R L Stine - Caramelos Alienigenas - Completo

November 30, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Caramelos alienígenas R.L. Stine Traducción: Camila Batlles

 

Digitalizado por kamparina para biblioteca-irc en junio de 2.006. http://biblioteca.d2g.com

INTRODUCCIÓN En mi época de estudiante estaban muy de moda unos clubes a los que acudíamos después de clase. En algunos, los más renombrados, no ace acepta ptaban ban a cua cualqu lquie iera ra com como o mie miembr mbro. o. Otr Otros, os, más abu aburri rridos dos,, no sabían qué hacer para captar socios. Recordé estos clubes cuando me puse a escribir este cuento. Trata de Walter, un chico tímido que no tiene muchos amigos. Walter se lleva una grata sorpresa cuando le proponen que ingrese en un club. Los chicos lo tratan con amabilidad, y un buen día le piden que acepte el cargo de presidente. Sin embargo, cuando Walter convoca la primera reunión bajo su mandato, empieza a preguntarse si no ha cometido un error. Un terrible error. Quizá debió echar una ojeada a las actas de la última reunión del Club de los Alienígenas.

 

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Walter carr Walter carraspe aspeó. ó.   Siem Siempr pre e se se sent ntía ía un po poco co ne nerv rvio ioso so en presencia de niños a quienes no conocía bien. la sesión Club de los Alienígenas —dijo. ajustó las—Declaro gafas deabierta montura negra del y cuadrada sobre su chata narizSe y paseó la mirada por el desván de Greg. Era un Era una a bu buha hard rdil illa la la larg rga a y es estr trec echa ha,, co con n un unos os ca carte rtele les s de pelí pe lícu cula las s pe pega gado dos s en lo los s mu muro ros s de al aleg egre re co color lorid ido o y un unos os có cómo modo dos s sillones, de esos con forma de saco, colocados frente a un desvencijado sofá de cuero rojo. Era el lugar ideal para que los socios celebraran sus reuniones, pensó Walter. El chico llamado Greg estaba sentado en el viejo sofá, entre las dos niñas que pertenecían al club, Bonnie y Natasha. Greg era rubio y pecoso y se afanaba en impresionarlas. En sus rodillas sostenía la figura articu art iculad lada a de un dro droide ide de La guerra guerra de las gala galaxia xias, s, y les demostraba cómo se movía. Evan Ev an,, un ch chic ico o mo more reno no al algo go ma mayo yorr qu que e lo los s ot otro ros, s, es esta taba ba tumbado en uno de los sillones leyendo una novela de Star Trek. —Vamos, chicos —insistió Walter—. ¿Podemos empezar? Esta es mi primera reunión y estoy impaciente por ver cómo se desarrolla. Nadie le prestó atención. Bonnie, Bonni e, muy ale alegre gre y viv vivara aracha cha,, int intent entó ó arr arreba ebatar tar a Gre Greg g el muñe mu ñeco co de La gu guer erra ra de la las s ga gala laxi xias as.. Su amiga Natasha, una niña de aspecto solemne con los ojos grises como el acero, se sentó en un sillón para alejarse del forcejeo entre sus compañeros. —Vamos, chicos —repitió Walter. Evan permaneció con la nariz pegada al libro. De pronto le dio tal ataque de risa que sus huesudos hombros se convulsionaban de modo incontrolable. —Lo siento. Es que acabo de leer un párrafo muy cómico — explicó. ¿Qué tenía de cómico Star Trek ? , se preguntó Walter. Quizás había sido un error afiliarse a este club. Apenas conocía a estos chicos. Walter se había quedado de una pieza cuando Bonnie se le acercó un día en la escuela y le preguntó si quería ingresar en el club y ser su nuevo presidente. La niña le aseguró que ella y los otros creían que tenía madera de líder, y que esto era lo que necesitaba el club: alguien capaz de conseguir que se hicieran las cosas.

 

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¿Por qué había accedido? ¿Se había sentido halagado de que se lo pidieran, o acaso le costaba hacer amigos? Lo había hecho por ambas razones, pensó Walter. Y por una tercera: le atraía la posibilidad de trabar amistad con otros chicos a quienes les interesara el tema del espacio. Desde pequeño le fascinaba la idea de que hubiese vida en otros planetas. ¿Existían realmente los alienígenas? El universo contenía miles de millones de planetas, por lo que había muchas probabilidades. La luz que penetraba por la ventana del desván se disipó a medida que el sol del atardecer descendía. Sobre el suelo se proyectaron unas sombras alargadas. Walter carraspeó de nuevo e insistió: —¿Empezamos o no? Como soy nuevo en el club, quiero daros las gracias por haberme nombrado presidente. Procuraré hacer un buen trabajo. Greg, que seguía tumbado en el sofá, se acercó a Bonnie para most mo stra rarl rle e un artí artícu culo lo pu publ blic icad ado o en un una a re revi vist sta a so sobr bre e ov ovni nis. s. Ev Evan an ni siquiera se molestó en alzar la vista del libro. —Venga, comencemos la reunión —dijo Natasha, arreglándose los pendientes de plástico que asomaban debajo de su cabello negro y corto—. Tengo hambre. —No po —No podem demos os mer merend endar ar tod todaví avía a —re —repus puso o Bonn Bonnie ie—. —. Pri Prime mero ro tenemos que leer las actas de la última reunión. —De acuerdo —suspiró Natasha, resignada—. Léelas de una vez. Walter observó los rostros de sus compañero compañeros. s. «No parecen muy entusiasmados —se dijo—. ¿Será que en realidad no les interesan los alienígenas?» —Yo leeré las actas de la última reunión —le anunció Bonnie a Walter. La niña extrajo un cuaderno de su mochila. Pasó las hojas hasta dar con la que buscaba. —Durante nuestra última reunión —comenzó— hablamos sobre cómo reunir fondos para ir a ver la exposición de arte extraterrestre en el museo de Boston. Acordamos que Greg hablaría con el señor Hemming en la escuela sobre la posibilidad de celebrar un carnaval de alienígenas o algo parecido. —El señor Hemming estaba enfermo —le dijo Greg—. Procuraré hablar con él la semana que viene. Bonni Bo nnie e pu puso so los ojo ojos s en bla blanc nco. o. Lue Luego go co conti ntinuó nuó ley leyend endo o sus notas:

 

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—En nu —En nues estr tra a úl últi tima ma re reun unió ión n Na Nata tash sha a pr prop opus uso o ta tamb mbié ién n qu que e editáramos un boletín del Club de los Alienígenas para venderlo en la escuela. Decidimos discutir la propuesta durante esta reunión. —Nunca queréis hablar del tema —se quejó Natasha. —Porque es una mala idea —terció Evan, cerrando el libro. —Pues yo creo que sería divertido editar un boletín del club — replicó Walter—. ¿Por qué te parece una mala idea? —Porque todos los chicos de la escuela creen que somos unos mutantes o algo por el estilo —contestó Evan—. Si editamos un boletín del club, se reirán de nosotros y empezarán a llamarnos alienígenas. —Evan tiene razón —dijo Greg—. No conviene llamar la atención. Al fin y al cabo, éste es un club secreto. Todos rompieron a hablar a la vez. Walter levantó las manos para imponer silencio. —¿Qué te parece lo del boletín, Bonnie? —preguntó, gritando para hacerse oír sobre las otras voces. Bonn Bo nnie ie se ap apar artó tó el pe pelo lo co cobr briz izo o de dell ho homb mbro ro sa sacud cudie iend ndo o la cabeza. —Hemos hablado de esto ya cien veces —dijo—. Propongo que aplacemos el tema y merendemos. —Sí. Estoy famélico —la secundó Greg. —¿Hemos termi —¿Hemos terminado nado con las acta actas? s? —bal —balbuci bució ó Walt Walter. er. Esta Estaba ba confundido. ¿Por qué querían zanjar el asunto? —Echadme una mano, chicos —imploró Walter—. Como nuevo presidente del club, quiero hacer un buen trabajo. ¿Cuál es el siguiente tema? Nadie respondió. Evan continuó leyendo su libro. Las dos niñas se pusieron a charlar entre ellas. —Vuelvo enseguida —dijo Greg, levantándose de un salto del sofá y bajando a toda prisa la escalera del desván. Al cabo de unos segundos apareció de nuevo con una bolsita morada. —¡Caramelos alienígenas para todos! —exclamó resoplando tras subir los peldaños de dos en dos. —¿Carame —¿Car amelos los ali alien eníge ígenas nas? ? —p —preg regunt untó ó Wal Walter ter—. —. ¡Es ¡Estup tupen endo! do! ¡Nunca los había visto!

 

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Greg abrió la bolsa y extrajo unos caramelos cuadrados de color marrón. —Son como tofes —dijo—. Los hemos comido otras veces. —¡Te —¡ Teng ngo o tant tanta a ha hamb mbre re qu que e se serí ría a ca capa paz z de co come merme rme a un alien ali eníge ígena! na! —e —excl xclamó amó Bo Bonni nnie e arr arreba ebatán tándol dole e la bo bolsa lsa a Gre Greg. g. Se lle llevó vó varios caramelos a la boca y empezó a masticarlos. —Dejad que los pruebe —pidió Walter, extendiendo la mano—. Tienen un aspecto muy rico —añadió comiéndose un caramelo. Era muy dulce y de sabor parecido al café. Natash Nata sha, a, co con n su ex expr pres esió ión n so sole lemn mne e ha habi bitu tual al,, se com comió ió un puñado de pequeños caramelos cuadrados, masticándolos despacio. Greg se metió unos cuantos en la boca y luego pasó la bolsa a Evan, que estaba sentado en el suelo. Evan se tragó dos caramelos enteros sin masticarlos. —Esto no llena mucho —se quejó—. Todavía tengo hambre. De pronto Evan emitió un gemido. Su rostro empezó a retorcerse y a agrandarse. Sus ojos y su boca se hundieron entre pliegues de carne, y su cabeza se hinchó como un globo. Evan gimió de nuevo. Sus brazos se alargaron como si fueran de goma gom a y adq adquir uirie ieron ron un asp aspec ecto to rel relucie uciente nte,, hac hacién iéndos dose e cad cada a vez más delgados, hasta que pareció que de los hombros le colgaran unos fideos. Walter profirió una exclamación de terror al contemplar a Evan, que parecía un globo sin rostro con unos brazos y unas piernas como espaguetis. —¡Los caramelos alienígenas! —gritó Walter—. ¡Han convertido a Evan en un alienígena! Bonnie emitió un prolongado y agudo chillido. —¡Ayyy! A continuación empezó también a cambiar de aspecto. De su espalda brotaron con un chasquido ensordecedor unas alas enormes y peludas. Su boca se abrió de par en par, dejando al descubierto dos lenguas azules. Detrás de ella, una cola gruesa y rosada, cubierta de pelos negros, golpeó el suelo. —¡Bonnie! ¡También te has transformado! —exclamó Walter—. Los caramelos... Greg se convirtió rápidamente en una bestia de cuatro patas provista de un caparazón duro y verde en la espalda. De la cabeza de Natasha brotaron unas antenas, y de sus hombros unas alas blancas y

 

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delgadas. Su cuello se alargó hasta el otro extremo de la habitación al tiempo que ella hacía entrechocar los dientes. —¡Es —¡ Esta tamo mos s co conv nvir irti tién éndo dono nos s en al alie iení níge gena nas! s! —a —aul ulló ló Wa Walt lter er,, pegand pega ndo o la es espa pald lda a a la pare pared d de dell desv desván án—. —. Al co come merr lo los s ca cara rame melo los s alienígenas... Walter se detuvo. Las mejillas le ardían y su corazón latía con violencia. «¡Yo tam «¡Yo tambié bién n es estoy toy tra transf nsform ormánd ándome ome!! —pe —pensó nsó—. —. No pue puedo do creer que esto me esté ocurriendo.» Las orejas también le ardían. Tenía la boca seca y no era capaz de tragar. «Estoy cambiando..., transformándo transformándome...» me...» Los cuatro grotescos alienígenas se pusieron a rugir y a gruñir, abriendo mucho sus poderosas fauces y batiendo sus recias alas. Walter contuvo la respiración y examinó sus brazos, sus piernas y sus pies. Se palpó el rostro con ambas manos. «Alto, un momento —se dijo—. Pero ¿qué diantres sucede? »Soy el mism »Soy mismo. o. No he camb cambia iado do.. Yo ta tamb mbié ién n he co comi mido do de aquellos caramelos. ¿Por qué soy el único que no se ha transformado?» Los otr Los otros os lo rod rodear earon on lenta lentame mente nte,, bab babea eando ndo,, lamié lamiéndo ndose se los los labios amoratados, haciendo entrechocar las mandíbulas. —Eh, chicos —barbotó Walter—. Ya lo entiendo. Siempre habéis sido alienígenas. Ahora lo entiendo. Walter intentó retroceder, pero los otros lo tenían acorralado. —Vosotros no queríais que fuera vuestro amigo —balbució—. En realidad no queríais que fuera el presidente de vuestro club. —¡Eras el candidato perfecto para ser el presidente! —repuso Bonnie con voz ronca, lamiéndose los gruesos labios con dos lenguas azules—. Nos gustan bien gorditos. Lo devoraron en pocos segundos. No dejaron ni un hueso, ni un tendón. —La reunión ha concluido —declaró Greg con un sonoro eructo.

 

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—¡Eh, chicos, comencemos de una vez! —exigió Jake remetiéndose los faldones de la camisa en el pantalón. Tenía una barriga tan voluminosa que la camisa se le salía una y otra vez. Había transcurrido un mes, y el Club de los Alienígenas se había reunido de nuevo en el desván de Greg. Evan estaba apoyado en la pared, leyendo Crónicas marcianas. Greg les mostraba a Bonnie y a Natasha un montón de carteles de películas. —¡Demos la bienvenida a nuestro nuevo presidente! —exclamó Bonnie. —¡Síííííí! —gritaron todos y aplaudieron. Jake se inclinó. —Gracias —Graci as —di —dijo— jo—.. Co Como mo vue vuestr stro o nue nuevo vo pre preside sidente nte,, dec declar laro o abierta la sesión —Jake se remetió de nuevo los faldones de la camisa en el pantalón—.estas Pero primero debo haceros una pregunta. ¿En qué consisten exactamente reuniones?

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