"Características o Calidades Del Deber"

November 23, 2017 | Author: MasielOrbe | Category: Morality, Id, Reason, Aristotle, Cognition
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Descripción: Ética y deontología contable....

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“Año de la Promoción de la Industria Responsable y del Compromiso Climático”

UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTIN FACULTAD DE CIENCIAS ECONOMICAS ESCUELA ACADEMICO PROFESIONAL DE CONTABILIDAD

Características o Cualidades del Deber DOCENTE

: CPCC. M.Sc. Carmen Pérez Tello

CURSO : Ética y Deontología Profesional ALUMNOS Torres

: Eric Renato Paredes Bessy Masiel Orbe

Gonzales Jean Piere Portocarrero Flores Elizabeth Najar Pilco CICLO

: VI

Ética y Deontología Profesional

TARAPOTO – PERÚ.

INTRODUCCIÓN

En la antigüedad y en la Edad Media la preocupación se centraba en aquello que es debido; y la razón era que casi todas las morales de esa época eran morales concretas en las que importaba más el contenido de los mandatos que la forma. Sin embargo, siempre ha habido alguna conciencia de la diferencia fundamental entre el deber ser y el ser puro y simple. En filosofía suele distinguirse el deber ser del ser. Esta distinción es ontológica, pero desde el punto de vista lingüístico existen dos tipos de lenguaje: el lenguaje indicativo y el prescriptivo y con frecuencia se supone que el ser corresponde al reino de la realidad en cuanto tal (a veces sólo al reino de la naturaleza) y el deber ser al reino de la moralidad que expresa lo que debe hacerse u omitirse.

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CONCEPTO

El deber que tiene el ser, es forjarse día a día y mentalizarse que en esta vida no se regalan las cosas y que las aptitudes de cada uno solo las puede conseguir uno mismo, a veces puede ser ayudado por alguien e ir adquiriendo unas bases del conocimiento y hasta puede que a uno les sea más fácil que a otros, pero lo que es seguro es que todos tenemos que poner esfuerzo y si nos caemos debemos levantarnos una y otra vez. Seguramente es la mejor forma de aprender, basándonos en nuestros errores conseguiremos al final evitarlos.

Pero la gran debilidad del ser humano es la pereza y la falta de constancia y esto nos hace decrecer en nuestro ritmo de vida impidiéndonos dar el 100% de lo que somos, y si no llegamos a una meta que realmente merezca la pena, será realmente difícil llegar a ser un ser humano, en lo que moral y éticamente se refiere.

Si no conseguimos esto, querrá decir que prácticamente somos unos mediocres y que nuestra vida tiene poco sentido porque nos dejamos llevar por la corriente y cuando encontramos un obstáculo nos cuesta tanto saltarlo y resolverlo que seguramente la decisión que tomemos será la de desviarnos de nuestro camino original y verdadero e iremos dejando a un lado nuestros problemas y habrá un momento en nuestra vida, en el cual será tan grande la montaña de faltas y errores cometidos que nos derrumbaremos con ellos y entraremos en un bucle del que no podremos salir, puesto que no sabremos resolverlos y acabaremos siendo unos renegados que van de la mano de una sociedad como la actual que lo único que pretende

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es

acabar

con

los

que

allí

habitamos

y

destrozar

nuestro

conocimiento, conciencia y razón de ser, volviéndonos de esta forma en unos sin sentido de la vida.

HISTORIA

El

deber

se

deduce

del

bien

supremo para las morales de tipo material. Para los estoicos el deber es principalmente vivir de acuerdo a la naturaleza, o sea con la razón universal. En cambio, para las morales de tipo formal, el deber se deduce del imperativo categórico supremo,

independiente

de

los

fines concretos. Para Kant, el deber es la forma de la obligación moral por respeto al deber y no solo en cumplimiento del deber, que equivale a identificar el deber con el soberano bien.

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En las éticas de tipo material es el mandato sobre la conciencia moral por cierto número de valores. Se puede admitir que la intuición de los valores supremos produce en ciertos casos la conciencia del deber, de hacer y cumplir lo que es valioso. Desde el Psicoanálisis, el deber ser es la conciencia moral, una de las funciones del Superyo, instancia del aparato psíquico que actúa como censor con respecto al yo. El Superyo se forma mediante la incorporación de las exigencias y prohibiciones parentales. Parece dominar al yo y adquiere para el sujeto valor de modelo y función de juez. El Superyo comprende dos instancias: el ideal del yo y una instancia

crítica.

Desde

esta

teoría,

la

interiorización

de

las

prohibiciones se produce en una etapa precoz, muy temprana. Según Melanie Klein existiría un Superyo desde la etapa oral del desarrollo psicosexual en la que el objeto del deseo erótico es el pecho materno; mediante la introyección de objetos buenos y malos (pecho bueno pecho malo). Freud precisa la idea de que el Superyo del niño no se forma a imagen de los padres sino a imagen del Superyo de los padres, o sea que es una identificación con el contenido que se convierte en el representante de la tradición, o sea, de todos los juicios de valor que persisten a través de las generaciones. El

Superyo

freudiano

comprende

principalmente

representaciones de palabras cuyos contenidos provienen de las percepciones auditivas, de los preceptos, y de la lectura.

CUALIDADES

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El concepto de deber ocupa uno de los lugares centrales de nuestro lenguaje moral. Nos referimos con él a los mandatos y obligaciones mediante los cuales modificamos nuestra conducta y, en general, al conjunto de exigencias que conforman nuestra praxis cotidiana. Añadir el predicado moral implica introducir un factor diferenciador esencial: se trata ahora de una auto-obligación, de una autolimitación, que, a diferencia de otro tipo de coacciones, se enfrenta sólo a las sanciones internas derivadas de nuestra propia conciencia de la responsabilidad de la acción. Como todas las formas de obligación, el deber moral limita el ámbito posible de elección y, por tanto, de actuación. Pero aquí nos encontramos

con

una

obligación

libre,

es

decir,

voluntaria

y reflexivamente aceptada.

La

existencia

de

este

tipo

de

actuaciones

la

encontramos directamente reflejada en nuestra capacidad de realizar juicios morales. De ahí que podamos afirmar que estamos ante un hecho o factum que no admite discusión. Las dificultades aparecen más bien cuando dejamos el nivel intuitivo de nuestro propio lenguaje moral y nos comprometemos a explicar el sentido de este tipo de acciones.

Esta ha sido y es, precisamente, una de las tareas básicas de la filosofía moral o ética: dar razones del porqué de esta peculiar forma de obligación y, de esta forma, hacerse cargo de los fundamentos de la actuación moral. Dentro de esta tarea, la tematización del concepto deber apunta hacia las posibles respuestas a la pregunta «¿Por qué ser moral?», esto es, «¿por qué actuar moralmente?».

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Detrás de estas cuestiones no se esconde sino la necesidad de orientación de la acción que caracteriza al actuar humano. La distinción entre ser y deber ser no viene impuesta por la reflexión ética, sino que la reflexión ética intenta responder a esta escisión inherente a nuestra praxis social. Tales respuestas forman parte, como nos recuerda Aranguren, de esa necesidad de ajustamiento, de iustum facere de justificar nuestros actos, sin la cual perdería la conducta su sentido y razón de ser.

De tal necesidad ya se habían dado perfecta cuenta los pensadores estoicos cuando adelantaron las palabras que después Toulmin convertiría en tema central de la ética: deber hacer algo implica tener buenas razones para hacer algo. A la ética, como teoría de la moral, le corresponde averiguar qué convierte a una razón en «buena razón» para justificar nuestra conducta.

En la historia de la ética encontramos dos respuestas globales al tema del deber en este sentido general. En primer lugar, aquellas posiciones que ven en el deber un medio para alcanzar el fin propio del hombre. Son las denominadas éticas teleológicas (telos = fin), para las cuales lo moral tiene que ver con los resultados de la acción, según se acerquen o se alejen de ese fin. En segundo lugar, aquellas posiciones que encuentran en el deber mismo el elemento moral de la acción. Son las denominadas éticas deontológicas (deon = deber), encargadas de definir lo debido o correcto para todos y, por tanto,

de

establecer

el marco

normativo

de

lo

justo.

El propósito de este artículo es mostrar cómo el concepto de deber se ha ido paulatinamente convirtiendo en el lugar básico de referencia

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para la conducta moral y, por consiguiente, para la reflexión ética. La razón de ello, así reza la tesis, es que la dimensión deontológica puede abarcar los principales rasgos de la actuación moral (autoobligación y universalidad),

sin

perder

la

posibilidad

de

una

justificación

intersubjetivamente válida. Para lo cual, sin embargo, el concepto de deber tiene que saber incorporar también las referencias a la acción y alejarse, de esta forma, de las propiedades de dogmatismo y rigorismo con las que generalmente se le asocia.

DEBER, VIRTUD Y FELICIDAD

Si

nos

centramos

en

esta

necesidad

de

justificación,

podemos analizar el concepto de deber siguiendo tres grandes etapas. El hilo conductor consiste en la radicalización de los criterios de justificación, derivada a su vez de la progresiva separación entre vigencia y validez, entre lo socialmente dado y lo moralmente correcto.

El precio de esta separación, como tendremos ocasión de comprobar, es la correspondiente escisión entre lo bueno y lo correcto, entre la felicidad y el deber. Un ejemplo claro lo constituye la polis griega. Si bien el concepto de deber como concepto aislado y referente básico de la conducta moral no aparece hasta los estoicos, podemos encontrar en Platón (por ejemplo en los diálogos Apología y Critón) una explicitación clara del problema al plantear la cuestión de la obligación de obedecer la ley que se acepta libremente.

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También Aristóteles tematiza la obediencia a la ley (nomos), canon tanto de la conducta individual como de la social y, por tanto, núcleo básico de la vida en común. Sin embargo, con la estoa entramos en una concepción radicalmente nueva del deber.

El motivo no es otro que el derrumbe del modelo ontológico que servía de marco normativo de referencia: la polis.

Al igual que en Aristóteles, la ética estoica se preocupa por el bien, por el modo de vida adecuado para el hombre, por la felicidad. El cambio de concepción no debemos buscarlo en la delimitación del ámbito moral, sino en las coordenadas desde las que se intenta ofrecer una respuesta. Lo propio del hombre, la naturaleza humana y, por tanto, las normas con las que ordenar una sociedad conforme a ella, ya no pueden derivarse de una imagen del mundo cuya validez es ahora «una entre otras». Sin este contexto normativo previo

no

puede definirse

la

virtud,

como

termina

haciendo

Aristóteles, por referencia al «hombre prudente».

El bien supremo del hombre, la felicidad, depende de la virtud, y ésta de ese razonable cálculo del «justo medio». Pero sin la «facticidad

normativa»

que

representa

la

polis,

ya

no

es

posible mantener, por así decirlo, un referente objetivo del uso correcto de la razón.

La

ruptura

de

la

unidad

social

de

la

polis

y

la

consiguiente difuminación de las normas e ideales compartidos conducen a la necesidad de construir un concepto de naturaleza humana sin el apoyo de ninguna «comunidad de origen». Y esto sólo

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es posible si consideramos una instancia separada, independiente de la misma esfera social. Aparece de esta forma la escisión entre la vida privada y la vida pública y, consecuentemente, la aparición de la conciencia individual. La demarcación entre intención y acción, ingrediente esencial del concepto actual de deber, pasa a constituir así un elemento imprescindible de la reflexión moral.

Zenón (322-264 a. C.) utiliza el concepto de deber (kathekón) para referirse a lo adecuado, lo conveniente, lo exigible; pero recogiendo a su vez el matiz de que tales propiedades lo son por cualquier motivo y en cualquier situación. Más tarde será Cicerón (106-43 a. C.) quien restituya este significado con la palabra latina officium, siendo Ambrosio (340-397) el encargado de introducirla en el cristianismo.

En el caso de Cicerón, disponemos de una obra titulada Sobre los deberes, en la que podemos encontrar una buena sistematización de la

ética-estoica.

Antes

de

entrar

en

ella,

sin

embargo,

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sería conveniente apuntar algunas de las ideas básicas de esta doctrina.

Los estoicos dividían la filosofía en tres disciplinas básicas: la lógica, dedicada al estudio de la relación entre lenguaje, pensamiento y realidad; la física, encargada del estudio del ser dado del logos en la realidad misma; y, por último, la ética, centrada en el estudio de lo que este logos o ley natural nos ordena hacer.

La escuela mantendrá a lo largo de la historia esta triple distinción, estructurada en torno al fin eminentemente práctico que caracteriza al sistema del saber: la lógica es necesaria para la física, y ésta para la ética.

El fin de la filosofía, del saber científico, no es otro que la orientación de la conducta social e individual de los hombres. La «seguridad»

que

ofrecen

estos

conocimientos,

apoyada

en

su pretensión de universalidad, tiene que llenar el lugar normativo que ocupaba la polis. De ahí la estricta relación entre teoría y praxis, de ahí también que la filosofía tenga como objetivo último «el uso correcto de la razón prestada por la naturaleza a todos los hombres».

Desde estos presupuestos es lógico que Zenón defina la virtud como la «conducta regida por la recta razón», y deber como «lo que es conforme a la naturaleza y puede justificarse con buenas razones». La moral socrática vuelve a resurgir con esta asimilación de

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virtud y conocimiento que, a diferencia de Aristóteles, no deja espacio alguno para elementos «externos» a la propia acción.

CARACTERÍSTICAS DEL DEBER

A.

AUTONOMÍA

No es impuesta, surge de la persona misma. A diferencia de la NORMA JURÍDICA que sí debe cumplirse o sufrir un castigo o pena. B.

INCOERCIBILIDAD

La norma moral no tiene capacidad de castigo. Lo denominado “sanción moral” es la desaprobación de la conducta por el grupo. Puede llegar hasta el aislamiento del individuo. C.

UNILATERAL

Consiste en que la norma moral implica deber pero no crea derecho. Puede haber consejo, exhortación pero no obligación. La norma jurídica sí implica deber y derecho. Cuando se altera la norma jurídica el juez restablecer el equilibrio.

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D.

NO SON OBJETO DE COMPETENCIA

Ningún organismo del Estado tienen competencia en la moral. Surge en la sociedad y puede desaparecer.

CONCLUSIONES

Por eso el objetivo básico de la filosofía es el conocimiento de la razón, de la ley que la naturaleza ha depositado en los hombres, al igual que lo ha hecho en el resto de los seres. No obstante, los hombres son los únicos que pueden acomodarse o resistirse a esta ley natural, aunque la felicidad sólo es posible por el camino de la conformidad.

Es la naturaleza, la razón, la que se convierte en regla y norma del actuar humano, y es con referencia a ella como las acciones alcanzan un determinado valor. El reconocer esta ley natural es cosa de cada uno, pues todos la tenemos depositada en nuestro interior por el hecho mismo de ser humanos. El logos, como capacidad de hablar,

es la

prueba

fehaciente

de

esta

facultad

de

autorreconocimiento.

Con esta participación en la razón toma cuerpo teórico, por primera vez, la idea de una comunidad universal. Roto el marco tradicional de la polis, el estoicismo ofrece, de ahí su significación histórica, una explicación del sentido del actuar humano más allá de contextos socio-históricos concretos.

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Cosmopolitismo e individualismo parecen constituir, de esta forma, una y la misma respuesta ante la necesidad de una justificación

de

la

conducta

que

sea

capaz

de

mantenerse independientemente de los cambios históricos. El paso fundamental que

aporta

la

ética

estoica

consiste

en

la

«interiorización» del concepto de deber: lo que determina el deber está en nosotros mismos, en nuestra actitud, en nuestra propia voluntad.

BIBLIOGRAFÍA

http://deconceptos.com/ciencias-sociales/deber-moral http://filosofia.laguia2000.com/los-valores/el-deber-moral http://www.mercaba.org/Filosofia/deber.htm 

Deber - Domingo García Marzá

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