Psiquiatria de Dios Charles L Allen A

November 19, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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LA PSIQUIATRÍA DE DIOS CHARLES L. ALLEN DESCUBRA USTED EL PODER DE LA FE… y llegue a ser una persona más feliz y efectiva. En LA PSIQUIATRÍA DE DIOS, el autor descubre el significado de ésta proeza en los cuatro pasajes más conocidos de la Biblia: EL SALMO 23 LOS DIEZ MANDAMIENTOS EL PADRE NUESTRO LAS BIENAVENTURANZAS He aquí la forma como él introduce este modo de usar la Biblia en la aplicación del Salmo 23: “El Salmo 23 es un modelo de pensamiento, y cuando una mente llega a saturarse de él, obtiene como resultado un nuevo modo de pensar y una nueva vida. Este salmo sólo contiene 103 palabras. Uno lo puede aprender de memoria en breve tiempo. En efecto, casi todos lo sabemos de memoria. Pero su poder no está en aprender de memoria sus palabras, sino en tener sus pensamientos en nuestras mentes.” “El poder de este salmo está en el hecho de que representa un enfoque positivo, de esperanza y de fe sobre la vida.” Al leer usted la simple pero enérgica discusión de estos mensajes bíblicos, descubrirá una nueva comprensión de la vida y una nueva paz para la mente. El nombre de Charles L. Allen es famoso no sólo para una de las más grandes organizaciones protestantes, sino para millones de lectores que han hallado inspiración en los libros de este autor, que siempre han sido de los que más se han vendido. Desde el púlpito de su iglesia, que es la Primera Iglesia Metodista de Houston, su fama se ha extendido a través de la radio y la televisión, y a través de sus columnas en diversos diarios y revistas entre los cuales se encuentran algunos de los más conocidos. El éxito fenomenal de las ventas de los libros de este autor que están en circulación, que es de cerca de tres cuartos de millón de copias, se debe a las respuestas que él da, en una prosa bella, a los problemas cotidianos de todos los hombres. CONTENIDO La sanidad de la mente y del alma... PARTE 1: CÓMO PENSAR ACERCA DE DIOS EL SALMO 23 1. Un modelo de pensamiento. 2. “Jehová es mi pastor, nada me faltará.” 3. “En lugares de delicados pastos me hará descansar.”

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4. “Junto a aguas de reposo me pastoreará.” 5. “Confortará mi alma.” 6. “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.” 7. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.” 8. “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” 9. “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores.” 10. “Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.” 11. “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida.” 12. “Y en la casa de Jehová moraré por largos días.” 13. “El conoce al Pastor” PARTE II: LOS PRECEPTOS DE DIOS PARA LA VIDA LOS DIEZ MANDAMIENTOS. 1. “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” 2. „No te harás imagen, ni ninguna semejanza.” 3. “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano.” 4. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo.” 5. “Honra a tu padre y a tu madre.” 6. “No matarás.” 7. “No cometerás adulterio.” 8. “No hurtarás.” 9. “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.” 10. “No codiciarás” PARTE III: CÓMO HABLAR CON DIOS. 1. No decir, sino orar 2. “Padre nuestro que estás en los cielos” 3. “Santificado sea tu nombre.” 4. “Venga tu reino.” 5. “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” 6. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” 7. “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” 8. “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. PARTE IV: LAS LLAVES DEL REINO. 1 “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos,” 2. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”

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3. “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” 4. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” 5. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” 6. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.” 7. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” 8. „Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.” LA SANIDAD DE LA MENTE Y DEL ALMA. Nuestra moderna palabra PSIQUIATRÍA procede de dos palabras griegas: (psykhé) y (iatréia): psykheatreia. La palabra psykhe realmente significa la persona, y se traduce de diversas maneras: aliento, alma, mente, razón y sus similares. La palabra iatréia significa tratamiento, sanidad, restauración y sus similares. Así que, ponemos juntas las dos palabras, y obtenemos la sanidad de la mente, o, como hubiera podido llamarla David, la confortación del alma. La palabra puede referirse al tratamiento médico, pero ese es solo uno de sus significados. Yo creo que la ciencia de la psiquiatría no debiera limitarse solo a la profesión médica. A menudo, el ministro religioso hace el oficio de psiquiatra, por cuanto él no sólo se ocupa de las mentes de las personas, sino también de sus almas. En efecto, la misma esencia de la religión consiste en ajustar la mente con el alma del hombre. Hace tiempo, aprendimos lo que ahora cito de Agustín: “Mi alma no tiene descanso hasta que halle su descanso en Ti”, “oh Dios” Sanar significa poner a la persona en correcta relación con las leyes físicas, mentales y espirituales de Dios. El médico es un ministro de Dios. Toda verdadera investigación científica no es sino un esfuerzo organizado para aprender las leyes de Dios y el modo en que ellas operan. El maestro también es un ministro de Dios. Él busca cultivar la mente. Busca la verdad y la conoce cuando la halla. La mente que piensa el error es una mente enferma. Así que el maestro practica una parte de la gran ciencia de la psiquiatría. Además de nuestros cuerpos y de nuestras mentes, están nuestras almas. El ministro se preocupa por el alma del hombre. Él cree que si el alma está enferma, el hombre está en verdad enfermo. Y sólo Dios puede sanar el alma. Así que la primera y más importante psiquiatría tiene que ser la psiquiatría de Dios, la esencia de la cual encuentro yo en los cuatro pasajes más conocidos de la Biblia: el Salmo 23, los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro y las Bienaventuranzas. Como pastor de una iglesia que está situada en una de las principales vías públicas de la ciudad de Atlanta, he tenido el privilegio de aconsejar a muchas personas que han necesitado ayuda. Como resultado de escribir una columna diaria para el periódico Constitución de Atlanta, y de hablar regularmente durante algunos años por radio y televisión sobre estos temas, he recibido muchas cartas de personas que me cuentan sus problemas. Todavía no he hallado a ninguno que necesite sanidad de su mente o de su situación, sin que a la vez haya descubierto que en alguna parte de su vida violó alguno de los principios básicos sobre los cuales escribo en este libro. Por tanto, yo digo que la mayoría de las personas necesitan la psiquiatría de Dios. En este pequeño volumen no estoy preocupado por presentar casos ni técnicas, como lo hice en otros dos libros que ya publiqué: Roads to Radiant Living (Caminos hacia una vida radiante) y In Quest of Gods Power (En busca del poder de Dios). Aquí más bien trato de explicar los grandes principios que Dios ha establecido para gobernar la vida del hombre, por cuanto creo que, si el hombre vive conforme a estos principios, su vida será íntegra y sana. Si los viola, se enfermará. Alquien ha expresado la misma verdad de este modo:

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El que nos hizo así hizo al hombre perfecto. Que la salud del cuerpo dependa de su alma. Deseo expresar mi aprecio a muchas personas. A los miembros de la Iglesia Metodista Gracia de Atlanta, cuyo amor y apoyo leal son más que lo que yo merezco. A mi secretaria, señora de Charles T. Moss, la cual no sólo es eficiente, sino también amable, comprensiva y leal. A mi asistente, señorita Mary Hogan, que diariamente hace mucho trabajo que me corresponde a mí, y así me permite tener más tiempo para mis estudios y para mis compromisos de hablar en público. A mi amada esposa Leila, quien continúa amándorne, aunque yo dedico mucho tiempo a mi trabajo y a otras personas. Charles L. Allen Houston, Texas PARTE 1 CÓMO PENSAR ACERCA DE DIOS SALMO 23 Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis anustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días. 1. UN MODELO DE PENSAMIENTO Un hombre a quien admiro mucho llegó a visitarme. Él comenzó su compañía hace muchos años con muy pocas posibilidades, pero con la determinación de llegar hasta la cumbre. Él tiene capacidades especiales y energía, y emplea todo lo que tiene. Hoy él es el presidente de su compañía y posee todas las cosas que corresponden a su posición. Sin embargo, a lo largo del camino, él pasó por alto algo, y como consecuencia, una de las cosas que él no ha logrado es la felicidad. Se volvió un hombre nervioso, tenso, preocupado y enfermo. Finalmente, uno de los facultativos le sugirió que hablara con un ministro religioso. Por ello, fue a visitarme. Hablamos sobre el modo como sus médicos le prescribían las medicinas y como él se las tomaba. Luego saqué una hoja de papel y le escribí mi prescripción: el Salmo 23 cinco veces al día, durante siete días. Insistí en que él cumpliera estrictamente la prescripción tal como se lo indicaba. Tenía que leerlo la primera vez al levantarse por la mañana: leerlo con cuidado, meditación y oración. Inmediatamente después del desayuno debía hacer exactamente lo mismo. Y lo mismo después del almuerzo y de la cena. Finalmente, tenía que hacer lo mismo antes de acostarse.

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La lectura no debía ser rápida ni apresurada. Debía pensar en cada frase, y concederle a la mente el tiempo necesario para que se empapara hasta donde fuera posible con su significado. Le prometí que al fin de sólo una semana las cosas serían diferentes para él. Esa prescripción parece sencilla, pero en realidad no lo es. El Salmo 23 es una de las obras más enérgicas que existen en la literatura, y puede obrar maravillosamente a favor de cualquier persona. Yo se lo he prescrito a muchas personas y en todos los casos en que yo haya sabido que se puso en práctica, produjo resultados. Este salmo, estimado lector, puede cambiar su vida en siete días. Un hombre me dijo que él no tenía tiempo para molestarse leyendo el salmo durante el día. Por tanto, simplemente lo leyó cinco veces por la mañana. Sin embargo, cuando un médico prescribe alguna medicina para tomarla después de cada comida, cada cierto número de horas, ninguna persona que tenga la cabeza en su puesto se tomaría todas las dosis en una sola vez. Algunos me han dicho que luego de dos o tres días ellos habían creído que era suficiente. Por tanto, como ya lo sabían de memoria, en vez de apartar tiempo para volver a leerlo completamente, simplemente pensaban en él durante el día. Así no sirve la prescripción. Para que el Salmo 23 sea efectivo, hay que cumplir exactamente la prescripción. Ralph Wáldo Emerson dijo: “El hombre es lo que él piense todo el día.” Marco Aurelio afirmó: “La vida del hombre es lo que sus pensamientos hacen que sea.” Norman Vincent Peale sostiene: “Cambia tus pensamientos y cambiarás el mundo.” La Biblia dice: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.” (Proverbios 23:7). El Salmo 23 es un modelo de pensamiento, y cuando una mente llega a saturarse de él, obtiene como resultado un nuevo modo de pensar y una nueva vida. Este salmo sólo contiene 103 palabras. Uno lo puede aprender de memoria en breve tiempo. En efecto, casi todos lo sabemos de memoria. Pero su poder no está en aprender de memoria sus palabras, sino en tener sus pensamientos en nuestras mentes. El poder de este salmo está en el hecho de que representa un enfoque positivo, de esperanza y de fe sobre la vida. Creemos que este salmo fue escrito por David, el mismo David que tuvo en su vida un negro capítulo de pecado y fracaso. Pero él no pierde el tiempo en inútil lamento ni en mórbida retrospección. David posee el mismo espíritu con que San Pablo expresa estas palabras: “...olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndose a lo que está delante, prosigo a la meta,..” (Filipenses 3:13). Es el mismo espíritu de las palabras de nuestro Señor cuando dijo: “Ni yo tampoco te condeno; vete, y no peques más.” (Juan 8:11). Practíquelo usted, amigo lector, tal como se lo prescribo, y en siete días se implantará profunda y firmemente en su mente una poderosa nueva manera de pensar que le producirá maravillosos cambios para su vida pensante y le dará una nueva vida. 2. “JEHOVA ES MI PASTOR; NADA ME FALTARÁ.” Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los Aliados reunieron a muchos niños hambrientos y sin hogar y los colocaron en grandes campos. Allí se les alimentó y se les cuidó, No obstante, por las noches, ellos no dormían bien. Parecían no tener descanso y sentirse temerosos. Finalmente un psicólogo dio con la solución. Luego que los muchachos se acostaban, a cada uno se le daba una rebanada de pan. Claro que si querían comer más pan, se les daba, pero esa rebanada de pan en particular no era para que se la comieran, sino para que la tuvieran en la mano. La rebanada de pan produjo maravillosos resultados. Los niños se acostaban con el sentimiento de que tendrían algo para comer al día siguiente. Esa seguridad le producía al muchacho calma y descanso apacible. En el Salmo 23, David indica algo del mismo sentimiento en la oveja cuando dice: “Jehová es mi pastor; nada me faltará.” Instintivamente, la oveja sabe que el pastor ha hecho planes para apacentarla al día siguiente. La oveja sabe que así como el pastor hizo abundante provisión

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para ese día, así lo hará para el día siguiente. Por tanto se acuesta en su aprisco, hablando figuradamente, con el pedazo de pan en su mano. Por eso, este salmo no comienza pidiéndole algo a Dios, sino declarando tranquilamente un hecho: “Jehová es mi pastor”: No tenemos que implorar que Dios nos dé las cosas. Tal como lo han señalados Roy L. Smith y otros, Dios hizo la provisión para nuestras necesidades mucho tiempo antes que siquiera tuviéramos una necesidad. Mucho tiempo antes que sintiéramos el frío, Dios comenzó a depositar el petróleo, el carbón y el gas para mantenernos abrigados. Él sabía que íbamos a tener hambre. Así que, antes de colocar al hombre sobre la tierra, puso la fertilidad en el suelo y la vida en las semillas. “...vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” Así dijo Jesús (Mateo 6:8). La mayor fuente de preocupación humana, se relaciona con lo de mañana. Así les sucedió a las mujeres que iban hacia el sepulcro de Jesús en la mañana de la resurrección. Ellas no pudieron contemplar la belleza del sol de la mañana ni la gloria de las flores en todo el camino. Estaban preocupadas con respecto a quién les removería la piedra del sepulcro. Y cuando ellas llegaron allí, la piedra ya estaba removida. David dice: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan.” (Salmo 37:25) Pensemos en esto. Yo tampoco he visto eso. ¿Lo ha visto usted? Toda la vida procede de Dios. Mi vida también está incluida. Dios cumple su palabra con las aves de los cielos y con la hierba del campo. Y Él quiere que nosotros pensemos que si Él cumple tanto a favor de una simple ave o de una flor silvestre, ¡cuánto más hará a favor de nosotros! (Mateo 6:25, 34). San Pablo dice: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta” (Filipenses 4:19). David dice la misma verdad en otros términos: “Jehová es mi pastor; nada me faltará.” Con esa fe, podemos trabajar en el día de hoy, sin preocuparnos por el día de mañana. 3. “EN LUGARES DE DELICADOS PASTOS ME HARÁ DESCANSAR”. Una mañana estaba yo vistiéndome apresuradamente para comenzar un día pleno y emocionante. Pero sentía un dolor en la espalda. Yo le mencioné el dolor que tenía a mi esposa, pero estaba convencido de que pronto pasaría. No obstante, ella insistió en que yo fuera a consulta médica, y el médico me internó en un hospital. En el hospital, yo me encontraba triste. Yo no tenía tiempo para pasar allí en la cama. Mi calendario estaba lleno de actividades, y el doctor tuvo que decirme que tenía que cancelar todos mis compromisos durante un mes por lo menos. Un estimado pastor evangélico, amigo mío, fue a visitarme en el hospital. Se sentó a mi lado, y con toda firmeza me dijo: “Charles, sólo tengo una cosa que decirle: El Señor dice que Él nos hará descansar.” Yo me quedé allí acostado pensando en esas palabras del Salmo 23, durante mucho tiempo después que mi amigo se fue. Pensé que el pastor comienza a pastorear a la oveja a las cuatro de la mañana. Las ovejas caminan constantemente mientras van pastando. Nunca se quedan quietas. Como a las diez de la mañana, el sol está resplandeciente, y las ovejas se sienten acaloradas, cansadas y sedientas. El pastor entendido sabe que las ovejas no deben tomar cuando están acaloradas, ni cuando tienen el estómago lleno de alimentos no digeridos. Por tanto, el pastor hace descansar a la oveja en pastos verdes, en un lugar fresco y suave. La oveja no come echada, sino que rumia lo que ha comido con lo cual cumple su modo natural de digestión. Estudiemos las vidas de las grandes personas, y descubriremos que cada una de ellas se retiró de la prisa de la vida al descanso y a la reflexión. Los grandes poemas no se escribieron en medio de los clamores de las multitudes. Nuestras visiones de Dios nos llegan cuando nos detenemos. El salmista dijo: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). Elías no halló a Dios en el terremoto ni en el fuego, sino en un “silbido apacible y delicado”. Cuando Moisés vió la zarza que ardía, se hallaba en la ladera de la montaña. Saulo de Tarso

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se hallaba en el camino quieto y solitario que conducía a Damasco, cuando vió la visión celestial. Jesús apartó tiempo para estar a solas y orar. Tal vez para nosotros sea difícil hacer esto. Queremos cantar para glorificar al Señor, queremos trabajar, predicar, enseñar. “Trabajad, trabajad, somos siervos de Dios”; “Firmes y adelante”; “Estad por Cristo firmes”. Algunas veces se nos olvida que antes que Jesús enviara a sus discípulos a conquistar al mundo, les dijo que permanecieran en oración esperando el poder de Dios. Algunas veces Dios hace que nos acostemos, para darnos la oportunidad de que miremos hacia arriba: “…me hará descansar”. Muchas veces somos forzados, no por Dios, sino por las circunstancias de cualquier clase, a descansar. Esa puede ser siempre una experiencia bendita. ¡Aún el hombre que, por estar inválido, tiene que estar todo el tiempo en cama, puede recibir bendición con ello, si aprovecha la oportunidad! Quita de nuestras almas la tensión y el peso y permite que nuestras vidas ordenadas confiesen la hermosura de tu paz. 4. “JUNTO A AGUAS DE REPOSO ME PASTOREARÁ.” La oveja es una criatura muy tímida. Especialmente se siente atemorizada ante el agua cambiante que se mueve. Y tiene razón de temerle. La oveja casi no puede nadar por causa de su grueso abrigo de lana. Nadar para ella sería como si un hombre tratara de nadar con su abrigo puesto. El abrigo de la oveja se empapa con agua y la hunde. Instintivamente, la oveja sabe que no puede nadar en una corriente rápida. Así que ella no toma un manantial veloz. Sólo bebe en aguas de reposo. El pastor no se ríe a causa de los temores de la oveja, ni trata de forzar a la oveja. En vez de eso, él lleva a sus ovejas a través de montañas y valles, y constantemente está buscando aguas tranquilas, donde la sed de sus ovejas pueda ser mitigada. Si no se consiguen aguas tranquilas, mientras las ovejas descansan, el pastor reune unas cuantas piedras para formar una represa en un pequeño manantial y así formar un embalse en el cual pueda beber sin ningún temor hasta el más pequeño corderito. Esta petición del Salmo 23 tiene un maravilloso significado para nosotros. Dios conoce nuestras limitaciones, y Él no nos condena por el hecho de que tenemos debilididades. Él no nos fuerza a ir adonde no podamos estar seguros y felices. Dios nunca nos exige que trabajemos más de lo que nos permiten nuestras fuerzas y capacidades. En vez de ello, Dios nos provee constantemente todo lo que necesitamos. Él sabe cuáles son las cargas que tenemos sobre nuestros hombros; y también sabe cuáles son los lugares en que podemos alimentarnos y refrescarnos. Uno siente confianza al saber que, aún cuando está durmiendo, el Pastor está trabajando a fin de proveerle lo que ha de necesitar en el día de mañana. Se nos dice “No dará tu pie al resbaladero, Ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá Él que guarda a Israel.” (Salmo 121:3,4). Una de las mejores maneras de quitar una tensión de nuestras vidas consiste en concentrarnos a pensar en aguas tranquilas. Tal vez en una pequeña laguna rodeada de arbolitos. Tal vez en un pequeño manantial que desciende de la montaña. Tal vez en un mar tranquilo con ondas bajas que rizan la superficie. Tan pronto como el cuadro de aguas tranquilas se fija en nuestra mente, entonces debemos comenzar a repetir y a creer: “Junto a aguas de reposo me pastoreará.” Tal experiencia produce un maravilloso rendimiento y una esperanza que nos capacita para hacerle frente al calor del día con confianza, sabiendo que hay un poder refrescante y tranquilo que nos espera y está bajo la dirección de Uno que es más sabio que nosotros.

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El gran Martín Lutero acostumbraba a cantar: Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo; Con su poder nos librará en este trance agudo. En eso estaba pensando David cuando escribió el Salmo 23. Cuando este salmo satura su mente, amigo lector, también le da la misma seguridad. 5. “CONFORTARÁ MI ALMA” Recibí una carta que concluía de la siguiente forma: “La vida terminó para mi en algún tiempo durante estos años mediante un proceso lento. Se necesitaron varios años para apagar mi fe; pero ya se fue por completo. Sólo soy un carapacho. Tal vez el del carapacho se fue.” Me gustaría hablar con el que me escribió esa carta, acerca del significado de las palabras de David en el Salmo 23: “Confortará mi alma”. David recordaba que cuando las ovejas salen a pastar en la mañana, cada una toma su lugar definido en el rebaño y en esa posición se mantiene todo el día. Sin embargo, en algún tiempo durante el día, cada oveja abandona el sitio que le corresponde en el rebaño y corre hacia el pastor. El pastor bondadosamente le frota la nariz y las orejas, le rasca suavemente las orejas y le susurra algo en el oído. Con esta seguridad y con éste ánimo, la oveja vuelve a tomar su puesto en el rebaño. David recordaba cuán cerca había estado él de Dios, cómo Dios lo había protegido cuando se enfrentó al gigante Goliat, y cómo Dios lo había guiado por los caminos del éxito. Luego, David se ocupó mucho en las cosas de este mundo. Él se sintió capaz de cuidarse a sí mismo. No sentía la necesidad de Dios. David perdió su contacto con Dios. Él hizo lo malo. Llegó a sentirse infeliz. Su carga de culpa llegó a ser tan pesada que no la podía soportar. Luego se arrepintió. Dios lo oyó, lo perdonó y lo restauró. Él llegó a ser un hombre nuevo. La mente humana es como el cuerpo humano. Puede ser herida. La tristeza es una herida. La tristeza corta profundamente, pero es una herida limpia, y puede sanar a menos que algo se meta en ella, algo así como la amargura, la compasión por uno mismo o el resentimiento. La práctica de lo malo también causa una herida. Cuando yo violo mis normas, hiero mi mente, y esta es una herida inmúnda. El tiempo no se encarga de sanar esa herida. Gradualmente, un sentimiento de culpa puede destruir la vida y convertirla sólo en “un carapacho”. No hay sino un médico que puede curar. El Salmo 23 es una oración que hizo David. “Confortará mi alma”. Esta expresión puede tener otro significado. Moffatt la traduce así: “Él revive la vida dentro de mi.” El espíritu humano es como un reloj que va perdiendo la cuerda. Perdemos nuestro impulso y tenemos que empujar. Cada vez que estemos menos dispuestos a hacerle frente a la dificultad, dejamos de ser cruzados. Así como a una naranja puede sacársele el jugo y dejar solo la pulpa, así la vida tiene su modo de exprimirle el espíritu a la persona. Una persona puede llegar a ser sólo “un carapacho”. Sentimos la emoción de un nuevo entusiasmo, el paso de un nuevo día nos deja fríos y sin esperanza. La Biblia dice que Dios hizo al primer hombre “y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7) y Dios tiene el poder y la voluntad de soplar un nuevo aliento de vida en el que lo ha perdido. Cuando el doctor R.B. Robins le habló a un gran número de médicos en Atlanta, declaró: “El lecho que ofrece el psiquiatra no puede tomar el lugar de la iglesia para resolver los problemas de una sociedad frustrada.” “Confortará mi alma”. “El revive la vida dentro de mí.‟‟

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6. “ME GUIARÁ POR SENDAS DE JUSTICIA POR AMOR DE SU NOMBRE.” En una placa de la Torre del Canto en Florida se pueden leer estas palabras: “Vengo aquí a hallarme a mí mismo. Es muy fácil perderse uno en el mundo.” Eso es verdad. Llegamos a las encrucijadas de la vida y no podemos decidir cuál es el camino que hemos de seguir. Hay que hacer decisiones y, sin embargo, es difícil hacerlas. Nos perdemos. Necesitamos orientación. David dice con toda confianza, en el Salmo 23: “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.” Indudablemente David recuerda su propia experiencia de pastor. Él sabía que la oveja carece del sentido de dirección. Un perro, un gato o un caballo, en caso de perderse, pueden hallar el camino de regreso. Parece como si ellos tuvieran una brújula dentro de sí mismos. No así la oveja. La oveja tiene una visión muy corta. Sólo puede ver entre unos 9 y 13 metros aproximadamente. Los campos de Palestina estaban cubiertos de estrechos senderos por los cuales los pastores llevaban a pastar a sus ovejas. Algunos de estos senderos conducían a algún precipicio en el cual la estúpida oveja podía caer y encontrar la muerte. Otros de estos caminos conducían a un callejón sin salida. Pero había algunos que conducían a pastos verdes y aguas tranquilas. Las ovejas seguían al pastor, pues sabían que él iba en la dirección correcta. Algunas veces el pastor llevaba a sus ovejas por lugares escarpados y difíciles, pero los senderos que él seguía siempre terminaban en algún lugar. La oveja estaba dispuesta a confiar en que llegaría a alguna parte, a juicio de su pastor. Eso es lo mismo que cantamos algunas veces: Señor, mi mano toma Tú, yo no me quejo de tu amor; Siempre contento estaré pues Tú me guías, oh Señor. Tal vez David se acordaba de sus antepasados cuando atravesaron el desierto sin caminos desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Dios le envió una columna de fuego durante la noche y una columna de nube durante el día. Siguiendo esta columna, día y noche, los israelitas llegaron a la tierra que habían anhelado poseer. Para algunos, las sendas de justicia significan las dificultades por las que hay que atravesar algunas veces. El doctor Ralph W. Sockman narra lo que le sucedió a un joven inglés que decidió alistarse para el servicio militar en el ejército de la India. Cuando le preguntaron la razón por la cual prefería eso, él contestó: “Oigo decir que en el ejército de la India se paga mucho por poco esfuerzo. Cuando uno avanza, ellos le pagan más por hacer menos. Cuando uno se retira del ejército, le pagan bastante por no haber hecho nada.” Aunque Dios no nos pone un lecho de rosas en el campo de batalla, ni una alfombra en la pista de la carrera; aunque no nos promete una vida fácil y sin esfuerzo; sí nos promete su fortaleza y que Él irá con nosotros. Notemos que el Salmo dice: “Me guiará”. Él no nos empuja ni nos transporta en algún vehículo. Él sube por la misma montaña por la que nosotros subimos. El hombre no está sólo. En cada paso que damos en la vida podemos caminar con Él por los senderos de la justicia. El sabio dice: “Reconócelo en todos los caminos y Él enderezará tus veredas.” (Proverbios 3:6). Eso es verdad. La persona que sinceramente busca la volutad de Dios, sin importar cuál sea la voluntad divina, encontrará la dirección de la Eterna Sabiduría. Él nos guiará hacia la Tierra Prometida.

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7. “AUNQUE ANDE EN VALLE DE SOMBRA DE MUERTE, NO TEMERÉ MAL ALGUNO, PORQUE TU ESTARÁS CONMIGO.” Permitaseme sacar una ilustración del relato de una madre que se desmayó cuando le llegaron noticias de que habían matado a su hijo. Ella entró en su cuarto, cerró la puerta y no quiso ver a nadie más. El pastor de su iglesia llegó y se sentó a su lado, pero ella no le hablaba. Durante un rato todo siguió tranquilo. Luego él comenzó a decir; “Jehová es mi pastor; nada me faltará.” Frase por frase, él continuó recitando las palabras del Salmo 23, de una manera bondadosa. Y ella escuchaba. Cuando él llegó a esta gran expresión de consuelo, ella se unió en la recitáción a él y los dos dijeron: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Una vacilante sonrisa le apareció en sus labios, y dijo: “Ya veo las cosas diferentes.” Henry Ward Beecher dice que el Salmo 23 es el ruiseñor de los Salmos. El canto del ruiseñor es más dulce cuando la noche es más oscura. Y para la mayoría de nosotros, la muerte es el hecho más terrible de la vida. Después de haber celebrado un funeral, alguien me dijo: “Usted ha hecho muchos funerales; ¿no se vuelve eso una rutina para usted? Tuve que responderle negativamente, uno nunca se acostumbra a la muerte, cada funeral es una nueva experiencia. Llevamos flores a los funerales y oímos música magnífica; pero ni las flores ni la música pueden hacer que la tumba sea un sitio de alegría. La muerte allí nos aterra. Nos sentimos indefensos y solos. Por supuesto, el “valle de sombra de muerte” se refiere a algo más que la experiencia real de la muerte física. Dicha expresión también se ha traducido “la hondonada de las tinieblas”. Y pudiera referirse a toda experiencia dura y terrible de la vida. La obra El Pastor Vasco, describe un real valle de Sombra de Muerte en Palestina. Va desde Jerusalén hasta el Mar Muerto, y es un sendero muy angosto y peligroso que va a través de las montañas. El sendero es escabroso, y las ovejas allí están siempre en peligro de caer en el abismo de la muerte. Es un camino repulsivo, que da miedo emprenderlo. Pero las ovejas no sienten miedo. ¿Por qué? Porque el pastor está con ellas. Y así sucede con esos tenebrosos lugares de vida por los cuales estamos obligados a pasar. Uno de ellos es la muerte, otro es la frustración, otro la soledad. Y hay muchos más. A mucha gente que se halla en el “valle de sombra de muerte” le he dicho que se salga de allí a un lugar tranquilo. Que dejen de luchar por un tiempo. Que se olviden de los muchos detalles. Que aparten su mente un poco de la preocupación por el día de mañana y por el año entrante y los que vienen después. Simplemente deténgase, quédese tranquilo y quieto, y así, en medio de “la hondanada de las tinieblas”, sentirá una extraña y maravillosa presencia, más poderosa que la que haya sentido alguna vez. Muchos me han dicho que han sentido esa presencia; que han oído al ruiseñor que canta en la tenebrosidad. No importa a dónde conduzca el sendero, yo no temeré, dice David. Y son incontables las multitudes que también se han liberado del temor. ¿Por qué? “Porque tú estarás conmigo”. La presencia del Señor es poder. 8. “TU VARA Y TU CAYADO ME INFUNDIRÁN ALIENTO.” Una vez conocí a un hombre que fue herido horriblemente en un ciclón. Desde entonces, la mayor parte del gozo de su vida se había esfumado. No por causa de que había sido herido, sino más bien por el temor a que pudiera llegar otro ciclón. No podía hacer nada.

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Él se preocupó porque todavía no había nada que él pudiera hacer en el caso de que otro ciclón se aproximara. Esto le sucedió hasta el día en que sus hijos decidieron construir un sótano anticiclónico. Cuando sus hijos lo terminaron, el hombre lo observó y le vino descanso y gozo. Ahora, no importaba cuán fuertemente soplara el ciclón, él tenía protección. Eso fue para él un gran consuelo. En el Salmo 23 leemos “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” La oveja es un animal indefenso. No tiene armas para pelear. Es fácil presa para las bestias salvajes del campo. Siente temor. Pero el pastor lleva una vara, que es un garrote duro que mide entre 60 centímetros y un metro. Cuando David escribió el salmo, probablemente estaba recordando el tiempo cuando él tuvo necesidad de dicha vara. En 1 Samuel 17, David le cuenta a Saul cómo él mataba a los leones y a los osos para proteger a las ovejas. El pastor también lleva siempre un cayado. Este medía aproximadamente dos metros y medio de largo y remataba en una curvatura. Muchos de los senderos de Palestina se hallaban a lo largo de los lados escarpados de las montañas. Las ovejas podían titubear y resbalarse. Quedaban entonces en algún terreno estrecho más abajo. El pastor podía alcanzarla con el cayado, ponerle la curvatura de el en el delgado cuello, levantarla y volverla a colocar en el sendero. De modo que la oveja instintivamente siente el aliento al ver a su pastor con la vara y el cayado. Este es el consuelo que el pastor puede hacerle frente a cualquier emergencia. Yo tengo una póliza de seguros para mi automovil. Confío que no he de necesitarla, pero me consuela el hecho de tenerla. Es lamentable que nuestros países crean que es necesario gastar tanto dinero en preparativos militares. No obstante, cuando pensamos en la condición en que se encuentra el mundo, el hecho de que nuestra patria tenga tanto poderío militar nos da aliento. Hay necesidades en mi vida a las que no puedo hacerles frente, y como San Pablo, nos llenan de aliento el poder decir: “Y aquél que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efesios 3:20). Parecidamente, el mal en este mundo es abrumador. Vivimos atemorizados. Muchas veces nos sentimos indefensos. Pero hallamos aliento al reconocer el poder de Dios. Ciertamente, yo no creo que Dios sea simplemente como un sótano anticiclónico, ni como una póliza de seguros. Yo puedo decir lo que dijo James Montgomery: Dios es mi salvación. ¿a cuál enemigo he de temer? En las tinieblas y en la tentación, mi luz, mi ayuda está cerca: Aunque haya huestes que acampen contra mí, firme en la lucha permanezco. ¿Cuál terror puede confundirme, si tengo a Dios a mi derecha? “Tu vara y tu cayado” quitan mucho del terror y el temor del mañana en el corazón. 9. “ADEREZAS MESA DELANTE DE MI EN PRESENCIA DE MIS ANGUSTIADORES En un pueblo en que vivimos, se levantó una cuestión sobre si se debía permitir o no que se estableciera una sala de billar. Mi padre se levantó vigorosamente contra la idea. Recuerdo a alguien, más bién por echar broma, le preguntó si era que él tenía miedo de ser tentado a jugar billar. Él dijo que no, pero que él tenía varios muchachos y no quería que sus muchachos estuvieran en una sala de billar. Él hubiera podido mantener a sus muchachos alejados del billar, pero pensaba que era más seguro mantener alejado el billar. Lo que pensaba mi padre sobre este asunto me sirve para ilustrar lo que quiso decir David en el Salmo 23 cuando dijo: “Aderezas mesa delante de mi en presencia de mis angustiadores”.

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En las dehesas de la Tierra Santa crecían plantas venenosas que eran fatales para la oveja que comiera de ellas. También había plantas cuyas agudas espinas podían penetrar en las tiernas narices de las ovejas y causarles horribles punzadas. En cada primavera, el pastor tomaba su azadón y arrancaba estos enemigos de las ovejas, los amontonaba y los quemaba. De ese modo, los pastizales eran seguros para que las ovejas pudieran pastar. Los pastos llegaban a ser así como una mesa preparada. Los enemigos de las ovejas eran destruidos. Constantemente tenemos que hacer lo mismo a favor de nuestros niños. Cuando mis niños entran a la escuela o salen de ella, ven que una dama policía está parada en la esquina. Ella está allí para protegerlos. Felizmente, en Atlanta, la escuela a la cual asisten nuestros hijos no ha tenido que hacer frente a ningún problema serio de drogas. Pero yo deseo que esta ciudad se mantenga de ese modo, ejerciendo toda la vigilancia posible. Y lo mismo creo con respecto a la literatura obscena y a muchas otras cosas que dañan y destruyen la vida. Constantemente tenemos que luchar contra los enemigos de la vida. Al granjero no le es suficiente plantar la semilla. Tiene que ir vez tras vez a su cultivo a destruir las malas hierbas.Y así el Espíritu de Dios tiene que luchar militantemente a favor del hombre. No es suficiente predicar el Evangelio. Tenemos que destruir los enemigos. Recientemente fueron vacunados mis niños contra cierta enfermedad. Doy gracias a Dios por la ciencia médica que va adelante, previniendo y destruyendo las causas de las enfermedades. Los padres, los científicos, el gobierno, toda la sociedad, todos debemos preparar la mesa, destruir los enemigos, para que toda vida buena pueda alimentarse con seguridad. Después que prediqué un sermón sobre los prejuicios raciales, un buen hombre me llamó y me censuró por no predicar el Evangelio. Pero yo he visto que los prejuicios y las ideas falsas sobre la superioridad racial destruyen las oportunidades para los hijos de Dios. Yo creo que mi sermón era parte obligada del Evangelio. No es suficiente el sólo sentarse piadosamente y ser uno bueno. Hay ocasiones en que el Hijo de Dios sale a la guerra. Jesús también expresa la misma petición de Dios cuando incluye en su oración: “Y no nos metas en tentación”. Cuando nos movemos a través de la vida, sabemos que hay enemigos que quieren destruirnos. Muchos se preocupan por el temor de que no van a poder permanecer firmes: el temor al fracaso, a la caída. Pero el Pastor de hombres va adelante, y podemos estar seguros de que Él nos protege y nos fortalece. Para eso está “la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” (1 Juan 5:4). 10. “UNGES MI CABEZA CON ACEITE; MI COPA ESTA REBOSANDO.” Nunca olvidaré lo que nos dijo el entrenador el primer día que salí a practicar fútbol. Nos dijo que el fútbol es un juego duro, y que si nosotros queríamos jugarlo, también teníamos que esperar que saliéramos lesionados algunas veces. Así es también la vida. Si usted espera vivirla, tiene que esperar algunos golpes y lesiones. Simplemente así es. Y David, al pensar en ese hecho, dijo en el Salmo 23: “Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebozando.” Algunas veces, cuando la oveja está paciendo, el filo saliente de alguna piedra escondida en la grama le hiera la cabeza. Hay zarzas que arañan y espinas que hincan. Muchas veces las ovejas de David tenían que andar por caminos escarpados, bajo un sol candente y sin misericordia. Al terminar el día estaban cansadas y agotadas. Así que el pastor se paraba en la puerta del aprisco al terminar el día y, a medida que iban entrando las ovejas, las examinaba una por una. Si la oveja tenía alguna herida, se la suavizaba, aplicándole algún calmante y aceite sanador. Así, la herida, en vez de infectarse, pronto sanaba.

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Además, el pastor tenía un gran cántaro de arcilla lleno de agua, que tenía forma de jarra y que era capaz de mantener el agua fresca mediante la evaporación. Cuando la oveja entraba, el pastor metía la vasija especial para sacar agua del cántaro hasta el fondo y la sacaba llena. La oveja cansada tomaba tragos profundos de aquel líquido que le devolvía la vida. Recuerdo cuando, siendo niños, nos golpeabamos algún dedo de las manos o tropezábamos. Inmediatamente salíamos corriendo a buscar a mamá. Ella besaba al que estaba lesionado y lo dejaba ir. Había una misteriosa sanidad en su preocupación amorosa. Ya somos niños más crecidos, pero todavía nos lesionamos. El corazón puede quebrantarse. La consciencia puede doler como un diente infectado. Los sentimientos pueden sentirse heridos. El mundo puede tratarnos cruel y duramente. Uno puede sentirse desanimado y cansado. Algunas veces, la carga de la vida puede llegar a ser insoportable. Pero también está el tierno Pastor que comprende a sus hijos cuando están heridos y está siempre listo a ayudar al que está herido, para lo cual es completamente suficiente. Harry Lauder, el famoso comediógrafo escocés, se hallaba transido por el dolor por causa de la pérdida de su hijo. Pero él halló al Pastor. Posteriormente, él estaba ofreciendo un concierto en Chicago ante un inmenso auditorio. Él repitió la pieza varias veces, pues la gente decía repetidamente: “¡Que se repita!” Finalmente, él tranquilizó al auditorio al decir con voz muy suave: “No me den las gracias a mí. Dénselas a Dios, que puso estas canciones en mi corazón.” Notemos que David dice: “Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.” Él no dice nuestras cabezas. Usa el pronombre personal de primera persona singular. Todo el día ha estado preocupado el pastor por sus ovejas como rebaño. Pero, cuando entran en el redil, él las tiene en cuenta una por una. Hubo un año en la Universidad cuando tuve un profesor que nunca se acordaba de mi nombre. Por alguna razón, yo no le simpaticé mucho. Yo leo que Jesús dijo: “a sus ovejas llama por nombre” (Juan 10:3). A mi me gusta eso. Me hace sentir importante. El salmista dijo: “Él sana a los quebrantados de corazón,... Él cuenta el número de las estrellas” (Salmo 147:3,4). El poder del universo está a mi disposición. 11. “CIERTAMENTE EL BIEN Y LA MISERICORDIA ME SEGUIRÁN TODOS LOS DÍAS DE MI VIDA”. En el drama “El Sur del Pacífico”, Mary Martin canta una canción que creo que es maravillosa: “Estoy enamorada como una tonta, de algo que se llama esperanza. No la puedo sacar de mi corazón.” David dice lo mismo en otros términos: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”. Este no es un deseo que él manifiesta. Él dice: “ciertamente”... con toda seguridad, con toda certeza. Cuando David escribió el Salmo 23 ya estaba anciano. Había visto tragedias y frustraciones. Pero también había llegado a conocer a Dios, al Dios que conoce las necesidades de sus hijos y que provee abundantemente para esas necesidades, al Dios que restaura la vida y quita el temor. Aunque David viera negras nubes en el horizonte, él estaba seguro de que con Dios como el suyo, el sol brillaría el día siguiente. Oímos hablar mucho con respecto a la maldad de los hombres y la destrucción del mundo. Sabemos que existen bombas que pueden destruir ciudades enteras en una sola explosión. Temblamos ante las horribles predicciones sobre el día del juicio de Dios. Pero, por alguna razón, cuando nuestras mentes se saturan con el cuadro del amante Pastor que guía a sus ovejas, sentimos la confianza de que Él ha de guiamos a través de los valles oscuros. Uno de los más grandes maestros que hayamos conocido, el profesor Endicott Peabody, les dijo una vez a su alumnos: “Recuerden, las cosas de la vida no siempre serán suaves... El gran hecho que hay que recordar es que el rumbo de la civilización es siempre ascendente.”

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Esas palabras permanecieron en la mente de uno de sus estudiantes. Unos cuarenta años después, ese mismo estudiante le dió nuevo corazón a la nación cuando dijo: “A lo único que hay que temer es al mismo temor.” Ese fue Franklin D. Roosevelt, quien siempre será recordado por la esperanza que le dió a una nación que no tenía esperanzas. Muchas personas, en sus propios pensamientos, se meten en el desastre. Sienten un pequeño mal y permiten que su mente se llene con el pensamiento de que están enfermos. Comienzan el día con el temor de que algo malo les va a suceder. Ven el porvenir con temor y temblor. He leído con respecto a un profesor que ha tenido mucho éxito, el cual le enseña a la gente a sentarse tranquilamente y pensar en que su mente está absolutamente en blanco, como una pantalla en que se proyectan películas. Luego les enseña que proyecten en la pantalla de su mente un cuadro de algo bueno que quieren que suceda. Que luego retiren el cuadro. Que lo vuelvan a proyectar. Que lo vuelvan a retirar. Y qúe repitan este proceso hasta que el cuadro se les haga claro y bien determinado. Por medio de ese proceso, el cuadro se establece firmemente en la consciencia y en el subconsciente. Luego, el profesor le dice al estudiante que salga a trabajar para que ese cuadro se haga una realidad, a mantener el espíritu de oración y fe. Es sorprendente la manera completa y rápida en que ese cuadro de la mente se desarrolla en la vida. Deje usted de predecir el desastre para usted y para su mundo. Diga con el salmista: “Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él.” (Salmo 118:24). Comience la mañana con esperanza. Implante firmemente en su corazón estas palabras: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”. Y así sucederá. 12. “Y EN LA CASA DE JEHOVÁ MORARÉ POR LARGOS DÍAS.” Siempre es para mí una experiencia emocionante ver el centro de la ciudad de Atlanta como a las cinco de la tarde. Las calles están llenas a esa hora de gente y de carros. Hay autobuses extras para poder llevar a todos los pasajeros, todos van llenos con gente incluso de pie. Eso es emocionante, por cuanto las personas se dirigen a su hogar. John Howard Payne había estado lejos de su hogar durante nueve años. Una tarde se paró en su ventana a observar a la multitud de personas que regresaban a su hogar, felices, apresurados. De repente, él se sintió solitario allí en una pensión de Paris. Impacientemente regresó de la ventana. Tenía trabajo pendiente. Tal vez era un drama importante el que estaba escribiendo. Él no tenía tiempo para sueños sentimentales. Pero el estado de su espíritu y los recuerdos de su pequeño pueblo situado en Long Island en los Estados Unidos, no lo dejaban. Entonces tomó un lápiz y escribió: Entre los placeres y los palacios en que podamos vagar, seamos siempre humildes, no hay nada como el hogar. Ya hace más de cien años que ese canto tiene un puesto especial en los corazones de las personas. Realmente “no hay nada como el hogar”. Pero también siento tristeza cuando observo a las multitudes que se dirigen a su hogar. Sé que algunos no tienen hogares a donde ir. Algunos vagan buscando algún lugar donde puedan pasar la noche por un precio más bajo. Otros pueden pagar el alquiler de una suite en el hotel más bello de la ciudad. Pero eso tampoco es hogar. He tenido que tratar con muchos alcohólicos. Especialmente, un buen número de mujeres me han confesado cómo se iniciaron en el alcoholismo. Ellas estaban viviendo en un apartamento solitario y sombrío. No hay mucho disfrute en la vida solitaria. De esa manera, muchas comenzaron a beber. Mucho más patético que ver a una persona que no tiene hogar cuando el día se acerca a su fin es ver a una persona que no está segura de tener a Dios ni de tener la vida eterna, que cuando se acerca el fin del día de la vida, sólo puede esperar una oscura tumba y el olvido.

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David termina el Salmo 23 con un poderoso crescendo de fe cuando declara: “Y en la casa de Jehová moraré por largos días.” Uno de los pasajes que más conmueven en el Progreso del peregrino de Juan Bunyan es aquel en que el “señor Mente Débil” habla con respecto a su esperanza de llegar al hogar. Él dice: Pero en esto estoy resuelto a correr mientras pueda, a proseguir aunque no pueda correr, y a arrastrarme cuando ya no pueda seguir caminando... Mi mente está más allá del río que no tiene puente, aunque yo soy, como usted sabe, de mente débil. Algunas veces, la mayor inspiración para la vida proviene de una “mente que está más allá del río que no tiene puente”. Si no fuera de esa certidumbre, muchas experiencias de la vida serían insoportables. David no tenía la percepción clara que nosotros tenemos. Él nunca oyó estas palabras: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mi, no morirá eternamente.” (Salmo 11:25,26). Solo el hecho de que David conocía íntimamente a Dios, tal como lo describe en el Salmo 23, le dió la seguridad de que al terminar el día de su vida, él iría a su eterno hogar. 13. “ÉL CONOCE AL PASTOR” Hay un relato, que, no sé de donde proviene, sobre un anciano y un joven que se hallaban en una plataforma ante un gran auditorio Se estaba presentando un programa especial. Como parte del programa, cada uno de ellos debía recitar de memoria el Salmo 23. El joven, que se había educado en las mejores técnicas de la oratoria y del drama, lo recitó con la declamación del antiguo orador pico de plata. “Jehová es mi pastor...” Cuando terminó, el auditorio lo aplaudió, se manifestó complacida, y le pidió que lo repitiera para poder oír de nuevo esa voz maravillosa. Luego el anciano caballero, sosteniéndose pesadamente sobre su bastón, se dirigió hacia el frente de la plataforma y, con una voz frágil y quebrada, repitió las mismas palabras: “Jehová es mi pastor...” Pero cuando él se sentó, no hubo ningún sonido estruendoso por parte de los oyentes. Parecía que la gente estaba orando. En medio de ese silencio, el joven que había recitado se puso de pie e hizo la siguiente declaración: “Amigos, quiero hacer una explicación. Ustedes me pidieron a mí que volviera aquí a repetir el salmo, pero permanecieron en silencio cuando mi amigo tomó asiento. ¿Cuál es la diferencia? Se las diré. Yo conozco el salmo del Pastor, ¡pero él conoce al Pastor del salmo!” Tal vez la alegoría del pastor y el rebaño no signifique mucho para el habitante de la ciudad moderna. No obstante, si alguna vez hubo sobre la tierra un pueblo que se parezca más a un aterrado rebaño de ovejas, ese es el pueblo que ocupa hoy las grandes ciudades. Los gobiernos se tienen temor entre sí. Las personas le tienen temor al gobierno, a las demás personas y a sí mismos. Este salmo de David se ha labrado su camino a través de las barreras del tiempo, de razas y de lenguas. Durante 25 siglos ha estado atesorado en los corazones de los pueblos. Hoy se estima más que nunca antes. ¿Cuál es la razón de su supervivencia? No sólo porque es una gran obra literaria; sino porque dice que en medio de todas las luchas, los temores, el hambre y todas las flaquezas de la humanidad, hay un Pastor. Un Pastor que conoce a sus ovejas una por una, que es completamente capaz de proveerles lo que necesitan, que guía y proteje, y que, al final del día, abre la puerta para que las ovejas entren al redil, la casa no hecha de manos.

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En la quietud del polo Sur, el almirante Byrd comprendió de repente que él no estaba solo. Esa seguridad hizo que su fe se restaurara en él, y aunque él estaba en “el frío más frío que pueda haber sobre la faz de la tierra”, sin embargo sintió un abrigo alentador. El Salmo 23 le da al hombre esa misma seguridad. Esa es la razón por la cual, tal salmo vive en los corazones de los hombres, sin distingos de raza ni credo.

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PARTE II LOS PRECEPTOS DE DIOS PARA LA VIDA LOS DIEZ MANDAMIENTOS Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. 1. No tendrás dioses ajenos delante de mí. 2. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visitó la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen. Y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. 3. No tomarás el nombre de Jehová en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano. 4. Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tu obra; más el séptimo día es de reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos, y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día. Por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó. 5. Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da. 6. No matarás. 7. No cometerás adulterio. 8. No hurtarás. 9. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio. 10. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. ÉXODO 20:1-17 1. “NO TENDRÁS DIOSES AJENOS DELANTE DE MI.” Poco tiempo después que Moisés sacó a los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto en su viaje a la Tierra Prometida, Dios llamó a Moisés para que subiera al monte Sinaí. Dios tuvo que haberle dicho algo como lo que sigue: “Moisés, tu pueblo se dirige ahora hacia la prosperidad. La tierra que les he prometido es rica y productiva, y les proveerá no sólo lo que ellos necesitan, sino mucho más. En efecto, esa tierra fluye leche y miel. Pero, mira Moisés, no se puede hacer que la gente se sienta feliz y próspera con la sola posesión de las cosas. La manera de vivir de ellos es más importante que lo que tengan. Así que te voy a dar preceptos para la vida. Quiero que le enseñes estos preceptos al pueblo. Si ellos viven conforme a estos preceptos, prometo que recibirán bendición. Pero, te advierto que si ellos quebrantan estos preceptos, recibirán penas severas. Y algo más, Moisés; los preceptos que te voy a dar son preceptos de vida para todas las gentes en todos los tiempos. Nunca estarán fuera de moda, nunca podrán derogarse ni cambiarse.”

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Nosotros tenemos, esos preceptos. Los conocemos con el nombre de los Diez Mandamientos. Se hallan en el capítulo 20 de Éxodo. No sólo son la base de la conducta tanto moral como espiritual, sino también el fundamento de la paz y la prosperidad para el individuo y para el mundo. La Biblia dice: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios.” (Salmo 14:1). Y sólo el necio es el que piensa que es bastante grande y hábil para violar las leyes inmutables del eterno Dios, y arreglárselas por su propia cuenta. Ningún hombre, sin embargo, puede quebrantar la ley de Dios; el que lo intente se quebranta a sí mismo. Es muy importante el orden en que Dios declara sus estatutos. Los primeros cuatro se refieren a la relación del hombre con Dios, y los últimos seis, a la relación del hombre con su prójimo. Para que el hombre pueda vivir en forma adecuada con los demás hombres, primero tiene que estar bien con Dios. Alguien ha dicho: “La regla de oro es mi religión”; pero la regla de oro no es la religión de nadie, por cuanto no es una religión, sino sólo la expresión de la religión. H.G. Wells expresó lo mismo en estos términos: “Mientras el hombre no haya hallado a Dios, lo que comienza no tiene ningún comienzo; y lo que hace no tiene ninguna finalidad.” El primer mandamiento es algo sorprendente. Pensaríamos que debiera ser: “Creerás en Dios”; es decir, una ley contra el ateísmo. Pero no hay tal ley. Dios se encargó de eso en la creación, cuando nos hizo. No tenemos que enseñarle al bebé a tener hambre ni sed. La naturaleza se encarga de ello. No obstante, tenemos que enseñarles a nuestros hijos a satisfacer su hambre y su sed con los elementos adecuados. El hombre por instinto cree y adora. La Biblia en ninguna parte hace el intento de probar la existencia de Dios. El hombre fue creado incompleto en un sentido, y no puede sentir descanso hasta que halle la satisfacción para su hambre más profunda: el anhelo del alma. El peligro está en el hecho de que el hombre puede pervertir su instinto de adoración y hacerse un dios falso. “Mi alma no tiene descanso, hasta que halle su descanso en Ti, oh Dios.” Esas fueron las palabras de San Agustín. Ningún dios falso satisface los anhelos del alma; pero podemos derrochar nuestras vidas como lo hacen muchos, buscando la satisfacción en falsos objetos de adoración. Por tanto, el primer precepto de Dios para la vida es: “no tendrás dioses ajenos delante de mí.” Un ingeniero me mostró en cierto lugar un canal casi seco. Me explicó que el gran río Misisipi, había corrido en un tiempo por ese canal, pero que se había cambiado a otro canal que le habían abierto artificialmente. Claro nadie podía detener la corriente del río, pero sí podía desviarse. Eso sucede con nuestro culto a Dios. El hombre está incompleto sin un objeto de adoración; el deseo de su alma demanda atención. Pero el hombre puede apartarse del verdadero Dios y hacerse su propio Dios. Ha habido personas que adoran al Sol, o a las estrellas, o a las montañas. En algunos países las personas adoran a una vaca, por ejemplo, o a un río, o a cualquiera otra cosa. Nosotros creemos que esas personas son primitivas. Lo son. Pero no son más primitivas que multitudes de personas en este iluminado mundo en que vivimos. Dios dijo: “No tendrás, dioses ajenos delante de mi.” Somos culpables de haber quebrantado ese precepto de vida. Hay cinco objetos de adoración que las multitudes en el día de hoy colocan ante Dios: la riqueza, la fama, el placer, el poder y los conocimientos. Aunque la mayoría de nosotros no sabemos qué es ser rico, sin embargo llegamos a no sentirnos satisfechos con lo que razonablemente poseemos. Tal vez esto sea bueno, menos cuando esa falta de satisfacción oscurece nuestros sentimientos que anhelan a Dios y nos desvían en nuestra búsqueda de Dios. Puedo llegar a interesarme tanto en lo que tengo que olvido las necesidades de mi alma. La mayoría de nosotros no esperamos ser famosos. Sin embargo observamos a nuestros niños pequeños. El muchacho dice: “Mira hasta dónde puedo saltar” o “Mira como corro”. Nacemos con el deseo de ser notables. Eso no está mal. Dios nos hizo como entes separados, y

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queremos que se nos conozca. No obstante, como ministro religioso que soy, he aconsejado a muchas personas que han permitido que sus vidas naufraguen y que han destruido su felicidad simplemente porque no recibieron la atención que deseaban. Hay muchos que se sienten ofendidos por cualquier insignificancia. En los Estados Unidos, por ejemplo, se gasta más dinero en cosméticos que el que se gasta en la proclamación del reino de Dios. No está mal el procurar nuestra mejor apariencia. Pero es incorrecto que el deseo de mejorar nuestra presentación personal se convierta en el primero de nuestras vidas, con lo cual se convierte en nuestro Dios. Todos los hombres queremos ser felices, pero cometemos un error cuando pensamos que el placer es la vía hacia la felicidad. En los placeres se logra el olvido de la rutina de la vida, pero ellos no satisfacen el alma. El placer es como una droga, tenemos que ir aumentando la dosis de excitación, de emoción, de sensación, hasta que un día nos hallamos tambaleando entre las lápidas sepulcrales de nuestras pasiones mortales. Es como si hiciéramos nuestras comidas con puros encurtidos y pimienta. Una de las grandes tentaciones es la de poner al placer en lugar de Dios. No hay nada malo en el poder ni en los conocimientos. En los Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza eléctrica que hay para cada individuo equivale a la de 150 esclavos. Esa fuerza es pues una bendición para los hombres. Como cuando idolatramos la fuerza que hay en nosotros nos convertimos en dictadores. El conocimiento es bueno, pero la adoración del conocimiento destruye la obediencia, así como la adoración del poder destruye el carácter. La adoración a Dios nos lleva a ser como Dios y a obedecer su voluntad. Así que nosotros llegamos a ser buenos y a andar en los caminos del bien cuando no tenemos dioses ajenos delante de Dios. 2. “NO TE HARÁS IMAGEN, NI NINGUNA SEMEJANZA “. Este es el segundo concepto de Dios. La mayor parte de las personas piensan que este es el mandamiento que menos quebrantan. No obstante, en la Biblia se habla más con respecto a este mandamiento que con respecto a cualquier otro. Al hombre primitivo le parecía difícil comprender a un Dios que no podía ver. Así que hizo auxilios que ayudaran a su imaginación, para hacer su adoración más real. Esto en sí no es malo. Frank Boreham nos habla de un hombre que oraba ante una silla vacía. Él se imaginaba que Dios estaba sentado en dicha silla, y así sus oraciones se hacían más reales. Tengo varias copias de la Biblia sobre mi escritorio. Las uso para mis estudios y para mis lecturas devotas; sin embargo, el sólo hecho de tenerlas allí me serviría de mucho, aunque nunca las abriera. La sola presencia de ellas me hace recordar a Dios. Por supuesto, uno puede adorar a Dios en cualquier parte, pero es más fácil adorarlo en el edificio de la iglesia. Y no sólo el edificio ayuda. También ayudan las ceremonias, la música y el sermón. El peligro está en el hecho de que es fácil adorar los medios, en vez de adorar a Dios. La Biblia, los edificios de las iglesias, la música, los ministros y todos los símbolos y auxilios de la adoración son sagrados sólo por el hecho de que nos dirigen hacia Dios. Por ejemplo, las organizaciones religiosas dentro del cristianismo, con prácticas determinadas que las distinguen de otras que también están dentro del cristianismo (llamadas en el protestantismo denominaciones), pudiera ser una violación de este precepto. Yo, por ejemplo, soy metodista, pero pudiera ser tan cristiano como un bautista o un presbiteriano, o como cualquier cristiano de cualquier denominación que puede decir como Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” (Mateo 16:16). Aún más peligrosas que estos auxilios que buscamos para la adoración son otras imágenes que hacen los hombres. La Biblia nos dice que “creó Dios al hombre a su imagen” (Génesis 1:27). Pero es difícil vivir en conformidad con la condición con que fuimos creados. En efecto, es tan difícil que todos nosotros hemos fallado en eso. Por tanto, en vez de ser como Dios,

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tratamos de crearlo a Él a imagen de nosotros. Es mucho más fácil hacer que Dios sea como nosotros que ser nosotros como Él. Dios nos dice que no debemos hacer el mal, pero hay algunas cosas que queremos hacer, sean malas o buenas. Nos gusta pensar en el Dios del cielo azul, de las majestuosas montañas y de las bellas flores; pero le volvemos la espalda a Dios cuando nos dice: “... vosotros me habéis robado.., en vuestros diezmos y ofrendas.” (Malaquías 3:8), o cuándo nos dice: “...Todo lo que el hombre sembrara, eso también segará.” (Gálatas 6:7). Bien se ha señalado que Cristo no fue crucificado por cuanto dijo: “Considerad los lirios del campo”, sino más bien porque dijo algo así como “Considerad a los ladrones, cómo roban.”

Es mucho más fácil hacernos un Dios del tamaño nuestro, que arrepentirnos, cambiar nuestro modo de vivir y ser piadosos. Cuando Horacio Bushnell estaba estudiando en la universidad, él pensaba que era un ateo. Un día le pareció oír una voz que le decía: “Si tu no crees en Dios, entonces, ¿qué es lo que crees?” EL respondió: “Yo creo que hay una diferencia entre el bien y el mal.” A él le pareció que la voz le preguntaba: “Estás viviendo de acuerdo con las más altas normas en que tú crees?” “No” -contestó- “pero quiero.” Ese día, él dedicó su vida a la fe más sublime. Muchos años después de haber sido pastor de una iglesia durante 47 años, él dijo: “Mejor que conocer a cualquier persona de mi iglesia, yo conozco a Cristo.” Cuando él comenzó a conformar la vida a sus creencias, en vez de hacer que las creencias cuadraran con su vida, llegó a la comprensión de Dios. El mismo proceso del pensamiento requiere figuras: mentales o imágenes. Uno piensa en una manzana, y ya la tiene en la imaginación. Piensa en Simón Bolívar, y la imagen de él se proyecta en la pantalla de la mente. Y cuando uno piensa en Dios, se le proyecta un cuadro de Dios. El problema está en que tal cuadro pudiera no ser un verdadero cuadro de Dios, lo cual resultaría trágico. Uno llega a ser como la imagen que tiene Dios, y si la imagen está equivocada, entonces el hombre llega a ser malo. Esa es la razón por la cual la Biblia contiene más advertencias con respecto al segundo precepto de Dios para la vida: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza” (Éxodo 20:4), que con respecto a cualquier otro de los diez. El hombre ve un poco de Dios de muchos modos: en la majestad de las montañas, en la grandeza de los océanos, en la belleza de las flores y en la justicia de sus santos. Pero todo esto es insuficiente. Como dijo Felipe, el apóstol, así dice el corazón de todos nosotros: “Señor, muéstranos el Padre”, Jesús le respondió: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:8, 9). La única imagen perfecta que tenemos de Dios es Cristo, y esa imagen es suficiente.

Cuando lo vemos a Él a través de las palabras de los Evangelios -Mateo, Marcos, Lucas, y Juan-, nos sentimos impresionados con sus ojos. Los que estuvieron con Él en los días de su carne omitieron el decirnos mucho con respecto a su apariencia física, pero no se les olvidó dejarnos dicho algo con respecto a sus ojos: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lucas 22:61). Esto fue suficiente para que Pedro llorara amargamente. Algunas veces los ojos de Jesús se iluminaron de alegría, otras veces se fundieron de ternura, y otras veces se llenaron de severa censura. Cuando leo que “los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová” (Proverbios 5: 21), me detengo sobre mis huellas y pienso en mis caminos. Cuando miramos el rostro de Jesús, sabemos que fue un rostro feliz. Los niños corrían hacia Él, para que Él los tuviera en su regazo, y le abrazaban el cuello. Hubo personas que invitaron a Jesús a sus fiestas. Cuando vemos a Dios en Cristo, no le tenemos ningún temor; más bien queremos estar más cerca de Él. Lo oímos cuando dice: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (Juan 8:11). Entonces nos avergonzamos de nuestros pecados, deseamos el perdón, acudimos a Él arrepentidos y le pedimos que nos limpie del pecado.

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Lo vemos cuando “afirmó su rostro para ir a Jerusalén.” (Lucas 9:51) Aunque eso significaba para Él la muerte tenía que regresar allí, por causa de los elevados propósitos de su vida. El sólo verlo hace que caiga sobre nuestros hombros la responsabilidad de hacer la decisión correcta. Lo vemos cuando camina 11 kilómetros hasta Emaús para dar esperanza a los quebrantados de corazón (Lucas 24:13-32), o cuando les da una nueva oportunidad a sus amigos que no lo habían seguido fielmente (Juan 20:19-31), y con ellos se nos revive el corazón y nos viene nueva esperanza. ¡Que maravilloso es ver a Dios! Para animar a los cristianos primitivos, que estaban soportando casi lo insoportable, Juan les dice que los que sean fieles “verán su rostro” (Apocalipsis 22:4). La promesa de ver su rostro compensa cualquier clase de sacrificio. Cuando Thorwaldsen hubo terminado su famosa estatua de Cristo, el llevó a un amigo para que la viera. Los brazos de Cristo estaban extendidos; su cabeza inclinada en medio de ellos. El amigo le dijo: “Pero no puedo verle el rostro.” El escultor le replicó: “Si quieres ver el rostro de Cristo, tienes que arrodillarte.” El es la perfecta imagen de Dios; no busquemos otra. 3. “NO TOMARÁS EL NOMBRE DE JEHOVÁ TU DIOS EN VANO”. Este es el tercer precepto de Dios para la vida (Éxodo 20:7). El primer precepto nos ordena poner a Dios primero; el segundo, que tengamos la correcta imagen de Dios; y el tercero, que pensemos en Dios de una manera correcta. Lo que piensa la persona determina lo que ella es. Hawthorne nos habla sobre el muchacho Ernesto, que miraba anhelosamente hacia la cara de la gran piedra que estaba en un lado de la montaña. Era un rostro fuerte, amable y honorable el que conmovía el corazón del muchacho. Existía una leyenda según la cual algún día aparecería un hombre que tendría la apariencia del Gran Rostro de Piedra. A través de toda su niñez y aún cuando llegó a ser hombre, Ernesto siempre estaba esperando ver aquel gran rostro y al hombre, que tuviera la apariencia como él. Un día cuando el pueblo estaba discutiendo lo relativo a esta leyenda, alguien gritó de repente; “Mirad, mirad, el mismo Ernesto es la semejanza del Gran Rostro de Piedra.” Y en verdad lo era; él había llegado a ser como sus pensamientos. Los deseos secretos de nuestros corazones algún día se manifestarán en nuestra apariencia. Alguien quiso una vez que Lincoln conociera a cierto hombre. -Yo no quiero verlo- dijo Lincoln. -Pero usted ni siquiera lo conoce- protestó su amigo. -No me gusta su rostro- insistió el presidente. Y Lincoln tenía razón. Su propio rostro era el ejemplo. Aunque el rostro de Lincoln era familiar y rudo, en él uno puede ver los mismos principios de la simpatía y de la honestidad que hicieron de él el más grande de todos los ciudadanos estadounidenses. Algunos psicólogos han hecho amplios estudios que demuestran que los pensamientos de la persona se manifiestan en sus rasgos físicos. Yo he notado que las parejas de casados que han vivido unidas, felices y armoniosamente a través de un buen número de años, más bien parecen hermanos que esposos. Al vivir juntos, disfrutan las experiencias en común, piensan de un modo semejante, tienden a parecerse. Ralph Waldo Emerson, uno de los hombres más sabios del mundo, dijo: “El hombre es lo que él piense todo el día.” Pero eso no fue un pensamiento original de él. Marco Aurelio, el hombre más sabio de la antigua Roma, dijo: “La vida del hombre es lo que sus pensamientos hacen

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que sea.” Pero antes que Marco Aurelio dijera eso, ya los hombres sabios de la Biblia habían dicho: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.” (Proverbios 23:7). Una vez un entrenador de fútbol se hallaba preocupado porque uno de sus muchachos, que era capaz de ser un jugador verdaderamente grande, no estaba manifestándolo como tal. El entrenador decidió ir al cuarto del muchacho una noche para hablar con él. En las paredes del dormitorio del muchacho él vio un número de cuadros sensuales e inmorales, Entonces entendió la razón. Ningún muchacho puede llenar su mente de suciedad y basura y al mismo tiempo hacer la mejor ejecución en el campo deportivo. Por eso, el tercer precepto de Dios es que pongamos algo sublime y santo en nuestro pensamiento, para reverenciarlo y ser inspirados por ello. San Pablo nos dice: “...todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre;. . .en eso pensad.”(Filipenses 4:8). Esas son cualidades de Dios. Cuando nosotros pensamos en Él, eso eleva e inspira nuestras vidas y nos hace piadosos. Hay por lo menos tres modos de profanar el nombre de Dios. En este mundo hay toda clase de maníacos, pero entre los más comunes están los que tienen la manía de jurar. Es alarmante el hecho de que nuestros grandes idiomas se están llenando de profanaciones. A mí me gusta leer muchas de nuestras modernas novelas, pero contienen un lenguaje tan vil que no las leo, porque no quiero que esas palabras estén en mi mente. Las palabras “infierno”, “condenado” y “diablo” se han vuelto sumamente comunes: Cualquiera le dice a otro: “Vaya a los infiernos”; “iQué condenado el muchacho!” “i Que el diablo me lleve!” “Vaya al diablo!” y otras muchas. Recientemente me visitó un hombre del cual pienso que usó bien la palabra. Me dijo: “Predicador, estoy en una condición infernal.” Y realmente lo estaba. El infierno está abajo, y no arriba; y llenar mi mente y mi vocabulario del infierno es algo que degrada mi misma mente. La palabra profano proviene de dos palabras latinas: pro, que significa en frente de, o delante de, y fane, templo. Una palabra profana es, pues, la que no se puede usar en la iglesia. Ese es un modo sumamente bueno para juzgar el vocabulario que empleemos. En segundo lugar, tomamos el nombre de Dios en vano, al no tomarlo a Él en serio. Admitimos que hay un Dios, pero sólo lo decimos con los labios. Jesús dijo: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace,...” (Mateo 7:24). Hablar acerca de Dios, y no vivir como Dios es una profanación peor que el lenguaje vil. Cuando la fe no produce una diferencia radical en la vida, la creencia no es sino una vergüenza y una hipocresía. Elton Trueblood expresa la misma idea de este modo: “Una fe vacía y sin significado puede ser peor que ninguna clase de fe.” En tercer lugar, tomamos el nombre de Dios en vano cuando rechazamos su comunión y su ayuda. Si yo digo que cierto hombre es amigo mío, pero nunca quiero estar con él, ni, lo llamo cuando necesito su ayuda; eso quiere decir que estoy mintiendo al usar la palabra “amigo”. Si yo creo en un mecánico, entonces acudo a él cuando mi carro necesita reparaciones. Si creo en un médico, entonces lo llamo cuando me siento enfermo. Sin embargo, cuando Adán y Eva pecaron, ellos huyeron de la presencia de Dios. Sus descendientes han estado obrando del mismo modo desde entonces. En nuestras vidas está la mancha del pecado. Sólo hay uno que puede perdonar el pecado. Por tanto, no querer orar, cerrar la Biblia y darle la espalda al altar de la iglesia es profanación de la peor clase. Una vez, cuando yo era muchacho, vi un camión de refrescos que parecía no estar vigilado por nadie. Con cautela saqué una botella, me la metí en el bolsillo, y cuando di la vuelta en la esquina, la abrí. El conductor del camión caminó hasta el lugar donde yo estaba y me exigió que le pagara el refresco, pero yo no tenía ni un centavo. Entonces él me dijo con severidad: “Me consigues el dinero en 30 minutos, de lo contrario te haré llevar a la cárcel.” Corrí a la casa y le dije a mi padre lo que había hecho. Mi papá no me condenó ni me humilló. Mi propia maldad me había condenado. En vez de juzgarme, él sacó el valor del refresco y tranquilamente me dijo: “Ve, págale al hombre.” Ese es para mí un cuadro de Dios. Nosotros

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hacemos el mal, y nuestra misma conciencia nos condena a un infierno del cual no podemos escapar. Pero entonces recordamos: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1Juan 1:9) Humildemente acudimos a Él y recibimos su perdón. Luego nos dedicamos a vivir para Él y según su voluntad. Esa fe no es vana. 4. “ACUERDATE DEL DÍA DE REPOSO PARA SANTIFICARLO.” Todos los preceptos de Dios para la vida son vitales, pero, cuando Dios se los dio a Moisés le dijo más con respecto al cuarto, que con respecto a ningún otro. Sólo le dijo cuatro palabras en relación con el homicidio, pero le dijo 19 palabras en relación con este precepto: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo.” En primer lugar, Dios nos dice que debemos recordar. En el sentido científico, uno nunca olvida nada. Todo pensamiento que tengamos queda registrado para siempre en nuestras mentes; pero prácticamente, podemos olvidar casi todo. Olvidamos las fechas, los nombres, los deberes, y hasta nos olvidamos de Dios. Hay cosas que olvidamos a propósito, porque su recuerdo no nos agrada. Otras cosas se nos olvidan por cuanto estamos ocupados con otras cuestiones. Se nos olvida guardar el día del Señor. Pero Dios dice que el hombre necesita apartar un día de cada semana, y santificarlo, y que si no observamos ese día tendremos que sufrir. En primer lugar, Dios le dio al hombre el día de reposo como una recompensa por su labor. El hombre que trabaja merece el descanso, y olvidar este don de Dios es engañarnos a nosotros mismos. Sholem Asch, en su libro East River (Río Oriental), cita las palabras de un antiguo judío, Moshe Wolf, en relación con el día del Señor. Es una de las mejores declaraciones que yo conozca en relación con la observancia del día del Señor. Él dice: “Cuando un hombre trabaja, no para sostener su vida, sino para acumular riqueza, es un esclavo. Esa fue la razón por la cual Dios estableció el día de reposo. Es el día de reposo el que nos hace entender que nosotros no somos animales trabajadores que sólo nacimos para comer y trabajar. Nosotros somos hombres. El día de reposo es la meta del hombre. Por el hecho de que los judíos santificaron el día de reposo para Dios, ellos fueron redimidos de la esclavitud de Egipto. Por medio del día de reposo, ellos proclamaron que no eran esclavos sino libres.” En segundo lugar, Dios nos dio el día del Señor, el primero de la semana, por cuanto todo hombre necesita ser creado de nuevo. Así como a un acumulador se le agota la carga y necesita que se vuelva a cargar, así también le sucede a la persona. Gerald Kennedy dice que dos grupos iniciaron la conquista en los Estados Unidos a través de las inmensas llanuras hacia el Occidente, hacia California. Uno estaba dirigido por un hombre religioso; el otro, por un irreligioso. El que estaba dirigido por el religioso se detenía cada vez que llegaba el día del Señor para adorar a Dios y descansar. El otro tenía tantos deseos de llegar a California que no se detenía. Los hombres de este grupo continuaban la marcha todos los días. El hecho sorprendente es que el grupo que observó el descanso llegó primero. Ya es un hecho bien establecido que uno puede hacer más trabajo en seis días, o aún en cinco, que en siete. Una persona cansada no produce nada. También necesitamos recrear nuestras almas. Un grupo de exploradores fue una vez a África. Consiguieron los servicios de algunos guías nativos. Se apresuraron afanosamente el primer día, y así lo hicieron el segundo, el tercero y todos los días. Cuando llegó el séptimo día, ellos notaron que los guías estaban sentados bajo un árbol. “Vamos”, les gritaron. Uno de los guías contestó: Nosotros no trabajamos hoy para que nuestras almas alcancen a nuestros cuerpos.” Ese precisamente es el propósito que Dios tiene cuando dice: “Acuérdate del día de reposo”. Hemos pasado tanto tiempo discutiendo sobre lo que no debemos hacer en el día del Señor que algunas veces se nos olvida qué es lo que debemos hacer. Dios no nos dio este día como una prohibición, sino más bien como una oportunidad para las cosas más sublimes e importantes de la vida. Un viejo minero le explicó una vez a un visitante: “Yo dejo que mis

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mulas pasen un día de la semana fuera de las minas para evitar que les dé ceguera.” De igual modo, a la persona que no pasa tiempo fuera del trabajo continuo le da ceguera en el alma. El filosofo Santayana nos dice que “Fanático es el que, habiendo perdido la visión de su objetivo, redobla sus esfuerzos.” Gran parte de la premura febril que vemos en nuestro día no tiene ningún motivo, es la de la gente que no tiene ningún propósito. Dios nos dice que nosotros necesitamos dedicar un día de cada semana para poder mantener nuestro objetivo. Caryle dijo lo mismo en las siguientes palabras: “El hombre que no adora habitualmente no es sino un par de espejuelos detrás de los cuales no hay ningún ojo.” Como consejero pastoral, he visto a muchas personas que han perdido el control de sus nervios. La vida se convierte para muchos en una miserable experiencia. Pero es raro, sumamente raro, hallar a una persona que adore a Dios y que observe su santo día, y que sin embargo no tenga control. En inglés hay una expresión del lenguaje popular That got my goat (Eso me robó el macho cabrío). Esta expresión tiene un origen interesante. Los propietarios de caballos de raza tensa y sensible solían tener un macho cabrío en el establo junto con los caballos. La sola presencia del macho cabrío calmado y descansado les ayudaba a los caballos a descansar. Algunas veces, los propietarios rivales, el día que precedía a alguna carrera importante, les robaban los machos cabríos a otros propietarios de caballos. Con eso, el caballo de ese establo no correría de la mejor manera al día siguiente. Pues bien, cuando nosotros nos ponemos sensibles y tensos, fallamos en la carrera de la vida. El hombre necesita descanso, recreación e inspiración espiritual. Oliver Wendell Holme dijo: “Tengo en mi corazón una pequeña planta retraída que se llama reverencia; la cultivo los domingos.” A todos nos caería bien el cultivar la planta de la reverencia en nuestros corazones, porque tal como nos lo recuerda Dostoievski, “El hombre que no se inclina ante nada, nunca puede llevar la carga de sí mismo.” Muchos temores, preocupaciones y tensiones nerviosas se escaparían de nosotros si guardáramos el cuarto precepto de Dios. Nosotros vamos muy de prisa, y corremos más de lo que podemos. La Biblia dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). La belleza no grita. La hermosura es serena. Nuestros más exquisitos modales no son clamorosos. Los familiares llamados de la Divinidad son siempre hechos en tonos tranquilos, en voz suave y apacible. He aquí un cuadro de Jesús del Nuevo Testamento: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3:20). El divino no es un intruso. Él no entra de repente en la vida de alguna persona que no le haya hecho la invitación. Él es reservado y cortés. Bien lo ha dicho el doctor Fosdick: “Necesitamos un día en que podamos oír una voz como la de Él. Un día en que estemos dispuestos a oír al Altísimo.” Así como los hombres hacen telescopios para lograr una visión más clara de las estrellas, así, casi desde el comienzo de la civilización, los hombres han hecho iglesias y han apartado un día para la adoración, para poder lograr una visión más clara de Dios y de los altos propósitos de la vida. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo”, dijo Dios. 5. “HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE”. Dios nos dio diez preceptos según los cuales debemos vivir. Los primeros cuatro se refieren a nuestra relación con Él. Los últimos cinco se refieren a nuestra relación con otras personas. El quinto precepto se ha denominado la pieza central de la ley de Dios. “Honra a tu padre y a tu madre” es un mandamiento que envuelve una relación tanto con Dios como con nuestro prójimo. Cuando Dios hizo al hombre, Él estableció un plan según el cual los hombres debían vivir en comunidad. Primero fue el hombre. Cuando Dios hizo la mujer se produjo el matrimonio. Como resultado del matrimonio llegaron los hijos. Los padres le proveen amor, cuidado y dirección al hijo, y, en realidad, el padre es para el hijo el primer dios. Cuando el hijo

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aprende a amar y a respetar a sus padres, posteriormente aprenderá a amar y a respetar a Dios. Además los padres ejercen la mayor influencia social sobre la vida del hijo. En el hogar es donde el hijo aprende a respetar las personalidades de otros, a respetar los derechos de otros, a obedecer las leyes que le garantizan el bienestar a todo el pueblo. El respeto del muchacho hacia la autoridad y hacia la democracia usualmente tiene que comenzar, si alguna vez comienza, en el hogar. Así que, sobre la relación del padre e hijo en el hogar descansa casi por completo nuestra civilización. Por supuesto, la relación padre-hijo es una relación siempre cambiante. Al principio, el bebé necesita que lo carguen. Posteriormente aprende a caminar asido de la mano de la madre; aún después, aprende a caminar por su propia cuenta. Hasta la edad de unos diez años, el muchacho piensa que sus padres lo saben todo. Como a la edad de 16, ya no está convencido de eso. A la edad de 19, el joven piensa que ha sobrepasado a sus padres en conocimientos. Y a los 22 es completamente mayor que ellos, Pero, cuando llegamos a los 30, recordamos que nuestros padres tenían razón en muchas cosas; y cuando llegamos a los 40 creemos que ellos eran casi perfectos. Ese es casi usualmente el proceso normal. Al estudiar este precepto de Dios, de honrar a nuestros padres, descubro que para mí significa tres cosas: (1) Significa que los padres tienen que ser honorables. Una vez, una madre llevó a su pequeño muchacho a un zoológico. El muchachito le hizo preguntas sobre cada uno de los animales. Cuando vio a unos pequeños animales en una jaula, le preguntó: “¿Esos animales qué son?” La madre le contestó que eran gatos monteses. Entonces el niño le preguntó: “¿Y porqué son gatos monteses?” Nosotros sabemos la respuesta; eran gatos monteses porque las madres y los padres de ellos eran gatos monteses. Usualmente, los niños son un reflejo de sus padres, pues es lo más natural que un hijo reverencie tanto a sus padres que vive según los principios que ve en ellos. Cuando Quintín Roosevelt estaba en el frente Occidental, durante la Primera Guerra Mundial, un observador le dijo: “Vine aquí especialmente a decirle que millones de compatriotas aprecian la forma espléndida en que los hijos de Theodore Roosevelt están desempeñándose en este conflicto.” Quintín respondió: “Bueno, como usted lo comprende, a nosotros nos toca practicar lo que nuestro padre predica. Yo soy hijo de Roosevelt; a mí me toca vivir como un Roosevelt.” EL general Douglas MacArthur expresó el pensamiento que yo quiero expresar cuando dijo: “Por profesión, soy soldado, y me siento orgulloso de ello. Pero me siento aún más orgulloso de ser padre. Confío que mi hijo, cuando yo no esté en este mundo, me recuerde no por lo que fui en el campo de batalla, sino por lo que fui en mi hogar, cuando repetía con él una sencilla oración: Padre nuestro que estás en los cielos.” Ese es el primer significado de este precepto para la vida que Dios nos dio. (2) “Honra a tu padre y a tu madre” no significa solamente que los padres deben ser honorables, sino también que los hijos deben reconocer, respetar y amar a sus padres. Una vez, cuando yo era pastor de una pequeña iglesia rural, estaba visitando hogares cuando vi a una mujer que estaba recolectando algodón. Me detuve y me salí del camino hacia el campo para hablar con ella. Ella me dijo que en una fábrica de muebles cercana le habían ofrecido trabajo a su hijo, que le pagarían buen salario, y que ella le había dicho a él: “Hijo, desde que murió tu padre, yo he estado cultivando este campo para sostenerte en la escuela. Sólo te falta un año más de estudios. Yo puedo continuar trabajando para que tú termines tus estudios.”

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Las manos de ella estaban toscas y callosas, su rostro había sido azotado por la inclemencia del tiempo, y su espalda se le había encorvado. Pero cuando ese muchacho miraba hacia ella, si no hubiera sentido que ella era la mujer más bella del mundo, entonces él hubiera sido absolutamente indigno de ella. Tal vez nuestros padres hayan cometido algunos errores, pero ellos nos dieron la vida, nos alimentaron cuando éramos niños, nos amaron, lo cual es mucho más grande que lo que cualquiera otra persona pudiera hacer por nosotros. (3) Pero este precepto de Dios para la vida no incluye sólo a nuestros padres inmediatos. Significa que debemos reconocer que estamos en deuda con el pasado y que debemos estar agradecidos por lo que hemos recibido. Yo me siento orgulloso cuando estoy en el púlpito todos los domingos. Pero también dirijo mi mirada hacia la congregación, y allí veo a hombres y mujeres que han estado en la iglesia durante 40, 50 o hasta 60 años. Durante casi cien años, gente consagrada ha trabajado para construir la iglesia en la cual yo predico. Y aún más atrás están los 200 años de historia cristiana, “a pesar del calabozo y de la espada.” Y aún más atrás los profetas del Antiguo Testamento y la fe de Abraham. Todas las oportunidades que yo tengo me vienen de contribuciones de otras personas mejores que yo. Así que nada de lo que yo pueda hacer pudiera igualar a lo que se ha hecho por mí. Muchas cosas se agolparon sobre mí la noche en que murió mi padre. Pensé en la lucha que él libró en su juventud para lograr la poca educación que pudo obtener, y en la lucha aún más titánica para darles a sus hijos una oportunidad mejor que la que él tuvo. Pensé en que cuando yo era niño, iba con él a sus iglesias rurales y me sentía orgulloso de él cuando predicaba. Luego pensé en que luego yo también llegué a ser predicador y en que algunas veces lo sustituí y él me sustituyó a mí. Pero ahora, su voz se había apagado. Mi primer sentimiento de soledad lo vencí al pensar que ahora no sólo tendría que cumplir mi trabajo, sino que también el de él. Hay personas que me dicen algunas veces que yo trato de hacer demasiado, pero yo estoy dominado por la convicción de que tengo que hacer el trabajo de dos personas. Así nos sucede a todos. Lo que tenemos y lo que somos es el resultado de lo que hemos recibido. No sólo tenemos que ser naves en que se lleva nuestra herencia a las siguientes generaciones, sino que tenemos que incrementar esa riqueza. Cada uno de nosotros es una inversión. Pero tomar lo que hemos recibido, sea poco o mucho, y no hacerlo crecer, es llegar a ser un “siervo malo y negligente”. 6. “NO MATARÁS”. Dios nos hizo vivir en comunidad. El mismo proceso de la vida requiere ciertas normas. La vida en comunidad sería imposible sin normas por las cuales pueda regirse. Pongamos por caso una autopista por la cual pueden viajar muchos carros con seguridad, si obedecen las normas de tránsito tales como la de conducir por la derecha, la de no adelantarse a otro vehículo a menos que la vía esté despejada, la de ir a velocidad moderada, y otras. Cuando se quebrantan estas normas, la autopista se hace insegura para todos los usuarios, en vez de servir como instrumento útil. Llega a ser un instrumento de muerte o destrucción. Ahora bien, la vida puede ser buena o mala. Depende de la manera como observamos las normas a medida que avanzamos. Dios estableció cinco preceptos que gobiernan nuestras relaciones con los demás. El primero es éste: “No matarás.” (Éxodo 20:13). En primer término, esto se aplica a nuestras propias vidas. Nosotros no nos creamos a nosotros mismos, ni tenemos la autoridad para destruirnos. El mismo hecho de la vida lleva consigo la obligación de vivirla. Frecuentemente surge la cuestión del suicidio. Claramente, es una violación de la ley de Dios. Ahora, lo que Dios ha de hacer con la persona que quebranta su ley de esa manera, es algo que con mucho gusto se lo dejo a Él, y reconozco que no sé cuál ha de ser el resultado final y eterno. Dios reserva el juicio para Él. Con toda seguridad, Él tiene en cuenta todas las circunstancias y las responsabilidades mentales de cada uno.

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No sólo nos prohíbe el suicidio, sino también el homicidio. Toda persona sensible y sana está de acuerdo en que no debernos tomar la pistola y disparar contra nosotros mismos, ni contra otra persona. Pero en este precepto entran los preceptos de la salud. Violarlos es matar, aunque la acción puede ir desarrollándose por grados. Este mandamiento prohíbe que corramos riesgos innecesarios o que expongamos las vidas de otros sin necesidad, tales como el de ir a exceso de velocidad en las carreteras, el de las condiciones inseguras en el trabajo, el de habitar en casas que ofrezcan peligro, el de disfrutar de placeres peligrosos y así por el estilo. También queda prohibido en este mandamiento el exponernos o exponer morales o espirituales innecesarios. Podemos matar la fe o los ideales. edificio, anciano de la raza negra, al hablar con respecto a un hombre que por una ventana de un alto edificio, dijo con profundo conocimiento de la “Cuando el hombre ha perdido a Dios, lo único que le queda es lanzarse.”

a otros a riesgos El portero de un se había lanzado vida del hombre:

Jotam fue un rey que no asistía al santuario de Dios. Es decir, no iba a la Iglesia. Como era un hombre fuerte, aun con eso, actuaba moralmente bien. Pero otros, al ver su ejemplo, tampoco asistían a la casa de Dios. He aquí el resultado: “... el pueblo continuaba corrompiéndose.” (Crónicas 27:2) Hay también otras cosas como la ingratitud, la negligencia, la crueldad, la indiferencia, que pueden ser lentos pero seguros instrumentos de muerte. Este mandamiento también prohíbe las emociones destructivas de los hombres: temor, odio, celos, ira, envidia, ansiedad, congoja excesiva y otras de la misma categoría. Para poder contra atacar esas emociones, necesitamos desarrollar en nuestras vidas las emociones que sanan y dan vida, tales como la fe, la esperanza, la sonrisa, el espíritu creador y el amor. El amor por ejemplo, es un proceso de dar. Cuando se da por amor, esa acción destruye el egoísmo, lo cual a su vez da como resultado la destrucción de un deseo malo, de lo cual resulta la destrucción de la envidia. Esto produce el fin del odio, lo cual a su vez da como resultado la eliminación de los asesinatos. Este es un proceso que envuelve muchos aspectos, y que no es tan sencillo como yo lo explico aquí. Pongamos como otro ejemplo la excesiva congoja. Esa es una forma de sentir lástima por uno mismo, la cual procede de nuestro egoísmo, y éste es la carencia de amor que se proyecta hacia los demás. “No matarás”. Este mandamiento envuelve, pues, todo lo relacionado con la vida y con las razones que existen para vivirla. La ley de Dios para nosotros es que reverenciemos la vida de todos los hombres. Vivir y dejar vivir no es sino la mitad del significado de “No matarás.” Positivamente, también significa ayudar a vivir. A Jesús no le pareció necesario advertirnos que no lleguemos a ser asaltantes y criminales, pero sí condenó muy claramente a los que pasan a un lado del hermano que se encuentra herido. El fundamento del mismo de este precepto se basa en el hecho de que Dios evalúa a todo hombre en la misma forma como me evalúa a mi. Dios ha hecho de una sangre a todas las naciones. Él es el Padre de todos los hombres, y estos son hermanos entre sí. Este precepto para la vida implica que debemos considerar a todos los hombres con la luz apropiada. Lorado Taft estaba colocando la estatua de un muchacho hecha por Donatello. Puso algunas luces alrededor de la estatua. En primer término, las puso abajo para que iluminaran la cara del muchacho desde ese ángulo. Luego se fue hacia atrás y miró la estatua. No le gustó. El muchacho lucía como un retardado mental. Luego cambió las luces. Y así hizo la prueba de diversas maneras, pero no quedaba convencido. Finalmente las puso arriba de tal modo que iluminaran el rostro del muchacho. Entonces se dirigió hacia atrás, y sonrió, la cara del muchacho parecía la de un ángel.

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Este es un relato maravilloso. Cuando miramos a los hombres sólo desde el ángulo terrenal, algunos nos parecen como retardados mentales. Otros lucen inferiores, y es muy fácil decir: “Esas personas no importan.” Pero cuando miramos al hombre, a cualquier clase de hombre a través de los ojos de la fe cristiana, con la luz que de Dios desciende sobre él, entonces podremos ver en él a la Divinidad. Es entonces cuando toda vida nos parece sagrada cuando decimos: “No puedo matar; tengo que ayudar a vivir.” Uno de los grandes momentos de la obra Quo Vadis ocurrió en la arena una noche. La reina Ligia había sido capturada en los primeros días del cristianismo y traída a Roma. También había sido capturado su siervo Urso, que era gigante. Los dos eran cristianos y habrían de ser alimento para los leones. Llegó la hora. Había miles de espectadores en la arena. El gigante Urso fue llevado primero al centro. Él se arrodilla y ora, y trata de permanecer arrodillado sin hacer ninguna resistencia. Luego entra con ímpetu un toro salvaje, el cual dirige con furia hacia Ligia. Cuando él ve el peligro que amenaza a su reina, se agarra de los cuernos del toro. Aquella fue una lucha horrible. La fuerza bruta contra la fuerza y el valiente corazón del gigante Urso. Poco a poco, los pies del hombre y las patas del toro se fueron hundiendo en la arena, y poco a poco comienza a bajarse la cabeza del animal. Con profundo silencio, la gente oye los chasquidos cuando Urso le rompe los huesos del cuello al toro. Luego Urso, bondadosamente libera a la reina y la lleva a un lugar seguro. Este es el lado positivo de la vida. Las bestias del odio, la avaricia, el prejuicio, la guerra, la ignorancia, la pobreza y la enfermedad nos dejan impasibles mientras no amenacen a un ser que amamos. Es entonces cuando ejercemos toda nuestra fuerza contra ellas. Y si amamos a todos los hombres, tenemos que entrar en guerra contra los enemigos de ellos. Conozco a un hombre que, aunque más de 70 años de edad, gasta la mayor parte de su energía ayudando a construir una escuela. Él me manifestó que no podrá ver a muchos de los niños que recibirán beneficios por medio de su escuela, pero que él sabía que los habría y, por tanto, estaba preparando la escuela para ellos. Ese mismo hombre se preocupa mucho por los recursos naturales, y por todo aquello que pueda hacerles más plena la vida a las futuras generaciones. Se preocupa tanto que se da a sí mismo por: El día feliz de luz sin par que el vil error revelará. Y la justicia con poder cualquier herida sanará. 7. “NO COMETERÁS ADULTERIO.” Para que un ministro religioso pueda hablar sobre el séptimo mandamiento -“No cometerás adulterio”-, necesita un tacto especial y reverencia, para que sus censuras no resulten como las luces de algún faro, que algunas veces ayudan a que las embarcaciones naufraguen, aunque están puestas para salvarlas. Este es un pecado que debe discutirse lo menos que sea posible, pero, puesto que Dios lo coloca en su lista con toda seriedad en seguida del mandamiento que se refiere al asesinato, y puesto que en gran parte de la sociedad moderna tiende a considerarlo más bien como una inofensiva brecha moral, y no como una transgresión de la eterna ley de Dios, es indispensable que recordemos que Dios dice: “No cometerás adulterio.” Morris Wee nos dice que un día su profesor de teología dijo en clase: “Alrededor del 50 por ciento de toda la miseria humana es consecuencia de la violación de este mandamiento.” Esa parece ser una declaración exagerada: “Alrededor del 50 por ciento...” Los estudiantes no le

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creyeron eso, pero luego de pasar unos 20 años en el ministerio, el doctor Wee dice que ahora está convencido de que es cierto. Siéntese usted conmigo en mi escritorio, en una iglesia de una de las principales vías de una gran ciudad. Oiga lo que me dicen por teléfono, lea mi correspondencia, hable con muchos que acuden a visitarme personalmente. Usted comenzará a pensar que el profesor Wee tenía razón. Permítaseme hacer tres preguntas que trataré de contestar: ¿Qué es el adulterio? Por qué es malo el adulterio? ¿Qué puede hacer el que ha violado la ley en este sentido? El adulterio es la violación del voto mutuo de fidelidad matrimonial. Cualquier experiencia sexual fuera del vínculo matrimonial es adulterio. Jesús va aún más allá, y dice que la concupiscencia en nuestros corazones, aunque no se exprese, es adulterio (Mateo 5:27, 28). Sabemos que muchas veces se nos meten malos pensamientos en nuestras mentes y que no podemos evitarlo; pero el pecado está en permitir que tales pensamientos se conviertan en medios de concupiscencia para mantenerlos en la mente, para disfrutar de ellos secretamente, o para hacer amigos con ellos. El adulterio es malo por cuanto Dios dice que es malo. Él dice que es malo por el hecho de que le hace mal a las personas. Cualquier persona que tenga alguna clase de conciencia tendrá un profundo sentimiento de culpa al violar esta ley. Conozco a personas que me han dicho que han robado algo, y que se han justificado a tal punto que no sienten haber hecho algo malo. Un hombre puede cometer un asesinato en ciertas circunstancias y no sentir que ha hecho algo malo. Pero nunca me ha llegado una persona que haya mencionado el pecado de adulterio y que trate de justificarlo. Sabemos que el adulterio es malo, y no hay circunstancia en que se pueda justificar. Así que, cuando se ha quebrantado este mandamiento, la mente del culpable se siente herida. La reacción de David cuando transgredió esta ley es de carácter universal: “Y mi pecado está siempre delante de mí.” (Salmo 51:3) El adulterio es malo porque trae consecuencias malas. Una herida en la mente es como una herida en el cuerpo. Si usted se corta un dedo no siente mucho dolor; pero si la cortada se infecta, la infección puede llegar al torrente sanguíneo y pasar por todo el cuerpo hasta causarle la muerte. La tristeza es una herida. La tristeza corta profundamente y causa una herida terrible, pero es una herida limpia, y, a menos que se metan en ella la amargura, el resentimiento o la compasión por uno mismo, con toda seguridad sanará. Pero cuando yo hago lo malo, como resultado se me produce una herida infectada, la cual no puede curarse. Me quita la paz de la mente, me hace consiente de la herida, tuerce mis pensamientos y me forma conflictos internos; debilita mi poder y destruye mi alma. Dice Phillips Brooks: “Manténgase alejado del encubrimiento, manténganse alejado de la necesidad de encubrir. Cuando llega la necesidad de ocultar alguna cosa, esa es una hora terrible. Cuando hay ojos de los cuales uno tiene que evadirse, o asuntos que no se pueden mencionar, entonces, se esfuma toda la lozanía de la vida.” La principal razón por la cual el adulterio es malo es porque destruye el matrimonio. Utilizará el relato relacionado con la señora Miniver y su esposo. Ellos acababan de adquirir un carro nuevo y la señora también había adquirido un nuevo sombrero. Cuando se acostaron esa noche no podían dormir, pensando en su buena fortuna. La señora Miniver dijo: “Nosotros somos la gente más afortunada del mundo.” Su esposo le preguntó “Por qué?, por el nuevo carro o por el nuevo sombrero?” Ella le contestó: “No mi amor, porque yo te tengo a ti y tú me tienes a mí.” Hay cantidad de cosas que no son necesarias para un matrimonio feliz. El dinero es bueno, y son buenas las cosas que se adquieren con el dinero, pero el matrimonio puede ser feliz sin esas cosas. No obstante, hay dos cosas que tienen que existir en el matrimonio: Lo primero, un sólido afecto, un amor mutuo completamente diferente del que se siente hacia cualquiera otra persona.

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Lo segundo, una completa confianza entre los dos. Estas son las dos cosas que destruye el adulterio. La costumbre de los indios cherokee era bella. En sus ceremonias nupciales, la pareja se tomaba las manos y cruzaban una corriente de agua, la cual significaba que para siempre sus vidas flotarían juntas. Supongamos que un individuo ha cometido adulterio. ¿Qué puede hacer ese individuo para cambiar su situación? En el capítulo 8 del Evangelio según San Juan leemos con respecto a una mujer adúltera que le fue presentada a Jesús. La única solución que tenía la multitud era la de apedrearla. Pero le pidieron la opinión a Jesús. La lapidación no fue la solución de Jesús para ningún mal. Él odiaba el pecado, pero nunca dejó de amar al pecador. Cuando yo era niño, vivíamos en Tate, Georgia. Allí me quedé una vez profundamente impresionado por una historia que contó el Señor Samuel Tate. Había un borracho consuetudinario en la comunidad, y una mañana le dijo al señor Tate: “Samuel, los muchachos me apedrearon anoche.” El Señor Tate le respondió: “Tal vez están tratando de hacer de usted un hombre mejor.” Entonces el pobre hombre exclamó: “Bueno, nunca he oído que Jesús le tiró piedras a algún hombre para hacerlo mejor!” Cuando Jesús se encontraba en medio de la multitud, y ante Él la mujer adúltera, Él no dijo nada. En vez de eso, Él se inclinó y comenzó a escribir en tierra. Me gustaría saber qué fue lo que Él escribió. Después de un rato, Él habló suavemente; sin embargo, todos pudieron oír lo que decía: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” Siguió escribiendo en tierra. Tal vez Él conocía a esa multitud de personas que se justificaban a sí mismas y que siempre estaban dispuestas a empujar a cualquiera hacia el abismo. Me imagino que Él escribió algunas palabras como “mentiroso”, “ladrón”, “hipócrita”. Uno por uno, los hombres que estaban tan dispuestos a condenar a la mujer soltaron sus piedras y fueron escapándose poco a poco. Se produce entonces una de las más grandiosas escenas de toda la Biblia. El incomparable Salvador se halla a solas con la mujer. Ni una sola palabra áspera sale de los labios. Ni siquiera una mirada de reproche. En vez de ello, Él le dice en tono bondadoso y tierno; “Ni yo te condeno; vete y no peques más.” Me imagino a la mujer allí parada. Se endereza completamente y echa sus hombros para atrás, pues la carga, de su alma se le ha caído. La mujer es restaurada con el poder de un nuevo respeto para sí misma y con la nueva oportunidad. La tradición sostiene que fue esta mujer la que estuvo con María, la madre de Jesús, al pie de la cruz el día de la crucifixión. También afirma la tradición que ella fue la primera que recibió el mensaje de la resurrección de Cristo y que a ella se le concedió el bendito privilegio de llevarles este mensaje a los demás. Para anunciar el nacimiento de Jesús, Dios envió a los ángeles desde los cielos. Este privilegio no se le concedió a ningún mortal. Pero para anunciar el mensaje de la resurrección fue escogida esta mujer caída. No importa cuál sea mi pecado. Cristo, y sólo Él, puede quitarme la culpa y hacer que yo viva de nuevo. 8. “NO HURTARÁS.” Este es el octavo precepto de Dios para la vida, y es el fundamento de todo nuestro sistema económico, por cuanto reconoce el hecho de que Dios le ha dado al hombre el derecho de trabajar, ganar dinero, ahorrar y tener propiedades. Quitarle a alguna persona lo que en justicia le pertenece es malo ante los ojos de Dios. En la historia de la creación se nos dice que Dios hizo la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay. Luego hizo al hombre y le dio dominio sobre su creación (Génesis 1:26). Realmente, no hay persona que posea alguna cosa, todo le pertenece a Dios; pero mientras el hombre está sobre la tierra, Dios le concede el derecho de poseer. Cuando se le niega ese derecho al hombre se está violando la misma base de la creación de Dios.

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Desde el comienzo de los tiempos se han probado diversos sistemas económicos, pero no hay sino uno que es realmente eficiente: el libre intercambio entre personas que le temen a Dios. Se ha señalado que los cristianos primitivos trataron de formar un sistema de propiedad colectiva. Pero también debemos recordar que tal experimento fracasó y que ellos pronto lo abandonaron. San Pablo escribe: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.” (2 Tesalonicenses 3:10). Una vez Jesús narró la historia de un hombre que iba de Jerusalén a Jericó. Él cayó en manos de ladrones que lo robaron, lo golpearon y lo dejaron herido a la vera del camino. Pasaron por allí un sacerdote y un levita, lo vieron, pero siguieron por el otro lado del camino. También viajaba por allí un samaritano. Éste le ayudó al hombre herido e hizo arreglos económicos para que lo cuidaran en una casa de posada, ya que él no podía encargarse de cuidarlo personalmente (Lucas 10:30-37). En esa sencilla historia están claramente demostradas las tres filosofías con respecto a las riquezas. Esta interpretación no es originalmente mía. Primero está la filosofía de los ladrones: “Lo que es de mi prójimo me pertenece a mí y yo puedo tomarlo.” Hay robos agresivos como los que cometen los asaltantes, los desfalcadores y otros. Pero también se incluye en el hurto eso de vivir de un modo que no está acorde con los medios de que disponemos. Cuando uno se mete en deudas sin que tenga una razonable posibilidad de pagarlas está robando. Una vez una muchacha empleada de servicio doméstico hizo solicitud para hacerse miembro de una iglesia, pero no pudo presentar evidencias de que realmente era convertida, y ya casi se le iba a rechazar su petición. El pastor le preguntó: “No hay ninguna evidencia que indique un cambio en su corazón?” La muchacha contestó: “Ahora yo no escondo cosas debajo de las alfombras en la casa donde estoy empleada, para luego barrerlas.” “Es suficiente” -dijo el pastor-, “la recibiremos como miembro de la iglesia.” También le podemos robar a otro sus soportes espirituales. Uno no vive sólo de pan. Cuando Mark Twain se casó con Olivia Langdon, ella era una cristiana muy devota. Pero él era tan antipático con la fe de su esposa que ella abandonó gradualmente sus prácticas religiosas. Posteriormente, una profunda tristeza se apoderó de la vida de ella. Él la urgió: “Olivia, descansa en tu fe.” Tristemente ella le respondió: “No puedo. No me quedó nada de fe.” Hasta la hora de la muerte, ella estuvo abatida por el hecho de que él le había quitado aquello que tanto había significado para ella. Shakespeare puso su dedo contra una de las peores formas de robo cuando dijo: “El que me roba el buen nombre me roba algo que no lo enriquece y que a mí verdaderamente me empobrece.” Antes de repetir algo malo con respecto a otra persona, hágase usted mismo estas preguntas: ¿Es verdad eso? ¿Es necesario que yo le diga? ¿Es bondadoso el decirlo? Hay muchas formas de robo agresivo. En segundo lugar, no sólo podemos robar al quitarle a otro lo que le pertenece, sino también negándoles nuestra ayuda a nuestros semejantes. La filosofía del levita y del samaritano de la parábola del Señor era ésta: “Lo que me pertenece a mí es mío, y tengo que conservarlo.” La medida del éxito de algunas personas consiste en saber cuánto pueden apartar para ellos y de qué pueden ellos asirse. Cuando paso por las calles veo a muchos hombres “de ataúd”: sólo tienen lugar para ellos y no hay para nadie más. Su espíritu es el mismo de la pequeña niña que dijo: Yo hice una pequeña fiestecita esta tarde a las tres; fue pequeña, sólo hubo tres invitadas: me invité yo, me invité a mí, y Alicia que soy yo fue la invitada. Yo tuve que comerme los emparedados, mientras que a mí

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me tocó tomarme el té. Y Alicia se comió todo el pastel y me pasó la torta a mí.. Jesús también habló de un hombre de esa clase. Era un hombre que había tenido mucho éxito y había acumulado más de lo que necesitaba. ¿Qué hizo él? Dijo: “Esto haré derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes.” El guardar es una virtud, pero una virtud peligrosa. Todo dinero que yo posea lleva consigo una obligación correspondiente. Este hombre estaba tan cegado por su avaricia que no vio sus oportunidades ni sus obligaciones. El resultado fue que perdió su alma (Lucas 12:16-20). El profeta Malaquías hizo una soberana pregunta: “¿Robará el hombre a Dios?” Él mismo contesta diciendo que nosotros le hemos robado a Dios “diezmos y ofrendas” (Malaquías 3:8). Dios ha establecido una ley muy clara según la cual nosotros debemos devolverle a Él la décima parte de todo lo que él nos permite poseer. Y horrible es pensar que tengamos que presentarnos en juicio ante Él, con su dinero que nosotros hemos guardado para nuestro propio uso. En tercer lugar, la filosofía del buen samaritano era ésta: “Lo que es mío, también le pertenece a otros; con gusto lo compartiré.” Él vio la necesidad de su hermano y estuvo dispuesto a ayudarlo. No olvidemos nunca que el derecho de la empresa privada y el de la propiedad, no son derechos que hemos adquirido, sino privilegios que Dios nos ha concedido. Dios expresa su fe en nosotros, pero también exige que le rindamos cuentas. Las capacidades, los talentos, las oportunidades, los recursos materiales no son realmente nuestros. Son las inversiones que Dios hace en nosotros. Y, como cualquier inversionista prudente, Dios espera obtener dividendos. Supongamos que yo invierto mi dinero en una compañía, y los funcionarios de la compañía usan todas las utilidades para su propio beneficio. Ellos me estarían estafando. Del mismo modo, nosotros podemos estafar a Dios. ¿Pero cómo puedo darle a Dios lo que justamente le corresponde? Solo hay un modo: consiste en servir a los demás. Así que el significado positivo de “no hurtarás” es: “Consagra tus recursos materiales y tu vida al servicio de otros”. Bernard Shaw dijo una vez: “Caballero es el que invierte más en la vida que lo que toma de ella.” Una vez fue Jesús con Zaqueo a la casa de éste. Posteriormente Zaqueo le dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. Jesús le respondió: “Hoy ha venido la salvación á esta casa” (Lucas 19:1-9). El apartamiento del hurto demanda que haga restitución por lo robado. En ningún hombre puede haber lugar a la vez para Cristo y para las ganancias deshonestas. El hombre tiene que escoger entre el uno y lo otro. Y ésta a menudo, no es una decisión fácil. Pero tal vez nos ayude en la decisión el hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36). 9. “NO HABLARÁS CONTRA TU PRÓJIMO FALSO TESTIMONIO.” De todos los mandamientos el noveno es el que más quebrantamos: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.” Una de las razones por las cuales los transgredimos tanto es que hablamos mucho con respecto a las personas. Los que tienen grandes mentes discuten ideas, la gente de mente mediocre discute eventos, y los de mente reducida discuten sobre otras personas. La mayoría de nosotros no hemos logrado mucho desarrollo mental. Otra de las razones por las cuales quebrantamos este mandamiento es que al hablar de otras personas es una ayuda para nuestro propio orgullo. Eso nos quita algo de remordimiento que sentimos por nuestros propios fracasos, pensamos que eso sucede si le podemos quitar algo de resplandor a la corona de otra persona. Cuando una persona habla con respecto a los defectos de otra

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persona, ese es un signo seguro de complejo de inferioridad. Detrás de gran parte de las murmuraciones está la envidia. Sin embargo, casi nadie se siente culpable al violar esta ley. He hablado con personas que me han confesado que han quebrantado todos los Diez Mandamientos, excepto el noveno. Nunca he oído que una persona admita que practica la murmuración. Siempre decimos: “Yo no quiero criticar a Fulano de Tal, pero...” y ahí vamos dándole a la lengua. Asumimos que la actitud de justicia propia que sentimos, nos da autoridad para condenar el pecado. Pero todo el tiempo nos gozamos hablando acerca del pecado y, de una manera simulada, nos jactamos por no haber hecho nosotros exactamente lo que ha hecho la persona de que estamos hablando. Algunas veces nuestras murmuraciones toman la forma de una simpatía falsa. “¿No te parece malo que el Señor Blanco dé golpes a su esposa? ¡Pobrecita ella!” O tal vez simplemente preguntamos algo: “¿Es verdad que el señor Blanco y su esposa están a punto de divorciarse?” Ese es el método del diablo. El no acusó a Job de haber hecho alguna cosa mala. El sólo le preguntó a Dios: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (Job 1:9). De la sola pregunta ha de surgir la sospecha con respecto a la sinceridad de Job. Y también hay una clase de murmuración que consiste en sólo oír. No pudiera haber ningún sonido si no hubiera algún oído para que lo oiga. El sonido lo causan las vibraciones de lo tímpanos de los oídos. Y tampoco puede haber ninguna clase de murmuración a menos que haya algún oído dispuesto a oírla. La ley establece que la persona que recibe los bienes robados es tan culpable como el ladrón. Realmente es un insulto para usted que alguno le hable sobre los vicios de otra persona, pues al hacer eso, el que murmura no sólo está juzgando al objeto de su chismografía, sino que también lo está juzgando a usted. Si alguna persona le dice a usted un chiste grosero, su misma acción le está diciendo a usted que él piensa que usted está interesado en chistes bajos. Y si una persona le cuenta a usted las faltas de otra, eso significa que en la opinión del chismoso, a usted le gusta saber esas cosas. Entonces la murmuración es un verdadero insulto para usted. Generalmente decimos que no queremos hacer daño a otros cuando hablamos de ellos. Pensamos que el estar llevando cuentos es un pequeño pasatiempo inofensivo. Pero recordemos las palabras del Señor: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os serás medido.” (Mateo 7:1,2). Esta declaración realmente me atemoriza. Me hace poner de rodillas. A mí me gusta que Dios sea más bondadoso para conmigo que lo que yo he sido para con otros. ¿Usted no es así también? Will Rogers nos aconseja: “Vivid de tal modo que no os avergoncéis de vender la cotorra de la familia a los murmuradores del pueblo.” Ese es un buen consejo: pero temo que muchos de nosotros no hemos vivido de ese modo. Por tanto, debemos recordar el antiguo dicho: Hay tantas cosas buenas en el peor de todos, y tantas cosas malas en el mejor de todos, que atañe al mejor de todos, hablar sobre todos los demás. Hay una moderna traducción de las palabras de Cristo que se hallan en Mateo 7:5: “¡Hipócrita! saca primero la viga de dos por cuatro que tienes en tu propio ojo; y entonces verás claramente para sacar la astilla del ojo de tu hermano.” Cada vez que pienso en el noveno mandamiento, “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”, me viene a la mente el relato de Pierre Van Paassen, en su libro The Days of Our Years (Los días de nuestros años). He visto este relato citado en muchos libros, pero me

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gustaría volverlo a relatar brevemente aquí. Hubo una vez un jorobado que se llamaba Hugolín, el cual estaba enfermo. Él nunca conoció a su padre, y la madre de él era una alcohólica proscrita. Él tenía una bella hermana llamada Solange. Como ella amaba mucho a Hugolín y no podía conseguir el dinero para comprarle las medicinas de ningún otro modo, ella vendió su cuerpo en las calles. La gente comenzó a hablar tan horriblemente de ellos que Hugolín se lanzó a un río y se ahogó, y Solange se disparó un tiro. Para el entierro de ellos, la pequeña iglesia del pueblo estaba apiñada de gente. El ministro religioso subió al púlpito y comenzó su sermón: Cristianos -esta palabra les cayó como un latigazo-, cristianos, cuando el Señor de la vida y de la muerte me pregunte en el día del juicio: “Dónde están tus ovejas?” yo no le contestaré. Cuando el señor me pregunte la segunda vez: “Dónde están tus ovejas?” todavía no contestaré. Pero cuando el Señor me pregunte la tercera vez: “, Dónde están tus ovejas?” yo bajaré mi cabeza llena de vergüenza y le contestaré: “Señor, ellos no eran ovejas, sino una manada de lobos.” En un sermón reciente, yo dije que la persona que habla del que ha cometido pecados es peor que la que realmente comete el pecado. Esta es una declaración bastante exagerada. Yo la hice extemporáneamente sumamente en un momento inesperado. No estoy plenamente convencido de que sea cierta. Sin embargo, no estoy plenamente convencido de que no lo sea. ¿Qué piensa usted? Antes que usted dé su respuesta, abra la Biblia en el Antiguo Testamento y lea la historia de la embriaguez de Noé (Génesis 9:20-27). Noé fue un predicador. Ahora bien, es vergonzoso que cualquier persona se embriague; pero cuando el borracho es el que usa la púrpura real del profeta de Dios, la vergüenza es doble. Noé se encontraba en su tienda desgraciadamente desnudo. Luego de un rato, su hijo Cam entró allí y vio a su padre desnudo, y salió a contar la situación. Los otros dos hijos de Noé, Sem y Jafet, no quisieron mirar la desnudez de su padre. En vez de mirarlo, ellos entraron caminando hacia atrás y cubrieron a su padre con un manto. Muchos años después, cuando el autor de Hebreo escribe sobre los grandes hombres de fe, él habla de la poderosa obra de Noé, y no menciona contra él la caída que tuvo (Hebreos 11:7). Indudablemente, Dios también olvidó eso, Jafet y Sem fueron bendecidos por Dios y prosperaron. Pero Cam, el que habló sobre la desnudez de su padre, fue maldito y condenado a una vida de siervo. Tal vez, al fin y al cabo, el que comete el pecado resulta siendo mejor que el que va a contárselo a otros. Jaime era considerado como un muchacho malo en la comunidad. A él le echaban la culpa de todo. Él recibía los azotes en la escuela sin quejas de ninguna clase, y sin derramar lágrimas. Pero un año llegó un nuevo maestro y, cuando sucedió el primer problema, como de costumbre todo el mundo le echó la culpa a Jaime. Él esperaba los azotes de costumbre. Pero en vez de azotarlo, el maestro dijo: “ahora vamos a oír lo que dice Jaime.” Para sorpresa de todos, Jaime comenzó a llorar. Cuando el maestro le preguntó: “¿Qué te pasa?” Jaime respondió: “Esta es la primera vez que alguien me ha dejado decir algo.” He aquí uno de mis versículos predilectos: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gálatas 6:1). 10. “NO CODICIARÁS”. Este es el último precepto de Dios para la vida. Por supuesto, tal precepto no significa que todo deseo es malo. Sin deseos, nadie pudiera tener ninguna ambición, no trabajaríamos, no progresaríamos. Codiciar significa pensar sólo en mí mismo y en lo que yo pueda obtener. Dios quiere que nos olvidemos de nosotros mismos, y que más bien pensemos en lo que podamos dar. Este mismo mandamiento lo repitió Jesús en forma positiva: “Más bienaventurado es dar que recibir.” (Hechos 20:35).

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El verbo codiciar procede de una palabra que significa agarrar más. No importa cuanto tenga uno, siempre está descontento y algún día, después que la codicia lo haya hecho pasar sin misericordia a través de la vida, lo matará y lo dejará sin nada. Tolstoy tiene un relato que ilustra la actividad de la codicia. A un labriego se le ofreció toda la tierra que él pudiera andar a la redonda en un día. Así que el hombre se puso en camino, y marchó a prisa para circundar tanto cuanto le fuera posible. Pero el empeño que puso fue tan grande que cayó muerto en el momento en que llegó al sitio en que había comenzado. Así terminó no teniendo nada. Dios nos dio estas diez leyes para nuestro bien. Él quiere que nosotros estemos de la mejor manera posible y que le saquemos el mejor provecho a la vida. Su último precepto nos lleva al clímax de la vida, que es el contentamiento. Eso es lo que todos queremos. El contentamiento produce paz y gozo en nuestras mentes y en nuestros corazones, lo cual constituye una recompensa para el que vive según los preceptos de Dios. Pero este tiene que ser el último de los diez preceptos. Sin los otros nueve, es imposible observar éste. ¿Cómo puede uno desarraigar de su vida los malos deseos? Simplemente llenando la vida de buenos deseos. El mejor resumen de los Diez Mandamientos nos lo dio Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente... Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22:37-39). Coloque usted a Dios y a los demás primero; ponga en su mente algo más grande que usted mismo. Al hacer así, usted pierde su egocentrismo, se le borra el egoísmo. Y entonces, en vez de sentirnos miserables por lo que no tenemos, comenzamos a sentir la bendita emoción de dar lo que podamos dar. Hay una buena historia de cuatro hombres que subieron a una montaña. El uno se quejaba de que los pies se le estaban lastimando. El segundo tenía un ojo avaro, y se mantuvo codiciando cada casa y cada granja que podía ver. El tercero vio nubes y se preocupaba de que pudiera llover. Pero el cuarto fijó los ojos en el maravilloso panorama. Al mirar lejos de si mismo y del valle que estaba tendido a sus pies, no se detuvo a pensar en las pequeñas preocupaciones que hacían sentir a los otros tan infelices. Y cuando en nuestro panorama aparece la visión de Dios y de las oportunidades de servir a nuestro prójimo, lo que experimentamos no es el egoísmo que nos ofrecen la miseria, sino los frutos del Espíritu. Cuando perdemos nuestros deseos egoístas, ganamos amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, humildad y temperancia. Esos son los frutos del Espíritu que vienen como resultado de vivir según los preceptos de Dios. (Gálatas 5:22,23). Cuando estudiamos los Diez Mandamientos, casi nos sentimos abrumados por un sentimiento de culpabilidad y vergüenza. No hemos vivido de acuerdo con los preceptos de Dios. Hemos fallado en muchas cosas. Yo no se como será el día del juicio final de Dios. En nuestras mentes tenemos un cuadro en que Él está sentado como Juez con un gran libro en la mano delante de sus ojos, en el cual están enumeradas todas nuestras transgresiones. Tal vez este cuadro sea completamente diferente de la realidad, Sin embargo, hay algo que sí sabemos; que habrá un juicio. ¿Cómo se defenderá usted? ¿Adoró usted ídolos en vez de adorar a Dios? Entonces ¡usted es culpable! ¿No vivió usted según las altas normas de su fe, profanó el nombre de Dios, no observó el día del Señor? Entonces ¡usted es culpable! ¿No fue fiel usted a lo mejor del pasado, no mantuvo una vida como ha debido, fue deshonesto e impuro? Entonces, ¡usted es culpable! ¿Dio falso testimonio contra su prójimo, tuvo un mal deseo? Entonces, ¡usted es culpable! Cuando pensamos en el día de mañana, nos encontramos dolorosamente conscientes de nuestra ineptitud e incapacidad para vivir como debemos. Es entonces cuando casi nos rendimos a la desesperación.

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Luego pensamos en algo más: en aquel algo más sublime que puede ocupar, la mente humana. Permítase emplear aquí un relato que nos ofrece Morris Wee: Cuando era joven el doctor A. J. Cronin estuvo encargado de un pequeño hospital. Una noche tuvo que realizar una operación de emergencia en un pequeño muchacho. Era una intervención muy delicada. El doctor sintió un gran alivio cuando el pequeño respiró libremente luego de terminada la operación. Él le dio las respectivas órdenes a la joven enfermera, y se fue a la casa muy satisfecho por el éxito. Tarde en la noche llegó un frenético llamado que exigía la presencia del médico. Todo había marchado mal, y el muchacho estaba en una condición desesperada. Cuando el doctor Cronin llegó al lado del muchacho éste ya había muerto. La enfermera se había llenado de temor y había descuidado su deber. El Doctor Cronin decidió que no debía volver a confiar en ella. Él escribió una carta a la dirección de servicios médicos, la cual haría que terminara para ella la carrera de enfermera. Él la llamó y le leyó la carta. Ella oyó y, como se sentía avergonzada y miserable, no dijo nada. Finalmente, el doctor Cronin le preguntó: “¿No tiene usted nada que decir?” Ella movió su cabeza negativamente. No podía presentar ninguna excusa. Pero al fin habló, y esto fue lo que dijo: “Déme otra oportunidad.” Dios nos dio estos diez preceptos para la vida. Con toda seguridad, Él ha sentido tristeza en su corazón cada vez que nosotros los violamos. Nosotros estamos ante Él avergonzados y miserables; condenados; no podemos presentar ninguna excusa. Y no porque lo merecemos, sino por causa de su infinita misericordia, Dios nos da oportunidad. Jesús expresa la concesión de tal oportunidad en las siguientes palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). Si usted no ha quebrantado ninguno de los mandamientos de Dios, supongo que usted no necesita ningún Salvador. ¿Pero hay alguno entre los hombres que sea inocente? Sólo podemos cantar: Tal como soy, de pecador, sin más confianza que tu amor, ya que me llamas, acudí; Cordero de Dios, heme aquí. Y entonces, al mirar hacia el porvenir podemos decir triunfantemente con el Apóstol: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:13) Por fe en Cristo y obediencia a su voluntad, recibimos el perdón de nuestros pecados y la fuerza necesaria para la victoria de mañana.

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PARTE III CÓMO HABLAR CON DIOS EL PADRE NUESTRO Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. (Mateo 6:9-13) 1. NO DECIR, SINO ORAR. Una vez estaban unos hombres en la cubierta de un barco, en medio de un mar embravecido. Ellos oyeron que Jesús decía tranquilamente y con autoridad: “Calla, enmudece.” Y ellos se asombraron al ver que los vientos y las ondas obedecieron su voz, Él también le podía hablar a uno que hubiera estado paralítico durante muchos años y ellos veían que el hombre se levantaba y caminaba. Ellos recogieron una vez doce cestas llenas de pedazos que sobraron, después que una multitud de 5000 hombres habían comido. Sin embargo, lo único que había cuando comenzó a repartir los alimentos fue la merienda de un muchacho que había llevado cinco panes y dos peces. Ellos vieron que ciegos, epilépticos, leprosos y aún enfermos mentales fueron sanos con sólo una palabra que saliera de sus labios. Ellos vieron cómo las persistentes cargas de culpabilidad se esfumaron de los rostros de aquellas personas a quienes Él perdonaba. Ellos mismos lo oyeron hablar como ningún otro había hablado. Ellos sintieron el magnetismo de la propia vida del Señor. Pero su gran asombro se les cambió en una pavorosa responsabilidad cuando oyeron que Él les dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío.” Con toda seguridad, no se podía esperar que ellos hicieran milagros. Era pedirles demasiado. Pero ellos estaban llenos de cierta comprensión que les inspiraba sobrecogimiento sobre la posibilidad de poderlos cumplir, por cuanto Él les dijo: “De cierto, de cierto os digo: el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también, y aún mayores hará, porque YO VOY al Padre.” (Juan 14:12). ¿Sería cierto que ellos podrían obtener tal poder? Él lo había dicho, por tanto, tenía que ser así. ¿Pero cómo? ¿Les enseñaría Él sus secretos? Un día les llegó la respuesta de repente. Había una llave de oro para abrir la puerta de la casa del poder de Dios. Anhelantes, le dijeron al Señor: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). El único secreto que ellos necesitaban saber era aprender a orar.

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En respuesta Jesús les enseñó una oración: el Padre nuestro (Mateo 6:9-13). El Padre nuestro puede recitarse en un cuarto de minuto, es decir sólo quince segundos. Aunque lo repita una gran congregación de personas poco a poco, sólo necesitará medio minuto. No obstante, Jesús pasó media noche haciendo esa misma oración. En el día de hoy hay unos 500 millones de personas que pueden rezar esa oración, pero son muy pocos los que aprenden a orar. El poder no está en decir la oración sino en hacer la oración. Orar no es repetir palabras. Las palabras sólo forman la estructura sobre la cual se edifica el templo del pensamiento. El poder de la oración del Señor no está en las palabras, sino más bien en el modelo de pensamiento al cual se habitúan nuestras mentes. La Biblia dice: “...transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). Cuando nuestros pensamientos comienzan a flotar en los canales del Padre nuestro, nuestras mentes se renuevan y se transforman. Y esto sucede a tal punto que tenemos los mismos pensamientos de Cristo, a tal punto que tenemos el mismo poder de Cristo. Recordemos que en Hamlet, la obra dramática de Shakespeare, el rey desgraciadamente no puede orar. Para explicar eso, él dice: Mis palabras vuelan, mis pensamientos abajo quedan; Palabras sin pensamientos nunca a los cielos llegan.” Y así es. Nosotros también fallamos muchas veces, porque nuestras oraciones son “palabras sin pensamientos”. 2. “PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS” Jesús nos dice que debemos orar. Si sólo tuviéramos estas siete palabras, con ellas ya tendríamos el Padre nuestro. Las otras 64 palabras que Jesús pronunció en su oración sólo sirven para explicar. Aprenda usted a hacer esta oración que se halla en la invocación y no necesitará nada más. La Palabra “Padre” es una definición de Dios. Para nosotros es una definición imperfecta, porque nosotros como padres somos imperfectos. Un predicador que trabajaba a favor de los muchachos en un barrio bajo dijo que él no podía hacer referencia a Dios como Padre. Cuando esos muchachos pensaban en la palabra Padre se les venía a la mente el cuadro de un hombre que frecuentemente estaba embriagado y le daba golpes a la madre. Todos nosotros vemos en esa palabra las imperfecciones de nuestros padres. Esa fue la razón por la cual Jesús no pudo usar sólo el término “Padre”. Tuvo que agregar: “que estás en los cielos”. Esa frase no está allí para localizar a Dios, ni para decirnos dónde vive Dios. Por alguna razón nos hemos formado la idea de que el cielo está muy distante. En la letra original en inglés de uno de los himnos evangélicos más apreciados, “En el Monte Calvario”, en una de sus estrofas se canta: “Él me llamará algún día al lejano hogar.” Y pensamos que Dios está en ese hogar lejano. Ese pensamiento es incorrecto, por cuanto no se conforma con las enseñanzas de Jesús. Dios está tan cerca de usted como el aire que respira. La expresión “que estás en los cielos” es más bien una descripción de Dios. Cielo es un sinónimo de perfección. Jesús hubiera podido decir: “Nuestro Padre es perfecto”; Esa expresión hubiera significado lo mismo. Y cuando usted piensa en el término padre, no piensa inmediatamente en una fácil indulgencia, sino en la autoridad. En el mismo acto de reconocer a una persona como padre, uno se está reconociendo como hijo. Y el Padre tiene el derecho de ejercer dominio sobre sus hijos. Por tanto, rinda usted su propia voluntad a la voluntad del Padre Celestial. Y así, lo que viene a controlar su pensamiento no es lo que usted quiere, sino lo que Él quiere. Reconocemos el

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hecho de que Dios ha establecido un orden moral. El hombre no crea las leyes naturales. Sólo descubre las leyes de Dios. Al obedecer esas leyes aprendemos lo que dijo Dante: “Su voluntad es nuestra paz.” Por otra parte, el no reconocer la soberanía de Dios es no reconocer la vida. En el sello de una de las iglesias valdenses hay un cuadro con un yunque y un número de martillos rotos, con este lema: “¡Fuera los martillos, manos hostiles! Vuestros martillos se quiebran; el yunque de Dios permanece.” Así mismo, mientras usted no aprenda a decir “Padre”, mal pudiera intentar seguir con la oración. Sin embargo, la palabra padre significa algo más que un gobernante o legislador o juez. Padre significa un precepto de amor, la palabra introduce misericordia en la misma esencia del juicio. Como el amor engendra amor, nuestra respuesta a Dios no llega a ser una respuesta de temor, sino de comprensión de nuestra verdadera relación de hijos. Bien lo dijo Pablo: “Pues no habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). La invocación “Padre Celestial” no sólo implica autoridad sino también la santidad del Ser que se invoca. Una vez, el profeta Isaías tuvo una visión en la cual entró en el templo, y oyó que los serafines cantaban: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos”. Cuando el profeta vio la inmaculada pureza de Dios, quedó convencido de su propia injusticia, y entonces clamó: “Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios,...” y cayó con arrepentimiento y consagración delante de Dios (Isaías 6:5). ¿Por qué cerramos los ojos cuando oramos? Tal vez para dejar afuera el mundo para poder concentrarnos en Dios. Sin embargo la verdadera oración abre nuestros ojos. Un gran hindú preguntó una vez, “Por qué ustedes tienen tanto deseo de ver a Dios con los ojos cerrados? Véanlo con los ojos abiertos reflejado en la forma del pobre, del hambriento, del analfabeto, del afligido.” Cuando oramos, y decimos: “Padre”, estamos reconociendo nuestra condición de hermanos de los demás seres humanos. Recientemente me visitó un joven. Había estado dos años en la cárcel. Muchas veces no comprendemos cuán beneficiosa es una sociedad hasta que somos echados de ella. Este joven me dijo: “Yo no quiero sacarle mucho provecho a la vida. Sólo quiero volver a pertenecer a la sociedad humana.” Eso es lo importante: “Pertenecer”. Todos queremos eso. Pero cuando decimos. “Padre Nuestro”, damos a entender que quitamos todos los límites y las barreras y entendemos que todos somos hijos de Dios. En la primera declaración del Padre nuestro se resume la vida cristiana. La Palabra “Padre” expresa nuestra fe. La expresión de esta palabra lo describe a Él. El complemento “en los cielos” incluye todas nuestras esperanzas. Puesto que la palabra cielo significa la perfección, también indica la calidad de vida por la cual se esfuerzan los cristianos. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Esas son palabras de Jesús. El hombre nunca se satisface consigo mismo. Siempre se esfuerza por avanzar hacia arriba y hacia adelante. El puede sobrellevar los fracasos del pasado y del presente por cuanto tiene la esperanza de un mejor porvenir. Cuando cierto amigo estaba observando la obra de William W. Story, el famoso escultor, dijo: “¿Por cuál de sus esculturas se ha preocupado usted más?” El escultor respondió: “Yo me preocupo más por la próxima estatua que voy a hacer.” La palabra “nuestro” significa todo, incluso amor. Sin eso la oración es fútil. No existe una religión solitaria, por cuanto, si no podemos decir “hermano” no podemos decir “Padre”. Dice Ernest Crosby en su poema “The Search” (La Búsqueda):

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Nadie decirme puede dónde mi alma está; yo busqué a Dios, y Él me eludió; busqué a mi hermano, y nos encontramos los tres. La fe, la esperanza, y el amor están todos incluidos en una misma virtud. El entendimiento de esta verdad puede cambiar mi vida para que realmente pueda hacer la oración: “Padre Nuestro que estás en los cielos”. Eso me hace poner de rodillas en algún Getsemaní en completa obediencia a la voluntad divina. Me lleva al sacrificio de mi vida para servir y procurar la salvación de mis semejantes. Y aún más importante, hace que Dios descienda sobre mi corazón y mi alma. Luego no importa lo que suceda, con completa confianza puedo orar tal como el mismo Señor oró: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” (Lucas 23:46) Así tengo la seguridad de que puedo dejar los resultados de mi vida en las manos de Dios, sabiendo que, a pesar de mis aparentes defectos en la vida, llegaré a un glorioso triunfo; que luego de la tumba vendrá la resurrección; y que podré cantar como el Apóstol: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? … Más gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Corintios 15:55,57). Como pastor evangélico que soy, es rara la semana que pasa en la cual no tenga que oficiar en algún entierro. Hace diez años enterré a mi padre. Cuando voy al cementerio en que reposan sus restos u oficiar en algún entierro, antes de retirarme del cementerio, generalmente me detengo frente a su tumba y pienso en él. Siempre me siento inspirado. Pienso que él fue muy bueno para conmigo. En que él nos dio todo lo que tenía en el sentido material a sus hijos; no sólo alimentación y ropa y lo demás que necesitábamos. También nos dio pelotas y bates y todo lo demás que los muchachos queríamos para jugar. Él se sentía feliz al vernos a nosotros felices. Pienso en todas esas noches en que él oraba por nosotros por cada uno en particular. Hay una grabación en mi mente de su modo de orar: “Señor, bendice a Charles, que él pueda crecer hasta llegar a ser un buen hombre.” También decía: “Bendice a Stanley, a John, a Grace, a Blanche, a Sara, a Frances.” Él hacía una oración especial por cada uno de nosotros. Allí frente a su tumba, pienso en su profunda honestidad y en sus elevadas normas. Pienso en su humildad. Él no fue un hombre presuncioso. Nunca buscaba mucho para sí mismo. La casa pastoral en que vivíamos casi siempre estaba al lado de la iglesia. Allí llegaba la gente día tras día en solicitud de ayuda. Pienso que él siempre compartía todo lo que tenía; a nadie envió con las manos vacías. A veces se me olvida cuánto tiempo he pasado allí pensando en él. De modo que yo creo que puedo comprender, por lo menos de cierto modo, algo de lo que Jesús quiso decir cuando nos enseñó a orar: “Padre nuestro”. Vez tras vez, nuestro Señor se retiró a los montes a orar a solas. A menudo pasaba toda la noche orando. En una ocasión se olvidó del tiempo y se detuvo en oración 40 días. También se olvidó de la necesidad de comer. Allí en la quietud del desierto. Él pensaba en su Padre. Y Él nos dice, que ese es el modo de orar: “Padre Nuestro que estás en los cielos”. Con estas palabras no le estamos pidiendo nada a Dios; más bien le estábamos abriendo el camino para que Él entre en nosotros. Norman Vincent Peale nos cuenta cómo fue su primera visita al Gran Cañón. Él se encontró con un hombre que había pasado mucho tiempo en el cañón. Así que le preguntó por cuál camino debía seguir para poder ver lo mas que le fuera posible del cañón.

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El sabio anciano le dijo que si realmente quería ver el cañón, no tenía que hacer viaje de ninguna clase. En vez de ello, debía salir bien temprano en la mañana y sentarse a un lado del cañón, y quedarse allí observando que pasara el tiempo y de la mañana al mediodía y del mediodía a la tarde, con sus colores siempre cambiantes y resplandecientes a través del Gran Cañón. Que luego fuera a tomar una ligera cena y regresara para ver el ocaso de púrpura sobre el inmenso abismo. El anciano le dijo que si uno anda apresurado por el cañón, lo único que logra es agotarse y no puede ver nada de su belleza y grandeza. Pues bien eso fue lo que el profeta dijo en tiempos remotos: “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Isaías 40:31). ¿Que significa “esperar a Jehová”? Significa pensar acerca de Dios, aunque la palabra “pensar” no implica realmente esa actitud. La palabra meditar la expresa mejor y la mejor de todas sería contemplar. El salmista expresa la misma actitud en el siguiente consejo: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). H. G. Wells dijo: “Mientras el hombre no haya hallado a Dios, lo que comienza no tiene ningún comienzo; y lo que hace no tiene ninguna finalidad.” Así que usted no puede orar mientras su mente no esté primero poseída por los pensamientos de Dios. Durante varios años he observado a centenares de personas que se arrodillan para orar en el altar, en los momentos finales del servicio religioso de los domingos por la noche. Muchos me han dicho que han obtenido sorprendentes resultados por medio de esas oraciones. La razón por la cual estas oraciones que se hacen en el altar tienen mucho más significación para muchos es porque ocurren al terminar el culto cristiano. Durante una hora o más, el edificio sagrado ha estado recordándoles a la persona de Dios. Los himnos que se cantan, la lectura de la Biblia, el sermón, la presencia de otras personas en actitud de adoración, todo obra conjuntamente para hacerlos conscientes de que Dios está cercano. Así que, cuando uno se arrodilla para orar, su mente está propiamente acondicionada, su pensamiento está en Dios. De ese modo, la oración es más natural y real. Las palabras concuerdan con los pensamientos. “Padre nuestro que estás en los cielos”. Cuando esas palabras llegan a ser reales para nosotros, sentimos tranquilidad y confianza. Esto es lo que expresan los siguientes versos: El petirrojo al gorrión dijo que quería saber por qué a los seres humanos el afán hace correr. Y el gorrión le contestó: “Amigo, tiene que ser que no tienen Padre Amante como tú y yo. ¡Eso es!” Elizabeth Cheney 3. “SANTIFICADO SEA TU NOMBRE.” Jesús nos enseña que hay seis cosas por las cuales debe orar el hombre. Pero antes de hacer las otras peticiones, él tiene que orar “Santificado sea tu nombre”. Una vez Moisés estaba en la ladera de una montaña, apacentando las ovejas. Él vio una zarza que ardía y no se consumía. Esperó un momento, y luego se dirigió hacia ella para observarla.

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En realidad Dios estaba en dicha zarza, dispuesto a revelarle a Moisés su voluntad; pero cuando Moisés se acercó oyó una voz que le decía: “… quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás tierra santa es. (Éxodo 3:5) Esto significa que antes que Dios pueda hablarle al hombre, éste tiene que tener el respeto y la reverencia apropiados. Hay muchas personas que nunca piensan que deben orar, a menos que se hallen en períodos de crisis. Es decir, que la oración es para cuando tengamos una necesidad que no podamos resolver por cuenta nuestra. Y también piensan que nuestras oraciones deben ocuparse de nosotros mismos, es decir, de lo que queremos que Dios haga a nuestro favor. Esa es la razón por la cual realmente es poca la gente, que ora con poder. Jesús dice que nosotros tenemos que tener a Dios en nuestras mentes. Santificar, significa rendir respeto y reverencia. Pero notamos que la oración no dice que nosotros santificamos el nombre de Dios. Más bien le pedimos a Dios que el haga algo que nosotros no podemos hacer. Es decir, le pedimos a Dios que Él santifique su propio nombre. El hombre profano no puede hacer nada para Dios hasta que Dios haya hecho algo por él. Supongamos que un artista, tal vez el más grande de todos los tiempos, dijera: “Voy a salir al aire libre para pintar el cielo.” Nos reiríamos de él. Si él saca la brocha para oscurecer el cielo, pintándolo con pez, no tendría ningún éxito. El líquido le caería a él mismo. Del mismo modo el hombre no puede santificar el nombre de Dios. El cielo sigue siendo tal como es, a pesar del artista que quiso pintarlo de otro color. Entonces, ¿qué fue lo que Jesús quiso decir al enseñarnos a orar de ese modo? Él no hizo hincapié en “santificado” sino en “nombre”. La Biblia es un libro de nombres. Cada nombre tiene un significado, el cual le es dado para revelar el carácter de la persona que lo lleva. Por ejemplo, el nombre de Jesús significa Dios es salvación. Por tanto el ángel le dijo a José: “... llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mateo 1:21). Cuando Andrés llevó a su hermano Pedro ante la presencia de Jesús, el Señor dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás”; con lo cual estaba especificando cómo era él. Pero, con la influencia de Cristo, él llegaría a ser otra persona. Por tanto Jesús le dijo que su nombre le sería cambiado “Tu serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro -es decir, una piedra).” (Juan 1:42) El hombre, pues, llegaría a ser fuerte e inconmovible. En los tiempos de la Biblia, conocer el nombre de una persona era conocer a la persona. Así que el “nombre” de Dios significa “Revélate a mí, o Dios.” En tiempos remotos Job hizo esta pregunta: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios?” (Job 11:7) La respuesta es negativa. El hombre no puede conocer a Dios, sino cuando Dios decide revelarse a Sí mismo. Walter de la Mara hace una pregunta que todos nos hacemos algunas veces. Al orar, él pregunta: “¿Hay alguien aquí?” Para poder orar, usted debe estar convencido de que alguien oye, y estar consciente de su presencia. Hay unos tres modos -tal vez cuatro- en que Dios se revela a Sí mismo. Primero, Él se revela en su maravillosa creación. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.” (Salmo 19:1) Esa fue la primera revelación que Dios hizo de Sí mismo. Nos paramos en la orilla del mar y nos quedamos conmovidos ante la inmensa extensión que tenemos delante de nosotros. Cuando recordamos que Él puede tener todos los océanos en “el hueco de su mano” (Isaías 40:12), entonces podemos comprender algo de su poder. Cuando llegamos a los picos de las grandes montañas, la majestuosidad de Él nos deja impresionados. Jesús se detuvo reverentemente ante “los lirios del campo” y en ellos vio la gloria de Dios (Mateo 6:28-29). “La tierra está henchida del ciego, y todo bosque común arde con el fuego de Dios”, canta la señora Browning. Alzamos nuestros ojos hacia el cielo, y vemos la infinidad de

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Dios, y observamos un pequeño copo de nieve y allí vemos su perfección. La puesta del sol nos habla de la belleza de Él. Sin embargo, el hombre moderno está en peligro de permitir que su propio concepto borre esta revelación de Dios. En vez de orar para que Dios envíe la lluvia, hablamos de hacerla nosotros mismos. Sembramos nubes, pero ¿quién hizo las nubes? Jesús nos presenta a un personaje que se parece mucho a nosotros: “La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Que haré, porque no tengo donde guardar mis frutos?.., derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes” (Lucas 12:16-18). Fijémonos en qué persona están conjugados todos los verbos: “haré”, “tengo”, “derribaré”, “guardaré”. Todos en la primera persona: “mis graneros”, “mis frutos”, “mis bienes”. No piensa en Dios. Dios el Creador no se ve por ninguna parte. Luego en segundo, Dios se nos revela por medio de la gente. Por medio de Moisés podemos ver la ley de Dios; Amós nos mostró su justicia; Oseas su amor y Miqueas, sus normas éticas. Siempre ha habido personas que se han manifestado amables cuando estuvimos enfermos, que nos ayudaron en tiempo de angustia, que nos ofrecieron su amistad cuando nos sentíamos solitarios. Algunos a quienes hemos ofendido nos han perdonado con espíritu de amor. En todos esos actos, vemos que algo de Dios se nos revela. Y es mejor que entendamos a Dios por medio del amor a la madre, de la vida consagrada de un amigo, del heroísmo de alguna persona como Juana de Arco. La adoración a Dios en grupo con otras personas es mucho más provechosa por cuanto así aprendemos los unos de los otros. En tercer lugar, Cristo es la revelación suprema de Dios. “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”, dijo Jesús. Está bien el canto de Harry Webb Farrington: No sé cómo el Niño de Belén puede de la Trinidad ser. Que trajo vida sí lo sé, de Dios. ¡Sea gloria a Él! Y yo no sé cómo la cruz me libra de maldad. Sé que su incomparable amor de Dios trajo bondad. No sé cómo la tumba vil venció el misterio de la muerte; que Cristo vive si lo sé. Da vida eternamente. Cuando usted lee los cuatro evangelios y ve a Jesús en ellos, comienza a comprender que realmente usted está viendo a Dios. También hay otro modo en que Dios se revela para la cual no tengo nombre ni explicación. Pudiéramos llamarlo en cuarto lugar “un silbido apacible y delicado”, o la impresión de su

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Espíritu en nosotros. Puedo dar testimonio de que hay ocasiones, tal vez sean raras, en que uno siente que ha recibido una voz directa de Dios. Samuel oyó la voz de Dios directamente: Cuando conocemos a Dios, podemos orar: “Santificado sea tu nombre”, es decir, “haz que nosotros estemos más confiados en ti, oh Dios, que podamos entenderte más plenamente.” Y cuando nuestras mentes están llenas de Dios, cuando continuamente meditamos en Él, los pequeños pecados que tan fácilmente nos asedian pierden su poder sobre nosotros, y entonces nos sentimos dispuestos y capaces para oírlo a Él y obedecerle. Esa condición tenemos que llenarla para poder orar con poder. 4. “VENGA TU REINO”. Es la segunda cosa que Jesús dijo que pidiéramos en oración. La palabra “reino” es ofensiva para todos los pueblos en que se prefiera la palabra democracia. Nosotros creemos que tenemos el derecho de gobernarnos a nosotros mismos. Kipling nos habla de un pueblo en el cual cada hombre “le da el título de reyes a sus melancólicos hermanos.” En el día de hoy especialmente, nos rebelamos contra los dictadores y contra el totalitarismo. En efecto, algunos afirman su derecho a gobernarse por sí mismos hasta tal grado que destronan a Dios. Pero debemos recordar que en cierto sentido el reino de Dios ya vino. Sus leyes gobiernan el universo con absoluta autoridad. El científico conoce las leyes de Dios. Él las ve en la precisión del cosmos. El médico le dice a uno que hay ciertas leyes de la salud. Si uno las obedece tiene salud, si las desobedece muere. El psiquiatra comprende que el modelo de pensamiento del hombre tiene que seguir líneas correctas. Si uno se aparta de ese camino queda en desequilibrio. Hasta el psicólogo nos enseña que el bien de uno es el bien de todos. Estamos ligados en una hermandad común, la cual es una ley de Dios. Dios estableció su reino en esta tierra, lo cual significa que estableció su ley y sus preceptos. Actualmente ese reino está con nosotros. Si nos gusta, o si no, su gobierno impera sobre nosotros. Eso lo dijo el profeta Ezequiel hace mucho tiempo: “...el alma que pecare, esa morirá.” (Ezequiel 18:4) Estamos acostumbrados a ver el palacio de gobierno de nuestro estado o provincia. Conocemos al gobernador y a los diputados de la legislatura. Y pensamos que el hombre hace las leyes. No obstante, cualquier ley, y todas las leyes, de nuestro estado, pueden ser abrogadas o enmendadas. A eso vienen otros gobernadores y legisladores. Pero no sucede eso con las leyes de Dios. Yo puedo rebelarme contra la ley de gravitación de Dios, y lanzarme por la ventana de un alto edificio. Pero lo único que hago con eso es destruirme a mí mismo. No puedo cambiar la ley. Así que prefiero bajar por el ascensor. ¿Y no es dominar la ley de Dios lo que el hombre realiza con su genio mecánico? No. Supongamos que el cable del ascensor se rompe. Eso ha sucedido. Y el solo hecho de que los fabricantes de ascensores usan cables tan fuertes y frecuentemente los inspeccionan es un reconocimiento de la ley de Dios y una obediencia a ella. Este mundo es el reino de Dios. El mundo está bajo su soberano gobierno y poder, controlado por medio de leyes. Sin embargo, en su necia desobediencia, el hombre se apresura a destruirse. ¿Volveremos alguna vez a pensar bien? ¿Volveremos a reconocer la ley de Dios hasta el grado de rendirnos a ella y obedecerla? Hay muchos que dicen que eso no volverá a ocurrir. Están tan depravados, tan corrompidos por el egoísmo y tan cegados por el orgullo, que no pueden ver el camino recto, ni tienen la voluntad de obedecer, ni pudieran. Por eso, por todas partes se predice la destrucción para este mundo. Tenemos que predicar la eterna condenación como nuestro castigo ineludible. Los que se dicen ser profetas nos gritan que no hay esperanza, que sólo nos espera el terror y el juicio de la ira de Dios. Pero Jesús dijo que oremos: “Venga tu reino.” Con toda seguridad Él no sólo creyó en la posibilidad, sino en el evento real.

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Una noche, Jesús cerró la puerta de su pequeña carpintería por última vez. Él tendría que estar en los negocios de su Padre. Esos negocios eran los de traer el reino de Dios a la tierra. He aquí el texto de su primer sermón: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mateo 4:17) Y ese fue el único tema de su predicación todo el tiempo. Él nunca perdió su fe, y aun después de la resurrección, Él les habló a sus discípulos sobre el reino (Hechos 1:3). Cuando decimos: “Venga tu reino”, es bueno subrayar la palabra “venga”. Sería mucho más fácil decir: “Vaya tu reino”. No es tan difícil orar por la conversión de África, o dar ofrendas para las misiones como lo es hacer honestamente frente a nuestros propios pecados, arrepentirnos y cambiar nuestro modo de vivir. Es más fácil hacer campaña en pro de la paz universal que perdonar a alguno que nos haya ofendido o pedirle perdón a quien hemos ofendido. David Livingstone salió a buscar a los salvajes con la Palabra de Dios, pero él escribió en su diario: “Mi Jesús, mi Rey, mi Vida, mi Todo, otra vez me dedico completamente a Ti.” Hay un versículo en la Biblia que realmente me persigue. Yo tengo el bendito privilegio de predicarle a mucha gente. Precisamente en los días en que estoy escribiendo estas palabras, me encuentro de visita en Columbia, la capital del Estado de Carolina del Sur, predicando en una de las iglesias más grandes de este Estado. Todas las noches se llena el gran auditorio, y muchos tienen que devolverse. Pero yo entiendo que hay algo mucho más difícil que predicarles a otros. San Pablo dijo: “...golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.” (1 Corintios 9:27) Si el más grande de los predicadores de todos los tiempos estuvo en peligro de ser eliminado, ¡cuánto más peligro tengo yo! “Venga tu reino.” Esto significa que yo examino mi corazón y le ruego a Dios que me dé su poder purificante; que yo me inclino ante Él con fe y obediencia. Archibaid Rutledge relata que él se encontró una vez con un negro trabajador en maderas, cuyo perro había muerto hacía pocos momentos en un gran incendio forestal, por cuanto no quiso abandonar la fiambrera de su señor, que se le había dicho que cuidara. Con lágrimas en sus ojos, el anciano dijo: “Siempre tuve que tener cuidado con lo que le decía que hiciera, pues yo sabía que él lo haría.” Eso es lo que significa la oración: tener cuidado con lo que pedimos, pues Él lo hará. Jesús dijo: “...el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.” (Mateo 13:45, 46) Las perlas que él vendió representaban el trabajo de toda su vida. Representaban todo lo que tenía. Sin embargo, la perla de gran precio valía igual a todo lo que tenía. Del mismo modo, cuando oramos sinceramente, “Venga tu reino”, estamos dando a entender que renunciamos a todo lo que poseemos, para poder tener a Dios. Dios demanda todo, o nada. Para mí es mucho más fácil hablar con respecto a los pecados del mundo, la corrupción administrativa, por ejemplo, o sobre los males que producen las bebidas alcohólicas, o los que producen la literatura y las películas obscenas, o sobre los barrios bajos de la ciudad, o sobre los paganos de la China, que con respecto a mi propia necesidad. Pero, para poder orar sobre el lugar donde más se necesita el reino de Dios, primero tengo que permitir que llegue a mi vida. Jonatan Edwards, uno de los predicadores más efectivos que jamás haya conocido yo, oraba de esta manera. Él dijo: “cuando salgo a predicar tengo dos propósitos en mi mente. Primero, que toda persona entregue su vida a Cristo. Segundo, si otras personas entregan su vida a Cristo, o si no la entregan, yo sí tengo que darle la mía.”

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Pablo dijo: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efesios 4:31, 32) Eso es lo que significa la venida del reino de Dios a nosotros, y cuando así nos viene, entonces podemos extenderlo con poder. Las personas perversas no pueden ser poderosas defensoras de un mundo justo. “No es mi hermano, ni mi hermana, sino yo, oh Señor, el que está en necesidad de oración.” “Venga tu reino.” Cuando esta oración recibe respuesta, entonces no nos quedará ninguna duda sobre el poder del reino de Dios para cubrir la tierra. 5. “HÁGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, ASÍ TAMBIÉN EN LA TIERRA.” Para poder orar con poder, Jesús nos enseña que primero tenemos que poner a Dios en nuestras mentes y reconocer su soberanía. Tenemos que orar: “Hágase tu voluntad”. Ese es precisamente el punto en que muchos vacilan, pierden el equilibrio y se apartan de Dios. Creo que yo sé cuál es la razón. Cuando yo estaba estudiando psicología en la universidad, preparé cierto número de exámenes de palabras para usar en mis congregaciones. Por ejemplo, uno le dice a la persona la palabra “Navidad”, y le ruega que diga la primera palabra que se le venga a la mente. Con esta palabra, generalmente, obtengo respuestas como éstas: San Nicolás, decoraciones, regalos, etc. Rara vez se menciona el nombre de Cristo. De modo que yo llego a la conclusión de que hemos comercializado y paganizado el día del natalicio de nuestro Señor. Yo creo que el examen fue efectivo, aunque con ciertas limitaciones. Bueno, hagamos la prueba. Yo diré una expresión y veamos qué es lo que primero se le viene a la mente a usted. “La voluntad de Dios”. ¿Qué le viene primero a la mente? ¿La muerte de un ser querido, o algún gran desastre, o severos sufrimientos por causa de una enfermedad incurable, o algún difícil sacrificio? La mayoría de la gente piensa en un cuadro oscuro en relación con la voluntad de Dios. Tal vez una de las causas de que pensemos así sea que nuestro Señor en el Getsemaní oró: “... no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42) Y por causa de este rendimiento de Jesús a la voluntad de Dios lo vemos que sube al Calvario y que lo clavan en la Cruz. Por ello, la voluntad de Dios y la cruz se nos hacen términos sinónimos. No obstante, podemos ir un poco más allá. Acordemos de Job. Él perdió sus riquezas, sus hijos fueron muertos, él mismo sufrió físicamente y su esposa lo abandonó. Job relacionó todos esos desastres con Dios, y así lo manifiesta: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.” (Job 1:21) Por ello cuando nuestros corazones se hallan acongojados, decimos: “Esa es la voluntad de Dios”. Naturalmente nos apartamos de esa clase de voluntad. Parece haber, pues, una creencia general de que la voluntad de Dios es algo que no nos agrada, como cuando estamos enfermos y tenemos que tomar una medicina de sabor horrible, o como cuando tenemos que acudir a consulta con el odontólogo. Sin embargo, pensamos que sería mucho mejor no tener en cuenta la voluntad de Dios. Claro que nunca decimos: “No, para siempre le vuelvo la espalda a la voluntad de Dios.” Pero sí decimos: “Por ahora, me regiré por mi propio criterio y seguiré mi propia voluntad.” Alguien tiene que decirnos que la salida del sol es también voluntad de Dios. Y también es voluntad de Dios que haya el tiempo de cosecha, la cosecha que nos proveerá el alimento y la ropa que necesitamos, sin la cual nuestra vida no podría sostenerse sobre la tierra. Es voluntad de Dios que haya las diversas estaciones del año. En efecto, en la balanza de la vida, las cosas buenas pesan mucho más que las malas. Hay más alboradas que ciclones.

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Yo vivo cómodamente en el invierno, en una casa calentada automáticamente por vapor. Mucho tiempo antes que yo naciera, Dios depositó el gas debajo de la tierra, y ahora se envía a través del gasoducto a mi hogar para mi bien. Yo pudiera decir que las heladas de los inviernos fríos también son voluntad de Dios. Del modo como nosotros consideramos la voluntad de Dios depende que nos apartemos de ella o que con gratitud nos rindamos a ella. Jesús dijo: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” Notemos que el Señor dice: “como en el cielo”. Cuando se le menciona a usted la palabra “Cielo”, ¿cuál es el primer pensamiento que le llega a la mente? Usted piensa en la paz, la abundancia, el gozo perfecto, en la ausencia del dolor, del sufrimiento y de las lágrimas: Todo esto lo vio Juan y lo registró al registrar su visión en (Apocalipsis 21). Y eso es exactamente lo que nosotros queremos aquí y ahora en nuestras vidas. Jesús dice que esa es la voluntad de Dios para nosotros. Antes de poder orar: “Hágase tu voluntad”, tenemos que creer que ese es el mejor camino y el más feliz. Sin embargo, algunas veces nosotros rendimos lo inmediato, mientras Dios considera qué debemos rendirle a la vida íntegramente. Poníamos por caso a dos muchachos que están en la escuela. La voluntad del maestro es que ellos pasan horas estudiando duramente. Uno de los muchachos se rebela contra ese trabajo desagradable. Él quiere ser feliz. Por tanto, se va a ver una película. Tal vez se va de la escuela para poder andar libremente. El otro se pega a los estudios, aunque le parecen difíciles. Veamos a los mismos dos muchachos diez o veinte años después. El que quiso estar libre, ahora está atado y limitado por su propia ignorancia. Él tiene que soportar asperezas y vergüenzas causadas por su falta de educación. El otro, en cambio, está más feliz y más libre y halla la vida más fácil y más provechosa por cuanto se preparó adecuadamente. Pensemos en José, el consentido de su padre Jacob. Para él, el hogar era un sitio de sumo gozo. Pero la envidia se apoderó de sus hermanos, los cuales colocaron a José en una oscura cisterna, y posteriormente lo vendieron como esclavo. José les dijo a ellos: “Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios...” (Génesis 45:5). Con toda seguridad, la vida de José fue dura. Pero él mantuvo su fe, nunca se rindió, y al fin, él pudo mirar retrospectivamente y ver lo mismo que leemos en la obra dramática “Hamlet”: “Hay divinidad que forma nuestros destinos.” De la entrega de nuestro Señor en Getsemaní resultó la cruz; pero después de la cruz está la tumba vacía y un mundo redimido. Algunas veces no es Dios el que nos dirige a través de los profundos valles y de las turbulentas aguas. Puede ser la ignorancia y la necedad del hombre las que lo meten en problemas. Pero aún así podemos sentir su presencia, pues de nuestros errores, Dios puede hacer algo bello. Dios no fue el que le causó las tragedias a Job. Pero, por causa de la fe de Job, Dios pudo usar esas tragedias finalmente para el bien de su siervo. Es maravilloso lo que Dios puede hacer con un corazón acongojado, cuando le entregamos a Él todo los pedazos. Y el camino de Dios no sólo es el mejor y más feliz, sino que también está a nuestro alcance. Muchos se apartan de la voluntad de Dios por el temor de que Dios les pida que hagan más de lo que ellos piensan que pueden hacer. Hubo un hombre que enterró el talento que recibió. Al explicar su fracaso, el de no haber hecho nada, él dijo a su señor: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste: por lo cual tuve miedo, y fui y escondí talento en la tierra” (Mateo 25:24, 25). Él tenía el temor de que su señor le hiciera demandas irrazonables. Pensó que, aunque hiciera lo mejor, no lograría complacer a su señor. Hay algunas cosas que ciertamente no podemos hacer. No son muchos los que pueden ser artistas; pocos son los que pueden llegar a ser grandes dirigentes. Pudiéramos hacer una lista de millares de cosas que no podemos hacer.

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Pero de algo podemos estar convencidos: podemos hacer la voluntad de Dios. Moisés pensó que él no podría hacerla. Cuando Dios le dijo que sacara a los hijos de Israel de la esclavitud, él presentó excusas. Él pensó sinceramente que tal misión estaba fuera de sus capacidades. Pero fue capaz de hacerlo. Usted puede orar con completa fe y confianza: “Hágase tu voluntad”, pues Dios es un Padre amante que conoce a sus hijos mejor que ellos a sí mismos. Es cierto que Él quiere lo mejor de nosotros; pero no nos exige que hagamos más de lo que podemos hacer. Orar: “Hágase tu voluntad”, realmente significa que nos alistamos para la acción. En 1972, Guillermo Carey predicó un sermón sobre el siguiente texto bíblico: “Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas.” (Isaías 54:2). Ese fue uno de los sermones más influyentes que jamás se hayan predicado sobre la tierra. El resultado de ese sermón fue el nacimiento de la Sociedad Misionera Bautista, la historia de la cual todavía no han comenzado a decir un centenar de libros. En ese sermón, Carey hizo su famosa declaración: “Esperad grandes cosas de Dios, e intentad grandes cosas para Dios.” Pero hay algo sumamente importante. Él no sólo predicó en cuanto a las misiones, sino que entregó todo lo que tenía y se fue personalmente a la India a cumplir la obra misionera. Él sí oró literalmente: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” Él quiso dar a entender que quería que se hiciera la voluntad de Dios en toda la tierra, y, por tanto, dedicó su propia vida como respuesta a su propia oración. Recientemente recibí una carta en la cual se me pide que ore para que ningún niño jamás vuelva a ser atacado por la poliomielitis. La carta cita la Biblia: “Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.” (Mateo 18:14). Puesto que tengo tres hijos propios, ciertamente puedo pedirle a Dios que la poliomielitis sea eliminada. Yo creo ciertamente que podemos recibir la contestación de esa oración en el momento en que nosotros queramos. Pero, cuando en los Estados Unidos se hace el presupuesto nacional, se destinan cinco mil millones de dólares para armamento. En cambio, cuando pensarnos en la poliomielitis, se habla con respecto a “La pequeña contribución para la parálisis infantil”. Si el dinero que se ha gastado en bombas atómicas se hubiera utilizado en investigación médica, ¡quién sabe si ya tuviéramos la solución no sólo para el flagelo de la poliomielitis, sino también para el cáncer, la artritis y muchas otras enfermedades! Los Estados Unidos se sienten obligados a mantener un vasto programa de defensa. No obstante, ¿Quién tiene la culpa? Si la nación hubiera gastado el dinero que gastó en una sola batalla: la que hubo que librar contra los japoneses invasores en Pearl Harbor, en la proclamación del Evangelio en el Japón, tal vez nunca hubiera ocurrido esa guerra. Si hubiéramos mantenido el espíritu cristiano en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, nunca hubiéramos oído el nombre de Hitler. Realmente la voluntad de Dios se cumple sobre la tierra. Está operando en su propia vida. Por ejemplo, usted no decidió en qué siglo iba a nacer. Usted no tuvo la libertad de decidir quiénes habrían de ser sus padres. Todo lo relativo al color de su piel, el sexo y su apariencia física, todo eso lo decidió una voluntad superior: la de Dios. Y la voluntad de Dios sigue siendo efectiva en nuestras vidas. Hay designio en la vida suya. Yo creo que no hay ninguna persona que haya venido al mundo por accidente. Antes que usted viniera a este mundo ya existía en la mente de Dios. Usted puede rebelarse contra Dios, pero

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finalmente usted saldrá completamente derrotado. No podrá soportar la vida tal como venga, ni hallar gozo y paz en ella. Usted también puede decidir hacer la voluntad de Dios; hacer que la voluntad de Él sea la suya. Estas ideas las expresó Tennyson de la siguiente manera: “Nuestras voluntades son nuestras, no sabemos cómo; nuestras voluntades son nuestras para hacer que sean tuyas.” ¿Cómo puedo yo saber cuál es la voluntad de Dios para mi vida? Muchos nunca la conocerán, pues no se revela a los frívolos. Nadie puede andar en la presencia de Dios con pies presurosos. Si usted simplemente hace esta oración: “Señor, esta es mi manera de pensar, espero que tú la apruebes”, lo único que usted está haciendo es agotar su respiración. Sólo aquellos que sinceramente quieren hacer la voluntad de Dios, y tienen suficiente fe en Él para dedicarse a su voluntad, pueden conocerla. Decirle al Señor: “Señor, muéstrame tu voluntad. Si a mí me gusta, la aceptaré”, es hacer una oración fútil. Usted tiene que aceptarla antes de poderla conocer. La posibilidad de que usted la pueda hacer o no depende de la opinión que usted tenga de Dios. Al que es sincero, Dios le revela su voluntad de muchos modos. A menudo la recibimos por medio de lo que llamamos percepción inmediata. Un siquiatra me dijo una vez: “O la persona tiene comprensión inmediata o nunca la tendrá. No es algo que uno puede aprender.” Pero es algo que Dios puede dar. He hablado con personas que tenían problemas desconcertantes. Tal vez dieron muchas vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, pero no podían por causa del problema. En la quietud del estudio del pastor, hablamos con respecto a Dios, con respecto a su amor y preocupación por nosotros. Luego de hablar, oramos con respecto a su amor y el problema. Y no una vez, sino muchas, he visto que la luz brilla en los rostros de las personas acongojadas, pues de repente les llegó la solución a la mente. Es entonces cuando yo digo que Dios les dio la percepción inmediata. Otras veces se la llama “percepción interna.” Dios puede revelarnos su voluntad por medio de un consejo que nos dé otra persona, por medio de circunstancias, por medio de las experiencias de la historia, mediante el descubrimiento de las leyes de Él a través de la investigación científica, a través de la voz de la iglesia. Y ciertamente vemos su voluntad al estudiar la vida y las enseñanzas de Jesús. Yo tengo un radio pequeño que siempre llevo en mi equipaje. Cuando estoy en la casa, puedo sintonizar cualquier estación de radio de la ciudad en que vivo. Pero, si me alejo mucho de la ciudad, la voz de la estación no se oye. La emisora está transmitiendo con toda su potencia; pero yo me he alejado tanto que no puedo oírla. Hay muchas personas que no pueden oír la voz de Dios por el hecho de que están tan alejados de Él que no pueden oírla. La seguridad de que usted está haciendo lo que cree que es la voluntad de Dios para usted hace más para eliminar sus temores y preocupaciones que cualquiera otra cosa. Cito a Dante: “En su voluntad está nuestra paz.” El hecho de rendirnos a su voluntad quita de nosotros el temor del mañana. Sabemos, absolutamente, que si hacemos hoy su voluntad, el mañana vendrá de acuerdo con su voluntad. No soy fatalista; más bien puedo decir con el salmista: “... no he visto justo desamparado” (Salmo 37:25). Si obedecemos su voluntad hoy, eso quiere decir que Dios asume su responsabilidad para el mañana. De modo que Jesús nos enseña que las primeras tres peticiones de nuestra oración tenemos que hacerlas con los ojos firmemente puestos en Dios. Claro que en la oración se puede hablar con respecto a nuestras necesidades. Nuestro Señor nos enseña que es correcto que oremos por nosotros mismos. Pero Dios tiene que llenar primero nuestras mentes, antes que lleguemos a nuestros problemas. Luego estamos listos para hablar acerca de lo que queremos que Él haga por nosotros.

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6. “EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA, DÁNOSLO HOY.” En toda la mitad del Padre nuestro hay una división que se distingue. Se puede descubrir en el empleo de los pronombres posesivos. Se nos enseña que en las primeras tres peticiones debemos decir: “tu nombre”, “tu reino”, “tú voluntad”. En las últimas tres peticiones el pronombre posesivo es “nuestro”. Primero tenemos que pensar en Dios. Luego podemos, con todo derecho, pensar en nosotros mismos. Y la primera petición que el Señor nos permite que hagamos para nosotros mismos es una que realmente nos gusta hacer; en efecto, es la única que tenemos que hacer si tenemos planes para permanecer vivos: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Con eso, Él se refiere simplemente a las necesidades físicas de la vida. Muchos de los padres de la iglesia primitiva, como Jerónimo, Orígenes y Agustín, enseñaron que esta petición se refiera al mismo pan al cual Jesús se refiere cuando dice: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35). Ellos pensaron que no era correcto pedir cosas materiales. Y esa idea persiste aún hoy. Pero, ¿Por qué tratar de espiritualizar esta petición? Al fin y al cabo, aún los santos tienen que comer. Aún nuestras mismas oraciones morirían en nuestros labios si no tuviéramos el alimento para sustentar nuestros cuerpos. Jesús le predicó al pueblo, sanó a los enfermos, perdonó los pecados de la gente, y también utilizó su maravilloso poder para alimentarla con pan real. Estudiemos la vida de nuestro Señor. Veremos que Él sabía algo con respecto a la lucha diaria para poder atar los cabos. Él supo lo que significaba para la viuda las dos blancas. Él entendía lo desastroso que era la pérdida de una moneda (dracma). Él comprendía lo que era usar ropa remendada. Él sabía lo que era ir al abasto a comprar mercado y tratar de estirar el presupuesto para poder alimentar a la familia. Los padres de Jesús ofrecieron una ofrenda de un par de aves, que sólo valían una pequeña moneda. Aun después de la resurrección, nuestro Señor se preocupó por el pan. El primer domingo de resurrección, lo vemos caminando con dos de sus amigos que se dirigían a Emaús. Él les dio un mensaje de esperanza, también separó tiempo para sentarse con ellos a la mesa. En efecto la Biblia dice: “Y aconteció que estando sentado ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio.” (Lucas 24:30). Entre oscuro y claro lo vemos en la playa del Mar de Tiberias. Sus discípulos habían estado toda la noche. Ya estaban de regreso, y el Señor se dispuso a recibirlos. ¿Qué preparó Él? ¿Un culto de oración? Ellos necesitaban oración. ¿Una revelación majestuosa y sobrecogedora de Sí mismo? Ellos habían perdido la fe en Él. No. Él les preparó el desayuno. ¡Imagínense usted a Cristo resucitado y resplandeciente preparando el desayuno! Aunque sus pies estaban heridos, sin embargo caminó sobre la playa arenosa para poder buscar la leña para hacer el fuego. Aunque sus manos habían sido traspasadas por los clavos, Él benefició el pescado. Él sabía que los pescadores estaban hambrientos. Él sabe que nosotros tenemos que comprar el mercado, pagar el alquiler de la casa, comprar la ropa necesaria, pagar los gastos de los niños en la escuela y las cuentas de diversa índole que tenemos pendientes. Nosotros no somos bestias salvajes. Deseamos disfrutar de algunas de las cosas agradables de la vida. Él sabía mucho mejor que nosotros que el cuerpo y el alma constituyen una unidad inseparable. Así como la preocupación y el temor pueden afectar el cuerpo y enfermarlo a uno, así la condición física puede afectar el concepto que el hombre tiene de la vida, su fe religiosa, su conducta moral.

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El Dios que hizo nuestros cuerpos se preocupa por las necesidades de ellos, y quiere que hablemos con Él, con respecto a nuestras necesidades físicas. El sol sale todas la mañanas para calentar la tierra. Si el sol dejara de brillar un sólo minuto, toda la vida de la tierra moriría. Las aguas descienden para humedecer la tierra. Hay fertilidad en el suelo, vida en las semillas y oxígeno en el aire. La providencia de Dios está proveyendo para nosotros con increíble abundancia en todo momento. Pero muy a menudo, nosotros simplemente damos ese hecho por aceptado. El doctor John Witherspoon fue un gran hombre de Dios. Él fue uno de los que firmaron la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. También fue rector de la Universidad de Nueva Jersey que posteriormente se llamó Princeton. Vivía a tres kilómetros de la universidad, y tenía que trasladarse allí en su carromato todos los días. Una mañana, un vecino se acercó emocionadamente al estudio de él y le dijo: “Doctor Witherspoon, usted tiene que unirse conmigo para darle las gracias a Dios por su providencia al salvarme la vida. Cuando yo venía en mi carro esta mañana, mi caballo se desbocó, y el carromato se volvió pedazos contra las rocas pero yo escapé.” “Bueno, puedo decirle” -contestó el doctor Witherspoon- “que yo he visto una providencia mucho más notable que ésa. Yo he conducido mi carromato en esa misma carretera centenares de veces. Mi caballo nunca antes se ha desbocado, mi carromato nunca se ha hecho pedazos, nunca he salido herido. Así que la providencia de Dios para mí ha sido mucho más notable que lo que ha sido para usted.” Debemos comprender lo que significa la siguiente estrofa de Maltbie D. Babcock: Detrás del pan está la flor de harina y tras la harina está el molino Y más atrás el trigo y la lluvia el sol y la voluntad divina. Lo mismo es cierto con respecto a todas las cosas que tenemos: el nuevo televisor de que usted disfruta, el lindo carro del cual usted se siente orgulloso, la casa en que vive, la ropa que usa. Todas esas cosas que proceden de la tierra que Dios hizo. Él puso esas cosas a nuestro alcance, porque Él sabía que nosotros las queremos y nos encantarían. Mucho tiempo antes que usted naciera, Dios contestó sus oraciones con respecto a las cosas materiales. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, es, pues, una oración que verdaderamente ha sido contestada. Y es también un reconocimiento de lo que Él ya ha hecho. A mí me gusta leer el relato sobre el tiempo en que Jesús estuvo en el desierto en una ocasión. Mateo nos dice que con Él estaban cinco mil personas (14:21). Las personas tenían hambre, y el Señor quería que fueran alimentadas. Los discípulos hicieron un estudio de la situación. El único alimento que pudieron hallar entre la multitud fue la merienda de un muchacho que consistía en cinco panes y dos pececillos. Los discípulos creyeron que eso era tan poco que no valía la pena preocuparse. Con tan pocos recursos no había necesidad de intentar hacer algo. Pero observemos las acciones del Señor. Él no se queja de no tener nada. En vez de ello, lo primero que hizo fue darle las gracias a Dios. Luego comenzó a usar lo que tenía a mano. Comenzó a partir y a servir los alimentos. Para asombro de todos, lo que había en la mano de Él fue suficiente para alimentar a todos los presentes. En efecto, recibieron más alimento que el que necesitaban. Fue necesario recoger

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doce cestas llenas de alimento que sobró. La gente quedó tan sorprendida que inmediatamente trataron de hacerlo rey (Juan 6:5-15). Si hoy comenzáramos a dar las gracias a Dios por lo que tenemos, y a emplearlo en la mejor manera posible, Dios nos daría una comprensión inmediata sobre la manera de como pudiéramos multiplicar lo que tenemos, para cubrir todas las necesidades de nuestras vidas, y aún para tener de sobra. Recibiríamos santísima bendición que caeríamos delante de Él para proclamarlo nuestro Señor y Rey. 7. “Y PERDONANOS NUESTRAS DEUDAS, COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES.” Cristo nos autorizó a hacer seis, peticiones. Tres se relacionan con Dios y tres con nosotros mismos. Todas las seis son de suprema importancia; sin embargo hay una de las seis sobre la cual hace especial hincapié. A Él no le parece necesario hacer hincapié en que nosotros le pidamos a Dios que Él santifique su nombre, o que venga su reino, o que su voluntad se haga, aunque esas peticiones son vitales. Él tampoco destaca la necesidad que tenemos de alimento, aunque sin el alimento moriríamos. Pero, cuando el Señor termina el Padre nuestro, cree que debe repetir una petición y hacerle un comentario especial: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Esa es la petición que Él escoge para destacarla: “... más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (Mateo 6:15). . No se basa el perdón de Dios en un intercambio. Dios no nos exige que nosotros perdonemos a otros como condición para perdonarnos. Esta es más bien una condición de nuestra capacidad para recibir el perdón de Dios. Shakespeare nos dice: “El carácter de la misericordia no es restringido; desciende tan bondadosamente como la lluvia del cielo.” Pero yo pudiera cubrir una planta con una lámina de hierro de tal modo que la lluvia nunca le llegue. Así también, yo puedo rodear mi alma con espíritu no perdonador y de ese modo bloquear la misericordia perdonadora de Dios. El tener un espíritu de rencor contra otra persona puede que la hiera o que no la hiera. Pero hay algo cierto: eso destruye mi propia alma. Booker T. Washington comprendió esa verdad cuando dijo: “No permitiré que ningún hombre reduzca o degrade mi alma haciendo que yo lo odie.” Recuerdo una escena del drama “Amos y Andy”. Había un hombre grande que le daba a Andy un manotazo en el pecho cada vez que se encontraban. Al fin, Andy se enojó por ello y le dijo a Amos: “Estoy preparado para ello. Voy a pegar un poco de dinamita en el bolsillo de mi chaqueta. La próxima vez que él me dé un manotazo, su mano le va a explotar.” Andy no había comprendido que al mismo tiempo su propio corazón explotaría. La dinamita del odio puede inflingir algunas heridas en otras personas y también puede hacer que explote nuestro corazón. El gerundio “perdonando” y el participio pasivo “perdonado” deben ser gemelos inseparables. Siempre andan los dos. Nunca se separan. Cuando murió la reina Carolina, Lord Chesterfield dijo algo triste: “Como no vivió perdonando, no murió perdonada.” Nuestro Señor dijo en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34) A menudo nos quejamos de algún acto inocente de alguna persona. Pero hay una razón más importante por la cual no debemos guardar ningún rencor: “porque nosotros no sabemos”. Si entendiéramos a la persona, nuestro juicio por lo general no sería tan duro. Con nuestra comprensión tan limitada de los demás, es algo terrible erigirnos en jueces de ellos. La Biblia dice: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (Romanos 12:19). Si nosotros sabemos hacer las cosas, debemos dejarle la venganza al Señor. En alguna parte leí las siguientes líneas:

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¿Abandonó Dios el cielo, y lo dejó a usted para que diga qué es malo o bueno, y qué se debe hacer? Yo creo que Dios gobierna. Él sí sabe juzgar. Si pues, juzgas a otros, no eres Dios, tú debes recordar. “Como también nosotros perdonamos”. Así dijo Jesús que debernos poder decir en oración. Una pareja de casados había ido a un orfanato, a adoptar un niño. Les llamó la atención especialmente un pequeñito. Ellos le hablaron acerca de todas las cosas que ellos iban a darle: ropa, juguetes, un buen hogar. Les pareció que ninguna de estas cosas le llamaron la atención al muchacho. Al fin, ellos le preguntaron: “¿Qué es lo que a ti más te gusta?” El respondió: “Yo sólo quiero alguien que me ame.” Eso es lo que todos queremos. En lo profundo de nuestros corazones tenemos hambre de amor. La soledad es una cruz para más personas de las que nosotros nos imaginamos. Sin embargo, es difícil amar a las personas. Ellas tienen muchos defectos, dicen cosas que no debieran decir, muchas personas tienen espíritu antagónico que no atrae a nadie. Sin embargo, Jesús nos dijo que debemos orar: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Sólo en esta petición hizo Jesús hincapié. Tal vez sea la más difícil de hacer. “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, sus deudas, sus pecados...” Pudiéramos usar cualquiera de estas palabras. Tal vez todas las tres expresan mejor lo que nuestro Señor tenía en mente. Las deudas nos hablan del fracaso en cumplir con las obligaciones en general, y no sólo las financieras o económicas. También hay otras deudas como la deuda de la amistad, la de ser uno buen ciudadano, etc. La palabra “ofensa” en este caso significa transgresión, o sea el uso ilegal de las propiedades de otros. Vemos avisos: “Propiedad privada”. Eso nos indica que debemos mantenernos fuera de allí. Nuestros amigos también cometen transgresión contra nuestro tiempo, contra nuestro nombre, y nos hacen mal cuando dicen de nosotros lo que no es correcto. De muchos modos nuestros amigos nos ofenden. La palabra pecado se refiere al vicio y a la mala conducta. De eso vemos mucho de nuestros amigos. En efecto mientras más estudiamos los defectos de nuestros amigos, más difícil se nos hace poder declarar: “Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Algunas veces invertimos nuestra amistad en amigos que sólo nos hacen disgustar amargamente. Algunas veces nos sentimos como Sir Walter Raleigh, quien unas pocas horas antes de su muerte le escribió a su esposa: “No sé a qué amigo recomendarte, pues mi amigo me abandonó en el verdadero tiempo de prueba.” Algunas personas se han ofendido tan profundamente que no pueden estar de acuerdo con Tennyson cuando dijo:

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Eso es verdad, venga lo que viniere, así lo siente con mi gran dolor; perder lo amado es aún mejor que nunca amar. El corazón se muere. Pero notemos cuidadosamente que Jesús dijo: “Y perdónanos nuestras deudas”. El primero dirige la atención nuestra a nuestras propias deudas: ofensas y pecados. Las faltas que vemos que los demás cometen contra nosotros, también las tenemos nosotros. Tal vez que oremos: “Perdónanos, si hemos pecado”. En la oración que Cristo nos enseñó no hay ningún sí condicional. Hagámonos honestamente algunas preguntas, y respondámoslas: “Cuál es mi peor fracaso?” Es decir, ¿en qué no he cumplido yo mis obligaciones? En segundo lugar, “¿En qué sentido he maltratado a otras personas?” En tercer lugar, “Cuál es el pecado que he cometido?” Cada uno de nosotros debe tener alguna respuesta para cada una de estas preguntas. A todos se nos declara culpables. Pero, también, ¿tienen nuestros amigos respuestas para esas preguntas? Ellos también son culpables. Ahora bien, el punto esencial es este: Si usted está dispuesto a perdonarlos, entonces podrá recibir el perdón de Dios. A mí me parece esa una buena oferta, ¿Qué piensa usted? 8. “Y NO NOS METAS EN TENTACIÓN, MAS LÍBRANOS DEL MAL “. Nuestro Señor nos autorizó a hacer tres peticiones en la oración. Una es para el presente: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Otra mira a la vez hacia el pasado y hacia el presente: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” La tercera mira hacia el provenir. Estamos de acuerdo en que tenemos necesidad de orar para pedir pan y perdón; pero la mayoría tiene una opinión diferente de la de nuestro Señor en cuanto a cómo debiera ser la oración que se refiere al mañana. Cuando pensamos en lo futuro, ¿qué es lo que tenemos que pedir a Dios? A qué le tenemos más temor? ¿De qué retrocedemos? Tal vez algunos le temen más a la enfermedad. Ellos le piden a Dios que les dé buena salud, se interesan en la medicina preventiva y compran pólizas de seguros de enfermedad y hospitalización. Otras le temen a la pobreza. Estos se dedican al ahorro. Otros, al sufrimiento. Otros, a la posibilidad de salir lesionados en cualquier momento. Le tenemos temor a la falta de popularidad y a las críticas, a la edad, a la muerte. Cuando Cristo nos enseña a orar con respecto a lo futuro, Él no menciona ninguna de estas cosas. En relación con lo futuro sólo necesitamos pedirle a Dios que nos libre del mal. El único temor que debemos tener sobre todos los temores es que, en medio de la tentación, nos deslicemos. Pero nosotros tomamos con menos seriedad esta oración del Señor con respecto a lo futuro que las otras peticiones que Él nos indica. No le tenemos miedo a la tentación. Tenemos tanta confianza de que podemos dominarnos a nosotros mismos que hacemos de la tentación nuestra constante compañera. Hay un antiguo relato sobre un hombre que había sido víctima de una horrible borrachera, pero que se había reformado y aparentemente había vencido ese mal hábito. Sin embargo, cuando él iba al pueblo, continuaba atando su caballo en el poste que estaba al frente de la taberna. Llegó el día en que volvió a caer en su antiguo modo de ser. Si él le hubiera tenido un temor saludable a la tentación, hubiera cambiado de poste para atar su caballo.

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Muy a menudo, la tentación llega primero al pensamiento. En los lugares secretos de nuestras mentes, dramatizan y actúan nuestros pensamientos. Muchas veces leemos libros que describen la perversidad, y luego jugamos con la dinamita en situaciones peligrosas y nos agrada estar allí. Nos juntamos con malas compañías. Cuando vamos al trabajo o a la diversión, alguna voz seductora puede susurrar: “Amigo, préstame tu alma.” Podremos vacilar en cuanto a dar una moneda, aunque tengamos los bolsillos llenos de dinero; pero arriesgamos nuestras almas, aunque sabemos que esto nos puede afectar eternamente. Cuando nos enfrentamos a la tentación, nos sentimos sumamente valientes. No así con Cristo. Él nos dice que debemos temerle a la tentación más que a cualquier otra cosa. Nuestra misma fuerza de voluntad es nuestra gran debilidad, por cuanto la confianza desmedida en nuestra fortaleza nos conduce a la caída. Le tenemos miedo a las debilidades y nos prevenimos contra ellas. Pero les concedemos la oportunidad a nuestras fuerzas, y allí es donde salimos perdiendo. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Corintios 10:12) ¿Qué es la tentación? Primeramente es la seducción a hacer el mal. Lea usted el capítulo tres del Génesis y verá un relato que se ha repetido en alguna forma en la vida de toda persona que ha llegado a este mundo después de Adán y Eva. La serpiente le dice a Eva: “Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” Eva le respondió: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.” La serpiente le dijo a la mujer que no le haría ningún daño el comer de ese árbol. En efecto, “el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” Fue entonces cuando las inclinaciones de la mujer comenzaron a luchar contra su razón y su conciencia. La prohibición de Dios y la brillante promesa seductora para que la mujer siguiera por los senderos prohibidos se pusieron en conflicto. Así quedó establecida la tentación. En segundo lugar, la tentación significa una prueba. Es como una encrucijada en el camino de la vida, en la cual uno tiene que decidir cuál es la dirección que ha de seguir, cuál es la acción que debe realizar, o la clase de persona que debe ser. Una madre cuyo hijo haya sido asesinado puede tener la tentación de volverse amarga y cruel. La persona que se enfrenta a una situación difícil puede sentir la tentación de escapar por el camino de la embriaguez. El que está destinado al lecho de enfermo o a la silla de ruedas puede ser tentado a compadecerse de sí mismo. Cuando alguien nos trata injustamente, nos viene la tentación al odio, a la ojeriza, al resentimiento. El que prospera se ve tentado a la vanidad y al amor propio. El que tiene éxito se ve tentado a buscar un poder indebido. Cuando Napoleón estaba en la escuela escribió un ensayo sobre los peligros de la ambición. Sin embargo, su propia ambición hizo sucumbir su vida. Moisés se hizo notable por su humildad. En efecto, la Biblia dice que él era el hombre más manso que había sobre la tierra (Números 12:3). Sin embargo en un momento en que él trató de usurparle el poder a Dios, golpeando la roca, él perdió su oportunidad de entrar en la Tierra Prometida. Simón Pedro fue notable por su impulso de valentía. No obstante por causa de que le falló su gran fortaleza, él negó, a su Señor. El hombre no es más fuerte de lo que es en su momento más débil. Todo hombre tiene su talón de Aquiles, un punto vulnerable. Nosotros no podemos escapar de la tentación por el hecho de que estamos dotados de libertad y libre albedrío. Y, puesto que ninguna persona tiene voluntad de hierro, todo el mundo está en peligro de caer. Podemos escoger entre el bien y el mal, entre ser verdaderos o falsos, entre ser valientes o cobardes, entre ser generosos o egoístas. Y la misma libertad de elección se nos convierte en una tentación.

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Muchos tropiezan en la interpretación de esta petición, pues piensan que significa que Dios no podría meter a ninguno de sus hijos en tentación. Pero Dios esta preocupado en la formación de nuestro carácter, y para crear el carácter, Él nos da libertad y libre elección. De otro modo sólo seríamos títeres. La vida sería mucho más sencilla si no tuviéramos tal libertad. Thomas Henry Huxley declaró una vez: “Si algún gran Poder conviniera en hacerme pensar siempre lo que es verdadero y hacer lo que es correcto, con la condición de que tendría que hacer de mí algo así como un reloj, instantáneamente aceptaría la oferta. Sólo me preocupo por la libertad de hacer el bien; estoy dispuesto a echar de mi la libertad de hacer el mal.” Pero la una requiere la otra; así es la tentación. Dios nos dio a cada uno el libre albedrío; no obstante el solo hecho de poseer nuestra libertad debiera atemorizarnos tanto que debiéramos poner salvaguardias en toda forma posible en torno a ella. Debemos tenerle temor a cualquier circunstancia que pudiera significar nuestra caída. Jesús nos dice: “Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala” (Mateo 5:30). Él pudo haber dicho esas palabras con sentido literal, pues ciertamente es mejor perder la mano que perder el alma. Sin embargo, yo pienso que cuando Él se refirió a la mano, aludía a lo que se hace con ella: “Todo lo que te viniera a la mano para hacer” (Eclesiastés 9:10). Si tu trabajo diario lo mete a usted en situaciones en que usted es tentado, es mejor que renuncie a ese trabajo, aún a costa de sacrificio. Y Jesús dice además: “..si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo” (Mateo 5:29). Probablemente lo que Él quiso decir es que debemos quitar de nosotros las metas y las ambiciones que nos sirven de ocasión para caer, aquellas cosas en las cuales tenemos puestos nuestros ojos. Uno puede llegar a tener tanto éxito social o material que puede llegar al punto en que demanda “éxito a cualquier precio”. Si la dirección en que usted marcha constituye un peligro para su alma, mejor es que busca otra vía. Elizabeth Barrett Browning comprendió bien este problema cuando dijo: Tenía yo mucha ambición en mis esfuerzos, pensé ir más adelante que todos hasta que Dios descendió, marcó el camino y dijo: “Malhechora, marcha por la línea, no intentes más que los demás.” Me detuve, y trabajo contenta entre los pequeños hijos de Jesús. “Y no nos metas en tentación”. Esta es una oración que nos hace pensar en nuestras decisiones en su relación con lo que está más allá de nuestras metas, en el destino final del camino en que viajamos. Esta es una oración que puede recibir respuesta, y que la recibe de muchos modos. Algunas veces, la respuesta viene por medio de la providencia directa de Dios, mediante aquello que llamamos coincidencia. ¿Por qué usted no consiguió cierto trabajo ni pudo aprovechar cierta oportunidad? Pudo suceder que Dios intervino en ello. Otras veces, esta oración recibe la respuesta mediante la forma que llamamos percepción inmediata. En ciertos momentos de difícil decisión sentimos profundamente que hay un curso recto que es el que debemos seguir. En la mayoría de los casos, la respuesta a esta oración llega por medio de la fortaleza interna, que Dios da a todo el que sinceramente la desea. En la desesperación, algunas veces, nosotros levantarnos nuestras manos, completamente enredados por las circunstancias, o

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atados por las cadenas de algún hábito, o por la misma debilidad que nos es inherente. Entonces decimos: “¿Para qué? No puedo hacer mejor.” Pero cuando sinceramente deseamos elevarnos sobre las tentaciones y mirar a Dios para que Él nos libre, una nueva fortaleza toma posesión en nuestro ser, surge en nosotros un nuevo espíritu de confianza. Uno de los versículos más sublimes de la Biblia se halla escondido en el pequeño libro de Judas: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría...” (versículo 24). Así comienza usted a entender que fue hecho para la victoria y no para la derrota; para vencer el mal, y no para ser vencido por él. Usted puede decir triunfantemente con el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:13) La mentira más grande que nos puede meter el diablo es la de que tenemos que pecar. “Al fin y al cabo, tú eres humano”, dice él, y por tanto quedan destruidos nuestros más altos propósitos. Muchas veces nos rendimos ante esa mentira y damos por terminada la lucha. Pero el concepto que uno tiene sobre esto cuando conoce un poder que es mayor que la fortaleza humana, es completamente diferente. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Esa es una verdad tremendamente poderosa, tan pronto como está en nuestro poder. Cuando niños, leíamos un pequeño relato sobre una locomotora que tenía que subir por una montaña. Mientras resoplaba y luchaba se mantenía diciendo: “Creo que puedo, creo que puedo, creo que puedo.” No se puede hacer nada mientras la persona diga: “No puedo, creo que no puedo, eso está más allá de mis fuerzas.” El solo hecho de decir: “Puedo”, permite lograr la fuerza inmediata. Pero si uno agrega algunas palabras: “Todo lo puedo en Cristo”, está multiplicando la fuerza muchas veces. Recientemente leí sobre un experimento que hizo un psicólogo. Todos conocemos las máquinas que hay para probar la fuerza. Uno le echa una moneda y prueba la fuerza. Tres hombres probaron sus fuerzas sin que el psicólogo les diera ninguna sugestión. El promedio de fuerza fue de 101 libras. Luego, el psicólogo los hipnotizó a los tres y a cada uno le dijo: “Usted no tiene fuerza, porque usted es débil.” Con el poder de esa sugestión el promedio de fuerza de los tres bajó de 101 libras a 29. Cuando todavía estaban los tres bajo la fuerza de la hipnosis, el psicólogo les dijo que volvieran a probar la fuerza, pero esta vez les dijo: “Ahora sí tienen fuerza.” Su fuerza se hizo cinco veces mayor cuando dijeron: “Puedo”, que cuando dijeron: “No puedo”. Estudiemos las vidas de aquellos que llamamos santos, aquellos que han logrado adquirir un extraordinario poder espiritual, y descubriremos que su secreto estaba precisamente en este punto. Ellos cometieron pecado, pero nunca se rindieron al pecado. Ellos nunca aceptaron el fracaso como cosa final. Nunca dejaron de mirar hacia adelante con confianza. Siempre dijeron: “Todo lo puedo en Cristo”. Y, con ello, el más grande de todos los poderes se unió a su poder. El mismo poder está a nuestra disposición en el día de hoy. Tal vez su pasado sea de vergüenza y de derrota; sin embargo, puedo garantizarle que usted puede mirar hacia un porvenir de paz y victoria. “Sólo creed, sólo creed, todo es posible, sólo creed.” Esa declaración es más que un sencillo canto. Es la fe cristiana. ¡Qué sorprendente confianza la que tuvo nuestro Señor en nosotros! C. F. Andrews nos recuerda una antigua leyenda, sugún la cual cuando Jesús regresó al cielo, un ángel le preguntó: “Y a quién dejaste para que continúe tu obra?” Jesús le respondió: “A un pequeño grupo de hombres y mujeres que me aman.” El ángel insistió: “Y si cuando viene la prueba, ellos no cumplen, ¿se habrá perdido toda tu obra?” “Si” respondió el Señor. “si ellos no cumplen, todo lo que hice se perderá.”

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“¿No tienes ningún otro arreglo?” “No” -contestó Jesús-, “no tengo ningún otro arreglo.” “¿Y si ellos fracasan?” preguntó el ser angélico. “Ellos no fracasarán”, respoñdió el Señor. Al enfrentarnos al día de mañana, con una confianza como esa que el Señor tiene en nosotros, podemos declarar triunfantemente: “...porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.” Así vemos, pues, la completa victoria de Dios en nuestras vidas y en nuestro mundo.

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PARTE IV LAS LLAVES DEL REINO LAS BIENAVENTURANZAS Y abriendo su boca les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados, los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución, por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persigueron a los profetas que fueron antes de vosotros. MATEO 5:2-12 1. “BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN ESPÍRITU, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS.” Federico Guillermo IV de Prusia, una vez visitó una escuela y les hizo a los niños varias preguntas. Señalando la piedra que él tenía en su anillo, una flor que tenía en el ojal de su chaqueta y un ave que pasó volando por la ventana, les preguntó a qué reino pertenecían cada uno de esos seres. Los niños le dieron las respuestas correctas: mineral, vegetal y animal. “¿A qué reino pertenezco yo?” Esa es realmente la suprema pregunta a que tiene que enfrentarse todo hombre. Algunos hombres dirían que ellos pertenecen al reino animal, pues viven a nivel de sus apetitos y son movidos por las pasiones y los deseos físicos. Pero la mayoría de las personas está por encima del nivel animal. Tiene una comprensión de lo bueno y lo malo, un sentido del deber y de la decencia, algunos ideales y algunos propósitos. Hay, sin embargo, algunos que se elevan a un reino aún más alto. Nadie puede pensar en que Cristo fuera un animal. Aunque Él tomó la forma de hombre, la palabra humano no es suficiente para describirlo a Él. Cristo fue también divino. Él pertenecía a un reino que está más allá de los reinos de este mundo. La Biblia nos dice que nosotros podemos ser herederos con Él en su reino: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo. .” (Romanos 8:16, 17).

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¡Así que nosotros podemos pertenecer al reino de Dios! Ese es un hecho conmovedor y le ofrece a toda vida una misión emocionante. Recientemente alguien me hizo la siguiente pregunta: “¿Qué le gustaría a usted estar haciendo dentro de diez años?” Hubiera podido contestar que me gustaría estar predicando, o ayudando a construir un edificio para una iglesia, o estar disfrutando de algo de comodidad o seguridad, o ver a mis hijos que llegan a establecerse definitivamente en la vida. Hay muchas cosas que yo quiero. Pero si yo conozco mi corazón, como creo conocerlo, sobre todas las cosas, yo anhelo el reino de Dios. Bueno, Jesús nos entregó diez llaves para el reino de Dios. La primera llave es la pobreza. De inmediato nos sentimos tentados a decir: “En lo que se refiere a pobreza, yo ya estoy preparado. Vemos cuál es la segunda llave.” ¿Pero es usted realmente pobre? En lo que tiene que ver con bienes materiales, todos nosotros somos pobres. Ni siquiera el hombre que tenga un millón de dólares tiene lo suficiente para poder crear un pan, ni para comprar un momento de real contentamiento, no para salvar su alma de la perdición. En ese sentido los ricos son sumamente pobres. Por otra parte, uno pudiera tener algo bien seguro, y sin embargo, ser sumamente pobre. Pedro representa esa clase de pobreza cuando dice: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.” (Mateo 26:33) Él no era pobre de espíritu; sin embargo era pobre, como quedó probado cuando llegó la prueba. La primera llave para el reino de Dios es de otra clase. Dos hombres subieron al Templo a orar, Uno decía: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano”. Luego siguió enumerando sus buenas cualidades y se manifestó muy satisfecho. Él se miraba así mismo con buenos ojos, al prójimo lo miraba con malos ojos, y a Dios ni siquiera lo miraba. El otro hombre hizo esta oración: “Dios, sé propicio a mí, pecador.” Ese hombre pudo haber poseído grandes riquezas, pudo haber tenido el valor de un conquistador, pero reconoció que le faltaba algo que sólo Dios podía darle (Lucas 18:9-14). La pobreza que sirve como llave para el reino de Dios es la comprensión de que, aunque poseamos todas las cosas, sin Dios esas cosas no tienen valor. Yo tengo un relato que lo considero mi favorito. Se trata de un muchacho que recibió dinero de su padre, y tenía un espíritu que podía conquistar el mundo. Pero, a pesar de su riqueza y de su espíritu, él siguió pobre hasta un día en que comprendió plenamente su pobreza, y dijo: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:18). Esa es la pobreza que hace ricos: la comprensión de que no tenemos a Dios, y nuestro deseo de tenerlo. Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” Algunas veces interpretamos que la palabra “bienaventurado” significa feliz, pero realmente significa una unidad con Dios. “Los pobres en espíritu” se han vaciado de sí mismos del orgullo de sus realizaciones, del egoismo de sus deseos, para que el Espíritu de Dios entre a llenar ese vacio. Solemos cantar: “dulce comunión la que gozo ya, en los brazos de mi Salvador.” Eso es lo que significa ser pobres en espíritu. ¿Y qué entendemos cuando decimos el “reino de los cielos”? Alguien ha dicho: “Lo único que la religión puede ofrecer es la negación de uno mismo en este suelo, con la promesa de algún postre en el cielo.” Pero notemos que Jesús usó el verbo “es” Su reino llega a ser una posesión inmediata. El reino de los cielos no es, pues un lugar, sino una experiencia. No está limitado por límites geográficos, sólo está limitado por nuestra capacidad para recibirlo.

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Al poseer el reino, uno posee todas las cosas. Los hijos de Israel se hallaban aterrados. Ellos habían puesto su fe en Moisés. Este había muerto, y ellos pensaban que habían perdido todo. Hay muchos que ponen su fe en cosas que pueden perecer: en un momento son ricos, y en el que sigue los sacude la pobreza. No así Josué. Oigamos las palabras que le dirigió a este pueblo atemorizado: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas.” (Josué 1:9) Josué pertenecía al reino de Dios. Al poseer el poder de Dios, recibimos la capacitación para hacerle frente a la vida con entusiasmo. Así llegamos a tener una profunda paz interna, por cuanto no le tememos al día de mañana. Entonces llega a nuestras vidas un gozo interno que las circunstancias de afuera no nos pueden arrebatar. Como Dios está dentro de nosotros y por cuanto Él es amor; de nosotros fluye el amor hacia los demás, de tal modo que barre todos los prejuicios, la envidia y el odio. A la luz de todas estas bendiciones que se reciben cuando se posee el reino de Dios, todas nuestras demás posesiones menguan tanto de valor que con todo el corazón podemos cantar: “Cuando otros ayudadores fallan, y el consuelo huye de mí, Tú que eres la ayuda del indefenso, moras en mi.” 2.“BIENAVENTURADOS CONSOLAClÓN.”

LOS

QUE

LLORAN,

PORQUE

ELLOS

RECIBIRÁN

La segunda llave para el reino de Dios es el llanto. Es una llave menos atractiva que la pobreza; sin embargo, sólo los que tienen sentimientos pueden llorar. Tenemos la historia del padre Damián, quien fuera misionero durante 13 años para los leprosos de Molókai. Al fin la horrible enfermedad se apoderó también de él. Una mañana, él se echó agua hirviente sobre el pie que tenía enfermo. Pero no sintió ni el más leve dolor. Entonces comprendió que la muerte había llegado a su cuerpo y que, poco a poco, tomaría posesión de él. Hubiera sido cien veces mejor que esa agua hirviente le hubiera causado dolor. San Pablo nos habla de ciertas personas que “perdieron toda sensibilidad” (Efesios 4:19). Esa es una horrible condición, pero hasta cierto punto, cada uno de nosotros está entenebrecido de consciencia que ha perdido sensibilidad. Sócrates describió la consciencia del hombre como la esposa de la cual no puede haber divorcio: Tal vez no podamos divorcianos de nuestra consciencia, pero podemos sofocarla hasta que su voz se apague completamente. Un hombre cuyos pies le fueron amputados me contó su experiencia. Él fue atrapado por un crudo invierno bien al Norte. Mientras sus pies le dolían, él se sentía feliz, pero un poco después de habérsele desaparecido el dolor, él entendió que estaba condenado a perderlos. El dolor iba disminuyendo a medida que los pies se le iban congelando. Así sucede con la conciencia. Usted comete una maldad. ¿Le remuerde la conciencia? Entonces, alégrese. Sólo cuando su alma pierde “toda sensibilidad” es cuando usted queda sin esperanza. Stuart N. Hutchinson nos relata lo que sucedió a un muchacho que, habiéndole dicho su padre que la consciencia es una pequeña voz que nos habla cuando hacemos lo malo, oró: “Oh Dios, haz que la pequeña voz hable duro.” “Bienaventurados, los que lloran”, dijo nuestro Señor. Él no se refiere al pesimista que constantemente está esperando que suceda algo malo, ni al egoísta cuyas ambiciones se han frustrado, ni a la persona amargada y rebelde por haber perdido alguna cosa. La primera llave del reino es ser “pobres en espíritu”, la cual nos dice debemos estar conscientes de que hace falta Dios: La segunda llave nos dice que debemos estar tan afligidos por causa de nuestras

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fallas espirituales y morales, de tal modo que no podemos hallar descanso mientras no hallemos a Dios, pues sólo con Él pueden satisfacerse nuestras almas. En las congregaciones modernas casi se ha descartado por completo el banco que en el tiempo antiguo se apartaba para los que lloraban. Era un lugar al cual podían acudir los penitentes en busca del perdón divino. En vez de ese sitio, en el día de hoy tenemos la clínica psicológica. Ciertamente, yo no desprecio la ayuda, que nos ofrece la psicología moderna. He pasado incontables horas administrando el consejo psicológico, pero el consejo psicológico en sí no es suficiente. En el día de hoy, nosotros queremos recibir las bendiciones de Dios, sin pasar por la purgación de Dios. Nos gusta oír sermones sobre cómo ganar amigos, cómo lograr paz para la mente y cómo olvidar nuestros temores. Pero tenemos que recordar que Cristo no sólo vino a hacer que los hombres se sientan bien, sino a hacer buenos a los hombres. En mi propia iglesia, todos los domingos por la noche, les doy oportunidad a los presentes para que pasen al altar a orar. Más o menos entre 600 y 700 personas se arrodillan allí. Cuando veo que brotan las lágrimas de un rostro que ora, he sentido el deseo de dar un grito de regocijo. El camino de la cruz no es fácil, pero es el camino hacia nuestro hogar. Jesús dijo: “Yo, si fuera levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.” Luego, el Evangelio continúa diciendo: “Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.” (Juan 12:32,33) Cuando vemos el sufrimiento de nuestro Salvador, con toda seguridad tenemos que sufrir también. Sólo un alma muerta puede verlo sin sentir deseos de llorar. Recordemos que fueron los pecados de los hombres los que llevaron a Cristo a la muerte. Si los hombres hubieran andado menos en los caminos del pecado, el camino de Jesús hacia el Calvario hubiera sido menos escarpado. Si ellos hubieran sido menos avaros, menos buscadores de la ganancia propia, los clavos de la cruz de Cristo le hubieran dolido menos. Si ellos hubieran sido menos orgullosos, la corona de espinas de Él hubiera sido menos hiriente. Si ellos se hubieran amado más unos a otros, lo hubieran odiado menos a Él. Cuando Cristo estaba en la cruz, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34) Con toda seguridad, Pilatos y Caifás, Herodes y los soldados, no sabían lo que estaban haciendo. Codiciosos y egoístas, los hombres sólo quisieron quitar de su camino a uno que se les había metido. La misma ignorancia de ellos le ayudó a Él a llevar su cruz. Pero nosotros sí sabemos lo que hacemos. Nosotros tenemos el registro escrito de estos hechos, el cual se nos ha enseñado desde niños. Nosotros somos los que más lo afligimos, le hacemos la pena insoportable. Él murió para sanar nuestros quebrantados corazones, y, nosotros en vez de aceptar su sanidad, lo que hacemos es quebrantar su corazón por causa de nuestro propio pecado y de nuestra indiferencia. “Bienaventurados los que lloran”: aquellos que se preocupan hasta el punto en que se les quebranta el espíritu y se sienten contritos de corazón, que se preocupan hasta llegar a un profundo arrepentimiento. Cuando Jesús llegó al Gólgota, lo colgaron en la cruz; con grandes clavos le hirieron

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Sus santas manos, sus pies; Lo coronáron de espinas ¡Oh, profundas sus heridas! Fueron días crueles y duros los que en la carne vivió. Cuando Jesús llegó a mi pueblo, no lo tomaron en cuenta; no le hirieron ni un cabello, más lo dejaron morir. Siendo ya los hombres tiernos no le causaron dolor, pero afuera lo dejaron; pasaron sin verlo a Él. G.A. Studdert Kennedy Tal vez usted siente temor. Usted teme presentarse ante la presencia del Señor. Tiene vergüenza de enfrentarse a Él. Tal vez usted se siente miserable. Si es así, alégrese y tome su corazón aliento, pues su misma vergüenza, su misma miseria, su mismo temor son un llanto que puede conducirlo a usted al consuelo de Jesús. Cuando usted piensa en su vida, puede pensar en su propio corazón acongojado. Alégrese de que esté acongojado. Llévelo al Calvario. Allí, bajo el ardiente rayo de su amor, el corazón suyo volverá a soldarse en un corazón en que su tristeza se convertirá en gozo. Dele usted gracias a Dios por tener un corazón quebrantado, pues el quebrantamiento nos conduce a Cristo en busca de remedio. 3. “BIENAVENTURADOS LOS MANSOS, PORQUE ELLOS RECIBIRÁN LA TIERRA POR HEREDAD.” Una de las llaves para el reino de Dios es la humildad. Pero a nosotros no nos gusta ser humildes. Preferimos ser como el muchachito cuya madre permaneció llamándolo: “Mi pequeño cordero”. Finalmente, él le dijo a la mamá: “Mamá, yo no quiero ser tu pequeño cordero. Quiero ser tu pequeño tigre.” Tenemos el concepto de que somos valientes y fuertes. Nos gusta cantar: “Sale a la lucha el Salvador, corona a conquistar”; pero la humildad no nos llama la atención. Queremos ser vencedores; y la humildad nos suena más bien como un rendimiento ante los hombres que nos rodean, no como rendimiento a nosotros mismos, ni como un rendimiento a las circunstancias de nuestras vidas.

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Para hallar el verdadero significado de la humildad, debemos buscar el Salmo 37. Allí leemos: “...los mansos heredarán la tierra.” La palabra hebrea que se tradujo “mansos” realmente significa ser moldeados. El Salmista dice: “No te alteres con motivo del que prospera en su camino, por el hombre que hace maldades.” Es decir, no tengas envidia de la prosperidad de los perversos. En vez de ello, “Confía en Jehová”. Es decir, ponte tú mismo en las manos de Dios para que Él te moldee; rinde tu vida a los propósitos de Dios, y algún día tendrás como recompensa el verdadero éxito. Jesús recogió la expresión del salmista y la convirtió en una de las Bienaventuranzas, una de las llaves del reino. Los escritores del Nuevo Testamento emplearon la palabra paros, que es griega, y que se traduce “mansos”. Realmente significa ser controlados. Significa sumisión al plan de Dios. Las leyes de Dios ya estaban establecidas cuando nosotros nacimos. Sus caminos son fijos. Tenemos la libertad de elegir si aceptamos, el camino de Dios y vivimos conforme a su ley, o nos rebelamos contra Él, pero no podemos cambiar lo que ya está hecho. Por ejemplo, la tierra es esférica y el cielo es azul. Supongamos que a usted no le gusten los mundos esféricos ni los cielos azules. Pero usted no puede hacer nada para cambiar eso. Y Dios también hizo las leyes del universo, las cuales son tan inmutables como el universo mismo. Existen las estaciones del año. El agricultor conoce las estaciones del año y se deja gobernar por ellas. Él hace la siembra en el tiempo oportuno, y así logra la cosecha en el tiempo conveniente. Si él se rebela contra la ley de Dios, y siembra en una época en que no se debe sembrar, con eso no se cambian las leyes de Dios; él es el que sufre la consecuencia de no obtener cosecha. Para el agricultor, la humildad significa sembrar cuando debe sembrar. Significa sumisión a las leyes de Dios. Así sucede también con la vida. Dios tiene su voluntad, y el hombre también la tiene. El hombre puede decidir si quiere ser humilde o prefiere ser voluntarioso. Él puede decir como dijo Cristo: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya;” (Lucas 22:42). Pero también puede decir: “Haré lo que me plazca.” El salmista nos aconseja: “Deléitate asimismo en Jehová, y Él te concederá las peticiones de tu corazón.” (Salmo 37:4) Por otra parte, no permitir que Dios nos moldee o nos controle equivale a destruirnos a nosotros mismos. En el último capítulo del libro de Job hay una declaración conmovedora. La vida de Job había tenido tanta luz del sol como sombras. Él había tenido prosperidad y también derrotas. Él tenía fe en Dios, pero le llegaron tiempos de dudas. Parecía que Job ya iba a maldecir a Dios, tal como se lo aconsejó su esposa. Pero al fin su fe triunfó, y es entonces cuando Job dice: “Yo conozco que todo lo puedes” (Job 42:2). Algunas veces, por causa de nuestra visión limitada, nos parece que el camino de Dios no es el mejor. Queremos tener progreso material sobre la tierra, queremos la felicidad en nuestras vidas y paz en nuestras mentes. Si creemos realmente, Dios nos da lo que tanto anhelamos; entonces, con mucho gusto seremos mansos, es decir, estaremos dispuestos a ser moldeados y controlados por Dios. Pero sólo cuando Job llegó a estar viejo fue cuando comprendió sin ninguna sombra de duda que Dios nunca sale derrotado. ¡Qué maravilloso es aprender esta lección cuando todavía nos queda mucha vida! Una de las más maravillosas declaraciones no bíblicas procede de Dante: “En su voluntad está nuestra paz.” Lo contrario de la paz es el conflicto, y la razón por la cual no tenemos paz en nuestras mentes y almas es que nosotros estamos en guerra dentro de nosotros mismos. En nosotros está la voz del deber y también la voz de nuestras inclinaciones. Las dos demandan que les prestemos atención. Nosotros tenemos que luchar para hacer la decisión, y la lucha mengua nuestra fortaleza. Entonces nos sentimos débiles y exhaustos. Pero cuando uno decide hacer la voluntad de Dios día tras día, en la mejor manera en que pueda entenderla, el conflicto queda resuelto.

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Y tal decisión nos quita todo el temor que tengamos en relación con el día de mañana. El hombre sabio de la Biblia nos dice: “Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas”. (Proverbios 3:6) El mismo hecho de aceptar la voluntad de Dios para nuestra vida hoy coloca la responsabilidad de lo que ha de suceder mañana en las manos de Dios. Un anciano de la raza negra dijo una vez: “Cuando Dios me dice que le dé golpes a una pared de piedra con mi cabeza, a mí me toca dar los golpes con la cabeza. Al Señor le toca atravesar la pared.” Si estudiamos las vidas de las personas moldeadas por Dios a través de los siglos, comprendemos que, en cada caso Dios fue el que atravesó, es decir, el que llevó a cabo la obra. A la larga, Dios nunca puede ser derrotado. Pienso en el modo como Mahatma Gandhi abandonó a Sabarmati el 12 de marzo de 1930, para emprender “la marcha de la sal”. Él se propuso marchar hasta el océano, hacer sal allí, con la cual, puesto que la sal era monopolio del gobierno, precipitaría una crisis. Él dijo que no volvería hasta que hubiera logrado la independencia de la India. Parecía absurdo. Un hombre pequeño, vestido con un taparrabos y con un bordón de bambú salía contra el más grande imperio que el mundo hubiera conocido jamás. Pero 17 años después, el hombrecito había ganado la lucha. El poder de la vida de Gandhi residía en el hecho de que su vida estaba dedicada a la voluntad de Dios tal como él la entendía. Como estaba completamente dedicado, no sentía ningún temor. Y su libertad del temor sembró el temor en el corazón del Imperio Británcio, por lo cual este imperio no se atrevió a destruir al hombrecito. “Bienaventurados los mansos”, dijo Jesús. Los que se entregan a Dios, lo poseen a Él. La Biblia nos dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud” (Salmo 24:1). Así que el que posee a Dios, el que es manso, recibirá “la tierra por heredad.” 4. “BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA, PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS.” Una vez un joven acudió a Buda, en busca del verdadero camino de la vida, el sendero de la liberación. Según el relato, tal como lo narra el doctor RalpH Sockman, Buda llevó al joven hasta el río. El joven presumía que él iba a ser sometido a alguna clase de purificación ritual, a algún tipo de servicio bautismal. Ellos caminaron cierta distancia dentro del río. De repente, Buda agarró al hombre y le metió la cabeza debajo del agua. Finalmente, en un último esfuerzo, el muchacho se retorció y logró soltarse de la mano de Buda. Su cabeza apareció sobre el agua. Serenamente, Buda le preguntó: “Cuando usted pensó que se estaba ahogando, cuál fue su mayor deseo?” El hombre respondió jadeante: “El aire”. Entonces le llegó la respuesta de Buda: “Cuando usted desee la salvación tanto como quiso el aire, entonces la obtendrá.” Jesús hubiera estado de acuerdo con eso. Él nos dice que una de las llaves del reino de Dios es tener hambre y sed de justicia. Podemos recibir lo que realmente queremos. El poeta Shelley señaló que la imaginación es el mayor instrumento del bien moral. Cuando la imaginación y la voluntad tienen conflicto, la imaginación siempre gana. Imaginar es formarnos imágenes mentales, formarnos cuadros en la pantalla de nuestras mentes. Significa crear en nuestro pensamiento lo que queremos crear en nuestras vidas. El tiempo, los talentos y los demás recursos que tengamos llegan a organizarse y dedicarse al propósito de hacer que sean reales los objetos de la imaginación. Sucede tal como lo decía Georgia Harkness: “Sé cuidadoso con lo que desea tu corazón, pues con toda seguridad lo obtendrás.”

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Jésús nos dice que para poder poseer a Dios y las cosas de Dios, primero tenemos que hacer que Dios sea el centro de nuestra imaginación. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” (Mateo 22:37) Esas son palabras de Cristo. Y cuando Dios llega a ser el verdadero centro de nuestros afectos, de nuestros sentimientos y de nuestro pensamiento, hallaremos a Dios. Él llegará a ser posesión nuestra y nosotros posesión de Él. El gozo más grande que yo, como predicador del Evangelio haya tenido, es el de ver a una persona que logra una profunda experiencia con Dios. Todos los domingos por la noche, cuando veo a centenares de personas orando en el altar de la iglesia, sé que algunos hallan allí a Dios. Pero mucho tiempo antes que llegue el momento de pasar al altar para orar, casi puedo saber cuáles son las personas que van a recibir bendición esa noche. Si observamos una congregación durante el preludio, veremos mucha diferencia entre las personas presentes. Algunos están quietos, pensativos y en oración. Parece que casi no están conscientes de lo que los rodea. Otros están charlando con los que están al lado de ellos, observan a los que van entrando, se fijan en sus ropas y se hacen preguntas con respecto a ellos. Cuando se anuncia que se va a cantar un himno, algunos no sólo cantan con sus voces, sino también con sus corazones. Otros sólo dicen las palabras, o ni siquiera se molestan en tomar el himnario para abrirlo. Durante el sermón, algunos son como papel secante, absorben todo pensamiento y ademán del predicador; otras parecen no reaccionar en absoluto. ¿En qué está la diferencia? Algunos tienen necesidades que los recursos humanos no pueden resolver. Ellos acuden a la iglesia con una necesidad, con hambre y sed de Dios, y son precisamente ellos los que lo hallan. Usted nunca hallará a Dios, mientras Él no llegue a ser su más profundo deseo. Dos hombres estaban discutiendo sobre la ciudad de Nueva York. Uno decía que Nueva York era un lugar perverso, lleno de sensaciones baratas, con gente moralmente degradada y con pecado en cada una de sus esquinas. El otro decía que Nueva York era una gran ciudad, llena de museos de arte, con muchos conciertos musicales y conferencias estimulantes. Nueva York era la ciudad que cada uno de ellos deseaba internamente. Nosotros, hallamos en la vida lo que queremos hallar. Por eso dijo Jesús: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” A mí me molesta que la iglesia parece significar muy poco para muchos de sus miembros, tan poco que muchos no hallan ninguna clase de ayuda allí. Una vez un hombre considerado como piadoso estaba reprochándole a un vecino sus profanaciones. El vecino profano le contestó: “Bueno, amigo, yo reniego mucho y usted ora mucho, pero ninguno de los dos somos sinceros en lo que decimos.” El obispo Fulton J. Sheen, en una de sus obras, dice: “No es raro hallar católicos que dicen: Yo sabía que no debía comer carne el viernes, por respeto al día en que nuestro Señor sacrificó su vida por mí, pero no quise desconcertar a mi anfitrión. O también dicen: Yo estaba en casa de unos amigos no creyentes el sábado y el domingo, y para no desconcertarlos, no fui a misa el domingo. Tal es la indiferencia del mundo, hay un temor de identificarse sinceramente con Dios, el cual nos hizo.” Lo que este obispo dice con respecto a los católicos tal vez sea mucho más cierto con respecto a los protestantes. Si realmente deseamos a Dios, haremos cosas que nos harán experimentar a Dios. Jesús dice que nosotros debemos tener hambre y sed de Dios. Recientemente vi una película sobre un hombre que se perdió en las calientes arenas del desierto, y se quedó sin agua. La sed abatió su débil cuerpo hasta el punto de llevarlo a la locura. Su mente distorsionada se hallaba engañada con el espejismo de un oasis. Él murió frenéticamente cavando con sus manos desnudas en la arena.

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Sed es una palabra poderosa e impulsadora. Cuando el alma humana tiene sed de Dios, Jesús dice que será llena de Dios. Así, no sólo hallaremos a Dios para nosotros mismos, sino que traeremos el reino de Dios a la tierra. Supongamos que sólo hubiera un verdadero creyente en Cristo sobre la tierra, y que durante un año entero, este creyente gana un alma para Cristo. Entonces habría dos creyentes en Cristo. Supongamos que durante el siguiente año, estos ganan cada uno un alma para Cristo. Entonces habría cuatro hijos de Dios. Supongamos que el siguiente año, cada uno de los cuatro gana un alma para el cielo. Habrá entonces ocho. Supongamos que ellos mantienen en ese ritmo, ganando cada uno un alma cada año. ¿Cuánto tiempo se necesitaría para que todas las personas del mundo se conviertan a Cristo? Ya han pasado dos mil años desde el tiempo en que nuestro Señor Jesucristo estuvo sobre la tierra. ¿Ha sido suficiente tiempo ese? Realmente hemos tenido suficiente tiempo, si cada cristiano verdadero ganara un alma cada año, para convertir a 65 mundos como el nuestro. Si comenzarnos con una sola persona y se sigue doblando el número cada año, al fin de sólo 31 años ya habría 2.147.483.648 de almas llenas de la justicia de Dios. El siguiente año, ellas podrán convertir a otro mundo del mismo tamaño. Eso quiere decir que nosotros podemos tener a Dios en nuestras almas y en nuestro mundo en el momento en que queremos. 5. “BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIA.”

MISERICORDIOSOS, PORQUE ELLOS

ALCANZARÁN

De las ocho Bienaventuranzas que son las llaves para el reino de Dios, ésta es una de las que despierta más interés por cuanto la misericordia trae la bondad a la mente, servicio desprejuiciado y buena voluntad. Todo el mundo aprecia mucho al buen samaritano de la parábola del Señor, y también a Florencia Nightingale, que son ejemplos de misericordia. Nosotros retrocedemos ante la justica de Dios, pero oramos para que nos conceda su misericordia. Es más importante, pues sin misericordia todos nosotros estaríamos sin esperanza. Todos hemos pecado, y estamos separados de la gloria de Dios. La única oración que nosotros podemos hacer es la del publicano: “Dios, sé propicio a mí, pecador.” (Lucas 18:13) Es cierto lo que Portia le dijo a Shylock: “Si la justicia sigue su curso, ninguno de nosotros vería la salvación.” Cuando llegamos a la Cena del Señor, oramos: “No somos dignos ni siquiera de recoger los pedazos que caen de tu mesa. Pero Tú eres el mismo Señor, cuya característica es siempre el tener misericordia.” Sin embargo, la llave para abrir la puerta de la misericordia de Dios hacia nosotros es la misericordia que nosotros les manifestamos a los demás. Si nosotros no somos misericordiosos, entonces estamos sacando la misericordia de Dios de nuestras propias vidas, con lo cual estamos condenados. Hay un dicho: “Todo lo que sube tiene que bajar.” Pero si no sube nada, nada bajará. En física aprendemos que toda acción tiene su reacción; pero si no hay acción, tampoco puede haber reacción. “... más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (Mateo 6:15) Sin perdonar, no se puede obtener el perdón. Sea usted misericordioso, y obtendrá misericordia. Lo más costoso que usted puede hacer es mantener un espíritu de resentimiento en su corazón contra otro. El precio que tendrá que pagar será la pérdida eterna de su propia alma. Cuando Jesús habla del reino de los cielos, narra la historia de un rey que perdonó a su siervo una gran deuda, por cuanto éste no la podía pagar. Ese mismo siervo halló a otro compañero siervo que le debía una suma insignificante; y, como no le podía pagar, el siervo acreedor, sin ninguna misericordia le hizo llevar a la cárcel. El rey hizo que el siervo que él había perdonado regresara a su presencia, le anuló el perdón y lo mandó a la prisión.

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Jesús conclúye el relato así: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonaís de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” (Mateo 18:23-25) Los protestantes no consideran que Pedro es la cabeza de la Iglesia de Cristo, como lo consideran los católicos; sin embargo, a mí me parece bella la explicación que un amigo católico me dio sobre la razón por la cual Pedro fue escogido como cabeza. Jacobo y Juan le pidieron al Señor los principales lugares, pero no se los tomó en cuenta. La atención para ellos fue igual que para la virgen madre o para cualquiera de los otros. Pedro fue escogido por cuanto él pecó vergonzosamente; sin embargo, él lloró amargamente. La tradición nos dice que Pedro lloró tanto que sus mejillas se le ajaron con las lágrimas. Por tanto, el Señor lo escogió a él, por cuanto él sabía por experiencia propia que había una gran bendición en el perdón misericordioso, para que la vida de Pedro hiciera que la iglesia colocara como su mismo centro la misericordia hacia los demás, con lo cual se salvaría ella misma y salvaría a otros. Si usted no es misericordioso, no puede entrar en el reino de Dios. Esta llave no sólo es la que despierta más interés, ni la más importante, sino que también es la más difícil. Cuando alguno nos hace un mal, nuestra natural reacción humana es la venganza, desquitarnos. Tal vez no queremos cometer ningún acto definido de venganza; no obstante, acariciamos el resentimiento, y nos alegraríamos si de tal persona se apodera el infortunio. La misericordia no sólo requiere un espíritu recto por parte de nosotros a favor de la persona que nos hizo el mal, no sólo requiere que venzamos nuestro espíritu de vinculación, envidia y pequeñez; sino que tenemos que tener aún más que un espíritu amable en nuestros corazones. Jesús lloró, pero Él hizo más que eso. Él se entregó a Sí mismo hasta la muerte para servir y salvar a los que lo habían perseguido. Allan Knight Chalmers, en su libro High Wind Al Noon (Viento fuerte en la Luna), nos narra la historia de Peer Holm, quien fuera un ingeniero de fama mundial. Él construyó grandes puentes, líneas férreas y túneles en muchas partes de la tierra; él logró riqueza y fáma, pero al final llegó a ser víctima del fracaso, la pobreza y la enfermedad. Regresó entonces al pequeño pueblo donde había nacido y, junto con su esposa y una niña pequeña que tenían, con dificultad vivían una vida humilde. Peer Holm tenía un vecino que tenía un perro bravo. Peer le advirtió al vecino que ese perro era peligroso, pero el anciano le respondió despectivamente: “Guarde su lengua, usted, pobre maldito.” Un día, cuando Peet Holm regresó al hogar halló que el perro le estaba clavando los colmillos a su niñita en el cuello. Él apartó el perro, pero el animal le había clavado los caninos tan profundos a la niña que ya estaba muerta. El jefe del pueblo mató el perro. Los vecinos se sintieron enojados con su propietario. Cuando llegó el tiempo de la siembra, ellos no quisieron venderle semillas al hombre. Sus campos estaban arados, pero sin sembrar. Él no podía pedir semilla de limosna, ni pedirla prestada, ni comprarla. Cada vez que él pasaba por la calle del pueblo, los moradores lo despreciaban. Pero esto no lo hacía Peer Holm. Él no podía dormir, pensando en su vecino. Una mañana se levantó bien temprano, fue a su cobertizo, sacó la mitad de un paquete de cebada, que era lo único que le quedaba el cual pesaba unos ocho kilogramos. Peer saltó la cerca, y lo sembró en el campo de su vecino. Los mismos campos se encargaron de contar la historia. Cuando nacieron las semillas, se descubrió lo que Peer había hecho, por cuanto parte de su campo estaba sin plantas, mientras el campo de su vecino estaba verde. La misericordia exige que sembremos buena semilla en el campo de nuestros enemigos, aunque eso significa que parte de nuestro campo se quede desierto. Eso no es fácil. Es la acción más difícil que puede haber; pero es nuestra llave para entrar en el reino de Dios. El principio de este mundo era “ojo por ojo, y diente por diente”. El odio siempre tenía que conducir al odio. El mal siempre producía venganza. Pero llegó el día en que se quebró este

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círculo vicioso. Jesús vino a ofrecer a los hombres un principio más elevado y una vida mejor. Pero los hombres se colocaron detrás de Él para burlarse de Él, para reírse y para crucificarlo. Sobre su cabeza había en la cruz un círculo brillante. Cuando Él pronunció la palabra “perdónalos”, ese círculo del amor y de la aprobación de Dios se amplió para incluirlos a todos. Un ladrón que estaba colgado en otra cruz cercana, sencillamente quedó dentro de ese círculo y decidió quedarse allí con lo cual entró con el Señor en el paraíso. Ese círculo llega hasta mis pies, para que yo de el paso de entrar. Quedarme afuera es odiar, es venganza, es destrucción. Entrar en el es conocer el amor perdonador de Dios y poseer eternamente el reino de Dios. El paso hacia adentro del círculo es el paso hacia la misericordia. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” 6. “BIENAVENTURADOS LOS DE LIMPIO CORAZÓN, PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS.” Hay muchas cosas que a mí me gustaría ver: el Gran Cañón, algunas de las grandes catedrales de Europa, los senderos de la Tierra Santa por los cuales anduvo el Salvador. Quiero continuar viendo mi hogar feliz y pacífico. Quiero ver a mis hijos crecidos mental, espiritual y físicamente, y que algún día se establezcan en algún trabajo de utilidad para el mundo. Siempre quiero ver la diferencia entre el bien y el mal. Sobre todas las cosas, yo quiero ver a Dios. Pero no todas las personas tienen la misma capacidad para ver. Muchas personas tienen la visión limitada. Algunos padecen estrabismo, o tienen los ojos débiles, o padecen otras enfermedades de la vista. A algunos les ha salido catarata, lo cual les quita la visión. Algunos ven sólo de cerca, otros ven sólo de lejos. Algunos padecen daltonismo, otros tienen ciertas partes ciegas en los ojos. Sidney Lanier miró el lodoso y retorcido río Chattahoochee, y en él vio un magnífico poema; Joel Chandler Harris vio en los conejos, en los zorros y en los animales que se hacen los muertos, y en un anciano de nombre Tío Remo, relatos que perdurarán para siempre. Woodrow Wilson pudo ver la base de una paz duradera para el mundo, pero trágicamente, fueron muy pocas las otras personas que la vieron. Sir Christopher Wren pudo ver una bella catedral y de esa visión hizo un templo para Dios. Hay por lo menos tres modos en que podemos ver. San Pablo nos dice que “Cosas que ojo no vió, ni oído oyó, subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (1 Corintios 2:9). En esa declaración podemos señalar las tres clases de visión. Hay la visión del ojo natural, con el cual podemos ver las flores y las montañas, las palabras escritas y los rostros de las personas. Esa es la visión física. El maestro puede explicarle a un muchacho algún problema de matemáticas o de química. Mientras el maestro habla, el muchacho oye, y su mente se apodera de lo que oye hasta el punto de comprenderlo. Luego de comprenderlo, él puede decir: “Ya lo veo.” Esa es una visión mental. Al estudiar botánica, el estudiante puede llegar al punto de aprender las diversas clases de flores, su cultivo y su desarrollo. Entonces puede ver las flores con sus dos clases de ojos: sus ojos físicos y sus ojos mentales. Si uno entiende lo que lee, está viendo tanto con los ojos como con la mente. Pero hay aún otra clase de visión, que es la que ocurre cuando una verdad ha penetrado en el corazón del hombre. El corazón tiene también ojos. Roberto Burns vio en las flores aspectos que lo hicieron pensar tan profundamente que llegó hasta las lágrimas. Él no sólo vio las flores con sus ojos físicos, no sólo entendió el crecimiento y cultivo de las flores, sino que también entendió su mensaje. Jesús miró a la gente y “tuvo compasión, de ellos”. Jesús no vio a las gentes sólo con los ojos de su mente, sino también con los de su corazón. Uno puede leer el Salmo 23, y entender el significado de las palabras y de las frases. Pero algunos lo leen y pueden sentir su mensaje y conocer al buen Pastor. Un joven puede mirar a una señorita y comprender que la ama. Él no la ve sólo con los ojos. La mira con el corazón.

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La persona puede ver a Dios por medio de los ojos del corazón. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. (Mateo 5:8) Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Ciertamente, no todas las personas que lo vieron a Él con los ojos físicos vieron a Dios. La visión física de Él sólo les revelaba a un hombre, esa visión no era ni siquiera suficiente para entender sus enseñanzas y su vida. Muchos eruditos han estudiado sus palabras, sin verlo a Él. Realmente, para ver a Dios en Cristo uno tiene que experimentarlo a Él en el corazón. ¡Cuán glorioso es el cambio operado en mi ser, al venir a mi vida el Señor! Hay en mi alma una paz que yo ansiaba tener: La paz que me trajo su amor. Cuando el corazón ve a Cristo, entonces vemos a Dios. Ver a Dios es comprenderlo, poner los efectos del corazón en Él. Pero uno puede tener un cuadro de Dios distorsionado y que no se puede distinguir. Leamos por ejemplo el relato titulado “La Búsqueda del Santo Cáliz”. El Santo Cáliz fue el vaso místico que usó el Señor en la última cena, en el cual, según la leyenda, José de Arimatea recogió la sangre que manó del costado de Jesús cuando murió en la cruz. Sir Galahad, junto con otros Caballeros de la Mesa Redonda, se dedicaron a buscarlo. Según la leyenda, ellos lo hallaron, pero cada uno lo vió según el espejo de su propia alma. Para algunos de ellos, el vaso estaba envuelto en vapor y nubes. Sir Lancelot lo vió; pero él tenía un corazón pecaminoso. Así que él vio el Santo Cáliz cubierto con ira y fuego santo. Para él la visión fue una severa y terrible retribución. Sir Galahad también vio el Cáliz. Él era el caballero del alma blanca. De él se dijo: “Tenía la fortaleza de diez, por cuanto tenía un corazón puro.” Para él, la visión fue clara, radiante y gloriosa. El modo como nosotros veamos a Dios depende de la condición de nuestro corazón. Para algunos, Él es un misterio envuelto en nubes; para otros, un terrible castigo; pero para los de limpio corazón, Él es un amigo y una gloriosa certidumbre. Supongamos que alguno pierde la pureza del corazón. ¿Puede volverla a obtener? ¿Puede volver a ser virgen una prostituta? Sí. San Agustín se refiere a María Magdalena con el calificativo de la “archivirgen”. No contento con llamarle meramente una mujer, él la eleva bien alta sobre otras mujeres. Ella fue una prostituta de la calle. Era vil y vulgar. Pero un día se puso en contacto con Jesús, el más puro. Ella lo amó tanto con todo su corazón que derramó todo su afecto en Él. Ella lo recibió tan completamente en su corazón que de ella salieron todos los malos deseos. Como llegó a estar llena de la pureza de Cristo, ella misma llegó a ser pura. Poco tiempo después la veremos al pie de la cruz de Jesús. ¡Miren la que está a su lado! Es María, la madre del Señor, la bendita virgen. Las dos están juntas. La prostituta ha vuelto a ganar su pureza. El paraíso perdido se há recuperado. El día de la resurrección de Jesús, María Magdalena fue el primer vaso escogido por el mismo Cristo para que fuera a dar el mensaje del bendito Evangelio. Si María Magdalena pudo volver a ser pura, entonces hay esperanza para todos nosotros. Ella vio a Cristo con su corazón. “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”

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7. “BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES, PORQUE ELLOS SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS.” ¿Qué es lo que más queremos nosotros? Cada vez que paso cerca de Warm Springs, me gusta detenerme a ver otra vez la pequeña casa de campo que Franklin D. Roosevelt amó tanto. Él iba a descansar y a pensar en la quietud de ese agradable lugar. La noche antes de su muerte, él estuvo allí planeando un viaje a San Francisco, donde asistiría a la organización de las Naciones Unidas. Allí estaba escribiendo su discurso, las últimas palabras que él escribió. He aquí sus últimas palabras: Buscamos la paz, una paz duradera..., Tenemos que cultivar la ciencia de las relaciones humanas, la capacidad de todos los pueblos de todas las clases para vivir y trabajar conjuntamente en un mismo mundo, con paz. A medida que avanzamos hacia la mayor contribución que generación alguna de seres humanos haya podido darle al mundo, -la contribución de una paz estable-, yo les pido a ustedes que mantengan viva su fe. Sobre todas las cosas, la paz era el profundo deseo de su corazón, como lo es de mi corazón y del de los lectores. Queremos paz en nuestro mundo, queremos paz dentro de nosotros. El hecho de que el libro del difunto rabino Joshua Loth Liebman, Peace of Mind (La paz de la mente), ha alcanzado una venta de casi un millón de copias es un testimonio elocuente de que la gente está interesada en la paz. El clímax del anuncio angelical sobre el nacimiento de nuestro Señor lo expresaron con estas palabras: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14). La paz fue la misión de Jesús. Él dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). Cuando nosotros pensamos en el reino de Dios, pensamos en un reino de paz, donde todas las refriegas hayan cesado. Así que no nos sorprende que nuestro Señor nos haya dejado la paz como una de las llaves del reino. Tal como el rabino Liebman lo señala al comienzo de su libro, hay muchas cosas terrenales que nosotros deseamos: salud, amor, riquezas, belleza, talento, poder, fama; pero sin la paz de la mente, todas esas cosas traen tormento en vez de gozo. Si tenemos la paz, no nos importa qué nos hace falta, nos parece que vale la pena vivir la vida. Sin paz, aunque podamos poseer todo lo demás nada es suficiente. ¿Qué es paz? La paz no es sólo la ausencia de la lucha. En el momento en que Jesús estaba hablando sobre la paz no había guerra en la tierra, pero tampoco había paz. El imperio romano había forzado al mundo a doblegar sus rodillas de tal modo que las personas habían perdido tanto los medios como la voluntad para la lucha. Cuando París se rindió ante la furia de los alemanes sin pelear, alguien dijo: “Londres perdió sus edificios, pero París perdió su alma.” La Paz es una fuerza positiva. Usted puede limpiar una parcela de terreno de toda planta nociva; pero no es suficiente para que la parcela se convierta en un jardín. Sólo será un campo desierto. Se convertirá en un jardín cuando crezcan allí las flores. El antiguo profeta nos recuerda que el solo quebrar nuestras espadas y nuestras lanzas no es suficiente. Las espadas deben volverse azadones y las lanzas, hoces (Miqueas 4:3). Para poder tener paz tanto en el mundo como en nuestras almas, no sólo hay que erradicar el odio, la suspicacia y el temor. También hay que implantar el amor, el gozo, la paciencia y la comprensión, y hay que cultivar esas virtudes. La paz es algo que hay que hacer. Así que nosotros tenemos que ser forjadores de la paz si queremos entrar en el reino de Dios. Hay que comenzar a hacer la paz dentro de nosotros mismos. El doctor Ralph W. Sockman, en su obra The Higher Happiness (La felicidad Superior), que es el libro más útil que yo conozco para el estudio de las bienaventuranzas, toma las palabras de Cristo: “Y sí una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer.” (Marcos 3:25) Luego, él señala tres modos de dividir la vida: la vida en su ser interno y en su manifestación externa; la vida en su

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impulso hacia adelante y en su tirón hacia atrás; y la vida en su más elevada naturaleza y en su más baja naturaleza. Pensemos un momento en esta clasificación. La vida en su ser interno y en su manifestación externa, Los fariseos se preocupaban principalmente por tener una buena fachada. Todas sus acciones eran “para ser vistos de los hombres”. Ellos se preocupaban con respecto a los que pensaran sus vecinos. Tratando de aparentar algo que en realidad no tenían adentro, llegaron a ser hipócritas. Un hipócrita es una persona que no tiene paz. A menos que nuestra apariencia externa esté en armonía con nuestro carácter interno, no podemos tener paz. La vida en su impulso hacia adelante y en su tirón hacia atrás. Físicamente, estamos hechos para ir hacia adelante. Uno es torpe para andar hacia atrás. Una niñita estaba tratando de abotonarse su vestido por la espalda. Finalmente, ella se rindió y acudió a la madre en busca de ayuda, y le dijo: “No puedo hacerlo, pues estoy al frente a mí misma.” Pero mentalmente, somos exactamente lo opuesto. Podemos pensar mejor hacia atrás que hacia adelante. Sabemos lo que sucedió ayer, pero sólo podemos imaginar lo que ha de suceder mañana. Así que es más fácil en el pasado y con repugnancia nos despreocupamos de él. Nos sentimos abrumados con los fútiles lamentos y errores de ayer; y así el negocio de la vida se nos convierte en un fuerte tirón hacia atras. En vez de experimentar el arrepentimiento, solo, conocemos el significado del remordimiento. El remordimiento es una preocupación fútil, una agonía que uno mismo se impone por algo de ayer. El arrenpentimiento es una experiencia redentora que dirige al perdón. El arrepentimiento entierra el pasado bajo la bendita esperanza del mañana. La vida en su más elevada naturaleza y en su más baja naturaleza. Finalmente, nosotros podemos hacer la paz mediante las decisiones de nuestras almas. Elías se colócó al frente del pueblo en el monte Carmelo y clamó: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él.” El estaba clamando que se hiciera una decisión. La Biblia dice: “Y el pueblo no respondió palabra.” (1 Reyes 18:21) ¡Qué tragedia es cuando una persona no puede hacer una decisión! Hay una maravillosa paz interna que le llega, al que se decide completamente por Dios. Yo supongo que también hay cierta paz, que ciertamente es una sensación de la lucha interna que le llega al que se decide en contra de Dios. Pero el que marcha indeciso en la vida vive en la miseria. “Ninguno puede servir a dos señores”. Hace dos mil años que Jesús dijo esa verdad; sin embargo, todavía no lo hemos aprendido. La más antigua historia del hombre nos cuenta que él pecó y que luego se escondió de la presencia de Dios. Esconderse de Dios es la más miserable experiencia que puede experimentar el alma humana. La paz con Dios es su más bendita experiencia. Uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos fue Copérnico. Él revolucionó el pensamiento de la humanidad en relación con el universo. El epitafio que está sobre su tumba en Frauenburg dice así: “Yo no busco una bondad igual a la que le fue dada a Pablo; ni pido la gracia que se le concedió a Pedro; pero te pido sinceramente que me des aquel perdón que le diste al ladrón.” Así es como uno comienza a forjar la paz. Antes que el ángel dijera: “Y en la tierra paz”, Él dijo: “Gloria a Dios en las alturas”. 8. “BIENAVENTURADOS LOS QUE PADECEN PERSECUCIÓN POR CAUSA JUSTICIA, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS.”

DE LA

El Sermón del Monte, que se registra en los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio según San Mateo, realmente es un modelo del reino de Dios aquí en la tierra. Jesús comienza ese sermón enumerando las ocho llaves para entrar en el reino, las cualidades del carácter de la persona piadosa. El clímax de las Bienaventuranzas y del Sermón del Monte es realmente uno y el mismo.

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En el sermón, Él nos dice cómo vivir, y concluye con un llamado a la acción, a la expresión de esos principios en la vida diaria: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace”. Al comienzo del sermón, Él enumera las cualidades del carácter como pobreza de espíritu, llanto, humildad, deseo de justicia, misericordia, pureza de corazón y espíritu pacificador. Luego, Él dice: “Bienaventurados los que padecen persecución.” Es decir, realmente para vivir conforme a los preceptos que representan las llaves del reino, nos cuesta algo. Pero, a menos que traslademos esos principios a la vida, las llaves son inútiles. Jesús nunca prometió comodidad para los que lo siguen. Nunca puso una alfombra en la pista de la carretera, ni un lecho de rosas en el campo de batalla. Él habló acerca de negarse uno a sí mismo; Él habló de cruces, de cruces salpicadas de sangre, de cruces para condenar a muerte. La entrada al reino de Dios puede significar que hay que hacer decisiones difíciles; puede significar una consagración que conduzca a la persecución. Pero no puede haber otro camino. En Apocalipsis, San Juan escribe a los cristianos: “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez díaz. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” (Apocalipsis 2:10) La preposición “hasta” que se emplea en este versículo tiene dos significados por lo menos, ser fiel hasta la hora de la muerte (tiempo), y ser fiel hasta en la prueba de la muerte (disposición para el sacrificio). Es decir, significa ser fiel no sólo hasta la hora de morir, sino también en el caso de que uno tenga que sufrir el martirio por causa de Cristo. Es mejor, que hagamos cualquier sacrificio que se nos pida, incluso la muerte, en vez de ser infieles. Un ministro religioso, amigo mío, cuenta que él fue a predicar en una gran iglesia en un culto especial un viernes Santo por la noche. El tiempo estaba muy mal, y por ello, fue muy poca la gente que asistió. Para presentarle excusa, el pastor de la iglesia le dijo al ministro visitante; “Si no hubiera sido por el mal tiempo, hubiera venido una gran multitud a oírlo a usted esta noche.” Al principio, eso hizo que el ministro visitante se sintiera enojado; pero luego su disgusto se torno en lástima y desprecio. Él miró al ministro anfitrión y le dijo: “¿Comprende usted lo que acaba de decir? Si el tiempo no hubiera estado malo, una multitud más grande hubiera acudido a este servicio religioso de viernes Santo. Jesús murió el viernes Santo; pero sus seguidores no acudieron al servicio porque estaba haciendo mal tiempo.” Cuando yo comencé a desempeñarme en el ministerio cristiano, no tenía carro. Algunas veces llegaba hasta mis pequeñas iglesias caminando. Otras veces tomaba en alquiler el carromato de un anciano médico, el doctor George Burnett. Un domingo por la mañana, muy frío y lluvioso, yo le dije al doctor que no iría a la pequeña iglesia, pues dudaba que alguna persona me esperara allí. Él me miró con desdén. Nunca olvidaré la severidad de su voz. Me dijo: “Su deber es estar allá. Tome su caballo y váyase.” Ninguna persona realmente puede vivir, mientras no haya hallado algo digno por lo cual morir. Usted realmente no puede poseer el reino de Dios hasta que la causa de Dios llegue a ser más importante que su propia vida. Wuhan L. Stidger cuenta acerca de un muchacho que él había bautizado cuando el muchacho era niño. El muchacho creció y, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, se alistó en la marina. Una noche, su barco atracó en Boston, y el muchacho fue a visitar a su antiguo pastor y amigo. Durante la visita, el pastor Stidger le dijo: “Guillermo, cuéntame la experiencia más excitante que hayas tenido hasta ahora.” El muchacho parecía vacilar. No tenía dificultad en seleccionar la experiencia más emocionante, sino que la experiencia que tenía en mente era tan maravillosa y sagrada que no encontraba palabras para expresarla. Él era capitán de un gran transporte y, junto con un convoy se hallaba haciendo el crucero del Atlántico. Un día, un submarino enemigo se levantó en el mar cerca de su barco. Él vio la

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marca blanca del torpedo que iba directamente contra su transporte, el cual estaba cargado con centenares de muchachos. Él no tenía tiempo para cambiarle el curso a la embarcación. Por medio del altoparlante, él gritó: “Bueno, muchachos, ¡ha llegado el momento!” Cerca del transporte había un destructor que lo escoltaba. El capitán de ese destructor también vio el submarino y el torpedo. Sin un momento de vacilación, él dio la orden: “Hacia adelante, a toda velocidad!” El pequeño destructor se metió en la trayectoria del torpedo, y recibió todo el impacto del mortífero proyectil en su punto medio. El destructor estalló, rápidamente se hundió y todos los miembros de su tripulación murieron. Durante un largo tiempo el joven visitante permaneció en silencio. Luego miró a su amado pastor, y le dijo: “Doctor Stidger, el capitán de ese destructor era mi mejor amigo.” Otra vez se quedó mudo un rato; luego dijo en voz lenta: “Usted sabe que hay un versículo en la Biblia que tiene ahora un significado especial para mí. Es éste: Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.” (Juan 15:13) Sale a la lucha el Salvador, corona a conquistar; Su insignia luce por doquier, flamante al frente va. Ser pobre en espíritu significa abandonar nuestro orgullo; llorar significa ser penitentes hasta el punto de apartarnos de nuestros pecados; humildad significa que tenemos que rendirnos a los planes y propósitos de Dios; tener hambre y sed de Dios significa apartar nuestras ambiciones de todo lo demás; ser misericordioso significa pagar con bien el mal que hayamos recibido; para ser limpios de corazón, tenemos que abandonar todo lo impuro; forjarnos nuestra paz significa escoger totalmente lo de Dios. Esos son los siete ingredientes de la justicia. Hay que comprarlos por algún precio. Bienaventurados los que pagan el precio, “porque de ellos es el reino de los cielos.”

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