LA ACTITUD CRÍTICA

¿Qué esperamos de la adopción de la actitud crít ica ante el conocimien, to? A unque la respuesta más clara la vamos a encon trar e n el epígrafe siguiente cuando nos refiramos a los grandes teorizadores o practicantes de la actitud crítica en la modernidad, parece, sin embargo, conveniente resu, mir nuclearmente las funciones que podemos y debemos esperar de una seria actitud crítica. Las resumimos en t res: purificar, delimitar, fundamentar. La tarea de purificación nos parece la función primaria y el presupuesto de las otras dos. Y es una purificación en una dirección doble: primero, referida a mis propios conocimientos; segundo, referida a aquellos conoci, mientas que n o se originan en mí mismo, sino que se me tratan de impo, ner desde el contexto c ultural, desde tradiciones o autoridades filosóficas, etc. En efecto, debo, en primer lugar, llevar a cabo una "fumigación" de mis propios conocimien tos, no en el sen tido de suprimirlos, ya que esto sería una tarea ficticia e incluso imposible, sino en el sentido de negarles mi confianza mientras n o hayan pasado por el cañamazo del análisis crítico. Téngase en cuenta que la persona que se enfrenta críticamente con el con ocimiento es una persona adulta; por consiguiente, está cargada de con ocimientos, de los cuales unos serán válidos, y otros, no. Pues bien, para iniciar el análisis crítico del conocimiento, lo correcto, por parte del estudioso, es poner en cuarentena todos sus conocim ien tos, en espera de encontrar unos principios, fundamentos, reglas o criterios desde los cuales poder decidir cuáles deben seguir contando con su con , fian za, y cuáles, no. Por otra parte, hay que tener e n cuenta que bastantes de esos conocí, mientos se han consolidado de tal manera que adquieren la fuerza deter, minante de los prejuicios. Sucumbir a esta determinación sería viciar todo el trabajo crítico. No obstante, hay que aceptar que la purificación de los conocimientos propios, muy especialmente de los que adquieren fuerza de prejuicios, es un ideal que, con frecuencia, se queda muy lejos de la realidad, porque es per, fectamente posible que nos liberemos de aquellos prejuicios de los que somos capaces de tomar conciencia, pero es muy difícil conseguir que afio, ren a la conciencia todos nuestros prej uicios. Y no sería extraño que los prejuicios que n o afloren sean los que más nos determinan. Nada de esto, sin embargo, debe detraernos del esfuerzo de autopurificación crítica del bagaje de conocimientos con que el pasado ha cargado n uestras alforjas. Pero no basta con esta tarea de purificación , sino que hay que liberarse también de conocimientos o principios que se n os imponen desde fuera,

19

=- - -: = ~ ;c:..:ialrnente desde el contexto cultural en que vivimos y desde tra,

..:::.::..._•nes, sobre todo filosóficas, con las que estamos familiarizados en mayor .:> menor medida. Asimismo, la Sociología del conocimiento ha sacado a luz el impacto condicionante o determinante de la sociedad sobre nuestro conocer. Se impone al teórico del conocimiento tratar de saber hasta dónde llega esa determinación o condicionamiento, a fin de salvaguardar el mayor nivel posible de independencia. Y otro tanto debe decirse del pro, pósito de liberarse de concepciones filosóficas o de tradiciones que pueden condicionar nuestro acercamiento crítico al conocimiento. S i coincido con algún filósofo, con alguna tradición, debe ser porque el análisis crítico del conocimiento me conduce a esa coincidencia. Esta liberación de contami, naciones externas h a tenido, en los albores de la modernidad, un espléndi, do expositor, que ha sido F. Bacon con la teoría de los idola y con la redar~ gutio phil,osophiarum (rechazo de filosofías) 1 • Ahora bien, si la actitud crítica sólo condujera a esta especie de purifi, cación bautismal de conocimientos y prejuicios propios y ajenos, no con, seguiríamos demasiado: sencillamente nos quedaríamos en disposición de echar a andar, pero no sabríamos hacia dónde ni para qué. Esto nos lo acla, ran las otras dos funciones. Consideremos la función de fundamentación: si queremos saber lo que vale el conocimiento, e incluso cada uno de nuestros conocimientos, hay que esforzarse por llegar al fundamento o fundamentos desde los cuales esa validación se hace posible. No seríamos sinceros si no dejáramos dicho que las diversas teorizaciones del conocimiento n o han tenido la fortuna de Ue, gar a un acuerdo sobre la determinación del fundamento o fundamentos. Lo cual no debe ser un motivo prematuro de escepticismo, sino indicio de la riqueza de perspectivas desde las cuales puede plantearse el conocimien, to humano, pudiendo las diversas perspectivas provocar distintos enfoques en la búsqueda del fundamento, que, en el fondo, suelen ser más comple, mentarios que contrarios, según habremos de ver en los capítulos corres~ pondientes. Con esto queremos también decir que importa más la actitud que las soluciones concretas. En tercer lugar, corresponde a la actitud crítica la atención a los límites del conocimiento. El tema será objeto de un análisis más pormenorizado en el c. XIII. Pero no cabe una actitud crítica sin tenerlo presente desde el pri~ mer momento. En efecto, no hacemos teoría del conocimiento sin más, sino que hacemos la teoría del conocimiento humano, ya que del conoci,

1

Cfr. BACON, F., N ov. O,-g., lib. I, aphor. 38-92.

20

miento propio de otros seres poco o casi nada es lo que sabemos. Pues bien, el con ocimiento de un ser limitado, como es el hombre, debe ser limitado. Pero esta afirmación general dice tanto que no dice nada. Gnoseoló~ gicamente hay que h acerse problema de los límites con cretos del conocer humano, y, admit ida la existencia de tales límites, se impone la tarea de señalarlos. Es significativo que en la modernidad, época en la que se cons~ tituye y desarrolla la teoría del conocimiento, el problema de los llmites del conocer se convierte en un tema medular, tanto desde la perspectiva de la certeza como desde la perspectiva de la objetividad. En conexión con este tema está e l problema de lo irracional o incognoscible como lo que está más allá de todo límite. Ahora bien, recogidas las tres funciones de la actitud crítica, hay que advertir que esa actitud crítica no se lleva a cabo sometiendo a análisis por~ menorizado cada uno de nuestros conocimientos. Ta l planteamiento con~ vertiría la actitud crftica en imposible por irrealizable. Descartes, en la 1 de sus Meditaciones Metafísicas, afirma que la atención analít ica debe dirigirse a los principios en que se funda todo con ocimiento, ya que, si se cuartean esos fundamentos, quedará cuarteado todo el edificio del conocer, hacién~ dose precisa una reconstrucción racional del mismo, según él lo va a hacer. En esta misma línea, teniendo en su punto de mira a Kant, Heidegger plan~ tea la actitud crítica de la siguiente manera: Crítica es el autoconocimiento de la razón puesta sobre y ante sí misma. De este modo, crítica es la realización de la racionalidad más interna a la razón 2•

En efecto, una actitud crítica que pretenda enfrentarse con la objetivi~ dad y valor del conocimiento tiene que ser una crítica de la inteligencia humana y de la razón misma. Y como la razón, entendida como el conjun~ to de las capacidades cognoscitivas humanas, no debe someterse a n ingún tribunal ajeno, tiene que ser ella la que, con stituyéndose en tribunal, se someta a sí m isma a juicio, descubriendo y analizando sus poderes y seña~ landa sus límites. En Kan t se llevó a extremo de perfección este modelo de actitud, según tendremos ocasión de ver en su momento.

11.3. ALGUNOS PERFILES HISTÓRICOS DE LA ACTITUD CRÍTICA

Acabamos de decir, de pasada, que la teoría del con ocimiento t iene que esperar a la modernidad para su auténtica constitución y desarrollo . Y, como

HEIDEGGER, M., La pregunta por la cosa. Trad. de E. García Belsunce y Z. Szankay. Sur, Buenos A ires, 1964, p. 120. 2

21

es obvio, el distinto modo de plantear el conocimiento conlleva la adopción de actitudes críticas que pueden ser distintas. Por ello pensamos que la.s funciones que hemos recogido sumariarnente en el epígrafe anterior pueden quedar iluminadas con algunas referencias a los autores que son hitos insoslayables en la historia de la teoría del conocimiento. Con criterio de austeridad selectiva, la referencias se van a limitar a Descartes, Locke, Hume, Kant y, más cerca de nosotros, HusserL Son los que consideramos más significativos. Para entender la actitud crítica de Descartes, es preciso hacer mención a las dos maneras básicas de plantear la teoría del conocimiento en la modernidad. O se hace una teoría del conocimiento centrada sobre el tema de la certeza, o se la hace atendiendo al terna de la objetividad. En el primer caso, el interés gira en torno a conseguir la certeza o seguridad de mis conocimientos, quedando en segundo nivel el tema de la objetividad, es decir, el valor yue Lienen mis conocimientos como reveladores de la realidad de lo conocido. Enfrente está el planteamiento contrario: hacer de la objetividad o valor de mi conocimiento el problema medular, dejando en segundo plano la certeza. Si de este segundo planteamiento el modelo es Kant, Descartes lo es del primero. A Descartes, pues, le interesa por encima de todo la certeza o seguridad subjetiva en los conocimientos que poseo y su actitud crítica está al servicio de este interés. Si ponemos la atención en las Medíta.ciones, veremos que, entre la I y la II, aparecen con toda claridad las funciones de purificación y fundamentación, quedando en equívoca penumbra la de delimitación. Para el Filósofo de Turena hay que comenzar por poner en cuarentena todos los conocimientos con que, desde la infancia, me he ido cargando, tarea que se realiza, no mediante un análisis detallado de cada uno, sino atacando los cimientos en que se apoyan. La realización de esto se lleva a cabo en la duda, a lo largo de la cual se van atacando esos fundamentos en proceso conducente a la duda universal 3 , que, sin embargo, no llega a ser tal, debido a la certeza indubitable del yo. Con la duda se logra un derribamiento y desescombro de mis conocimientos habidos hasta ese momento, ya que, por no estar críticamente fundados, son conocimientos de los que no puedo fiarme. A este proceso cartesiano de purificación crítica por la duda se hace inevitable la objeción que, con tanta frecuencia, se le ha echado en cara: éste no es un proceso real, porque Descartes no practica una duda real, sino

3

DESCARTES, R., Med. Meta{., L AT, VII, p. 17 y sgts.

22

metodológica, "inventándose" motivos de duda en su intento de universa~ lizarla. No se olvide que convertir la duda en real no resultaba aceptable para un autor leído y escarmentado en los escépticos franceses. En cuanto a la función de fundamentación, ésta aparece en la 11 de las Meditaciones cuando, tras recordar que, igual que Arquímedes sólo pedía un punto firme para mover el mundo, también él no necesita más que un fun~ damento firme e inconmovible para alzar sobre él el edificio de todas las certezas del conocimiento. Ese punto es la certeza del yo, del análisis de cuya riqueza noemática irá sacando paso a paso todos los elementos que constituyen ese edificio. ¿Entra la función de delimitación en la actitud crítica cartesiana? Sí y n o. Sí, en el sentido de que, en la línea de la ontoteología tradicional, acepta la finitud del yo-sujeto, y esa finitud ontológica implica una consecuencia! finitud en el conocer. Pero éste no es un auténtico planteamiento del límite del conocer. A lo más, cabría ver el límite en su criterio de la claridad y distinción, en el sentido de que lo n o ajustado a este criterio queda fuera del conocimiento cierto, que es el genuino conocimiento para Descartes. Pero, evidentemente, éste no es el único conocimiento. Locke es un autor relevante en la configuración de la actitud crítica. Supera a Descartes en tomar conciencia de la necesidad y del papel que, dentro de la filosofía, le corresponde a la teoría del conocimiento. De ahí que su Ensayo sobre el entendimiento humano haya podido ser considerado como el primer libro sistemático de gnoseología. En la "Epístola al Lector", que hace de prólogo de la obra, queda clara la primacía que concede a la teoría del conocimiento, primacía que, por otra parte, no afecta al primer puesto jerárquico que, dentro de la filosofía, correponde a la moral: Después de haber permanecido perplejos durante un rato, sin lograr acercarnos a la solución de aquellas dudas que nos tenían confundidos, se me ocu~ rrió que habíamos tomado un camino erróneo; y que, antes de empeñamos en investigaciones de esta naturaleza, se hacía preciso examinar nuestras pro~ pias actitudes y averiguar qué objetos estaban al alcance de nuestra inteligencia, y cuáles no lo estaban. Esto fue lo que propuse a los que me acompañaban, quienes manifestaron de inmediato su acuerdo; e inmediatamente se convino que ésta debería ser nuestra primera investigación. Sentada esta primacía genética en el desarrollo del saber, Locke se hace cargo de las funciones que hemos atribuido a la actitud crítica. La labor de purificación se manifiesta especialmente en el rechazo del innatismo: la mayoría de los filósofos de su momento afirmaban que los conocimientos fundamentales eran unos conocimientos primitivos y originales, que eran innatos. Siendo para él el innatismo una hipótesis gratuita, sus sisLemas están edificados sobre arena, no mereciendo, en consecuencia, crédito algu~

23

no. Frente a ellos, hay sabios ·- Boyle, Sydenham, Huygens, Newtonque, como auténticos arquitectos, construyen sólidos edificios de ciencia. En ese línea, en la misma "Epístola", Locke se atribuye el honroso papel de trabajar como obrero en limpiar y desbrozar el campo "de los escombros que estorban la marcha del saber" 4 • Desbrozado el terreno y rech azado el innatismo como origen y funda~ mento del saber, se impone buscar otro nuevo. Así se lo plantea en el lib. 1, c. 1, § 2, y en c. III, § 25. Y su formulación básica la encontramos en lib. II, c. I, § 2: la experiencia, entendida en la doble dimensión de observa, ción de los objetos sensibles externos y observación de las operaciones internas de la mente, es decir, la sen sación y la reflexión. Si importantes son los perfiles de la actitud crítica de Locke en la puri~ ficación y en la fundamentación del conocimiento, no menos relevante es la explicitación del problema del límite, aspecto que aquí sólo apuntamos, dejando su exposición para el c. XIII. Es el primer filósofo que convierte el tema del límite gn oseológico en cuestión fundamental, siendo con ello un claro antecedente de Kan t. En el § 2 del c. I del lib. 1, deja sentado con toda claridad que su propósito es investigar el origen , certidumbre y exten~ sión del conocimiento humano. Y, dos parágrafos después, insistirá en des~ cubrir hasta dónde llegan los poderes de la inteligencia humana, al cono~ cimiento de qué cosas se ajustan nuestras facultades y dónde éstas n os traicionan, aceptando que h ay cosas que n os sobrepasan y que, por tanto, hemos de permanecer en ign orancia de e llas. En este repaso de autores no podemos dejar de lado a Hume, aunque en él los perfiles de la actitud crítica estén lejos de la claridad de un Locke o de un Kant. ¿Razón? A nuestro modo ver, es fundamental la siguiente: Hume no pretendió hacer una teoría del conocimiento con pretensiones de vali~ dación científica, sin o llevar a cabo la explicación de los conocimientos nor~ males de que nos valemos en la vida y en nuestras relaciones como miem~ bros de la sociedad. Sus aspiraciones, al menos en apariencia, no van más allá, porque, si vamos más allá, el escepticismo está al acecho. Fenomenista radical, escéptico moderado, declara propósitos modestos: estudiar, encon~ trar y organizar unas leyes operativas de los fenómenos de conciencia. En una palabra, y con expresión suya, realizar una mental geography 5 • Sin embar, go, encontramos algunos elementos fundamentales. Veamos.

LOCKE, J., Ensayo sob•fe el entendimiento humano. Trad. de E. O'Gorman. Fondo de C. E., México, 1956, p. 10. 5 Enquiry concerníng human understanding, sec. l. 4

24

En la "Introducción" al Treatise of human nature, el primer párrafo for, mula un rechazo generalizado de los sistemas en boga, porque fallan en los principios, carecen de corrección en los procesos y están faltos de cohe, rencia y evidencia. Y, por lo que respecta a los conocimientos sobre los que versa la teorización del conocimiento, es manifiesto que han de someterse todos a la piedra de toque de la experiencia. Y la experiencia se convierte también, desde esa misma "Introducción", en el límite del conocer, puesto que intentar ir más allá "debe ser rechazado corno presuntuoso y quiméri, co". La experiencia, pues, entendida como observación, que no experi, mentación, de la naturaleza humana, es la base y fundamento de todo nues, tro conocer. Ahora bien, si hay que elegir un autor en el que la actitud crítica haya sido llevada a su cenit de rigor, tanto en el planteamiento como en el desa, rrollo, ese autor es Kant. Cabría decir que en esto consiste, en buena medi, da, la tarea de la Crítica de la Razón pura. Dejemos de lado la atenencia que hasta ahora hemos seguido en cuanto a purificación, fundamentación y delimitación, y atengámonos a la exposición del Filósofo de Konigsberg. Ya en la Einleitung nos encontramos con textos tan expresivos como éste: Tampoco puede pretender esta ciencia una extensión desalentadoramente larga, ya que no se ocupa de los objetos de la razón, cuya variedad es infinita, sino de la razón misma, de problemas que surgen enterame-n te desde dentro de sí misma y que se presentan, no por La naturaleza de cosas distintas de ella, sino por la suya propia. Una vez que la razón ha obtenido un pleno conocimiento previo de su propia capacidad respecto de los objetos que se le pue, den ofrecer en la experiencia, tiene que resultarle fácil determinar comple, tamente y con plena seguridad la amplitud y los Límites de su uso cuando intenta sobrepasar las fronteras de La experiencia 6 •

Es decir, no estamos ante una crítica de objetos o de ideas, sino de la razón misma, de los problemas que surgen del análisis de su propia natura, leza. Y en este planteamiento crítico de la razón tenemos dos focos pri, mordiales: la capacidad de la razón y los límites de us uso. Este núcleo de la actitud crítica había aparecido ya con claridad en la Vorrede de la primera edición. Si no nos contentamos con un saber apa, rente, es preciso urgirle a la razón para que, por una parte, emprenda la tarea del autoconocimiento, y, por otra, para que instituya un tribunal que garantice sus pretensiones legítimas y que sea capaz de terminar con todas las arrogancias infundadas, no con afir, maciones de autoridad, sino con las leyes eternas e invariables que la razón posee. Semejante tribunal no es otro que la misma crítica de la razón pura. No

'' KrV, B 23.

25

entiendo por tal crítica la de libros y sistemas, sino la de la facultad de la razón en general 7•

La razón tiene, pues, que someterse a autocrítica, desdoblándose en juez y reo, ya que no debe admitir el juicio de nadie externo a ella. Crítica de la razón misma, no meramente de los hechos de la razón, tal como le repro~ chaba a Hume. Por eso Hume no pudo superar el estadio escéptico, que, ciertamente, ya es un avance sobre el dogmático. Mas hay que alcanzar el estadio crítico, ya que nos dice que hay que alcanzar un tercer paso "madu~ ro y viril", que consiste en someter a examen la razón misma "atendiendo a toda su capacidad y aptitud para los conocimientos" 8 • Si retomamos ahora las funciones de purificar, fundamentar y delimitar, Kant afirma que la meta que pretende con su obra fundamental es limpiar y allanar (reinigen, ebnen), desbrozar el campo 9 • La búsqueda de fundamentación es labor de toda la obra, que no es otra cosa que una fundamentación trascendental del conocimiento 10• En cuanto a la delimitación, la gnoseología kantiana, como teoría revo; lucionaria y profunda de la objetividad, es, por lo m ismo y de modo bási; co, una gnoseología de los límites de la objetividad. Pocos perfiles resultan más claros en la actitud crítica de Kant que este intento de una clara deter~ minación de los límites en los que es posible a la razón humana obtener resultados "objetivos". Aunque sobre este tema hemos de volver, ade lante~ mos algunos aspectos. Por e jemplo, cuando n os dice que la crítica de la razón "es una crítica en virtud de la cual se prueba, no simplemente que esa razón tiene límites, sino cuáles son esos límites" 11 • Y esta exigencia de rigor en la limitación del campo al alcance del cono~ cimiento es una actitud presente a lo largo de toda la obra, y aparece de forma destacada en aquellos momentos en que la razón se enfrenta con temas que le hacen ver su impotencia, por ejemplo, cuando expone las antinomias 12 • El campo de la razón, en comparación de Kant, no es una lla~ nura de límites borrosos, sino una esfera de medidas absolutamente deter~ minadas 13 •

KrV, A XI ~Xll. Trad. de P. Rivas en INMANUEL KANT, Crítica de la Razón pura. A lfaguara, Madrid, 1978. 3 A 761, B 789. Trad. c it. 9 Cfr. A XXI. 1

~~ Cfr.

A Xl- 12, B 25- 26.

A 7ól, R 789. 12 Cfr. A 476, B 504. 13 Cfr. A 762, B 790. u

26

Por fin, como cierre de este repaso selectivo de algunos modelos de acti~ rud crítica, no cabe silenciar a Husserl. Su fenomenología trascendental ha 5ido, a nuestro modo de ver, la última gran construcción especula tiva de una teoría del conocimiento. Sin embargo, como para dar mediana cuenta .-le su actitud crítica habría que traer a colación buena parte de sus temas .-le extremado tecnicismo - esencias eidéticas, epojé, reducciones, etc., cte.-, empresa impropia de este momento, apuntamos sólo algunas refle~ xiones. Fiel a su propósito de h acer de la filosofía una ciencia rigurosa, e l rigor preside su actitud crítica. En conformidad con ello, el análisis y valí~ .-ladón del conocimiento se h a de llevar a cabo en un laborioso esfuerzo rara superar la actitud natural en la que me en cuentro con el mundo y vivo en ese mundo. En esta actitud natural no hay lugar para el conocimiento y la cienc ia rigurosa. De ahí que se haga precisa la liberación de todo lo que conlleva esa actitud natural: Eliminar todos los hábitos mentales existentes hasta aquí, reconocer y que~ brantar los límites del espírit u con que cierran el horizonte de nuestro pen~ sar, y adueñarse con plena libertad del pensamiento de los genuinos proble~ mas filosóficos, problemas que h ay que plantear plenamente de nuevo ... además de todo esto es necesaria una nueva forma de actitud completamente distinta de las actitudes de la experiencia y el pensamiento naturales 14 •

A partir de esta desnudez de punto de partida, se inicia el camino h acia la conciencia pura, hacia el Yo trascendental, foco original y fundamento .-le toda objetivación. Lo que en realidad interesa subrayar es la exigencia .:le echar a andar totalmente libre de presupuestos, ya sean los que proce~ .:len de mis vivencias y conocimientos del mundo n atural, incluso aparen~ temente científicos, ya sean los presupuestos provinientes de otras filosofí~ as. De tales filosofí::Js Husserl combate muy especialmente aquellas que, como el empirismo, considera que están viciadas de psicologismo. 11.4. REFLEXIÓN FINAL

La actitud crítica es un talante filosófico que la modernidad hizo suyo, configurándo lo, aristándolo e incluso remodelándolo según los diversos autores. Se inicia con cierta pobreza en Descartes, a pesar de la aparatosi~ Jad metodológica de la duda, y culmina con plen itud de rigor en Kant. Pero ya desde Descartes presenta algunos rasgos cuya presencia va a ser per~ manente. Importa destacar como fundamental el imperativo de retracción

14

Ideas l. Trad. de J. Gaos. F. de C. Económica, México, 1913, Introducción , p. 9.

27

a la conciencia. El pensar moderno no es un pensar en y desde el ser, sino en y desde la conciencia o el yo. Esta retracción a la conciencia implica un progresivo alejamiento de lo en-sC para ir confinándose en el para-mí, es decir, en e l fenómeno, proceso que, si bien desde algún punto de vista se puede decir que llegó a consumación en Hume, le deberá, sin embargo, a Kant su formulación más sistemática y rigurosa. Esta retracción a la conciencia trae consigo una potenciación del reino del conocer/pensar, con paralelo olvido del reino del ser/realidad extra, mental. Ello implica que la actitud crítica se plantea desde y para la con, ciencia-yo- sujeto que conoce, afectando sólo en un segundo momento a lo conocido desde esa conciencia-yo-sujeto. No obstante, hasta Hume, quedaba un cordón umbilical de conexión del conocer/pensar con el ser/realidad. Ese cordón era la causalidad ontológica, elemento residual, pero importante, herencia de la metafísica tradicional de corte aristotéli, co. Sin embargo, esa conexión se va a ir perdiendo: la causa se identifica con la ratio (razón) en algunos racionalistas, o se la remite en exlusiva a Dios (Malebranche, Espinosa en cierta medida), o desaparece en el seno de la mónada (Leibniz), hasta que Hume dice que de esa causalidad no sabe, mos nada. La consecuencia es un progresivo enclaustramiento en la inma, nencia de la conciencia. Desde esta perspectiva, la actitud crítica a lo que atiende es a la corrección y justificación de los dinamismos subjetivos del conocer como actividad del yo. Por esa inmanencia, el conocimiento del mundo se irá tornando problemático hasta quedarse en una creencia (belief) para Hume. La cosa-en-sí de Kant, con inevitables diferencias, caminará por derroteros no muy alejados. Hay también en la gnoseología moderna un principio implícito opera, tivo: sólo puedo valorar un conocimiento cuando conozco la génesb de ese conocimiento. Esta consideración genética se incorpora a las preocupado, nes de la actitud crítica, ya se trate de génesis de la certeza, ya de génesis de la objetividad. Otro tema que acompaña históricamente el progresivo desarrollo de la actitud crítica en la modernidad es el abandono de la concepción del cono, cimiento como representación en el sentido fuerte de la palabra, es decir, como segunda presencia en mf por vía de imagen de aquello que conozco o supongo conocido. Herencia de la teoría aristotélica de la asimilación, que llega hasta Locke, teniendo una expresión muy clara en Descartes cuando califica a las ideas como imágenes de las cosas en la III de sus Meditaciones. Hume, al confesar que ignora a qué causas se deben las impresiones origi, narias, que son las de sensación, se desconecta del mundo de lo re::1l, haciendo imposible calificar mis conocimientos como imágenes de algo con lo cual desconozco la relación que tengo.

28

En consecuencia, hay que abrirse a o tra manera de entender el conocí~ miento: ya no se le exige que represente a lo conocido, sino simple mente que nos dé n oticia de ello. Se están dando los pasos para llegar a una con~ cepción simbólica del con ocimiento, debiendo tenerse en cuenta que el símbolo n o t ien e por qué ser imagen de lo simbolizado. En esta línea está Kant, cuando en el§ 10 de la Dissertatio del 70 dice que de los objetos inte~ lectuales no tenemos intuición, sino un conocimiento simbólico. Por fin, una pregunta para terminar: ¿cabe una actitud crítica absoluta~ mente radical, cabe arrancar de un punto cero? Como actitud, como pro~ pósito o toma de posición, s(, ya que, efectivamente, el teórico del conocí~ miento se propone arra ncar de un punto absolutamente cero, tanto por declarar inválidos los conocimientos poseídos, como por expresa renuncia a cualquier principio o presupuesto que pudiera condicionar su an álisis del conocer. Pero, por otra parte, esto no pasa de un propósito hecho con la mejor inte nción. Como ya dejamos dicho, siempre n os quedará, en mayor o menor medida, algún presupuesto, digamos mejor prejuicio, del que no tomamos conciencia. Y precisamente porque no tomamos conciencia de él, puede ejercer sobre nuestros planteamientos una influencia incontrolada. Esto quiere decir que la actitud c rítica n o debe ser sólo una actitud inicial, sino una actitud de v igilia y de cautela que ha de estar siempre alertando al estudioso del conocimiento.

29

111

Caracteres y noción de conocimiento

Dando por descontado que el conocimiento es un hecho de cuya afir~ mación hay que partir, se impone, para acercarnos a su comprensión, pre~ guntarnos en qué consiste y con qué características se presenta. Se trata de un primer paso ineludible para cualquier teorización seria del conocer. Y lo que cabe hacer en este primer m omento es una descripción analítica que recoja aquellos caracteres que el conocimiento ofrece, al margen de teorías filosóficas o sistemas concretos, aunque, como es obv io, no sea el momen~ to de profundizar en elementos básicos que se nos ofrecen ya en esta des~ cripción preliminar, ya que esos elementos deberán ser tema de estudio por~ menorizado en capítulos posteriores, por ejemplo, sujeto, objeto, etc. Con ello, de paso, daremos entrada a algunas nociones de conocimiento a las que sólo debemos concederles un carácter de provisionalidad, pues h abrán de someterse post riorme.nte al cont raste y c onfrontación con las principa~ les teorías gnoseológicas de las que no cabe estar en ignorancia. Aunque nuestro designio sea realizar una descripción aséptica, tenemos que reconocer que es difícil, por no decir imposible, realizar tal propósito en puridad: llevamos cuat ro siglos de filosofía en los que el problema del conocimiento es tema medular -en muchos casos el original y originante de los demás- , lo cual, a fuer de sinceros, convierte el propósito de asepsia en un simple ideal al que se aspira. Aparte del intento de aproximación descriptiva al conocimiento que nos conduzca al establecimiento de la noción o nociones del mismo, este capí~ tulo es la ocasión de presentar todo un elenco de términos con los que debemos familiarizarnos en teoría del conocimiento, al paso que aparecen en escorzo algunos conceptos que habrán de encontrar en capítulos siguien~

31

tes su lugar de explicación y profundización. En una palabra, buscamos una primera familiarización con el hecho y con los problemas del conocimiento .

111. 1. EL CONOCIMIENTO COMO ACTIVIDAD HUMANA

Si buscamos el lugar donde situar el hecho del conocimiento y desde el cual se n os ofrezcan perspectivas adecuadas para su comprensión, ese lugar es, sin duda alguna, el dinamismo o actividad del hombre. El conocimien, toes una dimensión de esa act ividad. Y digamos ya, desde ahora, que, den, tro del complejo y plural dinamismo del hombre, el conocimiento en sí mismo no es una actividad puramente cognoscitiva. Dicho de otra mane, ra: n o hay actividad que sea solamente cognoscitiva, sino que hay actos del hombre donde la dimensión cogn oscitiva es la fundamental, hasta tal punto que, a veces, parece que el dinamismo del hombre en tales actos se reduce a conocimiento. Pero, si tenemos en cuenta que el conocimiento es, entre otros aspectos, una manifestación de la v ida del hombre, hay que reconocer en todos los actos vitales un complejo de factores, entre los cua, les cabe aislar analíticamente el aspecto cognoscitivo, pero no anular total, mente los demás aspectos. Es decir, el conocimiento es una acción humana, pero no un a acción del hombre en general, sino de cada hombre. Y la acción cognoscitiva, dentro del d inamismo humano, se encuadra en lo que podríamos llamar el "enfren, tamiento" con el mundo, con lo "otro". Recordemos que el ser del hombre es un ser que se está haciendo siempre, porque, como hombre, es un ser inacabado. Y en este ir h aciéndose tiene un papel insustituible el encuen, tro, el "comercio" con lo "otro'\ con el mundo. Y en ese encuentro y "comercio'' el conocimiento es la dimensión fundamental e incluso fun, dante de otras dimensiones. Con ello estamos destacando otro aspecto del ser h umano, muy subra, yado por el existencialismo: e l hombre como ser abierto. Y muchas de las puertas por las que se abre son cognoscitivas: sentidos, imaginación, inte, ligencia, razón. Esa condición de apertura convierte al hombre en un ser sometido al bombardeo de mútiples y plurales estímulos. Es tal la sobrea, bundancia de estímulos, que deben necesariamente pasar por diversos tami, ces de selección. Pues b ien, ninguna otra actividad del hombre tiene la capacidad selectiva de que dispone el conocimiento, porque, al tratarse de un proceso con sciente, podemos, al menos en cierta medida, hacernos due, ños y rectores de ella. Y no sólo por poder y tener que seleccionar est ímu, los, sino también por poder o tener que modalizar la forma de as umir el

32

estímulo, en virtud tanto de dotes y actitudes personales como del inevita, He condicionamiento social y cultural, que incide en la recepción del estí, mulo. Pién~e~e, por ejemplo, en el distinto modo de con siderar un eclipse en la cultura de hoy, en la de hace quince siglos, o en la cultura de una uibu primitiva. Nos encontramos, pues, abocados al análisis de una dimensión del dina, mismo del hombre, que es la dimensión cognoscitiva. S in dejar de ser ani, mal y, por ello, de estar sometido a los estímulos biológicos e instintivos, el hombre, de modo muy especial en la funciones cognoscitivas que solemos adjetivar como superiores, sobrepasa ese nivel biológico e instintivo en la captación de lo uotro", de lo d istinto de él en cuanto sujeto, interiorizán, dolo en la red de significaciones que constituyen el bagaje de conocimien, tos de cada individuo. En una palabra, teorizar sobre el con ocimiento y sólo sobre el conocí, miento que el hombre posee o ejerce, tiene algo o bastante de arbitrio metodológico, desde el momento en que cualquier método de análisis del conocimiento del que nos valgamos introduce un hiatus de ruptura en e l dinamismo complejo y unitario del h ombre. Sin embargo, nos parece que esto no supone ninguna desventaj a de la teoría del con ocimiento respecto de otros saberes particulares sobre el hombre.

111.2. CARACTERES DEL CONOCIMIENTO

Para describir el conocimiento o teorizar sobre él, lo primero que n ece, sitamos es tomar distancia respecto de lo que cabría llamar la ((situación vivencial" de l conocimiento , situación en la que, originariamente, vivimos todos en nuestras etapas primeras de desarrollo, y que n o está lejana de aquella en que viven muchas personas a las que, en su ·conducta vital e incluso profesional, no les h ace falta para nada plantearse lo que es y vale su conocimiento, sino que les basta con que su conocim iento "funcione". Obviamente, en esta situ.a ción vital y vivencial el conocimiento n o se hace objeto de conocimiento, que es lo que tiene que suceder para analizarlo y describirlo. Esta conversión del hecho de conocimiento en objeto de cono, cimiento se lleva a cabo mediante la actitud reflexiva por la que la activi, dad cognoscitiva se desdobla en cognoscente y conocida. Repitamos lo dicho anteriormente: el carácter de hecho primit ivo del conocimien to implica que sólo se lo pueda conocer en este desdoblamiento reflexivo, sin que quepa analizar el conocimiento con ningún otro medio distinto del conocimiento mismo.

33

El filósofo o aprendiz de filósofo que se apresta a someter a análisis el conocimiento se encuentra cargado con un cúmulo de conocimientos de la más diversa índole, tal como inevitablemente tiene que suceder en toda persona adulta normal. Pues bien, en este momento inicial de reflexión y de análisis, debemos dejar de lado la diversidad de conocimientos que cons, tituyen nuestro bagaje cognoscitivo: sólo nos interesa aquello en que los distintos conocimienos coinciden, es decir, en que son conocimiento, ya que lo que buscamos son los caracteres de todo conocimiento. Digamos, de entrada, que esos caracteres son muchos y están imbricados los unos con los otros, lo que implica que no sea fácil, ni acaso posible, describir unos sin tener en cuenta los otros y que, asimismo, sea siempre discutible orde, nar jerárquicamente tales caracteres, aunque, por nuestra parte, no disi, mulamos la preferencia por la relación sujeto-objeto como característica fundamental, preferencia que trataremos de justificar. Empecemos señalando que, en el acercamiento al conocer, se nos ofre, ce como condición insoslayable, para que se pueda hablar de conocimien, to, la presencia en el conocimiento del objeto/cosa 1, de lo "otro" como distinto del conocimiento. Sin esa cierta presencia, no cabe hablar de conocimiento. Esa presencia puede traducirse en imagen, representación o símbolo. La opción sobre la forma de estar presente el objeto en el cono, cimiento requiere ulteriores análisis. Ahora bien, ya en este momento ini, cial, se hace preciso dejar sentado que la presencia del objeto/cosa ha de ser presencia ante y para alguien, que no puede ser otro que el sujeto que conoce. Esta presencia de algo a alguien implica, en todo conocer, una alteridad. Es decir, resulta obvio que no hay conocimiento sin relación entre dos ele, mentes: alguien que conoce y algo que es conocido o se pretende conocer. Otro rasgo del conocimiento es su carácter procesual. Esa presencia del objeto/cosa en el conocimiento no se absuelve en un momento instantá, neo e indivisible, sino que se desarrolla procesualmente, cosa que no suce, de sólo en los conocimientos inferenciales o discursivos. Si algunos defen, sores de la intuición intelectual la caracterizan como instantánea, hoy tanto la psicología como la gnoseología están de acuerdo en rechazar esta instantane idad. La procesualidad viene exigida por la necesaria adaptación

1

Con la expresión objeto/cosa designamos todo lo que adviene a presencia en el conocimiento, sin que ese objeto/cosa tenga que estar físicamente presente en el acto de conocimiento. En este sentido tan objeto/cosa es un árbol como un animal, un triángulo o el teorema de Pitágoras. Este objeto/cosa no debe identificarse con el objeto conocido o la objetividad del conocimiento.

34

que se ha de p roducir en tre el objeto/cosa y el cogn oscente o sujeto (sus actos). S i el conocer supone una cierta unión mediante la re lación cog, noscit iva entre el sujeto y el obj eto a través de la conciencia, esa med ia, ción de la con ciencia procesualiza inevitablemente, al menos en cierto grado, el conocimiento. Y adelantemos que si, como tendremos ocasión de ver, el objeto en cuanto conocido es constituido, entonces el carácter pro, cesual resulta definitorio de todo acto de conocimiento. C uanto estamos d iciendo sobre la presen cia del objeto/cosa al cognos, cente nos lleva a destacar otro carácter sobre el modo de presen társenos ese objeto y sobre el acercamiento, sí cabe hablar así, de la conciencia o suje, to al objeto/cosa: la ínten cionalidad. S i la fenomenología husserlian a des, tacó sobremanera este rasgo, e llo n o significa que lo h aya descubierto o "inventado", sino que, al margen de imperativos sistemáticos, se esforzó en subrayar el carácter de la conciencia como "con c iencia de", significando la inten cionalidad tanto esa d irección de la con ciencia h acia el objeto, como también el modo de presencia del objeto/cosa en la conciencia ya, simple, mente, como obje to con ocido. Sobre la inten cion alidad será preciso vol, ver en su momen to. En lo que estamos diciendo, t anto sobre la procesualidad como sobre la intencionalídad, nos h emos encontrado con la concien cia. Encuentro ine, vitable sencillamente porque el conocer se n os presenta como un fen óme, no con sciente, es decir, como un h echo del que me doy cuenta, h asta tal punto que cabe decir que en ese "darse cuenta" viene a consistir el conocí, miento. La conciencia, según acabamos de decir, es con cien cia- de, de un objeto, en cuya revelación a la conciencia consiste el con ocimien to de ese objeto, aunque sean muy distintas las formas de enten der la toma de con , ciencia del objeto y la revelación del objeto a la conciencia. Dich o de otra manera, en todo conocimiento hay conciencia de algo y hay un alguien q ue posee y pone en ejercicio esa conciencia. Resumiendo, desde esta perspectiva, todo lo que estamos dicien do, cabe entender, si no como fórmula definitoria, sf como fórmu lación descriptiva del conocimien to la de aprehensión consciente de un objeto. Parece como si el suj eto saliese a la conquista del obj eto/cosa, mientras que el objeto se aden tra en la con cien cia, de alguna manera, para instalarse en ella ya en calidad de objeto con ocido. Es decir, conocer supone un a c ierta in man en, tización del objeto (en cuanto con ocido) en la concien cia. Y supone tam, bién como una inclinac ión del sujeto h acia el objeto/cosa, in clinación que podemos h acer coincidir con lo que h emos den ominado intencionalidad. Pero aún cabe, valién donos de la terminología popularizada por Husserl, distinguir en esa apreh en sión con sciente los aspectos noéticos y. los aspec,

35

tos noemáticos. Lo n oético es la actividad y el modo de tomar conciencia· según las distintas formas de conocimiento: es el acto cognoscitivo. Por el contrario, lo noemático es el contenido del acto de conciencia, contenido que -repetimos- n o es ya el objeto/cosa, sino que es el objeto en cuanto conocido o la presencia objetiva en el acto cogn oscente realizado por el sujeto. Esta actividad de la conciencia a la que nos venimos refiriendo debe ser calificada como actividad trascen dente. Ya dejamos dicho que e l conoci~ miento es una de las puertas del hombre como ser abierto a lo "otro". En el conocimiento salimos de alguna manera, según h emos apuntado ya, h acia eso "otro" en una captación que n os lo traiga a una cierta presencia en la conciencia, con lo cual no estarnos más que subrayando de nuevo e l carác~ ter de la conciencia como conciencia-de, en cuanto necesitada de esa aper~ tura a lo "otro", determinando el sentido de la preposición de. En esta aper~ tura h acia la captación del objeto/cosa, de lo "otro", hay que reconocer que h ay una iniciativa del sujeto, aunque tal iniciativa, como puesta en mar~ cha y ejecuc ión del proceso cognosc itivo, se lleve a cabo condicionada por el estímulo o estímulos de lo con ocido. Queremos decir que la iniciativa del sujeto está sometida, e n mayor o men or medida, a la constricción del objeto. La no aceptación de esta constricción podría abrir todo tipo de escapadas h acia lecturas idealistas de los procesos de conocimiento. A nuestro modo de ver, todos los caracteres del conocimiento que deja~ rnos señalados son caracteres que se imponen desde el más somero análisis del conocer. Estimamos, sin embargo, que, sin abandonar este análisis des ~ criptivo, cabe ahondar algo más en el proceso de con ocimien to, buscando y subrayan do un carácter que, si n o se presenta al observador con la facili~ dad de los anteriores, está, de algún modo, presente en ellos y reviste una innegable importancia para las diveras tematizaciones del conocer que se nos irán presentando en los capítulos posteriores. Se trata de que el conocimiento, sus actos, sus diversas formas, n o son procesos arbitrarios, ni procesos. azarosos, en los que cada estadio o momen~ to del proceso acaece fortuitamente. Por el contrario, el conocimiento es una actividad legalizada, atenida a unas leyes que deben cumplirse para que el conocimiento sea verdadero conocimiento. Y esta legalización procede de una doble fuente: la impuesta por la constricción del objeto/cosa y la impuesta por el sujeto. La constricción del objeto/cosa impone -sea cau~ salmente o sea de otra manera que no es el momen to de discutir- a los procesos subjetivos del conocer unas determinacion es, ya que no es lo mismo conocer un son ido, un color, un árbol, un teorema, etc. Y, a su vez, el sujeto n o es un mero espejo receptor pasivo, sino un agente activo con

36

unas estructuras que, forzosamente, imponen su sello a la presencia, apre, hensión o captación del objeto. Las discusiones serán inevitables tanto a la h ora de con cretar el cuánto y el cómo de la constricción del objeto, como a la h ora de determin ar las estructuras del sujeto y las leyes que, desde ellas, se imponen a la objetividad del conocimiento. Otro rasgo que puede n o presentársenos en una primera descripción del conocimiento es el carácter unitario de nuestra din ámica cognoscitiva. Las expresiones de nuestro lenguaje habitua l sobre el conocimiento tienden a fragmentarlo en niveles: sen sac ión, percepción, intuición, concepto, etc. Paralelamente, distinguimos y separamos diversas "facultades" que se corres, penderían con esa fragmentación e incluso podrían ser respon sables de ella o de una cierta atom ización del conocer humano: sentidos, imaginación , entendimiento, razón. Que, para estudiar el conocimiento, necesitemos romperlo analíticamente, n o significa que tal ruptura se dé en los actos o procesos de conocimiento. N o debemos transferir nuestro modo de conocer el conocimiento al modo real de producirse el conocimiento mismo. Ni tenemos esas "facultades" como compartimentos estancos que actúen clau, surados en sí mismos, ni tampoco hay actos puramente sensoriales en nues, tro efectivo conocer, como tampoco h ay actos puramente intelectuales o racionales: en una percepción están presentes, más o menos implícitos, ele, mentas conceptuales y judicativos, igua l que el conocimiento intelectual está "contaminado" de elementos senso-perceptuales. Ya Aristóteles, el prí, mer gran teorizador de la distinción de fac ultades, dejó dicho que no hay pensamiento sin concomitancia de la fantasía o imaginación 2• Y así t iene que ser, ya que el que conoce es el h ombre, no una sensibilidad o una inte, ligencia descarnada, deshumanizada 3 • Esto, sin embargo, no debe impedir que caractericemos a unos actos como senso-perceptuales y a otros como in telectuales en atención a la preminencia de unos u otros elementos en cada acto concreto de conocimien to. 111.3. LA RELACIÓ~ SUJETO- OBJETO COMO CARACTERÍSTICA FUNDAMENTAL DEL CONOCIMIENTO

En cuanto llevamos dicho sobre los caracteres del conocimiento h a esta, .:lo subyaciendo casi siempre esta relación, hasta tal punto que no sería exa,

De anima, lll, 7, 431a, 16-17. A este respecto puede verse con interés la doctrina de X. ZUBIRI, Inteligencia sentíente: :nteligencia y realidad. A lianza, Madrid, 1980, pgs. 12- 14, etc. 1

1

37

gerado decir que todo otro carácter de l con ocimien to adquiere su verdade, ra sign ificación desde esta relación básica. Con ella se tropieza desde el más somero análisis del conocimiento, y con ella h abrá que seguir bregando en las reflexiones y posteriores teorizacion es del con ocer. Esta es la razón de que nos detengamos especialmente en ella. No cabe en este momento más que un a simple aclaración inicial, ya que una explicación con aspiraciones de rigor y profundidad debe, por fuerza, supon er tanto una teoría del sujeto y de la subjetualidad como una teoría del objeto y de la objetividad, cues, t ion es ambas que han sufrido much os avat ares y que siguen y, sin duda, seguirán en discusión. La relación sujeto-objeto en su aspecto más espontáneo se nos presenta como la correlación entre dos realidades distintas, en grado mayor o menor, e incluso opuestas, ya que cada un a d e ellas ocupa uno de los extre mos de la misma. Se nos presentan, asimismo, como dos realidades cuya realidad, si se n os p ermite h ablar así, no surge con y en esa relación , ni desaparece tras el acto de con ocimiento en el que la relación tien e lugar. Es decir, en la apariencia espontánea de la relación cogn oscitiva, el sujeto es un ser humano que realiza la función de con ocer y el objeto es un objeto/cosa (en el sen t ido explicado) que, por así decirlo, está "sometido" a la relación cog, n oscitiva. Hay, sin embargo, entre ambos, desde la con sideración más superficial, una n o table diferencia. En efecto, mien tras el objeto/cosa no se inmuta en la interación cognoscitiva, el suj eto, por e l contrario, sí se inmuta, al men os en el sentido de llevar a cabo la activ idad cognoscitiva que en él radica y él ejerce. Conviene dejar sen tada esta diferencia, porque desde ella empezamos a ver el papel preferen te del sujeto en el conocer. En e l caso concreto del sujeto, es obvio que su ser no se reduce a ni se agota en ser sujeto. Pero es obv io también que asume y le correspon de una func ión subjetual que h a de desarrollar siempre, aunqe sea de manera d is, tinta en los diversos actos de con ocimiento. Por consiguiente, cuando h aya que aclarar en qué consiste el ser sujeto y sus func ion es subjetuales, lo que h abrá que aclarar es esta dimen sión subjetual, que muy bien puede tener poco que ver con la naturaleza ontológica o con las características ontoló, gicas del h ombre que actúa como suj eto en los actos de conocimiento . Baste de momento subrayar que el proceso de con ocimiento tiene lugar en el sujeto, que es el sujeto el que, en la intencion alidad, se proyecta h acíá el objeto, que la toma de conciencia -el "darse cuenta"- la realiza el sujeto, que la activ idad trascendente en la aprehensión del objeto es suya, etcétera. Tampoco está de más señ ala r que todo sujeto, por poco observa, dor que sea, cae en la cuen ta de que h ay otros sujetos que conocen con fun,

38

cienes cognoscitivas semejantes a las suyas y que la legalidad del conocer a que nos hemos referido es compartida por esos otros sujetos. Es decir, ya desde ahora, queda abierta una puerta a poder hablar de un a cierta ínter~ subjetividad, aunque esa intersubjetividad se revele sólo como co inciden~ cia en las funciones subjetuales. En cuanto al objeto, se impone, desde est e momento descriptivo, insis~ tir en la distinción entre el objeto/cosa y el objeto conocido en cuanto pre~ sente en el acto de conocimiento. A l objeto/cosa le corresponde, en el momento inicial del proceso de conocimien to, darse, presentarse al sujeto y, de alguna manera, estimular la actividad de éste. Desde él debe "llegar" algo al sujeto que inicie o, al menos, contribuya a iniciar e l proceso o acti~ vidad cognoscitiva. No h ay por qué rechazar que a ese "algo" se lo llame estímulo causal, con tal de que seamos generosos en lo que entendemos por causa y con tal de que la re lación causal entre objeto/cosa y sujeto sea una causalidad circular, ya que el objeto conocido presente en el acto cognos~ citivo habrá de ser el resultado de la interacción causal entre el objeto/cosa y el sujeto, siendo incluso mayor la aportación causal del sujeto que la del objeto en la constituc ión del objeto conocido, que, por supuesto, no es el objeto/cosa, ya que éste, en su "fisicidad", n o está presente como con te ni~ do noemático del acto de conocer. Subrayemos: el importante tema del objeto de conocimiento, o de la objetividad, no es, sin duda, el tema del objeto/cosa, sino del objeto cono~ ciclo. Bien se lo Llame objeto sin más, bien objeto conocido, bien objetivi~ dad, habrá que aceptar que tal objeto u objetividad se forma en la inma~ nencia del sujeto en conformidad con e l dinamismo y con las estructuras cognoscentes que la función subjetual pone en obra. En definitiva, subje~ tualidad y obje tividad se n os habrán de ofrecer como dos dimensiones del conocimiento inextricablemente indisociables.

111.4. NOCIÓN PROVISIONAL DE CONOCIMIENTO

El anális~s descriptivo del conocimiento que acabamos de hacer no nos faculta para que, responsablemente, propongamos una noción de conocí~ miento con fundamen to suficiente. De sucumbir a esta tentación, sólo darí~ amos una noción de gabinete con claros tintes dogmáticos. Sfn embargo, si aceptamos que los caracteres expuestos perfilan suficientemente el conoci~ miento, entonces sí cabe desde ellos desechar determinadas nociones del conocimiento porque no asumen algunos de los rasgos que el análisis des~ criptivo pone de manifiesto.

39

Desde estos rasgos deben excluirse dos tipos extremos de nociones: las de los realismos extremos e ingenuos, porque dejan de lado o minimizan el papel del sujeto, así como las de los idealismos extremos que ignoran la función constrictiva que el objeto/cosa tiene en el proceso de conocimien, to. La noción de conocimiento, segB.n el realismo ingenuo, cabría exponerla sumariamente de la siguiente manera: el conocimiento es la "repro, ducción" del objeto por la asimilación a él del sujeto. Explicar esta concepción exigiría justificar y exponer los muchos presupuestos metafísi, cos e incluso psicológicos de la filosofía aristotélica sobre los que tal con, cepción descansa. En efecto, hay que admitir una teoría de las facultades/potencias que han de ser actualizadas (informadas) por el acto/forma que el objeto produce causalmente en el sujeto, o, mejor, en sus potencias, cuya función se reduce a recibir y dejarse "informar" por los actos/formas. Con ello, de acuerdo con el aristotelismo, el alma, al conocer, se va hacien, do todas las cosas que va conociendo porque recibe las formas de ellas y se asimila a ellas. Si no se admiten esas facultades/potencias, así como la cau, salidad ontológica como base del proceso de conocimiento, esta concep, ción del conocer carece de base sustentadora. En el polo opuesto estarían las explicaciones propias de idealismos abso, lutos, de acuerdo con los cuales todo el proceso del conocer se ha de car, gar en el haber del sujeto, ya que, en rigor, no hay más objeto que el que deviene constituido por la actividad espontánea y casi creadora del sujeto. En el caso del realismo ingenuo el sujeto queda devaluado, mientras que en el idealismo extremo no se reconoce la función estimulante y constricti, va que corresponde al objeto/cosa. En uno y otro caso n o se atiende ponde, radamente la diversidad de funciones que corresponden tanto al sujeto como al objeto: que en todo conocimiento hay una actividad intencional y una aprehensión del objeto, pero que, al mismo tiempo, para que tal activi, dad aprehensiva tenga lugar, hace falta la presencia impositiva de los datos del objeto/cosa, datos que el sujeto convertirá, de acuerdo con su dinamismo y structuras, en la objetividad del acto cognoscitivo (objeto conocido). Ahora bien, entre ambos extremos caben diversas nociones de conocimiento que, para tener carta de aceptación, han de asumir, como mínimo, los siguientes factores, en conformidad con el análisis descriptivo que hemos expuesto: actividad del sujeto, orientación intencional del dinamis, mo del sujeto, presencia impositiva del objeto a la conciencia y, por fin, aceptación de que la actividad de interacción entre suj eto y objeto es una actividad cualificada y sometida a legalidad. De acuerdo con todo ello, debemos también poner en cuarentena, por ambigua e imprecisa, la noción del conocimiento como representación. Esta

40

nocwn, sin prectswnes, es absolutamente insuficiente: sólo significaría como -re-presentación una segunda presencia del objeto/cosa en el sujeto, entendiendo casi siempre esa segunda presencia por vía de imagen de lo representado. La imagen se entiende como causada por el objeto/cosa, con lo cual esta noción sería deudora de una lectura de los procesos de conocí~ miento desde la causalidad ontológica. El papel del sujeto tampoco es muy airoso, quedando, según la expresión de Locke, reducido a una especie de espejo que tiene que reflejar lo qve el objeto/cosa le presenta 4 • Pero podemos, dejando de lado la noción simplista de representación, hacer mención de diversas nociones de conocimiento. No es momento de decidirse por ninguna, pero el hecho de mencionarlas puede significar un efectivo acercamiento a lo que debemos entender por conocimiento, abriéndonos con ello a una mejor comprensión de lo que en capítulos pos~ teriores habremos de exponer sobre los diversos factores o elementos del conocimiento. Enumeremos, pues, estas nociones. a. El conocimiento es un acto/proceso de objetivación. En su aparente simplicidad, esta noción nos hace distinguir entre objeto/cosa y objeto c-onocido, ya que e l objeto que acaba siendo conocido es el resultado del proceso de objetivación. Es decir, la estricta objetividad del conocimiento, reconociendo el papel que desempeña el objeto/cosa, es algo que se da en la inmanencia del sujeto. b. El conocimiento es un proceso de constitución objetiva. Noción simi~ lar a la anterior, de la que se distingue por la presencia de la palabra "cons~ titución". Con ella se subraya más el papel del suj eto a cuya actividad se debe la constitución del objeto. Por eso constitución no es creación , ya que necesita de los elementos con que se constituye, y en la aportación de esos elementos hay que contar con el objeto/cosa. Digamos también que la constitución objetiva n o es constitución ontológica, es decir, n o se consti~ tuye un ser, sino una significación objetiva. c. C onocimiento es la asunción consciente del objeto. Es una definición muy imprecisa. Equivale a decir que conocer es ten er not icia de un objeto, lo cual, ciertamente, es decir muy poco. d. El conocimiento es la representación simbólica del objeto. No con~ fundamos esta noción con la simple noción de representación . En efecto, decimos que la representación es simbólica, y el símbolo no t ien e q ue ser una imagen. El símbolo es la traducción de los datos del objeto/cosa que el sujeto, con su dinamismo, lleva a cabo. Con ello bastar ía para tener cono~

4

LOCKE, J., Ensayo sobre el entendimiento humano, lib. Il, e, 1, § 25.

41

cimiento del objeto/cosa, porque estaría presente en la conciencia median~ te símbolo o símbolos que darían noticia de él. e. El conocimiento es la donación de sentido que el sujeto confiere a los datos que se le presentan desde el objeto/cosa. Lo dado desde el objeto lo convierte el sujeto, mediante su actividad, en una unidad significativa o de sentido, ya que el objeto es para el sujeto lo que significa o el sentido que el sujeto le confiere. Esta n oción ha recibido su mejor expresión por parte de la fenomenología.

42

IV

Experiencia y conocimiento

IV. l . MARCO GENERAL Los tres capítulos precedentes pueden considerarse como una introduc~ ción a la teoría del conocimiento. Comenzamos por acercarnos al hecho del conocimiento, con el fin de alumbrar la posibilidad de someter ese h echo a estudio dentro de una disciplina filosófica. Tras esto, hemos trata~ do, con la exposición de la actitud crítica, de configurar el tipo de refle, xión con el que debemos acercarnos a tal estudio. Y, en tercer lugar, hemos sometido a análisis descriptivo los actos o procesos de conocimiento, tra, tando de fijar unos perfiles que orienten nuest ro camino a partir de ahora. Desde estos perfiles incluso hemos adelan tado unas nociones cc;>n carácter de ~hsoluta provisionalidad. Si algo interesa especialmente destacar en este momento de todo lo expuesto, es la interacción entre sujeto y objeto en los procesos de conocimiento, una interacción que dej a abiertas rutas muy diversas para discutir qué le corresponde al sujeto y qué al objeto, pero dando por descontado que hay que contar con los dos. Ha llegado, pues, el momento de iniciar análisis y estudios pormenoriza, dos de las principales formas y factores del conocimiento. Pero en este inicio se impone una advertencia importante: todos los factores y elementos del conocimiento se coimplican hasta tal punto que no cabe estudiar n inguno, al menos de los importantes, sin tener en cuenta los otros. Por ejemplo, al hablar de la experiencia, que es el tema de este capítulo, aparecerán el suje, to, el obje to, la conciencia, la intencionalidad, etc., como deberá aparecer también el carácter no azaroso de los procesos de conocimiento, ya que habremos de ver legalidades cualificantes de los actos de experiencia.

43

Acaso contribuiremos mejor a centrar el tema de la experiencia si adelan~ tamos que su estudio lo consideramos como planteamiento experiencia[ del cono~ cer, en el sentido de que cabe un estudio crítico del conocimiento tomando como punto de enfoque la experiencia. Al lado de este planteamiento, habremos de ver también el planteamiento desde la perspectiva trascendental, tal como aparecerá al estudiar los elementos a priori o la teoría del sujeto. Siendo estas dos perspectivas fundamentales, con ellas solas no quedaría completa la panoplia de planteamientos de la teoría del conocimiento en la filosofía actual. En efecto, tanto las filosofías lingüísticas como la sociología del cono~ cimiento han traído nuevos enfoques a la teoría del conocimiento, y con ambos se habrá de contar. Sólo cuando nos hayamos asomado a todas estas perspectivas contaremos con horizonte suficiente para tratar, en buena medí~ da como conclusión de ellas, el tema de la objetividad en el conocimiento. Todo esto será el núcleo central de nuestro estudio, aunque será preci~ so completarlo con otros temas, como el de verdad, certeza y criterio, con el tema de la racionalidad y, finalmente, como cierre, con los temas de los límites del conocimiento y de lo irracionaL El motivo que nos induce a hacernos cargo, en primer lugar, del tema de la experiencia radica tanto en la importancia y riqueza del tema cuanto en su carácter privilegiado como primer campo de estudio de la interacción entre el sujeto y los datos del ojeto/cosa. IV.2. IMPORTANCIA DE LA EXPERIENCIA COMO DIMENSIÓN HUMANA Y COMO SUSTRATO DEL CONOCER

Sobre la importancia de la experiencia se ha escrito mucho en diversos momentos del pensar filosófico. Hacemos nuestras, a este respecto, las afirmaciones de un estudioso contemporáneo: ((La filosofía parte de la experiencia natural y vuelve a ella. El saber y el pensar aclaran la experiencia natural. Esta es confusa porque tiene el anhelo y el impulso de conocer el todo de la expe~ rienda. Este mismo anhelo impulsa al hombre a llevar a claridad y distinción eso oscuro que experimenta por su actitud natural... Si el saber y el pensar, si la filosofía, no aclaran la experiencia natural confusa y no hacen inteligibles los ámbitos por medio de la diferenciación; si, por tanto, la filosofía no transmite al entendimiento común, en forma enriquecida y esclarecida, lo experimentado, entonces ella no es la ocupación más naturaL., sino un juego arbitrario" 1 •

1

SZILASI, W., Fantasía y conocimiento. Trad. de E. Albizu. Amonortu, Buenos Aires, 1977,

p. 38.

44

Esta importancia de la experiencia se ha convertido en tópico para la filosofía actual y, muy especialmente, para la gnoseología. Hasta tal punto es así que, con frecuencia, constituimos a la experiencia en árbitro deciso, rio de problemas. Pero es un árbitro que, como el dios Jano, tiene varias caras. Por eso el uso tópico puede degenerar en abuso. En efecto, no basta acudir a la experiencia para dar por zanjada la solución de un problema, si antes no analizarnos qué significa experiencia y qué exigencias implica el recto uso y la apelación a la misma. Sólo tras esta determinación cabe aco, gerse al aval de la experiencia. Por otra parte, el recurso a la experiencia no puede ser un escape para negarse a la reflexión y a la tarea racionaliza, dora que se eleva sobre la experiencia, sin o que debe ser corno un constante recordatorio de que la gnoseología debe mantener un oído pegado a la tierra fecunda de la experiencia, si no quiere perderse en vericuetos especulativos alejados de la realidad, muy especialmente de la realidad del hombre como ser corporal mundanizado. Con este capítulo no pretendemos defender un empirismo chato, ya que una de nuestras conclusiones debe ser que ninguna experiencia es expe, rienda pura, sino que, como dejamos dicho en el capítulo anterior, el carácter unitario e integrador de todo acto de conocimiento implica los diversos niveles y factores del conocer. Es decir, en eso que llamarnos expe, rienda hay integrados elementos no empíricos, o sea intelectuales o racio, nales. Esto, sin embargo, no impide reconocer la deuda que todo conocí, miento tiene, mediata o inmediatamente, con la experiencia. La base y substrato de todo nuestro conocer está en la experiencia. En ella tenernos la fuente original de los contenidos de nuestro conocimiento, a los que, en niveles superiores del conocer, enriqueceremos sometiéndolos a ulteriores elaboraciones. Esta fidelidad a la experiencia será la mejor vacuna contra tentaciones de exagerados idealismos. Si, además, recordamos que el que conoce es cada hombre concreto mediante la función subjetual, esto nos obliga a referirnos a la experiencia como dimensión básica en el desarrollo del hombre, muy concretamente en el desarrollo de su actividad cognoscitiva corno ser corpóreo integrado en el mundo, del cual forma parte y al que se enfrenta por el conocimiento. Subrayó Ortega y Gasset que el h ombre es un ser in fieri y
View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF